Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7974 articles
Browse latest View live

“Todo queda en Familia” (POR GOLFO) Libro para descargar

$
0
0

todo queda en familia4

Sinopsis:

Esta selección de relatos ha sido CENSURADA POR AMAZON,
Como aceptareis todos tenemos una serie de persona que en teoría están vedadas. La sociedad no acepta que sentamos deseo por una nuera, ni que esta se vea atraída por su suegro.
En este TODO QUEDA EN FAMILIA, hemos seleccionado los cinco mejores relatos en los que GOLFO aborda esta temática.

120 páginas de ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/242547/TODO-QUEDA-EN-FAMILIA-Seleccion-de-relatos

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Fui infiel a mi marido con su padre, mi suegro
Nunca creí que me pudiera comportar como una puta en celo y menos que fuera con Javier, mi suegro. Educada en una familia de clase media, mis padres me habían enseñado recios principios morales que sin ningún esfuerzo asimilé e hice míos. Desde niña creí en el matrimonio para toda la vida, en la fidelidad y sobre todo en la familia. Por eso cuando conocí a Alberto, me enamoré de él. Con mis mismos valores, era a pesar de su juventud un buen profesional y un hombre de provecho. El sintió lo mismo por mí y tras tres años de noviazgo, nos casamos por la iglesia, nos compramos un chalet e incluso adoptamos un perro.
Éramos un modelo de matrimonio para nuestros amigos. Mi marido al terminar de trabajar, venía a casa y solo aceptaba las invitaciones si estas me incluían a mí. Estoy plenamente segura que nunca me puso los cuernos y aunque viajaba mucho, no tenía miedo de que lo hiciera. Al fin y al cabo:
“Alberto era mío y yo, suya”
Por mi parte, siempre le había correspondido de la misma forma. Nunca dejé que nadie se me insinuara y si lo hacía algún incauto, le paraba en seco. Por aquel entonces, ni se me ocurría pensar que un día unas manos que no fueran las suyas acariciarían mi cuerpo y menos que otra boca besara mis pezones mientras su dueño se afianzaba en mi entrepierna.
Pero todo cambió e increíblemente, el tipo que me sedujo y abuso de mí, resultó ser mi suegro. Aunque le había conocido al poco de hacerme novia de Alberto, ahora me doy cuenta que nunca le traté. Viudo orgulloso de su independencia y relativamente joven, Javier se había mantenido al margen de nuestras vidas. Director general de una multinacional, vivía en un casón de Somosaguas cuando no estaba en el extranjero y aunque salía con mujeres, nunca se las había presentado a su hijo, diciendo:
―Cuando haya una importante, serás el primero en saberlo.
Aunque mis amigas siempre decían que estaba bueno, para mí, ese hombre de cincuenta años era un ser asexuado porque era mi suegro. Hoy reconozco que con sus casi dos metros y una musculatura que contrasta con su edad, no solo está rico sino que está riquísimo. Nunca había reparado en su porte y menos en el enorme bulto que escondía bajo el pantalón porque era territorio vedado al ser el padre del único hombre que había amado. Ahora me río al recordar la insistencia de mi hermana mayor para que le concertara una cita con él. Siempre me negué porque Patricia con su falta de moralidad era capaz de ponerme en un aprieto.
―Vamos hermanita― me decía –Tu suegro es viudo y está forrado, hazme ese favor.
Aunque me rogó de mil maneras, siempre le puse una excusa para no hacerlo porque temía que habiéndose tirado a esa zorra, mi suegro llegara a pensar que yo era como ella. Confieso que hoy me alegro porque no sé si podría soportar la idea de que ella hubiera disfrutado de la polla que me trae loca. Odiaría saber que carne de mi carne hubiera gritado y aullado hasta desfallecer al ser poseída por él. Todavía hoy, cuando ya me he convertido en su amante y reconozco que soy adicta a la forma con la que me hace el amor, sigue atormentándome la idea de ser infiel a Alberto.
No lo puedo evitar, cuando mi suegro me llama, me quito las bragas y perdiendo el culo, acudo a su lado. Me enloquece que me llame “mi querida nuera” mientras desliza su pene por mi sexo pero más aún cuando dominado por el morbo, me exige ser su putita. Me ha poseído de todas las maneras y en todos los lugares, pero donde realmente saca la perra en la que me he convertido es cuando llega a casa y me folla en la misma cama donde duermo con su hijo. Es más, cuando lo ha hecho, esa noche no he podido evitar masturbarme pensando en él mientras su retoño dormía a mi lado, convencido de la castidad de su santa mujer.
Todas las semanas, al menos un par de veces, su adorado padre me telefonea diciendo dónde, cómo y hasta que manera debo de ir vestida para que sin casi prolegómeno alguno, me joda, folle, penetre, mame, acaricie, humille, ensalce, copule….. Sus deseos son órdenes que cumplo con satisfacción, sabiendo que al dejarle, retornaré a mi hogar con el chocho empapado y sintiéndome culpable pero deseando volver a leer en mi móvil “suegro” porque eso supondrá nuevamente llegar a sentir un placer indescriptible.
Mi marido no sospecha nada e incluso se alegra de que después de tantos años, su padre se acerque a nosotros y nos invite a cenar. Le hace gracia y alienta que su viejo se llevé tan bien conmigo que en vez de telefonearle a él, se dirija a mí directamente:
―Creo que el jefe está deseando ser abuelo― me dijo un día que le comentó que tuve una falta.
―¿Por qué dices eso?― pregunté asustada ya que ese mes me había acostado en muchas más ocasiones con mi suegro que con él.
―Se ha puesto muy alegre y me ha dicho que estaba convencido que embarazada, estarías mucho más guapa.
“Será cabrón” pensé en absoluto ofendida porque sabía que se lo había soltado a su hijo con la intención que yo me enterara que si me quedaba preñada, el seguiría haciéndome sentir viva y deseada. Soñando despierta con la idea de ser suya con el vientre hinchado, tuve que ir al baño a liberar el calor que estremecía mi entrepierna mientras su hijo no era consciente que de estar preñada, mi retoño sería su hermano.
Os preguntaréis como ese hombre ausente y distante llegó a convertirse en la razón de mi existencia. Pues es bien fácil, un día, Alberto llegó a casa con la noticia que su padre nos invitaba ese verano a su casa en Marbella. Como mi marido estaba tan feliz, no puse ningún reparo sin saber cómo me cambiaría la vida ese verano. Aunque faltaba un mes, mi marido me rogó que fuera preparando las vacaciones porque no quería que nada fallase:
―¿Y qué quieres que haga?― pregunté divertida al observar su nerviosismo.
―No sé, llama y pregunta a mi padre si necesita algo― contestó emocionado con pasar una larga temporada en su compañía.
Aun sabiendo que era absurdo, cogí el teléfono y después de agradecerle su invitación, cumpliendo el capricho de mi esposo le pregunté si le podíamos llevar algo que necesitara. Mi querido suegro, que había estado alternando con unos amigos y llevaba un par de copas, se tomó a guasa mi pregunta y me contestó riendo:
―Lo único que necesito es una mujer y eso no podéis comprarlo.
Avergonzada, no pude seguir hablando con él y nada más colgar, le conté a su hijo lo que me había soltado su padre.
―¡Qué cachondo el viejo!― exclamó encantado de la ocurrencia y sin dar mayor importancia, me tranquilizó diciendo: ―Te ha tomado el pelo porque esta mañana le he preguntado porque no se buscaba una esposa. Lleva más de diez años viudo y ya es hora que rehaga su vida.
―¿Y qué te ha respondido?― dije intrigada por la respuesta.
― Que ya tiene una candidata pero que desgraciadamente está casada.
―¡No fastidies! y tú, ¿Qué le has contestado?
―Me he reído. Conozco a mi padre y sé que sería incapaz de intentar seducir a una mujer comprometida y con familia―
Esa conversación, a todas luces inocua, fue mi perdición. Por primera vez comprendí que mi suegro era un hombre y me pasé toda la noche, pensando que tipo de mujer le gustaría. Conociendo su carácter dominante y perfeccionista, tras mucho pensar, decidí que de seguro su elección sería mucho más joven que él y guapa porque no soportaba la mediocridad y menos a alguien no le siguiera el paso. También me pregunté cómo sería ese gorila en la cama porque si era, en ella, tan perseverante y eficaz como en el resto de su vida debía de ser una fiera.
Sin saber que había sembrado la semilla que le permitiría seducirme, dejé a un lado esos pensamientos y me concentré en mi marido. Alberto se estaba desnudando a mi lado y mientras lo hacía, me puse a valorar a mi hombre. Con veintiséis años y un metro ochenta de estatura, era un hombre atractivo y bien dotado. Estaba segura que había muchas zorras que me lo intentarían quitar si él les diese entrada y por eso, mirándole a los ojos me abrí el camisón y le llamé a mi vera, diciendo:
―Tu mujercita necesita cariño.
Mi marido no se hizo de rogar y tumbándose en la cama, me empezó a acariciar los pezones mientras me besaba. Como soy pequeñita y apenas alcanzo el metro cincuenta, cada vez que me abraza me siento protegida y amada, por eso, subiéndome encima, le pedí que me besara los pechos mientras yo introducía su pene en mi vulva. La diferencia de tamaño hacía que al penetrarme me llenara por completo y por eso, tuviera que estar muy excitada para no tener dificultades al hacerlo. Alberto que me conocía, mamó de mis pechos mientras con sus dedos jugaba con mi entrepierna, de forma que en menos de un minuto, sentí su glande chocando contra la pared de mi vagina.
Decidida a sentir, empecé a galopar su verga con mi vulva tan caliente que estaba a punto de explotar y gimiendo le pedí que cogiera con sus manos mis nalgas y me ayudara. Mi entrega le hizo reaccionar y cogiendo mi trasero, me levantó y bajó con velocidad. Al estar empalada y empapada, gocé como nunca cuando pegando un grito descargó su simiente en mi interior. Su eyaculación coincidió con mi éxtasis y uniéndome a él, me dejé caer sobre él. Estaba todavía recuperándome cuando me di cuenta que se había quedado dormido e insatisfecha, me quejé pensando que a buen seguro, mi suegro repetiría al menos tres veces.
“¡Estás loca!” maldije al darme cuenta de lo que había pensado y casi llorando, intenté dormir pero me resultó imposible. Había abierto la espita de gas y me resultaba imposible ya cerrarla y temiendo estallar, me masturbé pensando en Javier mientras me reconcomía por hacerlo.
Con mi suegro en Marbella.
Después de un viaje en coche, llegué a esa ciudad en el sur de España, cansada y de mal humor. Durante los últimos treinta días me había arrepentido de haberme dejado llevar por esa fantasía y me sentía incapaz de mirar a mi suegro a la cara. Javier, ajeno a lo que estaba torturando a su nuera, nos recibió en la puerta, vestido únicamente con un traje de baño. Debía de estar nadando cuando escuchó el timbre porque venía empapado.
Ni mi marido ni él se dieron cuenta que me quedé prendada al ver los músculos que lucía el maldito. Acostumbrado al ejercicio, ese maduro se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente, me encontré con un estomago plano al que las horas de gimnasio, habían dotado de unos abdominales de treintañero.
“¡Mierda!” exclamé para mí al advertir que me había quedado con la boca abierta al contemplarlo y haciendo un esfuerzo, retiré mis ojos de ese pecho musculado y repleto de vellos que había hecho que mi entrepierna se mojara.
Confundida y sin saber qué hacer, dejé que mi marido me enseñara la casa mientras mi suegro se volvía a meter en la piscina. Alberto me sirvió de anfitrión pero mi mente estaba a años luz y aprovechaba cualquier descuido para echarle un vistazo al hombre que nadaba sin saber que lo estaba observando. Acabábamos de dejar la maleta en nuestra habitación, cuando mi marido me pidió lo acompañara con su padre, a regañadientes, agarré mi bolso y entonces, oí que me preguntaba extrañado:
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?
Juro que era lo último que me apetecía hacer pero, para no levantar sospechas, le pedí que me diera unos minutos y lo alcanzaba. Mi esposo se adelantó dejándome sola mientras me ponía un bikini. Indecisa sobre cual elegir, opté por el más discreto y me lo puse. Al mirarme al espejo, la imagen que este me devolvió fue el de una mujer atractiva con pechos grandes para su altura y unas caderas redondas que tan feliz me habían hecho siempre, pero que en esa ocasión me pareció que mis medidas eran demasiado sensuales y deseé ser más plana y menos exuberante.
Al bajar a la piscina, me encontré a Alberto y a Javier charlando animadamente mientras se tomaban una cerveza. En cuanto me vio, mi suegro me acercó una silla y me preguntó si quería tomar algo:
―Una coca cola― pedí roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre mis pechos.
Mi esposo, que estaba en la inopia, incrementó mi turbación al decirle a su padre:
―Ves papa, Estefanía es pequeñita pero matona.
Mi suegro sin dar importancia a la falta de tacto de su hijo, contestó:
―Tenías razón. Es una mujer preciosa.
Su piropo hizo saltar todas mis alarmas y con los pezones duros como piedras, sentí que ambos se habían dado cuenta y por eso me tiré al agua. Asustada por la reacción de mi cuerpo, di unos largos esperando que el ejercicio me calmara pero cuando quise salir de la piscina fue peor, porque la tela de mi bikini nuevo se transparentaba y dejaba entrever el color de mis aureolas. Intentando tapar mis vergüenzas, me puse una camisa y mientras lo hacía descubrí en la mirada del cincuentón que no le había pasado inadvertido mi problema.
“¡Coño! ¡Me está devorando con su vista!” mascullé mentalmente tratando de disimular.
El idiota de mi marido no se había dado cuenta de lo que pasaba y metiendo el dedo en la llaga, me aconsejó darme crema para no achicharrarme con el sol. Creyendo que eso me daba la oportunidad de alejarme sin que se me notara, me acerqué a una tumbona y abriendo un bote de bronceador empecé a untármelo por las piernas. Rápidamente me di cuenta de mi error, porque al mirar a los hombres, advertí que Javier disimulando con una charla, no perdía comba de mis movimientos. Perpleja por ser objeto de su escrutinio nada filial, agaché mi cara y haciendo como si no me hubiese enterado de lo lascivo de su mirada, seguí esparciendo la crema por mis muslos. Lo que no pude evitar fue que nuevamente mis tetas se pusieran duras ni que en mente divagara entre la vergüenza y el morbo por su acción.
Lo peor fue que cuando iba a empezar con la parte de arriba, mi marido recibiera una llamada de la empresa y me dejara sola con su padre. Javier, me dirigió una sonrisa perversa y acomodándose en la silla, se puso a mirar con descaro mis senos. Aun solo medio excitada, le lancé una mirada asesina que no tuvo ningún efecto. Decidida a castigar su osadía, me le quedé mirando fijamente mientras mis manos esparcían el líquido por mi escote. Sin retirar sus ojos, me volvió a sonreír y se levantó de la silla, para servirse otra cerveza. Momento que descubrí que debajo de su bañador una enorme protuberancia revelaba que no había presenciado impávido la escena y que estaba caliente.
Absolutamente indignada, cogí una toalla y me tapé mientras crecía mi rencor por ese hombre:
“¿Quién se creé para mirarme así? ¿No sabe que soy su nuera?” me quejé en silencio sin armar un escándalo porque sabía que mi marido sufriría si se enterara.
Al volver Alberto, me excusé de los dos diciendo que estaba cansada y que me iba a echar un rato. Mientras me iba, observé que mi suegro seguía mis movimientos y con esa caricia pecaminosa sobre mi trasero, hui escaleras arriba del chalet. Turbada hasta decir basta, me tumbé en la cama y solo pude calmarme, cuando mis dedos se afianzaron entre mis piernas y separando mis rodillas, torturaron mi botón. Aunque intenté inspirarme en mi marido, fue su padre, él que lo hizo, al imaginármelo mostrándome su trabuco mientras me extendía la crema por mi cuerpo. El sopor me invadió y sin darme cuenta me quedé dormida.
Debía de haber pasado una hora cuando un ruido en la habitación me despertó. Al abrir los ojos, vi que una negra vestida con un uniforme de criada traía unas toallas. Desperezándome, la saludé. La muchacha me pidió perdón por la interrupción y pasando a nuestro baño, se puso a cambiar el juego anterior. Mientras lo hacía, me la quedé mirando al darme cuenta que era una mujer muy atractiva. Con un culo impresionante y unos pechos exagerados, no parecía una sirvienta sino una stripper.
Mi sensación de inferioridad se incrementó al levantarme y percatarme que no le llegaba ni al hombro. Era altísima además de guapa y por eso pensé mientras se despedía:
“Jamás contrataría a esa hembra para que limpiara mi casa. Sería capaz de quitarme a mi marido”.
Cabreada por experimentar celos de su belleza, me metí a bañar y mientras el agua recorría mi cuerpo, me puse a imaginarme a Alberto follándose a esa morena y contra lo que debía haber sentido, me excité. Mis pezones adquirieron una dureza inusitada y totalmente cachonda, bajé mis dedos hasta mi chocho y me toqué. Al sentir mis yemas sobre mi clítoris, cerré los ojos y seguí acariciándome mientras llegaban a mi cerebro imágenes de mi marido mientras penetraba a ese bombón. En mi mente, fui testigo de cómo su verga entraba y salía del sexo de esa mujer y de cómo con una bestialidad que nunca había ejercido sobre mi cuerpo, la azotaba sin compasión. Deseando ser ella y que alguien me tomara así, me corrí dando un gemido.
Escandalizada por haberme tenido que desahogar dos veces en un mismo día, salí de la bañera y estaba ya secándome cuando escuché que mi esposo preguntaba por mí desde el cuarto.
―¡Aquí estoy!― le grité.
Alberto venía desolado, por lo visto le acababa de llamar su jefe y tenía que volver a Madrid durante dos días. Al oírlo, me enfadé y como una loca, le dije que me volvía con él que no iba a estar sola en esa casa. Mis palabras le destantearon y confuso, me intentó tranquilizar diciendo:
―No seas tonta, no vas a estar sola. Ya se lo he dicho a mi padre y él me ha prometido cuidarte.
Aunque no podía explicárselo, eso era exactamente lo que me temía y poniéndome melosa, intenté convencerle que lo mejor era que yo le acompañase. Mi estrategia no dio resultado y sin dar su brazo a torcer, me pidió que me quedara por él ya que le hacía mucha ilusión que después de tantos años su viejo intimara conmigo. Anticipando lo que ocurriría si me quedaba sola con ese cincuentón, temblé como una cría e quise hacerle cambiar de opinión pero poniendo un gesto serio, me preguntó:
―¿Te pasa algo con mi padre? ¿No te cae bien?
Temiendo que no me creyera si le contaba que ese hombre del que estaba tan orgulloso me miraba con unos ojos nada paternales, no insistí y poniendo cara de niña buena, le dije que me quedaría con la condición de que me hiciera el amor. Mi ocurrencia le hizo gracia y dándome un azote en mi culo, me dijo que tendría que esperar hasta la noche pero que después de volver de cenar, me haría gritar en la cama. Su palmada y su promesa me hicieron recordar lo que me había imaginado minutos antes y comportándome como una puta por primera vez, le pedí un anticipo sobándole por encima del pantalón. Sé que le sorprendí pero nunca me esperé que reaccionara quitándome la toalla y poniéndome contra el lavabo, me penetrara sin más.
Reconozco que me encantó esa faceta desconocida de Alberto y gemí como posesa al experimentar el dolor de sentir forzado mi estrecho conducto sin preparación. Olvidando nuestra diferencia de tamaño, mi marido me poseyó con una pasión desbordante que me hizo olvidar a mi suegro y queriendo sentir lo mismo que había imaginado le pedí que siguiera follándome así. Tal y como había visto en mi mente, se comportó como un salvaje y acuchilló con su estoque mi pequeño cuerpo hasta que berreando sin poder aguantar más me corrí sobre las baldosas del baño. Fue entonces cuando recapacitando en el modo en que me había hecho suya, me pidió perdón diciendo que no sabía que le había pasado y que nunca más lo volvería hacer. Pero obviando que mi contestación iba a cambiar para siempre nuestra relación, le dije riendo:
―Me ha encantado y si no lo vuelves a hacer, dormirás en la habitación de invitados.
Mi respuesta le dejó helado pero rehaciéndose, me besó y mientras me daba el primer pellizco realmente doloroso en nuestra vida en común, me dijo:
―No sabía que tenía una putita en casa.
Jamás me había insultado de esa forma pero tengo que confesar que en vez de enfadarme, me reí y volviendo a la ducha, le pedí que entrara conmigo.
Me quedo sola
Esa mañana, nos levantamos a las siete porque el vuelo de Alberto salía temprano. Estaba cansada después de que nos hubiéramos pasado toda la noche explorando esa faceta recién descubierta de mi marido. Era increíble que, después de tantos años de relación monótona, hubiéramos descubierto que a ambos nos gustaba el sexo duro fortuitamente. Con el chocho y mi pecho adoloridos, me entristeció decirle adiós en el aeropuerto y sin ganas de volver al chalet, decidí dar un paseo por Puerto Banús. El esplendor y el lujo de ese pueblo no se habían visto afectados por la crisis. En sus calles puedes ver aparcado un Bentley como si fueran un utilitario cualquiera pero lo más impresionante era el tamaño de los yates fondeados en sus muelles. Mientras en cualquier otro puerto deportivo un barco de veinte metros de eslora es la atracción, ahí pasa desapercibido entre tanto buque de lujo. Y qué decir de la gente que deambula por ese pueblo, junto a los turistas que, como yo, se quedan impresionados al ver tanta riqueza es fácil encontrarte con potentados árabes y personajes de las revistas de corazón.
Después de dos horas deambulando por sus calles, decidí volver a la casa. Estaba feliz, durante las últimas horas pasadas con mi marido, había disfrutado como una perra mientras el liberaba su tensión sometiéndome. Mi marido, esa persona cortés y educada se había convertido por azares del destino en un exigente amante que me sació por completa. Atrás se habían quedado mis dudas y más convencida que nunca que era el hombre de mi vida, entré al chalet. Al no ver a nadie, creí que estaba sola y por eso, con confianza, me dirigí a la cocina a beber agua. Estaba sirviéndome un vaso cuando, por la ventana, descubrí a mi suegro limpiando la piscina.
Me quedé mirándole con fascinación. Era impresionante como se marcaban sus músculos al mover el limpia fondos. Eran los de un joven y no los de un cincuentón. Marcados y completamente definidos era una delicia verlos mientras caminaba por el borde. Reconozco que en ese momento, no le observaba como nuera sino como mujer y estaba tan absorta que tardé en fijarme en que su criada había salido al exterior.
“¡Será puta!” exclamé al observarla acercándose a mi suegro en bikini y con una familiaridad nada habitual, decirle que si le echaba crema.
Javier sonrió al escuchar a la muchacha y dejando el aparato en el suelo, la cogió entre sus brazos. Desde mi posición vi a esa zorra restregar su cuerpo contra el del padre de mi marido, justo antes que este, soltando los tirantes de la mujer, se pusiera a besar sus pechos. Indignada, fui testigo de los gemidos con los que la porno―chacha respondió a las lisonjas de mi suegro y estaba a punto de irme de la cocina cuando de pronto vi que le daba la vuelta y apoyándola contra la mesa, le quitaba de un tirón su tanga.
Colorada y excitada, me escondí tras el visillo y me puse a espiarlos. Mi pariente se había quitado el bañador y alucinada, observé que su pene era aún mayor de lo que me había imaginado. No parecía humano, además de enorme era tan grueso que dudé que mi cuerpo fuera capaz de absorberlo.
―¡Dios! ¡Qué bicho!― mascullé en la soledad de la cocina mientras mis dedos me empezaban a acariciar.
La cara de deseo de la negra se multiplicó por mí cuando ese hombre le dio un sonoro cachete y separándole las nalgas, comenzó a lamerle su sexo. Su sirvienta aullando como la puta que era, le rogó que la tomara diciendo:
―Patrón, ¡Necesito su verga!
No se lo tuvo que repetir dos veces y cogiendo su pene, se lo incrustó brutalmente. Metiendo los dedos en mi entrepierna, me lancé en una carrera sin retorno al observar como desaparecía en el interior de la negra mientras esta no paraba de chillar. Cogiendo mi clítoris, lo torturé duramente completamente bruta por la escena que se estaba desarrollando a escasos metros. Mi suegro, ajeno a que su nuera se masturbaba mirándolo, terminó de introducir su falo y cogiendo a su pareja del pelo, la levantó en brazos con una facilidad pasmosa. La muchacha al sentirse empalada, berreó de placer mientras mi suegro la llevaba a la tumbona.
Al ver su maniobra, pensé que la iba a tumbar para seguir machacando su cuerpo pero no fue así sino que se sentó y sin soltar a su sirvienta desde esa posición, siguió follándose a la muchacha sin parar. Yo ya había perdido toda cordura y con las yemas de una mano en mi coño, usé la otra para pellizcarme los pechos mientras soñaba con ser la hembra que ese semental se estaba tirando. Para entonces, Javier había tomado el control e izando y bajando el cuerpo de la criada con una velocidad pasmosa, llevó a esta al borde del orgasmo. Sus negros pechos empapados de sudor, rebotaban siguiendo el compás de las estocadas y creyendo que estaba sola con el padre de mi marido, chillaba y gritaba como si la estuviese matando. Con mi coño encharcado, me creí morir al observar que mi suegro giraba a la muchacha sobre sus piernas y poniéndola mirando a su cara, la empezaba a besar. Os juro que deseé que fuera mi boca, la que con fiereza forzara en vez de la de ella.
“¡Qué salvaje!” pensé al ver que bajando por su cuerpo, había cogido un pezón entre sus dientes y sin importarle el sufrimiento de la mujer, lo mordía con dureza pero contrariamente a la lógica, me calentó de sobremanera y más cuando escuché los aullidos de placer que daba la morena. Mi cuerpo en completa ebullición, añoró ser el que sufriera esas “dulces” caricias y sin poderlo evitar, me corrí brutalmente. Habiéndome repuesto, la vergüenza de haber disfrutado espiando me golpeó y llorando compungida, hui de la cocina con su enorme polla en mi memoria.
Traté de calmar mi calentura con una ducha fría pero la imagen de su espectacular sexo así como la maestría que demostró al follarse a esa furcia, me lo impidió y por eso, mientras me secaba tuve que reconocer que seguía cachonda y tumbándome en la cama desnuda, liberé mis frustraciones masturbándome otra vez. Con los ojos cerrados, me vi dominada por ese semental y deseando convertirme en su puta, pellizqué mis aureolas del mismo modo que había visto hacer a mi suegro con su sirvienta. Sin ser consciente de que podría oírme, pegué un aullido mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo temblaba dominado por la lujuria.
“¡Ojalá Alberto fuera como su padre!” maldije al comparar a ambos hombres. Ya saciada y con un charco bajo mi trasero como prueba, me percaté de la gravedad de lo que había pensado y asustada por la amoralidad de mis deseos, lloré abochornada.
Incapaz de enfrentarme cara a cara con mi suegro, me quedé el resto de la mañana encerrada en mi cuarto hasta que a la hora de comer, escuché que tocaban a mi puerta. Atormentada por mi culpa, pregunté que quien era:
―Soy yo, Vanessa― respondió la criada.
Como no me quedó más remedio, abrí la puerta y dejé pasar a la muchacha. Vestida de manera adecuada a su trabajo, entró en la habitación y mientras hacía la cama, me la quedé mirando. Esa mujer era un monumento, con un culo y unas tetas que para mí desearía, se movía con una soltura tal que no me extrañó que siendo viudo mi suegro se hubiera sentido atraído por ella y con unos celos impensables en una nuera, la asesiné con mi mirada. En ese momento, pasó Javier por el pasillo y saludándome con un beso en la mejilla, me informó que comeríamos fuera.
Ese cariñoso gesto, carente de segundas intenciones, me alteró y antes de contestar, supe que no podría negarme aunque eso supusiera estar con mi sexo encharcado toda la tarde y cogiendo mi bolso de una silla, contesté con toda la mala leche que pude, dejando claro mi estatus:
―Perfecto, así, EL SERVICIO podrá terminar de limpiar sin que le molestemos.
Mi suegro se percató de mi falta de respeto pero no dijo nada y dándome el brazo, me sacó de su casa. Al entrar en el restaurante, este estaba atestado de gente y en plan protector, el padre de Alberto pasó su mano por mi cintura y con su enorme envergadura, abrió paso. No os podéis imaginar lo que sentí cuando su mano me tomó y me pegó a su lado pero tuve que morderme los labios para no gritar cuando involuntariamente mi sexo rozó su entrepierna y por primera vez, comprobé en vivo su tamaño.
“¡Qué grande es!” alborotada pensé separándome de él.
Mi reacción le pasó inadvertida por el gentío y con la gentileza habitual de él, separó una silla para que me sentara mientras hablaba de pie con el camarero. No sé cómo pero al sentarme, mi cara quedó a la altura de su bragueta y sin darme cuenta, me quedé embobada mirándola.
―¿Tengo alguna mancha?― preguntó mi suegro al ver que tenía mis ojos fijos en su paquete.
Con vergüenza, le contesté que no y buscando una excusa a mi actuación le dije que estaba pensando en las musarañas. Sé que no me creyó pero con una sonrisa en los labios, me dio la carta y preguntó que quería de comer. Como comprenderéis, le mentí y dije que unos langostinos en vez de la polla que ya para aquel entonces atormentaba mi mente.
“¿Qué haces? ¡Es tu suegro!” me critiqué con dureza al darme cuenta que deseaba a ese hombre.
Durante la comida, Javier se comportó como un caballero y obvió que en un intento de olvidarme de esos funestos pensamientos, me dediqué a beber en exceso. Desconozco cuanto bebí pero lo que si me consta en que al levantarme de mi silla, me sentí borracha. Desinhibida por el alcohol, le pedí que me llevara a la playa porque quería darme un chapuzón. Muerto de risa, me recalcó que no teníamos traje de baño.
―Entonces, ¡Llévame a una nudista!― contesté con una carcajada, creyendo que no iba a hacer caso a tan absurda sugerencia.
Afortunadamente para mí y desgraciadamente para mi marido, se tomó en serio la propuesta. Juro que me monté en el coche sin saber dónde me llevaba y por eso cuando estacionó enfrente de Cabopino, comprendí que había cumplido mis deseos. Estuve a punto de echarme para atrás y pedirle que me llevara a casa, pero al visualizar en mi mente a ese maduro en pelotas a mi lado, me excité y bajándome del automóvil, corrí hacia la playa mientras me desnudaba. Me imagino su cara al ver mi striptease pero como fui directamente al agua, no la vi. Lo que si me consta es que recogió las prendas que iba tirando en mi alocada carrera y una vez acomodadas en la arena, se desnudó y esperó sentado mientras me bañaba.
El mar no consiguió apagar el fuego que consumía mi sexo y aprovechando que Javier no podía ver lo que estaba haciendo, me empecé a tocar de espaldas a él. Sabiendo que estaba loca, me dejé llevar y cada vez más caliente, busqué con mi mirada a mi suegro con la esperanza que se acercara a mí y calmara mi temperatura. Pero al darme la vuelta, le vi charlando con un par de rubias. Pillarle tonteando con esas dos putas, me cabreó y como si fuera una novia celosa salí del agua y sin pensar en las consecuencias, fui directa a reclamarle.
―¡Ha venido conmigo! ¡Es mío!― con una irracional furia reclamé a las inglesas al ver que no solo estaba hablando sino que, a petición de una de ellas, le estaba untando crema por el cuerpo.
Javier se me quedó mirando con una expresión colérica en su cara pero sin montar un escándalo, me acompañó a donde estaba nuestra ropa. Solo entonces y cuando nadie podía oírnos, me soltó:
―Mira, muchachita, lo que yo haga con mi vida es asunto mío y te juro que prefiero estar esparciendo el bronceador en unos pechos que soportar a la loca de mi nuera.
Con el orgullo herido y azuzada por el vino, me tumbé en la arena y cogiendo sus manos, le contesté:
―Puedes hacer ambas cosas― y llevándolas a mis tetas, le grité: ―Si no me echas tú la crema, ¡Me buscaré a otro que si lo haga!
No os puedo explicar su indignación, rojo de ira, cogió el bote y derramando el potingue sobre mi piel, me soltó:
―¡Tú lo has querido!
Con violencia pero también con una sensualidad sin límites, mi suegro empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos. Me creí derretir cuando sus dedos sopesaron el tamaño de mis senos justo antes de pellizcarlos cruelmente.
―¡Dios!― gemí a sentir ese dolor con el que había soñado desde que le viera tirándose a la sirvienta y comportándome como una perra en celo, abrí mis piernas dejando claro que le daba acceso a todo mi cuerpo.
Mi entrega no disminuyó su enfado y tras torturar mis pezones, sus manos bajaron por mi abdomen. Consciente de que la puta de su nuera estaba disfrutando, Javier separó mis rodillas y introduciendo dos dedos en mi sexo, empezó a follarme con sus yemas. Sé que no era yo pero confieso que me dominó el morbo de que mi suegro me masturbara a pocos metros de esas dos y dando un berrido, me corrí sobre la arena. Mi brutal orgasmo no le calmó y con los ojos inyectados, se tumbó a mi lado y cogiéndome del pelo, me soltó:
―¿Adivina quién es la zorra que me la va a mamar?
Por supuesto queda que esa zorra: ¡Era yo! y olvidándome que solo había estado con un hombre en mi vida, me agaché y metiendo mi cara entre las piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
―Puta, ¡Te he dicho que quiero una mamada!
Indefensa ante semejante energúmeno pero ante todo sobre excitada, y lamí su gigantesco glande dudando que me cupiera. Fue entonces cuando incorporándose, cogió uno de mis pezones y apretándolo entre sus dedos, me exigió que introdujera su pene en mi boca. Tuve que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras se jactaba de la sucia sumisa con la que se había casado su hijo. Nadie ni siquiera mi marido me había tratado así pero mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba e imprimiendo velocidad a mi mamada, quise agradecerle el placer que me daba. Metiendo y sacando ese tronco con rapidez, conseguí que al cabo de cinco minutos, mi adorado suegro se vaciara en mi boca y no queriendo fallarle intenté tragarme su eyaculación pero mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotó de su interior. Con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno, observé que una vez saciado mi suegro se levantaba y se empezaba a vestir, mientras unos metros más allá, las dos inglesas aplaudían mi desempeño.
Humillada, le seguí y recogiendo mi ropa, me tuve que ir vistiendo camino al coche. Ya en él, me quedé callada mientras volvíamos a la casa y solo cuando nos bajamos, me miró y se dignó a hablarme, diciendo:
―Está claro que mi hijo no te sabe controlar pero, desde ahora te digo, que yo soy diferente.
Tras lo cual, se fue a su habitación dejándome sola en el hall. Asustada porque fuera a contarle a mi marido el comportamiento libertino de su esposa, corrí hacia mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar. Mi vida pasada había quedado hecha añicos por culpa de la atracción contra natura que sentía hacia ese hombre y desconociendo lo que el futuro me reservaba, me hundí en la desesperación.

 

Relato erótico: “El Virus VR 5 Y 6” (POR JAVIET)

$
0
0

Recomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Querido diario, hoy te contare lo que ha pasado en esta semana pasada, el lunes me desperté y salí a hacer mi horita de ejercicio, después prepare el desayuno para los dos y tras tomarme un par de tortitas con café, le baje su parte a Ceci convenientemente espolvoreada con parte de una aspirina machacada como ya empiezo a tomar por costumbre, me gusta ver como se despierta a través de los barrotes y se estira desplegando sus brazos, le hago la señal de quitarse la camisa y de inmediato cumple mi orden, pone la manta y la camisa entre los barrotes y retrocede al rincón como cada día, la hablo despacio:

– Buenos días, como esta hoy mi nena.

Naturalmente no contesta, no la pasa nada en la garganta o en la boca, simplemente es una de las cosas que produce el virus pues casi lo primero que olvidan es hablar, su cerebro no consigue coordinar las acciones necesarias para mover la lengua y las cuerdas vocales al mismo tiempo que coordinan una frase para describir sus ideas a la vez, ya dije que los volvía muy tontos.

Lo que si hace es asentir o negar con la cabeza, la he animado a imitarme y ella aun recuerda algo de como se hacía, ha sido fácil y al menos es una forma de comunicación.

– Comete el desayuno nena. –Acompaño mis palabras con un gesto de llevar la mano a la boca.

Ella me hace caso y la veo comerse las dos tortitas que la he preparado, veo que su cacharro de agua heredado del difunto gato del cuartel aun tiene liquido, recojo la camisa y la manta y subo al primer piso me quito la camisa y me pongo la que ella llevaba, lo hago simplemente para que conserve mi olor pues a ella le gusta así, la semana pasada la lavé la otra y cuando se la di limpia y oliendo a fresca no quería saber nada de ella, cuando me quite la que llevaba en ese momento y se la di se puso como loca de alegría, en fin las tías pueden ser raras hasta llevarse la palma pero las infectadas… el resto de la palmera.

Sacudo y doblo la manta dejándola dispuesta para la noche, vuelvo a bajar tras ponerme mi cinturón con la cartuchera, recojo sus trastos de paseo y me planto ante la celda con las manos a la espalda, preguntando:

– ¿Quieres dar un paseo?

Ella asiente y se pone de espaldas a los barrotes, la doy una corriente pequeña que no la duerme pero si la atonta bastante, rápidamente entro en la celda y la coloco sus guantes de boxeo, la pelota de goma cerrada en su nuca con su correílla y cuando voy a colocarla el palo-collar me detengo, lo dejo apoyado en la pared y salgo de la celda, ella se despeja enseguida y me mira con los ojos muy abiertos, sabe que falta algo y no se atreve a salir de la celda.

– Ven Ceci, no tengas miedo, -Acompaño la orden con un gesto de mis manos.

Ella obedece y me sigue inquieta, subo las escaleras de espaldas sin perderla de vista por si acaso se me alborota, salimos al patio y la noto nerviosa pero algo más alegre al no estar tan sujeta, sus ojos chispean de alegría y se pone a corretear desnuda bajo el sol, la sigo como imaginareis pero sin prisas y ella es la que va y vuelve hacia mí una y otra vez.

Naturalmente me pego el lote visual, cada vez que va y viene sus pechos grandes pero firmes oscilan y botan levemente, sus caderas y su cintura, su culo e incluso la sombra ligeramente poblada de su pubis, todo atrae mi atención y en segundos estoy cachondo perdido, cuando la tengo a medio metro de mi la paro poniéndola ambas manos en sus hombros, ella se queda quieta gruñendo levemente y yo hago lo único que se puede hacer cuando no le quieres mirar las tetas a una tía, me fijo en sus ojazos verdes y la hablo.

La digo un montón de cosas que ahora no recuerdo, ella permanece quieta mientras mis manos se mueven acariciándola los hombros hacia su cara, no dejo de hablarla mientras la acaricio el cuello y las orejas ella entrecierra los ojos e inclina la cabeza ante el placer que la transmiten mis dedos, la tiemblan las piernas y no intenta irse, se inclina hacia delante y paso a acariciarla las mejillas, acepta mis caricias y se pega contra mi pecho, siento sus pezones erizados contra mi piel a través de la camisa, el calor de su cuerpo contra el mío y la doy un beso en la frente.

Permanezco un minuto abrazándola, luego la separo lentamente de mí cuerpo sus ojazos me miran con deseo, reconozco esa expresión ¡no en ella! pero la he visto anteriormente en otros ojos, pero no me fio y con mis manos la hago girar diciéndola:

– Pasea ceci, sigue andando.

Ella duda si obedecerme o no, su instinto la retiene a mi lado pues estoy seguro de que se ha calentado bastante, ya que es una reacción fisiológica básica, pero finalmente me obedece y se pone a andar de nuevo por el patio, poco a poco se va animando y corretea de nuevo de un lado a otro mirando cosas a las que antes no se podía acercar al llevarla sujeta, no hay peligro de que pise sus heces anteriores pues normalmente después de encerrarla las recojo con una pala y las tiro por encima de la muralla.

Unos minutos después desaparece tras una esquina y no vuelve a aparecer, mi camino me lleva hacia ella y al doblar la esquina me la encuentro de cuclillas aliviándose, me mira girando la cabeza y espero a que acabe voy sacando los pañuelos del bolsillo, no puedo evitar mirar su culito en esa postura es superior a mis fuerzas, cuando a acabado me mira de nuevo sin levantarse es otra cosa que por fin ha aprendido, pongo mi mano izquierda en su hombro para evitar que se levante de golpe y me agacho a limpiarla con los pañuelos en la derecha, mientras lo hago se queda quieta y ya no gruñe como otras veces, no puedo mas y una vez limpia dejo caer los papeles pero la toco la vagina con los dedos, desde esta postura detrás de ella la controlo mientras mis dedos inspeccionan al tacto sus labios vaginales, ella da un respingo cuando la palpo el clítoris e inclina la cabeza rozándose la cara contra mi mano, se cae hacia atrás contra mí y casi nos vamos al suelo pero la contengo a tiempo y solo me mancho un poco el pantalón, no importa sigo tocándola e introduzco un dedo en su vagina untuosa, que me aguarda impaciente empapada interiormente de flujo, de repente la palabra me golpea como si fuera un mazo ¡FUJOS, FLUIDOS! La voz de un célebre presentador de noticias retumba en mi cabeza:

– La enfermedad, se transmite por sangre saliva y fluidos corporales.

Soy idiota ó que me pasa, de un salto me incorporo y me alejo de ella que se cae de culo sobre sus propias heces, corro al torreón y subo al comedor para meter mis dedos en el medio vaso de ginebra que deje ayer sin tomar, saco del botiquín el frasco de alcohol y me los limpio bien, me llamo de todo interiormente pues el deseo a podido más que la prudencia, de repente mis ojos dan con la solución, al otro lado del botiquín esta una caja con 100 guantes de látex quirúrgicos casi llena, inspecciono mis dedos afortunadamente no tenía ni cortes ni arañazos, me enfundo un par de guantes y salgo a buscar a Ceci.

– ¡ven bonita, nena Ceci ven conmigo!

La llamo por el patio y la busco por todas partes, no puede estar lejos a no ser que haya usado una de las rampas de escaleras de piedra hasta lo alto de la muralla y hubiese saltado hacia fuera, desde allí solo es un salto de tres metros, pero no es así y la encuentro asustada bajo mi todo terreno, la llamo y no quiere salir mirándome con temor como si hubiera hecho algo malo, tras varios intentos la cojo de una pierna y poco a poco la convenzo para que salga de allí, la limpio con mas trozos de papel quitándola casi todas las manchas pero aun esta sucia, decido anticipar el baño que tenía previsto darla el día siguiente.

Rodeo sus hombros con una mano y la empujo levemente hacia el torreón, solo se vuelve a alarmar cuando subimos a la primera planta en lugar de bajar al sótano, se resiste y en el tercer escalón ya no quiere andar así que la cojo en brazos, ella forcejea tan fuerte que casi me hace caer pero aguanto el tipo sin soltarla, ella se va poco a poco relajando al sentirse dominada y finalmente al cabo de dos minutos allí parados cede y apoya la cabeza en mi pecho dejándose llevar al baño, la dejo directamente de pie en la bañera que está en un ángulo de la pared, no es demasiado grande pero permite que una persona este tumbada, aunque sin florituras ya que es algo estrecha.

Me coloco entre ella y la puerta y sujetándola de los hombros la hago girarse hasta que me da la espalda, suelto la correa que mantiene unidos sus guantes ella no sale de su asombro al notarse las manos libres, no la doy tiempo a pensar y la hago volver a girar entonces se las vuelvo a unir pero esta vez por delante, la empujo hacia abajo haciendo que se siente y abro el grifo del agua, aunque al principio sale fría ella no protesta ni gruñe pues está acostumbrada a la de la manguera y el agua fría, cuando se empieza a templar tapo la bañera y compruebo la mordaza, la hago apoyar los codos a los lados para no empapar demasiado los guantes y pongo un chorro de gel en el agua, se va relajando con el agua caliente a su alrededor.

Me desnudo casi del todo quedándome en guantes de látex, deportivas y slip, mi cinturón con la pistola están en el suelo a medio metro de mi, el resto de mi ropa pringada queda formando un montón al lado de la puerta del baño, permanezco fuera de la bañera con la esponja en la mano, detengo el grifo y la enjabono lavándola bien a fondo todo el cuerpo, está entusiasmada por la novedad y la fascinan las pompas de jabón, parece una cría en su primer baño y todo la parece nuevo y se la ve feliz, lo más difícil es lavarla la cabeza pues insiste en tener los ojos abiertos y la escuecen haciendo que se encabrite gruñendo, el agua se torna rápidamente gris oscura así que quito el tapón y me deleito viendo su cuerpo reaparecer, brillante y mojado según se va el agua por el sumidero, con el teléfono de la ducha la enjuago el cuerpo, la cara y el cabello que ya no parece un mazacote sucio, sino una bonita cabellera larga y rubia, pongo de nuevo el tapón y dejo salir agua caliente hasta que tiene una cuarta de profundidad, entretanto la echo la cabeza suavemente hacia atrás para que se relaje, me mira con sus ojazos verdes.

Me pongo gel en los guantes y la acaricio pues no puedo más, necesito hacer algo con ella sea lo que sea, mis manos acarician su cuerpo y mis labios besan su cara y cuello, recorro sus pechos con mis manos y sigo recorriéndola entera, quiero que me note en sus piernas, en sus caderas, en todas partes a las que pueda llegar y proporcionarla placer, Ceci gime bajo su mordaza y frota su cara contra la mía sus movimientos son algo bruscos pero se nota que está disfrutando de mis dedos enjabonados, pues no me aparta con sus manos enguantadas aunque perfectamente podría hacerlo, me muevo un poco de lado solo lo justo para llegar con los dedos a su vagina, se deja acariciar y roza sus pechos con los guantes, mis dedos exploran su monte de Venus y sus labios entrando ligeramente en su cuerpo, ella agita las caderas bruscamente buscando una penetración más profunda, la hago caso y aumento la velocidad de mis dedos así como la profundidad de la penetración, la hago una paja soberbia y rápida, ella no tarda mucho en correrse dando saltitos en la bañera y salpicando agua, mientras aprieta su gemebunda cabeza contra mi otra mano que no ha dejado de acariciarla el cuello, supongo que estaría tan necesitada o más que yo en el tema del sexo, al sacar los dedos la acaricio el hinchado clítoris mi caricia se demora insistentemente sobre él, la rubia jadea entrecortadamente bajo la pelota que tiene en la boca, respira rápidamente por su nariz y su cara se ruboriza, separo la mano de su cuello y la acaricio los pechos tironeándola de sus pezones al tiempo que insisto en su clítoris, ella salta y se contonea de nuevo agitando la cabeza de lado a lado unos minutos, finalmente se crispa y eleva su cuerpo en éxtasis hasta derrumbarse totalmente relajada tras su segundo orgasmo.

Estoy tan excitado arrodillado junto a ella, que si me quitase el slip seria un trípode perfecto, ¡no aguanto más! Me bajo el slip y comienzo a masturbarme ante ella mirando su atractivo cuerpo desnudo, Ceci abre los ojos y ve lo que hago, se incorpora curiosa y algo asombrada sentándose en la bañera, sus pechos quedan a centímetros de mi verga y yo no dudo un momento, me incorporo y se las cojo con mis manos meto el miembro entre ellas y mi cuerpo toma el control, la sensación de estar metido entre sus cálidos pechos aun embadurnados de gel es maravillosa, me agito rápido sumiendo mi verga entre ellos cada vez más rápido, ella me mira desde abajo con sus ojos de gata chispeantes de deseo, no duro mucho pues estoy excitadísimo y eyaculo en largos chorros de esperma que la impactan en la barbilla salpicándola cuello y pechos, mi orgasmo a sido tan fuerte que casi me caigo hacia atrás y suelto sus pechos para mantener el equilibrio, consigo mantenerme en pie de milagro.

Ceci se roza contra mi verga, yo había cerrado los ojos debido al placer que sentía, los abro viendo como la chica menea sus hombros para que sus pechos rocen mi rabo menguante, acerca su cara y lo huele interesada no tarda en rozarle con la cara y el cuello se embadurna con mi leche y respira agitadamente, tiene sus enguantadas manos entre sus piernas y tanto estas como su vientre se agitan rápidamente, no tarda en crisparse de nuevo gimiendo la cojo la cara con mis manos me agacho ligeramente, la beso en la cara repetidamente mientras se corre.

Una hora después y tras limpiar a Ceci la he bajado a su celda se la veía contenta, yo estoy bien y me he tomado una ducha después de poner mi ropa a lavar, ahora estoy sentado en uno de los sillones mirando el circuito cerrado de vigilancia, no estoy atento a las pantallas que muestran el exterior sino en la que muestra la zona de celdas, ella se ha tumbado y parece dormir relajada.

Yo en cambio pienso que soy un cabronazo por hacer lo que hecho, nunca he forzado o atado mis parejas de hecho en el tema sexual participaban gustosa y muy activamente, ahora en cambio he abusado de esta chica atada y eso choca con mi carácter, cierto es que no la he violado ni penetrado pero lo hare estoy convencido pues en el botiquín hay varias cajitas de condones, nunca me cayeron bien los violadores y ahora que el mundo se va a la mierda me convierto en uno de ellos, por no mencionar que he desertado de la policía y he robado en tiendas, además de convertirme en un asesino de masas, menudo epitafio voy a tener.

Preparo la comida y acuden como siempre varios infectados, subo muy cabreado y disparo a tres en el vientre pero no los remato, gritan durante hora y media atrayendo a mas por el jaleo que arman hasta que el resto se los zampan, mas tarde paseo a Ceci que parece feliz de caminar sin correa en el cuello, sus juegos me hacen casi olvidar que lo que he hecho no estaría bien en una sociedad normal.

Al día siguiente me levanto de un humor de perros, he tenido una pesadilla por culpa de los tres que herí pero no remate el día anterior, solo me cambia el humor cuando saco a pasear a mi rubia, aun atada se las ingenia para jugar conmigo a esconderse por el patio, me mira de forma distinta y su herida en la pierna ha cicatrizado bien gracias al sol y al aire libre, me hago ilusiones e intento cuando está en la celda y sin ataduras que diga mi nombre señalándola a ella digo Ce-ci, ella sonríe y asiente, me señalo y digo To-ni ella se fija mucho asiente sonriente y lo intenta, sabe lo que ha de hacer pero no recuerda como, se lo noto porque boquea y hasta se pone roja por el esfuerzo pero…no lo consigue.

El resto del día sigue monótonamente normal y salvo los paseos me aburro bastante, empiezo a pensar hacer una pequeña celda u acondicionar algo para tener a mi rubia cerca de mí, cada vez estoy más tiempo y agusto en su compañía, creo que estoy bajando la guardia y me preocupa.

El jueves hay una novedad, a Ceci le ha venido la regla, no sabía que estas tías seguían sangrando una vez infectadas ¿o tal vez es que se está curando? Es bien sabido que la menstruación ayuda a limpiar interiormente el cuerpo de las mujeres, yo suponía que allí fuera una mujer infectada de rabia y sangrando duraría menos que un chupacups a la puerta de un colegio, por lo que deduje que al enfermar se les retiraba el mes, pero la mía si sangra así que ya veremos que está pasando.

Afortunadamente la difunta guardia Macías tenía sus cosas de higiene íntima en su taquilla, la pongo un tampón pues he hallado varias cajas de estos en la habitación, pero Ceci no está conforme y gruñe durante el paseo, cuando la suelto en su celda lo primero que hace es quitárselo y tirarlo lejos, pruebo a ponerla compresas y las aguanta un poco mejor sobre todo cuando la dejo puestos los guantes, la pongo bragas y un pantalón largo de hombre atado con un trozo de cuerda para que no se lo quite, le cambio la compresa tres veces al día después de los paseos pero no hay muchas, así que para dentro de unos días si no se ha detenido tendré que ponerla toallitas de bidet, manda coj… voy a tener que salir a por compresas para ella.

Además la deben de estar doliendo los riñones, es decir que tiene las mismas molestias que una mujer normal por no mencionar sus cambios de humor, ante ella me muestro bueno y amable ella parece contener sus ataques de furia en mi presencia, pero la cámara me muestra lo que hace cuando no estoy, es una furia retorciéndose y gimiendo de dolor así que busco tranquilizantes en el botiquín, su cena convenientemente aderezada con dos de ellos la hace dormir como un ángel.

Yo reviso el almacén y hago la lista de la compra para mi siguiente salida: Combustible y agua potable, antibióticos inyectables, compresas y calmantes para “esos días” y guantes de látex aunque aún quedan dos cajas, etc. Parece que mi siguiente salida será a la farmacia y a la gasolinera.

Durante los restantes días de esta semana sigue manchando pero ya he cogido la costumbre de ponerla medio tranquilizante en el desayuno y comida, dos en la cena la hacen dormir feliz, su sangre es bastante oscura naturalmente evito tocarla sin guantes de látex cuando la cambio, siempre que la paso la esponja por la vagina me mira intensamente como pidiéndome más de lo del otro día, yo dudo pero sus ojazos de gata me tienen loquito por ella, ya veremos.

CONTINUARA…

Ante todo gracias a todos por vuestros comentarios y sugerencias.

Bueno amigos, como veréis Toni y Ceci han tenido un desahogo momentáneo, ¿habrá más sexo? o se conformaran con eso y que pasara con los escrúpulos morales de nuestro protagonista, vosotros decidís.

En el siguiente capítulo nuestro protagonista volverá a salir, ¿encontrara más gente normal cuando vaya a la farmacia? Si es así ¿que pasara?

Por último y a título personal os hare una pregunta ¿sangran las zombis? Mientras lo pensais…

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 6

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia

Querido diario te voy a contar lo ocurrido en la tercera semana de marzo, empezare contándote que todo sigue rutinariamente tranquilo, se me hace difícil hacerme a la idea de estar solo en la zona con Ceci como única compañía, entendámonos me gusta la chica y espero que se recupere, pues se está volviendo alguien especial para mí, lo que quería decir es que estoy convencido de que en el pueblo ha de quedar alguien normal.

Me explicare, después de cada visita que me hacen los infectados se van hacia el pueblo, vienen de distintas direcciones pero al irse solo van en una única dirección ¡el pueblo! Además dado que no se oyen disparos en esa dirección supongo que o bien los supervivientes no tienen armas, o bien han agotado la munición para las mismas, se que los infectados saben seguro que hay gente escondida, pues en caso contrario se quedarían aquí haciendo cola para entrar, la prueba a mi afirmación es evidente pues ellos nos huelen y nos escuchan charlar, no digamos cuando ven luces por la noche o huelen el humo cuando cocino, todo eso son imanes a los que dirigirse para ellos y por eso afirmo, no solo que hay supervivientes sino que se que están en el pueblo, la pregunta es ¿Dónde, en que casa?

Como localizarlos y si me interesa o no es otro cantar, si ellos no tienen de nada y les doy parte de lo mío reduciré mis posibilidades de supervivencia, también está el tema de Ceci, si me quedo con ellos o bien ellos vienen al torreón me pedirán que la elimine o al menos la eche de allí, no creo que les haga ilusión compartir vivienda con una de “los otros” que pudiera atacarlos, además ella misma podría considerarlos intrusos en su territorio o en caso de que fuera una mujer la superviviente, la podría considerar su rival y atacarla simplemente por celos.

Entretanto sigo mi vida, hago mis ejercicios físicos, desayuno y saco a pasear a Ceci allí jugamos durante casi una hora, luego la meto en su celda y subo a preparar mis cosas para la excursión nocturna que debo hacer, os preguntareis ¿Por qué nocturna? Mirando a mi huésped por la cámara he descubierto que por el día está muy activa pero de noche si nada la altera duerme como una ceporra. También después de haber comido duerme una siesta pero no es un sueño tan profundo.

Limpio el cetme corto del 5,56 con silenciador y mi pistola Glock, repaso la ropa que llevare en mi salida, ropa interior de invierno de lana de dos piezas camiseta y pantalón largo, me darán calor pero me protegerán de los mordiscos, en las piernas llevare además mi pantalón de faena de lona y por encima un pantalón de paseo de los guardias que es de una mezcla de poliéster y lana, en la parte de arriba además de la camiseta de lana, una camisa de franela y sobre ella un jersey de mi uniforme de policía, he aprendido que los distintos tejidos de diferentes densidades, ralentizan e incluso podrían impedir la correcta penetración de una bala, así que no digamos la de unos dientes, los tejidos confió en que impidan un buen mordisco aunque no me libraran de los cardenales y además absorberán la saliva de los infectados.

Saco de mi mochila mis dos coderas y las dos rodilleras que tantas veces he usado, también cojo del despacho del sargento bravo 8 gomas elásticas que servirán para ceñirme la ropa en los bíceps y antebrazos así como en los muslos y las espinillas, no quiero llevar ropa suelta de la que me puedan agarrar, preparo las trinchas negras de las que cuelgo mi pistolera de lona negra, cuatro cargadores para el fusil de 30 balas cada uno y dos para la pistola, mi cuchillo de mango de goma y 20cm de hoja en su funda, una cantimplora y un pequeño macuto con mi botiquín de urgencia, dos barritas energéticas, una lata plana de atún y un pequeño brik de zumo, por si acaso no puedo volver esa noche al torreón, además de una linterna de leds potente que como compruebo funciona bien, reviso mis guantes anticorte con malla metálica entre sus capas interior y exterior, finalmente preparo la mochila que llevare es de la guardia civil grande y de buena calidad, será la que usare para traer lo que consiga en la farmacia.

Alicates, una cizalla mediana y un destornillador de varios cabezales asi como mi juego de ganzuas, meto estas cosas en una bolsa de lona que llevare colgada del cuello para tenerlas más a mano por si he de forzar alguna entrada.

Preparo la comida en el microondas, filetes de merluza y patatas ambos ya descongelados, lo pongo en platos y me bajo al calabozo a comérmelo, le doy su plato a Ceci empujándoselo con la escoba (en eso no tiene remedio, cuando ve comida no conoce a nadie) me siento en una silla plegable que saco de la pequeña oficina poniéndola frente a su celda a comer el mío mientras ella hace lo mismo, tengo un mal presentimiento y quiero verla el mayor tiempo posible antes de salir esa noche.

Naturalmente ella acaba antes y observa como uso el tenedor, frunce el ceño e intenta imitar la postura de mis dedos, creo que va recordando poco a poco y pienso que es buena señal; cuando acabo de comer la hago la seña de paseo diciéndola:

– Ceci guapa ¿quieres pasear?

Ella asiente contenta y se pone de espaldas a los barrotes, la saco una mano entre estos y se la limpio con mi servilleta antes de ponerla uno de los guantes, se queda muy quieta pero no se resiste y yo estoy asombrado de lo que acabo de hacer sin darme cuenta, ya sabéis que siempre la doy una corriente para atarla sin riesgo, no sé por qué cada día me molesta mas dañarla y supongo que me he dejado llevar por… cariño, amistad, no lo sé, el caso es que tras ponerle el guante y cerrarlo con sus tiras de velcro repito la operación con la otra mano, entro en la celda haciendo que gire un poco de cara a la pared y la sujeto ambas manos a su espalda, haciéndola girar de nuevo me sitúo a su lado y la pongo la pelota en la boca, sé que me juego un mordisco pero quiero confiar en ella y creo firmemente que no me hará daño, ella muerde… la pelota, sus ojos brillan y no dejo de observarla mientras estirando mis manos sobre sus hombros ato las correítas con su hebilla a su nuca sin apretar demasiado.

Solo la quito la braga y la compresa, el pantalón atado ya solo se lo coloco por la noche ya que estos últimos dos días no se arrancaba dicha compresa, al parecer se ha acostumbrado a ella, como decía la quito su ultima prenda y salgo de la celda a un gesto ella me sigue y salimos a pasear, va y viene como siempre contenta de corretear por el patio, de cuando en cuando se para y se apoya en la pared dejando que el sol la de calor y el aire la acaricie.

Enseguida viene a por mí, últimamente lo hace a menudo y se acerca sin malicia pero decididamente hacia mí, yo no pudo dejar de mirar su bonito cuerpo desnudo aunque creo firmemente que no lo hace con fines lascivos, no puede dejar de ser deliciosamente seductora con su manera de moverse, ella se roza contra mi cuerpo y me empuja insistentemente hasta que intento cogerla, es joven y rápida de movimientos así que tras esquivarme sale corriendo por el patio juega… jugamos al escondite y a las carreras a pesar de la mordaza la escucho reírse ahogadamente, al rato se para y hace sus necesidades yo me acerco a la entrada donde tengo preparado papel, una palangana, una esponja y un par de guantes de látex, vuelvo a su lado y la limpio con la esponja húmeda tras ponerme uno de los guantes, la limpio su culete y la sangre medio seca que tiene en su vagina, se deja hacer sin gruñirme, acabamos el paseo un rato después y la devuelvo a su celda.

Después subo al despacho del sargento Bravo y me dedico a estudiar y memorizar el plano del pueblo, aunque he venido aquí anteriormente muchas veces y me lo conozco bastante bien nunca está de más, pues casi todo el mundo que dice conocer un sitio miente sin darse cuenta, el lugar tiene según el plano unas 80 calles pero la mayoría de los visitantes siempre suelen ir por las mismas pongamos 20 calles, e incluso los “exploradores” que se patean mas el lugar no suelen recorrerlo jamás entero, este pueblo solía ser habitado por unas 2000 personas, en verano su número se doblaba y alcanzaba durante las fiestas las 5 ó 6000 personas, yo sé que me voy a encontrar con gente nacida allí y que por instinto se conoce ¡TODO! El pueblo calle a calle, salir sin hacer lo que estoy haciendo es simplemente suicida.

Asocio mis recuerdos de calles y edificios a los dibujos del mapa, haciéndome una composición del lugar donde debo ir por donde pasar, asimismo me fijo en caserones más o menos separados del resto donde alguien podría haberse quedado aislado y resistir, casi dos horas después salgo del despacho y bostezo, estoy cansado y me pican los ojos de tanto mirar planos, me coloco el despertador para unas horas después y me tumbo en el sofá.

Me despierto, me espera una larga noche y gracias a esta siesta estaré descansado, faltan dos horas para anochecer y he de hacer bastantes cosas, enciendo el fuego y preparo la cena sabiendo que eso los atraerá, al cabo de un rato subo a la terraza con el cetme viejo que tiene bastante potencia al ser de 7,62, en breve llegan mis “invitados” salen unos diez de la arboleda espero a que estén a 150 metros, le vuelo la cabeza a los dos que van en el centro del grupo el resto siguen avanzando hasta la muralla como ya preveía, el sonido potente del cetme atrae a mas que el simple olor de la cena, en el siguiente cuarto de hora aparecen casi 50 desde el pueblo, sustituyo el cetme por el Remington con mira y estudio a mis victimas, me interesan los jóvenes y los recién mordidos sean hombres, mujeres o críos me es indiferente, debo eliminarlos pues son los mas rápidos y si debo correr esa noche cuanto más lentos sean mis perseguidores mejor.

Disparo a nueve que me parecen los más peligrosos, esta nueva tanda de disparos atrae a otro grupo de dos docenas de esos me cargo solo a uno que parece estar recién infectado, en total me he cargado a 12 pero he atraído a otros 70 que siguen ahí rodeando mis murallas, entro en el torreón y tras asegurar las puertas me siento ante la pantalla controlándolos a través de las cámaras, golpean el portalón inútilmente y veo a alguno que intenta saltar para llegar a asirse a la parte alta de la muralla sin resultados, montan un escándalo tremendo con sus golpes gritos y gemidos hambrientos, veo por la cámara como algunos pelean entre sí pero son pocos, me fijo en lo que hace Ceci en su celda, está muy nerviosa y visiblemente alterada dando vueltas sin parar, veo como abre la boca y aunque la cámara no tiene sonido me parece oírla gruñir, gemir y gritar sumándose a los demás desde el interior del torreón.

Esta vez tardan una hora y media en desistir y retirarse, hacen grupos alrededor de la docena de cuerpos caídos dispersos por el prado y cenan con bastante apetito, lo cual me beneficia pues esta noche dormirán bien y no me molestaran, yo ceno también y reservo su parte a Ceci mientras veo por el monitor como la chica se calma, la saco de paseo pero este es breve porque se pone nerviosa escuchando a los que rebañan su cena en el exterior, tras devolverla a su celda la paso su plato debidamente aderezado con calmantes para que cene además de la camisa y la manta, una hora después duerme feliz agarrada con ambas manos a mi camisa, entro en la celda la doy un beso en la mejilla y la arropo con la manta.

Subo me pongo la ropa y me pertrecho con todo lo que había preparado, me pongo mi gorra negra de lona y me oscurezco la cara, la barbilla y la nariz, meto una bala en la recamara de mis armas y salgo, ato una cuerda a la muralla y bajo por ella a la zona posterior del edificio lejos de los infectados más rezagados, rodeando cautelosamente el edificio me acerco a ellos son dos y están arrodillados ante un cuerpo me dan la espalda, dos tiros con silenciador a quemarropa y son el desayuno de mañana para sus colegas, mis botas con suela de goma son la hostia de buenas y de caras pero valen cada céntimo que pague por ellas.

Me muevo despacio y cada pocos pasos observo a mí alrededor, es lento pero seguro ya que la farmacia donde me dirijo esta en el centro del pueblo, hay otra farmacia pero está al otro extremo del mismo, llego a las primeras casas tras atravesar la arboleda sin problemas, se perfectamente donde voy pero no me entusiasmo y sigo moviéndome lento pero seguro, en una pequeña placita no lejos de mi objetivo veo indicios de supervivientes y de resistencia pasada, hay más de 20 esqueletos frente a un caserón, la puerta de este, rota y casi arrancada de sus bisagras me indica claramente que no queda nadie vivo allí, se ven contra el enfoscado blanco manchas de humo sobre los huecos de algunas de sus ventanas.

Ni me acerco al lugar, ya pasare a la vuelta si es que puedo a ver qué encuentro, pero ahora me interesa llegar a la farmacia y sigo mi camino, tardo más de media hora en recorrer lo que antes se tardaba 10 minutos andando normalmente, casi todas las casas están abiertas de par en par, de algunas salen sonidos y roces de pies caminando por su interior, el viento fresco de la noche me refresca la cara cuando me detengo agachado entre dos coches, he caminado agachado por la parte exterior de estos evitando así siluetearme contra las puertas abiertas por donde podría salir un infectado de repente y darme de bruces con él, cada vez que me paro me giro y vigilo mi espalda, olores fétidos de putrefacción y heces inundan mis fosas nasales, supero el miedo y el asco gracias a la decisión de sobrevivir que me domina.

¡Vaya por dios, la farmacia está cerrada! No sé cuantas veces he dicho o escuchado esta frase, pero es la primera vez que siento alegría al decirla yo, efectivamente está cerrada e intacta salvo algún cristal roto pues tiene un cierre puesto de tipo tijera, llego hasta ella y la bordeo buscando una puerta trasera que recuerdo fugazmente, la encuentro y después de dar un buen vistazo a mi alrededor me pongo a trastear en la cerradura con mis ganzúas, Tomas “El abrelatas” el viejo ladrón de cajas fuertes que me enseño en la academia, se sentiría orgullosa de mi habilidad manejando las ganzúas, un minuto de curro y p´adentro como decía el tipo, entro y cierro la puerta con su cerrojo interior, me agacho y permanezco quieto escuchando atentamente los sonidos en el interior del lugar, durante dos minutos solo escucho mi respiración tranquilizándose y el peculiar aroma de medicinas en mal estado, avanzo casi atientas hasta la puerta que divide el despacho del almacén y la cierro.

La oscuridad es total no hay ventanucos ni nada parecido, me pongo de pie y con mi linterna me pongo a buscar lo que necesito llevarme, hace casi diez meses que no hay corriente y muchas cosas se han estropeado en la nevera de las medicinas, afortunadamente todo lo que necesito esta fuera de ella y aun no ha caducado (espero) antibióticos inyectables y en capsulas, aspirinas, guantes, Pañuelos húmedos pasa bebes, tranquilizantes y unas cuantas cosillas mas llenan mi mochila, no olvido algunas jeringuillas y agujas ni las compresas para mi rubia aunque dado que es un paquete grande esto lo llevare en la mano, vuelvo a cargarme la mochila y me dispongo a irme pero al llegar a la puerta me giro decidido y cojo un tubo de lubricante intimo y dos cajas de condones de sabor a frutas, me lo meto en el bolsillo y salgo.

En la calle no hay nadie me inclino y cierro bien la puerta, si he de volver no quiero tener a nadie esperándome dentro, me pongo en camino a casa pero la jodida caja de compresas me estorba un poco, manteniéndome una mano ocupada permanentemente además la mochila bien cargada me hace un blanco más visible, no me apresuro y sigo el mismo camino por el que vine para hacer la vuelta, poco más adelante a cien metros de la salida del pueblo la cosa se fastidia, un infectado sale de entre los coches a tres metros de mi y se queda tan asombrado de verme como yo a él, solo que yo soy más rápido y solo me retrasa el soltar la caja de compresas es por eso que mientras le disparo a la cara le da tiempo a gritar antes de caer hacia atrás con un agujero de más en ella.

El disparo no ha hecho ruido pero el grito si y este tipo debía de salir del portal que tango a mi derecha, me incorporo y suelto varios tiros al oscuro portal donde se adivinan sombras moviéndose, escucho varios gemidos y el sonido de algo cayendo al suelo lo que indica que le he dado a alguien, agarro la caja y corro hacia la entrada del pueblo seguido de mas gritos a mi espalda, me paro 50 metros mas allá suelto la caja y me giro apuntando, veo a cuatro cerca a unos 10 metros de mi les disparo 5 veces, pues he fallado el primer tiro por las prisas todos caen pero vienen mas, cojo de nuevo la caja y corro a la arboleda donde repito la operación, arrodillado para ser menos visible les suelto varios disparos y sé que doy al menos a los dos más cercanos, pero el resto están más lejos y bastante desorientados, miro a mi alrededor atento y escuchando no quiero que me sorprendan entre los árboles.

Entonces entiendo él porque me detengo más de la cuenta, entre los aaaarrgg y los gggññññ se escucha un aaquiiii, mi cerebro lo ha debido de reconocer y ha tardado unos segundos en filtrarlo a mi subconsciente, miro a la derecha y veo la luz de una linterna, una ventana, una casa, tercer piso, a unos 100 metros a la derecha, me es imposible llegar a ellos tendría que pasar entre los que me persiguen, se acercan y derribo e tres mas antes de sacar la linterna y devolverles la señal a los supervivientes, para que entiendan que se donde están, recojo la caja y salgo corriendo hacia el torreón atravesando la arboleda sin pararme hasta 50 metros mas allá, en mi prado y campo de tiro particular.

Me giro apuntando a las sombras pero no vienen, cambio el cargador del cetme y reanudo el camino, recorro los últimos 250 metros al trote cuidando de no tropezarme hasta el pie de la muralla, la recorro hasta la cuerda y ato con ella la mochila y la jodida caja de tampones, trepo por la cuerda y recorro el patio buscando posibles intrusos, cuando me convenzo de que nadie ha entrado en mi ausencia vuelvo a la cuerda e izo los dos bultos, los desato y quito la cuerda para seguidamente llevarlo todo al interior y dejarlo en el almacén, estoy demasiado cansado como para ponerme ahora a organizar cosas, pero aun me quedan fuerzas para bajar y asegurar la puerta, antes de subir paso por la celda y vuelvo a tapar a Ceci, que me parece un ángel dormida agarrada aun con ambas manos a mi camisa, la miro agachado a su lado y digo:

– Jamás me había jugado así la vida por una tía, creo que… te quiero.

La doy un beso en la cara y tras cerrar la puerta de la celda subo a mi habitación y me desplomo en la cama.

Continuara…

Bueno amigos, espero que os haya gustado tener un poco mas de acción en la historia, me ha parecido adecuado como alivio cómico, el poner a nuestro héroe disparando y preocupándose por la caja de compresas, habitualmente en las pelis eso nunca se ve.

Por no mencionar el componente emocional y los sentimientos de los personajes, en el siguiente capítulo es posible que Toni conozca a más gente pero ¿será bueno para ellos? Ya veremos, gracias por seguir esta serie.

¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 4” (POR SIGMA)

$
0
0

CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 4.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Ariadna ondulaba sus caderas despacio mientras Cynthia, vestida con un minivestido negro y zapatillas de tacón alto, la masturbaba con maestría, dos dedos esbeltos de la morena entraban y salían lentamente de la ya húmeda vagina de la trigueña, complaciéndola y torturándola a la vez.
– Oooohh… esa ropa… ¿Es mía? -pensó la pálida joven, confundida e incapaz de recordar que esa era la misma vestimenta que usaba apenas minutos antes. Ella estaba recostada de espaldas en la gran piedra con su lindo torso y brazos inmovilizados, mientras su dominadora estaba recostada entre sus cooperativas piernas haciéndola gozar contra su voluntad.
Al principio la mujer había gruñido y gritado a todo pulmón en la mordaza, negándose a las sensaciones que la asaltaban, pero en pocos minutos la música y las zapatillas junto con las caricias y pellizcos a su cuerpo convirtieron sus lamentos en constantes suspiros y gemiditos lujuriosos.
– Mmmm… mmm… -gruñía suavemente, su cabeza se movía de lado a lado, sus ojos entrecerrados se veían brillantes y cristalinos por el deseo. Sus piernas traidoras se cerraban y abrían sin que pudiera controlarlas, tratando de apretar esos deliciosos dedos, aumentado involuntariamente su gozo.
– Disfruta… disfruta… -le decía su estudiosa compañera de apartamento cada cierto tiempo, mientras seguía dándole placer. De repente Baal, aún personificado como la morena, le retiró la mordaza liberando sus labios y dejándola hablar.
– Mmm… aaahhh… ¡Maldi… ción… déjame… en paz… zorra! -pudo al fin hablar entre jadeos luego de humedecerse los labios con la lengua.
– Oh… Ari… pero que lenguaje… -dijo fingiendo sorpresa su torturadora.
– ¡No me… llames Ari… sabes… aaahhh… que lo odio! -gruñó molesta la trigueña mientras se tensaba tratando de contener el placer que amenazaba con desbordarla.
– Pero Ari… ¿No te gusta? -le dijo Cynthia poniendo cara de inocencia a la vez que aceleraba la penetración de sus dedos- ¿No te gusto?
– ¡Nnngghhh…! no… ya sabes… ooohh… que no me… gustan las mujeres… mmm… y menos las lesbianas…
– Que lástima… pero no te preocupes, cambiaremos eso… muy pronto -le dijo sonriendo y con voz ronca mientras seguía torturándola al tiempo que le pellizcaba un indefenso pezón.
– ¡Aaaahhhh! ¡Maldita puta…! -trató de gritarle pero aprovechando esto Cynthia volvió a ponerle la mordaza de cuerda con rapidez y destreza- ¡Nnnnhh… nnnn… uuuhhaa…!
De inmediato esa personificación humana de Baal la hizo girar la cabeza y se acomodó para que las piernas de Cynthia quedaran frente a los ojos de Ariadna, casi como en un 69, luego siguió con sus caricias mientras las piernas abiertas y flexionadas de la chica la provocaban con sus dulces movimientos. En minutos la trigueña ya volvía a gemir y entrecerrar sus bellos ojos verdes.
– Oooohhh… mmm…
– Disfruta… -le decía de nuevo con voz acariciante entre sus piernas blancas, pero la indefensa mujer escuchaba la voz en su oído, como un amante al cogérsela desde atrás.
– Me encantan tus piernas… Ari. -le dijo la morena con toda intención mientras la seguía masturbando y con otra mano le acariciaba sus cremosos muslos- Son tan tersas y largas… mmm… ¿No te parece?
Entre el invasor placer en su sexo y las lánguidas caricias en sus piernas, Ariadna ya no pudo reprimir un sollozo de lujuria.
– Oooooohhhh… -chilló en su mordaza mientras sus piernas se extendían por completo y bien abiertas sobre la roca sin que pudiera evitarlo.
En su mente débil y confundida por el placer Ariadna lo aceptó, sus piernas le encantaban, sabía que con una falda o pantaloncillo cortos podía enloquecer casi a cualquiera, más con tacones altos. Con cruzar una pierna podía hacer que los hombres se tropezaran o fueran abofeteados por sus novias. Su único conflicto quizás era que fueran tan blancas, tenía que cuidarlas mucho del sol o podía sufrir quemaduras. Si… si solamente fueran un poco más morenas, más resistentes, para así lucirlas lánguidamente en la playa… como… como Cynthia, sus piernas eran tan naturales, tan apetecibles, torneadas y tersas… tan…
– …perfectas… y femeninas -le decía Baal al oído a Ariadna, alterando sus pensamientos poco a poco, aprovechando su vulnerable estado mientras la llevaba cada vez más cerca del orgasmo con sus diestros dedos- ¡Míralas! No tiene nada de malo… debes mirarlas… quieres…
– …mirarlas, son hermosas… me… me… gust… me… encant… ¡Ooohhh…! ¿Qué me estás… haciendo? ¡Déjame en paz! -se resistió Ariadna, descubriendo entonces que ya no llevaba la mordaza, que repetía las palabras que le implantaban y que ante su rostro se encontraban las morenas piernas de Cynthia que estaba recostada a su lado en la gran roca, eran torneadas, perfectas… y la ponían extrañamente nerviosa.
Pero lo peor era que por más que lo intentaba no podía apartar la vista de ellas mientras se extendían, se flexionaban y se cruzaban con elegancia. Incluso pareció olvidar que su captora aún la masturbaba… más y más de prisa.
– ¡Aaahhh…! ¿Qué me… pasa? -gimió suavemente mientras seguía mirando hipnotizada el movimiento de esas hermosas extremidades a la vez que el delicioso placer que le daba Baal la empujaba más y más hacia un punto sin retorno.
– ¡Nnnnhhhh… basta! ¡Basta! -logró gritar a la vez que apartaba su rostro de esas piernas, sólo para descubrir que seguía atada y a merced de la morena- Maldita… perra… ooohhh… aléjate de… mi…
Su compañera de apartamento sonrió malévola ante ese exabrupto. Era justo el tipo de resistencia que disfrutaba quebrantar, solamente así alcanzaba Baal su propio placer.
– Vamos, Ari… eres una niña mala y debes ser castigada -le dijo mientras se incorporaba para hacer un gesto con su mano, al instante el templo giró en un remolino, cuando se detuvo Ariadna se encontraba ahora de pie ante el altar de piedra y Cynthia estaba recostada de espaldas en la gran roca ante ella, la trigueña seguía atada igual que antes pero ahora unas cadenas en sus tobillos la forzaban a mantener sus piernas abiertas, mientras la sonriente morena levantaba en alto sus piernas y las apoyaba en el pecho de la cautiva, dejando reposar sus tobillos en los elegantes y cremosos hombros de Ariadna.
– No sé qué intentas zorra pero no funcionará -le dijo desdeñosa mientras volteaba al techo al notar como la punta del pequeño pie entaconado de la morena se deslizaba acariciante sobre su clavícula.
– Vamos Ari… relájate… no te resistas -le dijo sonriente la chica estudiosa mientras acariciaba sus propios senos con lujuria, el minivestido negro bajado casi hasta la cintura- ¿No hay nada que pueda hacer para que me dejes enseñarte a disfrutar?
– ¡No… déjame en paz…! -le dijo ya harta, mientras trataba de apartarse de esas perturbadoras caricias. – Mmm… yo no estaría tan segura… -le susurró la morena mientras se pellizcaba suavemente un pezón- ¿Ya conoces a mi amigo?
Al instante la forma masculina de Baal surgió tras Ariadna, con una mano-garra rodeó su cintura y con la otra la sujetó del cuello y la obligó a mirarlo antes de hablarle con voz baja e imperiosa.
– ¡Obedecerás! -le dijo para luego ponerle la mordaza y penetrarla profundamente desde atrás.
– ¡Nnngghhh! -gritó en la mordaza, al sentir un placer incomparable, ningún novio o amante la había hecho sentir así jamás… Luego la sombra obligó a la trigueña a girar la cabeza y mirar las piernas morenas entre las que era poseída, para luego tomar un poderoso y abrumador ritmo de embestidas que empezó a nublar su mente.
– Bueno… ¿No te gustan mis piernas Ari? Son tan tersas… –le empezó a decir la falsa Cynthia en tono sugestivo mientras ondulaba su piernas lentamente frente a ella a la vez que las potentes penetraciones de Baal empezaban a quebrantar su resistencia.
– ¡Aaaaaahhh… nnnnhhhh… aaahhh…! -empezó a gemir desesperada a ritmo con las embestidas y, sin que lo supiera, con la música de su cuarto mientras bailaba con las manos en su espalda sobre los altísimos tacones de las zapatillas demoniacas.
En su cuarto Mitzy despertó al escuchar unos suaves quejidos en la habitación junto a la suya.
– ¿Qué? -gruñó aún adormilada mientras escuchaba los gemidos atravesando el muro- ¡Oh… no Ariadna… por favor… es de madrugada!
Bien sabía la pelirroja que cuando su amiga no estaba satisfecha podía pasarse toda la noche en sesiones de autoplacer, a veces le parecía que la trigueña era adicta al sexo. Gemidos aún más fuertes interrumpieron sus pensamientos.
– ¡Dios… termina pronto…! -pensó desesperada mientras se daba la vuelta en la cama y se tapaba la cabeza con la almohada tratando de atenuar el sonido.
El viernes siguiente Cynthia llegó al apartamento por la tarde, entró en su cuarto, dejó sus libros en el escritorio y se recostó por un momento.
Llevaba un vestidito corto pero de buen gusto color turquesa adornado con patrones de flores, llevaba manga corta, el cabello en una cola de caballo y en sus pies unas zapatillas verdes de punta afilada y tacones bajos.
– Uff… vaya semana -susurró para sí misma, por un lado tuvo mucho trabajo en la facultad y apenas había visto a sus compañeras, por el otro se sentía orgullosa, avergonzada y confundida.
Orgullosa por que le había gustado cuánto llamaba la atención con su nuevo vestuario: minifaldas, pantaloncillos cortos, blusas escotadas y tacones altos, todos sus compañeros se distraían en las clases cuando ella llegaba y en la calle los chicos giraban la cabeza para verla bien.
Solamente lamentaba no poder usar más a menudo sus zapatillas de Scorpius, no quería abusar de ellas ni acabárselas por demasiado uso, pero debía admitir que ahora disfrutaba más de sus otras zapatillas de tacón alto, aunque no sabía por qué.
Avergonzada por que no estaba acostumbrada a tantas miradas, a tantas atenciones, en las clases sus compañeros revoloteaban a su alrededor listos para ayudarla en lo que deseara, los profesores le prestaban mucha más atención que antes, en las filas la dejaban adelantarse, y la atendían primero en los comercios.
Confundida por que todas esas atenciones y miradas primero la hacían sonrojar, luego sonreír por el cosquilleo entre sus piernas, finalmente se acaloraba y sentía como se humedecía, por lo que varios días había terminado en la cama metiendo la mano en sus pantaletas para desahogarse.
– ¿Ahora me excita que me miren? -pensaba extrañada mientras se quitaba su ropa y al final sus zapatillas, dejándolas a un lado de la cama con cuidado pues últimamente estaba muy despistada y se confundía a menudo en cuánto a donde dejaba su calzado. Se puso luego su amplia camiseta, sus pantuflas y salió para prepararse la cena.
En cuanto se cerró la puerta las zapatillas rápidamente cambiaron de forma y color, hasta convertirse en el calzado blanco y elegante de Scorpius, luego, tal y como estaban “programadas” por X, sigilosamente se introdujeron de nuevo en su caja y en la bolsa negra, la misma que Cynthia había usado ya varias veces como capucha al dar su espectáculo a los clientes de bailarinas-esclavas.com.
Horas más tarde la morena veía la televisión en su cuarto recostada en la cama, sus ojos se le cerraban de sueño pues había sido una semana pesada, luego creyó escuchar las voces de sus compañeras de apartamento riendo y platicando en la sala de estar. Finalmente apagó la televisión y se quedó dormida.
Un par de horas después la mujer ya bailaba en su habitación, apoyando sus manos en el escritorio mientras movía sus piernas y caderas con la música que X mandaba directamente a las zapatillas a la vez que disfrutaba viendo el cuerpo de Cynthia por la cámara de su computadora.
– Mmm… si… muy bien… -susurraba complacido al ver de cerca en el monitor como el amplio cuello de la camiseta de la chica no sólo formaba un lindo escote sino que casi dejaba asomar sus preciosos senos mientras seguía bailando inclinada ante la cámara- serás un maravilloso… recurso para Scorpius, eres perfecta…
En el sueño en que estaba atrapada la morena era perseguida mientras corría dentro de un extraño laberinto de piedra, sus manos estaban bien atadas sobre su cabeza y luego fijadas detrás de la nuca, vestía una extraña túnica blanca, en sus tobillos tintineaban pequeños cascabeles colocados en grilletes y en sus pies usaba unas delicadas sandalias color rojo.
-Tengo que salir… tengo que salir…
De algún modo ella sabía que el sonido de esos instrumentos atraía al demonio de la oscuridad para recibir su ofrenda de carne, sangre y sobre todo… de placer. Escuchaba gruñidos y aullidos apagados que parecían surgir de todas partes y de ninguna, acechándola, asustándola, como si jugaran con ella.
Y en efecto, segundos después sintió como dos enormes manos-garras la sujetaban desde atrás por la cintura, y en un instante estaba sentada de espaldas en el regazo tibio de una extraña figura negra que le pareció conocida, recordaba la dureza y a la vez suavidad, recordaba el aliento en su oído, recordaba… placer… y que la forzaban.
– ¡Déjeme… basta…! -empezó a retorcerse tratando de levantarse pero el atacante simplemente se apoderó de uno de los senos de la morena con una mano luego le sopló al oído y al instante sus piernas se abrieron ampliamente luciendo en toda su gloria al librarse de la tela que las cubría mientras sus pies se ponían de punta, dejando su sexo casi expuesto, apenas cubierto por la delgada túnica.
– Obedecerás… obedecerás… -empezó a susurrarle su atacante, a la vez que introducía su otra mano entre las piernas de la joven.
– Oooohhh… por favor… no de nuevo… -trató de resistir Cynthia al recordar el sueño que había tenido antes con Baal. Intentó controlarse pero su cuerpo también recordaba el erótico sueño…
En instantes había comenzado a jadear, sus pezones marcándose acusadores en la túnica… los dedos negros danzando en su vagina y clítoris cada vez estaban más húmedos, las caderas de la chica se movían en pequeños círculos.
– Aaaahh… aaaahh… -pronto gemía la joven al sentir que se moría de placer con el toque de esa sombra, pero esta vez Baal no tuvo que presionarla mucho para doblegarla- oooohh… si… si… está bien… oooohh… obedeceré… obedeceré…
La obscura entidad sonrió siniestra ante esa respuesta y entonces se escuchó la otra voz que a veces aparecía en sus sueños.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces…
– ¿Qué? Oiga no puede… -intentaba resistir la morena cuando las manos-garras la levantaron de la cintura y la chica sintió el duro miembro de su dominador acomodándose en la húmeda entrada de su sexo- ¡No… por favor… bastaaaaagggghhh…!
Baal la obligó a empalarse una y otra vez, poseyéndola cada vez de forma más salvaje y poderosa, arrebatándole poco a poco su razón e inhibiciones, su cuerpo moreno brillaba por la transpiración, sus manos atadas cerrándose y abriéndose ansiosas tras su cabeza.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces… -escuchó de nuevo la joven mientras el placer la abrumada con cada embestida, a la vez que las manos-garras la hacían subir y bajar, una y otra vez, dominándola, sometiéndola cada vez más al poder de las zapatillas rojas y a la voluntad de X.
– ¡Aaaahh… mmm… aaahhh…! -jadeaba Cynthia con los ojos cerrados y su rostro vuelto hacia el techo cuando intentó razonar con la criatura de su sueños- ¡Por favor… oooohh… basta…!
En respuesta el ente aceleró el movimiento de subida y bajada a un ritmo vertiginoso, llevándola al borde de la locura.
– ¡Aaahh… aaahhh… no pueden… aahh… obligarme a… ooohh… oooohh…! -intentó decir desafiante la morena cuando sintió como la sombra la liberaba sosteniéndola por un breve momento sobre la fuente de tortura y placer de la chica, pero acto seguido la adelantó sobre su regazo y apoyo la punta de su miembro en su zona anal- ¡Noooo… se lo suplico… eso nooo…!
Pero Baal esbozó media sonrisa y aprovechando la humedad que ya cubría su palpitante miembro dejó caer a su juguete, penetrándola profundamente, violando su femineidad y voluntad mientras rugía triunfante al poseer ese indefenso cuerpo a su merced.
– ¡Aaaaaarrrggg… ayudaaa… aaaaahhh… por favooooohh… ooohhh…! -empezó a gritar desesperada y confundida al subir y bajar siendo penetrada de esa forma que jamás imaginó que podría ser tan deliciosa, sacudía su cabeza salvajemente de lado a lado, sus senos bailaban y saltaban de forma hipnótica, sus piernas se flexionaron y levantaron facilitando su sometimiento sexual, sus pies en punta indicando la indeseada excitación que se apoderaba de ella.
En la realidad, ella seguía bailando ante la cámara a la vez que X seguía manipulándola para convertirla en su ideal de un empleada perfecta, una esclava a todos sus deseos…
– ¡Obedecerás… obedecerás…! -le gruñía Baal con voz insidiosa y acariciante al oído, una de sus enormes garras soltó la cintura de Cynthia para empezar a masturbarla con una delicadeza y destreza increíbles para su tamaño y apariencia, acariciaba su clítoris mejor de lo que ella misma lo había hecho nunca. Su otra poderosa garra la siguió sosteniendo de la esbelta cintura para seguir haciéndola suya.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces… -se escuchó insistente la voz en la oscuridad.
– ¡Ooohhh… Dioooos… no puedo… ooohh…! -casi lloraba al ser dominada de esa forma y sentir que su atacante aceleraba el ritmo- ¡Me… aaahhh… muero… ooohhh…!
Justo entonces Baal se detuvo por completo, dejando a la morena jadeante y confundida.
– ¿Qué… qué haces? -dijo la joven sin entender por qué lo preguntaba, mientras la antigua entidad veía dentro de su cuerpo y alma palpitantes, podía ver como ardía de deseo y esperó a que se sometiera a la lujuria. Después de unos segundos que parecieron interminables la chica al fin habló con voz ronca.
– Mmm… sigue… por favor… -dijo mientras cerraba los ojos avergonzada de su propia debilidad.
– Obedecerás… -le dijo la sombra con una sonrisa a la vez que la bajaba y subía un par de veces sobre su regazo, penetrándola hasta el fondo sin piedad.
– ¡Ooouuuhh…! ¿Pero qué…? ¡Aaahhh…! -gritó aterrada pero, muy a su pesar, complacida.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces…
– ¡Nooo… eso nooo…! -trató de negarse mientras la hacían cabalgar sobre placeres que nunca había conocido- ¡Ooohhh!
De nuevo Baal se detuvo, dejando a la joven en el aire y gruñendo ansiosa.
 – ¡Maldición… no me… dejes así…! -gritó al tiempo que se retorcía para tratar de obligarlo a darle más placer o al menos provocarlo para seguir, pero sus piernas no la obedecían, además Baal tenía una paciencia y resistencia eternas y esperó, disfrutando ver el conflicto interno de la chica que luchaba por no caer en la tentación del placer.
– ¿Obedecerás? -le dijo juguetón el ser obscuro mientras con dos dedos acariciaba la vagina de la chica, enviando una descarga eléctrica de gozo que la hizo arquear la espalda aún sostenida en el aire por la garra de su atacante.
– ¡Aaaaaahhh… siii… maldito… siii… tu ganas… por favor… tómame…! -gruñó al fin con voz gutural a la vez que volteaba al techo y apretaba los párpados.
– Dilo… -le ordenó Baal en un susurro, cálido e íntimo como un amante de toda la vida.
– Si… si… soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… les pertenezco… -aceptó al fin con voz ronca.
– Otra vez… – Soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… Ies pertenezco… -repitió mientras se humedecía los labios al borde de la locura- Por favor…
– Grita…
– ¡Soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… Ies pertenezcoooo!
En un instante Baal volvió a penetrarla retomando un poderoso ritmo, volviendo a masturbarla sin parar, al momento sus ataduras se desvanecieron y sus pequeñas manos totalmente libres se lanzaron sin dudar, una se aferró al muslo de la entidad, arañando y acariciando desesperada, la otra se sujetó tras ella al cuello de su conquistador, que sin detener sus atenciones la miró con sus ojos como brasas, al verlos la morena se quedó embelesada como un conejo ante una serpiente, su mirada brillaba de placer, sus labios rosas formaban una O mientras seguía gimiendo.
– ¡Oooohhh… siii… ooohhh… que delicia… aaaahh…!
– Has sido una buena esclava, muy bien. -escuchó la joven de la otra voz que intentaba dominarla- ¡Ya puedes venirte Cynthia…. goza… hazlo para mi… ahora!
– ¡Siiiiiiii… aaaaaahhh… siiii… nnnnhhhh…! -gritó al fin explotando de placer pero sin poder apartar la vista de la cautivante y ardiente mirada de Baal que entonces invadió una vez más su cuerpo con la tibia corrupción obscura que brotó de su palpitante masculinidad.
– ¡Raaaaarrrgggghhh! -gruñó satisfecho y orgulloso. Luego ella se derrumbó y quedó adormilada en el regazo del antiguo dios que sonrió complacido ante esa hembra en su poder, sus pequeños pies al fin colgaban relajados, los cascabeles de sus tobillos finalmente habían dejado de tintinear su libidinoso ritmo.
– Recordarás el placer… esclava, solamente el placer –le dijo al fin al oído en un ronco susurro. En la habitación del laberinto resonó de nuevo la voz de X.
– Bravo preciosa, lo has hecho muy bien… sin embargo aún falta imponerte algunos condicionamientos más… pero no muchos claro, después de todo… mañana tienes que trabajar para bailarinas-esclavas.com.
En ese momento la chica dormitaba mientras la sombra acariciaba su exquisito labio inferior entre sus dedos (o garras) pulgar e índice. Con media sonrisa la morena repitió en un susurro las palabras.
– Si… trabajar para… bailarinas-esclavas.com.
CONTINUARÁ PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
 

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 5” (POR SIGMA)

$
0
0

CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 5.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
En la mañana Cynthia despertó sonriente, se estiró acostada como un gato, se sentó y entonces notó que la cama estaba desarreglada, sus piernas descubiertas y aun llevaba puestas sus zapatillas de Scorpius.
Al verlas la chica sonrió y tras cerrar los ojos se recostó de nuevo estirando los brazos sobre la cabeza, sus piernas rectas y pies en punta.
– Mmm… tendré que ponerme zapatillas para dormir más a menudo -pensó mientras recordaba el increíble placer del sueño que había tenido… sometida a esa poderosa sombra masculina, se sintió tan indefensa… tan sumisa…- vaya sueños que me provocan…
Levantó sus piernas morenas bien derechas hasta señalar con las puntas de los pies al techo y las miró lentamente de arriba a abajo, disfrutando mucho ese simple acto.
– Me… me encantan mis piernas… -susurró sorprendida de sí misma al empezar a acariciar suavemente sus muslos, sus pantorrillas- Mmm… son perfectas…
Lentamente abrió sus piernas en V y mientras seguía deslizando los dedos por su piel introdujo la otra mano en el frente de sus pantaletas de algodón y casi por reflejo empezó a darse placer, primero lentamente, saboreando cada matiz, cada escalofrío, disfrutando luego la tersa calidez de la curva de sus senos, sus pezones ya duros y excitados.
– Oooohhh… -gimió al arquear su espalda involuntariamente por un espasmo de gozo, sus piernas se flexionaron hasta casi tocar sus nalgas con los tacones- Aaaahh… si… si… oooohhh…
Entonces empezó a acelerar el ritmo de la mano en sus pantaletas hasta alcanzar una velocidad salvaje, recordaba como en el sueño su conquistador la sometió analmente, y al momento esa parte de su cuerpo palpitó sensualmente enviándola a la cima del placer.
– ¡Ooohhh… ooohhh… nnnnnnhhhhh…! -sollozó casi en un grito a la vez que extendía las piernas sobre la cama y mordía la carne entre el pulgar e índice de su otra mano, tratando de sofocar los gemidos de gozo.
Entonces un sonido en el pasillo la sobresalto, de inmediato se sentó y escuchó con atención pero ya no escuchó nada, de puntillas se levantó de la cama y se dirigió a la puerta sin pensar siquiera en quitarse las zapatillas.
Se encontró con que la puerta estaba ligeramente entreabierta, rápidamente se asomó al pasillo pero no había nadie, además aún era temprano para que sus amigas se levantaran…
– Quizás lo que escuché fue la puerta al abrirse… -pensó ya más tranquila mientras cerraba la puerta y volvía a la cama a descansar un poco más- Que raro, no recordaba que estos tacones fueran tan altos…
Tras pensarlo un instante se encogió de hombros y se volvió a acostar.
– Mmm… soy bailarina-esclava… -susurró adormilada y sonriente luego de unos minutos de relajación posterior, pero de inmediato abrió los ojos al comprender en parte lo que había dicho- ¿Qué soy qué…?
En otra habitación Ariadna estaba recargada en la puerta de su cuarto, respiraba agitada y se había sonrojado furiosamente, miraba al piso confusa y avergonzada.
– Dios… ¿Qué me pasa? -reflexionó al recordar los días pasados… y las noches, el lunes anterior se había encontrado con Cynthia al salir del apartamento hacia la universidad, iba a hacer un comentario sarcástico cuando se fijó en lo bien arreglada que estaba y sobre todo en los minúsculos pantaloncillos negros que usaba, se ajustaban totalmente a la redondez de sus preciosas nalgas y apenas las cubría, dejando expuestas sus piernas en toda su extensión, en sus pies llevaba unos lindos botines negros al tobillo, tenían la punta redonda y unos gruesos tacones de diez centímetros que hacían que sus piernas parecieran más largas.
Ariadna se había quedado pasmada mirando esas morenas y suculentas piernas, olvidándose de todo, incluso de respirar.
– …bien? ¿Me oyes Ariadna? ¡Ariadna! -finalmente exclamó Cynthia segundos después sacándola de su estado casi hipnótico.
– ¿Qué… como dices? -dijo al fin al volver a la realidad, mientras parpadeaba varias veces.
– ¿Estás bien? Te quedaste paralizada…
– Oh… si… no te preocupes, estaba distraída…
– Bueno… es hora de irme ¿Vienes?
– Ah, gracias… adelántate, ya bajo.
La trigueña se quedó acalorada y confundida viendo como la estudiosa salía del apartamento en camino a la universidad.
– ¿Pero que me ocurrió? -pensó al salir finalmente del apartamento- Espero no vuelva a pasar…
Sin embargo pronto se dio cuenta de que no solamente su “problema” continuaba, sino que además aumentaba. Cada vez que se encontraba a la morena no podía dejar de mirar sus piernas, casi memorizando cada curva, cada detalle y olvidando todo excepto esas magníficas extremidades.
Para empeorar las cosas a Cynthia le había dado por ponerse ropa que resaltaba esa parte de su anatomía: minifaldas, pantaloncillos cortos, y en el apartamento andaba por ahí luciéndose en ropa interior y su corta camiseta de dormir.
Para no ponerse en vergüenza Ariadna había optado por evitar encontrarse con la chica, pero dos noches atrás no pudo resistir la tentación y ya de madrugada intentó darle un vistazo a la morena y sus lindas piernas, sin embargo al entreabrir la puerta se quedó pasmada a verla bailando en su habitación como una profesional, se movía ágil y elegante apenas iluminada por el farol de la calle, vestida solamente con su camiseta y unas exquisitas zapatillas rojas y puntiagudas de tacón de aguja de una altura salvaje.
– Ooohh… pero… ¿Dónde aprendió a moverse así? -recordaba haber pensado Ariadna en ese momento, mientras sin darse cuenta se humedecía los labios al mirar como sus muslos y pantorrillas se tensaban y flexionaban grácilmente.
Por un instante dudó si cerrar la puerta y volver a su cuarto antes de que la descubrieran, sin embargo, justo entonces Cynthia subió a su escritorio de un ágil salto y empezó a ondular su cuerpo y a bailar de puntas en el pequeño espacio.
Ariadna se quedó irremediablemente embelesada mirando y no se movió ya hasta que la bailarina se acostó en la cama, momento en que la aturdida trigueña cerró la puerta con cuidado y volvió a su cuarto para meterse en su cama, aún más confundida al sentir una tibia humedad extendiéndose lentamente entre sus piernas.
Comenzando a asustarse, Ariadna trató de intensificar el distanciamiento de su compañera, pero esa mañana temprano ya no pudo resistir darle una mirada, y esta vez no estaba bailando, sino que se masturbaba, primero lenta y sensualmente, luego de forma frenética y desinhibida. De nuevo Ariadna se había quedado hipnotizada mirando, hasta que se dio cuenta de que se estaba acariciando lentamente la entrepierna sobre sus pantaloncillos entonces gimió suavemente, Cynthia la escuchó y ella corrió de puntillas a su habitación.
– Dios… ¿Qué me pasa? -repitió para sí misma al salir de sus recuerdos de los últimos días- Ya no se… ooohhh…
Su gemido fue casi un ronroneo de gozo que la hizo entrecerrar los ojos un instante, luego de mirar hacia abajo descubrió que su mano derecha se había introducido en sus pantaletas y la masturbaba suavemente, por un momento pensó que debía detener esa locura, que ella no era lesbiana, que despreciaba a esa chica… pero justo entonces su mano aceleró sus caricias eliminando de una vez todas sus dudas.
– Aaaaaahhh… -gimió de forma ahogada- bueno… sólo es… ooohhh… fantasear… un momento…
Lánguidamente se recostó ahí mismo en la alfombra de su cuarto sin parar de masturbarse mientras se acercaba sin control al orgasmo más vergonzoso que podía recordar.
Por más que intentó apartarlo de su mente, lo que apareció en su fantasía mientras se daba placer era esa encantadora y estudiosa joven morena bailando sensualmente con sus piernas bien expuestas y calzadas con tacones kilométricos.
– ¡Cynthiaaaaahh…! -gruñó de forma ahogada al llegar a un extraordinario orgasmo y arquear su cuerpo de puro placer.
– Mmm… debería parar… es demasiado… -pensó la morena brevemente esa tarde en su cuarto, extrañada aunque complacida, pues desde la mañana había estado acariciando sus piernas y masturbándose constantemente- Aunque… se siente tan bien… es tan delicioso…
Mientras pensaba en ello recostada en la cama sus manos comenzaron a moverse, una empezó a acariciar sus senos, la otra se fue introduciendo entre sus piernas. Su cuarto se sentía cálido e invadido por el aroma al sexo, su cabello desordenado le cubría parte del rostro y el cuello de su camiseta de dormir era ya tan grande que mostraba sus femeninos hombros y un encantador escote, la única otra prenda que llevaba eran sus zapatillas blancas.
Lentamente levantó las piernas y la mano en sus senos subió para acariciar sus muslos. Ya había cerrado los ojos cuando escuchó que llamaban a su puerta. De inmediato se cubrió con sus cobijas y arregló un poco su cabello.
– Adelante… -dijo tras unos segundos. Se trataba de su amiga Ana que entró entonces sonriente.
– Hola Cinthis ¿Estás bien? No te he visto todo el día…
– Estoy bien, solamente fue una semana pesada, pero ya me siento con energía…
– Genial, porque al rato nos iremos a bailar al club.
– No se Ana, aún tengo que reponerme…
– Oh vamos, habrá chicos y podremos lucirnos en minifalda…
– …lucir… minifalda… -fueron las palabras que hicieron eco en la mente de la morena, haciéndola gemir muy bajo y cerrar los ojos un instante.
– Mmm… está bien, tu ganas pero ¿Qué dirá Ariadna? La semana pasada apenas y me dirigió la palabra…
– Ha estado un poco rara pero ya habíamos quedado de salir juntas, se tendrá que aguantar si quiere que sigamos siendo amigas.
– No quisiera causar problemas…
– No te preocupes, ella es ni amiga, pero tú también, además estoy segura de que con que te conozca un poco más ella te apreciará tanto como yo.
– Bueno, entonces ¡Saldremos esta noche!
– ¡Hecho! Te veo al rato -dijo con una sonrisa mientras se despedía con la mano y salía del cuarto.
– Debería empezar a arreglarme, estoy hecha un desastre. -pensó un momento cuando sintió de nuevo su mano acariciante entre sus piernas y una chispa de placer recorrió su cuerpo- Mmm… bueno, una última… aaaaahhh… vez…
Quitó las cobijas a la vez que levantaba sus piernas bien derechas y abiertas en V para admirarlas y acariciarlas mientras con la otra mano consentía y acariciaba su sexo.
– Oooohhh… si… me encanta… aaahhh… -gemía suavemente, ya esclavizada a su propio cuerpo… a su placer…
Horas después se encontraban en plena diversión en un club para estudiantes, con música bailable y sensual, jóvenes vestidos para atraer al sexo opuesto, luces láser creando un espectáculo y bebidas por doquier.
Las chicas platicaban, se reían y bebían en una buena mesa, se destacaban en el local por ir juntas, ser todas hermosas y vestir sexy pero elegante. Ana llevaba unos ajustados pantaloncillos negros y un top dorado sin espalda, Mitzy una minifalda elástica azul y una blusa sin mangas y escotada, Ariadna un minivestido color rojo sin hombros y Cynthia una minifalda blanca de cuero y un pequeño top con delgados tirantes a juego. Todas llevaban zapatillas de tacón alto que combinaban con sus atuendos.
Algunos chicos atractivos se habían acercado intentando separar a alguna de ellas de las demás, Ana y Mitzy estaban repasando con sonrisas sus mejores opciones, mientras Cynthia no encontraba atractivo a ninguno de los jóvenes que se habían acercado a tratar de platicar o bailar con ella, no importaba su sonrisa, actitud o color de ojos, simplemente la dejaban fría y los rechazaba amablemente.
Por su parte Ariadna, parecía entre molesta y nerviosa, alejando a los que le hablaban con miradas gélidas y palabras despectivas.
– Vaya… creo que de verdad le molestó que yo viniera -pensó la morena mientras suspiraba.
– ¿Te la estás pasando bien Cinthis? -le preguntó Ana en voz alta al oído, sonaba algo preocupada- No has querido bailar con nadie desde que llegamos…
– No te preocupes Ana, me la estoy pasando fabuloso con ustedes… pero no estoy de humor para chicos de momento.
– Bueno… lo entiendo, a veces me pasa…
– De hecho me preocupa más Ariadna, parece incómoda con mi presencia…
En ese momento intervino Mitzy.
– Está insoportable, no solamente contigo… no quiere ni tomar una copa, aunque a mí me toca manejar. Está más tensa que una cuerda de guitarra.
– Oh, lo siento chicas, espero no arruinar la salida…
– Hey, no es tu culpa… -la tranquilizó su amiga rubia.
– Cierto, además ya lo estoy arreglando…
– ¿Qué?
– ¿Cómo?
– Fácil -les dijo la sonriente pelirroja mientras les guiñaba un ojo- Ariadna necesita relajarse, así que le empecé a servir sus refrescos con un poquitín de alcohol, muy poco para que no lo note, pero les aseguro que en un rato estará mucho más relajada y risueña.
– Mitzy… eres terrible -le dijo Cynthia con media sonrisa, tras lo cual las tres empezaron a reírse con complicidad mientras al otro lado de la mesa Ariadna se terminaba otro vaso de refresco de naranja.
Horas después Ariadna recuperaba la conciencia en el asiento del copiloto de su propio automóvil color gris, se sentía mareada, pero de forma cálida y agradable, ligeramente fuera de control. Al parecer se había quedado dormida durante el regreso al apartamento.
– Mmm… me siento como… como si estuviera ebria… -pensó mientras parpadeaba un par de veces- pero no es posible… no bebí… ¿O sí?
Miró por la ventana, observó las luces de la avenida pasando a gran velocidad ante su ventanilla y sonrió satisfecha pues había sobrevivido a una noche con la chica estudiosa cuyas maravillosas piernas últimamente la habían obsesionado.
– Tal vez fuera sólo una locura temporal -pensó más tranquila y segura de sí misma. Pero cuando miró al conductor sintió que se sonrojaba incontrolablemente, manejando su auto estaba Cynthia, su pequeña falda se había subido al conducir y sus piernas completas lucían deliciosas con esas zapatillas blancas como las de Scorpius pero eran de un tacón metálico y altísimo que no parecían impedirle manejar los pedales del auto.
– ¿Y Mitzy? -preguntó nerviosa y con un tono más agudo del que deseaba- ¿Qué pasó?
– Oh… hola Ariadna ¿Estás bien? Estuviste bailando pero te sentiste mareada y me pediste que te trajera al apartamento -dijo sonriente la morena, feliz de lo bien que se había llevado con la trigueña esa noche.
La chica recordó entonces como se había relajado poco a poco, hasta que entre risas todas se levantaron a bailar, lo había disfrutado mucho, en especial al ver a Cynthia bailar de esa manera que ahora le parecía tan sensual, girando lentamente su cuerpo a la vez que lucía sus curvas.
– ¡Dios… qué bien se mueve! -había pensado en ese momento, desinhibida sin saberlo por el alcohol. El recuerdo dio paso a la realidad y Ariadna se descubrió a si misma mirando hambrienta las jóvenes y expuestas piernas de su compañera de apartamento.
– …pero ellas estaban tan a gusto que decidieron que yo te trajera y ellas regresarían en taxi después ¿Sabes?
– ¿Eh? Ah… si claro… -respondió confusa la trigueña al darse cuenta de que la conductora le estaba hablando, pero ella no podía dejar de mirar esos muslos y pantorrillas magníficas.
– Mmm… me encantan… -se permitió pensar Ariadna gracias a su falta de control y la intimidad a media luz del auto- ooohh… no debería pensar eso.
Al notarla callada y meditabunda Cynthia trató de mantenerla relajada apoyando su mano derecha en el expuesto muslo blanco de la copiloto.
– Sssshhh… tranquila… casi llegamos… todo estará bien… Ari…
– ¡Mmmm…! -gimió complacida la trigueña sin poder evitarlo ante ese gesto, pero sobretodo al escuchar ese diminutivo que normalmente odiaba.
– ¿Te sientes mal? -le preguntó preocupada la conductora mientras le acariciaba la rodilla para calmarla.
– Estoy bien Cinthis, sólo fue un mareo… gracias -respondió Ariadna encantada con esas atenciones, a la vez que ponía su mano sobre la que la morena tenía en su pierna.
Minutos después iban entrando por la puerta del edificio donde vivían. Ariadna se sentía en otro mundo, los efectos del alcohol no solamente la mantenían mareada y risueña, también evaporaban sus inhibiciones, motivo por el cual ahora se aprovechaba de que Cynthia la ayudaba a sostenerse mientras caminaban para tocar “accidentalmente” los muslos y nalgas de su compañera mientras las dos se reían casi sin motivo.
Finalmente entraron al apartamento donde cada una se iría a su cuarto, pero Ariadna estaba encaprichada con la morena, la deseaba… la deseaba tan ardientemente… como nunca lo había sentido con nadie, todos sus prejuicios y miedos se esfumaron bajo el peso de su lujuria.
– Adelante. Unos metros más y llegaremos a tu cuarto -le dijo la estudiosa.
– Mmm… no puedo dar un paso más… Cinthis… déjame quedarme en tu cuarto.
– Pero…
– ¡Anda… no seas mala… me siento terrible!
– Está bien… quédate en mi cama… vamos… -aceptó sonriente la morena mientras entraban a su cuarto y acostaba a la trigueña con cuidado- bueno… descansa, me iré a tu cuarto.
– ¡No! Digo… antes ayúdame a cambiarme…
– ¡Pero Ari…!
– Mmm… por fa… no podré dormir así… -gimió y se quejó a la vez que se sentaba.
– Está bien… -respondió la estudiosa con media sonrisa mientras sacudía la cabeza.
Con una sonrisa pícara Ariadna levantó los brazos y cerró los ojos, generando una risa en su compañera que estaba encantada con su actitud simpática y casi infantil. Con ayuda de la chica, Cynthia le subió el vestido rojo hasta sacarlo por encima de su cabeza, dejándola en hermosa lencería del mismo color, de fino encaje y que resaltaba su figura.
La morena no pudo evitar quedarse con la boca abierta al verla tan preciosa, la elegancia de sus zapatillas rojas de tacón alto y punta abierta contrastaban con la salvaje sensualidad de su ropa interior.
– ¡Ari… estás hermosa!
– Mmm… -ronroneó de placer la trigueña al escuchar a la estudiosa llamarla Ari- gracias… eres tan gentil…
– Bueno… será mejor que te deje dormir… me iré a… -al fin dijo después de quedarse unos segundos como hipnotizada.
– Nooo… no me dejes sola, no me siento bien… quédate junto a mi hasta que me duerma. ¿Sí?
– Pero no puedo acostarme así, tengo que cambiarme…
– Pues cámbiate, tu ya me viste en ropa interior y… ¿Somos amigas no?
– Bueno… tienes razón… -cedió Cynthia, feliz y sorprendida de que por vez primera Ariadna la llamaba amiga.
Sujetó el borde de su top y levantó los brazos sacando la prenda sobre su cabeza, luego rápidamente desabrochó su falda y la dejó caer a sus pies quedando en su cómoda ropa interior de algodón entonces se metió en la cama con la otra chica.
La trigueña se había recostado fingiendo desinterés pero no había perdido detalle del cuerpo y sobre todo de las piernas de la morena, sus pupilas se habían dilatado, estaba sonrojada y su corazón latía acelerado.
– Dios… ¿Qué me pasa? Parezco adolescente enamorada -pensó confundida la chica mientras se daba vuelta en cama para quedar de costado mirando la esbelta espalda  de su estudiosa compañera apenas cubierta por las cobijas, entonces tuvo un momento de lucidez- Debo controlarme… y calmarme… o cometeré una locura… mejor… trataré de dormir.
Ambas se acostaron sin ser conscientes de que se habían dejado puestas sus zapatillas de tacón alto.
– Vaya… que linda amiga… -pensó complacido X mientras miraba el cuarto de Cynthia por medio de la cámara de su computadora.
Había disfrutado como todo un mirón, espiando a las dos jóvenes desde el despacho de uno de sus clubs T. P. a la vez que Zorrita, la hermosa ex secretaria de Ivanka le practicaba el sexo oral de una forma exquisita. La hermosa y complaciente trigueña estaba arrodillada como debía hacerlo toda esclava, entre los pies de su amo.
Este se encontraba sentado ante el escritorio, vestido de traje, ella usaba su uniforme típico: sostén de metal como garras sometiendo sus senos, taparrabo frontal sostenido de un delicada cadenilla alrededor de su cintura, nada detrás, luciendo sus firmes nalgas, en sus pies resplandecían sus zapatillas grises de esclava de tacón altísimo.
Se esforzaba de forma encantadora pues ya había sido condicionada de modo que para ella misma fuera un gozo incomparable darle placer a su amo.
Sus labios color violeta subían y bajaban complacientes, su hermoso cabello negro estaba recogido para dejar su esbelto cuello expuesto y listo. Sus ojos brillaban como estrellas, en parte por el deseo que la dominaba, en parte por su falta de voluntad, como si fuera una muñeca de placer viviente.
– Mmm… tal vez más adelante… ooohhh… pueda apoderarme… mmm… de la amiguita… -gruñía al borde del orgasmo mientras se imaginaba a las dos chicas dándose placer- Siii… me encargaré… de que Cynthia… empiece a apreciar a… otras hembraaaaass…
Minutos después la computadora de la morena se apagó silenciosamente, pues X sabía que no podía arriesgarse a que la amiga viera los bailes y condicionamiento de su joven esclava.
Un rato después, todavía de madrugada, en la habitación de Ariadna se activó su reloj despertador con música clásica a muy bajo volumen, pero era suficiente para despertar a Baal tal y como lo había planeado.
Un nuevo sueño había comenzado para la estudiosa, que aún dormida comenzó a humedecerse los labios, estaba en una playa sumida en un perpetuo atardecer y vestía como una esclava, con un taparrabo y una pequeña tira de tela rodeando sus senos, todo en color blanco, calzaba unas delicadas sandalias rojas que embellecían sus pies.
Observaba el hermoso paisaje disfrutando de la brisa cuando sintió al ente detrás de ella, una de sus manos-garras sujetó el vientre de la chica a la vez que la otra se apoderaba de su cuello obligándola a mirar hacia arriba.
– ¡Obedecerás! -le dijo simplemente mientras la pegaba a su musculoso cuerpo, permitiéndole a Cynthia sentir en su espalda y nalgas la fortaleza y dureza de su conquistador.
– Si… si… lo haré… -gimió entre excitada y temerosa- por favor… ¿Cómo debo… llamarte?
– Puedes llamarme amo… tu dueño… pero soy Baal -le dijo la sombra de ojos encendidos al tiempo que una de sus garras se introducía bajo el delgado taparrabo haciéndola jadear de gozo en un instante al acariciar su sexo.
– ¡Aaaahhh…! -gimió sin poder evitarlo, momento que aprovechó el ente para introducir dos de sus garras entre los rosados labios de la morena, que a pesar de verse violentada de esa manera sintió aún mas placer y cerró los ojos- ¡Mmm… mmm…!
De pronto el ser se detuvo y soltó a la chica que de inmediato abrió los ojos sorprendida y para su vergüenza… decepcionada.
– Pero… -apenas pudo decir cuando vio a Baal de pie ante ella, dándole la espalda. Sonrojada y confundida empezó a acercarse, sin poder evitarlo a la ya familiar entidad sin saber qué hacer.
– ¡Me siento tan extraña! -pensó mientras se quedaba tímidamente justo atrás de la imponente figura que parecía mirar hacia el mar.
– ¿Te puedo ayudar… Baal? -preguntó al fin la morena tímidamente.
– ¿Recuerdas nuestro placer?
– Yo… bueno… -trató de responder al sonrojarse, entonces la mano-garra se introdujo bajo su taparrabo haciéndola casi gritar- ¡Ooooohh… siii…siii! ¡No puedo evitarlo… incluso despierta…!
Al instante Baal la soltó, dejándola jadeante, los ojos brillantes, el cabello cubriendo parte de su rostro y los labios entreabiertos… dominada por una lujuria… salvaje.
Casi sin poder controlarse se acercó a la espalda de la sombra y puso suavemente las manos en sus musculosos hombros, acariciándolos lentamente, seductoramente.
– Ahora tú me complacerás -le dijo Baal a la vez que tomaba la pequeña mano derecha de Cynthia y lentamente la dirigía a su masculinidad.
– ¿Qué…? Por favor Baal… no está… bien… -trató de resistir la aún conservadora chica, pero la mano-garra parecía una máquina de hierro- ¡Basta!
Rápidamente la entidad introdujo su otra mano entre las piernas de ella, haciéndola lanzar su cabeza hacia atrás y desvaneciendo su voluntad de un golpe.
-¡Aaaaaahh…! -gimió sin control la morena mientras Baal la hacía poner su pequeña mano sobre su duro y cálido miembro, para empezar a forzarla a moverse arriba y abajo, en una caricia provocativa, ella trataba de luchar pero la otra garra de la entidad entre sus piernas le impedía concentrarse, incluso pensar…- ¡Oooohh…!
En la realidad Ariadna se había dado la vuelta en la cama dándole la espalda a la morena, en un intento por abstraerse de sus encantadoras piernas y mantener la cordura, pero a la vez incapaz de irse a su cuarto pues el alcohol aún debilitaba sus inhibiciones.
Trataba de dormir cuando sintió como su compañera se movía hasta quedar pegada a ella, acomodándose para ajustarse a su cuerpo, sentía sus senos rozando si espalda, sus caderas en sus nalgas y sus rodillas morenas detrás de las propias.
– Oh… por favor… no me lo hagan más difícil… -pensó mientras sentía como se sonrojaba ante el dulce tacto del cuerpo de Cynthia.
Intentaba no moverse cuando sintió como la morena deslizaba su mano hasta ponerla en su cadera casi de forma accidental.
– Dios, que suave y cálida… -pensaba la trigueña al sentir esa palma y los finos dedos en su piel, cuando de pronto la mano se deslizó de nuevo hasta posarse delicadamente en su tibio sexo- oooohh… me va… a enloquecer… no…
Los finos dedos de la chica apretaban y aflojaban delicadamente, al parecer ansiosos entre el deseo y la duda.
– Mmm… ¡No… no soy lesbiana… no soy…! -empezó a gemir Ariadna suavemente a la vez que apretaba sus muslos y escuchaba a Cynthia balbucear muy quedo en su oído. – Por favor… aaahhh… está bien…
En el sueño Baal seguía masturbando a la morena tras él mientras con la otra mano la forzaba a acariciar su miembro ya duró y erecto mientras ella casi sollozaba dominada por el placer.
Lentamente la sombra fue retirando la garra de los dedos de la joven, y al hacerlo comprobó complacido que la mano de la chica, ya aferrada a su masculinidad, seguía subiendo y bajando suavemente, dándole placer como una obediente esclava mientras emitía pequeños y encantadores gruñidos de gozo.
En la realidad la mano de Cynthia ya se había introducido en las pantaletas de encaje de Ariadna y empezó a masturbarla lenta y delicadamente, mientras exhalaba una serie de placenteros ruiditos.
– Mmm… siii… nnngghh…
En cuánto empezaron las caricias la trigueña sujetó la muñeca de la morena, pero casi al instante sus preciosos ojos se apretaron, sus labios se entreabrieron y se quedó paralizada, mientras exhalaba un profundo suspiro de satisfacción y forzaba sus nalgas atrás, dejando su entrepierna prisionera entre los dedos y las caderas de Cynthia.
– No… por favor… no soy… no soy…
En su sueño la morena seguía disfrutando de las caricias de la sombra mientras ella misma lo masturbaba lánguidamente, saboreando como su masculino cuerpo se tensaba acercándose al orgasmo.
Una garra de Baal se lanzó atrás y sujetando la rodilla de la chica la obligó a rodear su poderoso cuerpo con su esbelta pierna, empezando luego a acariciarla en toda su extensión.
De vuelta en el cuarto la aún mareada Ariadna salía de su parálisis y trataba de escapar de la manipulación de la morena, lo que no era fácil pues se distraía con sus enloquecedoras caricias.
– Ooohh… Cinthis… espera… -susurraba tratando de negarse sin demasiada convicción a la vez que intentaba apartar la pequeña mano de su sexo, pero sus caricias la debilitaban.
De pronto la trigueña vio en cámara lenta como una de las deliciosas piernas de la morena se extendía gloriosa al pasar sobre su cadera, rodeando su muslo aún calzada con una de las sensuales zapatillas blancas.
– Oooohhh… que… que belleza… -pensó por un instante antes de que ese objeto de deseo empezara a flexionarse y extenderse en un ritmo hipnótico, sin poder controlarse una de las manos de Ariadna se extendió hasta posarse delicadamente sobre la cálida carne morena de ese muslo, dejando que los esbeltos dedos en su clítoris siguieran su ardiente danza.
Luego la mano de la trigueña empezó a moverse acariciando el terso muslo y la torneada pantorrilla que la rodeaban… causándole un gozo enloquecedor que le quitó la resistencia que le quedaba… su otra mano que trataba de detener la de la morena lentamente se fue apartando, hasta posarse en el colchón, finalmente Ariadna se relajó y dejó que la otra chica le diera placer mientras ella se encontraba perdida disfrutando el exquisito tacto de la pierna de Cynthia.
En su sueño la morena ya estaba recostada de lado en la tibia arena complaciendo a Baal con sus esbeltos dedos mientras este le devolvía el favor con sus magníficas garras negras en su sexo.
Se sentía ya cerca de alcanzar un placer como nunca antes había sentido, era tan salvaje y desenfrenado, pero tan natural… como dos animales al copular.
– Si… eso es… así… -le gruñía su macho de ojos ardientes, mientras le devolvía su gozo multiplicado- ¡Sii… oh Cinthis…me vuelves loca!
Cynthia parpadeó varias veces y entonces se dio cuenta de que estaba en su cama y que su sombra ahora era Ariadna que se arqueaba tratando de mirarla mientras ella la masturbaba vigorosamente pegada a su espalda.
Por un momento pensó detenerse pero la forma en que esos pálidos dedos acariciaban su pierna la enloquecía y volvió a sentir la lujuria salvaje que la hizo acelerar el ritmo de su mano dentro de las pantaletas de encaje rojas, casi como si al complacer a la trigueña se acariciara a sí misma.
– Mmm… Ari… tu sexo está… taaan caliente… -le murmuró roncamente al oído a la trigueña sin saber muy bien de donde había sacado esas palabras, pero disfrutándolas, en ese momento el sujetador de encaje rojo se desprendió suavemente ante el toque mágico de la estudiosa, dejando la sensible y vulnerable carne expuesta.
– ¡Ooohh… ooohhh… Cinthis… esto es… una locura… ooohhh…! -le murmuraba Ariadna mientras la miraba y su mano pasaba brevemente de esa irresistible pierna a la firme y redondeada nalga para darle un sensual pellizco, cuyo tacto la hizo gemir de placer- ¡Aaaaaahhh! ¿Qué estoy… haciendo?
– Mmm… solamente disfruta… no pienses… -le dijo la morena suavemente mientras besaba su nuca despacio.
– Oooohh… pero no soy… ooohh… no soy lesb… aaaahhh…
– Olvídate… de eso…. sólo importa… el placer… -le dijo Cynthia mientras con la otra mano acariciaba y pellizcaba una de los duros pezones de la trigueña- Ari… – Aaahhh… Dios…
Luego la excitada morena dejó de acariciar el sexo de la chica y usó esos dos dedos para empezar a penetrar lentamente su empapada vagina, sintiendo cada vez más placer al hacer suya a esa hembra.
– ¡Ooohhh… ooohhh… ooohh…! -empezó a gemir Ariadna, mientras se giraba un poco para mirar a la otra chica con ojos suplicantes- ¡Aaahh… Cinthis… debemos… parar…!
En ese momento escucharon como la puerta del departamento se abría y algunas risas ahogadas.
– ¡Volvieron las chicas! -gruñó la trigueña mientras trataba de levantarse, solamente para que Cynthia la obligara a acostarse de nuevo, con un firme aunque cuidadoso jalón.
– Ssshhh… no te muevas… -le dijo la chica con voz ronca y un brillo travieso en sus ojos.
En un instante sus dedos de nuevo masturbaban y acariciaban a la trigueña a gran velocidad.
– Mmm… no… esperaaaahh… Cinthis… nos van… a… ooohhh… oír -le murmuró asustada mientras trataba de detener la mano de la chica en su entrepierna, la misma que le estaba dando tanto placer- Aaahh…
Después de escuchar a las compañeras moverse por el departamento sus pasos se detuvieron frente a la habitación de la morena, luego golpearon suavemente.
– Cinthis… ¿Estás despierta? -le dijo en un susurro preocupado la voz de Ana.
– Si… tenía un sueño… delicioso -respondió a su vez en voz baja la joven, mientras sus dos dedos danzaban en el clítoris de la trigueña que apenas pudo ahogar un gemido.
– ¿Sabes dónde está Ariadna? No está en su cuarto…
– Ah… eso, no te preocupes -respondió mientras sus dedos aceleraban su caricia en esa entrepierna- se sintió mal y no pude llevarla hasta su cuarto, así que la dejé dormir aquí, conmigo…
Mientras hablaba Cynthia la besaba sensualmente en el hombro, haciéndola gemir suavemente.
– Oh… qué buena amiga eres… ¿Se encuentra bien?
La morena sonrió antes de responder.
– Oh si… ella está… muuuy bien -dijo con voz ronca a la vez que volvía a penetrarla con los dedos, cada vez más rápido- no te preocupes…
– No… espera… aaahh… -le dijo Ariadna susurrando, ya no para detenerla, sino simplemente tratando de evitar que la morena la hiciera venirse mientras Ana se encontraba en la puerta… y pudiera escucharla- por favor… aguarda un… ooohh… momento…
– Ssshh… yo soy quien manda… Ari… ¿Entendido? -le dijo Cynthia a la vez que con una mano la seguía penetrando y con la otra la masturbaba frenéticamente.
– Aaaaahhh… mmm… -al fin sollozó de gozo la trigueña sin poder controlarse.
– ¿Están bien Cinthis? Escuché un quejido.
– Es Ari… creo que la despertamos -dijo la estudiosa mientras movía sus manos a toda velocidad y finalmente mordía apasionadamente el blanco hombro de Ariadna, llevándola al orgasmo.
– ¡Aaaaaahhh… mmm…. mmm…! -gimió a la vez que la morena le tapaba la boca, sofocando sus sollozos- ¡Nnngghh… nnmm…!
– Mejor platicamos luego Ana… Ariadna podría molestarse -dijo en voz baja la morena sin dejar de disfrutar viendo como la trigueña se retorcía de placer entre sus brazos, sus rojos labios entreabiertos la atrajeron como un imán y no pudo evitar darle un largo y húmedo beso.
– De acuerdo, las veo mañana Cinthis, buenas noches -dijo la rubia mientras se retiraba a su cuarto.
– Descansa… -susurró tanto a Ana como a Ariadna, que tras su tremendo orgasmo se encontraba casi vencida por un profundo sopor y descansaba plácidamente boca abajo, aún llevaba sus zapatillas de tacón rojas y sus pantaletas de encaje a juego, la morena la observaba con una mirada libidinosa a la par que confundida, sin embargo aún deslizaba los dedos por las suaves y cremosas curvas de la trigueña mientras olfateaba en su otra mano el aroma a sexo y placer de la durmiente hembra a su lado.
– Dios mío… ¿Qué hice…? -pensó un momento antes de que el exquisito aroma la hiciera entrecerrar los ojos e introducir los dos dedos en su boca para disfrutar el excitante sabor de Ari- Mmm…
En la dimensión ultraterrena que contenían y compartían las zapatillas embrujadas Baal reía y rugía en medio de vendavales salvajes… casi le había costado una parte de su existencia inmortal, pero gracias a su poder, sus manipulaciones y en última instancia a la entrega voluntaria de Cynthia a los placeres de la lujuria, lo había logrado… había trasladado parte de su poder a las zapatillas de Ariadna, había creado un nuevo objeto embrujado… no eran tan poderosas cómo las originales donde la obscura entidad había sido aprisionada milenios atrás, pero el mortal que lo controlaba no sabría de su existencia, por medio de estas podría actuar en el mundo libremente y conseguir su futura liberación…
En la mañana Ariadna despertó de golpe y se sentó en la cama mientras cubría pudorosamente sus senos con las cobijas y miraba al otro lado de la cama, tensa y preocupada. Pero se relajó al descubrir que estaba sola, su inesperada y apasionada amante se había levantado más temprano dejándola complacida a la vez que confundida en la habitación.
– Será… será mejor que me vaya -pensó al ponerse su brassier y su vestido, ya en la puerta encontró una nota pegada: Ayer me la pasé maravilloso contigo… me encantaría repetirlo. Nos vemos luego… Besitos. Cinthis.
– No… lo siento, fue un error y no se repetirá -pensó Ariadna en cuanto leyó el mensaje… sin embargo no pudo evitar esbozar una sonrisa mientras entraba a su cuarto y guardaba el mensaje de la morena en uno de sus libros favoritos.
El viernes siguiente Cynthia estaba muy orgullosa mientras entraba en su cuarto, le iba genial en la universidad, los exámenes de esa semana los había aprobado con notas perfectas y en los trabajos obtuvo mención especial de parte de los profesores, era como si de pronto tuviera memoria fotográfica y una concentración superior, aunque sus sensuales tacones y minifaldas podrían tener también alguna influencia con los catedráticos.
– ¡Qué lindo el profe de derecho internacional en felicitarme frente a todos! -pensó al recordar esa mañana, luego sonrió de forma coqueta mientras dejaba sus libros en el escritorio- Se merece un premio… sí señor, la próxima semana me pondré la faldita escocesa y las pantaletas francesas negras y le daré el mejor espectáculo de su vida… oh si…
Entonces una alarma de música clásica empezó a sonar en el escritorio, su nueva tableta electrónica color negro mostraba un mensaje en pantalla: Hora de la siesta, parpadeaban las letras cursivas a la par de un corazón animado.
– Oh… me toca siesta -dijo suavemente la chica con sus ojos cristalinos y desenfocados mientras ponía seguro a la puerta para luego cambiarse de ropa a algo más apropiado y entonces acostarse en la cama ya vestida y entaconada.
Segundos después la música de la tableta se convirtió en una ardiente melodía de violín y al momento Cynthia quedó sumida en la inconsciencia, a la vez que sus piernas calzadas con las zapatillas negras transfiguradas de Scorpius comenzaban a tensarse para finalmente levantar a la dormida joven que tras ponerse la capucha negra se colocó frente a la cámara de su computadora, lista para otra sesión como bailarina-esclava.
Un hombre maduro y fuerte de tez obscura observaba encantado la pantalla de su computadora, un ángel de piel morena bailaba ante él al ritmo de una vieja y sensual canción de lambada, vestía unos pequeños y ajustados pantaloncillos negros que llegaban a medio muslo y resaltaban cada curva de la chica, en sus pies llevaba unas zapatillas de tacón altísimo, negras como la noche y con una abertura que dejaba ver parte de sus dedos con las uñas pintadas de rojo.
En el torso llevaba una blusa rosa de manga larga, pero en vez de estar abotonada estaba anudada bajo sus firmes senos, dejando ver un atrayente escote arriba, su cinturita y ombligo debajo. Una capucha negra ocultaba su identidad haciendo que todo el acto pareciera aún más prohibido.
– Soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -había sonado minutos antes en las bocinas emocionando mucho al hombre que le ordenó que bailará para él.
– Lúcete para mi… si… así -le gruñía el hombre a la ágil hembra que daba pequeños saltos y luego se sentaba sobre sus talones y se sacudía, haciendo vibrar sus nalgas de forma exquisita mientras le daba la espalda- muéstrame más… quítate la ropa…
El hombre ya llevaba un tiempo masturbándose con rapidez y vigor ante el baile de la joven.
Sumida en su propio sueño de placer Cynthia arqueó su espalda al emitir un gemido de éxtasis a la vez que con sus dedos sujetaba el borde de sus pantaloncillos y tiraba de ellos para liberar los broches de velcro que los mantenían en su lugar con lo que en un súbito y lujurioso movimiento se arrancó la prenda, al instante sujetó los lados de su blusa liberando también su torso en un explosivo jalón.
Entonces puso sus manos tras la cabeza y siguió bailando moviendo sus preciosas caderas y senos como una muñeca de placer, vestida únicamente con una pequeña y delicada tanga rosa y sus provocativos tacones negros mientras sus duros pezones señalaban la tremenda excitación de la hembra encapuchada.
– ¡Nnngghhh… maldita puta… eres… perfecta…! -gruñó el hombre mientras llegaba al orgasmo viendo a la chica bailando y obedeciendo sus órdenes…
– Si… llámame como quieras, soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -sonó de nuevo en las bocinas del hombre la supuesta voz de la morena: femenina, acariciante… sumisa.
Dominado por su libido el cliente ya pensaba en lo siguiente que ordenaría a su joven esclava virtual… había contratado una larga y costosa sesión y haría que la morena desquitara cada moneda que había pagado por ella.
Horas después, ya entrada la noche, Cynthia estaba recostada en el sofá de la sala viendo televisión sola, pues no se sentía cómoda de que las chicas la vieran usando una prenda tan íntima como sus tacones de dormir fuera de su habitación, excepto claro por Ariadna.
– Mmm… me gustaría pasar otra velada con ella… pero es tan deliciosamente tímida… -reflexionaba la morena con una sonrisa a la vez que acariciaba suavemente sus tetas- ya pensaré en una forma de… persuadirla.
Llevaba su corta y amplia camiseta, sus hombros descubiertos y unos botines rojos de tacón alto que llegaban al tobillo, se sentía tan relajada… se había masturbado un par de veces, había cenado con las chicas… luego se había vuelto a masturbar y finalmente descansaba… hasta que volvió a sonar su tableta electrónica negra con música clásica y el mismo mensaje de antes: Hora de la siesta, rezaban las letras cursivas apareciendo y desapareciendo al ritmo de un parpadeante corazón.
– Si… hora de la siesta -susurró la chica mientras sus ojos se desenfocaban, como sonámbula se levantó, apagó la televisión, recogió su aparato digital y se fue a su cuarto, mientras su entrepierna empezaba a palpitar a la par del corazón en la pantalla.
En la oficina de su base central X observaba complacido la pantalla de la computadora donde un nuevo mensaje parpadeaba: Nuevos prospectos pendientes – 153. Revisó los datos y sonrió.
– Muy bien, cumplen con los requisitos, serán juguetes sexuales perfectos –susurró para sí mismo, sin embargo su gesto pronto se desvaneció, con seriedad se acercó a la vitrina en la esquina de la habitación y la miró de forma sombría, iluminado por unos suaves reflectores solamente habían un par de pequeños cuadros de piel roja de un centímetro por lado, lo único que quedaba de las zapatillas rojas originales.
– Pero será imposible completar mis planes si no puedo crear nuevas zapatillas –pensó molesto, luego tomó una decisión, descolgó el teléfono y marco a un número interno- Bombón, ya no tenemos tiempo, debemos actuar… si… tendremos que adelantar los planes, reúnete con Nena y trae tu equipo para ir al aeropuerto… será un reto pero debemos esclavizar a Phoebe Halliwell.
CONTINUARÁ
EN LA SERIE DE LAS ZAPATILLAS ROJAS
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
sigma0@mixmail.com
 

Relato erótico: “la bestia cachonda y bella la zorra” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0

el príncipe Erik era un príncipe cachondo se follaba todo lo que se movía. Todas las mujeres estaban locas por él. tuvo la mala fortuna que follara con una chica a la que desvirgo después de prometerla que se casaría con ella y luego se largó y claro está que era una bruja que estaba loco por él. le echo una maldición le convirtió en Bestia con un rabo de 30 cm. casi nada hasta que encontrara una mujer que le quisiera así.
cada mes encerrado en su castillo solicitaba una mujer y si esta no le satisfacía sexualmente además de violarla se la comía. todo el pueblo estaba aterrado pues ya habían sido varias las mujeres sacrificadas.
Bella vivía con su padre el cual temía por su hija que le tocara el turno de llevarla al castillo lo que no sabía su buen padre es que Bella era más puta que las amapolas y se hacía pasar por tímida para que su padre no le diera un patatús al enterase lo golfa que era su hija.
tras Bella había un tal Gastón que quería follarse a Bella y ya se había follado a varias mujeres del pueblo y todas hablaban maravillas de él. todas estaban detrás de él menos Bella.
– que pasa Bella. no quieres ser mía. mira las otras- decía el tal Gastón – se matan por mi ellas.
– tu eres una picha floja que no sabes ni dónde meterla a mí no me vas a convencer como a esas para follar contigo -decía Bella.
– acaso piensas que no se tu secreto- decía Gastón -eres más puta que las amapolas y se lo diré a tu pobre padre como no folles conmigo.
– y yo le diré a todo el mundo que eres una picha floja que no satisfaces a ninguna mujer. quedara tu reputación por los suelos.
llego el tiempo en que casi no había muchas mujeres y le tocaba a Bella irse al castillo ya que era requerida por la Bestia sino mataría a los ciudadanos del pueblo. así que Bella se sacrificó.
su padre lloraba;
– hija mía.
– no temas padre ya verás como volveré.
Gastón se reía.
– no has querido ser mía zorra y ahora te va a destrozar la Bestia cuando te meta su polla -decía Gastón -jajjaja.
– ya veremos -decía- Bestia además tu eres una picha floja que cree que todo el mundo es tuyo y no me gustas.
así que a Bella la llevaron al castillo de la Bestia los del pueblo para complacerla y no matara a nadie más. Bella entro en el castillo y allí la esperaba una suculenta comida digna de una princesa comía con ganas y al no ver a nadie se quedó dormida ya por la noche oyó unos rugidos como los de un león.
ella se despertó aterrada y vio a la Bestia con un rabo de 30 cm y cabeza león que la dijo:
– ahora que has comido bien y has dormido bien es hora de complacerme- y se sacó su pedazo de rabo del pantalón.
cuando Bella vio su rabo s le salían los ojos siempre había soñado con un rabo así de unos 30 cm que la follara hasta mas no poder y la enculara.
Bestia que no sabía lo puta que era Bella la dijo:
– ahora me complacerás sino te devorare como a las otras.
ella cogió el rabo de 30 cm y empezó a chupar con una maestría inigualable:
así así cabrona -rugía la Bestia -que gusto puto más quiero que me la comas más Bella.
luego con su lengua la comió el chocho a Bella la cual se corrió como una fuente.
– ah ahora.
al fin llegó la hora de la penetración si aguantaba y no la destrozaba como a las otras había ganado así que Bestia cogió su rabo a mas no poder y se la metió a Bella hasta los cojones la cual se volvió loca de gusto.
– así así cabrón más fóllame más hijo puta te amo quiero ser tu puta quiero un hombre así pasaron los días.
y Bestia y Bella follaban casi a diario Bestia tenía un espejo mágico lo cual todo lo veía el cual le dijo a Bella que su padre estaba muy enfermo así que Bella dijo que le diera una semana para verle que regresaría.
así que se fue a ver a su padre y le encontró muy enfermo y sin dinero Bella cuido a su padre y le dio dinero para que se recuperarse él se alegró mucho por su hija que ella estaba a salvo cuando se disponía a regresar al catillo con la Bestia, Gastón la sujeto e intento violarla:
– jajjja vas a ser mía zorra y te llevare conmigo y esta vez no te escaparas.
se quitó las calzas para follársela lo que no contaba es que la Bestia lo veía todo en el espejo y así por arte de magia cuando iba a follarse a Bella y hacerla daño apareció la Bestia y de un zarpazo le arranco la cabeza.
– ya estas a salvo quiere casarte conmigo -dijo la Bestia.
– de mil amores quiero que me folles hasta mas no poder y ser tu puta para siempre.
algo paso la maldición se había roto la Bestia se había convertido en un príncipe muy cachondo con 30 cm de rabo el cual follaba a Bestia cada día y al final se la meto hasta por el culo. el padre supo lo puta que era su hija, pero ya le daba igual ya que ella había salvado el pueblo y se iba a casar con el príncipe el cual le encantaba tener una mujer tan puta y caliente que le satisficiera en todo y hacían todo del sexo y colorín y colorado comieron perdices y follaron felices
ces  FIN

  • : el principe erik queda convertido en una bestia con on un rabo de 30 cm y ninguna mujer quiere estar con el y si no la encuentra esta destinado a estar asi por vida victima de una bruja a la que no la satifacio y ella se vengo en el
 

Relato erótico: “La taxista, su amiga y un pintor. Trío inesperado (POR GOLFO)

$
0
0

COMO DESCUBRI
 “¡Qué coñazo de día!”, llevaba cinco horas al volante y estaba hasta los putos ovarios.
Ni siquiera había parado a comer: La gente cree que los días de lluvia son buenos para los taxistas pero no saben lo que significa conducir con ese tráfico. Todo el mundo saca su coche en cuanto ve que pueden caer unas jodidas gotas y quien realmente trabaja en la calle, se tiene que joder.
Odio levantarme por las mañanas y escuchar mientras me ducho que está lloviendo porque sé que va a ser un infierno. Ni que decir tiene que esa mierda de día fue así. Embotellamiento tras embotellamiento y las paradas llenas, por lo que ni siquiera pude descansar tranquilamente en una esperando un viaje sino que durante cinco horas tuve que conducir sin respiro alguno.
“Como esto siga así me voy al Fulanita, a ver si pillo un coño que llevarme a la boca”, sentencié más que harta.
Cuando más desesperada estaba, al pasar por el Bernabeu, vi que un tipo me paraba. Echándome a un lado, paré en un semáforo a esperarle. A mi lado una muchacha acababa de ser bañada por un autobús.
-¡Qué hijo de puta!- exclamé al percatarme que el conductor lo había hecho a propósito.
Sin darse cuenta que había parado por el hombretón, la cría se metió en mi taxi. La situación no podía resultar más incómoda. Sin saber qué hacer  me quedé  muda al comprobar que dos personas diferentes habían entrado a la vez en el automóvil. Aunque me había detenido por el hombre, la que me daba pena era la pobre mujer empapada. Pensando que lo resolverían entre ellos, pregunté poniendo en marcha el taxímetro:
-¿A dónde les llevo?-
El pasajero debió creer que esa rubia que se acababa de subir en la parte delantera era una amiga mía y por eso sin darle importancia, me contestó que a la puerta de Toledo. Al escucharlo la recién llegada se dio cuenta de que el taxi estaba ocupado pero la urgencia por llegar a su cita le hizo forzar la situación, haciéndose la despistada exclamó que ella había llegado antes y que quería ir a la glorieta de Pirámides.
Ahí fue cuando realmente me fijé en la muchacha. La tela blanca de la blusa, empapada y pegada, era casi transparente, dejándome entrever que la cría tenía unos pechos dignos de un piropo y si a eso se le añadía la minifalda negra que llevaba, la convertían en una tentación irresistible.
“Qué buena está”, pensé apenada por tener que echarla.
Indecisa sobre qué hacer, conseguí levantar mi mirada de los enormes senos de ese primor, descubriendo que tras ese rimel corrido por el agua se encontraba Elena, mi primer amor. No pude evitar recordar esos besos adolescentes tras la iglesia, los primeros magreos llenos de culpa por estar haciendo algo inmoral pero sobre todo el dolor que sentí cuando ella me dejó por culpa de Antonio, el hijo del alcalde.
“Me hizo daño”, pensé  tratando de conseguir  los arrestos suficientes para dejarla tirada en mitad de la Castellana. 
Desgraciadamente, tardé  más de lo necesario en retirar mis ojos de esos pezones erizados por el frio. Siempre me habían excitado los senos con los que la naturaleza había dotado a esa ex amiga y no pude evitar sentir  como mis bragas se mojaban. Aunque yo era más bien plana, la ausencia de dos buenas tetas, nunca me había importado porque para mí eran un símbolo de masculinidad con la que conquistar a mis parejas pero tengo que reconocer que, frente a ese monumento, me sentí vacía, sin gracia.
En cambio ella era todo femineidad y por eso fue doloroso percatarme que bajo la camiseta, mis aureolas se ponían duras al disfrutar con verdadera hambre de los de esa amiga de la infancia. Venciendo la vergüenza, le dije:
-¡Elena! No te había reconocido. ¿Desde cuando eres rubia?- y dirigiéndome al otro pasajero, le pregunté: -Perdone señor, le importa que llevemos a esta señorita, parece que necesita que la acerquemos, le costara menos. Es amiga mía, ¿no le importa?-
El aludido no pudo contestarme, estaba demasiado sorprendido por la situación pero sobre todo  porque al observarnos comprendió  que las musas nos habían mandado a su encuentro. Todavía no lo sabía pero ese tipo era un pintor y al vernos decidió que éramos las modelos que necesitaba. Al repetírselo por segunda vez, decidió no dejar pasar la oportunidad de que posáramos para él y contestó que por él no había problema.
En cambio, Elena, que aún tenía dos lagrimones en la cara, no se sabía qué hacer, incluso dudaba si de las gotas que la chorreaban por la cara eran producto del hijo de puta que le había empapado o se debían a la impresión de estar delante a un fantasma del pasado.
-No te había visto desde que me dejaste- le susurré  al oído.
Horrorizada, me reconoció. Momentos antes mi taxi le había parecido su salvación e instintivamente se había subido delante al saber que era una conductora. Lo que por un momento se le había antojado como un refugio se tornó en un tormento. Incapaz de soportar la vergüenza de encontrarse de frente a mí y que encima le recordase ese desliz tanta veces ocultado le hizo lamentarse de su mala suerte y entre lágrimas amargamente echarme la culpa de lo que pasó. Sollozando, se quejó que durante años  todo el pueblo habló de ello y que solo la fortuna había evitado que llegara a oídos de sus padres.
Compadecida pero excitada al volver a encontrarme con la mujer que me había revelado mi sexualidad, intenté tranquilizarla dándole un pañuelo con el que secarse mientras le decía:
-Eso fue hace muchos años. No te pongas así- y haciendo caso omiso al alucinado pasajero, le solté: -Te llevo gratis a pirámides y así me cuentas cómo te va la vida-
El pintor, tratando de no perder la ocasión que las hadas le habían otorgado, me apoyó diciéndola que me hiciera caso. Ahora sé que no lo hizo por buen samaritano sino porque su olfato le dijo que esas dos mujeres eran las que necesitaba para completar el encargo. Una andrógina, casi masculina, mientras la otra era el sumun de la belleza femenina. Pequeña, delicada y vulnerable era casi una virgen renacentista.
El tono suave del hombre la terminó de convencer y acomodándose en el asiento, se dio por vencida diciendo que tenía prisa y mirando  hacia el frente, evitó mis ojos. Yo, por mi parte, no pude dejar de echar un vistazo a su escote. Mi ex respiraba con dificultad y eso lo hacía más sugerente. Los nervios  de Elena habían provocado que esas adoradas aureolas se encogieran, mostrándose traicioneras bajo su blusa. ¡Cómo deseaba acariciar esas maravillas!, todos mis poros ansiaban volver a sentir esa dulce piel contra la mía.
Estaba dudando sobre cómo hacer un acercamiento cuando escuché que el hombre sentado en su espalda exclamaba que eso solo ocurría en Madrid. Sin saber a qué se refería, giré la cabeza hacia donde señalaba el moreno y descojonada descubrí que aprovechando el atasco, una rubia montada de paquete en una BMW parecía estar masturbando a su pareja en medio de la ciudad.
-¡No puede ser- dije alucinada y siguiendo la instrucciones del pasajero, avancé hacia ellos. El inmenso embotellamiento en el que estaban inmersos, solo me dejó adelantar unos quince metros.  Desde su nuevo ángulo de visión, solo alcanzaba a ver el culo perfecto de esa mujer y su brazo subiendo y bajando por la entrepierna del conductor de la moto.
-¡Que huevos!- exclamé mientras cegada por la curiosidad intentaba acercarme.
Elena que se había mantenido en silencio, soltó una carcajada al ser parte de ese instante voyeur. Sus ojos brillaban por la emoción de pillar a dos descarados amantes en mitad de la vía pública. Espontáneamente, los tres ocupantes del vehículo no pudimos apartar la mirada de esa rubia, cuyo casco no ocultaba su sexo ni  de esas piernas perfectamente contorneadas que se mostraban en tensión tras esos leggins grises. Dejándonos llevar, ojeamos a través de los cristales llenos de gotas, los movimientos de esa mujer.
Mi ex me pidió que me acercara más sin darse cuenta que sus pezones se volvían a poner tiesos y en esta ocasión no por el frio sino por el morbo de lo que estaba viendo. Aunque intenté adelantar a un pesado, me resultó imposible.  Los otros coches, al no moverse, nos privó de la visión que añorábamos y nos tuvimos que conformar con la silueta de esa preciosidad perdiéndose en el tráfico.
Fue entonces cuando mi pasajero nos soltó cabreado que debería darnos vergüenza que mientras esa pareja hacía el amor sin importarles quien mirara, nosotras en cambio estuviéramos discutiendo sobre errores pasados. Viendo que ese desconocido tenía razón, nos miramos y sonriendo enterramos los embarazosos recuerdos de nuestra juventud. Durante unos minutos ninguna dijo nada, de manera que tuvo que ser el pasajero quien se presentara. Con voz grave nos explicó que era un pintor de reconocido prestigio.
Elena, venciendo su resistencia, le agradeció su comprensión y con la gracia habitual en ella, se presentó diciéndole su nombre y en cambio a mí, me bautizó como la zorra desorejada que le había jodido su niñez. El insulto no me causo mella  y sonriendo, dije:
-Soy Bárbara-
El tipo haciendo gala de una curiosidad insana nos preguntó sobre el problema que teníamos entre nosotras dos. Reconozco que ambas nos quedamos cortadas. Era difícil el confesar para Elena, su pasado lésbico y para mí, mi militancia sin fisuras.
-Fuimos novias- le dije una vez pasado unos momentos, sabiendo que mi antigua pareja se iba a mostrar escandalizada.
Lo que no se esperábamos ninguna de las dos, fue que ese atractivo hombretón soltara  una carcajada y tras lo cual, nos dijera que éramos lo que necesitaba. Viendo nuestra extrañeza, sin más prolegómeno, nos  explicó la naturaleza de su problema.  Por lo visto hacía más de un mes, unos clientes le habían encargado un cuadro que ensalzara la dominación femenina sin pecar en lo grosero. En su mente supo  que necesitaba una mujer de aspecto virginal y otra con pinta de tener muchos renglones escritos. Jóvenes y bellas no podían parecer putas. Una tenía que transmitir bondad mientras la otra una pizca de picardía no exenta de sensualidad. Lo que parecía fácil en un principio, le había resultado imposible y por eso preocupado, esa tarde estaba a punto de claudicar cuando se metió en el taxi y al vernos comprendió que sus problemas habían terminado.
La reacción de nosotras fue completamente diferente: Yo tuve que reprimir un suspiro por el morbo de yacer desnuda con mi ex bajo la atenta mirada de ese tipo mientras pintaba pero, en cambio, Elena se negó poniendo por excusa que iba a una entrevista de trabajo y que no podía no podía faltar.
El pintor desesperado por perder a sus modelos, nos ofreció quinientos euros por una tarde de trabajo posando. Por lo visto, él trabajaba sobre fotos por lo que nos iba a retratar con su cámara para después elegir una para servirle de modelo. Al oír la cifra, miré a mi amiga, implorando que aceptara la proposición pero esta siguió en sus trece, aduciendo que necesitaba un salario mensual. Cuando ya creía que me iba a quedar sin esa pasta y lo que era peor, cuando ya había dado por perdida la posibilidad de estar con esa belleza, le sonó el móvil. Al contestar, se le cambió el semblante. Me di cuenta que le acababan de dar una mala noticia y no queriendo interrumpirla, esperé a que colgara para preguntarle qué había pasado. Elena estaba hecha polvo y no quería hablar pero tras pensárselo bien, me explicó que le habían cancelado la cita porque el puesto ya estaba ocupado.
Alonso, el otro pasajero, aprovechando la ocasión reiteró su oferta, añadiendo otros cien euros para cada una.  El muy cabrón jugó duro y la propia necesidad de mi ex le llevó aceptar pero con condiciones.  Aunque era parte interesada, fui testigo muda de un tira y afloja entre ellos dos. Al final, Elena consiguió sacar del pintor que ya que iba a ser una sesión sobre dominación, ella fuera la domina y yo, la sumisa. Sé que debí de quejarme pero solo pensar en la idea de que mi ex me dominara, me excitó a lo bestia y con las bragas empapadas, conduje hacía el estudio del pintor.
Completamente nerviosa, aparqué el taxi y sin hablar, los seguí hasta la casa. Mi amiga había perdido su reticencia inicial y charlaba alegremente con Alonso sobre cómo debía de posar. El artista le explicó que en absoluto iba a ser una sesión porno y que lo que necesitaba era una serie de fotografías eróticas donde ella y yo adoptáramos diferentes posturas. Para el aquel entonces ya tenía mi coño completamente encharcado y cada vez más excitada, deseaba que llegara el momento en que esa rubia me dominara.
“Estoy tan cachonda que me lo va a notar en cuando me desnude” pensé al sentir que, bajo mi camisa, mis pechos anhelaban ser acariciados.
Al entrar en el estudio de artista, nos dejó unos momentos a solas porque se iba a cambiar, lo que me dio la oportunidad de preguntar a mi amiga:
-¿Estas segura de hacerlo?.
Elena me dirigió una mirada asesina al oírme, tras lo cual, pegando un pellizco en uno de mis pezones, me contestó que lo estaba deseando porque me iba a hacer pagar las humillaciones que había tenido que soportar en el pueblo.  Aunque su boca hablaba de venganza, no pude reprimir un gemido de deseo al sentir el anticipo del castigo. En ese instante supe que sería una sucia sumisa en sus manos y que por mucho que me hiciera sufrir,  no me quejaría porque disfrutaría salvajemente siendo su perra. Estaba alucinada por desear ser suya de esa manera pero también por el cambio que había sufrido desde que se subió en mi taxi. Cuando entró empapada, era una muñeca rota pero, ahora, la mujer que tenía enfrente era una zorra dispuesta a hacerme expiar mis pecados.
Me estaba empezando a arrepentir de haberle insistido en aceptar la oferta pero entonces Alonso volvió al salón y mientras ajustaba la cámara de fotos, nos pidió que nos fuéramos desnudando.  Al oírlo, decidí echarle valor y un tanto cortada empecé a desabrochar los botones de mi camisa.
No os podéis imaginar lo bruta que me puso percatarme que Elena me miraba fijamente. En sus ojos no había deseo sino desprecio pero aun así todo mi cuerpo recibió como una caricia su mirada. Al despojarme de la blusa, mi antigua novia echó un vistazo a mis pechos e imprimiendo un tono burlesco, se rio de mí diciendo que no se acordaba de lo pequeños que eran.
Sé que lo hizo para molestarme pero no lo consiguió porque casi me corro al sentir su repaso y tratando de defenderme, le solté:
-Pues recuerdo que te encantaban.
Ella al escucharme, soltó una carcajada cruel y acercándose a mi lado, me susurró que había cambiado y que lo que ahora le apetecía, era azotarlos. Aprovechando su cercanía, la besé. Indignada, me soltó un tortazo y cogiéndome del pelo, me llamó puta. El pintor al ver la escenita nos preguntó qué hacíamos.
-Practicando- respondí sonriendo.
Mi descaro le tranquilizó pero solo hizo enervar más aún a mi ex. Viendo su cabreo, decidí forzar su reacción diciéndola:
-Amor, estoy deseando que me castigues.
Me creí morir al comprobar el efecto de mis palabras. Nunca me hubiera imaginado que la mojigata de mi ex se excitara pensando en someterme y por eso cuando Elena, sin dignarse a contestarme, le preguntó con la respiración entrecortada a Alonso si tenía una cuerda con la que atarme, sentí que mi chocho se licuaba. Este, soltando una carcajada, le contestó que tenía algo mejor y sacando de un cajón una fusta y un collar con correa, se los dio. La rubia al cogerlos, me gritó que me terminara de desnudar.
Su orden me hizo temblar de pasión y  obedeciendo, me quedé desnuda frente a ella. Mientras terminaba de hacerlo, vi como mi antigua novia se quitaba su ropa. Reconozco que en cuanto se empezó a despojar de la blusa, no pude evitar quedármela mirando completamente alelada. Era una sensación maravillosa ver como esa preciosidad se iba desnudando. Sé que no debí hacerlo pero en cuanto vi sus rosados pezones, inconscientemente, llevé mi mano a mi entrepierna y me puse a masturbarme con rapidez. Sabía que en cuanto ella terminase, me iba a castigar por hacerlo pero estaba tan cachonda que no me importó.
Elena, tardó en darse cuenta y cuando lo hizo, enfurecida, me puso el collar y tirando de la cadena, me obligó a arrodillarme. Una vez en el suelo, con la fusta empezó a azotarme mientras Alonso cámara en mano inmortalizaba el momento. Chillé de placer a sentir la caricia del cuero en mi trasero y anhelando ser reprendida, le grité:
-¡No sabes ni golpear!
Eso fue la gota que colmó su paciencia y subiéndose sobre mi espalda, me obligó a llevarla por la habitación como si  de una yegua me tratara. Con mi melena en una mano y azuzándome con la otra, fui su montura durante unos minutos hasta que cansada por el juego, se bajó y usando  la fusta, me penetró.
-Dios mío- aullé al notar la intrusión y berreando le rogué que no parara.
Mi entrega y sumisión junto a la presencia del pintor sacando fotos fueron el detonante de su excitación y sin pedirme opinión, me dio la vuelta y sentándose a horcajadas sobre mi cara, me exigió que le diera placer. No me lo tuvo que repetir dos veces, separando con mis dedos sus pliegues, me concentré con mi lengua en su clítoris mientras ella seguía torturando mi sexo con la vara. Estoy segura que se percató que me corrí por primera vez al saborear en mi boca su flujo pero en vez de castigarme por ello, siguió violando cada vez más rápido mi cueva mientras se dedicaba a pellizcar brutalmente mis pezones.
-Ahhh-  gemí casi llorando cuando retorciéndome una aureola, me insultó llamándome zorra lesbiana.
Sabiendo que estaba en sus manos y de que de nada me serviría quejarme, introduje mi lengua en su interior mientras me aferraba con mis manos a su culo. Elena al sentir que mis lamidas la estaban llevando al orgasmo y que Alonso estaba como una moto, decidió que era el momento de llevar a cabo sus planes y dirigiéndose a él, le pidió que se desnudara. Este no puso ningún reparo y en pocos segundos estaba en pelotas a nuestro lado. Sin saber qué hacer, esperó órdenes.
Aunque no os lo creáis, no caí en sus intenciones hasta que obligándome a ponerme de rodillas sin dejar de mamarla, le pidió al hasta ese momento testigo de piedra que me follara. Traté de protestar, nunca en mi vida un hombre había horadado mi cuerpo pero obviando mis quejas, mi ex  me dio un bofetón y tirándome del pelo, me forzó a seguir comiéndole el coño mientras ese tipo se ponía a mi espalda. Creí vomitar cuando sentí que con su glande jugueteaba con mi sexo pero incapaz de desobedecer a mi captora, no rechacé sus maniobras mientras trataba de convencer a mi mente que ese pene que estaba a punto de rellenar mi conducto era un consolador en manos de mi antigua novia.
Mi pasividad terminó de despejar las dudas de Alonso, el cual de un solo empujón metió toda su extensión en mi cueva. Al experimentar por vez primera un falo en mi interior, me sorprendió que lejos de asquearme la sensación fuera al menos placentera y por eso, pegando un suspiro continué comiéndome el maravilloso coño que tenía  a mi disposición. Concentrada en Elena, no pude dejar de experimentar excitación al ser follada y cada vez más caliente, moví mis caderas facilitando la intrusión del pintor.
-¡Eres un putón!- me soltó mi ex al comprobar que recibía con gozo los embates de un pene y queriendo maximizar mi claudicación, se levantó y cogiendo mis nalgas entre sus manos, las abrió y metiendo un dedo en su interior, dijo: -Alonso, a esta guarra nunca le han dado por culo-
-Por ahí, ¡No!- grité acojonada.
Mi brutal rechazo solo consiguió incrementar el morbo de Elena que sin esperar a que mi ano se acostumbrara a tener un intruso en su interior, me metió otro mientras se reía. Sé que debí de chillar pero envuelta en sensaciones nuevas, solo pude gemir de gusto. El hombre creyendo que le daba entrada, sacó su instrumento de mi sexo y colocándolo en mi esfínter, lentamente fue horadándolo.
-¡Mierda!-aullé estremeciéndome por el dolor.
Mi sufrimiento provocó otra carcajada de mi captora.
-Más fuerte- reclamó y soltando un fuerte azote en el trasero a Alonso, le obligó a penetrarme hasta el fondo: -¡Haz que esta puta sufra!-
Azuzado por la nalgada, el pintor me cabalgó salvajemente. Sus embestidas alcanzaron un ritmo infernal que derribó todas mis defensas y contra toda lógica, el dolor se transformó en placer y berreando por mi sexualidad perdida, me corrí. Todo mi cuerpo convulsionó al experimentar que me derretía siendo usada por un hombre y totalmente a su merced, grité que no parara.  Alonso al escuchar mi pedido, me cogió del pelo y usándolo como riendas, se lanzó en un galope desenfrenado que me hizo alcanzar nuevas cotas de excitación mientras mi ex se dedicaba a azotar mi espalda con su fusta.
-¡Por favor!- chillé descompuesta al interiorizar que mi sumisión era absoluta y que esa pareja me había llevado al agotamiento.
Fue entonces, cuando Elena retirando al sujeto y tomando su lugar, me folló salvajemente con sus manos en mis dos orificios mientras me exigía que le hiciera una mamada. No pude negarme y por eso abriendo mi boca, dejé que incrustara el pene en mi garganta. Tras el asco inicial, mi propia excitación hizo que me dejara llevar y con fruición, limpié con mi lengua mi primera verga sin saber que en pocos segundos, saborearía semen. Alonso, vencido por la situación me avisó de su inminente eyaculación y antes que pudiera retirarme, escuché a mi antigua novia ordenar que me tragara todo, por eso cuando explotó en el interior de mi boca, tuve que engullir su simiente mientras incomprensiblemente, volvía a sentir que un brutal orgasmo me paralizaba por completo. Agotada, me dejé caer sobre la alfombra y sollozando por mi debilidad, tuve que ser testigo de cómo Elena y Alonso daban rienda suelta a su ímpetu hetero.

