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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.” (POR ALEX BLAME)

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CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto…

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota…

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Torrediente. (El caso del torero corneado)” (POR JAVIET)

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El caso del torero corneado.

   Hola amigos, me llamo Juan Lucas Torrediente y soy detective privado, trabajo desde hace años en esta gran ciudad nuestra, suelo ocuparme de investigar casos de infidelidades, espionaje industrial y temas de estafas a seguros, como verán es una ocupación un tanto repetitiva y algo tediosa, pues suele conllevar muchas horas de seguimientos y esperas, la mayor parte del tiempo dentro de mi coche siguiendo a espos@s infieles ó estafadores del seguro de accidentes y presuntamente semi-invalidos.
Me describiré brevemente, soy parecido a un célebre detective de películas españolas, con algo más de pelo y algo menos de tripa, la medio casualidad de apellidos es fortuita pero según algunos sospechosa.
   Recuerdo el día en que ocurrió la presente historia como si lo hubiese parido, estaba yo en mi oficina casualmente sin un caso en que trabajar y practicando uno de mis pasatiempos favoritos, un cacheo de narices (hurgándomelas en busca de mocos) pues acababa de pasar un fuerte resfriado, cuando se entreabrió la puerta acristalada donde unas letras pintadas decían J.L. Torrediente. Detective privado. Por allí asomo la testuz de mi casera/secretaria Lola diciendo:
–         Don hose luí, don hose luí, tiene un cliente.
Lola es andaluza, una morena rellenita de boca grande y ojos castaños algo fea de cara, tiene grandes tetas y es ancha de caderas pero no rechoncha, es cuarentona y algo tonta pues no consigo hacerla entender llevando un año de inquilino, que las iníciales de la puerta son de Juan Lucas, en lugar de José Luis como ella insiste en llamarme porque según dice me queda mejor, la tengo que tener de secretaria por narices, ya que al ser mi casera se adjudicó el puesto de secretaria, para poder cobrar la mensualidad a partir de los adelantos que me dan los clientes, a veces cuando es un mes malo se me cobra el alquiler en carne, cosa que sinceramente hace muy bien.
 Describiré brevemente su carácter y personalidad: EX. Ex casada, ex porrera, ex dependienta, ex madre, ex prostituta y un largo etcétera de ex, parece estar siempre dejando algo, espero ansioso el momento en que le dé por dejar de cobrarme el alquiler del despacho/apartamento en que vivo y trabajo.
Me levante de mi silla de oficina gris marengo con lamparones de sustancias diversas, para esperar de pie a mi cliente y así ocultarlos con mi cuerpo mientras decía:
–         Bien Lola, hágale pasar por favor.
Mientras ella se giraba y hablaba con alguien,  yo buscaba ansiosa e infructuosamente un kleenex para limpiarme los dedos, así que mientras me estiraba la camisa decidí dejar allí las muestras digitales de mis pesquisas nasales.
Unos 20 segundos después entro en mi despacho una figura conocida, era “El niño del estoque” el famoso torero, no puedo decir aquí su nombre sin exponerme a una demanda judicial, pero lo describiré 1,80 de alto, peso 70 kilos, de unos 35 años, cuerpo musculoso y sin nada de grasas superfluas, cara atractiva nariz larga y recta, pelo negro abundante y engominado p´atras, tenía sobre sus ojos una sola ceja tipo visera, que llegaba del uno al otro lado de su frente y que me recordó por su forma a la gaviota del pp solo que en negro.
Se situó frente a mí al otro lado del escritorio, tendiéndome su mano y estrechando firmemente la mía mientras decía:
–         Búeno día, don hose luí.
Para mejor comprensión del texto a partir de ahora, traduciré las frases con ayuda del diccionario andalú/castellano, editado por la junta de Andalucía bajo el sabio mandato del ex presidente Chaves y pagado con nuestros impuestos, sin ánimo de lucro o estafa por parte de dicha institución.
–         Buenos días ante todo sea usted bienvenido, mi nombre es Juan Lucas no José Luis pero dígame, en que puedo servirle.
Nos dimos un apretón de manos y le ofrecí asiento, tras observar el estado de mi mobiliario tomo asiento en el borde de una silla al otro lado de mi escritorio y retomamos la conversación.
–         Vera esto es para mí un poco difícil, deseo que investigue a mi actual 5ª esposa, pues sospecho que me engaña.
–         ¡No jo… robe! Excúseme, ¿Por qué cree usted que le engaña?
–         Pues verá, ya apenas jodemos, siempre tiene el móvil ocupado, sale mucho y vuelve tarde, generalmente con las ropas revueltas, a veces con la pintura de la cara corrida y manchas claras alrededor de la boca, suele llevar tanga al salir pero no al volver a casa, muestra irritaciones por prolongado roce de sabanas en la espalda, nalgas, codos, talones y rodillas, habla y gime en sueños, y llama mucho entre jadeos a un tal Oscar que como usted sabe no es mi nombre.
–         ¡Pero bueno, un hombre de mundo como usted sospechando! Eso no son pruebas, son vagas sospechas meramente circunstanciales, ¿dígame maestro, usted le ha dado motivos para serle infiel?
–         Pues no ¡claro que no! No hago nada fuera de lo corriente, sobo algún culete y me insinúo a toda tía que pasa a menos de 15 metros de mi, ¡a sí, lo olvidaba tengo una asistenta que me la chupa los lunes miércoles y viernes a media tarde después de la siesta!
–         Pero maestro, eso es normal en un hombre de su posición, pecadillos, bagatelas indignos hasta de ser mencionados.
–         Ya lo ve usted detective, nada raro pero además que en los círculos de amistades que tengo, la carencia de tales “pecadillos” seria mal interpretada.
–         ¿Cómo que mal interpretada? Ser fiel a tu pareja suele ser lo normal en cualquier matrimonio.
–         Mire señor Torrediente, estamos en un país donde ya se considera casi todo normal, pero si yo no tuviera esos “pecadillos” me tacharían de maricon y tendría que dejar el mundo de los toros, que como usted sabe es muy de machotes, casi igual que el del futbol, y mire que allí sí que… pero bueno, es la ley del mundo de hoy dominado por la propaganda.
–         Le entiendo, pero el “Lobby gay” es poderoso, ocultan a unos y airean a otros a conveniencia, sobre todo en la tele, realmente y pensándolo en serio me parece bien que se permita usted esos “pecadillos de faldas” para proteger su reputación y su carrera.
–         Muchas gracias, estimo y agradezco sus palabras, pero pasemos al motivo de mi visita.
–         Lleva usted razón, tiremos la paja y pasemos al grano, cuénteme el motivo de su visita.
Entonces “El niño del estoque” se incorporo un poco sacando del bolsillo de su chaqueta unas cuartillas de papel y una foto que me tendió por encima del escritorio, sentándose de nuevo mientras decía:
–         Esa es mi actual 5ª esposa, se llama Purificacion aunque en familia siempre la han llamado la Puri y en la empresa donde curraba de secretaria de dirección la decían la Puti, según ella porque sus compañeras eran muy mala gente, con el tiempo he empezado a sospechar que podían llevar algo de razón.
Mientras el hablaba yo miraba la foto, era de medio cuerpo de una morena con el pelo por los hombros y rizado, de cara atractiva y pómulos angulosos, llamaban la atención sus ojazos verdes y la amplia y carnosa boca que parecía pedir ser besada las 25 horas del día (si, la de canarias también)
–         En el folio le he puesto las horas y sitios donde va, en fin sus rutinas habituales para que me entienda.
–         Ya veo ya, entiendo que quiere que la siga y la tenga vigilada de cerca.
–         Si y averigüe todo lo que pueda de ella, quiero un informe detallado y a fondo especialmente si me los pone, quiero días, sitios, lugares y nombre del amante de mi Puri.
–         Entiendo que es para un divorcio o algo asi.
–         ¿Qué divorcio ni que niño muerto? La Puri dice que si intento divorciarme, irá a la tele al programa ese de cotillas el “Jódete deluxe” ya sabe.
–         Hostias, eso es más peligroso que un racista xenófobo armado y con licencia para matar a quien le salga de los coj…
–         Por eso mismo necesito pruebas concluyentes don José Luis, le pagare bien por el trabajo.
–         Será algo caro, por lo que leo en estos folios ella no toma café en el bar de la esquina ni va de compras al Lidl, por no mencionar el tenis ó las carreras de caballos.
–         Le pagare el triple de su tarifa habitual, y además ahora le daré 2000 euros extra como previsión de fondos para gastos, además de otros 3000 al acabar, en compensación por su silencio y discreción si acepta el caso.
Permanecí callado mientras lo pensaba y repensaba metódicamente, sopesando los pros y los contras del asunto que se me venía encima y lo que haría con el dinero, (ir de putas, renovar el abono del Atleti, comprar slips limpios) finalmente tras 10 segundos dije que aceptaba el caso.
–         Gracias muchas gracias, – dijo el torero levantándose y dándome una tarjeta con su teléfono añadiendo:
–         Me encontrara en este número.
Me levante y recogí la tarjeta mientras el sacaba del bolsillo y me tendía un fajo con 2000 euros en billetes de 50, recogí el dinero y nos estrechamos las manos cerrando el trato, tras de lo cual se giro sin pedirme recibo y salió diciendo:
–         Esperare ansioso su llamada cuando tenga listo el informe, no olvide sacar fotos o videos.
–         Descuide le llamare lo antes posible.
“El niño del estoque” salió de mi despacho cerrando la puerta, le escuche despedirse de Lola y salir de la oficina, unos diez segundos después mi casera/secretaria abría la puerta diciendo:
–         Vaya vaya, José Luís así que tienes dinerito fresco para pagar tus deudas, pues me debes dos meses de alquiler y varios “extras”
–         Mira Lola este dinero es para los gastos de la investigación ¡no se toca! Y con respecto al alquiler y los “extras” te recuerdo que precisamente es con esos “extras” con lo que te pago el alquiler, es decir en carne de barra.
–         Yo me refiero a comidas y lavado de ropa, necesito al menos 200 euros para ir al híper y comprar algo, ¿tú comes verdad?
Sabia de sobras como era Lola de insistente y sardónica cuando se ponía a ello, dado que tenía razón en lo del dinero y que hacía tiempo desde que se cobro el último alquiler en carne, decidí zanjar la cuestión a satisfacción de ambos, separe 200 euros del dinero recibido y se los tendí diciendo:
–         Está bien, llevas razón toma y compra lo que necesites de comida… y hablando de comida ¿no te apetece un anticipo de la siguiente mensualidad?
–         ¡Pues claro que si, sigue sentado machote!
Entonces Lola se agacho entre la mesa y mi sillón, con mano de experta desabrochó mi bragueta y saco mi polla, sobándola como hacia siempre es decir suavemente y con toda su experiencia de sus años de prostituta, en pocos segundos mi miembro alcanzó sus 19 cm y sus calientes manitas lo aferraban ansiosas iniciando una lenta paja mirándome a los ojos y sonriendo traviesa.
Al ver sus dientes irregulares (y alguno desaparecido) reaccione rápidamente y la empuje suavemente por la nuca para que comenzara a mamármela, era simplemente divina cuando lo hacía con toda su experiencia, para mí en ese momento era una diosa pues solo sentía placer viendo su melena negra moverse mientras ponía su feílla cara contra mi vientre y sentía su prominente barbilla contra mis pelotas.
En pocos segundos me tenia palote perdido y como la tengo de cabeza gorda, me hacia dar saltitos mezcla de placer y miedo cada vez que me arañaba con los dientes, según mamaba arriba y abajo con vicio, arte y salero sureño, decidí cambiar de postura antes de que me hiciera un surco en el miembro por culpa de sus irregulares piños, así que la separe un poco de mi haciéndola levantarse del suelo y dándola un ligero giro, la hice agacharse en ángulo sobre la mesa de despacho, ella se dejaba hacer moviendo su culo intentando parecer una niña traviesa.
Levanté el vestido y aparté su tanga rojo, veía su chochete medio peludo y su ano no muy prieto después de tantos años de putear por las calles, dirigí mi gordo nabo a su agujero marrón y empuje con ganas sin delicadezas pues sabía que a ella le gustaba así.
–         Ayyy cabroncete, hoy no me apetecía por ahí.
–         Bueno pues a mi si y como soy el que suelta el dinero… te callas pendón.
Un par de azotes en su culo reforzaron mi autoridad y la hicieron gemir, a la vez que se movía con más alegría.
–         Joder tía que suave se nota por dentro, ¿Quién decía que este bujero no se lubricaba solo?
–         No es lubricación don Hose luí, es que voy suelta, por eso hoy no me apetecía por ahí.
–         Pero mira que eres guarrilla Lola, ¡en fin ya que hemos empezado acabemos por el mismo lado!
Empuje a fondo sintiéndome hundir en sustancias diversas, en un momento dado entre dos vaivenes ella soltó un pedete húmedo y me salpico ligeramente la camisa, yo arremetí con más ganas follándola el culo con fuerza mientras ella gritaba entre jadeos:
–         Aaahhh mee mataaas hose luuui, que bieeeen me fooollaas rey morooo.
–         Jodoo tia deja de escandalizar o me paro.
–         Teee la cortooo a bocaadoos si te paraas ahora, maricooon mierdosooo.
–         Asi que maricon eh, pues toma cabrita, te voy a rellenar todita de leche. – yo embestía cada vez con más ganas y me sentía estallar de placer.
–         Aaaggg siii dameloooo todooo.
–         Toma y toma golfa mía. –Seguia dentro y rápido dándola rabo por el culo.
–         Me voooyy a correr hose luuuuui, no aguantoooo maaas.
–         Esperame puton que voy contigoo, damee un minuutooo.
–         Me voy me voyyy me voyyyy a chorrooos.
–         Y yo cerdita miiiia, mee corrooo en tu culoooo ahoraaa.
Mis chorros de blanco esperma llenaron su esfínter, pero como el hueco ya estaba ocupado parte de ellos salieron rebosando, manchándome las pelotas y el slip de una sustancia mas… distinta.
Pasamos al pequeño cuarto de baño y nos aseamos un poco usando el bidet de mano (cubo con agua) una vez seco con mi toalla de dos colores (blanca en los bordes, gris y algo todo lo demás) me cambie de camisa y saque un slip medio limpio de mi archivador (están en la letra S) me puse otros pantalones y tras recoger mi documentación, los datos de la maruja del matador, mi cámara digital y el dinero, después me fui a la calle.
Como lo primero es lo primero, pase por el bar a liquidar los casi 300 euskos de cubatas que debía al Manu, ya de paso me tome un par de cañas y unas tapitas por recuperar fuerzas, luego me fui a la tienda de ropa de los “Primos Heredia” donde me agencie un estupendo traje oscuro y una camisa a rayas por 50 eurazos, seguidamente me pase por un chino y compre una de esas corbatas guais de un euro, ya de paso y curioseando me eche un poco de colonia de un expositor de muestras.
Salí de allí hecho un señor, trajeado, encorbatado y bien follado, oliendo a… ¿lavanda? Decidido a tirar la casa por la ventana, pare un taxi y le di la dirección del club de campo donde paraba a esas horas la churry de torero, apenas ponernos en marcha el taxista dijo:
–         Yo tenía un coche antes, que olía por dentro igualito que usted por fuera.
–         Que gracioso eres, ¿sabes? conocí una vez a un taxista al que le partieron los hocicos por bocazas, apea la charla que no soy guiri y tira donde vamos sin dar vueltas.
En 15 minutos estábamos en la puerta del club de campo, pague al taxista y le pregunté:
–         Oye ¿admites propinas?
–         ¡Si claro!
–         Pues toma, para que fumes. –Dije poniéndole en la mano mi mechero viejo y gastado.
–         ¡Gilorio, capullo!
Según salía del taxi le mostré mi corbata diciendo:
–         ¿Ves esta?
–         ¡Si qué pasa?
–         Es regalo de tu mujer.
Cerré de un portazo que hizo bambolearse el coche, mientras el taxista juraba hasta en arameo de puro cabreo, entre en el club y me dirigí al bareto de lujo que tenían allí montado, apenas había gente en el local a esa hora pues la mayoría estaban jugando al tenis o al golf, no tardo en acercárseme una tía vestida de pingüino con pajarita y todo diciendo:
–         Buenos días señor, ¿qué le pongo?
–         Jodoo si la verdad es que si. –Respondí mirando el bulto que la formaban sus dos enormes tetas por debajo de la camisa.
–         Quiero decir de beber. -Dijo ella sonrojándose al notar donde se dirigía mi mirada.
–         En eso estaba pensando precisamente pero entretanto… ponme un cubata con mucho ron y poco hielo.
Mientras volvía mi chica-pingüino con mi bebida, me entretuve viendo la fauna local, vi entrar a una vieja cacatúa bien vestida acompañada por su animal domestico de compañía, el típico chulito cachas con gafas enormes y pelo en crestita, mas allá un sesentón haciendo la rosca a su nueva secretaria de no más de 25 añitos, tan bien puestos como sus operadas tetas y mas allá dos cuarentonas feíllas, muy enrolladas y riéndose tontamente de algo de una revista.
 Continuara…
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Perdón si he molestado a alguien con el rollo escatológico, pero va con el personaje.
Además ya sabéis la frase: “El sexo solo es bueno si es sucio”
Se admiten comentarios.…¡SED FELICES!
 
 

Relato erótico:”Prostituto 17 Un perro se folla a mi clienta virgen” (POR GOLFO)

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me darías


No nos engañemos, la zoofilia está mal vista. Tanto los gays como los heteros, entre los que me incluyo, pensamos que dicha parafilia es una aberración de mentes trastornadas y por eso jamás creí que iba a ser participe activo de una sesión zoo. En este capítulo os voy a contar mi experiencia.

Todo comenzó un viernes en el que mi jefa me llamó para que le confirmara que estaba dispuesto a hacer un servicio un tanto especial, por lo visto, una conocida suya, una treintañera de mucho dinero quería contratarme para pasar un fin de semana en su cabaña de las montañas.
-Y eso, ¿Qué tiene de especial?- le contesté acostumbrado a ser alquilado no solo por una noche sino por semanas enteras.
 -Mucho- respondió – la mujer en cuestión es virgen y tiene la intención de dejar de serlo-.
El misterio con el que hablaba, me hizo intuir que había mucho más  y por eso le pregunté directamente que era lo que se había callado. Johana, un tanto nerviosa porque sabía de mis reparos a las relaciones que implicasen violencia, tardó en responderme:
-Rachel, aprovechando que no hay nadie en kilómetros, tiene la fantasía de recibirte en su casa, desnuda y actuando como una perra-.
-¡No entiendo!- exclamé- me estás diciendo que me voy a pasar un fin de semana con una chalada que quiere que la desvirgue mientras la trato como si fuera un animal-
-Eso es. Nuestra clienta me ha dado instrucciones estrictas de cómo quiere ser tratada. Deberás sacarla de paseo dos veces al día para que haga sus necesidades, no hablara sino que por medio de ladridos te mostrará su alegría o su disgusto, la harás comer en el suelo y la bañaras con una manguera en el patio. En resumen, tiene la fantasía de ser durante cuarenta y ocho horas un chucho y vivir como tal-
Conociendo a mi madame, le solté que aceptaba siempre y cuando eso no significara maltratarla:
-Por eso, no te preocupes. Le he dicho que eres un amante de los animales- respondió para acto seguido darme la dirección donde se hallaba esa cabaña.
Después de pensarlo durante un rato y como no tenía nada que hacer esa tarde, salí a comprar los utensilios que iba a necesitar para cumplir tan extraño cometido. Fui directamente a una tienda de mascotas y sin explicarle que era lo que tenía en mente, compré un collar, una correa y un bozal para mi cachorrita. Una vez pagado pensé que era insuficiente y por eso al salir me dirigí a un sex shop, donde me hice con otros aditamentos que sin duda iba a usar.
A la mañana siguiente, cogí mi coche y metiendo un par de mudas, me dirigí hacia la finca donde iba a pasar ese fin de semana. Durante el trayecto, no paré de pensar en esa mujer y que era lo que le había llevado a soñar con ser tratada de esa forma. No me cabía en la cabeza que una persona normal quisiera ser estrenada de esa forma pero como al final de cuentas ella pagaba, iba a cumplir a rajatabla sus deseos. Al irme acercando a mi destino, tuve que reconocer que nadie iba a sorprendernos porque ese lugar estaba en el culo del mundo. Llevaba más de media hora sin ver ningún rastro de civilización cuando llegue a la cabaña.
-¡Qué sitio más bonito!- pensé al bajarme del coche.
Rodeado de bosque, esa finca estaba en mitad de un prado de hierba perfectamente recortada. Estaba claro que alguien se ocupaba de ese jardín por el esmero con el que estaba diseñado y cuidado.  Al acercarme a la cabaña, oí un ladrido y a un enorme gran danés que se acercaba. Gracias a que estaba familiarizado con los perros no salí huyendo porque ese bicho lo único que quería era saludarme. Lo descubrí porque venía sin el pelo erizado sobre el lomo y moviendo la cola. Estaba todavía acariciándolo cuando oí llegar a mi clienta. Desnuda y ladrando como si fuera una perra, bajaba por la ladera. Sabiendo que era su fantasía, esperé que llegara a mi lado y rascándola detrás de la oreja, le dije:
-Así me gusta, que vengas a saludar a tu dueño-

Rachel meneó sus caderas de alegría y a cuatro patas, me guio hacia la casa. Como iba delante, tuve tiempo de observarla. Era una mujer de bastante buen ver con un cuerpo atlético y una melena rubia que le llegaba por la cadera. Para evitar daños al gatear, se había puesto unos guantes y unas rodilleras que le protegieran. Tengo que reconocer que aunque su aspecto era ridículo, algo en mí se empezó a calentar con la idea de desflorarla ambos agujeros.

Al entrar a la cabaña, con un ladrido me llamó a la cocina donde no tarde en descubrir unas instrucciones más precisas en la nevera. Descojonado por dentro leí el papel donde mi clienta me informaba que la perra se llamaba Reina y el perro era Sultán. Lo segundo que me decía era la rutina que debía de seguir y  que como no había podido darles de comer, encontraría su comida en la nevera. Ya por último me pedía que fuera bueno con ambos animales porque eran buenos y que lo único que necesitaban era un amo cariñoso que los cuidara.

-¿Tienes hambre Reina?- le dije pasando mi mano por su cuerpo.
La perrita ladró de placer al sentir que mi caricia se prolongaba y que sin ningún disimulo, recorría no solo su lomo sino que con toda la tranquilidad del mundo mis dedos acariciaron las esplendidas nalgas que formaban su culo. Sin esperar una respuesta que nunca llegaría, abrí el refrigerador y saqué un tupper con una etiqueta que me informaba que era la comida de ese día.
Al abrirlo y ver en qué consistía, me dije:
“Estará loca pero tienen buen gusto”, ya que era un guisado de carne que se me antojó riquísimo.
Pensando en su comodidad, calenté en el microondas su contenido y dividiéndolo entre dos platos, les día de comer a ambos. Sultán como era lógico, se lo tragó enseguida mientras que Reina menos acostumbrada a comer en el suelo tardó un poco más pero se lo terminó sin dejar de menear las caderas.
-Pobrecita- le dije abriendo una bolsa que traía- no tienes cola. ¿Quieres que tu amo te ponga una?-
La mujer se me quedó mirando extrañada y al ver que lo que tenía en mi mano era un plugging con una hermosa cola pegada, ladró de placer y se acercó a mi lado. Sin hablar, le abrí los dos cachetes para descubrir un ano virgen que me confirmó que esa mujer nunca había sido usada por ahí al menos, por lo que no queriendo hacerla daño, cogí un poco de crema y empecé a untar su esfínter con delicadeza. Reina se dejó hacer y al sentir mis yemas acariciando su ojete, empezó a ronronear de placer.
-Eres una perrita cachonda- le dije introduciendo mi primera falange en el interior de su entrada trasera.
Cada vez más excitada, sus pezones se pusieron duros como piedra al notar mi segundo dedo forzando su ano, y dejándose caer sobre el suelo levantó su culo para facilitar mis maniobras. Sabiendo que tenía dos días para follármela, me lo tomé con parsimonia y cogiendo el plugging se lo incrusté en el ojete.  Increíblemente al sentir que tenía cola empezó a mover el culo y a saltar de alegría. Pero tal demostración me pasó casi inadvertida porque al hacerlo, ví entre los pliegues de su coño que la rubia tenía el himen intacto.
“¡Coño! ¡Es cierto que es totalmente virgen!- exclamé al descubrir esa telita que lo demostraba.
La perspectiva de tirármela, hizo que dentro de mi pantalón mi pene se alzara y consiguiera una más que satisfactoria erección y  tratando de darle tiempo al tiempo, me concentré en las instrucciones que me había dejado. Después de comer, debía de dar un paseo con los perros atados con correa. Al sacar dos de un cajón, tanto el macho como la hembra vinieron a mí a que se las pusiera y por eso,  no me costó ajustar el cierre alrededor de sus collares.
Con una correa a cada mano, salí al jardín. Como es lógico el gran danés tiraba con más fuerza que la mujer de manera que tuve que azuzar su paso con una palmada en su trasero. Mi clienta al recibir el correctivo, aligeró su ritmo de forma que en pocos minutos habíamos dado un par de vueltas alrededor del jardín. Fue en ese momento cuando Sultán se puso junto a un árbol y empezó a mear. La mujer imitando al animal intentó hacer lo mismo pero cuando ya estaba haciendolo, le grité:
-Reina, las perras no levantan su pata-
Colorada al darse cuenta de su fallo, se agachó y en cuclillas liberó su vejiga sin mostrar vergüenza alguna. Una vez hubo terminado, los solté y cogiendo dos palos, se los tiré para que los recogieran. Nuevamente, el perro fue el primero en recogerlo y traérmelo en la boca mientras que la hembra tardó un poco más en retornar con el palo en su hocico. Lo grotesco de la situación no fue óbice para que me diera cuenta que esos días iban a ser divertidos, tratando de forzar los límites de mi clienta.
“Me lo voy a pasar bomba” pensé mientras volvía a lanzárselos esta vez mas lejos.
Estuve jugando con ambos durante casi media hora hasta que me percaté que Rachel estaba cansada. Jadeando y con el sudor recorriendo su cuerpo a la perrita le costaba correr en busca del palo por lo que sin decirle que iba a hacer, retorné hacia la casa. Al llegar al porche, recordé que Johana me había dicho que nuestra clienta le había dicho que una de sus fantasías era ser lavada con manguera por lo que llamándola a mi lado la até a un poste y cogiendo una, abrí el agua y empecé a bañarla.
La pobre mujer al sentir el agua helada, gritó pero rápidamente se dio cuenta de su error y ladró moviendo la cola. No os resultará difícil comprender que su entrega azuzó mi morbo y por eso, me entretuve más de lo debido lavándola. Me encantó ver como sus pezones se contraían por el frio y aprovechándome de ello les di un buen repaso con mis manos.  Rachel comportándose como Reina, dejó que mis dedos los pellizcaran sin quejarse. Una vez había quitado el sudor de su piel, decidí que mi cachorrita tenía el sexo sucio y tumbándola sobre la hierba, me ocupé de su vulva.
Ella al ver mis intenciones, cerró las piernas avergonzada pero mostrándome firme mientras le separaba las rodillas, le dije:

 

-Reina acabas de mear y no quiero que manches la alfombra-
Comprendiendo que tenía razón, sumisamente, se quedó quieta mientras me arrodillaba frente a ella. Su cara mostraba a la legua un deseo brutal de ser tomada cuando sin pedirle permiso empecé a recorrer los pliegues de su sexo con mis dedos. Al separar sus labios me encontré con un clítoris grande y duro que necesitaba ser mordido y venciendo sus miedos, acerqué mi cara a su  entrepierna. Cuidadosamente, lo cogí entre mis dientes y sin darle tiempo a reaccionar, empecé a juguetear con él mientras mis manos acariciaban sus pechos. La muchacha gimió a sentir mis maniobras y ladrando amigablemente me informó de su disposición.
No sé si fue su sabor o su sumisión absoluta lo que me llevó a penetrar con mi lengua su sexo mientras movía el plugging que llevaba en el culo, lo cierto es que inmerso en mi papel de amo, le susurré al oído:
-Esta noche mi perrita va a dejar de ser virgen-
Mis palabras la hicieron aullar de placer por lo que sabiendo que iba a conseguir descarga mi tensión en poco tiempo, forcé su obediencia metiendo un par de dedos en su trasero. Rachel suspiró mientras su cuerpo se agitaba sin parar sobre el césped. No me percaté que Sultán estaba a mi lado ni de que bajo su lomo su pene estaba totalmente excitado hasta que mi clienta alargó su mano y sin dejar de sollozar, lo empezó a masturbar.
Ese acto debió de hacerme comprender la naturaleza de su fantasía pero acostumbrado a satisfacer a mis clientas, seguí comiéndola el coño hasta que conseguí sacar de lo más profundo de esa mujer un brutal orgasmo. Tras lo cual y cortando la paja al pobre perro, me levanté y soltando su correa, la llevé a dentro del salón dejando a Sultán fuera.
Una vez dentro me senté en el sofá. Mi mente no dejaba de rememorar la escena anterior, de cómo esa mujer había pajeado al animal mientras yo me ocupaba de su entrepierna. Mientras lo hacía, ella se había acurrucado a mis pies, llorando y aullando de dolor.   Su congoja me hizo saber de la vergüenza que le causaba que hubiera descubierto su pecado y creyendo que era mi deber consolarla, le acaricié su lomo diciéndole:
-Sultán es tu amante-

Su confirmación me llegó en forma de ladrido y tratando de analizar que narices hacía entonces yo en su casa le dije:

-Entonces tu problema es que tienes miedo que te haga daño y por eso quieres que sea un humano quien te desvirgue y ayude luego a tu perro-
Levantando la cabeza, me miró con lágrimas en los ojos y sin poder aguantar su angustia empezó a llorar nuevamente. El sufrimiento de esa mujer hizo que me compadeciera de ella y le dije:
-Te voy a ayudar pero antes quiero que conozcas el placer que te puede dar un ser humano. ¿Estás de acuerdo?-
Sonriendo se puso a lamerme la cara mientras mostraba su alegría con ladridos. Aunque era una aberración lo que me pedía, mi pene no estaba de acuerdo y sin venir a cuento se irguió debajo de mi calzoncillo.  Ella al darse cuenta frotó su hocico contra mi cremallera pidiendo que lo liberara de su encierro. Sin hacerme de rogar, me levanté y en medio del salón me desnudé mientras mi perrita se mordía los labios con la perspectiva de comerse la primera verga humana de su vida.
Una vez en pelotas y siguiendo un guion de cualquier película porno, fui hasta la nevera y cogiendo un bote de crema, volví al sofá. Reina que se había quedado extrañada de mi salida, me recibió meneando su cola al ver y comprender cual eran mis intenciones.
-A todas las perras les gusta el chantilly- le informé mientras untaba mi miembro con gran cantidad de ese producto.
Rachel no esperó a que terminara y sacando la lengua empezó a lamer mi pene en busca de tan ansiado manjar. Reconozco que sentir su boca retirando la crema de mi extensión, terminó con los reparos que sentía y dejando que cumpliera su labor, me acomodé sobre los cojines. Mi clienta que en un principio se había mostrado modosa, se fue convirtiendo en una hembra ansiosa a la par que el chantilly desaparecía en el interior de su estómago y por eso al terminar con él, no paró de mamar sino que metiendo mi  miembro hasta el fondo de su garganta, se dedicó a darme placer con gran satisfacción de mi parte.
-También va a ser la primera vez que me folle a una perra- le dije en plan de guasa al sentir sus labios en la base de mi sexo.
Mis palabras le ratificaron que iba a seguir tratándola como un chucho y en vez de cortarla, incrementó su lujuria. Cuanto más excitada estaba, más movía su colita hasta que el meneo de su trasero me hizo caer en que tenía que prepararla. Por eso al sentir los primeros síntomas de mi orgasmo, se lo anticipé mientras cogía el plugging que llevaba incrustado en su culo y se lo empezaba a sacar y a meter.
Ella al sentir la intromisión, ladró de alegría y con más ahínco se dedicó a la mamada. Mi clímax no tardó en aparecer y  cuando tuvo lugar, mi perrita se relamió los labios al probar por vez primera mi semen. Debió de gustarle porque con un esmero digno de alabanza, exprimió mi pene hasta que acabó con la última gota. Entonces y como no podía ser de otra forma, se puso a cuatro patas sobre la alfombra y con un ladrido, me informó que estaba dispuesta a dejar de ser virgen.
 Lo lógico es que después de tan tremenda mamada, hubiera tardado en recuperarme pero al verla postrada a mis pies, me olvidé de mi cansancio y poniéndome detrás de ella, le di un sonoro azote mientras le susurraba al oído:
-Eres una perrita en celo-

No pudo reprimir una carcajada al oírme y meneando su trasero, buscó mi miembro. Con la poca lucidez que todavía conservaba, exploré su vulva antes de penetrarla. El descubrir que la tenía encharcada y que no necesitaba excitarla, aceleró mis planes y de un solo empujón rompí su himen todavía intacto. Rachel gritó al sentir hoyada su vulva pero no intentó separarse sino que forzando su dolor, empujó su cuerpo hacia tras hasta que mi miembro llenó su cavidad por completo.  Durante medio minuto esperé a que se relajara y entonces empecé con ritmo pausado a penetrarla.

Los gemidos de mi clienta me hicieron saber que le gustaba y por eso poco a poco fui incrementando el compás con el que sacaba y metía mi falo de su interior. Nuestra unión hubiera sido como cualquier otra si no llega a ser porque esa mujer en vez de chillar aullaba pero por lo demás fue igual. Se movía y gemía como cualquier otra hembra de mi especie y por eso la traté de la misma forma. Incrementando la velocidad de mis penetraciones cuando la veía enfriarse y ralentizando mis movimientos cuando sentía que iba a correrse, de forma que cuando lo hizo, tuvo un orgasmo tan brutal y sus aullidos fueron  tan intensos que, desde el exterior de la casa, su amante canino empezó a ladrar como descosido al darse cuenta de que su hembra estaba siendo montada por otro macho.
-¡Que se joda el chucho!- grité de mal humor y cogiéndola de la melena, llevé su cabeza hasta mi boca y sin cortarme un pelo, le solté: -Por hoy eres solo mía-
Cuando luego lo pensé, me di cuenta que estaba celoso pero en ese momento era un macho cubriendo a su perra y forzando su coño hasta lo indecible seguí apuñalándolo mientras ella enlazaba un orgasmo con otro. Fuera de mí, me agarré de sus pechos y profundicé mis penetraciones hasta que el placer me venció y caí agotado sobre ella. Mi clienta dejó mi pene en su interior mientras se relajaba y solo cuando se dio cuenta que se había deshinchado, se lo sacó y se quedó acurrucada entre mis brazos.  No sé cuánto tiempo estuvimos tirados sobre la alfombra porque os tengo que reconocer que me quedé dormido, lo que si os puedo contar es que al cabo de un rato desperté al sentir que Rachel me estaba lamiendo la cara.
Al abrir los ojos, vi que sonreía y sin esperar a que estuviera totalmente espabilado, bajó por mi cuerpo y buscó reanimar mi maltrecho pene.
-Eres una zorrita- le dije al sentir que con la lengua recorría mi glande.
Ella como respuesta movió su colita alegremente.
-Ya veo lo que quieres- exclamé al verla meneando su trasero- mi perra desea que la tome por detrás, ¿no es verdad?-
No contestó sino que afianzando su deseo se metió mi verga en su boca. Su labor tuvo un éxito rápido y cuando verificó que ya tenía suficiente dureza, se puso en posición de monta en mitad de la alfombra.
-Ni de coña- la espeté y cogiéndola del collar, la llevé hasta la cama. –Te voy a romper el culo como se lo haría a una humana aunque no seas más que una perra- y sin dejarla opinar, la tumbé en el colchón y usando las correas la até al cabecero.
Indefensa, aulló desesperada al sentir que inmovilizaba sus muñecas y que la dejaba boca abajo sobre las sábanas. Pero al notar que también le ataba los tobillos, trató de morderme.
-Grita cuanto quieras, nadie va a oírte- le dije dejándola con las piernas totalmente abiertas.
Sabiéndose en mis manos dejó de debatirse y en silencio esperó ser violada. Pero una vez sujeta, le acaricié la cabeza y con la voz más dulce que pude le dije:

-Nunca he poseído a una de tu especie por su entrada trasera y no quiero que me des un mordisco. ¿Lo comprendes?-

Asintió con la cabeza y esperó lo peor. Disfruté viendo que temblaba de miedo y solo cuando se calmó un poco, retiré su cola postiza y cogiendo crema empecé a embadurnarle su esfínter mientras le decía:
-Relájate, te voy a dejar lista para que al terminar, entre tu amante canino y termine lo que has soñado tantos años-
Mi promesa la liberó y dejándose hacer, aflojó sus músculos al sentir mis yemas recorriendo su ano. El haberla tenido durante una hora con el plugging en su culo facilitó mis maniobras de forma que en pocos minutos tenía a esa mujer donde yo quería, excitada hasta decir basta mientras dos de mis dedos entraban y salían con facilidad de su ano.
-¿Te gusta?- pregunté aunque sabía la respuesta porque su sexo estaba empapado y la mujer no podía evitar gemir de placer cada vez que sentía forzado su orificio.
Viendo que estaba lista, la liberé y poniéndola a cuatro patas, me acerque hasta ella con mi polla en la mano. Al girarse, su mirada era una mezcla de deseo y de miedo por lo que antes de forzarla le jugueteé con mi glande en su sexo. Ella al sentir mi cabeza rozando su clítoris, suspiró aliviada pero entonces cambié de destino y de un fuerte empujón, desfloré su entrada trasera.
-¡Ahh!- chilló dando un alarido muy humano e intentó zafarse de mi abrazo pero cada vez que intentaba sacarse mi miembro de sus intestinos lo único que conseguía era introducírselo más, de forma que a los pocos segundos, su culo había absorbido toda mi extensión en su interior.
Esperé a que se acostumbrara a tenerlo dentro y entonces acercándome a su oreja, le ordené que se masturbara con su mano. Incapaz de desobedecerme llevó sus dedos a su clítoris y empezó a acariciarlo mientras esperaba que yo comenzara a tomarla.
-¡Más rápido!- grité dando un azote en sus nalgas.
Sumisamente, Rachel-Reina aceleró sus toqueteos y cuando percibí que estaba suficientemente estimulada, comencé a mover mis caderas. Su auténtico gemido de placer me dio alas y asiéndome de sus pechos, inicié mi lento cabalgar. Mi perrita se convirtió en mi yegua y relinchando de lujuria, permitió que la montara.
-¡Qué bruto!- gritó por vez primera. -¡Me encanta!- berreó obviando que había optado por no hablar y gimiendo de gozo, me pidió que la siguiera tomando.
 Conociendo de ante mano que si esa mujer había abandonado su mutismo, era porque lo que estaba experimentando había desbordado sus previsiones, decidí que si había esperado treinta años para entregar su virginidad a un hombre, debía de esmerarme en hacerla sentir y por eso, alternando ternura y dureza, incrementé la velocidad de mi galope mientras le decía la maravillosa perrita que era.

 

-¡Me corro!- la oí decir con voz desencajada justo antes que su sexo se convirtiera en un torrente de temblado flujo que inundó mi piernas.

Cada vez que la penetraba, mis huevos al chocar contra su vulva como si de un frontón se tratase salpicaban sobre mis muslos el producto de su placer. La locura con la que recibía cada empujón, me hizo llevar al límite el ritmo de mi doma hasta que convulsionando entre mis piernas, esa mujer se desplomó gritando su entrega. No contento con ello, la cogí entre mis brazos y levantándola le chillé:

-Todavía yo no he terminado- y sin hacerle otra aclaración, y  seguí follando ese culo primoroso hasta que como si de un geiser se tratara, mi pene explotó regando sus entrañas con mi semilla.
Ella al notar mis sacudidas se volvió a correr sonoramente y juntos nos tumbamos en las sábanas. Al contrario que la otra vez, Rachel no se conformó con eso y mientras descansábamos me colmo de besos como solo una mujer puede hacer, tras lo cual, acomodándose entre mis brazos, me susurró contenta:
-Nunca creí que un hombre me podría dar tanto placer-
Fue entonces cuando comprendí que mi labor no había acabado y levantándome de la cama, abrí a Sultán. El enorme chucho entró corriendo en la habitación creyendo quizás que su dueña había sufrido algún tipo de daño pero al verla tranquila tumbada en la cama, se tranquilizó y empezó a menear su cola. Rachel sin conocer mis intenciones, acarició al perro y me preguntó porque lo había dejado entrar.
-Has disfrutado con un hombre siendo una perra, es hora que sepas si prefieres disfrutar como mujer con tu amante perro-
Alucinada por mi comprensión, me miró y me dijo:
-¿Seguro que no te importa?-
-Me has contratado para cumplir un sueño y ¿Qué clase de prostituto sería si no lograra hacer realidad tus fantasías?-
Con una alegría inenarrable, Rachel me agradeció mi ayuda y sacando de un cajón dos pares de calcetines, se los puso en las patas al animal. Al ver mi cara de sorpresa, se rio diciendo:
-No quiero que me arañe-
Al ver las garras del animal, comprendí y como si fuera algo normal le ayudé a colocar los patucos a Sultán. Una vez asegurado, cogí el bote de chantilly y le pedí que se tumbara en la cama. La expresión de su rostro mientras embadurnaba su coño con la crema me confirmó que deseaba ser tomada por el bicho y por eso nada mas terminar de hacerlo, acerqué al animal.
Fue increíble, el chucho se lanzó a lamer el coño de su dueña mientras esta se derretía cada vez que la lengua de su perro recorría los pliegues  de su sexo. Contra toda lógica verla pellizcando sus pezones mientras Sultán se daba su peculiar banquete, no me disgusto sino que colaborando con ella con interés rellené su esfínter para ver su reacción al sentir esa áspera lengua, introduciéndose en su orificio trasero. Todo perro es goloso por naturaleza y por eso al ver que había otra fuente de ese dulce manjar, el perro no tuvo reparo en buscar con gozo dentro de su trasero.
Mi clienta gimió al notar su caricia y poniéndose a cuatro patas, separó sus nalgas con sus manos para facilitar las maniobras del animal pero lo que no se esperaba fue que Sultán al oler las feromonas que desprendía su sexo, se excitara y tratara de montarla. Saltando encima de ella, Sultan intentó infructuosamente penetrarla por lo que tuve que ser yo quien venciendo mi natural reluctancia, guiara su pene hasta el interior de su vagina.
Os reconozco que una vez con su pene entre mis dedos, me sentí un veterinario ayudando en la monta de un semental y sin quejarme lo llevé hasta su sexo. El perro ayudo también porque al sentir su orificio, movió su cuerpo y de un solo empujón introdujo todo su extensión en su interior, llegando incluso a meter el nudo que se les formaba a los perros en su miembro.
Rachel azuzó a su mascota con dulces palabras hasta que dominada por un placer  se quedó quieta mientras el chucho la tomaba con velocidad.
-¿Qué sientes?- pregunté interesado.
-Es duro pero suave, me gusta- respondió la mujer.
En un momento dado el perro se quedó quieto mientras mi clienta empezaba a notar la seriedad de su acción.
-Es enorme- me dijo mordiéndose los labios al notar que el pene que tenía introducido se hinchaba cada vez más.
Quizás debía haber probado con un perro más pequeño, pensé al ver dos lagrimones saliendo de sus ojos. Queriéndole ayudar, le pregunté si podía hacer algo.
-Túmbate a mi lado- me pidió.
Haciéndola caso, me coloqué a su vera y mientras era tomada por el can, fui acariciando sus pechos. La muchacha gozando de su mascota, gemía como loca y viendo que no hacía nada allí, decidí irme a tomar agua. Al volver y tengo que reconocer que no supe como el perro estaba dado la vuelta sin dejar de tenerla ensartada. Fue entonces cuando comprendí el  rival con el que me había topado porque, una vez con su verga hacia atrás, pude observar su tremendo  grosor y a Rachel disfrutando introduciéndose ese tronco en su sexo. 
-¡Que pasada!- exclamé al comprobar que doblaba con facilidad mi tamaño.
Deslumbrado por Sultán, le pregunté qué cuanto tardaría en correrse el puto chucho y mi clienta con una sonrisa en los labios, me comentó:
-Espero que unos veinte minutos-
 
Si ya eso era raro más lo fue cuando poniéndose boca arriba, acercó ese enorme trabuco a su coño y tirando de la cola del animal, se lo metió hasta el fondo.
-¡Qué disfrutes!- dije al ver su cara y sabiendo que sobraba, salí de la habitación.
Al llegar al salón, puse la tele en un intento de amortiguar sus gemidos pero fue en vano porque la mujer no paró de gritar durante un buen rato. Por vez primera comprendí que había un semental mejor que yo y rumiando mis penas me concentré en la película que estaban dando en la primera.  Por mucho que intenté olvidar mi humillación no pude por que continuamente volvía a mí la imagen de esa mujer empalándose con el miembro de su mascota.
Menos mal que pude conservar intacta mi autoestima cuando al cabo de una hora, la vi salir de su habitación recién bañada y al verme, sin hablar, sacó al perro fuera y poniéndose a cuatro patas, se acercó a donde yo estaba, ladrando. Era su manera de decirme que al menos por lo que quedaba de noche, prefería ser la perra de un amo que la amante de un perro.
Sonriendo al haber recuperado mi orgullo, `palmeé su lomo y cogiéndola del collar, la llevé a la cama. Mi perrita me siguió meneando su colita, sabiendo que durante las siguientes horas, iba a disfrutar de las caricias de ese ser humano.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 

Relato erótico: “Maquinas de placer 12” (POR MARTINA LEMMI)

