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Relato erótico: “La fábrica (1)” (POR MARTINA LEMMI)

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Cuando Daniel estacionó el auto junto a la acera fue inevitable que tanto él como yo claváramos y dejáramos detenida la vista durante algún instante en la fachada del edificio.  No había, por cierto, nada que delatase que allí funcionaba una fábrica: ningún cartel ni ícono de identificación; ni siquiera ventanales que dieran hacia el exterior, los que había, en realidad, se hallaban elevados a unos dos metros y medio por encima de la acera y seguramente tenían más como objetivo dejar entrar la luz que otra cosa.
Luego ambos nos miramos y suspiramos.  No era que el lugar luciese lúgubre ni recordase a una prisión como suele ocurrir con algunos establecimientos fabriles; simplemente daba imagen de nada…, es decir que no había modo alguno de inferir cómo luciría aquel lugar por dentro.  Pero tuviera el aspecto que tuviese, ese ciego muro de ladrillo a la vista tenía tras de sí el sitio en el cual yo, carpetita en mano, me jugaba las cartas para una nueva posibilidad de conseguir trabajo.  Las cosas se habían puesto difíciles, por cierto: la fábrica en la cual hasta hacía algunos meses yo me había desempeñado como administrativa, había entrado en una dura caída llevando a sus dueños a drásticas reducciones de gastos, lo cual, por supuesto, había hecho estragos en el personal.  De pronto nadie tenía allí la garantía de tener su silla asegurada y siendo yo relativamente nueva en la firma, mi nombre apareció rápidamente en las listas del lastre a desechar para que el barco no acabara por hundirse del todo: era lógico, puesto que despedir a los de más antigüedad implicaba para los propietarios pagar indemnizaciones más altas… Y fue entonces cuando me cayó la “propuesta indecente”: impune y desvergonzadamente, mi ex jefe me “invitó” a tener sexo con él y si bien nunca se me dijo abiertamente que de mi aceptación dependiese mi continuidad en el trabajo, quedaba tácitamente más que claro que ése era el precio que yo debía aceptar pagar si pretendía no estar en la lista de los prescindibles que recibirían el telegrama en los próximos días.  Fue, para mi dignidad, un insulto que no fui capaz de tolerar; se lo comenté a Daniel y enrojeció de furia, tanto que prácticamente me impuso que renunciara al trabajo sin siquiera esperar el despido.  Hacer tal cosa, por supuesto, me dejaba sin derecho alguno a indemnización pero en ese momento estábamos dispuestos a pagar tan alto costo con tal de mantener  intacta m integridad moral.
Así que quedé en la calle por “voluntad propia”; ni yo ni Daniel aceptábamos la posibilidad de volver siquiera un día a trabajar en ese lugar y hasta pensamos en elevar una denuncia penal contra mi ex jefe por abuso de poder y acoso sexual; un abogado amigo, sin embargo, nos terminó disuadiendo de ello por dos motivos: en primer lugar no teníamos prueba alguna y sería mi palabra contra la de él; en segundo lugar, y dada la falta de oportunidades laborales que reinaba en ese momento, iniciar un juicio contra mi anterior jefe podría funcionar como un obstáculo para que en otro lado me dieran trabajo.  Nadie querría a una empleada con prontuario de inconformista y conflictiva, sin importar en lo más mínimo el motivo de tal conducta o si ésta era justificada o no.  Y el costo a pagar fue realmente alto: cinco meses sin trabajo y llena de deudas, al punto de que tuvimos que suspender incluso la boda que teníamos programada hasta tanto yo tuviera trabajo y nuestra situación económica mejorase.
Daniel me tomó la mano y nos besamos; me apoyó un dedo sobre la rodilla.
“Vestida así, la chance de conseguir trabajo es bastante alta” – dijo, guiñándome el ojo.
Lo decía, desde ya, en parte en broma y en parte no.  No le gustaba en lo más mínimo que yo me presentara a una entrevista laboral con una falda tan corta y sandalias de taco pero estaba, por otra parte, implícito que yo tenía que causar la mejor impresión posible.  Y esa impresión no dependía sólo de los antecedentes laborales que figuraban en los folios de mi carpetita… Así que, aunque no le gustara, el pobre Daniel tenía que aceptarlo y poner la mejor cara posible aun cuando se le hiciera difícil; y a mí tampoco, en realidad, me daba demasiada gracia presentarme de esa forma porque me sentía de algún modo como una “mujer en oferta” aun cuando bien sabía que no era así y que se trataba de una cuestión meramente estética.
Los meses transcurridos después de la renuncia a mi anterior trabajo se me habían hecho realmente duros.  Tanto Daniel como yo habíamos creído, ingenuamente, que una nueva oportunidad surgiría rápidamente pero no fue así.  Fueron entrevistas, entrevistas y entrevistas… Currículum, currículum y currículum… Y nada, mientras los gastos y las deudas subían y ya no encontraba forma de sostenerme ni aun a pesar de la generosa ayuda de Daniel a quien, por cierto, el dinero no le sobraba y, de hecho, le habían quitado horas de trabajo en su firma también como parte de una política empresarial de reducción de gastos.
“Mucha suerte” – me dijo Daniel con un gesto cargado de ternura en el cual, además, se evidenciaba que haría fuerza por mí mientras aguardaba en el auto a que yo saliera de la entrevista.
Yo sólo sonreí; me acomodé un poco la falda para no mostrar tanto al descender del auto (si bien no había nadie cerca) y así, una vez que lo hube hecho, me encaminé hacia la puerta metálica y accioné el portero eléctrico.  Una voz femenina me respondió…
 “Buenas tardes, soy Soledad Moreitz, vengo por la entrevista laboral con el señor Di Leo…” – me anuncié.
 No llegué a oír si hubo o no respuesta porque el chillón sonido de la apertura de puerta lo tapó todo.  Empujé la misma y, antes de entrar en el edificio, eché una última mirada a Daniel quien, desde el auto me enseñaba un puño cerrado en señal de fuerza para luego mostrarme el dedo pulgar en alto… Sonreí, le soplé un beso y entré…
Una mujer de lentes que tendría unos cuarenta y cinco años se me presentó como la secretaria de Di Leo y pude reconocer en su tono de voz el mismo de quien me había atendido por el portero eléctrico; ella me guió hacia la oficina del jefe luego de decirme, con una sonrisa parca pero cortés, que él me estaba esperando.  Mientras seguía su taconeo, pasé ante los escritorios sobre los cuales hacían sus menesteres las empleadas administrativas que tal vez, si tenía yo éxito en mi entrevista de trabajo, podrían llegar a ser pronto mis compañeras.  Fue inevitable, por cierto, que todas clavaran los ojos en mí con un deje de recelo y hasta era entendible pues aun cuando tuvieran la mejor predisposición hacia mí yo era una gallina nueva en el gallinero y, para colmo, con veintiséis años de edad y atractiva.  Y aun cuando no había certeza de que yo quedara efectiva en el puesto, mi presencia allí introducía un elemento espinoso en un mundo femenino en el cual la competencia es moneda corriente.  Al fondo, alcancé a distinguir a Floriana quien, además de ser mi amiga, era la responsable de hacerme de contacto para tener aquella entrevista, ya que me llamó apenas supo que la firma había decidido prescindir de los servicios de una de las chicas por ciertas desprolijidades y negligencias en su trabajo.  Apenas me vio, el rostro de Floriana se iluminó y, despegando por un momento la vista del monitor que tenía enfrente, una amplia sonrisa le invadió y me saludó agitando la mano.  Conociéndola lo suficientemente y siendo yo capaz de interpretar cada gesto de ella, pude notar claramente que me estaba deseando suerte pero  que, además, lucía tremendamente optimista con respecto a mi entrevista.  Viéndola además entre el resto de las muchachas saltaba a la vista que era, por lejos, la menos atractiva y no era extraño entonces que las demás se llevaran bien con ella considerando que estaba lejos de ser una competencia; yo, en cambio, sí lo era… y aquellos rostros y miradas me lo hacían saber claramente.
Llegué hasta la oficina del jefe o, al menos, de uno de ellos, ya que eran dos los socios propietarios aun cuando la fábrica estuviese formalmente dividida entre dos firmas, siendo cada una de ellas manejada por una persona diferente: es decir, en la letra de la ley no había sociedad formal sino dos medianas empresas que compartían un mismo espacio físico.  Una era una fábrica de herrajes y, como tal, se encargaba de todo lo referente a la producción de portones, cortinas, persianas metálicas, cerraduras, etc.  La otra, que era en la cual yo estaba a punto de probar suerte, se encargaba de la parte de mecanización de portones y cortinas con lo cual, de algún modo, ambas firmas trabajaban de manera casi complementaria e incluso, según me había dicho Floriana, los empleados compartían prácticamente los mismos ámbitos de trabajo llegando a olvidar quién era empleado de quién y lo mismo ocurría tanto con el personal administrativo como con los operarios de planta.
La secretaria que me acompañó era una mujer morocha y, a decir verdad, no demasiado atractiva, con lo cual había que dar por sentado que tenía que ser muy eficiente en su trabajo o no estaría allí.  Sus modales parecían ser rígidos pero correctos y en ningún momento la parquedad se convertía en falta de amabilidad.  Una vez que hubo llegado hasta la puerta de la oficina la abrió sin llamar, con lo cual di por descontado que había una gran confianza con el jefe o bien que ya él estaba al tanto de mi llegada y me esperaba; después de todo eso era lo que la mujer me había dicho.
Un hombre rechoncho, regordete y con avanzada calvicie se hallaba al otro lado del un escritorio con la vista clavada en un monitor.  Rondaría los sesenta años. 
“La señorita de la entrevista, Hugo… – anunció la secretaria con formalidad pero a la vez llamándolo por el nombre de pila, lo cual de algún modo terminó de confirmar mi idea sobre el alto grado de confianza entre secretaria y jefe -.  Soledad…” – la mujer hizo una pausa y giró la vista hacia mí frunciendo el ceño en gesto interrogativo.
“Moreitz…” – le respondí.
“Moreitz…” – completó sonriendo la secretaria mientras blandía en alto un dedo índice y remarcaba bien la z final de mi apellido.
El hombre desvió la vista del monitor y posó sus ojos en mí.  Lo noté impactado y tuve la sensación de que para bien, lo cual debo confesar que me alegró: una buena impresión inicial, aunque más no fuera desde lo estético, era la primera forma de abrirme la puerta hacia un nuevo empleo; lo sentí así, como si hubiera traspuesto otra puerta más en mi acceso a aquella fábrica.  Lo que más me llamó la atención fue que el hombre se calzó los lentes para mirarme cuando la realidad era que, hasta el momento, miraba a la pantalla del monitor sin necesidad  de ellos.  O tenía problemas para ver lo que estaba más lejos o había decidido que yo merecía un estudio más minucioso y exhaustivo que lo que fuese que estuviera viendo antes.  Me miro de arriba abajo con detenimiento y tardó un rato en hablar, lo cual me puso algo nerviosa aun cuando, como dije, me entusiasmaba el hecho de haberle causado una buena impresión.
“Buenas tardes, Soledad, gusto en conocerla ¿cómo le va?” – me saludó finalmente.
“Buenas tardes, señor De Lío.  Muy bien. Gusto en conocerlo…” – respondí yo con una sonrisa e incluso con una ligera flexión de rodillas que me salió maquinalmente.
“Tome asiento por favor” – me invitó él extendiendo la palma abierta de su mano hacia la silla giratoria que se hallaba al otro lado de su escritorio.
 Con timidez pero a la vez con resolución me ubiqué en donde me indicaba.  Al hacerlo me tomé el pliegue de la falda para evitar que se subiera demasiado aunque, casi de inmediato, me di cuenta de que ese gesto no tenía ningún sentido en ese momento y lugar en el cual lo único que quería yo era conseguir el trabajo.  De hecho debería haber optado por la estrategia contraria y, en efecto, el hombre mantuvo la mirada clavada en mis piernas durante los segundos que me demandó sentarme e incluso lo siguió haciendo después.  El escritorio no era de madera, fórmica ni nada parecido sino que se trataba simplemente de una plancha de cristal con lo cual él podía ver mis piernas perfectamente desde su posición.  Supuse en ese momento que ésa debía ser exactamente la idea…
“Estela – dijo él dirigiéndose hacia su secretaria -.  Dejame solo con la señorita, por favor… Si alguien me busca que espere…”
Noté algo extrañamente perverso en sus palabras o, más aún, en el tono con que las dijo.  Las sensaciones se me encontraban y la excitación ante la posibilidad de conseguir empleo chocaba contra el recuerdo de lo ocurrido en mi anterior trabajo, en el cual mi ex jefe me había acosado sexualmente en forma de chantaje para retener mi puesto.  Una batalla interna se libraba, por lo tanto, dentro de mí.  La jovencita atractiva y desocupada estaba en lucha contra la mujer recatada que pensaba casarse dentro de poco y que, de hecho, había debido aplazar la fecha por los problemas económicos derivados de la pérdida de mi anterior empleo.  Por un momento pareció que la segunda lograra imponerse en la contienda ya que, como un gesto maquinal de autodefensa, apoyé la carpeta con mis datos sobre mi regazo de tal forma de cubrirme un poco de aquellos ojos que seguían clavados en mis piernas.
“No te hagas problema, Hugo… – respondió la secretaria y me pareció notar un deje de complicidad en su tono… o quizás era mi paranoica imaginación -.  Hablá tranquilo con la señorita…”
 Al escuchar el sonido del picaporte supe que me había quedado a solas en esa oficina con ese hombre que distaba de ser atractivo y que, ahora que estaba solo, se me antojaba aun más libidinoso de lo que ya me había parecido antes.  El saberse en privado conmigo pareció haberle borrado de su expresión facial unos cuantos vestigios de recato.  Pero, claro, yo venía de una experiencia algo traumática y, una vez más, pensé que estaba todo en mi cabeza… Por lo pronto, él seguía mirando hacia mis piernas; en un momento extendió su mano en dirección a mis rodillas y temí por lo que fuera a decir a continuación…
 “Bien, a ver… ¿Me permite ver esa carpeta, Soledad?”
Me sonreí y me relajé, experimentando un cierto alivio por dentro.  Claro, mi carpeta, qué tonta: la tenía apoyada sobre el regazo después de todo y seguramente lo que él esperaba era que yo se la alcanzase de una vez por todas ya que se suponía que a eso era a lo que había ido.
“S… sí, por supuesto” – no pude evitar tartamudear un poco.
 Pero cuando la carpetita se despegó de mis rodillas y estiré el brazo para hacérsela llegar, noté que la vista de él seguía posada en mis piernas y tuve que caer en la conclusión de que estaba más interesado en privarme de la carpeta que en ver su contenido: era un obstáculo para su vista.  Una vez más sentí un estremecimiento pero tomé coraje y redoblé la apuesta.  Si ése era el juego al que él quería jugar, pues entonces, ¿por qué no podía yo hacer valer mis cartas de seducción y así dejar de ser una desocupada?  Justo en el momento en que pareció que desviaría la atención de mí para dedicarla a la carpeta  que le acababa de alcanzar, me crucé de piernas; el resultado fue el esperado: volvió a alzar rápidamente la vista luego de haberla bajado fugazmente y pareció aun más turbado que antes o, al menos, ésa fue la sensación que me dio.  Sin desviar los ojos de mí, abrió la carpeta para luego, seguramente a su pesar, bajar la vista y dedicarse a escudriñar las foliadas hojas; por lo que percibí, debió hacer un verdadero esfuerzo para dejar de mirarme, ante lo cual yo paladeé y festejé por dentro ese pequeño triunfo.  Se seguían abriendo puertas…
“¿Se desempeñó en Cavalier?… – preguntó alzando las cejas; su rostro fue girando de la sorpresa a la tristeza -.  Una pena lo que pasó con esa empresa; quebró finalmente…”
“No… no estaba al tanto – dije -; sí sabía que estaban muy mal…”
“Presentó quiebra la semana pasada… – me intererumpió -. ¿Renunció o la despidieron?”
“R… renuncié…” – respondí tartamudeando pero a la vez tratando de sonar digna y segura; él me miró.
“No tenga miedo de decir nada; no va a tener incidencia sobre sus chances para el empleo…”
 Lo miré, algo confundida y turbada.  ¿Era posible que la información circulara entre los empleadores a tal punto?  ¿Estaba ya al tanto de lo ocurrido con el desagradable episodio de acoso sexual?  Permanecí mirándole sin saber qué decir…
“Lo que le quiero decir es:… – continuó Di Leo – si fue despedida no debe sentirlo como una vergüenza a ocultar; es común que las empresas se desprendan de personal cuando no les va bien…”
Relajé los hombros con alivio.  Qué tonta: claro, a eso se refería: tenía que controlar mi paranoia.
 “S… sí, señor Di Leo… Entiendo, pero de todos modos renuncié…”
 Rogué que no preguntara el motivo; por fortuna no lo hizo.
 “Bien… – asintió mientras volvía a bajar la vista hacia los folios -.  En todo caso terminó siendo una decisión acertada considerando lo que pasó después con la empresa… ¿Es usted casada?”
 Soltó la pregunta a bocajarro y sin anestesia; tan brusco giro en la entrevista me tomó desprevenida.  Una vez más me volvió a asaltar la inquietud.  Pero en cuanto lo pensé mejor, me di cuenta de que la pregunta no era tan ilógica ni fuera de protocolo: los empleadores necesitan  los datos  sobre la situación conyugal o familiar de sus empleados ya que la misma guarda directa relación con prestaciones, aportes, etc. 
“N… no, señor Di Leo… Soltera”
 Abrió grandes los ojos en un gesto que no sé hasta qué punto fue real o actuado: después de todo, mi información conyugal estaba bien especificada en la primera foja de mi carpeta.
“¿Soltera?  – preguntó -.   Ésa sí que es una sorpresa.  Es usted muy bonita…”
 Se me quedó mirando fijamente y, ahora sí, mi paranoia dejaba de ser tal para pasar a ser realidad.  Tragué saliva y di un respingo.  Tenía, no obstante, que mantenerme amable si quería el empleo.  Así que opté por la cortesía:
“G… gracias, señor Di Leo”
 Tuve la esperanza de que mi respuesta fuera suficiente para que él desviase el tema y volviera a mi carpeta pero no fue así; su vista continuaba clavada en mí y, cada vez más, se me antojaba como la mirada de un león hambriento..
“Tiene hermosos ojos marrones – dijo, haciéndome sonrojar -.  Y ese cabello castaño lacio es realmente…”
 “Es planchado, señor…” – dije lo más resueltamente que pude como para dar por terminado el tema.
 “Ah… Le queda hermoso así – insistió -.  ¿Entonces es ondulado…?”
 Yo temblaba por los nervios; con vergüenza bajé la vista hacia mis rodillas.
“No mucho… – dije, con un hilillo de voz apenas audible -, pero sí… tengo algunos bucles naturales…”
Se produjo un nuevo momento de silencio y yo seguía sin atreverme a levantar la vista pues bien sabía que sus ojos se mantenían sobre mí.  Recién cuando oí el sonido de los folios siendo pasados uno tras otro me atreví a alzar los ojos.  Él, sin embargo, y sin dejar de ojear la carpeta, no abandonó la temática sino que volvió a la carga:
“Supongo que tiene novio al menos…” – aventuró, tratando de imprimir a sus palabras un tono casual.  En cierta forma, me hizo sentir alivio: su pregunta me servía…
“Sí, está afuera esperándome – respondí con voz firme -.  Nos vamos a casar pronto…”
 Golpe certero, pensé: en una sola respuesta le acababa de dar noticias bien disuasorias.  Sin embargo, no lo noté turbado; por el contrario, levantó las cejas y su rostro adoptó una expresión de alegría.  ¿Fingida?  No había forma de saberlo y aún no lo conocía tanto como para determinarlo.
“¡Ah qué bien! – exclamó -.  Se entiende entonces que necesite el empleo con tanta urgencia: hoy en día iniciar una vida en pareja es muy pero muy costoso…”
Parecía siempre tener un as guardado en la manga.  Otra vez ponía las fichas de su lado.  ¿Me estaba extorsionando con ese diagnóstico?
“Sí…, así es…” – dije sonriendo, aunque con un deje de tristeza.
“Veintisés años… – dijo él volviendo a mirar mi carpeta -.  Muy joven… ¿Hijos?”
“No, señor, no tengo…”
 No me gustó tener que dar ese tipo de información porque me jugaba en contra.  Una mujer joven, como yo, y sin hijos, conllevaba un latente peligro de embarazo en el corto o mediano plazo, más aún cuando acababa de confirmarle mis planes matrimoniales.  Intenté descubrir en su rostro el impacto de mi respuesta pero la verdad fue que no pude ver nada: su rostro seguía imperturbable y parecía haber tomado el dato como  algo sin importancia.  De hecho su siguiente comentario me terminó de confirmar que la cuestión le había resbalado absolutamente… Y cómo…
“Póngase un momento de pie, señorita Moreitz”
 Fue una estocada de lo más inesperada; de hecho la sentí así, como si algo se me hubiera clavado en el pecho y me empujase hacia atrás.  Él me miraba fijamente y yo estaba invadida por la confusión.
 “¿P… perdón?”
 “Póngase de pie, por favor – insistió – : quiero verla un poco.  La presencia de nuestras empleadas es algo no menor para la empresa…”
 Todo me daba vueltas.  Me sentía absolutamente superada por la situación.  Era como revivir el pasado, pero peor…  Mi ex jefe, al menos, había aguardado un año y medio para su primer embate, pero este tipo parecía mucho más resuelto a conseguir lo que quería y lo hacía notorio incluso antes de tomarme como empleada y sin que se supiera siquiera si yo quedaría en el puesto.  Jugaba conmigo como el gato con el ratón; eso estaba claro: él sabía que tenía a su favor el poder de decisión y yo sabía que tenía en mi contra la aflictiva situación económica en que había caído tras perder mi anterior trabajo.
Me puse en pie despaciosamente y tomándome la falda por los pliegues de tal modo de evitar que se levantara en demasía.   Él me estaba sometiendo a un escrutinio atroz a tal punto que sentí como si sus ojos fueran agujas entrando en mi cuerpo; yo, cada vez más sobrepasada por tan peculiar entrevista, bajé la vista al piso.
“Hermosa figura… – dictaminó como si estuviera emitiendo un veredicto -, muy armoniosa…  Lindas piernas…”
Las rodillas comenzaron a temblarme.  Ignoro si él lo notó; de ser así, se estaría seguramente divirtiendo a mi costa… O bien ése era su modo habitual y natural de comportarse con cada muchacha que se presentara en allí en busca de empleo.  Un tenso silencio se apoderó del lugar mientras él me escrutaba de arriba abajo con el mayor detenimiento; transpirando, alcé ligeramente las cejas cuando me pareció que el silencio no iba a tener fin.  Me topé con la vista de él quien, obviamente, me seguía observando.   Apuntando un dedo índice hacia el suelo, trazó con él un círculo en el aire.
 “Gírese…” – me dijo.
 Mi incredulidad iba en aumento a cada instante.  ¿Tenía que ver también cómo lucía por detrás?  Urgía conseguir el trabajo y, por lo tanto, decidí acatar lo que me pedía (¿o exigía?); sin dejar de temblar me fui dando la vuelta hasta quedar de espaldas a él.  Otra vez silencio…
 “Inclínese un poco, Soledad…” – me dijo de pronto.
Aun cuando el pedido había sido suficientemente claro, giré mi cabeza por sobre mi hombro para mirarlo interrogativamente.  No pareció perturbarse por ello en absoluto; más bien se sintió en necesidad de especificar.
“Inclínese… – me repitió –, hacia adelante, por favor…”
Volví a mirar hacia adelante o, más precisamente, hacia el piso.  Ya para esa altura la entrevista excedía cualquier expectativa previa y, por cierteo, era harto humillante.  Necesitaba el trabajo, me dije una vez más, lo necesitaba… Quizás, pensé, sería mejor hacer simplemente lo que él me pedía y, una vez aceptada, ya no me molestaría.  Ingenua de mí: es bastante obvio que quien avanza con tal impunidad y descaro en una entrevista laboral no va a sentir demasiados límites a la hora en que una empleada haya pasado a formar parte estable del personal de su establecimiento.  Yo creía, sin embargo, o quería creer, que toda aquella degradación a que me estaba sometiendo era parte de una metodología extorsiva en la medida en que yo necesitaba el trabajo… y que ya no le sería tan útil en el hipotético caso de que yo quedase efectiva.
Me incliné hacia adelante, tal como él decía.  Mi espalda quedó a unos treinta grados  con respecto a la vertical y sostuve mi falda por los laterales a los efectos de que no se alzara más de la cuenta y mostrase lo que no debía mostrar.
“Inclínese más… – me ordenó, ignorando totalmente mis pudorosos intentos -.  Tóquese los tobillos…”
Fue como una nueva estocada.  Esta vez  entre los omóplatos.  Mi dignidad seguía por el piso: tenía que pensar en el trabajo, el trabajo, el trabajo; si en aquel momento me incorporaba y lo mandaba a la mierda todo se habría terminado y bien sabía que las oportunidades laborales estaban lejos de llover del cielo… mientras mis deudas aumentaban y yo no podía cubrir mis gastos.  Haciéndole caso, entonces, solté la falda y llevé mis manos a los tobillos, dejando así mi parte trasera libre de cualquier pudoroso obstáculo para su vista.  Cerré los ojos y me sentí morir.  En la posición en que me hallaba era absolutamente imposible pensar en que él no estaría viendo mi cola por debajo de la falda.  El mutismo en que Di Leo se mantenía sólo contribuía a aumentar mi nerviosismo.
“Bien… – dijo con tono aprobatorio -.  Muy bien, sí… Eso sí: la falda es un poco larga; ya vamos a hablar con Estela para solucionar eso…”
Yo cada vez daba menos crédito a mis oídos.  ¡Dios!  ¿Demasiado larga?  Me había puesto la más corta y atrevida que tenía.  ¿Qué pretendía? 
“Bien, Soledad… acérquese”
Tácitamente, me autorizaba a incorporarme y salir de mi degradante postura.  La orden, sin embargo, distaba de generarme alegría o alivio, ¿qué seguiría?  Incorporándome y acomodando un poco mi falda, giré y caminé hacia él; en un principio había interpretado que debía quedarme de pie frente al escritorio pero él, otra vez con su dedo índice, trazó en el aire un semicírculo en clara invitación a que pasara para su lado.  Mis pasos se volvieron cada vez menos seguros sobre los tacos en tanto que las rodillas me flaqueaban al punto de que temí caer. Una vez que pasé al otro lado del escritorio me ubiqué de pie junto a él, quien permanecía en su silla giratoria y no hacía más que seguirme mirando de arriba abajo con la misma exhaustividad que si tuviera ante sus ojos un balance mensual.
“Permiso…” – dijo, en lo que constituía para esa altura un formalismo absurdo.  Apoyando ambas manos sobre mí, me tomó por el talle y me hizo girar nuevamente.
El temblor aumentó en mí; ahora él me estaba tocando y, por lo tanto, debía advertirlo.  Sus siguientes palabras lo confirmaron:
“Tranquila… – dijo, sonriendo y, según me pareció, con un desagradable sonido a saliva entre sus labios -.  Quédese tranquila, Soledad, esto es rutina…”
 Acto seguido y como si no tuviera yo ya suficiente con tener sus manos sobre mí, pasó una de éstas por debajo de mi falda y me acarició las nalgas.  Yo tenía ganas de huir corriendo pero no lo hice; tenía ganas de girarme y mirarlo con odio, pero tampoco lo hice… Mi trabajo estaba en juego y mi dignidad se seguía cayendo hecha pedazos a cada instante en mi desesperación por conseguirlo.  Él me seguía acariciando por debajo de la falda y, cada tanto, tironeaba de la tanga que yo llevaba puesta para soltarla y hacerla entrar con fuerza en mi zanjita una y otra vez.  La sensación era que me estaba sometiendo a una prueba; él mismo había hablado de rutina… Claro, seguramente, estaba probando mi paciencia o tanteando hasta qué punto era capaz yo de dejarme humillar; estaba más que claro que aquél debía ser el procedimiento que repetía con todas las postulantes: quien no fuera capaz de soportarlo o bien mostrara resistencia a su probable futuro jefe, quedaba por supuesto descartada… Hice coraje y hablé; traté de hacerlo con tono firme aunque la voz me salió muy baja:
“Señor Di Leo…” – musité.
 “¿Soledad?”
“¿Puedo…, con todo respeto, preguntar a qué se debe esto o qué… tiene que ver con mi entrevista de trabajo…?
 “¿Quiere usted el trabajo?” – me repreguntó él en tono amable pero tajante.
“S… sí  – balbuceé, perdiendo la seguridad que había querido darle a mi tono segundos antes -, por supuesto que lo quiero, pero…”
 “Si quiere el trabajo – me interrumpió, siempre con la misma impostada amabilidad -, entonces tiene MUCHO que ver con su entrevista… Le diría que es esencial, je…”
 La respuesta no pudo ser más clara.  Tanto que dejaba como inútil cualquier argumentación.  No se podía contestar con argumentos a lo que no tenía: sus palabras dimanaban simpleza pura… y poder.
 “¿Es… así con todas las chicas?” – pregunté volviendo a tomar coraje.
“No… – rió -.  Sólo con las más bonitas, je…”
Claro, todo estaba bien claro.  Se quedaría con el puesto quien no ofreciera  resistencia al sentir una mano sobre su cola.  Es extraña la mente de una persona y más cuando está urgida económicamente, porque en ese momento juro que me pregunté si lo estaría haciendo bien.  ¡Dios!  ¡Qué locura! 
Una palmadita en las nalgas me anunció que el escrutinio de mi zona trasera había terminado.  Y yo no dejaba de preguntarme si habría aprobado.  ¿Cómo habrían reaccionado las otras chicas?  ¿Habrían echado a correr?  ¿Le habrían cruzado la cara de una bofetada?  ¿O simplemente se habrían ofrecido a él del modo más desvergonzado y degradante para poder conseguir el empleo?  Me tomó por el talle y me hizo girar nuevamente; él seguía sentado.
 “Sabe usted que en caso de quedarse con el puesto va a tener que contestar seguido el teléfono, ¿verdad?” – me preguntó.
 “Sí… Algo me adelantó Floriana”
 “Ah, claro… es tu amiga… cierto que lo es.  Bien… la cuestión es que va a tener que atender a potenciales clientes que pueden llegar a estar muy lejos: muchos del interior y algunos inclusive del exterior…”
 Asentí, pero lo miré sin entender demasiado…
 “Es importante, Soledad – continuó -, que mis administrativas pongan en juego sus armas de seducción cuando atienden el teléfono…”
  Mi gesto interrogativo se acentuó.
“¿P… perdón, señor Di Leo?”
“Claro, je, es simple… Un cliente que está llamando desde Tucumán o desde Mendoza no conoce la empresa y no te está viendo… Por lo tanto en ese momento hay que seducirlo con la voz y las palabras.  La idea, claro, es que compre…”
“Entiendo, señor Di Leo…” – dije, casi como un autómata; lo que acababa de decirme era que debía sonar sensual y sugerente en el teléfono porque mi voz pasaba a ser en ese caso la carta de presentación de la empresa.
“A ver, inténtelo” – me instó, a bocajarro.
Yo seguía de sorpresa en sorpresa; fruncí el rostro en un gesto de incomprensión.
“¿P… perdón, señor?”
“Quiero que me hable tal como le hablaría a un cliente al que hay que convencer de que nos encargue a nosotros la mecanización de las cortinas de su empresa”
La vacilación se apoderó de mí.  El pedido, una vez más, era insólito, pero además exigía un grado de desinhibición que yo era consciente de no tener.  Y, en todo caso, si era capaz de lograr el tono sugerente que él pretendía, lejos estaba de poder demostrarlo en ese lugar y en ese momento.
“S… señor Di Leo – tartamudeé -; no creo que ahora pueda hacerlo… Con un poco de ensayo tal vez…”
“Un carajo… – desdeñó él, mostrando por primera vez algo de aspereza en el tono -.  Eso es algo que a usted, señorita Moreitz, le debe salir espontáneamente… y de no ser así, pues bien, me temo que éste no es el trabajo para usted…”
Yo estaba a punto de llorar.  Creo que lo notó.
“Tranquila – continuó, recuperando la amabilidad -.  Inténtelo, vamos: con confianza y seguridad…”
“¿Q… qué puedo decir?  No lo sé…”
“Dígame que tengo una hermosa voz y que seguramente igual de hermosa debo tener la verga”
Yo ya no podía creer nada.  El labio inferior se me cayó y quedó colgando estúpidamente.  Lo miraba con absoluta incredulidad; lo más sorprendente del asunto era que él siempre lucía imperturbable e inmutable: acababa de decir palabras terriblemente procaces sin el más mínimo rubor sino más bien, por el contrario, con absoluta frialdad, casi del mismo modo que si se hubiera dirigido a un proveedor para confirmarle un pedido.  No había nada, ninguna emoción en su rostro de hielo.
Bajé la cabeza una vez más; se me escapó un sollozo.  ¿Se estaría divirtiendo a mi costa aquel pervertido haciéndome lo que me hacía?
“S… señor D… Di Leo, p… por favor…” – balbuceé.
“¿Quiere realmente el trabajo?” – contraatacó él.
Me tenía entre la espada y la pared; manteniendo mi cabeza gacha, comencé a hablar lenta y despaciosamente: me daba cuenta de que las palabras no me salían del todo claras.
“Q… qué hermosa voz tiene, s… señor… Tan hermosa c… como…”
“Míreme a los ojos” – me increpó.
Alcé la vista.
“N… no voy a mirar a los ojos a los clientes en el teléfono, señor… ¿Por qué debo…?”
“Míreme a los ojos” – insistió.
Las cosas estaban perfectamente claras.  Era inútil tratar de oponer argumentos lógicos a sus órdenes justamente porque eran SUS órdenes y punto.  Le miré; él seguía imperturbable aunque tuve la sensación de que una ligera sonrisa se le dibujaba en la comisura de los labios.
“Qué… hermosa voz t… tiene señor…, s… seguramente tan hermosa como d…debe tener s… su v…ver…ga…”
Recité mi parlamento torpemente, por momentos sollozando y mordiendo las palabras.  Sin embargo, él palmoteó el aire en señal de aprobación.
“¡Muy bien, Soledad, muy bien! – exclamaba airadamente y con un deje de burla -.  No está mal para ser una primera vez… Son cosas que puede ir perfeccionando con el tiempo…”
Era paradójica la situación.  Aquella aprobación de su parte me estaba dejando quizás con un pie dentro de la empresa y, sin embargo, yo no podía estar feliz; no ante la humillación de la que me estaba haciendo objeto aquel canalla.  Por otra parte, ¿qué iba a hacer yo una vez fuera de la oficina? ¿Le contaría todo a Daniel en el auto?  ¿Me atrevería?  Y en caso de hacerlo, ¿qué y cuánto le contaría?  ¿O sería acaso mejor callar por completo?  El pobre Daniel ya había sufrido un colapso nervioso al enterarse de lo ocurrido en mi anterior trabajo y logré en aquel momento a duras penas convencerlo de que no fuera a la fábrica a tomar por el cuello a mi ex jefe… Pero, ¿callar?  ¿Tenía yo que callar todo?
“Venga, Soledad… siéntese aquí” – me invitó Di Leo señalando hacia… su regazo.
Claro, cómo no lo había supuesto antes.  Si había que aprobar el examen para ser administrativa allí, tendría que sentarme sobre él: es casi la imagen estereotipada que uno tiene de la secretaria o la ejecutiva… Una vez más, me produjo una intriga casi morbosa saber cómo lo habrían hecho las anteriores.  Vacilé.  ¿Me quedaba o me iba?  Por dentro, me decía a mí misma que aquella sería la última concesión, pero lo cierto era que lo mismo había hecho ante cada uno de sus denigrantes pedidos: “esto es lo último – me decía a mí misma -.  No cederé en nada más…”  Pero en fin… el trabajo, el trabajo…, el maldito trabajo…
Flexioné mis rodillas como para sentarme sobre su pierna derecha; era lo más recatado que podía hacer en una situación tan degradante.  Pero al momento mismo de sentarme, él me tomó por la cintura y me ubicó directamente encima de su bulto…  Inútil intentar levantarme o moverme de allí; mantuvo sus manos sobre mi talle, capturándome.
“Toda administrativa que se precie, señorita Moreitz, tiene que saber que sólo se puede sentar en dos lugares… – explicó con tono entre paternal y pedagógico -.  En la silla de su escritorio y en el regazo del jefe…”
Me removí un poco tratando de zafarme pero lo único que conseguía con ello era franelear aún más mi trasero contra su bulto; noté que eso le divirtió y hasta le reconfortó, pero no liberó mi talle.  Cuando hube dejado de moverme y notó que yo había entendido que ése era mi lugar, se dedicó a acariciarme las piernas.  Todo me temblaba y no supe en dónde meterme cuando deslizó una de sus manos por entre mis muslos y entró por debajo de mi falda: fue apenas un roce; no la mantuvo demasiado tiempo allí pero alcanzó para hacerme sentir aún más avergonzada y ultrajada.  La degradante humillación a que me sometía parecía encontrar siempre un punto más bajo.  Deslizó luego una mano por sobre mi blusa recorriéndome la espalda hasta llegar a mi cuello para, una vez allí, dedicarse a acariciarlo con una ternura rayana en la peor perversión.
“Relájese, Soledad – me decía mientras sus dedos subían por debajo de mis cabellos y me masajeaban la nuca -; relájese: nada es tan grave ni está fuera de la rutina…”
La rutina.  Insistía en eso.  Para él se trataba de una entrevista más y, al parecer, algo a lo que debería empezar a acostumbrarme.  ¿Rutina para él o rutina para mí de allí en más?  Fuese como fuese, él quería que yo naturalizase lo que parecía a todas luces una locura demencial. 
Tomándome por las caderas, me hizo poner de pie.  Se me ocurrió pensar que era el fin del suplicio y tal vez de la entrevista.  Rogué, de hecho, para que así fuera.  Pero al momento de pararme y estando aún de espaldas a él, llegó a mis oídos el inconfundible sonido de la hebilla de un cinturón.  ¡Dios!  ¿Qué seguía ahora?
Fue tanto el pavor que me invadió que me giré casi como un autómata, tal vez con la esperanza de que mis sentidos me hubieran engañado, pero no… Aquel rechoncho y desagradable tipo seguía en su silla pero ahora tenía los pantalones bajos… y el calzoncillo también.  Me llevé las manos a la boca y di un paso hacia atrás.
“Lo sé… – dijo él, en tono de broma -.  Es la reacción de todas cuando lo ven por primera vez, jeje…”
Su miembro estaba allí, ni fláccido ni erecto por completo pero se lo notaba excitado tras haberme tenido sobre él.  Tragué saliva.  No podía creer nada de lo que estaba ocurriendo: aquello era una pesadilla; era vivir lo ocurrido en el anterior trabajo pero potenciado mil veces ya que jamás se había llegado abiertamente a una situación de ese tipo.  Renuncié por mucho menos…
“S… señor Di Leo… – musité -.  Esto que está pasando… es… m… muy extraño.  No sé si…”
“Puede irse cuando usted quiera – me dijo, encogiéndose de hombros y con toda naturalidad -.  Nada ni nadie la retiene, Soledad.  Usted está aquí por una entrevista de trabajo, no para hacer lo que no quiera hacer.  Si se siente incómoda y la situación no le gusta no hay ningún problema: ya mismo me comunico con Estela para que la acompañe – tomó el conmutador – y usted podrá volver con su novio que la espera afuera…”
Sus palabras, que pretendían ser tranquilizantes, eran, por el contrario, bien punzantes y encubrían algo no dicho: yo tenía la libertad de dar media vuelta y marcharme pero, por supuesto, debía olvidarme de que me llamaran para el puesto.  Pero, ¿no era mil veces preferible acaso?  ¿Podría quedarme allí y  convivir con un jefe tan puerco y desagradable?  De haberme hecho la misma pregunta unos meses antes, la respuesta hubiera sido sin lugar a dudas un “no”.  Pero es increíble cómo la necesidad puede incluso trastocar nuestros códigos éticos y nuestro sentido de la dignidad.  Yo estaba prácticamente en bancarrota y viviendo de limosna: la realidad era que yo necesitaba ese trabajo y él bien lo sabía.  Albergaba yo, además, la ingenua idea de que, en caso de quedar efectiva y estar mi situación laboral en blanco, ya no se repetirían aquel tipo de escenas o, cuando menos, bajarían la intensidad.  Floriana, de hecho, jamás me había comentado palabra alguna acerca de que tales cosas ocurriesen en la empresa.
“¿Aún lo está evaluando, señorita Moreitz? – inquirió con un deje de ironía -.  Bien, por lo pronto no ha dado aún media vuelta y creo que su silencio es positivo… Lo está considerando por lo que veo…”
El tono burlón me terminó, en ese momento, de crispar: estaba insultando por completo mi dignidad.
“No, señor Di Leo – dije, de modo tan resuelto que hasta yo me sorprendí – Creo que no es trabajo para mí.  Tendrá que buscar otra chica…”
Mi respuesta no pareció alterarlo en absoluto.  Por el contrario, se mantuvo sereno y una sonrisa se le dibujó en el rostro.
“Perfecto, señorita… Su decisión es totalmente respetable.  Ya mismo me comunico con Estela…”
Accionó una tecla y llevando el tubo a su oreja, habló con su secretaria.
“Estela…, la señorita Moreitz se retira.  ¿Puedo pedirte que la acompañes a la salida?”
En ese momento la urgencia volvió a hacer presa de mí.  Aquello era el final de una oportunidad laboral y, a juzgar por la denodada búsqueda de los últimos meses, estaba claro que no iba a conseguir otra muy fácilmente. Quizás podía decirle que sí y seguir buscando por otro lado; no me dirían, de todas formas, que me presentara a trabajar al otro día; faltaban, de hecho, unos veinte días para terminar el mes en curso y lo más posible era que, en caso de dar ellos una respuesta afirmativa a mi solicitud, comenzara yo a desempeñarme en mis funciones recién para el mes entrante.  Veinte días: era algo de tiempo como para pensar qué hacer o bien, milagro mediante, conseguir algo en otro lado.  Pero, a la vez… si decidía quedarme allí, ¿qué me aguardaba al instante siguiente dentro de esa oficina con ese degenerado que lucía sus genitales al aire?  (ni siquiera había tenido el decoro de levantarse los pantalones ante la perspectiva de que su secretaria estuviera allí de un momento a otro).  Y entonces, ¿qué debía yo hacer?  ¿Quedarme?  ¿Irme?
“¿Qué tengo que hacer en caso de quedarme?”
La pregunta brotó de mis labios con la misma resolución con que lo había hecho antes mi negativa, pero con más prisa.  Di Leo me miró:
“Aguarde un momento, Estela…”  – dijo y llevó su mano libre al tubo para taparlo -.  ¿Perdón, Soledad?”
Tragué saliva.  Me arrepentí de mi pregunta, pero ya había preguntado.  Cruzando mis manos a la espalda, me envaré lo más dignamente que pude o, al menos, haciendo gala de la poca dignidad que aún me quedaba.
“Supongamos que decido quedarme, ¿qué tengo que hacer?”
“Mamarme la verga, claro” – respondió con la misma naturalidad que si hubiera dicho “hacer un balance”…
Un escozor me corrió de la cabeza a los pies.  Hay que decir que la forma, absolutamente natural, en que él manifestaba las cosas que pensaba exigirme, vulneraba mis defensas.  Por definición, una jamás está preparada para lo que sorprende.  Lo que él esperaba de mí era, por cierto, repugnante y me daba arcada de sólo imaginarlo… y aun así no era la peor de las opciones: cuando menos no habría penetración.  Bajé la vista hacia su miembro…
“Está bien, señor Di Leo… – dije, con una resignación que terminaba por ser derrotismo -.  Me quedo…”
Alzó las cejas y sonrió nuevamente.
“¡Bien! – celebró -.  Veo que además de muy bonita es inteligente – quitó la mano del tubo -.  No, está bien, Estela, la señorita Moreitz se queda; no hace falta que venga por ahora”
Detecté ironía en las últimas palabras que le dijo a su secretaria e incluso parecía haber tanto en su voz como en su mirada un atisbo de complicidad.  Colgó el tubo y colocó ambas manos sobre su nuca en actitud de relajación.
“Muy bien, Soledad… Vamos a lo nuestro – anunció -.  Veamos qué tan buena es para el empleo…”
Yo seguía de pie mirando hacia su miembro y sin poder aún creer lo que acababa de aceptar.
“Arrodíllese…” – me ordenó, siempre conservando ese sesgo de cortesía (fingida o no) en el tono de su voz.
Definitivamente ya no había escapatoria ni tiempo para seguir dudando.  Lo mejor era hacer que todo pasara lo más rápido posible.  No veía la hora de estar en el auto con Daniel.  Di Leo pareció leerme el pensamiento.
“Dese prisa – me instó, sonriente y guiñando un ojo -.   No hagamos esperar mucho a su novio”
Planté una rodilla en la alfombra del piso, luego la otra.  Cerrando los ojos para aminorar el impacto del momento tomé su miembro entre mis dedos y me llevé el glande a la boca.  Para mi sorpresa él me tomó por los cabellos y empujó mi cabeza hacia atrás provocando que su verga saliera momentáneamente de mi boca; prácticamente me vi, de ese modo, obligada a abrir mis ojos y mirar a los suyos y sin embargo no hubo violencia en la acción: lo hizo muy suavemente y de modo casi paternal.
“Veo que nunca tuvo una pija en su boca, señorita Moreitz, ¿verdad?”
Su afirmación en forma de pregunta me descolocó.  Lo que decía era cierto pero, ¿cómo lo sabía?  ¿Tan mal lo estaría haciendo?  Confundida, negué con la cabeza.
“¿Nunca, nunca? – preguntó él, siempre sonriente -.  ¿Ni la de su novio siquiera?”
Otra vez negué.  Estaba tan superada por los acontecimientos que las palabras ni siquiera lograban salir de mi boca.
“¿Y él nunca se lo pidió?” – preguntó, con gesto de sorpresa.
“S… sí, alguna vez lo hizo – balbuceé -, pero… n… no… no accedí”
“¿Puedo preguntar por qué?”
El interrogatorio era un desquicio.  Jamás podría haber imaginado tener que responder a semejantes preguntas en una entrevista de trabajo.
“M… me da asco…” – respondí con la mayor integridad que pude.
Echó la cabeza ligeramente hacia atrás e hizo como si lanzara una carcajada silenciosa.
“¿Y la mía también le da asco?” – preguntó.
Las preguntas no sólo eran cada vez más incisivas sino que además explotaban al máximo mis temores.  ¿Qué debía responder?  Si decía que sí, ¿me dejaría en paz o, por el contrario, disfrutaría con sádico placer el hecho de obligarme a hacer algo que me producía repulsión? ¿Le caería mal mi respuesta?   ¿Podía sin más decirle que su verga me daba asco a quien tal vez en pocos días más pudiera ser mi jefe?  Volviendo a anteponer mi necesidad laboral por sobre cualquier consideración ética, mentí al responder.
“No, señor Di Leo… L… la suya n… no”
Sin dejar de sostenerme por los cabellos acercó su rostro al mío y su sonrisa se amplió aún más.  Me besó en la frente.
“Bien, señorita Moreitz – dijo luego -.  Si nunca ha mamado una verga entonces debe estar hambrienta, jeje… Créame que va a comer como para saciar su hambre.  Pero le voy a explicar algunas cosas: para que la verga esté bien erecta, hay que hacer un poco de juego previo.  Seguramente su inexperiencia en este campo le juega en contra pero vamos a subsanarlo.  En primer lugar juegue un poco con su lengua entre mis testículos…”
Repulsión.  Nuevamente ganas de vomitar.  Y, sin embargo, una vez más cedí… Temblando de la cabeza a los pies me las arreglé para conseguir, a pesar de todo, sacar mi lengua por entre mis labios.  Él me soltó el cabello y volvió a adoptar la posición relajada de instantes antes, con ambas manos sobre la nuca; miró al techo y cerró los ojos.  Levanté un poco su pene semi erecto y, con un asco indecible, me dediqué a pasar mi lengua por sus genitales.
“Así, así… – me decía él -.  Siga así, Soledad…”
Conteniendo mis náuseas como pude, continué dando lengüetadas en espera de alguna contraorden que, al menos de momento, no llegaba.
“No se detenga, Soledad… – continúe -.  Hay tiempo.  Su novio, que la debe querer mucho, la va a esperar…”
El comentario era, desde ya, terriblemente odioso.  Al hacer alusión a Daniel, no sólo me refregaba en mi mancillada dignidad lo que estaba haciendo sino que, además, y eso era lo peor, conseguía provocar en mí un cierto morbo que me producía inquietud y hasta rechazo por mí misma.  ¿También sabría eso aquel desgraciado?  ¿Sería la reacción más o menos semejante en todas las chicas?
“Hay una zona entre los genitales y el orificio anal que es fuertemente erógena – dijo de pronto, retomando su tono pedagógico -.  Me gusta mucho que me pasen la lengua por ahí…”
Claro: no era un orden directa pero al mismo tiempo no era una simple clase de educación sexual.  El comentario llevaba implícita la orden de lamerle precisamente en donde él decía.  Por si quedara alguna duda al respecto, echó la cintura hacia atrás y alzó ligeramente las caderas de tal modo de levantar un poco la zona antes mencionada.  Y todo estuvo más claro que nunca.  Para poder llegar hasta allí tuve que hundir mi nariz entre sus genitales a la vez que su pene, ya considerablemente erecto, se me clavaba en la frente humedeciéndola.  Cuando mi lengua se comenzó a deslizar más abajo de los genitales, noté aumentar la excitación del maldito cerdo y, por primera vez desde que aquella demencial situación se iniciara, emitió algunos jadeos.  Seguí lamiéndole allí durante un rato hasta que él mismo consideró que era suficiente:
“Ya está a punto… – dictaminó -.  Cómame la verga, Soledad… Sáquese el hambre…”
El juego previo había terminado.  Levanté un poco mi rostro deslizando una vez más mi lengua por sus genitales y así me quedé con su miembro frente a mi rostro.  Ya no hizo falta tomarlo entre mis dedos para llevármelo a la boca porque estaba tan erecto que se sostenía por sí solo… y había que decir que tenía un buen tamaño.  Superior, por cierto, al de Daniel… Volvieron a mí el deseo y la premura de terminar con todo aquello lo más rápido posible.  Así que, sin más vacilación, abrí la boca grande y me tragué su verga completa.  Una profunda arcada volvió a aquejarme pero hice un esfuerzo sobrehumano por no vomitar.  Yo no tenía ninguna experiencia en el campo del sexo oral pero no era difícil adivinar que el secreto estaba en hacerlo acabar lo más rápidamente posible: cuanto antes ello ocurriese, antes terminaría la pesadilla.
“Recorra la cabeza de mi verga con su lengua – me ordenó como si notara que me faltaba guía -; haga círculos alrededor de ella…”
No tuve más remedio que obedecerle.  En efecto, describí en torno a su glande los círculos con la lengua que me reclamaba y fue notable cómo su excitación siguió aumentando.
“Muy… bien – me felicitó ya con la voz entrecortada -.  Ahora mámela bien mamada…”
Aun con mi poca experiencia en el tema interpreté que a lo que se refería era a que engullera completo el tronco y así lo hice; él, a su vez, empujó con el miembro hacia el interior de mi boca y una nueva arcada se apoderó de mí al sentirlo tocándome la garganta.  Yo no daba más.  Cerré los ojos y busqué concentrarme en el principal objetivo que instantes antes me había propuesto: hacerlo acabar lo más pronto posible.  Me dediqué, por lo tanto, a succionar, rodeando con mis labios el pene cuan grueso era y llevando adelante y atrás mi cabeza una y otra vez, acelerando el ritmo en la medida en que notaba que la excitación de él iba en aumento.  Él también comenzó a moverse acompasadamente y literalmente me estaba penetrando por la boca: eso de que el sexo oral era el mal menor por no incluir penetración terminaba por ser sólo una verdad a medias, pero tampoco me importó en ese momento o busqué que no me importara.  Me concentré ciento por ciento en el objetivo: terminar con aquello.
Dos problemas nuevos se me presentaron, sin embargo, en la medida en que yo fui incrementando el ritmo de la mamada.  Por un lado, los jadeos de él se fueron haciendo cada vez más potentes hasta casi convertirse en gritos; supuse que los mismos debían estarse oyendo desde fuera de la oficina y no pude menos que sentir una gran vergüenza aunque, por otro lado, pensé, aquella clase de sonidos debían ser de seguro moneda corriente allí en la fábrica.  El otro problema tuvo que ver con el hecho de que se notaba en el ritmo de sus jadeos que estaba llegando al orgasmo y, por cierto, no me había dedicado a pensar qué ocurriría cuando llegase el momento; supuse y di por sentado que debería escupir… No había otra opción: el estómago se me contraía de asco ante la sola idea de tragarle el semen; ya bastante tenía con el asqueroso líquido preseminal que invadía mi boca con su sabor amargo.  Pero él no me dejó elegir… En el exacto momento en que supo que su orgasmo estaba llegando me apoyó pesadamente una mano sobre la nuca y no sólo no me permitió soltar el pene para no tragar el semen sino que además me empujó aun más contra él, de tal modo que engullí completa su verga hasta la base del tronco y pude sentir el tibio líquido invadiendo desagradablemente mi garganta… Otra vez arcadas: quería vomitar y a la vez sabía que si lo hacía prácticamente me asfixiaría considerando lo presionada que él me tenía contra su bajo vientre.  El semen, mientras tanto, seguía bajando, ultrajándome a cada centímetro que recorría; parecía como si el líquido estuviese lleno de vida propia y disfrutase de conquistar victoriosamente mi faringe y seguir su camino triunfal hacia el estómago.  Tuve que tragarlo por completo: no quedó otra opción…
“Muy bien… – me felicitó Di Leo al cabo de un rato y una vez que hubo recuperado la respiración -.  Lo ha hecho muy bien para ser una primeriza; ¡bastante mejor que otras que no lo son, le diría!”
El comentario, irónicamente elogioso, era terriblemente humillante.  Y sin embargo, lo mejor de todo (o lo peor según como se lo viese) era que prácticamente significaba un visto bueno para mi entrevista laboral.  Aflojó la presión sobre mi nuca y recién entonces pude soltar su chorreante miembro.  Aspiré aire con todas mis fuerzas ya que casi no había podido respirar mientras él me tenía presionada contra sí. 
“Comienza el primer día hábil del mes que viene… – me dijo, casi como confirmando mis pensamientos -.  Felicitaciones, el puesto es suyo”
Fue raro sentir alegría.  Tan raro que sentí culpa y hasta me odié por ello.  Estaba arrodillada en el piso con la boca y el estómago llenos de semen de un jefe asqueroso.  ¿Cómo podía sentir alegría por haber conseguido empleo de un modo tan degradante?  Sentimientos encontrados…
“Déjeme su carpeta – me dijo -, así Estela se encarga de tramitar su inscripción y aportes previsionales”
“G… gracias” – musité mientras me ponía lentamente de pie.  ¡Por Dios!  ¡Estaba agradeciendo!
“No dé las gracias – dijo negando con la cabeza y tomando el conmutador -.  Usted se merece el puesto… Ya mismo me comunico con Estela para que la acompañe”
Instantes después, acompañada por la secretaria, me encontré desandando el camino que, llena de temores y expectativas, había recorrido unos cuarenta minutos antes.  Pude adivinar más que ver los ojos de las empleadas administrativas clavados sobre mí.  Cabía suponer que fácilmente imaginaban lo que acababa de ocurrir en la oficina.  Digo que adivinaba sus miradas porque no me atrevía a levantar los ojos hacia ellas.  Y por otra parte… ¿cuál sería mi aspecto?  Me sentía sucia, desaliñada…y con el amargo gusto del semen aún en mi boca.  De pronto pensé en Daniel, esperando en el auto.  No podía permitir que me viese así o que percibiera aquel asqueroso gusto en cuanto me diera un beso.
“¿Puedo… pasar por el toilette?” – pregunté.
Estela asintió sonriendo.  Notaba también en ella ese brillo cómplice de quien sabía perfectamente qué era lo que dentro de la oficina de su jefe había ocurrido.  Después de todo, ¿cuántas chicas le llevaría por semana?  ¿O por día?
Cuando tuve la oportunidad de verme al espejo me vi no sólo como un mamarracho sino además indigna, asquerosamente indigna… Me arreglé un poco y enjuagué varias veces mi boca a los efectos de que no quedara vestigio alguno del semen de aquel cerdo.  Pero más allá de cuánto pudiera mejorar mi aspecto o mi olor, la imagen que tenía en el espejo se me antojaba la de una mujer diferente, la de alguien que acababa de echar sus principios por el sumidero… Y me odiaba, no puedo decir cuánto me odiaba.  En ese momento entró Floriana, casi corriendo.
 
“¿Y? – parecía fuera de sí por la ansiedad -.  ¿Qué pasó?”
La miré de un modo algo esquivo; mi amiga era otra de las personas que yo no quería que me vieran en el estado en que me hallaba.
“T… tengo el puesto…” – musité.
La boca y los ojos de Floriana se abrieron a más no poder.
“¡Jodeme! – aulló dando saltitos en el lugar -.  ¿Así de fácil?”
“S… sí, ya está; comienzo el mes que viene…”
“Pero… ¡Sole! – me tomó por los hombros zamarreándome sin poder contener su alegría -.  ¿Y lo decís así nomás?  Jaja, ¡sé más demostrativa por favor!”
Súbitamente me invadió la culpa porque Floriana era quien me había hecho el contacto para conseguir la entrevista y, finalmente, el trabajo.  Ensayé una sonrisa lo mejor que pude:
“S… sí, Flor… – dije -.  Y te lo debo a vos: muchas gracias…”
Cuando llegué hasta el auto simplemente me ubiqué en el asiento del acompañante y prácticamente no miré a Daniel más que por el rabillo del ojo; por lo poco que llegué a distinguir lo noté ansioso.  Y era obvio… Puso en marcha el motor para mi alivio; quería alejarme de allí cuanto antes.
“¿Y…?” – preguntó, claramente nervioso.  Lo miré; los ojos parecían salirse de las órbitas por la ansiedad.
“Me tomaron” – respondí.
No me di cuenta en ese momento de la frialdad con que di mi respuesta.  No cuadraba en absoluto con alguien que, después de varios meses, acababa de conseguir empleo.  Daniel fue puro júbilo:
“¿Te tomaron?  ¿Qué significa eso?  ¿Tenés trabajo?”
“Así es” – dije, buscando mostrar una sonrisa.
“¿Y así lo decís? – aullaba él de alegría -.  ¡Jaja!  ¡Tenés trabajo, pelotuda!  ¡Tenés trabajo!”
La situación era prácticamente idéntica a la que se produjera minutos antes en el toilette de la empresa.  Al igual que había ocurrido con Floriana, Daniel era una explosión de algarabía mientras que yo parecía por completo carente de emoción alguna… Por Dios, tenía que disimular o levantaría sospechas.  Y sin embargo me costaba horrores. Simplemente sonreí nuevamente y no dije nada; Daniel, por su parte, no paraba de aullar:
“¡Estuviste cuarenta minutos en esa fábrica y saliste con trabajo!  ¡Increíble!  Nena… ¿qué hiciste ahí adentro?”
Un helor me recorrió la columna vertebral y di un respingo.  Involuntariamente borré la sonrisa de mi rostro… ¿Era posible que…?
“Jaja… ¡Estoy jodiendo, pelotuda!  – carcajeó palpándome la rodilla -.  ¡Si te conoceré como para saber qué sos capaz de hacer y qué no!”
Yo seguía turbada.  Intenté volver a dibujar mi sonrisa pero no sé si lo conseguí.  Daniel, por suerte, ya para entonces tenía su vista puesta en el camino…
                                                                                                                                                       CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “¿Me darías un azote? me rogó Susana 3” (POR GOLFO)

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Capítulo 3

Tal y como era lógico, la noticia que Susana y yo éramos pareja corrió como la pólvora entre nuestros amigos porque tanto Manel como María se encargaron de que así fuera. Como podréis comprender, se nos hizo el vacío aunque realmente nadie se llegó a creer el tema de la sumisión.

« ¿Debido a qué?», os preguntareis.

Fuera de la seguridad de nuestra casa, mi sumisa se comportó como una mujer libre y si no estaba de acuerdo conmigo, discutía abiertamente aunque eso le supusiera que al llegar a nuestro hogar tuviera que recibir su castigo.

Poco a poco el escándalo se fue olvidando y aunque nos tuvimos que buscar un nuevo grupo con el que salir, al menos la gente ya no se quedaba callada, cuando no veía entrar.

Tras unos inicios complicados, donde Susana y yo tuvimos que aprender sobre la marcha nuestros papeles, os tengo que reconocer que ya no me imagino mi vida sin que esa rubia, me reciba totalmente desnuda a excepción del collar con mi nombre que luce en su cuello.  Por lo demás, el devenir de nuestros días se asemeja al de cualquier pareja joven, siendo lo único que nos diferencia de ellos la frecuencia y el modo en que dejamos salir nuestra sexualidad.

Si la gente normalmente reconoce que hace el amor una o dos veces por semana, en nuestro caso esa frecuencia es de una o dos veces diarias y cuando estamos  cachondos, podemos llegar a cuatro. Lo habitual es que Susana me despierte con una felación y yo la acueste, atándola a mi cama con un consolador por cada uno de sus agujeros pero eso no es óbice a que al menos un par de veces a la semana, la regale con un sesión vespertina.

Podréis opinar que somos unos degenerados o incluso pensar que estamos locos pero pocas cosas se pueden comparar a pellizcar los pechos de una mujer mientras la tienes atada. También os reconozco que realmente practicamos una versión del sado ligth o soft, es decir suave. Me he negado siempre y me seguiré negando a que nuestra afición pueda dejar secuelas en mi novia. Sé que muchas veces, ella desearía ser objeto de caricias más duras pero se conforma con lo que la doy.

¡Por algo yo  soy su amo y ella mi sumisa!

Nuestras prácticas son  catalogadas muchas veces como aberrantes pero esa opinión nace del desconocimiento que tienen los vainilla (personas que no lo practican) de lo que realmente es este mundo. Erróneamente, las equiparan a los malos tratos cuando nada más lejos de la realidad ya que ante todo es consensuado.   En nuestro caso esto es todavía más claro porque fue Susana la que me introdujo en el arte de la dominación. Hasta conocerla nunca pensé que disfrutaría poniendo una capucha a una mujer pero ahora sé el placer que siento inmovilizándola mientras ella se excita siendo atada.

Otro de los aspectos que poca gente sabe es que todas las parejas, existe una palabra con la que la parte sumisa sabe que al decirla, cesará su castigo porque ante todo existe confianza. No somos unos locos que ponemos en riesgo en manos de cualquiera. Entre nosotros existe confianza ciega. Si oigo de sus labios “Paz”, paró de inmediato lo que estoy haciendo y la libero.

En pocas palabras soy dominante pero no un sádico perturbado.

Como decía al principio de este relato, Susana y yo fuimos descubriendo los dos juntos las diferentes vertientes de esta nueva sexualidad pero tras dos años practicándola, os puedo decir que sin ser unos expertos al menos no somos unos novatos y aunque habíamos frecuentado durante una época lugares de BSDM, preferíamos practicar solo entre nosotros nuestra afición. 

Aun así no me sorprendió que mi amada sumisa me pidiera dejar entrar a una de sus amigas en nuestro mundo. Si os preguntáis el por qué seguid leyendo…

Como conoció a esa muchacha y como poco a poco se fue metiendo en nuestras vidas.

Ya os comenté que al empezar a ser pareja, todos nuestros amigos nos dieron la espalda porque de cierta manera consideraban que éramos los culpables de los cuernos que Manel y María lucieron en sus cabezas, olvidándose que esos dos encontraron entre ellos el consuelo a nuestra traición. Echando la vista atrás, me alegro que hubieran optado por ellos porque la soledad que sufrimos, tanto Susana, como yo nos sirvió para unirnos más y hacernos indispensables uno del otro.

Dicho esto, la casualidad hizo que un día al llegar a clase, mi novia se sentara junto a una tímida canaria de pelo negro. Medio agitanada y con unos ojos negros enormes, la muchacha refunfuñó al tener que compartir escritorio con una rubia tan despampanante. Pero como todo en la vida tiene un por qué, al sentirse cómodas una con la otra, sin darse cuenta convirtieron en algo habitual que la que llegase más tarde, buscara entre el gentío a la otra y con una sonrisa, le pidiera que le hiciese sitio.

De eso pasaron a desayunar juntas y de ahí, a estudiar en nuestra casa. De forma que se me hizo normal llegar a mi apartamento y encontrarme a esa cría en mitad del salón, clavando sus codos en un libro. Físicamente, Esther sin ser un manjar de los dioses era una mujer atractiva y por eso varias veces, mi sumisa me pilló mirando su culo y sus tetas con innegable fascinación.

Os reconozco que la primera que sacó su nombre durante una sesión fue Susana. Recuerdo que la tenía atada de pies y manos en la cama y mientras le metía en su sexo un enorme consolador, me preguntó si no había  soñado con hacérselo a su amiga.

― Te prefiero a ti, preciosa―  contesté sin dar importancia a sus palabras.

Mi respuesta le satisfizo y berreando de placer, me pidió que no parara. Por eso y sobre todo porque era cierto, me olvidé del asunto sin saber que la idea de imaginar cómo su amo tomaba  a su amiga, la había excitado. Hoy sé que ese día mi sumisa decidió que iba a hacer realidad ese sueño suyo y como la perfecta manipuladora que es, con paciencia infinita fue preparando el terreno. Ni siquiera yo, acostumbrado a sus caprichos, me di cuenta de nada hasta que fue tarde.

Susana me confesó a posteriori como la había hecho interesarse por la sumisión. Aprovechando las charlas que mantenía con ella, sin confesarle su condición de sumisa empezó a ensalzarme como hombre y como amante. Revelándole parte de nuestra sexualidad, le explicó el placer que sentía cuando al llegar a casa me servía. La canaria que en un principio se había sentido escandalizada con las confidencias de Susana, no se percató de la sutil manipulación a la que estaba siendo sometida y cayendo en su trampa, le dijo:

― No entiendo como nadie puede conseguir placer a través del sufrimiento.

Mi sumisa al escuchar a su amiga, decidió que era hora de iniciar su adoctrinamiento y cogiéndola de la mano, le preguntó:

― ¿Confías en mí?―  y viendo turbación en los ojos de la morena, le dijo: ― Te voy a demostrar con un ejemplo práctico que es posible.

La canaria aceptó ser parte de ese experimento siempre que no le doliera y como Susana en ese momento soltó una carcajada y le prometió que era algo cotidiano, dio su consentimiento para ser su conejito de indias. Entonces aprovechando que estaban en casa, fue a la cocina y llevó hasta la mesa donde estaban estudiando una jarra con dos litros de agua. Sirviendo un vaso, se lo dio diciendo:

― Bebe.

Esther que no sabía que se proponía la rubia, se bebió el vaso de un tirón. Al terminar, mi sumisa se lo volvió a llenar y nuevamente, le dijo que se lo bebiera. La morena obedeció nuevamente sin rechistar pero al tercer vaso, se negó diciendo que ya no tenía sed.

― Bebe―  le ordenó adoptando un tono duro su amiga.

Algo en su interior brotó al descubrir una Susana tan autoritaria y sin quejarse, se terminó tanto ese tercer vaso como el resto de la jarra. Entonces dándole un beso en la mejilla, la rubia premió a su aprendiz por haber cumplido diciendo:

― Aunque no lo sepas, te estás comportando como una sumisa. Por la confianza que has depositado en mí, has aceptado una orden sin preguntar el motivo…―  y viendo que había captado la atención de su amiga, le dijo: ― Ahora solo hay que esperar.

Tal y como había previsto a los diez minutos, Esther le dijo que tenía ganas de hacer pis:

― ¡Aguanta!

La dureza de la orden la dejó anclada en la silla. Sabiendo que era parte del experimento, durante un cuarto de hora, reprimió sus ganas de ir al baño. Al no poder más, le pidió permiso para ir a desahogarse pero con gesto serio, su amiga se lo prohibió diciendo:

― Espera otros diez minutos.

Con la vejiga llena, la canaria aguardó sentada a que pasaran, Fueron diez minutos eternos y mirando cada treinta segundos su reloj, Esther temió hacérselo encima. Con el sudor recorriendo su frente, tuvo que comprimir los músculos de su entrepierna para evitar mearse mientras su amiga la miraba con una sonrisa en los labios.

Al dar la hora, casi llorando, la morena le pidió si podía ir al baño. Asintiendo Susana le acompañó sin preguntar y sobretodo sin preocuparle que la muchacha se cortara por su presencia. Urgida, se bajó las bragas y cuando iba a poner su culo en el wáter, escuchó que la rubia le decía:

― Siéntate pero no mees.

― ¡No puedo más!―  se quejó obedeciendo.

Y mientras Esther sufría, Susana estaba disfrutando por el poder recién descubierto. Aunque conmigo gozaba de la sumisión, con su amiga descubrió el placer del dominio. Cómo la morena permanecía con las rodillas separadas, se percató que aunque tenía el coño parcialmente depilado todavía lucía una buena mata.

« Una buena sumisa no debe tener ningún pelo», pensó sentenciando que ese detalle tendría que corregirlo.

Entre tanto, su involuntaria aprendiz había cerrado los ojos, intentando concentrarse pero también olvidarse de que Susana le estaba mirando el chocho. Ya desesperada, le gritó:

― ¡Me duele!

Entonces y solo entonces, mi sumisa dio su aprobación para que Esther meara. La chavala no pudo evitar gemir de satisfacción al liberar su vejiga y sin que Susana se lo explicara, comprendió la enseñanza:

« ¡El placer se multiplica con el sufrimiento!».

Lo que no se esperaba la canaria fue que al limpiarse bajo la supervisión de la rubia, descubriera que, lo quisiera o no, ¡Se había excitado! Al pasarse el papel de baño por los hinchados pliegues de su sexo, sintió que estaba a punto de correrse y por eso cerró sus piernas, para mantener ese secreto a salvo. Desgraciadamente para ella, Susana ya se había dado cuenta y sonriendo, salió del baño para que aprovechando  la soledad, su amiga liberara su calentura.  Diez minutos después, riendo en su interior, mi sumisa al verla salir totalmente sofocada confirmó que se había masturbado.

Sabiendo que era una lucha a medio plazo, mi novia solo le preguntó:

― ¿Tenía o no razón?

Bajando su mirada y con el rubor cubriendo sus mejillas, la canaria contestó:

― Sí.

Dando por sentado que había asimilado la lección, Susana no siguió hurgando en la herida y olvidándose del tema, la obligó a retornar a los libros. Al sentarse frente a su amiga, Esther se quedó confundida al observar que bajo la blusa, la rubia tenía sus pezones erizados y por primera vez, temió que la amistad con esa muchacha le llevara a descubrir una faceta desconocida de su propio yo.

Ese temor se intensificó cuando esa noche al despedirse, Susana le dio un suave pico en los labios. Siendo algo tierno al sentirlo, Esther no pudo evitar sentirse mortificada al darse cuenta que le había gustado.

« ¡No soy lesbiana!», pensó mientras tomaba el ascensor.

Ya en la habitación de su colegio mayor, repasó lo ocurrido y mientras se daba un baño de espuma, se dejó llevar por el recuerdo y llevando su mano hasta su coño, se masturbó.

Susana intensifica su sutil acoso.

Al día siguiente, Esther seguía confundida. Por lo que Susana le había explicado, tenía claro que era mi pareja y por eso no comprendía, ese beso que le dio cuando se despedían. Temiendo que lo repitiera, decidió no sentarse ese día junto a ella en clase pero la desgracia hizo que Susana fuera la última en llegar y por eso no pudo negarse a compartir mesa.

Contrariamente a lo que había supuesto, la rubia no hizo mención a lo ocurrido y actuó con absoluta normalidad. Aunque esa indiferencia debía haberla calmado, exactamente ocurrió lo contrario y exacerbó su curiosidad sobre el tipo de relación que sosteníamos. Por eso durante el desayuno, tratando de iniciar una conversación, alabó la minifalda que llevaba. Lo que no se esperaba fue que soltando una carcajada, Susana le contestará:

― ¿Verdad que es bonita? Me pidió Carlos esta mañana que me la pusiera.

Extrañada que yo la hubiese  elegido, le preguntó:

― ¿Tu novio te dice que ponerte?

Muerta de risa, respondió:

― ¡Y lo que no quiere que me ponga!

Al no saber a qué se refería, tuvo que preguntárselo y entonces, Susana, sonriendo, se levantó la minifalda y le dijo en voz baja:

― No llevo bragas.

Involuntariamente bajó su mirada y al ver el sexo de mi sumisa, sintió que sus pezones se erizaban. Olvidándose de su pregunta, exclamó:

― ¡Lo tienes completamente depilado!

Muerta de risa, la rubia separó un poco sus rodillas para darle una mejor visión de su coño y satisfecha del modo en que la canaria se quedaba absorta contemplándolo, le soltó:

― Sí, mi novio me lo pidió y desde que lo llevó así, disfruto más cuando me toca.

Tras lo cual, cerró las piernas dejando a la morena sumida en la confusión. Tratando de comprender que le inducia a su amiga a dejarse mangonear de esa forma por mí, le preguntó:

― ¿Por qué dejas que te ordene?… ¿No te sientes mal cuando lo haces?

Acercándose a su lado para que nadie la oyera, le contestó:

― Para nada. ¡Confió en él! y sé que si le obedezco, recibiré en compensación mucho placer.

― ¡No te entiendo!―  respondió la morena indignada.

Haciéndole una carantoña en su mejilla, la rubia le contestó:

― Lo sé pero si me dejas, ¡Pronto lo entenderás!

Esther tuvo ganas de salir corriendo pero no pudo y meditando sobre lo que le había vaticinado su amiga, sintió que bajo sus bragas algo se empezaba a alterar.

« Tengo que preguntarle que quiere de mí», decidió al verla levantarse.

Las clases y el resto de sus compañeros hicieron imposible que esa mañana, le hiciera esa pregunta vital y aunque no tenía previsto estudiar esa tarde, cuando se despedía de Susana, le preguntó si se veían en mi casa.

― Claro―  contestó la rubia –te espero.

Ya en la habitación de su colegio mayor, la curiosidad pudo más que la cordura y deseando confirmar las palabras de su amiga, se encerró en el baño y se depiló por completo. Al mirarse con un espejo su sexo, le gustó al darse cuenta que sin esa mata de pelos parecía el de una niña y sintiendo un extraño picor, decidió calmarlo llevando su mano a su entrepierna.

Tremendamente excitada y con sus pezones duros como piedras, separó los pliegues de su sexo, dejando al descubierto su hinchado clítoris.

« Joder, ¡Cómo estoy de bruta!», pensó mientras con sus dedos empezaba a frotar su botón. Con la respiración entrecortada, cerró sus ojos y soñando en Susana y en mí, se imaginó que era ella la que disfrutaba de mis abrazos. Aunque nunca lo había pensado, mientras torturaba su sexo, comprendió que si esa rubia despampanante estaba locamente enamorada, se debía deber a que su novio debía de ser un amante sin igual y por primera vez, deseó que su amiga le dejase compartirlo.

Cuando la calentura la dominó, sintió que sus dedos no eran suficientes y cogiendo del estante, un cepillo decidió utilizarlo como consolador. Temiendo rozarse, se lo metió en la boca y lo estuvo untado con su saliva, hasta que ya lubricado, se lo introdujo hasta el fondo de su vagina. La sensación de placer absoluto invadió su cuerpo y pegando un gemido, comenzó un mete- saca cada vez más rápido. De repente, un brutal orgasmo la invadió de tal forma que no pudo mantenerse en pie y cayó de rodillas, dejando salir el cepillo de su cuerpo. La serie de aullidos de placer que surgieron de su garganta confirmaron de una sensual forma las palabras de su amiga.

Ya satisfecha su calentura, creyó que debía de contarle a alguien lo que había  hecho. Sin pensarlo dos veces, se sacó una foto con el móvil y se la envió a Susana, escribiendo:

― Tenías razón, ¡con el sexo depilado se siente más!

La respuesta de la rubia no le tardó en llegar:

― Precioso pero todavía tienes mucho que aprender.

La promesa que escondía su mensaje, la dejó excitada y deseó estar junto a ella para seguir recibiendo sus enseñanzas. Ya sintiéndose su aprendiz, la tarde se le hizo eterna y cuando ya era la hora de irse, con una sonrisa, se quitó las bragas, pensando:

« A Carlos le gusta que una mujer no las use».

Ya en el autobús, le excitó el estar junto a todas esas personas con su sexo desnudo y por eso completamente mojada, llegó a nuestra casa.         Susana le abrió la puerta con una sonrisa y posando por segunda vez los labios en los suyos, le dijo que pasara.

Ese breve beso le pareció normal y sin darle importancia, se sentó en el sofá. La rubia enseguida percibió que su amiga, necesitaba contarle algo y por eso, cogió una silla y se puso frente a ella. Durante unos segundos el silencio se adueñó de la habitación y fue entonces cuando sin decir nada, Esther se levantó la falda, mostrando a la que ya consideraba su maestra que no llevaba ropa interior.

La sonrisa que apareció en la cara de Susana la llenó de orgullo y solo el hecho que en ese momento, me oyera abrir la puerta evitó que le pidiera ser su alumna. Ruborizada, se bajó la ropa y temblando por su descaro, esperó a que yo entrara. Ese día al entrar no me pareció raro, verlas sentadas en el salón en vez de estar estudiando pero como estaba cansado, tras saludarlas me fui a mi habitación.

Nuevamente solas, la morena se hizo de valor y directamente, le explicó a mi sumisa que necesitaba saber. Guiñándole un ojo, Susana le preguntó que deseaba aprender.