Desde esa tarde, son pareja y una vez a la semana, llamo al timbre de ese estudio para que me aten y me usen de la forma más humillante, pero os tengo que reconocer que los días que sé que voy a verlos, mi chocho y mi culo chorrean por anticipado. Sigo siendo lesbiana pero ante todo soy la perra sumisa de esa pareja y estoy encantada.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas IV” (POR XELLA)

$
0
0

Sofía pasó una noche horrible. No pudo dormir en ningún momento. Primero, debido a su situación no paró de darle vueltas a la cabeza, pero, después de un rato, los motivos fueron otros…
Comenzó a entrarle sed, pero no estaba dispuesta a ceder en las pretensiones de los cabrones que la tenían secuestrada… Si bebía de esa… polla, setía el principio del fin.
Fue una lucha consigo misma, lucha que se vió agravada cuando comenzó a hacer efecto el afrodisiaco. Comenzó a notarse excitada, MUY excitada. No había pensado que la pastilla tuviese un efecto tan fuerte…
Y allí estaba ella, debatiendose entre su sed y su calentura. Veía como alguna de sus… compañeras, se levantaban en medio de la noche, se colocaban de rodillas ante el particular grifo y comenzaban a realizarle una intensa mamada. Sin darse cuenta, comenzó a observar la técnica, pensando que no sería complicado imitarla si llegase el momento…
¡Si llegase el momento! ¡Jamás! Se repetía. Pero poco a poco su voluntad iba debilitándose.
Milagrosamente consiguió aguantar toda la noche. Estaba destrozada pero había aguantado… No había dormido nada.
La señorita Angélica se presentó ante ella, dando golpecitos en la jaula para espabilarla.
– ¡Despierta perra! Ha llegado el momento de seguir con tu entrenamiento.
Sofía levantó la cabeza y la miró, no tenía fuerzas ni para intentar replicar… Mistress Angélica abrió la jaula, agarró la cadena y la sacó a tirones.
– Vaya vaya, ¿No has bebido ni una gota de agua?
Sofía intentó esbozar una sonrisa, orgullosa de su pequeña victoria. Pero en la cara de la dominatrix se dibujó también una sonrisa, la mirada siniestra que la dedicó la heló la sangre.
– Que graciosa eres… pensando que tienes elección.. No te preocupes, después de lo que vas a hacer hoy, beber de ahí va a ser lo que menos te preocupe…
Sofía estaba aterrorizada… ¿Qué iban a hacer con ella? No había comido ni bebido en días… estaba al límite.
– ¿No se te olvida algo? – Preguntó Angelica, mientras mostraba la punta de su bota ante la cara de Sofía.
Ésta, resignada, comenzó a lamerlas. Esa iba a ser la tónica de cada día… Saludar a su ama humillándose ante ella…
Una vez acabó, su entrenadora la llevó a cuatro patas igual que el día anterior, llegaron a la misma sala en la que estuvieron pero no estaban solos. Dos guardias estaban allí, preparando un armatoste colgado del techo formado por cadenas y correas.
– Preparadla. – Ordenó Mistress Angélica.
Los guadias agarraron a Sofía y la encadenaron a ese aparato. Estaba colocada en cruz, y un pequeño arnés la sujetaba por la cintura, permitiendo colocarla en varias posturas.
– Hoy vas a aprender que no tienes elección. – Dijo Angélica mientras, manejando las cadenasinclinó hacia adelante la cabeza de Sofía, colocándola en angulo recto, con los brazos tirantes hacia arriba.
Un guardia se colocó ante ella y, bajándose los pantalones liberó su polla. El guardia se quedó de pie, esperando. El glande estaba a escasos centimetros de la cara de la esclava, y ésta intentó apartarse.
¡ZAS!
Angélica estaba colocada tras Sofía, con la fusta.
¡ZAS!¡ZAS!¡ZAS!
Rápidos y continuos golpes surcaron el culo de Sofía, la Mistress no se tomaba un respiro.
El cansancio de Sofía estaba haciendo mella en su voluntad. El cansancio y el dolor. Angélica pegaba fuerte y cada golpe le producía un dolor insoportable, así que, queriendo no pensar en ello, abrió la boca y se dejó hacer.
Y vaya si la hicieron.
El guardia, en cuanto vió que la esclava le ofrecía la boca, la agarró de la nuca y le introdujo su polla de golpe. Comenzó a penetrarla con violencia, dando varias embestidas hasta el fondo de la garganta y luego sacándola de golpe, permitiendola respirar.
La mamada era tan violenta que Sofía no podía ni tragar su propia saliva, se estaba formando un pequeño charquito bajo su cabeza.
¿Por qué le estaba pasando esto a ella?
El guardia la agarró del pelo y, alzándole la cabeza se corrió en su boca. Sofía casi se ahoga. Nunca había hecho eso. Se la había mamado a sus parejas, pero nunca les había permitido que se corrieran en su boca. Era una pasta densa y grumosa, que sabía algo amarga. En cuanto el guardia sacó la polla de su boca, la escupió junto con el charquito de saliva.
– ¡¿Que crees que estás haciendo, zorra?! – Mistress Angélica se situó ante ella y, agarrando los dos pezones, comenzó a retorcerlos. – ¿Crees que puedes desperdiciar así el regalo que te hacen tus dueños?
El guardia aflojó las cadenas que sujetaban a la reportera, haciendo que cayese al suelo de rodillas.
– ¡Límpialo! – Exigió su Mistress.
Sofía no se movió, la mezcla de semen y saliva en el suelo no era para nada apetecible.
Un duro golpe sorprendió a Sofía, el guardia le había pateado las costillas.
– ¡Límpialo! – Repitió Angélica.
Agarró la cabeza de la chica y la restregó contra los restos. Varias patadas golpearon su maltratado cuerpo. Estaban minando su resistencia y su voluntad hasta límites insospechados. Y lo peor de todo es que por el efecto del afrodisiaco estaba tan caliente como nunca en su vida.
Después de varias patadas, la reportera se rindió, comenzando a lamer del suelo la corrida del hombre. Una vez hubo acabado, tensaron de nuevo las cadenas, alzándola a la posición original.
El segundo guardia repitió el proceso, follándose con violencia la boca de la reportera. Esta vez, Sofía no puso reparos cuando el hombre se descargó dentro de su boca, dentro de lo malo, era mejor que chuparlo del suelo…
Sofía quedó colgada de las cadenas, mientras los guardias salían de la sala y Angélica avanzaba hasta la cámara para recogerla.
– M-Mistres… – Balbuceó Sofía.
Angélica se paró, se dió la vuelta y avanzó hacia la chica.
– ¿Has dicho algo?
– Sí, mistress… P-Por favor… Tengo… Tengo hambre… y necesito ir al servicio…
– ¿Ir al servicio? ¿No has hecho tus necesidades en tu jaula?
Sofía había visto cómo algunas de sus “compañeras de habitación” hacían sus necesidades en un lado de la jaula… Cada cierto tiempo, los guardias limpiaban los restos con una manguera.
A parte de que se negaba a hacer una cosa así, había otra razón por la que no había podido.
– No… No puedo… Con esto…
Angélica recordó el cinturón de castidad.
– Aaaah claro, igual que ese juguetito no permite que entre nada, tampoco permite que salga, ¿Verdad?
– Si, mistress. Por favor…
– Bueno, no quiero que revientes…
Mistress Angélica comenzó a manipular las cadenas, pero, en vez de soltarla, lo que hizo fue obligarla a quedarse de cuclillas. Acto seguido desabrochó el cinturón y liberó a la esclava.
– Vaya vaya, parece que la sesión de hoy te ha gustado más de lo que pensaba… – Dijo la dómina pasando unos dedos por el coño empapado de la chica.
Sofía no aguantó más y comenzó a llorar de nuevo… POr mucho que supiese que era efecto del afrodisiaco, no podía negar que estaba cachonda… Deseaba correrse como nada en el mundo, pero no quería darle ese placer a su entrenadora.
Angélica no paraba de acariciar el coño de la chica, comenzó a introducir un par de dedos con facilidad. Las lágrimas de Sofía rápidamente fueron acompañadas de oleadas de placer. Inconscientemente, la reportera comenzó a acompañar con sus caderas el movimiento de los dedos de su ama.
Angélica sacó los dedos. Ante la frustración de Sofía, se puso ante ella y se los mostró.
– No pensarás dejarme así, ¿verdad?
Sofía cerró los ojos con fuerza, dentro de poco se quedaría sin lágrimas.
La dominatrix acercó los dedos a la boca de la chica y ésta la abrió, pensando que mientras antes acabase, antes la dejaría en paz. Angélica introducía y sacaba los dedos de la boca, dándoselos a veces a lamer y a veces a tragar.
– Es suficiente, haz tus necesidades y regresemos a tu jaula.
– ¿A-Aquí?
– ¿No me has oído perra? Hazlas donde quieras, pero hazlas ya, si no te das prisa te volveré a poner el cinturón.
Sofía no podía creerselo, hazlas donde quieras, le decía, ¡Cómo si pudiese moverse de allí!
Ante la posibilidad de tener que aguantar un día más, la reportera comenzó a orinar primero y defecar despues, viviendo la peor humillación de su vida.
Angélica trajo una manguera de un rincón de la sala y, sin el menor cuidado, comenzó a limpiar tanto el suelo como a la esclava.
El agua estaba helada y cuando acabó, Sofía tiritaba, tanto que cuando le puso de nuevo el cinturón, parecía que estaba caliente.
Una vez liberada de las cadenas, Sofía se acercó sin que le dijesen nada a las botas de su ama. Angélica sonrió complacida, esa perra estaba entrando en vereda.
Mistress Angélica condujo a la esclava a su jaula y volvió a encerrarla.
– Mistress… ¿L-la comida?
– ¡Es verdad! – Exclamó Angélica, fingiendo haberse despistado. – Lo prometido es deuda. Ahora te la traerán los guardias. – Dijo antes de irse de la sala.
Unos minutos después, un guardia avanzó por el pasillo con un plato de perro en sus manos. ¿Hasta ese punto iban a llegar? ¿La iban a hacer comer en un plato de perro?
El guardia se plantó ante la jaula y, antes de darle la comida, se bajó los pantalones e introdujo la polla entre los barrotes.
Sofía actuó sin pensar, era evidente que si no lo hacía se quedaría sin comer, así que agarró la polla con una mano y comenzó a lamerla de la mejor manera que pudo, intentando que acabase cuanto antes mejor.
Cuando estaba a punto de correrse, el guardia sacó la polla de los barrotes y, meneándosela sobre el plato, se corrió en su interior.
Sofía abrió los ojos con sorpresa justo antes de echarse a llorar. El guardia dejó el plato dentro de la jaula y se largó, dejando a la reportera con su llanto.
El cúmulo de sensaciones podía con ella. Tenía sed, hambre, había sido abusada y humillada, y seguirían haciendolo el resto de los días… Y para colmo, estaba cachonda de continuo. No sabía cuanto tiempo duraría el efecto de la pastilla, esa sensación unida a llevar el cinturón de castidad era la gota que colmaba el vaso… ¡Y no podía ni ir al servicio cuando quería!
Aún sabiendo lo que significaba hacerlo, la sed era demasiado intensa para ella. En un principio había pensado que antes se moriría de hambre y sed antes que sucumbir a las presiones de los hijos de puta que la tenían capturada, pero el instinto de supervivencia pesaba sobre todo… No quería morir… La esperanza es lo último que se pierde y, si se mantenía con vida en algún momento encontraría alguna oprtunidad de escapar. Así que, tragándose su orgullo y dispuesta a tragarse algo más, se arrodilló ante el “grifo”.
Había visto beber a sus compañeras, así que más o menos sabía como hacerlo. Debía ponerse de rodillas, con las piernas juntas y las manos tras la espalda y, usando sólo la boca, tragarse el falo hasta que, suponía, comenzase a dispensar el agua.
Se colocó en la posición y comenzó a tragar. Al principio pensó que tardaría un poco en salir pero, al ver que no lo hacía, comenzó a desesperarse. Intentó de varias maneras, agitó la polla con sus manos, pajeándola y acabó golpeándola, frustrada, ¿Por qué no salía?
– Psss
Sofía se paró en seco, asustada.
– Psss
Miró a un lado y vió que su compañera de celda la llamaba. Se acercó a ella.
– Debes tragartela entera… – Susurró. – Si no no saldrá nada…
– G-Gracias… – Contestó Sofía, pero la chica ya estaba dándose la vuelta, vigilando que algún guardia no las hubiera visto.
La reportera volvió a la tarea, intentando tragarse el falo entero, pero no entraba… Era imposible que se tragase eso, ¡Era demasiado grande!
Estuvo mucho tiempo intentandolo, le dolían las mandibulas y poco a poco iba consiguiendo tragar más, pero no llegaba a hacerlo por completo. Después de muchas intentonas, introdujo aquella polla de plástico completamente en su boca y… No pasó nada.
Estaba cansada de humillarse ella sola haciendo aquello, y entonces recordó que tenía que mamar, no simplemente meterla en la boca. Comenzó a realizar una mamada costosa, con lentitud y algo de dolor y, entonces, borbotones de un fresco líquido comenzaron a salir del grifo. Lo tenía introducido hasta el fondo, así que el agua golpeó directamente en su garganta, lo que la hizo toser y expulsarla toda de nuevo.
Volvió a su tarea, ya sabiendo como iba a salir no la pillaría por sorpresa. Estuvo varios minutos bebiendo, recibiendo chorretones de agua dentro de su garganta. Era reconfortante… La primera sensación de frescor que sentía desde hacía lo que parecía una eternidad.
Cuando acabó de beber se sintió mejor, el líquido había hecho una funcion reconstituyente. Entonces se dispuso a comer. Primero comenzó a coger los pedazos que no estaban manchados, pero luego, el hambre hizo que se comiese el resto de comida bañada en semen.
Se había quedado saciada y a gusto y se dispuso a descansar. No sabía si era de día o de noche, allí apagaban y todas se echaban a dormir, así que hizo lo mismo, vencida por el cansancio.
A mitad de la noche, un fuerte ruido despertó a la reportera. Cuando alzó la mirada, el terror la invadió, varios guardias estaban rodeando su jaula.
– Mírala, que dormidita estaba la zorra. – Dijo uno de ellos.
– Esta buena esta perrita.
– Mírala que tetas
– Era reportera, ¿No? ¿La habéis visto alguna vez en la tele?
– No… Pero ahora la vamos a ver mejor, ¿Necesitas micrófonos para tu reportaje?
Los hombres comenzaron a sacarse las pollas, igual que el que la había traido la cena.
– Vamos esclava, aquí tienes tu premio Ondas
Los demás le rieron la gracia. El resto de esclavas se encogían en sus celdas y se hacían las dormidas, esperando no llamar la atención de los guardias.
Sofía estaba paralizada, hecho que solucionó uno de los guardias introduciendo una picana eléctrica y dándole una descarga.
– ¡Vamos zorra! ¡No nos hagas repetirtelo o te freímos a descargas!
Sofía, asustada, agarró la primera polla y se la introdujo en la boca. Los guardias comenzaron a reir.
No llegaban a correrse, se apartaban y le dejaban el paso a otro.
Cuando se cansaron del juego, abrieron la jaula y la sacaron de allí.
– Oye, ¿Tiene el cinturón puesto? – Preguntó uno.
– Si, Mistress Angélica la quiere caliente y dispuesta. La está aplicando afrodisiacos.
– Ja ja ja, esa Angélica es una fiera, no se le escapa ni una… Pero si con esta no podemos, tendremos que buscar ayuda… – El guardia paseó la mirada por le sala y sacó de la jaula a una pelirroja bajita. La chica tenía unos pechos tan enormes en relación a su cuerpo que Sofía pensó que serían operados…. ¿Lo habría echo ella por su cuenta, o se lo habrían hecho después de capturarla?
La chica se movió solicita, acompañando al guardia hasta situarla al lado de la reportera. La puso a cuatro patas y de un empellón se la metió por el culo.
Los guardias se repartieron entre las dos mujeres, mientras Sofía se la chupaba a un par, el resto perforaban a la pelirroja por todos sus agujeros. No dejaban de manosearlas. Las enormes tetas de la pelirroja fueron sobadas, mordidas y pellizcadas, y las de Sofía no se libraron. Mientras mamaba aquellas pollas sus pezones fueron castigados con pellizcos y tortazos. Les hacía gracia hacer que botasen de un lado a otro.
Cuando todos estuvieron a punto, pusieron a las mujeres una al lado de otra y comenzaron a correrse sobre sus caras, llenándolas de lefa
– Habéis quedado un poco sucias, perras. ¿Por qué no os aseáis un poco?
A Sofía se le iluminó la cara. La idea de un buen baño era una liberación, el agua caliente calmándola y reconfortandola…
Todas sus ilusiones estallaron cuando la pelirroja comenzó a lamerle la cara. Entonces comprendió.
No lloró, ya no le quedaban lagrimas. Se resignó y comenzó a lamer la cara de su compañera, recogiendo con su lengua los restos de corrida.
Una vez acabaron, volvieron a ser encerradas cada una en su jaula. El cansancio la obligó a dormir a pesar de todo lo que pasaba por su cabeza.
Se levantó varias veces durante la noche a beber más agua, como salía a borbotones en su garganta, le daba la sensación de que no llegaba a calmar su sed de manera completa.
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
 

“MI ALUMNA SE ENTREGÓ AL PLACER” Libro para descargar (POR GOLFO) HISTORIA TOTALMENTE INÉDITA

$
0
0

PORTADA ALUMNA2

Sinopsis:

El email de una desconocida despertó el instinto depredador que llevaba reprimiendo durante años y cómo no podía hacer mía a la causante, busqué a mi alrededor una sustituta. Contra toda lógica descubrí dentro del aula donde daba clases que Almudena, un cerebrito, era la sumisa que estaba esperando.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos
 

Capítulo 1

Después de una temporada de relativa calma, me vi inmerso en una vorágine de sexo y perversión como nunca la había tenido. Todo empezó un día recibí un email de una joven de apenas veintitrés años que se declaraba fan de mis relatos.
Al leerlo, mis años de experiencia me hicieron ver que tras los sinceros elogios se escondía una petición de ayuda. En una lectura rápida cualquier otro destinatario solo se hubiese quedado con la fascinación de esa niña por la literatura erótica pero, a mí, me resultó evidente leer entre líneas que su fantasía iba más allá.
«Tiene alma de sumisa», comprendí pero lo que realmente picó mi curiosidad fue advertir por su tono que deseaba de alguna forma conocerme.
Como perro viejo en esas lides, decidí hacer un hueco en mis obligaciones y poniéndome frente al teclado, la contesté cordialmente mientras la regalaba un relato inédito para que fuera ella la primera en leerlo.
«¿Caerá en la trampa?», me pregunté nada más enviar ese mensaje porque si era como yo suponía, no podría evitar responder lo que me daría la oportunidad de lanzarle un anzuelo tras otro hasta que esa cría pasase a formar parte de mi harén.
Mientras esperaba su respuesta, me puse a indagar sobre ella. Cosa que me resultó fácil porque sin saberlo, me había dado mucha más información de la que en un principio estaba dispuesta a revelar al cometer involuntariamente varios errores.
Aprovechando su buena fe, o mejor dicho su inconciencia, busqué el mail desde el que me había escrito en Google. Os juro que al hacerlo no esperaba ningún resultado que me permitiera conocer quién era la remitente, pero fue entonces cuando descubrí que había usado su dirección “oficial”.
«Es mona», certifiqué cuando uno de los enlaces me dirigió directamente a su Facebook.
Así supe de primera mano que mi interlocutora vivía en Puerto Rico, que estudiaba trabajo social en una de las universidades de esa isla, que no había mentido respecto a sus años y que al menos en la red, no tenía pareja ya que en ninguna de las fotos que había colgado aparecía con un tipo que no fuera de su familia.
«Es curioso», pensé, «las personas de su generación han crecido con internet y aun así, no saben cómo proteger su anonimato».
Trasteando en la web, recopilé un montón de información sobre sus hábitos e intereses sin tener que desvelar que era yo quien investigaba. Así me enteré que medía un metro cincuenta, que era blanca de piel y que llevaba el pelo corto pero también salió a la luz su gusto por los animales y su afición a la literatura seria.
«Alguien tendrá que explicarle que no está bien ser tan poco cauto y que al menos debe de tomar precauciones antes de entrar en contacto con un extraño», me dije olvidándome de ella por la llegada de María, una profesora del claustro donde trabajo, la cual desde hace seis meses es mi más fiel servidora.
Aunque no viene a cuento, el caso de esta madura merece un inciso para explicaros de alguna forma que una de las principales características de un amo es ¡estar siempre a la caza!
Todavía recuerdo el día en que conocí. Fue durante una charla informal en la cafetería de mi universidad. Estaba tomando un café con el rector cuando ese buen anciano me la presentó como su última adquisición para el departamento de investigación. Ni siquiera tuvo que hablar, como un libro abierto leí en su actitud, en sus ojos esquivos y en su exagerado mal humor que el destino de esa rubia pasaba por lucir uno de mis collares.
Y así fue, en menos de dos meses, María me rogó de rodillas ser mi esclava y desde entonces, una o dos veces por semana, llega a mi casa, se desnuda y durante cuatro horas se afana en servirme. Da igual que esté casada y que su marido se haya convertido en mi amigo, cuando la llamo corre a cumplir mi voluntad al saber que al final se verá recompensada y obtendrá el placer que ha venido a buscar.
Si os preguntáis porque os cuento esto, la respuesta es sencilla:
“Quiero dejaros claro que todos aquellos que tengáis una faceta sumisa ¡corréis peligro!”. Ya que el primer dominante con el que os topéis sabrá quizás antes que vosotros exactamente que tecla tocar para sacar a la luz vuestra verdadera personalidad y solo dependerá de él, el tiranizaros o el haceros disfrutar sin límite.
Volviendo a la historia de “Pequeñita”, María estaba haciéndome la primera mamada del día cuando desde el otro lado del charco, esa puertorriqueña me contestó. Sin permitir que la zorra se sacara mi verga de su garganta, me puse a leer el mensaje de la desconocida.
Os confieso que no fue ninguna sorpresa que esa monada me explicara su evolución y que siendo apenas una adolescente comenzara a disfrutar con las historias románticas donde el protagonista fuera un hombre dominante.
Tampoco me extrañó que rápidamente se diera cuenta que a esas novelas rosas les faltaba algo ni que fue cuando cayó en sus manos un libro erótico cuando realmente se enteró que deseaba sentirse usada aunque fuera una vez. En plan confesionario, me contaba en el mail que se fue concentrando en relatos de maduros al creer que solo con experiencia podía ser capaz de sacar la ardiente mujer que tenía dentro. De allí pasó a los relatos de dominación y de esos a los de no consentido.
Nuevamente no tuve que ser un genio para saber que esa boricua estaba en cierta forma buscando un escultor que diera forma a su ser y con él descubrir la que yo considero más sublime forma de placer que es la sumisión. Reconozco que lo que realmente instigó a mi lado dominante a seguir con ese intercambio epistolar fue comprobar que era sincera porque sin que yo se lo tuviera que pedir, “Pequeñita” se describió exactamente como aparecía en las fotos sin tratarse de adornar.
― No hace falta ser una Barbie para gustar a un hombre― tecleé respondiendo a su mensaje, harto quizás de la impostura que puebla la red.
Agradeciendo su sinceridad, le pedí que me contara el momento más erótico de su vida para comprobar cuan acertado estaba sobre sus verdaderas inclinaciones. Tras releer mi escrito, di al SEND y me concentré en la sumisa que tenía entre mis piernas.
María había aprovechado que no la miraba para empezarse a masturbar. Me hizo gracia saber que lo había hecho a propósito para que yo tuviera un motivo para castigarla pero la perspectiva que se me abría allende los mares me tenía de buen humor y por ello únicamente esperé a que estuviera a punto de correrse para prohibírselo.
― ¿No me va a castigar?― incrédula me preguntó.
― No te lo mereces― respondí.
Tras lo cual la llevé sobre mi cama y le inserté sendos consoladores en cada uno de sus agujeros. La cuarentona creyó que iba a hacer uso de ella pero poniéndolos a toda potencia, me fui a merendar advirtiéndola que no iba permitir que en esa tarde, me volviera a fallar.
«Tengo vedados los orgasmos», comprendió y humillada esperó a que esos dos enormes falos de plástico cumplieran su labor.
Satisfecho con ese peculiar escarmiento, abrí la nevera y me preparé un bocadillo. Cuando os digo que estaba satisfecho, así era porque si bien los ajenos a este mundo, equiparan sumisión al dolor, eso es falso. Se puede ser el amo más dominante sin tener que torturar a nuestras princesas porque unas necesitan mano dura mientras a otras les basta con sentirse dirigidas.
Con una cerveza en una mano y el bocata en la otra, volví a donde estaba mi sumisa. No tuve que traspasar la puerta para saber que María me había obedecido al ver cómo intentaba a duras penas contener el placer que se iba acumulando entre sus piernas.
«Es una puta bien adiestrada», sentencié mientras me sentaba a observar su sufrimiento al no poder correrse.
La rubia suspiró al verme y con lágrimas en los ojos, me imploró que la perdonara. No le hice caso y masticando lentamente incrementé su zozobra al sentirse observada.
― Amo, ¡no aguanto más!― chilló descompuesta al ser consciente que desde mi asiento podía ver claramente que tenía su sexo anegado.
Disfrutando de su desamparo, metí y saqué el falo que tenía incrustado en su trasero un par de veces antes de humillarla, diciendo:
― Viendo lo gordas que tienes las tetas, es una pena que seas tan vieja. De ser más joven, te preñaría para que así asegurar que mi hijo tuviera leche suficiente con la que alimentarse.
Mi menosprecio caló hondo en ella y con un tono menos sumiso del que debería, protestó:
― Todavía puedo quedarme embarazada.
Su respuesta me sirvió para recordarle que entre los límites que ella misma me había puesto al convertirse en mi esclava estaba el no tener descendencia. María al oír mi réplica comprendió que tenía razón y dando una vuelta de tuerca más a nuestro acuerdo, contestó:
― Si usted lo desea, me gustaría quitar ese término. Sería un honor que usted me preñara.
― Lo pensaré― fue mi escueta respuesta y premiando la extensión de su confianza, le dije: ― mientras tanto, ¡puedes correrte!
Mis palabras desencadenaron su placer de inmediato. Tanta era la presión que llevaba acumulando que en cuando abrió la espita, todo su cuerpo se vio desbordado por un brutal orgasmo cuyos signos más evidentes fueron sus gritos pero como la conocía de sobra, para mí fue admirar su entrega hecha líquida en el charco de flujo que se formó sobre las sábanas.
― Me encanta ser su guarra― berreó al sentir que retiraba el consolador de su ojete.
Sacando mi pene de su encierro, formalicé el nuevo trato empalándola de un solo arreón mientras susurraba en su oído que a partir de ese día tenía la obligación de dejar de tomar anticonceptivos.
Todavía no sé si las lágrimas de sus ojos fueron por el dolor que sintió al romperle tan bruscamente el culo o de felicidad por saber que su vientre albergaría durante nueve meses una versión en pequeño mía. Lo cierto es que no llevaba sodomizándola más que unos pocos segundos cuando un geiser brotó hirviendo de su sexo, empapando mis muslos.
«¡Cómo me gusta que sea tan puta!», exclamé en mi mente para no revelar ante esa rubia esa intima apetencia.
Deseando que se sintiera mi montura y yo su jinete, agarré su melena a modo de riendas y dando una azote en sus ancas, incrementé el compás de mi galope hasta hacerlo desenfrenado.
María, agradeció el nuevo ritmo, relinchando de placer y ya convertida en yegua buscó desbocada otro nuevo orgasmo. Su enésimo clímax coincidió con el momento en que mi pene explotó regando con su simiente los intestinos de mi sumisa.
La felicidad que mostró, me hizo pensar que realmente le apetecía que mis genes sembraran su todavía fértil vientre pero también comprendí que si no conseguía que prendiera mi retoño, tendría que buscarme una sustituta. Recordando a la puertorriqueña, decidí que “Pequeñita” podría ser una buena sustituta…
Acababa de despedir a María cuando una campanilla me informó que acababa de recibir un nuevo mensaje. Al abrir mi Hotmail, sonreí al comprobar que era la chavala de uno cincuenta y pechos medianos quien me contestaba.
Mi sonrisa que se había acrecentado cuando de primeras leí que esa muñeca me confesaba sus deseos de profundizar en el mundo que consideraba mi forma de ver la vida, desapareció de golpe al continuar y enterarme por sus palabras que ya había entrado en contacto con otro amo. “Daddy” fue el término que usó para referirse a él.
«¡Mierda!», mascullé enfadado porque una de las reglas no escritas de la dominación es que uno puede comprar o vender a una sumisa pero nunca inmiscuirse en la relación con su amo.
Mi cabreo se convirtió en indignación al enterarme que tras una primera sesión que incluyó desde azotes, bondage hasta lluvia dorada, ese capullo no había querido volverla a ver por miedo a que sus otras tres sumisas se enteraran y le dejaran.
«Ese tipo no merece que nadie le llame daddy», sentencié al saber que un verdadero amo nunca dice cuántas sumisas tiene y menos, las tiene que rendir cuentas de lo que hace cuando ellas no están.
«Ni siquiera debió explicarle en que consiste el acuerdo de entrega y tampoco establecieron en común los límites que ninguno podía traspasar», hecho una furia comprendí.
Lo de menos era la horterada de “Daddy”, yo mismo a mis sumisas las considero y las llamo mis “princesas” porque al fin y al cabo, mi función es hacerlas gozar descubriendo hasta donde llegan las fronteras de sus tabúes. Lo que realmente me hacía tirarme de los pelos es que ese insensato hubiera podido dañar por ignorancia o maldad un brillante en bruto como parecía ser esa niña.
«De tenerlo enfrente, lo mataba a golpes. ¡Cómo se le ocurre forzar la máquina en la primera sesión!», cada vez más encabronado con el asuntó, señalé: «El primer día sirve para establecer la confianza sumisa― amo, ¡no para experimentar!».
Por mi mente pasaron unas cuantas candidatas que ni siquiera habían podido soportar verse frente a frente conmigo en un cuarto, sabiendo que la razón de estar ahí era entregarse a mí, a un cuasi desconocido.
«¡En qué coño pensaba ese inútil! De haber sido yo, “Pequeñita” hubiese modelado desnuda para mí y poco más. Exagerando al despedirme ¡la hubiese besado!», mi mente no dejaba de repetir mientras seguía leyendo.
La propia boricua confirmó mi opinión al explicarme tal y como se lo había pedido que el momento más erótico que había experimentado en su vida fue durante esa sesión cuando la empujó contra la pared y teniéndola indefensa, forzó su boca con la lengua mientras sentía su presencia.
― ¡Eso fue lo único que hizo bien!― en voz alta recalqué, un poco más tranquilo al darme cuenta que los daños en “Pequeñita” parecía no ser permanentes: ― La chavala es sumisa de corazón y por eso reaccionó al premio que le daba su amo.
Viendo que no todo estaba perdido y que con ese aprendiz de amo no me unía ningún tipo de cortesía “profesional”, decidí explicar a mi interlocutora por qué tenía que cambiar de Daddy y buscarse uno que realmente supiera como eran las cosas.
Ni que decir tiene que ¡me ofrecí a ser yo quién la enseñara!

Capítulo 2

A raíz de ese mail, la boricua desapareció de mi vida. Os confieso que interpreté su silencio cómo una oportunidad perdida. Estaba desilusionado porque me apetecía hacerme con esa carne fresca a la que someter a mi antojo. Para entonces la consideraba un trozo de mármol que mis manos podían ir cincelando poco a poco hasta convertirla en mi puta.
Para mí, “Pequeñita” no era una persona con sentimientos, era un objeto con el que saciar mi hambre de nuevas conquistas. Deseaba poner mis garras en ella y sin que se diera cuenta irla adoctrinando a mi antojo, de forma que al final, esa jovencita respirara, comiera e incluso defecara con un único objetivo: “Servirme”.
Su vida pasaría a ser mía. Por mis planes pasaba que su voluntad se fuera diluyendo como un azucarillo en el café con el objetivo de endulzar mi existencia. Deseaba anularla, convertirla en una zombi que solo deambulara por el mundo con el fin de adornar mi galería de trofeos.
Había previsto, exhibirla ante mis conocidos como un ganadero muestra orgulloso su mejor res. Dejar que mis colegas de perversión pusieran sus sucias manos sobre los pechos casi virginales de esa cría para comprobar lo bien que la había adiestrado.
Tenía muchas esperanzas puestas en esa puertorriqueña. En mi pérfida imaginación, iba a ser yo el que rompiera por primera vez su culo. Bajo mi mando, había planeado que esa angelical muchacha satisficiera solo porque yo se la mandaba a mujeres tan perversas como yo.
Y cuando me hubiese cansado de ella, vendería sus despojos al mejor postor para acto seguido buscar una nueva víctima que anotar en mi lista de éxitos.
Pero desgraciadamente, todo se había ido al traste o eso pensé cuando al tercer día, no había tenido noticias de ella. Interiormente me reconcomía el hecho de haberme excedido exigiendo que dejara a su “daddy”. Por muy inepto que fuera ese imbécil, si la había conseguido convencer de pasar el trance de esa brutal sesión, de alguna forma la tenía en sus manos.
«¡Qué desperdicio!», mascullé mentalmente al haber perdido esa gema, sobre todo porque estaba convencido que en mis manos cual cisne, pasaría de ser un patito feo al más bello de su especie.
Asumiendo mi error, llamé a María. Sin que yo se lo preguntara, esa cuarentona me informó que había dejado de tomar la píldora y que no veía el momento que me dignara a inseminarla.
― A las doce en mi despacho― contesté colgando el teléfono.
La idea de preñar a esa rubia y que el tonto del culo de su marido corriera con los gastos de su educación me alegró el día y terminando de desayunar, me dirigí como todos los días a impartir clases.
Curiosamente al entrar en el aula y enfrentarme a un público mayoritariamente femenino, me hizo recordar a “Pequeñita”.
«¿Cuantas de estas zorritas serán sumisas?», me pregunté mientras acomodaba mis papeles en el estrado, «¿La morena de tetas grandes quizás? o ¿la guarra con minifalda de la tercera fila?».
Una a una fui recorriendo toda la clase. “Pequeñita” había despertado mi instinto depredador y como el ave de rapiña que soy, dejé a un lado mi promesa de jamás buscar putitas entre el alumnado y mentalmente fui anotando candidatas.
Al terminar la clase ya había descubierto al menos media docena de jovencitas que mostraban signos de ser sumisas y cogiendo un bolígrafo, anoté sus nombres en la libreta que tengo para ese fin. No contento con ello, durante la segunda hora hice lo mismo pero en este caso, mi interés se centró en una de las de mayor edad pero no por ello de menor coeficiente intelectual. Al contrario, era un cerebrito que estaba cursando su tercera carrera.
Os preguntareis el porqué. Me resulta muy sencillo de explicar, estaba oteando entre las filas de pupitres cuando la descubrí mirándome embelesada. Al sentirse descubierta, su rostro se tornó pálido y bajó su mirada pero ya era tarde, bajo su blusa dos pequeños bultos me revelaron su excitación.
«¡Coño! No me había dado cuenta que Almudena es otro diamante en bruto», señalé sin margen de error.
Mi seguridad venía motivada porque antes que yo, ella había reconocido en mí a un dominante y siendo sumisa de nacimiento se había sentido atraída.
«Somos polos opuestos», comprendí, «amos y sumisas somos capaces de reconocernos».
Aun así debía constatar que esa cría había nacido para alguien como yo. Impartiendo la materia entre los alumnos, me fui acercando a ella. Su creciente nerviosismo hubiese sido suficiente pero queriendo confirmar sin duda alguna que Almudena terreno abonado donde arar, en un momento dado, puse mis manos a ambos lados de sus hombros. Tal y como había previsto esa castaña, al sentir mis garras sobre su piel, cerró sus piernas en un vano intento por evitar que advirtiera la excitación que recorría su cuerpo. Nadie en todo el aula se dio cuenta de lo que ocurría. ¡Miento! ¡Dos si éramos conscientes! ¡Mi presa y yo!
Recreándome en mi dominio, acaricié levemente su cuello con uno de mis dedos hasta que vi como cerraba sus puños sobre la mesa.
«Se ha puesto cachonda», sentencié y dejándola en paz, caminé hacia el estrado.
El resto de la hora paso sin pena ni gloria, reconozco que tan poco me esmeré en dar una clase magistral porque mi mente estaba ocupada en otras cosas.
¡Iba a cruzar los límites que me había auto impuesto!
Por eso cuando mis alumnos ya salían rumbo al descanso, llamé a Almudena. La chavala al oírme instintivamente tapó sus senos con una carpeta y totalmente colorada, llegó hasta mi mesa. Toda ella temblaba con el mero hecho de estar en mi presencia y hurgando en esa herida, con descaro recorrí sus piernas antes de decirla:
― Ando buscando una ayudante y he pensado en ti.
No era una pregunta, era una afirmación y por ello esa indefensa jovencita no tuvo oportunidad de librarse y ató su destino al mío al contestar:
― Será un honor servirle.
Esa respuesta me reveló que no me había equivocado al elegirla como futura sumisa, ya que su propia naturaleza la había traicionado empleando una frase que solo una puta consciente de sus inclinaciones usaría. En ese momento, me hubiese gustado dar inicio a nuestra primera sesión pero recordé que había quedado con María.
«Un amo debe cumplir primero con sus princesas», medité y asumiendo que al menos estaría una hora ocupado con la profesora ordené a la chavala que fuera a verme sobre la una.
― Allí estaré― contestó la incauta con una alegría que desbordaba todos sus poros.
Tras lo cual, la vi marchar meneando el pandero que no tardaría en usar. Ese sensual movimiento de nalgas fue una muestra más que esa cría era un proyecto de putita porque aunque todavía no lo supiera, involuntariamente su cuerpo mostraba la felicidad de una esclava al conocer a su dueño.
Para entonces mis hormonas habían tomado las riendas de mi voluntad y mirando el reloj, me di cuenta que llegaba tarde.
«Espero que ya esté caliente, ¡necesito descargar!», pensé del vientre que iba a germinar mientras enfilaba el largo pasillo que llevaba a mi despacho.
Felizmente, mis previsiones se vieron superadas porque al llegar a mi oficina, esa zorra de cuarenta tacos se lanzó sobre mí aún antes que pudiera cerrar la puerta con llave. Su hambre era tan grande que, sin ni siquiera saludarme, se arrodilló y sacó mi miembro de su encierro.
Al descubrir que mi pene estaba erecto su cara se iluminó e intentó hacerme una mamada. Como mis intenciones eran otras, agarré su rubia melena y la obligué a levantarse. El tirón de pelo fue doloroso pero no se quejó y permitió que girándola, le subiera las faldas.
«Viene lista», murmuré mentalmente al comprobar que no traía ropa interior y mientras metía un par de dedos en su vulva, forcé a mi sumisa a apoyarse en la mesa con su culo frente a mí.
Cómo ganado que va al matadero esperó que me pusiera tras ella, dando un pequeño grito cuando mi verga rellenó su sexo de un solo empujón. Su mojado conducto absorbió mi primera puñalada sin dificultad y eso me dio la seguridad que podía incrementar mi ritmo sin correr el riesgo de dañarla.
― ¿A qué esperas? ¡Muévete! ¡Puta!― exclamé al tiempo que daba mayor énfasis a mi orden con un sonoro azote.
María deslumbrada por la rapidez en la que se estaban desarrollando los hechos, esperó a notar la base de mi sexo chocando con sus nalgas para rogarme que le diera caña. Haciéndola caso cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas mientras el intruso de sus entrañas seguía apuñalándola, fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente cachonda, me pidió un nuevo azote. Al tiempo que rítmicamente iba sacando y metiendo mi pene de su interior, comencé a regalar una serie de nalgadas a sus cachetes mientras la zorra no dejaba de torturar su clítoris con sus dedos.
Sus gemidos se fueron convirtiendo en gritos y los gritos en alaridos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Era tal mi calentura que con mi presa totalmente entregada le exigí que me contara lo que estaba experimentando.
― Devoción, amor y obediencia por mi amo.
Sus palabras inflamaron mi ego y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente dominada por la lujuria, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando un largo suspiro, me pidió que no parara.
― ¿Te gusta putita?― dije dando el enésimo azote en su trasero.
― Me enloquece la idea que me embarace― contestó al sentir el calor de mi golpe.
Esa confesión había espoleado aún más su ardor y levantando su culo, mordió sus labios al tiempo que se corría. Su orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé en la silla de mi despacho. Exhausto, dejé que me besara. María sin dejar de acariciarme, esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
― Mi amo me ha dejado el culo calentito pero mi coño sigue listo para recibir otra vez su simiente.
Un ruido fuera del despacho, me hizo sospechar que mi siguiente visita había llegado antes de tiempo y aunque me apetecía un nuevo asalto, le ordené que se vistiera. Como profesora de la misma universidad comprendió mis razones y por ello no puso objeciones. Lo que sí hizo fue cuando ya estaba lista para salir por la puerta, fue preguntarme si esa tarde se podía pasar por casa.
― Luego te llamo.
Como había supuesto, Almudena se había adelantado y permanecía sentada en la sala de espera. Tras despedirme de la cuarentona, me tomé unos segundos en hacer un rápido examen a esa chavala. Por lo coloreado de sus mejillas, comprendí que había escuchado parte sino todo el polvo con mi otra princesa.
Sonriendo de oreja a oreja, volví a mi sillón diciendo:
― Pasa y cierra la puerta.
Sentado tras la mesa de mi despacho, observé el nerviosismo de mi alumna con franco interés. Se notaba a distancia que Almudena apenas podía retener el temblor de sus rodillas. Disfrutando del momento, me quedé callado mientras leía su expediente.
«No parece tener veinticinco años», pensé ya que a pesar de su cara de niña, le había dado tiempo de terminar dos carreras y estaba cursando la tercera. Nacida en un pueblo del norte de España, supe al leer su dirección que vivía en un Colegio Mayor.
«¡Qué raro! A su edad, los universitarios suelen alquilarse con amigos un piso donde vivir», medité anotando ese dato por si resultara importante.
Aunque sabía que era brillante, repasando sus notas comprendí que la castaña era una especie de genio.
«No me extraña que esté becada. ¡Lleva todo matrícula!», dictaminé mientras levantaba mi mirada de los papeles y comprobaba que mi silencio la estaba poniendo histérica.
En su asiento, Almudena se retorció incómoda al saberse observada. Haciendo caso omiso de su turbación, esperé a que la castaña ya no supiera donde mirar o cómo sentarse para decirle:
― Mis exigencias son sencillas, demando una ayudante sin problemas de horario y dispuesta a cumplir mis órdenes tanto aquí como fuera de la universidad.
La castaña asintió con la cabeza. No me costó percibir en mi alumna una especie de satisfacción al escuchar de mis labios que su jornada se iba a extender más allá de lo académico. Indagando en ello, me permití inmiscuirme en su vida privada al preguntar:
― ¿Tienes pareja? ¿Novio? ¿Novia?
Sus ojos reflejaron su sorpresa ante ese interrogatorio pero se recompuso rápidamente y contestó:
― Todavía no he encontrado lo que busco.
No queriendo perder la baza de enterarme si al menos tenía un pretendiente, insistí:
― No quiero que luego me vengas con que no puedes cumplir una de mis órdenes por tener otras responsabilidades.
Mirándome a los ojos y con voz firme, respondió:
― Si usted me admite bajo su tutela, nada ni nadie me impedirá satisfacer sus exigencias.
La seguridad y la completa sumisión que traslucían sus palabras no hicieron más que confirmar mis esperanzas de haber encontrado un espécimen listo para ser pulido. Para entonces, el dominante que había en mí me azuzaba a comenzar de inmediato su adoctrinamiento pero el poco sentido común que me quedaba, me hizo recabar una última prueba sobre su naturaleza y por ello antes de entrar en materia me levanté y poniendo como en la clase mis manos en sus hombros, pregunté:
― ¿Cuánto tiempo llevas queriendo que yo sea tu mentor?
La putita se quedó paralizada al sentir mis dedos sobre su piel y con la respiración entrecortada, tuvo que hacer uso de toda su voluntad para contestar:
― Desde que asistí a una de sus conferencias.
― ¿Cuando fue eso?― insistí dejando que mis yemas recorrieran su cuello.
La muchacha no consiguió evitar un gemido al sentir esa caricia, tras lo cual, muerta de vergüenza, me confesó que hacía más de un año. Su respuesta me permitió profundizar y usando mis dos manos, comencé a darle un sensual masaje mientras le decía:
― No me mientas.. Dime que es lo que buscas en mí.
Tardó unos segundos en contestar. Almudena estaba aterrorizada por mis preguntas. Temiendo estar malinterpretando mi actitud, se giró hacia mí y con la angustia reflejada en su cara, me miró a punto de llorar:
― Su protección.
― ¡Explícate!― le exigí al tiempo que dejaba caer uno de los tirantes que sostenían su vestido.
Sus ojos brillaron al saber que no había sido producto del azar y llevando su boca hasta una de mis manos, depositó un beso en ella para acto seguido contestar:
― Desde que le vi, reconocí en usted a mi dueño.
Satisfecho, observé que al confesar esa cría se quitaba un peso de encima y recreándome en el poder que acababa de darme, mis yemas bajaron por su escote y por primera vez me apoderé de uno de sus pezones. Habiendo revelado su condición, Almudena gimió descompuesta al comprender que la aceptaba y mientras sus areolas eran objeto de mis mimos, directamente me preguntó:
― ¿Puedo llamarle amo?
La urgencia de esa putilla en convertirse en mi sumisa era tan evidente que intuí que había tenido una relación BSDM con anterioridad y por ello levantándola de su asiento, me permití el lujo de liberar sus pechos antes de decir:
― Eso depende de ti.
Aproveché el momento para disfrutar de sus tetas y tuve que reconocer que eran mejores de lo que me había imaginado. Grandes y duras estaban coronadas por dos rosadas areolas que pedían a gritos ser mordidas. Aguantando estoicamente el repaso que le di y sin necesidad que le explicara su significado de mis palabras, cogió mis manos entre las suyas diciendo:
― Soy una mujer libre y como tal, deseo depositar mi vida en sus manos.
Al escuchar que Almudena daba comienzo a la ceremonia de entrega, supe que no era el momento ni el lugar y por ello, corté de plano sus esperanzas, susurrando en su oído:
― Aquí no― y garabateando mi dirección en una hoja de papel, mordí su lóbulo mientras le decía: ― Te espero en mi casa a las seis.
Un tanto cortada por mi brusco rechazo, esa putita acomodó su ropa y con un deje de deseo en su voz, quiso saber cómo tenía que acudir a la cita. Me tomé unos segundos en contestar y recordando que era viernes, soltando una carcajada, contesté:
― Aunque en mi casa no la vas a necesitar, tráete ropa para todo el fin de semana.
― Así lo haré― me informó con una sonrisa de oreja a oreja, tras lo cual, pegando su cuerpo al mío, me besó diciendo: ― Estoy deseando ser suya.
Su descaro me hizo cautivó y acercándola todavía más a mí, correspondí a su arrumaco, dejando que mis manos se apoderaran de su espléndido culo y contento al descubrir que bajo su vestido esa niña tenía un par de nalgas dignas de una modelo, mis hormonas entraron en ebullición por lo que tuve que retirarla para evitar tomar posesión de ella en ese instante.
― Te veo a las seis― repetí despidiéndome de Almudena.
La castaña refunfuñó ante ese nuevo rechazo pero asumiendo que tenía razón, me dijo adiós y desapareció rumbo al pasillo. Acababa de despedirla cuando el sonido de mi Outlook me avisó que acababa de recibir un mail. Al mirar en la pantalla, vi que era “Pequeñita” quien lo había mandado.
Menos urgido de hacerla mía, al tener a mi disposición un nuevo juguete al que echar el diente, comencé a leer su mensaje. En él la boricua me pedía perdón por no haberme contestado antes, mostrándome sus dudas sobre cambiar a su “daddy” por mí pero que a pesar de eso, no quería que dejara de escribirla porque deseaba seguir en contacto.
Os juro que estuve a punto de dejar de leer pero algo me hizo continuar y fue a continuación, cuando contestando a la pregunta que le había hecho sobre cómo sería su encuentro ideal con su amo, leí que había escrito:
― Mi fantasía más recurrente es estar amarrada de las manos sobre mi cabeza y tener las piernas separadas inmovilizadas con un antifaz puesto para no saber qué me va a hacer mi amo. Que me acaricie todo el cuerpo disponiendo de él, que me bese posesivamente, que me chupe las tetas y muerda mis pezones hasta ponerlos duros. Que me masturbe el clítoris y me meta los dedos en el coño. Que no me deje correr hasta que se le antoje. Que me ponga a cuatro como una perra y juegue en la entrada de mi coño alargando el momento de la penetración. Hasta que decida clavarme (todavía no sé si lentamente o de una estocada porque de las dos maneras me excitan) y que siga con un mete y saca sin dejar lugar a dudas quien es el que manda.
Reconozco que aun sin saber si “Pequeñita” algún día sería mía, la elocuencia de sus palabras y la calentura que demostraban me hicieron albergar nuevas esperanzas. Sabiendo que no debía romper con ella antes de empezar por el mero hecho de no estar segura, cogiendo el teclado contesté a su email, diciendo que aunque no compartía su decisión, aceptaba sus motivos. Tras lo cual le pedí que a modo de juego, aceptara seguir mis órdenes sin comentar nada a su daddy.
La puertorriqueña debía estar frente a su ordenador porque casi de inmediato, respondió que la idea le gustaba.
«Será difícil pero todavía esta zorrita puede ser mía», pensé mientras le pedía que mi primer deseo era que se depilara por completo.
― ¿Para qué?― me preguntó.
Sin darle mayor explicación, respondí:
― Hazlo, confía en mí.
Esta vez, “Pequeñita” tardó unos minutos en contestar.
― Lo haré esta tarde.
Al leer su respuesta me despedí, citándome con ella para el día siguiente. Al apagar el ordenador y recoger mis bártulos, descojonado comprendí que tras un periodo de relativa calma ¡se me estaba amontonando el trabajo! No en vano, tenía una princesa que preñar, una que educar y un proyecto que si todo salía bien pudiera a llegar ser mi obra maestra. Pensando en ello, cerré mi despacho y decidí que tenía que darme prisa porque esa tarde iba a incrementar mi harén.

 

Relato erótico: “¿Por qué me atrae esa mujer?” (POR GOLFO)

$
0
0

no son dos sino tres2
Estaba sentado, tomándome una copa, cuando me la presentaron. No comprendí, en un primer momento, la razón por la que me afectó tanto su llegada. Claudia era una mujer atractiva, pero soy un perro viejo que no se alborota fácilmente con un escote sugerente, por eso me resultó tan extraño que, al darle un cortés beso en la mejilla, todo mi ser reaccionara de esa forma. Era como si el reloj de mi vida, hubiera dado marcha atrás y volviera a ser un adolescente. Creo que incluso permanecí con la boca abierta mientras ella seguía saludando a mis amigos.
Confuso traté de analizar que es lo que me atraía de ella. Sin importarme que me pillara observándola, recorrí su cuerpo, fijándome en su piel, en su vestido, en la coquetería de sus movimientos, hasta que llegando a su cara, descubrí en sus ojos una mirada mezcla de picardía y curiosidad.
-¿Te gusta lo que ves?-, me preguntó echándose hacia delante, para darme una mejor visión de sus pechos.
-Si-, le respondí descaradamente,- pero no es eso. Hay algo en ti que me provoca-.
Le debió hacer gracia mi comentario, por que levantándose de la silla, se dio la vuelta, y llamando mi atención, me dijo riéndose:
-¿Será esto?-, mientras sus manos recorrían su trasero, pegando la tela del vestido para que me fijara en la rotundidad de sus formas.
Tenía un culo perfecto. Duro y respingón, que en otra época hubiera sido suficiente para alterarme la hormonas, pero no para perturbar la tranquilidad de un cuarentón de esa manera . Debía haber algo más.
-Lo tienes precioso-, le dije galantemente. Realmente lo tenía, pero no podía ser esa la razón por la que tenía erizado todos mi vellos. Esa mujer me agradaba físicamente, incluso me resultaba atractiva la idea de poseerla, de levantarme de mi asiento y llevármela lejos para disfrutar de sus caricias, pero tenía miedo.
Miedo de saber que por primera vez en años, una mujer desconocida había hecho que mi sangre se alterara. Que sin casi haber cruzado con ella dos palabras, toda mi mente se replanteara mi vida de solterón, soñando con tenerla entre mis brazos. No me reconocía en el idiota que incapaz de soportar la tensión, tomó la decisión de marcharse.
Sin despedirme, salí del local. Ni siquiera aguardé como otras tantas veces que me trajeran el coche, sino que pidiéndole las llaves al aparca, lo saqué yo mismo del garaje. Todo me daba vueltas, -¿Qué estoy haciendo?-, me preguntaba al detenerme en el semáforo. -¿Por qué huyo?-, trataba de comprender mientras esperaba que se pusiera en verde.
Esa mujer había derretido mis defensas. Con su sola presencia, mis muros alzados durante tantos años, habían caído hechos añicos, dejándome sólo la certeza de mi debilidad. La máscara de imbatibilidad que tanto me había costado forjar, se había deshecho en jirones, nada más verla. Acelerando al llegar a la Castellana, una pregunta retumbaba en mis oídos, ¿por qué?, ¿por qué?…..
Mi propio apartamento, que siempre había sido para mí un refugio, me resultó deprimente. Los cuadros de las paredes, que hasta esa noche me recordaban mi éxito y que eran la envidia de mis conocidos, me parecían láminas sin ningún valor. Incluso el Antonio López, que era mi orgullo y que tanto me había costado adquirir, en ese momento me recordaba a una postal barata.
Cabreado, me serví un whisky. Con el vaso entre mis manos, traté de analizar mi comportamiento pero me resultó imposible. Nada me daba la clave que me hiciera comprender lo que me ocurría. Estaba a punto de caer en la desesperación, cuando escuché el telefonillo.
-¿Quién será?-, me pregunté al descolgar.
-Ábreme-.
Como un autómata obedecí. Era ella.
Nervioso, esperé, en la puerta del ascensor, su llegada. No sabía como me había localizado, ni siquiera que es lo que le había llevado allí, pero supe mientras oía el ruido de la maquinaria subiendo que estaba hundido. Que tras esa noche, mi vida iba a tomar otro rumbo y que no podía hacer nada por librarme.
Su sonrisa, al salir, no hizo más que confirmar mis temores. Claudia segura de si misma, entró en mi casa como si fuera suya, y sentándose en el salón, me dijo riéndose que le había dejado a medias, y que como estaba intrigada por saber que era lo que me atraía de ella, no se iba a ir sin descubrirlo.
-No lo sé-, tuve que reconocer, y tratando de cambiar el tema le ofrecí una copa.
No esperé su respuesta, huyendo, por segunda vez de ella, fui a servírsela, pensando en que eso me daría tiempo de pensar. Pero de nada me sirvió, porque al darme la vuelta, la encontré desnuda en el centro del salón, y muerta de risa, me dijo:
-Volvamos a empezar, ¿Te gusta lo que ves?-.
Hipnotizado, me acerqué observándola. Estaba disfrutando de mi nerviosismo. Sin pensar en las consecuencias, acaricié sus pechos con mis manos, mientras ella sonreía. Sus pezones eran oscuros como mi futuro, pero aún así acercando mis labios, no pude evitar el besarlos.
-¿Es esto lo que te atrae de mí?-, me dijo, mientras se los pellizcaba.
Absorto, vi como se erizaban sus aureolas. Convertidas en dos pequeños botones, me llamaban a su lado, y ya babeando intenté volver a besarlas, pero su dueña jugando se separó de mí, bromeando:
-¿O será mi espalda?-.
Levantó sus brazos, y ridiculizándome, me mostró su parte trasera. Con la respiración entrecortada, observé la perfección de sus curvas, su columna, su cintura y sus nalgas, sin atreverme a nada más.
-Tócame-, me ordenó.
Para aquel entonces, mi voluntad había desaparecido, la urgencia de mi deseo era mayor que mi reticencia a ser usado, y por eso arrodillándome a su lado, mis labios y mi lengua recorrieron su trasero mientras ella, no paraba de reírse. Mis dedos me ardían al tocar su piel, era como si una fogata se hubiera instalado dentro de mi cuerpo, quemándome.
Torturándome, me dejó hincado sobre la alfombra, y sentándose sobre la mesa, me llamó diciendo:
-¡Mira!-.
Había abierto su piernas, y separando sus labios, me mostraba su rosado botón del placer. La lujuria con la que me ordenaba que me acercara, me transformó en su esclavo y gateando por el suelo, fui a su encuentro.
Su sexo perfectamente depilado, y sus dedos ensortijados se unieron en una sensual danza de la que yo sólo era convidado de piedra. Teniéndolos a menos de un palmo de mis ojos, observé como sus yemas se hacían con su clítoris, mientras yo era un espectador de sus maniobras. Quieto a su lado, vi como se licuaba, como temblaban sus piernas al ritmo de su orgasmo, y como requiriendo mi presencia, me agarraba la cabeza acercando su vulva a su presa.
Saboreé sus pliegues. La penetré con mi lengua. Acaricié sus muslos. Bebí de su placer, hasta que cortando mi inspiración, y dejándome sediento, me llevó a mi cama.
-Desnúdate-, me exigió, mientras se ponía a cuatro patas sobre mi colchón.
Mi ropa cayó al suelo. No hacía falta que insistiera. La visión de su desnudez era demasiado atractiva para oponerme, y con mi pene totalmente excitado me acerqué a ella.
-¿Qué esperas?-, me dijo moviendo sus caderas.-¿Necesitas ayuda?-, me preguntó mientras separaba sus nalgas, enseñándome el camino.
Recogiendo un poco de su flujo, le embadurné su hoyuelo tratando de no hacerle daño, pero ella agarrando mi extensión la puso en su entrada, gritándome que estaba lista. Sin voluntad, sentí como se clavaba mi miembro en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer, mientras sus músculos presionaban la piel de mi erección. Me pareció que estaba en el cielo, y que sus chillidos eran alabanzas celestiales a mi virilidad.
La locura se desencadenó en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, me di cuenta que la tenía en mi poder. Se había roto el hechizo, por fin sabía que era lo que me atraía de ella, y era su olor.
La mezcla de su esencia natural de hembra necesitada con Dune, un perfume carísimo de Christian Dior, era lo qué me excitaba.
Ya sabiendo la razón de tan insana atracción, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Ahora era yo quien mandaba, y ella la víctima. Claudia se dio cuenta del cambio al sentir mis mano azotando su trasero. Intentó protestar pero no le di opción al marcarle el ritmo infernal. Primero se quejó de la virulencia de mis embestidas, luego gimió desesperada por los golpes, para deshacerse entre mis piernas al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.
-¡Date la vuelta-, le ordené.
Indefensa, vio su sexo violado mientras me apoderaba de sus pechos. Sin compasión, me vengué pellizcándole los pezones. Sus gritos ahora hablaban de sumisión, la bella mujer que me había poseído, se retorcía pidiéndome perdón, mientras su sexo se anegaba al compás que yo le marcaba.
-¿Te gusta?, Putita-, le susurré al oído.
Cuanto más bestial me comportaba, más se excitaba. Su mirada reflejaba la tensión de la entrega cuando mis manos se cerraron sobre su cuello.
-¿Sabes lo que es la apoxia?-, le pregunté mientras empezaba a apretar.
-No-, alcanzó a gritar antes de que su garganta se cerrara.
-Es la falta de oxígeno-, su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire, – y resulta que incrementa el placer de quien lo sufre-.
Aterrada, intentó zafarse de mi abrazo, pero cuando ya creía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y como el placer reptaba por su piel consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar, pero el oxigeno al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla maximizó su orgasmo y gritando se abrazó a mí con sus piernas, mientras lloraba pidiéndome perdón.
-¿Por qué te tengo que perdonar?-, le respondí mientras regaba con mi simiente su interior, -Has venido a mí sin que yo te lo pidiera, intentando someterme, pero ahora la esclava es otra, y así te voy a mantener-.

Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que la había descubierto, y que desde esa noche, en la que ella había salido de caza, era adicta a mis caricias. Había querido entretejer una tela de araña alrededor de mi cuerpo, pero ahora sabía que se había enredado en su propia trampa, y que ya era incapaz de escapar.