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Suspendida en antigravedad, la cuadrilla de cópteros, ahora reducida en uno, seguía formando un semicírculo en torno al Merobot, que se hallaba de pie y exultante sobre la torre de la terraza del edificio Vanderbilt, desprovisto el mismo ahora de mástil y estandarte.  No hacía falta escudriñar por detrás de los cristales de los habitáculos para darse cuenta de cuán anonadados y perplejos se hallaban los pilotos tras lo ocurrido; estaba descontado, y el androide también lo sabía, que de un momento a otro recrudecería el ataque, máxime considerando que era uno de sus compañeros quien acababa de perder la vida… La solidaridad vengativa suele ser característica de quienes integran fuerzas del orden…
La inminencia del ataque quedó confirmada cuando uno de los cópteros abrió repentinamente el fuego siendo, obviamente, seguido por los demás.  Ahora disparaban sin miramientos contra el robot mismo y no se trataba ya de fuego de amedrentamiento.  La lluvia de proyectiles arreció sobre el mismo quien, buscando preservar la integridad de su cerebro positrónico, tendió a poner el antebrazo por delante de su cabeza a los efectos de cubrirla, pues ése sería, obviamente, el principal blanco de ataque buscado por los pilotos de los cópteros.   Sus circuitos, una vez más, chisporrotearon e incluso varias “heridas” fueron salpicando su piel en varios puntos; aun así y contra todas las adversidades, el robot seguía funcionando aunque desde hacía rato inestable y desequilibrado.  Los cañones centrales de los cópteros comenzaron a moverse y el androide supo de inmediato que el siguiente paso sería arrojarle proyectiles calóricos contra los cuales verdaderamente nada podría hacer por más que se cubriese su cabeza con el antebrazo: que uno solo de ellos lograra penetrar en cualquier zona de su cuerpo sería suficiente como para socarrarle por dentro y dejar definitivamente frito su cerebro positrónico.
Un zumbido se hizo oír por encima de su cabeza y el Merobot, al levantar la vista, notó que el mismo provenía del parque de diversiones volante, el cual, al parecer, estaba poniendo en marcha sus motores de desplazamiento a los efectos de alejarse del lugar: o habían sido puestos en advertencia por el personal policial o bien, simplemente por su cuenta, los pilotos del parque habían juzgado que lo mejor era alejarse de allí ante la intensidad y crudeza que estaba tomando el combate.  Por lo pronto, Dick interpretó de inmediato que, si tenía una chance de escapar a su irrremisible final, la misma se hallaba en el parque y, de hecho, se esfumaría si se limitaba ver cómo se alejaba.  Siempre de pie sobre el lugar que antes ocupara el mástil, flexionó sus poderosas y atléticas piernas a los efectos de darse impulso a sí mismo y, así, ante la mirada azorada de los pilotos de la policía que le acechaban, saltó hacia lo alto casi como si alguien le hubiese disparado cual un proyectil.  Era un salto de unos doce metros pero todo estaba matemática y físicamente calculado; de hecho, el robot, aunque con lo justo, alcanzó a asirse a una de las tuberías inferiores de la estructura del parque…
La lluvia de metralla arreció nuevamente sobre él pero cesó casi al instante.  Estaba bastante obvio que los pilotos habían recibido orden de suspenderla de inmediato puesto que, en caso de dañar los generadores o los suspensores del parque volante, éste se precipitaría a tierra generando un desastre de tales dimensiones que causaba espanto el sólo pensarlo… El robot supo que ése era su momento, así que, por momentos reptando y por momentos usando una locomoción braquiática que parecía propia de un chimpancé, fue entreverándose entre las tuberías y cables hasta lograr desaparecer del campo de disparo y, de ese modo, se logró desplazar por debajo de la base circular del parque hasta llegar al extremo diametralmente opuesto para luego trepar hacia la parte superior por el borde contrario a la posición de los cópteros.
Su jugada, sin embargo, fue intuida por la policía aérea, pues mientras pendía de un solo brazo hacia la nada y en el momento en que se disponía a trepar hacia el parque propiamente dicho, un cóptero que venía girando en torno a la estructura apareció ante él y, por lo que se veía, su piloto tenía la más que clara intención de abrir fuego.  Columpiándose hacia arriba, el androide saltó y cayó en el propio predio del parque, justo sobre el borde del mismo; buscando con prontitud alguna vía de escape alzó la vista y se encontró con el desfilar de las sillas voladoras que trazaban alocados círculos en torno al perímetro del parque volante mientras los jóvenes que las ocupaban no paraban de proferir histéricos aullidos al ver y sentir cómo sus cuerpos parecían verse impulsados hacia el abismo.  Dick flexionó sus piernas nuevamente, dispuesto a saltar: ya lo había hecho una vez y bien podía hacerlo otra vez dado que incluso la altura a cubrir con el salto era esta vez menor.  El asunto, claro, era calcular con precisión matemática el momento de intercepción con alguna de las sillas colgantes que giraban a altísima velocidad, ya que de no lograr asirse a ninguna, su salto sólo seguiría destino hacia una caída de mil ochocientos metros…  Permaneció por un instante mirando pasar a las sillas mientras en su cerebro positrónico iban discurriendo los cálculos matemáticos y físicos a toda velocidad.  Una vez que se encontró con un resultado certero, se impulsó nuevamente y su cuerpo, lanzado hacia lo alto, alcanzó una de las sillas voladoras en el exacto momento en que pasaba y se aferró al respaldo de la misma con una sola mano  para terror de la pareja de jovencitos que viajaba sobre la silla, ya que ésta se ladeó un poco y  se desestabilizó ante el peso y el impacto del robot.  Como si no fuera poco para los jóvenes el alocado vértigo del propio divertimento, sus rostros adoptaron un rictus de espanto cuando, al girar sus cabezas, descubrieron como tercer pasajero a un hombre desnudo que colgaba del respaldo de su silla.
“No teman…” – les dijo el Merobot en un tono que pretendía ser tranquilizador dentro de un contexto demente.  Su cerebro positrónico seguía cruzado por conflictos y, al parecer, dejaba salir, aunque más no fuera intermitentemente, algún vestigio del mandato de no dañar a los seres humanos que le habían instalado al fabricarlo.
Los cópteros, formando un círculo más grande, se arracimaron en torno al parque volante de modo análogo a cómo antes lo hicieran con la cima del edificio Vanderbilt.  El blanco, claro, se había vuelto mucho más difícil por lo huidizo ya que el androide, junto con la silla a la que se hallaba aferrado, giraba alocadamente alrededor de la estructura del parque, lo cual hacía imposible tenerlo en la mira.  Sin embargo, el movimiento, al ser uniforme, no lo dejaba a salvo por completo; los cópteros estaban equipados con dispositivos para calcular intercepción cuando el objetivo a ser atacado se movía en una trayectoria regular y previsible.  Cierto era que disparar contra la silla volante implicaría, también, poner en riesgo a los jovencitos que viajaban en ella, pero Dick no estaba dispuesto a comprobar cuál era el límite ético de la policía aérea.  A la primera oportunidad que tuvo para hacerlo, se columpió desde la silla y, soltándose de ella, se dejó caer hacia el piso del predio de Joy Town mientras una nueva y violenta sacudida hacía otra vez gritar de terror a la parejita que viajaba a bordo de la misma.  Sus piernas, una vez más, actuaron como excelentes amortiguadores al posarle suavemente sobre el mismo.  A su alrededor prácticamente todos echaron a correr: era sospechar que ya se hallasen al tanto de lo que estaba ocurriendo y, por lo tanto, no tenía por qué sorprender el que huyeran aterrados al saberse en presencia del “robot asesino”.  Sin embargo, hubo algunas jovencitas e incluso algunas señoras maduras que, en lugar de echar a correr, se quedaron contemplando fascinadas la espectacular anatomía del androide.
Jack debió abrirse paso a empellones por entre los guardias a lo largo de las escaleras y, una vez que llegó hasta el último piso, accionó él mismo la apertura de la puerta que comunicaba con el estacionamiento.  Corrió por entre los autos como si lo llevara el mismo diablo e, incluso, saltó y caminó por encima del capot de más de uno.  Una vez que hubo llegado hasta la última puerta, la cual comunicaba con el pasillo y con la azotea, sus ojos descubrieron a Carla, arrebujada contra uno de los cristales y con la vista perdida, casi ausente, mientras temblaba por el frío como si tuviera convulsiones.
Jack accionó la apertura de la puerta y fue hacia ella, quitándose el saco para cubrirla con el mismo.
“Vamos, Carla… – le dijo con premura -.  Tenemos que salir de aquí…”
“De… ninguna forma… – respondió ella, con la voz entrecortada y quebrada -.  Dick está allí afuera… Saltó hacia el parque; yo lo vi…”
“Carla… es peligroso… – insistió él tironeándole de un brazo e instándola a levantarse del piso para seguirle -.  Por favor, vámonos de aquí o…”
Con un violento tirón, ella se liberó de su mano y, poniéndose en pie de un salto, echó a correr hacia afuera del pasillo y a través de la azotea.  Jack la siguió.  Aquí y allá el piso aparecía cubierto por fragmentos de revestimiento o de cristales, a pesar de lo cual Carla corría por entre ellos como si nada le importase e incluso, dejando caer, en la corrida, el saco con que Jack la había cubierto.
Ella llegó hasta el muro del borde de la terraza y miró hacia lo alto, hacia el parque Joy Town, que ya ahora se hallaba bastante más alejado, tal vez a unos ochenta metros por encima de su cabeza.  Con aprensión, sus ojos se clavaron en los cópteros que rodeaban al mismo y un fuerte estremecimiento la sacudió de la cabeza a los pies al pensar que los vehículos policiales se hallaban allí con el único y firme objetivo de dar caza a Dick: una caza que implicaba su destrucción…, la destrucción del único “hombre” que había logrado hacerla sentir algo distinto en su vida.  Llegando junto a ella, Jack le echó el saco por sobre los hombros; no volvió a insistirle con marcharse de allí porque estaba más que claro que no lo lograría: Carla Karlsten quería permanecer en ese lugar… Y si tenía que presenciar el final de Dick, estaba dispuesta a hacerlo pues se sentía en la necesidad de estar allí para verlo por última vez…
Dick miró hacia todos lados a lo largo del predio descubierto y sabiendo que allí era un excelente blanco para los cópteros, echó a correr sin un rumbo fijo contorneando la estructura de la montaña rusa extrema, la cual, de hecho, se hallaba en funcionamiento.  El cálculo estratégico, claro, era valerse de la montaña rusa como protección, ya que era de suponer que no le dispararían a riesgo de poner en peligro las vidas de los jóvenes que disfrutaban del entretenimiento.  Cálculo equivocado: la lógica de un robot no siempre se condice con el pragmatismo humano; así, mientras corría, oyó repiquetear nuevamente la artillería de metralla a centímetros de sus pies e incluso contra los caños de la montaña rusa.  Mirando hacia el frente y sin detener su carrera, Dick vio un edificio al cual el cartel de la entrada promocionaba como sala de espejos; sin más y como si fuera un clavadista arrojándose de un acantilado, colocó los brazos hacia adelante y se lanzó en un salto casi olímpico que le hizo ingresar al mismo.  Un sinfín de espejos poblaba el lugar y ello motivó que se viera reflejado a sí mismo una y mil veces al punto de que sus sensores, ya para esa altura muy dañados, tuvieron que trabajar durante algún momento en sociedad con su cerebro positrónico para determinar si se trataba, en efecto, de imágenes reflejadas de sí mismo o si, por el contrario, se hallaba ante una jungla de androides idénticos a él.  Entre la marea interminable de imágenes, sin embargo, descubrió dos figuras humanas que no se parecían a él.  Se trataba de dos muchachitas muy jóvenes, de tal vez veinte años… Vestían tan informales como cualquier chica de su edad y lucían cortas faldas; en sus rostros se podía advertir una mezcla de terror y fascinación ante la presencia del androide.
En ese momento, en el cerebro positrónico del Merobot se empezaron a mezclar mandatos y órdenes… Dar placer, dar placer, dar placer…: ésa era la cuarta ley: una ley ajena a Asimov que, siguiendo el orden de jerarquías, sus fabricantes le habían instalado allí.  Yendo resueltamente hacia una de las muchachas la tomó por los cabellos con tal fuerza que la obligó a doblar su cuerpo; la otra intentó huir pero el formidable brazo del androide la alcanzó y la capturó del codo antes de que pudiera hacerlo.  Las chicas aullaban de dolor, una por el violento tironeo contra su cuero cabelludo y la otra por la fuerza de los poderosos dedos que le mantenían cautivo el codo mientras braceaba y pataleaba tratando de escapar; sin embargo y aun a pesar de los gritos de dolor, todo parecía indicar que el robot no lo estaba percibiendo: su cerebro positrónico se hallaba enloquecido y sus sensores alterados al momento de captar las sensaciones humanas.   Atrayendo a ambas hacia él, las hizo impactar a ambas al mismo tiempo con sus traseros contra su magnífica verga, la cual quedó encerrada entre ambas.  El miembro, erecto y más vivo que nunca, se movió serpenteando entre una y otra hurgando por debajo de sus faldas y deslizándose por entre sus piernas hasta alcanzarles sus vaginas, yendo alternadamente y a gran velocidad de una a la otra de tal manera de mantenerlas a ambas excitadas.  En efecto, la resistencia que las jóvenes habían mostrado en un principio pareció ir cediendo; ya no forcejeaban tanto por liberarse y, antes bien, ambas tenían sus bragas mojadas. 
Entendiendo que ya ninguna de las dos intentaría escapar, el robot le liberó a una los cabellos y a la otra el codo; con un hábil manotazo dejó a cada una sin bragas, lo cual fue literal ya que no se las bajó sino que, directamente, le arrancó a cada una su prenda íntima que, desgarrada y cortada al medio, se deslizó hacia el piso a lo largo de las piernas.  Aprovechando el momentáneo éxtasis que parecían vivir las chicas, apoyó cada una de sus manos sobre los rostros de las chicas y les jugueteó con los dedos sobre los labios hasta terminar introduciendo en cada boca los respectivos dedos mayores de sus manos, haciéndolos serpentear dentro de ellas de tal manera que, inevitablemente, remitió a las chicas a sentirse tal como si tuvieran un pene dentro de sus bocas. 
Cuando la excitación hubo alcanzado su grado extremo, el robot tomó a una de las jóvenes por la cintura y, literalmente, la sentó sobre su pene erecto, no penetrándola, sino pasándole desde atrás el portentoso miembro desde atrás por entre las piernas.  Casi de inmediato tomó también por el talle a la muchacha restante y la atrajo poniéndola de espaldas contra la primera; en cuanto la tuvo al alcance, la ensartó en su falo.  De ese modo y gracias a su desarrolladísimo miembro comenzó a penetrar a ritmo creciente a una de las jóvenes mientras la otra, en medio de ambos, se veía sometida al frenético roce de la fantástica verga que le franeleaba el montecito a toda velocidad.   Como trío era inusual, por cierto, y sólo concebible dentro de las posibilidades de un Merobot, tanto por el tamaño portentoso de su miembro como por la particular movilidad y elasticidad del mismo… 
La chica que era penetrada se inclinó hacia adelante y su rostro se vio desbordado por una intensa sensación de placer que, seguramente, jamás había sentido en su vida: no se trataba sólo de la fantástica cogida que estaba recibiendo sino además del excitante roce de la otra muchacha a sus espaldas, la cual, por su parte, tampoco podía contener la excitación que le subía y hormigueaba por todo el cuerpo al sentirse aplastada entre los del androide y su amiga…  La joven que era penetrada llegó al orgasmo, tras lo cual, abatida, se dejó prácticamente caer prácticamente hacia adelante; la muchacha restante, por su parte, no cabía en sí de la excitación y se sentía a punto de estallar: necesitaba sí o sí un orgasmo….  El robot, obedeciendo a su mandato de dar placer, atendió inmediatamente tal necesidad.  Al tocarle la vagina a la jovencita la encontró terriblemente húmeda pero a la vez terriblemente ardiente, al punto de que casi quemaba, a causa del intenso roce a que había sido sometida mientras él bombeaba y bombeaba dentro de su amiga.  El robot, no obstante, pareció captar algo más y, en virtud de ello, decidió no entrarle a la muchachita por allí sino por su entrada trasera; así, la poderosa verga se abrió paso por entre las nalgas e ingresó en el orificio anal sin pedir permiso y la joven no pudo reprimir un alarido de intenso dolor mezclado con placer, sensaciones de las cuales, al parecer, el Merobot captaba sólo una.  En virtud de ello, no mermó en lo más mínimo su arremetida sino que, por el contrario, la intensificó sin piedad  alguna.  Fue, justamente, ese salvajismo lo que elevó la excitación de la chica a niveles impensables y, por cierto, imposibles de comparar con los que pudiera producir un auténtico miembro viril de un hombre de carne y hueso…
Estaba claro que ella tenía clara preferencia por el sexo anal pero no lo estaba menos que el robot parecía haberse dado cuenta de ello antes de ensartarla en la cola.  Daba la impresión de que los sensores del robot se estuvieran comportando de un modo muy particular después de que Luke Nolan metiera en los mismos: era como que, al quedar inhibidos los sensores que detectaban la presencia del dolor, se habían aumentado como compensación las potencialidades perceptoras del resto y, particularmente, de los detectores de placer: de ese modo, parecía ser que el Merobot ya no sólo captaba el placer en las personas sino que además percibía de qué modo querían éstas ser satisfechas  Por lo pronto, los gritos de la joven seguían aumentando en volumen y rebotaban en jadeantes ecos contra los interminables espejos; era casi imposible pensar que no estuviesen siendo oídos desde fuera del edificio o, incluso, por todo el parque…  Vaya a saber si ésa fue la causa o cuál pero, de pronto, los encargados de la seguridad de Joy Town se hallaban allí…
El robot, ya para ese entonces dañado y limitado en su capacidad de percibir peligros circundantes, recibió un disparo en la espalda.  Como si se hubiese tratado de  una descarga eléctrica, se retorció y arqueó su espalda llevando con ello su verga aun más adentro del ano de la muchachita cuyo gemido de placer/dolor alcanzó un tono agudo casi imposible.  La herida de la espalda del robot chisporroteó y asimismo lo hicieron varios circuitos en su interior, lo cual, inevitablemente, llegó al ano de la joven empalada, quien sintió dentro suyo un hormigueo eléctrico imposible de comparar con ninguna sensación ligada al sexo convencional.   Sin retirarle la verga de adentro, el robot se giró junto con la muchacha y, al hacerlo, se encontró con los guardias que lo encañonaban, aunque los veía reflejados una y mil veces repitiéndose hasta el infinito en aquel sinfín de espejos.  En tanto, la otra muchacha, aterrada, permanecía en el suelo cubriéndose la cabeza…
El ostensible deterioro de los sensores del robot hacía que éstos no le permitieran a ciencia cierta determinar cuáles de las figuras que veía correspondían a los guardias en sí y cuáles eran imágenes reflejadas.  No quedaba, pues, otro camino más que abrirse paso por entre los espejos.  Echó hacia atrás el poderoso antebrazo y cerrando su puño, lo estrelló una y mil veces contra los mismos, que se fueron rompiendo y cayendo en añicos mientras el robot, llevando a la jovencita ensartada, avanzaba por entre ellos siendo seguido por una lluvia de proyectiles.  Cuando logró destruir el último de los espejos, se encontró nuevamente afuera, pero difícil era determinar si era peor el remedio o la enfermedad, ya que ello le hacía nuevamente visible para los cópteros.  La artillería de metralla repiqueteó nuevamente y nuevos proyectiles impactaron contra su cuerpo.   El androide se retorció nuevamente y, una vez más, introdujo aun más su verga dentro de la muchacha.   Decidió que era momento de liberarla; ella no había recibido un solo disparo ya que el propio cuerpo de él había actuado como escudo.  El Merobot echó a correr en dirección hacia los límites del parque de diversiones y, por cierto, cada vez le costaba más la marcha: sus sensores hacían ruido; las piernas, por momentos, le flaqueaban y ni siquiera parecía controlar su cabeza, que se bamboleaba para todos lados mientras sus ojos eran presa de un permanente bailotear e incluso quedaban blancos por momentos.   
Una vez que llegó al borde, se trepó al muro que marcaba el límite del parque y, desde allí, al mirar hacia abajo, distinguió la cima del edificio Vanderbilt, sobre cuya terraza logró divisar a su dueña: Carla Karlsten… La acompañaba un hombre que la cubría con un saco del frío, al cual logró reconocer como Jack Reed, el mismo al que había apartado de un golpe cuando, llevando a Carla al hombro, escapara de las oficinas de la Payback Company…
El parque ya se hallaba lo suficientemente lejos del edificio como para hacer imposible cualquier salto: desde esa altura, no había amortiguación que valiera… y, de cualquier modo, no quería volver allí: hacerlo implicaba poner en peligro a Carla… Aun a pesar de la distancia, permaneció mirándola fijamente durante un rato mientras ella, desde la azotea del edificio y con ojos dolidos y sufrientes, hacía lo mismo… Él agitó una mano en señal de saludo y ella le correspondió… Fue lo último que hizo antes de ser alcanzado en la espalda por un proyectil calórico: el robot pudo percibir cómo, literalmente, era abrasado por dentro; sus heridas despidieron humo y la piel comenzó a derretírsele… Todo se le volvió borroso; sus sensores y receptores se estaban quemando.  La vista se le nublaba, los recuerdos se le entremezclaban… y su cerebro estaba muriendo: sólo el rostro de Carla permanecía como una última imagen que se negaba a desaparecer…
Desde la azotea del edificio Vanderbilt, Miss Karlsten lanzó un grito de terror a la vez que rompió en llanto al ver cómo el androide caía desde el borde del parque de diversiones y, envuelto en llamas, se precipitaba hacia el abismo en busca de un fin inevitable…
Los días que siguieron no fueron, obviamente, fáciles para nadie.  Carla Karlsten quedó encerrada en un profundo ostracismo que hizo que no asistiera a las oficinas por varias semanas.  Jack la visitó en su casa pero se la veía ausente y sólo conseguía arrancarle unas pocas palabras.  Su actitud, desde luego, era entendible, como así también su ausencia al trabajo: era difícil para ella volver al lugar en el cual todo había ocurrido…
Sakugawa fue, posiblemente, quien llevó la peor parte…y también era lógico.  El episodio al que la prensa bautizó como “incidente Vanderbilt” colocó en el tapete a su compañía y a los Erobots, los cuales a los ojos de la sociedad dejaron de ser confiables y, antes bien, pasaron a ser vistos con inquietud y temor.  En esos días bastaba que la gente los viera en los escaparates de las tiendas de la World Robots para que, automáticamente, sintieran un escozor por dentro.  El desconocimiento sobre las verdaderas causas que habían ocasionado el malfuncionamiento del Merobot de Carla Karlsten sólo contribuía a echar dudas y sombras sobre el asunto pues eran pocos los consumidores dispuestos a introducir en su vida a robots cuyas reacciones futuras serían imprevisibles.  Sakugawa se paseó por todos los medios defendiendo a capa y espada su producto y buscando dejar a la compañía limpia de culpas o, al menos, lo más indemne que fuera posible, tanto ante la opinión pública como ante la justicia; ello constituía, desde ya, una tarea no sólo muy difícil sino además casi imposible.  El prestigioso empresario, devenido ahora en principal blanco de las acusaciones, sospechaba que el robot había sido alterado de alguna forma y que ello había traído aparejada la aparente locura del mismo; el propio recuerdo de aquel diálogo vía “caller” con Carla Karlsten parecía conducir en ese sentido, ya que ese día ella había evidenciado estar interesada en obtener de su androide formas de satisfacción para las cuales no había sido programado.  Había intentado hablar con ella un par de veces después de lo ocurrido con la esperanza de que la ejecutiva reconociera, al menos, haber echado mano en la estructura del androide, pero cada vez que la llamó la halló perdida, como ida y dándole respuestas breves que no arrojaban demasiada luz sobre el asunto.  Por otra parte, la realidad era que, habiendo sido el androide destruido por un proyectil calórico para luego caer desde más de mil ochocientos metros de altura, se hacía imposible dar con algún resto que pudiese esclarecer algo al respecto y, aun si fuera así, la World Robots seguía sin tener demasiado resguardo legal; la fiscalía argumentó desde un principio que los fabricantes del Merobot no podían deslindarse de responsabilidades arguyendo que los clientes pudiesen haber introducido cambios en sus robots: se consideraba que había negligencia por parte de la compañía al lanzar al mercado un producto tan poco confiable como para permitir que tales cambios fueran posibles.  Viéndolo desde ese punto de vista, ni siquiera una “confesión” por parte de Miss Karlsten serviría demasiado…
Por lo pronto, las acciones de la World Robots se derrumbaron estrepitosamente y, como no podía ser de otra forma, ello redundó en un aumento del rating de los canales eróticos así como de otros rubros relacionados que, de algún modo, servían como sustituto para cubrir la demanda.  A propósito, Goran Korevic, aun a pesar de salir golpeado del incidente, terminó siendo favorecido por el mismo: su nombre apareció por todos lados, ya que no podía escapársele a los medios un detalle tan jugoso como que hubiera un hombre con látigo, máscara y capa en las oficinas de la Payback Company al producirse los incidentes.  Fueron varias las publicaciones o los programas televisivos que incluyeron informes del tipo: “¿quién es Goran Korevic?”.  De manera insospechada, entonces, lo ocurrido le sirvió como publicidad gratuita al Sade Circus, cuyas gradas se comenzaron a ver mucho más pobladas al punto de que, por momentos, hasta se acercaba a sus viejas glorias del pasado.
En cuanto a lo ocurrido, no es que hubiera un pacto de silencio entre los participantes del hecho ni nada por el estilo.  Si, llegado el caso, llamaban a declarar a Jack, él simplemente contaría lo ocurrido; ignoraba qué haría Luke.  Pero la realidad fue que nadie los convocó: sólo se citó a Carla Karlsten (quien se excusó y pospuso su declaración debido a su situación emotiva) y a Goran Korevic.  La postura de la fiscalía y del tribunal era, al parecer, que poco importaba qué hubieran hecho o dejado de hacer con el robot sino que simplemente la World Robots había lanzado al mercado un producto extremadamente inseguro y peligroso, al punto de que había llegado a provocar algunas muertes.  En tal contexto legal, tanto el testimonio de Jack como el de Luke importaban bien poco…
Las muertes…: ésa era la parte del asunto que más atormentaba a Jack Reed y, de algún modo y aun a pesar de que la ley así no lo considerase, se sentía en parte responsable por lo sucedido: junto con Luke y con Goran, habían sido de alguna manera cómplices del loco plan de Miss Karlsten.  De hecho, él se consideraba más responsable aun por haber sido el que había tenido la idea de sumar a los otros dos.  Era absurdo culparse, desde ya; por mucho esfuerzo de imaginación que se hiciese, no había forma alguna de prever en aquel momento en qué iba a terminar todo el asunto del Merobot, pero la culpa nada sabe de lógica ni de absurdos…
En cuanto a Laureen, estuvo como ausente durante algunos días y, de hecho, había quedado muy conmocionada al ver por televisión las imágenes de lo ocurrido en el sitio en que trabajaba su marido.  Como era de esperar, sus resguardos hacia los Erobots aumentaron, pero la novedad era que ahora tampoco Jack quería saber demasiado con ellos e hizo todo lo posible por apartarlos de la vista: el verlos era no sólo volver a revivir una y otra vez lo ocurrido sino, además, vivir con una permanente incertidumbre acerca del mañana, aun cuando Jack supiera bien por qué había enloquecido el robot de Carla, situación que nunca podría darse en su hogar.  Guardó, por lo tanto, a los tres androides en un desván, ocupándose de cerrarlo prolija y herméticamente; ignoraba, por otra parte, cuál era el alcance de los sensores de los Erobots para detectar la acción de los neurotransmisores y activarse en consecuencia, pero ese desván era, de momento, lo más seguro que podía encontrar.  Le dolió en el alma dejar allí a sus dos Ferobots, con las cuales había compartido tan increíbles momentos y no pudo evitar preguntarse si volvería a revivir algo de eso…
El menos impactado por la marcha de las cosas pareció ser Luke.  No tuvo, de hecho, el más mínimo reparo en seguir usando y disponiendo de su Ferobot, ese mismo que, para disgusto de Jack, replicaba a su propia esposa.  De hecho, hacía todo lo posible para que Jack le viera cuando estaba con su robot, sabiendo seguramente que eso irritaría profundamente a su vecino.  Pero lo sorprendente del asunto fue que, con el correr de los días, al propio Jack le nació un morbo con ese asunto: es decir, jamás dejó de odiar a Luke ni de sentirse indignado por lo que había hecho y seguía haciendo, pero al mismo tiempo el verle con la réplica de Laureen en tales situaciones le producía sentimientos encontrados.  No podía, viéndolos, menos que añorar los tiempos en que él disfrutaba de ese mismo modo del sexo con su esposa y, de manera extraña y paradójica, el ver a su “esposa” siendo manoseada o montada por su odiado vecino, no dejaba de provocarle una rara e inexplicable excitación.  Tal fue así que llegó un momento en que ni siquiera hacía falta que Luke se apareara con la réplica de Laureen en lugares demasiado visibles ya que era el propio Jack quien se encargaba de buscar los sitios estratégicos como para espiarles, particularmente desde la ventana de la buhardilla o desde el tejado mismo: y pensar que, poco tiempo atrás, era Luke quien espiaba compulsiva y enfermizamente hacia su propiedad…
Fue en una de esas noches cuando ocurrió algo impensado o, por lo menos, no previsto por Jack.  Desde la ventana de la buhardilla estaba mirando hacia la ventana de la habitación de Luke e, inclusive, se había provisto con unos binoculares para hacerlo.  Jack mantenía las luces apagadas a los efectos de no ser visto, pero era obvio que Luke bien sabía que él estaba allí…
Vio a “Laureen” inclinarse y apoyarse contra el alféizar de la ventana para, inmediatamente, desde atrás, comenzar a ser recorrida lascivamente por las manos de Luke.  El Ferobot adoptó una expresión que, para quien no supiera que era un androide, sólo podía ser vista como de goce extremo.  Luke le levantó la remerita musculosa dejando así expuestos sus magníficos senos hacia el aire nocturno, justo de frente a la ventana desde la cual espiaba Jack.  Apoyando el mentón sobre el hombro de la réplica de Laureen, Luke le miró fijamente y con una mueca burlona, como si supiera perfectamente que su vecino le estaba oteando desde la oscuridad.  Jack se sintió sacudido de tal forma que bajó los binoculares y apartó la vista, pero tal actitud sólo le duró unos breves instantes al cabo de los cuales volvió a calzarlos sobre sus ojos;  al ver nuevamente, no sólo notó que Luke mantenía su expresión burlona y sonriente sino que “Laureen” también miraba hacia él y lo hacía con rostro gozoso y extasiado; aun a pesar de la distancia, llegaron a oídos de Jack los jadeos de ella flotando en la suave brisa nocturna.  No pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo, pues al ver, a través de los binoculares, cómo el Ferobot le miraba…, se sintió exactamente como si Laureen le estuviera mirando…  No había diferencia: en gesto, en expresión, en nada… Una copia increíblemente perfecta que no paraba de dejarlo estúpidamente boquiabierto.  Jack escupió rabia y, junto con ésta, le invadió una creciente excitación que sólo llevó a que la rabia aumentara, puesto que no soportaba que le excitara el ver a su detestable vecino apoyando y manoseando a… su propia esposa… Bajando por un momento los binoculares nuevamente, echó un vistazo en derredor buscando en la oscuridad algún objeto contundente para arrojarles e, incluso, hasta contempló la posibilidad de bajar a buscar un arma: lo que fuera…  Finalmente, y como si alguna fuerza incontrolable le manejase, volvió a calzarse los binoculares para seguir viendo a la pareja…
En eso, sintió que una mano se deslizaba lentamente por su entrepierna y, casi de inmediato, una voz bien reconocible se dejó oír contra su oído a la vez que un mentón se apoyaba sobre su hombro.  Casi se le fueron los binoculares al piso.
“Te excita, ¿verdad?”
Era la voz de Laureen; no cabía duda alguna.
Con apenas girar la cabeza, Jack se chocó contra el rostro de ella; se la veía sonriente y llena de luz, algo que hacía mucho tiempo que no notaba en su esposa.
“N… no… – balbuceó -.  ¿A… a qué te refieres?”
“A ellos… – indicó Laureen indicando con el mentón hacia la casa vecina -.  A Luke y… a mí… – acercó aun más su boca al oído de Jack en el momento de decirlo -.  Te excita ver cómo él me coge, ¿verdad?”
Jack se hallaba absolutamente descolocado por la repentina y sorpresiva actitud de su mujer; negó muy ligeramente con la cabeza y estuvo a punto de hacerlo también verbalmente, pero en ese momento la mano de Laureen se cerró aun más sobre su bulto, aumentándole así la incipiente erección que ya estaba teniendo al ver a la pareja vecina.
“Tu verga quiere pararse… – le dijo ella, casi al nivel del susurro y dándole una lengüetada en la oreja -.  ¿Vas a decirme que no te excita? -; con su mano libre le volvió a calzar los binoculares, lo cual permitió que él viera cómo ahora Luke se dedicaba a penetrar a la réplica su esposa, aplastado el vientre de ésta contra el alféizar de la ventana; el Ferobot tenía medio cuerpo por fuera de la misma y lanzaba una seguidilla de jadeos entrecortados que, poco a poco, se fueron pareciendo cada vez más a aullidos animales: una loba en celo prácticamente -.  ¿Ves cómo me coge? – le insistía Laureen al oído -.  ¿Ves cómo lo estoy gozando?”
Todo era demasiado fuerte para Jack: la escena de la casa vecina y la que estaba ocurriendo en la suya propia.  Había ya prácticamente perdido toda capacidad de reacción y respuesta: era Laureen quien disponía y él sólo la dejaba hacer…  Mientras le besaba con delicadeza el cuello, ella le soltó el cinto y la hebilla del pantalón para luego bajarlo tan despaciosa y cadenciosamente que era imposible no pensar en sexo.  Una vez que se lo bajó, le jugueteó con los dedos por encima del bóxer, insistiendo muy especialmente en el bulto que se iba marcando cada vez más.  Seguidamente,  ella le palpó las nalgas para luego acuclillarse a espaldas de él; al hacerlo, tomó el bóxer entre sus dientes y tironeó hasta bajárselo por completo.  Jack no podía más y, para colmo de males, los binoculares seguían entregándole la morbosa escena de su vecino montándose a “su esposa”.  La excitación no paraba de crecer y él no podía evitar sentirse un pervertido: sin embargo, ése era el juego hacia el cual lo arrastraba la propia Laureen, quien ahora, desde atrás, le hurgaba con su lengua por entre sus piernas hasta encontrarle los testículos y comenzar a lamerlos de un modo terriblemente lujurioso y sensual.  Jack se preguntó en ese momento cómo era posible que hubiese tenido olvidadas en un cajón durante tanto tiempo las habilidades amatorias de su propia esposa…
Se entregó al momento; tuvo que dejar de mirar por los binoculares ya que su rostro se transfiguró por completo pasando a lucir una expresión de placer extremo en tanto que su boca se abría cuán grande era y sus ojos se entrecerraban, entregados al súmmum del momento… Sin dejar de lamerle los testículos, ella le tomó la cabeza del pene entre sus dedos y, llevando rítmicamente hacia atrás y hacia adelante la piel del prepucio, se dedicó a masturbarlo…
“Míralos… – le conminó ella -.  Abre los ojos y míralos… Mírame: mira cómo me coge Luke… Hmm, lo hace bien, ¿verdad?  ¿Escuchas cómo me hace gozar?  Hmm, cuánto lo odias, ¿no es así?  Y ahora, mi pobrecito Jack, tienes que ver y oír cómo él me coge mientras a ti sólo te queda masturbarte…”
Luke no podía entender qué le estaba pasando: las palabras de su esposa eran lacerantes, humillantes, y sin embargo lo ponían en estado de ebullición.  Tal como ella le había dicho que hiciera, volvió a mirar hacia la ventana del dormitorio de su vecino; no tenía ya fuerzas para sostener los binoculares pero aún así los veía a simple vista, sin tantos detalles.  Los jadeos del robot que replicaba a su esposa fueron aumentando en intensidad cada vez más hasta que, ya convertidos en salvajes alaridos de placer, inundaron el aire nocturno para ser oídos, tal vez, por todo el vecindario.  Con ello, el nivel de excitación en Jack subió como el mercurio de un termómetro disparado a toda velocidad al punto que también sus propios jadeos se fueron haciendo cada vez más audibles.  De ponto, un gemido largo y agudo marcó a las claras que la réplica de Laureen estaba teniendo su orgasmo y, en ese mismo momento, también él tuvo su eyaculación.  Así dadas las cosas, la sensación de ambos placeres combinados no pudo ser más placentera…  Como si no fuera ya suficiente, Laureen alzó la mano empapada en el propio semen de su marido para llevársela a él a la boca.
“Chúpala… – le dijo ella -.  Chúpala toda… Es la leche de Luke Nolan, quien acaba de coger a tu esposa haciéndola gozar como tú nunca pudiste ni podrías hacerlo…”
Más palabras lacerantes, pero a la vez más excitación.  Rabia y morbo se batían a duelo en el interior de Jack corroyéndole por dentro…   De un modo degradante y casi servil sacó su lengua por entre los labios y lamió, de mano de Laureen, su propio semen imaginando que era el de su odiado vecino…
                                                                                                                                                              CONTINUARÁ
 

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(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
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Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 2”.(POR SIGMA

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 2.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Vincent entró a la recepción de la oficina de Ivanka de forma apresurada.
Asintió satisfecho al ver a los dos escoltas vigilando la puerta de la empresaria, pero casi de inmediato sacudió la cabeza levemente al darse cuenta de que los dos hombres miraban embobados las piernas y nalgas de una hermosa joven pelirroja que conversaba con la asistente personal de Ivanka.
– Buenas tardes Jill -dijo con rapidez al acercarse- necesito hablar con la señora Trump.
– Oh, hola Vincent -respondió sonriente la asistente- me temo que la señora Trump está en una reunión importante, tendrás que esperar.
– Lo siento pero esto es urgente… -dijo el escolta al dirigirse a la gran puerta de Ivanka.
Sin embargo en el último momento Vincent se vio interceptado por la pelirroja que le habló muy emocionada.
– ¡Tu eres Vincent! ¡Que honor! Jill me comentaba que tu y tus compañeros enfrentaron un grupo de secuestradores y salvaron a la señora Trump… oh, me aterró sólo imaginarlo, creí que se me detenía el corazón -dijo Muñequita mientras tomaba la mano del guardaespaldas y colocaba la palma sobre su amplio y expuesto escote- ¿Puedes sentirlo?
Vincent no pudo evitar mirar los grandes senos que casi asomaban del vestido, ni evitar sentir la tersa, blanca y tibia carne palpitando bajo su mano.
– …muy duro? -preguntó la joven del vestido rojo y de golpe Vincent se dio cuenta de que le había estado hablando.
– ¿Como…? yo… no entiendo…
– Me refiero a si enfrentarse a criminales armados es muy duro -le dijo la pelirroja con una sonrisa invitante de sus rojos labios.
– Es mi trabajo… yo… lo siento pero tengo prisa -dijo el escolta logrando sacudirse la atrayente imagen y dulce perfume de la joven frente a él.
Sin siquiera tocar entró por la puerta mientras los otros guardaespaldas le saludaban con un movimiento de cabeza.
Sentada ante su escritorio estaba Ivanka Trump vestida con un vestido negro y del otro lado un hombre de traje y cola de caballo que en sus manos sostenía una carpeta. Ambos voltearon a verlo con sorpresa.
– Vincent… ¿Qué ocurre?
– Lo lamento señora Trump pero debo hablar con usted de forma urgente.
– No hay problema -dijo el hombre de cola de caballo mientras se levantaba y tomaba su portafolios negro- de todos modos ya terminamos… por hoy.
– De acuerdo señor Scorpius, ya le llamaré… hasta pronto -se despidió la rubia mientras se levantaba y le estrechaba la mano al hombre.
– Hasta muy pronto señora Trump -dijo Scorpius para luego darse la vuelta y salir con calma del lujoso despacho, cerrando la puerta al partir.
– Bien Vincent… dime que ocurre, me asustas -dijo la rubia preocupada al sentarse tras el escritorio.
– Le explicaré, logramos encontrar la camioneta de los atacantes, por desgracia estaba limpia como un cristal… excepto por una libreta, que tenía la mayoría de las hojas arrancadas…
– Pues no parece que tengas mucho… ¿Por que la preocupación?
– Ah, muy sencillo: por que quien escribió en ella dejó marcadas palabras en las hojas en blanco al presionar demasiado, tengo un amigo en el FBI que usó un tratamiento químico y luz ultravioleta para poder leerlas y apareció un calendario.
– ¿Y que descubrieron?
– No solamente estaba marcada la fecha del intento de secuestro sino que había un comentario de uno de los secuestradores: “No se por que X nos engaño, pero era parte de su plan”. Suponemos que X es quién los contrató y por lo que entendemos usted sigue en peligro, eso cuadra con mi sospecha de que el ataque era una trampa. Por eso a partir de hoy duplicaré de nuevo la seguridad y cambiaremos las rutas. Era urgente que lo supiera y que esté prevenida.
– ¿Con eso bastará? -preguntó la empresaria algo más calmada.
– Tranquila Iv -dijo Vincent sonriendo levemente- Te aseguro que estarás a salvo, yo me encargaré de eso.
– ¡Oh Vincent… gracias! -dijo la rubia, muy emocionada mientras rodeaba el escritorio y abrazaba al escolta de una forma un tanto inapropiada, casi… íntima.
– Oh… es un… placer… debo irme… -dijo el hombre tratando de mantener la calma y tras liberarse delicadamente del abrazo se dio la vuelta y salió del despacho, dejando atrás a la empresaria sonriendo de forma enigmática.
– Eso fue raro -pensó el guardaespaldas- Iv siempre es amable pero mantiene distancia.
Siguió caminando, sintiendo que definitivamente algo andaba mal, pero no estaba seguro de que.
– Fue demasiado efusiva, casi… excitada -recordaba el ex MI6- su cabello siempre perfecto parecía algo despeinado y esas zapatillas…
Frunció el seño mientras pensaba que jamás la había visto usar semejante calzado.
– ¿Desde cuando se pone zapatillas de ballet para venir a la empresa? Y además de color rosa… -Vincent salió del edificio mientras trataba de recordar ciertos sucesos relacionados con ese tipo calzado que habían sido investigados por el FBI años atrás.
Esa noche, mientras su esposo dormía profundamente a su lado, Ivanka no podía conciliar el sueño, se sentía acalorada, tensa.
– Ooohh… ¿Qué me pasa? -pensaba molesta mientras se daba la vuelta en la cama. Ella y su marido habían tenido una buena sesión de sexo y normalmente después de eso descansaba muy bien. Pero no esta vez.
– No me siento relajada… estoy… -meditaba recostada boca abajo tratando de encontrar la palabra correcta- insatisfecha…
Finalmente apartó de un soplido un rubio mechón de cabello de su rostro y con cuidado se levantó de la cama. Llevaba una amplia camiseta y unas cómodas pantaletas de algodón.
– Quizás si veo un poco de televisión -pensó al dirigirse a la puerta de la alcoba, pero recordó algo, se desvió a al enorme tocador de caoba y de su bolso sacó sus zapatillas de ballet rosas.
– No debo andar descalza -susurró muy quedo, al salir al pasillo se las calzó y tras entrecruzar las cintas en sus tobillos se las ató con primorosos moños. Entró a un pequeño despacho donde a veces trabajaba su esposo en casa, se sentó en un cómodo sillón y encendió la televisión con el control remoto.
– A ver si hay algo bueno -pensó mientras comenzaba a cambiar de canal. Pero solamente encontró interesante un noticiero.
– Umm, no hay gran cosa -susurró mientras pensaba en el día que había pasado- aun no se por que llamé a Scorpius, es interesante pero debí invitar a un diseñador más reconocido. Sin embargo quiero su consejo… no, necesito su consejo. Por eso estoy usando estas zapatillas.
Levantó sus larguísimas piernas y las extendió para verlas perfectamente.
– Mmm… debo admitir que se me ven muy bien. Pero no se por que considera Scorpius que serán la nueva moda.
En ese momento, afuera de la casa, muy lejos, empezó a sonar la dulce música de una zampoña, lenta y relajante. Como la de un pastor descansando en el campo. Al instante la rubia entrecerró los ojos y recargó suavemente su cabeza en el respaldo del sillón.
– Ooohhh… que linda música… -pensó mientras se relajaba, la zampoña era como una canción de cuna que la aletargaba. Sentía que flotaba en un cálido vaivén, el sueño casi venciéndola.
La melodía cambió de ritmo. Dejó de ser tranquila, aceleró y se volvió cadenciosa. Como la de un sátiro tratando de seducir a una ninfa griega.
– Mmm… me gusta… -pensó Ivanka mientras inconscientemente se humedecía los labios y cerraba completamente los ojos. Las esbeltas piernas colgaban cómodamente del borde del sillón y sus lindos pies comenzaron a tensarse hasta ponerse de punta en las zapatillas de ballet, pero ella no se dio cuenta.
– Tengo… calor… -pensó la mujer mientras se quitaba la camiseta dejando su senos libres y expuestos, su piel se veía brillante por la transpiración y sus rosados pezones estaban erguidos.
– Quizás… necesito… -susurró suavemente mientras una de sus manos se deslizaba sobre sus pechos, su estómago, hasta llegar a su entrepierna, lánguidamente la introdujo en sus pantaletas y comenzó a darse placer, un placer lento y dulce… acariciante.
En un minuto ya estaba gimiendo y su otra mano comenzó a acariciar y pellizcar sus senos de forma lenta y deliberada.
– Esa melodía… tengo que saber… su nombre -pensó Ivanka mientras su cabeza descansaba en el respaldo- ooohhh… ¿Suena más… fuerte?… ¡Ojala!… aaahhh… ¡Que rico!
De pronto la zampoña aceleró su ritmo hasta volverse frenético y explosivo, como si el propio dios Pan tratara de someter a una mujer mortal.
La música del instrumento de viento todo lo invadía con su seductor poder, era ensordecedor… pero para la rubia simplemente se volvió irresistible.
– Aaaahhh… aaahhh… -gemía una y otra vez mientras se mordía los labios, tratando inútilmente de controlarse, de no gritar.
Cerró los ojos apretando fuertemente sus parpados, su boca abierta en un perfecto circulo rosa. Su mano acariciaba sus pechos vigorosamente, sus pezones estaban increíblemente duros y sensibles, su otra mano se movía a toda velocidad, agitando sin control sus pantaletas, frotando su clítoris.
– Ooohh… ooohhh… -gruñía Ivanka al sentir que la centelleante melodía lo convertía todo en placer y lujuria, el tibio sillón de cuero bajo su casi desnudo cuerpo, el aire que la rodeaba acariciando su piel, las suaves pantaletas de algodón provocando su entrepierna y sobre todo, sus increíbles zapatillas de ballet cuyo satín acariciaba los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus cintas sujetaban posesivamente sus femeninos tobillos como un amante al apoderarse de sus piernas para someterla y…
– ¿Qué… me… pasa?… yo no… soy así… –pensó confundida la heredera.
En ese instante entreabrió los ojos y vio sus piernas bien extendidas y duras, sus pies en punta calzados con las zapatillas agitándose en el aire como si caminara sobre una pared.
– ¡Oooooohhhh…! ¿Qué es… esto? -logró gemir tratando de recuperar la compostura, el control.
Pero entonces sintió un nuevo estremecimiento de placer entre sus abiertas piernas, impactada vio como su mano bajo las pantaletas ahora la penetraba con dos dedos una y otra vez, a un ritmo enloquecedor.
Ese movimiento acabó con su débil resistencia y aunque la rubia no lo deseaba su cuerpo se dejó llevar por el forzado placer que le causaban las zapatillas.
– ¡Ooohhh… noooo… ooohhh… basta… basta… -susurraba la mujer tratando de dominarse. Hasta que en medio de la música escuchó un voz que como un trueno le ordenó:
– ¡VENTE PARA MI!
– ¡Noooo… bastaaaaaaahhhhh! -gritó finalmente al estallar su mente y sus sentidos en el mejor orgasmo de su vida. Su cuerpo se tensó por varios segundos hasta que la misma voz de antes volvía a resonar, esta vez como un insidioso susurro:
– Olvida Ivanka -en ese momento la enloquecedora música de la zampoña al fin terminó.
Al instante la rubia se desvaneció como muñeca sin hilos, quedando inerte en el sillón, confundida y… satisfecha.
Un momento después entró su marido al despacho.
– ¡Cariño… cariño… -le llamó tenso al arrodillarse junto a ella, pero relajándose al verla entreabrir los ojos – ¿Estás bien? ¿Fue una pesadilla?
– Oh… si… creo que si… -mintió, avergonzada de lo que recordaba estar haciendo en el sillón y sorprendida del pesado silencio que había en la atmosfera- no podía dormir por el calor y vine a ver si la televisión me daba sueño.
– ¡Oh querida! Debió ser terrible… -le dijo su esposo al abrazarla tratando de reconfortarla, pero sin que el hombre se diera cuenta, la rubia miró sus delicados pies calzados con las zapatillas de ballet y sonrió…
A buena distancia de la casa una camioneta negra encendía sus luces y arrancaba el motor. En su interior, X sonreía complacido mientras con una mano masturbaba suavemente a Muñequita, vestía su uniforme de esclava: taparrabo frontal, garras de acero dominando sus senos y zapatillas de esclava forzando sus pies casi de puntas. La camioneta arrancó en la noche.
– Mmm… ooohhh… Amo… ooohh… -gemía de placer la jovencita reposando lánguidamente en el asiento reclinado casi horizontal del copiloto.
– Ahora sigue acariciándote -le susurró el hombre al apartar la mano y concentrarse en el camino.
– Aaahh… Siiii… -se deleitó la joven al introducir su mano bajo el delicado velo que cubría su entrepierna.
– Vamos muy bien esclava… ahora que puedo enviar la música directamente a las zapatillas usando su poder sobrenatural, ni siquiera necesitamos acercarnos y nadie más puede escuchar la melodía más que nuestro objetivo.
– Oooohhh… siii Amo…
– Por supuesto no es tan eficaz como el condicionamiento en persona, pero nos permitirá ir alterando poco a poco a la señora Ivanka. Y los días en que nos veamos en persona…
X sonrió de antemano relamiéndose al pensarlo.
– Pero ahora tengo una tarea para ti Muñequita…
– Siii… Amo…
– Necesitaremos que alguien más nos cubra la espalda con Ivanka… creo que su asistente ejecutiva sería una excelente adición a nuestra red -la sonrisa del encapuchado se desvaneció en una mueca- por pura suerte ese maldito guardaespaldas no nos descubrió.
– Si… ooohh… si… Amo…
– Estaré muy ocupado con Ivanka así que quiero que la sometas y la condiciones para mi…
– Aaahhh… pero… Amo… esa mujer no me apetece, es muy formal y… fría. Por favor…
– Jejeje… normalmente te castigaría por tu osadía lindura o gozaría condicionándote, pero no tengo tiempo… -tras esto X dijo las antiguas palabras de poder y, sin dejar de masturbarse, la pelirroja formó con sus rojos labios una sonrisa que prometía cumplir cualquier cosa que se les pidiera. Sus ojos estaban totalmente en blanco, sin pupila.
– Deseas a Jill Castro… es un reto… lo harás para complacerme… -empezó a entonar X.
– Deseo a Jill Castro… es un reto… lo haré para complacerte…. -repitió lentamente la hechizada pelirroja, masturbándose cada vez más rápido.
– Tráemela Muñequita… entrégame su cuerpo, sus piernas, su alma. ¡Hazla nuestra!
– ¡Siiii… Aaaaamo… siii… la deseoooohh…! -gruñó la joven al recuperar la conciencia y alcanzar un delicioso orgasmo, quedándose dormida a lado de X mientras este acariciaba sus expuestas y tersas piernas.
– Sabía que accederías primor…
Al día siguiente Ivanka se encontraba en su oficina tratando de concentrarse, pero constantemente recordaba lo ocurrido la noche pasada, cuanto había disfrutado tocarse y el placer que le había dado usar las zapatillas rosas de Scorpius.
– Mmm… fue tan delicioso…-pensó, pero casi al instante sacudió la cabeza incrédula- ¿pero que me está pasando?
Se inclinó sobre el escritorio y trató de concentrarse en el trabajo, pero el recuerdo del éxtasis del día anterior la distraía.
Casi sin darse cuenta empezó a frotar sus muslos entre si, disfrutando la suavidad de las pantimedias color piel que usaba.
– Mmm… oohh… no puedo seguir así… -pensó ya molesta, se enderezó y luego sonrió con picardía al activar el intercomunicador- Jill… no quiero llamadas ni visitas hasta que te avise.
– Si señora Trump.
Luego Ivanka se estiró sobre el escritorio y sacó de su bolso el par de zapatillas de ballet.
– Quizás si me desahogo un poco podré concentrarme -pensó mientras se sacaba sus zapatillas negras cerradas y formales, se colocaba las de ballet y se ataba las cintas en los tobillos, de inmediato sintió un delicioso estremecimiento de placer por la caricia del satín.
– Mmm… es un buen inicio -se recargó en el asiento y muy despacio empezó a subirse el vestido, dejando sus largas piernas cada vez más expuestas, las rodillas, los muslos, finalmente aparecieron sus pantaletas blancas de seda cubiertas y a la vez mostradas por sus translucidas medias.
– Uuff… aun no empiezo… y ya lo estoy disfrutando… -susurró sonrojada la rubia mientras.  acomodaba su vestido alrededor de la cintura. Lentamente introdujo su mano bajo las medias, luego bajo sus pantaletas y comenzó a acariciarse muy despacio.
– Aaaahhh… siiii…
Apenas en minutos su mano se movía con ritmo en su entrepierna, acariciando, penetrando, complaciendo.
– Ooohhh… eso… esooo…
De nuevo la rubia empezó a escuchar a lo lejos una melodía, esta vez una flauta. Su ritmo era casi hipnótico y la heredera empezó a seguirlo casi sin darse cuenta.
– Oooohh… más… más… -de pronto el intercomunicador se activó.
– Una disculpa señora, pero es su coordinador de seguridad, Vincent, al teléfono, dice que es urgente -dijo Jill casi apenada.
– No… ahora no… -pensó por un momento la rubia, antes de sonreír de forma traviesa- tal vez pueda seguir… mientras escucho a Vincent… me gusta su voz…
– ¿Le digo que está ocupada? -preguntó la asistente al no recibir respuesta, sin saber que la empresaria hacía un esfuerzo supremo por no gemir mientras se masturbaba cada vez más de prisa.
– No… hiciste bien… en avisaaarme… debe ser importante… comunícalo…
La mujer activó el alta voz y siguió dándose placer.
– Vincent… -logró decir con calma antes de morderse los labios para contenerse.
– Señora Trump…
– Puedes… llamarme Iv… ya lo saaabes…
– Oh, gracias, bueno… le llamaba para comentarle algunas pistas que tenemos.
– Siii… te escucho…
– Eh… resulta que hace casi dos años hubo varios secuestros de mujeres jóvenes.
– Siii… ooohh… me gusta… su voz -pensaba la mujer.
– Bien lo interesante al respecto es que en varios casos hubo pistas relacionadas con el ballet.
– Mmm… -apenas logró susurrar Ivanka ya al borde del orgasmo, sin que ella se diera cuenta sus pies se pusieron completamente de punta bajo el escritorio, formando sensuales y pequeños arcos- ¿Si…?
– Según se supo, en algunos casos la victima recibió un par de zapatillas de ballet días e incluso horas antes de desaparecer y al menos en un par de casos fueron raptadas una maestra de ballet y una joven chef que había sido bailarina profesional.
– …¿Y crees… que me… pasará… lo mismo? -la rubia apenas pudo ahogar un gritito al tener un pequeño orgasmo.
– Es una posibilidad… pero hare lo necesario para impedirlo. No se preocupe, la protegeré.
– ¡Ooohh… Vinceeeeent! -finalmente estalló la mujer ante las protectoras palabras del escolta, sus lindas piernas bien tiesas y horizontales bajo el escritorio, sus pies en punta… pero esta vez la heredera no se dio cuenta al tener los ojos cerrados, un instante después del orgasmo sus extremidades se relajaban bajo el escritorio.
– ¡Señora Trump! ¡Se encuentra bien?… ¡Iv!
– ¿Qué…? -respondió la mujer aun reponiéndose del orgasmo- oh… estoy bien Vincent…
– ¿Segura?
– Si… es sólo que… por un instante reviví… lo ocurrido… -dijo Ivanka con voz entrecortada
– El intento de secuestro…
– Si… eso…
– Suena afectada ¿Llamo a su esposo?
– No, estaré bien… sigue con tu investigación, vas muy bien.
– Muy bien señora, la mantendré informada. Hasta pronto.
– Hasta pronto.
Vincent meditó brevemente al colgar el teléfono.
– Que curioso… si Iv no me hubiera dicho que recordó el ataque hubiera creído que hacía algo muy diferente.
Sentado en su estudio, el ex MI6 abrió un folder y siguió revisando los casos, tratando de encontrar una conexión… algo.
– El primer caso relacionado fue el de una… antropóloga y arqueóloga… llamada Sydney… Fox -leyó el hombre- aun está desaparecida. Mmm…
Días después Ivanka platicaba de nuevo con Scorpius en otra reunión de trabajo.
– Me alegra que le gustaran mis comentarios y consejos. ¿Qué le parecieron las zapatillas? Espero las haya disfrutado… -dijo al sonreír el hombre.
– Pues debo confesar que al principio no me parecieron nada especiales, pero poco a poco he aprendido a apreciar sus virtudes -dijo a su vez la rubia con una sonrisa misteriosa.
– Perfecto… perfecto, ahora por favor entréguemelas.
– ¿Qué? Pero pensé que… -empezó a decir ella sintiendo una gran desilusión.
– ¿Que eran un regalo? Normalmente lo serían pero las que le presté son un prototipo. Las necesito.
– Oh… por supuesto… -dijo casi con tristeza mientras le entregaba las zapatillas rosas tras sacarlas de su bolso.
Pero al volver a ver a Scorpius se encontró con que sostenía unas zapatillas negras de punta afilada, grueso y alto tacón, ancha pulsera al tobillo. Lucían profesionales.
– Ahora quiero que pruebe este par y me diga que le parece -le dijo Scorpius sonriente mientras tomaba de su mano las de ballet.
– Oh… se ven muy bien… pero el tacón es demasiado alto para trabajar.
– Recuerde que quería mi consejo.
– Oohh… yo… -empezó a dudar la empresaria mientras sus parpados se entrecerraban.
– Vamos… sea buena chica y póngaselos…
– Si… está bien… -dijo finalmente la rubia en un susurro, casi como hipnotizada, mientras tomaba de la mano del diseñador las altas zapatillas.
Se quitó sus zapatillas cerradas azul marino y con mucho cuidado se colocó las negras, abrochando las pulseras lentamente.
Luego parpadeó un par de veces y sonrió.
– Pues se sienten muy cómodas – dijo para luego levantarse y caminar por el despacho- ¿Como me veo?
Scorpius estaba extasiado al ver las largas piernas de la rubia calzadas con las altas zapatillas, su cabello rubio suelto, sus senos marcándose bajo el ajustado vestido azul, sus nalgas resaltadas por los tacones.
– Muy bien, cuando la someta será una exquisita esclava, es simplemente perfecta, a la altura de las demás hembras de mi harem… -pensaba mientras sonreía a la mujer.
– Luce espectacular como siempre Ivanka, sin duda lleva la herencia de su madre –le halagó Scorpius sin disimular su admiración.
– Me refería a sus zapatillas –dijo sonriendo la rubia- y recuerde que soy casada.
– En realidad eso no me importa en lo absoluto –le respondió el hombre mientras sacaba de su bolsillo una especie de control remoto- no quiero que seas mi esposa, sino mi esclava, mi hembra… mi mascota… ah y no olvide que sólo puede susurrar, nada de gritos.
– ¿Pero de que habla?
Ivanka pudo percibir una música lenta y sensual que empezaba a dominar la habitación. Luego una cálida vibración fue subiendo desde sus pies, por sus piernas y hasta el centro de su femineidad.
– Ooohh… mmm… ¿Qué pasa? -pensó un instante antes de mirar hacia abajo, para encontrarse con que sus pies empezaban a moverse levemente con la música.
– Debemos seguir trabajando Ivanka… -le dijo suavemente al oído Scorpius a la vez que suave pero firmemente sujetaba sus muñecas y tras ponerlas tras la espalda de la rubia las atrapaba ahí con sus grilletes. Dejándola completamente indefensa.
– ¿Pero que hace? -trató de gritar la empresaria, pero las palabras salieron convertidas en un sensual susurro.
En ese momento la música aumentó de volumen y aceleró su ritmo, el hombre le dio un suave empujón a la rubia haciéndola dar un par de pasos al frente. Pero sus pies ya no se detuvieron, siguieron moviéndose fuera del control de la mujer, obligándola a bailar.
– ¡Aaahh! ¿Qué… me hizo?
– Tenemos mucho por hacer lindura, pero no puedo explicarle ahora, mejor recuerde…
Sin dejar de moverse como una consumada bailarina exótica, levantando sus piernas, arqueando su espalda y ondulando sus caderas, la mujer cerró los ojos al ser golpeada por los recuerdos que en tropel la abrumaban: en la limusina, en esa misma oficina, la humillación y sobre todo el desbordante placer…
– ¡Noooo…! ¡No de… nuevo! -trató de exclamar, pero sus palabras sonaban más eróticas que alarmantes.
– Bien… veo que ya recuerda.
– Basta… deténgase…
– Lo siento pero nuestro horario es muy apretado.
– No me… haga esto… -gimió suavemente la mujer mientras agitaba sus caderas y nalgas de espaldas a Scorpius… como ofreciéndosele.
– Creo que para avanzar debemos empezar a eliminar sus inhibiciones, eso nos servirá a futuro.
– No… no… por favor…
– Me lo agradecerá cuando empiece a disfrutar…
– Oooohhh… nooo… -susurró Ivanka cuando sintió el placer extenderse de nuevo desde las zapatillas malditas hasta su entrepierna, inflamando su sexo…
Scorpius empezó a bailar con ella, guiándola.
– Me encanta su cuerpo Ivanka, sus largas piernas, sus firmes tetitas, ese esbelto cuello, sus nalguitas respingadas… pero debería mostrarlo más…
– Nooo… yo nooohh… soy así… -trató de negarse la empresaria.
– Siempre tan formal, tan elegante, libérese, sea más audaz, enseñe sus atributos…
– Nooo…
– Si… debe mostrar sus piernas…
– Nooo… por favor…
Sin inmutarse Scorpius la levantó y la recostó en el escritorio, sus nalgas casi al borde del mueble, luego se acomodó entre las torneadas extremidades de la mujer, estas subían y bajaban, rodeaban su cintura y luego se abrían en V, rozando con sus altos tacones los costados de su captor. Una nueva canción empezó a sonar en los oídos de la indefensa empresaria, más rápida y casi hipnótica.
Siguiendo la melodía, ahora la rubia usaba sus atrapados brazos e incontrolables piernas para apoyarse y levantar sus caderas del escritorio en un erótico vaivén, lo que aprovechó el hombre para arremangar su falda gris a la rodilla hasta su pequeña cintura, dejando expuesto su apetitoso pubis cubierto por unas elegantes pantaletas negras.
– Muy bien Ivanka, tienes un gusto exquisito… –dijo complacido el diseñador mientras se bajaba lentamente los pantalones, disfrutando ver a la vulnerable rubia moviendo su entrepierna adelante y atrás, en un instante quedó expuesto su miembro bien duro y listo para cobrar su presa en la bella empresaria.
Al ver esto los ojos de ella mostraron su terror y empezó a sacudir su cabeza de lado a lado mientras gemía sin poder controlar su cuerpo.
-No… por favor… no haga esto… -sollozó, pero Scorpius respondió sujetando la cintura de las pantaletas y aprovechando un momento en que las piernas se extendieron derechas y verticales, como columnas de placer, las deslizó hasta dejar a la mujer completamente expuesta a su dominador, acariciando con la delicada prenda la tierna piel de sus muslos y pantorrillas.
– Aaaaahhhh… -gruñó complacida la empresaria ante la maniobra, sin saber bien el motivo, ignorando que el poder de las zapatillas poco a poco volvía su cuerpo más sensible y vulnerable a toda caricia… a todo contacto.
– Aunque debo decir que me hace falta sentir sus piernas cubiertas de medias… –le dijo el hombre de la cola de caballo complacido ante su reacción- pero ya arreglaremos eso después.
Al decir esto, el hombre entre sus piernas sujetó firmemente los tobillos de Ivanka y tras mirar un instante como sus pies y caderas seguían moviéndose en pequeños círculos, la penetró con fiereza y facilidad, gracias a la abundante humedad de su vagina.
– ¡Aaaaahhh…! -trató de gritar ella en un esfuerzo final, pero solamente se escuchó un delicioso gemido salir de sus pálidos labios.
Sujetándola firme pero amorosamente Scorpius empezó a marcarle el ritmo, que ella empezó a seguir de forma compulsiva gracias a las zapatillas.
– Ooohh… es como… lo… imaginé… -pensó por un instante la rubia al recordar aquella noche en el despacho- mi amante… dominándome… y… ¡No!… ¡Basta!
– Muuuy bien… esclava… eres muy… receptiva… -le susurró su atacante mientras entraba en ella una y otra vez, más y más rápido, sonriendo al ver como las piernas en su poder se tensaban y sus pies se ponían aun más de punta.
– Ooohhh… ooohh… nooo… ooohh… -apenas pudo gruñir la indefensa mujer.
– Eso es… me enloqueces… Ivanka… pero deberías… mostrar más… tu cuerpo… -empezó a decirle Scorpius- tienes… una figura… exquisita.
– Nooo… basta…
– Una figura… como esa… debe ser mostrada… ante el mundo… – empezó a condicionarla Scorpius mientras la poseía vigorosamente.
– No… no… se lo suplico… -le pidió la rubia entre gemidos, pero su cuerpo indicaba otra cosa y su voluntad se desmoronaba con cada enloquecedora embestida de placer, cada vez más intenso.
– Para empezar… sus piernas… son perfectas… largas y esbeltas… debería permitirle… a todos… disfrutar de la vista… de esas maravillas naturales… -le condicionaba Scorpius mientras seguía penetrándola y con una mano le acariciaba una de sus piernas bien extendidas.
– Aaahhh… aaahhh… aaahhhh…
– Debes lucirlas…
– No…
– Debes lucirlas…
– Nnnn….
– Debes lucirlas… para todos… y en especial para mi… -le dijo de forma irresistible el hombre al venirse profundamente dentro de la vulnerable mujer- Nnnngggg…
– Nnnnaaaahhh… siii… -se rindió al fin Ivanka al ser empujada al placentero abismo del orgasmo, se tensó  sobre el escritorio y sollozó mientras con una mano el hombre sujetaba su barbilla obligándola a mirarlo a los ojos- siiii… son para… lucirlas…
La melodía terminó de pronto.
– Tuvimos… un buen progreso… lindura… pero aun… podemos añadir algo más… -le susurró el diseñador al oído a la mujer mientras con la otra mano le apretaba posesivo una de sus firmes nalgas- empezando por una lista de las zapatillas que de ahora en adelante siempre usarás…
– Ooohhh… -gimió ella, agotada pero deliciosamente satisfecha, sus piernas colgando relajadas del escritorio, brillantes por el sudor…
Afuera, la pelirroja ayudante de Scorpius platicaba con la asistente de Ivanka.
Patricia llevaba un vestido negro ajustado que apenas le llegaba a medio muslo y dejaba expuesta su espalda casi hasta sus nalgas, dos largos trozos de tela cubrían sus grandes senos para atarse en un lindo moño atrás de su cuello. Unas sandalias negras de tacón alto dejaban ver sus delicados pies con la uñas pintadas de negro, y una serie de tiras muy delgadas se entrecruzaban sobre su empeine hasta atarse en sus tobillos. Estaba sentada en un sillón a lado de la trigueña, sus piernas cruzadas casi expuestas en toda su gloria.  Los escoltas en la sala no la perdían de vista…
– Vamos Jill, pruébalas… te van a gustar… -le decía mientras le mostraba unas sandalias de tacón alto color violeta dentro de una caja.
– No se… -dijo la formal mujer mientras sonreía, atrapada por la simpatía y labia de Muñequita- son demasiado altos…
– Inténtalo, si no te gustan me los devuelves mañana…
Al pensar en la marca y costo del calzado que la pelirroja le ofrecía como regalo de la empresa, Jill se decidió.
– Bueno… tu ganas, lo intentaré… vaya que eres persuasiva… -dijo al fin con una sonrisa.
– No te arrepentirás -dijo para añadir con una sonrisa misteriosa- una vez que las pruebes no podrás dejar de usarlas…
– Tal vez las use esta misma tarde, cenaré con una vieja amiga… ¿Te gustaría acompañarnos? -le dijo amablemente la asistente a la pelirroja.
– Oh… pues gracias… si, claro que acepto, tu avísame donde, ya tienes mi número.
En ese momento, las puertas del despacho se abrieron y salió Ivanka acompañada de Scorpius que llevaba su portafolios en mano, se detuvieron junto al escritorio.
– Muy bien entonces continuaremos la próxima vez… -le dijo a la rubia antes de volverse a su asistente- Paty, es hora de irnos. Buenas tardes señora Trump.
– Buenas tardes señor Scorpius, lo espero con ansias… Jill, asegúrate de agendarle otra cita la próxima semana a la misma hora.
– Si señora –dijo la asistente mientras empezaba a escribir en la computadora.
Scorpius se despidió con una inclinación de cabeza y se dirigió al ascensor con su ayudante.
Por su parte Ivanka entró de nuevo al despacho.
– Qué buenas ideas –pensó mientras se pasaba una mano por el cuello- ufff pero que acalorada estoy, me siento cubierta de sudor. Me daré un baño y… esta falda tan larga me estorba.
Se dirigió al gran baño del despacho mientras se subía su falda gris hasta medio muslo, sintiéndose más cómoda y libre, pero a medio camino se quedó paralizada por lo que sintió, o más bien, lo que no sintió bajo su falda.
– Pero… ¿Por qué no llevo pantaletas? No pude olvidar ponérmelas… ¿O si? –dudó mientras ponía las palmas de las manos en sus caderas- ¿O en que momento me las quité?
Entonces sintió un poco de humedad extendiéndose por el interior de sus carnosos muslos.
– Que vergüenza… ¿Por que me puse así ante Scorpius? Dios… ¿Qué me está pasando?
En el ascensor, X disfrutaba del sensual aroma de las pantaletas negras que se había llevado como recuerdo, pensando en los futuros placeres que obtendría de la rubia y en que la obligaría a disfrutarlos.
CONTINUARÁ
 
