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Relato erótico: “Las chicas crecen” (POR TALIBOS)

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Las chicas crecen:
Para Raquel y Marcela…Aunque tarde un poco, siempre cumplo lo que prometo…
He leído unos cuantos relatos eróticos y más o menos todos empiezan igual, con el protagonista presentándose. Yo no quiero ser menos, así que empezaré hablándoles un poco de mí, lo que seguro molestará a los que simplemente buscan la descripción de escenas sexuales, cuanto más jugosas, mejor; pero a estos, les prometo que si leen hasta el final, no quedarán decepcionados. Al menos yo quedé bastante satisfecho, se lo aseguro.
Bien, luchando contra mi tendencia a divagar, procedo a presentarme. Me llamo Andrés Morales y soy arquitecto. No, no hace falta que me busquen en los listados del colegio oficial, pues el nombre es falso, precisamente para evitar que alguien pueda reconocerme. Es la ventaja que tienen este tipo de páginas, que puedes preservar tu anonimato.
Como les decía, soy arquitecto y, sin ser una de las “estrellas” del mundillo, mi trabajo está bastante reconocido y soy el creador de varios edificios diseminados por las capitales de la nación. Quizás hayan estado ustedes en alguno. Les dejo que lo adivinen.
Actualmente tengo 43 años y soy viudo desde hace 10. Mi mujer, Virginia, murió de cáncer en 2003, dejándome hundido y destrozado, aunque tuve que sacar fuerzas de flaqueza para criar yo solo a mi queridísima Marcela, que tenía sólo 7 añitos cuando perdió a su madre. Sólo los que se hayan visto en una situación similar podrán comprender lo duros que fueron los primeros años en los que tuve que hacer de papá y de mamá al mismo tiempo, cuidando de la niña de mis ojos con todo mi amor e intentando que comprendiera por qué su mami no iba a volver a estar junto a ella. No les cuanto esto para que me tengan lástima, simplemente es un dato que tiene su importancia en los acontecimientos que voy a narrarles.
Cierto es que ya han pasado 10 años desde aquellos aciagos días y que, por fortuna, ya lo he superado por completo, pero, aún así, no me he vuelto a interesar en ninguna mujer con vistas a una relación seria. No soy mal parecido y sé que me conservo bastante bien, hago deporte, lo que, unido a que tengo un buen trabajo, me ha convertido en un hombre medianamente atractivo para el otro sexo, cosa que me ha demostrado más de una mujer con intentos de flirteo más o menos descarados.
En un par de ocasiones me animé a tener alguna cita, pero pronto comprendí que, para mí, no había más mujer en el mundo que mi querida Vicky y lo cierto era que no sentía ningún deseo de llenar el hueco que ella había dejado en mi vida. Para eso tenía a Marcela, mi niña, la nenita más buena y cariñosa del mundo y no necesitaba a ninguna fémina que viniera a perturbar la vida tranquila de que gozábamos los dos.
Pero claro, está muy bien decir que mis necesidades espirituales estaban colmadas con el infinito amor que sentimos Marce y yo el uno por el otro pero… ¿y las necesidades físicas?
Como he dicho, pronto abandoné la idea de salir con mujeres, pero mi organismo tenía ciertas… “necesidades” que había que cubrir. Sí, ya sé que para eso nos dio Dios las manos a los hombres, la derecha y la izquierda (para que parezca que te la hace otro), pero a veces apetece algo más “jugoso”. Bueno, no sé si también fue Dios quien las inventó, pero para algo están las putas.
No se confundan, no es que yo sea un putero impenitente que ande todos los días de picos pardos, ni muchísimo menos, pero qué quieren, de vez en cuando apetece echar una canita al aire (o dos). Cuando eso sucede, me pongo en contacto con una agencia de citas de la que soy cliente. Las chicas son muy guapas, muy complacientes y muy discretas…
Cuando tengo ganas de desfogarme, busco en la agenda de mi móvil el teléfono de la “Agencia de Publicidad Sterling” (tengo puesto ese nombre por si a Marce le da por husmear en mi teléfono; además, “Agencia de putas de lujo” quedaba un poco grosero) y solicito los servicios del tipo de chica que me apetezca. Ya saben, rubia, morena, asiática, tetona… Tienen un buen repertorio, se lo aseguro, nunca me han defraudado. Caros pero eficientes. Sería un buen slogan para ellos.
Normalmente, doy la dirección de mi chalet de las afueras y me reúno allí con la señorita, cosa lógica por otra parte, no voy a citarla en mi casa de la ciudad para que Marce sorprenda a su papi en plena faena con una prostituta. Cuando era más pequeña, dejaba a mi niña con su tía Maribel (hermana de Vicky) o con mi hermano Rafael, pero ahora ya es mayorcita y se queda sola. No sé si mi hija sospecha adonde voy cuando hago estas escapadas, pero no me extrañaría mucho, pues de tonta no tiene un pelo.
Tampoco se crean que estoy todo el día liado con las prostitutas, ni muchísimo menos, en total contrato los servicios de la agencia 5 o 6 veces al año, lo justo para desahogarme y no estar todo el día como un mono dale que te pego al manubrio. Realmente, yo lo veo simplemente como satisfacer una necesidad física de mi organismo, algo que necesito hacer y punto, sin la complicación de los sentimientos de por medio. Y las chicas de la agencia me vienen como anillo al dedo.
Bueno, ya me conocen un poco. Ahora quiero hablarles de Marcela, mi hija.
Qué quieren que les diga. Soy su padre. Es guapísima, inteligente, dulce y amable. Y no es que lo diga yo, es la opinión de todos los que la conocen. Tiene el pelo castaño oscuro, ondulado, bastante largo, aunque le gusta recogérselo en una graciosa cola de caballo, sobre todo cuando está por casa; no es muy alta, poco más de 1,50, lo que le confiere un aspecto algo infantil, que hace que la gente no le eche los 17 años (casi 18) que ya tiene, aunque basta con echarle un vistazo a las curvas de su cuerpecito, para borrar de un plumazo esa impresión de niñez. Senos generosos, caderas redondeadas, piernas bien torneadas… y con un rostro precioso, que recuerda inevitablemente a la belleza de su madre, labios carnosos, naricilla respingona, ojos café oscuro a juego con sus cabellos, piel clara, suave y aterciopelada…
Sí, tienen razón, se me ha notado. Esa no es la descripción que haría un padre de su hija, pero qué quieren, fue ella la fuente de mis problemas, por ella empezó todo… Precisamente porque dejé de mirarla con ojos de padre.
¿Y cómo sucedió esto? Pues, principalmente, a causa de mi hermano.
Yo ya había notado que Marce tenía una ligera tendencia al exhibicionismo. Siempre andaba por casa ligerita de ropa y para mí era de lo más normal verla paseándose en ropa interior o con una simple camisetita que a duras penas ocultaba la ausencia de sostén. Pero qué quieren que les diga, era mi hija y aquello apenas si me trastornaba, lo veía como algo normal, propio de su forma de ser y que demostraba simplemente la absoluta confianza que había entre nosotros.
Pero eso cambió una tarde en la que Rafael se dejó caer por casa para almorzar y lo hizo con una simple frase.
–         Joder, Marcelita, cómo estás ya. Madre mía, a las chicas de hoy en día les salen antes las tetas que los dientes – le espetó mi hermano a su sobrina.
–         Tú, capullo – le reconvine divertido al ver cómo mi hija se ruborizaba hasta la raíz de los cabellos – No le digas burradas a mi niña, que sólo tiene 14 años. Y es tu sobrina, degenerado.
El comentario de mi hermano (y mi respuesta) eran completamente en broma y la forma típica en que hablábamos el uno con el otro. Pero sus palabras hicieron que, por primera vez, mirara a mi hija desde un prisma diferente al del padre amoroso.
Y lo que vi me impactó.
A pesar de tener sólo 14 años, tuve que reconocer en mi fuero interno que Marcela… estaba muy buena. Ni siquiera me había fijado hasta que Rafa abrió la boca, pero Marce, tras ver que era su tío el que venía de visita, había corrido a su cuarto a cambiarse de ropa, presentándose en el salón, donde estábamos charlando, vestida con unos cortísimos shorts blancos y un top de tirantes que ceñía y levantaba sus juveniles senos de forma bastante impúdica, dejando su barriguita al descubierto.
Me quedé momentáneamente parado, observando alucinado cómo dos diminutos bultitos aparecían claramente marcados en el top, mostrando que Marcelita estaba ligeramente “contentilla” con la visita de su tío. Como pude, me las apañé para cerrar la boca, que se me había quedado abierta y agradecí en silencio que Rafa siguiera al ataque.
–         Marce, en serio, deberías ponerte sujetador porque si no, se te van a descolgar las tetas.
Marcela enrojeció todavía más, si es que eso era posible, y balbuceando no sé qué excusa, salió disparada del salón, regresando a su cuarto a cambiarse de nuevo.
Miré bastante sorprendido a mi hermano, con idea de reprenderle por haber sido tan grosero con Marcela, pero algo en su mirada me hizo comprender que su intención no había sido burlarse de ella. Me di cuenta de que Rafa también se había sentido un poquito violento al ver a su sobrina adolescente medio desnuda, así que había optado por hacerla pasar vergüenza para evitar pasarla él. Simple pero efectivo.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de que Marcela solía mostrarse un poquito más descarada de lo habitual cuando estaba con su tío. Tampoco tenía nada de raro que la niña, en plena pubertad, se sintiera atraída por Rafa, que era un rompecorazones de cuidado, ya saben, del tipo rebelde y mal afeitado, así que, en su presencia, se vestía un poco más ligera de ropa de lo habitual. El problema era que ya no era una niña y su ligereza en el vestir… podía alterarnos un poco el ánimo.
Pero Rafa había reaccionado bien, avergonzándola para que se cortara un poco y se mostrara más discretita. Vinieron a mi mente cientos de ejemplos de Marce subida a caballito sobre su tío, sentada a horcajadas en una de sus piernas, aferrada a su brazo apretando contra él sus juveniles senos… Joder con Marcelita…
–         Macho, te compadezco tío – dijo mi hermano sacándome de mi ensoñación.
–         ¿Por qué? No te entiendo.
–         Joder, tío, tu niña está ya más que crecidita y ya mismo querrá empezar a salir por ahí por las noches. Los tíos se van a dar de ostias cuando vaya a cualquier discoteca. Y mientras tú en casa, comiéndote la cabeza…
Joder, menudo profeta. Qué cabrón. Lo clavó el tío.
Un par de minutos después, Marcela se reunió de nuevo con nosotros, con una camiseta más discreta y con la vergüenza ya olvidada. Se mostró tan risueña como siempre con su tío, que no paraba de tomarle el pelo y tuvimos un almuerzo de lo más agradable.
Pero mientras comíamos, yo no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que Rafa me había dicho, mirando subrepticiamente a mi hija, dándome cuenta por primera vez, de que estaba hecha toda una mujer. Una bastante atractiva por cierto.
Y eso desató el infierno. Al principio, le echaba la culpa a Rafa, por haberme hecho notar que Marce estaba ya desarrollada, pero pronto comprendí que, sin duda, habría acabado por darme cuenta yo solito.
Y es que Marce no modificó en modo alguno sus costumbres. Se paseaba en bragas por la casa a placer, sólo que ahora, su padre no podía evitar que sus ojos se fuesen detrás de ella. A partir de entonces, todas las situaciones que hasta ese momento habían sido completamente inocentes, adquirieron para mí ciertas connotaciones en las que prefería no pensar.
Yo luchaba contra esos impulsos, recordándome continuamente que era mi niñita a la que miraba con ojos codiciosos, pero bastaba con que ella se inclinara y me ofreciera una inadvertida visión de su canalillo, para que mis principios morales se fueran por el retrete y mi mirada se deleitase admirando la suave curva de un seno o el delicado borde de encaje de un sostén.
Y peor era cuando la niña iba sin sujetador, claro.
Recuerdo una tarde que me puse malísimo por culpa de ella. Estaba echado tranquilamente en la cama, ojeando el dossier de un nuevo proyecto, cuando escuché la voz de mi hija que me llamaba.
–         Papiiiiii – la escuché aullar – ¡Que me he olvidado la toallaaaaa!
No hacía falta ser un genio para comprender qué pasaba. Refunfuñando, me levanté de la cama y fui hasta el armario empotrado del pasillo, donde guardamos la ropa blanca y extraje una toalla grande, dirigiéndome al cuarto de Marcela, que disponía de baño propio.
–         ¿Dónde te la dejo? – exclamé a grito pelado para hacerme oír por encima del ruido de la ducha.
–         Alárgamela, que voy a salir ya.
Sin pensar, penetré en el baño particular de mi hija y me acerqué a la ducha. Alcé la vista y me quedé petrificado al contemplar, a través de la mampara, la exquisita silueta de mi hija enjuagando el jabón de su cuerpo. Ésta es de cristal esmerilado, así que tan sólo veía el contorno de las juveniles curvas de Marcela, pero bastó eso para dejarme boquiabierto.
Y entonces fue todavía peor.
–         Aquí papi, dámela – dijo ella abriendo una rendija en la mampara y sacando fuera un brazo chorreando de agua.
Lo que pasó fue que, al abrir la mampara, Marcela apoyó sus senos contra el cristal y, al estar allí apretados, pude verlos perfectamente desde fuera, con todo lujo de detalles. Observé anonadado las deliciosas galletas María que tenía mi hijita a modo de areolas coronadas por dos apetitosas guindas que me hubiera encantado probar.
Aterrado, sacudí la cabeza tratando de librarme de aquellos pensamientos y le tendí la toalla sin decir nada, aunque tampoco habría podido hablar de haber querido, pues la boca se me había quedado tan seca que sentía la lengua pegada al paladar.
En cuanto la mano femenina asió la toalla, salí disparado de allí como un cohete y me refugié en mi cuarto, aunque se trató de una fuga baldía, pues la imagen de los esplendorosos senos de mi hija había quedado grabada a fuego en mi mente.
Todavía medio ido, me las ingenié para meterme en la ducha de mi cuarto de baño, vestido y todo y abrí al máximo el agua fría.
Aquello me calmó un tanto, aunque más eficaces resultaron las dos pajas que me hice poco después.
Por la noche apenas me atrevía a mirar a mi hija a la cara, avergonzado a más no poder por lo que había hecho. Ella notó que mi comportamiento era extraño, así que me interrogó al respecto. Como pude, me las apañé para mentirle diciéndole que no me encontraba bien y que me iba a acostar temprano. Bueno, pensándolo bien no era ninguna mentira… me sentía mal de verdad.
Fue peor el remedio que la enfermedad.
–         Papi, ¿cómo estás? – Me preguntaba un rato después una muy preocupada Marcela desde la puerta de mi habitación.
–         Bien, cariño, no me pasa nada. Es sólo que no he pasado muy buena noche y estoy cansado.
–         ¿En serio?
–         Claro, nena. Mira, mañana domingo nos vamos al cine y a comer por ahí.
–         ¡Estupendo!
Entusiasmada por el improvisado plan, Marcelita decidió agradecérmelo con un beso, así que corrió hacia mi cama, encaramándose de un salto. Al hacerlo, la camiseta se le subió, permitiéndome contemplar una vez más sus braguitas, lo que no contribuyó a serenar mi espíritu precisamente.
Marcela, inconsciente de todo eso (o al menos así lo espero), se abrazó con fuerza a mí y me plantó un fuerte beso en la mejilla, pero, por desgracia, no se conformó con eso y se quedó abrazada a mí, permitiéndome sentir perfectamente sus prietos senos apretados contra mi pecho. Me quería morir.
–         ¿De veras te encuentras bien? – insistió con su cara recostada sobre mí.
–         Que sí, tonta – respondí acariciándole el cabello – Sólo estoy un poco cansado.
–         Entonces… ¡No te importará si hago esto!
La muy locuela se lanzó con ganas a un juego que antes practicábamos muy a menudo: el de las cosquillas.
Sin darme tiempo a reaccionar, sus manos se metieron bajos mis brazos y empezaron a hacerme cosquillas en los costados, haciendo que me retorciera como una culebra, pues soy bastante sensible a esas cosas.
Sin embargo, no me pareció mal, así que contraataqué con mis manos, aunque teniendo mucho cuidado en no tocar donde no debía. Ella, medio incorporada a mi lado, no tenía tantos miramientos conmigo y se dedicó, en medio de grandes carcajadas, a animar a su papi haciéndole cosquillas.
Y pasó lo inevitable. Me empalmé.
Avergonzado, intenté por todos los medios que no se notara, cosa bastante difícil, pues, al ser verano, en la cama sólo llevaba los boxers y una camiseta (por la que di gracias mentalmente) y las sábanas estaban completamente apartadas a los pies de la cama.
La camiseta quizás habría bastado para tapar el espectáculo, pero Marcela tironeaba de ella tratando de hacerme cosquillas. Sin embargo, concentrada en lo que estaba haciendo y muerta de la risa, no se dio cuenta de nada hasta que, por desgracia, su mano viajó hacia abajo y tropezó con el bulto de mi entrepierna, provocando un ramalazo de placer que recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies.
Me quedé paralizado, sin saber qué decir o cómo disculparme, pero Marcela, lejos de mostrarse enfadada o sorprendida, optó por la salida más sencilla de todo aquello: hacer como que no se había dado cuenta de nada.
–         Entonces, ¿qué película vamos a ver? – dijo como si tal cosa, volviendo a recostarse sobre mi pecho y a abrazarme, olvidado ya el juego de las cosquillas.
–         La… la que tú quieras – balbuceé rezando mentalmente porque la tierra se abriese y me tragara.
–         ¿Podemos ver la nueva de Brad Pitt?
–         Claro, cariño – asentí, sin saber cual sería.
–         Estupendo – susurró ella apretándose todavía más contra mí.
Yo no sabía qué hacer. Marcela estaba aferrada a mí como una garrapata, con su cabecita reposando en mi pecho y una de sus manos sobre mi estómago. En esa posición, estaba bastante seguro de que tenía una visión en primer plano del bulto en mi entrepierna, pero yo no me atrevía a mover ni un músculo.
Si ella había decidido hacer como si nada, yo tenía que hacer lo mismo; si la apartaba de mí para taparme, comprendería que me había dado cuenta de que estaba mirándome la polla y la haría pasar vergüenza. Y eso no era justo, pues la culpa de aquello era solo mía.
Así que nos quedamos así abrazados, charlando de tonterías, mientras yo intentaba con la mente lograr que aquello se bajase solo. Mi gozo en un pozo. La erección no se bajaba ni a cañonazos. No recordaba haber estado tan excitado desde hacía mucho tiempo. Desde Virginia.
Y Marcela no ayudaba precisamente. Cuando quise darme cuenta, la mano que reposaba en mi estómago se había deslizado peligrosamente al sur, quedando apoyada justo en la cinturilla de mis boxers… lo justo para que su posición no fuera inapropiada, pero, enloquecedoramente cerca…
–         Venga cariño – le dije apañándomelas para que mi voz sonara medianamente calmada – Se está haciendo tarde y mañana hay que levantarse temprano para ir al cine. Venga, a tu cuarto.
Pero la niña no iba a darme tregua.
–         No, papi, esta noche me quedo contigo – respondió abrazándose todavía más fuerte a mí, apretando con ganas sus tetitas contra mi costado.
–         Venga, no seas tonta… ¿No ves que hace mucho calor?
–         Pues ponemos el aire.
No me dio tiempo ni a replicar, fue como una centella. Apartándose un segundo de mi lado, se incorporó lo justo para alcanzar el mando del aire acondicionado que estaba sobre la mesilla y pulsar el botón.
Pero bastó ese mínimo instante para que pudiera ver cómo sus pezones aparecían claramente marcados en su camiseta.
–         Que sea lo que Dios quiera – dije para mí mientras Marcela recuperaba su sitio abrazada a mi pecho.
Ni les cuento la noche que pasé. No pegué ojo. Y peor fue cuando Marcelita, no sé si dormida o despierta, echó una pierna sobre las mías, apretándose todavía más contra mí, de forma que, a pesar de la barrera de las bragas, creí notar cómo su tierno chochito se frotaba contra mi muslo, al quedar su entrepierna apoyada contra él. Bendito infierno.
Por fortuna, con la madrugada ya bien entrada, Marcela se movió en sueños y pude escapar de su abrazo. Agradeciendo la oportunidad que se me brindaba, me levanté y decidí llevarla a su cuarto, cosa que hice tras admirar una vez más su juvenil cuerpecito alumbrado por la tenue luz de la luna que bañaba el dormitorio a través de la ventana.
Con cuidado, la levanté entre mis brazos y la llevé hasta su cama, mientras ella murmuraba en sueños. Más calmado, la besé en la frente y regresé a mi cuarto para intentar dormir.
Y un jamón iba a conseguirlo. Odiándome a mí mismo, tuve que masturbarme una vez más en honor a mi hija, mientras aún sentía sobre mi piel el suave contacto de su cuerpo. Y por fin pude dormir, aunque fueran sólo un par de horas.
Menudo degenerado, estarán pensando. Y no les falta razón, aunque, en mi descargo, he de decirles que luché con ahínco contra mis impulsos. Y me salió bastante bien.
Los días posteriores anduve con pies de plomo cuando estaba con Marcela, preocupado por si el saber que su papi se empalmaba cuando ella andaba cerca la había trastornado. Pero nada en su comportamiento cambió, así que, poco a poco, fui convenciéndome de que no la había traumatizado.
Más tranquilo a medida que pasaban los días, fui comportándome cada vez con mayor normalidad con mi hija. Auque en eso sin duda influyeron las dos llamaditas que hice a la “Agencia Sterling” para encargar un par de buenas campañas publicitarias. Cómo venden sus productos, oigan.
Pasaron un par de meses y entonces estalló la bomba que Rafael me había augurado.
–         Papi, ¿me dejas ir el viernes a una fiesta en casa de Raquel? Es por la noche, así que tendría que volver tarde…
Joder. Ya estaba. La habíamos cagado. Me sentí como Mourinho… ¿Por qué?
No podía afrontar aquello yo solo. Era demasiado. Le respondí que me lo pensaría y salí disparado en busca de consejo a casa de Maribel, mi cuñada.
Maribel es la hermana mayor de Virginia y es un verdadero encanto. Más de una vez me he preguntado si habría sido capaz de criar a Marce si no hubiera contado con su ayuda. Quizás habría acabado casándome con la primera que hubiera pillado, con tal de darle a mi hija una figura materna cuando la necesitase.
Por suerte, Maribel estaba siempre disponible para nosotros, a pesar de tener que encargarse de sus dos hijos, algo mayores que Marce y, en muchas ocasiones, había sido para mi niña más una madre que otra cosa.
Y, además, era la mujer más pragmática del mundo.
–         ¿Y qué vas a hacer? – me dijo simplemente cuando la interrogué acerca de mis miedos a que Marcela empezara a salir por ahí – ¿La vas a meter en un convento? Está en la edad de empezar a salir con sus amigos y, si se lo prohíbes, sólo conseguirás que te coja manía y que se escape cuando le venga en gana.
Mierda. Tenía razón.
Aquella misma noche le comuniqué a Marcela que le daba permiso para ir, pero que tenía que estar de vuelta a las once y media sin falta y que primero tenía que hablar con la madre de Raquel.
Dura negociadora, tras el entusiasmo inicial y el beso de agradecimiento, Marce se salió con la suya y logró enredarme para alargar el toque de queda hasta las doce y media. Y gracias que no se empeñó en volver todavía más tarde.
Al día siguiente, me ofrecí a acompañarla de compras para comprarse un vestido para la fiesta, lo que aceptó entusiasmada. Además, se sumó a nosotros Raquel, su mejor amiga, pues su madre andaba muy liada y no podía acompañarla, por lo que me agradeció profundamente que me las llevara a ambas.
La tarde fue horrorosa, no sólo porque no tengo paciencia para andar viendo trapos (eran los únicos momentos con Virginia que no echaba de menos), sino porque, hacerlo con dos adolescentes es infinitamente peor (padres y esposos del mundo, sabéis de lo que os hablo, ¿eh?).
Y lo más jodido era que el sátiro que anidaba en mi interior andaba bien despierto.
Las chicas me ofrecieron un pase de modelos en todas las tiendas que visitamos (de cuyo número perdí la cuenta) y algunos de los conjuntos eran… bastante atrevidos.
Y no era sólo Marce la que despertaba mis más bajos instintos… Raquel también.
La amiga de mi hija era (y es) también una jovencita muy atractiva. Su tono de piel era bastante más moreno que el de Marce y su cabello, negro como el carbón, era mucho más largo, aunque las dos lo llevaban completamente liso con un peinado similar. Raquel era más alta que mi hija, por lo que parecía más mayor y además, su madre le permitía ir ligeramente maquillada, lo que acentuaba esa impresión. Era bastante guapa, con los mofletes muy marcados y los rasgos redondeados, con una sonrisa enigmática siempre en los labios. Era bastante sexy. ¿Y de tetas? Muy bien, gracias.
Mentalmente imaginé la clase de bomba sexual que serían las dos cuando anduviesen sueltas por los bares de la ciudad. Me estremecí.
Como buenamente pude, las aconsejé sobre los modelitos que se probaron, aunque ellas prescindieron completamente de mis apuntes, que siempre iban en contra de aquellas ropas que mostraban más de la cuenta y a favor de los más recatados, por lo que acabaron comprándose lo que les vino en gana. Para qué discutir.
Ese viernes fue un día realmente horrible. No pude concentrarme en el trabajo ni un segundo y cuando llegó la noche y tuve que llevar a Marce  a casa de Raquel, me faltó un pelo para echar el seguro del coche y salir zumbando de allí con mi hija atrapada en el interior.
Y la cosa no mejoró con los años.
No importaba el tiempo que pasara, ni lo mayor que mi niña fuera haciéndose, siempre lo pasaba mal cuando salía por ahí de marcha con sus amigos y no conseguía relajarme hasta que escuchaba la llave en la cerradura de la puerta.
Más de una vez me asomé subrepticiamente para verla llegar y observar si mostraba síntomas de haber bebido algo más que coca-cola, pero Marce se mostró siempre muy responsable y nunca apareció borracha.
Una vez, en medio de una conversación seria, me dijo sin tapujos que, cuando salía, se tomaba una o dos copas con alcohol, pero no pasaba de ese límite pues “le daban mucho asco los que terminaban por ahí tirados en medio de sus propios vómitos”. Me sentí orgulloso de ella a pesar de que, en mi juventud, eso mismo me había pasado un par de veces.
Y tampoco me dio muchos problemas con la hora, pues solía respetar bastante bien los horarios que yo le marcaba, aunque claro, estos se ampliaban a medida que iba haciéndose mayor. En una ocasión se pasó de la hora, pero me llamó por el móvil para avisarme que el coche de su amigo se había averiado y que iba a regresar en taxi. Como he dicho, siempre ha sido muy responsable.
Pero lo peor no era que llegase tarde o saber si bebía por ahí o tomaba cosas raras (que también era una gran preocupación, claro); no, lo peor era imaginar… si follaba.
¿Estaría calzándosela por ahí algún niñato? ¿Sabría ya lo que es una polla? ¿Una felación? ¿Andaría por ahí follando en los servicios de alguna discoteca? ¿Estaría en esos momentos con los pies apoyados en el techo de un coche? Era enloquecedor, cualquier padre de hija adolescente sabe sin duda de qué le estoy hablando.
¿Y yo? Estaba mejor, gracias. Tras el truculento episodio de las cosquillas, había superado un poco mi obsesión por mi hija. Seguí mirándola, claro, viendo todos los días cómo se hacía cada vez más mujer (una bien buena, se lo aseguro) y había aceptado que, aunque a veces la mirara con ojos que no eran de padre, era perfectamente capaz de controlarme.
Tuve mis momentos de flaqueza, no crean, sobre todo cuando Marce se ponía mimosa (que solía ser cuando quería sacarme algo), pero, en general lo llevaba bastante bien.
La única vez que estuve peligrosamente cerca de mandarlo todo al garete y de sucumbir a la tentación fue una calurosa noche de sábado estival. Marce, que ya había cumplido los 17, había salido con sus amigas y yo estaba en el salón, cerveza en mano, preparándome para ver una peli en el DVD.
Como hacía muchísimo calor, iba vestido únicamente con los boxers y había puesto el aire acondicionado bastante fuerte, mientras hacía zapping distraídamente antes de decidirme a darle al play del DVD.
 
Escuché entonces que la puerta de entrada se abría y miré hacia atrás, sorprendido porque mi hija hubiese vuelto tan temprano.
–         Hola, papá – me saludó desde la puerta del salón.
–         Hola, cariño. ¿Qué haces aquí ya? ¿Ha pasado algo?
–         No, no. Es que mañana Raquel se va de viaje con sus padres y se ha marchado pronto y no me apetecía quedarme por allí si no estaba ella.
Di gracias porque Marce tuviera una amiga tan buena como Raquel. Eran uña y carne. Y mientras estuvieran las dos juntas, era menos probable que algún malnacido… se metiera en sus bragas. Iluso de mí.
–         ¿Qué estás viendo? – me dijo entrando en la sala.
–         Iba a ver una peli. ¿Te apuntas?
–         ¡Ostras, sí! Con tanto calor no tengo nada de sueño. ¡Espera, que voy a cambiarme y vuelvo en un segundo!
Salió disparada hacia su cuarto, mientras yo seguía tranquilamente con el zapping. Minutos después, oí como trasteaba en la cocina y enseguida se reunió conmigo con una lata de refresco sin cafeína en la mano.
–         Venga ponla – dijo.
No reaccioné, me había quedado embobado viéndola. Marcelita se había puesto bien cómoda para andar por casa e iba vestida con una ligera camiseta corta sin mangas que la tapaba un poco más abajo del fin de sus senos, dejando su barriguita al aire. Y, para rematar el conjunto, un pantaloncito corto de pijama de color rosa, que cuando rodeó el sofá para sentarse a mi lado, me permitió comprobar que no bastaba para tapar por completo las suaves curvas de su trasero.
–         ¿Qué miras? – me dijo divertida al verme boquiabierto.
Por fortuna reaccioné con acierto.
–         El maldito piercing de tu ombligo – respondí con aplomo – Todavía no entiendo cómo demonios te las apañaste para convencerme de que te dejara hacértelo.
–         Ay, papi, qué tonto eres.
Riendo, se sentó de un salto en el sofá y, siguiendo su costumbre, se apoyó contra mí, recostando su cabecita en mi hombro. Para estar más cómodos, la rodeé con el brazo y le di un cariñoso apretón que la hizo sonreír.
–         Venga, dale ya – me dijo mientras bebía de su refresco, los ojos fijos en la pantalla.
Y lo hice. Y durante un rato, todo fue muy bien y nos dedicamos a ver juntos la película tranquilamente. Pero claro, el sátiro que hay en mí no tardó en despertar.
De pronto, la perturbadora presencia de mi atractiva hija se hizo más patente para mí. Dejé de prestar atención a la película, tratando de comprender qué era lo que me había perturbado, hasta que me di cuenta de que era simplemente el suave olor que desprendía Marcela. Hipnotizado, cerré los ojos y aspiré en silencio, deleitándome en el delicioso aroma a mujer de mi hija.
¡Pero, no! ¿Qué estaba haciendo? ¿Me había vuelto loco? Por fortuna, el ligero cosquilleo que sentí en la entrepierna me hizo despertar y recobré el control, tratando de volver a centrarme en la película.
Lo logré… casi dos minutos.
Cuando quise darme cuenta, mis ojos se desviaron de la pantalla y se deslizaron por la suave piel de mi hija, perdiéndose en el insinuante canalillo de su camiseta. Al estar recostada sobre mí, tenía un magnífico primer plano de su escote que me permitía observar a placer las rotundas curvas de sus sensuales senos… gloriosos, plenos, suaves… apetecibles…
Me sentía enloquecer, trataba de apartar la vista del cuerpo de mi hija pero fracasaba sin remedio. Ella, ajena a todo, seguía concentrada en la película, mientras el bastardo de su padre la devoraba con la mirada.
Entonces se movió y el corazón casi se me sale por la boca del sobresalto, pensando que me había pillado desnudándola con los ojos. Pero no era así, simplemente había acabado el refresco y se estiraba para dejar la lata sobre la mesita. Cuando lo hubo hecho, no recuperó su posición anterior, apoyada en mi costado, sino que se tumbó sobre el sofá y reposó su cabecita en mi muslo.
Interiormente me alegré mucho de este cambio, pues, al estar completamente tumbada, ya no tenía una buena perspectiva para asomarme a su escote y aunque podía seguir admirando sus turgentes posaderas, eso era algo (no me pregunten por qué) que me parecía menos grave.
Pero la puñetera niña no se estaba quieta.
Inesperadamente, deslizó su brazo hacia atrás y se rascó suavemente el trasero, lo que me hizo gracia. Como quien no quiere la cosa, dejó su mano ahí, enganchando los dedos en la cinturilla del pantaloncito, lo que no hubiera tenido mayor importancia de no ser porque, al ser una camiseta sin mangas, el hecho de que tuviera el brazo estirado me permitía contemplar a través del sobaco su seno desnudo.
Y esta vez se veía todo, todo.
Madre mía. Menudo espectáculo. Por el hueco de la camiseta podía ver sin impedimento alguno el delicioso pecho de mi hija. Una vez más pude contemplar la delicada areola que me había quitado el sueño años atrás, sólo que ahora estaba más desarrollada y esta vez no había obstáculos de ningún tipo.
Y el pezón… Ufff…. Se me hacía la boca agua imaginando cómo sería tenerlo entre mis labios, lamiéndolo suavemente con la lengua mientras sentía cómo iba endureciéndose poco a poco. Delicioso fresón…
Era inevitable, ni siquiera me di cuenta de que pasaba, absolutamente concentrado en aquel pecho rebelde que escapaba por el costado de la camiseta. Me empalmé. Sentía que la polla me iba a explotar.
–         ¿Lo hará adrede? – dije para mí, no por primera vez, mientras observaba cómo Marcela se acariciaba suavemente el trasero, como si le picara, ofreciéndole a su padre el espectáculo más erótico de su vida.
Y entonces la cosa se puso peor. La erección se hizo cada vez más notable, cada vez más dolorosa, apretando y estirando los boxers hasta que estos no dieron más de sí. Y la polla se escapó.
No sé cómo sucedió, yo no hice nada, pero mi verga, hinchada como nunca antes, se las ingenió para colarse bajo la cinturilla elástica de los boxers y asomar la cabecita fuera de su encierro. Creí que el corazón me iba a saltar fuera del pecho cuando sentí cómo el glande escapaba de la prenda y quedaba expuesto.
Pero Marce, al tener la mejilla recostada en mi muslo, no se dio cuenta de nada y casi me volví loco de excitación al mirar hacia abajo y ver la cabeza de mi rezumante polla a escasos centímetros de la cabeza de mi hija. Casi eyaculo de la impresión.
Con cuidado, llevé mi mano libre a mi entrepierna, en un intento de devolver al preso fugado a su encierro, pero apenas me atrevía a moverme, no fuera a ser que Marcela se diese cuenta de lo que pasaba. Por fin, logré estirar el boxer para taparla, pero era inútil, estaba tan tiesa que se escapó de nuevo inmediatamente. No sabía qué hacer.
–         Estate quieto, papi, deja de moverte. Veamos la película.
La voz de mi hija casi me causa un infarto. Me quedé paralizado, con medio nabo al aire y la respiración agitada. Marcela, por su parte, volvió a mover el brazo, deslizándolo hacia delante, con lo que su pecho volvió a quedar oculto, por lo que di silenciosas gracias. Por desgracia, la nueva postura no era mucho mejor, pues la niñita, para estar cómoda, situó su mano entre sus muslos, atrapándola en medio.
–         ¿Es que se va a hacer una paja? – pensé medio enloquecido.
Pero no era así, simplemente era una postura relajada. Pero verla allí tumbada, con la mano entre las piernas bien pegada al coñito, no contribuyó a tranquilizarme precisamente.
Si se han fijado, no les he dicho el título de la película que vimos. No es por no violar derechos de autor, es porque no me acuerdo en absoluto. Eso sí, les aseguro que se trataba sin duda de la película más larga de todos los tiempos… al menos eso me pareció.
Cuando apareció el THE END, casi me echo a llorar de alegría. Marcela se incorporó, quedando sentada y yo me las apañé como pude para retorcerme un poco y cruzar las piernas, en un torpe intento de ocultar la tienda de campaña.
–         ¿Te traigo una cerveza? – me dijo.
–         ¿Qué? – dije por toda respuesta, con el cerebro al borde de un aneurisma.
–         Que si te traigo una cerveza. Yo quiero otro refresco. Hace calor.
–         No, nena. Ya es tarde. Mejor nos vamos a la cama.
–         ¿Tarde? Venga ya, no seas muermo. Voy por unas latas y seguimos charlando, que últimamente no lo hacemos.
¿Qué? ¿Charlar? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Con la mente con el freno echado, no acerté a decir nada mientras mi hija iba a la cocina a por las latas. Cuando regresó, me entregó la cerveza y me miró con una expresión divertida que, no sé por qué, hizo que me pusiera todavía más nervioso.
–         ¡Échate para allá! – me dijo, obligándome a desplazarme hacia un extremo del sofá.
Y claro, al hacerlo, le ofrecí a mi hija una buena vista del bultazo de mis calzones. Pero ella no dijo ni pío.
Ni corta ni perezosa, Marcela volvió a tumbarse en el espacio libre del sofá, boca arriba esta vez y tornó a reposar la cabeza en mi muslo. Eso me tranquilizó bastante, pues de esa forma era imposible que pudiera ver mi erección. Más sosegado, abrí la cerveza y vacié media lata de un solo trago.
Marcela, muy relajada, cruzó sus piernas apoyando los pies en el brazo del sofá y se las ingenió para beber del refresco a pesar de estar boca arriba.
–         ¿Y bien? ¿De qué quieres hablar? – le dije más sereno.
–         No sé. Es que últimamente, con la selectividad y tu trabajo apenas hemos pasado tiempo juntos.
–         Tienes razón. Mira, mañana nos vamos a comer por ahí. ¿Te parece?
–         Vale.
Seguimos charlando un rato con calma, lo que bajó varios niveles mi excitación. Hablamos de todo un poco, de los estudios, de mi trabajo, de la universidad…
Pero entonces se me puso el ánimo juguetón.
Sin malicia (se lo juro) se me ocurrió apoyar mi helada lata de cerveza justo sobre su ombligo, lo que la hizo dar un respingo.
–         ¡Papá…! ¡No! – exclamó riendo mientras se agitaba sobre el sofá – ¡No seas malo! ¡Que está fría!
Joder. Por qué no me habría estado quieto. Al retorcerse, la camisetita de Marcela se subió unos centímetros, dejando un pecho perfectamente expuesto. Me quedé paralizado, contemplando una vez más aquella hermosa obra de arte de la naturaleza. Mierda, no había sido mi intención ¿o sí lo había sido?
–         Mira lo que has hecho – dijo Marcela tranquilamente – Se me ha salido una teta.
Y, ni corta ni perezosa, se colocó bien la camiseta ocultando de nuevo su excelsa anatomía.
–         Pe… perdona, hija. Yo… – balbuceé avergonzado.
–         Tranqui. No pasa nada – respondió ella, como si el que su padre le viese las berzas fuese la cosa más natural del mundo.
Me quedé callado, sin saber qué decir. Por más que me esforzaba, no se me ocurría cómo seguir la conversación.
–         Papi, anda, ráscame un poco… – dijo Marcelita con una voz tan dulce que se me pusieron tiesos los vellos de la nuca.
–         ¿Qué? – dijo mi boca espontáneamente, pues mi cerebro estaba en modo offline.
–         Que me rasques, como cuando era pequeña.
–         ¿Qué? – repetí.
Por toda respuesta, Marcela agarró mi mano con las suyas y, tirando suavemente, la apoyó sobre su estómago, en la zona de piel desnuda comprendida entre los bordes de la camisetita y del pantaloncito… “La zona neutral”.
Con los dedos acalambrados y procurando no mover la mano ni un centímetro hacia arriba ni hacia abajo, deslicé las uñas con suavidad sobre la tibia piel de mi hija, que empezó a ronronear como una gatita.
–         Así, papi, justo así…
Joder con mi hija. En un segundo había vuelto a ponérmela como el palo mayor. Podría haberla usado de ariete. Tentado estoy de mentirles diciendo que me sentí asqueado de mí mismo en ese momento, pero lo cierto es que en mi cabeza sólo tenía cabida Marcela…
–         Un poquito más abajo – me indicó.
Y yo la obedecí. Sin pensármelo ni un segundo. Mis dedos se deslizaron por su aterciopelada piel hasta tropezar con la cinturilla de sus pantaloncitos, que recorrí con las uñas como si fuera la frontera de lo prohibido…
–         Más abajo… – susurró mi hija.
Mis dedos se colaron subrepticiamente bajo el elástico del pijama, sólo un par de centímetros, acariciando la zona inexplorada del vientre de hija ubicada entre su ombligo y su sexo. Ya no sabía lo que hacía, estaba completamente hipnotizado, deslizando la mano muy lentamente cada vez más dentro de su pantalón.
En cada pasada, mis dedos avanzaban hacia el sur un par de milímetros más hasta que, de repente, percibí cómo las yemas rozaban ligeramente el suave vello púbico de mi hija.
–         ¡Ay, papi! ¡Tan abajo no! ¡No seas cochino!
Fue como meter los dedos en un enchufe. Aterrado, desperté del trance y retiré la mano con rapidez, pero Marcela no se mostró molesta en absoluto y dijo simplemente…
–         Ahora por la parte de arriba.
Y tuve que volver a acariciar su sedosa piel, esta vez en la zona más próxima a los senos, aunque mantuve la cordura lo suficiente como para no traspasar la barrera de lo correcto, muriéndome de ganas por hundir la mano entre aquellas dos gloriosas colinas y explorar hasta el último rincón.
Eso sí, la polla me dolía tanto que parecía a punto de estallar.
–         Papá, oye, ahora que me acuerdo – dijo tras unos minutos más de charla intrascendente.
–         Dime, cariño.
–         Verás, algunos amigos de clase han pensado alquilar una casa rural dentro de un par de semanas e irnos a pasar unos días. Ya sabes, como ha acabado el curso y cada cual va a una facultad, es la última oportunidad de estar todos juntos…
Suspiré resignado.
–         ¿Puedo ir?
Para qué perder el tiempo.
–         Claro hija. Lo has aprobado todo y te mereces un premio.
–         ¡Gracias! – exclamó entusiasmada, incorporándose y dándome un fuerte abrazo.
–         Pero primero, tráeme otra cerveza – le dije.
De repente, no me parecía mala idea emborracharme un poco.
–         ¡Claro! – asintió ella con entusiasmo, levantándose de un salto.
Regresó en menos de un minuto, pero, en vez de rodear el sofá, se acercó por detrás y me abrazó con fuerza desde el otro lado del respaldo.
–         Papá, sabes que te quiero mucho, ¿verdad?
–         Claro, cariño. Y yo te quiero a ti.
–         Eres el mejor – sentenció posándome un sonoro beso en la mejilla.
Marcela, que sin duda desde su posición tenía una espléndida vista de la tienda de campaña en mi entrepierna, pensó que sería divertido ubicar la fría lata sobre mi estómago y dejarla rodar hacia abajo, hasta que quedó detenida por el paso a nivel que había en mi calzoncillo. Ya me daba todo igual.
–         Me voy a dormir – dijo con voz divertida – Y no te olvides que me has prometido llevarme a comer mañana, así que no te bebas muchas más de esas, que si no, no habrá quien te despierte.
–         Tranquila cariño, es sólo que tengo mucho calor. Ésta es la última. Anda, por favor, si vas para tu cuarto, enciende el aire acondicionado de mi dormitorio, para que vaya refrescándose.
–         Vale. Buenas noches. Te quiero. No hagas cosas malas…
–         Te quiero.
La madre que la parió (que en paz descanse). Resignado y extrañamente divertido, pensé que compadecía profundamente al imbécil que acabara casándose con mi niñita. Las iba a pasar moradas.
Con el ánimo perturbado, cogí la helada lata de cerveza y me la metí dentro del calzoncillo, directamente sobre mi erección. No logré mi objetivo de enfriar el aparato, pues éste estaba tan candente que lo único que conseguí fue calentar la lata. La dejé sobre la mesita sin abrir.
Y para calmarme, tuve que hacerme una paja.
Las cuatro de la mañana me sorprendieron en el salón, inclinado con un trapo húmedo sobre el sofá, tratando de borrar las huellas de la monumental corrida que me había pegado.
Cosas mías.
…………………………
Y por fin llegamos la noche de los sucesos que quería contarles. No fue mucho después de la velada del DVD, poco más de un mes más tarde.
Marcela había disfrutado de su excursión a la casa rural y seguía siendo tan cariñosa como siempre. Yo, además, estaba mucho más tranquilo, habiendo comprendido al fin que mi niñita se había convertido ya en una adulta que era increíblemente diestra en el uso de sus armas de mujer. Ya no me hacía ilusiones acerca de si habría tenido sexo ya o no. Ahora especulaba con cuantos habrían disfrutado de sus encantos.
–         Nena – le dije una mañana de sábado mientras desayunábamos en la cocina – A lo mejor esta noche duermo fuera.
–         ¿Por? – dijo ella mientras mordisqueaba una tostada.
–         Tenemos la presentación del proyecto de que te hablé en casa de Felipe. Y si se nos hace tarde y tomamos unas copas, seguro que hace que me quede a dormir, ya sabes como es.
–         No hay problema. Esta noche salgo con Raquel.
–         Genial – dije dirigiendo mi mirada al techo, resignado.
–         Además – dijo ella sonriendo al ver mi mirada – Si no estás por aquí, podré volver a la hora que me dé la gana.
–         Ja, ja, muy graciosa. Como me dé por llamarte y no estés en casa…
–         Ay, hijo, qué tonto eres – rió ella levantándose para darme un abrazo – ¿Acaso he llegado alguna vez tarde?
–         Siempre hay una primera vez.
–         Jo – dijo mi niña con un delicioso mohín de enfado – El mes que viene, cuando cumpla los 18, me voy a pegar 3 días sin aparecer por casa.
–         Que te crees tú esoooo – canturreé siguiendo con la broma.
Por toda respuesta, ella me sacó la lengua y me tiró un beso con la mano, saliendo de la cocina entre risas.
Es un encanto mi nena.
Pues bien. El día pasó sin incidentes y a media tarde, Raquel se presentó en casa cargada de bolsas. Eso era algo habitual, pues siempre que salían juntas, Raquel y mi hija quedaban en casa de una de las dos para arreglarse y ese día tocaba en la nuestra.
Tras saludarme cariñosamente, Raquel (que había crecido y madurado tan satisfactoriamente como mi hija) las dos se encerraron en su cuarto, con la música puesta e inmersas en sus asuntos.
Sobre las siete de la tarde, me di una ducha y empecé a arreglarme para ir a casa de Felipe.
Felipe es mi socio en el estudio de arquitectura y tenía por costumbre, cuando se trataba de un cliente importante, de reunirse con él en su casa para la presentación de un proyecto, pues pensaba que, si invitabas a una persona a tu hogar y le ofrecías hospitalidad, le resultaba más difícil rechazar la idea que intentabas venderle.
Y yo también tenía que pringar, aunque no me importaba mucho, pues Felipe y su mujer son buenos amigos y la persona con la que nos íbamos a entrevistar era bastante agradable.
Estaba acabando de vestirme (traje de sport, con camisa negra desabotonada) cuando pegaron a la puerta y entraron en mi dormitorio las dos bellas ninfas.
–         Caramba Andrés – me dijo Raquel con la confianza que dan los años de amistad – Estás guapísimo. Hija, qué suerte tienes de tener un padre que esté tan bueno.
Mientras decía esto, le dio un codazo cómplice a mi hijita, que me miraba sonriente. Aquel era un comentario de lo más habitual entre nosotros, no olviden que era amiga de mi hija desde parvulario y prácticamente se había criado en mi casa.
–         ¿Guapo, yo? – dije siguiéndole el juego – ¿Pero vosotras os habéis visto, chiquillas? Me parece que voy a llamar a tus padres, a ver si entre todos conseguimos manteneros encerradas en casa a las dos.
–         Eso es lo que tú quisieras – replicó Marcela sacándome la lengua.
Mientras seguíamos con las bromas, miré a las chicas, pensando en silencio que no era tan mala idea mantenerlas a las dos bajo llave.
Marcela se había puesto un vestido veraniego estampado, muy ligerito, con la falda a medio muslo y con un sencillo escote en pico que permitía admirar la delicada curva de sus senos. En medio de los mismos, refulgía un bonito colgante de plata que yo le había regalado días atrás.
Raquel, por su parte, iba un poco más atrevida. Llevaba una minifalda de color celeste intenso, bastante corta, que me hizo sospechar que, a poco que se inclinase, iba a enseñar hasta el pensamiento. Arriba se había puesto un top blanco muy ajustado con escote a lo palabra de honor y sin duda la niña había optado por un sostén tipo wonderbra, pues sus juveniles senos asomaban espléndidos por la parte de arriba del top, bien comprimidos, amenazando con hacerlo estallar a las primeras de cambio. Por fortuna, cubría el conjunto con un chaleco de tela vaquera que la tapaba un poco, pero que le daba un toque muy sexy. Demasiado sexy en mi opinión.
Aparté la mirada antes de que se dieran cuenta de que me las comía con los ojos, aunque creo que no tuve mucho éxito a tenor de las sonrisillas cómplices que se dirigían la una a la otra. Tratando de recuperar la dignidad, cambié de tema con torpeza.
–         ¿Os vais ya?
–         Sí, tenemos que pasar por casa de Alba y luego por la de esta inútil. Se ha dejado la cartera y no lleva un céntimo – dijo mi hija dándole un ligero empujón a su amiga.
–         No seas tonta – intervine – Te dejo yo dinero…
–         No, gracias Andrés, te lo agradezco, pero tengo que ir de todas formas a por el carnet. No me gusta ir indocumentada…
–         ¡Ah! Haces bien.
–         Bueno, papá, nos vamos. Suerte con la presentación. Y no bebas mucho.
–         Ni vosotras tampoco…
Las dos se despidieron de mí con sendos besos en la mejilla. Cuando escuché la puerta de la calle cerrándose, agité la cabeza resignado, imaginando la que podían organizar dos chicas como aquellas si se lo proponían.
–         Alea jacta est – dije en la soledad de mi dormitorio.
Y justo en ese momento empezó a sonarme el móvil. Extrañado, comprobé que era Felipe y contesté.
–         Dime cabezón – le espeté a mi amigo.
–         Hola, quillo. Tío, espero que no hayas salido de casa, porque se ha suspendido el asunto.
–         No me jodas – dije sorprendido – ¿Qué ha pasado?
–         Varicela.
–         ¿Tienes varicela?
–         Yo no. La pasé hace años. Paqui. Y Julio no la ha pasado, así que lo hemos pospuesto una semana.
Paqui es la esposa de Felipe. Julio era el cliente.
–         Hijo, qué le vamos a hacer. Causa mayor. Aunque menos mal que la has pasado ya, porque con la varicela puedes quedarte gilipollas. Espera, eso explica muchas cosas… – dije riendo.
–         Vete a la mierda – respondió Felipe en el mismo tono.
–         Bueno, pues hasta luego. Dale un beso a Paqui.
–         Y un huevo. Está toda llena de costras.
–         Capullo – dije justo antes de colgar.
Bueno, los planes a la mierda.
Me miré en el espejo y no me disgustó lo que vi. No estaba mal. Encogiéndome de hombros, empecé a desnudarme y guardé el traje en el armario.
Joder, otra tarde en casa viendo películas.
Entonces se me ocurrió. Marcela iba a volver tarde (mejor no saber cuando) y no me esperaba esa noche. Hacía calor, así que… ¿Por qué no irme al chalet? Allí podía meterme en la piscina y pasar una tarde de lo más agradable. Por la mañana, llamaría a Marce para que cogiese un taxi y se reuniera conmigo si le apetecía.
Por un instante, la imagen mental de mí mismo, tumbado a la bartola sobre el sillón inflable que teníamos en la piscina, contemplando la puesta de sol con un buen cóctel en la mano se impuso a todo lo demás.
Cinco minutos después arrancaba mi coche y me dirigía a las afueras, al terrenito que había adquirido mil años atrás y donde había diseñado y construido una casita en la que pensaba disfrutar las vacaciones de verano con mi mujer y mi hija. En otra vida.
Y una hora después, la imagen del cóctel y la piscina se había hecho realidad. Tremenda tarde de relax.
Tras disfrutar, como me había prometido, del espléndido ocaso, salí de la piscina y entré en la casa. Me di una ducha y me puse unos boxers y una camiseta, pues había refrescado un poco. Ventajas del campo.
Fui a la cocina y me preparé una cena ligera. La cocina es el centro neurálgico del chalet, pues desde ella, se puede acceder tanto al sótano-garaje, como al salón, con el que se comunica por una puerta junto a la que hay instalado un pasaplatos con puertecillas batientes, como las de los bares del oeste.
Por comodidad (ya que a Vicky le encantaba desayunar en la cama), la cocina también está conectada con los dormitorios de la planta superior por una escalera, que yo había recorrido mil veces con una bandeja en precario equilibrio para sorprender en la cama a mi mujer. Como he dicho, eso fue en otra vida.
Tras cenar unos sándwiches en el salón viendo la tele, me di cuenta de que estaba cansado, así que me fui a acostar.
Cuando estaba en la cama, me acordé de que no le había mandado a Marce el sms para avisarla de que se viniera por la mañana, pero me dio pereza levantarme a por el móvil y lo dejé para el día siguiente.
Craso error.
……………………………………
De madrugada, desperté repentinamente en la penumbra del dormitorio. La noche era fresquita, así que dormía con la ventana cerrada, pero eso mismo me permitía percibir mejor los ruidos del interior de la casa.
Ahí estaba otra vez. El sonido que me había despertado. Había alguien abajo.
Los huevos se me pusieron por corbata. Había intrusos en mi casa. Joder, maldita la hora en que se me ocurrió venirme a dormir…
La policía. Tenía que avisarles. Mi móvil… ¿dónde estaba? Gemí en silencio al recordar que lo había dejado en el salón, encima de la mesa junto con las llaves.
Mierda. Y el puto teléfono inalámbrico que tenía en el cuarto no estaba en su sitio, como siempre. A saber dónde demonios lo había dejado Marcela la última vez que estuvimos allí.
Otra vez el ruido. Parecía venir del salón.
–         Espera – me dije al ocurrírseme un plan.
Si los intrusos estaban en el salón buscando cosas de valor, quizás podría bajar por la otra escalera y escabullirme por la cocina hasta el garaje. Allí guardábamos copias de las llaves del coche, así que podía largarme echando leches.
Armándome de valor, bajé muy despacio de la cama, dirigiéndome a la puerta del dormitorio. Me quedé paralizado al escuchar una risita proveniente de abajo, pero me forcé a seguir en marcha. En el último momento, se me ocurrió abrir cuidadosamente el armario y sacar uno de mis palos de golf de la bolsa. Me sentí más seguro.
Caminando casi de puntillas, bajé la escalera procurando no hacer ni un ruido. Con el corazón en la boca, puse pié en las frías baldosa de la cocina, con los nervios en tensión, caminando muy despacio hacia la puerta del garaje.
Entonces se abrió la puerta que daba al salón y se encendió la luz de la cocina. Experimentando un principio de infarto, di un salto como de un metro en vertical y aterricé enarbolando el palo de golf para amenazar al maleante que acababa de invadir el santuario de mi cocina, logrando evitar cagarme en los calzoncillos por un pelo.
El maleante era Raquel, que me miraba con los ojos desencajados desde el umbral de la puerta, con la mano todavía apoyada en el interruptor de la luz.
–         A… Andrés – balbuceó espantada mientras la puerta se cerraba detrás suyo.
–         Ra… Raquel… Pero, ¿qué coño haces aquí? ¿Es que quieres matarme de un infarto?
Raquel me miraba alucinada, sin saber qué decir. Sin poder evitarlo, sus ojos se desviaron un segundo hacia la puerta a sus espaldas y pareció tranquilizarse al ver que se había cerrado.
–         Pero… – dijo, recobrando el habla – Pero ¿tú no estabas hoy en casa de tu socio?
–         Se ha suspendido – dije recuperando el aliento – Y como me aburría en casa me he venido para pasar la tarde en la piscina.
–         Madre mía, Andrés, podías haber avisado, casi me muero del susto.
–         ¿Tú? ¿Que casi te mueres del susto tú? Creía que la casa estaba invadida por talibanes y estaba intentando escaparme por el garaje…
Entonces Raquel se echó a reír.
–         ¿Se puede saber qué haces con ese palo?
Me miré las manos sin comprender, hasta que vi que seguía enarbolando el hierro 7 a modo de porra. Sintiéndome ridículo, lo dejé sobre la encimera y me derrumbé en una silla.
–         La madre que te trajo. ¿Qué haces aquí? ¿Estás con Marce?
La sonrisa de Raquel se borró de un plumazo, poniéndose seria. En sus ojos se podía leer sin dificultad el nerviosismo.
–         Eh… Sí, sí, claro que he venido con Marce. Hoy el centro era un muermazo y hacía mucho calor, así que hemos pensado en venir a charlar un rato y a tomarnos unas copas. Lo hacemos de vez en cuando, esto es muy tranquilo.
Me extrañó que Marcela no me lo hubiese comentado, pues no tenía nada de malo que se viniera con sus amigas al chalet cuando le viniese en gana.
–         Entonces, ¿Marcela  está en el salón? – dije levantándome.
–         Umm… Sí, claro, está ahí…
–         Menudo susto me habéis dado. Bueno, voy a darle las buenas noches y me vuelvo a mi cuarto. Ya os ajustaré cuentas mañana.
–         ¡No! Espera – dijo Raquel muy nerviosa – Es que… me da un poco de cosa decírtelo, pero ha bebido un poco y se ha quedado frita en el sofá… será mejor que no la despiertes.
–         ¿Seguro que ha sido sólo un poco? – pregunté errando por completo el motivo del nerviosismo de Raquelita.
–         Sí, te lo juro… Pero, como no está acostumbrada…
–         Vamos, no te preocupes, que no me voy a enfadar porque ande un poco pasada de vueltas. Yo también tuve vuestra edad. Anda, vamos y entre los dos la llevamos a su cuarto.
Me levanté y traté de caminar hacia la puerta del salón, pero Raquel, con un rápido paso lateral, se interpuso en mi camino.
–         No, no hace falta que te molestes… yo sola puedo. Pobrecita, no la hagas pasar vergüenza, antes estaba muy preocupada por decepcionarte si te enterabas de que había bebido.
–         Anda, ya, no seas tonta – dije tratando de esquivarla – Qué vergüenza ni qué leches, te aseguro que a mis años no me voy a asustar…
Pero ella volvió a ponerse en medio, cortándome el paso.
–         Venga, Andrés, hazme caso. Anda, tómate un refresco conmigo, que a eso venía… Además, quería hablar contigo…
Mientras decía esto, deslizó descuidadamente la mano por la parte descubierta de sus senos, como si se secara el sudor. Yo me quedé paralizado, con la boca seca, mirando donde no debía.
–         Bueno, no me parece mal lo de ese refresco…
Raquel me dirigió una sonrisa que hizo que me temblaran las rodillas.
La chica, sin perder un segundo, me tomó por el brazo y me llevó hacia una silla, apartándome de la puerta. Tras obligarme a sentar, abrió el frigorífico y sacó dos latas heladas, ofreciéndome una y sentándose frente a mí.
No pude evitar que mis ojos se deleitasen admirando sus torneados muslos mientras la jovencita cruzaba las piernas. Definitivamente, el refresco era buena idea. Mi boca parecía estar llena de polvo.
No recuerdo muy bien de qué hablamos… de la carrera que iba a estudiar creo. Poco a poco fui calmándome y por fin empecé a darme cuenta de que la conducta de Raquel era un tanto extraña.
–         Bueno – dije agotando el refresco – Ya es hora de irse a la cama. Vamos a por tu amiga y tranquila que no se va a enterar de nada, que cuando se duerme, no la despierta ni un cañonazo; y si ha bebido…
–         ¡No! – exclamó Raquel de nuevo alarmada – Venga, no seas tonto, sigamos charlando, que estamos muy bien aquí tranquilos.
–         Anda, niña, ya hablaremos por la mañana. Avisa a tu madre y nos quedamos aquí todo el día en la piscina…
Entonces Raquel dibujó una expresión extraña en su rostro. ¿Resignación? ¿Enfado? No, creo que sin duda fue determinación.
–         Vaya, vaya, Andrés – dijo de pronto en un tono que no le había escuchado jamás – ¿En la piscina? ¿Tantas ganas tienes de verme en bañador?
Cortocircuito total. Desborde de memoria. Overflow.
–         ¿Qué? – dije haciendo gala de toda mi elocuencia.
–         Venga, no te hagas el tonto… ¿Acaso crees que no he notado cómo me miras?
Mientras decía esto, Raquel se echó un poco para delante y apoyó la palma de su mano en mi pecho, empujando suavemente para mantenerme sentado. Yo la miraba con los ojos como platos.
No sé muy bien de donde saqué la presencia de ánimo para luchar contra la tentación, pero lo hice, así que, con delicadeza, agarré la muñeca de la chica y aparté su mano.
–         Venga, niña, déjate de bromas. Tengo mucho sueño. Vamos a acostar a Marce y luego a dormir.
–         ¿Crees que es una broma? – insistió ella tratando de acercarse de nuevo a mí.
Sujetándola por los hombros, la miré a los ojos con firmeza, tratando de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir.
–         Sí. Hay ciertas bromas que no me gustan, así que déjalo ya.
Al parecer, Raquel no se esperaba que quitara las manos de sus hombros, pues cuando lo hice, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse de la silla, lo que me confirmó que ella también había bebido un poquito. Agitando la cabeza, me dirigí al acceso del salón, pero la guardiana no estaba dispuesta a perder la partida.
Casi corriendo, la chica volvió a adelantarme y se interpuso entre la puerta y yo, esta vez apoyando la espalda contra la madera.
A esas alturas, ya estaba más que decidido a descubrir lo que había detrás de la dichosa puerta, así que me dispuse a apartar a la joven como fuera. Pero ella tenía aún muchos recursos.
–         ¿En serio crees que es una broma? – dijo volviendo a apoyar la mano en mi pecho y a clavar sus negrísimos ojos en los míos.
–         Raqueeeeel – dije tratando de poner voz de enfado.
–         ¿Y esto? ¿También es una broma?
Y se desató la hecatombe. Les juro que no me lo esperaba. Pensaba que todo era un juego de la niña, que era una chorrada.
Pero su mano deslizándose dentro de mi calzoncillo y agarrando con firmeza mi polla no era ninguna broma.
–         ¡Raquel! – gimoteé sin acabar de creerme lo que estaba pasando.
–         ¿Te gusta esta broma? ¿Te parece divertida?
Mientras susurraba esto, la habilidosa manita de Raquel empezó a acariciar voluptuosamente mi pene. Creo que fue la erección más fulgurante de mi vida. Visto y no visto. Un segundo antes, mi polla descansaba tranquilamente dentro de los boxers y al siguiente era una dura barra de carne que disfrutaba de las caricias que le procuraba la jovencita.
–         ¡Raquel! – siseé – ¿Qué haces?
–         ¿Te dibujo un mapa? – respondió ella sonriendo.
Como pude, me sujeté al marco de la puerta y gemí desesperado. No podía ser, no podía permitir aquello, tenía que recuperar el control de la situación…
Entonces la jovencita apretó su cuerpo contra el mío, sin soltar su premio ni un momento y sus labios buscaron con avidez los míos.
Maldita sea mi estampa. Ya no resistí más.
Con la mente en blanco, hundí mis manos en los sedosos cabellos de la chica, acariciándolos, atrayéndola hacia mí, mientras mi lengua se perdía dentro de sus labios. Allí se encontró con la de ella, que la esperaba ansiosa y juntas iniciaron un sensual baile de pasión. Y mientras, su manita seguía pajeándome con suavidad y enloquecedora lentitud, sin intención real de llevarme al orgasmo, tratando únicamente de darme placer.
–         Y yo me preguntaba si eran vírgenes – pensé sin dejar de devorar la boca de la chica.
Por fin, nuestras bocas se separaron, pero Raquel retuvo mi labio inferior entre los dientes, mordiéndolo ligeramente con exquisita lujuria.
–         ¿Sigues pensando que estoy de broma? – me dijo sonriéndome.
Yo sólo jadeaba, mirándola sin poder contestar.
–         Pues entonces, esto te va a parecer un hartón de reír.
Cuando quise darme cuenta, Raquel estaba arrodillada frente a mí, me había bajado los calzones hasta los tobillos y había empezado a lamer deliciosamente mi incandescente verga. Yo sólo atiné a apoyar una mano en su cabeza, acariciándole el cabello, mientras me sujetaba al marco de la puerta con la otra, para evitar caerme, pues las piernas podían dejar de sostenerme en cualquier momento. Mirando hacia abajo, podía disfrutar del impresionante espectáculo de una hermosa jovencita haciéndome una mamada, así como de la excitante visión de su escotazo.
Ya estaba perdido sin remisión, incapaz de escapar de las garras de aquella ninfa lujuriosa que me chupaba el rabo con la habilidad que sólo podía ser fruto de la experiencia… de una profunda experiencia…
–         Joder – dije para mí mientras resoplaba de placer – Por lo menos ya no es delito…
Era verdad, pues Raquel, un par de meses mayor que mi hija, había cumplido los 18 hacía poco. Quien me iba a decir a mí el “regalito” que iba a terminar por hacerle.
La joven, entregada a su trabajo con intensa pasión, se deleitaba jugueteando con la lengua en mi enrojecido glande. Sabiendo que me iba a excitar, clavó de nuevo sus ojos en los míos, mientras sus carnosos labios absorbían mi hombría con ritmo enloquecedor. Leyendo en mi rostro el intenso placer que estaba experimentando, Raquelita sonrió libidinosamente, con medio rabo bien metido en la boca.
Entonces, sin cortarse un pelo, la joven llevó una de sus manos hasta su entrepierna, acabando por subirse la minifalda por completo. Separando los muslos al estilo de las buenas felatrices de películas porno, empezó a frotarse vigorosamente el coñito, profiriendo estremecedores gemidos de placer con mi polla aún bien enterrada entre sus labios.
Poseída por la lujuria, Raquel cerró los ojos e incrementó el ritmo de su mano entre sus piernas, disfrutando tanto de las caricias que se administraba como del caramelito que se había llevado a la boca.
Pero yo no me había olvidado de la puerta del salón.
Creo que, precisamente, fue esa preocupación por descubrir lo que Raquel había intentado ocultarme por todos los medios lo que me permitió mantener la cabeza lo suficientemente fría para no eyacular enseguida. Como estaba pensando en otra cosa, pude resistir las ganas de vaciar mis pelotas en la dulce boquita de la chica, consiguiendo así alargar la situación.
Alcé la vista y miré la puerta, dejando a Raquel concentrada en lo suyo. Como la nena estaba agachada frente a mí, su trasero quedaba apretado contra la madera, con lo que sólo podía abrir apartándola de allí. Y, obviamente, yo no quería distraerla de sus aficiones, pobrecita, era mejor dejarla a su aire.
Pero en sus cálculos, Raquel se había olvidado del pasaplatos, la ventanita que comunicaba con el salón y que, al estar junto a la puerta, quedaba perfectamente a mi alcance.
Muy lentamente, estiré la mano hacia la puerta batiente, procurando en todo momento que Raquel no se diera cuenta, no fuera a ser que interrumpiera sus trabajos de limpieza de sable.
Usando tan sólo la punta de los dedos, empujé suavemente la puertecilla, que empezó a abrirse sin resistencia muy despacio, ensanchándose progresivamente la rendija por la que podría atisbar lo que era en realidad el misterio del salón… Aunque ya me imaginaba lo que iba a ser….
Lo primero que percibí fue que la luz estaba encendida, aunque la intensidad era muy tenue (tenemos dos lámparas con regulador). Poco a poco, por la rendija fue apareciendo uno de los sofás que tenemos y enseguida percibí que no estaba vacío.
Abriendo un par de centímetros más, comprobé que el ocupante era un joven, al que yo conocía de vista, que yacía inconciente con un brazo colgando como si estuviera muerto.
–         Éste ha bebido más de un poco – dije para mí.
Pero el verdadero espectáculo estaba en el otro sofá. Para verlo, tuve que abrir bastante la puertecilla, aunque los actores que allí estaban no se dieron cuenta de nada, concentrados como estaban en lo suyo.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo cuando me enfrenté a la escena esperada. Marce estaba allí. Y no estaba sola.
Iluminados por la tenue luz de las lámparas y por la de la luna que penetraba por el ventanal, pude ver a mi querida hijita sentada a horcajadas sobre el regazo de un chico cuyo rostro no pude vislumbrar, pues Marce estaba literalmente devorándole la boca con ardor.
Marcela, presa de la excitación, movía las caderas acompasadamente sobre el chico, frotando su entrepierna voluptuosamente contra él. Mientras, el muchacho, que no era tonto, había deslizado sus manos bajo la falda del vestidito y amasaba su trasero con tantas ganas que desde mi posición podía escuchar perfectamente los gemidos de placer de mi hija.
Justo entonces, Marcela apartó su boca de la del chico, repitiendo el numerito que Raquel había practicado conmigo minutos antes, de morderle con lujuria el labio inferior. Sin duda habían aprendido el truquito juntas.
Escuché que el muchacho le decía algo a Marce que la hizo sonreír, aunque no logré percibir el qué; debió de ser un comentario acertado, pues mi hija lo recompensó con otro beso.
Raquel, mientras, ajena a mi experiencia como voyeur, seguía dale que te pego a mi manubrio, gimiendo y jadeando de una forma que me ponía los pelos de punta, sin darse por fortuna cuenta de nada.
Marcela siguió frotándose con descaro contra el muchacho y éste, ni corto ni perezoso, sacó una de sus manos de debajo de la falda de mi niñita y empezó a sobarle con ganas las tetas. El muy cabrito no tardó ni un segundo en bajarle uno de los tirantes del vestido y en extraer uno de los senos del sostén. A pesar de la distancia, pude ver que el fresón de mi hija estaba al máximo de su volumen y el chico, que como ya dije no era tonto, se abalanzó golosamente sobre él, absorbiéndolo entre sus labios, mientras su mano estrujaba el bellísimo pecho a placer.
Marcela gimió estremecedoramente y engarfió los dedos en los cabellos de su pareja, aunque a éste pareció no importarle, pues siguió chupeteándole el pezón con ansia.
Yo estaba cada vez más excitado, sabía que iba a acabar de un instante a otro, pero sentía que, en cuanto se descorchara la botella, aquel maravilloso show iba a terminar. Se acabaría la magia del momento, así que traté de frenar un poco los chupetones de Raquel con la mano, intentando serenar su ritmo.
Alcé de nuevo la mirada y vi entonces que mi hija, tras decirle algo a su amante, se incorporaba y descabalgaba de él, poniéndose en pié frente al sofá. Me sorprendió ver que el chico tenía los pantalones abrochados, pues, a juzgar por los movimientos pélvicos de Marcela, había supuesto que estaba cabalgando empalada en la verga del chico, pero no era así; se había limitado a frotar el coño contra él. De todas formas, estaba bastante seguro de que no tardaría mucho en estar empitonada.
Pero ella quería probar antes otra cosa.
Contemplé entonces a mi hija, hermosa, sensual, con aquel único seno desnudo asomando de su vestido, conversando lascivamente con el muchacho que la admiraba desde el sofá, embelesado como yo, con la respiración agitada.
No entendí bien lo que Marcela le decía al chico, pero estoy bastante seguro de que fue más o menos: “Ahora me voy a comer tu polla”.
Imitando la postura de Raquel, mi niña se arrodilló entre los muslos abiertos del afortunado y, en menos de un segundo, había extraído su dura verga del encierro del pantalón, con una destreza tal, que me confirmó que no era ni de lejos su primera vez.
Y, como una loba en celo, se abalanzó sobre la estaca del muchacho y hundió su rostro entre sus piernas, mientras el pobre chico gemía de placer.
Y ya no pude más…
–         Ra… Raquel… – balbuceé, quitando la mano de la puertecilla y permitiendo que se cerrara, ocultando el espectáculo del salón.
Bastó ese simple susurro para que la chica me entendiera. Con habilidad, retiró sus labios de mi polla justo un nanosegundo antes de que ésta entrar en erupción. El primer disparo le dio justo en la nariz, pegoteándosela de semen. Raquel dio un encantador gritito de sorpresa y desvió mi verga unos centímetros, de forma que los siguientes lechazos fueron a parar a la parte visible de sus tetas, pringando de camino su top y el chaleco.
Como la pobre estaba arrodillada y atrapada contra la puerta, no pudo apartarse a tiempo de las descargas, así que todos los pegotes aterrizaron sobre ella. Aunque, he de admitir que, bastante excitado por la situación, no puse demasiado empeño en evitar que la alcanzaran. Más bien lo contrario.
Pero ella no se molestó en absoluto. Dando un nuevo gritito, se dejó caer de culo al suelo, apoyando la espalda en la puerta. De pié frente a ella, mi polla vomitaba los últimos restos de mi corrida, mientras la joven, de forma un tanto surrealista, reía suavemente.
–         Joder, Andrés… Qué cargadito ibas… – dijo mientras repasaba todas las condecoraciones que había sobre su ropa.
–         Lo siento… Traté de avisarte…
–         Lo voy a tener que meter todo a lavar…
Con la polla aún goteando y los calzones enrollados en los tobillos, admiré en silencio a la bella putilla. No tuve más remedio que reconocer que Marcela se había buscado una amiga muy fiel, dispuesta a cualquier cosa por ella.
–         Se te ve todo – le dije bromeando.
Era cierto. Raquel se había sentado en el suelo y no se había molestado en cerrar las piernas, por lo que su bonito tanguita de color blanco quedaba bien a la vista.
–         ¿Te gusta? – dijo la muy guarrilla.
Mientras decía esto, apartó levemente el tanguita hacia un lado con la mano, permitiéndome ver una pequeña porción de su chochito, lo que hizo que mi polla, a pesar de estar un tanto mustia, pegara un brinco.
–         Raqueeeeeel… – dije en tono cansado.
Ella simplemente me sonrió y cerró las piernas.
–         Ha estado bien la bromita, ¿verdad? – dijo sin dejar de sonreírme, mientras se limpiaba el lechazo de la cara con el chaleco.
–         Vaya si lo ha estado. Aunque no sirvió de mucho.
–         ¿Cómo? – exclamó extrañada.
Por toda respuesta, señalé el pasaplatos y ella comprendió al instante.
–         Joder. Menuda mierda. Tanto esfuerzo…
–         No me ha parecido que te esforzaras tanto. No parecía disgustarte.
–         Bueno… No te lo creas tanto – me dijo juguetona – No estás mal y eso, pero eres un poco mayor…
–         Anda, levanta de ahí.
Tendiéndole la mano, la ayudé a ponerse en pié. Entonces ella dio un repaso a su ropa, pasándose de camino la mano por los senos y retirándola pringosa de semen. Aquello me excitó.
–         Madre mía, cómo me has puesto…
Tras decir esto, Raquel caminó hacia el fregadero y abrió el grifo, procediendo a asearse con un trapo. Yo la contemplaba en silencio, mirando embelesado su precioso culito que se agitaba al ritmo que marcaban las maniobras de limpieza. La chica, descarada, no se había molestado en bajarse la minifalda, por lo que me brindaba sin pudor alguno el maravilloso espectáculo del tanguita blanco perdiéndose entre sus hermosas nalgas.
Y excitándome cada vez más.
–         Quien iba a decirnos que un día acabaría comiéndote la polla en tu cocina, ¿eh Andrés?
–         Sí que es verdad – asentí, con la mirada hipnotizada por sus rotundos molletes.
–         Y todo para nada…
–         Bueno, para nada no… – dije sin pensar.
Ella volvió la cabeza hacia mí y me miró divertida.
–         Bueno, seguro que a ti no te ha parecido mal… Que ya he visto cómo me miras…
Y me guiñó un ojo con expresión tan libidinosa, que mi mástil se irguió varios centímetros.
–         Esta noche seguro que vas a dormir bien – dijo volviéndose y reanudando la limpieza.
Di un silencioso paso hacia ella, con los calzones todavía enredados en los tobillos.
–         Aunque yo me he quedado a medias. El gilipollas ese está como una cuba…
–         Muy gilipollas – convine en silencio, acercándome todavía más.
–         Y mientras, tu hija, pasándoselo en grande…
Raquel dio un gritito de sorpresa cuando agarré sus tetas desde atrás y ubiqué mi dura polla justo entre sus nalgas, apretando con ganas. Hice tanta fuerza que sus pies despegaron del suelo, estrujada contra el fregadero, donde tuvo que sujetarse para no terminar bajo el chorro de agua.
–         ¡ANDRÉS! ¿QUÉ HACES?
–         ¿A ti qué te parece? – respondí mientras mis febriles manos aferraban el top por delante y, de un tirón, liberaban los juveniles senos de su encierro.
–         ¡No! ¡Espera! – dijo ella agitando inútilmente los pies en el aire.
Sí. Para esperar estaba yo.
Embrutecido por la excitación y la lujuria, con la imagen de mi hija chupando una verga todavía bailando en mi mente, le metí mano a Raquelita por todas partes. Dándole un pequeño respiro, separé un par de centímetros mi cuerpo, permitiendo que sus pies tocaran suelo de nuevo, pero sólo para poder hundir una mano entre sus muslos a placer, apartando con brusquedad su tanga.
–         No… Me haces daño… tranquilízate…
Raquel seguía aferrada al borde del fregadero, tratando de empujarme hacia atrás, pero se notaba que lo hacía sin verdadera convicción, gimiendo excitada por las caricias que estaba aplicándole en el coño.
Cuando me quise dar cuenta, Raquel había separado los muslos, permitiéndome llegar con mayor comodidad al área de conflicto, con mis dedos chapoteando en la exquisita humedad que había entre sus piernas.
Con lujuriosos movimientos de cadera, froté mi enardecido nabo contra su culo, mientras ella empezaba a mover las suyas respondiendo a mis caricias. Sonriendo, abandoné su entrepierna y llevé mi mano empapada de jugos hasta sus labios, para que ella pudiera deleitarse con su propio sabor. Y lo hizo con ganas…
–         Joder, cabrón… me estás poniendo cachonda.
Aquello me gustó. Saber que todavía era capaz de encender el interruptor de una chavala como aquella… me llené de orgullo.
–         Pues lo mejor está por llegar – siseé en su oído, un instante antes de morder su lóbulo con voluptuosidad.
–         ¡AAHHHHH! – gimió ella, sucumbiendo por completo a mis caricias.
Mi otra mano estrujaba y sobaba sus gloriosas mamas, deleitándose en juguetear con sus durísimos pezones, amasando las sublimes masas de carne, extendiendo mi propio semen en la ardiente piel…
–         Por favor… – gimoteó la chica – Métemela ya…
Sus deseos eran órdenes para mí. Con violencia, agarré el borde del tanguita y lo arranqué, destrozándolo, pues no quería perder tiempo en quitárselo. Su dueña protestó levemente, pero bastó con apretar mi dureza contra su cuerpo, para que la queja muriese en sus labios.
–         Hijo de puta… – siseó en el tono más erótico que había escuchado en mi vida.
Y se la metí. Hasta el fondo. De un tirón. Su coño recibió mi polla como si estuvieran hechos el uno para el otro. Mi pelvis se apretó con tantas ganas contra su trasero que volví a alzarla en volandas. Su cuerpo se tensó ante la penetración, en una devastadora oleada de placer y luego se dobló un poco hacia delante, amenazando de nuevo con meterse bajo el grifo, que seguía abierto.
No aguantando más, empecé a follarme aquel glorioso coño con ganas, aplicando mi experiencia con las putas de lujo para darle placer a aquella ardiente jovencita.
–         Eres un cabróoooon… – gimoteó ella entregada al placer – Vas a ir a la cárcel…
–         ¿Por qué? – susurré sin dejar de follarla – Ya no eres menor…
–         Síiiiii… Joder, dame más, qué bien follas…
Oírla hablar así me enardecía hasta extremos insondables. Raquel siempre se había mostrado muy educadita conmigo delante, un poquito descarada, pero educada. Y escucharla decir tacos como un carretero mientras me pedía que la follara… me volvía loco.
–         Ostias, ostias, ostias… que me corro – jadeó la joven.
–         Sí, puta – pensé – Córrete. Córrete para mí.
Aunque no dije nada, no fuera a ser que se enfadara e interrumpiera la función.
Cuando se corrió, las caderas de Raquel empezaron a experimentar fueres espasmos, mientras su vagina apretaba mi polla de forma enloquecedora. Como pude, me las apañé para bajar el ritmo, hundiéndome en ella lentamente, para permitirle que gozara al máximo del orgasmo.
–         Joder, qué bueno… qué bueno…
Me pareció que hasta lloraba de gusto. Volví a sentirme pletórico.
Con cuidado, le saqué mi incandescente barra del coño, volviendo a frotarla con cuidado en su grupa, permitiendo que disfrutara de los últimos estertores del clímax. Sus caderas seguían agitándose en espasmos, pero más ligeros y controlados que los anteriores.
–         ¿Te ha gustado? – le susurré cuando se calmó un poco.
Por toda respuesta, ella se liberó de mi abrazo y se dio la vuelta, volviéndose hacia mí y clavando sus brillantes ojos en los míos. Sin decir palabra, volvió a besarme con pasión, poniéndose de puntillas, atrapando de nuevo mi verga entre nuestros cuerpos.
–         Pues aún falta lo mejor – dije cuando nuestros labios se separaron.
Ella me sonrió, permitiéndome recrearme en el brillo de su mirada. Volví a besarla.
Instantes después, las piernas de Raquel rodeaban mi cintura mientras yo volvía a penetrarla, por delante esta vez. Mientras la follaba, sus ojos seguían clavados en los míos, pudiendo leer el inconfundible fulgor del placer en ellos.
Para ayudarme a sostenerla, la senté en el borde del fregadero y seguí bombeando en su coño con ansia, sintiendo que había rejuvenecido 20 años… o 30.
Raquel, por su parte, pronto estuvo gimiendo y jadeando otra vez…
–         Sí… ¡Oh, Dios, qué bueno! ¡Qué bien follas! ¡Si lo hubiera sabido antes!
Joder. Era como las putas que contrataba. Aquella niña sabía bien cómo enardecer a un hombre. Sentía que iba a explotar.
–         Raquel – balbuceé – No puedo más, me voy a correr…
–         No… espera… un poco más… ya casi estoy… ya… yo también…
No sé cómo me las ingenié, pero aguanté lo justo para hacer que ella también se corriera. Estaba hecho un campeón. Menuda faena. Ni en mis mejores tardes.
Presintiendo la avenida, traté de retirarme del tierno chochito, pero ella no me dejó…
–         No… No… hazlo dentro… No pasa nada… Quiero sentirte dentro de mí…
Y lo hice. Encomendándome a Dios para que fuera cierto que no pasaba nada, apreté con fuerza el culo contra la entrepierna de Raquel… y me vacié a lo bestia.
–         Joder, joder, joder… – repetía yo mientras mis huevos vaciaban su carga en el interior de la chica.
–         Sí, dámela, dame tu leche… Dios, cómo quema, me quemas por dentro…
Minutos después ambos jadeábamos abrazados, con ella todavía sentada en el borde del fregadero, sintiendo cómo mi verga menguaba en su interior. Agotados, me retiré de ella, permitiendo que se bajara y sus pies volvieran al suelo.
Sin pensar, la abracé con fuerza y besé sus cabellos, mientras ella me devolvía el abrazo con fiereza.
Apartándome de ella, apoyé la espalda en la encimera a su lado, jadeando y sonriente, sin acabar de creerme lo que acababa de pasar.
–         Pues no, no ha estado nada mal la broma – dije.
Y los dos nos echamos a reír.
Justo en ese momento, capté un ligero movimiento por el rabillo del ojo. Desviando la mirada, pude ver cómo la puertecita del pasaplatos oscilaba suavemente. Sin duda, acababa de cerrarse.
–         Jodeeeer – dije para mí cerrando los ojos.
……………………………….
Un rato después, descansaba en mi dormitorio boca arriba sobre la cama, con las manos anudadas tras la cabeza y contemplando el techo. Mi mente, que seguía siendo un torbellino, rememoraba una y otra vez los sucesos de aquella noche, con una creciente sensación de irrealidad, preguntándome si no lo habría soñado todo…
Pero estaba cansado, mucho más que nunca antes. Y me dormí.
…………………………………
Por la mañana me levanté tarde, cuando el sol alcanzó la altura suficiente para dirigir sus rayos directamente contra mi cara a través de la ventana.
Todavía aturdido, me las apañé para darme una ducha, mientras me preguntaba una y otra vez qué cara iba a ponerles a las chicas, muriéndome de vergüenza por dentro.
Cuando logré reunir valor suficiente, bajé por la escalera de la cocina, rogando porque las chicas hubieran decidido regresar a casa la noche anterior, dejándome solo, pero los ruidos que escuché abajo me convencieron de que no era así.
Respirando hondo, reuní los pocos arrestos que me quedaban y bajé a la cocina. Allí estaba Marcela, desayunando tranquilamente, vestida con una camiseta de algodón larga, que le llegaba a medio muslo.
–         Buenos días, papi – me dijo tranquilamente – Raquel me ha dicho que estabas aquí, así que nos hemos quedado para bañarnos en la piscina.
–         ¿Eh? – dije medio alucinado.
–         Que vamos a pasar aquí el día – dijo ella poniendo cara “qué tonto es mi padre” – ¿Quieres desayunar? Hay tostadas…
–         ¿Eh?
–         Que si quieres desayunar…
Asentí con la cabeza, incapaz de articular palabra.
–         ¿Y Raquel? – logré decir por fin, derrumbándome sobre una silla.
–         En la piscina. Se ha levantado con hambre de lobo y ha devorado el desayuno.
Tragué saliva, acojonado.
–         Me voy con ella – dijo mi hija tras servirme una taza de café.
–         Va… vale.
Marcela caminó hacia la puerta del salón y la abrió, con intención de salir al jardín por el ventanal. Justo en ese momento se detuvo y se volvió hacia mí, mirándome con una enigmática sonrisa en los labios.
–         ¡Ah! Papi, se me olvidaba…
–         Dime, nena.
–         Como Raquel no ha traído bañador, hemos decidido tomar el sol las dos desnudas…
Yo miraba a mi hija con los ojos inyectados en sangre, boquiabierto…
–         La piscina es hoy territorio nudista. Así que, ya sabes, si quieres reunirte con nosotras… nada de bañador.
Y salió, con su risa cantarina resonándome en los oídos.
………………………
Qué quieren que les diga. ¿Que dudé? ¿Que huí de allí? ¿Que me fui disparado a la consulta del psiquiatra?
Qué demonios. Les bastaría con mirar en el suelo de la cocina, donde estaban tirados mis calzones y mi camiseta, para saber que les estaría mintiendo…
FIN
TALIBOS
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Relato erótico: “Maquinas de placer 11” (POR MARTINA LEMMI)

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Jack Reed corrió hacia el roto ventanal y detrás de él lo hicieron tanto Luke Nolan como las personas de seguridad que se hallaban en el lugar; el dramatismo y la urgencia de la situación eran tales que ambos vecinos parecían haber olvidado la trifulca en que estaban envueltos instantes antes.  El rostro de Jack estaba desencajado por el horror; venciendo todo vértigo se acercó hacia la inmensa abertura que había quedado tras la rotura del cristal y desde allí se asomó a la nada casi como si no le importase hallarse en el piso quinientos veinte.  El frío viento de las alturas le azotó la cara y su camisa se infló y flameó camisa como la vela de un barco.  Inclinándose hacia el abismo, debió entornar los ojos en parte por la ventolera y en parte por los destellos que producía el sol al reflejarse contra los cristales del resto de los edificios de Capital City.  Al principio no logró ver nada, ni aun haciéndose visera con el antebrazo; no era, por otra parte, que tuviera grandes esperanzas de ver demasiado ya que si el androide había saltado llevando a Carla, era de pensar que ambos estarían ya varios pisos abajo y en caída libre hacia un destino que se vislumbraba tan irreversible como trágico.  Sin embargo, en la medida en que sus ojos se fueron acostumbrando al viento y a la luminosidad, descubrió, para su sorpresa, que el robot se hallaba aferrado con una mano a un saliente dos pisos más abajo y que, para su alivio, aún seguía con ella al hombro.  Ella, como no podía ser de otra forma, era presa de un ataque de pánico y no paraba de gritar; de hecho, habían sido justamente sus gritos los que habían llevado a Jack a mirar hacia ese lugar.  En cuanto al robot, como tampoco podía ser de otra forma, lucía seguro e imperturbable, aunque de tanto en tanto daba la impresión de hablarle a ella como si tratase de calmarla. 
“¡Allí están! – exclamó Jack, excitado por su hallazgo -.  ¡Allí abajo!”
Se arrepintió de haberle dado tanta urgencia al aviso al advertir que los efectivos de seguridad que se acercaron al borde, apuntaron sus armas en dirección al androide, lo cual, dada la posición del mismo y de Miss Karlsten, era virtualmente lo mismo que apuntarles a ambos.
“¡No disparen! – rugió Jack, anticipándose a una eventual locura -.  ¡Podrían matarla a ella!”
Si el efecto de sus palabras les hizo desistir del intento o si en el plan de los hombres no estaba el disparar, fue algo que Jack no supo, pero lo cierto fue que no lo hicieron.  El robot, como si fuera un trapecista en un columpio o, más bien, un simio colgando de una rama, se comenzó a balancear lateralmente sin que ni Jack ni nadie pudiesen adivinar cuál era su real intención.  De pronto, en un momento en el cual su movimiento pendular pareció alcanzar su máximo alcance, se soltó del saliente y Jack, con horror, vio cómo se impulsaba e iba a parar a otro saliente que se hallaba a unos cuatro metros del anterior; al verle, no pudo reprimir un involuntario grito de espanto al no saber si el androide llegaría verdaderamente a su destino.  Pero, claro, era un robot, después de todo: algo alocado y desbocado en esos momentos, pero robot al fin; cabía esperar que tuviera todo calculado matemáticamente y, en efecto, ello quedó comprobado al momento de aferrarse, otra vez con una mano, al nuevo saliente y quedar pendiendo de allí siempre con Carla echada al hombro, la cual no paraba de gritar horrorizada y, más aun cuando, teniendo su cabeza sobre la espalda del androide, tenía todo el tiempo ante sus ojos el terrorífico vacío.  Jack se preguntó si ella podría soportar tantas emociones pero en verdad era su propio corazón el que comenzaba a sonar acelerado como si estuviese encendiendo alguna luz de alarma; aun así y ante una escena tan demencial como la que sus ojos estaban presenciando, no había forma de calmarse ni aun cuando quisiesen hacerlo.
Pronto Jack pudo darse cuenta de con qué intención el robot había saltado al segundo saliente: a escasa distancia del mismo corría un tubo externo de ventilación y, en efecto, sus pensamientos quedaron confirmados al ver cómo, haciendo una vez más gala de una agilidad simiesca, el androide comenzaba a trepar por el mismo valiéndose tan sólo de una mano y de sus pie sin soltar ni por un segundo a la aterrorizada Carla.  En determinado momento su escalada lo ubicó a la misma altura del ventanal que había sido destruido por el propio Merobot, aunque a unos tres metros de distancia del mismo.  Fue como si Jack hubiera intuido algo o bien hubiera leído el pensamiento de los efectivos de seguridad ya que al volver la atención hacia éstos, descubrió que no sólo seguían encañonando con sus armas al robot sino que ahora además parecían estar alistándose a disparar, ya que, al tenerlo de costado, el ángulo del disparo era ideal para asestarle al androide sin hacer daño a Miss Karlsten.  A Jack se le heló la sangre; en primer lugar, un robot no es un ser humano: un par de disparos bien dados en la cabeza seguramente dejen a una persona sin signo vital alguno pero tratándose, como en este caso de un androide, ¿qué garantías podía haber de que el cerebro positrónico quedara totalmente inutilizado?  Bien podía ocurrir que una parte del mismo fuera dañado y otra no, en cuyo caso el dispararle a la cabeza sólo podía servir para volverlo loco…, más loco de lo que, al parecer, ya estaba.  En segundo lugar, y más escalofriante aun: si con los disparos lograba dejar fuera de acción al robot, ¿qué podía asegurar que el mismo se quedaría allí, en donde estaba?  ¿Y si caía al vacío, llevando con él a Miss Karlsten?
“¡No disparen!” – volvió a insistir Jack, presa de la desesperación y asumiendo una impensada voz de mando que sonaba exagerada en relación a su posición jerárquica dentro de la compañía.  Sin embargo, al parecer, su pedido tuvo éxito y, en efecto, los hombres optaron por no utilizar sus armas aun cuando no dejaron de tener encañonado al robot ni un solo instante mientras éste continuaba su trepado ascenso hacia lo alto del edificio.
Jack no paraba de sorprenderse con los Erobots: la publicidad rezaba que estaban programados no sólo para ser perfectas copias humanas sino además inagotables máquinas sexuales que dieran placer a los verdaderos seres humanos; sin embargo, en muy poco rato, el Merobot había exhibido también habilidades y destrezas propias de luchador y de acróbata; de hecho, continuaba firme en su ascenso trepando como un mono. 
“¡Va hacia la terraza! – exclamó uno de los guardias -.  ¡Vamos hacia allá!  ¡Y que alguien ponga en aviso a la policía aérea!”
Jack estuvo a punto de intentar una protesta, pero ya los hombres de seguridad habían salido corriendo en pos de la azotea del edificio.  Un escalofrío le recorrió la médula espinal completa ante la sola mención de la policía aérea; bien sabía que, de intervenir la misma, significaba que entrarían en acción a los “cópteros” y si ello ocurría, éstos abrirían fuego desde el aire sin poner demasiado cuidado en no herir a Carla.  La oficina quedó vacía, salvo por la presencia de Jack y su odiado vecino Luke, quienes permanecieron durante un instante mirándose fijamente.  No era la mejor situación, por supuesto, para reiniciar la trifulca.  Desde el “búnker” de Miss Karlsten llegó un lamento largo y ahogado que, seguramente, debía corresponder a Goran Korevic, quien estaría volviendo en sí.   Ninguno de ambos, desde ya, supo a qué iba el asunto y, por cierto, a Jack le picó la curiosidad acercad e qué habría pasado con él o qué habría ocurrido allí dentro luego de que tanto él como Luke se retiraran hacia la oficina.  Luego de cavilar unos pocos segundos acerca de qué debía hacer, optó, finalmente, por echar a correr hacia el ascensor para llegar hasta la terraza…
“¡Ve a ver cómo está Goran!” – le dijo, imperiosamente, a Luke.
Cuando el androide saltó hacia la azotea tras haber escalado los ochenta pisos que mediaban entre ésta y las oficinas de la Payback Company, se halló ante un cerco de guardias que le apuntaban con sus armas.  Contrariamente a lo que su esencia robótica podía hacer suponer, pareció quedarse vacilante por algunos segundos.  Era obvio que su cerebro positrónico estaba convulsionado y cruzado por conflictos: a cada paso tenía que enfrentarse a problemas que debía resolver sobre la marcha.  Una vez transcurridos los segundos que utilizó para elaborar una respuesta y, desobedeciendo cualquier orden de alto, se arrojó contra los guardias y se abrió paso por entre ellos llevando siempre al hombro a Carla, quien no paraba de aullar aterrada y, para colmo de males, no tenía demasiada idea de qué estaba ocurriendo al tener su cabeza colgando sobre la espalda del robot…
El Merobot avanzó arrojando manotazos a diestra y siniestra y con cada uno de ellos había un guardia que salía despedido como si fuera una pluma para caer pesadamente contra el piso a tres o cuatro metros de distancia quedando, por lo común, atontado o directamente inconsciente.  Uno llegó, no obstante, a dispararle: el blanco elegido fue, por supuesto, la cabeza…  El robot, rápida y hábilmente, llegó a colocar el antebrazo por delante de la misma de tal forma que el proyectil impactó contra éste.  Una profunda “herida” se abrió en la piel dejando al descubierto circuitos y luces parpadeantes en tanto que la mano del androide comenzó a temblar cada tanto, como sin control.  Aun así, el androide no detuvo su marcha y se trepó a la torre que coronaba la cima del edificio, sobre la cual flameaba el estandarte con el inconfundible logo de la corporación Vanderbilt.  Una vez allí, se parapetó junto al mástil y depositó a Carla en el piso, quedando ambos, al menos de momento, fuera de la línea de fuego de los guardias quienes, desde abajo, no podían verles…
El androide miró a Miss Karlsten a los ojos; el terror en el semblante de ésta estaba ahora desapareciendo; al igual que si fuera un bebé que recuperar la calma ante la presencia de los ojos de su madre, era como si ella se sintiera protegida ahora que podía verle: su rostro, poco a poco, iba recuperando su color y no podía apartar la vista de su “Dick”, al cual miraba con ojos extasiados y admirados… Su cuerpo temblaba como una hoja al hallarse desnuda y expuesta al frío de la altura y, sin embargo, no daba la impresión de que eso le importase en demasía.
“Dick… – musitó-.  ¿Has hecho todo esto… por mí?”
“Y haría mucho más, te lo aseguro…” – le respondió él mirándola desde el fondo de aquellos inescrutables ojos verdes en los cuales ella descubría mucho más que una simple mirada artificial.  Él la abrazó y la estrujó contra su cuerpo; ella, poco a poco, fue sintiéndose no sólo protegida sino también abrigada: el robot estaba, al parecer, regulando la temperatura de su propio cuerpo y, al hacerlo, le brindaba a Carla el calor que necesitaba el suyo.  ¿Podía pensarse en un hombre más completo?  Imposible… Al tantearle el antebrazo, ella descubrió la herida que le había provocado el disparo momentos antes, lo cual, lejos de impresionarla, le enterneció; unos pocos días antes no había sido capaz de soportar quedarse para ver cómo Luke Nolan abría a su “Dick” pero ahora el contexto era absolutamente distinto: él llevaba esa “herida” por protegerla aun a costa de su propia integridad…
 Sin poder ya resistirse, Carla le besó y, durante algunos minutos, sus labios se confundieron como si no existiese absolutamente nada alrededor y como si no escuchasen los nerviosos gritos y órdenes que, desde abajo, parecían impartir e intercambiarse nerviosamente los guardias.
“¡Carla! – se escuchó gritar a alguien cuya voz lo hacía claramente reconocible como Jack Reed -.  ¿Estás allí?  ¿Estás bien?”
Ella no podía responderle; de haberlo podido hacer, le hubiera dicho que se hallaba mejor que nunca.  De pronto los labios de ambos se separaron y ella le echó a su robot una mirada que era puro deseo.
“Quiero que me poseas… – le susurró -.  Cógeme… Ahora mismo y aquí…”
Había algo de terminal en el tono de Miss Karlsten: como si se diera perfecta cuenta de que no podía saberse a ciencia cierta cuanto más podría durar aquella situación.  Quizás los minutos del robot estuvieran contados e incluso los de ella.  Aquél era el momento: era ahora o nunca…
El robot se echó sobre ella haciéndola caer una vez más sobre sus espaldas; sacando su roja lengua por entre los labios bajó la cabeza en busca de sus pezones y describió voluptuosos y frenéticos círculos en torno a éstos, lo cual no pudo tener otro efecto más que el que se endurecieran a ojos vista ante tan lascivo roce.   Cuando los envolvió entre sus labios y los succionó, fue como si se los quisiera arrancar de los senos, pero lo loco del asunto era que lo hacía con delicadeza y suavidad.  