Tomándose su tiempo, lo pensó y dijo:

― ¿Eres lesbiana?

Soltando una carcajada, le respondió:

― No. Aunque he estado con otras mujeres, siempre ha sido porque Carlos me lo ha pedido. No hay nada que me guste más que el sabor de su polla.

Al ver su reacción, mi sumisa comprendió que algo le pasaba y por eso directamente, se lo preguntó. Esther avergonzada como si eso fuera un delito, le confesó que nunca había hecho una mamada por lo que no conocía el sabor del semen.

Muerta de risa, Susana le respondió:

― Eso se puede arreglar―  y cogiendo su mano, le soltó: ― ¿Confías en mí?

― Sí―  contestó la morena con voz sincera.

Tras lo cual la llevó hasta mi habitación y dejándola en la puerta, me pidió permiso para entrar. Nada más verla, comprendí sus intenciones y por eso, con voz autoritaria le pregunté qué quería:

― Amo, ¿Puedo darle placer?

― Si puedes―  contesté observando que Esther palidecía a solo unos metros.

Mi sumisa llegó hasta mí y usando sus manos me bajó la bragueta para acto seguido sacar mi pene de su interior y dirigiéndose  a su aprendiz, decirle:

― ¡Mira y aprende!

La canaria con los ojos de par en par, vio cómo su amiga separándome las rodillas e instalándose entre las piernas, se agachaba. Por el brillo de su mirada comprendí que estaba excitada y aún más cuando observó a Susana abriendo su boca e introduciendo mi pene en su interior. Tras lo cual con una sensualidad sin límites, la rubia absorbió mi extensión mientras sus manos me acariciaban los testículos. Esa muchacha se esperaba algo violento y por eso le sorprendió la dulzura y la ternura con la que mi sumisa empezó a mamarme e involuntariamente llevó su mano hasta sus pechos. Al verla acariciar sus pezones, la miré y le ordené:

― Mastúrbate.

Obedeciendo a la primera, se levantó la falda y con auténtica pasión, empezó a torturar su clítoris mientras su amiga seguía enfrascada en esa felación. Sobre el colchón, Susana a un ritmo creciente mamaba de mi falo para acto seguido sacárselo y colmarlo de besos antes de volvérselo a meter. Olvidándose de cualquier recato, la morena me miró eufórica mientras la rubia devoraba mi pene con un ansía difícil de narrar. Se notaba que nunca había sido testigo de algo así y que mi actitud dominante le encantaba.

Por eso, esperé tranquilamente a que su excitación se desbordara. Al darme cuenta que estaba a punto de llegar al clímax, alzando la voz, le dije:

― Córrete para mí.

Mi orden provocó un terremoto en su cuerpo y de pie contra la puerta, la muchacha sintió que moría y pegando un berrido, se corrió. Como si mi voz hubiera intensificado sus sensaciones, su cuerpo fue sacudido por el orgasmo mientras su amiga  eternizaba sus caricias entre mis piernas. Con una parsimonia que me estaba volviendo loco, Susana disfrutaba ralentizando mi placer hasta que sin poder resistir más, le pedí que se diera prisa.

Fue entonces cuando apretando con su lengua sobre el diminuto orificio de donde iba a brotar mi simiente, alargó mi éxtasis regalándome uno de los mejores orgasmos de mi vida y recolectando mi simiente en su boca, ordeñó mi miembro hasta dejarlo seco. Entonces y solo entonces se levantó y yendo hasta su amiga, la besó traspasando mi semen a su boca.

― Saboréalo, ¡Puta!―  le dijo mientras le daba su primer azote.

La morena incapaz de desobedecer, no sintió esa ruda caricia porque estaba concentrada en disfrutar del sabor de esa ofrenda y cuando ya se había tragado todo, se relamió sus labios en busca de las últimas gotas de ese manjar.

Una vez vencida la vergüenza y dominada por la lujuria, olvidándose de que era el novio de su amiga, me preguntó:

― Carlos, ¿puedo?―  mientras hacía ademán de introducirse entre mis sábanas.

Pero, Susana, interponiéndose entre los dos, la paró de plano diciendo:

― No puedes. ¡Todavía no estas preparada!

El gesto de desamparo de la canaria fue una muestra clara de que necesitaba ser mía pero, bajando su mirada, aceptó en silencio. Sabiendo que debía de ir cubriendo etapas antes de conseguir el premio de estar conmigo, tras unos instantes, rogó a su amiga:

― ¿Podrías enseñarme?

Con una sonrisa, mi sumisa aceptó y llevándola fuera de mi habitación, le dijo:

― Mañana no vayas a la universidad, te espero aquí―  y dándole una muestra de lo que iba a recibir, le acarició su trasero mientras la despedía.

Nada más irse la canaria, Susana volvió a mi lado y sin que yo le tuviera que decir nada, adoptó la posición de castigo.  Arrodillándose, dejó caer su cuerpo hacia adelante y extendiendo sus brazos sobre el suelo,  cruzó sus muñecas mientras me decía:

― Amo, su sumisa se merece un castigo.

Mirándola de reojo, vi que levantaba sus nalgas como muestra de sumisión. Mientras me levantaba y cogía una fusta, le pregunté qué pecado había cometido.

― Le he conseguido una perra a mi amo sin su permiso.

Soltándole un fustazo, le pedí que me explicara porque lo había hecho.

― Amo, le he visto mirándola y he creído que le gustaría incorporarla a su harén.

Usando esa herramienta, recorrí la raja entre sus nalgas y dando con ella un suave golpe en los labios de su sexo, pregunté qué prefería de castigo. La rubia que hasta entonces se había mantenido tranquila, pegó un gemido al notar que le estaba introduciendo ese palo:

― Lo que usted decida está bien.

Como realmente no se merecía una reprimenda sino un premio, decidí inmovilizarla. Sacando la cuerda de un cajón, la pasé por su cuello y dejándola caer hice un nudo a la altura de sus pechos, para desde allí cruzar hasta su espalda. Susana comprendió mi intención de premiarla y con lágrimas en los ojos, me dio las gracias. Sabiéndose afortunada, se tumbó en la cama y echó sus brazos para atrás para que se los atara a los tobillos. Ya totalmente maniatada, le di un sonoro azote tras lo cual le incrusté sendos consoladores en cada uno de sus agujeros. Tras lo cual, me fui a ver la tele sabiendo que a la hora de ir a dormir…

… ¡Mi sumisa estaría calentita!

 

 

Relato erótico: “Un Plan para Seducir al Jefe” (POR LEONNELA)

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Es un dios!!
 Era lo que comentaban las chicas en la oficina acerca  del director de talento humano, con quien tengo relación directa pues soy  su asistente  y  según mis compañeras, la privilegiada de cada mañana mostrarle mi escote, mientras le sirvo un café.
Sé que más de una  no solo le hubiera ofrecido un café, sino “todo” lo que el jefe requiriera, pero para desgracia de muchas, el Lcdo. Suárez limitaba las relaciones al campo a profesional, lo que encumbraba su reputación de inalcanzable. Aunque debo aclarar que su ganado apelativo,  no era precisamente por lo inaccesible, sino más bien porque era un prototipo masculino digno de clonar.
  Hermoso como nadie en  el edificio, la  cuadra y probablemente el ayuntamiento. Alto, de contextura fuerte y bien proporcionado, de piel dorada en la que se avista  fuego y  unos  ojos marrón claro provistos de una inocencia  engañosa, además de unos labios carnosos, que remataban el perfil de un hombre  retorcidamente  fascinante. En fin, con 39 años a cuesta y  una carrera prometedora, era un sueño de hombre, capaz de humedecer hasta los pensamientos más inocentes.
Lo de entretenerlo con mi escote, no pasaba de ser una broma cruel, pues físicamente no soy  una mujer atractiva que desate pasiones, sino más bien simplecita o del montoncillo para abajo como dicen; trigueña, no muy alta, reforzada con un par de  kilitos extras, pero eso sí, con unos bonitos ojos oscuros  que iluminaban mis 28 primaveras.
El punto es que la atracción que sentía por  mi superior, probablemente no habría pasado de un suspiro en los pasillos o de un acaloramiento en mi escritorio, sino hubiera sido por el detalle de que en mi dependencia  continuamente se hacían bromas que insinuaban que el Lcdo. Suárez se derretía por “mis encantos”, nada más cruel y  lejano a la verdad.
Lo cierto es que  las bromas de oficina, sin bien al principio dolían, de alguna forma ocasionaron que me obsesionara con mi jefe  y aunque siempre le vi como inalcanzable, llegó un momento en que ya no me conformaba con fantasear, tampoco me bastaba su trato amable, ni ser su asistente de confianza, yo quería meterme en su cama, aunque solo fuera por una noche…
Desde luego mis probabilidades de lograrlo eran reducidas, ya que  no era  el tipo de chica con las que  el Lcdo. acostumbraba relacionarse. Así que para lograr mi objetivo además de una bendición divina, evidentemente necesitaba un plan de conquista y más temprano que tarde la idea  fue tomando forma en mi cabeza.
Aprovechando el hecho de que  mi jefe a más del intercomunicador  frecuentemente usaba el chat como medio de comunicación interna, se me ocurrió crear una cuenta anónima y enviarle una invitación, bajo riesgo de que  no acepte mi solicitud. Así lo hice y tuvieron que pasar dos largas semanas para al fin darme cuenta de que me había agregado a sus contactos. Eso me llenó de emoción, aunque estaba consciente que ese era tan solo el primer paso y que la parte realmente complicada era hallar la forma de iniciar la interacción y desde luego despertar su interés.
Espere unos días para ver si él se animaba a escribirme, lo cual hubiera facilitado las cosas, pero no lo hizo, así que me decidí a tomar la iniciativa enviándole un mensaje:
_Lcdo. Suárez,  tiene una idea aproximada  de cuantas mujeres trabajan en el edificio Maxioms?
Demoró unos de minutos antes de responder
_Discúlpeme, pero no logro identificarle, por lo tanto entenderá que no puedo proporcionarle ninguna información acerca de la empresa.
_Le entiendo perfectamente Lcdo. Suárez, no esperaba otra cosa de usted, menos aun cuando se perfectamente la respuesta, 42 mujeres según nómina; por cierto puede llamarme Nadia
_Menos la entiendo Srta. Nadia cual es el sentido de averiguar algo que usted conoce a la perfección?
_Siendo honesta, mi intención es que usted tenga presente la cifra exacta de mujeres que laboramos en Maxioms, por la simple razón de que ninguna quede excluida cuando intente identificarme
_Sigo sin entenderla Srta.  Nadia, sea más explicita
_Lcdo. Suárez a partir de este momento, por este medio , intentaré a toda costa seducirle, y quería que tenga presente que  soy una de las 42 mujeres que a diario se cruza con usted en la empresa, sé que podría haberme reservado mis intenciones,  pero me pareció que precisamente informarle mi plan podría hacer el juego más divertido para ambos.
_Y qué le hace pensar que yo estoy dispuesto a dejarme seducir? podría simplemente eliminarla y acabar con su juego antes de que pueda siquiera comenzarlo
_Estoy segura que no lo hará licenciado, intuyo que un hombre como usted, disfruta los desafíos o me equivoco?
_Tan solo los retos que me interesan Srta. Nadia, y una mujer que se esconde bajo un anónimo, no me llama la atención en lo absoluto.
_Entonces si no represento el mínimo peligro, no necesita eliminarme…le aseguro que lo demás “corre” por mi cuenta. Interprete el término “corre” en el sentido que le apetezca
_Srta. Nadia no la eliminaré  por un solo motivo, el significado que le acabo de dar al término “corre” me acaba de arrancar una sonrisa. Que tenga buena tarde.
_Presiento que una sonrisa, no será lo único que le arranque licenciado… Igual una buena tarde para usted.
 Casi temblaba cuando dejamos de chatear, estaba convencida de  haber vendido la imagen de una mujer segura y decidida, pero en realidad  tenía el corazón desbocado de tantos nervios, aun así me sentí satisfecha, el anonimato me permitía despojarme de mis inseguridades y actuar como una mujer que sabe lo que quiere.
Dejé que pasaran un par de días para volverle a escribir:
_Lcdo. Puede zafarme de una curiosidad que me está carcomiendo
_Usted de nuevo Srta. …dígame cuál es su nueva inquietud?
_Algo simple Lcdo. me gustaría que observe  detenidamente los dedos de sus manos …cuál de ellos  es más largo? el anular o el índice?
_Hummm, no sé a qué viene su pregunta, pero definitivamente mi anular supera con creces al índice
_Uffffffff lo imaginé…
_Que quiere decir con eso Srta. Nadia?
_Sr. le realizaba un test sexual y la respuesta me ha dejado gratamente satisfecha
_Ilústreme Srta. Nadia, me ha dejado intrigado
_Jajaja Lcdo. En esta vida nada es gratis, que me ofrece a cambio de la explicación?
_Oh veo que es buena negociando, más bien dígame usted que es lo que desea?
_Mmmm lo que deseo de usted, lo tendré  en su momento…por ahora me conformo con una foto de su….de su mano licenciado, quiero ver ese anular.
_Trato hecho Srta. Nadia, en un momento se la mando, ahora  cumpla con su parte
_Lcdo. cuando estamos en el vientre materno estamos expuestos a varias  hormonas entre ellas la testosterona, y según dicen hay una relación directa entre esta hormona masculina y el tamaño del anular, así que…
_Los hombres que tenemos grande el anular…
_Exacto!!! son excesivamente masculinos
_Hummm y en el caso de las mujeres?
_Las que lo tenemos más largo que el índice, poseemos una dosis extra de hormonas masculinas, lo que nos hace sumamente ardientes…
_Interesante Srta. Nadia, debo reconocer que ha  despertado mi curiosidad… me envía una foto de su anular?
_Esta vez que está dispuesto a dar a cambio Lcdo.?
_Jajaja Nadia no le parece que intenta pasarse de lista conmigo?
_De ninguna manera señor, solo intento tranzar,  sin embargo haré una excepción con usted,  le remitiré la foto  como un promocional de mis encantos, qué le parece?
_Perfecto!. Me place comprobar que usted  entiende los principios de una buena negociación. Luego reviso mi correo.
(Supongo que casi todos  los lectores que han llegado hasta aquí…se han mirado los dedos  je je)
Después de aquel segundo contacto virtual, me sentí más segura, había conseguido captar su interés durante unos minutos,  no era un gran logro, pero la cuestión era crear oportunidades de irme metiendo en su mundo.
En la tarde recibí un mensaje:
_Hermoso anular…hermosa mano…evidentemente un arma maravillosa…
 _Gracias Licenciado, pero  intuyo que su arma es la que es un verdadero  prodigio, digo por el tamaño y lo fuerte que se ve…
_Jajaja Nadia, usted hace volar mi imaginación se refiere a mi mano verdad?
_Jajaja obviamente licenciado, es lo único que  he tenido el placer de ver…. por el momento
_Nadia…Nadia…
Dos días después le mensajeé:
_Es una tarde fría licenciado, me preguntaba si se le antoja que le envíe un café
_Gracias Srta. Nadia, pero justamente estoy bebiendo uno, no me diga que usted también?
_En realidad no me gusta  mucho el café,  prefiero beber  un té o …leche, respondí haciendo una pausa para que perciba mi doble intención
_Así que le gusta tomar leche en la oficina? interesante Srta. Nadia respondió captando el doble sentido
_A muchas nos gusta licenciado…aunque terminemos conformándonos con un café
_No sé si entendí bien, usted bebe café para quitarse las ganas de leche??
_De ninguna manera licenciado, nada logra atenuar mis ganas de leche, además de rica es un alimento básico en la escala nutricional
_Jajaja Nadia,  siendo honesto  lo que me llama la atención  no es que le guste la “leche” sino que se le antoje en horas de oficina
_Pues ya lo sabe licenciado, si gusta  invitarme una bebida, que no sea precisamente un café…
_Perfecto!! recordaré que usted tiene predilección por él te, y desde luego por la “ leche”…..
_Besos licenciado, una buena tarde.
Ala mañana siguiente, cuando aún no se había conectado le dejé el siguiente mensaje.
_Lindo día Lic. Suárez, espero ver su sonrisa esta mañana, sepa que  usted provoca  entusiasmo y  ganas de………..
Ya en la tarde me llego su respuesta.
_No sabía que mi sonrisa estimulara al personal y menos que provocara ganas de….????? Lamento no entender su insinuación Srta. Nadia pero de todas formas procuraré sonreír más seguido
_No peque de humilde licenciado  sabe perfectamente lo que usted provoca… lo que provoca en mí…
_Sea más clara Srta. Nadia, su manía de cortar las frases da lugar a muchas interpretaciones
_Jajaja hay una sola interpretación a la vista señor. Le deseo!!!…le deseo una buena noche…
_Nadia ..Nadia…le recuerdo que quien juega con fuego se puede quemar..
_No tema por mi señor, soy una mujer de riesgos
_Bueno saberlo Srta. Nadia, no  diga luego que no se lo advertí-
Durante  unas  semanas le dejé mensajes de ese tipo, a los que mi jefe respondía con cierta picardía pero manteniendo las distancias. En ocasiones abordábamos otros tópicos, lo cual me daba la oportunidad de  mostrarle  que soy lo suficientemente lista como para generar interés en cualquier área, lamentablemente mi desventaja  era mi falta de belleza física, pero bien se dice que la suerte de la fea, la bonita la desea. 
En la oficina las cosas no habían cambiado entre los dos, yo seguía actuando con la discreción de siempre, y el continuaba con  su habitual formalidad,  salvo que a momentos  para mi total satisfacción, le veía sonreír frente al computador…
Al paso de los días empecé a notar que ya no era la única en tomar la iniciativa, sino que frecuentemente hallaba algún mensaje de mi jefe, lo que abría las puertas para que yo avanzara  a pasos agigantados. Así, con mayor confianza continué enviando mensaje tras mensaje…
_Lic. Suárez esta mañana le vi en la cafetería, traía una camisa celeste y unos pantalones oscuros, creo que tenía prisa porque miraba con frecuencia su reloj, quizá por eso no percibió que yo me deleitaba examinando  sus ojazos marrones, sus labios húmedos de café, el vello oscuro que se escapa por la abertura de su camisa y…y… por qué no decirlo? .aquello que se le marca en el pantalón….
Media hora más tarde se conectó y de inmediato me llegó su respuesta
_Mire nada más que niña tan  curiosa!! sabia q a eso se le puede llamar acoso?
_Acoso, provocación, coquetería, no importa el nombre, lo que importa es que surta efecto licenciado
 _Hummm hay algo de razón en lo que dice Nadia, y dígame  le gustó lo que vio?
_Señor  si le digo que  se me tensaron los pezones es suficiente respuesta?
_Solo los pezones Nadia.? Y que pasó con sus braguitas?
_Eso tendría que averiguarlo por sus propios medios licenciado
_Caramba si supiera en qué oficina está, ahora mismo iría y …
_Y ….? Por lo visto es ahora usted quien deja las frases a medio decir mi querido licenciado
_Jajaja dime en qué oficina estás, y personalmente reviso esas braguitas…
_Mmmm las estoy revisando por usted licenciado, no imagina cómo las tengo…
_Lo imagino Nadia, lo imagino…alguien está en tu oficina?
_Estoy sola en mi apartado…adivine dónde tengo los dedos?
_Espero que en tu delicioso coñito mmm como me encantaría ver esas braguitas húmedas
_Humm le basta una foto licenciado? o prefiere las braguitas  en su oficina
_Guapa obviamente la segunda opción
_Alguien acaba de entrar, regáleme un segundo
_OK
Excitada y con ganas de estimularle me quité las  braguitas y l as metí con cuidado en un sobre manila; me dirigí a al salón de recepciones   y lo oculté, adhiriéndolo con cinta adhesiva  a una de las sillas.
Regresé a mi oficina sonriente, me gustaba el juego, me gustaba sentirme provocadora y me gustaba la sensación  de  andar sin  braguitas.
_Sala de recepciones, primera fila, bajo el asiento de la octava silla; si le interesa  ahí puede encontrar mis braguitas
_Creí entender que las  tendría en mi escritorio
_Cambié de idea señor, no voy a arriesgarme a que me descubra
_ Dame un segundo voy por ellas
Ok.
_Ohh Nadia, Nadia, que aroma tienes mujer, eres deliciosa…y  tus braguitas divinas, empapaditas como me gustan
_Usted las mantiene húmedas todo el día licenciado, no necesito más que verle conectarse para sentir ganas de…
_Ganas de qué ? de que me ponga bajo tu escritorio  y te separe los muslos?
_Mmmm licenciado si sigue así terminare mojando la silla…
_Mójala mójala linda que yo voy  y la seco con mi legua o prefieres  que te  hunda  mi…caray!! que no sabes cómo me la pone el olor de tus braguitas!!
_Cómo se la pongo Lcdo. Suárez? atrozmente despierta? irremediablemente dura?
_Nadia sabes perfectamente que estoy por romper el pantalón,…ay mujer  dejémonos de formalidades me la pones dura,  dura y gruesa  como un brazo de albañil!!!
_Jajaja que guarrada es esa!!
_Jajaja  perdona pero es cierto!!!!Deberías verla!!
_Mmmm no me basta con verla, quiero tocarla…sentirla…probarla…y quiero más de esas guarradas
_Reinita te doy lo que quieras, pero ahora  no se va a poder,  en 10 min tengo reunión de directores
_Mmmm es una verdadera lástima, porque  justamente en  este instante pensaba regalarle una fotito…le gustan los pezones sonrosados?
_Mmm veo que te gusta jugar conmigo…. ponga atención a esto Srta. Nadia, en 20 min reviso mi correo , más le vale  que esos pezones sonrosados estén tiesos  como me gustan, ahhh y por demanda ejecutiva adicione una toma de su coño, a menos que quiera recibir una sanción, no  se le olvide que soy el jefe de personal
_Jajaja Lcdo. Suárez, lo ofrecido es deuda,  pero bajo ningún concepto  anexaré  su pedido, quiero ver que tan bueno es sancionando al personal
_Así me gustas Nadia, altanera y provocadora, me va a dar más gusto someterte. Besos
Me recliné en el sillón evidente excitada, mi corazón latía aceleradamente  y mis muslos se abrían y cerraban intentando estimular mi clítoris, sentía unas ganas intensas de tocarme, pero no lo hice,  ya que era frecuente que  mi jefe antes de salir de su oficina pasara por mi apartado dando alguna disposición y definitivamente no estaba dispuesta a arriesgarme a que me descubriera. No me equivoque, en escasos minutos, con portafolios en mano se me acercó.
_Sandra, tengo sesión de directorio, si se presenta algo, por favor agéndele para mañana y no se olvide del informe que le pedí
_De ninguna manera licenciado, a más tardar mañana se lo remito
_Ok, buena tarde Sandra, por cierto quería preguntarle algo… con discreción
_Claro señor, lo que guste
_Sandra, últimamente alguien le ha hecho preguntas sobre mí,?
_Licenciado, varias personas en la empresa requieren información acerca de…
_No Sandra, no me refiero a cuestiones laborales, más bien a… no, no me haga caso, en fin, manténgame informado de todo por favor.
_Desde luego señor, no se preocupe.
Respiré aliviada, el hecho de que mi jefe me hubiera realizado aquel cuestionamiento evidenciaba que no sospechaba de mí, por lo que tenía la posibilidad de  seguir con mi juego, pero  a la vez me entristecía  saber que me consideraba tan insignificante  que no contemplaba siquiera la idea de que de yo pudiera ser la mujer que lo seducía virtualmente. Sin embargo, a esas alturas del partido no pensaba dar marcha atrás y ya sea como Sandra o como Nadia intentaría conseguir mi objetivo.
Una vez que me quedé sola, me encerré en el sanitario y con la cámara de mi celular  realicé varias tomas de mis senos cuidando de no dejar ningún detalle que me delatara. Tenía los pechos algo grandes, con unas bonitas aureolas claritas y salpicados de pecas oscuras; no eran una maravilla, pero se mantenían en buen estado.
 No lo pensé dos veces y  envié la mejor fotografía  a su correo.
Aproximadamente una hora después me escribió:
_Naturales cierto?
_ Tanto se nota la imperfección?
_Hummm yo diría que son imperfectamente perfectos!!!
_Eso es un halago?
_Jajaja mujer son divinos!!!  No imaginas lo que acaban de provocar…
_Lo que…estoy pensando?
_Siii justamente eso!!! tengo una erección animal y en plena presentación de informes
_Jajaja me manda una foto ‘?
_Claro guapa cuando termine la sesión, al parecer no va a tardar demasiado. Te escribo apenas concluya
_Ok
_Pero, mientras tanto…
_Mientras tanto…
_Agarra esas preciosuras de tetas por mí y dile a la delicia de coñito que tienes que muero por darle lo que quiere
_Siempre y cuando no se lo ofrezca en vano, porque  ya lo tengo como le gusta: húmedo, caliente y cachondo muy cachondo…
_Mujer!!! cómo me pones!!, ahora mismo te arrinconaría y te daría una buena…
_Démela, démela que llevo días esperando que me llene toda, no sabe cómo sueño cada noche con que me  atragante de todo
_Carajo!!! no sabes que ganas tengo de salir de la puta reunión que no termina
_Ahhh…sabe lo que hago? He cerrado la puerta y estoy tocándome el coño por usted
_Así mami, asii húndete un par de dedos, vamos preciosa dale gusto a tu coñito y córrete para mi
_Eso es lo que quiero, correrme!! Ufff haga algo  por mí, al disimulo  pase la mano por su bragueta y apriétatela unos segundos
_Ufff mujer…que rico!! te juro que ya perdí el hilo de la exposición….mami quiero follarte…necesito hacerloooo!!
_Eso es precisamente lo que quiero!! dígame que nadie le calienta como yo, dígamelo, dígamelo que ya me corrooo!!
_Nadie, nadie me la pone como tú, oíste!!! nadie me pone  tan bruto y tan pendejo…vamos cosita orgasmea para mii, duro y fuerte para  tu cabrón
Mierda!!!  yaaaa…yaaaaaaaaaa….. !! que ricooo!!!!!! ahhhhhhn
Mis espasmos se multiplicaron y allí, en un lugar tan poco propicio como mi oficina,  se me estremecieron hasta las fibras más sensitivas. Sus letras latiguearon en mi cuerpo, y a través de esa pantalla  sentí sus palabras como si fueran caricias que quemaban en mi piel. Mi mente estaba al borde ,así que no necesite más que  introducir mis dedos entre mis piernas  y estimularme  el clítoris  unos instantes, para correrme brutalmente. Lo soñaba…lo necesitaba…lo merecía…
_Que pasó amor sigues ahí?
_Sí..ssi..es que  ufff tocaba el cielo…
_Mmmm o sea que la nena se corrió muy rico?
_No sabe cuánto…fue increíble…
_Me alegra, me gusta saber que disfrutas conmigo
_Pero usted..
_No te preocupes linda,  ya habrá otro momento para mí. Ahora debo calmarme que  al parecer no tarda en terminar la reunión y con el pantalón hecho  carpa no podré salir. Te .escribo cuando este en mi oficina si?
Sí, y gracias por todo
Nada de eso guapa besos.
El resto de la tarde no pude concentrarme, aun sentía entre mis muslos una inquietante tibieza que me tenía en un estado de delirio. Definitivamente  un orgasmo no era suficiente para aplacar  la excitación que ese hombre me generaba, así que decidí jugarme el todo por el todo con tal de disfrutar de sus caricias.
_Alguna novedad Sandra? Pregunto mi jefe que me observaba curioso desde el umbral de la puerta_ La noto  abstraída
_ No, nninguna, señor  solo fue una breve distracción, en realidad terminaba el informe pendiente, respondí  procurando serenarme
_Ok, estaré en mi despacho, que nadie me interrumpa por favor, llámeme solo si es algo es realmente urgente
_Sí señor, como diga.
Se dirigió a su oficina y supe que en breve se conectaría. Así lo hizo.
_Nadia, .mucho trabajo? cómo va su tarde?
_En realidad bastante tranquila…como le fue en la reunión
_Excelente, solo que “algo me  distrajo” y me perdí algunos datos de las exposiciones
_Así?? Y se puede saber que fue aquello que logro distraerle tanto?
_Mmmm fíjese que recibí un correo de  unos pechos preciosos y a partir de ahí la dueña de esas maravillas me dejó  totalmente perturbado
_Jajaja mire nada más que niña más inoportuna, debería castigarla  por provocadora
_Tiene usted toda la razón, ahora mismo debería darle su merecido, lástima que sea tan asustadiza y se esconda tras un anónimo, porque si no…
_Sino que.?
_Sino  ahora mismo le daría lo que tanto quiere…
_Mmmm y que es lo que supone que quiero Lcdo. Suárez?
_Lo que te hace falta entre las piernas Nadia, te lo daría todo, centímetro a centímetro, hasta hacerte chillar
_Mmmm veo que lee mis pensamientos, eso es justo lo que se me antoja… imagine que estoy con la faldita a la cintura, recostada en su escritorio  o me prefiere  de rodillas entre sus muslos?
_Te quiero de cualquier forma Nadia, pero te quiero aquí en mi oficina, ven por lo tuyo guapa ya deja de esconderte…
_Me gustaría… pero…
_Sin miedos Nadia  sin miedos, ambos lo deseamos…
_Es que no sé si cuando usted sepa quien soy, quiera continuar con esto…
_Jajaja Nadia  me has tenido tanto tiempo pegado al chat, y ahora temes no gustarme? Entiende esto mujer, me gusta tu compañía y me excitas, me excitas demasiado…ven mami, ven que  tengo todo listo para ti…
Follar con el Lic. Suarez, era el objetivo de mi plan de seducción virtual, pero no me sentía segura de su reacción al verme , así que  rápidamente vislumbre una posibilidad
_Licenciado si descubre quien soy, temo que  acabaremos con el encanto del juego y ya nada será igual, pero si le parece podría cubrirse los ojos  y en este mismo instante me presento en su oficina
_Perfecto Nadia,  perfecto, le diré a mi asistente que te deje pasar
_Ok, pero prometa que no va a hacer averiguaciones sobre mi identidad, aun quiero mantenerme en el anonimato
_Trato hecho mujer, seguiremos tus reglas, por el momento
Con mi corazón desbordándose de emoción me detuve frente a la puerta de su oficina, golpeé suavemente y su voz con algún síntoma de emoción me invito a pasar.
_Nadia? pasa, pasa por favor
No respondí, tan solo el sonido de mis tacones  y el ruido del seguro en la puerta le confirmaron mi presencia.
Estaba arrimado en el filo de su escritorio, con los ojos cubiertos por un pañuelo, se veía hermoso; quien creería que un hombre así de atractivo esperara por mí.
Temblaba de emoción, pero valientemente me acerqué hasta rozarlo con mis senos. Una inexplicable emoción me hizo sentir deseos de abrazarle y acomodé mi cabeza en su hombro. Quizá el haber soñado demasiado con sus caricias me tenía en un estado de incredulidad e indecisión.
 El cruzó sus brazos tras mi cintura y por unos instantes nos quedamos juntos ahogados en nuestros deseos
_Hueles delicioso susurró .mientras me ajustaba  más contra su cuerpo_ tan delicioso  como el aroma de las braguitas que me regalaste añadió deslizando su mano por mi trasero.
_Mmmm
_Sabes Nadia, tienes buenas pompas y no imaginas lo delicioso que es tocarte sin saber exactamente quien eres, aunque por lo que tanteo, tendré que buscarte entre las oficinistas de buen culo, murmuró mientras magreaba mi trasero.
Incapaz  de hablar por no ser identificada, me limité a esbozar un gemido que le animaba a ser más atrevido, tanto que deslizó sus manos por mis muslos, hasta acariciar mi trasero sin el impedimento de la tela.
_Que rico tocarte así mujer, piel a piel, eso de acariciarte solo a través del teclado ya me estaba obsesionando con tu cuerpo, además me encanta que no puedas o no quieras hablar, porque no podrás recriminarme nada de lo que voy a hacerte…
_Ahhh
_Por cierto, quiero preguntarte algo; puedo meter un par de dedos en el coño goloso que tienes?
_Ufffffff
_ Como no respondes, asumiré que el que calla otorga; vamos mami, separa los muslos murmuró chirleando mis glúteos
_Ahhh…Ahhhh
_Mira nada más que encharcada estás mamita!! por lo visto quieres mucho más que un par de dedos eh?
_Ohhhhh
_Y qué es eso de expulsar el pecho? también quieres que me dedique a tus tetas? Vaya golfita que me resultaste Nadia, gruño liberando mis senos del  brasier.
Sus labios se prendieron de mis pezones succionándolos vivamente, lamía arrancándome más gemidos de los que pudiera imaginar, mientras con sus dedos no daba abasto entrando y saliendo de mi sexo, hasta llevarme al borde de un orgasmo.
Me ayudó a sentarme encima del escritorio y él se ubicó en su sillón dejándome despatarrada, sus besos recorrieron mis muslos abriéndose paso entre mis ingles. La sensación era maravillosa, mi sexo era devorado con verdadera pasión, como lo había soñado, como lo disfrutaba cada noche en mis fantasías; no tardé mucho y me corrí en medio de electrizantes espasmos.
Volvió a besarme, volvió a estimular mis pechos y volvió a despertar esa necesidad  profunda de ser follada, y aunque el tiempo apremiaba, el morbo era más fuerte que cualquier luz de sensatez.
 Me tomó de la cintura y terminé sentada sobre sus muslos abrazando su espalda con mis piernas, moviendo mis caderas, restregándome contra su pelvis, mostrándole cuan ansiosa estaba por ser penetrada.
Se dio modos para bajar su pentalón y sin pérdida de tiempo, levanté mi cuerpo buscando el acoplamiento, su glande chocó en mi  entrada  abriéndose paso entre mis pliegues, pero manteniendo el control de mi cuerpo demoré la penetración.
 Con la parsimonia de quien sabe que la espera agranda el deseo, fui introduciéndomela poco a poco, subiendo y bajando centímetro a centímetro, apretando mis músculos para procurarle más placer, pero no pude resistir mucho y yo misma me la enterré con violencia.
Era delicioso oírle susurrar entre jadeos
_Así mami asii…muévete mas!! asiii
El choque era brutal, nuestros cuerpos rítmicamente se satisfacían y un segundo orgasmo, me hizo rendirme en sus brazos.
Ágilmente me incorporé y me acomodé  entre sus muslos. Su pene tenía concentrado el olor de mi sexo y el sabor de mi orgasmo haciendo para mi total agrado, aún más morbosa la felación.
Su  miembro era de buen tamaño, difícilmente podría caberme completo, pero relajando los músculos de mi boca logré que se desplazara  al interior, culminando en una garganta profunda. Luego con rápidos movimientos de subida y bajada le arranqué nuevos gemidos y ansioso por correrse, me tomó de la cabeza marcando un ritmo violento; no tardó mucho y entre estremecimientos y jadeos derramó sus líquidos en mi boca…
A partir de ahí, bastaba un simple mensaje titilando en nuestras pantallas: Nadia puedes venir?  o licenciado esta solo? para que aprovecháramos las menores oportunidades para darnos placer, era cuestión de breves minutos para propiciarnos un oral, o desatarnos teniendo sexo fuerte, si ocasión permitía. Afortunadamente no hacía preguntas sobre mi identidad; pero tarde o temprano  todo secreto sale a la luz, y el mío llegó a descubrirse
Recuerdo que aquella noche se memoraba el aniversario de  la empresa, después de los actos formales se ofreció una recepción en los salones sociales del edificio Maxioms, a la que asistimos casi la totalidad del personal. Mi jefe debido a su estatus permaneció la mayor parte de tiempo en el círculo de la dirección, mientras que la mayoría de los empleados, disfrutábamos de la celebración.
Debo reconocer que fue mi imprudencia la que desencadeno los sucesos, pues animada por un par de copas, me atreví a mandarle un mensaje de correo desde mi móvil.
_Que tal la noche Lcdo. Suarez…se divierte mucho?
_No como debería Nadia, incluso ya estaba considerando la posibilidad de retirarme, con franqueza, la que me detiene aquí eres tu
_Yo?? vaya no tenia idea de eso
_Jajaja Nadia lo sabes perfectamente…es más estaba por proponerte que nos escapemos  a mi oficina, allá podremos divertirnos más, no crees?
_Mmmm tiene toda la razón, adelántese licenciado, le alcanzo en unos minutos
_Perfecto!! Sabía que esta noche terminaría bien
En breve le vi cruzar el salón, y minutos después con discreción me dirigí a su oficina. Cuando llegué, las luces estaban totalmente apagadas, entre y puse seguro en la puerta.
_Me urgía tu presencia Nadia, te imaginé toda la noche sin braguitas…
Busqué sus labios con desesperación,  morreándolo contra la pared, y sin mas preámbulos, abrí su bragueta y me puse de rodillas
 Bajé sus prendas hasta los tobillos liberando su miembro endurecido ; presurosa hundí mi rostro en sus genitales manchando  mis mejillas con sus líquidos pre seminales, no era difícil enloquecerlo, bastaba soplar mi aliento sobre su glande para que sus dedos se encrisparan en mi cabello y su pelvis se balanceara hacia el frente buscando donde insertarse.
_Ohhh Nadia mi Nadia…eres maravillosa…
Estimulada por sus jadeos, sujeté su miembro con mis dos manos, y chorreé unos hilos de saliva que permitían que mis labios acoplados al grosor de su miembro engulleran con suavidad. A momentos mermaba el ritmo de los movimientos, para repentinamente volverlos rápidos, desafiando su resistencia…
_Ven…ven  acá mujer que ya no resisto las ganas de dártela
Me empujó contra el escritorio y ubicándose detrás empezó a restregarse contra mi cola, dejándome  disfrutar de la presión de su erección mientras tiraba de mis pezones.
Jugaba con su miembro en mis genitales, desplazándolo con suavidad por mis labios, subiendo y bajando sin prisas, explorando mi clítoris y provocando mis deseos de ser tomada sin compasión.
_Te gusta no? quieres que te la hunda verdad? susurraba mientras introducía escasos centímetros de su miembro en mi sexo
_Ahhhh ahhhhhhhhh
_Vamos mamita, quiero oírte pedir añadía retorciendo mi clítoris
_Ahhhh
_La quieres mami? la quieres? Vamos mi reina pide de una puta vez lo que quieres!
Quizá estimulada por sus palabras o por el par de copas de licor en mi sangre, me deje llevar por las sensaciones y sin detenerme a pensar que podría reconocer mi voz supliqué
La quiero…la quiero todaaa!!! húndela!!! húndela que quiero correrme!!!!!
La introdujo de un solo golpe, provocándome una deliciosa mezcla de dolor y placer, sus movimientos se aceleraron, se volvieron fuertes, continuos, desesperadamente placenteros y sin poder contenerme exploté en uno de los más intensos orgasmos que pudiera recordar.
Tras de mis gemidos como un eco siguieron los suyos, sus movimientos se intensificaron hasta que le faltaron fuerzas para seguir; se quedó quieto en la profundidad de mis carnes, soltando un gemido entrecortado y llenándome las entrañas con su calidez.
Nos quedamos varios minutos callados y fue él, quien rompió el silencio
_Nadia no es el mejor momento, pero necesitamos hablar
No respondí
_ Nadia estoy cansado de tu silencio, ya basta de tanto misterio, sé quien eres, tu voz es inconfundible. Di algo mujer
Continúe en silencio y evidentemente  eso le molestó; se  levantó del sillón y sin darme oportunidad de detenerlo, encendió una de las lámpara.
_Lo sabía,!  la sensual Nadia es en realidad mi asistente Sandra, qué sorpresas da la vida no?
_Señor yo…
_ De verdad pensabas que no llegaría a descubrirte? masculló arrugando el ceño
_Yo…yo..
_Yo qué Sandra?? eso es todo lo que dirás?? crees que con quedarte callada lo arreglas todo?
_Licenciado  lo… ssiento murmuré balbuceante
_Te parece que una disculpa es suficiente?, caray!! eres mi asistente y siento que abusaste de mi confianza!!
_NNo.. era mi intención respondí totalmente conmocionada
_Solo eso me faltaba, que creas que con un par de lágrimas solucionas este enredo
_No necesita ser cruel…
_Así que ahora la Srta. es la victima? Honestamente me decepcionas Sandra
_No sabe como me arrepiento de…
_Sigue, sigue…por una vez en tu vida actúa como Nadia, sé directa, valiente, vamos levanta la cara y dime lo que en verdad piensas, deja de actuar como la asistente reprimida que siempre has sido
_Déjeme en paz! !usted no es más que un presumido que se cree superior por su posición, que discrimina a la gente por sus condiciones, o acaso se habría involucrado conmigo si hubiera sabido que soy su insípida asistente?  No necesita responder, sé perfectamente la respuesta, pero le aseguro que usted no es mejor persona  que yo, así que no le permito que me ofenda!!
_Así Sandra, así es como quiero verte, altiva, segura, sin miedos. Deja de hacerte de menos, tú vales mujer, vales más de lo que crees,…por cierto, de verdad piensas que no sabía quien eras?
_No..nno le entiendo
_Mujer, reconozco que al principio no lo sabía, solo me dejé llevar por tu juego ya que de alguna forma me alegrabas el día con tus insinuaciones, pero comencé a sospechar de ti, por tu forma de mirarme, por tu nerviosismo, por tus  distracciones. Después noté que empezaste a arreglarte más; en fin, detalles, detalles  que tienen las mujeres cuando les gusta alguien.  Luego confirmé que eras tú, por algo tan simple como el olor de tu perfume, casi siempre usas el mismo, y coincidencialmente Nadia también…demasiadas pistas no?
_No le entiendo, si lo sabía porque no me lo recriminó antes?
_De verdad no lo imaginas?, pregunto apretándome contra su cuerpo
_Es usted tan extraño, me agrede y ahora intenta besarme?
_Solo pretendía que te avives mujer, que saques lo que eres en realidad, que asumas que dentro de ti hay una mujer fuerte, decidida  y hermosa muy hermosa
_Usted…usted es canalla!!
_Quieres seguir discutiendo? porque honestamente prefiero tus besos
Echó mano de mi trasero, y no pude resistirme a sus besos, en cuestión de segundos estaba recostada sobre su escritorio con los muslos abiertos, sintiendo como su lengua hurgaba en mis genitales; morbosamente introducía un par de dedos en mi sexo que me hacían berrear de placer, de placer y de emoción porque ya no necesitaba fingir ser otra mujer, al fin podía ser yo misma…
Con sus labios limpio mi venida y abrazándome susurró:
Esa era la mejor forma de pedirte disculpas…de verdad lamento el mal momento
Volvimos a abrazarnos y entre besos murmuró:
_Vamos Sandri, creo que es mejor ir a otro lugar…aceptas un café?
_Jajaja café a esta hora???
_Sip me encanta, deberías saberlo, trabajas mucho tiempo conmigo
_Pues le recuerdo licenciado Suárez, que Nadia le había comentado que no me gusta el café, prefiero un té o ….”leche “ murmuré de forma maliciosa
Me besó la frente  y acariciando mi barbilla respondió:
_Golosita vamos por mi café …que yo me encargo… de tu ración de “ leche”…
DEDICATORIA
Es cerca de las 23 h00, Leonnela acaba de publicar éste relato y entre suspiros se asoma al ventanal de su habitación. Contempla el cielo estrellado, un lucero brilla con más intensidad y el recuerdo de alguien le hace sonreír…sí, ese alguien que juega a susurrarle ideas, que estimula su imaginación y que se esconde siempre en sus relatos…
Una ráfaga de aire estremece su cuerpo trigueño, haciendo que sus pezones  marquen la batita de seda; el frio provocador recorre su espalda, y se pierde entre sus muslos carnosos, como si fuera una caricia, que se ensaña en estremecerla…
_Será el frío de la noche? se pregunta así misma… o quizá …quizá…alguien piensa en mi? Añade  con una enigmática sonrisa…
PARA TI, MI QUERIDO CONFIDENTE, QUE CONOCES  MI VIDA Y  MIS FANTASIAS, MIL GRACIAS POR TODO, SIEMPRE SERAS MI ANGEL VIRTUAL, AUNQUE NUNCA, TE LO HAYA DICHO…
 Leonnela.
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “¿Me darías un azote? me rogó Susana 4” (POR GOLFO)

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Capítulo 4

Esther se despertó temprano. Esa mañana mientras se vestía, decidió que debía causar una buena impresión a su maestra y por eso se puso un conjunto color negro casi transparente, tras lo cual eligió unas medias con liguero del mismo color. Al mirarse al espejo, sonrió porque con él puesto  se sentía hermosa y cachonda. De una talla menor a la que sus pechos realmente necesitaban, le marcaban el canalillo de una forma muy sugerente e imaginándoselo, soñó que su futuro amo al verla con ese conjunto, le exigía que le hiciera una cubana entre sus tetas. La sola idea la puso verraca y llevando una mano a su entrepierna, advirtió que la humedad que sentía en su sexo, había traspasado la tela de su tanga. Dudando si cambiárselo o no, al final decidió no hacerlo y así que Susana supiera de ante mano, como ella y su pareja le ponían.

Al llegar a la casa, la rubia le recibió en la puerta envuelta en una bata de tul bajo la cual iba completamente desnuda. Como empezaba a ser habitual, su saludo consistió en un nuevo beso en los labios, tras lo cual, la invitó a pasar diciendo:

― ¿Te apetece un café?

Ni siquiera lo había aceptado cuando vio que Susana se daba la vuelta rumbo a la cocina. Con sus ojos fijos en el maravilloso culo de la iba a ser su profesora, la siguió por el pasillo un poco alterada.

« ¡Qué buena está!», pensó sin percatarse de que antes de conocerla, nunca hubiese opinado así de otra mujer.

Al llegar a la cocina, la rubia le pidió que se sentara en la mesa porque tenían que hablar. Por su tono debía ser serio y temiendo que le dijera que no iba a ser su alumna, se sentó de inmediato. Afortunadamente, con ella en su asiento, Susana le preguntó:

― ¿Estas segura de que quieres ser la sumisa de mi amo?

En cuanto levantó su mirada y observó por primera vez los rosados pezones que lucía su futura maestra, si tenía alguna duda desapareció como por arte de magia, por lo que sin pensárselo dos veces, le contestó:

― Si estoy segura….―  y tratando de mostrarle un respeto que todavía no le había exigido, lo recalcó diciendo―… mi señora.

Susana sonrió al escucharlo y poniendo en sus manos, un café le dijo:

― Bébetelo de un trago.

Sin saber si estaba o no caliente, Esther obedeció. Al ver que lo había hecho, su maestra le dio un suave pellizco en una de sus areolas como premio, mientras le decía:

― Ves en esto consiste la sumisión. Gracias a la confianza que me tienes, como sumisa has cedido tu control a mí y te he recompensado con un premio.

― Me gusta lo que he sentido, mi señora―  contestó la canaria al sentir que su sexo se había licuado solo con esa breve caricia.

Viendo que estaba lista, la llevó hasta el salón y obligándola a permanecer, le ordenó que se fuera desnudando. Por las prisas o quizás producto de su inexperiencia, Esther se quitó la camisa con rapidez. Como castigo recibió en su trasero el golpe de una regla. Asustada al no comprender su falló, miró a su amiga convertida en dominante.

― Ponte la blusa y empieza de nuevo. Una sumisa debe de ser sensual en todo lo que haga para satisfacer a su amo.

― Sí, señora―  contestó iniciando nuevamente su striptease desde el principio pero esta vez, fue botón a botón desabrochando su ropa mientras miraba a los ojos a su maestra.

Supo que lo había hecho bien cuando no recibió un nuevo reglazo y contenta cuando solo le quedaba por quitarse la braga y el sujetador, preguntó satisfecha:

― Ama, ¿Le ha gustado?

Como respuesta recibió dos azotes en el trasero que le escocieron y sin atreverse a preguntar cuál había sido esta vez su error, se la quedó mirando:

― Amo solo tienes uno, yo soy tu maestra y ¡No te he permitido hablar!―  tras lo cual le exigió que terminara de desnudarse.

Aleccionada a base de golpes, se despojó de lo que le quedaba de ropa y en silencio, esperó nuevas órdenes. Fue entonces cuando acercándose a ella, Susana le susurró con dulzura:

― Ahora te voy a inspeccionar como hará tu amo. Quédate quieta sin moverte.

Sin darle tiempo a prepararse, la rubia le abrió la boca como se le hace a un caballo y le revisó su dentadura, tras lo cual imitando mi voz ronca, le dijo:

― No está mal para ser una perra africana.

Al no esperarse esa broma, la morena soltó una carcajada por lo que recibió otra dura reprimenda. Sabiendo que había caído en la trampa, no le dio el gusto de quejarse sino que permaneció muda como una estatua aunque su culo le escocía.

Viendo que había aprendido a controlarse, Susana sopesó el tamaño de los pechos de su aprendiz permitiéndose el lujo de darle un pellizco como premio. Tras lo cual le dio la vuelta y separando con las manos los morenos cachetes que formaban el culo de su amiga, descubrió que contenían un tesoro oculto.

― A nuestro amo le va a encantar―  le dijo acariciando sus bordes con una de sus yemas.

Esther mordiéndose los labios evitó que de su garganta surgiera un gemido de placer al sentir que la rubia toqueteaba su virginal ojete pero no pudo hacer nada con su sexo que siguiendo los dictados de la naturaleza, se llenó de flujo. Por eso cuando le tocó el turno de inspección a su vulva, Susana se la encontró totalmente empapada.

― Veo que estás cachonda, ¿No es cierto? ¡Puta!

― Es cierto, ¡Lo estoy! ¡Señora!

Tomándose su tiempo, mi sumisa examinó los labios de la morena con lentitud, deteniéndose en el hinchado botón que descubrió entre sus pliegues. La reacción de su aprendiz no se hizo de rogar y pegando un suspiro confirmó su calentura.

― Eres una jodida lesbiana―  le dijo Susana para humillarla y viendo que no contestaba, le pellizcó cruelmente su clítoris mientras le decía: ¿Sí? O ¿No? ¡Puta!

― Soy lo que me pida mi amo o mi maestra―  contestó con su respiración entrecortada incapaz de reprimir otro gemido.

La respuesta de su amiga le dio pie para dar el siguiente paso y obligándola a arrodillarse en el suelo, le dijo:

― Te voy a enseñar una de las posturas básicas que debe saber una sumisa―  tras lo cual, la puso a cuatro patas con su cabeza pegada al suelo y las nalgas hacia arriba.

Retirándose un metro entre ella y su pupila, se la quedó mirando. Aunque estaba bien, le faltaba separar un poco los muslos para que pudiera pasar la inspección de su amo. Usando la fusta, le perfeccionó la postura y ya satisfecha le dijo:

― Para los amantes de la dominación, esta posición se llama “Beso de la esclava”. ¿Sabes para qué sirve?

― No, señora.

Soltando una carcajada, Susana introdujo dos dedos en el interior del sexo de su aprendiz como respuesta. La sorpresa de sentir su sexo hoyado, no fue óbice para que la morena moviendo sus caderas gozara de esa intrusión. Disfrutando del dominio que ejercía, decidió aprovecharlo y abriendo un cajón, sacó un arnés, diciendo:

― Te voy a follar, ¿Algún problema?

― ¡Ninguno!… Maestra.

Mi sumisa sonrió entre dientes al darse cuenta de la calentura de su amiga y sabiendo que para ella iba a ser su primera vez, jugueteó con la cabeza del consolador entre los pliegues del sexo de la morena antes de siquiera hacer un intento de metérselo.

― Uhmm…―  gimió Esther al notarlo.

Ese suspiro le confirmó lo que ya sabía y con una suave presión de sus caderas, le introdujo el glande en su interior. La humedad que ya anegaba ese coño, le permitió irle embutiendo poco a poco el aparato hasta que notó que chocaba contra la pared de su vagina y entonces, Susana con un dulce azote le avisó que iba a empezar a cabalgarla.

La canaria quería decirle que necesitaba que la follara ya pero al no estarle permitido hablar, tuvo que usar su cuerpo para informarla. Por eso meneándose para adelante y para atrás, usó el consolador del arnés como si fuera la polla de su ama. No tuvo ninguna duda que le gustaba sentirlo en su interior e incrementando el ritmo, se lanzó en busca del placer.

― ¡Eres una puta calentorra!―  gritó la rubia al ver que su aprendiz necesitaba sexo y dándole otra nalgada, empezó a machacar el chocho de la morena.

No llevaba ni un minuto, follándose a Esther cuando ésta pegando un grito, se empezó a retorcer presa de la lujuria. La certeza de que estaba a punto de correrse, la hizo convertir su cabalgata en un galope desbocado y aferrándose a los pechos de su montura, la llevó hasta al orgasmo.

― ¡Me corro! ¡Maestra!―  aulló con todos sus músculos al borde del colapso.

El enorme trabuco que tenía incrustado impidió a la canaria percatarse de que se estaba corriendo a manos de otra mujer y berreando le soltó:

― ¡Me encanta su polla!

Susana al oírla, se calentó y queriendo alargar el clímax de su amiga, siguió penetrándola con ferocidad. Cada vez más entregada, su aprendiz sentía que estaba  en el paraíso mientras las barreras de su educación iban cayendo una a una por el placer que estaba asolando su cuerpo. Y descompuesta, se dejó caer en el suelo llena de felicidad y llorando, le pidió a su maestra que la tomara analmente.

Siendo una petición atrayente, Susana le contestó mientras extraía el aparato:

― No, putita. ¡Tu culo es de mi amo! ¡Él será quien te lo estrene!

Aunque ya tenía decidido el siguiente paso, se tomó su tiempo para quitarse el arnés y cuando ya lo había dejado a un lado, obligó a la canaria a ponerse a gatas. La morena obedeció sin saber que venía a continuación pero no tardó en descubrirlo porque Susana sentándose a horcajadas en su espalda, le cogió del pelo y le ordenó:

― Llévame a la cama.

Sirviendo de corcel, Esther empezó a gatear hacía la habitación mientras su mente daba vueltas al advertir lo bruta que le ponía que su amiga la tratara de ese modo y con el coño en ebullición, no le importó que la rubia la llevara así. Lentamente y paso a paso, fue recorriendo los escasos metros que le separaban sin poder dejar de pensar en lo mucho que le apetecía probar el sexo que estaba humedeciendo su espalda.

« Mi maestra está también excitada», se dijo deseando que su siguiente enseñanza fuera comérselo. No tuvo que esperar mucho tiempo porque nada más entrar a mi cuarto, la rubia descabalgó y sentándose en el colchón, la llamó diciendo:

― Bésame los pies.

Si alguien le hubiese dicho una semana antes que al escuchar esa orden, se le haría agua la boca, lo hubiese negado. Pero en cuanto oyó la orden, se acercó gateando y con delicadeza, cogió el pie derecho de Susana por el talón y lo acercó lentamente hasta su cara. Nada más acariciarlo se dio cuenta de que era muy suave y retirando su zapato de tacón, llego hasta ella un agradable aroma.

« No es posible», pensó al advertir que se le acababa de humedecer el sexo al olerlo y sacando la lengua, dio su primera lamida a los dedos de su amiga. Su maestra sonrió al notar que su entrega y necesitada de caricias, cerró sus ojos mientras Esther se introducía su dedo gordo en la boca. Si en un principio la canaria se mostró cortada, al escuchar el gemido que salió de la garganta de la rubia, se convenció y pasando de un dedo a otro los embadurnó con su saliva.

Instintivamente, Susana separó sus rodillas al sentir que la lengua de su aprendiz iba subiendo por sus tobillos. Al mirar hacia arriba, Esther se quedó pálida al observar el depilado coño de su maestra y lejos de hacerla sentir mal, incrementó su calentura e inundando la habitación con el olor de su celo y se quedó quieta esperando la siguiente orden.

― ¡No te he dicho que pares!―  chilló la rubia ya necesitada.

La canaria como una zombi controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar su cara hasta ese  atrayente sexo. Cuando ya estaba a escasos centímetros de él, el aroma penetrante que desprendía venció todos sus reparos e introdujo por primera vez la lengua en el monte de una mujer. La rubia dio un brinco al notar la acción de sus caricias.

Su inexperiencia le dio miedo y por eso estuvo a punto de dejarlo pero los gemidos callados de su maestra le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos sus labios, dejó al descubierto su botón. Como si fuera algo aprendido, con toda la parsimonia del mundo,  lo lamió  durante un minuto y cuando de la garganta de su amiga salieron los primeros gemidos de placer, se sintió excitada y mordió ese más que erecto clítoris.

Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el flujo que brotaba de ese manantial y ya poseída por la lujuria, su lengua recogió su néctar cuando pegando un grito, Susana se dejó caer sobre el colchón presa de la agitación de su orgasmo.

Para la morena, fue extrañamente dulce ser la culpable de ese placer. Y mientras espatarrada sobre las sábanas, la rubia se corría ante sus ojos pidiendo que no parara, se sintió feliz de ser su pupila. Y demasiado caliente para contenerse, se dio la vuelta y depositando su coño en la boca de su amiga, le exigió que se atiborrara de ella.

― ¡Qué maravilla!―  aulló al sentir la lengua de su maestra penetrando en su interior y siendo imposible de retener su calentura, se dejó hacer.

Fue entonces cuando, al sentir que Susana le acariciaba el ojete, totalmente empapada, pegó un nuevo grito y temblando, supo que ese asalto era superior a sus fuerzas y se vació en su boca. La rubia prolongó su orgasmo hasta que ya agotada, la acostó a su lado y sin darse cuenta, se quedaron dormidas.

Al llegar a casa, las descubro desnudas.

Nada más cruzar la puerta, descubrí que sin mi consentimiento habían compartido algo más que el adiestramiento, pero en vez de enfadarme, me gustó porque sería así más fácil convertir a esa monada en parte de mi harén. Mirándolas desnudas, comprendí que la sesión de sexo, que sin lugar a dudas habían disfrutado, les había sentado bien.

« Son dos pedazos de mujeres», tuve que reconocer al observarlas. Mientras la canaria con sus pechos firmes y piernas contorneadas, era un prototipo de mujer mediterránea, mi sumisa parecía alemana. Con su melena rubia y  un cuerpo de pecado, su piel dorada hacía resaltar sus ojos azules.

Quizás Esther me oyó llegar o a lo mejor no estaba dormida, lo cierto es que incorporándose sobre las sábanas, me miró aterrada. Mirándola a la cara, descubrí que temía mis celos, no en vano había descubierto que se había acostado con mi novia.

― Tranquila― dije ― tengo que hablar contigo pero antes, ¿Quieres una copa?

Me contestó  que estaba sedienta. Por lo que le pedí que me acompañara y llevándola hasta el salón, le pedí que se sentara en un sillón mientras se la ponía. Mirándola de reojo, vi que el sudor había hecho la aparición en su frente y haciéndola sufrir, tarde más de lo necesario cuando le serví el cacique con Coca― Cola que me había pedido mientras su mente no podía parar de darle vueltas a que le depararía su futuro inmediato.

Al terminar, se lo di y ella  lo cogió con las dos manos, dándole un buen sorbo. Mi actitud serena la estaba poniendo cardiaca, no se esperaba este recibimiento. Fue entonces, cuando poniéndome detrás del sillón, apoyé las dos manos sobre sus hombros. Esther sintió un escalofrío, al notar como mis palmas se posaban sobre ella. Esperé a que se relajara, antes de empezar a hablar, todos los detalles eran importantes.

Si  esa mujer quería ser mi sumisa, debía asegurarme de que bebiera de mi mano. Cuando aceptó mi contacto sobre su piel, empecé a acariciarle sus hombros, eran unas caricias suaves casi un masaje, nada parecido a lo que se esperaba y sin saber a qué atenerse, se sintió indefensa.

Mis carantoñas no cesaron cuando, con voz seria, comencé a hablarle al oído:

― Susana me ha dicho que quieres que te hagamos un hueco en nuestra vida y por lo que he visto ya lo has conseguido―  intentó disculparse al oírlo pero la corté por lo sano apretando un poco más de lo necesario su cuello. ― No sé si sabes realmente lo que eso significa.

― Lo sé amo. Deseo ser suya―   contestó con voz temblorosa.

Su respuesta me profundizar mis caricias y bajando despacio por su escote, le dije:

― Susana sería mi favorita y tú la menos querida de mis mujeres, te lo digo por qué no quiero que haya malos entendidos― en ese momento, mis dedos jugaban con el borde de sus aureolas. Los pezones de la muchacha estaban duros al tacto cuando me apoderé de ellos pellizcándolos tiernamente. La excitación se había extendido ya por su cuerpo cuando me escuchó decir: ― De aceptar, sería tu dueño y me debería respeto y obediencia.

― Lo sé y lo deseo… Amo.

Al escuchar sus palabras, la levanté del sillón y abrazándola, dejé que  mis labios rozaran los suyos. Esther me respondió con pasión besándome mientras me despojaba de la camisa. Sus manos no dejaron de recorrer mi pecho, cuando su boca mordió mi cuello ni cuando sus caderas buscaron la cercanía de mi sexo.

Estaba como en celo, el adiestramiento de Susana, la atracción que sentía por ella y mis arrumacos se le habían acumulado en su cabeza, y necesitaba desfogar ese deseo. Sin más preámbulos, se arrodilló abriéndome el pantalón, dejando libre de su prisión a mi pene.

― ¿Puedo? Amo.

― Puedes, putita.

Sonrió al ver su tamaño, le hizo sentirse una mujer deseada. No se había dado cuenta de lo que añoraba a un hombre que le protegiera hasta que se lo había oído decir a su amiga. Yo podía ser ese hombre y no iba a desperdiciar la oportunidad.

Su lengua empezó a jugar con mi glande, saboreando por entero, a la vez que su mano acariciaba toda mi extensión. Era una gozada verla de rodillas haciéndome una felación, notar como su boca engullía mi sexo, mientras sus dedos acariciaban mi cuerpo.

Pero ahora quería más, por lo que obligándola a levantarse, la tumbé encima de la mesa y empecé a jugar con su clítoris.

― ¿Te gusta?, verdad putita― dije mientras proseguía con mis maniobras.

― ¡Sí!― con la voz entrecortada por la excitación ― ¡Amo!

Estaba en mis manos, con un par de sesiones más esta mujer sería un cachorrito en mi regazo. Sabiendo que con la ayuda de Susana la convertiría en esclava de mis deseos, decidí calmar la fiebre que sentía. Separando sus labios con mis dedos, puse la cabeza de mi glande en la entrada de su cueva, a la vez que torturaba sus pezones con mi boca.

― Por favor― gritó pidiendo que la penetrara.

Muy despacio, de forma que la piel de mi sexo fuera percibiendo cada pliegue, cada rugosidad de su vulva, fui introduciéndome en su cueva, en un movimiento continuo que no paró hasta que no la llenó por completo. Esther entonces empezó a mover sus caderas, como una serpiente reptando se retorcía sobre la tabla, buscando incrementar su placer. Gimió al percibir como mi pene se deslizaba dentro de ella incrementando sus embistes y gritó desesperada al disfrutar cuando mis huevos golpearon su cuerpo como si de un frontón se tratara.

― ¿Sabes que es la hipoxia?―  pregunté al reparar en que estaba a punto de correrse.

― No, amo―  contestó

Sin dejar de penetrarla le expliqué que era una práctica por la cual uno de los amantes le corta la respiración al otro y la falta de aire incrementa el placer que siente.

― ¡Confío en usted!

Incrementando el ritmo con el que la estaba follando, llevé mis manos hasta su cuello y empecé a estrangularla. Aunque me había dado permiso cuando sintió que no podía respirar, se revolvió tratando se zafarse de mi abrazo. La diferencia de fuerza se lo impidió y aterrorizada, ya creía que la iba a asesinar cuando desde su interior, una enorme descarga eléctrica subió por su cuerpo, explotando en su cabeza.

― ¡Dios!―  gritó estremecida por la amplitud de su orgasmo.

Con una intensidad nunca sentida,  su cueva manó haciendo que su flujo envolviera mi pene. Al sentirlo, descargué dentro de ella toda mi excitación, mientras Esther se desplomaba sobre la mesa. Exhausta pero feliz de lo que había experimentado.

― Veo amo que la ha aceptado―  desde la puerta me dijo Susana.

Por el color de sus mejillas y el brillo de sus ojos, debía de llevar largo rato mirando. Aunque estaba contento con ella, comprendí que esperaba un castigo porque de algún modo me había fallado al no poderse contener y por eso, le dije:

― ¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?

― Nadie― contestó y sin necesidad de que le dijera nada más,  se arrodilló en la alfombra, dejando su trasero en pompa, de forma que facilitara el correctivo. Su amiga canaria intentó protestar pero al ver mi mirada, decidió callarse no fuera a recibir el mismo tratamiento. Saqué entonces de un cajón una fusta y cruelmente le azoté el trasero. Recibió la reprimenda sin quejarse, de su boca solo surgieron disculpas y promesas de que nunca me iba a desobedecer otra vez. Las nalgas temblaban, anticipando cada golpe, pero se mantuvo firmemente sin llorar hasta que decidí que era suficiente.

Esther estuvo todo el rato callada, en su cara se le podía adivinar dos sentimientos contradictorios, por una parte estaba espantada por la violencia con la que había fustigado a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado, ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa, y sus nalgas coloradas por el tratamiento, había humedecido su entrepierna.

Acercándome y acariciando ese trasero que tantas alegrías me había dado, no pude dejar de sentir pena y cesando en la reprimenda, le di un beso en la esa adolorida nalga.

― Dame tu copa―  pedí a la morena.

La canaria me la dio enseguida y derramándola sobre el trasero de la rubia, le ordené que bebiera. Obedientemente, Esther empezó a sorber del líquido que goteaba del culo de mi sumisa. SI en un principio se sintió reacia a hacerlo, al oír los gemidos de placer que empezó a dar Susana al notar la lengua calmando sus adolorido cachetes, se convenció y su lametazos se fueron haciendo cada vez más profundos hasta que ya claramente excitada, con sus manos, le separó las dos nalgas para que le resultara más recuperar con su boca lo que se había deslizado por ese canalillo.

Al ver que ambas estaban excitadas y listas, pregunté a mi sumisa:

― ¿Te apetece volverte a correr?

― Sí, amo― contestó con la voz entrecortada por el calor que sentía.

Recolocándolas en el suelo, puse su sexo en disposición de ser devorado por la morena. No hizo falta que se lo ordenara de viva voz, en cuanto intuyó mis intenciones, se lanzó como una fiera sobre él y separando con los dedos los labios inferiores de su amiga, se apoderó del su clítoris. Susana estaba recibiendo el premio a su fidelidad después de su merecido castigo.

Fue entonces cuando al agacharse la canaria descubrí un tesoro. Ajena a ser observada, Esther no se percató de que me estaba enseñando su esfínter virgen y deseando ser yo quien lo estrenara, busqué algo que me sirviera de lubricante.

Al hallar  sobre la mesa del comedor una botellita con aceite de oliva, decidí que me servía y sin preguntar, cogí esas nalgas y separándolas, dejé caer un buen chorro por su raja. Ella al sentir el contacto de mis manos pero sobre todo la frescura del aceite, levantó su trasero sabiendo que era inevitable. Con mis lo extendí, concentrándome en su agujero virgen. Como quería desgarrarlo, lo fui relajándolo con un masaje. Masaje al que Esther respondió como una loca mis caricias pidiéndome que me diera prisa.

― Cállate puta, ¡Nadie te ha dado permiso de hablar!

Al no hacerle caso y seguir untando su culo con el lubricante, sus dientes se apoderaron del botón de placer de Susana y sometiéndole a una dulce tortura, penetro con dos dedos el sexo de su amiga.  Con mi sumisa a punto de explotar, decidí que era hora de romperle por primera vez su esfínter, por lo que poniendo mi pene en la entrada trasera de la mujer, de una sola embestida introduje mi extensión dentro de ella.

Esther gritó de dolor, pero no intentó zafarse de mi agresión. Y tras breves momentos en los que dejé que se acostumbrara a mi grosor dentro de ella, comencé con mis embestidas. Completamente llena, se había olvidado que tenía que seguir consolando a Susana, por lo que ésta tirándole del pelo, volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo.

Sintiéndose nuestro objeto de placer, no pudo dejar de lamer y mordisquear el clítoris de mi amante, mientras yo estrenaba su culo. Babeando notó que Susana se iba a correr en su boca, por lo que aumentó el ritmo de sus caricias y como si estuviera sedienta, re recibió ansiosa el río ardiente de la mujer y como posesa buscó no desperdiciar ni una gota de ese líquido.

Mientras tanto su propio cuerpo más relajado dejaba de sentir dolor y paulatinamente comenzó a disfrutar de  mis incursiones. Ya satisfecha, mi sumisa se levantó para ayudarme con la muchacha y sentándose en el suelo, separó sus labios, introduciéndole dos dedos en su vulva.

Esther nunca había sido sodomizada y follada a la vez y una vez repuesta de sentir sus dos agujeros asaltados, nos pidió no paráramos. Sus caderas se movían sin control, buscando el placer doble que le provocaban los dedos de su amiga sobre su clítoris y mi pene rompiéndole su virgen culo.

Marcándole el ritmo a base de azotes, conseguí que se coordinara conmigo y como era una buena aprendiz, rápidamente logró seguir el compás de mis manos sobre su trasero. Incrementando la cadencia, nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno. Susana sin dejar de follar  con sus dedos a su aprendiz, empezó a jugar con mis testículos cada vez que estos se acercaban a su lengua.

Esther, apoyó su cabeza contra la mesa, cuando desde su interior como si fuera una llamarada su cuerpo se empezó a convulsionar de placer y mientras derramaba un torrente de flujo por sus muslos, cayó agotada. Al sentirme que ya era el dueño absoluto de esas dos, exploté dentro de la morena mientras besaba a la rubia.

Satisfecho por ser propietario de esas dos bellezas, en cuanto me hube recuperado un poco les pregunté:

― Me voy a dar un baño, ¿quién quiere acompañarme?

¡Las dos quisieron!

― ― ― ― ―  FIN ― ― ― ― ―

 

 

Relato erótico: “El Virus VR 7 Y 8” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Continúo con mi relato de la tercera semana de marzo.

Como recordareis ayer salí al pueblo y cogí algunas cosillas de la farmacia, estuve algo más de una hora fuera y descubrí una casa desde donde me hicieron señales con una linterna. Esta mañana después de dormir como un tronco me duche para quitarme las manchas de tizne de la cara y los restos olorosos de la farmacia donde estuve, luego he colocado en el almacén todo lo que he traído en la mochila es decir antibióticos tranquilizantes etc. Posteriormente he seguido con mi rutina habitual bajando el desayuno a Ceci, de camino he dejado una caja de toallitas húmedas en la entrada del torreón, junto a uno de los cetmes cargado que tengo allí junto al perchero por si acaso, cuando llego a la celda y mientras se quita la camisa para dármela me fijo en la mancha oscura que tiene en la mejilla y recuerdo el beso que la di al volver con la cara ennegrecida.

Tras desayunar la pongo sus guantes y bola de paseo sin darla una corriente como la tarde anterior, ella se muestra más que dócil pues ahora no siente dolor antes de dicho paseo, me fijo al quitarla la compresa que apenas ha manchado nada, su sangre es más clara, durante el mismo jugamos y ella hace sus necesidades estamos un buen rato fuera, volvemos y la pongo otra compresa por si acaso junto con unas bragas limpias, después la desato y una vez encerrada jugamos a hablar sigue esforzándose sin resultados.

Subo y lavo la ropa usada ayer noche, me planteo salir de nuevo esta vez para visitar a mis nuevos ”vecinos” sanos y ver quien son y en qué estado se encuentran, puedo demorar tranquilamente unos días mi salida a la gasolinera hasta agotar el segundo bidón de combustible, todavía quedaran dos más de reserva y el agua sigue fluyendo por la bomba así que tengo todos los bidones de agua sellados de fabrica intactos, la comida tampoco me preocupa pues comparto mis raciones con Ceci así que gasto poco, en resumen mi situación es bastante buena.

Después de comer tiendo la colada y nos damos otro paseo, pero después en lugar de dejarla en el calabozo subimos al comedor, la gusta cundo tras desatarla la vuelvo a atar pero con las manos por delante, hago que se siente en el sofá a mi lado y pongo una película de humor en el portátil, abre los ojos como platos mientras ve y escucha todo lo que ocurre en la pantalla, lo he hecho por dos motivos el primero es que me gusta tenerla cerca, el segundo es que me he dado cuenta del silencio habitual del torreón, normalmente yo no hablo solo y ella no recuerda cómo hacerlo, así que he pensado que oír a otras personas la haría bien, a fin de cuentas el ser humano es un animal social.

La aflojo un poco la mordaza pero sin quitarla la bola de la boca, mientras ella ve y disfruta de la película yo no puedo apartar mis ojos de su cuerpo, aunque intento apartar repetidamente mis ojos me deleito recorriendo las curvas de su cuerpo con la mirada, en especial ese por de tetas grandecitas y turgentes que me ponen a cien, finalmente me quito la camisa y se la echo por encima de los hombros, ella lo agradece con un gemido y me mira con sus ojazos verdes rozando su cara contra la tela de la camisa, me contengo para no besarla ni hacer nada mas fuerte… al menos hasta que se la acabe el mes.

Acaba la película y la pongo otra que ve con igual emoción y alegría, no la quiero poner cualquier cosa pues no creo que entienda las de intriga ni terror ni nada que lleve tiros, sinceramente mis opciones son bastante limitadas pues me gusta el cine de acción y mi numero de comedias es muy limitado, al acabar nos damos el ultimo paseo del día la quito la compresa y veo que está limpia al acabar el paseo la limpio la vagina con la esponja, esa noche no la pongo bragas y ella se muestra más contenta, preparo la cena que al ser de microondas nos evitara tener visitantes esa noche, la paso su cena con sus tranquilizantes mezclados y la dejo mi camisa y su manta de dormir, subo a cenar y bajo una hora después tras haber comprobado que está dormida, en mi mano enguantada de látex llevo la palangana y la esponja, pero hoy a diferencia de otros días, también llevo la espuma de afeitar y una maquinilla desechable.

La destapo y tumbada como está la giro hasta que acabo poniéndola en la posición adecuada, con las piernas bien abiertas y los pies apoyados en el suelo, humedezco bien la zona con la esponja lavándola a fondo, una vez que compruebo que está totalmente limpia la unto la espuma y me pongo a afeitarla, desearía besar cada centímetro de piel que aparece entre la espuma según paso la maquinilla, claro está que me contengo pero me esmero en el trabajo y lo disfruto, momentos después su precioso chochito está limpio y desearía comérmelo, pero no lo hago pues se el peligro de infección que conlleva, antes de irme la pongo su inyección de antibiótico, la tapo y la doy un beso.

El día siguiente no es muy soleado, hago mis ejercicios y me afeito después preparo el desayuno, mientras me lo como veo por el circuito cerrado que Ceci se ha despertado y se inspecciona el pubis asombrada por la falta de pelo, espero que recuerde que cuando era “normal” lo llevaba así habitualmente (ver capitulo 3)

Al rato bajo a darla el desayuno y mis buenos días, ella me espera tan deseosa de verme que apenas entrar en los calabozos y sin que me dé tiempo de decir nada, se quita la camisa y la pone entre los barrotes donde ya está colgada la manta, se exhibe delante de mi paseándose torpemente, no es una exhibición incitante y no lo hace por excitarme como una mujer adulta, es mas como una niña que se hubiera comprado ropa nueva y te la enseña con inocencia, solo que esta niña tiene veintipocos años y esta buenísima así que ya podéis imaginaros los resultados, en tres minutos estoy excitado a tope y palote perdido ante mi Ceci, por fin consigo hablar:

– Hola Ceci buenos días, que guapa estas hoy.

Se ve que intenta contestar pero nada, yo sigo:

– Qué bonita eres, que guapa estas sin pelitos allí.

Cuando hablo señalo si pubis con mi dedo, creo que ahí es donde se lió la cosa y ella interpreto lo que quiso, supongo que debió de recordar el pajote del baño y creyó que yo quería darla placer, el caso es que se pega a los barrotes agarrándose a ellos y veo su pubis desnudo entre dos de ellos, ella abre las piernas y mas que enseñándomelo me lo está ofreciendo pegándolo tanto a los barrotes que parece fundirse con ellos, me arrodillo dejando el plato en el suelo y sacando uno de los guantes de látex del bolsillo del pantalón, me lo pongo acerco mi cara a su pubis -pienso-¿a quién quiero engañar? ¡La deseo! Beso su pubis, adoro el contacto con su piel suave y caliente, recorro la zona exterior evitando su grieta, la escucho suspirar de deseo sobre mi cabeza, recuerdo que no lleva bola ni guantes y podría evitarme simplemente dando un paso atrás, si decidiera atacarme o morderme en ese instante y estaría jodido, kaput, muerto, por idiota.

Pero ella solo desea placer la tiemblan las piernas de deseo, me mojo uno de mis dedos con saliva y la acaricio los labios externos recorriéndolos totalmente antes de empujarla hacia dentro mi dedo, la sigo besando la piel del pubis y subo mi otra mano a tientas hasta encontrar su pecho y su pezón pellizcándolo suavemente, ella suspira de nuevo aferrada con sus manos a los barrotes de su celda, la penetro hasta el fondo con mi dedo descubriendo que su interior es un manantial de flujo, esta empapada así que añado dos dedos mas a la penetración y la sigo dando placer, el aroma de hembra caliente de su flujo llena mis narices y aumenta mi deseo por ella, aumento la velocidad de mis dedos dentro de su encharcado chochete, sin dejar de rozar mi cara por su vientre ni de acariciar su pecho, se desboca tiembla toda ella y sus caderas se estremecen agarrada a los barrotes une el movimiento de su cuerpo al de mis dedos, da pequeños saltos y está prácticamente cabalgando sobre mi mano, no paro de masturbarla metiéndola los dedos y moviéndolos en su interior , ella jadea sobre mi cuando noto una de sus manos entre ni pelo empujándome la cabeza contra su pubis y los barrotes que lo enmarcan, se corre finalmente como una campeona gritando de placer y agitándose de arriba abajo:

– Aaaaa, aaaaggggg to… aggggg naagg

La sujeto antes de que se caiga al suelo sacando mis dedos de su chochete, unos segundos después se separa lentamente de los barrotes y se sienta en su jergón mientras se recupera de su orgasmo, la miro embelesado y estoy alucinado con ella, me ha parecido escuchar cuando se corría que me llamaba o al menos decía to… la primera silaba de mi nombre, pero no estoy totalmente seguro de nada, lo que estoy es asombrado y encantado por los resultados del afeitado de anoche.