 
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“COMO DESCUBRÍ MI NATURALEZA DOMINANTE” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Una universitaria se va a vivir a casa de su tía enferma, cuando muere tiene que hacerse cuidado de un bebé sin saber que terminará entre las sábanas del viudo. Junto con él descubrirá su verdadera naturaleza. Mientras con su amado es todo dulzura, con las mujeres se comportará como una estricta dominante

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo 1.

Mi nombre es Elena y soy una estudiante de medicina de veintidós años. Mi vida sería como la de cualquier otra si no llega a ser porque actualmente caliento las sábanas de mi tío. Muchos se podrán ver sorprendidos e incluso escandalizados pero soy feliz amando y deseando a ese hombre.
Si quiero explicaros como llegué a acostarme con el tío Manuel, tengo que retroceder cuatro años cuando llegué a Madrid a estudiar. Habiendo acabado el colegio en mi Valladolid natal, mis padres decidieron que cursara medicina en la Autónoma de Madrid y por eso me vi viviendo en la capital. Aunque iba a residir en un colegio mayor, mi madre me encomendó a su hermana pequeña que vivía también ahí. La tía Susana me tomó bajo su amparo y de esa forma, empecé a frecuentar su casa. Allí fue donde conocí a su marido, un moreno de muy buen ver que además de estar bueno, era uno de los directivos más jóvenes de un gran banco.
Desde un primer momento, comprendí que eran un matrimonio ideal. Guapos y ricos, estaban enamorados uno del otro. Su esposo estaba dedicado en cuerpo y alma a satisfacer a la tía. Nada era poco para ella, mi tío la consentía y mimaba de tal forma que empecé sin darme cuenta a envidiar su relación. Muchas veces desee que llegado el momento, encontrara yo también una pareja que me quisiera con locura.
Para colmo, mi tía Susana era un bellezón por lo que siempre me sentí apocada en su presencia. Dulce y buena, esa mujer me trató con un cariño tal que jamás se me ocurrió que algún día la sustituiría en su cama. Aunque apreciaba en su justa medida a su marido y sabía que destilaba virilidad por todos sus poros, nunca llegué a verlo como era un hombre, siempre lo consideré materia prohibida. Por eso me alegré cuando me enteré de que se había quedado embarazada.
Esa pareja llevaba buscando muchos años el tener hijos y siendo profundamente conservadora, Susana vio en el fruto que crecía en su vientre un regalo de Dios. Por eso cuando en una revisión rutinaria le descubrieron que padecía cáncer, se negó en rotundo a tratárselo porque eso pondría en peligro la viabilidad del feto. Inútilmente la intenté convencer de que ya tendría otras oportunidades de ser madre pero mis palabras cargadas de razón cayeron en saco roto.
Lo único de lo que pude convencerla fue de que me dejara cuidarla en su casa. Al principio se negó también pero con la ayuda de mi tío, al final dio su brazo a torcer. Por esa desgraciada circunstancia me fui a vivir a ese chalet del Viso y eso cambió mi vida. Nunca he vuelto a dejar esas paredes y os confieso que espero nunca tenerlo que hacer.
La tía estaba de cinco meses cuando se enteró y viéndola parecía imposible que estuviera tan mal y que el cáncer le estuviera corroyendo por dentro. Sus pechos que ya eran grandes, se pusieron enormes al entrar en estado y su cara nunca reflejó la enfermedad de forma clara su enfermedad. Al llegar a su casa, me acogió como si fuera su propia hermana y me dio el cuarto de invitados que estaba junto al suyo. Debido a que mi pared pegaba con la suya, fui testigo de las noches de dolor que pasó esa pareja y de cómo Manuel lloraba en silencio la agonía de la que era su vida.
Gracias a mis estudios, casi a diario le tenía que explicar cómo iba evolucionando el cáncer de su amada y aunque las noticias eran cada vez peores, nunca se mostró desánimo y cuanto peor pintaba la cosa, con más cariño cuidaba a su amor. Fue entonces cuando poco a poco me enamoré de ese buen hombre. Aunque fuera mi tío y me llevara quince años, no pude dejar de valorar su dedicación y sin darme cuenta, su presencia se hizo parte esencial en mi vida.
A los ochos meses de embarazo, el cáncer se le había extendido a los pulmones y por eso su médico insistió en adelantar el parto. Todavía recuerdo esa tarde. Mi tía me llamó a su cuarto y con gran entereza, me pidió que le dijera la verdad:
―Si lo adelantamos, ¿Mi hijo correrá peligro?
―No― contesté sin mentir – ya tiene buen peso y es más dañino para él seguir dentro de tu útero por si todo falla.
Indirectamente, le estaba diciendo que su hígado no podía dar más de sí y que en cualquier momento podría colapsar, matando no solo a ella sino a su retoño. Mi franqueza la convenció y cogiéndome de la mano, me soltó:
―Elena. Quiero que me prometas algo….
―Por supuesto, tía― respondí sin saber que quería.
―….si muero, quiero que te ocupes de criar a mi hijo. ¡Debes ser su madre!
Aunque estaba escandalizada por el verdadero significado de sus palabras, no pude contrariarla y se lo prometí. “La pobre debe de estar delirando”, me dije mientras le prestaba ese extraño juramento porque no en vano el niño tendría un padre. Un gemido de dolor me hizo olvidar el asunto y llamando al médico pedí su ayuda. El médico al ver que había empeorado su estado, decidió no esperar más y llamando a una ambulancia, se la llevó al hospital.
De esa forma, tuve que ser yo quien le diera la noticia a su marido:
―Tío, tienes que venir. Estamos en el hospital San Carlos. Van a provocar el parto.
Ni que decir tiene que dejó todo y acudió lo más rápido que pudo a esa clínica. Cuando llegó, su mujer estaba en quirófano y por eso fui testigo de su derrumbe. Completamente deshecho, se hundió en un sillón y sin hacer aspavientos, se puso a llorar como un crio. Al cabo de una hora, uno de los que la trataban nos vino avisar de que el niño había nacido bien y que se tendría que pasar unos días en la incubadora.
Acababa de darnos la buena noticia, cuando mi tío preguntó por su mujer. El medico puso cara de circunstancias y con voz pausada, contestó que la estaban tratando de extirpar el cáncer del hígado. Sus palabras tranquilizaron a Manuel pero no a mí, porque no me cupo ninguna duda de que esa operación solo serviría para alargarle la vida pero no para salvarla.
La noticia del nacimiento de Manolito le alegró y confiado en la salvación de la madre me pidió que le acompañara a ver al crío en el nido. Os juro que viendo su alegría, no fui capaz de decirle la verdad y con el corazón encogido acudí con él a ver al bebé.
En cuanto lo vi, me eché a llorar porque no en vano sabía que ya se le podía considerar huérfano:
“¡Nunca iba a llegar a conocer a su madre!”
En cambio su padre al verlo no pudo reprimir el orgullo y casi a voz en grito, empezó a alabar la fortaleza que mostraba ya en la cuna. Tampoco en esa ocasión me fue posible explicarle el motivo de mi llanto y secándome las lágrimas, sonreí diciendo que estaba de acuerdo.
Como os podréis imaginar cuatro horas después apareció su médico y cogiendo del brazo al marido de la paciente, le explicó que se habían encontrado con que el cáncer se había extendido de forma tal que no había nada que hacer. Mi tío estaba tan destrozado que no pudo preguntar por la esperanza de vida de su mujer, por lo que tuve que ser yo quien lo hiciera.
―Dudo que tenga un mes― contestó el cirujano apesadumbrado.
La noticia le cayó como un jarro de agua fría a su marido y hundiéndose en un doloroso silencio, se quedó callado el resto de la tarde. Os juro que se ya quería a ese hombre, el duelo del que fui testigo me hizo amarlo más. Nunca había visto y estoy segura que nunca veré a nadie que adore de esa forma a su mujer.
La agonía de mi tía Susana iba a ser larga y por eso decidí exponerle a mi tío que durante el tiempo que me necesitara allí me tendría y que por el cuidado de su hijo, no se preocupara porque yo me ocuparía de él.
―Gracias― contestó con la voz tomada― te lo agradezco. Voy a necesitar toda la ayuda posible.
Tras lo cual se encerró en el baño para que no le viera llorar. Esa noche, dormimos los dos en la habitación y a la mañana siguiente, una enfermera nos vino a avisar que Susana quería vernos. Al llegar a la UCI, Manuel volvió a demostrar un coraje digno de encomio porque el hombre que saludó a su mujer, era otro. Frente a ella, no hizo muestra del dolor que sentía e incluso bromeó con ella sobre el próximo verano.
Su esposa, que no era tonta, se dio cuenta de la farsa de su marido pero no dijo nada. En un momento que me quedé con ella a solas, me preguntó:
―¿Cuánto me queda?
―Muy poco― respondí con el corazón encogido.
Fue entonces cuando cogiéndome de la mano me recordó mi promesa diciendo:
―¡Cuida de nuestro hijo! ¡Haz que esté orgullosa de él!
Sin saber que decir, volví a reafirmar mi juramento tras lo cual mi tía sonrió diciendo:
―Manuel sabrá hacerte muy feliz.
La rotundidad de su afirmación y el hecho que el aludido volviera a entrar en la habitación hizo imposible que la contrariara. Mi rechazo no era a la idea de compartir mi vida con ese hombre sino a que conociéndolo nunca nadie podría sustituirla en su corazón.

CAPÍTULO 2

A los dos días, nos dieron al niño. Siendo sano no tenía ningún sentido que estuviera más tiempo en el hospital por lo que tuvimos que llevárnoslo a casa mientras su madre agonizaba en una habitación. Todavía recuerdo esa mañana, Manuel lo cogió en brazos y su cara reflejó la angustia que sentía. Compadeciéndome de él, se lo retiré y con todo el cariño que pude, dije:
―Tío, déjamelo a mí. Tú ocúpate de Susana y no te preocupes, lo cuidaré como si fuera mío hasta que puedas hacerlo.
Indirectamente, le estaba diciendo que yo lo cuidaría hasta que su madre hubiese muerto pero lejos de caer en lo inevitable, ese hombretón me contestó:
―Gracias, cuando salga Susana de esta, también sabrá compensarte.
No quise responderle que nunca saldría y despidiéndome de él, llevé al bebe hasta su casa. Durante el trayecto, pensé en el lio que me había metido pero mirando al bebe y verlo tan indefenso decidí que debía dejar ese tema para el futuro. Acostumbrada a los recién nacidos por las prácticas que había hecho en Pediatría neonatal, no tuve problemas en hacerme con todo lo indispensable para cuidarlo y por eso una hora después, ya cómodamente instalada en el salón, empecé a darle el biberón.
Eso que es tan normal y que toda madre sabe hacer, me resultó imposible porque el chaval no cogía la tetina y desesperada llamé a mi madre. Tal y como me esperaba mientras marcaba, se rió de mí llamándome novata y ante mi insistencia, me preguntó:
―¿Por qué no intentas dárselo con el pecho descubierto?
Al preguntarle el por qué, soltó una carcajada diciendo:
―Tonta, porque al oír tu corazón y sentir tu piel, se tranquilizará.
Su respuesta me convenció y quitándome la camisa, puse su carita contra mi pecho. Ocurrió exactamente como había predicho, en cuanto Manolito sintió mi corazón, se asió como un loco del biberón y empezó a comer. Lo que no me había avisado mi madre, fue que al sentir yo su cara contra mi seno, me indujo a considerarlo ya mío y con una alegría que me invadió por completo, sonreí pensando en que no sería tan desagradable cumplir la promesa dada.
Una vez se había terminado las dos onzas y al ir a cambiarle ocurrió otra cosa que me dejó apabullada. Entretenida colocando el portabebé, no me percaté que había puesto su cabeza contra mi pecho y el enano al sentir uno de mis pezones contra su boca, instintivamente se puso a mamar. El placer físico que sentí fue inmenso (no un orgasmo no penséis mal). La sensación de notar sus labios succionando en busca de una leche inexistente fue tan tierna que de mis ojos brotaron unas lágrimas de dicha que me dejaron confundida.
No sé si obré mal pero lo cierto es que a partir de entonces después de cada toma, dejaba que el bebé se durmiera con mi pezón en su boca.
“Es como darle un chupete”, me decía para convencerme de que no era raro pero lo cierto es que cuanto más mamaba ese crio de mis pechos, mi amor por él se incrementaba y empecé a verlo como hijo mío.
Lo que no fue tan normal y lo reconozco fue que ya a partir del tercer día, me entraran verdaderas ganas de amamantarlo y obviando toda cordura, investigué si había algo que me provocara leche. No tardé en hallar que la Prolactina ayudaba y sin meditar las consecuencias, busqué estimular la producción de leche con ella.
Mientras esto ocurría, mi tía agonizaba y Manuel vivía día y noche en el hospital solo viniendo a casa durante un par de horas para ver al chaval. Dueña absoluta de la casa, nadie fue consciente de que me empezaba a tomar esa medicina. A la semana justa de nacer, fue la primera vez que mi niño bebió la leche de mis pechos y al notarlo, me creí la mujer más feliz del mundo. No sé si fue la medicina, el estímulo de mis pezones o algo psicológico pero la verdad es que mis pechos no solo crecieron sino que se convirtieron en un par de tetas que rivalizaban con los de cualquier ama de cría.
Mi producción fue tal que dejé de darle biberón y solo mamando de mis pechos, Manolito empezó a coger peso y a criarse estupendamente. El primer problema fue a los quince días de nacido que aprovechando que su madre había mejorado momentáneamente, Manuel decidió bautizarle junto a ella. La presencia del padre mientras le vestía y las tres horas que estuvimos en el Hospital, provocaron que mis pechos se inflaran como balones, llegando incluso, a sin necesidad de que el bebé me estimulara, de mis pezones brotara un manantial de leche dejándome perdida la camisa. Sé que mi tío se percató de algo por el modo en que me miró al darse cuenta de los dos manchones que tenía en mi blusa, pero creo que no quiso investigar más cuando ante la pregunta de cómo me había manchado, le contesté que se me había caído café.
La cara con la que se me quedó mirando los pechos, no solo me intranquilizó porque me descubriera sino porque percibí un ramalazo de deseo en ella. Lo cierto es que más excitada de lo que me gustaría reconocer, al llegar a casa di de mamar al que ya consideraba propio y tumbándome en la cama, no pude evitar masturbarme pensando en Manuel.
Al principio fue casi involuntario, mientras recordaba sus ojos fijos en mi escote, dejé caer una mano sobre mis pechos y lentamente me puse a acariciarlos. Mis pezones se pusieron inmediatamente duros y al sentirlos no fui capaz de parar. Como una quinceañera, me desabroché la blusa y pasando mi mano por encima de mi sujetador, empecé a estimularlos mientras con los ojos cerrados soñaba que era mi tío quien los tocaba.
Mi calentura fue en aumento y ya ni siquiera pellizcarlos me fue suficiente y por eso levantándome la falda, comencé a sobar mi pubis mientras seguía imaginado que eran sus dedos los que se acercaban cada vez más a mi sexo. Por mucho que intenté un par de veces dejarlo, no pude y al cabo de cinco minutos, no solo me terminé de desnudar sino que abriendo el cajón de la mesilla, saqué un consolador.
Comportándome como una actriz porno en una escena, lamí ese pene artificial suspirando por que algún fuera el de él y ya completamente lubricado con mi saliva, me lo introduje hasta el fondo mientras me derretía deseando que fuera Manuel el que me hubiese separado las rodillas y me estuviese follando. La lujuria me dominó al imaginar a mi tío entre mis piernas y uniendo un orgasmo con el siguiente no paré hasta que agotada, caí desplomada pero insatisfecha. Cuando me recuperé, cayeron sobre mí los remordimientos de haberme dejado llevar por esos sentimientos mientras el objeto de mis deseos estaba cuidando a la mujer que realmente amaba y por eso no pude evitar echarme a llorar, prometiéndome a mí misma que eso no se volvería a repetir.
Tratando de olvidar lo ocurrido, intenté estudiar algo porque tenía bastante dejadas las materias de mi carrera. Llevaba media hora enfrascada entre los libros cuando escuché el llanto de mi bebe y corriendo fui a ver que le pasaba. Manolito en cuanto le cogí en brazos, buscó mi pezón y olvidándome de todo, sonreí dejando que mamara.
―Voy a ser tu madre aunque tu padre todavía no lo sepa― susurré al oído del niño mientras mi entrepierna se volvía a encharcar.

 

Relato erótico: “Conan el barbaro o Conan el rompe coños xxx” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Conan se despertó estaba encadenado y empezó a recordar todo lo que había pasado estaba celebrando un banquete con su esposa Zenobia y su hijo Conn cuando de pronto al tomar una copa empezó a marearse y apareció el mago Zardok y empezó a reírse y él se desmayó.

-veo que ya despiertas -dijo el mago Zardok- tu reino es mío y tu esposa es mi puta ahora y tu hijo es mi esclavo y tu morirás al amanecer, pero antes quiero que sufras ajajajajja -dijo el mago-   traer a su esposa.

 la trajeron ante él y el mago dijo:

– mira cómo me la follo delante de ti. Conan. ella es mi puta y lo será siempre.

 y se bajó las calzas y saco su polla y se la hizo chupar a la esposa de Conan.

– si no mamas -dijo el mago Zardok -te juro que le matare.

 así que Zenobia que lloró tuvo que mamarle la poya al mago Conan furioso:

– juro que te matare Zardok te lo juro por Crown.

–  ahora quiero verte desnuda puta -dijo el mago- quiero follarte para que tu esposo te vea y sufra.

 ella se desnudó y el mago la metió la poya hasta los cojones ella no quería disfrutar y lloraba, pero no podía evitar que el cabrón del mago Zardok la follara y gimiera de gusto.

– ves lo zorra que es tu mujer -le dijo el mago.

 Conan poco a poco concentro  su fuerza y al final rompió las cadenas  los músculos eran de acero forjados de pequeño en las batallas cogió su espada y se lanzó a por el mago  pero este dominaba la magia  negra y cogió a Zenobia y a su hijo y desapareció varios guerreros intentaron luchar contra el  pero Conan prácticamente ni se inmuto nadie conocía la espada como Conan nadie le había vencido jamás en la batalla cogió su espada que nadie apenas podía sujetarla con las dos manos mientras él la sujetaba como una pluma con una y la hizo viral encima de él y las cabezas de los guerreros de Zardok salieron por los aires los guerreros  de Zardok no vieron a un guerrero frente al vieron a un diablo manejando una espada imposible de vencer blandió otra vez la espalda y se cargó a varios guerreros varas cabezas rodaron con si fueran melones  cuando termino había un rastro de cadáveres que no se podían contar.

 casi recupero el trono y dejo a su mejor hombre en él tenía que buscar a su esposa y a su hijo y no pararía hasta que los encontrara así que cogió su fiel caballo y se dispuso a buscar al mago, pero el mago no era fácil de hallar él podía abrir nuevos mundos y estar en otras dimensiones y nunca encontrarlo así que fue a ver a las tres brujas ellas eran hermosísimas Conan les pidió ayuda:

– sabemos quién eres y lo que deseas, pero para eso tienes que pagar un precio tienes que pasar la noche con nosotras tres si nos satisfaces como mujeres mañana te diremos como ir al castillo del mago Zardok.

 así que Conan no tuvo más remedio que quitarse el calzón y follar con las tres brujas las brujas cuando vieron el cuerpo de Conan y la poya que era todo musculo se relamieron.

–  menuda noche vamos a pasar hermanas.

 Conan cogió a una de las tres brujas llamada Brunilda y la comió el chocho hasta que no pudo más la otra se moría de gusto mientras las otras dos brujas Lemia y Casilda le chupaban la poya hasta mas no poder Conan sabía que si no aguantaba las brujas se quedarían con él para toda la eternidad y jamás encontraría a su familia. tuvo que hacer un esfuerzo humano para no correrse con dos mujeres tan bellas y experimentadas.

 después Conan las cogió y se las metió una por una en el chocho y empezó a follarlas hasta que ellas se corrieron de gusto luego Conan las dio por el culo hasta que no pudieron más las brujas estaban agotadas de tanto follar.

– verdaderamente eres Conan el rompe coños. tu fama es bien merecida joder como follas no nos extraña que tú mujer este loco por ti. muchas darían por tener un hombre así.  bien Conan tu ganas te diremos como llegar al castillo del mago Zardok pero ten en cuenta que aunque llegues allí no creo que puedas vencerle con la fuerza es el mago más poderoso que excite  y nadie le gana en magia negra ve al bosque negro allí encontraras una catarata tírate dentro e intenta llegar al fondo del rio si lo logras aparecerás en el castillo de Zardok sino lo logras te ahogaras ya que hay 20 metros de profundidad por lo menos y ningún humano ha podio bajar y aguantar tanto  es la única manera buena suerte.

 Conan llego al bosque negro y vio la cascada y la gran masa de agua ningún  hombre normal se tiraría a nadar allí pero Conan no era un hombre como los demás  cogió su espada lo único y que llevaba encima y se lanzó desde el vacío a la cascada entrando en una masa de agua enorme y empezó a bucear y a bajar y bajar  parecía que los pulmones le iban a estallar si no conseguía llegar al fondo era imposible el regreso no tendría tanto aire para volver arriba  cuando parecía todo imposible casi ahogándose toco fondo  y desapareció  y apareció en el castillo del mago negro Zardok .

 el mago Zardok lo había visto todo en su bola mágica lo que había hecho Conan para llegar hasta   allí.

– Zardok donde te encuentras- dijo Conan -da la cara deja tus sucios trucos y enfréntate a mi como los hombres y deja tu magia.

 el mago se reía hizo brotar esqueletos de la tierra para que mataran a Conan.

  Conan lucho con ello pero cada vez que los vencía se levantaban así que cogió una antorcha y quemo sus huesos luego hizo salir a las hijas de la tierra que eran bellísimas  y las dijo  que le sedujeran ellas usando su magia le soplaron un polvo mágico y él fue automáticamente abducido por las mujeres  al cual le cogieron y le quitaron el calzón para que olvidase a Zenobia y le desnudaron y  se desnudaron ellas no creo que sea tanto como dicen decían las hijas de la tierra comprobémoslo  y salió su espléndida poya a relucir  lo cual se quedaron alucinadas o dioses no habíamos visto nada igual Conan empezó a follarlas y ellas a comerle la poya se volvían locas de tanto gozar.

  luego follaron entre ellas mientras Conan las daba por el culo a una de ellas y a otras las metía manos en sus chuminos luego las cogió en voz una por una y se las follo sin contemplaciones ellas no podían con él.

– con razón te llama Conan rompe coños -dijo las hijas de la tierra al ser ellas vencidas ya que estaban agotadas el hechizo se rompió y Conan llego hasta el mago.

–  dame a mi esposa -dijo Conan.

 el mago se reía;

– tu esposa es mía pertenece a la oscuridad ella es mi puta llévate a tu hijo, pero déjala ella para mí.

–  ella no se quedará aquí.

– intenta convencerla si ganas a la oscuridad podrás llevártela si pierdes perderás también a tu hijo y te quedaras solo aceptas.

– acepto.

– bien ahí tienes a tu esposa convéncela para que se vaya contigo.

– no déjame quiero ser la puta de Zardok mi señor me folla y me ama.

–   ven aquí mujer -dijo Conan.

–  jajá reía el mago lo ves a ver qué vas a hacer.

– lo que tenía que haber hecho antes.

 Conan se desnudó y saco su poya y dijo:

– te voy a recordar con quien estas esposada mujer – y la cogió del pelo y la hizo mamar la poya a Zenobia.

 ella se volvía loca de gusto.

– así así así mama zorra -dijo Conan- ábrete el chocho que te voy a follar.

 y se la clavo hasta los cojones y empezó a follarla como jamás había follado a ninguna ¡a mujer.

  Zenobia se volvía loca de gusto.

– más dame más.

 luego la cogió por el culo y la dio hasta que lo tuvo bien abierto.

–  así así rómpeme el culo cabrón que gusto como me follas.

  luego la comió el chocho hasta mas no poder hasta que ella dijo:

– Conan mi amor ahahahahha -y se corrió y despertó de la oscuridad.

–  ya nos veremos otra vez Conan. esta vez has ganado la batalla, pero no la guerra.

  Conan cogió a su mujer y a su hijo y volvieron a su reino.

  Conan estaría al tanto ya que el mago Zardok no le olvidaría y siempre estaría al acecho para acabar con Conan, pero jamás lo lograría FIN

 

  • : Conan se desperto y estaba encadenado y emepezo a recordar todo lo qe habia pasado
 

Relato erótico: “Prostituto 18 Follando en el Central Park” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 4
En contra de lo que se considera una norma no escrita sobre el sexo, hay personas que busca incrementar el morbo de una relación haciendo participes de sus andanzas a mucha gente. Estoy hablando de los exhibicionistas. Durante mi vida he hallado a muchas mujeres que les pone que alguien las contemple desnudas o haciendo el amor pero este no es el caso que os voy a narrar hoy sino el de una morena que solo conseguía excitarse viendo a otros en plena faena.
Pensareis que es raro pero no es así, todos tenemos algo de voyeur, pensad en si no os habéis puesto como una moto alguna vez con la mera observación de una película porno.
¡Qué tire la piedra quién no se haya hecho una paja viendo una escena subida de tono en la televisión!
Todos y cada uno de nosotros  somos de alguna manera unos mirones, pero jamás me encontré con nadie en la que esta inclinación estuviese tan marcada como en Claire por eso os voy a narrar los tres primeros días con ella.
 
 
1er día: La descubro.
Curiosamente no la conocí a través de Johana, mi jefa, sino un día que estaba corriendo en el Central Park. Normalmente nunca usaba ese lugar para correr, pero ese día decidí ir allí. Acababa de empezar a estirar cuando vi a un portento de la naturaleza haciendo lo mismo que yo. No os podéis imaginar su belleza. Con un cuerpo atlético producto de entrenamiento, esa monada era todo lo que uno puede desear de una mujer. Guapa hasta decir basta, estaba dotada por dios de un par de `pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos uno ya desea hundir la cara en su canalillo. Al mirar hacía mi alrededor vi que al menos uno docena de corredores estaban tan embelesados como yo.
“¡Qué buena está!” exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su  rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que involuntariamente puso en ese momento a mi disposición. Si quisiera describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de bello y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, las mallas que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese primor era diferente. Parecía sacada de un concurso de belleza pero encima la forma en que se movía incrementaba el morbo de todos los que la observaban. Era una mezcla de pantera y gatita. Algo en ella te advertía del peligro pero a la vez al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla. Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, esa cría salió corriendo y aunque yo no había hecho más que empezar, decidí seguirla aunque eso significara una lesión. No podía permitirme el lujo de perderla antes de conocerla y por eso trotando fui tras ella.
Su modo de correr tampoco me decepcionó porque marcando un ritmo lento esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de abordarla, seguí su estela durante media hora y digo su estela, porque manteniéndome a cinco metros de distancia, el aroma que desprendía me traía loco. No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
En un momento dado, se salió del camino  principal y se metió por una vereda entre árboles. Dudé en perseguirla porque bajo el amparo de los otros deportistas no había forma que me descubriera pero en mitad del bosque, sin duda se iba a dar cuenta de mi seguimiento. Afortunadamente  me dejé llevar por mi naturaleza y dándole una ventaja considerable, la seguí a campo través.
“¿Dónde Irá?” pensé al percatarme que esa mujer iba buscando algo por que de vez en cuando se paraba tras un árbol como si estuviera oteando una presa.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y como un auténtico acosador, fui tras ella escondiéndome de su mirada. Llevaba unos cinco minutos en la arboleda cuando la vi pararse y esconderse detrás de una roca. Para el aquel entonces la curiosidad me había dominado por lo que imitándola, hice lo mismo pero buscando la protección de unos arbustos.
¿Qué coño está haciendo?” mascullé interiormente justo cuando descubrí que, unos metros más allá de la mujer, se encontraba una pareja haciendo el amor.
Os imaginareis mi sorpresa al comprender que esa maravilla se había internado en esa zona poco frecuentada para observar a la gente que, aprovechando la penumbra, daba rienda suelta a su pasión. Aunque estaba a menos de veinte metros de su posición, deseé tener unos prismáticos cuando creyendo que estaba sola, la morena se empezó a acariciar los pechos por encima de la tela.
No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado agazapado allí, en cuanto os diga que esa muchacha se fue calentando poco a poco viendo a ese par follando hasta que sin poderlo evitar metió sus manos por debajo del pantalón y se empezó a masturbar.  Lo que en un inicio fueron leves toqueteos se fueron convirtiendo en una paja a toda regla, llegando incluso a tener que bajarse el pantalón para permitir que sus dedos recorrieran con más libertad su sexo. Su striptease involuntario me dio la oportunidad de disfrutar de ese culo formado por dos duras nalgas y un ojete rosado que desde ese momento supe que tenía que hollar.
“¡Dios!” rumié en silencio mientras mi propia mano se deslizaba por debajo de mi short.
Curiosamente mientras liberaba mi miembro, me percaté que estaba haciendo lo mismo que ella: Me estaba masturbando como un puto mirón y no me importó. El morbo de verla abierta de piernas, torturando con los dedos su hinchado clítoris mientras su otra mano pellizcaba alternativamente cada uno de sus pezones era demasiado para dejarlo pasar y por eso no tardé en sincronizar los movimientos de mi muñeca con los de sus yemas.
Gracias a que estaba tan enfrascada mirando a la pareja y a que esos dos berreaban con cada penetración, no se dio cuenta que al tratarme de acomodar pisé una rama e hice un ruido descomunal. Paralizado creí ser descubierto pero me tranquilicé al confirmar que esa monada seguía masturbándose como si nada. Desgraciadamente todo tiene un final y al escuchar que la mujer se corría calladamente, decidí escabullirme de allí, no fuera ser que me pillara.
Ya en la senda principal del parque y rodeado de una docena de corredores que garantizaban mi anonimato, giré mi cabeza hacia atrás y descubrí que la belleza había salido también del bosque y que como si nada había reiniciado su marcha. Pero lo que me dejó francamente impactado fue que al mirarle la cara, creí reconocer una mirada cómplice en ella y creyendo que todo era producto de mi imaginación, aceleré mi paso alejándome de ella.
Alejándome físicamente porque no mentalmente, ya que, incluso en la soledad de mi piso y cuando ya estaba bajo la ducha, mi cerebro seguía en mitad del Central Park soñando con estar entre sus brazos. El agua al caer sobre mi piel consiguió limpiar mi sudor pero no pudo alejar su recuerdo por lo que nuevamente, al ver la tremenda erección de mi sexo, me tuve que recrear en el placer onanista mientras tomaba la decisión de al día siguiente volver a ese parque.
 2º día: Vuelvo a donde la descubrí.
 

No os sorprenderá saber que a la misma hora y en el mismo sitio, estaba la mañana después. La verdad es que os tengo que confesar que llegué veinte minutos antes porque no quería perderme a esa belleza. Como no estaba, me puse tranquilamente a calentar los músculos contra una valla pero lo que realmente fue tomando temperatura fue mi mente con la perspectiva de volverla a ver.

Al llevar un buen rato allí, me empecé a desesperar al temer que no fuera a venir. La noche anterior cuando tomé la decisión pensé en que como toda corredora, lo más normal era que tuviese una rutina y que ese fuera el lugar donde usualmente hacía ejercicio y más cuando tratando de recordar, no encontré otro parque donde a primera hora del día hubiese parejitas follando pero su ausencia me llevó a pensar en lo peor y que su presencia hubiese sido solo producto de la casualidad.
Ya estaba a punto de darme por vencido cuando la vi llegar con un pantaloncito azul y un top rosa con el que se la veía más atractiva si cabe. Realmente mirándola bien, tuve que reconocer que me daba igual como viniera porque esa tipa estaría de infarto incluso con un burka. Lo único que difería del día anterior es que en esta ocasión, llevaba una cartuchera. Pero si algo me dejó impactado es que al pasar a mi lado y antes de ponerse a calentar me saludó con una sonrisa.
“¿Me habrá visto espiándola?” pensé creyendo que me había pillado pero tras pensarlo durante unos instantes, recapacité al advertir que si así fuera, su saludo no sería tan afectuoso.
Aunque yo ya estaba listo para salir a correr, me entretuve disimulando que estaba todavía frío mientras ella terminaba de estirar, de forma que nuevamente la seguí cuando ella empezó a correr.  La mujer volvió a coger el mismo ritmo pausado al trotar, de manera que sentí una especie de deja vu al irse desarrollando la mañana como cuando la descubrí.  Metro a metro, minuto a minuto, parecía una repetición y por eso al irnos acercando a donde ella había dejado la senda principal, me empecé a poner nervioso:
“Ojalá quiera espiar igual que ayer” pensé sin darme cuenta que ese deseo era exactamente lo que yo estaba haciendo.
Cuando la vi internarse en el bosque, mi corazón saltó de alegría y como un vulgar acosador la seguí en su carrera. Como ya sabía sus intenciones, permanecía alejado pero sin perderla de vista. No llevábamos más de tres minutos inmersos en la espesura cuando advertí que la morena había hallado a quien mirar y que sin temer si alguien la seguía se habría ocultado tras un enorme árbol.
Al fijarme en la pareja del medio del claro, descubrí con disgusto que eran un par de gays dándose por culo pero eso no fue óbice para que aprovechando una zanja del terreno me tumbara a observar a la mujer. Centrado únicamente en ella, me sorprendió que casi sin darme tiempo a acomodarme, la morena se hubiese desnudado completamente y sin recato alguno se empezara a masturbar.
“¡Le deben poner los maricones!” pensé mientras bajándome la bragueta yo hacía lo propio.
Si no llega a ser porque era imposible, hubiera pensado que se estaba exhibiendo ante mí ya que separó sus piernas en dirección a donde yo estaba, dejándome disfrutar de su sexo inmaculadamente depilado. No pude más que relamerme soñando con un día en que mi lengua recorriera los pliegues de esa obra de arte, antes que ella abriendo la cartuchera que había dejado en el suelo, sacara un consolador.
“¡No me lo puede creer!- pensé al mirar como con sus dedos apartaba los labios de su sexo para, sin más preparativo, meterse ese falo artificial hasta el fondo de sus entrañas.
Sin dejar de mirar a los homosexuales y usándolo a modo de cuchillo, se lo fue clavando en su interior mientras con los dedos se pellizcaba los pezones. Lo morboso de la escena, me volvió a cautivar y sin demora, saqué mi miembro y uniéndome a esa locura, me empecé a tocar con los ojos fijos en la belleza de esa chavala.
“Puta madre” exclamé mentalmente cuando esa cría se dio la vuelta y poniéndose a cuatro patas, se enfrascó el dildo por el ojete.

 

Esa acción derrumbó mi esperanza de ser yo el primero en darla por culo pero incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene. Esa nueva postura enfatizó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por los dos hombres empezó a berrear de placer mientras desde mi  escondite, yo seguía erre que erre intentando liberar mi tensión.
Sus gritos alertaron a la pareja y cogiendo sus cosas del suelo, salieron huyendo del lugar pero su espantada no produjo el mismo efecto en la mujer que incrementando la velocidad con el que se metía una y otra vez el aparato siguió dándome un maravilloso espectáculo. No me expliquéis que fue lo que me motivo a levantarme de la zanja pero lo cierto fue que incorporándome y con mi polla entre las manos seguí pajeándome disfrutando de esa visión.
No llevaba más de un minuto en pie cuando ella llegó al orgasmo y mirándome a los ojos, me sonrió:
-Termina o tendré que masturbarme otra vez- dijo en voz alta para que lo oyera.
Asustado al haber sido descubierto, salí corriendo mientras escuchaba su carcajada a mis espaldas. Os reconozco que fui un cobarde pero no giré la cabeza hasta que salí de ese parque. Ya en mi casa me arrepentí de mi cobardía y mientras terminaba lo empezado, decidí volver al día siguiente.
3er día: Usado y follado en el Central Park.
Aterrorizado pero confieso que dominado con la idea de volver a verla, llegué  al día siguiente al Central Park. Me había pasado toda la noche pensando en ella y por mucho que intenté satisfacer mi lujuria a base de pajas, esa mañana me levanté con un mástil entre mis piernas. Ella ya estaba calentando cuando crucé las puertas de ese lugar. Al llegar me miró brevemente y sin hacer ningún comentario siguió estirando. Extrañado por su falta de reacción, di inicio a mis estiramientos de manera que cinco minutos después estaba listo.
Fue entonces cuando pasando por mi lado, me soltó:
-¿Me acompañas?-
No pude responderla. Ella ni siquiera lo esperaba porque sin mirar atrás salió corriendo por la vereda. Tras unos instantes de confusión, salí tras ella y gracias a su ritmo pausado no tardé en alcanzarla. Al llegar a su lado, le pregunté su nombre. Ella con un reproche en su rostro me contestó:
-Claire. Pero te pediría que no hables, estoy corriendo y no quiero distracciones-
Sus frías palabras me dejaron helado pero sumisamente seguí trotando a su lado pero esta vez siendo incapaz de mirarla. Mi mente intentaba analizar su actitud. No conseguía entender que me hubiera pedido que la acompañase y en cambio se mostrara tan reacia a entablar conversación. Tras pensarlo mientras corría, decidí que le seguiría la corriente y esperaría a ver qué ocurría. En silencio recorrimos los primeros kilómetros y cuando vi que nos acercábamos al lugar donde esa mujer se desviaba del camino, me empecé a poner nervioso sobre todo al comprobar de reojo que sus  pezones se marcaban bajo el top.
Al llegar a la curva, sin avisar, Claire se salió del camino. Al internarse en el bosque, me pidió que no hiciera ruido y sigilosamente fue en busca de alguien al que espiar. El frio de esa mañana en Nueva York hizo que tardáramos más de lo habitual en encontrar a alguien retozando en la espesura y cuando lo hayamos resultó ser un par de adolescentes. Recién salidos de la pubertad, un chaval y una chavala estaban besándose tranquilamente en un claro sin saber que en esos instantes eran objeto de nuestro escrutinio.