Luego sumergió la cabeza entre ambos senos como si buscase penetrarle el pecho con la lengua a la par que su poderoso miembro ingresaba en ella reptando con esa particular movilidad que le confería vida propia.  Ella se entregó por completo al momento y su rostro cambió de color una vez más: ahora era sólo pasión y deseo carnal.  Mientras él la tomaba por las caderas para alzarla ligeramente y así facilitar la penetración, ella se ladeó hacia un lado, luego hacia el otro, y se rindió tan mansa como salvaje ante aquella demoledora máquina sexual que daba rienda suelta a un bombeo que se iría incrementando progresivamente y que ella estaba dispuesta a disfrutar como nunca antes por pensar que quizás fuera el último…

Se entregó a tal punto que ni siquiera se dio cuenta que allá abajo habían cesado ya las voces y los gritos.  El motivo de ello era que los guardias habían recibido orden de despejar la azotea ante la inminencia de un ataque aéreo por parte de la policía.  El más difícil de convencer fue, desde luego, Jack Reed, quien quería, por todo y por todo, permanecer allí en la creencia de que lograría finalmente persuadir a Carla de que bajara de la torre o de que convenciera, de algún modo, al Merobot.  Sin embargo, finalmente, se vio obligado a cumplir con la orden al ser prácticamente arrastrado hacia la puerta del ascensor…
El androide, en tanto, sencillamente no paraba.  Apretaba los dientes y estrujaba las sienes al punto de que las mismas parecían a punto de estallar mientras no dejaba de penetrarla una y otra vez.  Miss Karlsten ya había perdido la cuenta de cuántos orgasmos llevaba y no había forma, por cierto, de saber cuántos le haría tener el robot: no quería saberlo, de todas formas y ya había decidido que si tan intenso goce sexual la llevaba a la muerte, sería una buena muerte.  Parecían ahora increíblemente lejanos aquellos días, sin embargo recientes, en que, entre burlas, aconsejara a Jack Reed acerca de evitar los peligros para la salud que pudiera conllevar el VirtualRoom, pero lo cierto era que la escena erótica que estaba viviendo en la torre insignia del edificio de la corporación Vanderbilt era, por lejos, la más sublime que había tenido en su vida.  Sus uñas se clavaron sobre la espalda del robot con tal fuerza que hasta dejaron surcos sobre la piel artificial; una de sus piernas se enroscó en torno a la cintura de él y apoyó su rodilla contra las increíblemente perfectas y redondeadas nalgas.   Hacía largo rato ya que Carla Karlsten no abría sus ojos, tal el éxtasis que se apoderaba de sus sentidos…, pero de pronto la asaltó la sensación de que una sombra se posaba sobre rostro al tiempo que llegaba a sus oídos un zumbido leve pero constante que hacía acordar a alguna máquina industrial o a un sistema de ventilación.  Aun con el robot apretujado contra su cuerpo, abrió los ojos y descubrió que, en efecto, algo había eclipsado el disco del sol y, al aguzar la vista para ver mejor comprobó que se trataba de Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravedad… No podía imaginar qué diablos haría tan cerca del edificio, ya que no se hallaba a más de doce metros por sobre ellos, pero el hecho era que allí estaba… El androide, sin salir de encima de Carla, giró la cabeza tan rápidamente como si hubiera recibido una señal de alerta. 
“Es ese parque volante… – dijo ella -.  No hay por qué alarmarse, aunque sinceramente no entiendo qué hacen tan cerca…”
“Habrán querido disfrutar del espectáculo seguramente…” – conjeturó el robot mientras una sonrisa se le dibujaba en la comisura de los labios y volvía a bajar la vista hacia Carla con un destello de picardía.
“¿Es…pectáculo?” – musitó ella, sonriente pero sin comprender.
“Nosotros” – respondió él.
Ella soltó una carcajada.
“Jajaja… ¿Me estás diciendo que somos famosos?  ¿Que los conductores del parque han decidido acercarse para que los visitantes puedan vernos… a nosotros…?”
“Sólo fíjate…” – le respondió el Merobot revoleando los ojos en dirección hacia arriba.
Carla aguzó la vista y recién entonces logró advertir que, contra los ojos de buey que jalonaban la parte inferior de la enorme estructura del parque de diversiones se apretujaban los rostros, en algunos casos curiosos y en otros libidinosos, de hombres, mujeres, adultos, adolescentes, niños, ancianos… En efecto, el robot estaba en lo cierto: el piloto habría descendido el parque justamente para que los visitantes pudiesen ver más de cerca el inesperado espectáculo que ellos dos estaban brindando desde la azotea del edificio Vanderbilt. 
Carla se sintió extraña pero a la vez divertida.  Desde que tenía memoria, siempre había sido un gran trauma para ella la exposición de su intimidad y, de hecho, aun a pesar de que su posición social le hacía merecedora de un cierto prestigio y jerarquía, por lo general había cultivado un perfil bajo y no demasiado expuesto. Sin embargo, ahora resultaba que, para su propia sorpresa, el saberse desnuda y teniendo sexo ante aquel mar de miradas que la devoraba desde lo alto, le producía un morbo difícil de explicar y, de hecho, inédito en ella.  Definitivamente, la llegada de “Dick” a su vida había vuelto todo diferente: lo que antes le producía horror, ahora le excitaba… Por lo tanto, en lugar de cohibirse y, antes bien, muy lejos de ello, simplemente echó sus brazos en torno al cuello del robot.
“Pues démosles espectáculo entonces” – le dijo, estampándole seguidamente un beso en los labios.
El androide sonrió una vez más; sin dejar de mirarla a los ojos, se puso en pie y extendió una mano para ayudarla a ella a hacer lo mismo.  Una vez que tuvo a Miss Karlsten frente a él, la tomó por la cintura y la giró por completo para luego llevarla hacia el bajo pero ancho muro que delimitaba la torre y colocarla sobre el mismo a cuatro patas.  Dando un brinco, él mismo se trepó al muro, con lo cual los dos quedaban ahora visibles desde la superficie de la terraza, lo cual, al parecer, no preocupaba en absoluto al Merobot, que bien sabía que ya no pululaba por allí ningún guardia sino que todos se habían retirado; miró hacia el parque de diversiones que flotaba por encima de su cabeza y luego, sin más trámite, se dedicó a bombear a Miss Karlsten.  Desde los ojos de buey, los azorados visitantes del parque se arremolinaban y se empujaban unos a otros para poder mirar: no daban, por cierto, crédito a lo que veían.   Ni Carla ni el Merobot podían, desde donde se hallaban, escuchar sus voces pero de haberlo podido hacer habría llegado hasta sus oídos un mar de aplausos, vítores, chiflidos y aullidos de alegría…
Súbitamente, Dick interrumpió la penetración y oteó hacia el este como si algo hubiese acaparado su atención… Miss Karlsten, a cuatro patas, giró ligeramente la cabeza por sobre el hombro al notar que el androide había dejado de bombearla .
“¿Qué ocurre, Dick?”
El robot no respondió.  Daba la impresión de que su cerebro positrónico estaba tratando de elaborar una nueva respuesta ante un nuevo problema.  Carla, simplemente, optó, por mirar hacia donde él miraba… Allá a lo lejos, sobrevolando los edificios de Capital City, se podía ver un enjambre de puntos negros que se iban haciendo más nítidos en la medida en que, claramente, se acercaban… Cuando estuvieron a una distancia lo suficientemente cercana como para distinguirlos con más precisión, ella logro identificar que se trataba de una cuadrilla de vehículos policiales de esos mismos que utilizaban para operativos y patrullajes aéreos… y que venían en dirección a ellos…
“¡Delta Once!  ¿Se halla en posición?”
“Sí, señor, ya tengo el objetivo en la mira a las doce…”
“¡Delta dos!  ¿Se halla en posición?”
“Sí, señor… objetivo en mira… aunque…”
“¿Aunque?”
El piloto del “cóptero” identificado como Delta Dos hizo una pausa en la transmisión.  Los “cópteros” eran vehículos utilizados por la policía para el patrullaje aéreo, el cual en las últimas décadas se había hecho fundamental para la seguridad ciudadana ante la altura que habían tomado los edificios; incluso eran usados para el control de las calles en espiral que subían a muchos de ellos.  Se trataba de vehículos de habitáculo pequeño, sólo apto para una persona y dotados de un triple sistema que les permitía mantenerse y desplazarse en el aire.  En primer lugar, podían despegar de modo absolutamente vertical gracias a un sistema de generadores antigravedad que tenían por debajo del habitáculo; una vez en lo alto, comenzaba a actuar un sistema de propulsión a chorro que, unido con la acción de las alas desplegables y retráctiles podía llevarle a alta velocidad en pos de cualquier objetivo que demandase una cierta urgencia.  Por último, una vez alcanzado el objetivo y en caso de tener que permanecer más o menos quietos en el aire dejaba de actuar la propulsión a chorro y las alas se batían como si fueran las de algún insecto hasta estabilizar el vehículo para luego volver a poner en funcionamiento los generadores antigravedad y, así, permanecer flotando alrededor del objetivo.  La designación “cóptero” era, en realidad, un nombre extraoficial que había ido tomando fuerza por la aceptación popular y que era, de por sí, una curiosa mezcla entre fonética anglosajona y griega: “cop” y “ptero”, es decir “policía” y “ala”.  Fuera de su sistema de vuelo y propulsión, cada uno de ellos estaba además dotado con artillería de metralla, la cual cumplía la función básica de amedrentar o herir, más uno o dos proyectiles calóricos, los cuales provocaban una implosión térmica dentro del objetivo alcanzado de tal modo de destruirlo por completo.
“Delta dos… – insistió la voz desde la central de policía -.  ¿Va a decirme qué demonios ocurre?”
“S… sí, señor… Es decir: tengo perfectamente visualizada y en objetivo a la pareja pero… hay alguien más aquí…”
“¿Alguien?  ¿A qué se refiere, Delta Dos?”
“Joy Town…”
Se produjo una pausa al otro lado de la comunicación.
“¿Joy Town? – dijo, finalmente -.  ¿Se refiere acaso a ese parque de diversiones volante?”
“El mismo, Señor…, está aquí…, muy cerca del mástil de Vanderbilt…”
“¡Maldita sea!  ¿Qué mierda se supone que están haciendo allí?  ¡Civiles y turistas!  ¡Siempre el mismo problema!  ¡Que alguien se comunique ya mismo con los administradores del parque para que den orden a sus pilotos de alejarse inmediatamente del lugar!  ¡Habrá fuego!  ¿Es que son idiotas…?”
“Sí, señor… Lo haremos ya mismo, pero…, creo que hay alguien más…”
“¿Alguien más? – rugió la voz, cada vez más desencajada -.  ¿Pero qué es esto?  ¿Una convención en las alturas?  ¿A qué te refieres?”…”
“B… bueno, Señor, acaban de pasar a mi lado un par de esas cámaras volantes… La televisión también está aquí…”
Desde el piso 592 de la Corporación Vanderbilt, Jack Reed, junto a varios de los efectivos de seguridad, seguía con preocupación el desarrollo de los acontecimientos a través de la TV.
“En una escena impensada que parece sacada de alguna antigua película de Hollywood, algo totalmente sorprendente está teniendo lugar en la azotea del edificio Vanderbilt – decía, en tono de relato, una voz en off -.   ¿Recuerdan aquella película del siglo veinte en la cual un inmenso gorila se subía a la cima de un edificio de New York llevando consigo a una damisela raptada?  Bien, una vez más la realidad no está demostrando que puede a veces superar a la ficción.  En efecto… y como pueden ver – el lente de la cámara realizó un gran acercamiento hasta que fueron perfectamente distinguibles no sólo los desnudos cuerpos del robot y la ejecutiva sino incluso los rasgos de sus rostros -, un Merobot, sí, un Merobot, uno de los robots lanzados al mercado no hace mucho por la prestigiosa compañía World Robots, se ha salido de control agrediendo incluso a seres humanos en contra de su mandato positrónico y ha raptado a la ejecutiva Carla Karlsten llevándola consigo a la cima del edificio…”
El relato siguió dando pormenores acerca de lo que estaba ocurriendo, pero Jack ya casi no lo escuchaba.  No dejaba de pensar en la situación de su jefa y amiga y en cómo iría a terminar toda esa historia ya que, al parecer, la policía aérea había sido enviada a tomar cartas en el asunto.  ¿Qué cuidado pondrían esos tipos en no dañar a Carla?  Cada tanto daban sobradas muestras de que, llegado el momento, disparaban a mansalva sin medir las consecuencias y no era infrecuente que víctimas inocentes cayeran en sus operativos.  Nerviosamente se mordió el labio…
“Todo va  a estar bien…” – oyó a su lado una voz y, al girar la cabeza, se encontró con Luke Nolan.   Le volvieron unas incontenibles ganas de golpearlo pero se detuvo al ver a su lado a Goran Korevic, quien se tomaba la cabeza notablemente aturdido o abombado.
“Goran… – dijo Jack, no sin cierto remordimiento por haberle abandonado en el piso quinientos veinte cuando lo escuchara quejarse -.  ¿Cómo estás?”
“He estado mejorrr… – respondió el artista del sado sin dejar de pasarse la mano por la cabeza -.  Porrr suerrrte me han salvado mi máscarrra de cuerrro y mi durrra cabeza.  Como siemprrre he dicho y vuelvo a decirrrlo: no hay que confiarrr en máquinas…”
“¿Son… cópteros?” – preguntó Miss Karlsten, nerviosa y, nuevamente, temblorosa.
“Así es…” – respondió el Merobot sin dejar de otear el horizonte.
“¿Y… por qué crees que vienen hacia aquí?” – preguntó ella tímidamente  y como si temiera la respuesta.
“Por lo mismo que ellos… – el androide señaló con un dedo índice en alto hacia el parque de diversiones volante -.  Por nosotros, sólo que para terminar con el espectáculo, no para presenciarlo…”
En ese momento un módulo volante apareció a unos metros de ellos por sobre la terraza del edificio y no fue difícil reconocer en él una de esas cámaras de triple lente que utilizaban los canales de televisión para revisar el tránsito o hacer tomas aéreas en zonas de accidentes, incidentes o catástrofes…
“Y siguen llegando más interesados…” – agregó Dick mirando de reojo hacia el módulo televisivo.
Carla miró por un instante hacia donde el robot le indicaba; la presencia de las cámaras de televisión debería haberle reavivado más que nunca su clásico terror a la exposición pública pero no fue así, ni tampoco le volvió esa carga de excitación de momentos antes al saberse observada desde los ojos de buey del parque de diversiones.  Simplemente  no podía dejar de mirar hacia aquellos vehículos de la policía aérea que estaban cada vez más cerca ni de pensar en el futuro inmediato con inquietud y sobrecogimiento …
“Dick… – musitó -.  Tengo miedo…”
“Nada va a ocurrirte…” – le dijo él rodeándola con el brazo y provocando que ella volviera a sentir ese calor que él le transmitiera un momento antes.
“¿Y a ti…?” – preguntó Carla, visiblemente nerviosa y temblando no ya por el frío, sino por el miedo y la incertidumbre.  El androide, para colmo de males, no respondió, tal vez por no tener respuesta…
Ya para entonces las aeronaves se hallaban muy cerca; se trataba de una cuadrilla de unas siete y se aprestaban, al parecer, a realizar un vuelo rasante por sobre la terraza del edificio, maniobra harto complicada si se consideraba que el parque de diversiones se hallaba flotando ingrávido muy cerca de la cima del mismo y que, por lo tanto, implicaría para los “cópteros” tener que pasar por la estrecha franja que quedaba libre entre el parque y la azotea, tratando, además, de no llevarse por delante el mástil.
El potente bramido de la propulsión a chorro de las aeronaves prácticamente ensordeció a Carla quien, instintivamente, agachó la cabeza hasta ocultar su rostro por detrás del pequeño muro y cerró los ojos con espanto.  Lo peor de todo, sin embargo, no fue el atronar de las aeronaves sino el claro y casi inmediato repiquetear de proyectiles de metralla contra la azotea del edificio.  Alertada y cada vez más estupefacta, volvió a levantar la cabeza y miró a Dick, el cual, sin embargo, continuaba imperturbable, exponiendo su magnífico pecho al viento de las alturas.
“Sólo fueron disparos para amedrentar… – dijo, buscando calmar a Carla  -.  Todos dieron bastante lejos y en ningún momento apuntaron contra nosotros…”
“Pero… ¿por qué? – preguntó Miss Karlsten, cada vez más nerviosa y temblorosa -.  ¿Qué pretenden?”
“Que nos entreguemos, supongo… O que yo te entregue a ti…”
“¿Entregarnos?  ¡Pero no somos delincuentes!”
“Tú seguramente no… Para ellos yo sí lo soy.  No un delincuente, en realidad, porque esa figura no se aplica a un Merobot… Pero digamos que, para la óptica de ellos, estoy en malfuncionamiento y la orden debe ser seguramente eliminarme como sea…”
“¡Dick!  ¡Nooo! – aulló Carla, contraído su rostro en una mueca de espanto –  ¿Malfuncionamiento?  ¿Por qué?  Todo lo que has hecho fue protegerme…”
“Ésa es tu visión y la mía, pero no la de ellos… Si no me entrego, no van a  detenerse hasta destruirme por completo… y si lo hago, lo más seguro es que vaya a parar a un taller de desguace…”
Los ojos de Carla comenzaron a llenarse de lágrimas.
“Dick… ¡no puedes decirme eso!  ¡No voy a permitirlo!”
Los cópteros, en tanto y después de su vuelo rasante, comenzaron a batir sus alas y se detuvieron para luego poner en funcionamiento sus suspensores, formando así un semicírculo en torno a la terraza del edificio Vanderbilt.  Una voz amplificada resonó en las alturas de Capital City.
“EG -22573 – U.  Te hallas rodeado y es importante que comprendas que estás en malfuncionamiento.  Tu misión es proteger a los seres humanos y esa mujer que tienes contigo va a sufrir daño si persistes en no liberarla… Hazlo y serás llevado a reparaciones para volver a funcionar normalmente…”
Dick no respondió.  Una leve sonrisa se le dibujó en los labios mientras  miraba de soslayo a Carla y le guiñaba un ojo.
“No tengo por qué responder… – dijo, por lo bajo -.  Ése no es mi nombre…”
Ella sonrió también; no podía menos que reconfortarla ampliamente y hacerla sentir importante el hecho de que el robot, finalmente y tal como ella se lo pidiera, renegara del nombre que le habían dado sus fabricantes.
“Creo que va a ser mejor que te saque de aquí…” – dijo él.
“N… no… – protestó ella -.  Quiero… permanecer aquí, contigo…, pase lo que pase…”
“Mi misión es protegerte; en eso tienen razón – replicó el androide -.  No puedo exponerte a lo que está por ocurrir…”
“¿Por… ocurrir?” – la voz de Carla se hallaba al borde del sollozo y sus ojos comenzaban a lagrimear. 
“Carla, ven conmigo…”
Utilizando sus poderosos brazos, alzó en volandas a la ejecutiva y saltó desde el muro de la torre hacia la azotea; hubiera sido una caída difícil para cualquier ser humano pero no lo fue para él, sino que fácilmente flexionó sus rodillas y amortiguó el impacto cayendo casi como si lo hubiera hecho apoyado sobre un resorte…
Enfundada en su negro traje y taconeando sobre sus botas, Batichica avanzó hacia la Mujer Maravilla, quien prácticamente la penetró con una mirada que sólo incitaba a la lujuria; asiendo el lazo dorado que pendía de su cinto, la rodeó con el mismo y la atrajo hacia sí, para luego tomarla por el talle y hundirle la roja lengua en su boca.  Ambas se recorrieron mutuamente sus cuerpos con las manos; senos, nalgas y sexo, nada quedó sin tocar  y estaba más que obvio que la siguiente escena las tendría a las dos echadas sobre la alfombra de las oficinas de la World Robots y arrojando a lo lejos cada una de sus prendas para dar rienda suelta a una escena de salvaje lesbianismo.  En ese momento, el cortinado del fondo se descorrió e ingresó Gatúbela haciendo chasquear su látigo contra el piso e insultando a ambas; tanto Batichica como la Mujer Maravilla agacharon de inmediato sus cabezas y, ante la requisitoria de la villana felina, se ubicaron rápidamente a cuatro patas, para satisfacción de Gatúbela, quien rio estruendosamente al tenerlas de ese modo…  Acercándose a Batichica, Gatúbela le levantó la capa para acariciarle el trasero y luego la montó como si fuera un pony pasándole el mango del látigo por delante del rostro y obligándola a besarlo… Luego ordenó a Mujer Maravilla que se bajase el short y así, una vez que la misma lo hubo hecho y que estuvo a cuatro patas y con su magnífica cola al descubierto, Gatúbela descargó con fuerza el látigo contra sus indefensas nalgas arrancándole un alarido de dolor mientras cortaba el aire con una carcajada estentórea… En ese momento sonó en la oficina el inconfundible llamado de un “caller”…
Desde su sillón, Sakugawa maldijo por lo bajo y dirigió la vista hacia el aparato; casi de inmediato apareció en la pequeña pantallita el rostro de Geena, su secretaria.
“Estoy ocupado, Geena – dijo con su habitual amabilidad, aunque también con algo de sequedad, mientras volvía a alzar la vista hacia sus tres Ferobots, ya para esa altura enzarzadas en la más perversa escena de erotismo y dominación -.  Llámame luego…”
“Lo siento enormemente, señor Sakugawa, pero es urgente…” – repuso, desde el otro lado, la entrecortada voz de su secretaria.
“¿Qué puede ser tan importante como para interrumpir a Gatúbela mientras les da su merecido a Batichica y a la Mujer Maravilla?” – replicó Sakugawa siempre mirando a sus Ferobots; la réplica de Gatúbela, reaccionando ante sus palabras, le guiñó un ojo por detrás de la felina máscara y le sopló un beso.
“Quizás sería mejor que encendiese el televisor y lo viese por usted mismo, señor Sakugawa” – le dijo la secretaria.
“¿Televisión?  ¿Ahora? – Sakugawa, soltando una risita, bajó nuevamente la vista hacia la pantalla del “caller” -.  Geena, te puedo asegurar que no puede haber programa mejor que el que, gracias a mis Ferobots, estoy viendo aquí en vivo, en mi misma oficina…”
“Señor Sakugawa, le aseguro que es importante… y tiene que ver con la World Robots…”
El líder empresarial resopló, con algo de fastidio pero a la vez con resignación.
“Suspendan por un momento, chicas – ordenó a sus tres Ferobots -.  En un breve momento seguimos, se los aseguro…”
Los tres androides femeninos que replicaban a personajes de comic cesaron de inmediato su número lésbico de connotación voyeur.  
“¿Qué canal?” – preguntó Sakugawa, siempre con evidentes muestras de fastidio.
“Cualquiera, está en todos…” – respondió la secretaria.
El poderoso empresario accionó el dispositivo que se hallaba sobre el apoyabrazos del sillón y, de inmediato, todo un muro de los que rodeaban la oficina quedó convertido en una inmensa pantalla de televisión… Al momento de encenderla, no tenía verdaderamente idea de con qué se iba a encontrar, pero apenas la imagen impactó contra sus retinas, dio un respingo reacomodándose en su asiento.
“El robot sigue manteniendo, por lo que se ve, su misma actitud de rebeldía – decía la voz en off -; por estas horas, no tenemos datos certeros acerca de cuál fue el disparador que llevó a que el androide enloqueciera y los técnicos consultados no tienen idea sobre la causa del malfuncionamiento.  Por lo pronto, sabemos que ha obrado agresivamente contra el personal de seguridad y que se ha rehusado a obedecer las órdenes policiales que le han instado a deponer su actitud…”
A Sakugawa se le cayó la mandíbula; comenzó a temblar de arriba abajo  y sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas.  Despegó la espalda del respaldo inclinándose hacia adelante como si ello le permitiese ver mejor…
“Geena… – balbuceó -.  Dime… que no es uno de los nuestros, por favor…”
Sabía que la pregunta era algo tonta ya que, según el relato, el sujeto que se hallaba en pantalla era un robot y no había, por cierto, otra compañía capaz de lograr modelos tan maravillosamente semejantes a seres humanos; aun así, se aferró a la posibilidad de que su secretaria le diese una respuesta favorable a sus expectativas.  No fue así…
“Sí, lo es, señor Sakugawa… Es un Merobot… Es de los nuestros lamentablemente: el que le vendimos a Miss Karlsten…”
La perplejidad hizo mella aun mayor en el rostro del empresario.  Volvió a dejarse caer de espaldas contra el respaldo del sillón y permaneció unos segundos en silencio: no lograba asimilar lo que estaba ocurriendo…
“Y entonces… ¿ésa es… Carla Karlsten?” – una vez más temió la respuesta, sobre todo porque, al ver la pantalla, ahora lograba reconocer a la jefa de la Payback Company.
“Sí, señor Sakugawa…, lo es…”
Él se llevó las manos a la cabeza… Era, de hecho, el propio caso de Carla Karlsten el que le había llevado a investigar las posibilidades sadomasoquistas de sus robots y descubrir que la clave no se hallaba en hacer que éstos azotaran a un ser humano sino que se azotasen entre sí mismos…  Pero de pronto ya no había Gatúbela, ni Batichica, ni Mujer Maravilla…De pronto sólo podía pensar en cuál sería el futuro de la World Robots con las cámaras de televisión mostrando a un androide totalmente fuera de control…  De pronto tomaba nota de lo efímero que puede ser el éxito y de cómo puede ser borrado en apenas un instante de un solo plumazo…  Abatido, aflojó la tensión en su mano y el “caller” se deslizó hacia el alfombrado…
“Señor Sakugawa… – repetía nerviosamente la secretaria -.  ¡Señor Sakugawa!  ¿Se halla usted allí…?”
El Merobot llevó a Carla Karlsten hasta la entrada del estacionamiento.  El mismo se hallaba cerrado debido a que, obviamente, habían buscado clausurarle a él todas las posibles vías de escape.  Golpeó contra puerta hasta que la cerradura saltó hecha añicos y, una vez abierto el camino, depositó a Miss Karlsten en el piso, justo a la entrada; no había guardias a la vista ya que, al parecer, todos habían huido hacia los pisos bajos ante la inminencia del ataque aéreo.
“Q… quédate aquí, conmigo…” – musitó ella.
“No, Carla… No es conveniente para tu integridad física que yo esté a tu lado.  En cuanto puedan, van a intentar destruirme y, si eso ocurre, hay serio peligro de que salgas lastimada…”
Las lágrimas corrían mejillas abajo por el rostro de Miss Karlsten. 
“N… no, por favor, no me dejes… No quiero… verte morir…”
“Morir no es un concepto compatible con un androide, Carla… No hay nada por lo que llorar – dijo él mientras le secaba una lágrima con el dedo”
Ella no tenía consuelo; las palabras del robot eran un perfecto recordatorio de que él era precisamente eso: un robot.  Y, sin embargo, una angustia imposible de describir con palabras le estrujaba el pecho ante la perspectiva de tener que despedirse de él… y tal vez para siempre.
“Vas a estar bien, Carla…” – dijo él inclinándose hacia ella y besándola con delicadeza en los labios.
Miss Karlsten se entregó al beso con toda la pasión de que fue capaz y le apoyó una mano sobre el hombro.  Cuando él, finalmente, dio por terminado el beso y se apartó de ella, la mano de Carla se deslizó a lo largo de su cuerpo hasta depositarse, impotente, en el piso.  Rompió a llorar aun más de lo que ya lo venía haciendo al ver cómo Dick desandaba el camino hecho a través del pasillo de entrada y salía fuera del estacionamiento, otra vez al descubierto.  Ahora, sin la presencia de ella, el robot era un perfecto blanco para la artillería policial.   Carla estuvo a punto de echar a correr tras él en el preciso momento en que, hacia el final del corredor, vio y oyó cómo una furiosa ráfaga de metralla repiqueteaba contra el piso de la azotea e incluso algunos proyectiles impactaban contra el cuerpo del androide, cuyos circuitos chisporrotearon y hasta provocaron fugaces destellos sobre su piel.   Ella sintió que el pecho se le desgarraba; un desesperado grito brotó de su garganta…
El robot, en tanto, echó a correr a través de la azotea buscando ponerse lo más a cubierto posible de los disparos.  Parecía imposible, desde ya, pero aun así, y como seguramente sobrevivía en su convulsionado cerebro positrónico la tercera ley de Asimov, el androide respondía al mandato lógico que lo llevaba a resguardar su integridad: quedaba en claro que todo estaba alterado, ya que la tercera ley está por debajo de la segunda en jerarquía y, como tal, se supone que un robot debería obedecer a un ser humano por encima de cuidarse a sí mismo.  Pero desde que el Merobot viera la sangre en la espalda de Miss Karlsten nada parecía funcionar normalmente; los principios lógicos que guiaban su comportamiento seguían estando allí, pero terriblemente alterados, dislocados, fuera de lugar y, al parecer, chocando frecuentemente entre sí de manera contradictoria.
Volvió a trepar a la torre del mástil, lo cual no parecía ser demasiado lógico si se consideraba que allí era más perfecto blanco para los cópteros que en ningún otro lado .  Uno de ellos que, al parecer ocupaba un puesto de privilegio dentro de la cuadrilla, accionó, de hecho su propulsión a chorro y se lanzó hacia él.  El androide vio rápidamente cuál era la jugada: alcanzó a distinguir cómo el cañón central de la aeronave se estaba moviendo, lo cual indicaba de manera inequívoca no sólo que el piloto estaba a punto de utilizarlo sino que, de un momento a otro, iba a dispararle un letal proyectil calórico que, en caso de impactarle, sería su final en pocos segundos… El robot tomó con ambas manos el mástil y lo arrancó con la misma facilidad que si hubiera sido una caña semienterrada en el lodo.  Asiéndolo como si fuera una lanza y dando, por un instante, la imagen de un lanzador de jabalina, el Merobot echó el hombro hacia atrás y, con toda la fuerza de que fue capaz, arrojó el mástil con estandarte y todo contra el habitáculo del cóptero.  El piloto, por cierto, lo vio venir, pero ya nada pudo hacer.  Con precisión matemática, el disparo asestó perfectamente en el blanco, penetrando a través del cristal de la aeronave para ensartar al hombre en el medio del pecho y clavarlo contra el respaldo de su butaca: murió en el acto, desde ya, y la nave, ya sin control, pasó a escasos metros por encima de la cabeza del Merobot para seguir su camino y luego perderse de vista… 
El resto de los pilotos y los millones de televidentes que seguían el desarrollo de los acontecimientos no podían creer lo que estaban viendo: si algo terminaba de confirmar que el robot estaba fuera de sí era el hecho de que ya no sólo atacaba a seres humanos, sino que incluso… acababa de quitarle la vida a uno…
Atónito, Jack Reed no podía siquiera parpadear al ver las imágenes que emitía la televisión.  El ataque contra el cóptero y la consecuente muerte del piloto habían sido relatados con un casi caricaturesco dramatismo que rayaba en el estilo de un relato deportivo; sólo en cuestión de segundos, al pie de la pantalla se leyó: “robot asesino en lo alto del edificio Vanderbilt”.
Jack, en ese momento, pensó en Carla.  La cámara había seguido al robot hasta que éste la dejó en el pasillo que conducía al estacionamiento.  Pensó que era una excelente oportunidad para rescatarla y alejarla del peligro ya que no había forma de prever en qué locura terminaría el demencial combate que se estaba librando en la azotea.
“Voy por Carla” – anunció, y echó a correr en pos del ascensor.
“¡No, Jack!  ¡Es una locura! – le reprendió su vecino Luke -.  ¡Aguarda a que todo termine!”
Pero Jack no le oía.  Al llegar a la entrada del tubo del ascensor descubrió que, como era lógico, el mismo se hallaba clausurado.  Maldiciendo por lo bajo, no se dejó, sin embargo, desanimar por tal circunstancia y salió a la carrera en busca de la escalera.
Geena entró intempestivamente y sin siquiera pedir permiso en la oficina de Sakugawa.  En cualquier otro contexto, tal actitud le hubiera valido al menos un llamado de atención, pero no en ése.  Sintió un gran alivio cuando vio a su jefe en el sillón: se le veía abatido, sin ánimo ni energía, pero estaba bien: sus ojos, tristes, estaban clavados en la pantalla de televisión que cubría la pared.
“La prensa ya tiene el título que quería: un robot asesino…” – dijo, con pesar.
“Sí, lo sé, señor Sakugawa… – dijo ella acompañándole en su tristeza -.  De hecho no nos paran de llover los llamados aunque no estoy respondiendo ninguno… Entiendo cómo se siente, pero…, por favor, tiene que tomar esto con calma.  No hay forma de saber qué pasó y…”
“Caerán como buitres sobre nosotros – le interrumpió él -: sin importarles lo que haya pasado… Podemos comprar jueces, sí, ya lo hemos hecho, pero… ¿a todos?  ¿Y la prensa?  Esto es demasiado grande, Geena: hay un muerto…”
“Sí… – respondió la secretaria tragando saliva -.  M… más de uno, lamento decirle: el cóptero, al caer a la calle, provocó un par de muertes más… Realmente lo siento, señor Sakugawa, pero…, esto no ha sido culpa suya… Vaya a saber qué es lo que le han hecho a ese Merobot…”
“Ahora vendrá el momento en el cual todos desaparecerán – continuó él, como si no le oyera -: los amigos, los que venían a nuestras fiestas, todos…”
“S… señor Sakugawa… Yo siempre voy a estar con usted y lo sabe…”
Él la miró con una sonrisa muy oriental, casi reminiscente de Buda. 
“Lo sé, Geena… – le dijo, mientras tomaba y acariciaba su mano -.  Lo sé… Nunca dudé de ti…”
Poniéndose de pie, la besó en la mejilla; no pareció un beso lascivo ni nada por el estilo: era más bien el beso de un padre hacia una hija.  Luego el empresario le soltó la mano y echó a andar despaciosamente hacia la puerta.  Ella temió por él o por lo que estuviese pensando en hacer…
“S… señor Sakugawa… ¿Adónde se dirige?  ¿Qué va a hacer?”
“No te preocupes, Geena – repuso él sin detenerse en su marcha -.  No temas por mí.  No llevo demasiado marcado el legado ritual de mis ancestros… Ni soy piloto kamikaze ni practico el harakiri… No tengo pensado quitarme la vida, al menos por ahora… Sólo iré a caminar un rato y tratar de poner en orden mi cabeza…”
Al retirarse el líder empresarial, Geena quedó, inmóvil, en el centro de la oficina que era recorrida por los erráticos reflejos y sombras que proyectaba la enorme pantalla de televisión en la cual no paraban de desfilar imágenes de lo que estaba ocurriendo en la cima del edificio Vanderbilt.  De pronto dio un respingo al sentir que alguien le tomaba el talle; al girar la cabeza se encontró con unos pícaros y devoradores ojos femeninos que la escudriñaban desde los hoyuelos de una máscara coronada por orejillas de murciélago.
“Bueno, Geena… Parece que el señor Sakugawa se ha ido… – le dijo – pero nosotras podemos darte muuuucho placer…”
“Así es, Geena – le dijo otra de los Ferobots en quien, al girarse, la secretaria de Sakugawa encontró una réplica de la Mujer Maravilla que, además, le estaba apoyando una lasciva mano sobre su trasero -.  Fuimos creadas para dar placer, hermosa… Más placer del que puedas llegar a imaginar…”
“Mmmmmiaaaaauuuuu…- intervino la réplica de Gatúbela mientras le rodeaba el cuello con su látigo aunque sin apretarlo sino sólo para mostrar poder -.  ¿Nunca lo hiciste con tres a la vez?”
Sin que pudiera llegar a articular palabra alguna en contrario, Geena sintió cómo las tres Ferobots le recorrían con sus manos libidinosamente el cuerpo para luego, poco a poco, irla despojando de sus prendas celebrando efusivamente cada vez que le quitaban una.  Cuando la tuvieron totalmente desnuda, Gatúbela sacó por entre sus labios su felina lengua para lamerle los pechos en tanto que Batichica se arrodillaba para introducirle la lengua en la vagina y Mujer Maravilla, desde atrás, no paraba de besarle el cuello mientras le jugueteaba con un dedo dentro del orificio anal…
                                                                                                                                                                                                  CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 2” (POR AMORBOSO)

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Al día siguiente, me levanté a las 6 de la mañana, muy descansado, a pesar del poco tiempo de sueño y la noche de sexo, encendí el fuego en la cocina de leña y fui a atender a los animales. Tras ordeñar las vacas y dar de comer a vacas y terneros, me llevé a la casa una jarra de leche para desayunar todos. Con un ligero desayuno, seguí con mis labores en el campo, hasta que sobre las 10 de la mañana, apareció en la puerta Silvia que me llamó con un grito y agitando la mano.

-Buenos días, Jóse.

-Buenos días. No te muevas, que voy.

Paré un momento para lavarme bien y enseguida estuve con ella. Se había puesto una camisa mía, y cuando la abracé para darnos un buen morreo, poniendo una mano en su espalda y la otra en el culo, pude observar que no llevaba nada debajo. Mi polla se levantó y empecé a meter mi mano bajo la camisa.

-No seas ansioso. Deja algo para esta noche. ¿Tienes algún sitio donde ducharme o tengo que ir al río?

El día anterior no había querido decir nada para ver la reacción de Vero y por su mal comportamiento al llegar, pero no era cuestión de ocultarlo siempre. Le dije que la puerta del otro lado de la cocina llevaba al baño mientras la señalaba y le dije dónde estaban las toallas.

Mientras ella se duchaba, yo preparé el desayuno, consistente en leche recién ordeñada, café, unas tostadas y fruta fresca. Cuando salió, alabó el olor a café y fue a vestirse, luego subió a despertar a Vero para desayunar y desde abajo pude oír sus protestas.

-Jodeerr. ¡Déjame en paz, puta! No he podido dormir en toda la noche. Esta cama es una mierda, te has pasado follando y gritando tus orgasmos toda la noche y para colmo vienes ahora a despertarme, cuando acababa de coger el sueño…

Siguieron un poco más, pero yo ya me desentendí de su conversación. Poco después bajaron las dos. Silvia espléndida y hermosa, con unos pantalones cortos de estilo vaquero y una camisa cuadros rojos, típicos de la zona, tipo leñador, con la mitad de los botones sin abrochar, anudada bajo las tetas y mostrando que no llevaba sujetador debajo. Vero bajó también con pantalones cortos. Tanto que estaban más cerca de unas bragas que de unos pantalones, por lo pequeños, y otra camiseta, de un color marrón sucio, que también marcaba la falta de sujetador.

-Buenos días Vero, -Dije yo, y sin esperar respuesta:- Silvia, estás preciosa esta mañana. La ropa le sienta muy bien a ese cuerpo que tienes. –De reojo vi la cara de disgusto que puso Vero.

-Gracias, he intentado mimetizarme con el lugar.

-Tú resaltarías en cualquier lugar y con cualquier ropa. –Le dije.

-Vaya par de gilipollas que estáis hechos. ¿Ya empezamos con las gilipolleces de enamorados? –Dijo Vero

Nosotros nos echamos a reír, sobre todo al ver que era disgusto por no decirle nada a ella.

-Cariño, tú también estás muy guapa. –Le dijo Silvia.

-Imbécil. –Le respondió.

-Ale, a desayunar, que se enfrían el café y la leche. –Les dije

Cuando Vero probó la leche, tuvo la delicadeza de escupirla al suelo.

-¡Puaggggg! ¿Qué es esto?, ¿A qué mierda sabe?

-Es leche natural de vaca. No ese líquido blanco que os venden en los supermercados y que lleva de todo menos leche.

-¡Pues sabe a mierda!

-Ya te acostumbrarás. –Dije, dando por finalizado el tema.

-Lo dudo.

El resto no le pareció mal y terminó el desayuno.

Cuando acabamos todos, e iban a levantarse, les pedí que se sentaran porque tenía que hablar con ellas.

Me miraron las dos, sin decir nada y hablé:

-Vero, por lo que me ha contado tu madre, has estado muy distraída en tus estudios, hasta el punto de que has repetido varios cursos y que parece ser que también repetirás este último…

-¿Y a ti qué coño te importa?

-¡¡¡CÁLLATE!!! –Dije soltando un golpe sobre la mesa que las puso serias y creo que asustadas.- Ahora voy a hablar y vosotras me vais a escuchar. ¡¡¡ENTENDIDO!!!.

-SSSii. –Dijeron al unísono.

-Además, parece que has estado tonteando con cosas y gente que no debías y demuestras una falta de educación totalmente impropia para tu edad y posición. –Proseguí, ahora de mal humor.

-Tu madre me ha pedido ayuda para encauzar tus estudios y actitud, y yo he aceptado. Por lo tanto, vas a pasar el verano aquí, conmigo, y veremos si eres capaz de aprender educación y mejorar tus notas.

-Pero… ¿Vosotros sois idiotas o qué? ¿Acaso os pensáis que me voy a quedar tranquilamente aquí para que este hijo puta me de clases? ¿Y además, aquí, sin teléfono, sin internet, sin televisión? Aguantaré hasta mañana porque no me puedo marchar hoy.

-Te quedarás aquí aunque tenga que atarte, y no dudes que lo haré. Y tus desobediencias serán duramente castigadas.

-Vete a tomar por el culo.

Y se levantó de la mesa y se fue a la calle.

-Va a resultar difícil. –Dijo Silvia.

-No creas. Dame total libertad y déjala sin dinero ni tarjetas. Así no podrá ir a ningún sitio.

Durante el día, Vero estuvo junto al río, unas veces bañándose y otras tomando el sol, siempre desnuda. Su madre y yo, paseamos por el bosque, fuimos hasta la central eléctrica, volvimos a comer. Vero no quiso venir, aunque luego noté que faltaba algo de fruta y queso, y por la tarde fuimos a un puesto de vigilancia que utilizan los guardabosques para controlar posibles incendios. Desde allí la vista es espléndida. Se divisan muchas de las montañas y valles que rodean la zona (y hay cobertura de móvil, pero no dije nada) pues se trata de uno de los puntos más altos de la cordillera.

Le pasé los prismáticos que ya llevaba preparados para ver con comodidad todos los detalles de la zona y ella apoyó los codos sobre el borde, doblando la cintura y con los pies atrás. Cuando la vi en esa postura, no me pude resistir. Me acerqué a ella, presioné mi polla contra su culo y solté el nudo y los botones de su camisa para meter las manos por dentro y así alcanzar sus pechos y ponerme a acariciarlos.

-MMMMMMMMM. Da mucho gusto ver este paisaje. Sigue.

-Estoy seguro de que no disfrutarás tanto con ninguna otra vista.

Y dicho esto, bajé mi mano hasta su pantaloncito, lo desabroché, los baje hasta los tobillos y me arrodillé para quitárselos de una pierna. No llevaba nada más. Seguidamente, me puse a lamer su coño, pasando la lengua desde atrás hacia adelante, hasta llegar a su clítoris, que rocé ligeramente. Luego recorrí el resto más a fondo y repetidas veces para ensalivarlo bien. Cuando ya estaba bien mojada, tanto por su flujo como por mi saliva, volví a levantarme, al tiempo que soltaba y bajaba mis pantalones y calzoncillos, para llevar mis manos otra vez a sus pechos y meterme entre sus piernas para pasar mi polla a lo largo de su raja.

-MMMMMMMMMMMMMM. ¡No pares! ¡Me encanta lo que me haces!

Frotaba sus pezones, acariciaba sus pechos y bajaba la mano de vez en cuando para rozar su clítoris o presionar mi polla en su recorrido por su raja.

-¡Necesito que me la metas ya! ¡Quiero sentirla dentro!

-Te gusta, eh, ¡pedazo de puta!

-Ooooh, si, no pares y métemela.

No me hice esperar más y, colocando la punta en la entrada, se la metí toda de golpe. Mis manos seguían acariciando sus pechos y bajando hasta su clítoris para excitarla cada vez más, pero mi polla se movía a un ritmo lento. Yo no quería correrme, solamente disfrutar de follarla. A ella le estaba gustando.

-Siii. No pareees. Dame maaaas. Más fuerteee.

-No, puta. El que te folla soy yo y yo decido el ritmo.

Seguí metiendo mi polla despacio hasta tenerla totalmente incrustada, dejarla un momento y volver a sacarla despacio, mientras, mi mano bajaba a su clítoris y le daba varias sacudidas. Disfruté como pocas veces del suave roce sobre mi glande mientras entraba y salía, y la presión sobre mi polla.

-Cabrón, me estás matando. Dámelo ya.

-Puedes correrte cuando quieras. Yo no voy a variar mi ritmo por ti.

Yo estaba muy excitado, pero no lo suficiente, gracias al ritmo lento. Una de las veces que estaba con mi polla dentro y acaricié su clítoris:

-¡SIIIIIIIII! ¡ME CORROOOOOO! ¡SIGUEEEEEEE! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH.

Cuando noté que había terminado, retiré la mano y seguí con mis movimientos y manipulaciones.

No tardó nada en gemir de nuevo.

-MMMMMMMMM Siiiiii. ¡Cabrón, como follas!

Y menos en conseguir un nuevo y largo orgasmo, al que siguieron 3 más. O era el mismo encadenado, no lo sé. Solamente decía:

-¡OOOOOOH! ¡SIIIIII! ¡MASSS! ¡SIII, OTRO MÁS! HIJO PUTA, QUE GUSTO ME DAS

Yo le dije:

-Eres tan mal hablada como tu hija. Ya tiene a quién parecerse, en eso y en lo puta. Te voy a tener que castigar.

Y seguidamente, dejé su clítoris para sacudirle una fuerte palmada en su culo. Mientras repetía:

-¡AAAAAAAAYYYY! ¡SIIIIII! ¡MASSS! ¡SIII, CASTÍGAME MÁS!

Le estuve dando el tratamiento durante mucho rato. Cada vez que se corría, su coño presionaba mi polla con las contracciones, hasta que llegó un momento en que ya no pude controlarme, y con las contracciones de su último orgasmo le dije:

-Ya no puedo más. Te voy a llenar el coño de leche.

-SIIIIII. Dámela toda. Lléname bien.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH. Me corrrooo. –Y empecé a soltar leche como si fuese una fuente. No sé de dónde salía tanta cantidad. Imagino que era como consecuencia de la alimentación sana. El caso es que ella se escurrió al suelo, quedando de rodillas y sentada sobre los talones, hecha un ovillo, agotada.

Yo me di la vuelta y me encontré a la pareja de guardias forestales mirando y grabando con sus teléfonos. Les hice una seña para que callasen y se fuesen. Luego me enteré que desde otro puesto habían visto a Silvia con medio cuerpo fuera de la ventana y gritando, pues durante la follada la había ido empujando y terminó apoyada sobre el borde. Habían venido a ver qué pasaba y se encontraron con la escena. Días después, conocedores de mis gustos, me trajeron unas botellas de vino, como regalo por las buenas corridas que habían disfrutado mientras veían el vídeo.

Ella no se dio cuenta. Me senté en el suelo, a su lado, más porque a mí las piernas no me tenían ya del esfuerzo, que por cualquier otra cosa. Cuando se recuperó, me levante y la ayudé a ella. Me vestí y ella quiso hacer lo mismo, pero vio sus piernas sucias y su coño todavía rezumante y comentó.

-¿Y cómo me limpio ahora? No puedo ponerme la ropa en este estado.

-Déjate la camisa suelta y no te pongas nada. Ahora nos vamos al río, nos damos un baño y listo.

Así lo hicimos y salimos de allí. En el suelo, donde estuvo arrodillada, quedó un charquito, formado por la mezcla de mi leche y su flujo, que había soltado y caído directamente de su coño y que era otro distinto del que estaba escurriendo por sus piernas.

Volvimos al río, donde estaba Vero desnuda y sentada a la orilla, que al ver a su madre con el coño asomando bajo la camisa, sus piernas al aire y todo manchado, puso un gesto de disgusto y más cabreo. Se vistió y se fue sin decir nada, aunque me pareció oír algo así como: “cerdos, que folláis como conejos”.

Nosotros nos desnudamos y metimos en el agua. La atraje hacia mí y le dije que yo la iba a lavar. Nos acercamos a la orilla en un punto que, sentados sobre unas piedras, el agua nos llegaba a la cintura. Ella con las dos manos apoyadas atrás y ligeramente inclinada hacia allí y yo de lado, apoyado con una.

Con mi mano libre, fui pasando por sus muslos de abajo arriba en movimientos circulares, limpiando nuestras corridas, mientras nos besábamos. Cuando llegué a su coño y la pasé sobre él, limpiando, un gemid escapó de su boca.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM.

-¿Ya estás otra vez?

-Sí. No sabes cómo me han puesto las caricias de tu mano.

Seguí con mi limpieza exterior de coño, pero presionando un poco más, hasta que empezó a abrirse. En ese momento metí un dedo para recorrer su raja arriba y abajo. Ella soltaba gemidos constantes…

-SIII. No pares. No pares…

La penetré con ese dedo, al que luego añadí otro y comencé a follarla con ellos. Ella levantó la pelvis para facilitar mi labor y aumentar su placer. Las yemas de mis dedos frotaban la zona de su punto g.

-ASIIII. ASIII. OOOOH que bueno. Me voy a correr. Me voy a correeeer. ME CORROOOOOOOO.

Y empezó a subir y bajar la pelvis, dificultando mi maniobra, pero consiguiendo que le frotase el clítoris, hasta que terminó su orgasmo.

Suavemente, terminé de lavarla, la tomé en brazos y la saqué a la orilla, depositándola en ella, sobre la hierba. Mientras la sacaba, un reflejo me hizo mirar en una dirección, donde unas ramas se movieron, cerrando el hueco donde alguien había estado mirando.

Una vez secos, nos vestimos y nos fuimos para la casa apresuradamente, pues el cielo amenazaba tormenta.

Me ayudó a atender a los animales, recogimos hortalizas y, ya anochecido, preparamos una cena en la que solamente hablamos ella y yo. Vero no dijo nada. Ni siquiera “esto no me gusta”, se limitó a dejarlo en el plato e irse a la cama cuando terminó.

Después de recoger todo, nos fuimos a la cama nosotros, acompañados por los todavía lejanos truenos de la tormenta. Nos desnudamos y acostamos, abrazándonos y besándonos inmediatamente. Acaricié sus pechos, sus pezones, su vientre y su coño suavemente.

-Estoy que no puedo más. Ha sido un día agotador. –Me dijo.

-¿Estás segura de que no puedes más? –Dije soltando el pezón de mi boca y presionando más en la caricia sobre su vulva.

-MMMMMMMMMMMM. Ya no.

Todavía estuve calentándola un poco más. Yo estaba preparado desde que nos metimos en la cama. Cuando la creí suficientemente preparada, me coloqué encima e hicimos el amor pausadamente. Alcanzó dos orgasmos y yo me corrí tras el segundo suyo, quedándose profundamente dormida de inmediato.

Pude darme cuenta entonces de que la tormenta ya estaba sobre nosotros. Los relámpagos y rayos metían su potente luz por cualquier resquicio que hubiese, mientras los imponentes truenos que sonaban en el exterior, hacían temblar la casa. Silvia no se enteraba de nada. Yo estaba acostumbrado, pues la mayoría de las tormentas en la montaña suelen ser así y también me quedé dormido.

Sin embargo, unos pequeños golpes en la puerta me despertaron enseguida.

-¿Mamá? ¿Jóse? ¿Puedo entrar, por favor?

-Pasa. –Dije yo en voz baja.

Vero entró alumbrando con una linterna (en todos los cajones había una para cuando se iba la luz).

-¿Puedo quedarme con vosotros? Me da mucho miedo la tormenta.

-Por supuesto, métete en la cama que ahora vuelvo. –Dije, mientras me levantaba totalmente desnudo para comprobar si el generador estaba en marcha, pues de él dependían los congeladores de comida y de la leche que esperaba la recogida para su envío a la central lechera.

Cuando comprobé que todo funcionaba correctamente, volví a la cama, encontrándome a Vero en el centro de la misma y dejando el lado para que me metiese, pues su madre estaba en el otro, profundamente dormida.

Me acosté de espaldas a ella. Inmediatamente se abrazó a mí, pidiendo que la abrazase también. Al entrar, deslumbrado por la linterna, no me fijé o no pude ver si llevaba algo puesto o si se había desnudado mientras hacía las comprobaciones, el caso es que sentí sus pezones clavados en mi espalda, y un momento después, su mano que bajaba hasta mi polla para pajearme, que no necesitó mucho para estar nuevamente en forma.

Me di la vuelta y ella hizo lo mismo, quedando de espaldas a mí. Entonces, agarró mi polla y me hizo apretarme a ella hasta estar pegados. Luego levanto la pierna y guió mi polla hasta su coño. Pasé mi mano bajo su cuello para agarrar su pecho, la otra por encima de sus caderas para acariciar su clítoris, mientras mi polla, metida en su coño iniciaba un suave vaivén.

Estuve moviéndome y acariciándola hasta que se corrió juntando las piernas, todo lo calladamente que pudo. Después, volvió a separarlas y guió mi polla hasta su culo, donde entró con suavidad. ¡Por fin podía disfrutar de uno de los dos culos!

Lo hice durante un buen rato, mientras seguía acariciando su clítoris, sus tetas y le metía un dedo de vez en cuando. Le saque un orgasmo más y nos corrimos juntos poco más tarde. Nos dormimos abrazados así. Por la mañana, me levanté temprano para hacer mis obligaciones, a media mañana se levantó Silvia, que me preguntó qué hacía su hija en nuestra cama. Yo se lo expliqué y dijo no haberse enterado de nada.

-Te la has follado. –Afirmó sin lugar a dudas.

-Sí, ¿Cómo lo has sabido?

-Porque la cama está manchada bajo ella y todavía escurre leche de su culo.

-¿Te disgusta?

-Sí, pero lo entiendo. Cuando termines con tu trabajo, serás solamente mío. Volveré la próxima semana para el siguiente plazo. Espero encontrarte con las pilas bien cargadas.

-No es conveniente que vengas a menudo. Deja pasar un mes o dos, incluso más, para que se acostumbre a estar aquí.

-Haré lo que tú digas. No quiero interferir en tus planes.

No hablamos más. Ella preparo su pequeña maleta, pues tenía que volver a la ciudad, y cuando el coche arrancó, salió Vero desnuda, pidiendo que esperase. Silvia o no se dio cuenta o no quiso parar, y pronto desapareció entre los árboles del camino.

-Maldito cabrón. Hijo puta de mierda. Si piensas que me voy a quedar aquí, estás muy equivocado. Ahora mismo me marcho.

-Haz lo que quieras, pero mientras estés aquí, esta será la última falta de respeto que te consiento.

-¡Cabrón! –Dijo al tiempo que daba media vuelta y entraba en la casa.

Salió vestida como cuando vino, y se encaminó hacia el punto por donde había desaparecido su madre. Ésta, antes de partir, le había retirado el dinero y tarjetas de crédito, y yo le había indicado el camino a seguir, sobre todo en el cruce principal, donde confluyen 4 caminos. El de mi pueblo, que sigue recto hacia otro pueble más abandonado que éste, el de la derecha, que también lleva a otro lugar abandonado y el de la izquierda, que obliga a un giro de casi 180 grados, por lo que parece que vuelves a mi pueblo, pero que es el correcto. Hay que tener en cuenta también que los indicadores hacía años que habían desaparecido.

La dejé marchar sin decir nada y cuando dejé de verla, fui a buscar y preparar mi motocicleta. Preparé también una cadena larga que tenía para cortar trozos con los que sujetar a las vacas y terneros, y un collar de un perro que tuve y que murió hacía unos años. Tomé un candado de una jaula donde criaba algunos conejos y me preparé una mochila con comida y agua.

Le di un largo margen de tiempo y fui en su busca, pero por un camino de tierra que hace de cortafuegos y que llega prácticamente hasta el mismo lugar. Tengo que decir que el camino habitual, aunque asfaltado, no es llano. Hay subidas y bajadas, por lo que hay que estar muy en forma para recorrerlo entero deprisa, y ella no la veía en muy buena forma.

Me costó una media hora llegar al cruce, y aún tuve que esperar unos diez minutos más a que llegase ella. Preocupado porque pensaba que le había pasado algo, la vi pasar a buena marcha y, como imaginaba, siguió al frente. Ese camino era más largo y con más subidas y bajadas. Calculé más de dos horas y media para recorrerlo hasta el pueblo y otro tanto o algo menos, al ser en su mayor parte bajada, para volver.

Cuando desapareció de mi vista, aproveché para volver a casa, atender a los animales y hacer algo en el huerto, luego volví al cruce y me senté, para comer algo mientras esperaba, en uno de los bloques que antiguamente soportaban una de las señales de dirección y que habían sido robados hace tiempo para venderlos como chatarra.

Sobre las 7 de la tarde, la vi llegar, venía reventada de andar, con la cara desencajada por el miedo y con churretes de llorar. En cuanto me vio, aceleró el paso en un intento de correr. Al llegar a mi altura empezó a decir:

-¡Dios mío que miedo he pasado! ¡Pensaba que me había perdido entre estos montes y que tendía que pasar la noche por ahí …!

En ese momento, intentó echarme los brazos al cuello.

-ZASSSS

-ZASSSS

La bofetada y su revés debieron de oírse en todo el valle.

-Ni se te ocurra tocarme. O aceptas mis normas y vienes conmigo o sigue tu camino y déjame en paz.

-¿Y cuáles son esas normas?

-A partir de ahora seguirás mis instrucciones al pie de la letra. No te consentiré un “no” como respuesta, ni una mala actitud, ni un trabajo mal realizado. Aceptarás de buen grado todo, incluso los castigos. Deberás esforzarte al máximo en cualquier tarea que te mande por inútil que parezca. Estudiarás todas las asignaturas, tanto si las has aprobado como suspendido. Si desobedeces, te castigaré, si trabajas poco o mal, te castigaré, si no estudias, te castigaré, si me apetece, te castigaré. Conforme vayamos avanzando te daré nuevas instrucciones. Mi intención es que te presentes a la convocatoria de exámenes de septiembre y apruebes este curso que, si no lo haces, tendrás que repetir y tendrás mayores castigos por ello. Yo te cuidaré y ayudaré con los estudios. Tendrás la mayor parte del día para estudiar y solo deberás dedicar un poco de tiempo a ayudarme, para compensar una parte del que te dedique a ti. Ahora, tú eliges: Conmigo o sola.

-Hijo de puta…

Sin decir nada más, tomó el camino de la derecha, que iba a otro pueblo vacío, pero algo más cerca. Cuando desapareció entre los árboles, puse la motocicleta en marcha y di unos acelerones para que lo oyese bien y arranqué despacio. Al momento oí sus gritos.

-Esperaaaaaa. Esperameeeee. Jóseeeeee esperameeeeee. Por favooooor,

Me hice un poco el sordo, hasta que llegué al punto en que iba a perder de vista todo. Entonces me detuve y volví la cabeza. Volvía corriendo con pasos cansados y agitando sus brazos.

-Esperaaaaaa. Por favooooor. Aceptoooooo, pero espéraaaaaa.

Paré la moto, le puse el caballete y me senté sobre ella esperando a que llegase, cosa que hizo un buen rato después.

-Agua, por favor, necesito agua.

Yo la miraba, pero no dije nada. Por fin dijo.

-Acepto todo lo que quieras, haré todo lo que tú digas, pero llévame a casa y dame agua, necesito agua.

-Para empezar, esta mañana te he dicho que me tuvieses más respeto o te castigaría, a lo que me has respondido con un insulto irrespetuoso. Y hace un momento, me has llamado hijo de puta, otro insulto y falta de respeto. Lo primero que voy a hacer es castigarte. –Dije mientras desabrochaba mi cinturón- Así que: desnúdate.

-¡Me vas a follar! –Dijo con una sonrisa cansada de desprecio.

-No. Vas a recibir 5 azotes por cada insulto.

-¿Estás loco? Ni hablar. A mi tu no me pegas.

-Muy bien. Veo que no has aceptado realmente. Puedes marcharte por donde quieras o quedarte y recibir 5 azotes más. Después de esto, ya no te dejaré decidir.

Estuvo un largo minuto decidiendo. Ya eran las 8 de la tarde y el sol se ocultaba ya por las montañas, aunque todavía había mucha luz, la noche estaba próxima. Debió analizar la situación y se vio durmiendo sola, en medio del bosque. Se echó a llorar y momentos después comenzó a desnudarse despacio.

-Coloca las manos sobre la moto y cuenta los golpes. Si quitas las dos manos de la moto, interrumpes algún golpe, dejas de contar o lo haces mal, volveremos a empezar. ¿Lo has entendido?

-SSi. –Respondió llorando y colocándose donde yo había estado sentado.

Pasé la mano por su espalda, desplazándola hasta el culo, pasando un dedo entre los cachetes y bajando hasta sus muslos. La piel se le erizó. Metí el pie entre los suyos y le hice abrirse de piernas. Me separé de ella y la estuve mirando desde atrás. Mostraba su coño depilado y su culo cerrado. Estaba sucia, pues no se había lavado por la mañana y acumulaba el sudor de la tarde.

Se estaba poniendo nerviosa, esperando el golpe. Levanté la mano y solté un golpe con todas mis fuerzas en su culo.

-ZASSSSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG. –Se quejó, mientras enderezaba su cuerpo y caía de rodillas.

Esperé unos segundos, pero no se movía. Solo frotaba la parte dolorida y lloraba. Yo estaba muy cabreado y

-Mal principio. Si quieres me voy…, o empezamos de nuevo.

Se volvió a colocar en posición

-Pppperdón. Nnnno volverá a pasar.

-ZASSSSS.

El golpe cayó junto al otro. Dio un bote, pasó una mano por la zona, dijo “uno” y estuvo dando saltitos con el culo, pero sin separar las manos de la moto, mientras yo me movía de un lado a otro. Cuando se calmó, le solté otro desde el lado contrario.

-ZASSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG.Dos. Piedad, por favor.

-ZASSSSS.

– AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG. Tres. Por favor…

Y así seguimos hasta quince. Las primeras llorando mucho y dando botes, al final ya no le quedaban ganas de llorar ni de moverse.

-ZASSSSS.

-QQQuince.

Cayó al suelo dolorida y desmadejada, aprovechando el momento para colocarle la cadena al cuello y cerrarla con el candado.

-Pppero… ¿Qué haces?

-Tenerte controlada desde ahora.

-Tengo mucha sed.

-Bebe de aquí y trágate todo –Dije mientras me sacaba la polla en estado flácida, poniendo todo el mal genio en las palabras.

-Tengo la boca seca, no sé si podré chupártela.

-Verás como sí.

Y se la puse en la boca empezando ella a chupar. Yo, solté mi meada, mientras le decía:

-Bebe, que por hoy no tendrás otra cosa.

Ella tragó el primer buche, escupiendo parte de él. Yo presioné mi pene y corté la salida.

-¿No tenías tanta sed? Ahora te ordeno que bebas. Como ya te he dicho, hoy no tendrás otra bebida, pero si un castigo si no lo haces.

-Más castigos no, por favor. Pero me da mucho asco. No puedo hacer eso. –Dijo, mientras mi orina caía por los lados de su boca al hablar.

-Prueba y verás como sí. Hasta ahora te has criado demasiado señorita pija. Ya es hora de que vayas aprendiendo. ¡Bebe!

Volví a colocarle la polla en la boca y solté de nuevo mi meada, presionando para que no saliese mucha ni con fuerza. Entre toses, vomitinas y muchos ascos, le solté todo. Metí su ropa en mi mochila, sujeté la cadena atrás, la puse en marcha y me subí.

Cuando iba a arrancar, ella intentó subir.

-No. Tú no subes. Has venido andando y volverás andando. La cadena es para que no te pierdas.

Y arranqué despacio. La cadena era larga y me permitía avanzar unos metros y aumentar o disminuir la velocidad para adaptarme a sus pasos inseguros. Tardamos dos horas en volver a casa. La llevé directamente al establo, en uno de cuyos lados estaba amontonada la paja para el suelo. Nada más verla, se dejó caer, yo sujeté su cadena con un tornillo y la llave que tenía para ello, pues aquella zona también estaba preparada para añadir más animales si era necesario. Alimenté a los animales, a ella le di un poco de agua y me fui a cenar. . Al salir, la oía decir con voz débil:

-Por favor, no me dejes aquí. Tengo miedo.

Volví después de cenar con una crema para curar golpes, frecuentes en el campo. Estaba dormida, por lo que me limité a embadurnar su culo y extenderla bien, e irme a dormir, pues era ya muy tarde

Al día siguiente, muy temprano, fui como todos los días a atender a los animales y ordeñar las vacas. Ella estaba dormida, cubierta por paja. Le preparé un saco de arpillera, de los utilizados para semillas, con un agujero en el fondo para la cabeza y dos laterales para los brazos.

Ese día tocaba recoger tomates, por lo que la desperté, la hice ponerse el vestido que le había preparado y la llevé al campo. Le explique cuáles eran las tonalidades de los maduros y le dije que si cogía alguno más verde la castigaría, y si se dejaba alguno también.

Estuvimos como dos horas recogiendo y poniéndolos en cajas. No habló en ningún momento. A eso de las 10 de la mañana, vino Paco con prisa para llevarse la cosecha, hizo alguna pregunta que esquivé y se marchó, por lo que dimos por terminado y entramos en la casa. Puse dos vasos sobre la mesa y una jarra de agua. Ella se abalanzó rápidamente sobre la jarra y se puso a beber directamente de ella.

Me quedé mirándola fijamente, sin que ella reparase en ello. Entre lo que bebió y lo que cayó fuera, acabó con todo el líquido. Cuando volvió a dejarla en la mesa, se dio cuenta de que la miraba.

-Tenía mucha sed. –Dijo.

-¿Y por qué no me lo has dicho?

-Porque temía que me volvieses a hacer beber tú orina.

-Mi orina la beberás cuando yo quiera, tengas o no sed. ¿Y por qué has bebido directamente de la jarra, como si fueras una cerda, en lugar de hacerlo en el vaso que te he puesto?

-Temía que me la quitases para que no bebiera.

-No tienes ningún motivo para comportarte como una cerda. Cuando quieras algo, simplemente me lo dices. Ahora, por hacer esa guarrada recibirás un castigo. Colócate junto a la mesa y acuéstate sobre ella boca abajo, con los pies en el suelo y el culo preparado para recibirlo. Las manos agarrando el borde contrario dela mesa. Levántate el vestido para dejarlo bien a la vista. Desde ahora esa será tu posición de castigo si no te digo otra cosa.

-¡Por favor! Otra vez nooo. No lo haré más. Por favor nooo.

Ante mi mirada fija, repetía la frase una y otra vez, mientras se colocaba en posición.

-Agárrate al borde del otro lado de la mesa. –Le dije mientras soltaba mi cinturón.

-ZASSSSS.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGG. Nooo, por favor…

– …

-Uno

-ZASSSSS.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGG. DDDDos. Por favor no más.

-Me molesta oírte lloriquear tanto. Ya no eres una cría, eres lo bastante adulta como para follarte a cualquier tío y abortar, por tanto no quiero oír nada más que la cuenta de los golpes cuando te castigue. ¿Entendido?

-Sí.

-ZASSSSS.

-PPPPFFFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSS. Ttttres.

Cuando terminé los cinco azotes, le permití levantarse, le hice limpiar la mesa y desayunamos. Mientras lo hacíamos, le expliqué el plan de cada día.

-Madrugaremos por las mañanas y harás trabajos hasta las 10, comeremos algo, y tú te dedicarás a estudiar, cada día una lección de una materia. Comeremos sobre las 14, pero una hora antes comentaremos las dudas que tengas sobre lo estudiado y buscaremos juntos las aclaraciones correspondientes. Por la tarde, seguirás estudiando hasta anochecer. Si te sabes la lección puedes pasar a la siguiente. Sobre las 20h. Te haré preguntas sobre la lección del día durante una hora. Si te las sabes, a cenar y a la cama. Si no te la sabes, azotes por cada fallo y al pajar. ¿Entendido?

-Sí, sí, lo he entendido.

-Hay otra cosa que no me gusta. Ese pelo que llevas. Te lo voy a cortar ahora.

-¡No, por favor, me gusta así!

-¡Haré lo que quiera y punto. Siéntate en esa silla!

Se sentó como pudo y con la máquina de cortarme pelo yo, pues lo llevo muy corto porque no hay peluquerías cerca, procedí a dejarle la cabeza totalmente limpia, sin hacer caso de sus lágrimas. Al terminar, pasé mi mano por encima, en un gesto cariñoso y le dije

-¿Ves cómo así estas mejor? Raspa un poquito, pero pronto crecerá y verás que guapa estás. Ahora ponte a estudiar ya. Elige la materia que quieras, es igual, puesto que vas a pasar por todas.

Las primeras que eligió, debieron ser las que se sabía perfectamente, puesto que le hice preguntas de lo más retorcido que pude, sin conseguir que fallase. Cuando terminaba, alababa su esfuerzo, y cogí la costumbre de pasarle la mano por la cabeza.

Tras la cena, la sentaba junto a mí en el sofá y, mientras le explicaba la lección del día siguiente, acariciaba su tripita. Al principio, la obligaba a recostarse en mí, pero pronto lo hizo por su propia voluntad. Cuando nos íbamos a dormir, enganchaba la cadena a la cama con otro candado y la oía hacer ruidos, intentando soltarla de algún lado, hasta que se dormía.

Durante 5 días no falló en nada. La hice trabajar en el campo, con los animales, a los que perdió algo de miedo, limpiar la casa. No siempre lo mismo, ni era ella la que se encargaba de todo, puesto que se traba de que obedeciese e hiciese cosas. La mayor parte del trabajo, que no era mucho, lo hacía yo.

En esos días hablamos mucho. Le pregunté por su vida, por sus amigos, por sus gustos y hasta hablamos de sexo. Los estudios no la ilusionaban, el sacar buenas notas no le suponía ningún aliciente. Sólo había una diferencia entre aprobar y suspender. Si aprobaba, nadie le decía nada, si suspendía, había una pequeña reprimenda.

Sus amigos iban cambiando con los cursos y los colegios. Últimamente no le quedaba casi ninguno, pues al ir repitiendo curso, los compañeros eran cada vez más jóvenes. Se había metido en un grupo de chicos mayores, empezando a salir con uno de ellos, con el que perdió la virginidad a los 16 años. La relación no funcionó y lo dejaron. Unos meses después empezó a salir con otro, que en su primera cita le rompió el culo y no volvió a salir con él y por último estaba su novio actual, con el que llevaba algo más de un año.

No era su ideal de hombre, pues le gustaría que fuese cariñoso, que la fuese a buscar a casa cuando quedaban, que la mimase un poco, la llevase a bailar, cenar, etc. Sin embargo sus caricias eran bruscas, quedaban en lugares que sólo a él le gustaban, bebía y le hacía beber. Incluso se metía drogas de todo tipo. A veces la citaba y él no acudía, cuando lo hacía, iba siempre acompañado de sus amigos.

Terminaban en un piso abandonado, follando sobre un sucio colchón, donde, la mayoría de las veces, llegaba él al orgasmo, le echaba la corrida donde le apetecía, generalmente en la cara, y la dejaba a ella a mitad. Solamente conseguía su placer cuando antes había estado metiéndole mano, siempre en público, y conseguía algo de excitación previa. Por lo visto, también alguna vez la habían drogado para follarla los cinco o más amigos.

Lo que más les gustaba era que mientras uno le daba por el culo, otro se la follaba por la boca. Y muchas veces, tres a la vez. El que fue su primer novio, le hacía que se la chupase, dándole bofetadas si no lo hacía a su gusto, y organizaba ruedas para que les hiciese una mamada a cada uno hasta que se corrían en su garganta, pues no le dejaban perder ni una gota.

Se había quedado embarazada y no sabía de quién. Su novio no quería hacerse cargo y la obligó a abortar. Lo había pasado muy mal, porque tuvo que cogerle el dinero a su madre y además ella se enfadó como nunca la había visto.

Realmente, le servía de desahogo de sus pesares. Vi que estaba manipulada por ese grupo, que su novio no era tal, ya que la quería para follarla con los amigos y me hice el propósito de recuperarla.

Paso una semana, dos, un mes, hasta mes y medio. La relación mejoraba. Aprendía las lecciones y trabajaba bien, obedecía y, aunque al principio lo hacía con desgana y obligación, ya había aceptado su papel y veía que se encontraba a gusto.

El viernes de aquella semana, vino Paco a recoger las hortalizas para llevarlas al mercado. Vino con tiempo y ganas de hablar:

-¿Fuiste ayer a follar al puticlub? –Él sabía toda la historia, incluida la de Vero.

-No, ahora tengo otras obligaciones.

-¿No me digas que te la estás follando? –Soltó delante de ella que ayudaba a subir cajas a la furgoneta.

-No, solamente le estoy enseñando.

-Parece mentira en ti, que no puedes pasar una semana sin ir los jueves al puticlub. ¡Vaya si te ha cambiado la jovencita! Por cierto, no me importaría follármela yo. ¿Puedo? –Ella estaba un poco alejada y había bajado la voz, pero yo sabía que lo había oído.

-Se lo tendrás que preguntar.

-Entonces, vendré otro rato y se lo preguntaré ahora no tengo tiempo suficiente.

Terminamos y se fue. Lo miré marchar y cuando me volví, vi que Vero estaba llorando.

-¿Qué te pasa?

-Me ha dolido que me considerase una puta que se acuesta con cualquiera.

-El conoce la primera parte de la historia, la que contó tu madre por eso te lo ha dicho, pero ahora tú decides si quieres o no, si gratis o cobrando.

No le hice más caso y volví a mis obligaciones, viniendo detrás de mí. No hablamos nada más, cada uno metido en sus pensamientos, hasta la hora de desayunar. Estábamos sentados a la mesa, dando cuenta de un buen desayuno cuando me dijo:

-¿Todos los jueves vas al club de putas?

-Si –Contesté algo molesto por la pregunta.

-¿Y estas semanas no has ido por mi culpa?

-No es por tu culpa. Me he comprometido a dedicarte todo mí tiempo y estoy dispuesto a llegar al final, sin distracciones.

Estuvo un rato callada y, cuando terminábamos, dijo:

-¿Quieres follarme? ¿O prefieres que te haga una mamada? No quiero que lo pases mal por mí.

-No. Te agradezco la oferta, pero no es necesario. Ya me solucionaré.

-Pero yo estoy dispuesta para lo que tú quieras. Como dijiste, es mi obligación.

Mi polla se puso como una piedra, solamente de pensarlo.

-No. No puedo ni debo. Al menos mientras estés a mi cargo.

-Piénsatelo. Estoy a tu disposición. Y por si te resulta más fácil, yo también tengo mis necesidades…

El sábado vino Silvia a media mañana, con intención de marchar el domingo por la tarde. Me preguntó por el saco que llevaba como vestido su hija, a lo que respondí que era un acto de disciplina, obligándola a llevarlo en señal de obediencia. No dijo más, se abrazaron y las dejé hablando mientras iba a hacer mis cosas. Tras la comida de medio día, ella misma propuso volver a la cabaña de los guardias forestales.

-Jóse, ¿Qué te parece si nos damos un paseo hasta la cabaña de los guardias, como la otra vez?

-Por mí, estupendo. ¿Quieres disfrutar como nunca? ¿Te atreves a dejar que te haga lo que quiera para que disfrutes?

-Me encanta que me sorprendas.

Todo esto lo escuchaba Vero, y pude observar su cara de mal humor y enfado mientras hablábamos.

Preparé una mochila con algunas cosas que ella no vio y partimos hacia la cabaña-mirador. Yo había quedado con los guardias en hacer una señal si volvía con ella, para que la pudiesen grabar bien, por lo que la puse nada más llegar (Un trapo blanco visible) y le dije a ella:

-Desnúdate y, cuando termines, te vendaré los ojos.

Así lo hizo y le coloqué la venda en los ojos.

-¿Confías en mí?

-Sí, claro

-Voy a atarte las manos a la espalda y te dejaré apoyada en el ventanal de vigilancia. Tú déjate hacer.

Até sus manos, la coloqué doblada por la cintura, apoyada en el alfeizar del ventanal de observación, con las tetas colgando fuera, le hice abrir bien las piernas y me arrodillé entre ellas para recorrer su ya rezumante coño con mi lengua e ir mojando su ano y metiendo primero un dedo y luego ir añadiendo dos más para dilatarlo.

-aaaaaaaaahhhhh ¡qué bueno! ¡Cómo sabes hacer las cosas que me gustan!

Con todo bien ensalivado y tres dedos de una mano en su culo, metí dos dedos de la otra en su coño y el pulgar sobre su clítoris, dándole un movimiento de frotamiento tanto interior como exterior, que en unos momentos la llevaron al orgasmo.

-SIIIII. No pareeeesss. Me corrooooo.

Cuando sus espasmos pasaron, retiré mis manos, me puse en pie tras ella y me quité los pantalones, dejando salir a mi polla deseosa de encontrarse rodeada de carne desde hacía rato. Saqué que mi mochila una botellita de aceite y me la embadurné bien. Casi me corro con eso. Después, la puse a la entrada de su culo y fui penetrando despacio, con pequeños retrocesos y avances, hasta meterla completamente, mientras ella gemía quedamente. Estuve un momento parado para que todo se ajustase, mientras, inclinado sobre ella, acariciaba su coño por encima y la volvía a excitar poco a poco.

Sin darme cuenta, aparecieron junto a mí los dos guardias, uno a cada lado, grabando con sus teléfonos la escena. Me salí de su culo no sin oír la exclamación:

-NOOOOO. Sigue, por favor. Sigueeee.

-Espera, me voy a poner en el suelo y tú me vas a cabalgar. –le dije, mientras me limpiaba la polla con un paño que había preparado y hacía señas a los otros para que se preparasen en silencio para follarla.

La puse de pie frente a mí, y fui bajando poco a poco, chupando sus pezones, llegando a su coño, donde le di un nuevo repaso de lengua, para sentarme en el suelo, entre sus piernas, y hacerla arrodillarse con una pierna a cada lado, metiéndosela por el coño.

Empezó un movimiento atrás y adelante, pero la hice recostarse sobre mí, quedando su culo apuntando a uno de los guardias, el cual, a una señal mía hacia el aceite, le echó una buena cantidad y se la clavó por el culo, lo que la hizo que se tensase con intención de levantarse.

-AAAAAAAAAAAAAHHHHHHH. ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí?

Aprovechando la posición, el otro guardia, situado a mi cabeza, se la metió en la boca.

-MMMMMM.

-Tranquila, son un par de amigos que te van a hacer disfrutar como nunca. Muévete atrás y adelante.

Me hizo caso y durante un rato se movía hacia atrás y se clavaba una polla en el culo, mientras salía la de su boca y su coño, luego, al ir adelante, salía la de su culo y entraban en su coño y boca.

-Caliéntale un poco el culo. –Le dije al que la estaba enculando.

Cuando la polla casi salió de su culo, le sacudió una fuerte palmada en uno de los cachetes, la siguiente en el otro, y así fue alternando.

-HUMMMMMMMMM AAAAAAAAHHHHHHHH HUMMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAAHHHHHHH

Exclamaba Silvia. Como en el hum tenía la punta de la polla en su garganta, no sabía si se quejaba o le gustaba, pero no debió desagradarle mucho, cuando al poco tiempo estaba acelerando los movimientos y se estaba corriendo con los mismos gemidos.

-Se está corriendo, -dijo el que le daba por el culo- lo noto en las contracciones sobre mi polla.

-Y en la mía también. –dije yo.

-Pues yo no aguanto más -dijo el otro- y empezó a follarle la boca con rapidez.

Cuando se estaba recuperando, empezó a gritar su orgasmo, clavándole la polla hasta lo más profundo de su garganta, soltándole toda la carga en directa al estómago.

Cuando se la sacó, ella cayó sobre mí, tosiendo y babeando, pero continuando su movimiento de empalamiento por uno y otro lado, volviendo a incrementar gradualmente la velocidad hasta que un nuevo orgasmo la sacudió, siendo seguida por el mío primero y el del otro después.

Cuando me recuperé, me salí de ella, desaté sus manos y le pedí que no se quitase la venda. Seguidamente la puse a chupar la polla del primero y me retiré. Ellos eran más jóvenes y tenían mayor aguante. Estuvieron como una hora más follándola por todos sitios. No conté sus orgasmos, pero fueron muchos. Cuando los muchachos ya no daban más de si, les hice marcharse. Habían estado grabando todo lo que habían podido, hasta que llenaron la memoria de los teléfonos. Se fueron con una sonrisa y haciendo el gesto de “ok”.

Ella había quedado rendida en el suelo. Le quité la venda de los ojos y esperé a que se recuperase, luego, tranquilamente y con paradas para descansar, volvimos a casa. Nos dimos un baño, cenamos y nos acostamos sin más. Estaba agotada. Al día siguiente se levantó tarde, justo a la hora de comer, y después de hacerlo volvió a la ciudad, prometiendo regresar el fin de semana siguiente, no sin antes decirme que le había hecho descubrir en ella misma, cosas que ignoraba. Tuve que decirle que me diese tiempo para trabajar con su hija. Tenía mucho que hacer y no quería que la figura materna interfiriese. Lo aceptó y quedamos en hablar más adelante

Durante los cincos días siguientes, todo funcionó “casi” con normalidad, pues a Vero se le notaba en la cara que estaba de muy mal humor aunque intentaba disimularlo , pero el jueves, cuando estábamos trabajando en el huerto muy de mañana, volvió de nuevo al ataque:

-Hoy es jueves. ¿Vas a irte de putas?… ¿O quizá con la puta de mi madre tienes suficiente?

-Vamos a casa y ponte en posición de castigo.

-¿Por qué? ¿Es que no se ha convertido en tu puta particular?

-Por maleducada y porque quiero. ¡A casa inmediatamente! Castigo doble. Y como no sea rápido, te vas a enterar.

