

Para contactar con la autora:
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Tal y como era lógico, la noticia que Susana y yo éramos pareja corrió como la pólvora entre nuestros amigos porque tanto Manel como María se encargaron de que así fuera. Como podréis comprender, se nos hizo el vacío aunque realmente nadie se llegó a creer el tema de la sumisión.
« ¿Debido a qué?», os preguntareis.
Fuera de la seguridad de nuestra casa, mi sumisa se comportó como una mujer libre y si no estaba de acuerdo conmigo, discutía abiertamente aunque eso le supusiera que al llegar a nuestro hogar tuviera que recibir su castigo.
Poco a poco el escándalo se fue olvidando y aunque nos tuvimos que buscar un nuevo grupo con el que salir, al menos la gente ya no se quedaba callada, cuando no veía entrar.
Tras unos inicios complicados, donde Susana y yo tuvimos que aprender sobre la marcha nuestros papeles, os tengo que reconocer que ya no me imagino mi vida sin que esa rubia, me reciba totalmente desnuda a excepción del collar con mi nombre que luce en su cuello. Por lo demás, el devenir de nuestros días se asemeja al de cualquier pareja joven, siendo lo único que nos diferencia de ellos la frecuencia y el modo en que dejamos salir nuestra sexualidad.
Si la gente normalmente reconoce que hace el amor una o dos veces por semana, en nuestro caso esa frecuencia es de una o dos veces diarias y cuando estamos cachondos, podemos llegar a cuatro. Lo habitual es que Susana me despierte con una felación y yo la acueste, atándola a mi cama con un consolador por cada uno de sus agujeros pero eso no es óbice a que al menos un par de veces a la semana, la regale con un sesión vespertina.
Podréis opinar que somos unos degenerados o incluso pensar que estamos locos pero pocas cosas se pueden comparar a pellizcar los pechos de una mujer mientras la tienes atada. También os reconozco que realmente practicamos una versión del sado ligth o soft, es decir suave. Me he negado siempre y me seguiré negando a que nuestra afición pueda dejar secuelas en mi novia. Sé que muchas veces, ella desearía ser objeto de caricias más duras pero se conforma con lo que la doy.
¡Por algo yo soy su amo y ella mi sumisa!
Nuestras prácticas son catalogadas muchas veces como aberrantes pero esa opinión nace del desconocimiento que tienen los vainilla (personas que no lo practican) de lo que realmente es este mundo. Erróneamente, las equiparan a los malos tratos cuando nada más lejos de la realidad ya que ante todo es consensuado. En nuestro caso esto es todavía más claro porque fue Susana la que me introdujo en el arte de la dominación. Hasta conocerla nunca pensé que disfrutaría poniendo una capucha a una mujer pero ahora sé el placer que siento inmovilizándola mientras ella se excita siendo atada.
Otro de los aspectos que poca gente sabe es que todas las parejas, existe una palabra con la que la parte sumisa sabe que al decirla, cesará su castigo porque ante todo existe confianza. No somos unos locos que ponemos en riesgo en manos de cualquiera. Entre nosotros existe confianza ciega. Si oigo de sus labios “Paz”, paró de inmediato lo que estoy haciendo y la libero.
En pocas palabras soy dominante pero no un sádico perturbado.
Como decía al principio de este relato, Susana y yo fuimos descubriendo los dos juntos las diferentes vertientes de esta nueva sexualidad pero tras dos años practicándola, os puedo decir que sin ser unos expertos al menos no somos unos novatos y aunque habíamos frecuentado durante una época lugares de BSDM, preferíamos practicar solo entre nosotros nuestra afición.
Aun así no me sorprendió que mi amada sumisa me pidiera dejar entrar a una de sus amigas en nuestro mundo. Si os preguntáis el por qué seguid leyendo…
Como conoció a esa muchacha y como poco a poco se fue metiendo en nuestras vidas.
Ya os comenté que al empezar a ser pareja, todos nuestros amigos nos dieron la espalda porque de cierta manera consideraban que éramos los culpables de los cuernos que Manel y María lucieron en sus cabezas, olvidándose que esos dos encontraron entre ellos el consuelo a nuestra traición. Echando la vista atrás, me alegro que hubieran optado por ellos porque la soledad que sufrimos, tanto Susana, como yo nos sirvió para unirnos más y hacernos indispensables uno del otro.
Dicho esto, la casualidad hizo que un día al llegar a clase, mi novia se sentara junto a una tímida canaria de pelo negro. Medio agitanada y con unos ojos negros enormes, la muchacha refunfuñó al tener que compartir escritorio con una rubia tan despampanante. Pero como todo en la vida tiene un por qué, al sentirse cómodas una con la otra, sin darse cuenta convirtieron en algo habitual que la que llegase más tarde, buscara entre el gentío a la otra y con una sonrisa, le pidiera que le hiciese sitio.
De eso pasaron a desayunar juntas y de ahí, a estudiar en nuestra casa. De forma que se me hizo normal llegar a mi apartamento y encontrarme a esa cría en mitad del salón, clavando sus codos en un libro. Físicamente, Esther sin ser un manjar de los dioses era una mujer atractiva y por eso varias veces, mi sumisa me pilló mirando su culo y sus tetas con innegable fascinación.
Os reconozco que la primera que sacó su nombre durante una sesión fue Susana. Recuerdo que la tenía atada de pies y manos en la cama y mientras le metía en su sexo un enorme consolador, me preguntó si no había soñado con hacérselo a su amiga.
― Te prefiero a ti, preciosa― contesté sin dar importancia a sus palabras.
Mi respuesta le satisfizo y berreando de placer, me pidió que no parara. Por eso y sobre todo porque era cierto, me olvidé del asunto sin saber que la idea de imaginar cómo su amo tomaba a su amiga, la había excitado. Hoy sé que ese día mi sumisa decidió que iba a hacer realidad ese sueño suyo y como la perfecta manipuladora que es, con paciencia infinita fue preparando el terreno. Ni siquiera yo, acostumbrado a sus caprichos, me di cuenta de nada hasta que fue tarde.
Susana me confesó a posteriori como la había hecho interesarse por la sumisión. Aprovechando las charlas que mantenía con ella, sin confesarle su condición de sumisa empezó a ensalzarme como hombre y como amante. Revelándole parte de nuestra sexualidad, le explicó el placer que sentía cuando al llegar a casa me servía. La canaria que en un principio se había sentido escandalizada con las confidencias de Susana, no se percató de la sutil manipulación a la que estaba siendo sometida y cayendo en su trampa, le dijo:
― No entiendo como nadie puede conseguir placer a través del sufrimiento.
Mi sumisa al escuchar a su amiga, decidió que era hora de iniciar su adoctrinamiento y cogiéndola de la mano, le preguntó:
― ¿Confías en mí?― y viendo turbación en los ojos de la morena, le dijo: ― Te voy a demostrar con un ejemplo práctico que es posible.
La canaria aceptó ser parte de ese experimento siempre que no le doliera y como Susana en ese momento soltó una carcajada y le prometió que era algo cotidiano, dio su consentimiento para ser su conejito de indias. Entonces aprovechando que estaban en casa, fue a la cocina y llevó hasta la mesa donde estaban estudiando una jarra con dos litros de agua. Sirviendo un vaso, se lo dio diciendo:
― Bebe.
Esther que no sabía que se proponía la rubia, se bebió el vaso de un tirón. Al terminar, mi sumisa se lo volvió a llenar y nuevamente, le dijo que se lo bebiera. La morena obedeció nuevamente sin rechistar pero al tercer vaso, se negó diciendo que ya no tenía sed.
― Bebe― le ordenó adoptando un tono duro su amiga.
Algo en su interior brotó al descubrir una Susana tan autoritaria y sin quejarse, se terminó tanto ese tercer vaso como el resto de la jarra. Entonces dándole un beso en la mejilla, la rubia premió a su aprendiz por haber cumplido diciendo:
― Aunque no lo sepas, te estás comportando como una sumisa. Por la confianza que has depositado en mí, has aceptado una orden sin preguntar el motivo…― y viendo que había captado la atención de su amiga, le dijo: ― Ahora solo hay que esperar.
Tal y como había previsto a los diez minutos, Esther le dijo que tenía ganas de hacer pis:
― ¡Aguanta!
La dureza de la orden la dejó anclada en la silla. Sabiendo que era parte del experimento, durante un cuarto de hora, reprimió sus ganas de ir al baño. Al no poder más, le pidió permiso para ir a desahogarse pero con gesto serio, su amiga se lo prohibió diciendo:
― Espera otros diez minutos.
Con la vejiga llena, la canaria aguardó sentada a que pasaran, Fueron diez minutos eternos y mirando cada treinta segundos su reloj, Esther temió hacérselo encima. Con el sudor recorriendo su frente, tuvo que comprimir los músculos de su entrepierna para evitar mearse mientras su amiga la miraba con una sonrisa en los labios.
Al dar la hora, casi llorando, la morena le pidió si podía ir al baño. Asintiendo Susana le acompañó sin preguntar y sobretodo sin preocuparle que la muchacha se cortara por su presencia. Urgida, se bajó las bragas y cuando iba a poner su culo en el wáter, escuchó que la rubia le decía:
― Siéntate pero no mees.
― ¡No puedo más!― se quejó obedeciendo.
Y mientras Esther sufría, Susana estaba disfrutando por el poder recién descubierto. Aunque conmigo gozaba de la sumisión, con su amiga descubrió el placer del dominio. Cómo la morena permanecía con las rodillas separadas, se percató que aunque tenía el coño parcialmente depilado todavía lucía una buena mata.
« Una buena sumisa no debe tener ningún pelo», pensó sentenciando que ese detalle tendría que corregirlo.
Entre tanto, su involuntaria aprendiz había cerrado los ojos, intentando concentrarse pero también olvidarse de que Susana le estaba mirando el chocho. Ya desesperada, le gritó:
― ¡Me duele!
Entonces y solo entonces, mi sumisa dio su aprobación para que Esther meara. La chavala no pudo evitar gemir de satisfacción al liberar su vejiga y sin que Susana se lo explicara, comprendió la enseñanza:
« ¡El placer se multiplica con el sufrimiento!».
Lo que no se esperaba la canaria fue que al limpiarse bajo la supervisión de la rubia, descubriera que, lo quisiera o no, ¡Se había excitado! Al pasarse el papel de baño por los hinchados pliegues de su sexo, sintió que estaba a punto de correrse y por eso cerró sus piernas, para mantener ese secreto a salvo. Desgraciadamente para ella, Susana ya se había dado cuenta y sonriendo, salió del baño para que aprovechando la soledad, su amiga liberara su calentura. Diez minutos después, riendo en su interior, mi sumisa al verla salir totalmente sofocada confirmó que se había masturbado.
Sabiendo que era una lucha a medio plazo, mi novia solo le preguntó:
― ¿Tenía o no razón?
Bajando su mirada y con el rubor cubriendo sus mejillas, la canaria contestó:
― Sí.
Dando por sentado que había asimilado la lección, Susana no siguió hurgando en la herida y olvidándose del tema, la obligó a retornar a los libros. Al sentarse frente a su amiga, Esther se quedó confundida al observar que bajo la blusa, la rubia tenía sus pezones erizados y por primera vez, temió que la amistad con esa muchacha le llevara a descubrir una faceta desconocida de su propio yo.
Ese temor se intensificó cuando esa noche al despedirse, Susana le dio un suave pico en los labios. Siendo algo tierno al sentirlo, Esther no pudo evitar sentirse mortificada al darse cuenta que le había gustado.
« ¡No soy lesbiana!», pensó mientras tomaba el ascensor.
Ya en la habitación de su colegio mayor, repasó lo ocurrido y mientras se daba un baño de espuma, se dejó llevar por el recuerdo y llevando su mano hasta su coño, se masturbó.
Susana intensifica su sutil acoso.
Al día siguiente, Esther seguía confundida. Por lo que Susana le había explicado, tenía claro que era mi pareja y por eso no comprendía, ese beso que le dio cuando se despedían. Temiendo que lo repitiera, decidió no sentarse ese día junto a ella en clase pero la desgracia hizo que Susana fuera la última en llegar y por eso no pudo negarse a compartir mesa.
Contrariamente a lo que había supuesto, la rubia no hizo mención a lo ocurrido y actuó con absoluta normalidad. Aunque esa indiferencia debía haberla calmado, exactamente ocurrió lo contrario y exacerbó su curiosidad sobre el tipo de relación que sosteníamos. Por eso durante el desayuno, tratando de iniciar una conversación, alabó la minifalda que llevaba. Lo que no se esperaba fue que soltando una carcajada, Susana le contestará:
― ¿Verdad que es bonita? Me pidió Carlos esta mañana que me la pusiera.
Extrañada que yo la hubiese elegido, le preguntó:
― ¿Tu novio te dice que ponerte?
Muerta de risa, respondió:
― ¡Y lo que no quiere que me ponga!
Al no saber a qué se refería, tuvo que preguntárselo y entonces, Susana, sonriendo, se levantó la minifalda y le dijo en voz baja:
― No llevo bragas.
Involuntariamente bajó su mirada y al ver el sexo de mi sumisa, sintió que sus pezones se erizaban. Olvidándose de su pregunta, exclamó:
― ¡Lo tienes completamente depilado!
Muerta de risa, la rubia separó un poco sus rodillas para darle una mejor visión de su coño y satisfecha del modo en que la canaria se quedaba absorta contemplándolo, le soltó:
― Sí, mi novio me lo pidió y desde que lo llevó así, disfruto más cuando me toca.
Tras lo cual, cerró las piernas dejando a la morena sumida en la confusión. Tratando de comprender que le inducia a su amiga a dejarse mangonear de esa forma por mí, le preguntó:
― ¿Por qué dejas que te ordene?… ¿No te sientes mal cuando lo haces?
Acercándose a su lado para que nadie la oyera, le contestó:
― Para nada. ¡Confió en él! y sé que si le obedezco, recibiré en compensación mucho placer.
― ¡No te entiendo!― respondió la morena indignada.
Haciéndole una carantoña en su mejilla, la rubia le contestó:
― Lo sé pero si me dejas, ¡Pronto lo entenderás!
Esther tuvo ganas de salir corriendo pero no pudo y meditando sobre lo que le había vaticinado su amiga, sintió que bajo sus bragas algo se empezaba a alterar.
« Tengo que preguntarle que quiere de mí», decidió al verla levantarse.
Las clases y el resto de sus compañeros hicieron imposible que esa mañana, le hiciera esa pregunta vital y aunque no tenía previsto estudiar esa tarde, cuando se despedía de Susana, le preguntó si se veían en mi casa.
― Claro― contestó la rubia –te espero.
Ya en la habitación de su colegio mayor, la curiosidad pudo más que la cordura y deseando confirmar las palabras de su amiga, se encerró en el baño y se depiló por completo. Al mirarse con un espejo su sexo, le gustó al darse cuenta que sin esa mata de pelos parecía el de una niña y sintiendo un extraño picor, decidió calmarlo llevando su mano a su entrepierna.
Tremendamente excitada y con sus pezones duros como piedras, separó los pliegues de su sexo, dejando al descubierto su hinchado clítoris.
« Joder, ¡Cómo estoy de bruta!», pensó mientras con sus dedos empezaba a frotar su botón. Con la respiración entrecortada, cerró sus ojos y soñando en Susana y en mí, se imaginó que era ella la que disfrutaba de mis abrazos. Aunque nunca lo había pensado, mientras torturaba su sexo, comprendió que si esa rubia despampanante estaba locamente enamorada, se debía deber a que su novio debía de ser un amante sin igual y por primera vez, deseó que su amiga le dejase compartirlo.
Cuando la calentura la dominó, sintió que sus dedos no eran suficientes y cogiendo del estante, un cepillo decidió utilizarlo como consolador. Temiendo rozarse, se lo metió en la boca y lo estuvo untado con su saliva, hasta que ya lubricado, se lo introdujo hasta el fondo de su vagina. La sensación de placer absoluto invadió su cuerpo y pegando un gemido, comenzó un mete- saca cada vez más rápido. De repente, un brutal orgasmo la invadió de tal forma que no pudo mantenerse en pie y cayó de rodillas, dejando salir el cepillo de su cuerpo. La serie de aullidos de placer que surgieron de su garganta confirmaron de una sensual forma las palabras de su amiga.
Ya satisfecha su calentura, creyó que debía de contarle a alguien lo que había hecho. Sin pensarlo dos veces, se sacó una foto con el móvil y se la envió a Susana, escribiendo:
― Tenías razón, ¡con el sexo depilado se siente más!
La respuesta de la rubia no le tardó en llegar:
― Precioso pero todavía tienes mucho que aprender.
La promesa que escondía su mensaje, la dejó excitada y deseó estar junto a ella para seguir recibiendo sus enseñanzas. Ya sintiéndose su aprendiz, la tarde se le hizo eterna y cuando ya era la hora de irse, con una sonrisa, se quitó las bragas, pensando:
« A Carlos le gusta que una mujer no las use».
Ya en el autobús, le excitó el estar junto a todas esas personas con su sexo desnudo y por eso completamente mojada, llegó a nuestra casa. Susana le abrió la puerta con una sonrisa y posando por segunda vez los labios en los suyos, le dijo que pasara.
Ese breve beso le pareció normal y sin darle importancia, se sentó en el sofá. La rubia enseguida percibió que su amiga, necesitaba contarle algo y por eso, cogió una silla y se puso frente a ella. Durante unos segundos el silencio se adueñó de la habitación y fue entonces cuando sin decir nada, Esther se levantó la falda, mostrando a la que ya consideraba su maestra que no llevaba ropa interior.
La sonrisa que apareció en la cara de Susana la llenó de orgullo y solo el hecho que en ese momento, me oyera abrir la puerta evitó que le pidiera ser su alumna. Ruborizada, se bajó la ropa y temblando por su descaro, esperó a que yo entrara. Ese día al entrar no me pareció raro, verlas sentadas en el salón en vez de estar estudiando pero como estaba cansado, tras saludarlas me fui a mi habitación.
Nuevamente solas, la morena se hizo de valor y directamente, le explicó a mi sumisa que necesitaba saber. Guiñándole un ojo, Susana le preguntó que deseaba aprender.
Tomándose su tiempo, lo pensó y dijo:
― ¿Eres lesbiana?
Soltando una carcajada, le respondió:
― No. Aunque he estado con otras mujeres, siempre ha sido porque Carlos me lo ha pedido. No hay nada que me guste más que el sabor de su polla.
Al ver su reacción, mi sumisa comprendió que algo le pasaba y por eso directamente, se lo preguntó. Esther avergonzada como si eso fuera un delito, le confesó que nunca había hecho una mamada por lo que no conocía el sabor del semen.
Muerta de risa, Susana le respondió:
― Eso se puede arreglar― y cogiendo su mano, le soltó: ― ¿Confías en mí?
― Sí― contestó la morena con voz sincera.
Tras lo cual la llevó hasta mi habitación y dejándola en la puerta, me pidió permiso para entrar. Nada más verla, comprendí sus intenciones y por eso, con voz autoritaria le pregunté qué quería:
― Amo, ¿Puedo darle placer?
― Si puedes― contesté observando que Esther palidecía a solo unos metros.
Mi sumisa llegó hasta mí y usando sus manos me bajó la bragueta para acto seguido sacar mi pene de su interior y dirigiéndose a su aprendiz, decirle:
― ¡Mira y aprende!
La canaria con los ojos de par en par, vio cómo su amiga separándome las rodillas e instalándose entre las piernas, se agachaba. Por el brillo de su mirada comprendí que estaba excitada y aún más cuando observó a Susana abriendo su boca e introduciendo mi pene en su interior. Tras lo cual con una sensualidad sin límites, la rubia absorbió mi extensión mientras sus manos me acariciaban los testículos. Esa muchacha se esperaba algo violento y por eso le sorprendió la dulzura y la ternura con la que mi sumisa empezó a mamarme e involuntariamente llevó su mano hasta sus pechos. Al verla acariciar sus pezones, la miré y le ordené:
― Mastúrbate.
Obedeciendo a la primera, se levantó la falda y con auténtica pasión, empezó a torturar su clítoris mientras su amiga seguía enfrascada en esa felación. Sobre el colchón, Susana a un ritmo creciente mamaba de mi falo para acto seguido sacárselo y colmarlo de besos antes de volvérselo a meter. Olvidándose de cualquier recato, la morena me miró eufórica mientras la rubia devoraba mi pene con un ansía difícil de narrar. Se notaba que nunca había sido testigo de algo así y que mi actitud dominante le encantaba.
Por eso, esperé tranquilamente a que su excitación se desbordara. Al darme cuenta que estaba a punto de llegar al clímax, alzando la voz, le dije:
― Córrete para mí.
Mi orden provocó un terremoto en su cuerpo y de pie contra la puerta, la muchacha sintió que moría y pegando un berrido, se corrió. Como si mi voz hubiera intensificado sus sensaciones, su cuerpo fue sacudido por el orgasmo mientras su amiga eternizaba sus caricias entre mis piernas. Con una parsimonia que me estaba volviendo loco, Susana disfrutaba ralentizando mi placer hasta que sin poder resistir más, le pedí que se diera prisa.
Fue entonces cuando apretando con su lengua sobre el diminuto orificio de donde iba a brotar mi simiente, alargó mi éxtasis regalándome uno de los mejores orgasmos de mi vida y recolectando mi simiente en su boca, ordeñó mi miembro hasta dejarlo seco. Entonces y solo entonces se levantó y yendo hasta su amiga, la besó traspasando mi semen a su boca.
― Saboréalo, ¡Puta!― le dijo mientras le daba su primer azote.
La morena incapaz de desobedecer, no sintió esa ruda caricia porque estaba concentrada en disfrutar del sabor de esa ofrenda y cuando ya se había tragado todo, se relamió sus labios en busca de las últimas gotas de ese manjar.
Una vez vencida la vergüenza y dominada por la lujuria, olvidándose de que era el novio de su amiga, me preguntó:
― Carlos, ¿puedo?― mientras hacía ademán de introducirse entre mis sábanas.
Pero, Susana, interponiéndose entre los dos, la paró de plano diciendo:
― No puedes. ¡Todavía no estas preparada!
El gesto de desamparo de la canaria fue una muestra clara de que necesitaba ser mía pero, bajando su mirada, aceptó en silencio. Sabiendo que debía de ir cubriendo etapas antes de conseguir el premio de estar conmigo, tras unos instantes, rogó a su amiga:
― ¿Podrías enseñarme?
Con una sonrisa, mi sumisa aceptó y llevándola fuera de mi habitación, le dijo:
― Mañana no vayas a la universidad, te espero aquí― y dándole una muestra de lo que iba a recibir, le acarició su trasero mientras la despedía.
Nada más irse la canaria, Susana volvió a mi lado y sin que yo le tuviera que decir nada, adoptó la posición de castigo. Arrodillándose, dejó caer su cuerpo hacia adelante y extendiendo sus brazos sobre el suelo, cruzó sus muñecas mientras me decía:
― Amo, su sumisa se merece un castigo.
Mirándola de reojo, vi que levantaba sus nalgas como muestra de sumisión. Mientras me levantaba y cogía una fusta, le pregunté qué pecado había cometido.
― Le he conseguido una perra a mi amo sin su permiso.
Soltándole un fustazo, le pedí que me explicara porque lo había hecho.
― Amo, le he visto mirándola y he creído que le gustaría incorporarla a su harén.
Usando esa herramienta, recorrí la raja entre sus nalgas y dando con ella un suave golpe en los labios de su sexo, pregunté qué prefería de castigo. La rubia que hasta entonces se había mantenido tranquila, pegó un gemido al notar que le estaba introduciendo ese palo:
― Lo que usted decida está bien.
Como realmente no se merecía una reprimenda sino un premio, decidí inmovilizarla. Sacando la cuerda de un cajón, la pasé por su cuello y dejándola caer hice un nudo a la altura de sus pechos, para desde allí cruzar hasta su espalda. Susana comprendió mi intención de premiarla y con lágrimas en los ojos, me dio las gracias. Sabiéndose afortunada, se tumbó en la cama y echó sus brazos para atrás para que se los atara a los tobillos. Ya totalmente maniatada, le di un sonoro azote tras lo cual le incrusté sendos consoladores en cada uno de sus agujeros. Tras lo cual, me fui a ver la tele sabiendo que a la hora de ir a dormir…
… ¡Mi sumisa estaría calentita!
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Esther se despertó temprano. Esa mañana mientras se vestía, decidió que debía causar una buena impresión a su maestra y por eso se puso un conjunto color negro casi transparente, tras lo cual eligió unas medias con liguero del mismo color. Al mirarse al espejo, sonrió porque con él puesto se sentía hermosa y cachonda. De una talla menor a la que sus pechos realmente necesitaban, le marcaban el canalillo de una forma muy sugerente e imaginándoselo, soñó que su futuro amo al verla con ese conjunto, le exigía que le hiciera una cubana entre sus tetas. La sola idea la puso verraca y llevando una mano a su entrepierna, advirtió que la humedad que sentía en su sexo, había traspasado la tela de su tanga. Dudando si cambiárselo o no, al final decidió no hacerlo y así que Susana supiera de ante mano, como ella y su pareja le ponían.
Al llegar a la casa, la rubia le recibió en la puerta envuelta en una bata de tul bajo la cual iba completamente desnuda. Como empezaba a ser habitual, su saludo consistió en un nuevo beso en los labios, tras lo cual, la invitó a pasar diciendo:
― ¿Te apetece un café?
Ni siquiera lo había aceptado cuando vio que Susana se daba la vuelta rumbo a la cocina. Con sus ojos fijos en el maravilloso culo de la iba a ser su profesora, la siguió por el pasillo un poco alterada.
« ¡Qué buena está!», pensó sin percatarse de que antes de conocerla, nunca hubiese opinado así de otra mujer.
Al llegar a la cocina, la rubia le pidió que se sentara en la mesa porque tenían que hablar. Por su tono debía ser serio y temiendo que le dijera que no iba a ser su alumna, se sentó de inmediato. Afortunadamente, con ella en su asiento, Susana le preguntó:
― ¿Estas segura de que quieres ser la sumisa de mi amo?
En cuanto levantó su mirada y observó por primera vez los rosados pezones que lucía su futura maestra, si tenía alguna duda desapareció como por arte de magia, por lo que sin pensárselo dos veces, le contestó:
― Si estoy segura….― y tratando de mostrarle un respeto que todavía no le había exigido, lo recalcó diciendo―… mi señora.
Susana sonrió al escucharlo y poniendo en sus manos, un café le dijo:
― Bébetelo de un trago.
Sin saber si estaba o no caliente, Esther obedeció. Al ver que lo había hecho, su maestra le dio un suave pellizco en una de sus areolas como premio, mientras le decía:
― Ves en esto consiste la sumisión. Gracias a la confianza que me tienes, como sumisa has cedido tu control a mí y te he recompensado con un premio.
― Me gusta lo que he sentido, mi señora― contestó la canaria al sentir que su sexo se había licuado solo con esa breve caricia.
Viendo que estaba lista, la llevó hasta el salón y obligándola a permanecer, le ordenó que se fuera desnudando. Por las prisas o quizás producto de su inexperiencia, Esther se quitó la camisa con rapidez. Como castigo recibió en su trasero el golpe de una regla. Asustada al no comprender su falló, miró a su amiga convertida en dominante.
― Ponte la blusa y empieza de nuevo. Una sumisa debe de ser sensual en todo lo que haga para satisfacer a su amo.
― Sí, señora― contestó iniciando nuevamente su striptease desde el principio pero esta vez, fue botón a botón desabrochando su ropa mientras miraba a los ojos a su maestra.
Supo que lo había hecho bien cuando no recibió un nuevo reglazo y contenta cuando solo le quedaba por quitarse la braga y el sujetador, preguntó satisfecha:
― Ama, ¿Le ha gustado?
Como respuesta recibió dos azotes en el trasero que le escocieron y sin atreverse a preguntar cuál había sido esta vez su error, se la quedó mirando:
― Amo solo tienes uno, yo soy tu maestra y ¡No te he permitido hablar!― tras lo cual le exigió que terminara de desnudarse.
Aleccionada a base de golpes, se despojó de lo que le quedaba de ropa y en silencio, esperó nuevas órdenes. Fue entonces cuando acercándose a ella, Susana le susurró con dulzura:
― Ahora te voy a inspeccionar como hará tu amo. Quédate quieta sin moverte.
Sin darle tiempo a prepararse, la rubia le abrió la boca como se le hace a un caballo y le revisó su dentadura, tras lo cual imitando mi voz ronca, le dijo:
― No está mal para ser una perra africana.
Al no esperarse esa broma, la morena soltó una carcajada por lo que recibió otra dura reprimenda. Sabiendo que había caído en la trampa, no le dio el gusto de quejarse sino que permaneció muda como una estatua aunque su culo le escocía.
Viendo que había aprendido a controlarse, Susana sopesó el tamaño de los pechos de su aprendiz permitiéndose el lujo de darle un pellizco como premio. Tras lo cual le dio la vuelta y separando con las manos los morenos cachetes que formaban el culo de su amiga, descubrió que contenían un tesoro oculto.
― A nuestro amo le va a encantar― le dijo acariciando sus bordes con una de sus yemas.
Esther mordiéndose los labios evitó que de su garganta surgiera un gemido de placer al sentir que la rubia toqueteaba su virginal ojete pero no pudo hacer nada con su sexo que siguiendo los dictados de la naturaleza, se llenó de flujo. Por eso cuando le tocó el turno de inspección a su vulva, Susana se la encontró totalmente empapada.
― Veo que estás cachonda, ¿No es cierto? ¡Puta!
― Es cierto, ¡Lo estoy! ¡Señora!
Tomándose su tiempo, mi sumisa examinó los labios de la morena con lentitud, deteniéndose en el hinchado botón que descubrió entre sus pliegues. La reacción de su aprendiz no se hizo de rogar y pegando un suspiro confirmó su calentura.
― Eres una jodida lesbiana― le dijo Susana para humillarla y viendo que no contestaba, le pellizcó cruelmente su clítoris mientras le decía: ¿Sí? O ¿No? ¡Puta!
― Soy lo que me pida mi amo o mi maestra― contestó con su respiración entrecortada incapaz de reprimir otro gemido.
La respuesta de su amiga le dio pie para dar el siguiente paso y obligándola a arrodillarse en el suelo, le dijo:
― Te voy a enseñar una de las posturas básicas que debe saber una sumisa― tras lo cual, la puso a cuatro patas con su cabeza pegada al suelo y las nalgas hacia arriba.
Retirándose un metro entre ella y su pupila, se la quedó mirando. Aunque estaba bien, le faltaba separar un poco los muslos para que pudiera pasar la inspección de su amo. Usando la fusta, le perfeccionó la postura y ya satisfecha le dijo:
― Para los amantes de la dominación, esta posición se llama “Beso de la esclava”. ¿Sabes para qué sirve?
― No, señora.
Soltando una carcajada, Susana introdujo dos dedos en el interior del sexo de su aprendiz como respuesta. La sorpresa de sentir su sexo hoyado, no fue óbice para que la morena moviendo sus caderas gozara de esa intrusión. Disfrutando del dominio que ejercía, decidió aprovecharlo y abriendo un cajón, sacó un arnés, diciendo:
― Te voy a follar, ¿Algún problema?
― ¡Ninguno!… Maestra.
Mi sumisa sonrió entre dientes al darse cuenta de la calentura de su amiga y sabiendo que para ella iba a ser su primera vez, jugueteó con la cabeza del consolador entre los pliegues del sexo de la morena antes de siquiera hacer un intento de metérselo.
― Uhmm…― gimió Esther al notarlo.
Ese suspiro le confirmó lo que ya sabía y con una suave presión de sus caderas, le introdujo el glande en su interior. La humedad que ya anegaba ese coño, le permitió irle embutiendo poco a poco el aparato hasta que notó que chocaba contra la pared de su vagina y entonces, Susana con un dulce azote le avisó que iba a empezar a cabalgarla.
La canaria quería decirle que necesitaba que la follara ya pero al no estarle permitido hablar, tuvo que usar su cuerpo para informarla. Por eso meneándose para adelante y para atrás, usó el consolador del arnés como si fuera la polla de su ama. No tuvo ninguna duda que le gustaba sentirlo en su interior e incrementando el ritmo, se lanzó en busca del placer.
― ¡Eres una puta calentorra!― gritó la rubia al ver que su aprendiz necesitaba sexo y dándole otra nalgada, empezó a machacar el chocho de la morena.
No llevaba ni un minuto, follándose a Esther cuando ésta pegando un grito, se empezó a retorcer presa de la lujuria. La certeza de que estaba a punto de correrse, la hizo convertir su cabalgata en un galope desbocado y aferrándose a los pechos de su montura, la llevó hasta al orgasmo.
― ¡Me corro! ¡Maestra!― aulló con todos sus músculos al borde del colapso.
El enorme trabuco que tenía incrustado impidió a la canaria percatarse de que se estaba corriendo a manos de otra mujer y berreando le soltó:
― ¡Me encanta su polla!
Susana al oírla, se calentó y queriendo alargar el clímax de su amiga, siguió penetrándola con ferocidad. Cada vez más entregada, su aprendiz sentía que estaba en el paraíso mientras las barreras de su educación iban cayendo una a una por el placer que estaba asolando su cuerpo. Y descompuesta, se dejó caer en el suelo llena de felicidad y llorando, le pidió a su maestra que la tomara analmente.
Siendo una petición atrayente, Susana le contestó mientras extraía el aparato:
― No, putita. ¡Tu culo es de mi amo! ¡Él será quien te lo estrene!