Mi acompañante al verlos, se dio la vuelta y me dijo:

-Menuda suerte. Conozco a esos críos y son unas máquinas-
Al decírmelo, me los quedé mirando y nada en ellos me hacía suponer ese extremo por lo que acomodándome al lado de Claire, dejé que transcurrieran los minutos. La lentitud con la que el muchacho se lo tomó, me permitió estudiar a la mujer que tenía a mi lado. Sentada sobre un tronco, no perdía comba de lo que esos críos estaban haciendo unos metros más allá pero lo más raro de todo es que parecía haberse olvidado de mi presencia.
-Mira, ahí van- me alertó.
Girándome hacia el claro, observé que el chaval estaba acariciando los pechos de su novia por encima de la camisa y al no ver nada extraordinario en ello, me quedé callado. Ajeno a estar siendo espiado, el muchacho se fue  desabrochando los botones de la camisa ante la mirada ansiosa de su novia, la cual esperó a que terminara de hacerlo para ella misma  irle despojando de su pantalón. Cuando ya tenía los pantalones en el suelo, el criajo se sacó el miembro y poniéndoselo en la boca, le exigió que se lo comiera. La rubita no espero a que se lo repitiera y con una sensualidad sin límites, sacó su lengua y mientras recorría con ella los bordes de su glande, cogió entre sus manos los testículos del chaval.
-¡Como me ponen estos críos!- susurró la voyeur acomodándose en el tronco.
Totalmente absorta contemplando a ambos niños, Claire empezó a acariciarse sus propios pechos mientras su rostro reflejaba que la excitación le empezaba a dominar. En ese momento dudé entre seguir observando a mi acompañante o centrarme en la cojonuda mamada  que esa bebé le estaba realizando a su pareja pero fue la mujer la que me sacó de dudas al decirme sin dejar de mirar hacia el claro:
-Tócame-
Supe lo que quería y no pude negarme. Colocándome en su espalda me senté tras ella y sin darle tiempo a negarse, empecé con mis manos a recorrer su cuerpo, mientras esa colegiala usaba su boca para darle placer a su enamorado. Claire al sentir mis yemas acariciando su piel, gimió calladamente con la mirada fija en la pareja. Su aceptación me permitió ser más osado y metiendo mi mano  por debajo de su top, cogí una de sus aureolas entre mis dedos.
Su pezón ya estaba erecto cuando llegué hasta él y como si fuera una invitación, lo pellizqué mientras mi otra mano se dirigía hacia la entrepierna de la mujer. Esta, sin girarse, separó sus rodillas dándome entrada a su vulva, la cual acaricié sin dudar, sacando sus primeros  suspiros. Entre tanto, el chaval había agarrado la cabeza de su novia y moviendo las caderas, le metía el falo hasta el fondo de su garganta.
-Me encanta- sollozó la voyeur y no contenta con ello, sin pedirme mi opinión se despojó del short y pasando su mano hacia tras, empezó a frotar mi miembro.
Haciendo lo propio, me quité el pantalón, tras lo cual, la levanté de su asiento y atrayéndola hacia mí, puse mi verga entre sus piernas. Ella se lo esperaba porque acomodándose sobre mí, dejó que mi glande forzara los pliegues de su sexo y de un solo arreón, se empaló sobre mí. Ni siquiera pestañeó al notar que mi extensión se abría camino por su interior y con la mirada fija en los muchachos, me dejó claro que tenía que ser yo quien tomara la iniciativa.
-Eres una puta pervertida- susurré a su oído mientras le pellizcaba los pezones –estoy seguro que te has corrido en multitud de ocasiones, mirando a esos críos follando-

-Sí- gimió moviendo su culo e iniciando un suave cabalgar, me pidió que siguiera diciéndole lo puta que era.

Comprendí al instante que a esa zorra le enloquecía el lenguaje mal sonante y por ello, le di un azote en el culo mientras le decía:
-¡Zorra! ¡No te da vergüenza excitarte viendo a alguien tan joven! ¡Deberían llevarte a la cárcel y ahí te violara una interna mientras las otras miraban-
La imagen de ella siendo usada por una mujer teniendo a un grupo numeroso observando, consiguió su objetivo y pegando un grito amortiguado, aceleró sus movimientos. Allá en el claro, el chaval ya había eyaculado en la boca de la niña pero gracias a su juventud, seguía con el pene totalmente tieso. Su novia no perdió la oportunidad y levantándose la falda, se quitó las bragas, para acto seguido ponerse a cuatro patas.
-Fóllame- gritó casi gritando.
El aludido obedeciendo se puso tras ella y tras tantear con su pene en los labios  de su sexo, forzó su entrada mientras yo hacía lo mismo con Claire. Mi acompañante al ver al adolescente penetrando a su pareja no pudo más y sin previo aviso se corrió entre mis piernas. Yo al sentir su flujo por mis muslos, le agarré la cabeza y llevándola hasta mi boca, le dije:
-Eres una guarra. Cuando termine de follarte, te daré por culo y después te exigiré que limpies con tu lengua tus meados-
Claire al oírme, aulló como una loba y retorciéndose sobre mi polla, prolongó su éxtasis.
-Dios- chilló al sentir mi dedo en su ojete- Dale a esta puta lo que se merece-
Su entrega me hizo cambiar de posición y obligándola a apoyarse contra una roca, empecé a tomarla olvidándome de los chavales. Usando mi pene a modo de garrote, fui golpeando su sexo con tanta dureza que mis huevos rebotaban contra su clítoris convertido en frontón.
-¡Más!, ¡dame más!- berreó a voz en grito.
Ese alarido descubrió nuestra presencia pero no me importó y obviando las miradas alucinadas del par, le agarré las tetas y usándolas como apoyo, proseguí martilleando su vulva.
-¡Me encanta!- sollozó llevando una de sus manos hasta su sexo -¡Folla a esta guarra mirona!-
Acelerando mi ritmo, lo convertí en infernal hasta que derramando mi simiente me corrí en las profundidades de su vagina. La voyeur chilló desesperada al sentir su interior sembrado y temblando desde la cabeza a los pies, se unió a mi gritando:
-¡Me corro!-
Habiendo vaciado mis huevos, la obligué a arrodillarse a mis pies y le solté mientras acercaba su boca a mi falo:

-Reanímalo que te voy a dar por culo-

Increíblemente, en ese instante, descubrí que los niños se habían acercado a donde estábamos y que sin dejar de mirarnos habían reiniciado su lujuria. Aunque suene rocambolesco, el muchacho se estaba follando a su novia nuevamente pero esta vez a escasos metros y sin dejar ninguno de los dos de tener los ojos fijos en lo que hacíamos.
-¡Mira puta! ¡Tenemos compañía!- le grité señalando a la dos –Ni se te ocurra defraudarlos-
Claire al comprobar mis palabras se dio más maña si cabe en avivar a mi miembro y tras haberlo conseguido, se dio la vuelta y separando sus nalgas, me imploró que la tomara. No fue necesario que insistiera porque mojando mi pene en el interior de su coño, usé su flujo como lubricante y de un solo empujón, clavé toda mi extensión en su culo.
-Ahhh- aulló de dolor al sentir forzada su entrada trasera pero no hizo ningún intento por evitar semejante agresión sino que esperó  a que yo imprimiera el ritmo.
Había decidido dejar que se habituara a tenerlo incrustado en sus intestinos cuando desde su posición escuche que la colegiaba me gritaba:
-¡Rómpeselo a lo bestia!-
Sus palabras azuzaron mi deseo y sacando y metiendo mi miembro con velocidad cumplí el deseo de esa rubita mientras mi acompañante se derretía siendo forzada hasta lo imposible.
-¡Azótale el culo! ¡Seguro que le gusta!- gritó esta vez el crío mientras su pene desaparecía una y otra vez en el sexo de su acompañante.
Cumpliendo su sugerencia, di una sonora cachetada en la nalga de la desprevenida Claire, sacando un berrido de su garganta. Alternando fui marcando un ritmo cada vez más veloz en las ancas de la mujer, mientras ella chillaba a los cuatro vientos su placer hasta que no pudiendo más se dejó caer sobre el suelo. Verla indefensa no aminoró mi lujuria y volviéndole a insertar mi extensión en su ojete, busqué mi liberación sin darle pausa.
La mujer volvió a convulsionar de gusto, al experimentar otra vez horadada su entrada trasera y con lágrimas en los ojos, me pidió que no me corriera aún. Pasado un minuto, comprendí su deseo cuando desde donde estaban los niños, escuché que la rubita se corría y entonces uniéndose a ella, se volvió a correr diciendo:
-Ahora, ¡córrete ahora!-
Impactado por el cumulo de sensaciones y en gran manera por los chillidos de la colegiala, mi pene explotó anegando el culo de la corredora.  Agotado me desplomé sobre la mujer, la cual me echó a un lado e incorporándose se empezó a vestir.
Sin comprender todavía lo que había pasado, me la quedé  mirando mientras se ponía el top. Fue entonces cuando el propio chaval me despejó mis dudas, diciendo:
-¡Hasta luego Claire!, ¡Nos vemos!-
La mujer sonrió y dirigiéndose a mí, me dijo antes de salir trotando del parque:
-A ti te espero mañana, no me falles o tendré que buscar otro mirón que me acompañe-
Alucinado por la situación, le dije adiós tras prometerle que allí estaría, tras lo cual y sin mirar atrás, esa mujer desapareció de mi vista. Convencido que había terminado por ese día, me empecé a vestir cuando, con una risa infantil, la niña me soltó:
-Nosotros no hemos terminado, si quieres puedes quedarte-
Aunque jamás lo creí posible, algo me obligó a quedarme en el sitio durante más de una hora viendo a esos dos follando una y otra vez pero lo más absurdo de todo es que me masturbé mientras lo hacían.

 

 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (6)” (POR ALFASCORPII)

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6

Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.

En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.

Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.

Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.

El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.

Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.

– Hola – le saludé sintiendo un vuelco en el corazón.

– Hola – contestó el chico levantándose de su asiento ante mi entrada.

Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.

Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.

– ¿Vienes a ver a Antonio? – me preguntó mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud -. Nunca te había visto por aquí.

– Sí, claro – contesté-. Soy Lucía… compañera del trabajo.

– Encantado, Lucía – me dijo dándome dos besos que le correspondí con cortesía -. Yo soy Pedro, un amigo.

Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con 18 años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.

El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de 32 años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer. Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón, y con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir. Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.

Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.

– ¿Habías venido ya a ver a Antonio? – me preguntó Pedro sacándome de mis recuerdos.

– Sí – contesté sonriéndole-. Antonio… también es mi amigo.

Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía 30), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.

Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.

– Tienes un coche de tía buena – me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.

– ¿Ah, sí? – le dije pillada de improvisto.

– Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.

– Curiosa teoría – le contesté sintiendo un cosquilleo.

– Y tú la acabas de confirmar – me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.

Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.

De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.

En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.

Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:

Estimados señores,

Mi nombre es Lucía, Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.

Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.

Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…

Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…

Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.

De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.

Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:

– Perdona por haberte hecho esperar – le dije.

– No importa, algo me dice que va a merecer la pena – me dijo mirándome de arriba abajo con descaro.

– ¿Cómo? – le pregunté sorprendida.

– No traes ninguna carta en las manos…

Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.

– Con una burda excusa – contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí-. te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?.

La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.

– No, no es una carta lo que voy a darte – le dije respondiendo más a mis deseos que a él mismo.

Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.

Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.

Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.

– Uuuffff – suspiró Pedro.

Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.

Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.

Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.

Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.

Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.

Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo. Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. La lefa se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era densa, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese esperma sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa. La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.

Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.

Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.

– Rápida corrida y rápida recuperación – pensé esbozando una sonrisa-, ¡qué loca juventud!.

Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.

– Joder, siento haberme corrido sin avisar – me dijo atropelladamente-. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.

– No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese – le contesté-. Quítate la camiseta – terminé ordenándole.

Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:

– Eres una diosa – me dijo.

Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.

La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.

Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:

– Uuuuummmmm…

Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.

Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Ooooooohhhhh” de satisfacción aumentando mi placer.

Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.

– Mmmmm… -gemía de gusto.

Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:

– ¡Aaaauuuuummmmm!.

El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.

– ¡Lo siento! –dijo casi sin aliento-, me he dejado llevar…

Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.

Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.

Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.

Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia…

Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.

Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.

Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.

Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.

Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.

Finalmente, aunque inicialmente no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo. Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.

Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “De profesion canguro 09” (POR JANIS)

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                                                       Noche de ópera.

 
 
—    Así que te vas a Londres, hermanita – le dijo su hermano, apurando el café de su desayuno.
—    Sólo por tres días – sonrió Tamara, agitando una mano.
—    Van a ver museos – bufó Fanny, de mal talante.
—    Bueno, ya sabes, es un viaje de estudios. No vamos a ver exactamente museos, sino que nos llevan a distintos sitios donde atienden a niños, como el centro materno Kemland Duster, o el hospital universitario. También visitaremos Magic Mushroom, la mayor guardería de Inglaterra, y otros lugares por el estilo – explicó Tamara por enésima vez.
—    ¿Y dónde os alojaréis? – quiso saber su hermano.
—    En un albergue cercano a Chessington Park.
—    Buen lugar para salir de juerga – remachó Gerard.
—    ¿Y? – el tono de Tamara subió un octavo. – Ya tengo 18 años. ¿sabes? Conduzco mi propio coche, me gano mi propio dinero, y estudio además…
—    Vale, vale – se avino su hermano, levantando las manos como si se rindiese. – Sólo hacía el tonto. Compréndeme, nunca has salido por ahí sola. Se me hace un poquito cuesta arriba.
—    Pues ya es hora. Además, Gerard, iremos acompañados por un par de profesores. Se trata de unas visitas laborales, no de juerga de fin de curso.
—    Ya – refunfuñó Fanny.
Su bella cuñada no estaba muy de acuerdo con ese plan. En una palabra, se sentía celosa, aunque sabía que Tamara no tenía ninguna relación con la gente de su curso. Pero, últimamente, se había vuelto posesiva. Necesitaba a Tamara cerca de ella, a mano para meterla en su cama a la menor ocasión.
Ocultando su sonrisa de satisfacción, Tamara acabó de desayunar, y, tras coger sus libros, se subió a su Skoda Citigo para ir al centro Akson, donde asistía al curso avanzado de Puericultora. Había tenido que dejar a todos sus clientes entre semana y tan sólo quedarse con algunos niños los fines de semana, pero aún así se mantenía ocupada.
La verdad es que no existía ningún viaje de estudios a Londres, y, como decía su hermano, pensaba irse de juerga a la capital. Es sí, era una juerga de las refinadas, cultural y social. La habían invitado a un estreno en la ópera. ¡Nada menos que en la Royal Opera, en Coven Garden!
¿Cómo decir que no a una cosa así? Acudir con traje de noche, junto con la alta sociedad londinense y parte de la aristocracia inglesa, a un estreno de ópera era algo que no podría repetir en su vida.
Se enfrascó en sus clases durante toda la mañana, mirando de reojo a sus compañeros. Bufff, menuda farsa. ¿Ir de viaje de estudios con aquellos chicos y chicas? Ni pensarlo. A pesar del escaso nivel social de su hermano y familia, Tamara ganaba bastante dinero que no declaraba, pues no le era posible. Tenía muchas “donaciones” que debía guardar en casa para que el fisco no metiera las narices. Así que, lentamente, Tamara estaba convirtiéndose en toda una esnob. Sus compañeros de clase, chicas en su mayoría, la verdad, pues sólo había tres hombres en su curso, eran mayores que ella. Universitarias sin trabajo, amas de casa que buscaban un trabajo complementario, o jóvenes esposas aburridas en busca de algún aliciente.
No había trabado amistad con ninguna de ellas, desde el comienzo del curso. Ninguna la atraía, ni como posible amante, ni como amiga. Así que se limitaba a acudir a clase, hacer sus tareas, y procurar retomar su trabajo a la menor oportunidad.
Fue durante una tarde en casa de los Kiggson, ocupándose del pequeño Stan, cuando conoció a Marion. Eleonor, la señora Kiggson, había invitado a la nueva esposa de lord Arthur J. Bekseld a tomar el té. Lady Marion Bekseld resultó ser una mujer dinámica y muy versada en artes, de una treintena de años. Reemplazaba a la segunda esposa del lord, que se había separado de él por incompatibilidad de caracteres. El esposo, un rico mujeriego empedernido, le doblaba casi la edad a su nueva esposa, pero se mantenía aún en plena forma.
Lady Bekseld no dejó de lanzarle miradas sesgadas desde el mismo momento en que Eleonor las presentó. Tamara jugaba con Stan en el extremo del salón, intentando que se comiera una papilla de frutas. Las incesantes miradas de Lady Bekseld la ponían nerviosa. La mujer llevaba el cabello caoba recogido en un elaborado moño y vestía un traje de chaqueta y falda tubular muy elegante. Tomaba la taza del té con todo el protocolo necesario, dedo meñique levantado, y no cruzó las piernas ni una sola vez. Se notaba que había sido instruida en un colegio para señoritas.
Se decía que pertenecía a la nobleza menor, y que había vivido todo el tiempo con su anciano padre, impartiendo clases a señoritas. Pero Tamara podía ver el hambre en sus oscuras pupilas, cada vez que la miraba. Poseía un perfil clásico, digno de aparecer acuñado en una moneda de una libra. Nariz agresiva y algo afilada, barbilla adelantada, gruesos labios en una boca grande y simpática, y unos ojos negros, grandes y algo rasgados.
Llegó un momento en que, con una excusa, se llevó al pequeño del salón, sólo para recuperar la tranquilidad.
Al día siguiente, recibió una llamada de un número que no conocía. Se trataba de ella, de Lady Bekseld, asombrosamente.
—    Espero que no te importe que la señora Kiggson me haya dado tu número.
—    No, está bien – respondió Tamara, deleitándose en aquella voz perfectamente modulada y con una dicción académica. — ¿Qué desea, Lady Bekseld?
—    Oh, por favor, querida, Lady Marion es mucho mejor. No me envejezcas prematuramente – el tono fue jocoso, pero contenido. – Me gustaría invitarte a tomar el té, digamos, ¿mañana?
Tamara repasó mentalmente sus compromisos. Podía modificarlos fácilmente.
—    Sí, por supuesto será un placer – acabó respondiendo. – Pero…
—    Oh, el motivo es puramente social, querida. No tengo hijos con los que puedas ayudarme. Pero Eleonor me ha hablado espléndidamente de ti y me gustaría conocerte. ¿Quién sabe? Puede que decida quedarme en buen estado si nos entendemos.
Tamara no supo decir si hablaba en serio o no.
—    Está bien, Lady Marion. Allí estaré.
—    Me alegro muchísimo. Aún no conozco a nadie aquí y, en confianza, la familia de mi esposo es muy aburrida – el restringido resoplido de Lady Marion la hizo sonreír.
Cuando colgó, Tamara repasó, una a una, las implicaciones que aquella invitación traería. Estaba dispuesta a aceptarlas todas y eso la hizo sonreír, traviesa.
Al día siguiente, Tamara subió a la colina Rubbert, la zona más cara y elegante de Derby, donde se ubicaba la casa familiar de los Bekseld. Una madura doncella, con acento latino, la hizo pasar hasta una coqueta salita del ala del segundo piso. Lady Bekseld la esperaba allí, vestida con una blusa marfil, un jersey rosa echado sobre los hombros, y un pantalón blanco que delineaba sus piernas, esta vez cruzadas.
Con una sonrisa, se levantó, besó a Tamara en las mejillas, como si fuesen amigas de toda la vida, y la hizo sentarse a su izquierda, compartiendo el mismo diván. Sirvió té para las dos y le ofreció un dulce de suave nata.
—    ¿Sabes? Pensaba vivir en Londres cuando me casé con Arthur – le confesóLady Marion, de repente. – Tiene un buen apartamento en Maple Street. Pero estaba más interesado en sus caballerizas que en la vida social, así que nos venimos a Derby.
—    Las caballerizas Bekseld son famosas, Lady Marion – indicó Tamara.
—    Sí, lo sé, por eso no protesté. Pero aquí, querida, languidezco, en esta casa solariega, con estos familiares tan… — no completó la palabra que tenía en mente, pero aún así, Tamara la entendió. – Así que, cuando te vi, me recordaste a mis alumnas, y sentí un franco interés por tu persona.
—    Muchas gracias, señora, pero… no soy nada especial. Sólo soy una chica que hace de nanny para pagarse los estudios.
—    Pero me han dicho que era muy buena como niñera – alzó un dedo Lady Marion.
—    Bueno, los niños se me dan bien – se encogió de hombros Tamara.
—    ¿Qué estudias?
—    Puericultura.
—    Era de esperar – se rió la señora y Tamara se dio cuenta del sutil maquillaje que llevaba, apenas unas pinceladas para resaltar sus rasgos. — ¿Qué hay de tu familia?
Y sin saber por qué, Tamara se lo contó todo, desde el accidente de sus padres, a vivir con su hermano en Derby. Le contó cómo se sentía, qué echaba de menos, qué había descubierto viviendo en el interior del país, y, por último, su especial amistad con su cuñada. No contó nada de la relación que mantenían, pero no hizo falta. Lady Marion la atrapó al vuelo.
A partir de aquel momento, las dos mujeres compartieron sus pensamientos, su forma de ver la vida, sus particulares filosofías, y, como no, sus gustos más secretos y recónditos. Claro que no sucedió en la misma tarde, pero al cabo de dos o tres sesiones de té, se lo habían contado ya todo.
A poco que Lady Marion le tiró de la lengua, Tamara admitió mantener relaciones no sólo con su cuñada Fanny, sino con algunas señoras maduras de lo más respetable. Lady Marion pareció entenderlo perfectamente, y, a su vez, le contó su aprendizaje lésbico en el internado para señoritas. Era algo de lo más normal entre aquellos muros, algo que venía haciéndose desde al menos doscientos años. Las chicas allí recluidas se solazaban entre ellas, lejos de la tentación de los hombres y de la posibilidad de un embarazo. Se mantenían puras para sus futuros compromisos sociales, y, al mismo tiempo, aprendían sobre el amor, la morbosidad, y la lujuria, sin peligro alguno.
Claro estaba que eso condicionaba ciertamente a muchas de ellas. En su caso, la mantuvo célibe cuando se ocupó de su viejo padre en vez de buscar un marido. Ahora, a la muerte del viejo, tuvo la suerte de conocer a lord Beksield, lo que la ayudó a consolidar fortuna y posición, pero sólo era una cuestión de interés. Su vida amorosa y sexual había tomado, desde hace tiempo, otro camino, en compañía de chicas jóvenes y curiosas que acogía como alumnas.
Sólo con aquellas horas de conversación, de picantes confesiones, y risueños intercambios de chismes locales, Tamara regresaba a casa muy excitada, y prendida de deseo por aquella mujer. Debía tumbarse en su lecho y masturbarse largamente para calmar su lujuria e imaginación.
Lady Marion aún no la había tocado, a pesar de la entrega y deseo de Tamara. Sólo hablaba y hablaba, haciendo que su mente se liberara y viajara a mundos imposibles, a situaciones que la señora le exponía con todo detalle. Entonces, un día, sin previo aviso, le dijo que tenía invitaciones para el Royal Opera y que su marido no quería ni escuchar hablar del asunto. ¿Qué le parecía si la acompañaba al estreno, las dos solas?
Bueno, era como si Santa Claus descendiera y te preguntara si habías sido bueno… ¿contestarías que no lo habías sido?
De ahí había surgido la idea de un viaje de estudios a Londres. Su hermano no preguntaría nada más, ni debía pedir permiso para ausentarse de casa, ni para viajar. Ya era mayor de edad. Sólo quería acompañar a lady Marion a la ópera, por encima de cualquier otra cosa.
Tamara se compró un traje de noche, rojo cereza, con una larga apertura en un costado, y unos zapatos a juego, gastándose algo más de novecientas libras, pero no le importó. Tenía que estar lo más guapa posible para lady Marion.
Se dieron cita en la estación de Derby, el viernes tras el almuerzo. Subieron a un tren de cercanías y se sentaron en un departamento vacío. El tren llevaba poca gente, más bien vendría lleno de regreso, trayendo a todo aquel que estuviera trabajando o estudiando en la capital. Charlaron y tomaron té que la señora traía en un elegante termo. Tamara se enteró que dormirían en el Mandarín Oriental de Hyde Park, uno de los hoteles más lujosos de Londres, con vistas al parque real y a Knightsdridge. ¡Compartirían una habitación para las dos! Desde luego, estaba entusiasmada con la aventura.
Un taxi las llevó desde la estación al hotel y Tamara se quedó muda con la habitación, y eso que era una de las más normalitas del hotel. Por la ventana, entre cortinajes ocres y amarillos, se veía la espesura y algunos caminos de Hyde Park. Una gran cama, donde cabían, al menos, tres personas, surgía de un cabezal con dosel, a juego con las cortinas. Una mesita auxiliar, de estilo victoriano, se adosaba a la pared, con una silla de alto respaldar al lado. Dos cómodos sillones, en tono vino tinto, completaban el mobiliario. Más allá, un baño espacioso, con ducha de mampara redonda, y armarios de mimbre blanco.
—    ¡Joder! ¡Aquí podría vivir perfectamente! – exclamó Tamara, saltando sobre la cama.
—    Esa boca, niña – la reprendió lady Marion.
—    Disculpe.
—    Si quieres refrescarte, hazlo. Vamos a salir de compras.
—    ¿De compras?
—    Claro, Piccadilly está ahí, a continuación – sonrió la señora, señalando a su espalda.
Lady Marion la arrastró hasta Piccadilly Circus en un frenético recorrido, de tienda en tienda. Entraron en Lillywhites, bucearon entre los percheros y estantes de HMV, rastrearon ofertas en Virgin Megastore, y, finalmente cenaron en la terraza de un pub, junto al London Pavilion.
Cuando regresaron al hotel, ambas estaban cansadísimas, rotas por la caminata y el trajín. Se ducharon por turnos y se metieron en la gran cama. Lady Marion la acunó en sus brazos y, tras un beso de buenas noches, se durmieron inmediatamente.
* * * * * * * * *
Al día siguiente, tras desayunar en el hotel, salieron a recorrer los caminos de Hyde Park y los vecinos jardines de Kensington, hasta la hora del almuerzo que tomaron en una encantadora taberna bajo el puente de Chelsea.
Tras esto, regresaron al hotel, donde Lady Marion la dejó echando una siestecita sobre la cama, mientras que la señora acudía a Southwark a atender ciertos asuntos de familia. Regresó dos horas antes del estreno. Tamara ya la esperaba duchada y envuelta en una gran y mullida toalla. La señora la recompensó con un fugaz beso y se excusó por haber tardado tanto. Desapareció en el interior del cuarto de baño. Mientras tanto, Tamara se arreglaba el pelo ante la pequeña cómoda con espejo.
Una hora más tarde, Lady Marion llamaba a recepción para que le pidieran un taxi, mientras devoraba con los ojos la figura de la joven. Tamara estaba de pie ante ella, posando frente el espejo, enfundada en el vertiginoso vestido rojo que había traído. Una pierna pálida y perfecta, puesta de relieve por el zapato de alto tacón, se mostraba en todo su esplendor a través de la larga raja del vestido. La tela se pegaba obscenamente a su esbelto cuerpo. La mujer se preguntó si llevaría ropa interior bajo aquel vestido, porque no se señalaba absolutamente nada. Inconscientemente, Lady Marion se relamió.
Se echaron por encima unos abrigos rutilantes, propiedad de lady Marion, y descendieron al vestíbulo, para salir a la calle, donde un taxi las esperaba, pacientemente. Tenían el tiempo justo para llegar al coctel de bienvenida del teatro real, donde los que eran algo en la sociedad, podían lucirse a placer.
Una vez allí, entre toda aquella gente vestida de gala, de esmóquines y pajaritas, de barbillas levantadas, y otras poses hedonistas, Tamara se sintió algo atribulada, al menos, hasta que la dama empezó a presentarla como su última pupila.
Sonaba tan convincente en boca de Lady Marion… ¡Una pupila! ¡Su alumna!
Y Tamara sonrió y estrechó manos; sonrió e hizo dignas reverencias cuando fue necesario. Lady Marion la felicitó por ello, y las copas de champán aparecían en su mano como por arte de magia. Tamara se dejó llevar por aquel momento mágico y único en su vida, sintiendo que la felicidad anidaba en su pecho.
Un carillón la sacó de su sueño. Sonaba dulcemente pero, a la vez, insistente.
—    Debemos entrar, querida, la función va a comenzar – musitó Lady Marion en su oído, tomándola del brazo.
Un hombre vestido de valet victoriano se les acercó, y tras una inclinación de cabeza, les dijo:
—    Señoras, permítanme que las lleve a su palco.
—    ¿Palco? ¿Tiene un palco? – abrió desmesuradamente los ojos Tamara.
—    Por supuesto. Pertenece a mi familia desde hace más de cien años – sonrió la dama.
—    Vaya…
El susodicho palco no era muy grande y era uno de los más alejados del escenario, pero seguía siendo un palco privado, con sus cortinajes y sus mullidos asientos de terciopelo rojo. La puerta de acceso se encontraba detrás de un exquisito biombo de madera de cerezo, recubierto de la misma tapicería que había en las paredes, lo que le hacía prácticamente invisible. Un cómodo diván se encontraba pegado a la pared, así como una mesita baja con silenciosas ruedas.
—    Tráiganos una botella de champán Ruissier, por favor – le pidió la dama al valet, deslizando un billete de diez libras en su mano. – Ah, y un par de refrescos también, por favor.
—    Sí, Madame.
—    Es precioso – musitó Tamara, mirando el anfiteatro, de pie y una mano apoyada en el murete de la balconada del palco.
—    Sí que lo es. A pesar de haber reconstruido el teatro varias veces, se ha intentado mantener el escenario y el anfiteatro lo más parecido al original – explicó Lady Marion, colocándose a su lado.
Abajo, el público iba llenando las dos vertientes de asientos, entre carraspeos, arrastre de zapatos, cuchicheos, y saludos. Las damas llevaban las manos ocupadas con libretos, diminutos bolsos, o bien anteojos de los más dispares estilos.
—    No te preocupes, hay anteojos debajo de los asientos – le dijo Lady Marion, adivinando su preocupación. – Vamos, siéntate.
Las dos tomaron asiento en las sillas dispuestas contra el muro norte, o sea la esquina más abierta del palco, desde la cual se podía ver el escenario casi al completo, salvo una pequeña porción del extremo este. Las sillas, más bien pequeños sillones, estaban alineados oblicuamente para que un espectador no molestara al otro. Lady Marion ocupó el que quedaba contra la pared y Tamara el siguiente, quedando delante de su posible “mentora”.
Otros dos sillones se encontraban a su lado, completando el número máximo de espectadores del palco. El valet llamó a la puerta y entró, portando una gran bandeja de acero sobre la cual temblaba un cubo de hielo con una botella en su interior, y un par de latas de refresco más comerciales. Lo dispuso todo sobre la mesita rodante que llevó al lado de la dama, apartando uno de los sillones. Cabeceo respetuosamente y se retiró en silencio.
Lady Marion abrió la botella y sirvió un par de copas, al mismo tiempo que las luces del teatro se apagaban. Un minuto después, cuando se aquietaron las toses y murmullos del público, se pudo escuchar el golpeteó de la baqueta del director sobre su atril, y la orquesta inició la obra suavemente. El telón se alzó y los primeros cantantes y actores salieron a escena.
Tamara aplaudió, emocionada por asistir a su primera ópera, aunque fuera una obra difícil como Los pescadores de perlas, de Georges Bizet. Sin embargo, y a pesar de consultar el libreto, poco después empezó a perderse entre los dúos de tenores y barítonos y las intervenciones de un potente coro.
—    ¿Qué te está pareciendo, Tamara? – le preguntó Lady Marion, inclinándose sobre ella.
—    Un tanto lioso, milady.
—    No te preocupes, a veces suele aburrirme también – le confesó la señora, acariciándole el pelo en la penumbra.
—    Pero, de todas maneras, es fantástico. No sólo la ópera en sí es el espectáculo, ¿no?
—    Así es, jovencita. Este mundo es un sutil caleidoscopio, lleno de brillos y espejos rutilantes – le dijo la dama, justo al oído, antes de lamer suavemente su lóbulo.
Tamara se estremeció, pues llevaba casi dos días esperando el momento que la dama eligiera para tocarla. Bueno, realmente eran más de dos días, más bien tres semanas repletas de una tremenda tensión sexual que acababa llevándose a casa. Pero parecía que la espera había terminado.
Dejó que su espalda se recostara más sobre el respaldar y entrecerró los ojos, más atenta a las suaves caricias que procedían de atrás, que al escenario de delante. Por otro lado, la sinfonía mecía todas sus fibras interiores en un continuo crescendo, como si armonizara totalmente con aquellos finos dedos que acariciaban su nuca y cuello.
La cálida punta de lengua seguía haciendo diabluras en su oreja, descendiendo en ocasiones por la línea de su maxilar. En un momento dado, la dama se lanzó a su cuello, cual vampiresa ansiosa, para sorber la suave piel y marcar su territorio dulcemente. Tamara gimió con la caricia, alzando una mano y acariciando la mejilla de Lady Marion.
—    Te noto muy receptiva, Tamara – susurró la señora.
—    Lo que estoy es muy cachonda – contestó Tamara. – Tanto que creo que me he puesto a gotear.
—    Es el único momento en que me gustan las palabras soeces, mi querida flor. Cuanto más vulgar seas, más me excitaras…
—    Puedo ser… muy… muy guarra, milady – dijo entre un suspiro la rubita, notando como aquellos dedos bajaban lentamente hasta el escote de su vestido.
—    Eso espero, putilla, porque me he contenido hasta este momento, esperando la ocasión de realizar una de mis fantasías: poseer una de mis alumnas en la ópera. Y por Dios que estoy dispuesta a hacerlo ahora mismo…
Los dedos de Lady Marion se deslizaron bajo el sutil tejido, comprobando que no había sujetador alguno que contuviera los medianos senos de Tamara. El tierno pezón se endureció al mínimo contacto, irguiéndose como un mágico hito. Los dedos de la señora se atarearon inmediatamente en él, pellizcándolo, manoseándolo, hundiéndolo en la carne, y haciendo que el estremecimiento se repitiera en el cuerpo de Tamara.
—    Oh, mi señora – balbuceó la rubita, acariciando el dorso de la mano que exploraba sus senos, y luchando con la otra para no llevarla entre sus apretados muslos. Sabía que no debía tocarse, pero lo necesitaba urgentemente.
—    Tranquila… no te muevas demasiado… aquí nuestras siluetas son visibles. Déjame que te explore, sin prisas…
Las dos manos de Lady Marion se apoderaron de sus tetas, ésta vez por encima del vestido. Las comprimió y aplastó, como si estuviera moldeando la joven carne. Tamara encogía el torso cuanto podía cada vez que aquellas manos apretaban con fuerza. Estaba ardiendo como si tuviera fiebre y sentía la boca muy seca. Con un gemido, se lo dijo a la señora, quien, con una perversa sonrisa, llenó las copas y le dio de beber.
El champán estaba fresquísimo y lo trasegaba como si fuese agua, aunque era totalmente consciente de que estaba cada vez más achispada. Se rió con esa idea… ¿Qué más daba? Estaba enloquecida por el deseo de que la señora abusara totalmente de ella, que la arrastrara por el más abyecto fango del vicio, que la humillara…
—    Ven al diván – le susurró la dama, tomándola de la mano y poniéndola en pie. – Allí no nos verá nadie.
Nada más sentarse en el mullido asiento, las caderas de ambas bien juntas, la mano de la dama se deslizó por la pierna de Tamara que quedaba al aire. La recorrió lentamente, acariciando la sedosa media y ascendiendo hacia su objetivo final. Tamara introdujo su nariz en el hueco del cuello de la señora, conmovida por aquella caricia. Gimió contra la fragante piel al sentir los dedos sobre su entrepierna.
Lady Marion enredó

sus dedos en la minúscula prenda íntima que se había puesto la chica, un tanga de talle alto, tan estrecho que apenas cubría el pubis. Pasó las uñas suavemente por éste, totalmente depilado, y sonrió. La enloquecían aquellos coñitos lampiños y delicados, expositores de la mayor inocencia para ella.

Su dedo corazón bajó más, notando la humedad que se desbordaba de la joven vulva. Tamara no la había mentido, estaba realmente muy excitada. Eso la animó a buscar su boca en la oscuridad. Tamara la recibió con intensa alegría, entregándole su lengua. Ambas se entregaron a un dulce juego bucal, lento y suave, sin prisas. Desde luego, la joven sabía besar, utilizando su lengua muy hábilmente.
Tamara, a medida que atrapaba la lengua de su mentora y la succionaba con pasión, se había abierto de piernas completamente, para que aquella mano que la estaba trastornando no tuviera problemas de acceso. Sus caderas comenzaron a moverse, a girar y contraerse, a bailotear de forma obscena, a medida que el placer se adueñaba de ella.
—    M-me voy… a correr… señora – musitó contra los labios femeninos.
—    Lo sé, putilla… tu coño me está apretando el dedo como si fuese una boca… córrete, Tamara, córrete para mí…
Las palabras de su mentora acabaron por detonar su lujuria y, con un largo gemido, se dejó caer en los brazos de la más sublime sensación que un ser humano pudiera experimentar. Posó una mano sobre la de su mentora, para apretar su coñito en el lugar idóneo para ella, para alargar un segundo más el orgasmo, mientras que la boca de la señora aspiraba sus quejidos amorosos.
—    Oh, milady – suspiró Tamara, fundida en los brazos de la señora, tras recuperarse.
—    ¿Estás bien?
—    En el cielo, señora.
—    Pues es hora de que bajes al suelo, cariño. ¡Hala, de rodillas!
Lady Marion la empujó hasta quedar arrodillada en el suelo, entre las piernas abiertas de la señora. La rubita la miró a los ojos, apenas visibles en las sombras, y dejó que los dedos peinaran su cabello.
—    Vas a comerte mi coño, ¿verdad? Todo, todito – le susurró.
—    Oh, sí, señora… tengo mucha hambre – sonrió Tamara.
Las manos de la chica remangaron el largo vestido de Lady Marion, dejando asomar las medias oscuras que volvían casi invisibles sus piernas, y finalmente, la franja de carne pálida, surcada por la lengüeta del liguero. Se inclinó sobre la entrepierna de la señora, aspirando el aroma que impregnaba la prenda íntima, tan negra como las medias.
—    Quítamelas – musitó Lady Marion.
Tamara no se lo hizo repetir. En cuanto la señora cerró sus muslos, deslizó la prenda interior piernas abajo hasta sacarla por completo, dejándola olvidada en un extremo del diván. Tamara separó aquellos macizos muslos con las manos y se le pasó por la cabeza, como un relámpago, encender la luz de su móvil para admirar aquel coño. Deseaba contemplarlo en toda su magnificencia, regodearse en la visión de la voluptuosidad que tocaba. Era un coño rollizo, de labios mayores abultados, y los menores debían ser largos, pues al tacto parecían ocultar la entrada a la vagina. Los abrió con los dedos de una mano mientras que la otra jugueteaba con el corto vello que coronaba aquella maravillosa gruta.
Hundió su lengua con ansias, repasando los labios en diversas pasadas que culminaban sobre el inflamado clítoris. Lady Marion crispó todo su cuerpo y exhaló un dulce quejido de gozo. Sus dedos se hundieron en el dorado cabello de su pupila, tironeando de su cabeza a placer. Tamara, con los ojos bien cerrados, intentaba profundizar todo lo posible con su lengua. De vez en cuando, aspiraba el clítoris con fuerza, haciendo que su señora casi se levantase del diván, con los ojos girados al techo.
Cuando le metió el pulgar en el coño, Lady Marion se corrió entre pequeños saltitos que sus nalgas dieron sobre la aterciopelada superficie.
—    Aaah, querida, qué bien lo has hecho – musitó tras una pausa. Tamara aún seguía arrodillada, pero ahora descansaba la mejilla sobre uno de los muslos de la señora.
—    ¿Le ha gustado, señora?
—    Mucho, criatura… en verdad tienes un don para devorar entrepiernas – sonrió en la oscuridad.
—    Gracias, milady. ¿Quiere que siga?
—    Ahora prefiero una copa de champán.
Tamara se puso en pie y sirvió dos copas. Una vez sentada a su lado, la señora brindó silenciosamente con la chica. Comenzó el aria del barítono y se dejaron mecer por sus trinos y notas altas, y por la vorágine de los violines al terminar.
—    Tenemos que adecentarnos. Se acerca el descanso del entreacto – le dijo al oído la señora. – Después tendremos otra hora para gozar como locas…
Tamara se rió.
* * * * * * * * *
Permanecieron silenciosas en el taxi que las llevaba de vuelta al hotel. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban, pero no se sentían en absoluto satisfechas. Todo aquel manoseo y goce en la oscuridad las había enardecido aún más. Lo que deseaban era contemplarse, la una a la otra, desnudarse a la luz de una lamparita, de unas velas… visionar el cuerpo deseado, y acariciar hasta el último rincón. Deseaban yacer sobre una cama, envueltas por sus propias caricias incontroladas, y poder mirarse a los ojos cuando llegara el clímax.
Nada más llegar a la habitación, se despojaron de los altos tacones y se subieron a la gran cama, entre risas. De rodillas, se abrazaron, se miraron a los ojos, y comenzaron a besarse sin pausa. La saliva llenaba sus bocas, se derramaba por sus comisuras a medida que la pasión las consumía.
Tamara se decidió la primera y quitó el vestido de la señora por encima de su cabeza, dejándola tan sólo con una preciosa combinación negra, de seda. En respuesta, Lady Marion desanudó los rojos tirantes, dejando que el escote del vestido de Tamara se abatiera, revelando los desnudos senos.
A continuación, la señora tiró del cuerpo de la joven, dejándola tumbada de espaldas sobre la cama, la cabeza apoyada contra sus piernas dobladas. De esa forma, las manos de Lady Marion se apoderaron de los enhiestos pezones de la chiquilla. La señora era una experta en atormentar pechos, hasta el punto de hacer gozar a más de una de sus amantes tan sólo dedicándose a esa zona, y Tamara tuvo la dicha de comprobarlo.
El cuello de la joven se movía, llevando la cabeza de un lado a otro, mientras la señora amasaba sus senos con fuerza para luego tironear del pezón con fuerza, como si así el pecho volviera a su sitio tras la presión. Jamás había tenido los pezones tan duros y erguidos. Los senos estaban enrojecidos, con marcas de dedos que se pondrían cárdenas al día siguiente, pero, en aquel momento, a las dos les daba igual. Eran auténticas fieras sexuales.
Tamara tenía el vuelo del vestido en la cintura, dejando sus abiertas piernas al aire. Las bandas elásticas de sus medias se habían aflojado, haciendo que el tejido resbalara de sus muslos. Instintivamente, llevó una mano a la entrepierna, acariciando su vulva sobre la tela de su prenda íntima. Lady Marion observó este movimiento y abandonó los torturados senos. Posó una mano sobre la rodilla izquierda de la rubia, para abrir aún más sus piernas, y deslizó el dedo índice de su otra mano sobre el tanga.
Tamara, con un quejido, apartó la prenda para que la señora pudiera tocar su sexo sin trabas. Automáticamente, el dedo de Lady Marion se posó sobre el sensible clítoris de la chica, haciéndola botar. Aprovechó la inclinación de la señora para destaparle un seno de la tenue combinación y llevárselo a la boca, totalmente embravecida.
Los pechos de Lady Marion eran pesados, en forma de pera, y con un grueso pezón oscuro, del que se apoderó ávidamente. Lo mordisqueó suavemente, convirtiendo el pecho en una ubre que colgaba sobre ella. Hubiera deseado que la señora estuviera embarazada y poder lactar de ella. Por su parte, la señora gemía y bamboleaba sus pechos, sin dejar de friccionar el coñito sin vello. Del clítoris a la vagina, y viceversa.
 Sin poder resistirlo más, Tamara elevó los brazos, atrapando la nuca de la señora y tirando de ella. Bajó su cabeza hasta encajarla entre sus piernas, indicándole, sin palabras, que adoptara una posición ideal, un sesenta y nueve.
Lady Marion no se hizo rogar, su lengua se encargó del chorreante coño que tenía delante, al mismo tiempo que se ponía de rodillas y colocaba sus caderas sobre el rostro de su pupila. Tamara cambió el pecho de la señora por su coño, admirando, por primera vez, el perfecto rombo que había formado con el vello del pubis. Sonrió, abrió con sus dedos la vagina, y recogió, con la lengua, dos perlas de humor que amenazaban con caer sobre su barbilla.
Poco tardaron en ondular, las dos, las caderas, electrizadas por las lenguas insaciables. Lady Marion suspiraba fuertemente, como si resoplara a cada movimiento de su pelvis. Tamara, en cambio, había entrado en una espiral de suaves quejidos ininterrumpidos, a metida que sus caderas se agitaban en espasmos cada vez más bruscos.
Ambas se corrían como golfas rematadas, pero ninguna quería abandonar el coño de la otra, empalmando pequeños orgasmos que se sucedían cada medio minuto.
Lady Marion fue la primera en rodar a un lado, jadeando, necesitada de un descanso. Tamara se quedó en el mismo sitio, relamiendo los jugos que le corrían por toda la cara. Sonrió cuando la señora alargó la mano para apresar la suya.
—    ¡Me vas a matar, putilla! Nadie me había comido tanto tiempo el coño…
—    Nunca me había corrido tres veces seguidas, sin parar – se encogió de hombros Tamara.
—    Dios, somos perras – se rió la señora.
—    Yo siempre me siento como una perra.
—    Entonces, me has contagiado – bromeó Lady Marion.
—    ¿Quiere que la contagie un poco más? – preguntó Tamara, alzándose sobre un codo y mirándola.
—    ¿Qué pretendes?
—    Verla desnuda, señora, del todo – dijo, avanzando a cuatro patas hasta ella y tironeando de su negro y corto camisón.
También la despojó de las medias y del liguero, y luego se desnudó ella misma. Colocó a su señora arrodillada y la cabeza sobre las sábanas, el culo respingón y provocativamente alzado. Entonces, hundió el rostro en la gran raja del culo, apoderándose del esfínter y aspirando su acre olor cuando consiguió abrirlo.
Lady Marion agitaba su trasero en el aire, mientras sus dedos se aferraban como garfios a la prenda de la cama. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta, babeando y gimiendo sin cesar.
Cuando los dedos de la rubita la penetraron, tanto por su ano como por la vagina, y antes de caer en el más puro paroxismo, la señora se hizo la firme promesa de encontrar una forma para mantener a aquella ninfa en su vida, aunque le costase el divorcio.
 
 
 
                                                                       Continuará…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Prostituto 19 Esther es mas puta que yo” ( por GOLFO y ESTHER)

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JEFAS PORTADA2
Todavía recuerdo el día que la conocí, Esther estaba en un bar en el que la fortuna me hizo caer una mañana de agosto. Desde que entré, me llamó la atención porque era la única mujer del local y sabiéndolo, con una mirada pícara, tonteaba con dos compañeros. Mientras ella bromeaba, los dos hombres
hacían que seguían su conversación cuando en realidad tenían fijos sus ojos en los pechos que se escondían tras esa camiseta blanca. Tras darle un repaso y valorar que esa mujer de casi uno setenta estaba buena, comprendí y acepté que en vez de mirarle  a la cara,  ese par se concentraran en esa parte concreta de su anatomía.
Como no tenía nada que hacer, me quedé observando a ese trío pero entonces la muchacha decidió ir al baño y eso fue mi perdición. Con su melena suelta, ese primor recorrió el pasillo con un movimiento que me dejó alelado:
“¡Menudo Culo!” pensé hipnotizado. Como si fuera un pez, abrí la boca y babeé al contemplar ese par de nalgas dignas de museo.
Morena de piel y con el pelo negro, esa mujer bamboleaba su trasero con un ritmo que te impedía pensar en algo que no fuera ponerla a cuatro patas y follártela. Aunque resulte imposible de aceptar, me la imaginé tomando el sol en una piscina, con un breve tanga como única vestimenta y mirándome con los ojos entrecerrados. Su mirada era una mezcla de satisfacción al sentirse observada y de reto, como diciendo a los otros bañistas: “Aquí estoy, disfrutad comiéndoos mi cuerpo con los ojos porque será lo único que catareis”.
Desde mi asiento, acepté ese desafío imaginario y antes que saliera del baño, ya había decidido conocerla. Anticipando el futuro, la vi en mi cama gritando de placer mientras la penetraba. Con mis dientes me apoderaría de los pezones  oscuros que de seguro adornaban esos pechos que había idealizado a través de la tela, cuando su dueña, como pago al placer que le estaba dominando, me los ofreciera. Como si llevara un año sin catar el dulce sabor de un sexo femenino, iría bajando por su cuerpo antes de hundir mi cara entre sus piernas y entonces separando con mi lengua los pliegues de su vulva, me adentraría en el paraíso al apoderarme de su clítoris. Supe en aquel instante que cuando esa morena experimentara mi húmeda caricia, intentaría juntar sus rodillas para aprisionar mi cabeza entre sus muslos y así eternizar las sensaciones que estaba sintiendo. Su entrega me haría devorar ese coño, mientras con mis dedos exploraría sin pedirle permiso el interior de su sexo y solo cuando después de beber de su flujo y cuando sus gemidos me confirmaran que estaba lista, me incorporaría y cogiendo mi pene entre mis dedos, apuntaría hacia esa fabulosa entrada y de un solo empujón, la poseería. No me cupo duda que de hacerse realidad ese sueño, la morena gritaría a los cuatro vientos su placer mientras su entrepierna empapada era asaltada.
 
Desgraciadamente todo tiene un final y cuando saliendo del baño, esa mujer cortó de plano mi ensoñación, no tuve oportunidad de conocerla porque cogiendo su bolso, abandonó el local. Loco de deseo, lamenté su marcha y sin saber qué hacer, me fui hacia mi casa. Durante el trayecto, cada paso que daba era un suplicio porque me alejaba de ese bar que aún sin ella conservaba su aroma. Ya en mi apartamento, intenté pintar ese cuerpo para así inmortalizar su recuerdo pero en cuanto empecé a esbozarlo, me percaté que me faltaban datos porque no sabía a ciencia cierta cómo tendría sus senos o si tendría esa pequeña barriga que a los hombres nos entusiasma o por el contrario su estómago sería una tabla de dura roca, de esas  que inspiran a esos diseñadores homosexuales de ropa tan de moda en nuestros días.
 