Fuimos a la casa y le di los diez golpes estipulados. Al terminar, observé que estaba llorando, cosa que no había hecho hasta entonces. Solamente le indiqué que volvíamos al trabajo.

Trabajó en silencio, sin parar de soltar lágrimas y sorber por la nariz. –Sniff –Sniff. Cuando estábamos a punto de terminar, dijo con voz llorosa:

-¿Has… Has pensado… en lo que te dije el otro día?

-Sí, lo he pensado mucho. –Y me había masturbado varias veces, pues sólo de pensarlo, se me ponía como una piedra.

-Y… ¿qué has decidido?

-Como ya te dije, no tengo intención de ir de putas mientras estés tú aquí. Y menos mientras tu madre venga a visitarme periódicamente y podamos disfrutar de nuestros cuerpos. Por otra parte, como dijiste, he visto que tú también tienes tus necesidades (la había oído gemir, seguramente masturbándose) que también es necesario atender.

-Pero, si yo acepto, podrías pensar que relajo mi disciplina, y no es eso. Te propongo una nueva opción que puedes aceptar o rechazar. Cada vez que te folle, sea el agujero que sea, o te pida que me la chupes, después recibirás un castigo. Solamente lo pediré yo. Si tienes ganas y no te digo nada, te solucionas tu misma.

Se quedó pensativa. Terminamos el trabajo y nos fuimos a desayunar, recogimos y fregamos todo, ella se puso a estudiar y yo volví al campo. Permaneció callada en todo momento.

A la hora de comer, también permaneció en silencio y cuando llegó la hora de preguntar sobre los temas estudiados, falló tres veces. Cuando terminamos:

-Colócate sobre la mesa en posición de castigo.

No tuve que decir más. Tomé una tabla que había preparado a modo de paleta y procedí a darle los 15 golpes que correspondían.

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Uno

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Dos

– …………….

-ZASSSSS.

-PPPPPFFFFFFFFFFSSSSS. Quince.

Tomé la pomada para los golpes y le di un suave masaje con ella por las partes golpeadas. Gemía quedamente. Cuando terminé:

-Ya puedes levantarte. –Le dije.

-Acepto.

Agradeceré sus valoraciones y comentarios.

 

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CAZADOR

Sinopsis:
La fiscal Isabel Iglesias es secuestrada por un psicópata que trae en jaque a las policías del mundo y al que se le acusa de ser responsable de más de un centenar de muertes. Jefe indiscutible de una oscura secta de fanáticos ha sembrado de sangre las calles de Madrid.
Conociendo su siniestra fama la mujer ya se veía asesinada pero Manuel Arana la sorprende con una extraña propuesta:
“Quiere saldar sus deudas con la sociedad, usándola a ella como instrumento pero antes ¡Debe conocerlo!”.

 

A partir de ahí, se ve involucrada en un mundo lleno de violencia y muerte que nunca buscó ni deseó. Una historia sobre brujería y erotismo. 
 Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo uno

Si en ese momento un desconocido hubiera prestado atención a las gotas de sudor que recorrían la frente de Mariana Zambrano, con seguridad hubiese asumido que las mismas eran producto del nerviosismo por estar rodeada de delincuentes. Nada más alejado de la realidad, la mujer por su trabajo de psicóloga forense estaba habituada a mezclarse con esa clase de individuos, esos que por diversas causas son catalogados como la lacra de nuestra sociedad.
La verdadera razón de su transpiración era mucho más mundana y residía en  los veintiséis grados de temperatura que había que soportar en los pasillos de los juzgados centrales de la Plaza de Castilla. Tanto calor era un contraste excesivo con el frío polar que castigaba inmisericorde a los pocos peatones que se aventuraban a deambular a esas horas por las calles de Madrid.
Esa mañana al despertarse, Mariana Zambrano se había abrigado a conciencia  al recordar que había quedado con la fiscal Iglesias y que la calefacción de ese edificio llevaba estropeada más de una semana. Construido en los estertores del franquismo, hoy en día es un elefante al que hay que inyectar constantemente enormes caudales de dinero con el objeto de tratar de paliar su deterioro.
Supo nada más traspasar el control de seguridad de la puerta principal que se había equivocado: « Mierda», gruñó para sí al sentir sobre su pelo el sofocante chorro que manaba del circuito de ventilación.
El sudor hizo su aparición en su frente, aún antes de llegar a la puerta del despacho donde había concertado la cita. Un estudiante de sociología vería en esos pasillos abarrotados de público, el contexto perfecto donde realizar su tesis doctoral pero para Marina esa fauna formaba parte de su vida diaria y por eso le resultaba sencillo distinguir a los procesados, de sus familiares; y a estos, de los letrados. Con solo mirarlos y debido a su lenguaje no verbal, podía discriminar cual era función de cada uno dentro de la opereta judicial. No era solamente que sus gestos los marcara como miembros de uno de esos grupos, también los delataba su expresión facial o el modo en que entraban en contacto visualmente con los de su alrededor.
Esa sociedad en miniatura se manejaba por un sistema de castas cuya rigidez haría palidecer a cualquier autóctono de la India. La cúpula de la pirámide está dominada por los magistrados y los miembros del ministerio fiscal; justamente debajo, los funcionarios; después los defensores, familiares, procesados y por último, los condenados. Las funciones, los deberes y los derechos de cada grupo estaban predeterminados y ninguna actuación individual podía atentar contra ese orden preestablecido.  
Tras saludar a la secretaria, tuvo que esperar sentada  a que la fiscal la recibiera, lo que le dio la oportunidad de aclarar sus ideas antes de encontrarse bis a bis con esa mujer. Su llamada la había cogido desprevenida. Nunca había creído posible que esa engreída tuviese los suficientes arrestos para bajarse del pedestal de diosa justiciera en el que se había subido para pedirle ayuda. No era que tuvieran una mala relación personal, era que no tenían ninguna. Aunque habían coincidido varias veces en  un juicio, ella siempre había actuado como perito de la parte defensora, es decir, siempre que se habían cruzado profesionalmente, ella había fungido como adversaria y siendo honesta, la psicóloga tenía que reconocer que consideraba que la fiscal era una perra dura e insensible que no tenía ningún escrúpulo en manipular la justicia  a su beneficio. Su único objetivo era conseguir sentencias condenatorias. Para ella, Isabel Iglesias era ese tipo de servidor público al que no le importaban las personas que mandaba a la sombra porque, en su retorcida forma de pensar, no eran más que  un número dentro de un expediente. Por eso le sorprendió su llamada. Marina era dentro de la carrera judicial y sobre todo a los ojos de esa fiscal, una loquera que tenía la vergonzosa costumbre de  justificar los más abyectos crímenes, dándoles la coartada de una enfermedad mental.
«En pocas palabras, me tiene por una blanda», pensó para sí mientras se desanudaba el pañuelo del cuello. Todavía recordaba la mirada que esa mujer le dirigió cuando dos años atrás Joaquín Berrea, un presunto parricida, quedó en libertad gracias a su testimonio: « ¿Qué querrá?».
Cuanto más lo pensaba, más difícil le resultaba difícil justificar que habiendo docenas de psicólogos forenses se hubiese dirigido a ella; sobre todo porque se había labrado la fama de ser proclive a los intereses de los procesados. Supo que iba a saber en pocos instantes el motivo de esa llamada; la puerta del despacho se acababa de abrir y con paso firme, la fiscal se dirigía hacia ella.
Con un deje de envidia no pudo evitar compararse con ella. Mientras a esa mujer le sentaba como un guante el ajustado traje de chaqueta que portaba, ella parecía embutida dentro del suyo.
― Mariana, gracias por venir― dijo la fiscal extendiendo su mano y dándole un fuerte apretón.
Ese gesto casi masculino y que teóricamente denota confianza y seguridad, la hizo sentirse aún más hundida al tener que asumir que por mucho que lo intentase, iba a ser la otra quien llevase la iniciativa. Era y se sabía inferior, por eso no pudo más que obedecer y sumisamente sentarse en la silla que le había señalado.
Un silencio incómodo se adueñó de la habitación. Ninguna de las dos quería empezar la conversación.
― Usted dirá― se atrevió a decir Mariana cediendo el testigo a su interlocutora.
Isabel Iglesias comprendió que no podía  dilatar el motivo que le había llevado a citarla y por eso entrando al trapo, le soltó:
― Le habrá sorprendido que le haya citado después de nuestras pasadas divergencias. Desde hace años, me hice a la idea que usted, a pesar de ser una persona con demasiado buen corazón, tiene una mente abierta que no se deja influenciar por prejuicios.
La muy puta estaba utilizando la estrategia del palo y la zanahoria. Primero le confirma que la opinión que tenía de su persona y como suponía la consideraba una cagarruta, para acto seguido alabar su manera de pensar.  Por mucho que la fachada fuera la de una atractiva cuarentona, era un maldito bicho que disfrutaba jodiendo la vida al prójimo. Era mejor tener cuidado en el trato con ella.
― Gracias por ambos piropos― contestó sin dejarse intimidar.― Usted dirá.
― Espere que cierre la puerta para así poder hablar con mayor tranquilidad sin que nadie nos moleste.
Esa actitud tan reservada en esa mujer era algo nuevo. A la señora Iglesias se la conocía por sus bravuconadas y por su prepotencia casi rayana en el exhibicionismo.  La psicóloga tuvo claro que el tema que quería tratar debía ser importante y por eso se mantuvo en silencio mientras se acomodaba en el asiento.
― Como le estaba diciendo, necesito su consejo experto respecto a un sujeto ― respondió dejando entrever un cierto nerviosismo. ―Pero antes de nada me tiene que prometer que nada de lo que se hable en esta habitación será comentado con nadie. Es demasiado serio y cualquier filtración puede resultar peligrosa.
― Se lo prometo. Mantendré un secreto  absoluto sobre lo que tratemos pero no porque me lo pida, sino porque es mi forma de actuar― contestó molesta por el insulto que escondían las palabras de esa mujer.
La fiscal supo que se había pasado de la raya pero no le importó y haciendo caso omiso a los sentimientos de la psicóloga, se centró en lo que le parecía importante que no era otra cosa que el motivo de esa entrevista:
― ¿Qué sabe de Manuel Arana?
La sola mención de ese nombre produjo un escalofrío en la psicóloga. Escalofrío comprensible porque todo el mundo conocía que ese asesino estaba acusado de ser,  entre otros muchos crímenes, el principal responsable de desencadenar de la sangrienta guerra entre mafias que asolaba Madrid. Su carrera delictiva había empezado hacía  tres años y actualmente era el enemigo público número uno en al menos una docena de países. Creía recordar que incluso existía una abultada recompensa para quien pudiese aportar cualquier dato que llevase a su captura.
― Solo lo que he leído en los periódicos. Se le acusa, además de  ser el causante y máximo responsable de una guerra entre bandas, de fundar y dirigir una secta satánica…
― Bien, pero me refería a cuál es su opinión profesional respecto a ese sujeto.
Esta vez se tomó su tiempo. Sabía que la fiscal le estaba pidiendo una opinión preliminar y no un dictamen pero, aun así, intentó ser todo lo precisa que se podía:
― Como usted sabe no me gusta sacar conclusiones sin haber tenido tiempo de estudiar al sujeto. Pero si me pide una primera valoración: creo que se trata del típico caso de  personalidad narcisista y mesiánica.
Al escucharla, involuntariamente desde su sillón orejero Isabel asintió. Era básicamente su misma opinión. Envalentonada por tal reacción, la psicóloga prosiguió diciendo:
 ― La nota predominante del carácter del señor Arana es su  autoritarismo. Ejerce su liderazgo sin padecer ningún tipo de  remordimiento por la violencia ejercida por su gente y sin que llegado el momento, le importe manchar sus propias manos con la sangre de sus enemigos. Según se dice es también intensamente narcisista, con sueños de gloria,  que se cree ungido por Dios y que a menudo ha mostrado tendencias paranoicas.
― Estoy de acuerdo contigo― contestó tuteándola por primera vez. ― Ahora, quiero que ahora me escuches con atención ― esperó unos segundos antes de continuar: ― Ayer en la noche, ¡Arana me secuestró!
“A las fiesta de tus amigos ve despacio, pero a sus desgracias deprisa”.
Refrán popular.
Los muros de la facultad de economía fueron testigos del día en que nos conocimos Pedro y yo.  Deseosos de triunfar y sin otra alforja que la ilusión que otorga la juventud,  ambos nos inscribimos en Empresariales porque  nos queríamos comer el mundo a mordiscos. Estábamos convencidos que nuestro paso por esa universidad solo era un escalón obligatorio que había que transitar para llegar a cumplir nuestros sueños.
Recuerdo todavía cómo cruzó la puerta de la que iba a ser nuestra clase esa mañana con sus pantalones militares y su corte de pelo al uno, avergonzado por llegar tarde y buscando un hueco libre donde sentarse, la casualidad hizo que ese día nos colocáramos juntos. No teníamos  nada en común y aun así nos hicimos amigos en seguida. Proveníamos de distintos  círculos sociales pero entre los raídos pupitres de la clase no se notaba. A él no le importó que yo fuera el clásico  niño bien, ni yo le di importancia a que su madre le hubiese tenido sin un padre reconocido. Esos convencionalismos estaban obsoletos y fuera de lugar a finales del siglo XX.
Físicamente tampoco nos parecíamos, su pelo casi albino y su constitución delicada hacían resaltar mi tez morena y el  metro noventa que los genes heredados de mis progenitores me habían conferido y que yo me había ocupado de perfeccionar con largas horas de gimnasio. Lejos de esas superficiales diferencias, lo que creo que nos unió fue el ser  unos críos de dieciocho años con toda una vida por delante. Juntos nos corrimos juergas, sufrimos desengaños e hicimos realidad gran parte de nuestras ilusiones. Nunca llegamos a ser socios; nuestra amistad, demasiado valiosa para estropearla por unos euros, no nos lo hubiera permitido pero cada uno compartió  los éxitos del otro como si fueran propios.
La vida nos había sonreído, o eso creí hasta que un funesto día contesté su llamada. Por su tono supe que  Pedro estaba hundido. La confirmación llegó al decirme que esa mañana le habían dictaminado que el cáncer, que había mantenido oculto, se le había reproducido. Desgraciadamente, ese pequeño bulto del costado que le indujo a ir al médico había demostrado ser uno de los carcinomas más virulentos. No había nada que hacer, era una sentencia de muerte. La única duda, que quedaba, era el tiempo que ese verdugo irracional se iba a tomar para hacerla efectiva. La quimioterapia y los demás  tratamientos no habían servido de nada, su único efecto realmente visible consistió en el dolor insoportable que con una infinita fortaleza tuvo que soportar. Los médicos al ver su inoperancia habían claudicado. El diagnóstico era definitivo, le pronosticaron tres meses de vida, de los cuales ya habían transcurrido dos.
Esa tarde fui a visitarle con Pepe, mi mano derecha en la empresa y otro buen amigo. Al llegar al hospital de la Moncloa, el cielo estaba encapotado. Parecía como si el sol, compartiendo mi ánimo, no se hubiese dignado a salir. Negro presagio. Su estado había empeorado. Del hombre duro y vital que se comía los problemas a bocados, sólo quedaba un despojo de piel y huesos tumbado en una cama. Lleno de cables y con una vía conectada en su brazo izquierdo, sonrió al verme entrar en la habitación. Jimena, su mujer, le acompañaba.
Con un rictus de dolor, me pidió que me acercara a su lado:
― ¿Cómo estás?― pregunté, sabiendo que me iba a mentir. Nunca podría reconocer su estado. Los machos, como él, nunca se quejan. Por eso me sorprendió que agarrándome la mano, contestara que se moría, que le quedaban pocas horas de vida y que necesitaba dejar todo atado para cuando él no estuviera.
― No exageres― respondí. ― De peores hemos salido―. Pero en mi interior, supe que tenía razón. Pedro se moría y nada podía hacer para remediarlo, solo aguardar lo inevitable.
― Manuel, necesito que me ayudes― su voz era un susurro, ― durante los últimos años mi compañía ha ido de mal en peor y mi enfermedad  solo ha hecho adelantar su colapso. He perdido hasta mi casa. Cuando muera, los bancos como aves de rapiña se lanzaran por todo. No tengo dinero ni para el entierro.
― Por eso, no te preocupes― contesté estupefacto. Hasta ese momento, siempre había creído  que Pedro era un hombre de negocios con un gran palmarés, inmune a las crisis. Estaba convencido que su mujer iba a heredar un emporio.
― ¡No es eso lo que quiero!― confesó con voz entrecortada por el dolor ― ¡Quiero que me prometas que te harás cargo de Jimena! ¡Te lo  pido por nuestra amistad!
― Te lo juro― respondí. Era como mi hermano en vida, por lo que jamás podría negarle nada en su lecho de muerte.
Agradecido al escuchar de mis labios esa promesa, cerró los ojos para no volverlos a abrir. Tardó tres horas en fallecer. Tres horas durante las cuales, permanecí sujetándole la mano mientras su mujer se asía desesperadamente a la otra. Destrozado, observé cómo se dejaba la vida en cada respiración y cómo su pareja desde los  veinte años veía que se iba apagando bocanada a bocanada y con él, ella.
A las seis con cuarenta y un minutos, los aparatos que le mantenían vivo empezaron a sonar. Una jauría de médicos intentaron reanimarle sin éxito. Ruido, gritos, carreras… tras las cuales una rutinaria frase certificando su muerte:
― Lo siento, el paciente ha fallecido.
¡Se había ido! Sólo su cuerpo vacío nos acompañaba.
Jimena me  abrazó llorando al oírlo. Como  una muñeca rota, la tuve que sujetar para que no se cayera al suelo. Al estrecharla entre mis brazos,  palpé lo desmejorada que estaba. Donde debía haber carne, no encontré más que huesos.  Los meses de la agonía de su marido habían hecho mella en su organismo; nada quedaba de la mujer explosiva que había enamorado a Pedro.
«Pobrecilla», pensé mientras la consolaba, « era todo lo que tenía».
Unidos en nuestro dolor fueron pasando los minutos, durante los cuales no pude dejar de pensar en mi promesa y en que pasara lo que pasase, iba a cumplirla. A  esa mujer, que mis brazos rodeaban, no le iba a faltar de nada  aunque eso arruinara mi vida.
Aproveché la oportuna llegada de unos amigos para escaparme de allí; tenía que  arreglar el  entierro y pagar la deuda contraída con el hospital. No deseaba que lo primero a lo que se tuviera que enfrentar Jimena fuera al dinero.
¡Ya tendría tiempo suficiente!
Dispuse que su despedida fuera cómo él hubiese elegido: por todo lo grande, en la catedral y con un coro cantando. Pedro se merecía una despedida alegre y triunfal acorde con su carácter. Resuelto el desagradable papeleo, retorné a la habitación. Jimena al verme, se lanzó a mis brazos, llorando y diciendo que Pedro había muerto. Estaba tan trastornada que no se acordaba que había estado presente durante su deceso. Por eso no la volví a dejar sola a lo largo de esa noche. No me atrevía dado su estado.
La procesión de amigos y conocidos se prolongó durante horas. Pésames, frases de apoyo y mucha pero mucha hipocresía. Con rabia pensé que algunos de esos que mostraban sus condolencias, en vida de Pedro no hubiesen dudado en clavarle una daga por unos pocos euros.
Ya bien entrada la madrugada, Jimena se durmió apoyando su cabeza en mis rodillas.
Al día siguiente era la incineración, sabiendo su pena hice traer de su casa un vestido negro. En su dolor, se negaba a  separarse del cadáver de su marido. Su duelo, mudo e introspectivo, era total. La  depresión en la que estaba inmersa la había paralizado. Absorta y con la mirada fija en Pedro, no reaccionaba. La enfermera de guardia, quizás acostumbrada a ese tipo de derrumbes, tuvo que ocuparse de ayudarla a cambiarse de ropa.
Fue una ceremonia triste, estábamos despidiendo a la mejor persona que había conocido. Su mujer,  se dejaba llevar de un lado a otro sin quejarse como una zombi. No creo que fuera realmente consciente de lo que ocurría a su alrededor. Habíamos tenido que suministrarle un calmante, no fuese a hacer una tontería. Aun así en el momento de cerrar la tumba, se desmoronó del dolor y gritando, nos rogó que la enterráramos con él porque su vida carecía de sentido.
Entre todos conseguimos tranquilizarla y tras unos minutos de forcejeo, logramos  montarla en el coche. Al salir del cementerio, el chófer preguntó por nuestro destino. No supe que responder; menos mal que Pepe, conocedor de la situación, le contestó:
― A casa de Don Manuel.
Durante la media hora que tardamos en llegar a mi chalet, Jimena se mantuvo callada, llorando en silencio.  Ya en casa, con cuidado, la subimos a la habitación de invitados donde nuevamente mi secretario había tenido el buen tino de ordenar al servicio que colocase tanto su ropa como sus objetos personales. Ella no lo sabía pero esa misma mañana el banco había embargado todas sus propiedades. Totalmente vestida, únicamente se dejó que le quitásemos los zapatos, la tumbamos en la cama y aprovechamos que momentáneamente se había quedado dormida para bajar a la cocina y servirnos un café.
Ninguno de los dos se atrevía a hablar. El frágil estado anímico de nuestra amiga era tan patente que no nos cupo duda alguna que iba a necesitar de apoyo largos meses. Estuvimos unos minutos en  silencio, reflexionando sobre la situación.  Fue Pepe quien pasando su brazo por mi hombro empezó la conversación:
― ¿Sabes dónde te estás metiendo?― dijo preocupado.
― No, pero es mi deber― contesté.
― Manu― por su tono fraternal estaba claro que no me iba a gustar lo que me iba a decir, ― esta mujer está enferma, necesita ayuda. Ayuda que tú no le puedes otorgar aunque quisieras―
― Lo sé pero voy a intentarlo― respondí angustiado.
― ¿Y tu vida?― por la expresión de su cara, compartía y sobretodo comprendía mi sufrimiento. ― Te quiero como un hermano pero conozco tus limitaciones. Tu tiempo lo divides entre el trabajo y tus devaneos. Jimena necesita que le dediques horas, no minutos. Recuerda que en estos momentos, Jimena es una mujer vulnerable.
― ¿A qué te refieres?―pregunté indignado.
― Lo sabes perfectamente. Ahora la miras y solo ves a la esposa de tu amigo pero, el tiempo pasa, es una mujer atractiva…
No le dejé terminar, ¡Cómo podía pensar así de mí! Irritado, me levanté de un salto con sus palabras retumbando en los oídos. Salí de la habitación y encerrándome en el despacho, escuché que cerraba la puerta de la casa no sin antes gritarme que no tardaría en darme cuenta que él tenía razón.
Jimena se pasó el resto de la tarde durmiendo. Usé su descanso  para ocuparme de los asuntos que se habían acumulado en los días que llevaba sin pisar mi oficina.  Pepe se había ocupado de todo, mis citas las había pasado para el lunes y  por medio de un mensajero, me había hecho llegar los cheques que debía firmar. Enfrascado en mi despacho, conseguí  dejarlo todo más o menos solucionado.
¿Todo?… ¡No! Durante ese fin de semana no me quedaría más remedio que hablar con ella y explicarle la delicadísima situación económica en que se encontraba para planear su futuro.
Reconozco que me daba terror abordar ese tema. Si despedir a un empleado ya era de por sí difícil; detallar a una amiga cuan preocupante era el escenario con el que se iba a enfrentar era un cáliz que con gusto hubiese dejado que otro bebiera.
No habían dado aún las nueve de la noche cuando subí a despertarla. Al no contestar a mis llamadas, intenté abrir la puerta pero la había atrancado. Temiendo lo peor tomé impulso y usando mi cuerpo como ariete, conseguí derribarla. Lo que vi me dejó helado. Sobre la mesilla había un vaso y un bote de pastillas vacíos. Sabía lo que significaba,  grité pidiendo ayuda. Al oír mis gritos, subió corriendo la cocinera. Afortunadamente, Paula, de joven, había sido enfermera y entre los dos conseguimos que vomitara el veneno que había ingerido para suicidarse.
― Hay que ducharla― gritó mientras la desnudaba. Paralizado, sólo podía observar sus maniobras. ― ¡Ayúdeme!
Como un autómata, la levanté en mis brazos metiéndome con ella  en la ducha. El agua helada la hizo reaccionar, terminando de echar los barbitúricos que todavía tenía en el estómago.
― Hay que evitar que se duerma, ¡Hágala caminar!― ordenó Paula.
Obedecí sin pensar en la imagen que estábamos dando. Ella desnuda y yo con el traje mojado, andando por la habitación. Durante media hora, la tuve en movimiento. Varias veces se me cayó de las manos, las mismas que la levanté del suelo, obligándola a incorporarse y seguir caminando.
― Váyase a cambiar― dijo mi criada al considerar que ya había pasado el peligro y percatarse del estado de mi ropa. ―Yo me quedo con ella.
Agradecí su sugerencia. Lo primero que hice fue secarme: estaba congelado. Al vestirme, no pude dejar de martirizarme con la certeza de estarle fallando a Pedro. ¡Ni siquiera había podido cuidar de su esposa durante un día!
De vuelta al cuarto, Paula la había conseguido vestir. Jimena estaba consciente pero con la mirada perdida. Sus ojos secos no podían ocultar que su corazón estaba roto y tampoco que en su interior, sangraba.
― Esta cría tiene que comer algo. Voy a la cocina y vuelvo― me explicó la mujer.
Me acerqué a Jimena, sentándome en la cama. Tenerme a su lado provocó que se desmoronara por enésima vez y que  llorando empezara a decirme que lo sentía pero que no quería seguir viviendo. Quizás en otra situación o con otra persona, un tortazo hubiese sido mi respuesta  para hacerla reaccionar pero al verla tan indefensa sólo pude abrazarla y acariciándole la cabeza, intenté calmarla. Resultó en vano. Cuanto más me esforzaba en tranquilizarla, más lloraba. Sus gemidos y llantos se prolongaron largo rato y ni siquiera se calmaron  cuando Paula apareció con la bandeja de la comida.
Cómo la cocinera tenía razón y necesitaba comer, tuve que obligarle a cenar. Jimena se comportó  como un bebé al que había que dárselo en la boca, evitando que lo escupiera y exigiéndole que tragara. No recuerdo cuanto tardé en conseguir que cenara. Al final lo logré tras muchos intentos. Con el estómago lleno, la tensión acumulada durante el día consiguió vencerla y gimoteando, se quedó profundamente dormida.
― Esta muchacha está muy mal, jefe.
― Lo sé, Paula, lo sé― respondí con mis manos sujetando mi cabeza mientras me hundía desesperado en el sillón.
 

Capítulo dos

― ¡No jodas!― soltó Mariana al oír de labios de esa mujer que la noche anterior la habían secuestrado: ― ¿Qué ocurrió?
La fiscal sonrió al oír el exabrupto. Tal y como había deseado, había captado toda su atención:
― Salía de trabajar y en el parking mientras estaba abriendo la puerta de mi coche, dos encapuchados sin darme tiempo a reaccionar me inmovilizaron. Tras lo cual, me metieron en la parte de atrás de una camioneta de reparto con los cristales polarizados. Pienso que eligieron ese tipo de vehículo para que no pudiese ver donde nos dirigíamos pero para serte sincera estaba tan aterrada que aunque hubiese ido en un autobús panorámico, no podría decirte con precisión a donde me llevaron.
Acostumbrada por su profesión a escuchar las violentas vidas de sus clientes, la dureza de la imagen fue lo bastante terrible para provocar en la psicóloga que un brusco estremecimiento recorriera su cuerpo e,  incapaz de reprimir su curiosidad, preguntó a Isabel que era lo que había sentido:
― Creí que me había llegado la última hora. Pensé que me iban a matar. Durante la media hora que me estuvieron dando vueltas por Madrid. Supuse que alguno de los delincuentes a los que había mandado a la cárcel se estaba vengado y por eso cuando llegamos al almacén que era nuestro destino y abrieron las puertas, respiré.
― No te comprendo.
― Verás, lo primero que vi fue a Manuel Arana de pie frente a mí. Lo reconocí al instante y aunque te parezca ridículo teniendo en cuenta su sanguinario currículum,  saber que nunca había tenido nada que ver con su expediente, me tranquilizó.
― Tiene lógica― contestó la psicóloga.
― Lo extraño fue su comportamiento. Nada más verme, me ayudó a salir mientras me pedía perdón por la forma en que sus hombres me habían obligado a ir a verle.
― No es raro― Mariana volvió a interrumpir. ―Él no comete errores, de forma que proyecta en personas de su entorno las posibles injusticias cometidas.
― ¿Me dejas terminar?― protestó airadamente Isabel. ― Si me interrumpes permanentemente nunca vamos a acabar.
― Perdón― masculló intimidada.
― No hay problema. Como temía una reacción violenta, le contesté que no había problema pero que se habían equivocado de objetivo porque yo no llevaba su caso y por lo tanto no poseía información que le pudiera servir.
― ¿Qué te contestó?
― El muy estúpido se echó a reír, preguntándome si no era acaso la fiscal Iglesias. Como comprenderás en ese momento, ya había perdido mi tranquilidad inicial y volvía a estar muerta de miedo. Solo pude asentir y esperar a que continuara.
Isabel Iglesias se estaba desahogando. Llevaba veinticuatro horas, tratando de asimilar lo sucedido y el exteriorizarlo le estaba sirviendo de catarsis.
― Fue entonces cuando sin parar de sonreír, me soltó que no era el monstruo que habían descrito los periódicos. Por tu experiencia: ¿Cabría la posibilidad que este hombre se entregara?
― ¡Nunca! Dicho acto entraría en contradicción con lo que él considera su misión. Debes de saber que Arana se ve como un defensor mesiánico de sus seguidores. Si se rindiera, estaría traicionándolos y lo que es más importante, traicionándose a sí mismo. Necesita la admiración continua y entregarse sería un fracaso.
― Bien, opino lo mismo pero ese loco me dijo que quería hacer las paces con la sociedad y que yo podía ser el canal por medio del cual se llevara a cabo.
― ¿No le habrás creído?
― No soy tan tonta y dudo mucho que el crea que lo soy. Por eso no comprendo sus palabras… Antes de ordenar a sus esbirros que me devolvieran a casa, dijo que no tenía prisa porque cuando lo conociera comprendería que se vio abocado a actuar así.
― Narcisista de libro― masculló la psicóloga.
― ¿Decías algo?
― Nada, pensaba en voz alta. Concuerda a la perfección con mi primer diagnóstico. Para Manuel Arana, todo el mundo que le conoce le ama. O lo que es lo mismo, si estás en su contra solo se puede deber a que no le conoces―. Sabiendo que estaba pisando suelo resbaladizo, se atrevió a preguntar: ― ¿Qué te pareció?
― Esa es la razón por lo que te he llamado. En teoría Manuel Arana es un tipo peligroso, un asesino en serie que debía de haberme repugnado estar en su presencia pero en contra de la lógica la persona que me encontré resultó ser un hombre agradable y hasta cariñoso.
― No te extrañe, esta clase de enfermos suelen tener una personalidad atrayente y en eso basan una gran parte de su éxito.
― Lo sé y eso es lo que más me cabrea. Soy una persona experimentada  que capta a la primera a esta gentuza y con él, he fallado. Debería haber sentido un rechazo frontal y en cambio, incluso me ha resultado simpático.
― Eso es lo que Arana quiere. En su locura desea que sientas empatía por él.
― De acuerdo pero ¿Por qué yo?
― Estos pacientes están permanentemente en busca de reconocimiento y creen que solo pueden ser comprendidos por personas que como él sean especiales. Busca rodearse de talento y belleza y tú: ¡Reúnes esas dos cualidades!
La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez.
Chesterton
El amanecer me sorprendió sentado al lado de su cama. Me había quedado dormido en la butaca. Esa noche, no quise o no pude dejarla sola con su depresión. Al despertarme, Jimena dormía plácidamente mientras el sol de la mañana iluminaba su cuerpo.  Las largas horas de sueño habían hecho desaparecer las ojeras pero no así la palidez  de su rostro.  Debido al calor se había deshecho de las sabanas, dejando su cuerpo al descubierto. Eso me permitió observarla con detenimiento. Una mujer que solo unos pocos meses atrás era bellísima, hoy estaba totalmente demacrada. Los huesos del escote, demasiado  marcados, no podían disimular la rotundidad del pecho que había vuelto loco a Pedro cuando se la presentaron. Sus piernas habían perdido sus formas, se habían transformado en dos palillos. Hasta su piel estaba como ajada, mate, sin brillo.  ¡Daba pena ver en lo que se había convertido!
Decidí no despertarla y aprovechar su sueño para  ducharme. Cerré las persianas para prolongar su descanso y saliendo de la habitación sin hacer ruido, me dirigí a la cocina.
Mi cabeza empezó a funcionar después del segundo café. Reconozco que me cuesta espabilarme por las mañanas; no soy persona hasta que la cafeína corre rampante por mis venas. Ya despierto me desnudé metiéndome en la ducha, no sin antes encenderme un Marlboro.
El vapor del agua, junto con el humo del cigarro, produjo ese ambiente blanquecino y translúcido en el que me sentía tan a gusto. Muchos años de costumbre diaria convierten un hábito insano en una irremplazable y apetecible rutina.
De improviso la mampara de la ducha se abrió, acabando con mi ensoñación y atónito, me encontré con Jimena frente a mí.
― Pedro, ¡Cuantas veces te he dicho lo que me molesta que fumes en el baño!― la oí decir.
Cortado por mi desnudez, me tapé rápidamente con una toalla.
― No soy Pedro― dije mientras salía  envuelto en la tela ― Soy Manuel.
― ¿Dónde está mi marido?― preguntó.
En sus ojos no había rastro de tristeza, sino el enfado al encontrarse en una casa ajena sin su compañía. Noté que me flaqueaban las piernas. Para evitar caerme, me senté en la cama tratando de analizar sus palabras.
 «No se acuerda», pensé al tiempo que asiéndola de un brazo le pedía que se pusiera a mi vera.
― Jimena, Pedro está muerto, ¿No te acuerdas que le enterramos ayer?― le expliqué con el tono más calmado que pude. Interiormente estaba espantado, acongojado por el equilibrio psicológico de la mujer.
Tras breves instantes de duda, la certeza  del recuerdo se reflejó en su cara. El enfado se diluyó en lágrimas que intentó disimular ocultando su cabeza entre las piernas. Se sumergió en  un llanto mudo, donde su respiración entrecortada y el movimiento de sus hombros eran la única manifestación del duelo que sentía. Dejé que llorara durante largo rato mientras  trataba de consolarla.
Más calmada me preguntó con un hilo de voz qué iba a ser de ella.  Con los ojos cuajados de lágrimas, se quejó de que ni siquiera tenía una casa donde vivir.
― Por eso no te preocupes, le juré a tu marido que me iba a ocupar de ti y eso es lo que voy a hacer― contesté con mis manos sobre las suyas, ― lo primero es que te cuides para que no me vuelvas a hacer lo de anoche.
― ¿Qué te hice?― dijo.
Antes de que le respondiera, se acordó.
 ― ¿Qué me pasa, Manu? ¿Por qué me olvido de las cosas?― preguntó angustiada.
― Es normal― afirmé en un intento de tranquilizarla, ― has sufrido un duro golpe pero con mi ayuda lo vas superar.
Ni yo mismo me lo creía. Su única reacción fue mirarme. En sus ojos vislumbré gratitud y amistad, pero también ansiedad y sufrimiento.
No se podía quedar postrada rumiando su dolor. Si no se movía, podía volverse loca; si es que no lo estaba ya.  Levantándola de un brazo, la llevé a la cocina. Me espantaba ver lo delgada que estaba. Huesos sobre huesos. Pensando que gran parte de su estado debía deberse a la debilidad provocada por una deficiente nutrición, decidí que era imperioso que comiera algo.
El olor a café recién hecho inundaba la habitación. La figura bajita y rechoncha de Paula nos saludó con una sonrisa. En la mesa del ante comedor estaba dispuesto un magnífico desayuno, listo para que diéramos buena cuenta  de él.
― ¿Cómo se encuentra hoy, la señora?― preguntó con tono alegre.
Mirándola de reojo, tuve que reconocer  que era una joya de mujer y admitir  que me había tocado la lotería al contratarla hace ya siete años cuando llegó de la República Dominicana con una mano delante y otra detrás. Todavía recuerdo que curiosamente lo que más me había gustado de ella era su timidez. Estaba tan asustada  que fue incapaz de levantar la mirada mientras la entrevistaba. Por el aquel entonces, me jodía profundamente perder intimidad y gracias al  carácter huidizo de esa mujer, pensé que no iba a tener que soportar su presencia más allá de lo meramente profesional. 
― Mejor― debido a la ausencia de respuesta de Jimena, tuve que ser yo quién contestara. ― Siéntate, aquí― ordené a la viuda acercándole la silla.
Me hizo caso sin rechistar y mecánicamente, se bebió el café que le había servido pero rechazó de plano tomar ningún alimento. No tenía ganas.
Por primera vez desde su llegada a mi casa, Paula se sentó en mi mesa y regañándola con cariño,  insistió:
― Tiene que cuidarse, los males del corazón se agravan con los males del cuerpo. ¡Hágame caso!, ¡Coma un poco de tostada!― le susurró mientras le metía un trozo en su boca.
Anonadado, observé cómo con una paciencia digna de encomio la negrita conseguía que se terminara el plato que le había puesto enfrente.
― Gracias― fue todo lo que pude decir. Toda la ayuda que me brindaran era poca. Nunca en mi vida había  tenido una mascota, siempre había reconocido y asumido mi total  incapacidad de hacerme cargo de un ser vivo, por lo que ocuparme de una mujer enferma me sobrepasaba de largo.
En ese momento, caí en la cuenta que como única vestimenta seguía llevando  la toalla que me había enrollado al cuerpo  al salir de la ducha. Azorado, me excusé diciendo que tenía que vestirme, que no era apropiado el estar así vestido. Con una carcajada, Paula me contestó que hacía bien en irme a vestir, porque estaba demasiado atractivo para una vieja como ella y no fuera a ser que tanta belleza, le hiciera hacer algo de lo que más tarde tuviese que arrepentirse. Ese comentario soez cumplió con su objetivo al conseguir arrancar una débil sonrisa de los labios de Jimena.
Ya solo me afeité con rapidez mientras ellas terminaban de desayunar. Fue a la hora de vestirme cuando me entraron dudas sobre que ponerme. No sabía lo que iba a hacer ese día pero lo que tenía claro era que tenía que intentar que saliera de la casa para que le diese el aire y el frío de Madrid la animara. Cogí del armario unos vaqueros y una camisa azul oscuro. «Los colores son importantes. Está de luto», medité al ponérmelos. Entretanto la cocinera, después de recoger los platos del desayuno, había  subido a vestirla. Ella tampoco se fiaba de dejar a mi amiga sola. Con esa ternura que sólo las mujeres que han sido madre pueden tener, le abrió el grifo de la bañera y templó el agua para que se bañara. Jimena se desmoronó otra vez al sentir el calor del agua recorrer su cuerpo. Todo le afectaba, daba lo mismo el motivo.
― Tranquilícese― le pidió Paula y cogiendo una esponja la empezó a bañar, ― el señor no va a permitir que nada le pase. Si usted me deja, yo la cuidaré hasta que se ponga buena.
Sin esperar su autorización, lentamente le fue enjabonando la espalda.  Jimena se dejó hacer, no tenía fuerzas ni ganas de oponerse. Al irle a aclarar el pelo, le pidió que se levantara. Verla en pie le permitió percibir en plenitud la extrema delgadez de su cuerpo desnudo. Era una mujer alta. Todo en ella  apuntaba las penurias por la que había pasado. Tenía los brazos cruzados intentando tapar sus pechos; tentativa condenada al fracaso tanto por el poco grosor de aquellos, como por el volumen desmesurado de sus senos. No haciendo caso a la vergüenza que sentía la pobre niña, siguió lavándole las piernas dejando que se aseara ella sola su sexo.
Acercando una toalla, la envolvió en ella para secarla. Un quejido salió de su garganta, al observarse en el espejo Jimena fue  consciente quizás por primera vez en meses del  deterioro de su cuerpo.
― Ya engordará― le soltó sabedora de lo que sentía y cogiendo un bote de crema, empezó a embadurnarla tratando de devolverle la elasticidad perdida a su piel.
El masaje se prolongó durante veinte minutos, durante los cuales, Paula no dejó de recapacitar en la desgracia de la chica: quedarse tan joven viuda, sin dinero y teniendo como único apoyo al amigo de su difunto esposo, el cual, por muy bien que se portase no dejaba de ser un extraño. No era ni normal ni justo. «Pero la vida nunca lo es», pensó recordando a esos hijos que tuvo que dejar al cuidado de la abuela cuando emigró a España con el objeto de darles  una vida mejor.
― Vamos a vestirla― le espetó de improviso y revisando su ropa, le eligió un discreto traje  de chaqueta gris. ― Voy a decirle al señor que se la lleve a dar un paseo mientras yo ordeno sus cosas― y sin dejarla protestar, la peinó y poniéndole un poco de perfume, la echó del cuarto.
Estaba en el hall de entrada cuando la vi bajando las escaleras. Me sorprendió su transformación. Paula había obrado milagros, la Jimena que descendía por los escalones se parecía más a la mujer impresionante de hace unos meses que a la trastornada de hacía  cuarenta y cinco minutos. Su negro pelo enmarcaba un rostro dulce donde sus ojos de color marrón realzaban su belleza.
― Estás deslumbrante.
Un esbozo de sonrisa fue mi recompensa. Nadie es inmune a un piropo, siendo además una inocua pero efectiva medicina para mejorar la autoestima. Ya sea hombre o mujer el receptor de la flor, su efecto es el mismo. Sólo cambian los adjetivos y el aspecto a realzar. No se me ocurriría decirle a un amigo: “¡Qué figura se te ha quedado!”. O a una mujer: “¡Con el ejercicio te estás poniendo cachas!”. Una mujer de cualquier edad siempre acepta de buen grado que se le diga que está atractiva y Jimena no fue  diferente. Su propia pose cambió al oírme, levantando la cabeza a la vez que se incrementaba el contoneo de sus caderas.
Tuve que convencerla para salir a dar una vuelta, ella insistía en que no le apetecía y que no le importaba quedarse sola en el chalet. Sólo dio su brazo a torcer cuando poniéndome serio la amenacé con llevármela a la fuerza. A regañadientes se subió al coche. Comportándose como una niña malcriada que está haciendo un berrinche, se negó a colocarse el cinturón de seguridad y tuve que ser yo quién se lo atase e incluso quién le acomodase a su altura el respaldo del asiento.
Sin dirección fija arranqué el vehículo. Adonde no era importante, la mujer necesitaba distraerse.   Las musas tuvieron piedad de mí cuando de repente se me ocurrió llevarla al zoo. Enfilando la Castellana, me dirigí hacia la M-30. Hacía un típico día de noviembre en Madrid, frío y con esa luz velazqueña de la que tanto hablan los pedantes. Jimena no había emitido palabra durante el trayecto, se limitó  a mirar por la ventana, observando a las personas que andaban por la calle un sábado en la mañana. Intenté darle conversación mostrándole a los guiris que hacían cola en el museo del Prado con sus atuendos de turista y su piel enrojecida por un sol al que no estaban habituados, pero solo obtuve un gruñido por respuesta. El escaso tráfico nos permitió llegar en cinco minutos a la entrada del túnel. Justo cuando iba a entrar a esa obra faraónica de treinta kilómetros de subterráneos que vertebra la ciudad, abrigué miedo que en su estado sintiera claustrofobia y desándara el camino recorrido, hundiéndose de nuevo en su dolor. Para evitarlo, decidí ir a la Casa de campo por el exterior. Las obras inacabadas del Manzanares fueron nuestra compañía.
Lo primero que oímos al estacionar fue la risa y las peleas de los niños que hacían cola para entrar al zoológico. Con morriña, recordé a mi madre llevándome de la mano para que no me perdiera. Instintivamente, cogí la suya. Pero en este caso, no  era a mí sino a ella a quien tenía miedo de perder. Lo hice como algo natural sin pensar en que parecíamos dos enamorados visitando el parque y que si alguien nos hubiera visto, hubiese podido pensar en lo pronto que nos habíamos repuesto, o lo que es lo mismo que pudiera inventarse un chisme sabroso que haría las delicias de los cotillas. Jimena, lejos de retirar su mano, me la apretó con fuerza. Para ella, ese sencillo gesto era  un apoyo necesario.
Hacía muchos años que no estaba en el zoo. Como a unos críos, los animales nos hicieron olvidar momentáneamente nuestras vidas. Nos impresionó  el tamaño de los elefantes, nos reímos en la jaula de los monos y nos asqueamos viendo a las tarántulas. Estábamos acercándonos donde estaban los osos, cuando una oca decidió que había invadido su espacio vital. Yo con mi despiste habitual no la vi venir y sólo cuando sentí un picotazo en mi pierna derecha, me di cuenta de la agresividad del animal. Mi rápida huida provocó la carcajada de la muchacha. Mi enfado se tornó en risa uniéndome a la suya, cuando el puñetero bicho cambio de objetivo y la atacó a ella, dándole un certero mordisco en el trasero. Era una gozada el verla reírse después de lo que había pasado.
Relajados, nos paramos en  un chiringuito a comer algo. Sin preguntarle, pedí dos especiales y dos coca―colas. Nunca he sido un forofo de la comida rápida, me parece insulsa y asquerosa, pero tengo que reconocer que los llamados hotdogs son otra cosa; la combinación de pan, salchicha, cebolla, tomate y mostaza me parece una delicia. Es más, cada vez que voy a Nueva York tengo que hacer una parada obligatoria en el puesto de perritos que hay en una de las entradas del Central Park. No sé si será algo freudiano pero me vuelven loco.
Mientras nos atendían, Jimena encontró una mesa en el exterior del local donde sentarnos. La camarera fue eficiente y en menos de dos minutos nos había preparado el pedido. Con la bandeja me dirigí hacia  la terraza donde Jimena me esperaba, haciéndome señas con la mano.
Me senté frente a ella.
― No tienes idea de los años que llevo sin comer uno de estos― me comentó cogiendo un perrito y metiéndoselo en la boca.
― ¿No te gustan?― pregunté extrañado, no era posible que no fueran de su agrado. No se lo estaba comiendo sino que  lo estaba devorando.
Tuvo que tragar antes de contestarme, cosa que no fue fácil debido al tamaño de la porción que estaba masticando. Bebió un poco de refresco para ayudarse:
― Al contrario, me encantan. Pero Pedro, mi marido, me los tenía prohibidos― en su voz no había ni un deje de protesta, como mucho un atisbo de tristeza.
― Lo vas a echar de menos pero tienes que seguir adelante.
― Lo sé pero es que él era todo para mí― contestó casi a punto de llorar, ―desde que nos hicimos novios dejé que organizara mi vida. Él se ocupaba del día a día mientras yo únicamente vivía para cuidarle y, ahora, no está.
Su confesión me hizo recordar el extraño carácter de un amigo al que desde joven llamábamos Hassan por lo machista y celoso que era. No me extrañaba lo que me había contado; formaba parte de su forma de ser, cuadriculada y perfeccionista. Si creía que algo era perjudicial, lo apartaba sin contemplaciones de su lado. Hace años, cayó en sus manos un reportaje sobre la leche y sus efectos sobre el organismo, donde se hacía una dura crítica a su consumo y desde entonces no volvió a probarla. En cambio, Pedro era un experto enólogo. Cuando tomándole el pelo le recriminaba los perjuicios del alcohol, me rebatía enojado que por sus antioxidantes el vino era el elixir de la inmortalidad. ¡De poco le habían servido los miles de litros que se había bebido!
Volviendo a la realidad, miré a su viuda. Esta lloraba calladamente mientras se terminaba la Coca-Cola. Su soledad y la incertidumbre de su futuro me agobiaron. Me sentía responsable de ella, no sólo por la promesa realizada sino por mi tendencia a involucrarme en los problemas de los demás. Desde niño mi padre me llamaba defensor de causas perdidas.
Me levanté a abrazarla, ella necesitaba  consuelo y a mí me urgía el darlo. Jimena hundió su cabeza en mi pecho al sentir que mis brazos la envolvían. Sin cambiar de postura traté de expresarle que no tenía por qué agobiarse, que no estaba sola,  pero mis palabras lejos de producir el resultado apetecido azuzaron el volumen de  sus lamentos. Entonces decidí callarme. De nada servía seguir hablando, sólo le hacía falta verse arropada mientras descargaba su congoja. Cuando una anciana se acercó a darnos un pañuelo con el que la muchacha  secara sus lágrimas, caí en la cuenta  que todo el restaurante nos miraba. Incómodo, le pedí que nos fuéramos. El zoo había perdido su magia y nos sentíamos fuera de lugar. La estridente risa de los niños se había convertido en una tortura para nuestros oídos.
Sin mediar palabra, nos subimos en el coche. Un denso silencio nos envolvía. Tratando de romperlo, encendí la radio. Cogiendo mi mano,  me rogó que la apagara. No pude contradecirle. Acelerando, deseé llegar a casa cuanto antes. Al igual que a la ida, la ausencia de coches nos permitió hacerlo con rapidez.
Jimena estaba destrozada. Nada más entrar, me suplicó que la dejase sola. Traté que se tomara un té pero no pude insistirle. La puerta cerrada del cuarto no evitó que su llanto se oyera por toda la casa. Sin saber qué hacer encendí la televisión, no tanto en busca de una vana distracción sino como medio de ocultar el sonido de sus lamentos. Haciendo zapping, busqué un programa que aliviara mis propias penas pero me resultó imposible. Todas las cadenas estaban emitiendo programas basura donde unos desgraciados cuentan su inútil vida y sus frívolas experiencias. Todo ello, dentro de un ambiente de morbo y degradación. Cabreado, la apagué. Bastante mierda me rodeaba para que esa bazofia me jodiera aún más.
En ese momento, entró Paula por la puerta y acercándose a mí, en voz baja me preguntó dónde estaba la muchacha. Al contestarle que en su cuarto, respiró pidiéndome que la acompañase a la habitación donde estaban las pertenencias  de Jimena que acababan de llegar. Tanto misterio, picó mi curiosidad y como un perrito siguiendo a su ama,  fui tras de ella.
No tardé en saber que era aquello que tanto la incomodaba:
― Señor, quiero mostrarle algo― hizo una pausa antes de continuar,― cuando ustedes salieron, estuve ordenando la ropa de su amiga y al terminar, bajé a ver si algo de lo que estaba en esta habitación le podía ser necesario. ¡Mire lo que me encontré!― dijo señalando dos cajas.
Con sensación de cotilla, de estar violando su privacidad, abrí la primera de ellas. Me quedé de piedra al encontrarme un completísimo instrumental de práctica sadomasoquista. No faltaba nada, esposas, bozales, látigos y muchos otros aparejos cuyo uso no quería siquiera imaginar. Avergonzado por mi descubrimiento, cerré la caja. No podía creer que  Pedro y Jimena fueran aficionados a esa clase de depravación. Tratando de quitar importancia al asunto, expliqué a mi cocinera que  en algunas parejas el sexo duro era normal; que era un modo de entender la sexualidad como cualquier otro. Lo  que no me esperaba fue la reacción de la mujer. Sin decirme nada, abrió la segunda caja. Por su actitud, debía ser algo peor aún pero al echar una ojeada a su interior no vi más que objetos inútiles, cuya función si es que la tenían desconocía por completo.
 Asumiendo mi total ignorancia al respecto, dijo:
― Todo esto forma parte de los útiles de un brujo.
Si hubiera visto un burro volando, me hubiera extrañado menos que sus palabras.
― ¿Estás insinuando  que Jimena, mi amiga, es una bruja?― enojado, repliqué.
― No señor, ella no. Fíjese― insistió señalando un bastón ― es una vara de brujo. En mi país es un símbolo de poder masculino, sólo  lo pueden usar los bokors, nunca una mujer.
― Entonces Pedro era un bokor― le contesté sin poder evitar una sonrisa y sin saber con seguridad que significaba ese término.
― No se lo tome a risa― estaba indignada por mi incredulidad,― los bokors son hechiceros que controlan a demonios y que siembran el mal por donde pasan. ¿Sabe Dios, que le ha hecho pasar a esta pobre niña?
― Por favor, Paula, ¡Eso son sólo supersticiones! Debe de haber otra explicación. Seguramente coleccionaba estos chismes como mera diversión. Te puedo asegurar que mi amigo no era un brujo ni nada que se le pareciese.
― Ojalá tenga usted razón― contestó  entre susurros  y persignándose, cerró la caja, ― pero si es verdad lo que pienso y era un bokor, con su muerte se han liberado los malignos.
Masoquismo, brujería, seguía sin cuadrarme porque de ser así nunca había llegado a conocer a la persona que consideraba un hermano. Ahora no era el momento de preguntar a Jimena. Si quería ayudarla, nada se debía interponer entre nosotros y quizás al saberse descubierta, al estar al corriente que conocía esa oscura afición,  eso pudiera convertirse en  una barrera imposible de franquear.
― Paula, te voy a pedir que no le digas nada a la señora. No quiero que piense que hemos revisado sus cosas sin su consentimiento.
― No se preocupe― escuché su contestación.
Lo habría negado pero estaba intranquilo por todo lo que había visto. Saliendo de la habitación, me fui directamente al despacho y tras encender el ordenador, me metí en Internet con el propósito de averiguar algo sobre brujería.
Cuanto más me informé, más ridículo me pareció todo. Nadie en su sano juicio podría creer en esas memeces y menos una persona cultivada y educada en el mundo occidental. Todo lo que leía era producto del  analfabetismo y la incultura. Zombis, almas encadenadas, ron y mujeres. Chorradas para incautos y turistas que desgraciadamente muchas personas creen.  Negocio para gente sin escrúpulos, una forma como otra cualquiera para explotar la incultura. Pero aun así, algo me seguía reconcomiendo y proseguí leyendo. Así me enteré de la diferencia entre houngan y bokor. Lo que simplificando podría ser  “mago blanco” y “mago negro”, aunque tal distinción  es absurda en el culto vudú. Tanto unos como los otros utilizan la misma magia, siendo la única discrepancia sus fines. A los bokor se les define como seres intrínsecamente perversos, cuya existencia está dirigida a la dominación de los que le rodean. 
Seguía todavía absorto en la lectura, cuando escuché que Jimena salía de su habitación. Como no quería que me pillara leyendo sobre ese tema, me salí de las páginas sobre ocultismo entrando en las de un periódico.
― ¿Qué haces?― preguntó.
― Nada, leyendo que ha ocurrido por el mundo. Últimamente  todo son malas noticias, ya sabes la crisis…― contesté apagando el portátil.
Mi amiga me dijo que tenía ganas de salir a pasear. La casa le agobiaba, por lo que fuimos a dar una vuelta para distraernos. Durante el paseo, le pregunté por su infancia. Aunque conocía a esa mujer desde hacía muchos años, no sabía nada de sus padres, solo que habían muerto hace tiempo. Esa tarde, me contó que su viejo había sido militar de carrera y que aunque había nacido en Madrid, toda su niñez la pasó deambulando de una ciudad a otra sin domicilio fijo, dependiendo de los destinos que tuviese su padre en cada momento. De su madre  no se acordaba, murió siendo ella un bebé, por lo que nunca tuvo una figura materna, como mucho y tras un gran esfuerzo conseguía recordar breves atisbos donde una mujer de pelo largo la cuidaba. Al darme cuenta  que esa conversación empezaba a transcurrir  por malos derroteros, cambié radicalmente  de tema preguntándole si tenía frío. Jimena, con una sonrisa cómplice, me dijo que no hacía falta que me preocupara tanto. Según ella, todos los recuerdos de esa época eran felices y que, lejos de entristecerla, le servían para seguir adelante.  Podía estar dolida, jodida y echa papilla pero era una mujer inteligente.
Ya de vuelta, estaba anocheciendo. El sol en el ocaso coloreaba el cielo dándole una tonalidad rojiza. Siempre me había encantado ese fenómeno:
― Mira la puesta de sol.
Noté como la angustia recorría su cuerpo.  Angustia que me contagió al escuchar su respuesta:
― Parece  sangre.
No me había fijado pero en ese instante las nubes asemejaban una herida que se derramaba en un gran charco formado por el horizonte. La dureza de esta visión, me incomodó. Como estábamos  cerca del chalet, acelerando el paso, busqué el familiar cobijo de sus paredes.
Recibí con alegría el olor que provenía de la cocina. Durante nuestra ausencia, Paula nos había preparado la cena y sin apenas quitarnos los abrigos, nos sentamos en la mesa.  La caminata me había abierto el apetito por lo que aplaudí efusivamente  la llegada de la negra con  la sopera. Sin hacer caso a los reproches de Jimena, ordené que nos sirviera bastante a los dos.
― Está claro que me quieres cebar― protestó.
― Estás demasiado delgada y algo de chicha no te vendría mal― contesté bromeando cuando sonó el  teléfono.
Disgustado me levanté a contestar. Resultó ser mi secretario para recordarme las citas y demás asuntos que tenía ese  lunes. Con su perfeccionismo habitual me entretuvo durante  cinco minutos. José es una máquina que en cuanto se pone a funcionar no para.
― Pepe, ¡Estoy cenando! ¿Algo más?― protesté. Por mi tono supo que me había importunado su interrupción y disculpándose se despidió.
Al volver al comedor, Jimena no había probado la sopa.
― Come― le pedí, ― se te debe de haber quedado helada.
― Te estaba esperando― comentó apenada.
― Gracias pero no hacía falta. Ahora come― dije mirándola con curiosidad. En ella había una tensión que no comprendía, seguía sin hacer siquiera intento de llenar su cuchara. Con gestos le azucé  que comenzara.
Sus ojos se llenaron de lágrimas:
― No puedo hasta que tu empieces.
Comprendí que era algo condicionado, físicamente se sentía incapaz. Pedro le había enseñado que siempre el primero que debía comenzar era el señor de la casa y ahora esa figura era yo. Por mucho que intenté romper ese hábito diciéndole que era una tontería, no pude. Me parecía inaudita la forma en la que el que consideraba mi mejor amigo se había comportado con su mujer. No era sólo machismo de la peor especie, era sumisión, pura y dura. Sabiendo que era una lucha a medio plazo, probé el guiso. La tirantez desapareció de su rostro y empezó a comer.
No habló durante el resto de la cena. Se sentía avergonzada. En su fuero interno, debía de saber lo grotesco de su postura. Yo, por mi parte, seguía perplejo:
«El dominio ejercido sobre esta mujer debió de ser brutal», pensé recordando las cajas que habíamos descubierto, « no puede seguir así, tengo que explicarle que eso se había terminado».
Desde la adolescencia había sido un golfo, un mujeriego siempre dispuesto a la conquista de un nuevo trofeo pero jamás había considerado a una mujer como un objeto merecedor de ser encerrado en una vitrina con el único propósito  de ser observado y valorado como una obra de arte.
Estábamos tomando el café, cuando conseguí armarme  de valor y le dije:
― Jimena, tenemos que hablar.
― Estoy muy cansada, ¿Podemos dejarlo para mañana?― la amargura impregnada en su contestación me convenció a la primera. Suficientemente dolorosa era su cruz para que yo le añadiera otro clavo, insistiéndole.
― Claro, no urge― respondí.
Aunque hubiese podido forzarla, no quise que en su mente me viera como un ser injusto que se quería aprovechar de su estado.
«Menos mal que no soy padre», medité viendo a la muchacha levantarse, «me tomarían el pelo sólo con soltar una lágrima de  cocodrilo o con darme un besito con abrazo de oso. Siempre me he reído de las mujeres por eso y ahora me doy cuenta que  soy igual».
Desde mi silla, observé  como Jimena se despedía de Paula diciéndole que se iba a la cama. La cocinera, maternalmente, le dio un beso en la frente, deseando que pasara una noche tranquila.
― Necesita descansar.
Con paso cansino, salió del comedor, subiendo por la escalera. Parecía que tuviera miedo a la noche. La perspectiva de tener que hablar conmigo sobre Pedro y reconocer el grado de sometimiento que había llegado a alcanzar durante su matrimonio, la empujaba a irse contra su voluntad.
Me había quedado solo, como tantas otras noches pero en esta ocasión la soledad me incomodó, por lo que decidí hacer un poco de deporte que mantuviese mi mente ocupada. En mi habitación tenía una bicicleta estática. Desde hacía años, había tomado la aburridísima costumbre de ejercitarme mientras ponía la tele durante al menos  una hora todas las noches, haciéndola coincidir con la noticias. Esa noche mientras me dirigía hacia mi cuarto, pasé por delante de la habitación donde dormía la muchacha. La puerta estaba abierta. Jimena debía de estar en el baño. Sobre su cama, perfectamente colocado estaba el camisón que esa noche se disponía a usar. Aunque no llegué a verla, supuse que estaba bien.
Después de ponerme una camiseta y un pantalón corto, empecé a pedalear tranquilamente. Sentí que era el ejercicio lo que necesitaba para relajarme. La monotonía de las pedaladas me permitía concentrarme en mis pulsaciones. Un viaje introspectivo, durante el cual fui notando cómo evolucionaba mi respiración, como mis poros se abrían, permitiendo que mi cuerpo se liberara con la sudoración. Una vez superada esa fase inicial, incrementé la resistencia.  Cada uno de los giros de la rueda era una empinada cuesta que vencer.  El sudor me caía a chorros, la camisa empapada se pegaba a mi espalda y mis pulmones absorbían el esfuerzo en profundas bocanadas.
En ese momento, supe que estaba acompañado.
Al girarme, vi a Jimena de pie bajo el marco de la puerta sin atreverse a entrar. Se notaba que se había duchado. Su pelo, todavía húmedo, mojaba el camisón casi transparente que se había puesto. Era una visión provocadora, con su escote dejándome entrever las pronunciadas curvas de sus pechos. La luz del pasillo al atravesar la tela, me mostraba su silueta desnuda, convirtiéndose en copartícipe involuntaria de mi lujuria.  No sé cuánto tiempo estuve contemplándola, estudiándola de arriba a abajo, deteniéndome en su cuello, en la forma de sus hombros. Pude observar como sus pezones se endurecían al notar la caricia de mi mirada. Adiviné por su tonalidad oscura el inicio de su sexo. Iba descalza. Las uñas de sus pies pintadas de rojo resaltaban con la blancura de su piel.
Incómoda al saberse estudiada pero sobretodo deseada, rompió el silencio:
― Disculpa, venía a decirte que me iba a la cama― me dijo a la vez que con sus labios me daba un beso en la mejilla.
Un beso casto que estuvo a punto de hacerme perder la razón. Faltó poco para, que estrechándola entre mis brazos, la hubiera despojado de su ropa y allí mismo me lanzara entre sus piernas haciéndole el amor. Algo en ella me atraía, me volvía loco. Solo el  pensar que era la viuda de mi amigo recién enterrado me detuvo. Excitado, le di las buenas noches. Mi mente me felicitaba por no caer en la tentación, al contrario que todo mi cuerpo que se rebelaba presionando las costuras del pantalón. Algo me estaba cambiando en lo más profundo, el deseo no me permitía respirar.
«No soy un hijo de puta», pensé. Nada de eso era lógico. Asustado por lo que representaba, repasé mentalmente que me podía haber llevado a esa situación sin encontrar respuesta. ¡Jimena nunca me había atraído!. Buscando una explicación plausible, decidí que quizás solo era el morbo a lo prohibido o por el contrario que desaparecido Pedro estuviera aflorando una atracción oculta durante años  por ella. Con estos pensamientos torturando mi mente, me metí en la ducha.
Nada mejor que el agua fría para calmarme. Recibí su helado abrazo con impaciencia, las gotas iban cayendo y apaciguando mi calentura. Poco a poco el tamaño de mi pene volvió a la normalidad pero el fuego seguía ardiendo dejando bajo una estrecha capa de ceniza, rescoldos que cualquier gesto podía avivar convirtiendo mi cuerpo en un incendio.
Disgustado conmigo mismo, me acosté tratando que el sueño me hiciera olvidar ese mal rato. Pero lejos de sosegarme, no dejé de recibir en mi cerebro imágenes  de Jimena haciéndome el amor. Imágenes donde sumisamente me provocaba, mostrándose y exigiéndome que hiciera uso de ella como hembra. Como si estuviera en el cine por mi imaginación se emitían  pequeños episodios. En ellos, me llamaba a su lado pellizcándose  los pezones o insistía en que la atara a la cama mientras se introducía toda mi extensión en la boca.  Sin poderme aguantar, mi mano se apoderó de mi sexo y en un alarde onanista, liberé mi tensión derramándome sobre las sábanas.
No recuerdo si había conseguido quedarme dormido o no, cuando un grito sobresaltó la quietud de la noche. Saltando de la cama, corrí hacia su cuarto pero nada más salir de mi habitación, me quedé paralizado. La viuda de mi amigo, la mujer que en mi imaginación acababa de hacerme el amor, yacía acurrucada en el rellano de la escalera. Aterrorizada, no dejaba de balbucear incoherencias. Daban miedo sus ojos, colmados de locura y sin vida. Al acercarme a ella, pisé algo líquido. Líquido que descubrí asqueado que brotaba de sus piernas, creando un charco en la alfombra.
Impresionado, cogí a Jimena entre mis brazos. Fuera lo que fuese que hubiese soñado esa mujer, produjo en ella un pavor inexplicable.
― ¡No dejes que vuelva!― fue todo lo que conseguí entender de sus palabras antes que se  desmayara.
De no haberla agarrado, se hubiese caído al suelo. Como un peso muerto  la deposité sobre mis sabanas. Tratando de auxiliarla, busqué un camisón seco que ponerle. Mi atracción había desaparecido y sólo la urgencia motivó que la desnudase para cambiarla. En sus pechos descubrí  marcas de mordiscos que podía jurar ante un juez una hora antes no estaban. Era como si hubiese sido atacada por un salvaje. Cogiendo una esponja mojada, fui limpiando sus heridas mientras ponía en orden mis ideas.  Las señales de dientes eran claras, era imposible que ella se las hubiese podido haber auto infligido. Desconocía su origen, quizás Jimena estuviera somatizando sus traumas y que estos solo fueran una forma física de sus dolencias psicológicas, pero nadie me podía negar su existencia:
¡Los mordiscos estaban allí!
Mientras tanto, mi amiga se mantenía  en un duermevela, interrumpido frecuentemente por gemidos de angustia que no la llegaban a despertar pero que tampoco permitían que profundizara en el sueño. Aprovechando un momento de quietud en el que parecía que se había dormido, fui en búsqueda de Paula.
Hasta esa noche nunca había entrado en su cuarto, por lo que dudo si fue mayor su sorpresa por encontrarme  allí en su puerta o la mía al verla rezando ante un pequeño altar casero realizado a base de imágenes de santos.
― ¡Ven!  ¡Te necesito! ― fue todo lo que alcancé a decirle mientras tiraba de ella.
No hallé asombro en sus ojos mientras le explicaba lo sucedido,  sino la confirmación de sus peores temores. Al llegar a la habitación, como un médico examinando a una paciente  revisó las marcas de mordiscos y pidiéndome ayuda para darle la vuelta, descubrió que también las tenía en espalda y glúteos. Cuando hubo acabado, salió de la habitación, volviendo instantes después con una vela blanca.
― ¿Qué haces?― pregunté alarmado.
Haciendo caso omiso a mis palabras, se arrodilló frente a la muchacha y mientras rezaba en un idioma extraño para mí, encendió la llama. Sólo cuando la luz de la vela ya iluminaba la estancia, se giró para contestarme:
― Tranquilizarla― respondió extrañada de que no supiese interpretar sus actos.
Volví mi cabeza para observarla. Jimena se había hundido en un sueño sosegado. En su cara había desaparecido la rigidez y con gesto sereno, dormía como una niña. Lo sorprendente fue cuando abriendo su escote, Paula me mostró que no quedaba rastro de las señales que tanto me habían asustado. No podía ser real, ¡La piel de sus pechos volvía a tener un aspecto sedoso! ¡Nada quedaba del maltrato que habían padecido!
― Parece cosa de magia― murmuré sin atreverme a alzar la voz.
― Es magia, blanca pero magia― contestó señalándome el pasillo para que saliera de la habitación.
Fui tras ella. Siguiendo sus pasos, pude ver como entraba en el cuarto de invitados olfateando el aire en búsqueda de no tengo ni idea qué vestigio o resto. Deshizo la cama, estudiando las sabanas. Entró en el baño, encendió la luz, escudriñándolo todo. Sin Hacer ruido, cogió una escoba y barrió concienzudamente todas las estancias. Parado en la puerta, sin adivinar la razón de  sus acciones, comprendí que de alguna forma estaba tratando de averiguar que le había pasado a la mujer y que no me iba a quedar más remedio que convertirme en un mero espectador de lo que de ahora en adelante pasara en mi casa.
Acto seguido, me preguntó dónde me la había encontrado.
― Ahí, en el centro del pasillo― expliqué.
Fue al lugar exacto  donde le había señalado y mojando sus dedos en el charco todavía caliente, se los llevó a la boca. De no haber sido por lo aterrorizado que estaba, no hubiera podido resistir la repugnancia de verla saboreando los orines. Ya nada me escandalizaba por lo que no me pareció raro que me pidiera que me sentara con ella en el suelo y que le explicara con pelos y señales todo lo que había ocurrido.
Tomando aire, empecé con mi relato sin atreverme a ocultarle nada. Le conté con gran vergüenza que, mientras estaba  haciendo ejercicio, había entrado Jimena en mi cuarto y que su sola presencia me había excitado hasta lo indecible. Incapaz de mirarla a la cara, le reconocí que no estaba seguro de cómo había conseguido refrenar mis impulsos, que todo mi ser me pedía desnudarla y sin tomar en cuenta su estado, hacer uso de su cuerpo.  Paula se mantuvo callada, escuchando sin interrumpirme. Su rostro reflejaba no solo concentración sino un claro conocimiento de lo que le estaba contando. Al terminar mi relato,  me hizo repetir la frase que había llegado a entender de sus balbuceos. Cuando llegué al final de mi exposición, ella se quedó pensando un momento antes de contestar:
― Señor, no me pida que le explique ahora lo que ha ocurrido, debemos descansar para que  mañana tengamos fuerzas pero mientras tanto póngase esto― me ordenó a la vez que se quitaba  su medalla.
La recogí de sus manos sin protestar. Podía ser una locura pero, en cuanto la toqué, me sentí seguro y haciéndole caso  me la puse, no sin antes jurarle  que por ningún motivo me la iba a quitar. Dio la impresión que había quedado satisfecha con mi respuesta. Susurrándome al oído, me pidió que me fuera a la cama de inmediato y canturreando una triste melodía por el pasillo, me dejó solo.
Como Jimena estaba durmiendo en la única cama del cuarto, no me pareció apropiado el acostarme a su lado, tenía demasiado reciente mi reacción y temí que si compartía su lecho, ésta se volviera a repetir y no pudiese hacer nada por pararla. Cogiendo mi almohada y una manta, hice lo único que podía permitirme, tumbarme en el suelo a dormir.
 
 
 

Relato erótico: “Prostituto 11 Una policía y su gemela me chantajean” (POR GOLFO)

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POLICIA portada3
La teniente Blair:
Acababa de terminar el cuadro que me encargó Mari, una de mis clientas, al mirar la hora descubrí que eran las dos y como no tenía nada más que hacer, decidí salir a comer al restaurante de la esquina. Mientras salía de mi edificio, tengo que reconocer que estaba bastante satisfecho con el resultado porque había conseguido plasmar sobre el lienzo sus deseos. Para los que no os sepáis la historia, conocí a esa mujer gracias a que el idiota de su marido me contrató para que me acostara con ella mientras él miraba y con el ánimo de recordarle su infamia, me rogó que le hiciera un retrato. Fue ella la que me dio la idea, me pidió que dibujara su desnudo visto desde el ojo de una cerradura y así lo hice.
“Coño, ¡Qué hambre tengo” pensé mientras entraba en el local.
El maître me conocía y por eso al verme haciendo fila, me llamó y saltándose los turnos, me llevó a una mesa alejada de la entrada. Cansado como estaba, me dejé caer sobre la silla y cogiendo la carta, me puse a elegir mi comida. Entretenido con la elección de la comanda, no la vi venir hasta que sentándose frente a mí, dijo:
-Hola, Alonso-
Levanté mi mirada para ver quien se había sentado en mi mesa. Mi sorpresa fue total al comprobar que quien me había saludado era una extraña.
-¿Te conozco?- pregunté un tanto mosca porque estaba convencido que nunca me había cruzado con ese estupendo ejemplar de mujer.
La tipa en vez de contestarme, llamó al camarero y pidiéndole una cerveza, se puso a leer la carta.
“¡Qué descaro!” exclamé mentalmente ya interesado. Esa geta sabía que estaba buena y por eso se permitía esos lujos. Mirándola le eché unos veintiocho años. Rubia de bote, llevaba una melena rizada de peluquería que no cuadraba con lo informal de su atuendo. Vestida con una camiseta y unos pantalones vaqueros rotos, iba demasiado peinada.
Creyendo que las intenciones de esa muchacha eran ligar, sonreí al ver al empleado del restaurante trayéndole su bebida. Fue después de darle un trago cuando me preguntó entornando sus ojos:
-¿Qué decías?-
Solté una carcajada al percatarme de su total ausencia de vergüenza.
-Te había preguntado si te conocía-
-Tú no pero yo sí-  respondió muerta de risa- y al verte entrar, decidí que me ibas a invitar a comer-.
Contra toda lógica, la caradura de esa mujer me encantó y por eso  resolví que ya que tendría que pagar la cuenta, iba a disfrutar tomándole el pelo aunque reconozco que también me vi influido por  el tamaño de sus pechos. Vestida de modo informal, la naturaleza había dotado a esa rubia con un par de espectaculares melones.
-¿Me vas a decir tu nombre o tendré que averiguarlo?-
-Me llamo Zoe pero, para ti, soy la teniente Blair- me soltó cambiando de tono. Si antes era todo dulzura y simpatía en ese momento se volvió arisca y dura.
Todavía creía que el propósito de esa mujer era seducirme y por eso sin medir las consecuencias, le respondí:
-Huy, ¡Qué miedo!, te apellidas como la bruja-
Mi chiste, además de malo, debía de haberlo oído mil veces pero en esa ocasión, tuvo que dolerle porque hecha una furia, me espetó:
-Y tú, ¿Cómo prefieres que te llame?: Alonso el Gigoló, Alonso el Prostituto o simplemente el vividor-
Como comprenderéis, no me esperaba que esa mujer conociera mi doble vida y menos que a voz en grito, me descubriera en mitad del restaurante. Cabreado hasta la medula, le cogí de la mano y acercándola, le susurré al oído:
-¿Se puede saber a qué coño juegas?. A lo que me dedique no es tu puto problema-
-En eso te equivocas, no te aclaré antes quien era: Soy la teniente Blair de la policía metropolitana de Nueva York-
Su respuesta me dejó acojonado, ya que el mayor de los problemas a los que se puede enfrentar un prostituto no es otro que la policía. Por eso y tanteando el terreno, me defendí diciendo:
-Pues te han  informado mal, soy pintor, pago mis impuestos y para nada me dedico a eso-
La puñetera muchacha soltó una carcajada al oírme y sacando de su bolsa un dossier, lo dejó encima de la mesa. Al ver que no hacía ningún intento por cogerlo, me ordenó:
-Léelo-
Temblando abrí la carpeta para descubrir que esa puta no solo tenía un completo informe de mis finanzas sino que se había tomado la molestia de seguirme durante un mes. Entre los papeles, había multitud de fotos con mis clientas. En ellas, se me podía ver alternando en bares, discotecas y hoteles. No tuve que ser muy espabilado para comprender que estaba en un aprieto y que todo lo que dijera podía ser usado en mi contra. Por eso, al terminar de leerlo, lo dejé en la mesa y me quedé callado.
-¡Te tengo cogido por los huevos!-
La seguridad con la que lo dijo me produjo escalofríos porque aunque me había asegurado de declarar mis ingresos, difícilmente mi versión se sostendría ante una investigación oficial. Ella, al comprobar el efecto de sus palabras, dulcificó el gesto y cogiéndome de la mano, me soltó:
-Necesitas protección y yo te la puedo dar-
“¡Hija de perra!” pensé al advertir sus intenciones y soltando su mano, le pregunté:
-¿Qué es lo que quieres?-
-Poca cosa: el diez  por ciento de tus ingresos y que me ayudes en una investigación-
Lo primero me lo esperaba pero fue lo segundo lo que me dejó aterrorizado porque supuse que si esa zorra necesitaba de la ayuda de un gigoló, solo podía significar que iba a ponerme en peligro.  Cómo no podía negarme de plano, pensé que lo mejor era que me explicara que quería que hiciera porque siempre podía coger un avión y huir a España.
-¿Qué tengo que hacer?-
-Algo muy fácil, necesito que seduzcas a una mujer y que cuando lo hayas conseguido, me avises-
“¡Será puta!” exclamé mentalmente al percatarme que esa petición tenía gato encerrado y que no podía ser tan sencillo.
-¿Quién es la afortunada?-
Por respuesta, la policía sacó una foto y me dijo:
-Mi hermana Jane-
Reconozco que suspiré aliviado al enterarme que era un tema personal y que nada tenía que ver con drogas o mafia. Al mirar la foto descubrí que la tal Jane, además de su hermana, era su gemela. Imaginé que se trataba de un tema de herencia y por eso solo le pregunté dónde podía localizarla:
-La encontrarás cualquier noche en “Le Souk”-
Una vez aclarado ese extremo, solo me quedaba averiguar que era exactamente lo que quería que hiciera:
-Follártela-
-¿Nada más?- reiteré.
Click en la foto para cerrar...Mi insistencia la hizo dudar y tras unos momentos de vacilación, me respondió:
-Me vendría bien que la filmaras mientras te la tiras. Esa puta va de estrecha pero a mí no me engaña y sé que es un zorrón pero quiero demostrarlo-
Después de eso nada me retenía ahí, pero cuando me levanté para irme, esa puta no me dejó y no me quedo más remedio que aguantar su charla toda la comida. Fue una hora espantosa, sin saber qué hacer ni que decir,  soporté en silencio el monólogo de la arpía sin quejarme. Así me enteré que desde niñas, las dos hermanas se odiaban y que durante todo ese tiempo se habían dedicado a joderse la una a la otra.
-¡Imagínate!: esa zorra se tiró a mi novio cuando ya tenía fecha de boda- se quejó en un momento dado la policía.
No me cupo duda que se quería desquitar. Era tal su rencor que en cuanto supo de mi existencia, advirtió que podía usarme para completar su venganza. Por lo visto, Jane se acababa de casar con un ricachón y ni siquiera la invitó a la boda.
“Quiere joderle el matrimonio” sentencié mientras pagaba.
Al estar en sus garras, le prometí que tendría pronto noticias mías y cabizbajo, volví a mi apartamento. Estaba tan desesperado que pensé en pedir consejo a Johana, mi madame, pero tras meditarlo decidí no hacerlo no fuera a ser que se espantara y dejara de surtirme con clientas. Tratando de tranquilizarme salí a correr. Al cabo de una hora, estaba agotado pero feliz porque  había analizado mis posibilidades y comprendí que si solo me pedía una comisión y que me tirara a su hermana, no era tan desesperada mi situación.
Su hermana gemela:
Nada más llegar a mi apartamento, me duché y tras afeitarme, me puse a bucear en internet a ver si de casualidad salía algo de mi supuesta víctima. No me costó hallar información de la susodicha. Tal y como me había anticipado su hermana, Jane se había casado con un vejestorio podrido de dinero y se rumoreaba que la boda no era más que un paripé porque rara vez se les veía juntos.
Siguiendo las instrucciones de la teniente, esa misma noche me acerqué al bar donde se suponía que alternaba. No tardé en localizarla. Sentada con una negrita en un apartado, tenían un séquito de admiradores que no las dejaban en paz:
“Mierda” pensé al percatarme de lo complicado que tendría para llegar hasta ella.
Afortunadamente y cuando ya pensaba en claudicar, recordé que según su hermana, esa perra no aguantaba que nadie le hiciera sombra y que encima tenía por costumbre, envidiar lo ajeno.
“Su amiga es la vía”  pensé.
Aprovechando que la morena se había levantado al baño, me hice el encontradizo  y tras una breve charla, me enteré que se llamaba Liz y conseguí llevármela a mi mesa. Acababa de llamar al camarero para pedir una copa para la negrita, cuando vi de reojo que Jane se acercaba a donde estábamos. Fue entonces cuando me vino a la mente el plan y cogiendo a su amiga de  la mejilla, le di un beso. La muchacha respondió con pasión y  frotando su sexo contra el mío, buscó saciar su calentura.
-¿Qué haces Liz?- preguntó nada más llegar a nuestro lado, celosa quizás de que su amiga hubiera conseguido rollo antes que ella.
Al oírla, me hice el sorprendido y poniendo cara de angustia, exclamé:
Click en la foto para cerrar...-¡Zoe!, ¡No es lo que piensas!-
Mi reacción la dejó helada y tras unos breves instantes, vi que su semblante cambiaba y que tras la sorpresa inicial producto de haber sido confundida por su hermana, creyó que a buen seguro que podía usar mi error a su favor y me soltó:
-¿Y qué es entonces?-
Siguiendo con mi papel, respondí que la zorra de su amiga se me había tirado encima. Indignada, Liz me dio un bofetón, tras lo cual se fue. Jane no cabía de gozo. Sin pedirme permiso se sentó a mi lado, diciéndome:
-Para empezar no soy Zoe sino su hermana y ahora mismo voy a llamarla-
-Por favor, ¡no lo hagas!- respondí con un tono desesperado.
-¿Quién eres?-
-Soy Alonso, un amigo-
-No te creo. Por tu reacción debes de ser su novio y acabo de ver cómo le pones el cuerno-
Simulando un estupor que no sentía, le rogué que no se lo dijera y que en compensación, haría todo lo que ella quisiera. Estaba encantado por el modo en que se estaban desarrollando los acontecimientos, esa mujer no solo era clavada a su hermana sino además tenía la misma voz de su hermana.
-Bien para empezar, dame tu número de teléfono-
Como comprenderéis se lo di inmediatamente mientras seguía disculpándome. Jane, tras anotarlo, me llamó para comprobar que era el verdadero y al oírlo sonar, me dijo:
-Ahora, vete de aquí – la dureza de su voz no enmascaró la alegría que esa bruja sentía por la posibilidad de joder a su hermana nuevamente – Mañana te llamo con lo que he decidido-
Ocultando mi satisfacción, me despedí de ella con la cara desencajada y salí del local. Al pisar la acera, solté una carcajada porque aunque ninguna de las hermanas lo supiera, acababa de cambiar mi suerte. Si no estaba confundido, el odio, que esas dos se tenían, iba a ser la herramienta con la que me libraría del chantaje al que me tenía sometido la corrupta de la teniente Blair.
La gemela muerde el anzuelo:
Esa mañana me levanté temprano y sin pensar en otra cosa, salí de mi casa a comprar una serie de artículos que estaba convencido esa misma tarde iba a necesitar. Eran poco más de las once cuando  llegué de vuelta. Confiando en mi plan, me puse a pintar un retrato de Zoe, usando como modelo una foto que saqué subrepticiamente a su gemela en el bar. Con toda la intención del mundo, plasmé a la chantajista semidesnuda con uniforme de policía. Había terminado de esbozar su rostro con gorra cuando recibí la llamada de Jane.
-Alonso, quiero verte a solas- me dijo con un tono autoritario que me recordó a su hermana.
Tartamudeando por unos fingidos nervios, le respondí que porque no venía a mi estudio. La mujer se sorprendió al saber mi profesión y con voz firme tras pedirme mi dirección, me dijo que me veía a las seis.
“Cojonudo” exclamé mentalmente mientras me despedía de ella “tengo todavía cinco horas para terminar el puto cuadro”
Con la confianza que da el saberse al mando, me dediqué en cuerpo y alma al retrato. Si normalmente trataba de ocultar el rostro de mis modelos, esta vez pinté no solo  con precisión sus rasgos sino que me di el lujo que  dibujarla en una pose cuasi pornográfica. Pincelada a pincelada fui cerrando la soga alrededor del cuello de Zoe, de forma que cuando su querida hermana tocó el timbre de mi casa, ya casi había acabado.
Al abrir la puerta y dejarla entrar, me percaté que esa zorra venía en son de guerra. Vestida con un ajustado traje de cuero, sus pechos quedaban realzados por un rotundo escote.
Click en la foto para cerrar...“Está buena la cabrona” pensé mientras la llevaba hasta el salón donde tenía el estudio.
Todo estaba calculado. El cuadro que teóricamente era de su hermana en mitad de la sala y sobre una silla, el uniforme de teniente de policía que había comprado esa misma mañana. Jane nada más entrar, se fijó en ambos y aprovechando que, sumida en sus pensamientos,  se acercaba a mirar el retrato más de cerca, le pedí que me esperara un minuto, aduciendo que tenía que quitarme los restos de pintura.
Tranquilamente, me metí a duchar sin olvidar poner en funcionamiento  la cámara que grabaría todo lo que sucediera en esa habitación. Cuando volví recién duchado y tapado únicamente por una toalla, supe al instante que todo marchaba según lo planeado. Jane creyendo que iba a putear a su hermana, se había puesto el uniforme y me esperaba adoptando la misma postura del cuadro.
-¿Qué haces?-  pregunté con tono de sorpresa al verla vestida con la gorra de lado y con la chaqueta de policía abierta sin sujetador y con solo un brevísimo tanga negro cubriendo su entrepierna.. 
La zorra de Jane sonrió al verme tan alterado y mordiéndose los labios mientras se pellizcaba un pezón, me respondió diciendo:
-Esta mañana he hablado con mi hermanita y le he preguntado si salía con alguien-
-¡No se lo habrás contado!-
-No- contestó riendo- la muy puta me ha mentido, negando que tuviese pareja-
Lancé un suspiro aliviado ya que por un momento creí que todo se había ido al traste. La mujer malinterpretó mi suspiro y acercándose a donde estaba, tiró de mi toalla, diciendo:
-Lo tuyo con mi hermana debe de ir en serio porque si no esa guarra se hubiese jactado del bombón que se estaba follando-
Completamente desnudo, intenté taparme con las manos pero entonces Jane, susurrando en mi oído, me preguntó:
-¿No querrás que mi hermanita se entere que el capullo de su novio le pone los cuernos?-
-¡No conoces a tu hermana! ¡Me mataría!- respondí asustado.
Su sonrisa me avisó que se había tragado el anzuelo. Ni siquiera se quitó la gorra: sin hablar, se arrodilló a mis pies y acercando su boca a mi sexo, lo fue engullendo mientras con su mano se empezaba a masturbar. No sé si fue la sensación de sentir a esa puta mamando o la certeza de que me iba a librar de su hermana pero la verdad es que mi pene no tardó en adquirir su máxima extensión.
Viendo mi erección me llevó a empujones al sofá y en cuanto aposenté mi trasero, me soltó:
-Te voy a demostrar como la policía hace  buenas mamadas-
Agachándose frente a mí, me obligó a separar las piernas y sin más prolegómeno, se fue metiendo mi pene en su boca. Disfrutando del momento, dejé que esa rubia fuera  engullendo con suavidad mi extensión  mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Tuve que reconocer que Jane era una artista, jugando con su lengua recorrió todos los pliegues de mi glande antes de comenzar realmente con la felación. Excitado como estaba, tuve que acomodarme en el asiento cuando la boca de esa mujer se convirtió en una aspiradora.
¡Fue increíble!.
Con mi verga clavada hasta el fondo de su garganta, succionó mi miembro de manera que este se vio aprisionado en su interior. Ya creía morirme de placer cuando esa zorra se lo sacó de la boca y mirándome, sonrió.
-¿A qué nunca te han hecho esto?- me soltó volviéndoselo a empotrar y repetir la misma operación.
Tenía razón, nadie jamás había usado esa técnica. Sin pausa fue introduciendo, comprimiendo  y sacando mi falo hasta que explotando dentro de su boca, bañé con mi esperma su interior. Satisfecha, Jane no perdió la oportunidad de darse un banquete y como si fuera maná caído del cielo, esa zorra siguió masturbándome hasta que consiguió ordeña hasta la última gota de mi maltrecho pene.
-¿Soy una buena mamadora?- preguntó con voz de puta.
-¡Buenísima!- respondí sin faltar a la verdad.
Mi entrega le dio alas y convencida de que se estaba tirando a su futuro cuñado, se levantó y meneando su trasero, me ordenó:
Click en la foto para cerrar...-¡Fóllame!-
No me lo tuvo que repetir dos veces, colocándola de espaldas, la apoyé sobre la mesa del comedor y bajándole las bragas, la ensarté de un solo empujón.
-Ahh- chilló de placer.
Lentamente fui sacando y metiendo mi verga en su interior mientras con las yemas de mis dedos, pellizcaba sus pezones. Increíblemente, esa mujer se corrió tras unas cuantas embestidas lo que me dio la suficiente confianza de decirla:
-¿Te gusta? ¡Putita!-
Absorta en sus sensaciones, Jane no contestó mientras su cuerpo convulsionaba de placer.
-¿Te gusta? ¡Zoe!-
Al oír que la llamaba como a su hermana, creyó desfallecer de gusto y moviendo sus caderas, gritó descompuesta:
-¡Sí!- y creyendo que era parte del juego, chilló: -Dale duro a tu teniente-
No hizo falta más y azuzándola con una nalgada, di  comienzo a su doma. Jane protestó al sentir mi dura caricia en su cachete pero impelida por un deseo hasta ese momento desconocido para ella, berreó y como posesa me rogó que siguiera follándomela así. Marcando su ritmo con azotes, la obligué a acelerar.
-Zoe, follas mejor que las ricachonas que me tiro. Si quieres, un día le digo a alguna que mire mientras lo hacemos-
-Sí- aulló -¡Me encantaría!-
Ajena a estar siendo usada para desbaratar los planes de su hermana, Jane siguió contestando afirmativamente a todo lo que le decía. Sin darse cuenta de sus respuestas, confirmó que sabía que era prostituto, que cobraba comisión de mis tarifas e incluso llegó a decir que ella también cobraba. Satisfecho por la información recabada, me dediqué entonces a aliviar mis propias ansias y agarrándola del pelo, tiré de su melena y susurrándola mis intenciones, me lancé en busca de mi orgasmo.
Mi liberación:
Al día siguiente me levanté eufórico, no solo había le echado un buen polvo a una preciosidad sino que gracias a ella, me había liberado de su hermana chantajista, aunque la teniente Blair no lo supiera todavía. Nada más terminar de desayunar, la llamé.
Zoe se sorprendió de mi llamada porque no esperaba que hubiese tardado solo un día en cumplir con la misión de seducir a su parienta.
-¿Te la has tirado ya?- insistió extrañada.
-Sí- contesté- ¿No era lo que querías?-
-Y ¿la has grabado?-
-También, tienes que ver como berreaba- solté en plan de guasa con el ánimo de picarla.
-¡No te creo!-
Como había previsto esa reacción le dejé escuchar unos segundos en los que su hermana gritaba de placer pidiéndome que la azotara.
-¡Eso tengo que verlo!- respondió sin creerse su suerte -¡Voy para tu casa!-
Estoy convencido que esa perra llegó con el chocho empapado por el gusto de tener por fin un arma con la que destruir a Jane porque nada más entrar, me pidió ver lo grabado.
-¿No quieres una copa?- pregunté para incrementar sus ganas de ver cómo me había follado a su gemela – Te la aconsejo, lo que vas a ver es bastante fuerte-
Click en la foto para cerrar...Refunfuñando, me pidió una cerveza. Mientras se la servía, aproveché para darle un buen repaso. Era acojonante, la poli y su hermana eran clavadas. No solo iban peinadas igual sino que mirándola con detenimiento, comprobé que ambas tenían el mismo culo e incluso los mismos pechos. Estaba convencido que nadie podría poner en duda que era ella la mujer que aparecía en el video. Previendo su contraataque, había grabado a su hermana desde lejos y con música de fondo, de manera que le resultara imposible demostrar que no había sido ella la protagonista.
Zoe, entretanto y sin hacer mención al asunto, revisó la habitación con la intención de comprobar que no la grababa. Acostumbrada por su profesión, no le costó hallar la cámara y al ver que estaba apagada, sonrió aliviada.
-No soy tan capullo- le dije haciéndole saber que me había dado cuenta de su maniobra.
Al darle la bebida, me fijé en que estaba nerviosa, se podía decir que estaba inclusive excitada con la idea de asestar un golpe definitivo a su querida hermanita. Os parecerá increíble pero no pude dejar de observar que bajo su camisa, sus pezones la delataban. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le pedí que se sentara frente a la televisión y sin más, encendí el reproductor.
Sin ser consciente de lo que se avecinaba, soltó una carcajada cuando vio que su hermana disfrazada se arrodillaba a hacerme la mamada:
-Será puta, fíjate, se ha disfrazado de poli- señaló muerta de risa.
-Eso no es nada- respondí colocándome a su espalda –espera y verás-
Ensimismada mirando la escena, no dijo nada cuando llevando mis manos a sus hombros, le empecé a hacer un masaje. A Zoe tampoco le importó que lentamente estas bajaran por su cuerpo y sin ningún disimulo empezaran a acariciarle los pechos:
-Sigue que me gusta- me dijo sin separar sus ojos de la tele.
No me cupo duda de que esa zorra se creía al mando y que por eso, admitió sin reservas que la víctima de su chantaje incrementara el palpable deseo que ya le dominaba. No tardé en oír sus primeros gemidos cuando introduciéndome bajo su blusa mis yemas aprisionaron sus pezones. Valiéndome de que no perdía detalle de cómo Jane se estaba introduciendo mi falo, desabroché sus botones y después de liberar sus senos, me introduje uno de ellos en mi boca.
-¡Qué rico!- suspiró y adoptando el papel de dueña de mi destino, me espetó: -Creo que además de pagar mis honorarios, te voy a follar a mi antojo-
-Lo que tú ordenes- le contesté sumisamente mientras llevaba mi mano a su entrepierna.
-Para ser prostituto, eres muy manejable- dijo ya excitada abriéndose de par en par el pantalón para facilitar mis caricias.
“¡No sabes cuánto!” exclamé mentalmente sin descubrir todavía mi juego.
La arpía gimió al notar la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-¡Dios!-aulló de placer imbuida en deseo.
Entre tanto, la reproducción seguía su curso de modo que Zoe no tardó en observar como su hermanita se tragaba mi semen.
-¡Se va a cagar cuando le enseñe el video!- espetó al ver y escuchar que Jane a voz en grito me pedía que la follara –No creo que le guste mucho al ricachón de su marido ver lo zorra que es su mujercita-
 
Click en la foto para cerrar...Concentrada en su venganza, no se percató que abriendo un cajón saqué unas esposas. Sin darle tiempo a reaccionar, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes sobre sus muñecas, la dejé inmovilizada:
-¡Qué cojones haces! ¡Quiétamelas!- gritó como histérica al comprobar que estaba a mi merced.
Aproveche que estaba indefensa para quitarle la pistola que llevaba en el sobaco y pegándole un tortazo, le ordené que se callara. Disfruté de sobremanera, verla llorando de la impotencia:
-No me puedes hacer esto. ¡Soy policía!-
-Sé que eres policía pero ambos sabemos que eres corrupta- le solté y sentándome a su lado, le dije: -Tranquilízate y sigue viendo la grabación-
Con el último resto de rebeldía, se negó y cerró los ojos pero no tardó en abrirlos cuando recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones, se lo pellizqué dolorosamente mientras le susurraba al oído:
-Te he dicho que mires, ¿No querrás que me enfade?-
Chilló de dolor pero obedeció de forma que durante los siguientes diez minutos ni siquiera pestañeó no fuera a ser que volviera a castigarla. Es difícil de describir la satisfacción que sentí al observar que a medida que veía la cinta, esa mujer se iba encogiendo al ser consciente del embrollo en el que se había metido. Las lágrimas afloraron a su rostro cuando escuchó como su hermana se hacía pasar por ella y reconocía una serie de delitos que sin duda no solo acabarían con su carrera sino que la levarían a pudrirse en una cárcel durante una larga temporada.
Al terminar, me levanté y mirándola a los ojos, pregunté:
-¿Qué te parece?-
Con odio en su rostro, me contestó:
-No te saldrás con la tuya. Obligaré a mi hermana a confesar que fue ella-
Soltando una carcajada, la levanté del sofá y llevándola hasta la mesa del comedor, la obligué a apoyarse sobre ella.
-Eso no te lo crees ni tú. ¿Realmente me crees tan idiota? Nunca lo reconocerá porque eso significaría que el viejales con el que se ha casado la abandonara dejándola sin un duro-
Supe que ella opinaba igual porque ni siquiera hizo el intento de rebatir mi argumento. Viendo su desolación, me puse tras ella y lentamente le fui bajando tanto el pantalón como las bragas sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo.
-¿Qué vas a hacer?- chilló aterrorizada cuando mis manos le abrieron las nalgas.
Parafraseando sus propias palabras cuando en el restaurante me chantajeó, le contesté:
Click en la foto para cerrar...
-Poca cosa: Ahorrarme el diez por ciento de mis ingresos y aliviar mi cabreo en tu culo-
Zoe trató de patearme pero entonces, tirando de sus esposas, la inmovilicé mientras le decía:
-Te aviso que he mandado copia de este video a unos amigos en España y si me ocurre algo, no solo lo harán llegar a la jefatura sino que lo colgaran en internet para asegurarse que llega a la opinión pública.
Al oír mi advertencia, dejó de debatirse y llorando a lágrima viva, esperó lo inevitable. Su castigo no tardó en llegar porque acercando mi glande a su entrada trasera, lo introduje sin intentar siquiera que se relajara. El dolor que sintió fue tan intenso que la impidió moverse ni reaccionar, de manera que con tranquilidad terminé de penetrar su hasta ese momento virgen esfínter, consumando la violación.
-¿Sabe mi teniente que tiene un culito irresistible?- me mofé mientras empezaba a moverme – Creo que te voy a estar follando hasta que consiga que ladres y aúlles como la perra policía que eres.
-¡Por favor! ¡Me duele mucho!- rogó entre gritos mi victima al sentir mi verga hoyando sus intestinos -¡Haré lo que quieras! Pero ¡Sácamela!-
No hice caso de sus ruegos y afianzándome sobre ella, aceleré mis penetraciones. Zoe creyó desfallecer por el atroz sufrimiento al que la estaba sometiendo. Apretando su mandíbula, intentó dejar de gritar pero entonces sintió en sus nalgas mi primer azote:
-Muévete puta-
Furiosa por mi trato, quiso rebelarse pero su insumisión solo le sirvió para acrecentar su castigo y tras una media docena de dolorosas cachetadas, afrontó su destino sin quejarse.
-Así me gusta- le susurré al percatarme de su rendición – Si te comportas como una buena cachorrita quizás te permita correrte-
Click en la foto para cerrar...-¡Vete a la mierda!- gritó indignada porque le hubiese insinuado que podría obtener placer de esa violación.
Sacando fuerzas de la desesperación, la rubia policía intentó zafarse pero entonces cogiéndola del cuello, la inmovilicé. Al sentir mis manos estrangulándola, buscó con ansiedad respirar. Jadeando  se desplomó sobre la mesa, momento que aproveché para llevar la velocidad de mis incursiones al límite y fue entonces cuando se produjo un efecto que no había previsto: Al constreñir su respiración, se elevaron los niveles de CO2 en su cerebro por lo que las venas y la arterias de la mujer se dilataron, y eso multiplicó sus percepciones y sus sensaciones mientras yo seguía machaconamente penetrándola.
Zoe, luchando por su vida, sintió que todo su cuerpo se revelaba y cuando la adrenalina acumulada se juntó con la acción de mi pene, desde su interior y como si de un terremoto se tratara, todas y cada una de sus defensas se vieron asoladas por el maremágnum de placer que recorriendo su anatomía se concentró en su sexo:
-¡Me corro!-consiguió gritar antes de que de su vulva un manantial de flujo confirmara con hechos sus palabras.
De improviso, la rubia convulsionó sobre la mesa, gritando y aullando por el orgasmo que estaba devastando su mente:
-¡Sigue!, por favor- me suplicó llorando.
Su sometimiento  pero sobre todo el deseo que traslucía por su tono me hicieron saber que había ganado por lo que le di la vuelta. Directamente la senté sobre la mesa y sin pedirle su opinión, puse sus piernas sobre mis hombros y de un certero empujón, le clavé toda mi extensión en el interior de su vagina.
-¡Animal!- aulló al sentir mi glande abriendo el camino en su conducto.
En ese momento, había dos Zoes. Una orgullosa que todavía peleaba por no claudicar y otra entregada que imploraba que no parara. Usando mi pene como mazo, fui derribando sus postreros reparos de manera que en menos de un minuto y cuando ya sentía aproximarse mi propio clímax, escuché que me decía:
-Haz conmigo lo que quieras pero ¡Sígueme follando!-
Encarrilado como estaba, no puse objeción a su ruego e incrementando tanto la velocidad como la profundidad de mis incursiones, conseguí nuevamente que se corriera pero en esa ocasión, me uní a ella y vaciándome en el interior de su vagina alcancé la victoria. La otrora orgullosa teniente se desplomó agotada mientras sentía que su alma era elevada al cielo carnal de las elegidas. Aproveché su debilidad para descansar durante unos minutos, tras lo cual le quité las esposas y con la certeza de que esa mujer ya era de mi propiedad, me fui por una cerveza a la cocina.
Al volver me encontré a Zoe, ya vestida, sentada en el sofá. Con el rímel corrido, su rostro era un poema. Se notaba a simple vista que esa mujer estaba deshecha, había llegado a mi casa suponiendo que gracias a la información que tenía de mis actividades, por fin había vencido en su rivalidad con su hermana pero desgraciadamente para ella, todo se le había torcido. Su visita triunfal había supuesto su derrota más dolorosa.
 -¿Me puedo ir?- preguntó sin ser capaz de sostenerme la mirada.
-Por supuesto- le respondí – tenemos un trato: yo no distribuiré el video si tú te comprometes a tirar ese dossier a la basura-
-¿Nada más?- reiteró con un deje de tristeza que no supe interpretar.
-¿Qué más quieres?- respondí tanteando el terreno- Vete ahora porque si sigues aquí cuando me termine la cerveza, te volveré a tratar como la perra que eres-
Mis duras palabras, le hicieron reaccionar y cogiendo su bolso, salió despavorida por la puerta. Solté una carcajada al verla huir, haciendo aún más ominosa su espantada. Satisfecho y contento por el modo en que había resuelto el problema, me tumbé en el sofá mientras terminaba mi bebida. Estaba a punto de levantarme para ir a por otra cuando escuché el timbre de mi casa.
Al abrir, me topé con Zoe en el zaguán.
-¿Qué haces aquí?- le dije solo parcialmente sorprendido.
La mujer me miró indecisa y tras unos instantes de vacilación, respondió:
-Vengo a ver a mi amo-
-Pasa- le dije y al hacerlo, la besé suavemente.