Entro en su celda con el plato y se lo dejo al lado, estoy excitadísimo pero me contengo un poco pues los días son largos, además no quiero que el recuerdo de la primera penetración de su nueva vida sea en una fría celda, la acaricio la cara con mi mano desnuda y vuelvo a salir cerrando la puerta, me siento en la silla plegable hablándola mientras ella desayuna, la explico que está enferma y debe tener paciencia pues esta curándose, aunque tardara un poco pero que después estará bien y nunca volverá a estar ni a dormir sola, no sé si será cierto o solo estoy expresando mis esperanzas para el futuro, lo que si se es que la hace bien el tratamiento o al menos eso creo, ¡joder! No soy médico solo sé que tiene buen color y su herida a cicatrizado, espero estar haciendo lo correcto.

Paseamos y jugamos por el patio, luego la pongo una película mientras bajo a limpiar y fregar los calabozos, cuando esta acaba la bajo a ella y la dejo allí, hago la comida y subo a cazar infectados, como de costumbre caen solo los que veo en condiciones de correr o tienen mejor aspecto, por alguna circunstancia evito disparar a niñas en edad fértil o mujeres jóvenes, supongo que es mi subconsciente indicándome que si la infección se cura harán falta muchas de estas en el futuro.

Por la tarde comienza a llover y baja la temperatura bastante, recojo la ropa que tendí a secar para colgarla dentro del edificio pues aun esta húmeda, decido no hacer la visita prevista a mis vecinos esa noche no por la ropa pues tengo más, pero la lluvia es una molestia añadida y no quiero resfriarme estando solo, subo a Ceci y cierro el calabozo dejando una pequeña estufa para que al volver para dormir esté caldeado el lugar.

Pasamos toda la tarde y hasta parte de la noche juntos, se ríe mucho con las pelis y además está más atenta cuando la hablo, aprovecha cualquier momento para jugar conmigo, cenamos sentados en la mesa y no sale de su asombro cuando la quito el guante de boxeo de su mano derecha para que coma con sus dedos, sigue imitándome cuando cojo el tenedor la doy uno de madera que hay en un cajón es de esos que se usan para remover y no me puede pinchar con el, poco a poco aprende a sujetarlo o tal vez debería decir que recuerda como se hacía, con respecto al habla la quito la bola y practicamos cada uno desde un lado de la mesa, finalmente sí que he conseguido algo bueno y me dice to… mientras me señala y asiente.

Por la noche aparte de llover truena y hay relámpagos la tormenta arrecia con bastante viento, me alegro de no salir de casa, Ceci con su camisa puesta por culpa del frio, se acurruca asustada a mi lado después de que cenemos con la bola de nuevo en su boca, estábamos viendo una peli y cuando me he dado cuenta estaba dormida y roncando suavemente sobre mis piernas, la acaricio la cara y la llevo en brazos a mi habitación la dejo en la cama y la tapo, recojo las cosas del cuarto y me meto en la cama como siempre desnudo, tardo en coger el sueño pues el cuerpo cálido de la rubia me turba bastante, finalmente tras descargarme en el baño me pongo un pantalón de pijama y dejo una de las cajas de condones sobre la mesilla, pues no se si mañana… la necesitare, son las tantas cuando me duermo.

Continuara…

Después de los tiros viene la calma u otro tipo de acción, parece que la chica tiene una franca mejoría, aunque poco a poco va recordando cosas ¿tendrá una recaída?

En el siguiente capítulo, Toni tendrá una ¿re-inauguración? y luego saldrá de visita, ya veremos cómo sale cada una de ellas.

Como habréis visto he puesto los capítulos con sexo en “confesiones” y el resto en “otros textos” me parece más coherente así para evitar sorpresas, pues alguien calentado por un relato previo “con la mano en aquello” no espera leer sobre zombis rabiosos, es posible que al final los una todos y los meta en “Grandes series” ó “grandes relatos” depende de su volumen, me gustaría conocer vuestra opinión.

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 8

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Al día siguiente me despierto siendo abrazado por mi rubia, sintiendo la suavidad de su piel y el calor de su cuerpo junto al mío, desde la pierna hasta el cuello toda ella se pega a mi costado, está despierta y rozando su cara contra la mía, se incorpora un poco y su pelo me hace cosquillas en los ojos, al incorporarse el contacto de sus pechos de duros pezones contra mi pecho desnudo me está provocando una erección considerable, que no es solamente fruto de la típica trémpera mañanera, la beso en la cara y en el cuello ella se retuerce jugando, la hago cosquillas y aun con la pelota en la boca, además de las manos enguantadas atadas delante suyo es un cascabel de alegría riéndose sin parar, hasta que se rinde quedándose muy quieta y mirándome con esos ojos de gata, levanta la cara y me golpea con la pelota de su boca en los labios.

No la pudo liberar la boca por mucho que lo desee, su saliva lleva el virus, además vete a saber desde cuando no se limpia los dientes, sin duda debe de llevar dentro todo tipo de bichos de esos cuyos nombres acaban en cocos dentro de ella, pero la quiero y la deseo me digo que aun debo esperar un poco, hasta que esté mejor y enseñarla cosas como por ejemplo a usar un cepillo de dientes ó hacer gárgaras antes me meter nada mío en ella.

Ceci no ha entendido mi pausa y me ha visto pensativo parado y serio, se siente rechazada o algo así, pues veo como sus ojos se enturbian, su cara se pone triste y de sus ojos resbala una lagrima, ella está sobre mi y la lagrima me va a caer encima de la boca, la abrazo y la hago girar hasta tenerla debajo, seguidamente la limpio con la sabana y tomo mi decisión besándola en la parte seca de la cara –pienso- al cuerno con todo, el mundo se acaba y yo tengo una mujer que me quiere y condones, ¿Qué mas quiero? Voy a quererla y que sea lo que dios quiera.

La suelto las manos pero sin quitarla los guantes (no me da tiempo) me abraza con ganas y la devuelvo el abrazo con igual cariño, la beso en la cara y en el cuello a la vez que la desabotono la camisa con dedos febriles, cojo sus pechos sin soltarla el ultimo botón ¡qué más da! Ella se estremece y se agita rozando su cara y cuello contra la mía, la mordisqueo la oreja y gime ahogadamente, su respiración se hace más rápida y mis dedos en sus pezones compiten con aquella al acariciarlos, su pubis se agita buscando el miembro que la roza los muslos, me separo de ella un poco mirándola esta febril parece desesperada, no quiero romper el abrazo pero consigo escabullirme fingiendo que me caigo de la cama, casi se cae conmigo al intentar retenerme pero necesito esta pausa para ponerme una goma, ella me mira atentamente mientras me levanto y rodeo la cama, con mirada interrogante me observa mientras abro la cajita y me pongo un condón en mi erecto mimbro y debe de pensar ¿Qué hace este chalado? Al menos eso parece decirme con sus bonitos ojos.

– Todos sabemos lo del sida verdad – la digo sin saber cómo salir de aquella, pues no creo que lo recuerde.

– Pues esto es muchísimo peor, así que o goma o nada.

Con el miembro debidamente enfundado vuelvo a abrazarla, reanudo las caricias y ella tras un instante de confusión hace lo mismo, lentamente como temiendo otra pausa se vuelve a poner en marcha, la mordisqueo las orejas y el cuello sigo bajando lentamente hasta sus pechos desabrochando el ultimo botón de la camisa, ella manotea tocándome por todas partes, al llevar los guantes de boxeo parece que me golpea pero la realidad es que no me puede agarrar bien, chupo sus pezones y se pone a gemir mas fuerte paso del uno al otro y muevo mis piernas a la vez hasta situarme entre las suyas, la rozo la vagina con mi prepucio sin dejar de chuparla, Ceci bambolea la cintura arriba y abajo buscando que entre el miembro erecto en su rajita, pero me quedo quieto y la tengo bien sujeta a mi merced, solo un par de centímetros del prepucio rozan su clítoris y los labios vaginales antes de entrar una pizca en su chochete.

Bota gime y se retuerce buscando que mi palo entre en ella, muerde con fuerza la pelota y se pone roja consumida de deseo, entonces aun algo reticente la complazco y me dejo caer suavemente, penetrándola a fondo no tan lentamente como hubiera deseado pues ella se precipita con sus movimientos de caderas contra mi verga, resuena un aaaag por la habitación ella sigue moviéndose y yo intento seguir su ritmo o al menos coordinar nuestras embestidas, la miro es lo más bonito que he visto en mi vida, es pura pasión sin egoísmos, engaños, celos o tonterías, los ojos entornados y la boca abierta gimiendo sin parar, cada vez que la clavo contra el colchón ella me eleva de vuelta con su cuerpo, sus pechos grandes y ansiosos pezones son el más agradable sitio en que nunca haya hecho rebotar mi pecho, el interior de su vagina me aprieta y suelta sin parar, la sensación es divina repitiéndose sin pausa una y otra vez en su chorreante canal, varios minutos después de frenéticos y gozosos movimientos nos corremos casi al mismo tiempo pues he conseguido retenerme lo justito para que ella acabase, ha montado una escandalera tremenda de gemidos y grititos, yo para ser sincero también lo he hecho y al acabar me he quedado dentro de Ceci, ninguno ha roto el abrazo durante unos minutos, solo nos mirábamos y yo me perdía en sus ojos de gata.

Al rato nos levantamos me mira cuando me quito el preservativo sin perder detalle como siempre, lo anudo y lo tiro a la papelera recordando que si salgo esta noche he de tirar el saco de basura, me abraza desde atrás y me giro dándola un beso en la cara después nos levantamos y desayunamos, después la llevo al baño.

Allí la enseño para que sirve y como se usa la ducha, estoy reticente pero la libero las manos, realmente nos duchamos entre grititos de alegría y sobos por ambas partes, mi manera de enseñarla a cepillarse los dientes es hacerlo yo y dejar que me mire, después de lavar a fondo el cepillo de alguien que estaba en un vaso (ya no lo va a usar mas) se lo doy y la enseño como ha de hacerlo, gracias a ese instinto que tiene por imitar lo que ve no tarda en conseguirlo, no sin antes tragarse un poco de pasta dental y de gruñir lo que no está escrito, además se traga parte del agua del aclarado en lugar de escupirla, monta tal numerito que paso de enseñarla a hacer gárgaras.

La bola que llevaba mientras estuvimos en la cama, muestra nítidamente la marca de sus dientes de cuando esperaba ansiosa a que se la metiera, dado que se lo que aguantan esas bolas me hago una idea de la potencia de su mordisco, se la cambio por la otra que ya tenía preparada pero antes la digo:

– Ceci nena, pon la boca así.

Estoy frente a ella y pongo morritos de beso, ella me imita sin dejar de mirarme, añado:

– Te voy a dar un beso, no abras la boca ¿vale?

No la abre y no la disgusta, mis labios sobre los suyos la gustan pues me abraza con fuerza y su cuerpo se relaja entre mis brazos sus dedos acarician mi espalda, me separo antes de tentar mas a la suerte y la coloco la bola en la boca atándosela, la coloco sus guantes y sujeto sus manos por delante después la pincho su dosis de antibiótico, gruñe a la jeringuilla pero aguanta el dolor pues la digo que eso la curara, después salimos a pasear el día está mejor y sin duda saldré esta noche, pues apenas hay charcos y el terreno ha absorbido bien el agua.

Acabado el paseo dejo a Ceci en su celda, pues pienso que no debo acostumbrarla demasiado a estar arriba conmigo, si lo hiciera no podría salir a la buscar cosas fuera sin que quisiera venirse conmigo, tampoco me atrevo a dejarla suelta por allí cuando salgo aunque la duerma, pues hay demasiadas cosas que podría romper en un ataque de rabia o cabreo si se despertase sola; subo y recojo la ropa seca preparándola sobre la cama para la salida de esta noche.

Llevare la misma ropa y equipo de la otra vez, en la mochila llevare un surtido de productos varios pues no se que necesitaran mis “vecinos” aislados ni cuántos son, analizando la situación solo recuerdo la luz de aquella linterna y su ubicación, estoy seguro de que no era el reflejo de una ventana ni nada parecido aunque había luna llena y podría estar equivocado, debo asegurarme y en caso de que si haya más gente mantener una comunicación con ellos. Meto en la mochila dos walkis de la Guardia civil y cuatro baterías ya cargadas así como dos cargadores para estas con enchufe, confío en que esas personas tengan generadores y por tanto corriente de luz, añado dos brik de leche y dos botellas de agua de litro y medio, unos 20 sobres de sopas liofilizadas que solo necesitan agua, algunas latas variadas y un botiquín de urgencias bien surtido, cierro la mochila y la dejo junto a mi cetme con silenciador que limpie ayer.

A mediodía me pongo cocinar un estofado, yo le añado un poquito de chocolate (de comer) que le da al final un regustillo estupendo en mi modesta opinión, subo a la azotea a esperar a mis invitados con uno de los rifles de caza que había en el almacén de decomisos, es de una marca extraña para mi y al requisarlo solo le quitaron dos docenas de balas de un calibre distinto y poco habitual, así que las he de ir gastando para reducir el número de calibres distintos que tengo.

Al rato y después de bajar dos veces a remover el estofado finalmente aparecen algunos, desde que le hundí la nariz de un tiro a “Doña Rogelia” me he acostumbrado a ponerles motes, reconozco a varios de los que vienen habitualmente “Echopolvo” sigue arrastrando su pierna, “la Mamma” una matrona gruesa, tiene mal aspecto con un bocado reciente en su generosísimo pecho a la altura de la cintura, a la izquierda esta “Olegario” el típico tío rustico de puro paleto de debía ser un buenazo en su otra vida, ahora lleva su camisa totalmente hecha una costra de sangre seca, pero es lento y le dejo en paz, “Zanahorio” un pelirrojo melenudo, tiene lo que parece una buena perdigonada de escopeta en una pierna que parece gangrenada y casi se arrastra, después aparece otro más rápido le apodo el “Tronao” tiene pinta de pastillero y aun no ha aprendido a no venir corriendo, le he dejado en paz varias veces pero el chico no aprende, le pego un tiro en la mandíbula y parte de su cabeza se declara independiente del resto de su cuerpo cayendo a casi tres metros detrás de él entre una nubecilla de sangre huesos y restos de su escaso cerebro, sigo allí un rato pero nada, hoy no hay nadie interesante a quien cargarse y eso que han venido como treinta.

Bajo y como mientras los controlo por la cámara, hasta que se retiran a comerse al “Tronao” entonces bajo su comida a mi rubia y damos un paseo, mas tarde con ella ya en su celda y sin ataduras seguimos con sus prácticas de hablar sin que mejore, se la ve más feliz que el día anterior busca frecuentemente mis caricias y cada vez me encuentro mas agusto a su lado.

Subo y entro en el despacho del sargento, después de encerrarla de nuevo en su celda, parándome ante el mapa del pueblo ubico el lugar desde donde me hicieron señales, parece una pequeña corrala es decir cuatro edificios con un patio interior grande, mi memoria recuerda su fachada pero muy de pasada, no consigo ubicar exactamente sus puertas y el plano no ayuda mucho, te todas maneras me hago una idea de cómo llegar y por donde, sin exponerme demasiado a los moradores de los numerosos portales abiertos y a oscuras, que casi me cogieron a la vuelta de mi anterior salida.

Me tumbo y duermo un par de horas, para estar despejado y bien atento cuando salga esta noche, paseo a Ceci entre juegos y risas como siempre, cuando acaba de hacer sus necesidades y la estoy limpiando capto en sus ojos la pregunta de que si va a haber juerga, estoy indeciso pues pasaría gustosamente del resto del mundo por estar con ella, pero he de salir a recibir noticias y recibir información de quien queda y donde están, mi cuerpo me pide que me meta en la cama con ella pero sé que si lo hago, no reuniré el valor para salir de allí esta noche.

La hago el gesto que uso habitualmente, sacado de un gran cómico de televisión a la vez que digo:

– Mañana.

Mi rubia lo entiende y sonríe, no sé si lo recuerda de antes y me da igual el caso es que si lo comprende, subimos y cenamos pero como es natural su cena lleva una dosis de tranquilizantes machacados con la que he sazonado su plato, al rato esta frita y la cojo en brazos bajándola a su celda donde tras ponerla la camisa la arropo con la manta, me demoro unos segundos contemplándola y tras darla un beso salgo cerrando la puerta.

Subo me pongo la ropa y me cuelgo la mochila con los “regalos” para los aborígenes del lugar, mientras me tizno la cara observo más detenidamente las cámaras por si hay “infectados” en los alrededores, parece despejado así que compruebo mis armas y salgo como la otra vez por una cuerda en la parte sur de las murallas, solo que esta vez no olvido llevarme el saco de la basura que ya comenzaba a oler bastante, tras cerrar bien con llave las puertas del torreón.

Medio rodeo mi casa pues voy en dirección Este, cruzo sigilosamente el prado y me detengo a 50 metros de la arboleda que rodea casi completamente mis dominios, suelto el saco de plástico negro y me agacho escrutando las sombras, pues aunque ya no hay luna llena como la otra noche aun se distingue bastante, me incorporo caminando despacio cruzando aquellos cien metros poblados de arboles sombras y hojas movidas por el escaso viento, no llego a salir de la arboleda me quedo detrás del último árbol protegiéndome con su tronco y saco la linterna, lanzo varios destellos contra la ventana desde donde me hicieron señales anteayer, tres cortos, tres largos, tres cortos tres largos, cualquier idiota reconocería la señal Morse de S O S.

Funciona pero me lleva casi tres minutos de señales, finalmente el idiota o quien fuera que estaba allí se ha dado cuenta de que voy de visita, hace con su luz encendida un giro hacia su izquierda, espero que sea la dirección para llegar a su portal así que guardo la linterna cojo de nuevo el saco y me pongo en marcha, si están mirando verán salir de los arboles mi oscura figura cetme en mano.

Por aquí hay una pronunciada cuesta que acaba en un riachuelo de dos palmos de agua, ahora entiendo porque los infectados no aparecen nunca por este lado, dejo aquí arriba el saco de basura con la esperanza de que algún infectado se descuerne al intentar cogerlo atraído por su olor, seguidamente inicio el descenso poniendo especial atención al llegar al final pues alguno puede estar herido y arrastrándose por el fondo, pero hay suerte y solo algunos huesos dispersos por la zona, espero que este riachuelo no sea del que saco el agua para beber y me recuerdo que al volver debo dar un vistazo al pozo, aunque la lógica me dice que al ser subterráneo la arena y piedras filtran el agua antes de que la bomba de agua la saque.

Aquí se forma una estrecha vaguada, subo por su ladera y estoy en las últimas casas del lugar, me agacho apuntando a las casas mientras mentalmente me oriento donde ir durante unos segundos, sigo mi camino a la derecha es decir hacia la izquierda del que hizo la señal, es una suerte que aquella ventana diera al terraplén, subo y me encuentro con una bocacalle algo más adelante, en la esquina doy un buen vistazo a mi alrededor y especialmente a la calle por la que debo entrar, tiene unos 10 metros de ancha por casi 100 de larga y no hay coches en ella, en la pared de mi lado hay ventanas enrejadas y un portal a media calle, en la acera contraria un restaurante y una tienda, ambos con las puertas abiertas oscuras y desafiantes, sus paredes tienen multitud de agujeros de bala, casi al final de ese lado de la calle me parece ver un callejón igualmente tenebroso, lo que más grima da son los 14 o15 esqueletos que hay a lo largo de la calzada aparentemente desierta.

Con un suspiro de resignación me incorporo un poco y camino precavido hasta el portal, me apoyo en la puerta esperando que se abra pero no es así, en su lugar una voz de muchacho suena a mi espalda en voz baja diciendo:

– Aquí, hee oiga.

Se libra por el canto de un duro de un tiro en los hocicos cuando me giro asustado hacia la voz, me habla desde un pequeño hueco entre los cristales rajados y medio rotos de la puerta enrejada en la que me estaba apoyando, no lo había visto antes.

– Sigua y gire en la esquina – dice el muchacho- nada más dar la vuelta le abren la puerta chica.

Asiento con la cabeza y sigo mi camino con infinitas precauciones, la boca calle parece dar a un callejón donde no se mueve nada sigo hasta la esquina donde me paro y repito la operación anterior de reconocimiento del entorno, el silencio es total y estremecería al más pintado, esta calle da a una placita con una fuente en medio, la recuerdo de mis paseos de hace años y de haberla visto en el plano, tampoco aquí hay coches aparcados y la distancia a las casas de enfrente es como mucho de 40 a 50 metros, mas paredes agujereadas y muchas puertas abiertas oscuras parecen mirarme, se ven varios esqueletos, montones de carne y harapos entre dichas puertas y este edificio, en esta pared distingo otro portal a media calle, pero a unos 10 metros veo una pequeña puerta metálica que supongo es donde me ha enviado el chaval.

Me incorporo un poco y avanzo con precaución hacia ella sabiéndome observado desde la acera contraria, mi silueta oscura se debe recortar nítidamente contra la fachada de color crema de este puñetero edificio, llego a la puerta dándola la espalda y apuntando frente a mí a los portales, de dos taconazos llamo contra el metal de esta, noto como me abren y me giro entrando velozmente en el edificio un tío se aparta dejándome entrar y cierra de nuevo la puerta asegurándola con una tranca de madera transversalmente.

– Ha tardado mucho en llegar. –dice.

Lo miro echándome la gorra hacia atrás y respondo:

– ¡Joder! No sabía que había una carrera.

El tío cambia su cara seria por una de desconcierto y finalmente suelta una carcajada que coreo con ganas, me doy cuenta de que hay más gente detrás de mí y todos ríen mas o menos pero con contagiosa alegría, le tiendo la mano diciendo:

– Buenas noches, me llamo Antonio Lope y soy policía del grupo GEO… pero por favor llámenme Toni.

– Encantado Toni, – me estrecha fuerte y amistosamente la mano- soy Julián Cardoso y estos de ahí son mi familia amigos y vecinos, oiga el apellido Lope.

– Sí señor, si ha leído el quijote ya conoce a alguien aunque muy, muy lejano, de mi familia.

– Por suerte creo que igualmente valiente, -afirma Julián.

El insiste en presentarme a todo el mundo, pero son demasiados me ofrece subir a su casa a tomar una copita mientras me informa de la situación, es un hombre de más de 50 años con frondoso bigote a lo pancho villa, regordete y alto, de fuerte carácter y calculo que debió ser un personaje de joven, sigue presentándome a todo aquel con que nos cruzamos, al entrar en su domicilio me presenta a su mujer Juana y nos sentamos ante una copa de coñac, me ofrece un puro que acepto encantado y charlamos, su mujer trastea en la cocina pero sé que nos escucha atentamente.

Cree que somos más y yo soy la avanzadilla, le digo la verdad a mi manera, es decir que me vi separado de mi unidad y que cuando todo se fue al cuerno me atrinchere como él ha hecho, y que aguantamos como pudimos hasta que varios meses después todo se fastidio y me vine, le informo que estoy en el torreón y los guardias civiles que allí había han muerto, las noticias no son buenas y le impresionan bastante, al rato pregunta:

– ¿Cómo se fastidio lo de su casa?

Se lo cuento, el ya sabía que los afectados escupían también perdió gente así, aquí tienen un sistema que funciona bastante bien, a las 21,00 horas “cada mochuelo a su olivo” y la puerta cerrada con llave, si la abres y sales por la mañana a las 07,00 bien, si tardas más de un día y no respondes a las llamadas te la tapian y santas pascuas.

Pienso que es el típico modo cerril y de pueblo de hacer las cosas, pero sin duda es efectivo pues son más y aguantan más tiempo y mejor que los de mi bloque en la ciudad, el resultado canta.

Cuando me pregunta que opino de las noticias solo puedo contestar:

– ¿Qué noticias, llevo meses sin saber nada ni de nadie? Hasta hoy.

– Pero en el cuartel tienen emisora de radio ¿no la pones?

– Si claro los domingos a las 24,00 pero nada se oye.

– Pues mira dentro de unas horas nos sentamos y la oirás, emiten de medianoche a la una, dan noticias del mundo y de lo que pasa, incluso dicen que han recuperado a algún enfermo recientemente mordido, pero que son más tontos que una lechuga.

– Un momento ¿Julián, hoy es domingo?

– Si claro, y son las diez y diez dice mirando su reloj.

Miro el mío este marca las nueve y cinco, se lo comento y se ríe a carcajadas, al pararse me dice:

– Si que estas despitao zagal, se t´alvidao cambiar la hora y de día me paice que tanbien vas despistaillo, cuando la pones ya han acabao.

Me rio con él y reconozco mi despiste mientras corrijo mi hora, el entiende que han pasado demasiadas cosas y todos hemos pasado lo nuestro.

– Mira aquí mismo –dice- somos 48 personas pero empezamos siendo casi cien, muchos han caído en estos meses pero aquí estamos y hay de todo, gente del pueblo, familiares que vinieron de la capital, teníamos un turista y todo, pero se murió de un infarto el mes pasado, hombres mujeres y hasta críos por ahí corriendo que no paran, tenemos hasta un par de bolleras y un panchito…

– Que respetan mucho y tratan como al resto a que sí. – le corto antes de diga una tontería.

– Esa gente…

– Esa gente tiene sus derechos Julián, se los reconoce una constitución que jure y aun no se ha cambiado, al menos que yo sepa, por lo que a mí respecta son como cualquier otro y me da igual todo lo demás.

Me había puesto en pie mientras lo decía, la silla se volcó y Julián se excusaba:

– A mi también Toni no me mal interprete, a mi el color ni fu ni fa, ¡por mí como los paren a topos verdes! y por lo de esas tías como si se pintan a cuadros o se tiran una mula, que me da igual hombre.

– Mientras no reciba quejas de ellos, todo irá bien y admito sus excusas Julián, no necesitamos más enemigos que los de ahí fuera y hay bastantes, aunque de un tiempo a esta parte habrán tenido algunas visitas menos.

– Si la verdad es que hemos oído los tiros y se nota, ¿Cuántos lleva cazados?

– 88 seguros y dos probables desde que llegue.

– ¿está de guasa? No pueden ser tantos.

– Si quiere puede venir conmigo y contar los esqueletos.

Julián guarda silencio, se siente amenazado pues nunca ha estado tan cerca de un asesino como yo, en mi caso es distinto ya hace tiempo cuando había una sociedad, había gente a la que no le podías decir tu trabajo especifico, decías que eras policía y punto, porque si decías que eras francotirador mas de uno y una te rehuían, sin darte tiempo a decir si te habías cargado a alguien o no.

Para calmar los ánimos abro la mochila que había dejado sobre la mesa, le muestro lo que he traído y todo les viene bien, tienen luz y generadores como ya había observado al entrar, pero empiezan a ir cortos de combustible y les vendría bien algún bidón lleno, le pregunto qué me ofrecen a cambio y me quedo asombrado cuando dice:

– Muchas cosas, huevos frescos, lechuga, tomates, zanahorias, kiwis, cerdo, salchichas, hasta algo de munición si quiere y además bebidas y si le apetece una chica… también la hay.

– ¿También comercia con mujeres?

– No hombre, yo no soy un chulo míreme no tengo ni la pinta de serlo, pero aquí cada uno ayuda y aporta lo que puede al grupo y dos de las putas del club se salvaron, cuando no “trabajan” ayudan en los invernaderos.

– ¿Tienen algún médico?

– No esos fueron de los primeros en caer, las enfermeras y ATS lo mismo, no llegaron a salir de la clínica.

– ¿los demás que eran granjeros, fontaneros, albañiles?

Julián asentía o negaba mientras yo decía profesiones, miró mi fusil y dijo:

– Esta el armero del pueblo que cargo su furgoneta con todo lo que pudo y no paró hasta meterla en el parking del bloque, también está el farmacéutico y su señora que hicieron lo mismo, son lo más parecido a un medico que tenemos.

– Pero yo ayer fui a la farmacia y no…

– Esa no, la del otro lado del pueblo, a los de esa los mordieron camino de casa el segundo día y ya no salieron de allí, pero ven que te enseño esto antes de las 23,00 hoy como has venido todo el mundo quiere verte.

Salimos al pasillo y me sigue presentando a todos, recuerdo algunos nombres la mayoría no, me indica que se reunieron los inquilinos de los cuatro bloques y decidieron cerrarlos a cal y canto encerrándose dentro, tapiaron zonas abiertas y todas las ventanas bajas, bloquearon todas las puertas menos una, la pequeña por la que he entrado y la del parking de una planta que recorre todo el cuadrado que estos forman, pero esa la bloquean con los coches además de que la han reforzado con placas de metal, la mitad del patio es una granja de cerdos y la otra mitad está repleta de invernaderos de dónde sacan las hortalizas y algunas frutas para la comida, el resto lo trajeron ellos en furgonetas directamente al parking, luego lo almacenaron en la segunda y tercera planta de uno de los edificios, todos son iguales y de tres pisos con terraza de pizarra negra, en algunos tienen placas solares que ayudan bastante en el tema de energía domestica, el agua lo sacan del arroyo con una bomba y la filtran antes de enviarla a unos depósitos que han construido, trajeron varios generadores pero ahora lo que empieza a faltar es carburante, ahí entro yo.

Volvemos a su casa cuando faltan diez minutos para que empiece la emisión de radio, hablamos de cómo se las han apañado hasta ahora, me cuenta que son 18 tíos útiles y otras 12 mujeres pegando tiros cada vez que vienen los infectados, el resto recargan armas o en el caso de los críos se esconden juntos en una casa, han gastado bastante munición pero se han cargado a bastantes de los otros también, echo cuentas rápidamente tocan a casi dos mujeres por hombre, se lo deben de pasar de vicio.

Antes de ir más lejos en mis elucubraciones el sonido de la radio me indica que son las doce y resuena la voz de un conocido locutor de radio:

– Buenas noches supervivientes.

Continuara…

—————————————————-

Bueno amigos, ya nos enteraremos de que dice la radio, también sabremos si le interesa a Toni cambiar combustible por huevos y lechugas, o si acepta otro tipo de pago.

Que hará, se quedara con Julián y compañía o volverá con Ceci sabiendo… lo que digan en la radio.

Ya veremos, entretanto ¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “EL LEGADO (8): Juramento de sumisión.” (POR JANIS)

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Juramento de sumisión.
La desaparición de Eric trae un espectacular cambio en el carácter de Pamela. Saber que ese hijo de puta no puede ya chantajearla, ni hacerle daño, la convierte en una chica mucho más animada, más alegre y vital, con enormes ganas de divertirse.
Cuando subo al apartamento, Pam ya está en pie, con el desayuno recién hecho, y con un plan de acción para todo el día. Sin querer revelar demasiado, despierta a Maby y cuchichean un buen rato en el dormitorio, antes de unirse a mí en la mesa.
Como no, todo eso implica mostrarme todos los monumentos importantes de Madrid, así como buena parte de sus museos y ofertas culturales. Pam quiere que conozca la ciudad, el asentamiento urbano que ha escogido para vivir su vida.
Salimos tras desayunar y nos pateamos la ciudad, desde la Casa de los Lujanes, en la plaza de la Villa, hasta la Puerta de Alcalá, en la plaza de la Independencia; desde el monasterio de las Descalzas Reales a la Puerta del Sol. Visitamos, así mismo, el observatorio astronómico, el Jardín Botánico, y el museo del Prado. Metemos los pies, en la fuente de La Cibeles, la de Apolo y la de Neptuno. Nos perdemos en el Palacio Real y tomamos un refrigerio en a Plaza Mayor.Jamás he tenido un dolor de pies como este.
Estamos tan cansados cuando llegamos a casa, que picoteamos algo de fiambre, un yogurt, y directamente a la cama. Solo pierdo el tiempo en ponerles a las chicas los cinturones vibradores, a velocidad lenta. No tardamos en dormirnos, abrazados.
Un nuevo despertar. Es viernes y amanece nublado y lloviznando. No tengo ganas de salir a correr. No con el tiempo tan desapacible y la paliza que nos hemos dado el día anterior. Apago los vibradores. Han tenido que correrse en sueños varias veces, pues los colchones están manchados.
Están listas ya.
Yo también lo creo.
Me tiro al suelo y comienzo a levantar mi cuerpo con mis brazos. Series de diez flexiones con diferentes posiciones de muñecas y dedos. Sigo un ritmo respiratorio pausado. Cada vez se me hace más fácil. La verdad es que no he pensado demasiado en esa facilidad, en la asombrosa capacidad de mi cuerpo.
Creo que siempre he contado con ella, desde niño. Los arañazos y los rasponazos de mis rodillas curaban muy rápidamente, en el mismo día. Podía levantar el doble o el triple de peso que los demás niños del colegio, o aguantar la respiración más de cuatro minutos, cuando los demás jugaban a los buzos en el patio. Me quedaba aparte y contenía el aliento cuando ellos, dando varias vueltas al gran patio escolar, sin que mis pulmones pidieran más oxígeno.
¿Eso me convierte en un bicho raro? ¿En algo que es más que humano? No tengo respuestas. No sé si soy algún tipo de mutación o que, simplemente, soy más fuerte que la gente normal y corriente. Sigo sosteniendo que provengo de algún rincón de este universo y que he sido depositado entre humanos por algún motivo desconocido. Jajaja.
En algún momento, Maby abre un ojo y me lanza uno de los cojines. “¡Fuera!”, exclama con ronca voz de bella durmiente. Me desplazo al salón, donde comienzo con abdominales de varias inclinaciones. Tras una hora de ejercicios, me ducho y me visto. Preparo café para las chicas y hago dos buenos platos de tortitas. Tomo uno de ellos y bajo a casa de Dena.
Hoy no ha ido al gimnasio. Le tocaba llevar las niñas al colegio y me explica el anárquico sistema rotatorio que usan varias madres para llevar a sus hijos al exclusivo colegio de pago de La Colegiata.Quizás por eso lleva vaqueros y un suéter de lana. Quito el papel de aluminio que cubre el plato.
―           ¡Tortitas! – exclama. — ¡Hace años que no como!
―           Tú pones el café y yo las tortitas – le digo con una sonrisa. – Después te haré otra propuesta.
Ella sonríe de forma pícara mientras saca unas tazas de un estante. Unos minutos más tarde, tras engullir algunas tortitas, me pregunta, realizando círculos con su dedo sobre la piel de mi brazo:
―           ¿Cuál es la proposición?
―           Que tú pongas el coño y yo el ariete – la digo, mirándola muy fijamente.
Se levanta de la silla y se atusa el pelo, como una diva.
―           Vamos a la cama, cariño.
―           No. Aquí.
―           ¿Aquí? – se asombra.
―           Sobre la mesa – la informo mientras quito lo que estorba y lo dejo sobre la encimera. — ¿No has fantaseado nunca con un inolvidable polvo en la cocina?
Se ríe y echa sus manos a mi cuello, besándome. Devoro su boca hasta hacerla gemir. Se derrite en mis brazos cuando mi mano se introduce bajo el suéter de lana. Alzo también la blanca camiseta de algodón hasta tocar piel. No lleva sujetador. Sus hermosos y grandiosos senos se mueven libremente bajo la lana camufladora.
Me encanta torturar sus pezones con pellizcos y tironcitos, hasta volverles tan sensibles que no soportan ni la ropa. Ella misma saca la camiseta y el suéter por encima de la cabeza.
Palmea sus tetas. Empieza suave pero aumenta los golpes al minuto.
“¿Otro truco?”.
No, ella es una sufridora. Está deseando que la controles, que la ordenes.
“¿Una masoquista?”.
Algo así, pero realmente, lo que quiere es obedecer y no tomar decisiones por su cuenta. Empieza con los pechos y veamos como reacciona.
Fustigo sus pezones con los dedos. Dena gime sordamente y eleva los senos, desafiantes. Entonces, dejo caer suaves palmadas desde arriba, haciendo bambolear sus grávidos pechos con fuerza. Me mira a los ojos y se muerde el labio. ¡Que mirada de puta!
Noto como aprieta sus rodillas, buscando presionar su sexo con las piernas. Cambio de ritmo mis palmetazos. Ahora, son bofetadas que inciden sobre los costados de los pechos, que bailotean de izquierda a derecha. Se están poniendo rojos. Dena entreabre la boca.
―           Más fuerte – gime, sin dejar de mirarme.
―           Está bien – dejo de azotar sus senos. – Trae las pinzas de tender, zorra.
Se le abren los ojos al comprender mi idea. Al minuto regresa con una pequeña cesta de plástico, llena de pinzas de todos los colores. La deja sobre la mesa e intenta besarme.
―           No, ahora no. Quítate el pantalón – ella sigue perfectamente el juego. – Siéntate sobre la mesa.
Acoge mi cuerpo entre sus piernas, las manos hacia atrás, apoyadas en la mesa, mostrando orgullosas sus tetas. Pinzo uno de sus pezones. Dena sonríe y agita el pecho, haciendo bailotear la pinza. Hago lo mismo con el otro. Después, en un artístico impulso, coloco pinza tras pinza sobre sus pechos, formando una cerrada espiral. Dena ya no sonríe, se queja y respira suavemente, para no hinchar demasiado el pecho, el cual está tomando un tono carmesí. De vez en cuando, se estremece toda. Deslizo un par de dedos sobre sus bragas. Totalmente encharcadas.
―           ¿Cómo te sientes? – le pregunto.
―           Avergonzada… pero a punto de correrme – confiesa muy bajito.
―           ¿Quieres que te las quite?
―           No… no… eso no.
―           Te sientes muy puta, ¿verdad?
―           Siii… toda una puerca… – me mira esta vez a los ojos. – Tu zorra.
―           Si, eso pretendo. ¿Vas a ser mi puta, mi perra?
―           Si, cariño.
―           ¿Para todo lo que desee? ¿Aunque pueda hacerte llorar y patalear?
Tarda un poco en contestar. Aprieto la pinza del pezón izquierdo.
―           ¡Auch! Si… si, aunque suplique.
―           ¿Comprendes que tendré el derecho y el placer de entregarte a quien me plazca? – la tomo del pelo, obligándola a mirarme.
―           Si…
Lo ha pronunciado en un jadeo. Está totalmente entregada. Por mi mente pasa cuanto he leído sobre dominación y esclavitud. No creí que algo así jamás me sucediera, por lo que siempre lo he mantenido reprimido, encerrado en lo más profundo de mi ser. No voy a psicoanalizarme ahora. No sé si es fruto de mi propia represión juvenil, o un terrible odio hacia mis congéneres, que he desarrollado en la soledad del desván, pero la revelación me golpea con una inesperada fuerza, como una divina epifanía. Tengo la seguridad de haber encontrado mi camino, mi destino.
La tremenda sensación de poseer la voluntad de otro ser, de tirar de los invisibles hilos de titiritero, de dominar todos y cada uno de los aspectos de su vida, me invade totalmente. En ese preciso instante, comprendo donde me ha llevado cada incierto paso que he dado en estos últimos meses; cómo el viejo me ha guiado por un tortuoso camino que solo tenía una meta; la serenidad que otorga la certeza de saber que es cuanto mi alma anhela y desea. La cada vez más evidente autoridad sobre mis chicas, la tremenda excitación que me embargó al manejar a Eric como un pelele, las enseñanzas controladoras de Rasputín… todo ello no es más que una forma de encaminarme a aceptar lo que en realidad deseo inconscientemente: conquistar y dominar a mi alrededor. Manipular profundamente mi entorno.
Es lo que deseo y, ¡por mis santos cojones, en eso me voy a convertir!
Voy a ser un Amo. El Puto Amo.
Bienvenido, hijo mío. Ahora estás completo. En pocos días, asumirás todos mis conocimientos, mis ideales, mis metas, y los proyectos que no he podido terminar. No habrá más dualidad, ni más consejos. Nos fundiremos para forjar una nueva entidad, una nueva alma mucho más poderosa y determinante de lo que pude ser por mí mismo. ¡No habrá más límites para nuestros anhelos!
“Si, viejo. Estoy dispuesto.”
Llámame Padre por una vez, pues aunque no seas carne de mi sangre, si eres heredero de mi mente.
“Es un honor serlo, Padre. Siempre lo ha sido.” Es evidente que Rasputín también me ha manipulado desde el principio. Siempre ha conocido mi pasión, pero ha sabido manejarme para que yo solo la aceptara y la fortaleciera, convirtiéndola en una ventaja y no en una debilidad.
No sé cuanto de esto ha asomado a mi rostro, pero Dena gime y tiembla, intentando bajarme el pantalón. Sonrío y le tiro del cabello, echando su cabeza hacia atrás.
―           ¿Quieres polla, eh, zorra mía?
―           Si… si… por favor.
Le escupo en su entreabierta boca. Dena respinga pero traga enseguida mi saliva.
―           ¿Si, qué? Busca una forma digna de dirigirte a mí.
―           Si… mi Dueño…
―           Dueño… suena bien. En público, me trataras de Señor, en la intimidad puedes usar Dueño o Amo Sergio. ¿Comprendes, puerca mía? – le comunico, agitando su cabeza para que asienta.
―           Si, mi Dueño – responde, apretándose ella misma uno de las pinzas de sus pezones.
La echo hacia atrás, sobre la mesa, y le arranco las bragas. Sus fluidos se escapan entre sus muslos. Creo que no se ha sentido jamás tan caliente. Su depilado coño casi aspira mi polla cuando la coloco sobre su palpitante entrada. Ni siquiera me he desnudado. No hace falta para follarse a una perra como ella.
Emite grititos contenidos cuando se la meto, en pequeños empujones. No osa mover su cuerpo, impresionada por el tamaño de mi polla. Solo traga y traga por su coño, mirándome con adoración. Se corre suavemente cuando ya no puede abarca más, y espera a que yo me mueva, respirando agitadamente.
―           Te he permitido que te corras esta vez, Dena – la digo –, sobre todo para aliviar tensión. Pero ahora no te correrás hasta que te de permiso. ¿Lo has comprendido?
―           No me correré…
Un buen sopapo en la mejilla la estremece.
―           Si, no me correré hasta que me lo digas, Amo Sergio.
Le sonrío y le meto un dedo en la boca que ella chupa inmediatamente. Saco mi polla un tercio y la deslizo de nuevo en su interior. Un quejido. La saco casi entera y me hundo otra vez. Otro quejido, más largo. Un pollazo, un quejido. Me gusta.
―           ¿Qué piensas de mi polla, putona?
―           Que es obra de Dios… me está matando de gusto, mi Dueño…
―           ¿Crees que te cabrá en ese culazo?
―           No… no lo creo… solo lo he hecho una vez por detrás, hace mucho tiempo, Amo Sergio…
―           Pues habrá que ensancharlo, zorra.
―           Lo que desees, mi Dueño – responde, cerrando los ojos y aferrándose a los bordes de la mesa. Traga saliva, intentando controlar los espasmos placenteros que amenazan con vencerla.
―           Mañana te traeré un cinturón especial para que lo uses durante toda la semana… ya verás como dilatamos ese agujerito…
―           Si… Amo Sergioooo… ¿Cuándo podré correrme?
―           Pronto, cariño, pronto. Ahora, aguanta… no se te ocurra correrte – aumento la velocidad con la que la penetro.
Para haber parido una hija, tiene el coño estrecho, o bien, hace mucho que no folla con nadie. Con una mano, la levanto de la mesa y la pego contra mi pecho. Ella se abraza a mí como a una tabla de salvación. Ahora, la follo con frenesí, notando como mi orgasmo se acerca. Ella solo emite un larguísimo quejido, entrecortado por mis embistes.
―           Ammoooo… ¿yaaaa?
―           Casi, puta, casi. ¿Tomas algo para el embarazo?
―           Noooo… miii… Dueñoooo…. Peroo… córreeeteee dentroooo si… quieres…
―           Otro día, quizás – digo, sacándola y tumbándola de costado sobre la mesa. Le meto la polla en la boca, asfixiándola casi. Ella aprieta mis pelotas y descargo en su boca, empujando.
―           Puta, córrete – la ordeno y, casi inmediatamente, ella agita las caderas como una bailarina exótica.
 Un chorro de fluido se desliza por el muslo que tiene debajo.
―           ¡Aggg…! Vaya corrida que hemos tenido, ¿eh, putona mía?
Dena asiente, tragando aún esperma, pero sus ojos chispean de alegría. Me inclino sobre ella y la beso tiernamente, saboreándome.
―           ¿Eres mía? – le pregunto.
―           Siempre, mi Dueño – responde, abrazándome.
 Las chicas me comentan, durante el almuerzo, que han pensado que salgamos esta noche. Me dicen que no conozco nada de la noche madrileña, ni me han presentado a sus amigas, ni nada.
―           ¡Es que eres muy soso! – Maby me golpea un hombro con su tenedor.
―           ¡Joder! Que solo llevo cinco días aquí y todos ellos follando con vosotras dos, zorras – contesto. – ¡A ver de donde saco tiempo!
―           Pobrecito. ¡Que trabajo más desagradecido! – pincha Pam.
―           Cuando quieras te das de baja, que ya verás la cola de voluntarios que apañamos en minutos – bromea mi morenita.
Dejo caer el tenedor sobre mi plato, con mala ostia. Las chicas levantan la vista, intrigadas.
―           ¿Qué pasa, Sergi? – pregunta Pam.
―           No tiene puta gracia.
―           ¿El qué?
―           Eso de que cuando quiera lo deje. No soy un puto consolador sin sentimientos.
―           Perdona, Sergi, solo era una broma – se disculpa Maby.
―           Si, hermanito. ¿O no te hemos dado suficientes pruebas de que te queremos?
―           Si, es cierto. Lo siento. Se me va algo la olla, no sé que me pasa… — pero sigo enfurruñado, dando vueltas a mi plato. Apenas he comido.
Me levanto y me pongo a recoger. Con ellas, no siento tanto ese impulso de dominarlas, pero estoy muy susceptible. Supongo que debe de ser a causa de la integración del alma de Rasputín. Debo controlarme un poco más. Las dejo acabar de almorzar y me siento en el sofá, a ver la tele. Minutos más tarde, Maby se acerca, mordiendo una manzana. A pesar de ir en pijama, es la misma imagen de Eva en el paraíso.
―           Sergi, ¿me perdonas, amor?
―           No hay nada que perdonar, pequeña. A veces soy desmedido con lo que siento.
―           Y yo, a veces, soy una bocazas – me dice con una sonrisa, sentándose a mi lado.
―           No, eres impulsiva, eso es todo. Como yo, te dejas arrastrar por tus pasiones y no piensas lo suficiente lo que vas a decir.
―           Pero aún sigues enfadado. ¿Qué puedo hacer para que se te quite?
―           No sé lo que me pasa hoy, Maby. Me siento disgustado con todo el mundo. Si estuviera en la granja, hoy sería un día de esos para encerrarme en el desván. Debe ser por la lluvia.
Pam se une a nosotros y se sienta a mi otro costado.
―           Sergi, hemos pensado que si hoy salimos, la sesión con los cinturones no podrá ser esta noche – me dice, apoyando su barbilla en mi hombro.
―           Hoy es el último entrenamiento. Mañana os follaré esos culitos – sonrío con una mueca. Noto como Maby se estremece, pegada a mi brazo.
―           Hemos pensado que podíamos hacer la sesión ahora – me sopla mi hermana en la oreja.
―           No me siento de humor. De verdad, es mejor que no os toque hasta que se me disipe este humor.
―           ¿Y para un espectáculo? ¿Estás de humor? – pregunta Maby.
―           ¿Un espectáculo? Bueno, no sé…
―           ¡Vale! ¡Quédate aquí, Sergi! Vamos, Pam…
Maby se pone en pie y le da la mano a mi hermana, desapareciendo las dos rápidamente en el dormitorio. Cuando regresan, vienen desnudas. Maby trae en sus manos los cinturones, la crema y el gran consolador doble que compramos en el sexshop. Pam arrastra una de las grandes mantas que cubren la cama doble.
Extienden la manta en el suelo, entre el sofá y la tele, y se instalan sobre ella. Maby se coloca a cuatro patas, meneando su culito con descaro, y Pam hunde sus dedos en la crema. Se dedica a aplicarle crema al trasero de su amiga, comenzando a dilatarlo. Parece que ya no hay mucha necesidad de preparativos. Pam no tarda ni cinco minutos en ajustarle el cinturón a Maby.
Tras esto, viene el turno de la morenita. Pam es aún más rápida que ella en aceptar el calibre del vibrador. Me confían, como siempre, los mandos de control. Decido empezar directamente con la velocidad media. Ambas respingan y me miran. Están de rodillas, frente a frente. Sonríen, acatando mi decisión, y comienzan a besarse.
Observo como ya han empezado a mover suavemente sus caderas. Sus lenguas se enredan groseramente, y sus dedos siguen caminos inequívocos. Pronto están jadeando, pero quieren alargar el espectáculo. Es de agradecer.
Se dejan caer de espaldas sobre la manta, sus cabezas en sentido opuesto, sus piernas casi entrelazadas. El pie de Maby busca la boca de Pam, quien atrapa rápidamente sus deditos con la lengua, succionándolos uno a uno. Su lengua se introduce entre ellos, lamiendo cada rincón, recreándose con su particular sabor. A su vez, uno de los pies de mi hermana remonta el cuerpo de su amiga, hasta detenerse sobre sus pequeños y suaves montículos con pezón. Los oprime con fuerza, los masajea y acaricia como puede, mientras los ojos de ambas se lanzan invisibles mensajes de pasión y lujuria.
Puedo ver lo guarras que son, entre ellas, fruto de la complicidad que comparten desde hace tiempo. Pam, tras humedecer bien el pie de su compañera, lo conduce hasta su coño, rozándolo a placer, hasta introducirse el dedo gordo. Maby hace lo mismo con el pie de Pam. Las dos acaban contoneándose, penetradas por una gruesa falange.
Están de nuevo tumbadas, boca arriba, atareadas en agitar delicadamente sus pies. Ya no se miran. Tienen los ojos cerrados y sus dedos ocupados sobre sus pechos.
Era cierto. Todo un espectáculo, pienso.
Pam, de repente, abre los ojos, gira el cuello, y me mira. Alarga la mano hasta atrapar el doble consolador. No es totalmente rígido. Es suave y flexible en sus manos, de un resplandeciente color rosa. Aparta el pie de Maby de su coño, y manipula el gran consolador hasta introducirse el artificial glande. Al contrario que un falo real, este consolador tiene los glandes más pequeños que los tallos, para que dos chicas puedan empujar simultáneamente desde direcciones opuestas, y así penetrarse mutuamente.
―           Ahora tú, cariño – le susurra mi hermana, teniendo el pene rosa bien sujeto.
Maby arrastra sus nalgas hasta quedar más cerca e intenta lo mismo. Se nota que es la primera vez que usan un juguete de esa clase y tamaño, pero ponen mucho interés, os lo garantizo. Finalmente, quedan conectadas por el aparato, cada una con un glande en su interior. Ahora es el momento de coordinar y empujar. No es fácil. Tienen que coordinar movimientos y músculos. Cuando Pam empuja, debe apretar los músculos de la vagina y la pelvis, para que el consolador no se hunda demasiado en su coño y resista la penetración de Maby. Ésta, al contrario, debe relajarse y solo levantar un poco sus caderas para recibir el impulso de su compañera. Sin embargo, en el momento de tomar ella misma el impulso para que sus caderas realicen el mismo movimiento, debe atrapar el consolador con los músculos de su coño, para que no se le salga.
Pero son chicas listas y ágiles. Le toman el punto enseguida y asisto a una magnífica follada lésbica. Sus caderas se agitan cada vez más, sus senos botan sin control, sus boquitas abiertas, llenas de húmedos gemidos, y sus miradas casi incendian donde se posan. Ya se han corrido un par de veces, con todo el proceso.
Por mi parte, mi mal humor se está alejando, a medida que mi polla ha crecido. Me la tengo que sacar, ya no cabe en el pantalón. Me la acaricio, cada vez con más pasión. Conecto la tercera velocidad y las chicas saltan y aúllan, sin freno ya. Conseguimos alcanzar uno de esos orgasmos comunes tan raros de conseguir, que nos deja muy relajados.
Desconecto los controles y les indico que se quiten los cinturones. No necesitan más entrenamiento. Recuerdo que debo bajarle uno de esos cinturones a Dena.
Mi primera esclava sumisa…
Las contemplo mientras brindamos. Me siento un sultán. Jamás he tenido la posibilidad de sentir algo así. Seis fabulosas mujeres rodeándome y tratándome como un compañero de diversión. Esta es una noche para recordar, seguro.
Las miro y repaso sus nombres.
La rubísima Elke, modelo noruega de veintidós años. Lleva seis meses en la agencia española, fruto de un intercambio laboral. Aún no habla muy bien el castellano, pero se desenvuelve bien.
Zaíma, la esbelta argelina, de ojos profundos y oscuros. Tiene veinte años y pretende comerse el mundo.
Sara, de pura raza gitana y largos cabellos ensortijados, tan negros como su vocabulario. Tiene veinticuatro años y lleva dos de ellos trabajando exclusivamente para una gran firma de trajes de flamenca.
Y, finalmente, Bego, la mayor de todas. Tiene treinta años. Lleva el pelo pintado de rubio ceniza, en un corte retro de los años 20, con las puntas pegadas al rostro. Fue modelo en sus días, pero ahora es la secretaria de uno de los socios fundadores de la agencia.
Estas son las chicas que forman la célula de amigas de mis chicas. Suelen salir siempre juntas.
Maby y Pam me han arrastrado hasta uno de los sitios más emblemáticos de la noche madrileña, la discoteca Kapital, en la calle Atocha. Es inmensa y llena de gente. En cuanto pasamos de la zona de cajeros y tiendas de souvenirs, la música me traspasa, vibra en cada rincón de mi cuerpo, y parece levantar mi espíritu por encima de todos aquellos bailarines. Giro en redondo, mirando hacia arriba, impresionado. Un espacio abierto, enorme. Una cubierta a decenas de metros. Plataformas metálicas crean una curiosa tela de araña llena de focos, efectos lumínicos desbordantes, y grandes cristales encierran a más gente, en distintos pisos. Las chicas me dicen que hay siete pisos, llenos de diversión.
¡Joder!
Mientras avanzamos entre la gente, me fijo en los cuerpos de las gogos, que se agitan sobre sus estratégicas plataformas. ¡Chicas de primera! Rozarme con tanto cuerpo cálido y vibrante me embota los sentidos. Debo serenarme. Rostros y más rostros desfilan ante mis ojos, maquillados, tensos, portando muecas que intentan enmascarar sus pérfidas intenciones. Nada es lo que parece allí dentro.
Las chicas se reúnen con sus amigas y, en cuanto me las presentan, las dispares emociones que parecía absorber del gentío, se disipan, se calman. Esas cuatro chicas, de alguna manera, las amortiguan. Aspiro sus personales aromas al besarlas en las mejillas. Noto sus miradas sobre mí, intentando averiguar mis puntos débiles, calibrándome cada una a su manera. El hecho es que parece que no les soy indiferente.
Espero el comentario de Rasputín, pero ya no es una conciencia independiente. Se ha fusionado. No obstante, mi imaginación me responde con uno de sus puyazos y sonrío.
Mis chicas salieron de compras, justo después de la última sesión de entrenamiento, para comprarme algo decente que ponerme, para salir de marcha. La verdad es que no tardaron demasiado.
Me hicieron probar mi primer pantalón estrecho. De un tono yema tostada, fino y elegante, con unas pinzas estratégicas al comienzo de las perneras para camuflar el miembro, aunque he empezado a pasarlo por mi entrepierna, para dejar la punta descansando entre culo, casi como un tanga de carne.
Es divertido, jajaja.
Me quedé sorprendido, ante el espejo, al comprobar lo bien que me sienta un pantalón así. Una camisa negra, de brillante satén, complementó perfectamente el pantalón. Pam me indicó que la llevara por fuera. Su caída disimula perfectamente mis abultados senos y los pliegues de grasa que aún quedan en mi cintura. Pero, al obligarme a mirarme al espejo, empezaba a estar muy satisfecho con mi nuevo aspecto.
Maby me pasó un grueso jersey de hilo, beige, con la marca bordada en color marfil sobre el lado izquierdo y en hombro derecho. Muy elegante. Pam me entregó los últimos complementos. Unos brillantes zapatos negros, de finos cordones, y un bonito reloj de caja y correa metálica.
―           El peque está perfecto para arrasar esta noche – me giró mi hermana, mientras Maby palmoteaba.
Sé que lo decía en serio. Para ellas, yo soy su macho alfa.
Ahora, por lo visto, las bellas amigas de mis chicas, piensan algo parecido. A lo mejor, no es tan primario, pero notan mi potencial. ¿Emito feromonas? Quizás, pero, sea como sea, ninguna de ellas me desprecia.
Tras bebernos la primera copa casi al coleto, las chicas deciden bailar en la grandiosa pista del primer piso, repleta de gente moviéndose de cualquier momento. La música que nos bombardea es muy rítmica, desconocida para mí, pero no exenta de atractivo. Hace que mis pies quieran moverse. Las chicas me dicen que se llama Megatrón, sea lo que sea lo que eso signifique. Entre todas, me empujan hacia la pista, riéndose. Observo como dos de ellas comentan algo al oído de mi hermana, que sonríe, divertida.
No sé cómo explicarlo. Nunca he sido un chico que tratara de llamar la atención. Al contrario, lo mío era pasar desapercibido siempre. Pero, estar rodeada de seis maravillosas chicas, bellas como diosas, que atraen la mirada de cuantos machos se cruzan con ellas – y no menos féminas –, me hace sentir muy bien. Eso sin contar el subidón que me da esa explosiva música. Me muevo con más o menos gracia, meneando mi cuerpo por primera vez ante los ojos de desconocidos, sin que me importe. No sé si es debido al nuevo carácter que estoy desarrollando o es que dispongo de una nueva y mejorada confianza en mí mismo.
Bromeo con Pam y Maby, creando pasos de baile divertidos y risibles, que ellas imitan. Mis chicas me dejan espacio, para que sus amigas participen de las bromas, y se rían también. Sara es la más loca de ellas, ideando muchas más locuras.
Dos latinos acaban pegándose a nosotros, acaparando a Bego y a Zaíma. Se nota que son asiduos a estos sitios porque bailan como profesionales, pero me irrita la ciega confianza en sus artes. Están totalmente seguros de que cualquiera de esas chicas caerá en sus redes. Cediendo a un impulso, imito los movimientos de uno de ellos, al parecer cubano, exagerando bastante. Incluso articulo las mismas muecas que él hace. Lo que en él es sensual, en mí es ridículo.
Las chicas no tardan en reír a carcajadas, hasta que los dos latinos se dan cuenta de la ofensa. Los tipos se quedan quietos, mirándome, mientras que yo sigo con la charrada. Pam me pellizca para que lo deje. Las sonrisas de todas se borran.
¿Qué queréis que os diga? Sé que las burlas nunca sientan bien, pero es mi oportunidad de probar, de reírme de otros. Así que la aprovecho. Me llevo una mano a la boca, simulando morderme las uñas de miedo, bajo sus furiosas miradas. Las chicas dejan de bailar, nerviosas. Uno de ellos hace amago de andar hacia mí, pero su amigo le frena. Con el mentón, señala a nuestra derecha. Dos tipos, de brazos inmensos, nos miran. Llevan una camiseta negra con la leyenda “seguridad” impresa. Los latinos se dicen que no vale la pena y se marchan.
―           Anda, vamos a beber algo – me empuja Pam.
Pero no nos dirigimos a ninguna de las barras del primer piso, sino que tomamos uno de los ascensores y subimos al tercer piso, a una pequeña sala de retro, acristalada como todas las demás, y desde la cual se puede ver la gran pista central, abajo. Sin embargo, está totalmente insonorizada, dejando el retumbante sonido fuera. Lo único que se escucha es la divertida y simplona música disco de los años 80. Se agradece darle un descanso a los oídos y poder hablar sin tener que gritar a la oreja del vecino.
―           Buff… creí la noche se acababa, ahí abajo – comenta Bego.
―           Si. Tenían cara de mala leche – agita los dedos Sara, divertida.
―           Bueno, chicas, ¿qué pido? – les pregunto, cortando los comentarios.
Tomo nota mental de los pedidos y me dirijo a una pequeña barra que se levanta en el rincón más alejado de la entrada. Las veo charlar entre ellas y, sobre todo, escuchar algo que mi hermana les dice. Después de eso, todas giran la cabeza hacia mí, con una extraña expresión en sus rostros. ¿Asombro? ¿Temor? Me gustaría saber que es lo que Pam les ha dicho.
Pago la ronda. ¡Joder! ¡A nueve euros la copa! ¡Ya les vale!
Doy un par de viajes hasta las chicas para llevar todas las bebidas. Bego me hace sitio para que me siente a su lado. Maby está al otro costado y me coloca bien el jersey que llevo echado sobre los hombros y atado al cuello.
―           Pam nos ha comentado que trabajas en tu granja ecológica – me dice Bego.
―           Ajá.
―           ¿Y no te aburres a solas, en una granja, en Salamanca? – acaba de exponer.
―           Que va. He llegado a convertir la contemplación del ombligo en todo un arte.
Todas se ríen, incluso Elke, con la ayuda del comentario que Zaíma le hace en inglés.
―           A veces, tengo que parar el tractor y echar un rato de conversación con el espantapájaros, para comentar los goles del Madrid y eso… pero, en general, es tranquilo, relajante.
Nuevas carcajadas.
―           ¿Sabéis? No sabía lo que era el bullicio y la aglomeración hasta que no he llegado aquí. Hay veces que me vuelve loco, pero, en general, me gusta – explico. Todas me prestan atención, volcadas hacia delante para no perderse mis palabras. – Por eso, he decidido dejar el gulag y quedarme aquí, en la capital del reino. Si estas dos bellas samaritanas están de acuerdo, claro.
―           Por supuesto – contesta mi hermana. – Todo el tiempo que desees.
―           Mientras sigas haciendo el desayuno todas las mañanas – me besa la mejilla Maby.
Sus amigas sonríen.
―           Hay que ver… Pamela nunca nos había hablado de ti – comenta Sara.
―           Es que no me fiaba de vosotras, ¡que sois unas lobas! – responde Pam.
―           No será para tanto – ríe Bego.
―           No, tú la peor, que te tiras a tu jefe día si, día no – suelta la puya Maby.
―           ¡Mentiraaaa! – exclama Bego, exagerando. Todas se tronchan.
―           Yo busco marido – informa Zaíma.
―           Eres muy joven aún – opino yo.
―           No para la media de mi país. Por eso lo busco aquí, para no tener que acatar lo que mi familia haya podido escoger en mi ausencia. Si puedo regresar casada con quien escoja, me libraré de un matrimonio impuesto – explica, con un gracioso acento silbante.
―           ¡Que triste que el amor no influya en nada en vuestra cultura!
―           A veces, si influye, Sergio, pero no es una constante. Tuve la suerte de poder estudiar y salir de mi país, alejarme de mi familia. No me gustaría volver sin un triunfo, aunque eso signifique renunciar al amor. Solo quiero un buen partido.
―           Te auguro un perfecto futuro, Zaíma. Con tu hermosura y tu mente, conseguirás al perfecto títere – la lisonjeo.
Noto el suspiro de Sara. Me mira con mucha intención.
―           Yo siempre creído que las modelos tenemos un problema general – comenta, por primera vez, Elke, en un casi entendible castellano marcado por un acento duro y nórdico. – Acostumbramos a ver belleza y vemos lo que esconde esa belleza. Celos, envidias, traición, venganza…
Todas asienten, pues todas han vivido esas historias de bambalinas.
―           Asociamos belleza con maldad. No fiamos de belleza, aunque, a veces, sucumbimos a ella – noto que se muerde el labio. – Las modelos buscamos otra belleza, pero difícil encontrar. El alma.
―           Eso te ha quedado precioso, Elke – le coge la mano mi hermana.
―           Gracias, Pamela. Pero belleza de alma puede estar en cualquier parte. En hombre o mujer, en joven o viejo, en blanco o negro. Nunca se sabe donde esta belleza de alma. Por eso siempre buscamos, en todas partes. Pero muy difícil resistir la tentación del robaalmas…
―           ¿El robaalmas? – pregunto, intrigado. Elke tiene una bella filosofía.
―           Si. Es dinero y poder. El lujo y las fiestas, los caros regalos, los hombres poderosos… todo eso te roba el alma y la oportunidad de encontrar alma gemela.
―           Vaya. Es una interesante manera de ver la vida – la alabo.
―           Son palabras de mi abuela materna. Fue gran mujer.
―           ¿Cómo ves tú la vida, Sergio? – me pregunta Sara.
―           Bueno, aún no tengo perspectiva. Soy joven e inexperto, pero ya he descubierto ciertas verdades inamovibles.
―           ¿Cómo cuales?
―           Que el odio es más fuerte que el amor, por ejemplo. Que los sentimientos impuros y retorcidos predominan en la humanidad y que suelen determinar el carácter de todo hombre y mujer…
―           Triste pero cierto – me da la razón Bego.
―           Pero, hasta ahora, lo más importante que he descubierto… es lo que mueve este mundo, lo que impulsa a la sociedad humana.
―           ¿Si? ¿Y se puede saber, según tú, qué es? – vuelve a preguntar Sara.
―           Es como un motor, ¿sabéis? Un motor potente, con un tremendo turbo inyector… ese motor es el Poder. Es lo que mueve todo. Desde las decisiones de una familia común hasta las grandes metas de un país. Poder para mejorar, para escalar, para negociar, para abarcar, para conquistar… para dañar. Pero es un motor tan potente que quema mucho combustible. Se alimenta, sobre todo, de emociones y de sueños. Cuanto más fuerte es la emoción, más ruge. Cuando más anhelado es el sueño, más velocidad adquiere. Pero, en muchas ocasiones, el motor necesita un empujón para vencer el duro recorrido. Entonces, hay que activar el turbo, el más importante refuerzo para el motor, y este se acciona solo con una cosa: el sexo – paseo mis fríos ojos por todas ellas. – Ese sexo sucio y degradado, sobre el cual todos soñamos, todos ansiamos. Esa parte del sexo que nos negamos a confesar, que crece en nuestro interior como un oscuro hermano siamés, que nos va devorando cada noche, en nuestros más íntimos sueños. Ese sexo fuerte y sin emoción que nos impulsa como un resorte hacia nuevas oportunidades o al interior de un profundo pozo. Es un impulso que no podemos controlar; ese turbo no tiene freno, ni volante, solo podemos ponernos de cara en la dirección que queremos ir y rezar al accionarlo.
Nadie habla cuando acabo con mi parrafada. Todas se quedan pensativas, analizando cada una de mis palabras. La primera en hablar es Bego. Coloca su mano en mi brazo.
―           Tío, jamás había escuchado una definición como esa. Tienes razón. Cuanto más lo pienso, más evidente resulta – sus ojos no dejan de buscar los míos.
―           Bego tiene razón – Sara echa hacia atrás uno de sus rebeldes rizos. – La próxima vez que me tire un tío bueno, lo llamaré “darle al turbo”.
Su comentario arranca nuestras carcajadas.
―           Que pena que no dispongas de dinero, Sergio. Serías un marido perfecto para mí – sonríe Zaíma.
―           A mi no importa dinero. Si quieres ser novio de mí, te llevo para Noruega – Elke le da un codazo a Zaíma.
―           ¡Eh, guarras! ¡Que es mi novio! – exclama Maby, aferrando mi brazo.
―           No pelearse, chicas. ¿Por qué no nos lo repartimos? Una semana cada una, estaría bien – bromea Sara.
Los cometarios jocosos surgen, a diestro y siniestro.
―           ¿Y yo qué? ¡Qué me lo parta un rayo, ¿no?! – bromea esta vez Pamela.
―           Bueno, puedo cambiártelo por mi jefe, si quieres – le ofrece Bego.
―           ¡Ni de coña! Te lo llevas nuevecito y a mí me dejas el usado.
Nuevas risotadas. Bego invita a la siguiente ronda y nos vamos de nuevo a bailar.
Dos horas después, Maby y yo nos encontramos en la planta sexta, en lo que ella llama el cine. Es una especie de anfiteatro lleno de cómodos y amplios sillones, frente a una gran pantalla. La película que exhiben es malísima pero no parece que nadie la esté mirando. La zona de los asientos está a oscuras e incita a las caricias y a los besos. Según Maby, la llama la sala del amor. Al parecer, las parejas vienen a relajarse.
Pam y sus amigas han bajado de nuevo al primer piso a bailar. Maby le ha pedido permiso para subir conmigo aquí. Ahora, está besándome y deslizando su lengua mi cuello. Tiene sus piernas recogidas bajo ella y me ha sacado la polla fuera, acariciándola lentamente. Se aparta y me mira a los ojos. Los contrastes de la pantalla permiten que nos veamos.
―           ¿Te has divertido esta noche? – me pregunta.
―           Si, claro que si. Tus amigas son divertidas.
―           Si, y guapas.
―           También – le respondo. La dejo plantear lo que le está royendo.
―           ¿Te gusta alguna?
―           En especial, no.
―           Pero ¿te las follarías?
―           Si, a todas.
―           ¿Sabes que lo que comentaron antes, en la sala retro, era de verdad? Lo de ser novias y eso…
―           Si, al menos eso pensé.
―           No te han tirado más los tejos porque saben que eres mi novio. Pero no estoy segura de que aguanten si salen con nosotros otra vez.
―           ¿Te da miedo que me ligue alguna?
―           No, Sergio. Nos da miedo que nos olvides, que te alejes de nosotras…
―           ¿Nos? ¿Has hablado de esto también con Pamela?
―           Si. Esta noche nos hemos dado cuenta que has madurado. Creces muy deprisa y pronto no podremos retenerte… eso es lo que nos da miedo – esta vez tiene lágrimas en los ojos.
Ha dejado de meneármela. La tomo de las mejillas con mis manos. Sorbo sus lágrimas.
―           Nunca os dejaré, ¿me entiendes? Jamás. Pero, tienes razón. Estoy cambiando.
―           Sergio… Vemos como las mujeres se fijan cada vez más en ti. Pam y yo hemos perdido todo control. Acatamos cualquier cosa que propones. Nos dominas totalmente, aún sin ser conciente de ello.
―           Pero… ¡yo no quiero dominaros! – protesto.
―           Si, si quieres, aunque no lo reconozcas. Has empezado a tratarnos de zorras y putas, y lo consentimos. Cada día más, caes en una actitud dominante que, sea dicho, nos pone frenéticas. No podemos negarte nada. Pronto seremos tus esclavas y lo asumiremos…
―           No… no.
―           Te digo todo esto porque creemos que el pacto que hicimos se romperá cualquier día.
―           ¿Qué hacemos, entonces?
―           Tenemos que hablarlo los tres, más tranquilamente. Bueno, ahora que se te ha aflojado la polla con todo esto, guárdatela y vamos con las chicas. Acabemos esta velada entre risas – me dice, dándome besitos en la cara.
Una hora más tarde, nos marchamos todos de Kapital. Nos despedimos en la acera, antes de tomar distintos taxis. Esta vez, las amigas de mis chicas se despiden de mí con un suave piquito en los labios. Pam y Maby me miran, sentadas en el asiento trasero del taxi.
Dos horas más tarde, estamos tumbados, desnudos y jadeantes, en la cama doble. El alcohol ha hecho que tardáramos en corrernos. Las chicas están cansadas, pero no quieren dormirse sin hablar. Mantenemos encendidas las lamparitas. No nos gusta follar a oscuras.
―           ¿Qué piensas de lo que Maby te ha comentado esta noche? – me pregunta Pam. Tiene su cabeza sobre mi pecho y alza el cuello, buscando mis ojos.
―           Creo que tiene razón. Estoy cambiando muy rápido.
―           Le comenté que lo que las chicas insinuaron no era ninguna broma – dice Maby, incorporándose sobre un codo.
―           Es verdad. Podrías haber salido con cualquiera de ellas esta noche, incluso iniciar una relación más seria con alguna. Estaban dispuestas a entregarse. Lo sé, las conozco – comenta Pam – y nunca las había visto así.
―           Os juro que no lo hice a propósito – las beso suavemente.
―           Lo sé y Maby también, pero es evidente que lo hiciste.
―           Tenemos que anular el pacto – dice Maby.
―           ¿Por qué? Yo creo que está bien así – refunfuño.
―           No, no lo está. Aún nos tratas con deferencia y planeas las cosas junto con nosotras, pero, estamos convencidas que, muy pronto, no tendremos voto – dijo Pam, muy calmada. – Tenemos que liberarte de él, para que puedas crecer totalmente.
―           Esto ya lo hemos hablado entre nosotras. Somos conscientes de que ya nos sentimos demasiado sometidas a ti. Solo pensamos en tu bienestar, en cómo te sentirás, en cómo podemos complacerte mejor…
―           Por mi parte, si me pidieras que hiciera algo vergonzoso o perverso, incluso ilegal, por ejemplo, lo haría, sin pensar en las consecuencias. Así me siento – confiesa Pam.
―           El pacto debe romperse. No podemos atarte a nosotras, porque entonces, te perderíamos irremediablemente – puntualiza Maby. — ¿Estás de acuerdo, Pam?
―           Si. Así no habrá remordimientos, ni protestas después – añade Pam.
―           Está bien. Pero, ¿por qué no repasemos las cuatro normas para ver si podemos modificarlas a gusto de todos? – las acabo convenciendo.
―           Está bien. La del periodo de un año puede mantenerse. No afecta para nada. Nosotras sabemos que es inútil. No creo que deje de quererte en mi vida, pero es inconsecuente – se encoge de hombros Maby. – Puede que sirva para calibrar a otras chicas que surjan… porque llegaran otras, ya verás.
―           Si, yo también lo creo – expone Pam.
Niego con la cabeza. ¿Desde cuándo se han convertido en sibilas?
―           Estáis hablando de tonterías – les digo, con mucha seriedad.
―           ¿Lo de no mantener relaciones serias fuera del círculo? Tampoco sirve. Ya no existe círculo, solo existe tu voluntad. No podemos forzarte a nada.
―           Explícate, Maby – le pido.
Pero no es Maby quien me responde, sino mi hermana.
―           Si te enamoraras de una chica, o te casaras por algún motivo, te estaríamos esperando, siempre. Maby y yo lo hemos estado hablando. Hemos renunciado a tener vida personal. Solo estás tú, solo cuentas tú. Siempre te amaremos.
―           Siempre te serviremos – acaba Maby.
Las dos están a punto de llorar por la emoción que contienen esas palabras. Debo reconocerlo, es un juramente que me están haciendo, de por vida, un juramente de servidumbre total.
―           Preciosas mías… os quiero más que a nada – las abrazo contra mí. – Nunca seréis siervas, ni esclavas. Sois mis primeros amores, jamás os abandonaré…
―           Gracias, cariño, nos consuela oír eso, pero es cierto. Ya somos tus siervas – me dice mi hermana.
―           Al igual que esta última norma, la de ingresar otras personas en el círculo, tampoco vale. Como te hemos dicho, ya no existe el círculo – razona Maby, dejando que sus lágrimas mojen mi pecho. – Aceptaremos otras personas que tú dispongas. Otras amantes, otras serviles, nuevos amigos o posibles familiares políticos. Como personas dignas de tu confianza, las aceptaremos con agrado. Esta noche, se nos han abierto los ojos, al verte rodeada de nuestras amigas. Nos sentíamos celosas, pero también orgullosas de pertenecerte.
―           Yo creo que ese será el futuro que nos espere. Compartirte con otras mujeres. Lo aceptaré si no me apartas – murmura Maby, apretándose contra mí.
―           Pero… — intenté decir, pero Pam me pone un dedo en los labios.
―           Hemos estado buscando sobre este tipo de acuerdos en Internet, y hemos descubierto que existen y se realizan. Se llaman contratos de sumisión. Maby y yo hemos llegado a esa conclusión. Somos sumisas a ti, a tu polla, a tu voluntad, y a tu autoridad – me confiesa.
―           No podemos resistirnos, no lo deseamos. Si quieres, firmaremos cualquier documento que desees – itera Maby, sorbiendo por la nariz.
―           No es necesario, Maby – me doy cuenta de que están totalmente decididas. Han debido hablarlo entre ellas largo y tendido, estudiando todas las implicaciones.
―           Como ves, ninguna de las normas tienen significado ya. Ni siquiera la norma que especifica que no podemos empezar el acto sexual si no estamos todos presentes, o, en su caso, disponer de permiso del miembro ausente – expone Pam, secándose las lágrimas. – Somos tus siervas, tus esclavas, dependemos de tus caprichos, de tu estado de ánimo, o de cualquier otra circunstancia. Así que puedes usarnos en el momento en que lo desees, estemos las dos o no.
―           No sé qué decir, chicas. Me habéis tomado por sorpresa – la verdad es que me han emocionado, aunque ya esperaba una reacción así, pero más tardía.
―           No digas nada, nene – susurra Maby, desando mi mejilla. – Solo recuerda que nos hemos ofrecido nosotras, por voluntad propia. Procura no humillarnos vanamente, porque te queremos de verdad…
―           Si, hermanito. Sabemos todo lo que se expone y se ofrece en uno de esos contratos. Si nos lo pides, lo cumpliremos, pero no nos gustaría llegar a esos extremos por imposición.
―           Jamás os humillaría de forma conciente, cariños míos.
―           Ssshhh – mi hermana me besa en la boca, callándome. – No sabes lo que nos depara el futuro. Puede que algún día, te beneficie entregarnos a otra persona…
―           O tengamos que prostituirnos para ti…
―           Incluso intercambiarnos para un trato… — Pam y Maby se alternan en los ejemplos.
―           Todas esas cosas pueden pasar y estamos dispuestas a aceptarlo, pero… déjanos…
Recuerdo las palabras de Rasputín. “Deja siempre una salida”.
―           … que nos hagamos a la idea, cuando llegue el momento; que nos de la sensación que podemos opinar, o aconsejar – acaba la frase Pam.
―           ¿Quieres que te llamemos de alguna forma en especial? – pregunta maliciosamente Maby. — ¿Amo? ¿Señor?
―           No, tontas, solo tenéis que llamarme como os apetezca en ese momento. ya sabéis que a veces os he insultado con palabras como “putas” o “zorras”, pero…
―           Es verdad, cariño – ronronea Pam. – Somos tus zorras.
―           Me refiero a que ha sido en el calor del momento, de la excitación.
―           Puedes llamarme puta todas las veces que quieras siempre que me sigas metiendo ese cacho de polla – susurra Maby, metiéndome la lengua en la oreja.
―           De verdad, chicas, puede que todo lo que habéis nombrado pase en un futuro, pero, os juro que vosotras nunca tendréis que hacer nada de eso. Al contrario, si algún día dispongo de más siervos o esclavos, seréis tan dueñas de ellos como yo – y lo dije muy en serio, tanto que ellas supieron que era cierto.
Lo cierto es que aquellas cuatro normas que ideamos con todo cariño y lujuria entre nosotros tres, duraron relativamente poco tiempo. Pero no hay mal que por bien no venga; había dado un paso más en el camino del Amo.
                             CONTINUARÁ.
Gracias a todos por vuestros comentarios, críticas y opiniones. Si queréis exponer algo más extenso, o más privado, podéis escribirme a: 
janis.estigma@gmail.es
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 

 

 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

“ESA MUJER INDEFENSA FUE MI PERDICIÓN” Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Conozco a través de su asistente social a una indefensa e ingenua jovencita, madre de una hija. Como ave de rapiña, decido aprovecharme de ella sin saber que quizás de cazador, me convertiría en presa. Consciente de la atracción que siento por ella, Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón.
Pero cuando intento acercarme a ella, se comporta como una calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija… ¡Coño! ¡No soy su padre!