 

Relato erótico: “Cita con el Ginecologo” (POR LEONNELA)

$
0
0


Larissa…tu celu está que timbra!!
_Demonios!! Casi lo olvido, mañana tengo cita con el Dr. Gómez, menos mal que puse el recordatorio
_No te apures cariño, igual hace un momento llamó la enfermera confirmando la hora, a las 21H30 me dijo
_Ahh que bien, le pedí que me asignara  el último turno  para que me puedas acompañar, ya sabes que  me ponen nerviosa las citas médicas
_ Tómalo con calma querida, el médico dijo que lo propio es hacerte valoraciones continuas; ya verás que todo marcha bien
_Supongo que tienes razón, pero no puedo evitar sentirme intranquila….me acompañaras?
_Por supuesto Lari, los dos estamos en esto, no lo olvides; además por nada del mundo me perdería ver la cara  de tu ginecólogo cuando… te examina….
_Qué dices? …a qué te refieres eh?
_Hummm,  a su cara de pervertido …no me digas que no lo notas?
_ Jajaja no puedo creer lo que insinúas, Mauro es un gran médico!!
_Un gran médico pues sí…puede ser, pero supongo que no es de piedra, así que algún mal pensamiento tendrá frente a una mujer desnuda, más si es una cosita linda como tú
_Jajaja las cosas que dices, eres un salido
_Nada de eso linda, solo buen observador
_Ya amor, deja de insinuar cochinadas
_Bahh!! Cochinadas las que de seguro te ha hecho en su cabecita…
_Mira Alfredo García, como broma ya fue suficiente, he tenido un mal día en la oficina, así que no estoy para discutir  sobre ginecólogos morbosos
_Ves? lo reconoces, de que los hay, los hay!!
_Joder!! No acomodes mis palabras, y espero que no me salgas con  que a mitad del tratamiento busque una ginecóloga,  porque te incomoda que un hombre me revise!!
_Cálmate linda, nada de eso, además nunca he dicho que me incomoda…al contrario…
_Al  contrario que?
_Haber como te lo explico…Lari, siempre  me he sentido orgulloso de que otros hombres te miren, vanidad de esposo supongo, pero más allá de eso,  la verdad es que me prende imaginar a tu médico perdiendo el control
_Queee?????  Ahora si no entiendo nada…o sea asumes que mi médico es un morboso y luego confiesas que te gustaría que se pasara conmigo!!!! Entendí bien???
_Vamos, deja que te explique…
_No hace falta, ya veo  quien es el morboso
_Amor no exageres, solo digo que me gusta ver  como los ojos se le desvían cuando está entre tus piernas,  cuando su palma queda cerca de tu pubis o cuando mete su dedo enguantado en tu coñito, me gusta, me gusta como se pone nervioso y la verdad es que si lo analizas bien… hasta resulta excitante
_Excitante?…a veces sí que te pasas!!
_ Ya, Lari, mejor dejamos el tema si? creo que nos estamos alterando sin motivo
_Sí,  mejor lo dejamos, estoy agotada y sin ánimos de discutir.
Definitivamente además de cansada, estaba  alterada, las cita médicas suelen ponerme nerviosa y esa charla no era precisamente tranquilizadora, además desastrosamente para mí, hace unos meses me habían detectado quistes en los ovarios y el médico recomendó revisiones continuas para ver su evolución, y por si fuera poco mi constante desequilibrio hormonal me tenía atada a las consultas periódicas.
Mauro, mi ginecólogo, era un cuarentón agradable, formal pero agradable, una amiga que trabajaba en el área de salud, me  había hablado maravillas acerca de él, así que mi esposo Alfredo y yo, no dudamos en contactarlo considerando que su buena fama le antecedía.
Desde que le conocimos actuó de manera profesional, precisamente por ello rechacé las insinuaciones de mi esposo, que luego de analizarlas no sabía si darle un mínimo de crédito o considerarlas   ofuscaciones de una mente calenturienta,  sin sospechar siquiera que las fantasías ocultas que albergaban en la mente de mi marido, llegarían  tan pronto a formar parte de nuestra realidad…
La noche siguiente, mientras tomaba una ducha previa a la hora de la cita médica,  la frase de Alfredo inexplicablemente se me vino a la  cabeza:
_Amor no exageres, solo digo que me gusta ver como se pone  nervioso y si lo analizas bien hasta resulta excitante…
Excitante? de verdad le excitaba que mi médico me revisara?
En seis años de matrimonio no había percibido esa faceta mórbida de mi marido, bueno, debo reconocer que en nuestra cama y a puerta cerrada llevábamos a cabo infinidad de juegos eróticos, incluso alguna vez hicimos a mi médico participe de nuestras fantasías. De hecho no solo a él, sino también a mi maestro de gym, a la vendedora de libros, en fin a personas reales o imaginarias, que aportaban un toque de morbo a nuestras relaciones, pero no  pasaba de eso, un juego fantasioso en la intimidad de nuestra habitación. Otra cosa muy distinta era asimilar  que mientras yo habría estado  tendida en la camilla en posición ginecológica,  mi adorable esposo disfrutara imaginando quien sabe qué cosas. Que carajos!!, los maridos nunca dejan de sorprendernos!!
Dejando a un lado mis cavilaciones chequeé mi reloj, no faltaba mucho  para la cita, y Alfredo ya me había golpeado dos veces la puerta de baño para que me diera prisa puesto que él aún no se duchaba, así que me apuré a salir de la regadera.
 En cuestión de minutos me arreglé, algo de maquillaje no muy recargado, una falda a medio muslo que ceñía mis formas, una blusa de corte semi ajustado y un par de tacones altos; suficiente para que una treintañera se viera sexy, manteniendo la debida discreción .
Aún estaba frente al espejo cuando Alfredo entró a nuestra habitación sacudiéndose el cabello, me aproximé al velador de la cama, agarré las llaves del auto  y antes de que pudiera decir algo, le aclaré:
_He decidido   ir sola a la consulta, te llamo para contarte cualquier novedad.
Me miró fastidiado, y agriamente respondió:
_Olvídalo, desde luego  que iré contigo, además…
_Mira Alfredo, aún sigo  molesta contigo, así que mejor no insistas, nos vemos luego
Y sin esperar su respuesta me escabullí de la recámara disfrutando  de su manifiesta  inconformidad. Si a él le excitaba estar presente en mis revisiones  médicas, pues al menos por esta vez, le quitaría ese privilegio.
Mientras esperaba en la sala de recepción, caí en cuanta de que era la primera vez que iba sola a la consulta, ni siquiera había meditado en que era un poco tarde para andarme bandereando con tanta tranquilidad, en un edificio en el que a esa hora la mayoría de las oficinas ya estaban cerradas; en fin las cosas ya estaban hechas y solo era cuestión de esperar a que me atendieran.
 Paula, la enfermera, se acerco solícita,  me tomó los signos vitales y los reportó en mi historial médico, casi inmediatamente me indicó que podía pasar al consultorio.
Mi médico me recibió con cordialidad, debido a las continuas visitas  teníamos algo de familiaridad, me cedió el paso para que me ubicara  en la butaca frente a su escritorio, y él se acomodó en su sillón. Abrió mi expediente y antes de las preguntas de rutina, indagó:
_Larissa y su esposo? No viene hoy?
_No, doc. Se le presentó un inconveniente a última hora, mentí
_Ahh entiendo, los imprevistos nunca faltan…en todo  caso si usted lo cree necesario le pediré a la enfermera que nos acompañe
Casi sin pensarlo  y sin  mala intención de por medio respondí:
_No se preocupe doctor. Está bien así.
Revisó mis análisis sanguíneos y me indicó que los resultados de las pruebas hormonales, indicaban rangos cercanos a la normalidad, y que por tanto pronto  iban a reducirme la dosis de la medicación. La charla continuó  por unos breves minutos.
Luego de los procedimientos  y registro médicos, me indicó que era preciso realizarme una ecografía pélvica, así  que nos dirigimos  a la salita adjunta en la que se observaba básicamente un ecógrafo, una camilla y un par de vitrinas con instrumental quirúrgico.
Me recosté en la camilla, subí mi blusa dejando libre el área  del vientre y deslicé mi falda hasta dejarla al ras de mi pubis. Mauro deslizó sus manos por mi vientre palpando la zona de mi matriz, sus dedos se hundían ligeramente buscando alguna molestia, mientras realizaba las clásicas preguntas de los médicos en sus investigaciones.
 Aplicó un poco de gel sobre el área del abdomen inferior, iniciando un movimiento  de rastreo con el transductor, en breve me indicó que al estar mi vejiga, semi vacía, las imágenes  que obtenía no eran claras así que era procedente realizarme una ecografía transvaginal, que permitiera ver con más claridad mis ovarios. Me pidió que vaciara mi vejiga, y que usara una de las batas que encontraría en el vestidor.
Seguí sus indicaciones, en fechas anteriores ya me había realizado  exámenes de este tipo, así que volví a recostarme sobre la camilla y flexioné mis piernas en posición semejante a un exámen ginecológico, para facilitar el estudio anatómico de mis órganos.
Se colocó un guante desechable en una mano y cubrió el transductor con un preservativo, aplicó una pequeña cantidad de gel y colocando sus manos entre mis muslos los separó suavemente, luego descendió hasta mi vulva y con su dedo pulgar e índice separó mi abertura produciéndome un ligero respingo
_Respire…
_Ahhhh
Con suavidad introdujo el aparato en mis entrañas. La frialdad del gel, junto con la invasión en mi vagina, ocasionaron una sensación  inquietante que inesperadamente me hizo recordar las palabras de mi marido: “si lo analizas bien hasta resulta excitante”…. Definitivamente no era un buen momento para recordar esas palabras, no cuando  me encontraba casi desnuda, con los muslos abiertos, con un aparato en mi vagina  que se movía  como si me follara y para colmo, a solas con mi médico, con mi médico de ojos lindos  y de mirada profunda….
Sonreí, había catalogado a mi esposo de morboso y ahora era yo la que estaba con las mejillas sonrosadas relacionando un examen ginecológico con una penetración, vamos, no es igual, pero aquel  movimiento suave del transductor dirigido por la mano diestra de mi ginecólogo me estaba produciendo un calorcillo agradable.
El vaivén de aquel aparatico en mis profundidades, me produjo  un ligero estremecimiento que hizo que el doctor volteara a mirarme.
_Duele? Preguntó con voz suave
_Nno…está bien…
Me avisa si duele linda…para hacerlo más despacio…
Asentí con la cabeza sin pronunciar palabra, pero no era precisamente dolor lo que me causaba la manipulación del instrumento, sino una sensación de gusto, incluso de placer, que si bien es cierto en alguna otra oportunidad la había percibido, esta vez, definitivamente era inquietante.
Otro estremecimiento acompañado de un callado quejido, hizo que el ginecólogo volviera a preguntar:
_Le lastime? Está bien?
_Ehh..si…
No fui muy clara en mi respuesta y creo que tampoco convincente, pues sus ojos  oscuros se clavaron en los míos como si quisiera indagar más, así que temiendo que en mis pupilas se transparentara mi calentura, esquivé la mirada y el posó su mano sobre la mía, a la vez que susurró:
_Tranquila,…relájese Larissa…
Volteó hacia la pantalla  de video, señalando las características de mi útero, sin dejar de deslizar el transductor por mi conducto  en continuos  movimientos semejantes a  los de entrada y salida, que inexorablemente continuaban jugueteando con mi imaginación sexual.
La delicadeza con la que  me trataba y quizá el hecho de no estar presente mi esposo, contrario a lo que yo hubiera pensado, en lugar de ocasionarme  tensión me tranquilizaba, permitiendo que mi cuerpo  se relajara  y percibiera sensaciones  placenteras  que se manifestaban ya no solo en suaves estremecimientos, sino en una inesperada  lubricación de mis genitales.
Me sentía húmeda, debo reconocerlo, mi vagina se contraía ansiando un ataque más contundente, y aunque ambos procurábamos mantener la compostura, se percibía un aire especial entre los dos, como si aquella exploración médica tuviera implícita una segunda intención…
Mauro, me miraba mucho más que en presencia de mi marido, incluso acaricio mi mejilla mientras acomodaba un rizo suelto de mi cabello tras la oreja, luego inexplicablemente se retiró el guante de látex, colocó sus manos en mis muslos, y empujando hacia afuera me instó a abrirme más, de modo que mi sexo quedó totalmente expuesto a su mirada, creo que en ese momento pudo confirmar lo que a toda costa yo quería ocultar: mi inoportuna lubricación.
Noté su gesto de desconcierto y pese a que intentó controlarse, sentí un suave temblor de sus dedos rozando mis ingles, luego ubicó su palma sobre mi vientre, casi encima de mi pubis y con la otra mano  continuó manipulando el transductor con la vista perdida, esta vez en mi coño. A momentos aceleraba el ritmo haciendo que el instrumento  llegara a la profundidad de mi sexo, otras veces  lo hacía  suave…sinuoso…certero….
Mi respiración empezó a incrementarse, así como las gotitas de sudor que perlaban su frente, y la bendita frase de mi esposo volvió a martillar :Si lo analizas bien hasta resulta excitante….”
Sí, definitivamente era excitante sentir placer a hurtadillas, tener que morderme los labios para no soltar un gemido, clavarme las uñas para pensar en otra cosa. Sabía que tenía que controlarme, pero no era fácil huir de aquel juego, en el que ambos estábamos cruzando los límites de lo correcto.
Gemí una vez más, y el sonido excitante de mi garganta se matizó con el suave  toque de unos nudillos golpeando la puerta, automáticamente cerré mis muslos. Mauro se sobresaltó un poco, pero manteniendo la firmeza de la voz pregunto
_Si?
_Doctor, se puede?
Era la enfermera quien llamaba y Mauro le respondió algo titubeante:
_Ssi…Sí.. Paula  pase…
_Perdón la interrupción Doctor, pero  el esposo de doña Larissa acaba de llegar
Sorprendida giré la vista hacia el umbral y me encontré con la sonrisa irónica de mi marido.
_Buenas noches Doctor, siento interrumpir, pero un “imprevisto” me impidió llegar a tiempo
Y dirigiéndose a mi continuó:
_ lo siento linda, sé que te hubiera encantado que llegue antes…
Le miré de soslayo sin decir nada, Mauro fue quien en medio de un carraspeo respondió:
_Ahh que bueno Alfredo, ppase…pase…
La enfermera se retiró y mi esposo se ubicó a los pies de la camilla.
_Y cómo va la revisión Doc?, por las caras que  tienen, supongo que todo  va “mejor que nunca”
_Eh…en realidad, mejor de lo que esperaba…. justamente le explicaba a Larissa, que sus ovarios….
Mientras mi médico daba detalles, la mirada inquisidora de mi esposo empezó a recorrer mi cuerpo, la detuvo en mis pechos, que gracias a la finura de la bata se transparentaban mostrando mis endurecidos pezones, luego la plantó en mis caderas y descendió hacia mis muslos  apretados que  protegían  la inflamación de mi sexo.
Era una situación incómoda para mí, temía  que mi esposo  se diera cuenta de que estaba excitada. Afortunadamente mi médico estaba consciente de que la situación podía ocasionarnos algún lío y dio por terminada la revisión, así que me incorporé para dirigirme al vestidor,  pero para sorpresa mía, mi marido de forma imprevista  preguntó:
_Doctor es mucho pedir que alargue  un par de  minutos  el examen? es que suelen tranquilizarme  más los diagnósticos visuales
_Estee…ya habíamos culminado…pero si usted lo cree necesario…
Pretendiendo dar mayor soporte a la vedada evasiva del médico, agregué:                                     
_Alfredo…ya es tarde y quizá hay otras pacientes esperando….
_Linda,  tenía entendido  que nos dieron el último turno, además al doctor parece no molestarle
_ Tranquila Larissa, su esposo tiene razón, y está en su derecho de querer detalles acerca de su diagnóstico
_Gracias doc,…vamos querida, recuéstate …
Aquello no olía bien, pero no me quedaba otra alternativa que obedecer, así que separé ligeramente mis muslos, y Mauro introdujo nuevamente el transductor, esta vez lo hizo sin  detener su mirada en mis genitales, y con movimientos menos pausados que mostraban mayor tecnicismo.
_Mire, aquí vemos la estructura de la matriz, éstos son  los ovarios…
Alfredo ignorando lo que el médico le señalaba en la pantalla, con descaro posó sus ojos en mi sexo, con su inesperada llegada mi excitación se había transformado en susto, pero aún había abundantes fluidos en mi vulva, que podían delatarme.
Alzó la vista y nuestras miradas se encontraron unos segundos,  luego volvió a bajarla a mi coño, y su gesto de desconcierto  me hizo sentir descubierta.
 Inmediatamente se acercó  por el extremo libre de la camilla, y mientras el médico seguía monitoreando en el video, mi marido puso su mano en mi muslo y con disimulo llevó sus dedos más abajo de mis ingles, confirmando que aquel liíquido brillante en mi vulva, era lo que él ya suponía.
La que se me va armar en casa!!! pensé, ahora no solo afirmará que hay médicos morbosos, sino pacientes putillas, joder!!!
Lejos de lo que yo hubiera esperado, su rostro no denotaba enojo, al contrario charlaba amistosamente, incluso  empezó a bajar y  a subir  con suavidad por mi muslo formando pequeños  círculos cariñosos.
Aquella suave caricia continuaba sin dar tregua, deslizándose desde la rodilla hacia la parte externa de mi muslo, como si tuviera el objeto de tranquilizarme, y unida al movimiento pausado del  transductor en mi sexo, me provocaba pequeños respingos que no solo yo disfrutaba.
Con osadía tomo mi mano y disimuladamente la acercó a su bragueta que empezaba a endurecerse. La retiré  temerosa de que el médico pudiera vernos, pero Alfredo me sonrió y continuó acariciándome como si fuera un roce inocente. A estas alturas mis pezones nuevamente despertaron, y mis muslos  incentivados por mi esposo empezaron a abrirse más….
Mauro volteó la vista hacia nosotros, sin comprender exactamente lo que sucedía, tampoco yo tenía una idea  muy clara de lo que pasaba, pero  era innegable que el morbo estaba allí queriéndonos hacer perder la razón.
Los tres nos miramos sin decir nada, como si una palabra mal dicha pudiera romper el encanto; inesperadamente, mi marido abrió la parte superior de mi bata dejando al aire mis pechos, Mauro se quedó atónito, con la mirada fija en mis senos….
Temblé, no sé si de vergüenza o de deseo;  mis pechos se mostraban altaneros, grandes,  con una aureola rozada y con un par de bonitos pezones que en ese momento se mostraban desafiantes, instintivamente llevé mis manos a cubrirlos, pero la voz de mi esposo me detuvo:
_ Amor deja que el médico te los revise, siempre es bueno un examen completo, verdad Doctor?
_Estee…sí…tiene razón Alfredo, es bueno hacerse continuamente un autoexamen de las mamas, y al menos una  vez al año una investigación clínica por  parte de un especialista, nunca se sabe con las enfermedades,  respondió mientras el brillo de sus ojos se acentuaba.
Inmediatamente me pidió que me sentara, observó con detenimiento mis senos  para ver si había algún cambio en su forma o en la textura de la piel. Me indicó que colocara los brazos a los lados, luego por encima de mi cabeza y posteriormente  en las caderas, posiciones adecuadas para examinar los ganglios superiores e inferiores de la clavícula y de las axilas.
Luego estando recostada, puso su mano sobre mi senos, moviéndola  arriba  y hacia abajo, presionando suave y profundamente con las yemas de sus dedos. Estaba consciente de que era el proceso de una revisión normal, pero no podía dejar de excitarme, más aún cuando procedió a la manipulación de mis pezones.
Lubricaba, sé que no es común que eso pase en un examen médico, es más no recuerdo que algo así me haya sucedido antes, pero esa noche sin duda era especial y diferente a cualquier cita médica imaginable.
Tenía en frente a mi marido y yo tan solo procuraba que mis gestos no me delataran, trataba de mantener la respiración pausada, pero cada vez se me hacía más difícil, ya no tenía mayor control de mi misma, estaba excitada, caliente, cachonda; la situación era un absurdo, mi marido… mi médico….
 Dirigí la vista a la bragueta del ginecólogo  y sé que la tenía abultada aunque no se le notaba porque el mandil blanco le cubría, pero su mirada, cielos, su mirada hablaba por él.  Volteé hacia el otro extremo de la camilla, Alfredo  tenía aquel gesto  perverso con el que solía alborotarme en nuestras noches de cama y por si fuera poco, se pasó la mano por su entrepierna en la que se dibujaba una clara erección.
Esos dos hombres parecían confabular para enloquecerme o quizá era yo quien con sutiliza los provocaba, lo cierto es que ante un nuevo estremecimiento, cerré con fuerza mis ojos como mi último intento de controlarme, al abrirlos, me di cuenta que  mi esposo había retrocedido un poco y en voz baja murmuró:
_Disculpen,  tengo una llamada perdida…es urgente, y salió sin decir más…
Mauro continuó con las manos sobre mi pechos masajeando con suavidad, sus yemas apretaban desde la base de mis pechos hacia la punta coronada por mis pezones empinados, con miradas nos dijimos todo y al quedarnos solos,  la exploración paulatinamente se transformó en caricias. Apretaba mis senos hasta casi dejar la marca de sus dedos sobre ellos, arrancándome esporádicos gemidos…ya no había control de ninguno de los dos, era indiscutible que ambos deseábamos más…
Hundió  su rostro entre mis senos dejándome percibir el aroma de su cabello, su boca reclamó mis  pezones, los besaba con suavidad y luego con fuerza, mientras yo como una desaforada expulsaba mi cuerpo en busca de más de sus succiones,  sin pensar siquiera en lo riesgoso de la situación.
No sé exactamente cuántos minutos tardó mi esposo,…pero pese a que como medida de precaución  mantuve la mirada fija en la puerta de acceso, los nervios me atacaron cuando la portezuela se abrió.
Alfredo pareció no sorprenderse, era como si supiera lo que estaba sucediendo o al menos lo intuyera,  se quedó en el umbral contemplándonos,  contemplando como  otro hombre con premura se separaba de mi cuerpo; aún así permaneció sereno,  inexpresivo, sin un gesto en su  rostro, solo su voz enronquecida susurrando:
_Te lo dije querida…si lo analizas bien hasta resulta excitante….
 Mauro se tensó en su silla, de seguro no esperaba una reacción tan civilizada, no, cuando cualquier otro probablemente se lo hubiera trenzado a puñetes. Yo me quede literalmente pasmada, preguntándome como se puede dormir años con un hombre sin tener una puta idea de sus reacciones, estaba totalmente desconcertada, mucho más cuando sin un ápice de dudas agregó:
_Continúen….que acabo de deshacerme de  la enfermera….
Mauro se atragantó con su saliva, supongo que la impresión le jugó una mala pasada y empezó a toser repetidas veces,  yo lo acompañe con un débil carraspeo y mi esposo mordazmente continúo:
_No es lo que querían?….no es lo que queríamos los tres?
Ya no había vuelta atrás, mis ojos se encontraron  con su sonrisa torcida que me quitaba toda duda de cuáles eran sus intenciones;  con inseguridad bajé la mirada y la  dirigí a mi médico, que tenía la suya perdida entre mis senos…
Se supone que yo era la más sensata y la llamada a poner un alto, a huir, a buscar mis bragas y salir corriendo, pero tan solo tuve fuerzas para gemir, acorralada por mis propios deseos….
Alfredo me tendió la mano ayudándome a sentar; decenas de pensamientos contradictorios me asaltaron, mas mis escrúpulos se fueron al suelo cuando mi marido me comió la boca, lo hacía  con una pasión renovada que no la había sentido en meses o quizá en años, la presencia de Mauro a nuestro lado sin duda era en el estímulo que disparaba nuestra excitación
Mientras me besaba desató el único lazo que aún sostenía mi bata, ésta  resbaló de mi cuerpo  y terminó junto al mandil blanco que segundos antes usara mi médico, mi cuerpo  trigueño quedó al descubierto como si se tratara de un bocado apetecible, dispuesto en una mesa para hambrientos.
Mauro se sentó tras de mí y mientras mi marido abría los botones de su camisa, el mojó con sus besos mi espalda, sus yemas jugaban en mi vientre en un ir y subir hacia mis pechos que me arrancaba callados gemidos; excitada eché mi cuerpo hacia atrás, lo cual fue aprovechado por mi marido para tomarme de los tobillos y halarme hacia abajo.
Con suavidad colocó mis talones en los estribos metálicos de la camilla, acercó el banco ginecológico y se ubicó en medio de mis piernas, contemplándome como si jamás lo hubiera hecho; luego su mano izquierda se engarfio en mi muslo y su rostro se refundió en mi sexo…
Mientras su lengua jugaba en mi pliegues explorando  mi vulva,  la de Mauro se introducía en mi boca dejándome saborear lo distinto de sus besos y lo excitante de sus yemas tirando de mis pezones; la sensación era embargadora, apenas lograba soltar algún jadeo que coincidía a veces con un estremecimiento de mi pelvis, cuando mi clítoris era rozado.
Mauro descendió a  mi vientre, ambos me prodigaban caricias, saturaban mis espacios, sin que pudiera definir exactamente, que manos tocaban mis glúteos o que labios se ensañaban en mi vulva. En medio de mi lujuria lo único que percibía era placer…
Alfredo se incorporó para terminar de desvestirse y Mauro tomo su lugar entre mis piernas, ya no necesitaba excusarse en una exploración médica para tocarme, pues  ahora mi sexo se abría recibiendo sus labios y yo solo bramaba presintiendo un orgasmo.
Mi esposo manipuló el control de la camilla y ésta se elevó permitiéndome alcanzar una posición semi inclinada,que me dejaba no solo sentir, sino ver como mis genitales eran devorados por mi médico, lo hacía despacio, sinuoso, y luego aceleraba los movimientos de su lengua introduciéndola en mi sexo
De pie junto a nosotros mi esposo nos contemplaba, acariciaba mis senos con una mano mientras la otra subía y bajaba a lo largo de su pene, acelerando cada vez más el movimiento  como si buscara con desesperación su desahogo;  sonreía con malicia y justo en el momento en que mi pelvis luchaba ante la inminente llegada de mi primer orgasmo,  se apercolló contra mí, introduciendo su sexo en mi boca en continuas arremetidas, que le hicieron eyacular en mi garganta, mientras yo  enloquecida me corría en el rostro de otro hombre.
Unos segundos de euforia y quedé desmadejada de placer, Mauro continuaba en la parte inferior de la camilla, su quijada descansaba sobre mi rodilla y con su palma hacia suaves círculos en mi vulva como si quisiera volver a despertar mi hambre; su pantalón semi abierto, dejaba notar su erección, y presa de un arrebato abrí mi boca ofreciéndole mi lengua…
Como si mi cuerpo si fuera un templo de lujuria adopté la posición de una felina, y sin demora mi médico se puso de pie al borde de la camilla, de un tirón  bajé su pantalón y de un par de patadas  lo lanzó  junto a las demás prendas.
Mis últimos tintes de temor se tornaron en descaro y no necesité más que pasar mi lengua por su glande para arrancarle gemidos. Avancé hasta el frenillo destilando saliva, comiendo centímetro a centímetro hasta casi coronar su raíz; la humedad de mis labios acoplados a su grosor, y la habilidad de mis manos sopesando sus testículos lo hacían entrecerrar los ojos  y rechinar los dientes.
 No había clemencia en mi boca ni cansancio en mis manos, en breve su momento iba a llegar , pude notarlo cuando sus dedos aprisionando mi larga  cabellera impusieron el ritmo de la comida, mientras detrás mío,  Alfredo con nuevas fuerzas se adhería a mi cadera….
Mi marido se tumbó sobre mi espalda lamiendo cada vertebras, su lengua juguetona se paseaba por mi cintura, por mis muslos abiertos, y maravillosamente por el centro de mi cuerpo,  mi cerebro no sabía si atender al placer de las caricias proporcionadas por mi marido o la salvaje arremetida de mi ginecólogo.
No tuve necesidad de elegir pues mi médico no resistió más,  empujó su pubis contra mí convulsionando  y segundos después las palpitaciones de su corrida atravesaron la extensión de su pene, vaciándose en mi boca. Parte de su semen resbaló por mis comisuras, algunas gotas se estamparon en el filo de la camilla, y otras tantas  quedaron suspendidas en su miembro, en un miembro que jamás creí llegar a probar, mucho menos en presencia de mi pareja.
Mi esposo excitado por el espectáculo de ver a Mauro desparramado en una silla  gimiendo de placer, me la introdujo con fuerza, un golpe seco, profundo, que me hizo doblar los codos y arañar la sábana; invadía mi coño con saña, con dureza, haciendo que la danza de nuestros cuerpos sudorosos, fuera  un incentivo para mi médico, que  algo repuesto, nos contemplaba mientras se la volvía a tocar. No necesité más que unas cuantas estocadas y por segunda vez volví a correrme.
Alfredo no daba tregua, sus dedos buscando mis espacios más íntimos eran la clara prueba de que me quería tomar completamente, no me resistí, era nuestra noche, nuestra noche de liberación y yo quería complacerle en todo…
Su saliva suavizó los bordes de mi esfínter, y sus besos tibios me hicieron volar sin necesidad de alas, yo misma me abrí, permitiendo que su glande se insertara y no me detuve hasta ser coronada totalmente.
No sé si sea algo enfermizo, pero a veces  la mezcla entre dolor y placer,  suele originar aún más placer, quizá por ello resistí a que entrara y saliera a su antojo, sabiendo que luego  de cada metida me acercaba más a una nueva explosión.
Mauro recuperó el aliento y las ganas también, y mientras su lengua se deslizaba por mi cuello, su mano derecha manipuló mi clítoris, haciéndome chillar . Se colocó  debajo de mi cuerpo, y ejecute un movimiento que me permitió sentarme sobre él, a la vez que mi marido me penetraba desde atrás….
Jadeos…gemidos…susurros… y las voces de dos hombes coreando:
_Sigue amor….asii nena….goza nena..goza!! es tu noche!!!
_Así…Larissa asii..siga…siga…joder!!! que rico!!!
Mauro empujaba su pelvis hacia arriba, Alfredo hacia adelante,  yo procuraba balancearme al ritmo de sus embestidas; quería resistir hasta  saciarlos , pero no pude soportan tanto placer y en medio de un gemido me corrí brutalmente.
Sintiendo mis espasmos los dos aligeraron los movimientos de cadera,  Mauro me agarró de la cintura aplastándome contra sí  y Alfredo se pegó a mis glúteos  berreando como un loco, mientras la miel de ambos destilaba por mis muslos… 
Me desplomé sobre la camilla, víctima del cansancio, Alfredo, recostó su cabeza sobre mi pecho y  nos quedamos unos minutos totalmente en silencio.
  Su pequeña Larissa había sido compartida, y allí  estaba él, besando mis ojos con ternura, como solía hacerlo tras nuestros orgasmos, olvidando que no era nuestra habitación ni nuestra cama, y que no fue el único que  me hizo aullar de placer…
Luego de vestirnos nos dirigimos a la sala de recepción, Mauro gentilmente me ofreció un café y Alfredo de buena gana aceptó un cigarro. Charlamos unos pocos minutos  y en vista de que ya era tarde,  cortezmente nos despedimos.
 Nada parecía haber cambiado , nada excepto nuestras sonrisas traviesas,  que me daban la certeza de que ésa no seria, nuestra última cita con el ginecólogo…
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 

Relato erotico: “En la cala con mi hermano” (POR ROCIO)

$
0
0


 

Soy una chica que odia los clichés. Desde corazones tallados en árboles hasta frases estilo: “Eres lo mejor que me ha pasado”. No puedo evitarlo. Y sobre todo odio la frase: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, porque eso era precisamente lo que estaba sintiendo en carne propia.  Aunque en mi caso sería mejor decir: “No sabes lo que tienes hasta que lo estás perdiendo, lenta y paulatinamente”.
Desde hacía más de seis meses sabía que mi hermano menor, Sebastián, dejaría Uruguay para seguir sus estudios universitarios en Alcalá de Henares, España. Eso lo alejaría por al menos cinco años, con la posibilidad de conseguir un trabajo en la rama que estudiaba. Tiene diecinueve, es un año menor que yo, terriblemente alto, en contraposición a mi metro sesenta y cinco. Aunque ya puede aparentar todo lo hombretón que quiera, siempre termina actuando como un niño en mi presencia.
Las personas que más sufrían su inminente ida, y de los cuales yo era testigo recurrente en mi casa, eran sus mejores amigos, novia y también mi papá, pues siempre que encontraban tiempo libre lo dedicaban a alguna actividad en donde el eje central era mi hermano; parecían querer aprovechar cada día como si fuera el último. ¡Otro cliché! Pero yo no, siempre me desentendía de la situación. Prefería ser la única que actuaba como si nada raro sucediera. Le daba golpes en la cabeza cada vez que nos topábamos por la casa, solía insultarlo de noche por escuchar música a alto volumen, y hasta le gastaba bromas cada vez que Peñarol, su adorado club, gestaba épicas derrotas.
Así pasaron los días, y pronto estos se convirtieron en meses. A tan solo una semana antes de que partiera, ¡recién una semana antes!, no sé por qué, me detuve para ver cómo ese imaginario reloj de arena estaba gastando los últimos granitos. Y me di cuenta de lo que no quería darme cuenta: que pronto ese chico con quien había compartido toda mi vida ya no estaría al otro lado de la pared de mi habitación.
Retumbó en mi cabeza aquella frase de marras: “No sabes lo que tienes…”.  Así que me presenté en su habitación con una idea fija entre manos: despertarme, actuar como los demás y dedicarnos un tiempo, darle algo inolvidable. Él no me vio entrar; estaba escuchando alguna de sus bandas de rock con sus auriculares puestos, acostado sobre la cama, torso desnudo, meneando la cabeza; sonreí porque sé que se compró los cascos para no molestarme.
—Sebastián, ponte una camiseta o algo, que te quiero hablar —dije luego de retirarles los auriculares.
Se sobresaltó cuando lo interrumpí, pero al verme esbozó una sonrisa de punta a punta. Se sentó en el borde de la cama mientras recogía una camiseta del suelo para ponérsela.
—Hola Rocío, ¿qué pasa ahora? ¿Me olvidé limpiar el baño luego de ducharme? ¿O me comí tu cena? ¿O acaso estoy existiendo demasiado?
—Nada de eso, pesado… —me senté a su lado, jugando con sus auriculares en mi mano—. Nene, me preguntaba si mañana domingo estarías libre, durante el día.
—¿Mañana? Tengo cita con Nancy —era su novia—. ¿Por qué?
—Nah, pues si tienes cita, no hay caso.
—Flaca —así me apoda él—, la cancelaré si es que me vas a llevar de putas.
—¡Imbécil, no voy a llevarte de putas!
Era desesperante el nivel de inmadurez del que hacía gala durante los momentos más delicados. A veces creía que se había caído de cabeza cuando era bebé o algo similar, porque, madre mía, era imposible dialogar seriamente con él. Pero podría ser la persona más idiota que había pisado la faz de la tierra, seguía siendo mi hermano, el único que tenía. Y, aunque en ese momento no quería pensar demasiado al respecto, pronto ya no estaría conmigo.
—Flaca, en serio, ahora las putas están bajas de precio, promoción de verano.
—Ya basta. ¿Te acuerdas de esa cala apartada que está en el río Santa Lucía? La del club de regatas.
Fue decirlo para que su risa parase instantáneamente. Seguro hasta se le habrá desdibujado la sonrisa, no le estaba viendo, solo observaba fijamente el contorno de sus auriculares en mis manos. El club de regatas que le mencioné era un lugar al que íbamos cuando éramos niños. Solíamos colarnos para poder entrar, porque allí no podías acceder sin adultos que se responsabilizaran, y nos pasábamos toda la tarde sentados sobre la gruesa rama de un árbol alojado en una pequeña y apartada cala, mirando allí donde la línea entre el cielo y el mar es difusa. Era nuestro escape diario, solos él y yo para olvidarnos por un rato de los recuerdos de la muerte de nuestra mamá.
Éramos los mejores amigos en aquella época, los únicos que nos entendíamos porque sufríamos por igual. Tal vez él sintió más la pérdida, y se podría decir que debido a la falta de una figura maternal yo adopté el papel de “protectora” de mi hermano menor, costumbre que arrastro de manera menos pronunciada hasta día de hoy. Pero luego crecimos y avanzamos, siempre juntos en la casa, pero cada uno por su lado. En algún momento de este largo y curioso camino de la vida, dejamos de ser los grandes amigos que una vez fuimos.   
—¿Quieres ir allí, Rocío?
—Bueno, la novia es la novia, ya tienes una cita y no quiero entrometerme. Además no sé si aguantaré cinco minutos a tu lado —dije devolviéndole su auricular, antes de irme.
A la mañana siguiente, domingo, estaba planchando algunas de sus camisas en el cuarto del lavarropas. Sebastián pasó por allí, estaba bastante guapo con su vaquero y camiseta blanca, amén de oler muy bien. Cuando amagué preguntarle qué quería de desayunar, él me tomó de los hombros, y con un guiño, me preguntó:
—Flaca, ¿y bien? ¿Nos vamos al río Santa Lucía?
No lo podía creer. Escruté su mirada para saber si yo estaba soñando; tal vez aún estaba adormilada y solo creía escuchar que mi hermano había dejado de lado a su novia para pasar el día conmigo. Podría preguntarle por qué decidió hacerlo, pero eso implicaría mencionar a su chica, y ese día, para mí, deberíamos ser solo él y yo, como cuando éramos niños y no teníamos a nadie más.
—Sebastián, ¡claro! Dame un rato para prepararme.
—Bien. Ponte guapa pero no te tardes, ¡tengo ganas de ver cómo ha cambiado ese lugar!
Tampoco es que fuéramos a alguna cita o un debut social, así que tras una ducha me arreglé el pelo en una coleta alta y me hice con una camiseta roja de tirantes, un short blanco de algodón y sandalias cómodas.
Cargamos bebidas y algunos bocados en nuestras mochilas. En las inmediaciones del Río Santa Lucía se suelen hacer picnics, ya que tiene su desembocadura cerca de Montevideo y es costumbre pasar los fines de semana en familia o en pareja. Claro que, actualmente, con las nuevas rutas, esa tradición se ha perdido bastante, el paraje fue abandonado por otros parques más cercanos al centro de la ciudad.
Fuimos en coche y llegamos al mencionado club de regatas, no tan atestado de gente como recordábamos. Ya dentro del predio alquilamos un par de canoas solitarias para ir al famoso lugar que pasábamos de niños, hoy día inaccesible a pie. Sebastián insistió que no era necesario ir hasta allí, que sería mejor observarlo desde la distancia, pero le respondí que yo iría sí o sí, con o sin él. Obviamente era una treta para que me acompañara, ya habíamos ido hasta el club, ¿para qué volver sobre nuestros pasos?  
Me hubiera gustado alquilar alguna canoa tándem, que son las que permiten a dos personas, más que nada porque me preocupaba que Sebastián hiciera alguna tontería de las suyas. El río es manso, pero mi hermano es bravo; sabe cómo meter la pata.
—¿Te acuerdas cómo remar, no, nene? —le pregunté subiéndome a una de color amarillo, asegurando mis pies bajo una de las abrazaderas.
—Flaca, deja de decirme “nene”, por dios, me avergüenzas. ¡Claro que recuerdo! —respondió cargando nuestras mochilas en su canoa azul.
Remamos por largo rato, siempre juntos. En realidad mi hermano era bastante lento, como si tuviera extrema precaución, y yo debía estar constantemente reduciendo mis remadas para emparejarnos, cosa que él no notó. Mejor así, no me gusta cuando se ve vencido por mí, tiende a querer superarme y hacer alguna tontería cuando no puede ganarme.
Bastante alejados, mientras rebuscábamos por nuestra cala, me hizo una pregunta que no esperaba:
—Flaca, ¿me vas a echar de menos, no?
—¿Eh? ¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián? Yo solo te traje aquí porque quiero pedirte permiso para derribar tu pared, con eso agrandaría mi habitación.
—¡Qué cabrona!, cómo te haces querer, flaquita.
Vimos de cerca una pequeña cala, aislada, de arena gruesa, rodeada de frondosos y altos árboles. Me quedé observándola largo rato, dejando de remar. Recuerdos, recuerdos y recuerdos se agolparon en mi mente una tras otra. Trazos de mi infancia; mis peores y mejores momentos estaban resucitando en memoria.
Mi hermano chapoteó el agua con su remo, salpicándome, para despertarme de mis adentros.
—¡Estúpido! ¡Vuelve a hacerlo y te mato!
—¡Ja! Rocío, parece que encontramos el lugar, ¿no es así?
—Sí, creo que ese es. ¡Cabrón!
Me vengué salpicándole con mi remo. Sebastián no dudó en devolvérmela, pero su canoa se tambaleó y él cayó al agua. No sabría describir lo mucho que me reí de aquello, el solo haberlo visto caer hizo que ese domingo valiera la pena. Pero los segundos seguían pasando y mi hermano no salía del agua. Pronto mis risas cesaron, y mi sonrisa, poco después, se desvaneció.
—Sebastián, no me jodas, ¡sal ya!
No me quedó otra que entrar en el agua y buscarlo. Nada más zambullirme y abrir los ojos, vi al pobre desgraciado debajo de su canoa, terroríficamente estático; no se hundía porque milagrosamente un pie aún se sostenía de una de las abrazaderas. Le tomé de la mano y lo llevé hasta la superficie, arrastrándolo luego hasta la cala, que estaba a escasos metros ya. Las canoas, ayudadas por la corriente, no tardaron en acompañarnos en tierra firme.
Tumbado sobre la arena, bajo el fuerte sol de verano, Sebastián no mostraba ningún tipo de reacción; mi corazón se aceleraba a pasos agigantados. Le di varios bofetones, muy fuertes, porque creía que estaba jugando conmigo. No despertaba, así que decidí hacerle respiración boca a boca.
Levanté su mentón; no tenía nada extraño dentro de la boca que le pudiera estar ahogando. Cerré su nariz e insuflé el aire hasta notar que su tórax se estaba expandiendo. Solté la boca, comprobando que el aire salía tibio de adentro. Esperé, esperé y esperé. Segundos eternos que parecían durar horas. Mi corazón latía tan fuerte que creía que yo iba a morir de un ataque cardiaco antes que él de ahogamiento.
—No te me mueras, cabrón, no te me mueras —dije dándole otra fuerte bofetada. ¡Innecesaria, sí, pero se lo merecía por ser tan tonto! ¡Tenía diecinueve pero era aún un maldito niño, nunca me había dicho que no sabía nadar! Me sentí terrible al recordar que no quería cruzar el río conmigo, seguramente tenía vergüenza de decírmelo.
Volví al ataque. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. No esperé. Insuflé…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando le vi abrir sus ojos la alegría se me desbordó, tanto que ni siquiera me importó que el bruto me agarrara la cola mientras que la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me tomó cuatro segundos darme cuenta de la aberración que estábamos haciendo.
—¡Mfff! ¡Basta! —me aparté.
Finos hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Las gotitas caían de mi rostro y perlaban su frente. Él sonreía. Yo estaba boquiabierta.
—Flaca, perdón, pensé que eras mi ángel de la guarda…
—¿Ángel de la…?  ¡Odio los clichés! —le abofeteé con fuerza; una marca más en sus rojas mejillas. Tomé de su cuello con ambas manos—: ¡Soy tu hermana, no vuelvas a besarme, pervertido!
—¡Auch! ¡Entendido, entendido, no volverá a pasar, flaca!
—¿Cómo vas a sobrevivir en otro país sin mí, estúpido? ¡Y por tu culpa hemos perdido las mochilas, allí estaba mi teléfono!
—¡Mierda!, y los bocados también…
—¿Casi mueres y te pones a pensar en los bocados? ¡Dios santo, más lelo y no naces!
Me levanté visiblemente molesta, pateando algo de arena hacia su cara mientras él aún trataba de recuperarse. Mi peinado, mi camisa, mi short, ¡todo mojado y arruinado! Para colmo una sandalia se me había perdido en el río. Concluí que no nos quedaba otra:
—Será mejor que volvamos al club, Sebastián. Ya has jodido el domingo.
—La mierda, ¡ufff!, lo siento mucho, Rocío.
No quería mirarlo, así que observé el frondoso bosque que se extendía tras la cala. Busqué con la mirada aquel gigantesco árbol que durante tantas tardes nos había cobijado con su sombra y gruesas ramas, cuando éramos críos. Hoy día el paisaje ha cambiado, pero no excesivamente. Por ejemplo, el viejo puente seguía viéndose en la lejanía, pero en cambio el verdor se había reducido considerablemente desde la última vez que había estado allí pese a las promesas de forestación. Aún así me parecía imposible que un árbol tan gigantesco como aquel que recordaba hubiera desaparecido como si nada.
—Mira, Rocío, ¿es buen momento para decirte que aparte de que no sé nadar, tengo algo de miedo de volver al agua?
Sebastián había avanzado hacia otro lado, y apoyó la espalda contra un hermoso y gigantesco árbol de eucalipto, cruzándose los brazos. Sin darse cuenta, o tal vez adrede, había encontrado el árbol que yo buscaba. Los eucaliptos son altísimos, nunca encorvan al crecer y poseen ramas a lo alto. Pero ese, en especial, tenía la particularidad de tener varias ramas gruesas a baja altura, que con pericia, podrían ser trepadas para tener una inmejorable vista del lugar.
No le hice caso a mi hermano y caminé rumbo a la rama más baja. Él me vio trepando con esfuerzo hasta la segunda rama, algo alta ya. Me senté allí, sosteniéndome fuerte; cerré los ojos y fue sentirme como si estuviera en alguna clase de paraíso. El viento húmedo, el canto del río, los recuerdos de nuestra niñez que caían uno sobre otro. Inocencia, atardeceres, risas; todo se agolpaba de una vez; algo así se hace difícil describir con precisión.
Tal vez el domingo no estaba del todo arruinado.
Cuando abrí los ojos, Sebastián ya se había acomodado a mi lado.
—Pirañas —dijo dándome un codazo.
—¿Qué te pasa, nene?
—Me acuerdo que la primera vez que vinimos aquí, me dijiste que había pirañas en el río. Rocío, ¡me tomaste de la mano y me lanzaste al agua mientras te reías como un demonio!
—¡Ja! Vaya tonto eras, ¿cómo iba a haber pirañas aquí?
—Pues en ese entonces no tenía cómo saberlo. Flaca, creo que la culpa de mi miedo al agua la tienes tú.
—Ya, ya. Siempre yo, ¡siempre yo!
—¿Y bien? ¿Vamos a regresar al club de regatas?
—Quiero quedarme, Sebastián. Vete tú.  
—No te voy a dejar, flaquita.
Se quitó la camiseta y la lanzó a la rama que estaba debajo nosotros. Visiblemente colorada, mirando de reojo su firme pecho, le ordené que se bajara del árbol y que se volviera a ponerla, pero me respondió con toda la naturalidad posible que lo mejor sería quitarse nuestras mojadas ropas porque podríamos pescar algún resfriado.
Tras quitarse el vaquero, quedó solo con su bóxer negro.
—Prefiero resfriarme entonces, nene. Me quedaré con mis ropas.
—Nadie nos verá, flaca. Además eres mi hermana, no te andes con complejos.
—¡No! ¡Basta! ¡Sigo molesta por la tontería que hiciste!
—Venga, es nuestro último día juntos, ¿vamos a pasarlo discutiendo como siempre? Ahora dime, en serio, ¿me vas a echar de menos?
—A quien estoy echando de menos es a mi teléfono móvil, Sebastián. ¡Dios, no quiero ni pensar en mi agenda con todos esos números! ¡Mfff! Más vale que antes de abordar ese avión me compres uno nuevo.
—Yo te voy a echar de menos, flaca. Aunque no lo creas, te consideraba mi mejor amiga de la infancia.
—Ya. Si así tratas a tu mejor amiga, pobre de las otras.
—¡En serio! ¿A quién le conté con lujo de detalle de la primera vez que me enamoré? ¿O de mi primer beso? ¿O a quién le dediqué mi primer gol en la división infantil? Pues a ti, flaca. Eras mi mejor amiga, te digo.
—Ese gol fue en offside y no te lo dieron por válido, y aún así corriste a dedicármelo, estúpido…  
—¿Tan enojada estás? ¡Jo! —miró el paisaje—. Hubiera aceptado pasar uno de mis últimos domingos en Uruguay con mi novia…
—Pues ve con ella, ¡nadie te detiene!
Dicho y hecho. Bajó del árbol, recogiendo sus ropas y poniéndolas sobre el hombro. Me dijo que nos volveríamos a encontrar en casa, pero yo me limité a mirar el verdoso horizonte, observándole solo de reojo y sin dedicarle ni una sola palabra. Subió a su canoa y partió rumbo al club de regatas. En todo momento le dediqué un sinfín de insultos silenciosos.
Eso sí, a los pocos metros su canoa volvió a tambalearse, cayendo nuevamente al agua. El río de Santa Lucía tiene zonas muy irregulares. Pudo haberse caído en una parte sin nada de profundidad… o bien pudo haberle tocado algún pozo realmente hondo.
—¡Serás imbécil!
Bajé del árbol como buenamente pude y corrí hacia él. Pensé que fue una tontería de mi parte haberlo dejado ir, suponiendo que hacía solo minutos se había ahogado, sus pulmones no tendrían condiciones de aguantar otra situación así por misma cantidad de tiempo. Ahora, la tonta y desatenta era a todas luces yo.
Tropecé burdamente sobre la arena. Me levanté y volví a la carrera. Sebastián no asomaba ni la cabeza. Otra vez mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿¡Cómo pudo haber terminado un simple paseo a nuestro tierno pasado en algo tan terrible!? ¿Qué mierda habíamos hecho mal para tener que llegar a aquello? Porque en algún lugar de este largo y curioso camino de la vida decidimos separarnos, de dejar de ser los mejores amigos que una vez fuimos. Y recién en nuestros últimos días juntos decidí hacer algo al respecto. “Y lo estás haciendo de puta madre, Rocío, ¡tu hermano está ahogándose por segunda vez!”, me recriminé.
Al llegar hasta la canoa, noté, con lágrimas corriéndome por las mejillas, que el agua solo me llegaba hasta medio muslo. Nadie se ahogaría en tamaña tontería…
Como un monstruo marino de esas películas de terror, mi hermano surgió de debajo del agua, frente a mí, salpicándome y mojándome los ojos. Al frotármelos con las manos, vi embobada ese pecho firme por donde el agua corría; él me miró con su típica sonrisa de punta a punta, como si no le importara estar así, solo con un mísero y ajustado bóxer frente a su hermana.
—Flaca, ¿te asusté? Me escondí bajo la canoa… Oye, ¿en serio me crees capaz de abandonarte? Eres toda mía.  
No supe responder. Estaba boquiabierta, temblando de miedo; una serie de contradicciones poblaron mi pensar: quería llorar, reírme de su broma, gritar de alegría, darle una patada en la entrepierna por haberme asustado así. Pero nada, solo le miré a los ojos e hice lo único para lo que tenía fuerzas: lo abracé, clavando mis uñas en su espalda, sollozando de manera muy audible. Él, nunca ajeno a la situación, me acarició la cabellera. Tomó de mi mentón y levantó mi cara para besarme la frente.
—¿Me vas a echar de menos, Rocío?
—Claro que no —mascullé, hundiendo mi cabeza en su pecho—. Pero por favor, vuelve conmigo allá bajo la sombra del árbol, Sebastián.
Recogió su ropa, y tomados de la mano, volvimos a la cala, caminando hasta sentarnos a la sombra de “nuestro” árbol. Logré contener mi llanto, pero algún que otro ridículo resoplido se me escapó. Mi hermano seguro que los oía, pero se desentendía de aquello; podría ridiculizarme por ser tan llorona pero probablemente se lo calló para no hacerme sentir mal.
Me rodeó los hombros con un brazo.
—Flaquita, no mentí cuando dije que eres un ángel de la guarda.
—Otra vez con eso. En serio te digo, odio los clichés. —Reposé mi cabeza en su hombro—. Y por dios, ponte tu vaquero, puedo ver tu paquete, pervertido…
—Ya sabes que cuando mamá se fue cuando éramos peques, fueron días muy difíciles para ambos. Estaba muy feliz de haberte tenido a mi lado en ese entonces, de hecho creía firmemente que tú eras un ángel de la guarda enviado por ella para que mis días fueran más soportables. ¡Y lo sigo creyendo!
—¿En serio? Qué tonto… Y vaya manera de tratar a tu ángel tienes, Sebastián, casi me mataste de un paro cardíaco dos veces hoy.
Un ángel. Eso me dijo. Me volvió a besar la frente y, de nuevo, no sé qué ha tenido que pasar por mi cabeza para que yo decidiera tomar de su mano. Le miré a los ojos café, como los míos, y me acerqué para besar la punta de su nariz, que como la mía, tiene la forma de un tulipán.
“No sabes lo que tienes…”.
“No te vayas”, susurré para qué él terminara sonriendo. “Ah, ¿y por qué no quieres que me vaya?”, preguntó en un susurro. Pero yo, rota y necesitada de consuelo, hice algo de lo que no me arrepentí ni en ese momento ni a día de hoy: besé a mi hermano en los labios.
¿Que qué pasó por mi cabeza? Tal vez uno de los últimos granos del imaginario reloj de arena había caído en esa cala, bajo mis pies, y me advirtió que no quedaba mucho. Me pidió que aprovechara. No es que yo amara de manera perversa a mi hermano ni nada de eso, pero era uno de mis últimos días con él, y no encontré mejor forma de expresarme que darle ese pico.
El beso fue patético, eso sí. Demasiado rápido. Nada morboso. Yo sabía que algo había estado mal, seguramente él también lo supo porque me miró con ojos abiertos como platos. Había algo diferente de aquel beso que nos habíamos dado cuando le hice la respiración boca a boca: ahora ya no era un juego. Ahora había algo real, algo latente entre ambos había despertado, escondido entre los recuerdos y la arena. Al menos yo lo sentía.
“¿Debo retirarme? ¿Pedirle disculpas?”, pensé una y mil veces antes de que él me tomara del mentón y me replicara el beso. Pero hubo algo más que solo labios apretujándose. La punta de su lengua, tímida, se hizo espacio entre mis labios para al instante retroceder. Presa de la calentura, empujé mi cabeza y fui yo quien decidió meter mi lengua en su boca y saborearlo.
En un acto reflejó me apoyé de su muslo, fuerte, atlético, fibroso. Resbaló y toqué su paquete de manera fugaz, comprobando que se estaba endureciendo bajo la tela del bóxer.  
Volvimos a separarnos. Otra vez hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Perlitas de agua caían de nuestros rostros. Otra vez ojos abiertos como platos. “Creo que acabamos de romper un par de mandamientos, madre mía, pero se siente tan bien. ¿Y él estará pensando lo mismo que yo?”.
—Rocío… ¿te gustó o vas a arañarme la cara? Por tu cara no sé qué vas a hacer…
—Uf… ¿A ti te gustó, Sebastián?
—Bueno… Me encantó, flaca, ¡besas de puta madre!
Algo estaba mal en mí. Y en él, desde luego. Pero me gustaba; ese calorcito en mi vientre que amenazaba con extenderse no podía ser algo malo. Me mordí el labio, deleitándome con el gusto de su saliva, retiré un mechón de pelo de mi frente y respiré lento. Quería seguir, pero no debíamos. ¡Deseaba seguir curioseando!, pero no era plan de joder el día más de lo que ya se había jodido.
—Lo siento, pero no me gustó, nene. El solo hecho de que me llames “flaca” me corta todo el rollo porque me recuerda que soy tu hermana…
—¿Y si te digo “Escarcha”?
—¿Y si maduras un poquito?
—Escúchame, “Escarcha” —me tomó de la mano. Pude haberlas apartado, pero no quise porque jamás lo había visto con ese semblante serio. Fuera lo que fuera, iba a decirme algo importante, o así lo sentí al observarle—. Me encantó haberte besado, convertiste un día divertido en uno inolvidable.
—¡Dios santo, corta ya con los clichés!
Agarré un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Le ordené, mientras él se retorcía por el suelo, que se pusiera su camiseta, que ya no soportaba tenerle casi desnudo y para colmo tan cerca de mí. Cuando me levanté, luego de sacudirme la arena de la cola, me volví hacia las canoas para prepararlas.
—La mierda, tengo arena hasta en los dientes… ¿a dónde vas, flaca?  
—Vamos a casa, ¡terminó el paseo, nene!
Sí. Se acabó el día para nosotros, pero, aunque aún no lo sabía, la semana más rara y especial de mi vida acaba de comenzar.
Ese mismo domingo nos acompañó su novia durante el almuerzo en nuestra casa, junto con nuestro papá. Todos conversaban relajadamente, había bastante alegría en el ambiente, excepto por mí, que no me veía capaz de forzar el más mínimo esbozo de sonrisa porque, sin entender cómo, afloraban deseos impuros, acuchillándome mi cabeza. Y el hambre desapareció de mí cuando vi a mi hermano dándole de probar el postre a su novia, una tarta de ricota que preparé porque era la preferida de él.
—¡Mmm! —suspiró Naty, con los ojos cerrados—. ¡Rocío, te ha salido delicioso! ¡Cuando tu hermano se vaya, vendré igualmente aquí todos los días!
—Gracias Naty —forcé la sonrisa, pero la desdibujé en el momento que ambos tortolitos volvieron a su silenciosa conversación.
De alguna manera ya no soportaba verlo junto a ella, tan juguetones, tan sonrientes. Ni la soportaba a ella. Su estúpida voz nasal, su pelo largo, azabache y enrulado, totalmente opuesto al corto, castaño y lacio que llevo; su forma tan cariñosa de ser con mi hermano, que se alejaba tanto de mis rudas maneras. Alta como él, de senos pequeños y curvas que apenas asomaban; nada en ella se asemejaba a mí.
Los días me los pasaba pensando en Sebastián y las posibilidades que dejé escapar, aún a solas con mi novio, aún en nuestros momentos de intimidad. Me los pasaba preguntando, mientras mi novio me besaba, qué hubiera pasado en aquella cala si, en vez de ser la típica hermana malvada, me hubiera dejado llevar por el deseo y le confesara que ese beso que nos dimos me había encantado. Que quería continuarlo y seguir explorando posibilidades.
Pero a los pocos segundos se me cortaba el rollo. ¡Sebastián era mi hermanito, por dios! Creció, ¡sí! En algún momento de este largo camino de la vida se había hecho con un cuerpo exquisito, normal que tuviera éxito con las chicas. No lo iba a negar, ese pecho firme, esa sonrisa de punta a punta y esas largas y musculadas piernas se hicieron, poco a poco, presentes en mis fantasías. A veces antes de dormir, a veces mientras mi novio me hacía suya.
Mientras, el imaginario reloj de arena estaba agotando los granos. Y lo único que asaltaba mi cabeza, día a día, minuto a minuto, era solo un pensamiento: “¿Y si le hubiera dicho que me gustó que nos besáramos? ¿Qué hubiera pasado? Dios, ¡quiero saber!”.
Me aplacaba las ganas en el baño. Primero una ducha fría para quitarme los pensamientos impuros. Luego, al verme imposibilitada de tranquilizar ese lado sucio y pervertido que tengo, me acostaba sobre el suelo del baño y dejaba que el agua tibia cayera directamente sobre mis carnecitas. Allí me dejaba llevar en ese mundo de ensueño en donde un hombre desconocido me hacía suya en alguna cala. Un hombre de firme pecho que era lamido, mordisqueado y besado sin piedad.
A veces, durante el clímax, el rostro de ese hombre desconocido era reemplazado fugazmente por el de mi hermano. Me di cuenta que mis orgasmos eran incluso mejores cuando él se hacía presente en mis fantasías. “¿Y si le hubiera dicho que sí? Algo delicioso pasaría, no tengo dudas”.
Ya no me contentaba con fantasías, me propuse ir más lejos. Aprovechaba para andar por la casa con mis ropas más pequeñas, shorts cortitos, camisetas ceñidas, mostrando ombligo, procurando toparme con mi hermano para que me viera así. Dejé de lado los golpes a la cabeza por caricias en las mejillas, los insultos y las burlas por halagos y frases comprensivas. Ahora, Sebastián estaba conociendo a la nueva versión de su hermana mayor, y por las risas y miradas que me dedicaba, parecía gustarle.
En una ocasión, cuando estaba limpiando su habitación (suelo hacerlo dos veces a la semana), le pillé mirándome la cola, apenas tapada por un short súper corto que dejaba ver la línea donde inician mis nalgas. Aquello me puso a cien, tanto así que tuve que correr al baño para hacerme deditos y tranquilizar a la chica sucia que habita dentro de mí.  
No lo podía creer, estaba caliente por mi hermano pero las perversiones que hacía no me parecían suficiente. En la calentura del momento decidí idear un plan para… follar con él. ¡Tenía que hacerlo!, tenía que intentarlo. La putita dentro de mí me odiaría si no hacía algo al respecto.
—Sebastián, ¿puedo pasar? Te he preparado una ensalada mixta, por fa, pruébala.
—Hola Flaca… espera que me pongo la camiseta.
—Soy tu hermana, no te hagas complejos, tonto —dije coqueta, sentándome a su lado de la cama y poniendo el plato sobre mi regazo. Los tomates, pepinos y zanahorias de la ensalada habían estado dentro de mi vagina hacía unos minutos, antes de ser rebanados y preparados.
Le di de comer como él hacía con su chica, pegándome a él y hablándole dulce: “Ahm, abre lo boca, nene”. Cada vez que los degustaba yo pensaba que me iba a desmayar del orgasmo, seguro hasta habrá reconocido el olor de un coño entre el aroma del plato.  
—Ef delifiofo…
—Me alegra que te guste, nene, ¡me pasé toda la tarde mejorando la receta! —chillé. La otra chica, aquella hermana cabrona, probablemente le diría que primero tragara la maldita comida antes de hablar.
Al terminar el plato, le limpié con una servilleta aunque él prácticamente forcejeaba conmigo porque lo hacía sentir como un niño, pero yo entre risas le decía que me iba a enojar si se ponía tan berrinchudo por una tontería como esa. Me inclinaba hacia él para limpiarle, tratando de que sintiera mis senos contra su delicioso pecho, y aprovechaba para atajarme de su muslo, no fuera que me cayera.  
—Oye, Sebastián, mañana es domingo, ¿quieres ir de nuevo a la cala? —mis dedos tamborileaban su atlético muslo, muy cerca de su paquete.
—Ehm… ¿Lo preguntas en serio?
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, todo son tus amigos y tu novia, creo que la chica que te lava la ropa, te cocina y te arregla la habitación se merece un último día juntos —hundí mis uñas.
—¡Auch, auch! Bueno, ¡claro que sí, flaca, no me puedo negar!
El primer paso de mi plan salido bien. Le di un beso en la mejilla y le prometí que tendríamos un día divertido, que yo le daría un recuerdo que no olvidaría jamás.
Llegó el domingo. Me puse mi short más ceñido, así como una camiseta de tiras cortita que mostraba ombligo. Mi hermanito no dejaba de piropearme en plan broma cuando me vio en la sala. Ya en el coche, notaba que miraba de reojo mis piernas. Yo ponía mi mano en su muslo, siempre cerca de su entrepierna, apretando, acariciando mientras le decía que en esta ocasión no le quitaría el ojo de encima, no sea que se ahogara.
En esa ocasión fuimos un poco más temprano y por fin pudimos alquilar una canoa tándem para ir juntos. Desde luego percibí cierto miedo en él, como que no quería volver al agua, pero un beso en su mejilla, cerca de sus labios, le armó de valor y me acompañó.
A pocos metros de llegar a la cala, procedí al siguiente paso de mi plan para… follar… con mi hermano. Paulatinamente trataba de zarandear la canoa, tratando de apoyar mi peso hacia un costado. Sebastián, remando, pensaba que estaba bromeando para asustarlo. Me recriminó porque aquello podría ocasionar que la canoa se volcara.
Y de hecho, así sucedió…
Cinco minutos después, terminé arrastrándole hasta la cala como la vez anterior. ¡No esperaba que se volviera a ahogar! ¡Y otra vez perdí una de mis sandalias! Mi plan era solo mojarnos un poco para tener que retirarnos las ropas, “no sea que pesquemos un resfriado”. ¿Quién iba a saber que nos caeríamos en prácticamente un pozo del Río Santa Lucía? 
Sebastián no reaccionaba. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Insuflar…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando vi abrir sus ojos la alegría y el éxtasis se me desbordaron. Volvió a agarrarme la cola mientras que con la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me volvió a tomar cuatro segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya no me importaba, nos besamos un buen ratito.
—Flaca, perdón… ¡No me pegues, en serio, pensé que era un ángel, es todo!
—¡Ya! Nene —le miré, peinándolo con mis dedos—, ¿recuerdas lo que me habías preguntado hace una semana? ¿Sobre el beso que nos dimos?
—Te he dicho que me gustó, Rocío. ¿Me vas a tirar arena a la cara de nuevo? ¡Hazlo!, lo haría mil veces más…
¡Dios! ¡No debía, pero la curiosidad me podía! ¡Odio los clichés, pero a veces no puedo evitar dejarme picar por uno! Y los besos que nos habíamos dado, y las caricias que aún hervían en mi piel, y su lengua tímida de aquella vez, y su mirada, y su exquisito cuerpo que se reveló cuando le retiré su camiseta mojada, y, y, y… todo terminó desatando a esa chica viciosa y pervertida que le gusta romper moldes, que le gusta ser sucia y dar bravura a un río manso.
Me senté sobre él. Le di una sonora bofetada antes de inclinarme y mordisquear su pecho. Subí a besos hasta llegar a su boca para meterle mi lengua hasta el fondo. Por fin, tras una semana de sufrimiento, conseguí cumplir aquella fantasía que me tenía en ascuas, y la putita dentro de mí tenía ganas de guerra, de dejarle seco.
¿Ya he dicho que no le gusta verse vencido por mí? Porque hizo fuerzas para levantarme y lograr tumbarme en la arena. Antes de que amagara gritarle por ser tan brusco, violentamente me quitó el short. Abrió mis piernas para que le mostrara mis braguitas en todo su esplendor; lejos de sentirme avergonzada o humillada, me encantaba esa mirada lujuriosa que me dedicaba.
—¿Por… por qué te detienes, Sebastián?
—Oh, dios… Rocío, desde ese domingo también estuve pensando mucho sobre nosotros… ¿pero crees que debemos parar? Somos lo que somos, ¿sabes?
—¡No! —lo atenacé con mis piernas y lo atraje contra mí. La hermanita había desaparecido y solo quedaba una loba con ganas de carne—. Mírame, soy Escarcha, Sebastián. 
—¿Escarcha?
—¡Síii! ¡Y a Escarcha le encantaría que le hicieras su putita! —Ni yo me reconocía, ¿pero quién se reconoce con la entrepierna haciéndose agua? ¿Quién se reconoce cuando el imaginario reloj de arena gasta sus últimos granos?
—¿Eres… eres una putita?
—Tu putita, tu putita.
Sebastián suspiró y volvió a trabajarme. Arrancó la braguita; rápidamente hundió su cara en mi entrepierna. Bastó la primera incursión de su lengua sobre mi rosada y húmeda carnecita para arrancarme un gemido vergonzoso. “¡Dios, qué rico chupas!”. Mordisqueaba a veces, haciéndome retorcerme de gusto.
—¡Así, Sebastián!… ¡Asíii! —gritaba como poseída, arañando la arena y apretándolo tanto con mis piernas que temía decapitarlo—. ¡Mff!… Ahí mismo, ¡ahí mismo!… Dale, por fa… ¡sigue-sigue-sigue!
Comenzó a mamarme con esmero. Iba a velocidad frenética, como un animal, como a una putita le encantaría.  Me tomó de la cintura con fuerza y me trajo contra su rostro para beberse todos mis juguitos que poco a poco empezaban a emanar desde mis profundidades.
Yo chillaba de gusto pero rogaba que aminorara un poco; Sebastián no se despegaba ni un segundo de su degustación, quería verme reventar de placer. En el momento que, haciendo dedos, encontró mi clítoris, no lo dejó en paz hasta que me hizo explotar deliciosamente en su boca.
—¡Ahh!… ¡ya, ya bastaaa!… Mierda, ya no puedo m… —Trataba de retirarme de su boca, pues cada lamida me ponía a ver estrellitas, pero no, él seguía succionado, chupando todos mis jugos, mordiendo mis labios abultaditos, y yo comencé a retorcerme descontroladamente de placer, sintiendo cómo mis muslos trataban de cerrarse para evitar que siguiera castigando mi pobre e hinchado clítoris.
Con el pasar de mi orgasmo fue cesando la intensidad de su mamada hasta que, por fin, decidió retirarse de mí. Con mis juguitos brillando en sus labios, me preguntó:
—¿Estás bien, Rooo… Escarcha?
—¡Ufff! ¿Eres así de bruto con tu novia, cabrón?
—No. Ella no se deja que se la coma, ¡ja ja ja!
—¡Ja ja! Dios santo, estoy temblando de gusto… Y bien, ¿vas a hacer algo al respecto, Sebastián?
—Mierda, mierda, mierda, la culpa me viene de nuevo…
—¡Basta! Soy tu putita, la que hace lo que tu novia no quiere. 
—¿Eres mi…? Sí… sí, ya veo… ¡Ahora sí, putita! Te voy a dar verga, eso quieres ¿no? ¿Mi verga, no es así, Roc… Escarcha?
—¡Sí, la quiero ya!
—¿La quieres, puta? Ruégame, pídemela —dijo quitándose su vaquero, tomándose el paquete por encima de su bóxer. Aquella carne parecía despertar poco a poco de su letargo. Se me hizo agua la boca.
—¿Acaso tengo pinta de que quiero ponerme a leer poesía, Sebastián? ¡Cógeme antes de que me arrepienta, estúpidoooo!
Ya no podía aguantar, fue ver su pene bien erecto para lanzarme sobre él, tumbarlo sobre la arena, ladear su ropa interior y saborearlo en mi boquita. Sentía cómo se hacía más y más dura con cada succión y cada lamida que le daba, parecía, por su rostro, que estaba en el cielo; tal vez después de todo yo sí era su ángel de la guarda que lo llevaba hasta el paraíso.
De mi parte empecé a tocarme la conchita que ya estaba bien trabajada por su boca. Jamás en mi vida me había encharcado tanto como en aquella ocasión, con la cálida, suave y dura tranca de mi hermano siendo lamida y succionada con esmero, con su pelo púbico rascándome la nariz cada vez que me la metía completita hasta mi garganta; no la quería soltar nunca, me había vuelto una auténtica viciosita.
—N-no me lo creo, Rocío, ¿por qué tienes esa boquita tan deliciosa? Qué manera chupar tienes… –Sebastián apenas podía hablar.
—Mmm, ¿nño me dyigas que tdu novia nño te la chudpa tampodco? —contesté con su verga atorada en mi boca. El hecho de estar haciéndole algo que su chica no quería me puso a cien—. ¿Quiedyes que te sadque la ledche, Sebadstdián?
—¿Eh? No entendí una mierda, pero me encanta cómo la mamas… Carajo, así no hay quien aguante…
Gemí mientras me llenaba la boquita de leche, que recibía gustosa toda la corrida, chupando fuerte para para acabar de sacar todo lo que le quedaba en la puntita. Cuando el último trazo de su semen fue succionado, mi hermano dio un respingo de sorpresa.  
—¡Mierda, esto no está pasando!, eres mi hermana, mi ángel de la guarda, me iré al infier… –parecía volver a sentirse culpable, así que agarré sus huevos antes de que terminara de decir su frase.
—¡No te atrevas, Sebastián! Aún no has terminado, ¡aún no! —Me coloqué encima de él, pero mi hermano no peleaba, se dejaba hacer; parecía debatirse internamente si seguir con nuestra locura o abandonarlo de una vez por todas. Lamí su pecho, sus pezones, luego mordisqueé su cuello y por último lamí toda su cara, yo era una perrita en celo—. Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar.
—Escarcha…
“Sí, eso es nene, soy Escarcha, si eso te ayuda a darme carne…”. El chico no reaccionaba, así que tomé su dura verga y la llevé en mi entrada que estaba indescriptiblemente caliente y húmeda. Hice lo posible para metérmela, pero me di cuenta que quería que fuera él quien diera el empujón final.
—Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces.
—La mierda… Qué preciosa eres, en serio pareces un ángel…
—¡Odio los clich-ÉEES!
El cabrón aprovechó que tuviera la guardia baja y empujó; entró casi por completo, arrancándome un gritito de gusto al sentirme llena de su polla. Dio un último empujón, justo cuando contraía mis paredes internas debido al gustito, y la verga de mi hermano entró hasta el fondo de mi ardiente y apretada panocha.
Fue como volver a ser desvirgada.
—¡Ahhh, diosss!
—¡Lo siento, preciosa! ¿Quieres que pare?
—¡Nooo, sigue! ¡Toda, dámela toda, mi nene! —gemí rogando por mas verga—. Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián?
—Me encanta, Rocío… o Escarcha… ¡Mmm! Aprietas delicioso, ninguna chica se te compara —me decía entre gemidos de placer.
Comenzaba a entrar y salir, sacándola casi por completo y metiéndola hasta el fondo en hábil movimiento. Sexo duro y caliente en la cala. El mejor domingo de mi vida, la despedida más desenfrenada que jamás pensé que viviría.
—¿Estás bien? ¿Te gusta, preciosa?
—Sí… Ahh… Voy a morir de gusto, uf…
—¿Qué te gusta? Dime, mi putita, dilo —resoplaba Sebastián, sacando ese lado salvaje y perverso.
—Me gustas tú. Tú y verga. Me-me-me gusta que metas tu verga en mi panochita, me gusta tenerla adentro… Ahh…
—¿Te encanta, verdad? ¿Es por esto que has querido traerme aquí? ¿Tu novio no te contenta?
—No te traje aquí solo para tener sexo, estúpido… Ahhh, ni menciones a mi novio… Pero me encanta que me cojas tan rico…
Una y otra vez me sentía en el cielo con cada metida y sacada de verga que me daba, mi conchita se contrajo, apretando más, y rápidamente me sentí explotar en un orgasmo. Esto puso a mi hermano a mil y aumentó el ritmo; empujaba al máximo, entrando de lleno una y otra vez, me dejé caer sobre su pecho, casi desfallecida de placer, pero él seguía dándome con todo, chupando y mordiendo mis pechos cuyos pezones se ofrecían duritos y firmes.
La sensación de estar haciéndolo con mi propio hermano, sumado al calor, hacía que nuestros cuerpos estuvieran deliciosamente sudorosos. Me folló así un buen rato hasta que por fin estuvo por correrse, agarrándome de la cola, hundiendo sus dedos en mis nalgas.
—Así, chica, qué rica concha tienes, pero tengo que salir porque estoy a punto…
—Ahh, ¡nooo!… Mi nene, córrete adentro de tu putita… Ahh… Lléname toda…
Jadeó, temblando mientras su corrida comenzaba a bañar las entrañas de mi cuevita. Su leche ardía dentro, le dije que era calentita y que me tenía muerta de gusto. Le rogué que dejara todo adentro, que no se preocupara porque tengo DIU, que tener su semen dentro de mí sería el mejor recuerdo que podría darme antes de irse.
Sacó su tranca, saliendo así un líquido pastoso mezcla de sus jugos y los míos; no pude esperar más y me abalancé sobre su verga para lamerla y limpiarla hasta que perdiera vigor, sintiendo cómo su leche brotaba de mi interior.  
Me había vuelto loca. ¡Loca por mi hermano! Y la putita dentro de mí estaba feliz así, agitando el agua mansa, removiendo los últimos granitos para pervertir aquel imaginario reloj de arena. Tal como había pensado, la realidad superó con creces mis fantasías más sucias.
Pasaron los minutos, y yo, bien servida y muy tranquila, ya solo me dedicaba a jugar con los rulos de su pelo púbico, besando su dormida polla y sus huevos mientras él enredaba sus dedos en mi cabellera. Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, con solo el susurro del río como música de fondo; un momento perfecto que deseaba que nunca terminara.
Sebastián podría haber preguntado un montón de cosas. Si cómo seguiríamos nuestras vidas tras lo que hicimos, o si me sentía culpable, o por qué nunca intenté parar nuestro desenfreno. ¡Incluso de dónde salió esa putita tan sucia que reclamaba por su verga! No preguntó nada de eso. Consumado lo consumado, él solo quería saber una cosa.
—Oye, ¿me vas a echar de menos, Escar… digo, Rocío?
—¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián?
—¿Por qué siempre respondes con otra pregunta?
Volví a montarme sobre él. Hundí mi cabeza en su pecho y di un mordisco. Y al enredar mis dedos entre los suyos, decidí revelarle la razón por la que le había traído hasta nuestra pequeña cala. No solo para despedirnos o para resucitar un pasado tierno. ¡Ni mucho menos solo para tener sexo! Eso fue simplemente algo hermoso que quería probar. Lo traje para decirle que yo nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo, mi pequeño, amado y protegido hermanito, por más que nos hubiéramos apartamos en el camino de la vida. Que no quería que se fuera por una sencilla razón. Por una sola, estúpida, ingenua y tonta razón. Me costó hablar en ese momento tan difícil. La voz pierde fuerza, los ojos arden, los labios tiemblan. Todo se desmorona de manera avasalladora.
Le dije, dibujando figuras amorfas en su pecho, lo celosa que me puse cuando me contó de la primera vez que se enamoró, de la envidia que sentí cuando me contó sobre su primer beso, y de la alegría que me dio cuando, entre tantas chicas, fue a mí quien me dedicó aquel primer y estúpido gol que anotó. Le dije, besando la comisura de sus labios, que él era mi nene, que no quería que se fuera porque no sé a quién acudiría si volviera a sufrir lo mismo que sufrí cuando nuestra madre se fue. Que fui una tonta porque no me daba cuenta de lo que estaba perdiendo hasta muy tarde: un bastión, un sostén, un amigo en el cual contar. Mails, llamadas telefónicas… nada de eso sería lo mismo que tenerlo a mi lado. Así que admití que le iba a echar de menos más que a nadie en mi vida.
—¡Jo! Flaquita, ¡a buenas horas lo admites! ¡Y qué hermoso te salió!
—Puf, ¿me ha salido un poco cliché?
—No, para nada. Cliché sería que dibujáramos un corazón en el tronco del árbol, con tu nombre y el mío, ¿qué dices?
—Un corazón en el árbol. Voy a vomitar un arcoíris, Sebastián. Eso sí es cliché, ¡puf!…
—Pero… ¡a mí me gustaría! ¿Qué te parece? Tu nombre y el mío.
—¡Digo que es hora de volver a casa, nene!
Me levanté y tiré de su mano para que me acompañara. Nos hicimos con nuestras ropas, dejando en la pequeña cala los secretos, apodos, besos y caricias. Eso sí, me dijo que en España se haría pajas en mi honor cuando se sintiera solo. Me volví a poner como un hervidero viviente, pero hice tripas corazón y me zambullí en el agua fría para aplacar el calentón, no fuera que la putita volviera a salir con todo.
Subimos a nuestra canoa y partimos rumbo al club. Volvimos a ser los hermanos pesados de siempre, volvimos a esa relación de amor odio con la que tan cómoda me sentía. Era lo mejor que podíamos hacer, ¿no es así?
Llegamos a casa para el medio día, donde mi papá, tras preguntar por qué yo estaba solo con una sandalia, nos ofreció pasar un día entre los tres, a pasear y hacer lo que surgiese en el momento, cosa que acepté gustosa para obligar a Sebastián a comprarme un teléfono nuevo. Nada raro sucedió el resto de la tarde, ni nada extraño pasó por mi cabeza. Éramos, al fin y al cabo, lo que aparentábamos: una familia unida.  
Entrada la fatídica noche en la que debía partir, la novia, sus amigos, mi papá y yo, nos despedimos de él en la sala de abordaje del aeropuerto. En uno de sus bolsos iba mi braguita. Él aún no sabía, claro, pero me encargué de dejarle ese pequeño recuerdo de nuestra aventura junto con una breve carta escrita a mano.
Recuerdos de mi niñez, de nuestra aventura y de nuestra unión en la cala se agolparon de repente, uno tras otro, incesante y avasallante en mi cabeza. El imaginario reloj de arena había gastado, por desgracia, su último grano. En el momento que vimos el avión levantar vuelo, su chica lloró, uno de sus amigos también. Mi padre intentó aguantarse pero terminó cediendo y usó mi hombro como cobijo. No obstante, yo era la única de todo el grupo que sonreía.
“Te voy a echar de menos, nene”.
El día siguiente volví al Río Santa Lucía, y alquilé una canoa para volver a pasar el día allí, sentada sobre la segunda y gruesa rama del árbol de eucalipto, rememorando una de las experiencias sexuales más deliciosas de mi vida. Eso sí, me prometí que no volvería más a ese lugar, al menos no hasta que mi hermano regresara. Fue un adiós a la cala con promesa inquebrantable de un regreso.
Solo me había ido para hacer una pequeña tontería.
Se preguntarán, queridos lectores, qué decía la carta que le guardé en su bolso. Pues simplemente que no visitaría nuestra cala hasta que él volviera. Y que el día que estuviera de nuevo conmigo, lo llevaría para que pudiese ver el enorme corazón que dibujé en nuestro árbol de eucalipto, eterno con nuestras iniciales.
Soy una chica que odia los clichés. Pero a veces no puedo evitarlo.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.
 
 
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 
 
 

Relato erótico: “¿Me darías un azote? me rogó Susana” (POR GOLFO)

$
0
0

Capítulo 1

« ¿Me darías un azote?».

No creo que exista ningún hombre que no se haya imaginado alguna vez que una mujer le hiciera esa pregunta. Todos sin distinción, deseamos experimentar nuevos horizontes sexuales. Pienso que es difícil encontrar a alguien que no haya barajado saber que se siente teniendo atada en su cama a una persona del sexo opuesto. Pero como casi todas las fantasías, o bien nos ha dado miedo el realizarla o bien no hemos encontrado con quien hacerla realidad.

Hasta hace seis meses, yo era uno de esos. Aunque se me había pasado por la cabeza el intentarlo, sabía que era un sueño casi imposible de cumplir. El que encima fuera Susana quien me lo preguntara, no entraba ni en mis más descabelladas utopías. Las razones son muchas, en primer lugar porque por entonces tenía novia y esa rubia además de ser mi compañera de piso, era pareja de un buen amigo, pero lo que más inverosímil lo hacía era que esa mujer es un bombón espectacular mientras que yo soy un tipo del montón.

Ya de por sí, que viviera con  esa rubia se debía a un cúmulo de casualidades. Todavía recuerdo cómo llegamos a compartir ese apartamento y sigo sin creérmelo. En septiembre de hace dos años, el muchacho que era mi compañero suspendió todas y sus padres le hicieron volver a su ciudad, dejándome tirado y por mucho que busqué alguien con el que dividir el alquiler, me resultó imposible.  Estaba tan desesperado que me planteé volver a un colegio mayor o irme a otro más alejado de la universidad. La casualidad hizo que a la novia de Manel, un chaval de Barcelona, una semana antes de empezar las clases el piso de al lado donde vivía se incendiara y dejara hecho cenizas todo el edificio.

Cuando me enteré y dejé caer a mi amigo, que me sobraba un habitación. La verdad es que nunca creí que ni siquiera se lo planteara pero ese culé, no solo vio la oportunidad de que su chica se ahorrara unos euros sino que al ser yo,  no pondría inconveniente en que él se quedara en casa las noches que quisiera. Por lo visto, me reconoció que había tenido problemas con las compañeras de Susana porque no veían bien la presencia de un hombre en un piso habitado solo por mujeres.