Aunque ya tenía decidido el siguiente paso, se tomó su tiempo para quitarse el arnés y cuando ya lo había dejado a un lado, obligó a la canaria a ponerse a gatas. La morena obedeció sin saber que venía a continuación pero no tardó en descubrirlo porque Susana sentándose a horcajadas en su espalda, le cogió del pelo y le ordenó:
― Llévame a la cama.
Sirviendo de corcel, Esther empezó a gatear hacía la habitación mientras su mente daba vueltas al advertir lo bruta que le ponía que su amiga la tratara de ese modo y con el coño en ebullición, no le importó que la rubia la llevara así. Lentamente y paso a paso, fue recorriendo los escasos metros que le separaban sin poder dejar de pensar en lo mucho que le apetecía probar el sexo que estaba humedeciendo su espalda.
« Mi maestra está también excitada», se dijo deseando que su siguiente enseñanza fuera comérselo. No tuvo que esperar mucho tiempo porque nada más entrar a mi cuarto, la rubia descabalgó y sentándose en el colchón, la llamó diciendo:
― Bésame los pies.
Si alguien le hubiese dicho una semana antes que al escuchar esa orden, se le haría agua la boca, lo hubiese negado. Pero en cuanto oyó la orden, se acercó gateando y con delicadeza, cogió el pie derecho de Susana por el talón y lo acercó lentamente hasta su cara. Nada más acariciarlo se dio cuenta de que era muy suave y retirando su zapato de tacón, llego hasta ella un agradable aroma.
« No es posible», pensó al advertir que se le acababa de humedecer el sexo al olerlo y sacando la lengua, dio su primera lamida a los dedos de su amiga. Su maestra sonrió al notar que su entrega y necesitada de caricias, cerró sus ojos mientras Esther se introducía su dedo gordo en la boca. Si en un principio la canaria se mostró cortada, al escuchar el gemido que salió de la garganta de la rubia, se convenció y pasando de un dedo a otro los embadurnó con su saliva.
Instintivamente, Susana separó sus rodillas al sentir que la lengua de su aprendiz iba subiendo por sus tobillos. Al mirar hacia arriba, Esther se quedó pálida al observar el depilado coño de su maestra y lejos de hacerla sentir mal, incrementó su calentura e inundando la habitación con el olor de su celo y se quedó quieta esperando la siguiente orden.
― ¡No te he dicho que pares!― chilló la rubia ya necesitada.
La canaria como una zombi controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar su cara hasta ese atrayente sexo. Cuando ya estaba a escasos centímetros de él, el aroma penetrante que desprendía venció todos sus reparos e introdujo por primera vez la lengua en el monte de una mujer. La rubia dio un brinco al notar la acción de sus caricias.
Su inexperiencia le dio miedo y por eso estuvo a punto de dejarlo pero los gemidos callados de su maestra le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos sus labios, dejó al descubierto su botón. Como si fuera algo aprendido, con toda la parsimonia del mundo, lo lamió durante un minuto y cuando de la garganta de su amiga salieron los primeros gemidos de placer, se sintió excitada y mordió ese más que erecto clítoris.
Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el flujo que brotaba de ese manantial y ya poseída por la lujuria, su lengua recogió su néctar cuando pegando un grito, Susana se dejó caer sobre el colchón presa de la agitación de su orgasmo.
Para la morena, fue extrañamente dulce ser la culpable de ese placer. Y mientras espatarrada sobre las sábanas, la rubia se corría ante sus ojos pidiendo que no parara, se sintió feliz de ser su pupila. Y demasiado caliente para contenerse, se dio la vuelta y depositando su coño en la boca de su amiga, le exigió que se atiborrara de ella.
― ¡Qué maravilla!― aulló al sentir la lengua de su maestra penetrando en su interior y siendo imposible de retener su calentura, se dejó hacer.
Fue entonces cuando, al sentir que Susana le acariciaba el ojete, totalmente empapada, pegó un nuevo grito y temblando, supo que ese asalto era superior a sus fuerzas y se vació en su boca. La rubia prolongó su orgasmo hasta que ya agotada, la acostó a su lado y sin darse cuenta, se quedaron dormidas.
Al llegar a casa, las descubro desnudas.
Nada más cruzar la puerta, descubrí que sin mi consentimiento habían compartido algo más que el adiestramiento, pero en vez de enfadarme, me gustó porque sería así más fácil convertir a esa monada en parte de mi harén. Mirándolas desnudas, comprendí que la sesión de sexo, que sin lugar a dudas habían disfrutado, les había sentado bien.
« Son dos pedazos de mujeres», tuve que reconocer al observarlas. Mientras la canaria con sus pechos firmes y piernas contorneadas, era un prototipo de mujer mediterránea, mi sumisa parecía alemana. Con su melena rubia y un cuerpo de pecado, su piel dorada hacía resaltar sus ojos azules.
Quizás Esther me oyó llegar o a lo mejor no estaba dormida, lo cierto es que incorporándose sobre las sábanas, me miró aterrada. Mirándola a la cara, descubrí que temía mis celos, no en vano había descubierto que se había acostado con mi novia.
― Tranquila― dije ― tengo que hablar contigo pero antes, ¿Quieres una copa?
Me contestó que estaba sedienta. Por lo que le pedí que me acompañara y llevándola hasta el salón, le pedí que se sentara en un sillón mientras se la ponía. Mirándola de reojo, vi que el sudor había hecho la aparición en su frente y haciéndola sufrir, tarde más de lo necesario cuando le serví el cacique con Coca― Cola que me había pedido mientras su mente no podía parar de darle vueltas a que le depararía su futuro inmediato.
Al terminar, se lo di y ella lo cogió con las dos manos, dándole un buen sorbo. Mi actitud serena la estaba poniendo cardiaca, no se esperaba este recibimiento. Fue entonces, cuando poniéndome detrás del sillón, apoyé las dos manos sobre sus hombros. Esther sintió un escalofrío, al notar como mis palmas se posaban sobre ella. Esperé a que se relajara, antes de empezar a hablar, todos los detalles eran importantes.
Si esa mujer quería ser mi sumisa, debía asegurarme de que bebiera de mi mano. Cuando aceptó mi contacto sobre su piel, empecé a acariciarle sus hombros, eran unas caricias suaves casi un masaje, nada parecido a lo que se esperaba y sin saber a qué atenerse, se sintió indefensa.
Mis carantoñas no cesaron cuando, con voz seria, comencé a hablarle al oído:
― Susana me ha dicho que quieres que te hagamos un hueco en nuestra vida y por lo que he visto ya lo has conseguido― intentó disculparse al oírlo pero la corté por lo sano apretando un poco más de lo necesario su cuello. ― No sé si sabes realmente lo que eso significa.
― Lo sé amo. Deseo ser suya― contestó con voz temblorosa.
Su respuesta me profundizar mis caricias y bajando despacio por su escote, le dije:
― Susana sería mi favorita y tú la menos querida de mis mujeres, te lo digo por qué no quiero que haya malos entendidos― en ese momento, mis dedos jugaban con el borde de sus aureolas. Los pezones de la muchacha estaban duros al tacto cuando me apoderé de ellos pellizcándolos tiernamente. La excitación se había extendido ya por su cuerpo cuando me escuchó decir: ― De aceptar, sería tu dueño y me debería respeto y obediencia.
― Lo sé y lo deseo… Amo.
Al escuchar sus palabras, la levanté del sillón y abrazándola, dejé que mis labios rozaran los suyos. Esther me respondió con pasión besándome mientras me despojaba de la camisa. Sus manos no dejaron de recorrer mi pecho, cuando su boca mordió mi cuello ni cuando sus caderas buscaron la cercanía de mi sexo.
Estaba como en celo, el adiestramiento de Susana, la atracción que sentía por ella y mis arrumacos se le habían acumulado en su cabeza, y necesitaba desfogar ese deseo. Sin más preámbulos, se arrodilló abriéndome el pantalón, dejando libre de su prisión a mi pene.
― ¿Puedo? Amo.
― Puedes, putita.
Sonrió al ver su tamaño, le hizo sentirse una mujer deseada. No se había dado cuenta de lo que añoraba a un hombre que le protegiera hasta que se lo había oído decir a su amiga. Yo podía ser ese hombre y no iba a desperdiciar la oportunidad.
Su lengua empezó a jugar con mi glande, saboreando por entero, a la vez que su mano acariciaba toda mi extensión. Era una gozada verla de rodillas haciéndome una felación, notar como su boca engullía mi sexo, mientras sus dedos acariciaban mi cuerpo.
Pero ahora quería más, por lo que obligándola a levantarse, la tumbé encima de la mesa y empecé a jugar con su clítoris.
― ¿Te gusta?, verdad putita― dije mientras proseguía con mis maniobras.
― ¡Sí!― con la voz entrecortada por la excitación ― ¡Amo!
Estaba en mis manos, con un par de sesiones más esta mujer sería un cachorrito en mi regazo. Sabiendo que con la ayuda de Susana la convertiría en esclava de mis deseos, decidí calmar la fiebre que sentía. Separando sus labios con mis dedos, puse la cabeza de mi glande en la entrada de su cueva, a la vez que torturaba sus pezones con mi boca.
― Por favor― gritó pidiendo que la penetrara.
Muy despacio, de forma que la piel de mi sexo fuera percibiendo cada pliegue, cada rugosidad de su vulva, fui introduciéndome en su cueva, en un movimiento continuo que no paró hasta que no la llenó por completo. Esther entonces empezó a mover sus caderas, como una serpiente reptando se retorcía sobre la tabla, buscando incrementar su placer. Gimió al percibir como mi pene se deslizaba dentro de ella incrementando sus embistes y gritó desesperada al disfrutar cuando mis huevos golpearon su cuerpo como si de un frontón se tratara.
― ¿Sabes que es la hipoxia?― pregunté al reparar en que estaba a punto de correrse.
― No, amo― contestó
Sin dejar de penetrarla le expliqué que era una práctica por la cual uno de los amantes le corta la respiración al otro y la falta de aire incrementa el placer que siente.
― ¡Confío en usted!
Incrementando el ritmo con el que la estaba follando, llevé mis manos hasta su cuello y empecé a estrangularla. Aunque me había dado permiso cuando sintió que no podía respirar, se revolvió tratando se zafarse de mi abrazo. La diferencia de fuerza se lo impidió y aterrorizada, ya creía que la iba a asesinar cuando desde su interior, una enorme descarga eléctrica subió por su cuerpo, explotando en su cabeza.
― ¡Dios!― gritó estremecida por la amplitud de su orgasmo.
Con una intensidad nunca sentida, su cueva manó haciendo que su flujo envolviera mi pene. Al sentirlo, descargué dentro de ella toda mi excitación, mientras Esther se desplomaba sobre la mesa. Exhausta pero feliz de lo que había experimentado.
― Veo amo que la ha aceptado― desde la puerta me dijo Susana.
Por el color de sus mejillas y el brillo de sus ojos, debía de llevar largo rato mirando. Aunque estaba contento con ella, comprendí que esperaba un castigo porque de algún modo me había fallado al no poderse contener y por eso, le dije:
― ¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?
― Nadie― contestó y sin necesidad de que le dijera nada más, se arrodilló en la alfombra, dejando su trasero en pompa, de forma que facilitara el correctivo. Su amiga canaria intentó protestar pero al ver mi mirada, decidió callarse no fuera a recibir el mismo tratamiento. Saqué entonces de un cajón una fusta y cruelmente le azoté el trasero. Recibió la reprimenda sin quejarse, de su boca solo surgieron disculpas y promesas de que nunca me iba a desobedecer otra vez. Las nalgas temblaban, anticipando cada golpe, pero se mantuvo firmemente sin llorar hasta que decidí que era suficiente.
Esther estuvo todo el rato callada, en su cara se le podía adivinar dos sentimientos contradictorios, por una parte estaba espantada por la violencia con la que había fustigado a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado, ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa, y sus nalgas coloradas por el tratamiento, había humedecido su entrepierna.
Acercándome y acariciando ese trasero que tantas alegrías me había dado, no pude dejar de sentir pena y cesando en la reprimenda, le di un beso en la esa adolorida nalga.
― Dame tu copa― pedí a la morena.
La canaria me la dio enseguida y derramándola sobre el trasero de la rubia, le ordené que bebiera. Obedientemente, Esther empezó a sorber del líquido que goteaba del culo de mi sumisa. SI en un principio se sintió reacia a hacerlo, al oír los gemidos de placer que empezó a dar Susana al notar la lengua calmando sus adolorido cachetes, se convenció y su lametazos se fueron haciendo cada vez más profundos hasta que ya claramente excitada, con sus manos, le separó las dos nalgas para que le resultara más recuperar con su boca lo que se había deslizado por ese canalillo.
Al ver que ambas estaban excitadas y listas, pregunté a mi sumisa:
― ¿Te apetece volverte a correr?
― Sí, amo― contestó con la voz entrecortada por el calor que sentía.
Recolocándolas en el suelo, puse su sexo en disposición de ser devorado por la morena. No hizo falta que se lo ordenara de viva voz, en cuanto intuyó mis intenciones, se lanzó como una fiera sobre él y separando con los dedos los labios inferiores de su amiga, se apoderó del su clítoris. Susana estaba recibiendo el premio a su fidelidad después de su merecido castigo.
Fue entonces cuando al agacharse la canaria descubrí un tesoro. Ajena a ser observada, Esther no se percató de que me estaba enseñando su esfínter virgen y deseando ser yo quien lo estrenara, busqué algo que me sirviera de lubricante.
Al hallar sobre la mesa del comedor una botellita con aceite de oliva, decidí que me servía y sin preguntar, cogí esas nalgas y separándolas, dejé caer un buen chorro por su raja. Ella al sentir el contacto de mis manos pero sobre todo la frescura del aceite, levantó su trasero sabiendo que era inevitable. Con mis lo extendí, concentrándome en su agujero virgen. Como quería desgarrarlo, lo fui relajándolo con un masaje. Masaje al que Esther respondió como una loca mis caricias pidiéndome que me diera prisa.
― Cállate puta, ¡Nadie te ha dado permiso de hablar!
Al no hacerle caso y seguir untando su culo con el lubricante, sus dientes se apoderaron del botón de placer de Susana y sometiéndole a una dulce tortura, penetro con dos dedos el sexo de su amiga. Con mi sumisa a punto de explotar, decidí que era hora de romperle por primera vez su esfínter, por lo que poniendo mi pene en la entrada trasera de la mujer, de una sola embestida introduje mi extensión dentro de ella.
Esther gritó de dolor, pero no intentó zafarse de mi agresión. Y tras breves momentos en los que dejé que se acostumbrara a mi grosor dentro de ella, comencé con mis embestidas. Completamente llena, se había olvidado que tenía que seguir consolando a Susana, por lo que ésta tirándole del pelo, volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo.
Sintiéndose nuestro objeto de placer, no pudo dejar de lamer y mordisquear el clítoris de mi amante, mientras yo estrenaba su culo. Babeando notó que Susana se iba a correr en su boca, por lo que aumentó el ritmo de sus caricias y como si estuviera sedienta, re recibió ansiosa el río ardiente de la mujer y como posesa buscó no desperdiciar ni una gota de ese líquido.
Mientras tanto su propio cuerpo más relajado dejaba de sentir dolor y paulatinamente comenzó a disfrutar de mis incursiones. Ya satisfecha, mi sumisa se levantó para ayudarme con la muchacha y sentándose en el suelo, separó sus labios, introduciéndole dos dedos en su vulva.
Esther nunca había sido sodomizada y follada a la vez y una vez repuesta de sentir sus dos agujeros asaltados, nos pidió no paráramos. Sus caderas se movían sin control, buscando el placer doble que le provocaban los dedos de su amiga sobre su clítoris y mi pene rompiéndole su virgen culo.
Marcándole el ritmo a base de azotes, conseguí que se coordinara conmigo y como era una buena aprendiz, rápidamente logró seguir el compás de mis manos sobre su trasero. Incrementando la cadencia, nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno. Susana sin dejar de follar con sus dedos a su aprendiz, empezó a jugar con mis testículos cada vez que estos se acercaban a su lengua.
Esther, apoyó su cabeza contra la mesa, cuando desde su interior como si fuera una llamarada su cuerpo se empezó a convulsionar de placer y mientras derramaba un torrente de flujo por sus muslos, cayó agotada. Al sentirme que ya era el dueño absoluto de esas dos, exploté dentro de la morena mientras besaba a la rubia.
Satisfecho por ser propietario de esas dos bellezas, en cuanto me hube recuperado un poco les pregunté:
― Me voy a dar un baño, ¿quién quiere acompañarme?
¡Las dos quisieron!
― ― ― ― ― FIN ― ― ― ― ―
Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.
Continúo con mi relato de la tercera semana de marzo.
Como recordareis ayer salí al pueblo y cogí algunas cosillas de la farmacia, estuve algo más de una hora fuera y descubrí una casa desde donde me hicieron señales con una linterna. Esta mañana después de dormir como un tronco me duche para quitarme las manchas de tizne de la cara y los restos olorosos de la farmacia donde estuve, luego he colocado en el almacén todo lo que he traído en la mochila es decir antibióticos tranquilizantes etc. Posteriormente he seguido con mi rutina habitual bajando el desayuno a Ceci, de camino he dejado una caja de toallitas húmedas en la entrada del torreón, junto a uno de los cetmes cargado que tengo allí junto al perchero por si acaso, cuando llego a la celda y mientras se quita la camisa para dármela me fijo en la mancha oscura que tiene en la mejilla y recuerdo el beso que la di al volver con la cara ennegrecida.
Tras desayunar la pongo sus guantes y bola de paseo sin darla una corriente como la tarde anterior, ella se muestra más que dócil pues ahora no siente dolor antes de dicho paseo, me fijo al quitarla la compresa que apenas ha manchado nada, su sangre es más clara, durante el mismo jugamos y ella hace sus necesidades estamos un buen rato fuera, volvemos y la pongo otra compresa por si acaso junto con unas bragas limpias, después la desato y una vez encerrada jugamos a hablar sigue esforzándose sin resultados.
Subo y lavo la ropa usada ayer noche, me planteo salir de nuevo esta vez para visitar a mis nuevos ”vecinos” sanos y ver quien son y en qué estado se encuentran, puedo demorar tranquilamente unos días mi salida a la gasolinera hasta agotar el segundo bidón de combustible, todavía quedaran dos más de reserva y el agua sigue fluyendo por la bomba así que tengo todos los bidones de agua sellados de fabrica intactos, la comida tampoco me preocupa pues comparto mis raciones con Ceci así que gasto poco, en resumen mi situación es bastante buena.
Después de comer tiendo la colada y nos damos otro paseo, pero después en lugar de dejarla en el calabozo subimos al comedor, la gusta cundo tras desatarla la vuelvo a atar pero con las manos por delante, hago que se siente en el sofá a mi lado y pongo una película de humor en el portátil, abre los ojos como platos mientras ve y escucha todo lo que ocurre en la pantalla, lo he hecho por dos motivos el primero es que me gusta tenerla cerca, el segundo es que me he dado cuenta del silencio habitual del torreón, normalmente yo no hablo solo y ella no recuerda cómo hacerlo, así que he pensado que oír a otras personas la haría bien, a fin de cuentas el ser humano es un animal social.
La aflojo un poco la mordaza pero sin quitarla la bola de la boca, mientras ella ve y disfruta de la película yo no puedo apartar mis ojos de su cuerpo, aunque intento apartar repetidamente mis ojos me deleito recorriendo las curvas de su cuerpo con la mirada, en especial ese por de tetas grandecitas y turgentes que me ponen a cien, finalmente me quito la camisa y se la echo por encima de los hombros, ella lo agradece con un gemido y me mira con sus ojazos verdes rozando su cara contra la tela de la camisa, me contengo para no besarla ni hacer nada mas fuerte… al menos hasta que se la acabe el mes.
Acaba la película y la pongo otra que ve con igual emoción y alegría, no la quiero poner cualquier cosa pues no creo que entienda las de intriga ni terror ni nada que lleve tiros, sinceramente mis opciones son bastante limitadas pues me gusta el cine de acción y mi numero de comedias es muy limitado, al acabar nos damos el ultimo paseo del día la quito la compresa y veo que está limpia al acabar el paseo la limpio la vagina con la esponja, esa noche no la pongo bragas y ella se muestra más contenta, preparo la cena que al ser de microondas nos evitara tener visitantes esa noche, la paso su cena con sus tranquilizantes mezclados y la dejo mi camisa y su manta de dormir, subo a cenar y bajo una hora después tras haber comprobado que está dormida, en mi mano enguantada de látex llevo la palangana y la esponja, pero hoy a diferencia de otros días, también llevo la espuma de afeitar y una maquinilla desechable.
La destapo y tumbada como está la giro hasta que acabo poniéndola en la posición adecuada, con las piernas bien abiertas y los pies apoyados en el suelo, humedezco bien la zona con la esponja lavándola a fondo, una vez que compruebo que está totalmente limpia la unto la espuma y me pongo a afeitarla, desearía besar cada centímetro de piel que aparece entre la espuma según paso la maquinilla, claro está que me contengo pero me esmero en el trabajo y lo disfruto, momentos después su precioso chochito está limpio y desearía comérmelo, pero no lo hago pues se el peligro de infección que conlleva, antes de irme la pongo su inyección de antibiótico, la tapo y la doy un beso.
El día siguiente no es muy soleado, hago mis ejercicios y me afeito después preparo el desayuno, mientras me lo como veo por el circuito cerrado que Ceci se ha despertado y se inspecciona el pubis asombrada por la falta de pelo, espero que recuerde que cuando era “normal” lo llevaba así habitualmente (ver capitulo 3)
Al rato bajo a darla el desayuno y mis buenos días, ella me espera tan deseosa de verme que apenas entrar en los calabozos y sin que me dé tiempo de decir nada, se quita la camisa y la pone entre los barrotes donde ya está colgada la manta, se exhibe delante de mi paseándose torpemente, no es una exhibición incitante y no lo hace por excitarme como una mujer adulta, es mas como una niña que se hubiera comprado ropa nueva y te la enseña con inocencia, solo que esta niña tiene veintipocos años y esta buenísima así que ya podéis imaginaros los resultados, en tres minutos estoy excitado a tope y palote perdido ante mi Ceci, por fin consigo hablar:
– Hola Ceci buenos días, que guapa estas hoy.
Se ve que intenta contestar pero nada, yo sigo:
– Qué bonita eres, que guapa estas sin pelitos allí.
Cuando hablo señalo si pubis con mi dedo, creo que ahí es donde se lió la cosa y ella interpreto lo que quiso, supongo que debió de recordar el pajote del baño y creyó que yo quería darla placer, el caso es que se pega a los barrotes agarrándose a ellos y veo su pubis desnudo entre dos de ellos, ella abre las piernas y mas que enseñándomelo me lo está ofreciendo pegándolo tanto a los barrotes que parece fundirse con ellos, me arrodillo dejando el plato en el suelo y sacando uno de los guantes de látex del bolsillo del pantalón, me lo pongo acerco mi cara a su pubis -pienso-¿a quién quiero engañar? ¡La deseo! Beso su pubis, adoro el contacto con su piel suave y caliente, recorro la zona exterior evitando su grieta, la escucho suspirar de deseo sobre mi cabeza, recuerdo que no lleva bola ni guantes y podría evitarme simplemente dando un paso atrás, si decidiera atacarme o morderme en ese instante y estaría jodido, kaput, muerto, por idiota.
Pero ella solo desea placer la tiemblan las piernas de deseo, me mojo uno de mis dedos con saliva y la acaricio los labios externos recorriéndolos totalmente antes de empujarla hacia dentro mi dedo, la sigo besando la piel del pubis y subo mi otra mano a tientas hasta encontrar su pecho y su pezón pellizcándolo suavemente, ella suspira de nuevo aferrada con sus manos a los barrotes de su celda, la penetro hasta el fondo con mi dedo descubriendo que su interior es un manantial de flujo, esta empapada así que añado dos dedos mas a la penetración y la sigo dando placer, el aroma de hembra caliente de su flujo llena mis narices y aumenta mi deseo por ella, aumento la velocidad de mis dedos dentro de su encharcado chochete, sin dejar de rozar mi cara por su vientre ni de acariciar su pecho, se desboca tiembla toda ella y sus caderas se estremecen agarrada a los barrotes une el movimiento de su cuerpo al de mis dedos, da pequeños saltos y está prácticamente cabalgando sobre mi mano, no paro de masturbarla metiéndola los dedos y moviéndolos en su interior , ella jadea sobre mi cuando noto una de sus manos entre ni pelo empujándome la cabeza contra su pubis y los barrotes que lo enmarcan, se corre finalmente como una campeona gritando de placer y agitándose de arriba abajo:
– Aaaaa, aaaaggggg to… aggggg naagg
La sujeto antes de que se caiga al suelo sacando mis dedos de su chochete, unos segundos después se separa lentamente de los barrotes y se sienta en su jergón mientras se recupera de su orgasmo, la miro embelesado y estoy alucinado con ella, me ha parecido escuchar cuando se corría que me llamaba o al menos decía to… la primera silaba de mi nombre, pero no estoy totalmente seguro de nada, lo que estoy es asombrado y encantado por los resultados del afeitado de anoche.
Entro en su celda con el plato y se lo dejo al lado, estoy excitadísimo pero me contengo un poco pues los días son largos, además no quiero que el recuerdo de la primera penetración de su nueva vida sea en una fría celda, la acaricio la cara con mi mano desnuda y vuelvo a salir cerrando la puerta, me siento en la silla plegable hablándola mientras ella desayuna, la explico que está enferma y debe tener paciencia pues esta curándose, aunque tardara un poco pero que después estará bien y nunca volverá a estar ni a dormir sola, no sé si será cierto o solo estoy expresando mis esperanzas para el futuro, lo que si se es que la hace bien el tratamiento o al menos eso creo, ¡joder! No soy médico solo sé que tiene buen color y su herida a cicatrizado, espero estar haciendo lo correcto.
Paseamos y jugamos por el patio, luego la pongo una película mientras bajo a limpiar y fregar los calabozos, cuando esta acaba la bajo a ella y la dejo allí, hago la comida y subo a cazar infectados, como de costumbre caen solo los que veo en condiciones de correr o tienen mejor aspecto, por alguna circunstancia evito disparar a niñas en edad fértil o mujeres jóvenes, supongo que es mi subconsciente indicándome que si la infección se cura harán falta muchas de estas en el futuro.
Por la tarde comienza a llover y baja la temperatura bastante, recojo la ropa que tendí a secar para colgarla dentro del edificio pues aun esta húmeda, decido no hacer la visita prevista a mis vecinos esa noche no por la ropa pues tengo más, pero la lluvia es una molestia añadida y no quiero resfriarme estando solo, subo a Ceci y cierro el calabozo dejando una pequeña estufa para que al volver para dormir esté caldeado el lugar.
Pasamos toda la tarde y hasta parte de la noche juntos, se ríe mucho con las pelis y además está más atenta cuando la hablo, aprovecha cualquier momento para jugar conmigo, cenamos sentados en la mesa y no sale de su asombro cuando la quito el guante de boxeo de su mano derecha para que coma con sus dedos, sigue imitándome cuando cojo el tenedor la doy uno de madera que hay en un cajón es de esos que se usan para remover y no me puede pinchar con el, poco a poco aprende a sujetarlo o tal vez debería decir que recuerda como se hacía, con respecto al habla la quito la bola y practicamos cada uno desde un lado de la mesa, finalmente sí que he conseguido algo bueno y me dice to… mientras me señala y asiente.
Por la noche aparte de llover truena y hay relámpagos la tormenta arrecia con bastante viento, me alegro de no salir de casa, Ceci con su camisa puesta por culpa del frio, se acurruca asustada a mi lado después de que cenemos con la bola de nuevo en su boca, estábamos viendo una peli y cuando me he dado cuenta estaba dormida y roncando suavemente sobre mis piernas, la acaricio la cara y la llevo en brazos a mi habitación la dejo en la cama y la tapo, recojo las cosas del cuarto y me meto en la cama como siempre desnudo, tardo en coger el sueño pues el cuerpo cálido de la rubia me turba bastante, finalmente tras descargarme en el baño me pongo un pantalón de pijama y dejo una de las cajas de condones sobre la mesilla, pues no se si mañana… la necesitare, son las tantas cuando me duermo.
Continuara…
Después de los tiros viene la calma u otro tipo de acción, parece que la chica tiene una franca mejoría, aunque poco a poco va recordando cosas ¿tendrá una recaída?
En el siguiente capítulo, Toni tendrá una ¿re-inauguración? y luego saldrá de visita, ya veremos cómo sale cada una de ellas.
Como habréis visto he puesto los capítulos con sexo en “confesiones” y el resto en “otros textos” me parece más coherente así para evitar sorpresas, pues alguien calentado por un relato previo “con la mano en aquello” no espera leer sobre zombis rabiosos, es posible que al final los una todos y los meta en “Grandes series” ó “grandes relatos” depende de su volumen, me gustaría conocer vuestra opinión.
¡Sed felices!
EL VIRUS VR 8
Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.
Al día siguiente me despierto siendo abrazado por mi rubia, sintiendo la suavidad de su piel y el calor de su cuerpo junto al mío, desde la pierna hasta el cuello toda ella se pega a mi costado, está despierta y rozando su cara contra la mía, se incorpora un poco y su pelo me hace cosquillas en los ojos, al incorporarse el contacto de sus pechos de duros pezones contra mi pecho desnudo me está provocando una erección considerable, que no es solamente fruto de la típica trémpera mañanera, la beso en la cara y en el cuello ella se retuerce jugando, la hago cosquillas y aun con la pelota en la boca, además de las manos enguantadas atadas delante suyo es un cascabel de alegría riéndose sin parar, hasta que se rinde quedándose muy quieta y mirándome con esos ojos de gata, levanta la cara y me golpea con la pelota de su boca en los labios.
No la pudo liberar la boca por mucho que lo desee, su saliva lleva el virus, además vete a saber desde cuando no se limpia los dientes, sin duda debe de llevar dentro todo tipo de bichos de esos cuyos nombres acaban en cocos dentro de ella, pero la quiero y la deseo me digo que aun debo esperar un poco, hasta que esté mejor y enseñarla cosas como por ejemplo a usar un cepillo de dientes ó hacer gárgaras antes me meter nada mío en ella.
Ceci no ha entendido mi pausa y me ha visto pensativo parado y serio, se siente rechazada o algo así, pues veo como sus ojos se enturbian, su cara se pone triste y de sus ojos resbala una lagrima, ella está sobre mi y la lagrima me va a caer encima de la boca, la abrazo y la hago girar hasta tenerla debajo, seguidamente la limpio con la sabana y tomo mi decisión besándola en la parte seca de la cara –pienso- al cuerno con todo, el mundo se acaba y yo tengo una mujer que me quiere y condones, ¿Qué mas quiero? Voy a quererla y que sea lo que dios quiera.
La suelto las manos pero sin quitarla los guantes (no me da tiempo) me abraza con ganas y la devuelvo el abrazo con igual cariño, la beso en la cara y en el cuello a la vez que la desabotono la camisa con dedos febriles, cojo sus pechos sin soltarla el ultimo botón ¡qué más da! Ella se estremece y se agita rozando su cara y cuello contra la mía, la mordisqueo la oreja y gime ahogadamente, su respiración se hace más rápida y mis dedos en sus pezones compiten con aquella al acariciarlos, su pubis se agita buscando el miembro que la roza los muslos, me separo de ella un poco mirándola esta febril parece desesperada, no quiero romper el abrazo pero consigo escabullirme fingiendo que me caigo de la cama, casi se cae conmigo al intentar retenerme pero necesito esta pausa para ponerme una goma, ella me mira atentamente mientras me levanto y rodeo la cama, con mirada interrogante me observa mientras abro la cajita y me pongo un condón en mi erecto mimbro y debe de pensar ¿Qué hace este chalado? Al menos eso parece decirme con sus bonitos ojos.
– Todos sabemos lo del sida verdad – la digo sin saber cómo salir de aquella, pues no creo que lo recuerde.
– Pues esto es muchísimo peor, así que o goma o nada.
Con el miembro debidamente enfundado vuelvo a abrazarla, reanudo las caricias y ella tras un instante de confusión hace lo mismo, lentamente como temiendo otra pausa se vuelve a poner en marcha, la mordisqueo las orejas y el cuello sigo bajando lentamente hasta sus pechos desabrochando el ultimo botón de la camisa, ella manotea tocándome por todas partes, al llevar los guantes de boxeo parece que me golpea pero la realidad es que no me puede agarrar bien, chupo sus pezones y se pone a gemir mas fuerte paso del uno al otro y muevo mis piernas a la vez hasta situarme entre las suyas, la rozo la vagina con mi prepucio sin dejar de chuparla, Ceci bambolea la cintura arriba y abajo buscando que entre el miembro erecto en su rajita, pero me quedo quieto y la tengo bien sujeta a mi merced, solo un par de centímetros del prepucio rozan su clítoris y los labios vaginales antes de entrar una pizca en su chochete.