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos
 

Capítulo 1

Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
―Pongo la mano en el fuego por esta cría― contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
―Pobre chavala― murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
―No te entiendo― dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
―Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
―No será para tanto― insistí.
―Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
―¿Harías eso por mí?― exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
―Si pero con una condición…―habiendo captado su atención, le dije: ―Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Capítulo 2

Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
―Necesito que vengas a mi oficina― gritó nada más descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
―Te estaré esperando― grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
―Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo― susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
―¿Dónde vamos?― pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
―Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
―Lo sé― contestó la cría mirándome con adoración― lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
―Pasa― respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
―No importa― alcancé a decir― mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
―No es nada― contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado― cualquiera haría lo mismo.
―Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
―Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
―¿A qué hora te despiertas?
―Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
―Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
―¿Puedo ayudarte a descansar?― tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
―Necesito agradecerte tu ayuda― y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
―¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
―Estoy cachonda― suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
―Fóllame, mi caballero andante― suspiró totalmente indefensa― ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
―Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
―Mi caballero andante― sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
―Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…

 

Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad ” (POR GOLFO)

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Sin título1

Para contaros esta historia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente mi profesora en esos menesteres fue la catedrática de Cristalografía.
Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer por lo que todos los estudiantes temblábamos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podía darte por jodido. Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo.
Esa mañana el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:
-Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos- y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: -¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?
La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases. Nada más llegar a su lado, me soltó:
-Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas-
No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que aunque había  treinta y dos posibles agrupaciones  de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderle que lo supiera pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:
-Parece que Usted no es tan inculto como parece pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos x  el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 
Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.
Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.
Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.
“¡Menudo culo tiene la vieja!”, exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.
Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Curiosamente, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.
En ese momento no lo supe pero al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos pero una vez en su despacho, cerró la puerta y recordando que había adivinado la erección de mi miembro a través del pantalón, se excitó y levantándose la falda se tuvo que masturbar mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.
Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.
Doña Mercedes inicia su acoso.
Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado. Sabiendo que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.
Satisfecho pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes.    Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y ordenando que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hoja de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.
Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.
Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:
-Su trabajo está muy bien, le felicito.
-Gracias- y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.
Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.
Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre, ese zorrón me había puesto a caer de un burro.
Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.
Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara dejándome disfrutar de sus piernas. Era un acuerdo tácito, ni ella ni yo comentamos jamás, en esas reuniones, su exhibicionismo ni dejó que  pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tendría el suficiente valor de dar el siguiente paso.
Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.
 
Por una casualidad todo se descontrola.
Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con  una alegría no compartida por mis compañeros, escuché que durante una de sus conferencias, nos avisaba que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.
Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.
Como ambos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos dos días, no puso reparo alguno y el martes por la tarde, nos reunimos en su casa. Sabiendo que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.
Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:
-Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.
Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.
Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.
Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:
-Ahora vuelvo- y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.
Asustado por si me había adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.
-Dame una coca cola- dijo rompiendo el incómodo silencio.
Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos sino que en el fondo de la bolsa había una botella de whisky. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:
-Solo bebo después de echar un buen polvo.
Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.
-¡No lleva bragas!- exclamé pegando un grito.
Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:
-Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?
Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:
-Ya lo sabe-
Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:
-Relájate y disfruta-
Por supuesto que disfruté pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.
El gemido de deseo que surgió de sus garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.
-No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas- solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.
-Eso y mucho más- espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas sino que aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.
El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas, le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.
No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.
-¡Qué gusto!- gritó la rubia retorciéndose en el asiento.
Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax pero entonces y  mientras se acomodaba la ropa, preguntó:
-¿Tienes carnet de conducir?
-Sí- contesté.
Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:
-¡Conduce!
A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.
No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.
El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo sus posaderas. Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba, me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.
Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo.
“¡Que bruta está!”, pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.
Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:
-¡Mi culo es tuyo!
Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar contra el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:
-Ya estamos cerca- y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.
Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:
-¿Traes traje de baño?
-No- respondí
Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:
-Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco- y prosiguiendo con su guasa, me soltó: -¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!
La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que parara. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:
-Mi ropa te enseñará el camino-
Tras lo cual la vi salir corriendo internándose en el bosque. Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.
-Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita!- dijo mientras se mordía los labios, provocándome.
La cara de deseo con la que me llamaba, me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 
Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé e hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.
-¡Que buena está mi profe!- me escuchó decir mientras  tomaba posesión de su  entrepierna.
Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejé al descubierto ese botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella.
Insatisfecha me rogó que continuara pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.
-¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía!- le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.
-Se lo ruego, ¡Señor Martínez!- imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando  con su sexo.
Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:
-¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?
Sí-respondió con su voz impregnada de pasión.
-¿Mucho?- insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.
-¡Sí!- contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.
-¡Hágalo! ¡Complace a esta zorra! – y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo, disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.
Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta– grité y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años, me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó.
Pegó un grito que resonó en el bosque al sentirse llena y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándose en mi monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina pero, fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo. Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara.
Excitado por el rendimiento de mi yegua, fui azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.
-Fóllate a la puta de tu profe sin piedad- rogó implorando un mayor castigo.
Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura, me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.
La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí.
La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas, aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió. Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.
Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.
-Arriba, ¡Vago! Tenemos una tarea que hacer.
-¿Y el baño que me prometió en el estanque?
Sonriendo, me lanzó mi pantalón mientras me decía:
-¡Todavía nos quedan dos días!
 
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “Paula e Ivette: Los extremos de la personalidad I” (POR XELLA)

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Paula dejó de correr e intentó tomar aire. La oscuridad de la noche la envolvía, rota tan solo por algunas farolas bastante separadas unas de otras, que creaban oasis de luz en la solitaria calle en la que se encontraba.
Por lo menos no hacia frío. La escueta ropa que llevaba no habría podido resguardarla en ese caso, pero para su alivio era una cálida noche de verano. ¿Agosto? No estaba segura. Lo importante era que había conseguido escapar.
Miró hacia atrás nerviosa, creía haber escuchado un ruido, pero seria algún gato curioseando en la basura. Aún así, reanudó la marcha, esta vez andando, llevaba casi una hora corriendo y no le parecía haberse alejado lo suficiente, pero ya no tenía rondo para mantener ese ritmo. 
Unas aisladas gotas de lluvia comenzaron a golpear sobre su cabeza y, a lo pocos minutos, estás se convirtieron en un chaparrón veraniego. Lejos de disgustarse Paula comenzó a reír, la lluvia la despejaba y la recordaba que por fin, después de tanto tiempo era libre. 
———————
Años antes de esa noche, Paula era una joven retraída en su último año de instituto. Su inseguridad hacia que fuese especialmente susceptible a las bromas y a las burlas, así que sus compañeros se enseñaban con ella, acentuando todavía más su problema de autoestima. 
Su vida era una mierda hasta que llegó ella. 
El primer día que la vio aparecer en clase se quedó maravillada de su presencia, una joven menuda y de pelo oscuro, una cara preciosa y una mirada segura. La fuerza de su carácter hizo que pronto se hiciera la chica más popular de la clase. Paula la envidiaba, tenía toda la fuerza que a ella le faltaba… ¿La envidiaba? No… Realmente no era envidia, era admiración. Aquella nueva chica empezó a copar sus pensamientos. Comenzó a sentir adoración por Ivette. 
——————-
Parecía que aquello había sucedido hacia un millón de años, en una vida anterior incluso, aunque a lo mejor eso no era del todo incorrecto… Estaba claro que ahora mismo no tenía nada que ver con aquella jovencita soñadora. 
Pasó la mano por su cabello empapado, recordando cómo donde antes había una larguísima melena pelirroja, ahora solo quedaba un corte de pelo a lo garçon, observó sus ropas, minúsculas, indecentes, ni siquiera llevaba ropa interior, el más ligero movimiento dejaba ver sus vergüenzas a cualquiera que estuviera mirando, y realmente no le importaba, ¿Cómo había llegado a esa situación? 
—————
Los días pasaban y Paula seguía siendo la última mierda de la clase, todo lo contrario que Ivette, que tenía en la palma de su mano a compañeros y profesores. Aún con eso, Paula sacaba mejores notas que ella puesto que no tenía otra cosa que hacer más que estudiar. 
Un día, antes de volver a clase del descanso, Ivette abordó a Paula. 
– Hola. – Saludó de forma escueta. 
Paula, pensaba que eso seria el inicio de algún tipo de broma, que la buscaban para reírse de ella otra vez, pero al darse la vuelta y ver quien la había saludado se puso tan nerviosa que dejó caer los apuntes que tenia en las manos. 
– Eres Paula, ¿Verdad? 
La pelirroja agachó la mirada. 
– S-Si…  – Balbuceó mientras se agachaba a recoger los papeles. Se sorprendió al ver como Ivette se agachó a ayudarla. 
– Quería pedirte un favor… 
Paula no contestó, estaba tan avergonzada que las palabras no salían de su boca. 
– Las matemáticas no se me da demasiado bien, al contrario que a ti y, quería saber si te importaría darme clases de apoyo. 
Paula se paralizó, los papeles que había recogido volvieron a caerse y miró a Ivette fijamente, era la primera vez que lo hacía. 
– Por supuesto, te pagaré. – Concluyó la chica, mostrando una amplia sonrisa conciliadora. 
Paula quedó embobada mirándola. ¿Sería algún tipo de broma? Seguro que era algún plan para después dejarla en ridículo… Pero… 
– D-De acuerdo. – Contestó. – Pero…  No hace falta que me pagues, yo… 
– ¡Claro que te pagaré! Entonces tenemos un trato, ¿No? ¡Perfecto! Este tarde nos vemos. 
Y diciendo eso Ivette le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de alejarse, mientras Paula quedaba perpleja en el mismo sitio, algo confusa. 
————-
Dobló una esquina y se agachó detrás de un contenedor de basura cuando vio pasar un coche, ¿La estarían buscando? Seguro que sí… No iban a dejar que se fuese tan fácilmente de allí… Le había costado toda su fuerza de voluntad hacerlo, meses mentalizandose, diciéndose a si misma que era lo que debía hacer, convenciendose… Le costó tanto abandonarla… 
—————-
Los días pasaban y cada vez anhelaba más que llegara el momento de las clases a Ivette. Durante las clases normales su comportamiento para con Paula era igual que siempre, se saludaban educadamente y ya está, pero durante las clases particulares Ivette era encantadora. Trataba a Paula cómo nunca nadie la había tratado, como una igual. Durante ese tiempo Paula se sentía viva, alegre, como una joven normal y corriente. 
La admiración que sentía por Ivette comenzó a despertar la confusión en su mente. Nunca había estado enamorada de nadie, y mucho menos de alguien de su mismo sexo, pero esa chica constituía una atracción tan fuerte que era casi dolorosa. Pasaba los días observándola, no la quitaba ojo y, en las clases particulares, cualquier roce, cualquier contacto hacía que se le erizara el vello y se estremeciera. 
Sus notas comenzaron a bajar a la vez que las de Ivette mejoraron,  tener a esa chica en la cabeza todo el día mermaba su concentración, estaba obsesionada. Tenía que hacer algo, así que se decidió a decirle algo en la siguiente clase particular pero, todo se le fue de las manos… 
– Ivette… – Dijo, titubeante una vez acabaron la clase. – Tengo que decirte algo… 
La chica se quedó mirándola fijamente, con aquellos preciosos ojos y aquella sonrisa que tenia atrapada a Paula. 
– Yo… Hay algo que llevo dentro, y si no lo saco no se que va a ser de mi, me estoy consumiendo… 
– Me estás preocupando, Paula. ¿Que ocurre? 
Todo sucedió a la velocidad del rayo, aunque a Paula se le hizo una eternidad. No sabría decir que le pasó por la mente, pero la idea de confesar dio paso a otra, más directa y arriesgada. 
Paula se lanzó a los labios de Ivette, que no supo reaccionar y recibió el beso de su compañera sin objetar nada. 
Cuando recobró el juicio, Paula se quedó sin habla. Su cara se volvió roja y se levantó, intentando excusarse. Balbuceando, comenzó a separarse de la chica hasta que alcanzó la puerta, momento en el que se dio la vuelta y echó a correr. 
Ivette se quedó en el sitio, contemplando los apuntes que se había dejado su amiga. 
—————-
La chica tímida y asocial que había sido en algún momento afloró desde lo más hondo de su ser, haciéndola sentir la misma vergüenza que pasó en aquel momento. ¿Cómo era posible que se sintiera así? Después de todo lo que había llegado a hacer… Todo por ella… 
Recordaba perfectamente como ese momento sería el disparador de una nueva vida, un cambio en sus prioridades y en su juicio. Aquel momento en el que… 
——————
… Abrió la puerta de su casa y allí estaba ella. Creía que seria su madre, que volvía de estar con sus amigas, pero no. Ahí estaba Ivette, tan preciosa y magnética como siempre. 
– Y-Yo… – Comenzó a decir Paula. 
Pero Ivette no la dejó continuar. Se abalanzó sobre ella, devorando su boca con ansiedad, con deseo. Paula quedó en shock, tanto por lo inesperado de la reacción cómo por lo que suponía ese momento, pero en segundos olvidaría todo lo demás y centraría toda su atención, todo su ser, en aquellos carnosos labios que bebían de su boca. No existía nada en el universo que pudiese apartarla de ellos. 
Las manos de Ivette recorrían su espalda, desde la base de su pelo hasta el comienzo de su culo. Las caricias hacían que Paula se estremeciera de placer. 
– Vamos a tu habitación. – Dijo Ivette, mirándola a los ojos. 
Paula no dudó ni un instante, no reparó en lo que estaba haciendo, en lo que estaba a punto de hacer. Lo único que le importaba en ese momento era Ivette, era no contrariarla, no hacer nada que la hiciese cambiar de opinión. 
Llegaron a su cuarto e Ivette lanzó a la pelirroja sobre la cama, lanzándose sobre ella como una fiera haría con su presa. Paula se dejó hacer, llevada por el deseo y la admiración hacia su compañera. Solo se centraba en disfrutar el momento, deseaba que no acabase nunca. Sentía como las manos de la chica buceaban bajo su camiseta, encontrando rápidamente sus pezones ya erectos. Paula comenzó a gemir, nunca había sentido una sensación semejante. Intentaba devolver las caricias a su compañera pero se notaba su experiencia en esas lides. 
Las habilidosas manos de Ivette desnudaron rápidamente a la chica y se dirigieron a su sexo, llevando a Paula al éxtasis en poco tiempo. 
Unos minutos después, las dos estaban tendidas sobre la cama. Paula no entendía como había llegado a esa situación, pero no le importaba. 
– ¿Me deseas? – Preguntó Ivette. 
“¡Vaya pregunta! ¡Pues claro!” Pensaba Paula. 
– Si… Más que a cualquier cosa. – Logró balbucear. 
La mano de Ivette comenzó a deslizarse hasta la entrepierna de la chica, encontrando de nuevo su coño empapado de jugos. 
– ¿Que estarías dispuesta a hacer por tenerme? 
La pelirroja la miró fijamente, ¿A que venía eso? Pero sabía la respuesta perfectamente, haría cualquier cosa por ella, lo que fuese, por mantenerse a su lado. Ivette vio la respuesta en sus ojos y no hizo falta que contestara. Se levantó, se despojó de su ropa y se colocó a horcajadas sobre la cara de su atónita profesora. 
Y tan atónita estaba que esta no supo como reaccionar. Se quedó completamente alucinada con la situación en la que se encontraba. Tenía el sexo de Ivette a escasos centímetros de su cara, de su boca, y sabía perfectamente lo que la chica quería que hiciera, pero… Nunca había estado en una situación similar, sentía algo de miedo. 
Notaba claramente como olía el sexo de su amiga, realmente no la desagradaba  el aroma… Olía a… Sexo. Se sintió tonta por lo obvio de su pensamiento pero no había otra manera de explicarlo. El aroma, la visión del húmedo coño de Ivette… La producía excitacion y, en pocos segundos, se vio a si misma acercando su boca, su lengua a la rosada raja de su amiga. 
El sabor era más agradable de lo que esperaba, y pudo notar como a Ivette le empezó a gustar por los movimientos acompasados de su cadera. Al poco tiempo comenzó a gemir y, unos instantes más tarde estaba cabalgando la cara de Paula cómo si se la estuviese follando. El orgasmo le llegó entre un concierto de gritos y jadeos, y cuando la chica se retiró, Paula tenia la cara empapada de flujo. 
Ivette dio un último y húmedo beso a su amiga, se levantó y se comenzó a vestir. Paula estaba contrariada, no quería que se fuera, no quería que acabara. 
– Esto tiene que ser un secreto, ¿De acuerdo, pequeña? – Dijo Ivette. – Nadie se debe enterar de nuestra relación. 
– D-De acuerdo. – Contestó la pelirroja, feliz, por que parecía indicar que su amiga quería continuar con todo. 
– En clase actuaremos como hasta ahora. – Mientras hablaba, se agachó para recoger algo que Paula no vio. – Me llevo esto, de recuerdo. 
¡Eran sus bragas! Sus favoritas, unas bragas de algodón, algo viejas, con una cara de Piolín en la parte delantera. La chica se puso tan roja cómo su cabello pero no dijo nada en contra. Solo acompañó a su amiga hasta la puerta y se quedó allí, añorando la próxima vez que pudiesen estar juntas. 
—————–
Paula se internó en un pequeño parque, necesitaba orinar y, tal vez, tomar un pequeño descanso. Se agachó tras unos arbustos y separó los pies. A lo largo de los años había adquirido bastante hábito en hacer sus necesidades en cualquier rincón, de cualquier manera. Un recuerdo nítido de todas las humillaciones que había recibido acudió a su mente y, aún así, tenía la certeza de que si volviese a nacer habría actuado exactamente de la misma forma, aun sabiendo las consecuencias… 
¿De que estaba hablando? ¿Estaba loca? 
Loca… A lo mejor si… 
Estaba loca por ella… 
————
Los días en el instituto eran si cabe peor que antes. Paula anhelaba estar con Ivette, pero esta la ignoraba hasta límites insospechados. Cada vez que un chico se acercaba a ella, la pelirroja sufría, se moría de celos y pensaba que ese era el momento en el que Ivette se daría cuenta de que ella no valía nada, que la dejaría tirada y se iría con cualquier otro. 
Pero en sus clases particulares… 
Ahí todo era distinto. Las matemáticas habían dejado paso día a día a los juegos sexuales, y de repente la alumna se había convertido en maestra y Paula seguía todos sus consejos y órdenes sin rechistar. No estaba dispuesta a decepcionarla. 
Ivette se encargó de renovar poco a poco el vestuario y la actitud de su chica, sustituyendo las braguitas de algodón por tangas, los jerseys amplios por otros más ajustados, que remarcaran sus formas y pantalones algo más ceñidos que los que solía llevar. Aún así, al instituto seguía yendo igual que antes por petición expresa de Ivette, sus cambios eran para los momentos en los que se encontraban a solas. En esos momentos Paula se convertía en la muñequita de Ivette. Las dos disfrutaban del sexo y tenían varios orgasmos cada una, pero Ivette siempre llevaba la voz cantante, le encantaba que Paula se mostrase obediente y sumisa, pocas veces Ivette le practicaba un cunnilingus a la pelirroja, casi siempre como premio por alguna acción, en cambio, Paula se estaba versando cómo una estupenda come-coños. A Ivette le encantaba sentarse sobre su cara, restregarse contra ella, “obligarla” a devorarla… La lengua de la chica se conocía todos los rincones del coño y el culo de Ivette. 
Se apuntaron las dos al gimnasio, puesto que Ivette quería que Paula se pusiese en forma, y los resultados se notaron rápidamente. Todo lo que decía Ivette era un dogma para Paula. Incluso, el momento en el que empezó a innovar en su relación. Poco a poco fue introduciendo juguetitos en sus sesiones de sexo. Al principio fue algún consolador de pequeño tamaño, algo de lencería, plumas, vendar los ojos… Después entraron en juego pequeños vibradores, pinzas para los pezones, esposas… 
Paula aceptaba de buen grado todas las ideas de su pareja, incluso el día que apareció con un pequeño plug anal. Al principio fue reticente, la asustaba el dolor y sus antiguos dogmas morales, que cada vez eran más escuetos pero, finalmente y tras la insistencia de Ivette, accedió a probarlo. Rápidamente le cogió el gusto, y lo veía como un sacrificio por su relación, un enlace entre las dos.  
A partir de ese día no pasaba uno solo en el que el ojete de Paula no fuera profanado. Cuando estaban juntas Ivette fue aumentando poco a poco el tamaño de los plug y, el día que no se podían ver, Paula tenia guardado uno pequeño en su casa que debía ponerse para dormir por petición de Ivette. 
———————
Despertó sobresaltada cuando un coche con una sirena pasó cerca de su posición, ¿Estaba tonta? ¿Cómo podía haberse dormido? Si la hubiesen descubierto… Pero estaba tan cansada… 
Había dejado de llover, salió del parque y caminó en dirección a unos edificios próximos, callejearía un rato, intentando despistar a cualquiera que la siguiese. Esas calles estaban vacías, pero no sabia si eso le producía alegría o desasosiego. En alguna esquina encontró a alguna prostituta, hasta las putas llevaban más ropa que ella… Aunque claro, ella no era una puta… Ella era mucho más que eso… 
—————–
 Paula había cambiado sus hábitos, poco a poco iba ganando más confianza en sí misma, en su cuerpo y en su físico. Todo gracias a la confianza y el amor que le profesaba Ivette, por eso se sorprendió y se alegró a partes iguales cuando la chica le propuso salir un día juntas, por la noche. Ivette quería ir a bailar. La animó y la ayudó a ponerse guapa y a maquillarse, se encargó de elegirle la ropa que debía llevar. Cuando Paula se la puso se echó atrás… ¿Como iba a ir así vestida? Llevaba una minifalda tableada, a cuadros, como una colegiala, pero no llegaba ni a medio muslo. Una blusa blanca y  el maquillaje que llevaba la hacían parecer una auténtica puta. Fue a protestar ante Ivette pero entonces la vio. Iba vestida de forma similar a ella. 
– ¿Tu me quieres? – Preguntó Ivette, de forma directa. 
Era la primera vez que trataban el tema, Paula estaba segura de sus sentimientos, sabia que la quería, la amaba con todas sus fuerzas, pero le daba miedo confesarlo y no ser correspondida. 
– S-Si… Te… Te quiero… – Acabó diciendo, abochornada. 
– Entonces tendrás que confiar en mí. – Dijo la chica mientras, en un gesto de complicidad, tocaba la nariz de Paula con el dedo índice. – Te aseguro que hoy nos lo vamos a pasar genial. – Concluyó, dándole un cariñoso beso en los labios. 
Salieron en el coche de Ivette y Paula tenia la cabeza embotada. Habia confesado sus sentimientos y, aunque Ivette no había dicho “Te quiero” no la había rechazado. No se atrevía a plantear esa duda a su compañera, así estaba bien, confiaba en ella. 
Llegaron a un local y al poco rato estaban bailando con una copa cada una. Paula nunca había bebido, y nunca había salido a bailar pero, como le dijo Ivette, solo tenia que dejarse llevar. Según iban vestidas no tardaron en convertirse en el centro de atención de la pista, los hombres se iban aproximando a mirar, los más valientes intentaban acercarse y bailar. Paula intentaba zafarse de ellos pero Ivette, en cambio, parecía que lo buscaba. Bailaba con cualquiera que se acercase y luego agarraba a la pelirroja para que participase. Un susurro, una caricia cómplice o un ligero beso hacían que Paula se olvidase de todos sus prejuicios y confiase en Ivette… Y también servían para calentar aun más al personal. Las copas iban y venían, pues empezaron a invitarlas todos los zánganos del lugar. 
Y entonces Ivette se apartó con dos. Agarró a Paula y los condujo a los servicios, echando a la gente que había allí. Paula estaba ebria y algo cachonda, no lo podía negar, pero nunca había estado con un chico y… Ella sólo quería estar con Ivette. Ésta, al ver la indecisión de su amiga comenzó a besarle mientras sus manos se deslizaban por debajo de su falda. Notaba perfectamente lo húmeda que se encontraba. Los chicos no podían aguantar más, se bajaron los pantalones y mostraron sus pollas durisimas por la excitacion. Ivette, deslizó el tanga de su amiga lentamente, haciendo que se lo quitara y se lo lanzó a los chicos a la cara. 
– Toda vuestra. – Dijo. 
– ¿¡Que! ? – Exclamó Paula, asustada. 
– No te preocupes, vas a pasarlo bien. Confía en mi. 
Paula seguía con dudas, aunque el alcohol nublada su mente. 
– Si haces esto me harías la persona más feliz del mundo… – Susurró Ivette en su oído. 
Ese fue el último empujón que necesitó la chica, se acercó a los hombres sin saber muy bien lo que hacer, aunque ya se ocuparon ellos de guiarla. Primero la hicieron arrodillarse, acercando sus miembros a la boca de la chica. No había que ser ingeniera para saber lo que querían que hiciera, pero no sería hasta que Ivette la animó acariciando su cabeza y empujandola suavemente desde atrás que Paula no se decidió. Primero recorrió los miembros con la lengua, notando la diferencia de sabor entre uno y otro, después, según iba calentándose y ganando confianza comenzó a introducirselos en la boca lentamente al principio, aumentando el ritmo después. 
Ya estaba totalmente centrada en su tarea cuando uno de los chicos la hizo levantarse y, situándose detrás de ella, comenzó a buscar su coño. Estaba a punto de perder la virginidad (con un hombre, al menos) y la calentura que tenia la hacia desearlo. Con la primera embestida Paula se derrumbó sobre el chico que tenia delante y, al recomponerse vio como Ivette se masturbaba mientras observaba la escena. Eso la calentó aun más, agarró la polla que tenia ante ella y se la tragó de golpe. 
Sus tetas se bamboleaban con el rítmico movimiento de los chicos. A Paula le dio la impresión de ser un pollo asandose lentamente en un horno, empalada cómo estaba por el coño y por la boca. Los chicos se cambiaron un par de veces, haciendo que la chica de gustase el sabor de su coño, pero no tardaron mucho en correrse. La situaron de nuevo de rodillas y, mientras Ivette sujetaba su cara, se derramaron sobre ella dejándola empapada en su leche. 
Y allí las dejaron. Ivette se acercó a Paula, todavía asombrada y asustada de lo que acababa de hacer y situándose al lado de su oído, dijo suavemente:
– Te quiero. 
El corazón de Paula casi estalla de la emoción, era oficial, ¡Ella también la quería! En ese momento se dio cuenta de que daría su vida por aquella chica.
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Relato erótico: “Regalos 4” (POR SIGMA)

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REGALOS
Continuación basada en el relato original de Alphax: Regalos. Por supuesto es conveniente leerlo antes de leer esta historia. 
Por Sigma
Parte 4: Ingrid
Atardecía cuando Lilian salió de su lujoso automóvil y caminó con seguridad hasta la puerta de la bonita casa de suburbios, sabía que lucía espectacular… no por su traje sastre negro a la medida, ni por su magnífica figura, su piel bronceada o su estatura y ojos color verde, lo sabía por la forma en que los vecinos la miraban, los hombres con deseo, las mujeres con envidia.
Tocó el timbre una vez y en segundos una versión más joven, rubia y menos formal de Lilian abrió la puerta, llevaba un primaveral vestido azul hasta las rodillas y sonrió al darle un abrazo.
– ¡Lilian! -exclamó entusiasmada la mujer con una sonrisa de pura alegría.
– ¡Linda hermanita! -le correspondió la castaña alegremente.
Entre risas entraron en la casa y empezaron a platicar mientras tomaban una copa de vino.
– Pues ya no he sabido nada de él -dijo suspirando la hermana menor de Lilian luego de un rato.
– Oh… lo siento mucho Beth…
-Está bien… estamos mejor sin Alan…
– ¿Y dónde está mi sobrino?
– No debe de tardar, fue a hacer bicicleta… debería llegar muy pronto.
– Muy bien… ¿Nos disculpas Beth? Cuando llegue quisiera hablar con él un momento… a solas…
– Oh, no seas así, yo también quiero estar presente en la platica…
– Vamos no seas necia…
– Pero… -empezó a decir a la vez que arrugaba el entrecejo como dudando o recuperando un recuerdo perdido.
– Mi querida Beth -dijo cariñosamente la castaña mientras sacaba un teléfono inteligente de su bolso- vas a subir a tu cuarto, te vas a encerrar y te pasarás un rato delicioso con tu nuevo… novio.
Entonces oprimió un botón del programa de su teléfono y Beth se tensó mientras se agarraba a los reposabrazos y sus ojos se abrían por la sorpresa… y el placer.
-¡Oooohhh…! -gimió para luego retorcerse y con manos temblorosas levantó el borde de su vestido para ver su asaltada entrepierna- ¿Pero que… es… aaahhh… eso?
                                                                                                               Unas extrañas pantaletas negras brillantes cubrían su sexo… intentó quitárselas pero parecían parte de su piel… y la estaban enloqueciendo. Mientras gemía desabrochó los primeros botones de su vestido y debajo del femenino cuello de la prenda se asomó una delgada gargantilla negra intrincadamente grabada.
Finalmente, siguiendo un irresistible mandato, se levantó… gruñendo, gimiendo, con una mano acariciando sus senos y la otra revolviendo su cabello, se fue caminando torpemente hasta las escaleras y las subió lentamente hasta desaparecer en el piso superior.
Lilian saboreó otra copa de vino mientras activaba nuevas instrucciones para Beth en su celular, sonriendo con malicia de vez en cuando.
– Jeje… vas a disfrutar mucho esta combinación hermanita… -susurró mientras daba inicio al ciclo de placer- y gracias al collar de la obediencia en dos horas no recordarás la sesión… como siempre.
En ese momento se escuchó la puerta del garaje abriéndose.
– Oh, creo que ya llegó mi sobrino favorito… -pensó Lilian mientras se acomodaba en el sofá e instantes después entraba el joven por la puerta- Hola sobrinito.
– ¡Tía Lili! -exclamó el joven feliz y sorprendido antes de darle un fuerte abrazo a la mujer que le correspondió encantada.
– ¿Cómo estás Daniel?
– Genial… mejor que nunca.
– ¿En serio? Cuéntame…
– Bueno… no sé si debería… ¿Y mamá? -dijo el joven mientras buscaba con la mirada por la sala.
– Oh… se subió a tomar un merecido descanso… yo le dije que te cuidaría… así que puedes contarme lo que quieras, ya sabes que soy una tumba…
– Uf… tía Lili no se si atreverme… -le dijo mientras se sentaba junto a ella.
– Tú siempre me has podido contar todo ¿No? Tus sueños, tus ilusiones, tu primer beso…
– Si, lo sé, pero esto es demasiado… no sé por dónde empezar…
– Puedes empezar por decirme que pasó… y debe ser algo grande para que
estés tan nervioso…
– Pues sí, algo así…
– No me imagino que puede ponerte así, excepto… no, no me digas que… -Lilian miró a su sobrino y este asintió tímidamente- ¡Lo hiciste… tuviste relaciones…!
– ¡Siii! -exclamó levantando los brazos.
– Pero ¿Cómo, dónde, con quién? No me dirás que fue con tu vecina… la doctora esa que tanto te gusta…
Daniel se sonrojó claramente.
– ¿En verdad? -dijo la mujer fingiendo sorpresa, estaba segura que su sobrino debió disfrutar maravillosamente de la doctora, lo sabía por experiencia…- Vaya, tendrás que contármelo todo…
El joven sonrió y empezó a hablar entusiasmado.
Un piso más arriba Beth yacía en su cama, gimiendo de placer, subiendo y bajando sus caderas al ritmo de las condenadas Pantaletas del Placer que ahora la dominaban… con manos temblorosa se sujetaba a los bordes de la cabecera mientras se retorcía, se tensaba y se escogía de absoluto gozo enloquecido.
– ¡Aaahhh… nnngghh…! -gemía suavemente, deseaba gritar pero el collar lo impedía.  El descontrol, el placer y la vista de las pantaletas negras le habían permitido recuperar sus recuerdos, como se había deprimido profundamente cuando su ex la abandonó, como su hermana la convenció de ponerse el juguete sexual al que ahora estaba sometida, como el invento le había devuelto el entusiasmo por vivir, lo había adorado… hasta que quiso quitárselo y no pudo, Lilian le dijo que se encargaría de que jamás volviera a sufrir y le puso el terrible Collar de la Obediencia con el cual podía controlar su mente e incluso hacerla olvidar las pantaletas que ya eran parte de ella… forzada desde entonces a estar siempre feliz y excitada pero sobre todo a ser obediente a su hermana mayor.
– ¡Mmm… ooohhh…! -gruñía la joven mujer a punto de explotar.
– Muy bien Daniel, se ve que tuviste una magnífica experiencia… -le decía Lilian a su sobrino con una sonrisa tras escuchar su relato sobre su primera vez con la doctora Giselle.
– Ay tía… ¡Me gustó tanto! Creo que estoy enamorado… pero no se qué hacer… ¿Debo buscarla o… alejarme? Quiero estar con ella otra vez… ¿Será que no lo hice bien?
– Tranquilo Casanova… calma… ella es una mujer adulta, dale un poco de espacio y estoy segura de que ella te buscará…
– ¿En serio lo crees tía?
– Te lo puedo apostar.
Orgasmo tras orgasmo Beth iba olvidando la realidad de ser esclava de su hermana gracias al Collar de la Obediencia, mientras susurraba dulzonas palabras de lujuria a un hombre inexistente que la amaba de forma salvaje.
– ¡Oooohhh… cariñoooo…! -gimió en una explosión final de placer que la hizo perder el sentido… y sus recuerdos.
– Bueno me la pasé muy bien sobrino pero tengo trabajo en el instituto para mañana y tú debes tener tarea de la escuela -empezó a decir Lilian a la vez que se levantaba del sofá- despídeme de tu mamá.
– Si claro, muchas gracias por escucharme tía Lili y de veras tengo mucho trabajo, mi maestra de historia es súper exigente y formal, pero le soporto todo por ser tan guapa…
– ¿Ah sí? -respondió la castaña mientras se daba vuelta para mirar a Daniel de frente- ¿Como se llama?
– ¿Su nombre completo? Es Ingrid… Cortés… si Ingrid Cortés.
– Descríbemela… por favor…
La profesora de historia universal Ingrid Cortés entró a su apartamento. A pesar del cansancio de su largo día de trabajo aún lucía inmaculada, un traje color gris profesional y discreto con falda justo abajo de la rodilla, unas zapatillas cerradas negras de tacón bajo, su cabello rojizo que le llegaba al hombro estaba recogido en un severo moño en la nuca y sus anteojos de armazón grueso le daban un aire autoritario.
Estaba apenas a la mitad de sus treinta pero su forma de arreglarse la hacía parecer mucho mayor. En su rostro destacaban unos grandes ojos verdes y expresivos, una pequeña nariz, unos labios carnosos y rojos como cerezas que contrastaban con su piel blanca.
Alguna vez escuchó a sus alumnos susurrar que se parecía a cierta estrella de cine llamada Scarlett… pero ella era una profesora, no una superficial actriz. Además una actriz no estaría algo pasada de peso como ella en la zona media.
Colgó sus llaves a lado de la puerta, luego cerró, entró a la sala y dejó el extraño paquete que encontró en su entrada sobre la mesita de centro, extrañada se sentó y revisó el paquete cuidadosamente.
– Que extraño… ¿Quién lo habrá enviado? -pensó algo confundida. Era negro, del tamaño de una caja de zapatos y apenas pesaba, tenía un ancho listón que la rodeaba y un bonito moño en la tapa color blanco. Sabía que no era de su ex esposo pues jamás había tenido un detalle así con ella, y no imaginaba que fuera del trabajo, siempre había dejado bien en claro con sus compañeros que no quería ningún tipo de relación por el momento.
– ¿Y entonces… de dónde vienes? -susurró a la vez que giraba una etiqueta que colgaba de la caja, en el revés en letra manuscrita se leía: Para mi Ingrid. Finalmente la curiosidad la venció y tras desatar rápidamente el moño levantó la tapa y miró el interior, sintiéndose aún más confundida.
-¿Pero qué es esto? –pensó mientras fruncía el entrecejo al levantar con dos dedos una extraña tela negra brillante, lo único que había en la caja- Que extraño.
Colocó el curioso material en la mesita y trató de encontrarle forma mientras lo iba extendiendo con cuidado sobre la superficie.
– ¡Dios… que repugnante! -exclamó asqueada al descubrir que eran unas raras pantaletas y peor aún, incluían en su interior un par de consoladores del mismo material: uno al frente y otro atrás.
– Si averiguo quien fue el pervertido que me las mandó, se lo haré pagar muy caro -pensó disgustada mientras devolvía la prenda a la caja y la ponía en el bote de la basura.
Para sacudirse el enojo decidió darse una larga ducha caliente, por lo que empezó a quitarse la ropa mientras entraba al baño. Afuera de su edificio un automóvil gris común se estacionó y apagó el motor, pero el conductor se quedó dentro, como esperando…
Un rato después Ingrid salió del baño vestida únicamente con su bata y una toalla alrededor de la cabeza, se acercó a su cama para sentarse a leer un poco. Entonces de la esquina del cuarto surgió una figura que rápidamente la alcanzó y desde atrás le puso una mordaza que le abrochó en la nuca.
Al instante de oír un clic Ingrid se apartó y se dio la vuelta, pero la habían tomado desprevenida y la mordaza estaba colocada. Por un instante observó al invasor y se sorprendió al descubrir que era una mujer rubia y esbelta, vestía una gabardina negra hasta las rodillas y la miró con frialdad mientras levantaba unas esposas metálicas negras en una mano y un arma taser en la otra.
Al instante la pelirroja corrió de vuelta al baño, cerró y empezó a gritar, entonces notó dos cosas: primero que su cuarto de baño no era una fortaleza por lo que el endeble seguro no aguantaría nada. Lo segundo que notó fue que por más que forzaba sus pulmones no podía emitir ningún ruido además de un suave quejido.
– Primero lo primero… -pensó al acercarse al espejo para quitarse la mordaza, pero se quedó paralizada y confundida sin entender lo que veía- ¿Pero… qué es esto?
La mordaza era una delgada tira de material flexible como una correa, pero no había nada cubriendo su boca, sin embargo sus labios se veían raros, parecían pintados de un inquietante y reluciente color negro y no podía moverlos en absoluto, las correas parecían conectarse directamente a las comisuras de sus labios.
– ¡Dios mío… tengo que pedir ayuda! -pensó asustada mientras trataba de frotar la substancia negra para quitarla de sus labios- Tal vez la correa…
Para su alivio descubrió que el broche en su nuca era muy simple, lo liberó y luego le dio a las correas un potente tirón al frente, consiguiendo arrancarlas de las comisuras de su boca pero sus labios seguían cubiertos y paralizados por la extraña capa de pintura negra.
– ¡Mmnng! –trató inútilmente de gritar al quedarse con las tiras de piel en las manos. Entonces escuchó un crujido y vio como la puerta del baño amenazaba con abrirse ante un primer empujón de la mujer.
– ¡Nnngghh! -de nuevo intentó gritar asustada para de inmediato tratar de usar las puntas de dos dedos para sujetar la substancia negra y arrancarla de su boca… pero era inútil, no encontraba un borde que sujetar.
– ¡Rggghh! -gruñó mientras desesperada daba un pisotón como una niña encaprichada, justo entonces se abrió la débil puerta con un leve crujido. Entonces Ingrid retrocedió hacia la bañera con sus ojos desorbitados por el temor mientras la rubia entraba al baño lentamente y levantaba su arma eléctrica.
– ¡Mmmhh… mmmhh…! -trató de gritar con todas sus fuerzas la profesora mientras tomaba una escoba y la esgrimía como una improvisada arma. La intrusa la miró con cuidado y entonces habló calmadamente al parecer a alguien tras ella en la
habitación en penumbras.
– Está lista… empecemos…
La pelirroja se preparó para un ataque pero lo que ocurrió fue totalmente diferente e inesperado. Una oleada de placer invadió su boca y sus labios con tanta fuerza que la hizo cerrar los ojos y volver el rostro al techo.
– ¡Nnnnhhhh…! -gimió sensualmente mientras de forma involuntaria disfrutaba del mayor placer que jamás había sentido, sus labios estallaban con caricias invisibles, tan eróticas y placenteras como las que le hacía su ex esposo cuando aún la amaba, pero esta sensación era varias veces más poderosa.
– ¡Mmmmmhh…! -gimió mientras se recargaba en el muro a lado de la bañera.
En algunas ocasiones le había hecho el sexo oral a Robert pero solamente ante sus súplicas y siempre le había desagradado, sin embargo ahora sentía como si la penetraran por la boca y sus labios fueran un nuevo clítoris que era acariciado y tocado con maestría.
– ¡Nnnmmmhhh…! -gimió de nuevo a la vez que giraba su rostro hacia un lado y con su mano libre se agarraba del lavabo para sostenerse. La rubia dio un paso hacia Ingrid al verla sacudida por el gozo, pero la profesora aún pudo reaccionar y levantó su improvisada arma.
– ¡Maldita sea… domínala ya! Tenemos que empezar… -dijo impaciente la rubia a la persona tras ella.
Finalmente las caricias de placer en su boca se convirtieron en poderosas embestidas cuyo éxtasis hizo que le fallaran las piernas y soltara la escoba para sostenerse de la bañera con una mano y del lavabo con la otra mientras arqueaba la espalda.
– ¡Mmmmmmm…! – Perfecto… ya la tenemos -susurró la mujer a la vez que como un rayo se lanzaba al frente, sostenía a la profesora pelirroja de la cintura y le daba un ardiente beso en sus labios negros y brillantes, lo que le causó a la mujer el equivalente a un explosivo orgasmo en la boca cuyo poder impactó en su mente dejándola sin sentido…
Cuando recobró la conciencia Ingrid se encontró en una preocupante posición: estaba acostada boca arriba en su cama y desnuda, sus muñecas inmovilizadas y extendidas a los lados con unos grilletes cuya larga cadena al parecer los conectaba pasando bajo la cama. La mujer que la atacó estaba en su tocador abriendo cajas de regalos de espaldas a ella.
– ¿Mmm… mmm? -trató de hablar la pelirroja, pero sus labios seguían paralizados, entonces vio a otra mujer sentada muy quieta en una silla, vestía ropa deportiva holgada y tenía el largo cabello casi negro recogido en una cola de caballo y ojos del mismo color, su cuerpo lucía curvas voluptuosas a pesar del tipo de prendas que usaba, tenía una computadora de mano en la que parecía trabajar pero su rostro denotaba vergüenza y duda.
– ¡Oh… estás despierta…! -dijo la mujer de cabello negro al escucharla, para luego agregar en voz más baja- ¡Lo siento… lo siento de verdad… yo no quiero hacer
esto… tienes que creerme!
La pelirroja empezó a asustarse de verdad al escuchar la sincera desesperación de la mujer.
– ¡Ah… despertó antes de tiempo! Bueno ahora esto será más entretenido… -dijo la rubia a la vez que se quitaba su gabardina negra y quedaba vestida únicamente con un atrevido uniforme de doncella francesa que apenas cubría su entrepierna, presentaba un provocativo escote e incluía un delantal blanco con encaje, sensuales medias negras al muslo y unos botines negros al tobillo de tacón muy alto. Lucía muy sexy, tanto así que la mujer atada no pudo evitar perderse un momento en las curvas de esa deliciosa hembra.
– No Dianne… por favor… -le suplicó a la rubia la mujer de ropa deportiva.
– Vamos Gigi… sabes que no tenemos elección… debemos empezar la siguiente etapa.
– Pero… ¡Aaaaahhh! -gimió la mujer a la vez que miraba al techo y se levantaba de la silla como un resorte. De inmediato se enderezó y se puso muy firme como un soldado mientras de la computadora de mano surgía una voz.
– Basta de quejas Giselle, ayuda a Dianne… ¡De inmediato! -ordenó una profunda y dominante voz de mujer.
– Si Ama… -respondió sumisa mientras se acercaba a la cama. Entonces Dianne se acercó también, llevaba en la mano un extraño objeto plástico que Ingrid reconoció de inmediato.
– ¡Las repugnantes pantaletas negras! -pensó la cautiva aterrorizada al imaginar lo que trataban de hacer con ella las dos mujeres, por lo que intentó gritar presa de la desesperación, pero una vez más sólo emitió un suave quejido- ¡Mmmnnnhh… mmmggghh!
La otra mujer dejó la computadora de mano en la mesita de noche, luego levantó una femenina gargantilla negra y se inclinó para colocarla en el cuello de la profesora…
– Alto, el collar no… todavía. -ordenó la voz de la computadora de mano- primero quiero verla sometida al placer. Encárgate tú Giselle, prepárala
para mí.
– Por favor Ama -respondió la trigueña temerosa- no quiero hacerle esto… no quiero esclavizarla…
– ¿Como dices perra? Je, je, je… que atrevida… me diviertes, por eso te permití conservar tu voluntad… -explicó la voz en un tono que asustó a la pelirroja- pero aprenderás que todo acto tiene consecuencias, ahora no solamente la esclavizarás para mí, sino que disfrutarás hacerlo…
– No… por favor… – ¿Quién sabe? Tal vez sea tu vocación, tal vez con el tiempo te haré asociar el placer con esclavizar a otras…
– Ama… te lo suplico… ooohhh…
Asustada, Ingrid vio como la mujer se encogía con un sollozo de placer.
Dianne extendió el brazo y le entregó las pantaletas negras a Giselle que cabizbaja las recibió, dejó el collar de la obediencia en la silla y luego se colocó a los pies de la cama y ahí se quedó inmóvil un instante antes de inclinarse sobre la mujer.
– ¡Mmmmmhhh! ¡Nnnmmhh! -gruñó aterrada Ingrid a la vez que luchaba contra sus ataduras. En ese momento la mujer de cabello negro cruzó los brazos sobre el pecho y dio un gemido lujurioso.
– ¡Aaaahh… Amaaa!
– Quítate la ropa Giselle…
– Pero Ama, yo no… ooohhh…
– Ahora esclava… quiero ver cómo te hago disfrutar el esclavizar a esa mujerzuela para mí…
– Ooohhh… si Ama… mmm… -obedeció la voluptuosa hembra mientras comenzaba a desnudarse lentamente, quitándose primero su chamarra deportiva, luego los cómodos pantalones y las zapatos de ejercicio.
Al verla, la atada pelirroja sintió que estaba perdida, la mujer que se veía tan normal llevaba bajo la ropa una lencería tan sexy y atrevida que haría sonrojar a una prostituta. Sus senos grandes y firmes estaban cubiertos por un brassier negro de media copa que los hacía parecer aún más grandes, levantados y atractivos, creando un maravilloso escote que también captó la mirada de la cautiva que la observaba aterrorizada desde la cama, su encaje y transparencias lo convertían más en una prenda para lucir sus tetas que para protegerlas, sus piernas torneadas y tersas estaban cubiertas por unas medias translucidas de un encantador color azul claro que se sostenían en su lugar por un elástico a medio muslo. ¡Pero sus pantaletas! Eran como las que había recibido horas antes: de color negro, brillaban como plástico y tenía un leve corte francés que parecían alargar sus piernas y levantar sus nalgas, pero estaban tan pegadas al cuerpo de la mujer que parecían pintadas, mostrando cada detalle de sus caderas, nalgas y entrepierna…
– ¡Mmmhh… mmmhhh…! -trató de gritar de miedo la profesora cuando se dio cuenta de que podía ver los labios vaginales de la mujer también como si estuvieran pintados de negro, incluso le pareció ver su clítoris, brillando por el obscuro material, el mismo que ya cubría su boca y le impedía controlarla, al comprender lo que significaba para ella había entrado en pánico, retorciendo su cuerpo y sacudiendo frenética su cabeza-¡Mmmnnggghh!
– Lo siento… -murmuró Giselle mientras sujetaba uno de los tobillos de la pelirroja y trataba de ponerle las horribles pantaletas.
– ¡No… nunca… no lo permitiré! -decidió con fiereza Ingrid a pesar de su desesperada situación. Empezó a retorcerse, a patear y a empujar con todas sus fuerzas, esperando contra toda esperanza que sus atacantes se dieran por vencidas y la dejaran en paz.
– ¡Nnnngghh… mmmnnnhh! –trató de chillar en vano.
Pero era inútil, por medio de una cámara web portátil Lilian observaba divertida la situación en la alcoba, Dianne también sonreía maliciosa al ver como la trigueña forcejeaba con la prenda y las piernas de la profesora, mientras pasaban los minutos Giselle se empezaba a sonrojar, su respiración se aceleraba, sus pezones se marcaban más y más bajo la delgada lencería… se excitaba.
Lilian había notado la forma en que la pelirroja había mirado a Dianne y a la doctora, sabía reconocer la lujuria, incluso la inconsciente, sería doblemente divertido torturar a la nueva aspirante, a la vez que convertía el proceso de esclavizar a otra mujer en un irresistible placer para Gigi.
– ¡Ooohhh… por favor… quieta…! -gruñía con voz ronca la trigueña a la vez que trataba de sujetar las fuertes pantorrillas de Ingrid para ponerle las pantaletas-¡Mmm… mis Pantaletas… no me dejan… concentraaaaahhr… qué bien… se siente…!
– ¡Je, je, je! Te dije que te gustaría. Dianne… ayúdala -ordenó la voz.
– Mmm… si Ama… -obedeció la complacida rubia al acercarse a Ingrid aún esposada, tomó la computadora de mano y oprimió un botón, al instante la prisionera sintió de nuevo las maravillosas caricias excitando sus delicados labios.
– ¡Mmmnnggghh…! -gimió de puro gozo, pero esta vez estaba prevenida y fortalecida por la desesperación y logró todavía juntar sus esbeltos muslos y empujar a la
doctora, mientras pensaba- No… no lo… harán… resistiré…
– Vaya… esta si tiene espíritu, encárgate Dianne… – Si Ama… -entonces la rubia activó ciertos comandos de la computadora en su mano y al instante, obedeciendo una voluntad ajena, los carnosos labios negros de la profesora se abrieron en un pequeño y perfecto círculo, permitiéndole al fin respirar por la boca y humedecerse los labios con la lengua, sintiéndolos tan tersos como seda.
Ingrid se dio cuenta de que aún no podía hablar, pero si gritar, lo que era su última esperanza. Tomó aire para hacerlo… pero la rubia se le adelantó y le introdujo dos dedos enguantados en la boca, causándole un placer aún mayor del que ya sentía en los labios.
– ¡Ooooohhh…! -gimió casi en un chillido que se repitió cuando los esbeltos dedos salieron casi hasta la punta para volver a penetrar la tibia cavidad- ¡Oooohhh… Dioooos!
El ataque de la rubia hizo que su cuerpo se tensara sin poder evitarlo, su cabeza inclinada hacia atrás, su espalda en arco, pero sobre todo, sus piernas bien derechas e inmóviles, lo que aprovechó Giselle para al fin empezar a colocarle a Ingrid las Pantaletas del Placer…
– ¡Mmm… mmm…! Rápidamente Dianne adoptó un ritmo delicioso, poseyendo fácilmente los labios negros de la pelirroja gracias a la hipersensibilidad que generaba la sustancia negra, de hecho se la estaba cogiendo por la boca y ella nunca había sentido un placer semejante, la rubia sonrió al pensar que eso no era más que un pálido reflejo del gozo que le darían las pantaletas de su Ama.
Mientras estaba vulnerable, la doctora iba subiéndole las pantaletas por sus blancas piernas, y con cada avance las suyas la premiaban con una oleada de placer en su sexo que la impulsaba a seguir esclavizando a la indefensa pelirroja. Primero por los tobillos, las curva de sus pantorrillas, las rodillas, mientras lo único que se
escuchaba eran los gemidos de la mujer encadenada, y de vez en cuando los sollozos de lujuria de Giselle que disfrutaba sin poder evitarlo ese abuso de otra mujer.
Conforme las iba subiendo, la trigueña aprovechaba para acariciar a la víctima o su propio cuerpo ya dominado por la tecnología de Lilian: los muslos, la cintura, los firmes senos.
– ¡Aaaahh… Dios… ayúdame…! -gimió la doctora a la vez de placer y desesperación al llegar a los muslos de la prisionera, sabiendo que había alcanzado el punto sin retorno.
– ¡Mmnnhh… nnngghh…! -trató de negarse la pelirroja al sentir como Giselle intentaba introducirle los extraños consoladores de las pantaletas en sus cerradas vagina y ano.
 Al darse cuenta de lo que pasaría Ingrid tensó su cuerpo aún más en un último intento por defenderse, pero Dianne oprimió un botón y los labios de la cautiva se abrieron aún más en una gran O, lo que la rubia aprovechó para en un movimiento
fluido sacarse un seno del corset e introducir el pezón en la cautiva boca de la profesora, mientras con una mano sujetaba su nuca para forzarla con la otra manipulaba su teta para introducirla y sacarla de la indefensa cavidad.
– ¡Nooommhh… mmm… mmmnnn…! -trató de gritar mientras que sin poder evitarlo sus labios negros se cerraban sobre la apetitosa carne y el duro pezón, empezando a succionar como un bebé, lo que le generó una sensación de placer incontrolable, pero no violenta, sino suave y calmante, sin poder evitarlo relajó su cuerpo aunque mentalmente trataba de resistir- Ooohhh… ¿Qué me están… aaahhh… haciendo? Mmm… se siente…taaan bien… ooohhh…
Sus muslos se abrieron lentamente y su vagina se humedeció aún más, su esfínter se relajó. En ese momento crítico Giselle dudó por un instante.
– Dios… no puedoooohhh… hacerle estooohh… -susurró a la vez que sus manos sujetaban la base de los dos consoladores, indecisa… sus caderas subían y bajaban mientras el gozo que le daban sus pantaletas le prometía delicias aún mayores si terminaba de esclavizar a la indefensa hembra- Aaahh… no quiero… por favoooohh…
Pero su voluntad ya no contaba, le pertenecía a su Ama.
– ¡Hazlo! -ordenó la dominante voz al tiempo que un poderoso pulso vibraba recorriendo su recto, convirtiéndola de nuevo en la muñeca sexual de su Ama y forzándola a violar la feminidad de la pelirroja.
– ¡Siiii… Amaaaaa… soy tuuuya…! -gimió indefensa la doctora al ser obligada a tener un monstruoso orgasmo, mientras que a un tiempo penetraba profundamente a Ingrid con los dos consoladores negros- ¡Aaaaaaaaggghhh!
– ¡Ooooooohhh…! -gimió la mujer al sentir esa doble invasión a la intimidad de su cuerpo, a la vez que Dianne se apartaba sonriente y acomodaba su seno de vuelta en el corset. Oprimió un botón de la computadora de mano y los labios de la prisionera se
cerraron hasta volver a formar una pequeña o.
– ¡Aaahhh… -empezó a gruñir la profesora al sentir el poderoso ritmo que las pantaletas le empezaban a marcar en su cuerpo- aaahhh… ooohhh…!
Pronto era tan placentero que la hizo olvidar todo lo demás. Solamente le importaba su gozo, su universo se había reducido al maravilloso órgano entre sus lindas piernas y al conducto entre sus respingadas nalgas.
– ¡Aaaahh… si… si… más… por favoooor! -gruñía encantada, a la vez que tiraba de las cadenas por la pasión y sacudía su cabeza de lado a lado, sus caderas subiendo y bajando al amoroso ritmo de las pantaletas.
Desde su laboratorio Lilian sonrió, el proceso ya había comenzado, pronto la mujer le pertenecería, pero quería hacerlo aún más divertido.
– Dianne, Giselle, ayuden a su nueva compañera a disfrutar su esclavizamiento… sus pantaletas las guiarán, cuando acaben libérenla y déjenle sus regalos… -ordenó por medio de la computadora.
Al instante las dos mujeres sintieron como sus pantaletas las arrastraban por medio del placer hacia Ingrid, tambaleante por la lujuria Giselle gateó entre las piernas de la profesora hasta arrodillarse entre sus muslos, Dianne gimió y con éxtasis brillando en el rostro oprimió un botón de la computadora de mano, entonces la sustancia negra empezó retirarse de la boca de la pelirroja reuniéndose poco a poco en una comisura, hasta convertirse en una pequeña esfera negra que cayó inofensiva en la colcha, dejando los labios color cereza libres.
Ya sin control la voluptuosa trigueña se dejó guiar por sus pantaletas, que la hicieron empezar a frotar su húmedo sexo contra el de la profesora, normalmente no deberían sentir nada pero Lilian de hecho había activado la hipersensibilidad del material negro, multiplicando el placer que de por si las dominaba.
– ¡Nooo…! ¿Qué haaace?… ¡Baaasta… ya nooo… noooo…
oooohhh… oooohhhh… si… siiigue… siiiiiiii…! -intentó resistir débilmente la pelirroja antes de quedar atrapada por las deliciosas sensaciones.
Aprovechando el momento y ya gimiendo al ser recompensada por las pantaletas, la rubia se acercó, se arrodilló junto a la cama y empezó a jugar con los senos medianos pero firmes de la cautiva, acariciando en círculos y aprisionando de vez en cuando un duro pezón, sumando placer al que ya estaba enloqueciendo a la mujer.
– ¡Oooohhh… ooohhh! Por… favor… no lo… hagaaaaahh… -gruñó débilmente pero su cuerpo respondía complacido y desinhibido- Mmm…
Finalmente, mientras Giselle frotaba sus caderas contra las de Ingrid, casi al borde del éxtasis, Dianne le dio un ardiente beso en los labios a la vez que las pantaletas le daban el toque final a su debilitado cuerpo, convirtiéndolo en un arco desde la cabeza a los pies.
– ¡Aaaaaaaaggghhh… aaaahh…! -gruñó de forma ahogada al llegar al orgasmo, para luego desplomarse sobre la cama, débil y adormilada.
Las dos mujeres se vistieron, arreglaron cuidadosamente su maquillaje, limpiaron la habitación y guardaron las pertenencias que habían llevado consigo.
– ¿Se… terminó…? -preguntó Ingrid aún terriblemente somnolienta al ver como la rubia se ponía su gabardina y la trigueña se colgaba un bolso deportivo al hombro.
– Oh… no encanto… de hecho es solamente el principio. -le respondió Dianne con una sonrisa y un guiño sexy- Nos veremos de nuevo… y muy pronto… despídete de tu primera esclavizada Gigi…
– Lo lamento… de verdad… -susurró la doctora mientras salía rápidamente del cuarto.
– Hasta luego… compañerita… -se despidió Dianne para luego darse la vuelta y marcharse, pero ya desde afuera del cuarto exclamó risueña- ¡Espero lo disfrutes!
– ¿Qué…? ¿De qué hablas? -preguntó la pelirroja mientras trataba de levantar la cabeza del colchón, solamente para dejarse caer de nuevo al sentir el placer creciendo de nuevo en su entrepierna y ano de forma irresistible- ¡Oooohhh… noooo… ooohhh…!
En instantes su mente estaba de nuevo obnubilada por el gozo, dejándola indefensa ante el proceso de esclavizamiento.
– ¡Aaaaaahhh… mmm… aaahhh…! -sollozaba extasiada, a la vez que sus manos acariciaban sus senos, sus piernas, sus labios; sus caderas subían y bajaban cada vez más de prisa, tan atrapada por la lujuria que no se daba cuenta de que sus manos ya habían sido liberadas de las cadenas, ahora solamente deseaba gozar…
Sobre el tocador aguardaban ya desempacados sus nuevos regalos: el Collar de la Obediencia, un sensual corset color blanco, unos botines negros de altísimo tacón de aguja, medias blancas al muslo y guantes cortos de encaje a juego.
Como pieza central se destacaba un provocativo uniforme de colegiala con una elegante blusa blanca de manga larga translucida a la que le faltaban los tres primeros botones, un ajustado chaleco azul marino y falda plisada color gris que apenas le llegaría a la mitad del muslo.
Los regalos esperaban pacientemente a la nueva Mujerzuela/Esclava mientras Ingrid solamente podía retorcerse, sollozar y disfrutar las horas que aún faltaban mientras sus nuevas Pantaletas del Placer se disolvían, penetrando su piel y tejidos, uniéndose permanentemente a su sistema nervioso, su recto… y su sexo.
En un laboratorio de alta tecnología no muy lejano, Lilian esperaba ansiosa la oportunidad de visitar a su nuevo juguete…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “La fábrica (2)” (POR MARTINA LEMMI)