Como a mí, eso me daba igual, le insistí en que se lo preguntara en ese momento porque me urgía dar una solución a mi precaria economía. Lo cierto es que cogiendo el teléfono, la llamó y en menos de cinco minutos, la convenció de venirse a vivir a mi apartamento. Como comprenderéis no me importó que ese cabrón me cobrara el favor pidiendo dos copas porque los veinte euros que me gasté valieron la pena por los que me ahorraría teniéndola a ella. Lo que ni mi amigo el catalán ni yo imaginamos mientras nos la bebíamos era las consecuencias que su presencia tendría en nuestros mutuos noviazgos.

Os anticipo que mi novia me dejó y al él lo mandaron a volar.

Susana llega a casa.

Como nunca había vivido con ninguna mujer que no fuera mi madre, pensé que iba a resultar más difícil de lo que fue y eso que no pudo empezar peor, porque la que entonces era mi novia me montó un escándalo cuando se enteró:

― No me parece bien que esa tipa se quede en tu casa―  me dijo María al conocer de que iba a ser mi nueva compañera.

― Si no la conoces, además es la novia de Manel―  dije tratando de que no me jodiera el trato.

Tras más de una hora discutiendo, aceptó pero a regañadientes y eso que no la advertí de que Susana era un maravilloso ejemplar de su sexo. Sé que si se lo hubiera dicho, nunca hubiera cedido y pensando que cuando la conociera y se diera cuenta de lo enamorada que estaba de mi amigo, cambiaría de opinión, se lo oculté

Lo cierto es que aunque el día que la vio por primera vez, se volvió a enfadar, gracias al comportamiento afable de la muchacha y a la continua presencia de su novio en la casa, su cabreo no fue a más y al cabo de una semana, ya eran amigas.

Para mí, no fue tan sencillo. Aunque Susana desde el primer día se mostró como una persona ordenada y dispuesta y nunca tuve queja de ella, os tengo que confesar que por su belleza empezó a ser protagonista frecuente de mis sueños. La perfección de su rostro pero sobre todo los enormes pechos que esa cría lucía, se volvieron habituales en mis oníricas fantasías. Noche tras noche, saber que esa preciosidad dormía en la puerta de al lado, hizo que su culo y sus piernas se introdujeran a hurtadillas en mi mente y que olvidándome de María y de Manel, soñara con que algún día sería mía.

Si lo que os imagináis es que el roce la hizo descuidarse y que un día la pillé o me pilló en bolas, os equivocáis. Como teníamos dos baños, nunca tuve ocasión de que ocurriera y es más, esa chavala siempre salía perfectamente arreglada de su habitación.  Durante los primeros seis meses en los que convivimos, nunca la vi en pijama o en camisón. Cuando ponía el pie fuera de sus aposentos, ya salía pintada, vestida y lista para salir a la calle. Curiosamente, su costumbre cambió incluso mis hábitos porque no queriendo parecer un patán, adopté yo también ese comportamiento, llegando al extremo de siempre afeitarme antes de desayunar.

Por lo demás, Susana era perfecta. Educada, simpática y ordenada hasta el exceso, hizo que mi piso que antaño cuando convivía con hombres era un estercolero, pudiese pasar incluso la inspección de la madre más sargento. Ni un papel tirado en el suelo, ni una mota de polvo en los muebles e incluso mejoró sensiblemente mi alimentación   porque una vez repartidas las funciones, se cumplieron a rajatabla y como ella se pidió la cocina, no tardé en comprobar lo buena cocinera que era.

Su comportamiento, tal como prometí sin creerlo, derribó las suspicacias de María y se hicieron íntimas enseguida, de forma que al cabo de un mes era raro el fin de semana que no salíamos juntos a tomar una copa. Mientras eso ocurría, poco a poco me fui encoñando con ella:

« No puede ser tan perfecta», me decía una y otra vez buscando un defecto o fallo que la bajara del altar al que la había elevado. Estudiante modélica, culta, graciosa y bella. Era tal mi obsesión que incluso traté  de hallar infructuosamente en la ropa sucia unas bragas usadas por ella, para al olerlas, su tufo me resultara desagradable.  Limpia y pulcra hasta decir basta, mi compañera de piso lavaba sus braguitas en el lavabo antes de llevarlas a la lavadora.

A lo que si me llevó esa búsqueda, fue a comprobar que bajo su discreta vestimenta, Susana usaba unos tangas tan minúsculos que solo con imaginármela con ellos puestos, me excitara hasta el extremo de tener que encerrarme en mi cuarto a dar rienda suelta a mi lujuria.

Aprovechando un día que había salido con su novio, me metí en su cuarto y tras revisar su ropa interior, elegí el tanga más sexi que encontré y tumbándome en mi cama, me lo puse de antifaz. De esa ridícula manera y mientras aspiraba el aroma a suavizante, me imaginé que la hacía mía.

En mi mente, Susana llegaba borracha y caliente a nuestra casa. Olvidándose de Manel, se ponía uno de los sensuales camisones que había descubierto en sus cajones y se acercaba a mi cuarto. Sin pedirme permiso, se acurrucaba a mi lado mientras me decía si estaba despierto. Os parecerá raro pero incluso en mi sueño esa mujer me imponía y en vez de saltar sobre ella, me hice el dormido.

Dejando correr mi imaginación, la vi desabrochando mi pijama y bajando por mi pecho, sacar de su encierro mi pene.En mi mente, con su  boca fue absorbiendo toda mi virilidad mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.

― Despierta que te necesito―  me susurró al oído buscando que me excitara.

No le hizo falta nada más para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, la exploró meticulosamente. Tan perfeccionista como en la vida real, lamió mi talle  estudiando cada centímetro de su piel. Ya convencida de conocerlo al detalle, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta.

« ¡Qué maravilla!», pensé al soñar que sus labios llegaban a tocar la base de mi órgano.

Sin darme tiempo a reaccionar, esa rubia empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que lo tenía suficientemente duro. Entonces  se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente. Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero. Olvidándome de que en teoría estaba dormido, la sonreí.

Al verme despierto, se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara. En mi sueño, Susana no dejaba de gemir en silencio al moverse. Sus manos, en cambio, me exigían que apretara su cuerpo. No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. La ficticia rubia gimió al sentir como los torturaba, estirándolos cruelmente para llevarlos a mi boca.

Y gritó su excitación nada más notar a mi lengua jugueteando con su aureola. La niña perfecta  había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, restregando su cuerpo contra el mío, intentaba incrementar su calentura.

Al darme cuenta que mi fantasía no se ajustaba a la realidad, intenté reconducir y que su personaje fuera más tierno pero mi mente decidió ir por otros caminos y me vi con mis dientes mordiendo sus pechos. Su berrido fue impresionante pero más aún sentir como su coño se anegaba. Sin poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior.

Mientras  mi pene se vaciaba en su cueva,  me di cuenta de la hora y temiendo que Susana volviera, devolví su tanga al cajón sin dejar de saber que volvería a usarlo.

Una película trastocó a Susana

La tranquilidad con la que ambos llevábamos el compartir piso sin ser pareja se rompió por el motivo más absurdo. Un sábado en la noche, los dos con nuestras respectivas parejas nos quedamos en casa para ver una película que trajo Manel. El novio  sin saber que acarrearía esa decisión fue a un videoclub y alquiló “la secretaria”, una cinta que narraba la truculenta historia de Lee: Una chica peculiar que cuando se siente superada por los acontecimientos se relaja auto agrediéndose. Tras excederse en uno de los castigos que se inflige a sí misma, pasa algún tiempo en una clínica psiquiátrica.

Si ya de por sí ese argumento no era precisamente romántico, a su salida, consigue un trabajo en un despacho de abogado y su jefe resultó ser al menos tan especial como ella y ante sus fallos la regaña de una forma humillante.

Acabábamos de empezar a ver que la joven descubre en ello una forma de placer muy superior a sus autoagresiones cuando tanto mi novia como mi amigo nos pidieron que dejáramos de verla porque era demasiado dura. Tanto Susana como yo, al principio nos negamos pero ante la insistencia de nuestras parejas tuvimos que ceder y salir a tomar unas copas.

Esa noche al volver a casa fue la primera vez que oí sus gritos al hacer el amor con su novio. Sin todavía adivinar el motivo, mi rubia compañera no se contuvo y con tremendos alaridos de placer, amenizó mi noche.

― ¿Qué le ocurre a esta?―  preguntó María destornillándose de risa al escuchar la serie de orgasmos con las que nos regaló: ― ¡Nunca gritaba!

Por mi parte, tengo que confesar que sus berridos me calentaron aún más y deseé ser yo, quien estuviera entre sus piernas.

A la mañana siguiente, la casualidad hizo que Maria y Manel se tuvieran que ir temprano. Por eso, Susana y yo comimos juntos en comandita sin que nadie nos molestara. Fue en el postre cuando tomándola el pelo, le conté que la había escuchado a través de las paredes. Muerta de vergüenza, me pidió perdón. Habiendo obtenido carnaza, decidí no soltar la presa y por eso le pregunté que le había pasado. 

― No lo sé―  contestó –quizás esa película me afectó más de lo que creía.

Como había visto que su novio se la había dejado olvidada, le pregunté:

― ¿Te parece que al terminar de comer, la veamos?

Aunque se hizo de rogar, adiviné por su mirada que le apetecía y por eso, después de recoger los platos, no la di opción y la puse en el DVD. Si bien habíamos visto los primeros veinte minutos, decidí ponerla desde el principio. Nada más empezar, Susana se acomodó en el sofá y  se concentró de tal forma viéndola que pude observarla sin que ella se diera cuenta.

« Dios, ¡está excitada!», exclamé mentalmente al percatarme de los dos bultos que aparecieron bajo su blusa.

En contra toda mi experiencia anterior con ella, descubrí en su mirada un brillo especial que no me pasó inadvertido y olvidándome de la película, me quedé observando su comportamiento al ver que los protagonistas empiezan a rebasar los límites de lo profesional. Cuando en la cinta, el jefe, enfadado, llama a la muchacha a su despacho para reprenderla, la vi morderse los labios y cuando, ese tipo la ordena inclinarse sobre la mesa y comienza a leer la carta, propinándole un sonoro azote por cada error, alucinado, la observé removerse inquieta en su asiento.

« No puede ser», pensé al darme cuenta de que esa cría tan perfecta estaba pasando un mal rato intentando que no advirtiera su calentura.

Lo peor o lo mejor según se mire, todavía no había llegado porque Susana se quedó con la boca abierta cuando la muchacha, al llegar a casa, echa de menos las palizas de su jefe y se golpea a sí misma con un cepillo. Os reconozco que al verla, me contagié de su excitación y tuve que tapar mi erección con una manta. Lo creáis o no, esa rubia que nunca había dado un escándalo no pudo retirar su mirada de la tele mientras la actriz y el actor incrementaban su relación de dominación y sumisión con un fervor casi religioso y ya al final cuando tras una serie de vicisitudes, se quedan juntos, como si hubiera visto una película romanticona, ¡lloró!

― ¿Te sientes bien?―  tuve que preguntar al ver las lágrimas de sus ojos.

Pero Susana en vez de contestar, salió corriendo y se encerró en su cuarto, dejándome perplejo por su comportamiento. Tras la puerta, escuché que seguía llorando y sin comprender su actitud, la dejé que se explayara sin acudir a consolarla. En ese momento no lo supe pero mi compañera al ver esa película, sintió que algo se rompía en su interior al descubrir lo mucho que le atraía esa sexualidad. Su educación tradicional no podía aceptar que disfrutara viendo la sumisión de la protagonista.

Pensando que se calmaría, la dejé sola en casa y me fui a dar una vuelta con mi novia. Como era domingo y al día siguiente teníamos clase, llegué temprano a nuestro apartamento. No me esperaba encontrarme con mi amiga y menos verla tumbada en el salón viendo nuevamente esa cinta. Cuando la saludé estaba tan concentrada en la tele que ni siquiera me devolvió el saludo. Extrañado, no dije nada y me fui a la cocina a preparar una ensalada para la cena.

Al cabo de diez minutos, habiéndola aliñado, volví al salón y me puse a poner la mesa. Aunque siempre Susana me ayudaba a colocar los platos, en esta ocasión siguió pegada a la pantalla.

« ¡Qué cosa más rara!», pensé mientras acomodaba el mantel, « ¡Le ha pegado fuerte!». 

Con la mesa ya puesta, esperé a que terminara el film. Fue entonces cuando mi compañera advirtió mi presencia y se levantó a ayudarme. Reconozco que cuando observé que tenía las mejillas coloradas, supuse que estaba sonrojada por que la hubiese pillado viéndola nuevamente y no como luego supe por la calentura que sentía en todo su cuerpo.

Mientras cenábamos, se mantuvo extrañamente callada y al terminar, me pidió si podía yo ocuparme de los platos porque se sentía mal. Como siempre ella se ocupaba de todo, le dije que no se preocupara. Susana al oírme, sonrió y directamente se encerró en su cuarto. Todavía en la inopia, metí todo en el lavavajillas y me fui a acostar.

Nada más cerrar la puerta de mi habitación, escuché a través de la pared, unos gemidos callados que si bien en un principio, los adjudiqué a su supuesto malestar, al irse elevando la intensidad y la frecuencia de los mismos, comprendí que su origen era otro:

« ¡Se está masturbando!».

La certeza de que ese bombón estaba dando rienda suelta a su lujuria, me excitó a mí también y aunque resulte embarazoso, os tengo que reconocer que pegué mi oído a la pared y sacando mi pene, me hice una paja con sus berridos como inspiración. Si pensaba al escucharla llegar al orgasmo que esa sinfonía había acabado, me equivoqué por que al cabo de un pequeño rato, escuché que la rubia reiniciaba sus toqueteos.

« ¡Ahí va otra vez!», me dije al oírla e imitándola llevé mi mano a mi entrepierna para disfrutar de sus suspiros.

Sin llegarme a creer que lo que estaba ocurriendo, acompasé mis movimientos con los que alcanzaba a distinguir del cuarto de al lado. Increíblemente, Susana bajando del altar en la que la había colocado, gritaba de placer con autenticó frenesí. Mi segunda eyaculación coincidió con unos sonidos secos que no me costó reconocer:

« ¡Son azotes!», advertí.

Ese descubrimiento fue la gota que colmó mi vaso y derramando mi placer sobre las sábanas de mi cama, obtuve mi dosis de placer imaginado que era yo quien se los daba. Francamente alucinado, fui testigo de que esa serie de azotes se prolongaron unos minutos más y de que solo cesaron cuando pegando un auténtico alarido, esa intachable niña se corrió.  Tras lo cual, sus gemidos fueron sustituidos por un llanto que me confirmó su sufrimiento.

Con sus lloriqueos como música ambiente, intenté dormir pero me resultó difícil ya que su dolor me afectó y compartiendo su dolor, supe que aunque fuera una locura estaba enamorado de ella.

« ¡Su novio es mi amigo!», sentencié y ratificando mis pensamientos, decidí que jamás contaría a nadie lo que había descubierto esa noche. Esa decisión me sirvió para conciliar el sueño y con la cabeza tapada por la almohada para no escucharla, me dormí.

Susana se deja llevar por su descubrimiento.

A la mañana siguiente, mi compañera se quedó dormida. Aunque eso no era típico de ella, vacilé antes de despertarla. Dudé si hacerlo pero recordando que cuando eso había ocurrido al revés, ella había tocado a mi puerta, decidí imitarla. Con los nudillos toqué en la suya. A la primera, escuché que se levantaba y todavía medio atontada, me abrió preguntándome qué hora era. Tardé en responderla porque esa fue la primera vez que la vi despeinada.  Os reconozco que me quedé absorto contemplando sus pechos a través de la translucida tela de su camisón, afortunadamente su propio sopor le impidió darse cuenta la forma tan obsesiva con la que mis ojos acariciaron su anatomía y tras unos segundos, la respondí riendo:

― Son la ocho, ¡vaga! Tienes el desayuno preparado, daté prisa y te llevo a clase.

Con su rostro trasluciendo una inmensa tristeza, me dijo que no la esperara porque no iba a ir a la universidad. No le pregunté la razón y despidiéndome de ella con un beso en la mejilla, la dejé sola con su sufrimiento. Ya en el ascensor, su aroma seguía presente en mi mente y estuve a punto de rehacer mis pasos para hacerle compañía pero supe que debía de pasar ese trago en soledad. Molesto y preocupado, salí rumbo a clase mientras una parte de mí se quedaba con ella.

Sobre las doce, la llamé a ver como seguía y al no contestarme, decidí volver a casa. Aunque no fue mi intención sorprenderla, al llegar abrí la puerta con cuidado. Desde el recibidor, escuché que la tele estaba puesta y al asomarme me encontré con Susana desnuda viendo por tercera vez la jodida película mientras con sus manos entre las piernas, se masturbaba con ardor.  Os parecerá extraño pero al descubrir a esa mujer que tanto había soñado con ella en esa situación, lejos de ponerme cachondo, me preocupó y no queriendo hacerla sufrir, di la vuelta y en silencio, me fui del piso.

Necesitaba airearme y por eso deambulé sin rumbo fijo hasta la hora de comer, mientras intentaba asimilar lo ocurrido y buscaba qué hacer.

― ¡Susana necesita ayuda!―  comprendí.

El problema era como hacerlo. No podía llegar y decirle de frente que sabía lo que ocurría y menos contárselo a su novio. Si lo hacía tenía claro que no solo perdería un amigo sino también a la persona con la que compartía el alquiler y por eso, zanjé el tema decidiendo darle tiempo al pensar que se le pasaría. 

Al volver al apartamento, llamé primero para avisarle que llegaba porque no quería volver a encontrarla en una posición incómoda. Supe que había hecho lo correcto porque reconocí a través del teléfono que Susana no estaba lista y por eso tardé unos quince minutos en subir del portal.

Entrando en la casa, saludé desde el recibidor antes de atreverme a pasar. Al no obtener respuesta, pasé al salón y me lo encontré desordenado. Sin decir nada, recogí la taza y los restos de su desayuno pero al pasar por delante de su puerta y ver que ni siquiera había hecho la cama, entendí que el asunto era serio y que mi compañera seguía igual. 

― Tengo que sacarla a comer, no puede quedarse encerrada―  dije entre dientes apesadumbrado.

Justo en ese momento, salió del baño Susana y al verla, fortalecí mi decisión: ¡Seguía en camisón!

Haciendo como si no tuviese importancia, me reí y le dije que se fuera a vestir porque quería invitarla a un restaurante. Al principio la rubia intentó negarse pero entonces, y os juro por lo más sagrado que no fue mi intención, jugando con ella le di un azote en su trasero azuzándola a obedecer.  Su reacción me dejó pálido, pegando un aullido, se acarició la nalga en la que había soportado esa ruda caricia y sonriendo, me pidió cinco minutos para hacerlo.

« ¡Pero que he hecho!», maldije totalmente confundido.

Estaba todavía reconcomiéndome por lo sucedido cuando mi compañera salió. La Susana que apareció no fue la depresiva de las últimas veinticuatro horas sino la alegre muchacha que tan bien conocía por lo que olvidando el tema, la cogí del brazo y la llevé a comer.

La comida resultó un éxito porque mi compañera se comportó divertida y atenta, riéndome las gracias e incluso permitiéndose soltar un par de bromas respecto a Manel, su novio. Muerta de risa, se quejó de lo serio y tradicional que era. Como el ambiente era de guasa, no advertí la crítica que estaba haciendo de su pareja ni que escondía un trasfondo de disgusto por no comprenderla.

Como había quedado en pasar por María, me despedí de ella en la puerta del restaurante, ya tranquilo. Creía firmemente que su mal rato se le había pasado  y por eso, no me preocupó dejarla sola. Lo cierto es que cuando ya estaba con mi novia, me entraron las dudas y disimulando en el baño, la llamé para ver como seguía. Susana me respondió a la primera pero justo cuando ya la iba a colgar, me dijo que llegara pronto a casa porque había alquilado una película. Os juro que al escucharla se me pusieron los pelos de punta y tartamudeando le pregunté si Manel iba a acompañarnos.

Su respuesta me dejó aterrorizado porque bajando el tono de su voz, me respondió:

― No porque no creo que le guste.

No me atreví a insistir y averiguar el título de la misma, en vez de ello, le prometí que llegaría pronto y casi temblando, volví a la mesa donde María me esperaba. Mi novia se olió que me ocurría algo pero aunque quiso saber el qué, desviando el tema, no se lo dije.

¡No podía contarle lo que sabía de mi compañera de piso! Por eso el resto de la tarde fue un auténtico suplicio porque aunque físicamente estaba con mi novia, la realidad es que mi mente estaba en otro lado. Deseando pero temiendo a la vez, lo que me encontraría al llegar a casa, me hice el cansado para dejarla rápido en su casa. Admito que en el camino, estaba nervioso y dando vueltas continuamente a aquello. En mi mente las preguntas se me amontonaban:

« ¿Qué película será? ¿Por qué quiere verla conmigo? ¿Cómo debo actuar?…».

Si ya eso era suficiente motivo para estar acojonado, mi turbación se vio incrementada cuando al entrar en casa me encontré con que Susana no solo había preparado una cena por todo lo alto sino que había movido los muebles del salón para que desde los dos sillones orejeros pudiéramos ver la tele como si en un cine se tratara.

        ― ¿Y esto?―  pregunté al ver el montaje.  

Con una sonrisa en los labios, me contestó:

        ― Quería que estuviésemos cómodos.

Fue entonces cuando me percaté en un detalle que me había pasado inadvertido, mi compañera de piso obviando su tradicional modo de vestir, se había puesto un jersey rosa súper pegado y unos pantalones de cuero negro, tan ajustados que marcaban a la perfección los labios de su sexo.

« ¡Viene vestida para matar!», me dije al admirar su vestimenta y con sigilo, quedarme observando la sensualidad de sus movimientos. Contra lo que era su costumbre, esa mujer se movía con una lentitud que realzaba su belleza dotándola de una femineidad desbordante. Si ya de por si esa mujer era impresionante, en ese papel, era un diosa.

« ¡Qué buena está!», pensé mientras admiraba su culo al caminar. Como si fuera la primera vez que lo contemplaba, me quedé entusiasmado con su forma de corazón y relamiéndome, comprendí estudiando la segunda piel, que eran esos pantalones, que era imposible que llevara ropa interior. Admito que me puso verraco y tratando de no evidenciar el bulto bajo mi bragueta, me senté a la mesa.

Sé a ciencia cierta que se dio cuenta porque sus ojos no pudieron reprimir su sorpresa al ver mi erección, pero no dijo nada y con una sonrisa en sus labios, me preguntó si quería algo de vino. Antes de que la contestara, sirvió mi copa y al hacerlo, dejó que sus senos rozaran mi espalda. Sin entender su actitud pero completamente excitado, soporté ese breve gesto con entereza, porque aunque lo que me apeteció en ese instante fue saltar sobre ella y follármela sin más, me quedé callado en mi asiento.

« ¿A que juega?», me pregunté al sentir que estaba tonteando conmigo, no en vano esa preciosidad era la novia de un amigo. Durante la cena pero sobre todo al terminar, no me pasó inadvertido otro sutil cambio que experimentó Susana. ¡Sus ganas de agradar rayaban la sumisión! Un ejemplo de lo que hablo fue que cuando acabamos, se negó a que la ayudara a recoger los platos. Si eso ya era raro, más lo fue cuando estando en la butaca sentado, llegó ella y para ponerme la copa, se arrodilló junto a mí. Tengo que confesar que aunque me puso como una moto, pensé que estaba jugando y por eso de muy mala leche, le pedí que se dejara de tonterías y pusiera la película. 

Susana, al oír mi tono seco, reaccionó entornando los ojos con satisfacción y levantándose del suelo me obedeció. Tras lo cual y mientras empezaba los tráileres de promoción, se acurrucó en la otra butaca tapándose con una manta.

« ¿Por qué se tapa? ¡Si hace un calor endemoniado!» me dije, pero entonces la película empezó y nada más ver la primera escena, supe cuál era: « ¡Ha elegido El Juez!».

Mi sorpresa fue total porque aunque me esperaba y temía una película algo fuerte, nunca creí que fuera esa la que eligiera. Tratando de recordar el argumento de esa producción belga, palidecí  al acordarme porque era la historia de un juicio al que someten a un juez, cuyo único delito es que su mujer le confiesa décadas atrás que deseaba experimentar lo que se siente en una relación sadomasoquista y le convence de probar. El pobre tipo es reacio en un principio pero como no quiere perderla, termina cediendo y juntos se lanzan a una vorágine de azotes y castigos que me impresionó cuando la vi con dieciocho años.

Pensando que se había equivocado, le pregunté:

― ¿Sabes de qué va?

― Sí y ¡Nos va a encantar!

Su respuesta prolongó mis dudas. No me entraba en la cabeza que hubiese seleccionado a propósito una cinta tan dura pero además ese “NOS VA A ENCANTAR”, significaba que compartía de algún modo su nuevo gusto por ese tipo de sexo.  Aunque alguna vez había fantaseado con ello, la dominación era algo que no me atraía y menos aún la sumisión.

Llevaba apenas cinco minutos puesta cuando mirando a Susana, advertí que se estaba empezando a excitar:

« Y solo acaba de empezar», mascullé entre dientes al ver que bajo su jersey dos pequeños montículos eran una señal evidente de su calentura. Intrigado hasta donde llegaría, me olvidé de la película y me concentré en observar a mi compañera. Con curiosidad morbosa, me fijé en que el sudor había hecho su aparición en su frente al escuchar a la protagonista reconocerle a su marido que desde niña había disfrutado con el dolor. Confieso que me sentí como el Juez, un tipo que jamás pensó en practicar ese tipo de sexo y que escandalizado se negó.

La temperatura interior de esa rubia se incrementó brutalmente cuando la actriz convenció a su pareja que la azotara y mordiéndose los labios, me miró diciendo:

― ¿No te da morbo?

No supe que contestar porque aunque lo que ocurría en la tele no me lo daba, verla excitándose a mi lado, sí.

― Mucho―  respondí mintiendo a medias.

Susana sonrió al escuchar mi respuesta y concentrándose nuevamente en la escena, pegó un suave gemido al ver que el juez ataba a su mujer desnuda y con los brazos hacia arriba a un soporte del techo.  Para entonces bajo mi pantalón mi pene me pedía que le hiciera caso pero el corte de que esa mujer me viera, me lo impidió. Si ya me resultaba difícil permanecer sin hacer nada, cuando llegó a mis oídos el sonido de su respiración entrecortada, quedarme quieto me resultó imposible y tuve que acomodar dentro de mi calzón, mi polla.

« ¡Voy a terminar con dolor de huevos!», intuí  al ser incapaz de darle salida a esa lujuria que iba asolando una a una las barreras que mi mente ponía en su camino. Entre tanto, no me cupo duda alguna de que mi compañera también lo estaba pasando mal al ver que  se iba agitando por momentos. Removiéndose en su sillón,  debía de estar luchando una cruenta batalla porque observé que intentando que no advirtiera su excitación, la rubia juntó sus rodillas mientras sus pezones se erizaban cada vez más.

― ¡Dios!―  escuché que susurraba cuando en la pantalla el juez cogía una fusta y daba a su mujer el primer  azote.

Comprendí que mientras su cerebro se debatía sobre si se dejaba llevar, su cuerpo ya le había tomado la delantera porque siguiendo un impulso involuntario, sus muslos se empezaron a frotar uno contra el otro intentando calmar el picor que sentía.  En ese instante para mí, lo que ocurriera en la tele sobraba y como un auténtico voyeur, me quedé fijamente mirando a lo que ocurría a un metro escaso de mí. Me consta que Susana trató de evitar tocarse porque sus manos se aferraron al sillón intentando calmarse.

Pero fue inútil porque para el aquel entonces en la tele, los protagonistas pedían ayuda a un profesional y con su colaboración, empezaba a aprender los rudimentos con los que dar inicio una sesión. Disimulando la vi entrecruzar sus piernas y ladearse hacia la izquierda para dificultar que me diera cuenta de que había llevado una de sus manos hasta sus pechos.

« ¡Se va a masturbar!», pensé en absoluto escandalizado.

Tal y como había previsto, Susana agarró entre sus dedos un pezón cuando el juez hacía lo mismo en la película con el de su mujer, haciendo mi propia excitación insoportable. Mi pene me exigía que lo liberara de su encierro y por eso cogí una manta y me tapé porque no sabía cuánto tiempo iba a aguantar. Mi movimiento no le pasó inadvertido a la muchacha que sonriendo me dijo:

― ¿Verdad que hace frio?

Ni siquiera la contesté porque de cierta manera, mi compañera de piso me estaba dando permiso para pajearme yo también.  Aunque no lo sé a ciencia cierta, creo que fue entonces cuando ella llevó sus dedos a la entrepierna porque vi que realizaba un gesto raro bajo su manta. Mirándola de reojo,  vislumbré sus pechos bajo su jersey y creí morir al descubrir el tamaño que habían adquirido sus areolas mientras una de sus manos lo acariciaba.

Un profundo gemido que escapó de su garganta fue el detonante por el cual me atreví a bajar mi bragueta. Con mi miembro fuera del pantalón, seguía sin poder tocarlo porque quisiera o no, me seguía dando corte pajearme en su presencia. Aun sabiendo que en ese momento Susana tenía sus dedos dentro de las bragas, me parecía incorrecto masturbarme ante la novia de mi amigo y por eso, sufrí como una tortura no caer en la tentación.

Justo cuando en la pantalla, el juez estaba dando una tunda al culo de su mujer, advertí que la espalda de Susana se arqueaba mientras a intervalos irregulares sus piernas se abrían y cerraban bajo la franela, los continuos suspiros que llegaban a mis oídos, me hicieron asumir que en su sexo comenzaba a gestarse una explosión.

Sintiendo que si prolongaba más el suplicio de mi pene, me lanzaría sobre esa mujer, lo cogí y con una mano, empecé a pajearme.  Tan concentrado estaba en la búsqueda de placer que no me percaté que Susana se había corrido y que ya más tranquila, se había dado la vuelta y con sus ojos fijos en mí, me miraba. Ajeno a ser objeto de su examen, con mi extensión bien agarrada, mi muñeca imprimió un ritmo creciente. Todo mi cuerpo necesitaba llegar al orgasmo y por eso, cerré los ojos totalmente abstraído. Esa fue la razón por la que no advertí que mi compañera se mordía los labios mientras mi mano subía y bajaba sin pausa bajo la franela y que tampoco reparara en el brillo de su mirada cuando en silencio derramé mi simiente sobre la misma.

Ya saciado, me relajé y al volver a la realidad, no noté nada raro porque disimulando la muchacha se había puesto a ver la película otra vez.

« Soy un idiota. ¡Me podía haber pillado!», maldije para dentro mientras me cerraba la bragueta y trataba de hacer como si no hubiera pasado nada.

Dos metros más allá, Susana estaba en la gloria al saber que conmigo podría hacer realidad sus fantasías. Su única duda es como lo conseguiría y cuando.  Por mi parte, seguía sin comprender las intenciones de la cría, quizás porque si durante seis meses  ese bombón no me había hecho caso, me costaba asimilar que a raíz de una película lo hiciera.

Al terminar y cuando ya nos íbamos cada uno a su habitación, mi compañera se acercó a mí y sonriendo, me preguntó poniendo su culo en pompa:

― ¿Me darías un azote como “buenas noches”?

Creyendo que era una broma producto de lo que habíamos visto, solté una carcajada y se lo di. Pegando un grito de alegría al sentir mi mano sobre sus nalgas, me dio un beso en la mejilla, diciendo:

― Por hoy, me basta pero mañana quiero más.

Tras lo cual, entró en su cuarto dejándome en mitad del pasillo, totalmente aterrorizado.

 

Relato erótico: “Gaby, mi hija 2” (POR SOLITARIO)

$
0
0


–Y ya está bien por hoy, niña. Nos hemos pasado la tarde charlando y no hemos hecho nada en la casa.

–Mamá. ¿Lo harías conmigo?

–¿Cómo? ¿Qué haría, qué?

–No he tenido nunca contacto con una mujer y me gustaría probar. Contigo.

–¡Tú estás loca! Anda, anda. Vete a recoger la ropa del tendedero y tráetela para plancharla. Habrase visto, niña pervertida. Vamos, ni que una estuviera aquí para dejarse follar por la primera que llegue.

–Mamá. Dentro de dos semanas cumplo dieciocho años. Con la mayoría de edad puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo…

–¡Con tu cuerpo! Pero no con el mío. Cometí errores en mi juventud, pero no soy una pervertida incestuosa. Eres mi hija, yo tu madre, no lo olvides, hay límites que no se deben traspasar.

–¡Mamá, lo harás! Traspasaras ese límite. Conmigo. Y yo contigo, ya lo veras.

Se va a la azotea a recoger le ropa. Me quedo pensando, es muy caprichosa, si se le antoja follar conmigo, puede utilizar lo que sabe de mí, para lograrlo. Dios mío, qué situación. Ya vuelve, me temo que no se trae nada bueno entre manos.

–Mamá, estoy pensando en mi regalo de cumpleaños. ¡Te quiero a ti! Quiero hacer el amor contigo. Las broncas, las peleas que hemos tenido desde siempre, escondían en el fondo, el deseo que siento por ti. Por poseer tu cuerpo. Me gustabas y no quería aceptarlo. Ahora me he dado cuenta. Me peleaba contigo porque te quería y al mismo tiempo rechazaba la idea, porque deseaba acariciarte, besarte y que tú, hicieras lo mismo conmigo. Estar desnudas todo el día, mientras estamos solas. Cogerte las lolas y magrearte el culo, meter mis dedos en tu raja y tú en la mía. Te he deseado, desde que tengo uso de razón. Ahora más. Ahora que sé, lo puta que has sido, lo puta que eres, vas a ser mi puta. Quiero que me hagas sentir, lo que Lara te hacía sentir a ti. Lo que sentías en esas orgias lesbianas. La que tengo grabada en el portátil. No la he visto entera. Pero, por lo poco que he podido ver, tu cara refleja el placer que te hacían sentir aquellas chicas. Yo quiero sentirlo.

–Por favor Gaby, no me pidas eso. Haz conmigo lo que quieras, pero eso no.

–No acepto el no, mamá. Lo harás. Y vamos a empezar ahora mismo. Vamos a tu habitación.

–¡Gaby! ¡No!

Gaby tira de mí y me arrastra hasta el cuarto. Estoy como en shock, me maneja a su antojo y no puedo reaccionar. Mi cabeza me va a estallar. No puedo pensar.

Me va desnudando despacio, recreándose. Sabe que no puedo negarme, me tiene en sus manos. Nunca mejor dicho, porque sus manos están acariciando mis pechos, bajo el sostén. Lo desabrocha, lo arroja al suelo. Mis ojos siguen su trayectoria, hasta el suelo. No puedo más. Caigo, hasta el suelo. …..Me despierto, Gaby, a mi lado, está asustada. He sufrido un desmayo por la tensión, intento tranquilizarla, se calma, ya no le preocupa. Estoy mareada, desnuda, ella también, no sé qué ha pasado. Poco a poco, vienen a mi mente los recuerdos. ¡Ella quería follar conmigo!

Cubro mis pechos, en un movimiento de defensa, de pudor. Ella aparta mi mano y se apodera de uno de ellos. Lame el pezón, abre la boca y se mete casi la teta entera dentro.

–Gaby, no sigas.

Pero sigue. Y me besa, lengua contra lengua, muerde mis labios, pasan minutos en que las bocas pugnan por vencer a la otra.

Y no se detiene ahí. Baja lamiendo mi vientre hasta el pubis, chupa mi clítoris. Con los dedos de la mano, abierta, masajea todo mi coño. De nuevo arriba, vuelta a los besos, los abrazos. Nos revolcamos en la cama. Se arrodilla en el suelo, junto a la cama, entre mis piernas, para llegar con su lengua al sexo, que siento reaccionar.

Muerde delicadamente los alrededores, la parte interior de los muslos. Lengüetea de nuevo. Al tiempo sus manos acarician mis pezones, duros como piedras. Cierro los ojos y dejo que llegue el orgasmo, suavemente, subiendo de intensidad, hasta hacerme explotar. Intento disimularlo, no quiero que se dé cuenta de que me he corrido. Pero se ha dado cuenta de todo.

Me abraza, frota todo mi cuerpo con el suyo. Besa mi boca, ya no la rechazo, no puedo, deseo seguir. Dejo que su lengua, con sabor a mí, penetre mi boca, y yo la suya. Los besos se tornan furiosos, ardientes.

Llevo años, sin sentir la pasión que me invade. ¡Con mi hija!.

Mi apatía desaparece, el sexo se había vuelto vacio, insulso, con mi marido.

Carlos, si supieras las cosas que he hecho, que estoy haciendo. Pero en casi veinte años de matrimonio, jamás le he engañado. No le he sido infiel, hasta ahora. Con mi hija. Con ese pequeño trozo de mí, que salió, por donde ahora me acaricia. Dándome placer. Un placer que creía olvidado. Enterrado en el fondo de mis recuerdos. Pero que, sin yo saberlo, se mantenía vivo. Esperando la ocasión para reaparecer.

Mi hija me recuerda a mí de joven. Es como hacer el amor, conmigo misma, pero compartiendo el placer con ella.

Me subo sobre su cuerpo. Ella tendida, cabalgo su vientre. Mi coño sobre su coño. Me muevo, adelante, atrás, otra vez, más, más. Me inclino hasta lamer y saborear el aroma de sus pezones. Sabe como los míos, compartimos feromonas. Me gusta su sabor. Voy a probar el de la parte de atrás de las orejas. Sabe igual, se estremece bajo mi cuerpo.

Levanto sus brazos para lamer sus axilas, de nuevo el sabor a hembra en celo. Sabor característico, delicioso. Sus brazos se aferran a mi espalda, como si se fuera a caer. Tiembla. Sigo con el movimiento de vaivén. Sé que no es suficiente. Necesita algo más. Que le coma el coño. Y lo hago, paso la lengua desde su ano al empeine, profundizo en su cavidad, subo un poco hasta el pliegue, arriba, donde se unen los labios. Pego la boca abierta sobre todo su sexo y aspiro. Mi boca se llena con su carne. La lengua descubre el bultito, bajo el pequeño capuchón. Y lo acaricio con la punta.

Con suavidad, ella me marca el ritmo, más rápido, párate, lento, despacio. Al tiempo, mis dedos atrapan sus tetitas, los pezones, los acaricio, como si estuviera sintonizando una emisora de radio, en un aparato antiguo.

Introduzco los dedos, índice y medio de mi mano derecha, en su cueva, dentro, froto hacia arriba, mientras con el pulgar excito su clítoris. Se los llevo a la boca, ella los chupa, también disfruta del sabor de su coño y del mío. De nuevo los meto en su coño, igual, dos en la cavidad y el pulgar en su clítoris. Los orgasmos no se hacen esperar. La excitación es brutal, enloquecedora. Una vez derribado el tabú, solo queda la pasión, la sensualidad. Gemidos, gritos, lamentos, olor a sexo, a sudor, invaden la habitación.

Tras más de una hora de batallas, jadeantes, vencidas, derrotadas.

Nos recuperamos y vamos las dos juntas a la ducha. A Gaby aún le quedan ganas de marcha. Quiere lavarme ella y se entretiene en mi sexo, en las tetas.

–Mamá, ¿Somos lesbianas?

— No se Gaby, solo sé, que me gusta pasarlo bien con una mujer y también lo he pasado bien con un hombre. Me inclino a pensar que soy bisexual. ¿Y tú? ¿Lo pasas bien con hombres?

–Pues ese es el problema, ahora tengo dudas. Antes creía que disfrutaba con una polla dentro. Pero lo de esta tarde, me hace dudar. Me has dado mucho gusto, mamá. He disfrutado más que nunca.

–Eso pensé yo con Lara, llegué a pensar que estaba enamorada de ella. Y quizá lo estuve un tiempo. Después, me lié con tu padre y lo de Lara se enfrió. A ella le sentó muy mal, creo que ella si se enamoró de mi.

Cuando empecé a salir con tu padre, se puso muy celosa. Llegó a darme miedo, nos seguía. Por menos de nada nos la veíamos aparecer tras una esquina, por donde paseábamos. Disimulaba y nos marchábamos de allí.

Hasta que un día, no pude más y le dije, que se acabó. Que no seguiría acostándome con ella, que tenia novio y nos íbamos a casar. Se volvió loca, quiso pegarme. Recogí mis cosas y me fui al apartamento de tu padre. Aquel día hicimos el amor, por primera vez. Con él perdí la virginidad. Seguimos juntos. Poco después, me quedé embarazada de ti y nos casamos.

Tuve que dejar mis estudios y convertirme en ama de casa, dedicada a mi marido y mi hija. Hasta hoy, que has hecho que regresen los fantasmas del pasado. Un pasado olvidado, que surge de internet, para recordarme que los errores se pagan.

— A que llamas errores, mamá, a Lara, a las películas, a mi padre o a mí.

–Tú no has sido nunca un error, mi vida. Aunque me quedé embarazada antes de casarnos, te quise desde que lo supe. Y fui la mujer más feliz del mundo, cuando vi tu carita al nacer. Eso no se puede contar. Hay que vivirlo…..

Vamos a preparar la cena, que papá está al llegar.

–¡Hola! ¿Dónde están mis chicas?

–¡Ahora vamos, estamos en la ducha!

Carlos entra en el baño, nos ve a las dos desnudas.

–¡Hoop! ¡Me voy! Vaya como están las mozas en cueros. ¡Provocadoraaas! Jajaja.

–¡Nos pilló! Anda vamos a ponernos algo. Esta noche tendré juerga, ya verás. Nos ha visto así y seguro que quiere follar.

–¿Por vernos desnudas?

–¿Cómo crees que funcionan los hombres? Con el ojo. Por eso tienen tanto éxito las pelis porno.

Al terminar la cena, nos sentamos en el salón. Gaby me mira, guiñando un ojo.

–Papá, ¿para cuándo es lo de Barcelona?

–Pues para ya. La próxima semana tengo que ir a Barcelona, para conocer la nueva planta de distribución, de la que voy a ser director. Ya tengo reservada, una habitación de hotel, hasta que encuentre un piso para alquilar. Y tú ¿Qué piensas hacer?

–Me voy a Barcelona con vosotros.

–¿Cómo? Pero, si pusiste el grito en el cielo por qué no querías ir.

–Pues he cambiado de idea, mamá me ha convencido.

–Si es que tu madre, convence a cualquiera. Ven aquí enana, dame un beso.

–¿Enana? Soy más alta que tú con tacón.

–No te enfaaades, para mí, siempre serás una enanita linda. Mi enanita.

–Vale, pero no me lo digas cuando haya alguien delante.

–No lo hare, te lo prometo. Y ahora a dormir. Mañana madrugo. Tengo muchas cosas que preparar. Ven dame un beso.

Besa a Gaby y se va a la cama. Me acerco a besarla. Gaby sonríe. Me habla en susurros.

–No cierres la puerta. Quiero ver como lo hacéis.

–¿Pues como lo vamos a hacer? Como todo el mundo. Anda, anda, vete a la cama, y a dormir.

Conocía a Gaby, era mi hija, sabía que intentaría vernos. Dejé la puerta entreabierta. Encendí una lámpara de la mesilla, la puse en el suelo y la cubrí con un paño rosa, para reducir la luz y dar un tono más cálido. Carlos me esperaba despierto, desnudo. Es la señal. Me quité toda la ropa, moviéndome sensualmente, me miraba extrañado.

Normalmente pongo pegas al acto sexual. La costumbre, el aburrimiento, la monotonía nos estaba alejando. Por eso estaba así. Cogí su pene y lo besé, pase mi lengua a lo largo, crecía rápidamente, lo metí en la boca y chupé glotonamente, como un caramelo.

Por el rabillo del ojo vi a Gaby, se asomaba agachada, para no ser vista por su padre. Me coloqué de forma que ella, pudiera ver sin ser vista. Cabalgando a Carlos se me ocurrió que si le tapaba la cara, Gaby podía asomarse más. Y así lo hice.

–¿Qué haces?

–Taparte la cara, quiero que sientas, no que me veas. Imagínate que soy otra. Que te estás follando a otra que te gusta.

Terminó pronto. Al parecer la otra le gustaba mucho. Reprimió un ¡Oogg! Y se corrió.

La verdad, yo estaba caliente. El recuerdo de la sesión de la tarde con Gaby me excitaba. Pero con mi marido ya no podía hacer nada. Me levanté y fui al baño. Gaby estaba en la puerta. Susurrando.

–Vaya corte. Te ha dejado tirada ¿No?

–Pues sí, ya ves. Lo que son las cosas. Abandoné a Lara para formar una familia y renuncié al placer que me daba.

Se oían los ronquidos de Carlos. Se había dormido.

–Ven a mi habitación. Vamos a dormir juntas esta noche.

–Pero que zorra estas hecha, tu lo que quieres es seguir con lo de esta tarde.

–Me encantaría, pero no creo que aguante mucho, estoy muy cansada. Pero un dedito si te meto en la almejita. ¿Vale? Lo hacemos en silencio para que no se despierte papá, así tiene más morbo.

–Vale. Pero, porque tu padre me ha dejado muy caliente.

–Yo te quitaré la calentura. Vamos.

Y fuimos. Y juntas, abrazadas, con nuestros cuerpos desnudos, la temperatura subía por momentos. Los besos, las caricias, mis dedos en su sexo, los suyos en el mío. Llegamos casi al mismo tiempo al orgasmo. Ya más relajadas, nos quedamos dormidas.

Cuando desperté, Gaby dormía a mi lado, una mano en su chochito y la otra en el mío. Era una acaparadora. Me aparté y fui al baño, me estaba meando. Al pasar por mi dormitorio lo vi vacio. Carlos se había ido.

Desnuda, como estaba, fui a hacer café. Me senté ante la taza, movía la cucharilla y no había echado azúcar. Tenía una sensación muy extraña. Me sentía muy bien, físicamente, lo que contrastaba con los extraños pensamientos que me acosaban.

No estaba bien lo que hacíamos Gaby y yo. En mi fuero interno sabía que no debía permitirlo. Pero otra vocecilla, dentro de mi mente me decía que, siguiera adelante. ¿Qué podía ocurrir? ¿Qué llegara a enterarse Carlos? ¿Y qué?


Llevaba mucho tiempo sin sexo. Podía seguir sin él. ¿Qué siento por mi marido? No me lo había planteado. Creo que nada. Ya no sentía nada por él.

El amor, que me hizo abandonar mi carrera, como actriz porno, se había acabado. Ahora me sentía viva de nuevo, con la pasión que había despertado mi hija. Mi preciosa hija. Mi ahora amada hija.

Lo que ahora sentía por ella no era el cariño de una madre. Era amor carnal, deseo de su cuerpo. De su boca, de su sexo. Solo pensar en ella provocaba latigazos de placer en mí vientre. Recordé a Lara. Ahora sé, que estuve realmente, enamorada de ella. Que le hice daño al dejarla. Ahora me arrepiento. Pero ya no tiene remedio.

–Mamá ¿En qué piensas?

— En nada, cariño, en nada.

–¿En nada y estas llorando? Dímelo, quiero saberlo.

–Pues pensaba en ti, en mí, en nosotras. En que, no sé, que voy a hacer.

–Mamá, ayer te dije cosas que no sentía. Cosas que sé, te hirieron. Y te pido perdón por ello. Ahora sé, cuanto te quiero. Más, mucho más, de lo que yo creía. Y te necesito, a mi lado. Más que cuando era un bebé y dependía de tus pechos, de esos pechos, que ahora, me vuelven loca.

Anoche, cuando te acostaste junto a mí, creí morir de alegría. Me sentía feliz como nunca. Me has hecho sentir, como nadie, nunca. Ya no me importa mi novio, ni mi padre. Me sobra el mundo. Solo existo para ti. Puedes hacer conmigo lo que quieras, lo que desees.

–Para, Gaby. Sé lo que sientes. Yo también lo estoy experimentando. Estamos enamoradas, las dos, tu de mí, yo de ti. Pero eso es pasajero. Aunque creas que lo sentirás toda tu vida, llegará un día que te despertaras y … Ya no habrá amor. Se habrá acabado. Es en lo que estaba pensando. En tu padre. Ya no le amo. Estuve enamorada de él.

Me ayudo a desenamorarme de Lara. Pero también se acabó. Y lo peor es que se terminó, hace mucho tiempo. La inercia, la costumbre, nos ha mantenido unidos. Pero ya no. Lo que ha ocurrido, entre nosotras, lo cambia todo.

–Pero, nosotras seguiremos juntas ¿No?

–Si, mi vida. Hasta que encuentres a alguien, del, o de la, que te enamores y te aparte de mi.

–Eso no ocurrirá nunca. Estaremos juntas siempre.

–Quizá. Pero eso, no sería bueno para ti. Tendrás que formar una familia. ¿Has pensado, que si yo no hubiera renunciado a Lara, ahora tú, no estarías aquí?

–Tal vez mamá, pero estoy aquí, dispuesta a darte todo el cariño y el placer, que los años de matrimonio, con papá, te han negado. Ahora necesito que me des una tetita. Como cuando era pequeña. Vamos a la cama, lo necesito.

Y me arrastra hasta la cama. Me tiendo y ella en mi regazo. Se acerca a mi pecho y mama de él como si fuera un bebé. Y siento, como una descarga eléctrica, desde la espalda hasta el pecho, como si realmente, llegara la leche hasta el pezón. Acaricio su pelo, acuno los brazos, para acogerla sobre mi pecho. Y llega el placer. Lento, siento como se extiende por mi cuerpo, se eriza la piel, siento escalofríos. Mi coño destila. La sensación es muy placentera.

Acaricio sus pequeños pechos, los pezones se endurecen al contacto de mis dedos. Paso mi mano, por la suavidad de su vientre, bajando, hasta tocar su botón del placer, lo excito lentamente, de un lado a otro, trazando círculos a su alrededor, con suavidad. Se vuelve y funde sus labios con los míos. Su mano busca mi clítoris. La reacción es instantánea. Me corro. Sin más. Despacio, casi sin aliento, sin aire.

–Me corroo.

–Y yo mamá. Meee corroo. Ahhh. Qué gusto mamá, que gusto, qué placer.

Miro a Gaby y veo amor, pasión y goce. No puedo pensar en otra cosa.

Poco a poco, se normaliza nuestra respiración.

–Anda, vamos a arreglarnos un poco y nos vamos de compras por el centro.

–A mi me gustaría más, quedarnos en la cama, para seguir follando. Pero tienes razón. Vámonos de compras y nos despejamos. Pero esta tarde, cuando se vaya papá, otra vez…. ¿Vale?

–Sii, calentorra. Esta tarde lo hacemos otra vez.

Y nos fuimos de compras.

Cargadas de bolsas con vestidos, zapatos y un bolso precioso, a juego. Entramos en una cafetería. Sentadas, yo con un café solo y ella con un batido. Gaby no apartaba los ojos de mí.

–¿Qué miras?

–A ti, te veo distinta, eres muy guapa mamá.

–Gracias. Ya tengo otra admiradora.

Airada.

–¿Cómo que otra? Soy la única ¡Quiero ser tu única admiradora! ¡Como haya otra le saco los ojos!

–Jajaja. ¿Celosilla?

–Te quiero sola para mí. Anoche estuve a punto de entrar en la habitación y pegarle a mi padre. Me daba rabia verlo contigo.

–No te lo tomes así. Eso que sientes no es amor. Solo ansia de posesión. Es un sentimiento típico del enamoramiento. El amor es otra cosa. Cuando lo experimentes lo sabrás.

–¿Te gustaría participar en una orgia?

–¡Mamá! ¿En qué estás pensando?

–En que puedes aprender la diferencia que existe, entre amor y enamoramiento. Para eso tendrás que verme follando, con otra, u otras. ¿Podrás soportarlo?

–No lo sé, mamá. Tendría que verlo. ¿Qué vas a hacer?

–Llamar por teléfono a Nati. Hace tiempo que no nos vemos. A ver como está.

Tengo su número en la agenda del móvil, pero no sé si seguirá siendo el mismo. Llamo.

–¿Nati? Hola, princesa, soy Eva, ¿Cómo estás?……..Si cariño, ha pasado mucho tiempo, por eso te llamo, para que te vengas a casa a tomar café. ………..Si, de acuerdo, mañana por la tarde. ……..Un beso cari.

Busco el número de Carmen y llamo.

–¿Carmen? Hola, soy Eva, ¿Cómo estás?………..¿Cómo? ¿Otra vez embarazada? ¿De cuánto? …………¿Siete meses? ¡Estarás muy gordita!….…..Te llamaba por si podíamos vernos………..en mi casa. Mañana, a las tres, mi marido se habrá ido a trabajar y estaremos solas, bueno casi…….. Si, de acuerdo, mañana por la tarde. ……..Un beso cari.

–Mamá. ¡Eres una bruja! Jajaja

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “El legado 7. Nuevos trucos para follar” (POR JANIS)

$
0
0

Sin título1

Trucos nuevos para follar.
El recibimiento de las chicas está lleno de ansiedad y preocupación. No las he llamado ni siquiera, a pesar de que me han dado muchos toques al móvil. Pam y Maby me miran, con los ojos muy abiertos e implorantes, las manos apretadas.
―           ¿Qué pasa? ¿Nos ha tocado la lotería? – bromeo.
Se tiran a mi cuello. Maby llega antes y se cuelga de mí, Pam se aprieta contra mi costado, aferrándome de la cintura. Cierro la puerta con el talón. Menudo espectáculo para los vecinos…
Me piden toda clase de explicaciones, me hacen preguntas a toda velocidad, sin dejarme contestar; en una palabra, me agobian. Las callo de la mejor manera, a besos, y les cuento cuanto deben saber, ni un detalle más. Me reservo la forma en que murió Eric. Las chicas me miran, tratando de ver cuan afectado me siento, pero, la verdad, es que me siento de puta madre. Nada de remordimientos.
―           Pam, se acabó el problema, y para las otras chicas también. No pienso decirle nada a Belén, pero cuando se de cuenta de que no recibe llamadas, ni visitas de Eric, supongo que se dará cuenta de lo que sucedido – la tranquilizo aún más.
Ella asiente. Sabe que era la única opción, la más directa y lógica.
―           Espero que nunca se sepa nada – musita.
―           Contra eso no podemos hacer nada. Así que, a partir de ahora, nos olvidaremos del asunto y viviremos felices, ¿de acuerdo?
―           Si, Sergi – repiten a coro, sonriendo.
Con una carcajada, atrapo a una chica bajo cada brazo y, cargándolas como sacos, las llevo al dormitorio. Ellas ríen y patalean.
―           ¿Qué vas a hacer, tonto? – chilla mi hermana, con voz demasiado aguda.
―           Tengo que soltar toda la adrenalina acumulada. Os voy a estar follando tres horas seguidas…
Ellas gritan en falsete, adorables. No quiero aburriros con detalles reiterativos, pero apuntaré ciertos datos que os permitirán comparar mi rápido aprendizaje en las técnicas amatorias, en tan escaso tiempo. Según Rasputín, es como montar en bicicleta, una vez que aprendes, nunca se olvida. Mejoras con la práctica, simplemente. El viejo conoce cuanto haya que saber, y lo ha practicado hasta la saciedad. Inconscientemente, yo conozco todo lo que él recuerda. Es como tener una memoria táctil.
El hecho es que, para ellas, llega un momento en que sus cuerpos se vuelven tan sensibles, sus sexos tan irritados, que un solo pellizco en los pezones o sobre sus montes de Venus, desata pequeños orgasmos.
Finalmente, tras dormitar una hora, vencidos por la fatiga, decido empezar con su entrenamiento de sodomía. Saco del cajón de la cómoda los dos cinturones, con los pequeños consoladores ya insertados. Las dos me miran de reojo, algo nerviosas, pero sin ánimos de moverse lo más mínimo, tiradas de bruces. Observan como unto los dildos con crema lubricante, y, a continuación, me acerco a ellas.
Masajeo sus nalgas, alternando de una a otra chica. Estrujo los firmes glúteos de Pam, los azoto suavemente, e, incluso, los muerdo. Pam gime y agita un poco las caderas. Me inclino sobre su esfínter, abro bien las nalgas con las manos, y paso mi lengua sobre el oscuro botoncito. Intento meter la punta de la lengua. Pam se relaja, abriéndose un poco. La cabeza de Maby choca contra la mía. Quiere ver de más de cerca.
―           Sigue lamiendo tú. Ensánchala con los dedos. Usa bastante crema – le digo a la morenita. Ella asiente, sonriendo malévolamente.
Me traslado a su trasera. Si el culito de Pam es divino, apretado y perfecto, el de Maby parece esculpido. Es más pequeño y menos generoso, pero también es ideal para lucir un ceñido vestido o unos apretados pantalones. Le meto directamente la lengua, salivándolo completamente. Al minuto, ya está meneando sus caderas suavemente. Su esfínter palpita, aceptando cada vez más mi lengua.
Con el uso, esos apretados esfínteres se volverán tan tiernos como coñitos, ya verás.
Es todo un vicioso, el viejo, y a mí me encanta que lo sea.
Cuando alarga la mano para tomar el bote de crema, me doy cuenta que Maby está metiendo su segundo dedo en el ano de Pam, la cual suspira ya como una burra contra la sábana de la cama. Decido acabar con ella primero. Atrapo uno de los cinturones.
―           Si, papi… prueba esa cosa con esta putilla – jadea Maby, con los ojos muy brillantes.
El vibrador, de color celeste, apenas tiene 10 centímetros de largo y un par de ancho. Pam se queja bajito cuando entra en su recto. Apenas lo ha sentido, bien dilatada por su amiga. Paso las cinchas del cinturón por su entrepierna y las pego con las tiras de velcro. El arnés queda firme y sujeto. Ese consolador no se saldrá del culo.
La dejo que se acomode a él y continúo con Maby. Pringo mis dedos con crema y los voy metiendo en su agujerito. Sin duda, es más estrecha que mi hermana. Solo puedo meterle el índice tras haberla humedecido.
―           Relájate, Maby. No aprietes el culito – le digo.
―           ¡No me sale! Lo hago por instinto – se disculpa.
―           Déjame a mí – me empuja Pam. – Mis dedos son más finos que los tuyos, bestia.
Muy cierto. Me tumbo en la cama, mirando como se atarean esos dedos largos y blancos, llenos de lubricante. Entran y salen, cada vez más profundo, cada vez más rápido. Maby ya está jadeando de nuevo. Es el momento de meterle el vibrador. Me cuesta algo más de trabajo que con Pam, pero, finalmente, está insertado hasta el fondo, entre húmedos quejidos, y el velcro asegurado.
Se bajan de la cama con cuidado y dan algunos pasos, probando como se adaptan, en su interior, los flexibles vibradores.
―           Tenéis que llevar los cinturones toda la noche. Si necesitáis ir al baño, os los quitáis, pero después tendréis que ponéroslos otra vez. Sin duda, os tendréis que ayudar la una a la otra, pero es imprescindible que los llevéis todo ese tiempo. Los mandos de control de esos chismes, los tengo yo. No avisaré para ponerlos en marcha. Será una sorpresa – sonrió con ferocidad.
Ninguna de ellas protesta, aceptando el juego. Se ponen una bata sobre sus desnudos cuerpos, y yo me calzo mi sempiterno pantalón holgado de lino y una camiseta; la indumentaria de ir por casa.
Son las siete pasadas. Ha pasado la hora de merendar, pero tengo hambre. Decido preparar una cena merienda. Abro la nevera y empiezo a sacar ideas. Las chicas se sientan en el sofá, con las manos unidas, viendo un programa de cotilleo en la tele. De vez en cuando, remueven sus culitos o llevan una mano a sus nalgas. No sé lo que deben sentir, pero me excita pensarlo.
Preparo unos cogollos y unas tiras de rábano picante. Frío unos ajitos y unas almendras para mezclar con un caldo de carne, que, tras calentar, vierto sobre los cogollos. Las chicas giran hacia mí sus ojos al llegarles los divinos aromas.
Se levantan del sofá y se acercan. Maby me pregunta donde he aprendido a cocinar. Me encojo de hombros.
―           No tengo amigos. Madre me ha enseñado muchas cosas, sobre todo recetas caseras. Me gusta experimentar. Me he pasado muchas horas de recreo mirando por Internet, nuevas recetas.
Pongo a las chicas a cortar taquitos de salmón y palometa, para colocarlos en lonchas de jamón dulce, que después enrollan y encolan con un poco de mermelada de arándanos. Una verdadera y simple delicatessen. Mientras, pelo un gran boniato y lo corto en tiras, como patatas para freír. Las echo en la misma sartén dónde antes he hecho los ajos y las almendras y a la que he añadido un poco más de aceite. Frío el boniato con el aceite no muy caliente, para que se haga bien por dentro, y, finalmente, saco las tiras sobre un papel secante de cocina, para que escurran.
―           Nunca he probado eso – dice Maby.
―           Pues ya es hora. Venga, poned la mesa, que vamos a cenar ya.
No ponen reparos. Cenamos mientras vemos uno de esos concursos tan de moda. La mezcla de sabores enamora a Maby. Pam, quien ya ha probado esas exquisiteces, le habla sobre la repostería de Madre. Me ofrezco a recoger y fregar. Ellas protestan, pero las convenzo de seguir viendo la tele. Antes de meter mis manos en el agua, saco los controles, los gradúo a la velocidad más lenta, y los activo, mirando a las chicas.
Dan un respingo y me miran. Yo sonrío y me pongo a fregar los platos. Cuando acabo, voy a sentarme, como siempre, entre ellas. Tienen las mejillas enrojecidas y los ojos les chispean. Apoyan sus cabecitas en mis hombros. Pam susurra: “Guarro”.
Tras una hora de ver sandeces en la tele y de mirar a mis chicas de reojo, decido aumentar el ritmo de los vibradores. Saco los controles ante sus ojos y las miro ante de seleccionar una nueva velocidad. Pam suspira y cierra los ojos, como agradecida. Maby no dice ni hace nada, pero, a los pocos minutos, comienza a rebullir sobre el sofá.
Parece tener una guindilla en el culo. No se está quieta. Mueve las caderas, cambia las piernas de posición, aferra mi brazo, frota su mejilla en mi hombro.
Pam está mucho más tranquila. Solo se estremece de vez en cuando e hinca las uñas en mi brazo. Su respiración es profunda, casi ronca.
―           ¿Un poco más rápido, niñas? – pregunto.
―           Si… si, por favor – musita Maby, con una voz que apenas le sale del cuerpo.
Pam no dice nada, solo cierra los ojos y entreabre la boca. Activo la tercera y última velocidad. Los efectos no se hacen esperar. A los pocos minutos, Maby se pone de rodillas en el sofá, poniendo su trasero en alto y apoyando su cabecita en mi pecho. Hace rotar sus nalgas en diferentes direcciones. Su bata se abre, mostrando su pecho desnudo. La escucho jadear, pero no puedo verle la cara. La beso delicadamente en la nuca, mientras llevo mi mano entre sus piernas. Es una fuente, destilando jugos por sus muslos. El cinturón deja su sexo libre gracias a una abertura de sus cierres.
―           ¿Cómo estas, Maby? – le pregunto.
―           Si me… si me tocas el coño… exploto – gime.
―           Entonces, no te lo tocaré.
―           Sergi… – suplica.
―           No – soy categórico. – Debes aguantar hasta que te lo diga.
―           Si, amor – acepta y noto que me besa en el pecho, encima de la camiseta.
Giro la vista hacia mi hermana. Continúa cerrando los ojos a momentos y ahora me aprieta el brazo con más fuerza. Su cuerpo sufre pequeños estertores.
―           ¿Y tú, hermanita?
―           Me he… corrido ya… tres veces – murmura, sin abrir los ojos.
¡Qué cabrona! ¡Sin tocarse!
Pamela debe de tener un trasero muy sensible. No es nada frecuente que una novata como ella, goce tanto de su culito.
“¡Ya ves! Los Tamión somos así.”
―           ¿Te vas a correr de nuevo? – le pregunto.
―           Pronto…
―           Ponte como Maby. Voy a hacer que os corráis a la vez.
Pam se arrodilla y alza el trasero. Llevo mis manos bajo sus batas, acariciando la parte interna de sus muslos.
―           ¿Preparadas?
Asienten, contoneando sus caderas. Les meto un dedo en el coñito. Maby suelta un pequeño gemido. Las rodillas de Pam tiemblan.
―           Podéis correros, guarras – les susurro, al mismo tiempo que les meto otro dedo a cada una.
Maby apoya sus manos en mi hombro para alzar la cabeza. Su trasero está enloquecido, agitándose espasmódicamente. Mantiene sus labios cerca de mi oreja y escucho el murmullo que sube de su garganta, mientras su coño vierte un largo chorro de lefa, cálida y aromática, sobre mi mano.
―           Gracias… me corrooo… gracias… Sergiiii… gracias, amor…
Pam es mucho más comedida en su orgasmo – el cuarto, hay que decir –, pero deja caer su mejilla sobre mi regazo, levantando el culo lo más posible, buscando tragarse mis dedos con su coño. No pronuncia palabra alguna, pero mordisquea mi polla sobre la tela del pantalón. Sus pies se tensan y algunos gases se escapan de su ajetreado culito, sin apenas más ruido que una rueda pinchada. Desconecto los controles.
De repente, Pam se levanta, con urgencia, el rostro enrojecido.
―           Tengo que cagar – murmura, y escapa, a toda prisa, hacia el baño.
Maby se ríe y mordisquea mi oreja.
―           Eres un cabronazo. Estas guarrerías no las había hecho nunca.
―           ¿Y?
―           ¡Me encantan, coño! Uuff… ¡Pam! Déjame entrar, que yo también me voy patas abajo – y se levanta, llevando una mano a sus nalgas.
Escucho sus risitas ahogadas que llegan desde el cuarto de baño, y me concentro en la tele. Esta noche, sobre las cuatro de la mañana, despierto y activo los consoladores de nuevo. Me doy la vuelta y sigo durmiendo.
Ha amanecido. Mis ojos se abren, casi por reflejo. Me siento genial, pleno de energías. Me digo que hoy es el día en que mi vida va a cambiar. Al menos, esa es la sensación que tengo. No sé que puede ocurrir, pero algo pasará. Sea lo que sea, puede esperar a que vuelva de correr.
Miro a mis chicas. Pam está de bruces y ha babeado toda la almohada. Aún mueve levemente sus nalgas, como meciéndose. No sé cuantas veces ha podido correrse mientras dormía. Maby tiene sus dos manos atrapadas entre las piernas, durmiendo de costado. Hay un gran charco debajo de ella y huele a orina. Las dos lucen una sonrisa feliz. Apago los controles. Suficiente por hoy. Esta noche seguiremos con el entrenamiento.
Mi polla llama mi atención sobre ella. Anoche dejé que las chicas disfrutaran con el entrenamiento, pero yo no me di ningún honor, parece reclamarme.
Yo de ti, le haría caso. Es muy importante tener un miembro feliz.