Bota gime y se retuerce buscando que mi palo entre en ella, muerde con fuerza la pelota y se pone roja consumida de deseo, entonces aun algo reticente la complazco y me dejo caer suavemente, penetrándola a fondo no tan lentamente como hubiera deseado pues ella se precipita con sus movimientos de caderas contra mi verga, resuena un aaaag por la habitación ella sigue moviéndose y yo intento seguir su ritmo o al menos coordinar nuestras embestidas, la miro es lo más bonito que he visto en mi vida, es pura pasión sin egoísmos, engaños, celos o tonterías, los ojos entornados y la boca abierta gimiendo sin parar, cada vez que la clavo contra el colchón ella me eleva de vuelta con su cuerpo, sus pechos grandes y ansiosos pezones son el más agradable sitio en que nunca haya hecho rebotar mi pecho, el interior de su vagina me aprieta y suelta sin parar, la sensación es divina repitiéndose sin pausa una y otra vez en su chorreante canal, varios minutos después de frenéticos y gozosos movimientos nos corremos casi al mismo tiempo pues he conseguido retenerme lo justito para que ella acabase, ha montado una escandalera tremenda de gemidos y grititos, yo para ser sincero también lo he hecho y al acabar me he quedado dentro de Ceci, ninguno ha roto el abrazo durante unos minutos, solo nos mirábamos y yo me perdía en sus ojos de gata.
Al rato nos levantamos me mira cuando me quito el preservativo sin perder detalle como siempre, lo anudo y lo tiro a la papelera recordando que si salgo esta noche he de tirar el saco de basura, me abraza desde atrás y me giro dándola un beso en la cara después nos levantamos y desayunamos, después la llevo al baño.
Allí la enseño para que sirve y como se usa la ducha, estoy reticente pero la libero las manos, realmente nos duchamos entre grititos de alegría y sobos por ambas partes, mi manera de enseñarla a cepillarse los dientes es hacerlo yo y dejar que me mire, después de lavar a fondo el cepillo de alguien que estaba en un vaso (ya no lo va a usar mas) se lo doy y la enseño como ha de hacerlo, gracias a ese instinto que tiene por imitar lo que ve no tarda en conseguirlo, no sin antes tragarse un poco de pasta dental y de gruñir lo que no está escrito, además se traga parte del agua del aclarado en lugar de escupirla, monta tal numerito que paso de enseñarla a hacer gárgaras.
La bola que llevaba mientras estuvimos en la cama, muestra nítidamente la marca de sus dientes de cuando esperaba ansiosa a que se la metiera, dado que se lo que aguantan esas bolas me hago una idea de la potencia de su mordisco, se la cambio por la otra que ya tenía preparada pero antes la digo:
– Ceci nena, pon la boca así.
Estoy frente a ella y pongo morritos de beso, ella me imita sin dejar de mirarme, añado:
– Te voy a dar un beso, no abras la boca ¿vale?
No la abre y no la disgusta, mis labios sobre los suyos la gustan pues me abraza con fuerza y su cuerpo se relaja entre mis brazos sus dedos acarician mi espalda, me separo antes de tentar mas a la suerte y la coloco la bola en la boca atándosela, la coloco sus guantes y sujeto sus manos por delante después la pincho su dosis de antibiótico, gruñe a la jeringuilla pero aguanta el dolor pues la digo que eso la curara, después salimos a pasear el día está mejor y sin duda saldré esta noche, pues apenas hay charcos y el terreno ha absorbido bien el agua.
Acabado el paseo dejo a Ceci en su celda, pues pienso que no debo acostumbrarla demasiado a estar arriba conmigo, si lo hiciera no podría salir a la buscar cosas fuera sin que quisiera venirse conmigo, tampoco me atrevo a dejarla suelta por allí cuando salgo aunque la duerma, pues hay demasiadas cosas que podría romper en un ataque de rabia o cabreo si se despertase sola; subo y recojo la ropa seca preparándola sobre la cama para la salida de esta noche.
Llevare la misma ropa y equipo de la otra vez, en la mochila llevare un surtido de productos varios pues no se que necesitaran mis “vecinos” aislados ni cuántos son, analizando la situación solo recuerdo la luz de aquella linterna y su ubicación, estoy seguro de que no era el reflejo de una ventana ni nada parecido aunque había luna llena y podría estar equivocado, debo asegurarme y en caso de que si haya más gente mantener una comunicación con ellos. Meto en la mochila dos walkis de la Guardia civil y cuatro baterías ya cargadas así como dos cargadores para estas con enchufe, confío en que esas personas tengan generadores y por tanto corriente de luz, añado dos brik de leche y dos botellas de agua de litro y medio, unos 20 sobres de sopas liofilizadas que solo necesitan agua, algunas latas variadas y un botiquín de urgencias bien surtido, cierro la mochila y la dejo junto a mi cetme con silenciador que limpie ayer.
A mediodía me pongo cocinar un estofado, yo le añado un poquito de chocolate (de comer) que le da al final un regustillo estupendo en mi modesta opinión, subo a la azotea a esperar a mis invitados con uno de los rifles de caza que había en el almacén de decomisos, es de una marca extraña para mi y al requisarlo solo le quitaron dos docenas de balas de un calibre distinto y poco habitual, así que las he de ir gastando para reducir el número de calibres distintos que tengo.
Al rato y después de bajar dos veces a remover el estofado finalmente aparecen algunos, desde que le hundí la nariz de un tiro a “Doña Rogelia” me he acostumbrado a ponerles motes, reconozco a varios de los que vienen habitualmente “Echopolvo” sigue arrastrando su pierna, “la Mamma” una matrona gruesa, tiene mal aspecto con un bocado reciente en su generosísimo pecho a la altura de la cintura, a la izquierda esta “Olegario” el típico tío rustico de puro paleto de debía ser un buenazo en su otra vida, ahora lleva su camisa totalmente hecha una costra de sangre seca, pero es lento y le dejo en paz, “Zanahorio” un pelirrojo melenudo, tiene lo que parece una buena perdigonada de escopeta en una pierna que parece gangrenada y casi se arrastra, después aparece otro más rápido le apodo el “Tronao” tiene pinta de pastillero y aun no ha aprendido a no venir corriendo, le he dejado en paz varias veces pero el chico no aprende, le pego un tiro en la mandíbula y parte de su cabeza se declara independiente del resto de su cuerpo cayendo a casi tres metros detrás de él entre una nubecilla de sangre huesos y restos de su escaso cerebro, sigo allí un rato pero nada, hoy no hay nadie interesante a quien cargarse y eso que han venido como treinta.
Bajo y como mientras los controlo por la cámara, hasta que se retiran a comerse al “Tronao” entonces bajo su comida a mi rubia y damos un paseo, mas tarde con ella ya en su celda y sin ataduras seguimos con sus prácticas de hablar sin que mejore, se la ve más feliz que el día anterior busca frecuentemente mis caricias y cada vez me encuentro mas agusto a su lado.
Subo y entro en el despacho del sargento, después de encerrarla de nuevo en su celda, parándome ante el mapa del pueblo ubico el lugar desde donde me hicieron señales, parece una pequeña corrala es decir cuatro edificios con un patio interior grande, mi memoria recuerda su fachada pero muy de pasada, no consigo ubicar exactamente sus puertas y el plano no ayuda mucho, te todas maneras me hago una idea de cómo llegar y por donde, sin exponerme demasiado a los moradores de los numerosos portales abiertos y a oscuras, que casi me cogieron a la vuelta de mi anterior salida.
Me tumbo y duermo un par de horas, para estar despejado y bien atento cuando salga esta noche, paseo a Ceci entre juegos y risas como siempre, cuando acaba de hacer sus necesidades y la estoy limpiando capto en sus ojos la pregunta de que si va a haber juerga, estoy indeciso pues pasaría gustosamente del resto del mundo por estar con ella, pero he de salir a recibir noticias y recibir información de quien queda y donde están, mi cuerpo me pide que me meta en la cama con ella pero sé que si lo hago, no reuniré el valor para salir de allí esta noche.
La hago el gesto que uso habitualmente, sacado de un gran cómico de televisión a la vez que digo:
– Mañana.
Mi rubia lo entiende y sonríe, no sé si lo recuerda de antes y me da igual el caso es que si lo comprende, subimos y cenamos pero como es natural su cena lleva una dosis de tranquilizantes machacados con la que he sazonado su plato, al rato esta frita y la cojo en brazos bajándola a su celda donde tras ponerla la camisa la arropo con la manta, me demoro unos segundos contemplándola y tras darla un beso salgo cerrando la puerta.
Subo me pongo la ropa y me cuelgo la mochila con los “regalos” para los aborígenes del lugar, mientras me tizno la cara observo más detenidamente las cámaras por si hay “infectados” en los alrededores, parece despejado así que compruebo mis armas y salgo como la otra vez por una cuerda en la parte sur de las murallas, solo que esta vez no olvido llevarme el saco de la basura que ya comenzaba a oler bastante, tras cerrar bien con llave las puertas del torreón.
Medio rodeo mi casa pues voy en dirección Este, cruzo sigilosamente el prado y me detengo a 50 metros de la arboleda que rodea casi completamente mis dominios, suelto el saco de plástico negro y me agacho escrutando las sombras, pues aunque ya no hay luna llena como la otra noche aun se distingue bastante, me incorporo caminando despacio cruzando aquellos cien metros poblados de arboles sombras y hojas movidas por el escaso viento, no llego a salir de la arboleda me quedo detrás del último árbol protegiéndome con su tronco y saco la linterna, lanzo varios destellos contra la ventana desde donde me hicieron señales anteayer, tres cortos, tres largos, tres cortos tres largos, cualquier idiota reconocería la señal Morse de S O S.
Funciona pero me lleva casi tres minutos de señales, finalmente el idiota o quien fuera que estaba allí se ha dado cuenta de que voy de visita, hace con su luz encendida un giro hacia su izquierda, espero que sea la dirección para llegar a su portal así que guardo la linterna cojo de nuevo el saco y me pongo en marcha, si están mirando verán salir de los arboles mi oscura figura cetme en mano.
Por aquí hay una pronunciada cuesta que acaba en un riachuelo de dos palmos de agua, ahora entiendo porque los infectados no aparecen nunca por este lado, dejo aquí arriba el saco de basura con la esperanza de que algún infectado se descuerne al intentar cogerlo atraído por su olor, seguidamente inicio el descenso poniendo especial atención al llegar al final pues alguno puede estar herido y arrastrándose por el fondo, pero hay suerte y solo algunos huesos dispersos por la zona, espero que este riachuelo no sea del que saco el agua para beber y me recuerdo que al volver debo dar un vistazo al pozo, aunque la lógica me dice que al ser subterráneo la arena y piedras filtran el agua antes de que la bomba de agua la saque.
Aquí se forma una estrecha vaguada, subo por su ladera y estoy en las últimas casas del lugar, me agacho apuntando a las casas mientras mentalmente me oriento donde ir durante unos segundos, sigo mi camino a la derecha es decir hacia la izquierda del que hizo la señal, es una suerte que aquella ventana diera al terraplén, subo y me encuentro con una bocacalle algo más adelante, en la esquina doy un buen vistazo a mi alrededor y especialmente a la calle por la que debo entrar, tiene unos 10 metros de ancha por casi 100 de larga y no hay coches en ella, en la pared de mi lado hay ventanas enrejadas y un portal a media calle, en la acera contraria un restaurante y una tienda, ambos con las puertas abiertas oscuras y desafiantes, sus paredes tienen multitud de agujeros de bala, casi al final de ese lado de la calle me parece ver un callejón igualmente tenebroso, lo que más grima da son los 14 o15 esqueletos que hay a lo largo de la calzada aparentemente desierta.
Con un suspiro de resignación me incorporo un poco y camino precavido hasta el portal, me apoyo en la puerta esperando que se abra pero no es así, en su lugar una voz de muchacho suena a mi espalda en voz baja diciendo:
– Aquí, hee oiga.
Se libra por el canto de un duro de un tiro en los hocicos cuando me giro asustado hacia la voz, me habla desde un pequeño hueco entre los cristales rajados y medio rotos de la puerta enrejada en la que me estaba apoyando, no lo había visto antes.
– Sigua y gire en la esquina – dice el muchacho- nada más dar la vuelta le abren la puerta chica.
Asiento con la cabeza y sigo mi camino con infinitas precauciones, la boca calle parece dar a un callejón donde no se mueve nada sigo hasta la esquina donde me paro y repito la operación anterior de reconocimiento del entorno, el silencio es total y estremecería al más pintado, esta calle da a una placita con una fuente en medio, la recuerdo de mis paseos de hace años y de haberla visto en el plano, tampoco aquí hay coches aparcados y la distancia a las casas de enfrente es como mucho de 40 a 50 metros, mas paredes agujereadas y muchas puertas abiertas oscuras parecen mirarme, se ven varios esqueletos, montones de carne y harapos entre dichas puertas y este edificio, en esta pared distingo otro portal a media calle, pero a unos 10 metros veo una pequeña puerta metálica que supongo es donde me ha enviado el chaval.
Me incorporo un poco y avanzo con precaución hacia ella sabiéndome observado desde la acera contraria, mi silueta oscura se debe recortar nítidamente contra la fachada de color crema de este puñetero edificio, llego a la puerta dándola la espalda y apuntando frente a mí a los portales, de dos taconazos llamo contra el metal de esta, noto como me abren y me giro entrando velozmente en el edificio un tío se aparta dejándome entrar y cierra de nuevo la puerta asegurándola con una tranca de madera transversalmente.
– Ha tardado mucho en llegar. –dice.
Lo miro echándome la gorra hacia atrás y respondo:
– ¡Joder! No sabía que había una carrera.
El tío cambia su cara seria por una de desconcierto y finalmente suelta una carcajada que coreo con ganas, me doy cuenta de que hay más gente detrás de mí y todos ríen mas o menos pero con contagiosa alegría, le tiendo la mano diciendo:
– Buenas noches, me llamo Antonio Lope y soy policía del grupo GEO… pero por favor llámenme Toni.
– Encantado Toni, – me estrecha fuerte y amistosamente la mano- soy Julián Cardoso y estos de ahí son mi familia amigos y vecinos, oiga el apellido Lope.
– Sí señor, si ha leído el quijote ya conoce a alguien aunque muy, muy lejano, de mi familia.
– Por suerte creo que igualmente valiente, -afirma Julián.
El insiste en presentarme a todo el mundo, pero son demasiados me ofrece subir a su casa a tomar una copita mientras me informa de la situación, es un hombre de más de 50 años con frondoso bigote a lo pancho villa, regordete y alto, de fuerte carácter y calculo que debió ser un personaje de joven, sigue presentándome a todo aquel con que nos cruzamos, al entrar en su domicilio me presenta a su mujer Juana y nos sentamos ante una copa de coñac, me ofrece un puro que acepto encantado y charlamos, su mujer trastea en la cocina pero sé que nos escucha atentamente.
Cree que somos más y yo soy la avanzadilla, le digo la verdad a mi manera, es decir que me vi separado de mi unidad y que cuando todo se fue al cuerno me atrinchere como él ha hecho, y que aguantamos como pudimos hasta que varios meses después todo se fastidio y me vine, le informo que estoy en el torreón y los guardias civiles que allí había han muerto, las noticias no son buenas y le impresionan bastante, al rato pregunta:
– ¿Cómo se fastidio lo de su casa?
Se lo cuento, el ya sabía que los afectados escupían también perdió gente así, aquí tienen un sistema que funciona bastante bien, a las 21,00 horas “cada mochuelo a su olivo” y la puerta cerrada con llave, si la abres y sales por la mañana a las 07,00 bien, si tardas más de un día y no respondes a las llamadas te la tapian y santas pascuas.
Pienso que es el típico modo cerril y de pueblo de hacer las cosas, pero sin duda es efectivo pues son más y aguantan más tiempo y mejor que los de mi bloque en la ciudad, el resultado canta.
Cuando me pregunta que opino de las noticias solo puedo contestar:
– ¿Qué noticias, llevo meses sin saber nada ni de nadie? Hasta hoy.
– Pero en el cuartel tienen emisora de radio ¿no la pones?
– Si claro los domingos a las 24,00 pero nada se oye.
– Pues mira dentro de unas horas nos sentamos y la oirás, emiten de medianoche a la una, dan noticias del mundo y de lo que pasa, incluso dicen que han recuperado a algún enfermo recientemente mordido, pero que son más tontos que una lechuga.
– Un momento ¿Julián, hoy es domingo?
– Si claro, y son las diez y diez dice mirando su reloj.
Miro el mío este marca las nueve y cinco, se lo comento y se ríe a carcajadas, al pararse me dice:
– Si que estas despitao zagal, se t´alvidao cambiar la hora y de día me paice que tanbien vas despistaillo, cuando la pones ya han acabao.
Me rio con él y reconozco mi despiste mientras corrijo mi hora, el entiende que han pasado demasiadas cosas y todos hemos pasado lo nuestro.
– Mira aquí mismo –dice- somos 48 personas pero empezamos siendo casi cien, muchos han caído en estos meses pero aquí estamos y hay de todo, gente del pueblo, familiares que vinieron de la capital, teníamos un turista y todo, pero se murió de un infarto el mes pasado, hombres mujeres y hasta críos por ahí corriendo que no paran, tenemos hasta un par de bolleras y un panchito…
– Que respetan mucho y tratan como al resto a que sí. – le corto antes de diga una tontería.
– Esa gente…
– Esa gente tiene sus derechos Julián, se los reconoce una constitución que jure y aun no se ha cambiado, al menos que yo sepa, por lo que a mí respecta son como cualquier otro y me da igual todo lo demás.
Me había puesto en pie mientras lo decía, la silla se volcó y Julián se excusaba:
– A mi también Toni no me mal interprete, a mi el color ni fu ni fa, ¡por mí como los paren a topos verdes! y por lo de esas tías como si se pintan a cuadros o se tiran una mula, que me da igual hombre.
– Mientras no reciba quejas de ellos, todo irá bien y admito sus excusas Julián, no necesitamos más enemigos que los de ahí fuera y hay bastantes, aunque de un tiempo a esta parte habrán tenido algunas visitas menos.
– Si la verdad es que hemos oído los tiros y se nota, ¿Cuántos lleva cazados?
– 88 seguros y dos probables desde que llegue.
– ¿está de guasa? No pueden ser tantos.
– Si quiere puede venir conmigo y contar los esqueletos.
Julián guarda silencio, se siente amenazado pues nunca ha estado tan cerca de un asesino como yo, en mi caso es distinto ya hace tiempo cuando había una sociedad, había gente a la que no le podías decir tu trabajo especifico, decías que eras policía y punto, porque si decías que eras francotirador mas de uno y una te rehuían, sin darte tiempo a decir si te habías cargado a alguien o no.
Para calmar los ánimos abro la mochila que había dejado sobre la mesa, le muestro lo que he traído y todo les viene bien, tienen luz y generadores como ya había observado al entrar, pero empiezan a ir cortos de combustible y les vendría bien algún bidón lleno, le pregunto qué me ofrecen a cambio y me quedo asombrado cuando dice:
– Muchas cosas, huevos frescos, lechuga, tomates, zanahorias, kiwis, cerdo, salchichas, hasta algo de munición si quiere y además bebidas y si le apetece una chica… también la hay.
– ¿También comercia con mujeres?
– No hombre, yo no soy un chulo míreme no tengo ni la pinta de serlo, pero aquí cada uno ayuda y aporta lo que puede al grupo y dos de las putas del club se salvaron, cuando no “trabajan” ayudan en los invernaderos.
– ¿Tienen algún médico?
– No esos fueron de los primeros en caer, las enfermeras y ATS lo mismo, no llegaron a salir de la clínica.
– ¿los demás que eran granjeros, fontaneros, albañiles?
Julián asentía o negaba mientras yo decía profesiones, miró mi fusil y dijo:
– Esta el armero del pueblo que cargo su furgoneta con todo lo que pudo y no paró hasta meterla en el parking del bloque, también está el farmacéutico y su señora que hicieron lo mismo, son lo más parecido a un medico que tenemos.
– Pero yo ayer fui a la farmacia y no…
– Esa no, la del otro lado del pueblo, a los de esa los mordieron camino de casa el segundo día y ya no salieron de allí, pero ven que te enseño esto antes de las 23,00 hoy como has venido todo el mundo quiere verte.
Salimos al pasillo y me sigue presentando a todos, recuerdo algunos nombres la mayoría no, me indica que se reunieron los inquilinos de los cuatro bloques y decidieron cerrarlos a cal y canto encerrándose dentro, tapiaron zonas abiertas y todas las ventanas bajas, bloquearon todas las puertas menos una, la pequeña por la que he entrado y la del parking de una planta que recorre todo el cuadrado que estos forman, pero esa la bloquean con los coches además de que la han reforzado con placas de metal, la mitad del patio es una granja de cerdos y la otra mitad está repleta de invernaderos de dónde sacan las hortalizas y algunas frutas para la comida, el resto lo trajeron ellos en furgonetas directamente al parking, luego lo almacenaron en la segunda y tercera planta de uno de los edificios, todos son iguales y de tres pisos con terraza de pizarra negra, en algunos tienen placas solares que ayudan bastante en el tema de energía domestica, el agua lo sacan del arroyo con una bomba y la filtran antes de enviarla a unos depósitos que han construido, trajeron varios generadores pero ahora lo que empieza a faltar es carburante, ahí entro yo.
Volvemos a su casa cuando faltan diez minutos para que empiece la emisión de radio, hablamos de cómo se las han apañado hasta ahora, me cuenta que son 18 tíos útiles y otras 12 mujeres pegando tiros cada vez que vienen los infectados, el resto recargan armas o en el caso de los críos se esconden juntos en una casa, han gastado bastante munición pero se han cargado a bastantes de los otros también, echo cuentas rápidamente tocan a casi dos mujeres por hombre, se lo deben de pasar de vicio.
Antes de ir más lejos en mis elucubraciones el sonido de la radio me indica que son las doce y resuena la voz de un conocido locutor de radio:
– Buenas noches supervivientes.
Continuara…
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Bueno amigos, ya nos enteraremos de que dice la radio, también sabremos si le interesa a Toni cambiar combustible por huevos y lechugas, o si acepta otro tipo de pago.
Que hará, se quedara con Julián y compañía o volverá con Ceci sabiendo… lo que digan en la radio.
Ya veremos, entretanto ¡Sed felices!
Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com
Sinopsis:
Conozco a través de su asistente social a una indefensa e ingenua jovencita, madre de una hija. Como ave de rapiña, decido aprovecharme de ella sin saber que quizás de cazador, me convertiría en presa. Consciente de la atracción que siento por ella, Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón.
Pero cuando intento acercarme a ella, se comporta como una calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija
¡Coño! ¡No soy su padre!
Capítulo 1
Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
―Pongo la mano en el fuego por esta cría― contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
―Pobre chavala― murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
―No te entiendo― dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
―Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
―No será para tanto― insistí.
―Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
―¿Harías eso por mí?― exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
―Si pero con una condición…―habiendo captado su atención, le dije: ―Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…
Capítulo 2
Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
―Necesito que vengas a mi oficina― gritó nada más descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
―Te estaré esperando― grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
―Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo― susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
―¿Dónde vamos?― pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
―Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
―Lo sé― contestó la cría mirándome con adoración― lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
―Pasa― respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
―No importa― alcancé a decir― mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
―No es nada― contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado― cualquiera haría lo mismo.
―Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
―Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
―¿A qué hora te despiertas?
―Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
―Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
―¿Puedo ayudarte a descansar?― tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
―Necesito agradecerte tu ayuda― y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
―¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
―Estoy cachonda― suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
―Fóllame, mi caballero andante― suspiró totalmente indefensa― ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
―Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
―Mi caballero andante― sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
―Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…
Paula dejó de correr e intentó tomar aire. La oscuridad de la noche la envolvía, rota tan solo por algunas farolas bastante separadas unas de otras, que creaban oasis de luz en la solitaria calle en la que se encontraba.
Por lo menos no hacia frío. La escueta ropa que llevaba no habría podido resguardarla en ese caso, pero para su alivio era una cálida noche de verano. ¿Agosto? No estaba segura. Lo importante era que había conseguido escapar.
Miró hacia atrás nerviosa, creía haber escuchado un ruido, pero seria algún gato curioseando en la basura. Aún así, reanudó la marcha, esta vez andando, llevaba casi una hora corriendo y no le parecía haberse alejado lo suficiente, pero ya no tenía rondo para mantener ese ritmo.
Unas aisladas gotas de lluvia comenzaron a golpear sobre su cabeza y, a lo pocos minutos, estás se convirtieron en un chaparrón veraniego. Lejos de disgustarse Paula comenzó a reír, la lluvia la despejaba y la recordaba que por fin, después de tanto tiempo era libre.
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Años antes de esa noche, Paula era una joven retraída en su último año de instituto. Su inseguridad hacia que fuese especialmente susceptible a las bromas y a las burlas, así que sus compañeros se enseñaban con ella, acentuando todavía más su problema de autoestima.
Su vida era una mierda hasta que llegó ella.
El primer día que la vio aparecer en clase se quedó maravillada de su presencia, una joven menuda y de pelo oscuro, una cara preciosa y una mirada segura. La fuerza de su carácter hizo que pronto se hiciera la chica más popular de la clase. Paula la envidiaba, tenía toda la fuerza que a ella le faltaba… ¿La envidiaba? No… Realmente no era envidia, era admiración. Aquella nueva chica empezó a copar sus pensamientos. Comenzó a sentir adoración por Ivette.
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Parecía que aquello había sucedido hacia un millón de años, en una vida anterior incluso, aunque a lo mejor eso no era del todo incorrecto… Estaba claro que ahora mismo no tenía nada que ver con aquella jovencita soñadora.
Pasó la mano por su cabello empapado, recordando cómo donde antes había una larguísima melena pelirroja, ahora solo quedaba un corte de pelo a lo garçon, observó sus ropas, minúsculas, indecentes, ni siquiera llevaba ropa interior, el más ligero movimiento dejaba ver sus vergüenzas a cualquiera que estuviera mirando, y realmente no le importaba, ¿Cómo había llegado a esa situación?
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Los días pasaban y Paula seguía siendo la última mierda de la clase, todo lo contrario que Ivette, que tenía en la palma de su mano a compañeros y profesores. Aún con eso, Paula sacaba mejores notas que ella puesto que no tenía otra cosa que hacer más que estudiar.
Un día, antes de volver a clase del descanso, Ivette abordó a Paula.
– Hola. – Saludó de forma escueta.
Paula, pensaba que eso seria el inicio de algún tipo de broma, que la buscaban para reírse de ella otra vez, pero al darse la vuelta y ver quien la había saludado se puso tan nerviosa que dejó caer los apuntes que tenia en las manos.
– Eres Paula, ¿Verdad?
La pelirroja agachó la mirada.
– S-Si… – Balbuceó mientras se agachaba a recoger los papeles. Se sorprendió al ver como Ivette se agachó a ayudarla.
– Quería pedirte un favor…
Paula no contestó, estaba tan avergonzada que las palabras no salían de su boca.
– Las matemáticas no se me da demasiado bien, al contrario que a ti y, quería saber si te importaría darme clases de apoyo.
Paula se paralizó, los papeles que había recogido volvieron a caerse y miró a Ivette fijamente, era la primera vez que lo hacía.
– Por supuesto, te pagaré. – Concluyó la chica, mostrando una amplia sonrisa conciliadora.
Paula quedó embobada mirándola. ¿Sería algún tipo de broma? Seguro que era algún plan para después dejarla en ridículo… Pero…
– D-De acuerdo. – Contestó. – Pero… No hace falta que me pagues, yo…
– ¡Claro que te pagaré! Entonces tenemos un trato, ¿No? ¡Perfecto! Este tarde nos vemos.
Y diciendo eso Ivette le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de alejarse, mientras Paula quedaba perpleja en el mismo sitio, algo confusa.
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Dobló una esquina y se agachó detrás de un contenedor de basura cuando vio pasar un coche, ¿La estarían buscando? Seguro que sí… No iban a dejar que se fuese tan fácilmente de allí… Le había costado toda su fuerza de voluntad hacerlo, meses mentalizandose, diciéndose a si misma que era lo que debía hacer, convenciendose… Le costó tanto abandonarla…
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Los días pasaban y cada vez anhelaba más que llegara el momento de las clases a Ivette. Durante las clases normales su comportamiento para con Paula era igual que siempre, se saludaban educadamente y ya está, pero durante las clases particulares Ivette era encantadora. Trataba a Paula cómo nunca nadie la había tratado, como una igual. Durante ese tiempo Paula se sentía viva, alegre, como una joven normal y corriente.
La admiración que sentía por Ivette comenzó a despertar la confusión en su mente. Nunca había estado enamorada de nadie, y mucho menos de alguien de su mismo sexo, pero esa chica constituía una atracción tan fuerte que era casi dolorosa. Pasaba los días observándola, no la quitaba ojo y, en las clases particulares, cualquier roce, cualquier contacto hacía que se le erizara el vello y se estremeciera.
Sus notas comenzaron a bajar a la vez que las de Ivette mejoraron, tener a esa chica en la cabeza todo el día mermaba su concentración, estaba obsesionada. Tenía que hacer algo, así que se decidió a decirle algo en la siguiente clase particular pero, todo se le fue de las manos…
– Ivette… – Dijo, titubeante una vez acabaron la clase. – Tengo que decirte algo…
La chica se quedó mirándola fijamente, con aquellos preciosos ojos y aquella sonrisa que tenia atrapada a Paula.
– Yo… Hay algo que llevo dentro, y si no lo saco no se que va a ser de mi, me estoy consumiendo…
– Me estás preocupando, Paula. ¿Que ocurre?
Todo sucedió a la velocidad del rayo, aunque a Paula se le hizo una eternidad. No sabría decir que le pasó por la mente, pero la idea de confesar dio paso a otra, más directa y arriesgada.
Paula se lanzó a los labios de Ivette, que no supo reaccionar y recibió el beso de su compañera sin objetar nada.
Cuando recobró el juicio, Paula se quedó sin habla. Su cara se volvió roja y se levantó, intentando excusarse. Balbuceando, comenzó a separarse de la chica hasta que alcanzó la puerta, momento en el que se dio la vuelta y echó a correr.
Ivette se quedó en el sitio, contemplando los apuntes que se había dejado su amiga.
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La chica tímida y asocial que había sido en algún momento afloró desde lo más hondo de su ser, haciéndola sentir la misma vergüenza que pasó en aquel momento. ¿Cómo era posible que se sintiera así? Después de todo lo que había llegado a hacer… Todo por ella…
Recordaba perfectamente como ese momento sería el disparador de una nueva vida, un cambio en sus prioridades y en su juicio. Aquel momento en el que…
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… Abrió la puerta de su casa y allí estaba ella. Creía que seria su madre, que volvía de estar con sus amigas, pero no. Ahí estaba Ivette, tan preciosa y magnética como siempre.
– Y-Yo… – Comenzó a decir Paula.
Pero Ivette no la dejó continuar. Se abalanzó sobre ella, devorando su boca con ansiedad, con deseo. Paula quedó en shock, tanto por lo inesperado de la reacción cómo por lo que suponía ese momento, pero en segundos olvidaría todo lo demás y centraría toda su atención, todo su ser, en aquellos carnosos labios que bebían de su boca. No existía nada en el universo que pudiese apartarla de ellos.
Las manos de Ivette recorrían su espalda, desde la base de su pelo hasta el comienzo de su culo. Las caricias hacían que Paula se estremeciera de placer.
– Vamos a tu habitación. – Dijo Ivette, mirándola a los ojos.
Paula no dudó ni un instante, no reparó en lo que estaba haciendo, en lo que estaba a punto de hacer. Lo único que le importaba en ese momento era Ivette, era no contrariarla, no hacer nada que la hiciese cambiar de opinión.
Llegaron a su cuarto e Ivette lanzó a la pelirroja sobre la cama, lanzándose sobre ella como una fiera haría con su presa. Paula se dejó hacer, llevada por el deseo y la admiración hacia su compañera. Solo se centraba en disfrutar el momento, deseaba que no acabase nunca. Sentía como las manos de la chica buceaban bajo su camiseta, encontrando rápidamente sus pezones ya erectos. Paula comenzó a gemir, nunca había sentido una sensación semejante. Intentaba devolver las caricias a su compañera pero se notaba su experiencia en esas lides.
Las habilidosas manos de Ivette desnudaron rápidamente a la chica y se dirigieron a su sexo, llevando a Paula al éxtasis en poco tiempo.
Unos minutos después, las dos estaban tendidas sobre la cama. Paula no entendía como había llegado a esa situación, pero no le importaba.
– ¿Me deseas? – Preguntó Ivette.
“¡Vaya pregunta! ¡Pues claro!” Pensaba Paula.
– Si… Más que a cualquier cosa. – Logró balbucear.
La mano de Ivette comenzó a deslizarse hasta la entrepierna de la chica, encontrando de nuevo su coño empapado de jugos.
– ¿Que estarías dispuesta a hacer por tenerme?
La pelirroja la miró fijamente, ¿A que venía eso? Pero sabía la respuesta perfectamente, haría cualquier cosa por ella, lo que fuese, por mantenerse a su lado. Ivette vio la respuesta en sus ojos y no hizo falta que contestara. Se levantó, se despojó de su ropa y se colocó a horcajadas sobre la cara de su atónita profesora.
Y tan atónita estaba que esta no supo como reaccionar. Se quedó completamente alucinada con la situación en la que se encontraba. Tenía el sexo de Ivette a escasos centímetros de su cara, de su boca, y sabía perfectamente lo que la chica quería que hiciera, pero… Nunca había estado en una situación similar, sentía algo de miedo.
Notaba claramente como olía el sexo de su amiga, realmente no la desagradaba el aroma… Olía a… Sexo. Se sintió tonta por lo obvio de su pensamiento pero no había otra manera de explicarlo. El aroma, la visión del húmedo coño de Ivette… La producía excitacion y, en pocos segundos, se vio a si misma acercando su boca, su lengua a la rosada raja de su amiga.