 

Desde entonces, tengo una perra policía que me protege y me cuida pero también una amante dulce y cariñosa que se desvive por hacerme feliz. Amante a la que no le importa a lo que me dedico siempre y cuando al llegar a su casa, le haga recordar nuestro primer encuentro.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
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Relato erótico: “Jugando con una presentadora de TV atrevida 3” (POR COCHINITO FELIZ)

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Beatriz miró nerviosa la cajita de cartón que le ofrecía su compañera Silvia. De nuevo, faltaban a penas cinco minutos para empezar otra vez su sesión de noticias por la TV.

– Venga, ábrelo. ¿No tenías tantas ganas de ver lo que había dentro?
Sí, se moría de ganas, pero al mismo tiempo le asustaba, porque se lo había mandado su Amo Alex, dispuesto a someterla y humillarla en directo. Seguro que lo que había dentro la pondría delante de las cámaras en una situación todavía más vergonzosa. Pero su coño hambriento necesitaba todavía emociones más fuertes.
Nerviosa, abrió la caja.
Dentro encontró una cadenita plateada, de algo más de una cuarta de longitud. Y en cada uno de los extremos, dos pinzas pequeñas también plateadas, de aspecto complicado.
Silvia no le dio mucho tiempo a pensar.
– Quítate el body negro, ya.
Instintivamente Beatriz obedeció, quedándose solo con aquel sujetador rojo que era la mínima expresión, porque no tapaba ni los pechos ni los pezones. Otra vez sintió el corazón empezando a acelerarse, y el calor circulando por su cuerpo.
Silvia abrió y cerró las pinzas un par de veces.
– Pero si son pinzas japonesas….
Beatriz la miró con cara extrañada. No estaba muy puesta en juguetes para sado.
– Verás que curiosas son, zorrita….
Silvia cogió uno de los pezones de Beatriz y lo acarició un poco, haciendo que se pusiera turgente y puntiagudo. Beatriz no podía dejar de estremecerse de placer. Siempre le había gustado que le acariciaran los pechos. Silvia acercó la pinza abierta desde abajo y pilló el pezón. Beatriz apretó los dientes, porque la mordida de la pinza con el pezón tan sensible le hacía un daño suave y constante. Respiró hondo. Sí, lo podía tolerar, concentrándose en el dolor, aceptándolo, asumiéndolo como parte de sí.
Silvia no perdió el tiempo, y sobre la marcha frotó con los dedos el otro pezón oscuro, y le puso la segunda pinza. Beatriz volvió a ahogar un gritito de molestia. Toda su atención estaba puesta en aquellas dos pinzas que mandaban un suave dolor…pero por qué no decirlo, también un ligero placer con lo excitada que estaba. La cadenita colgaba libremente entre los dos pezones.
-¿Soportas bien el dolor ahora mismo, zorrita?
-Sí, Ama Silvia.
Silvia cogió la cadenita con los dedos.
– Verás, la gracia de las pinzas japonesas es que nunca se sueltan. Cuando más tires,  se aprietan más y más….
Mientras hablaba, empezó a tirar hacia sí de la cadenita, poco a poco.
Beatriz empezó a poner cara de sufrimiento. El dolor empezó a crecer inexorablemente, hasta que no pudo más y gritó.
– ¡Ahhhh!
Sivia tiró un poquito más, y Beatriz, para evitar el dolor, dio un paso hacia delante, con el fin de que el tirón de la cadenita se aflojara.
– Quieta, zorrita.
Beatriz, notaba los pezones ardiendo de dolor y de placer, y se detuvo.
Silvia empezó a tirar otra vez, poco a poco, sin prisa pero sin pausa. La cadenita se fue poniendo cada vez más tirante. Beatriz cerró los ojos y apretó los dientes. El dolor venía otra vez, y ahora ya sabía lo mucho que le podía llegar a doler. Ah, pero también había sabía del placer.
Silvia tiró más y más fuerte. Beatriz plantó los pies en el suelo, mientras sus pezones se estiraban increíblemente hacia adelante. Parecía imposible que su piel se pudiera estirar tanto. Silvia aplicó más tensión todavía, y el sudor empezó a correr por la cara de Beatriz. En el pulso entre placer y dolor, el dolor estaba ganando, y rápidamente. Ya no podía más, no podía. A pesar de apretar los dientes con todas sus fuerzas, finalmente gritó.
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh!
Silvia dejo de tirar y dejó la cadena suelta. Pero para Beatriz el sufrimiento no se iba, se había quedado en sus pezones maltratados, mandado oleadas de dolor desde allí hacia todo el pecho y el resto de su cuerpo. Una lagrimita apreció por el borde de uno de sus ojos.
– ¿No me dices nada, zorrita?
Beatriz la miró rendida, y como no contestó, Silvia la abofeteó. Beatriz respiró hondo para tomar aire.
– Gracias, Ama Silvia, por ponerme mi regalo.
– De nada, zorrita. Y ahora vístete, y a presentar las noticias.
Otra vez el pánico por lo que estaba haciendo le impactó. Antes se había exhibido delante de las cámaras mostrando su pechos a través de la tela elástica….pero ahora los espectadores intuirían la cadena y las pinzas plateadas bajo la tela….mostrando con claridad que le iba el sado y la dominación, que se comportaba como una esclava, tan obediente que no le importaba hacerlo en público delante de miles de personas en sus casas.  El mero pensamiento de exhibirse así la excitó como nunca. Ahora mismo se pondría de rodillas delante de Silvia para que le dejara salir a dar las noticias por lo menos con el consolador metido en el coño…y encendido.
Beatriz se puso otra vez el body negro. De nuevo la tela negra empezó a estirarse y ponerse casi translúcida a la altura de los pechos.  Los pezones, aprisionados por las pinzas, parecían que iban a perforar la tela en cualquier momento. Se miró en el espejo de su camerino, escandalizada y muerta de gusto al mismo tiempo. Las pinzas también se marcaban bajo la tela, y el color plateado era evidente. También se intuía perfectamente la cadenita plateada colgando entre los dos pechos duros e inhiestos.
Beatriz aprovechó un momento para escribir en el chat.

“Gracias por mi regalo, Amo Alex.  Ya me lo he puesto, con la ayuda de Silvia”

“De nada, zorrita. Luego te vuelves al camerino cuando acabes”
“Si, Amo Alex”
Beatriz se miró nerviosa. ¿Cómo iba a salir así? Y otra vez casi se le acababa ya el tiempo.
Silvia la apremió, divirtiéndose a su costa.
– Corre, zorrita, que no llegas, corre.
Beatriz cogió sus papeles, temblando ligeramente. El dolor, bajo, pero constante, seguía en sus pezones extendiéndose por los pechos. Salió a toda velocidad del camerino y avanzó por el pasillo que le llevaba al estudio. Al ir tan deprisa, sus pechos saltaban arriba y a bajo, y las pinzas mandaban a cada bote un pequeño nuevo apretón. Dolor y placer, seguido de dolor y placer a cada paso. Varios hombres de mantenimiento se cruzaron con ella por el camino, mirando asombrados y de manera apreciativa sus pechos con reflejos plateados. Se sentía como una puta exhibicionista, pero es que eso es lo que era. Y aquello no le mandaba cada vez más placer a su coño empapado en sus propios jugos, sintiendo la delicia de la entrega a su macho dominante que la usaba como viniera en gana.
Llegó al plató como antes, apenas unos segundos antes de que dieran las 9 en punto.
Su ayudante de cámara estaba al borde de la histeria.
– ¡Beatriz!, el productor ya me ha llamado dos veces, diciendo que demonios está pasando…
El hombre se atragantó y se quedó en silencio cuando vio de cerca a Beatriz. Ella estaba completamente colorada, mordiéndose los labios de nerviosismo, sin poder evitar el mal trago tan dulce que estaba pasando. Pero no dijo nada.
– ¿De verdad que quieres salir…así…?
El hombre no la podía mirar a la cara. Los ojos estaban clavados en los dos pechos enormes y apetitosos tan a la vista, y en los pezones puntiagudos con sus mordidas metálicas que parecían vivos, subiendo y bajando bajo la respiración acelerada de su dueña,  como si palpitaran bajo la tela. Beatriz no dijo nada, y puso una expresión entre agobiada y sonriente.
Su vagina decidió por ella, y asintió con la cabeza.
El ayudante se relamía de gusto con lo que veía.
– Estás para follarte aquí mismo, Beatriz. Pues vamos allá, esto es una locura…..
Beatriz se sentó otra vez en su silla y apoyó las manos sobre la mesa. Respiró todo lo hondo que pudo, intentado serenarse. Esto era otro paso sin marcha atrás en su vida profesional.
– Entramos en 5…4…3…2…1…¡dentro!
Mientras contaba, la angustia y la excitación se disparaban dentro de Beatriz.  Cuando llegó a la cuenta de uno, hubiese bastado que le rozaran el clítoris para tener un orgasmo brutal. Si, tenía un nuevo orgasmo en la vagina, dispuesto a escaparse en cualquier momento. Puso de nuevo la sonrisa más profesional que pudo y comenzó.
– Buenos días y bienvenidos a una nueva edición de las noticias de la mañana….
Pero mientras hablaba solo pensaba en cuantos miles estarían sentados delante de sus televisores, disfrutando como si fuera un espectáculo porno, porque es lo que parecía, viendo como ella se exhibía de manera perversa y descarada delante de todos ellos, en cuantos la estarían grabando, en cuantos se estarían masturbando, en cuantos estarían escribiendo ahora mismo todo tipo de guarradas sobre ella en los chats….Se estremeció de placer.
Se tuvo que detener un instante y apretó los muslos, porque algo parecido a un pequeño orgasmo le recorrió el cuerpo. Aquello era un anticipo…Se quedó con la boca abierta un segundo, disfrutando de aquella sensación, sin poder continuar. Volvió a respirar y continuó.
El ayudante de cámara con una mano controlaba el zoom, con la otra, de manera inconsciente, se acariciaba la polla. Beatriz estaba un poco ida, con la cabeza pensando solo en sexo.
– Hoy la Comisión Europea ha aprobado un gran paquete…un gran conjunto… de medidas anticrisis….
Beatriz solo era consciente de sus pezones, apretados dolorosamente por las pinzas, y en su vagina que parecía que tenía vida propia.
– Respecto a la prima de riesgo, dos son los pezones,….dos son las razones por las cuales el interés de la  prima de riesgo ha encadenado grandes subidas de placer….,  grandes subidas, al parecer, queremos decir…. provocadas por la desconfianza de los mercados y ….
Beatriz, sonreía más y más, sin saber como salir del atolladero donde se estaba metiendo. Las hormonas la tenían en un estado de felicidad, en el que todo le daba igual.
El ayudante ya daba las noticias por perdidas, y se entretenía en ir acercando el zoom cada vez más, de manera que cada eran más evidentes las delicias  que se escondían bajo la tela negra.

Siguieron las noticias por medio mundo, las  trágicas y las curiosas. Luego los deportes.

– Ayer el líder de la liga goleó el colista en un partido entretenido y vistoso. El delantero del equipo local tuvo una tarde inspirada, marcando tres goles, aunque recibió una tarjeta amarilla al mostrar mis tetas en público…al mostrarse sin camiseta en público, queremos decir, después del tercer tanto…
El ayudante de cámara negaba una y otra vez. Todo aquello era un desastre.
– Les dejo con la previsión del tiempo. Es un doloroso placer tener que despedirme de  ustedes, y desde aquí les agradecemos sus compañía y su atención durante este a segunda edición de noticias, que espero que les haya gustando tanto como  la primera.
Una última sonrisa de Beatriz durante varios segundos y…
– Estamos fuera.
Beatriz se llevó las manos a la cara, sin acabar de creerse lo que estaba haciendo. Su ayudante recuperó el habla.
– Desde luego, si lo que querías era subir la audiencia, creo que debemos ser el programa más visto de todas las cadenas a esta hora de la mañana.
Beatriz no dijo nada, y como antes, salio huyendo hacia su camerino. Sí, el placer era tan intenso…, pero la vergüenza lo era más todavía, y lo peor, o lo mejor, es que eso le daba todavía más placer.
Por el pasillo escuchó algunos silbidos de admiración, pero ella no paró hasta que llego al camerino y entró.
Su compañera Silvia estaba dentro esperándola. Dio tres o cuatro aplausos lentos, mientras sonreía mordiéndose los labios de satisfacción.
– Muy bien zorrita, pero que muy bien. Ahora todo el mundo sabe la puta esclava en la que te estás convirtiendo.
– Si, Ama Silvia.
Ahora que estaba en su camerino, con más tranquilidad, se deba cuenta de que lo que decía su compañera era completamente cierto. Pero no podía evitarlo, nunca en su vida había estado tan excitada como ahora, con lo que estaba haciendo, dejando que un desconocido y su compañera la degradaran de aquella manera, dejando que su vida se fuera por la borda entre orgasmo y orgasmo.
Beatriz se sentó y escribió en el chat.
“Amo Alex, ya he vuelto”
“Muy bien, zorrita, me encanta lo obediente que eres. Estabas preciosa con tus pezones tan turgentes. Se notaban perfectamente las pinzas y la cadena, sobre todo gracias al zoom que te hacía tu ayudante de cámara. Ahora mismo te estoy viendo por la webcam  y estar preciosa. Seguro que otros miles de hombres como yo han disfrutado esta mañana de lo buena  que estás y lo zorra que eres. Ahora vas a hacer otra cosa…”
“Dime que quieres que haga, Amo Alex”
“Te vas a quitar el body negro y el sujetador, te vas a poner de rodillas, con las manos a la espalda, mirando hacia la puerta….ya veremos que pasa”.
Beatriz seguía con una calentura terrible, muriéndose por que se la follaran otra vez. Por lo menos el que la siguieran exhibiendo le ayudaba a mantener la excitación que tenía.
“Si, Amo Alex, ahora mismo”
“No te olvides que te estoy viendo en todo momento desde la webcam”
Beatriz se quitó el body y se desabrochó el sujetador. Sus pechos desnudos estaban duros como piedras, con los pezones enrojecidos y morados  por las pinzas japonesas. El dolor seguía allí. Pero la imagen de sus pezones unidos con la cadenita de plata era de una gran belleza y sensualidad. Se quedó unos segundos delante del ordenador portátil, disfrutando de exhibirse delante de su amo. El coño le seguía ardiendo, anhelando más sexo. Luego se levantó, quitó la silla de en medio, y se arrodilló. La vagina seguía chorreando sin parar, sintiendo como el placer se iba acumulando allí, en ese punto.
Sandra se acercó y cogió otra vez  la cadena con una mano.
– Me encanta esto, zorrita, nunca pensé que podría disfrutar tanto teniéndote a mis pies, pudiendo hacer contigo lo que quiera.
Con una mano le acarició la cara, pero con la otra puso la cadena tirante. Las pinzas se apretaron un poco más sobre los pezones. Beatriz apretó los dientes.
– Bueno, zorrita, es cuestión de equilibrar, para que todo sea más soportable…Bájate el tanga hasta las rodillas.

Beatriz, ansiosa, lo hizo. Deseaba que jugaran con su clítoris, sentir su vagina llena otra vez. Silvia aprovechó par coger de nuevo el consolador plateado. Estaba vez lo puso en marcha directamente, generando un zumbido poderoso que solo anunciaba placer. Lo acercó hasta el clítoris de Beatriz, y lo fue masajeando con el consolador metálico.

Beatriz se estremeció de placer con los ojos cerrados. Al mismo tiempo, Silvia fue tirando suavemente de la cadenita. El placer se mezcló el dolor, haciendo una mezcla explosiva. Silvia empezó a meter aquel tubo de metal vibrante en la vagina de la sumisa, que gemía de nuevo dejándose llevar por aquella sensación nueva y terrible.
 Sin dejar de masturbarla, Silvia daba pequeños tironcitos a la cadena tensa. El dolor venía a ráfagas, y Beatriz empezó a gritar de dolor…y de un placer único, nuevo. Se agarró las manos a la espalda fuertemente y cerró los ojos, para poder soportar en toda su plenitud aquella situación que le desbordaba. No quería parar por nada del mundo.
Como si fuera una cosa lejana, escuchó la puerta abrirse, pero a ella ahora mismo todo le daba igual. Le daba igual quien entrara, quien la viera. Le daba igual la vergüenza de mirar a alguien a la cara y que la viera como una guarra sumisa disfrutando con sus perversiones. El que la vieran tanto por la webcam como en vivo, jadeando, dominada por su compañera incluso la excitaba más y más. No, no quería  parar. No quería dejar de sentir el placer de su vagina mandando un placer inmenso, y sus pezones mandado un dolor inaguantable.
Pero de golpe Silvia paró. La cadena quedo floja y suelta entre sus pezones malheridos, y para su desesperación, el consolador salió de su vagina y se quedó mudo. Las lágrimas de dolor se mezclaron con la de frustración.
Alguien había entrado en el camerino y había cerrado la puerta tras sí.
– Pero… que… coño… es… esto…..
La voz masculina era de incredulidad, de sorpresa…de admiración.
 Beatriz abrió los ojos y se atragantó.
Su jefe, el productor de las noticias de la mañana, estaba allí en el camerino, vestido de traje de chaqueta y corbata, con la boca abierta y los ojos desorbitados, con un brillo animal en ellos. Era un hombre de unos cincuenta años,  sólido, fuerte, resuelto, con algunas canas en la sienes que le hacían enormemente atractivo entre el personal femenino del estudio. De hecho, circulaban muchos rumores de las aventuras entre el productor y algunas de las presentadoras, Silvia entre ella, aunque Beatriz todavía no estaba entre sus conquistas.
El productor seguía mirando fijamente los pechos al aire, los pezones turgentes con las pinzas, la cadenita que se movía rítmicamente con la respiración ajetreada de la sumisa arrodillada.
– Joder, Beatriz, la que has montado este fin de semana…
Pero no la mira a los ojos, solo a aquellos pechos deliciosos y torturados. Beatriz se quedó quieta, paralizada por la vergüenza y la sorpresa, notando como se iba poniendo roja por momentos. Y sin moverse, sin saber que hacer, porque las órdenes de su amo era que se quedara allí quieta, de rodillas.
Silvia se sonrió y medio le tiró un guiño a su jefe.
– Vamos,  Jaime, como si no te disfrutarás lo que estás viendo…que yo sé que a ti te gustan las cosas fuertes…
El jefe asintió en silencio, todavía con los ojos recorriendo la anatomía deliciosa de Beatriz, vestida solo con la minifalda, y el tanga rojo bajado hasta las rodillas.
– Silvia, déjanos solos, tengo que hablar con ella de temas profesionales.
Silvia tuvo que contener la risa perversa, pero decidió obedecer.
– Si tu quieres me voy, Jaime, pero no me importaría quedarme, de verdad que no.
Pero el jefe negó con la cabeza, hipnotizado con lo que estaba viendo. Ni en la más caliente de sus fantasías se hubiese imaginado tener a la buenorra de Beatriz a sus pies y en aquella situación. Así que Silvia se encogió de hombros y salió.

Se hizo el silencio en el camerino. Beatriz se mordía los labios. Aquello se le iba de las manos, cuando todo había empezado como un simple juego sexy. Notaba su vagina tan excitada,  y sabía que cada vez le gustaba más y más el camino de perdición que estaba tomando.

Allí arrodillada, no se atrevía a mirar a su jefe a la cara. Veía su cintura, y por debajo del pantalón suelto, como su polla empezaba a hacer un bulto enorme.
– Beatriz, tengo un centenar de e-mails en mi cuenta de correo sobre como has dado las noticias ayer y hoy..y no dejan de llegar.  Algunos nos ponen verdes, otros se preguntan como puedes dar las noticias así…Menos mal que las ocho de la mañana no es horario infantil…
Su jefe se sonrió.
– También hay algunos que dicen que nunca han visto las noticias con tanto interés…
Jaime se movió delante de ella, paseándose un poco.
– La verdad es que todo esto me está causando problemas, y voy a tener que ser muy persuasivo con los jefes para no tener que abrirte un expediente, o incluso como dicen algunos de los e-mails, echarte directamente.
Beatriz  cerró los ojos un momento, siento como la vorágine de la situación amenazaba con llevarse por delante su vida profesional, como sometiéndose a un desconocido, estaba arruinando su vida. Pero la sensación de obediencia y entrega se hicieron más intensa que nunca, y resultaba en más placer.
– ¿Qué voy a hacer contigo, Beatriz, eh?
Beatriz se estremeció, viendo como todo se iba al garete.  La única solución era una huida hacia delante, continuar hasta el final,  asumiendo todas las consecuencias de sus actos. Ya no había marcha atrás en todo lo que había empezado.
Así que contestó la única respuesta posible.
– Puedes hacer conmigo lo que quieras, Jaime.
Aquella era una respuesta muy amplia….donde cabía de todo.
– Tendrás que ser tú también muy persuasiva conmigo para que me preocupe por ti….
Dio un par de pasos hacia ella, hasta colocarse delante de ella, a una cuarta de distancia. Beatriz dudó solo un instante, lo suficiente para que su jefe le abofeteara una vez con fuerza. Su jefe, que siempre la había tratado correctamente, con amabilidad, que alguna vez se le había insinuado…ahora no tenía miramientos con ella al verla comportarse como una puta exhibicionista y pervertida.
– Venga, perra. Detesto tener que pedir las cosas.
Beatriz, aturdida, rápidamente levantó los brazos y con diligencia buscó la cremallera del pantalón y la bajó.
– Lo siento, no volverá a pasar.
La tela del  boxer estaba tan elástica como cuando ella estaba mañana se había puesto su body negro sobre sus pechos. Parecía que iba a reventar. A pesar de todo, acarició con gula la tela, recreándose en la maravilla que seguramente habría debajo. Tiró de la tela hacia abajo, y al momento se escapó una polla larga y tiesa, en plena erección. Acariciando aquel pene duro, Beatriz hasta se sintió orgullosa de ser ella la responsable.
Sin que le dijeran nada más, empezó a besarlo y a lamerlo. Con avidez se lo metió en la boca, sintiendo el glande protuberante, tragando polla y probando con los labios la dureza en toda su longitud.
– Mucho mejor, perra, mucho mejor….

Su jefe la agarraba la cabeza y empujaba con suavidad con las caderas, recreándose en follarle la boca a su empleada. Beatriz metió la mano y sacó los huevos de su jefe fuera de la cremallera. Empezó a masajearlos mientras se tragaba todo lo que podía la polla de su jefe, con auténtica ansia. Estaba en la gloria.

– Ponte de pié, perra.
La voz de su jefe era apremiante.
Beatriz lo hizo al momento.
– Quítate el tanga del todo.
Beatriz se agachó un momento y lanzó el tanga en medio de la habitación. Se moría de ganas por lo que venía ahora; habría suplicado desesperada por lo que venía ahora.
– ¿Cómo quieres que me ponga, Jaime?
Sin  miramientos, su jefe la agarró por los hombros y la puso mirando hacia la mesa del camerino. Ella comprendió al momento lo que quería. Dobló la cintura y apoyó los codos en la mesa, separando las piernas, dejando su coño accesible por detrás. Como la perra que era, pensó.
Su cara quedó a unos escasos centímetros de la pantalla del ordenador. Su amo Alex seguía escribiendo.
“Uhmmm, te van a follar para mí, me gusta. Pero me has desobedecido, te dije que te quedaras de rodillas. Como  castigo, vas a coger la cadenita con los dientes mientras te folla tu jefe”
Beatriz cogí la cadenita y tiró de ella hasta la boca. Casi no llegaba. Tuvo que agachar la cabeza y tirar un poco para que alcanzara hasta los dientes, y al hacerlo, las pinzas apretaron sin compasión sus pezones ya de por sí doloridos. Mordió la cadena fuertemente, notando como el dolor la mataba. Pero no podía aflojar ni un milímetro, porque se le caería de la boca. Tampoco podía mover la cabeza. No, si la movía, aquello la mataría de dolor. Miró a la pequeña lente de la webcam, satisfecha, sabiendo que su amo la veía al otro lado.
Amo Alex seguía escribiendo en el chat.
“Muy bien zorrita. No quiero que se caiga esa cadena de tu boca mientras te follan. Recuerda que te estoy viendo perfectamente”
Jaime mientras no perdía el tiempo.  Cogió el vuelo de la falda de Beatriz y la levantó completamente sobre la espalda de la mujer. Se relamió de gusto, viendo aquel culo tan jugoso, las piernas largas y separadas, y el delicioso olor a coño chorreando sus jugos, bien expuesto al aire. Pasó las manos por el culo, sobándolo bien, y aprovechó para jugar con un índice por el año de Beatriz, apretándolo bien. Beatriz no se resistió, le gustaba que jugaran con su culo también. Jaime pasó una mano entera por el coño depilado de Beatriz, manoseándolo a conciencia, y luego metió directamente dos dedos dentro. Estaba tan lubricada que entraron sin problemas. Beatriz dio un gran gemido de placer.
– Pero que perra eres, Beatriz…me encanta.

Sin contemplaciones, cogió su polla con una mano y la dirigió a la entrada de la vagina. Apoyó un poco la punta, y luego agarró a Beatriz por las caderas.  Sin parar ni un momento  dio un largo apretón con las caderas, sintiendo aquella delicia,  como su polla iba enterrándose en el coño de aquella perra pervertida. Beatriz gimió de gusto, entre dientes, sin soltar la cadena. Tenía que mirar hacia abajo. El placer le pedía mover la cabeza, pero si la movía hacia arriba, la cadena tiraba cruelmente de sus pezones, estirados tanto que parecía que se los iba arrancar.

Su jefe se dejó llevar por el deseo animal que se había despertado dentro de él. La agarró con todas sus fuerzas por las caderas, y comenzó a bombearla sin misericordia, notando como su polla salía y entraba hasta el final, follándose aquel agujero con todas sus ganas. Empezó a gruñir, sintiendo como el placer iba creciendo en su polla, estampado ruidosamente  a Beatriz contra la mesa  con cada embestida, cada vez  más y más rápido.
El placer estaba matando a Beatriz de gusto, con aquella polla que la estaba taladrando sin piedad, pero el dolor con tanto movimiento también. Los pezones estaban en carne viva, se estaban desgarrando. No podría aguantar mucho más. Tuvo un momento de lucidez para darle las gracias a su amo por todo lo que estaba viviendo.
Jaime ya no pudo aguantar más. Llevaba toda la mañana cachondo viendo por los monitores a su empleada, exhibiéndose mientras presentaba las noticias. Y ahora se la estaba follando por detrás, en su posición favorita.  Todavía la bombeó más rápido, a un ritmo frenético, mientras Beatriz a duras penas se sostenía sobre la mesa,  gritando entre dientes, desesperada, pero notando como su propio orgasmo por fín estaba llegando también.
Jaime lanzó un largo gruñido y Beatriz empezó a sentir como aquella polla enorme y dura empezaba a eyacular un mar de leche caliente dentro de ella.  Suspirando, satisfecho, Jaime bajó el ritmo, pero no dejó de follársela todavía unos momentos más, recreándose en la delicia de aquella vagina más lubricada que nunca.
Beatriz abrió los ojos, al borde del colapso. Su amo seguía escribiendo.
“Córrete ya, zorrita”
Beatriz no necesitó que se lo dijeran más, y con los ojos abiertos mirando la pantalla del ordenador, sintió como alcanzaba el clímax con la polla de Jaime todavía moviéndose dentro de ella, sintiendo durante unos momentos como el placer era tan grande que incluso bloqueaba el dolor de sus pezones. Levantó la cabeza instintivamente para regodearse en el placer extremo que sentía, pero el tirón de la cadenita provocó tanto  sufrimiento  que lo que sintió fue algo parecido a un segundo orgasmo, pero de dolor.
Se derrumbó sobre la mesa, exhausta, destrozada, rota por dentro y por fuera. Pero no soltó la cadenita de la boca. Su cara desencajada miraba a la pantalla del ordenador.
“Me a gustado mucho verte correrte, ya puedes soltar la cadenita”
Beatriz la soltó, pero aquello solo fue una disminución insignificante del dolor que sentía. La piel en algunos puntos estaba desgarrada.
Jaime sacó finalmente su polla de la vagina de Beatriz. Impaciente, a penas tuvo que dar un par de veces con la suela del zapato en el suelo. Beatriz, temblando del esfuerzo, se arrodilló, cogió la polla de su jefe, toda cubierta de semen y de sus propios fluidos, y comenzó a chuparla y lamerla, con detenimiento, a conciencia, hasta dejarla completamente limpia, tragándoselo todo, como la buena perra que era.
Jaime se guardó el pene en su sitio y se subió la cremallera. Parecía muy satisfecho.
– Muy bien, Beatriz, veré lo que puedo hacer para salvarte el culo. Aunque me temo que a lo mejor tengo que cambiarte el horario…Quizás a Silvia le interese el tuyo.
Beatriz cerró los ojos un momento. Su horario de 8 a 9 era el más deseado. Cuanto antes, peor. El de las 7 de la mañana ya era malo.  Y de la 6 de la mañana ya ni hablar, porque el madrugón era tan grande que casi no se podía dormir por la noche. Y  más tarde, a las 10 o las 11,  te partía el día por la mitad para planificar cualquier cosa.
Jaime la miró un poco entre divertido y despectivamente.
– ¿Y bien, Beatriz?
Por fin ella lo miró a la cara y puso una sonrisa en su cara sumisa.
– Gracias por ayudarme, Jaime. Me adaptaré a lo que quieras darme.
– Perfecto, ya iremos hablando a lo largo de la semana.
Sin más historias, como si allí no hubiese pasado nada, se dio la vuelta y se fue.
Beatriz se quedó sola en su camerino y se sentó en la silla junto a la mesa y el ordenador.  Su amo seguía escribiendo.
“Lo has hecho muy bien, zorrita. Quítate las pinzas”
Con cuidado infinito, Beatriz las aflojó, pero una nueva oleada de dolor le recorrió los pezones morados cuando la sangre volvió a circular por ellos con normalidad.  Beatriz respiró profundamente esperando a que remitiera un poco, y luego siguió escribiendo.
“Gracias, mi amo. Nunca en mi vida he sentido tanto placer y tanto dolor”
“Descansa estos días porque tengo más planes para ti el próximo fin de semana. Ya hablaremos. Adiós”
“Si, mi amo. Adiós”
Beatriz apagó el ordenador y se desplomó en la silla, pensado en que cosas nuevas viviría de manos de su Amo Alex.

 

(continuará…)



 

Relato erótico: “Prostituto 12 Ayudo a Zoe a vengarse de su gemela” (POR GOLFO)

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Hay un viejo proverbio árabe acerca de la venganza que dice:
 
“Siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar
 
La moraleja de esa frase se puede resumir en que el tiempo pone a cada uno en su lugar y que no siempre es necesario actuar porque muchas veces es el destino quien te brinda la posibilidad de vengarte. Eso fue lo que le ocurrió a Zoe en su eterna lucha con su hermana Jane.
Estaba desayunando con una marchante de arte, intentando exponer, cuando recibí la llamada de mi amiga. La teniente Blair, mi perra policía, estaba nerviosísima y casi a gritos me pidió verme:
-¿Te ocurre algo?- pregunté preocupado.
-No, pero tienes que ayudarme-
Cómo no tenía nada que hacer esa mañana,  quedé con ella en mi casa a las doce, tras lo cual,  colgué y me dediqué a convencer a la dueña de la galería para que me permitiera colgar mis cuadros en una muestra colectiva.
Al terminar y llegar a casa, estaba feliz porque había conseguido que esa mujer hiciera un hueco para mi obra. Sé que no fue muy ético pero os tengo que confesar que en contraprestación, me había tenido que tirar a esa cincuentona en el baño del restaurant. Cuando abrí la puerta de mi apartamento, me encontré con Zoe, tranquilamente sentada en el sofá del salón.
-Hola cachorrita- dije a modo de saludo.
Mi amante, tal y como habíamos acordado siempre que estuviera en casa, estaba desnuda y poniéndose en posición de sometimiento, aguardó  mi caricia. Tengo que reconocer que me gustaba verla así: de rodillas, con los brazos extendidos y la frente pegada al suelo. Esperó inmóvil hasta que pasé mi mano por su lomo y levantándole la cabeza, mordí sus labios.
-Puedes hablar- dije satisfecho por su entrega.
-Dueño mío, necesito su ayuda- contra lo que suele ser usual en una pareja como la nuestra, no me gustaba la palabra amo y por eso desde el inicio le obligué a referirse a mí como su dueño.
-¿Cuéntame?- contesté mientras me sentaba frente a ella y le hacía una seña que significaba que quería poseerla.
La rubia sonrió al ver que iba a tomarla y sin esperar nuevas instrucciones, me abrió la bragueta. No hizo falta que me motivara con su boca porque nada más liberar mi miembro, este se hallaba completamente erecto. Al percatarse de ello, mi zorrita se puso encima de mí y sin más dilación se fue ensartando lentamente. Zoe, sabía que me gustaba lento y por eso ralentizó su penetración. La lentitud de su empalamiento me permitió apreciar cada uno de los pliegues de su sexo y solo cuando sintió que mi glande chocaba con la pared de su vagina, me dijo:

 

-Uno de mis soplones me ha informado que esta tarde venden a mi hermana-
-¿Y?- contesté interesado a donde quería llegar porque antes que ella lo supiera, yo ya estaba informado porque desde que me la había tirado, había estado en contacto con ella. Nunca se lo dije a mi amante pero, Jane, al descubrir conmigo nuevas sensaciones, se quedó impresionada por esa forma de placer y contra mi opinión,  había seguido experimentando con la dominación y el sado.
-Me gustaría que la comprara – dijo mientras empezaba a incrementar su cabalgar.
-No lo comprendo- le respondí dando un azote a su trasero, ¿Para qué quieres que me haga con esa esclava?-
-Aunque es una hija de puta, también es mi hermana y temo por ella, mi dueño. Según mi contacto, puede ser comprada por una red de tráfico de blancas-
Supe que mentía descaradamente, le importaba una mierda lo que ocurriera con ella, lo que realmente quería es ser su dueña. Como con anterioridad ya había decidido hacerme con ella, le prometí que lo intentaría mientras con mis dedos le pellizcaba uno de sus pezones.
-Gracias- chilló de dolor al sentir la dura caricia e imprimiendo mayor velocidad a sus caderas, buscó corresponderme con un orgasmo.
La brutal excitación mostrada por mi cachorrita al oírme que iba a tomar como sumisa a su parienta, le traicionó.  Con sus pezones erectos como nunca, Zoe se puso a gemir como poseída al imaginarse a su hermanita siendo tomada por mí. Era tal su calentura que mordiéndole la oreja, le amenacé:
-Te prohíbo correrte, zorrita-
Mi veto la sacó de las casillas y casi llorando, me imploró que le diera permiso:
-¡No!- solté disfrutando de su angustia –ya tienes bastante premio con la puta que te voy a conseguir-
Zoe, asintió, consciente de que si quería colaborar en el adiestramiento de Jane, tenía que complacerme y por eso apretó sus mandíbulas en un intento de evitar que su cuerpo se dejara llevar por el placer. Al percatarme de sus esfuerzos, busqué su tropiezo diciéndole al oído:
-Me encantará ordenar a Jane que se coma tu coño. Estoy seguro que mi perrita estará feliz al sentir a su hermanita lamiéndole el chochito-
-Por favor- gritó desesperada, -¡No siga!-
La humedad que brotaba de su entrepierna me advirtió de la cercanía de su fracaso y decidido a que me obligara a castigarla, le detallé el modo en el que iba a jugar con mi nueva adquisición:
-Lo primero que voy a hacer es atarla desnuda a una mesa y pedirte que relajes su esfínter con la lengua-
La imagen de Jane a su merced terminó por asolar sus últimas defensas y sin poderlo evitar se corrió en silencio. Su fracaso y el saber que me había dado un motivo para azotarla fueron suficientes para que explotando en su interior, bañara con mi semen su vagina. Zoe, recibió mi simiente sin hablar y tras comprobar que me había vaciado, se levantó y caminando a gatas  hasta la cómoda del salón, sacó de uno de sus cajones mi fusta:
-Mi dueño tiene que aleccionar a su perra- dijo al llegar a mi lado.
Siguiendo el estricto protocolo aprendido para esos casos, le pedí que me pasara sus esposas. Al hacerlo, llevé sus brazos a la espalda y cerrando los grilletes en sus muñecas, la puse de pie con las rodillas estiradas. Entonces tirando de sus brazos, la obligué a bajar la cabeza de forma que puso su culo en pompa esperando el castigo. Esa era mi postura favorita ya que la sumisa al temer perder el equilibrio, experimenta un correctivo doble. Por una parte, sufre el dolor de los azotes pero por otra, al tratar de evitar la caída, ve forzado su columna por la acción de las argollas.
-¿Preparada?- pregunté.
-Sí, mi dueño-  contestó con un deje de alegría en su voz.
No tuve que ser ningún genio para conocer que tras esa aceptación, existía el convencimiento que el castigo iba a ser nimio en comparación con el placer que ver a su odiada hermana en mis manos le iba a proporcionar. Por eso en esa ocasión no me cohibí y dando inicio a su correctivo, le solté un duro latigazo.
-Ahh- aulló al sufrir el escozor del cuero sobre sus nalgas.
-No te quejes o esta noche será Jane quien lo haga-
Mi amenaza surtió efectos y a partir de entonces, mi cachorrita asumió sin protestar todos y cada uno de los flagelos que propiné sobre sus preciosos cachetes. Cuando terminé, sus nalgas mostraban un color rojizo producto de los golpes recibidos pero su cara delataba su satisfacción:
“Esa noche culminaré mi venganza” pensó sonriendo.
Adquiero una nueva cachorrita:
Había quedado con Zoe a las nueve en su casa. Al subirse en mi porsche, me satisfizo comprobar que había obedecido mis instrucciones y que bajo su gabardina, venía desnuda con el único adorno de su collar de esclava:
-Estás guapísima- le dije mientras acariciaba uno de sus pezones.
Gimiendo como una gata en celo, se retorció sobre el asiento del copiloto y separando sus rodillas, puso su sexo a mi disposición para que lo inspeccionara.
-Bien hecho- solté al comprobar que tal y como había dispuesto, llevaba alojado en el interior de su vulva un conjunto de bolas chinas.
-Lo que agrade a mi dueño, me hace feliz- respondió orgullosa de haber cumplido.
-Me alegra saberlo y como la casa donde vamos está retirada, me apetece relajarme-
-¿Puede su cachorra complacerle con una mamada?-
-Puede y debe- respondí sin retirar la mirada de la carretera.
La que puertas a fuera era una orgullosa teniente de la policía de Nueva York se agachó sobre mis rodillas y deslizando sus manos por mi entrepierna, sacó mi miembro de su encierro y me empezó a masturbar. Cuando comprobó que mi pene estaba erecto abrió sus labios y tras dar una de serie de besos a mi glande, se lo fue metiendo lentamente mientras con los dedos me daba un suave masaje a los testículos.
-Como no te esmeres más, va a ser la puta de tu hermana la encargada de las mamadas- le solté mientras forzaba su garganta presionando su cabeza contra mi sexo.
Temiendo verse desplazada usó la boca como si de su sexo se tratara, imprimiendo un ritmo feroz a su felación.  La  profundidad con la que se embutió mi pene en su interior hubiese provocado a cualquier mujer, no adiestrada para ello, dolorosas arcadas pero Zoe en cambio resistió impasible las violentas incursiones. Al cabo de unos minutos, no pude más y descargando en su boca mi placer, me corrí. Mi perrita no perdió la oportunidad de saborear hasta la última gota y después de lamer a conciencia mi pene, dijo sin levantar su mirada:
-¿Está mi dueño relajado? o ¿Desea acaso usar el culo de su propiedad?-

 

Solté una carcajada al escuchar sus palabras.
-Me gustaría pero tengo que reservarme para mi nueva perrita- le respondí sabiendo que al decirlo se consumiría de celos.
-Mi querido dueño, siento ser yo quien se lo diga pero deberá fijarse bien antes de hacer una oferta. ¿Quién sabe cuántas pollas ha tragado esa zorra?. Estoy segura que tendrá el coño escocido y el esfínter desgarrado de tanto usar-
-Y ¿Qué me sugieres?- pregunté viendo por donde iba.
-Deje que sea yo quien la inspeccione. Me dolería  que malgastara su dinero pagando demasiado por esa perra sin pedigrí-
Me hizo gracia que tratara de menospreciarla aduciendo a una supuesta falta de linaje, sobretodo porque ella y Jane compartían hasta el último de los genes al ser univetilinas y provenir ambas del mismo cigoto pero sabiendo que estaba influenciada por el odio, no dije nada y le permitir ser a ella quien la examinara. 
-Se lo agradezco, mi dueño amado- contestó temblando de la emoción.
Para entonces, acabábamos de llegar al chalet donde iba a ser la subasta por lo que le ordené que se pusiera una máscara que tapara su cara por completo-No quería que al ver que era la gemela de la subastada, subieran el precio artificialmente ya que en ese mundillo, una pareja de gemelas esclavas era algo infrecuente y por eso se valoraba en exceso.
Zoe se la colocó y bajándose del coche, me abrió la puerta. Tranquilamente, aguardó en posición de quieta. De pie, con las piernas abiertas, las manos a la espalda y la cabeza baja esperó a que saliera y cuando lo hice, puso en mis manos una correa que até a su collar.
-Vamos- ordené.
Mi perrita se dejó llevar y moviendo su trasero en señal de alegría, entró tras de mí en la casa. Tras unas breves presentaciones, donde obligué a Zoe a demostrar lo aprendido, nadie en ese lugar tuvo duda de hallarse frente a un amo estricto y dominante.
-¿Dónde está la carne?- pregunté al encargado de vender el lote.
El susodicho era un gigantesco negro con cara de pocos amigos que al oír mi tono, se me encaró exigiéndome respeto:
-¿No entiendo a qué se refiere?- respondí sin saber qué ley había infringido.
-No es carne sino ganado selecto- contestó con gesto serio –Nuestra mercancía  está al menos tan adiestrada como la suya-
-Veremos- dije aliviado por no haber metido la pata.
Acto seguido, me llevó a ver el género. Una docena de hombres y mujeres permanecían sobre una tarima, esperando que alguien del público pidiera inspeccionarlos. No me costó encontrar a Jane. La rubia se alegró al verme entrar pero al percatarse que su hermana me acompañaba, cambió de actitud y con gesto huraño, bajó la cabeza. Cómo no quería que nadie supiera de mis intenciones, me entretuve examinando lo expuesto antes de decirle a mi ayudante que inspeccionara a una preciosa negrita de grandes pechos.
Zoe no se hizo de rogar y cogiéndola de la coleta, la puso de rodillas y llevando sus manos tras la nuca, le obligó a poner recta su espalda, tras lo cual le abrió la boca y contándole los dientes, se dio la vuelta y me dijo:

 

-Amo, esta zorra parece sana. ¿Qué quiere que compruebe?-
-Dime que tal sabe- respondí como si nada mientras charlaba con un parroquiano interesado en mi asistente.
Zoe, tras meter sus dedos en el interior del sexo de la negrita, se los llevó a la boca y me contestó:
-Fuerte pero dulce, ¿quiere probarlo?-
-Sí, dame un poco-
Esta vez, mi ayudante forzó la elasticidad del sexo de la sumisa al introducirle tres dedos. La negra gimió al ver horadado su sexo pero sobre todo cuando deleitándome en su sabor, dije en su oído:
-Si no sales cara, esta noche dormirás conmigo-
El rostro de la esclava reflejó que dicha perspectiva sería de su agrado y obviando que estaba ante un público extenso, la morena adoptó la posición de esclava del placer por si me apetecía hacer uso de ella.
Solté una carcajada pero pasando a la siguiente sumisa que no era otra que Jane, le levanté la cabeza y mirándole a sus ojos, le pregunté su nombre:
-Mi nombre no importa, será el que mi nuevo amo me ponga- contestó altanera.
Su hermana aprovechó su arrogancia para  castigarla con un doloroso pellizco en los pezones. No se midió, cogiendo ambos entre sus dedos, se los estrujó y retorció hasta que con lágrimas en los ojos, Jane me pidió perdón diciéndome su nombre.
-Si llego a comprarte te llamaré “Chita”, no te mereces tener nombre de persona”- y dirigiéndome a Zoe, le pedía que la revisara.
Mi cachorra sonrió y poniéndose unos guantes, abrió las nalgas de su hermana y sin mediar palabra, forzó su esfínter introduciéndole todas las yemas de su mano.
-Me duele, puta- chilló quejándose del maltrato.
Su chillido provocó el silencio de los presentes y tuvo que ser su dueño de entonces,  el que pidiéndome perdón, le soltara un guantazo por la falta de respecto a un posible comprador.
-Amo, ¡Usted no comprende!- se trató de defender Jane, insistiendo en su desobediencia.
Su dueño cabreado porque tal actitud bajaba el precio que podría conseguir, trató de aminorar el daño, ofreciéndome usarla gratis.
-Yo no, pero le importa que sea mi perra la que la pruebe-
-Sí, claro- contestó el propietario porque un show lésbico podría hacer olvidar lo sucedido.
Tendríais que haber visto las caras de ambas al escuchar el permiso. Zoe no cabía de gozo, se la veía excitada y no pudo reprimir un grito de alegría cuando le ordené que se pusiera un arnés. En cambio su hermana estaba desolada. Con lágrimas en los ojos, esperó postrada sin poder hacer nada por evitarlo que la rival de su niñez llegara a su lado y abriéndole las nalgas, empezara a sodomizarla con violencia.
-¡Argg!- gritó de dolor al sentir campear al enorme pene de plástico por sus intestinos.
Mi sierva no se compadeció de ella e incrementando la velocidad de sus embates, la cogió de la melena a modo de riendas.
-Muévete puta. Demuestra lo que sabes hacer- le gritó a la vez que tiraba hacia atrás de su melena.

 

Temiendo una nueva reprimenda, Jane se mantuvo en silencio mientras su hermana disfrutaba de su posición y solo cuando forzando aún más su entrada trasera la agarró de los pechos, su propia calentura hizo que empezara a gozar. Al darme cuenta, obligué a mi cachorra a bajarse del estrado y volver a mi lado.
-¿Por qué me ha parado?- molesta, me susurró al oído.

 

-¿Eres idiota o qué?- contesté – Si la gente  se percatara de su orgasmo, subiría el precio-
Asintiendo con la cabeza, se arrodilló a mi lado y agachando la cabeza, me besó los zapatos en señal de obediencia. Su actitud servil consiguió la aceptación unánime de la concurrencia, llegando incluso uno de los amos presentes a decirme si estaba interesado en venderla:
-¿Cuánto pagarías?- pregunté ante la horrorizada mirada de Zoe.
El tipo tras pensárselo unos instantes, me respondió:
-Veinte mil dólares-
Solté una carcajada al descubrir que tenía un pequeño tesoro pero haciéndome el ofendido, contesté:
-Por ese precio, te la alquilo una semana-
Contra toda lógica, el fulano me pidió mi email para permanecer en contacto y como en ese momento nos avisaron que iba a dar inicio la subasta, quedamos en seguir hablando al terminar la misma. Para quien no lo sepa, en esos ambientes al primar la privacidad, todos los tratos se hacen por correo electrónico para evitar problemas con las autoridades.
-¿No pensarás venderme?- me susurró Zoe en cuanto el posible comprador se fue a ocupar su silla.
-Depende. En esta vida todo tiene un precio- respondí muerto de risa.
Mis palabras consiguieron inculcar el miedo en ella y temblando de terror, se mantuvo postrada a mis pies mientras el encargado subía al estrado con un altavoz.
El primer sujeto en ser subastado fue un culturista. Por sus músculos se notaba que dicho sujeto había invertido muchas horas en su cuerpo y eso se tradujo en el precio. De todos los presentes solo dos personas licitaron por él: una cincuentona con cara de mala leche y un mariquita escuálido. Al final fue el homosexual quien se lo llevó a casa por siete mil dólares ante el cabreo de la señora. En cambio, el rubio se mostró alegre al ser adquirido por un hombre.

 

La segunda liza consistió en dos mujeres de pelo castaño. Aunque a mi parecer eran insulsas y de segunda calidad, al ser bisexuales y mostrar un adiestramiento ejemplar, hubo un reñido  pugna por ver quien se las agenciaba y al final el comprador tuvo que pagar trece mil euros por incorporar a esos dos especímenes a su harén.
Como los siguientes lotes tampoco eran de mi agrado y quería que todo el mundo creyera que estaba interesado en la negrita, estuve alabando de sobremanera su belleza ante mis tertulianos.
Un árabe vestido de occidental, refutando mi gusto, adujo que la morena no era de su agrado porque la veía poco instruida.
-Eso es lo bueno. En las manos de alguien como yo, se puede convertir en una obra de arte. Fijaros en mi cachorra, cuando llegó a mí, no sabía siquiera hacer una mamada y ahora es una experta- y sin pedir opinión a la rubia que tenía a mis pies, le pregunté si quería una demostración.
El sujeto en cuestión aceptó mi sugerencia y ante la mirada pasmada de Zoe, la llevó hasta su silla y le obligó a hacerle una felación.
-No me falles o te arrepentirás- amenacé a mi perrita al ver el desinterés con el que se arrodilló frente al norafricano.
Mi advertencia espoleó su ánimo e imprimiendo todo su saber en la mamada, levantó el aplauso de los presentes. Al volver a mi lado, me preguntó con ira en sus ojos si estaba complacido con mi sierva. A modo de respuesta, le contesté en voz alta que sí y que a modo de premio, le permitía elegir entre el ganado a alguien para ser su esclavo:
-Dueño mío. Me gustaría que compraras a la tal “Chita”-
Indignado, recriminé su mal gusto, aduciendo que era un ejemplar del que difícilmente se podría sacar nada provechoso.
-Lo sé pero aun así la quiero. Deseo castigarla por el modo en qué se ha dirigido a usted-
Dirigiéndome al fulano que tenía al lado, soltando una carcajada, dije casi gritando para que todo el mundo se enterara:
-Por eso sigue siendo sumisa, le falta eso que diferencia a un instructor de un verdadero amo. Es acojonante que entre todo el grupo subastado le guste esa zorrita desobediente-
Todo el mundo me dio la razón.
La subasta seguía mientras tanto y por eso, cuando el organizador llevó a la mitad del estrado a la negrita, fui el primero en pujar:
-Dos mil dólares-.
La morena sonrió al ver que cumplía mi palabra. Se veía a la legua que deseaba ser adquirida por mí pero desgraciadamente para ella y en gran parte gracias a mí, su cotización subió como la espuma llegando el árabe a pagar por ella casi treinta mil dólares. Su antiguo dueño estaba como en una nube, ya que, ni en su mejor sueño pensaba recibir por ella más de cinco mil euros.
Fue entonces cuando sacaron a Jane a subasta. Increíblemente la concurrencia la recibió con pitos, de forma que al final conseguí comprarla por apenas mil quinientos pavos. La gemela se mostró desolada al enterarse que era yo su nuevo dueño y llorando dejó que su hermana le ajustara un collar con mi emblema.
-Tráeme a “Chita”- ordené sin descubrir todavía mis cartas.
Zoe arrastró a mi nueva adquisición hasta mí y obligándola a adoptar la postura de esclava del placer, me mostró orgullosa la captura.
-Aquí la tiene- dijo mientras le soltaba un azote en el trasero.
Lo que no se esperaba mi cachorra fue que en ese momento, le dijera:
-¡Quítate la máscara!-
Sin darse cuenta de mis intenciones, la teniente se despojó de su careta de modo que todo el mundo se percató que eran iguales. Lo que empezó siendo un murmullo se convirtió en un clamor cuando alzando la voz, pregunté al organizador si admitían nuevos lotes. Me contestó que por supuesto y ante la desolación de las gemelas, las puse a la venta advirtiendo que de no alcanzar el precio que creía justo por ellas, me las quedaría.
Como comprenderéis la venta de ese par de rubias alcanzó un precio desorbitado ya que todos querían quedarse con esos ejemplares tan extraños en ese mundo.  Alucinado contemplé la pelea que protagonizaron cinco amos por agenciarse a las dos muchachas. Cuando la subasta llegó a su fin, el precio se había elevado hasta los doscientos mil dólares. El postor no era otro que el árabe ricachón que había disfrutado de la mamada de Zoe. Fue entonces cuando el subastero me preguntó si estaba de acuerdo con esa suma.
-Todavía, no- respondí y dirigiéndome al tipo,  dije: -Si acepto me quedaría sin esclava. Si añades la negrita a esa cifra, ¡Son tuyas!-
El tipo cerró el trato con un apretón de manos. Como último favor le pedí que me dejara despedirme de las hermanas, a lo cual no puso ningún impedimento. Estaban todavía llorando cuando me acerqué a ellas.
-¿Por qué lo has hecho?- preguntó Zoe, completamente desecha.

 

-No creeréis que he olvidado vuestro chantaje. Como dicen en México: “perdono pero no olvido”-  e intercambiando esclavas, salí del local con mi morena sin mirar atrás.


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Relato erótico: “Un día de huelga” (POR DOCTORBP)

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Estaba inquieta. Llevaba tiempo dándole vueltas a este día, un día de huelga. Para Miriam llegaba tarde. A pesar de estar en contra de las cosas que estaban sucediendo últimamente consideraba que este movimiento no era más que un paripé y que la huelga debería haberse celebrado mucho antes, cuando aún era posible hacer cosas. Ahora, no tenía sentido.

Así, había decidido ir a currar a su puesto de trabajo, impasible ante posibles presiones que intentaran disuadirla. No obstante, no podía evitar cierto temor por los más que probables piquetes que la esperarían a ella y otros compañeros a la entrada de las oficinas.

Por suerte, pensó, la empresa había dispuesto de autocares que conducirían a los empleados hasta la seguridad del interior del edificio, evitando una confrontación directa con las masas que intentaran detenerlos. Pero, aún así, el nerviosismo que le provocaba aquel hormigueo en el estómago era inevitable.

Mientras se arreglaba pensaba en todas y cada una de las idas y venidas que le había dado al asunto durante la última semana y más se convencía de que iría a trabajar. A pesar del temor, era una mujer valiente, íntegra y no la iban a disuadir de sus ideas por unas simples amenazas. Pensaba en los piquetes y en sus malas artes para tratar que la gente no acudiera a sus puestos de trabajo. Más que piquetes informativos los llamaría piquetes agresivos. Se rió para sus adentros.

Una vez en el autocar que la conducía al trabajo, Miriam se encontró con el resto de compañeros que habían decidido acudir a su jornada laboral. Algunos de ellos, como Miriam, tenían claro que la huelga no tenía ningún sentido, era tardía y no conseguiría nada más que aplacar el malestar general de aquellos a los que no les daba la cabeza para más y pensaban que esta maniobra podía tener cualquier tipo de consecuencias. Nada más lejos de la realidad. Además, comprobó que no era la única a la que los piquetes le imponían respeto. Los había visto en acción en tiempos pasados y la verdad es que eran bastante contundentes en sus formas.

A medida que se acercaban a su destino, empezaron a oír la algarabía que la masa sindical formaba en las cercanías de las oficinas. Por suerte, habían habilitado una especie de pasillo cercado con vallas para que los autocares pudieran pasar alejados de la muchedumbre que pretendía detenerlos.

Al encarar la recta final, Miriam comenzó a divisar, a lo lejos, la cuantiosa multitud que los esperaba con pancartas, megáfonos y numerosos cánticos y lemas en contra de lo que ellos pensaban era una deshonra, ir a trabajar en ese día.

A medida que se acercaban, la intranquila mujer pudo divisar a compañeros y/o conocidos que la increpaban desde la prudencial lejanía. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, dolida ante la incomprensión que le suponía la situación. Compañeros con los que ayer hablaba amistosamente, ahora la insultaban simplemente por no ejercer su derecho a huelga. Los rostros desencajados, llenos de rabia, le provocaban un malestar inusitado que alcanzó su máximo esplendor cuando vio a Cosme, su mejor amigo dentro de la empresa, entre el gentío.

Cosme era un chico adorable, un trozo de pan y trataba a Miriam como una reina. Ambos se llevaban muy bien, tenían cierta complicidad y en los últimos años, como compañeros de trabajo, habían llegado a entablar una muy buena amistad. Y precisamente por eso a ella le dolió tanto verlo a través del cristal del autocar, con la misma cara de odio que el resto de compañeros que lo secundaban, increpando a los integrantes del vehículo, compañeros que habían decidido ir a trabajar.

Miriam se lo quedó mirando y, por un instante, le dio la sensación que ambas miradas se cruzaban y ella, pudorosa, retiró la vista rápidamente sin tiempo a saber a ciencia cierta si él la había reconocido. Aunque la distancia era considerable y no debía ser fácil ver el interior del autocar, ella tuvo la impresión de que Cosme la había divisado y, aún así, había seguido con sus gritos y vítores en contra de ella y el resto que pensaba como ella. Se sintió dolida, apenada.

Una vez en el interior del edificio, no cesaron los comentarios sobre lo ocurrido, disertando sobre las personas que habían visto, dando su opinión sobre la huelga y los motivos y consecuencias de la misma, etc. Miriam se centró más en sus compañeros, en cómo era posible que hoy la insultara alguien a quien ayer saludada cordialmente y quien, seguramente, mañana le hablaría como si nada hubiera pasado.

No fue hasta bien avanzada la mañana cuando la gente comenzó a trabajar como si de otro día cualquiera se tratara. Aún así, la falta de muchos de sus compañeros se notaba. El ambiente enrarecido, el volumen de trabajo liviano, el escaso ruido ambiente… mas Miriam sí tenía faena acumulada y no precisamente por su culpa.

Ninguno de sus compañeros le llegaba a la suela de los zapatos. A pesar de estar al mismo nivel en cuanto a sueldo y categoría, Miriam tenía mucha mayor responsabilidad, llevando temas que no se le presuponían por su cargo pero para los que estaba sobradamente capacitada. Además, se encargaba de ayudar a compañeros que no eran capaces de sacar su trabajo adelante, por mucho más simple que fuera. Tampoco hacía ascos a enseñarles una y otra vez cosas que directamente no entendían u olvidaban tarde o temprano para volver a preguntarle lo mismo nuevamente. Miriam estaba quemada y un día de parón le habría venido divinamente para desconectar, pero no se lo podía permitir. Ni sus ideales ni su bolsillo.

Miriam vivía en pareja y, aunque no les faltaba el dinero, tampoco se podía permitir dejar de cobrar un día sin más. Tenían lo justo para vivir bien, pero en ningún caso podían derrochar o dejar de mirar por el dinero. Y ese era otro de los motivos por los que había decidido no hacer huelga. Aunque parezca una contradicción, lo poco que cobraba por lo bien que hacía su trabajo, era un motivo para no ir a la huelga, aunque en ella se luchara contra casos como el suyo.

Pasada la media mañana, Miriam pudo respirar más tranquilamente. Había avanzado bastante faena y los pocos compañeros de su departamento que habían ido a trabajar estaban lo suficientemente ociosos como para no molestarla demasiado. En un momento de relax le vino a la mente lo acaecido durante la llegada a las oficinas. Visualizó el rostro desencajado de Cosme y luego recordó momentos vividos con él.

Cosme no trabajaba en el mismo departamento que ella. Se habían conocido puesto que él era informático y, durante un tiempo, fue el encargado de solventar los problemas del PC de Miriam cuando se quejaba de algún nefasto incidente informático. El chico, aunque tímido, era muy amable y a Miriam le pareció sumamente agradable. Tras una avería más grave de lo normal en la que estuvieron en contacto más tiempo del habitual, hablando por teléfono y conversando mientras él desarrollaba su trabajo, se hicieron amigos. Cosme comenzó a soltarse y abrirse más, bromeando con Miriam y comenzaron a enviarse mails simplemente para saludarse o para contarse cosas que nada tenían que ver con el trabajo. Si llevaban tiempo sin verse, uno u otro se desplazaba y hacía una visita de cortesía al puesto del otro y así fueron intimando más y más hasta convertirse en los grandes amigos que ahora eran.

Envuelta en sus pensamientos, se sorprendió al escuchar la voz del indeseable de su jefe. Si Cosme era un trozo de pan, Iván, su responsable, era todo lo contrario. Miriam no lo soportaba. A parte de lo ninguneada que la tenía y de las muchas deficiencias profesionalmente hablando que mostraba, era mala persona. O eso creía ella.

-Primero de todo quería agradeceros el esfuerzo que habéis hecho por venir. Sé que no es agradable ver a vuestros compañeros increpándoos por algo a lo que tenéis derecho, a venir a trabajar, igual que ellos tienen derecho a hacer huelga. Sin duda hay gente que no lo entiende correctamente. Los piquetes, que aparentemente tanto saben sobre nuestros derechos, tendrían que aprender que el poder acceder a nuestro puesto de trabajo es uno de ellos. Hay que respetar las decisiones de los demás y entender que el derecho no es una obligación. Y que conste que no me inclino hacia una u otra postura, simplemente digo que ambas deberían poder ejercerse con total libertad. Entiendo que los que habéis venido es porque no entendéis esta huelga tan tardía – y, tras una pausa en la que buscó la complicidad de alguno de sus empleados sin encontrarla, bromeó: – Ya somos 2 – y sonrió provocando las risas de algunos trabajadores.

Miriam estaba asombrada escuchando aquel pequeño discurso. Aunque no se rió de la triste broma de su jefe, se sintió extrañamente respaldada por sus palabras que reflejaban bastante fielmente su manera de pensar al respecto. Su jefe acababa de impresionarla gratamente, algo que jamás pensó que pudiera suceder, y se sorprendió a sí misma sonriendo y aún se sorprendió más al ver que Iván la miraba y le devolvía la sonrisa. Miriam se quería morir y apartó rápidamente la vista borrando su sonrisa y dejando un semblante duro mientras el resto de la oficina le hacía la pelota a Iván riéndole la gracia.

El mediodía llegó y Miriam, junto con unas compañeras, se dispuso a marchar a comer. Antes de hacerlo estuvieron discutiendo largo y tendido sobre dónde ir. No les apetecía demasiado enfrentarse con los piquetes que pudieran quedar custodiando las salidas de las oficinas, pero no tenían más remedio que salir fuera a comer. Por suerte, las palabras de Iván habían subido la moral de los trabajadores que se veían con más ánimo de hacer frente a los equivocados compañeros que fuera pudieran increparlos. Y Miriam era del mismo parecer, sentía que su jefe le había insuflado el poco valor que le faltaba para afrontar la salida sin problemas.

Por suerte, las noticias que llegaban del exterior es que a esas horas no había demasiados problemas para salir. Otros compañeros que lo habían hecho antes no se habían encontrado con demasiados sindicalistas, cosa que terminó por convencer al grupo para salir a comer. No obstante, decidieron marchar por una de las puertas de atrás e ir a un restaurante que se encontraba a pocos minutos de allí andando tras confirmar, mediante llamada telefónica, que estaba abierto.

Mientras iban comentando el mono tema del día salieron a la calle y allí se encontraron con uno de los sindicalistas ataviado con todo el arsenal del buen piquete. Se trataba de Guillermo, el pervertido compañero de Miriam.

El grupo, envalentonado por la superioridad numérica, se encaró con el solitario piquete mientras Miriam recordaba el mucho asco que le tenía. Guillermo llevaba poco tiempo en la empresa y, al entrar, se sentó justo en frente de ella. Era un hombre mayor, cercano a los 50 años, un viejo verde que no dejaba de mirar a la preciosa mujer, unos 20 años más joven, que se sentaba en frente. Guillermo no era precisamente discreto y Miriam odiaba aquellas lascivas miradas que eran continuas desde el primer día. Cuando sentía su mirada le provocaba un asco y rabia desorbitada, hasta el punto de haber deseado clavarle un bolígrafo en el ojo. Lógicamente jamás lo hizo con lo que el hombre se sintió libre de seguir, día tras día, desnudándola con la mirada. Miriam consideraba que era un pervertido, pero procuraba evitar pensar lo que podía llegar a hacer más allá de eso.

El hombre ahora parecía cohibido ante las recriminaciones del grupo que se disponía a ir a comer, pero cuando Miriam pareció despertar de sus pensamientos, descubrió la mirada lasciva que durante toda la jornada de trabajo la devorada, clavada nuevamente en ella. El odio se apoderó de ella y se unió a los gritos contra el hombre que en ningún momento les había dicho nada.

Tras el desagradable incidente, el grupo llegó al restaurante. La comida fue amena a pesar del tema de conversación del cual Miriam comenzaba a cansarse. Lo peor es que esto mismo que estaba oyendo una y otra vez tendría que volver a oírlo en casa con su novio, por teléfono con sus padres o comentarlo por internet con los amigos. Empezaba a estar saturada.

Cuando terminaron de comer y de pagar se dispusieron a volver al trabajo. El grupo estaba más tranquilo que antes de salir y parecía haber olvidado que los piquetes podían estar nuevamente esperándolos. De ese modo, nadie se preocupó cuando Miriam se disculpó volviendo al restaurante para comprar tabaco. Ella misma, despreocupada, indicó al resto que fueran tirando, que en seguida los alcanzaba y el resto no le dio mayor importancia, dejando que su compañera fuera sola al restaurante para luego volver a las oficinas sin ninguna compañía.

Miriam se percató de lo imprudente que había sido cuando volvía con el tabaco y se acercaba a la entrada trasera por la que habían salido. Sus nervios volvieron a emerger pensando que el número de piquetes podía haber aumentado. Se tranquilizó pensando que si sus compañeras habían seguido sin esperar ni avisarla es que no se habían encontrado follón. De todos modos, pensar en volver a encontrarse con Guillermo no era lo más tranquilizador que se podía desear. Ni tan solo el grato recuerdo de las palabras de su superior servía para desechar el asco que el viejo verde le provocaba. Y cuando lo vio se temió lo peor.

Efectivamente no había follón. El hombre seguía estando solo, pero esta vez, junto a la pancarta y el megáfono que llevaba en las manos, el tío se había colocado un pasamontañas provocando el terror en la asustada mujer que, a pesar de todo, decidió no dejarse impresionar y acceder a su puesto de trabajo ignorando a aquel energúmeno.

-¿Dónde te crees que vas? – le dijo la extraña voz distorsionada por la tela del pasamontañas que ocultaba el rostro del piquete. Miriam lo ignoró – ¿Te he preguntado que a dónde te crees que vas? – alzó la voz, pero siguió sin recibir contestación de Miriam que ya lo había rebasado y estaba un par de metros alejada del encapuchado.

El hombre reaccionó en un gesto rápido acercándose a la mujer y sujetándola del brazo.

-¡Te he dicho que a dónde vas!

Miriam sintió el tirón del brazo parándola en seco obligándola a girarse, quedando su indolente mirada en frente de los ojos de su compañero. No dijo nada.

-Ya no eres tan valiente, eh… ahora que estás sola ya no eres tan valiente… – le soltó con sorna, incitándola…

-Voy a trabajar – reaccionó por fin – ¿me dejas? – le insinuó mirando la mano que aún la retenía.

-Estás muy equivocada si crees que esta tarde vas a entrar ahí dentro… – le respondió con rabia, alzando la mirada por encima de Miriam, divisando la entrada a las oficinas que estaba tan cercana.

-¿Y cómo cojones crees que me lo vas a impedir? – comenzó a sulfurarse.

La reacción de la chica pareció sacar de sus casillas al hombre que la retenía. Sabía perfectamente el carácter que tenía Miriam y no quería que se creciera. Quería que la obedeciera.

-¿Qué te parece así? – le soltó un cachete en la cara.

Miriam no se lo esperaba. Aunque no le dolió físicamente sí que lo hizo interiormente. ¿Quién coño se creía el puto Guillermo para ponerle la mano encima? Ni él ni nadie tenía ningún derecho a hacer aquello. Le sacó de sus casillas por un instante, pero intentó tranquilizarse y controlar la situación.

-Si me vuelves a poner una mano encima, te jodo la vida – le amenazó con aire chulesco, de superioridad. No necesitaba las alentadoras palabras de Iván para sentirse superior al desgraciado de Guillermo – Es más, te vas a arrepentir de esto…

El hombre parecía dubitativo. Pensó que la torta tal vez no había sido la mejor idea. Había provocado justo lo contrario de lo que pretendía. Miriam parecía tan altiva e imponente, segura de sí misma, que temía realmente por él, por su puesto de trabajo, su familia… todo lo que ella pudiera hacer para joderle.

-No tendré que volver a pegarte si me haces caso – dijo al fin inseguro, pero sin soltar el brazo de su presa.

-¿Me estás amenazando? – le desafió.

La actitud de Miriam le estaba poniendo cada vez más nervioso. Notaba el sudor acumularse bajo el incómodo pasamontañas.

-No, sólo digo que…

Pero Miriam no le dejó acabar cuando se dio media vuelta para dirigirse a la entrada del trabajo. Sin embargo, el brazo que la retenía no la dejó marchar y empezó a forcejear para liberarse. Notó que la mano aumentaba la presión para evitar soltar lo que sujetaba y empezó a sentir dolor.

-Déjame ir… – ordenó en mitad del forcejeo.

-Te he dicho que no – insistió.

-Me haces daño… – se quejó, pero el hombre seguía impasible.

Miriam, cansada de la situación, golpeó con la mano libre el hombro de su compañero intentado provocar que la soltara. El piquete, nervioso ante la situación que se le había descontrolado, notó una punzada de dolor provocada por el golpe de su compañera y, en un acto reflejo, golpeó con todas sus fuerzas a la chica. El bofetón en la cara hizo que los dos se detuvieran al instante, dejando de forcejear.

Miriam no se lo esperaba. La ostia había sido considerable. Le pitaba el oído y notaba el calor de la sangre que resbalaba por la comisura de sus labios. Se asustó, se asustó mucho por primera vez. Con las piernas temblando, se agachó, resignándose.

-Está bien – dijo con voz temblorosa – ¿qué… qué quieres…?

La adrenalina bullía en el interior del hombre. La rabia de sentirse inferior a aquella mujer se había desbordado al recibir aquel maldito golpe. Y, al verla allí, sumisa, se sintió poderoso.

-Te dije que me hicieras caso. Esto no tendría por qué haber pasado – y se inclinó para pasar el pulgar por los labios de Miriam, recogiendo la poca sangre que allí había.

-Por favor, déjame ir, si quieres no voy a trabajar, pero déjame marchar –suplicó temiéndose lo peor.

Miriam sabía que Guillermo era un pervertido y se asustó pensando lo que podría hacerle un depravado que era capaz de golpearla. Maldijo que por culpa de la fuerza física se viera en esa situación. Y contra más lo pensaba, más asustada se sentía.

El hombre caviló unos instantes pensando la mejor opción. Simplemente quería darle un susto, hacer que no fuera a trabajar, pero en ningún momento quería golpearla.

-No puedo hacer eso. Si te dejo marchar podrías avisar a tus compañeros o acceder por otra entrada.

¿Pensaba retenerla de por vida? Miriam estaba al borde de la desesperación. Y, en un último intento alocado, pegó un tirón para intentar zafarse de Guillermo. La puerta estaba tan cerca… Por fin consiguió soltarse de la mano que la retenía y se alzó para comenzar a correr. Tenía la sensación de que iba muy lenta, el corazón le iba a mil por hora y, a escasos metros del objetivo, tropezó. Los segundos antes de darse de bruces contra el suelo fueron eternos. Pensó en lo torpe que era y en lo que ese tropiezo podía significar. Se aterró.

El piquete no se esperaba esa maniobra. Cuando vio a la mujer corriendo hacia la puerta de entrada a las oficinas pensó en salir corriendo en dirección contraria. Por suerte para él, decidió lanzarse a la desesperada con la intención de alcanzarla antes de que toda su vida se viniera abajo. Al ver que no la pillaría se lanzó con los pies por delante intentando zancadillearla. Los segundos hasta contactar con ella le parecieron eternos. Por su mente pasó lo torpe que había sido confiándose y dejando marchar a la mujer que podía joderle la vida. Se estiró todo lo que pudo y con la punta del pie consiguió tocar ligeramente el talón de Miriam. Suficiente para desequilibrarla y hacerla caer. Ahora debía levantarse más rápido que ella y volver a retenerla. Se lo iba a hacer pasar muy mal, pensó con rabia.

Ella intentó levantarse todo lo rápido que pudo, sin mirar atrás. Y cuando lo logró, notó la firme mano que la volvía a sujetar del mismo brazo ya dolorido. Su mundo se vino abajo.

-Hija de puta… te vas a enterar – y pegó un tirón arrastrando el cuerpo de la desesperada mujer.

-No, no lo hagas, por favor… – sollozó.

El enmascarado la llevó hasta un callejón oscuro y profundo cercano al lugar donde estaban. La calle cortada era conocida por ser lugar habitual de drogadictos, jóvenes que hacían botellón o vagabundos que buscaban cierto cobijo para resguardarse del frío en las largas noches de invierno.

Mientras se dirigían hacia allí, Iván salía por la puerta hacia la que tan sólo unos segundos antes corría Miriam desesperada antes de ser alcanzada por su nefasto compañero de trabajo.

El agresor no tenía claro lo que iba a hacer con la mujer. Ya la había asustado, ya había conseguido que no fuera a trabajar. Ahora únicamente quería vengarse del mal rato que le había hecho pasar. Al llegar al final del callejón la tumbó en uno de los colchones mugrientos en los que seguramente había dormido algún sin techo o fornicado alguna pareja joven antes o después de ponerse hasta las cejas de alcohol y/o sustancias psicotrópicas.

Al verla allí tumbada, temblorosa, se fijó en lo buena que estaba. Por primera vez en la vida veía a Miriam, aquella mujer tan imponente, segura de sí misma e inteligente, en una situación de sumisión total y la polla se le puso dura. Se le ocurrió que podía aprovecharse un poco de la situación.

-Déjame verte ese labio – le soltó en tono conciliador, intentando calmar la situación, buscando que la chica se confiara.

Pero Miriam no estaba por la labor. El hombre se agachó sobre el colchón, a su lado, y tuvo que agarrarle el rostro para girarle la cara para verla frente a frente. El labio había vuelto a sangrar ligeramente y el encapuchado acercó su cara a la de Miriam levantándose ligeramente el pasamontañas. Ella intentó apartarse, pero él la retenía con fuerza. Cuando estuvo a escasos milímetros de su rostro, el hombre sacó la lengua y con ella lamió la sangre chupándole la barbilla y los labios.

Ella se moría de asco. La repulsa que sentía por Guillermo era desmesurada y mucho más tras lo que había hecho y estaba haciendo. Sacó cierto valor para escupirle en la cara, pero rápidamente se arrepintió de haberlo hecho.

Aunque llevaba el pasamontañas, un poco de saliva cayó sobre el ojo del tío. Aquello le sacó de sus casillas. Cuando parecía que Miriam estaba más dócil siempre tenía que sacar ese temperamento para hacerlo sentir inferior. Encendido, el hombre se dispuso a magrearle los pechos mientras le comía la boca.

Miriam intentaba escabullirse zarandeando a su compañero, pero era imposible. El hombre la estaba babeando intentando introducir la viperina lengua en su boca, sellada a fuego. Mientras intentaba evitar su lengua, notó como el desgraciado metía las manos bajo el jersey, buscando sus pechos. El hombre se había sentado sobre ella impidiendo que pudiera escaparse. No tuvo tiempo de pasar miedo. La estaban violando y debía concentrarse en evitarlo.

El violador quería que abriera la boca, pero no lo conseguía y tenía las manos ocupadas magreando las duras carnes del vientre de Miriam. En seguida subió hasta sus pechos. Eran firmes y grandes. Tiró del sostén, rompiéndolo, y pudo notar el contacto directo con tremendos senos, con los excitantes pezones tiesos de la chica. Entonces se le ocurrió. Apretó con fuerza uno de los pezones provocándole el suficiente dolor como para que abriera la boca. El hombre aprovechó para introducir su lengua y lamer cada uno de los rincones.

Miriam se estaba ahogando. El muy bruto le había metido la lengua hasta la campanilla y le había llenado la boca de babas. Necesitaba respirar. Así que le mordió el labio haciéndolo sangrar. El hombre retiró el rostro sorprendido. Y ella le miró desafiante.

-Te lo debía.

-Serás hija de puta… – le soltó con una sonrisa malévola que hizo temblar a la chica, poniéndole la piel de gallina en todo el cuerpo.

El hombre escupió en el rostro de la víctima.

-Te lo debía – le dijo con sorna y aprovechó para lamerle el rostro recogiendo con la lengua su propia saliva mientras levantaba el jersey dejando al aire libre los hermosos pechos de la mujer.

El hombre se llevó la mano a la bragueta y, como pudo, abrió la cremallera para sacarse la polla completamente tiesa. Empezó a masturbarse mientras besaba a la chica bajando por su cuello hasta llegar a las tetas donde se paró a saborear el delicioso manjar que le proporcionaba el melonar.

-Por favor… Guillermo… si lo haces te arrepentirás toda tu vida – intentó la vía psicológica para salir del atolladero.

El hombre se sobresaltó, incorporándose para mirar a su víctima.

-Si supieras lo buena que estás… Si supieras lo buena que estás me entenderías. Te he deseado tanto, tantas veces. Esto no es más que un halago hacia tu persona.

Miriam pensó que estaba chalado y comprendió que únicamente podía salir de allí si alguien la ayudaba. Gritó, pero sabía que nadie la oiría. Volvió a gritar y se detuvo al notar las sacudidas que el hombre pegaba con el brazo. Alzó la cabeza y vio la paja que se estaba haciendo. Se quería morir.

-Eso es… mírame, mírame la polla. Es toda tuya. ¿La quieres? ¿Te gusta?

El hombre se acercó al rostro de la chica, dejando de masturbarse y mostrando triunfante su pito completamente erecto. Miriam se fijó que era bastante normal. Unos 12 centímetros.

-Siempre había imaginado que la tenías pequeña – quiso dañarle el orgullo – y estaba en lo cierto.

Aquellas palabras no le sentaron demasiado bien y volvió a abofetearla. De la ostia, los ojos humedecidos de Miriam soltaron las primeras lágrimas mientras el indeseable energúmeno que tenía encima colocaba su pene entre sus hermosos pechos. Con una mano agarró ambos senos, juntándolos y empezó el vaivén para hacerse una cubana. Inclinando el cuerpo hacia atrás, con la otra mano, comenzó a frotar la entrepierna de la chica.