 

La risa del viejo es algo siniestra para ser tan temprano.
Empiezo a acostumbrarme a correr. Puedo adoptar un paso medio, aún algo pesado, pero que me permite recorrer una buena distancia, manteniendo una respiración controlada. De esta tarde no pasa comprarme algo de ropa deportiva. ¡Coño, parezco un ilegal corriendo de la Guardia Civil!
Me encuentro con una sorpresa en el cercano parque. Hay una clase de aerobic al aire libre. Todas mujeres, amas de casa, entre treinta y cincuenta años. Me detengo a mirarlas, sin dejar de moverme. La monitora, una chica menuda, de unos veintitantos años, me hace señas para que me una a ellas. Las señoras abren un hueco para mí. No es cuestión de decepcionarlas.
El aerobic es divertido. La monitora es buena. Tiene la música muy trillada y sabe como hacer que todos los ejercicios coincidan con los diferentes ritmos, para que sea más ameno. Su pequeño cuerpo es flexible y, por lo poco que puedo ver, musculoso. Seguramente, hace algo más que aerobic para mantener esa forma.
Me doy cuenta que muchas de las señoras que están cerca de mí, me sonríen, cuchichean entre ellas, cuando pueden, y, sobre todo, me devoran con los ojos. Devuelvo las sonrisas y sigo a lo mío, que cuesta mantener el ritmo.
Tras casi una hora, la monitora comienza a aplaudirnos y le devolvemos el gesto. La clase ha terminado. Estoy empapado en sudor. Me acerco a ella, que está guardando el pequeño equipo de música.
―           Te felicito. Nunca había hecho aerobic y me ha encantado – le digo. – Soy Sergio.
Ella me sonríe. De cerca, es más rubia que castaña, con una graciosa y corta trenza atrás.
―           Pepi, mucho gusto. Pues, apúntate al gimnasio Stetonic. Está muy cerca de aquí. Celebramos varias clases al aire libre como publicidad y gancho.
―           Buena idea. Me pasaré en cuanto tenga tiempo.
―           Toma una tarjeta – me ofrece, sacándola de una monada de mini cartera deportiva. – Pásate cuando quieras y pregunta por mí. Te enseñaré las instalaciones y te explicaré las opciones, modalidades y tarifas.
―           Así lo haré – digo, despidiéndome.
Las amas de casa gimnastas se han repartido como el agua de mayo, cada una para su hogar o sus obligaciones. Delante de mí, una de ellas parece llevar el mismo camino que yo. Por lo que puedo ver, desde atrás, parece en forma y no puedo deducir su edad. Tiene un culo prieto y mediano, que su pantalón anaranjado pone en evidencia. Medirá un metro sesenta y cinco, y tiene una buena figura. Me pongo a su nivel, ella sobre la acera, yo en la calzada. Sigo siendo más alto.
―           Una buena clase, ¿verdad? – le digo, como saludo.
―           ¿Disculpe? Oh, si, por supuesto – contesta, al reconocerme como el chico invitado. – Pepi es muy buena y divertida.
―           Así que todas ustedes pertenecen al gimnasio Tetoni…
Se lleva una mano a la boca para contener la carcajada.
―           Stetonic, por Dios, jajajjaa…
―           Coño, que torpe – me regaño yo mismo, con una sonrisa.
Tiene el pelo castaño claro, con mechas más rubias, pero no sé si lo tiene largo o es una melenita, porque lleva la cabeza cubierta con una especie de pañuelo turbante, con un gran nudo en el lado derecho, que deja caer las largas puntas sobre su hombro. No tengo ni idea de que función puede tener una cosa así para hacer deporte, pero parece ser que es así. Sus ojos me examinan de arriba abajo. Su sonrisa se amplia. Esos ojos son casi del mismo color que su pelo, marrones y claritos. Yo no le calculo más de treinta y cinco años, y, aunque no es una belleza, tiene algo que atrae en ella, en su rostro. Tardo algunos minutos en ver qué es.
―           ¿Y os reunís muchas veces así, en el parque?
―           ¡No, que va! Una vez cada dos meses o así. Animamos a los vecinos a que pasen por el gimnasio y nosotras nos exhibimos un poco. Para airearnos – agita la mano, de bellas uñas pintadas de bermellón, como un abanico ante su cara.
Tiene un buen sentido del humor.
―           Pues ha sido una sorpresa muy agradable para mí. Estaba un poco aburrido de salir solo a correr, cada mañana. Por cierto, soy Sergio.
―           Encantada, Sergio. Yo me llamo Almudena, pero todo el mundo me llama Dena – responde, y me ofrece una de sus bellas manos.
Retén su mano y mírala a los ojos. Clava tu mirada, como si fuera una flecha, con intensidad.
A ver, que alguien me explique como cojones se hace eso. “Como una flecha.” ¡No te jode! De todas formas, lo intento. Mi cuerpo debe de tener más conocimientos que yo, o quizás ciertos recuerdos del viejo. El hecho es que cuando aprieto aquella mano, nuestros ojos coinciden y ella parece quedarse prendida de mis celestes y pálidas pupilas.
―           Vaya, Sergio, tienes unos ojos imponentes.
―           ¿Si?
―           Si, algo tristes, diría yo, pero muy bonitos – no me suelta la mano. – No te había visto antes por el barrio.
Nos hemos quedado parados, desconectados del ruido de la calle, con las manos apretadas aún.
Tienes que aprovechar este momento de indefensión. El clavar la mirada te permite bajar las defensas adquiridas de una persona. Durante algunos segundos, volverá a ser la persona ingenua e inocente que era cuando niño, cuando confiaba en todos los adultos, y aceptará casi cualquier cosa que le propongas. Pero debes actuar rápidamente.
No estoy preparado para eso. El viejo me ha tomado por sorpresa. Así que me dejo llevar por las palabras de Almudena.
―           Es que he venido a visitar a mi hermana. Soy de Salamanca.
―           Ah, bonita ciudad. Mi marido estudió allí.
Cruzamos por un paso de peatones. Seguimos caminando por una de las amplias aceras. Ahora, con más perspectiva – le saco más de treinta centímetros –, puedo observar que solo lleva un suave brillo en los labios y ningún otro maquillaje. Sus dientes, cuando sonríe, están algo inclinados hacia el interior de la boca. Esta mujer nunca ha tenido corrector, pero se ven fuertes, sanos y blancos. Todo natural, me digo.
―           Así que está usted casada – no sé por donde seguir; no tengo mucha experiencia en esto.
“Ayúdame, viejo.”
―           Ya no. Me separé a principios de año – me cometa ella, sin ninguna pena en su tono.
―           Lo siento.
―           Yo no – sonríe. – Estaba harta de cuernos.
―           ¡No me diga! Me resulta increíble que a una criatura como vos puedan someterla a semejante escarnio, ¿acaso su esposo no tenía ojos?
Almudena alza la cabeza con viveza, enarcando una delgada ceja. Me he limitado a repetir lo que me sopla Rasputín.
―           ¿Es que eres poeta?
―           Es una cualidad espontánea que me embarga solo ante los ojos de las criaturas más bellas de la creación.
―           ¡Oh, que bonito! Pero, por favor, tutéame. No soy tan vieja. A propósito, ¿cuántos años tienes tú?
―           Diecisiete – musito, apartando la mirada. Otro consejo del viejo.
―           ¿Por qué te avergüenzas? Es una edad magnífica – dice, acercándose a mí y buscando mis ojos.
―           ¿Si? – comprendo lo que está intentando hacer Rasputín.
―           Si, no eres un niño. No lo pareces, bien lo sabe Dios. ¿Cuánto mides?
―           Uno noventa y ocho.
―           ¡Dios santo! Debo parecer una enanita a tu lado.
―           Nada de eso, Dena. Tienes un cuerpo realmente proporcionado.
―           Gracias, lo mío me cuesta – se ríe, colocando una mano sobre mi brazo. – Me acostumbré a ejercitarme después de tener a mi hija…
―           ¿Hija? ¿Tienes una hija? ¡No puede ser! – exclamo, deteniéndome bruscamente.
―           ¿Por qué? ¿Qué pasa?
―           ¡Si no puedes tener más de veinticinco años!
―           Aah, que adulador – se cuelga de mi brazo, con total confianza, mientras seguimos caminando. – No, jovencito, voy a cumplir treinta y tres años. Mi hija, Carola, tiene ya catorce.
―           Entonces… — hago la pantomima de contar con los dedos.
―           Exactamente. Quedé embarazada con dieciocho años. Por eso te decía que era una buena edad la tuya. La suficiente para tomar decisiones importantes. Yo me casé y tuve una hija. Solo me arrepiento de lo primero – me guiña el ojo.
Me río con fuerza. Llegamos ante el edificio donde se ubica el piso de las chicas.
―           De verdad, Dena, ha sido un placer conocerte, pero, desgraciadamente, me quedo aquí, en el ático – señalo.
―           ¿Qué dices? ¡Vaya coincidencia! – coloca sus brazos en jarra, las manos sobre sus potentes caderas. – Yo vivo en el tercero B.
―           ¡Coño! – si que es toda una coincidencia.
―           ¿Tu hermana es una de las modelos?
―           Si, Pamela, la pelirroja.
―           ¡Joder! Os parecéis poco…
―           Ya, siempre decimos que ella fue cambiada en el nido – bromeo. – Es la única de la familia que ha salido a un tío abuelo con sangre irlandesa.
―           No es que las conozca mucho, apenas coincidimos, pero toda la comunidad se saluda, ya sabes. Oye, ya que estamos…
―           ¿Si?
―           Carmelo, el conserje ha dicho algo sobre una pelea…
―           Vaya. Los chismes viajan rápidos.
―           Mucho, mucho – agita ella la mano con gracia. – Sube a ducharte y te invito a desayunar en mi casa. Así me amplias ese rumor, ¿te parece?
―           Como negar nada a un ser tan efímero y destellante como vos…
―           Ay, que cosas dices… — y entramos en el ascensor.
¿Qué puedo contar de esta experiencia? Solo una palabra: increíble.
Sé que, de alguna manera, estoy influyendo en el comportamiento de Dena, colándome entre sus vericuetos emocionales, desmontando sus inseguridades, sus prejuicios morales, pero no tengo ni idea de cómo lo hago. Es tan fácil, tan imperceptible, tan sutil, que ningún testigo podría advertirlo. Para la mujer, cuanto dice, cuanto escucha, cuanto piensa u ofrece, tiene una lógica aplastante, el justo final de un razonamiento correcto y equilibrado. No siente dudas sobre comportamiento, ni temor del mío.
Todo es sugestión, imposición de voluntades. Aprendí que disponía de ese don siendo un niño, y lo fui desarrollando más con cada etapa de mi vida, hasta convertirlo en un afilado y práctico instrumento de control. Ahora, tú dispones de ese don. Tu cuerpo ha aprendido a usarlo, aunque aún debes ser consciente de qué es lo que puedes realizar: imponer profundas sugerencias en todo tipo de personas, para hechizarlas completamente, para hacerlas vivir goces sin precedentes, para incrementar delirios o sensaciones… Todo depende de la inflexión de tu voz, de la autoridad que emana de todo tu ser, y, por supuesto, de tu mirada. No te preocupes, ya aprenderás.
Por el momento, no es algo que deba, ni quiera contar a las chicas. Debo experimentar mucho más y ver donde me conduce. Siguen durmiendo, pero ahora abrazadas. Se han sacado los vibradores, que están tirados en el suelo.
Bufff. Habrá que lavarlos. Apestan.
Me ducho y me visto, algo muy informal. Un vaquero y un polo de manga larga. Vaya. Me cae mejor que hace un par de semanas. He perdido barriga. Perfecto.
Bajo y llamo al timbre del tercero B. Dena me abre la puerta, vistiendo un largo albornoz rosa. Ahora lleva el pelo suelto y, entonces, caigo para que sirve ese turbante que llevaba. Así, el sudor de su cuello no impregnara su limpio cabello, no teniendo que lavarlo cada día. Las cosas que aprende uno en la ciudad. Dena tiene un pelo bonito, cortado en un redondo casquete y algo rizado en las puntas.
―           Pasa, pasa. Has sido rápido. No me ha dado tiempo de vestirme – me dice, apartándose de la puerta.
―           Hazlo. Yo haré el desayuno.
―           Oh, no, ni pensarlo…
―           Sin problemas. Cocino desde los ocho años. ¿Qué prefieres? ¿Tostadas, huevos, tortitas?
―           Ay, que cielo de chico. Tostadas con aceite y algo de fruta. El café ya está hecho.
―           ¡Marchando!
El piso es una cucada. Casi minimalista. Pocos muebles, pero todos de diseño y funcionales. Cuadros postmodernos en las paredes y algunos pósteres con mensaje. La cocina, de primera. Casi no sé usar tantos aparatos.
―           Parece que te va bien, ¿eh? – exclamo mientras tuesto el pan.
―           No me quejo – contesta desde el dormitorio.
―           ¿A qué te dedicas?
―           Trabajo desde casa. Diseño webs, algo de diseño publicitario, testeo productos… en fin, un poco de todo. No es que me haga rica, pero entre eso, y lo que me pasa mi ex, tengo de sobra para vivir.
―           Ya lo veo.
―           Jajjajaaja… No, todo lo que hay en la casa se lo saqué al pijo de mi marido. A veces, me dan ganas de venderlo todo – dice, saliendo del dormitorio.
Lleva puesto un jersey celeste de hilo, pegado al cuerpo y sin nada debajo, salvo el sujetador, y una falda vaquera, lavada a la piedra y descolorida, que le llega dos dedos por encima de la rodilla. Sobre sus pies, unas simpáticas pantuflas, de conejitos rosas. Al acercarse, huelo una esencia a coco. Descubre que he cortado varias frutas en dos pequeños tazones de cristal. He encontrado un bote de nata en el frigorífico y un pequeño bote de miel en un armarito. Cuatro tostadas de pan blanco aguardan sobre un plato, junto a una aceitera y un salero.
―           ¡Que lujo! – exclama con una risita.
―           ¿Cómo tomas el café?
―           Solo, por favor – se sienta a la mesa.
Comemos en silencio. Me observa con disimulo mientras mordisquea su segunda tostada.
―           ¿Fuiste tú el de la pelea? – pregunta de repente.
―           Si. Me vi obligado a intervenir.
―           Carmelo comentó algo sobre una chica maltratada por su novio.
―           Así es. No vine solo a visitar a mi hermana, más bien a protegerla. Apareció en Salamanca, llorando y con marcas en el cuerpo. Al parecer su novio tiene la mano muy larga, y menos educación que un huno hambriento.
―           Pppffff… perdón – le ha entrado risa por mi comentario.
―           No me había dado tiempo a instalarme cuando el sujeto, molesto porque mi hermana se fue al pueblo sin su permiso, entró en el piso, pegando ostias. No soy violento, tengo cuerpo pero no tengo experiencia, pero fue superior a mi paciencia. Le pateé un rato hasta que llegó Carmelo y me lo quitó de las manos.
―           Hiciste lo que cualquier hermano haría. Esos tipos tenían que ir directamente a la cárcel.
“Ha ido directamente a un pozo.”
―           Veremos ahora lo que pasa. Puede que me denuncie por agredirle.
―           Mal bicho – escupe ella. – Dime, Sergio, ¿estudias?
―           Ahora, no. Acabé la ESO y ayudo a mi padre. Tenemos una granja ecológica.
―           Waoh, ¡Qué bien! ¿Y no te has planteado estudiar? No sé, ¿algún oficio?
―           Aún no sé lo que quiero. Me gustaría quedarme en Madrid una temporada y ver opciones.
―           ¿No dejarás una novia atrás?
―           No. Le doy miedo a las mujeres.
―           ¿Miedo? ¡Que tontería! ¿Por qué?
―           No lo sé. Me ven así, grande, bruto, callado…
La verdad es que me encanta jugar con ella. Me desplazo de un extremo a otro, alternando posibles facetas de personalidad, y ella parece aceptarlas todas, sin rechistar. Hago de chico seguro y la noto babear; me convierto en el tímido y alienado, y desea protegerme. Seguro que si me portara como un hijo de puta…
Su mano se posa sobre la mía. Me mira largo tiempo a los ojos. Aparto la mirada, aparentando turbación. Ella sonríe, sin saber que mi polla está despertando, ansiosa. Me levanto de la mesa, recogiendo platos.
―           Quita, quita. Deja eso, tontín – me empuja con la cadera, quitándome las cosas de las manos.
Me doy una vuelta por el comedor y miro las fotos de los portarretratos. Una jovencita muy mona aparece en la mayoría.
―           ¿Tu hija? – pregunto.
―           Si. Patricia.
La foto que parece más reciente, muestra una niña de pelo pajizo, con una gran trenza, y ojos color de mar. Tiene una sonrisa muy franca y alegre, en la que brilla el metal del corrector. Parece una chiquilla alta para su edad.
―           Es muy guapa. Pronto tendrás yerno en casa – bromeo.
―           Bufff. No me hables de eso. No quiero ni pensarlo – contesta, mientras guarda la nata en el frigorífico.
―           Pues deberías, porque el chico se hará un lío.
―           ¿Por? – no sabe a qué me refiero.
―           Porque no sabrá a quien declararse, si a su novia o a su suegra.
―           Tontooo – se ruboriza y agita una mano.
―           Que si, mujer. Eres una de esas madres con las que todos los chicos soñamos. ¡Poder tener una aventura con la madre de tu chica!
―           ¡Que guarros sois los chicos! ¡Que cosas pensáis!
―           Dices que Patricia tiene catorce años, ¿verdad? – bajo el tono mientras me acerco a ella.
―           Si.
―           Calculo que en tres años más, tendrá serios pretendientes si desarrolla tu belleza. Tú tendrías entonces…
―           Treinta y seis…
―           Al igual que yo, sabes que los adolescentes nos sentimos atraídos por las mujeres cuarentonas, y tú ni siquiera habrás llegado a esa edad – estoy tan cerca de ella, que capto su aliento. Ella tiene clavados sus ojos en mí, la cabeza hacia atrás. La arteria de su cuello palpita con fuerza.
Eso es. La has atrapado, como la araña a la mosca.
―           Dime, Dena, ¿te tirarías el novio de tu hijo si te gustara?
Jadea, apoyando las manos sobre mi amplio pecho.
―           Si fuera como yo – repito suavemente.
―           Ssi – contesta muy bajito.
―           ¿Y si llegaran a casarse? ¿Te convertirías en su amante?
―           Si.
―           Entonces, tendré que tirarle los tejos a tu hija, Dena – digo mientras me inclino sobre ella y rozo sus labios con los míos.
―           Cerdo… — susurra, antes de besarme.
Le doy un buen morreo, metiéndole la lengua hasta la faringe, pero mis manos no se mueven de sus mejillas. Las suyas, en cambio, arañan mi pecho sobre la camiseta, recorren mi vientre, pero se detienen antes de llegar al pantalón. Cuando me aparto de ella, sigue con los ojos cerrados y jadea.
―           No debemos precipitarnos – digo, como si hubiera recobrado la razón. – Es mejor que vuelva al piso de mi hermana.
―           Si… si – se apoya en el fregadero, pasando una mano por su cabello.
Abro la puerta. Ella me llama. Me detengo y la miro.
―           Ven a desayunar mañana – musita, con fuego en los ojos.
Preparo el desayuno de las chicas. No las despierto, pero lo hacen ellas solas cuando huelen a tortitas y café. Me abrazan, mimosas, mientras le doy la vuelta a la última de las tortitas.
―           No puedes hacernos estos desayunos a diario, Sergi. Nos engordaras como vacas – se queja Pam.
―           Os querré igual.
―           Pero tenemos que currar – ríe Maby, devorando una tortita.
―           ¿No comes, Sergi? – se preocupa Pam.
―           Ya lo he hecho. Me levanté al amanecer. Tomaré un café. ¿Cómo os encontráis esta mañana, chicas?
―           Un poco cansada. Siento escozor en el culo – responde la morenita.
―           Si, y como un poco embotado – puntualiza Pam.
―           Pero fue una pasada. ¿Tenemos que llevarlo hoy también? – Maby engulle con ganas, esta mañana.
―           Esta noche y mañana noche, también.
Las dos asienten, dispuestas a llegar al final. Sorbo mi café y miró por la ventana, inmerso en mis cosas.
―           ¿Qué te pasa, Sergi? ¿Es por lo de Eric?
Niego con la cabeza y apuro el café. Las miro alternativamente. Están igualmente bellas, recién levantadas y sin maquillaje.
―           No quiero regresar a la granja. Quiero quedarme aquí, con vosotras – suelto de sopetón.
Las chicas me miran y se miran ellas. Pam se muerde el labio inferior. Sé lo que me va a decir.
―           Y a nosotras nos encantaría, de verdad, pero sabes que es imposible, al menos por ahora. Eres indispensable para papá.
―           No quiero ser toda mi vida un granjero – doy un palmetazo sobre la mesa que suena como un disparo.
Maby se sobresalta y, enseguida, se echa en mis brazos y se sube en mis rodillas, besándome, calmándome.
―           Necesito encontrar un trabajo aquí, en Madrid – insisto.
―           Cariño – me coge Maby por la barbilla. – Conozco gente; gente con negocios, con necesidad de gente que sepa hacer cosas como tú. Puedo hablar con algunos, a ver qué pasa.
―           Gracias, Maby, te lo agradezco. Cualquier cosa me vendrá bien. No tengo estudios superiores, pero no soy tonto. Puedo realizar cualquier tarea que un obrero haga…
“Y otras que no haría nadie.”
―           Lo sabemos, Sergi – me abraza Pam por detrás. – Eres un mago con las herramientas, pero debes tener paciencia. Hay que hacer las cosas bien.
―           Lo sé, lo sé – me miman con sus labios y dejo de pensar en el asunto.
―           ¿Sabes lo que vamos a hacer esta tarde? – Maby me coge de las sienes, de repente, mirándome a los ojos.
―           No.
―           ¿Recuerdas que dijimos que había que quitarle esos cuatro pelos del cuerpo? – esta vez mira a mi hermana.
―           ¿Estás hablando de ir al Kappilar?
―           ¡Si! ¡Los tres! Un retoque completo para la Navidad, ¿hace?
Pam asiente, sonriente. Yo no tengo ni idea de donde me estoy metiendo, pero les digo que también tengo que comprar alguna ropa deportiva.
―           ¡Belleza y compras! ¡Genial! – exclaman a dúo.
No sé si algunos de ustedes han estado en uno de sus complejos de belleza tan modernos, en los que una mujer entra por la puerta, netamente desmejorada, y sale brutalmente cambiada. Desde el cabello hasta las uñas de los pies, literalmente.
El Kappilar parece enorme, con todos esos espejos, columnas y salones anexos. Todo el personal lleva unos cortos batines negros, con el nombre del local bordado en la espalda, sobre unas mallas moradas que cubren sus piernas, lo que les da, junto con los suecos blancos, aspecto de extraños duendes.
Mis chicas parecen ser conocidas allí. Pam me cuenta que la mayoría de las agencias de Madrid son clientes del Kappilar y hacen buenos descuentos a todas las modelos. Hay que tener en cuenta que una modelo debe cuidar mucho de su imagen. Cejas, cutis, depilación, uñas, cuidado del cabello…
Maby pregunta por Michu y la chica que atienda la recepción toma un teléfono interior. Dos minutos después, un chico delgado y bajito aparece, contoneándose. Lleva el corto batín oscuro abierto. Debajo, lleva una camiseta rosa, con la leyenda “Michu Star”.
“¡Dios, como pierde aceite!”
Se detiene ante nosotros, sonríe a las chicas y las besa sonoramente en las mejillas. Después, clava sus ojos verdosos en mí, recorriendo todo mi cuerpo muy despacio, manteniendo sus brazos cruzados contra el pecho y una mano en la barbilla. Me pregunto si se darán clases de poses para gays.
―           Michu, querido, pongo a mi hermano en tus manos – le comenta Pam, tomándole de una mano.
―           ¿Tu hermano? ¿Dónde le tenías escondido? – bromea, con una voz casi de chica, aterciopelada.
―           En la granja. Tenemos que limar sus maneras de pueblerino, ¿comprendes?
―           Creo que sí, guapísima. Me encantan estos retos – comenta, rondándome y observándome.
Yo no abro la boca y Rasputín se ríe, muy bajito.
―           ¿Completo? – pregunta Michu.
―           Completo – responde Pam.
―           Estaremos en la sauna, seguramente – indica Maby.
―           Ya os llamaré antes de tocar su pelo. Será lo último – puntualiza Michu.
―           Chao, guapos – se despiden las chicas, entrando por una puerta con el rótulo de Vestuarios.
―           Acompáñame, hombretón – me hace una seña con el dedo el joven gay, antes de ondular sus caderas, pasillo adelante.
El chico apenas tiene cuatro o cinco años más que yo, pero es todo un experto en estética. Mientras dos chicas me hacen la manicura en manos y pies, él se ocupa de empezar por mis cejas, los pelillos de la nariz, máscara facial para limpiar los poros y no se qué para las bolsas de los párpados, como si yo necesitara eso.
Después, con unas largas pinzas, me repasa torso y espalda, quitando pelo tras pelo, hasta asegurarse que estoy completamente limpio de vello. En esas entremedias, las chicas acaban con mis uñas, y nos dejan solos.
Entonces, el tal Michu se emplea a fondo. Reparte crema depilatoria por mis axilas, mi pubis y las piernas, sin olvidar el ano. Dice que mi vello no es muy fuerte, quizás debido a la gruesa capa de grasa pegada a mi epidermis, y con la crema bastará. No os cuento el sobeo que le da a mis nalgas y polla. Tampoco quiero contaros, el soponcio que le embarga cuando me desnudo y me ve el aparato. Parece un devoto santero ante su altar preferido. Gracias a que es todo un profesional y se recupera rápidamente de la impresión, pero no deja de mirar de reojo.
 Tras un tiempo de espera, retira la crema, que se ha degradado un tanto, como jabón, y la mayoría de vello queda en los paños. Después, repasa las áreas con las pinzas, dejándolo todo como la patena.
Me pongo en pie, completamente desnudo, y me lleva ante un gran espejo que hay en una de las paredes. Me contemplo entero. Las chicas tienen razón. Es mucho mejor así. También echo un vistazo a las estrías que Michu me ha señalado al examinar mi piel. Estoy perdiendo peso rápidamente. Tengo que controlarme.
Me conduce nuevamente fuera y me sienta en uno de lo sillones de la grandiosa peluquería. Pam y Maby están esperando, con la piel luminosa y algo enrojecida del vapor de la sauna, o puede que de algo más.
―           Según la estructura del rostro de Sergio, y de su voluminoso cuello, yo me decantaría por un corte de pelo a navaja, por capas, y hacia atrás. Así su frente se despejaría, cuadraría la simetría de su cráneo y volcaríamos sobre la nuca algo más de volumen – explica Michu a las chicas mientras se acercan.
―           ¿Cómo una pequeña crin? – pregunta Pam.
―           Si, exacto.
―           Me gusta – confiesa Maby.
Y manos a la obra de nuevo. Michu parece saber de todas las artes cosméticas. Cuando acaba, debo reconocer que Michu tiene buenas manos y buen ojo. Me gusta. Maby y Pam se acercan y también quedan encantadas. Me contemplo en el espejo a placer. Cada vez va quedando menos del niño introvertido y gordo del desván.
Estoy haciendo la cena. Hoy toca espárragos con huevos y atún, con toque de mayonesa. Las chicas aún están mirando lo que han comprado en el Decatlón, después de salir de Kappilar.
Pam saca cuanto hay en mi bolsa. Un chándal nuevo, rojo, azul y blanco. Un poco más y voy a parecer el Capitán América. También he comprado unas Reebok para correr. Un par de pantalones cortos para correr cuando haga bueno, calcetas, tres camisetas de tejido en red, para transpirar, y un contador de pasos.
Pam ha comprado regalos útiles para la familia. Guantes, gorros, un anorak para Gaby, ropa cómoda y térmica para toda la familia. Siempre ha sido una chica práctica. Maby, por el contrario, mientras comprábamos en la gran tienda deportiva, se despistó y se gastó la mitad del sueldo en Victoria’s Secret. Bueno, es algo que yo disfrutaré.
Cuando Maby está a punto de sacar la lencería que ha comprado, las llamo para cenar. No es el momento para eso. Pienso en que hay que continuar el entrenamiento anal esta noche.
Aún estoy fregando los platos cuando las chicas tosen a mi espalda, para llamar mi atención. Están desnudas y con los cinturones anales en la mano. Sonríen con picardía, las cachos perras.
―           ¡A la cama! – exclamo, salpicándolas con agua. Ellas corren al dormitorio, lanzando grititos.
“Vamos, Sergio. Toca trabajar”, me digo.
Que no falte nunca ese trabajo.
Las chicas están a cuatro patas en la cama, esperando. Ya han lubricado tanto los vibradores como sus culitos. Mojo en la crema lubricante mis dos dedos corazón y las penetró a la vez. Las perras agitan las nalgas, queriendo más dedos. Parece funcionar el ensanchamiento. Añado los dedos índices. Necesito un poco de tiempo y vaivén, pero acaban suspirando, los dedos metidos hasta el fondo.
Es el momento de los cinturones. Maby no tiene que hacer demasiado esfuerzo para que entre entero. Conecto la primera velocidad y les indicó que es hora de jugar a despertar mi colita. Me tumbo en la cama y ellas me desnudan. Después, se tumban ellas, una a cada lado, de bruces, las nalgas temblorosas. Comparten y se disputan mi polla, la cual no tarda en mantenerse erguida para ellas.
Pam trepa sobre mi cuerpo, deseosa de meterse una buena tranca, y Maby la ayuda con el trance. La sujeta y le acaricia los senos a la par que Pam va dejándose caer, de cuclillas sobre mí. Observo el rostro de mi hermana. Se muerde los labios y las venas de su cuello se le marcan. Me mira a los ojos, demostrándome su pasión y su amor. Noto la vibración del consolador en su ano. La pared vaginal transmite el suave temblor a mi pene. Maby se da cuenta que su amiga me está follando, prendida de mis ojos y no quiere cortar ese nexo, así que se aparta de mi cara, donde ha hecho un amago de sentarse, y se dirige a mis pies. Comprueba la manicura que me han hecho, y se mete un dedo gordo en el coño. Comienza a agitarse dulcemente, rozando el dedo por todo su coño, succionándolo con sus músculos vaginales, los ojos clavados en el trasero de Pam.
Cada día descubrimos cosas nuevas en el sexo, en el amor, en la convivencia. Mis chicas se prestan a todo, sin quejas, sin protestas. Pam deja de enfocar la vista durante unos segundos, rindiéndose al orgasmo que estaba buscando. Me detengo y la tumbo sobre la cama, subiéndome a ella, sin sacarla.
Ahora, entra más adentro, y gime largamente. De nuevo, me mira, con esos ojos verdes y avellana, que parecen querer decirme que se entrega completamente. La follo duramente y, en apenas un minuto, está gritando como una loca, sus piernas enlazando mis caderas, los talones apretando mis nalgas.
―           ¡Aaahh… Ser… gi… me llega… al estoma… goooo…!
―           ¡Te voy a sacar la leche por la boca! – mascullo.
―           Si… si… ¡Perfórame, mi vida!
Deja de pronunciar coherencias con su segundo y más poderoso orgasmo, que la deja completamente lacia. Sigo machacándola, moviéndola como si fuese una muñeca sin voluntad, hasta que me corro dentro.
Me derrumbo sobre ella, aplastando sus bellos pechos, y la beso una y mil veces, sobre los labios, en la barbilla, la nariz, el cuello y los párpados.
―           Oh, Sergio… ¿qué vamos a hacer? – gime, con los ojos cerrados.
―           ¿A qué te refieres? – pregunto, rodando a su lado.
―           A esto, a lo que siento por ti. Cada día te quiero más y más. ¿Dónde nos conducirá? – gira la cabeza para seguir mirándome.
―           No lo sé. Me preocuparé de eso en su momento. Es una tontería comerse el coco ahora.
Me doy cuenta de que estamos solos sobre la gran cama.
―           ¿Y Maby? – pregunto.
―           No sé. estaba aquí hace un instante.
Escucho ruidos y una maldición apagada. Me asomo. Maby trae, con mucho esfuerzo, el gran espejo del vestidor.
―           ¿Qué haces?
―           Yo también quiero verte, como ha hecho Pam. Quiero vernos follando.
―           Trae, loca – le quito el espejo y lo introduzco en la habitación.
―           Aquí, ponlo contra esta pared – me indica. – Así, perfecto. ahora, siéntate en el filo de la cama. Eso es.
Se sube a horcajadas sobre mí y me echa los brazos al cuello. Me mordisquea una oreja.
―           Me encanta como te queda el peinado – me susurra. – Pareces un chulo total… mi chulo…
Su entrepierna no para de rozarse contra mi rabo morcillón, humedeciéndole a cada pasada. Empieza a levantar cabeza, buscando el coño transgresor y provocador.
―           ¿Qué me dices del depilado? – muerdo la piel de su cuello, levemente, para no dejarle marcas.
―           Me excita. Eres suave como un bebé… y tu polla parece aún más grande…
Pam se coloca a mi espalda, apoyándose en mis hombros. Pasa su cabeza por encima de uno de ellos, ofreciendo sus labios a su amiga. Las miro besándose a centímetros de mis ojos, escucho como sus alientos se mezclan, como sus salivas salpican. Creo que es lo más erótico del mundo, labios femeninos besándose. Mi polla está preparada de nuevo. Maby la nota golpearle las nalgas.
Se gira, dando la cara al espejo, y se empala con toda intención. Se abre el coñito ella misma, tensando con sus dedos los labios mayores. Apoya sus pies en el suelo, para controlar su descenso. Reflejadas en el espejo, nuestras cabezas quedan a la misma altura, pero ella aún no contempla el reflejo. Está demasiado ocupada en tragar centímetros de polla. Lo quiere bien adentro, según ella, para poder observar cuanto entra y sale en su coñito de Barbie.
Pam se arrodilla ante ella, entre sus piernas. Me soba los cojones con una mano y apoya la otra en una rodilla. Se inclina y lame el clítoris de Pam, ayudándola a lubricar más, a atenuar el dolor y la presión.
―           Suficiente, niña mía. Queda muy poco. Voy a empezar a moverte. Ya irá entrando lo demás con el ritmo – le digo al oído. Ella asiente varias veces, incapaz de hablar.
Respira con dificultad. La dejo que se calme, que recupere el control.
―           Se ha corrido mientras se la metía, Sergi – me indica Pam, la boca llena de su flujo. – Como si fuera su primera vez…
―           Si – sonríe Maby, reclinándose sobre mi pecho. – Me corro cada vez que me la metes… creo que es una reacción de mi coño al ensanchar tanto. ¡Me encanta!
―           Putón – le dice mi hermana antes de mordisquearle el clítoris.
―           Venga, Sergi, vamos a follar – me dice y me da un beso en la comisura, girando lo que puede la cabeza.
Maby tiene razón. Es todo un morbazo mirarnos follar en el espejo. Nuestros ojos están enganchados, recorriendo nuestros cuerpos, atentos a nuestras expresiones, a los pequeños rictus de placer.
―           Es como una serpiente en mi coño – susurra al alzarse tanto como para que el glande esté a punto de salirse de su vagina, para, enseguida, dejarse caer y tragarla entera. – ¡Es enorme, gigantesca!
―           Es toda tuya – le digo al oído y ella sonríe, orgullosa.
Pam está tumbada a nuestro lado, también mirándose en el espejo. Ha tomado su propio mando de control y está gozando de la tercera velocidad. Descubre que, aunque las expresiones de Maby son más viciosas y provocativas, las suyas son, sin duda, las más hermosas. El rubor de sus mejillas salpicadas de pecas, cuando se corre, es digno de un Botticelli.
―           Cariño… ya estoy a punto de… — le digo al espejo.
―           Espera… espera, Sergi. Pam, dale caña a mi control… por favor… a tope – pide, sin alterar el ritmo de sus caderas. – Quiero correrme por el culo… Sergi, córrete en mi vientre… en mis tetitas…
No puedo seguir escuchándola. La saco de un tirón y la dejo descansar sobre su vientrecito tan sensual y tan tierno. Sus manos jalan la polla, frotándola contra su piel. Los chorros de esperma manchan sus pechitos y su ombligo. Siento como se acelera el cinturón, contra mi regazo.
―           Oooohhh… ¡Por los clavos de Cristo! Pam… Pam… es tal como dijiste… ¡Ahora lo noto!
Ella misma tira de sus pezones, con fuerza, agitándose con furor. Se ha puesto en pie y la sujeto del cuello, echando su cabeza hacia atrás. Maby todavía aferra mi polla.
―           Quiero ver… quiero ver mi org… orgasmo…
Y se deja caer de rodilla ante el espejo, los ojos vidriados por el placer, las nalgas convulsas. Maby se contempla en pleno éxtasis y se desploma en el suelo. Pam se ocupa de ella y la sube a la cama. Yo me voy a la ducha. Cuando salgo, limpio y fresco, las dos están dormidas, cogidas de la mano. Pongo los cinturones en la primera velocidad y los enciendo. Pienso dejarlos encendidos toda la noche.
A la mañana siguiente, puedo comprobar la diferencia de correr con un buen equipo deportivo. Las zancadas son más dinámicas y más controladas con las Reebok que con las botas. Estreno chándal también, con una de las nuevas camisetas. Calculo un recorrido de cuatro kilómetros. Al regresar al inmueble, alguien me chista desde arriba, Dena está asomada a una de sus ventanas. También viste ropas deportivas. Tomo el ascensor y me detengo en el tercero. Ella me espera, con una sonrisa, la puerta abierta a sus espaldas.
―           Me ducho y bajo a desayunar – le digo.
Agita las manos, negando, y sin una palabra, me atrae hasta su apartamento. Sonrío ante su comportamiento. Cierra la puerta y se me encara.
―           Buenos días, Sergio. Yo también he estado haciendo ejercicio esta mañana y quiero seguir haciendo…
Me echa los brazos al cuello y me besa suave, pero largo y profundo. Un auténtico beso de hembra caliente y necesitada, al menos, eso creo.
―           Creo que este es un magnífico desayuno – murmuro al separarnos.
―           Anda, vamos a la ducha – se ríe.
Sin dejar de besarme, me introduce en el cuarto de baño y me quita la chaquetilla y la camiseta. Le doy el mismo trato y me encuentro con un sujetador deportivo, de la marca Nike. Ella misma lo saca por encima de la cabeza. Me bajo el pantalón. Ella echa mano al boxer y tras un tanteo de su mano, se aparta y me mira. Se ha quedado seria.
―           ¿Qué pasa? – le pregunto.
―           No puede ser verdad – murmura. Me baja los boxers de un tirón.
Se topa con una estaca que empieza a ponerse tiesa, aunque aún tiene un ángulo corto.
―           No estarás quebrado o algo de eso, ¿no?
―           No. Todo está sano y funcionando.
―           Madre de Dios, Sergio, has dejado Salamanca huérfana – me mira y se ríe.
―           Mejor para ti, ¿no?
―           Claro que si, guapo – se cuelga de mi cuello y me acaricia el pelo de la nuca. — ¿Has seguido los consejos de las modelos?
―           Algunos.
―           Pues han acertado. Estás muy bien – me besa, apretándose contra mi polla.
Deslizo mis dedos por su espalda, hasta llegar a sus duras nalgas. Las aprieto con fuerza. Ella gime en mi boca. Cuando nos separamos, le bajo el pantalón de un tirón. Un culotte de algodón, también de Nike, me saluda. Nos despojamos de las zapatillas y de la ropa que tenemos en los tobillos. Dena abre el chorro de la ducha. Contemplo su pubis. Tiene un buen matojo de vello púbico, eso si, recortado en las ingles.
―           ¿Qué miras? – pregunta con un puchero.
―           Ese matorral. Creo que voy a podarlo en la ducha.
―           Uuy, nunca me lo he quitado. Solo recortar – se mordisquea un dedo. – Me da como corte…
―           Si, un corte es lo que le voy a dar, no te preocupes.
Ella se ríe, provocativa, y me empuja bajo el chorro de agua caliente. Más besos y caricias entre el vapor y el agua. Ella se aferra como una desesperada a mi polla, murmurando palabras por lo bajito, como “increíble”, “sota de bastos”, y “la madre de todas las pollas”. Tiene los pezones que deben de dolerle, de tan inflamados que están. Las aureolas son grandes y oscuras, así como los pezones. Os juro que, al menos, miden tres centímetros de alzado.
Le meto un dedo en el coño. Es como si una boca me lo aspirara. Está muy mojada. Se frota contra mi mano. Su jadeo se hace más ronco.
―           ¿Cuánto hace, Almudena? – le pregunto.
―           ¿A qué te refieres? – me mira, los ojos medio cerrados.
―           ¿Cuánto hace que no te follan bien follada?
―           Sergiiii… demasiado, amor… no sigas, vas a hacer que me corra…
―           Quiero que te corras. Estás demasiado ansiosa y no disfrutarás – la aconsejo. – Déjate ir con mi dedo… así… muy bien…
La sujeto por la cintura mientras un tremendo escalofrío la recorre, de abajo arriba. Corto el agua y alargo la mano para coger una gran toalla. La seco mientras ella se recupera, y se pone muy mimosa. No le hago caso, apartando sus manos de mi polla.
―           Dena, trae unas tijeras, el gel y una cuchilla. No quiero pelos cuando te coma ese coño – le doy un azote en el trasero para que obedezca.
Ella da un gritito y sale pitando, desnuda. Cuando regresa con lo que le he pedido, la siento en el inodoro, y pelo ese montón de vello oscuro y rizado, con las tijeras. Embadurno bien de jabón y comienzo a rasurar, lentamente. Ella no deja de mirarme, de recorrer todo mi cuerpo.
―           ¡No tienes ni un pelo en el cuerpo! – descubre finalmente, ahora que está más calmada.
―           Ajá. Ayer me depiló completamente un mariquita encantador, en un salón llamado Kappilar.
―           ¡Joder! Es el mejor centro de belleza de Madrid.
―           Sip, eso dicen todas las modelos.
―           ¡Míralo! ¡Y parecía tonto! – se ríe de nuevo.
―           ¡Et voilá! – digo al acabar.
Dena inclina la cabeza y se abre el coño con las manos.
―           Tienes razón. Queda cuco y muy despejado. Me quita años.
―           Y más higiénico.
―           ¡Oye! Que yo me lavo todos los días… — me da un suave puñetazo en el hombro.
―           Y ahora, a la cama – la levanto en volandas y la llevo al dormitorio.
Cuando la dejó sobre la cama, Dena alarga las manos, como invitándome a subirme sobre ella. Me atrae hasta que quedo sentado sobre sus senos, la polla en su surco pectoral. Atrapa la polla con sus manos y le da tiernos besitos en el glande, hasta metérsela en la boca. Quizás habrá chupado pollas anteriormente, pero ninguna de ese calibre y, además, está desentrenada.
Cuando aprieta con los dientes, le doy un suave cachete y la amonesto con un dedo. Ella sonríe de forma pícara y vuelve a morderme. Esta vez el cachete se convierte en una bofetada. Parpadea y me mira, el ceño fruncido. Le meto la polla en la boca, casi media de golpe. Se atraganta, tose y casi vomita. La saco y ella escupe.
―           ¡Estás lo…!
Se la vuelvo a meter. Ahora soy yo el que sonríe, escuchando lo que me susurra Rasputín. Es alucinante como cala el alma de una mujer. La saco. Dena intenta quitarme de encima.
―           ¡Sergio!
No la dejo acabar. De nuevo la polla en la boca. Sujeto sus muñecas con mis manos y peso demasiado como para que pueda desmontarme. Retiro la polla de su boca. Me mira con malos ojos, pero esta vez no protesta verbalmente. Restriego mi nabo por sus labios, su cuello, las mejillas. Le doy pequeños toques con ella sobre la frente, en los pómulos, sobre la boca.
Dena intenta atraparla, lamerla, chuparla, pero sigo jugando, hasta que se la vuelvo a meter de golpe, profunda. Esta vez no hay queja alguna, ni siquiera una arcada. Aspira como una arpía furiosa, usando la garganta para aferrarse, para gozarme. Coloco sus manos sobre mi pene. Ella pasa un dedo por todo el tallo, varias veces, de forma sensual y delicada. Con la otra mano, sopesa mis testículos.
Quito mi peso de su pecho y la ayudo a incorporarse. Los regueros de saliva que no dejan de manar de su boca, resbalan por el canal de sus pechos. Mi polla queda ante sus ojos, subiendo por encima de su cabeza. Lo que tiene al alcance de su boca son mis huevos, y no duda en apoderarse de ellos.
La dejo caer de nuevo sobre la cama y froto mi polla sobre toda esa baba que tiene entre los pechos. La miro a los ojos y sabe lo que deseo. Ella misma acopla bien la polla, y sujeta sus pletóricos senos con sus manos, envolviendo el tieso mástil de carne. Escupe sobre él unas cuantas veces, para lubricar aún más el paso. Culeo sobre ella lentamente, frotando la polla dulcemente contra sus pechos.
Una buena cubana, eso es lo que Dena me está haciendo, y pienso correrme sobre ella, antes de pasar a mayores.
Al cabo de unos minutos de vaivén, le pellizco los pezones fuertemente. Ella gime y frunce el ceño. Le duele, pero no protesta. Tras varios pellizcos de ese tipo, sus pechos están muy sensibles y yo a punto de correrme. Ella lo sabe, lo ve en mis ojos, lo nota en mi agitación.
―           Hazlo en mi boca, cariño… hace tanto tiempo – sus ojos prácticamente me imploran.
Me dejo ir con un gruñido, apoyando el glande sobre sus labios. Ella aferra la polla con las manos, ordeñándome literalmente. Noto como estremece sus caderas, seguramente corriéndose ella también. Arrebaña y limpia todo el semen que surge de mi pene, relamiéndose y mirándome fijamente.
Me bajo de su pecho y ella me acoge entre sus brazos. Me besa en la boca y yo saboreo mi propio semen. No me importa en absoluto.
―           ¿Qué tal? – le pregunto.
―           No eres ningún novato, ¿verdad?
―           Algo he aprendido – sonrío. — ¿Estás preparada?
―           ¿Preparada para qué?
―           Para gozar de verdad. Para aullar de locura. Estás a punto de despegar hacia las estrellas – le digo, besándola en la nariz.
―           Contigo si… cuando me lo pidas…
Me deslizo por su cuerpo hasta toparme con ese coño recién rasurado. Para haber sido madre, está bastante cerrado, quizás poco usado, se podría decir. Meto un dedo y aplico la lengua. Sus caderas empujan. La lengua busca el mejor lugar por instinto. El clítoris se hincha, enrojece, y, finalmente, surge de su escondite, ansioso por sentir más y más. Paralelamente a este hecho, Dena suspira, gime, y finalmente grita. Yo no me detengo. Tengo dos dedos pistoneando en su vagina y otro en su apretado culo. Dos orgasmos la asaltan, sin pausa, provenientes de distintos lugares.
Dena aferra mi pelo, tironeando con fuerza.
―           ¡Sergi… no sigas… para… quieto! ¡Me voy a mear vivaaaa!
―           Quiero ver como te meas… ¡Hazlo!
Dena cierra los ojos y sus caderas se agitan por última vez. Después, de un golpe, su cuerpo se relaja, sus muslos se abren, sus rodillas se alzan. Me aparto justo a tiempo. Un espectacular chorro surge de su vagina, cálido y oloroso, rociando la parte más inferior de la cama. Los dedos de Dena me acarician el pelo, con dulzura.
―           Cabrón… la mejor corrida de mi vida – murmura, cansada.
―           Pero, Dena, aún no hemos follado – le digo con burla.
―           ¡Ni soñarlo! ¡Hoy no! Estoy molida…
―           ¿Seguro? – la miro a los ojos.
―           Mañana, Sergio, ¿te importa? Hacía mucho tiempo que no sentía esto y me has dejado baldada.
―           Por supuesto, solo bromeaba. He gozado mucho con tu cubana. Podemos dejar ciertos juegos para otro día – le digo, besándola suavemente.
―           Gracias, cariño… — sus ojos se abren como platos e intenta levantarse.
―           ¿Qué pasa?
―           ¡Que aún no hemos desayunado!
Me río a carcajadas. Ella me sigue. Estamos riéndonos un buen rato, rodando por la cama.
―           Déjalo. Tengo que hacer el desayuno de las chicas, así que ya desayunaré con ellas. Y me ducharé otra vez, claro.
                                     CONTINUARÁ.
Gracias por leer este capítulo del Legado. Si desean comentar, criticar, e incluso aportar opiniones sobre esta serie, o sobre otros de mis relatos, aquí les dejo mi dirección:     janis.estigma@gmail.es
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 

 

 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “La profesora y el maniático” (POR WALUM).

$
0
0

Hola soy Claudia, tengo 33 años, soy muy atractiva, demasiado, o sea en realidad mi cuerpo tuvo mucho que ver mis años de gimnasio, ya que siempre quise mantener todo en su lugar. Junto con mi cabello rubio bien claro y suavemente enrulado. Mis ojos color miel y grandes, mis pechos bien erguidos, desafiantes, incitan, mi perfecta cola, bien parada, resaltada por la ropa que me coloco y mis buenas piernas, no pasan desapercibidas, realmente mis medidas quedaron en 95-53-92.
Hay que sumarle a mi esbelta figura, que vivo sola en un departamento de un edificio viejo, y en mi piso soy la única habitante.
Desde que vine de mi pueblo, allá por el sur, nunca tuve sobresaltos.
Atraída por la gran ciudad, buscaba hacer mi carrera y salir del aburrimiento.
Buscaba la aventura, rechazar pretendientes, nunca traer hombres a mi departamento, solo tener la cabeza puesta en mis metas, convertirme en una excelente profesora de matemáticas, ir a bailar, salir de compras, era lo que me gustaba.
Después de unos meses comencé a trabajar en un colegio importante de la ciudad, fue un buen salto.
Llegó un día, que el colegio decidió ir de excursión a un hospital psiquiátrico y a un parque, para que conozcan un poco los alumnos, como no habían muchos profesores que fueran a ayudar con la disciplina me invitaron y yo acepté, nos encontramos a la mañana temprano, nos dijeron a quien teníamos que ver allá y fuimos, éramos 4 profesores y unos 40 o 45 alumnos mas o menos.
Cuando llegamos nos recibió un jefe médico, y comenzamos la recorrida. Después de conocerlo, el medico de muy buen habito nos invito a conocer todo el hospital, así que lo hicimos sin problemas. Recorrimos habían sectores de recreación y de arte, muy interesante, luego llegamos a otra puerta pero el medico se dio vuelta y nos dijo:
–Acá hay pacientes aislados porque son peligroso, no creo que quieran verlos.
 Los 4 ya decidimos que no era lo mejor para los chicos, pero ellos insistieron, el medico nos explicó que ninguno hablaba y que no hacían nada estando en sus celdas de altísima seguridad y que no había problema, ante estas garantías aceptamos, así que le dijimos que no había problema.
Ahí si estaban muy locos, a medida que pasábamos el medico nos contaban sus trastornos, era muy feo lo que contaba, hasta que llegamos a la ultima celda, había un sujeto sentado mirando al piso. Cuando nos vio, nos miró. Era castaño claro, de unos 35 años, pelo corto lacio, cejas muy tupidas, cara total de enajenado, gordo debía medir por lo menos 2 metros, su celda era muy fuerte se notaba, entonces el medico nos dijo porque estaba allí, era un depravado. El médico nos dijo que había violado cuatro mujeres, pero por habilidad del abogado estaba allí y no en la cárcel, aunque de cualquier manera, estaba loco. Habla poco, se masturba permanentemente y es muy peligroso hasta para sus compañeros.
Yo me quede helada al escuchar al médico y pensaba en lo sucio y vil del sujeto, él me miraba fijo y me dio mucho miedo, me quedé como atrapada ante tamaño del espécimen, los demás siguieron y yo parada por un segundo y mirándolo. Entonces el sujeto se agarró su miembro por encima del pantalón marcando un bulto enorme, luego me señalo y escuche un susurro creo o fue mi imaginación:
–La próxima sos vos mamacita. 
Yo me asuste muchísimo y salí casi corriendo, me integré al grupo y nos fuimos del manicomio.No le di mucha importancia a lo sucedido, ya que empezó el turno de exámenes y tenia que probar si mis alumnos habían aprendido bien lo que yo les explicaba.

Un día como cualquier otro, llegue a mi departamento cansada de tener que soportar a 40 adolescentes alborotados, agotada completamente, con ganas de un baño caliente y dormir, cuando, después de entrar a mi departamento, encontré un papel abajó, lo abrí y lo leí “La próxima sos vos mamacita. Ya la vas a probar”.
Del terror, la carta se me cayó al piso y me senté en la silla temblando.
¿Cómo había llegado eso a mi casa?, ¿Quién lo envió?
El pánico me invadió de tal manera que no podía reaccionar.
Traté de calmarme y pensar. Busqué el número de teléfono del loquero en la guía y llamé. Me dieron con el médico al que le expliqué todo lo que decía la carta.
“Es rarísimo. El tipo está acá en su pieza, lo acabo de ver. No entiendo como pudo ser. Tal vez sea una casualidad de otra persona, si él no sabe donde vive usted ¿cómo va a mandarle una carta?”, dijo el médico, mitad extrañado y mitad sospechando que yo mentía.
Corté, y deduje que a la policía no podía ir, con esa carta y cuando averigüen que el loco está encerrado, van a pensar que la loca soy yo.
Esa noche casi no dormí. Cerré todas las ventanas, a la puerta le di doble llave, hasta la puerta de mi pieza cerré con llave.
Iba mirando para todos lados en la calle, hasta llegar.
Tenía miedo y era como que lo buscaba entre la gente, estaba paranoica.
Luego de otro día agotador de clases, volví a casa y con miedo abrí la puerta y miré al piso, pero por suerte no había nada.
Me acosté sin dormir, pues me tocaba limpiar todo.
Cuando terminé de hacerlo, me di un baño bien caliente, me dispuse a prepararme la cena.
Mientras estaba cenando, sonó el teléfono, contesté y escuché “La próxima sos vos mamacita”. Cuando intenté preguntar quien era, cortaron.
Ahora sí, sentí como el corazón parecía salirse del pecho, como un frío helado me recorrió el cuerpo, mis pierna temblaban de tal manera que me tuve que sentar.
¿Qué hacer?, llamar de nuevo era absurdo pero tenía que sacarme las ganas de saber.
Llamé haciéndome pasar por otra persona y hable con el médico, para saber que estaban haciendo ahora el loco. El médico me dijo –Acaban de terminar de cenar y se prestaban a dormir.
La confusión mezclada con el miedo eran totales.
¿Cómo? ¿Quién?
Esa noche, nuevamente me encerré toda y no dormí. Cualquier ruido me sobresaltaba, me daba terror. No sabía cuanto tiempo mas podría resistir así.
Luego de pensarlo toda la noche, decidí que no podía seguir así y junté valor y fui al loquero al otro día. Como todos los días me levante, desayuné, me puse mi pantalón de jean celeste ajustado, mis tacos altos, una remera ajustada blanca, y salí rumbo al manicomio.
Lo vi al jefe médico y le dije lo del llamado.
-Realmente no entiendo, señorita que pasa. Ahora la voy a llevar para que lo vea. Yo le creo, pero póngase en mi lugar, tal vez usted se haya alterado al verlo y quedó sugestionada, no sé. Me dijo mirándome raro. Yo le dije que el llamado no era sugestión, y le mostré la carta. Pero él luego de leerla y escucharme seguía sin creerme.
Me llevó a la pieza del loco, me dijo que podía estar 5 minutos, mientras él se fue a una punta del pasillo a hablar con un enfermero.

El loco estaba sentado como la primera vez que lo vi, me miro, y yo le dije juntando coraje:
-¡¿Por qué me molesta?! ¡¡Termínela con sus amenazas porque acá saben todo!!
El sujeto me miraba raro como no entender lo que yo decía entonces justo intento hablar pero golpeo un bazo y se le calló al piso y el sujeto se asustó terriblemente y empezó a lagrimear.
No pude evitar sonreír al darme cuenta de que el sujeto estaba loco y que era como un bebe inofensivo, lo mire que ya se ponía a llorar y sonreí nuevamente, el sujeto se tomó nuevamente su bulto, pero ya no le di importancia, giré y me fui dándole las gracias al médico.
Me quede un poco mas tranquila pero, sin saber qué hacer. Sabía que el loco no era, entonces quien… tal vez era algún alumno que escucho lo que me dijo el loco y ahora estaba haciéndome una broma pesada.
Pasaron diez días en los que no recibí nada.
Un día como cualquier otro mirando las noticias de noche vi una urgente, se decía que había habido una fuga en un manicomio de la ciudad, yo me asuste un poco, pero los del informativo comunicaron que se trataban de pacientes del pabellón de mínima seguridad y que no eran peligrosos.
Igual por precaución y un poco de miedo cerré todo.
Pasé una noche dificilísima. Espiaba la calle permanentemente por la ventana al no poder consolidar el sueño, y solo respiraba cuando veía pasar al patrullero.
No me iba a quedar encerrada paranoicamente pensé, el esta en su celda si es da máxima seguridad y es una loco.
Al otro día estuve en mi casa, miraba televisión esperando sentir alguna noticia
Iba al colegio con un poco de miedo, pero como las amenazas habían cesado y poco a poco iban encontrando a cada uno de los locos me tranquilice, llego el viernes abrí las persianas porque adentro, en la oscuridad no aguantaba más.
Llamé a mi amiga Claudia para que viniera como todos los viernes después de que sale de trabajar, ella me dijo, que era imposible que este viernes viniera ya que había balance en la empresa y se tenía que quedar.
Yo le dije que estaba bien y me quede con un poco de miedo sola en mi casa, como no tenía que hacer comencé a probarme ropa nueva que había comprado hace unas semanas y combine toda clase de ropa, hasta que opté por unos tacos de 10 cm. mas o menos de punta de alfiler, un pantalón gris super ajustado hermoso y una remerita blanca ajustada también, un buen sostén y una minúscula tanga para que no se marcara tanto sobre el pantalón de vestir.
Después de terminar de cenar, fui a mi pieza, era muy

temprano todavía. De pronto sonó el teléfono. Atendí en el aparato de mi dormitorio.

Del otro lado de la línea escuché una voz ronca decir “La próxima sos vos mamacita ¿Te pusiste esa linda ropita para mi?
Me volví loca, me estaba viendo. Volé a cerrar la ventana y la persiana.
Volví a levantar el teléfono para llamar a la policía y no tenía tono, busqué algo por las dudas para defenderme y no había nada.
El error fue estar encerrada en la pieza. Abrí la puerta para ir a revisar si la puerta de la casa estaba con llave y congelándome lo vi al loco parado en el medio del comedor, con un celular en una mano, mientras con la otra se tocaba su bulto y se reía.
Había forzado la puerta, yo me quede atónita, pálida y temblando le dije “La policía sabe todo, vienen para acá. Váyase sino quiere que lo atrapen”.
El sujeto soberbiamente me contestó -Los de la policía deben ser videntes, porque vos no pudiste llamarlos, y no creo que lo sean. Yo comencé a gritar desesperadamente entonces el sujeto en un rápido movimiento se aproximó a mi y me dio una bofetada haciéndome caer al piso, yo del dolor me calle y casi no pude reaccionar, entonces el sujeto me dijo en tono violento -¡¡Te quedas quieta o te mato a trompadas, ya lo hice con una de aquellas cuatro, vos no me causarías problemas!! Yo respiraba agitada, me moría de miedo el corazón me salía del pecho, el sujeto era enorme y estaba justo parado delante mío, entonces me tomó del pelo fuertemente haciéndome mucho daño y me paró de un solo tirón dejándome delante de el. El sujeto me miró de arriba abajo, me miraba libidinosamente, su boca goteaba un poco mas de verme, entonces me dijo -¡Estás muy buena de verdad. Tenés unas tetas grandes y divinas, tu culo es espectacular. Te voy a perforar toda muñeca!
El sujeto rápidamente teniéndome de los pelos me dirigió hacia mi pieza, mientras yo estaba a punto de gritar entre lagrimas, y me dijo -¡¡Si gritas o haces las cosas mal, te voy a matar, no tengo nada que perder!! Luego ya en mi pieza yo temblaba de miedo y no sabia de lo que era capaz este loco, entonces vi que se empezó a sacar la camisa, luego bajó sus pantalones, quedando solo con slip negro mugriento y bajo el se notaba un enorme bulto. También mostraba su gorda persona, grande pero gorda y muy peludo su cuerpo con un olor que mataba, era totalmente desagradable verlo, el sujeto se reía y me miraba babeando, yo moría de miedo sin saber lo que ese loco era capaz de obligarme ha hacer, sabiendo que corría peligro mi vida.
El sujeto me miró y me dijo en tono fuerte -¡¡Bueno, vamos a ver, sácate la remerita despacio, siempre mirándome a los ojos sacando tu lengüita y yo te digo lo que vas haciendo!! Su boca media abierta, babeando como un ser no normal me daba mucho miedo así que hice lo que me pidió tal cual lo pidió mientras que lo miraba fijamente, el se tocaba su enorme bulto mostrando que debía tener un gran tamaño.
Cuando quede solo con el sostén blanco el loco comenzó a aproximarse a mi, yo me empecé a hacer para atrás de terror que sentía, el rápidamente estaba delante mío y por mas que yo tenia puestos mis altos tacos le llegaba a la altura de su pecho, de pronto sus brazos se abrieron y me sujetaron fuertemente, sus manos me agarraban fácilmente y me tenían totalmente aprisionada, el pánico me invadía completamente, entonces con una de sus enormes manos arrancó violentamente mi sostén dejando mis pechos expuestos, el los miró babeando para luego decirme -¡¡Que ricas tetas tenes putita!! Luego sus manos se apoderaron de mi delantera completamente, el enfermo mental las masajeaba salvajemente, me los apretaba, los movía en círculos, los juntaba y los separaba.

Me mordía los pezones, los tiraba con su boca bien para arriba, me las apretaba con sus manos, me las escupía y succionaba su saliva de ahí, mientras que gritaba eufóricamente ¡¡Mierda, que tetas! ¡Son enormes! Yo miraba con odio y miedo al depravado sujeto deleitándose con mis pechos desaforadamente. Luego apartó su cabeza de mis pechos, me miro con saliva entre sus labios y cara de enfermo y me dijo de un grito:
 -¡¡Ponete de rodillas ahora!!
Yo estaba helada, el sujeto me soltó y comencé a arrodillarme lentamente con un miedo atroz, sin saber que locura podría hacerme. Quedando de rodillas frente a enorme espécimen imponía muchísimo miedo, entonces el sujeto se bajó su mugriento slip y dejo a la vista su miembro, yo llore mientras lo miraba, era terrible, enorme, monstruoso, y estaba toda parada desafiante. El riéndose, tomó ese bruto aparato con una mano, y me pegaba con él en la cara, me lo pasó por la nariz, los labios, los ojos, el muy maldito lo mojaba con mis lágrimas dándole un hermoso placer. Era totalmente espantosa y humillante la situación a la que me sometía el loco asqueroso.
Después de como 15 minutos con esa exhibición de poder, se quedó mirándome nuevamente, entonces puso su gran pija entre el medio de mis pechos me miro y me dijo fuertemente:
 -¡¡Ahora juntá tus ricas tetas contra mi palo y movete de arriba abajo, pajeame con tus tetasas!!
Yo me sentía terriblemente humillada pero lo hice, no tenía otra opción, el movimiento era rápido, mientras lo miraba con odio y el gozaba de mi totalmente, mientras me tomaba del cuello y decía:
 -¡¡Yo se que te esta gustando puta!!
Mis lágrimas no cesaban al escuchar sus comentarios, luego me separó de el diciendo:
-¡¡Chupala zorra!!
Yo no quise hacerlo, me negué completamente, entonces el que me sujetaba del cuello me apretó violentamente diciendo:
 -¡¡Dale o te parto el cuello puta!!
Agarré su miembro con mi mano y casi no podía sostenerlo, y me lo lleve a la boca rápidamente para no dudar mas, el olor era asqueroso y su grosor casi no entraba en mi boca, mientras que miraba como gozaba ese sátiro conmigo, sintiéndose triunfador, tenerme absolutamente impotente entre sus manos, en esos momentos era suya, suya para gozarme a su voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible deseo sexual. Eso me mortificaba más psicológicamente que cualquier cosa. Mientras lloraba constantemente.
Yo seguía con mi humillante labor, hasta que el sujeto sacó rápidamente su miembro de mi boca, me agarró por los brazos, me puso de pie delante de el y me empujó violentamente sobre mi cama, yo caí media atónita por la violencia con la que hizo todo y me quede quieta, muerta de miedo, luego el sujeto desprendió mi pantalón gris y lo jaló fuertemente hasta sacarlo completamente, dejándome solo con mi tanga blanca y mis tacos altos. Me sentía indefensa y mi corazón no paraba de latir de miedo.

Luego se puso casi arriba mío, me acariciaba la concha por arriba de la tanga, me apoyó la cabeza de su enorme miembro y presionaba como para penetrarme con tanga y todo, escupió la tanga y la limpió con su lengua, me chupó toda la tanga. De pronto rompió la tanga de los costados, la sacó y me la refregó por la cara, se la puso en la boca y la chupaba, mientras me miraba con ojos de estar disfrutando un manjar.
Yo lloraba totalmente viendo a ese enfermo mental humillándome completamente. Luego levanto mis piernas apuntando al cielo, poniéndolas sobre sus hombros, tiró su cuerpo sobre el mío, quedando mis piernas al costado de mi cara, se subió arriba mío y me dijo con odio cerca de mi cara -¡¡Ahora yegua vas a conocer el dolor y el placer, te los voy a destrozar puta. Fuiste a verme vestida de putita solo para cagarte de risa de mí y a mostrarme tus ricas tetas y tu delicioso culito, pero ahora te tengo yo y te voy a disfrutar puta!! Estaba desencajado, totalmente loco, mientras me decía eso, me dio un cachetazo y me pellizcaba con todo los pezones haciéndome mover toda, puso la cabeza de su miembro en la entrada de mi vagina y junto con un terrible grito que dio, la metió.
Vi dar vueltas todo a mí alrededor, grite fuera de mi:
 -¡¡¡AAAAHhhhhhhyyyyyy!!
Una oleada de puntadas abajo me perforaba, sabía que me estaba desgarrando todo, lloraba y lloraba y me contorsionaba toda, era terrible, punzante y mis gritos no cesaban:
-¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!!
El saltaba sobre mi cuerpo, me enterraba su miembro en lo más profundo de mí, parecía que la cama no aguantaría sus violentas embestidas y se desplomaría en cualquier momento, mi cuerpo desaparecía bajo el suyo, era horrible y humillante. Al poco tiempo ya tenía todo su miembro adentro. El loco me miraba y me decía a los gritos:
 -¡¡¡¿Y ahora yegua?!!! ¡¡Te la enterré hasta los huevos putita. ¿Te duele no?!!! ¡¡Pero te gusta tenerla adentro te voy a reventar toda puta!!- Y siguió con un bruto bombeo.
Hasta que descargó una cantidad asombrosa dentro de mi, sentí todo su liquido entrar rápidamente hasta lo mas profundo de mi ser y el daba un grito de gozo fuertísimo:
 -¡¡¡AAAAHOOOOAAAa!!
Yo me quede media dormida, destrozada completamente, no se que mas paso por un rato, estaba mareada y sin saber que pasaría. Luego de la terrible violación que acababa de sufrir, no tenia sentido mi vida casi, cuando pude despertarme, el sujeto estaba mirándome libidinosamente como desde el primer día en que me vio y dijo en tono burlón:
 -¡¡Viste que la próxima ibas a ser vos perrita!!
Yo lloraba mas aun y quería matar al loco desaforado que ultrajaba la poca dignidad que me quedaba, el se dio vuelta y tiró sobre la cama ropa diciéndome:

 -¡Vestite puta!
Yo rápidamente lo hice añorando su huida rápida al decirme que me vistiera, el sujeto había elegido ropa muy chica, una tanga rosadita caladísima, un pantalón ajustado celeste de calza, y una remerita de colores ajustada, luego de vestirme me quede parada sin saber que hacer, entonces el me miraba solamente, miré la hora y eran las 22:20 o por ahí, supuse que tal vez el sujeto se iría para aprovechar huir en plena noche.
Pero no era así. El sujeto se había puesto su slip mugriento nada más para contener su terrible miembro. Que se lo acariciaba mientras se baboseaba conmigo y decía:
 –¡¡Que rica estas mamacita, sos una yegua infernal, ese culazo que tenes!!
Yo estaba helada parada en el medio de mi habitación, con demente sexual a 2 metros. De pronto el sujeto comenzó a aproximarse, el miedo me invadió totalmente, mi corazón latía aceleradísimo, mis piernas temblaban no sabia que haría ese enfermo ahora. El sádico me tomó con sus enormes manos de mi pequeña cintura, refregó su miembro por mi entre pierna y pasó su lengua por mi cara, yo estaba a punto de escupirlo al muy maldito, pero la fuerza con la que me tenia me daba mucho miedo.
El sujeto estaba agitado y excitadísimo se le notaba fácilmente, sus manos soltaron mi delgada cintura y se dirigieron a mi cola, la cual apretó violentamente y masajeó a su antojo rápidamente diciéndome:
 -¡¡Tenes un culito divino!!
Lloraba completamente mientras el disfrutaba de mi hermoso cuerpo, de pronto me giró rápidamente quedando detrás mío y me dijo:
 -¡¡Ahora saca este culito para afuera, paralo, movelo contra mi bulto y pedime que lo rompa, ofrécemelo!!
Entre lagrimas siempre le dije suplicando:
 –No, por favor, no cualquier cosa pero eso no.
El sujeto me tomó del pelo me pegó un terrible tirón diciéndome:
 -¡¡Ya me cansé de vos, ahora te ahorco y te lo rompo igual!!
Yo muerta de miedo al saber que estaba totalmente loco le dije:
 -No, no, no, está bien, hago todo.
Entonces hice lo que el maldito me pidió saque mi cola y comencé a refregarla por el mugriento slip de él a medida que le decía:
 -Te doy mi culito virgen ¿lo querés? Es todito tuyo.
 Luego de decir esas bajas palabras sentí que no tenía vida, me sentí la peor mujer del mundo, culpable. El sujeto gritaba excitado:

 -¡¡Insultame y pedime que te lo destroce!! Fuera de sí, apretándose con las dos manos su bultazo.
Yo ya no tenia nada que perder, estaba muerta de miedo, le dije:
 -Acá tenes mi colita roñoso de mierda, meteme esa pijita si tenes huevos y desvirgármelo, sucio hijo de puta, me das ganas de vomitar.
La bronca y la impotencia sobre salieron en mis comentarios, mientras que en un espejo veía como el sujeto me tenia por detrás apoyando su terrible miembro en mi parada cola. El se puso más que loco, y apretándome de la cintura me apoyó con violencia el temible bulto y me dijo al oído:
-¡¡Te voy a meter la pija hasta los huevos, la voy a dejar enterrada más de una hora en tu deseado culito!!
Yo presa del pánico cerré los ojos. De pronto sentí que el sujeto jalaba mi remera fuertemente hasta que consiguió romperla, mis pechos quedaron a su disposición, los cual estrujo desde atrás mientras que seguía apoyando su miembro en mi cola, los apretó rápidamente y luego me bajó de un solo tirón mi pantaloncito ajustado, yo me quede solo con mi tanguita rosada y muerta de miedo.
El sujeto soltó mis pechos y apretó mis nalgas constantemente, también apoyaba su slip que se podía sentir completamente su enorme tamaño sobre mi divina cola, yo moqueaba entre lagrimas, el sujeto solo se babeaba asquerosamente mirando, sobando y apretando mi cola, luego dijo con total morbosidad:
-¡¡Que hembra infernal sos Claudia, desde que vi tu culito cuando fuiste con el colegio, no hago mas que pensar en él, no dormí pensando en mi pene todo adentro de este divino culito, sabes, tuve que masturbarme constantemente, pero ahora las cosas cambiaron y ahora lo tengo acá totalmente indefenso esperando recibir un buen pijazo!!
Y luego largo una carcajada terrorífica, el escalofrió fue total, el miedo era insoportable, sus comentarios locos y sexo patas me asustaban mas, no sabia que hacer, no tenia muchas opciones.
El sujeto seguía manoseando mi divino tesoro mientras que seguía balbuceando:
 -¡¡Claudia te aseguro que te lo voy a romper, porque estoy desesperado por penetrarlo te voy a bombear salvajemente, no te vas a poder sentar en un mes puta!!
Yo estaba helada con un miedo terrible, suplicando que un milagro ocurriera, de pronto me tiró sobre la cama fuertemente, agarró mi delgada tanga y la arrancó fuertemente casi levantándome con el tirón que le dio.
Yo había quedado tendida en la cama completamente, quieta presa del pánico y terror que sentía al ver sus violentos movimientos, luego el sujeto se subió sobre mi, aunque difícilmente ya que su con su enorme tamaño me mataría aplastada, tomó mis nalgas, las separó y empezó a colocar la punta de su aterrador miembro sobre la entrada de mi hermosa cola virgen hasta ese momento, poco a poco su cabeza comenzó a abrirse en mi esfínter, el dolor era pavoroso y me hacia dar gritos histéricos de dolor:
 -¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡Noooooooo!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡Nooo!!
Pero su miembro seguía entrando cada vez mas, hasta que el sujeto paro de hacerlo, yo respiraba agitada de dolor y mis lagrimas brotaban velozmente de mis ojos, mientras que el maldito loco me decía:
 -¡¿Te gusta?! ¡¡Está toda adentro de tu delicioso culo!! ¡¿Qué sentís ahora que estás desvirgada?!
Yo lloraba desoladamente de dolor, bronca e impotencia, mientras el me deliraba y gozaba como un cerdo psicópata sexual.
De pronto el gordo sujeto apretó mis nalgas y comenzó a moverse primero lentamente y luego aceleró salvajemente, sacando y metiendo su enorme miembro en mi cola, el sujeto parecía que saltaba sobre mi, apoyándose en mis nalgas o mi espalda, apretándome contra el colchón mientras yo gritaba de dolor y desconsuelo:
 -¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡Noooo, por favor basta!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!!
Pero el sujeto no le daba el mínimo interés a mi dolor y mis gritos de clemencia y seguía acometiendo mas violentamente haciéndolo a propósito. El mundo estalló a mí alrededor. Era brutal, bestial, indescriptible el dolor, no imaginable, parecía que mi cola explotaba. La presión seguía y yo sentía como este maldito me perforaba hasta los intestinos. Mientras que se reía el sádico asqueroso, yo movía la cabeza para los costados desesperada.
Me metía su miembro fuerte como con odio. Yo seguía gritando alocadamente de dolor y bronca, mientras que el sujeto totalmente desenfrenado se subió mas arriba mío, puso sus manos sobre mi espalda y me acometía con mas y mas fuerza haciéndome gritar mas fuerte cada vez:
 -¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!!
Yo me agarraba fuertemente a la sabana, mientras sentía sus muslos chocar contra mis nalgas velozmente y el horrible sonido de su pelvis chocando contra mi cola haciendo ¡plop!, ¡plop!, ¡plop! Mientras que el sujeto gritaba:
 -¡¡Putita que culo infernal tenes!!
Yo lloraba y seguía escuchando ese asqueroso ¡plop! ¡plop! ¡plop! por las estocadas salvajes que recibía mis glúteos vibraban fuertemente con cada penetración. Yo seguía gritando casi desmayada y escuche al maldito que gritaba:
-¡¡Toma profesorita, sentí toda la leche en tu hermoso culito!!
Acabando completamente dentro de mi cola quedé atontada y media dormida.
Después de un tiempo no se cuanto, reaccione un poco entre dormida, seguía tirada sobre la cama en la posición donde había sido violada hace unos instantes, entonces sentí como el sujeto masajeaba mi cola todavía no se desde cuando, entonces dijo:
 -¡¡Dale putita recuperate, que te la quiero volver a poner en el culo!! ¡¡Me ha encantado, estaba delicioso, realmente me ha gustado mucho!!

Yo escuchaba sus asquerosas palabras sabiendo que había desvirgado mi hermosa cola, que en mi vida había pensado hacerlo y este gordo asqueroso me había ultrajado completamente. Mientras seguía con sus manoseos imparables el asqueroso y decía en tono de burla:
 -¡¡Mirá como lo tengo a tu espectacular culo, paradito, desafiándome para que lo vuelva a romper, y lo voy a volver hacer no tengo dudas!!
Yo no podía parar de llorar al escuchar sus viles intenciones, ya estaba muerta casi, mientras que el maldito loco seguía tranquilo como si nada.
Al rato después de un leve tiempo el sujeto se preparo para cumplir con su promesa, yo estaba aterrada sabiendo que no podría hacer nada para evitarlo, me levanto fuertemente y me llevo hacia el espaldar de mi cama, ahí me tuve que aferrar al espaldar y quedar casi en cuatro patas, mientras que el maldito sujeto estaba agitado totalmente excitado, yo temblaba con muchísimo miedo sabiendo que el sádico volvería a acometer contra mi hermosa cola.
El loco se colocó atrás, con una mano me tenia por la cadera teniéndome con mucha fuerza y con la otra empezó a dirigir a su gigante miembro hacia mi hermosa cola. Rápidamente empezó y a empujar, sentí que la enorme cabeza de su miembro empezaba a romper el orificio nuevamente. Yo desesperada de dolor le grite:
 -¡¡Sacala hijo de puta, degenerado, aaaahhhhyyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!!
Pero el nuevamente como antes me metió todo su miembro en mi interior. Yo golpeaba el espaldar de la cama, mientras abría mi boca buscando desesperadamente aire.
Y seguía gritando aceleradamente, mientras que el seguía metiendo su miembro, cuando entro toda en mi interior, con su boca en mi nuca me dijo vilmente:
 -¡¡Sentila bien yegua que te va a quedar el culo bien abierto!!
Y luego comenzó moverse violentamente contra mí, haciéndome gritar aun más. Pero el maldito loco, se reía y seguía bombeando cada vez más fuerte. Sus movimientos eran salvajes muy fuertes arrancándome gritos de dolor.
 -¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!!
Parecía que no acabaría mas el maldito y me haría sufrir mucho mas tiempo, pero de pronto paró sus violentos movimientos, sacando su miembro de mi ser, me tomó por la cintura fuertemente y en un movimiento violento me volteó dejándome delante de el, de rodillas. Entonces el comenzó a masturbarse delante mío mientras gritaba:
 -¡¡Mirame zorra, mirame!!
Yo lo miraba muerta de miedo y con terrible odio, entonces el maldito comenzó a descargar su asqueroso liquido sobre mi cara mientras que gritaba de gozo:
 -¡¡Aaoooo!! ¡¡Aaoooo!! ¡¡Aaoooo!!
Los chorros de su asqueroso liquido pegaban en mi frente y se corrían hasta mi barbilla, en mis cachetes, en mi pelo, entre mis ojos, en mi boca en toda mi cara y una asombrosa cantidad. Yo me sentía demasiado humillada mientras que el seguía largando su liquido sobre mi. Luego abrió un poco mi boca apretando mi mandíbula y metió la cabeza de su miembro, limpiándose.
Yo no podía ver, pero el sujeto rápidamente se vistió y sentí que salio corriendo mientras yo gritaba como loca. Me limpie como pude e intente socorrerme, fue cuando encontré una nota que decía:
 -¡¡Que rica estabas mamacita!! Yo me senté llorando completamente humillada por un demente y adolorida.



 

Relato erótico: “¿Me darías un azote? me rogó Susana 2” (POR GOLFO)

$
0
0

Capítulo 2

Comprenderéis que esa noche durmiese fatal. En mi cerebro se acumulaban las dudas y los reproches. Por una parte, el comportamiento de Susana me desconcertaba pero lo que me resultaba más duro era el hecho de que fuera la novia de mi amigo. Aun sabiendo que no podía ir y contarle sin más, lo que había pasado, no podía dejar de torturarme el hecho de que de alguna extraña forma, había sido coparticipe de la lujuria de su pareja. Sin haberla tocado o alentado, no podía negar que había colaborado en su obsesión.

Si de por sí, al levantarme tenía mi mente hecha un lío, mi compañera  incrementó mi turbación mientras desayunábamos porque con una alegría desbordante, me informó que esa noche iba a alquilar otra cinta.

― No creo que pueda―  respondí: ― He quedado con María.

Poniendo cara de disgusto, me preguntó porque estaba enfadado con ella. Desconociendo por qué me hacía esa pregunta, contesté que no lo estaba.

― Y entonces, ¿Me vas a dejar sola?―  insistió.

Viendo por donde iba, le dije que llamara a su novio. Fue en aquel tiempo cuando casi llorando, me dijo con voz temblorosa:

― ¡Él nunca lo comprendería!

― ¡Inténtalo!―  respondí saliendo rumbo a la universidad sin darle tiempo ni de que me contestara ni de que me pidiera que le acercara a la suya.

Estaba cogiendo la puerta, cuando Susana se interpuso y a moco tendido, me rogó que no la dejara así. Al preguntarle a que se refería, me contestó:

― Siento que te he fallado.

― No lo has hecho, preciosa―  dije tratando de consolarla.

Sé que es difícil de creer pero entonces, apoyando sus manos en la pared, me dijo:

― Necesito saber que me perdonas―  y poniendo su culo en pompa, me pidió que le diera otro azote.

Os juro que me quedé paralizado y al ver que no se apartaba, comprendí que no lo haría hasta recibir una nalgada. Temiendo un escándalo, se la di tras lo cual salí huyendo de allí. Ya en el coche, me arrepentí de ser tan cobarde y decidí que al volver a casa hablaría con ella y dejaría las cosas claras. Lo que no supe fue que los sucesos se acelerarían a un ritmo brutal y que mi vida cambiaría en las siguientes horas cogiendo un curso al cual nada me había preparado.

Durante toda la mañana, me debatí entre mi amistad con Manel, mi noviazgo con María y la innegable atracción que sentía por Susana. Aunque me molestaba la fijación de esa belleza con la sumisión, supe que o le ponía una solución más o menos traumática o terminaría cayendo entre sus brazos.

Tratando de entender mejor a Susana, no fui a clase y me sumergí en la biblioteca, en busca de una explicación a su cambio de comportamiento. Tras una hora buceando en los componentes psicológicos de la dominación― sumisión, me quedó claro que ese tipo de sexualidad esconde un intercambio de poder en una pareja.

― Joder, ¡no somos pareja!―  exclamé todavía más confundido, rompiendo el silencio del lugar.

Pero analizando nuestra relación, me di cuenta que durante los últimos meses Susana y yo habíamos sido un matrimonio exceptuando la cama. Respetándonos uno al otro habíamos cambiado para acomodar nuestra forma de vivir para facilitar nuestra convivencia y que producto de ello, había crecido entre nosotros un respeto mutuo indiscutible.

Pero fue al coger un manual de sexualidad básica cuando comprendí la fijación de Susana por mí. Con la base de un cariño asexuado, al ver las películas, ella sintió que compartía conmigo las emociones que esos filmes le provocaron y sintió que se había producido un intercambio de poder tácito entre nosotros.

« ¡Se siente mi sumisa!», sentencié al comprender el alcance de sus sentimientos. Aterrorizado, repasé esa mañana y comprendí que desde ese punto de vista, cuando le dije que intentara que su novio la comprendiera, le había dado una orden que no podría evitar cumplir.

« ¡Va a confesarle a Manel lo ocurrido!», pensé. Justo en el momento que, como si cayera un velo, todo me quedó claro, sonó mi móvil y leí en su pantalla que mi amigo me llamaba. Estuve a punto de no contestar pero sabiendo que de nada me serviría postergarlo, descolgué. Completamente desencajado, Manel preguntó dónde estaba:

― Estoy en la biblioteca.

― Voy para allá―  me dijo.

Como temía la probable gresca, le dije que mejor nos viéramos en la cafetería. El chaval estuvo de acuerdo y quedamos en diez minutos. Diez minutos que tardé en llegar hasta allí y durante los cuales, traté de buscar una disculpa a mi comportamiento.

« Joder, ¡Si no tengo culpa de nada!», dije sabiéndome inocente. Ese convencimiento no serviría nada ante un novio celoso y por eso, admito que cuando le vi sentado con cara de desesperación, me puse a la defensiva e hice como si no estuviera al tanto del problema.

― ¡Susana está loca!―  susurró en cuanto me senté.

 Que no alzara la voz, me tranquilizó y más seguro, pregunté por qué lo decía.

― ¡No te vas a creer lo que me ha dicho!―  soltó hundido.

Que no me echara en cara el tema, me confirmó que fuera lo que fuese lo que su novia le había contado, no me había delatado. Ya relajado, le pedí que se explicase.

― ¡Me ha confesado que desde niña sueña con ser sumisa!

― ¡No jodas!―  me hice el sorprendido: ― ¿En verdad te ha dicho eso?

Casi llorando, me respondió:

― Sí pero eso no es lo peor. Esa puta me ha reconocido que aunque todavía no me ha puesto los cuernos, tiene un maestro que la está aleccionando y que le ha ordenado que me cuente lo que siente para que él luego decida si me hace cómplice en esa locura.

Sus palabras confirmaron mis peores augurios. Mi compañera de piso había malinterpretado mis palabras y había entendido que para dar el siguiente paso, teníamos que contar con la aprobación de su novio. Manel al ver mi cara de sorpresa, me preguntó:

― ¿Tienes idea de quién puede ser ese hijo de puta?

― No―  mentí y tratando de desviar su atención de mí, le dije: ― Te puedo asegurar que sea quien sea por la casa no ha pasado. ¡Me hubiese enterado!

Llorando como un crío, me contestó:

― Debe haberlo encontrado por internet.

Siendo consciente del lío en el que me había metido, le pregunté que le había contestado:

― ¡Por supuesto me negué!―

― ¿Y Susana como se tomó ese rechazo?―  pregunté sabiendo que esa respuesta era vital.

Con los ojos impregnados de furia, contestó:

― Con absoluta frialdad. Solo me confesó que ya le había dicho a su amo que no aceptaría y con las mismas, ¡Me mandó a la mierda!

Saber que mi compañera había cortado con su novio por no haber entendido mi comentario, me hundió en la miseria y mientras Manel pegaba golpes con su puño en la mesa, traté de asimilar esa confidencia.

« No solo lo ha mandado a volar sino que se ha referido a mí como su amo», pensé buscando una salida pero fui incapaz de encontrar otra que no fuera hablar de frente con esa chavala. Por eso, después de conseguir que mi amigo se calmara, le monté en un autobús y llamé a Susana. Nada más descolgar, le pregunté dónde estaba. La muchacha  respondió extrañada:

― ¿Dónde voy a estar? ¡En la casa de usted! ¡Amo!

Reconozco que me dejó aterrorizado y tratando de mantener algo de cordura, le ordené que me esperase y que no se moviera. Tras lo cual salí del campus y cogiendo el coche, fui a nuestro piso. El tráfico esa mañana era intenso, de forma que tardé media hora en llegar. En el camino, intenté clarificar mis ideas, llegando incluso a prepararme un discurso donde le ofrecía mi ayuda para llevarla ante un profesional que le sacara esas ideas. Pero todo mi preparación se fue al carajo cuando al entrar por la puerta, me la encontré desnuda postrada al lado del teléfono.

Al verla allí tirada, caí en que esa postura era culpa mía porque cuando hablé con ella por el móvil, ¡Le había ordenado que no se moviera! Dejándome caer sobre el sofá, me quedé horrorizado  al descubrir hasta donde llegaba la dependencia de esa rubia por mí y mientras decidía el que hacer, Susana se acercó y apoyó su cabeza contra mis muslos, diciendo:

― Amo, he hecho todo lo que me ordenó. ¿Soy una buena aprendiz?