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Las semanas que mediaron entre mi entrevista y mi primer día de trabajo fueron una auténtica pesadilla.  No lograba convivir con lo que había ocurrido y, menos aún, con el hecho de que tendría que volver allí y presentarme a trabajar diariamente.  Yo estaba rara y Daniel lo notaba; busqué disimular todo cuanto pude pero era inevitable que, cada tanto, él me preguntara qué me pasaba.
“Nada… nada…- respondía yo esbozando la mejor sonrisa que podía -.  S… supongo que son l… los nervios por el nuevo empleo…”
Ésa u otras semejantes eran mis típicas respuestas ante los planteos por parte de Daniel quien, por cierto, ya había empezado a trazar nuevamente planes para el casamiento y hasta estaba buscando nueva fecha.  Traté de disuadirlo de no ir demasiado aprisa al respecto.
“No cuentes los porotos antes de cosecharlos, solía decir mi abuelo” – era, a menudo, mi respuesta.
En efecto, apunté sobre todo al hecho de que aún no se sabía qué tanta estabilidad tendría yo en el empleo: no había aún nada firmado ni ningún papel; sólo un compromiso de palabra.  ¿Y si lo deshacían?  Y aun considerando que finalmente quedase efectiva con todo en regla, cabía la posibilidad de que me despidieran antes de los noventa días sin siquiera derecho a una indemnización.  Tales argumentos, por supuesto, eran los mejores a los que podía recurrir para sosegarlo un poco a Daniel en relación con los planes matrimoniales, pero la realidad más allá de mis palabras era que yo temía que llegado el día no me atreviera a presentarme o bien renunciara al poco tiempo tras comprobar, tal vez, que lo ocurrido en la oficina de Di Leo estaba lejos de ser un episodio aislado en ese lugar.  Pero, claro, yo no le podía decir todo eso a Daniel; hacerlo sería ponerlo al tanto, explícita o implícitamente, de lo que había sucedido y, además, yo abrigaba la esperanza de conseguir algún otro empleo en los días que quedaban.
Busqué, denodadamente, de hecho: no paraba de hojear los clasificados del periódico y creo que llevé, en esos días, más carpetas de currículum que nunca, incluso más que las que había llevado en los meses posteriores a mi renuncia a mi empleo anterior.  Pero nada: estuve a punto de tomar un trabajo en una estación de servicio como despachante de combustible; estaba bastante peor pago, eran más horas y además había que utilizar unas calzas terriblemente ajustadas.  La única ventaja que encontré para argumentar ante Daniel era que estaba a pocas cuadras de casa, pero él descartó de inmediato la idea:
“Estás loca – me dijo -.  ¿Dejar de lado un empleo como el que conseguiste sólo por el hecho de estar más cerca?  Si es por eso, olvidate… Yo puedo llevarte todos los días en auto a la puerta e irte a buscar a la salida; mis horarios me lo permiten, así que no veo cuál podría ser el problema.  Además… ¿trabajar con esas calzas tan obscenas? – el rostro se le contraía en una mueca de desagrado -.  ¿Y sabiendo la fama que tiene el concesionario de esa estación de acosador?  ¿De cogerse a las chicas que trabajan para él?  ¡No, Sole!  ¡Ni se te ocurra!  Quedémonos con lo seguro y no te preocupes por la distancia… No es tanta, después de todo…”
Yo sólo tenía que tragar saliva y aceptar.  ¿Cómo explicarle?  ¿Cómo decirle que la fama que, según le habían dicho, tenía el titular de la estación de servicio, podía no ser nada comparada a la realidad que yo ya conocía acerca de quien en pocos días más sería mi nuevo jefe? 
Un fin de semana cayó Floriana en casa.  Del modo más sutil que pude le indagué acerca de Hugo Di Leo buscando que me dijera algo sobre su comportamiento habitual o su fama dentro de la fábrica.
“¡Ay, es un dulce”  ¡Súper copado! – me decía ella -.  Puede parecer un poco duro o exigente, pero es un divino, ya lo vas a conocer…”
Traté de escarbar con la vista dentro de los ojos de mi amiga para ver si no había también en ella algún deje de ironía o si no sería (menuda sorpresa en ese caso) cómplice de lo ocurrido.  Sin embargo, me dio la impresión de que sus ojos sólo rezumaban franqueza y espontaneidad, que no había nada calculado u oculto.  Pero entonces, ¿significaba eso que Floriana nunca había tenido, por ejemplo, que… mamarle la verga a su jefe tal como yo sí había tenido que hacerlo?  Después de todo, ella estaba lejos de ser una chica bonita o atractiva.  Cabía de ello sacar entonces tal vez la peor conclusión: que si Floriana tenía ese puesto era por eficiencia mientras que yo sólo lo había conseguido por una mamada de verga… Una vez más me sentí sucia e indigna…
Y llegó finalmente el día.  Tenía aún más nervios que el día de la entrevista, lo cual no era extraño considerando el antecedente que había marcado la misma.  Daniel, fiel a su estilo y a sus palabras, me llevó hasta la puerta y me despidió con un efusivo beso tras desearme suerte.
Fue Estela la encargada de recibirme una vez dentro de la fábrica.  Me tomó por las manos y me besó en la mejilla felicitándome por mi llegada a la empresa.  De modo casi maternal, me guió de la mano hasta el escritorio que yo iba a ocupar y, al hacerlo, tuve que pasar por entre los que ocupaban las demás.  Una vez más, volví a detectar recelosas miradas de hielo pero la diferencia fue que esta vez algunas de ellas me saludaron con una sonrisa.  Bien podía ser una vez más mi imaginación pero me pareció detectar un cierto sarcasmo en tal gesto; realidad o no, lo cierto era que estaban obligadas a aceptarme ya que a partir de ese día yo era su nueva compañera de trabajo.  Estela me las iba presentando una a una a medida que avanzábamos por entre los escritorios:
“…Ella es Alejandra, ella Rocío, ella Evelyn, ella Milagros…”
Hice un leve asentimiento de cabeza hacia cada una en la medida en que me las presentaba y, finalmente, llegué al que iba a ser mi escritorio.  Me produjo un cierto escozor el pensar que posiblemente hasta el día anterior estuviera allí sentada otra chica; por desgracia, tengo tendencia a la empatía en esos casos y me mortifica terriblemente ser la responsable de que otra persona se haya quedado sin trabajo.  Traté de consolarme a mí misma pensando que, después de todo, no era necesariamente así: la empleada anterior, como ya me había dicho Floriana, había quedado afuera por errores graves en su trabajo, aunque al mismo tiempo no podía dejar de pensar… ¿Y si su más grave error hubiera sido no ceder ante Di Leo?
Floriana me arrancó de mis cavilaciones al levantarse de su lugar para abrazarme.
“¡Bienvenida a la fábrica! – exclamó con alegría -.  ¡Vamos a ser vecinas, boluda!”
Claro, mi amiga se refería al hecho de que nuestros escritorios estaban contiguos uno con el otro.  Al posar la vista en el mío recalé que sobre él había un florero atiborrado de rosas.  Mala idea: no es mi flor favorita, pero bien, había que tomarlo como un gesto de buena voluntad.
“Eso es de parte de todas las chicas” – dijo Floriana trazando, con su dedo, un círculo en el aire de tal forma de envolver a todas las administrativas, inclusive a Estela, quien sonrió de oreja a oreja.  Noté que dos de las chicas, sin embargo, no fueron capaces ni siquiera de ensayar una sonrisa ante la mención: estaba más que obvio que si habían sido parte del presente de rosas, no habían contribuido de muy buena gana.  En parte era lógico, me dije: yo era nueva allí y, después de todo, mi llegada significaba la salida de alguien con quien, tal vez, hubieran hecho buenas migas.  Además, por supuesto, del ya mencionado asunto de la competencia casi natural entre mujeres dentro de un mismo establecimiento.
“M… muchas gracias, de verdad… – dije, apoyándome la mano en el pecho -.  Gracias de corazón…”
Noté que junto al florero había un sobre cerrado en el cual podía leerse claramente “Srta. Moreitz” y lo tomé casi maquinalmente.
“Eso es de parte de Hugo…” – me explicó Estela, siempre sonriente.
“Ah… dígale que muchas gracias…” – respondí, tratando de ocultar mi turbación.  Creo que tanto ella como Floriana esperaban que yo abriese el sobre pero no lo hice; temí por lo que pudiese haber dentro y, en todo caso, quería tener privacidad para abrirlo.  De modo casual y algo distraído, simplemente lo deposité sobre el escritorio.
La mañana de mi primer día de trabajo transcurrió sin demasiadas novedades.  Floriana se dedicó a explicarme, con paciencia de madre, los detalles del trabajo que yo tenía que hacer.  Si bien desde el punto de vista formal, trabajábamos para diferentes empresas, lo cierto era que allí dentro todo parecía funcionar como si fuera una sola firma, una sociedad encubierta.  Me explicó cómo llevar y manejar las cuentas de los clientes y, en efecto, pude comprobar que los había indistintamente de ambas empresas.   No parecía difícil pero había que hacerlo con concentración y cuidado… Por algo habrían dejado fuera a la empleada anterior o, al menos, quería yo creer que habría sido por eso y no por otra cosa.  A propósito: el sobre de Di Leo  seguía allí sin ser abierto.  Fue cuando llegó el mediodía y el turno para el almuerzo que me dirigí al toilette para abrirlo con más privacidad. 
“Bienvenida a nuestra empresa, señorita Moreitz – decía la nota que se hallaba en su interior escrita de puño y letra -.  Su jefe, Hugo, le desea el mejor de los inicios y da por descontado que entre nosotros va a haber una amplia y profunda colaboración…”
La nota estaba perfumada: qué chabacano.  Maldito cerdo.  Las palabras eran más que claras.  Hice un bollo el papel y lo arrojé al cesto.  Luego me arrepentí por pensar en la posibilidad de que alguien lo hallase así que hurgué en el cesto y me lo guardé.  Traté de calmarme: no había, después de todo, ningún lenguaje procaz u obsceno en la nota y, en todo caso, era más lo que sugería que lo que decía, amén del perfume…  Y, de todas formas, si debo ser sincera, había tenido peores expectativas con respecto al contenido del sobre: tal vez una foto de sus genitales, una nota humedecida con su semen o algo por el estilo…
Pasó la hora del almuerzo y hasta ese momento no había ni noticias de Di Leo.  A lo lejos veía su oficina cerrada y daba por sentado que estaría en ella.  Recién entonces presté atención a una oficina contigua que era, en teoría, la de su socio encubierto, es decir del jefe de Floriana.  Cada tanto veía a Estela entrar indistintamente en una o en otra como si fuera secretaria de ambos.  No tuve contacto con ninguno de los operarios de planta, si bien había visto a algunos a la entrada.  Una vez que retomé mi trabajo, un hombre de unos treinta y tantos, bastante atractivo, se presentó en el lugar y se ubicó frente a mi escritorio.  Clavó sobre mí dos penetrantes ojos azules.  Se me dio por pensar que pudiese ser un cliente pero me equivoqué:
“¿Ella es la empleada nueva?” – preguntó dirigiéndose, obviamente, a Floriana, pero sin dejar de mirarme.
“Sí, Luchi, ella es Soledad” – le dijo ella amablemente y dejando traslucir una gran confianza entre ambos -.  Sole, él es Luciano, el hijo de Hugo…”
Yo, descartada ya la posibilidad de que fuera un cliente y dado el aparente grado de confianza, había esperado que me dijera que era su jefe, pero no… Bajé la vista avergonzada… Siendo el hijo de Hugo, ¿le habría ya puesto al tanto su padre de lo ocurrido o simplemente él lo supondría? 
“Hola, Luciano… es… un placer…” – dije, aclarándome la garganta.
“Muy linda tu amiga…” – dijo él y, al levantar la vista nuevamente, creí descubrir en sus ojos un brillo de perversión o malicia. 
Decididamente no se parecía a su padre, de lo cual había que inferir que portaría la genética de su madre.  Él era un hombre aceptablemente atractivo, cosa que Hugo no era en absoluto y, si bien había una diferencia de edad lógica, tampoco daba el padre trazas de haberlo sido en el pasado.
“G… gracias, Luciano… – dije, con la voz convertida en un hilillo -.  Muchas g…gracias…”
Ni siquiera sabía si debía tratarlo como jefe o como qué.  Nadie me había hablado de que hubiera un tercer cacique en el lugar pero considerando que era el hijo de Di Leo, era fácil suponer que debía gozar allí de una cierta y tácita autoridad  más allá de cuál fuera realmente el escalón jerárquico que ocupase.  Seguía con la vista clavada en mí y lo hacía hasta de un modo más penetrante que su padre.  En ese momento por detrás de él entró al lugar una mujer morocha que tendría unos treinta, acompañada de un inquieto chiquillo que correteaba entre los escritorios.
“Papá, vamos a la planta…” – dijo, tironeando de los pantalones de Luciano.
La nueva situación me significó un alivio.  El tipo tenía familia y habían llegado en el momento justo;  de hecho, desvió su atención de mí…
“Qué rompe que sos eh… – protestó echándole un vistazo a su hijo y mostrándole un puño amenazante; luego desvió la mirada alternadamente a mí y a Floriana y, por primera vez, se dibujó en sus labios una sonrisa -.  No tengan hijos, nunca eh… ¿Qué puede gustarle tanto de ver a los operarios trabajando?”
Floriana rió y yo, algo forzadamente, hice lo mismo.  La esposa de Luciano se acercó para saludarme y, por cierto, lo hizo muy amablemente.  A diferencia de él, no parecía ser una persona que escondiese demonios en su interior.
Respiré aliviada cuando los tres se alejaron aunque la actitud mostrada por el hijo del jefe no era de lo más tranquilizadora; difícil era pensar que no se repitiera y no siempre estaría la esposa cerca para salvarme.  Al momento de retirarse, Luciano se acercó a Estela y le cuchicheó algo al oído, a lo cual la secretaria, como era usual en ella, asintió sonriente.
“Es un lindo tipo, ¿viste? – apuntó Floriana hablándome por lo bajo -.  No parece hijo de Hugo, jaja…”
Casi ni tuve tiempo de procesar las palabras de mi amiga porque Estela se acercó y se plantó frente a mi escritorio.  Me miraba fijamente aunque sin perder su habitual amabilidad.
“A ver, Soledad – me dijo -, ¿te puedo pedir que me acompañes?”
El pedido me descolocó y en mi cabeza no pude menos que asociar con lo que fuera que Luciano le hubiese dicho al oído.  Confundida, giré la vista hacia Floriana pero no parecía preocupada en absoluto; por el contrario, lucía ya desentendida y ocupándose de su monitor.
“S… sí, Estela…- tartamudeé -.  Ya… ya m… mismo…”
Nerviosa y algo atemorizada, caminé tras ella hasta dejar atrás la zona de las empleadas administrativas y tuve la sensación de que nos dirigíamos hacia la oficina de Di Leo o, tal vez, a la de su “socio”.  Nada  de eso ocurrió, sin embargo, ya que Estela pasó ante las oficinas y siguió de largo; me sobresalté cuando tomó una tijera de encima de un escritorio que lucía desocupado.  Comenzamos pronto a transitar un pasillo que, luego supe, era el que llevaba hacia la planta, pero nos detuvimos a mitad del mismo.  Estela se encaró conmigo luego de girar sobre sus talones.  Me sentía tan perdida y atemorizada que, involuntariamente, di un paso hacia atrás y terminé con mis espaldas contra la pared.  Miré a un lado y a otro; no había nadie a la vista, lo cual no sabía si era mejor o peor.  ¿Qué plan tenía esa mujer con una tijera en la mano?  Por lo pronto, la alzó y blandió en el aire muy cerca de su rostro provocándome un nuevo estremecimiento.  Los labios comenzaron a temblarme involuntariamente…
“Me dice Luciano que tu falda es muy larga… – dictaminó, siempre sonriente, pero a la vez con expresión algo endurecida -.  Y eso ya lo habíamos hablado el día de la entrevista, ¿te acordás?”
Los hombros se me cayeron.  Dios, claro, qué tonta.  Era precisamente uno de los puntos que Di Leo le había señalado tanto a ella como a mí.  Pero con el correr de los días y con el trauma de la experiencia vivida, lo había olvidado.
“S… sí – musité, algo avergonzada -.  L… lo recuerdo, Estela.  Mañana traeré…”
No me dio tiempo a acabar la frase.  Poniendo una rodilla en tierra y con sorprendente rapidez hundió la tijera en la tela de la falda y giró todo alrededor de mis muslos cercenándole unos ocho centímetros a una prenda que ya de por sí era corta… pero que ahora lucía escandalosamente corta, además de deshilachada.
“Así está mejor – sentenció Estela incorporándose y guiñándome un ojo -.  Los clientes siempre quieren ver la mercadería, linda… TODA la mercadería…”
Yo no podía más de la vergüenza.  Tuve el reflejo de llevarme las manos a la entrepierna para cubrirme.  Me sentía ultrajada una vez más y lo más sorprendente de todo era que, al igual que había ocurrido con Di Leo, Estela no había dejado de ser amable en ningún momento.  Me acarició la mejilla y, para mi sorpresa, me dio un fugaz beso sobre los labios.  El gesto pareció más cariñoso que lascivo o lésbico pero en aquel contexto tan especial nada se sabía con certeza y bien podía tener doble lectura.
“Ahora de vuelta al trabajo, linda…” – me ordenó.
Creo que no necesito decir que fue un bochorno pasar con mi falda recortada por delante de las demás chicas; la cara se me caía de la vergüenza y no podía sino mirar al piso.  Aun así, entreví por el rabillo del ojo los divertidos rostros de alguna de ellas.  En particular, a la que me habían presentado como Evelyn le noté una sonrisa de oreja a oreja; ella era, de hecho, una de las que más renuentes se habían mostrado al momento de saludarme. 
Me ubiqué detrás de mi escritorio con la premura que me imponía mi urgente necesidad de cubrirme.  No podía lucir tan descarada como lucía y, de hecho, comprobé que ninguna de las empleadas llevaba una falda tan corta como la mía.  Floriana, por su parte, pareció no notar nada o, al menos, no lo demostró.  Siguió absorta en su trabajo.  Imitándola, traté, como pude, de concentrarme nuevamente en el mío.  En lo básico mis tareas de ese primer día se limitaron a ordenar las cuentas de los clientes en el sistema informático.  Mi escritorio tenía un aparato de teléfono y, de hecho, sonó en un par de oportunidades pero Floriana siempre se apresuró a atenderlo.  Supuse que no querían dejarme aún contestar los llamados debido a mi inexperiencia y que, a la vez, buscaban que yo aprendiera esa parte de mi trabajo viendo y oyendo a mi amiga.  Por cierto, ella siempre atendió el teléfono con suma cortesía, pero jamás noté que empleara los recursos o el tono libidinoso que Di Leo me había hecho utilizar en aquel desvergonzado simulacro durante la entrevista.
En un momento Luciano volvió a pasar por el lugar, acompañado de su esposa e hijo.  No sólo me clavó los ojos a la distancia sino que además pude notar que estiraba el cuello y aguzaba la vista como para observar por debajo de mi escritorio; quería saber, seguramente, si Estela habría cumplido con lo que él le había solicitado.  Yo me retorcí y enrosqué un poco en mi silla de tal modo de enseñarle lo menos posible pero aun así debió haber visto lo suficiente porque me dio la impresión de que sonrió y asintió muy levemente en señal de aprobación.
Lo terrible fue cuando llegó el final del turno.  Con el sonido de la chicharra se me paró el corazón porque recién ahí me di cuenta de dos cosas: una, que no podía salir de allí exhibiéndome de modo tan indecente ante los ojos de los operarios al momento de dejar éstos sus labores; segunda, que no podía ir al encuentro de Daniel y presentarme así en el auto.  ¿Qué iba a decirle?  ¿Cómo explicarle lo ocurrido con mi falda?  Giré la vista hacia Floriana, quien ya había comenzado a juntar sus cosas y se aprestaba a marcharse.
“Flori…”
“¿Sí, Sole…?”
“¿Podés, por f… favor d… decirle a D… Daniel que no me espere?  Que se vaya; yo voy a ir más tarde… Decile que me las arreglo, que no se p… preocupe…”
Floriana me miró extrañada, abriendo grandes los ojos detrás de sus lentes.
“¿Te quedás, Sole? – preguntó con gesto de no comprender -.  Pero…”
“Quiero terminar con esto hoy” – dije señalando hacia el monitor.
“Ay, Sole, pero podés terminarlo mañana, no hay problema – me dijo sonriente -.  ¿O querés empezar a acumular horas extra desde el primer día? Ja…”
“N…no, es que q… quiero irme acostumbrando… – dije, creo que sin sonar demasiado convincente -, ganar en experiencia.  Así, lo voy a ir haciendo cada vez mejor y más rápido…”
“Como quieras – dijo, encogiéndose de hombros -.  Ya le aviso a Daniel…”
“Decile que te lleve”
“Ja, ¡no!  No te molestes… Vine con la moto; nos vemos mañana o hablamos más tarde…”
Todas se fueron retirando; a lo lejos, al fondo del pasillo en el cual Estela había cortado mi falda, se escuchaban los apresurados pasos de los operarios de planta al retirarse.
Como no podía ser de otra manera, Daniel llamó a mi celular apenas un par de minutos después:
“¿Qué pasa, Sole…?” – preguntó, intrigado.
“N… nada, Dani… Sólo q… que quiero terminar esto y…”
“¡Te espero!”
“¡No! – mi negativa salió de mi boca casi en forma de aullido desesperado y me arrepentí al instante .  ¿Qué podía pensar Daniel?  Procuré que mi voz saliera más calma -.  N… no sé a qué hora voy a terminar con esto y… me alcanzan hasta casa, así que no te hagas problema…”
“¿Quién te alcanza?  Flori se fue recién…”
Trágame tierra.  Por querer ocultar mi falda recortada me estaba metiendo en un pantano cada vez peor.  Claro: Daniel podía desconfiar y pensar que si me quedaba era para estar en intimidad con alguien y que ese alguien sería después quien me llevaría.  Tenía que sonar segura y convincente.  Basta de hablar entrecortadamente, me propuse.  Pero no lo logré:
“N… no, no, n… no es Flori; es una de las chicas a las que conocí hoy y que se ofreció gentilmente a llevarme”
“Como quieras, Sole…” – el tono de Daniel se me antojaba como decepcionado pero no parecía estar sospechando; todo era, una vez más, mi imaginación.  ¿Cómo iba a sospechar él de mí cuando bien sabía que yo había renunciado a mi anterior trabajo por preservar mi dignidad?  Dios, de sólo pensar en tales cosas me estaba volviendo loca.  Cuánto habían cambiado las cosas en tan poco tiempo.
Me envió un beso por el celular y se lo retribuí.  Apenas cortó, levanté los ojos y me sentí terriblemente sola.  No era posible que no hubiera quedado allí nadie, desde luego, y menos aún considerando que yo estaba adentro.  Por lo que sabía, había allí un sereno o encargado y, además, no había visto para nada a Di Leo ni a nadie que pareciese ser su “socio”.  De pronto sentí un taconeo en el pasillo que llevaba a la planta y descubrí la silueta de Estela.  Recién entonces recalé en que no la había visto irse.
“¿Todavía acá, linda? – me preguntó -.  Ya podés irte, a menos que, claro, quieras quedarte para aprender mejor tu trabajo.  En ese sentido no te preocupes: simplemente marcá tu hora de salida y se te computan las horas extra…”
“No… puedo irme así” – le interrumpí, tal vez algo bruscamente.
Me miró con extrañeza; incluso se acomodó los lentes sobre la nariz.
“¿Así?  ¿Así cómo?”
Me puse de pie.
“No… puedo salir afuera con la falda así, Estela… – dije -.  Mi novio me espera… o me esperaba en el auto…”
Estela se sonrió.
“Ya entiendo… – dijo -.  Pero, ¿quién te dice?  Yo creo que va a gustarle… ¿A quién no le gustaría?”
La broma, desde ya, no me hizo gracia.
“No… puedo ir a casa así, Estela…Cuando menos tendría que pasar por algún local de ropa para conseguirme una falda nueva; ésta parece… un taparrabos…”
“Ja, ja… a mi entender te queda muy linda… Pero, está bien, entiendo que los hombres suelen ser bastante celosos con esas cosas.  Mirá, yo no puedo llevarte.  Me quedo todavía algún rato más, pero… ¿por qué no le preguntás a Luis?  Él se va a ir en un momento…”
“¿L… Luis?” – pregunté, confundida.
“Sí, el socio de Hugo.  El jefe de Floriana…” – me explicó.
Bien.  Entonces él estaba dentro de la empresa.  Me asaltó una duda mortal.
“Estela… ; n… no sé si sería conveniente.  Creo que mejor…”
“Ah, no seas tonta” – me cortó en seco, tomándome de la mano y prácticamente obligándome a marchar detrás de ella en dirección hacia las oficinas.  Pasamos frente a la de Hugo.  A él ya lo conocía, así que, por lo tanto, era un alivio que Estela no me estuviera entregando a sus garras.  Pero al otro no lo había visto ni tenía referencia alguna.  En ese momento me acordé del dicho “más vale malo conocido que bueno por conocer…”
Tal como le había visto hacerlo en la oficina de Hugo, Estela entró a la oficina contigua sin llamar.  El hombre que estaba al otro lado del escritorio levantó la vista del monitor y, para variar, la clavó en mí.  Se trataba de un tipo que tendría unos cincuenta y cinco y, una vez más, distaba de ser atractivo.  Al igual que en el caso de Hugo, su cabeza lucía casi completamente calva pero daba la impresión de que la calvicie lo hubiera afectado ya desde joven.  No era para nada rechoncho como su socio sino más bien lo contrario: de rostro algo enjuto y algo chupado, sus ojos saltones no pudieron despegarse de mí una vez que estuve yo allí dentro.  Claro, no era para menos considerando mi atuendo…
Otra vez una indecible vergüenza se apoderó de mí y tuve el impulso de cubrirme con las manos, al menos hasta donde podía hacerlo.
“¿Qué es este pimpollo tan apetecible que me trajiste, Estela?”
Se me revolvió el estómago.  No sé qué había esperado después de todo.  Si era el socio de Di Leo, no cabía esperar que fueran muy diferentes.  Más aún, considerando que me había piropeado descaradamente sin siquiera haber cruzado conmigo palabra hasta el momento, ya podía empezar a inferir que, en realidad, estaba ante un sujeto mucho más asqueroso que Di Leo.  Parecía increíble que hallase cada vez un escalón más bajo.  Viéndolo a la distancia, el jefe de mi trabajo anterior parecía ahora un caballero… ¿Es que nadie escapaba a la regla general en esa fábrica?
Yo no pude decir nada.  Avergonzada, dirigí la vista al piso y Estela, por suerte, se dedicó a explicar mi situación.
“Ja – carcajeó Luis -.  ¡Pero si le queda pefecta!  ¡Pintada diría!”
Humillada a más no poder, me dio por pensar que después de todo ese tipo no era mi jefe en términos legales.  No tenía por qué permanecer allí y someterme a sus procacidades. 
“Estela… – musité -; c… creo que me voy…”
“¿Así te vas ir? – preguntó la secretaria, abriendo bien grandes los ojos -.  ¿En qué?  ¿En micro?”
“Jaja… – volvió a carcajear Luis palmoteando el aire al mismo tiempo -.  Para cuando llegues a tu casa vas a tener por lo menos cuatro hijos en la pancita… Va a ser más fácil explicar la falda recortada que eso, jeje…”
Estela, mirándome, se llevó una mano al pecho; luego lo miró a él:
“Ay Luis, ¿sabés lo que pasa?  Me siento culpable porque fui yo quien le recortó la falda…”
“Hiciste lo que el degenerado de Hugo te ordenó – repuso Luis -.  No te sientas mal… Además, insisto, la chica se ve muy bonita así…”
Definitivamente yo no podía seguir un segundo más en esa oficina.  Hice un medio giro sobre mis tacos y amagué a echar a andar hacia la  puerta, que aún permanecía abierta.
“Siento… haberlo molestado, s… señor Luis… Me retiraré como pueda…”
No tuve tiempo de terminar la frase.  Ya Estela se había apresurado a cerrarme el paso echando espalda y caderas contra la puerta.  Como siempre, seguía sonriente.  La miré, confundida y cada vez más aterrada…
“Es… tela, por favor…” – balbuceé.
“Estela sólo cumple órdenes.  Yo le dije que no le permitiera salir” – terció Luis manteniendo siempre la voz tranquila, aunque con ese tono entre altanero y depravado que lo hacía terriblemente desagradable.  Por lo menos Hugo hacía gala de una impostada caballerosidad.  En el caso de Luis, ello estaba totalmente ausente.  Me giré hacia él.  Mis ojos rezumaban angustia…
“Dije que yo la llevo… – sentenció tomando un manojo de llaves de arriba del escritorio -.  Por favor no sea tan descortés de rechazar mi invitación…”
Había sido un súbito cambio en el trato, un lapsus de caballerosidad y, sin embargo, su actitud seguía mostrando un componente perverso, las más de las veces explícito; otras, más oculto.  Saliendo de detrás de su escritorio se me acercó y me tomó por la mano; prácticamente me llevó fuera de la oficina mientras Estela, con su eterna sonrisa, se apartaba para dejarnos paso.  Me llevaba tan rápido que, por momentos, me tropezaba con mis tacos y temí caer.  Salimos fuera de la fábrica; claro, había otro pequeño detalle: el estacionamiento de la empresa estaba enfrente, en un terreno que la firma destinaba precisamente a tal propósito.  Ello implicaba, desde luego, cruzar la calle.  Pero esta vez no fue lo mismo que al entrar o cuando Daniel me había traído a mi entrevista de trabajo: eran las cinco y media de la tarde y andaba gente deambulando; algunos nos miraron, lo cual no tenía por qué sorprender: debía llamar la atención una pareja tan despareja cruzando la calle a toda prisa y luciendo yo además una falda tan corta.  No sé por qué debía preocuparme tanto: nadie me conocía en aquel barrio aunque, seguramente, sí sabrían de las andanzas de Luis y, de ser así, yo sólo debía ser, a ojos de ellos, tan sólo otra de las putitas de la fábrica.  La vergüenza era tan grande para mí que trataba de ocultar mi rostro con mi mano libre.
Pronto estuvimos los dos dentro del auto y partíamos en busca del centro.
“La verdad es que fue una desprolijidad haberle recortado la falda de ese modo.  Eso seguramente fue idea de Luciano. ¿Tiene algún lugar predilecto en donde compre roba habitualmente?” – me espetó.
“N… no… Es decir, sí lo tengo, pero…”
“¿Pero…?”
“P… pero… no tengo un peso…”
Hasta en eso parecía destinada a ser humillada: confesar mi penosa situación económica.
“No se preocupe por eso… – me cortó tajantemente -.  Sólo dígame el lugar…”
Hablando tímidamente, le dije la ubicación del local del cual yo era clienta habitual o, al menos, lo había sido hasta quedarme sin trabajo.  Apenas lo dije, me arrepentí de haberlo hecho: en ese sitio me conocían bien y se encontrarían conmigo ataviada como una puta y acompañada por un asqueroso lascivo.  Decidí que lo mejor era indicarle otro lugar: alguno de esos locales que no visitaba tanto por ser demasiado caros: él ya había dejado en claro que correría con los gastos.  Pero apenas entreabrí los labios para darle otra dirección, me encontré con la desagradable sorpresa de sentir su mano entrando por debajo de mi cortísima falda y apoyándose sobre mi vagina, por encima de la tanga. 
El impacto fue tal que me removí en el lugar; aspiré tanto aire que casi me asfixié por la exageración.  Giré la cabeza hacia él: seguía al volante y con la vista fija en el camino mientras su mano derecha jugueteaba sobre mi sexo.  Su expresión, por lo demás, seguía luciendo igual de impertérrita aunque llegué a ver el débil dibujo de una maliciosa sonrisa en la comisura de sus labios.
Llevé mi mano hacia la de él en procura de quitarla de allí.   Tironeé de ella pero nada: la mantuvo firme.  Por el contrario, sus dedos iniciaron un movimiento de masaje que me puso inesperadamente a mil, tanto que aflojé la presión de mi mano sobre la de él así como la tensión de todo mi cuerpo, que pareció enterrarse en la butaca.
“S… señor… L… Luis – ni siquiera sabía yo su apellido -.  Le suplico, por favor que no siga con eso…”
“No se nota que suplique demasiado…” – objetó él en tono de burla.
No podía soportar tanta degradación.  Tenía que resistirme con todas mis fuerzas a la incontrolable excitación que se estaba apoderando de mi cuerpo.  Me aferré con fuerza a los costados de la butaca y opté por cerrar y cruzar las piernas.  Creo que fue peor: cierto era que había aprisionado su mano pero ello no le impedía seguir jugueteando con mi vagina y, por el contrario, me dio la impresión de que sus dedos se enterraron aun más en ella, introduciéndose en mi raja con tanga y todo.  Lancé un gritito ahogado y, contra mi voluntad, comencé a jadear.
“¿Lo ve?  – me decía él -.  Relájese, putita, relájese…Si quisiera realmente resistirse ya lo habría hecho y bastante mejor que esos pálidos y poco creíbles intentos que hace.  Definitivamente es la empleada más fácil que he tenido: alcanzó con que uno de sus jefes le pusiera la mano sobre la conchita para que se pusiera como una sartén al fuego, jeje…”
En el estado en que yo me hallaba, se producía una increíble paradoja: sus comentarios, hirientes y humillantes, contribuían de extraña manera a aumentar mi excitación.  Levanté una pierna varias veces pasándola por sobre la otra: era un movimiento no controlado, producto de estar yo totalmente fuera de mí.   
“Y con respecto a ese tema de su necesidad económica – decía él casi como desentendido, a la vez que seguía masajeándome cada vez con más fuerza e incrementando el ritmo hasta hacerlo insoportable -, ¿por qué no nos pidió un adelanto?  ¿Lo habló con Hugo?”
Yo no podía responder absolutamente nada.  ¿Qué iba a decir?  De mi garganta sólo brotaba un jadeo tras otro y agradecí al cielo que el auto tuviera cristales polarizados.
“Je, claro… – continuó -.  Dudo que hubiera podido hablar algo con Hugo porque seguramente usted tendría la boca ocupada con su verga, jaja…”
Me descrucé de piernas.  No daba más.  Clavé los tacos contra la parte delantera de la cabina y me vi presa de un frenético movimiento que tensaba cada músculo de mi cuerpo. 
“Está húmeda, putita… – me decía él -.  Mucho antes que la mayoría…”
Era verdad; sentía mis flujos correr y me vi venir que de un momento a otro llegaría el orgasmo.  Mis sentimientos estaban chocaban y se hacían añicos contra la incontrolable locura del momento.  Una parte de mí quería detener tanta humillación; la otra quería continuar y llegar hasta el súmmum.  Y ya estaba llegando; sabía que estaba llegando: ya venía…
De pronto retiró su mano.  Abrí los ojos y giré mi rostro hacia él.  Supongo que mi expresión sólo transmitía angustia y desesperación.  Lo miré interrogativamente; era como que deseaba preguntarle por qué se había detenido, pues yo necesitaba para esa altura tener mi orgasmo.  Y a la vez mi dignidad me impedía decir algo así; de todos modos, mi rostro debía ser lo suficientemente demostrativo y seguramente holgarían las palabras.  Él sonrió ligeramente y apuntó con un dedo índice por encima de mi hombro.
“Allí está el local que me indicó  – dijo -.  Momento de ir a comprar una nueva falda…”
Miré hacia dónde me señalaba.  Sí, ése era el local que había visitado tantas veces porque me gustaban la variedad y el trato que tenían.  Me quedé como estúpida:
“S… señor Luis…” – musité.
Estaba a punto de decirle que no podía bajar del auto en ese estado y que necesitaba acabar lo antes posible o iba a estallar.  No me dio tiempo de nada; antes de que pudiera cerrar la frase ya él se había bajado del auto y, cruzando hacia el lado de la acera, me abría la puerta para que yo le imitara.  Yo estaba totalmente sobrepasada por la situación.  La humedad entre mis piernas me impediría moverme con naturalidad y ni siquiera sabía bien cómo salir del auto para que no se notase mi estado.  Una vez más, él no me dio tiempo de nada.  Me tomó por la mano y prácticamente me arrastró a través de la acera haciéndome caminar con él los treinta metros que nos separaban del local.  Era, como dije, una zona céntrica y, como tal, el lugar estaba colmado de transeúntes que, por supuesto, clavaron sus miradas sobre mí, indiferentemente de que fueran hombres o mujeres.
Sentí unas ganas incontrolables de entrar al local y desaparecer de tantas miradas indiscretas pero al momento en que finalmente lo hicimos, creo que mi vergüenza fue aun mayor.  Claro, ¿cuántas veces había entrado yo en aquel lugar acompañada por Daniel y luciendo, por cierto, una ropa bastante más recatada?  La cajera me saludó a la distancia y una de las empleadas se acercó presurosa apenas me vio.
“¡Sole querida!  ¡Cuánto tiempo sin visitarnos!”
A pesar de su efusividad y alegría, alcancé a advertir que miraba de reojo a mi acompañante, esperando seguramente que se lo presentase.  Posiblemente estuviera pensando que yo había cambiado de pareja o bien que había ido con un amante.  Preferí callar y no decir nada; sólo le correspondí el saludo aunque visiblemente nerviosa.  Pero quien calla otorga y mi silencio acerca de mi ocasional acompañante sólo sirvió para que éste asumiera, en ese momento, la voz de mando.  Casi sin saludar, puso al tanto a la empleada de cuál era mi necesidad y, para mayor bochorno, señaló hacia mi raída falda. 
“¿Qué te pasó con eso, Sole? – rió la chica -.  ¿Se la pediste prestada a Jane?, jaja”
“En realidad – intervino Luis, que parecía no desaprovechar ninguna oportunidad para exhibir su poder sobre mí y, consecuentemente, humillarme -, se presentó a trabajar así en la fábrica hoy pero ni a mí ni a mi socio nos parece adecuada esa indumentaria; no lo digo por el largo, que está muy bien, sino por el aspecto…”
Me mordí el labio inferior y miré al piso.  Quería llorar.  No sólo había inventado un cuento que era doblemente degradante para mí sino que además había dejado bastante claro que él era mi superior jerárquico en el trabajo.  Qué podía verse más como una puta, a los ojos de los empleados del lugar, que una administrativa que se presentaba de la mano de su jefe.  Yo no podía mirar a los ojos a la chica, pero sí podía adivinar el azoramiento que debía invadir su rostro.
“Ah, entiendo… – sonrió la empleada -.  Sí, puede ser que tengamos algo…hmm, no sé si en ese color pero…”
“Tiene que ser el mismo color” – interrumpí yo con tal sequedad que mi tono sobresaltó un poco tanto a la muchacha como a Luis, quien me echó una mirada de reojo algo sorprendido.
“Bien…, haré lo posible” – dijo la joven girando sobre sus talones.
Luis seguía mirándome con intriga.
“¿Por qué tiene que ser del mismo color?” – preguntó.
“S… señor Luis… ¿Cómo supone que puedo presentarme a trabajar mañana con una prenda de color diferente?  ¿Qué va a decir mi novio?  Tengo que convencerlo de que la falda es la misma…
Luis asintió sonriente en señal de haber comprendido.
“De todos modos va a tener problemas para explicarle qué pasó con el largo…” – apuntó en tono mordaz pero teniendo toda la razón del mundo.
Estuvimos un rato esperando.  Cuando finalmente la empleada regresó junto a nosotros, lo hizo, para mi decepción, con las manos vacías.
“No… – dijo con pesar -.  En verde musgo y en ese largo no tengo nada… Pero…”
“¿Pero…?” – inquirió Luis levantando las cejas.
“Lo que puedo ofrecerle es… arreglar esa misma que lleva puesta: la compró aquí de todas formas, lo recuerdo bien… Una de las chicas puede encargarse de emparejarle el bies… Llevará unos quince minutos, no más…”
“¡Es una buena idea!” – exclamó Luis con satisfacción.
A mí, por el contrario, lejos estaba de parecerme una buena idea.  En primer lugar porque ello me obligaría a aguardar casi desnuda hasta que terminasen el trabajo; en segundo lugar porque si hacían eso con mi falda, implicaba que ésta quedaría uno o dos centímetros más corta aun.  Lo peor de todo fue que la empleada no aguardó mi respuesta o conformidad; ya parecía estar tácito que con la palabra de Luis alcanzaba para decidir sobre mí.
“¡Excelente! – exclamó sonriendo -.  Vamos Sole, vamos para el probador así me das la falda y esperás ahí”
“Sí, vaya con la chica, Sole” – convino él conminándome a caminar con una humillante palmada en la cola.  Pude, en ese momento, sentir todas las miradas taladrando mi cuerpo e incluso el rumor de algunos comentarios ante lo que él acababa de hacerme.
La muchacha me tomó por la mano y me llevó hasta el vestidor.  Me costaba horrores caminar porque yo aún seguía turbada por la excitación y tenía una urgente necesidad de acabar.  Hubiera preferido mil veces que me hicieran esperar en algún toilette y no en un vestidor.  Una vez dentro me quité la falda.  Di la espalda a la empleada para hacerlo y traté de enroscar mis piernas un poco para que no advirtiese la humedad que mojaba mi tanga.  Le di la prenda en mano y se marchó sonriente, anunciando su pronto regreso.  Cuando se fue me incliné un poco para mirar mi sexo… ¡Era un bochorno estar así!
“¿Sigue excitada, Soledad?”
La pregunta me hizo dar un brinco.  Al girarme rápidamente sobre mí misma, me encontré con el desagradable rostro de Luis asomado por un costado de la cortina.
“S… Señor Luis, p… por favor…” – balbuceé.
“No se preocupe – me dijo -.  Aquí ya todos entendieron que entre usted y yo hay una cierta intimidad, así que no van a encontrar extraño que yo me asome a su probador.  Ahora volviendo a la pregunta.  ¿Sigue excitada, Soledad?”
No pude contestar.  No me salió una sola palabra.  No obstante,  la expresión de mi rostro sería, de seguro, respuesta suficiente.  Luis asintió pensativo y volvió a desaparecer tras la cortina.  Quedé sola en el vestidor.  Me miraba al espejo y no podía determinar a qué mujer estaba viendo ahora.  Definitivamente ésa no era la Soledad Moreitz que se había presentado a una entrevista laboral algunas semanas atrás.  Casi como un impulso, me llevé una mano hacia mi sexo; sentía ganas de masajearlo o de masturbarme pero no podía; sólo atiné a cubrirme, como si tuviera vergüenza de mí misma y no quisiera ver esa tanga humedecida.  En eso, entró de sopetón la empleada.  La vergüenza fue aun mayor y di un violento respingo que me hizo estrellar mis espaldas contra la pared de aglomerado.  Así y todo abrigué la esperanza de que la chica ya hubiera vuelto trayendo mi falda lista pero, para mi decepción, venía una vez más con las manos vacías.
Cruzándose de brazos se plantó frente a mí a escasos centímetros ya que no había demasiado espacio en el vestidor.  Se produjo un momento de silencio que me puso nerviosa; ella bajó la vista por un instante, luego sonrió y se me quedó mirando:
“¿Ya no estás en pareja con Daniel?  Planeaban casarse por lo que recuerdo” – me preguntó a bocajarro.
“S… sí, sí lo estoy…” – tartamudeé avergonzándome de mi respuesta.
“Ajá… – dijo mientras asentía sonriendo, como quien hubiera pasado a entender toda la situación -.  ¿Y quién es ése entonces?”
“M… mi jefe… bueno, uno de ellos…, o algo así…” – me quería morir al tener que dar tales respuestas.
“Ajá… bueno, te explico… Tu jefe o… lo que sea, me explicó que bajaste un poco excitada del auto porque te estuvo toqueteando…”
Mis rodillas flaquearon.  Me sentí desfallecer; de pronto todo me dio vueltas alrededor.  ¿Era necesario que aquel desgraciado me sometiera a tanta humillación?  Yo no sabía qué decir.  Apoyé las palmas de mis manos contra la pared del vestidor en un gesto que casi era de defensa o, más bien, de indefensión… Me sentía exactamente así, acorralada en mi mancillada dignidad… La chica amplió su sonrisa y, de pronto, extrajo de un bolsillo trasero un suculento fajo de billetes.  La miré sin entender…
“Y tu jefe… o lo que sea…, me dio esto…” – amplió.
Una vez más incomprensión en mi rostro.  El labio inferior se me cayó.
“N… no entiendo…” – dije.
“Me dio esto para que te masturbe” – me espetó.
Un acceso de horror me arrebató.  Comencé a mirar a un lado y a otro.  Quería salir de allí; de hecho, en un intento desesperado, encaré hacia la cortina.
“¿Así vas a salir?” – me preguntó la empleada, con un deje divertido en la voz.
Su pregunta fue un súbito ataque de realidad.  Había casi olvidado que me hallaba de lo más indecente como para salir del probador.  La miré con ojos angustiados y desesperados.
“N… no, por favor, te lo pido, no…”
Ella me seguía mirando; enarcaba las cejas y agitaba en su mano el fajo de billetes.
“Sole… a ver si me entendés esto… Nunca, nunca, nunca, me dieron una propina así… por nada que haya hecho para nadie.  Esto que tengo en la mano es casi mi sueldo, así que no voy a desperdiciarlo.  Nunca le hice algo así a una mujer y, si te tengo que ser sincera, me produce algo de rechazo, pero lo pienso hacer, así que simplemente te diría que te pongas en posición y goces… Si no querés mirarme al rostro para no ver que es una mujer quien te masturba, te diría que te gires y que te inclines… Y pensá en el hombre más lindo que se te ocurra… Daniel o cualquier otro.  Pero yo te pienso hacer acabar y eso, querida, me temo que no tiene opción…”
Yo no podía más de la desesperación.  La excitación que sentía en mi sexo se mezclaba con las ganas de llorar.
“P… podemos decirle que sí lo hiciste – le dije en un último intento por zafar -.  O p… puedo… ¡hacerlo yo misma!  ¡Ahí está, eso es!  Yo me masturbo sola y vos al salir le decís que…”
“Sole… – me interrumpió siempre sonriente y revoleando los ojos -.  Demás está decir que él no va a poner este dinero en mis manos sin asegurarse de que voy a cumplir con el encargo por el cual me pagó.
Otra vez incomprensión en mi rostro.  La joven, súbitamente, estiró uno de sus brazos y, tomando la cortina, la corrió ligeramente, lo suficiente como para que pasara otra vez hacia adentro la asquerosa cabeza de Luis…
Yo ya no cabía en mí de la vergüenza y el espanto.  No podía creer que eso me estuviese ocurriendo: tenía que ser una terrible pesadilla; no era posible…
“Girate e inclínate – me dijo la empleada -.  Y abajo esa tanguita…”
Sudando y temblando a más no poder me giré.  Llevé mis manos a los laterales de mi tanga para bajarla pero no pude hacerlo: era como que no tenía energías.  Ese momento de vacilación fue suficiente para que la empleada, desde atrás, se encargara de bajarme la prenda por su cuenta.
“Abajo dije…” – me espetó.
Yo estaba, para esa altura, totalmente entregada a mi suerte.  No porque no quisiese resistir sino porque mi cuerpo estaba casi aterido, mis músculos trabados: no me respondían.  Y si bien la cuestión de no perder el trabajo ocupaba aún un lugar central en mis pensamientos debo decir que en ese momento pareció haber pasado a segundo plano.  Lo que me detenía, lo que me inmovilizaba, era algo difícil de definir: sólo puedo decir que todo se había dado de un modo tan veloz y descontrolado que había quedado anulada de mi parte toda capacidad de respuesta.  Era, a todas luces, una situación enteramente nueva ante la cual jamás en mi vida había pensado hallarme.  De pronto sentí que un pañuelo me cubría la boca y me era anudado sobre la nuca a modo de mordaza.
“En el lugar en que estamos – explicó la chica -, no podemos dejar que jadees o grites”
Una vez más descubrí en su tono un deje de burla o diversión.  ¿Era mi imaginación o realmente estaba gozando con lo que me hacía?  Quien seguramente lo estaba haciendo era Luis, pues alcancé a oír una asquerosa risita a mis espaldas.
“Ahora a inclinarse…” – me dijo la empleada.
Sin resistencia alguna, flexioné un poco las rodillas y me incliné.  De inmediato los dedos de la joven se abrieron paso desde atrás por entre mis piernas y se apoyaron sobre mi vagina.  Volé al cielo… o caí al infierno, no sé.  Lo que sí sé es que en ese momento agradecí estar amordazada ya que de mi garganta quiso salir un profundo jadeo que quedó ahogado en el silencio.  Luego ella entró con sus dedos en mi raja, primero uno, luego otro; ya no supe bien qué estaba haciendo porque mi excitación estaba en un nivel que anulaba todo sentido de la realidad pero me pareció que en un momento jugueteaba con tres dedos dentro de mi sexo.  Clavé mis uñas sobre el espejo y mi rostro también… mientras el orgasmo crecía y llegaba, crecía y llegaba, crecía y llegaba…
Y llegó.  Mis flujos corriendo piernas abajo en busca del piso fueron suficiente muestra de ello.  Una vez más oí la risita depravada de Luis.  La joven retiró sus dedos de mi vagina sabiendo que había hecho mérito para ganarse su dinero…
                                                                                                                                                     CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “Gaby, mi hija 3″ (POR SOLITARIO)

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–Mamá. ¡Eres una bruja! Jajaja

Llegamos a casa con el tiempo justo para la comida. Cuando Carlos se marcho nos quedamos tomando café en la cocina.

–Mamá, cuéntame cómo fue tu experiencia como actriz. Me gustaría saber cómo llegaste a hacerlo por el culo.

–La verdad. Se pasa mal al principio, durante los preparativos. Hay que soportar cosas muy desagradables.

–¿Cómo qué?

–Pues para preparar el intestino. Se limpia mediante enemas, uno tras otro hasta quedar limpio. Una de las chicas, estaba tan habituada, que se corría con las lavativas. En cuanto empezaban a ponérselas, le entraban escalofríos y contracciones de los esfínteres, se excitaba el clítoris y acababa con un orgasmo. Decía qué, de esa forma, la limpieza resultaba muy agradable.

–Mamá, yo aún no lo he hecho nunca por atrás. Y me gustaría probar. Me lo tienes que hacer.

–Bueno, ya veremos. Como te decía.

Fue Javi, el chico de la comida del primer día y Joel, que fue el que se metió debajo, los que me prepararon, eran gay los dos, pero participaban en todo. En mi primera vez, fueron muy cariñosos conmigo. Después de la limpieza, me pusieron a cuatro patas y fueron metiendo, primero un dedo, después dos, muy despacio, tardaron mucho tiempo, lubricaban continuamente y lo principal, me frotaban el clítoris. Tanto tiempo, que me corrí varias veces, pero ellos continuaban. Ya estaba desfallecida. Metieron un plug anal y me dijeron que lo dejara puesto para adaptar el esfínter.

Cuando llegué al plató aun lo llevaba. Lara se reía al verme andando. “Como si la llevara metida dentro”. Fue ella la que me lo saco del culo, se acercó, pasó la lengua por el agujero y me gustó. Como la primera vez que lo hizo.

Luego empezaron las órdenes, como colocarnos, posturas, toques de maquillaje para los brillos, cambios en las luces, ¡Cámara! ¡Acción!

Yo estaba desnuda sentada en una silla junto a una mesa, en una piscina se bañaba Lara, salía del agua, se acercaba a mí y me besaba, le devolvía el beso, acariciaba mis pechos y, con una sonrisa entraba en la casa. Yo me levantaba y la seguía. En la cocina preparaba un zumo, yo la acariciaba por la espalda, pellizcaba sus pezones, se giraba y nos besábamos.

Con el zumo en dos copas salíamos de nuevo a la terraza de la piscina, me tendía en una toalla en el borde. Un chico aparecía, desnudo, se lanzaba al agua, venia hasta mí nadando, se apoyaba en la orilla, me besaba, cogía mis piernas y las encaraba al agua, las separaba, se incorporaba y me chupaba el sexo, yo derramaba un poco de zumo en mi vientre, resbalaba hasta la ingle y el chico me daba una comida que me hacia estremecer.

Levanté una mano para advertir que me corría y detuvieron el rodaje. Debía haberme corrido sin avisar. El director me dijo que no me preocupara de nada, cuando llegara a correrme lo hiciera, sin aspavientos, con naturalidad. Repetimos la escena. El chico me hizo lo mismo pero yo ya no llegué, él salió del agua, me puso en cuatro, lamia mi culo, yo sabía lo que venía a continuación.

Me sorprendió ver aparecer a Lara en escena, se acercó, me besó y se colocó debajo de mi, en un sesenta y nueve, lamia mi coñito mientras el chico lamia mi culito, a mi vez chupaba el coño de Lara.

Estaba a punto del orgasmo cuando noté la polla del chico en mi culo, apretó un poquito y entro la cabeza, poco a poco consiguió meterla entera y se paró. Lara seguía excitándome, dedeaba mis pezones al tiempo que lengüeteaba mi clítoris, el chico empezó a moverse, entraba y salía una, otra, otra vez.

Ya no se detuvo, me llegaba hasta lo más hondo, Lara con mi coño. El orgasmo fue tan fuerte que estiré las piernas y abrace las de Lara. Mis gritos, mis convulsiones. Fue inenarrable. Genial. Aplasté a Lara al dejarme caer sobre ella. Mi coño la asfixiaba al cerrar mis muslos. Lancé al chico al agua, al intentar levantarme para liberar a Lara. ¡Corten! Y todos aplaudieron. La toma era buena.

No recuerdo el nombre del muchacho que me follo el culo por primera vez, tal vez no lo supe nunca. En el tiempo que estuve trabajando como actriz me lo follaron muchas veces. Javi y Joel montaban números bisex conmigo, decían que mi culo era mejor que el de muchos osos. Aún no sé, porque dirían eso. Con ellos lo pasé muy bien. Eran muy atentos y cariñosos.

La puerta de la calle se abre. ¿Carlos? ¿Tan pronto?

–¡Hola chicas! Ayudadme. Tengo que hacer la maleta, me voy mañana. A las siete sale el avión, tengo que estar a las seis, para el embarque, en el aeropuerto. He salido antes para estar un rato con vosotras. Estaremos un tiempo sin vernos.

Son las cinco de la mañana, Carlos se ha levantado. Voy a prepararle un café, para que no se vaya con el estómago vacío. Entra a darle un beso a Gaby, se despierta.

–¿Ya te vas papá?

–Si, cariño. Y voy justo de tiempo. Un beso.

Me besa.

–¿Quieres que te lleve al aeropuerto?

–No, no. Que va. He llamado a un taxi. Iré más rápido. Adiós.

Maleta, maletín y se marcha. Gaby se ha levantado. Querrá acostarse conmigo.

–Mamá. ¿Vamos a la cama?

–Vamos a hacer algo mejor. Nos vestimos, cogemos el coche y vamos al aeropuerto. Así le damos a tu padre una sorpresa.

–Buufff. Tengo sueño.

–Venga. Anímate. Vámonos. A la vuelta nos metemos en la cama.

–De acuerdo. Pero que sepas que lo hago por ti.

Nos vestimos de prisa, bajamos al garaje y con el coche vamos al aeropuerto. Lo dejamos en la zona de aparcamiento. Vamos a la terminal de salidas, tenemos tiempo.

Al entrar en la terminal veo a Carlos en la cafetería. Cojo la mano de Gaby y tiro de ella.

Carlos no está solo. Una muchacha joven le acompaña, están tomando algo, ¿Cogidos de la mano? Detengo la marcha, Gaby me mira y le señalo a su padre. Va a gritarle algo y la detengo.

–No digas nada. Que no se dé cuenta que estamos aquí. A ver que hacen.

–Mamá, que mal pensada eres. No hacen…

Acaban de darse un beso en la boca. Y no es un beso de despedida. Por la megafonía indican la puerta de embarque para Barcelona. Bajan de los taburetes, se cogen por la cintura y se van, como una pareja de novios. Freno a Gaby. No quiero que sepa, que sabemos, que tiene algo con otra. No me afecta y me beneficia. Así, no me crea problemas de conciencia. Lo nuestro terminó. Estamos en paz. Empujo a Gaby hacia la salida y nos volvemos a casa. Gaby estaba furiosa. Yo muy tranquila.

–¡Mamá, como puedes tolerarlo! ¡Yo le hubiera abofeteado!

–No, Gaby. Podemos hacer algo mejor.

–¿Qué?

–Follar. Ya no tendré remordimientos. Hice algo en mi juventud, que me creaba problemas de conciencia. Desde que nos casamos, le he sido fiel. Hasta ayer. Tu padre, sin embargo, parece ser, que lleva algún tiempo liado. Y no solo, no me importa, sino que me alegro. Ahora sí, podemos ir a la cama. Y esta tarde, si todo sale bien, tendrás tu primera orgia lésbica. Te lo aseguro. Y dejemos ya este tema. Vamos a desayunar y arreglar un poco la casa, para esta tarde.

No sé muy bien por qué, cuando estaba metida en el mundo del porno, estaba caliente casi permanentemente. Después, tras los primeros meses de casados, me enfrié. He pasado muchos años casi sin sexo, una vez a la semana, algunas vacaciones más movidas. Pero la calentura de aquella época, no la he vuelto a tener.

Hasta ahora, con la putilla de mi hija que me pone a mil, cada vez que se le antoja. Pienso en ella, en su coñito y me mojo toda. Los juegos en la cama, las dos desnudas, son tan excitantes. Ya no es por los orgasmos, que los hay. Estoy en permanente excitación, me toca y se me pone la carne de gallina. ¡Hacia tantos años que no me sentía así! ¡Tan viva!

Ding…Dong. Suena el timbre de la puerta. Ya están aquí. Abro, es Nati, radiante, como siempre. Bueno, algo más llenita.

–¡¡Nati!! ¡¡Princesa!! ¡Qué bien estás! No pasa el tiempo por ti. ¡¡Estas igual!!

Abrazos, besos.

–¡¡Eva!! ¡¡Cuánto tiempo sin verte!! ¡Tú sí que estas bien! ¿Y esta es Gaby? ¿La pequeñaja llorona? ¡¡Qué guapa estás hija!! Si te veo por la calle no te conozco. ¿Cuánto hace que no te veo? ¡Uy! ¡Desde que hiciste la comunión! ¿Hace cuanto?

–La hice con diez, hace ocho años.

–Anda, que no llorabas ese día. ¿Qué te pasó? Déjalo, sería una tontería. Bueno, y ¿a qué se debe esta invitación?

–Pues veras, a mi marido lo trasladan a Barcelona y nos vamos con él. Como no sabemos para cuánto tiempo va a ser, pensé en decíroslo, Carmen también viene.

–¡Que alegría chica! Otra vez juntas las….

–Las tres, Nati … Las tres. Bueno, las cuatro con Gaby. De Lara no he vuelto a saber desde que tuvimos….

–La pelea. Lo sé. Yo si estuve en contacto con ella mucho tiempo. Me llamaba, preguntaba por ti, como estabas, si eras feliz…Hasta hace un par de años. Me llamó para decirme que se marchaba a Estados Unidos. Desde entonces, ya no he sabido nada más. Pero con Carmen si me he visto, de cuando en cuando, salimos juntas, de compras, de copitas. Bueno, ahora con el embarazo menos, pero nos hemos…Tu sabes.

–Si, ya te entiendo. Y puedes hablar claro, Gaby sabe todo sobre mí….

De nuevo suena el timbre. Será Carmen. Abro. Abrazos, besos. Acaricio su barriga.

–¡¡Carmen, por dios!! ¡¡Estas preciosa!! El embarazo te ha sentado bien ¿No?

–Ya ves. ¡Nati! ¿Tú también aquí? ¡¡Que alegría!! Y esta señorita tan guapa. ¿Quién es? ¿No será Gaby?

–Pues sí, soy Gaby.

–Hay que ver lo guapísima que eres. Te pareces a tu madre una barbaridad. Si la hubieras conocido cuando….

–Le estaba diciendo a Nati, que Gaby lo sabe todo sobre mí, sobre Lara y lo que hicimos en Barcelona. Pero no es solo eso. Desde ayer follamos.

–¿Cómo? ¿Las dos? ¿Madre e hija? ¡¡Que fuerteee!! ¿Y qué tal lo pasáis? Bien supongo.

–Mejor que bien. Me encuentro, como en mis mejores tiempos con Lara. Creo que nos hemos enamorado. Las dos. La próxima semana es su cumpleaños. Dieciocho. Le prometí un regalo especial. Una orgia a cuatro. ¿Podemos contar con vosotras?

–Eva, por favor. Cuando me llamaste y me invitaste a venir, el chochete se me hizo agua. Sobre todo teniendo en cuenta, que mi marido hace cuatro meses que no me toca. Dice que le da miedo lastimar a la niña, pero yo sé, que no le excito. Además tiene un lio con otra. Pero total para lo que me hace, mejor que no se me acerque. Lo nuestro es distinto. Nati y yo hemos jugado algunas veces. ¿Verdad Nati? Me lo come muy bien. Jajaja

–Vaya y yo que pensaba que era la que menos follaba. ¿Y tú Eva? Como te lo montas con tu marido.

–Pues mal, como vosotras. Hasta ayer. Gaby me hizo sentir mariposas en el estómago como cuando estábamos juntas. Y para colmo, hoy nos hemos enterado, mi hija y yo, que mi marido, su padre, está liado con otra. En el aeropuerto lo hemos visto morrease con una de poco más edad que su hija. Pero vamos a tomar el café y las pastas que hemos preparado.

Carmen y Nati se sientan en el salón, Gaby me ayuda a sacar la merienda.

–Claro que esto de tener al marido en Barcelona, tiene sus ventajas. Si queréis, esta noche la podemos pasar las cuatro juntas, así tendremos más tiempo para hablar.

–¡Sí! ¡Sí! Ya sé la clase de conversación que vamos a tener. Pero me apetece. Volver a pasar una noche loca, como cuando estábamos en el piso de estudiantes. Y me tenéis que dar prioridad, soy una mujer embarazada, tengo que correrme por dos. Y recuperar, los orgasmos perdidos. Jajaja.

–No Menchu, la prioridad es de Gaby, por su cumpleaños y por ser su primera vez. Pero no te preocupes, tú serás la siguiente. Tengo muchas ganas de comerme un bollito preñao.

–Mamá, no digas eso, pareces un caníbal.

–¿Caníbal? Ya te lo diré yo, cuando veas ese cuerpo. El morbo que da. ¡Y que haya maridos jilipollas que no les guste!

–Eva, yo me voy a tumbar, que estoy pesada.

–Como quieras Carmen, estás en tu casa. Gaby, acompáñala y dale un camisón para que esté más cómoda.

–Si, mamá. Ven conmigo Carmen.

Nos quedamos Nati y yo recogiendo y limpiando la cocina. Estoy en el fregadero, Nati me abraza por la espalda. Besa mi cuello, los lóbulos. Sus manos acarician mis pechos sobre la bata de casa.

Sabe lo que me gusta, lo ha hecho muchas veces en el pasado. Siempre he sospechado que lo hacía para no fregar. Pero me encanta que lo haga. Me hace sentir un sinfín de sensaciones placenteras, acariciando con sus manos mis caderas, el vientre. No puedo más. Me giro y apreso sus labios con los míos. Se suceden un sinfín de suaves caricias. La detengo.

Cogidas de la mano nos vamos al dormitorio. Sonreímos al ver a Carmen echada en la cama y Gaby acariciando, su ya, gran tripa. El camisón enrollado, por encima de sus tetas, con grandes aureolas y pezones rojos. Las bragas apenas le tapan nada, las tiene por debajo de la barriga, por donde asoma, una mata de pelo. Es pelirroja, del color del cobre y la piel es blanca, con muchas pecas, que embellecen su cuerpo.

Se están besando, dulcemente. Esta hija mía no pierde el tiempo. Lleva puesto un pequeño pantaloncito y una blusita con dibujos infantiles.

Nati se sienta con ellas en la cama, yo voy al baño por un bote de aceite corporal. Voy a darle unas friegas a Carmen en su tripita. Le dejo a Nati una camiseta, para que esté cómoda. Ver como se desnuda, es un espectáculo de gran sensualidad. Al aparecer sus pechos desnudos, siento una contracción en los músculos de mi vagina. Me excita.

Sentada junto a Carmen, dejo caer un chorrito de aceite sobre su vientre. Parece una señal, las tres masajeamos su cuerpo. Gaby sigue besándola. Nati se suma, las tres intercambian saliva. No dejamos de acariciarnos. Gaby se coloca entre las piernas de Carmen, le quita las bragas.

–Mamá, quiero verlo, besarlo. Tenías razón. Carmen es una mujer deliciosa. Me dan ganas de comérmela.

Y tiene razón, los labios mayores encierran unos menores, como los pétalos de una rosa, de color rosado, coronados por un pequeño capuchón, que cubre un pequeño bultito. Sobre este, una preciosa mata de vello rojizo.

Gaby se inclina, hasta llegar a lamer aquel delicioso rincón. Nati sigue masajeando la barriga y besando su boca. Carmen mantiene las piernas ligeramente flexionadas, las rodillas totalmente separadas, abierta, entregada a las caricias de Gaby, que se afana en dar placer a tan bella mujer. Y el primer orgasmo llega. Carmen se abraza a Nati y se funde con ella en un largo beso, cierra las piernas, aprisionando a Gaby que se libera. Me mira, su cara brilla por los flujos del coño que se acaba de comer.

–Me gusta mamá. Me gusta mucho.

–Lo sé hija. Ahora es tu turno.

Mis dos amigas me miran, miran a Gaby. Nati empuja a mi hija para que se tienda, al lado de Carmen y se coloca al otro lado. Entre las dos acarician a Gaby, que por su mirada está en la gloria. Carmen toca su botoncito. Cierra los ojos.

Le señalo a Nati que se ponga entre sus piernas, me tiendo a su lado y acaricio sus pechos, el vientre, beso las axilas. Me gusta el sabor de mi hija. Chupo su pequeño pezón.

Veo a Nati entretenida lamiendo, mordisqueándole, los pies. La curva del talón, la planta, el empeine y los deditos.

Cierro los ojos, Lara viene a mi mente. Yo chupaba, lamia, mordía sus pies, sus deliciosos, sus bellos pies. Añoro tanto sus besos.

Carmen tiene algo de bruja. Parece haberse dado cuenta de mis pensamientos. Extiende la mano, acaricia mi mejilla, beso sus dedos, los chupo. Baja la mano e introduce los dedos mojados con mi saliva en el coño de mi hija y la masturba, lenta, suavemente, sin prisas.

Pasamos la tarde entera, entre caricias, besos y orgasmos.

Paramos para preparar algo y cenar. Después tomo lo que cada noche antes de acostarme, un gintonic.

Se ríen de mi costumbre, pero a mí me sienta fenomenal. Ellas toman chupitos de licor de vodka caramelo. Están alegres eufóricas, se renuevan las caricias. Follamos todas con todas. Así hasta caer rendidas de sueño.

–¿Mamá? ¿Dónde estáis?

–Aquí, cariño, en la cocina, Carmen y Nati ya se han ido. Te han visto dormir tan agusto que no han querido despertarte.

Entra con cara risueña. Se despereza, me besa.

–Tengo hambre. Te comería.

–Ahora el antropófago eres tú. Jajaja Anda, arréglate que vamos a salir a dar una vuelta y ver escaparates.

Nos arreglamos y vamos a ver tiendas de ropa en las galerías comerciales. Cerca del mediodía, entramos en una cervecería a tomar un aperitivo. Nos sentamos en una mesita, lejos de la barra. Hay poca clientela. En una mesa cercana, dos hombres maduros nos miran. Uno alto, canoso y el otro más bajo, castaño. Les habremos gustado. No hay camareros, es autoservicio. Me quedo sentada y Gaby se acerca a la barra a pedir.

–¿Qué te pido?

–Un rioja tinto. ¿Y tú?

–Vino blanco del condado de Huelva.

Se acerca con una copa en cada mano. Al pasar cerca de los dos hombres de la otra mesa, tropieza y derrama mi vino sobre el hombro del más bajo.

–¡¡¡Lo siento, perdone!!! ¡¡Que torpeza la mía!!

–Tranquilícese, no pasa nada. Si esto es salud. Jajaja. Lo que siento es que es la única chaqueta que traigo y estamos de paso. Pero. Repito. No ha pasado nada.

Me acerco, sobre el hombro de la chaqueta gris, destaca una mancha oscura. Gaby a punto de llorar.

–Tiene razón el señor, Gaby. Tranquilízate que esto tiene solución. Ahora mismo vienen los señores a nuestra casa y le limpio la chaqueta. En un rato está lista. Por favor, vengan con nosotras.

–No es necesario que se molesten. No tiene importancia, la llevaremos a una lavandería y la limpiaran sobre la marcha.

–Ni hablar. Insisto. Gaby se sentirá culpable y tendré que aguantarla. Me llamo Eva.

–Bueno, si insisten, yo soy Pablo, Pablo Andrade y este mi compañero Imanol.

Nos damos un beso, ellos insisten en pagar las copas y vamos andando a casa, estamos cerca.

–No son de aquí ¿Verdad?

–No, Imanol es de Cuenca y yo valenciano.

–Y… ¿Qué les trae por nuestra tierra?

–Los libros, hemos venido invitados por una editorial que posiblemente edite un libro que he escrito. Gaby se muestra interesada.

–Me suena su nombre. ¿Escribe en todorelatos?

–Si, ¿Por qué? ¿Ha leído algo mío?

–Creo que sí. “16 días cambiaron mi vida”. ¿Puede ser? ¿El autor es “solitario” no?

–Pues sí, no podía imaginar, que tan joven leyera relatos eróticos.

–Me gustan, además el suyo engancha.

–Gracias. Para mí es un verdadero placer, saber que me lee, una joven tan guapa.

Miro a ese hombre a los ojos. No puede ser. ¿Se repite la historia? Una mancha de vino fue el inicio de mi relación con Lara. ¿Qué puede pasar ahora?

Entramos en casa, nos sentamos en el salón y le pido a Pablo su chaqueta para limpiarla. Tengo un espray, quitamanchas instantáneo, lo aplico y desaparece por completo.

–La mancha tardará un rato en desaparecer. Pero quedará bien. Como es tarde ¿Qué les parece si preparo unos espaguetis con gambas y comemos aquí, mientras se limpia la chaqueta?

–Por favor, no queremos molestar. Estamos abusando de vuestra hospitalidad.

–Nada, nada. Os quedáis a comer. ¿Podemos tutearnos?

–Por supuesto, no faltaría más. Y ya que insistes. ¿Podemos ayudar? Imanol tiene buena mano para la cocina.

–No es necesario. Me las apaño sola. Pero si quieres, puedes ir pelando las gambas. Y los ajos. Jajaja.

–Ahora mismo, a tus órdenes.

Me acompaña Pablo a la cocina, preparamos la comida, Gaby ayuda a servirla y nos sentamos. La comida se riega con un vino joven del condado de Huelva, que guardaba mi marido. Caen tres botellas.

Son buenos conversadores, cuentan anécdotas de su vida, sus experiencias. Nos reímos mucho, el vino ayuda y caen las inhibiciones.

Al terminar, Imanol y Gaby se quedan en el salón, mientras Pablo me ayuda a recoger. Estoy ante el fregadero, siento un cálido roce en mi brazo, es Pablo. Está a mi espalda, su respiración en mi cuello. Envaro mi cuerpo. Un calor sube desde mi bajo vientre hasta la garganta. Me flojean las piernas.

–Perdona. Lo siento. Ha sido un impulso. Lo siento.

Hablarme tan cerca de mi oído, provoca una descarga de adrenalina en todo mi cuerpo, me pone de punta los pelos de la nuca.

–No lo sientas y sigue, por favor. Sigue. Mira como me has puesto. No puedes dejarme así.

Sus manos están en mi cintura, con mi mano izquierda subo la falda, con la derecha cojo su mano y la pongo sobre mi muslo, erizado. La sensación en la nuca es electrizante. Mi coño se moja.

Pablo sube su mano por el muslo, llega a mi vientre, pasa sus dedos entre mi tanga y la piel y llega a mi raja. Creo que introduce dos dedos. ¡Por favor, sigue! No te detengas. Pero no. Los saca y los lleva a su nariz, huele, aspira hondo, los pasa por mis labios, al tiempo que me da la vuelta. Con los dedos empapados de mis flujos, en mi boca, me besa, relame y me hace probar mis jugos.

La sensación es indescriptible, es algo más bajo que yo, pero me inclino para saborear su boca. Las lenguas entran en juego, me siento como en mis mejores tiempos de juventud. Ardiendo. No se para. Se inclina para quitarme el tanga. Sube la falda, con sus manos en mi cintura, me eleva, hasta dejarme sentada, en la encimera de la cocina.

Se arrodilla en el suelo y hunde su cara entre mis muslos. Cubro su cabeza con la falda, no lo veo, lo siento, siento su lengua sorbiendo, chupando, lamiendo todo mi sexo. Se detiene en mi bultito, unos golpes de lengua, baja a la entrada de mi cueva, entra dentro, se mueve con distintos ritmos, a veces rápido, otras lento.

Muerde la cara interna de los muslos, vuelve a mi coño. Pero las manos no están ociosas, ha logrado sacar mis tetas de su refugio, con mi ayuda, y pellizca deliciosamente los pezones.

No puedo más, siento como llega, en oleadas, hasta que no puedo soportarlo y con las dos manos empujo su cabeza dentro de mí. Me falta el aire. Una exhalación sale del fondo de mi pecho y lo aparto.

Con mis manos en su cara lo acerco hasta mi boca, para lamer sus mejillas, los labios, toda su cara cubierta de mis líquidos.

–Vaya con Pablo. Podías dejar algo para los demás.

Gaby e Imanol nos miran, sonriendo, desde la puerta.

–Es qué, ha sido sin querer.

–Pues, si llega a ser queriendo, no sé qué habría pasado. Pablo me ha hecho tocar las nubes. Aún me tiemblan las piernas. Gaby, tienes que probarlo. Ha sido genial.

–Ya veremos. Aún sigo pensando que una mujer es mejor con la lengua. Pero, lo cierto, es que me habéis puesto cachonda. Tenias que haberte visto la cara al correrte.

–Vamos al dormitorio Pablo. Quiero devolverte el favor.

–Por mi encantado.

Gaby mueve la cabeza, no las tiene todas consigo.

Pretendo que Gaby, pruebe otras formas de sexo, no solo el de los jovencitos, que, seguramente, la han decepcionado, demasiado fogosos y rápidos, sin caricias.

El sexo chica con chica, que también ha experimentado, no me gustaría que se convirtiese en exclusivo.

Tal vez estos maduritos, con menos fuerza física, pero con experiencia y más resistencia a la hora de correrse, supongan su retorno a la bisexualidad. Son más atentos, delicados y cariñosos, no tienen prisa y tendrá más posibilidades de gozar. De todos modos, no conozco los motivos por los que Gaby rechaza el contacto con hombres. Lo averiguaré.

Gaby e Imanol se quedan en el salón. Hago que Pablo se quite la ropa y se eche en la cama. Me desnudo, cojo su pene, flácido y lo llevo a mi boca, poco a poco responde, saboreo las gotas de líquido preseminal, transparente. Es agradable. Me sitúo sobre él, me lo meto en la vagina e inicio un suave movimiento adelante atrás. Pablo respira hondo y exhala el aire.

–Eva, eres una maestra. Que gusto me está dando tu coño.

–Sigue hablando, insúltame.

–Eres muy caliente y puta, ahora me gustaría tener dos pollas para meterte la otra por el culo. ¡Diooooss! Que guarra eres. Qué buena estás. Sigue follando, puta. Tu culo, te quiero follar el culo. ¡¡Metete la polla en el culo!!

Levantando un poco las caderas, saco la polla de mi coño y la voy metiendo despacio en mi trasero. Espero un poco para que se adapte y me muevo, arriba y abajo. Me canso, Pablo mantiene la polla dura, pero no se corre. Sus insultos me ponen a cien.

Me di cuenta que me gustaba cuando hice las películas. Pero nunca logré que mi marido me dijera esas cosas en la cama. Es la primera vez después de veinte años. ¡Qué gusto!

Me voltea, me pone en cuatro y la mete en mi culo. Entra con facilidad, lo ha engrasado, con los fluidos que manan de mi chichi y los que él segrega.

Ha captado enseguida lo que me gusta. Golpea, con sonoras palmadas, en las nalgas. Pellizca los pezones y aprieta, hasta el límite que le marco, sin hablar. Tiene tendencias sádicas. Él disfruta con eso, pero a mí, me mata de gusto.

Los gritos, las palmadas, los insultos a traen a Imanol y a Gaby, que no puede creer que se pueda gozar así. La presencia de los mirones, me excita más, si cabe y llega el orgasmo. Como hace mucho tiempo que no sentía. Avasallador, brutal.

Imanol y Gaby se marchan. Pablo cambia de agujero y sigue bombeando hasta llegar al clímax. Tendidos, seguimos acariciándonos. Es muy dulce, solo saca su veta sádica cuando se lo pedía durante el coito.

Escuchamos gemidos. Nos levantamos, desnudos y cogidos de la mano, nos acercamos al salón.

Imanol está sentado en una silla, Gaby, abierta de piernas sobre él, sube y baja, enterrándose el pene en su coñito. Desnudos, las pequeñas tetas de mi hija, también suben y bajan. El cuerpo de Imanol, sobresale por todos lados. Mi niña parece un juguete en sus manos, jadea, emite pequeños lamentos. De espaldas a nosotros se abraza al corpachón de Imanol, dejando al descubierto su pequeño y redondo ano. Lo señalo.

–Pablo, creo que Gaby es virgen por ahí. Hay que solucionarlo.

–A tus órdenes, Eva. Necesito lubricante. ¿Tienes?

–Si, ahora te lo traigo.

Le hago señas a Imanol, para que retrase el orgasmo. Reduce la velocidad, la abraza y besa. Voy al baño por el lubricante, se lo doy a Pablo, que se pone a la tarea de engrasar el culito.

–¡¡Mamá!! ¿Qué me hacéis?

–¿Ha dicho, mamá? ¿Es tu hija?

–Si, Pablo, es mi hija y tú vas a desvirgar su culo. Pero con cuidado.

–Antes me corto una mano que hacerle daño.

Pablo unta con el lubricante el agujero, introduce el dedo meñique y lo saca. Repite la operación hasta que comprueba que admite otro mayor, el índice, luego el medio, mete, saca, gira a la derecha, a la izquierda, otra vez. Dos dedos, parece que le gusta, la respiración se acelera, sigue, con paciencia, tres dedos, dentro, fuera, dentro, derecha, izquierda.

Toma posiciones detrás de mi chica, apunta con su polla y empuja, despacio, un poco más. Un quejido de Gaby, se para.

No puedo quedarme quieta, me acerco a Imanol para darle a mamar mis tetas. Su mano llega hasta mi coño y lo penetra con dos, tres dedos, juega con el clítoris. Le facilito el acceso a mi culo y mete un dedo por detrás y otro por delante, deslizándolos, suavemente por la pared que separa ambas cavidades. Gaby se aferra a mi otra teta y mama de ella. Pablo me pasa una mano por la nuca y me acerca para besarme la boca y lamer mi cara.

Ella gira la cabeza y besa a quien agrede su ano, las lenguas se entrelazan. Se vuelve abraza y besa a Imanol, que pacientemente la sujeta. Pablo empuja un poco más, hasta la mitad, se para, pasa sus manos bajo las axilas de Gaby, que levanta los brazos y le magrea las tetas.

Pellizca los pezones, empuja y entierra toda la polla en el culo de mi hija, se para. Le indica a Imanol que se mueva. Besa su nuca, mordisquea los lóbulos, el cuello. Yo sé lo que se siente con esas caricias.

Pablo se mueve, despacio, incrementa la velocidad, la están follando los dos, ella se mueve desacompasadamente, pero ellos la dominan, sincronizan los movimientos. El espectáculo es de un erotismo extremo.

La locura se ha apoderado de los tres, gritan, empujan, agarran las tetas, pellizcan, se besan y tras un grito feroz, Gaby cae desmadejada en medio de los dos, la acarician y besan con dulzura, con cariño. Yo diría que con amor. Porque hay que amar para portarse así, con una desconocida.

Con ternura, levantan a mi niña y la dejan sobre el sofá. Me arrodillo a su lado, acaricio y beso sus mejillas, cubiertas de saliva, sudor y lágrimas.

–¡¡Gracias mamá!! ¡Ha sido fantástico! ¡Acercaos! ¡Abrazadme! Apenas os conozco de hace unas horas y siento que os quiero. Sois maravillosos, los tres.

Nuestros dos nuevos amigos, me piden permiso para ducharse y asearse. Nos intercambiamos números de teléfono, nos abrazamos fraternalmente al despedirnos y se marchan. Al parecer ya llegan tarde a la cita que tenían concertada.

Gaby sigue desnuda en el sofá. Me siento a su lado, se tiende y apoya la cabeza sobre mis piernas. Acaricio sus cabellos, su cara.

–Mamá, te huelen las manos a polla. Jajaja

–Y a ti el culo, graciosa. ¿Cómo te lo has pasado?

–La verdad es que no me lo esperaba. He de confesarte que cuando te vi liada con Pablo, quise matarlo. Apartarlo de ti. Tenía un nudo en la boca del estómago. Celos. Tenía celos, al verte disfrutar con él. Por eso me fui con Imanol y casi lo violé. Me lié a besarlo con rabia, sé que le hacía daño, le mordía los labios, pero él, creo que comprendía lo que pasaba. Con paciencia me fue calmando y cuando me quise dar cuenta, estábamos follando.

Y como follaba el madurito, me hizo llegar dos veces antes de que llegarais. Pero lo genial fue cuando me emparedaron entre los dos. Se mezclaban sensaciones de dolor y de gusto. Estaba hecha un lio, pero que manera de correrme. Por el culo también da mucho placer. Y yo sin saberlo.

–Cariño, esto que ha ocurrido hoy, es lo que yo intentaba que comprendieras. Que puedes disfrutar tanto con las mujeres, como con los hombres. A ti te veía muy reacia a tener contactos con hombres y no sé por qué. ¿Te ha pasado algo?

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad 2” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2
Llevábamos todo el día recorriendo el Parque de Peñalara y os tengo que reconocer que estaba hasta los huevos, porque Doña Mercedes Sin títuloolvidándose de que ya éramos amantes, se había dedicado a estudiar conmigo todas las formaciones rocosas que salían a su paso. A mí lo que me apetecía era ir al refugio donde íbamos a pasar la  noche y allí dar rienda a nuestra pasión. Tenerla tan cerca y no poderla tumbar en mitad de un prado para follármela, era un suplicio difícil de aguantar.
Desde que había descubierto que la rubia era una máquina en la cama, no podía pensar en otra cosa más que en repetir. Si entre las paredes de la universidad era un ogro, una vez se había quitado la careta de estricta profesora,  la cuarentona resultaba una hembra sedienta de sexo. Habiendo descubierto nuestra mutua atracción, durante un semestre nos habíamos limitado a calentarnos pero gracias a que durante ese viaje de estudios estábamos los dos solos, habíamos dejado en la cuneta los formalismos y habíamos follado a la orilla de un estanque.
Como teníamos que completar el trabajo que nos habían encomendado, mi profesora no había tenido más remedio que levantarse y ponerse a trabajar. Sé que tenía razón, si llegábamos sin nada, todo el mundo se preguntaría el motivo. No nos convenía ni a ella ni a mí que mis compañeros sospechasen de que entre nosotros había algún tipo de relación que no fuera la de docente-alumno.
Aun así, me molestó que ni siquiera me dejara tocarle el culo mientras examinábamos un conjunto de fallas. Con muy mala leche, me retiró la mano, diciendo:
-Señor Martínez, ¡Estamos trabajando!
Confieso que además de estar caliente como un puñetero mono, lo que me jodía es que esa mujer llevara las riendas de nuestra relación. Ella decidía como, cuando y donde podía tirármela. Yo no era más que un comparsa, un maldito instrumento de su lujuria. También os reconozco que ese papel tenía sus ventajas. Doña Mercedes con sus cuatro décadas, su metro setenta y sus enormes pechos, tenía un cuerpo maravilloso. Su trasero estaba formado por dos duras nalgas y un virginal ojete que me tenía extasiado. En cuanto  pensaba en él, no podía dejar de imaginarme como sería desflorarlo.
“¿Me dejará hacerlo? ¿Gritará en su caso? ¿Querrá repetir?” eran preguntas que me traían atontado y aunque sabía que en unas horas iba a descubrirlas, no por ello dejaba de soñar con hacerlo.
Por otra parte el calor de ese mes de Junio, me tenía completamente sudado. Mi camisa estaba empapada pero eso no era importante. Lo que sí lo era, era que la de la cuarentona también estaba mojada. El sudor de su cuerpo había convertido la tela en una especie de baba transparente y por eso, no podía dejar de observar la belleza de sus pezones marcándose sensualmente tras ella.
-¡Como me apetece comérmelos- dije en voz alta sin darme cuenta.
-¿Decía usted algo?- preguntó la que hasta ese día solo había sido para mí la hija de perra de Cristalografía.
Cansado de disimular, me planté frente a ella y le respondí la verdad:
-Estoy hasta las narices de caminar por esas cuestas y que lo que realmente necesitó es echarla un buen polvo.
Doña Mercedes al oír mi ordinariez, miró su reloj y al ver que eran más de las siete de la tarde, sonrió diciendo:
-¿Solo uno? Me defrauda Señor Martínez, realmente pensaba que al menos me iba a echar media docena.
Picado en mi orgullo, la atraje entre mis brazos y olvidándome de su jerarquía, la besé mientras mis manos recorrían ese culo que me traía en vela. La rubia descojonada, se dejó querer pero cuando ya intentaba quitarle la falda, me paró en seco diciendo:
-Vamos al refugio que nos tienen reservado- y con voz sería, me avisó: -¡Ni se le ocurra hacer ninguna idiotez hasta que nos hayamos asegurado de estar solos!
Nuevamente tenía razón la cuarentona y como no podía objetar nada a su orden, decidí forzar un poco la relación diciendo:
-Doña Mercedes, ¿No cree que ya es hora de que deje de hablarme de usted?
-De acuerdo, Miguel- y pegando su cuerpo al mío, prosiguió diciendo: -Desde ahora, te voy a tutear pero te prohíbo que tú lo hagas hasta que cumplas una de mis fantasías-
-¿Cuál?- pregunté.
-Esta noche quiero probar una cosa…
-¿El qué?- respondí francamente interesado
Avergonzada fue incapaz de mirarme a la cara mientras me respondía:
-Quiero… necesito saber que se siente… ¡Haciéndolo por detrás!
-¿Quiere que le dé por culo?- exclamé entusiasmado porque eso era exactamente mi mayor deseo.
-Sí- contestó molesta por mi expresión: -Me gustaría que me hicieras el sexo anal.
Midiendo mis palabras y manteniendo el respeto exquisito que me pedía, respondí:
-Doña Mercedes será para mí un placer hacérselo y si tiene otra fantasía que cumplir no dude en pedírsela a su esclavo Miguel.
Muerta de risa por el descaro de la respuesta, me pegó un azote en el trasero, diciendo:
-Si me acuerdo de otra, no te lo pediré, te lo exigiré.
Llegamos al refugio.
 
Como os imaginaréis, el viaje de ida al lugar donde íbamos a pasar la noche se me hizo larguísimo y no solo por la promesa que ese pedazo de hembra me había hecho sino porque no estaba plenamente seguro de si me la podría cumplir. Si al llegar allí, había alguien más, me podría dar por jodido. No solo no podría estrenar ese pandero sino que me tendría que conformar con una paja en la soledad de mi cama.
Afortunadamente, estaba solo el guarda del parque que al vernos llegar, nos saludó y como tenía prisa, dio con nosotros una vuelta rápida al refugio para marcharse acto seguido.
-¡Está cojonudo!- comenté al quedarnos solos – ¿Ha visto la cama? Es de dos por dos.
Poniendo cara de zorrón desorejado, mi querida profesora me cogió de la mano y pegando su pubis a mi sexo, se empezó a frotar mientras me decía:
-Ya lo he visto. Pero antes, ¿No te apetece una ducha?
Su actitud me puso a cien y tomándola en mis brazos, la llevé hasta el baño. Al depositarla sobre el suelo, abrí el grifo con ánimo de desnudarla pero sorprendido vi que la rubia se había arrodillado frente a mí y sin esperar a pedirme mi opinión, me estaba bajando la bragueta.
A continuación me miró sonriendo y al percatarse que mi pene había conseguido una considerable erección con solo mirarlo, me obligó a separar las piernas y sin más prolegómeno, vi sacaba la lengua y se ponía a lamer mi extensión mientras sus manos acariciaban mis testículos. En silencio y de pie, observé a esa mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca. Sus labios presionaron cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía, dotando a su maniobra de una sensualidad sin límites.
Tengo que reconocer que me sorprendió su maestría mamando. No solo fue dulce sino que como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Entonces y solo entonces, empezó a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar dentro de su boca.
Poco a poco fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en maquinaria de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial. Sabedora de lo que estaba sintiendo, se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta la lección?
-Sí, Doña Mercedes, ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y temiendo que al correrme dentro de ella, se pudiera mosquear, le avisé de la cercanía de mi orgasmo.
Mi aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa. Al obtenerla y explotar mi pene en bruscas sacudidas, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca.  Era tal su calentura que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Estaba riquísimo!- y levantándose, insistió: -Esta noche querré más.
Esa nueva promesa me recordó la primera y sin esperar a que me lo pidiera, me puse a desnudarla mientras a mi espalda, sonaba el chorro de la ducha. Contagiada por mi pasión, mi profesora me ayudó a quitarme la ropa y ya desnudos nos metimos bajo el agua. Ver y sentir sus pechos mojados, fue algo tan excitante que no pude evitar hundir mi cara en su escote. La cuarentona al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
-Deseo que cumpla lo prometido- dije al notar que entre mis piernas, mi sexo había recuperado su dureza.
Comprendiendo a que me refería se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me respondió:
-¡Es todo tuyo!-
Caí rendido ante tanta belleza y ya de rodillas, saqué mi lengua y con ella me puse a recorrer los bordes de su ano. Nada más notar la húmeda caricia en su esfínter, mi adorada profesora pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Urgido por romper ese culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
-¡Qué delicia!- chilló al experimentar la nueva sensación.
Estimulado por sus palabras, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo. El chillido de placer con el que esa cuarentona contestó a mi maniobra, me dejó claro que iba bien encaminado y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Doña Mercedes se derretía al sentirlo. Al minuto y viendo que entraba y salía con facilidad, junté un segundo y repetí la misma operación.
-¡Lo necesito!- escuché que gritaba descompuesta mientras apoyaba su cabeza sobre los azulejos de la pared.
La urgencia de esa mujer me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por el desenfreno, cogí mi pene en la mano y tras juguetear con mi glande en esa entrada trasera, le pregunté si estaba dispuesta.
-Sí, ¡Cabrón! ¡Hazlo ya!
No esperé más y con lentitud forcé por vez primera ese culo con mi miembro. La rubia sin quejarse pero con lágrimas en los ojos, absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, se quejó diciendo.
-¡Cómo duele!
Intentando no profundizar en su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara mientras intentaba tranquilizarla acariciándole los pechos. Fue ella la que sin avisar empezó a mover sus caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos. Paulatinamente la presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo por lo que comprendí que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer y sería sustituido por  placer.
Previéndolo aceleré mis penetraciones. La cuarentona se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:
-¡Cállate puta y disfruta!
Que su alumno no le obedeciera y que encima le insultara, le cabreó y tratando de zafarse de mi acoso, me exigió que parara. Pero entonces por segunda vez, la desobedecí y recreándome en mi rebeldía, di comienzo a un loco cabalgar sobre su culo.
-¡Para! ¡Que me haces daño!- chilló al sentir el rudo modo con el que la estaba empalando.
-¡Te he dicho que te calles y disfrutes! – fuera de mí, grité y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como si mi nalgada fuera un truco de magia, al menguar el dolor que escocía en su cachete, le hizo reaccionar y sin llegárselo a creer, empezó a gozar entre gemidos.
-¡No puede ser!- chilló alborozada -¡Quiero más!
Recordando que en el estanque, esa zorra había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. Dominada por una pasión desbordante y hasta entonces inédita en ella, la profesora esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de mi estoque.
Dejándose llevar por el ardor que colmaba su cuerpo, me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas nuevas sensaciones terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. El oír su entrega y como me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces, la adusta profesora se incorporó y sentándose sobre mí, empezó a besarme mientras me daba las gracias:
-¡Ha sido estupendo!, me ha encantado todo. Incluso me he corrido al oír que me llamabas puta.
Estaba a punto de contestarle cuando de pronto, escuché:
-¡Debería darle vergüenza! ¿Quién iba a decir que Usted caería tan bajo de  acostarse con un alumno?.
Al mirar quien hablaba, descubrí a Irene sentada tranquilamente en el lavabo. No supe calcular cuánto tiempo llevaba observando pero por la sonrisa que lucía en su rostro, comprendí que al menos lo suficiente para ser testigo del modo tan violento con el que había desvirgado el culo de su profesora.
Irene impone sus condiciones.
 