El sabor era más agradable de lo que esperaba, y pudo notar como a Ivette le empezó a gustar por los movimientos acompasados de su cadera. Al poco tiempo comenzó a gemir y, unos instantes más tarde estaba cabalgando la cara de Paula cómo si se la estuviese follando. El orgasmo le llegó entre un concierto de gritos y jadeos, y cuando la chica se retiró, Paula tenia la cara empapada de flujo.
Ivette dio un último y húmedo beso a su amiga, se levantó y se comenzó a vestir. Paula estaba contrariada, no quería que se fuera, no quería que acabara.
– Esto tiene que ser un secreto, ¿De acuerdo, pequeña? – Dijo Ivette. – Nadie se debe enterar de nuestra relación.
– D-De acuerdo. – Contestó la pelirroja, feliz, por que parecía indicar que su amiga quería continuar con todo.
– En clase actuaremos como hasta ahora. – Mientras hablaba, se agachó para recoger algo que Paula no vio. – Me llevo esto, de recuerdo.
¡Eran sus bragas! Sus favoritas, unas bragas de algodón, algo viejas, con una cara de Piolín en la parte delantera. La chica se puso tan roja cómo su cabello pero no dijo nada en contra. Solo acompañó a su amiga hasta la puerta y se quedó allí, añorando la próxima vez que pudiesen estar juntas.
—————–
Paula se internó en un pequeño parque, necesitaba orinar y, tal vez, tomar un pequeño descanso. Se agachó tras unos arbustos y separó los pies. A lo largo de los años había adquirido bastante hábito en hacer sus necesidades en cualquier rincón, de cualquier manera. Un recuerdo nítido de todas las humillaciones que había recibido acudió a su mente y, aún así, tenía la certeza de que si volviese a nacer habría actuado exactamente de la misma forma, aun sabiendo las consecuencias…
¿De que estaba hablando? ¿Estaba loca?
Loca… A lo mejor si…
Estaba loca por ella…
————
Los días en el instituto eran si cabe peor que antes. Paula anhelaba estar con Ivette, pero esta la ignoraba hasta límites insospechados. Cada vez que un chico se acercaba a ella, la pelirroja sufría, se moría de celos y pensaba que ese era el momento en el que Ivette se daría cuenta de que ella no valía nada, que la dejaría tirada y se iría con cualquier otro.
Pero en sus clases particulares…
Ahí todo era distinto. Las matemáticas habían dejado paso día a día a los juegos sexuales, y de repente la alumna se había convertido en maestra y Paula seguía todos sus consejos y órdenes sin rechistar. No estaba dispuesta a decepcionarla.
Ivette se encargó de renovar poco a poco el vestuario y la actitud de su chica, sustituyendo las braguitas de algodón por tangas, los jerseys amplios por otros más ajustados, que remarcaran sus formas y pantalones algo más ceñidos que los que solía llevar. Aún así, al instituto seguía yendo igual que antes por petición expresa de Ivette, sus cambios eran para los momentos en los que se encontraban a solas. En esos momentos Paula se convertía en la muñequita de Ivette. Las dos disfrutaban del sexo y tenían varios orgasmos cada una, pero Ivette siempre llevaba la voz cantante, le encantaba que Paula se mostrase obediente y sumisa, pocas veces Ivette le practicaba un cunnilingus a la pelirroja, casi siempre como premio por alguna acción, en cambio, Paula se estaba versando cómo una estupenda come-coños. A Ivette le encantaba sentarse sobre su cara, restregarse contra ella, “obligarla” a devorarla… La lengua de la chica se conocía todos los rincones del coño y el culo de Ivette.
Se apuntaron las dos al gimnasio, puesto que Ivette quería que Paula se pusiese en forma, y los resultados se notaron rápidamente. Todo lo que decía Ivette era un dogma para Paula. Incluso, el momento en el que empezó a innovar en su relación. Poco a poco fue introduciendo juguetitos en sus sesiones de sexo. Al principio fue algún consolador de pequeño tamaño, algo de lencería, plumas, vendar los ojos… Después entraron en juego pequeños vibradores, pinzas para los pezones, esposas…
Paula aceptaba de buen grado todas las ideas de su pareja, incluso el día que apareció con un pequeño plug anal. Al principio fue reticente, la asustaba el dolor y sus antiguos dogmas morales, que cada vez eran más escuetos pero, finalmente y tras la insistencia de Ivette, accedió a probarlo. Rápidamente le cogió el gusto, y lo veía como un sacrificio por su relación, un enlace entre las dos.
A partir de ese día no pasaba uno solo en el que el ojete de Paula no fuera profanado. Cuando estaban juntas Ivette fue aumentando poco a poco el tamaño de los plug y, el día que no se podían ver, Paula tenia guardado uno pequeño en su casa que debía ponerse para dormir por petición de Ivette.
———————
Despertó sobresaltada cuando un coche con una sirena pasó cerca de su posición, ¿Estaba tonta? ¿Cómo podía haberse dormido? Si la hubiesen descubierto… Pero estaba tan cansada…
Había dejado de llover, salió del parque y caminó en dirección a unos edificios próximos, callejearía un rato, intentando despistar a cualquiera que la siguiese. Esas calles estaban vacías, pero no sabia si eso le producía alegría o desasosiego. En alguna esquina encontró a alguna prostituta, hasta las putas llevaban más ropa que ella… Aunque claro, ella no era una puta… Ella era mucho más que eso…
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Paula había cambiado sus hábitos, poco a poco iba ganando más confianza en sí misma, en su cuerpo y en su físico. Todo gracias a la confianza y el amor que le profesaba Ivette, por eso se sorprendió y se alegró a partes iguales cuando la chica le propuso salir un día juntas, por la noche. Ivette quería ir a bailar. La animó y la ayudó a ponerse guapa y a maquillarse, se encargó de elegirle la ropa que debía llevar. Cuando Paula se la puso se echó atrás… ¿Como iba a ir así vestida? Llevaba una minifalda tableada, a cuadros, como una colegiala, pero no llegaba ni a medio muslo. Una blusa blanca y el maquillaje que llevaba la hacían parecer una auténtica puta. Fue a protestar ante Ivette pero entonces la vio. Iba vestida de forma similar a ella.
– ¿Tu me quieres? – Preguntó Ivette, de forma directa.
Era la primera vez que trataban el tema, Paula estaba segura de sus sentimientos, sabia que la quería, la amaba con todas sus fuerzas, pero le daba miedo confesarlo y no ser correspondida.
– S-Si… Te… Te quiero… – Acabó diciendo, abochornada.
– Entonces tendrás que confiar en mí. – Dijo la chica mientras, en un gesto de complicidad, tocaba la nariz de Paula con el dedo índice. – Te aseguro que hoy nos lo vamos a pasar genial. – Concluyó, dándole un cariñoso beso en los labios.
Salieron en el coche de Ivette y Paula tenia la cabeza embotada. Habia confesado sus sentimientos y, aunque Ivette no había dicho “Te quiero” no la había rechazado. No se atrevía a plantear esa duda a su compañera, así estaba bien, confiaba en ella.
Llegaron a un local y al poco rato estaban bailando con una copa cada una. Paula nunca había bebido, y nunca había salido a bailar pero, como le dijo Ivette, solo tenia que dejarse llevar. Según iban vestidas no tardaron en convertirse en el centro de atención de la pista, los hombres se iban aproximando a mirar, los más valientes intentaban acercarse y bailar. Paula intentaba zafarse de ellos pero Ivette, en cambio, parecía que lo buscaba. Bailaba con cualquiera que se acercase y luego agarraba a la pelirroja para que participase. Un susurro, una caricia cómplice o un ligero beso hacían que Paula se olvidase de todos sus prejuicios y confiase en Ivette… Y también servían para calentar aun más al personal. Las copas iban y venían, pues empezaron a invitarlas todos los zánganos del lugar.
Y entonces Ivette se apartó con dos. Agarró a Paula y los condujo a los servicios, echando a la gente que había allí. Paula estaba ebria y algo cachonda, no lo podía negar, pero nunca había estado con un chico y… Ella sólo quería estar con Ivette. Ésta, al ver la indecisión de su amiga comenzó a besarle mientras sus manos se deslizaban por debajo de su falda. Notaba perfectamente lo húmeda que se encontraba. Los chicos no podían aguantar más, se bajaron los pantalones y mostraron sus pollas durisimas por la excitacion. Ivette, deslizó el tanga de su amiga lentamente, haciendo que se lo quitara y se lo lanzó a los chicos a la cara.
– Toda vuestra. – Dijo.
– ¿¡Que! ? – Exclamó Paula, asustada.
– No te preocupes, vas a pasarlo bien. Confía en mi.
Paula seguía con dudas, aunque el alcohol nublada su mente.
– Si haces esto me harías la persona más feliz del mundo… – Susurró Ivette en su oído.
Ese fue el último empujón que necesitó la chica, se acercó a los hombres sin saber muy bien lo que hacer, aunque ya se ocuparon ellos de guiarla. Primero la hicieron arrodillarse, acercando sus miembros a la boca de la chica. No había que ser ingeniera para saber lo que querían que hiciera, pero no sería hasta que Ivette la animó acariciando su cabeza y empujandola suavemente desde atrás que Paula no se decidió. Primero recorrió los miembros con la lengua, notando la diferencia de sabor entre uno y otro, después, según iba calentándose y ganando confianza comenzó a introducirselos en la boca lentamente al principio, aumentando el ritmo después.
Ya estaba totalmente centrada en su tarea cuando uno de los chicos la hizo levantarse y, situándose detrás de ella, comenzó a buscar su coño. Estaba a punto de perder la virginidad (con un hombre, al menos) y la calentura que tenia la hacia desearlo. Con la primera embestida Paula se derrumbó sobre el chico que tenia delante y, al recomponerse vio como Ivette se masturbaba mientras observaba la escena. Eso la calentó aun más, agarró la polla que tenia ante ella y se la tragó de golpe.
Sus tetas se bamboleaban con el rítmico movimiento de los chicos. A Paula le dio la impresión de ser un pollo asandose lentamente en un horno, empalada cómo estaba por el coño y por la boca. Los chicos se cambiaron un par de veces, haciendo que la chica de gustase el sabor de su coño, pero no tardaron mucho en correrse. La situaron de nuevo de rodillas y, mientras Ivette sujetaba su cara, se derramaron sobre ella dejándola empapada en su leche.
Y allí las dejaron. Ivette se acercó a Paula, todavía asombrada y asustada de lo que acababa de hacer y situándose al lado de su oído, dijo suavemente:
– Te quiero.
El corazón de Paula casi estalla de la emoción, era oficial, ¡Ella también la quería! En ese momento se dio cuenta de que daría su vida por aquella chica.
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–Mamá. ¡Eres una bruja! Jajaja
Llegamos a casa con el tiempo justo para la comida. Cuando Carlos se marcho nos quedamos tomando café en la cocina.
–Mamá, cuéntame cómo fue tu experiencia como actriz. Me gustaría saber cómo llegaste a hacerlo por el culo.
–La verdad. Se pasa mal al principio, durante los preparativos. Hay que soportar cosas muy desagradables.
–¿Cómo qué?
–Pues para preparar el intestino. Se limpia mediante enemas, uno tras otro hasta quedar limpio. Una de las chicas, estaba tan habituada, que se corría con las lavativas. En cuanto empezaban a ponérselas, le entraban escalofríos y contracciones de los esfínteres, se excitaba el clítoris y acababa con un orgasmo. Decía qué, de esa forma, la limpieza resultaba muy agradable.
–Mamá, yo aún no lo he hecho nunca por atrás. Y me gustaría probar. Me lo tienes que hacer.
–Bueno, ya veremos. Como te decía.
Fue Javi, el chico de la comida del primer día y Joel, que fue el que se metió debajo, los que me prepararon, eran gay los dos, pero participaban en todo. En mi primera vez, fueron muy cariñosos conmigo. Después de la limpieza, me pusieron a cuatro patas y fueron metiendo, primero un dedo, después dos, muy despacio, tardaron mucho tiempo, lubricaban continuamente y lo principal, me frotaban el clítoris. Tanto tiempo, que me corrí varias veces, pero ellos continuaban. Ya estaba desfallecida. Metieron un plug anal y me dijeron que lo dejara puesto para adaptar el esfínter.
Cuando llegué al plató aun lo llevaba. Lara se reía al verme andando. “Como si la llevara metida dentro”. Fue ella la que me lo saco del culo, se acercó, pasó la lengua por el agujero y me gustó. Como la primera vez que lo hizo.
Luego empezaron las órdenes, como colocarnos, posturas, toques de maquillaje para los brillos, cambios en las luces, ¡Cámara! ¡Acción!
Yo estaba desnuda sentada en una silla junto a una mesa, en una piscina se bañaba Lara, salía del agua, se acercaba a mí y me besaba, le devolvía el beso, acariciaba mis pechos y, con una sonrisa entraba en la casa. Yo me levantaba y la seguía. En la cocina preparaba un zumo, yo la acariciaba por la espalda, pellizcaba sus pezones, se giraba y nos besábamos.
Con el zumo en dos copas salíamos de nuevo a la terraza de la piscina, me tendía en una toalla en el borde. Un chico aparecía, desnudo, se lanzaba al agua, venia hasta mí nadando, se apoyaba en la orilla, me besaba, cogía mis piernas y las encaraba al agua, las separaba, se incorporaba y me chupaba el sexo, yo derramaba un poco de zumo en mi vientre, resbalaba hasta la ingle y el chico me daba una comida que me hacia estremecer.
Levanté una mano para advertir que me corría y detuvieron el rodaje. Debía haberme corrido sin avisar. El director me dijo que no me preocupara de nada, cuando llegara a correrme lo hiciera, sin aspavientos, con naturalidad. Repetimos la escena. El chico me hizo lo mismo pero yo ya no llegué, él salió del agua, me puso en cuatro, lamia mi culo, yo sabía lo que venía a continuación.
Me sorprendió ver aparecer a Lara en escena, se acercó, me besó y se colocó debajo de mi, en un sesenta y nueve, lamia mi coñito mientras el chico lamia mi culito, a mi vez chupaba el coño de Lara.
Estaba a punto del orgasmo cuando noté la polla del chico en mi culo, apretó un poquito y entro la cabeza, poco a poco consiguió meterla entera y se paró. Lara seguía excitándome, dedeaba mis pezones al tiempo que lengüeteaba mi clítoris, el chico empezó a moverse, entraba y salía una, otra, otra vez.
Ya no se detuvo, me llegaba hasta lo más hondo, Lara con mi coño. El orgasmo fue tan fuerte que estiré las piernas y abrace las de Lara. Mis gritos, mis convulsiones. Fue inenarrable. Genial. Aplasté a Lara al dejarme caer sobre ella. Mi coño la asfixiaba al cerrar mis muslos. Lancé al chico al agua, al intentar levantarme para liberar a Lara. ¡Corten! Y todos aplaudieron. La toma era buena.
No recuerdo el nombre del muchacho que me follo el culo por primera vez, tal vez no lo supe nunca. En el tiempo que estuve trabajando como actriz me lo follaron muchas veces. Javi y Joel montaban números bisex conmigo, decían que mi culo era mejor que el de muchos osos. Aún no sé, porque dirían eso. Con ellos lo pasé muy bien. Eran muy atentos y cariñosos.
La puerta de la calle se abre. ¿Carlos? ¿Tan pronto?
–¡Hola chicas! Ayudadme. Tengo que hacer la maleta, me voy mañana. A las siete sale el avión, tengo que estar a las seis, para el embarque, en el aeropuerto. He salido antes para estar un rato con vosotras. Estaremos un tiempo sin vernos.
Son las cinco de la mañana, Carlos se ha levantado. Voy a prepararle un café, para que no se vaya con el estómago vacío. Entra a darle un beso a Gaby, se despierta.
–¿Ya te vas papá?
–Si, cariño. Y voy justo de tiempo. Un beso.
Me besa.
–¿Quieres que te lleve al aeropuerto?
–No, no. Que va. He llamado a un taxi. Iré más rápido. Adiós.
Maleta, maletín y se marcha. Gaby se ha levantado. Querrá acostarse conmigo.
–Mamá. ¿Vamos a la cama?
–Vamos a hacer algo mejor. Nos vestimos, cogemos el coche y vamos al aeropuerto. Así le damos a tu padre una sorpresa.
–Buufff. Tengo sueño.
–Venga. Anímate. Vámonos. A la vuelta nos metemos en la cama.
–De acuerdo. Pero que sepas que lo hago por ti.
Nos vestimos de prisa, bajamos al garaje y con el coche vamos al aeropuerto. Lo dejamos en la zona de aparcamiento. Vamos a la terminal de salidas, tenemos tiempo.
Al entrar en la terminal veo a Carlos en la cafetería. Cojo la mano de Gaby y tiro de ella.
Carlos no está solo. Una muchacha joven le acompaña, están tomando algo, ¿Cogidos de la mano? Detengo la marcha, Gaby me mira y le señalo a su padre. Va a gritarle algo y la detengo.
–No digas nada. Que no se dé cuenta que estamos aquí. A ver que hacen.
–Mamá, que mal pensada eres. No hacen…
Acaban de darse un beso en la boca. Y no es un beso de despedida. Por la megafonía indican la puerta de embarque para Barcelona. Bajan de los taburetes, se cogen por la cintura y se van, como una pareja de novios. Freno a Gaby. No quiero que sepa, que sabemos, que tiene algo con otra. No me afecta y me beneficia. Así, no me crea problemas de conciencia. Lo nuestro terminó. Estamos en paz. Empujo a Gaby hacia la salida y nos volvemos a casa. Gaby estaba furiosa. Yo muy tranquila.
–¡Mamá, como puedes tolerarlo! ¡Yo le hubiera abofeteado!
–No, Gaby. Podemos hacer algo mejor.
–¿Qué?
–Follar. Ya no tendré remordimientos. Hice algo en mi juventud, que me creaba problemas de conciencia. Desde que nos casamos, le he sido fiel. Hasta ayer. Tu padre, sin embargo, parece ser, que lleva algún tiempo liado. Y no solo, no me importa, sino que me alegro. Ahora sí, podemos ir a la cama. Y esta tarde, si todo sale bien, tendrás tu primera orgia lésbica. Te lo aseguro. Y dejemos ya este tema. Vamos a desayunar y arreglar un poco la casa, para esta tarde.
No sé muy bien por qué, cuando estaba metida en el mundo del porno, estaba caliente casi permanentemente. Después, tras los primeros meses de casados, me enfrié. He pasado muchos años casi sin sexo, una vez a la semana, algunas vacaciones más movidas. Pero la calentura de aquella época, no la he vuelto a tener.
Hasta ahora, con la putilla de mi hija que me pone a mil, cada vez que se le antoja. Pienso en ella, en su coñito y me mojo toda. Los juegos en la cama, las dos desnudas, son tan excitantes. Ya no es por los orgasmos, que los hay. Estoy en permanente excitación, me toca y se me pone la carne de gallina. ¡Hacia tantos años que no me sentía así! ¡Tan viva!
Ding…Dong. Suena el timbre de la puerta. Ya están aquí. Abro, es Nati, radiante, como siempre. Bueno, algo más llenita.
–¡¡Nati!! ¡¡Princesa!! ¡Qué bien estás! No pasa el tiempo por ti. ¡¡Estas igual!!
Abrazos, besos.
–¡¡Eva!! ¡¡Cuánto tiempo sin verte!! ¡Tú sí que estas bien! ¿Y esta es Gaby? ¿La pequeñaja llorona? ¡¡Qué guapa estás hija!! Si te veo por la calle no te conozco. ¿Cuánto hace que no te veo? ¡Uy! ¡Desde que hiciste la comunión! ¿Hace cuanto?
–La hice con diez, hace ocho años.
–Anda, que no llorabas ese día. ¿Qué te pasó? Déjalo, sería una tontería. Bueno, y ¿a qué se debe esta invitación?
–Pues veras, a mi marido lo trasladan a Barcelona y nos vamos con él. Como no sabemos para cuánto tiempo va a ser, pensé en decíroslo, Carmen también viene.
–¡Que alegría chica! Otra vez juntas las….
–Las tres, Nati … Las tres. Bueno, las cuatro con Gaby. De Lara no he vuelto a saber desde que tuvimos….
–La pelea. Lo sé. Yo si estuve en contacto con ella mucho tiempo. Me llamaba, preguntaba por ti, como estabas, si eras feliz…Hasta hace un par de años. Me llamó para decirme que se marchaba a Estados Unidos. Desde entonces, ya no he sabido nada más. Pero con Carmen si me he visto, de cuando en cuando, salimos juntas, de compras, de copitas. Bueno, ahora con el embarazo menos, pero nos hemos…Tu sabes.
–Si, ya te entiendo. Y puedes hablar claro, Gaby sabe todo sobre mí….
De nuevo suena el timbre. Será Carmen. Abro. Abrazos, besos. Acaricio su barriga.
–¡¡Carmen, por dios!! ¡¡Estas preciosa!! El embarazo te ha sentado bien ¿No?
–Ya ves. ¡Nati! ¿Tú también aquí? ¡¡Que alegría!! Y esta señorita tan guapa. ¿Quién es? ¿No será Gaby?
–Pues sí, soy Gaby.
–Hay que ver lo guapísima que eres. Te pareces a tu madre una barbaridad. Si la hubieras conocido cuando….
–Le estaba diciendo a Nati, que Gaby lo sabe todo sobre mí, sobre Lara y lo que hicimos en Barcelona. Pero no es solo eso. Desde ayer follamos.
–¿Cómo? ¿Las dos? ¿Madre e hija? ¡¡Que fuerteee!! ¿Y qué tal lo pasáis? Bien supongo.
–Mejor que bien. Me encuentro, como en mis mejores tiempos con Lara. Creo que nos hemos enamorado. Las dos. La próxima semana es su cumpleaños. Dieciocho. Le prometí un regalo especial. Una orgia a cuatro. ¿Podemos contar con vosotras?
–Eva, por favor. Cuando me llamaste y me invitaste a venir, el chochete se me hizo agua. Sobre todo teniendo en cuenta, que mi marido hace cuatro meses que no me toca. Dice que le da miedo lastimar a la niña, pero yo sé, que no le excito. Además tiene un lio con otra. Pero total para lo que me hace, mejor que no se me acerque. Lo nuestro es distinto. Nati y yo hemos jugado algunas veces. ¿Verdad Nati? Me lo come muy bien. Jajaja
–Vaya y yo que pensaba que era la que menos follaba. ¿Y tú Eva? Como te lo montas con tu marido.
–Pues mal, como vosotras. Hasta ayer. Gaby me hizo sentir mariposas en el estómago como cuando estábamos juntas. Y para colmo, hoy nos hemos enterado, mi hija y yo, que mi marido, su padre, está liado con otra. En el aeropuerto lo hemos visto morrease con una de poco más edad que su hija. Pero vamos a tomar el café y las pastas que hemos preparado.
Carmen y Nati se sientan en el salón, Gaby me ayuda a sacar la merienda.
–Claro que esto de tener al marido en Barcelona, tiene sus ventajas. Si queréis, esta noche la podemos pasar las cuatro juntas, así tendremos más tiempo para hablar.
–¡Sí! ¡Sí! Ya sé la clase de conversación que vamos a tener. Pero me apetece. Volver a pasar una noche loca, como cuando estábamos en el piso de estudiantes. Y me tenéis que dar prioridad, soy una mujer embarazada, tengo que correrme por dos. Y recuperar, los orgasmos perdidos. Jajaja.
–No Menchu, la prioridad es de Gaby, por su cumpleaños y por ser su primera vez. Pero no te preocupes, tú serás la siguiente. Tengo muchas ganas de comerme un bollito preñao.
–Mamá, no digas eso, pareces un caníbal.
–¿Caníbal? Ya te lo diré yo, cuando veas ese cuerpo. El morbo que da. ¡Y que haya maridos jilipollas que no les guste!
–Eva, yo me voy a tumbar, que estoy pesada.
–Como quieras Carmen, estás en tu casa. Gaby, acompáñala y dale un camisón para que esté más cómoda.
–Si, mamá. Ven conmigo Carmen.
Nos quedamos Nati y yo recogiendo y limpiando la cocina. Estoy en el fregadero, Nati me abraza por la espalda. Besa mi cuello, los lóbulos. Sus manos acarician mis pechos sobre la bata de casa.
Sabe lo que me gusta, lo ha hecho muchas veces en el pasado. Siempre he sospechado que lo hacía para no fregar. Pero me encanta que lo haga. Me hace sentir un sinfín de sensaciones placenteras, acariciando con sus manos mis caderas, el vientre. No puedo más. Me giro y apreso sus labios con los míos. Se suceden un sinfín de suaves caricias. La detengo.
Cogidas de la mano nos vamos al dormitorio. Sonreímos al ver a Carmen echada en la cama y Gaby acariciando, su ya, gran tripa. El camisón enrollado, por encima de sus tetas, con grandes aureolas y pezones rojos. Las bragas apenas le tapan nada, las tiene por debajo de la barriga, por donde asoma, una mata de pelo. Es pelirroja, del color del cobre y la piel es blanca, con muchas pecas, que embellecen su cuerpo.
Se están besando, dulcemente. Esta hija mía no pierde el tiempo. Lleva puesto un pequeño pantaloncito y una blusita con dibujos infantiles.
Nati se sienta con ellas en la cama, yo voy al baño por un bote de aceite corporal. Voy a darle unas friegas a Carmen en su tripita. Le dejo a Nati una camiseta, para que esté cómoda. Ver como se desnuda, es un espectáculo de gran sensualidad. Al aparecer sus pechos desnudos, siento una contracción en los músculos de mi vagina. Me excita.
Sentada junto a Carmen, dejo caer un chorrito de aceite sobre su vientre. Parece una señal, las tres masajeamos su cuerpo. Gaby sigue besándola. Nati se suma, las tres intercambian saliva. No dejamos de acariciarnos. Gaby se coloca entre las piernas de Carmen, le quita las bragas.
–Mamá, quiero verlo, besarlo. Tenías razón. Carmen es una mujer deliciosa. Me dan ganas de comérmela.
Y tiene razón, los labios mayores encierran unos menores, como los pétalos de una rosa, de color rosado, coronados por un pequeño capuchón, que cubre un pequeño bultito. Sobre este, una preciosa mata de vello rojizo.
Gaby se inclina, hasta llegar a lamer aquel delicioso rincón. Nati sigue masajeando la barriga y besando su boca. Carmen mantiene las piernas ligeramente flexionadas, las rodillas totalmente separadas, abierta, entregada a las caricias de Gaby, que se afana en dar placer a tan bella mujer. Y el primer orgasmo llega. Carmen se abraza a Nati y se funde con ella en un largo beso, cierra las piernas, aprisionando a Gaby que se libera. Me mira, su cara brilla por los flujos del coño que se acaba de comer.
–Me gusta mamá. Me gusta mucho.
–Lo sé hija. Ahora es tu turno.
Mis dos amigas me miran, miran a Gaby. Nati empuja a mi hija para que se tienda, al lado de Carmen y se coloca al otro lado. Entre las dos acarician a Gaby, que por su mirada está en la gloria. Carmen toca su botoncito. Cierra los ojos.
Le señalo a Nati que se ponga entre sus piernas, me tiendo a su lado y acaricio sus pechos, el vientre, beso las axilas. Me gusta el sabor de mi hija. Chupo su pequeño pezón.
Veo a Nati entretenida lamiendo, mordisqueándole, los pies. La curva del talón, la planta, el empeine y los deditos.
Cierro los ojos, Lara viene a mi mente. Yo chupaba, lamia, mordía sus pies, sus deliciosos, sus bellos pies. Añoro tanto sus besos.
Carmen tiene algo de bruja. Parece haberse dado cuenta de mis pensamientos. Extiende la mano, acaricia mi mejilla, beso sus dedos, los chupo. Baja la mano e introduce los dedos mojados con mi saliva en el coño de mi hija y la masturba, lenta, suavemente, sin prisas.
Pasamos la tarde entera, entre caricias, besos y orgasmos.
Paramos para preparar algo y cenar. Después tomo lo que cada noche antes de acostarme, un gintonic.
Se ríen de mi costumbre, pero a mí me sienta fenomenal. Ellas toman chupitos de licor de vodka caramelo. Están alegres eufóricas, se renuevan las caricias. Follamos todas con todas. Así hasta caer rendidas de sueño.
–¿Mamá? ¿Dónde estáis?
–Aquí, cariño, en la cocina, Carmen y Nati ya se han ido. Te han visto dormir tan agusto que no han querido despertarte.
Entra con cara risueña. Se despereza, me besa.
–Tengo hambre. Te comería.
–Ahora el antropófago eres tú. Jajaja Anda, arréglate que vamos a salir a dar una vuelta y ver escaparates.
Nos arreglamos y vamos a ver tiendas de ropa en las galerías comerciales. Cerca del mediodía, entramos en una cervecería a tomar un aperitivo. Nos sentamos en una mesita, lejos de la barra. Hay poca clientela. En una mesa cercana, dos hombres maduros nos miran. Uno alto, canoso y el otro más bajo, castaño. Les habremos gustado. No hay camareros, es autoservicio. Me quedo sentada y Gaby se acerca a la barra a pedir.
–¿Qué te pido?
–Un rioja tinto. ¿Y tú?
–Vino blanco del condado de Huelva.
Se acerca con una copa en cada mano. Al pasar cerca de los dos hombres de la otra mesa, tropieza y derrama mi vino sobre el hombro del más bajo.
–¡¡¡Lo siento, perdone!!! ¡¡Que torpeza la mía!!
–Tranquilícese, no pasa nada. Si esto es salud. Jajaja. Lo que siento es que es la única chaqueta que traigo y estamos de paso. Pero. Repito. No ha pasado nada.
Me acerco, sobre el hombro de la chaqueta gris, destaca una mancha oscura. Gaby a punto de llorar.
–Tiene razón el señor, Gaby. Tranquilízate que esto tiene solución. Ahora mismo vienen los señores a nuestra casa y le limpio la chaqueta. En un rato está lista. Por favor, vengan con nosotras.
–No es necesario que se molesten. No tiene importancia, la llevaremos a una lavandería y la limpiaran sobre la marcha.
–Ni hablar. Insisto. Gaby se sentirá culpable y tendré que aguantarla. Me llamo Eva.
–Bueno, si insisten, yo soy Pablo, Pablo Andrade y este mi compañero Imanol.
Nos damos un beso, ellos insisten en pagar las copas y vamos andando a casa, estamos cerca.
–No son de aquí ¿Verdad?
–No, Imanol es de Cuenca y yo valenciano.
–Y… ¿Qué les trae por nuestra tierra?
–Los libros, hemos venido invitados por una editorial que posiblemente edite un libro que he escrito. Gaby se muestra interesada.
–Me suena su nombre. ¿Escribe en todorelatos?
–Si, ¿Por qué? ¿Ha leído algo mío?
–Creo que sí. “16 días cambiaron mi vida”. ¿Puede ser? ¿El autor es “solitario” no?
–Pues sí, no podía imaginar, que tan joven leyera relatos eróticos.
–Me gustan, además el suyo engancha.
–Gracias. Para mí es un verdadero placer, saber que me lee, una joven tan guapa.
Miro a ese hombre a los ojos. No puede ser. ¿Se repite la historia? Una mancha de vino fue el inicio de mi relación con Lara. ¿Qué puede pasar ahora?
Entramos en casa, nos sentamos en el salón y le pido a Pablo su chaqueta para limpiarla. Tengo un espray, quitamanchas instantáneo, lo aplico y desaparece por completo.
–La mancha tardará un rato en desaparecer. Pero quedará bien. Como es tarde ¿Qué les parece si preparo unos espaguetis con gambas y comemos aquí, mientras se limpia la chaqueta?
–Por favor, no queremos molestar. Estamos abusando de vuestra hospitalidad.
–Nada, nada. Os quedáis a comer. ¿Podemos tutearnos?
–Por supuesto, no faltaría más. Y ya que insistes. ¿Podemos ayudar? Imanol tiene buena mano para la cocina.
–No es necesario. Me las apaño sola. Pero si quieres, puedes ir pelando las gambas. Y los ajos. Jajaja.
–Ahora mismo, a tus órdenes.
Me acompaña Pablo a la cocina, preparamos la comida, Gaby ayuda a servirla y nos sentamos. La comida se riega con un vino joven del condado de Huelva, que guardaba mi marido. Caen tres botellas.
Son buenos conversadores, cuentan anécdotas de su vida, sus experiencias. Nos reímos mucho, el vino ayuda y caen las inhibiciones.
Al terminar, Imanol y Gaby se quedan en el salón, mientras Pablo me ayuda a recoger. Estoy ante el fregadero, siento un cálido roce en mi brazo, es Pablo. Está a mi espalda, su respiración en mi cuello. Envaro mi cuerpo. Un calor sube desde mi bajo vientre hasta la garganta. Me flojean las piernas.
–Perdona. Lo siento. Ha sido un impulso. Lo siento.
Hablarme tan cerca de mi oído, provoca una descarga de adrenalina en todo mi cuerpo, me pone de punta los pelos de la nuca.
–No lo sientas y sigue, por favor. Sigue. Mira como me has puesto. No puedes dejarme así.
Sus manos están en mi cintura, con mi mano izquierda subo la falda, con la derecha cojo su mano y la pongo sobre mi muslo, erizado. La sensación en la nuca es electrizante. Mi coño se moja.