Frustrado, decidí darme un baño. Y mientras el chorro rellenaba la bañera, mi mente seguía a un kilómetro de distancia rememorando el movimiento de ese trasero que había alterado mis hormonas esa mañana. Al desnudarme y sentir el calor que desprendía, me fui hundiendo en el agua mientras, ajeno a todo, mi pene se iba irguiendo con su recuerdo. La tremenda erección que sobresalía sobre la espuma, me hizo coger entre mis manos mi miembro y lentamente soñar que eran las de esa mujer las que me pajeaban. Esa morena anónima me besaba sin dejar de jugar con mi entrepierna mientras me susurraba al oído lo mucho que le gustaba. Lentamente sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano, poniendo sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan concentrado que llegó un momento que realmente creí que esos pezones imaginarios, que se contraían al contacto con mis dientes, eran reales y explotando mi deseo, dejé blancas gotas flotando, muestra visible de la atracción que sentía por esa desconocida mujer.
Cabreado e insatisfecho, me vestí y llamé a Johana, mi jefa, para ver si tenía algún encargo que me hiciera olvidarme de esa obsesión. Desgraciadamente me informó que no tenía nada para darme y por eso colgándola el teléfono, salí en busca de una clienta. Sabía que a las doce de la mañana era imposible conseguir una patrocinadora pero, aun así, lo intenté recorriendo infructuosamente los hoteles de la gran manzana. Tras dos horas durante las cuales lo más cerca que estuve de hallar negocio, fue cuando un par de ancianas me preguntaron por un casino, volví tras mis pasos y con paso cansino, entré en un restaurante a comer.
Parafraseando una canción: “Es increíble que siendo el mundo tan grande, esta ciudad sea tan pequeña”. Contra toda lógica y incumpliendo las leyes de las posibilidades, mi morena se hallaba comiendo en una mesa al fondo. Creyendo que Dios me había dado una segunda oportunidad, decidí no desperdiciarla y aprovechando que el local estaba repleto, le di una propina al maître para que le pidiera, ya que estaba comiendo sola, si podía sentar a otro comensal en su mesa. Esa práctica, tan ajena y extraña en nuestro país, es común en los Estados Unidos y por eso al cabo de un minuto, me hallé compartiendo mantel con esa monada.

 

Al sentarme, le pedí perdón por mi intromisión pero ella me contestó que no había motivo para pedirlo y que se llamaba Esther. Por su acento adiviné su origen y pasando al castellano, me presenté diciendo:
-Soy Alonso y si no me equivoco somos paisanos. ¿Naciste en Canarias?-
-¿Tanto se me nota?-
-Solo sería más evidente si al salir en vez de tomar el autobús, tomaras la guagua- respondí sonriendo.
Mi respuesta le hizo gracia, lo que me hizo pensar que la misión que me había marcado, iba viento en popa porque no hay nada que le guste más a una mujer que le hagan reír. Se la notaba alegre al encontrarse por esos lares a un español y por eso fuimos cogiendo confianza de forma que cuando el camarero llegó con la comanda, ya nos considerábamos amigos.
 
Si ya me gustaba esa monada, su voz con un tono grave casi masculino me cautivó. Las palabras parecían surgir de su garganta como por arte de magia. Magia que me fue embrujando paulatinamente hasta que con disgusto comprendí que había caído en su hechizo. Esa mujer, involuntariamente o no, desprendía sensualidad por todos sus poros y mientras hablaba o reía, sus pechos participaban en la conversación, moviéndose libres sin la contención de un sujetador.
La visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había hecho mella, me hizo empezarme a excitar. Sé que ella lo notó porque bajo su camisa, sus pezones al reaccionar a mi mirada, la traicionaron. Duros y grandes, se dejaban ver presionando la tela. Esther al percatarse que la había descubierto, sacó su bolso y poniéndolo enfrente, creó una barrera física que mi imaginación bordeó sin esfuerzo.
-¿A qué te dedicas?- pregunté rompiendo el silencio incómodo que se había instalado entre nosotros.
Mi táctica al desviar su atención dio un pésimo resultado y poniendo un mohín de tristeza, me respondió:
-Debido a la crisis, estaba en paro y por eso me vine a esta ciudad. Ahora tengo un sex-shop y me va bien-
Reconozco que me pasé, pero al escuchar que tenía una tienda de elementos eróticos, no pude reprimir mi carcajada. Jamás me hubiera imaginado que esa mujer se dedicara a esa actividad pero al ver su cara de enfado, le pedí perdón y cogiéndole la mano, prometí ser uno de sus mejores clientes. Indignada, pidió la cuenta pero antes de irse, me pasó una tarjeta de su negocio para ver si era verdad que me iba a gastar mi dinero en su tienda. Nuevamente en menos de dos horas, me vi solo, sorbiéndome los mocos y recriminándome la torpeza con la que había actuado y por eso mientras terminaba mi café, comprendí que le debía una disculpa.
 “Joder, era lógica mi reacción. A ese bombón le pega más ser la dueña de una tienda de golosinas”.
Al salir del restaurante, me fui directo a una floristería y  aunque intenté comprar un ramo de  estrelitzias, una flor que le haría recordar su tierra natal, al ser tan raras me tuve que conformar con dos docenas de rosas amarillas. Ya en la caja, me tomé unos minutos en pensar la dedicatoria. Afortunadamente las musas tuvieron piedad de mí y la inspiración fluyó entre mis dedos:
“Soy un patán. Solo espero que estas flores sirvan para paliar mi error. Una rosa es una rosa aunque tenga espinas. Si te apetece cenar y así tener la oportunidad de echarme en cara lo que piensas, llámame. Mi teléfono es XXXXXXXXXXXXXX”
Una vez redactada mi bajada de pantalones y esperando que mi disculpa fuera suficiente, cerré el sobre y tras pagar un servicio express, salí del local parcialmente ilusionado. Sabía que era casi imposible que me diera otra oportunidad pero el premio era tan grande que esperaba que esa tarde al recibir las flores, esa mujer se apiadara de mí y aceptara cenar conmigo. Si lo hacía, me juré por lo más sagrado que no volvería a errar y que andaría con pies de plomo.
Toda la tarde me la pasé comiéndome las uñas, temiendo que hubiese roto mi tarjeta y que no llamara. Por eso al dar las ocho ya había decidido irla a ver pero justo cuando cogía la puerta, sonó mi móvil.
-¿Alonso?- escuché nada más descolgar.
Era ella. Sin poder creer en mi suerte, me disculpé nuevamente pero Esther cortando por lo sano, me soltó con voz dulce:
-No creas que te voy a perdonar tan fácilmente. Para que piense en hacerlo, esta noche me tienes que llevar al Gallagher’s Steak House y te aseguro que no te saldrá barato-
“Coño, a quien se lo vas a contar” pensé  al recordar la factura que pagó una de mis clientas la última vez que fui. Aunque era difícil conseguir mesa, conocía al chef por lo que pude contestarle que no habría problema, tras lo cual, le pregunté donde quería que la recogiese:
-En mi casa. Vivo en la avenida Jeromé 37. Te espero a las nueve- y sin darme tiempo a reaccionar me colgó.

Como esa dirección era del Bronx, llamé a la compañía de taxis y pedí que me recogieran a la ocho treinta porque así me daría tiempo de sobra para llegar a por ella y mientras tanto, me volví a duchar pero esta vez con una idea clara:
“Esa noche no dormiría solo”.
Acababa de terminar de vestirme cuando sonó mi telefonillo y cogiendo mi cartera, salí al portal. Como era habitual, el taxista era paquistaní y por eso le tuve que escribir en un papel el destino y mediante señas, explicarle que íbamos a recoger a otro pasajero, tras lo cual debía llevarnos a ese restaurante.
Al llegar hasta su casa, la llamé a su móvil y con autentico desasosiego esperé a que bajara. Cuando lo hizo, venía enfundada en un traje negro de raso que se pegaba a su cuerpo, dotándolo de un atractivo que me hizo sudar, sobre todo cuando al saludarme con un beso, pude echar una rápida ojeada por dentro de su escote y descubrí que esa mujer tenía unos pechos duros y redondos.
Si Esther fue consciente del repaso, no lo sé pero lo que si me consta es que nada más acomodarse en su asiento, se giró de tal forma que la tela de su vestido se abrió dejándome disfrutar de un pezón grande y oscuro que me dejó petrificado:
“¡Eran tal y cómo, me había imaginado!”
Su descaro me hizo creer que deseaba un acercamiento pero cuando lo intenté llevando mi mano a su pierna, separándola me soltó:
-Verás pero no tocarás-
Ella al ver mi desconcierto, se subió la falda hasta cerca del inicio de su tanga y poniendo cara de perra viciosa, se rio mientras me decía:
-No todo lo que hay en mi sex-shop está en venta, pero como soy buena te voy a dejar ver lo que te has perdido-
Jugando conmigo y castigándome por la impertinencia de reírme de su profesión, me preguntó:
-¿Te gustan mis piernas?. Creo que las tengo un poco gordas pero mi ex nunca puso reparo a hundir su cara entre ellas y darme placer-
-Serás cabrona-  maldije entre dientes mientras no podía retirar mis ojos del coqueto tanga negro semitransparente que llevaba.
-No te lo he dicho pero, sabiendo que iba a cenar contigo, me depilé y ahora tengo un coño de cría- y realzando la imagen que ya asolaba mi mente, prosiguió diciendo: -Imagínate, ¡Sin un solo pelo!. ¿Te apetece verlo?-
Con voz confusa, contesté afirmativamente y entonces ella cerrando sus rodillas me contestó:
-Todavía no te lo has ganado-
Al enfilar el taxista la quinta avenida, lo agradecí porque así terminaría el suplicio de tener a esa belleza a mi lado, sabiendo que era un terreno vedado a cualquier aproximación. Lo que realmente me apetecía no era cenar sino hundir mi cabeza entre sus pechos pero me había dejado claro que esa noche y a no ser que la convenciera de cambiar de opinión:
“De sexo, nada”
Cumpliendo a rajatabla las normas de educación, me bajé antes que ella y le abrí la puerta. Esther salió del vehículo sintiéndose una princesa y  a propósito, rozó con mi mano mi entrepierna mientras me decía que era un caballero.
“¿A qué juega?” pensé al sentir su caricia ya que era justamente lo que ella me había prohibido.
Cabreado y conociendo de antemano, que esa zorra se iba a dedicar durante la cena a provocarme, me senté en mi silla esperando que producto de su sadismo, esa mujer se fuera calentando y que después de cenar, me dejara tomarla como me imploraba mi miembro. Mis peores augurios se hicieron realidad cuando le estaba diciendo al camarero lo que queríamos cenar, al sentir un pie desnudo subiendo por mi pierna.
-¿Te pasa algo?- preguntó con una sonrisa irónica la morena mientras su planta se afianzaba encima de mi bragueta –Te noto un poco nervioso-
-No sé porque lo dices, estoy tranquilísimo-
-Pues sé de un pajarito que no opina lo mismo-
Que se refiera a mi miembro con ese diminutivo, me cabreó y tapándome con el mantel, saqué mi polla de su encierro para que palpara sin impedimento alguno que de pequeño nada. Estaba orgulloso de cada uno de los centímetros que lo componían y puedo asegurar que eran muchos. Mi reacción momentáneamente desconcertó a Esther al comprobar el tremendo aparato que calzaba entre las piernas pero después de la sorpresa inicial, me sonrió y poniendo una cara de no haber roto un plato, quitó su pie y me dijo:

-Cariño, no te enteras. Yo marco el ritmo y creo no haberte pedido que hicieras eso, así que voy a sumar un nuevo castigo a tu larga lista-
La seguridad con la que habló, me desarmó y metiendo mi encogido miembro dentro del pantalón, bebí un sorbo de vino mientras intentaba pensar en cómo vencer a esa arpía. Para colmo de males, un conocido suyo Un cuarentón de buen ver, apareció por el local y tras saludarle con un magreo en el culo, le preguntó quién era yo:
-Un aprendiz que se cree muy machito- respondió pegando su cuerpo al del recién llegado- espero que cumpla pero si no lo hace, ¿Te puedo llamar?-
-Claro, ya sabes que mi cama siempre está libre para ti- y dirigiéndose a mí me dijo: -Muchacho, Esther es una profesora excelente-
Mi humillación era máxima pero también mi excitación, de no haber sido por mis hormonas me hubiese levantado de la mesa y me hubiera ido a rumiar mis penas solo, pero justo cuando ya había dejado mi servilleta en la mesa y me disponía a irme, Esther me pidió que la acompañara al baño. Sin saber a qué atenerme, la seguí por mitad del restaurant siendo testigo de cómo los hombres se daban la vuelta para verla pasar. Todos y cada uno de los presentes, se fijaron en el culo de la española por mucho que, a los ojos de un gringo, fuera otra latina más. Pero para mí, ese trasero era una meta.
No fui consciente de lo que se me avecinaba hasta que al llegar al baño, esa mujer de un empujón me metió en el de damas. Nada más entrar, cerró la puerta con llave y dándose la vuelta me pidió que le bajara la cremallera. Temblando como un crio, cogí el cierre entre mis manos y lentamente lo fui bajando. Centímetro a centímetro la espalda de esa mujer se me fue mostrando mientras mi pene saltaba inquieto dentro de mi calzón pero aunque me moría por agarrar ese par de peras y hundir mi polla entre sus nalgas, me abstuve recordando que ella quería llevar la voz cantante. Esther al notar que la había abierto por completo, me ordenó que le sacara el vestido por la cabeza, por lo que me tuve que agachar e ir levantando poco a poco la tela, de forma que pude disfrutar de la perfección de su cuerpo mientras lo hacía. Ya desnuda a excepción de su tanga, se dio la vuelta tapándose los senos y entonces me preguntó:
-¿Quieres verlas? ¿Te apetece ver mis pechos?-
La pregunta sobraba, ¡Por supuesto que deseaba contemplar esas dos bellezas! Pero sabiendo que tendría precio, con voz titubeante le dije que sí.
-Arrodíllate en el suelo-
Sin voluntad alguna porque esa zorra me la había robado, sumisamente, me puse de rodillas mientras ella separaba sus manos. Al ver la perfección de sus tetas valoré en justa medida el precio que tuve que pagar y con una sonrisa, comprendí que había salido ganando. Mi expresión de felicidad, la confundió y con voz áspera, me preguntó porque sonreía, a lo que solo pude contestar con la verdad. Ella al oír mi respuesta, se sintió ama de mi cuerpo y sentándose en el wáter se puso a cagar. Habiendo satisfecho sus necesidades físicas, se levantó y poniendo su culo en mi cara, separó sus nalgas con las manos y me ordenó:
-¡Límpiame!-
Casi llorando por la ignominia a la que me tenía sometido, saqué la lengua y la llevé hasta su ojete. Había supuesto que me resultaría desagradable pero me encontré al recorrer sus pliegues que su culo tenía un sabor agridulce que, sin ser un manjar, no resultaba vomitivo y por eso cuando me hube acostumbrado a ello, tomé más confianza y usando mi húmedo instrumento me permití profundizar en sus intestinos. Esther no se quejó de mi iniciativa y separando sus piernas, me permitió seguir con mi exploración. Sus gemidos no se hicieron esperar y ya seguro de que le gustaba, hundí toda mi cara mientras con los dedos la empezaba a masturbar.
-Eres un estudiante travieso- me soltó dando una risotada, tras lo cual se dio la vuelta y sentándose en el lavabo, me dijo: -Termina lo que has empezado-
No me lo tuvo que repetir y con un hábito aprendido durante años, fui subiendo por sus muslos mientras le daba besos en mi camino. La morena no se esperaba tan tierno tratamiento  y por eso cuando mi lengua se apoderó de su clítoris, este ya mostraba los síntomas de su orgasmo. Decidido a hacerla fracasar en su intento por dominarme, estuve jugueteando con su botón durante una eternidad hasta que sentí que esa dura dominante se derretía sin parar. Sabía que era mi momento y por eso mientras lo mordisqueaba, fui preparando su sexo con someras caricias de mi yemas, de manera que obtuve y prolongué su ansiado éxtasis hasta que berreando como una loba, me pidió que parara pero entonces y por primera vez, la desobedecí y metiendo mi lengua hasta el fondo de su agujero, la empecé a follar sacándola y metiéndola de su interior.
-¡Virgen de la Candelaria!- exclamó al notar que sus defensas iban cayendo una a una con la mera acción de mi apéndice hasta que,  convulsionando sobre la loza, su sexo se convirtió en un geiser de donde manaba miel.
Recogiendo su néctar con mi lengua, me di un banquete que solo terminó cuando, con lágrimas en los ojos, esa mujer me rogó que volviéramos a la mesa porque llevábamos mucho tiempo en el baño y los camareros se darían cuenta. Su peregrina excusa, era eso, una vil excusa. Yo sabía la razón y no era otra que esa mujer había perdido la primera batalla y deseaba una tregua que le permitiera reorganizar sus tropas. Satisfecho pegando un pellizco en uno de sus pezones, recogí mi medalla y tras vestirse, galantemente, le cedí el paso.
Al contrario de nuestra ida al servicio, a la vuelta el rostro de la mujer estaba desencajado al no saber si podría someterme tal y como había deseado. En la mesa, durante unos minutos evitó mi mirada y ya repuesta, me pidió que pagase la cuenta. Al hacerlo, recogió su bolso y meneando el trasero, fue en dirección contraria a la salida. Extrañado y sin saber a dónde me llevaba, la seguí para descubrir que se paraba frente a la puerta de los baños de hombres.
-¿Y eso?- pregunté extrañado de que quisiera repetir.
-Reconozco que me has vencido pero ahora sin la premura del tiempo, seré yo quién te derrote-  contestó y tal y como había hecho yo con anterioridad con una sonrisa en los labios, me dejó pasar.
Creyendo que, ya que el partido se jugaría en mi campo y con la confianza del equipo de casa, entré en el baño convencido de que saldría victorioso y que de haber afición, esta me sacaría en hombros. Qué equivocado estaba, porque nada más trancar la puerta, esa mujer se convirtió en una loba en celo y arrancándome los botones de mi pantalón, me lo bajó mientras me sentaba en el wáter. Como una autentica obsesa, fue rozando mi miembro todavía morcillón con sus mejillas, mientras me anticipaba que jamás nadie me habría hecho lo que ella me iba a dar. Y supe que era así cuando habiendo levantado mi extensión siguió golpeando con la cara mi pene, como si quisiera usar sus mofletes como arietes con el que derribar mis murallas. Lo creáis o no me da igual, esa mujer consiguió de ese modo tan extraño que la dureza  de mi erección fuera hasta dolorosa y sólo cuando percibió que esta había llegado al máximo, poniéndose entre mis piernas, se sacó los pechos e incrustándoselo entre ellos, me miró diciendo:
-¿Tu sabes, mi niño, que toda canaria es medio cubana?-
Y sin esperar a que le diese mi opinión, estrujó sus senos contra mi pene formando un canalillo que me recordó a  un sexo femenino pero más seco pero ante todo más estrecho. Era tanta la presión que ejercía sobre mi extensión que al principio le costó que este se deslizara `por su piel.
-¡Te voy a dejar seco!- me amenazó poniendo cara de puta y recalcando esa idea, me dijo mordiéndose los labios: -Voy a ordeñarte hasta que explotes en mi cara-
Poco a poco, el sudor que se iba acumulando en ese artificial conducto fue facilitando que Esther cumpliera su desafío y por eso al notar que ya se resbalaba libremente a pesar de la presión, afirmó:
-Te gusta guarrete, ¿Verdad que nadie te había hecho una cubanita así?-
Si le hubiese respondido, hubiera reconocido mi derrota de antemano y por eso, cerrando los ojos, me concentré en evitar dejar que las sensaciones, que estaba experimentando, me dominasen. La morena al observarlo, contratacó agachando su cabeza y abriendo su boca, de forma que cada vez que mi pene sobresalía por encima de sus pechos, su boca me daba una húmeda bienvenida.
“Mierda” pensé al darme cuenta de su estrategia pero la gota que derramó el vaso, fue sentir que su lengua intentaba introducirse por el diminuto agujero que coronaba mi glande. 
La mujer al sentir que mis huevos se estremecían supo que estaba a punto de ganar la escaramuza y por eso, esperó tranquilamente a que llegara el momento y entonces usando mi pene como una manguera, bañó su rostro con las andanadas de blanca leche que salieron expelidas al correrme. Con una sonrisa en su cara, saboreó su victoria llevándose con los dedos el manjar que bañaba su cutis hasta sus labios e introduciéndolo en su boca, lo fue devorando sin dejar de mirarme.
-¡Qué rico está tu semen!- susurró incrementando el morbo que me daba ese ágape erótico del que fui testigo.
Degustando las últimas gotas de mi descalabro, se levantó  y sin esperar a que me vistiera, desapareció por la puerta mientras soltaba una carcajada. Hundido por haber perdido mi ventaja me abroché el pantalón, quedándome el consuelo que esa pérdida había equilibrado el marcador y estábamos empatados.
“¡Quien ríe el último, ríe mejor” sentencié saliendo en busca de esa zorra que sin duda me esperaba fuera del baño. Pero al llegar al pasillo, no la encontré y por eso, la busqué en el exterior del restaurante. Con una sonrisa en su cara y ya en el interior de un taxi, la arpía gritó al verme salir:
-Estoy aquí, machote. Entra que te voy a llevar al Empire State-
Descojonado por esa idea tan absurda porque sabía qué hacía más de dos horas que había cerrado sus puertas, me metí en el coche pensando en que hasta andando podríamos ir a mi casa y me convenía ganarle aunque fuera por una décima de punto. Al mirarla, vi que estaba esplendida y que curiosamente parecía estar segura de que podríamos entrar. Como esa mujer no dejaba de sorprenderme, decidí no decir nada, no fuera a ser que tuviera un as bajo su manga.
Una vez a los pies de ese enorme edificio, comprendí que había acertado cuando golpeando el cristal, llamó la atención de un enorme negro de más de dos metros, el cual nada más levantar su cara del periódico que estaba leyendo, le dirigió una sonrisa para acto seguido, abrir la puerta:
-¿Qué hace aquí mi blanquita favorita?- soltó ese animal con una voz de pito que no cuadraba con su musculatura.
-Pedirte un favor,  Ibrahim. Mi primo se vuelve a España de madrugada y no ha visto Nueva York desde el Empire-
-Pero Esther, tengo prohibido dejar pasar a nadie a deshoras. Me pueden despedir- protestó débilmente.
Mi acompañante no se amilanó por la negativa y pegándose a él, le empezó a acariciar la tremenda barriga mientras le decía con tono compungido:
-Ibrahim, ¡Se lo he prometido!. Te juro que la próxima vez que vayas a mi tienda, te regalo mis bragas usadas-.
El rostro del gorila se transmutó y forzando la negociación le soltó que no podía esperar y que si quería contemplar la ciudad esa noche, debería darle las que llevaba en ese momento. Esther, pegando un grito de alegría, le dio un beso en los labios y sin darle tiempo a arrepentirse, se quitó el tanga y sensualmente se lo lanzó a la cara. El gigantesco individuo apretó la prenda contra su nariz y apretando un botón, llamó al ascensor. Lo último que vi antes de entrar el interior, fue a ese hombre bajándose la bragueta mientras olfateaba la suave tela en busca del olor de su dueña. Al cerrarse la puerta, Esther empezó a desnudarse diciéndome:
-Tenemos media hora, no creo disponer de más tiempo antes que ese pendejo se canse de verme desnuda y quiera que nos vayamos-
-¿Nos va a ver?- pregunté alarmado.
-¡Pues claro! O crees que va a perder la ocasión de pajearse mirándonos- contestó completamente desnuda y acercándose hasta mí me ayudó a quitarme los zapatos.
En ese momento, el elevador llegó a su destino y abrió sus puertas. Esther al verlo, salió corriendo y soltando una carcajada, me dijo:
-Machote, ¿A ver si me alcanzas?-
Sin dudar fui tras ella pero lo que debía ser fácil en principio,  me resultó casi imposible porque moviéndose como una anguila, cuando ya creía que la iba a coger, hacía un recorte y reiniciaba su carrera.
“¡Será puta!” pensé al tropezar y caerme contra el suelo.
Fue entonces cuando  saltando encima de mí, me empezó a besar. La zorra se convirtió en una dulce amante que pegando su cuerpo contra el mío, buscó su placer entrelazando nuestras piernas. Acomodándose sobre mi pene, forzó su sexo y lentamente se fue empalando mientras ponía sus pechos a mi disposición. Cogiendo ese par de melones entre mis manos, llevé un pezón hasta mi boca mientras mis dedos pellizcaban el otro.
-¡Me encanta!- gritó pegando un alarido que nadie escuchó para acto seguido iniciar un suave trote mientras sentía la dureza de mis dientes, mordisqueando su oscura aureola.
-¡Más rápido!- le exigí con un duro azote en sus posaderas.
-¡Más rápido!- insistí soltándole otro mandoble al no notar cambio en el ritmo con el que me montaba.
-¡Más rápido!- repetí, cabreado porque deseaba que esa  mujer saltara sin freno sobre mi pene.
No comprendí la terquedad con la que se negaba a obedecer mi orden hasta que soltando un gemido, mezcla de dolor y de deseo, su vulva se encharcó y sumisamente me informó que solo aceleraría el compás de sus caderas, si yo le marcaba el ritmo a base de nalgadas. Su entrega me enervó y aceptando su sugerencia marqué una cadencia imposible que ella siguió como si nada.
-¡Sigue!- chilló – ¡Ojalá estuviéramos en mi casa!, allí sacaría una fusta y no pararía de darte latigazos hasta que aprendieras  a hacerlo-
Completamente dominada por la lujuria, esa puta no olvidaba su vena dominante y por eso, quitándomela de encima, la puse a cuatro patas tras lo cual, guie mi pene hasta su ojete y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo.
-Ahhh- gritó al sentir mi intromisión en su entrañas y llorando me pidió que lo sacara.
-¡Te jodes!, puta- dije en su oreja mientras seguía machacando su interior con mi mazo.
Implorando mi perdón, Esther sollozó al experimentar que su esfínter estaba sufriendo un castigo brutal pero no me apiadé de ella y sin pausa, incrementé la velocidad de mi estoque mientras le exigía que se masturbara. La muchacha incapaz de negarse, llevó su mano a su entrepierna y recogiendo su clítoris entre sus yemas, empezó a acariciarlo con avidez. Su deseo se fue acumulando con el tiempo hasta que estallando en risas, se corrió sonoramente.
Volví a infravalorar a Esther, muerta de risa, me exigió que le diera caña mientras  se descojonaba de mí al haberme creído sus lágrimas:
-Eres un niñato. Unos lloriqueos fingidos ya te crees que me dominas-
Su burla me sacó de quicio y hecho una furia, le di la vuelta y le solté un bofetón. La morena limpiándose la sangre de sus labios, soltó una carcajada retándome. Fuera de mí, con mis manos empecé a estrangularla pero ella, en vez de defenderse, cogió mi pene y se lo insertó en su sexo mientras me decía:
-Asfíxiame pero no dejes de follar-
Comprendí al instante sus deseos, esa zorra quería que al reducir yo el oxígeno que llegaba a su cerebro, le otorgara una dosis extra de placer. Cumpliendo fielmente su pretensión, le apreté el cuello mientras mi miembro se movía a sus anchas en su interior. Cuando su rostro ya estaba completamente amoratado, la vi retorcerse sobre el mármol y para de repente ponerse a temblar mientras su cuerpo se licuaba dejando un charco bajo su culo. Mi éxtasis se unió al suyo  y mezclando mi simiente con el flujo que brotaba de su coño, me desplomé agotado sobre ella.
No sé el tiempo que permanecí desmayado, lo único que sé es que al despertar, Esther permanecía desnuda, apoyada en la barandilla mientras miraba Nueva York desde las alturas Acercándome a ella, la besé en el cuello y le pregunté en que pensaba:
-En que somos unos extraños en esta ciudad pero la amo-
Fue lo primero realmente sincero que dijo esa mujer en toda la noche y conmovido, le respondí que a mí me pasaba lo mismo. No concebía mi vida sin vivir en la gran manzana.  Estábamos recogiendo nuestra ropa, cuando mirándome me preguntó:
-Por cierto, ¿A qué te dedicas?-
-Soy prostituto-

 

Incapaz de contenerse, soltó una carcajada pero en cuanto se dio cuenta, se pegó a mí y de buen humor me preguntó dónde iba a tener que llevarme a cenar.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.

 

Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 3” (POR AMORBOSO)

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-¿Aceptas, el qué?

-Que me castigues después de follarme.

-¿Por qué lo aceptas?

-Porque en estos días me he dado cuenta de que te preocupas por mí, me cuidas, me enseñas… Aunque seas duro conmigo. He recibido más atención de ti en una semana que en toda mi vida de la gente que me ha rodeado.

-Me haces dudar, pero de momento tienes pendiente la otra parte del castigo. Ahora cenaremos e irás a dormir al pajar. Mañana hablaremos.

Después de cenar, la llevé al pajar para que durmiese.

El sábado por la mañana, le quité la cadena, la hice vestirse con la ropa con la que había venido y nos fuimos con la motocicleta al pueblo, a visitar “la tienda de Juan”, un vendedor ambulante que recorre los pueblos con una furgoneta cargada de las cosas más diversas y en cuyos costados aparece ese nombre. Allí le compre ropa para trabajar en el campo, más ajustada a su cuerpo, consistente en unas batas y un conjunto de camisa y pantalón de faena, eligiendo ella entre los pocos modelos que disponía y pidiendo mí opinión cuando se los probaba. También compré algunas cosas que necesitaba y volvimos a casa.

Al volver estaba contenta. Cuando le pregunté el porqué, me dijo que era porque nunca había ido con alguien a comprarse algo, que de pequeña, la ropa se la compraba su madre y que de mayor le daba el dinero para que se la comprase ella. El ir de compras hoy, le había hecho mucha ilusión.

Se arrodilló ante mí y puso la mano en mi cinturón.

-¿Quieres que te haga una mamada?

Casi reviento el pantalón de lo dura que se me puso. Asentí con la cabeza. Soltó mi cinturón con calma, sacándolo de las trabillas.

-Para luego. –Me dijo, mientras lo dejaba a un lado.

Soltó el botón de la cintura y bajó la cremallera, todo ello con una calma que me exacerbaba. Me bajó el pantalón hasta los tobillos, ayudándome a quitarlo totalmente. Me bajó el calzoncillo, haciendo la misma operación. Se levantó desabrochando mi camisa y me la quitó.

Cuando estuve totalmente desnudo, volvió a arrodillarse, cogió mi polla con una mano y empezó a lamer mis huevos, mientras me pajeaba despacio. Luego, fue subiendo y bajando recorriendo mi polla con la lengua para dejarla bien empapada de saliva.

Siguió dando lametazos al borde del glande y recogiendo las gotas de líquido que salían por la punta. Cuando más desesperado estaba, metió el glande en su boca, presionándolo contra el paladar con su lengua, y haciendo un pequeño movimiento de entrada y salida para frotarlo bien. Ya iba a correrme, cuando se detuvo.

-¡Sigue, que me tienes a punto!

Sin decir nada, me llevó hasta un sofá que hay a un lado y me hizo recostar. Se subió encima, me hizo abrir las piernas y se colocó en medio, volviendo a empezar el tratamiento.

No tardó tanto tiempo en llegar a meterse la polla entera en la boca. Le entraba toda entera, mientras que yo la sentía presionada como en un estrecho coño.

La sacaba casi por completo y la metía entera en la boca de nuevo, haciendo un movimiento de succión que me volvía loco, quería correrme, pero el ritmo era demasiado lento. Sin embargo, una de las veces, cuando la tenía entera dentro de su boca, me acarició los huevos y presionó el perineo, a la vez que hacía algún movimiento con la lengua, que me hizo correrme como una fuente.

Ella se tragó todo, y me la estuvo chupando un rato más para dejarla bien limpia.

-Me gusta el sabor de tu esperma. El de mi novio y sus amigos era asqueroso.

-Gracias.

Volvió a chuparla mientras cogía mis huevos con su mano, hasta que me la puso dura otra vez. Me senté en el sofá, la hice incorporarse, la fui desnudando hasta que no quedó una sola prenda encima, la acosté sobre el sofá para clavársela en el coño. Mi intención era que se sintiese usada, como cuando estaba con su novio. Pensaba que me iba a costar penetrarla, pero la verdad es que estaba totalmente encharcada.

Mi polla entró con suavidad. La sensación que me produjo fue como si la hubiese metido en una funda de seda. Entraba hasta que mi pelvis chocaba con la suya, la sacaba totalmente y recorría toda su raja, volvía a meterla de nuevo hasta dentro en una serie de movimientos constantes y lentos.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía constantemente.

Estuve largo rato con estos movimientos. Cuando me sentí muy excitado y preparado, aceleré, procurando no excitarla mucho más a ella, hasta que volví a sentir mi orgasmo, con el tiempo justo de tener una abundante corrida sobre su vientre.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH. ¡Qué gusto me has dado! Ahora pasa a la mesa para recibir tu parte.

Me miró con cara de disgusto. Se le notaba que la había dejado a las puertas, pero me hizo caso, tomó el cinturón y me lo pasó, luego se colocó sobre la mesa para recibir el castigo. Yo cambié el cinturón por la paleta y empecé:

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

Me acerqué. Mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, con vuelta para frotar un momento su clítoris antes de separarme.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

Nuevamente volví a realizar el recorrido, solo que esta vez, mi dedo medio, entró en su coño, frotando la zona de su punto G, para retirarlo a la vez que lo hacía yo.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía más.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Tres

Alternaba los golpes a ambos lados del culo. Ensalivé bien mi dedo índice y se lo fui metiendo por el ano, mientras el dedo medio volvía a su coño.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Su gemido era más agudo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Cuaaaaagggtro

Repasé otra vez su raja, volviendo a su clítoris.

-OOOOOOOOOOOOOOHHHH –Empezó a gritar.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Ciiiinco

Puse mi índice sobre su clítoris, mu pulgar dentro de su coño y el dedo medio de la otra mano, previamente mojado en saliva, en su ano, empezando un rápido frotamiento de todas las partes. No sé si llegó al minuto antes de que empezase a gritar.

-OOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH

-ME CORROOOOOOO. NO PAREEEESSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH

Su orgasmo fue largo y extenuante, hasta el punto que se le soltaron las manos del otro lado de la mesa y tuve que sujetarla para que no cayese al suelo.

Tal y como estaba, la llevé al pajar, le puse la cadena y le eché por encima el saco que había sido su vestido hasta entonces. Luego le acerqué los libros, le di pomada y volví a mí trabajo, le llevé un plato de comida a medio día y otro por la noche.

Al día siguiente, a pesar de ser domingo, fue día normal para nosotros, labores de casa, del campo, de los animales, desayuno, estudios, comida, explicaciones, estudios, preguntas y cena.

La hice recoger la mesa a ella y limpiarlo todo. Cuando terminó, vino hacia mí vestida con una de las nuevas batas, a por nuevas órdenes y le dije:

-Desnúdate y ponte sobre la mesa en posición de castigo.

En silencio, hizo lo ordenado, mientras yo tomaba una botella de aceite y me desnudaba también. Cuando ambos estuvimos preparados, embadurné mi dedo medio en aceite y se lo fui metiendo por el culo. Entraba con suavidad. Le eché abundante aceite, así como en mi polla, que estaba dura solamente de pensar lo que le iba a hacer.

La coloqué a la entrada de su ano y presioné. Pareció que me la absorbía. Me entró toda. Estuve enculándola largo rato. Cuando el aceite se absorbía, echaba más, pero seguía dándole sin parar. Ella resoplaba, haciendo presión con el anillo del culo y creo que hasta se corrió alguna vez Cuando ya no pude más, se la clavé hasta el fondo y descargué mis cojones dentro.

Luego tomé la paleta e hice lo mismo que el día anterior, le di los cinco golpes intercalando masturbaciones, hasta que con el quinto, se corrió. La llevé al pajar con su bata y cadena, donde la dejé.

El resto de la semana ya no durmió en cama. Todas las noches la usaba por un agujero u otro, todas las noches recibía su castigo y su orgasmo, para terminar durmiendo en el pajar. Le compré anticonceptivos para evitar embarazos y no fue necesario pegarle por los estudios, pues me demostró que dominaba todas las materias perfectamente. Le obligué, aunque no tuve que hacer mucho esfuerzo, a aprender a pedir las cosas “por favor” y a dar las gracias por todo. En ese tiempo también le creció el pelo lo suficiente como para empezar a peinarse.

Mi amigo Paco insistió mucho en follarla, tanto a mí como a ella, yo negaba, diciendo que, mientras ella no lo aceptase, no se lo consentiría. Al final, fue Vero la que me propuso una solución intermedia. El día que venía Paco, yo la follaría en la mesa y él podría hacerse una paja mirando. Y así lo hicimos. Paco empezó a ir al mercado dos veces por semana. Venía un poco antes, entrábamos en casa, mandaba desnudar a Vero y ponerse en posición de castigo y la enculaba la mayor parte de las veces, otras la follaba por el coño y las menos me hacía una mamada, todo esto hasta que nos corríamos los dos.

Después, Paco podía contemplar alucinado el castigo y orgasmo de Vero, mientras se hacía una segunda paja. Al terminar y lavarnos todos, él marchaba contento al mercado mientras nosotros seguíamos con nuestras labores

En el mes de septiembre se hicieron pruebas de recuperación para los suspendidos, y la llevé hasta el colegio para que se presentase. Fuimos un día antes y nos alojamos en un hotel. Pasamos por un gran almacén para comprarle un vestido y unos zapatos, donde disfrutó mucho haciéndome un pase de modelos, hasta elegir el que más nos gustó. La llevé un centro de peluquería y estética para que la dejasen bien guapa. Cuando salió me dejó sin habla por lo preciosa que estaba. Le habían dejado un corte muy bien adaptado a su pelo corto, con los ojos perfilados, labios pintados en rojo, al igual que las uñas. Se había puesto su nuevo vestido y los zapatos y quedaba espectacular.

Al día siguiente fue el examen y unos días después, cuando volvimos a por los resultados, me dio la alegría de que aprobó todas las asignaturas

Como premio, le quité la cadena para siempre. Creo que su madre también se alegró cuando la llamé el día que fuimos a recoger las notas para decírselo.

Vino a visitarnos el fin de semana siguiente. Vero se acercó al coche y dijo:

-Por favor, mamá, ¿me dejas que meta tu maleta? –Al tiempo se la cogía para meterse en la casa y dejándola con cara de tonta.

Yo la miraba divertido porque ella no sabía qué hacer ni decir. Al final dijo:

-La verdad es que no me esperaba esto. En tres meses has conseguido lo que nadie ha podido en años.

-Ella lo tenía dentro. Solo había que sacárselo.

Como era ya medio día, comimos los tres tranquilamente. Luego, en la sobremesa, Silvia estuvo comentando sobre los cotilleos de la ciudad, hasta que decidimos ir al río para darnos uno de los últimos baños del final del verano.

Silvia y yo nos metimos desnudos, pero Vero quedó de pie en la orilla, esperando a que le dijese qué hacer.

-Desnúdate y ven con nosotros. –Le dije

Y ella lo hizo. Su madre volvió a quedarse muda. Estuvimos largo rato jugando en el agua, para salirnos después y secarnos al sol de última hora sobre las piedras.

Cuando llegó la noche y terminamos la cena, pedí a Silvia que se sentase en el sofá, le acerqué una copa de vino, mandé a Vero limpiar y recoger, ante la estupefacción de su madre, que no se creía lo que estaba viendo.

Cuanto terminó, le indiqué que preparase el aceite (que ya era especial para estos usos) y se colocase en posición de castigo. Obediente, dejó el aceite sobre la mesa y se quitó la camisa y pantalón de trabajo que llevaba ese día, quedando totalmente desnuda y colocándose en posición.

Me acerqué, tomé el aceite y procedí a lubricar bien su ano. Silvia miraba extrañada, imagino que no se creía que iba a hacer lo que mis actos indicaban. Me saqué la polla, la embadurné con la mano y se le metí directamente. Le entraba sin problemas desde hacía tiempo.

-¡PPPPero! ¿Qué estás haciendo? ¡Deja a mi hija inmediatamente! ¡Serás hijo de puta! –Dijo Silvia levantándose y agarrando mi brazo.

-Lo mismo que todos los días y con lo que he conseguido los resultados que has visto. Si te parece mal, puedes llevártela ahora mismo a tu casa. –Le respondí, poniendo mi cara más seria y la voz y mirada más duras que pude.

Puso cara de susto y se apartó… Me la estuve follando como lo hacía habitualmente, despacio. Ella gemía de gusto, sobre todo cuando metía mi mano bajo su cuerpo y frotaba su clítoris.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM.

-SIIIII.

Mientras entraba y salía de su culo, pude ver que Silvia, que se había ido colocando a un lado, movía las piernas en un claro gesto de frotar su propio clítoris.

Como siempre, Vero se corrió un par de veces, antes de forzarle un último orgasmo al tiempo que me corría en su culo.

Cuando me bajó la erección, tomé la paleta y empecé la sesión de castigo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

-¡Pero! ¿Qué haces, mal nacido? –Dijo al tiempo que sujetaba mi mano que portaba la paleta.

Giré rápidamente sobre mí y le solté una bofetada con la otra mano mientras seguía el impulso que la lanzó sobre el sofá, donde se quedó llorando.

Volví a Vero y como siempre, mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, en una caricia profunda, que resultó excitante tanto para la hija y que llamó la atención de la madre.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Se le oía a la hija.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

La alternancia de golpes y caricias, con la consiguiente excitación de la hija, hicieron que Silvia prestase atención y que su mirada, fija en el culo y mis gestos, denotase una gran excitación.

Cuando acabé con el quinto azote y la última caricia, que le hizo alcanzar un nuevo y más fuerte orgasmo que nunca había disfrutado, y que la dejó agotada, procedí a darle la pomada en la zona lastimada, mientras emitía suaves gemidos. Yo estaba nuevamente empalmado, pues el tener a Silvia mirando, nos había excitado en sobremanera a ambos. La prueba era que, cuando acabé con la crema, pasé mi dedo por su coño, encontrándolo muy mojado, que era normal, pero me confirmó que también se había excitado mucho el hecho de tener el clítoris duro y sobresaliendo entre los labios.

-Vete a dormir y no te toques. –Le dije. Y marchó a dormir al pajar.

-¿A dónde va? –Preguntó la madre.

-Ella duerme en el pajar. Es su lugar de castigo por dejarse follar. Ahora te toca a ti. ¿Qué vas a hacer? Mi cama, el coche o la habitación de arriba.

-La verdad es que no sé qué me pasa. Aunque me haya salido la vena de madre, la verdad es que me ha excitado mucho todo esto. He llegado a correrme sin necesidad de tocarme, y ahora estoy chorreado. Creo que es lo que he buscado toda la vida sin encontrarlo. ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo conmigo?

-¿Estás dispuesta a obedecerme en todo y aceptar todo lo que quiera hacer contigo?

-Me pongo en tus manos para que hagas lo que quieras.

-Lo primero que quiero es tu culo.

-Tuyo es, si quieres.

-Desnúdate y colócate sobre la mesa en posición de castigo.

Tuve que explicarle cual era esa posición. Se desnudó y se colocó en la posición. Separé un poco sus piernas para pasar un dedo por su coño. Comprobé que soltaba flujo como si estuviese orgasmando.

Tomé la paleta y le solté cuatro fuertes golpes, deteniéndome al observar que las propias contracciones pélvicas la iban a llevar al orgasmo.

Cuando vio que no seguía me dijo.

-¿Por qué te paras? Sigue, por favor.

-No. Mañana hablaremos de esto. No quiero que me preguntes ni me digas lo que tengo que hacer. Por el momento, tengo pensada otra cosa para ti. Esta noche dormirás en el pajar, como tu hija, y mañana tendrás un buen entrenamiento.

La acompañé al pajar y, ante la extrañeza de la hija, le puse la cadena al cuello y sujeté sus muñecas con una cuerda al collar por la parte de la nuca. Como vi que se frotaba los muslos, busqué un palo y le até las piernas a él, a la altura de las rodillas para que las mantuviese separadas.

-Esta noche, duermes aquí y tú Vero, échale algo por encima y ven conmigo a la casa. –Les dije.

Esa noche, íbamos a dormir Vero y yo juntos, más que nada para que no tuviesen la tentación de hacer llegar al orgasmo a Silvia.

Nos fuimos a la casa Vero y yo, pasamos por la ducha y nos acostamos en mi cama.

-Hazme una buena mamada. –Le dije.- pero esta vez será, sin castigo, por tanto puedes negarte si quieres.

No dijo nada. Se agarró a mi polla como si fuese un clavo donde sujetarse y empezó a pajearme con suavidad. Para poder hacerlo mejor, se puso de rodillas a mi lado, con la cabeza en mi polla y el culo en pompa a mi alcance. Al tiempo que pasaba su lengua recorriendo mi polla, yo paseaba mi dedo recorriendo su coño.

-MMMMMMMMMMM.

Un corto gemido me indicó que le estaba gustando. Me dediqué al juego de que: cuando ella chupaba mi polla, yo le metía primero uno y luego dos dedos en el coño, y cuando la lamía yo pasaba el dedo por toda su raja. Si se dedicaba a mi glande, yo me dedicaba a su clítoris.

-MMMMMMMMMMMM. PPPFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSSS.

-AAAAAAAAAAAA

Nuestras expresiones eran de todo tipo. Cuando estaba lo bastante excitado y ella a punto de correrse, la hice acostarse boca arriba, me coloqué entre sus piernas y la froté bien por su raja, hasta que la punta quedó enganchada en su coño y la fui metiendo poco a poco.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. SSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.

Poco a poco, los gemidos de ambos fueron subiendo de tono y frecuencia, hasta que por fin, a ella le sobre vino un fuerte orgasmo, momento en el que me dejé llevar para conseguir el mío.

-SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Me corrrroooooo. No pareeees. Siiiiiii.

-Y yo también. Prepárate a recibir toda mi carga. OOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH. Me corro yo tambiéeeeen.

Tras unos minutos de relax, fuimos a lavarnos y nos acostamos a dormir. Vero se situó en borde del colchón y allí durmió toda la noche.

Cuando me levanté por la mañana Vero no se enteró, fui a realizar mis labores habituales, encontrándome que Silvia también dormía, pero que se despertó con los ruidos y movimientos de los animales. Cuando terminé con ellos, me acerqué a ella.

-¿Qué tal has pasado la noche?

-Bien, pero me estoy orinando. ¿Puedes soltarme un momento?

No sé si ya se le había escapado algo de orina o era que se había excitado nuevamente, pero el coño le brillaba en ese momento.

-No, pero puedes mear en la regata.

Inicialmente, todo el local era establo, pero al no tener tantos animales, utilicé una parte para almacenar la paja y hierba para los animales. Por aquí, los establos tienen un canalillo que los recorre de un extremo a otro, al que llamamos regata, para recoger los líquidos de los animales y sacarlos fuera.

La ayudé a levantarse tirando de la cadena y la medio arrastré hasta colocarla sobre ella y le dije:

-Mea ahora o tendrás que hacértelo encima después.

Se puso roja y le costó un rato. La estuve amenazando con arrojarla con las vacas para no manchar la paja y regalándole insultos varios hasta que empezó a soltar un tímido chorrito, que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en una buena meada.

Cuando terminó la dejé en equilibrio precario y fui a por un cubo de agua, que lancé contra su coño para lavarlo. No se cayó porque estuve rápido en sujetar la cadena.

Luego la dejé en el sitio donde había dormido y me fui a la casa.

Vero se había levantado y estaba preparando el desayuno.

-MMM ¡Qué grata sorpresa, y huele muy bien! Pensaba que no sabías cocinar.

-Es la primera vez. Espero que me haya salido bueno. He hecho lo mismo que haces tú.

Cuando lo probé, no dejé de alabar lo bien que le había salido, sin comentar que estaba algo soso.

Cuando llegué al pueblo, además del lavamanos antiguo, también encontré una jarra y cánulas para lavativas. Que limpié y restauré, pues la goma estaba totalmente estropeada.

Llené la jarra de agua y pedí a Vero que me acompañase a ver a su madre.

Cuando llegamos, entregué todo a Vero y tomé a Silvia por un pié, arrastrándola de nuevo a la regata. Acerqué las dos banquetas utilizadas para ordeñar a mano (normalmente es con máquina) y le coloqué un pie encada una de ellas.

Quedó acostada como en la camilla de un ginecólogo. En esa posición, metí la cánula por su ano, pedí a Vero que la levantase bien alta y abrí la espita. Silvia estaba totalmente roja, pero su coño decía que siguiese adelante.

Pasé un dedo por su raja y le di dos vueltas sobre el clítoris, soltando un grito de placer.

-OOOOOOOOOOOOOOOhhhh

-¡Pero qué puta eres, Silvia! –Le dije

-SSIIIII. Pero tú has conseguido que me guste.

Cuando hubo entrado toda el agua, le dije que la aguantase, si no quería tener que bebérsela después. Hizo lo que pudo y pidió que la dejase soltarla.

Cuando me pareció, la cogí y la hice girar para ponerla en cuclillas sobre la regata.

-Ahora puedes soltar todo.

Fue de lo más bochornoso para ella, soltó gases, agua y mezcla de heces, junto con un olor inaguantable. La vi llorar de vergüenza, pero también correrse al final. Después de lavarla, la dejamos allí nuevamente.

Durante el día, no le hice mucho caso. Solamente pasaba de vez en cuando para frotar su raja sin entrar en el interior, para mantenerla cachonda, mientras ella pedía a gritos que la follase.

-Cabrón, ¿Cuándo me vas a follar? ¿Para qué me tienes aquí? …

No le hacía ni caso. Por la tarde vino Paco, sin esperarlo, mientras repasábamos lecciones. Se acercó ya con la polla fuera y empalmado.

-¡Pero Paco! ¿Dónde vas así? ¿No ves que vas a sonrojar a la niña?

-Déjate de tonterías, que vengo más salido que la punta de un pico. Venga, vamos a la mesa y empezad ya.

-¿Qué te ha pasado para venir así, en ese estado? –Le dije riéndome, pues no era la primera vez.

-Que este fin de semana hubo baile en el pueblo y estuve bailando con una prima de mi mujer que me puso como una moto.

-Pues lo siento, Paco, pero hoy no te vas a hacer una paja viéndonos follar.

-¿Por qué? No me jodas, Jóse, que no es el momento de bromas.

-Anda, vamos al pajar, que si quieres correrte tendrás que hacerlo allí. –Dije mientras nos poníamos en marcha.

-Joder, Jóse, No seas cabrón. Mira cómo la llevo.

Protestó durante todo el camino hasta el pajar, pero cuando entramos, primero se quedó parado, mirando a Silvia, que encadenada, desnuda y con las piernas abiertas, también lo miraba a él, con la polla fuera (de buen tamaño y gorda como un brazo) y empalmado.

-Joder, Jóse, ¿Qué has hecho? ¿La has secuestrado? ¿En qué lío te has metido?

-En ninguno, es un regalo para ti. –Le dije mientras me acercaba a Silvia y soltaba su cadena y todas las sujeciones.

-Tu turno, puta, haz una buena mamada a mi amigo.

Paco, que se había acercado y bajado la erección, se quedó alucinado cuando Silvia cogió su polla y se metió el glande en la boca y lo pajeó ligeramente. Rápidamente alcanzó su máxima erección y se la tuvo que sacar de la boca para no desgarrársela por su grosor. Estuvo lamiéndola en lo que pudo.

-Bájale los pantalones y quítaselos, y tú, dije a Vero, tráeme la paleta. –Cada una se puso a lo suyo.

Cuando llegó Vero con la paleta, pedí a Paco que se acostase sobre la paja y a Silvia que se metiese la polla en el coño y lo cabalgase, cosa que ambos hicieron rápidamente.

Cuando Silvia intentó meterse la gorda polla de Paco, se dio cuenta de que iba a resultar difícil

Empezó apoyando solo la punta y presionando para que entrase.

-Es demasiado gruesa y larga. No me va a caber.

-Insiste. –Le dije- Haz fuerza hasta que la tengas toda dentro.

-No puedo, es muy gruesa… ¡AAAAAAAAAAYYYYYYYY!

Mientras hablaba, apoyé las manos en sus hombros e hice presión hacia abajo, obligándola a que le entrase completamente.

-AAAAAAHHHH Déjame. Me duele mucho. Me va a reventar.