Como os habréis imaginado de antemano, aunque me había sorprendido y me había preocupado el haber sido sorprendido por mi compañera, no podía compara mi estado con el terror con el que la profesora. Completamente acojonada por la pillada, se enrolló una toalla alrededor y todavía empapada, salió a dar explicaciones.
Doña Mercedes nunca se imaginó encontrarse con su alumna, tranquilamente sentada en un sofá del salón. Nada más verla, se intentó disculpar aludiendo que ambos éramos mayores de edad y que era una relación consensuada. Es más, la oí decir:
-No hacemos mal a nadie.
Irene, que se había mantenido impertérrita durante dichas excusas, esperó a que terminara para mientras se seguía pintando las uñas decirle:
-¡Zorra! Me apetece tomarme un café mientras hablo con Gonzalo.
La estricta catedrática pegó un respingo al oír el insulto, pero sabiendo que esa morena la tenía en sus manos, se calló y fue sumisamente a hacerlo a la cocina. Mientras tanto yo acababa de salir del baño. Me había dado tiempo solo a ponerme unos pantalones y por eso con el torso desnudo, le pregunté qué quería. El cerebrito, esa cría que parecía no haber roto en su vida una regla, me señaló una silla y me ordenó que me sentara. Una vez había obedecido, con gesto serio, me soltó:
-¿Sabes que me he levantado de la cama para estar contigo? Llevo deseando que me des una oportunidad desde que empezamos la carrera y cuando pienso que al fin tendría una ocasión durante estos dos días, me encuentro que te estas follando a esa puta estirada.
Su confesión me cogió fuera de lugar porque desconocía no solo sus sentimientos sino incluso que tuviera alguno, porque esa niña se dedicaba solo a estudiar. Sin saber cómo contestar, esperé a que siguiera hablando. Si ya estaba suficientemente confundido, cuando escuché sus condiciones me quedé perplejo:
-En fin- dijo tomando aire – estoy muy jodida y no creas que no pienso en hacértelo pagar.
Sus palabras que escondían un chantaje, me encendieron y casi gritando le contesté que por mi podría contárselo a todo el mundo porque me traía sin cuidado. En ese instante se nos unió Doña Mercedes con el café, de forma que fuimos los dos los que escuchamos su amenaza. La muy zorra, muerta de risa, nos explicó:
-Mira chaval. Si esto llega a oídos del rector, la guarra de tu amante puede darse por despedida y tú serías expulsado porque ya me ocuparía de convencerles de que te has beneficiado de tu amoralidad.
Tratando de mantener la cordura, la respondió:
-Irene. ¿No te has dado cuenta de que nadie te creería? Al final es la palabra de una niñata celosa contra la de una profesora de fama intachable.
Reconozco que estuve de acuerdo con la cuarentona pero entonces mi compañera soltó una carcajada diciendo:
-Zorrita, ¡Mejor te callas! – y dirigiéndose a mí, me dio su móvil- Gonzalo mira el mensaje que me acabo de mandar a  mi email.
Todavía sin conocer el alcance de sus pruebas, empecé a ver el archivo y ni siquiera hizo falta que se lo contara a la profesora porque el sonido era lo suficientemente aclaratorio: “¡Nos había grabado”. Fue entonces cuando la rubia se desmoronó y llorando, le imploró que lo borrara.
-Realmente me toma por imbécil- Irene contestó sin inmutarse –Os tengo a los dos en mi poder y pienso aprovecharlo.
-¿Qué quiere?- intervine de muy mala leche. Seguía sin creerme el cambio dado por esa chavala.
-Es fácil, para empezar: ¡Quiero que esa zorra se arrodille y me descalce!
Ya cabreado por lo que imaginaba, intenté razonar con ella, al ver que la profesora le hacía caso y se estaba agachando:
-De nada te sirve, humillarla-
Pero entonces, mientras la que en teoría era su superior le quitaba un zapato, me respondió:
-No solo voy a humillarla, pienso usarla durante dos días del modo que me venga en gana – y señalando a la mujer que tenía a sus pies, dijo: -Siempre he querido tener una esclava y gracias a ti, la he conseguido.
Asustado pero en parte excitado, pregunté:
-¿Y yo? ¿No querrás qué sea tu sumiso?
Poniendo cara de putón, contestó:
-Todavía no lo he decidido, deja que piense mientras mi perra me chupa los pies.
Mi respeto por esa rubia se diluyó al ver que cediendo a los caprichos de la alumna, Doña Mercedes estaba lamiendo los dedos de la muchacha. No me podía creer que la afamada geóloga se comportara de un modo tan servil, pero entonces me fijé que sus ojos brillaban con un fulgor extraño y alucinado, me di cuenta que ese duro trato, estaba  estimulando su lado más oscuro. Irene, viendo que tenía su control, dio otro paso en su dominio diciendo:
-Gonzalo, ¿No te parece ridículo ver a una cachorrita envuelta en una toalla? ¿No crees que estaría más guapa sin ella?
La cuarentona me miró pidiendo ayuda pero no la encontró porque para entonces, me estaba gustando el jueguecito de mi amiga. Al percatarse de ello, casi llorando se levantó y se quitó la franela. La cría no pudo reprimir una risita al ver que la profesora cumplía a rajatabla sus peticiones y por eso, tomó una decisión que me afectaba diciendo:
-Sabes, nunca me ha comido el coño una mujer. ¿Te apetecería ver como lo hace?
Olvidándome del poco o mucho cariño que tenía por esa rubia, respondí que sí. No me pasó inadvertida la mirada de odio de mi profesora al oírme pero sin darle tiempo a reaccionar, Irene se levantó la falda y le dijo:
-Ya has oído. ¡Comételo!
Incapaz de desobedecer, Doña Mercedes se arrodilló entre las piernas de la cría y dirigiéndose a su captora, preguntó si le quitaba las bragas. El tono sumiso con el que realizó su pregunta me dejó claro que iba a ceder a todo lo que le pidiera aunque ello supusiera ser su puta. La morena, sonrió y quitándose ella misma el tanga, respondió:
-Hazlo lento, ¡Quiero disfrutar!
Os confieso que no pude retirar los ojos y que con un calor enorme, contemplé la escena que esas dos mujeres me estaban regalando. La mayor dela dos desnuda arrodillada mientras la joven con la falda levantada y enseñándome el coño, le exigía que se lo zampara.
-¡Me encantará verlo!- exclamé sin percatarme todavía de mi papel de convidado de piedra.
Irene sonrió al escucharme y dirigiéndose a la sumisa que tenía en frente, le exigió que comenzara, tras lo cual, se concentró en ella. Las manos de la profesora comenzaron a recorrer las piernas desnudas de mi compañera con una dedicación no impuesta. Con mi pene ya erecto, disfrute de como la cuarentona le empezaba a besar los tobillos y como lentamente iba subiendo por sus pantorrillas. Para entonces, la morena, cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Doña Mercedes se empezaba a mojar al sentir la excitación de ser mandada. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al oír los gemidos de su alumna, más afectada de lo que le hubiese gustado reconocer por sus maniobras.
-¡Vas a ser una perra obediente! ¿Verdad?
-Sí- masculló entre dientes sin dejar de besar cada centímetro de sus muslos.
Al sentirla tan cerca de su meta, mi compañera se desbrochó la camisa, dejándome observar por primera vez, la perfección de sus pezones rosados. Maravillado por esas dos maravillas, acomodé mi pene bajo mi pantalón y buscando una mejor posición, seguí espiando. Os confieso que tuve ganas de saltar sobre esos pechos juveniles casi adolescentes pero cuando ya estaba a punto de hacerlo, Irene se dio cuenta y me dijo:
-Todavía no es tu turno-
Cabreado pero estimulado por la escena, admiré el modo tan sensual en el que la profesora se apoderó del clítoris de la muchacha. Lo primero que hizo fue separar esos labios ya hinchados y con una delicadeza brutal, sacó su lengua y se puso a lamer tan codiciado botón.
-¡Dios! ¡Cómo voy a disfrutar con esta puta!- soltó Irene al sentirlo y presionando contra su pubis la cabeza de la rubia, le ordenó que no parara.
Su víctima, ya poseída por la lujuria, se dio un banquete al sentir que se aproximaba el orgasmo de la que era su dueña. Usando su lengua como cuchara, fue recogiendo el flujo que manaba del coño de la chavala e involuntariamente, usó una de sus manos para masturbarse mientras tanto. Los gemidos de ambas me llevaron a un estado tal que sin ser capaz de retenerme, me saqué el pene y cogiéndolo entre mis manos me empecé a hacer una paja en su honor.
Irene miró mi dureza con deseo y pellizcándose duramente los pezones, me preguntó si ella no estaba más buena que nuestra profe:
-Sí- respondí sin mentir porque esa morena estaba buenísima.
Satisfecha por mi respuesta, se dejó llevar y clamando su éxtasis se corrió dando gritos. Creyendo que mi turno no tardaría en llegar, estimulé su placer diciéndole lo mucho que la deseaba. Tal y como había previsto, la cría se retorció al oírlo pero tras dos minutos donde unió un orgasmo con el siguiente a manos de Doña Mercedes, se desplomó agotada.
Os juro que estaba convencido de que en ese momento iba a tomar el puesto de la profe. Desgraciadamente tras descansar un breve rato, mi compañera obligó a levantarse a la rubia y cogiéndola del brazo, le dijo:
-¡Puta!, hoy no vas a dormir hasta dejarme satisfecha.
La cuarentona sonrió al escucharla y sumisamente se dejó llevar hasta la habitación. Casi corriendo, las seguí y fue entonces cuando pegándome con la puerta en las narices, Irene me soltó:
-Lo siento Gonzalo, hoy has perdido tu oportunidad. ¡Mañana hablamos!
Sin todavía llegar a asimilar su desplante, señalé mi pene diciendo:
-¿No me dejarás así?
Soltando una carcajada, respondió:
-¡Hazte una paja!
 
 
 

Relato erótico:”Compañera decente se desata en la universidad 3″ (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2

 
Para los que no hayáis seguido las andanzas de Doña Mercedes, os voy a resumir lo sucedido hasta ahora. Esa mujer, con fama de estricta profesora de universidad, resultó ser una puta descarada a la que no le importó que yo fuera su alumno y tras varios meses tonteando, durante un viaje de estudios, se acostó conmigo. El problema surgió cuando una tarde, mi compañera Irene nos pilló follando en la ducha y decidió aprovecharse de la situación y convertir a esa cuarentona en su “dama de compañía”. El miedo a perder su trabajo pero sobre todo a que todo el mundo se enterara de su desliz, hizo que esa rubia cediera a las exigencias de su alumna y por eso fui testigo del modo en el que se sometió.
En un principio, pensé que jamás Doña Mercedes aceptaría un papel tan humillante pero al comprobar mi equivocación, solo pensaba en participar en su adiestramiento. Desgraciadamente, Irene tenía otras intenciones. Enamorada de mí, decidió esa tarde que usaría su nuevo poder para castigar mi desplante. Con toda la mala leche del mundo, me permitió observar como la rubia le comía el coño para una vez caliente como una moto, cerrarme la puerta en las narices y disfrutar ella sola de esa cuarentona.
Todavía recuerdo como si fuera ayer que durante toda la noche tuve que escuchar los gritos de placer de esas dos mujeres mientras en la habitación de al lado, yo me tenía que conformar con liberar mi tensión a base de pajas. Por eso y aunque no había podido casi dormir, al día siguiente me levanté temprano para intentar participar en esa fiesta:
 Llevaba despierto una hora, cuando vi salir a Doña Mercedes del cuarto que compartía con Irene. Curiosamente se la veía feliz y a pesar de que seguía desnuda, no le importó y acercándose a donde yo estaba tomándome un café, me dijo:
-Gonzalo, mi dueña quiere hablar contigo.
Como podréis suponer, me quedé de piedra al escuchar el apelativo con el que había nombrado a mi compañera. Sin ningún pudor esa mujer había aceptado su completa sumisión e incluso se mostraba contenta de su nuevo estado. Por eso, no me tuvo que repetir el deseo de su ama y siguiéndola a través del refugio donde estábamos, pasé a la habitación. Al entrar me extrañó no verla pero entonces, mi profesora me señaló el baño. Sin saber a qué atenerme, vi como la cuarentona pedía permiso para entrar y habiéndolo obtenido,  pasaba dentro.
Nuevamente me sorprendió encontrar a Irene en un baño de espuma pero más observar a Doña Mercedes arrodillándose a su lado. Os juro que solo con eso, yo ya estaba excitado pero el morbo se incrementó al ser testigo de cómo esa mujer empezaba a enjabonar a la muchacha. Me imagino que adivinó por mi cara mi calentura pero sin hacer mención alguna a la misma, sonrió mientras me preguntaba qué tal había dormido.
-Mal- respondí: – Me resultó difícil dormir con los gritos que dabais.
 -Me imagino- contestó muerta de risa.
Mirándome a los ojos, se levantó y exigió a la que era su teórica superior que cogiera el mango de la ducha y la aclarara. Decididamente, se exhibió ante mi demostrándome a las claras lo que me había perdido. Sé que lo hizo para molestarme pero tengo que reconocer que no solo me dio igual sino que disfruté al verla desnuda. Dotada por la naturaleza de dos pechos alucinantes, nunca me imaginé que esa empollona tuviera también un culo de ensueño y menos que  con semejante desparpajo se comportara así.
Sabedora del efecto que su cuerpo estaba teniendo bajo mi pantalón, Irene poniendo cara de putón verbenero pidió a su nueva sirvienta que apuntara con el chorro a su entrepierna. La rubia obedeció de inmediato, dejándome disfrutar de la visión de su coño. Exquisitamente depilado, su pubis me pareció todavía más atrayente que la noche anterior y ya dominado por la calentura, no pude más que con la boca abierta, disfrutar de cómo mi profesora  una vez había quitado el jabón de ese primor de sexo, le pidiera por favor a su dueña que se diera la vuelta. La puñetera cría se rio y girándose sobre la bañera, me dio la espalda.
Si ya estaba a mil por hora, ver esas dos nalgas y a la cuarentona separándolas para acto seguido limpiarlas con esmero, fue algo superior a mis fuerzas y con voz entrecortada por la excitación, pregunté qué era lo que quería. Irene soltó una carcajada al escucharme y con un tono meloso, me respondió:
-He decidido perdonarte y que me ayudes a adiestrar a mi esclava.
Aunque eso era mi deseo, su cara de satisfacción me alertó de que tenía trampa y por eso, mientras babeaba mirando su anatomía, contesté:
-Exactamente, ¿Cuál va ser mi papel?
La puta de mi compañera, antes de contestarme, ordenó a nuestra profesora que le acercara una toalla y mientras obedecía, salió de la ducha y totalmente en pelotas, esperó a que se la trajera. Una vez en medio del baño y como si fuera su criada, le exigió que la secara tras lo cual, se dirigió a mí diciendo:
-Gonzalo, como comprenderás pienso sacar partido y por ello, desde hoy y hasta que yo decida para todos los demás serás mi novio. Llevo mucho tiempo esperando que me lo pidas y ya que has cometido este error, será una forma en la que me compenses.
-Estoy de acuerdo- respondí  más alterado de lo que quería demostrar porque en ese momento, la cuarentona estaba secándole los pechos y descubrí que tenía los pezones duros: -¿Qué otra cosa quieres?
-Serás mi amante, me follarás donde y cuando yo diga….
-No hay problema- interrumpí mientras mi pene se revolvía inquieto bajo la bragueta.
-Esta zorra necesita adiestramiento y ha aceptado que tanto tú como yo seamos sus dueños.
Sin llegarme a creer todavía mi suerte,  decidí comprobar hasta donde llegaba mi función y cogiendo a Doña Mercedes de la melena, llevé su cara hasta la entrepierna de mi compañera, diciendo:
-Límpiale el chocho-
A Irene le divirtió que mi primera orden fuera esa y separando las rodillas, puso al alcance de la boca de esa mujer su coño. La rubia comprendió de inmediato lo que querían sus amos y sacando la lengua, comenzó a recorrer con ella los pliegues de su dueña. Valorando su estricta obediencia, me permití soltarle una nalgada y volviendo a la conversación, seguí preguntando sobre el papel que tenía que desempeñar:
-Según entiendo, tú decides respecto a todo lo concerniente a nuestra relación pero yo soy libre de usar a esta zorra.
-Así es. Podrás tirártela como y cuando quieras pero deberás esperar mis órdenes en todo lo que respecta a mí-
No me costó descubrir que esa cría se estaba viendo afectada por la comida que la profesora le estaba dando porque le costaba mantenerse de pie. Aprovechando eso, decidí sacar partido y tanteando el terreno, le pregunté:
-¿No sería mejor que esta guarra siguiera comiéndote el coño en la cama?.
-Tienes razón- contestó aliviada tras lo cual salió del baño y se tumbó sobre las sabanas.
Doña Mercedes la siguió y sumisamente, esperó a que le confirmara que podía seguir para agachándose entre sus piernas, volver a lamer su sexo.  Sin pedir su permiso, me despojé de mi ropa y subiéndome a la cama, me puse detrás de la profesora.
-Una última pregunta, ¿Podré hacer uso de nuestra esclava mientras tú también lo haces?
La cría que no era tonta, comprendió a la primera cuales eran mis verdaderas intenciones y soltando una carcajada, me respondió:
-Fóllatela-
Para entonces, Doña Mercedes ya se había apoderado del clítoris de mi amiga y mordisqueando dicho botón había conseguido sacar los primeros gemidos de su garganta. Contando con su autorización, cogí mi pene y colocándolo en el coño de la cuarentona, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo. No me sorprendió encontrármelo encharcado por lo que sin esperar a que se acostumbrara empecé a cabalgarla mientras le ordenaba que usara sus dedos para dar placer a mi compañera. La rubia quizás estimulada por sentir mi miembro en su interior pegó un grito y con mayor énfasis, reanudó la comida de coño introduciendo un par yemas en el sexo de la chavala.
-¡Me encanta ver cómo te la follas!- aulló Irene, satisfecha del tratamiento de su esclava y sin cortarse en absoluto, se pellizcó los pezones mientras me pedía que quería observar otra vez como azotaba el culo de nuestra profesora.
No tardé en complacer su deseo y con un sonoro azote, azucé el ritmo de la cuarentona. Esta al sentir mi dulce caricia en su nalga, aceleró el roce de su lengua sobre el sexo de la muchacha. El chapoteo de mi pene al entrar y salir del chocho de nuestra victima me convenció de que esa mujer estaba disfrutando del duro trato y soltándole otra nalgada, le prohibí correrse antes que su dueña.
-No lo haré, ¡Amo!-chilló dominada por la pasión la, en otra hora, adusta catedrática.
El rostro de mi amiga me reveló que no iba a tardar en tener un orgasmo por lo que aceleré el compás de mis penetraciones para intentar que la zorra que me estaba follando fallara. Deseaba ver cuál sería el castigo que Irene le impondría y por eso, con mayor rapidez, acuchillé su interior con mi estoque. Desgraciadamente, mi amiga no pudo más y soltando un berrido se corrió sobre las sabanas por lo que tuve que esperar para  disfrutar de esa chavala en el papel de estricta amazona. Doña Mercedes al saborear el éxtasis de su dueña, recogió con su lengua el flujo que brotaba de su sexo y al hacerlo prolongó el mismo.
La morena dominada por las sensaciones y deseando más, separó de un empujón a la profesora y a voz en grito, me pidió que me tumbara. Con mi pene tieso, obedecí y nada más poner mi espalda contra el colchón, escuché que me decía:
-¿Qué prefieres? ¿Qué te la mame? O ¿Qué te folle?
Estaba deseando ambas pero viendo el sudor que ya recorría los pechos de mi compañera, le contesté que ser follado. Mi respuesta debió complacerla porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, se abalanzó sobre mí y poniéndose a horcajadas, se empaló lentamente. La lentitud con la que se introdujo mi miembro en su interior, me permitió sentir como mi glande se abría camino entre sus pliegues y como su estrecho conducto, parecía estar hecho a medida de mi pene.
-¡Qué gozada!- aulló al notar que la rellenaba por completo y que la cabeza de mi verga chocaba contra la pared de su vagina.
Fue entonces cuando con la cara descompuesta, Doña Mercedes invadida por una excitación hasta entonces desconocida, le pidió permiso para chuparle los pechos. Al oír que se lo otorgaba, se lanzó sobre ellos pero antes dijo con tono descompuesto:
-Ama, demuéstrele quién manda.
Sus palabras fueron el inicio del galope de Irene que usándome como montura, empleó mi pene como si de un consolador se tratara.  Izando y bajando sus caderas, dio inicio a un rápido mete-saca donde mi única función era poner mi polla a su disposición. Sin dejarme siquiera tocarle las tetas, mi compañera buscó nuevamente su placer importándole un comino mi opinión, mi función era ser usado y eso era exactamente lo que hacía.
Mi frustración se fue acumulando a pasos agigantados. Me apetecía solo morder esos pezones que veía rebotar arriba y abajo sino acariciar con mis manos el culo duro de esa muchacha. Ver que mi profesora se adueñaba con su boca de “MIS” aureolas fue el colmo y ya totalmente dominado por la pasión, pegando un grito la quité de en medio y cogiendo entre mis brazos a mi compañera, la posé de espaldas contra la cama.
Curiosamente, en vez de quejarse, Irene me sonrió y abrazando mis caderas con sus piernas, presionó mi penetración mientras me decía:
-¡Ya te estabas tardando!
La confirmación de que esa cría deseaba ser amada y no solo follada, vino cuando poniendo un puchero, dijo:
-¿No vas a besar a tu novia?
Sin darle tiempo a arrepentirse, junté nuestras bocas y forzando sus labios con mi lengua, besé por vez primera a esa muchacha. Irene respondió con pasión a mi caricia y restregándose contra mí, me imploró que la tomara. Ni que decir tiene que le hice caso y cogiendo en mi boca uno de sus pezones, empecé nuevamente a penetrarla con mi estoque. La morena al sentir mis dientes  mordisqueando sus rosadas aureolas y a mi pene solazándose en su interior, berreó de placer y sin poder retrasarlo se corrió sonoramente. Yo al sentir su placer deslizándose por mis piernas, aceleré el lento trote y poco a poco fui dotando a mi cuerpo de una mayor velocidad.
-¡Como deseaba sentirme tuya!- chilló satisfecha  mientras su cuerpo unía un orgasmo con el siguiente.
La entrega de la muchacha fustigó mi marcha y llevando mi ritmo a unos extremos brutales, acuchillé su interior sin parar. Si ya estaba de sobra estimulado, bramé como un toro al ver a mi profesora en un rincón masturbándose e incapaz ya de parar, busque liberar mi tensión vía placer. La tremenda eyaculación con la que sembré su fértil útero, se derramó y saliendo por los bordes de su sexo, empapó con su blanca simiente no solo las piernas de la cría sino las sábanas.
Habiendo satisfecho mis necesidades, me dejé caer sobre Irene, la cual me recibió con los brazos abiertos y así desnudos y unidos descansamos durante un rato. Estaba todavía besando a mi recién estrenada novia cuando oí que nuestra profesora pedía permiso para hablar. Al otorgárselo Irene, la rubia bajando la cabeza, le susurró:
-Ama, me tiene que castigar.
Descojonada, mi amiga preguntó la razón.
-He aprovechado que estaban ustedes follando para masturbarme viéndoles.
-¿Por qué lo has hecho?
Casi llorando, la rubia se arrodilló e incapaz de mirarnos, respondió:
-Me excita ver al amo Gonzalo poseyéndola.
Muerta de risa por cómo había cambiado esa mujer, le preguntó mientras me guiñaba un ojo:
-¿Te gustaría que tu amo me volviera a  tomar?
Con sus ojos inyectados de deseo, respondió que sí. Al oír Irene su respuesta, la arrastró de los pelos y pegando su cara a mi miembro, le exigió que lo reanimara diciendo:
-Si quieres verlo, ¡Trabaja! ¡Puta!-
La cuarentona sonrió al escuchar esa orden y cogiendo mi pene entre sus manos, contestó:

 

-Será un placer, querida Ama.
 

Relato erótico: “Reencarnacion 8” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 8

Al despertarme con el sonido de la alarma, aunque he dormido bastante mal pensando en mil cosas a la vez, me levanto con energía. Miro el móvil, donde veo varios mensajes. Algunos de mi hijo, que sigue con su viaje por Londres, junto a su asquerosa novia y la aún más asquerosa Celia. Por lo visto va todo bien, y se lo está pasando genial. Me alegro por él, y porque desde que se marcharon mi casa es un remanso de paz. Luego leo algún otro de David, dándome las gracias por la noche anterior, una gran velada y que espera que podamos profundizar en nuestra relación más adelante. Le contesto amable pero sin florituras, no se da por vencido pese a que anoche tuvo su oportunidad, y le cerré la puerta de golpe. Por último uno de Javier, me resisto a abrirlo, aún estoy molesta con él por dejarme plantada ayer, pero al final lo leo, y me comenta que habló con Celia, que fue algo raro pero que toda va bien, y confirmaba que a las diez estará en mi casa, que está deseando pasar el día conmigo.

Miro la hora y son casi las nueve y media, me levanto de un salto y se me dibuja una sonrisa en la cara mientras me doy una ducha rápida. Estoy recordando la conclusión a la que llegué anoche, Javier y nadie más. Hoy voy a pasar todo el día con él y aún quedan un par de semanas hasta que regresen todos lo que podrían evitar que me divierta con mi particular galán.

Al salir del baño, declino la opción de peinarme mucho y maquillarme, vamos a la piscina y sería perder el tiempo, además tampoco me hace mucha falta para estar preciosa, siendo sincera.

Tardo un rato en escoger el bikini que voy a llevar, por un instante el apuro me hace coger un viejo bañador negro de cuerpo entero del armario, pero se me pasa, y me pongo uno de los nuevos, apenas unos triángulos blancos por delante y por detrás de mi cadera, unidos por cordones finos a los costados, y la sensación de ir enseñando gran parte de mis nalgas me hace sentir traviesa, y me gusta. La parte de arriba no es mucho más grande, mientras que los lazos a mi espalda son igual de pequeños que los de la parte de abajo, en este caso los cordones que recorren mi cuello son más anchos, ya que con mi generoso pecho y el paso de la edad, es mejor llevar mis senos bien sujetos. Me deleito con mi imagen en el espejo, estoy para comerme. Luego me pongo una amplia blusa blanca, de un solo hombro con algún dibujo en la parte delantera, dejando ver por las oberturas casi todo mi torso y que no tapa más allá de mi ombligo, con unos shorts vaqueros marcando mi trasero.

Al ponerme las sandalias, suena el timbre. Son la diez y mi chico llega puntal. Cojo un bolso grande donde meto todo lo del bolso pequeño que usé ayer, y en una bolsa meto crema solar del armario del baño, y un pequeño tanga limpio para cambiarme. Me pongo unas grades y oscuras gafas de sol, busco una toalla amplia, y bajo alegre por las escaleras al portal. Me atuso el pelo rubio a mi gusto, y salgo a la calle.

Javier está allí, de pie, con una enorme sonrisa al verme lanzarme contra su pecho, donde me abraza y me da un montón de besos en la frente. Dios, es como la noche y el día, estar en sus brazos me hace volar. Encima está guapísimo, con unas gafas de sol negras, un polo rojo pegado a su poderoso torso, y un bañador azul marino bastante corto enseñando gran parte de las piernas, y un abultado paquete. Me encana que tenga la seguridad en sí mismo de ir así.

-JAVIER: Hola preciosa mía, me alegro mucho de verte y de que no estés cabreada conmigo por lo de ayer.

-YO: Yo también me alegro de verte, y no te preocupes, al final me lo pase bien con mi jefe.- me alejo un poco y le golpeo en el pecho con uno de mis dedos, acusadora. –pero que no se repita eh, o me enfadaré de verdad. Por esta vez te libras invitándome a un helado.

-JAVIER: Vale, vale, lo capto. Lo siento de veras…y lo del helado está hecho.

Alza las manos en acto de sumisión, sabe que me dolió pero que no lo admitiré. Le miro con algo de desdén, solo para cerrar ese capítulo, y tomándole del brazo, doblamos la esquina para entrar al garaje del bloque de edificios, donde cogemos el coche.

No dejo de notar las miradas subidas de tono de Javier, está coméndame con los ojos, y me fascina que lo haga. Supongo que él no se da cuenta de que yo hago lo mismo.

Llegamos a mi vehículo, meto la toalla en la parte de atrás, y ya estamos listos para salir de camino a la piscina municipal más cercana.

-YO: Bueno, ¿Y qué tal con Celia? – me resigno a preguntar tras unos minutos de trayecto en silencio.

-JAVIER: Bien, la verdad es que la echo de menos, desde que se fue a estado muy desconectada y fue genial hablar por el ordenador un rato.

-YO: Pero me dijiste que había algo raro ¿No?

-JAVIER: Si, es que al principio fue muy fría, luego charlamos un par de horas y mejoró, aunque al final…

-YO: Dime.

-JAVIER: Es que no sé, en mitad de la conversación entraron varios del grupo del viaje, y llegó tu hijo… con la novia, y empezaron a molestarnos, para que luego se la llevaran y me dejara casi sin despedirse. No me gustó.

-YO: Es un feo detalle, pero tampoco me extraña viniendo de Carlos y su novia.

Voy conduciendo pero me doy perfecta cuenta de que está preocupado, no le gusta que Carlos pueda influenciar a su chica, y la verdad es que Celia es buena chica, por mucha envidia que le tenga. Si cambia su forma de ser por encajar en el grupo no creo que a Javier le haga mucha gracia.

-JAVIER: ¿Y tú qué con tu jefe? –cambia de tema no muy sutilmente.

-YO: Muy bien, la verdad, cenamos y nos reímos mucho, fue divertido. Luego me acercó a casa y nos quedamos en el coche un rato, pero luego se marchó, ya era tarde y debía madrugar para verte. – le sonrío.

Puede ser mi imaginación, pero al decirle que no hubo nada, juraría que apretaba los labios y el puño en señal de alegría. Luego me acaricia el brazo con ternura y me mira con fuerza, tanta que me ruboriza.

-JAVIER: Casi que mejor, Laura, vales mucho más que para ser la típica secretaria que se tira al jefe, y aunque eres mayorcita para saber lo que haces, me siento orgulloso de ti.

Me deja blanca esa madurez de su parte. Le sonrío cohibida, mientras trato de mantener la compostura. Puede parecer una bobada, pero que él se sienta orgulloso de mí, me hace notarme genial y me da un bienestar completo. Le copio el truco de anoche a mi jefe y poso mi mano en su rodilla, apretando con cariño.

-YO: Muchas gracias Javier, eres un encanto y te estás convirtiendo en alguien muy importante en mi vida, te aprecio mucho y espero que podamos seguir con nuestra relación mucho tiempo, eres un hombre ya, y me gusta mucho lo que veo en ti.

-JAVIER: Eres la mejor.

Aprovechando un semáforo se vence sobre mí y me abraza lateralmente, dándome varios besos en la mejilla, que correspondo con alegría. Le acaricio el rostro cuando se aleja de nuevo, y la mirada cómplice me dice que él me necesita a mi tanto como yo a él, no creo que tenga el mismo tono romántico que yo, pero está claro que hay un vínculo especial entre ambos.

Pongo el aire a toda potencia cuando salimos a carretera, el sol de finales del verano hace que pasadas las diez de la mañana ya estemos a treinta y dos grados. Siempre he tenido la sensación de que en Madrid el calor es más asfixiante, por el hecho de no tener mar cerca, y de que es una jungla de cemento y asfalto. Pasados unos kilómetros tomamos un desvío y nos encontramos con el acceso al parking de la piscina atascado de vehículos, y gente por las cunetas cambiando cargados con neveras portátiles, bolsas, mochilas y toallas. Es un suplicio pero tras media hora de quejas y recriminaciones, logramos acceder y aparcar casi de milagro. Es un alivio no cargar casi nada ya que la tortura continua, al cruzar el solar que hace de aparcamiento, llegamos a los puestos donde se compran las entradas, y la cola de gente se pierde entre unos árboles que hacen sombra. Lo más increíble es que aún faltan diez minutos para las once, que es cuando abren.

Pasamos un buen rato hablando de cosas banales entre Javier y yo, o alguna señora mayor que no pierde la oportunidad de charlar con alguien mientras se queja del calor. Nos hacemos unas fotos, cada uno al otro y luego juntos, le encanta mi sonrisa en cada instantánea, y me pregunto si es por él o porque soy feliz.

Avanzamos cuando abren las taquillas, por suerte han abierto todas y en poco tiempo sacamos las entradas. Empieza la carrera, la gente sale disparada para cruzar un puente sobre un riachuelo sin casi agua, que antaño era caudaloso y hacía las veces de piscina natural hasta que inauguraron el polideportivo. Luego tomamos una amplia avenida con gente usando las pistas de tenis, pádel, skate, futbol sala y hasta pelota vasca. Al llegar a un restaurante, la gente deja de correr y empieza una segunda cola de acceso al recinto acuático. En una mesa con sombrilla un señor vestido de seguridad, nos va diciendo que pasemos en orden y repasa las normas de la piscina. Pasamos por el lateral de un campo de rugby en fila, donde unos setos nos impiden ver lo que ya se oye y se huele, la piscina.

Llegamos a los vestuarios y en la entrada nos piden los tickets dos trabajadores del recinto. Pasamos a una antesala donde se pueden dejar las mochilas, ropa o bolsas en consigna, donde yo meto mi bolso en la mochila de mi acompañante, y la dejamos allí convenciéndole de que abandonemos los móviles por seguridad, cogiendo las toallas y la crema solar sin más. Javier me da un abrazo de “lo hemos logrado” antes de separarnos unos instantes. Él se marcha por un lado y yo por otro, cada uno a sus vestuarios según su sexo, donde me encuentro a un montón de mujeres medio desnudas. Paso al baño un momento para asearme y poner todo en su sitio, y salgo por la zona opuesta.

La estampa de Javier sólo con las bermudas allí de pie entre el gentío, me deja sin aire, aunque disimulo y me acerco como si nada. Tiene un aspecto increíble con las gafas de sol y la toalla echada al hombro, desprende seguridad, hombría, desparpajo y sobriedad cruzado de brazos por el pecho, con el torso descubierto y las piernas grandes y poderosas.

-JAVIER: ¿Y sales aún vestida? – dice con picardía.

-YO: Claro, me daba un poco de cosa en los vestuarios.

-JAVIER: ¿Por qué? – me pilla descolocada

-YO: Bueno, ya sabes, tanta chica joven luciéndose, y me daba algo de apuro. – se me queda mirando anonadado.

-JAVIER: No te entiendo, Laura, eres la mujer más preciosa del mundo, son ellas las que tendrían que envidiarte.

-YO: ¿De verdad lo crees? Mira que aún no me has visto en biquini.- sé que soy preciosa, pero me gusta ponerle a prueba.

-Javier: Claro que sí, boba…ven aquí.

Extiende su mano hacia mí, que me acerco sin saber qué va a hacer, parece que me va a abrazar, me relaja la sensación hasta que siento que coge de mi blusa y tira de ella por sorpresa sacándomela por la cabeza. Me aseguro de que mi cabello cae como oro líquido ante sus ojos y me cubro un poco avergonzada, pero él casi me exhibe a los demás.

-JAVIER: Mírate, estás para comerte, así que no me vegas con tonterías, que eres una mujer de bandera y lo sabes.

-YO: Vale.

Lo digo como si me hubiera convencido de que soy hermosa, pero es para esconder que me ha calado buscando el halago fácil.

Damos una vuelta buscando sitio, las mesas de jardín que ponen a cada extremo de la piscina, al lado de puestos pequeños del restaurante, están ya llenas, así que nos dirigimos a la zona interior, donde hay un solario con césped, una temeridad por el calor a estas horas. Así que encontramos un hueco en un techado verde alargado que hay al borde de la orilla, que da sombra.

Ponemos las toallas juntas y nos sentamos para relajarnos un rato. Pidiendo permiso, coge el bote de crema y se embadurna el cuerpo entero, no le quito el ojo de encima, y lo mejor es cuando me pide que le eche por la espalda, cosa que hago encantada. Sentir su piel y jugar a darle un masaje me enciende. Tras echarme un poco de crema en las piernas y brazos, decido quitarme los shorts de la forma más sensual que pueda, dejándole boquiabierto, algo que ni disimula. Acude presto a echarme crema y al sentir el frio del ungüento mezclado con sus dedos me calienta aún más. Aparta con una mano mi espesa melena y repasa cada centímetro de mi dermis. Cuando acaba me da un abrazo por detrás y me besa en el cuello de forma tierna.

Doy gracias a que la piscina está cerca, estoy segura de que si sigue tocándome así, pronto echaré fuego.

Nos sentamos unos minutos a esperar que la crema se absorba, y dejando de lado las miradas coquetas ente ambos, dándonos un festín entre nosotros, me percato de algo. Nadie, ni en el aparcamiento, ni las señoras con verborrea, ni en las taquillas, así como la gente del camino, o el vigilante, ni los operarios, ni la chica de la consigna… nadie nos ha mirado con gesto de desagrado. No es que tema que me vean desagradable, es el hecho de ir con alguien casi veinte años menor que yo al lado, pero nadie ha parecido darse cuenta. Asumo que la diferencia de edad está solo en mi cabeza, con treinta y siete puedo pasar por una de treinta por mi buen físico y belleza natural, él, con esa barba, algo de pelo en pecho y piernas, con un físico poderoso, aparenta bastante más que sus diecinueve años. No era algo en lo que hoy hubiera pensado hasta este momento, pero sí que siento un profundo alivio.

-YO: Muchas gracias por traerme.

-JAVIER: Gracias a ti, boba, que si no fuera por ti no hubiera visto el agua en todo el verano. –sin más se tumba y tira de mi para que me acomode a su brazo, usándolo de almohada.

Me rodea por la cintura y me pega a su cuerpo. El besito en la cabeza me saca una sonrisa, y trasteo con una de mis piernas encima de las suyas. Sentir sus dedos recorrer mi hombro me encanta, y al notar cómo se hincha su pecho ante mis ojos me lleva a poner mi mano allí, palpando su respiración, y advirtiendo el fuerte latido de su corazón. Pasa un rato en que no recordaba sentirme tan contenta. Se alza, y me quedo perpleja al verle repasar mi espalda con sus manos, que luego recorren mis brazos mis piernas y mi cintura.

-JAVIER: Creo que ya ha absorbido toda la crema tu piel, así que, yo me muero por entrar al agua.

Asiento cuando se pone en pie, dejamos las gafas de sol escondidas entre las toallas, y él no pierde detalle de cómo me levanto sacando culo, ni él ni varios de alrededor. Yo me fijo más en el abultado paquete de Javier, que o bien la tiene literalmente como un caballo o luce una semi erección bajo el escueto bañador. La realidad es que no muestra ningún tipo de rubor por ello, y me toma de la cintura acompañándome.

Los escasos quince metros hasta las duchas son un infierno. Pese a las sandalias siento las baldosas del suelo arder, y hasta el grifo metálico está ardiendo. El contraste con el agua fría es terrible, así que me mojo las manos primero, para humedecerme la nuca y los brazos. Me rio de los aullidos de sufrimiento de Javier, que se ha metido de golpe bajo el chorro, y se está frotando todo el cuerpo. Luego meto la cabeza mojándome el cabello y echándolo sobre un solo hombro. Mi acompañante intenta abrazarme, está empapado de agua fría y quiero huir entre risas, pero me agarra del brazo, pegándome a su cuerpo de nuevo, y asegurándose de que me moja todo lo que puede. Es algo entre sensual y divertido, y ambas cosas me recuerdan a cuando era feliz, hace ya lo que me parecen siglos.

Como joven que es, se lanza al agua desde el bordillo, salpicando un montón de agua. Yo me acerco al mismo, y me siento dejando que las piernas cuelguen, apoyo los brazos hacia atrás y dejo que el sol me haga brillar, es una sensación peculiar el calor del astro sobre tu piel, y debo estar preciosa ya que Javier me mira anonadado, medio agachado en el agua.

La piscina es muy grande, una “L” con una zona para críos aparte que cubre por las rodillas, y otra grande olímpica paralela, unidas por una abertura. Eso hace que la mayor parte de la profundidad sea la misma, un metro sesenta pelado.

Mi chico se pone en pie y su torso mojado hace que me muerda el labio, se echa el pelo hacia atrás y se acerca con el nivel del agua por el vientre. Me abre de piernas y se mete entre ellas, abrazándome por la cintura y besándome en el cuello. La sensación me eleva y le rodeo con mis brazos.

-JAVIER: Hemos venido a mojarnos ¿No?

Con todo su descaro me coge de los muslos y me carga sobre él, metiéndome en el agua hasta la cintura. Doy unos cortos gritos entre la risa y la sensación de frío, quiero escalar sobre su pecho, notando su nariz en mis senos. Él sonríe pero no me suelta, y de vez en cuando baja un poco para que me vaya mojando entera. Llega un momento que temo sacarle un ojo, mis pezones están duros y la tela del biquini ya los marca con nitidez, pero el roce es demasiado placentero para alejarme, sintiendo con el ajetreo su miembro rozándome el pubis. Es delicioso y sus ojos me miran, me admiran mejor dicho, es tan feliz como yo por la situación.

Me siento liviana entre sus brazos, y tras varios amagos que humedecen mis senos, ya estoy casi totalmente mojada, me falta la cabeza. Me permito el lujo de sujetarme de su nuca, y usando su cintura de eje, me venzo hacia atrás para hundirme del todo, él me ayuda sujetándome de los riñones, y cuando emerjo con todo el cabello pegado a mi cuerpo y los ojos azules brillando pegados en él, siento cómo me desea. Más allá de que tenga novia o yo sea la madre de su mejor amigo, es un adolescente y se lo noto. De algún modo se controla, y por fin me suelta, dejándome posarme en el suelo, donde se evidencia la diferencia de altura, ya que el agua me llega casi al pecho.

Nadamos orbitándonos el uno al otro, agachados para dejar solo la cabeza a flote. Nos salpicamos agua y durante un rato me olvido del juego. Buceamos, hacemos el pino, hablamos de anécdotas de piscina, solo somos dos personas pasándolo bien y disfrutando de un baño en un día caluroso. Luego nos acercamos, hay algún roce leve, pero al ir caminando, llegamos a la rampa de acceso a la olímpica y la profundidad aumenta, hasta el punto en el que a él le llega por los hombros y a mí me cuesta sacar la cabeza al ir de puntillas. Se me acerca con cuidado y me toma en sus brazos de nuevo.

-YO: Gracias, ya no llegaba al suelo.

-JAVIER: Tranquila, yo te llevo.

Y me subo a su pecho, como al principio, sé nadar perfectamente pero no desperdicio la oportunidad. Le rodeo con mis piernas, mientras me agarro a su cabeza con una mano, con la otra hago equilibrios sobre el agua y de vez en cuando coloco el biquini de mi pecho, ofreciéndome a él, que tiene cara de querer devorarme cuando lo hago.

Nos metemos en la zona más profunda, ni él hace pie ya, y tras soltarme, nadamos a uno de los laterales, dónde me agarro al bordillo. Javier acude a mi espalda y se agarra al bordillo también, pero pegando su pecho a mi espalda, protegiéndome o aprovechando para rozarse, me da igual, me gusta cómo me trata. Luego jugamos a tocar el suelo hundiéndonos, a aguantar la respiración y alguna aguadilla inocente.

Me canso un poco de mantenerme a flote y aprovecho que le tengo justo detrás para alzarme sobre el bordillo, mostrándole mi trasero en primer plano, y con un giro hábil, me siento en el borde. Me escurro el pelo hacia un lado y me aprieto los senos para lucirme de nuevo, gesto que es para echar el agua acumulada en la copa del biquini. Javier no tarda en acudir, y pasando sus manos por encima de mis piernas, donde se agarra, apoya su cabeza en mi muslo. Me resulta tan tierno y erótico que le acaricio la cabeza, entrelazando mis dedos con su cabello húmedo. Creo que si no es por el cloro del agua, percibiría el aroma a hembra que sale de mí, su nariz, ligeramente torcida, apunta directamente a mi sexo.

Nos pasamos un buen rato así, noto sus dedos haciendo círculos en la piel de mis muslos, y con el movimiento del oleaje de vez en cuando acomoda la cabeza de nuevo. Le acaricio la cara cuando el sol casi me ha secado por completo, alza la mirada y sonríe al verme observándole con cariño. Durante un instante me tienta besarle sus carnosos labios, pero es él el que se apoya en el borde y se eleva, me besa en la mejilla, un montón de veces, luego por el cuello y ya cayendo, me hace cosquillas al sentir sus labios rozando la piel de mi clavícula.

-YO: ¿A qué viene esto? – consigo decir entre risas.

-JAVIER: A que estás espectacular, ahora mismo es…es como si brillaras, pareces radiante.

-YO: Será el sol. – digo por evitar ruborizarme.

-JAVIER: Puede ser, aunque me gusta pensar que soy yo quien te hace feliz. Verás, es un poco egoísta, pero nunca había sentido una conexión así con nadie, me siento muy cómodo contigo.

– YO: Te entiendo perfectamente, siento… siento lo mismo, desde que falleció mi marido…pues me he sentido sola y tú me has hecho salir del cascarón donde me encontraba. – no me creo la conversación, nos estamos abriendo el uno al otro sin miedo – Además, tú también luces genial ahora mismo.

-JAVIER: Será por el sol.

Reímos, bromeamos para quitarle algo de peso al momento. Javier me mira sonriendo, y se echa a un lado para salir de un tirón del agua, poniéndose en pie, de inmediato se sienta detrás de mí, y me rodea con sus manos por el vientre. Me besa en el hombro, donde pone su barbilla, y yo me apoyo en su pecho, gozando al sentir su nariz haciéndome cosquillas detrás de la oreja, mientras acaricio sus antebrazos, o paso la mano por encima de su cabeza y le aprieto de la nuca sobre mí. Es algo más que disfrutar del momento, tengo la sensación de sentirme querida, por alguien que sabe que le quiero, y aunque no lo digamos con palabras, sé que es una vedad irrefutable.

-JAVIER: Dios, llevo aquí cinco minutos y ya me estoy asando, no sé cómo has aguantado tanto… – se separa un poco.

-YO: ¿Nos damos un chapuzón de vuelta a las toallas?

Asiente, me toma de la cintura, y de un simple tirón me echa sobre el agua. Cuando emerjo riéndome se tira a mi lado, y reímos. Cuando llegamos a la zona menos profunda jugueteamos a agarrarnos y acariciarnos. Todo parece muy normal aunque le quiero ver el lado sensual a todo lo que ocurre.

Una vez que llegamos al bordillo por donde entramos, Javier sale primero, y me ofrece su mano para ayudarme a salir. Lo que hace es que cuando estoy arriba, me empuja de nuevo al agua. Me quejo como una cría alegre, lo que soy en sus manos, y tras no fiarme de él, subo sola la siguiente vez. Pone cara triste pero se despista y haciendo acopio de todas mis fuerzas logro echarle al agua. Sale riéndose a carcajadas, maldiciendo y jurando venganza cuando sale. Pongo mi mejor cara de madre, y con gestos le digo que tenga cuidado, se le pasa el “enfado” y se gira, cosa que aprovecho para lanzarme contra él de nuevo, pero esta vez se da cuenta antes, y sin más opción que caer al agua, se agarra a mi espalda, y una de sus manos termina en mi trasero sujetándolo con fuerza, para que caiga con él.

Una vez en el agua seguimos riéndonos, pero una aguafiestas vestida de socorrista, nos pita con un silbato desde la lejanía, diciéndonos que está prohibido empujar a la gente. Con caritas de niños buenos, salimos del agua vigilándonos por si se nos ocurre intentarlo otra vez, y me fijo que Javier me mira por detrás sin disimulo. Me giro de forma sensual y me doy cuenta de que tengo la parte de abajo del biquini tan metida entre las nalgas que me queda un tanga. Me lo arreglo sin darle demasiada importancia. Le leo en la mirada que me quiere tirar de nuevo, y hasta amaga con hacerlo, pero ni corta ni perezosa le suelto un azote en el culo, señalándole acusadora.

-JAVIER: Que confianzas te tomas eh…

-YO: Anda que tú, que me has tirado al agua cogiéndome del trasero, listo. – caminamos hacia las toallas, y voy con aires de suficiencia para dejar claro que no me ha molestado que lo hiciera.

-JAVIER: Ha sido sin querer mujer – le miro traviesa – aunque debo decir que me ha gustado, lo tienes muy durito, como me gustan.

-YO Mira al otro, si ahora te gusta mi culo.

– JAVIER: Lo dices como si me tuviera que parecer feo.

– YO: ¿Con el pedazo de retaguardia de tu novia te vas a fijar en el mío?…Claro – el juego prosigue, y le tiento a ver por dónde sale.

-JAVIER: Laura, a ver, que el de Celia es muy grande y me gusta, pero el tuyo es… precioso.

-YO: Muchas gracias, mis horas de gimnasio me cuesta mantenerlo así de bonito.

-JAVIER: Cierto, dan ganas de agárralo y no soltarlo. – me da un toquecito con el hombro.

-YO: Pues por mí no te cortes.

Casi ha sido mi subconsciente el que ha hablado, estoy a punto de retractarme cuando me doy cuenta de que no tengo porqué, y me recuerdo que vengo a divertirme todo lo que él me deje. Me he sentido tan cómoda que el juego me ha llevado a esto. Así que me giro al llegar a las toallas, y le ofrezco mi trasero.

Javier pone los brazos en jarra, incrédulo me mira algo dubitativo, y yo, con seguridad contoneo las caderas ante él. Tras unos segundos eternos, posa sus manos en mi culo, y no con suavidad, una mano por nalga y apretando con gusto. Me muerdo el labio desando que no me suelte de verdad.

-JAVIER: Joder Laura, vaya trasero, en serio, es como la pared de pelota vasca de ahí fuera…

-YO: ¿Por qué?

-JAVIER: Porque me dan ganas de estrellas mis pelotas contra él.

Me parto de risa, me ha encantado el chiste, y de remate lo ha cerrado con una buena palmada en mi nalga. A continuación va a tumbarse boca abajo en la toalla, como si nada, pero es evidente, tiene una erección enorme, se lo noto cuando se ladea para acomodársela.

-JAVIER: Perdona la broma, no quiero que te sientas mal. – me siento a su lado boca arriba, poniéndome las gafas entre risas aún, y relajándome un poco.

-YO: Que va Javier, no te preocupes, ojala tuviera alguien que me tocara el culo.

-JAVIER: Ojalá estuviera la que me deja tocárselo…- dice cómplice, y sonreímos.

-YO: ¿A ti te molesta esto? – y le doy una palmada en su trasero, pero esta vez se lo agarro, deleitándome con descaro. – ¿A ti te molesta?

-JAVIER: Para nada.

-YO: Pues a mi menos, solucionado.

Y me tumbo cerrando el tema, deseando que cale la idea en su mente de que puede manosearme el trasero sin reproches.

Al rato noto el sol dándome en las piernas, el astro se mueve, y con él la sombra, así que decido ponerme morena como dios manda. Me estiro boca abajo y deshago el nudo a mi espalda, metiendo la tela de la parte de abajo entre las nalgas de nuevo. Lo hago sin segunda intención pero al fijarme Javier me está devorando con los ojos. Unos minutos después decide seguirme, y se da la vuelta, remangándose las ya de por sí cortas perneras de su bañador, macando un paquete enorme, aunque parece que ya tiene el miembro más tranquilo.

Tardo en decidir si darme la vuelta y hacer top less, nunca la he hecho pero me siento tan traviesa y cómoda con Javier, que pienso en tentarle aún más. No me atrevo y solo me doy la vuelta asegurándome de darle buena línea de visión a él y a nadie más, aunque todo el que pasa me mira, y hasta algunos chulos, con torsos marcados, alardean cerca. Yo no les hago caso, y aprovecho para remangar un poco más el biquini por mi pubis, lo justo, porque si lo bajo más mostraré mi pequeño triángulo de vello púbico.

Veo que Javier se pone en pie, y tras excusarse, regresa con un bote que tenía en su mochila, es un spray bronceador que se echa por el cuerpo. Le ayudo de nuevo, pero no me ato el cordón a mi espalda, solo me sujeto el biquini con una mano en los senos. Cuando termino, me tumbo y le pido que me la extienda por el cuerpo. Suspira con cada pasada por mi espalda y mis piernas, se atreve a bajar tanto que mete sus dedos por dentro del “tanga”, y al acabar, me toma la palabra y me palmea el trasero. Me encanta que lo haga, es la señal de que será una costumbre en nuestra relación.

Tras una hora tostándonos al sol, dando vueltas para igualar el tono de piel por todos lados, arrastramos las toallas hasta la sombra. Con la tontería son casi las tres y los puestos del restaurante están llenos ya de gente. Javier se pone la camiseta y yo le imito poniéndome la blusa y los shorts, aunque no los cierro por comodidad. Vamos a la consigna a coger el monedero, y aguardamos media hora en la cola para pedir la comida. Entre un chorreante bocadillo de panceta que se pide él, y otro de tortilla que elijo yo, compramos un par de botellas de agua fría y nos vamos a comer sentados en las toallas.

Charlamos de la universidad, me cuenta que lo está llevando bien y espera no fallar ninguna asignatura, su familia no puede permitirse que suspenda. Yo le hablo de mi trabajo y de algún que otro cotilleo. No sé como lo hacemos pero la conversación fluye si parar.

Al terminar recojo todo un poco mientras él va al baño. Cuando regresa, lo hace con un par de helados tipo sándwich de galleta con nata. Le como a besos por ello, me encantan, y nos los tenemos que comer a toda prisa, el calor es tal que sólo del trayecto ya se han medio derretido. Javier juega y me mancha la nariz de nata, yo le pringo el brazo, y al final tenemos los dedos tan manchados de galleta derretida que me chupo los dedos para limpiarlos. Él no quiere hacerlo para limpiarse, y sin servilletas, me lanzo a meter sus dedos en mi boca, dejándolos impolutos. No es muy sutil pero me encanta el sabor, y me sonroja la cara de gusto que pone al verme hacerlo, entre risas, mirándole a los ojos.

-JAVIER: Bueno, pues ahora un bañito ¿No? – se pone en pie y se quita la camiseta, lo hace con naturalidad pero ese gesto me enloquece.

-YO: Ahora no, hay que esperar un par de horas.

-JAVIER: Que va, si eso del corte de digestión es mentira.

-YO: Como sea, yo no voy.

-JAVIER: Venga, es solo un chapuzón. – se me acerca, coquetea y trata de desnudarme entre juegos, queriendo convencerme.

–YO: Para, no quiero, me apetece echarme un rato, no he dormido bien.

-JAVIER: ¿Me echabas de menos? – dice burlón.

-YO: Pues un poco si, estos días durmiendo juntos han sido muy buenos para mí, y esta noche no estabas. – me toma del mentón y me hace mirarle.

-JAVIER: Pues aquí me tienes, nos echamos una siesta y luego chapuzón ¿Vale?

Al verme asentir feliz, me besa la mejilla, y nos vamos al solario, ahora mismo hay una sombra en el césped, en una esquina banca, y antes de que se ponga nadie nos hacemos con el mejor sitio. Extendemos las toallas y Javier se sienta apoyando la espalda en el rincón. Es él el que se abre de piernas y tira de mí para que le use de colchón, sentada de medio lado. Me coloca tan pegada a él que noto su miembro en mi cadera. Me rodea por la cintura y apoyo la cabeza en su pecho. Siento sus dedos recorrer mi silueta antes de caer dormida.

Es raro, me despierto por el ruido de la piscina, del ambiente, es como si alguien hubiera subido el volumen de golpe. Me avergüenzo de estar casi babeando sobre el tórax de Javier, que me mantiene sujeta pegada a él. Nos hemos debido de mover ya que él tiene una postura diferente y yo estoy algo girada. Mirando a mí alrededor observo cómo varias familias y parejas se despiertan del mismo modo. La hora de la siesta terminó, y todos acuden a darse un baño.

Dejamos las tollas donde están, según el ángulo del atardecer ya nos toca sombra hasta irnos. Voy a los aseos y al regresar me quito la blusa y los shorts. Noto su mano acariciando mi cintura, los pantaloncitos me han dejado las marcas por dormir con ellos, y las repasa con las yemas de los dedos.

Él se quita la camiseta, y dejamos las chanclas allí. Sentir el césped fresco en los pies es una gloria, pero al llegar a las baldosas siguen ardiendo. Javier camina dando saltitos pero yo no puedo, así que regresa a por mí y me carga a su hombro. Cuando llegamos al bordillo me baja, allí el agua salpicada templa el suelo. Nos damos una ducha rápida y cuando nos acercamos al bordillo le doy una palmadita en el trasero para animarle, y proseguir el juego. El sonríe alegre y me toma de la cintura, haciéndome dar un salto para montarme sobre su cuerpo, esta vez usa sus manos en mi trasero con tranquilidad y me prepara para salta al agua y justo antes de saltar me da una fuerte palmada en el culo. El chico empieza a entender que puede hacerme lo que quiera, no le voy a frenar.

Una vez en la piscina, se repite la rutina de por la mañana, paseo, roces y alguna aguadilla sutil, pero ahora estamos mucho más cerca el uno del otro, agarrándonos y metiéndonos mano con cierto disimulo. Él es tan grande que me maneja como quiere, y le dejo. Para poder jugar con él, aprovecho cuando sale a tomar aire y le salto encima, muchas veces le meto una teta en la boca a posta, y me encanta verle tratar de no chuparla o morderla, lo hago todo el rato porque me vuelve loca el roce, y que sea él más. Luego se deja caer sobre su espalda y nos hundimos juntos, y lo que pasa debajo del agua allí se queda, pero al emerger más de una vez nos tenemos que poner los bañadores en su sitio.

Al llegar a la zona profunda me pego de espaldas a la pared y él se apoya en el bordillo de cara. Le abrazo con piernas y brazos por el torso, como si fuera un koala en una enorme rama. Dejo que sea él quien se acerca y se aleja, hablando de la gente y bromeando del anciano tan moreno que da vueltas a la piscina, de la chica aquella en top less, del grupo de chicos tirándose a la piscina haciendo acrobacias para impresionar al grupo de chicas, de las tetas de aquella o del paquetón de aquel otro.

Me lo paso bien, casi me recuerda a una época feliz con Luis, mi fallecido marido, pero me doy cuenta de que cada vez que noto el miembro de Javier en mi pubis por el oleaje, se aleja un poco. Supongo que es una barrera aún para él.

Regresamos a las tollas en una especie de carrera a nado. Mi buena forma física me hace no quedar descolgada ante su potente brazada. Salimos y nos damos una ducha para quitarnos el cloro, al pasar por detrás de mí, noto una palmadita suya, y se la devuelvo rápida y fuerte. Regresamos a las toallas entre risas, y las extendemos al sol, repitiendo un poco el ciclo de cremas y exponer la piel a los rayos uva, y a los ojos del otro.

Son las siete de la tarde, y aunque aún falta una hora para que cierren, estoy algo cansada y esperar a que salga toda la gente asegura un atasco. Así que vamos a la consiga a recoger todo, luego a los baños, cada uno al suyo. Me quito el biquini y me pongo el tanga minúsculo que llevaba en el bolso. Sopeso al idea de quitarme también la parte de arriba del biquini, pero no llevo sujetador de repuesto y la blusa es tan amplia que en cualquier gesto enseño los pechos por las oberturas de los brazos, así que me dejo la parte de arriba, el pelo aún húmedo ya es suficiente reclamo.

Mientras me visto sopeso al imagen ante mí, muchas mujeres desnudas de nuevo, y me imagino a Javier, rodeado de un montón de hombres también desnudos, y su miembro enorme, deduzco, colgado. Esa idea me excita. Una vez lista salgo por el lateral del campo de rugby. Mi galán ya me espera, con un pantalón corto del mismo color que el bañador, que llevaría en la mochila.

No somos los únicos que tienen la idea de salir antes, mucha gente ya está en camino, pero bastante menos que la que habrá en una hora. Pensando en ello descubro que estoy caminando pegada a Javier, que tiene un brazo por encima de mis hombros, y mi mano está metida en el bolsillo trasero de su pantalón. No tengo ni idea de cómo hemos llegado a esta postura tan de pareja, pero mi mano se da un festín sintiendo su nalga moverse, apretando y soltando alguna que otra vez. Y así se queda hasta que salimos al aparcamiento.

Me da una palmadita cuando nos separamos, y nos metemos en el coche. Durante el trayecto no paran las caricias y carantoñas de ambos, dando las gracias al otro. Javier comenta lo loco que debe esta Thor de estar todo el día solo en casa. Así que nos pasamos por su casa primero para recogerlo, y dar un largo paseo. No se equivocaba, el perro salta como loco al pasar a recogerle, y durante media hora no deja árbol sin marcar. Luego subimos a su casa unos minutos, se ducha mientras juego con el animal.

-YO: Qué solitaria está la casa ¿No? No se oye nada. – le comento abstraída cuando regresa sólo con unos bóxer ajustados puestos

-JAVIER: Ya, es lo que tiene ser una casa de estudiantes en verano, los demás están de vacaciones.

– YO: Te aburrirás aquí.

– JAVIER: Tampoco es que haga mucha vida con ellos, pero sí que se echa algo de menos ruido en casa.

– YO: Lo mismo digo, aunque en mi caso no sé si prefiero una casa vacía o que regrese Carlos…con la otra.- sonreímos ambos.

-JAVIER: Oye, pues no sé, se me ocurre que hasta que regresen del viaje, podría irme a tu casa unos días. – abro la boca ilusionada, no se me había ocurrido pedírselo. – bueno, si no te molesta, es que si nos sentimos algo solos los dos, nos podemos hacer compañía, y si voy a dormir en tu casa es un poco absurdo estar yendo y viniendo, dejando a Thor solo.

-YO: Claro, no hay problema, es más, me encantaría.

Sin más, cogemos una maleta y metemos algo de su ropa y las cosas de Thor. Se viste con el mismo pantalón corto de antes y una camiseta blanca limpia. Bajamos al coche y vamos a mi casa. El animal está encantado de tenernos a ambos en el trayecto, y hociquea mientras conduzco, feliz entre las piernas de Javier, que apenas puede mantenerle quieto.

Al llegar a casa aparcamos y subimos sus cosas, le dejo instalarse mientras voy a darme una ducha para quitarme el sabor a cloro de la piel, y al salir me pongo un tanga pequeño y un camisón blanco de satén nuevo, más largo y más escotado que los viejos. Me hago un moño por el calor, y salgo al salón. Me siento al lado de Javier, y descansamos un rato, mientras jugamos con el perro y vemos la televisión.

Un rato después me voy a la cocina a hacer la cena, y él me sigue, ayudándome con una ensalada y algo para picar. Me preocupa que desde que hemos llegado a casa está un poco más seco que en la piscina, así que cuando pasa por mi lado le doy una palmadita, esperando su reacción, que no se hace esperar y se gira, cogiéndome del culo con fuerza. Es como si se hubiera bloqueado, pero una vez le dejo claro que el juego sigue en casa, me da varias palmaditas en menos de media hora.

Cuando terminamos de cenar, friego los platos y él recoge. Al acabar se pone a secar la vajilla a mi lado. Una vez hemos concluido, me deja pasar primero al salón y esa vez me agarra del culo hasta que llegamos al sofá, donde no se corta y se deja caer, para tirar de mi cintura y sentarme en su regazo.

-YO: Vaya, me has tomado la palabra y no me quitas la mano de encima. – digo con la suficiente serenidad para que sepa que no me incomoda.

-JAVIER: Como para no, tienes un cuerpazo, y ya que no nos molesta a ninguno.

-YO: Me alegra mucho que te sientas cómodo con ello, me gusta.

-JAVIER: Y a mí, creo que a ambos nos falta mucho cariño, y no veo nada malo en dárnoslo. – posa su mano en mi muslo, y me besa por el cuello.

Me recuesto sorbe él, y nos quedamos así un buen rato. Me porto mal y de vez en cuando giro la cadera buscando su miembro, o me levanto a buscar un vaso de agua, pero enseguida vuelvo para sentarme sobre su paquete, luego me levanto de nuevo a por el móvil, y le traigo el suyo.

Tenemos muchos mensajes al estar todo el día desconectados, y los vamos contestando y comentando, enseñando las fotos que nos hemos hecho, haciéndonos otras nuevas muy juntos, o le pregunto sobre aplicaciones que no entiendo. Es casi normal, si no fuera porque noto su pene crecer y decrecer según me mueva. Advierto de nuevo que cuando se siente abrumado, ya que el roce de su paquete con mi cuerpo es evidente, me toma de las piernas y me coloca un poco más lejos de su ingle. Cuando lo hace por tercera vez me conformo con estar así, y no presionarle más.

-JAVIER: Oye, voy a salir con Thor un rato, para que se desahogue.

– YO: Vale, te acompañaría pero no me apetece vestirme, y no creo que pueda salir así. Sonrió al ponerme de pie ante él y lucirme.

-JAVIER: ¿Subo algo de alguna tienda?

-YO: Nada Javier, si tú quieres algo sí, pero hay de todo. – asiente acariciando mis piernas.

Se pone en pie y me abraza, es tan cálido y tan agradable que pasa casi un minuto hasta que me suelta. Thor se pone pie y me lame la mano antes de irse con su dueño, que me señala las llaves antes de cogerlas e irse con el animal.

Yo me tumbo en el sofá, y remoloneo contenta, repasando el día entero, y pensando que Javier se va a quedar en mi casa muchos días, vamos a dormir juntos y que estamos derribando barreras entre nosotros. Si hay algún tipo de impedimento moral, a mi ya no me importan, me gusta la relación que se va formando, y hacia dónde se dirige.

A los veinte minutos regresa con Thor, que me busca para que le acaricie la enorme cabeza, y se va a beberse casi su cuenco entero. Javier entras detrás, y pese a que se le entero, le noto cansado. Se acerca al sofá y se deja caer a plomo sobre mí, que a duras penas puedo colocar mis piernas para recibirle y acoger su cabeza en mi clavícula.

-JAVIER: Dios, estoy agotado, y en la calle hace un calor asfixiante.

– YO: Y aún quedan unas semanas de calor, así que vete acostumbrando. – le acaricio la cabeza, que está ligeramente humedecida de sudor – si estás sudando. – digo preocupada.

– JAVIER: Ya, perdona. Deja que….

Se alza poniéndose de rodillas, con las piernas entremezcladas, y se quita la camiseta algo sudada. Mis manos no pueden evitar subir por su vientre hasta el pecho. Javier sonríe y se acomoda un poco más abajo, para volver a tumbarse sobre mí, y usar uno de mis senos de almohada.

-YO: ¿Mejor?

-JAVIER: Mucho, si peso demasiado me lo dices…

-YO: Tranquilo, estoy en la gloria ahora mismo. – acaricio sus costados con las manos y le doy un besito en la frente.

-JAVIER: Eres la mejor Laura. –dice entre susurros, y haciendo fuerza tira de mi cuerpo para meter su brazos por mi espalda y rodearme con ellos.

Es una sensación colosal, me encanta tener a alguien tan grande sobre mí, y sentir su fuerza protegiéndome, cubriéndome, doblegado ante mí. Quizá no lo sepa, pero me está dando todo lo que quiero, y más.

Mis dedos recorren toda su espalda, desde la nuca hasta sus riñones. Debo hacerle cosquillas en un momento dado porque se revuelve un poco para dejar su cara en mi cuello. Siento sus respiración tan serena que me eriza la piel, y de vez en cuando me da un besito en la zona de la carótida.

-JAVIER: Como sigamos así me voy a queda dormido encima tuya.

-YO: No me importaría, tú me has hecho de colchón ya un par de veces.

-JAVIER: Cierto.

Se acomoda de nuevo, y en el trascurso de unos segundos siento su miembro en mi pierna, y su cadera está friccionando entre mis muslos. Me muerdo el labio para no gemir de placer, aunque me quedo quieta, y dejo que él tome la iniciativa, si quiere. Me decepciona ver que se separa otra vez.

-JAVIER: Será mejor que me vaya a la cama. ¿Te vienes ya o te quedas aquí un rato?

-YO: No, me voy ya contigo.

-JAVIER: Bueno, como quieras, aunque debo darme un agua antes de meterme en la cama…ya sabes…el sudor.

Me coge de la nuca y me da mil besos en la mejilla, para luego levantarse sin poder ocultar una enorme erección en el pantalón. Tampoco lo intenta.

Me pongo en pie, y como hizo él antes, le cojo del trasero hasta la habitación. Pasamos a la puerta del baño y se gira, rodeándome por la cintura y mientras me besa por el cuello, sus manos bajan a mi culo, el cual, amasa sin compasión, y palmea un par de veces. Abro la boca algo sorprendida, y de golpe le entiendo, va a masturbarse y necesita algo con qué hacerlo. Cuando se gira, decido ayudarle.

-YO: Oye ¿Ves que me haya quemado? Noto la piel algo tirante en las piernas – me giro, y casi sacándome el camisón por la cabeza, le muestro toda mi espalda y mi trasero desnudos, salvo por el fino hilo del tanga entre mis glúteos.

-JAVIER: No…bueno…no que yo vea.

-YO: Fíjate bien, mira, toca aquí ¿Lo notas? – le tomo de la mano y la pongo en mis muslos, tan cerca de mi sexo como puedo.

-JAVIER: No, nada. – se asegura tardando un mundo en repasar la zona.

– YO: Vale, gracias. – me giro bajándome el camisón, y le doy un beso enorme en la mejilla, aprovechado para restregarle mis pechos por el torso. – Buena ducha.

El gesto que hace es inequívoco, “Si ya tenía ganas, ahora me voy a masturbar hasta reventar” le leo en los ojos. Sonríe sin más y se mete en el baño. Tentada estoy de meterme por sorpresa en unos minutos, pillarle en mitad del acto, y acabarlo yo. Pero no quiero precipitarme, el problema es que ahora la excitada soy yo. Llevo todo el día bastante caliente, pero saber lo que va a hacer, y por mi culpa, me mata. Pienso varias locuras, entre ellas, masturbarme en la cama, o en el baño, o donde sea, pero todas tienen un fallo de base, debo terminar antes que él, y siendo adolescente, dudo que tenga mucho aguante.

Me voy al sofá, y juego con Thor, que ya anda medo dormido en el suelo del salón, normalmente dormía en mi cama cuando se quedó hace unas semanas, pero es el rincón más fresco de la casa, y tres cuerpos son demasiados ya para mi cama. Es increíble ver al enorme dogo allí tumbado, es casi como una enorme alfombra. Con eso me distraigo un poco, y tras diez minutos, escucho a Javier salir del baño. Como aguante no es mucho, pero todo depende del ritmo que le haya dado. Me ilusiona pensar que se la ha machacado a toda velocidad pensando en mí. Se asoma por la puerta que da al pasillo.

-YO: ¿Ya te has aliviado?

-JAVIER: Dios, que gustazo, necesitaba la ducha. – me aguanto la risa al ver que no capta mi doble sentido.

Dobla su ropa con cuidado y la coloca en una silla, ya con las luces apagadas apenas puedo intuir que ya va en bóxer. Viene hasta mí y me pone en pie, me toma de la cintura y de las piernas y me lleva a la cama como recién casados, ya lo hizo hace tiempo, pero esta vez siento sus manos recorrer mi cuerpo con seguridad. Me saca varias sonrisas verle maniobrar, pero logra dejarme en la cama con cuidado y sin incidentes.

Me da un besito dulce en la frente y se va unos segundos, deduzco que para ver a Thor ya durmiendo y asegurándose que tiene comida y agua. Yo aprovecho para ir al baño, donde salvo las paredes húmedas de la bañera no noto nada, tal vez no se masturbara, o tuvo cuidado de no dejar pistas.

Cuando regresa le estoy esperando con pose casual y sensual, quitándome el moño y dejando la cascada rubia libre. Apaga la luz del cuarto, no sin dejarme deleitarme con su cuerpo, antes de tumbarse boca arriba. Se queda quieto y me hace un gesto para que me acerque. Acudo encantada a su pecho y me abrazo a él, que aprovecha para tantear mi cuerpo y sobarme un poco el trasero. Yo no me quedo corta y acaricio todo su pecho y el vientre bajo.

-JAVIER: Ha sido un día magnifico Laura, en serio.

-YO: ¿Verdad? Ha sido un placer y espero repetirlo todos los días que podamos. – digo ilusionada.

-JAVIER: Claro, lo que tú quieras, tenemos tiempo, vamos a hacer todas las cosas que quieras, y voy a darte todo el cariño que te mereces. – me aprieta contra él y me besa en un ceja, la oscuridad no ayuda, así que lo hace otra vez en la frente. Nos reímos.

-YO: Voy a intenta hacer lo mismo, te lo prometo. – suelto en un suspiro.

La conversación va bajando de nivel, apenas murmullos en la noche, que se van debilitando según nos vamos quedando dormidos. Tras un rato, y algo adormecida ya, noto que me da la vuelta, y se pone detrás de mí, haciendo la cucharita, pone su brazo para que lo use de almohada, el otro me rodea la cintura, y con cuidado, mete la mano por dentro del camisón, que ayudo siendo tan vaporoso, y se queda acariciando con ternura mi vientre.

Pienso en mi marido, en todas las veces que me ponía así cuando le apetecía sexo, recorría mi cuerpo acariciando con esmero, desde mis senos hasta mi pubis, donde ya no había retorno, y me ofrecía a él, y él a mí. Aparto esa idea de mi cabeza, ahora es Javier quien apoya su nariz en mi cabeza, besa mi hombro, y pega su vientre a mi espalda. Le busco con un pie y lo entrelazo con los suyos, antes de aferrarme al antebrazo que me rodea, y quedarme serenamente dormida. Feliz.