A los pocos minutos Miriam comenzó a tener sensaciones enfrentadas. Sus ojos no dejaban de humedecerse ante la impotencia de estar siendo violada, pero las caricias en su entrepierna empezaban a ser placenteras. Eso aún le daba más rabia provocándole las lágrimas que se deslizaban por su rostro. A medida que el chocho le iba picando cada vez más, más se fijaba en la punta de la verga que asomaba y desaparecía entre sus turgentes pechos al ritmo de las sacudidas de su compañero. Empezaba a ver aquel bonito glande como un premio más que como un castigo y eso la atormentaba por dentro.

El hombre se apartó de ella, levantándose y liberando los brazos que había estado aprisionando con las piernas mientras la agarraba del pelo alzándola también a ella. El hombre acercó la polla hacia la boca de la mujer, que se negaba a abrirla. El tío restregó su miembro por los carnosos labios de Miriam mientras le suplicaba buscando su favor.

Miriam se resistía a pesar del fuerte olor a polla que se introducía por sus fosas nasales. Era todo tan sucio: el mugriento colchón, el desangelado callejón, el indeseable Guillermo, la aterradora violación… que aquel intenso olor a sexo masculino la terminó de poner cachonda. Quería evitarlo, pero cuando el hombre apretó sus mejillas para que abriera la boca, no puso mucha resistencia. El cipote estaba salado.

-Te juro que como me la muerdas, te mato – la amenazó. Pero ella no pensaba morderle precisamente.

El hombre empezó a follarse la boca de su compañera, intentando meterle la polla hasta la garganta mientras le agarraba del pelo para que no se escapara. La mujer se atragantaba cada vez que el cavernícola le tocaba la campanilla con el glande. Miriam tenía la boca reseca y cada vez que la polla salía de su garganta, lo hacía impregnada de babas solidificadas que rodeaban el cipote y hacían puente entre la boca de ella y el miembro de él. Las babas se iban acumulando y resbalando por la verga hasta alcanzar los huevos del hombre desde donde colgaban, blanquecinas y espesas, hasta caer sobre el asqueroso colchón.

A medida que el violador se iba relajando iba minimizando la fuerza de sujeción del pelo de ella hasta que al final, sin darse cuenta, la soltó. Pero Miriam no escapó y siguió chupando polla a pesar de la libertad de la que gozaba. Cuando él se percató, se asustó, pero en seguida se sintió triunfante cuando se dio cuenta de que Miriam, tocándose los pechos, se desvivía, sin forzarla, chupándole la tiesa vara.

-¿Ves, putita? Si al final sabía que te gustaría… – se arriesgó.

Miriam, al oír esas palabras, se detuvo y lo miró desafiante con una mezcla de odio, excitación y asco.

-Eres un cabrón. ¿Cuánto hace que deseabas esto? – le provocó, pero él la ignoró.

El violador se agachó para deshacerse de los pantalones de la chica. Estaba desabrochando los botones cuando ella aprovechó para deshacerse del pasamontañas estirando de la parte superior descubriendo el rostro sudoroso de su violador.

-¡Cosme! – se sorprendió al ver que el hombre que la había golpeado, humillado, maltratado, ultrajado y violado era su querido amigo.

No sabía cómo reaccionar y recordó la cara desencajada con la que lo vio esa misma mañana increpándola a ella y al resto de integrantes del autocar junto con el resto de piquetes. Instintivamente se retiró de su amigo, sentada como estaba sobre el colchón, alejándose hacia atrás.

-Miriam… – quiso suavizar la situación, desdramatizarla, pero no supo cómo. La empinada verga era la dueña de su cuerpo y sus decisiones – Ven aquí – prosiguió con la lujuria marcada en la cara, adelantándose buscando nuevamente el contacto con su amiga.

Cosme introdujo la mano en el pantalón de Miriam por la abertura que habían dejado los botones ya abiertos. Ella, aún en shock, no reaccionó y le dejó hacer. Cuando los dedos del chico alcanzaron su sexo sintió una oleada de placer que se enfrentaba a sus pensamientos. ¿Era su adorable Cosme el que la estaba mancillando? ¿No era Guillermo? Saber que el autor de esa pesadilla había sido alguien tan cercano y no un loco pervertido aún le pareció más sucio, más mezquino y desagradable. Y, por tanto, más cachonda se estaba poniendo.

Mientras Cosme daba con el punto exacto que le provocaba el primer orgasmo, ella agarró el pito de su amigo por iniciativa propia y comenzó a masturbarlo. Cosme estaba confundido. Su identidad había sido revelada y no sabía lo que eso podía implicar. Al parecer, Miriam se había calentado tanto con la situación que, por el momento, todo parecía seguir igual o mejor que antes de perder su máscara. Sin embargo, su comportamiento hacia ella, todo lo que le había dicho y hecho ¿cómo les afectaría de ahora en adelante? No creía que Miriam siguiera con la idea de joderle la vida, pero tampoco creía que todo lo ocurrido no tuviera consecuencias.

-¿Quieres que lo hagamos? – le preguntó un Cosme sin autoridad tras la pérdida de su pasamontañas al igual que Sansón al perder su melena.

Ella no respondió. Deseaba que el chico la tratara como antes, la vejara, e intentó decírselo con la mirada. Siempre se habían entendido muy bien y no parecían haber perdido esa facultad.

Cosme se deshizo de los tejanos de la chica pegando un par de tirones. La cogió del pelo y tiró de ella para levantarla. Miriam sintió el dolor del tirón en su cuero cabelludo. Le gustó el ímpetu de su amigo. Cosme le dio media vuelta, poniéndola de espaldas y la puso a cuatro patas para insertarle el rabo en el chorreante coño. El violador seguía agarrándola por el pelo con lo que cada sacudida iba acompañada de su correspondiente tirón.

-Basta… – suplicó ella cuando no pudo soportar el dolor.

El chico le soltó la melena y, agarrándola por las caderas, empezó a embestirla con fiereza provocando que Miriam tuviera que apoyar las manos en el piso para no precipitarse contra el suelo por segunda vez en el mismo día.

A medida que la dolorida cabeza iba recuperándose, el placer de sentir aquella polla rozando sus paredes internas iba en aumento. Estaba a punto de correrse cuando divisó algo que se movía al frente. Se asustó pensando en algún vagabundo que pudiera estar durmiendo la mona en la oscuridad del callejón. A medida que se disipaba la incertidumbre, sus temores iban en aumento.

El hombre que se acercaba había estado viendo la escena desde un principio. Como había quedado con Cosme, el joven amigo de Miriam se encargaría de asustarla para que no accediera a su puesto de trabajo. La disuadiría y, de alguna forma, la convencería para traérsela al callejón. Lo que no se esperaba es que las cosas se le hubieran complicado tanto al muchacho. No pensaba intervenir, pero ahora que la identidad de Cosme había sido revelada…

Miriam, al ver el rostro de Guillermo acercándose, se quería morir. Había olvidado que, en un principio, había creído que aquel asqueroso era el que había provocado toda la situación y no le gustaba la idea de que apareciera en escena definitivamente. Llevaba una gabardina. Al abrirla mostró el pecho descubierto y Miriam, al bajar la mirada, vio aquel pollón sobrehumano. Se corrió por segunda vez en el día.

-Así que te pensabas que la tenía pequeña… – le provocó Guillermo, cuando llegó a la altura de la pobre chica, agarrándose la flácida polla para acercarla al rostro de Miriam.

La chica alzó la mirada y le dedicó un gesto de desprecio total. Bajó la vista y se topó con aquel pollón que en reposo debía medir unos 18 centímetros. La excitación iba en aumento.

-En realidad jamás me he parado a pensar cómo la tenías – le replicó con sinceridad. De haberlo sabido… pensó.

-Pues a partir de ahora vas a soñar con ella, niñata.

-¿Cuánto tiempo llevas tú soñando conmigo? – le replicó hábilmente.

-Sólo tenía que bajarme los pantalones para que te abrieras de patas, ¡zorra!

Y Miriam abrió la boca para saborear el cipote que tenía enfrente, pero Guillermo apartó su miembro dejándola con las ganas. Volvió a acercar la verga mientras ella le miraba desafiante, pero en cuando volvió a abrir la boca, él volvió a quitarle la comida, alzando el nabo que sujetaba con su mano. Al tercer intento, el hombre bajó poco a poco la polla mientras ella le esperaba con la boca abierta. El grueso glande entró en contacto con la lengua de la chica que notó el peso de tan tremendo artefacto a medida que su dueño lo depositaba en su boca.

A todo esto, Cosme había dejado de penetrarla y le estaba haciendo un cunnilingus cuando Miriam agarró el rabo de Guillermo y empezó a masturbarlo sin dejar de chuparle el glande. Poco a poco fue notando cómo el miembro del cincuentón se iba endureciendo y, a medida que crecía de tamaño entre sus manos y en el interior de su boca, iban aumentando los flujos vaginales que inundaban el rostro del informático.

Cuando su amigo le robó el tercer orgasmo se separó de ella para colocarse junto al hombre mayor. Estaba claro lo que quería. Miriam se sacó el pollón de la boca y, antes de comerse la otra verga, echó un vistazo al monstruo que tenía delante. Parecía un pene de caballo, debía medir más de 25 centímetros e impresionaba verla tiesa, suspendida en el aire, rodeada de venas verdes a punto de estallar. Casi se corre sólo de verla. La agarró con la zurda y, mientras se la meneaba, se introdujo la pollita de Cosme en la boca.

Estuvo un rato mamando alternativamente los cipotes de los dos hombres cuando el pervertido de Guillermo se separó de ella para tumbarse en el mugriento colchón, siempre con la gabardina puesta. Cuando pasó por detrás de la chica la agarró del pelo, separándola de Cosme y doblándole el cuello.

-¡Bestia! – se quejó la damisela.

-Lo que va ser bestia va a ser la empalada que te voy a hacer…

Sólo de pensarlo un cosquilleo recorrió el cuerpo de la joven que deseó sentir aquel poste rodeado de verde hiedra rasgando su cuello uterino. Guillermo estaba tumbado con el pollón mirando al cielo cuando Miriam, a horcajadas, bajó su cuerpo hasta que su lubricado y escocido coño entró en contacto con la punta de semejante aparato.

Guillermo había fantaseado con esa diosa desde que entró a trabajar en la empresa. La había desnudado millones de veces con la mirada, pero jamás se había imaginado que pudiera estar tan buena. Los considerables pechos puestos exactamente en su sitio, el vientre plano y las curvas de su cadera, las largas y bonitas piernas y esa caliente concha con esos prominentes labios vaginales que ahora rozaban su descomunal polla. No se podía creer que esto estuviera pasando. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentir aquellos labios adhiriéndose a su venosa polla, dejando un rastro de fluido vaginal, y de su glande rasgando las paredes internas del coño más deseado de la oficina. Abrió los párpados y vio a Miriam con los ojos en blanco, en éxtasis y aprovechó para acariciar los turgentes pechos que bamboleaban delante de sus ojos.

Al sentir las manos de Guillermo aferrándose a sus tetas no aguantó el placer de sentirse rellenada por semejante pollón y se corrió por cuarta vez. Estaba recuperándose del orgasmo cuando sintió el empujón de Cosme que echó su cuerpo hacia delante. Se encontró de golpe con la cara de Guillermo, que hizo el esfuerzo de alzarse para robarle un morreo. Le dio un poco de asco besar al viejo, pero no apartó la boca.

Ante la mirada del joven apareció el rosado ano de Miriam. Sin pudor, el chico empezó a acariciarlo poco a poco hasta que, de golpe, introdujo un dedo en el agujero de la chica, sorprendiéndola.

Era la primera vez que algo o alguien penetraba su agujero trasero y no le gustó la sensación. Intentó quejarse, pero su amigo le tapó la boca con la mano libre. Nuevamente se asustó. No quería que le petaran el culo. Intentó quejarse, zafarse pero los quejidos amortiguados por la mordaza de carne y hueso fueron ignorados y los movimientos de su cuerpo fueron interpretados como consecuencias del placer recibido. Sin poder evitarlo, notó el duro falo de su amigo informático conquistando su culo. Quiso gritar, pero la mano aún la amordazaba.

Ambos compañeros del trabajo de Miriam, su querido amigo y el indeseable pervertido, se acompasaron enculándola y follándola respectivamente de manera que ninguno perdiera el ritmo de las sacudidas. Cuando Cosme notó que la resistencia de su amiga se desvanecía, retiró su mano para dejarla gemir de puro placer. El quinto orgasmo llegó acompañado de un enorme suspiro de satisfacción.

Cosme aprovechó para sacar todo el amor que sentía por su compañera y amiga. Mientras le metía y sacaba el USB en la ranura trasera se pegó a ella para besarla en el cuello mientras le acariciaba la espalda con ternura. Los gestos receptivos de la exuberante mujer que giraba la cabeza buscando la boca de su amigo fueron demasiado para Cosme que se corrió mientras se comía la boca de Miriam. El primer chorro de semen lo soltó en el ano de la chica, pero en seguida sacó la verga para lanzar el resto de la corrida sobre las nalgas y la espalda de ultrajada mujer.

Mientras Cosme se apartaba, Miriam se levantó liberando el cipote que llevaba minutos dentro de su coño. Sin que Guillermo se levantara, la chica se agachó buscando nuevamente los 25 centímetros largos de carne manchada con el líquido blanquecino que la raja de ella misma había emanado. No le importó y relamió cada centímetro de tranca hasta dejarla reluciente. En ese instante, Guillermo se agarró el miembro con la mano y empezó a masturbarse. Miriam sabía lo que venía y abrió la boca sacando la lengua lo más cerca de la punta de la polla.

El primer chorro la sorprendió. Un escupitajo impetuoso de leche saltó varios centímetros por encima del rostro de Miriam que se acercó más para el siguiente recibirlo en el interior de la boca. Ese segundo chorro, aún poderoso, impactó con fuerza en el paladar de la chica que se retiró ligeramente recibiendo el tercer manantial en la lengua. Los siguientes chorros perdieron intensidad y ella se aferró a la polla intentando recibir toda la leche que pudiera. Cuando el hombre mayor terminó de correrse, la chica dejó caer la mezcla de saliva y todo el semen que había retenido en la boca sobre el pubis del hombre donde se juntó con los restos de lefa que ya habían caído allí de primeras.

-Sabía que eres una buena puta – le insultó el viejo verde – Te pueden las pollas grandes, eh.

Miriam, avergonzada, no le contestó y se retiró para hacerse un ovillo, dolorida. Cosme no había articulado palabra alguna desde que se corriera sobre su amiga. Los dos permanecieron callados mientras Guillermo alardeaba de lo macho que era.

-Ves tirando – le indicó Guillermo a Cosme cuando ambos estuvieron vestidos. El joven obedeció sin despedirse de su amiga.

El cincuentón se acercó a Miriam y la amenazó.

-Como se te ocurra decir una sola palabra de lo que ha ocurrido esta tarde, te juro que te mato. Supongo que al chaval – refiriéndose a Cosme – no le querrás hacer ningún daño. Al pobre se le ha escapado de las manos y sólo cumplía órdenes mías – se confesó – Y respecto a mí… ten mucho cuidado – le soltó inculcando el temor en el desangelado cuerpo de la chica – Piensa que si te portas bien, a lo mejor te dejo verla otra vez – le vaciló agarrándose el paquete y mostrándoselo orgulloso a la pobre víctima.

Cuando Guillermo se marchó, a Miriam le invadieron todas las culpas y rompió a llorar. Se había dejado violar y lo había disfrutado, mucho. El problema no era haber puesto unos cuernos, algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza, era la forma como había sido. Y con quién. Aunque lo de Cosme podía tener un pase, recordar lo que le había hecho le apenó más de lo que estaba. Pero lo peor era haberlo hecho con Guillermo que no sólo era un viejo verde, sino un prepotente, un chiflado. Eso sí, reconocía que tenía una polla tremenda y saberlo le jodía aún más pues no sabía si a partir de ahora podría resistir sus pervertidas miradas sin mojar las bragas. Se dio asco a sí misma.

Mientras esperaba a Guillermo, Cosme seguía dándole vueltas a lo sucedido. Estaba muy nervioso y arrepentido. Aunque follarse a la espectacular Miriam era un privilegio al alcance de nadie se arrepentía de haberlo hecho por la forma como había ocurrido. Tuvo la impresión de que lo sucedido acabaría con su bonita amistad y, aunque la relación de ambos fue cordial en el futuro, no se equivocaba. Por suerte, por fin llegó Guillermo que le sacó de sus atormentados pensamientos.

Los violadores se marcharon mientras Guillermo pensaba en el sueño que había hecho realidad. Aunque su plan se había torcido ligeramente, al final se había chuscado a la mujer que llevaba deseando día tras día desde su incorporación a la empresa. Se sintió bien y se imaginó cómo serían los próximos días en el trabajo imaginando el precioso cuerpo de Miriam tras su provocativa ropa. Como siempre, pero a partir de ahora conociendo al detalle cada uno de los rincones de su cuerpo.

-¡Miriam! Te he estado buscando – la destrozada mujer oyó una voz familiar – ¿Qué te ha pasado? ¡Madre mía! ¿estás bien?

Iván había salido a buscar a su mejor empleada cuando las compañeras le advirtieron que tardaba mucho en regresar del restaurante y se preocupó al descubrir a Miriam tirada desnuda sobre ese asqueroso colchón. A pesar del tiempo que llevaba enamorado de ella fue incapaz de fijarse en el precioso cuerpo que ante él se vislumbraba. El amor que sentía hizo que lo primero que pensara fuera que estaba en peligro e hizo todo lo posible por hacer que se sintiera mejor. La ayudó a vestirse e incorporarse y escuchó la historia que Miriam se inventó a medida que la contaba.

Miriam se sorprendió al descubrir el amable trato que su superior le dispensó. Sin embargo, pensó que era lo mínimo que te puedes esperar de alguien que se encuentra a una indefensa mujer en las condiciones en las que ella se encontraba. Pero, aunque le costó reconocerlo, finalmente se vio obligada a admitir que su jefe tal vez no era el cabrón que ella se pensaba. Incluso, pasado el tiempo, llego a considerarlo el héroe que podría haberla salvado de los malditos acontecimientos acaecidos aquella fatídica tarde del día de huelga.

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“Simona: mi ángel custodio” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Desde tiempos inmemoriales, las Îngerul păzitor han aterrorizado y maravillado por igual a la gente de los Balcanes. En lo más profundo de esas tierras, sus campesinos sueñan con ser elegidos por esos bellos y crueles seres como sus protegidos, pero temen aún más que esas bellezas escojan a un conocido.
Han pasado milenios, pero la leyenda de las ángeles custodio sigue vigente hoy en Rumanía, no así en Madrid. Desconociendo su existencia, Alberto nada puede hacer por evitar que una de esas arpías se adueñe de su casa.
En este libro, Fernando Neira nos describe como uno de esos ángeles custodios aparece en la vida de nuestro protagonista y entrando como la criada, gracias a su sexualidad desaforada y a la leche que producen sus pechos, consigue convertirse en su amante.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN.
Para poder explicar como una leyenda medieval se inmiscuyó en mi vida, tengo que empezar por contaros la conversación que tuve mientras tomaba unas copas con un amigo. En ella, Manuel comentó que sabía que me había dejado tirado mi criada y me preguntó si andaba buscando otra.
―Estoy desesperado, mi casa parece una pocilga― reconocí y abriéndome de par en par, le expliqué hasta donde llegaba la basura y el desorden de mi antiguamente inmaculado hogar.
Al escuchar mi respuesta, contestó que tenía la solución a todos mis males y sin dar mucha importancia a lo que iba a decir, me soltó:
― ¿Tienes alguna preferencia en especial?
Conociendo que para las mentes bien pensantes Manuel era un pervertido, comprendí que esa pregunta tenía trampa y por eso le respondí en plan gallego:
― ¿Por qué lo preguntas?
Captando al instante mis suspicacias, con una sonrisa replicó:
―Te lo digo porque ayer mi chacha me comentó si sabía de algún trabajo para una compatriota que acaba de llegar a Madrid. Me aseguró que la conoce desde hace años y que pondría la mano en el fuego por ella. Por lo visto es una muchacha trabajadora que ha tenido mala suerte en la vida.
No tuve que exprimirme el cerebro para comprender que esa respuesta era incompleta y sabiendo que Manuel se andaba follando a su empleada, me imaginé que iban por ahí los tiros:
― ¿No la has contratado porque Dana no está dispuesta a compartir a su jefe?
Soltando una carcajada, ese golfo me soltó:
― ¡Mira que eres cabrón! No es eso.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí:
―Entonces debe ser fea como un mandril.
Viendo que me tomaba a guasa esa conversación, mi amigo haciéndose el indignado, respondió:
―Al contrario, por lo que he visto en fotos, Simona es una monada. Calculo que debe de tener unos veinte años.
«Será capullo, no quiere soltar prenda de lo que le pasa», pensé mientras llamaba al camarero y pedía otro ron. Habiendo atendido lo realmente urgente, comenté entre risas:
―Conociendo lo polla floja que eres, algún defecto debe tener. No creo que sea por el nombre tan feo― y ya totalmente de cachondeo, pregunté: ― ¿Es un travesti?
―No lo creo― negó airadamente: –Hasta donde yo sé, los hombres son incapaces de tener hijos.
Involuntariamente se le había escapado el verdadero problema:
¡La chavala tenía un bebé!
Como comprenderéis al enterarme, directamente rechacé la sugerencia de Manuel, pero entonces ese cabronazo me recordó un favor que me había hecho y que sin su ayuda hubiera terminado con seguridad entre rejas. No hizo falta que insistiera porque había captado su nada sutil indirecta y por eso acepté a regañadientes que esa rumana pasara un mes a prueba en mi casa.
―Estoy seguro de que no te arrepentirás― comentó al oír mi claudicación: ―Si es la mitad de eficiente que su hermana, nunca tendrás quejas de su comportamiento.
El tono con el que pronunció “eficiente” me reveló que se había guardado una carta y por ello, directamente le pedí que me dijera quien era su hermana.
― ¡Quién va a ser! Dana, ¡mi porno-chacha!

CAPÍTULO 1

Al día siguiente amanecí con una resaca de mil diablos, producto de las innumerables copas que Manuel me invitó para resarcirme por el favor que le hacía al contratar a la hermanita de su amante. Por ello os tengo que reconocer que no me acordaba que había quedado con él que esa cría podía entrar a trabajar en mi chalé desde el día siguiente.
― ¿Quién será a estas horas? ― exclamé cabreado al retumbar en mis oídos el sonido del timbre y mirando mi reloj, vi que eran las ocho de la mañana.
Cabreado por recibir esa intempestiva visita un sábado, me puse una bata y salí a ver quién era. Al otear a través de la mirilla y descubrir a una mujercita que llevaba a cuestas tanto su maleta como un cochecito de niño, recordé que había quedado.
«Mierda, ¡debe ser la tal Simona!», exclamé mentalmente mientras la dejaba entrar.
Al verla en persona, esa cría me pareció todavía más jovencita y quizás por ello, me dio ternura escuchar que con una voz suave me decía:
―Disculpe, no quise despertarlo, pero Don Manuel insistió en que viniera a esta hora.
―No hay problema― contesté y acordándome de los antepasados femeninos de mi amigo porque, a buen seguro, ese cabrón lo había hecho aposta para cogerme en mitad de la resaca, pedí a la joven que se sentara para explicarle sus funciones en esa casa.
«Es una niña», pensé al observarla cogiendo el carro y demás bártulos rumbo al salón, «no creo que tenga los dieciocho».
Una vez sentada, el miedo que manaba de sus ojos y su postura afianzaron esa idea y por eso lo primero que hice fue preguntarle por su edad.
―Acabo de cumplir los diecinueve― respondió y viendo en mi semblante que no la creía, sacó su pasaporte y señalando su fecha de nacimiento, me dijo: ―Lea, no miento.
No queriendo meter la pata y contratar a una menor, cogí sus papeles y verifiqué que decía la verdad, tras lo cual ya más tranquilo, le expliqué cuanto le iba a pagar y sus libranzas. La sorpresa que leí en su cara me alertó que iba bien y reconozco que pensé que la muchacha creía que el sueldo iba a ser mayor.
En ese momento decidí ser inflexible respecto al salario, pero, entonces con lágrimas en los ojos, me rogó que la dejara seguir en la casa los días que librara porque no tenía donde ir y dejando claro sus motivos, recalcó:
―Según Don Manuel, puedo tener a mi hijo conmigo. Se lo digo porque apenas tiene tres meses y le sigo amamantando.
Al mencionar que todavía le daba el pecho, no pude evitar mirar a su escote y os confieso que la visión del rotundo canalillo que se podía ver entre sus tetas me gustó y más afectado de lo que me hubiese gustado estar, respondí que no había problema mientras en mi mente se formaba un huracán al pensar en cómo sabría su leche.
―Muchas gracias― contestó llorando a moco tendido: ―Le juro que es muy bueno y casi no llora.
Que se pusiera la venda antes de la herida, me avisó que inevitablemente mi vida se vería afectada por los berridos del chaval, pero era tanto el terror destilaba por sus poros al no tener un sitio donde criar a su niño que obvié los inconvenientes y pasé a enseñarle el resto de la casa.
Como no podía ser de otra forma, comencé por la cocina y tras mostrarle donde estaba cada cosa, le señalé el cuarto de la criada. Por su cara, supe que algo no le cuadraba y no queriendo perder el tiempo directamente le pedí que se explicara:
―La habitación es perfecta, pero creía que… tendría que dormir más cerca de usted por si me necesita por la noche.
No tuve que rebanarme los sesos para adivinar que esa morenita creía que entre sus ocupaciones estaría el calentar mi cama como hacía su hermana con la de mi amigo. Tan cortado me dejó que supusiera que iba a ser también mi porno―chacha que solamente pude decirle que de necesitarla ya la llamaría.
Os juro que aluciné cuando creí leer en su rostro una pequeña decepción y asumiendo que la había malinterpretado, la llevé escaleras arriba rumbo a mi cuarto. Al entrar en mi cuarto y mientras trataba de disimular el cabreo que tenía porque me hubiera tomado por un cerdo, la cría empezó a temblar muerta de miedo al ver mi cama.
Nuevamente asumí que Simona daba por sentado que iba a aprovecharme de ella y por eso me di prisa en enseñarle donde se guardaba mi ropa para acto seguido mostrarle mi baño.
«Menudo infierno de vida debe de haber tenido para que admita en convertirse en la amante de su empleador con tal de huir», sentencié dejándola pasar antes.
Al entrar, la rumanita no pudo reprimir su sorpresa al ver el jacuzzi y exclamó:
― ¡Es enorme! ¡Nunca había visto una bañera tan grande!
Reconozco que antes de entrar en la tienda, yo tampoco y que, al ver expuesta esa enormidad entre otras muchas, me enamoré de ella. Me gustó tanto que pasando por alto su precio y el hecho que era un lujo que no necesitaba, la compré. Quizás el orgullo que sentía por ese aparato me hizo vanagloriarme en exceso y me dediqué a exponer cómo funcionaba.
Simona siguió atenta mis instrucciones y al terminar únicamente me preguntó:
― ¿A qué hora se levanta para tenerle el baño listo?
Sin saber que decir, contesté:
―De lunes a viernes sobre las siete de la mañana.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja y con una determinación en su voz que me dejó acojonado, me soltó:
―Cuando se levante, encontrará que Simona le tiene todo preparado.
No sé por qué, pero algo me hizo intuir que no era solo el baño a lo que se refería y no queriendo ahondar en el tema, le pedí que me preparara el desayuno mientras aprovechaba para darme una ducha. Nuevamente, surgió una duda en su mente y creyendo que era sobre qué desayunaba, le dije que improvisara pero que solía almorzar fuerte.
Mi sorpresa fue cuando, bajando su mirada, susurró muerta de vergüenza:
―Ya que no me ha dado un uniforme, me imagino que desea que limpie la casa como mi hermana.
Desconociendo a qué se refería, di por sentado que era en ropa de calle y no dando mayor importancia al tema, le expliqué que tenía un traje de sirvienta en el armario de su habitación, pero que si se sentía más cómoda llevando un vestido normal podía usarlo. Fue entonces realmente cuando comprendí el aberrante trato que soportaba su hermana porque con tono asustado me preguntó:
― ¿Entonces no debo ir desnuda?
Confieso que me indignó esa pregunta y queriendo resolver de una vez sus dudas, la cogí del brazo y sentándola sobre la cama, la solté:
―No te he contratado para seas mi puta sino para que limpies la casa y me cocines. ¡Nada más! Si necesito una mujer, la busco o la pago. ¿Te ha quedado claro?
Al escuchar mi bronca, los ojos de la mujercita se llenaron de lágrimas y sin poder retener su llanto, dijo:
―No comprendo. En mi región si una mujer entra a servir en casa de un soltero, se sobreentiende que debe satisfacerlo en todos los sentidos…― y antes que pudiese responderla, levantándose se abrió el vestido diciendo: ― Soy una mujer bella y sé que por eso me ha contratado. Dana me contó que usted insistió en ver mi foto para aceptar.
La furia con la que exhibía esos pechos llenos de leché no fue óbice para que durante unos segundos los recorriera con mi vista mientras contestaba:
― ¡Tápate! ¡No soy tan hijo de puta para aprovecharme de ti así! Si quieres trabajar en esta casa: ¡Hazte a la idea! ¡Tienes prohibido pensar siquiera en acostarte conmigo!
Tras lo cual, la eché del cuarto y lleno de ira, llamé a Manuel y le expliqué lo que había ocurrido. El tipo escuchó mi bronca en silencio y esperó a que terminara para, muerto de risa, soltarme:
―Te apuesto una cena a que antes de una semana, Simona se ha metido en tu cama.
Que en vez de disculparse tuviera el descaro de dudar de mi moralidad, terminó de sacarme de las casillas y sin pensar en lo que hacía, contesté:
―Acepto.

CAPÍTULO 2

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta del lío en que me había metido porque nada más colgar, decidí darme esa ducha y mientras lo hacía, el recuerdo de los rosados pezones de la rumana volvió a mi mente.
¡Hasta ese momento nunca había visto los pechos de una lactante!
Por eso y a pesar de que intentaba no hacerlo, no podía dejar de pensar en ellos, en sus aureolas sobredimensionadas, en las venas azules que las circuncidaban, en la leche que los mantenía tan hinchados, pero sobre todo en su sabor.
«Estoy siendo un bruto, esa niña seguro que viene huyendo de un maltratador», me dije mientras de trataba de borrar de mi mente esa obsesión.
Lo malo fue que para entonces era consiente que ante un ataque de mi parte esa criatura no pondría inconveniente en darme a probar y al saber que ese blanco manjar estaba a mi disposición con solo pedirlo, me afectó y entre mis piernas, nació un apetito salvaje que no pude contener.
«¡Ni se te ocurra!», me repitió continuamente el enano sabiondo que todos tenemos, ese al que yo llamo conciencia y otros llaman escrúpulos: «¡Tú no eres Manuel!».
Aun así, al salir del baño para secarme, mi verga lucía una erección, muestra clara de mi fracaso. Creyendo que era cuestión de tiempo que se me bajara, decidí vestirme e ir a desayunar.
Al entrar a la cocina, fui consciente que iba a resultar imposible que bajo mi pantalón todo volviera a la tranquilidad porque Simona me había hecho caso parcialmente y aunque se había metido las ubres dentro del vestido gris que llevaba, no había subido la cremallera hasta arriba dejando a mi vista gran parte de su busto.
«¡Ese par de tetas se merecen un diez!», valoré impresionado al observarlas de reojo y no era para menos porque haciendo caso omiso de las leyes de la gravedad, esas dos moles se mantenían firmes y con sus pezones mirando hacía el techo.
Mientras me ponía el café, la rumanita no dejó de mirarme a los ojos de muy mal genio. Se notaba que estaba cabreada por lo que le había dicho.
«No lo comprendo, debería estar contenta por librarla de esas “labores” y tenerse que ocupar solamente de la casa».
Como no retiraba su mirada, decidí preguntar el motivo de su enfado y aunque había especulado con todo tipo de respuestas, jamás me esperé que me soltara:
― ¡Cómo no voy a estar molesta! Me ha quedado claro que no piensa usar sus derechos sobre mí y también que piensa satisfacer sus necesidades fuera de casa. Pero… ¿y qué pasa conmigo?… Cómo ya le he dicho, soy una mujer ardiente y tengo mis propias urgencias.
Casi me atraganto con el café al escuchar sus palabras. ¡La chacha me estaba echando en cara no solo que no me aliviara con ella, sino que por mi culpa se iba a quedar sin su ración de sexo! Durante unos segundos no supe que contestar hasta que pensando que era una especie de broma, se me ocurrió preguntar qué necesitaba aplacar sus urgencias.
Sé que parece una locura, pero no tuvo que pensárselo mucho para responder:
―Piense que llevo sin sentir una caricia desde que tenía seis meses de embarazo… ― y mientras seguía alucinado su razonamiento, Simona hizo sus cálculos para acto seguido continuar diciendo: ―…creo que si durante una semana, me folla cuatro o cinco veces al día, luego con que jodamos antes y después de su trabajo me conformo.
La seriedad de su tono me hizo saber que iba en serio y que realmente se creía en su derecho de exigirme que aparte del salario, le pagara con carne. Sé que cualquier otro hubiese visto el cielo, pero no comprendo todavía porque en vez de abalanzarme sobre ella y darle gusto contra la mesa donde estaba sentada, balbuceé aterrorizado:
―Deja que lo piense. Lo que me pides es mucho esfuerzo.
Luciendo una sonrisa y mientras se acomodaba en el tablero, me replicó de buen humor al haber ganado una batalla:
―No se lo piense mucho. En mi país, las mujeres somos medio brujas y si no me contesta rápido, tendré que hechizarle.
El descaro de su respuesta, sumado a que, con el cambio de postura, uno de sus pezones se le había escapado del escote y me apuntaba a la cara, hicieron que por primera vez temiera el perder la apuesta. Me consta que lo hizo a propósito para que se incrementara mi turbación, pero sabiéndolo, aun así, consiguió que la presión que ejercía mi miembro sobre el calzón se volviera insoportable.
«Está zorra me pone cachondo», no pude dejar de reconocer mientras me colocaba el paquete.
Hoy pasado el tiempo, reconozco que fue un error porque mi movimiento no le pasó inadvertido y sin pedir mi opinión ni mi permiso, con un extraño brillo en los ojos se arrodilló ante mí diciendo:
―Deje que le ayude.
Sin darme tiempo a reaccionar, esa mujercita usó sus manos para acomodar mi verga al otro lado, al tiempo que aprovechaba para dar un buen meneo a mi erección. Peor que el roce de sus dedos fue admirar sus dos pechos fuera de su vestido y que producto quizás de su propia excitación de sus pezones manaron involuntariamente unas gotas de leche materna.
«¡No puede ser!», exclamé en silencio al tiempo que, contrariando mis órdenes, mi instinto obligaba a una de mis yemas a recoger un poco de ese alimento para acto seguido, llevarlo a mi boca.
Simona, lejos de enfadarse por acto reflejo, se mordió los labios y gimiendo de deseo, me rogó que mamara de ella diciendo:
―Ayúdeme a vaciarlos. ¡Con mi hijo no es suficiente!
Durante unos segundos combatí la tentación, pero no me pude contener cuando incorporándose, ese engendro del demonio depositó directamente su leche en mis labios. El sabor dulce de sus senos invadió mis papilas y olvidando cualquier recato, me lancé a ordeñar a esa vaca lechera.
Las tetas de la rumana al verse estimuladas por mi lengua se convirtieron en un par de grifos y antes que me diera cuenta, esa muchachita estaba repartiendo la producción de sus aureolas sobre mi boca abierta. Muerta de risa, usó sus manos para apuntar a mi garganta los hilillos que brotaban de sus senos para que no se desperdiciara nada.
Desconozco cuanto tiempo me estuvo dando de beber, lo único que os puedo asegurar que, a pesar de mis esfuerzos, no pude tragar la cantidad de líquido que me brindó y por ello cuando de pronto, retiró esas espitas de mi boca, mi cara estaba completamente empapada con su leche.
Afianzando su nueva victoria y con ello mi segunda derrota, se guardó los pechos dentro de su ropa y mientras su lengua recorría mis húmedas mejillas, me soltó:
―Si quiere más, tendrá que follarme― y aprovechando que desde su cuarto el niño empezó a protestar, terminó diciendo antes de dejarme solo: ― Piénselo, pero mientras lo hace, recuerde lo que se pierde…

CAPÍTULO 3

«¿Por qué lo he hecho? ¿Cómo es posible que me haya dejado engatusar así?», mascullé entre dientes mientras subía uno a uno los escalones hacia mi cuarto.
Si mi actitud me tenía confuso, la de Simona me tenía perplejo porque era algo incomprensible según mi escala de valores. Cuando llegó a mi casa, había pensado que me tenía terror. Luego al oír el trato que sufría su hermana, creí que su nerviosismo era producto por suponer que su destino era servirme como objeto sexual. Pero en ese instante estaba seguro de que si su cuerpo temblaba no era de miedo sino de deseo y que cuando me enterneció verla casi llorando al ver mi cama, lo que en realidad le ocurría era que esa guarra estaba excitada.
«¿Qué clase de mujer actúa así y más cuando acaba de tener un hijo?», me pregunté rememorando sus exigencias, «¡No me parece ni medio normal»!
La certeza que la situación iba a empeorar y que su acoso pondría a prueba mi moralidad, no mejoró las cosas. Interiormente estaba acojonado por cómo actuaria si nuevamente ponía esas dos ubres a mi alcance.
«Esa mujercita engaña a primera vista. Parece incapaz de romper un plato y resulta que es un zorrón desorejado que aprovecha su físico para manipular a su antojo a todos», sentencié molesto.
Seguía torturándome con ello, cuando mi móvil vibró sobre la cama. Al ver que quien me llamaba era Manuel, reconozco que pensé que ese capullo se había enterado de lo cerca que estaba de ganar la apuesta y quería restregármelo.
― ¿Qué quieres? ― fue mi gélido saludo. Ese cerdo era el culpable de mis males, si no llega a ser por él, no conocería a Simona y no me vería torturado por ella.
Curiosamente, mi amigo parecía asustado y bajando la voz como si temiera que alguien le escuchara, me dijo que necesitaba verme y que me invitaba a comer. Su tono me dejó preocupado y a pesar de estar cabreado, decidí aceptar y nos citamos en un restaurante a mitad del camino entre nuestras casas.
―No tardes, necesito hablar contigo, pero no se lo digas a nadie― murmuró dándome a entender que no le contara a mi chacha a quién iba a ver.
La urgencia que parecía tener y mi propia necesidad de salir corriendo de casa para no estar cerca de esa bruja con aspecto de niña, me hicieron darme prisa y recogiendo la cartera, salí de mi cuarto rumbo al garaje.
Al pasar frente a la cocina, vi que la rumana estaba dando de mamar a su bebé. La tierna imagen provocó que ralentizara mi paso y fue cuando descubrí que el retoño era una niña por el color rosa de su ropa. No me preguntéis porqué, pero al enterarme de su sexo me pareció todavía más terrible la actitud de su madre.
«¡Menudo ejemplo!», medité mientras informaba a esa mujer que no iba a comer en casa.
Su respuesta me indignó porque entornando los ojos y con voz dulce, se rio diciendo:
―Después del desayuno que le he dado, dudo mucho que tenga hambre hasta la cena.
El descaro con el que recordó mi desliz y su alegría al hacerlo, me terminaron de cabrear y hecho un basilisco, salí del que antiguamente era mi tranquilo hogar.
«Me da igual que sea madre soltera, cuando vuelva ¡la pongo de patitas en la calle!» murmuré mientras encendía mi Audi y salía rechinando ruedas rumbo a la cita.
Durante el trayecto, su recuerdo me estuvo martirizando e increíblemente al repasar lo ocurrido, llegué a la conclusión que era un tema de choque de culturas y que a buen seguro desde la óptica de la educación que esa jovencita recibió, su actuación era correcta.
«Al no tener donde caerse muerta ni pareja con la que compartir los gastos, esa jovencita ha visto en mí alguien a quién seducir para que se ocupe de su hija», concluí menos enfadado al vislumbrar un motivo loable en su conducta.
«Entregándose a mí, quiere asegurarle un futuro», rematé perdonando sin darme cuenta su ninfomanía.
Hoy sé que ese análisis no solo era incompleto, sino que me consta que era totalmente erróneo, pero en ese momento me sirvió y como para entonces había llegado a mi destino, aparqué el coche en el estacionamiento y entré en el local buscando a Manuel.
Lo encontré junto a la barra con una copa en la mano. Que estuviera bebiendo tan temprano, me extrañó, pero aún más que tras saludarle, yo mismo le imitara pidiendo un whisky al camarero.
Ya con mi vaso en la mano, quise saber qué era eso tan urgente que quería contarme. Lo que no me esperaba es que me pidiera antes que pasáramos al saloncito que había reservado. Al preguntarle el porqué de tanto secretismo, contestó:
―Nunca sabes quién puede oírte.
Mirando a nuestro alrededor, solo estaba el empleado del restaurante, pero no queriendo insistir me quedé en silencio hasta que llegamos a la mesa.
― ¿Qué coño te ocurre? ― solté al ver que había cerrado la puerta del saloncito para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación.
Mi conocido, completamente nervioso, se sentó a mi lado y casi susurrando, me pidió perdón por haberme convencido de contratar a Simona.
― ¡No te entiendo! Se supone que estabas encantado de haber conseguido un trabajo para la hermanita de tu amante― respondí furioso.
―Te juro que no quería, pero ¡Dana me obligó!
Que intentase escurrir el bulto echando la culpa a su chacha, me molestó y de muy mala leche, le exigí que se explicara. Avergonzado, Manuel tuvo que beberse un buen trago de su cubata antes de contestar:
―Esa puta me amenazó con no darme de mamar si no conseguía meter al demonio en tu casa.
Qué reconociera su adicción a los pechos de su criada de primeras despertó todas mis sospechas porque, además de ser raro, era exactamente lo que me estaba pasando y con un grito nacido de la desesperación, le pedí que me contara como había él contratado a su chacha.
―Me la recomendó un amigo.
Su respuesta me dejó tan alucinado como preocupado y por eso, me vi en la obligación de preguntar:
― ¿Dana acababa de tener un hijo?
―Una hija, ¡esas malditas arpías solo tienen hijas! ― la perturbada expresión de su cara incrementó mi intranquilidad.
Por eso le pedí que se serenara y me narrara el primer día de Dana en su casa.
―Joder, Alberto, ¡tú me conoces! ― dijo anticipando su fracaso― siempre he sido un golfo y por eso desde el primer momento me vi prendado de los pechos de esa morena. ¡Imagínate mi excitación cuando se quejó de que le dolían y me rogó que la ayudara a vaciarlos!
«¡Es casi un calco de mi actitud esta mañana!», me dije asustado al verme por primera vez como la víctima de una conspiración cuyo alcance no podía ni intuir.
Manuel, totalmente destrozado, se abrió de par en par y me reconoció que la que teóricamente era su criada, en realidad era algo más que su amante:
―Me da vergüenza decírtelo, pero es Dana quien manda en casa. Lo creas o no, si quiero salir con un amigo, tengo que dejarla satisfecha sexualmente con anterioridad y eso ¡no resulta fácil! Ese demonio me exige que me la folle hasta cuatro veces al día para estar medianamente contenta.
Ni siquiera dudé de la veracidad de sus palabras porque esa misma mañana Simona me había dejado claro que esas eran sus pretensiones.
― ¡Su hermana es igual! ― confesé asumiendo que por alguna razón tanto ella como Dana eran unas ninfómanas. ―La mía me ha echado en cara que es una mujer joven y que necesita mucho sexo para estar feliz.
No acaba de terminar de hablar cuando se me encendieron todas las alarmas al darme cuenta de que había usado un posesivo para referirme a “mi” rumana. Si ya eso de por sí me perturbó, la gota que provocó que un estremecimiento recorriera mi cuerpo fue el escuchar a mi amigo, decir aterrorizado:
― ¡No te la habrás tirado!
―No― respondí sin confesar que lo que si había hecho era disfrutar del néctar de sus pechos.
Manuel respiró aliviado y cogiendo mi mano entre las suyas, me aconsejó que nunca lo hiciera porque las mujeres de su especie eran una droga que con una única vez te volvía adicto.
―Sé que es una locura, pero necesito ordeñar a Dana mañana y noche si quiero llevar una vida mínimamente normal.
Fue entonces cuando caí en que al menos esa mujer llevaba cinco años conviviendo con él y me parecía inconcebible que siguiera dando pecho a su hija.
―Por las crías no te preocupes, esas brujas utilizan su leche para controlar a sus parejas. ¡A quien da de mamar es a mí! La abuela se hizo cargo de la niña al mes de estar en casa y contigo los planes deben ser los mismos― contestó cuando le recriminé ese aspecto.
Por muy excitante que fuera el tomar directamente de su fuente la leche materna, me parecía una locura pensara que era una sustancia psicotrópica. De ser así el 99,99% de la gente sería adicto a la de vaca y al menos el 60% de los humanos a la de su madre.
«Nunca he oído algo así», pensé compadeciéndome de Manuel, «al menos, habría miles de estudios sobre como desenganchar a los niños de las tetas».
Sabiendo que era absurdo, deseé indagar en la relación que mantenía con su criada para ver si eso me aclaraba la desesperación que veía en mi amigo y por eso directamente, le pregunté si al menos era feliz.
Ni siquiera se lo pensó al contestar:
― ¡Mucho! ¡Jamás pensé en que podría existir algo igual! Esa zorra me mima y me cuida como ninguna otra mujer en mi vida. Según ella, las mujeres de su aldea están genéticamente obligadas a complacer en todos los sentidos a sus hombres… pero ¡ese no es el problema!
―No te sigo, si dices que eres feliz con ella. ¿Qué cojones te ocurre?
Me quedé alucinado cuando su enajenación le hizo responder:
―Sé que no me crees, pero debes echarla de tu vida antes que te atrape como a mí― y todavía fue peor cuando casi llorando, me soltó: ―No son humanas. ¡Son súcubos!
Confieso que al oírle referirse a esas rumanas con el nombre que la mitología da a un tipo de demonios que bajo la apariencia de una mujer seducen a los hombres, me pareció que desvariaba. Simona podía ser muchas cosas, pero las tetas que me había dado a disfrutar eran las de una mujer y no las de un demonio medieval.
Convencido que sufría una crisis paranoica y que producto de ella estaba desvariando, no quise discutir con él y dejando que soltara todo lo que tenía adentro, le pregunté:
― ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Manuel en esta ocasión se tomó unos segundos para acomodar sus ideas y tras unos momentos, me respondió:
―Esa zorra no ha envejecido ni un día. Sigue igual que hace cinco años. Cuando le he preguntado por ello, Dana siempre esquiva la pregunta apuntando a sus genes. No me mires así, sé que no es suficiente, pero… ¿no te parece extraño que, al preguntarle por la gente de su aldea, parece que no existieran varones en ella? Esa bruja siempre se refiere a mujeres.
Durante unos minutos, siguió dando vuelta al asunto hasta que ya casi al final soltó:
― ¿Te sabes el apellido de Simona?
―La verdad es que no lo recuerdo― reconocí porque era algo en lo que no me fijé cuando repasé su edad.
―Se apellidan Îngerul păzitor, ¿Tienes idea de que significa en rumano? ― por mi expresión supo que no y dotando a su voz de una grandilocuencia irreal, continuó: ― ¡Ángel custodio! Esas putas se consideran a ellas mismas como nuestras protectoras.
Dando por sentado que definitivamente estaba trastornado, dejé que se terminara esa y otras dos copas antes de inventando una cita, dejarle rumiando solo su desesperación.
Y ya frente al volante recordé que, según el catecismo católico, un ángel custodio es aquel que acompaña al hombre durante ¡toda la vida!…
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Relato erótico: “De profesion canguro 08” (POR JANIS)

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Les recuerdo que pueden comentar o contactarme en  la.janis@hotmail.es
 
Acuerdo entre colegialas.
 
 
El dedo de Tamara pasaba archivo tras archivo de su diario secreto, sentada al escritorio de su dormitorio. Afuera, el día no podía ser más gris y lluvioso. Era sábado por la mañana y Fanny, su pelirroja cuñada, había ido al centro comercial Eroski, de Flattour Park, a treinta kilómetros de Derby, llevándose con ella tanto a hijo como marido. Así que estaba sola en casa, sola y aburrida. Mal asunto.
Pensó en llamar a alguna conocida, pero se echó atrás por vagancia. Buff, arreglarse tan de mañana para tener una cita. ¡Ni que estuviera desesperada! Por eso mismo, había sacado el viejo pendrive de su escondite y estaba actualizando entradas. También era divertido rememorar asuntos del pasado, ¿no?
Sus ojos se detuvieron ante una fecha clave. Con una sonrisa, abrió el archivo y comenzó a leer distendidamente, arrullada por la calefacción de su cuarto y el cómodo sillón que utilizaba para el escritorio.
Violette era una de sus mejores amigas. Llevaban juntas desde párvulos y, encima, eran casi vecinas. Al menos, vivían en la misma barriada. Habían ido a la misma escuela de primaria y a la misma clase. Cuando comenzaron secundaria, Violette pidió ser trasladada a la clase de Tamara, para no perder el contacto. Incluso formaron una pequeña pandilla de chicas que iban y venían del instituto juntas, todas del mismo barrio. Pero tuvieron que separarse cuando los padres de Tamara murieron en aquel accidente de ferry. Tamara se mudó a otra ciudad, con su hermano, y, aunque mantuvieron el contacto a través de Internet, la confianza se fue degradando.
Violette tenía su misma edad, de hecho, era cuatro meses más joven, y era tan rubia como ella. A veces las creían hermanas, ya que, en verdad, se parecían en ciertos aspectos. Violette era más menuda que ella, con el rubio pelo cortado a lo garçon, pero sus rostros eran muy parecidos, de narices rectas y algo respingonas, labios delgados y bien dibujados, y ojos azules.
A los doce años, cuando empezaron a hablar de chicos y planes fantásticos para el futuro, Violette inició una conversación muy íntima, las dos haciendo los deberes en el dormitorio de ésta.
―           Pienso dejar de ser virgen cuando cumpla quince años – dijo, haciendo que Tamara la mirase con incredulidad.
―           ¿Tan pronto? – le preguntó.
―           ¿Te parece pronto?
―           Un poco. Mamá insiste en que debes saber lo que buscas cuando te decidas…
―           Pues yo pienso que cuanto antes mejor – musitó Violette, trazando una raya perfectamente medida en su cuaderno, con la ayuda de una pequeña regla. Cuando se aplicaba a sus tareas, solía sacar la punta de su lengua entre los labios. – Estuve hablando con mi prima Aby, ya sabes, la que va a la universidad. Contó lo que hacen allí para divertirse. Tengo muy claro que para cuando yo acuda a una universidad, tendré perfectamente aprendido lo que es hacer el amor. ¡No quiero desaprovechar oportunidades por ser una pardilla!
―           Vaya… – suspiró Tamara, mirándola bobamente, con una mano en la mejilla.
―           ¿Y tú?
―           No lo sé. Aún no he conocido a ningún chico que me atraiga como para pensar en ello.
―           A mí tampoco, pero hay que tener claro el concepto.
―           ¿Y si no encuentras a ninguno a los quince? O sea, que no te guste ninguno, me refiero…
―           No me lo he planteado – reflexionó Violette, mordiendo el capuchón de su bolígrafo.
―           Además, ya sabes lo que dirán de ti, ¿no?
―           ¿A qué te refieres? – Violette enarcó las cejas, mirándola.
―           Que serás una golfa, una guarra, que serás una chica fácil que se va con cualquier chico.
―           ¡No me importa!
―           Puede que a ti no, pero ¿y tu familia? ¿Tu hermana menor va muy cerca de muestro curso? Ella escuchará los comentarios en el instituto.
Violette se echó hacia atrás en su silla. Era evidente que no había pensado en ese detalle. Su padre era muy exigente con la reputación familiar. Si se enteraba de una cosa así, podría significar un gran problema para ella. Incluso podía enviarla a un internado…
―           Tienes razón, Tamara. No lo había pensado. ¿Qué piensas hacer tú?
―           No lo sé, la verdad – se encogió de hombros Tamara. – No es algo que me preocupe demasiado. Llegará en el momento oportuno, siempre lo he creído así.
―           Ya te veo virgen aún al doctorarte – bromeó Violette.
―           ¡Uuy! ¡Qué viejecita! – se rió Tamara.
―           Podemos hacer un pacto entre nosotras – sugirió la rubia de pelo corto.
―           ¿Sí?
―           Ajá. ¿Qué te parece si para cuando cumplamos dieciséis aún somos “inmaculadas”, nos ayudamos la una a la otra a deshacernos de “eso”.
―           ¿Entre nosotras? – Tamara abrió muchos los ojos.
―           Pues sí. Tenemos confianza, nos hemos visto desnudas un montón de veces, y no tiene que ser muy difícil, usando un cacharro de esos.
―           ¿Cacharro? – Tamara no comprendió.
―           Ya sabes, un consolador…
―           ¡Dios, Violette!
―           ¿Qué pasa? ¿No has visto ninguno? – sonrió la pizpireta Violette.
Tamara negó con la cabeza, bajando la mirada. Su amiga encendió el ordenador de sobremesa que se encontraba en un extremo del escritorio.
―           Mira, tonta – la llamó a su lado, una vez que abrió el pertinente programa que accedía a la red.
Tamara, con los ojos desorbitados, contempló una extensa panoplia de fotografías sobre consoladores de todos los colores, tamaños, texturas, y funciones. Los había para el agujerito trasero, para rozarse contra ellos, para cabalgarlos en el suelo, sumergibles para la bañera, larguísimos para compartirlos…
―           ¿Es que te da corte? – le preguntó Violette al oído. Tamara sólo pudo encogerse de hombros. – A mí no. Sería más fácil contigo que con un chico – repuso de nuevo, como si se lo dijera a sí misma.
En aquellos momentos, Tamara aún no sabía nada de su tendencia lésbica, ni de cómo cambiaría su vida en unos cuantos años. Sólo sabía que su mejor amiga le estaba haciendo una proposición muy seria, para dejar de ser niñas.
―           ¿Lo prometes? – insistió Violette.
―           Sí, lo prometo – musitó finalmente Tamara.
―           Bien – Violette le echó un brazo al cuello, atrayéndola hasta depositar un beso en su mejilla. – Yo también lo prometo.
Por raro que pareciese, Tamara le estuvo dando muchas vueltas a aquella promesa durante semanas, pero el tema no volvió a surgir entre las dos chiquillas. Sus vidas siguieron llenándose de tareas y cosas nuevas, hicieron nuevas amigas, discutieron sobre chicos, y, desgraciadamente, los padres de Tamara murieron.
Dos o tres veces por semana, Tamara y Violette hablaban por Messenger o por cam. Tamara le contaba como era Derby, una ciudad mucho más pequeña que Londres, y Violette le explicaba que todos los chicos que conocía eran retrasados mentales.
―           ¡Estoy a punto de buscarme un universitario! – exclamó Violette con un bufido.
―           No creo que estén interesados en niñas como nosotras – meneó la cabeza Tamara, ante su monitor.
―           Ya lo sé, a no ser que me levante la falda delante de uno. Dicen que siempre están salidos.
―           ¿Te atreverías a hacer eso?
―           ¿Estás loca? Tan sólo bromeaba – la tranquilizó su amiga. – Pero se acerca la fecha límite – musitó de repente, sobresaltando el corazón de Tamara.
―           ¿Qué fecha? – preguntó, como si ya no se acordara de su promesa.
―           Joder, niña, ya sabes. Nuestra promesa…
―           Ah…
―           ¿No te echaras atrás ahora? – Violette agitó su índice ante la cámara.
―           No, no… sólo que… es mejor un chico, ¿no?
―           A falta de pan, buenas son tortas, como dicen los españoles.
―           Ya.
El problema es que Tamara ya conocía esas tortas, desde hacía unos meses. Solía dormir con Fanny dos o tres veces por semana, cada vez que su hermano se ausentaba, y su cuñada se había encargado de hacer desaparecer el molesto himen.
Tamara empezaba a ser consciente de cuanto le gustaba el sexo sáfico, aunque aún no conocía su faceta gerontofílica. Sin embargo, ya no sentía ningún recelo a la hora de imaginarse desflorando a su amiga. No era algo que la ilusionara especialmente, pero tampoco la desagradaba. Su amiga era guapa y simpática, y tenían mucha confianza entre ellas, pero había un problema que había que solucionar si llegaba el momento. Estaban separadas físicamente.
Violette seguía en Londres, y Tamara se encontraba en una ciudad del centro de la isla. Violette podía invitarla un fin de semana. Gerard, el hermano de Tamara, no podría ninguna pega por ello. La subiría a un tren y la enviaría a la capital. Pero una vez en casa de Violette… ¿tendrían intimidad para llevar a cabo lo que pretendían?
Sin embargo, Violette lo tenía todo pensado y preparado. Durante el tiempo que llevaban separadas, se dio cuenta que echaba muchísimo de menos a su amiga, y que sería mucho más bonito y dulce, que se desfloraran mutuamente que someterse al bombeo de un macho que tan sólo buscaría su propio disfrute.
Siendo consciente, desde hacía meses, de lo que quería, preparó una semana de reunión de antiguas alumnas del colegio, con la ayuda de varias veteranas de último año. El colegio privado era célebre por varios motivos y uno de ellos era por la cantidad de alumnos que esperaba su ingreso y por los que tenían que abandonar el centro a mitad de curso. La propuesta de aquel grupo de trabajo gustó a la dirección del colegio. Durante una semana, antiguas alumnas podrían recordar su estancia en el centro, en una especial invitación. Acudirían a clase, podrían acceder a toda la instalación, vestir el uniforme… todo cuanto hicieron anteriormente, y todo ello constaría en su ficha escolar.
Tamara reconoció el ingenio de su amiga cuando la invitación llegó al departamento administrativo de su actual escuela. Podría acudir con todos los gastos pagados encima. Violette lo había arreglado con sus padres para que durmiera en su casa, en su dormitorio, durante su estancia. ¡Incluso había conseguido un consolador y todo!
Así que, cuando llegó el momento, un domingo por la tarde, Gerard la acompañó a la estación para tomar un tren hasta Londres. Como buen hermano, encargó al revisor que le echara un ojo a su inocente hermanita, hasta llegar a la capital.
El tren la dejó en la estación de West Hampstead, donde Violette y su padre la estaban esperando. Las dos chiquillas se abrazaron con fuerza, besándose las mejillas. Louis, el padre de Violette, de origen francés, colocó sus brazos por encima de los hombros de ambas, y las condujo al coche.
Cenaron temprano y se fueron a la cama inmediatamente. Tenían muchas cosas que contarse y debían madrugar al día siguiente. Tamara no le contó nada de su lío amoroso con su cuñada, ni de que había perdido ya su virginidad, pero se pasó todo el rato mirando a su amiga a los ojos, abrazada a ella.
En aquel año de separación, los cuerpos de ambas habían cambiado. Tamara era ya toda una mujer, de pechos medianos y caderas desarrolladas, aunque esbeltas, y Violette había redondeado sobre todo las nalgas. Aún tenía pecho menudo y cara de niña, pero sus piernas y trasero eran de primera. Aún llevaba aquel corte de pelo como un niño, con el flequillo caído sobre un ojo, pero ahora casi rubio platino, debido a un buen tinte.
A la mañana siguiente, Violette insistió en que se ducharan juntas. Tamara aceptó y se enjabonaron mutuamente, sin ir más lejos. Parecía que Violette quería tomarse las cosas sin prisas, y a Tamara le pareció bien. Una vez secas, peinadas, y ligeramente maquilladas, Violette le entregó el uniforme escolar. Estaba algo retocado para subir el largo de la falda escocesa, de cuadros negros sobre fondo rojo, una cuarta por encima de la rodilla. Los altos calcetines blancos acababan justo ahí, dejando una franja de piel a la vista de apenas tres dedos. El clima aún no estaba siendo muy malo para ir sin medias. Zapatos negros cerrados de cuña, cómodos y ligeros, camisa blanca de manga larga, corbata corta a juego con la falda, y un chaleco suéter, gris oscuro, completaba el uniforme.
Al mirarse las dos en el espejo de la puerta del armario, pensaron que estaban monísimas y provocativas, lo que cualquier colegiala buscaba en el fondo.
Entraron en la escuela cogidas de la mano. Violette la presentó sus amigas en el recreo, y de ella, dijo que era su primera y mejor amiga. Marla, Beth, y Lyla eran chicas típicamente londinenses. Marla era de ascendencia zulú, Beth era una pecosa hija de de irlandeses, y Lyla era una mestiza asiática de tercera generación. La verdad es que cayeron muy bien a Tamara.
Aquella tarde, repasando un par de temas escolares en la habitación de Violette, ésta le preguntó si había salido ya con chicos. Tamara se levantó del escritorio y se sentó en el borde de la cama de matrimonio donde ambas dormían.
―           No he salido con chicos, Violette. No me gusta ninguno, hasta ahora.
―           ¿No? Yo he salido con dos, pero me cansé enseguida.
―           ¿Demasiado “pulpos”?
―           Ni te cuento – se rió Violette, sentándose a su lado y tomándola de la mano.
―           Pero sí he salido con chicas – dijo de repente Tamara, no entrando más en detalles. No pensaba decirle que se entendía con su propia cuñada.
―           ¿Con chicas? ¿Te gustan las chicas, Tamara? – se asombró su amiga.
―           Sí, creo que sí.
―           ¿Desde cuando?
―           No lo sé – se encogió de hombros. – Lo he descubierto hace poco. Aún estoy… experimentando, digamos.
―           ¡Qué callado te lo tenías! – la recriminó dulcemente Violette.
―           No es algo que se diga de pasada.
―           Entonces… ¿te gusto yo? – Violette se llevó una mano al pecho.
―           Bueno… eres muy guapa y eres mi amiga. Sí, me gustas.
―           ¡Mucho mejor! ¿No?
―           Para mí, sí. ¿Y para ti?
―           No lo he hecho nunca con una chica.
―           Ni con un chico tampoco, vamos.
―           ¡Pécora! – Violette le soltó un manotazo en el hombro. – Pero creo que me gustará probar contigo.
―           ¿Por qué?
―           Porque sí. Ya te quiero como amiga y estás guapísima con ese uniforme. Beth me lo ha dicho al oído. Ella también es un poco… de la otra acera, ¿sabes? Me dijo que ha tenido que contenerse para no meterte mano por debajo de la falda – susurró Violette en confidencia.
―           ¿De veras?
―           Lo juro. ¿Te gusta?
―           No lo sé. Todas esas pecas me confunden.
―           Te puedo asegurar que tiene los pelos del pubis rojos, rojos – gesticuló Violette, con una mano, luciendo una bella sonrisa.
―           Buuagg… que asco… ¡Pelos en el coño! – Tamara se llevó un índice a la boca, simulando una arcada.
―           A ver, ¿qué es eso de pelos en el coño? ¿Tú no tienes? – esta vez, su rostro se puso serio.
―           Ni uno. Me paso la cuchilla cada dos días. Es más higiénico y queda mucho mejor.
―           ¿Por qué? – Violette elevó las palmas de ambas manos con la pregunta.
―           ¿Tú meterías la lengua allí, entre todos esos pelos?
―           ¿La lengua en…? Oh, ya comprendo – las mejillas de Violette enrojecieron.
En el segundo día, Violette la llevó a merendar a una pastelería célebre, junto con sus amigas. Estuvieron hablando un poco de todo y hartándose de pasteles. Violette dejó caer que Tamara tenía experiencia con chicas y tanto Beth como Marla hicieron preguntas, curiosas. Lyla mantuvo una expresión de asco durante todo el tiempo.
―           Creo que Beth se ha interesado aún más por ti, al saber que te van las chicas – le dijo Violette, metiéndose en la cama. Portaba una vieja y larga camiseta de Elton John, que dejaba sus piernas desnudas a partir de medio muslo.
―           Es más curiosidad que otra cosa – repuso Tamara, saliendo en bragas del baño de su amiga. Tiró su sujetador sobre una silla.
―           ¿Duermes desnuda? – se asombró Violette.
―           Sí. He intentado durante estas dos noches con el camisón, pero no me siento cómoda. ¿Te importa, Violette?
―           No, no, que va, pero yo no podría.
―           ¿Por frío?
―           No exactamente.
―           ¿Por pudor? Aquí nadie te ve.
―           No lo sé, será la costumbre.
―           A ver, cuéntame más cosas sobre Beth. ¿Por qué dices que es medio lesbiana? – preguntó Tamara, metiéndose bajo las mantas.
―           No sé… siempre está tocándonos, abrazándonos, y suele dar picos a todas las chicas. ¿No es raro?
―           No demasiado. ¿La habéis visto besar en serio?
―           ¿Con lengua? – un atisbo de asco se deslizó por su rostro.
―           Sí.
―           No, creo que no.
―           ¿Y competiciones sexuales? ¿Ha hecho alguna?
―           ¿A qué te refieres? – Violette no entendió el término.
―           A proponer que comparéis los pechos, a ver quien alcanza antes el orgasmo masturbándose, y cosas así…
―           Bueno, lo hicimos… una vez… las cuatro… en la ducha – murmuró Violette, enrojeciendo.
―           ¿Todas juntas?
―           No, no… cada una en una ducha. Estábamos solas en los vestuarios – negó rápidamente la rubia de pelo corto.
―           Así que no os veíais las unas a las otras, pero si os escuchabais…
―           Sí.
―           ¿Lo propuso Beth?
―           Creo que sí.
―           ¿Y tú? ¿Qué sentiste? – preguntó Tamara, apoyando su frente en la cabeza de su amiga. Las dos testas quedaron unidas, Violette con los ojos bajos, Tamara intentando ahondar en su expresión.
―           No sé… creo que estaba tensa – murmuró Violette.
―           ¿Tensa? ¿Por qué?
―           Las escuchaba jadear… Marla era la que más gemía… que cerda – sonrió levemente.
―           Dime, Violette, ¿en qué pensabas tú mientras te tocabas?
―           Esto… déjalo, Tamara – agitó una mano.
―           Venga, dímelo, anda. ¿Pensabas en algún chico?
Violette, con los ojos bajos, negó con la cabeza.
―           ¿Imaginabas a tus amigas, verdad? Tocándose bajo el chorro de agua, apoyadas en los azulejos, con las piernas abiertas, las caderas agitándose…
―           Joder, Tamara, no seas tan gráfica – se agitó Violette.
―           Pero… es así, ¿no?
―           Sí – suspiró finalmente Violette. – Aquellos gemidos me pusieron muy mala… como nunca me he excitado.
―           ¿Lo habéis hecho más veces?
―           No – y la corta respuesta indicó perfectamente su frustración.
―           Pues habrá que proponerlo de nuevo, ¿no?
―           ¡Estás loca! – negó Violette.
―           ¿Crees que ellas no se calentaron lo mismo que tú? Supongo que todas acabasteis, ¿no?
―           Al menos, eso aseguraron – dijo Violette, consciente del calor que emanaba del cuerpo que tenía a su lado.
―           ¿A quien te hubiera gustado tener en la ducha contigo? Sé sincera.
―           A Lyla… pero no creo que lo aceptara… Ya viste el gesto de asco que hizo…
―           Eso no quiere decir nada. Puede ser una simple máscara, algo que hace para que no sepamos lo que realmente siente. ¿Admitió haberse corrido?
―           Sí.
―           Ya ves entonces. Ahora bien, ¿te has imaginado tocando el coñito de Lyla?
―           Joder… ¡qué directa que eres!
―           Ya no es momento de medias tintas, Violette. Ya sabes a lo que he venido aquí… Seguro que te has masturbado un montón de veces con la imagen de Lyla… después de ir a la piscina y verla en bikini, o el recuerdo de una sauna…
El rostro de Violette se había vuelto carmesí y procuraba no mirar a su amiga.
―           Así que he dado en el clavo. Quizás incluso tienes algunas fotos de ella, tomadas en momentos un tanto íntimos… ¿Acierto?
El gesto de Violette no podía ser más evidente. Mordisqueaba una de sus uñas, nerviosamente.
―           Es natural. Lyla es muy hermosa, con esos ojos achinados, del color de la miel, y una piel de porcelana – musitó Tamara, tomando la mano de su amiga, la que tenía en la boca. – Te has imaginado cómo sería pasar tu mano por su piel, puede que muchas veces, pero, ¿has tocado alguna vez la piel de una mujer, aparte de la de tu madre?
Violette negó con la cabeza, casi de forma violenta.
―           Ahora tienes la oportunidad, Violette. Estoy aquí por ti… recuérdalo – le dijo Tamara, llevando la mano de su amiga hasta su clavícula desnuda y depositándola allí.
Tímidamente pero sin temblar, la mano de Violette descendió desde el hueco del hombro de Tamara hasta la pequeña pirámide que formaba su erecto y delicioso pezón. La mano volvió a recorrer aquel camino, pero esta vez ascendente, deleitándose en la sedosidad de la piel, en el cálido tacto. Tamara la miraba y sonreía levemente, animándola a seguir probando.
Los trémulos dedos no tardaron en apoderarse del pezón que soliviantaban, acariciándolo, pellizcándolo, atormentándolo, hasta que, enrojecido y muy sensible al tacto, obligó a Tamara a quejarse y cerrar los ojos. Tomó la mano y la desplazó sobre su otro pezón, para que realizara allí la misma función.
Tras unos minutos, Tamara hizo descender la mano de su amiga hasta su ombligo, donde dibujó lentos arabescos sobre su vientre, consiguiendo que ondulara como el de una bailarina del susodicho.
―           ¿Quieres meter tu mano en mis braguitas, Violette? ¿Quieres tocar mi coñito? – le preguntó Tamara, el rostro girado hacia ella, los ojos prendidos en los suyos.
Violette tan sólo asintió y tragó saliva, dejando que Tamara tomara de nuevo su mano y la llevara hasta su destino. Bajo la prenda íntima, el pubis era un horno. Con los muslos abiertos, Tamara esperaba el encuentro con aquellos dedos. Concentrándose en el sentido del tacto, Violette imaginó cómo debía de ser la vagina de su amiga. La vulva parecía estar hinchada, muy mullida, y de fino tacto. Los labios vaginales se abrían como los pétalos de una singular flor tropical, perlados de humedad, insuflados por el ardor. Se dijo que Tamara tenía razón, sin vello era mejor. Paseó el nudillo del dedo índice sobre el monte de Venus y apretó el clítoris con fuerza, arrancando un hondo suspiro de su amiga.
“¡Madre del amor hermoso, qué bueno es esto!”, se dijo, relamiéndose mentalmente.
El dedo corazón buscó, él solo, por intuición, el camino al interior de la vagina de Tamara, hundiéndose lentamente en aquel diminuto pozo del más exquisito placer.
―           Estás muy mojada, Tamara – murmuró, admirando el perfil de su rostro.
―           Estoy muy… cachonda – admitió, haciendo reír a Violette. – Me excitas muchísimo…
―           ¿Yo? – se asombró Violette.
―           Sí. Tú y tu súbita timidez… ¿Quién lo habría dicho, amiga? ¿Quién podía imaginar que toda tu exuberancia no fuera más que palabrería?
―           Calla, por favor – gimió Violette, hundiendo sus dedos todo lo que pudo en aquel coño que deseaba saborear, pero que no se atrevía. – No digas guarrerías…
―           Aaahhhh – suspiró Tamara, echando hacia delante las caderas.
―           Ssshhh… calla, que nos van a escuchar – dijo Violette, tapando con su mano desocupada la boca de su amiga.
―           No pienso t-tocarte aún… Violette – Tamara se interrumpió, deslizando su lengua entre los dedos que tapaban su boca. – Aparta esa mano y llévala a tu coñito… mastúrbame y háztelo tú misma, al mismo tiempo… vamos… amiga… lo estás deseando…
Sin pensarlo más, la mano libre de Violette se deslizó bajo su propia camiseta de Elton John y se coló en sus bragas de algodón. Inmediatamente, comprobó que su vagina estaba tan mojada como la Tamara, incluso podía ser que más… Su coño se abrió, aceptando la presión de su dedo índice, más ansioso que nunca. Usó el índice y pulgar de cada mano para friccionar y comparar los clítoris. El de Tamara estaba más crecido e inflamado, y la hizo botar sobre la cama con la sensual maniobra.
Las dos estaban boca arriba en la cama, la colcha medio retirada, los rostros enfrentados, una mirando a la otra, y Violette frotaba enérgicamente ambos pubis.
―           Estoy a p-punto de… correrme… Violette – balbuceó Tamara. – No dejes… de m-mirarme… mientras me… ¡oh Dios! Me… corrooooo… – se dejó ir con aquellas palabras, sacudiendo su pelvis con un estremecimiento.
―           Oooh… madre santa… que guarraaaaaaa me sientooooooooooo… — Violette no pudo resistir más morbo y siguió a su amiga, apretando sus dedos contra ambos coños.
Durante veinte segundos no hubo más palabras, ni más movimiento, las dos sumergidas en ese mundo espiritual que nace con cada orgasmo y que se desvanece al abrir los ojos, un instante después.
―           Creo… que me he meado – confesó Violette en un murmullo.
―           No, más bien es que nunca te habías corrido así, ¿verdad? – se rió Tamara.
―           Puede. ¿Siempre es así con una mujer?
―           No lo sé… sólo tengo experiencia con una. Tú eres la segunda, y me ha encantado, así que puedo contestarte que sí.
Aquella noche, durmieron mucho más juntas, Violette abrazando a Tamara desde atrás, haciendo una perfecta cuchara pegada.
 
En el recreo del tercer día, Violette no la llevó a encontrarse con sus amigas, sino que la llevó a un ala cerrada del colegio. Allí, entre sábanas con polvo acumulado, y rincones penumbrosos, se besaron y tocaron largamente. Violette estaba muy frenética y se corrió al poco que Tamara metió una rodilla entre sus muslos, friccionando expertamente el rubio coñito de su amiga.
Aquella misma tarde, Tamara depiló cuidadosamente el pubis y la raja del culito de su amiga, en el cuarto de baño. Se entretuvo en introducir un dedo bien lubricado en el ano de Violette, divirtiéndose con las débiles pedorretas que se le escapaban, entre suspiros y gemidos.
Durante la noche, Tamara subió el termostato lo suficiente como para quedarse desnudas sobre la cama, la colcha en el suelo, y mantuvo la cabeza de Violette más de una hora entre sus piernas, enseñándole a comer como Dios manda un coño. Finalmente, cansada por tantos orgasmos, obsequió a su excitadísima amiga con un frotamiento de coño usando tan sólo su pie y el dedo gordo.
Tal y como había dicho Violette en un par de ocasiones, pareció orinarse encima, pero sólo se trataba de líquido prostático. Violette tenía la suerte de ser una de esas mujeres eyaculadoras.
En la noche del cuarto día, Tamara le devolvió la atención a su amiga. Ni siquiera la dejó ponerse su camiseta de dormir. Nada más cenar, se encerraron en el dormitorio, y Tamara la desnudó rápidamente, en la cama. Le hizo un verdadero traje de saliva, repasando todo el cuerpo de Violette con la lengua, succionó su ano en profundidad y le hizo lamida tras lamida hasta que se quedó dormida, debilitada por los orgasmos. Aquella noche, en más de una ocasión, Tamara creyó que los padres aparecerían en la habitación, debido a los largos quejidos de su hija.
Y llegó el quinto día, el elegido para el gran momento por la propia Violette; la tarde del viernes. Las dos llevaban toda la mañana más calientes que dos pinchos morunos en la feria de Sevilla. Incluso durante el almuerzo en la cafetería, habían estado haciendo manitas bajo la mesa.
―           ¿Podemos escaparnos de las actividades de esta tarde? – le preguntó Tamara en un susurro.
―           Sí, tenemos Moda y Complementos y una charla de Ética, pero no podemos abandonar el colegio hasta las cinco – cuchicheó Violette.
―           No importa. He encontrado el escondite del consolador y me lo he traído en la mochila.
―           ¿Qué? – Violette se obligó a bajar la voz tras la sorpresa.
―           Que pienso follarte esta tarde, aquí, en el colegio. Un sitio interesante para perder la virginidad, ¿no te parece?
―           ¡No, loca, aquí no!
―           Oh, sí. Así que ya puedes buscar el sitio más seguro para ello – la informó Tamara, muy seria.
Cuando acabaron de almorzar, Tamara la tomó de la mano. Notó que Violette temblaba, quizás nerviosa, quizás ansiosa, y la sacó casi a rastras del comedor, buscando despistar a las amigas. Violette la condujo de nueva a aquella ala en la que se escondieron el tercer día, pero ésta vez subieron a una especie de desván, lleno de material deportivo, tanto nuevo como usado.
―           El gimnasio estará cerrado hasta el lunes, así que nadie subirá aquí – musitó Violette, conduciéndola hasta un montón de colchonetas amontonadas.
Era como disponer de una cama enorme, oculta detrás de apilados caballos de cajones, espalderas medio rotas, y enormes cestas llenas de balones de diferentes tamaños.
―           Ay, Violette, ¡qué ganas tenía de pillarte a solas! – exclamó Tamara, abrazándola. – Hoy vas a dejar de ser una niñata y florecerás como mujer.
Violette tembló aún más al escuchar aquellas palabras, y hundió la lengua en la boca de su amiga, con un gruñido. Estaba más que dispuesta a hacerlo. De hecho, estaba ansiosa. Sus lenguas se enredaron en una batalla colosal en la que cada una pretendía ser dueña y señora, pero ninguna conseguía ventaja. La saliva resbalaba por las comisuras de ambas chicas, mojando los chalecos al caer.
Tamara fue la primera en quitárselo, pero cuando su amiga quiso imitarla, ella lo impidió.
―           No te quites la ropa, cariño. Quiero follarte con ese uniforme puesto que tan cachonda me pone – sonrió Tamara.
―           ¿De verdad te pone?
―           Bufff… no sabes tú lo que daría por estar en otro colegio privado. Le iba a meter mano hasta el conserje…
Las dos se rieron y siguieron besándose, pero Violette ya no hizo ningún intento de desnudarse. Rodaron sobre las colchonetas, abrazadas y besándose, incluso mordiéndose suavemente. Tras unas cuantas caricias, Tamara comprobó que su amiga ya chorreaba y le quitó las braguitas lentamente, con las miradas prendidas, lujuriosas. Después, la colocó a cuatro patas y le subió la falda escolar hasta la cintura, mostrando esas nalguitas tan sensuales, que Violette meneó pícaramente. 
―           Así, así… muéstrame lo puta que puedes llegar a ser con tal de que te meta ese pedazo de polla de plástico, guarra – susurró Tamara, inflamando aún más el deseo de su amiga.
―           Por favor… házmelo ya… zorrón…
Tamara se arrodilló obscenamente a la grupa de su amiga, levantando su propia grupa. La falda se le subió más de la cuenta, revelando que, aquel día, Tamara había decidido ir sin bragas al colegio. Sus senos colgaban, bamboleándose levemente cada vez que pasaba un dedo sobre la mojada vulva de Violette. Ésta no hacía más que gemir y menear sus caderas, muy deseosa de lo que le había prometido Tamara.
―           ¿Lo quieres ya? – preguntó Tamara suavemente.
―           Oh, sí… lo quiero ya – respondió Violette, con un sensual gruñido.
Tamara abrió la mochila y sacó el aparato de látex, de unos quince centímetros de largura, por cuatro de circunferencia. Representaba un falo masculino, de pálida textura y rugosidades muy realistas. Tenía un ensanchamiento en la base, que simula el inicio de un escroto, y la base era roja por debajo, donde se instalaban los controles del vibrador. Tamara se lo metió en la boca para humedecerlo, mientras su amiga la contemplaba con mucho deseo. Finalmente, lo puso en la boca de Violette para que la ayudara.
La rubita de pelo corto dejó caer regueros de saliva sobre el consolador, sin dejar de mirar a su compinche sexual.
―           ¿Por qué no hicimos esto antes? – preguntó Violette, dejando la boca libre un par de segundos.
―           No lo sé… por mi parte, no he experimentado todo esto hasta ahora, al mudarme… Ni siquiera sabía que podía existir algo tan erótico…
―           Sí – sonrió Violette. – Yo creía que las bolleras eran unas señoras bastas como camioneros y súper feministas.
―           Las habrá, no te lo discuto, pero también hay chicas normales, como nosotras, que gustan de usar lencería fina… maquillarse, ir a la moda… Trae, golfa, deja de chupetear ya – Tamara le quitó el consolador de la boca.
Violette miró muy atentamente, por encima del hombro, como su amiga acercó el consolador a su vulva, rozando largamente los labios menores. El aparato comenzó a vibrar suavemente, masajeando toda la zona, hasta incidir sobre el inflamado clítoris. Un profundo suspiro surgió de lo más profundo del esbelto cuerpo de Violette.
Tamara tuvo buen cuidado de llevar a su amiga a un clímax tan cercano al orgasmo que, cuando situó la cabeza del consolador sobre el estirado himen, fue la propia Violette la que dio un caderazo para introducirse el aparato.
―           Ah, joder…
―           Sin prisas, Violette, déjame a mí – la retuvo Tamara.
―           Duele – jadeó su amiga.
―           Lo sé, pero se pasa enseguida. Ya verás.
Tamara comenzó a mover el húmedo instrumento muy despacio, sacándolo y metiéndolo tan sólo un par de centímetros. Lentamente, las caderas de Violette adoptaron el mismo ritmo, moviéndose en un corto círculo. La otra mano de Tamara pellizcaba suavemente los cachetes del trasero expuesto, enrojeciéndole poco a poco.
Los zapatos de Violette se movieron al engurruñir los dedos de los pies en su interior cuando Tamara profundizó un poco más. Sentía como su coñito se abría al paso del consolador, calmando un hambre que llevaba arrastrando meses.
―           Te lo voy a meter hasta el fondo, ¿preparada?susurró Tamara.
―           S-síí…
El empuje fue suave, pero, al mismo tiempo, decidido. El glande de látex topó con su cerviz, produciéndole un nudo emotivo en la garganta. Sus cerrados ojos se humedecieron. Ya no era virgen, se dijo.
―           ¿Lo notas?
―           Oh, Dios, como un puto alien dentro de mí – bromeó con un jadeo.
―           Pues procura que no te salga por la boca – continuó la broma Tamara.
―           Calla y dale caña, tonta…
Y así empezó un mete y saca cada vez más rápido e intenso. Violette hundía la cabeza entre los brazos estirados que la mantenían a cuatro patas, gruñendo como una cerda. Se sentía muy libre y muy perra, notando las manos de su amiga en su entrepierna. El calor que nacía de su vagina la sofocaba y no podía dejar de rotar sus caderas, abriéndose totalmente para los embistes.
Tamara alternaba la frecuencia del consolador, con tocarse ella misma. Su vagina estaba licuándose como nunca, terriblemente excitada por lo que estaba haciendo. Sus dedos bajaban a su entrepierna cada pocos segundos, friccionando con fuerza hasta sentir ese pico de tensión que la medio calmaba durante un instante.
Y, en uno de esos instantes, escuchó el murmullo detrás de ella.
 
Se giró rápidamente y pescó a Beth espiándolas. Estaba apoyada con una mano sobre la superficie acolchada de un potro de anillas, y la otra metida bajo su falda. Su rostro pecoso había adquirido el mismo tono que su cabellera y mantenía la mandíbula descolgada. Tamara dio una fuerte palmada en una nalga de Violette, obligándola a girar la cabeza y mirar por encima del hombro, mordisqueando uno de sus dedos.
―           ¿Qué coño…? – empezó a decir, pero se calló al ver aparecer las cabezas de Marla y Lyla.
―           ¿Ves, cacho de guarra? ¡Te dije que no te acercaras tanto, que te iban a descubrir! – amonestó la negrita a la irlandesa. – No, la señora tenía que ver mejor para hacerse un dedo…
―           ¿Nos habéis seguido, putas? – preguntó Violette, resoplando.
―           Pues claro – admitió Lyla. – Estabais muy raras, joder.
―           ¿Cuánto tiempo lleváis espiándonos? – esta vez fue Tamara la que preguntó.
―           Desde que le has metido toda esa cosa – dijo Beth, aún con la falda remangada en la mano.
―           ¡Pues me habéis cortado el puto rollo! – exclamó Violette, arrodillándose. – Estaba a punto… muy cerca…
―           Lo siento – se excusó la mestiza asiática, bajando la cabeza. – Ha sido la culpa de la salida ésta… sólo queríamos mirar…
―           Pues podéis sentaros ahí – Tamara señaló una alta cajonera – y mirar. Cuando consiga que Violette se corra como una perra, la que lo desee puede ocupar su lugar.
―           ¡Tamara! – exclamó su amiga, abriendo mucho los ojos.
―           ¿Qué? ¿No ves como están de calientes? ¡Están deseando de probar! ¿No es cierto?
Ninguna contestó, pero todas apartaron la mirada, enrojeciendo las mejillas. Finalmente, se sentaron sobre el cuero sintético, levantando sus faldas para que los jugos que rebosaban ya sus prendas íntimas no las mancharan. Tamara le dio otra palmada a su amiga.
―           Venga, échate de espaldas y abre bien las piernasle dijo.
Se arrodilló de nuevo, esta vez encarando a Violette, y volvió a introducir el consolador, el cual, esta vez, se deslizó como sobre seda. Violette la miró a los ojos, algo incómoda con la presencia de sus otras amigas, pero pronto todo aquello desapareció de su mente, cegada por el rápido frotamiento del látex. Gemía y se agitaba de nuevo como si no hubiera un mañana.
Las tres chicas sentadas sobre el potro se mordían las uñas. Ninguna de ellas quería reconocerlo en voz alta, pero estaban locas por probar. Tamara giró el rostro hacia ellas y dijo:
―           Necesito que una de vosotras me acaricie y me calme, porque sino no podré seguir – su voz estaba entrecortada, muy excitada.
Las tres amigas se miraron entre ellas y la pelirroja Beth fue la más decidida, levantándose y arrodillándose al lado de Tamara. Ésta la tomó de la muñeca, conduciendo una de sus manos entre sus ardientes muslos.
 