Pablo sube su mano por el muslo, llega a mi vientre, pasa sus dedos entre mi tanga y la piel y llega a mi raja. Creo que introduce dos dedos. ¡Por favor, sigue! No te detengas. Pero no. Los saca y los lleva a su nariz, huele, aspira hondo, los pasa por mis labios, al tiempo que me da la vuelta. Con los dedos empapados de mis flujos, en mi boca, me besa, relame y me hace probar mis jugos.
La sensación es indescriptible, es algo más bajo que yo, pero me inclino para saborear su boca. Las lenguas entran en juego, me siento como en mis mejores tiempos de juventud. Ardiendo. No se para. Se inclina para quitarme el tanga. Sube la falda, con sus manos en mi cintura, me eleva, hasta dejarme sentada, en la encimera de la cocina.
Se arrodilla en el suelo y hunde su cara entre mis muslos. Cubro su cabeza con la falda, no lo veo, lo siento, siento su lengua sorbiendo, chupando, lamiendo todo mi sexo. Se detiene en mi bultito, unos golpes de lengua, baja a la entrada de mi cueva, entra dentro, se mueve con distintos ritmos, a veces rápido, otras lento.
Muerde la cara interna de los muslos, vuelve a mi coño. Pero las manos no están ociosas, ha logrado sacar mis tetas de su refugio, con mi ayuda, y pellizca deliciosamente los pezones.
No puedo más, siento como llega, en oleadas, hasta que no puedo soportarlo y con las dos manos empujo su cabeza dentro de mí. Me falta el aire. Una exhalación sale del fondo de mi pecho y lo aparto.
Con mis manos en su cara lo acerco hasta mi boca, para lamer sus mejillas, los labios, toda su cara cubierta de mis líquidos.
–Vaya con Pablo. Podías dejar algo para los demás.
Gaby e Imanol nos miran, sonriendo, desde la puerta.
–Es qué, ha sido sin querer.
–Pues, si llega a ser queriendo, no sé qué habría pasado. Pablo me ha hecho tocar las nubes. Aún me tiemblan las piernas. Gaby, tienes que probarlo. Ha sido genial.
–Ya veremos. Aún sigo pensando que una mujer es mejor con la lengua. Pero, lo cierto, es que me habéis puesto cachonda. Tenias que haberte visto la cara al correrte.
–Vamos al dormitorio Pablo. Quiero devolverte el favor.
–Por mi encantado.
Gaby mueve la cabeza, no las tiene todas consigo.
Pretendo que Gaby, pruebe otras formas de sexo, no solo el de los jovencitos, que, seguramente, la han decepcionado, demasiado fogosos y rápidos, sin caricias.
El sexo chica con chica, que también ha experimentado, no me gustaría que se convirtiese en exclusivo.
Tal vez estos maduritos, con menos fuerza física, pero con experiencia y más resistencia a la hora de correrse, supongan su retorno a la bisexualidad. Son más atentos, delicados y cariñosos, no tienen prisa y tendrá más posibilidades de gozar. De todos modos, no conozco los motivos por los que Gaby rechaza el contacto con hombres. Lo averiguaré.
Gaby e Imanol se quedan en el salón. Hago que Pablo se quite la ropa y se eche en la cama. Me desnudo, cojo su pene, flácido y lo llevo a mi boca, poco a poco responde, saboreo las gotas de líquido preseminal, transparente. Es agradable. Me sitúo sobre él, me lo meto en la vagina e inicio un suave movimiento adelante atrás. Pablo respira hondo y exhala el aire.
–Eva, eres una maestra. Que gusto me está dando tu coño.
–Sigue hablando, insúltame.
–Eres muy caliente y puta, ahora me gustaría tener dos pollas para meterte la otra por el culo. ¡Diooooss! Que guarra eres. Qué buena estás. Sigue follando, puta. Tu culo, te quiero follar el culo. ¡¡Metete la polla en el culo!!
Levantando un poco las caderas, saco la polla de mi coño y la voy metiendo despacio en mi trasero. Espero un poco para que se adapte y me muevo, arriba y abajo. Me canso, Pablo mantiene la polla dura, pero no se corre. Sus insultos me ponen a cien.
Me di cuenta que me gustaba cuando hice las películas. Pero nunca logré que mi marido me dijera esas cosas en la cama. Es la primera vez después de veinte años. ¡Qué gusto!
Me voltea, me pone en cuatro y la mete en mi culo. Entra con facilidad, lo ha engrasado, con los fluidos que manan de mi chichi y los que él segrega.
Ha captado enseguida lo que me gusta. Golpea, con sonoras palmadas, en las nalgas. Pellizca los pezones y aprieta, hasta el límite que le marco, sin hablar. Tiene tendencias sádicas. Él disfruta con eso, pero a mí, me mata de gusto.
Los gritos, las palmadas, los insultos a traen a Imanol y a Gaby, que no puede creer que se pueda gozar así. La presencia de los mirones, me excita más, si cabe y llega el orgasmo. Como hace mucho tiempo que no sentía. Avasallador, brutal.
Imanol y Gaby se marchan. Pablo cambia de agujero y sigue bombeando hasta llegar al clímax. Tendidos, seguimos acariciándonos. Es muy dulce, solo saca su veta sádica cuando se lo pedía durante el coito.
Escuchamos gemidos. Nos levantamos, desnudos y cogidos de la mano, nos acercamos al salón.
Imanol está sentado en una silla, Gaby, abierta de piernas sobre él, sube y baja, enterrándose el pene en su coñito. Desnudos, las pequeñas tetas de mi hija, también suben y bajan. El cuerpo de Imanol, sobresale por todos lados. Mi niña parece un juguete en sus manos, jadea, emite pequeños lamentos. De espaldas a nosotros se abraza al corpachón de Imanol, dejando al descubierto su pequeño y redondo ano. Lo señalo.
–Pablo, creo que Gaby es virgen por ahí. Hay que solucionarlo.
–A tus órdenes, Eva. Necesito lubricante. ¿Tienes?
–Si, ahora te lo traigo.
Le hago señas a Imanol, para que retrase el orgasmo. Reduce la velocidad, la abraza y besa. Voy al baño por el lubricante, se lo doy a Pablo, que se pone a la tarea de engrasar el culito.
–¡¡Mamá!! ¿Qué me hacéis?
–¿Ha dicho, mamá? ¿Es tu hija?
–Si, Pablo, es mi hija y tú vas a desvirgar su culo. Pero con cuidado.
–Antes me corto una mano que hacerle daño.
Pablo unta con el lubricante el agujero, introduce el dedo meñique y lo saca. Repite la operación hasta que comprueba que admite otro mayor, el índice, luego el medio, mete, saca, gira a la derecha, a la izquierda, otra vez. Dos dedos, parece que le gusta, la respiración se acelera, sigue, con paciencia, tres dedos, dentro, fuera, dentro, derecha, izquierda.
Toma posiciones detrás de mi chica, apunta con su polla y empuja, despacio, un poco más. Un quejido de Gaby, se para.
No puedo quedarme quieta, me acerco a Imanol para darle a mamar mis tetas. Su mano llega hasta mi coño y lo penetra con dos, tres dedos, juega con el clítoris. Le facilito el acceso a mi culo y mete un dedo por detrás y otro por delante, deslizándolos, suavemente por la pared que separa ambas cavidades. Gaby se aferra a mi otra teta y mama de ella. Pablo me pasa una mano por la nuca y me acerca para besarme la boca y lamer mi cara.
Ella gira la cabeza y besa a quien agrede su ano, las lenguas se entrelazan. Se vuelve abraza y besa a Imanol, que pacientemente la sujeta. Pablo empuja un poco más, hasta la mitad, se para, pasa sus manos bajo las axilas de Gaby, que levanta los brazos y le magrea las tetas.
Pellizca los pezones, empuja y entierra toda la polla en el culo de mi hija, se para. Le indica a Imanol que se mueva. Besa su nuca, mordisquea los lóbulos, el cuello. Yo sé lo que se siente con esas caricias.
Pablo se mueve, despacio, incrementa la velocidad, la están follando los dos, ella se mueve desacompasadamente, pero ellos la dominan, sincronizan los movimientos. El espectáculo es de un erotismo extremo.
La locura se ha apoderado de los tres, gritan, empujan, agarran las tetas, pellizcan, se besan y tras un grito feroz, Gaby cae desmadejada en medio de los dos, la acarician y besan con dulzura, con cariño. Yo diría que con amor. Porque hay que amar para portarse así, con una desconocida.
Con ternura, levantan a mi niña y la dejan sobre el sofá. Me arrodillo a su lado, acaricio y beso sus mejillas, cubiertas de saliva, sudor y lágrimas.
–¡¡Gracias mamá!! ¡Ha sido fantástico! ¡Acercaos! ¡Abrazadme! Apenas os conozco de hace unas horas y siento que os quiero. Sois maravillosos, los tres.
Nuestros dos nuevos amigos, me piden permiso para ducharse y asearse. Nos intercambiamos números de teléfono, nos abrazamos fraternalmente al despedirnos y se marchan. Al parecer ya llegan tarde a la cita que tenían concertada.
Gaby sigue desnuda en el sofá. Me siento a su lado, se tiende y apoya la cabeza sobre mis piernas. Acaricio sus cabellos, su cara.
–Mamá, te huelen las manos a polla. Jajaja
–Y a ti el culo, graciosa. ¿Cómo te lo has pasado?
–La verdad es que no me lo esperaba. He de confesarte que cuando te vi liada con Pablo, quise matarlo. Apartarlo de ti. Tenía un nudo en la boca del estómago. Celos. Tenía celos, al verte disfrutar con él. Por eso me fui con Imanol y casi lo violé. Me lié a besarlo con rabia, sé que le hacía daño, le mordía los labios, pero él, creo que comprendía lo que pasaba. Con paciencia me fue calmando y cuando me quise dar cuenta, estábamos follando.
Y como follaba el madurito, me hizo llegar dos veces antes de que llegarais. Pero lo genial fue cuando me emparedaron entre los dos. Se mezclaban sensaciones de dolor y de gusto. Estaba hecha un lio, pero que manera de correrme. Por el culo también da mucho placer. Y yo sin saberlo.
–Cariño, esto que ha ocurrido hoy, es lo que yo intentaba que comprendieras. Que puedes disfrutar tanto con las mujeres, como con los hombres. A ti te veía muy reacia a tener contactos con hombres y no sé por qué. ¿Te ha pasado algo?
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Al despertarme con el sonido de la alarma, aunque he dormido bastante mal pensando en mil cosas a la vez, me levanto con energía. Miro el móvil, donde veo varios mensajes. Algunos de mi hijo, que sigue con su viaje por Londres, junto a su asquerosa novia y la aún más asquerosa Celia. Por lo visto va todo bien, y se lo está pasando genial. Me alegro por él, y porque desde que se marcharon mi casa es un remanso de paz. Luego leo algún otro de David, dándome las gracias por la noche anterior, una gran velada y que espera que podamos profundizar en nuestra relación más adelante. Le contesto amable pero sin florituras, no se da por vencido pese a que anoche tuvo su oportunidad, y le cerré la puerta de golpe. Por último uno de Javier, me resisto a abrirlo, aún estoy molesta con él por dejarme plantada ayer, pero al final lo leo, y me comenta que habló con Celia, que fue algo raro pero que toda va bien, y confirmaba que a las diez estará en mi casa, que está deseando pasar el día conmigo.
Miro la hora y son casi las nueve y media, me levanto de un salto y se me dibuja una sonrisa en la cara mientras me doy una ducha rápida. Estoy recordando la conclusión a la que llegué anoche, Javier y nadie más. Hoy voy a pasar todo el día con él y aún quedan un par de semanas hasta que regresen todos lo que podrían evitar que me divierta con mi particular galán.
Al salir del baño, declino la opción de peinarme mucho y maquillarme, vamos a la piscina y sería perder el tiempo, además tampoco me hace mucha falta para estar preciosa, siendo sincera.
Tardo un rato en escoger el bikini que voy a llevar, por un instante el apuro me hace coger un viejo bañador negro de cuerpo entero del armario, pero se me pasa, y me pongo uno de los nuevos, apenas unos triángulos blancos por delante y por detrás de mi cadera, unidos por cordones finos a los costados, y la sensación de ir enseñando gran parte de mis nalgas me hace sentir traviesa, y me gusta. La parte de arriba no es mucho más grande, mientras que los lazos a mi espalda son igual de pequeños que los de la parte de abajo, en este caso los cordones que recorren mi cuello son más anchos, ya que con mi generoso pecho y el paso de la edad, es mejor llevar mis senos bien sujetos. Me deleito con mi imagen en el espejo, estoy para comerme. Luego me pongo una amplia blusa blanca, de un solo hombro con algún dibujo en la parte delantera, dejando ver por las oberturas casi todo mi torso y que no tapa más allá de mi ombligo, con unos shorts vaqueros marcando mi trasero.
Al ponerme las sandalias, suena el timbre. Son la diez y mi chico llega puntal. Cojo un bolso grande donde meto todo lo del bolso pequeño que usé ayer, y en una bolsa meto crema solar del armario del baño, y un pequeño tanga limpio para cambiarme. Me pongo unas grades y oscuras gafas de sol, busco una toalla amplia, y bajo alegre por las escaleras al portal. Me atuso el pelo rubio a mi gusto, y salgo a la calle.
Javier está allí, de pie, con una enorme sonrisa al verme lanzarme contra su pecho, donde me abraza y me da un montón de besos en la frente. Dios, es como la noche y el día, estar en sus brazos me hace volar. Encima está guapísimo, con unas gafas de sol negras, un polo rojo pegado a su poderoso torso, y un bañador azul marino bastante corto enseñando gran parte de las piernas, y un abultado paquete. Me encana que tenga la seguridad en sí mismo de ir así.
-JAVIER: Hola preciosa mía, me alegro mucho de verte y de que no estés cabreada conmigo por lo de ayer.
-YO: Yo también me alegro de verte, y no te preocupes, al final me lo pase bien con mi jefe.- me alejo un poco y le golpeo en el pecho con uno de mis dedos, acusadora. –pero que no se repita eh, o me enfadaré de verdad. Por esta vez te libras invitándome a un helado.
-JAVIER: Vale, vale, lo capto. Lo siento de veras…y lo del helado está hecho.
Alza las manos en acto de sumisión, sabe que me dolió pero que no lo admitiré. Le miro con algo de desdén, solo para cerrar ese capítulo, y tomándole del brazo, doblamos la esquina para entrar al garaje del bloque de edificios, donde cogemos el coche.
No dejo de notar las miradas subidas de tono de Javier, está coméndame con los ojos, y me fascina que lo haga. Supongo que él no se da cuenta de que yo hago lo mismo.
Llegamos a mi vehículo, meto la toalla en la parte de atrás, y ya estamos listos para salir de camino a la piscina municipal más cercana.
-YO: Bueno, ¿Y qué tal con Celia? – me resigno a preguntar tras unos minutos de trayecto en silencio.
-JAVIER: Bien, la verdad es que la echo de menos, desde que se fue a estado muy desconectada y fue genial hablar por el ordenador un rato.
-YO: Pero me dijiste que había algo raro ¿No?
-JAVIER: Si, es que al principio fue muy fría, luego charlamos un par de horas y mejoró, aunque al final…
-YO: Dime.
-JAVIER: Es que no sé, en mitad de la conversación entraron varios del grupo del viaje, y llegó tu hijo… con la novia, y empezaron a molestarnos, para que luego se la llevaran y me dejara casi sin despedirse. No me gustó.
-YO: Es un feo detalle, pero tampoco me extraña viniendo de Carlos y su novia.
Voy conduciendo pero me doy perfecta cuenta de que está preocupado, no le gusta que Carlos pueda influenciar a su chica, y la verdad es que Celia es buena chica, por mucha envidia que le tenga. Si cambia su forma de ser por encajar en el grupo no creo que a Javier le haga mucha gracia.
-JAVIER: ¿Y tú qué con tu jefe? –cambia de tema no muy sutilmente.
-YO: Muy bien, la verdad, cenamos y nos reímos mucho, fue divertido. Luego me acercó a casa y nos quedamos en el coche un rato, pero luego se marchó, ya era tarde y debía madrugar para verte. – le sonrío.
Puede ser mi imaginación, pero al decirle que no hubo nada, juraría que apretaba los labios y el puño en señal de alegría. Luego me acaricia el brazo con ternura y me mira con fuerza, tanta que me ruboriza.
-JAVIER: Casi que mejor, Laura, vales mucho más que para ser la típica secretaria que se tira al jefe, y aunque eres mayorcita para saber lo que haces, me siento orgulloso de ti.
Me deja blanca esa madurez de su parte. Le sonrío cohibida, mientras trato de mantener la compostura. Puede parecer una bobada, pero que él se sienta orgulloso de mí, me hace notarme genial y me da un bienestar completo. Le copio el truco de anoche a mi jefe y poso mi mano en su rodilla, apretando con cariño.
-YO: Muchas gracias Javier, eres un encanto y te estás convirtiendo en alguien muy importante en mi vida, te aprecio mucho y espero que podamos seguir con nuestra relación mucho tiempo, eres un hombre ya, y me gusta mucho lo que veo en ti.
-JAVIER: Eres la mejor.
Aprovechando un semáforo se vence sobre mí y me abraza lateralmente, dándome varios besos en la mejilla, que correspondo con alegría. Le acaricio el rostro cuando se aleja de nuevo, y la mirada cómplice me dice que él me necesita a mi tanto como yo a él, no creo que tenga el mismo tono romántico que yo, pero está claro que hay un vínculo especial entre ambos.
Pongo el aire a toda potencia cuando salimos a carretera, el sol de finales del verano hace que pasadas las diez de la mañana ya estemos a treinta y dos grados. Siempre he tenido la sensación de que en Madrid el calor es más asfixiante, por el hecho de no tener mar cerca, y de que es una jungla de cemento y asfalto. Pasados unos kilómetros tomamos un desvío y nos encontramos con el acceso al parking de la piscina atascado de vehículos, y gente por las cunetas cambiando cargados con neveras portátiles, bolsas, mochilas y toallas. Es un suplicio pero tras media hora de quejas y recriminaciones, logramos acceder y aparcar casi de milagro. Es un alivio no cargar casi nada ya que la tortura continua, al cruzar el solar que hace de aparcamiento, llegamos a los puestos donde se compran las entradas, y la cola de gente se pierde entre unos árboles que hacen sombra. Lo más increíble es que aún faltan diez minutos para las once, que es cuando abren.
Pasamos un buen rato hablando de cosas banales entre Javier y yo, o alguna señora mayor que no pierde la oportunidad de charlar con alguien mientras se queja del calor. Nos hacemos unas fotos, cada uno al otro y luego juntos, le encanta mi sonrisa en cada instantánea, y me pregunto si es por él o porque soy feliz.
Avanzamos cuando abren las taquillas, por suerte han abierto todas y en poco tiempo sacamos las entradas. Empieza la carrera, la gente sale disparada para cruzar un puente sobre un riachuelo sin casi agua, que antaño era caudaloso y hacía las veces de piscina natural hasta que inauguraron el polideportivo. Luego tomamos una amplia avenida con gente usando las pistas de tenis, pádel, skate, futbol sala y hasta pelota vasca. Al llegar a un restaurante, la gente deja de correr y empieza una segunda cola de acceso al recinto acuático. En una mesa con sombrilla un señor vestido de seguridad, nos va diciendo que pasemos en orden y repasa las normas de la piscina. Pasamos por el lateral de un campo de rugby en fila, donde unos setos nos impiden ver lo que ya se oye y se huele, la piscina.
Llegamos a los vestuarios y en la entrada nos piden los tickets dos trabajadores del recinto. Pasamos a una antesala donde se pueden dejar las mochilas, ropa o bolsas en consigna, donde yo meto mi bolso en la mochila de mi acompañante, y la dejamos allí convenciéndole de que abandonemos los móviles por seguridad, cogiendo las toallas y la crema solar sin más. Javier me da un abrazo de “lo hemos logrado” antes de separarnos unos instantes. Él se marcha por un lado y yo por otro, cada uno a sus vestuarios según su sexo, donde me encuentro a un montón de mujeres medio desnudas. Paso al baño un momento para asearme y poner todo en su sitio, y salgo por la zona opuesta.
La estampa de Javier sólo con las bermudas allí de pie entre el gentío, me deja sin aire, aunque disimulo y me acerco como si nada. Tiene un aspecto increíble con las gafas de sol y la toalla echada al hombro, desprende seguridad, hombría, desparpajo y sobriedad cruzado de brazos por el pecho, con el torso descubierto y las piernas grandes y poderosas.
-JAVIER: ¿Y sales aún vestida? – dice con picardía.
-YO: Claro, me daba un poco de cosa en los vestuarios.
-JAVIER: ¿Por qué? – me pilla descolocada
-YO: Bueno, ya sabes, tanta chica joven luciéndose, y me daba algo de apuro. – se me queda mirando anonadado.
-JAVIER: No te entiendo, Laura, eres la mujer más preciosa del mundo, son ellas las que tendrían que envidiarte.
-YO: ¿De verdad lo crees? Mira que aún no me has visto en biquini.- sé que soy preciosa, pero me gusta ponerle a prueba.
-Javier: Claro que sí, boba…ven aquí.
Extiende su mano hacia mí, que me acerco sin saber qué va a hacer, parece que me va a abrazar, me relaja la sensación hasta que siento que coge de mi blusa y tira de ella por sorpresa sacándomela por la cabeza. Me aseguro de que mi cabello cae como oro líquido ante sus ojos y me cubro un poco avergonzada, pero él casi me exhibe a los demás.
-JAVIER: Mírate, estás para comerte, así que no me vegas con tonterías, que eres una mujer de bandera y lo sabes.
-YO: Vale.
Lo digo como si me hubiera convencido de que soy hermosa, pero es para esconder que me ha calado buscando el halago fácil.
Damos una vuelta buscando sitio, las mesas de jardín que ponen a cada extremo de la piscina, al lado de puestos pequeños del restaurante, están ya llenas, así que nos dirigimos a la zona interior, donde hay un solario con césped, una temeridad por el calor a estas horas. Así que encontramos un hueco en un techado verde alargado que hay al borde de la orilla, que da sombra.
Ponemos las toallas juntas y nos sentamos para relajarnos un rato. Pidiendo permiso, coge el bote de crema y se embadurna el cuerpo entero, no le quito el ojo de encima, y lo mejor es cuando me pide que le eche por la espalda, cosa que hago encantada. Sentir su piel y jugar a darle un masaje me enciende. Tras echarme un poco de crema en las piernas y brazos, decido quitarme los shorts de la forma más sensual que pueda, dejándole boquiabierto, algo que ni disimula. Acude presto a echarme crema y al sentir el frio del ungüento mezclado con sus dedos me calienta aún más. Aparta con una mano mi espesa melena y repasa cada centímetro de mi dermis. Cuando acaba me da un abrazo por detrás y me besa en el cuello de forma tierna.
Doy gracias a que la piscina está cerca, estoy segura de que si sigue tocándome así, pronto echaré fuego.
Nos sentamos unos minutos a esperar que la crema se absorba, y dejando de lado las miradas coquetas ente ambos, dándonos un festín entre nosotros, me percato de algo. Nadie, ni en el aparcamiento, ni las señoras con verborrea, ni en las taquillas, así como la gente del camino, o el vigilante, ni los operarios, ni la chica de la consigna… nadie nos ha mirado con gesto de desagrado. No es que tema que me vean desagradable, es el hecho de ir con alguien casi veinte años menor que yo al lado, pero nadie ha parecido darse cuenta. Asumo que la diferencia de edad está solo en mi cabeza, con treinta y siete puedo pasar por una de treinta por mi buen físico y belleza natural, él, con esa barba, algo de pelo en pecho y piernas, con un físico poderoso, aparenta bastante más que sus diecinueve años. No era algo en lo que hoy hubiera pensado hasta este momento, pero sí que siento un profundo alivio.
-YO: Muchas gracias por traerme.
-JAVIER: Gracias a ti, boba, que si no fuera por ti no hubiera visto el agua en todo el verano. –sin más se tumba y tira de mi para que me acomode a su brazo, usándolo de almohada.
Me rodea por la cintura y me pega a su cuerpo. El besito en la cabeza me saca una sonrisa, y trasteo con una de mis piernas encima de las suyas. Sentir sus dedos recorrer mi hombro me encanta, y al notar cómo se hincha su pecho ante mis ojos me lleva a poner mi mano allí, palpando su respiración, y advirtiendo el fuerte latido de su corazón. Pasa un rato en que no recordaba sentirme tan contenta. Se alza, y me quedo perpleja al verle repasar mi espalda con sus manos, que luego recorren mis brazos mis piernas y mi cintura.
-JAVIER: Creo que ya ha absorbido toda la crema tu piel, así que, yo me muero por entrar al agua.
Asiento cuando se pone en pie, dejamos las gafas de sol escondidas entre las toallas, y él no pierde detalle de cómo me levanto sacando culo, ni él ni varios de alrededor. Yo me fijo más en el abultado paquete de Javier, que o bien la tiene literalmente como un caballo o luce una semi erección bajo el escueto bañador. La realidad es que no muestra ningún tipo de rubor por ello, y me toma de la cintura acompañándome.
Los escasos quince metros hasta las duchas son un infierno. Pese a las sandalias siento las baldosas del suelo arder, y hasta el grifo metálico está ardiendo. El contraste con el agua fría es terrible, así que me mojo las manos primero, para humedecerme la nuca y los brazos. Me rio de los aullidos de sufrimiento de Javier, que se ha metido de golpe bajo el chorro, y se está frotando todo el cuerpo. Luego meto la cabeza mojándome el cabello y echándolo sobre un solo hombro. Mi acompañante intenta abrazarme, está empapado de agua fría y quiero huir entre risas, pero me agarra del brazo, pegándome a su cuerpo de nuevo, y asegurándose de que me moja todo lo que puede. Es algo entre sensual y divertido, y ambas cosas me recuerdan a cuando era feliz, hace ya lo que me parecen siglos.
Como joven que es, se lanza al agua desde el bordillo, salpicando un montón de agua. Yo me acerco al mismo, y me siento dejando que las piernas cuelguen, apoyo los brazos hacia atrás y dejo que el sol me haga brillar, es una sensación peculiar el calor del astro sobre tu piel, y debo estar preciosa ya que Javier me mira anonadado, medio agachado en el agua.
La piscina es muy grande, una “L” con una zona para críos aparte que cubre por las rodillas, y otra grande olímpica paralela, unidas por una abertura. Eso hace que la mayor parte de la profundidad sea la misma, un metro sesenta pelado.
Mi chico se pone en pie y su torso mojado hace que me muerda el labio, se echa el pelo hacia atrás y se acerca con el nivel del agua por el vientre. Me abre de piernas y se mete entre ellas, abrazándome por la cintura y besándome en el cuello. La sensación me eleva y le rodeo con mis brazos.
-JAVIER: Hemos venido a mojarnos ¿No?
Con todo su descaro me coge de los muslos y me carga sobre él, metiéndome en el agua hasta la cintura. Doy unos cortos gritos entre la risa y la sensación de frío, quiero escalar sobre su pecho, notando su nariz en mis senos. Él sonríe pero no me suelta, y de vez en cuando baja un poco para que me vaya mojando entera. Llega un momento que temo sacarle un ojo, mis pezones están duros y la tela del biquini ya los marca con nitidez, pero el roce es demasiado placentero para alejarme, sintiendo con el ajetreo su miembro rozándome el pubis. Es delicioso y sus ojos me miran, me admiran mejor dicho, es tan feliz como yo por la situación.
Me siento liviana entre sus brazos, y tras varios amagos que humedecen mis senos, ya estoy casi totalmente mojada, me falta la cabeza. Me permito el lujo de sujetarme de su nuca, y usando su cintura de eje, me venzo hacia atrás para hundirme del todo, él me ayuda sujetándome de los riñones, y cuando emerjo con todo el cabello pegado a mi cuerpo y los ojos azules brillando pegados en él, siento cómo me desea. Más allá de que tenga novia o yo sea la madre de su mejor amigo, es un adolescente y se lo noto. De algún modo se controla, y por fin me suelta, dejándome posarme en el suelo, donde se evidencia la diferencia de altura, ya que el agua me llega casi al pecho.
Nadamos orbitándonos el uno al otro, agachados para dejar solo la cabeza a flote. Nos salpicamos agua y durante un rato me olvido del juego. Buceamos, hacemos el pino, hablamos de anécdotas de piscina, solo somos dos personas pasándolo bien y disfrutando de un baño en un día caluroso. Luego nos acercamos, hay algún roce leve, pero al ir caminando, llegamos a la rampa de acceso a la olímpica y la profundidad aumenta, hasta el punto en el que a él le llega por los hombros y a mí me cuesta sacar la cabeza al ir de puntillas. Se me acerca con cuidado y me toma en sus brazos de nuevo.
-YO: Gracias, ya no llegaba al suelo.
-JAVIER: Tranquila, yo te llevo.
Y me subo a su pecho, como al principio, sé nadar perfectamente pero no desperdicio la oportunidad. Le rodeo con mis piernas, mientras me agarro a su cabeza con una mano, con la otra hago equilibrios sobre el agua y de vez en cuando coloco el biquini de mi pecho, ofreciéndome a él, que tiene cara de querer devorarme cuando lo hago.
Nos metemos en la zona más profunda, ni él hace pie ya, y tras soltarme, nadamos a uno de los laterales, dónde me agarro al bordillo. Javier acude a mi espalda y se agarra al bordillo también, pero pegando su pecho a mi espalda, protegiéndome o aprovechando para rozarse, me da igual, me gusta cómo me trata. Luego jugamos a tocar el suelo hundiéndonos, a aguantar la respiración y alguna aguadilla inocente.
Me canso un poco de mantenerme a flote y aprovecho que le tengo justo detrás para alzarme sobre el bordillo, mostrándole mi trasero en primer plano, y con un giro hábil, me siento en el borde. Me escurro el pelo hacia un lado y me aprieto los senos para lucirme de nuevo, gesto que es para echar el agua acumulada en la copa del biquini. Javier no tarda en acudir, y pasando sus manos por encima de mis piernas, donde se agarra, apoya su cabeza en mi muslo. Me resulta tan tierno y erótico que le acaricio la cabeza, entrelazando mis dedos con su cabello húmedo. Creo que si no es por el cloro del agua, percibiría el aroma a hembra que sale de mí, su nariz, ligeramente torcida, apunta directamente a mi sexo.
Nos pasamos un buen rato así, noto sus dedos haciendo círculos en la piel de mis muslos, y con el movimiento del oleaje de vez en cuando acomoda la cabeza de nuevo. Le acaricio la cara cuando el sol casi me ha secado por completo, alza la mirada y sonríe al verme observándole con cariño. Durante un instante me tienta besarle sus carnosos labios, pero es él el que se apoya en el borde y se eleva, me besa en la mejilla, un montón de veces, luego por el cuello y ya cayendo, me hace cosquillas al sentir sus labios rozando la piel de mi clavícula.
-YO: ¿A qué viene esto? – consigo decir entre risas.
-JAVIER: A que estás espectacular, ahora mismo es…es como si brillaras, pareces radiante.
-YO: Será el sol. – digo por evitar ruborizarme.
-JAVIER: Puede ser, aunque me gusta pensar que soy yo quien te hace feliz. Verás, es un poco egoísta, pero nunca había sentido una conexión así con nadie, me siento muy cómodo contigo.
– YO: Te entiendo perfectamente, siento… siento lo mismo, desde que falleció mi marido…pues me he sentido sola y tú me has hecho salir del cascarón donde me encontraba. – no me creo la conversación, nos estamos abriendo el uno al otro sin miedo – Además, tú también luces genial ahora mismo.
-JAVIER: Será por el sol.
Reímos, bromeamos para quitarle algo de peso al momento. Javier me mira sonriendo, y se echa a un lado para salir de un tirón del agua, poniéndose en pie, de inmediato se sienta detrás de mí, y me rodea con sus manos por el vientre. Me besa en el hombro, donde pone su barbilla, y yo me apoyo en su pecho, gozando al sentir su nariz haciéndome cosquillas detrás de la oreja, mientras acaricio sus antebrazos, o paso la mano por encima de su cabeza y le aprieto de la nuca sobre mí. Es algo más que disfrutar del momento, tengo la sensación de sentirme querida, por alguien que sabe que le quiero, y aunque no lo digamos con palabras, sé que es una vedad irrefutable.
-JAVIER: Dios, llevo aquí cinco minutos y ya me estoy asando, no sé cómo has aguantado tanto… – se separa un poco.
-YO: ¿Nos damos un chapuzón de vuelta a las toallas?
Asiente, me toma de la cintura, y de un simple tirón me echa sobre el agua. Cuando emerjo riéndome se tira a mi lado, y reímos. Cuando llegamos a la zona menos profunda jugueteamos a agarrarnos y acariciarnos. Todo parece muy normal aunque le quiero ver el lado sensual a todo lo que ocurre.
Una vez que llegamos al bordillo por donde entramos, Javier sale primero, y me ofrece su mano para ayudarme a salir. Lo que hace es que cuando estoy arriba, me empuja de nuevo al agua. Me quejo como una cría alegre, lo que soy en sus manos, y tras no fiarme de él, subo sola la siguiente vez. Pone cara triste pero se despista y haciendo acopio de todas mis fuerzas logro echarle al agua. Sale riéndose a carcajadas, maldiciendo y jurando venganza cuando sale. Pongo mi mejor cara de madre, y con gestos le digo que tenga cuidado, se le pasa el “enfado” y se gira, cosa que aprovecho para lanzarme contra él de nuevo, pero esta vez se da cuenta antes, y sin más opción que caer al agua, se agarra a mi espalda, y una de sus manos termina en mi trasero sujetándolo con fuerza, para que caiga con él.