Continuará…

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poesiaerestu@outlook.es

 

Relato erótico: “EL LEGADO (9): Pura sodomía.” (POR JANIS)

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Gracias a todos por vuestros comentarios y por vuestros ánimos. 
Para Xan, Eric era un proxeneta que chantajeaba a sus compañeras de profesión. Su muerte fue solo una cuestión de lógica defensiva, o quizás una venganza de Sergio. ¿A quien le gusta que chantajeen de esa forma a su hermana? De todas formas, ya verás como no es lo mismo, a medida que continúe la historia. Sergio es dominante por naturaleza, pero justo y atemperado por su humanidad.
Para german_becquer, Sergio puede tener 17 años, pero Rasputín ha volcado todo cuanto era en su mente. Estamos hablando de un tipo que perteneció a una furiosa secta destructiva como los jlystýs (totalmente cierto), que recorrió Europa y Asia (también cierto), y que fue capaz de embaucar a los zares de Rusia (aún más cierto), ¿crees que unas mujeres, de más o menos edad, con una experiencia limitada, en una sociedad de parabienes como la nuestra, pueden escapar a sus sutiles manipulaciones,a toda su experiencia? Sergio no es ya conciente del magnetismo que posee, de sus nuevos conocimientos, ya no tiene la voz dándole consejos, sino que es algo que surge directamente de él, sea como un recuerdo o como puro instinto. Lo utiliza tal y como nosotros accionamos un interruptor eléctrico. Necesitamos luz e, inconscientemente, alargamos la mano.
¡Hiiiiii! ¡Me encanta esto de comentar y discutir! Muchas gracias, de nuevo por cuestionar tan elegantemente.
Chronos, el morbo, como tal, es un poderoso aliado para una escritora. Me place que te guste.
Jubilado, la sumisión es el paso más lógico para su relación. Al menos, yo lo pienso así.
Shadow, estoy encantada de que leas mis fantasías. Fuiste uno de los escritores que me convencieron para mostrar lo que escribía en privado. He leído todo lo que tienes aquí, en TR, y me encanto tu serie “Hasta el día de hoy” y la saga de Val. Ahora estoy disfrutando con tu chica quince.
Besitos a todos.
Janis.
P.D.: el mail que puse tuvo un problema. El nuevo (ya probado) es janis.estigma@hotmail.es
Pura sodomía.
Hoy es sábado, penúltimo día en Madrid. Me he levantado más tarde que otros días, pero aún así, las calles están casi vacías tan temprano. Repaso cuanto hemos hablamos las chicas y yo en la cama, mientras corro. ¿Tan evidente son los cambios por los que estoy pasando? Mis niñas se han dado cuenta de muchas cosas, pero han reaccionado muy bien. Se han convertido en sumisas sin que yo fuera consciente de ello.
¿Me parece mejor que sean sumisas o bien, prefiero que sean mis novias?
No lo sé, esa es la pura verdad. Todo esto me toma un poco de sorpresa. No es lo mismo tratar a Dena que a mis niñas. Me viene a la cabeza un pensamiento que no puede ser mío. “Todas las mujeres son unas putas, solo han nacido para servirme”. Es como un axioma, un versículo sagrado, grabado a fuego. Me río mentalmente. Es una de las cosas típicas de Rasputín y, ahora, Rasputín soy yo.
Me entretengo en el parque, haciendo ejercicios antes de pasar por la farmacia. Saludo a la señora, que me echa un buen vistazo, y me peso. ¡Ciento doce kilos! ¡He perdido veinte y dos kilos en apenas quince días!
¡La ostia bendita! ¿Será bueno perder tanto en tan poco tiempo? Ya no hay remedio. Rasputín me dijo que había tocado mis glándulas o no sé qué cosa, para hacerlo más rápido. Con razón me siento más ágil. Si esto sigue así, estaré en un peso adecuado a mi estatura en un par de meses como mucho. Regreso al piso con los pies muy ligeros. Casi se podría decir que bailando.
Paro en el tercero y llamo a la puerta de Dena. Me saluda con una bonita sonrisa. Le comunico que voy a ducharme y que bajo enseguida con el desayuno. Ella asiente y me besa. Antes de salir a correr, he dejado fermentando la masa de los buñuelos y los rosquillos. Hay que hacer algo especial en estos días previos ala Navidad.Mepongo a ellos, aún sin vestirme. Les dejo a las chicas, más dormidas que una marmota enferma, un buen surtido de buñuelos con miel y tiernos rosquillos bañados en azúcar. Bajo de nuevo al tercero, con una pequeña olla llena del surtido navideño.
No es Dena quien me abre. Unos ojazos impresionantes, de largas pestañas y color azul verdoso, se alzan para mirarme. Es una mirada dulce e inocente, muy tímida, casi asustada.
―           Hola, preciosa, tú tienes que ser Patricia, ¿verdad?
―           Si – titubea un segundo. — ¿Y usted?
―           Yo soy Sergio, pero no me digas de usted. Solo tengo tres años más que tú.
Veo el asombro en sus ojos. Me mira de nuevo, desde arriba abajo. Su pelo está tan cepillado que casi reluce, rubio pajizo. Lleva el cabello recogido en una larga trenza que, en esta ocasión, parte de la parte superior de su cabeza. Viste la chaqueta de un chándal celeste y blanco, que le está un poco corto, dejando entrever su ombligo. No parece llevar camiseta debajo. Cubriendo sus piernas, unas viejas mallas que ya no son negras, pero deben de ser muy cómodas, y unas Adidas rosas. Las viejas mallas ponen de manifiesto que su esbelto cuerpo está moldeando sus formas femeninas, aunque sin prisas. Se pasa la lengua por los labios al aspirar el aroma que surge de la olla, tapada con un paño. Es muy bonita. Demasiado, quizás, pienso.
―           Patricia, cariño, ¿no le dejas pasar? Mira que trae cosas muy buenas para el desayuno – bromea su madre, abriendo más la puerta.
―           Si, claro, pasa – murmura la chiquilla, apartándose.
Le indico a Dena que no me llame Amo delante de su hija, y me siento a la barrita de la cocina americana. Patricia se sube a otro de los taburetes, a mi lado. La noto como me contempla fijamente. Baja la mirada en cuanto me giro, las mejillas rosadas. Encantadora. Su madre llena su taza y la mía, y sirve un batido de chocolate a su hija. La veo un poco aniñada para tener catorce años. No sé, tampoco soy un experto.
Destapo la olla y coloco un surtido sobre un plato.
―           ¿Te gustan los buñuelos? – le pregunto a Patricia. — ¿Con miel?
―           Si. Los roscos también. Mi abuela los hacía.
―           Perfecto, pues, ale, a comer, tía…
Ella sonríe, al escuchar la jerga de sus propios amigos. Devora un buñuelo como una ratita, a pequeños mordiscos y mirándome, casi de reojo.
―           Este chico se llama Sergio y vive con las chicas del ático. Nos conocimos en una clase del gimnasio y solemos desayunar juntos.
―           ¿Vives con las modelos? – pregunta, abriendo los ojos.
―           Si, la pelirroja es mi hermana.
―           Son muy guapas – musita.
―           Si, por eso son modelos – me río. — ¿Qué quieres tú ser en la vida?
―           ¿Qué eres tú? – me contesta con otra pregunta.
―           Un brujo – le soplo, guiñando un ojo.
Parpadea, sorprendida por la respuesta. Su madre se ríe y ella acaba haciéndolo también. Apoya la cabeza en una mano, inclinándose sobre la barra. Me mira.
―           Aún no lo sé. Algún trabajo en el que no tuviera que tratar con la gente… — responde.
―           Es muy tímida – aclara su madre.
―           Ya lo he visto. Suele mirar de reojo, casi por sorpresa – alargo una mano y le tiro de la trenza. Patricia sonríe y se sonroja.
Le comunico a su madre que mañana nos iremos a Salamanca a pasar toda la semana de Navidad. Le digo que no sé exactamente cuando volveré. Todo depende de unas cuantas decisiones familiares. Dena hace un puchero, aprovechando que su hija mira atentamente mi perfil.
―           ¿Qué clase de brujería haces? – me pregunta de repente Patricia.
―           ¿Cuál crees tú? – le devuelvo la mirada.
―           Alguna que tenga que ver con tus ojos. ¿Hipnosis? – tiene buena intuición.
―           Algo así. Yo cambio a la gente. Las convierto en lo que más desean – miro de reojo a su madre, quien sonríe feliz.
―           ¿Cómo? No comprendo.
―           Aún eres demasiado joven para eso…
―           No soy una niña – dice, bajándose del taburete y cogiendo los servicios de café. Se ha molestado, al parecer.
Cuando se iza sobre sus pies para dejar todo en el fregadero, sus mallas ponen de manifiesto un bello trasero, redondo y erguido. Dena ha visto mi mirada y su sonrisa se ha esfumado. Me mira, intranquila. No es el momento de decir nada.
―           ¿Tienes un cacharro para dejarte todo esto? – le pregunto, señalando los buñuelos y los roscos. – Así me llevo la olla. Me hará falta…
―           Claro – contesta, levantándose del taburete.
―           ¿Cuánto mides? – pregunta Patricia, enjuagando las tazas.
―           Dos metros.
―           ¡Que alto!
―           Si, a veces era jodido. Se me veía demasiado. Yo también he sido tímido. Ser alto y llamar la atención no es muy divertido si todos se burlan.
―           ¿Se burlaban? ¿Por qué?
―           Porque estaba muy gordo, porque era diferente. ¡Que sé yo! – Dena me entrega un Tupper grande y paso los dulces.
―           Pero, ¿si eras más alto, también serias más fuerte? ¿Por qué le dejabas burlarse?
―           Por la misma razón que tú te escondes de los demás en el recreo.
He acertado. Se muerde la lengua y vuelve la cara. Su cuerpo se envara. Alza la cabeza, sacudiendo su trenza, y mira a Dena.
―           Madre, estaré en mi habitación si me necesitas. Adiós, Sergio.
―           Adiós, Patricia.
―           ¿Me ha llamado madre? – se asombra Dena, una vez que la chiquilla se ha marchado.
―           Tiene carácter a pesar de la timidez.
―           Si, es muy cabezota. No suele dar su brazo a torcer.
―           Bien. Es hora de que vayas al dormitorio, te desnudes, y me esperes con el culo en pompa – la tomo por sorpresa.
―           Si, Amo – responde ella, con un bello resplandor en sus ojos.
Dejo la puerta entornada y subo al piso, a buscar uno de los cinturones. Cuando entro de nuevo, Dena observa lo que traigo en la mano. Sus nalgas se estremecen de temor. Está bellísima, desnuda y asustada, con las nalgas en alto, en espera de ser azotadas o usadas. Paso un dedo por su coño. Ya está muy húmeda.
―           ¿Siempre te habías mojado así?
―           Nunca, Amo Sergio. No sé lo que me ocurre contigo. Parece que te hubiera esperado siempre.
―           Puede que eso sea lo que realmente ocurre. ¿Temes lo que voy a hacerte?
―           Si, Señor, pero también lo deseo mucho…
―           Te aseguro que vas a gozar. ¿Tienes crema lubricante?
―           No, Amo.
―           Compra un tarro mañana. El aceite hace el apaño, pero mancha – le digo.
―           Si, Amo.
Me dirijo a la cocina y me fijo en la puerta de Patricia. No está completamente cerrada. Sonrío. Busco la botella del aceite y regreso. Me despojo de mi pantalón y de los boxers, y embadurno el vibrador y el esfínter de Dena. Me dedico completamente a dilatarlo con mis dedos, sin prisas. Disfruto metiéndole un dedo, después dos, y al final, tres. Sus suspiros cambian de intensidad, primero en gemidos, y después en grititos cortos y suaves.
Dena tiene un buen culo, a pesar de no haberlo usado. Es esfínter es muy elástico y lo he dilatado tanto que le cabría un brazo por él. Sin embargo, lo que importa son sus paredes intestinales, y eso no da tanto de sí.
―           Amo, por favor… méteme… algo…
―           ¿Qué? – me pilla por sorpresa, atareado con su culo.
―           Por el… coño… por favor… algo para… calmarlo… Amo.
En verdad, está tan anegado que chorrea sobre la cama. Dena lleva agitando sus caderas un buen rato y no se ha corrido ya porque sabe que no le he dado permiso.
―           Sin prisas, zorra, no me había olvidado de tu coño. Ahora mismo, te lleno ese agujero.
―           Gracias, Amo.
Mi polla lleva un rato bien armada, preparada para todo. Sin tener que subirme a la cama, se la cuelo lentamente, abriéndole bien el coño. Dena casi rebuzna al sentir el pollazo. No quiere hacer ruidos, pues su hija está en la otra habitación, pero el problema es que el placer le hace olvidarse de eso. Tiene que desfogar, tiene que gemir y chillar; el tremendo gustazo la obliga.
―           Ooohh, Amo Sergio… no más… demasiado… dentro… — articula como puede. Creo que se la he metido demasiado.
La dejo que ella lleve el ritmo de su penetración y sigo metiéndole dedos en el culo. Ya no se estremece, sino que son verdaderos espasmos los que sacuden sus caderas.
―           Amo… ¿puedo?
―           Si, Dena, hazlo…
Con un hondo suspiro, se relaja, dejando que las trepidantes sensaciones que soporta la arrastren, gozando largamente. Muerde la sábana para no gritar, y los dedos de sus pies se crispan fuertemente. Su ano no deja de palpitar, e incluso se ha cerrado durante el orgasmo, colapsado por el placer. Sin embargo, ha vuelto a dar de sí, al relajarse Dena. Es el momento de ponerle el cinturón.
―           ¿Quieres que te meta el vibrador ya, zorra? – le pregunto, dándole un fuerte cachete en las nalgas.
―           ¡Aaay! Si, mi Amo.
―           Desde el momento en que te ponga este cinturón, estás libre de gozar cuando se te antoje, puta, todas las veces que quieras. Siempre que lleves puesto el cinturón, podrás correrte sin desobedecerme. Tienes que ponértelo seis horas al día. Te aconsejo que te lo pongas de noche, para dormir, es más efectivo.
―           ¿Cuánto tiempo, Señor?
―           Hasta que regrese a Madrid. Entonces, te la meteré por el culo, hasta el fondo.
―           Si, Amo.
Le doy un nuevo cachete, aún más fuerte, y le introduzco el vibrador. No da ningún problema para quedar alojado en el recto. Coloco las tiras con el velcro y el cinturón queda asegurado. Tomo el control y lo activo. Primera velocidad.
―           ¿Qué sientes, zorra?
―           Oh, Amo… es algo nuevo… diferente…
―           Buen, vamos a animar entonces la cosa – y me arrodillo en la cama, ante su rostro.
Mi erguida polla queda a escasos centímetros de su nariz, aún llena de sus jugos vaginales. Se la meto en la boca de un envite, haciéndola toser. Cuando la retiro, lo acompaño de otro duro azote en las nalgas. Vuelta a meterle mi miembro en el estuche bucal. Otro azote. Otra embestida.
Guardo los tiempos entre las acciones, alargando el proceso. Dena gime cada vez más fuerte. La baba escapa de sus labios, mezclada con las lágrimas que derrama. Sus nalgas están muy rojas y, seguramente, con un fuerte picor. Esta vez, entierro mi polla hasta su garganta, dejándola allí unos segundos, mientras aprieto sus firmes nalgas con mis dedos, dejándolos marcados.
Cuando se la saco, tose y escupe sobre la sábana.
―           Otra… vez… Amo… — jadea.
―           Guarra…
La introduzco de nuevo, aún más profundamente, si puede ser. Tiene una arcada cuando se la saco y parte de los buñuelos brota de su garganta. Alza los ojos y me mira. Sonríe.
―           Puta caliente – la digo y noto como se estremece.
Activo la segunda velocidad, lo que la toma por sorpresa. Agita sus nalgas con fuerza, acostumbrándose al movimiento del vibrador.
―           Aaahh, Amo… me quema…
―           Eso es bueno. Está frotando tus paredes intestinales, agrandándolas. Sigue mamando…
Justo en el momento en que entierro de nuevo mi polla en su boca, elevo mis ojos y descubro, en el espejo de la cómoda, situada en el rincón más alejado de la cama, los inocentes y curiosos ojos de Patricia. Está espiando, oculta por la entreabierta puerta del dormitorio, a través del espejo. Solo distingo su asombrado y hermoso rostro. Se encuentra de cuclillas, asomando solo su cabecita entre la puerta. Desde donde está, puede ver el enrojecido trasero de su madre y mi pecho desnudo, pero no lo que está haciendo la boca de su madre con mi polla.
No sé cuanto tiempo lleva allí, ni lo que ha visto, pero estoy dispuesto a darle un buen espectáculo. Me tumbo en la cama, haciendo que Dena se de la vuelta sobre las rodillas.
―           Cómemela, zorra mía.
Dena se tumba de bruces entre mis piernas, descansando de la anterior postura, y se atarea sobre todo mi tallo. De la forma que me he puesto, Patricia puede ver todo el esplendor de mi miembro y como su madre traga. Sin embargo, yo ya no puedo verla a ella. El espejo queda detrás de mi cabeza, pero puedo notar sus ojos clavados en mí.
Activo la tercera velocidad y Dena baila involuntariamente. Sus nalgas y caderas no pueden quedarse quietas, aún estando tumbada de bruces. Sus lametones se vuelven frenéticos y, en muchas ocasiones, tiene que dejar de chupar, para gemir y morderse el labio. Está muy cerca de un tremendo orgasmo que nunca ha experimentado.
Se pone de rodillas, incapaz de permanecer tumbada. Aprisiona sus nalgas sobre sus talones y gime, los ojos cerrados, el rostro levantado. Comienza a realizar un baile que contonea su cintura y su pelvis, apenas sin mover las caderas, casi como un ondulamiento de su cuerpo. Ha aferrado mi polla, frotándola contra su vientre sudoroso.
Es como una sacerdotisa pagana en trance, bailando sobre víctima a sacrificar. Su rostro muestra tal placer que no aguanto más, y me corro con fuerza sobre su vientre y sobre sus pechos, arqueando mi espalda. Restriega el semen que me ha arrancado sobre su piel ansiosa. Esta vez, ha abierto sus ojos y me mira, con todo el vicio del mundo en ellos.
Entreabre su boca y sonríe. Se está corriendo, lo sé, lo noto. Se corre y me mira. Quiere que sea testigo de lo puta que se siente.
―           Amo Sergio… te quiero… te quiero más… que a mi vida…
―           Sigue, puta mía, cuéntamelo todo…
―           No lo comprendo, pero… te quiero más que a… mi hija… ¡Quiero que me emputezcas!
Otro orgasmo la estaba alcanzando, casi sin descanso.
―           ¡Confiesa todo lo que sientes, lo que deseas, zorra descastada!
―           ¡No… no me atrevo… Amo! Me da vergüenza… confesarlo… Oooohhh, Dios… otra vez… me corroooo… ¡Para ese cacharro! Me vas a matar…
―           Pararé cuando me digas todo lo que deseo escuchar, esclava.
Jadea y se aquieta, retomando algo de control. Apoya sus manos en mi pecho y sus ojos quedan atrapados en los míos.
―           He visto como tratas a mi hija, Amo. Eres muy dulce con ella… Sé que te gusta… es muy bonita…
―           Si, zorra, lo es.
―           Quiero que la hechices… como a mí… Hazla tuya, atráela a nuestra cama… edúcala…
―           En verdad, tú eres la que la deseas, ¿verdad, putón?
―           Si… — cierra los ojos, avergonzada.
Reduzco una velocidad, permitiéndole recobrarse más. Le meto los dedos en la boca, obligándola a mirarme y a chuparlos.
―           ¿Desde cuando piensas en el incesto?
―           No lo sé… desde hace un par de años… desde su primera regla… he soñado con ello…
―           ¿La has tocado?
―           Solo roces. A veces, acaricio sus piernas mientras vemos la tele… pero no me atrevo a más… Amo… ¿Lo harás?
―           Dependerá de ella, Dena. No la intimidaré, ni la obligaré. Si decide entregarse, será por su propia voluntad.
―           Como quieras, Amo Sergio, según tus deseos…
Cuando me levanto, Patricia ya se ha marchado. Creo que será divertido jugar con esas cartas. Me marcho tras darle las últimas instrucciones a Dena.
Contemplo como mis chicas arrebañan el último trozo de fruta, regada con miel, del plato. He hecho una macedonia especial con las frutas que había en el frutero. Vamos a estar una semana fuera y se pudrirían todas.
―           ¿Estaba buena, cariñitos?
―           Mmm… peque, de vicio – responde mi hermana, relamiéndose.
―           Bien. Ahora, os vais a la cama, las dos. Os quitáis la poca ropa que lleváis y os aplicáis cremita en esos culitos – les comunico, divertido. Sus rostros se iluminan. – Yo mientras, fregaré los platos y haré café.
―           ¿Qué hacemos nosotras? – se extraña Maby.
―           Me esperáis, la mejilla sobre la sábana, los culitos alzados, los brazos estirazados. Si queréis, podéis dormir cinco minutos de siesta, pero sin bajar las nalgas. Tienen que estar dispuestas para mí – mi tono cambia de registro.
―           Si, Sergio – baja la cabeza Pam, dándole la mano a su compañera y marchándose las dos al dormitorio.
Sin prisas, recojo los platos de la mesa, limpio las migas, y pongo la cafetera sobrela Vitro.Mientrasfriego lo poco que hay en el fregadero, el café sube. Vierto una parte del contenido de la cafetera en una taza y dejo el restante para Pam. Maby no suele tomar.
Apoyado contra la encimera de piedra sintética, café en mano, pienso en lo mucho que me está gustando ordenar y controlar. Es una sensación poderosa y nueva; algo que se mete en la sangre, como una enfermedad que necesita supurar cada cierto tiempo. Por el momento, no estoy actuando de forma depravada, ni humillante. No creo que eso vaya conmigo, al menos con las personas a las que quiero, pero si me estoy volviendo muy controlador. Deseo que las cosas se hagan como yo digo, a mi manera, y no soporto críticas idiotas, ni excusas insulsas.
¿Irá a peor con el tiempo? Debo recordar que llevo a mi propia bestia en el interior. Rasputín no es ciertamente famoso por sus obras sociales. ¿Es esto resultado de su fusión? ¿A quien quiero engañar? Por supuesto que si. Llevo al Monje Loco en mi interior; en algo se debe notar.
Entro en el dormitorio, quitándome la ropa. Las dos están postradas en la gran cama, con los brazos estirados hacia el cabecero, los muslos separados y las nalgas bien alzadas, tanto que las rodillas tiemblan. Puedo ver la crema brillando sobre la piel de sus traseros. Sin despegar la mejilla del colchón, ellas me miran.
―           ¿Estamos bien así? – pregunta Maby.
―           Si. Ahora, silencio… es momento para gemir o gritar, no para hablar. Quiero que os miréis…
Solo deben cambiar de mejilla, pues están una al lado de la otra, para conectar sus miradas. Maby le lanza un beso a Pam, y esta le sonríe.
―           Acercaros más, la una a la otra, vuestras caderas tienen que tocarse.
Acercan sus posiciones, quedando muslo contra muslo, y sus labios muy cercanos, pero no al alcance de sus lenguas. Ya desnudo, me acerco a sus grupas y las azoto con un golpe a cada una.
―           Solo podréis mover una mano – las advierto. – Quiero que os lubriquéis los coños, la una a la otra, preparándolos para mi polla. Quiero que os miréis mientras lo hacéis.
Tragan saliva. Creo que es más debido al morbo que sienten, que a un posible temor. Sus manos se mueven en busca de sus objetivos. El brazo de Maby por debajo del cuerpo de Pam, y el de esta, bajando por la espalda de la morenita, y bajando por sus húmedas nalgas. Casi no parpadean, admirando sus mutuas expresiones. Las bocas entreabiertas, embargadas por los primeros jadeos; los ceños que se fruncen, expresando el ansia de sentir; las aletas de sus preciosas naricitas que aletean, sin saber si buscan más oxígeno o deliciosos aromas enloquecedores.
Acaricio sus glúteos, comprobando que la crema lubricante está bien esparcida sobre los esfínteres.
―           ¿Cómo están ya esos coñitos, queridas mías?
―           Muy mojados, Sergi.
―           Si, peque, a punto…
―           Seguid así – y las rodeo para poner mi polla ante sus bocas.
Aún no está lo suficientemente alzada para traspasarlas. Llenarla de sangre cuesta cierto tiempo y calentamiento, no os creáis. Pero para eso están mis chicas, que, levantando la cabeza, se encargan de levantarla. Sus lenguas la palpan, la recorren, la atrapan, sin usar aún los labios, pasándosela de la una a la otra con diversión y pericia.
―           Mojadla bien. Hoy no habrá preliminares, ni juegos. Os la voy a meter del tirón, entera. Tanto por un lado como por el otro. Así que, cuanto más humedad, tanto en vuestros coños como sobre mi polla, mejor entrará – las aviso, y veo perfectamente como se estremecen. Ni siquiera contestan. Siguen lamiendo.
Las dejo sorber, lamer y succionar cada centímetro de mi polla. Escupen sobre ella y babean, se dan la lengua entre ellas para aumentar su salivación. Cuando creo que es suficiente, les pregunto:
―           ¿Creéis que está bien o queréis seguir más tiempo?
―           Está bien, Sergio – jadea Maby. Sus brazos tiemblan.
―           ¿Alguna preferencia para empezar?
―           Hazlo con Maby, Sergi… está a punto de correrse – me avisa mi hermana.
En los ojos de la morenita, puedo ver que es cierto. No aguantará mucho más.
―           Está bien. Os advierto que no pienso utilizar mis manos, solo empujaré. Tenéis que dirigir vosotras el acoplamiento, os permito ayudaros mutuamente – digo, poniéndome de nuevo detrás de Maby.
Pam se gira rápidamente, cogiendo mi polla con la mano, para ayudar a su amiga amante. Con pericia, introduce parte del glande en el ansioso coño de Maby. Un goterón de lefa cae sobre mi miembro, desde su vagina. Está inundada completamente. Empiezo a empujar y mi polla se desliza fácilmente en el cálido túnel de carne, separando sus carnes. El chillido de Maby nos toma por sorpresa, tanto a Pam como a mí.
―           ¡Jodeeeeeeeerrr!
Sé que se está corriendo, aunque no esperaba esa intensidad. Agita tanto sus caderas que casi me parte la polla. Pam le acaricia el pelo.
―           Es cierto que te corres cada vez que te la mete – le susurra mi hermana.
―           Siiii… con solo… deslizarla… dentro – jadea, sonriendo. – Deja que me recupere, Sergio, y…
―           No.
Empiezo a follarla fuerte, empujando un poco más en casa embiste, martilleando con mi polla, cada vez más cerca de su útero. Grita algo que no entiendo. No le hago ni caso y aumento el ritmo. Soy una máquina en ese momento, sin piedad, sin descanso. Mi hermana no sabe qué hacer. Trata de consolarla, de amortiguar mis embates. No sirve de nada, así que solo le queda mirarnos, sentada sobre sus talones, sin ser consciente de que tiene una de sus manos en el coño.
―           ¡AAAAHHAHHAAA! ¡SERGIIIIII! – grita Maby. — ¡Para, para… por favoooorr! ¡Que me meoooo! ¡TE JURO QUE ME MEOOOOO…! ¡CAGO EN DIOOOSSS!!
Sonrío y empujo más. Enseguida, un líquido caliente se desliza por mi polla, por sus muslos, salta a la sábana, manchando el colchón. Tiene los ojos cerrados y se muerde el labio inferior, la frente apoyada sobre la sábana.
―           ¡Meona! ¡Guarra! ¡Cerda! – a cada insulto, le doy un fuerte cachete en las nalgas, usando ambas manos.
Maby se estremece y agita las caderas, intentando escapar al castigo. Tiene el rostro congestionado por la vergüenza y no abre los ojos, como si no quisiera ver lo que ha hecho. Un fuerte gemido desvía mi atención. Pam se está corriendo, contemplando mi azotaína. Sus caderas sufren un espasmo a cada vez que dejo caer un azote sobre las nalgas de nuestra amiga. Cuando descubre que me he dado cuenta, quiere parar, pero su cuerpo sigue corriéndose, así que no le queda más que seguir agitándose, también roja como un tomate.
Meto uno de mis dedos en el culo de Maby, abriéndolo. Es un brusco cambio tras el último azote. Alza su rostro, abriendo la boca, pero se resiste a abrir los ojos. Pam se inclina sobre ella, e intenta besarla, pero mis embistes no la dejan apenas.
Dos dedos. Su boquita hace un mohín de ansiedad. Se acerca a un nuevo orgasmo. Pam la sujeta por los hombros.
―           Avísame cuando llegue – le silbo a Pam y ella asiente.
Tres dedos y aumento el ritmo de follada. Mi polla entra al completo ya en su coño, sin impedimentos.
―           Ya está llegando, Sergi.
Se la saco de un golpe. Su coño hace un sonido huevo al quedar vacío. Llevo uno de mis dedos a su clítoris, pellizcándolo fuertemente.
―           ¡Ay, mi rey…! Mi niño… me muero otra vezzz… — gime.
Le cuelo todo el glande y un poco más, en el culo, por sorpresa. Le corto el orgasmo. Maby boquea, sin poder pronunciar palabra. Mi polla es un poco más ancha que el vibrador y acabo de meterle algo más de diez centímetros de golpe. Me quedo quieto, sintiendo como las paredes de su ano me oprimen la polla con fuerza. ¡Dios, que bueno!
―           ¿Duele, amor? – le pregunta Pam, limpiándole las lágrimas que resbalan por su cara.
No responde, pero silba, dejando que su culo se adecue a mi tamaño. Mis dedos empiezan a jugar de nuevo con su clítoris. Su coño sigue goteando y pulsando.
―           ¿Puedo seguir, putilla? – pregunto.
―           Siii… mi señor… — contesta, apretando los dientes.
―           Así me gusta, que seas valiente. Pam, aprende lo que es una buena zorra – me río.
―           ¿Qué puedo hacer para ayudarla, Sergi?
―           Ven aquí y escupe en su culo. Me he llevado casi toda la crema en los dedos.
Pam se apresura a escupir varias veces sobre mi polla y su esfínter. Saco de nuevo la polla y empujo la saliva al interior. Esta vez, con más lentitud, lo que Maby agradece. Tras repetir tres o cuatro veces esta misma operación, su esfínter aparece tan dilatado que solo es visible un buen agujero entre sus nalgas. Me parece encantador y terriblemente hermoso. Ese ano rojizo palpita, como si estuviera furioso. Ya no aprieta tanto como al principio.
―           ¿Estás preparada para que entre toda? – le pregunto.
―           Soy tuya. Haz lo que desees conmigo – me responde. Pam me mira con ojos implorantes. “Con cuidado”.
Lo hago muy lentamente, con dulzura. Su recto se abre a mi paso, casi con delicadeza. Con exasperante lentitud, introduzco tres cuartas partes de mi miembro, mientras Pam abre las nalgas de su compañera con las manos, intentando dejarme más espacio.
―           Creo que estoy empujando tu mierda hacia arriba – le susurro con malicia. – ¿Quedarás estreñida?
―           No creo, demonio… con lo que me has abierto… no podré parar de cagar…
―           ¡Jajajaja! – me río con fuerza, casi con maldad. Hasta yo me asombro de la insana pasión que me llena.
Sin embargo, no parece que las chicas me tengan demasiado miedo. Más bien, creo que le tienen más miedo a lo que están sintiendo. Temen entregarse al desconocido torbellino que las atrae. Se han corrido a pesar de la vergüenza y del asco, y saben que aún no han acabado.
―           Vamos a ponernos en la otra cama. Aquí hay demasiada humedad – digo con sorna y me levanto, alzando a Maby entre mis brazos, como una pluma, sin sacársela.
La deposito un metro más allá, en la misma posición.
―           Ahora, te voy a follar el culo, sin prisas. Hasta aquí, no has sangrado nada. El entrenamiento ha dado sus frutos. No te haré más daño, tesoro mío. Procura gozar… — le susurro, casi al oído.
―           Si… si, mi cielo…
―           Pam, únete a mí, dame tu boca, anímanos con tus caricias – la llamo.
Viene rápidamente, con una amplia sonrisa, y se abraza a mi cuello, ofreciéndome su lengua. Ella misma se encarga de acariciar el clítoris de Maby para hacer más soportable la enculada. El caso es que parece disfrutarla. Me muevo lento y tranquilo, sin prisas. Pam no para de lubricar su culito con saliva y acariciarle el coño. Maby sigue apoyando la cabeza sobre sus brazos cruzados. Apenas la distingo, hundida entre sus hombros.
―           Maby, princesa… ¿Estás bien? – le pregunto.
―           Ya… no duele… pero escuece – contesta, con voz nasal por la posición.
―           ¿Paro?
―           ¡No! Es… demasiado lento… no alcanzo el orgasmo… ¡Dale de una vez, Señor!
Pam, que está lamiendo mis pezones, levanta los ojos y me mira. Nos sonreímos. En sus ojos, puedo ver la envidia… desea pasar ya por las mismas condiciones.
―           Tranquila, Pam. Pronto te tocará a ti y chillaras igual – ella solo siente, los ojos bajos. – Prepárate para limpiarme la polla ahora, cuando nos corramos. Habrá mierda y leche por igual, pero lo harás, ¿verdad? Lo tragaras todo…
Alza los ojos y me sostiene la mirada durante dos segundos. Hay un conato de rebeldía en ese fondo avellana, pero pronto se disipa. Asiente y se lleva un dedo a su coño. Está alzada sobre sus rodillas, los muslos abiertos. Saca el dedo chorreando y se lo lleva a su boca. Vuelve a mirarme, sin sacar el dedo de la boca, y sonríe.
No hay nada más que hablar. Comienzo a culear y aumento la fricción. Los quejidos de Maby suben de tono, acompasados con mis golpes de caderas.
―           ¿Así te va mejor, puta?
―           Si, Amo – exclama Maby con fuerza. Creo que le está tomando gusto a llamarme con respeto. Es bueno que salga de ella, pues yo no se lo he pedido.
―           ¿Más fuerte mejor?
―           Como desees, Amo.
―           ¿Te quejarás?
―           ¡Jamás, Amo!
Pam gime largamente, aún en la misma postura que antes, pero con la cabeza apoyada en uno de mis hombros. Se bambolea con mis embistes, pero no deja de tocarse el coño. Agito mi hombro, levantándole el rostro. Me mira, con los ojos nublados. Está a punto de correrse.
―           ¿Te excita la sumisión de esa perra? – le pregunto.
―           Muuuucho… Sergi…
―           ¿Quieres dominarla también? – le muerdo la punta de lengua que asoma entre sus labios.
Niega con la cabeza, sin que yo suelte.
―           Quiero ser… como ella… — confiesa cuando la dejo libre.
―           ¿Tan puta con ella?
―           Mássss…
Maby se contorsiona ya sin pauta, abrumada por la mano de su amiga y por la larga sodomía. Solo emite un sonido quejumbroso que parece brotar de sus más profundas entrañas. Creo que se ha quedado en trance…
―           Entonces, ¿me tratarás con el mismo respeto?
―           Mi dulce… Señor… mi Amo…
―           Es tu voluntad, hermana, es lo que deseas, recuérdalo.
―           Siii… hermano mío, luz de mis ojos…
Maby, en ese momento, se derrumba de bruces, arrastrándome sobre ella para no salirme de su trasero. Agita sus nalgas como si tuviera un ataque de epilepsia, pero solo en esa parte. Su ano se contrae y se dilata en pequeños pulsos casi eléctricos, que atrapan mi polla en un delicioso tormento. Me corro en su interior mientras escucho sus balbuceos. Una pompa de saliva queda en la comisura de su boca y acaba estallando con su último jadeo.
Pam cae sobre nosotros, besándonos y acariciándonos hasta separarnos. Atrapa mi miembro al salir. Está enrojecido, tiene manchas de sangre, aunque poca cantidad, y grumos de materia fecal, todo ello impregnado con una buena ración de semen. Ni siquiera se lo piensa. Engulle cuanta polla puede, sin hacer ninguna mueca de asco, ni una arcada. No tarda en dejarlo todo limpio.
Sacudo a Maby por un hombro. Solo obtengo un gruñido. Me siento preocupado, nunca ha reaccionado así tras una sesión de sexo. Me incorporo y la tomo por el rostro. Abre un ojo y me mira.
―           ¿Estás bien?
―           En la gloria. Déjame dormir, por favor – dice en un suspiro.
―           Descansa, pequeña. Te lo has ganado – le contesto, acariciándole la mejilla.
Siento la mano de Pam en mi hombro. Repta hasta colocarse sobre mi espalda, y acaricia el pelo húmedo de su compañera.
―           Creo que ha sido demasiado para ella. Demasiadas emociones nuevas – dice.
―           ¿Te refieres a la sodomía?
―           No solo a eso. Creo que Maby, al igual que yo, ha aceptado sinceramente que es una sumisa. No solo de palabra, como lo hicimos ayer, sino como un hecho que se ha materializado con una fuerza virulenta, que somos incapaces de negar ya.
Comprendo lo que quiere decir. Maby necesita descansar para que su cerebro asimile lo que su cuerpo ya ha entendido.
―           Tiene que resetear, en una palabra – bromeo.
―           Algo así, cariño. A nosotros nos vendría también descansar algo. Esta sesión ha sido muy dura, y solo has desfondado a una de nosotras.
―           Tienes razón, hermanita.
Y la abrazo y la acuno mientras nos dormimos.
Despierto una hora después. Ellas siguen dormidas. No tienen mi resistencia. Me levanto y me meto en la ducha. Apenas cinco minutos. Desnudo y aún húmedo, me voy a la cocina. Abro un par de colas frías y pillo el plato con los buñuelos que sobraron del desayuno. Mis niñas necesitan hidratarse y un buen chute de azúcares. Las despierto con mimos y besitos.
¿Qué queréis? ¡Yo soy así! ¡Una de cal y otra de arena!
Maby me lo agradece, besándome todo el pecho. Está sedienta.
―           Gracias, amor mío – susurra Pam y se ríe cuando derramo unas gotas de cola sobre sus senos.
―           Vamos, niñas. Beberos la Coca y comeros un buñuelo. Después, ¡a la ducha, que apestáis!
―           Nuevo perfume – escupe Maby, junto con pedacitos de dulce.
―           ¿Te hice daño, preciosa? – le pregunto, alzándole la barbilla.
―           No importa, Sergi, al final me desmayé de gusto, ¿no?
―           Te juro que no quería llegar hasta ese extremo, pero no sé que me pasa… en cuanto me excito…
“Si lo sabes. No seas hipócrita. Compartes alma con el más grande libertino que dio la historia. Eso es poco para lo que puede llegar a hacer”.
―           Puede que no sepas lo que te ocurre – interviene Pam –, pero jamás estuve más cachonda. Era puro fuego lo que sentía.
―           Si. Dabas miedo, pero más me excitaba – admite Maby.
No sé que contestar, así que me enderezo y cruzo los brazos.
―           Así que sumisas, ¿eh? ¿Es algo espontáneo o habíais sentido algo antes?
Las dos apartan la mirada y niegan con la cabeza.
―           Eso no es algo que surja de la noche a la mañana. Es un comportamiento que se forja con abusos y maltratos, con una infancia bajo una férrea autoridad, y cosas así – mascullo.
“A no ser que el viejo loco se esté imponiendo, allanando, a su manera, el camino”.
―           Vale, ya veremos en que queda esto. ¡A la ducha! – y las chicas salen corriendo.
La cama apesta. Retiro toda la ropa y hago un lío con ella, llevándola a la lavadora. Me cuesta un poco llevar el colchón a la azotea, yo solo, más que nada por las dimensiones, pero, al final, lo dejo allí, aireándose hasta la noche.
Me acomodo, desnudo, en el sofá, viendo una de esas tontas películas que echan en la tele, la tarde de los sábados. Las chicas aparecen, tan desnudas como yo. Nunca me canso de admirarlas. No las dejo sentarse. Sitúo a Pam entre mis piernas, en pie, y le pido a Maby que la excite.
Obedece al instante, con una de esas sonrisas sibilinas que sabe componer. Se abraza al cuerpo de mi hermana, haciendo coincidir los enhiestos pezones, deseosos de entrar en contacto con algo. Las coloco de perfil a mí. No quiero perderme detalle del trabajo de sus bocas. Verlas besarse me pone a mil por hora.
Deslizo mis dedos por sus nalgas, comprobando que Pam ya tiene las suyas impregnadas en crema lubricante. Buena chica. Mis manos las unen aún más, empujando la una contra la otra. Entrecruzan sus muslos y comienzan a frotarse lánguidamente, con ese vaivén sensual y enloquecedor que toda hembra parece llevar en los genes, cuando se roza contra otra congénere.
A los diez minutos, ambas están locas por tumbarse y pasar a mayores entre ellas, pero esa no es mi intención, claro. Mis dedos no han dejado de dilatar el esfínter de Pam, haciéndola gemir y rotar las caderas, pero sin dejarla correrse. Ahora, es el momento de atraerla sobre mi regazo, sin dejar que las dos se besen. De espaldas, la conduzco hasta sentarla sobre mí. Enseguida, sus nalgas comienzan a frotarse contra mi enhiesto pene. Maby se inclina, sin dejar de mordisquear los labios de mi hermana. No la quiere dejar, pues ella sabe lo que le espera.
―           Ponte de cuclillas sobre mi regazo – le pido dulcemente al oído.
Pam coloca sus pies sobre el sofá, uno a cada lado de mi cuerpo, y alza su cuerpo, manteniendo sus nalgas pegadas a mi retozona polla. Echa sus brazos al cuello de su compañera, como un náufrago se agarraría a una boya. Sabe que ha llegado el momento, y, a pesar de cuanto ha entrenado su agujerito, tiembla.
La hago alzarse un poco más y apuntalo la polla contra su ano. Le meto un dedo en el coñito. Hay que aprovechar toda esa lefa. No me lo pienso y le meto media polla en la vagina, haciéndola gemir largamente en la boca de Maby. Muevo mi miembro lentamente, empapándole de jugos. Hora de cambiar de agujerito. Como siempre, introducir el glande cabezón es lo más duro, y, tras un par de intentos, lo consigo. Enseguida, el esfínter se contrae, atrapando mi polla con la fuerza de unas tenazas. Me hace gemir.
―           Relaja, Pam – escucho decir a Maby. – No te pongas tensa que es peor…
Su ano me libera. Buena chica. Maby se ocupa de chuparle los pezones, inclinándose aún más, y ha bajado también un dedo al clítoris de Pam. Es una buena ayuda. Noto como mi propia hermana se empala lentamente, presionando con su peso. La dejo continuar a su ritmo, que ella busque el camino más adecuado.
―           Lo estás haciendo muy bien, cariño – la animo.
―           ¡Es diez veces más gorda que el vibrador! – dice, con los dientes apretados.
―           No exageres, tonta – musita Maby, sin dejar de mordisquear sus pezones.
Pam gruñe y la empuja hasta ponerla de rodillas, ante su coño.
―           ¡Come! – le dice, con un nuevo gruñido, y Maby sabe que lo necesita.
Hunde su lengua en el mojado coño, haciendo que Pam agite sus caderas con ansias, y acaba descansando la espalda contra mi pecho. Aprovecha para poder usar una mano y apretar la cabeza de Maby contra su pelvis.
―           ¡Necesito correrme, Maby! ¡Necesito… correrme ya!
La pobre Maby pone todo de su parte, usando lengua, labios y dientes. Incluso le mete un par de dedos. Pam se estremece largamente, alcanzada por la fuerza del orgasmo. Al mismo tiempo, empuja su cuerpo para meterse varios centímetros más en el culo.
―           ¡Eso es, campeona! – aclamo, comprobando que ha conseguido meterse mucho más de la mitad de mi miembro. – Casi no te queda nada, hermanita.
―           Lo haré… te lo juro – jadea, los ojos cerrados. – Dame un… segundo…
La aferro por los olvidados senos. Aprieto con saña, haciéndola gemir de nuevo.
―           Muévete, nena. Ya todo depende de ti – le digo. – Impón tu ritmo.
―           Si… si.
Maby, de rodillas, las manos sobre sus muslos, nos contempla con pasión. Sé que está enfebrecida, cachonda a más no poder, pero es consciente de que no es su turno. Quien ahora cuenta es Pam, la dulce y tierna Pamela, horadada por un trepanador de grueso calibre. Jeje.
Mi hermana ha comenzado a moverse con un empuje que no me esperaba. Se inclina hacia delante, colocando sus manos sobre los hombros de su compañera. Esta le sonríe, orgullosa de ella. Pam sube y baja, como un pistón, con fuerza y ritmo, ni demasiado lento, ni demasiado fuerte. Sube hasta dejar casi toda mi polla al aire, y se clava con un pequeño gemido. Toma aire al alzarse y lo expulsa al caer. Es como un tantra, repetitivo y sensual.
Ya la tiene toda dentro, bien aceptada, pues su recto me opri

me con unas contracciones que… ¡Os juro que me está ordeñando!

―           Aaah, Pamelita… ¡Te estás corriendo! – exclama suavemente Maby, inclinándose un poco y recogiendo la emisión de fluidos de Pam con su lengua.
―           ¿Lo hagooo bien, Sergiiii? – me pregunta con un quejido.
―           Eres la mejor, Pam. Nunca una hermana ha demostrado tanto amor y entrega a su hermano – la adulo.
Ella sonríe, cierra los ojos y reanuda su cabalgata. Maby se pone en pie. Se queda ante nuestra, pellizcándose un pezón y con la otra mano metida en su coño, las piernas abiertas.
―           No aguanto más, coño… — murmura.
Se sube al sofá, de pie ante Pam, quien alza los ojos para mirarla. Mi fogosa pelirroja sabe lo que quiere su amiga del alma y está dispuesta a dárselo.
―           Ponme el coño en la boca, zorrilla – susurra.
―           Gracias, Pam – musita la morenita a su vez, colocando su pubis al alcance de la boca de su compañera.
De esa forma, los tres estamos conectados, pendientes de nuestros movimientos. Maby no tarda en dejarse caer hacia delante, para no doblar sus rodillas y quitar el coño de la boca de Pam. Así puede llegar hasta mi boca y hundir su propia lengua en busca de la mía.
En unos minutos, el culo de Pam vuelve a exprimir mi polla, de tal forma que detona mi orgasmo, llenándole el culo de leche. Maby, muy cerca también de su propio orgasmo, contempla, desde muy cerca, la expresión de mi rostro abandonado al placer. La saliva gotea de su entreabierta boca sobre mi barbilla y cuello. Cierra los ojos y se estremece, mientras sus dedos, engarfiados a la cabeza de Pam, tironean de sus rojos cabellos.
―           Uuuuhhh… ¡Joder con la… perra…! ¡Que lenguaaaaa…! – chilla.
Pam sigue con su ritmo, aprovechando que mi polla apenas ha menguado en su dureza. Maby se ha dejado caer sobre el sofá, jadeando y contemplándonos. Pam dobla una muñeca hacia atrás y mete sus dedos en mi boca. Su mirada me recuerda la de los fumadores de opio, soñadora, febril, las pupilas dilatadas. Pero, ¿cuándo he visto yo algún fumador de opio?
―           Llévame al cielo… otra vez, mi dueño – me suplica Pam.
―           ¿Cuántas veces te has corrido, putón?
―           Tres… vida mía… una por el coño… y dos por el culoooo…
―           ¡Joder! ¡Te voy a hacer sangrar, zorra! – me excita su capacidad de gozar. La taladro sin miramientos, lo más fuerte y rápido que puedo.
―           Si…. Oh, si… así Sergiiiiiiii… aaaaahhh…
―           Hijos de puta… — murmura Maby, llevándose de nuevo los dedos al clítoris, sin dejar de mirarnos.
―           ¡La madre que os parió, malas putas! ¡Vais a daros conmigooooo! – grito enardecido.
Tumbo tanto a Pam hacia delante que la tiro del sofá. Debe colocar sus manos en el suelo, la cabeza colgando, las piernas abiertas sobre mi regazo. Sus rizos pelirrojos barren el parqué. Debo acompañar su caída para que no me parta la polla, pero consigo ponerme de rodillas y la cosa mejora. Creo que a esta postura la llaman la carretilla, solo que se la estoy metiendo por el culo.
―           Aaayy, Sergi… me matas de gustooo… ¡Quiero follar cada día!
―           Zorrón – mascullo.
―           ¡Quiero que me folles hasta que… me preñes… hermano!
―           Calla…
―           Que me preñes… una y otra vez…
―           ¡Calla, puta!
Pero Pam parece que ha entrado en un nirvana particular. Se corre y balbucea locas ideas, sin parar. Solo puede gritarle que se calle, pero lo cierto es que solo pensar en lo que dice, hace que me corra, sin control.
―           Darte muchos… hijos… para que follen con… nosotros… también…
―           ¡CALLAAAA!
―           ¡Diosssss! ¡Queeee morbooooo! – aúlla Maby, corriéndose, casi al mismo tiempo.
Pam queda en el suelo, jadeando, la boca pegada a la madera, dejando surgir un hilo de saliva. Yo caigo sobre Maby que, a pesar de quedar aplastada, me lame la mejilla y la nariz, abrazándome.
Hemos tenido tres orgasmos simultáneos; tres intensos orgasmos, desaforados y perversos, pero con un solo pensamiento. Creo que se podría decir que ha nacido una nueva religión.
¿No?
                                    CONTINUARÁ.
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 

 

 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “Compañera decente se desata en la universidad 4” (POR GOLFO)

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Desgraciadamente no pudimos quedarnos en la cama mucho tiempo. Ese viernes debíamos realizar el estudio que había sido encargado a nuestro grupo y a pesar de ser Mercedes la jefa de la cátedra, tuvimos que hacerlo y eso nos obligó a establecer por primera vez cual serían nuestros papeles fuera de la cama.

        La profesora fue la primera en tocar el tema:

―Ama, necesito hablar con usted.

Irene miró a su sumisa y mientras se quedaba pensando en que iba a ser divertido tenerla a su completa disposición, con un gesto de su mano le dio permiso para empezar.

―Le quería preguntar cómo quiere que me comporte cuando estemos en presencia de otros alumnos o de otros profesores.

De inmediato comprendió los motivos de la pregunta, ya que si se hacía público la relación que unía a la catedrática con ellos la primera consecuencia sería su despido. Cómo eso era lo último que quería, le pidió que le dijera que era lo que había pensado al respecto.

―Que cuando tengamos público, me comporte como si nada hubiese ocurrido, aunque eso suponga que al volver a casa Usted y el amo Gonzalo me tengan que castigar.

― ¿A qué te refieres exactamente?

― A que me permita disimular y que, a los ojos del resto de la gente, siga siendo su profesora― la rubia respondió.

Analizando su postura, supo que era lo más conveniente pero antes de acceder a su petición quiso que le aclarara si daba por sentado que vivirían los tres juntos. Bajando su mirada y con el rubor tiñendo de rojo sus mejillas, la madura respondió:

―Como soy su esclava, había supuesto que mi ama desearía hacer uso de mí a todas horas… y mi casa es grande.

Por la expresión de sus ojos, Irene comprendió que más que una suposición era un deseo y por ello, directamente le preguntó si le gustaría que se mudarán con ella.

―Sí, ama. Nunca pensé que lo diría, pero desde que usted me ha hecho su sierva, he descubierto que me encanta y mi mayor anhelo es servirla.

Fijándose en su pecho, descubrió que se le habían puesto los pezones como escarpias al responder y cogiendo entre sus dedos, las areolas de la madura se las pellizcó mientras le decía:

―Este fin de semana la pasaremos en tu casa y el lunes tomaré una decisión en función de lo que pase.

La alegría que evidenció Mercedes al sentir la rudeza con la que trataba sus senos permitió a la muchacha profundizar en ellas y retorciendo uno de los botones, le preguntó por el tamaño de su cama.

―Tengo una de dos por dos.

No tuvo que exprimirse mucho los sesos para comprender que si una soltera tenía una King Size era porque solía darle uso y por eso, dejó caer si tenía novio.

―Lo tuve― respondió y mirándola con la coquetería que solo una sumisa podía tener, prosiguió: ―Ahora la tengo a usted. 

Irene premió a la mujer con un mordisco en los labios. La estricta catedrática se derritió al sentir ese beso y con la respiración entrecortada, buscó el contacto con la que ya consideraba su dueña.

―Eres una puta calentorra― riendo le dijo está al notar que le empezaba a restregar el coño contra su pierna.

Doña Mercedes interpretó erróneamente sus risas y creyendo que le estaba dando entrada, incrementó el roce de su sexo contra el muslo de la muchacha mientras la respondía:

―Soy y seré tan puta o tan mojigata como usted me diga… soy suya de por vida.

La fascinación con la que la miraba convenció a Irene de que esa madura era una sumisa de libro y que si no había caído antes en manos de un dominante se debía únicamente a que nunca se le cruzó uno en su camino. Por eso quizá permitió que buscara calmar su excitación frotándose con ella y cuando notó que la humedad que manaba de la vulva de su sumisa estaba dejando un rastro sobre su propia piel, decidió que ya bastaba y separándose de Mercedes, la dijo:

― ¡Para! Y vístete. Tenemos que tomar muestras si no queremos que la gente se entere de lo puta que eres.

La profesora me miró insatisfecha pidiendo mi ayuda. Hasta ese momento me había mantenido como mero observador, pero al comprender que mi compañera tenía razón sonriendo contesté:

―Cuanto antes terminemos, antes volveremos a Madrid y más tiempo tendrás para servirnos.

Mi razonamiento la convenció y levantándose de la cama, nos volvió a sorprender cuando con voz dulce preguntó a Irene si la podía ayudar a vestirse.

―No sé a qué esperas― replicó la morena mientras se ponía en pie.

Al escucharla, una sonrisa iluminó su cara y tras recoger la ropa de su ama de la silla donde la noche anterior la había dejado, se puso a ayudarla. Mirándolas de reojo, me quedó claro que ambas estaban disfrutando con sus papeles ya que, si Mercedes estaba feliz sirviendo a Irene, Irene se sentía pletórica dirigiéndola.

Sabiendo que cuanto mejor se compenetraran entre ellas, mejor iba a ser para mí, me vestí en silencio y solo al terminar, susurré al oído de la morena si estaba segura de que era una buena idea irnos a casa de la profesora.

―Por supuesto, ¿qué puede salir mal? Además de vivir en un chalé, nos tendremos el uno al otro y encima nos ahorraremos el alquiler.

Desde esa óptica, esa decisión era lógica, pero algo en mi interior me decía que convivir con Irene no sería de color de rosa y que no tardarían en llegar los problemas. La belleza de ambas me hizo olvidar mis recelos y tomando del brazo a mi compañera, pregunté donde íbamos esa mañana.

―A la ladera este de Peñalara, señor Martínez― replicó Mercedes desde la puerta.

Me hizo gracia descubrir que la rubia olvidando que era nuestra esclava, había adoptado la pose de estricta catedrática que tan famosa la había hecho entre sus alumnos. No dije nada al comprender que no en vano seguía siendo nuestra profesora y tomando mi mochila, la seguí al exterior.

La catedrática supo que estaba actuando correctamente cuando al salir, su ama le preguntó:

―Doña Mercedes, ¿le importa que deje mi coche aquí?

―Para nada, señorita Hidalgo. Es ridículo llevar dos― replicó ya convencida que esa era la forma con la que debía actuar cuando no estuviera ejerciendo de sumisa.

A partir de ese momento, si alguien nos hubiese estado observando, jamás hubiese podido suponer que esa dura y exigente profesora que se pasó el resto del día mortificando a sus alumnos con todo tipo de reproches, era en realidad una dulce y obediente zorrita que estaba deseando servir a esos mismos que maltrataba.

Reconozco que en un principio me hizo gracia su cambio de actitud, pero tras horas recibiendo órdenes de la rubia, empecé a pensar en que haría con ella cuando estuviéramos a solas los tres en su casa. Irene debía estar rumiando sobre lo mismo porque cuando ya nos íbamos, se me acercó por detrás y me dijo al oído:

―Esta puta se ha ganado una paliza.

onreí y sin decir nada, cargué los treinta kilos de muestras que habíamos recogido durante el día hacía el coche. Estaba feliz de saber que compartía conmigo las ganas de premiar a la madura con una buena zurra y por eso no veía el momento de quitarme la máscara de buen chico.

«Esa guarra no llega a Madrid con el culito ileso. En cuanto nos despidamos de la gente pienso ponérselo al rojo vivo», me dije pensando en una serie de dolorosos azotes mientras nos montábamos en el coche para reunirnos con el resto de los grupos en un restaurant.  

Ejerciendo de chofer, llevaba menos de quinientos metros recorridos cuando a través del espejo vi a Irene acariciando el trasero de nuestra profesora.

«Es alucinante lo mucho que le gusta el papel de sumisa», mascullé para mis adentros y en silencio, me puse a observar el espectáculo.

Cómo no podía ser de otra forma, Mercedes no se quejó al sentir ese magreo y su ausencia de respuesta envalentonó a su dueña, la cual, sin el mínimo de sentido del decoro, fue subiendo su mano por el torso de la sumisa mientras le susurraba lo zorra que era. Ver como la acariciaba me excitó y mas al observar que los pezones de la rubia reaccionaban ante el ataque irguiéndose bajo la tela.

Mi flamante novia al notarlo, se dedicó a torturarla con duros pellizcos sobre sus areolas y ella incapaz de negarse, se puso a gemir pidiendo su clemencia al sentir que se empezaba a humedecer por sus caricias:

―Por favor, voy a llegar empapada.

Al escucharla, Irene decidió cambiar las tornas. Cogiéndola de la melena, la obligó a agacharse entre sus piernas y metiéndole la cabeza bajo su vestido, le exigió que le diese placer diciendo:

―Apaga el incendio que tengo bajo mis bragas.

Fue alucinante contemplar a través del espejo como, tras bajarle la ropa interior, Mercedes usaba su lengua para recorrer los pliegues del coño de su ama y que no contenta con ello, buscaba apoderarse del escondido clítoris de la morena.

―Me gusta que seas obediente― murmuró al tiempo que, para facilitar su labor, separaba de par en par las rodillas.

 No tardé en escuchar el gemido de Irene al sentir que uno de los dedos de nuestra profesora se introducía en su interior. Pero cuando realmente advertí que mi novia estaba disfrutando fue al ver que Mercedes usaba sus dientes para mordisquear ese botón como si de un hueso de aceituna se tratara.

― ¡Dios! Sigue así zorrita mía― musitó ya necesitada de desfogarse y por eso con sus manos forzó la cabeza de la rubia a continuar mientras le pedía que se diera prisa ya que le urgía correrse en su boca y teníamos poco tiempo.

 Al oírla, profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándome con la lengua mientras sus dedos se concentraban en la humedad que manaba de entre sus muslos.

Irene no tardó en recibir hambrienta las primeras oleadas de placer y viendo que estábamos entrando en el parking donde nos esperaban, temió que no iba a poder terminar.

― ¡Puta!¡Házmelo más rápido!

El insulto espoleó a la madura y acelerando sus movimientos, llevó en volandas a su alumna a un intenso éxtasis. Es más, al saborear las primeras gotas del flujo de la que ejercía como su dueña, se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose.

Como espectador, pude disfrutar de la forma tan coordinada en la que ambas se corrían sin caer en la cuenta de que el resto de la excursión estaba a pocos metros.

―Aparca donde no nos vean― chilló Irene todavía insatisfecha.

Al comprobar que, haciéndole caso, dejaba atrás a nuestros compañeros y bajaba a otra planta, Irene exigió a la madura que se desnudara de cintura para abajo:

―Has sido mala y no sería una buena dueña, si no te reprendiera― le dijo mientras la obligada a poner su culo en pompa.

Os juro que no me podía creer lo que estaba viendo y oyendo. Irene obviando que la gente nos estaba esperando se proponía a premiar a nuestra profe con una azotaina en su trasero.  

«Joder con estas dos», musité al ver que mi novia se podía detrás de ella y que, sin pensárselo dos veces, le daba una sonora palmada en las nalgas.

Mercedes dio un brinco al sentir la ruda caricia, pero no se quejó. Es más, tras el primer azote, levantó un poco su trasero pidiendo más.

“Nuestra putilla quiere guerra! ― me comentó y girándose hacia ella, le soltó otro azote, este mucho más fuerte.

La madura se mantuvo impertérrita, sin moverse. Irene sintió que la estaba retando y por ello, empezó a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más rápido.

―Ahora veras―le gritó reanudando su ataque.

Indefensa, Mercedes ya tenía su piel colorada cuando la escuché gemir de placer. Sorprendid0, me percaté que de lo más hondo de su sexo manaba su placer goteando por sus muslos.

―Me gusta que mi puta disfrute de mis castigos― la morena en plan jocoso comentó al tiempo que introducía dos dedos en la vulva de su sumisa.

Esta al sentir que Irene hurgaba en su interior, pegando un grito, se desplomó sobre el sillón trasero del vehículo mientras se corría retorciéndose como una posesa. Si ya de por si eso reafirmaba su carácter sumiso, más claro lo dejó cuando una vez medio repuesta y sonriendo comentó que esa reprimenda le había encantado y que cada vez que se portara mal, no solo debía castigarla así, sino que debía de pensar otros modos de reprenderla.

―Al fin y al cabo, Usted es mi dueña y yo su sucia esclava― concluyó.

Juro que me costó asimilar tanto sus palabras como lo que había ocurrido. Sabía que había gente a la que le gustaba ser dominada, personas a las que el dolor, lejos de ser algo a evitar, las excitaba.

Saber que existía era una cosa y otra muy distinta era saber que la estricta catedrática que te ha tenido puteado todo el año era una de ellas. Pensando en ello, esperé a que se acomodaran la ropa mientras trataba de visualizar en mi mente cómo sería mi vida con ellas.

«No tardaré en saberlo», me dije asumiendo que, en menos de dos horas, estaríamos de vuelta a Madrid.

Desgraciadamente, al llegar al punto de reunión, nos encontramos con que el coche de uno de los profesores se había estropeado y viendo que nosotros teníamos uno extra, repartieron sus ocupantes entre los nuestros.

Esa solución tampoco fue del agrado de Mercedes e intentó infructuosamente que fueran en otros vehículos. Solo al ver que su insistencia podía hacer despertar las suspicacias de sus colegas, dio su brazo a torcer y anotando una dirección en un papel, se la dio a Irene diciendo:

―Ama, les espero en la que va a ser su casa.

7

Irene no tardó en demostrar a nuestros compañeros que algo había cambiado entre ella y yo. Mientras esperábamos que se pusieran de acuerdo los profesores, me agarró de la cintura y me dio un beso en público.     

Jimena, una pelirroja se nos quedó mirando y sin cortarse un pelo, nos preguntó desde cuando salíamos.

 ―Hace más de un mes que somos novios― sin separarse de mí, respondió con una sonrisa.

        Todo el mundo dio por sentado que era verdad. Yo tampoco lo negué, es más ratifiqué esa mentira al dejar que me besara mientras recorría con mis manos su trasero. Ese inesperado magreo no la molestó en absoluto y pegando su cuerpo al mío descaradamente ronroneó de placer, demostrando a ojos de nuestros amigos lo mucho que le gustaba que la tocara.

Si quedaba alguna duda, Irene la hizo desaparecer al decir muerta de risa que ese fin de semana íbamos a recuperar el tiempo perdido por culpa de doña Mercedes y que nos lo pasaríamos follando.

― ¿Cómo os fue con esa arpía? ― preguntó uno de ellos.

―No pudimos dormir juntos. A mí me tocó acostarme con ella mientras Gonzalo se hacía pajas en el otro cuarto― respondió.

Todos sin distinción supusieron que era broma y que, si no nos habíamos acostado, fue por culpa de la profesora. A ninguno se le pasó por la cabeza que fuera verdad que Irene se había pasado toda la noche disfrutando para ella sola de doña Mercedes. Por eso no me extrañó que la pelirroja preguntara en plan de guasa si la madura había sido cariñosa con ella.

―Más de lo que crees. Ahí donde la ves, esa zorra es una guarra con una boca muy traviesa― respondió señalando su entrepierna.

Observé que mientras la gran mayoría acogían con burlas las palabras de Irene, Jimena no solo se quedaba callada, sino que contra todo pronóstico sus mejillas se tornaban rojizas como si le hubiese dado vergüenza oír esa burrada.

No me preguntéis qué fue lo que me llevó a meterme con ella, pero lo cierto es que, acercándome a donde estaba, incrementé su turbación preguntándola en voz baja si a ella también le apetecía probar el coñito de mi novia o si por el contario prefería comerme la polla.

La mirada de odio que me lanzó no pudo evitar que me fijara en que bajo la blusa de Jimena habían hecho su aparición dos pequeños, pero evidentes bultos. Haciendo ostentación de mi descubrimiento, señalé sus pezones erectos mientras insistía en cuál de las dos opciones era su preferida.

― ¡Vete a la mierda! ― contestó y sin mirar atrás, salió huyendo de la habitación mientras escuchaba mis carcajadas.

Mi propio recochineo impidió que pudiese advertir que Mercedes había seguido la escena con interés y mucho menos fijarme en que su rostro lucía una espléndida sonrisa mientras observaba como la pelirroja desaparecía por la puerta.

Estoy seguro de que me hubiese dado igual darme cuenta porque en ese preciso instante, los profesores empezaron a dividir a los alumnos entre los coches disponibles y a pesar del gran cabreo de Irene, nos separaron. Como no podía ser de otra forma, ella se encargó de llevar su coche mientras a mí me tocó volver en el que conducía don Javier, uno de los catedráticos.

Alejada de nosotros, doña Mercedes deambuló como perrita sin dueño hasta que, acercándose, mi flamante novia le ordenó que nos esperara en su casa y que para que no se aburriera nos fuera preparando la cena.

―Será un placer recibirla en su casa― replicó la madura y con una extraña expresión de felicidad en su rostro fue a reunirse con el grupo con el que volvería a Madrid.

Habiendo quedado, me llamó y tras decirme la dirección de Mercedes, me dio una pequeña lista con cosas que deseaba que comprara antes de reunirme con ellas. Al leer en qué consistía, sonreí y me la guardé en el bolsillo.

―Tómate tu tiempo, necesito dos horas antes de qué llegues― comentó con picardía.

Juro que sentí cierta pena por la zorra de Cristalografía, no en vano era parcialmente culpa mía que hubiese caído en las garras de Irene. Pero también he de reconocer que no pude evitar excitarme al saber lo poco que tardaría en hacer realidad lo que le tenía planeado de mi perturbada compañera y actual pareja.

«Lo cierto es que Mercedes parece contenta con esta situación», dije para mí disculpando de esa forma que Irene la hubiese esclavizado contra su voluntad.

Anticipando la futura degradación a la que se veía sometida esa rubia, me pregunté hasta que límites aceptaría que abusara de ella y si Irene los traspasaba qué era lo que debía hacer. Tras meditarlo durante un rato, pensé que no debía anticiparme a algo que quizás nunca ocurriera y que, llegado el caso, tendría tiempo de decidir.

«Por ahora, todo indica que está disfrutando con el papel», sentencié dejando todas esas reticencias olvidadas en un rincón de mi mente.

 Si bien ya no existía lucha en mi interior, fue la propia profesora la que borró de un plumazo cualquier remordimiento por mi parte, cuando a la hora de partir cada uno en un coche, llegó hasta mí y susurró en mi oído si le podía anticipar algo de lo que Irene la tenía preparado para ese fin de semana.

―No te preocupes, ahí estaré yo para evitar que se pase― respondí pensando que la pobre estaba acojonada por su destino.

Contra toda lógica, la muy puta contestó:

―Deseo y espero que lo haga… te lo preguntaba porque la espera me tiene completamente mojada, pero ya veo que me tendré que aguantar hasta que mi ama me lo muestre.

La confirmación de que, sin la presencia de Irene, Mercedes la seguía considerando su dueña hizo que cayera finalmente el velo que me impedía ver que la madura se había convertido por voluntad propia en la esclava de mi rutilante novia y por ello tras digerirlo, le repliqué:

―No te olvides que también has jurado ser mi puta.

Con una amplia sonrisa, contestó mientras se iba meneando su pandero:

―No lo olvido, señor Martínez y aguardo con alegría, el momento que usted y su novia me lo recuerden.

 

Relato erótico: “Paula e Ivette: Los extremos de la personalidad II” (POR XELLA)

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Necesitaba descansar, además, se estaba haciendo de día y prefería caminar al amparo de la noche. Dio un par de vueltas por las calles hasta que encontró una pequeña pensión de mala muerte, no llevaba un duro encima, pero no creía que eso fuese a ser un problema. 
– Buenas noches. – Saludó al recepcionista. 
Éste, un hombre viejo y gordo, medio calvo y que daba la impresión  de no haberse lavado en un mes, miró a Paula de arriba a abajo, devorando la con la mirada. Hace tiempo eso habría despertado el asco en la chica, pero ahora había pasado por cosas mucho peores que un asqueroso viejo verde. 
– Que desea la… Señorita… – Remarcó esa última palabra, dando a entender que no era la palabra que estaba pensando exactamente. 
– Necesito una habitación para hoy. ¿Tienen alguna disponible? 
– Por supuesto, ¿Para usted sola? 
– Si. 
El hombre cogió una libreta, paso un par de páginas y apuntó algo. 
– Serán 30€.
Paula se mordió el labio. 
– Verá… He tenido un pequeño problema. – Dijo, zalamera. 
El hombre la miró levantando una ceja. Volvió a evaluarla de arriba a abajo. 
– Me han robado todo, esta lloviendo y no tengo manera de volver a casa… Si usted pudiera hacerme un favor… Yo… Se lo agradecería… Mucho… – Mientras decía eso se descolgó un tirante de la camiseta, dejando casi a la vista sus pechos. 
El hombre la miraba con deseo, pero no sorprendido, seguramente no era la primera vez que las prostituta de la zona le ofrecían sus servicios por un alojamiento. 
– Por favor, me han dejado literalmente en pelotas… – Diciendo esto se levantó ligeramente la falda, mostrando su coño depilado al hombre. Un pequeño tatuaje con una X y una C adornaba su pubis. 
El recepcionista se quedó mirando unos segundos. 
– Hoy es su día de suerte… Señorita. – Volvió a apostillar. – Pase por aquí y veamos lo que podemos hacer con su problema. 
Unos segundos más tarde, Paula se encontraba bajo el mostrador tragándose la inmunda polla de aquel hombre. Efectivamente hacia bastante que no se lavaba, y el hedor era bastante fuerte, pero a ella no le importaba… peores cosas había tenido que hacer. Incluso llegó a excitarse mientras lo hacía, la humillación a la que se estaba sometiendo le resultaba morbosa, ¿En que se había convertido? 
—————–
Desde ese día, la situación se repitió cada vez con más frecuencia, Ivette y Paula salían por la noche, Ivette elegía a uno o dos chicos y estos se follaban a Paula hasta saciarse. La pelirroja había aprendido a disfrutarlo y, sobre todo, eso agradaba a Ivette. Le había dicho que la quería y eso era lo único en su mundo. 
Sus sesiones de sexo también habían evolucionado, cada vez tenían menos de sexo convencional y eran más sórdidas. Arneses, pinzas, máscaras, cuero… Eran un desfile de depravaciones en las que Ivette siempre quedaba por encima de Paula. 
Un día, Ivette apareció con una cámara que se convirtió en compañera habitual de sus juegos. En foto o en vídeo, sus sesiones siempre quedaban almacenadas para satisfacción de Ivette, que las visionar a una y otra vez para inventar nuevos juegos y humillaciones. 
En el instituto, cada vez era más obvio que el aspecto de Paula había cambiado. Seguía llevando la misma ropa vulgar pero el ejercicio pasaba factura y se la veía mucho más atractiva que antes. El amor que sentía por su compañera y su activa vida sexual también hacían que tuviese un característico brillo en su mirada. Poco a poco los chicos de su clase empezaban a fijarse en ella. 
 
– ¿No te has dado cuenta? – Preguntó un día Ivette, mientras acariciaba el rojizo pelo de Paula después de una de sus sesiones de sexo. 
– ¿De que? 
– De como te miran. 
– ¿Quién? 
– Los chicos de clase, nuestros compañeros. 
– ¿Me miran? No digas tonterías, me desprecian. 
– Te despreciaban, ahora quieren follarte. 
Esa frase dejó descolocada a Paula. “Que se pudran” Pensó. Pero después de esa conversación no pudo evitar fijarse en que era verdad, ahora la echaban miradas furtivas, seguían su caminar cuando salía de clase e, incluso, intentaban iniciar alguna conversación con ella sin que acabara en burla. 
Ivette daba bastante importancia a esos hechos, le daba morbo. Cada vez que follaban susurraba al oído de la pelirroja que se imaginaba que el enorme consolador era la polla de alguno de sus compañeros, que cuando salían de fiesta pensase que la lefa derramada en su cara era la de algún chico de clase, que las fotos y vídeos que grababan iban a ser enviados a todos ellos… Y esto no fue del todo falso. 
Un día que Paula llegó a clase había un gran revuelo montado. Los chicos amaban jaleo y las chicas daban grititos de indignación. Cuando la pelirroja vio la razón de todo aquello su mundo se detuvo, eran sus fotos. 
No se le veía la cara, ni siquiera el pelo, pero estaba claro que era ella. En poses sensuales algunas, obscenas otras, mostraba todos sus encantos a la cámara. Buscó  a Ivette con la mirada y ésta acudió a ella, la agarró de la mano y la llevó al baño. 
– ¿Qué…? – Comenzó Paula. 
– Calla y bésame. 
Ivette, visiblemente excitada devoró la boca de su compañera y, hábilmente, introdujo la mano en su entrepierna. 
– ¿Que es esto? – Exclamó algo sorprendida, al extraer sus dedos empapados en flujo. – ¿Estas cachonda? 
Ivette miró con deseo a la chica, que se derritió ante ella y apartó la mirada. 
– Te pone que te vean, ¿Eh? Estas hecha toda una guarrilla… – Finalizó volviendo a besarla. Sus manos volvieron a buscar el sexo de la pelirroja, comenzando a masturbarla con vehemencia. 
– ¿A-Aquí? – Susurró Paula, algo cohibida. 
– ¿Tienes algún inconveniente con ello? 
Paula se quedó callada, dando su conformidad a través del silencio, y aceptando la situación, el morbo de las fotos, estar en el baño del colegio… Asumió todo y disfrutó del orgasmo que le brindó su amiga. 
Las fotos fueron la comidilla de la clase durante bastante tiempo. Nadie la había reconocido, y Paula no estaba segura de que eso la importara… todo era un juego cómplice con Ivette. 
De vez en cuando aparecían algunas fotos nuevas en el aula, cada vez más atrevidas y explícitas, en alguna llegó a aparecer masturbandose con un vibradores e, incluso, con sus tetas llenas de semen. 
Tanto le gustó a Ivette la experiencia que se propuso crear un blog con todo el material. La cara de Paula siempre era ocultada, pero el morbo de saber que estaba en la red al alcance de cualquiera la excitaba. Cada vez que se cruzaba con alguien pensaba si seria uno de los visitantes de su web. Decenas en un inicio, centenares a las pocas semanas, miles en unos meses. Era toda una sensación en el instituto, pues se corrió la voz de que era una estudiante de allí. 
Sin embargo, Ivette, que cada vez llevaba a Paula un poco más lejos, se cuidó mucho de mantenerla en el anonimato. No le interesaba que el resto de compañeros descubriesen su secreto… Al menos no por ahora… 
————–
Entro en su habitación con la cara cubierta de semen, ni siquiera se molestó en echarle un ojo a su habitáculo, si no que se dirigió rauda a darse una ducha caliente. 
¿Cuanto tiempo había pasado desde la última vez que se duchó? Años… Seguro… En aquél horrible lugar no existían las duchas. Lo más parecido eran los manguerazos de agua helada que la propinaban una vez a la semana, o cuando tenía trabajo que hacer. 
Echó su ropa a un lado y se metió en la ducha, el agua caliente rápidamente la reconfortó, tanto que casi volvió a sentirse una persona normal. Comenzó a enjabonarse con las manos, quitándose de encima los nervios de la situación en la que se encontraba. Cuando bajó a su sexo lo encontró húmedo, realmente se había calentado chupandosela a aquel viejo… Se había convertido en un ser que se alimentaba de la perversión, de la humillación, y lo peor de todo era que eso le proporcionaba placer. 
Sus dedos comenzaron a explorar su coño, buscando calmar el ardor que la invadía mientras el agua se deslizaba por su cuerpo. No tardó mucho en correrse, hecho que la devolvió a la realidad y al lugar en el que de encontraba. Sintió vergüenza de si misma, una sensación que hacía años que había desaparecido de su cabeza. Salió de la ducha, bajó las persianas para bloquear la luz que comenzaba a aparecer en el cielo y se echó desnuda en la cama. No tardó ni dos segundos en caer en un profundo sueño. 
————–
 
El curso estaba a punto de acabar. Esa situación provocaba sensaciones encontradas en Paula. Por un lado, no sentía ninguna pena por abandonar a sus compañeros y perderle de vista, por otro… Realmente había sido un año muy feliz al lado de Ivette. ¿Que pasaría una vez acabara el curso? ¿Dejarían de verse tan a menudo? ¿Podrían mantener su relación? Paula tenia muy claro que si de ella dependiera, haría todo lo posible para que así fuera. 
Los alumnos estaban organizando una fiesta para despedir el año, tenían pensado hacer un botellón y después salir de fiesta y, para sorpresa de Paula, la invitaron a ir. ¿Que pintaba allí? Se disculpó y puso una mala excusa, rehusando la invitación. Una noticia agradable era que Ivette hizo lo mismo pues, según ella, tenía algo especial preparado para Paula. 
Llegó el día y Paula se dirigió ansiosa a casa de Ivette y, cuando entró a la habitación se sintió algo decepcionada. Sobre la cama había un pequeño vestido negro, lo que significaba que esa noche saldrían de fiesta. Paula había albergado la esperanza de que tuviesen una noche especial las dos solas. 
Ivette leyó su rostro perfectamente. 
– No te preocupes, lo pasaremos genial. Esta va a ser una noche que no olvidarás jamás. 
Paula la miraba con admiración, sabiendo que Ivette nunca la había decepcionado. 
– Solo tienes que dejarte llevar y hacer todo lo que yo te diga. – Sentenció Ivette. 
“No hay problema” Pensó Paula. “Tus deseos siempre son órdenes para mi” 
Después de maquillarse y vestirse salieron a la calle. 
– ¿A donde nos dirigimos hoy? – Preguntó la pelirroja. Ante el silencio de Ivette continuó. – ¿O es una sorpresa? 
– En parte si, pero no hay problema en que lo sepas, la sorpresa no es para ti. 
Paula la observaba intrigada. 
– Vamos a la fiesta de fin de curso. 
– ¡¿Cómo?! – Paula se detuvo, Ivette la miró. – ¡No puedo…! 
– Si puedes. – Cortó Ivette. 
– ¿Con ellos? No me pueden ver así, ¿No se han burlado lo suficiente? 
– Precisamente por eso mi amor. – Los pensamientos de Paula se diluyeron por un momento al oír esa palabra. – ¿No quieres mostrarles lo que eres ahora? ¿No quieres mostrarles lo que se han perdido? 
– ¿Qué se han perdido? 
– Mírate. No queda nada de la chica tímida y retraída que eras hace unos meses, y ellos no se han dado cuenta. Eres una preciosidad, una bomba sexual. Babearan por ti. 
Paula seguía pensativa, indecisa. 
– Pero esos cambios han sido gracias a ti, no a ellos. 
– ¡Por eso! Estoy orgullosa de ti, de como has evolucionado… – Paula se estaba ablandando con las palabras de Ivette aunque, en el fondo, sabia que la decisión estaba tomada. – Mi amor… 
Y la resistencia de Paula cayó. 
– De acuerdo… Lo haré. –  Sentenció. A Ivette se le iluminó la cara y mostró una enorme sonrisa. 
– Hay una cosa más. – Dijo, buscando en su bolso. – Tómate esto. Te ayudará a divertirte. 
En la mano de Ivette había una pequeña pastilla blanca. 
– ¿Drogas? ¿Para qué? No me hacen falta, nunca he tomado drogas. 
– ¿Y el alcohol que es? Me dijiste lo mismo cuando te lo ofrecí, y has visto que no te va nada mal. 
Paula miraba la mano de la chica, dubitativa. Cogió con calma la pastilla, la observó detenidamente y, mirando a los ojos a Ivette, se la tragó sin necesidad de tomar agua. Ivette le dio un suave beso en los labios, como dándole su aprobación. 
– Estoy orgullosa de ti. – Susurró. 
El corazón de Paula latía acelerado, esas palabras le calaron muy hondo. Una vez más sintió cómo su amor y admiración por Ivette la impedían decepcionarla. 
Cuando llegaron al parque donde se estaba celebrando el botellón Paula pudo observar con deleite las caras de sus compañeros al verla. El mini vestido negro que llevaba mostrando un pronunciado escote, el largo pelo rojo suelto, las larguísimas y torneadas piernas de la chica… Nunca se la habían imaginado así, a algunos les costó cerrar la boca para saludar a las dos nuevas integrantes del grupo. 
Rápidamente se vio un cambio en la actitud de la gente. Las compañeras de clase que aunque se metiesen con ella y la diesen de lado, lo hacía  de una manera más suave que los chicos, mostraron rápidamente una animadversión hacia esa “zorra” que había aparecido. 
– Envidia. – Comentó Ivette, quitándole hierro. 
Mientras, los compañeros se mostraban extremadamente serviciales. Todos se ofrecían a traerle bebida, un cigarro o a cederle el asiento. 
La pastilla que había tomado empezó a hacer efecto rápidamente y, junto con el alcohol, hicieron desaparecer las inhibiciones de Paula. Habia dejado de quejarse cuando una mano se detenía más tiempo del debido en su cintura, o cuando se producía un roce despreocupado en su culo. Los chicos se dieron cuenta de esto y poco a poco se iban atreviendo a más. 
Ivette se estaba manteniendo al margen. Simplemente hacia algún comentario que atrajese la atención sobre Paula, alababa su escote, dejaba caer que era una chica fácil… 
– Si nos disculpais. – Dijo de repente, llevándose a su amiga de la mano. 
La apartó detrás de unos árboles y la besó. 
– ¿Que tal te sientes? – Preguntó. 
Paula estaba ida, entre el alcohol, la droga, y esa extraña sensación que la invadía… ¿Que era? Nunca se había sentido así… Por primera vez era el centro de atención, todos iban detrás de ella y la buscaban. 
– Mejor que nunca. – Farfulló. – ¿Y tu? – Preguntó intentando aparentar normalidad. Las palabras comenzaban a trabarse en su boca. 
– Orgullosa. Muy orgullosa de ti. – Paula se sorprendió al oír esas palabras. – Orgullosa y cachonda. 
La mano de Ivette se introdujo bajo el vestido de la pelirroja, arrancando un gemido de la boca de la chica. 
– Y veo que tu también.
Comenzó a masturbar a su amiga, la cual se dejó hacer dócilmente, siguiendo los movimientos de la mano de Ivette con su cadera. 
– Quítate el tanga. – Susurró al oído de Paula, que obedeció inmediatamente, entregándoselo. – No… – La detuvo. – Métetelo en la boca. No querrás que nos oigan… Todavía. 
Paula no estaba dispuesta a rechistar, arrugó el tanga y se lo metió en la boca, notando el sabor de su sexo intensamente. Ivette seguía jugando en su coño, mientras los gemidos de la pelirroja quedaban ahogados por su improvisada mordaza. 
– ¡Chicas! ¿Os encontráis bien? – Llegó de lejos la voz de uno de los impacientes compañeros de clase. 
– Parece que nos reclaman. – Dijo Ivette quitando la mano del coño de Paula. 
– Mmmppff. – Protestó esta. Ivette le quitó la mordaza y se la paso en la mano. 
– Si te has quedado a medias, ¿Por que no haces algo para remediarlo? 
Y, guiñandole el ojo comenzó a andar de nuevo hacia el grupo. Paula sabía perfectamente lo que quería su amiga y, verdaderamente en ese momento no le parecía mala idea. El calentón que llevaba era insoportable, así que salió directa hacia el chico que las había llamado que estaba algo más alejado del grupo, le tiró el tanga a la cara y, antes de que el chico supiese lo que estaba pasando le agarró del paquete. 
– Demuestrame lo que vales. – Susurró en su oído. Se dio de nuevo la vuelta y se dirigió otra vez tras los árboles. 
 