―           ¿Sois todas vírgenes? – esperó al cabeceo de las tres. — ¡Joder, cómo me voy a divertir hoy!
Con una sonrisa en los labios y un hábil dedo en su coñito, Tamara retomó su sensual tarea. Al poco, eran varias las gargantas que gemían en aquel rincón casi olvidado, y ninguna mantenía ya el uniforme puesto.
* * * * * * * * *
“No hay nada mejor que unas amigas bien avenidas para soportar las tediosas horas de colegio, ¿no?”, era la último que escribió en aquella entrada. Sus recuerdos de aquella semana de vuelta a su antiguo colegio eran muy buenos, ahora revitalizados. El fin de semana lo pasaron las cinco juntas, en casa de Lyla, ya que sus padres se ausentaban habitualmente.
Con aquella imprevista comunión, Tamara comprendió que aunque no le diría que no a una oportunidad así, no era lo que más la atraía. Por aquel entonces, Fanny estaba en su corazón y en su cabeza, y resultaba mucho más atractiva que una chica de su edad, inexperta y tonta. Pero el morbo que había sentido iniciando a Violette y luego a las otras, había estado genial.
En aquella época, aún no comprendía lo ambivalente que era su mente, lo que podía buscar en ambos extremos… Sonrió, quitando el pendrive y guardándolo en su escondite.
Lo último que sabía de Violette es que había cambiado de carrera para seguir a Lyla a Antropología y Arqueología. Al parecer, compartían piso y cama…
 
 
 Continuará…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 
 

Relato erótico: “Deberes de buen ahijado” (POR LEONNELA)

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_Woauu!!!    Paty, que afortunada!! De donde sacaste al  muchachote  que se está asoleando en  tu  alberca?
_ Ahhhh  es Danilo, mi ahijado, está por graduarse este año, le  sortearon las prácticas universitarias en esta ciudad, así que me acompañará un par de meses.
_  Y esa novedad?  Pensé  que te incomodaban las visitas que se extendían por más de una semana
_Pues sí, pero es el hijo de una buena amiga que me ayudó mucho cuando vivía en provincia, y  ahora que estoy  en posibilidades de extenderle la mano, no puedo portarme desagradecida; además mi ahijado es un buen chico, hace los mandados  y da mantenimiento en la casa, así que quien sabe  y hasta termine extrañándolo cuando se vaya.
_De seguro amiga , de seguro, siempre se extraña a una persona tan  servicial,  en todo caso me alegro mucho de  que al fin  alguien  pueda encargarse de tu “mantenimiento” , digo… del mantenimiento de tu casa…..
_Jajaja, Marlene tu siempre de mal pensada,  En fin, me  alegra que se quede una temporada,  no habíamos tenido mucho contacto últimamente pero nos estamos acoplando  bien.
_ Acoplando? mmmmm    no me digas que  entre ustedes ya…
_Entre nosotros nada!  Ya  te dije que es  mi ahijado, y por si fuera  poco el muchacho hasta podría ser mi hijo
_Bahh, tu hijo….de cuando acá la edad es un impedimento para darse un gustito
_y dale con lo mismo, hoy sí que estas pesada no?
_Perdona  amiga, perdona, pero me  enerva que quieras seguir sola, ya es hora de que superes tu  divorcio,  se fue!!, se largo con otra y qué!! , da dos chirlazos al pasado y disfruta que solo se tiene una vida.
Me quedé pensativa, había algo de razón en las palabras de mi amiga, mi marido se había ido  llevándose mis ganas de volver a ilusionarme; me marcó tanto el hijo de puta, que ni siquiera se me antojaba  sentir el roce de otro cuerpo en mi piel.
  Parece extraño pero me acostumbré a vivir sin sexo, en más de cinco  años nadie volvió a hundir mi  colchón, ni a volcar su apetito en mi cuerpo.  No es que aun  amara a mi ex y mucho menos que le esperara, sino que simplemente no se me antojaba compañía bajo el riesgo de ser lastimada nuevamente.
Mi refugio era mi trabajo,  la familia,  unas pocas amistades de los viejos tiempos y un cachorrito que consentía como al hijo que nunca tuve, pero claro, no estaba dispuesta a reconocer   que a veces la soledad duele, así que en voz casi inaudible murmuré:
_No exageres… aunque no lo entiendas a mi modo soy feliz
_Sí, lo imagino, debe ser genial vivir sola y recontra divertido no tener sexo en años
Iba a responderle con alguna majadería, pero la cara sorprendida de Danilo que había avanzado hasta el umbral de la cocina me lo impidió,  intuyo que escuchó parte de nuestra charla, pero no hizo ningún comentario al respecto.
_Este….perdona madrina.., pensé que estabas en tu habitación,  vine por una bebida…
_Ad…Adelante hijo…toma lo que gustes,  estas en tu casa…
_Que afortunado muchacho!!, ya lo oíste, en esta casa “todo” es tuyo, agregó Marlene con su clásica suspicacia, le reprendí con la mirada y dirigiéndome a mi ahijado murmure:
_Esta es mi amiga Marlene, es algo alocada pero tendrás que aprender a tolerarla pues suele venir ocasionalmente
Danilo sonrió dejando ver una línea de dientes blanquecinos que daban forma a una traviesa sonrisa
_Un gusto Marlene, si usted es amiga de mi madrina debe ser una gran persona, por cierto  lamento haberlas interrumpido y además perdonen  que haya entrado así en bañador, supuse que no había nadie aquí
_No te preocupes Danilito respondió Marlene, también nosotras  andamos en pareo, por cierto,  tu madrina se ha pasado hablándome de tus cualidades, pero por lo visto le falto mencionar “algunas”… dijo mientras bajaba la vista desde el abdomen marcado de cuadros hacia la parte baja de la pelvis donde se dibujaba un bulto de apetitoso  tamaño.
Lejos de incomodarse con aquellas miradas sobre sus genitales, el muchacho con un guiño de ojos respondió:
_Pues  para mí siempre será un honor que una mujer como usted note mis… “cualidades” …
Marlene volteó mirarme sonreída, creo que a ambas nos agradó que el chico no se cortara
_Ok ok, me encanta que  en este tiempo todavía haya  chicos galantes, pero odio que nos hagan sentir viejas con aquel trato de “usted”, así que por favor a mi me tuteas, y a tu madrina deberías llamarla por su nombre que se oye mejor
_Por mi encantado chicas, es más, en vista de que la tarde está calurosa, deberían venir conmigo a darse un chapuzón, para eso traen los biquinis no?
Marlene se incorporó aceptando la invitación y sin pretender ser una aguafiestas  agregué:
_ Sigan sigan que ya los alcanzo, voy por mis gafas
Marlene tomó al muchacho por el brazo y entre risas se dirigieron a la piscina, dejándome perpleja ante  la rapidez con la que hicieron confianza.
Mientras caminaban mi amiga se quitó el pareo,  llevaba un biquini violeta intenso que destacaba sobre su piel blanca, su cabello castaño le llegaba a los hombros,  y viéndola desde atrás parecía apenas una treintañera. Sus pechos  eran de tamaño pequeño por lo que el sujetador no le causaba ningún lío, como en mi caso que al tener senos voluptuosos, frecuentemente tenía que mirármelos para ver si no se me escapaban del brasier.
Ella tenía la ventaja de ser caderona, por lo que daba la apariencia de tener una cintura muy delgada, lo cual la hacía ver  curvilínea,  más aun cuando el par de tiritas de la tanga caían  coquetamente en sus muslos.
Yo usaba un biquini más tradicional  de color turquesa , morena, de cabello largo ondulado;  con silueta no tan perfecta, puesto que me faltaba un poco más de marcación en la cintura, pero compensaba con un vientre aceptable, y  unos muslos fuertes  que sostenían una cola  respingona.  Honestamente para los cuarenta y tantos que teníamos  encima nos veíamos bastante bien, aunque debo reconocer que mi amiga era más llamativa, quizá por  sus atuendos de corte  juvenil y su carácter descompilado.
Me quedé  en el ventanal contemplándolos, Danilo se acomodó en  el borde de la piscina mientras Marlene juguetona, trataba de empujarlo, él la agarró de las caderas y juntos cayeron al agua, se los veía muy animados jugando como dos adolescentes. Sentí  algo de envidia  porque a pesar de que yo estaba orgullosa  de ser una mujer formal , en el fondo sabía que me faltaba esa chispa que me hiciera sentir a plenitud.
Me encaminé  en busca de los accesorios para asolearme. La casa era cómoda,  algo amplia para mí, puesto que tenía dos habitaciones que generalmente pasaban libres, y que ocasionalmente eran usadas por algún familiar en épocas vacacionales. Mi recámara  estaba en la planta alta, tenía ventanales grandes y un balconcillo con vista a la piscina que me permitía refrescarme en las noches de calor.
Entré,  tome mi bolsa playera de uno de los armarios y me encaminé a la salida. Casi al cruzar la puerta volví  tras  mis pasos, estábamos en época de verano, así que creí prudente dejar abiertas las ventanas de forma que la habitación estuviera ventilada en la noche. Mientras corría las cortinas dirigí la mirada hacia la alberca.
Marlene estaba recostada boca abajo sobre una de las tumbonas, con los brazos cruzados de forma que su rostro descansaba sobre su antebrazo, Danilo sentado junto  ella, le aplicaba bloqueador solar en la espalda.
Las manos de mi ahijado recorrían los hombros y la zona de los omóplatos en forma circular; arrastraba la crema por los costados rozando ligeramente los pechos de mi amiga, (al menos eso es lo que me pareció), luego las deslizó con maestría por la espalda media blanqueando la cintura, hasta llegar a la zona baja donde recorrió con esmero parte de  las exuberantes caderas. Marlene hacia  pequeños movimientos como si le estremeciera el roce y disfrutara del contacto…
Danilo retiró las manos unos segundos agarró el bloqueador y mientras chisgueteaba un poco de crema en el cuerpo de mi amiga, para mi sorpresa pude notar que su otra mano se dirigió a su miembro y se lo apretó una milésima de segundos antes de volver a masajear la espalda. Luego como si nada, deslizó sus manos por  las piernas subiendo y bajando  hasta bordear la parte alta de los muslos, en algunas delas subidas rozaba furtivamente los insinuantes cachetes pero Marlene no daba muestras de incomodidad, al contrario mansamente se dejaba hacer.
Quizá yo exageraba en mi apreciación  y tan solo actuaban con la normalidad propia del momento, pero no pude evitar un mal pensamiento y un estremecimiento en mi cuerpo.
Sentí un cosquilleo en mis pechos  e instintivamente subí mis manos hacia ellos y pude notar que mis pezones estaban totalmente endurecidos
Es comprensible me dije, llevo tanto tiempo sin sexo…
Me escondí tras delos cortinales, y continué acariciando mis pechos, jugando suavemente con mis pezones, metiendo mis dedos por dentro del brasier y disfrutando de mis propias caricias
No solía masturbarme seguido, solo algunas ocasiones en que  mis instintos eran demasiado fuertes, generalmente lo hacía en la ducha o dejando mi transpiración en las sábanas, pero nunca me había estimulado como consecuencia de espiar a la gente.
Quizá por ser una experiencia nueva, mi  mente reaccionó con morbosidad, y mientras Danilo continuaba embadurnando los muslos de Marlene, yo escondida tras las cortinas hacia a un lado el biquini y acariciaba mis labios, estaban húmedos así que resulto fácil deslizar mis dedos entre ellos. Rodeé el capuchón de mii clítoris, proporcionándome suaves toques de izquierda a derecha…
 A la distancia vi como Marlene se dio vuelta sensualmente y Danilo se inclinó pasándole sus manos  sobre el vientre, ella recogió un poco sus pies y ligeramente separó sus muslos como si quisiera ofrecerle un panorama completo de su cuerpo, imagine a mi amiga gozosa… caliente… cachonda…
A medida que me acariciaba  mi respiración empezó  a acelerarse  aquellos suaves toqueteos  que yo misma me proporcionaba ya no me satisfacían, así que  bajando mi biquini hasta los pies  empecé a acariciarme con más rapidez. Mis dedos se introdujeron en mi sexo mientras con la otra mano  me acariciaba el clítoris, lo estimulaba con suavidad y luego aceleraba. Mi palma  ejecutaba masajes en mi zona genital, y volvía repetir las caricias hasta el punto de regalarme un delicioso orgasmo obtenido en tiempo record 
Me tumbé en la cama orgullosa  de mi destreza  y cuando recuperé el aliento con una toallita húmeda borre todo residuo de mi maniobra.
Un tanto más calmada bajee a reunirme con quienes sin saberlo me habían provocado una calentura voyerista.
Al acercarme pude notar que Danilo braceaba a lo largo de la piscina y Marlene continuaba recostada en la tumbona, me senté junto a ella y  le extendí el bloqueador para que lo aplicara en mi piel.
_Dani!!! ven!! alguien necesita de tu ayuda dijo entre risas
_Mujer, deja de molestar al muchacho y hazlo tú!!
_Como digas Paty, pero no sabes de lo que te vas a perder, las manitas de tu ahijado  tienen  una suavidad que…..ufff mejor ni lo recuerdo porque me da chirinches
_jajaja que te da que?????
_chi – rin-ches!!! o sea estremecimientos… pero de esos ricos
_Jajaja si que eres un peligro
_El peligro es él que está bien puestito, mira nada mas todo lo que tiene…
No le quitaba razón a mi amiga el muchacho  tenia lo suyo, una piel bronceadita, un cuerpo que provocaba mirárselo aunque sea a través de las gafas, ojos oscuros que escondía una mirada profunda y traviesa y unos labios que parecían siempre dispuestos al beso.
La tarde fue divertida, la pasamos entre charlas, zambullidas y bromas y a eso de las siete Marlene se despidió,
estampó un beso en el cachete de Danilo y antes de salir le hizo la última recomendación:
_No te olvides de consentir la espaldita de tu madrina mira que ha agarrado tamaña asoleada, aplícale una loción humectante, para que pueda dormir a gusto y sus “ sofocos nocturnos” no la despierten….
_Descuida Marlene que estoy para cuidarla, dijo el presintiendo la suspicacia de mi amiga, luego  ella se me acercó  y mientras se despedía susurro en mi oído:
_Mmmmm que disfrutes de las dulces manos de Danilo….ya verás que rico te la pasas  gracias  al ahijadito
Solté una carcajada y le metí un codazo para callarla, luego  la acompañé hasta el portón y volví con Dani.
Mientras limpiábamos la cocina y nos tomábamos el último café, como era costumbre charlamos de lo acontecido en el día. La verdad es que me estaba enseñando a la presencia de mi ahijado, era grato  tener con quien charlar en las noches, quien colabore en casa y quien me ponga una sonrisa en el rostro con sus desperplejos ante la vida.
De pronto note que Dani se distrajo, con la cucharilla daba continuos toquecitos en el borde de la taza de café, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado
_Sucede algo? pregunte a la vez que daba  un golpe en la mesa con el fin de llamar su atención.
_Ahhhh no nada, solo pensaba en … madrina perdona  que te pregunte esto, pero que hay de  cierto en aquello que dijo Marlene cuando las interrumpí  en la tarde
_A que te refieres hijo, charlábamos de tantas cosas
_Es que me pareció escuchar que…que llevas varios años sola, sin pareja
_ Este…bueno, no hay  misterio allí, después de mi divorcio  no he querido volver a relacionarme con ningún hombre
_Que extraño, eres una mujer guapa, daba por seguro que tenias a alguien solo que aún no me lo presentabas
_No hijo, la verdad es que fue decepcionante mi vida en pareja y a estas alturas lo que quiero es tranquilidad
_Pero no entiendo, como puedes estar sola tanto tiempo, eres mujer y…
_Vamos Dani, las necesidades de la juventud no son las mismas que las de la madurez y yo estoy a gusto así
_Perdona, pero sigo sin entender, el amor es esencial en la vida de cualquiera y ni hablemos de la importancia del sexo…
_Que caray!!! A Marlene y a ti  les ha dado hoy por andar de cansones!!
_jajaja tu amiga te dijo lo mismo?, por algo será no?
_Ya ya y ya!!! No quiero seguir con el tema
_Ok, Patricia,  no quiero que te enojes no vaya a ser que me eches de tu casa jajaja
Le miré extrañada,  desde la niñez siempre se refería a mí como madrina,  y esta vez me había dicho Patricia, notando mi desconcierto  añadió :
_Marlene dejo que se oía mejor que te llame por tu nombre no? pues es lo que hago
Sonreí asintiendo con la cabeza , como muestra de aceptación
_Hasta mañana hijo
_Hasta mañana Patricia, y por cierto dime Danilo, así estamos a mano vale?
Volví a sonreír y me encaminé a mi habitación.
Era un poco más de las nueve, ya me había duchado y estaba recostada en mi cama a punto de dormirme, cuando escuché leves golpes en mi puerta
_Patricia, puedo entrar? 
_Si, Dani, no está puesto el seguro, adelante, dije en medio de un bostezo
Cruzó el umbral y con su acostumbrada sonrisa preguntó:
_Supongo que estas lista
_Lista? lista para qué?
_Mujer  no puedo creer que lo olvidaras,  debo aplicarte el humectante ….o crees que ignoraría  la recomendación de Marlene?
_Ahhhh verdad pero  ya me apliqué un poco en los hombros y…
_Ni intentes negarte,  que entre otras cosas estoy aquí  para cuidarte, mira nada más como traes la piel
 -Humm…creo tienes razón, el ungüento me va a refrescar
_Eso ni dudarlo, vamos acomódate mientras busco la crema
Mientras Danilo  leía  las etiquetas de varios pomos tratando de hallar el humectante ,me quité la sábana de encima y me ubiqué boca abajo, estiré mi bata al máximo de forma que me cubría hasta debajo de las rodillas, la apreté entre mis muslos para que no se me subiera; luego bajé los tirantes  descubriendo mi espalda, y procuré  tapar mis pechos con la almohada. 
En breve se sentó junto a mí, bajó un poco más mi batita y un chorrito fresco de crema cayó sobre mi espalda; acto seguido las suaves manos de mi ahijado empezaron a distribuir el líquido por mi dorso. Lo hacía despacio, alcanzando mis hombros y escurriendo sus  yemas hacia abajo, al llegar a la parte media de mi espalda tuve el primer respingo, siempre he sido sensible y no pude evitar un ligero gemido
_Ahhhh
_Duele?
_No.. no… está bien así…
_Ok, entonces sigo…
_Si…por fa….
_Te gusta así?
_Si,… si…
_Eso Paty… así…así …relajadita…
Sus yemas continuaron paseándose, recorrían con suavidad mi cintura , avanzaban por mis costados , las sentía fuertes, tibias, inquietas y sin poder evitarlo en varias ocasiones me estremecí a su contacto. 
Usando un poco más de humectante descendió acariciando parte de mis caderas, entre subidas y bajadas desvió sus manos intentaron llegar desde atrás a mi vientre, hace tanto no había  sentido estímulos de ese tipo que no pude evitar relajarme dando  lugar a que sus dedos rozaran con disimulo la frontera de mi pubis. Volví a gemir.
Eran delicioso las sensaciones que me provocaba mi cuerpo había olvidado el gustito del roce y estaba despertando nuevamente al placer, pero en un arranque de sensatez, me apreté contra el colchón impidiéndole avanzar más
_ Tranquila Paty…tranquila…afloja…afloja el cuerpo…
La delicada danza de sus manos me estaba haciendo perder el juicio, me gustaba lo  que me hacía, como me tocaba y solo cerré los ojos dejándome llevar, el notaba mi predisposición y me animaba con sus palabras
_Así …así…relajadita…date vuelta linda,  para ponerla en tus piernas…
_Ahhhhhh
Respondí con otro gemido…..(Ponerla en mis piernas? Que es lo que quiere poner en mis piernas!,  pensé, )
Giré suave mi cuerpo, quedando boca arriba, estaba tan  concentrada en los estímulos y en la excitación que me producía, que por un instante  olvidé que al tener la pijama a la altura de mis caderas al dar vuelta  mis pechos desnudos quedaban ante sus ojos.
Los tenía allí, grandes, redondos con un par de orgullosos pezones desafiándolo, Danilo no podía apartar la vista de ellos ni yo de su bermuda templada en la  que claramente se dibujaba su miembro en acción.
No hicimos ningún movimiento, tan solo nos miramos profundamente; la  magia duró escasos segundos y me cubrí los senos con las manos….
_Suficiente….dije en medio de un suspiro
_Segura? No tengo reparo en continuar todo el tiempo que haga falta…
_nno, tranquilo ..ya.. estuvo bien
_Mmm deberías dejar que te cuide…son mis deberes de buen ahijado..
 _Te.. lo agradezco Dani pero…pero es mejor que vayas a descansar
Me sonrió y asintió con la cabeza
_Ok niñita asustadiza como tú digas
Me dio un beso en la mejilla y salió hacia su habitación.
Apenas  cerró la puerta, me abrí de piernas e introduje mis dedos en mi coño  violentándolo con profundas arremetidas, estaba muy humedad y tenía una necesidad profunda de ser follada.
Las palabras de mi amiga se volvieron proféticas, estaba caliente gracias a las caricias de mi  ahijado, pero sin duda también  él  se había excitado al tocarme y eso me emocionaba. Sin pensar en nada me levanté hacia el ala izquierda donde estaba ubicada su habitación, y protegida por la oscuridad quise arriesgarme a espiarlo, pero la puerta estaba totalmente cerrada y tan solo pude escuchar leves gemidos que me hicieron suponer que se masturbaba pensado en mí. Sin otra opción que escucharlo, Allí mismo arrimada contra la pared volví a meter mi mano entre mis piernas disfrutando de una dosis extra de excitación que me producía el riesgo de  que pudiera descubrirme. No tardé mucho y por segunda vez en el día me corrí brutalmente.
Al  día siguiente todo volvió a la normalidad , salvo por el hecho de que el muchacho se portaba aún más  atento conmigo  y además me miraba con insistencia; no puedo negar que también yo lo hacía al disimulo, sin embargo mantuvimos la distancia propia de nuestra relación de madrina – ahijado.
El fin de semana siguiente Marlene llegó de visita. Con dos bebidas refrescantes  y sendos sombreros nos sentamos en la mesita de jardín ubicada a pocos metros de la piscina, ni bien nos acomodamos encaminó la charlar a  su objetivo
_Ya que por teléfono no pude sacarte nada, ahora si me contaras con detalle cómo te fue con los masajitos de tu ahijado, porque cumplió mi recomendación no?
_Nunca te han aplicado un humectante? que puede tener de especial aquello respondí queriendo  evadir el tema
_Nada nada, sino fuera porque desvías la mirada como cuando intentas ocultar algo, vamos Paty nos conocemos hace tanto, dime, dime si almenas sentiste rico
_Jajaja que morbosa eres
_Ok, si tu no me lo quieres contar, le preguntaré a Danilo…
_Eres tan imprudente  que te creo capaz de eso y mucho más!!
_Ay, solo bromeo!! pero aunque  lo niegues se nota que algo fluye entre ustedes,  esas miraditas no engañan…
_Mmmmm  que puedo decir, solo es  un muchachito…
_Es un muchachito, pero  acaricia rico no? a mí me gusto cuando me puso bloqueador en la espalda
_Jajaja bueno si, se siente bien
_Solo bien? te excitaste?
_Joder, me causas risa!!
_Mmm por lo visto si, y él se excitó? se le par……
_ Sí, si se le paró , se le puso enorme!!!  Es lo que quieres oír no?
_ Wuaoo  suponía que la tenía grande y…. como cuanto le medía?
_Jajaja que pregunta!!  crees que ando con una regla en la mano?…. además solo se la vi  a través de la ropa
_No se vale Paty  tanto misterio para contar esa ñoñería
_Ay Marle,  Marle, ya en serio, no sé lo que me pasa, la verdad es que en esta última semana me he masturbado más que en un año!!
_Lo sabía, te pone caliente tu  ahijado!! pero tranquila ,es lo normal, llevas mucho sin sexo y además el chiquillo esta como quiere.
_Creerás que la otra noche me asomé al balcón, resulta que Dany  se estaba  bañando en la piscina, me metí a la habitación pero  me quedé tras de los cortinales espiando y al ratito salió totalmente desnudo, no sé pero me dio la sensación de que lo hacía adrede,  porque de rato en rato miraba hacia  mi habitación ,ufff  me temblaron las piernas  
_Jajaja debió ser muy rico lo que viste,  pero creo que a estas alturas tú necesitas de cosas más contundentes que espiar o auto complacerte, vamos que no eres una niña, ya déjate llevar
_Pero…es que es tan joven….
_Y??? oprovecha!! que esa es la mejor parte … imagina ese cuerpazo restregándose sobre ti, esas manotas amasándote toda, su buena herramienta dentro de ti,  porque dijiste que  la tiene grande verdad?
_Cielos Marle tiene una  verdadera …verga!!
_jajaja Paty mira nada más como te expresas, tú muy bien
­­_Jajaja si como que se me está subiendo la temperatura…ya Marle dejemos el tema que últimamente fácilmente me pongo….
_Cachonda? humm o sea que la juiciosa Paty  así de fácil se pone cachonda  vaya…vaya….
_Ya… no sigas que al menos tú tienes con quien desquitar
_Si la que sigue eres tú, mira cómo se te levantan los pezones, estas hecha toda una putita
_Si no te callas  terminare corriendo al sanitario oíste
_Al  sanitario o los brazos de Danilo? mira , mira lo que esconde en el bañador, Paty no te gustaría bajárselo  y darle un par de lamidas?
_ Ufff a estas aturas lo que quisiera es…comérsela…comérsela toda…!!!
_Eso es Paty, deja  deja salir a la zorrita que llevas dentro…
 

La charla se ponía morbosa, y el ambiente caliente, más aun cuando Marlene pasó sus manos suavemente por detrás de mí nuca, zafando las tirillas del sujetador, lo mis hizo con el lazo atado en mi espalda. Nunca había hecho toples, pero estaba tan alborotada que cuando me di cuenta ya tenía el brasier en mis manos, y la mirada absorta de Danilo sobre mis pechos.

Sentí un escalofrío, sus miradas literalmente me devoraban, sus labios parecían prenderse de mis pezones, al punto de quedarse con la mirada perdida en ellos. Indudablemente me encendí  y con toda maldad apliqué un poco de bloqueador ,masajeándolos suavemente, rozando mis pezones  jugando con mí  aureola, se me antojaba  ponerlo caliente, bruto, cachondo…
Marlene sonreía con satisfacción, luego se quitó el brasier con naturalidad, exhibiendo su par de bonitos senos  sin inmutarse  en  lo más mínimo. Danilo sentado en el borde de la alberca, nos contemplaba  queriendo guardar la compostura, pero su cuerpo hacia evidente su fascinación, levantando con furia su bañador
_Ves Paty, si ves todo lo que puede ser tuyo…imagina tus piernas amarradas a sus caderas, te gustaría ? se nota que es del tipo de hombre que folla bien
_Vamos Marle, cállate de una vez, una palabra más y  de verdad ….
_Jajaja Paty tantas ganas traes? a  poco y no te gustaría hacerlo ahora mismo, algo así brutal que te recompense los varios años de soledad, porque en verdad traes una linda cara de perrita en celo…
_Uffffffff… eres una cabrona!!! 
_Jajaja  Paty,  es divertido verte grosera,  y me encanta  como luchas contra tu calentura ….pero  como no quiero hacer mal tercio y en vista de las habas están por cocerse, me voy, a ver si  estando solos al fin   los tortolitos se animan a divertirse un poco
Sin decir más  y sin perder la sonrisa, gritó:
_Dani!!! ven!!! acompaña a Patricia que ya debo irme.
 Danilo no pudo disimular su emoción, se incorporó al instante y creo que para calmar su calentura, antes de acercarse a nosotras, dio un par de zambullidas que se encargaran de bajar  su carpa
Marlene recogió sus cosas  y se despidió:
_Chicos  los dejo solitos , diviértanse sin miedo…
Su sonrisilla fue suficiente para que ambos captáramos su doble intención y por si fuera poco se arrimó a Danilo susurrándole algo que le hizo sonreír, luego me  dio un beso y cuchicheo en mi oreja:
_Recuerda que eres toda una golfilla …déjate llevar…
No cabe duda que a esas alturas me sentía una golfita, pero  al irse Marlene perdí valor convirtiéndome tan solo en una golfita asustada. Mi ahijado despertaba mi libido con violencia, pero había una parte de mí  que aún se resistía,   quizá debido al vínculo casi familiar  o a la diferencia de edad,  lo cierto es  que al quedarnos solos  tome una toalla  y me la eché encima cubriéndome los senos.
_Estabas preciosa así al natural, jamás deberías cubrirlos
_Oh  gracias, pero creo que ya tome suficiente sol
_15 min es suficiente? no lo creo…o es que te incomoda traerlos desnudos cuando estás a solas conmigo? preguntó mientras plantaba la mirada en mis senos
Danilo había dado en el clavo, me excitaban sus miradas, y me gustaba su  descaro al abordarme de esa forma, pero haciendo un gesto de indiferencia respondí:
_Vamos Dani, no digas tonterías porque habrías de incomodarme?
_Justamente eso me preguntaba, hace un rato cuando estaba Marlene te veías tan desinhibida y de pronto al quedarnos solos te apagas… me atrevo a decir que hora mismo pareces nerviosa …
Sí, estaba nerviosa, lo tenía sentado frente a mí, con aquella piel morena que alimentaba mis fantasías, con aquellos labios carnosos que me provocaba probar,  con esa mirada incitante con la que se paseaba por mi torso, para terminar clavándose en mis ojos cafés…
_Nerviosa yo? por favor!!
_Sí,  nerviosa y no es la primera vez que pasa… hace unas noches cuando te aplicaba el humectante, también  te inquietó que te los mire…los tenías preciosos, duros, levantados, pero te asustaste y me mandaste a dormir
_No me gusta lo que insinúas …creo  que estas….. confundiéndote…
_Paty…Paty…quiero  pensar que no estoy confundido, es más yo no temo reconocer que me inquietas, que me inquietas demasiado, cuando me miras, cuando sonríes,  cuando tu mirada baja aquí a mis genitales…
_ Dany …yo no…
_No lo niegues Paty, te he descubierto mirando mi sexo varias veces,  y yo.… siento que  moriría si me lo tocaras….si me lo tocaras con esos largos dedos con los que hace un rato acariciaste tus pezones….querías provocarme verdad?  lo  lograste linda, sí que pudiste ponerme…a  tope
_Dani …Dani … no sigas…dije  casi sin aliento
_Te prometo que nunca te volveré a decir nada si al retirar la toalla  tus pezones están dormidos, pero si están duros como lo imagino, no dejaré de besarlos hasta que me pidas que pare
No respondí, ya no tenía fuerzas para objetar nada y el continuó:
_Sé que no solo son tus pezones lo que te traicionan, también sé que tu biquini está húmedo, ha estado húmedo toda la tarde verdad? te pones húmeda por mí… cuando te miro, cuando te hablo, y mucho más ahora que sabes que nadie me la pone como tú, así de fuerte… así de inquieta…así  de necesitada…
_Ahhhh Danilo….
_Marlene te incita a tener sexo verdad? pero no Paty, lo que  tú necesitas es amor, y sabes que haremos después de hacernos el amor? después de eso si follaremos ,  follaremos como dos locos, como dos enfermos…como dos animales…., muéstrame  mami, muéstrame que quieres hacerlo conmigo…
Tenía el  cuerpo caliente, mordía mis labios totalmente excitada y sentía como perdía fuerzas en mis muslos; mi sexo definitivamente quería albergarlo; eran demasiado tiempo de soledad, eran demasiados años sin follar
Con suavidad retire la toalla que cubría mis senos, dejándolos al aire, y mientras le miraba a los ojos empecé a masajearlos circularmente, abrí mis palmas sobre ellos abrazando la totalidad de mis tetas, contentándolas con suaves caricias que se intercalaban con apretones en mis pezones. Danilo me contemplaba sin decir palabra, solo se atrevía a humedecer sus labios mientras no perdía detalle de como mis piernas con una ligera oscilación le mostraban que mi sexo necesitaba de su ardor.
_Danilo susurre  tócate, tócate   para mi…
Mientras yo sobajeaba mis tetas, ubicado  frente a mí, deslizó su mano entre sus ingles, acariciaba su miembro por encima del bañador, haciendo que notara el bulto que se le formaba, subía su mano a la pelvis y jugaba con el resorte de su bañador, bajándolo ligeramente, de modo que podía ver el inicio de su pubis
Ajusté los muslos excitada, para volver a separarlos con suavidad, me sentía empapada y quería que el chico viera la sombra de humedad  en mi biquini, una humedad que el provocaba, sin siquiera tocarme.
Maliciosa deslicé mi mano por mi vientre, jugando con mi pubis, escasas pelusas formaban un pequeño triángulo en mi monte, que culminaba en unos labios suaves totalmente depilados, apenas lo rocé y me estremecí, más aun cuando Danilo introdujo  sus dedos  en el bañador   sacando su miembro. Al fin pude vérsela a mis anchas, enarbolada, lista para guerrear, era  grande, ligeramente gruesa, de un bello color rosáceo; una verdadera joya en medio de su vientre. El vello había sido recortado  con cuidado, y majestuosas colgaban dos esferas haciéndola más apetecible.
Su mano se acomodó en la base y empezó a subirla y bajarla despacio, a momentos exprimía el capullo y gotillas de sus líquidos se desparramaban por su glande,  yo estaba absorta, contemplando como su respiración se aceleraba al igual que los movimientos de su mano, en un juego solitario que le arrancaba  gemidos
También yo gemía, mientras mis dedos se escurrieron entre mis labios, eché mi cuerpo hacia atrás  y me concentré en mi propio placer, no quería besos, ni caricias, quería correrme, necesita hacerlo con urgencia y el dedeo insistente sobre mi clítoris me arrancó ese orgasmo que tanto necesitaba.
Danilo al verme contraer, aceleró el movimiento de su mano, y una fuerte  descarga se derramó entre sus, palmas. Sus ojos se entrecerraron como si quisiera contener el placer y al volverlos a abrir sus pupilas se clavaron en las mías…
Nos acariciamos con la mirada unos segundos y nada pudo romper mejor aquella magia, que  nuestras risas  descontroladas floreciendo después del placer. Luego de la risa, otra vez el silencio; luego del silencio, otra vez el placer…
Nos besamos, al fin nuestros labios se tocaban, se buscaban y se abrían, permitiendo que nuestras lenguas juguetearan enamoradas; infinidad de besos se tatuaron en  nuestra piel desde los hombros hacia las caderas, desde los pies  hacia la cintura…
_Ahora si quieres seguir? o me volverás a dejar con ganas  susurró mientras tiraba de mis pezones…
Gemí,  no hacía falta más respuesta que mi mano apretando su bragueta
_Mmm o sea que la nena hoy si tiene ganas de probarla, mira nada mas como me la estruja mmmmm anda quiero oír que me la pidas…
_Dani quiero… quiero que lo hagamos…
_No, así no, quiero que la pidas como una putita, como una putita caliente…
_Mmmmm Dani dámela… ….quiero comérmela toda…quiero sentir tu ….verga!!
_ufffffff muy bien, así es como debes pedirla, pero si la quieres… tendrás que venir por ella!!
Dicho esto se recostó sobre la tumbona,  se bajó el bañador y elevo su cadera , no había duda era una invitación a un oral, a sentir en mi lengua  el calor de  su miembro, no dudé ni un segundo , separé  sus muslos con violencia  haciendo que los dejara por fuera de la tumbona, me acerqué despacio y refundí mi rostro entre sus ingles. Moví mi lengua entre sus testículos rozándolos apenas  y cuando escuché su primer gemido susurré:
_Te gusta mi lengua?
_Ohhh, me encanta como la mueves..sigue…sigue…
Recordando sus palabras anteriores respondí:
_Mmmmm  pues si la quieres…tendrás que venir por ella!!!
_ Jajaja con que esas tenemos!!! La niña quiere jugar a ser mala
Sacando la lengua de forma provocativa respondí:…te espero en agua
Ambos reímos y en cuestión de segundos me tenía arrinconada en las escalinatas de la piscina
_Jajaja Dani sabía que mi lengua era una verdadera tentación para ti
_Quien dice que vine por tu lengua?, yo vine por esto!!!
Antes de que pudiera decir nada, me agarró de los brazos y  me tumbó …
Luego gemidos, muchos gemidos… su lengua  en mis genitales daba incansables lamidas que recorrían  desde mi canal hasta mi pubis, rebuscando en mis pliegues los maravillosos puntos donde mi jadeos aumentaban hasta hacerme sentir desenfrenados espasmos. Era imposible dejar de contraerme, hace tanto  no sentía una boca comiéndose mi  coño de esa forma, ni unos dedos tan hábiles hurgoneando en  mi sexo.
La sensación era desbordante, el agua  de  la piscina  refrescaba mi espalda y mis glúteos, mientras despatarrada,  me permitía el lujo de gozar de un buen polvo. Sin duda era excitante saber que   pese a ser una mujer madura tenía en medio de mis piernas una carne fresca, un muchacho joven, arrancándome un orgasmo de primera. Luego de mis maravillosos espasmos continuó besando mis inglés, lamiendo mis líquidos, con sus ojos chispeando de deseo y su bañador levantado….
Cambiamos de posición, Dani se sentó en un peldaño de la piscina y yo un poco más abajo, con la mitad del cuerpo sumergido en el agua, acaricié sus muslos juguetona
_Dani ahora si se te antoja mi lengua?
_Desde luego linda desde luego, aunque……no sé si puedas  hacerlo bien…
Sabía que su intención era provocarme y me gustaba que lo hiciera porque eso me ponía aún más caliente
Sin darle oidos escupí sobre su miembro, extendí la saliva a lo largo del tallo usando mis dedos, luego coloqué mis labios en la punta, y acaricié con ella su glande, chupe  suave, sin prisas, mientras él se desesperaba por encajarla, a cada empujón de su cadera queriendo meterla en mi boca, me retiraba velozmente  de forma que lo único que me comía era su glande
_Vamos Paty….cómetela….cómetela… toda…
Ignorando sus palabras me dediqué a lamer sus testículos y a recorrer  con mi lengua la zona del perineo, entrecortados gemidos se escuchaban y queriendo disparar aún más su excitación, junté mis senos y los pasé  a lo largo de su pene las suficientes veces para que su miembro alcanzara su máximo tamaño
_Dany te puedo preguntar algo? tengo una curiosidad…
_Ahhhh pregunta linda…pregunta…
-Mmmmm como cuanto ….te mide?
_Jajaja temes no poder con ella?
Sin responder volví a escupir sobre su miembro, contuve la respiración, ajusté mis labios sobre su diámetro y me la introduje a profundidad arrancándole un fuerte gemido. Subí y bajé repetidas veces, suavizando con mi saliva y apretando con mis labios. Aceleré el movimiento, Danilo se revolvía gimiendo mientras yo no paraba de succionar, me costaba algo de esfuerzo tenerla casi toda en mi boca pero me excitaban sus jadeos, sus ojos vidriosos, su cuerpo tenso, y eso hacía que yo apurara más los movimientos, hasta que mis labios sintieron como la corrida atravesaba su troco para terminar vaciándose en mi boca. Luego limpié su sexo, lamí mis comisuras, y bebí el extraño sabor de sus fluidos como si se tratara dela más rica miel
Nos quedamos varios minutos abrazados, sin decirnos nada, solo sus manos se paseaban por mi espalda, acariciando mi cintura, a momentos las bajaba  y apretaba mis glúteos, perfilando sus dedos en mi vulva
_Jajaja que haces Dani
_Jajaja lo siento, es que me pone cachondo  pensar que ese coñito lleva años desamparado
_Mmmmm o sea que ya tengo quien se preocupe por él?
_Si mami desde hoy lo vamos a atender a diario, tú sabes, deberes de buen ahijado
_Jajaja eres un  sinvergüenza!!
_Mmmmm ven acá  y te enseño  todo lo que hace un sinvergüenza..
Tendió una tallón sobre el parquet, me recosté deleitándome con las caricias suaves con la que cubría los espacios más íntimos de mi cuerpo, sus besos se esparcían dejando el brillo de su saliva sobre mi piel, los míos buscaban sus gemidos. Allí a plena luz del día, sintiendo los últimos rayos de la tarde disfruté de mi propia liberación, necesitaba entregarme, necesitaba amar y necesitaba follar…
Abrí mis muslos, quería sentirlo dentro, el estímulo de los besos, de las caricias y del dedeo, me tenían ansiando la penetración, subí mis piernas permitiendo que su miembro se ubique en mi entrada, y Dani empujó las caderas con suavidad. Se sentía claramente cómo se abría paso entre mis carnes, produciéndome algo de ardor al ir deslizándose al fondo, me ocasionaba un dolorcillo que si bien provocaba algún quejido, me hacía desear ser punzada a plenitud.
Su peso sobre mi cuerpo y la fricción intensa generada por el movimiento de entrada y salida, hacía que poco pudiera resistir, empujé a tope mis caderas produciendo un hundida profunda y grité producto de un orgasmo enloquecedor.
Luego me tomó de la mano ayudándome a incorporar:
_Ven vamos a tu habitación
_A mi habitación?
_Si linda, a tu cama….mira como quedaron mis rodillas, ouuchh el parket no es precisamente cómodo
_Jajaja entiendo pero… quien dice que yo quiero en una cama?
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevos deseos de unirnos, las ondas formándose en la piscina daban muestra de nuestra actividad en el agua; arrinconada contra la esquina me sujeté de su cuello y abracé  sus caderas con mis piernas, sus manos me sostenían del trasero, y ambos empujábamos rítmicamente de modo que su miembro se encontraba con mi sexo; que puedo decir sino que gloriosas arremetidas me hacían perder el aliento.
Gemía como una perra, y agitaba mis caderas buscando más de sus estocadas, y mientras su miembro era devorado por mi coño, su boca devoraba mis pezones; tanta calentura en nuestros cuerpos no era calmada ni siquiera con la frescura del agua en la que chapoteábamos mientras nos cogíamos.
_Ohhh que rico, asii.. muévete asi Paty..
_Quieres que me mueva mas?..te gusto asi sucia y cachonda?
_Ohhh sigue nena …me encantas asi.. cachonda y cochina…sigue…
Le señale, uno de los descansos de la alberca, y terminé sentada sobre él, con las piernas abiertas, al fin tenía el control absoluto de los movimientos cabalgándolo a mi antojo. Mi melena oscura se revolvía cayendo sobre mis hombros  mientras como una salvaje brincaba sobre su reata, sin más me contraje en explosivos movimientos que me dejaron exhausta en sus brazos.
Una vez repuesta Danilo me empujó contra la pared y sin misericordia arremetió contra mí, sus mano se engarfiaron en mis caderas y no me soltó hasta que su sexo agotado de amarme explotó en una estremecedora corrida. Su semen llenaba mis entrañas escurriéndose en mis muslos mientras el pegado a mi terminaba de convulsionar…
_Ufffffff Paty delicioso… ahora si quieres ir a nuestra habitación?
_Nuestra habitación?
_Jajaja nuestra desde hoy…si me dejas quedar contigo
_Mmmmm y que me ofreces a cambio?
Mordió mi oreja y susurró:
_Cumplir con todos mis deberes….. de buen ahijado
_ Dani….sii…ahhhh
 
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 
 
 

Relato erótico: “Prostituto 13 La mulata se entrega a mí por placer” (POR GOLFO)

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Tara:

Para los que no hayan seguido mis andanzas, me llamo Alonso y soy prostituto de élite en Nueva York. Vender mi cuerpo no me avergüenza porque considero que además de ser un trabajo como otro cualquiera, está estupendamente remunerado. Pero en esta ocasión no voy a narrar mi historia sino la de Tara, un maravilloso ejemplar de mulata que la casualidad hizo que cayera en mis brazos.
Como expliqué en un relato anterior, al vengarme de un par de gemelas, recibí a esa preciosidad como parte del pago. Nunca llegaré a agradecer al árabe que se quedó con las dos hermanas el favor que me hizo al entregarme a esta mujer. No solo era todo un monumento a la belleza femenina sino que tal y como os contaré, resultó ser un filón que aproveché.
Considero primordial describiros a Tara, sabiendo de antemano que por mucho que me explaye será imposible hacer justicia a esa mujer. Mulata de veintidós años, debía su hermosura a la combinación de los genes blancos de un potentado de origen europeo con la herencia de la mujer negra que trabajaba como sirvienta en su hacienda. Su color de piel era apiñonado, para los que no estén familiarizados con ese término, os puedo decir que era negra clara o si lo preferís morena obscura. Pero si de algo podían estar orgullosos sus progenitores era del cuerpo de su retoño.
Delgada pero bien proporcionada, Tara tenía unos pechos pequeños pero maravillosamente formados. Firmes y duros era una delicia el tocarlos pero más aún el metérselos en la boca porque, al hacerlo, sus pezones marrones se encogían como asustados, convirtiéndose en unos deliciosos chupetes.   No sé la cantidad de horas que me he pasado mamando de ellos, lo que si os puedo decir es que ella disfrutó tanto como yo, las ocasiones que me dormí con ellos en mi boca.  Tampoco me puedo olvidar de su espléndido culo en forma de corazón que tantas veces poseí ni de ese coño depilado que la hacía parecer aún más joven. En resumen, Tara era una de esas mujeres que levantan el aplauso unánime de todos los que la ven pasar y para colmo, como persona era dulce, delicada y apasionada.
Todavía rememoro con cariño el siniestro modo en que la conocí. La pobre había caído en manos de una organización de trata de blancas y gracias a un trueque me hice con sus servicios una noche de madrugada. Recuerdo que estaba aterrorizada al no saber qué clase de amo era yo, cuando ese norteafricano me la cedió. No os podéis imaginar cómo temblaba la muchacha cuando siguiendo con el papel de amo estricto, la obligué a montarse en mi coche. Como no podía descubrir que no era uno de ellos, esperé a estar lejos del alcance de esas alimañas para preguntarle cómo había llegado a esa situación.
Debió ser mi tono amable, lo que la indujo a confesar al extraño que acababa de comprarla su triste historia:
-Amo. Nunca deseé ser una esclava pero ello no debe importunarle porque después de dos años y tres dueños, he comprendido que esta es mi vida y he aprendido a asumirlo-
No tuve que ser un genio para saber que era una víctima y por eso nada más contarme que un antiguo novio, en su África natal, la había vendido a esos traficantes, le ordené que se quitara el collar de esclava. Tara creyó que era parte de un malvado juego y que en realidad solo quería reírme de su desgracia:
-Amo, ¿En qué le he fallado para que me torture de esta forma?- respondió con lágrimas en los ojos.
Viendo que tanto maltrato la había convertido en un ser sin esperanzas, tuve que ser yo mismo quien se lo quitara, tras lo cual le dije con el tono más dulce que pude:
-Para empezar, nunca más me llames amo, soy Alonso y a partir de ahora eres libre-
Mis palabras lejos de consolarla, acrecentaron su llanto y completamente histérica, me rogó que no le hiciera eso, que no la liberara.
-No entiendo- contesté acariciándole la cabeza- ¿No me has dicho que no deseas ser esclava?-
Completamente desmoralizada, ya que se veía en la calle, me explicó que solo conocía en los Estados Unidos a sus antiguos amos y que si la echaba de mi lado, volvería a caer en sus garras o lo que era peor, en la de la “Migración americana”.
-Me mandarían otra vez al Zaire y eso sería mi sentencia de muerte porque mis tíos  me matarían para salvaguardar su honor- dijo temblando. -No se olvide que para ellos soy una pecadora-
Conociendo que en esa parte del orbe, seguían matando a las mujeres que por uno u otro motivo habían manchado el buen nombre de la familia, no me quedó otra salida que proponerle que viviera conmigo en calidad de sirvienta. Al oír mi propuesta, me besó emocionada prometiéndome servirme en la casa y en la cama.

-No me has entendido- dije rehusando sus carantoñas- Te ofrezco que seas mi criada y te pagaré un salario mientras conseguimos arreglar tus papeles. Se ha terminado para ti el entregar tu cuerpo. Cuando lo hagas que sea porque es tu deseo-

Le costó asimilar mis palabras porque, en su vida, todos los hombres con los que se había topado habían abusado de ella. Cuando al cabo de cinco minutos, llegó a la conclusión que podía fiarse de mí y que mis intenciones eran sanas, me dijo con voz temblorosa:
-Acepto pero deberá descontar de mi salario, lo que pagó por mí-
Solté una carcajada al escuchar a la muchacha. Con la libertad había retornado el orgullo innato de su etnia y obviando que era imposible que llegara a pagarme los treinta mil dólares en los que la habían tasado, cerré el trato diciendo:
-¿Qué tal cocinas?-
-Estupendamente, le cebaré como solo saben hacer las mujeres de mi pueblo-
Su desparpajo me encantó aunque por mi trabajo no me convenía engordar, no dije nada no fuera a ser que cualquier negativa por mi parte quebrara su recién estrenada autoconfianza y por eso, me dirigí directamente a casa. Ya en mi apartamento, lo primero que hice fue mostrarle su habitación. Tara al ver por vez primera donde iba a dormir, no se lo podía creer:
-Amo… digo ¡Alonso!- exclamó rectificando al ver mi cara de cabreo – no se imagina la jaula donde llevo seis meses durmiendo cuando mi antiguo amo no me requería en su cama-
Las penurias incalificables que esa pobre había sufrido se habían acabado y así se lo hice saber, diciéndola:
-Es tarde. Vete a dormir que mañana tengo que conseguirte ropa-
-Se la pagaré…-  respondió mientras dejándola con la palabra en la boca, me iba a mi cuarto.
Mi despertar con ella en la casa:
Ni que decir tiene que en cuanto apoyé mi cabeza en la almohada, me arrepentí de no haber hecho uso de esa preciosidad antes de liberarla. Tengo que reconocer muy a mi pesar que me pasé toda la noche soñando con ella. Me la imaginaba gateando llegar a mi lado y ya en mi cama, ronroneando, pedirme que la tomara.
“Cambia el chip” me dije mientras cambiaba de posición en el colchón, “no puedes ni debes abusar de su ingenuidad”.
Por mucho que intenté olvidarme de Tara, ella volvía a mis sueños más y más sensual cada vez hasta que, cogiendo mi miembro, me masturbé imaginando que disfrutaba de ese delicado cuerpo entre mis piernas. No sé las veces que liberé mi esperma sobre las sábanas en su honor, lo que sí sé es que al despertarme esa mañana estaba agotado.
Acababan de dar la diez cuando me despertó el ruido de unos platos. Al levantarme a ver que era, me sorprendió descubrir que la mulatita se había levantado temprano y que en contra de lo que era habitual, la casa estaba escrupulosamente limpia. Los papeles y los restos de comida habían desaparecido del salón pero fue el olor a comida, lo que me hizo acercarme hasta la cocina.
Desde el quicio de la puerta, observé como esa belleza se ufanaba cocinando mientras seguía con su cuerpo desnudo el ritmo de la música que salía de una radio. Embobado y aunque sabía que no era ético siquiera el contemplar a Tara sin su consentimiento, no pude dejar de disfrutar de esas curvas perfectas contorneándose siguiendo el compás de la canción.
“¡Es maravillosa!” pensé sin hablar mientras, bajo mi calzoncillo, mi miembro se revelaba contra mí, adoptando una dolorosa erección. ”¡Qué buena está!”.
El maltrato sufrido no había hecho mella en su anatomía. No solo eran sus duras nalgas lo que me cautivó, sino todo ella. Con una cintura de avispa, esa negrita era el culmen de la femineidad. Incapaz de retirar mi mirada, repasé minuciosamente toda su piel buscando un defecto que me hiciera bajarla del altar en la que la había elevado pero no pude encontrarlo. Aunque normalmente me gustaban los pechos grandes, esas tetitas pedían a gritos que mi boca tomara posesión de ellas y tengo que reconocer que si dándose la vuelta, Tara no me hubiera pillado contemplándola, hubiera ido directo al baño a volverme a masturbar.
-¿Cómo ha dormido el señor?- fue su saludo. Su rostro no tenía ni la menor pizca de maldad pero tampoco mostraba la menor señal de sentirse turbada por estar desnuda en mi presencia.
Tratando de tapar la firmeza que había adquirido mi pene al observarla, me senté antes de contestar:
-Bien, pero llámame Alonso. Lo de señor me hace sentir viejo-
Alegremente, me respondió que no volvería a llamarme así y cambiando de tema me contó que ella había dormido en cambio fatal.
-¿Y eso?- pregunté interesado por saber el motivo de su insomnio.
-No estoy acostumbrada a una cama y menos para mí sola- contestó mientras ponía frente a mí un suculento desayuno.

Os tengo que reconocer que ni siquiera me fijé en el plato, mis ojos estaban fijos deleitándose del sensual movimiento de los senos de la cría. Se notaba que nunca había sido madre por la firmeza con la que desafiaban la ley de la gravedad. Tara, al percatarse del modo en que la devoraba con la mirada, se sonrojó y un tanto indecisa, me preguntó por la ropa de mujer que había en su armario.
-Es tuya. Su antigua dueña nunca volverá- contesté obviando que esos trapos habían sido de Zoe, la teniente de policía por la cual la había intercambiado.
La morenita pegó un grito de alegría y pidiéndome permiso, se fue a vestir apropiadamente. Aunque la comida que me había preparado estaba riquísima no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba pensando en la muchacha que se estaba cambiando a solo unos metros.
“Está para comérsela” pensé mientras introducía en mi boca un pedazo del manjar que había cocinado en vez del clítoris de esa mujer que era lo que realmente me apetecía.
Tara no tardó en volver y cuando lo hizo, no pude dejar de maravillarme de la bella estampa que inconscientemente me regaló. Comportándose como una adolescente, me modeló su vestido dando saltitos sin dejar de reír. El dicho de “como niña con zapatos nuevos” le venía ni pintado. La mulatita estaba en la gloria sintiéndose la dama más feliz del mundo usando esa ropa de segunda mano.
-Estás preciosa- mascullé entre dientes cuando me pidió mi opinión.
Por vez primera, hallé algo de malicia en ella y fue cuando cogió mi mano y me llevó hasta su habitación donde me obligó a sentarme:
-Dime cual te gusta más- soltó mientras se desnudaba y removiendo los percheros, sacaba un ajustado traje de raso rojo.

Perplejo por la visión de esa mujer recién salida de la adolescencia en pelotas sin importarle que su teórico patrón estuviera observándola mientras se cambiaba, me mantuve callado rumiando mi calentura mientras intentaba que no se me notara.

-¡Dios mío!- exclamé en voz alta al descubrir que en contra de la noche anterior ni un pelo cubría su vulva.
-¿Qué le pasa?- preguntó asustada, pensando quizás en que algo me había incomodado.
Al explicarle totalmente avergonzado el motivo, soltó una carcajada mientras me decía:
-Ayer me fijé en su sumisa y creí que le gustaría más con el coño depilado-
Os juro que mi pene se izó como un resorte al escucharla porque aunque no lo dijera esa cría quería complacerme pero previendo que si no dejaba claro nuestra relación, no tardaría en llevármela a la cama aunque fuera a la fuerza:
-Eres una mujer libre, lo que hagas es porque te apetece, no porque me guste a mí más o menos-.
Por mi tono, Tara supo que me había incomodado pero entonces levantando la voz y tuteándome por primera vez, me soltó:
-Sé que ya no soy esclava y por eso si me apetece arreglarme para ti, lo haré y tú no podrás decirme nada-
Tenía toda la puta razón. ¿Quién era yo para ordenarla como debería llevar el chocho? Pero no queriendo perder nuestra primera discusión, me defendí diciendo:
-De acuerdo, pero te tengo que recordar que soy hombre y no te quejes si un día no aguanto más y te violo-
Muerta de risa, se pellizcó un pezón y poniendo cara de puta, me respondió:
-Ten cuidado tú, no vaya a ser que un día despiertes atado a tu cama y con esta mujercita forzándote-.
-¡Te estás pasando!- exclamé y aguantándome las ganas de tumbarla en la cama, salí del cuarto huyendo de ella.
Una carcajada llegó a mis oídos mientras dando un portazo me encerraba en mi estudio.
Tara me pide que la retrate:
 
 
Cómo no tenía que ninguna cita y además tenía suficiente efectivo para tomarme un periodo de asueto, me quedé en casa terminando un par de obras que tenía inconclusas. El pintar me permitió olvidarme momentáneamente de la mulata pero al cabo de la horas, escuché que tocaban a la puerta:
-Alonso, ¿Puedo pasar?-
Incómodo por la interrupción, di mi asentimiento a regañadientes. Al entrar Tara con una bandeja, comprendí el motivo que le había llevado a interrumpirme: la muchacha me traía la comida. Me arrepentí en el acto de haberme enfadado porque esa cría solo estaba cumpliendo con las funciones que le había encomendado.
-Gracias, no me había dado cuenta de la hora- dije a modo de disculpa.

Ni siquiera me contestó, al colocar los platos sobre la mesa, se quedó mirando los cuadros que tenía colgados. Su sorpresa fue patente y cuidadosamente, fue escudriñando uno a uno todos los lienzos. Su cara reflejaba una mezcla de turbación y excitación. Verla tan interesada en mi obra, me dio alas para preguntarle que le parecía:

-Me encanta- respondió en voz baja y tras unos momentos de  duda, me soltó: -¿Quiénes son? ¿Tus amantes?-
-¿Por qué lo dices?-solté extrañado- ¿Tanto se nota?-
-Sí- muerta de risa, me contestó. –Fíjate, aunque sean desnudos has sabido reflejar tanto el carácter de cada una de ellas como el tipo de relación que mantenías con ellas. Por ejemplo, esta rubia no es otra que tu antigua sumisa y se ve a la legua que te desagradaba-
Me sorprendió la agudeza de su inteligencia. Nadie se  percataba de eso sino se lo explicaba yo con anterioridad. Tratando de comprobar que no había sido suerte, le pedí que me dijera que veía en el cuadro de Mari:
-Esta mujer está triste pero te cae muy bien-
-Y ¿Este?- dije señalando el retrato que le hice a la amiga de mi jefa, una estupenda tetona que me dio su leche a probar.
-Solo veo morbo- contestó dando nuevamente en el clavo.
Satisfecho por lo atinado de sus respuestas, le fui explicando una a una mis citas, sin darme cuenta que su rostro se tornaba cada vez más cenizo. Al terminar, con verdadera angustia, me preguntó:
-¿Te acostaste con la mayoría por dinero?, entonces la pintura es solo un hobby-
Más que una pregunta era una afirmación y viendo su disgusto me tomé mi tiempo para contestar.
-Soy un pintor que se mantiene gracias a mujeres- contesté sin mentir pero obviando lo básico –Ahora mismo estoy preparando una exposición pero aún me faltan dos cuadros-
Mi respuesta le satisfizo parcialmente y por eso volvió a insistir:
-Si tienes éxito como pintor; ¿Dejarías de prostituirte?-
-Si- respondí sin tener claro si lo haría.
-Y ¿solo te faltan dos cuadros para poder exponer?-
Sin saber que era lo que se proponía, volví a responderle afirmativamente. Al oírme se le iluminó su cara y sin importarle mi opinión, exclamó:
-¡Úsame como modelo en ambos!-
Agradeciéndole el detalle, le expliqué que solo hacía un retrato por mujer pero olvidándose de lo que era obvio, alegremente, me susurró al oído:
-Alonso, gracias a ti, renací. Puedes pintar primero a Tara “la esclava” y luego a Tara “la mujer libre”-
“No es mala idea” pensé porque podría reflejar dos personalidades de una misma mujer y sin prever lo que esa decisión acarrearía, acepté su sugerencia. Habiendo cruzado nuestro Rubicón particular, no había vuelta atrás y por eso mientras yo preparaba el lienzo y los oleos, Tara se fue a cambiar. Al cabo de unos minutos, volvió enroscada en una sábana y con la gargantilla de sumisa que le había quitado la noche anterior en sus manos:
-Amo: ponga el collar a su propiedad-
Molesto le pedí que no me volviera a llamar así.
-Lo siento, amo, pero si tiene que captar mi antigua esencia es necesario-
Entendiendo a que se refería, no volví a insistir y cogiéndolo, se lo abroché. Lo que no me esperaba fue su reacción, nada más sentir que cerraba el broche, en silencio empezaron a brotar unas gruesas lágrimas de sus ojos.
-¿Qué te ocurre?- preocupado pregunté -¿Te sientes bien?-
-Perdóneme, amo,  sé que  una esclava no debe demostrar sus sentimientos y que ahora tendrá que castigarme- respondió quitándose la tela que cubría su cuerpo y arrodillándose a mis pies, adoptó una posición de típica de castigo.

Con la frente pegada al suelo, de rodillas y con el culo en pompa, esperó en silencio a recibir el duro correctivo. Reconozco que pensé que era un juego y por eso le solté un suave cachete en las nalgas, mientras le decía:

-Ya está bien, ¡Incorpórate!-
Nuevamente me vi sobrepasado por los acontecimientos cuando llorando la muchacha, me imploró:
-Si quiere pintar la realidad de una sumisa, ¡Debe castigarme!-

Su tono me convenció y cogiendo una fusta, le arreé un par de latigazos en el trasero. Esta vez sus gemidos fueron genuinos y totalmente inmersa en su papel, me pidió que siguiera. No sé si fue el morbo de volverla a ver como sumisa o como ella dijo, solo busqué la veracidad del retrato pero la conclusión fue que seguí azotándola hasta que me suplicó que parara.

Temiendo haberme pasado, me arrodillé junto a ella y sin pensar en nada más que consolarla, pasé mi mano por su espalda acariciándola:
-Umm- gimió al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Al oír su suspiro, asimilé de pronto que para ella, en ese momento, su amo la estaba premiando y tratando de no defraudarla seguí mimándola mientras le decía que era una buena sumisa:
-¿En serio? ¿Lo soy?- balbuceó con la voz temblando de emoción –¿Mi amo está satisfecho?-
-Sí, estoy satisfecho-
No acababa de terminar de hablar cuando de improviso, pegando un grito de satisfacción, la morenita se corrió a mi lado. No fue parte de su actuación, vi, oí y olí como se retorcía de placer en el suelo mientras de su sexo brotaba un pequeño riachuelo. Asustado por la profundidad de su orgasmo mostrado, me la quedé mirando mientras trataba de adivinar la razón.
“Aunque no lo sepa, está mentalmente condicionada a sentir placer cuando su amo le dice que está contento con ella” pensé.
Queriendo, después de lo que la había hecho sufrir, al menos compensarla, seguí acariciándola mientras le susurraba lo maravillosa que era. Al hacerlo alargué su éxtasis tanto tiempo que sin saberlo, convertí su placer en una nueva tortura. Totalmente maniatada por su adiestramiento, su cuerpo convulsionaba ante cualquier alago. Aunque sea difícil de creer, fui testigo de cómo esa muchacha iba de un orgasmo a otro solo con mi voz. Estaba tan ensimismado por mi nuevo poder que tuvo que ser ella, la que agotada me pidiera que no siguiese.
-Amo, ¡Pare!, ¡No aguanto más!- gritó usando sus últimas fuerzas.
Haciéndola caso, me callé pero Tara seguía corriéndose sobre la alfombra. Francamente preocupado, supuse que estaba histérica por tantas sensaciones acumuladas y recordando que cuando alguien estaba así, lo mejor era soltarle un guantazo, se lo di. En cuanto sintió mi bofetada, se calmó y de repente se quedó dormida.
Al verla sosegada, sonriendo y con cara de felicidad, decidí no despertarla y aprovechando que estaba inmóvil, me dediqué a pintarla. Su rostro reflejaba la felicidad de la entrega de una esclava. Aunque había observado muchas veces esa expresión en la cara de Zoe hasta entonces no supe asignarle su verdadero significado. Al cabo de una hora, mi negrita despertó de su sueño, feliz pero intrigada por lo que había pasado.
-¿Qué me ha hecho?- preguntó con una sonrisa- ¿Nunca había sentido nada igual?-
Dudé si contarle una milonga pero decidí contarle la verdad:

-Yo no te he hecho nada. Alguno de tus anteriores amos era un genio lavando cerebros y te ha condicionado para que cuando portes el collar, tengas que obedecer las palabras del que consideres tu dueño. Como te dejé llegar al orgasmo, seguiste encadenando uno tras otros mientras yo no te decía lo contrario-

-Amo, no le creo- contestó sin darse cuenta que era incapaz de llamarme de otra forma.
-¿Quieres que te lo demuestre?-
Asintiendo con la cabeza dio su conformidad al experimento:
-Sabes que te liberé ayer y que ya no eres mía y por lo tanto no tienes que obedecerme-
-Sí, lo sé-
-Entonces quiero que intentes desobedecerme, ¿Lo entiendes?-
Se quedó callada concentrándose en mis palabras. La dejé que durante un minuto se relajara y cuando ya estaba tranquila, le ordené que se pusiera en posición de esclava del placer.  Por mucho que intentó, no pudo evitar arrodillarse frente a mí con las rodillas abiertas, con la espalda recta y los pechos erguidos, exhibiendo su collar.
-¿Lo ves?-  satisfecho le solté.
Sudando y temblando al darse cuenta que había sido incapaz de llevarme la contraria, sollozó, diciendo que eso no demostraba lo que había sentido mientras me pedía otra oportunidad para demostrar que podía negarse a acatar mis órdenes. En ese instante, mi lado travieso me obligó a jugar con ella y sentándome en el sofá, la ordené que se acercara y que pusiera su cabeza en mi regazo.
Os tengo que confesar que me excitó ver a esa chavala sufriendo al nuevamente verificar que le resultaba imposible oponerse a mis pedidos y por eso cuando apoyó su cabeza contra mi pierna, mi pene ya estaba morcillón.
-Mi única duda es si llevas unido dolor y placer, pero ahora mismo podemos comprobarlo. ¿Te parece?-
-Amo, haga lo que crea conveniente- farfulló muy nerviosa.
Me tomé unos segundo en pensar que era lo que le iba a decir. Quería demostrar sin que pudiera quedar ninguna duda mi teoría y por eso la morenita debía ser únicamente un sujeto pasivo del experimento:
-Quiero comprobar que consigo llevarte al orgasmo con solo ordenártelo. No debes tocarte ni pensar en otra cosa más que en mi voz, ¿Has comprendido?-
-Sí, mi amo-
Su sumisión era total, quizás por ser ella la primera interesada en saber hasta dónde llegaba el control instalado en su mente. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le dije:
-Tara, una esclava vive para servir a su amo, ¿Lo sabes?-
Ver sus ojos rebosando de lágrimas fue suficiente respuesta y por eso, puse mi mano sobre su cabeza y ordené:
-Es mi deseo disfrutar de cómo te corres. ¡Hazlo!-
Mi mandato cayó como un obús en su cerebro y sin necesidad de ningún preludio, fui testigo de cómo mi preciosa morenita pegó un grito al sentir que desde lo más profundo de su cuerpo se iba acumulando en su entrepierna un calor artificial que intentó combatir durante unos segundos, hasta que aullando como perra en celo, cayó a mi pies diciendo:
-Dios, ¡Qué gusto!-
Fue acojonante observar como sus pezones se erizaron sin necesidad de que nadie los tocara pero sobretodo confirmar visualmente que su clítoris crecía bajo el invisible manoseo de mi voz. Temblando sobre la alfombra, la muchacha separó sus rodillas, de forma que pude ver como la humedad iba calando su sexo hasta que explotando, un pequeño torrente brotó entre sus piernas.
-Amo, ¡Me corro!- chilló histérica.
No me hacía falta continuar con dicha demostración y  como quería verificar los límites de su adiestramiento, corté de plano su orgasmo diciéndole que ya bastaba. Tara se quejó al no poder terminar de liberar la calentura que la dominaba y con gesto triste, me miró en espera de conocer mis designios.
-¿Qué opinas de mí?- le solté porque me interesaba saber si se vería obligada a decir la verdad y en ese caso, cuál era su opinión al respecto.
-Que usted es mi amo- respondió saliéndose por la tangente.
Comprendí que esa cría había contestado de esa forma para no descubrir sus verdaderos sentimientos hacía mí:
“Estará condicionada pero no es tonta” pensé y centrando mi pregunta, le dije:
-Primero quiero que me digas lo que sentiste cuando te compré-
Aterrorizada por ser incapaz de callar, me contestó llorando:
-Cuando usted me habló en la subasta, me excité y desde ese instante, deseé que ese bello amo fuera el que me comprara. Cuando finalmente le acompañé a su coche, estaba encantada y contrariamente a lo que me ocurrió con mis anteriores dueños, me apetecía ser su esclava y compartir su cama-
-Bien y ¿Qué pensaste después cuando te liberé?-
-Amo, me da mucha vergüenza….-
-Obedece-
-Me creí morir porque me di cuenta que usted no me desea y eso para una esclava es lo peor –
Estuve a un tris de sacarla de su error y decirle que no solo la encontraba atractiva sino que todas las células de mi cuerpo me pedían tomarla aunque fuera contra su voluntad pero en vez de ello, le pregunté:
-Si pudieras elegir un deseo, ¿Qué me pedirías?-
Tardó en responder y bajando la cabeza al hacerlo, me dijo:
-Ser suya aunque fuera una única vez-
Oír de sus labios que deseaba ser mía, terminó con todos mis reparos y acomodándome en el sofá, le solté:
-¿A qué esperas?-
Tara me miró alucinada y gateando hasta mí, me preguntó mientras llevaba sus manos a mi bragueta:
-Amo, ¿Puedo?-
-Sí y te ordeno que me vayas diciendo lo que te apetece hacerme o que te haga-
Un tanto acelerada, la morena me desabrochó el pantalón y sacando mi miembro de su encierro, me pidió permiso para hacerme una mamada. Al contestar afirmativamente, se le iluminó su rostro y acercando su boca hasta mi sexo, lo empezó a agasajar con dulces besos. Me encantó sentir los labios de esa cría rozando tímidamente mi glande antes de metérselo lentamente en su garganta.
Comprendí que no tardaría en correrme al ver la felicidad con la que esa mujer se embutía mi miembro. Arrodillada frente a mí, sus ojos permanecían fijos en los míos mientras metía y sacaba mi extensión  del interior de su húmeda oquedad.
-Eres una putita preciosa- le dije mientras acariciaba su melena: -¿Quieres que te toque?-
-Todavía no, amo- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -Antes necesito sentir su polla dentro-
Tal y como le había ordenado, la mulata me iba retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su conducto iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Tara, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Amo, ¡Necesito moverme!. Quiero sentir su verga entrando y saliendo de mi vagina-
Más que satisfecho, le di mi consentimiento. Ella, al oírme, soltó una carcajada y apoyándose en mis hombros, me empezó a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, la mulatita fue acelerando la velocidad con la que se ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, me suplicó que la dejara correrse:
-Córrete tantas veces y tan profundamente como quieras- respondí a su petición.
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Tara pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. La cría retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡No quiero dejar de ser su esclava!- exclamó con sus últimas fuerzas -¡Por favor! No me libere-
Fue entonces cuando imbuido en mi papel de dominante, la cogí entre mis brazos y dándole la vuelta la deposité sobre el sofá:
-Disfruta – le solté justo antes de volverla a penetrar.
La cría berreó de satisfacción cuando sintió mi extensión abriéndose camino en su sexo y moviendo sus caderas, me rogó que la usara. Su devoción era absoluta. Con la cabeza apoyada en el cojín, levantó su trasero y separando sus nalgas, me miró diciendo:
-Amo, quiero ser enteramente suya-
No me lo tuvo que repetir porque al ver su esfínter, se me antojó irresistible y cogiendo una buena cantidad de flujo de su sexo, embadurné con ello su entrada trasera antes de colocar mi glande junto a ella. Mi mulata al distinguir la cabeza de mi pene jugueteando con su hoyuelo, no se pudo resistir y echándose hacia tras, se lo fue introduciendo mientras no paraba de bufar.
-¿Te gusta zorrita?- pregunté al ver la cara de placer con la que recibió la invasión de sus intestinos.
-¡Es maravilloso!- musitó sin dar tregua a su sufrimiento hasta que la base de mi falo recibió el beso de los labios de su sexo.
Fue entonces cuando perdí toda cordura y cogiéndola de los pechos, la empecé a cabalgar desesperado. Tara no solo estaba hechizada con el trato sino que a voz en grito, me rogó que marcara sus movimientos con azotes. Ni primer nalgada coincidió en el tiempo con su ruego y a partir de ahí, imprimí su ritmo a bases de sonoras palmadas en su trasero.
-¡Dele más fuerte!, ¡Lo necesito!- aulló quejándose de lo suave de mis caricias.
Azuzado por su necesidad, incrementé la dureza de mis mimos y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre el sofá mientras me agradecía el tratamiento. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mi salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-Amo, ¡Me muero!- chilló mientras se desplomaba agotada.
En trance, Tara no se percató que cogiéndola en brazos, la levanté del sofá y cariñosamente, la llevé hasta mi cuarto. Al depositarla en mi cama, me quedé atontado observando su belleza y fue entonces cuando como un torpedo, me di cuenta que estaba colado por ella. Sin querer perturbar su descanso, me terminé de desnudar y en silencio, la abracé. Ella al sentir mi proximidad, me besó y susurrando en mi oído, me dijo:
-Le amo-
-Yo, también- respondí al reconocer que esa muchachita ya era parte vital de mi existencia.
Os tengo que confesar que jamás había sentido una dependencia tal y creyendo que no era apropiado que la mujer de mis sueños se viera impelida a cumplir mis deseos solo por ser míos, le dije:
-Tengo que quitarte el collar-
Asustada, se levantó de un salto y cogiendo la gargantilla entre sus manos, se negó diciendo:
-¡No quiero! Soy feliz sirviéndole. No me importa ser la esclava del hombre que adoro-
Viendo su negativa, la llamé a mi lado y previendo que tendría tiempo de convencerla de ser libre, le prometí no quitárselo. Más tranquila, mi mulatita se tumbó junto a mí y declarando su eterna fidelidad, me dijo:
-Amo, si me libera, le juro que me suicido- y dotando de un tono pícaro a su voz, me confesó: -Sin usted no quiero vivir pero si al final decide no hacer caso a su esclava, le aviso que antes de terminar con mi vida: ¡Lo mato!-
Soltó tan tremenda amenaza justo antes de, con una sonrisa, buscar con sus labios reanimar mi maltrecho miembro.
-Si eso es lo que quieres, eso tendrás- y deshaciéndome de su abrazo, le informé: -Tengo sed y mientras voy a la cocina, no quiero que te enfríes. ¡Córrete!-

 

Entusiasmado por la oportunidad que el destino me había brindado, me fui por un vaso de agua cuando desde el pasillo, escuché los primeros gritos de placer con los que mi pobre mulatita iba a amenizar mi casa en el futuro.

 Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 
 

Relato erótico: “Prostituto 14 Mi novia me traiciona con un abuelo” (POR GOLFO)

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Estoy cabreado, jodido y hundido. Mi novia me ha dejado por un tipo de setenta años y no he podido hacer nada por evitarlo. No tiene puta madre, hacíamos una pareja perfecta pero el destino y mi profesión han querido separarnos. Nunca pensé que mi mulata me traicionaría de ese modo. Siempre creí que el hecho de ser una pareja enamorada era suficiente para ser felices y continuar juntos, pero no fue así. Tara, mi princesa, me abandonó por un anciano. Os preguntareis cómo es posible que esa preciosidad haya preferido las caricias de un vejestorio a la pasión que, con mis veinticuatro años, yo le ofrecía. Sé que yo tengo gran parte de la culpa y que si hubiera cedido a sus ruegos, todavía seguiría conmigo pero aun así duele.
Nuestra idílica relación empezó a entrar en barrena, el día que la convencí de quitarse el collar de esclava. Para los que no lo sepáis, gracias a un trueque me hice con esa belleza. Desde el primer momento intenté liberarla pero ella se negó diciendo que prefería ser la sierva del hombre que amaba a una mujer libre. Tampoco ayudó que juntos descubriéramos que durante su esclavitud, uno de sus amos le había lavado el cerebro, de forma que no pudiera negarse a cumplir las órdenes de quien ella considerara su dueño. Cualquier otro, hubiera usado esa información para abusar de ella y en cambio yo la aproveché para darle placer y más placer.
Quizás fue, aunque ella siempre lo negó, que acostumbrada a sobredosis de orgasmos artificiales cuando solo obtuvo los que con ahínco le proporcionaba, le parecieron poco y por eso buscó a alguien que no tuviera inconveniente en emplear su aleccionamiento para hacerla gozar.
Otro aspecto determinante en su decisión fue que con el paso del tiempo, llevó cada vez peor que nuestro altísimo nivel de vida se debiera a que noche tras noche, la dejara sola y me fuera a satisfacer las necesidades de otras mujeres por dinero.
Y por último tampoco puedo negar que mi querida Tara quería formar una familia. Educada con rígidos conceptos morales, deseaba limpiar su reputación y así poder volver algún día a su casa con la cabeza bien alta.
Vosotros mis fieles lectores, decidiréis al terminar de leer mi historia si Tara me abandonó por liberarla, por mi profesión o por que encontró en ese viejo, la seguridad y el nombre que conmigo nunca tendría.
El collar:
Llevábamos tres meses viviendo juntos cuando una mañana, me despertó Tara con ganas de cachondeo. Aunque eran casi las doce, realmente me acababa de acostar hacía dos horas porque la noche anterior había tenido una cita con una clienta.
-Déjame dormir- le pedí al sentir que cogiendo mi pene entre sus manos lo empezaba a masajear con la intención de reactivarlo.
-Amo, su esclava está bruta y necesita un buen meneo- contestó obviando mi cansancio mientras deslizándose sobre las sábanas, aproximaba su boca a mi miembro –Usted descanse que yo me ocupo de todo-
Todavía medio dormido, sentí sus labios devorando mi extensión mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Su maestría hizo que en pocos segundos, mi pene se alzara completamente recuperado y entonces sentándose sobre mí, se lo fue introduciendo poco a poco hasta absorberlo por completo.
-¡Me encanta!- gritó mientras se empezaba a mover.
Cabreado por perturbar mi descanso, decidí darle una lección y haciéndome el dormido, dejé que me cabalgara sin moverme. Mi mulata cada vez más excitada, imprimió a su cuerpo una velocidad inaudita mientras se pellizcaba los pezones buscando su placer.
-¡Que cachonda estoy!- chilló completamente alborotada sin dejarse de empalar.
No tardé en sentir su flujo recorriendo mis piernas pero en contra a lo que la tenía acostumbrada, seguí haciéndome el dormido
-¡Necesito correrme!- gritó con el ánimo que le dijera que podía hacerlo pero habiendo resuelto castigarla, me mantuve con los ojos cerrados y en silencio.
Tara, totalmente verraca, se metía y sacaba mi falo mientras gemía escandalosamente buscando que diera una orden que la liberara.
-Amo, ¡Por favor!- gritó al sentir que mi pene explotaba regando de simiente su sexo: -¡Déjeme hacerlo!-
Decidida a obtener mi permiso, ordeñó mi miembro al convertir sus caderas en una batidora. Retorciéndose sobre mi cuerpo, buscó inútilmente mi beneplácito. Era tal su calentura que levantándose, volvió a meterse mi maltrecho falo en su boca y tras unos minutos al ver que estaba erecto, sin dudar se lo insertó por el culo.
-¡Ahhh!, ¡Que gozada! Me enloquece cómo mi amo me coge- aulló con todas sus fuerzas mientras rellenaba su intestino con él.
No hacía falta que me lo dijera, a mi querida mulata le encantaba sentir mi falo en su entrada trasera y sabía que reservaba el sexo anal para las ocasiones en las que más bruta estaba.
-¡Dele duro a su zorra!- berreó cogiendo mis manos y llevándoselas a sus nalgas. -¡He sido mala!-
Completamente descompuesta, maldijo cuando se dio cuenta que en vez de darle los azotes que me pedía, dejaba caer mis brazos como muertos sobre la cama. Cada vez más excitada y cabreada, llevó sus manos al clítoris y mientras lo torturaba con sus yemas, gritó creyendo que así me iba a hacer reaccionar:
-Amo, su perversa esclava se está masturbando sin su permiso-
Todo su cuerpo le pedía correrse pero el adiestramiento inducido durante sus años de esclavitud, solo le permitía hacerlo con la venia de su dueño. Reconozco que disfruté viéndola desesperada buscando el orgasmo. Con el sudor recorriendo su pecho y con el coño totalmente empapado, era incapaz de llegar a él por mucho que se lo propusiera.
Casi llorando, me soltó:
-Joder, amo, déjeme correrme-
Fue entonces cuando abriendo los ojos, le contesté sonriendo:
-No puedes correrte porque eres esclava, si quieres te libero para que lo hagas-
-¡Jamás!- chilló desolada con todas sus neuronas en ebullición: -Soy suya y quiero seguir siéndolo-
-Pues entonces termina lo que has empezado y cuando consigas que me corra, comienza de nuevo. Quiero dos orgasmos más antes de desayunar – le solté volviendo a cerrar mis ojos.
Indignada, se calló y sumisamente, obedeció. Una vez había conseguido realizar mi capricho, se levantó de la cama y me dejó dormir.
Eran más de las dos, cuando amanecí. Al ver que mi mulata se había levantado, la busqué por la casa. Fue en la cocina donde la encontré  llorando.
-¿Qué te ocurre?- pregunté al ver las lágrimas de su rostro.
-Amo, usted sabe lo que me pasa y que necesito- contestó enfadada. –Llevo dos horas intentando calmarme pero estoy peor que antes-
Haciéndome el propio, respondí:
-Pues si es así, yo también debería estar cabreado. Te quiero y me jode que prefieras ser mi esclava a mi novia- y metiendo el dedo en la llaga, le solté: -Voy a darte gusto por última vez, la próxima o eres libre o no tendrás más placer –
Tara me miró asustada e incapaz de llevarme la contraria, esperó mi orden.
-¡Córrete!- le grité con dolor al ser consciente de lo artificial de nuestra relación.
Destrozado, la observé llegar al orgasmo sin necesidad de tocarla. “¿Cómo es posible que quiera esto?” pensé maldiciendo mi suerte y dejando a mi querida mulata convulsionando sobre el frio mármol, me puse a desayunar.
Ese día supe que si quería que nuestra relación tuviese futuro, debía convencer a Tara de la necesidad de recobrar su libertad. Era un tema tan importante que decidí que tenía que ser ella quien diera el primer paso. Enfrascado en un encargo, me pasé toda la tarde pintando, olvidando momentáneamente el asunto pero la cuestión volvió con toda su crudeza después de cenar.
Fue la propia mulata quien lo sacó al irnos a la cama. Acababa de acostarme cuando la vi salir del baño, llorando. Al preguntarle qué pasaba, se negó a contestarme y tumbándose a mi lado, me empezó a besar. No creáis que fue algo apasionado, se notaba que mi pareja estaba destrozada y que algo la turbaba.
-Te quiero, preciosa- le susurré al oído tratando de consolarla.
Mis palabras, lejos de apaciguar su llanto, lo incrementaron y durante cinco minutos, no pude más que acariciarla mientras ella se desahogaba.  Interiormente conocía el motivo de su pena pero convencido que era necesario que ella sufriera su propia catarsis personal, no insistí. Un poco más tranquila pero sin mirarme a la cara, me dijo:
-Tengo miedo-
-¿De la libertad?- pregunté dotando a mi tono de todo el cariño posible.
-Sí y no. Me aterra pensar que si me libera después de tanto tiempo, sea incapaz  de ser mujer-
-No te comprendo- respondí.
Reanudando su llanto, me soltó avergonzada:
-Amo, jamás he hecho el amor sin collar y no sé si podría-
Comprendí su temor. Tara, consciente que hasta entonces su adiestramiento como esclava le había permitido gozar, estaba aterrorizada de no ser capaz de sentir placer y deseo sin su ayuda. Por eso y tratando de ayudarla a dar el paso, dije:
-Te propongo lo siguiente: Déjame hacerte el amor sin collar y te prometo que si no consigo espantar tus fantasmas, seré yo mismo quien te lo vuelva a colocar-
Tras unos momentos de duda y con gruesos lagrimones recorriendo sus mejillas, me respondió:
-Me lo promete-
-Si- contesté.
-Amo- dijo llorando- quiero ser suya como mujer libre, ¡Quíteme el collar!-
Por segunda vez desde que nos conocimos, desprendí el broche que la maniataba y sin esperar a que se acostumbrase a no ser esclava, la empecé a besar con ternura. La pobre Tara recibió mis caricias temblando, no en vano desde el punto de vista psicológico iba a ser su primera vez. Asumí que debía ser todo lo tierno y cariñoso que pudiera, ya que, la mujer que tenía entre mis brazos era tan inocente y pura como una adolescente y para ella, esa noche, iba a perder la virginidad.