Una vez en el agua seguimos riéndonos, pero una aguafiestas vestida de socorrista, nos pita con un silbato desde la lejanía, diciéndonos que está prohibido empujar a la gente. Con caritas de niños buenos, salimos del agua vigilándonos por si se nos ocurre intentarlo otra vez, y me fijo que Javier me mira por detrás sin disimulo. Me giro de forma sensual y me doy cuenta de que tengo la parte de abajo del biquini tan metida entre las nalgas que me queda un tanga. Me lo arreglo sin darle demasiada importancia. Le leo en la mirada que me quiere tirar de nuevo, y hasta amaga con hacerlo, pero ni corta ni perezosa le suelto un azote en el culo, señalándole acusadora.
-JAVIER: Que confianzas te tomas eh…
-YO: Anda que tú, que me has tirado al agua cogiéndome del trasero, listo. – caminamos hacia las toallas, y voy con aires de suficiencia para dejar claro que no me ha molestado que lo hiciera.
-JAVIER: Ha sido sin querer mujer – le miro traviesa – aunque debo decir que me ha gustado, lo tienes muy durito, como me gustan.
-YO Mira al otro, si ahora te gusta mi culo.
– JAVIER: Lo dices como si me tuviera que parecer feo.
– YO: ¿Con el pedazo de retaguardia de tu novia te vas a fijar en el mío?…Claro – el juego prosigue, y le tiento a ver por dónde sale.
-JAVIER: Laura, a ver, que el de Celia es muy grande y me gusta, pero el tuyo es… precioso.
-YO: Muchas gracias, mis horas de gimnasio me cuesta mantenerlo así de bonito.
-JAVIER: Cierto, dan ganas de agárralo y no soltarlo. – me da un toquecito con el hombro.
-YO: Pues por mí no te cortes.
Casi ha sido mi subconsciente el que ha hablado, estoy a punto de retractarme cuando me doy cuenta de que no tengo porqué, y me recuerdo que vengo a divertirme todo lo que él me deje. Me he sentido tan cómoda que el juego me ha llevado a esto. Así que me giro al llegar a las toallas, y le ofrezco mi trasero.
Javier pone los brazos en jarra, incrédulo me mira algo dubitativo, y yo, con seguridad contoneo las caderas ante él. Tras unos segundos eternos, posa sus manos en mi culo, y no con suavidad, una mano por nalga y apretando con gusto. Me muerdo el labio desando que no me suelte de verdad.
-JAVIER: Joder Laura, vaya trasero, en serio, es como la pared de pelota vasca de ahí fuera…
-YO: ¿Por qué?
-JAVIER: Porque me dan ganas de estrellas mis pelotas contra él.
Me parto de risa, me ha encantado el chiste, y de remate lo ha cerrado con una buena palmada en mi nalga. A continuación va a tumbarse boca abajo en la toalla, como si nada, pero es evidente, tiene una erección enorme, se lo noto cuando se ladea para acomodársela.
-JAVIER: Perdona la broma, no quiero que te sientas mal. – me siento a su lado boca arriba, poniéndome las gafas entre risas aún, y relajándome un poco.
-YO: Que va Javier, no te preocupes, ojala tuviera alguien que me tocara el culo.
-JAVIER: Ojalá estuviera la que me deja tocárselo…- dice cómplice, y sonreímos.
-YO: ¿A ti te molesta esto? – y le doy una palmada en su trasero, pero esta vez se lo agarro, deleitándome con descaro. – ¿A ti te molesta?
-JAVIER: Para nada.
-YO: Pues a mi menos, solucionado.
Y me tumbo cerrando el tema, deseando que cale la idea en su mente de que puede manosearme el trasero sin reproches.
Al rato noto el sol dándome en las piernas, el astro se mueve, y con él la sombra, así que decido ponerme morena como dios manda. Me estiro boca abajo y deshago el nudo a mi espalda, metiendo la tela de la parte de abajo entre las nalgas de nuevo. Lo hago sin segunda intención pero al fijarme Javier me está devorando con los ojos. Unos minutos después decide seguirme, y se da la vuelta, remangándose las ya de por sí cortas perneras de su bañador, macando un paquete enorme, aunque parece que ya tiene el miembro más tranquilo.
Tardo en decidir si darme la vuelta y hacer top less, nunca la he hecho pero me siento tan traviesa y cómoda con Javier, que pienso en tentarle aún más. No me atrevo y solo me doy la vuelta asegurándome de darle buena línea de visión a él y a nadie más, aunque todo el que pasa me mira, y hasta algunos chulos, con torsos marcados, alardean cerca. Yo no les hago caso, y aprovecho para remangar un poco más el biquini por mi pubis, lo justo, porque si lo bajo más mostraré mi pequeño triángulo de vello púbico.
Veo que Javier se pone en pie, y tras excusarse, regresa con un bote que tenía en su mochila, es un spray bronceador que se echa por el cuerpo. Le ayudo de nuevo, pero no me ato el cordón a mi espalda, solo me sujeto el biquini con una mano en los senos. Cuando termino, me tumbo y le pido que me la extienda por el cuerpo. Suspira con cada pasada por mi espalda y mis piernas, se atreve a bajar tanto que mete sus dedos por dentro del “tanga”, y al acabar, me toma la palabra y me palmea el trasero. Me encanta que lo haga, es la señal de que será una costumbre en nuestra relación.
Tras una hora tostándonos al sol, dando vueltas para igualar el tono de piel por todos lados, arrastramos las toallas hasta la sombra. Con la tontería son casi las tres y los puestos del restaurante están llenos ya de gente. Javier se pone la camiseta y yo le imito poniéndome la blusa y los shorts, aunque no los cierro por comodidad. Vamos a la consigna a coger el monedero, y aguardamos media hora en la cola para pedir la comida. Entre un chorreante bocadillo de panceta que se pide él, y otro de tortilla que elijo yo, compramos un par de botellas de agua fría y nos vamos a comer sentados en las toallas.
Charlamos de la universidad, me cuenta que lo está llevando bien y espera no fallar ninguna asignatura, su familia no puede permitirse que suspenda. Yo le hablo de mi trabajo y de algún que otro cotilleo. No sé como lo hacemos pero la conversación fluye si parar.
Al terminar recojo todo un poco mientras él va al baño. Cuando regresa, lo hace con un par de helados tipo sándwich de galleta con nata. Le como a besos por ello, me encantan, y nos los tenemos que comer a toda prisa, el calor es tal que sólo del trayecto ya se han medio derretido. Javier juega y me mancha la nariz de nata, yo le pringo el brazo, y al final tenemos los dedos tan manchados de galleta derretida que me chupo los dedos para limpiarlos. Él no quiere hacerlo para limpiarse, y sin servilletas, me lanzo a meter sus dedos en mi boca, dejándolos impolutos. No es muy sutil pero me encanta el sabor, y me sonroja la cara de gusto que pone al verme hacerlo, entre risas, mirándole a los ojos.
-JAVIER: Bueno, pues ahora un bañito ¿No? – se pone en pie y se quita la camiseta, lo hace con naturalidad pero ese gesto me enloquece.
-YO: Ahora no, hay que esperar un par de horas.
-JAVIER: Que va, si eso del corte de digestión es mentira.
-YO: Como sea, yo no voy.
-JAVIER: Venga, es solo un chapuzón. – se me acerca, coquetea y trata de desnudarme entre juegos, queriendo convencerme.
–YO: Para, no quiero, me apetece echarme un rato, no he dormido bien.
-JAVIER: ¿Me echabas de menos? – dice burlón.
-YO: Pues un poco si, estos días durmiendo juntos han sido muy buenos para mí, y esta noche no estabas. – me toma del mentón y me hace mirarle.
-JAVIER: Pues aquí me tienes, nos echamos una siesta y luego chapuzón ¿Vale?
Al verme asentir feliz, me besa la mejilla, y nos vamos al solario, ahora mismo hay una sombra en el césped, en una esquina banca, y antes de que se ponga nadie nos hacemos con el mejor sitio. Extendemos las toallas y Javier se sienta apoyando la espalda en el rincón. Es él el que se abre de piernas y tira de mí para que le use de colchón, sentada de medio lado. Me coloca tan pegada a él que noto su miembro en mi cadera. Me rodea por la cintura y apoyo la cabeza en su pecho. Siento sus dedos recorrer mi silueta antes de caer dormida.
Es raro, me despierto por el ruido de la piscina, del ambiente, es como si alguien hubiera subido el volumen de golpe. Me avergüenzo de estar casi babeando sobre el tórax de Javier, que me mantiene sujeta pegada a él. Nos hemos debido de mover ya que él tiene una postura diferente y yo estoy algo girada. Mirando a mí alrededor observo cómo varias familias y parejas se despiertan del mismo modo. La hora de la siesta terminó, y todos acuden a darse un baño.
Dejamos las tollas donde están, según el ángulo del atardecer ya nos toca sombra hasta irnos. Voy a los aseos y al regresar me quito la blusa y los shorts. Noto su mano acariciando mi cintura, los pantaloncitos me han dejado las marcas por dormir con ellos, y las repasa con las yemas de los dedos.
Él se quita la camiseta, y dejamos las chanclas allí. Sentir el césped fresco en los pies es una gloria, pero al llegar a las baldosas siguen ardiendo. Javier camina dando saltitos pero yo no puedo, así que regresa a por mí y me carga a su hombro. Cuando llegamos al bordillo me baja, allí el agua salpicada templa el suelo. Nos damos una ducha rápida y cuando nos acercamos al bordillo le doy una palmadita en el trasero para animarle, y proseguir el juego. El sonríe alegre y me toma de la cintura, haciéndome dar un salto para montarme sobre su cuerpo, esta vez usa sus manos en mi trasero con tranquilidad y me prepara para salta al agua y justo antes de saltar me da una fuerte palmada en el culo. El chico empieza a entender que puede hacerme lo que quiera, no le voy a frenar.
Una vez en la piscina, se repite la rutina de por la mañana, paseo, roces y alguna aguadilla sutil, pero ahora estamos mucho más cerca el uno del otro, agarrándonos y metiéndonos mano con cierto disimulo. Él es tan grande que me maneja como quiere, y le dejo. Para poder jugar con él, aprovecho cuando sale a tomar aire y le salto encima, muchas veces le meto una teta en la boca a posta, y me encanta verle tratar de no chuparla o morderla, lo hago todo el rato porque me vuelve loca el roce, y que sea él más. Luego se deja caer sobre su espalda y nos hundimos juntos, y lo que pasa debajo del agua allí se queda, pero al emerger más de una vez nos tenemos que poner los bañadores en su sitio.
Al llegar a la zona profunda me pego de espaldas a la pared y él se apoya en el bordillo de cara. Le abrazo con piernas y brazos por el torso, como si fuera un koala en una enorme rama. Dejo que sea él quien se acerca y se aleja, hablando de la gente y bromeando del anciano tan moreno que da vueltas a la piscina, de la chica aquella en top less, del grupo de chicos tirándose a la piscina haciendo acrobacias para impresionar al grupo de chicas, de las tetas de aquella o del paquetón de aquel otro.
Me lo paso bien, casi me recuerda a una época feliz con Luis, mi fallecido marido, pero me doy cuenta de que cada vez que noto el miembro de Javier en mi pubis por el oleaje, se aleja un poco. Supongo que es una barrera aún para él.
Regresamos a las tollas en una especie de carrera a nado. Mi buena forma física me hace no quedar descolgada ante su potente brazada. Salimos y nos damos una ducha para quitarnos el cloro, al pasar por detrás de mí, noto una palmadita suya, y se la devuelvo rápida y fuerte. Regresamos a las toallas entre risas, y las extendemos al sol, repitiendo un poco el ciclo de cremas y exponer la piel a los rayos uva, y a los ojos del otro.
Son las siete de la tarde, y aunque aún falta una hora para que cierren, estoy algo cansada y esperar a que salga toda la gente asegura un atasco. Así que vamos a la consiga a recoger todo, luego a los baños, cada uno al suyo. Me quito el biquini y me pongo el tanga minúsculo que llevaba en el bolso. Sopeso al idea de quitarme también la parte de arriba del biquini, pero no llevo sujetador de repuesto y la blusa es tan amplia que en cualquier gesto enseño los pechos por las oberturas de los brazos, así que me dejo la parte de arriba, el pelo aún húmedo ya es suficiente reclamo.
Mientras me visto sopeso al imagen ante mí, muchas mujeres desnudas de nuevo, y me imagino a Javier, rodeado de un montón de hombres también desnudos, y su miembro enorme, deduzco, colgado. Esa idea me excita. Una vez lista salgo por el lateral del campo de rugby. Mi galán ya me espera, con un pantalón corto del mismo color que el bañador, que llevaría en la mochila.
No somos los únicos que tienen la idea de salir antes, mucha gente ya está en camino, pero bastante menos que la que habrá en una hora. Pensando en ello descubro que estoy caminando pegada a Javier, que tiene un brazo por encima de mis hombros, y mi mano está metida en el bolsillo trasero de su pantalón. No tengo ni idea de cómo hemos llegado a esta postura tan de pareja, pero mi mano se da un festín sintiendo su nalga moverse, apretando y soltando alguna que otra vez. Y así se queda hasta que salimos al aparcamiento.
Me da una palmadita cuando nos separamos, y nos metemos en el coche. Durante el trayecto no paran las caricias y carantoñas de ambos, dando las gracias al otro. Javier comenta lo loco que debe esta Thor de estar todo el día solo en casa. Así que nos pasamos por su casa primero para recogerlo, y dar un largo paseo. No se equivocaba, el perro salta como loco al pasar a recogerle, y durante media hora no deja árbol sin marcar. Luego subimos a su casa unos minutos, se ducha mientras juego con el animal.
-YO: Qué solitaria está la casa ¿No? No se oye nada. – le comento abstraída cuando regresa sólo con unos bóxer ajustados puestos
-JAVIER: Ya, es lo que tiene ser una casa de estudiantes en verano, los demás están de vacaciones.
– YO: Te aburrirás aquí.
– JAVIER: Tampoco es que haga mucha vida con ellos, pero sí que se echa algo de menos ruido en casa.
– YO: Lo mismo digo, aunque en mi caso no sé si prefiero una casa vacía o que regrese Carlos…con la otra.- sonreímos ambos.
-JAVIER: Oye, pues no sé, se me ocurre que hasta que regresen del viaje, podría irme a tu casa unos días. – abro la boca ilusionada, no se me había ocurrido pedírselo. – bueno, si no te molesta, es que si nos sentimos algo solos los dos, nos podemos hacer compañía, y si voy a dormir en tu casa es un poco absurdo estar yendo y viniendo, dejando a Thor solo.
-YO: Claro, no hay problema, es más, me encantaría.
Sin más, cogemos una maleta y metemos algo de su ropa y las cosas de Thor. Se viste con el mismo pantalón corto de antes y una camiseta blanca limpia. Bajamos al coche y vamos a mi casa. El animal está encantado de tenernos a ambos en el trayecto, y hociquea mientras conduzco, feliz entre las piernas de Javier, que apenas puede mantenerle quieto.
Al llegar a casa aparcamos y subimos sus cosas, le dejo instalarse mientras voy a darme una ducha para quitarme el sabor a cloro de la piel, y al salir me pongo un tanga pequeño y un camisón blanco de satén nuevo, más largo y más escotado que los viejos. Me hago un moño por el calor, y salgo al salón. Me siento al lado de Javier, y descansamos un rato, mientras jugamos con el perro y vemos la televisión.
Un rato después me voy a la cocina a hacer la cena, y él me sigue, ayudándome con una ensalada y algo para picar. Me preocupa que desde que hemos llegado a casa está un poco más seco que en la piscina, así que cuando pasa por mi lado le doy una palmadita, esperando su reacción, que no se hace esperar y se gira, cogiéndome del culo con fuerza. Es como si se hubiera bloqueado, pero una vez le dejo claro que el juego sigue en casa, me da varias palmaditas en menos de media hora.
Cuando terminamos de cenar, friego los platos y él recoge. Al acabar se pone a secar la vajilla a mi lado. Una vez hemos concluido, me deja pasar primero al salón y esa vez me agarra del culo hasta que llegamos al sofá, donde no se corta y se deja caer, para tirar de mi cintura y sentarme en su regazo.
-YO: Vaya, me has tomado la palabra y no me quitas la mano de encima. – digo con la suficiente serenidad para que sepa que no me incomoda.
-JAVIER: Como para no, tienes un cuerpazo, y ya que no nos molesta a ninguno.
-YO: Me alegra mucho que te sientas cómodo con ello, me gusta.
-JAVIER: Y a mí, creo que a ambos nos falta mucho cariño, y no veo nada malo en dárnoslo. – posa su mano en mi muslo, y me besa por el cuello.
Me recuesto sorbe él, y nos quedamos así un buen rato. Me porto mal y de vez en cuando giro la cadera buscando su miembro, o me levanto a buscar un vaso de agua, pero enseguida vuelvo para sentarme sobre su paquete, luego me levanto de nuevo a por el móvil, y le traigo el suyo.
Tenemos muchos mensajes al estar todo el día desconectados, y los vamos contestando y comentando, enseñando las fotos que nos hemos hecho, haciéndonos otras nuevas muy juntos, o le pregunto sobre aplicaciones que no entiendo. Es casi normal, si no fuera porque noto su pene crecer y decrecer según me mueva. Advierto de nuevo que cuando se siente abrumado, ya que el roce de su paquete con mi cuerpo es evidente, me toma de las piernas y me coloca un poco más lejos de su ingle. Cuando lo hace por tercera vez me conformo con estar así, y no presionarle más.
-JAVIER: Oye, voy a salir con Thor un rato, para que se desahogue.
– YO: Vale, te acompañaría pero no me apetece vestirme, y no creo que pueda salir así. Sonrió al ponerme de pie ante él y lucirme.
-JAVIER: ¿Subo algo de alguna tienda?
-YO: Nada Javier, si tú quieres algo sí, pero hay de todo. – asiente acariciando mis piernas.
Se pone en pie y me abraza, es tan cálido y tan agradable que pasa casi un minuto hasta que me suelta. Thor se pone pie y me lame la mano antes de irse con su dueño, que me señala las llaves antes de cogerlas e irse con el animal.
Yo me tumbo en el sofá, y remoloneo contenta, repasando el día entero, y pensando que Javier se va a quedar en mi casa muchos días, vamos a dormir juntos y que estamos derribando barreras entre nosotros. Si hay algún tipo de impedimento moral, a mi ya no me importan, me gusta la relación que se va formando, y hacia dónde se dirige.
A los veinte minutos regresa con Thor, que me busca para que le acaricie la enorme cabeza, y se va a beberse casi su cuenco entero. Javier entras detrás, y pese a que se le entero, le noto cansado. Se acerca al sofá y se deja caer a plomo sobre mí, que a duras penas puedo colocar mis piernas para recibirle y acoger su cabeza en mi clavícula.
-JAVIER: Dios, estoy agotado, y en la calle hace un calor asfixiante.
– YO: Y aún quedan unas semanas de calor, así que vete acostumbrando. – le acaricio la cabeza, que está ligeramente humedecida de sudor – si estás sudando. – digo preocupada.
– JAVIER: Ya, perdona. Deja que….
Se alza poniéndose de rodillas, con las piernas entremezcladas, y se quita la camiseta algo sudada. Mis manos no pueden evitar subir por su vientre hasta el pecho. Javier sonríe y se acomoda un poco más abajo, para volver a tumbarse sobre mí, y usar uno de mis senos de almohada.
-YO: ¿Mejor?
-JAVIER: Mucho, si peso demasiado me lo dices…
-YO: Tranquilo, estoy en la gloria ahora mismo. – acaricio sus costados con las manos y le doy un besito en la frente.
-JAVIER: Eres la mejor Laura. –dice entre susurros, y haciendo fuerza tira de mi cuerpo para meter su brazos por mi espalda y rodearme con ellos.
Es una sensación colosal, me encanta tener a alguien tan grande sobre mí, y sentir su fuerza protegiéndome, cubriéndome, doblegado ante mí. Quizá no lo sepa, pero me está dando todo lo que quiero, y más.
Mis dedos recorren toda su espalda, desde la nuca hasta sus riñones. Debo hacerle cosquillas en un momento dado porque se revuelve un poco para dejar su cara en mi cuello. Siento sus respiración tan serena que me eriza la piel, y de vez en cuando me da un besito en la zona de la carótida.
-JAVIER: Como sigamos así me voy a queda dormido encima tuya.
-YO: No me importaría, tú me has hecho de colchón ya un par de veces.
-JAVIER: Cierto.
Se acomoda de nuevo, y en el trascurso de unos segundos siento su miembro en mi pierna, y su cadera está friccionando entre mis muslos. Me muerdo el labio para no gemir de placer, aunque me quedo quieta, y dejo que él tome la iniciativa, si quiere. Me decepciona ver que se separa otra vez.
-JAVIER: Será mejor que me vaya a la cama. ¿Te vienes ya o te quedas aquí un rato?
-YO: No, me voy ya contigo.
-JAVIER: Bueno, como quieras, aunque debo darme un agua antes de meterme en la cama…ya sabes…el sudor.
Me coge de la nuca y me da mil besos en la mejilla, para luego levantarse sin poder ocultar una enorme erección en el pantalón. Tampoco lo intenta.
Me pongo en pie, y como hizo él antes, le cojo del trasero hasta la habitación. Pasamos a la puerta del baño y se gira, rodeándome por la cintura y mientras me besa por el cuello, sus manos bajan a mi culo, el cual, amasa sin compasión, y palmea un par de veces. Abro la boca algo sorprendida, y de golpe le entiendo, va a masturbarse y necesita algo con qué hacerlo. Cuando se gira, decido ayudarle.
-YO: Oye ¿Ves que me haya quemado? Noto la piel algo tirante en las piernas – me giro, y casi sacándome el camisón por la cabeza, le muestro toda mi espalda y mi trasero desnudos, salvo por el fino hilo del tanga entre mis glúteos.
-JAVIER: No…bueno…no que yo vea.
-YO: Fíjate bien, mira, toca aquí ¿Lo notas? – le tomo de la mano y la pongo en mis muslos, tan cerca de mi sexo como puedo.
-JAVIER: No, nada. – se asegura tardando un mundo en repasar la zona.
– YO: Vale, gracias. – me giro bajándome el camisón, y le doy un beso enorme en la mejilla, aprovechado para restregarle mis pechos por el torso. – Buena ducha.
El gesto que hace es inequívoco, “Si ya tenía ganas, ahora me voy a masturbar hasta reventar” le leo en los ojos. Sonríe sin más y se mete en el baño. Tentada estoy de meterme por sorpresa en unos minutos, pillarle en mitad del acto, y acabarlo yo. Pero no quiero precipitarme, el problema es que ahora la excitada soy yo. Llevo todo el día bastante caliente, pero saber lo que va a hacer, y por mi culpa, me mata. Pienso varias locuras, entre ellas, masturbarme en la cama, o en el baño, o donde sea, pero todas tienen un fallo de base, debo terminar antes que él, y siendo adolescente, dudo que tenga mucho aguante.
Me voy al sofá, y juego con Thor, que ya anda medo dormido en el suelo del salón, normalmente dormía en mi cama cuando se quedó hace unas semanas, pero es el rincón más fresco de la casa, y tres cuerpos son demasiados ya para mi cama. Es increíble ver al enorme dogo allí tumbado, es casi como una enorme alfombra. Con eso me distraigo un poco, y tras diez minutos, escucho a Javier salir del baño. Como aguante no es mucho, pero todo depende del ritmo que le haya dado. Me ilusiona pensar que se la ha machacado a toda velocidad pensando en mí. Se asoma por la puerta que da al pasillo.
-YO: ¿Ya te has aliviado?
-JAVIER: Dios, que gustazo, necesitaba la ducha. – me aguanto la risa al ver que no capta mi doble sentido.
Dobla su ropa con cuidado y la coloca en una silla, ya con las luces apagadas apenas puedo intuir que ya va en bóxer. Viene hasta mí y me pone en pie, me toma de la cintura y de las piernas y me lleva a la cama como recién casados, ya lo hizo hace tiempo, pero esta vez siento sus manos recorrer mi cuerpo con seguridad. Me saca varias sonrisas verle maniobrar, pero logra dejarme en la cama con cuidado y sin incidentes.
Me da un besito dulce en la frente y se va unos segundos, deduzco que para ver a Thor ya durmiendo y asegurándose que tiene comida y agua. Yo aprovecho para ir al baño, donde salvo las paredes húmedas de la bañera no noto nada, tal vez no se masturbara, o tuvo cuidado de no dejar pistas.
Cuando regresa le estoy esperando con pose casual y sensual, quitándome el moño y dejando la cascada rubia libre. Apaga la luz del cuarto, no sin dejarme deleitarme con su cuerpo, antes de tumbarse boca arriba. Se queda quieto y me hace un gesto para que me acerque. Acudo encantada a su pecho y me abrazo a él, que aprovecha para tantear mi cuerpo y sobarme un poco el trasero. Yo no me quedo corta y acaricio todo su pecho y el vientre bajo.
-JAVIER: Ha sido un día magnifico Laura, en serio.
-YO: ¿Verdad? Ha sido un placer y espero repetirlo todos los días que podamos. – digo ilusionada.
-JAVIER: Claro, lo que tú quieras, tenemos tiempo, vamos a hacer todas las cosas que quieras, y voy a darte todo el cariño que te mereces. – me aprieta contra él y me besa en un ceja, la oscuridad no ayuda, así que lo hace otra vez en la frente. Nos reímos.
-YO: Voy a intenta hacer lo mismo, te lo prometo. – suelto en un suspiro.
La conversación va bajando de nivel, apenas murmullos en la noche, que se van debilitando según nos vamos quedando dormidos. Tras un rato, y algo adormecida ya, noto que me da la vuelta, y se pone detrás de mí, haciendo la cucharita, pone su brazo para que lo use de almohada, el otro me rodea la cintura, y con cuidado, mete la mano por dentro del camisón, que ayudo siendo tan vaporoso, y se queda acariciando con ternura mi vientre.
Pienso en mi marido, en todas las veces que me ponía así cuando le apetecía sexo, recorría mi cuerpo acariciando con esmero, desde mis senos hasta mi pubis, donde ya no había retorno, y me ofrecía a él, y él a mí. Aparto esa idea de mi cabeza, ahora es Javier quien apoya su nariz en mi cabeza, besa mi hombro, y pega su vientre a mi espalda. Le busco con un pie y lo entrelazo con los suyos, antes de aferrarme al antebrazo que me rodea, y quedarme serenamente dormida. Feliz.
Continuará…
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me con unas contracciones que… ¡Os juro que me está ordeñando!
Desgraciadamente no pudimos quedarnos en la cama mucho tiempo. Ese viernes debíamos realizar el estudio que había sido encargado a nuestro grupo y a pesar de ser Mercedes la jefa de la cátedra, tuvimos que hacerlo y eso nos obligó a establecer por primera vez cual serían nuestros papeles fuera de la cama.
La profesora fue la primera en tocar el tema:
―Ama, necesito hablar con usted.
Irene miró a su sumisa y mientras se quedaba pensando en que iba a ser divertido tenerla a su completa disposición, con un gesto de su mano le dio permiso para empezar.
―Le quería preguntar cómo quiere que me comporte cuando estemos en presencia de otros alumnos o de otros profesores.
De inmediato comprendió los motivos de la pregunta, ya que si se hacía público la relación que unía a la catedrática con ellos la primera consecuencia sería su despido. Cómo eso era lo último que quería, le pidió que le dijera que era lo que había pensado al respecto.
―Que cuando tengamos público, me comporte como si nada hubiese ocurrido, aunque eso suponga que al volver a casa Usted y el amo Gonzalo me tengan que castigar.
― ¿A qué te refieres exactamente?
― A que me permita disimular y que, a los ojos del resto de la gente, siga siendo su profesora― la rubia respondió.
Analizando su postura, supo que era lo más conveniente pero antes de acceder a su petición quiso que le aclarara si daba por sentado que vivirían los tres juntos. Bajando su mirada y con el rubor tiñendo de rojo sus mejillas, la madura respondió:
―Como soy su esclava, había supuesto que mi ama desearía hacer uso de mí a todas horas… y mi casa es grande.
Por la expresión de sus ojos, Irene comprendió que más que una suposición era un deseo y por ello, directamente le preguntó si le gustaría que se mudarán con ella.
―Sí, ama. Nunca pensé que lo diría, pero desde que usted me ha hecho su sierva, he descubierto que me encanta y mi mayor anhelo es servirla.
Fijándose en su pecho, descubrió que se le habían puesto los pezones como escarpias al responder y cogiendo entre sus dedos, las areolas de la madura se las pellizcó mientras le decía:
―Este fin de semana la pasaremos en tu casa y el lunes tomaré una decisión en función de lo que pase.
La alegría que evidenció Mercedes al sentir la rudeza con la que trataba sus senos permitió a la muchacha profundizar en ellas y retorciendo uno de los botones, le preguntó por el tamaño de su cama.
―Tengo una de dos por dos.
No tuvo que exprimirse mucho los sesos para comprender que si una soltera tenía una King Size era porque solía darle uso y por eso, dejó caer si tenía novio.
―Lo tuve― respondió y mirándola con la coquetería que solo una sumisa podía tener, prosiguió: ―Ahora la tengo a usted.
Irene premió a la mujer con un mordisco en los labios. La estricta catedrática se derritió al sentir ese beso y con la respiración entrecortada, buscó el contacto con la que ya consideraba su dueña.
―Eres una puta calentorra― riendo le dijo está al notar que le empezaba a restregar el coño contra su pierna.
Doña Mercedes interpretó erróneamente sus risas y creyendo que le estaba dando entrada, incrementó el roce de su sexo contra el muslo de la muchacha mientras la respondía:
―Soy y seré tan puta o tan mojigata como usted me diga… soy suya de por vida.
La fascinación con la que la miraba convenció a Irene de que esa madura era una sumisa de libro y que si no había caído antes en manos de un dominante se debía únicamente a que nunca se le cruzó uno en su camino. Por eso quizá permitió que buscara calmar su excitación frotándose con ella y cuando notó que la humedad que manaba de la vulva de su sumisa estaba dejando un rastro sobre su propia piel, decidió que ya bastaba y separándose de Mercedes, la dijo:
― ¡Para! Y vístete. Tenemos que tomar muestras si no queremos que la gente se entere de lo puta que eres.
La profesora me miró insatisfecha pidiendo mi ayuda. Hasta ese momento me había mantenido como mero observador, pero al comprender que mi compañera tenía razón sonriendo contesté:
―Cuanto antes terminemos, antes volveremos a Madrid y más tiempo tendrás para servirnos.
Mi razonamiento la convenció y levantándose de la cama, nos volvió a sorprender cuando con voz dulce preguntó a Irene si la podía ayudar a vestirse.
―No sé a qué esperas― replicó la morena mientras se ponía en pie.
Al escucharla, una sonrisa iluminó su cara y tras recoger la ropa de su ama de la silla donde la noche anterior la había dejado, se puso a ayudarla. Mirándolas de reojo, me quedó claro que ambas estaban disfrutando con sus papeles ya que, si Mercedes estaba feliz sirviendo a Irene, Irene se sentía pletórica dirigiéndola.
Sabiendo que cuanto mejor se compenetraran entre ellas, mejor iba a ser para mí, me vestí en silencio y solo al terminar, susurré al oído de la morena si estaba segura de que era una buena idea irnos a casa de la profesora.
―Por supuesto, ¿qué puede salir mal? Además de vivir en un chalé, nos tendremos el uno al otro y encima nos ahorraremos el alquiler.
Desde esa óptica, esa decisión era lógica, pero algo en mi interior me decía que convivir con Irene no sería de color de rosa y que no tardarían en llegar los problemas. La belleza de ambas me hizo olvidar mis recelos y tomando del brazo a mi compañera, pregunté donde íbamos esa mañana.
―A la ladera este de Peñalara, señor Martínez― replicó Mercedes desde la puerta.
Me hizo gracia descubrir que la rubia olvidando que era nuestra esclava, había adoptado la pose de estricta catedrática que tan famosa la había hecho entre sus alumnos. No dije nada al comprender que no en vano seguía siendo nuestra profesora y tomando mi mochila, la seguí al exterior.
La catedrática supo que estaba actuando correctamente cuando al salir, su ama le preguntó:
―Doña Mercedes, ¿le importa que deje mi coche aquí?
―Para nada, señorita Hidalgo. Es ridículo llevar dos― replicó ya convencida que esa era la forma con la que debía actuar cuando no estuviera ejerciendo de sumisa.
A partir de ese momento, si alguien nos hubiese estado observando, jamás hubiese podido suponer que esa dura y exigente profesora que se pasó el resto del día mortificando a sus alumnos con todo tipo de reproches, era en realidad una dulce y obediente zorrita que estaba deseando servir a esos mismos que maltrataba.
Reconozco que en un principio me hizo gracia su cambio de actitud, pero tras horas recibiendo órdenes de la rubia, empecé a pensar en que haría con ella cuando estuviéramos a solas los tres en su casa. Irene debía estar rumiando sobre lo mismo porque cuando ya nos íbamos, se me acercó por detrás y me dijo al oído:
―Esta puta se ha ganado una paliza.
onreí y sin decir nada, cargué los treinta kilos de muestras que habíamos recogido durante el día hacía el coche. Estaba feliz de saber que compartía conmigo las ganas de premiar a la madura con una buena zurra y por eso no veía el momento de quitarme la máscara de buen chico.