El chico estaba atónito por lo que había pasado.  Observó lo que tenia entre las manos y, en cuanto tuvo consciencia de lo que era, su polla se puso dura como una piedra. Se dio la vuelta hacia el resto del grupo y enseñó su trofeo, lo que le granjeó vítores y aplausos de parte de sus compañeros. 
No perdió más tiempo y salió tras la pelirroja que tan cachondo le había puesto. La encontró apoyada en un árbol, masturbandose. 
Paula ya había perdido la razón, la excitacion la dominaba. Sacó los dedos de su coño y los llevó a la boca de su acompañante, que no se resistió mientras, con la otra mano, comenzaba a desabrochar el pantalón del chico. 
En cuanto liberó su polla, se arrodilló ante el y se la tragó de una sentada. El chico no duró ni dos minutos, para la insatisfacción de Paula. 
– ¿Ya? – Preguntó decepcionada cuando los chorros de esperma cayeron sobre su cara. – No me has dado tiempo ni a empezar. 
Con esas se levantó y volvió hacia el grupo de compañeros, que miraba con curiosidad el lugar por el que habia desaparecido con el chico. 
– ¿Quién me ayuda a terminar lo que vuestro amiguete no ha sido capaz de acabar? – Exclamó. 
La cara llena de semen no dejaba ninguna duda de a qué se refería. Tras unos segundos de sorpresa, varios chicos se animaron a echarla una mano, mientras que las chicas de clase, escandalizadas, se iban de allí. 
Rápidamente Paula se vio rodeaba de chicos liberando sus pollas. Ivette sacó el móvil y comenzó con el reportaje fotográfico. 
La pelirroja no recibía clemencia, fue despojada de su vestido rápidamente, mientras los compañeros se debatían sobre quién iría primero. Paula nunca había estado con tantos a la vez, pero estaba muy excitada y sabía que podría con todos. 
Su cara pronto se cubrió de una capa de lefa, que chorreaba sobre sus tetas, su coño era follado una y otra vez pero en cambio, su culo solo recibió la visita de un atrevido aventurero. La chica estaba pletórica, en un poco tiempo había pasado de ser una marginada asocial, a ser el centro de atención en la fiesta de fin de curso. Por su cabeza no pasaba la idea de la denigracion y humillación a la que se estaba sometiendo, solamente que aquellos hombres la deseaban y que estaba complaciendo a Ivette. 
Ivette… 
Miró hacia ella y la vio sentada sobre una mesa, móvil en mano, falda levantada y masturbandose ante la escena. Paula sintió cómo el placer brotaba de lo más hondo de su ser en un espasmódico orgasmo que la sacudió entera. 
—————-
Despertó envuelta en sudor sin saber donde estaba. Le costó unos minutos acordarse de los últimos acontecimientos, pero rápidamente decidió que no debía permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. 
Subió la persiana para comprobar que la noche había caído de nuevo. Lo primero que tenia que hacer era buscar algo de comida, sentía como su estómago rugía de hambre. 
Avanzó rápidamente por el vestíbulo sin dirigirle una sola mirada al recepcionista, pero teniendo la certeza de que él no había perdido la oportunidad de mirarla a ella. Salió a la calle y dobló la primera esquina, buscando callejear erráticamente hasta encontrar algo de comer. La noche estaba despejada y no amenazaba lluvia, al contrario que la anterior. Una suave brisa la acariciaba levantando su falda a cada paso, cosa que tampoco la importaba en demasía. 
Consiguió un poco de pizza en una basura, todavía dentro de la caja. La gente desperdiciada demasiada comida pero ahora mismo eso la venía de perlas. Mientras devoraba las porciones, lamentándose de que fuese una pizza con anchoas, se quedó mirando fijamente algo que llamó su atención al otro lado de la calle. Una especie de trapo tirado en el suelo. 
No. No podía ser. 
———————-
Aquella orgia en el parque actuó a modo de liberador. Paula se quitó todos los complejos que tenía y abrazo su nuevo modo de vida. Ivette y ella disfrutaban de su sexualidad, vivían el momento y se querían, aunque, por parte de Paula, el sentimiento era todavía más fuerte. Adoración, reverencia, admiración, amor, sumisión. Todas esas palabras se quedaban cortas ante su sentimiento hacia Ivette. No dudaba en demostrárselo a cada momento, en cada ocasión, y por eso no tuvo problema cuando Ivette le comentó sus planes. 
 – Necesito tu ayuda para un asunto. – Dijo despreocupada. 
– ¿Para qué? Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites. 
Ivette le lanzó una sonrisa, haciéndola entender que era cierto, que lo sabia muy bien. 
– Como bien sabes, nuestro pequeño blog recibe muchísimas visitas, cada vez más. – Paula se sintió henchida de orgullo. Sabía que el blog iba bien, a la gente le encantaba la sumisión que demostraba ante Ivette. – Y a través de él me han hecho una proposición. 
La chica guardó silencio, atenta a la reacción de la pelirroja, que miraba expectante. 
– Verás… Hay una especie de… Club, podemos llamarlo así, en el que se realizan los mismos juegos que hacemos nosotras y me han propuesto entrar en él. 
Paula mostró una mueca de desagrado, ¿eran celos? No quería que las separasen, y parecía que la conversación iba por ese rumbo. 
– El problema – Continuó. – Es que es un lugar bastante elitista, bastante exclusivo y no se puede entrar así como así. Hay que dar una “ofrenda”, para demostrar tu valía y tu implicación para con ellos. 
¿Implicación? ¿ofrenda? Paula no entendía muy bien a donde quería llegar. Ante su silencio, Ivette aclaró. 
– Quiero que entres conmigo. Tu seras mi ofrenda. 
Esa declaración produjo reacciones encontradas en la cabeza de Paula. Por un lado, quería que fuese con ella, no había separación entonces. Por otro… ¿ofrenda? 
– ¿Que significa ser una ofrenda? 
– Sin rodeos. Es una… asociación… formada por amos y sumisos, gente que le gusta dominar y gente que le gusta ser dominada. Tu serás mi aval para demostrar que soy buena en lo que hago, y serás mi ofrenda para ellos, permanecerás allí, a mi lado. 
Paula se quedó anonadada, nunca lo había visto de esa manera pero, de golpe y tras oír esas palabras se dio cuenta de lo que era. Era una sumisa e Ivette su ama. ¿Le gustaba ser dominada? A la vista estaba que si, era inmensamente feliz al lado de su… ama. 
– Tu… – Comenzó. – ¿Tu me quieres? O solamente soy… Una sumisa para tus juegos… 
– Te quiero con locura, Paula. 
– Entonces está todo dicho. Haré lo que mi ama me pida. – Contestó la pelirroja, sonriendo. 
Unos días después acudieron al lugar que le habían indicado a Ivette. Una nave abandonada de un polígono bastante apartado. Se habían preparado para la ocasión, Ivette lucía unas botas negras por encima de la rodilla, con mucho tacón, una falda de cuero y un corsé negro. Paula en cambio iba desnuda por completo, una ligera gabardina la había protegido de las miradas hasta llegar allí, pero se la quitó enseguida, luciendo como única prenda un collar de perra. Caminaba unos pasos atrás de Ivette, como habian practicado, y con la mirada al suelo. 
Llamaron a la puerta y les abrió una preciosa mujer, completamente desnuda. 
– ¿Preparada? – Preguntó Ivette. 
– Adelante. – Contestó Paula, admirando la poderosa imagen de su amada. 
Esa noche Paula fue follada por muchos y muchas, usada de todas las maneras imaginables, puesta a prueba en nombre de Ivette, y Dios sabe que no la decepcionó. Cada vejación era una prueba más de su amor por aquella chica que la había sacado del ostracismo. 
La “asociación” a la que habían accedido era algo más que eso. Se hacía llamar Xella Corp y, aunque Paula, en su condición de esclava no tenía derecho a saber nada, se enteró de muchos de los terribles asuntos en los que estaban inmersos. Le daba igual, sólo le importaba estar al lado de su ama, complacerla y disfrutar de su compañía, que se sintiera orgullosa de ella. 
Siempre tenía un momento para ella pero, poco a poco, esos momentos comenzaron a espaciarse en el tiempo. Ivette era muy buena en la que hacía, y rápidamente ascendió en la corporación, lo que se traducía en menos tiempo para su sumisa. Después de unos años, apenas se veían una vez cada varios meses. 
Paula se sentía orgullosa de Ivette, pero tomó la determinación de huir, tenía que acabar con aquél modo de vida. 
———————-
Se acercó lentamente al objeto, lo cogió entre sus manos. 
Eran unas braguitas, blancas, de algodón. Una deteriorada cara de piolin adornaba la parte delantera. Un pequeño trozo de papel se cayó al suelo, a Paula le faltaba el aire, se agachó a recogerlo. 
Querida Paula. 
Lamento que esto haya tenido que acabar así.
Te quiero.
Ivette.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Paula,  ¿Que había hecho? Ivette era lo más importante en su vida y ya no la volvería a ver jamás. Tenía que haberse quedado, aguantaría cualquier suplicio tan solo por volverla a ver. 
– ¿Paula? – Escuchó tras ella. 
La cara se le iluminó, se dio la vuelta esperando ver a Ivette, pero en vez de ella había otra mujer, una mujer joven y guapa, con unos preciosos ojos verdes que destacaban sobre todo lo demás. 
– ¿Quién…? – Comenzó a preguntar la pelirroja. Pero entonces, sin saber por qué, se calló de repente, algo en su interior le decía que no debía seguir hablando, solo debía atender a aquella mujer. 
– Ivette me dijo que eras preciosa, y parece que no mentía. – La mujer escrutar a a la pelirroja con la mirada. – Es una lástima, estaba destrozada por tu huida, sabía perfectamente que no te podíamos dejar escapar… Has visto demasiadas cosas… 
Paula seguía de pie, absorta en la penetrante mirada de la mujer. 
– Y ya no sirve con llevarte de nuevo a las instalaciones en las que te encontrabas. Ya no se pueden fiar de ti. Así que me han encomendado que te dé un nuevo destino. 
Paula sentía como su conciencia desaparecía, sus recuerdos, su voluntad. Sólo un pensamiento prevalecía, debía obedecer a esa mujer. Su vida consistía en obedecer a esa mujer. Una pequeña lágrima escapó de sus ojos mientras su mente se apagaba, mientras su último rescoldo de identidad se daba cuenta de lo que estaba pasando, de que jamás volvería a ver a Ivette y, aunque así fuera, no sería capaz de recordarla. 
Después todo fue oscuridad. 
——————
A Diana le dio pena lo que acababa de hacerle a aquella chica. Pudo leer en su mente que todo lo que hizo lo hizo por amor, entendió perfectamente su forma de actuar, pero no podían dejarla suelta. Sería una nueva empleada del 7pk2.
– Ya sabes a donde tienes que ir. – Le dijo. 
Paula se dio media vuelta, como una autómata y se fue a un lugar en el que nunca había estado pero, de alguna manera, sabia donde se encontraba. 
Diana se quedó observando como se marchaba su nueva esclava cuando algo la sacó de sus pensamientos. Algo cayó cerca de ella. Miro en dirección al ruido y vio una pequeña esfera metálica que rodaba hacia ella, frenandose. 
– ¿Pero qué….? 
¡FLASH! 
Un estallido luminoso la sorprendió, el objeto había estallado. ¿Que estaba pasando? La luz la había cegado, no era capaz de ver nada a su alrededor. 
– ¡Rápido, rodeadla!
Podía escuchar como varias personas corrían hacia ella. La sujetaron de los brazos. 
– ¿Que hacéis? ¡Soltadme! 
Intentó controlar a aquellas personas pero era inútil, sin poder usar sus ojos no había manera. 
Alguien le cubrió la cabeza con una especie de saco mientras intentaba revolverse. 
– ¡Ya es nuestra! ¡Tenemos que irnos! 
Mientras la cogían en el aire como un saco de patatas, lamentó por primera vez en mucho tiempo el no tener su antiguo cuerpo. No era sansón, pero más fuerza que su cuerpo actual si que poseía. 
Consiguió propinar alguna patada a uno de sus captores, lo que hizo que cayera al suelo. 
– ¡Ya está bien! – Gritó alguien, propinandole un fuerte golpe en la cabeza. 
Y entonces todo se volvió negro. 
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“NO SON DOS SINO TRES LAS ZORRAS CON LAS QUE ME CASÉ” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. II LIBRO PARA DESCARGAR

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no son dos sino tres2Sinopsis:

El pastor de la secta descubre que una de sus esposas le es infiel y en secreto la repudia. Para mantener las apariencias obliga a su hijo, nuestro protagonista, a casarse con ella. Aunque en un principio se niega, la amenaza de ser desheredado le obliga a consentir esa unión CON SU MADRASTRA….

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Introducción

A raíz de mi llegada a Madrid mi vida cambió. Tres meses antes era solo un joven estudiante de provincias, cuyo único interés era vivir la vida y al que su madre había instalado contra su voluntad en una casa de huéspedes regentada por Doña Consuelo, una viuda que acababa de perder a su marido. La intención de mi jefa había sido buscar un sitio donde tuvieran a su hijo controlado. Lo que nunca previó fue que esa mujer y su hija vieran en mi presencia una señal de Dios y a mí, en particular, al hombre que había venido a sustituir al difunto.
Tardé poco en descubrir que la dueña del hostal era una fanática religiosa de una secta fundada por un tal Pedro, que veía en el sexo una forma de combatir los demonios que la consumían por dentro y qué desde que me vio poner los pies en su casa, asumió que mi misión en este mundo era exorcizarla a base de polvos. Por eso solo tuvieron que pasar un par de días para que esa cuarentona se convirtiera en una asidua visitante de mi cama.
Laura, su hija, fue un caso diferente. Tratada como criada, era incapaz de llevarle la contraria a su madre y aunque no era tan creyente, compartía con su progenitora una sexualidad desbordada, producto de los continuos abusos que había sufrido de manos de su padre muerto. En un principio, reconozco que quise convertir a esa rubia en otra putilla a mi servicio pero sus traumas y la manía que tenía de considerarme su padre, despertaron al hombre bueno que hay en mí y me negué a participar en sus juegos, deseando cortar tantos años de explotación paterna.
Esa buena acción llevó a la cría al borde de la depresión y fue entonces cuando su vieja pidió mi ayuda. A pesar de sus rarezas, Consuelo era una buena mujer y como su amante, me vi obligado a explicarle el siniestro comportamiento con el que su esposo había tratado a su propia hija.
La viuda al enterarse, escandalizada pero sobre todo avergonzada por no haberse percatado de lo que ocurría antes sus narices, fue a hablar con su retoño para pedirle perdón y buscar una solución a sus males. Fue al volver cuando me informó que las dos juntas habían llegado a una solución y que como la Iglesia en la que creían permitía la poligamia, habían decidido que lo mejor era que yo me casara con las dos.
Cómo podréis comprender, me negué a tamaño disparate pero ante su insistencia, esa viuda consiguió que me lo pensara. Todavía hoy desconozco si hubiese aceptado finalmente, si no llego a recibir la visita de D. Pedro y de sus tres esposas. Tras una breve discusión teológica, ese pastor me mostró los aspectos prácticos que tendría esa hipotética boda: Además de tener a mi disposición a dos hermosas mujeres, sería el administrador de una fortuna valorada en más de quince millones de euros.
Si la belleza madura de Consuelo y el inocente atractivo de Laura eran motivos suficientes, tener mi futuro asegurado con ese dinero fue el empujoncito que necesitaba para aceptar. Por ello con un apretón de manos, cerré el pacto con ese sacerdote y comprometí mi asistencia al enlace que tendría lugar esa misma noche.
Al llegar a la iglesia de esa secta me quedé impresionado con el lujo de esa construcción pero lo que realmente me dejó anonadado fue la veneración con las que sus fieles trataban al anciano. Lo creáis o no, lo consideraban un profeta casi a la altura de Jesucristo. Como no podía ser de otra forma, decidí obviar el fanatismo de esa gente y concentrarme que a partir de esa noche sería rico y tendría a dos estupendos ejemplares de mujer a mi servicio.
La boda en sí fue parecida a las católicas que tantas veces había asistido por lo que en un principio nada me alteró hasta que en mitad del sermón, Don Pedro anunció que estaba enfermo ante ese gentío y que desde ese momento me nombraba a mí como su sucesor. Imaginaros mi cara cuando lo escuché pero la cosa no quedó ahí y micrófono en mano, insinuó que yo era su hijo bien amado. Como nunca había conocido a mi progenitor, me quedé pensando en si era verdad y por ello al terminar la ceremonia, lo busqué.
Ese tipo, sin perder la compostura, me reconoció que él me había engendrado y que si había caído en esa casa de huéspedes había sido cosa suya en colaboración con mi madre, la cual me había prometido siendo niño que con la mayoría de edad conocería a mi padre.
Esa revelación me dejó perplejo y me sentí una puta marioneta en sus manos. Tras unos segundos en los que dudé si salir corriendo de ahí, le comenté que me resultaba imposible aceptar ser su sustituto porque entre otras cosas era agnóstico.
Fue entonces cuando soltó una carcajada y bajando la voz, susurró en mi oído que me lo pensara ya que además de disponer de cientos de mujeres entre las que elegir para que formaran parte de mi harén, con ese “peculiar” oficio mis ingresos anuales superarían el medio millón de euros. Soy joven pero no tonto y por ello no tuve que pensármelo mucho para olvidarme de cursar Ingeniería Industrial y convertirme en un estudioso de Teología.
Despidiendo a mi padre, el pastor de esa iglesia y mi futuro profesor, fui a cumplir con mis deberes conyugales pero Consuelo, que sabía que esa noche era primordial para su hija, me pidió que la dejara quedarse en el banquete que había montado en nuestro honor.
Una vez con Laura y en la que ya era por derecho mi casa, descubrí dos cosas que marcarían el rumbo de mi vida en un futuro: la primera es que tras esa fachada de zorra manipuladora, se escondía una tierna amante necesitada de cariño y la segunda que reconozco me puso los pelos de punta, que esa secta creía en el levirato por lo que si finalmente moría don Pedro, como su heredero tendría que adoptar a sus esposas como mías…

Capítulo 1

Esa mañana seguía dormido cuando entre sueños, sentí que una dulce humedad se apropiaba de mi pene. Rápidamente vino a mi mente, el recuerdo de la noche anterior y el modo tan pleno con el que Laura se había entregado a mí. Asumiendo que era ella, deseé comprobar hasta donde llegaba su calentura y por ello, mantuve mis ojos cerrados como si no fuera consciente que mi joven esposa me estaba haciendo una mamada.
Sus manos todavía indecisas comenzaron a recorrer mi cuerpo desnudo mientras su pene cada vez más duro era absorbido una y otra vez por su boca. La maestría de sus labios era tal que parecían conocer cada centímetro de mi piel.
«Es toda una experta», pensé poniendo en duda su afirmación que mi miembro era el primero que había visto y es que la lengua de esa novicia se concentró en lamer los puntos sensibles de mi verga como si realmente lo hubiese hecho multitud de veces.
Durante un par de minutos y a pesar que entre mis piernas crecía una brutal erección, seguí disimulando hasta que sacándosela del fondo de la garganta, comenzó a mordisquear mi capullo con sus dientes. Esa caricia la conocía y por ello supe de mi error aun antes de oír a Laura saludar a su madre, muerta de risa:
― Se nota que has llegado con ganas de follarte a mi marido.
Doña Consuelo, la mayor de mis esposas, recriminó la procacidad de su hija diciendo:
―No seas vulgar. Jaime es también mío y debo complacerlo. Cuando una esposa cumple con su deber, es una forma de agradecer a nuestro señor por habernos mandado alguien que nos cuide y tú deberías hacer lo mismo.
Ni siquiera abrí los ojos, era una discusión entre ellas dos y no debía intervenir, no fuera a ser que saliera escaldado. Lo que no me esperaba fue que tomando sus palabras literalmente, la menor de mis mujeres se incorporara sobre el colchón y dijera:
―Tienes razón, échate a un lado que yo también quiero santificar mi matrimonio.
Defendiendo cada una sus derechos, mi pobre pene, mis huevos y la totalidad de mi cuerpo se vieron zarandeados por esas dos gatas. Cada una quería su porción de terreno y no se ponían de acuerdo. Aguanté estoicamente hasta que una de las dos me arañó involuntariamente con sus uñas cerca de la entrepierna y temiendo por mis partes nobles, decidí intervenir y de muy mala leche les grité:
―¿Se puede saber qué coño hacéis?
Madre e hija dejaron de discutir al momento, aunque no por ello dejaron de mostrar su cabreo con sendas miradas cargadas de reproche. Supe que debía de cortar por lo sano esa actitud y por ello, recordando las enseñanzas de él que era mi padre, les pregunté cuál era el problema.
La cuarentona de inmediato comenzó a protestar diciendo que ella se había autoexcluido para que Laura tuviera su noche de bodas y que por lo tanto, le tocaba a ella disfrutar de mis caricias.
«Tiene lógica», asumí en silencio.
Pero entonces la más joven de mis esposas echa una furia rebatió sus argumentos diciendo que entre ellas habían acordado que si un día era una, la primera en satisfacer a su marido, al día siguiente el turno era para la otra.
Dando por sentado que ambas tenían parte de razón, comprendí que debía de imponer unas reglas que las dos se vieran obligadas a cumplir en un futuro o mi vida sería un desastre y abusando de sus irracionales creencias, me inspiré en las Sagradas Escrituras para decir:
―Tal y como planteáis el asunto, decidir de quien tiene más derecho es complicado por lo que no me queda otra que adoptar una decisión salomónica y como no pienso ni quiero partir mi pene en dos, como vuestro marido, he resuelto no tocaros ni dejaros que os acerquéis a mí hasta que lleguéis a un acuerdo que se mantenga en el tiempo.
Consuelo me replicó, casi llorando, que el deber de una buena sierva del señor era cuidar de su marido. Su hija uniéndose a su madre, la secundó recitando unos versículos de la biblia:
―Está escrito: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración”.
Reconozco que me pasé dos pueblos pero no me pude contener al oír esa cita y soltando una carcajada, repliqué:
―Vosotras rezad porque si me entran las ganas, no os preocupéis por mí, me haré una paja.
Mi falta de devoción las indignó y creyendo que era una prueba que les ponía, nuevamente se pusieron a discutir entre ellas mientras se achacaban la una a la otra la culpa que llegado el caso me tuviera que masturbar teniendo dos mujeres obligadas a hacerlo. Dándolas por imposibles, me levanté de la cama y me fui a desayunar.
Veinte minutos después, volví al cuarto y no encontrando a ninguna, comprendí que todavía no habían llegado a un pacto.
«Mientras no se maten entre ellas, debo dejarlas que entre ellas lo arreglen», pensé y por eso, me vestí y me fui a ver a don Pedro.

Mi padre vivía en una mansión dentro de los terrenos de la iglesia y por eso no me extrañó que al llegar me pararan un par de sus feligreses y me pidieran que les bendijera. Aunque me sentí ridículo haciéndolo, no me quedó más remedio que imitar lo que le había visto hacer a mi viejo y posando mis manos sobre sus cabezas, recité en silencio una plegaria. Habiendo cumplido con mi papel de heredero del “profeta”, toqué en su puerta.
Quien me abrió fue Judith, la segunda esposa que tenía la edad de Consuelo.
―¿El Pastor?
Con su gracejo caribeño, me informó que don Pedro todavía no se había levantado. Interesándome por él, preocupado le pregunté si había recaído. La cubana, muerta de risa, contestó que no pero que tras mi boda, estaba tan contento que se empeñó a cumplir con todas sus esposas.
«Joder con el anciano, todavía funciona», dije para mí.
La mulata me debió de leer los pensamientos porque, con una sonrisa de oreja a oreja, comentó:
―Debimos decirle que no pero insistió tanto que una tras otra nos satisfizo a las tres― y siguiendo con la guasa, se dio una palmada en el trasero mientras me decía: ― A su edad no es bueno tantos esfuerzos.
Descojonado por cómo esa cuarentona me había insinuado que la había tomado por detrás, no pude dejar de curiosear en la vida privada de mi progenitor y directamente la pregunté cada cuanto “santificaba” su matrimonio.
―Menos de lo que me gustaría… dos o tres veces por semana.
Haciendo cuentas, si multiplicaba esa cantidad por las mujeres de mi padre, eso suponía que el setentón era capaz de echar ¡más de un polvo diario! Pero no fue eso lo que me perturbó sino saber que una vez que faltase, yo al menos debía mantener su ritmo y si a esas tres le sumaba las mías, mi pobre pene se vería en problemas para follar a tantas y tan frecuentemente. La expresión de mi cara debió de ser tan evidente que adivinó mi problema y muerta de risa, me dijo:
―Cada una somos diferentes, ahí donde la ve, Raquel sufre de insomnio y cuando no puede dormir le ruega a nuestro esposo que le regale un poco de su néctar. En esas noches da igual a quien le toque, es la primera en… “comulgar”.
―¿Y es frecuente que le pase?
Descojonada, respondió:
― Todas las noches pero Don Pedro solo acede a complacerla noche sí, noche no.
«¡Qué caradura!», pensé. Aunque me hacía gracia el eufemismo que usaba para no decir “hacerle una mamada”, no pude más que alucinar al comprender que solo entre ellas dos le exigían eyacular casi a diario y ya escandalizado, tuve que averiguar cuantas veces Sara, la veinteañera, requería las atenciones de mi pobre viejo.
―¡Esa es la más devota! Ora con don Pedro en cuanto puede. Al menos una por día y si el Pastor no está en condiciones, viene a mi habitación y reza conmigo.
«¡La madre que las parió! Aunque se alivien entre ellas, tienen al anciano consumido. ¡Son tres putas de lo peor!», sentencié preocupado porque me veía incapaz de mantener esa frecuencia.
Como mi padre estaba indispuesto, estaba a punto de volverme a casa pero entonces Raquel apareció y me pidió que la acompañara. Dado que esa rubia era la favorita de mi padre y su primera mujer, la obedecí y junto ella, entré en un despacho. De inmediato, encendió un ordenador y mirándome a los ojos, me explicó que su marido le había ordenado mostrarme los números de la “iglesia” para que me fuera familiarizando con su obra. Aunque mi viejo me había anticipado los enormes beneficios que daba, nada me contó sobre la labor con los desfavorecidos que realizaban y por eso cuando su mujer me fue detallando lo que habían gastado en alimentos y demás ayudas, reconozco que no supe que decir.
«Han repartido más de dos millones y eso solo durante lo que va de año», recapitulé y por vez primera admití que además de un buen negocio, ese tinglado cumplía una labor social.
Durante más de dos horas, actuando como una financiera de primer nivel, Raquel desmenuzó todos y cada una de las fuentes de ingresos, recalcando también los fines a los que se dedicaban los fondos. Por ello mi idea preconcebida que mi viejo era un golfo y un estafador cambió y comprendí que a pesar de ser un putero, había fundado una gran ONG bajo el paraguas de unas creencias.
Al terminar su exposición, Raquel cerró el portátil y me miró. Por su rostro supe que iba a decirme algo importante y por eso esperé que empezara. Os juro que por mi mente habían pasado muchas cosas pero jamás me imaginé que esa mujer me dijera.
―Tu padre es un santo y debemos intentar que nos dure muchos años. Es demasiado orgulloso para decírselo personalmente por lo que me ha pedido que le diga que necesita su ayuda.
Como no podía ser de rápidamente me ofrecí a arrimar el hombro en lo que fuera. Fue entonces cuando ese supuesto modelo de rectitud me dijo sin ningún tipo de rubor que tendría que hacerme cargo de algunas labores. Creyendo que se refería a algo relacionado con su labor pastoral, accedí sin pensármelo, diciendo:
―Cuenta conmigo. Aunque necesito unas cuantas lecciones, me puedo ocupar de parte de su trabajo con los creyentes.
Ni siquiera pestañeó cuando quiso sacarme de mi error diciendo:
―Lo que su padre necesita es algo más personal. Como usted sabe anda delicado de salud y aunque quiera ya no puede aguantar el ritmo de actividad al que nos tenía acostumbradas.
Lo creáis o no, todavía seguía pensando que hablaba de temas de administrativos y por ello, no tuve reparo en insistir que no tenía inconveniente en cumplir con lo que él quisiera aunque eso supusiera quedarme hasta tarde.
Al darse cuenta que no había sabido como plantear el problema para que yo me enterara, esa cincuentona decidió que no podía seguir perdiendo el tiempo y entrando al trapo, me soltó:
―No sé si sabes que cuando él muera, tú ocuparás su lugar con nosotras, sus tres esposas…
―Lo sé― intervine cortándola al temer el rumbo que estaba tomando la conversación.
Molesta pero sabiendo que no había marcha atrás, me miró con ira y sin darme tiempo a huir, reveló a lo que había venido, diciendo:
―El pastor quiere que te anticipes y que le liberes, asumiendo desde ya la mayor parte de sus responsabilidades como marido.
Alucinado por lo que me acababa de decir, quise defenderme recordando a esa mujer que el adulterio estaba prohibido pero entonces y sin alterarse, contestó:
―Don Pedro sabía que eso iba a contestar y por eso me pidió que le recitara parte “Eclesiástico 3” ― tras lo cual sacando una biblia, leyó: ―La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados.
No sabiendo donde meterme, contesté francamente aterrorizado:
―Haber si lo entiendo, ¿me está diciendo que si me acuesto con cualquiera de vosotras cometo un pecado pero como lo hago para ayudar a mi padre, mis errores serán perdonados?
―Así es. Sé que es difícil de comprender pero si alguien tan santo como su padre afirma que sería licito, ¿quién somos sus esposas para opinar lo contrario? ―la expresión expectante de esa madura me hizo dudar si era realmente una petición de su marido o era en realidad su propia necesidad la que hablaba.
No sabiendo a qué atenerme, comprendí que al final de cuantas solo estaba acelerando lo inevitable y que si me negaba quien iba a sufrir las consecuencias era el corazón maltrecho del padre que acababa de conocer. Al no verme capaz de soportar la culpa de sentirme responsable de su muerte antes de tiempo, pregunté:
―¿Quiénes sois las que necesitáis comulgar más a menudo?
Que directamente le preguntara si ella también necesitaba saciar su lujuria, la hizo sonrojar y totalmente colorada, evitó mi mirada al contestar:
―Las tres
Se notaba que estaba pasando un mal trago con esa conversación pero cuando estaba a punto de dejar de insistir para no incrementar su vergüenza, descubrí que bajo su camisa habían aparecido como por arte de magia dos relevadores bultos. El tamaño de los mismos fue prueba suficiente para vislumbrar hasta donde llegaba la urgencia de esa mujer y olvidando que era mi madrastra, resolví comprobar los límites de su lujuria diciendo:
―¿Te apetece que te dé de comulgar ahora mismo?
Raquel no se esperaba esa pregunta por lo que tardó unos segundos en comprender a qué me refería. Cuando lo hizo, sus pezones crecieron todavía más y completamente aterrada quiso evitar ser ella la primera en convertirse en adúltera, diciendo:
―¿No sería mejor que consolara a Sara? Ella es más joven y por tanto más necesitada.
―No― contesté disfrutando de su nerviosismo― eres la favorita de mi padre y por tanto debes de ser tú quien peque antes que ninguna.
Se quedó paralizada al asumir que nada podía hacer para convencerme. En su retorcida mente había supuesto que dedicaría mis esfuerzos a las más jóvenes, dejando para ella sola las menguadas fuerzas de su marido. Al percatarme de sus planes, decidí chafárselos desde el principio. Acercándome a su silla, me puse detrás ella y metiendo mis manos por dentro de su escote, me apoderé de sus pechos mientras le comentaba que aún no había descargado esa mañana.
Raquel no pudo evitar que un suspiro se le escapara al sentir la caricia de mis dedos en sus gruesos pezones pero al escuchar que mis huevos estaban llenos, fue cuando realmente se puso cachonda y comenzó a gemir como una loca.
Por mi parte, os tengo que reconocer que me sorprendió la dureza de esas dos ubres ya que erróneamente había supuesto que debido a su edad, esa madura debía de tenerlos caídos. Por ello y queriendo confirmar mis sospechas, los saqué de su encierro ante el espanto de esa mujer.
―¡Están operadas!― exclamé al comprobar que la firmeza que demostraban solo era posible si habían pasado por las manos de un cirujano.
Raquel asintió avergonzada y me reconoció que mi padre había insistido en que la remozaran por completo. Sus palabras me hicieron intuir que la operación había ido más allá de colocarle las tetas y francamente interesado, le exigí que se desnudara ante mí:
―Soy la mujer de tu padre― protestó ante mi exigencia.
Mi carcajada resonó en sus oídos e imprimiendo un suave pellizco en sus areolas, le dije:
―Eso no te importó cuando me informaste que era mi deber el compensar con mi carne vuestras carencias.
El tono duro que usé y la certeza que de no obedecer se autoexcluiría del trato, forzó la sumisión de Raquel. Temblando como si fuera una primeriza, se puso en pie y con la cabeza gacha, comenzó a desabrochar su falda mientras la observaba.
En cuanto dejó caer esa prenda, acredité el buen trabajo que el médico había realizado también en su trasero y llamándola a mi lado, usé mis yemas para testar la dureza de esas nalgas.
―Tienes un culo de jovencita― sentencié.
La estricta rubia me agradeció el piropo sin moverse, lo que me dio la oportunidad de profundizar en ese examen, separando sus dos cachetes. Ante mí apareció un rosado agujero al que de inmediato quise comprobar si estaba acostumbrado a ser usado sometí y sin pedir su opinión, introduje un dedo en su interior.
―No seas malo― murmuró con patente deseo al experimentar que comenzaba a jugar con su entrada trasera.
Que no solo no se opusiera sino que en cierto modo aprobara mis métodos, azuzó el morbo que me daba estar jugando con mi madrastra e incrementando la presión sobre ella, llevé mi otra mano hasta su entrepierna donde descubrí un poblado bosque pero también que su coño rezumaba una densa humedad.
«Esta zorra está caliente», me dije mientras insistía en estimular ambos agujeros con mayor intensidad.
En un principio los suspiros de la madura eran casi inaudibles pero con el paso de tiempo, se fueron incrementando siguiendo el compás con el que mis dedos la estaban masturbando.
―Ummm― sollozó al sufrir en sus carnes los embates del placer al que le estaba sometiendo su teórico hijastro.
Mi pene se contagió de la calentura de esa madura y como si tuviese vida propia, con una brutal erección presionó las costuras de mi pantalón. Sin nada que me retuviera, me bajé la bragueta liberando al cautivo. Raquel que había seguido mis maniobras, se quedó embelesada al verlo aparecer. Y refrendando con hechos lo que me había dicho Judith respecto a su obsesión por el semen, me rogó si podía recibir mi bendición. No tuve problema en interpretar que estaba usando una figura retórica y que lo que realmente quería preguntarme era si podía mamármela.
―Toda tuya― reí al tiempo que ponía mi verga a su disposición al sentarme con las piernas abiertas en una silla.
Los ojos de esa cincuentona brillaron al obtener mi permiso y puesta de rodillas, fue gateando hasta donde yo me encontraba sin dejar de ronronear. A pesar de sus años Raquel tenía, además de un par de apetitosos melones, un par de viajes y por ello cuando acercó su mano a mi entrepierna, todo mi ser estaba deseando comprobar in situ que es lo que sabía hacer.
―¡No tendrás queja de esta vieja! ¡Te lo juro!― exclamó en voz baja al coger mi pene entre sus dedos.
Al oírla estuve tentado de humillarla pero con mis hormonas a plena actividad, me quedé callado cuando, acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Para facilitar sus maniobras, separé mis rodillas y acomodándome en mi asiento, la dejé hacer. La madura al advertir que no ponía ninguna pega, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces esa rubia incrementó la velocidad de su paja, desbaratando mis recelos. Para entonces me daba igual que parte de su cuerpo usara, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
―¡Dame tu néctar y yo me ocuparé de ordenar los turnos de tus otras siervas!
Su promesa me tranquilizó porque de seguro en cuanto Sara y la mulata se enteraran, vendrían a por su ración de leche. Demostrando la puta que en realidad era, llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris con los dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que me quedé impresionado por la forma en que esa alegremente nos masturbaba a ambos. Debía llevar tanta la calentura acumulada que no tardé en observar que estaba a punto de alcanzar el orgasmo sin necesidad de que yo interviniera.
Supe que mi viejo la tenía bien educada al comprobar que el placer la estaba rondando y que era inevitable, esa guarra me pidió permiso para correrse.
―Hazlo.
Nada más escuchar que daba mi autorización, la madura se entregó a lo que dictaba su cuerpo y dando gritos colapsó ante mi atenta mirada. Ni que decir tiene que al verla estremecerse, me terminé de excitar y sin esperar a que terminara el clímax que la tenía dominada, cogiendo su cabeza, la obligué a embutirse mi miembro hasta el fondo de su garganta mientras le decía:
―¡Adúltera! ¡Comulga de una puta vez!
Mi improperio lejos de apaciguar su lujuria, la exacerbó y poseída por la necesidad de catar su pecado, buscó mi placer con ahínco, usando su boca como si de su sexo se tratara. La maestría con la que se metía y se sacaba mi pene de sus labios, me informó sin lugar a equívocos que era una mamadora experta por lo que aceptando que ella iba a ser la encargada de hacérmelas cuando viviera bajo mando, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando.
El morbo que fuera mi madrastra la mujer que me estaba regalando esa felación provocó que mi espera fuese corta. Al sentir que estaba a punto de explotar y que no iba a aguantar más, le dije:
―Bébetelo todo ¡Puta!
La favorita de mi viejo recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi semen con desesperación. No os podéis hacer una idea de la alegría que sintió al sentir la primera descarga sobre su paladar. Solo deciros que pegó un grito relamiéndose, para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro hasta que consiguió ordeñar por entero mis huevos. Una vez comprobó que no salía más, usó su lengua para asear mi extensión a base de largos y sensuales lametazos que además de dejar mi polla inmaculada, tuvo como efecto no deseado que se me volviera a poner dura como una piedra.
Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su habilidad y le insinué que iba a follármela, esa cincuentona sintió nuevamente que su cuerpo era sacudido por el placer y de improviso se vio sacudida por un segundo orgasmo todavía más brutal que el anterior. Al verla berrear como una cierva en celo, creí que era el momento de tomar lo que tarde o temprano sería mío. Por eso levantándome de la silla, puse mi erección entre los pliegues de su sexo pero cuando ya iba a hundir mi estoque en su interior, la rubia se separó bruscamente y casi llorando, me rogó que no lo hiciera.
―¿Qué diferencia hay con lo que acabamos de hacer?― susurré en su oído tratando de convencerla.
Fue entonces cuando con lágrimas en sus ojos, la favorita del pastor me soltó:
―Ya he tropezado en demasía. Por favor no incrementes mi pena, sumando a la lujuria el pecado del egoísmo.
―No te comprendo― insistí.
Completamente deshecha, la rubia comenzó a vestirse sin darme una contestación a su actitud y solo cuando ya estaba junto a la puerta, se dio la vuelta y me dijo con tristeza:
―Me encantaría sentirte pero no es posible, antes que pueda repetir, es el turno de las otras mujeres de tu padre.
Tras lo cual, me dejó solo, insatisfecho y con mi verga pidiendo guerra. Juro que estuve a un tris de llamar a la mulata para que me ayudara pero con el último rastro de cordura decidí que era mejor volver a casa y que de ese problema se ocupara cualquiera de mis dos esposas…

 

Relato erótico: “Confesiones: Secreto de hermanos”(POR LEONNELA)

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Mi nombre es Liliana, suelo leer con cierta frecuencia relatos de amor filial, quizá porque he tratado de ahondar en la forma como nacen las experiencias de este tipo, en un intento de comprender mis propias vivencias y lo inaudito de  desear incontrolablemente…a mi hermano de sangre.               
Diego es mi hermano mayor, crecimos en una familia tradicional, en cuyo seno se podía respirar amor;  nuestros padres forjaron un hogar estable, brindándonos un ambiente idóneo para que nuestra infancia se desarrollara a plenitud.
 Nada había de especial   en nuestra relación de hermanos,  nunca nos miramos de manera distinta  a lo normal, ni sucedió algo que pudiera marcar nuestra sexualidad, o nos indujera a tener un vínculo más profundo, al contrario, solíamos tener las típicas peleas que se dan en la mayoría de familias convencionales.
Durante la juventud casi nos ignorábamos, Diego llevaba su vida totalmente independiente de la mía, salía con cuanta chica podía y lo que menos le interesaba era mi compañía,  lo cual era totalmente correspondido de mi parte.
Por aquel tiempo yo apenas había descubierto el placer en mi propio cuerpo, iniciaba con mis primeras caricias y honestamente nunca se me cruzó por la mente mi hermano como objeto de deseo, mis fantasías eran con amores platónicos  y mis conocimientos del sexo lo que asimilaba en charlas con amigas o lo que leía en alguna revista de tinte erótico que lograba conseguir, en fin como dije antes, solo éramos dos hermanos comunes y corrientes.
Pese a ello, debo reconocer que notaba que mi hermano era apuesto, de piel blanca, cabello castaño claro, alto, con cuerpo atlético y un rostro armónico de rasgos muy masculinos,  y aunque no me   hubiera fijado en esos detalles, mis amigas me lo hacían  notar en cuanta oportunidad tenían, ventilando con lujo de pormenores todo lo que harían si tuvieran la oportunidad de llevárselo  a la cama, pero a Diego le atraían las chicas grandes y a mis contemporáneas las ignoraba olímpicamente, no se diga a mí, siendo su hermana.
Nuestra historia dio un gran salto a lo imprevisible , después de que Diego culminara los estudios de bachillerato, era un chico brillante, por lo que no causó sorpresa que  se graduara con excelentes calificaciones, las mismas que desbordaron el orgullo de nuestros padres, quienes decidieron premiarle cumpliendo el sueño de todo joven, tener su propia  motocicleta.
Era increíble que mi hermano tuviera una moto, un sueño hecho realidad, pero lógicamente las cosas no resultaron tan beneficiosas para mí, puesto que Diego evitaba al máximo llevarme, únicamente lo hacia cuando se sentía casi obligado por la petición de mis padres y procuraba siempre que fueran paseos cortos argumentando alguna ocupación.
Para mi sorpresa, una tarde de sábado, Diego me pidió que le acompañara a un pueblo pintoresco llamado San Marcos Sierras que dista a una hora de la casa paterna; casi no podía creerlo, mi hermano voluntariamente me invitaba a pasear. Sin pérdida de tiempo y sin caber de  alegría me vestí, recuerdo como si fuera ayer que  me puse unos shorcitos blancos y un top verde, al interior llevaba una bombachita blanca de algodón y no usaba sujetador gracias a que mis  pechos  eran una belleza aun en flor.
Me miré en el espejo, una carita inocente se reflejaba, brillaban unos dulces ojos marrones que contrastaban con la sensualidad que se podía adivinar en mis  labios gruesos.  Un rostro bonito  enmarcado por un cabello ligeramente ondulado de color castaño.
Piel blanca, de cuerpo menudo y proporcionado, pechos pequeños, cintura definida, con caderas amoldadas a la deliciosa forma femenina, glúteos levantados y muslos fuertes, atributos que aun ahora siguen siendo mi orgullo.
Temiendo que mi hermano se impacientara, sin mayores retoques corrí a su encuentro  y trepé en la motocicleta, agarrándome de su cintura.
Diego amaba la velocidad, la libertad y sentirse dueño del mundo, así que no me sorprendió que inmediatamente acelerara. A mi gustaba disfrutar de la brisa, de  esa sensación de tener alas y cabalgar entre nubes, pero me asustaba su prisa, así que le rogué que fuera más despacio, pero mis súplicas eran vanas, pues  mi hermano aceleraba aun más causándome mucho miedo.
 En un intento  de asegurarme para no caer, me apreté contra su cuerpo, abrazándole fuertemente; creo que nunca lo había tenido tan cerca, al menos no que lo recordara.
 No se  porqué, ni en que momento sucedió, pero de pronto  el temor había desaparecido completamente, y   extraña e inesperadamente, una hermosa sensación de placer se estaba apoderando de mi cuerpo.
Aún ahora no entiendo aquella repentina transición, no se si fue la adrenalina de la velocidad, la vibración de la motocicleta, la absoluta cercanía, un lapsus hormonal o una mezcla de todo, pero mis pezones estaban altivos, endurecidos como nunca habían estado, hasta el punto de causarme un dulce dolor al clavarse en la espalda de Diego; yo no podía contenerme, simplemente me dejaba arrasar por aquella sensación inigualable de goce que descubría en la proximidad con mi hermano.
No había culpa ni vergüenza, simplemente me apreté más dejando que mis senos se aplastaran contra su espalda, mientras  mis brazos se aferraban a su cuerpo. Mis piernas abiertas adheridas a su cadera incrementaban mi excitación y el roce de mi pubis contra su cuerpo,  me llenaba de un morbo incontrolable; estaba alterada, inquieta, y mi sexo se humedecía cada vez más… 
Me sentía tan feliz  al descubrir  aquella nueva forma de placer, que cuando llegamos a nuestro destino y bajé de la moto me pareció despertar del más hermoso de los sueños.
 Tomamos una gaseosa en una confitería del pueblo, casi sin intercambiar palabras entre nosotros e inmediatamente emprendimos el viaje de vuelta.
El regreso fue similar, el deseo volvió a despertar sin respetar parentescos ni sangre, no racionalizaba, simplemente el instinto me obligaba a apretarme mas contra él, buscando mayor contacto. Mis pechos  restregados contra la espalda de mi hermano despertaban el hambre en mi sexo, un hambre inquietante, propia de una muchacha aún inocente.
 Estaba tan eufórica por el efecto que su calor producía en mi vagina, que lubricaba abundantemente, sentía como mis líquidos humedecían mis bragas, y no solo eso, sino que por primera vez en mi vida, sin necesidad de tocarme yo misma,  y tan solo por  las nuevas sensaciones que me producía  su roce, tuve un orgasmo, un orgasmo tan intenso, que cuando bajé de la moto, sentía mis piernas debilitadas; sin embargo, con una rápida mirada, tuve tiempo para notar la turbación en el rostro  de  Diego y el bulto enorme que su pene hacia en el pantalón. Sin decirnos una sola palabra nos encerramos cada uno en su habitación.
Tendida en mi cama repetía cada sensación, no sabia si alegrarme por lo sucedido o recriminarme, cielos!!! era mi harmano!!, mi hermano al que nunca había mirado como hombre y que ahora sin que yo misma pudiera entender cómo, me había provocado un orgasmo.
Me preguntaba que estaría pensado Diego,  como se sentiría? el bulto en su entrepierna me hacia suponer que me sintió, que mis pequeños estremecimientos le excitaron. Cómo me corroía la curiosidad de saber si allí refugiado en su recámara  se acariciaba, si su pene se elevaba recordándome, y si su semen se regaba en sus manos  mientras pensaba en mí.
Después de ese día, como si tuviéramos un convenio tácito, Diego me invitaba a pasear en moto por las tardes, e inevitablemente se repetía lo mismo de la primera vez…
Nunca hubo un comentario entre nosotros acerca de lo que nos sucedía en esos viajes, pero ambos sabíamos, aun sin cruzar palabra, el inmenso placer sexual que nos proporcionábamos.
Un tiempo después, cuando Diego se preparaba para ir a vivir a Córdoba debido sus estudios universitarios, un amigo tuvo un accidente en motocicleta y pasó por momentos de mucha gravedad, que hicieron  incluso temer por su vida. Demás esta decir que mis padres movieron cielo y tierra hasta convencerle de vender la moto y a cambio le compraron un auto, de esa forma nosotros ganamos en seguridad y nuestros padres en tranquilidad, pero de esa forma se cerró una etapa de nuestras vidas que continuaría  años después.
Como dije antes, Diego se trasladó a otra ciudad, ello implicaba que nos viéramos menos, y ese deseo que nos había despertado mil inquietudes, pareció adormecerse temporalmente en nuestra piel.
Con el paso del tiempo, debido a mis estudios universitarios,  tuve que trasladarme a Córdoba y compartir el departamento con Diego. Desde los primeros días de convivencia,  me di cuenta que la indiferencia que mi hermano intentaba demostrar en casa de nuestros padres, perdía fuerza, la atracción inexplicable que sentíamos pese a ser hermanos, despertaba con nuevos bríos y al estar solos, las situaciones comunes, inevitablemente se volvían en trampas, que nos conducían a una solo camino…
 Varias veces,  en las noches mientras veíamos tv, le sorprendí mirando mis piernas en forma disimulada y en lugar de cubrirme,  fingiendo distraimiento dejaba que mi batita se deslizara hacia la parte superior de mis muslos; no sé que pretendía con eso, ni hasta donde quería llegar, pero amaba sus ojos acariciando mi cuerpo.
Me enternecía su voluntad por resistir, por  apartar la vista de mis pezones cuando éstos se erguían y se evidenciaban bajo la ropa, y pese a todo su esfuerzo,  más de una vez noté  su erección y los vanos intentos que hacía por disimularla.
 Era un juego peligroso, pero excesivamente apasionante y que invariablemente terminaba cuando  a solas en mi cama, me acariciaba y me proporcionaba placer imaginando su cuerpo sobre el mío, sus manos adueñándose de mi carne y su sexo invadiendo mi epicentro…
El viernes en que cumplí 19 años, nos quedamos en la ciudad, ya que al día siguiente ambos debíamos rendir exámenes parciales; así que después de haber ido juntos a cenar  y de saludar a nuestros padres telefónicamente,  nos fuimos como de costumbre a dormir. Intenté hacerlo por mas de media hora y no lo podía  lograr, había en mi cuerpo una inquietud mas fuerte que otras noches, las ansias reprimidas estaban tomando control no solo de mi cuerpo, sino también de mis emociones y mas aun de mi raciocinio; fue entonces cuando tomé la gran decisión.
 Me levanté, llamé a la puerta del dormitorio de Diego quien estudiaba recostado en su cama; le pedí que me dejara estar un rato con él, por que me sentía un poco triste. Creo que se sorprendió por mi pedido, pero aceptó de buen agrado, se deslizó hacia un costado y me hizo lugar.
 Me acosté a su lado dándole la espalda,  le pedí que  se diera vuelta hacia mí, quedando su pecho pegado a mi cuerpo; hice que pasara su brazo por sobre mí y tomé su mano entre las mías, de ésta manera  yo me sentía protegida y mimada. Cerré los ojos y comencé a soñar despierta.
Tenía una mezcla insoportable de temor e incertidumbre por lo que pudiera pasar y una excitación sexual tan intensa, que mi cuerpo vibraba sin que yo pudiera controlarlo. Al notar mi temblor, Diego me oprimió más contra él y me pidió que estuviera tranquila, que dejara de estar triste, pues al parecer interpretó que yo estaba nostálgica, por que era la primera vez en mi vida que pasaba un cumpleaños fuera de la casa paterna.                   
Estar recostada en sus brazos me dio calma y casi  sin darme cuenta me quedé dormida. Fueron tal vez, unos pocos minutos, pero desperté sintiendo el cuerpo de Diego contra el mío y la presión de su pene erguido contra mis nalgas.
Cuando advirtió que me había despertado intentó separarse de mí, pero en un gesto audaz que aún no logro explicarme como pude realizarlo, pasé mi brazo por detrás de sus glúteos y con mi mano lo oprimí contra mi cuerpo.
 No pudo evitar que su miembro se apretara entre mis nalgas y que comenzara a palpitar y a abrirse camino entre ellas, de tal manera que parecía tener vida propia. Sumando mas audacia a la audacia ya tenida, deslicé la mano suya que tenía aún atrapada entre las mías, la llevé hasta mi sexo y la oprimí contra él. Ya no había vuelta atrás…
Permanecimos en silencio unos minutos, durante los cuales solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas y el latir de nuestros corazones.
 Con mucha suavidad guié sus dedos entre los labios de mi vulva y cuando él comenzó a acariciarme aceptando mi invitación, me levanté la bata de manera que su pene, que había salido de su bóxer, entrara en contacto directo con la piel de mis glúteos. Sin decir una palabra y sin cambiar  la posición en la que estábamos, excepto algunos pequeños movimientos para que nuestros cuerpos se ajustaran más íntimamente el uno al otro, empezamos a tocarnos en forma suave.
Mi mano acariciaba su miembro y le fui guiando entre mis nalgas para que  su glande quedara apoyado sobre mi orificio anal. Sus dedos daban a los labios de mi vulva y a mi clítoris tanto placer, que no podía evitar que de mi garganta salieran gemidos descontrolados.
 Su otra mano acariciaba y oprimía mis pezones y su boca lamía y mordía mi nuca. Comenzamos a movernos en forma rítmica y acompasada. El frotamiento entre su miembro y la zona de mi entrada anal  era facilitado por la lubricación proporcionada por su licor pre seminal y mis propios jugos.
Nuestros movimientos se hicieron desenfrenados. El placer era tan intenso que ninguno de los dos pudo resistirse e intentar alargarlo. Casi al unísono ambos llegamos al clímax.
Mi orgasmo fue de una intensidad tal, que no pude evitar que se me escapara un grito, que incluso a mi me desconcertó. Pareció que este grito fuera el detonante para que Diego se volcara entre mis nalgas e inundara la entrada de mi ano  con su eyaculación.
 Jamás voy a poder describir la sensación de felicidad que me invadió en ese momento. Aun hoy, cuando lo recuerdo, no puedo evitar un estremecimiento.
Nos quedamos inmóviles largo rato. Mas tarde, cuando ya nuestros cuerpos se habían serenado, me levanté, me lavé y me fui a mi cama. Escuché como Diego hacía lo mismo y volvía a su lecho.
Mientras sucedía todo esto que  acabo de contar, como era nuestra costumbre no intercambiamos una sola palabra.
Ya en mi cama, tarde muchísimo en dormirme, pues a la felicidad que me proporcionaba lo que había sucedido con Diego, se contraponía el temor que sentía por lo que iba a pasar a la mañana siguiente, cuando tuviéramos que enfrentarnos cara a cara. 
 El despertar, si bien fue intempestivo, no fue traumático en absoluto. Ambos nos quedamos dormidos mas de la cuenta,  Diego, que fue el primero en despertarse, me gritó desde su dormitorio que me vistiera rápido pues llegábamos tarde a los exámenes.
En un par de minutos estábamos listos. Bajamos y corrimos tomados de la mano las siete cuadras que nos separaban de la facultad. Llegamos con lo justo para rendir las pruebas, que por cierto mas tarde nos enteramos que las aprobamos satisfactoriamente.
 Ese día entre los parciales y luego viajar al pueblo con nuestros padres que nos vinieron a buscar para festejar  mi cumpleaños,  no tuvimos un minuto a solas para comentar lo sucedido en la noche anterior, solo logramos intercambiar alguna que otra mirada.
 El domingo a la noche regresamos a Córdoba. Durante el viaje hablamos de cosas triviales, tal como suelen hacerlo  los hermanos y no hubo ninguna mención de lo sucedido entre los dos.
 Cuando llegamos al departamento comimos algo en forma rápida y luego tal como era nuestra costumbre desde  niños,  tomamos un baño  antes de ir a dormir. Primero se duchó Diego y se encaminó a su dormitorio vestido únicamente con un bóxer. Cuando paso frente a mi, dirigí una mirada  al bulto que se le formaba en su entrepierna; me sonrojé  cuando nuestras miradas se cruzaron, y el por su parte  me sonrió con sus ojos sin decir palabra.
 Entré en la ducha temblando de pies a cabeza. Mis pezones estaban tan endurecidos que sentía una extraña  mezcla de placer y dolor cuando los rozaba con mis dedos mientras me enjabonaba,  estaba tan excitada que  tuve que hacer un gran esfuerzo para no tocarme mientras la tibieza del agua me acariciaba.
 Vencí la tentación, me sequé  y salí de la ducha  cubierta tan solo con una batita de dormir. Me dispuse a apagar las luces y sin poder evitarlo, me detuve frente al dormitorio de Diego, que por el ruido me di cuenta que aun tenia encendido el televisor.
Coloqué la mano en la manija  y en un nuevo arranque de osadía, abrí su puerta. Al verme no se mostró sorprendido, solo me miró fijamente, como si quisiera transmitirme todos sus deseos. Le  pregunte si podía pasar. No respondió, pero se deslizó en la cama haciéndome  lugar e invitándome con sus ojos a que me acostara a su lado. En toda la noche no hubo más palabras, únicamente  caricias.
 Al reflejo de la luz del televisor repetimos lo que ya habíamos hecho anteriormente, pero esta vez con mucha más confianza y sin ningún tipo de temor a ser rechazados. En la misma posición que la vez anterior nuestros cuerpos, que ya se conocían, se entregaron al placer.
A las caricias, roces y pequeños mordiscos en el cuello y  hombros que me proporcionaba Diego, se sumaba la maravillosa sensación de sentir el glande de su pene intentando infructuosamente penetrar mi ano. Su líquido pre seminal hacía que la presión que ejercía su miembro sobre el mismo, se transformara en una sensación tan suave y maravillosa que me hacía desear con todas mis ansias que se produjera la penetración, que por otra parte consideraba casi imposible ya que el tamaño de su pene no era de manera alguna compatible con la pequeñez de mi orificio.
Mis manos guiaban las suyas sobre mis pechos y mi sexo, sus dedos trabajaban incansablemente procurándome las sensaciones más excitantes que había tenido hasta entonces. Así, consumidos ambos por el deseo, llegamos a la culminación del acto de forma similar a la primera ocasión.  Esta vez, de tal magnitud era la excitación, que nuestros cuerpos tardaron mucho en serenarse.
Mas tarde repetimos la ceremonia de la noche de mi cumpleaños y cada uno durmió en su cama hasta el día siguiente.
A la mañana, cuando desperté, Diego ya se había ido a la Facultad, yo tenía el día libre y aproveché para quedarme en la cama repasando todo lo sucedido entre nosotros.  Rememorar lo vivido con él, hacia que en mi cuerpo renaciera cada una de las sensaciones placenteras y deseara revivirlas en ese mismo instante.
 Luché contra mis deseos de satisfacerme solitariamente y me concentré en tratar de imaginar como continuaría la hermosa relación que estábamos viviendo.  Sabía que era y debería ser siempre un secreto celosamente guardado, pues la sociedad y sus convenciones nunca aceptarían una relación sexual entre dos hermanos, sin dejar de lado, el inmenso dolor que causaríamos a nuestros padres si llegaran a saberlo.
Agravaba a todo lo expuesto, el hecho de que no habíamos intercambiado una sola palabra  al respecto, pues en todo momento había sido el instinto puramente sexual lo que guiara nuestro accionar.  En fin; pensaba, y cuanto más lo hacía más me desesperaba nuestra situación, no solo por lo complicada que era, sino también por que muy dentro de mí intuía, que ya no me sería posible vivir sin las caricias de Diego.
Lloré de angustia hasta quedarme nuevamente dormida.  Cuando volví a despertar y mientras me vestía para encontrarme con Diego en el comedor de la Facultad, medité en que no podíamos seguir huyendo, ni ignorando lo acontecido, así que decidí afrontar la situación.
 Cuando lo vi, mi hermano tenía una amplia sonrisa en sus labios.  Antes  de que pudiera intentar hablar con él,  me dijo que iríamos a almorzar en otro lugar porque era muy necesario que tuviéramos una conversación lejos de la posibilidad de ser interrumpidos por algún compañero de estudios.  Me sobresalté un poco, pero su sonrisa y la dulzura de su mirada me tranquilizaron y tomados de las manos nos alejamos del lugar.
Almorzamos juntos, luego fuimos a tres lugares diferentes donde tomamos café, y culminamos con una cena.  No esperaba  que la charla pudiera ser tan extensa, tan amena y tan libre de prejuicios. Nos contamos todo lo que sentíamos y lo que habíamos vivido en esa etapa de tanta confusión emocional. Diego dio inicio a las confesiones
_Lili, Lili, te deseo desde hace tanto, en realidad son años los que llevo soñando contigo, he luchado por apartarte de mi mente, por mantenerme alejado de ti, porque pese  a la fuerte atracción,  no podía dejar de pensar que eras tan solo mi hermanita a la que de ninguna forma quería lastimar…
Yo lo miraba con dulzura mientras escuchaba en silencio y  el  con los ojos clavados en los míos continuaba:
_Me di cuenta que a ti te pasaba lo mismo, aquella tarde que viajamos  a San Marcos en motocicleta, allí noté tu excitación, desde ahí los paseos que dábamos fueron  un placer y un sufrimiento inmenso, puesto que sentir tus pechos erguidos contra mi espalda y tu cuerpo buscando mas cercanía, me enloquecía y por otro lado al ser tu hermano mayor, sentía que me estaba aprovechando de ti, pues no era capaz de controlar la situación.
No sabes como luché por alejarme de ti, y cuando  me fui a vivir a Córdoba por mis estudios en la universidad, creí que al fin lo había logrado. Luego cuando  tuviste que mudarte conmigo, todo se derrumbó, pasaba tantas noches sin conciliar el sueño, sabiendo que estabas a pocos metros de mi dormitorio; llegó a tal punto mi obsesión que cuando hacia el amor con alguna chica, pensaba en ti, en tu cuerpo, en tus caricias; otras tantas veces me bastaba con pensarte para terminar masturbándome como un enfermo….
Compartió conmigo todo lo sucedido en esos años, incluyendo sus experiencias sexuales, no queríamos ningún secreto entre los dos.
Por mi parte le detallé todas y cada una de las sensaciones y sentimientos que me provocaba su presencia, mi afición por autocomplacerme pensando en él,  mi descontrol por tenerlo cerca y queriendo ser totalmente honesta, le conté que tuve un escarceo lésbico, con una compañera de estudios, pero que pese a mi edad, era virgen.
Él se sorprendió de que aun no hubiera tenido una relación coital,  pero no hizo comentario alguno, solo pasó su brazo por mis hombros y me oprimió contra su pecho.
 Estábamos realmente felices, descubrirnos era maravilloso,  tanto que deseábamos que durara por siempre; coincidimos en que nuestra pasión de ninguna forma opacaba el amor fraternal que nos profesábamos, y nos prometimos que jamás dejaríamos de querernos como hermanos.
 Era muy entrada la noche cuando llegamos a nuestro departamento.  Nos acostamos de lado, pero esta vez cara a cara, por primera vez nos miramos a los ojos conscientes de lo que sentíamos,  por primera vez nos besamos en la boca y por primera vez contemplamos nuestros cuerpos desnudos y nos acariciamos mientras veíamos la expresión de nuestros rostros.
Nuevamente las caricias elevaron la temperatura de nuestros cuerpos y empezamos a amarnos, pero extrañamente ninguno intentó consumar el acto sexual de manera tradicional, sino que instintivamente volvimos a  la  posición que habíamos adoptado las veces anteriores para llegar al orgasmo.
Algo en nuestro subconsciente nos inclinó a hacerlo de esa manera, no nos preguntamos los motivos, ni nos interesaba hacerlo, dado que el placer que experimentábamos amándonos a nuestro modo nos dejaba plenamente satisfechos y de esa forma continuamos.
 Los más de cuarenta días siguientes, fueron dedicados por nosotros casi exclusivamente a amarnos, sin miedos, sin temores y sin remordimientos.
A mediados del mes de julio comenzaban las vacaciones de invierno y tendríamos que abandonar la ciudad para volver a nuestro pueblo. Habíamos decidido que cuando estuviéramos allí, en la casa de nuestros padres, no mantendríamos ningún tipo de contacto que no fuera el que habitualmente tienen los hermanos, ya que de ninguna manera nos íbamos a arriesgar a ser descubiertos,  por eso, aprovechábamos todas y cada una de las horas que nos quedaban hasta el momento de dejar temporalmente nuestro nido de amor.
Vivíamos continuamente excitados, solo acercarnos hacía que nuestros cuerpo se estremecieran, y buscaran las caricias que nos hacia vibrar de placer. Recorrimos toda la gama de posibilidades en lo que a besos, caricias y tocamientos se refiere.  
Nuestras bocas aprendieron los secretos del sexo oral, nuestras manos viajantes locas  se apoderaron de cada rincón y sus dedos, sus maravillosos dedos penetraron mi cuerpo haciéndome casi desfallecer de gozo.
Nos dábamos placer en la cama, en la cocina, en el living, sobre la mesa, bajo la ducha. Todos lo rincones del departamento nos eran perfectos para amarnos.
No puedo recordar exactamente que día fue, pero seguramente eran los primeros días de julio, cuando se produjo lo que yo pensaba que era imposible que sucediera, pero supongo que inconscientemente deseaba con toda mi alma. En una de las tanta sesiones de sexo que manteníamos por esos días y cuando todo hacía suponer que la misma finalizaría como sucedía habitualmente, el pene de Diego que jugaba entre mis nalgas para deleite de ambos, comenzó a penetrar la entrada de mi ano por primera vez.  Era tanta la excitación que tenía, que no sentí dolor alguno,  solo la maravillosa sensación de ser invadida.
La voluptuosidad provocada por el miembro de Diego que se abría paso en mi cuerpo, me procuraba un gozo tan inmenso, que no pude evitar estallar casi instantáneamente en un tremendo orgasmo. Mi cuerpo comenzó  estremecerse  sin que yo pudiera controlarlo; el placer que sentíamos era tanto, que continuamos adelante, se deslizaba suave, de forma que no me lastimaba,  y no nos detuvimos hasta culminar con una penetración completa, que nos proporcionó la más gloriosa de las satisfacciones sexuales logradas hasta ese momento.
Luego de que en la embestida final el cálido semen de Diego inundara mis entrañas y provocara un nuevo éxtasis en mi, nos quedamos mucho rato abrazados disfrutando de lo vivido y sabiendo que ya nunca podríamos prescindir de ese placer….
 Nuestra hermosa relación se mantuvo en forma continua y exclusiva hasta la finalización de las clases en la Facultad, en el mes de diciembre de aquel maravilloso año de 1992, (el mismo año en que las iniciamos). En esa fecha volvimos a casa de nuestros padres a  pasar nuestras vacaciones.
Esa temporada de descanso fue para nosotros  un verdadero tormento, dado que el estar continuamente juntos nos hacía arder de deseos, pero nos habíamos comprometido a no mantener ninguna intimidad mientras estuviéramos en la casa de nuestros padres, pues nos atemorizaba mucho ser descubiertos.
Al inicio de clases del año siguiente, volví sola al departamento de Córdoba, ya que Diego había culminado sus estudios y empezó a trabajar con mis padres en el estudio jurídico que ellos tenían en el pueblo, así que seguimos con nuestra secreta relación de forma mas esporádica, aprovechando alguna escapada que Diego hacia a la ciudad cada vez que podía, la cual disfrutábamos hasta quedar físicamente agotados.
Aunque éramos cuidadosos, estábamos conscientes de que existía un riesgo, así que nos pusimos de acuerdo y de vez en cuando comenzábamos alguna amistad con el sexo opuesto, exhibiéndonos ante nuestros amigos y nuestros padres, a fin de poder alejar cualquier sospecha que alguien pudiera tener sobre nuestra relación. Siempre fueron relaciones sin importancia, hasta que el destino puso en el camino de mi hermano a una mujer especial.
 En el fondo mi hermano y  yo sabíamos que nuestra relación era imposible, jamás podría salir a la luz, así que cuando Diego se  sintió enamorado de aquella muchacha, fue honesto y me lo confesó y aunque les  pueda parecer raro, a mi no me molestó, puesto que se trataba de una chica muy querible con la que desde un inicio hicimos buena amistad, y con quien me une un cariño muy grande hasta la actualidad.
Diego y yo hablamos durante horas sobre lo nuestro y muchas veces decidimos, de común acuerdo terminar, sabíamos que era un amor prohibido, con limitaciones y que tarde o temprano deberíamos alejarnos, pero siempre terminábamos buscándonos y sucumbiendo a la tentación.
 En el año 1995 inesperadamente y  sin que nada lo hiciera prever, murieron mis padres, primero falleció papa víctima de un infarto, y casi a los seis meses murió mi madre de una afección hepática. El dolor insoportable nos unió en un principio y después la pasión descontrolada reclamó nuevamente la entrega vehemente  de nuestros cuerpos.
Como pude me sobrepuse a la tragedia familiar y terminé mi carrera en Ciencias Económicas, mientras Diego se hacia cargo del Estudio que era de nuestros padres.  Cuando me recibí,  trasladamos el estudio a la ciudad y ya como socios nos pusimos a trabajar muy duramente hasta lograr un renombre en el medio.
En ese período, por decisión de ambos, nuestras relaciones eran mas espaciadas y solo cedíamos al deseo cuando definitivamente no lo podíamos evitar.
Diego se casó  en 1997 y de común acuerdo resolvimos interrumpir nuestra relación para siempre, pero tiempo después cuando su esposa estaba embarazada, mi hermano y yo asistíamos a un congreso en la ciudad de Santa Fe y rompimos nuevamente nuestra promesa. A partir de allí ya no intentamos desistir del sexo, y cada vez que se presentaba una oportunidad nos amábamos apasionadamente.
Nuestros encuentros continuaron a través de los años de forma discontinua, pero con la misma intensidad que al inicio, quizá  nunca hemos estado enamorados, pero si tengo en claro que nos amamos como hermanos y que nos deseamos físicamente en forma ardiente, tal como se desean los amantes.
Durante el último congreso al que asistimos juntos en Salta, tuvimos la maravillosa oportunidad de estar solos durante tres días. Nos olvidamos del mundo, no existía para nosotros más realidad que nuestros cuerpos amándose con desenfreno. La inocencia de las primeras veces, dio paso a una madurez sexual que nos ha prodigado de un placer insuperable.
Recostados sobre aquella cama de hotel, Diego me besó desde la nuca hasta los pies, se paseó por mi espalda, recorriendo mi cintura y mis caderas. Sus manos apretaron mis pechos, arrancándome gemidos acumulados, mientras su boca marchaba hacia el sur en busca de la miel escondida entre ms ingles.
Lamió mis labios, succionó cada pliegue y cada abertura de mi cuerpo;  bebió mis fluidos y su lengua se convirtió en el sabio instrumento que penetraba implacablemente mi cuerpo.
Sentada sobre su rostro, literalmente alcancé las estrella; los movimientos de su lengua en mi botón  y los de sus dedos penetrándome, me hicieron dar pequeños brincos que ocasionaron que mis líquidos mancharan sus mejillas  mientras me corría desaforadamente.
Envuelta entre sábanas, recobré el aliento, tan solo para que nuevas caricias en mis pechos alebrestaran mis ganas. Diego besaba con desesperación mis senos y tiraba de mis pezones, sin importarle que en medio de mi agitación yo  jaloneara con fuerza de sus cabellos.
Nada nos detenía, chupábamos nuestra piel como si el sabor salino de nuestras transpiraciones fuera  la gloria, o como si el olor a sexo fuera el mejor perfume; aroma a ganas,  a excitación, a lujuria.
Nuestros muslos se abrían y acomodaban en múltiples posiciones, compartiendo movimientos maliciosos que  buscaban nuestra fusión, pero no había prisas, sobraba tiempo para agradecernos  comiéndonos la boca, y amar con la lengua cada espacio de la piel.
A la menor oportunidad recorrí sus muslos internos, el sendero desde sus testículos hacia su hermoso miembro, e introduciéndolo repetidas veces en mi boca, logré que su pelvis se desenfrenara y golpeara profundo en mi garganta.
De rodillas frente a él, exploré sus testículos con mi boca, volví a su sexo una y otra vez, subiendo y bajando, lamiendo y chupando, hasta que el inexorable momento de su llegada, me dejó saborear su desfogue.
Saciados  de besos, sucios de caricias, nos fundimos en un abrazo   intentando que nuestros cuerpos se  serenen, pero el implacable  vicio de nuestra sangre  clamaba por más…
Nos restregamos, nada es comparable a ese placer ni al que nos proporciona el jugueteo de su miembro entre mis glúteos, nos hemos amado tantas veces así, que mi cuerpo parece entender como moverse, como abrirse, como acoplarse íntimamente para que la presión de su sexo al hundirse en mi esfínter, me proporcione los maravillosos espasmos que me hacen gemir.
Agitó las caderas en mi orificio, introduciendo con suavidad su glande, ejecutó lentos movimientos que acompañados de  caricias en mi vulva, me hacían abrir permitiendo mas profundidad.  Lejos de aquietarme hábilmente crucé mis muslos sobre sus hombros, levantando mis caderas de forma que el pudiera regular la  intensidad de sus embestidas.
Mis  ojos apretados y mis dedos engarfiados en sus brazos le indicaban que era cuestión de segundos mi llegada, empujó con más furia ocasionándome infinidad de estremecimientos deliciosos y  casi a la vez, Diego  alcanzó su orgasmo inundando mis entrañas con su amado semen… Fueron momentos inolvidables, como cada encuentro que tenemos.
Debo confesar que al principio de  esta historia, me preocupaba mucho el futuro, pero realmente las cosas han tomado su curso por si solas y tanto Diego como yo, dejamos que los hechos fluyan naturalmente y disfrutamos el día a día aun siendo conscientes de lo atípico de nuestra situación.
Sé que esta historia es algo inverosímil, también sé que hay personas que podrían juzgarnos, pero solo quien ha vivido y sentido en carne propia una experiencia similar, podría entender la lucha interna y los sentimientos encontrados, que se experimentan en una relación que por ser prohibida nos lastima, pero que sin embargo nos ha llenado de tanta felicidad.
Antes de terminar, quiero referir un detalle que sé que le quita realismo a este relato, sin embargo no puedo dejar de mencionar algo que por extraño que parezca, es absolutamente cierto: Diego, mi hermano, nunca me ha penetrado vaginalmente, nunca lo ha intentado, ni yo se lo he pedido, esa ha sido la única limitación en nuestra relación física.
 Supongo que de alguna forma tratamos de autoconvencernos de que lo que hacemos no es pecaminoso, quizá hay sentimientos de culpa, o tal vez pretendemos creer que no hemos roto todo limite; honestamente ninguna de esas respuestas me satisface del todo, pero no puedo dar una razón especifica a algo que ni yo misma logro descifrar.
De cualquier manera, nunca he sido penetrada vaginalmente por ningún hombre, ni he introducido juguetes sexuales en mi vagina, así que se puede decir que a mis 39 años actuales, “técnicamente” soy virgen, aunque haya disfrutado a plenitud de la sexualidad.
Han pasado mas de veinte años desde nuestra primera vez, y aún seguimos encadenados  uno al otro, presos por un amor fraternal y por un deseo sexual irrefrenable, que supongo no terminará mientras tengamos vida…
Sé que nuevamente volveré a disfrutar de sus labios buscando mi boca, de sus manos recorriendo mis paisajes femeninos, de su boca plasmando sensaciones en mis montañas, en mis valles, en mis ensenadas.
 Sé que mis pezones continuaran levantándose ante sus miradas, y su piel se erizará a mi contacto y una y otra vez sus manos se apoderaran de mis senos, y las mías de su sexo.
 Su boca descenderá infinitas veces a mi vulva, y mi lengua disfrutará nuevamente de su licor masculino y ambos buscaremos el momento mágico en que estallemos en orgasmos desenfrenados…
Es probable que nuevas párrafos se añadan a la historia de mi vida, nuevas ilusiones lleguen a colmar mi corazón, lo que no tengo claro, es si serán lo suficientemente impetuosas, como para hacerme olvidar las amadas caricias de Diego…no lo se..solo el tiempo lo dirá.
 De lo que si estoy totalmente segura, es que siempre nos amaremos fraternalmente, siempre seremos los mejores hermanos,  aunque tras la dulzura de nuestras miradas….escondamos un secreto…
                                                                                                             &&&&&&&&& 
Gracias querida Liliana, por contarme tu secreto, por compartir tu historia conmigo, por permitirme la linda experiencia de relatarla juntas, por acceder a que la publique en esta página, y sobre todo mil gracias pequeña Lili, por ser mi gran amiga virtual…
Leonnela
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
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