Su tono suave me enterneció y acariciando su melena con mis dedos, cerré los ojos deseando dar marcha atrás en el tiempo y que nunca Manel hubiese traído esa película. Llevaba unos cinco minutos pensando que cojones hacer cuando de una forma paulatina me fue invadiendo una sensación de bienestar al tener a esa mujer pegada a mis pies. En cuanto me di cuenta de que me agradaba el tenerla así y aunque me seguía desagradando la idea de ser su dueño, os reconozco que me empezaron a entrar dudas:

« ¿Será posible que me guste esto?… Si me enfrento con ella… ¿La haré daño?…Si me dejo llevar… ¿No se cansará de mí?».

Sin darme cuenta muchas de mis incertidumbres tenían más que ver con mi convencimiento de que Susana era demasiado buena para mí que con el origen de su atracción. Lo cierto es que girando la cabeza empecé a observarla. Se la veía preciosa con su pelo tapando su cara y sus pechos pegados a mis piernas.

La rubia al sentir que la miraba, levantó su cara y me devolvió la mirada sonriendo mientras me decía con voz melosa:

― ¡Quiero ser suya!

Ante mi falta de respuesta, Susana frunció la nariz como quejándose y pasando su mano por la bragueta de mi pantalón, se quejó diciendo:

― ¡He sido buena!

Aunque sabía que debía haberla rechazado, os tengo que confesar que para aquel entonces, mi corazón bombeaba a toda velocidad. Impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras frotando su cuerpo contra el mío, mi compañera de piso se sentaba encima de mis rodillas.

― ¡Deseo complacerle!―  exclamó con sus pechos a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, sopesando sus pechos los puso a la altura de mis ojos.

Aunque los había visto de reojo, tengo que admitir que de tan cerca eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus aureolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo. Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.

― Su sumisa está bruta―  maulló en mi oreja.

Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y me la follara de una puta vez pero, tal y como sabéis, mi mente todavía seguía reteniendo a mis hormonas y por eso, permanecí inmóvil. No me cupo duda de que Susana estaba disfrutando porque imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna.

Lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.

― ¡Dedicaré mi vida a servirle!―  me dijo mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído ― ¡Usted es todo para mí!―

Para entonces, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad pasmosa y los débiles gemidos se fueron convirtiendo en aullidos de pasión. Me costó soportar esa tortura y aunque todo mi cuerpo me pedía tomarla, me mantuve impertérrito mientras observaba como se corría.

― ¡No me castigue más! ¡Necesito ser su puta!―  gritó al sentir que, convulsionando sobre mis muslos, su sexo vibraba  dejando salir su placer.

Comprendí que creía que era otra prueba a la que le estaba sometiendo su maestro y aunque resulte raro, me encantó sentir ese poder mientras ella chillaba de gozo empapando con su flujo todo mi pantalón. Durante un minuto que me pareció eterno, la chavala siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un auténtico torbellino, por una parte estaba excitado por el alcance de mi autoridad sobre ella pero por otra estaba contrariado pensando que estaba abusando de esa princesa.

Fue entonces cuando Susana me soltó:

― Soy una mala sumisa, me he corrido sin que mi amo haya disfrutado.

Comprendí sus palabras, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón y desabrochándolo, me lo bajó hasta los pies.

― ¡No volveré a correrme sin su permiso! ¡Se lo juro!―  exclamó en voz baja al librar a mi pene de su cárcel.

Al oírla, supe que si no la detenía no habría marcha pero, como comprenderéis y de seguro perdonaréis, no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande.  Dejándome llevar, separé mis rodillas y acomodándome en el sofá, la dejé hacer. La muchacha al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar. Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces ella incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación  y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:

― Amo, ¡Seré suya sin pedirle nada a cambio!

Su promesa me intranquilizó porque de seguro tendría consecuencias. En ese instante Susana llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que no sé cómo no me corrí al ver a esa rubia postrada ante mí mientras alegremente nos masturbaba a ambos.

Era tanta la calentura acumulada por ella que no tardé en observar que estaba concentrada en evitar el alcanzar un segundo clímax sin necesidad de que yo interviniera. Pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión al comprobar que era inevitable, me pidió permiso para correrse. Al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.

Poseída por la necesidad de servirme, me gritó:

― ¡Amo! ¡Deme de beber!

Supe así que esa mujer iba a disfrutar con mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando mi destino, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, le dije:

― Bébetelo todo ¡Puta!

Mi compañera recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi placer con más ahínco. Cuando consiguió que explotara y descargara mi semen pegó un grito de alegría para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro  hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.

Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su maestría, mi ya sumisa, con su cuerpo estremecido por el placer, se corrió nuevamente. Ese tercer orgasmo fue tan brutal que incluso me temí que estuviera actuando. Pero al convencerme de que era real disfruté por que pocas cosas se pueden comparar a que la mujer de tus sueños se corra, berreando como una cierva en celo, a tus pies mientras tú eres testigo mudo desde el sofá.

Satisfecho esperé pacientemente a que se tranquilizara, tras lo cual cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama y suavemente la deposité sobre mis sábanas. Susana abriendo los ojos me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:

― ¿He sido buena?

― Sí, preciosa.

Rápidamente me desnudé ante su atenta mirada. Al tumbarme a su lado, ya sabía que si quería que esa mujer disfrutara, tenía que ser rudo y por eso directamente le pellizqué un pezón. Jadeó sorprendida, pero cogiendo mi otra mano se la llevó al pecho libre, para que repitiera la operación. Esta vez, como si estuviera sintonizando una radio, retorcí suavemente sus pezones, escuchando sus primeros gemidos de placer.

― ¿Te gusta?

Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde que la conocí y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi sumisa suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. Susana supo que tenía que permanecer inmóvil.

No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo.

Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de Susana empezó a convulsionar, convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera totalmente a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su clímax mientras ella se retorcía entre mis brazos.

― Amo, ¡Me estoy corriendo!―  sollozó al comprobar que no le había dado permiso para hacerlo.

Sé que en ese momento, un dominante experto debía de haberla castigado pero yo solo era un aprendiz y por eso durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Llevándola de un orgasmo a otro sin descansar, mi compañera se  deshizo de todos sus tabúes y disfrutando de su sumisión, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba ponerse a cuatro patas.

Incapaz de desobedecerme se arrodilló poniendo su cara sobre la almohada. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Al comprender que todavía era virgen, tomé nota pero decidí que tendría tiempo de tomarlo en un futuro y por eso, acerqué mi glande hasta su otra entrada. Susana tembló al sentir la cabeza de mi pene jugando con los pliegues de su sexo y pegando un grito, me pidió que la hiciera mía.

No me hicieron falta preparativos, llevaba un día excitado por lo que al descubrir la humedad de su sexo, sin contemplaciones, la penetré. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en las sábana y moviendo sus caderas, me rogó que no parara. Haciéndola caso, marqué el ritmo de mis penetraciones con azotes. Susana perdiendo cualquier tipo de decoro, convirtió sus gritos en estremecedores aullidos al sentir mi pene apoderándose de su interior mientras sus nalgas recibían esas rudas caricias. Fue alucinante, a cada palmada en su trasero por mi parte, esa mujer respondía con un chillido, de manera que parecía que estaba matándola.

― ¿Te gusta verdad, putita?―  le dije acelerando el compás de mis azotes. Mi decisión provocó su clímax y totalmente descompuesta, convirtió sus caderas en una batidora del sexo. Meneando su culo, no dejó de bramar como una perra mientras de su cueva un torrente de flujo caía por sus piernas.

― ¡Dios mío!―  la oí proferir cuando buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.

Ese nuevo punto de apoyo, permitió que mis incursiones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope. Susana, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.

Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta sumisión fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó sobre el colchón mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de placer.

Echándome a un lado, la miré mientras recuperaba la respiración. Increíblemente mi compañera, esa rubia espectacular con grandes pechos,  siguió sacudiéndose y gimiendo durante unos minutos presa de una extraña posesión. Ya empezaba a estar preocupado cuando abriendo sus ojos, Ann me sonrió y acercándose a mí, me abrazó, diciendo:

― Amo, ¿Cómo podría agradecerle el placer que me ha dado?

Sus palabras me hicieron sonreír al comprender que siendo un novato, había conseguido que esa aprendiz de sumisa disfrutara como nunca al ser poseída por mí. Estaba pensando en cómo aprovechar su oferta mientras le acariciaba su adolorido culito cuando nos sobresaltó el sonido de mi móvil.

― Es María―  le informé.

Al ver su gesto, supe que no le hizo gracia la interrupción de mi novia pero  sin quejarse, se levantó para dejarme hablar a solas con ella. Al otro lado del teléfono y ajena a que acababa de ponerles los cuernos, me pidió que la invitara a comer. Aunque normalmente venía a casa, consideré más prudente el hacerlo ese día en un restaurante.

Por eso, quedé con ella en un Gino´s que hay cerca de donde ella vive. Al colgar fui a ver a Susana para explicarle que me iba. La rubia, bastante enfadada, me escuchó en silencio. Tras lo cual, mirando al suelo, me contestó:

― Amo, no tiene que darme explicaciones.

Su respuesta me dejó destanteado y sintiendo que también le estaba siendo infiel a  ella, me puse a vestir.

« Joder, ¡Soy un pésimo amo!», pensé al darme cuenta que me preocupaban sus sentimientos.

Ya listo, cuando me fui a despedir de ella, Susana me preguntó:

― Necesito salir a comprar. ¿Puedo?

Nuevamente, sus palabras me sorprendieron porque no estaba habituado a ese contrato tácito por el cual esa rubia se había auto impuesto servirme y dando por sentado que tendría que hablar con ella `para establecer los límites de nuestro acuerdo, le di mi aprobación. Pegando un grito de alegría, me besó diciendo:

― Amo, ¡No se arrepentirá!―  y entornando sus ojos, susurró en mi oído: ― Estoy deseando que llegue ya a casa.

Os juro que esa frase me puso los pelos de punta porque  no me pasó inadvertido el hecho que escondía un significado oculto. Di por sentado que al volver me encontraría con una sorpresa y por eso bastante preocupado fui a ver a mi novia.

En el restaurante  con María.

 Nada más verla supe que estaba al tanto de que Manel y mi compañera de piso habían cortado porque se la veía contrariada. Temiendo que al contrario de mi amigo, se imaginara que era yo el tipo con el que esa rubia fantaseaba, me senté en su mesa.

― ¿Cómo está Susana?―  preguntó.

Más tranquilo porque no me echara nada en cara y preguntara por el estado de esa mujer,  me tomé mi tiempo en responder. No quería darle más datos de los necesarios para no descubrirme.

― No lo sé. No he tenido tiempo de hablar con ella―  contesté mintiendo a medias porque aunque sabía a  la perfección los motivos por lo que habían cortado, realmente no había charlado con ella: ¡Solo me la había follado!

― ¿No te parece increíble? ¡Pobre Manel!

Sondeando que sabía, me enteré que estaba al tanto de todo por lo que no me quedó más remedio que intentar disculpar a Susana diciendo:

― Fíjate que no estoy seguro de que sea cierto. Quizás se lo haya inventado para así tener una excusa para cortar con él. ¡Tú la conoces! ¿La ves cómo sumisa?

Mi peregrina respuesta sentó las bases de su duda pero sin dar su brazo a torcer, me contestó:

― ¡No lo sé! ¡Recuerda como le gustó esa mierda de película!

Cómo el bocazas que soy, respondí:

― Y a mí, pero eso no significa que me guste que me azoten.

Fue al ver en su rostro una mezcla de espanto y de curiosidad, comprendí que le había abierto en cierta medida los ojos porque apartando su mano de la mía, me preguntó:

― ¿Y azotar? ¿Te gusta azotar?

Soltando una carcajada, negué el tener esas inclinaciones pero aunque se rio conmigo, supe que no la había convencido. Por eso cambié de tema, preguntándole como le había ido en clase. María, agradeció el cambio de tercio y me contó que  una de sus profesores había puesto un examen para el día siguiente.

― ¡Qué putada!―  solté satisfecho sin caer en que estaba contento porque tendría que irse a estudiar.

El resto de la comida transcurrió sin que ninguno de los dos volviera a mencionar ni a Manel ni a Susana pero su recuerdo seguía presente al menos en mí porque me lo pasé contrastando a ambas mujeres. María siendo mona, no tenía nada que hacer frente a mi compañera de piso. Si a mi novia como hombre le daba un siete raspado, la rubia era merecedora de una mención de honor.

« Le da mil vueltas», me dije mientras las comparaba.

Los pequeños pechos de mi pareja quedaban en ridículo frente a las ubres con la que estaba dotada mi sumisa y ¡Que decir de sus culos! Mientras María lo tenía algo caído, el de Susana era el sumun de la perfección. Grande, duro y levantado, cualquiera que lo viera con independencia de su sexo, tendría que reconocer y alabar sus exquisitas formas.

Poco a poco, sin percatarme, mi novia fue quedando en segundo plano y la presencia de mi compañera de piso fue tomando su lugar. Por eso cuando ya en el postre, María me pidió que de confirmarse que lo de Susana fuera cierto, debía de echarla de la casa, me negué poniendo como excusa que necesitaba el dinero que aportaba del alquiler.

Cabreada, me amenazó diciendo:

― ¿A quién eliges a ella o a mí?

Ni siquiera lo pensé.

― A ella.

La reacción de la que hasta ese momento era mi pareja no se hizo esperar y dándome un tortazo, me llamó pervertido y gritando de viva voz, informó a todo el restaurante de que era un cerdo. Reconozco que no me importó y cuando me dejó solo, me pedí otro café quedándome sentado mientras todos los presentes me miraban de reojo.

Rumiando lo sucedido, supe que en cuanto se enterara Susana de que yo también había cortado, lo vería como una victoria y de alguna manera, eso haría que perdiera parte de la autoridad que me había dado por lo que tomé una resolución.

¡Debía usar esa rotura en mi favor!

El problema era saber cómo.

Vuelvo a casa.

Al salir del restaurante, me fui a dar una vuelta por el Retiro. Necesitaba aclararme las ideas y tomar una serie de decisiones que serían cruciales en mi futuro. En primer lugar, tenía que sentarme con Susana y clarificar con ella en qué consistiría nuestro acuerdo porque aunque seguía sin hacerme ninguna gracia su fijación con servirme, tenía que reconocer que no me apetecía perderla a ella también. Por otra parte, es el comportamiento de ella respecto a terceros ya que sería un escándalo que mostrara abiertamente su carácter sumiso ante los demás y en tercer lugar y no por ello, menos importante, era vital poner límites. Si deseaba que además de mi sumisa fuera mi compañera, esa mujer tenía que volver a tener capacidad de actuar y no depender de mi permiso para todo.

Durante horas deambulé sin rumbo fijo por ese parque. De un lado a otro caminando por sus caminos, fui acomodando mis pensamientos hasta que el atardecer me hizo volver a mi apartamento. Sin otra relación que la que mantenía con mi compañera de piso, abrí la puerta interesado en descubrir que era lo que había comprado. Al no encontrarla en el salón, la llamé.

Desde su cuarto, me contestó y por eso sin llamar abrí su puerta. Os confieso que casi me caigo de espaldas al verla. Porque tal y como, aparecía en la película “El Juez” la esposa del protagonista, así me la encontré:

¡Desnuda y atada a un soporte del techo!

Alucinado por hallarla en esa postura, me acerqué hasta ella y sin hacer mención a ello, me puse a observarla. Lo primero que me sorprendió fue el brillo de sus ojos. Su extraño fulgor me informó de que su dueña, anticipando el momento que la encontrara, estaba totalmente excitada.

« ¡Tengo que comportarme como su dueño!», sentencié sabiendo que no podía defraudarla. Por eso poniéndome junto a ella, llevé una mano hasta su cara y levanté su barbilla. Susana creyó erróneamente  que quería besarla y por eso abrió sus labios para que recibir mi beso, pero se quedó con las ganas, ¡Estaba tasando mi propiedad!

― Aunque un poco sosa, eres una puta guapa.

Mi insulto en vez de contrariarla, la alegró y olvidándose que no le había permitido hablar me dio las gracias. Como única respuesta, recibió un sonoro azote en su trasero y sabiendo que no volvería a cometer ese error, seguí con mi inspección. Deslizando mi mano por su cuello, masajeé sus hombros. Aleccionada de que no debía reaccionar, solo suspiró cuando sosteniendo sus pechos en mis palmas, intenté averiguar su peso, y dio un grito cuando pellizcando sus pezones comprobé su textura.

― No están mal aunque los he visto mejores―  dije mintiendo porque no tenía duda de que eran los más perfectos que nunca había tenido entre mis manos.

 Susana me miró preocupada por mi falta de entusiasmo, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola. Bajando por su cuerpo, era el turno de su estómago. Allí me tomé mi tiempo, con mis dedos recorriendo lentamente la distancia entre sus senos y su ombligo, me quedé maravillado al comprobar el tacto de su piel.

Era cálido, suavemente cálido como el de la seda.

Mis maniobras habían comenzado a afectarle. Su respiración se fue agitando al ritmo de mis caricias. Satisfecho escuché que le costaba respirar y  que tenía que hacer un esfuerzo para que el aire saliera de sus pulmones. Al percibir que  sus rosados pezones, cómo avergonzado de mi inspección, se habían retraído endureciéndose, supe que estaba bruta.

Decidido a dar un repaso exhaustivo a su anatomía, seguí bajando rumbo a su sexo. Susana facilitando la tarea, abrió sus piernas. Me encantó ver que como había leído, mi sumisa se había depilado por completo para satisfacerme y por eso cuando llevé mis dedos hasta su vulva, me resultó sencillo separar sus labios. Estaban hinchados por la pasión que la empezaba a dominar, y cuando mis toqueteos se centraron en su clítoris estalló, derramando flujo entre mis dedos.

― Perdón, Amo, ¡No pude evitarlo!…

― ¡Cállate!―  dije mostrando mi enfado.

Estaba actuando y aunque sabía que era una especie de juego, aun así me molestó:

« ¡Quién coño se creía para correrse sin mi permiso!». Si era mi esclava debía comportase como una. Decidí castigarla y con una serie de nalgadas sobre su culo, busqué que supiera que estaba enfadado.  Al principio suavemente, pero viendo que no se quejaba, fui incrementando tanto el ritmo como la intensidad de mis azotes. Al advertir que no respondía a los estímulos, mis palmadas se convirtieron en rudas reprimendas.

Tengo que confesar que cuando empezó a gemir siguiendo el compás de mis golpes, me costó interpretarlos. Sus sollozos eran una mezcla de dolor y de placer y solo cuando chillando me pidió que siguiera castigándola comprendí que estaba disfrutando con ese cruel castigo. Sin darme cuenta hasta donde eso me excitaba, proseguí azotándola. Al notar que Susana estaba a punto de alcanzar otro orgasmo, decidí pararlo en seco.

― No tienes permitido el correrte, ¡Esclava!― ordené recalcando esta última palabra.

Mordiéndose los labios, reprimió su calentura y al ver que estaba agotada, la dejé descansar. Sin nuevos azotes sobre su trasero, mi compañera de piso consiguió irse relajando progresivamente. Cuando consideré que ya había tenido suficiente recreo, me concentré en verificar los daños. Tenía el culo amoratado, pero nada que no se curara en un par de días, por lo que viendo que no tenía nada permanente, proseguí con el examen que me había interrumpido con su orgasmo. Sus nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado pero sabiendo cuál era su verdadero tesoro, lo encontré al separarle sus dos cachetes. Tal y como recordaba de la mañana, apareció ante mis ojos un esfínter rosado, que al examinarlo con cuidado, confirmé que era virgen, que ningún pene había hollado su interior.

― ¿Nunca has practicado el sexo anal? ¿Verdad zorra?

Avergonzada como si eso fuera delito, bajó sus ojos sin contestarme. No me hacía falta, ya sabía la respuesta. Dejándola colgada del techo, le di un beso mientras la informaba que su querido amo iba a estrenarlo. Por su cara supe que estaba asustada y pero después de pensarlo unos segundos, me contestó:

― Es suyo.

Nervioso, por la perspectiva de estrenarla, fui a mi baño y cogiendo una crema hidratante hecha a base de aceite, volví a su lado. Mi sumisa indefensa esperó a que me desnudara muy nerviosa. Poniéndome detrás de ella, extraje una buena cantidad de ese lubricante y lo coloqué sobre su intacto hoyo. Con lentitud, extendí un poco por las rugosidades de su ano antes de realizar ningún avance. Necesitaba que ese virginal ano se acostumbrara a ser  manipulado.

La mujer al sentir que mis yemas recorriendo su esfínter se puso tensa, hasta que mis caricias fueron tranquilizándola.

― Estoy lista―   dijo.

Sus palabras fueron el banderazo de salida. Con cuidado le introduje un dedo dentro de ella. Sus músculos se contrajeron por la invasión, pero sin sacarlo con movimientos circulares fui relajándolos. Progresivamente iba cediendo la presión que ejercía y aumentaba el placer que sentía. Entonces al percibir que estaba dispuesta para que profundizara mi exploración, le metí otro más mientras que, con la otra mano, le pellizcaba su pezón izquierdo.

― ¡Me gusta!― gritó.

“Está  disfrutando”, pensé al escuchar como el haber torturado sus pechos, la ponía bruta. Si quería sufrir, no se lo podía negar, y sustituyendo mis dedos, coloqué la punta de mi glande en su abertura, y dando un pequeño empujón embutí mi capullo en su interior.

― ¡Dios!― gimió al experimentar el primer dolor.

Puse mis manos en sus caderas y tirando de ellas, se lo clavé por entero.  Mis testículos rozaban sus nalgas, demostración suficiente de que la mujer había absorbido por completo.

― ¡Me duele!― gritó llorando.

― ¡Silencio!―  le ordené ― ¡Estate quieta mientras te acostumbras!

Me obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el esfínter. Permaneció inmóvil, doliéndole todo su cuerpo, pero sin quejarse. A los pocos segundos empecé a sacárselo lentamente, de forma que noté sobre toda la extensión de mi sexo, cada una de las rugosidades de su anillo, y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro. Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite y Susana comenzó a disfrutar de ello colgada todavía del techo. Con cada penetración su cuerpo se bamboleaba como el badajo de una campana.

― Tienes un culo estupendo―  dije en su oído humillándola―  Debería venderlo a otros amos y así pagar el alquiler.

― Amo, si cree que me lo merezco, hágalo pero ahora mónteme más rápido, por favor―  me pidió.

Nuestro suave trote se convirtió en un galope desenfrenado. Ya no se quejaba de dolor, si algo salía de su garganta eran gemidos de placer. Su cuerpo se retorcía cada vez que mis huevos rebotaban contra sus nalgas. Para no haberlo practicado nunca, recibía gustosa mi sexo. ´

« Esta hembra es brutal», medité cuando agarrando sus pechos, los usé como anclaje de mis ataques. El cambio de posición resultó que era mejor ya que en esa postura mi pene entraba más profundamente. Fue entonces cuando su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas mientras esa rubia gritaba a los cuatro vientos el placer que experimentaba. Tuve un momento de indecisión cuando por los estertores de su gozo, se puso a llorar. No supe que hacer pero viendo su cara de felicidad, decidí seguir usando su trasero y con una sonora palmada en uno de sus cachetes, le ordené que se moviera.

― ¡Amo!, soy suya―  respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.

Observando su completa sumisión, y recordando lo caliente que la ponían los azotes, marqué la velocidad con mis manos sobre sus nalgas. Izquierda significaba que hacía adelante, derecha hacía atrás, con este sencillo método, fui dirigiéndola hacia mi propio placer. Lo que no me esperaba es que Susana volviera a correrse de inmediato

― ¿Quieres que me venga?―   pregunté al prever que me faltaba poco para hacerlo. Era una pregunta teórica ya que me importaba poco su opinión, pero oír que me contestaba que una sumisa no tenía opinión, provocó que me derramara en su interior brutalmente y con intensas explosiones la inundara por completo.

Agotado, la descolgué del techo y llevándola hasta las sábanas, me tumbé a su lado mientras pensaba en todo lo ocurrido durante esa jornada. Mirándola de reojo, concluí en que había sido una suerte el ver ese filme con ella.

― Amo, ¿Puedo pedirle un favor?―   dijo sacándome de mi ensimismamiento.

Como no podía negarle nada, le dije que sí. Fue entonces cuando levantando su mirada, se acurrucó entre mis brazos y me rogó:

― Amo, esta noche… ¿Me atará a su cama?

Soltando una carcajada, la besé.

 

 

Relato erótico: “Reencarnacion 7” (POR SAULILLO77)

$
0
0

Reencarnación 7

Tomo conciencia a primera hora, me pongo un vestido largo tras ducharme y saco a Thor, me temo que por última vez. Me gusta tenerle en casa, y que me obligue a salir y divertirme con él, así como su desparpajo para subirse al sofá conmigo, o meterse en mi cama. Tal vez son cosas que aprecio en un hombre, confianza en sí mismo. Ojalá la tenga su dueño conmigo durante estas semanas, estoy ansiosa por que llegue esta tarde.

Al regresar dejo al perro con comida y agua, y me cambio para ir a la oficina. Meto la pata con un par de citas durante el trabajo, tengo la cabeza en otro sitio, en concreto en un autobús Zamora – Madrid que llega en unas horas, pero David me las perdona como si nada ya que mañana me necesita en una reunión lo más guapa posible. Me mando unos mensajes muy dulces con Javier, el contesta cosas del tipo, “Nos vamos a divertir de lo lindo, tengo unas ganas de lucirte por ahí y pasarlo bien, que no vas a bajar de una nube de felicidad, ya me ocuparé yo de eso”, que me dejan con ánimos de salir corriendo a la terminal.

Aguardo impaciente hasta el fin de mi jornada como una chiquilla la última hora de clase antes del verano, ansiosa y mirando el reloj sin parar. Estoy pensado si es que a lo mejor se ha dado cuenta y desea volver a jugar a mi juego, pero no quiero hacerme ilusiones, tal vez solo sea amable, y quiera agradecerme lo que hice por él con Celia.

Cuando llega mi hora, salgo corriendo a casa, doy una vuelta a la manzana con Thor para que se alivie, y me pego una ducha rápida al volver. Me pongo un tanga rojo, con una minifalda a medio muslo con vuelo de tono granate y un top azul escotado, marcando mis senos elevados por un sujetador nuevo negro, que me realza la figura. Me dejo el pelo suelto, sé que le gusta verlo así, y me pongo unos zapatos cómodos pero con algo de tacón, lo justo para sentirme muy sensual. Me realzo los ojos con sombra y voy en el coche a la estación, dejando al perro en casa, quiero que se centre en mí cuando me vea.

Conduzco muy nerviosa, pero aparco y espero dentro de la terminal. Según sus mensajes está al caer, y jugueteo con el anillo de Luis antes de ver aparecer su autobús. Sonrío sin darme cuenta, y busco ansiosa con la mirada su rostro de la fila de gente que va bajando. Tras varios amagos, veo unos ojos clavados en mí por las escaleras y se me acelera el corazón. Es él y luce una horrible cara de agobio por el viaje. Me cruzo de brazos, pero una mano se me escapa a morderme la uña, está tardado en que le den sus maletas. Al entrar al enorme pasillo de la dársena, se acerca con paso alegre esquivando al gentío, y suspira antes de alcanzarme, abrumado por mi vestimenta quiero creer.

Me gana cuando suelta las maletas en mitad de la nada, y corretea con los brazos abiertos hacia mí, que sin pensarlo hago lo mismo. Con una simple camiseta a cuadros negros y rojos, y un pantalón pirata blanco, me dan ganas de tirarlo al suelo y hacer lo que quiera con él.

Creo escuchar un “Hola, Laura” antes de saltarle encima, y rodearle la nuca con mis manos para comerle a besos toda la cara. Él me corresponde alzándome con sus antebrazos por mi espalda. Ha sido un pequeño choque que me llena de felicidad, y al notar que baja su cuerpo para alzarme en el aire y darme un número casi infinito de carantoñas en el cuello y el hombro, me río llena de una alegría que no puedo describir. Por si fuera poco, empieza a girarme, y la fuerza hace que media terminal me vea el trasero, algo que me da igual, estoy en sus brazos, y ahora es lo único que me importa.

-JAVIER: Por dios, si me intuyo este recibimiento, me vengo antes. – dice al final, tras muchos gemidos cariñosos y tiernas miradas. Me deja en el suelo pero no se aparta, ni deja de abrazarme.

-YO: Anda bobo, es sólo que me hace ilusión verte. – froto su gran espalda con fuerza.

-JAVIER: Y a mí, de verdad que no sabes la tortura china que es un pueblo de Zamora una vez que conoces la gran ciudad.

– YO: Pues ya estás aquí.- mi mano se mueve sola a su cara, y paso los dedos por su barba de tres días que me encantaría besar otra vez, pero la escena ya es comprometida, no veo a muchas parejas reencontrarse así de efusivos a nuestro alrededor.

– JAVIER: ¿Y el perro está en el coche? – tarda unos segundos en acordarse de su mascota.

– YO: No, en mi casa, no quería agobiarlo con el viaje.

– JAVIER: Se habrá portado bien ¿No?

– YO: Genial, es muy bueno, le tengo mucho cariño y voy a echar de menos pasearle o tenerle por casa.

-JAVIER: Pues vamos a verle, que lo mismo ya no se quiere venir conmigo. – por fin me suelta, y coge sus maletas. Le ayudo con la mochila para que no cargue mucho peso, pero no parece muy afectado.

Al meternos en el coche ya se ha quejado dos veces del calor, y no le culpo, viene de temperaturas mucho más suaves que los cuarenta y dos grados de máxima de hoy en Madrid, y en el termómetro que está a pleno sol en la salida de la terminal, pone unos asfixiantes cuarenta y siete grados. Metemos las maletas en la parte de atrás y se sienta delante conmigo en el coche. Guardamos un silencio tenso hasta que noto que me mira las piernas, parcialmente descubiertas por la minifalda. Me acomodo un poco coqueta, y le pregunto por el viaje.

-YO: ¿Qué tal por Zamora?

-JAVIER: Genial, ha sido fantástico volver a ver a mi familia, y algunos amigos, o volver a comer los platos de mi madre, ha sido estupendo, creo que he cogido unos kilos y todo…no como a ti, que se te ve espectacular. – sonrío vagamente, esperaba un comentario así.

-YO: Gracias, deben ser los paseos con Thor, me ha hecho hacer más ejercicio que en el gimnasio.

-JAVIER: Es un trasto, pero no me refería a eso, digo que te veo bien, no sé, alegre, ilusionada…irradias felicidad. – me ruborizo esperando que no se note que si se me ve así, es por él.

-YO: Pues no sé porqué, serán las ganas de verte…- bromeo, diciendo toda la verdad del mundo.

-JAVIER: No menos que yo, al tercer día creía que me pegaba un tiro por el aburrimiento, con todo lo que ofrece Madrid, un pueblo perdido de Zamora resulta agobiante, y más sin nadie con quien salir.

– YO: Aquí es un poco igual, gracias a Thor no me tiro en casa todo el día. Si no es por estar hablando contigo, hubiera sido un suplicio.

– JAVIER: A mí me dabas la vida cada vez que me escribías, y esas fotos con el perro… me sacabas una sonrisa cada día.

-YO: Pero ya estás aquí.- repito.

-JAVIER: Si, y encima contigo, nos lo vamos a pasar genial. – al posar su mano en mi brazo, todo mi cuerpo reacciona, y la piel se eriza al contacto.

El viaje dura poco, lo bueno de Madrid en verano es que no hay casi nadie por las calles a media tarde, y los trayectos se acortan. Llegamos a mi casa, dejando las maletas en el coche, y subimos en el ascensor sin dejar de hablar de anécdotas de su viaje, y de Thor.

Normalmente el animal en casa es muy callado, y solo gruñe si alguien llama a la puerta, pero ya desde abajo, se le oye ladrar desesperado, sabe que su dueño está de camino. Al llegar y abrir, el enorme dogo pega un salto y se sube en brazos de Javier, que haciendo un gran esfuerzo lo mantiene en alto, soportando lamidas de cara y carantoñas con la cabeza.

Acaban los dos en el suelo del recibidor, sin saber cuál de los dos está más alegre de ver al otro. La escena es familiar, casi reconfortante, cómo le acaricia y trastea con él, y el perro me mira, o se acerca a darme con el hocico, como queriendo decir que él había regresado, lleno de la misma ilusión que debo tener yo en mi rostro.

Tardamos unos minutos en que Thor deje de atosigarnos, el pobre está casi llorando de felicidad. Luego recogemos sus cosas y nos preparamos para llevarlas al piso de Javier, que se bebe casi todo el líquido de mi nevera. Solo cuando salgo tras ellos con una bolsa llena de juguetes y comida de perro, el animal deja de tirar de su amo para esperarme. Le montamos en el coche y saca la cabeza por la ventanilla, gozando de la brisa árida y ladrando a algún transeúnte despistado por el trayecto. Al llegar a su casa, sube como un loco a las escaleras hasta la habitación, y se revuelca en la cama. Es divertido ver a un poderoso animal tan grande, moverse como un cachorro feliz.

Ayudo a deshacer las maletas de mi galán particular, y sin saber exactamente de qué, seguimos hablando, sin parar, sobre cosas mundanas o sin relevancia, pero generando una sensación de bienestar en mi interior. Al acabar de poner una lavadora, nos quedamos los tres sentados en la cama, Javier se acaba tumbando antes las acometidas de su perro, que quiere jugar, y la imagen de mí metiéndome entre los dos para ser traviesa, me cruza la mente, con esta minifalda a nada que me mueva, se me verá todo. Me resisto las ganas.

-JAVIER: Es un gustazo estar en casa.

-YO: Me alegro de verte tan contento.

-JAVIER: Lo estoy.

-YO: Eso significa que las cosas con Celia… Carlos no me informa detalladamente en sus crípticos mensajes.

-JAVIER: Bueno…la verdad es que no hablamos mucho, pero no es el lugar de hablarlo, déjame que me pegue una ducha, me cambio, y vamos a tomar algo por ahí, así charlamos. – asiento, deseaba escucharle algo así.

De golpe, rueda por la cama y me abraza, tumbándome boca arriba, le tengo encima y me besa la cara mientras me dice cuánto me ha echado de menos. Rodeo su cabeza, y por un segundo creo que va a besarme por el cuello y seguir bajando hasta mi escote, pero no lo hace, solo me aprieta con dulzura. Luego se alza de pie, busca unos calzoncillos limpios, y se va a ducharse.

Yo me quedo acostada en su cama, embobada con ese gesto tan sutil y tan tierno. ¿De verdad no se da cuenta del efecto que produce en mí? Me cuestiono si es que es inocente, o finge serlo. En cualquiera de los casos, me gusta, porque es un trozo de pan que me enamora tal como es, o un cabrón que sabe llevarme, como sólo supo Luis.

Juego con el perro unos quince minutos, hasta que Javier regresa, se me queda mirando un segundo, pero luego se gira y se quita la toalla que anudaba a su cintura, mostrando unos bóxer de licra.

-YO: Por dios Javier, avísame y me salgo.

-JAVIER: Si nos vamos a ver en bañador, habrá que acostumbrarse. – quiero decirle que no es lo mismo, pero me he quedado muda mirándole el culo mientras se pone unos pantalones piratas azules, junto a una camiseta blanca.

Al vestirse y salir a la calle me cuelgo de su brazo, damos un ligero paseo hasta unas terrazas apostadas a lo largo de una de las avenidas aledañas y pedimos algo fresco de beber. Nos sentamos en una mesa bajo un ventilador con vaporizador de agua fría, y charlamos de algunos detalles de lo que podemos hacer en los siguientes días, pero no dejo pasar la oportunidad de meter baza contra Celia.

– YO: Bueno ¿Y lo de tu chica?

– JAVIER: No sé, creo que estar separados nos viene bien, no nos estamos mandando mensajes todo el día, pero cuando hablamos, la noto alegre y contenta, se lo está pasando bien.

– YO: ¿Pero tú eres feliz?

– JAVIER: Creo que sí, voy a esperar a que vuelva, y a ver cómo nos va…

-YO: ¿Y no te preocupa que en el viaje… pase algo? – me sale demasiado directo.

-JAVIER: No, confío en ella, jamás me haría nada de eso, y Carlos me dice que él cuidará de ella. – su tono de voz no indica el nivel de peligro que esa frase conlleva.

Seguimos un largo rato conversando, conmigo aguantado las miradas desvergonzadas del camarero a mi escote y mis piernas.

Es casi la hora de cenar, y trabajo por la mañana, debemos irnos. Me obliga a llevarle a mi casa, para dejarme sana y salva, luego él se irá a la suya, pero soy convincente, y le hago quedarse a cenar conmigo. Es algo liviano y fresco lo que preparo, genial para las altas temperaturas, y de guinda, me encanta la sensación de estar junto a él.

Tras un buen rato, de risas y charla en el sofá, en el que trasteamos, nos hacemos caricias, y nos abrazamos varias veces, se hace tarde y Javier se despide con un beso en la mano que me hace suspirar, para luego darme otro en la mejilla rodeándome con sus manos, que repasan mi espalda y mis costados en un largo apretón de nuestros cuerpos.

-JAVIER: Un placer verte, pero me voy a sacar a Thor que lleva toda la tarde solo. – retengo mi lengua, que quiere decirle que si puedo acompañarle, pero es tarde y él mismo no me dejaría ir.

-YO: Ten cuidado Javier, y ya quedamos para estos días.

– JAVIER: Tranquila, y nos vemos cuando quieras… ¿Te llamo cuando salgas de trabajar y así paseamos al perro?- se dibuja un sonrisa encantada en mi cara.

-YO: Claro, ya me he acostumbrado a sacarlo.

-JAVIER: Perfecto, Laura, pues hasta mañana. – agacha la cabeza en señal de despedida, y cierro la puerta lo más lentamente que puedo.

Apenas se ha marchado y ya estoy deseando que llegue el día siguiente.

Me voy a darme una ducha fría, la temperatura es alta, pero mi cuerpo está ardiendo todavía más, sus roces, sus miradas o sus gestos de cariño desinteresado me vuelven loca. Me paso media hora jugando con la alcachofa de la ducha hasta sacarme un orgasmo delicioso, he aprendido que desde Jimmy, el boy que casi me partiera en dos, con el dildo no hago mucho, y en la bañera me ahorro tener que asearme después.

Me acuesto con sólo unas braguitas de algodón, y me cuesta conciliar el sueño de lo agitada que está mi cabeza. Me desvelo varias veces de madrugada, me levanto echa un asco y con sueño para irme a trabajar como una autómata.

No puedo creerme lo lento que se me está haciendo el día a meda mañana, a la hora del almuerzo sigo con la mente llena de pensamientos que no debería tener, pero que me invaden sin poder hacer nada. La mayoría acaban conmigo encima de Javier, montándolo como a mí me gustaría hacerlo.

Recibo varios mensajes de mi objetivo, todos en tono amable y feliz, hasta fotos de “lo triste que parece Thor sin mí”. Tengo que dejar de reírme porque algunos clientes de la sala de espera de mi oficina me han mirado raro. Acudo a la reunión de oyente que me pidió David ayer, y para variar he llevado mi traje blanco nuclear apretado y escotado, camiseta fina debajo, con la variante de una falda de tubo hasta las rodillas, no enseño tanto muslo, pero con un tanga diminuto color negro me hace una cadera de escándalo. No hay un sólo hombre que no me haya dado cuenta que me miraba el trasero al pasar a su lado, y hasta mi jefe tiene cara de querer darme una palmadita.

A penúltima hora Javier me dice que van a salir ya, que Thor está desquiciado de estar en casa, me da pena pensar que no les voy a ver hasta que me dice que vaya directa al parque cuando salga. Le he comentado que me daba algún apuro manchar mi traje, pero visto el resultado ante los chicos de mi departamento, creo que voy perfecta para seguir con mi plan de meterme a ese muchacho en el bolsillo.

Al acabar mi turno, me voy en el coche directa al parque del oeste, le dije que llevaba allí a Thor y que le encantaba, así que pese a ser un buen paseo desde su casa, le lleva allí.

Aparco de milagro en Moncloa, muy cerca de donde hemos quedado, y me dejo las sandalias de conducir que llevo en el maletero, en vez de volverme a poner los taconazos a juego con el traje. Seamos realistas, no voy a un cóctel. Cruzo la calle y tras unos minutos de avisarnos por el móvil, aparece una masa negra corriendo como un loco hacia mí, con Javier detrás sin poder detenerlo. El animal casi me tira al chocar contra mis piernas con su enorme cabezota, gime y menea el rabo alegre cuando le acaricio, esperando que su dueño nos alcance.

– JAVIER: ¡Maldito perro! Casi no podía con él, sí que te echaba de menos. – dice jadeando, la camiseta gris que lleva marca un poco de sudor, que no se nota en los pantalones cortos negros.

-YO: Es que nos hemos hecho muy amigos ¿Verdad grandullón? – le hablo al perro como a un crío. La forma en que se frota contra mí al acariciarle el lomo es tan hilarante, que me río si parar.

– JAVIER: Vaya…me voy a tener que poner celoso. – la idea de que puedo ponerle así, me atrae.

– YO: Tú no has venido corriendo a saludar. – le pincho, y como joven que es, cae. Se lanza a abrazarme y darme mi beso, al cual ya hasta pongo la cara sin esperar a que me lo de, y cada vez son más largos y tiernos.

-JAVIER: Perdona, es que con este engendro tirando de mí…. En fin, menos mal que me has avisado de lo del traje, sería una pena que te mancharas, vas espectacular Laura. – no se corta, me coge de una mano para hacerme dar una vuelta sobre mí misma, y pongo sonrisa coqueta.

– YO: Muchas gracias, es por el trabajo ¿Pero por qué lo dices?

– JAVIER: Me he traído una manta, y he comprado algo para pasar la tarde aquí, espero que no te importe, me ha parecido una gran idea. – me percato de la bolsa de plástico en su mano, con bebidas frías y algo de picar.

-YO: ¡No, es perfecto! Vamos a buscar un buen sitio.

Ni tengo que pedirlo, pone su brazo para que me agarre a él, y paseamos por los caminos de tierra hasta acabar en lo alto de una colina de hierba verde, abajo hay un riachuelo empedrado que le da un aire fresco a toda la zona, junto al inicio del atardecer a nuestra espalda, perdiéndose entre los altos arboles.

Extendemos literalmente un manta de su cama, y nos sentamos en ella. Tengo que poner las piernas juntas y dobladas ya que la falda no da para más, y al soltarme los botones de la chaqueta, respiro mejor al liberarme de esa pequeña prisión para mi caja torácica, regalando una pose de “Pin up” que Javier observa con cierto disimulo.

Estoy seca, y rechazo un refresco que me ofrece de inicio, para tomarme una cerveza helada casi del tirón. Nos reímos y jugamos a lanzar pendiente abajo la pelota de tenis desgastada a Thor.

-YO: ¿Que tal el regreso a casa?

-JAVIER: Bien, el piso está un poco vacío en vacaciones, y se hace raro, pero da gusto volver a dormir en tu propia cama, y hacer un poco lo que te da la gana. ¿Y tú?

-YO: Pues igual, es un alivio sin Carlos y su chica, aunque echo de menos cuidar de Thor, me hacía compañía estos días.

-JAVIER: Entiendo, estás un poco sola sin tu hijo.

-YO: Sí… Bueno, no, llevo mucho tiempo sintiéndome…abandonada. – me noto mejor al expresar esa realidad en alto.

-JAVIER: Lo lamento, supongo que es muy duro perder a tu marido de esa forma, y Carlos no es que se haya portado bien contigo…pero eres una gran mujer, no debes sentirte así, Laura, puedes hacer muchas cosas aún, y … y estoy seguro de que podrías tener al hombre que quisieras. – me saca del momento triste con esa patada directa a mi hígado sentimental.

– YO: No sé, creo que podría acostarme con el hombre que yo quisiera, pero eso no es lo que busco, quiero algo más profundo y trascendental, la gente no está preparada para dar eso a una mujer como yo. – la experiencia con Emilio y Jimmy me lo ha demostrado, soy un hermoso juguete roto, un bonito pañuelo de usar y tirar.

-JAVIER: Pues el género masculino es idiota, estás tremenda físicamente y tu carácter y tu forma de ser son maravillosas, eres todo lo que yo buscaría en una mujer. – la forma tan amigable en que lo dice, me duele, pero lo disimulo lanzando la pelota a Thor, que es incansable.

– YO: Eres un cielo, ojalá alguien me viera como lo haces tú, y se atreviera a intentarlo conmigo. – creo que no puedo ser más evidente.

– JAVIER: Seguro que sí, Laura, no voy a ser el único que vea lo especial que eres. – se tumba boca arriba, con las manos apoyadas en su nuca, estirando las piernas, dándole un aire muy seguro a sus palabras, que me hieren de nuevo. Me dicen que él no es esa persona.

Me recuesto junto a él, estoy algo ofuscada pero la partida está en pañales. Me las ingenio para que sin decir nada extienda su brazo y lo use de apoyo para mi nuca, terminando en su hombro, y estirada boca arriba de forma diagonal. Su mano se dobla, con sus dedos buscando mi brazo, haciendo carantoñas que me hacen ronronear.

No me entra en la cabeza ninguna posibilidad de estar haciendo esto con alguien que no sea mi pareja, pero aquí estoy, a gusto, tranquila y hasta cierto punto, feliz. Claro que podría estarlo más, si me diera la vuelta sobre su pecho y me besara tan apasionadamente como le he visto hacer con Celia, pero me conformo con regalar mi canalillo despejado cada vez que gira la mirada hacía mí.

Permanecemos en silencio, la situación, paradójicamente, lo pide a gritos, es un momento de paz y serenidad que hacía bastante que no sentía junto a alguien.

Al rato de quedarnos algo traspuestos, con Thor tumbado a nuestro lado, vigilante, nos sentamos de nuevo, y nos tomamos unas patatas fritas con los refrescos, algo tibios ya. Nos activamos un poco y nos ponemos en pie para jugar con el perro, es muy divertido verle coger uno o varios palos a la vez. Debo reconocer que me lo estoy pasando genial.

Un tiro flojo de mi parte acaba con la pelota rodando hasta el empedrado, el animal corre como parece que sólo sabe hacerlo, a lo loco, y para cuando quiere frenar, es tarde. Choca con las piedras y cae al agua. La escena es cómica, pero estoy preocupada unos segundos, Javier incluso amaga con salir corriendo, pero como si nada, el dogo emerge empapado, con cara de susto, y tras un par de tirones, sale por su propio pie.

Casi nos caemos al suelo de risa, el maldito bicho coge su pelota y sube al galope a buscarnos. Tengo que echar a correr para que no nos manche del barro cuando se sacude orgulloso, pero entiende que es un juego, y me persigue. No sé cómo, pero acabo volando por los aires, Javier me ha cogido por los gemelos y me ha cargado a su hombro tal cual fuera un saco de patatas, tratando de esquivar, entre risas, al tozudo perro, que salta tratando de tumbarnos.

No podemos acabar de otra forma, los tres tirados por la hierba, y mi traje blanco impoluto se llena de suciedad, y pese a ello, llevamos unos quince minutos sin poder dejar de reírnos, de esas veces en que hasta te falta el aire.

-YO: ¡Por dios, mírame, estoy hecha un asco! – alcanzo a decir cuando me sereno un poco.

-JAVIER: Perdona, pero es que…es que no se puede con este mastodonte. – está tirado a mi lado, tratando de sujetar al perro, que jadea alegre sin entender lo que ocurre.

-YO: No pasa nada, es ropa, se lava y punto.

-JAVIER: Ya, y a este no le vendría mal un lavado. – la realidad es que el perro está para pasarlo por un túnel de lavado.

-YO: Pues ahora en casa le das una ducha.

-JAVIER: Puff, no sabes el suplicio que es meterle bajo el agua…- le miro, y entiende que llevo una semana luchando con él perro cada vez que le lavaba. Hasta que descubrí que metiéndome dentro con él dejaba de escabullirse. -…Cierto, pero tú tienes una gran bañera, que en mi piso es un plato de ducha y no hay manera.

-YO: Pues vamos a mi casa y le levamos allí, todavía tengo el champú que me diste.

– JAVIER: ¿En serio? No quiero abusar… pero sería un lujo.

-YO: Anda, vámonos ya, que se hace tarde.

Pese a poder ser un táctica para que no piense mucho, y obedezca, es la verdad. La noche se cierne sobre el parque, y pese a contar con Thor y Javier, prefiero irme antes de que anochezca.

Recogemos y regresamos hasta la civilización de nuevo, llegando a mi coche. Nos subimos y vamos a mi casa, recordando y riéndonos todavía del incidente del riachuelo. Noto la piel tirante del barro, y observo que Javier está tan sucio como los demás, así que juego mis bazas al llegar a casa.

-YO: Vamos a duchar a esta fiera.- tiro del perro, que ya se huele a la tostada y se sienta. Resistencia pasiva lo llaman.

-JAVIER: Pero cámbiate, que vas a echar a perder la ropa.

-YO: La experiencia me dice que si me cambio, me tendré que volver a vestir después de lavar a Thor, así que mejor así, y luego nos duchamos. – lo dejo caer, pero no tarda en reaccionar.

-JAVIER: ¿Cómo que “nos duchamos”?

– YO: Claro, míranos, si estamos hechos unos zorros.

-JAVIER: Yo ya me ducho en mi piso…

-YO: No, tú te duchas aquí, te pones algo de ropa de Carlos, y cenamos juntos. – va a replicar, pero no le doy opción, y me meto en el baño con el perro.

Técnicamente no es una guerra, pero como batalla campal no está mal duchar a Thor, y hoy, con la cantidad de ramas, hierbas y suciedad que tiene, cepillarlo es un suplicio. Acabamos los tres empapados, y al haberme quitado la chaquetilla, mi torso marcado bajo el sujetador sale a relucir con la camiseta mojada. Digamos que no he evitado el chorro del grifo.

Cuando terminamos, Javier se sale con el perro al balcón, aún hace calor, y así se secan. Yo me pego una ducha que me deja como nueva, me pongo algo de aceite corporal, dejándome el pelo suelto empapado, ya que lo lavo con cuidado, y con un tanga minúsculo, y una toalla anudada en forma de vestido palabra de honor, salgo a la terraza.

Mi galán bufa al mirarme, no me dice que estoy para empotrarme contra la barandilla y devorarme allí mismo, pero se lo leo en los ojos. Le empujo juguetona a la ducha, y tras unos minutos de espera, sale del baño con una toalla por la cintura. Sé de buena tinta que no lleva nada debajo, he metido su ropa en la lavadora, calzoncillos incluidos.

Me ha parecido elegante ponerme el camisón corto azul de satén, y su cara de querer comerme entera no ha desaparecido. Al preguntar por su ropa, le contesto traviesa para que sepa que no tiene escapatoria. Cenará conmigo.

Le dejo un bañador dado de sí de Carlos y una camiseta de baloncesto de mi hijo que le queda algo justa. Tal cual, pasamos media hora discutiendo qué pedir a domicilio tirados en el sofá, termina siendo una pizza familiar con lo más grasiento que se nos ocurre. Javier baja a por un par de cervezas que le pido que compre mientras hago una ensalada ligera de primero. Para cuando llega el repartidor, suben a la vez él, y no se da cuenta de la mirada de “Carbón afortunado” que pone al verle entrar mientras le pago.

Cenamos sin dejar de hablar, y como aún le falta a la lavadora, que obviamente he puesto en ciclo largo, nos sentamos a ver una película. Thor trastea, se ha comido dos porciones él solo, se ha bebido casi un litro de agua, y hace un rato que duerme en su rincón favorito del salón.

– YO: Estoy reventada.

-JAVIER: Ya, perdona por tanto jaleo. – le sonrío.

-YO: No te disculpes, me gustan estos días, llegar a casa molida y tumbarme a descansar encima de…- “…Luis.” iba a decir, eso hacía con mi marido, pero hace mucho que nadie me acuna en su cuerpo.

-JAVIER: Pues me alegro entonces, se te ve muy feliz. – hábilmente pasa por alto mi lapsus.

-YO: Es que ahora mismo lo soy, necesitaba desconectar, y me estás ayudando mucho.

-JAVIER: Es un placer, además me lo paso genial contigo, no sé…

-YO: Es que una vale mucho. – me muevo orgullosa, mostrándome con las manos.

– JAVIER: Ya lo creo que vales. – su forma tan firme de decirlo me apaga la sonrisa, es como un dardo a mi corazón.

-YO: ¿Puedo… pedirte un abrazo? – me sale de dentro.

-JAVIER: Laura, tú no tienes que pedir dármelos, ven y te los daré encantando, los más largos y fuertes que quieras. – pongo morritos, es justo lo que quería oír.

Me recuesto sobre él, sentado uno al lado del otro, y la sensación emerge de la nada, como el dogo en el agua, un bienestar que no puedo palpar o narrar, pero sí sentir. Sus manos me quieren rodear pero me coge en mala postura, su pierna está en medio, y me aparta.

-YO: ¿Ya? – la voz de niña me sale sola.

-JAVIER: No, es que me estaba clavando la rodilla, deja que me mueva. – se apoya en el respaldo y pasa una pierna por mi espalda, queda un hueco entre sus piernas que me lanzo a ocupar, y ahora sí, el abrazo es completo.

– YO: Muchas gracias por todo, Javier, eres un encanto.

-JAVIER: Gracias a ti por ser como eres, te adoro. – casi me lo susurra.

Cierro los ojos y me digo que no voy a separarme de él hasta que me lo pida. No lo hace, y tras varios minutos de sentir sus dedos jugar con mi cintura, se recuesta sobre el sofá, y le uso de acomodo. Noto su barbilla en mi pelo, su respiración fuerte y pausada al lado de mi cabeza, y su pelvis apretada contra mi cadera. Doblo las piernas subiéndome del todo al sofá, y me tumbo rendida sobre su torso, posando mis manos en sus pectorales, gozando de la calidez de su cuerpo y de la sensación de sus brazos protegiéndome.

La situación aquel día que llegó borracho y se durmió en mi salón, se repite, pero ahora soy yo quien le usa a él de oso de peluche. Podría ser una maniobra de mujer resabida, pero en realidad creo que se ha dado cuenta de que necesito afecto, mucho más que cualquier otra cosa, y me deja hacer a mis anchas. “Dios, qué cómoda estoy.”

Al abrir los ojos me aterro al comprobar en el móvil que son las tres de la mañana. Alzo la cabeza y me doy cuenta de que me he quedado dormida encima de él, que ha hecho lo propio con la nuca apoyada en un cojín. Me da mucha vergüenza, pero moverme es estropearlo, y esta vez no me da la gana irme. Una de sus manos sigue en mi espalda, pero la otra ha debido de usarla para acomodarme, y está en mis piernas, pese a que parece inerte, su sólo contacto me estremece.

Casi temo respirar, pero las horas en la misma postura me están matando, así que giro un poco la cadera para quedar más cómoda, y es cuando noto su miembro en mi vientre. Es inconfundible su forma en mi piel, ya que se ha levantado el camisón, y solo un bañador fino está entre su sexo y yo, y lo peor es que juraría que está… morcillón. No debería extrañarme, él es joven, conmigo encima y el roce, el subconsciente ha hecho de las suyas. Levanto el bajo del satén y me sorprendo mirando directamente su paquete, que se adivina con la luz de la televisión encendida aún.

“Carga de derechas, como Luis” es lo primero que pienso, pero las similitudes acaban ahí, ni en sus mejores días mi marido marcaba tal bulto. Le favorece que de la postura se haya enrollado la tela, pero aún así, la imagen es poderosa. La siguiente idea que me llega es el miembro duro de Jimmy, aquello era colosal, pero si lo que veo no está a toda su capacidad, este joven tiene un buen trasto ahí metido, tal vez no tan largo, pero igual de ancho que el boy.

Mi mente de golpe se imagina mi mano sacando su mástil del encierro, y dejar que pase lo que tenga que pasar. Algo me detiene, supongo que puede llamarse conciencia, pero la realidad es que el día ha sido maravilloso, y no quiero estropearlo con una metedura de pata que le haga marcharse para no volver. Me arrebujo abrazándolo por el vientre, y me vuelvo a quedar profundamente dormida sobre él, con una sonrisa de oreja a oreja.

– JAVIER: Buenos días, Laura. – su firme y endulzado tono de voz me hace abrir los ojos, hasta que no bostezo no escucho la alarma de mi móvil sobre la mesa.

– YO: Dios…me he quedado traspuesta encima de ti. – atino a decir, fingiendo como puedo que ha sido ahora cuando me he dado cuenta.

– JAVIER: No pasa nada, ha sido muy dulce. – me alzo sobre su pecho, temo estar horrible, pero me besa en la frente y me aprieta un poco con los brazos.

– YO: Qué vergüenza…Javier, perdóname.

– JAVEIR: Te he dicho que no pasa nada, además, estás preciosa mientras duermes.

– YO: ¿Pero cuándo te has despertado?

– JAVIER: Hace media hora o así, pero me daba pena inquietarte, se te veía tan contenta que te he dejado dormir. – se me encienden la mejillas.

– YO: No sé qué me ha pasado.

-JAVIER: Que necesitabas afecto, y me encanta ser yo quien te lo de.- sus ojos marrones me penetran, casi veo amor en ellos, pero sólo es ternura.

– YO: Tienes razón, y muchas gracias.

– JAVIER: De nada…pero si no te importa…debo acudir al baño.

Asiento aún adormecida, y me levanta hasta sentarnos de nuevo. Me encanta que me abrace y me de cuatro besos largos en la mejilla y el cuello. Se pone en pie, y pese a querer disimular, su media erección sale a relucir sin prenda íntima que lo reprima.

Mientras se da una ducha rápida, preparo el desayuno, y al salir, le doy su ropa seca. Mientras se viste, me meto en el baño, y me refresco el cuerpo entero. La idea de una masturbación en esa bañera, que hace nada ocupaba su cuerpo, me pasa fugaz, pero el pensamiento dominante es “Hacía más de tres años que no dormía así de bien.” Luego me visto con un traje pantalón de tela fina azul marino, y tomamos algo de zumo con tostadas.

No es que hablemos mucho, es más las miradas que cruzamos, cómplices y alegres, lo que me hace reír. Cuando estoy lista, bajamos con Thor, que está desesperado por encontrar un árbol en el que evacuar. Javier me acompaña hasta el coche, y me da las gracias por una noche tan genial, “¡Si soy yo la que debería dártelas!” me digo. Acepto otro abrazo, y le dejo irse con su mascota, dice que prefiere pasearle de vuelta a casa, y no acepta que les acerque.

Paso casi todas las horas del trabajo pensando en lo ocurrido, en la tarde en el parque y lo bien que me lo he pasado. No puedo evitar tratar de adivinar lo consciente que habrá sido él de lo que ha pasado, o de si le da la relevancia que para mí ha tenido. Ha sido especial, no puedo definirlo mejor, salvo ese momento a las tres de la mañana, he dormido del tirón, sin preocupaciones ni tristeza, éramos él y yo, fundidos en un solo ser, y pensar en su forma de mirarme mientras todavía estaba soñando, me intriga.

A última hora de mi turno en la oficina empiezan los mensajes. Un “¿Cómo estás?” Da paso a una serie de risas, y comentarios que acaban en volver a quedar esta tarde para ir a pasear a Thor. Pero esta vez quiero pasar antes por casa, y cambiarme, ya me he jugado un traje de los buenos, no quiero poner en riesgo más de mis herramientas de trabajo. No pone objeción y quedamos a las seis en mi casa.

Al llegar, como algo y limpio la casa, para sentarme un rato a descansar. Tras un rato voy a la ducha y salgo a cambiarme, dudo si escoger algo de la ropa más juvenil de la nueva que me compré, el primer día le dejé muy impresionado, pero me las guardaré para más adelante. Opto por un top negro ajustado encima de cómodo sujetador del trabajo, y una falda amarilla hasta las rodillas con vuelo, algún susto me he llegado con esa prenda un día de aire, así que me pongo un coulotte discreto, del mismo tono limón, junto a unas zapatillas del gimnasio. No es que vaya a romper moldes hoy, creo que pretendo saber si puedo obtener el mismo nivel de complicidad con él sin tener que recurrir a mi físico.

Espero ansiosa hasta que escucho el telefonillo, me asomo al balcón y veo a Thor ladrándome al saludar, y a Javier a su lado, con una camiseta blanca, con dibujos negros, y un pantalón corto marrón. Me atuso el pelo suelto en el espejo del recibidor antes de salir, para que de una sensación descuidadamente perfecta, y bajo al trote a por mí abrazo y mi beso.

No me defrauda, hasta me levanta del suelo mientras me come a besos. No es el único, el perro me empuja pidiendo sus caricias, y me lame las manos, ansioso por empezar otra tarde de paseo.

-JAVIER: Buenas tardes preciosa ¿Repetimos plan en el parque del oeste?

-YO: Como quieras…– “¡Me ha llamado preciosa!” – …pero podemos ir al retiro hoy, hace mucho que no paso por allí.

-JAVIER: Pues vamos.

Me pego a su brazo y empezamos a caminar. Aparte del parecido a Luis, o de que me sienta bien a su lado, da gusto tener a alguien con quien poder salir a hacer cualquier cosa, sin pegas ni quejas.

Damos una buena vuelta hasta llegar a la Puerta de Alcalá, una de la cinco antiguas puertas que daban acceso a la cuidad de Madrid, y que ahora corona una rotonda gigante en medio la Plaza de la Independencia, en la cual, uno de los lados da a la entrada principal al parque del Retiro.

Es una explanada inmensa, vallada con altas verjas de hierro, un entresijo de fuentes, estatuas (Se dice que aquí está la única figura dedicada al Ángel caído) y caminos de piedra o tierra, con artistas callejeros de toda índole y condición a cada paso. Tiene un montón de césped, se llena de grupos de jóvenes o familias pasando la tarde, paseando perros o gente haciendo ejercicio. En mitad de todo, hay un estanque artificial, rodeado por varios bares con terraza, de tantos repartidos por la zona, una barandilla con asientos, unas escaleras que dan a un monumento, a Alfonso XII creo recordar, y en un lateral un puesto para alquilar barcas y poder disfrutar de una paseo con ellas. El agua está sucia, y pese a tener patos y peces vivos, como muestra de su poca toxicidad, es preferible no meterse de lleno ahí, la gente los alimenta con trozos de pan, pero les he visto comerse colillas o trozos de plástico como si nada.

Damos una vuelta hasta acabar en una zona algo despejada, y soltamos a Thor, que se pasa media hora corriendo en todas direcciones sin saber hacia dónde tirar, parece tener una sobredosis de estímulos. Nos sentamos en la hierba, bajo la sombra de un gran árbol, y la conversación fluye sin más.

-JAVIER: ¿Qué tal el trabajo?

-YO: Bien, algo agobiada con el cambio de horario, pero es mejor que estar en casa sola todo el día.

-JAVIER: Espero que no te moleste, pero Carlos me dijo que teníais dinero, y que no te hace falta trabajar. ¿Por qué lo haces?

-YO: Si, no es que seamos millonarios, aunque podría vivir de las rentas de mi marido. Pero no sé, no me parece justo, así tengo una distracción, y me siento útil.

-JAVIER: No muchas mujeres lo harían.

-YO: Conozco a muchas de esas, madres de otros amigos de mi hijo, o mujeres del gimnasio que viven de sus parejas, me llaman loca por trabajar y no dedicarme a sentarme al sol y beber margaritas.

-JAVIER: Pues eso te hace una mujer muy superior a ellas, no les deseo ningún mal, pero puede llegar el día que tengan que ponerse a trabajar, y no sabrán qué hacer.

– YO: No lo había visto así, pero supongo que es cierto. – se me acerca y me rodea la cintura con un brazo, me zarandea con suavidad, y me besa en el hombro.

-JAVIER: Claro que sí, Laura, vales mil veces más que esas gallinas que se deleitan de su estatus, y que no han sufrido una pérdida del tipo que tú has superado, y no es que te vea como una mujer fría, se nota que amabas a tu esposo, y que no era un pelele al que embaucaste. – le miro perpleja, parece veinte años mayor de lo que es, su forma de expresarse y decirlo son de hombre hecho, no de adolescente.

-YO: Le quería tanto. – se me cristalizan los ojos, quiero echarme a llorar, como aquellas primeras noches eternas cuando perdí a mi esposo, pero me doy cuenta de que por primera vez he usado el tiempo verbal en pasado. ¿He dejado de amar a Luis?

-JAVIER: Ojalá encontrara yo a alguien a quien amar así. – su respuesta me saca del momento de amargura.

-YO: Creía que Celia…

-JAVIER: Es una buena chica, y me gusta pasar tiempo con ella…pero no me llena, no es muy cariñosa y es muy independiente en muchos aspectos. Creo que me desvivo por hacerla ver que la quiero, y no veo eso de parte de ella, quiero decir ¿Qué ha hecho ella para ganarse mi amor? – no entiendo de dónde saca una mentalidad tan madura. A su edad, con tener a una chica que se deje follar y no sea una imbécil, casi todos se dan por satisfechos, y en cambio, él busca algo más que eso.

-YO: ¿Vais a cortar? – escondo la ilusión en la pregunta.

-JAVIER: No lo sé, no quiero hacerla daño, hablaré seriamente de esto, y trataré de arreglarlo cuando vuelva de Londres.

– YO: Deseo que te vaya todo bien con ella.- miento, descaradamente.

– JAVIER: Gracias, eres una gran amiga. – el abrazo tan dulce que me da, mitiga la puñalada por la espalda que siento al oír la palabra “amiga”.

– YO: Y tú también eres un gran…hombre.- me niego a encajarlo como amigo, todavía no me he rendido.

Casi leyéndome la mente se tumba en la hierba, y me recuesta sobre su pecho. Acomodo la cabeza sobre su corazón y noto su brazo pegarme a su costado. La imagen coincide con otras tantas parejas alrededor, pero no creo que ninguna la forme una madre con el amigo, casi veinte años menor, de su hijo.

Pasamos una hora retozando y cambiado de posturas, hasta que acabamos con él sentado de piernas abiertas y estiradas, conmigo hecha una bola entre ellas, con mi trasero pegado a su pelvis y mi espalda recostada sobre su tórax. Cuando no se está apoyando con las manos atrás, me rodea con los brazos por el vientre y me hace reír comentando lo que sucede cerca de nosotros. A Thor asustando a niños que se acercan cautelosos, a unos enamorados que se están metiendo mano como si nadie pudiera verlos, o a un señor sentado en posición del Buda, meditando tranquilamente, sin hacer caso al ruido del grupo de jóvenes con aspecto gótico tras él, bebiendo cervezas y charlando sobre algún tema a viva voz.

Nos activamos al ir a tomar unos refrescos fríos en las mesas de la terraza de unos de los puestos cercanos, ya con el perro atado a nuestro lado. Más tarde damos un rodeo, para quedarnos unos minutos aplaudiendo y admirando a un grupo de danza callejera, haciendo auténticas proezas por unas monedas. Va llegando la noche y disuado de nuevo a Javier para que cuando me acompañe a casa, cene conmigo. Hoy es mucho más fácil.

Tomamos algo ligero y fresco de la nevera, charlando de la juventud de Javier en Zamora. Me explica que su padre es un tipo muy rudo y serio, que llevó su casa con mano de hierro, y que pese a ser un buen hombre, le costaba demostrar afecto, así que él siempre pensó que no era lo suficientemente buen hijo para él. Ahora no le da importancia, pero es evidente que toda su forma de ser y carácter provienen de un conflicto emocional con él.

Tras devorar la cena, volvemos al sofá, y no me cuesta terminar entre sus brazos, casi estaba ofreciéndose desde un inicio. Es sólo estar apoyada a su lado, pero me gusta, y veo una oportunidad.

-YO: Es tarde.

-JAVIER: Es verdad, debería irme… es que me lo paso tan bien contigo que se me va el tiempo.

-YO: Y yo contigo, Javier…- aguanto un instante tenso, llenándome de valor.- No quiero que te vayas…lo de anoche fue muy bonito…y temo propasarme, pero… ¿Podrías dormir conmigo esta noche? – la boca se le abre al máximo, como sus ojos marrones, sorprendido.

-JAVIER: Bueno…no sé, Laura, es algo un poco raro, con lo que nos pasó al principio…- está muy confuso, pero no ha llegado a decir un “No” rotundo.

– YO: Sé que es mucho, pero ayer dormí como nunca, y me gustaría volver a sentir esa sensación. Si te molesta lo comprenderé. – se atusa la barba de tres días, y no sé si es la duda o la ilusión lo que le hace tener reparos.

-JAVIER: Si lo necesitas, puedo hacerlo…pero entiende que me resulta extraño, eres la madre de Carlos.

-YO: Pero él no está, estamos los dos solos y estoy harta de sentirme así, abandonada…pero entiendo que no quieras hacerlo.- la tristeza falsa se mezcla con la real, su mirada no me dice nada bueno.

-JAVIER: Lo haré.

Me giro a abrazarlo, me recibe encantado, bufando porque intuye la que se le viene encima. Pero soy feliz, no puedo decirlo más claramente, me siento como la mañana de Navidad antes de abrir los regalos.

– YO: Muchas, muchas gracias. Voy a darme una ducha y ponerme algo más cómodo.

Noto su mirada turbada en mí al levantarme e irme. Y sonrío nerviosa al ducharme, tanto que acabo masturbándome con el componente de saber que el hombre que me enciende, está a tres paredes de mí.

Me pongo el tanga más pequeño que encuentro, rojo granate, y me pongo mi camisón de satén azul, es tan corto que al levantar los brazos se me ve todo. Justo lo que pretendo. Vuelvo al salón con él en el sofá aún, está deleitándose con mi figura, me mira sin querer reconocer lo preciosa que me ve, ya que sería muy desconsiderado de su parte cuando vamos a dormir juntos.

-JAVIER: Creo que yo también necesito una ducha…- “…de agua fría”, casi le escucho decir.

-YO: Vale, no sé cómo quieres dormir, pero a mí no me incomoda nada, tú como en tu casa.

-JAVIER: Con este calor, duermo en calzoncillos…no sé…- le toco del brazo.

-YO: Pues como te sea más cómodo, yo te espero en la cama. – se le nota la sangre burbujear en la cara.

-JAVIER: Bueno…pensaba que en el sofá…como ayer…- me río para ponerle en evidencia un poco.

-YO: No, bobo, que te vas a destrozar la espalda, dormiremos en mi cuarto. -asiente sin capacidad de respuesta, en este juego está perdiendo por goleada.

Escucho cómo se ducha mientras pruebo mil poses sensuales sobre el colchón, pero tras verme ridícula en el espejo, simplemente me quedo de lado, mirando a la puerta para verle salir. Cuando lo hace, casi me da un infarto. El chico los tiene bien puestos, y ha salido sólo con un bóxer elástico negro, resaltando el paquetazo que le vi ayer. Su cuerpo no está marcado de gimnasio, pero desprende un poderío y una fuerza que me atrae enormemente, así como la leve mata de vello en su pecho que le da todavía más aspecto varonil.

Se queda al borde de la cama, y hasta que no palmeo la sábana no se sienta, del lado en que dormía mi marido, y se tumba boca arriba, casi sin moverse. Respondo apagando las luces, y recostándome sobre él, obligándole a rodearme con un brazo.

-YO: Espero que no te moleste, pero necesito algo de contacto humano para descansar.

-JAVIER: Sin problemas, a mí también me gusta, lo que tú quieras… – titubea al decirlo.

-YO: Eres un sol. – me alzo a besarle la mejilla.

Tomándole la palabra, me pego más a él, acuesto mi cabeza en su hombro y le abrazo como hacía con mi marido. Su respuesta es carraspear y mirar al techo, nervioso, pero sus manos juegan en mi espalda y en uno de mis brazos, dibujando círculos que me van adormeciendo. Cuando se pone a entrelazar sus dedos con mi larga cabellera, peinándome con suavidad, me quedo tan profundamente dormida que me da rabia no disfrutar de sacarle de su terreno de confort.

No recuerdo nada de lo ocurrido esta noche, hasta que ha sonado el despertador. Ha sido, con diferencia, la vez que mejor he dormido, superando a ayer o a cualquier otro día de estos tres años. Lo podría achacar al cansancio, pero la realidad es que la postura me delata. Estoy de espaldas a Javier, pegada a su cuerpo, con su brazo rodeándome por el vientre, y su respiración calmada en mi nuca, hasta muevo un poco la cadera para sentir su miembro en mi trasero. No se ha despertado, y yo no quiero moverme, tengo ganas de cerrar los ojos y seguir así hasta que el mundo se acabe.

La responsabilidad de un trabajo es tan cruel, que tras remolonear cinco minutos, el maldito móvil suena, para recordarme que no puedo permitirme el lujo de soñar con Javier. El sonido despereza a mi acompañante, que como gesto inicial apoya su cabeza en mi hombro y me aprieta fuerte, con un cariño que me hace desear besarlo. Luego se gira, dándose cuenta de que la postura es comprometedora, y se queda estirado boca arriba, pero su otro brazo me pertenece, es mi almohada.

– JAVIER: Buenos días, Laura. – veo como abre y cierra su puño, debo estar cortándole la circulación.

-YO: Buenos días, Javier.- me giro y ruedo para acabar casi encima de él, mi mano se posa en su pecho y me recuesto con intenciones de no soltarlo.

– JAVIER: Gracias, ya casi no sentía los dedos. – siento su brazo moverse, y al rato me rodea con él. Hasta me permito el lujo de jugar raspando su piel con mis cuidadas uñas.

– YO: No sabes lo bien que me siento ahora mismo…no puedo agradecerte suficientemente lo que haces por mí. – le miro a los ojos, que tardan unos segundos en enfocar los preciosos zafiros incrustados en mi bonito rostro.

– JAVIER: Me alegra hacerte feliz, es cuanto quiero, eres una mujer muy especial y si necesitabas esto, creo que es un honor que me hayas escogido a mí. – mi mano se mueve hasta acariciar su cara, me gusta la sensación de su barba, y de pensar que si me lanzara a besarlo, no me lo impediría. Lo que lo evita es el reflejo de mis anillos en el dedo anular.

– YO: Lo necesitaba, y mucho…perdóname pero es que me siento muy sola, y tú me haces reír y sentirme bien, que se me olvide todo.

– JAVIER: Y tanto ¿No tienes que ir a trabajar?

– YO: No, no quiero. – mi respuesta de niña pequeña le hace sonreír, pero le abrazo fuerte y paso una pierna por encima de las suyas.

– JAVIER: Es hora de levantarse, y Thor no podrá aguantar mucho más. Ve a darte una ducha y le bajo a dar una vuelta, así subo el desayuno.

Lo cotidiano de su forma de expresarse, como si fuera un día más en un largo matrimonio, me encanta. Me acaricia la cadera antes de sentarse sobre la cama, y quedarse unos segundos mirando al infinito. Luego me percato de que en realidad, está observando el reflejo del espejo del armario, y mi trasero en posición fetal. No me muevo ni un ápice.

Se va al baño y remoloneo contenta entre las sábanas, me ilusiono creyendo que tarda tanto porque no puede evitar masturbarse tras pasar la noche en la cama conmigo, pero sale ya vestido y aseado tras un rato.

Me ve en la cama, de medio lado abrazando la almohada y mirándole juguetona, resopla y se agacha a darme un beso dulce en la mejilla, y me da una palmadita en las piernas, diciéndome que me levante, pero resisto coqueta. Noto sus ojos clavados en mi, en mis piernas y mi trasero al aire, y me acaricia para despertarme, me excita sobre manera, me murmura que soy una vaga y que me levante, me da besitos en el cuello y sus dedos recorren el perfil de mis muslos, la situación se vuelve tan erótica, que me da la sensación de que al final solo le queda ir a sacar al perro o follarme, y por desgracia elije lo primero. No tardo mucho en ponerme en pie, sin él, ya nada me retiene en la habitación.

Me doy una ducha rápida para vestirme con el primer traje de oficina que encuentro, uno gris con falda larga. Cuando estoy lista, Javier ya está de regreso, Thor me saluda buscando caricias que le doy, y desayunamos unos bollos recién hechos que ha traído en una bolsa de papel, que se empieza a manchar de grasa.

-JAVIER: Entones ¿Has descansado bien?

-YO: Como nunca, de verdad, sé que pedírtelo fue pasarme de la raya, pero me ha venido genial. – rodeo la mesa para apoyarme en su hombro. – ¿He sido muy mala?

– JAVIER: Un poco…pero ya soy mayorcito para contenerme. – me río, ha caído en la trampa.

-YO: No, galán, si me refería a si me he movido mucho. – la verdad es que me pongo roja por mi atrevimiento, pero él lo interpreta como un malentendido.

-JAVIER: Ah…claro, perdona…no, has sido una niña buena. – me rodea la cintura con un brazo y hace un apretón cariñoso.

Nos quedamos así, con él desayunando sentado, cogiéndome de la cadera, conmigo apoyada en su hombro, y riéndonos del hastió de madrugar entre semana, mientras que cuando se cruzan nuestras miradas se hace un silencio muy atractivo, hasta que uno de los dos se ríe, y el otro hace una carantoña. Miro la hora en el reloj de la cocina y mi corazón da un vuelco.

-YO: ¡Dios, que tarde es! Hoy no llego. – murmuro mientras recojo mi bolso.

-JAVIER: Tranquila, ya me quedo yo a limpiar, y me voy a casa.

-YO: O quédate, come, hay cosas en la nevera, y ya luego vamos al parque con Thor. – para estar improvisando, me ha quedado genial.

-JAVIER: Bueno, no sé, quedarme aquí solo me da apuro.