 

Cuidadosamente, la fui mimando a bases de caricias, piropos y besos mientras ella esperaba expectante que su cuerpo empezara a reaccionar. Al advertir que se había tranquilizado y que poco a poco iba incrementándose la pasión de sus labios, llevé mis manos a los tirantes de su coqueto conjunto y deslizándolos por sus hombros,   lo fui bajando. Acababa de descubrir sus pechos cuando con alegría observé que sus pezones habían adquirido una dureza impresionante y eso que ni siquiera los había tocado.
Satisfecho por su respuesta, me los llevé a la boca y jugando con ellos, conseguí sacar su primer gemido de deseo.
-Te quiero mi amor- la oí decir cuando sin dejar de mamar de sus pechos, mis manos llegaron a su entrepierna.
Mis dedos al recorrer los pliegues de su sexo, lo hallaron empapado pero en vez de tocarlo, decidí bajar por su cuerpo y con la lengua incrementar su lujuria. Ella al sentirme cerca de su clítoris, me rogó que la tomara pero sabiendo que era su momento y no el mío,  me negué. Tiernamente, le separé los labios y cogiendo su botón entre mis dientes, me dediqué a mordisquearlo mientras mi ya novia se deshacía en suspiros.
-Alonso, hazme tuya- imploró al sentir los primeros síntomas de un orgasmo.
Supe interpretar el incremento de flujo y su respiración entrecortada y asumiendo que era un partido en el que debía de vencer por goleada, aceleré la velocidad de mi lengua. Me alegró escuchar su auténtico clímax y saboreando su placer, me dediqué a beber de él mientras mi amada convulsionaba sobre las sábanas sin la ayuda de su collar.
-Sigue- me pidió sorprendida de poder llegar siendo una mujer libre.
Metiendo un par de dedos en su sexo, prolongué su éxtasis  hasta que agotada me pidió que parara. Tumbándome a su lado, la besé con pasión y fue entonces cuando ella, deshaciéndose de mi abrazo, se puso a horcajadas sobre mí y metiéndose mi pene en su vagina, me pidió que la dejara hacer.
Fue maravilloso, ver su cara de deseo y más aún percatarme que habiéndose empalado por completo, mi querida novia me empezaba a cabalgar mientras reía como una loca al demostrarse que tras largos años de esclavitud, no solo era libre sino que seguía siendo una mujer completa.
Con genuina alegría, buscó su placer y cuando lo obtuvo, cayó sobre mí diciendo con felicidad:
-Gracias- y poniendo un tono pícaro, prosiguió: -pero siento comunicarte que vas a tener que esforzarte, porque esta hembra quiere más de su macho-
Solté una carcajada cuando la escuché porque no me pidió sino me exigió con su recién conseguida libertad que la satisficiera y durante toda esa noche, alimentamos con sexo y más sexo  a nuestro amor.
Los celos:
Una vez vencidos sus miedos, retomamos nuestra relación con más intensidad si cabe. A todas horas dábamos rienda a nuestra pasión sin importarnos cuándo ni dónde. Tara, mi bella Tara, me pedía sexo con una frecuencia tal que de no ser por mi juventud, difícilmente hubiese podido aguantar. Le daba igual que acabase de llegar de estar con otra, al verme entrar por la puerta me esperaba desnuda y sin dejarme descansar, me exigía que le hiciera el amor.
-A la primera que debes satisfacer es a mí- me respondía si se me ocurría quejarme.
Era como una obsesión, si se enteraba que había quedado con una clienta, no me decía nada pero se notaba que le enfadaba. Siempre era igual cuando Johana me llamaba, como presa de un arrebato extraño, se acercaba a donde estuviera y sin mostrar reproche alguno, me rogaba que la tomara. Su actitud fue empeorando con el paso de las semanas y tuvo su culmen cuando coincidimos en un restaurant.
Esa noche, me había contratado una explosiva rubia para acompañarla a una recepción pero, a última hora, cambió de planes y me pidió que la llevara a cenar. Todavía recuerdo que al salir, mi novia con cara larga me informó que aprovechando que yo tenía que ir a trabajar ella había quedado a cenar con unos compañeros de la ONG donde se había puesto a colaborar. El destino hizo que mi clienta eligiera el mismo local que sus amigos.
Todavía recuerdo su gesto de dolor cuando al entrar en el salón, me vio morreándome con esa mujer. Me hubiese pasado desapercibida su presencia de no ser porque pegando un grito, se dio la vuelta con tan mala suerte que se llevó por delante a un camarero con bandeja incluida. El estrepito me hizo mirar y os juro que me quedé helado al ver su rostro. Tirada en el suelo y mientras sus conocidos la intentaban levantar, mi novia lloraba incapaz de reaccionar.
La carcajada de mi acompañante al ver a la cría espatarrada, incrementó aún más su sufrimiento y aunque me levanté a ayudarla, rehusó mi ayuda y con cajas destempladas abandonó el local. Os juro que quise ir tras ella pero no podía dejar tirada a la mujer que había pagado por tenerme esa noche. Lo que sí os tengo que confesar es que me amargó toda la velada, por mucho que me intentaba concentrar en la tipa que tenía a mi lado, su recuerdo me lo hizo imposible.
A la mañana siguiente cuando llegué a casa, Tara no estaba. Preocupado intenté localizarla pero me resultó imposible y por eso hecho un manojo de nervios, esperé  su llegada durante horas hasta que cerca de las dos de la tarde, apareció por la puerta:
-Lo siento- dije nada más verla. –No sabía que ibais a ir a ese sitio- me traté de disculpar.
Por mucho que intenté entablar una conversación con ella, me resultó imposible. Estaba con tal cabreo que se encerró en su habitación y se puso a llorar. Creyendo que se le pasaría la dejé desahogarse y ya en la cena, le pregunté donde había dormido.
-En casa de mi jefe- respondió con arrogancia – si tú puedes pasar toda una noche con otra, no te quejes si yo hago lo mismo-
Os reconozco que al decirme donde había estado, me tranquilicé al recordar que ese tipo era un santurrón de avanzada edad que después de vender su empresa por una fortuna había fundado esa organización para ayudar a emigrantes del tercer mundo. Queriendo hacer las paces, la besé pero ella se negó de plano por lo que ese día fue la primera vez que dormí con ella sin ni siquiera tocarla.
Sé que debí mosquearme por eso, pero nunca imaginé que ese vejete representara peligro alguno porque, aunque se mantenía en forma y en un asilo sería un don Juan, tenía más de setenta años.
El puto viejo:
Desgraciadamente para mí, los hechos me demostraron lo equivocado que estaba. La presencia de John se fue haciendo cada vez más habitual en nuestras vidas y cuando yo salía a trabajar, Tara quedaba con él. Siempre supuse que el cariño entre ellos era como el de un abuelo con su nieta. Tan cegado estaba que cuando ella me avisaba que iba a salir, me reía diciéndole que me estaba poniendo celoso.
-Deberías- me contestó en una ocasión –John es un hombre bueno y varonil que es capaz de hacer feliz a la mujer que se proponga-.
-Qué sea bueno, no lo dudo, pero conozco a muchos eunucos más machos que ese anciano- respondí con sorna sin percatarme de que por él perdería a mi amada.
Tampoco vinculé con John, un extraño ingreso que un día apareció en mi banco. Sin venir a cuento, alguien me había depositado treinta mil dólares en mi cuenta corriente. Al preguntar, el director de la sucursal me informó que había sido un depósito en efectivo y que si nadie pedía la retrocesión del mismo en dos meses, podía considerarlo mío.
Haciendo memoria, recuerdo que al llegar a mi apartamento, le conté a Tara lo ocurrido y ella al oírme, sonrió sin hacer ningún comentario al respecto. Ese día fue la última vez que la vi. Cuando al caer la tarde me despedí de ella con un beso, se pegó a mí y con lágrimas en los ojos, me dijo adiós. Aduje su tristeza a los celos y sabiendo que no podía hacer nada por evitarlos, partí a cumplir con mi trabajo como tantas otras noches.
Al retornar a casa, ya no estaba. Sobre una mesa encontré un vídeo con una carta manuscrita. Al leerla me quedé de piedra, en ella, Tara se despedía de mí diciéndome que cuando la leyera, ya se habría casado con John y que no la buscara porque jamás volvería a mi lado. Hundido en la desesperación entré a su cuarto para descubrir que su ropa había desaparecido.
-¡No puede ser!- grité con el corazón encogido por el dolor.
Fue entonces cuando recordé que junto a su despedida había dejado una cinta y tontamente deseé que todo fuera un órdago y que en ella, Tara hubiese dejado sus condiciones para volver. Temblando, lo cogí y sin pensar en lo que me iba a encontrar lo metí en el reproductor, pero en vez de ser de ella el mensaje, era de su recién estrenado marido:
-Alonso, no me guardes rencor. Yo no te lo guardo- Creí morir al ver que era ese anciano el que aparecía en la televisión. Gracias a ti, he conseguido no solo la mujer más maravillosa del mundo sino la esclava que siempre soñé-.
De estar junto a  mí, lo hubiese matado sobre todo cuando alegremente ese cabrón me informó que hacía un mes que viendo lo mucho que Tara sufría por mi profesión, le había pedido matrimonio y que después de mucho dudar, había aceptado con la condición de que me reintegrara el dinero que me había costado sacarle de las garras del traficante.
-Los treinta mil dólares de tu cuenta son el pago que ella me exigió por ser mía. Disfruta de esa pasta como yo te juro que disfrutaré toda las noches con su compañía y por si tienes alguna duda de mi hombría, he grabado nuestra noche de bodas-
Lo creáis o no, ese malnacido había inmortalizado el momento en el que mi bella Tara se arrodillaba a sus pies y sumisamente le pedía que le pusiera el collar que con tanto esfuerzo, yo quité. En ese instante, el viejo miró hacía la cámara, diciendo:
-Alonso, no te preocupes por ella, la trataré bien y gracias a mi apellido, cuando muera podrá volver a su pueblo con la cabeza bien alta- y dirigiéndose hacia su recién estrenada posesión, le pidió que se corriera.
Mi adorada mulata pegó un grito de satisfacción y berreando como una cierva en celo, se corrió ante mis ojos. Sé que debí de apagar en ese momento la tele pero no sé si fue el dolor o la necesidad de convencerme de su traición, me quedé mirando cómo Tara iba de un orgasmo a otro bajo la atenta mirada de ese capullo.
El sumun de su deslealtad fue verla cómo gateando hacia su nuevo amo, le desabrochaba la bragueta y sin importarla el ser grabada, meterse su falo hasta el fondo de la garganta.  Fui testigo mudo de la forma tan brutal con la que ese viejo, una vez con el pito tieso, la enculó. Pero con gran sufrimiento, también me percaté que en la cara de mi amada, era el placer y la satisfacción de volver a ser esclava lo que se reflejaba.
Henchido de dolor, no resistí ver más cuando habiéndose corrido el viejo, le preguntó si se arrepentía de ser suya y mi querida mulata con una sonrisa en los labios, le respondió:

 

-No, mi dulce amo-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 
 

Relato erótico: “Repasada por el pintor de mi padre” (POR ROCIO)

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Todo comenzó cuando estaba estudiando para los exámenes finales de mi segundo año en la facultad. Mi papá contrató a don Jorge, un señor entrado en los cincuenta, conocido entre los vecinos por ser pintor y hacer trabajos en todo el barrio, amén de tener una actitud tosca. Y no es precisamente que sea un adonis ni nada similar… tampoco es que me importara ya que solo se trata del pintor.
Lo contrató para que repintara las paredes de nuestro jardín porque el invierno y la humedad habían hecho de las suyas, enmoheciéndolo todo;  tocaba pintar unas nuevas capas, y de paso renovar también la casa. Así que el señor se presentaba todas las tardes en mi hogar donde trabajaba durante horas y horas mientras yo en la sala me dedicaba a estudiar.
A veces me tomaba descansos para ir a charlar con él. Total, como a esas horas éramos los únicos en la casa y tampoco era plan de ser antisocial. Aunque como dije, el señor no era muy conversador ni simpático. Yo solía indagar para ver si teníamos algo en común sobre lo cual hablar: noticias del día, su trabajo como pintor, su familia, la mía, ¡incluso hablábamos del clima! Pero nada funcionaba, todos mis intentos de diálogos se acaban a los cuatro o cinco intercambios. 
Una tarde en particular, cuando él estaba alto en la escalera, pasando pintura por la pared, entré al jardín cansada de fórmulas, números y teorías.
—Don Jorge, ¿le gusta el tenis?
—No, no lo sigo. ¿A ti te gusta?
—¡Sí! De hecho, lo practico.
—¡Bien por ti!
Silencio luego. Incómodo y largo silencio. Hastiada, decidí cruzarme de brazos e intentar enfocar las cosas de otra manera.
—Ya. ¿Me podría decir qué es lo que no le gusta, don Jorge?
—¿Pero qué…? —dejó de pintar y me miró extrañado—. ¿Se puede saber a qué vienen esas preguntas que me haces todos los días?
—Solo quiero conversar, pero si se va a molestar pues ni caso.
—Eres una muchacha muy… Mira, ¿quieres saber qué no me gusta? ¡Este frío!
—¡Dios! —se me encendió el foco—. ¡Ya le traigo un café, no se mueva!
Al volver al jardín con una taza de café y rosquillas en las manos, terminé tropezándome con la manguera y caí de bruces contra la mencionada escalera. El pobre hombre tambaleó a lo alto y se cayó. No sobre mí, por suerte. Pero sí que aterrizó muy mal, por desgracia.
¿Resultado? Escayolas, escayolas y escayolas. Me sentí como un monstruo al visitarle en su casa, en compañía de mi papá, y verlo confinado en una pequeña y oscura habitación, acostado sobre la cama con brazo y pierna izquierdas enyesadas, postrado y triste, con la mirada perdida. Él no tenía ni ganas de saludarme. Su señora me había dicho, al verme muy afectada, que no me preocupara demasiado, que su marido hacía encargos de pinturería por gusto, no por necesidad, que como todo buen hombre trabajador no quería estar quieto sin hacer nada.
Pero yo no podía dejarlo así. Entonces le dije a su señora que si no era molestia, vendría todos los días después de mis clases de facultad para pasar el rato con él, cuidarlo y tratar de atenderlo para no delegarle todo el trabajo a ella durante el mes que estaría así. La culpable era a todos luces yo, y por más de que mi papá y su esposa quisieran quitarle hierro al asunto, yo simplemente no podía dejar pasar algo así. ¡Un hombre estaba encamado y enyesado por mi culpa!
Cuando tanto mi padre como la esposa del pintor se fueron, abrí la cortina que ocultaba la luz del sol y traté de sacarle temas de conversación de manera infructuosa, como siempre. Mejor iluminado como estaba, me fijé en el diminuto cuarto. Apenas un armario, un pequeño mueble para el televisor, un sillón al lado de la cama y finalmente una radio sobre una mesita, al otro lado de la cama. En ese momento simplemente pensé que era el cuarto que su mujer decidió usar como lugar para poder atenderlo mejor, ya que se encontraba cerca de la cocina, en el primer piso, y no en el segundo, donde más tarde sabría que se encuentra la habitación matrimonial.
—Oiga, don Jorge, su casa es muy hermosa y su señora muy amable.
Silencio. Solo mis pasos resonaban por el lugar. Me senté en el sillón al lado de su cama.
—Y… ¿No tiene hijos? Ahora que lo pienso, nunca los he visto. Y eso que suelo pasar todos los días después de la facultad por aquí, y también cuando iba al colegio.
Nada de nada.
—Mi mejor amiga dice que probablemente usted me quiere matar y me odia un montón, pero yo le dije que no tiene sentido concluir esas cosas si ella ni siquiera lo conoce a usted. ¿Verdad? ¿No me odia, no?
Cerró sus ojos y pareció ponerse a dormir.
—Yo no creo que me odie, es decir, no es que yo lo haya hecho a propósito. Además, míreme, podría estar paseando en el Shopping con mis mejores amigas, pero… ¡aquí estoy! Viendo… las fotos que me están enviando al whatsapp… parece que se están divirtiendo…
—Maldita sea, niña, cállate de una puta vez.
—¡Ah! Parece que alguien recuperó la lengua. Por cierto, observe esta foto que me acaban de enviar, ella es Andrea, mi mejor amiga… le estoy escribiendo que esa camiseta de Hello Kitty es preciosa, ¿no lo cree usted? Mire, mire…
No vio la foto sino que me observó fijamente. Parecía querer fulminarme con la mirada pero yo sostenía mi sonrisa como mejor podía. Iba a pedirle nuevamente mis sinceras disculpas por el accidente pero antes de que yo abriera la boca el señor soltó muy groseramente:
—Debí haberme caído sobre ti…
I. La “brocha” del pintor
Para el martes, mientras le leía al señor las noticias de un periódico online, su mujer entró con un plato de caldo de verduras. Al verla algo cansada decidí agarrar el mencionado plato y ser yo misma quien le diera de tomar. Esta vez, con su sonriente esposa de testigo, las cosas se hicieron más divertidas incluso. Para mí, no para él. 
—¿Caldo de nuevo? —se quejó el señor. 
—¿Qué? ¿Quieres las salchichas de pavo otra vez?
—Me gustan esas salchichas.
—¡Basta de salchichas! Ahora abre la boca, Jorge, la nena te va a dar de tomar.
—¿En serio, mujer? ¿Me va a dar de tomar ella?
—No seas maleducado. Agradece que alguien tenga ganas de ayudarte, que yo sinceramente estoy cansada. 
—Don Jorge —interrumpí probando el caldo—, esto está súper delicioso…
—Pequeña bribona, ¿estás tomándote mi caldo?
—Pues sí, ¡y será mejor que abra la boca si no quiere que yo lo termine acabando!
—¡Perfecto! ¡Tómatelo todo, maldita niña, no dejaré que me alimentes! ¡Puta humillación!
El miércoles, debido a que estaban acercándose los exámenes, simplemente me iba a su casa para repasar en voz alta mis apuntes mientras él veía la TV. No tenía idea de qué le gustaba: o el canal de noticias, o el de deportes o el de prensa rosa. Como nunca se quejaba ni tampoco decía nada…
—Don Jorge, creo que estoy teniendo el síndrome de Florence Nightingale…
—¿Qué mierda es eso?
—Que si sigo cuidándolo, me voy a volver loquita por mi paciente –bromeé.
—No soy tu paciente, no necesito de ti, ¡y odio la prensa rosa!
—¿Y si pongo el canal de deportes?
Cerró los ojos y se echó una siesta. Quería fustigarme, amilanarme, pero no lo iba a conseguir. Había una pared fea y enmohecida entre nosotros, pero yo no descansaría hasta embellecerla. Su actitud me hizo pensar que tal vez debería seguir intentando otras alternativas; todos tienen sus debilidades; en algún punto el corazón cede y ve la bondad. Y pronto él vería la mía.
Así que el jueves alquilé un par de películas para verlas juntos. Tuve que recurrir a los consejos de mi sabia mejor amiga para que me recomendara algo que pudiera resultarle divertido a un señor de su edad. Se mostró reacio a ver las películas conmigo, sobre todo porque no le agradaba que yo me sentara sobre su cama, a su lado, para verlas desde el notebook.
Pero cuando vio que le había preparado un par de salchichas de pavo (en secreto, porque su señora no quería), me aceptó como compañía. La primera película fue “Hachiko”, la del perro que esperó a su amo muerto hasta sus últimos días. Puse la portátil sobre mi regazo y metí el disco.
Terminé llorando a moco tendido, abrazando mi notebook, balbuceando que jamás en mi vida tendría un perro, me partiría el alma que algún chucho tuviera que atravesar por algo tan fuerte. Esperaba que don Jorge estuviera en una situación similar a la mía: abatido, destrozado, con el corazón haciéndose añicos; situación ideal para conocernos esa faceta sentimental. Pero cuando lo miré, vi al mismo viejo cascarrabias de siempre.
—La mierda, niña, ¿te pones a llorar por esa tontería?
—¡Dios! ¡Fue terrible cuando la señora reconoció al perro aunque ya estuviera todo envejecido!
—¡Es una puta película!
—¡Basada en hechos reales, don Jorge! ¿Es que no tiene corazón?
La segunda película tenía el rótulo “Hook”, que trata de un envejecido Peter Pan que intenta volver a ser el niño que una vez fue. Me pareció acertado a todas luces, a ver si el señor lograba identificarse y ser menos rabietas conmigo. Así que puse el DVD y se reprodujo automáticamente. Dos mujeres, una rubia y una pelirroja, entraban desnudas a una habitación, tomadas de la mano. Pronto empezaron a besarse.
—Rocío… No esperaba esto de ti. Primero las salchichas, ahora una porno. Ya no me caes tan mal. 
—Esto no es “Hook”. Se habrán confundido en el videoclub. Será mejor que vaya a devolverlo.
—¡No! Maldita sea, haz algo bien y déjame verla.
—¿En serio, señor? ¿Así que es eso lo que le interesa? ¿Una porno?
—Si te quedaras callada sería genial pero ser ve que es un caso imposible.
—¡Pesado! Debería decírselo a su señora…
—Hazlo, no creo que le interese mucho. Mira, vaya dos chicas más guapas, ¿no? Y ahí entra un negro en acción.
No le iba a dar el gusto, y mucho menos porque se oía cómo su señora se estaba acercando a la habitación, así que rápidamente cerré el notebook y me levanté de la cama. Don Jorge volvió a suspirar y de paso me regañó porque según él, cuando por fin encontré algo de su interés, terminé descartándolo. Pero no hubo tiempo para más ya que su esposa entró:
—Rocío, quiero salir de compras, ¿no te importa quedarte un rato más hasta que vuelva?
—Claro que no, Susana. Estaba pensando en limpiarle la habitación.
—¡Qué encanto eres! La escoba y el repasador están en el jardín. Pórtate bien, Jorge, no seas malo con la niña.
Luego de despedirme de la señora en el pórtico, me hice con las mencionadas escoba y repasador para volver la habitación de don Jorge. Conforme barría la pieza, el señor volvió al asalto.
—Rocío, sé buenita y ponme esa película que me trajiste.
—No le estoy oyendo, pervertido.
—¿Ahora te haces la enojadita? Solo ponla y vete a la sala hasta que termine de verla.
—¡No sé si se da cuenta, pero estoy limpiando su habitación!
Luego de pasar trapo, siempre aguantando los embates de don Jorge, me acerqué al armario para ordenar sus ropas. Fue cuando noté un pequeño cajón de cartón, como de zapatos, escondido en el fondo. Era bastante pesado. Don Jorge ladeó como pudo su cara y por el tono de voz lo noté alarmado.
—¿¡Qué estás haciendo, niña!?
—¡Le estoy ordenando el armario!
—¡Suelta eso!
Con lo cabreada que me estaba poniendo su actitud, lo abrí para castigarlo. Mis ojos se abrieron cuanto pudieron. Eran revistas porno, y no me refiero a revistas… ligeras… sino bastante fuertes. Mientras el señor vociferaba sobre aquella invasión de privacidad, noté un denominador común en todas las portadas y el contenido de las revistas. Por lo visto al señor le gustaban las chicas con mucho pecho…
Pero enseguida me dio un corte tremendo porque yo tengo los senos grandes, pero claro que por la manera que yo vestía (estábamos en invierno) apenas se notaba. Guardé las revistas en el cajón y la devolví en el armario. Y me sentí terrible, es decir, a mí no me gustaría que alguien supiera de mis fetiches y perversiones. Es algo que ni siquiera lo solía compartir con mi novio porque se requiere de un nivel de confianza muy grande.
—Oiga, don Jorge, discúlpeme. Ya lo guardo y no lo volveré a revisar.
Silencio de nuevo. Esta vez fue matador. Sentía que lo había herido muy fuerte. Seguí a lo mío, doblando y ordenando sus ropas. Entonces sospeché de otra cosa. El montón de ropas, el televisor, la radio allí sobre una cómoda. No era mi intención inmiscuirme más, al menos no más de lo que ya lo había hecho, pero estaba pensando seriamente que don Jorge y doña Susana no compartían la misma habitación.
—Don Jorge, ¿quiere que le ponga algo de música?
Nada. Nada de nada. El señor estaba herido, eso estaba claro. Y yo me sentía como un monstruo. Aparte de haberle causado un accidente horrible, lo había humillado. Así que al terminar con las ropas, me senté de nuevo sobre su cama, abriendo el notebook.
Se reprodujo la película. Allí, las dos chicas gozaban con el negro. 
—Bueno… —dije suspirando—. Seguro que el papá de esa rubia estará súper orgulloso…
—No me jodas, niña —respondió don Jorge, mirándome con una sonrisa, antes de ver de nuevo la película. Los gritos y gemidos llenaban toda la habitación.
Prefería no seguir viendo; no es que no esté acostumbrada o me hiciera de la decentita, es que simplemente se sentía mal verlo con un señor a quien debía estar cuidando. Le dejé el notebook y me levanté para trapear un poco más ese piso.
Mientras limpiaba debajo de su cama, noté algo llamativo en la entrepierna del señor: su erección se estaba marcando bajo su pantalón. Y esa espada, por el amor de todos los santos, era algo increíble. Me quedé allí, sosteniendo el trapeador, mirando fijamente cómo aquel mástil se endurecía más y más y más; ¿hasta dónde iba a crecer? ¡Ya estaba superando a la de mi novio!
—Rocío, ¿te sucede algo? —preguntó don Jorge, sonrisa pícara.
No podía proferir palabra alguna pero sí supe reaccionar a tiempo. Ladeé la mirada y me hice de la desentendida, trapeando el suelo nuevamente. Pero aquella lanza seguía reluciendo. Casi brillando, diría yo, llamándome, rogándome que lo ojeara disimuladamente cuando pudiera. Los gemidos de las chicas rebotaban por la habitación; se me escapó un hilo de saliva cuando la volví a observar.
—¿Te importaría salir un rato de mi habitación, Rocío?
—Ahhh —dije embobada—. Tengo que repasar, don Jorge. 
—¡Ya veo! Pues quédate, me importa un rábano.
Con su única mano retiró un poco el pantalón y ladeó su ropa interior, sacando a relucir ese imponente pedazo de carne. ¡Madre! ¡Brillaba, centelleaba, se erigía todo gordo, orgulloso e infinito! ¡Dios, y esas venas! Me flaquearon las piernitas, sentí un ligero mareo, aún no quiero sonar muy obscena pero es que hasta mi vaginita se estremeció imaginando cómo sería que algo así entrara en mí. Salí pitando de la habitación en el momento que comenzó a masajear su carne de manera grosera, bufando como un animal y mirando la película porno.
Roja como un tomate, cerré la puerta detrás de mí. Me recosté contra ella, cayendo lentamente hasta el suelo. ¡No lo podía creer! ¡Eso superaba la veintena de centímetros fácilmente! Pobre doña Susana, seguro ni le dejaba caminar bien… o mejor dicho… vaya con la afortunada doña Susana…
Tras la puerta, don Jorge se masturbaba muy ruidosamente. Y yo, curiosa como no podía ser de otra forma, me repuse para tratar de verlo a través del picaporte. Ladeando forzadamente la mirada, pude ver el enorme objeto que me tenía tontita. Aquellas enormes venas iban y venían por ese largo y grueso tronco, fuertemente machacado por la mano del señor.
No pude evitarlo, ¡me excitó un montón! Pero no era ocasión para masturbarme. Así que fui a la cocina para prepararle algo de comer y quitarme pensamientos impuros de la cabeza. De vez en cuando volvía silenciosamente hasta su puerta para curiosear si seguía estimulándose o si ya había terminado con su manualidad. 
Quince minutos después, cuando vi que se corrió en un pañuelo, trató de ponerse bien tanto su bóxer como su pantalón con su única mano disponible. 
Entré a su habitación con una ensalada en mano; tenía rodajas de su salchicha preferida. Pero me temblaba todo el cuerpo, estaba coloradísima, sudando también, mirando de reojo su entrepierna que ya no daba señales del destructor que se alojaba allí.
—Don Jorge, le voy a dejar una ensalada aquí… y saldré corriendo para mi casa ya. 
—Gracias, niña. ¿Podrías hacerme un último favor? Ciérrame la hebilla del cinturón…
—Ahhh… señor Jorge —me quedé para allí sin saber qué hacer, jugando con mis dedos. Quería correr pero también quería quedarme, no sé. Tragué saliva y me acerqué para cerrársela lentamente, ajustando un poco su bóxer, que estaba mal puesto, tratando de no mirar demasiado ese pedazo de carne morcillón que relucía bajo la tela—. Don Jorge, me alegra haber encontrado por fin algo que le guste.
—Pues la película estuvo estupenda. ¿Vas a traerme más de esas?
—Uf… es súper incómodo esto, pero puedo hacerlo. 
—Me estás empezando a agradar, Rocío. Y me gustan las chicas con tetas, así que trae algunas películas de ese estilo.
—Dios mío, si su señora nos pilla seguro que me da un escopetazo a la cara —era imposible cerrar la hebilla porque mis manitas temblaban, ¡Dios!
—Ya te lo dije, niña, ¡no le importará un pimiento!
De noche, en mi casa, no podía quitarme la imagen mental de aquel mástil de proporciones astronómicas. Seguro que su señora estaría, en ese momento, dándole una mamada o forzando posiciones para poder follarlo en esa cama, no sea que lastimara sus extremidades rotas. Normal, si él fuera mi marido yo también estaría como loca todo el rato. Pero claro, no era ese mi caso, así que me limité simplemente a pasar un rato agradable en mi baño, metiendo un dedito mientras que con el pulgar me acariciaba el clítoris; imaginaba que yo era su esposa que lo recibía luego de un pesado día de trabajo, vestida con un camisón coqueto y trasparente.
Le llenaría la cara a besos mientras degustaba mi cena, y luego lo arrastraría hasta nuestra habitación matrimonial donde me haría gozar toda la noche con esa larga, gruesa y titánica obra de la naturaleza. Lo haríamos así todos los días, todos los días, todos los días…
¡Madre, todos los días sin parar! Tal vez dejaría los domingos para pasear en la playa, que es mi actividad preferida. Pero luego me puse a lagrimear viendo mi dedo, tan pequeño y finito, mojadito de mí, no era lo mismo que la enorme herramienta de ese pintor…
Había una pared entre ambos, ¡sí! Fea y enmohecida. Pero ahora una enorme brocha había entrado en escena. Y parecía venir cargada con mucha pintura.
II. Una superficie demasiado estrechita para tanta brocha
El viernes volví a su casa. Llevé otro par de películas. Y desde luego ambas eran eróticas. Me costó armarme de valor para alquilar esas cosas, el jovencito pecoso de la tienda me sonrió como un pervertido cuando le pedí los DVDs.
—Buenas tardes, Rocío. ¿Me has traído mis películas?
—Uf, don Jorge, buenas tardes. Claro que las traje, las escondí en mi mochila. 
Puse una cualquiera y nada más darle al play, salí de la habitación y cerré la puerta para dejarlo en privacidad. Aunque él no supo ni tenía forma de saber que al otro lado yo estaba recostada contra la puerta, escuchando el intenso y seco sonido de su autosatisfacción. Me repuse para verlo a través del picaporte.
Me puse a babear. ¡Era impresionante aquello! Juraría que su lanza estaba más grande que el día anterior y todo. Me acordé de mi novio. Esa mañana en la facultad, durante las horas de clases, lo llevé a rastras hasta el baño de mujeres; estaba como un hervidero y necesitaba un hombre cuanto antes. Christian, mi chico, estaba súper nervioso porque no está acostumbrado a mis arrebatos, y de hecho se enojó conmigo cuando me reí al ver su miembro erecto. Es que no pude evitar comparar el pene de mi chico con el del señor Jorge, y la diferencia era tan abrumadora que simplemente me reí al ver el de mi novio.
Obviamente se cabreó tanto que dio por terminada nuestra aventura en el baño. Pero lo que mi chico no sabía es que, al haberme dejado a medias, me estaba enviando a la casa del pintor toda encharcada; estaba tan excitada que ya no me importó bajarme el vaquero allí en la casa de don Jorge, dispuesta a masturbarme contra su puerta mientras el señor se pajeaba.
Mi puño izquierdo quedó muy marcado por mis dientes mientras mi mano derecha se escondía bajo mis braguitas. No puedo describir el placer y la cantidad de intensos orgasmos que experimenté con mis pequeños dedos haciendo ganchitos dentro de mí mientras escuchaba las pajas de aquel señor. La cantidad de humedad en esta pared no era ni medio normal. 
Me quedé postrada allí contra la puerta, toda agotada, mirando mi dedito encharcado, apretujando mis muslos. “Tiene que ser mío”, pensé como una loba. La verdad es que ni yo me reconocía; ya estaba hartita de masturbarme, ¡quería carne de verdad!
Luego de varios minutos, tras entrar para cerrarle la hebilla del cinturón, y de limpiar una gota de semen que le cayó sobre la escayola del pie, agarré mi notebook y salí corriendo sin mirar para atrás ni escuchar sus perversas opiniones acerca de la película que le había alquilado. Pensé que tal vez encontraría la lucidez que necesitaba en una noche con mis libros y apuntes.
Pero es muy difícil estudiar en esas condiciones. A veces las letras y los números, y sobre todo los gráficos de mis libros, parecían transformarse en una enorme, gigantesca y llamativa… ¡verga!… ¡Todo mi cuerpito estaba enfocado en eso! Y mentalmente me pedí perdón a mí, a mi novio, y a su señora, y, y, y,… ¡Perdón a todos! Porque esa noche, al cerrar los ojos, decidí hacerle caso a esa maldita putita con cuernos y colita de diablo que campa dentro de mi cabeza, a esa chica que no para de gritarme: “¿Qué más da que te deje caminando como un pingüino por días? ¡Tienes que probar esa brocha! ¿O acaso vas a tranquilizarte con ese dedito que tienes? ¡Por favor, no es ni por asomo lo mismito!”.
Al día siguiente, sábado, como la señora estaba dialogando con el mismo vecino de siempre en el pórtico de su casa, don Jorge y yo tendríamos bastante privacidad. No obstante, decidí poner el seguro a la puerta, amén de encender la radio para poner música y así ver “nuestra” película porno en mudo.
—Rocío, voy a… bueno, creo que estarías más cómoda si te fueras de la habitación.
—¡No! O sea… hágase espacio, quiero verlo también… digo, quiero ver la película.
—¿Lo dices en serio? No creas que porque tú estás aquí vas a evitar que lo haga.
—¡Hágalo! Mastúrbese, pervertido. Tengo diecinueve, no es que vaya a ver algo súper novedoso.
—En serio eres una niña muy rara, ¿eh? ¡Perfecto, quédate! Dale al play.
Me senté sobre la cama y puse el notebook sobre mi regazo. La película no era nada especial. Una chica haciendo una cubana a varios chicos. El señor se volvió a empalmar. Y yo estaba sudando ya como una cerdita, abrazando una almohada, mirando boquiabierta aquella imponente verga de mis sueños despertándose de su letargo.
El señor simplemente no se aguantó y se volvió a tomar la polla, por encima de su ropa interior. Me miró y me sonrió conforme se la estrujaba con fuerza. Yo podría parar aquello, decirle que no era apropiado hacer eso, pero de alguna manera él notaba lo embobada que estaba por su miembro, lo caliente que me ponía viéndole masturbarse.
—¿No te molesta, Rocío, en serio?
—Ah… don Jorge —abracé con fuerza la almohada—, no está mirando la película. 
—Es que, preciosa, tú tienes también unas tetas dignas de mención, desde que las vi mientras trapeabas me he quedado obsesionado. Aunque con la almohada no puedo ver nada.  ¿Vas a mostrármelas o tengo que imaginarlas?
Tragué saliva. Mil pensamientos iban y venían. ¿Me estaba bromeando? ¿Me lo estaba pidiendo en serio? Su señora estaba afuera, en cualquier momento podría golpear la puerta. ¿Debería hacerlo? ¿Cómo era posible que aquella “brocha” me hipnotizara prácticamente? Seguro pensaba que yo era una chica tonta y fácil; ¿se estaba aprovechando de que me sentía culpable por lo que le había hecho?
Y lo peor de todo es que en un momento como ese la culpabilidad me empezó a invadir de nuevo. Que mi novio, que su señora, que mi decencia, que mi cuerpo no aguantaría ni un solo embate de su armatoste. Pero fue la lejana risita de su señora y su vecino los que me sacaron de mis adentros.
—¿Y bien, Rocío, qué esperas para mostrármelas? —no paraba de estrujársela.
—¡M-me voy a mi casa!
Salí a pasos rápidos y nerviosos, toda colorada, confundida y frustrada conmigo misma. Lo tenía decidido, quería hacer mío a ese hombre pero la conciencia me atacaba en los momentos menos propicios.
Lo peor de todo llegó a la noche, en mi habitación. Me tumbé sobre mi cama cuando me llamó el mismísimo don Jorge a mi móvil. Fue solo ver su nombre en la pantalla de mi teléfono y estremecerme todita. Mi cola incluso pareció boquear, como si rogara por su enorme y hermosa tranca. Tragué saliva y tuve la conversación más surreal de mi vida:
—¿Señor Jorge?
—Hola Rocío. Te llamo para decirte que te olvidaste de tu notebook. Lo tengo aquí.
—Ah, pues… mañana pasaré a buscarlo, gracias por avisarme.
—¿No te importa que lo use? Estoy aburrido…
—Claro que no, señor Jorge, úselo. Pero por favor no para ver porno —susurré. 
—Estoy viendo algo mucho mejor. Estoy viendo tu Facebook, niña.
—¡Ah!
—Vaya con las fotitos que tienes. Me encantan las que te tomaste estando en la playa con un chico… ¿quién es?
—¡Es mi novio! ¡Deje de ver mis fotos!
—Pero si te ves tan guapita. ¡Oh! Y en esta estás para mojar pan, Rocío, con tu bikini rosado, mostrando la colita tan rica que tienes, un poquito sucia de arena. ¡Cómo quisiera limpiártela! 
—¡Basta, pervertido! ¡Apáguela y duerma!
—¿Apagarla? ¿Eres tonta o algo así? Me estoy haciendo una paja mientras las veo.
En ese momento pude haberle gritado mil cosas peores, pero de nuevo mis carnecitas vibraron imaginando a su súper miembro. De mi cola y mi vagina directamente salieron unas corrientes eléctricas, si es que algo así es posible. Madre mía, es como si me exigieran que la enorme espada de ese señor me diera por todos lados pese a que era obvio que me iba a dejar magullada. Y para colmo juraría que podía escuchar ligeramente cómo se masturbaba. ¿O era simplemente yo misma quien imaginaba y oía cosas que no debía?
—¿S-se está masturbando de nuevo, don Jorge?
—¿Quién es ella? —suspiraba el señor.
—¿Quién?
—La rubia que te está abrazando en un Shopping. Es muy bonita. Alta, flaquita… ¡parece una modelo, no joda!
—Es mi amiga… ¡Es Andrea!
—Pues está muy buena.
—¿Está muy buena…? ¡P-perfecto! ¡Mastúrbese con ella, viejo pervertido! Como ensucie mi notebook se va a arrepentir.
—Aunque si te digo la verdad, las prefiero con más curvas, con más tetas y cola. Como tú.
—Ahhh, ¿en serio?…
—Uf, esta foto es genial. Tu amiga te está levantando una falda deportiva, seguro que es tu faldita de tenis. ¿Es una malla eso que llevas debajo? Te hace levantar la cola, la malla te la marca muy bien… Uf, me duelen los huevos, niña.
—Ah, no me hable así de feo, don Jorge… pero bueno —me acomodé en mi cama y abracé una almohada con mis piernas. El solo saber que ese señor estaba viendo mis fotos y tocándose me ponía súper… calentita… —. Don Jorge, la verdad es que me siento súper mal porque yo a su señora la respeto. ¡Además tengo novioooo!
—Madre mía, mientras más veo tu cola más me enamoro. Te digo que cuando la tenga a mi merced voy a violar todas las leyes habidas y por haber. O sea que no sé por cuánto tiempo me van a encerrar por lo que le voy a hacer a tu culito, ¿me estás escuchando, niña?
—¿¡Por qué me dice esas cosas!? ¡A mí nadie me toca la cola!
—Pues eso lo vamos a cambiar… ¡Uf! ¡Espera!… Estoy… a… ¡punto!
—¡Dios santo! ¡No ensucie mi notebook por favor!
Corté la llamada toda sudada. No lo podía creer, tuve mil y una oportunidades para ponerle frenos pero apenas tuve voluntad. Era obvio que el señor estaba jugando conmigo porque ya había visto que estaba loquita por él. Imposible a todas luces que el maldito pintor de mi casa me estuviera poniendo tan caliente, obsesionada, tan zorrita, ¡pero así era!
Recibí un mensaje suyo. “Envíame una foto de tus tetas”, decía. Tragué saliva. Pero no le respondí, yo soy una chica decente ante todo. Es normal que me sintiera mojada, es decir, ¡soy humana! ¡Pero también hago buen uso de mi raciocinio! Aunque a veces… sé que cuando estoy excitada no hago buen uso de la razón…
Mientras estaba metida en mis debates internos, me envió una foto de su verga en pleno apogeo. Se veía de fondo mi portátil, con una foto de mi Facebook donde yo llevaba un bikini, acostada boca abajo sobre una toalla en la playa. Se me erizó la piel cuando pillé su indirecta de hacerme la cola.
Esa noche no paré de masturbarme viendo la foto de su gigantesco pincel…
III. La superficie se humedece demasiado, ¡necesita una pasada YA!
Al día siguiente, domingo, fui a su casa luego de mis prácticas de tenis. Obviamente solo volví para recuperar mi notebook. Al entrar me senté al lado de la cama de don Jorge, quien estaba viendo televisión. Reposé mi raqueta sobre mi regazo y le hablé bajo.
—Buenas tardes, don Jorge.
—¿Vienes de tus prácticas?
—Sí.
—Si ese es el uniforme usual de las tenistas, me voy a volver fanático. Toda de blanco pareces una angelita. Camiseta ceñida, faldita corta. Estás realmente preciosa. Levántate y date una vuelta para mí. 
—¡Basta! Soy muy buena con los swings, le puedo dar un raquetazo a la cara como siga actuando así. 
—Venga, sé buenita. Estás toda sudada.
—Normalmente uso los vestidores del club para bañarme y cambiarme, pero entenderá que quise venir aquí cuanto antes.
—¿Porque estás emocionadita con lo que te dije de hacerte la cola?
—¡Don Jorge! Dios santo… solo vine para buscar mi notebook.
—Aquí tienes —me lo pasó, estaba en la cama, a su lado. Estaba limpio.
—No me gustó lo que ha hecho anoche, don Jorge. Usted está casado.
—Rocío, solo de verte en ese uniforme tan coqueto tengo una erección dolorosa. Lástima que se me quiera bajar en el momento que empiezas a parlotear. 
—Deje de hablarme así, por favor. Mi mejor amiga dice que estoy actuando rara ú

ltimamente, como si estuviera enamorada. Pero yo no estoy enamorada sino que estoy bastante confundida. Encima estoy de exámenes, no puedo desconcentrarme, deje de actuar así conmigo, ¡no podemos! ¡No debemos!

—¿Sabes? No tienes idea de las ganas que tengo de callarte de un pollazo. ¡Hablas demasiado! Cuando te ponga de cuatro, te voy a dar tan duro a esa tierna colita que de tu boca solo saldrán chillidos y baba, ¡como debe ser!
—¡Deje de hablarme así, yo soy una chica decente!
—¡Cierra la puerta, niña! ¿O quieres que me levante y te folle contra la pared?
En ese momento mi vaginita y la cola simplemente se estremecieron imaginando algo así. ¡Pobre de mí!
—¡Ah! ¡Entiendo, quédese allí, ahora cierro la puerta!
—Eso es. Ahora me la puedo sacar con comodidad…
—Ahhh —el destructor volvió a asomar todo poderoso, todo amenazante—. No se la saque, por favor…
—Ven, siéntate sobre la cama.
—E-estoy sudada, tal vez no debería…  
Se sacó el arma y empezó a meneársela de nuevo. Me hipnotizó toda. Perdóname, Christian, por ser tan putita. Tragué saliva y me acerqué lentamente, sentándome en la cama del señor, a su lado, dejando el notebook y la raqueta en el sillón, mirando siempre ese increíble pincel. Era fascinante, el señor la ladeaba y yo la seguía con la vista como si fuera una perrita que ve comida.
—¿Te gusta lo que ves, Rocío?
—Ah… No sé…
—Es enorme, ¿no es así?
Silencio.
—¿Es más grande que la de tu noviecito?
Silencio de nuevo. Pero me mordí los labios y afirmé tímidamente.
—Ya veo. Seguro que estuviste pensando en esto todos estos días, ¿no?
—No es verdad, no diga eso. 
—¿Y por qué te pones tan colorada? Venga, muéstrame tus tetas.
De nuevo mil dudas. Miré la puerta, comprobando compulsivamente que estuviera asegurada. Y pensé en lo morboso que era la situación, ¡esa enorme polla iba a tranquilizarse no viendo a una estrella porno sino a mí! Pero no tenía fuerzas para quitarme mi camiseta de tenis, una cosa era que el señor fuera un pervertido y grosero, pero otra cosa era que yo participara en su juego de esa manera; su esposa me caía muy bien, no quería traicionar esa confianza.
Así que como el señor me veía indecisa, dejó su verga y me agarró la cintura para acariciarme dulcemente, metiendo su mano bajo mi camiseta. Di un respingo; su piel estaba caliente. Dedos gruesos, rugosos. Me derretí.
—Ustedes las niñas se mojan fácil pero tienen mucho miedo. Por eso las prefiero mayores.
—¡N-no soy ninguna nena!
—¿Por qué no llamas a mi esposa? Ella sí me mostrará sus tetas, y encima las sabe usar…
—¡No! ¡Voy a mostrárselas!, ¿está bien? Pero escúcheme, como se burle o me diga alguna grosería le rompo la otra pierna con mi raqueta… 
Perdóneme, doña Susana, por ser tan zorrita. Deslicé una tira de mi camiseta, lentamente. El vientre se me sentía riquísimo del cosquilleo en el momento que mi seno se liberó de su sostén, además que el señor era muy hábil acariciándome con sus expertos dedos en mi cinturita, ahora metiéndolos por debajo de mi malla para tocar mi cola.
—Vaya dos ubres, pequeña vaquita lechera, son mejores que las de mis revistas.
—¡No me diga vaca, don Jorge! —me las tapé con las manos.
—Venga, no te enojes. Déjame verlas bien.
—¡Discúlpese primero!
Nos quedamos así por largo rato, él subiendo su mano por mi cuerpo para acariciarme, yo inclinando mi cuerpo ligeramente como una gatita que anhela más y más de su tacto. Cuando accedí a mostrárselas de nuevo, don Jorge bromeó de que era raro que yo tuviera “ubres” tan grandes pero aureolas pequeñas. Entonces, apretujando mis pezones, me ordenó algo. No preguntó, no consultó… simplemente ordenó con su voz de macho.
—Hazme una paja. 
Silencio.
—No sé, don Jorge… su señora… en cualquier momento…
—¿Por qué miras mi verga y no a mis ojos?
—¡Ah! Creo que debería irme a mi casa.
Como notó mi indecisión, agarró mi mano y la llevó directo hacia su coloso. Di un respingo del susto, era caliente, durísimo, se sentían las venas palpitando y de hecho era tan grueso que no podía cerrar mi mano en el tronco. Con el correr de los segundos me relajé y lo palpé con curiosidad. Empecé a acariciar el glande, luego a presionar las venas, antes de tomarlo con mis dos manitas para comenzar a pajearlo lentamente. No sé si el señor gozaba porque mis manos estaban literalmente temblando de miedo, ¿y si entrara en mí, cómo me dejaría? Magullada, destrozada, llorando de dolor.
—Rocío, hazme una paja rápida, fuerte.
—¿Fuerte?… ¿Cómo de fuerte?
—Puedes llamar a mi señora y te explica cómo lo hace.
—¡Ya cállese!
Seguí pajeando, con velocidad y apretando duro, como si fuera el mango de mi raqueta. Me pedía que le dijera cosas cómo cuán enorme era y si realmente había visto algo así en mi vida. Le dije todo, ¡le confesé la verdad! Pero tartamudeaba o me salían las palabras atravesadas; que la suya era imponente, hermosa, un titán, que me tenía loquita desde que lo vi, que también me daba mucho miedo. Quería decirle que dejara a su señora y que se casara conmigo, o que fuéramos de paseo por la playa un día, ¡ja! Pero ya no tuve valor para decírselo, solo me limité a mirar cómo de la uretra salía poco a poco un líquido traslúcido.
—Eso es, Rocío, lo estás haciendo bien. ¿Quieres probar algo especial que tengo para ti?
—N-no me gusta… tragar…
—¿Quieres que me ensucie y mi señora me pille? ¿Eso es lo que quieres?
—No… n-no quiero que me pillen a mí tampoco… me va a salpicar por mi uniforme…
—Pues va siendo hora de que utilices esa boquita para otra cosa que no sea parlotear. ¡Escupe y pajea rápido, vamos!
—¿Escupir?
Tras varios minutos de estar masturbándole su polla empezó a palpitar, la punta estaba rojísima ya. Junté algo de saliva y dejé caer un pequeño cuajo porque según él iba a ser más cómodo al estar lubricado. Mientras don Jorge bufaba como un animal, metió su mano entre mis nalgas, bajo mi malla, y empezó a jugar con el aro de mi ano:
—¡Ahhh, no toque ahí, puerco!
—Es impresionante lo prieto que lo tienes, Rocío. No te vas a poder sentar por un año a partir del día que te haga la colita. Te la voy a comer todos los días y te haré ver las estrellas. Venga, sigue pajeando que me falta poco.
—¡No siga metiendo ese dedo, por favor!
—¡Dale, cerdita! Anda, ve, ¡a tragar todo!
Cerré los ojos, abrí la boca y me la metí cuanto pude. Se corrió copiosamente mientras uno de sus dedos me hacía ganchitos en mi ano. Los lechazos iban y venían sin cesar, lo sentía acumulándose entre mis dientes y mi lengua. Cuando dejó de escupir semen, me aparté para respirar; mis ojos ardían, su leche era abundante y caliente, seguro mi carita estaba toda roja y desencajada. Hice fuerza para tragar; sentía cómo el semen del señor bajaba lentamente hasta mi estómago.
El destructor lentamente fue a descansar, perdiendo fuerza y tamaño. Mientras se iba, me dediqué a besar ese pedazo imponente con todo mi respeto y admiración, a sus huevos también, esperando que algún día pudiera entrar en mí.
Me desnudé luego para poder acostarme al lado de don Jorge, abriendo los botones de su camisa para besar su pecho mientras él me acicalaba y me decía que lo había hecho muy bien. Era la primera vez que me trataba tan dulcemente, ¡y me encantaba! Pero el reloj avanza, ¿saben? Y avanza rápido cuando haces cosas que te gustan. Podríamos estar toda la tarde acariciándonos y descubriéndonos puntitos tanto con los dedos como con la lengua, pero tienes que dejar que la pintura se tome un tiempo para que se seque. 
—Don Jorge, tengo que irme… —dije dándole un larguísimo beso, pegándome contra su cuerpo.
—Ve, Rocío. Pero déjame tu malla —me dio una fuerte nalgada y apretó mi cola.
—¡Ah! No sé, van a ser cuadras muy largas hasta mi casa si voy sin nada debajo de mi falda.
—¿Por qué no me quieres dar un alegrón, niña? Siempre tan indecisa —me atrajo contra sí y me chupó los pezones. Fue súper rico porque los tengo muy sensibles y desde luego que me convenció.
—Ahhh… B-bueno… Supongo que sí se lo voy a dejar…
Así que me levanté para hacerme con mis ropas. Eso sí, cuando terminé de vestirme le mostré la malla, acercándola lentamente a sus manos.
—Don Jorge —alejé mi malla y le sonreí—. Dígame, ¿va a masturbarse con ellas?
—Hasta el día que me muera, niña.
—Ya… Pues va a ser mejor que las esconda mejor que sus revistas porno. Me voy a mudar a otro país si su señora se entera, ¿entiende?
—Vamos a ver. ¿Por qué crees que tengo todas mis cosas en esta habitación? Mi esposa siempre ha dormido arriba, y yo aquí. Estamos separados, Rocío. Así que borra ya esa mueca preocupadita y dame tu malla.
—¿En serio? ¿Está usted separado? Pero si es amorosa ella…
—Amorosa lo es con el vecino, ese con quien habla todos los días.
—¡No me diga!
—Pues te lo digo. ¿Por qué crees que salgo siempre a hacer encargos de pinturería? ¡Porque no me agrada estar aquí! ¿Entonces entiendes por qué me enojé contigo por haberme confinado a este lugar?
—Uf, si fuera por mí lo llevaba a mi casa, don Jorge. Es más, a mi habitación, ¡ja!
—Gracias, Rocío. Pero no hace falta. ¿Vas a venir mañana?
—Obvio que sí, pero puedo quedarme un ratito más si usted quiere.
Me volví a sentar en la cama y acaricié su verga, pero ya no daba señales de vida. De todos modos el señor lamió sus dedos, e inmediatamente metió su mano bajo mi falda para darme una estimulación riquísima que me puso aún más caliente de lo que ya estaba.
—Mira, pequeña, a mí también me encantaría hacerlo. Por lo que estoy sintiendo, tienes labios muy abultados y jugosos, seguro que estás estrechita y todo, como sin estrenar. Eso es especial.
—Ahhh… sigaaa…
—Pero con una pierna y un brazo enyesados esto va a ser más comedia que otra cosa. Me gustaría hacerlo bien y en condiciones. Así que vas a esperar a que me recupere.
—Pero… ¡Usted estará como un mes así!
—Entonces hagamos que este mes no sea tan aburrido, Rocío. 
IV. Repasando capas de pintura
A veces, por ridículo que pueda sonar, simplemente iba para verlo masturbarse mientras yo hacía lo que él me ordenara. Ya sea darle de “lactar” con mis supuestas ubres (¡Uf!), o susurrarle las cositas que le hacía yo a él en mi mundo de fantasías, en ese mundo donde él era mi marido y yo simplemente una esposa que no vestía más que un coqueto camisón de lunes a sábado. Los domingos íbamos a una playa imaginaria para pasear de la mano. Incluso, cuando la confianza entre nosotros dos llegó a su punto álgido, me enseñó a estimularle la próstata, algo que le ha hecho derramar más leche que un jovencito, salpicando por todos lados, cosa me ha acarreado algún que otro momento incómodo al volver a mi casa.
Durante las noches le enviaba fotos constantemente. Aprendí a hacer varias poses para resaltar mis senos así como probarme las ropas más sugerentes que tengo. Pasando por bikinis, tangas, algún que otro camisón y hasta hilitos diminutos que solo los usaba para disfrute de mi novio. A veces jugando con el mango de mi raqueta, toda sugerente, pues al parecer el tenis le estaba empezando a gustar.  
En ocasiones yo me subía a su cama y le ayudaba en su manualidad, o simplemente nos autosatisfacíamos juntos, o cada uno por su lado, pero pegaditos en la cama. Según él, mientras más conociéramos nuestros cuerpos y puntos erógenos, mejor rendiríamos en la cama para el día que prometimos hacer el amor. Así que explorábamos todas las tardes de las maneras más bonitas y perversas posibles. Incluso aprendí a estimularme con sus salchichas de pavo para luego dárselas de comer, todas mojaditas de mí. Me lo hizo probar una vez pero no me gustó nada, aunque a él sí que le encantaba. 
Y repasábamos las capas de pintura de nuestra particular pared, esperando estrenarlo un día, una tarde, una noche, ¡en algún momento! Le confesé mis miedos de intimar con un hombre grande como él, pero me prometió, a su manera brusca, que haría lo posible para no lastimarme. No supe si creerle porque también confesó que le excitaba que las chicas gritaran mucho…
No sé si su señora sospecha. Pero es verdad lo que decía don Jorge, que a

ella le daba igual todo: verme salir en horas de la noche de su habitación, pillar que iba sin malla bajo mi faldita de tenis los días domingos, o incluso verme entrar allí con ropa muy sugestiva. Nunca me preguntó, nunca puso mala cara, nunca insinuó conmigo nada al respecto ni mucho menos dejó de prestar ayuda a su marido, ya sea cocinando o ayudándolo para movilizarse un poco por la casa o jardín. Es más, bastante contenta se la veía y creo que su vecino habrá tenido algo que ver con todo eso. Contentos todos, ¿para qué hacer preguntas?

A veces recuerdo esa tarde en la que por mi torpeza terminé rompiéndole extremidades, y sonrío porque el destino es muy gracioso con sus jugarretas. ¿Porque quién iba a decirle a mi papá que todo terminaría así? Con su hija desnuda jugando embobada todos los días con el enorme “pincel” del pintor que contrató. 
Lo acompañé al médico el día que fue a quitarse las escayolas, más nerviosa por mí que por él, siempre pensando en su brava promesa de ponerme de cuatro y hacerme ver las estrellitas. Esa tarde me cumplió una fantasía que no esperaba: paseamos por la playa como si fuéramos marido y mujer, aunque la realidad es muy distinta porque probablemente yo parecía más bien una hija que amante.
Aún no hemos pactado cuándo lo haremos porque a veces me da vértigo pensar que algo así va a entrar en mí, ¡uf! Pero creo que es lo normal, es demasiada brocha para una superficie tan estrechita. De todos modos, la pintura, esta pintura, ha quedado muy linda en esa pared antes enmohecida que nos separaba, ¿no creen?
Muchísimas gracias por llegar hasta aquí

 

 

 

Relato erótico: “Reencarnacion 2” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 2

Por la mañana, ya estoy más serena, aunque al ducharme juego con la alcachofa de la ducha entre mis muslos. Me alegra saber que es viernes, y por fin acaba esta extraña semana. Ha sido raro conocer a Javier, su forma de ser y sus semejanzas con mi marido, me han dejado descolocada. Asumo que es una mezcla de soledad y desesperación, y como tal, acepto que es cosa de mi mente, y que debo aprovechar esta situación para tratar de salir de la rutina aburrida y odiosa que es mi vida.

Al salir a mi habitación, veo mi móvil, y recuerdo el último pensamiento antes de quedarme traspuesta. Tengo que buscar a alguien, necesito un cuerpo tibio que abrazar, caricias sobre mi piel, sentirme deseada y porqué no, sexo, el problema es que no tengo ni idea de dónde buscarlo. Pienso en mis amigas, que siempre me quieren buscar con quien emparejarme. Cojo y llamo a Carmen, la misma que trata de liarme con un “primo suyo”.

– YO: Hola, perdona que te moleste tan temprano.

– CARMEN: Tranquila mujer, ¿Ocurre algo?

– YO: Nada especial, ¿Qué tal todo por casa?

– CARMEN: Un poco revuelto, la verdad.

– YO: ¿Y eso? Pensaba que desde las vacaciones en la playa del año pasado, estabais bien.

– CARMEN: Bueno…las cosas cambian, mi hija Marta está sopesando opciones, y mi hijo Samuel lleva unos meses viajando, así que en casa estamos Roberto y yo solos.

Una forma muy discreta de decir que su hija se ha vuelto lesbiana, marchándose a vivir con una tía suya un poco rara, y que su hijo se ha vuelto loco, embarcándose en la búsqueda de una chica que conoció y le dio plantón. Son la comidilla de ciertos círculos de la alta sociedad, y en voz baja se dice que, cuando su marido sale de casa, un joven del edificio en el que viven, sube a “desatascarle las cañerías” a mi amiga.

– YO: No sabes cuánto lo lamento.

– CARMEN: Ya te llegará el día en que tu hijo vuele del nido. – asiento sabiendo que es algo necesario y doloroso.

– YO: En fin, no quería andar de cháchara… ¿Al final, esta noche salís a tomar algo? – casi puedo notar su sonrisa a través del teléfono.

– CARMEN: ¡Pues claro que sí!, ¿Creía que no te interesaba salir con nosotros?

– YO: No es eso mujer, pero me apetece salir y despejarme un rato.

– CARMEN: Pues no se diga más, vente, y así te presento a Emilio, un primo de mi marido que está por la ciudad, le llevamos a cenar al sitio ese italiano de hace unas semanas, y luego a bailar y tomar alguna copa, ¿Te acercas sobre las nueve? – no creo que trate de disimular que nos quiere emparejar.

-YO: Allí estaré… ¿Llevo algo especial? – el tono es imposible de confundir.

-CARMEN: Ve como siempre, le vas a encantar, y ya verás que guapo es…- los besos de despedida suenan algo falsos, antes de colgar.

Me quedo sentada en la cama, pensado en lo que voy a hacer. No sé si es que estoy superando al fin la muerte de Luis, si es la aparición rocambolesca de Javier, o que simplemente necesito afecto, pero si ese tal Emilio no es un gilipollas, y es mono, tengo toda la intención de traérmelo a casa. Necesito contacto humano, sentir la piel de otra persona tocando la mía y el tibio cuerpo de un amante a mi lado.

Un fugaz sentimiento de culpa queda olvidado al vestirme con un traje de oficina negro con pantalones. Desayuno esperando que Carlos aparezca, y le llevo a la universidad. Por el trayecto lanzo ciertas indirectas para saber si mi hijo estará en casa esta noche, o saldrá hasta las tantas de fiesta como suele hacer, pero me da vagas respuestas. Voy al trabajo notando un ligero nerviosismo creciente en mi estómago. Pasa el día terriblemente despacio, y la idea de lo que pueda pasar esta noche, me hace desear que pase todavía más lento.

Inevitablemente llega la hora de volver a casa, llamo a Carlos para saber si debo ir a recogerle, y me dice que sí, pero el leve instante de ilusión de ver a Javier se desvanece cuando me paso a buscarle, y le veo acercarse al coche él solo. No me atrevo a preguntar para no parecer una loca desesperada, pero en el fondo es un alivio no verle, tengo demasiadas cosas en la cabeza hoy.

Una vez en casa, me cambio y me pongo mi camisón, como junto a mi hijo con un silencio constante, y luego me siento en el sofá a esperar. Los viernes por la tarde Carlos suele quedar, y hoy no es diferente. Al par de horas le escucho ducharse y salir arreglado de su cuarto, con un pantalón vaquero con cinturón de cuero, zapatos de vestir y un polo rojo que le quedan bastante bien, despreocupadamente peinado y con un potente perfume juvenil que me inunda las fosas nasales. La verdad es que no me extrañaría encontrarme a una chica en casa mañana por la mañana, escabulléndose avergonzada, como ya ha ocurrido alguna vez.

– CARLOS: Me voy, mamá, no sé cuando regresaré, pero será tarde.

– YO: Vale hijo, ten cuidado. Yo también saldré, voy a cenar con Carmen, si pasa cualquier cosa llámame.

– CARLOS: Vale, hasta luego.

Ni se acerca a darme un beso, pero me deja sonriendo, cuando me dice que “será tarde”, quiere decir que no estará en casa antes de las seis de la mañana, tiempo de sobra para mis planes. Espero un tiempo prudencial después de escucharle irse, y me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a suceder.

Me voy al aseo y me doy un baño relajante con velas perfumadas, y una copa de vino tinto que me relaje los nervios. Al verme desnuda me doy cuenta de que mi rubio vello púbico está muy descuidado, y me lo arreglo un poco, solo lo recorto dejando un triángulo coqueto, ya que no me gustó mucho la única vez que me lo rasuré del todo. Es cuando me voy al armario de mi cuarto y busco algo que ponerme.

Es complicado, ya que tienes que pensar en todas las eventualidades posibles. Elijo unas braguitas negras, elegantes y sobrias, con un sujetador sin tirantes del mismo tipo, que me hace una figura de pecado. Lo siguiente es la ropa, pruebo varios modelos, pero si quiero impresionar debo lucirme, y escojo uno de los vestidos vaporosos de estampados de flores que tanto me gustan en verano. Es negro salpicado de pétalos dorados, de un solo hombro en el lado izquierdo, y dejando mucha de mi espalda al aire. Ceñido hasta la cintura, sin escote pero dejando ver gran parte del inicio de mi seno derecho, y con un vuelo alegre hasta las rodillas. Me pongo unos zapatos oscuros con arreglos amarillos, y me siento a maquillarme.

Me peino hasta dejarme una cascada de oro liquida, con la raya al medio y el pelo suelto dejándolo caer sobre mis brazos. La sombra de ojos exhibe mis profundos ojos azules y le doy un toque de color a mis mejillas, para que el rojo pasión de mis labios no sobresalga tanto. Cambio mis cosas a un bolso negro diminuto, con una correa dorada, me pongo unas pulseras algo sueltas y un reloj pequeño en la otra muñeca, a juego con unos pendientes algo largos, todo en tonos cobre u oro.

Al mirarme al espejo me veo espléndida, no es que otras veces al salir con mis amigas no me viera guapa, pero hoy tengo un brillo especial, y creo que es por la perspectiva de una pequeña victoria. Temo pasarme de fresca, y en el último segundo cojo una mantilla oscura para echarme por encima de los brazos, “Por si la noche refresca”, me miento a mí misma, no quiero parecer una mujer fácil. Miro la hora y son casi las ocho, se me ha ido el tiempo en arreglarme, y salgo de casa a toda prisa.

Intento no arrugar el vestido al sentarme en el coche, y conduzco fingiendo estar tranquilla. Llego cerca del restaurante donde he quedado con Carmen, aparco y me acerco andando unos metros. Es un sitio bonito, y donde aparte de ser caros, te dan buena comida italiana. Aparento serenidad pero aprieto las manos con firmeza en la puerta, y un momento antes de pasar, me guardo los anillos de casados en el bolso. Suspiro, y entro en escena.

Al pasar al comedor, Carmen se levanta enseguida, va con un vestido largo blanco precioso que luce con su delgado y fino cuerpo, y su melena oscura la favorece aún más. Antes incluso la veía marchita, no sé qué pasó en aquellas vacaciones, pero desde que regresaron, parece más… ¿Feliz? Me saluda con una sonrisa enorme, y me acerco tratando de parecer despreocupada. Tras mi amiga, se levanta su marido, Roberto, un hombretón con barriga prominente y traje azul marino de abogado de los buenos, lo que es. Esperaba encontrarme más gente, pero tras saludar a su esposo, que parece no gustarle estar allí, solo veo a un hombre, que se pone en pie, tan nervioso como debe vérseme a mí.

– CARMEN: Este es Emilio, un sobrino de Roberto. – dice con voz calmada, girándose a él – Ella es Laura, una amiga. – el hombre me dedica una mirada cómplice. Él sabe igual que yo que es una trampa para emparejarnos, pero le debe pasar lo mismo que a mí, ya que al verme, parece que le gusta lo que ve, y a mí, también.

Es un chico joven, de unos treinta y pocos años, con un traje elegante negro, pero sin cobraba en una camisa blanca por fuera. Tiene el pelo muy corto negro, en forma de flecha, tratando de esconder unas entradas prominentes, con una cara agradable, bonita sonrisa perfecta y ojos pardos. Delgado, de mi altura, aunque con los tacones puestos, y modales exquisitos demostrados al dejar la servilleta en la mesa al levantarse a saludarme con la mano, o agarrarse del vientre para evitar mancharse la chaqueta.

– EMILIO: Un autentico placer, Laura. – sin esperar a nada, se mueve para colocarse tras una silla a su lado, y me la ofrece, le dedico un gesto amable por ello al sentarme, mientras me ayuda.

-YO: Muchas gracias, Emilio. – se sienta a mi lado, y agradezco su maniobra, me ha alejado de Carmen y su marido para poder charlas solos.

La cena es de lo mejor que me ha pasado en años. Pese a un inicio algo típico, con silencios incómodos y pedir la cena, con alguna que otra conversación de protocolo con mi amiga y su marido, mi pretendiente sabe meterse en el momento justo para empezar a hablar conmigo. Carmen distrae a su esposo para que no interrumpa, aunque tampoco hace falta, tiene pinta de querer irse en cuanto pueda.

El dialogo con Emilio se hace fluido, y empezando con las cosas más normales, ¿Trabajas?, ¿Qué haces en tu tiempo libre? O ¿Cómo te va la vida? Me siento cómoda con él, o mejor dicho, me quiero ver cómoda con él. No es que disimule, pero tampoco le cuesta comerme con los ojos, y juego un poco girándome hacia él, regalándole un par de cruces de piernas sensuales. Por su parte, acaba pasando su mano por detrás de mí, apoyándose en el respaldo de mi silla, y me dejo rozar la espalda por sus dedos.

Le hablo de mi vida, la que conocéis, omitiendo detalles, pero el principal es que llevo tres años viuda. Me parece que le estoy gritando que necesito cariño, y me capta enseguida. Me habla de su vida, mientras avanza con las caricias en mi costado, o gestos tiernos en mi brazo, hasta en una carcajada que me saca, se atreve a sujetarme de la rodilla un fugaz instante. Me dice que es médico, que está de visita por un congreso, y que apenas tiene tiempo de conocer mujeres tan especiales como yo, de las que merecen la pena. Me sonrojo al verme adulada, no es el primero que me halaga, pero sí el que tiene posibilidades de tenerme a su merced. Otros más guapos, o más interesantes, han tratado de seducirme antes que él, pero le ha tocado la lotería esta noche, y se ha dado cuenta.

Al acabar la cena, nos tomamos una copa, y salimos del restaurante algo tarde. Carmen quiere ir a bailar a un local cubano cercano, pero Roberto se niega, y se la lleva a casa. Emilio, al intuir mis intenciones, juega sus cartas para llevarme a mí sola a menear las caderas.

Mi mentira se hace realidad, y la noche empieza a helarse, me pongo la mantilla por encima, pero tal como deseaba, él se quita su chaqueta y me la pone por los hombros. Huele a hombre, con un perfume mucho más potente y serio que el de mi hijo. Aprovecha al ponérmela para dejar su mano en mi espalda, y termina cayendo a mi cadera, pegándome a su cuerpo.

Me gusta todo lo que está pasando, o quiero que me guste, y al llegar al local de baile, pido un par de copas más, y me lanzo a la pista con él detrás. No somos ningunos expertos en danza, pero me apoyo en su pecho y Emilio en mi cintura para movernos al son de la música, reírnos, y dejo que me susurre cosas hermosas al oído, rozando nuestras caras, acercándonos a cada cambio de canción.

– EMILIO: Eres preciosa, y soy muy afortunado esta noche.

-YO: No seas adulador, no te hace falta, me lo estoy pasando muy bien.

– EMILIO: Solo era sincero, me gustas mucho, y me encantaría conocerte mejor. – buena frase.

-YO: A mí también, eres un encanto y muy amable. – le dejo en bandeja la oportunidad.

-EMILIO: ¿Puedo…besarte? – la sonrisa le delataba hacía unos minutos, lo está deseando, pero ahora se queda muy cerca de mi cara tras susurrarme aquellas palabras, y noto su nariz en la mía. Poco a poco nos acercamos, siguiendo el ritmo de la canción, y pienso un instante en Luis, antes de besarnos.

Es algo tenue, y su perfecto afeitado no me atrae, pero siento sus labios húmedos y cálidos, sus manos me sujetan con una intención diferente y acabo abriendo la boca para recibir su lengua. Ha sido muy rápido, pero es a lo que venía esta noche.

No pasan ni diez minutos cuando estamos saliendo del local cogidos de la mano. Me ha pedido ir a un sitio más tranquilo, y como él está durmiendo en casa de su tío Roberto, le he dicho que mi casa estaba sola, sin pensármelo mucho. Voy algo borracha, me he tomado un par de chupitos de más, y le dejo conducir a él, que sin disimulo, acaricia mis piernas cuando puede, posa la mano en mis muslos y mueve los dedos con calma, no es algo erótico ni provocativo, pero me gusta.

Al llegar a casa, se atreve un poco más, y con ánimo de sujetarme ante mi tambaleo de tacones altos y bebida, su mano pasa de mi cintura a mi culo, donde acaba agarrándome a través de la tela del vestido y mis braguitas, con una ternura ya olvidada por mi cuerpo. No aguanta más la tensión sexual, y en el ascensor se me tira encima, le rodeo con una pierna mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, y su boca baja de la mía a mi cuello. Le abrazo queriendo que me haga suya allí mismo, la experiencia con mi marido me dice que si era incapaz de reprimirse hasta llegar a casa, me aseguraba una noche de sexo bestial. Pero llegamos a mi piso, me arreglo un poco avergonzada la ropa, y le meto en mi casa rezando, “Que mi hijo no esté”.

Son las tres de la mañana, me encanta entrar y no ver a nadie en su cuarto. Emilio va detrás, sabe que no debe hacer nada, ya soy suya, y le meto en mi cama a empujones y besuqueos. Es dulce, y antes de arrebatarme la ropa salvajemente, pasamos unos minutos besándonos, descubriendo que sus manos tienen predilección por mis senos, que acaban fuera del vestido, al abrir el broche del hombro, y del sujetador, que me quita con un hábil gesto con una mano. No recordaba tener unos pezones tan grandes y duros hasta que los lame, me vuelve loca, y lo usa contra mí.

Su experiencia médica debe darle algún conocimiento, ya que allí donde me toca, siento placer, y acabo tumbándome y poniéndome encima a horcajadas, notando en mis piernas su abultada entrepierna. Me saco el vestido mientras él se descamisa, y veo un pecho algo delgado y con mucho vello, me doblo para besarlo, y subir hasta su cuello. Gime de gusto al cogerme del culo, y es consciente del frote de mi prenda íntima contra su falo encerrado bajo el pantalón.

Me gira sobre la cama, me besa las piernas estiradas hacia arriba, mientras eleva mi cintura para sacarme las braguitas de un sólo gesto constante. Me tiene abierta de piernas totalmente desnuda, soy suya, y espero paciente a que se quite el resto de la ropa, con un calzoncillo a rayas muy soso, que deja ver un miembro duro de un tamaño estándar, que no me desagrada, las monstruosidades me asustan.

– EMILIO: No tengo condones, preciosa mía.

-YO: Da igual, no puedo quedarme embarazada. – murmuro triste la historia de mi primer embarazo y sus complicaciones.

Al decirlo, me siento aliviada por primera vez en mi vida, y pese a que existe cierta dosis de peligro de una ETS, es médico, y me quiero fiar, necesito sentir carne humana, no deseo más plástico.

Emilio se lanza a comerme los pechos, mientras le sujeto la cabeza para que no deje de hacerlo. Tirito cuando juega con su lengua en mis pezones, y le rodeo con ambas piernas para presionar su sexo contra mi vulva, que está encharcada. Le cuesta muy poco dirigir su miembro a mi entrada, y cogiéndome de la cadera con una mano, empieza a penetrarme. La sensación es horriblemente dulce, duele algo, pero es positivo. Va con calma y cuidado, pero en pocos instantes ya me ha perforado con toda su hombría, y mi espalda se encorva de placer. Araño las sábanas de pura congoja, y grito poseída, sacándole una sonrisa.

-YO: ¡Dios sí, joder, que bien se siente! – lo digo en serio, había olvidado esta sensación, y ahora al retomarla, me encanta.

– EMILIO: ¡Como me pones, eres espectacular, y qué cerrado lo tenías!

Me pongo algo colorada, pero le abrazo y me besa dejando que nuestras leguas se mezclen con alegría, controlando su pelvis, moviéndose elegantemente, y generando una fricción deliciosa. Acompaso sus gestos con mis piernas cruzadas tras su espalda, y empieza a aumentar el ritmo, por momentos me coge de ambos senos, y me percute ferozmente, pero es cuando me agarra de la cintura cuando lo da todo, y me eleva. Su expresión al verme bajo él, totalmente expuesta y dejándome llevar, con mis senos moviéndose libres y mi cadera haciendo fuerza para recibirle mejor, es excitante.

Me niego a ser la que era con Luis, el cuerpo me pide voltearnos, y montarlo como me gustaba hacerle a mi fallecido marido, pero no lo hago, le dejo dominarme, no busco en él nada más que un amante para esta noche, y es lo que me da, llegando a abrirme bien ante su mirada.

El sudor refleja nuestra piel, y cada golpe de pelvis me alza sobre los cielos, la humedad hace todo más fácil y me encuentro doblegada ante sus acometidas. Sabe tocarme, y acaba con un dedo frotando mi clítoris, lo que multiplica el placer y termino sintiendo un leve orgasmo que él aprovecha para dar una última velocidad en unos minutos gloriosos, en que no bajo de ese estado de placer, pero sin llegar a eclosionar del todo.

Emilio no para, y tras un espasmo tenue, se corre dentro de mí, abriéndome bien de piernas, es algo que también echaba de menos, ese calor interior y las convulsiones cortas en mi útero. Aprieto algo mis músculos vaginales para sacarle todo, y se vence sobre mí, besándome por el cuello mientras jadeamos. Le rodeo con mis brazos y acabamos acostados el uno al lado del otro.

No me siento especialmente orgullosa, ni llena de dicha, pero tengo a un hombre en mi cama al que poder abrazar, y es lo que necesitaba. Me quedo dormida sobre su pecho, pero al par de horas el ruido inconfundible de mi hijo entrando en casa me sobresalta. Veo mi cama sola, y me siento confusa, “¿Y Emilio?”. Me pongo nada más que mi camisón encima, y asomo la cabeza al pasillo.

Carlos pasa de largo, de su mano va una joven que va en peor estado de embriaguez que él, muy mona, con el pelo largo castaño en cola de caballo, camiseta oscura semi transparente enseñando un sujetador amarillo brillante debajo, y un pantalón negro de cintura baja. La joven me dedica una mirada fugaz, abochornada tal vez, pero se va tras él a su cuarto, no me hace falta que me digan a lo que van.

El susto parece que pasa, no van a salir de su cuarto y puedo sacar a mi amante discretamente…si es que le encuentro. Me giro y no veo su ropa en el suelo, donde la dejamos, solo la mía, y voy a buscarle al baño. Cuando voy a abrir la puerta, Emilio sale y casi nos chocamos de bruces. Me tranquilizo un poco y le dedico una sonrisa cómplice, le sujeto de la nuca y le beso, pero en cuanto lo hago, noto que algo no va bien, ya está vestido.

– YO: ¿Dónde estabas? – murmuro.

– EMILIO: Me he dado una ducha, espero que no te importe. – su tono ha cambiando, es dulce, pero triste.

– YO: Mi hijo ha llegado, perdona si te parece mal, tal vez….deberías irte.- no quiero parecer grosera, pero no quiero ni pensar en las explicaciones que tendría que dar si le ve Carlos.

– EMILIO: Sin problemas, de hecho, ya me marchaba…Laura, ha sido una velada increíble, y me ha gustado conocerte.

– YO: Y a mí también…no sé, si te quedas unos días más…podríamos…- me corta antes de acabar, está nervioso, poniéndose la chaqueta y buscando con la mirada la puerta de la salida.

– EMILIO: Claro…estará bien…pero estoy algo liado…y no sé cuando nos podremos ver…yo te llamo, ¿Vale? – me da un beso horrible, casi ni se molesta en saborearlo.

-YO: Bueno, vale…pero no tienes mi número – le digo mientras ya está camino del pasillo.

– EMILIO: Ah, si…no te preocupes, ya se lo pido a Roberto.

Le acompaño hasta el recibidor, en silencio y en la penumbra, es un milagro que no tiremos ninguna figurita de la mesilla donde ponemos las llaves, y le tengo que agarrar del brazo al abrirle para que se gire hacia mí. Me da un beso, algo más trabajado, y me repite que me va a llamar, pero en cuanto le veo meterse en el ascensor, sé que es la última vez que le voy a ver.

“¡Tonta, ¿Qué te pensabas?! No eres más que una cuarentona salida. ” Me digo al darme cuenta de que me han usado, o se han aprovechado de mí, pero al menos he dado un paso más en mi recuperación, en ese duro camino que es volver a vivir. No me importa demasiado que Emilio desaparezca, no era mi tipo, delgaducho, con mucho vello en el pecho y medio calvo, con aspecto algo cadavérico diría, y al final ha demostrado ser un capullo. Ha cumplido su función, quitarme tonterías de la cabeza dándome una noche de placer y calor humano, punto.

Recupero mis anillos del bolso y me los pongo en su sitio, el dedo anular de la mano. Me voy a la cocina a beber algo de agua, y al regresar paso por el salón y me quedo blanca al ver a alguien medio tumbado en el sofá. A Carlos se le empieza a escuchar con la chica en su cuarto, “¿Quién está ahí?” Me acerco sigilosa, cuando el miedo me dice que corra a encerrarme a mi cuarto, pero avanzo. En cuanto me acerco veo a Javier allí tumbado, con los ojos abiertos mirándome por encima del respaldo.

– YO: ¡Maldita sea, Javier, qué susto me has dado! – le digo en un grito en voz baja.

-JAVIER: Discúlpeme…es…es que hemos llegado ahora…y no me encuentro muy bien. – sigue siendo muy educado, tal como va, con el aliento que me dice que se han pasado con el ron, y sin apenas poder fijar la vista en mí, trata de no aparentar la “cogorza” que trae.

– YO: ¿Necesitas alguna pastilla? – le ofrezco una que me he tomado yo hace unos minutos, el alcohol ha bajado en mi sangre, pero hacía mucho que no me ponía tonta, y la cabeza me duele.

– JAVIER: Sí…si es tan amable.

Se la traigo con un poco de agua, el pobre se la toma haciendo esfuerzos enormes por mantenerse quieto sentado en el sofá, y pasado un minuto, se pone en pie. Casi se cae antes de dar un paso, y al tercero se me echa encima por sujetarse a algo. El chico debe de pesar unos 90 kilos y apenas puedo con él, me las veo negras para sentarle de nuevo, y cuando lo logro, se cae redondo sobre un cojín.

– JAVIER: Perdóneme, es que…he bebido de más, pero enseguida me voy. – me da una pena terrible verle así, y que pueda pasarle algo por la calle.

-YO: No te vas a ningún lado, tú quédate aquí y descansa, mañana ya lidiaremos con la resaca.

No hace el menor intento por responderme, acierta a quitarse los zapatos, y una chaqueta fina, antes de quedarse dormido como un tronco. Le traigo un manta y le arropo, me siento tentada de desabrocharle los pantalones y el cinturón, dormir así es malo, pero las malinterpretaciones que pueda ocasionar, son peores.

Me dirijo a mi habitación, y me doy una ducha para quitarme la sensación de sudor y fluidos de encima. Busco a tientas una prenda cómoda, pero no me quedan, así que me pongo un tanga negro de los que uso poco, y el camisón para dormir. Me cuesta hasta que pasan unos minutos, y mi hijo deja de hacer gritar a la muchacha, pienso un instante en lo que le debe de hacer, con esa sexualidad juvenil tan experta de hoy en día, o si es que Carlos la tiene bien grande. Es para distraerme, ya que en realidad, lo que estoy pensando es que Javier está en mi sofá, y me maldigo. Lo de Emilio no ha servido de mucho, o al menos, no me ha borrado a ese clon joven de mi esposo de la cabeza.

Lo primero que siento es esa mirada clavada en mí, no sé cómo, pero sabes que te están observando, y me despierto tumbada boca abajo en mi cama. Me giro y veo a Javier en mi puerta, mirándome algo cansado, parece que acaba de llegar a mi puerta a pedir algo, tal vez algún sonido me haya desvelado.

– JAVIER: Perdóneme…pero…ya es de día, y me encuentro algo mejor, sólo quería despedirme antes de irme. – agacha la cabeza enseguida.

– YO: Claro, no pasa nada…- es cuando al girarme me doy cuenta, el camisón se me ha subido al vientre, y el chico ha tenido un buen primer plano de mi trasero en tanga, todo el tiempo que estuviera allí. Disimulo al levantarme, colocándomelo con cuidado, y saliendo con él al pasillo.

– JAVIER: Le pido mil perdones por esta noche, no pretendía que esto ocurriera, es que bebí mucho, y no me supe contener. –al decirlo, me acaricia el brazo con gentileza, y su tono de voz, aunque con algo de lastima, es firme.

– YO: Todos hemos sido jóvenes, y la resaca te va a enseñar a controlarte…anda, si quieres puedes quedarte un rato en el sofá, todavía es pronto.

– JAVIER: Muchas gracias, pero no, ya he abusado de su hospitalidad, además tengo que ir a sacar a mi perro, que lleva toda la noche sin ver la calle el pobre, pero de verdad, no sé como agradecerle todo, Laura, es usted fantástica. – y de sopetón me da un abrazo que me envuelve entera, y aunque me pilla algo adormecida, me alzo para recibirlo, y sentir su cuerpo. Hasta al separarse, tiene la osadía de darme un beso en la mejilla que me encandila.

– YO: Eres un encanto.

-JAVIER: No lo soy, me he excedido….y espero no haber ahuyentado a nadie…- ahora sí, me quedo hecha una piedra, “¿Se refiere a Emilio?, ¿Le llegó a ver?”

– YO: Me parece que Carlos y su amiga no han pensado mucho en ti…- improviso al paso.

-JAVIER: De acuerdo. – una sonrisa tibia me dice que no ha colado.

Se marcha y le sigo hasta la puerta, la verdad que con algo de luz y esa ropa, una camisa a cuadros y un vaquero rojo, está para comérselo, pero sacudo la cabeza negándome esa idea, y le digo adiós con la mano.

Me vuelvo a la cama, y me levanto el camisón para ver en el espejo la imagen que se ha llevado el muchacho de mí, “Sí señor, una buena forma de empezar el día”, no recordaba que me quedaran tan bien los tangas, tengo el trasero precioso y ayuda mi tono de piel algo morena debido a los rayos uva del gimnasio. Me avergüenzo un poco, y sigo durmiendo.

Mi despertador suena un par de horas más tarde. Son las diez de la mañana y mi sábado comienza. Me doy una buena ducha, y al vestirme, por primera vez en mucho tiempo, escojo un tanga fino y me pongo las mallas grises ajustadas del gimnasio, con un top azul ceñido y una camiseta blanca por encima. Al mirarme el trasero en el armario, me reafirmo, con esta cinturita y este trasero, voy espectacular.

Voy a la cocina con mi bolsa de deporte preparada, y empiezo a desayunar. Media hora más tarde sale la joven del cuarto de mi hijo, trata de pasar desapercibida pero la llamo, y tengo una conversación de chicas, mezclada con madre preocupada. Me alegra saber que han usado protección, “Ya ha hecho más que yo” me juzgo, y que la chica es algo más avispada de las habituales, pero ha caído en las garras de Carlos, como muchas antes. Me ofrezco a llevarla a algún lado mientras mi primogénito sigue durmiendo a pierna suelta. Ambas nos vamos hasta una parada de metro cercana, y nos despedimos.

Voy al gimnasio con ánimos renovados, quien diría que una noche como la pasada, carga las pilas. Me paso una hora corriendo en la cinta, y luego otra en clases de aeróbic musical. Debo estar radiante, hasta el morenazo que da la clase me dedica unas miradas cuando pongo el culo en pompa, y me siento renacer a cada comentario de mis compañeras, diciendo que se me ve llena de luz, y que estoy resplandeciente. Paso media hora en la sauna, y luego otra en el pequeño spa, la mezcla de aguas y masajes me hace abrirme como una flor, y cuando me ducho, me pongo un culotte negro bajo una falda blanca y un polo azul claro.

Regreso a casa justo a la hora de comer. Carlos se acaba de levantar, y apenas lleva un calzoncillo y una camiseta de tirantes. Comemos algo que he traído de camino, trato de hablar con él de la chica o de la borrachera, pero no me hace caso, y pasamos la tarde paseando por un parque cercano. Me cuesta mucho hacerle que me acompañe, puesto que quería descansar, ya que hoy vuelve a salir. Tomamos un helado, y consigo que me hable un poco, pero se acercan las ocho de la tarde y su móvil empieza a sonar.

Casi corremos a casa, y se mete en su cuarto, pone la música a todo trapo, y empieza su ritual de ducha y vestirse, hablando por teléfono, riéndose y diciendo burradas. Me espera otra noche de sábado tirada en casa, viendo la televisión, cuando suena el telefonillo. Voy a abrir, y escucho la voz de Javier.

-JAVIER: Sí, vengo a buscar a Carlos, ¿Baja ya? – miro de reojo, la música sigue a todo trapo.

– YO: Va a tardar un rato…si quieres, sube, y le esperas conmigo. – otra oportunidad de jugar con él se me presenta, ya que lo de esta mañana ha sido muy fugaz.

– JAVIER: Sería un placer.

Le abro y espero en la puerta emocionada por su llegada. Me gusta verle subir por las escaleras, es un segundo y tampoco es tanto esfuerzo, pero al llegar le da un aire alegre que me llama mucho la atención. Según me ve, me da un abrazo tierno, y me besa la mejilla otra vez, me vuelve loca que haga eso, y le aprieto contra mí un poco para que dure más. No es el hecho en sí, es que es la tercera o cuarta vez que nos vemos, y ya me trata como a su mejor amiga.

– JAVIER: Buenas tardes Laura, la veo genial.

– YO: Gracias, Javier, y tú estás bastante mejor que esta mañana…- un primer comentario para que se acuerde de mi trasero en tanga.

– JAVIER: Ah, discúlpeme de nuevo, de verdad que no quería…- me río en su cara, y le sujeto del brazo un segundo.

-YO: Estaba bromeando, no te preocupes por nada. – le hago pasar y me siento en el sofá.

Él me sigue, pero me da tiempo a verle al completo. Va peinado perfectamente, el pelo con sus dos dedos de largo bien engominados a un lado, barba de tres días cuidada, nariz algo torcida, camisa amarilla que le queda muy justa en el pecho y los brazos, con unos vaqueros azules muy ceñidos y el cinturón de cuero marrón de ayer, junto a zapatos de vestir. Nada más sentarse a mi lado, me llega el impacto de su abundante colonia, es mucho más fuerte y potente que la de mi hijo, y hasta que la de Emilio, parece que se haya echado medio bote de perfume encima.

-YO: Bueno, ¿Y qué tal ayer? – rompo el hielo, tomando un postura algo más informal.

-JAVIER: Puf, mejor no pregunte, Carlos al final se llevó a una chica, estaba muy pesado con ella, y me tuvo entretenido a sus amigas a base de copas, y al final…

– YO: Ya he visto a la chica esta mañana, parece un cielo de niña.

-JAVIER: Y lo es, a Carlos se le antojó, y bueno…ya le conocemos. – me hace sonreír al hablar de él así.

-YO: Lo dices como con pena.

-JAVIER: Bueno, no es que quiera faltarle a su hijo, pero esa chica vale bastante más que para un polvo de una noche.

– YO: Ojalá la llame más adelante.

-JAVIER: No creo, ya he hablado con Carlos, me ha dicho que hoy vienen unas amigas de la universidad, y que una de ellas está loca por él.

– YO: Vaya con el galán…

– JAVIER: ¿Sabe usted, como mujer preciosa que es, podría contestarme a una pregunta? – abro la boca algo ofendida, pero en realidad me ha gustado que lo diga de pasada.

– YO: Claro, aunque ya no soy tan preciosa…- se la dejo botando.

– JAVIER: Claro que lo es, pero el tema es que no entiendo que las mujeres se vayan con tipos como Carlos, cuando hay tipos más atentos y buenos, que las tratan bien…

– YO: ¿Cómo tú…? – abre la boca, pero se calla, viéndose pillado. Sonrío– La verdad es que somos algo raras, tenemos que apreciar algo es esa persona que nos guste, y luego que nos haga sentir cosas.

– JAVIER: Pues su hijo tiene un don, yo no logro encandilarlas así.

– YO: Bueno, es que las chicas que se acuestan con uno en la primara cita, no son muy de tu estilo.

– JAVIER: ¿Mi estilo? No sé cuál es.

– YO: Pues eso, un buen chico, educado, respetuoso y un caballero, a ti te van más chicas que piensan antes que actuar, algo más traviesas y juguetonas que una que se vende al primero que pasa.

– JAVIER: Tal vez tenga razón, y deba fijarme en otro tipo de mujer, no sé, más adulta e interesante. – me dedica una mirada muy perspicaz, le sonrío de forma dulce, y le acaricio el muslo con ternura.

-YO: Claro que sí, tú hazme caso.

El juego me atrae, pero Carlos sale de su cuarto, gritando que donde están sus pantalones favoritos. Javier se pone en pie, y me acompaña hasta la colada, donde los tengo planchados, me los coge de las manos y se lo lleva a su cuarto. Pasan una media hora allí, antes de salir los dos, hechos unos pinceles, “Hoy me encuentro a otra saliendo de mi casa.”, me digo a mí misma.

– CALROS: Mamá, nos vamos.

– YO: Pasarlo bien, pero no bebáis demasiado, que si no…- Javier me asiente con guasa.

-JAVIER: No prometo nada…Un placer verla de nuevo. – ahora soy yo la que se acerca y le da el abrazo, me besa en la mejilla, y con algo de sorna, le palmeo la espalda para darle ánimos.

-YO: A por ellas, tigre.

– CARLOS: Vamos, tío, que van a llegar pronto.

– JAVIER: Quizá debiera acompañarnos de fiesta, así me da consejos…- le miró pensando que bromea, pero no hay atisbo de risas.

-YO: ¿A dónde?, ¿A bailar a una discoteca hasta las tantas? No, Javier, que apuro, con lo vieja que soy para esas cosas…además no voy nada arreglada y tenéis prisa. – me ha dejado tan estupefacta la invitación, que me veo fuera de sitio.

– JAVIER: Va guapa así tal cual, Laura, no se libra, vengase, me vendrá muy bien para dar celos a más de una con tenerla a mi lado, ¿Se viene conmigo a pasarlo bien?

-YO: No seas bobo, ¿Cómo voy a ir yo hoy?

– JAVIER: Pues si no viene, yo no vengo a comer aquí. – se cruza de brazos, cabezota. Casi ni me acordaba que le había invitado a comer, y ante su sonrisa, no puedo negarme.

-YO: Vale, pero hoy no, otro día. – concedo ante su insistencia.

– JAVIER: Genial – me rodea con los brazos por toda la cintura, cosa bastante fácil con sus grandes brazos y mi talla, y me alza medio metro sin dificultad.- Es la mejor, Laura – me baja unos segundos más tarde, casi me ahogo de la risa, pero me vuelve a besar la mejilla, y se va dando saltos alegres.

Este chico tiene algo que me encanta, hace media hora que se han ido y todavía estoy riéndome, pensando en su fuerza elevándome como si nada, en mis senos rozando su cara, en sus manos cerca de mi trasero. Ahora encima un día de estos me sacará de mi apatía, llevándome a discotecas llenas de jóvenes, seguro que solo para exhibirme, y es una idea que no me desgarrada para nada. Ceno pensando en lo estúpido que puede ser verme salir por ahí con mi hijo y sus amigos.

Carmen me llama, y le cuento por encima algo de lo ocurrido con Emilio, me dice que se ha marchado esta tarde, que tenía que operar a alguien, confirmándome que he sido su distracción. Charlamos un rato más, pero de vanidades, y cuando la cuelgo, me quedo traspuesta en el salón.

Me despierto sobre las tres de la mañana, apago la tele tienda y me voy a mi cuarto. Al ver mi cama me da asco, no que no esté Luis, sino que no hay nadie, y me desnudo al son de una música triste y melancólica. Me dejo el culotte y me pongo el camisón. Me quedo dormida enseguida, pero tras unas cuantas horas, escucho la puerta de la casa. Me levanto de un salto y me asomo al pasillo. Me asusto como solo puede una madre cuando veo a mi hijo ido, anadeando a duras penas colgado del brazo de su amigo.

– YO: ¿Pero qué ha pasado? – digo alarmada al salir despedida y coger de la cara a Carlos, que apesta a acetona.

– CARLOS: Nada…mamá, déjame…voy bien….es el puto imbécil del bar, que me ha puesto garrafón…- miro a Javier, casi acusándole.

-JAVIER: No digas tonterías… te has tomado cuatro copas seguidas por impresionar a una chica… y te ha dado el bajón.- le alza con algo de molestia por el peso, y me mira.- No se preocupe, ya ha vomitado la mayor parte de lo que ha bebido, ahora solo queda acostarlo, y que se le pase la castaña. – pese a ir palpablemente más sereno, también está borracho.

– YO: Por dios, que sustos me das Carlos…- mi tono es ese agudo que hiere, que se mete en el tímpano.

– CARLOS: Joder, mamá, que ya no soy un crío.

-YO: Pues deja de comportarte como tal – le fulmino con una mirada seca, pero Carlos no está, sus ojos miran a su cuarto. – Anda, mételo y ayúdame a desnudarlo antes de que se duerma.

Javier no dice nada en lo que tardamos en desvestirlo, obedece cual cómplice de la tragedia, tratando de que no se le note a él su propia ebriedad. Carlos se hace una bola al instante, y le doy un beso tierno de madre, ya tendré tiempo de gritarle mañana.

Le dejamos acostado y salimos del cuarto, donde Javier se muestra mucho más entero, supongo que su corpachón le ha valido para no caer redondo como mi hijo, pero está muy afectado, se le huele el alcohol del aliento, y se tambalea, mirándome de reojo cual colegial.

– YO: ¿Y tú estás bien, o también tengo que arroparte? – le digo, aún furiosa.

-JAVIER: No…aunque no me molestaría en absoluto. – aprieta los labios como queriendo haberse callado eso.

-YO: De verdad, esta juventud… -me hago la ofendida – puedes quedarte en el sofá como ayer, hasta que estés mejor.

-JAVIER: Gracias… de nuevo… Carlos….Carlos no sabe la suerte que tiene de tenerla a usted de madre.

-YO: Eso es verdad.

-JAVIER: Es muy maja…me trata muy bien, y yo aquí borracho como un idiota, preguntándola por chicas, con lo guapa que eres. – se ríe entre dientes, arrastra las erres y no vocaliza del todo. Decido no tomárselo en serio.

-YO: Vas tú bueno también…Anda, ve al salón, ya te llevo una sábana.

Voy a por la manta, y al volver me encuentro la camisa de Javier en el reposabrazos, perfectamente doblada, y al propio muchacho boca arriba, con el pecho al aire, fornido y con algo de vello, pero muy poco. También observo unos calzoncillos negros, tipo slip, marcando un paquete sobresaliendo por los vaqueros abiertos con la cremallera bajada. Me quedo paralizada, cuando Javier se alza y coge de mis manos las sábanas, me da unas gracias algo eructadas, y se medio tapa.

– YO: Descansa.

-JAVIER: ¿Y mi besito de buenas noches? A Carlos se lo has dado. – me río asombrada, su tono es lastimero a más no poder.

-YO: ¿En serio me pides un beso de bebé?

– JAVIER: Era broma, no se atrevería….- me pica en el orgullo, sé lo que intenta, pero caigo igualmente.

-YO: Anda que no, ven aquí, niño de mamá… – se gira para poner la mejilla, y como perra vieja que soy, le sujeto la cara para darle un cálido beso, evitando giros de cara sorpresivos. – Buenas noches.

– JAVIER: Ahora seguro que lo son… – me saca una carcajada.-…pero podrían ser mejores. – se lanza y me sujeta de la cintura, haciéndome caer lentamente sobre él. Parece algo erótico, pero es cómico, torpe y muy hosco.

-YO: ¡Por dios, Javier, suéltame! – le digo entre risas, la sensación de sus brazos enroscándose por mi cadera, pegándome a él, me encandila, y me dejo sobar un poco, aunque tampoco es que me meta mano, pero el camisón es muy corto. Noto la fricción de mis piernas desnudas en sus vaqueros, el coulotte enganchándose con la hebilla de su cinturón, y mis senos aprisionados bajo el satén, cerca de su cara.

– JAVIER: Quédese a dormir conmigo, se lo ruego. – mis pocos kilos no le cuestan nada para acomodarme en el sofá, usándome de oso de peluche.

-YO: Para, déjame, soy la madre de Carlos, tú estás borracho, y no me apetece. – me sorprendo no dándole un bofetón y sacándolo a patadas de mi casa, pero es que me encanta sentir esa fuerza cariñosa.

Me tiene tumbada entre él y el respaldo del sofá, cara con cara, con su rostro encajado en mi pecho, se las ha apañado para usar uno de mis brazos de almohada, y rodeo su cabeza con mis bracitos diminutos en comparativa con él, con mis piernas estiradas entrelazadas con las suyas, notando algo de presión en mi cintura, aplastando uno de sus antebrazos.

Podría hacerme lo que quisiera, sus manos recorren mi espalda con un rítmico sube y baja, y con tanto arrebujarse, creo que noto su paquete en mis muslos, pero en cambio no se aprovecha de mi aparente docilidad, y parece que se va a quedar dormido.

– JAVIER: Hueles a rosas…- masculla una última vez, inhalando de mi cuello.

No me lo creo, ha caído rendido. Estoy como un peluche, no me puedo casi mover sin pasar por encima de él, y la verdad, es que no me importaría pasar así la noche, mi cama está vacía y muy fría. Hago un esfuerzo titánico por no echarnos la manta por encima y dejarme llevar en sus brazos, que es lo que deseo. Me quedo un buen rato mirándole dormir, acariciado su pelo, hasta que siento menos presión en sus manos, y me puedo zafar de su cálido encierro. Le tapo con ternura, y me llevo las manos a la cara, algo abochornada, ¡¿Pero qué demonios?! , me ha hecho sentir genial esa bobada. Me voy a mi cama con algo de pena, aunque sueño con Javier, y sus abrazos.

Al sonar el despertador me levanto a mirar el panorama. Pese a un primer intento de ir al salón, mi instinto maternal me lleva con Carlos, que está tal cual le dejamos. Al entrar algo de luz al abrir, se queja como un vampiro, y al preguntar como está, se echa la sábana por encima, gruñendo.