«Esa guarra no llega a Madrid con el culito ileso. En cuanto nos despidamos de la gente pienso ponérselo al rojo vivo», me dije pensando en una serie de dolorosos azotes mientras nos montábamos en el coche para reunirnos con el resto de los grupos en un restaurant.
Ejerciendo de chofer, llevaba menos de quinientos metros recorridos cuando a través del espejo vi a Irene acariciando el trasero de nuestra profesora.
«Es alucinante lo mucho que le gusta el papel de sumisa», mascullé para mis adentros y en silencio, me puse a observar el espectáculo.
Cómo no podía ser de otra forma, Mercedes no se quejó al sentir ese magreo y su ausencia de respuesta envalentonó a su dueña, la cual, sin el mínimo de sentido del decoro, fue subiendo su mano por el torso de la sumisa mientras le susurraba lo zorra que era. Ver como la acariciaba me excitó y mas al observar que los pezones de la rubia reaccionaban ante el ataque irguiéndose bajo la tela.
Mi flamante novia al notarlo, se dedicó a torturarla con duros pellizcos sobre sus areolas y ella incapaz de negarse, se puso a gemir pidiendo su clemencia al sentir que se empezaba a humedecer por sus caricias:
―Por favor, voy a llegar empapada.
Al escucharla, Irene decidió cambiar las tornas. Cogiéndola de la melena, la obligó a agacharse entre sus piernas y metiéndole la cabeza bajo su vestido, le exigió que le diese placer diciendo:
―Apaga el incendio que tengo bajo mis bragas.
Fue alucinante contemplar a través del espejo como, tras bajarle la ropa interior, Mercedes usaba su lengua para recorrer los pliegues del coño de su ama y que no contenta con ello, buscaba apoderarse del escondido clítoris de la morena.
―Me gusta que seas obediente― murmuró al tiempo que, para facilitar su labor, separaba de par en par las rodillas.
No tardé en escuchar el gemido de Irene al sentir que uno de los dedos de nuestra profesora se introducía en su interior. Pero cuando realmente advertí que mi novia estaba disfrutando fue al ver que Mercedes usaba sus dientes para mordisquear ese botón como si de un hueso de aceituna se tratara.
― ¡Dios! Sigue así zorrita mía― musitó ya necesitada de desfogarse y por eso con sus manos forzó la cabeza de la rubia a continuar mientras le pedía que se diera prisa ya que le urgía correrse en su boca y teníamos poco tiempo.
Al oírla, profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándome con la lengua mientras sus dedos se concentraban en la humedad que manaba de entre sus muslos.
Irene no tardó en recibir hambrienta las primeras oleadas de placer y viendo que estábamos entrando en el parking donde nos esperaban, temió que no iba a poder terminar.
― ¡Puta!¡Házmelo más rápido!
El insulto espoleó a la madura y acelerando sus movimientos, llevó en volandas a su alumna a un intenso éxtasis. Es más, al saborear las primeras gotas del flujo de la que ejercía como su dueña, se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose.
Como espectador, pude disfrutar de la forma tan coordinada en la que ambas se corrían sin caer en la cuenta de que el resto de la excursión estaba a pocos metros.
―Aparca donde no nos vean― chilló Irene todavía insatisfecha.
Al comprobar que, haciéndole caso, dejaba atrás a nuestros compañeros y bajaba a otra planta, Irene exigió a la madura que se desnudara de cintura para abajo:
―Has sido mala y no sería una buena dueña, si no te reprendiera― le dijo mientras la obligada a poner su culo en pompa.
Os juro que no me podía creer lo que estaba viendo y oyendo. Irene obviando que la gente nos estaba esperando se proponía a premiar a nuestra profe con una azotaina en su trasero.
«Joder con estas dos», musité al ver que mi novia se podía detrás de ella y que, sin pensárselo dos veces, le daba una sonora palmada en las nalgas.
Mercedes dio un brinco al sentir la ruda caricia, pero no se quejó. Es más, tras el primer azote, levantó un poco su trasero pidiendo más.
“Nuestra putilla quiere guerra! ― me comentó y girándose hacia ella, le soltó otro azote, este mucho más fuerte.
La madura se mantuvo impertérrita, sin moverse. Irene sintió que la estaba retando y por ello, empezó a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más rápido.
―Ahora veras―le gritó reanudando su ataque.
Indefensa, Mercedes ya tenía su piel colorada cuando la escuché gemir de placer. Sorprendid0, me percaté que de lo más hondo de su sexo manaba su placer goteando por sus muslos.
―Me gusta que mi puta disfrute de mis castigos― la morena en plan jocoso comentó al tiempo que introducía dos dedos en la vulva de su sumisa.
Esta al sentir que Irene hurgaba en su interior, pegando un grito, se desplomó sobre el sillón trasero del vehículo mientras se corría retorciéndose como una posesa. Si ya de por si eso reafirmaba su carácter sumiso, más claro lo dejó cuando una vez medio repuesta y sonriendo comentó que esa reprimenda le había encantado y que cada vez que se portara mal, no solo debía castigarla así, sino que debía de pensar otros modos de reprenderla.
―Al fin y al cabo, Usted es mi dueña y yo su sucia esclava― concluyó.
Juro que me costó asimilar tanto sus palabras como lo que había ocurrido. Sabía que había gente a la que le gustaba ser dominada, personas a las que el dolor, lejos de ser algo a evitar, las excitaba.
Saber que existía era una cosa y otra muy distinta era saber que la estricta catedrática que te ha tenido puteado todo el año era una de ellas. Pensando en ello, esperé a que se acomodaran la ropa mientras trataba de visualizar en mi mente cómo sería mi vida con ellas.
«No tardaré en saberlo», me dije asumiendo que, en menos de dos horas, estaríamos de vuelta a Madrid.
Desgraciadamente, al llegar al punto de reunión, nos encontramos con que el coche de uno de los profesores se había estropeado y viendo que nosotros teníamos uno extra, repartieron sus ocupantes entre los nuestros.
Esa solución tampoco fue del agrado de Mercedes e intentó infructuosamente que fueran en otros vehículos. Solo al ver que su insistencia podía hacer despertar las suspicacias de sus colegas, dio su brazo a torcer y anotando una dirección en un papel, se la dio a Irene diciendo:
―Ama, les espero en la que va a ser su casa.
Irene no tardó en demostrar a nuestros compañeros que algo había cambiado entre ella y yo. Mientras esperábamos que se pusieran de acuerdo los profesores, me agarró de la cintura y me dio un beso en público.
Jimena, una pelirroja se nos quedó mirando y sin cortarse un pelo, nos preguntó desde cuando salíamos.
―Hace más de un mes que somos novios― sin separarse de mí, respondió con una sonrisa.
Todo el mundo dio por sentado que era verdad. Yo tampoco lo negué, es más ratifiqué esa mentira al dejar que me besara mientras recorría con mis manos su trasero. Ese inesperado magreo no la molestó en absoluto y pegando su cuerpo al mío descaradamente ronroneó de placer, demostrando a ojos de nuestros amigos lo mucho que le gustaba que la tocara.
Si quedaba alguna duda, Irene la hizo desaparecer al decir muerta de risa que ese fin de semana íbamos a recuperar el tiempo perdido por culpa de doña Mercedes y que nos lo pasaríamos follando.
― ¿Cómo os fue con esa arpía? ― preguntó uno de ellos.
―No pudimos dormir juntos. A mí me tocó acostarme con ella mientras Gonzalo se hacía pajas en el otro cuarto― respondió.
Todos sin distinción supusieron que era broma y que, si no nos habíamos acostado, fue por culpa de la profesora. A ninguno se le pasó por la cabeza que fuera verdad que Irene se había pasado toda la noche disfrutando para ella sola de doña Mercedes. Por eso no me extrañó que la pelirroja preguntara en plan de guasa si la madura había sido cariñosa con ella.
―Más de lo que crees. Ahí donde la ves, esa zorra es una guarra con una boca muy traviesa― respondió señalando su entrepierna.
Observé que mientras la gran mayoría acogían con burlas las palabras de Irene, Jimena no solo se quedaba callada, sino que contra todo pronóstico sus mejillas se tornaban rojizas como si le hubiese dado vergüenza oír esa burrada.
No me preguntéis qué fue lo que me llevó a meterme con ella, pero lo cierto es que, acercándome a donde estaba, incrementé su turbación preguntándola en voz baja si a ella también le apetecía probar el coñito de mi novia o si por el contario prefería comerme la polla.
La mirada de odio que me lanzó no pudo evitar que me fijara en que bajo la blusa de Jimena habían hecho su aparición dos pequeños, pero evidentes bultos. Haciendo ostentación de mi descubrimiento, señalé sus pezones erectos mientras insistía en cuál de las dos opciones era su preferida.
― ¡Vete a la mierda! ― contestó y sin mirar atrás, salió huyendo de la habitación mientras escuchaba mis carcajadas.
Mi propio recochineo impidió que pudiese advertir que Mercedes había seguido la escena con interés y mucho menos fijarme en que su rostro lucía una espléndida sonrisa mientras observaba como la pelirroja desaparecía por la puerta.
Estoy seguro de que me hubiese dado igual darme cuenta porque en ese preciso instante, los profesores empezaron a dividir a los alumnos entre los coches disponibles y a pesar del gran cabreo de Irene, nos separaron. Como no podía ser de otra forma, ella se encargó de llevar su coche mientras a mí me tocó volver en el que conducía don Javier, uno de los catedráticos.
Alejada de nosotros, doña Mercedes deambuló como perrita sin dueño hasta que, acercándose, mi flamante novia le ordenó que nos esperara en su casa y que para que no se aburriera nos fuera preparando la cena.
―Será un placer recibirla en su casa― replicó la madura y con una extraña expresión de felicidad en su rostro fue a reunirse con el grupo con el que volvería a Madrid.
Habiendo quedado, me llamó y tras decirme la dirección de Mercedes, me dio una pequeña lista con cosas que deseaba que comprara antes de reunirme con ellas. Al leer en qué consistía, sonreí y me la guardé en el bolsillo.
―Tómate tu tiempo, necesito dos horas antes de qué llegues― comentó con picardía.
Juro que sentí cierta pena por la zorra de Cristalografía, no en vano era parcialmente culpa mía que hubiese caído en las garras de Irene. Pero también he de reconocer que no pude evitar excitarme al saber lo poco que tardaría en hacer realidad lo que le tenía planeado de mi perturbada compañera y actual pareja.
«Lo cierto es que Mercedes parece contenta con esta situación», dije para mí disculpando de esa forma que Irene la hubiese esclavizado contra su voluntad.
Anticipando la futura degradación a la que se veía sometida esa rubia, me pregunté hasta que límites aceptaría que abusara de ella y si Irene los traspasaba qué era lo que debía hacer. Tras meditarlo durante un rato, pensé que no debía anticiparme a algo que quizás nunca ocurriera y que, llegado el caso, tendría tiempo de decidir.
«Por ahora, todo indica que está disfrutando con el papel», sentencié dejando todas esas reticencias olvidadas en un rincón de mi mente.
Si bien ya no existía lucha en mi interior, fue la propia profesora la que borró de un plumazo cualquier remordimiento por mi parte, cuando a la hora de partir cada uno en un coche, llegó hasta mí y susurró en mi oído si le podía anticipar algo de lo que Irene la tenía preparado para ese fin de semana.
―No te preocupes, ahí estaré yo para evitar que se pase― respondí pensando que la pobre estaba acojonada por su destino.
Contra toda lógica, la muy puta contestó:
―Deseo y espero que lo haga… te lo preguntaba porque la espera me tiene completamente mojada, pero ya veo que me tendré que aguantar hasta que mi ama me lo muestre.
La confirmación de que, sin la presencia de Irene, Mercedes la seguía considerando su dueña hizo que cayera finalmente el velo que me impedía ver que la madura se había convertido por voluntad propia en la esclava de mi rutilante novia y por ello tras digerirlo, le repliqué:
―No te olvides que también has jurado ser mi puta.
Con una amplia sonrisa, contestó mientras se iba meneando su pandero:
―No lo olvido, señor Martínez y aguardo con alegría, el momento que usted y su novia me lo recuerden.
Necesitaba descansar, además, se estaba haciendo de día y prefería caminar al amparo de la noche. Dio un par de vueltas por las calles hasta que encontró una pequeña pensión de mala muerte, no llevaba un duro encima, pero no creía que eso fuese a ser un problema.
– Buenas noches. – Saludó al recepcionista.
Éste, un hombre viejo y gordo, medio calvo y que daba la impresión de no haberse lavado en un mes, miró a Paula de arriba a abajo, devorando la con la mirada. Hace tiempo eso habría despertado el asco en la chica, pero ahora había pasado por cosas mucho peores que un asqueroso viejo verde.
– Que desea la… Señorita… – Remarcó esa última palabra, dando a entender que no era la palabra que estaba pensando exactamente.
– Necesito una habitación para hoy. ¿Tienen alguna disponible?
– Por supuesto, ¿Para usted sola?
– Si.
El hombre cogió una libreta, paso un par de páginas y apuntó algo.
– Serán 30€.
Paula se mordió el labio.
– Verá… He tenido un pequeño problema. – Dijo, zalamera.
El hombre la miró levantando una ceja. Volvió a evaluarla de arriba a abajo.
– Me han robado todo, esta lloviendo y no tengo manera de volver a casa… Si usted pudiera hacerme un favor… Yo… Se lo agradecería… Mucho… – Mientras decía eso se descolgó un tirante de la camiseta, dejando casi a la vista sus pechos.
El hombre la miraba con deseo, pero no sorprendido, seguramente no era la primera vez que las prostituta de la zona le ofrecían sus servicios por un alojamiento.
– Por favor, me han dejado literalmente en pelotas… – Diciendo esto se levantó ligeramente la falda, mostrando su coño depilado al hombre. Un pequeño tatuaje con una X y una C adornaba su pubis.
El recepcionista se quedó mirando unos segundos.
– Hoy es su día de suerte… Señorita. – Volvió a apostillar. – Pase por aquí y veamos lo que podemos hacer con su problema.
Unos segundos más tarde, Paula se encontraba bajo el mostrador tragándose la inmunda polla de aquel hombre. Efectivamente hacia bastante que no se lavaba, y el hedor era bastante fuerte, pero a ella no le importaba… peores cosas había tenido que hacer. Incluso llegó a excitarse mientras lo hacía, la humillación a la que se estaba sometiendo le resultaba morbosa, ¿En que se había convertido?
—————–
Desde ese día, la situación se repitió cada vez con más frecuencia, Ivette y Paula salían por la noche, Ivette elegía a uno o dos chicos y estos se follaban a Paula hasta saciarse. La pelirroja había aprendido a disfrutarlo y, sobre todo, eso agradaba a Ivette. Le había dicho que la quería y eso era lo único en su mundo.
Sus sesiones de sexo también habían evolucionado, cada vez tenían menos de sexo convencional y eran más sórdidas. Arneses, pinzas, máscaras, cuero… Eran un desfile de depravaciones en las que Ivette siempre quedaba por encima de Paula.
Un día, Ivette apareció con una cámara que se convirtió en compañera habitual de sus juegos. En foto o en vídeo, sus sesiones siempre quedaban almacenadas para satisfacción de Ivette, que las visionar a una y otra vez para inventar nuevos juegos y humillaciones.
En el instituto, cada vez era más obvio que el aspecto de Paula había cambiado. Seguía llevando la misma ropa vulgar pero el ejercicio pasaba factura y se la veía mucho más atractiva que antes. El amor que sentía por su compañera y su activa vida sexual también hacían que tuviese un característico brillo en su mirada. Poco a poco los chicos de su clase empezaban a fijarse en ella.
– ¿No te has dado cuenta? – Preguntó un día Ivette, mientras acariciaba el rojizo pelo de Paula después de una de sus sesiones de sexo.
– ¿De que?
– De como te miran.
– ¿Quién?
– Los chicos de clase, nuestros compañeros.
– ¿Me miran? No digas tonterías, me desprecian.
– Te despreciaban, ahora quieren follarte.
Esa frase dejó descolocada a Paula. “Que se pudran” Pensó. Pero después de esa conversación no pudo evitar fijarse en que era verdad, ahora la echaban miradas furtivas, seguían su caminar cuando salía de clase e, incluso, intentaban iniciar alguna conversación con ella sin que acabara en burla.
Ivette daba bastante importancia a esos hechos, le daba morbo. Cada vez que follaban susurraba al oído de la pelirroja que se imaginaba que el enorme consolador era la polla de alguno de sus compañeros, que cuando salían de fiesta pensase que la lefa derramada en su cara era la de algún chico de clase, que las fotos y vídeos que grababan iban a ser enviados a todos ellos… Y esto no fue del todo falso.
Un día que Paula llegó a clase había un gran revuelo montado. Los chicos amaban jaleo y las chicas daban grititos de indignación. Cuando la pelirroja vio la razón de todo aquello su mundo se detuvo, eran sus fotos.
No se le veía la cara, ni siquiera el pelo, pero estaba claro que era ella. En poses sensuales algunas, obscenas otras, mostraba todos sus encantos a la cámara. Buscó a Ivette con la mirada y ésta acudió a ella, la agarró de la mano y la llevó al baño.
– ¿Qué…? – Comenzó Paula.
– Calla y bésame.
Ivette, visiblemente excitada devoró la boca de su compañera y, hábilmente, introdujo la mano en su entrepierna.
– ¿Que es esto? – Exclamó algo sorprendida, al extraer sus dedos empapados en flujo. – ¿Estas cachonda?
Ivette miró con deseo a la chica, que se derritió ante ella y apartó la mirada.
– Te pone que te vean, ¿Eh? Estas hecha toda una guarrilla… – Finalizó volviendo a besarla. Sus manos volvieron a buscar el sexo de la pelirroja, comenzando a masturbarla con vehemencia.
– ¿A-Aquí? – Susurró Paula, algo cohibida.
– ¿Tienes algún inconveniente con ello?
Paula se quedó callada, dando su conformidad a través del silencio, y aceptando la situación, el morbo de las fotos, estar en el baño del colegio… Asumió todo y disfrutó del orgasmo que le brindó su amiga.
Las fotos fueron la comidilla de la clase durante bastante tiempo. Nadie la había reconocido, y Paula no estaba segura de que eso la importara… todo era un juego cómplice con Ivette.
De vez en cuando aparecían algunas fotos nuevas en el aula, cada vez más atrevidas y explícitas, en alguna llegó a aparecer masturbandose con un vibradores e, incluso, con sus tetas llenas de semen.
Tanto le gustó a Ivette la experiencia que se propuso crear un blog con todo el material. La cara de Paula siempre era ocultada, pero el morbo de saber que estaba en la red al alcance de cualquiera la excitaba. Cada vez que se cruzaba con alguien pensaba si seria uno de los visitantes de su web. Decenas en un inicio, centenares a las pocas semanas, miles en unos meses. Era toda una sensación en el instituto, pues se corrió la voz de que era una estudiante de allí.
Sin embargo, Ivette, que cada vez llevaba a Paula un poco más lejos, se cuidó mucho de mantenerla en el anonimato. No le interesaba que el resto de compañeros descubriesen su secreto… Al menos no por ahora…
————–
Entro en su habitación con la cara cubierta de semen, ni siquiera se molestó en echarle un ojo a su habitáculo, si no que se dirigió rauda a darse una ducha caliente.
¿Cuanto tiempo había pasado desde la última vez que se duchó? Años… Seguro… En aquél horrible lugar no existían las duchas. Lo más parecido eran los manguerazos de agua helada que la propinaban una vez a la semana, o cuando tenía trabajo que hacer.
Echó su ropa a un lado y se metió en la ducha, el agua caliente rápidamente la reconfortó, tanto que casi volvió a sentirse una persona normal. Comenzó a enjabonarse con las manos, quitándose de encima los nervios de la situación en la que se encontraba. Cuando bajó a su sexo lo encontró húmedo, realmente se había calentado chupandosela a aquel viejo… Se había convertido en un ser que se alimentaba de la perversión, de la humillación, y lo peor de todo era que eso le proporcionaba placer.
Sus dedos comenzaron a explorar su coño, buscando calmar el ardor que la invadía mientras el agua se deslizaba por su cuerpo. No tardó mucho en correrse, hecho que la devolvió a la realidad y al lugar en el que de encontraba. Sintió vergüenza de si misma, una sensación que hacía años que había desaparecido de su cabeza. Salió de la ducha, bajó las persianas para bloquear la luz que comenzaba a aparecer en el cielo y se echó desnuda en la cama. No tardó ni dos segundos en caer en un profundo sueño.
————–
El curso estaba a punto de acabar. Esa situación provocaba sensaciones encontradas en Paula. Por un lado, no sentía ninguna pena por abandonar a sus compañeros y perderle de vista, por otro… Realmente había sido un año muy feliz al lado de Ivette. ¿Que pasaría una vez acabara el curso? ¿Dejarían de verse tan a menudo? ¿Podrían mantener su relación? Paula tenia muy claro que si de ella dependiera, haría todo lo posible para que así fuera.
Los alumnos estaban organizando una fiesta para despedir el año, tenían pensado hacer un botellón y después salir de fiesta y, para sorpresa de Paula, la invitaron a ir. ¿Que pintaba allí? Se disculpó y puso una mala excusa, rehusando la invitación. Una noticia agradable era que Ivette hizo lo mismo pues, según ella, tenía algo especial preparado para Paula.
Llegó el día y Paula se dirigió ansiosa a casa de Ivette y, cuando entró a la habitación se sintió algo decepcionada. Sobre la cama había un pequeño vestido negro, lo que significaba que esa noche saldrían de fiesta. Paula había albergado la esperanza de que tuviesen una noche especial las dos solas.
Ivette leyó su rostro perfectamente.
– No te preocupes, lo pasaremos genial. Esta va a ser una noche que no olvidarás jamás.
Paula la miraba con admiración, sabiendo que Ivette nunca la había decepcionado.
– Solo tienes que dejarte llevar y hacer todo lo que yo te diga. – Sentenció Ivette.
“No hay problema” Pensó Paula. “Tus deseos siempre son órdenes para mi”
Después de maquillarse y vestirse salieron a la calle.
– ¿A donde nos dirigimos hoy? – Preguntó la pelirroja. Ante el silencio de Ivette continuó. – ¿O es una sorpresa?
– En parte si, pero no hay problema en que lo sepas, la sorpresa no es para ti.
Paula la observaba intrigada.
– Vamos a la fiesta de fin de curso.
– ¡¿Cómo?! – Paula se detuvo, Ivette la miró. – ¡No puedo…!
– Si puedes. – Cortó Ivette.
– ¿Con ellos? No me pueden ver así, ¿No se han burlado lo suficiente?
– Precisamente por eso mi amor. – Los pensamientos de Paula se diluyeron por un momento al oír esa palabra. – ¿No quieres mostrarles lo que eres ahora? ¿No quieres mostrarles lo que se han perdido?
– ¿Qué se han perdido?
– Mírate. No queda nada de la chica tímida y retraída que eras hace unos meses, y ellos no se han dado cuenta. Eres una preciosidad, una bomba sexual. Babearan por ti.
Paula seguía pensativa, indecisa.
– Pero esos cambios han sido gracias a ti, no a ellos.
– ¡Por eso! Estoy orgullosa de ti, de como has evolucionado… – Paula se estaba ablandando con las palabras de Ivette aunque, en el fondo, sabia que la decisión estaba tomada. – Mi amor…
Y la resistencia de Paula cayó.
– De acuerdo… Lo haré. – Sentenció. A Ivette se le iluminó la cara y mostró una enorme sonrisa.
– Hay una cosa más. – Dijo, buscando en su bolso. – Tómate esto. Te ayudará a divertirte.
En la mano de Ivette había una pequeña pastilla blanca.
– ¿Drogas? ¿Para qué? No me hacen falta, nunca he tomado drogas.
– ¿Y el alcohol que es? Me dijiste lo mismo cuando te lo ofrecí, y has visto que no te va nada mal.
Paula miraba la mano de la chica, dubitativa. Cogió con calma la pastilla, la observó detenidamente y, mirando a los ojos a Ivette, se la tragó sin necesidad de tomar agua. Ivette le dio un suave beso en los labios, como dándole su aprobación.
– Estoy orgullosa de ti. – Susurró.
El corazón de Paula latía acelerado, esas palabras le calaron muy hondo. Una vez más sintió cómo su amor y admiración por Ivette la impedían decepcionarla.
Cuando llegaron al parque donde se estaba celebrando el botellón Paula pudo observar con deleite las caras de sus compañeros al verla. El mini vestido negro que llevaba mostrando un pronunciado escote, el largo pelo rojo suelto, las larguísimas y torneadas piernas de la chica… Nunca se la habían imaginado así, a algunos les costó cerrar la boca para saludar a las dos nuevas integrantes del grupo.
Rápidamente se vio un cambio en la actitud de la gente. Las compañeras de clase que aunque se metiesen con ella y la diesen de lado, lo hacía de una manera más suave que los chicos, mostraron rápidamente una animadversión hacia esa “zorra” que había aparecido.
– Envidia. – Comentó Ivette, quitándole hierro.
Mientras, los compañeros se mostraban extremadamente serviciales. Todos se ofrecían a traerle bebida, un cigarro o a cederle el asiento.
La pastilla que había tomado empezó a hacer efecto rápidamente y, junto con el alcohol, hicieron desaparecer las inhibiciones de Paula. Habia dejado de quejarse cuando una mano se detenía más tiempo del debido en su cintura, o cuando se producía un roce despreocupado en su culo. Los chicos se dieron cuenta de esto y poco a poco se iban atreviendo a más.
Ivette se estaba manteniendo al margen. Simplemente hacia algún comentario que atrajese la atención sobre Paula, alababa su escote, dejaba caer que era una chica fácil…
– Si nos disculpais. – Dijo de repente, llevándose a su amiga de la mano.
La apartó detrás de unos árboles y la besó.
– ¿Que tal te sientes? – Preguntó.
Paula estaba ida, entre el alcohol, la droga, y esa extraña sensación que la invadía… ¿Que era? Nunca se había sentido así… Por primera vez era el centro de atención, todos iban detrás de ella y la buscaban.
– Mejor que nunca. – Farfulló. – ¿Y tu? – Preguntó intentando aparentar normalidad. Las palabras comenzaban a trabarse en su boca.
– Orgullosa. Muy orgullosa de ti. – Paula se sorprendió al oír esas palabras. – Orgullosa y cachonda.
La mano de Ivette se introdujo bajo el vestido de la pelirroja, arrancando un gemido de la boca de la chica.
– Y veo que tu también.
Comenzó a masturbar a su amiga, la cual se dejó hacer dócilmente, siguiendo los movimientos de la mano de Ivette con su cadera.
– Quítate el tanga. – Susurró al oído de Paula, que obedeció inmediatamente, entregándoselo. – No… – La detuvo. – Métetelo en la boca. No querrás que nos oigan… Todavía.
Paula no estaba dispuesta a rechistar, arrugó el tanga y se lo metió en la boca, notando el sabor de su sexo intensamente. Ivette seguía jugando en su coño, mientras los gemidos de la pelirroja quedaban ahogados por su improvisada mordaza.
– ¡Chicas! ¿Os encontráis bien? – Llegó de lejos la voz de uno de los impacientes compañeros de clase.
– Parece que nos reclaman. – Dijo Ivette quitando la mano del coño de Paula.
– Mmmppff. – Protestó esta. Ivette le quitó la mordaza y se la paso en la mano.
– Si te has quedado a medias, ¿Por que no haces algo para remediarlo?
Y, guiñandole el ojo comenzó a andar de nuevo hacia el grupo. Paula sabía perfectamente lo que quería su amiga y, verdaderamente en ese momento no le parecía mala idea. El calentón que llevaba era insoportable, así que salió directa hacia el chico que las había llamado que estaba algo más alejado del grupo, le tiró el tanga a la cara y, antes de que el chico supiese lo que estaba pasando le agarró del paquete.
– Demuestrame lo que vales. – Susurró en su oído. Se dio de nuevo la vuelta y se dirigió otra vez tras los árboles.
El chico estaba atónito por lo que había pasado. Observó lo que tenia entre las manos y, en cuanto tuvo consciencia de lo que era, su polla se puso dura como una piedra. Se dio la vuelta hacia el resto del grupo y enseñó su trofeo, lo que le granjeó vítores y aplausos de parte de sus compañeros.
No perdió más tiempo y salió tras la pelirroja que tan cachondo le había puesto. La encontró apoyada en un árbol, masturbandose.
Paula ya había perdido la razón, la excitacion la dominaba. Sacó los dedos de su coño y los llevó a la boca de su acompañante, que no se resistió mientras, con la otra mano, comenzaba a desabrochar el pantalón del chico.
En cuanto liberó su polla, se arrodilló ante el y se la tragó de una sentada. El chico no duró ni dos minutos, para la insatisfacción de Paula.
– ¿Ya? – Preguntó decepcionada cuando los chorros de esperma cayeron sobre su cara. – No me has dado tiempo ni a empezar.
Con esas se levantó y volvió hacia el grupo de compañeros, que miraba con curiosidad el lugar por el que habia desaparecido con el chico.
– ¿Quién me ayuda a terminar lo que vuestro amiguete no ha sido capaz de acabar? – Exclamó.
La cara llena de semen no dejaba ninguna duda de a qué se refería. Tras unos segundos de sorpresa, varios chicos se animaron a echarla una mano, mientras que las chicas de clase, escandalizadas, se iban de allí.
Rápidamente Paula se vio rodeaba de chicos liberando sus pollas. Ivette sacó el móvil y comenzó con el reportaje fotográfico.
La pelirroja no recibía clemencia, fue despojada de su vestido rápidamente, mientras los compañeros se debatían sobre quién iría primero. Paula nunca había estado con tantos a la vez, pero estaba muy excitada y sabía que podría con todos.
Su cara pronto se cubrió de una capa de lefa, que chorreaba sobre sus tetas, su coño era follado una y otra vez pero en cambio, su culo solo recibió la visita de un atrevido aventurero. La chica estaba pletórica, en un poco tiempo había pasado de ser una marginada asocial, a ser el centro de atención en la fiesta de fin de curso. Por su cabeza no pasaba la idea de la denigracion y humillación a la que se estaba sometiendo, solamente que aquellos hombres la deseaban y que estaba complaciendo a Ivette.
Ivette…
Miró hacia ella y la vio sentada sobre una mesa, móvil en mano, falda levantada y masturbandose ante la escena. Paula sintió cómo el placer brotaba de lo más hondo de su ser en un espasmódico orgasmo que la sacudió entera.
—————-
Despertó envuelta en sudor sin saber donde estaba. Le costó unos minutos acordarse de los últimos acontecimientos, pero rápidamente decidió que no debía permanecer mucho tiempo en el mismo sitio.
Subió la persiana para comprobar que la noche había caído de nuevo. Lo primero que tenia que hacer era buscar algo de comida, sentía como su estómago rugía de hambre.
Avanzó rápidamente por el vestíbulo sin dirigirle una sola mirada al recepcionista, pero teniendo la certeza de que él no había perdido la oportunidad de mirarla a ella. Salió a la calle y dobló la primera esquina, buscando callejear erráticamente hasta encontrar algo de comer. La noche estaba despejada y no amenazaba lluvia, al contrario que la anterior. Una suave brisa la acariciaba levantando su falda a cada paso, cosa que tampoco la importaba en demasía.
Consiguió un poco de pizza en una basura, todavía dentro de la caja. La gente desperdiciada demasiada comida pero ahora mismo eso la venía de perlas. Mientras devoraba las porciones, lamentándose de que fuese una pizza con anchoas, se quedó mirando fijamente algo que llamó su atención al otro lado de la calle. Una especie de trapo tirado en el suelo.
No. No podía ser.
———————-
Aquella orgia en el parque actuó a modo de liberador. Paula se quitó todos los complejos que tenía y abrazo su nuevo modo de vida. Ivette y ella disfrutaban de su sexualidad, vivían el momento y se querían, aunque, por parte de Paula, el sentimiento era todavía más fuerte. Adoración, reverencia, admiración, amor, sumisión. Todas esas palabras se quedaban cortas ante su sentimiento hacia Ivette. No dudaba en demostrárselo a cada momento, en cada ocasión, y por eso no tuvo problema cuando Ivette le comentó sus planes.
– ¿Para qué? Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Ivette le lanzó una sonrisa, haciéndola entender que era cierto, que lo sabia muy bien.
– Como bien sabes, nuestro pequeño blog recibe muchísimas visitas, cada vez más. – Paula se sintió henchida de orgullo. Sabía que el blog iba bien, a la gente le encantaba la sumisión que demostraba ante Ivette. – Y a través de él me han hecho una proposición.
La chica guardó silencio, atenta a la reacción de la pelirroja, que miraba expectante.
– Verás… Hay una especie de… Club, podemos llamarlo así, en el que se realizan los mismos juegos que hacemos nosotras y me han propuesto entrar en él.
Paula mostró una mueca de desagrado, ¿eran celos? No quería que las separasen, y parecía que la conversación iba por ese rumbo.
– El problema – Continuó. – Es que es un lugar bastante elitista, bastante exclusivo y no se puede entrar así como así. Hay que dar una “ofrenda”, para demostrar tu valía y tu implicación para con ellos.
¿Implicación? ¿ofrenda? Paula no entendía muy bien a donde quería llegar. Ante su silencio, Ivette aclaró.
– Quiero que entres conmigo. Tu seras mi ofrenda.
Esa declaración produjo reacciones encontradas en la cabeza de Paula. Por un lado, quería que fuese con ella, no había separación entonces. Por otro… ¿ofrenda?