-Calla y aguanta, puta, verás cómo te va a gustar. –Le dije mientras mantenía la presión para que se acostumbrase –El juego es el siguiente: Te vas a follar a mi amigo Paco, pero lo harás acostada sobre él, pecho contra pecho, y moviendo las caderas atrás y adelante. Si levantas el cuerpo o te detienes, recibirás un correazo en la espalda o donde caiga, que te dará tu propia hija. –Esto lo dije soltando con una mano mi cinturón y pasándoselo a Vero- Mientras, yo me encargaré de azotar tu culo.

La empujé hacia adelante hasta que quedó sobre el pecho de Paco. Como no se movía, hice una señal a Vero para que se preparase.

-¡Empieza a moverte! –Dije haciendo señal a Vero para que le diese un golpe en la espada.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAAYYYYYYYY!

Echo el culo hacia atrás despacio, hasta casi sacar totalmente la polla de su interior, para luego metérsela al mismo ritmo hasta llegar a entrar toda. En esa posición tenía que estar recibiendo una tremenda presión, además de un fuerte roce sobre su clítoris. Y no digamos Paco, que bufaba como una locomotora y solamente era el primer movimiento. Cuando la tenía toda dentro, previa señal a Vero para que estuviese preparada, le di un fuerte golpe con la paleta en uno de los cachetes del culo. Como esperaba, gritó y se enderezó.

-ZASSSSS.

-¡AAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYY!

-PLASSSSS.

-¡UAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYYYY!

El correazo de Vero se adelantó por un instante a las manos de Paco, que la atrajo fuertemente hacia él, para evitarle nuevos golpes, pero no reanudó el movimiento, sino que llevó la mano a su culo.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAYYYYYYYYY!

Nuevo correazo a mi señal. Nuevo grito y por fin se dio por enterada, moviendo su culo con más agilidad.

Cada vez que se metía la polla hasta adentro, yo le daba con la paleta en el culo, alternando las posiciones. La escena se convirtió en un concierto de golpes y gemidos.

-Bufffffffffffffff. –Soltaba Paco.

-MMMMMMMMMM. –Silvia

-ZASSSS. – Mi paleta en su culo.

Y, cuando algún golpe era muy fuerte y se paraba o cuando alcanzaba alguno de los muchos orgasmos que tuvo y se detenía mucho tiempo, se oía el

-PLASSSSS – de Vero.

Los golpes hacían que Silvia contrajese los músculos de la pelvis, lo que repercutía en la presión sobre la polla de Paco. Se corrió a los escasamente quince segundos, pero era tal la excitación que traía y la que le había subido con el morbo de la situación, que ni siquiera se le bajó lo más mínimo.

Por su parte, Silvia estaba sometida a mis deseos, los golpes la excitaban, el roce del clítoris con la polla de Paco la ponían a 100 y la excitación sin calmar adecuadamente de los dos últimos días, hicieron el que casi seguido a Paco, tuviese otro orgasmo.

Silvia movía su culo con rapidez, lo que hacía que no siempre acertase a dar el golpe con toda la polla dentro, por eso, aproximadamente a los cinco minutos y varios orgasmos más de Silvia, Paco volvió a correrse, saliéndose del coño al bajarle algo la erección.

Le dije a Silvia que levantase el culo y a Vero que le chupase la polla hasta ponérsela dura otra vez, mientras, yo le iría dando golpes en el culo con la pala mientras ella los contaba.

Coloqué a todos como quería y Vero se puso a chuparle la polla Paco, mientras gotas se semen y flujo de su madre caían del coño a su cara y sobre la polla. Yo me preparé y…

-ZASSSSS.

-UFFFF. Uno.

No eran muy fuertes, por la cantidad de golpes que llevaba, pero sí que pasé el dedo por su raja para darle pequeños toques en el clítoris y hacer que cayesen gotas más gruesas sobre la polla de Paco y que Vero se las tragase.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Dos.

Vero ya tenía la polla de Paco en condiciones. Su calentura debía de ser muy alta.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Tres.

Yo le decía por señas a Vero que siguiese, mientras seguía calentando a Silvia. Paco solo bufaba y se dejaba hacer

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cuatro.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cinco.

-Ahora vuelve a meterte la polla y sigue follándolo hasta que se vuelva a correr.

Siguió moviéndose sobre él durante unos veinte minutos más y tres orgasmos, mientras yo seguía dándole con la paleta. Al cabo de ese tiempo, Paco se corrió por fin, y los dejé separarse.

-Uffff. Tengo el coño en carne viva, pero volvería a empezar de nuevo.

-Ahí tienes a Paco. Pónsela dura otra vez y sigue. –Le dije.- Y tu Vero, chúpamela hasta que me corra.

Vero, que pensaba que la estaba dejando en segundo plano, según me confesó después, bajó mis pantalones y calzoncillos y empezó a lamer. Primero mis huevos, mientras me pajeaba suavemente, luego, un recorrido con la lengua a lo largo de mi polla, en su máximo esplendor desde hacía rato, llenándola bien de saliva, para luego meterse la punta y succionar sobre el glande, mientras lo recorría alrededor con su lengua.

No tardé mucho en correrme. Los huevos me dolían de tanto rato empalmado. A los pocos minutos de disfrutar de la excitante sensación y vista, de meterse la polla hasta la garganta sacarla llena de babas, le avisé

-OOOOOOOOH Me voy a correeeeeeer. ME CORROOOOOO.

Ella, no solo no se apartó, sino que todavía se metió más adentro mi polla para que descargase directamente a su estómago.

Por su parte, Paco había conseguido una nueva erección y se estaba follando a Silvia machacando su coño sin piedad. Mientras ella gemía medio ida después de tantos orgasmos.

-MMMMMMMM. OOOOOOOO.

Vero y yo nos quedamos mirando.

-PLAS, PLAS, PLAS… -Se oían los rápidos choques de pelvis, entre los gemidos de uno y otra.

-OOOOOOOOOOOO Qué gusto me das, puta.

-SIIIII Dame más. Siii. Me estas reventando de placer. Cómo me llena tu polla.

-Estoy apunto otra vez.

-Espera. Yo también lo estoy. Quiero que te corras en mi bocAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH. MMMMMMM. SIIIIIIIIIIIII.

Paco saco la polla y se movió para llevarla a la boca de Silvia, la cual, lo hizo girar para tumbarlo y metérsela directamente hasta la garganta. Lo agarró de los huevos y, mientras se los masajeaba, le chupaba la polla con lentas entradas y salidas haciendo el recorrido del glande de su garganta a sus labios.

– Me voy a correeeee. Me corroooooo.

Ella se metió toda la polla en la boca hasta el fondo, recogiendo toda su corrida, y lamiéndosela hasta dejarla totalmente limpia.

Paco se fue satisfecho y nosotros cenamos y nos fuimos a descansar. Esa noche dormimos los tres en mi cama

-El lunes, cuando llegó la hora de marchar, Silvia me dijo:

-¿Te pudo pedir un favor?

-Sí, claro, ¿qué quieres?

-Quiero quedarme contigo toda la semana.

-Por mí, no hay inconveniente. Pero… No se preocupará alguien si no apareces.

-Necesito hacer unas llamadas de teléfono y ya podré quedarme.

Se duchó, vistió y la llevé hasta la torre de los guardabosques que era uno de los lugares con cobertura de teléfono. Nada más subir, sacó su teléfono se apoyó en la ventana echando el culo hacia atrás, con el cuerpo en ángulo recto, en clara provocación hacia mí, mientras buscaba el número en su agenda. La primer llamada a su hermana…

Yo me acerqué por detrás, levanté su falda y empecé a acariciar su coño.

-… Si, chica, ha sido un fin de semana alucinante. Jóse me ha hecho disfrutar como nadie, por eso he deci… ¡Por favor, Jóse, por el coño no, que lo tengo muy irritado, mejor por el culo! … como te decía, he decidido quedarme esta semana… Que no, que no me obliga, no te puedes imaginar lo que ha sido. Cuando vuelva te cuento…

Yo me desentendí de la conversación y me puse a mojar mis dedos en saliva para ir metiéndolos por el culo para dilatarlo. Inicié con el dedo medio. Mojado en mi boca, lo coloqué apoyado en su ano, presionando levemente y soltando, añadí un buen churretón de saliva que cayó un poco más arriba del punto de unión y que la fui metiendo con el mismo dedo.

-…. AAAAAAGGGGG. … nada, que me está dilatando el culo…

Cuando entraba con suavidad, añadí el dedo índice, seguido de otro churretón, y así fui dilatando hasta que calculé que podía metérsela, entonces, coloqué la punta, nuevo churretón y se la metí, dejándola un momento para que terminase de dilatar.

-Ufffffffffff, … que me la acaba de meter…

Cuando empecé a moverme despacio, metiendo hasta el fondo para sacar poco a poco para que se acostumbrase, mientras con mi mano acariciaba su clítoris por encima de los labios. La oí decir…

-MMMMMMM Si, Vero estAAAAAAAAHHH. Muy bieeeeen. Siii. Estudiaaaaaa mmmmmmmmuchoooooo oooyeee, queee nnnnnnnnnnnnoooo te llamaré aaaaaaaaaaaahhhhhh sta que vuelvaaaaaaaa. …. Siiiii, queeee teee cuelgooo, queeee nooooo meeee cooonnceeeentroo000 AAAAAAAAAHHHHHh ¡Que gusto!

Y colgó.

-MMMMMMMM ¡Qué culo tan estrecho tienes! –Le decía mientras me movía lentamente

-Dame más. Quiero más. – me decía ella.

Y le hice caso. Empecé a follarle el culo con fuerza.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH. –Gritaba ella.

-Me voy a correeeer. Frótame más el clítoris. Siiiii. Siiii. Me corroo.

Cuando ella alcanzó su orgasmo, no me pude contener y solté lo que me quedaba en los huevos, dentro de su culo.

De nuevo nos relajamos en el suelo, hasta que ella se recuperó y siguió con las llamadas. Peso a eso ya no presté atención.

Al bajar, llegaban los guardias forestales, que nos habían vuelto a ver desde lejos, pero simplemente nos saludamos y ellos me lanzaron un guiño.

-¿Por qué no os pasáis por casa cuando acabe vuestro trabajo para relajaros un poco?

-Sí, gracias, mañana nos pasaremos, en cuanto terminemos.

Y así volvimos a la casa para lavarnos, comer algo y descansar. Ella se acostó y estuvo durmiendo hasta el día siguiente. Vero y yo comenzamos con los estudios del nuevo curso, cambiando ligeramente el plan, ya que ahora tocaba aclarar primero los conceptos y que luego los estudiase. A tal efecto, establecí que, por la mañana leeríamos las lecciones, le explicaría los conceptos que no entendiese, por la tarde los estudiaría y al anochecer le preguntaría sobre lo estudiado.

El martes fue una jornada caótica. A las 8 de la mañana, ya estaba Paco en casa, mostrándome dos cajas de viagra y deseoso de empezar una nueva orgía. También en ese momento se despertó Silvia y aprovechamos, junto con Vero, que llevaba ya un rato conmigo, para desayunar todos juntos.

Les expliqué el plan con Vero y que todo estaba supeditado a él. Pedí a Paco que me fuese adelantando las tareas con los animales y el huerto para yo poder dedicarme a Vero y poder empezar antes. Durante dos o tres horas estuvimos con las lecciones de Vero, que resultaron relativamente fáciles. Sobre las once o poco más, varias voces en la calle llamaron mi atención, eran la pareja de guardabosques, Paco y Silvia, hablando, por lo que la dejé estudiando y salí con ellos.

-… De verdad que es increíble, no os lo podéis imaginar… ¡Ah! Hola Jóse, les estaba contando el gusto que da follarse a Silvia.

-Algo me imaginaba, al ver el bulto que llevan ya en los pantalones. Vamos al pajar, que esta puta no merece ser follada en otro sitio.

Cuando llegamos, la hice desnudarse, arrodillarse en el suelo y puse a los tres delante de ella.

-Quítales los pantalones y hazles una buena mamada.

No lo dudó. Fue desabrochando, bajando y quitando los pantalones uno a uno, dejando al aire sus ya enhiestas y duras pollas, para volver al primero, pajearlo mientras le lamía los huevos. Cuando los tuvo bien ensalivados, pasó al segundo, y después al tercero. Nuevamente volvió al primero, que era Paco, para lamer su polla y meter el glande en la boca. Por los gemidos, imagino que les seguía dando con la lengua.

-MMMMMMMMMMM –Soltaba Paco.

Al momento, pasó al segundo, Manuel, aplicando el mismo tratamiento.

-Jodeeeer. Qué boquita tiene.

Luego al tercero, Jorge.

-UUUFFFFFFFFFFFF. Si sigues mucho así, no sé si podré aguantar.

Tanto Manuel como Jorge eran dos agentes jóvenes, recién ingresados en el cuerpo el año anterior, de unos 25 ó 26 años.

Silvia volvió al primero y se metió la polla entera, iniciando una mamada profunda, ayudada por los empujones que daba Paco a su cabeza para que le entrase bien. Yo indiqué a Manuel y Jorge que se colocasen uno a cada lado y que Silvia los fuese pajeando. Las toses, arcadas y babas que soltaba Silvia, estaban excitando más si cabe a los dos guardabosques, poco o nada acostumbrados a la escena.

Cuando decidió cambiar de polla, pasó a Manuel, ocupando Paco su lugar.

Manuel era más comedido y dejaba que Silvia se la metiera hasta donde quisiera, pero para eso estaba Paco al lado, que tomó la mano de él, la puso en la cabeza de ella y le ayudó en los primeros movimientos. Luego fue él quien la ayudaba. Sus pollas, sin ser muy grandes, tenían un grosor y longitud algo mayor de lo normal, lo que Silvia agradecía después de meterse el pollón de Paco.

Cuando pasó a Jorge, no necesitó ninguna indicación. Directamente comenzó a follarle la boca a toda velocidad. Me fijé que los muslos de ella estaban brillantes, señal de que el trato que recibía la estaba calentando.

-Joderrr. Estoy a punto. Me voy a correr. AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.

Pese a tener toda la polla dentro de la boca, algo escurrió por la comisura de sus labios. Cuando terminó de soltar leche, se la sacó, la recogió con el dedo y se la llevó a la boca de nuevo, para volver a meterse la polla y dejarla limpia.

De nuevo a Paco y luego a Manuel, mientras Jorge se pajeaba para ponérsela dura otra vez. Manuel tampoco aguantó mucho, terminando también con una abundante corrida, de la que no se le escapó ni una gota.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH. Toma lecha, puta. –Decía mientras se corría.

Paco, todo un experto ya, la hizo acostarse bocarriba sobre la paja con intención de follarla por el coño. Antes le hice ponerse aceite lubricante en la polla para que no se le irritase. Se la clavó de golpe.

-AAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGG. Animal. Métela más despacio, que es demasiado gorda. –Dijo al principio, pero cuando empezó a moverse despacio.

-SIIIIII. Sigue. Sigueee. Maaasss.

Jorge, con la polla casi lista, se colocó sobre su pecho y se la metió en la boca para que terminase de ponérsela dura, mientras Manuel se masturbaba para conseguir el mismo efecto.

Paco machacaba el coño de Silvia sin piedad, ella gritaba de placer…

-SIIIII. SIGUEEEEE. NO PAREEEES. MEVIENE. MEVIENE. MEVIENE. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH.

Eso no frenó a Paco, que pasaba del placer de ella. Tuve que intervenir, pues Jorge y Manuel estaban ya en forma (maravillosa juventud) y le hice parar para que ella se repusiese de su orgasmo para ponerse a cuatro patas, con Manuel bajo ella, Jorge a su boca y Paco por el culo, con una nueva rociada de lubricante al culo, polla de Paco y de Manuel.

-AAAAAYYYYYYYY. Por favor, Paco, más despacio y espera a que dilate, que eres un animal. –Dijo Silvia cuando Paco empezó a empujar su ano.

Poco a poco, la polla de Paco pasó por el ano hasta entrar completamente.

-Joder, Paco, vaya pollón que tienes. Me vas a echar la polla fuera del coño. –Dijo Manuel.

Después de las anteriores corridas, los jóvenes aguantaron bien. Paco, que imagino que se habría metido ya una viagra o más, también aguantaba. Durante más de veinte minutos, no se oía más que los bufidos de los hombres y los gemidos de Silvia, acallados por la polla de Jorge.

-FFFF FFFF FFFFF

-MMMMMM MMMMM MMMM

Primero se corrió Jorge en la boca de Silvia, clavándosela bien adentro y sujetando la cabeza, hasta vaciarse. Mientras le limpiaba la polla, Manuel se corrió en su coño, que al terminar, se entretuvo acariciándole el clítoris, y Silvia alcanzó su placer cuando sintió que sus intestinos se llenaban con la corrida de Paco.

A partir de aquí, fueron repitiendo todos, hasta tres veces Paco y una más los guardias forestales. Utilizaron todos sus agujeros y se corrió tantas veces que, con la última corrida de Paco, pidió que la dejasen descansar.

Como ya era la hora de comer, fuimos a la casa y mientras, se iban duchando preparé una comida ligera, de la que dimos cuenta los cinco. Al terminar, Vero recogió la mesa y mandé a Silvia quitarse la bata que se había puesto después de la ducha y que se colocase en posición de castigo.

Le apliqué los correspondientes cinco golpes con la paleta, volviendo a quedar sus muslos brillantes y las pollas tiesas de nuevo. Denegué la petición de follarla otra vez por parte de los hombres y los despedí hasta que quisieran.

Paco dijo: ”Hasta mañana”

Los guardias: “¿Podemos venir mañana con los compañeros del otro turno?”

Agradezco vuestras valoraciones y comentarios.

 

Relato erótico: “Enséñame Tía” (POR LEONNELA)

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_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, qué es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!! señaló mi madre, haciendo más notorio mi desconcierto.
_Madre, como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que.. . bueno más bien las noto preciosas  a las dos, dije corrigiendo la metida de pata que estuve a punto de cometer, cautivado  por la exquisita madurez de mi tía Amanda.
Los años no la habían cambiado, a sus casi cuarenta se la veía más mujer, pero no menos hermosa, más llena en carnes pero con la misma gracia en su silueta, incluso diría que más radiante, sí, a esa edad las mujeres se endiosan, se elevan y elevan todo lo que encuentran a su paso…
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho _ murmuró mi tía  mientras tomaba la iniciativa en abrazarme.
Esta vez pude reaccionar a la altura,  besé sus mejillas sonrosadas y la ceñí fuertemente, hasta casi hacerle faltar el aire, nos quedamos varios segundos apretados  ante la mirada emocionada de mi madre, que jamás percibió la inquietud  que desde chico me provocaba la cercanía de su hermana…
Varios años especializándome fuera del país cobraron el precio de no verla,  de vivir  sin perderme en sus traviesos ojos claros, joder!!  sin rozarla, sin sentir el volumen de sus senos en mi tórax  y la maravillosa sensación de su vientre en mi entrepierna, es gracioso pero siendo ya un hombre de 24 años, mi sangre volvió a hervir como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera el muchachito que sucumbía a su mirada, aquel que se deleitaba recordando, la noche en que en un arranque de hombría le supliqué: enséñame tía!!!
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                                                                                                          &&&&&&&&&&&&&&&&
Me permito hacer un alto, para contar esta historia desde sus inicios.
Todo empezó años atrás, justo después  de la separación  de mis padres, desatada en plena época juvenil y aunque debo reconocer que  pese a que no  di muestra de que me afectaran significativamente los cambios, aquella crisis familiar me golpeó profundamente, sentía un vacío  que de ninguna forma era llenado por las visitas esporádicas de mi padre, ni por las actitudes neuróticas de mi madre. Todo ello sumado  a mi encierro  emocional y a las presiones propias de la edad, incidieron en que me  convirtiera  en un muchacho vulnerable, tímido, que enfrentaba sus temores como bien podía.
En aquella época vivir con mi madre era una verdadera travesía, la pobre siempre tuvo un carácter de a perro que empeoró con los años, lo atribuyo al hecho de que  me tuvo siendo muy joven y supongo que el asumir responsabilidades a temprana edad, le cambio la vida para mal. Mi inesperada  venida al mundo le robó  la oportunidad  de  aplicar para una beca  en el extranjero, sumiéndose a cambio  en una vida conyugal  mediocre que acabó con sus sueños. Sé que no es mi culpa que se jodiera la vida, pero sin duda sus frustraciones  estaban jodiendo la mía.
 Afortunadamente Amanda, la hermana menor de mi madre vivía prácticamente con nosotros; ella ocupaba un departamento contiguo al nuestro, puesto que mi abuelo al ser sus únicas hijas, les había heredado en vida la edificación, con el fin de mantenerlas unidas,  brindándoles  comodidad e  independencia. La idea del viejo dio resultado, tanto que era frecuente que se la pasaran juntas, y no solo eso, sino que a falta de la presencia de mi padre, mi tía llego a convertirse  en un apoyo incondicional para nosotros.
Contrario a mi madre, mi tía era una mujer descomplicada,  en aquel tiempo tenia de 33 años; con una hija de 10  a cuestas y un trabajo de maesta parvularia, parecía no necesitar nada más para ser feliz, nada excepto algún  escarceo amoroso, que supongo lo tenía de manera discreta pues que recuerde, no acostumbraba llevar novios a casa.
 Quizá por su naturaleza dulce  y su   manera  simple de ver la vida, se me hacía relativamente fácil abrirme con ella, ya que en lugar de  censurarme como mi madre,  me animaba a ser más osado ante cualquier reto, y entre las muchas cosas que debo agradecerle es haberme estimulado a vencer mi timidez.
La adoraba, era mi defensora nata, infinidad de veces me salvo de los regaños maternos y no solo eso, sino que siendo relativamente joven me comprendía más que cualquier otro miembro de mi familia, convirtiéndose en alguien muy especial para mí, más aun cuando sin proponérselo, fue precisamente ella quien despertó mis curiosidades sexuales.
Mi tía Amanda era  hermosa, bueno, de hecho aún lo es,  no  una belleza despampanante, pero tiene un particular encanto que me hacía pasar  horas contemplándola. Cielos!! Cuánto me gustaban sus dulces ojos claros y su sonrisa traviesa,  pero si algo verdaderamente la hacía atractiva, eran las formas generosas que se adivinaban bajo las faldas a medio muslo, y el par de blancos senos que alegraban  su escote.
Por si eso fuera poco, era encantadoramente imprudente, solía bromear con el  tema de los agarrones a las novias, intuyo que lo hacía intencionalmente pues le divertían  mis evasivas y  no cabe duda que disfrutaba sofocándome con su clásico: Leonardo ya?…o sigues en la lista de espera? afortunadamente nadie entendía que con esa pregunta ella intentaba averiguar si ya había dejado de ser virgen, evento que para mí parecía alargarse dolorosamente.
Sé que no lo hacía con la intención de provocarme, es más creo que para ella pasaban desapercibidas mis miradas  inquietas  y el placer que me generaba con el más sutil roce de su cuerpo,  mucho menos podría intuir, que se había convertido en  la mujer de mis sueños, de mis húmedos sueños…
Una tarde  mientras mi madre y  mi tía Amanda  platicaban en el porche,  a pocos metros yo me aburría jugando a la pelota a con Pamela, mi primita,  esa mocosa era una latosa, pero que más daba sino hacer monerías hasta agotarla para que se cansara de ser mi sombra, en esas estaba corriendo de un lado al otro, cuando alcancé a escuchar parte de la conversación de las mujeres.
_Luisa que exageración!! Que leo sea tímido y no haya tenido novia no significa que sea gay!!
_Baja la voz!!! No quiero que nos escuche, ayer hablé con su maestra, me comentó que Leonardo tiene dificultades de integración, al parecer ha sufrido vejaciones en varias oportunidades e incluso sus compañeros se mofan de él acusándolo de ser gay
_Joder!! criaturas malparidas!!
_Según su orientadora pudiera desencadenar en una crisis depresiva, por lo que recomendó  profundizar el dialogo  e incluso consider la posibilidad de buscar ayuda psicológica
_Pobre mi Leo, las que debe estar pasando…
_Amanda, tú crees que de verdad Leonardo…sea homosexual?
_Estee…supongo que no Luisa,… Leo es un chico introvertido, y ya sabes cómo los muchachos con su perfil son víctimas de acoso
_El cielo te oiga, creo no soportaría…
_Qué es lo que no soportarías? que tenga una orientación sexual diferente? vamos hermana, que criterios más absurdos, lo que debería preocuparte es su estado emocional y  por ultimo!!!  si Leo es gay pues al menos deberíamos hacerle sentir nuestro apoyo, no crees?
No pude seguir escuchando, me sentía herido en mi amor propio, menoscabado en mi integridad, no tenía ni tengo ningún tipo de discriminación , es más pienso que todos somos libres de emparejarnos con quien se nos de la real gana,  pero a esa edad fue doloroso asimilar que alguien pudiera tan solo dudar de mi hombría.
Aparté bruscamente a Pamelita y en mi intento de huir  maltraté su indefenso cuerpecito; el lloriqueo de la chiquilla alertó a Amanda, pero no me detuve, era mayor mi necesidad de estar solo.
Me encerré en mi habitación, eran  demasiados  líos,  demasiados miedos, demasiados fantasmas que me atormentaban como para contener las lágrimas que  amenazaban con desbordarse por mis lacrimales.
Los hombres no lloran!!…los hombres no lloran!!! Me repetía a mí mismo, mientras encrespaba los puños  contra la pared, tratando de agredirme físicamente para reprimir mi  rabia; pero era tan grande la impotencia  y la necesidad desahogarme que no pude resistir más y me tumbé sobre la cama sollozando.
Hubiera querido que nadie me viera así, pero para mí pesar o  más bien para mi fortuna,  Amanda  se había percatado de mi estado y había ido tras de mí.
_Que sucede Leo …que tienes?
_Nada, no pasa nada respondí, limpiándome la nariz en el antebrazo
_Nada?? Me abres la puerta a regañadientes, te tiras en la cama, estás  llorando y no pasa nada??
_Nada en lo que puedas ayudarme…
No hizo más preguntas, pero  se sentó a mi lado deslizando cariñosamente sus dedos en mi cabello. Desde que era un niño solía hacer eso para consolarme, pero  Amanda no asimilaba que yo ya era un hombrecito y que a esas alturas había otro tipo de inquietudes que ella despertaba.
_Ven cielo, recuéstate aquí…murmuró señalando su regazo
Le miré a los ojos  y luego bajé la vista a su piernas, al estar sentada la falda se le había subido mostrando los muslos más bonitos que había visto, demoré unos segundos en apartar la vista de aquel maravilloso espacio de su cuerpo que normalmente me era vedado y extrañamente  algo dentro de mí se agitó.
Me instó a recostarme sobre sus piernas, muchas veces cuando era más chico, me había dormido en su regazo, sin sentir ese cosquilleo que ahora se esparcía en mis genitales, y sin ser consciente de mi estado de fascinación ella continúo acariciando dulcemente mi cabello.
_Tranquilo chiquito…todo estará bien…
Quise gritarle que ya no era un niño, que me había convertido en un hombre, en un hombre con los huevos en su sitio, que me excitaba con el solo rasquetear de sus uñas en mi cabeza, pero no podía darme el lujo de arruinar mi mejor momento con ella y  callé…callé una vez más…
Cuánto poder tenía esa mujer sobre mí, en cuestión de segundo me hizo olvidar toda mi rabia, y me elevó a  otra dimensión, elevó mi alma, mis deseos, joder!!  elevó por completo mi miembro…
Era maravilloso  lo que estaba viviendo, tenía mi rostro a unos centímetros de su pubis y hasta mi nariz llegaba un aroma hasta ese momento desconocido, olía a mujer, olía a coño. Respiré intensamente, esto no era comparable a pajearme pesando en ella, la tenía para mí, aunque tristemente lo único que podía hacer, era exhalar profundamente intentado calentar su sexo con mi aliento; estaba en la gloria, pero más rápido que tarde, su voz distrajo mis ensoñaciones
_Leo, nos escuchaste verdad?
Asentí con la cabeza
_Porque nunca me dijiste… sabes que yo te apoyaría en todo
_No soy gay!…si es lo que quieres saber
_Me tiene sin cuidado que lo seas o no, más bien me refería a…
_No lo soy!!.. Me asustan las chicas…me..me ponen nervioso…pero no soy gay!!!
_ok cielo ok,  pero explícame cómo te sientes? déjame ayudarte
_No lo sé tía, es que a veces no sé qué decir, me trabo y todos se burlan
_Ohh amor…sé que no me vas a creer lo que voy a decir,  pero es un etapa normal, poco a poco  vas a ir superando tus miedos…por cierto  conmigo estas muy a gusto y también soy una chica  no?
_Sí tía, una chica …muy hermosa dije casi asombrándome de mi osadía
_Jajaja mira nada más que bien galanteas…así que te parezco hermosa Leo?
_Si, tía…eres la más linda de todas, respondí algo más seguro
_Jajaja por eso eres mi consentido!! respondió estampándome un beso en la mejilla y por cierto… que es lo que más te gusta de mí, pequeño?
La contemple unos segundos, probablemente no se hubiera oído bien que respondiera tus tetas, tus piernas o tu culo, así que con una media sonrisa respondí:
_Tus ojos tía los tienes dulces y hermosos
_Vaya! pensé que dirías otra cosa, pero  es bueno saber que mi sobrinito es un encanto
_Otras cosas … también..ttambien las tienes lindas …dije a medio trabar
_Mmmm ya me di  cuenta …no has dejado de mirármelas, tendré que coser un botón más en mi blusa respondió sonriente
_Lo siento pero, es que… nadie las tiene como tu…
_Mi bien no exageres, tus compañeras deben tenerlos hermosos
_Sip, pero los tuyos son grandes, y siempre están despiertos
_Despiertos? como es eso?
_O sea que siempre están con las puntas de pie
_Ahh los pezones…
_Si,  los pezones, y se notan a través de la ropa… porqué siempre los traes levantados?
_Jajaja querido  hay cosas que es mejor no responder…Leo, nunca has visto unos? digo.. desnudos?
_Estee..no..bueno sí.. pero en la compu
La mirada de mi tía se volvió extraña, yo era un muchacho inseguro, pero no tonto y pude notar cierto brillo especial en sus ojos, no sé si le cautivó mi inocencia, o si quería ponerme una prueba de fuego para que demostrara mi hombría, lo cierto es que me hizo un ademán para que me levantara de su regazo. 
Me situé  frente a ella y para mi total asombro,  zafó tres botones  de su blusa mostrando  sus senos sujetos por un brasier blanco.
Clavé mi mirada en ellos, eran grandes y turgentes, varias pequitas oscuras salpicaban su piel blanca, y la media copa permitía  avizorar  una aureola sonrosada; llevó sus dedos hacia ellos y con el índice los alzó ligeramente por encima del sujetador de forma que pude ver sus pezones endurecidos. Aquel espectáculo fue suficiente para sentir como mi pene dentro del pantalón se revolvía furioso, increíblemente tenía para mí los pechos de mi tía Amanda al desnudo, que más podría pedir.
Una lava ardiente recorría por mi cuerpo y comencé a transpirar copiosamente,   mucho más cuando saliéndose de toda lógica, mi tía murmuró:
_Quieres tocarlos?
Creí haber entendido mal, ni en mi mejor paja imaginé aquello,  pero Amanda sin esperar una respuesta, tomó mis manos y las colocó sobre sus senos dejándome sentir su calor. Aquello era el paraíso, palpaba sus tetas algodonadas  que respondían a mi tacto hinchando sus pezones oscuros, mientras en el centro de mi cuerpo se  levantaba airosa mi hombría.
Un ligero suspiro de mi tía me hizo buscar sus ojos, y justo en el momento en que nuestras pupilas habrían de encontrarse, ella volvió a gemir entrecerrando sus párpados. Aquello me supo a gloria, tan solo con mis caricias había hecho gemir a una mujer, a una mujer hermosa.
 Continué apretando sus pezones haciéndola estremecer, al punto de que sus mejillas se sonrojaron, pero recuperando un poco la cordura, se apartó de mí susurrando:
_Ahora ya sabes, cómo son los pechos de una mujer…
Le sonreí agradecido, la experiencia duró escasos segundos, pero era lo más sexual que había tenido en mi vida, ni que decir que ni bien salió de mi habitación llevé mis manos a mi bragueta.
 A partir de aquel  día nuestra relación tomó otros tintes, la deseaba más que nunca y ella aunque fingía  no notarlo, sé que disfrutaba perturbándome; sin embargo pasaron un par de semanas para que  volviéramos a extralimitarnos.
Teníamos  la costumbre de hacer cenas compartidas, al menos los fines de semana. En esa ocasión mamá y ella se turnaban el quehacer, mientras yo entretenía a Pamela, lo cual me permitía admirarla con tranquilidad. Se había duchado y su cabello  húmedo caía sobre su torso  transparentando la blusita blanca  que develaba sus pezones oscuros. Giró para tomar algo de la alacena y  pude notar que su pantalón de estrellas azules  se le metía deliciosamente en la cola, joder que era preciosa, aun enfundada en su pijama. Devoré sus posaderas buscando las marcas de sus braguitas, pero evidentemente no las usaba puesto que a más de no notarse ningún elástico, se  dibujaba perfectamente su coñito, demás está decir que hasta el hambre se me quitó.
Pese a ello, la cena transcurrió con la normalidad del caso; al terminar mi madre llevó a su habitación a mi prima a ver películas, mientras mi tía terminaba de arreglar la cocina.
_Anda Leo, ayúdame, que  con los codos en la mesa no resultas de provecho;  yo enjabono y tú enjuagas  la vajilla
_Claro tía… lo que digas
No sé qué pasó por mi cabeza, ni de donde agarré valor, seguro fue efecto de haber fantaseado toda la cena con  su pijama de estrellas, lo cierto es que  al pasar junto a ella,  me pegué más de la cuenta y rocé su trasero con mi miembro, ella no dijo nada, solo se hizo ligeramente hacia adelante y volteó a verme desconcertada
_Lo..lo siento.. es que… la cocina es demasiado chica dije nerviosamente
Debí sonar estúpido porque ella soltó una carcajada alegando:
_Chica? Por favor Leo, aquí hay espacio para un batallón!!
_Es que casi tropiezo _mentí _ pero igual…. lo lamento
_Mmmm de verdad lo lamentas muchacho?
_…Estee… si… si claro…
_Amor, en la vida no hay que arrepentirse de lo que se hace, todo puede dar lugar a algo bueno dijo acercándose lentamente hasta casi rozarme con sus tetas
Verla tan resuelta, tan deliciosamente provocativa, ocasionó que mi respiración empezara a agitarse y los colores se me subieran al rostro
_Te gusta Leo? te gusta que este tan cerca?
_Ohh tía…me gusta..me gusta demasiado…
_Asi?  o más cerca, chiquito? dijo aplastándolas contra mi pecho
_Más tía…maas….todo lo cerca que quieras…respondí en medio de un suspiro
_Estás temblando mi bien…te asusta  tocarme?
Ya no respondí, ella había abierto un camino que yo no estaba dispuesto a desaprovechar, y dejando mis miedos en el lavadero, torpemente introduje mis manos dentro de su blusa
Ascendí por su cintura lentamente, hasta llegar a sus senos, no podía creérmelo, nuevamente acariciaba las tetas de mi tía, otra vez esos pezones oscuros estaban entre mis dedos, pero ésta vez no me iba conformar con estrujárselas, esta vez quería probarlas, atraparlas con mis labios…
Casi con desesperación, le levanté la blusa  y antes de que pudiera detenerme, acerqué mi boca a sus pezones, mientras ella susurraba:
_Espera Leo espera…ahhh…tu madre..puede entrar tu madre..ahhh
_No tía.. no me dejes así otra vez…no, por favor…supliqué
_Mi bien ve…ve a tu habitación…ve que ya te alcanzo
_Lo prometes tía? de verdad vas a ir…dije lamiendo sus pezones
_Ahhh….sí..sí.. le diré a tu madre que …que te voy a ayudar en las tareas…ahhh
Me desprendí de sus preciosos senos, y corrí a mi habitación a esperarla, cada dos minutos sacaba la cabeza por la puerta ansiando verla llegar,  hasta que al fin las luces del pasillo se apagaron lo que me hizo suponer que se acercaba.
Bastó oír sus pasos para que mi pene se enderezara, no tenía claro lo que iba a pasar, pero sabía que sería una noche inolvidable para mí
Me arrimé contra el espaldar procurando que no notara que temblaba como una hoja, ella se acomodó a los pies de la cama
_Siempre la tienes así? pregunto señalando la erección que se dibujaba en mi pantaloneta
Algo avergonzado respondí:
_Siempre..siempre que pienso en ti
_Y eso   es muy seguido Leo?
_Sí…todos los días, se levanta por ti …
_Mmmm y que haces para que se te baje pilluelo?
_La toco… la toco mucho
_.Amor dime algo…  aun eres virgen verdad?
_Sí, ssi  tía, pero me gustaría dejar de serlo…
_No comas ansias amor, ya tendrás una novia
_Y si tú…
_ Ay cielo, esto más complejo de lo que parece, coño!!! sé que nos hemos toqueteado un par de veces pero no dejo de ser tu tía
_

Eso significa que estás… confundida?