Ahora sí, voy al salón, y me borra la sonrisa no ver a Javier, ni su ropa, ni la manta. “¿Se habrá ido a casa?” Voy a la cocina, y me lo encuentro allí sentado, desayunando, con la ropa puesta y la manta doblada en una silla. En la mesa se ve una bolsa de bollos de la panadería de abajo, y un zumo abierto.

– JAVIER: Buenos días, Laura…he traído el desayuno, espero no haberme propasado al coger sus llaves de la entrada.

– YO: Ah…no, tranquilo, no debías haberte molestado.

– JAVIER: Algo me dice que sí, ayer… ¿Como está Carlos?

– YO: Se queja de la luz, así que está vivo… ¿Y tú?

– JAVIER: Yo…debe pensar que soy un idiota, dos noches seguidas llegando a su casa borracho…y anoche no me acuerdo de mucho. – eso casi me da pena.

– YO: Bueno, no hiciste nada malo que yo sepa.

-JAVIER: Menos mal, cuando me pongo así, entro en un estado meloso que…me pongo pesado.

-YO: En realidad…al acostarte en el sofá, me pediste un beso de buenas noches.- al decirlo, se le abren los ojos como platos.

-JAVIER: ¡No me diga eso! Pufff, qué vergüenza…- se está poniendo rojo, y eso me dice que no es mentira, no se acuerda de eso, ni del momento “oso de peluche” conmigo.

-YO: Para ser algo que hace un borracho, no es tan malo.

– JAVIER: Mil perdones, no sé cómo decirlo ya… quizá, quizá no debería volver a subir a su casa. – la cara de alarma que pongo se me debe notar rápido.

-YO: No digas estupideces, prefiero que vengas de vez en cuando, así controlas al loco de mi hijo.

– JAVIER: ¿De verdad no le molesta?

– YO: Ni mucho menos…dame unos de esos bollos, que estoy famélica.

Me paso un rato desayunando sentada frente a él, contándome lo que recordaba de esa noche. Conoció a una chica, quiso hablar con ella, pero Carlos se la pidió, luego él bebió mucho, y luego nada, hasta levantarse en el sofá. Yo le cuento, “sin detalles”, lo que ocurrió en casa, y luego mira la hora asustado.

-JAVIER: Es tarde, tengo que ir a casa, mi pobre perro…

-YO: Si me das unos minutos, me ducho y te llevo a casa, antes de ir al gimnasio.

-JAVIER: No, Laura, eso sería demasiado…

-YO: Que no es molestia, Javier, recoge un poco el desayuno, si me haces el favor, y yo voy al baño.- asiente gentil.

Me pego una ducha fugaz, y tiento a la suerte con otro tanga, de hilo diminuto, unos leggins negros y un top blanco. Al salir, Javier aparta la mirada ruborizado, me gusta que pueda generarle esa sensación. Bajamos al coche y me indica su casa, algo lejos. Al llegar se baja, y como he aparcado bien, me bajo con él, la verdad es que quiero el abrazo y el beso en la mejilla, a los que me está acostumbrando.

-JAVIER: Es usted mi ángel particular.

-YO: Bobo, anda, sube a casa, y ya nos veremos.

-JAVIER: Por descontado, me debe una noche de bailes…

-YO: Y tú una comida en mi casa. – el juego con este chico no parece acabar.

Paso los brazos ansiosa por encima de sus hombros, cogiendo de su nuca, y Javier me rodea con los suyos por la cintura, esta vez el abrazo es más largo, y me alza un poco, lo justo para ponerme de puntillas. Su beso es tan lento como el resto de la despedida, y hasta nuestras narices se rozan al separarse. Al verle alejarse, me permito mirarle el culo, esos vaqueros le hacen una maravilla de trasero.

Algo sofocada, voy al gimnasio, y descargo adrenalina un buen rato. Permito a algún joven en la zona de la maquinas que me coma con los ojos, sobre todo cuando me agacho y expongo mi trasero, me siento generosa. Al volver a casa como sola, y Carlos tarda un par de horas en volver en sí. Come mientras le recrimino su actitud, a estas alturas me hace poco caso, y si tengo suerte, solo asiente fingiendo comprenderme, si no la tengo, termina gritándome.

Se va a su cuarto y se encierra, yo me doy una buena ducha refrescante y me quedo con unas braguitas limpias rojas y el camisón azul de satén. Paso gran parte de la tarde limpiando o haciendo cosas de casa, me aseguro de pasar la aspiradora bien fuerte cerca del cuarto de Carlos, y le escucho quejarse, el dolor de cabeza le debe estar matando. Sonrío por ello.

Cenamos juntos, y tras una película que me gusta, me voy a la cama. Es casi la primera noche que según me acuesto, caigo rendida, y no es cansancio físico, es emocional. He vivido mucho en poco tiempo, al menos, mucho más de lo que estoy acostumbrada.

Continuará…
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Relato erótico: “Prostituto 15 Dina quiere ser violada” (POR GOLFO)

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Sin título1

Mi jefa viene a verme:
Como prostituto sé que cuando la gente deja volar su imaginación y se recrea en fantasías da como resultado las situaciones mas morbosas y raras con la que uno no ha soñado siquiera. Un ejemplo claro fue cuando Johana me llamó una tarde para comentarme la extraña petición de una clienta:
-Alonso, ¿Vas a estar en casa?-
Desde que Tara me abandonó, mi jefa aprovechaba cualquier oportunidad para verme y por eso no me extrañó que me lo preguntara. Por mucho que había tratado de explicarle que estaba bien y que ya me  había recuperado de su traición, no me creía y mirando por su inversión, cada vez que podía se auto invitaba a cenar. Más que harto del marcaje al que me tenía sometido, le contesté que no.  Por mi tono comprendió que no estaba de humor pero como tenía que hablar conmigo, respondió:
-Necesito verte, así que ¿O me esperas o me dices donde vas a estar?-
La firmeza con la que me habló me hizo a regañadientes aceptar verla y cabreado hasta la medula, le contesté que la esperaba hasta las siete, ni un minuto más:
-Allí estaré- me soltó colgando el puto teléfono.
“Esta puta cree que es mi dueña y me trata como a un niño”, maldije enfadado al advertir que me había dejado hablando solo al otro lado del auricular. Aunque gracias a ella vivía como un pachá, interiormente la acusaba de mi separación, ya que, una de las razones principales por las que Tara me dejó era que no soportaba que fuera un prostituto. Las dos horas que tuve que aguardar encerrado entre las paredes de mi apartamento, lejos de calmar mi cabreo, lo hicieron incrementar y por eso decidí hacerle pasar un mal rato.
Desde que nos conocíamos, había surgido entre nosotros una extraña química que hacía que nos atrajésemos y repeliésemos por igual. Johana, en sí, era una mujer pelirroja preciosa. Dotada por la madre naturaleza de unos pechos que harían suspirar a cualquier hombre, me había dado calabazas siempre que había hecho un intento por acercarme a ella. Era consciente que le atraía pero se negaba aduciendo que lo nuestro eran negocios.
“¡Te vas a joder!”, pensé mientras planeaba mis siguientes pasos, “si no sabes si te atraigo o te doy asco, hoy te vas a enterar”.
Aprovechando que siempre que venía a casa, nunca llamaba al timbre sino que usaba las llaves que le había dado para un caso de emergencia, decidí darle un escarmiento y la esperé tumbado en mi cama, totalmente desnudo.
Eran las siete menos diez cuando la oí llegar. Al no verme en el salón ni en la cocina, mi querida “madame” creyó que la había dejado plantada y enojada, gritó:
-¿Alonso?-
-Estoy en mi habitación- contesté desde la cama.
La muchacha, ajena a lo que se le avecinaba, entró en mi cuarto y al verme en pelotas sobre las sábanas, exclamó preocupada:
-¿Estas mal?-
 -¿Tú sabrás?, según las clientas que me consigues, estoy francamente bien- respondí cogiendo mi pene entre las manos y enseñándoselo.
Por su cara, mi exhibicionismo le molestó pero fue incapaz de retirar sus ojos del miembro que perversamente masajeaba frente a ella.
-¿Qué coño haces?- hecha una energúmena me soltó y tras reponerse de la sorpresa inicial, me gritó: -¡Tápate!-
-Lo siento pero no puedo- contesté levantándome y cogiendo un bote de Nivea, me la empecé a untar por mi cuerpo. –Tengo que salir y no querrás que nuestra clientela encuentre mi piel reseca-
Su desconcierto fue total al saber que estaba luciendo mi anatomía con el único propósito de molestarla pero a la vez, sabía que no podía evitarlo porque la razón que le había dado era de peso. Johana esperó callada unos minutos creyendo que sería rápido pero al ver que me eternizaba con la crema, me preguntó:
-¿Vas a tardar mucho?-
-Unos quince minutos- respondí  muerto de risa y poniendo el bote en sus manos, le susurré al oído: -Si quieres que me dé prisa, ¡Ayúdame!-
Mi descaro consiguió sacarla de sus casillas y bastante enfada, soltó:
-¿Te gusta jugar? ¿Verdad?-
Mi jefa obtuvo como única respuesta una sonrisa. Al advertir mi recochineo, me miró diciendo:
-Si quieres jugar, ¡Juguemos!-

 

Cuando creía que iba a ayudarme con la crema, hizo algo que no me esperaba: imprimiendo toda la sensualidad que pudo, ¡Se empezó a desnudar!. Cómo comprenderéis me quedé acojonado al observar como esa pelirroja dejando caer su vestido al suelo y desprendiéndose de su ropa interior, se quedaba completamente desnuda frente a mí. Creyendo que lo que quería era marcha, me acerqué a ella pero en cuanto vio mis intenciones, dijo:
-Cómo se te ocurra tocarme, ¡Te corto los huevos!-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando. Johana sonrió al ver mi confusión y abriendo el bote, cogió crema y melosamente se la empezó a untar por los pechos mientras me decía:
-¿Te parece bien que hablemos de negocios?-
Os juro que jamás creí que mi estratagema diera como resultado que por primera vez pudiese disfrutar de la visión de sus pechos y menos que esa fría mujer se pellizcara los pezones en mi presencia solo para devolverme la jugarreta. Alucinado y bastante excitado, no me quedó más remedio que reconocer que esa chavala tenía un cuerpo de escándalo mientras veía como sus manos recorrían lentamente y sin ningún pudor toda su piel. Siempre supuse que Johana estaba buena pero al verla así, me di cuenta de mi error:
¡Estaba buenísima!.
No solo era una mujer delgada de grandes tetas sino la perfecta combinación de genes la habían dotado de un culo espectacular que no desmerecía en nada al resto de su anatomía. La pelirroja disfrutando de su nuevo poder, se dio la vuelta y agachándose sobre el sofá, me dejó claro que era una oponente formidable cuando echándose un buen chorro, se embarró sus nalgas mientras me decía:
-Una de mis clientas quiere un servicio un tanto especial y le he prometido que te iba a convencer de hacerlo….-
-¿Qué quiere?- respondí mirando absorto cómo con los dedos se separaba sus dos cachetes y regodeándose en la visión que me estaba brindado, mi jefa untó de crema la raja de su trasero.
-Poca cosa, tiene la fantasía de ser violada- soltó como cualquier cosa mientras se daba la vuelta y separando sus rodillas, me mostró orgullosa un sexo pulcramente depilado – Sé que es raro pero me ha firmado un documento donde te exime de cualquier responsabilidad, afirmando que sería sexo consentido-
Debí negarme de plano pero en ese momento, mi mente estaba deleitándose con la vulva casi adolescente de la pelirroja. La muchacha sabiéndose deseada, separó los labios con sus yemas y mientras acariciaba su clítoris, me dijo:
-Está todo arreglado, me ha dado las llaves de su casa y cómo no quiere saber cuándo vas a hacerlo, me ha informado que va a estar sola todas las noches hasta fin de mes-
Os juro que ni siquiera me di cuenta de que mi pene había reaccionado y que totalmente erecto, se mostraba en toda su extensión. Queriendo alargar el momento, le pedí la dirección pero entonces, Johana cogiendo su ropa se empezó a vestir mientras me la daba. Al terminar y cuando ya salía de mi apartamento, me soltó:
-Aunque seas un prostituto, no puedes negar que eres hombre. Creía que me iba a ser imposible convencerte pero ya ves, con solo enseñarte una teta, has aceptado-
-¡Zorra¡- la insulté.
Ella no se inmutó y cerrando la puerta tras de sí, soltó una carcajada mientras me decía:
-Por cierto, tienes una bonita polla-
Hundido y humillado, me vi en mitad del salón con una erección de caballo mientras mi supuesta víctima se iba victoriosa sin daño alguno. “¡Será una calientapollas pero tengo que reconocer que es brillante!” maldije mientras me  volvía a la cama a liberar la tensión acumulada en mi entrepierna.
 Cumplo su encargo:
Esa tarde por mucho que intenté borrar de mi mente la imagen de mi jefa y la crema, me resultó imposible porque cada vez que lo intentaba, volvía con más fuerza el recuerdo de esa calientapollas. Yo que me creía un halcón resulté ser una paloma en cuanto Johana se lo propuso. Usando mis mismas armas, esa mujer me venció con tal facilidad que me quedé preocupado. “Va a resultar que me gusta esa zorra” pensé mientras tratando de olvidar mi ridículo, abría el dossier sobre esa clienta:
 “¡No puede ser!” exclamé al descubrir que la supuesta trastornada que quería sentir una violación era una primorosa morena de veinticinco años. Cuanto más miraba su foto, más raro me parecía todo al no comprender como una monada cómo esa, deseaba ser follada sin su consentimiento.
“O está como una puta cabra, o lo que le ocurre a esta tipa es que está cansada de los hombres que sin duda la cortejan y quiere probar que alguien la tome sin su consentimiento” sentencié cerrando la carpeta y yéndome a arreglar.
Aunque esa noche no tenía ninguna cita, decidí ir al Hilton a ver si había alguna ejecutiva con ganas de juerga. Mientras me duchaba, seguí pensando en mi jefa de forma que sin darme cuenta, me volví a excitar sin que el agua fría pudiera hacer nada por remediarlo.
“A la que violaría sin pensármelo dos veces es a ella”, me dije al percatarme mientras lo enjabonaba de la erección de mi miembro.
Os juro que si no llega a ser porque debía ahorrar fuerzas por si esa noche triunfaba, me hubiese masturbado nuevamente en su honor. Necesitaba follar para mitigar el calentón con el que esa puñetera pelirroja me había castigado y por eso, me vestí con mis mejores galas y salí a conquistar Nueva York. Esa noche todo me salió mal. Al coger un taxi, pinchó y cuando traté de tomar otro, me fue imposible porque parecía como si toda la ciudad hubiera pensado en lo mismo. Tras media hora soportando en una esquina el calor de Manhattan, decidí irme andando. Para colmo de males, al llegar al hotel, descubrí que todo el ganado medianamente pasable estaba ocupado con mi competencia y tras varios intentos infructuosos, me quedé comiéndome los mocos en una esquina del bar mientras los demás prostitutos hacían su agosto.
“¡Hay que joderse!”, pensé al observar a un jodido italiano de baja estofa saliendo con una rubia espectacular, “si hubiese llegado antes ese culo seria mío”.
Molesto y con alguna copa de más, salí del local al cabo de tres horas. Harto de que durante todo ese tiempo solo se me hubiera acercado una anciana borracha, decidí irme a casa pero cuando ya estaba en la parada del taxi, me di cuenta que al salir de mi apartamento, había cogido las llaves de Diana, la fetichista que quería ser violada. Cómo casualmente su piso estaba a unas manzanas de distancias, solventé hacerle esa misma noche la visita.
“No creo que se lo esperé. Al fin y al cabo, hoy se lo ha pedido a Johana  y según ella tengo un mes para hacerlo” pensé mientras me dirigía a pata hasta su dirección.
Estaba caminando hacia allí, cuando caí en que si se suponía que debía parecer una violación, no podía ir a cara descubierta y por eso al toparme con una tienda de chinos abierta 24 horas, entré y me compré unas medias que colocarme en la cabeza. Ya que estaba en ese establecimiento, también me agencié con un par de bolsas de tela y una cuerda para dar mayor veracidad a mi actuación. Debieron ser las copas pero curiosamente al llegar a su portal, no estaba nervioso cuando lo lógico es que estuviera a terrado con lo que iba a hacer. Entré en el edificio con las llaves de la cría y llamando al ascensor, subí hasta el décimo piso. Ya en el descansillo, busqué la letra D y sin hacer ruido, abrí el apartamento.
Al cerrar la puerta y girarme, comprobé que no había luz en la casa y poniéndome la media, empecé a recorrer la casa. Por el lujo con el que estaba decorada, comprendía que además de estar buena, esa muchacha tenía pasta. Se notaba por todo, desde los cuadros colgados en las paredes hasta los muebles destilaban clase y dinero. Al pasar por la cocina, cogí un cuchillo con el que dar más realismo al asalto y tranquilamente fui en busca de la muchacha.
La encontré dormida tranquilamente en su cama y para evitar confusiones verifiqué que fuera la misma de la foto que tenía en el móvil.
“Es ella” determiné tras comprobar sin lugar a dudas que esa cría era la misma que me había contratado y entonces poniéndole el cuchillo en la garganta, la desperté.

 

Os podréis imaginar el susto con el que se despertó al abrir los ojos y toparse con un tipo con una media en la cara mientras en su cuello sentía una fría hoja de acero. Tapando su boca con mi mano, evité que su grito despertara a los vecinos y entonces le dije con voz fría:
-¡Zorra!, si no gritas no te va a pasar nada-
Fue entonces cuando comprendí que la muchacha se había repuesto del susto y que había comprendido que yo era el tipo que había contratado porque en vez de llorar, sonrió mientras me decía:
-¡No me violes! ¡Por favor!-
Disgustado por su pésima actuación, decidí darle un escarmiento y soltándole un tortazo, le grité:
-Aunque venía a robar quizás aproveche para darte un revolcón- y sin esperar su reacción, le di la vuelta y cogiendo la cuerda la até.
-¡Me haces daño!- se quejó cuando apretando los nudos, la inmovilicé con los brazos atados a sus tobillos.
Sin compadecerme de ella, la cogí del pelo y tirando de su melena, le pregunté:
-¿Dónde tienes las joyas?-
La morena me miró asustada por primera vez e intentando comprender lo que ocurría me dijo casi llorando:
-Johana no me dijo nada de robar-
Aproveché su desconcierto para darle otro guantazo mientras le decía que  no sabía de qué hablaba. La cría histérica me preguntó si no era el amigo de la pelirroja y al contestarle que no la conocía y que ya podía irme diciendo donde guardaba las cosas de valor, se quedó aterrada.
Incapaz de asimilar lo que le estaba ocurriendo, Dina me rogó que no le hiciera nada y que tenía todo en una caja fuerte en el salón.
-Te voy a soltar para que me la abras pero no intentes escapar o te mato- dije mientras la desataba.
A esas alturas, la cría ya estaba convencida de que yo era un delincuente y mientras la llevaba hacía esa habitación, no paró de llorar.
-¡Cállate!, puta- le exigí retorciéndole el brazo.
Su gemido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación y  cuando temblando se puso a introducir la combinación, aproveché la ocasión para contemplar a la morenita.
“Está buena” me dije valorando positivamente el estupendo cuerpo que se podía vislumbrar bajo la lencería negra que llevaba.
Pequeña de estatura, tenía un par de peras dignas de un banquete pero lo mejor era ese culito tierno y bien formado que desde que la vi postrada en la cama se me había antojado.
-¡Date prisa!- le solté con el único objetivo de aterrorizarla.
Hecha un flan, tuvo que hacer dos intentos para conseguir  abrir la caja. Cuando lo consiguió le ordené que metiera todas las joyas en una de las  bolsa de tela, tras lo cual, la volví a llevar a su cuarto.
-¿Qué me vas hacer?- musitó acojonada cuando la lancé sobre la cama.
-Depende de ti. Tienes que ser una zorra de lujo para dormir así- le grité mientras con el cuchillo desgarraba su sujetador.
Dina, pávida, tuvo que soportar que prenda a prenda fuera cortando toda su ropa, Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de acero por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:
-¿No querrás que cuando me vaya, te deje una fea cicatriz?-
Esa cría que fantaseaba con ser violada cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, Dina se orinó sobre las sabanas al estar segura de que su vida corría peligro y con voz temblorosa, me respondió:
-No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!-
Satisfecho al tenerla donde quería, la obligué a arrodillarse a mis pies e imprimiendo todo el desprecio que pude a mi voz, le ordené que me hiciera una mamada. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados a besar a hombres con dinero, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto de un supuesto delincuente.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre clienta se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa niña bien separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Debiste ser la putita del colegio y ahora estoy seguro que eres la amante de algún ricachón, ¿Verdad?- le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.
A la chavala le dieron arcadas al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo contrariarme se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos. Mientras lo hacía le ordené que se tragara toda mi simiente y ella, obedeciendo no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua.
Viendo su buena disposición, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, le pregunté si tenía un consolador. Totalmente avergonzada, la muchacha me contesto que tenía uno en el cajón. Sacándolo se lo di, tras lo cual le dije que si quería seguir viva cuando me fuera, quería verla masturbándose con él empotrado en el trasero.
-Soy virgen por ahí- se quejó en voz baja.
-Tú verás- le informé- ¿o te metes ese aparato o tendré que ser yo quien te rompa el culo?-
No tuve que repetir mi amenaza, cogiendo un poco de flujo de su vulva, la muchacha untó su consolador antes de con gran sufrimiento, desvirgar su entrada trasera. Fui testigo de cómo sufrió al ver forzado su esfínter y de cómo esa cría una vez con él introducido hasta el fondo, se empezaba a masturbar. Poniéndome a su lado, cogí uno de sus aureolas entre mis yemas y dándole un pellizco, me reí de ella diciendo:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedra!-
La morenita gimió al sentir mi caricia y tratando de complacerme, reconoció en voz alta que era una puta. Su sumisión me dio alas y cogiendo el dildo que tenía incrustado, empecé a sacarlo y meterlo en su interior mientras la acariciaba y la insultaba por igual. La combinación de insultos y mimos fueron llevando a la chavala a un estado tal que no sabía si estaba excitada o muerta de miedo. Yo por mi parte si lo sabía, Dina aunque todavía no fuera consciente estaba totalmente dominada por la lujuria y estando al borde del orgasmo, cualquier empujón por mi parte, la haría correrse sin remedio.

 

-¿Qué prefieres cerda? ¿Qué te preñe o que te dé por culo?-
Dina asumió que era inevitable y confiada por estar tomando la píldora, me rogó que la preñara porque eso significaba mantener medianamente intacto su orificio trasero. Solté una carcajada al escuchar su preferencia y tumbándola en la cama, levanté sus piernas hasta mis hombros y de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Primero el coño y luego el culo-
-Ahh- gritó al sentir mancillado su sexo.
Al meter mi miembro, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar acostumbrarse a sentir su conducto relleno, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía cuando notó mi glande chocando contra la pared de su vagina.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi clienta que se moviera. Para el aquel entonces la media que portaba me tenía acalorado. Por eso cogí la otra bolsa de tela y se la puse en la cabeza para seguir representando el papel de violador.
-Por favor, ¡No quiero morir!- chilló al sentir que la apretaba sobre su cuello.
-No te voy a matar, ¡Todavía!. Te la pongo para no verme obligado a hacerlo. Tengo calor y no quiero que me veas la cara-
Mis palabras consiguieron calmarla momentáneamente pero mi acción tuvo un efecto no previsto, al reducir el flujo de aire, su cerebro y la adrenalina incrementaron sus sensaciones de forma que no llevaba ni tres minutos follándomela encapuchada cuando la sentí convulsionar bajo mi cuerpo y aullando desesperada se corrió sobre las sabanas. Era tal la cantidad de flujo que brotaba de su entrepierna que realmente parecía que nuevamente esa muchacha se estaba meando.
-¿Te gusta ¡Putita!-
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada sobre la cama.
Su entrega era total y yo, todavía no me había corrido, por lo que la obligué a incorporarse y a colocarse a cuatro patas sobre el colchón. Dina, con la visión bloqueada, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba acojonada. Cuando sintió unas manos abriendo sus cachetes, intentó protestar pero ya era tarde porque, con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por vez primera con un miembro humano esa virginal entrada.
Dina gritó al experimentar mi dureza maltratando su ojete pero contra lo que tanto yo como ella esperábamos no hizo ningún intento de apartarse. La tranquilidad con la que iba absorbiendo mi extensión, me permitió seguir insertando mi pene y lentamente pero sin pausa, se lo clavé hasta que su base chocó contra sus nalgas.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse con prudencia.
Cuidadosamente, la cría fue incrementando la velocidad con la que se  empalaba hasta que su cuerpo tuvo que soportar un castigo infernal. Los suaves gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Dina berreó como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba sobre las sábanas.
Una vez había conseguido que la morenita se corriese, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la muchacha me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, Dina fue de un orgasmo a otro mientras su supuesto agresor seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada muchacha cayó sobre el colchón como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había realizado un buen trabajo y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de nuestro desenfreno. Ya de vuelta a la habitación, Dina ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que me hubiese ido, pero temiendo lo contrario ni siquiera se había quitado la capucha.
Nada más sentarme a su lado, se la quité. Asustada metió la cabeza en la almohada, intentando no verme porque eso supondría que la tendría que matar para que no me identificara. Solté una carcajada al saber el motivo y dándole la vuelta, le dije con suavidad:
-Dina, ¿Te ha gustado tu fantasía?-
Al verme la cara y reconocer en ella al prostituto que había contrato, se puso a reír completamente histérica mientras me insultaba acordándose de todos mis parientes.
-¡Serás cabrón! ¡Me has hecho pasar el peor rato de mi vida!-
-¿No era eso lo que querías?- le pregunté sonriendo.
-Sí…-contestó y tras unos momentos pensando, prosiguió diciendo: -Eres un capullo pero ahora que sé que era una farsa, te tengo que confesar que he disfrutado como una perra. ¡Me ha encantado sentirme indefensa! Aunque todavía tengo un sueño que me gustaría hacer realidad-
-¿Cuál?-
-¿Te importaría atarme?-
Muerto de risa, le pellizqué un pezón mientras recogía del suelo la cuerda con la que cumplir su deseo. Dina, al sentir mi caricia, se tumbó en la cama y ofreciéndome sus brazos, me rogó:
-¡Fóllame!-

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JEFAS PORTADA2

Sinopsis:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

 

Relato erótico: “Cayendo en la red VI( FINAL) ” (POR XELLA)

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La sorpresa se reflejaba en la cara de Amanda, tanto por haberse encontrado a Susana en su casa como por la forma en la que iba vestida.
 
La pelirroja llevaba un conjunto de tiras de cuero que alcanzaba a tapar lo justo, unas botas de tacón por encima de las rodillas y un antifaz negro que ocultaba sus ojos. Completaba el atuendo una fusta que portaba en la mano derecha y el mando de los vibradores en la mano izquierda.
 
– Hola Amanda, ¿Me has echado de menos?
 
– ¿Qué haces aquí? Mmmmm aaaaaaaa… – Amanda se estaba retorciendo por la acción de los vibradores.
 
– He venido a darte una sorpresa… Ya que no hemos hecho nada durante esta semana, he pensado que nos vamos a resarcir… Vamos a pasar un fin de semana muy divertido… ¿Tienes alguna objección?
 
– Mnnnmnnn Nooooooo.
 
– Estupendo, pues empieza a desnudarte. – Dijo, mientras apagaba de golpe los vibradores.
 
Amanda obedeció al instante, comenzó a despojarse de sus ropas sin siquiera levantarse de suelo.
 
– Las bragas también. – La mujer obedeció. Hizo un montoncito a su lado con lo que se había quitado. – Muy bien… Ponte de rodillas… Eso es…
 
Susana se acercó a Amanda, la acarició cariñosamente el pelo y se agachó frente a ella. Después de darle un húmedo beso examinó los aritos que tenía en los pezones. Ya estaban muy bien, la crema que les habían dado era fantástica.
 
– ¿Te duele? – Preguntó.
 
– Practicamente nada, a veces molesta un poco, pero ya casi no me duele…
 
– Me alegro. – Susana bajó su mano hasta llegar a la entrepierna de su jefa, a la que se le escapó un gemido por el contacto. – ¿Que tal hoy en el trabajo?
 
La cara de Amanda reflejó inmediatamente su decepción, y ésta no pudo aguantar el contarle a su secretaria lo que había pasado. La pelirroja escuchaba interesada como las quejas de Amanda venían por el hecho de no haber dejado satisfecho a su hombre, y no por el hecho de haber intentado follarse a Gabriel, a quién no había sorportado nunca.
 
– ¿Y que problema hay con eso? No has sido una buena chica, ¿Verdad? – Preguntó Susana.
 
– No… ¡Y no se que he hecho mal!… Y-yo… No… Por favor, ¡Ayudame!
 
– ¿Que te ayude? ¿A qué?
 
– A… A ser una buena chica… ¡Quiero ser una buena chica!
 
– Muy bien… Una buena chica, ¿Eh? Pero si quieres que te ayude tendrás que obedecerme en todo, ¿De acuerdo?
 
(…Una buena chica… Sólo importa dar complacer… Tus deseos no importan…) El coño de Amanda comenzó a chorrear con la sola idea de obedecer a Susana en todo.
 
– ¡Claro que sí! ¡Haré todo lo que me digas! Pero… Ayudame…
 
Susana estaba satisfecha con la actitud de su jefa, sabía que no habría puesto ninguna objección en obedecerla aún sin pedirselo, por algo estaba desnuda frente a ella, pero era divertido recalcarlo, ver cómo la mujer se sometía a sus deseos y reconocía que lo hacía por su propia voluntad.
 
– Esta bien, pues para empezar… Vamos a ver… ¿Qué se hace con las niñas que no se portan bien?
 
– ¿S-Se las castiga? – Contestó Amanda con un hilo de voz.
 
– ¡Correcto! – Exclamó Susana, entusiasmada. – Vamos al comedor… Eso es, ahora inclínate sobre la mesa… Muy bien…
 
Susana acarició obscenamente el expuesto culo de su jefa, disfrutando del contacto, notando la mezcla de miedo y placer que desprendía. Buscó el portátil de Amanda y lo colocó frente a su cara, encendiéndolo. Mientras se iniciaba, Sujetó las muñecas de la sumisa mujer a su espalda con unas esposas y ató los tobillos a las patas de la mesa, manteniéndolos separados.
 
Una vez el ordenador estuvo encendido, buscó en el historial y encontró rápidamente lo que buscaba. La página de contactos cargó rápidamente, entrando en el pérfil de Amanda. En cuanto ésta escuchó la musiquilla de fondo de la página, su mente se relajó, comenzó a evadirse y a estar más receptiva.
 
– ¿Qué es esto?
 
– ¿Cómo?
 
¡ZAS!
 
Un fustazo cruzó el culo de Amanda, haciendo que se sobresaltara.
 
– ¿Qué es esta página? – Repitió Susana.
 
– Es… la página de contactos que me enseñaste.
 
– Correcto… ¿Y para que te la enseñé?
 
– Para… Que me desestresase… Que liberase tensiones a través del sexo…
 
– ¿Y crees que lo estás haciendo correctamente?
 
– ¿Eh? S-Si…
 
¡ZAS!
 
– ¿Estás segura? Yo te enseñé a dejar satisfecha a tu hombre… ¿Crees que lo haces correctamente? ¿Qué diría Gabriel de eso?
 
(…Eres una zorra…No has cumplido con tu deber…Sólo existes para obedecer…Sólo existes para dar placer…)
 
Amanda acusó el golpe bajo.
 
¡ZAS!
 
– ¡Ah! Esta bien, ¡He fallado! ¡He fallado!
 
– Eso está mejor… Te voy a enseñar a no volver a fallar…
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
Los fustazos caían uno detrás de otro. Con cada uno, Amanda se repetía que no volvería a fallar, que a partir de ahora sería una buena chica… Sería una buena perra…
 
La mujer había perdido la cuenta de cuantos golpes había recibido cuando Susana paró. La mano de la pelirroja acarició sus nalgas, haciendo que Amanda se estremeciera de dolor y placer. La pelirroja desató a su jefa.
 
– Vamos, date la vuelta y ponte de rodillas. – Amanda obedeció. – Y ahora dame las gracias por el castigo. – Dijo, mientras apartaba su tanga.
 
– ¡Gracias! ¡Gracias! – Gritaba Amanda entre lametón y lametón.
 
Susana estaba disfrutando de lo lindo, tenía a Amanda solo para ella durante dos días, y la pobre estaba dispuesta a hacer todo lo que le ordenase… Aunque tampoco es que tuviese otra opción…
 
¡ZAS!
 
– ¡Esfuérzate más! ¿Quieres ser una buena perra o no?
 
Amanda aumentó el ritmo, recorriendo de arriba a abajo el coño de su secretaria. Ésta se apartó, se dió la vuelta y se inclinó.
 
– Vamos, a ver si lo haces mejor con mi culo.
 
Inmediatamente Amanda comenzó a lamer el ojete de la pelirroja.
 
Después de un tiempo, la lengua de la mujer comenzó a cansarse… Casi le daban calambres… Pero no quería parar… No PODÍA parar… (…Tu opinión no importa…Solo debes obedecer…)
 
Cuando Susana creyó que ya tenía suficiente y después de haber recibido un par de orgasmos, la ordenó que parara.
 
– Durante este fin de semana vas a hacer que yo esté en la gloria. Me servirás en todo, me obedecerás en todo. El domingo te diré si lo has hecho bien y actuaré en consecuencia. ¿Lo has entendido?
 
– ¡Si! – Contestó Amanda con convencimiento.
 
Durante el resto del día, Amanda atendió a Susana en todo y, esa noche, durmieron juntas después de hacer que la pelirroja se corriera un par de veces más.
 
El sábado no fué mucho más distinto, con la salvedad de que Amanda tuvo que hacer un streaptease para Susana, que fué totalmente fotografiado por la pelirroja. Al acabar el día Amanda tuvo que subir todas las fotos a la web de contactos, por lo menos todas las que no eran excesivamente obscenas para mostrarse.
 
– Muy bien cariño. – Dijo Susana el domingo por la tarde. – Has mejorado mucho. ¿Crees que has aprendido la lección?
 
– Si. Soy… ¿Soy una buena chica? (¿…Soy una buena perra…?)
 
– Si, has sido una buena chica. Y aquí está tu premio.
 
Susana agarró a Amanda del pelo, y tendiéndola con el pecho sobre la mesa, comenzó a sodomizarla violentamente.
 
Susana agarraba a Amanda de las tetas, tentando las reacciones de la mujer al contacto con los pezones, comprobando que la crema del tatuador había funcionado correctamente, cicatrizando los piercing en una semana.
 
Mientras su secretaria la empalaba con fuerza, Amanda recibía sumisa, inmóvil y satisfecha… No volvería a fallar… Era… (…Eres un objeto…Solo un culo, un coño, una boca…) una buena chica…
 
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El lunes comenzó con una Amanda renovada, feliz consigo misma. Se había vestido con lo más sexy que había encontrado, un cortísimo vestido con la parte superior de leopardo y la parte inferior negra. No se puso las bragas con vibradores pues, de boca de Susana, “Ya habían cumplido su cometido”, así que los había sustituído por un diminuto tanga.
 
Pasó la mañana danzando por la oficina, coqueteando con todo hombre que se cruzaba, casi ofreciéndose. Hubo un par en la sala de las fotocopias que estuvo a punto de llevarse al servicio para llegar a más, pero se fueron antes de que tuviera ocasión.
 
El tiempo que pasó dentro de su despacho lo utilizó en navegar por la página de contactos, observando la cantidad de fotos que Susana le había hecho durante el fin de semana. Menos mal que sólo habían seleccionado las que eran “inofensivas”… aunque… ¿De verdad le importaba?
 
Después de comer, su teléfono sonó. Cuando vió que era Susana lo cogió animada.
 
– Hola preciosa. – Saludó animada.
 
– Hola. Acaba de llamar Gabriel para concertar una reunión.
 
Amanda se estremeció entera.
 
– ¿Cuando?
 
– Ahora mismo, parecía urgente.
 
– De acuerdo, dile que en 10 minutos estaré en su despacho.
 
– Ahora mismo se lo digo.
 
– Hasta ahora. – Amanda colgó algo confusa. ¿Qué quería Gabriel?
 
10 minutos después estaba saliendo de su despacho. Cuando salió vió que Susana no estaba, habría ido al baño. El solo pensamiento de su secretaria con las bragas por las rodillas en el baño la puso cachonda…
 
Toc Toc.
 
– Adelante. – Contestó la voz de Gabriel.
 
Amanda entro un par de pasos y se sorprendió al ver a Susana de pie, al lado de la mesa de Gabriel.
 
– ¿Que ocurre? – Preguntó.
 
– ¿Esa es manera de saludar?. – Preguntó Gabriel. – Bueno, como quieras. El viernes teníamos una conversación importante, pero, debido a tu… interrupción no pudimos hablar sobre nada…
 
Amanda se sonrojó y agachó ligeramente la cabeza.
 
– Y, ¿Que hace Susana aquí?
 
– Me ha estado convenciendo de que no de parte de tu comportamiento, ¿Verdad?
 
– He hecho lo que he podido. – Contestó la pelirroja.
 
– ¿Y crees que esta preparada?.
 
– Completamente.
 
Amanda se había perdido, no sabía muy bien de qué estaban hablando. Gabriel se levantó y se acercó a Amanda. Ésta comenzó a humedecerse por la proximidad del hombre.
 
– Creo que deberías reconsiderar tu decisión sobre el caso del político.
 
– ¿Qué? No… No puedo…
 
– Sí puedes… Es tu decisión… Nadie te puede obligar, pero…
 
– Nadie me puede obligar… Yo… Mi exclusiva…
 
– Nadie quiere que saques eso a la luz…
 
– Nadie … quiere…
 
– ¿Vas a ser una buena chica?
 
– Una buena… Si… Una buena chica…
 
– Ponte de rodillas. – Susurró Gabriel.
 
Sin siquiera haber procesado lo que había dicho, Amanda ya estaba de rodillas ante él.
 
– Es impresionante… – Comentó el hombre. – ¿Cómo lo has conseguido?
 
Amanda se quedó mirando a Susana, aturdida, ¿Cómo había conseguido qué?. Pero no fue Susana la que contestó. La puerta tras Amanda se cerró lentamente y un hombre se situó tras ella.
 
– Tengo mis medios. Soy socio de una coorporación que cuenta con muchos medios. Parte del mérito ha sido tuyo. Me avisaste a tiempo de los planes de esta preciosidad y me proporcionaste la información necesaria para facilitar mi tarea.
 
– No fue nada. – Contestó Gabriel.
 
– ¿Qué tal estás, Mariposa35? – Preguntó el hombre, situandose frente a Amanda.
 
La mujer abrió los ojos como platos. No tanto porque la hubiese llamado de aquella manera como por quién era. ¡Era el político corrupto!
 
– ¿No dices nada? Parecías muy interesada en unos temas que me concernían…
 
Amanda no era capaz de decir nada. Estaba inmóvil, de rodillas ante esos dos hombres, y Susana…
 
Miró a su secretaria. Estaba observándola, pero su rostro no mostraba ninguna emoción, la miraba cómo si ella no estuviera allí.
 
– ¿Que pasa? – Dijo Gabriel. – ¿Creés que Susana te va a ayudar?
 
Gabriel avanzó hacia la secretaria y, poniendo ligeramente la mano sobre su hombro hizo que se arrodillara. Mirando a Amanda a los ojos comenzó a desabrocharse la bragueta, liberando su polla frente la cara de la pelirroja. Entonces la cara de Susana cambió. La lujuria invadió su rostro y se avalanzó sobre el falo que tenía delante sin mediar palabra. Amanda miraba con una mezcla de envidia y sorpresa… ¿Qué estaba pasando?
 
Oyó un ruido tras ella y, al girarse, se encontro con la polla del político colgando delante de sus ojos. No supo porqué lo hizo (…Eres una perra…Sólo sirves para dar placer…) pero antes de que se diese cuenta le estaba practicando una profunda mamada a aquel hombre. Todo lo demás había pasado a segundo plano… Sólo importaba esa polla, esos huevos… Debía complacer a su hombre y no iba a fallar.
 
Los hombres estaban uno frente al otro, disfrutando de las dos perras que les estaban chupando las pollas.
 
– Estoy sin palabras. – Dijo Gabriel. – Amanda siempre ha sido una mujer fuerte y decidida… Y siempre ha estado contra mí… No se cómo lo hiciste pero eres un genio…
 
– Está bien… Si tanto interés tienes te lo contaré. Como te he dicho antes, pertenezco a una coorporación muy poderosa que tiene métodos bastante efectivos para someter la voluntad de cualquiera. Como socio, puedo usar sus servicios en cualquier momento.
 
Mientras hablaba, agarró a Amanda del pelo, levantándola y dirigiendola hacia la mesa.
 
– Súbete a la mesa, perra. – Amanda obedeció al momento. – A cuatro patas… Eso es… – El hombre comenzó a follarse el culo de Amanda en esa postura mientras continuó su historia.
 
– En cuanto me dijiste que esta zorra había descubierto cierto documentos comprometedores, comencé a mover los hilos para hacerme con su control…
 
– Si, recuerdo que viniste a pedirme toda la información que tuviese sobre ella. – Comentó Gabriel.
 
– Correcto, mientras más supiese, más fácilmente podría trazar un plan. Cuando me dijiste que estaba muy unida a su secretaria, pensé que sería más fácil acceder a ella. Mediante una empleada de la coorporación, convencí a Susana de que se registrase en una página de contactos creada por nosotros.
 
– ¿Una página de contactos?
 
– Sí. Esta página tiene varias funciones… La principal es su función como muestra y venta de nuestras putas. Los hombres apuntados pagan una módica cantidad y disponen de una enorme base de datos de mujeres totalmente dóciles y dispuestas. La otra función es la de captación. La página cuenta con sofisticados métodos de control mental… La música, el tipo de letra, mensajes subliminales… Todo está dirigido a penetrar en la mente de nuestra presa.
 
Gabriel estaba impresionado a la vez que asustado… Nunca había pensado que algo así se pudiese hacer.
 
– Todas nuestras perras se instruyen en la sumisión y obediencia, pero aparte, hay programas personalizados que se insertan en el subconsciente de las víctimas, modificando aún más su personalidad. Se puede hacer que esté más predispuesta al sexo lésbico, anal, que se especialice en chupar pollas… El programa que insertamos en Susana fué el “programa cazadora”
 
– ¿Programa cazadora?
 
– Predispone a la perra en cuestión a captar nuevas víctimas para la coorporación. Una vez hecho esto no fué más que cuestión de tiempo que Susana convenciese a Amanda para registrarse también en la página. Tras su primer acceso ya estaba perdida…
 
Gabriel ordeno a Susana que se tendiese bocaarriba en el otro lado de la mesa, quedando su cara debajo de la de Amanda. Éste comenzó a follarse a la pelirroja mientras las dos perras se comían la boca la una a la otra.
 
– Todo lo demás llegó sólo… Aunque ella no lo sepa, ya se ha prostituído.
 
– ¿CÓMO? – Exclamó Gabriel, anonadado.
 
– Ella cree que tenía una cita con un hombre de la página, pero realmente era un cliente… Normalmente, preparamos a nuestras perras para que sean lo más naturales posibles, así que hacemos que su mente “olvide” automáticamente ciertos recuerdos, como si nunca hubieran pasado, toda referencia a su condición de ramera quedará oculta para ellas, así como el momento del pago y lo que hacen con el dinero, que será automáticamente ingresado en una de nuestras cuentas por ellas mismas. El hombre con el que tuvo su primer trabajo no quedó satisfecho, así que le ofrecimos por medio de Susana un 2×1. Se acostaba con Susana gratis y, una vez preparada se volvía a acostar con Amanda. La segunda vez la opinión del cliente fué completamente distinta… Estabas trabajando con una puta de primera y ¡Ni siquiera lo sabías! Ja ja ja
 
Gabriel se rió con él, pero su mente estaba recibiendo tanta información que ni siquiera había encontrado la gracia.
 
– Y aquí la tienes. ¿Has visto esto?. – Dijo, levantando a Amanda de un tirón y bajándole el vestido.
 
Los relucientes aritos plateados de Amanda brillaban en sus pezones, dejando a Gabriel con la boca abierta.
 
– ¿La habéis hecho piercings?
 
– No, ELLA se ha hecho piercings… Y lo pagó con su cuerpo.
 
– Y… ¿Q-qué…Qué programa habéis… – Comenzó a balbucear Gabriel.
 
– Incorporado a Amanda? Le hemos incorporado el “programa mascota”. Estás ante una estupenda perrita.
 
Ese dato fué la gota que colmó el vaso. Gabriel sacó su polla del coño de Susana y se corrió sobre su vientre, llenándolo con su lefa. Inmediatamente Susana se incorporó y, poniedose a cuatro patas comenzó a limpiar con su boca el miembro de Gabriel.
 
– Chupa, perra. – Dijo el político a Amanda.
 
Ésta se inclinó sobre el culo de la pelirroja, que había quedado ante ella, proporcionándole un húmedo beso negro.
 
– ¿Y podría… ver esa página? – Preguntó Gabriel.
 
– Por supuesto, esa página está diseñada para atrapar mujeres. Los hombres en este caso son los clientes… – Se inclinó hacia un lado sin sacar su polla del culo de Amanda para alcanzar su tablet. – Esta en favoritos. Entrarás con mi usuario.
 
Gabriel cogió la tablet que le tendía y, haciendo lo que le dijo accedió a la página.
 
Inmediatamente buscó el perfil de Amanda, viendo sus datos y la cantidad de fotos que había subido. No se creía que la formal mujer que había sido su rival hubiese accedido a subir aquellas fotos a internet… ¡Estaba prácticamente desnuda en todas! Aunque… viendo cómo se dejaba sodomizar encima de la mesa…
 
– ¿Qué es esto? – Dijo, señalándo un botón que ponía “Área privada”
 
– Ahhh, eso te va a encantar.
 
Gabriel accedió al enlace… Y lo que vió casi hizo que se le cayera la tablet de las manos… Era Amanda de nuevo, ¡Pero esta vez eran imágenes sin ningún tipo de pudor!
 
Había una galería en la que salía masturbándose con un vibrador, en otra se estaba sodomizando sobre la cama con un consolador… En otra galería !Se estaba montando un trío con un negro y una mujer tatuada en una camilla!
 
– ¿Q-qué es esto? – Preguntó.
 
– Es la galeria promocional para los clientes. Al igual que los detalles de su vida como puta, tampoco se dan cuenta de que hacen esto. Se sacan fotos exhibiendose, o se dejan sacar fotos por otras personas, y luego ellas mismas las suben a su perfil…
 
Gabriel estaba maravillado y asustado, era mucho mejor tener a ese hombre como aliado que como enemigo…
 
Mientras reflexionaba sobre ello, el político sacó la polla del culo de Amanda y ordenó a las dos mujeres que se arrodillaran ante él. Gabriel se imaginó lo que iba a hacer y, efectivamente, comenzó a masturbarse ante la cara de las dos mujeres, que esperaban con la boca abierta la descarga de “su hombre”. Cuando se corrió, se pelearon a ver cuál recibía más cantidad y cual era la primera en limpiar la polla con su lengua. Una vez hubieron acabado con ella, comenzaron a limpiarse entre ellas con obscenos lametones.
 
El hombre recompuso su vestimenta y se acercó a Gabriel.
 
– Como pago por el aviso, para que veas que soy un hombre agradecido, puedes quedarte con Susana. Ahora es tu esclava, te obedecerá en lo que quieras. Puedes hacer que se comporte normalmente ante el resto de la gente o que sea un auténtico zorrón, tu decides. Si quieres puedes dejar que se siga prostituyendo a través de la página, por supuesto los beneficios serían para tí. Pero a Amanda me la quedo yo… – Dijo, mientras la miraba con suficiencia. – Seguirá haciendo su trabajo aquí en el periódico, como si estas semanas no hubiesen ocurrido… Siempre viene bien tener “contactos” en todos los sitios Ja ja ja
 
Esta vez Gabriel no se rió. Estaba asimilando lo que había oído… ¡Susana le pertenecía! Pero… ¿Cómo sería tener una esclava? No tardaría en averiguarlo…
 
El hombre ordenó a Amanda que se vistiera y le dió un pequeño collar ajustado al cuello. Por la parte interior del collar rezaba:
 
Amanda
NALA
Propiedad de XC
 
Salió del despacho con Amanda caminando detrás de él.
 
Gabriel se quedó unos minutos sin moverse, mirando a su nueva propiedad, ahí, desnuda, de rodillas… ¿Que iba a hacer con ella?
 
Lo primero era hacer que se vistiese y, de momento, se la llevaría a vivir a su casa… Así podría sacarle más partido.
 
Durante el camino a casa, Gabriel iba dándole vueltas a la inmensa suerte que había tenido… De una sentada había ganado un poderoso aliado, una esclava y se había quitado de enmedio una rival…
 
No podía pedir más.
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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 3” (POR SOLITARIO)

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Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a casa.

Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.

¡Oh! ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos. A la difusa luz de la luna que entraba por los ventanales pude reconocer a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres, durmiendo, los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.

¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.

Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, baje y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.

–Papá, que alegría, ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?

Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.

–¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya qué ha ocurrido.

Claudia, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.

–Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí.

Clau, alarmada.

–¿Cómo? ¿Y eso porque?

–Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo. Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás. Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones.

–Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.

–No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegue, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.

Ana me abraza.

–Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.

Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.

–¿Dónde están Elena y Mili?

–No te apures. En la parcela de al lado, vive una pareja con dos niños casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer.

Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos. Tenían nuevas amistades.

Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.

–Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? Es un paliza, pero lo echo de menos.

–Si, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con tu hermano y tu madre. Te hará bien.

–Si, vamos. Quiero verla. ¿No te importa?

–¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.

Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados, como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.

Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.

La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita, para no caer, en según qué, tentaciones.

¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.

–No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.

No sé cuanto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.

–Hola, ¿ha dormido bien el señor?

–Estupendamente. ¿Y la señora, ha dormido bien? ¿Ha soñado la señora?

–Pues sí, he soñado.

–Y ¿puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?

–Un caballero. Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema. Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera. Siento mariposas en el estómago cuando me mira, y si, como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos, no es solo agua.

–¡Vida mía! Ayer pude comprobar, que lo que siento por ti, no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella, como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción.

–Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti. Yo también te quiero Clau. Te quiero y te deseo.

–Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz. Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa inundado por el placer, por mi amor.

No podemos más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.

La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.

Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.

Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí desde dentro de ella.

Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos, cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las aureolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.

No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar, sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.

–José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado?

–¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado?

–No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará.

–¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas.

–Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.

–Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa.

El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo. Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es el no va más.

Me dijeron una vez que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto. Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos, ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!

El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería, no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.

–¿Nosotros solos?

–Si, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad.

Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos brillan con destellos dorados, brillando, con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida con una leve inclinación hacia mí. Su respiración, entrecortada, mueve sus pechos y la boca entreabierta delata una ligera ansiedad.

Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.

–Corres peligro, Clau.

–¿Por qué, amor?

— Hueles tan bien. ¿Sabes que me encanta la vainilla? Puedo comerte.

Acerco su mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en la palma. Me embriaga su fragancia.

Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece junto a Claudia portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven unos entremeses de salmón ahumado con queso fresco sobre rebanaditas de pan tostado.

–Esto está delicioso. Claudia, Ana, ¿De quién ha sido la idea?

–De internet, papá. La preparación a medias entre las dos.

–Y ahora ¡¡Tachan!!

Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.

–Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?

–No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Comimos antes, en la cocina.

Ronda de besos, las dos a Clau y a mí.

–¿No estaréis planeando alguna travesura?

–Jajjajaj

Se retiran entre risas. Es mosqueante.

Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremonia.

Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita con una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.

–Vaya ¿a esto si nos acompañáis?

–Es que no queremos dejaros solos. Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe, qué puede pasar, si os dejamos solos.

Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.

Clau desaparece, se oye una música de fondo, parece hindú, muy sensual y vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.

Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros. Grande, surge del mar, como un enorme globo. El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa. Mi mano sobre la de Clau. Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz. Hasta que miro hacia las chicas.

Ana y Claudia se besan en la semi oscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan, los movimientos son voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.

Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.

Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina con su pálida luz los bellos cuerpos.

Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios me invita a callar. Sigo admirando los lúbricos movimientos. Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.

Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás. Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo.

El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven impúdicamente. Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella que lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus vulvas, los movimientos son espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.

Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente, agarra la polla sobre el pantalón, para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.

–Espera, José, espera un poco.

Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista, del espectáculo que me ofrecen, a la pálida luz de la luna.

Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.

El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.

Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y, suavemente, me empuja sobre la cama.

Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.

Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.

Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.

Algo sobre mi mano, acaricio, otro sexo, cálido, mojado, mis dedos entran y follan la suave cavidad que se me ofrece.

Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer, despacio suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.

Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.

Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.

Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor, ¡es mi hija!

Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¡Mi hija! solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante, ¡SI! ¡Es ella!

He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas. Estoy perdido.

–Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre.

Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aun estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.

Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mi pecho.

El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.

Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.

Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.

Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.

La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, y lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él. No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime. Trataba de no pensar.

Poco a poco se fue recuperando. Me estrecho entre sus brazos.

–Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba.

Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.

Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con autentica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.

¡Dioss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.

Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.

¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?

No me siento bien. Voy a vomitar, me levanto y entro en el baño. Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.

–¿Qué te ocurre, te encuentras mal?

–Si, bueno, no. Estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.

–La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina doctor.

Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.

–Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.

–Me asustas. ¿Qué es?

–Ayer, en Madrid.

–¿Con Mila?

–¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.

–Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.

–Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia……

Y le conté todo lo ocurrido……

–Jajajaj. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad!

–José, ¿Qué pasó en el club de Gerardo para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?

–Me resulta difícil hablar de esto, Clau. Lo bueno es que ya no me afecta como antes.

Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas, en la barra de la entrada charlaban cuatro tipos de unos treinta años. Mila, al entrar, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después me enteré de que habían participado en un gangbang tiempo atrás. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.

Alma, la muchacha relaciones publicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.

–Hola Felipe, una alegría verte, ¿Qué vienes con Mila?

–Si, es mi mujer y me llamo José.

–Perdón, no quería molestarte.

–Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.

–Vaya, Gerardo me comentó algo sobre que tu no sabias nada de la vida de Mila, y de pronto lo descubriste todo.

–Así es. He vivido quince años con una desconocida.

–Y ¿Qué quieres hacer ahora?

–La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber que hace Mila, como ha sido su vida.

–¿Aun la quieres?

–Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.

–¿Quieres verla?

–Si, tengo que hacerlo.

–Ven conmigo.

Me llevó a una habitación donde Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca. Sentí nauseas.

Alma se dio cuenta y me saco de allí, entramos, en lo que al parecer era su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido. Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia. Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Que fue él quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y no me afectaba.

En aquel momento tomé la decisión. Me divorciaría y la apartaría de mi vida.

Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.

Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.

Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.

Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.

Mila se saco la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.

¿De qué? ¿Por qué?

¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!

No pude mas, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.

Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.

–Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero.

Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!.

–¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?

Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.

–Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!

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noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Prostituto 16 La modelo obsesionada con la leche” (POR GOLFO)

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Cuando conocemos o nos presentan a alguien famoso, todos sin distinción sufrimos un ataque de envidia y de alguna forma intentamos compararnos para después de analizar porque está forrado o forrada, tratar de justificar su éxito en la suerte y nos olvidamos que al igual que nosotros esos sujetos son personas con sus complejos y sus manías.

Este capítulo va de eso. Os voy a contar el fin de semana que pasé escondiendo en mi casa a una modelo de pasarela que estaba atravesando un momento complicado en su vida.
Lo primero que debo hacer es contaros que al igual que tantas tardes, estaba en mi estudio pintando cuando me llamó una antigua clienta para tomar un café. Como no tenía nada que hacer y esa mujer era un encanto, quedé con ella en un discreto café de la quinta avenida. Ese local era uno de los preferidos de Ann, la ejecutiva de Microsoft que tan buenos ratos me había hecho pasar. Sé que le gustaba sobretodo porque, aunque estuviese en una de las calles principales de  Nueva York, conservaba el aroma siciliano de la patria natal del dueño.
-Un espresso-  pedí al camarero, saboreando de antemano su aroma.
Increíblemente en un país donde llaman café a agua sucia con un poco de color, en ese lugar era cojonudo. Se podía hasta masticar. Negro, amargo y concentrado era el mejor de la ciudad. Aprovechando que mi cita no había llegado, pude deleitar mis exigentes papilas con su sabor. Como dicen en Roma, “il caffé poco ma buono”. Acababa de dar cuenta del segundo cuando vi que la rubia entraba acompañada por una amiga. Extrañado de que no viniera sola, me quedé mirando a su acompañante. Ataviada con una enorme pamela y ocultando sus ojos con un par de gafas de un tamaño aún mayor, la mujer parecía estar escondiéndose de alguien.
-Hola cariño- me dijo Ann dándome un beso en la mejilla –te presento a Adriana-
Me quedé de piedra al reconocerla. La muchacha que tenía enfrente era “ella”. La mujer por excelencia. La más bella de todas las modelos de Victoria´s secret. Su disfraz había conseguido engañarme al principio pero en cuanto se sentó, tengo que reconocer que empecé a temblar como un crio.
-Encantado. Soy Alonso- me presenté dándole la mano.
Como comprenderéis, ni en el mejor de mis sueños pude imaginarme estar compartiendo mesa con semejante monumento y un tanto cortado, les pregunté qué querían tomar.
-Una caipirinha- contestó con un marcado acento brasileño mientras mi conocida pidió un café como el mío.
Por mucho que fuera de incógnito, esa morenaza estaba estupenda o como dicen en mi pueblo “para mojar pan”. No solo era impresionante por su casi metro ochenta, Adriana lo tenía todo, cara, culo, tipo y ojos… muchos ojos. Si la mirabas fijamente te sentías dominado por una sensación de inferioridad como la que debe sentir un mortal ante los pies de una diosa. Era alucinante, vestida de modo “casual”, con una camisa suelta y unos pantalones rotos, la chavala destilaba elegancia por todos sus poros. Era uno de esos seres que intimida sin necesidad de hacer nada pero cuando hablaba su atractivo se multiplicaba por mil, al tener su voz un tono dulce y sugerente que enamora y excita por igual.
Llevábamos charlando solo unos minutos y ya me había percatado que a esas dos les pasaba algo porque no dejaban de mirar a su alrededor buscando o temiendo que alguien apareciera. Era tan evidente que no pude evitar preguntarles que era lo que les ocurría. Tras unos instantes de duda, fue Ann la que tomando la voz cantante dijo:
-Necesitamos tu ayuda. Adriana ha roto con su pareja y necesita desaparecer durante unos días-
Sin saber cómo querían que se las prestara, les prometí mi ayuda y fue entonces cuando pidiendo permiso a su amiga, la brasileña me explicó:
-No puedo ir a un hotel o a casa de alguien conocido porque los paparazzis me encontrarían y al hacerlo ellos, mi novio también- mi cara de estupefacción debió de ser cristalina porque haciendo un inciso, dijo: -Sé a lo que te dedicas pero Ann me ha jurado que eres el hombre más decente que ha conocido, por eso te pregunto: ¿Me puedo quedar en tu casa hasta el lunes?-
Menos mal que me había terminado el café porque si llego a tener la taza en mi mano, de seguro, se me habría caído al decirme ese primor que quería esconderse de la prensa en mi apartamento.
-Te pagaríamos- recalcó mi amiga -si te lo pido es porque sé que además de ser honesto, me has demostrado que de haber dificultades no dudas en defender a tus clientas-
Supe de inmediato a que se refería; La noche que nos conocimos un borracho intentó agredirla y sin pensármelo dos veces, la defendí noqueándolo de un golpe.
-¿Tan agresivo es el cabrón?- pregunté.
Abriéndose la camisa, la modelo me mostró su hombro. Al ver el enorme moretón que lo cubría por completo, supe que no podía dejar que volviera a suceder y por eso contesté:
-Mi casa es tuya pero me niego a que me pagues y si por mala suerte ese tipejo se entera de donde estas, por su bien espero que ni se le ocurra tocar la puerta de mi apartamento-
Mi respuesta debió de ser tan sincera que comportándose como una cría, la morena me dio un beso en la mejilla y sin para de reír, se dio la vuelta y le dijo a Ann:
-¿Te imaginas como se pondría Peter si  se enterara que al dejarle me he ido a pasar el fin de semana con el más guapo prostituto de Nueva York?-
Se arrepintió nada más decirlo y pidiéndome perdón, me rogó que no se lo tomara en cuenta.
-Adriana, ¡Mira que eres bruta!- le regañó mi amiga –Alonso es ante todo un pintor cojonudo que aprovecha el don que tiene con las mujeres para vivir mejor-
Tratando de mediar entre las dos, solté una carcajada diciendo:
-No mientas, soy un prostituto que aprovecha su don para obtener modelos gratis a las que pintar-
Mi descaro pero sobre todo la natural aceptación que mostré sobre mi profesión diluyó su vergüenza y riendo, me contestó:
-Ya que no vas a cobrarme, en compensación, modelaré para uno de tus cuadros –y poniendo cara de inocente, me soltó: -Te juro que no te pediré que me muestres tus otros dones-
-Pues ¡No sabes lo que te pierdes!- exclamó mi amiga pasando las manos por sus pechos –Alonso es una droga, lo pruebas una vez y quieres más-
-¡Por eso!, me conozco y sé que si lo cato, ¡me tendrá modelándolo de por vida!- respondió siguiendo la guasa.
El ambiente festivo y dicharachero se prolongó durante media hora. Treinta interminables minutos que se me hicieron eternos al advertir que los pezones de la modelo se habían puesto duros al hablar de sexo. Mil ochocientos segundos durante los cuales no dejé de soñar despierto con ella. Aunque en teoría seguía atentamente la conversación, mi mente divagó imaginándome a esa mujer entre mis brazos.
Al despedirnos, recordé que la tendría que dar de cenar y por eso le pregunté qué tipo de comida le gustaba:
-Mataría por un buen churrasco con feijoada-
Confieso que me extrañó que alguien que se dedicara al modelaje internacional, se diera el lujo de zamparse una comida tan sustanciosa pero al tener en la esquina uno de los mejores restaurantes brasileños de la ciudad, le prometí que esa noche le cumpliría su antojo. Su cara se iluminó al oírme y diciéndome adiós, me preguntó si podía aparecer por casa en dos horas.
-Te espero- respondí dándole la mano, pero la muchacha obviando las normas de educación americanas, me dio un fuerte abrazo al modo de su país.
Su efusividad permitió que por primera vez me impregnara de su aroma juvenil, la muchacha desprendía un dulce olor a  flores. Un tanto cortado, me separé de ella para que no advirtiera el apretón de mi entrepierna. Mi pene dotado de vida propia había crecido revelando a gritos mi excitación. Sé que ella se dio cuenta porque poniendo una expresión pícara en su cara, le dijo a mi amiga que se dieran prisa para no hacerme esperar.
Como comprenderéis al verlas partir, estaba como en una nube. ¡Iba a pasar un fin de semana encerrado entre cuatro paredes con una de las mujeres más deseadas del mundo!. Sabiendo que jamás tendría una oportunidad como aquella, salí corriendo hacia mi apartamento pero antes de entrar, me pasé por el “Rodizio”. Al verme, la encargada se acercó a saludarme:
-Alonso, mi amor, llegas temprano y tenemos cerrada la cocina-
Su trato tan familiar se debía a que era un cliente asiduo y por eso después de decirle un piropo, le pedí si podían acercarme esa noche a casa la cena.
-¡Pillín!- respondió alegremente – ¿Por qué no te la traes aquí a cenar?, te puedo apartar un reservado-
Supe que había adivinado que era una dama con la que iba a compartir la comida que había encargado y adulando su feminidad, le contesté:
-La única mujer en mi vida eres tú. Esta noche y no te rías, tengo que cenar con un gordo seboso que quiere comprarme unos cuadros-
-Vale, te creo pero no te olvides de esta mulata y ven a comer uno de estos días- satisfecha pero incrédula respondió prometiéndome que a las ocho y media tendría en mi puerta el pedido.

Diciéndola adiós, salí del local y entrando en mi portal, subí hasta mi apartamento. Nada más entrar, me puse a recoger y limpiar porque quería causar una buena opinión en mi invitada. Sudando y angustiado al darme cuenta de la hora, dejé para el final el cuarto de invitados. Una vez allí, cambié las sábanas y poniendo un juego nuevo de toallas, decidí que estaba listo y me metí a duchar.
Mientras me bañaba decidí que esa mujer acababa de salir de una relación basada en el maltrato y que aunque se me pusiera a huevo, lo más sensato sería rechazarla. Una relación con alguien tan famoso me pondría en el candelero y eso no me convenía por dos motivos bien distintos: Como prostituto la publicidad no me vendría bien porque toda mujer que requiriera mis servicios se echaría hacia atrás al saber que en cualquier momento un fotógrafo podía inmortalizar su infidelidad y segundo, si algún día quisiera retirarme y dedicarme únicamente a la pintura, que la gente supiera el origen de mis otros ingresos, no me haría ninguna gracia. Por eso cuando salí del baño, en vez de acicalarme como haría con una clienta, decidí ponerme un pantalón corto, una camiseta roída y las chanclas más cutres y viejas que encontré. Quería que Adriana supiera a simple vista que no pensaba seducirla y que su estancia en mi casa no conllevaría sexo.
De todas formas, os tengo que confesar que esperé nervioso su llegada. No en vano, era un rendido admirador de su belleza. Siempre que salía en una revista, perdía el culo por comprarla y así admirar la perfección de sus curvas. No sé las veces que me quedé prendado mirando sus fotos, su camaleónico rostro pasaba de una dulzura angelical a la sensualidad extrema con solo pasar la página.  Por algo esa marca de lencería la había contratado para ser una de sus ángeles: Adriana era una diva fuera del alcance de la gente corriente.
Estaba todavía pensando en cómo comportarme con ella cuando sonó el timbre. En mi mente se agolparon las dudas mientras abría la puerta. Su actitud al recibirla no ayudó porque, con la mejor de sus sonrisas, me saludó diciendo:
-Hola guapo. Acabo de ver el cuadro que le hiciste a Ann y estoy deseando posar para ti-
Ese piropo lejos de hincharme de orgullo, me dejó helado al recordar que era una de las pinturas más sensuales que habían salido de mis pinceles. En ella, mi amiga estaba desnuda en una bañera mientras en vez de agua era leche lo que recorría su piel.
-¿Te gustó?- pregunté extrañado porque siempre había creído que Ann nunca reconocería ante nadie que ella había sido la modelo.
-Mucho, has sabido calcar su personalidad aunque no se le vea la cara- me contestó y poniéndome en un aprieto, prosiguió diciendo con tono desvergonzado: – Solo espero que no necesites follarme para captar mi esencia-
-No hace falta- respondí apabullado por su franqueza- con conocerte y charlar, me podré hacer una idea de tu personalidad-
-Perfecto- me dijo para acto seguido preguntarme donde se podía cambiar.
Mecánicamente le señalé la habitación de invitados mientras trataba de calmarme. Al verla por el pasillo fue cuando advertí que esa mujer solo traía como equipaje una pequeña bolsa donde difícilmente cabría más que su neceser y un par de camisas. Extrañado le pregunté:
-Adriana, ¿Dónde tienes el resto de tu ropa?-
Muerta de risa, me contestó:
-Traigo lo necesario, dos tops y tres tangas-
Su entrada había hecho trizas todos mis planes y ya solo pensaba en la pesadilla que sería convivir con esa belleza durante tres días. Si su comportamiento me descolocó, el verla salir del cuarto, descalza y como única vestimenta una camiseta de tirantes y bragas, me hizo enloquecer.

 

“Dios mío, ¡Qué buena está!” no pude dejar de exclamar mentalmente mientras le daba un repaso.
Era una belleza apabullante. La modelo consciente de su atractivo vino hacía mí luciéndose. Adriana no solo tenía unas piernas y un culo de ensueño sino que bajo la tela casi trasparente se podía descubrir que nada cubría los pechos duros con los que la naturaleza le había obsequiado.
“Joder” mascullé  al observar que ese engendro del demonio estaba disfrutando con mi confusión.
Provocando, me abrazó y después de darme un beso en los labios, me soltó:
-¿Tienes champagne? Me encantaría tomarme una copa mientras me enseñas el resto de tu obra-
No pude negarme a cumplir su deseo y yendo a la cocina, volví con dos copas y la primera de las muchas botellas de Dom Pérignom que abriría durante ese fin de semana. Al hacerlo me la encontré, sentada en el suelo frente al cuadro que había realizado para una clienta.
-¿Siempre pintas temas tan eróticos?- me preguntó pidiéndome con la mano que me sentara con ella.
-Casi siempre- respondí poniéndome a su lado- ¿Qué te dice este cuadro?-
Al oír mi pregunta, se puso roja y tras pensárselo bien, me respondió:
-Me pone bruta- y señalando las cuerdas alrededor del pecho de la morena, me dijo: -Todas las mujeres sueñan con ser atadas alguna vez y solo el miedo y la vergüenza hacen que solo unas pocas lo hayamos probado-
Sus palabras incluían un reconocimiento explícito de que había disfrutado de una sesión de bondage, cosa infrecuente pero que concordaba con el tipo de relación que había tenido con su último novio y tratando de desviar el tema, le pregunté cuál era su fantasía preferida.
-Ser fea – respondió terminándose la copa de un trago.
No me esperaba esa contestación y por eso no pude más que insistirla en que se explicase.
-Desde niña los hombres me han deseado. Me gustaría saber lo que se siente cuando un hombre te rechaza-
Acostumbrado a cumplir con las extravagancias de mis clientas, su antojo me pareció nimio e infantil y rellenando su copa, le dije:
-Espera aquí que ahora vuelvo-
Conocía el modo de complacerla y obviando su seguridad, llamé a una amiga maquilladora de efectos especiales. Janeth no tuvo reparo en dejar su tienda y coger los bártulos de su profesión con la promesa de una sustancial suma de dólares en compensación. De vuelta al salón, le expliqué mi plan y sonriendo, me manifestó sus dudas diciendo:
-Yo, hasta fea estoy guapa-
-No creo que nadie te mire cuando ella termine contigo. Es más me apuesto contigo que aunque lo intentes serás incapaz de conseguir que nadie te de siquiera un beso-
-Hecho- contestó divertida- si no consigo un beso, modelaré para ti gratis durante un año, pero si pierdes tendrás que cumplir todos mis caprichos hasta el lunes-
Conociendo la habilidad de mi conocida para crear monstruos, acepté la apuesta mientras volvía a llenar su vaso.
“Con ella como reclamo, mi próxima exposición será un éxito”  pensé saboreando mi triunfo de antemano.
Mientras esperábamos la llegada de la artista del maquillaje, fuimos repasando cada uno de los cuadros que teníamos en mi estudio. La modelo me demostró que la cabeza le servía para algo más que llevar melena y que en contra de lo que normalmente se suponía, esa belleza la tenía perfectamente amueblada. Entre bromas y risas, pasó la media hora que tardó mi amiga en llegar.
Cuando tocó el timbre, salí a recibirla y anticipándole que era lo que quería y a quien iba a transformar, le pedí discreción:
-¡Por quien me tomas!- respondió molesta y llevando a mi invitada al baño, me dijo:- Cuando vuelva, ni su madre la va a reconocer-
Satisfecho por su respuesta, las dejé a solas. Aprovechando que durante al menos una hora estarían ocupadas, me tumbé en el sillón para planear mis siguientes pasos. Confiaba tan ciegamente en sus capacidades que al relajarme, me quedé dormido.
Me había quedado tan profundamente dormido que tuvo que ser el repartidor del “Rodizio” quien me despertara. Tras pagarle, cogí nuestra cena y la llevé a la cocina. Estaba terminando de poner la mesa cuando la vi salir. Janeth ni siquiera tuvo el detalle de despedirse y saliendo del apartamento, me dejó solo con Adriana.
-Estás vomitiva- sentencié al observar el resultado.
La maquilladora había obrado un milagro. El ángel se había convertido en un orco asqueroso que repelía nada más verla. Repleta de acné supurante, el cutis de esa mujer parecía infectado por un virus tremebundo y no contenta con ello, Janeth había conseguido que en vez de una facciones armoniosas, esa mujer aparentara tener un ojo diminuto y hundido mientras el otro se le veía enorme y saltón. El sumun de la crueldad fue observar que le había puesto una camisa mía y bajo la cual, Adriana parecía tener chepa.
-¿Cómo ha conseguido que parezcas el jorobado de Notre Dame?- pregunté maravillado.
Muerta de risa y encantada con su aspecto, me explicó que le había colocado una almohada:
-Pero aun así, ganaré la apuesta- insistió sentándose a cenar.
-Ni de coña- reí convencido – te voy a tener esclavizada enfrente de un lienzo-
-Veremos-
La cena resultó divertidísima, la brasileña no perdió la ocasión de mostrarme el pus de los granos de su cara con el objetivo de asquearme. Pero en vez de eso, os tengo que reconocer que disfruté como un enano con la simpatía innata de esa mujer. Después de acabar con todo y habiéndose cebado como una cerda, Adriana aún tuvo ganas de tomarse un helado.
-Vámonos- le dije señalándole la puerta.
Increíblemente esa chavala acostumbrada a que todo el mundo se diera la vuelta para observar su belleza, no puso reparo alguno en salir hecha un adefesio y cogiendo su bolso, me esperó en el descansillo mientras yo cerraba el apartamento.
-Te pienso explotar cuando volvamos – me susurró al oído esperando al ascensor – ¡No soy fácil de satisfacer!-
Si dos horas antes, me hubiera musitado eso, de seguro me hubiese puesto bruto pero en ese momento al hablarme tan cerca, rozó mi cara con la suya dejándome sentir el pringue asqueroso con el que la habían maquillado y no pude reprimir un escalofrío. Era repugnante.
Al salir fuimos directamente a una heladería cercana caminando y por eso, no tardé en darme cuenta que mi plan iba más que rodado, la gente se daba la vuelta pero ¡Para no verla!. Todos intentaba evitar su vista con mayor o menor fortuna pero el colmo fue cuando un niño le dijo a su padre:
-Papa, ¿has visto?-
Su progenitor avergonzado, tiró de su brazo pidiéndole que se callara pero el chaval incapaz de hacerle caso, insistió:
-Es horrorosa-
Adriana soltó una carcajada al escucharlo y cogiéndome del brazo, alegremente aceleró su paso, diciendo:
-¡Quién ríe el último ríe mejor!-
Contra toda lógica, estaba emocionada. Harta de ser siempre la guapa y levantar la admiración a cada paso durante toda su vida, aparentar ser una cacatúa desplumada era una sensación nueva que quería explotar. Al llegar al establecimiento, no hizo ningún intento por esconderse. Deseando que la gente la mirara, se sentó en una mesa al lado de un grupo de ejecutivos y con todo el descaro del mundo, empezó a coquetear con ellos. Utilizó todas sus armas para llamar su atención, desde alzar la voz a enseñarles las piernas pero al revés de lo que estaba habituada, sus  intentos resultaron infructuosos.
En un momento dado, me resultó incluso duro oír como uno de esos encorbatados decía:
-¡A esa no me la follo ni con pito prestado!-
“Será idiota” pensé “si supiera quien es, estaría babeando por conseguir que lo mirara”. Creyendo que ya era bastante el castigo que estaba experimentando, le pregunté si cancelábamos la apuesta y volvíamos a casa.
-Para nada. Me lo estoy pasando bomba- contestó mientras le lanzaba un beso al impresentable que había soltado la impertinencia -¿Sabes lo que  es no poder salir a ningún sitio sin que un baboso intente hacerse el machito? Pienso disfrutar del momento pero te aviso que voy a ganar y  a cobrar mi premio-
Su seguridad me divirtió y pensando que nadie tendría los huevos de intentarse enrollar con ese adefesio, le dije bromeando con ella:
-Aunque dudo mucho que consigas que alguien te bese, ¿En qué recompensa estás pensando?-
-Voy a putear al hombre hasta sacar al animal que tienes dentro- me soltó descojonada.
-¿No te entiendo?- pregunté al no saber a qué se refería.
Con una sonrisa en los labios, me contestó:
-Eres demasiado perfecto. Alto, guapo y atento. Te voy a demostrar que eres igual que todos los demás, ¡Un perro!-
Sus palabras sacadas de contexto podían parecer un insulto pero la expresión de su cara me reveló que no quería denigrarme y por eso, completamente interesado, insistí:
-¿Y cómo lo vas a conseguir?-
Entornando sus ojos y poniendo cara de puta, me replicó diciendo:
-Has prometido cumplir todos mis caprichos. Una vez te haya vencido, te prohibiré tocarme pero pienso seducirte, excitarte, hasta que faltes a tu promesa y me fuerces a follar contigo-
Reconozco que al escuchar su amenaza, mi pene vibró con la perspectiva de tener a esa hembra pero sacando mi orgullo, dije:
-No tengo la certeza de que no haya un loco capaz de besarte así, pero te aseguro que por mucho que me tientes, jamás te obligaré a tener sexo-
 -Pues lo que tienes debajo del pantalón, ¡No piensa lo mismo!- respondió señalando el enorme bulto de mi entrepierna -¡No vas a durarme ni media hora!-
Avergonzado porque hubiese advertido la traición de mi miembro, intenté defenderme aludiendo a que por mucho que mis hormonas se alborotaran, mi mente era capaz de controlarlas.
-¡No te lo crees ni tú!- me avisó –En cuanto me veas desnuda, me vas a rogar que te libere de tu promesa-
Supe que era ingenuo creer que me resultaría sencillo dominarme al imaginarme a esa diosa en pelotas y tratando de cambiar de tema, le pregunté donde quería ir:
-A una discoteca-
No pude negarme y cogiéndola del brazo, llamé a un taxi. Estaba abriendo la puerta del mismo cuando escuché que, comportándose como unos cerdos, los ejecutivos me gritaban:
-¿Te la llevas al zoo?-
Estuve a punto de liarme a hostias pero cuando me giré, vi que mi acompañante, levantándose la falda, les enseñaba el trasero mientras les decía:
-Seré fea pero tengo un culo cojonudo y esta noche, ¡Será para mi hombre!-
Los rostros de esos idiotas palidecieron al comprobar que ese ser del que se descojonaban tenía el mejor pandero que hubiesen visto y por eso consideré que era suficiente castigo. Ya en el coche le pedí al taxista que nos llevara a  Marquee pero Adriana me pidió que fuéramos a otro sitio porque ese club famoso por ser el más exclusivo de la ciudad también era el local de su ex novio.
-¿Dónde quieres ir?- pregunté.
-A un local de samba, me apetece moverme-
Su sangre brasileña le tiraba y por eso fuimos directamente a uno que conocía en el Soho. Gracias a que me conocían no tuvimos problemas para entrar. Ya una vez dentro, pedí una mesa pegada a la pista. Todavía no había pedido una copa cuando vi que mi pareja me dejaba solo y se ponía a bailar. Desde mi silla, observé que debido a lo grácil de sus movimientos, muchos hombres se acercaban a bailar con ella pero al verle la cara salían huyendo.
“¡Serán gilipollas!”
Confieso que varias veces estuve a punto de levantarme y acompañarla pero me mantuve sentado porque quería que esa preciosidad perdiera la apuesta. Durante dos horas, Adriana solo paró para beber pero daba un sorbo y rápidamente volvía a la pista. Lo extraño fue que en ningún momento hizo intento alguno por ligar, estaba disfrutando de que nadie la importunase. Eran cerca de las tres cuando acercándose a mí me dijo que estaba cansada. Creyendo que se daba por vencida pagué la cuenta y salimos del local, pero justo cuando esperábamos el taxi, me pidió veinte dólares.
-¿Y eso?-
-Son para ese pobre hombre- respondió señalando a un pordiosero tirado en la esquina
Os juro que se los di creyendo que era una buena obra y que esa muchacha, además de estar buena, tenía buen corazón, pero rápidamente comprendí su engaño. Acercándose al borracho habló con él y después de darle el billete, ese viejo maloliente sonrió y cogiéndola de la cintura, la besó.
-Eso es trampa- me quejé al verla llegar con una sonrisa de oreja a oreja.
-Para nada, la apuesta era que con estas pintas nadie tendría las narices de besarme y como has visto, ¡Has perdido!-
-¡Eres una cabrona!- respondí.
La muchacha agarrándose a mí, pegó su cuerpo al mío, diciendo:
-¿No creerás que he llegado donde estoy jugando limpio? Cuando algo me interesa, lo tomo y esta noche deseo divertirme a tu costa-.
-¡Puta!- contesté con tono serio aunque interiormente estaba descojonándome de risa. Había jugado con fuego y me había quemado.
Adriana se cobra la apuesta:
Nada más entrar a mi apartamento, Adriana me pidió que le pusiese una copa mientras iba a su cuarto a cambiarse, por lo que, bastante intrigado por sus planes, decidí que lo mejor era seguirle la corriente. Estaba sirviéndole una piña colada cuando la vi salir de su habitación sin restos de maquillaje y con el pelo recogido. Nunca me imaginé que saldría vestida con corpiño, tanga y medias negras y menos que al darle su bebida, me sonriera diciendo:
-Sírvemela en un plato y déjala aquí en el suelo-
Cumpliendo a rajatabla su capricho, pasé la piña colada a un plato y tal como me había pedido lo dejé en mitad del salón. Admito que me dejó helado observar que esa preciosidad se ponía de rodillas y gateando sin dejar de maullar, se acercaba al recipiente.
“¿Qué coño hace?” pensé alucinado mientras me sentaba en el sofá a disfrutar de la visión que gratuitamente me estaba dando.
Moviéndose lentamente como una pantera al acecho, Adriana se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual ferocidad. Se había  convertido en una depredadora cuya presa era yo. Mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar.
“¡Será hija de perra!” maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con los preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, la brasileña al llegar hasta su bebida, agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a beber directamente del plato. Jamás había visto algo tan erótico, esa mujer lo sujetaba con sus manos mientras sacaba una y otra vez su lengua recogiendo en cada movimiento un poco de líquido. Reconozco que de no ir una apuesta por medio, me hubiese levantado y la hubiese tomado allí mismo, sobre todo al observar como las gotas discurrían por su barbilla.
-A esta menina le gusta la leche- susurró al terminar y mientras se aproximaba a mi sofá, dijo con voz melosa: -tengo hambre y voy a por más-
Haciendo como si olisqueara en busca de su sustento, frunció la nariz hasta llegar a escasos centímetros de mi entrepierna y pasando su mano por la bragueta de mi pantalón, se quejó diciendo:
-Ya la he encontrado pero está fría, ¡Voy a calentarla!-
Aunque sabía que esa princesa estaba usando sus armas para someterme, os tengo que confesar que para aquel entonces, mi corazón bombeaba a toda velocidad. Impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras frotando su cuerpo contra el mío, esa chavala se sentaba encima de mis rodillas.
-¡Huy! ¡Qué calor!- exclamó con sus pechos a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se bajó los tirantes de su sujetador y con una sonrisa en los labios, me miró mientras iba liberando de su encierro sus senos.
Aunque había visto en las revistas miles de veces sus pezones, tengo que admitir que en vivo y en directo eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus aureolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo. Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.
-Esta gatita está bruta- maulló en mi oreja.

 

Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y la terminara de desnudar: Pero, tal y como le había dicho, mi mente todavía seguía reteniendo a mis hormonas y por eso, permanecí inmóvil. No me cupo duda de que Adriana estaba disfrutando porque imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna.
Lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.
-¡Me encanta que te hagas el duro!- me dijo mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído -¡Cuánto más tardes mejor para mí!-
Para entonces, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad pasmosa y por eso no me extrañó que lo que en un inicio eran débiles gemidos se hubieran convertido en aullidos de pasión. Cualquier otro no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión, follándosela pero yo me mantuve impertérrito y con cara de póker, observé como se corría.
-¡Deus!- gritó en portugués al sentir que, convulsionando sobre mis muslos, su sexo vibraba  dejando salir su placer: -¡Eu vou  ter um orgasmo!-
No me hizo falta traducción, mi brasileñita chilló su gozo mientras empapaba con su flujo todo mi pantalón. Durante un minuto que me pareció eterno, siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un caos, por una parte estaba orgulloso de haber mantenido el tipo pero por otra estaba contrariado pensando que había perdido la oportunidad de estar con una diosa. Menos mal que Adriana me sacó del error, diciendo con una sonrisa:
-Seu multiorgamica e eu estou gostando-
Tampoco necesité que nadie me lo tradujese, esa chavala me estaba diciendo que ese placer era solo un aperitivo. Sus palabras se convirtieron en hechos cuando dejándose caer, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón y desabrochándolo, me lo bajó hasta los pies.
-¡Ñao ha nada mais bonito do que o sexo de um homem!- exclamó en voz baja al librar a mi pene de su cárcel de tela.
Al oírla pensé que se estaba extralimitando porque según lo que me había explicado solo pensaba seducirme pero, como comprenderéis y de seguro perdonaréis, no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Dejándome llevar, separé mis rodillas y acomodándome en el sofá, la dejé hacer. Adriana al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios, pero ella haciendo caso omiso a mi sugerencia, incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación  y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
-Minha boca, ¡em seguida!-
Su promesa me tranquilizó momentáneamente porque en ese instante llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que no sé cómo no me corrí al ver a esa preciosidad postrada ante mí mientras alegremente nos masturbaba a ambos, lo que sí me consta es que creí enloquecer al observar como volvía a alcanzar un segundo clímax sin necesidad de que yo interviniera. Pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.
Adriana, poseída por una extraña necesidad, me gritó de viva voz:
-¡Deixe-me saber!-
Aunque formulado en otro idiona, comprendí que esa mujer quería que le anticipara mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando mi destino, le prometí hacerlo antes de cerrar mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije. La brasileña recibió mi aviso con alborozo y pegando su pecho a mi pene, buscó mi placer con más ahínco hasta que consiguió que explosionando brutalmente, descargara el semen acumulado.
Fue entonces cuando pegando un grito de alegría, Adriana me volvió a sorprender porque usándolo como si fuera una manguera, esparció mi simiente sobre sus pechos mientras decía:
-¡Que a quantidade de leite e so para mim!-     

 

No solo fueron sus palabras sino que al terminar de ordeñar mi miembro, se tumbó sobre el suelo y recogiendo con sus manos mi lefa, la extendió por todo su cuerpo diciendo:
-¡Eu gosto!-
Aunque suene raro, fue entonces cuando descubrí su verdadero fetiche: Adriana tirada en mitad del salón y con su cuerpo estremecido por el placer, se corrió nuevamente al sentir mi semen por su piel. Pero ese tercer orgasmo fue tan brutal que se prolongó durante minutos ante mi perpleja mirada. Pocas cosas se pueden comparar a ver a la mujer de tus sueños, berreando como una cierva en celo y gritando tu nombre mientras tú eres testigo mudo desde el sofá.
“¡Coño con la modelo!” pensé mientras ella seguía retorciéndose frente a mí uniendo un climax con el siguiente “¡En verdad, es multiorgásmica!”
Satisfecho pero sobre todo encantado con mi descubrimiento, esperé pacientemente a que se tranquilizara, tras lo cual cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama y suavemente la deposité sobre mis sábanas. La brasileña abriendo los ojos me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:
-¿Quer me foder?-
-Sí, preciosa, pero antes me vas a hacer una mamada-
No tuve que insistir, con sus ojos brillando de alegría, Adriana me terminó de desvestir y tumbándome a su lado, susurró a mi oído:
-Voce ñao vai se arrepender-
¡Y por supuesto que no me arrepentí!. Nada más de decir esa frase tan sugerente, esa belleza me separó las rodillas e instalándose entre las piernas, se agachó y abriendo su boca, se fue introduciendo mi pene en su interior. Con una sensualidad sin límites, la morena absorbió mi extensión mientras sus manos acariciaban mis testículos. Si cuando me masturbó se había mostrado desatada, esta vez, se comportó con una dulzura y una ternura impresionante. Como si fuera un juego, mamaba mi falo para acto seguido sacárselo y colmarlo de besos antes de volvérselo a meter. Se notaba que acostumbrada al maltrato, mi actitud pasiva le encantaba y por eso eternizó sus caricias. Con una parsimonia que me estaba volviendo loco, la muchacha disfrutaba ralentizando mi placer hasta que sin poder resistir más, le pedí que se diera prisa.
Fue entonces cuando realmente valoré su pericia con las mamadas. Olvidándose de cualquier recato, la morena me miró eufórica tras lo cual abriendo su boca de par en par, devoró mi pene con un ansía difícil de narrar. No solo fue que lo introdujo hasta el fondo de su garganta sino que presionando con su lengua sobre su talle, convirtió sus labios y su boca en un sexo caliente y húmedo con el que me empezó a follar.
Sacando y metiendo toda mi extensión, dotó a sus movimientos de un ritmo infernal mientras sin pedirme permiso con sus dedos jugueteaba con mi esfínter. Una y otra vez, se lo empotraba hasta que sus labios besaban la base de mi pene `para volvérselo a extraer con gran satisfacción por mi parte.
“¡Menuda mamada!” sentencié al sentir que toda mi excitación se comprimía en mis huevos y que como una llamarada, el semen recorría el conducto de salida hasta mi glande. Adriana al percibir la cercanía de mi orgasmo cerró su boca, apretando con su lengua sobre el diminuto orificio de donde iba a brotar mi simiente, de manera que al explotar mi gozo se incrementara.
¡Y vaya si lo consiguió!.
Cuando eyaculé, el tampón formado por su lengua, no solo alargó mi éxtasis sino que lo aumentó de sobremanera, regalándome el mejor orgasmo de mi vida.
-¡Coño!- grité dominado por el placer y obviando mi promesa, cogí su cabeza y forzando sus labios, me derramé en el interior de su boca.
Mi morena no solo se tragó toda mi producción sino que saboreando hasta la última gota, limpió mi miembro con su lengua.  No os podéis imaginar su cara de satisfacción cuando muerta de risa, ese prodigio de la naturaleza me dijo:
-¡Eu preciso de foder!-
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y besando el moretón de su hombro, le pregunté:
-¿Duro o suave?-
-Amanha suave, ¡Agora mais que duro!-
El desparpajo con el que me dijo que dejara la suavidad para el día siguiente pero que, esa noche, le apetecía que fuera rudo me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la puse a cuatro patas. Ella, olvidándose del portugués, giró su cabeza y mirándome, me soltó:
-Ves que tenía razón cuando dije que este culo iba ser para ti-
Ni la dejé terminar de hablar porque antes que lo hiciera, la mejor modelo del mundo ya tenía a mi pene retozando por el interior de sus intestinos.
 
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
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Posdata: perdonad mi portugués, es “made in Google”.
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