– ¿Que significa ser una ofrenda?
– Sin rodeos. Es una… asociación… formada por amos y sumisos, gente que le gusta dominar y gente que le gusta ser dominada. Tu serás mi aval para demostrar que soy buena en lo que hago, y serás mi ofrenda para ellos, permanecerás allí, a mi lado.
Paula se quedó anonadada, nunca lo había visto de esa manera pero, de golpe y tras oír esas palabras se dio cuenta de lo que era. Era una sumisa e Ivette su ama. ¿Le gustaba ser dominada? A la vista estaba que si, era inmensamente feliz al lado de su… ama.
– Tu… – Comenzó. – ¿Tu me quieres? O solamente soy… Una sumisa para tus juegos…
– Te quiero con locura, Paula.
– Entonces está todo dicho. Haré lo que mi ama me pida. – Contestó la pelirroja, sonriendo.
Unos días después acudieron al lugar que le habían indicado a Ivette. Una nave abandonada de un polígono bastante apartado. Se habían preparado para la ocasión, Ivette lucía unas botas negras por encima de la rodilla, con mucho tacón, una falda de cuero y un corsé negro. Paula en cambio iba desnuda por completo, una ligera gabardina la había protegido de las miradas hasta llegar allí, pero se la quitó enseguida, luciendo como única prenda un collar de perra. Caminaba unos pasos atrás de Ivette, como habian practicado, y con la mirada al suelo.
Llamaron a la puerta y les abrió una preciosa mujer, completamente desnuda.
– ¿Preparada? – Preguntó Ivette.
– Adelante. – Contestó Paula, admirando la poderosa imagen de su amada.
Esa noche Paula fue follada por muchos y muchas, usada de todas las maneras imaginables, puesta a prueba en nombre de Ivette, y Dios sabe que no la decepcionó. Cada vejación era una prueba más de su amor por aquella chica que la había sacado del ostracismo.
La “asociación” a la que habían accedido era algo más que eso. Se hacía llamar Xella Corp y, aunque Paula, en su condición de esclava no tenía derecho a saber nada, se enteró de muchos de los terribles asuntos en los que estaban inmersos. Le daba igual, sólo le importaba estar al lado de su ama, complacerla y disfrutar de su compañía, que se sintiera orgullosa de ella.
Siempre tenía un momento para ella pero, poco a poco, esos momentos comenzaron a espaciarse en el tiempo. Ivette era muy buena en la que hacía, y rápidamente ascendió en la corporación, lo que se traducía en menos tiempo para su sumisa. Después de unos años, apenas se veían una vez cada varios meses.
Paula se sentía orgullosa de Ivette, pero tomó la determinación de huir, tenía que acabar con aquél modo de vida.
———————-
Se acercó lentamente al objeto, lo cogió entre sus manos.
Eran unas braguitas, blancas, de algodón. Una deteriorada cara de piolin adornaba la parte delantera. Un pequeño trozo de papel se cayó al suelo, a Paula le faltaba el aire, se agachó a recogerlo.
Querida Paula.
Lamento que esto haya tenido que acabar así.
Te quiero.
Ivette.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Paula, ¿Que había hecho? Ivette era lo más importante en su vida y ya no la volvería a ver jamás. Tenía que haberse quedado, aguantaría cualquier suplicio tan solo por volverla a ver.
– ¿Paula? – Escuchó tras ella.
La cara se le iluminó, se dio la vuelta esperando ver a Ivette, pero en vez de ella había otra mujer, una mujer joven y guapa, con unos preciosos ojos verdes que destacaban sobre todo lo demás.
– ¿Quién…? – Comenzó a preguntar la pelirroja. Pero entonces, sin saber por qué, se calló de repente, algo en su interior le decía que no debía seguir hablando, solo debía atender a aquella mujer.
– Ivette me dijo que eras preciosa, y parece que no mentía. – La mujer escrutar a a la pelirroja con la mirada. – Es una lástima, estaba destrozada por tu huida, sabía perfectamente que no te podíamos dejar escapar… Has visto demasiadas cosas…
Paula seguía de pie, absorta en la penetrante mirada de la mujer.
– Y ya no sirve con llevarte de nuevo a las instalaciones en las que te encontrabas. Ya no se pueden fiar de ti. Así que me han encomendado que te dé un nuevo destino.
Paula sentía como su conciencia desaparecía, sus recuerdos, su voluntad. Sólo un pensamiento prevalecía, debía obedecer a esa mujer. Su vida consistía en obedecer a esa mujer. Una pequeña lágrima escapó de sus ojos mientras su mente se apagaba, mientras su último rescoldo de identidad se daba cuenta de lo que estaba pasando, de que jamás volvería a ver a Ivette y, aunque así fuera, no sería capaz de recordarla.
Después todo fue oscuridad.
——————
A Diana le dio pena lo que acababa de hacerle a aquella chica. Pudo leer en su mente que todo lo que hizo lo hizo por amor, entendió perfectamente su forma de actuar, pero no podían dejarla suelta. Sería una nueva empleada del 7pk2.
– Ya sabes a donde tienes que ir. – Le dijo.
Paula se dio media vuelta, como una autómata y se fue a un lugar en el que nunca había estado pero, de alguna manera, sabia donde se encontraba.
Diana se quedó observando como se marchaba su nueva esclava cuando algo la sacó de sus pensamientos. Algo cayó cerca de ella. Miro en dirección al ruido y vio una pequeña esfera metálica que rodaba hacia ella, frenandose.
– ¿Pero qué….?
¡FLASH!
Un estallido luminoso la sorprendió, el objeto había estallado. ¿Que estaba pasando? La luz la había cegado, no era capaz de ver nada a su alrededor.
– ¡Rápido, rodeadla!
Podía escuchar como varias personas corrían hacia ella. La sujetaron de los brazos.
– ¿Que hacéis? ¡Soltadme!
Intentó controlar a aquellas personas pero era inútil, sin poder usar sus ojos no había manera.
Alguien le cubrió la cabeza con una especie de saco mientras intentaba revolverse.
– ¡Ya es nuestra! ¡Tenemos que irnos!
Mientras la cogían en el aire como un saco de patatas, lamentó por primera vez en mucho tiempo el no tener su antiguo cuerpo. No era sansón, pero más fuerza que su cuerpo actual si que poseía.
Consiguió propinar alguna patada a uno de sus captores, lo que hizo que cayera al suelo.
– ¡Ya está bien! – Gritó alguien, propinandole un fuerte golpe en la cabeza.
Y entonces todo se volvió negro.
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El pastor de la secta descubre que una de sus esposas le es infiel y en secreto la repudia. Para mantener las apariencias obliga a su hijo, nuestro protagonista, a casarse con ella. Aunque en un principio se niega, la amenaza de ser desheredado le obliga a consentir esa unión CON SU MADRASTRA….
TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Introducción
A raíz de mi llegada a Madrid mi vida cambió. Tres meses antes era solo un joven estudiante de provincias, cuyo único interés era vivir la vida y al que su madre había instalado contra su voluntad en una casa de huéspedes regentada por Doña Consuelo, una viuda que acababa de perder a su marido. La intención de mi jefa había sido buscar un sitio donde tuvieran a su hijo controlado. Lo que nunca previó fue que esa mujer y su hija vieran en mi presencia una señal de Dios y a mí, en particular, al hombre que había venido a sustituir al difunto.
Tardé poco en descubrir que la dueña del hostal era una fanática religiosa de una secta fundada por un tal Pedro, que veía en el sexo una forma de combatir los demonios que la consumían por dentro y qué desde que me vio poner los pies en su casa, asumió que mi misión en este mundo era exorcizarla a base de polvos. Por eso solo tuvieron que pasar un par de días para que esa cuarentona se convirtiera en una asidua visitante de mi cama.
Laura, su hija, fue un caso diferente. Tratada como criada, era incapaz de llevarle la contraria a su madre y aunque no era tan creyente, compartía con su progenitora una sexualidad desbordada, producto de los continuos abusos que había sufrido de manos de su padre muerto. En un principio, reconozco que quise convertir a esa rubia en otra putilla a mi servicio pero sus traumas y la manía que tenía de considerarme su padre, despertaron al hombre bueno que hay en mí y me negué a participar en sus juegos, deseando cortar tantos años de explotación paterna.
Esa buena acción llevó a la cría al borde de la depresión y fue entonces cuando su vieja pidió mi ayuda. A pesar de sus rarezas, Consuelo era una buena mujer y como su amante, me vi obligado a explicarle el siniestro comportamiento con el que su esposo había tratado a su propia hija.
La viuda al enterarse, escandalizada pero sobre todo avergonzada por no haberse percatado de lo que ocurría antes sus narices, fue a hablar con su retoño para pedirle perdón y buscar una solución a sus males. Fue al volver cuando me informó que las dos juntas habían llegado a una solución y que como la Iglesia en la que creían permitía la poligamia, habían decidido que lo mejor era que yo me casara con las dos.
Cómo podréis comprender, me negué a tamaño disparate pero ante su insistencia, esa viuda consiguió que me lo pensara. Todavía hoy desconozco si hubiese aceptado finalmente, si no llego a recibir la visita de D. Pedro y de sus tres esposas. Tras una breve discusión teológica, ese pastor me mostró los aspectos prácticos que tendría esa hipotética boda: Además de tener a mi disposición a dos hermosas mujeres, sería el administrador de una fortuna valorada en más de quince millones de euros.
Si la belleza madura de Consuelo y el inocente atractivo de Laura eran motivos suficientes, tener mi futuro asegurado con ese dinero fue el empujoncito que necesitaba para aceptar. Por ello con un apretón de manos, cerré el pacto con ese sacerdote y comprometí mi asistencia al enlace que tendría lugar esa misma noche.
Al llegar a la iglesia de esa secta me quedé impresionado con el lujo de esa construcción pero lo que realmente me dejó anonadado fue la veneración con las que sus fieles trataban al anciano. Lo creáis o no, lo consideraban un profeta casi a la altura de Jesucristo. Como no podía ser de otra forma, decidí obviar el fanatismo de esa gente y concentrarme que a partir de esa noche sería rico y tendría a dos estupendos ejemplares de mujer a mi servicio.
La boda en sí fue parecida a las católicas que tantas veces había asistido por lo que en un principio nada me alteró hasta que en mitad del sermón, Don Pedro anunció que estaba enfermo ante ese gentío y que desde ese momento me nombraba a mí como su sucesor. Imaginaros mi cara cuando lo escuché pero la cosa no quedó ahí y micrófono en mano, insinuó que yo era su hijo bien amado. Como nunca había conocido a mi progenitor, me quedé pensando en si era verdad y por ello al terminar la ceremonia, lo busqué.
Ese tipo, sin perder la compostura, me reconoció que él me había engendrado y que si había caído en esa casa de huéspedes había sido cosa suya en colaboración con mi madre, la cual me había prometido siendo niño que con la mayoría de edad conocería a mi padre.
Esa revelación me dejó perplejo y me sentí una puta marioneta en sus manos. Tras unos segundos en los que dudé si salir corriendo de ahí, le comenté que me resultaba imposible aceptar ser su sustituto porque entre otras cosas era agnóstico.
Fue entonces cuando soltó una carcajada y bajando la voz, susurró en mi oído que me lo pensara ya que además de disponer de cientos de mujeres entre las que elegir para que formaran parte de mi harén, con ese “peculiar” oficio mis ingresos anuales superarían el medio millón de euros. Soy joven pero no tonto y por ello no tuve que pensármelo mucho para olvidarme de cursar Ingeniería Industrial y convertirme en un estudioso de Teología.
Despidiendo a mi padre, el pastor de esa iglesia y mi futuro profesor, fui a cumplir con mis deberes conyugales pero Consuelo, que sabía que esa noche era primordial para su hija, me pidió que la dejara quedarse en el banquete que había montado en nuestro honor.
Una vez con Laura y en la que ya era por derecho mi casa, descubrí dos cosas que marcarían el rumbo de mi vida en un futuro: la primera es que tras esa fachada de zorra manipuladora, se escondía una tierna amante necesitada de cariño y la segunda que reconozco me puso los pelos de punta, que esa secta creía en el levirato por lo que si finalmente moría don Pedro, como su heredero tendría que adoptar a sus esposas como mías…
Capítulo 1
Esa mañana seguía dormido cuando entre sueños, sentí que una dulce humedad se apropiaba de mi pene. Rápidamente vino a mi mente, el recuerdo de la noche anterior y el modo tan pleno con el que Laura se había entregado a mí. Asumiendo que era ella, deseé comprobar hasta donde llegaba su calentura y por ello, mantuve mis ojos cerrados como si no fuera consciente que mi joven esposa me estaba haciendo una mamada.
Sus manos todavía indecisas comenzaron a recorrer mi cuerpo desnudo mientras su pene cada vez más duro era absorbido una y otra vez por su boca. La maestría de sus labios era tal que parecían conocer cada centímetro de mi piel.
«Es toda una experta», pensé poniendo en duda su afirmación que mi miembro era el primero que había visto y es que la lengua de esa novicia se concentró en lamer los puntos sensibles de mi verga como si realmente lo hubiese hecho multitud de veces.
Durante un par de minutos y a pesar que entre mis piernas crecía una brutal erección, seguí disimulando hasta que sacándosela del fondo de la garganta, comenzó a mordisquear mi capullo con sus dientes. Esa caricia la conocía y por ello supe de mi error aun antes de oír a Laura saludar a su madre, muerta de risa:
― Se nota que has llegado con ganas de follarte a mi marido.
Doña Consuelo, la mayor de mis esposas, recriminó la procacidad de su hija diciendo:
―No seas vulgar. Jaime es también mío y debo complacerlo. Cuando una esposa cumple con su deber, es una forma de agradecer a nuestro señor por habernos mandado alguien que nos cuide y tú deberías hacer lo mismo.
Ni siquiera abrí los ojos, era una discusión entre ellas dos y no debía intervenir, no fuera a ser que saliera escaldado. Lo que no me esperaba fue que tomando sus palabras literalmente, la menor de mis mujeres se incorporara sobre el colchón y dijera:
―Tienes razón, échate a un lado que yo también quiero santificar mi matrimonio.
Defendiendo cada una sus derechos, mi pobre pene, mis huevos y la totalidad de mi cuerpo se vieron zarandeados por esas dos gatas. Cada una quería su porción de terreno y no se ponían de acuerdo. Aguanté estoicamente hasta que una de las dos me arañó involuntariamente con sus uñas cerca de la entrepierna y temiendo por mis partes nobles, decidí intervenir y de muy mala leche les grité:
―¿Se puede saber qué coño hacéis?
Madre e hija dejaron de discutir al momento, aunque no por ello dejaron de mostrar su cabreo con sendas miradas cargadas de reproche. Supe que debía de cortar por lo sano esa actitud y por ello, recordando las enseñanzas de él que era mi padre, les pregunté cuál era el problema.
La cuarentona de inmediato comenzó a protestar diciendo que ella se había autoexcluido para que Laura tuviera su noche de bodas y que por lo tanto, le tocaba a ella disfrutar de mis caricias.
«Tiene lógica», asumí en silencio.
Pero entonces la más joven de mis esposas echa una furia rebatió sus argumentos diciendo que entre ellas habían acordado que si un día era una, la primera en satisfacer a su marido, al día siguiente el turno era para la otra.
Dando por sentado que ambas tenían parte de razón, comprendí que debía de imponer unas reglas que las dos se vieran obligadas a cumplir en un futuro o mi vida sería un desastre y abusando de sus irracionales creencias, me inspiré en las Sagradas Escrituras para decir:
―Tal y como planteáis el asunto, decidir de quien tiene más derecho es complicado por lo que no me queda otra que adoptar una decisión salomónica y como no pienso ni quiero partir mi pene en dos, como vuestro marido, he resuelto no tocaros ni dejaros que os acerquéis a mí hasta que lleguéis a un acuerdo que se mantenga en el tiempo.
Consuelo me replicó, casi llorando, que el deber de una buena sierva del señor era cuidar de su marido. Su hija uniéndose a su madre, la secundó recitando unos versículos de la biblia:
―Está escrito: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración”.
Reconozco que me pasé dos pueblos pero no me pude contener al oír esa cita y soltando una carcajada, repliqué:
―Vosotras rezad porque si me entran las ganas, no os preocupéis por mí, me haré una paja.
Mi falta de devoción las indignó y creyendo que era una prueba que les ponía, nuevamente se pusieron a discutir entre ellas mientras se achacaban la una a la otra la culpa que llegado el caso me tuviera que masturbar teniendo dos mujeres obligadas a hacerlo. Dándolas por imposibles, me levanté de la cama y me fui a desayunar.
Veinte minutos después, volví al cuarto y no encontrando a ninguna, comprendí que todavía no habían llegado a un pacto.
«Mientras no se maten entre ellas, debo dejarlas que entre ellas lo arreglen», pensé y por eso, me vestí y me fui a ver a don Pedro.
Mi padre vivía en una mansión dentro de los terrenos de la iglesia y por eso no me extrañó que al llegar me pararan un par de sus feligreses y me pidieran que les bendijera. Aunque me sentí ridículo haciéndolo, no me quedó más remedio que imitar lo que le había visto hacer a mi viejo y posando mis manos sobre sus cabezas, recité en silencio una plegaria. Habiendo cumplido con mi papel de heredero del “profeta”, toqué en su puerta.
Quien me abrió fue Judith, la segunda esposa que tenía la edad de Consuelo.
―¿El Pastor?
Con su gracejo caribeño, me informó que don Pedro todavía no se había levantado. Interesándome por él, preocupado le pregunté si había recaído. La cubana, muerta de risa, contestó que no pero que tras mi boda, estaba tan contento que se empeñó a cumplir con todas sus esposas.
«Joder con el anciano, todavía funciona», dije para mí.
La mulata me debió de leer los pensamientos porque, con una sonrisa de oreja a oreja, comentó:
―Debimos decirle que no pero insistió tanto que una tras otra nos satisfizo a las tres― y siguiendo con la guasa, se dio una palmada en el trasero mientras me decía: ― A su edad no es bueno tantos esfuerzos.
Descojonado por cómo esa cuarentona me había insinuado que la había tomado por detrás, no pude dejar de curiosear en la vida privada de mi progenitor y directamente la pregunté cada cuanto “santificaba” su matrimonio.
―Menos de lo que me gustaría… dos o tres veces por semana.
Haciendo cuentas, si multiplicaba esa cantidad por las mujeres de mi padre, eso suponía que el setentón era capaz de echar ¡más de un polvo diario! Pero no fue eso lo que me perturbó sino saber que una vez que faltase, yo al menos debía mantener su ritmo y si a esas tres le sumaba las mías, mi pobre pene se vería en problemas para follar a tantas y tan frecuentemente. La expresión de mi cara debió de ser tan evidente que adivinó mi problema y muerta de risa, me dijo:
―Cada una somos diferentes, ahí donde la ve, Raquel sufre de insomnio y cuando no puede dormir le ruega a nuestro esposo que le regale un poco de su néctar. En esas noches da igual a quien le toque, es la primera en… “comulgar”.
―¿Y es frecuente que le pase?
Descojonada, respondió:
― Todas las noches pero Don Pedro solo acede a complacerla noche sí, noche no.
«¡Qué caradura!», pensé. Aunque me hacía gracia el eufemismo que usaba para no decir “hacerle una mamada”, no pude más que alucinar al comprender que solo entre ellas dos le exigían eyacular casi a diario y ya escandalizado, tuve que averiguar cuantas veces Sara, la veinteañera, requería las atenciones de mi pobre viejo.
―¡Esa es la más devota! Ora con don Pedro en cuanto puede. Al menos una por día y si el Pastor no está en condiciones, viene a mi habitación y reza conmigo.
«¡La madre que las parió! Aunque se alivien entre ellas, tienen al anciano consumido. ¡Son tres putas de lo peor!», sentencié preocupado porque me veía incapaz de mantener esa frecuencia.
Como mi padre estaba indispuesto, estaba a punto de volverme a casa pero entonces Raquel apareció y me pidió que la acompañara. Dado que esa rubia era la favorita de mi padre y su primera mujer, la obedecí y junto ella, entré en un despacho. De inmediato, encendió un ordenador y mirándome a los ojos, me explicó que su marido le había ordenado mostrarme los números de la “iglesia” para que me fuera familiarizando con su obra. Aunque mi viejo me había anticipado los enormes beneficios que daba, nada me contó sobre la labor con los desfavorecidos que realizaban y por eso cuando su mujer me fue detallando lo que habían gastado en alimentos y demás ayudas, reconozco que no supe que decir.
«Han repartido más de dos millones y eso solo durante lo que va de año», recapitulé y por vez primera admití que además de un buen negocio, ese tinglado cumplía una labor social.
Durante más de dos horas, actuando como una financiera de primer nivel, Raquel desmenuzó todos y cada una de las fuentes de ingresos, recalcando también los fines a los que se dedicaban los fondos. Por ello mi idea preconcebida que mi viejo era un golfo y un estafador cambió y comprendí que a pesar de ser un putero, había fundado una gran ONG bajo el paraguas de unas creencias.
Al terminar su exposición, Raquel cerró el portátil y me miró. Por su rostro supe que iba a decirme algo importante y por eso esperé que empezara. Os juro que por mi mente habían pasado muchas cosas pero jamás me imaginé que esa mujer me dijera.
―Tu padre es un santo y debemos intentar que nos dure muchos años. Es demasiado orgulloso para decírselo personalmente por lo que me ha pedido que le diga que necesita su ayuda.
Como no podía ser de rápidamente me ofrecí a arrimar el hombro en lo que fuera. Fue entonces cuando ese supuesto modelo de rectitud me dijo sin ningún tipo de rubor que tendría que hacerme cargo de algunas labores. Creyendo que se refería a algo relacionado con su labor pastoral, accedí sin pensármelo, diciendo:
―Cuenta conmigo. Aunque necesito unas cuantas lecciones, me puedo ocupar de parte de su trabajo con los creyentes.
Ni siquiera pestañeó cuando quiso sacarme de mi error diciendo:
―Lo que su padre necesita es algo más personal. Como usted sabe anda delicado de salud y aunque quiera ya no puede aguantar el ritmo de actividad al que nos tenía acostumbradas.
Lo creáis o no, todavía seguía pensando que hablaba de temas de administrativos y por ello, no tuve reparo en insistir que no tenía inconveniente en cumplir con lo que él quisiera aunque eso supusiera quedarme hasta tarde.
Al darse cuenta que no había sabido como plantear el problema para que yo me enterara, esa cincuentona decidió que no podía seguir perdiendo el tiempo y entrando al trapo, me soltó:
―No sé si sabes que cuando él muera, tú ocuparás su lugar con nosotras, sus tres esposas…
―Lo sé― intervine cortándola al temer el rumbo que estaba tomando la conversación.
Molesta pero sabiendo que no había marcha atrás, me miró con ira y sin darme tiempo a huir, reveló a lo que había venido, diciendo:
―El pastor quiere que te anticipes y que le liberes, asumiendo desde ya la mayor parte de sus responsabilidades como marido.
Alucinado por lo que me acababa de decir, quise defenderme recordando a esa mujer que el adulterio estaba prohibido pero entonces y sin alterarse, contestó:
―Don Pedro sabía que eso iba a contestar y por eso me pidió que le recitara parte “Eclesiástico 3” ― tras lo cual sacando una biblia, leyó: ―La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados.
No sabiendo donde meterme, contesté francamente aterrorizado:
―Haber si lo entiendo, ¿me está diciendo que si me acuesto con cualquiera de vosotras cometo un pecado pero como lo hago para ayudar a mi padre, mis errores serán perdonados?
―Así es. Sé que es difícil de comprender pero si alguien tan santo como su padre afirma que sería licito, ¿quién somos sus esposas para opinar lo contrario? ―la expresión expectante de esa madura me hizo dudar si era realmente una petición de su marido o era en realidad su propia necesidad la que hablaba.
No sabiendo a qué atenerme, comprendí que al final de cuantas solo estaba acelerando lo inevitable y que si me negaba quien iba a sufrir las consecuencias era el corazón maltrecho del padre que acababa de conocer. Al no verme capaz de soportar la culpa de sentirme responsable de su muerte antes de tiempo, pregunté:
―¿Quiénes sois las que necesitáis comulgar más a menudo?
Que directamente le preguntara si ella también necesitaba saciar su lujuria, la hizo sonrojar y totalmente colorada, evitó mi mirada al contestar:
―Las tres
Se notaba que estaba pasando un mal trago con esa conversación pero cuando estaba a punto de dejar de insistir para no incrementar su vergüenza, descubrí que bajo su camisa habían aparecido como por arte de magia dos relevadores bultos. El tamaño de los mismos fue prueba suficiente para vislumbrar hasta donde llegaba la urgencia de esa mujer y olvidando que era mi madrastra, resolví comprobar los límites de su lujuria diciendo:
―¿Te apetece que te dé de comulgar ahora mismo?
Raquel no se esperaba esa pregunta por lo que tardó unos segundos en comprender a qué me refería. Cuando lo hizo, sus pezones crecieron todavía más y completamente aterrada quiso evitar ser ella la primera en convertirse en adúltera, diciendo:
―¿No sería mejor que consolara a Sara? Ella es más joven y por tanto más necesitada.
―No― contesté disfrutando de su nerviosismo― eres la favorita de mi padre y por tanto debes de ser tú quien peque antes que ninguna.
Se quedó paralizada al asumir que nada podía hacer para convencerme. En su retorcida mente había supuesto que dedicaría mis esfuerzos a las más jóvenes, dejando para ella sola las menguadas fuerzas de su marido. Al percatarme de sus planes, decidí chafárselos desde el principio. Acercándome a su silla, me puse detrás ella y metiendo mis manos por dentro de su escote, me apoderé de sus pechos mientras le comentaba que aún no había descargado esa mañana.
Raquel no pudo evitar que un suspiro se le escapara al sentir la caricia de mis dedos en sus gruesos pezones pero al escuchar que mis huevos estaban llenos, fue cuando realmente se puso cachonda y comenzó a gemir como una loca.
Por mi parte, os tengo que reconocer que me sorprendió la dureza de esas dos ubres ya que erróneamente había supuesto que debido a su edad, esa madura debía de tenerlos caídos. Por ello y queriendo confirmar mis sospechas, los saqué de su encierro ante el espanto de esa mujer.
―¡Están operadas!― exclamé al comprobar que la firmeza que demostraban solo era posible si habían pasado por las manos de un cirujano.
Raquel asintió avergonzada y me reconoció que mi padre había insistido en que la remozaran por completo. Sus palabras me hicieron intuir que la operación había ido más allá de colocarle las tetas y francamente interesado, le exigí que se desnudara ante mí:
―Soy la mujer de tu padre― protestó ante mi exigencia.
Mi carcajada resonó en sus oídos e imprimiendo un suave pellizco en sus areolas, le dije:
―Eso no te importó cuando me informaste que era mi deber el compensar con mi carne vuestras carencias.
El tono duro que usé y la certeza que de no obedecer se autoexcluiría del trato, forzó la sumisión de Raquel. Temblando como si fuera una primeriza, se puso en pie y con la cabeza gacha, comenzó a desabrochar su falda mientras la observaba.
En cuanto dejó caer esa prenda, acredité el buen trabajo que el médico había realizado también en su trasero y llamándola a mi lado, usé mis yemas para testar la dureza de esas nalgas.
―Tienes un culo de jovencita― sentencié.
La estricta rubia me agradeció el piropo sin moverse, lo que me dio la oportunidad de profundizar en ese examen, separando sus dos cachetes. Ante mí apareció un rosado agujero al que de inmediato quise comprobar si estaba acostumbrado a ser usado sometí y sin pedir su opinión, introduje un dedo en su interior.
―No seas malo― murmuró con patente deseo al experimentar que comenzaba a jugar con su entrada trasera.
Que no solo no se opusiera sino que en cierto modo aprobara mis métodos, azuzó el morbo que me daba estar jugando con mi madrastra e incrementando la presión sobre ella, llevé mi otra mano hasta su entrepierna donde descubrí un poblado bosque pero también que su coño rezumaba una densa humedad.
«Esta zorra está caliente», me dije mientras insistía en estimular ambos agujeros con mayor intensidad.
En un principio los suspiros de la madura eran casi inaudibles pero con el paso de tiempo, se fueron incrementando siguiendo el compás con el que mis dedos la estaban masturbando.
―Ummm― sollozó al sufrir en sus carnes los embates del placer al que le estaba sometiendo su teórico hijastro.
Mi pene se contagió de la calentura de esa madura y como si tuviese vida propia, con una brutal erección presionó las costuras de mi pantalón. Sin nada que me retuviera, me bajé la bragueta liberando al cautivo. Raquel que había seguido mis maniobras, se quedó embelesada al verlo aparecer. Y refrendando con hechos lo que me había dicho Judith respecto a su obsesión por el semen, me rogó si podía recibir mi bendición. No tuve problema en interpretar que estaba usando una figura retórica y que lo que realmente quería preguntarme era si podía mamármela.
―Toda tuya― reí al tiempo que ponía mi verga a su disposición al sentarme con las piernas abiertas en una silla.
Los ojos de esa cincuentona brillaron al obtener mi permiso y puesta de rodillas, fue gateando hasta donde yo me encontraba sin dejar de ronronear. A pesar de sus años Raquel tenía, además de un par de apetitosos melones, un par de viajes y por ello cuando acercó su mano a mi entrepierna, todo mi ser estaba deseando comprobar in situ que es lo que sabía hacer.
―¡No tendrás queja de esta vieja! ¡Te lo juro!― exclamó en voz baja al coger mi pene entre sus dedos.
Al oírla estuve tentado de humillarla pero con mis hormonas a plena actividad, me quedé callado cuando, acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Para facilitar sus maniobras, separé mis rodillas y acomodándome en mi asiento, la dejé hacer. La madura al advertir que no ponía ninguna pega, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces esa rubia incrementó la velocidad de su paja, desbaratando mis recelos. Para entonces me daba igual que parte de su cuerpo usara, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
―¡Dame tu néctar y yo me ocuparé de ordenar los turnos de tus otras siervas!
Su promesa me tranquilizó porque de seguro en cuanto Sara y la mulata se enteraran, vendrían a por su ración de leche. Demostrando la puta que en realidad era, llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris con los dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que me quedé impresionado por la forma en que esa alegremente nos masturbaba a ambos. Debía llevar tanta la calentura acumulada que no tardé en observar que estaba a punto de alcanzar el orgasmo sin necesidad de que yo interviniera.
Supe que mi viejo la tenía bien educada al comprobar que el placer la estaba rondando y que era inevitable, esa guarra me pidió permiso para correrse.
―Hazlo.
Nada más escuchar que daba mi autorización, la madura se entregó a lo que dictaba su cuerpo y dando gritos colapsó ante mi atenta mirada. Ni que decir tiene que al verla estremecerse, me terminé de excitar y sin esperar a que terminara el clímax que la tenía dominada, cogiendo su cabeza, la obligué a embutirse mi miembro hasta el fondo de su garganta mientras le decía:
―¡Adúltera! ¡Comulga de una puta vez!
Mi improperio lejos de apaciguar su lujuria, la exacerbó y poseída por la necesidad de catar su pecado, buscó mi placer con ahínco, usando su boca como si de su sexo se tratara. La maestría con la que se metía y se sacaba mi pene de sus labios, me informó sin lugar a equívocos que era una mamadora experta por lo que aceptando que ella iba a ser la encargada de hacérmelas cuando viviera bajo mando, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando.
El morbo que fuera mi madrastra la mujer que me estaba regalando esa felación provocó que mi espera fuese corta. Al sentir que estaba a punto de explotar y que no iba a aguantar más, le dije:
―Bébetelo todo ¡Puta!
La favorita de mi viejo recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi semen con desesperación. No os podéis hacer una idea de la alegría que sintió al sentir la primera descarga sobre su paladar. Solo deciros que pegó un grito relamiéndose, para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro hasta que consiguió ordeñar por entero mis huevos. Una vez comprobó que no salía más, usó su lengua para asear mi extensión a base de largos y sensuales lametazos que además de dejar mi polla inmaculada, tuvo como efecto no deseado que se me volviera a poner dura como una piedra.
Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su habilidad y le insinué que iba a follármela, esa cincuentona sintió nuevamente que su cuerpo era sacudido por el placer y de improviso se vio sacudida por un segundo orgasmo todavía más brutal que el anterior. Al verla berrear como una cierva en celo, creí que era el momento de tomar lo que tarde o temprano sería mío. Por eso levantándome de la silla, puse mi erección entre los pliegues de su sexo pero cuando ya iba a hundir mi estoque en su interior, la rubia se separó bruscamente y casi llorando, me rogó que no lo hiciera.
―¿Qué diferencia hay con lo que acabamos de hacer?― susurré en su oído tratando de convencerla.
Fue entonces cuando con lágrimas en sus ojos, la favorita del pastor me soltó:
―Ya he tropezado en demasía. Por favor no incrementes mi pena, sumando a la lujuria el pecado del egoísmo.
―No te comprendo― insistí.
Completamente deshecha, la rubia comenzó a vestirse sin darme una contestación a su actitud y solo cuando ya estaba junto a la puerta, se dio la vuelta y me dijo con tristeza:
―Me encantaría sentirte pero no es posible, antes que pueda repetir, es el turno de las otras mujeres de tu padre.
Tras lo cual, me dejó solo, insatisfecho y con mi verga pidiendo guerra. Juro que estuve a un tris de llamar a la mulata para que me ayudara pero con el último rastro de cordura decidí que era mejor volver a casa y que de ese problema se ocupara cualquiera de mis dos esposas…