Sí, Leonardo tanto como tú
_Yo no estoy confundido Amanda, sé lo que quiero, sé lo que me gustaría contigo…
_Oh mi chiquito..a que te estoy induciendo
A nada tía a nada que yo no quiera
_Es que…
_Por favor, no pienses en nada, solo enséñame tía..enséñame a ser hombre…
Me miró con esos ojazos claros y hermosos llenos de  infinita ternura,  me besó la frente y nos quedamos unos segundos abrazados
Con mi rostro en medio de sus tetas sentía el palpitar de su corazón, el mío también bombeaba fuerte al igual que mi miembro encerrado en mi pijama. Tras unos segundos ella fue quien rompió el silencio:
Leo que parte de mi cuerpo te gusta más?
_Tus senos tía, tus senos, más cuando andas por la casa sin sujetador
_Lo supuse, siempre me los miras…has soñado con tocarlos?
_Si tía, todas las noches…
_Con besarlos?
Siempre …siempre
_Y has imaginado poner entre ellos tu…
_Ohhhh tía….tía…gemí apretando mis puños
Sus insinuaciones ocasionaron una corriente en  mis testículos y queriendo retener la sensación de goce pase mi mano por mi entrepierna cerrando los ojos con fuerza
Al abrirlos, una imagen de ensueños  hirió mis pupilas, la tenía frente a mí, se había despojado de su blusa y su cabellera castaña caí sobre sus pechos desnudos, su escueta cintura adornada por un pequeño ombligo atraía la mirada  una cuarta más abajo en donde brillaba el  tatuaje de una mariposa con las ala abiertas… así era ella una mariposa de alas abiertas, una mariposa de fuego que jugaba con mis ganas…                                                                            
Decidida me despojó de  la pijama, sus yemas  acariciaron  la rugosidad de mis testículos, haciéndome erizar; mi pene en total erección segregaba los primeros líquidos que junto a su saliva formaron el bálsamo que permitía que su tetas  se mecieran desde la base hasta el prepucio en una magnifica paja. Creí que eso era demasiado para mí, pero el mundo se me vino encima cuando su lengua inicio la estimulación de mi glande, para continuar engullendo mi miembro, hasta casi chocar contra mis huevos, joder!! , hubiera querido hundírsela por horas pero bastó que mi pene desapareciera en su boca un par de veces, para darme cuenta que no necesitaba nada más para correrme.
Fuertes contracciones en la base de mi miembro me anunciaron que era inminente mi llegada, mi explosión atravesó en segundos la extensión de mi pene, estremeciendo todo mi cuerpo, y un chorro blanquecino se desparramó por sus comisuras…me había corrido…me había corrido en su boca!!
_Ahhh..lo siento…todo fue tan..tan.. rápido
_No te preocupes amor ya irás tomando práctica, murmuró terminando de limpiarme con una servilleta de papel
_Gracias ..fue increíble…. solo me siento mal de que no pudiera aguantar para responderte
_En verdad crees que no puedes responderme? ….Ven acá muchacho
Sentí sus labios por primera vez en un beso apasionado y mientras nuestras lenguas se agasajaban condujo mis manos a sus tetas, los suaves masajes  y la estimulación de los pezones la excitaba
_Asii. Amor…sigue…vas bien
Yo no respondía solo disfrutaba oyéndola gemir
_Ahhh… ahora bésalos amor, succiónalos fuerte …duroo …
Perdí la noción del tiempo entre sus tetas, y solo  dejé de chupar sus pezones  cuando ella separando sus muslos me invito a descubrí sus genitales.
Casi temblando metí mi mano por la fina tela de su pantalón, eso fue como entrar al paraíso;  una ligera vellosidad en su pubis me  incitó a descender hacia sus labios, hallándolos  maravillosamente húmedos
Al menor movimiento de mis dedos, Amanda se estremecía, lo que me hizo deducir que si quería complacerla no debía sacar mi mano de allí.
_Amor….toca ahí!!!!. justo ahí!!!!
_Es tu clítoris?
_Sí cielo, siiii, muévelo…
_Así está bien?  Más rápido?
_Sí amor, sí… de izquierda a derecha…sigue…siguee
De un tirón retiré su pantalón pijama, y halándome   de los cabellos me atrajo a su sexo.
No cabe duda que el instinto lo lleva uno en la piel, bueno en éste caso en la lengua, pues con ella le di todo el placer que quería darle con mi sexo, y mientras me comía cada pliegue de su vagina, acariciaba su trasero divino
Su respiración empezó acelerarse, y sus movimientos de pelvis se hicieron  más bruscos llegando incluso a golpearme el rostro; un gemido profundo acompañado de  continuos estremecimientos me dejaron la satisfacción de saber que ella también se corrió…
Se recostó en mi pecho y nos volvimos a llenar de besos,  pero la vocecita inoportuna de Pamela al otro lado de la puerta nos hizo espabilar
_Mamaaa..mamá..abre!
_Ya linda, ya, dame un segundo, respondió mientras buscaba su pijama
Inmediatamente nos vestimos armé un regadero de libros en la cama y Amanda se levantó a abrir la puerta
_Mamaaá
_Qué pasa chiquita porque tanto escándalo?
Es que mi tía Luisa ya se durmió y quiero estar  con ustedes… que hacían?
_Ah…enseñaba a Leo a hacer sus tareas amor, respondió dedicándome un guiño de ojos
_Y por qué mejor no vemos una peli?
_Porque ya es hora de irnos a la cama nena, ya es tarde
 _Mañana no hay clases y Leo puede venir con nosotras
Siempre he dicho que mi primita era una latosa pero aquella noche me provocó caerle a besos por tan esplendida idea
_Cierto tía aún es temprano, podríamos…
_Mmmm nada de  eso ya es hora de  dormir muchachos, Pame ve  a recoger tus juguetes
La chiquilla salió corriendo en dirección a la habitación de mi madre, lo cual dio oportunidad para que mi tía y yo nos despidiéramos
_De verdad no puedo ir con ustedes? insistí
_Y como para qué? respondió algo coqueta
_Estee.. pues digamos que me pareció buena la idea de Pame
_Mmmm pues en vista de que mañana es domingo, podría dejar que la acompañes un rato
_Y tu estarás?
_No Leo, prefiero descansar
_Ahhh ya veo,  entonces… creo que mejor me quedo              
_Jajaja tan rápido se te quitaron las ganas de ver películas? O en realidad tenías otras intenciones pilluelo?
Sintiéndome descubierto le regalé una sonrisa
_En realidad lo que me importa es estar contigo…
_Mmmmm pues da la casualidad de que aún no tengo sueño
_Genial!!!Dame dos segundos y voy contigo, solo me pongo las zapatillas
_No cielo, debo recostar a Pamela…si aún estás despierto cuando apague las luces, podríamos charlar un rato…
_ Claro tía,  estaré pendiente, por nada del mundo me dormiría esta noche
Ella sonrió,  pese a que supongo que no le faltaban pretendientes, intuyo que le gustaba provocar mis estados de euforia, y no solo eso, sino que además se complacía en ser la causante de que poco a poco mi timidez empezara a quedar en el limbo.
Ya había transcurrido casi una hora, desde que se fueron a su departamento, desde el ventanal de la sala pude notar cuando las lámparas  se apagaron quedando una tenue luz que provenía de la habitación de mi tía, mi corazón latió  emocionado  y antes de escapar por la puerta trasera, di una vuelta  por la habitación de mi madre que afortunadamente dormía con placidez.
Como acordamos, mi tía había dejado la puerta principal abierta, y llegar a su recámara fue cuestión de andar a con algo cuidado debido a la escasa iluminación; pero pese a mis precauciones no pude evitar dar un tropezón contra una mesilla que traqueteó como si se desbaratara
_Auchh!!! mierdaa!!!!! Proferí, agarrándome la canilla y dando un par de brincos
_Que pasó amor?’ que bullicio es ese?
_Nada importante tía, choqué contra esa mesa
_Ay cielo! es mi culpa, debí dejar al menos una luz encendida
_Tranquila, ya está pasando
_Ven amor, en mi velador tengo un ungüento, ya verás que en breve te pasa el dolor
Entramos a su habitación me recosté en la cama y  pese a que ya casi no sentía ninguna molestia, dejé que me mimara con sus cuidados
_Aun Duele mucho?
_No tía, nada más un poquito
_Sigo?
_Sii…un poco más…
Sus manos inquietas empezaron a desplazarse desde la rodilla hacia el muslo, provocándome más de un estremecimiento, mucho más cuando sus finos dedos avanzaron hasta llegar a hurgar  la zona cercana a mis ingles
_Te gusta?
_Ohhh tía…sii…
 _Dime cuánto te gusta, dímelo
_Me gusta…me gusta demasiado…me excitas tanto
_Lo suficiente como para ponértela…dura?
_Dura…muy dura… nadie me la pone así, nadie me la pone como tu…
Sonrió complacida, y esta vez agarró de lleno mi miembro que ya estaba en total acción, aquello era fabuloso,  sentía que tenía la fuerza de un toro concentrada en mis genitales, y Amanda no paraba de tocármela.
Sabía lo que vendría en breve si ella no dejaba de acariciarme, pero esta vez no estaba dispuesto a pasar la vergüenza de correrme en segundos, así que la tumbé en la cama, y fui yo quien se dio el lujo de besarla.
Retiré la blusita de tirantes, y divagué por su cuello, las dulces caricias abrían  los espacios de su cuerpo, y allí entre sus sábana, saboreé cada pliegue, cada curva  y cada planicie de su cuerpo; pero mi sexo apretujado dentro de la bermuda clamaba por la oportunidad de penetrarla.
Terminamos de desnudarnos, y fue ella quien separó sus muslos  ofreciéndome  su sexo totalmente abierto e increíblemente húmedo; sin poder resistir más roce  con mi miembro sus labios, que parecían acoplarse a la suavidad de mis movimientos.
Fue difícil contenerme, sentía una imperiosa necesidad de hundirme en su sexo, y sujetando mi pene de la base, lo acomodé en la entrada desplazándome en su interior.
Que deliciosa sensación, nada es comparable a la humedad de una mujer, a  sentir como tu carne va abriendo paso, en ese túnel maravilloso que cede a la presión que ejerce tu verga, nada se compara a verla contorsionarse de placer mientras pronuncia tu nombre Joder!! con solo hundírsela un par de veces sentí que quería correrme.
_Amor ahhh aguanta mi vida…usa tus dedos …usa tus dedos!!!
Verla tan deseosa, despertó mi imperiosa necesidad de complacerla, y haciendo caso de sus clamores, usé mis dedos para estimular su clítoris mientras la atacaba con fuerza…
_Asiiii Leooo, asiii, duro amor… duroooo!!!
Gruesas gotas de sudor se formaban en mi frente, mientras estoicamente resistia las ganas de dejarme ir, ella suspicazmente giró su cuerpo, y sentándose sobre mí, dio rienda suelta a sus ganas de follar.
Su cabellera castaña, se agitaba sobre sus hombros, siguiendo el ritmo de sus senos que bricoteaban en cada metida, hasta que los espasmos de su vulva y sus líquidos regándose en mi pubis, liberaron también mi urgencia de correrme.
Se dejó caer sobre mi cuerpo; la sensación de haber compartido un orgasmo nos dejó plenamente felices, sin ganas de decirnos nada, pero totalmente felices.
Aquella fue mi primera experiencia sexual, después vinieron  otras, quizá mejores, quizá más intensas, pero ninguna con tanto candor, ninguna que me excitara tanto recordar y ninguna que  se marcara tanto en mi memoria….
Amanda fue un ángel en mi vida, que no solo me abrió las puertas de su cuerpo para el goce, sino que me enseñó a enfrentar la vida como todo un varón. Lamentablemente muestro tiempo juntos no duró más que unos pocos meses, pues al término de mi bachillerato, el sueño de mi madre de estudiar en el extranjero se le hizo realidad a través de mí, y pese a que yo tuve ciertas dudas en decidirme por esa opción, ambas  me impulsaron a aprovechar esa oportunidad.
No quiero recordar la despedida, tan solo decir que en la última noche juntos, me marcó con sus besos, y en la mañana después un  triste adiós, agarré un avión que me alejó de ella durante años.
Los primeros meses extrañaba mi país, mi familia, los amigos, hasta la comida ecuatoriana y la extrañaba a ella sobre todo a ella, pero el tiempo cura todo y en esos años de preparación académicamente, nuevos vientos llegaron a mi vida y nuevos amores me devolvieron la sonrisa. Aunque nunca perdimos contacto, Amanda pasó a ser parte de mis más hermosos recuerdos, y como es lógico, tanto para ella como para mí, la vida continuó…
El tiempo pasó, mi sueño de graduarme llegó a feliz término y trabajé un par de años antes de decirme a volver a mi país; es innegable que pese a estar en una buena situación,  llega un momento en que las llamadas, los mensajes, los videos no son suficientes, y yo necesitaba ver a mi familia, abrazarla, sentirla, así que decidí que ya era tiempo de regresar.
El reencuentro fue emotivo, el abrazo cálido de mi madre me hizo sentir que todo recuerdo triste estaba olvidado. Después volteé hacia mi tía, estaba radiante, tan hermosa como la recordaba, quizá algo más redondeada en carnes pero igual de bella, me quedé unos segundos contemplándola, quizá comparándola con la imagen que en mi mente guardaba de ella, pero la voz de mi madre me sacó de mis ensoñaciones
_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, que es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!!
_Madre como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que… bueno más bien las noto lindas a las dos dije intentando corregir mi metida de pata
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho señalo mi tía tomando la iniciativa en abrazarme
Besé sus mejillas y la ceñí con fuerza hasta hacerle  faltar el aire, la apreté aún  más  contra mi cuerpo y nos quedamos varios segundos juntos, los suficientes como para que el recuerdo de su piel  inesperadamente volviera a inquietarme. Luego tratando de recuperar el control la sujeté por la cintura dando vueltas con ella
_Jajaja muchacho loco  aquiétate!!! que terminaremos rodando por el piso
Ante sus súplicas me detuve  y mirándole a los ojos susurré:
_Te juro que nada me gustaría más que eso…
_Qué dices?
_.Que nada me gustaría más que  terminemos rodando por el piso…
Amanda percibió mi doble intención, y se quedó estupefacta, joder!! que  yo ya no era el jovenzuelo timorato que se hizo hombre en sus brazos; había vivido, había recorrido mundo y era bueno que ella tenga claras las cosas.
Un toqueteo en mi espalda me hizo girar para ver de quien se trataba
_Y a mí no me vas a saludar primo?
_Pamelita!!!! Mira que grande estas, ven acá princesa!!
Abracé a mi prima con ternura, atrás habían  quedado los tiempos en que la pequeña de trenzas rubias y vocecita chillona jugaba a ser mi sombra, ahora era una jovencita hermosa como tía Amanda; no cabía duda que las mujeres de mi familia había sido bendecidas con un encanto particular.
Se me colgó del cuello emocionada
­Te extrañe tanto primo!!!
_Muuuy comprensible, de seguro no tenías a quien robarle monedas, le dije en son de broma mientras la abrazaba fuertemente
_Jajaja verdad!!, además no tenía a quien perseguir todo el día, quien me compre golosinas, y quien me lleve a pasear, ahhh y quien juegue a la pelota conmigo!!
_Jajaja pequeña, tan lindos recuerdos. Te extrañe linda, las extrañe demasiado.
Volver a adaptarme  a mi familia fue relativamente fácil, mi madre con los años se había vuelto más afectiva, mi prima  se había convertido en una jovencita encantadora, solo mi tía parecía no haber cambiado seguía siendo para mis ojos increíblemente sexy.
Como decía, nada parecía haber cambiado, continuaban viviendo en la misma edificación,  compartiendo las cenas de fin de semana, mi tía seguía cocinando delicioso y usando las delgadas pijamas sin sujetador  y para no variar sus tetas seguían volviéndome loco.
Honestamente yo creí que ese capítulo de nuestras vidas se había cerrado, pero el hecho de mudarme con mi madre una temporada, hasta encontrar mi propio espacio hizo que forzosamente volviera a tenerla cerca, y todas las emociones que  antes de volver a verla, creí dormidas, empezaron a despertar, solo que esta vez yo estaba dispuesto a torcer el destino a mi favor.
Los primeros días fue imposible estar a solas con ella, pues a más de tomarme unas merecidas vacaciones, me la pasé de visita en casa de otros familiares, sin embargo no perdía oportunidad de mandarle al menos algún mensaje, que le mostrara que pensaba en ella.
Cuando todo empezó a normalizarse, empezamos a compartir las cenas, Pamela solía pedir que les relate  episodios de mi vida, así que varias noches nos quedamos los cuatro charlando amenamente después de cenar. Una de esas ocasiones, mi madre debido al cansancio se despidió  temprano y Pamela siendo que era fin de semana salió a distraerse con sus amigas, quedándome al fin a solas con tía Amanda.
_Amanda…Amanda…sigues tan hermosa como antes, señalé acariciando los nudillos de su pequeña mano
_Gracias querido, veo que sigues siendo gentil respondió retirándola con suavidad
_Necesitaba hablar contigo a solas, todos estos días ha sido casi imposible tener un minuto de paz
­_Es cierto Leo, pero entiéndelas están emocionadas de tenerte de nuevo en casa
_Y a ti Amanda, también te emociona verme?, porque la verdad te siento algo distante
_Que dices Leonardo, por supuesto que estoy feliz!!, eres mi sobrino y sabes bien que te extrañamos
_Preferiría que hablaras en singular, el te extrañé me gusta más que el te extrañamos
_Jajaja que dices muchacho acaso no significa lo mismo?
_No tía, de ninguna manera y sabes bien a lo que me refiero
_No, no sé a qué te refieres exactamente, pero en fin, ya hablaremos en otro momento creo que es mejor ir a descansar
_Huyendo no solucionas nada Amanda, tenemos una charla pendiente
_Será en otro momento ahora yo…tengo algo de cansancio
_Cansancio, miedo o nerviosismo tía? porque casi te veo temblar murmuré volviendo a sujetar su mano entre la mía
_Leo si te refieres a…
_Si tía, justamente a eso, a lo que un día tu y yo sentimos, a lo que vivimos, a nuestra historia
 _Ya no tiene caso Leo, las circunstancias han cambiado
_Lo único que sé, es que estás casi temblando y eso me hace pensar que aun sientes algo por mí; no creo equivocarme Amanda, tus pezones se han levantado… creo que ellos si me han extrañado
_Leo… yo…
_No digas nada mujer
_Por favor escúchame…
_Ya no la dejé hablar, mis labios se unieron a los suyos y ella poco a poco respondió a mis besos abriendo la boca, permitiendo que nuestras lenguas se vuelvan a encontrar. Nos besamos intensamente, y luego tomándola de la mano la arrastré a mi habitación
Me quité la camisa y le arranqué el brasier; sus tetas aunque menos altivas, seguían  siendo hermosas,  al punto que se me antojaba agarrarle de las caderas y penetrarla hasta cansarme, pero preferí llenarla de besos  y estremecerla con caricias. Al son de comernos a besos, la atraje hacia mí y paso a paso la orillé hasta rodar por la cama, ella abrió sus piernas entrelazándolas a mi espalda, lo cual me permitió hacerle sentir a través de la ropa toda la potencia de mi miembro.
 Mientras nuestros cuerpos tibios se restregaban buscando más acoplamiento, abrí la boca sobre sus senos, chupandolos con ansias. Sus tetas en mi rostro me excitaban tanto que no paraba de comérselas, de morder y lamer sus  pezones, volteaba  de una a otra haciendo que gima de placer; la verdad es que me gustaba tanto  incitarle que hubiera podido pasar horas allí, pero el resto de su cuerpo también pedía ser atendido.
Entre beso y beso nos liberamos del resto de la ropa, ávidamente tomé el camino de su  abdomen hacia la pelvis, aspirando el suave  olor de su pubis que se hallaba cubierto por una finísima alfombra de vellos, descendí mi lengua unos centímetros hasta los pliegues de sus labios, y sediento de ella bebí los líquidos que empapaban su coño. Amanda respondía a mis requerimientos abriéndose toda, y buscando  desesperadamente la inserción de mi miembro.
Mientras lengüeteaba sobre su clítoris, la penetré con mis dedos, su sexo mojado facilitaba el movimiento circular con el que estimulaba su vagina en constantes meneos de entrada y salida. Ella deliraba en mi brazos y eso me generaba aún más placer.
_Te gusta amor te gusta lo que te hago?
_Ohh Leo..Leo.. me gusta ahhh
_Cuánto linda….cuánto te gusta?
_Mucho.. demasiado… dámela… dámela de una vez
_Claro que te la doy  mi vida  si me encanta follarte, solo quiero que me la pidas como se debe
_Joder!!! que me la metas!!! fóllame!! folla a tu putilla
_Así mamita así…date vuelta que  te voy a dar  lo que te hace falta
Nuestras frases se volvían fuertes pero ambos parecíamos disfrutar liberándonos, era  nuestro reencuentro y no se nos antojaba el sexo dulce de antes, queríamos sexo crudo. Coger…tirar… follar…
Ella misma se puso en cuatro ofreciéndome sus entrañas, y yo enloquecido la agarré de las pechos mientras me juntaba a su trasero. No resistí más las ganas de tenerla y  ubicando mi pene en su entrada  me desplacé lentamente por su abertura.
Amanda gimió mientras la prolongación de mi pene llegaba a lo más profundo, luego placer mucho placer. Los movimientos de nuestros cuerpos amándose desenfrenados, nos llevaban a otra dimensión en la que yo procuraba resistir a muerte para satisfacerla. 
Empujé mi cadera sin detenerme, con furia, arremetiendo contra aquel sexo cálido que ahorcaba mi pene produciéndome infinitas sensaciones de placer, hasta que en total agotamiento Amanda  dejó caer su pecho en  la cama, mientras convulsionaba y gemia enloquecida. Nada podía satisfacerme más que su linda carita orgásmica.
 Tumbándome junto a ella volví a comerle la boca y  descendiendo  por su espalda  eché mano a su trasero; luego de unos cuantos morreos, mi tía se ubicó entre mis muslos, y se dio a la insuperable tarea de comérmela, sus labios carnosos se ajustaban al grosor de mi miembro succionando mi glande y tragando buena parte de mi instrumento. Era un encanto verla tan engolosinada, subía y bajaba acelerando y luego disminuía la intensidad para volver a atacar. No pude más,  el impacto de sus ojos fijos en los mios mientras me la chupaba, fue el detonante que hizo que  llegara no solo a eyacular sino a expulsar parte hasta de mi alma…
Después de unos minutos de descansar abrazados, nuestros cuerpos buscaron más caricias. Nuevamente  me deleité en sus genitales solo que esta vez,  agité mi lengua desde las comisuras de sus labios  hasta bordear su orificio mas intimo
Sus gemidos se incrementaban a medida que mi lengua estimulaba sus pliegues. El suave masaje en su clítoris le hacia abrirse permitendo que uno de mis dedos iniciera el juego de inserción en su esfínter, pero pese a estar muy excitada tensaba sus glúteos impidiendo mayores avances.
_Ohhh Leo.…duele…ahhhh…duele…
_Amor tranquila ..solo relájate…
_ Leo…no lo sabes pero..es que nadie ha estado ahí…
_Tranqula amor ..confia en mi, iremos despacio
_Ahhh…no..no estoy…muy segura..i
_Tía,  hace unos años tu me enseñaste a amar, ahora deja que sea yo   quien te enseñe…
Mis ultimas palabras terminaron de convencerla,  la conduje suave sin presionarla; acaricié su cabello, su espalda, su  trasero, volviendo una y otra vez a su boca que respondia con desenfrenados besos profundos; pero fue la  estimulación de sus senos, el punto máximo de calentura que la hizo ceder a  mis deseos de ponerse en cuatro.
Me ubiqué tras de sus caderas, hundiendo mi rostro en su cola; lubriqué su esfínter, masajeándolo con mis dedos, que a medida que ella se cedía se iban introduciendo en su interior. Continué estimulándola hasta que ella misma botando su cuerpo hacia atrás logró que mi miembro tomara posición.
Sin dejar de acariciar su clítoris, empujé la pelvis penetrándola con suavidad, abriéndome paso en sus estrechas paredes, ella gemía y a medida que me deslizaba en su interior, sus estremecimientos se hacían mas briosos y mis ataques más salvajes,  al punto de que fundidos en un vaiven de sensaciones explotamos en un orgasmo incomparable.
Agotada recostó su cabeza en mi pecho y yo respondi acariciándole la mejilla. Despues de unos minutos de quedarnos en silencio Amanda musitó:
_Leo esto es una locura
_Sí, una locura hermosa
_Hermosa pero igual  debemos dejarla
_No digas nada  mujer, porqué te gusta complicar las cosas? nos gustamos, nos deseamos, ponle el nombre que quieras, amor, pasión deseo, ganas, lo que sea; pero me gusta estar contigo
_Leo no sigas, sabes que tengo razon, ademas  hay algo que tú no sabes
_Por favor  Amanda no arruines el momento
_Es que …yo..yo…salgo con alguien entiendes? Sé que debi decirlo antes
No esperaba aquella confidencia, pero no perdí el aplomo y traté de minimizar lo que había escuchado
_Es lógico Amanda, si eres encantadora; de hecho también yo salí con otras mujeres, pero aún podemos intentarlo…
_Hombre, como dices eso!! Se te olvida que soy tu tía, tu tía!!! ….además,  llevo más de un año con él, es un hombre que me ha dado paz, quizá no la pasión que tú me ofreces, pero a mi edad busco tranquilidad, busco algo más que sexo, un hogar y eso es algo que jamás tendré contigo…
_Tía yo por ti…
_No amor, no digas nada, no es tu  culpa, son las circunstancias. Sé que mis acciones de hoy contradicen lo que digo y te pido disculpas  por ello pero…
_Tía, escúchame!!
_Leo no más… solo déjame, dejame ser ser feliz…a mi modo…
Su última frase  me partió el alma y la abracé. Un día me fui de su lado y  había llegado el momento en que la deje irse del mío.
  Terminó de vestirse, me miró dulcemente con esos ojazos claros y hermosos, y vi en ellos la sombra de su amor maternal
_Te quiero sobrinito
Le besé la frente y la volví a abrazar; en ese momento comprendí que nuestro afecto filial trascendía al deseo, aun así,  con la voz casi entrecortada susurré:
_Volveré a tenerte?
Dudó unos segundos que para mí fueron la luz  de la esperanza y en voz casi inaudible respondió:
_Sin preguntas Leo…sin preguntas…
Que significaba aquello? No lo sé…solo el tiempo da las respuestas…
Después de que salió de mi habitación subí a la terraza, el aire frio de la noche dispersaba mis pensamientos; llevaba cerca de una hora allí, cuando el portón principal se abrió, dando paso a la delgada silueta de Pamela. 
_Que horas son estas de llegar niña!!
_Ay primo!!!! ni siquiera es la media noche…daba una vuelta con unas amigas. Y tú, qué haces ahí?
_Contando estrellas dije burlonamente
_Jajaja vas a necesitar ayuda…ya te alcanzo
Subió a prisa los  graderíos y me estampó un beso en la mejilla
_Y a más de contar estrellas en que pensabas?
_Meditaba nena, meditaba  en mi vida, en  los asuntos que tengo pendientes; ya sabes cosas de adultos
_Mmmm pero se te nota algo triste
_No linda, no es tristeza, quizá solo es algo de nostalgia; la verdad es que soy un tipo realmente afortunado
_Ah sí? Y se puede saber porque?
_Porque la vida me ha permitido vivir cosas, que otros hombres  no tienen  oportunidad de disfrutarlas ni en sueños
_Mmmm eso tiene relación con una mujer cierto?
_Jajaja eres muy lista y demasiado curiosa
_Debió ser hermosa
_Bueno, pues sí, siempre he tenido la suerte de que se me crucen mujeres hermosas
_Jajaja Leo que humilde eres!!! Oye….y yo ….yo te parezco hermosa?
Aquella pregunta me desconcertó  porque  fue lanzada con una mirada  profunda e intensa
_Sí Pame, eres preciosa, siempre he dicho que las mujeres de mi familia son bellísimas, respondí evitando un comentario inadecuado.
_O sea que te parezco bonita, insistió de forma traviesa
_Mucho, mucho, pero… ya es hora de ir a dormir pequeña, respondí acariciando su mejilla
_Sí, tienes razón, buenas noches Leo
Se acercó lentamente, y al despedirse, en lugar de besar mi mejilla, depositó un suave beso en  mis labios
La sostuve de los hombros, buscando en sus ojos una explicación a la inapropiada caricia, pero sus labios se abrieron tan solo para confundirme más 
_Leo, no solo tú eres afortunado, las mujeres de ésta familia, también lo somos….
Me estremecí sin saber qué interpretar,  y en ese bendito momento en que nuestras pupilas se encontraron, me percaté que al igual que tía Amanda, Pamela tenía los ojos dulces y la sonrisa traviesa…
FIN
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 

Relato erótico: “Prostituto 20 Correos obscenos de una puta preñada” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2
Siendo un prostituto desde hace dos años, creía que nada podría sorprenderme pero os tengo que confesar que no entendí la actitud de Kim ni de sus correos. Todo empezó a partir de una fiesta a la que acudí como acompañante. Esa noche me había contratado Molly, una morena bastante simpática que pasada de copas, me pidió que la follara en el jardín de la casa. Como eso no representaba ninguna novedad, satisfice sus deseos echándole un buen polvo tras unos arbustos. Encantada con el morbo de la situación mi clienta quiso que la llevara a su casa y que allí repitiéramos faena, pero debido a la borrachera que llevaba en cuanto la desnudé, esa mujer se echó a roncar. Como ya había cobrado, la tapé y tranquilamente me fui a mi apartamento a dormir la mona. Fue una noche anodina como otra cualquiera y no la recordaría siquiera si al cabo de unos días, no hubiera recibido un correo de una amiga suya.
 
Para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando, os transcribo lo que ponía:
 
Alonso:
No me conoces, soy Kim, una amiga de Molly. Le he pedido tu correo porque, gracias a ti, no duermo. Por tu culpa, cada vez que me acuesto, tengo que masturbarme pensando en lo que vi. Por mucho que intento sacarte de mi mente, no puedo.
 
Te preguntarás el porqué. ¡Es bien sencillo!:
 
El viernes yo también fui a esa fiesta. Lucian me invitó porque fui con él a la universidad. Acudí con mi esposo y te juro que me lo estaba pasando bien pero, al cabo de un rato, ese ambiente tan cargado me cansó y por eso estaba sentada en el jardín, cuando saliste con esa zorra.
 
Al principio me turbó ver que mi amiga te besaba con una pasión desconocida en ella. Estuve a punto de levantarme y salir corriendo, pero cuando ya había decidido hacerlo, vi que te quitaba la camisa e intrigada, me quedé a ver qué pasaba.  De esa forma fui testigo, de cómo te desnudaba mientras te reías de ella.  Tu risa pero sobretodo los músculos de tu abdomen me hicieron quedar allí espiando. Sé que no estuvo bien pero, cuando le obligaste a hacerte la mamada, me contagie de vuestra pasión y metiendo la mano por debajo de mi falda, me masturbé.
 
Te odio y te deseo. Soñé que yo era la hembra que abriendo la boca devoró tu miembro pero sobre todo deseé ser la objeto de tus caricias cuando dándole la vuelta, la follaste en plan perrito. Te juro que no comprendo cómo no oíste mis gritos cuando azotaste el culo de esa rubia.   Poseída por la lujuria, sentí en mi carne cada una de esas nalgadas y sin quitar ojo a tu sexo entrando y saliendo del cuerpo de mi amiga, me corrí como nunca lo había hecho en mi vida.
 
Ahora mismo, mientras te escribo, mi chocho está empapado y solo espero volverte a ver.
 
Tu más ferviente admiradora.
Kim
 
Creyendo que esa mujer lo que quería era una cita, contesté a su email informándole de mi disposición a acostarme con ella, así como mis tarifas y olvidando el tema, me fui a comer con un amigo. Después de una comilona y muchas copas, llegué a mi casa agotado y por eso no revisé mi correo hasta el día después. Con una resaca de mil demonios, observé que la mujer del día anterior me había respondido y creyendo que era un tema de trabajo lo abrí:
 
¡Cerdo!
¿Cómo crees que voy a rebajarme a pagar a un hombre?.
¡Jamás!
Ni siendo el único sobre la faz de la tierra, permitiría que tus manos me rozaran.
¡No sabía que eras UN MALDITO PROSTITUTO!  De haberlo sabido ni se me hubiera ocurrido escribirte.
Te crees que por estar bueno y tener un aparato gigantesco, voy a correr a tus brazos y después de pagarte, dejar que liberes tu sucia simiente, en mí.
¡Ni lo sueñes!
 

Si  saber las consecuencias de mis actos, di a contestar en el Hotmail y escribí un somero-¡Qué te den!- y olvidando el tema me fui a desayunar al local de enfrente. Acababa de pedir un café cuando recordé a esa loca y pensándolo bien, me recriminé por haberla contestado ya que una fanática, podía hacerme la vida imposible e incluso denunciarme a la policía. Por eso decidí no seguirle el juego y no contestarla si me enviaba otro correo.

 
Como esa misma tarde, tenía otra faena conseguida por mi jefa, al llegar las ocho, me vestí para ver a otra mujer que engrosaría mi cuenta corriente. Tampoco os puedo contar nada en especial de esta clienta, cena, polvo rápido en el parking del restaurante y antes de las doce de nuevo en casita.  Cansado por los excesos acumulados durante la semana, me dormí enseguida mientras miraba un coñazo en la televisión.
 
Os cuento esto porque a la mañana siguiente, con disgusto observé que esa trastornada había contestado a mi email, estuve a punto de no leerlo pero me quedé helado cuando lo abrí:
 
¡Maldito hijo de puta!
No te ha bastado con sacarle la pasta a Molly que hoy has tenido que llevar tus instintos a pasear en mitad de un estacionamiento.
Te preguntarás como lo sé, pues es muy sencillo: ¡Te seguí!.
Fui testigo de cómo te tirabas a esa pobre mujer y de como ella aullaba al sentir tu sucia verga retozando por su sexo. No comprendo porque me indigné al observar que ni siquiera le quitaste el vestido antes de separar sus nalgas y follártela.
Me apena creer que todas las mujeres somos iguales que ella y que disfrutaríamos sin medida con tu polla en nuestros coños, disfrutando de cada centímetro de tu extensión al tomarnos.   Todavía oigo en mis oídos, los berridos de tu víctima al correrse y no alcanzo a comprender lo necesitada que debía estar, al  recordar su sonrisa mientras que te pagaba.
Te lo advierto:
¡Deja en paz a las mujeres decentes de esta ciudad!.
 
Pálido y desmoralizado, imprimí ese correo y con él bajo el brazo, me fui a ver a Johana. A mi Madame le extraño que le fuera a ver a la boutique donde trabajaba y por eso, metiéndome en la trastienda, me preguntó que ocurría. Después de leerlo y con semblante serio, me dijo:
 
-Esta tía está como una cabra. Tienes que cuidarte, si quieres llamo a las clientas de este fin de semana y cancelo tus visitas-
 
-No creo que haga falta. Tendré cuidado y evitaré que nadie me siga- contesté fingiendo una tranquilidad que no tenía.
 
Mi jefa me advirtió de las consecuencias de una posible denuncia pero como en ese instante, entró una clienta, me despidió con un apretón de manos. Francamente preocupado, me fui a casa a intentar sacar de mi mente a esa puta pero tras una hora frente a un lienzo en blanco, di por imposible pintar algo.
Cabreado, comí en casa. No me apetecía salir del refugio que representaban esas cuatro paredes y solo cuando se acercaba la hora de ir a trabajar, me vestí. Tratando de evitar ser visto, salí por la puerta trasera del edificio y ya fuera, miré a ambos lados de la calle. Intenté descubrir si alguien me seguía pero por mucho que busqué no hallé ningún rastro de mi acosadora. Convencido de que aunque no la viera, esa puta podía estar siguiéndome, me cambié de acera varias veces como tantas veces había visto en las películas, antes de coger el taxi que me llevaría a mi cita.
 

De esa forma, llegué al hotel donde dormía la clienta que iba a ver. Más tranquilo pero en absoluto relajado, estuve atento a cualquier indicio que me hiciera suponer que estaba siendo espiado por eso me costó concentrarme en la cincuentona que esa noche me había alquilado. Sabiendo que la noche estaba siendo un desastre, le pedí a esa morena que subiéramos a su habitación. Ella se mostró reacia en un principio pero una vez allí, seguro de no ser observado, volví a ser el mismo y cinco horas después, salí del establecimiento dejando a una hembra satisfecha y agotada sobre las sábanas. Al llegar a mi apartamento, volví a entrar por detrás y directamente me fui a la cama.

 


Os tengo que reconocer que al despertar lo primero que hice fue mirar el puto email y al ver que no tenía ninguno de esa perturbada, con una felicidad exagerada, me fui a desayunar a bar de siempre. Una vez allí, saludé a la encargada con un beso en la mejilla y con nuevos ánimos, me senté en el sitio acostumbrado. No llevaba ni cinco minutos en esa mesa, cuando me tuve que cambiar porque dominado por una absurda paranoia, me di cuenta que desde ahí no veía quien entraba o salía del local. Por eso me cambié a un lugar donde pudiera observar todo el local y  desde allí, tras escudriñar mi alrededor, desayuné.
 
Al volver a mi estudio, directamente me puse a pintar y al contrario que el día anterior, las musas se apiadaron de mí y en menos de dos horas, había esbozado un cuadro. Satisfecho por la soltura con la que mis pinceles plasmaron las ideas de mi mente, me serví un café y haciendo tiempo, eché un vistazo al correo.
 
-¡Mierda!- maldije en voz alta al percatarme que esa puta me había escrito y sabiendo que debía leerlo, lo abrí:
 
Me alegro que hayas recapacitado y que como un buen chico, te hayas mantenido lejos de tu pecaminoso oficio. Te acabo de ver desayunando y se te notaba radiante.
¡Ves como tengo razón!
Solo manteniendo un comportamiento honesto, serás feliz. Sé que eres un hombre sensual y con necesidades, por eso te aconsejo busques  a una sensata mujer que te aleje del pecado. Con ella podrás dar rienda suelta a tu sexualidad y liberar la tensión que de seguro se está acumulando en tu hermoso sexo.
Cuando experimentes la sensación de poseer a una dama que sea realmente tuya y no una viciosa, te darás cuenta que sus gemidos al ser penetrada por ti, sonarán diferentes. Sus berridos al correrse serán una muestra de amor y no de lascivia.
Lo sé por soy mujer y con solo imaginarme tener un marido como tú, sé que me desviviría por complacerte. Te esperaría desnuda y dispuesta cada noche cuando llegaras de la oficina para que al tocarme y comprobar que tenía el coño chorreando por ti, me tomaras brutalmente.
Me daría por completo para que no tuvieses que buscar fuera, lo que ya tendrías en casa. Mis pechos, mi sexo, mi boca e incluso mi culo serían tuyos. Te pediría todas las mañanas que antes de irte a trabajar, me sometieras con tu verga entre mis nalgas y solo después de haber sembrado mi cuerpo, te despediría en la puerta con un beso y la promesa que al retornar a nuestro hogar, encontrarías a tu hembra ansiosa de ti.
Un beso y sigue por esa línea.
KIM
 
-¡Será hija de puta!- exclamé doblemente alucinado.
 

Por una parte, esa zorra me confirmaba que seguía espiándome y por otra, dando rienda a su mente calenturienta, describía una idílica relación donde ella era la servicial esposa y yo el marido. Cualquiera que leyera su escrito, comprendería que Kim era una perturbada que soñaba con ser poseída con dureza por mí. Como su locura la hacía más peligrosa, decidí que a partir de ese día debería incrementar mis precauciones y por eso, cuando nuevamente tuve que salir a cumplir con mi deber, me escabullí de la misma forma que la noche anterior pero cambié dos veces de taxi antes de dirigirme al chalet donde había quedado. Confiado de no haber sido seguido y sumado a que ese el servicio fuese en un domicilio particular, hizo que desde un principio fuese el de siempre y tras una noche de pasión, retornara contento a casa. Eran más de las seis cuando entré por la puerta y aunque estaba cansado, no pude dejar de mirar mi ordenador para comprobar si esa zumbada me había escrito. Desgraciadamente, una mensaje en negrita del Hotmail con su nombre me reveló que lo había hecho y sin poder esperar al día siguiente, decidí leerlo:

 
Querido Alonso:
Esta noche cuando he pasado por tu casa y he visto el resplandor de la televisión en tu ventana. Sabiendo que estabas solo, tuve ganas de subir para agradecerte que sigas firme en tu decisión de abandonar tu asqueroso modo de vida. Se lo duro que te tiene que resultar pasar las noches sin que una mujer se arrodille ante ti y bajando tu bragueta, introduzca tu miembro hasta el fondo de su garganta. Reconozco tu valor y tu fuerza de voluntad, al negar tus sucios instintos y sufrir en silencio, la abstinencia.
Te reitero que debes buscar una mujer que sea impecable de puertas a fuera de tu casa pero, que en la intimidad de tu dormitorio, deje que la poseas de todas las maneras que tu fértil imaginación planteé. La candidata debe saber que tú eres su dueño y obedecerte ciegamente. Una hembra consciente que esclavizándose a ti y siendo tu sierva, logrará alcanzar un placer sin límites.
Sabrás que has acertado cuando al llegar cansado, ella te descalce en la entrada y poniéndose a cuatro patas, te pida que la castigues porque ese día sin tu permiso se ha masturbado pensando en ti. Te aviso que entonces, debes quitarte tu cinturón y cogiéndola del pelo, azotar su culo para que respete. Una buena esposa disfrutará cada golpe y ya con trasero rojo, te pedirá que le separes las nalgas y sin más prolegómeno, tu sexo se enseñoree forzando su ojete.
Mientras la consigues para facilitarte el trance, considero mi deber, ya que yo soy la culpable de tu cambio, enviarte algo que te sirva de inspiración pero sobretodo que llene tus noches de soledad.
 
La voz de tu conciencia.
 
KIM
 
Después de leerlo, comprobé que tenía un archivo de video adjunto y aunque me suponía lo que me iba a encontrar, le di a abrir. Tal y como había supuesto era un video casero, donde una mujer se masturbaba diciendo mi nombre. No me extrañó observar que esa guarra estaba desnuda ni que abriendo su chocho de par en par, cogiera su clítoris entre sus dedos y se pusiera a pajear. Lo que fue una sorpresa fue descubrir casi al terminar que su vientre tenía una curvatura evidente.
 
“¡Está embarazada!” pensé parando la escena y ampliándola.
 
Aunque había tratado de ocultar su estado durante todo el video justo al terminar se le debió mover la cámara o el móvil con el que se había filmado, mostrando tanto su panza como unos enormes pechos.  Revisando a conciencia la imagen, me excitó observar que decorando esas ubres lucía unas negras aureolas. Nunca había visto nada igual, no solo eran gigantescas, lo más impresionante era que, producto de la excitación que consumía a su dueña, las tenía totalmente duras y desafiando a la gravedad, esta no había hecho mella en ellas.
 
-¡Menudas tetas!- exclamé hablando solo.
 
Estaba sorprendido y caliente por igual. Sin meditar las consecuencias de mis actos, me pajeé mirando a esa zorra mientras mis dedos tecleaban una respuesta:
 
Mi Querida Zorra:
 

Si no he salido durante dos noches, no ha sido porque recele de mi oficio sino porque he estado reservando mi leche para rellenar tu culo con ella. Y si crees que no sé quién eres, tengo que decirte que además de embarazada eres una ingenua.

Te descubrí desde el primer momento y por eso, me exhibí ante ti. No creas que no sabía que nos estabas mirando mientras me tiraba a la zorra de tu amiga o que no escuché tus berridos al correrte. No te dije nada porque quería calentar la puta olla a presión que te has convertido. La segunda noche en el aparcamiento, al localizarte espiando, decidí regalarte un espectáculo y por eso, tomé a esa guarra de pie contra el coche. Cada vez que la penetraba, me imaginaba que eras tú, la cerda que llorando de placer se retorcía entre mis piernas.
Tengo que informarte de que he decidido que ya estás preparada y por eso, esta tarde te espero en mi casa a las seis. Deberás venir con un abrigo que tape tu desnudez. Quiero que al abrir la puerta te lo quites y como la cerda sumisa que eres, te coloques en posición de esclava y así esperes la orden de tu dueño.
Te demostraré quien manda y retorciendo tus pezones, te follaré hasta que me ruegues que te deje correrte. Pero recordando el modo tan poco respetuoso con el que te has dirigido a mí,  te lo impediré y tras mojar mi pene en tu sexo, te romperé ese culo gordo de un solo empujón.
 
Un lametazo carente de cariño en tu pestilente clítoris.
 
Tu dueño.
 
Pd. Tengo el email de ese inútil con el que compartes cama, ¿no querrás que reciba una copia de tu video?
 
 
Envalentonado por el órdago y los whiskies que llevaba, mandé ese correo mientras veía, una y otra vez, los treinta segundos de masturbación que mi acosadora me había regalado sin saber que los iba a usar en su contra. Con su recuerdo en mi retina, me tumbé en la cama y tras dejar que el placer onanista me venciera, dormí como un tronco mientras se llenaba mi mente de imágenes donde, ejerciendo de estricto amo, castigaba a esa sumisa.
 
Habiendo descansado después de una semana de estrés y humillación, me levanté a la mañana siguiente pletórico pero con el paso de los minutos, me empezaron a entrar dudas.
 
“¿Habré metido la pata?, ¿Y si no es ella la protagonista?” pensé perdiendo mi supuesta confianza y por eso, antes de darme la ducha matutina, miré mi correo en busca de una respuesta de esa puta.
 
Comprendí su absoluta claudicación y que no me había equivocado, con solo leer el título del mensaje “¡Gracias, Amo!”. Sonriendo, lo abrí y empecé a leer:
 
Mi adorado amo:
 
He recibido con alegría su mensaje. Le agradezco  que me considere apta para ser su sierva y por eso le confirmo que tal y como me ha ordenado, esta tardé estaré en su casa y pondré mi cuerpo a su disposición.
Sé que tiene motivos suficientes para castigarme y con impaciencia espero el correctivo que usted desee aplicar a su puta.
Con mi coño ardiendo por el honor que me ha concedido, se despide:
 
Su humilde esclava Kim.
 
Pd. No hace falta que el eunuco de mi marido se entere que la zorra de su mujer tiene un dueño que no es él.
 
Al terminar tan grata lectura, solté una carcajada y encantado con la vida, me metí en la ducha. Bajo el chorro de agua y mientras me bañaba, planeé el modo con el que vengaría la afrenta. Cuanto más pensaba en ello, mas cachondo me ponía la idea de follarme a una tipa con semejante tripa. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo por no masturbarme. Quería ahorrar fuerzas para esa tarde, de forma que todas mis energías estuvieran intactas a la hora de someter a esa mujer.
Las horas pasaron con una lentitud insoportable y ya estaba al borde de un ataque de nervios cuando escuché el telefonillo.
 
-Sube- ordene con tono serio y dejando la puerta entreabierta, me senté en una silla del hall.
 

Kim no tardó en subir en ascensor y tocando previamente, entró en mi apartamento. Al verme allí cerró y mirándome a los ojos, dejó caer su abrigo al suelo quedando completamente desnuda. Siguiendo mis instrucciones, iba a arrodillarse cuando le ordené:

 
-No, quiero antes comprobar la mercancía-
 
La mujer obedeció de inmediato y en silencio esperó mi inspección. Desde mi asiento, me quedé observándola con detenimiento. Contra lo que había creído Kim era una mujer guapa a la que el embarazo lejos de marchitar su belleza, le había dado una frescura difícil de encontrar. Alta y delgada, la tripa aún siendo enorme parecía un añadido porque, exceptuando a sus dos enormes tetas, el  resto de su cuerpo no se había hinchado por su preñez. Su culo con forma de corazón podía competir con el de cualquier jovencita al mantenerse en forma.
Decidido a humillarla, me levanté y cogiendo sus peños entre mis manos, los sopesé mientras decía:
 
-Pareces una vaca-
 
La mujer, consciente de su atractivo, contestó:
 
-Mi leche es suya-
 
-No te he dado permiso de hablar- repliqué mientras con las yemas le daba un duro pellizco. Kim reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse.
 
Siguiendo mi inspección, palpé su abultada panza advirtiendo que la tenía tremendamente dura. Era una novedad para mí y por eso me entretuve tocándola de arriba abajo mientras los pezones de mi sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación. Al llegar a su sexo, descubrí que lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le dije:
 
-A partir de hoy te lo dejarás crecer, solo las mujeres libres pueden lucir un coño lampiño-
 
Sumisamente, la mujer me respondió que así lo haría, sin darse cuenta que me había desobedecido. Fue entonces cuando le solté el primer azote en su trasero. Aunque esperaba un chillido o al menos una lágrima, esa zorra me sorprendió poniendo una sonrisa. Su actitud me hizo saber que me estaba retando y que me había respondido conociendo de antemano que eso conllevaría un castigo.
 
“Si eso busca, eso tendrá” pensé justo antes de soltarle un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante mí.
 
Kim debía de haber tenido un amo con anterioridad porque con una pericia aprendida durante años, adoptó la postura de esclava y así, esperó mis órdenes. Arrodillada y apoyada en sus talones, tenía las manos sobre sus muslos mientras permanecía con la espalda recta y los pechos erguidos.
 
-Separa las rodillas-
 
Con la barbilla en alto, mostrando arrogancia, Kim abrió sus piernas y sin esperar a que se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándome contemplar su clítoris.  Cabreado me di cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordené que me siguiera a mi estudio. Comportándose como una esclava perfectamente adiestras, la mujer me siguió gateando sin que eso hiciera mella en su ánimo.
 
Ya en mitad del salón, le ordené que no cambiara de postura y así con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas, la dejé sola. Al minuto volví con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los di. La embarazada comprendió mis instrucciones y sumisamente se lo incrustó, rellenando su trasero y su sexo.
 
-A plena potencia- susurré mientras pensaba como podría vencerla.
 

Mecánicamente, Kim aceleró la vibración del aparato y sin mostrar ninguna emoción, se me quedó observando. Comprendí que esa puta jugaba con ventaja porque yo no era un amo y ella sí una sumisa. Bastante preocupado, me quedé pensando en lo que sabía de esa zorra, cuando al pasar mi mirada por su estómago, me di cuenta que estaba enfocando mal el asunto. Todavía hoy sé que vencí gracias a ese momento de inspiración que me hizo abrir un cajón y sacar un rotulador permanente.

 
Kim ni se inmutó cuando, colocándome detrás de ella, le pinté “SOY PUTA” en sus nalgas unas palabras y solo cuando después de sacarle un par de fotos con mi móvil se las mostré, convencida de su superioridad en esos menesteres, me preguntó con tono altanero:
 
-¿Mi amo piensa castigarme mandando las fotos a mi marido?-
 
-No, putita. El tipo ese me la trae al pairo. Las fotos son para tu hijo cuando crezca, quiero que sepa y lea en tu culo que eres una zorra-
 
Asustada, se quedó callada y con lágrimas en los ojos, me rogó que no lo hiciera. Ni me digné a contestarla y sacando una serie de instantáneas más, prolongué su sufrimiento. A base de flashes, fui socavando sus defensas y solo paré cuando la mujer ya lloraba abiertamente. Entonces y recreándome en el poder recién adquirido, le susurré mientras le soltaba un duro azote:
 
-Estoy seguro que al verlas, me pedirá que le deje disfrutar de este culo-
 
Vencida y con la imagen de su vástago fustigando su trasero, la mujer gimió sin parar de berrear. Con el mando en mi poder, me senté y le ordené que viniera hacia mí. Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada.   Sumisamente, Kim se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Su pasado adiestramiento facilitó las cosas y con una maestría increíble, llevó mi glande hasta el fondo de su garganta.
 
Sus lágrimas bañando mi extensión, me confirmaron su derrota y mientras, completamente entregada, buscaba darme el placer que le había demandado, recordé que no sabía el sexo del bebé y lanzando un órdago a la grande, le solté:
 
-Estoy deseando ver a tu HIJA en tu misma postura. De seguro que saldrá tan puta como su madre-
 
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir. Al estar embarazada, sus movimientos fueron lo suficientemente torpes para que ni siquiera hubiera terminado de incorporarse cuando ya estaba a su lado. Poniéndome tras ella y aprovechando que tenía mi pene erecto, sustituí al consolador que se había quitado y de un solo empujón, se lo metí hasta el fondo de su vagina.
 
-¡No!, ¡Por favor!- gimió al sentir su conducto violado.
 
Sin apiadarme de ella, forcé su integridad a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, la mujer tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
 
-¿No es esto lo que venías buscando?-
Hecha un mar de lágrimas, me reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y paulatinamente, el dolor y la humillación que la turbaban se fueron diluyendo, siendo reemplazadas por una excitación creciente.  El primer síntoma de su claudicación fue la humedad de su coño. Completamente anegado por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Con una ferocidad inaudita, Kim forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro sin parar de gemir.
 
-Recuerda que tienes prohibido correrte- le recordé mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
 

La nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero hinchado, al experimentar esa presión desconocida, la terminó de volver loca y aullando como loba en celo, me rogó que la dejara liberar la tensión de su entrepierna. Ni siquiera la contesté porque abducido por la lujuria, en ese momento, mi miembro explotó en su interior regando con mi semen su conducto. Completamente insatisfecha, se quedó inmóvil consciente que un movimiento más  le llevaría al orgasmo. Encantado con su entrega, eyaculé como poseso, tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.

 
Kim me miró desconsolada en espera de nuevas instrucciones pero haciéndome de rogar, me tiré en el sofá y cerrando los ojos, le dije que se masturbara sin correrse mientras yo descansaba. Dócilmente obedeció y cumpliendo mis deseos, torturó su clítoris con sus dedos sin quejarse. Esa paja se convirtió en un cruel martirio que estuvo a punto de hacerla flaquear en varias ocasiones y solo el perfecto adiestramiento que tenía evitó que el deseo la dominase, corriéndose.  Lo que no evitó fue que su calentura se fuera convirtiendo en una hoguera y la hoguera en un incendio que estuvo a punto de incinerarla y por eso al cabo de media hora, cuando le ordené que se acercara, esa puta estaba a punto de estallar.
 
-¿Quieres correrte?- pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
 
Sudando a chorros, me contestó que sí pero que no quería fallarme otra vez. Ya con el control absoluto en mis manos, metí dos dedos en su vulva y empapándolos bien de flujo, le pedí que se diera la vuelta y me mostrara el ojete. Sé que estuvo a punto de sucumbir con ese tratamiento pero haciendo un último esfuerzo, acató mi orden y separando las nalgas, lo puso a mi disposición. Se creyó morir al experimentar la acción de mis falanges jugueteando en su entrada trasera y pegando un gemido, apoyó los brazos en el sofá. Era tal su calentura que nada más acercar mis yemas a su ojete, comprendí que estaba listo pero forzando su lujuria, la estuve pajeando en ambos agujeros durante cinco minutos hasta que la rubia temblando  como un flan, me suplicó que la tomara. No pude dejar de complacerla y colocándome a su espalda, cogí mi pene y apuntando a su entrada trasera, la fui ensartando con suavidad. Mi lentitud la hizo sollozar y queriendo forzar su gozo, me ayudó echándose hacia atrás.
 
-Amo, ¡Por favor!- gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –Déjeme-
 
-Todavía, ¡No!- contesté,  disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura.
 
Reforzando mi dominio, al sentir mi verga hundida por completo en sus intestinos, me quedé quieto mientras con los dedos le pellizcaba los pezones. Kim chilló como una cerda a la hora del sacrificio y sin pedir mi opinión, se empezó a  empalar con rapidez.
 
-¿Te gusta mi preñada?- le dije incrementando la presión de mis dedos sobre su aureola.
 
-¡Me encanta!- sollozó tiritando al intentar retener su placer. Por segunda vez, me compadecí de ella y acelerando mis incursiones, le di permiso.
 
Lo que ocurrió a continuación fue  difícil de describir. Kim, al oírme, dejó salir la presión acumulada y  berreando con grandes gritos,  se corrió mientras su cuerpo convulsionaba contra el sofá.
 
-¡Fóllame!- ladró sin voz al sentir el ardiente geiser que brotando de su cueva, se derramaba por oleadas sobre sus muslos.
 
No necesitaba pedírmelo, impresionado por su orgasmo, había incrementado el vaivén de mis caderas y llevándola al límite, mi pene acuchilló su culo al compás de los gritos de la mujer. Convertidos en una máquina de placer mutuo, nuestro cuerpos se sincronizaron en una ancestral danza de apareamiento con la música de la completa sumisión de esa mujer ambientando el salón. Kim uniendo un orgasmo al siguiente, se sintió desfallecer y cayendo sobre el sofá, me rogó que terminara.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por su acoso había desaparecido y contagiado de su éxtasis, sembré su culo con mi simiente. La rubia al percibir mi eyaculación, no pudo evitar su colapso y desplomándose, se desmayó. Al verla transpuesta, me compadecí de ella y cogiéndola entre mis brazos, la llevé a la cama. Después de depositarla sobre el colchón, me tumbé a su lado a descansar.
 
No sé el tiempo que estuvimos tumbados en silencio, lo que si puedo deciros que al despertar esa mujer, me besó y pegándose a mi cuerpo, intentó y consiguió reactivar mi maltrecho instrumento, Una vez con el tieso entre sus manos, se agachó y antes de metérselo en la boca, me preguntó:
 
-¿Qué uso les va a dar a las fotos?-
 
-Ninguno, se quedarán guardadas en un cajón para que jamás intentes chantajearme- contesté sin percatarme que me había tuteado.
 
La muchacha poniendo cara de santa, sonrió y después de dar un lametazo a mi glande, me preguntó:
 
-¿Puedo pedirte un favor?-
 
Sin saber cuál era, le respondí que siempre que no fuera borrarlas, se lo haría. Kim, soltó una carcajada al oírme y con voz alegre, me respondió:
 
-¡Nunca me atrevería! ¡Me encanta saber que las tienes! Y soñaré con que un día repasándolas, me llames nuevamente a tu lado-
 
-¿Entonces qué quieres?- dije con la mosca detrás de la oreja.
 
-Quiero que le mandes una de ellas a mi amiga Molly- respondió luciendo una enorme y pícara sonrisa –Me aposté con esa zorra a que aún embarazada podía acostarme contigo sin pagarte y como veras: ¡Lo he conseguido!-
 
Tardé en asimilar que sus correos, su supuesto acoso e incluso su sumisión era parte de una apuesta y sabiéndome burlado, asumí mi derrota, diciendo:
 
-Lo haré dependiendo de la maestría que muestres en la mamada-
 
La muchacha se rio y mientras se agachaba a cumplir, me soltó:
 
-¡Pobre Molly! Cuando nazca mi hija, va a tener que gastarse otros tres mil dólares-
 
-¿Y eso?-
 
-Me ha prometido regalarme una noche con el prostituto más guapo de Nueva York- contestó justo antes de introducirse mi polla en su garganta.
 
Solté una carcajada y acomodándome la almohada, disfruté de la felación de esa manipuladora pero encantadora mujer.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 


 
   

 

 

Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 3”.(POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 3.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer  Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Un elegante automóvil blanco se detuvo frente a Muñequita en la entrada del lujoso hotel donde ella y el equipo de Scorpius se hospedaban, la joven llevaba unos ajustadísimos pantalones negros y unos botines a juego con altos tacones, así como una blusa de tirantes sin mangas color azul cielo. Se abrió la ventana eléctrica y la pelirroja saludo alegre a Jill Castro.
– Hola Jill.
– Hola Paty, sube por favor.
– Claro. Gracias por pasar por mi -agradeció mientras se sentaba en el asiento del pasajero y cerraba la puerta.
– Oh, no es problema, pensé que al estar de visita en la ciudad esto te ayudaría.
– Que amable, gracias. ¡Oye, te pusiste las zapatillas! -exclamó entusiasmada la pelirroja.
– Si… aun me parecen muy altas pero admito que son cómodas ¿Como me veo?
Muñequita la miró de arriba a abajo, pensando en lo diferente que lucía la asistente al no llevar esos serios y aburridos trajes sastre.
–  ¡Te ves espectacular! -dijo Patricia sin exagerar y sonriendo, pero en sus ojos relampagueaba la lujuria para la que X la había condicionado por tanto tiempo.
El negro cabello de la asistente que siempre estaba recogido en una severa cola de caballo ahora estaba suelto, llegaba a sus hombros y se curvaba hacía afuera de forma juvenil. La piel de Jill era muy blanca aunque no tanto como la de Paty, se había maquillado de forma sutil y natural, pues a pesar de tener casi cuarenta años aun se veía fresca y atractiva.
Llevaba una blusa color violeta de manga larga que hacía juego con las zapatillas y tenía un discreto escote.
– Mmm… se ve que tiene buenas tetas… -pensó la pelirroja mientras Jill estaba concentrada manejando. Llevaba una falda negra de buen corte que resaltaba sus muslos y caderas a pesar de llegar abajo de la rodilla. El toque final de las zapatillas de Scorpius le ponía una deliciosa aura de sensualidad al de otro modo formal atuendo. Un bello triángulo de metal reposaba sobre el empeine de la asistente y de este partían varias delgadas tiras de piel que como una telaraña encerraban sus cuidados pies hasta subir entrecruzadas y atarse finalmente en los tobillos de la trigueña.
– Sabe vestirse, pero aun es muy formal… cambiaremos eso…
Tras recoger a una ya madura y agradable rubia llegaron a un pequeño restaurante italiano, donde comieron diversos platillos típicos, luego empezaron a platicar mientras tomaban unas copas de vino tinto hasta ponerse algo mareadas, después usando su simpatía Muñequita averiguó que Jill era divorciada y tenía dos hijos adolescentes. Toda información le serviría para sus objetivos.
Tras platicar de su vida como camarera y luego asistente de Scorpius, omitiendo claro ciertos detalles, la rubia, llamada Sophie, empezó a ponerse al día con su amiga. Hablaba sin parar apenas dejando espacio para hacer algún comentario.
– Dios… parece un perico… -pensó Paty mientras tomaba de su bolso un pequeño control remoto, para discretamente poner su otra mano sobre el cubierto muslo de Jill aprovechando la protección de la mesa y su mantel a cuadros.
De inmediato la trigueña de ojos miel se volvió para mirarla con asombro y enojo, pero en ese instante que Muñequita deslizó su palma por el muslo de la asistente de forma sugestiva, con su otra mano oprimió un botón en el control y una melodía lenta y seductora empezó a sonar a un volumen ultrasónico.
– ¿Pero que está haciendooooohh… -el pensamiento de Jill se convirtió en un gemido bajo y placentero al sentir como sus nervios se encendían con la caricia de una forma que jamás había experimentado.
– ¿Estás bien Jill? -le dijo Sophie al verla entrecerrar los ojos.
– ¿Eh?… si… solamente tuve un… escalofrío -respondió la trigueña mirando de reojo a la sonriente pelirroja que miraba atenta a la rubia, pero no apartaba la mano de su esbelto muslo.
– Bueno, como te decía…
La rubia siguió hablando pero la asistente de Ivanka ya no le ponía atención, lo único que notaba era la tibia y constante caricia en su muslo.
Varias veces pensó en apartar esa mano, pero el placer que le causaba su tacto hacía que olvidara esa idea.
– Aaahhh… ¿Por que le… permito esto? -pensaba mientras fingía escuchar a su amiga y nadie en el local parecía darse cuenta- Ooohh… que bien… se siente…
Jill trataba de concentrarse en lo que decía su amiga, como si fuera un cable de salvación, pero la constante caricia de la pelirroja la aturdía, y cada vez que la miraba, la joven le sonreía con calidez y descaro.
– …no estás de acuerdo Paty? -decía la rubia sobre la importancia de la moda.
– Oh si… definitivamente creo que nuestra forma de vestir puede cambiar la percepción que tienen los demás -opinó Muñequita mientras bajo la mesa su mano empezaba a jalar la falda de la trigueña, dejando expuestas sus rodillas y cada vez más de sus tersos y cremosos muslos.
Discretamente Jill introdujo su mano y logró detener la de la atrevida pelirroja, tratando de lanzarle una mirada amenazadora.
– La prenda correcta nos puede hacer sentir tan sensuales… ¿Verdad Jill? -continuó Patricia mientras activaba un botón de su control y en un rápido movimiento lograba introducir su mano para acariciar el interior de los muslos de la madurita trigueña.
– Nnnnnhhh… –    apenas logró gruñir cuando los nervios de sus muslos le mandaron un latigazo de electricidad a la vagina, sus ojos se cerraron, su cuerpo se tensó y sus pies se pusieron deliciosamente de punta dentro de sus sandalias de tacón.
– Jill… ¿Te sientes bien? -le dijo preocupada Sophie.
– Si… si Sophie… sólo fue un mareo… -dijo la asistente, confundida por las contradictorias sensaciones que la asaltaban.
– Deberías tomar otra copa… eso te ayudará -le dijo la pelirroja mientras servía más vino.
– Yo no… -trató de negarse Jill pero la linda sonrisa que le ofreció la joven le causó otro rico espasmo de placer que nubló su mente.
– Mmm… de acuerdo… una más… -dijo al tomar la llena y estilizada copa, disfrutando las nuevas sensaciones.
La rubia siguió parloteando mientras Jill fingía escucharla y aceptaba una tras otra las copas que le servía Paty, disfrutando en secreto de las caricias de la joven en sus muslos.
Para entonces, entre caricia y caricia, Muñequita le había subido la falda hasta dejar expuesta una parte de sus pantaletas. Eran negras y muy modestas.
– Eres muy bella y joven para usar ropa de ancianas, deberías usar prendas más provocativas -le susurró Paty a la trigueña- puedo ayudarte con eso.
En ese momento Patricia introdujo su mano en las pantaletas de la mareada mujer y empezó a acariciar lentamente en círculos su clítoris con dos dedos. La música aumentó de ritmo y volumen.
Jill se agarró a los lados de su silla y se mordió los labios al sentir como sus propios muslos se separaban ante el tacto de la jovencita, dándole más espacio para complacerla.
– ¿Otro mareo Jill? Ya son varios…
– Tienes razón, será mejor irnos a descansar… -susurró mientras entrecerraba los ojos de placer y Muñequita le sonreía de forma coqueta.
Después de pagar la cuenta se dirigieron al auto. El vino, el aire fresco de la noche, la excitación y una sensual melodía en la distancia se combinaron para poner a Jill extrañamente eufórica.
– Oh… que bien me siento… que extraño… -pensaba mientras caminaban muy juntas, riendo y bromeando- sin duda Paty es aun más persuasiva de lo que pensé.
Entonces Muñequita, que caminaba abrazando a la trigueña de su esbelta cintura introdujo su mano de largas uñas pintadas de negro en la parte trasera de la falda para apoderarse de su firme nalguita.  Luego empezó a acariciar ambas lentamente, la mano se sentía como fuego contra su fría piel, pero pronto empezó a ponerse tibia.
– Mmm… detente Paty… te lo ruego… Sophie se va a dar cuenta -susurró Jill al oído de la pelirroja, mientras la distraída rubia seguía hablando de intrascendencias- y… me estás enloqueciendo…
– Bueno… ya que me lo pides tan sumisamente…  -respondió Patricia antes de liberar la tersa carne bajo su dominio, pero entonces se apoderó de las discretas pantaletas desde atrás, usando sus dedos unió lo huecos para las piernas, convirtiéndolas en una improvisada tanga que forzó a introducirse entre las nalgas de la trigueña, para luego empezar a moverlas atrás y adelante, lentamente, una y otra vez, masturbándola lánguidamente con la prenda, haciéndola arquear ligeramente la espalda.
– Es mucho mejor así ¿No? Más libre… -le dijo muy quedo y con voz ronca.
– Aaahh… ¿Pero donde… dejé ese… auto? -pensaba Jill a punto de perder el control.
Finalmente llegaron al automóvil blanco y la trigueña se vio libre, sintiéndose a la vez aliviada decepcionada y frustrada.
Subieron rápidamente y se pusieron en marcha, en todo el camino Jill evitó mirar a la pelirroja y esta a su vez sonrió durante todo el viaje, luego de dejar a Sophie en su casa y ya en dirección al hotel Paty puso descaradamente su mano en el muslo de la asistente de Ivanka mientras manejaba, de repente acariciando, de repente apretando, siempre sin dejar de platicar de lo bien que se había pasado la velada a su lado.
– Debemos repetirlo… – le dijo cuando llegaron al hotel de la joven.
– Oh… no se si debamos… -empezó a decir la asistente de Ivanka.
– Bueno… no decidas aun… piénsalo -le susurró la joven antes de darle un profundo beso en los labios que tuvo una calurosa aunque inesperada bienvenida en la boca de la trigueña que cerró los ojos confundida.
– Mmm…´
– Te propongo algo –dijo la pelirroja mientras se apartaba de la trigueña que se quedó con los ojos cerrados.
– ¿Nnnmmm?
– Si lo disfrutaste, la próxima semana ponte de nuevo las zapatillas que te di, con eso sabré tu respuesta -dijo finalmente Patricia para salir a corriendo del auto, dejando a Jill mareada, confundida y excitada como no lo había estado en mucho tiempo.
 
Extrañeza y curiosidad transmitían los periódicos días después cuando docenas de fotos mostraban a la normalmente formal heredera Ivanka luciendo todo tipo de minifaldas que mostraban sus largas piernas. Siempre de buen gusto, pero siempre a la mitad del muslo, incluso en fiestas formales.
– No se que me pasa… -pensaba algo extrañada- Me gusta vestir así de vez en cuando pero esto es demasiado.
Hasta su padre la había reprendido pues en la última reunión los clientes le habían puesto más atención a sus esbeltos muslos que a los números del negocio.
Y el calzado que usaba no ayudaba a ser discreta. Casi todas las zapatillas eran de la colección de Ivanka y algunas de Scorpius: de pulsera al tobillo, botines, sandalias, cerradas, de punta redondeada o puntiagudas, botas o de tipo gladiador, pero todas tenían tacón alto.
Había intentado varias veces ponerse algo más cómodo, pero era como una obsesión compulsiva, debía ponerse las zapatillas de la lista de Scorpius sin falta, por algo le había pedido su opinión, de hecho la necesitaba, se sentía perdida sin su consejo.
– Tengo que hacer algo -susurró al pensar en lo peor: llevaba días masturbándose cada noche, siempre calzada con sus tacones y siempre el placer era abrumador.
– Quizás me estoy volviendo… adicta al sexo… -pensó aterrada ante la idea- Dios… ojala que me equivoque.
En ese momento Ivanka miró sus piernas, llevaba un femenino minivestido negro con mangas cortas, que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, pero aun se veía bastante formal para trabajar… apenas.
Ese día se había puesto unas zapatillas de charol puntiagudas de tacón de aguja con varias pulseras sujetando sus tobillos.
– ¿Por qué ya no soporto faldas largas? ¿O pantalones? ¿Tengo un problema psicológico? -pensaba casi angustiada mientras trataba de avanzar con su trabajo- ¿Y que me pasa con los tacones? Esto es absurdo… mejor me pongo a trabajar.
A la hora de la salida Ivanka se acercó a su asistente Jill pero también parecía algo pensativa así que se despidió con amabilidad y se fue de la oficina.
Esa tarde la rubia llego a su elegante residencia para encontrarse con que su esposo no estaba en casa, le dejó una nota avisando que tenía una cena de negocios y llegaría tarde.
– Bah… justo necesitaba un poco de desahogo y este tonto no está… -pensó molesta, pero casi al instante se arrepintió- ¿Qué me pasa? Nunca había pensado así de Jared ¿Tan urgida estoy?
Sacudiendo la cabeza se dirigió a la alcoba y empezó a cambiarse, pero no terminó, como en otras ocasiones se quedó únicamente vestida con su elegante lencería negra y sus zapatillas de charol, estudiándose en el espejo.
– Mmm… mis piernas se ven… hermosas… ¿Para que quiero cubrir estas maravillas? -pensó mientras deslizaba las manos por sus muslos y caderas.
Miraba intensamente sus piernas en el espejo, mientras pensaba que debía lucirlas, que eran muy bellas y largas para ocultarlas.
– Mmm… que suerte haberlas heredado de mamá… -dijo para si misma mientras posaba en el espejo.
Entonces empezó a escuchar una melodía en la distancia, algo sensual y atrevido que la invitaba a bailar.
– Si… me gusta… -pensó al empezar a bailar lentamente ante el espejo, poniendo la punta de un pie entaconado frente al otro y moviendo las caderas, sus manos alborotando su cabello tras la cabeza.
Siguiendo el ritmo subió un pie a la cama y entrecerró los ojos mientras su mano se introducía en sus pantaletas y se masturbaba lenta y deliciosamente.
– Aaahhh… aaahhh… -pronto empezó a gemir. En el fondo de su mente gritaba que eso no estaba bien, que no era ella misma, que ya eran varias las ocasiones en que bailaba así, como provocando a un invisible auditorio. Pero la ardiente lujuria que sentía borraba cualquier otra idea y nublaba su razón. Ondulando su cuerpo rítmicamente se fue moviendo por la habitación mientras seguía masturbándose sin poder controlarse.
– ¡Aaahhh… siii… que bien…! -decía ya en voz alta mientras se acariciaba más y más rápido la entrepierna a la vez que arqueaba su espalda y se sostenía del tocador con la otra mano. Su rostro contraído por el placer mirando al techo, completamente perdida en las exquisitas sensaciones que la tenían atrapada.
– ¡Oooohhhh…! -gritó finalmente al alcanzar el éxtasis y perder el sentido, cayendo lentamente sobre la mullida alfombra. A lo lejos la música se detuvo y una camioneta arrancó en la obscuridad.
 
Vincent estaba preocupado, llevaba días analizando el caso de la profesora Fox, el primer caso de desaparición relacionado con el ballet, y lo que descubrió era perturbador.
Tras meses de estar desaparecida, una llamada anónima había guiado al FBI a una vieja casona en el campo, donde encontraron a la mujer encadenada y a su captor muerto al parecer por propia mano, quizás al verse acorralado, un caso claro y simple.
– Es demasiado simple… -pensaba el ex MI6- ese hombre era un perfecto chivo expiatorio, antecedentes de violencia y problemas mentales.
El hombre revisó una foto, en ella aparecía una cama con grilletes y un muro que mostraba siniestra ropa fetichista colgada, sobre el tocador estaban unas zapatillas rojas de ballet.
– No tiene ningún sentido, ese calzado no encaja con las perversiones del sospechoso -dijo para si mismo- simplemente lo tomaron como otra locura de una mente enferma.
Vincent se frotó los ojos con cansancio, sabía que se estaba acercando a algo.
– ¿Pero a qué? -pensó mientras apagaba la luz de su estudio para irse a dormir.
 
Una semana había pasado desde la última reunión de Ivanka con Scorpius y la rubia ya estaba ansiosa por volverlo a ver. Esperaba sentada en su escritorio sin poder concentrarse, pensando por un lado en la reunión creativa y por el otro en el extraño placer que le daba usar tacones altos mientras se acariciaba.
– Será un proyecto genial -pensaba mientras deslizaba las manos por sus muslos expuestos- ¿Por que no llega Scorpius?
Llevaba una falda blanca que llegaba a diez centímetros arriba de la rodilla, pero que al sentarse ella jalaba de los lados, subiéndola y dejando expuestas sus largas piernas, cubriendo apenas sus pantaletas de encaje blancas, así se sentía más cómoda y relajada. También llevaba una elegante blusa blanca de manga larga semitransparente con un sostén blanco a juego y en sus pies, de la lista de Scorpius, usaba unas zapatillas blancas puntiagudas de tacón de aguja y un delgada correa en el empeine.
– Señora Trump… el señor Scorpius ya llegó -sonó en el intercomunicador.
– Que pase de inmediato Jill, gracias…
Scorpius entró calmadamente y tras saludar a la empresaria se sentó.
– Me alegra que haya llegado, debemos empezar -dijo sonriente la rubia.
– Estoy de acuerdo, hay que aprovechar el tiempo -respondió con una sonrisa sardónica el hombre al sacar un control remoto de su bolsillo y oprimir un botón- y recuerde, sólo puede susurrar.
Una melodía rápida y vivaz resonó en la cabeza de Ivanka y al instante se levantó como un resorte de su sillón, moviéndose ondulando sus caderas se giró y tras apoyar las palmas en la pared siguió moviendo su cintura, piernas y caderas sin poder controlarse.
– ¿Qué estoy haciendo?… socorro… -trató de gritar inútilmente, mientras lograba girar su cabeza para ver a Scorpius sonriendo al observarla.
– Veo que va muy bien, ya es muy sensible a las zapatillas…
– ¿Que? -chilló la heredera sin entender.
– Recuerda Ivanka -le ordenó calmadamente Scorpius.
De nuevo la rubia se sintió abrumada por los horribles recuerdos que habían estado bloqueados y ahora la hacían sentir vértigo y terror.
– No… no… es una pesadilla… -susurró mientras se sentaba en un sofá del despacho y apoyando la manos levantaba sus piernas muy alto, luciéndolas involuntariamente para su captor, uno a la vez sus tacones apuntaban al techo a la vez que su rostro.
– En absoluto Ivanka, es tu destino, ya casi eres mía -le dijo el hombre mientras la levantaba siguiendo el ritmo, luego la hizo darse la vuelta y atrapó sus manos con los grilletes en la espalda.
– No… auxilio… ayuda… -susurró patéticamente.
– Bien es hora de ponernos serios, tenemos mucho trabajo. Debemos eliminar un obstáculo.
– Aaahhh… -gimió la mujer ante el indeseado placer que estaba sintiendo al inclinar su torso y  rozar con sus nalgas la erección de Scorpius.
El hombre aprovecho ese instante para introducir una mordaza negra de goma de forma fálica entre los rosados y sensuales labios de la empresaria, para de inmediato fijarla atándola en su nuca, sometiendo así su boca a su voluntad.
– Nnnn… nnnn… mmm… -gruñó lo más que pudo sin levantar la voz.
– Se que esto no es necesario, pero para mi es un símbolo de mi poder sobre ti.
– Mmmmm… mmm… -la rubia solamente podía seguir bailando sensualmente ante él a pesar de la humillación.
– Bien, sigamos esclava… hoy daremos un gran paso… creo que es hora de que te alejes de tu esposo…
– Nnnn… nnnn…  -gruñó mientras sacudía la cabeza negándose vigorosamente.
– ¿No? Ya veremos… ¡Baila! -le ordenó mientras oprimía un botón en su control y una nueva melodía, rápida y martilleante asaltaba sus sentidos.
– Mmmmm… mmmm… -gimió complacida Ivanka con los ojos entrecerrados.
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnn… nnn… nnnn… -negó de nuevo ella, pero con menos fuerza.
 – Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnn… nnnn…
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnnnn… nnnnnn… –la mujer sentía que su resistencia se debilitaba.
– Je je je, me encanta que te resistas, eso solamente hará más exquisito mi dominio sobre ti… veamos… – Scorpius oprimió un botón del control y un tono agudo hizo que todo se pusiera borroso para la rubia.
Cuando recuperó el sentido vio en el reloj de la pared que apenas habían pasado cinco minutos pero ella seguía bailando sobre sus altos tacones ante el misterioso diseñador.
Se movía alrededor de su captor sentado en el sillón ejecutivo de ella, ondulando su cuerpo, frotando sus respingadas nalgas o sus firmes senos contra su rostro o sus manos.
– Nnnn… nnnn… -seguía negando con la cabeza la rubia, hasta que Scorpius la sujetó de la cintura y la hizo sentarse de espaldas en su regazo, a lo que ella respondió involuntariamente moviendo sus caderas en círculos contra el erecto miembro debajo de ella.
– Nnnngggg… -trató de dar un gritito ante lo indefenso de su situación.
– Bien… volvamos a intentarlo -dijo el diseñador mientras guiaba el esbelto cuerpo para darse más placer-  Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn…
– Acéptalo.
– Nnnnn…
– Obedecerás… -dijo ya impaciente mientras oprimía un botón del control.
– Rrrrrrrggggg… -gruñó al cerrar los ojos por el explosivo placer que sintió en su vagina, algo había cobrado vida enloquecedoramente dentro de ella.
– ¡Nooooo… Scorpius puso algo en mi sexo…! -pensaba desesperada al sentir como un consolador se movía y vibraba vigorosamente dentro de ella.
– Nnnnnn… nnnn… -siguió sacudiendo la cabeza, pero más por el placer que la invadía que por un esfuerzo de resistir.
Su cuerpo por otro lado seguía moviéndose ahora más rápido, masturbando a su agresor con sus nalgas aun sin desearlo.
– Mmm… muy bien Ivanka… sigue así…
– Nnnnnn… nnnn… nn… mmm… mmm… -sus gruñidos se fueron convirtiendo en guturales gemidos de placer.
– Mmmm… mmmmm… mmmm…
– Vamos, acéptalo lindura…  tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn… -logró negar una vez más reuniendo los jirones de su voluntad.
– Disfruta y acéptalo… -dijo Scorpius sonriendo antes ese desesperado desafío. Simplemente metió la mano bajo la falda y las pantaletas de la rubia y empezó a masturbarla lujuriosamente mientras ella aun bailaba sentada en su regazo, sus dedos parecían bailar sobre su hinchado clítoris a ritmo con la música.
– Nn… nn…
– Acéptalo -le ordenó mientras empezaba a masturbarla a ritmo frenético, su otra mano se metía bajo el discreto escote y su brassier para empezar a pellizcar sus pezones duros e hinchados.
– Nn…
– Serás mía Ivanka… no te resistas… -le dijo Scorpius con voz gutural mientras usaba su control para aumentar el volumen de la música a un nivel ensordecedor para la rubia.
Finalmente el cuerpo entero de Ivanka se tensó, se arqueó su espalda, sus piernas se abrieron en V lo más que pudo, sus pies completamente forzados a estar de punta y su cabeza se apoyó en el hombro de la persona tras él, lo miró desesperada y a la vez complacida al llegar al indeseado pero exquisito orgasmo, sus pupilas completamente dilatadas por el deseo.
Sus ojos se entornaron y expuso su garganta de forma totalmente vulnerable y entregada.
– Mmmmmmnnnnn… –sollozó deliciosamente la empresaria a la vez que su captor la sujetó de la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos, compartiendo su éxtasis y permitiéndole apropiarse de parte de su debilitado espíritu gracias al poder de las zapatillas.
– Aaahhggg… -gimió a su vez el hombre al alcanzar también el orgasmo.
Tras recuperarse, Scorpius acomodó a la todavía jadeante rubia de lado en su regazo como una niña consentida sentada en las piernas de papá.
Luego de mirarla detenidamente unos segundos sonrió satisfecho: su cabeza reclinada de lado, su mirada como en trance, su piel brillante de sudor, sus maravillosos muslos pegados a él disfrutando su calor sin darse cuenta.
– De nuevo preciosidad: tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad… –empezó a susurrarle al oído a la indefensa rubia.
– Mmhhjjj…-respondió apenas en un jadeo la mujer.
– ¿Lo aceptas? –preguntó sonriente Scorpius al verla ceder al fin.
– Mmmmhhhjjj… -volvió a aceptar ella, esta vez volteando a verlo a los ojos y asintiendo levemente al hacerlo.
Emocionado el hombre desabrochó la mordaza en la nuca de la mujer y liberó sus sensuales labios de su control.
– Dilo… -le ordenó mientras la sujetaba del cuello con una mano y con la otra le daba una sonora nalgada que la hizo estremecerse al responder.
– Mi… mi esposo es un obstáculo… me impide… desarrollarme… necesito mi li… libertad… –dijo con voz ronca tras humedecerse los labios.
– Dilo de nuevo.
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
– Otra vez…
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
El hombre de la cola de caballo besó a Ivanka en los labios de forma profunda, húmeda y ella respondió con entusiasmo sin saber por que, pero disfrutándolo intensamente.
– Muy bien, que buena chica… y aun tenemos tiempo para algunos pequeños condicionamientos más.
– No… no más… por favor… -rogó la adormilada mujer mientras el diseñador se levantaba y la colocaba cuidadosamente en el sillón ejecutivo.
– Oh, no te preocupes encanto… lo vas a disfrutar… y mucho –le dijo Scorpius mientras le quitaba las pantaletas a la rubia, causándole otro pequeño orgasmo a su hipersensibilizado cuerpo al deslizarlas por sus piernas.
– Ooooohhhhhh…
Tras desabrocharse los pantalones el hombre usó la prenda para limpiar su aun duro miembro del semen y secar algo de la humedad en su ropa para luego volver a ponérselas a la vulnerable mujer, causándole un escalofrío de placer al hacerlo.
– Mmm…
– Excelente, avanzamos mucho hoy, con que añada algunos condicionamientos más estarás lista para una pequeña salida educativa. Hay mucho que debes aprender… esclava.
Un rato después Scorpius ya se había marchado e Ivanka empezaba a analizar las nuevas propuestas que había traído el diseñador, sin recordar muy bien de que habían platicado en su visita.
– Vaya, esto puede tener mucho éxito, tal vez… -pensaba mientras deslizaba la mano por su expuesto muslo- ¿Eeehh? ¿Qué es esto? Dios… estoy tan húmeda… las pantaletas están empapadas ¿Qué me pasa? Quizás fue por la presencia de Scorpius…
La linda rubia siguió deslizando su mano por sus muslos mientras pensaba en lo que eso podía significar, y la respuesta le pareció completamente excitante, en minutos sus manos se movían frenéticas sobre su propio cuerpo, dejándose llevar por la lujuria magnificada que había sido condicionada a sentir…
– Aaaaahhhhh… -se escuchó fuera de la oficina haciendo que Jill volteara con curiosidad hacia la puerta, no muy segura de lo que había escuchado, en sus pies, que se habían puesto ligeramente de punta sin que se diera cuenta, llevaba de nuevo los altos tacones violeta que Paty le regaló.
Habían quedado de verse de nuevo esa noche…
CONTINUARÁ
 
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 
 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas I” (POR XELLA)

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¡RING! ¡RING!
 
– ¿Dígame? – Respondió Sofía.
 
– ¡Lo hemos conseguido! – Se oyó al otro lado del teléfono.
 
– ¿En serio? ¿Donde estás?
 
– Yendo a la oficina, llegaré en media hora.
 
– Yo estoy a 10 minutos, te espero allí. – Sofía colgó el teléfono. Una sonrisa enorme adornaba su rostro, llevaba mucho tiempo detrás de esa noticia.
 
Sofía Di Salvo era una joven reportera de una canal de televisión. No llevaba mucho tiempo trabajando y no la tenían muy en cuenta, pero confiaba que gracias a este reportaje, sería capaz de hacerse un nombre. La chica era una belleza mediterránea, no era muy alta pero tenía unas curvas muy bien definidas. Morena de piel y de cabello, sus ojos verdes le daban una mirada felina que encandilaba a cualquiera, nunca se había aprovechado de sus encantos físicos para hacerse un lugar en su trabajo, pero estaba claro que eso siempre ayudaba, sin ir más lejos, Tomás, su jefe, la tenía en palmito, dándole un trato algo mejor que al resto de sus compañeros, lo que provocaba a veces las envidias del resto.
 
Tomás Sandoval llegó al despacho con la cara congestionada y sudando, estaba claro que se había dado toda la prisa que podía. Era un hombre casi llegando a los sesenta, con el pelo y la barba blanca y un sobrepeso que hacía notar la buena vida que había llevado desde hacía bastante tiempo. Había sido director general de todo el canal de televisión, pero un pequeño accidente durante la cobertura de la boda real le había hecho perder el status y la confianza de los que gozaba, dejándole relegado a la dirección de los reportajes de investigación. Tomás necesitaba que el reportaje triunfase tanto como Sofía.
 
– ¿Cómo lo conseguiste? ¡Llevábamos meses detrás de ellos! – Preguntó Sofía nada más verle, lanzándose a darle un abrazo.
 
– Me llamaron ellos, me dijeron que éramos demasiado insistentes y que con tal de que les dejásemos en paz, nos dejarían hacer el reportaje.
 
– ¡Es genial! – Sofía estaba exaltada, dando brincos por toda la oficina. – ¡Pero el reportaje es mío! No irás a enviar a ningún otro, ¿Verdad?
 
– Sofía… Sabes que es peligroso…
 
– ¿Peligroso? ¡Claro que es peligroso! ¡Por eso mismo! Sabes perfectamente que sin riesgo no hay gloria… Si esto sale bien…
 
– Pero… Sofía…
 
– No hay más que hablar. – Dijo Sofía, zanjando la conversación. – Sabes perfectamente que esto es tuyo y mío, los dos hemos dado todo durante meses para conseguirlo, no vamos a permitir que ahora venga otro a llevarse la fama.
 
– Está bien, pero ten cuidado.
 
– ¿Cuándo puedo empezar?
 
– Mañana a las 8:00. Te recogerá un coche en la esquina de la calle Silva. Han impuesto varias condiciones, y una de ellas es que irás todo el trayecto con los ojos vendados… No son tontos Sofía, no van a permitir que se muestre más de lo que quieren que veamos… Y además han pedido que sólo vaya una persona, así que tendrás que hacerte cargo de la cámara… ¿Estás segura de que quieres hacerlo tú?
 
– ¿Quieres dejar ese tema? Por supuesto que quiero hacerlo yo. No me pasará nada. Mañana a las 8:00 estaré allí con la cámara y el microfono. Hemos conseguido que Xella Corp nos abra sus puertas y no vamos a desaprovecharlo…
 
——
 
Sofía estaba impaciente. Había llegado con media hora de antelación, no quería que nada saliese mal. La noche había sido horrible, casi no había dormido debido a los nervios… Y no era para menos, iba a pasar un día completo dentro de una coorporación de la que se sospechaba que tenía negocios algo turbios… Se la relacionaba con la trata de blancas y la esclavitud… Había estado repasando mentalmente todo lo que tenía que llevar, las preguntas que debería hacer, los riesgos que podría correr… Y allí estaba, de pie, sola, en medio de la calle, sin saber lo que le iba a esperar.
 
Se había puesto una falda de tubo a medio muslo, que marcaba perfectamente sus caderas, acompañada de una blusa blanca con algo de escote y unos zapatos con algo de tacón, pero nada exagerado. Habría preferido ir algo más cómoda, pero iba a salir en cámara en algunos planos y debía estar presentable.
 
Había cogido una pequeña cámara de mano para realizar la entrevista, que no pesase mucho pero que le diese la suficiente versatilidad y calidad de video, ya que tenía que hacer ella misma todas las grabaciones. Llevaba un pequeño trípode para poder ponerla fija cuando tuviese que aparecer ella también en el plano.
 
De repente un coche se paró frente a ella. Era un coche grande, negro, con las lunas tintadas… Se quedó paralizada, miró el reloj y vió que eran las 8 en punto. La puerta trasera se abrió automáticamente, se asomó y vió un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol.
 
– ¿H-Hola? – Preguntó Sofía.
 
– ¿Sofía Di Salvo? – Preguntó el hombre.
 
– Si.
 
– Adelante.
 
Sofía entró en el coche, sentandose algo incómoda al lado del hombre trajeado.
 
– Como comprenderá, tendremos que tomar ciertas medidas de seguridad. – Dijo el hombre, mostrándole a Sofía una venda para los ojos.
 
– De acuerdo. – Asintió Sofía.
 
– Si me permite…
 
El hombre le ajustó la venda a los ojos. En cuanto comprobó que no podía ver nada, el chófer arrancó. No volvieron a hablar en el resto del camino.
 
El viaje duró casi una hora, aunque la mujer tenía la impresión de que habían estado un tiempo dando vueltas para que no pudiese orientarse por el tiempo recorrido.
 
Cuando le destaparon los ojos, el coche estaba aparcado dentro de un garaje. Salieron de él y se dirigieron a un ascesor.
 
– A partir de aquí continúa usted sola. Suba al piso 15 y habrá alguien esperándola.
 
– Gracias.
 
El ascensor subió los 15 pisos a bastante velocidad. Cuando abrió las puertas apareció ante ella un amplio vestíbulo blanco, vacío salvo por alguna planta y algún extintor. En el medio del vestíbulo, otro hombre también trajeado estaba de espaldas hablando por teléfono.
 
– No se preocupe, no habrá problema… Si… Será avisado a su debido tiempo… De acuerdo… Tengo que dejarle señor S… – Dijo al ver a Sofía – Tengo una reunión importante y no quiero posponerla… Si… Tendrá noticias nuestras. – Colgó.
 
– Buenos días, señorita Sofía. -Saludó amable el hombre.
 
– Buenos días.
 
– Soy Marcelo Delgado y voy a ser su guía durante el resto del día.
 
– Buenos días Marcelo. No… No me había imaginado que esto sería así… – Dijo Sofía, admirando el vestíbulo.
 
– ¿Qué esperaba? ¿Mazmorras y celdas? ja ja ja
 
– Ja ja ja. – Sofía rió por la ocurrencia del hombre, la verdad es que se le había pasado por la cabeza, pero ahora se daba cuenta de que era algo absurdo.
 
– No se preocupe, de esas también tenemos, más tarde podrá verlas para su reportaje. – La cortó Marcelo, sonriendo.
 
La risa de Sofía se cortó. Lo había dicho con tanta sinceridad que no podía ser otra cosa que una broma…
 
– ¿Que prefiere? ¿Hacer la entrevista en un despacho o mientras damos una vuelta por el edificio?
 
– Creo… Creo que prefiero dar una vuelta por el edificio.
 
– De acuerdo, veamos las instalaciones entonces.
 
Sofía asintió, preparando la cámara.
 
– Si le parece, comenzamos con la entrevista, ¿De acuerdo?
 
– De acuerdo, dispare.
 
– ¿Que actividades se realizan en su corporación?
 
– Nuestra corporación tiene muchos frentes abiertos en muchos campos. Tenemos una filial farmacéutica, acciones en periódicos, bancos, secciones de informática, I + D…
 
– ¿Y que me dice de las acusaciones que hay sobre la esclavización de mujeres?
 
– Bueno, sobre eso le puedo decir que está equivocada. – “Claro, que me vas a decir” pensó Sofía. – Aquí no sólo esclavizamos mujeres.
 
La manera tan directa de reconocerlo dejó a Sofía helada. No pensaba una confesión tan directa.
 
– Bueno, hemos llegado a la primera parada. – Dijo Marcelo, parándose ante una puerta y abriendola. – Tiene ante sí la sala de investigación.
 
Una sala enorme se mostraba ante Sofía. Estaba llena de ordenadores y en ella se encontraban varias personas pululándo de uno a otro.
 
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó con cautela.
 
– En esta sala controlamos la vida de todos nuestros objetivos. Vemos la viabilidad de la captura y los métodos más indicados para llevarla a cabo. El cliente puede exigir ciertas condiciones, que la víctima sea humillada, que sea entrenada en el lesbianismo, sumisión, que sea domada por la fuerza, por hipnosis, lavado de cerebro, cirugía… Infinidad de variables que hacen cada captura un mundo. Aquí es donde todo empieza a gestarse.
 
Sofía tenía la boca abierta, no llegaba creerse lo que aquél hombre le estaba contando. Se paseó por la sala, observando los ordenadores, viendo alguna de las fichas que había en las pantallas.
 
 
Rosana Talavante.
Edad: 21 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Verdes
Color de piel: Morena
Raza: Caucásica
 
Cliente: Eduardo López, su profesor de matemáticas.
Especificaciones del trabajo: Rosana debe ser instruída en la sumisión y la servidumbre. Está destinada a ser sirvienta. El cliente pide que su culo esté bien entrenado para ser usado.
 
Lorena Fernández.
Edad: 17 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Negra
Raza: Negra
 
Cliente: Juan Carlos Escudero, empresario.
Especificaciones del trabajo: El cliente ve todos los días al objetivo antes de que entre al instituto. La quiere como regalo a su esposa. Debe ser instruída como mascota, así como proveerla de experiencia en complacer a su nueva ama.
 
Francisco Gandiano.
Edad: 25 años
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Blanca
Raza: Caucásica
 
Cliente: Domingo Benavente, su jefe.
Especificaciones del trabajo: El cliente está harto de la actitud. Pide que se transforme a la captura en una mujer completa y se modifique su comportamiento para convertirla en una Bimbo.
 
Sofía dejó de leer, había tenido bastante ¿Cómo era posible algo así?
 
– Veo que está interesada en algunos de nuestros casos… – Comentó Marcelo, situándose tras ella. – Casualmente podrá ver alguna de éstas capturas, que ya están en nuestras instalaciones.
 
– ¿Cómo se realizan los encargos? – Preguntó Sofía.
 
– Bueno, siempre hay oídos dispuestos a escuchar a alguien dispuesto a pedir. No espere ver nuestro teléfono en las guías amarillas señorita.
 
– Ya supongo… ¿Y ya está? Hacen la petición, estudian a la víctima, la capturan y la esclavizan…
 
– Es algo más complicado que eso… Si quiere acompañarme se lo mostraré.
 
Sofía salió de la sala tras él, mientras escuchaba sus explicaciones.
 
– Tenemos dos tipos de trabajo, de campo e interno. El trabajo de campo consiste en doblegar la voluntad de la víctima en su propio terreno, usando los medios necesarios. El trabajo interno se realiza aquí directamente. Una misma captura puede comenzarse fuera y acabarse aquí, hacerse el proceso completo fuera o realizar un secuestro y realizar el proceso completo aquí.
 
Se paró frente a una puerta, abriéndola.
 
Una hilera de jaulas a cada lado de la sala se mostraba antre Sofía. En cada una de las jaulas había una mujer desnuda, arrodillada, puesto que las jaulas no eran más altas que su cadera.
 
– ¿Pero qué? – Balbuceo Sofía.
 
– Estas son las habitaciones de nuestras capturas. En estas jaulas descansan y se alimentan. También tenemos celdas, pero se encuentran en otra planta.
 
La cámara de Sofía no perdía detalle. Recorrió cada rincón de la habitación, grabando a las mujeres que se encontraban en cada una de las jaulas.
 
Sofía se acercó a una de las jaulas. Una joven algo rellenita, morena estaba acurrucada en un rincón, durmiendo. Estaba encadenada por el cuello a través de un collar de perro. “Miranda, 22 años. Caracteristicas: Sumisión, disciplina, oral, anal extremo, lavabo.”
 
– ¿Lavabo? – Preguntó la mujer.
 
– Se trata de un entrenamiento en el que se acostumbra a la captura a ser un lavabo personal. Se encargará de asear con su lengua a su amo, o a ejercer físicamente de lavabo con su boca.
 
Un acceso de nauseas atacó a Sofía.
 
– ¿Que es esto? – Preguntó señalando un armatoste que había al lado de la jaula. El aparato acababa en una polla de plástico que colgaba del interior.
 
– Es el sistema por el que se suministra agua a las capturas. Para extraer el agua deben realizar una mamada correctamente al “grifo”, si quieren beber deben mamar… Además, es un método perfecto si tenemos que añadir algún fármaco para predisponer la mente del sujeto, o hacer que se sienta bien cada vez que tenga una polla en la boca. Matamos dos pájaros de un tiro.
 
Mientras se lo explicaba, una chica un par de jaulas más a la derecha se puso de rodillas frente a esa “polla-grifo” y, haciendo una perfecta mamada comenzó a beber agua. Sofía grabó todo el proceso con la cámara. “Esto es una salvajada” pensó, “Pero con este reportaje mi carrera va a subir como la espuma”.
 
– Si no se colocan en la posición correcta no sale el agua. – Comentó Marcelo, sacándola de sus ensoñaciones. – Además, dependiendo de las exigencias para cada captura podemos modificar las condiciones. Podemos poner una polla y que la tenga que tener introducida en el culo o en el coño, o en los dos. Así se acostumbrará perfectamente a su nueva labor y terminará deseando hacerlo.
 
Sofía estaba en estado de shock, ¿Cómo se podía hacer eso a una persona? Y además, con la sangre fría que demostraba ese hombre, contándolo de manera tan abierta…
 
– Si quieres podemos pasar a la siguiente sala. – Sugirió el hombre.
 
– De acuerdo. – Dijo Sofía, que ya había visto suficiente de aquella sala.
 
Andaron un par de minutos a lo largo del pasillo hasta llegar a su nuevo destino.
 
– Esta es una sala de disciplina. Aquí están Rosana y Lorena, las chicas que has visto en las fichas.
 
Abrió la puerta y se encontró con otra sala enorme. Había varias personas, pero se distinguía perfectamente cuáles eran los amos y cuales los esclavos. Tres hombres y tres mujeres estaban instruyendo a otras tantas chicas y, efectivamente, entre ellas estaban Lorena y Rosana.
 
Rosana se encontraba de rodillas, con la cara pegada en el suelo y las manos abriéndose las nalgas, mientras uno de los amos, un negro imponente, la penetraba el culo con violencia. Sofía recordó como en su ficha, aclaraba que debía entrenar esa parte de su cuerpo…
 
Enfocó la cámara en primer lugar a la cara de la chica. Tenía los ojos cerrados y la boca entre abierta, con la respiración agitada. Después enfocóa la polla del hombre, viendo como entraba y salía del culo de la chica. Al verlo, el hombre sacó completamente la polla, para que pudiese filmar el enorme agujero en que se había convertido el ojete de la esclava, agitó su herramienta azotando con ella las nalgas que tenía enfrente, y volvió a introducir de un empellón su polla, haciendo que a la esclava se le escapase un gemido.
 
– Esa es la posición de ofrecimiento. – Aclaró Marcelo. – La hembra ofrece sus agujeros para el uso libre de su amo. En esta sala se entrena la disciplina de las esclavas.
 
Tres esclavas estaban de rodillas, con la espalda recta y la cabeza agachada. Las manos en las rodillas.
 
– Esa es la posición de espera. Hasta que reciban otra orden deben permanecer así, sumisas.
 
La otra esclava, estaba lamiendo las botas de una de las amas. Lo hacía a conciencia, sin olvidarse de ningún rincón, incluídas la suela y el tacón. Cuando el ama pensaba que había cometido algún erroe, o que no lo estaba haciendo correctamente, lanzaba un rápido fustazo a las nalgas de la chica, con lo qie conseguía que se aplicase todavía más.
 
Y por último estaba Lorena. La joven rubia estaba atareada dándo placer a una de las amas. Ésta estaba abierta de piernas en una silla, manejando con sus manos la cabeza de la esclava, dirigiendola hacia su culo o hacia su coño, según lo que desease en el momento.
 
El negro que estaba sodomizando a Rosana sacó la polla de su culo e, inmediatamente, esta se arrodilló ante él para recibir y tragarse su corrida. Después se encargó de dejar reluciente el enorme falo negro que tenía delante y volvió a ocupar su posición. En unos segundos, el siguiente de los hombres estaba ocupando el lugar del negro, sodomizando a la joven morena.
 
– ¿Has visto lo bien entrenada que está? Las esclavas saben que deben dejar limpios a sus amos después de que las usen, si no quieren recibir un fuerte castigo…
 
Sofía no sabía como podía aguantarlo… Los tres hombres tenían una herramienta considerable y no estaban teniendo ningún tipo de consideración con la chica… Ella intentó probar el sexo anal una vez… Él novio que tenía le estaba insistiendo mucho, pero cuando llegó el momento el dolor que la recorrió entera nada más tener el glande dentro la hizo parar. Nunca lo volvió a intentar, así que podía suponer por lo que estaba pasando aquella pobre chica.
 
– ¿Quieres que continuemos nuestro “tour”? – La dijo Marcelo.
 
– S-si… – Contestó Sofía, sin apartar los ojos de aquella chica. Grabó una última toma de la sala, y acompañó a Marcelo por el pasillo.
 
La siguiente sala que visitaron fué la sala de perforación.
 
– He procurado venir a esta sala en un momento en el que estuviese ocupada. Espero que le guste el espectáculo. – Marcelo tenía una sonrisa en la boca mientras pronunciaba esas palabras.
 
En la sala, un sillón parecido al de un ginecólogo pero con correas era ocupado por una mujer madura. Rondaría los cuarenta, cabello rubio a mechas, buen cuerpo y unas grandes tetas. Por supuesto, estaba desnuda. En la boca tenía un ball-gag que le impedía hablar. La mujer les dedicó una mirada asustada. Al lado del sillón, un hombre estaba de pie al lado de una mesita con instrumental.
 
– Esta preciosidad es Maria Dolores. Fué su hijastro el que nos encargó que la esclavizaramos. Parece ser que su padre, después de morir su madre, volvió a casarse con esta perra. Hace poco murió tambien el padre, y esta mujer quería quedarse con toda la herencia… Lo que no podía sospechar es que su hijastro contactaría con nosotros… Y parece ser que quiere que le coloquemos algunos adornos.
 
Sofía dió varias vueltas alrededor de la mujer, grabando sin perder detalle. Maria Dolores estaba completamente abierta de patas, con los pies en alto y su coño completamente expuesto.
 
– ¿Que le váis a hacer, Marcos?. – Preguntó Marcelo, dirigiendose al hombre que había en la sala.
 
– De todo. – Dijo el tal Marcos. – El cliente quiere los pezones y los labios del coño anillados y además, un tatuaje en la nalga izquierda que indique que es de su propiedad.
 
– ¡Estupendo! ¿Ha visto Sofía? Va a poder ver anillados y tatuajes. Irá genial en su reportaje.
 
– Eh… Sí… – Sofía estaba algo abrumada por el entusiasmo de Marcelo.
 
Marcos comenzó con su tarea. El proceso era bastante duro. Tras desinfectar los pezones de la esclava y calentar una varilla larga de acero, estiró el primer pezon con unas pequeñas tenazas y, de un golpe, lo atravesó. La mujer intentaba revolverse, pero era inutil. Un pequeño arito de oro fué colocado inmediatamente.
 
El mismo proceso fue utilizado para el siguente pezón y para las perforaciones del coño. En éste, pusieron tres aritos en cada uno de los labios.
 
– Esto se suele hacer para cerrar el coño con pequeños candados, enganchados en cada par de aritos. Es una manera de demostrar que es una esclava y es tu propiedad. Nada entrará en ese coño si su amo no quiere. – Explicaba Marcelo.
 
La mujer había dejado de luchar hacía rato ya. Se había dado cuenta de que era inutil, y ahora, debido al dolor, estaba exhausta. No le costó trabajo a Marcos manipularla para darle la vuelta y volverla a amarrar. Preparando los instrumentos necesarios, se dispuso a comenzar con el tatuaje. Tres eslavones de cadena fueron tatuados, acompañados de las palabras “Property of Daniel”. Así se dejaba clara la condición de la mujer.
 
Sofía había grabado todo. Estaba convencida de la calidad de su reporataje, pero lo que estaba viendo en ese lugar… Era terrible… No entendía como alguien podía ser capaz de hacer esas salvajadas…
 
– ¿Preparada para la siguiente sala?
 
– P-Por supuesto. – Sofía hizo de tripas corazón… Todo sea por su reportaje…
 
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“UNA EMBARAZADA Y SU DINERO, MIS MEJORES AFRODISIACOS” Libro para descargar (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2Sinopsis:

Descubrir que una embarazada y yo somos herederos de una fortuna, reavivan mi alicaído libido. Con 42 años, las mujeres habían pasado a un segundo plano hasta que me enfrenté a ese cuerpo germinado. Los pechos, el culo de Ana y su dinero se convirtieron en mis mejores afrodisíacos

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo uno

 

Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La respuesta es fácil:
“Con mi prima Ana, al verla embarazada y en Filipinas”.
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes. De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las presencia de todos los beneficiarios.
―¿Hay más herederos?― molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
―Son dos. Usted y Doña Ana Bermúdez.
Así me enteré que mi prima Ana era la otra afortunada.
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda, me desentendí de ello.

La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran porque tenía prisa.
«¡Menuda borde!», pensé al escuchar sus malos modos.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a conocer el legado de nuestro tío.
―Corte el rollo, ¿cuánto me ha dejado?― fuera de sí, le recriminó mi prima.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
―Pues hágalo, no tengo tiempo que perder.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las disposiciones diciendo:
―A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de mí…― la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía― …le dejo el cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo, recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
El abogado obviando sus quejas, prosiguió leyendo:
―A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…―os juro que mi sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir atendiendo― …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
«La madre tendré que vivir con esa engreída», pensé.
El abogado siguió diciendo:
―Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
―Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado dije:
―¿Dónde hay que firmar?
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que con tono duro decía:
―¿Nos pueden dejar solos? Manuel y yo tenemos que hablar.
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
―¿Cuánto quieres por renunciar a todo?
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter, me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
―¿Con medio millón de euros te sentirías cómodo?
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
―Entonces, un millón. ¡No pienso ceder más!― subrayó cabreada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis, fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
―¡Solo un idiota rechazaría mi generosa oferta!―chilló ya descompuesta.
Su insulto exacerbó mi fantasía e imaginando que era mía, me vi sometiéndola. Ninguna mujer me había provocado esos pensamientos y por ello me intrigó que tras años de sexualidad aletargada, esa preñada me hubiese inyectado en vena tanta lujuria.
«¡Me la ha puesto dura!», sonreí.
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la guerra y llena de ira, me soltó:
―No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de pasión.
―Ya veremos― respondí y dando por zanjado el tema, me acerqué a ella.
Ana se quedó de piedra cuando ya a su lado y mientras me despedía, susurré en su oído:
―Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.

Quemo mis naves.
Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar, recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder, Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi prima.
―¡Me pone cachondo la pasta!, muerto de risa, exclamé.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
―¡Esa puta será mía!― determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
―¿A qué se debe tanta prisa?― pregunté.
Sin mostrar ningún signo de preocupación, la filipina contestó:
―Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde recogeríamos a mi prima.
―La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Mi prima la ha mandado para que me seduzca».
Ese descubrimiento en vez de molestarme, me hizo gracia y sin cortarme en absoluto, me dediqué a admirar a la cría mientras recogía mi ropa.
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
«Parezco un viejo verde», refunfuñé en silencio avergonzado y desapareciendo de mi habitación, fui a la cocina a tomar un vaso de agua aunque no tenía sed.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
―Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia― fueron las escuetas explicaciones que le dio.
Para desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos, seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta. La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego que ya consumía mis entrañas.
―Ya he terminado― comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
―Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
―Me siento sudada y me vendría bien para refrescarme.
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
―¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
―¡Qué maravilla!― clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
―Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la contesté:
―No voy a hacerte el amor, voy a follarte― tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco. Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome con sus piernas.
―Eres un salvaje― musitó saboreando ya cada una de mis penetraciones.
No me podía creer la excitación que me corroía, siendo ya cuarentón no di muestra de serlo al tener izada entre mis brazos a esa mujer sin dejar de aporrearla con mi miembro. Con renovada juventud, continué follándomela en volandas mientras en su cuerpo se iba acumulando tanta tensión que no me cupo duda que iba a tener que dejarla salir con un brutal orgasmo. Sin estar cansado pero para facilitar mis maniobras, la coloqué encima de una mesa, sin dejarla descansar. La nueva posición me permitió disfrutar con sus pechos. Pequeños como el resto de su se movían al ritmo que imprimía a su dueña. Teresa, cada vez más abducida por el placer, olvidó sus planes y berreando, imploró mis caricias. Respondiendo a sus deseos, los cogí con mi mano, y extasiado por la tersura de su piel morena, me los acerqué a la boca.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
―No puede ser― chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
―Vamos a la cama― dije en cuanto se hubo recuperado un poco.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
―Me encantaría pero tenemos que coger un vuelo.
Sintiéndome Superman, besé sus labios y le pregunté:
―¿Cuántas horas tarda el viaje?
―Catorce― respondió alegremente al intuir mis intenciones.
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le comenté que se había quedado sin ducha.
La cría muerta de risa, contestó:
―No me importa, en el avión hay un jacuzzi ¡para dos!

 

Relato erótico: “Fin de semana de acampada” (POR DOCTORBP)

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Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.

Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.

Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.

Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.

Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!

El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.

Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.

-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.

Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.

Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.

Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.

Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.

Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.

-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.

-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.

-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.

-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.

-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.

Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.

Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.

-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.

Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.

-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.

Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.

-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.

-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.

María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.

-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.

-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.

-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.

-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.

-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.

-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.

Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.

-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.

-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.

-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.

-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?

-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.

-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.

-¿Mariano? – le preguntó Jorge.

-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.

-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.

Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.

-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.

-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.

-Sí, no es nada. Es que…

-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.

-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.

María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.

-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.

-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.

María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.

Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.

Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.

-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.

-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.

-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.

-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.

Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.

Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.

Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.

-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.

-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…

-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.

-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…

-Lo sé, lo sé.

Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.

-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…

-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.

-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.

-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.

-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?

-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…

-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.

Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.

-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.

Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.

Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.

La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.

A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.

María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.

Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.

A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.

El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.

Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.

A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.

Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.

Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.

Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.

Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.

Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.

Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.

Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.

Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.

Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.

-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.

-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.

-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.

-Sí, te entiendo. Eres un cielo.

María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.

Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.

-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.

-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.

-¿En serio?

-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.

Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.

Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.

-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.

-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.

-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.

-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.

Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.

-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.

-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.

-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.

-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!

-Gracias – sonrió.

-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.

-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.

Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.

–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.

-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.

Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.

Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.

-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.

-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.

-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.

Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.

-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.

Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.

-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.

-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.

Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.

-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.

-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.

-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.

Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.

El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.

-¿Nos metemos? – propuso Jorge.

-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.

-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.

-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.

Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.

-¿No te metes? – se interesó Ramón.

-Es que no sé si me atrevo…

La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.

Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.

-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.

-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.

María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.

Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.

A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.

-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.

-No estoy de humor – le cortó secamente María.

-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.

-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.

En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.

-Iñaki, tengo un problema.

-¿Qué te pasa? – se preocupó.

Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?

-Me estoy meando – le soltó María a su novio.

-¿Y?

-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.

-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.

-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.

-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.

-No… – le puso cara de pena.

-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.

-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.

Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.

Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.

Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.

Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.

-¿Queréis algo para beber?

-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.

-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.

-No.

-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.

-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.

La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.

Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.

Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.

Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.

-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.

-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.

-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.

-Descuida – sonrió Inés.

Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.

-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.

-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.

Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.

Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.

-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.

-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.

María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.

-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.

Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.

María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.

-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.

-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.

María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.

Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.

-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.

-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.

María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.

-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.

-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.

-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.

-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.

-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.

-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.

-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…

Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.

El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.

-No tenemos papel.

-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.

María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.

Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.

-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.

-¡Sí, hombre! – se quejó ella.

-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.

Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.

-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.

Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.

-Yo no tengo sueño – se quejó María.

-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.

-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.

Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.

-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.

De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.

Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.

-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.

El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.

-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.

María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.

-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.

-Está bien – accedió divertida por aquella disección.

María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.

Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.

-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.

-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.

Entre risas, María siguió la broma:

-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.

Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.

-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.

-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?

-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.

Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.

Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.

-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.

A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.

El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.

Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.

María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.

-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.

-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?

-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.

Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.

Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.

Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.

Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.

Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.

Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.

María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.

Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.

María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.

Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.

Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.

-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.

Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.

El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.

Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.

-¿María?

La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.

-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.

Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.

-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.

Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.

Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.

-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.

-¿Perdona? – se hizo el despistado.

-¿Anoche la drogaste? – él se rió.

-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.

-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?

-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.

-¿Y fue todo bien? – se preocupó.

-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.

-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.

-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.

Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.

A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.

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Relato erótico: “Prostituto 21 Una clienta me confesó que era lesbiana” (por HEL con la colaboracion de GOLFO)

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verano inolvidable2

Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.
Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.
-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.
Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:
-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-
Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:
-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-
Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.
Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:
“¡Tiene que ser su hermana!”
Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:
-Soy Wendy-
Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.
“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.
Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.
Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:
-Nunca he subido a un 911-
Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.
-¿Tienes carnet?- pregunté.
-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.
-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.
La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.
-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.
Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:
-¿Qué tipo de comida te gusta?-
-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.
-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-
Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:
“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.
Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.
-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.
Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:
-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-
Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:
-Eso se lo dirás a todas-
No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.
Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.
-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-
-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-
Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.
Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:
-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-
Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:
-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-
Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.
Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.
Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:
-¡Hagámoslo!-
-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-
Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-
-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible- 
Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.
Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.
Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:
-¿Ya me dirás que pasa?-
-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.
-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-
-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-
-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-
Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.
La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.
La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.
Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.
Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:
-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.
-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada
-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-
“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.
-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.
-Déjame pensar- dije apurando mi copa.
Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:
“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”
Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:
-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.
La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:
-Tú déjame a mí-
No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.
-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.
Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.
Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:
-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-
Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.
Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.
La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.
 Así que la pequeña estaba en buenas manos.
Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.
Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.
Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos. 
Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.
Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca. 
Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.
-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.
Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.
La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.
Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.
Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.
-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.
Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.
La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.
En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.
-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.
-¿Qué es que, princesita?-
-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.
-¿Sientes rico?-
-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.
-¿Sientes como si tuvieras ganas?-
-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.
De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.
Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.
Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.
Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.
Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.
 Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.
¡Era fascinante!.
Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente. 
Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.
La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido
Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que yo de diga-
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:
-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.
-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.
-Continua- le dije –intenta con la lengua-
Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.
Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.
Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.
-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.
No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.
Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….
………………………………………………………..
Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.
-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.
Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:
-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-
Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:
-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 Para los que queráis disfrutar de mas relatos de esta estupenda autora y mientras la convenzo que los suba aquí, podéis leerlos en:
 

 

 
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