-YO: Como quieras, pero avísame por móvil….y gracias. – no pienso demasiado, y me agacho a darle varios besos en la cara, muy cálidos, para despedirme a la carrera. Me pasaba algunos días con Luis, la sensación es buena, y extrañamente familiar.

-JAVIER: Vale, mucho ánimo Laura.

Me paso media hora gritando en el coche, por el insufrible calor de una nueva ola de aire del desierto, y por lo tonta que he sido al remolonear en la cama. Ahora llegaré tarde, pero al mirarme en el espejo, y retocarme un poco con maquillaje, observo una sonrisa imborrable, “Ha merecido la pena” me digo, preguntándome si Javier ha tenido la misma sensación de todo o nada cuando me estaba desperezando.

Al llegar a la oficina David me dice que estoy fabulosa, y en la hora del café una de las abogadas más deslenguadas, se me acerca y me dice que tengo cara de que me han echado un buen polvo esta noche. Lo niego aunque no me creen, tampoco es grave pensar que por dormir una noche con Javier, tenga la misma cara que decían que tenía cuando el boy Jimmy me dejó medio rota. Sólo de pensar en el gesto que pondría si el amigo de mi hijo me hiciera el amor, me entra un escalofrío de los que gustan sentir.

No pretendo disimular que en estos días he tenido la sensación, casi olvidada, de vivir. La idea de tener sexo con ese casi adolescente es constante, pero va más allá de todo eso, de la atracción física, de su parecido a mi marido fallecido, o de que me ganara jugando a algo en que me creía experta. La auténtica verdad es que me siento feliz a su lado, y mi mente asume esa realidad de forma tranquila, sin sobresaltos ni malos pensamientos, el tabú que sintiera irrompible hace unos meses, ha dado paso a un único camino a seguir, que me lleva directa a sus brazos, y que estoy deseando caminar.

No se hace esperar, y tras un par de horas Javier me escribe, ha limpiado la cocina y se ha llevado a Thor de paseo. Le pregunto si va a regresar a comer a mi casa, pero me pide disculpas y dice que le ha llamado uno de sus compañeros de la universidad, se va a tomar algo con él, ya que también se han quedado en Madrid. Casi estallo de ira, pero me acaba confirmando que a las seis, como un clavo, estará en mi casa con su perro, para continuar nuestro rutinario paseo diario, que empiezo a degustar. Aprieto los dientes furiosa, asimilando que soltar un poco la correa puede ser beneficioso, que me eche de menos un poco.

Centrándome en mi trabajo, repaso unos informes y charlo con varios clientes en la sala de reuniones mientras esperan ser atendidos. Al rato me acabo quitando la chaquetilla gris del traje, pese a que la camisa blanca interior está parcialmente empapada de sudor, no podía respirar con ella puesta. No se hacen esperar los comentarios subidos de tono de algún desvergonzado, y algo saturada, respondo de malas formas a algunos que me miraban obscenamente. Eso me lleva a que David me llame a filas, y me pida hablar en su despacho con gesto serio delante de todos.

Cualquier otro día me fijaría en su perfecto traje a medida italiano azul marino, con corbata a juego y zapatos elegantes, hasta en su bonita cara bien afeitada, y su pelo moreno algo largo para ocultar su calvicie incipiente, pero hoy no es de esos días.

– YO: Perdóname…es que no soporto a esos cerdos. – al sentarme en una silla frente a su mesa, agacho la cabeza, algo avergonzada.

-DAVID: No te preocupes, tienes toda la razón del mundo. – le miro de pie a mi lado, creyendo que es una broma, su tono es de comprensión absoluta.

-YO: ¿Y para qué me has llamado?

– DAVID: Una cosa es que esté de acuerdo, y otra que esos capullos de fuera lo sepan, ahora mismo estarán pensando en la bronca que te estaré echando, y se creerán superiores. Tal vez así nos contraten.

– YO: ¿Entonces no estás enfadado? – se sienta al borde de su enorme mesa caoba, y me coge de la mano, en una pose que le he visto mil veces cuando quiere vender algo a un cliente.

– DAVID: Laura, que ya nos conocemos, no podría enfadarme contigo, esta empresa se vendría abajo sin ti. – me saca una carcajada, a veces creo que eso es cierto.

– YO: Muchas gracias David, no sé como agradecértelo. – me sale como una frase automatizada.

-DAVID: Cena conmigo mañana, reservé para dos en un sitio nuevo y ahora no tengo con quien ir… – le dedico una sonrisa burlona.

-YO: No empieces…- ya os dije que suele tirarse a alguna de la oficina, y yo he sido objetivo de algunos intentos, pero siempre me he mostrado lejana y poco receptiva.

– DAVID: Mujer, una cena entre amigos, llevamos años trabajando juntos y no sé casi nada de ti.

– YO: Ya has conocido a muchas de la oficina…- se cruza de brazos viéndose pillado.

– DAVID: Mira, la reserva ya está hecha, y es en el japonés nuevo que han abierto cerca de mi casa, si cambias de idea, me avisas y cenamos, nada más, te lo prometo. – alza la mano cual santo, ¿Me pregunto cuantas han caído con se truco?

– YO: Vale, pero tengo planes, así que no te prometo nada. – un “No” rotundo tras el favor de cara a los clientes sería mal educado.

– DAVID: Me vale con eso, y ahora al salir pon cara triste y no te asustes por lo que te diga.

Me acompaña con la mano en la espalda hasta la puerta, suspiro y entorno los ojos como mejor sé, para que al abrir y salir, todos crean que estoy arrepentida. David hace su papel, y suelta un “Y que no vuelva a pasar.” bien alto. Lo mejor es que durante el resto del día, nadie se me acerca demasiado, y así se me pasan las horas volando.

Salgo a la calle tras el fin de mi turno, y no me creo el golpe de calor que recibo, son las tres de la tarde y pese a los zapatos altos noto la acera ardiendo. Correteo hasta el coche y le piso un poco para que con las ventanillas bajadas corra el aire, luego pongo el aire acondicionado para aguantar llegar a casa. Ni me lo pienso, me desnudo como si mi amante me esperara, me dejo un camisón y como algo antes de intentar descansar en el sofá. A media tarde me rindo a un baño de agua fresca, en el que me quedo abstraída hasta que suena el timbre de mi puerta.

Me pongo unas braguitas de color azul oscuro y me tapo con una toalla encima, sin enrollar si quiera. Totalmente empapada voy a abrir, y me encuentro a Javier con Thor, jadeando ambos.

– YO: Por dios, perdona, se me ha hecho tarde dándome un baño, dame un minuto y salimos.

-JAVIER: No pasa nada… y de todas formas, no creo que sea buena idea salir. – acaricia la cabeza de Thor, que me mira casi ahogado, me doy cuenta de que se refiera a que con esta temperatura, salir a estar horas es hacer sufrir al animal.

-YO: Anda, pasa y le damos algo de beber a esta criatura.

-JAVIER: A mí no me vendría mal tampoco. – pasa y sin rubor alguno me abraza pese a ir casi desnuda, y mojada. Su camiseta roja y sus pantalones cortos vaqueros se empapan un poco.

Me luzco dándome la vuelta, sé de sobra que por detrás se me ve toda la espalda y el culo en braguitas, con la toalla medio sujetada por mis manos en el pecho, y pese a ello me aseguro de ir por delante de mi invitado, con el pelo suelto pegado a mi piel, y las marcas de agua en la prenda intima. Considero un milagro que no me salte encima.

Les dejo en la cocina, con el dueño cuidando de que a Thor se le pase el sofocón tras venir a mi casa. Me voy al baño, acabo de secarme y me pongo el viejo camisón amarillo. Salgo con el pelo recogido, y pese a refrescarme, me tomo algo de la nevera junto a mis acompañantes, que parecen más enteros. Hasta el fortachón de Javier parecía afectado al llegar.

-YO: ¿Y qué tal la comida con tu compañero?

– JAVIER: Un desastre, es un buen chaval, pero no sabe hablar de otra cosa que no sea fútbol o videojuegos.

– YO: Lo lamento…

– JAVIER: No pasa nada, ahora estoy aquí, y toca divertirnos. – se frota las manos con energía.

-YO: Una lástima no poder salir a la calle.

– JAVIER: Se pueden hacer muchas cosas en casa, ya verás.

No me queda otra que darle la razón. Pasamos cuatro horas riéndonos, hablando o jugando con Thor. Luego vemos una película, y hasta se inventa unas preguntas extrañas que me hacen sonreír sin parar. Terminamos en el sofá, revolcados, perro incluido. Tras jugar con él, hasta diría que al caerme por el suelo, intenta montarme, es un gesto muy cotidiano para un perro, pero me hace llorar de risa. Javier me lo quita de encima, y me pone en pie para darme un abrazo de los que sabe que me gustan.

Terminamos pidiendo comida china para cenar, y probar algunas cosas nuevas que no suelo pedir. Al acabar, me pongo un vestido amarillo con estampados florales, y salimos a pasear, en parte para bajar la comida, en parte para que Thor se quede a gusto. Compro unas cervezas y les hago subir de nuevo a casa, nos las tomamos entre risas viendo un programa de la televisión, pero algo más tarde noto la tensión del momento. Javier quiere saber si se va a casa o no, y mi opinión al respecto es clara.

-YO: Bueno, es algo tarde ya… ¿Nos vamos a la cama? – me mira con una delicada sonrisa forzada.

-JAVIER: ¿Quieres que hoy también…? – asiento como si no entendiera sus reticencias.

-YO: ¿Es que no tú no quieres? – suelta todo el aire y se frota las piernas con fuerza.

-JAVIER: No es que no quiera, pero…pensaba que sería sólo ayer.

-YO: Lo entiendo, es demasiado para ti, y no quiero incomodarte… Pero yo me siento sola todos los días, no sólo ayer, y tú me ayudas a que no me sienta tan mal, que me gustaría…

-JAVIER: No me malinterpretes, me encanta dormir contigo, y si es lo que necesitas, lo haré. – lo dice firme, trasmitiendo seguridad.- Pero todos los días…es algo extraño.

-YO: Sólo hasta que vuelvan Carlos y Celia, te lo pido como favor personal. – le tomo del antebrazo mirándole con ojos de cachorro.

-JAVIER: Vale…pero tú me tienes que hacer un favor.

-YO: Sí, lo que sea.- digo ilusionada al verle entrar al trapo.

-JAVIER: El sábado voy a ir a la piscina, este calor me va a matar, y quiero que vengas conmigo, ir solo debe ser muy aburrido. – sorprendida por su forma de expresarlo, casi una orden, le beso y abrazo.

-YO: Será un placer.- me quedo pegada a él, sin soltarlo, es perfecto, me da lo que quiero y más. Estaba deseando lucirme con los nuevos biquinis diminutos, y no quería sacar el tema yo.

– JAVIER: Pues vamos a la cama.

Si algún rincón de mi ser me decía que lo que hago está mal, se acalla al sentir que me coge por la cadera, mete su mano por debajo de mis rodillas, y me levanta del sofá cogiéndome en brazos. Le adoro, y pasando mis manos por su nuca, deseo besarlo para que me lleve a mi cuarto a me haga suya, en cambio, me río avergonzada mientras me lleva. Con mucho celo y cuidado, pasamos el marco de la puerta, y me deja suavemente sobre el colchón.

-JAVIER: Dame un minuto… que voy a comprobar que Thor tiene agua y todo…tú quédate aquí, y enseguida vuelvo.

-YO: Vale. – le miro confusa, su pose con las palmas en alto hacia mí, parece nerviosa.

Estoy deseando que vuelva, tanto que me empieza a desesperar que tarde tanto. Voy a llamarle, pero me levanto traviesa y le busco por la casa. Thor está dormido tranquilo en el salón, y Javier no aparece, así que descalza y sin hacer ruido, le encuentro metido en el cuarto de Carlos.

Sale la misma luz que cuando mi hijo se la deja abierta con la televisión encendida, me acerco con cuidado, y tras amagar un par de veces, veo por la rendija a Javier delante del ordenador. Afino el oído para escuchar unos gemidos leves, y cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad, la postura y los gestos le delatan, “¡Madre mía, se está masturbando viendo una porno!”

No puedo evitar que mis braguitas se mojen, la mezcla de sorpresa y atrevimiento me están volviendo loca. Un demonio dentro de mí me grita que entre y le pille desprevenido, para que sea lo que tenga que ser, pero me contengo con la cabeza llena de dudas. ¿Por qué lo hace? ¿Es por mi culpa? ¿Lo necesitaba debido a mis provocaciones? ¿Es que echa de menos a Celia?

Deseo quedarme allí mirando, está de espaldas y no veo nada salvo su figura y su brazo moverse, pero su cabeza se gira cada vez que le parece oír un sonido, y si sigo aquí, me va a descubrir. Sopeso las ventajas e inconvenientes de eso, antes de volver a la cama y pensar que ahora mismo, no me vendría nada mal la visita de Jimmy.

Tras unos cinco minutos, le escucho acercarse, y sin entender mucho el motivo, me hago la dormida. Se va directo al baño, y al minuto sale, yo finjo despertarme por el sonido de la puerta, que en realidad no tiene.

– YO: Has tardado mucho.

-JAVIER: Ya… es que tenía que ver algo en el ordenador de Carlos, espero que no te moleste.

-YO: Nada, es tu casa… ¿Ya estás preparado para pasar la noche conmigo? – me muevo coqueta sobre la cama, cediéndole el sitio de ayer.

-JAVIER: Sí, creo que sí. – dice, jugando a no mentirme.

Se desnuda dejándose unos bóxer blancos, apaga las luces y se recuesta, ofreciendo su pecho, al que acudo rápida a apoyar la cabeza y abrazarle. Me da algo de apuro que note el olor a hembra necesitada que emana de mis muslos, pero no muestra ninguna reacción, ni cuando acaricio su fuerte vientre, o le beso en el cuello a modo de agradecimiento.

Por segunda noche consecutiva, no recuerdo nada hasta despertarme, y pese a sentir mucha rabia por no aprovecharme de la situación, el cansancio que me acompañaba todos los días ha desapreciado. Antes mal dormía, entre el sofá o la cama vacía, y ahora junto a él, descanso. Parece lo mismo, pero mi cuerpo dice lo contrario.

Estoy cara a cara con Javier, apenas luce el sol del amanecer por la ventana, me tiene rodeada con ambos brazos por la cadera, y mi cabeza está apoyada en su cuello, y una de sus piernas está enroscada entre las mías. Voy a volver a llegar tarde al trabajo, lo sé en cuanto al murmurarle un “Buenos días”, me besa en la frente y me da un apretón tan fuerte que me deja sin aire, no porque me oprima, sino que noto su miembro algo duro en mi vientre, “De aquí me sacan a rastras, o no me sacan.”

– JAVIER: Venga dormilona, que se hace tarde.- me acuna con cuidado, que respondo con un gemido ahogado de placer.

– YO: Es que estoy en la gloria. – la mezcla de su potente colonia, el desodorante, y algo de sudor, me inunda la nariz, que froto contra su pecho.

– JAVIER: Y yo, pero tienes que trabajar. – tras unos segundos en que no me muevo, se ríe, luego trata de girarse para separarse y quedar boca arriba. No cuenta con mi determinación, no le suelto, y se queda blanco al verme girar y estar montada encima de él.

-YO: Estoy muy a gusto. – ronroneo melosa, dándole un aire cómico a una situación, por otro lado, brutalmente sexual.

Sonríe incrédulo, y me acaricia la espalda con ambas manos, separando los largos cabellos dorados de mi cabeza, que reposa dulcemente en su pecho. Aguanta el duelo, me encanta verle parecer tranquilo, cuando estoy notando entre los muslos algo moviéndose. Creo que puedo escuchar mi propio corazón apunto de desbocarse, y alzo la mirada para clavar mis ojos azules en los suyos, que muestran un rostro firme, tratando de esconder que no es lo único en ese estado de su cuerpo.

– JAVIER: Laura, eres preciosa. – una medio sonrisa nace en mis labios.

-YO: Muchas gracias…tú no estás nada mal…- me sale entre lo sonrojada que estoy, y lo excitada que pretendo disimular.

– JAVIER: ¿De verdad?

-YO: Claro que sí…Celia es una chica afortunada.- querer halagar me hace recordar que ese chico está con otra mujer.

-JAVIER: El afortunado creo que soy yo.

-YO: Bueno, pues que sepas que para mí ella es a la que le ha tocado la lotería, no muchos hombres se meterían en mi cama, sólo para darme algo de calor y afecto. – mis manos suben a su nuca, me levanto sobre su cuerpo para besarle en la barbilla, y luego abrazar su cabeza, casi incrustándole mis senos en la cara.

Mi ataque no acaba ahí, según lo hago, me estiro sobre él, junto las piernas y las doblo a partir de las rodillas hacia el techo. Es impresionante sentir todo su sexo, tenso y duro bajo el bóxer, rozar directamente mis braguitas azules, el mero contacto me saca un suspiro inaudible. Me quedo a la espera de que haga cualquier gesto, una simple palabra murmurada o alguna caricia de más, y estoy dispuesta a lanzarme a por todas. Mi cuerpo emana sexo por cado poro de mi piel.

Mi desolación llega cuando, tras varios segundos, no ocurre nada, simplemente me abraza y se mantiene inerte, casi aguantando la respiración.

– JAVIER: Se hace tarde para ti, y necesito ir al baño. – le cuesta decirlo, pero el momento de que ocurriera algo ha pasado, y ambos los sabemos.

– YO: Esta bien, anda, ve.

Me recuesta con pausa a un lado, y rápidamente se sienta dándome la espalda. No es que disimule, pero al ponerse en pie, trata de darme la espalda al caminar e ir al aseo, gracias a dios el reflejo del armario me regala un plano de su miembro, casi sobresaliendo por una de las perneras del bóxer.

No sé cómo, evito sacar el dildo del cajón y hundírmelo hasta sacarme varios orgasmos, ahora mismo soy puro fuego y mi bombero acaba de irse a remojar su manguera bajo la ducha. Me levanto el camisón y observo impresionada que las braguitas azules tiene un mancha oscurecida descarada en mi zona íntima, sólo de rozarme mi cuerpo me pide que acaricie más, con una descarga eléctrica que me recorre la espalda. Necesito sexo, o una ducha.

Tras pensar en obtener ambos metiéndome en la bañera junto a Javier, me voy al aseo del pasillo. Tras desvestirme, me meto bajó el chorro a presión, y no pongo el agua caliente hasta que se entrechocan mis dientes. Me da igual, mi cuerpo no remite, y sopeso la idea de llegar tarde de verdad a trabajar, o quedarme allí hasta que me saque todo del cuerpo con una dosis de masturbación frenética.

La poca conciencia, que sobrevive a la montaña rusa de emociones que soy, me hace salirme y secarme, para enrollarme una toalla por encima y volver al cuarto. Allí me encuentro con Javier sentado en mi cama ya vestido, algo que agradezco.

-JAVIER: Llegas tarde…- es casi un reproche marital.

-YO: Lo sé, pero es que necesita sacarme el calor del cuerpo.

-JAVIER: Pues corre, vístete, yo voy a sacar a Thor y pasarme por casa.

-YO: Vale, pues… ¿Nos vemos luego? – me acerco insinuante.

-JAVIER: Claro, te llamo luego.

Se levanta y me abraza fuerte, aunque Thor me saluda, apremiando con ganas de salir a la calle en sus ojos. Me visto mientras oigo cómo se marchan, y bufo desesperada al saber que pasaré unas horas sin verle.

Junto a la ropa interior, algo más convencional que últimamente, me pongo un traje de oficina tono crema con falda hasta las rodillas y corro a la calle. El nulo tráfico de Madrid en pleno verano ayuda, y llego puntual de milagro, algo sofocada por las prisas y el agobiante calor reinante. Son las nueve de la mañana, y ya vamos por los treinta grados de temperatura.

David, mi jefe, me saluda al verme pasar, y se queda mirando esperando que me acerque. Me alejo, hoy no soportaría sus intentos de llevarme al huerto.

Preparo el día, y me voy a la cafetería a desayunar algo de una máquina expendedora. El café es horrible y lo dejo a la mitad sobre mi mesa mientras paso revista de las citas de hoy, y cojo algunas llamadas. Todo desde fuera tiene una apariencia de un viernes cualquiera, natural y casi rutinario, pero desde que me he sentado mis piernas no paran quietas, y ya cerca de las once de la mañana me doy cuenta de que la ducha no me ha aliviado en nada, estoy ardiendo por dentro.

-DAVID: Hola, encanto. – su voz firme y grave me saca de mis pensamientos.

-YO: Ah, buenos días jefe.

-DAVID: ¿Todo bien?

-YO: Sí, acalorada un poco…- suspiro pensando en roce con el miembro de Javier esta mañana.

-DAVID: ¿Y lo de esta noche…qué?

-YO: ¿El qué pasa esta noche?

-DAVID: Nuestra cena…juntos…- me cuesta recordar la conversación unos segundos.

-YO: Pues es que tengo planes…no va a poder ser.

– DAVID: ¿Seguro? Ya te dije que es solo cena de compañeros de trabajo.

-YO: Lo sé, pero he quedado con…alguien.

– DAVID: Una lástima, pues iré yo sólo al Japonés…- me dedica una sonrisa falsa de complicidad.

Se va, al menos hoy se ha rendido rápido, muchos días insiste más de la cuenta, y no estoy para tonterías. Paso un rato pensando en el motivo por el que su mujer no puede acompañarlo a cenar, la primera explicación es que no le aguanta las infidelidades y no puede ni mirarle. Supongo que aún no se han divorciado porque al ser un gran abogado, tendrá blindados sus bienes, y puestos a ser una mantenida, él es una buena opción.

La mañana continúa tediosa, lenta y asfixiante, esta vez es el calor entre mis piernas el que me está haciendo pasar unas horas horribles. Paso a limpio unos informes que me han dado de la agenda de la semana que viene, y trasteo con el móvil, esperando la llamada de Javier. Cuando veo su nombre aparecer en mi pantalla, suspiro llena de alegría, esta noche voy a volver a acostarme con él.

-JAVIER: Hola Laura, ¿Que tal el día?

-YO: Horrible, deseando que acabe esta semana de trabajo.

-JAVIER: Tranquila, mañana un chapuzón y como nuevos ¿Qué llevamos? – sonrío al saber que ir conmigo a la piscina le apetece tanto.

-YO: Pues no me gusta mucho eso de ir cargada con neveras portátiles, ya llevo el bolso, y compramos allí…de todas formas lo concretamos esta tarde en nuestro paseo…- espero una respuesta ilusionada, que no llega.

-JAVIER: Ya, bueno…es que Celia me ha mandado un mensaje y esta tarde quiere hablar conmigo por el ordenador, dice que me echa de menos. No te molesta, ¿No? – el breve silencio que debe escuchar le deja mudo, es como si me hubieran dado con un mazo en la cabeza.

-YO: No…claro que no…habla con ella…y luego te pasas por casa a cenar.

-JAVIER: Lo siento, pero no sé cuánto va a durar la charla, y tengo que organizar un poco mi habitación…creo que es mejor que ya nos veamos mañana. – un segundo golpe me tumba al suelo emocionalmente.

-YO: Como quieras… ¿Quedamos sobre las diez en mi casa para ir a la piscina mañana? – al preguntarlo, casi temo otra negativa.

-JAVIER: Perfecto, sabía que no me fallarías Laura, un abrazo enorme y vamos hablando.

-YO: Hasta luego, Javier.

Caigo desolada en la mesa, esta era mi noche especial, llevo toda la semana preparándome para este momento, y un simple mensaje de la maldita Celia lo ha estropeado todo.

Me resisto a llorar, me repongo y sigo trabajando como si nada. Al par de horas ya no tengo que hacer esfuerzos por no sollozar, y puedo levantarme e ir al baño. De camino paso por delante del despacho de David, que me mira el culo sin disimulo desde su mesa. Es raro, suele ser más discreto conmigo, pero hoy no me quita el ojo de encima.

Me echo agua en la cara al llegar al excusado, y me sereno, pero sin dejar de notar una necesidad de sexo casi desesperada. Me contengo de la idea de masturbarme allí, estoy entre cabreada y frustrada, no sé cómo voy a responder el resto del día.

Salgo tras unos minutos, de camino a mi puesto alguna mirada de mis compañeros me asquea, “Esta falda es muy ceñida y se me debe marcar buen culo”. Veo a mi jefe, que ha salido a la puerta de su oficina, no puedo evitar dedicarle una sonrisa maliciosa, lo ha hecho para poder verme mejor el trasero. Sin saber cómo, o el motivo, cantoneo las caderas y le regalo un poco de sensualidad.

Para cuando regreso a mi mesa, el calor externo e interno me está matando, solo deseo que termine mi jornada y marcharme a casa. Trato de trabajar, aunque más bien es una distracción, y al rato me llegan varios mensajes de Javier, disculpándose por no poder quedar conmigo pero queriendo mantener una conversación dulce y cariñosa, como si no hubiera pasado nada, y eso me enfada. Estoy a punto de mandarle un mensaje tajante cuando veo a David acercarse, ya preparado para marcharse, con su traje azul marino, impoluto y elegante.

-DAVID: Bueno, me marcho ya Laura, si entra alguna llamada o algún cliente ya les citas para el lunes.

-YO: Vale, pasa buen fin de semana David. – se me queda mirando un segundo.

-DAVID: ¿Estás segura de que no quieres cenar conmigo? Pareces necesitar alguien con quien hablar.

Le miro agotada, casi le digo que no, pero al observarme a mí misma, me veo con el móvil en una mano, y con un bolígrafo apretado tan fuerte en la otra, que casi lo parto en dos, notando el fuego en mis mejillas. Soy consciente de qué lo ha provocado, es la ira de saber que Javier me ha dejado plantada. Suelto el teléfono y me pongo en pie.

-YO: ¿Sabes qué? Que sí, vamos a cenar hoy.

-DAVID: Genial, pues voy a casa, y te recojo a las ocho. – Se cerca y aprieta mi hombro con una de sus varoniles manos. Su mirada cambia de normal a feliz.

-YO: De acuerdo, es en la calle…

-DAVID: Ya sé donde es Laura ¿No te acuerdas que te acerqué a casa cuando se te rompió el coche el año pasado? – me mira extrañado.

-YO: Dios, si, es verdad, perdona, que ando con la cabeza en otro sitio.

Sonríe al rozarme el brazo con cariño, y luego se despide con un gesto con la cabeza, antes de marcharse. No tengo muy claro lo que ocurrirá en la cena, pero lo que sí sé es que no quería quedarme en casa sola.

Me apresuro a coger de nuevo el móvil y contarle mi plan de cenar con mi jefe a Javier, deseando darle celos. Su contestación no puede ser más entusiasta, desando que me vaya genial, y me lo pase bien. Suspiro algo ofuscada, sabiendo que me he comportado como una adolescente, sin saber cómo lidiar con mis propios sentimientos.

Se acaba mi turno, por fin, y algo más serena me voy a casa a comer, una ensalada y poco más. Me cambio para estar cómoda y, tras limpiar la casa, más por mantenerme ocupada que por que lo necesite, me recuesto en el sofá, y me relajo hasta las siete de la tarde, momento en que me pongo en marcha.

Me voy al baño y sin percatarme de ello ya me estoy repasando las piernas con la maquinilla, soy consciente al acabar que eso solo lo hago cuando preveo sexo esa noche. La idea de acostarme con mi jefe, casado, algo que en principio no me interesa, hoy va cobrando fuerza de forma natural.

Me doy una ducha larga, tras secarme el pelo lo cepillo hasta conseguir la cascada de oro liquida que me gusta, y salgo desnuda a mi habitación. Me echo crema corporal y aceites para relucir, luego escojo lo más sexy de mi viejo armario. Un tanga negro de encaje y un sujetador a juego, vestido azul marino que me llega hasta las rodillas con cierto vuelo, y escote recatado. Me pongo unos zapatos oscuros y unos pendientes dorados junto con la pulsera y un reloj del mismo tono.

Faltan cinco minutos, me maquillo ligeramente y me perfumo para estar lo más apetecible que pueda, sin que parezca que voy dispuesta a lo que sea. En ese momento jugueteo con los anillos de casados en mi dedo anular, y tras sopesarlo, me los quito y los meto en el bolso.

Desconecto el móvil del cargador, donde lo había dejado, para ver un par de mensajes de Javier, deseándome suerte en mi cita, y comentándome lo nervioso que está él por hablar con Celia. Le respondo con un “Ok “ sin más. Si tenía alguna duda para anular la cena, me la acaban de disipar.

El teléfono vuelve a sonar, es un mensaje de David, está abajo ya, puntual como suele serlo en la oficina. Bajo ansiosa por volver a centrarme en lo que sea, y me encuentro a mi jefe en la entrada, apoyado en un precioso descapotable italiano, rojo fuego, y él con un traje de mismo país, pero sin corbata, de color negro y camisa blanca. Está para comérselo, su barriga incipiente no se nota tras esa fachada de opulencia. Viene a lucirse, y soy parte de ello.

-YO: Hola David, qué pedazo de coche traes… ¿Y tu familiar con el que vas al trabajo? –pregunto con sorna, no quiero parecer una incrédula impresionada.

-DAVID: En casa, me apetecía cambiar un poco hoy. – se acerca caminando hasta mí.

Supongo que cuando dice que le apetece cambiar hoy, también se refiere a su mujer, y que hoy le apetece más mi compañía. Por si dudaba aún de sus intenciones, la forma en que me toma de las caderas con ambas manos para atraerme hacia él, y darme los dos besos de saludo, me deja claro que quiere guerra esta noche, y si juega bien sus cartas, creo que se la voy a dar.

Me acompaña con la mano en la cintura hasta el coche, donde me abre la puerta, gustosa le regalo un poco de erotismo al entrar en el asiento del copiloto, con una sonrisa dulce. Se toma su tiempo para dar la vuelta al coche y dejar que todo ser viviente de la zona vea el espectacular deportivo y la bella mujer que hay dentro, antes de sentarse a mi lado y hacer rugir el motor por si algún alma todavía no se había percatado de su existencia.

Antes de poder ponerme el cinturón da tres fuertes acelerones que me dejan sin aire, y al frenar, debo apoyarme en la puerta y en su pierna para no ceder a la inercia. Sonreímos los dos, es un brabucón, pero me ha hecho gracia.

-YO: No hagas el tonto David, pórtate bien, que podemos tener un accidente. – digo tratando de mantener una postura madura.

-DAVID: Está bien, pero no prometo nada, estos coches son unas bestias, están pensados para darlo todo, y llevarlos con calma es casi un pecado, si sabes llevarlos, es un autentico placer, y yo sé hacerlo.

Su metáfora no me pasa inadvertida, aunque es la primera vez que me comparan con un coche. De todas formas, mientras me abrocho el cinturón, se permite poner su mano en mi rodilla con gesto de cariño. Mi primer instinto es cogérsela y ponérsela en el cambio de marchas, él no se da por aludido, y a cada parada, vuelve a poner su mano allí, me toca o la deja, para llamar mi atención y charlar de algunas cosas vanas por el trayecto. No es incómodo, pero me hace sentir rara.

Al llegar al restaurante, que es elegante y de nivel, revoluciona el motor antes de darle las llaves a un aparcacoches, que cree que le ha tocado la lotería por poder conducir esa maravilla de máquina. David se apresura a ponerse a mi lado y le tomo del brazo para acercarnos a la entrada. No se me escapa el billete que le da mi jefe al camarero que nos atiende, para que nos den mesa, no tenía ninguna reserva, solo era una excusa. De todas formas el local, con aire asiático futurista, con azulejos negros y mesas modernas, da un ambiente íntimo y semi profesional. Nos llevan a una de las mesas más esquinadas, y al sentarme, David se pone a mi lado, y no enfrente.

-DAVID: Me han hablado muy bien de este sitio, espero que vengas con hambre…

-YO: No soy mucho de pescado crudo la verdad, pero por probar. – leo la carta mientras él fanfarronea de su puesto de director del bufete. Me cuesta reconocer al hombre listo y sereno de la oficina, y solo veo a un pavo real sacando sus plumas a pasear.

Tras un intento fallido de hablar en japonés con el camarero, pedimos un poco de todo para probar, y una botella de buen vino, que me bebo casi entera yo, ya que él “tiene que conducir”. En la espera, la charla se vuelve un poco más amena, y hasta me río al repasar antiguas anécdotas de la oficina.

Ha pasado una hora cuando por fin terminamos de comer, la verdad es que estaba todo muy rico, pero tengo la sensación de que el mundo del sushi no es de mi agrado. Las bromas con mi acompañante, y la bebida, han mejorado mucho la cena. Al pedir el postre, nos traen una esfera de chocolate, que al echarle por encima leche caliente, descubre una bola de helado de vainilla. El efecto es precioso y la devoramos con gusto. De golpe, David me ofrece de su cuchara para que pruebe el cacao derretido, sonrío educada negándome, pero ante su insistencia lo hago, y veo su cara de satisfacción cuando chupo su cuchara.

-DAVID: ¿Ves como te gusta, a que está rico?

-YO: Claro, pero puedo servirme yo sola…

-DAVID: Yo no ¿Me ayudas? – pone la cara muy cerca de mí.

Es algo embarazoso verle así, pero cuando se acerca y apoya su mano en mi espalda, acortando el espacio entre nosotros, prefiero coger algo de vainilla y dársela para que se aparte. Ha sido una bobada, pero se aleja con cara de suficiencia al verme reír.

El resto del postre lo tomamos en silencio, intercalando cucharadas propias con algunas al otro. Se ha hecho un silencio tenso entre ambos, las miradas fijas y medias sonrisas se hacen evidentes. Luego se pasa el camarero, que nos pone la cuenta y un par de chupitos de regalo. David toma uno y me da el otro.

-DAVID: Vamos a brindar, por los buenos compañeros.

– YO: Por ellos. – me lleno de valor y le doy un trago al liquido verdoso del vaso, que baja como fuego por mi garganta. Ambos tosemos mientras él hace un gesto para que nos pongan más. –No, para, que me sienta muy mal.

– DAVID: Solo uno más Laura, no seas mojigata que quien conduce soy yo.

Pone cara firme y no le digo que no, así que cuando nos traen otra ronda, brindamos otra vez. Para luego pedirle al camarero que vuelva y traiga algo más sabroso, como el licor de castañas que me gusta.

Cuando nos levantamos de la mesa, ya me he bebido cuatro chupitos, y al ir al baño me noto algo mareada. Me mojo la nuca para templar un poco los ánimos y salgo a la calle, donde el calor, pese a ser casi media noche, es asfixiante.

El gesto del aparcacoches a David es de “Menudo afortunado”, aunque no sé si es por el coche o por verle agarrándome de la cintura sin reproches. La verdad es que no sé cuando puso su mano ahí, pero hasta que no llegamos al descapotable no la aparta, y lo hace bajándola de forma que me roza el trasero, como si fuera un descuido.

El acelerón al salir disparados por la calle me saca un grito de subida de adrenalina, me viene bien el aire fresco al recorrer la avenida principal que tomamos para volver a mi casa.

-DAVD: ¿A que no ha sido tan horrible cenar conmigo?

-YO: Pues no, me lo he pasado bien. –se lo agradezco apretándole del antebrazo.

Necesitaba una distracción y durante toda la noche no he pensado en Javier, así que me siento mejor. Ha sido raro sacarlo de mi cabeza unas cuantas horas, y lo necesitaba.

-DAVID: Claro que no, boba, que vaya cara tenias hoy en el trabajo. ¿Me vas a decir qué te pasa? – posa su mano en mi rodilla y la deja, acariciando con sus dedos la piel desnuda.

-YO: Nada, David, que una tiene una edad ya, y cuando las cosas no salen me agobio un poco.

-DAVID: Eres una gran mujer, Laura, trabajas genial y eres muy dulce con todos, te apreciamos mucho en la oficina, y yo sé cuanto vales, sin ti seriamos un desastre y tu nos mantienes a flote. No te vengas abajo por nada del mundo, te necesitamos.

Suena sincero, y es grato y reconfortante escuchar a alguien cosas positivas de ti, más allá de que eres bonita y poco más. Trato de no pensar en lo que me mantiene triste, Javier, el idiota de mi hijo, su novia, o la terrible soledad de mi vida sin mi marido. Es algo que David comprende y me deja tranquila, combinando su mano entre la palanca de cambios y mi pierna, donde hace círculos con sus dedos para serenarme.

Al llegar a mi casa encuentra un hueco donde aparcar, y le agradezco con la mirada que se quede allí conmigo un rato más, sin decir nada, solo esperando a que me encuentre mejor. Me siento muy frustrada y no puedo ni expresarlo, solo estoy ahí sentada, jugueteando con el bajo de mi falda, mirando al infinito.

-YO: Se hace tarde…pero quiero darte las gracias por esta velada. La necesitaba.

-DAVID: No es nada mujer, en el fondo has sido un encanto conmigo, y me lo he pasado bien.

-YO: Solo espero que esto no nos afecte a nivel laboral, no me gustaría que se divulgaran rumores por la oficina, no puedo lidiar con más cosas ahora mismo. – amago con salir del vehículo.

-DAVID: No te preocupes, soy una tumba, pero me da cosa que te vayas así, ven aquí y dame un abrazo.

No me da opción a negarme, me rodea de la cintura y me vence sobre él, que me da un cálido lugar en su pecho, y caigo rendida. Es extraño, de inmediato noto las diferencias con Javier y sus abrazos, pero esta noche me resulta igual de acogedor y cómodo lo que mi jefe me ofrece. Me hago una bola encogiendo los brazos y dejo que me apriete con delicadeza.

-DAVID: Anda, no seas tímida, siéntate en mi regazo.

De nuevo no me da opción, una de sus manos baja por mi piernas y tira de mí de tal forma que quedo sentada entre el volante y él, con las rodillas juntas y dobladas, y la cabeza apoyada en su pecho. Es casi acunarme, mientras siento una de sus manos recorrer mi espalda y la otra inerte en uno de mis muslos.

Trato de imaginar si me importaría que se girara para besarme, y aquello iniciaría una noche loca de sexo subiéndole a mi casa, pero él no toma iniciativa alguna, y yo me cuestiono qué hacer, con los nombres de Jimy y Emilio flotando por mi mente.

Pasado un buen rato, la postura es incómoda ya para ambos, y me acomodo entre sus piernas, notando su innegable erección. Me sonríe sin ocultarla y empiezo a sentir como su mano quieta, sube para acariciarme el muslo. Es mi cuerpo el que reacciona, no yo, y cogiéndole de la cara, le miro serenamente, le doy un largo y cariñoso beso en la mejilla, alejándome un poco.

-YO: Debo subir ya a casa… sola. – su cara entristecida más parece como si hubiera fallado un tiro con una bola de papel a la papelera.

-DAVIAD: Si, mejor ¿Quieres que te acompañe? – es casi tierno verle intentarlo.

-YO: No gracias, solo dame otro abrazo antes de que salga.

-DAVID: Lo que tú quieras.

Me rodea de nuevo por la cadera y deja que me cargue las pilas de energía positiva. No me costaría nada tener sexo con él, soy consciente, pero ahora mismo soy una mujer diciendo que no quiere más relaciones esporádicas sin sentido, aunque sean por despecho. Estoy tomando las riendas de mi vida, decidiendo que esta vez no seré el juguete de nadie.

Me apoyo en su hombro para alzarme y él me abre la puerta del coche de conductor, por donde estiro las piernas y salgo, no sin su inestimable ayuda cogiéndome de la cadera. Luego sale detrás de mí.

-YO: Muchas gracias por todo David. – nos damos dos besos castos y un último abrazo en el que siento que David se da por vencido.

-DAVID: Gracias a ti, y si encestas lo que sea, aquí me tienes.

Le acaricio la mejilla, notando el afeitado reciente, y entorno los ojos dulcemente. Luego me doy la vuelta y al cruzar la calle me despido con la mano, dirigiéndome a mi portal. Hasta que no abro y entro, David no se mete en el coche, asegurándose de que no me pasaba nada, ya que es casi la una de la mañana. De fondo oigo el rugido del motor mientras subo a mi casa. Espero que con una buena cabalgada a lomos de ese coche se le pase la frustración.

Al entrar en casa trasteo con las llaves pensando en por qué no habré dejado que subiera mi jefe, ha sido una buena cena, y estaba claro lo que él quería, y yo quería que pasara en ciertas fases de la noche. Hasta que no voy a mi cuarto y me quito los dolorosos tacones, no encuentro una explicación sensata. Todo iba bien, encaminado, pero ese abrazo, pese a reconfórtame, no era el que yo quería, o mejor dicho, no era de quien yo lo quería. Así que me desvisto y me desmaquillo, busco mis anillos en el bolso para ponérmelos, me visto con un camisón y me tumbo en la cama.

Hay una idea que se reitera en mi cabeza, es un martillo pilón constante, es algo abstracta y poco definida, y me cuesta encontrar las palabras para escribirla, pero si no lo hago siento que no podré conciliar el suelo. Al final lo consigo, y estoy segura de lo que quiero y lo que deseo, antes de caer dormida. “No quiero nada de nadie que no sea Javier, y si él no me lo va a dar porque está con Celia, o porque le dejé claro en su día que no podría haber nada entre nosotros por ser quiénes éramos, es algo con lo que tendré que vivir.”

Mis últimos pensamientos son que debo poner el despertador, mañana es sábado y he quedado con quien de verdad me interesa estar, y jugaré todas mis bazas. Al menos pienso divertirme todo lo que él me permita.

Continuará…

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

poesiaerestu@outlook.es

 

“EDUCANDO A UNA MALCRIADA. LA HIJA DE UN AMIGO” libro para descargar (POR GOLFO)

$
0
0

MALCRIADA2SINOPSIS:

El destino quiso que la hija de un amigo se metiera en problemas en Houston y que tuviera que ser yo quien la auxiliara. Su padre cansado de esa malcriada me pide que la eduque. Al intentarlo, esa pelirroja decide intentar seducirme sin saber adónde nos iba a llevar esa fijación.
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B01FKLOII8

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1

Toda mi vida he tenido fama de hombre serio y responsable. Celoso de mi vida privada, nunca se me ha conocido un desliz y menos algo escandaloso. Soltero empedernido, nunca he necesitado de la presencia de una mujer fija en mi casa para ser feliz. Aunque eso no quiere decir que no haya novias y parejas, soy y siempre seré heterosexual activo pero no un petimetre que babea ante las primeras faldas que se le cruzan.
Escojo con cuidado con quien me acuesto y por eso puedo vanagloriarme de haber disfrutado de los mejores culos de las distintas ciudades donde he vivido. A través de los años, han pasado por mi cama mujeres de distintas razas y condición. Blancas y negras, morenas y rubias, ricas y pobres pero todas de mi edad. Nunca me habían gustado las crías, es más, siempre me había repelido ver en una reunión al clásico ricachón con la jovencita de turno. Para mí, una mujer debe ser ante todo mujer y por eso nunca cuando veía a una monada recién salida de la adolescencia, podía opinar que la niña era preciosa pero no me sentía atraído.
Desgraciadamente eso cambió por culpa de Manolo, ¡Mi mejor amigo!.
Con cuarenta y cinco años, llevaba tres años viviendo en Houston cuando me llamó para decirme que su hija Isabel iba a pasar un año estudiando en esa ciudad. Reconozco que en un principio pensé que el motivo de esa llamada era que me iba a pedir que viviera conmigo pero me sacó de mi error al explicar que la universidad le pedía un contacto en los Estados Unidos y preguntarme si podía dar mi teléfono.
Cómo en teoría eso no me comprometía en absoluto, acepté desconociendo las consecuencias que esa decisión iba a tener en mi futuro y comportándome como un buen amigo, también me comprometí en irla a recoger al aeropuerto para acompañarla hasta la residencia donde se iba a quedar.
Ese día estaba en la zona de llegadas esperándola cuando la vi salir por lo puerta. Enseguida la reconocí porque era una versión en guapa y joven de su madre. Flaca, pelirroja y llena de pecas era una chavala muy atractiva pero en cuanto la examiné más de cerca, su poco pecho me recordó sus dieciochos años recién cumplidos y perdió cualquier tipo de interés sexual.
Isabel al verme, se acercó a mí y dándome un beso en la mejilla, agradeció que la llevara. No queriendo eternizar nuestra estancia en ese lugar, cogí su equipaje y lo metí en mi coche. La chavala al comprobar el enorme tamaño del vehículo, se quedó admirada y con naturalidad dijo riéndose:
―Este todoterreno es un típico ejemplo de los gustos masculinos― y olvidándose que era el amigo de su viejo, me soltó: ―Os gusta todo grande. Las tetas grandes, los culos enormes y las tías gordas.
Indignado por esa generalización, no pude contener mi lengua y contesté:
―Pues tú no debes comerte una rosca. Pecho enano, trasero diminuto y flaca como un suspiro.
Mi respuesta le sorprendió quizás porque no estaba acostumbrada a que nadie y menos un viejo le llevara la contraria. Durante unos segundos se quedó callada y tras reponerse del golpe a su autoestima, con todo el descaro del mundo, preguntó:
―Ya que crees que me hace falta unos kilos, ¿dónde me vas a llevar a comer?
Os confieso que si llego a saber el martirio que pasaría con ella ese restaurante, en vez de a uno de lujo, le hubiese llevado a un tugurio de carretera porque allí, entre moteros y camioneros, hubiera pasado desapercibida. Pero como era la hija de Manolo creí conveniente enseñarle Morson´s, uno de los locales más famosos de la ciudad.
¡Menudo desastre!
La maldita pecosa se comportó como una malcriada rechazando hasta tres veces los platos que el pobre maître le recomendaba diciendo lindezas como: ¿Me has visto cara de conejo?, ¿Al ser hispanos nos recomiendas los más baratos de la carta porque temes que no paguemos? , pero fue peor cuando al final acertó con un plato de su gusto, entonces con ganas de molestar tanto al empleado como a mí, le dijo:
―Haber empezado por ahí, mi acompañante piensa que estoy en los huesos y un grasiento filetón al estilo tejano me hará ponerme como una vaca para ser de su gusto.
“Esta tía es idiota”, pensé y asumiendo que no volvería a verla durante su estancia, me mordí un huevo y pedí mi comanda.
El resto de la comida fue de mar en peor. Isabel se dedicó a beber vino como si fuera agua hasta que bastante “alegre” empezó a meterse con los presentes en el lugar. Molesto y sobre todo alucinado de lo mal que había mi amigo educado a su hija, di por concluida la comida.
Al dejarla en la residencia, respiré aliviado y deseando no volver a estar a menos de un kilómetro de ella, le ofrecí hipócritamente mi ayuda durante su estancia en la capital del estado. La mujercita, segura de que nunca la iba a necesitar, me respondió:
―Gracias pero tendría que estar muy desesperada para llamar a un anciano.
Para mi desgracia los hechos posteriores la sacaron de su error….

Capítulo 2.

Llevaba un mes sin recibir noticias suyas cuando me despertó el teléfono de mi mesilla sonando. Todavía medio dormido, escuché al contestar que mi interlocutor me preguntaba si estaba hablando con Javier Coronado.
―Sí― respondí.
Tras lo cual se presentó como el sargento Ramirez de la policía metropolitana de Houston y me informó que tenían detenida a Isabel Sílbela.
―¿Qué ha hecho esa cretina? – comenté ya totalmente despierto.
―La hemos detenido por alteración del orden público, consumo de drogas y resistencia a la autoridad.
Os juro que no me extrañó porque esa niñata era perfecta irresponsable y asumiendo su culpabilidad, quise saber cuál era su actual estatus y cuánto tiempo tenía que pasar en el calabozo. El agente revisando el dossier me comunicó que habían fijado el juicio para dentro de un mes y que como era su primer delito el juez había fijado la primera audiencia para en unas horas.
Una vez colgué, estuve a un tris de volverme a la cama pero el jodido enano que todos tenemos como conciencia no me dejó hacerlo y por eso vistiéndome fui llamé a un abogado y me fui a la comisaria.
“¡Menuda pieza!”, pensé mientras conducía hacía allí, “Lo que le debe haber hecho sufrir a su padre esta malcriada”.
Al presentarme ante el sargento en cuestión y ver este que yo era un hombre respetable, amablemente me informó de lo sucedido. Por lo visto, Isabel y unas amigas habían montado una fiestecita con alcohol y algún que otra gramo de coca que se les había ido de la mano. Totalmente borracha cuando llegó la patrulla del campus, se enfrentó a ellos y trató de resistirse.
“Será tonta, ¡No sabe que la policía de este país no se anda con bromas!”, exclamé mentalmente mientras pedía perdón al sujeto en nombre de su padre.
Fue entonces cuando Ramirez me comunicó que tenía que esperar a las ocho de la mañana para tener la audiencia preliminar con el juez donde tendría la oportunidad de pagar una fianza. Viendo que todavía eran las cinco y que no podía hacer nada en tres horas, me dirigí a un 24 horas a desayunar. Allí, sentado en la barra, llamé a Manolo para informarle de lo sucedido.
Como no podía ser de otra forma, mi amigo se cogió un rebote enorme y llamando de todo a su querida hija, me pidió que en cuanto pudiera la metiera en un avión y se la mandara.
―No te preocupes eso haré― respondí convencido de que esa misma tarde llevaría a Isabel al aeropuerto y la empaquetaría hacía España.
Pero como bien ha enunciado Murphy, “Cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar y así fue. La maldita niñata al ser presentada ante el juez, se comportó como una irresponsable y tras llamarle fascista, se negó a declarar. El abogado que le conseguí había pactado con el fiscal que si aceptaba su culpabilidad, quedaría en una multa pero como no había cumplido con su parte, el letrado pidió prisión con fianza hasta que tuviese lugar el juicio. El juez no solo impuso una fianza de cinco mil dólares sino que en caso de aportarla, exigió que alguien se responsabilizara que la chavala no volviera a cometer ningún delito.
¿Os imagináis quien fue al idiota que le tocó?
Cabreado porque encima le había quitado el pasaporte, pagué la fianza y me comprometí a tenerla durante un mes bajo mi supervisión hasta que se celebrara el puñetero juicio.
Ya en el coche, empecé a echarle la bronca mientras la cría me miraba todavía en plan perdonavidas. Indignado por su actitud, le estaba recriminando su falta de cerebro cuando de pronto comenzó a vomitar manchando toda la tapicería. Todavía hoy no sé qué me enfadó más, si la peste o que al terminar Isabel tras limpiarse las babas, me dijera:
―Viejo, ¡Corta el rollo!
Aunque todo mi cuerpo me pedía darle un bofetón, me contuve y concentrándome en la conducción, fui directo a su residencia a recoger sus cosas porque tal y como había ordenado el magistrado, esa mujercita quedaba bajo mi supervisión y por lo tanto debía de vivir conmigo. El colmo fue cuando vi que al hacer la maleta, esa chavala metía entre sus ropas una bolsa con marihuana.
―¿Qué coño haces?― pregunté y sin darle tiempo a reaccionar, se la quité de la mano y arrojándolo en el wáter, tiré de la cadena.
―¡Te odio!― fueron las últimas palabras que pronunció hasta que ya en mi casa, se metió en la cama a dormir.
Aprovechando que esa boba estaba durmiendo la mona, llamé a su padre y de muy mala leche, le expliqué que gracias a la idiotez de su hija el juicio había ido de culo y que no solo le habían prohibido salir del país, sino que encima me había tenido que comprometer con el juez a que me hacía responsable de ella.
Manuel que hasta entonces se había mantenido entero, se desmoronó y mientras me pedía perdón, me explicó que desde que se había separado de su esposa, su retoño no había parado de darle problemas. Destrozado, me confesó que se veía incapaz de reeducarla porque en cuanto lo intentaba, su ex se ponía de parte de su hija, mandando al traste sus buenas intenciones.
―A mí, esa rebeldía me dura tres días. Si fuera su padre, sacaría mi mala leche y la pondría firme― comenté sin percatarme que mi amigo se agarraría a mis palabras como a un clavo ardiendo.
Fue entonces cuando llorando me pidió:
―¿Me harías ese favor?― y cogiéndome con el paso cambiado, me dijo:―Te ruego que lo intentes, es más, no quiero saber cómo lo abordas. Si tienes que encerrarla, ¡Hazlo!.
Aunque mi propuesta había sido retórica, la desesperación de Manolo me hizo compadecerme de él y por eso acepté el reto de convertir a esa niña malcriada en una persona de bien.
Hablo con Isabel.
Sin conocer las dificultades con las que me encontraría, había prometido a mi amigo que durante el mes en que esa deslenguada iba a permanecer en mi casa iba a reformar su actitud y por eso esperé a que se despertara para dejarle las cosas claras.
Sobre las seis de la tarde, Isabel hizo su aparición convencida de que nada había cambiado y que podría seguir comportándose como la niña caprichosa y conflictiva que llevaba tres años siendo. Desconociendo las órdenes de su padre había quedado con unos amigos para salir de copas y ya estaba cogiendo la puerta cuando escuchó que la decía:
―¿Dónde crees que vas?
―Con mis colegas― contestó y enfrentándose a mí, recalcó sus intenciones diciendo: ―¿Algún problema?
―Dos. Primero que vas vestida como una puta. Segundo y más importante, ¡No tienes permiso!
La pelirroja me miró atónita y creyendo que sería incapaz de obligarla a quedarse en casa, lanzó una carcajada antes de soltarme:
―¿Y qué vas a hacer? ¿Atarme a la cama?
Con tono tranquilo, respondí:
―Si me obligas, no dudaré en hacerlo pero preferiría que no tomar esa medida― y pidiéndole que se sentara, proseguí diciendo: ―He hablado con tu padre y me ha autorizado a usar inclusive la violencia para conseguir educarte de un puñetera vez.
―No te creo― contestó y cogiendo el teléfono, llamó a su viejo.
No me hizo falta oír la conversación porque con satisfacción observé que su rostro iba perdiendo el color mientras crecía su indignación. Al colgar, cabreadísima, me gritó que no pensaba obedecer y que iba jodido si pensaba que se comportaría como una niña buena. Lo que Isabel no se esperaba fue que al terminar de soltar su perorata, me levantara de mi asiento y sin hablar le soltara un tremendo tortazo.
Fue tanta la fuerza que imprimí a la bofetada que la chavala dio con sus huesos en el suelo. Entonces y sin compadecerme de ella, le solté:
―A partir de hoy, tienes prohibido el alcohol y cualquier tipo de drogas. Me pedirás permiso para todo. Si quieres salir, comer, ver la tele o dormir primero tendrás que pedir mi autorización.
Acostumbrada a hacer de su capa un sayo, por primera vez en su vida, tuvo que enfrentarse a alguien con más carácter y con los últimos restos de coraje, me lanzó una andanada diciendo:
―¿Y si quiero masturbarme? ¿También tendré que pedirte permiso?
Muerto de risa, le contesté:
―No soy un tirano y aunque tienes estrictamente prohibido el acostarte con alguien, comprendo que eres joven― y actuando como un rey magnánimo, cedí en ese extremo, diciendo: ―Si quieres masturbarte veinte veces al día, tienes mi palabra que nunca te diré nada.
Os confieso que en ese momento no supe interpretar el brillo de sus ojos cuando oyó mis palabras, de haber supuesto que esa arpía utilizaría mi promesa contra mí, jamás le hubiera otorgado tal permiso.
Habiendo dejado las cosas claras, permití que volviera a su habitación…

 

Relato erótico: “Preparador personal 2” (POR JULIAKI)

$
0
0

CAPITULO 2

Después de la conversación con Darío no podía quitarme de la cabeza ese número 23, en referencia al presunto tamaño de su miembro. Por más vueltas que le daba, pensaba que aquello no podía ser cierto, que era muy exagerado y me resultaba prácticamente imposible creerme que hubiera algo de semejante tamaño. Ya dije que no soy una experta, pero de soltera tuve la oportunidad de ver unas cuantas vergas y nunca nada que llegase ni tan siquiera a 20 centímetros, de eso estaba completamente segura. Si aquello era cierto, se trataba de algo monstruoso, no me extrañaba el miedo de aquella chica y su compañera cuando lo comentaron en el vestuario.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. Tenía a mi marido al lado y recordaba nuestros momentos más tórridos, aquellos que no se producían muy a menudo en los últimos años, pero que me transportaban a nuestra juventud, cuando me seducía en la cama, con sus caricias, sus besos, pero volvía a recordar el tamaño de su pene, que debía ser normal, como comentaba mi hijo, de unos 17 centímetros más o menos, pero no los 23 de Martín.

Al día siguiente llevé a clase de pádel a Martita y Martín nos recibió como siempre vestido con aquel pantalón corto, que mostraba sus musculosas piernas, esa camiseta ajustada y su mirada, como siempre, tan seductora.

A partir de ese momento veía a ese chico de otra manera y le imaginaba aquel miembro enorme colgando. Mis ojos se dirigieron inevitablemente a su paquete, como queriendo adivinar que todo aquello que comentaban estaba realmente debajo y de pronto me percaté en que la mirada de Martín estaba clavada en mis ojos, por lo que me había pillado hipnotizada con “sus partes”. Me creí morir de vergüenza y disimulé como pude, aunque por su sonrisa él no dudaba la dirección de mi mirada y aquello debía ponerle más orgulloso y cachondo. Cuando dejé a Martita con él, desaparecí casi a la carrera con una disculpa tonta de haber dejado el coche mal aparcado pero avergonzada realmente por esa situación.

Cuando mi hija terminó su clase, estaba tan cortada que no quise esperar a Martin y apuré a Martita para salir del gym cuanto antes.

– ¡Adri! – oí a mis espaldas.

Me giré y era ese chico que me tenía loca, quien me llamaba al fondo del pasillo, tras haberse duchado.

– Hola, Martín. – respondí.

– Mañana tenemos clase, recuerda. – me dijo guiñándome un ojo.

Tenía que haberle dicho que no, tal y como tenía previsto y como le dije a Darío, que ya había pensado en dejarlo y no quería seguir yendo a sus clases de gimnasia, pero algo por dentro me empujaba a volver, era algo incontrolable y que me manipulaba sin ningún control por mi parte. En mis pensamientos sólo aparecía el número 23.

– Ok. Hasta mañana- respondí saludándolo sin hacer caso a mi parte racional.

Llegué a casa intentando serenarme pero cuando me metí en mi cuarto y me bajé las bragas, un hilo de flujo se unía desde mi sexo hasta la pequeña prenda. Estaba sin duda muy excitada y aquello era demasiado cachondo como para no seguir disfrutándolo.

Tuve que aliviarme de nuevo con unos masajes sobre mi vulva y mis labios mayores y en poco tiempo volví a entrar en un orgasmo sin apenas rozarme. Fue de esas veces en las que apenas un contacto leve de mis dedos sobre mi sexo me hizo explotar. Ya no recordaba cuanto tiempo hacía que no me masturbaba tan a menudo y ese chico lo había conseguido varias veces en pocos días.

Al día siguiente me puse otra de las mallas que había comprado para mis ejercicios. En esta ocasión era una de color fucsia, casi más atrevida que la otra y un top ajustado del mismo color dejando mi tripita al aire. Parecía haber olvidado mis miedos y mis reparos pero es que la intriga y el morbo lo superan todo.

Me miré al espejo y me sentí mucho más rejuvenecida, no sabía muy bien si era tan solo por la indumentaria o por todo lo que estaba sintiendo en mi interior, teniendo impregnado aquel deseo tan bestial y a la vez de sentirme deseada por aquel guapísimo joven.

Acudí al gimnasio y celebré que no estuviera mi hijo por allí, porque me habría sentido incómoda de nuevo. Me dirigí a la zona de pesas donde se encontraba Martín, que me regaló otra de sus increíbles sonrisas mientras miraba de arriba a abajo toda mi anatomía.

– ¡Guau, Adri, estás impresionante!

– Gracias – respondí apurada, pero contenta por su piropo.

– Desde luego es un placer seguir moldeando esa figura y poniéndote en forma.

Volví a sentirme halagada y a sentir un cosquilleo por todo mi bajo vientre. Comenzamos de nuevo con la sesión de spinning, pero los dos solos, permitiendo que nos mirásemos con cierto disimulo, pero sabedores de esa atracción mutua que ambos sentíamos. Estaba convencida de que era recíproco, pues lo demostraba ese chico con cada mirada y cada frase llena de halagos hacia mí. Estaba claro que le gustaban las mujeres mayores, pero a pesar de todo yo lo seguía considerando un juego ¿o quizá no?

Los siguientes ejercicios fueron con unas mancuernas al principio y con unas pesas de halterofilia después. Le comenté mis miedos con respecto a las pesas y me dijo que si hacía paulatinamente no habría ningún tipo de problema y empezamos con unas alzadas de 20 kilos. Martín se situó detrás de mí y me fue indicando como hacerlo, pues a pesar de tener en casa un juego de pesas, nunca lo había probado por ese miedo a hacerme daño. Al volver mi cara hacia mi monitor le descubrí mordiéndose el labio inferior y obnubilado mirando mi cola, que embutida en aquellas mallas ajustadas mostraba lo mejor de mi culo redondo, algo que me encandiló y yo moví mis caderas ligeramente para que se sintiera aún más hipnotizado por mi trasero. Más que juego ya era provocación a todas luces por mi parte.

– No sé cómo se hace – dije con cara de inocente para que atendiera a mis ojos y no a mi culo.

– Es muy fácil, Adri. Mira, agáchate y agarra la barra con fuerza con tus brazos estirados. – respondió él con voz temblorosa.

Seguí sus instrucciones y al agacharme mi culo se echó para atrás lo que hizo que chocara justo contra el paquete de Martín. Tardé un rato en reaccionar, pero es que ese muchacho no se retiró al sentirlo, sino que se mantuvo quieto como si nada. No sabría decir cuánto tiempo permanecí en esa pose con mis glúteos ensartados contra su pene, que se iba sintiendo crecer bajo sus pantalones de chándal, ni tampoco averiguar ese tamaño que debía tener sin verlo, pero desde luego notaba que era algo bastante grande.

A continuación se agarró de mi cintura y su paquete se pegó aún más, pudiendo notar esa dureza que iba clarísimamente “in crescendo”.

– Ahora, Adri, levanta la pesa, flexionando ligeramente las piernas -me indicaba él.

Así lo hice, pero al tenerme agarrada por la cintura su pelvis se pegaba cada vez más contra mi trasero hasta que me puse erguida y él continuó en esa pose sin despegarse ni un milímetro. Podría haberme ayudado a elevar las pesas hasta la altura de mis hombros, sin embargo estaba más preocupado de pegar su pene contra mi cola y sus manos fuertemente agarradas a mi cintura para que no me moviera.

– Genial, lo has hecho muy bien. – me decía mientras sus manos acariciaban la piel desnuda de mi vientre.

Así hicimos varias levantadas más, hasta que me di cuenta que dos de las chicas del gimnasio nos miraban y cuchicheaban entre ellas. Aquello hizo que bajara la pesa inmediatamente al suelo y me separara ipso-facto de mi joven y atractivo profesor. El juego se estaba poniendo más que peligroso.

– ¿Estás bien, Adri? – preguntó confuso él al percibir mi reacción apurada.

– No, es que me duele un poco la espalda.

– Ah, vale. Entonces lo dejamos por hoy.

– Sí, casi mejor. – contesté mirando con el rabillo del ojo hacia las cotillas que nos observaban cuchicheando.

– Lo mejor es que te hagas unos largos en la piscina para bajar esa tensión en la espalda. – añadió Martín.

– ¿Tú crees?

– Sí, hazme caso, yo lo hago siempre que practico un ejercicio muy fuerte o se me cargan los hombros y la espalda. Lo mejor para quitar esa tensión es nadar durante un buen rato y si te tomas una ducha caliente y relajante después, aún mejor.

Me fijé en su paquete y este estaba notoriamente hinchado, señal de que la erección no se le había bajado ni un ápice. Volví a sentirme orgullosa de haberle provocado eso.

Me metí en el vestuario y saqué de mi bolsa un bañador de una pieza y me dirigí a la piscina con intención de nadar un poco y soltar esa tensión, como bien me indicaba mi gentil preparador, aunque en el fondo, la tensión era por otra cosa y no muscular, precisamente.

Después de nadar durante una media hora, decidí salir de la piscina y en ese momento Martín me estaba esperando con una toalla al borde para echarla sobre mi espalda.

– ¿Qué tal, Adri? – me preguntó en un abrazo del que intenté escapar porque no quería seguir estando a la vista de miradas indiscretas.

– Bien, bien, gracias, Martín – dije separándome y poniéndome frente a él.

– Estás guapísima – me dijo observando mi figura embutida en ese traje de baño.

– Gracias. – volví a contestarle mientras me secaba intentando que él no perdiera detalle.

El chico intentaba disimular, pero yo sabía que estaba teniendo una nueva erección al verme y eso francamente era muy excitante y hacía que yo me comportara de nuevo de una forma muy provocadora, jugando con mi pelo con la toalla, mordiendo sutilmente mi labio, secando mis piernas ligeramente agachada mientras mi profesor no perdía detalle.

– Ahora date una ducha, pero larga, para relajar los músculos aún más. – añadió dándose la vuelta e intentando que yo no le viera el bulto, pero fue inevitable, sin duda estaba empalmado.

Evidentemente yo también estaba muy cachonda, pues sus palabras sonaban siempre tan bien, y sus consejos acompañados de sus lascivas miradas se hacían casi un ruego hipnótico, por lo que no podía negarme, aunque no estaba muy segura si necesitaba ese tipo de relax.

Me dirigí de nuevo en el vestuario y tras desnudarme me metí bajo la ducha de agua caliente haciendo caso a los consejos de Martín. Naturalmente mi mente no dejaba de dar vueltas en torno a él.

La verdad es que no sé cuánto tiempo estuve bajo la ducha, acariciando mi cuerpo, sobando mis tetas, rozando con mis dedos mi sexo, pensando que eran las manos de Martín las que lo hacían. Lo cierto es que el haber nadado durante un buen rato y esa ducha caliente me dejaron como nueva y aún permanecí un tiempo con los ojos cerrados disfrutando de esos chorros que caían sobre mi piel.

Me entretuve en secarme también de forma relajada con la toalla y de aplicarme después con total parsimonia una crema hidratante por todo mi cuerpo. Al hacerlo volví a sentir un placer inusitado o casi olvidado, haciendo que todos mis sentidos afloraran al máximo. Esparcí la crema hidratante por mis pechos, haciendo círculos concéntricos, después por mis brazos, mis hombros, mi tripita, mi culo, incluyendo esos rincones que todavía estaban más sensibles de lo normal, algo que hacía que cerrara los ojos y lo sintiera con más intensidad, ajena a todo lo que me rodeaba, solo teniendo en mi mente la imagen de mi joven preparador personal.

Busqué en mi bolsa la ropa para vestirme y me puse el sostén fijándome frente al espejo que mis pezones seguían erectos y se marcaban sobre la fina tela casi transparente. Después por más que busqué mis braguitas limpias no las encontré por lo que decidí ponerme los pantys sin nada debajo. Me calcé los tacones de aguja y al mirarme frente al espejo volví a ver a esa mujer ardiente y cachonda que parecía haber estado dormida mucho tiempo. Me fijé especialmente en mi sostén y en cómo se marcaban los pezones pero lo más llamativo era toda mi silueta con aquella indumentaria tan sexy, de manera notoria esos pantys que reflejaban la transparencia de mis largas piernas de una forma muy erótica, incluyendo mi sexo grabado en esa prenda de fina tela y haciendo que los labios de mi vagina dibujasen una rajita hinchada al no llevar bragas debajo.

Volví a echar un vistazo a mi cuerpo reflejado en el espejo y a justo al darme la vuelta para ver cómo se mostraba mi culo bajo esos pantys sin braguitas debajo, me quedé petrificada.

¡Martín estaba allí!, en el vestuario, de pie a escasos metros de mí, observándome detenidamente. No sé cuánto tiempo tardé en reaccionar, pero mi instinto fue cubrir con mi mano mi sexo que se mostraba clarísimamente bajo mis transparentes pantys y la otra mano la crucé sobre mi pecho para tapar esa otra parte de mí tan expuesta a su mirada. Supongo que él disfrutaba con aquello y seguía plantado en medio del vestuario de chicas escudriñando cada parte de mi anatomía con total detenimiento. Me costó también a mí no perder la compostura al verle allí plantado con su torso desnudo y una pequeña toalla enrollada en su cintura. Sus pectorales se marcaban potentes y sus abdominales rozaban la perfección, por no hablar de sus brazos. ¡Qué imagen tan perfecta!

Tras el susto y sin dejar de taparme con dificultad con ambas manos volví a la realidad de la situación para quejarme ante su inesperada presencia.

– ¡Martín! – dije casi gritando

– Hola Adri, perdona, pero es que es la hora de cerrar. – se excusó él sin dejar de mirarme.

– ¡Pero… esto es el vestuario de mujeres!

– Sí, tranquila no me voy a asustar. – dijo con cierta chulería.

– Pero, ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

– Menos del que hubiera querido – respondió con una gran sonrisa y otra vez un bulto evidente bajo su toalla viendo mis pechos aprisionados bajo el pequeño sostén y mis muslos embutidos en esos pantys que debían ofrecer una imagen muy erótica para él, especialmente mi sexo inflamado y clarísimamente dibujado en esa prenda casi transparente.

No dejaba de pensar en cuánto tiempo había estado allí fijándose en mí, ajena totalmente a su presencia, pero pensé que debió ser mucho, para verme, de seguro, completamente desnuda y quizá observar cómo me esparcí la crema hidratante por toda mi piel o cómo me vestí con tranquilidad, tanto mi sostén, mis zapatos y especialmente aquellos pantys sin nada debajo ¡Dios! Sentí una enorme vergüenza por un lado pero curiosamente una rara satisfacción por otro por haberle ofrecido esa exhibición imprevista.

– Martín si no te importa… – le dije señalándole la salida del vestuario sin dejar de taparme con mis manos: Una cubriendo mi sexo y el otro brazo tapando mis difícilmente mis pechos.

– Claro, no quería incomodarte, Adri, perdona. – se disculpaba pero sin borrar esa libidinosa sonrisa de su cara.

– Gracias.

– Me cambio y te espero fuera. – añadió saliendo del vestuario sin que yo dejara de ver también su impresionante y musculosa espalda desnuda a medida que se marchaba.

Mi cabeza no dejaba de pensar por cuánto tiempo había permanecido ese chico ahí, mirándome, totalmente desnuda sin yo enterarme, pensando que nadie me estaba viendo y mucho menos él, que debió de recrearse en cada parte de mi cuerpo. Imaginaba que había tenido una buena visión de mis tetas, mi sexo, mi culo y que incluso me viera acariciarme, recordando precisamente la imagen de su cuerpo.

Me puse el vestido blanco y fino que se ajustaba a mi silueta. Salí afuera y allí estaba él, vestido también con unos vaqueros ajustados al igual que su camiseta negra y sin dejar de sonreír. Volvió a mirar mi cuerpo, esta vez bajo ese vestido ceñido, creo que más de lo normal. Yo me sentía en la obligación de reñirle, de decirle lo descarado y desvergonzado que había sido. Pero una vez más él se me adelantó.

– Al final, se ha demostrado que tienes todo un cuerpazo. – dijo echándome un vistazo a toda mi anatomía esta vez vestida, pero refiriéndose sin duda a cuando permaneció allí mirando por un buen rato, estando yo desnuda.

– Pero Martín… yo… esto… no me parece bien… ¿Cuánto tiempo me has estado mirando? contesté muy avergonzada y al mismo tiempo excitada.

– No te apures, Adri. He visto un ángel.

– Es que… me siento mal.

– No eres la primera mujer desnuda que veo. – añadió.

– Ya, me imagino, pero no sé… no creo que sea lo correcto.

– Seré una tumba, Adri, pero te digo que ha merecido la pena y no deberías sentir ninguna vergüenza, sino un gran orgullo, eres una mujer increíblemente hermosa y has conseguido impactarme de lleno.

Su mirada volvió a clavarse en mis ojos, como queriendo sacar algo de dentro de mí y yo no me veía capaz de regañarle, de decirle que eso no tenía que haber pasado, de la vergüenza que sentía de haberme visto desnuda, pero él continuó su frase:

– Es verdad, Adri, no me mires así, eres realmente increíble. Es cierto que no estuvo bien por mi parte, tienes que perdonarme, me he comportado fatal y de hecho no esperaba encontrarte desnuda, pero cuando te he visto no he podido controlarme, he visto un cuerpo precioso ante mí. Tenía que haberme dado la vuelta y marcharme educadamente de allí, en cambio me he quedado inmóvil admirando tu belleza, Adri… no pude resistirlo, más todavía cuando te pusiste esos pantys que llevas ahora bajo el vestido sin nada más, con esa transparencia tan erótica mostrando aún más tu estilizada figura y tu sexo…

Me quería morir, él me sujetaba del brazo para que no dejara de mirarle a los ojos, pero no fui capaz. Sentía una enorme vergüenza y al mismo tiempo me sentía cachonda, era algo muy extraño.

– Sé que no está bien entrar así en el vestuario de chicas y el haberte pillado así, Adri, aunque es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, te lo juro. – insistía él.

– Esto no está bien…

– Tranquila, además de mis disculpas, te debo una y el próximo día me desnudo yo para que puedas mirarme cuanto quieras y así estamos en paz.

– ¡Martín! – volví a recriminarle zafándome de su mano que aún seguí agarrando mi muñeca.

Prácticamente salí de allí corriendo, también de una forma infantil, pero no es que tuviera miedo o vergüenza de él sino de mi misma. Esas últimas palabras en las que me decía que me la debía, con la idea de poder verle desnudo a él, fueron demasiado para mí y me metí en el coche con premura antes de que por mi mente pasara alguna tontería más. No dejaba de imaginarle desnudo y con un miembro enorme entre sus piernas.

Salí disparada de allí muy excitada y sin dejar de pensar en lo sucedido. Nada más llegar a casa, me encontré con Raúl que me miró algo sorprendido, supongo que al ver mi cara traspuesta y en buena parte sofocada.

– Hola cariño. ¿Estás bien?

– Sí, sí – le dije sin detenerme en dirección a mi cuarto.

– ¿No me vas a dar un beso? – me dijo de pronto Raúl.

Hacía mucho que él no me pedía un beso ni que me mirara de aquella forma. Un cosquilleo de temor se apoderó de mi interior e intentaba por todos los medios que no se me notara.

– Vaya, estás espectacular, hace tiempo que no te veía ese vestido blanco. – añadió mirándome de arriba a abajo, viendo que aquella prenda era más corta de las que suelo usar y muchísimo más ceñida que el resto de mi vestuario, dejando a la vista, aparte de mis curvas, una buena porción de mis muslos embutidos bajo los pantys.

Me metí en mi habitación y me quité el vestido, volviendo a verme frente al espejo. Me dije a mí misma que aún era capaz de atraer a los hombres, y no solo eso, sino a uno de los más espectaculares que había visto en mucho tiempo, alguien que me tenía loca por completo en estos últimos días y lo más sorprendente, había conseguido con esa indumentaria despertar también la atención de mi marido que siempre andaba apático y desinteresado en todo lo mío. Eso me hizo sentirme mucho más atractiva y la imagen en el espejo, tal y como estuve en el vestuario ante la vista de Martín, ayudaba a sacar esa parte más salvaje y atrevida de mí interior.

– ¿Sabes? ¡Estás buenísima! – dijo de pronto Raúl que me observaba apoyado en la puerta de nuestra habitación sin que yo me hubiera dado cuenta.

Volví a hacer el gesto de taparme al verle allí mirándome detenidamente tan solo vestida con mi pequeño sujetador y esos pantys semi transparentes, sin bragas debajo.

– No te irás a tapar ante tu marido, ¿no? – protestó él acercándose a mí.

– No, cariño, es que me has asustado – respondí temblando bajo su abrazo y temerosa de que pudiera sospechar algo.

Retiré mis manos de mi cuerpo y él disfrutó observando mi cuerpo bajo aquel atuendo transparente que dejaba muy poco a la imaginación, especialmente mis pezones bajo el sostén y mi rajita expuesta bajo los pantys.

– ¿Estás bien, de verdad? – fueron las palabras de mi marido junto a mi oído.

– Sí, sí… – le respondí todavía aturdida.

– ¡Estás muy sexy! – dijo separándose de mí para observar esa indumentaria tan inusual en mí.

– Gracias – respondí notando como el calor subía por toda mi cara.

– ¿Ahora vienes del gym? – me interrogó sin dejar de mirarme seriamente a los ojos.

– Sí – respondí intentando que no notara mi apuro.

Me sorprendió mucho que me preguntara eso, Me quedé callada mirándole y eso me hizo recapacitar para poner freno de una vez por todas a esa tontería que me estaba enturbiando la cabeza y todo mi cuerpo, haciéndome comportar como una niña y no como una mujer hecha y derecha, esposa y madre de familia. Tenía que dejar de ver a ese chico y de comportarme así.

– Pues sí que te ha sentado bien hacer ejercicio. – volvió a decir mi esposo con su vista clavada primero en mis pezones erectos y en mi vulva dibujada bajo los pantys.

– Raúl, solo llevo dos sesiones.

– Pero dos sesiones intensas, ¿no? Son casi las diez. Te ha dado fuerte eso de la gimnasia… – añadió él, en un tono que me pareció que salía con cierta ironía.

– Sí, lo necesitaba. – respondí intentando ser natural.

– Ya, imagino… con el amigo de Darío, ¿No?

– Sí.

Llegué a pensar que Raúl sospechaba más de la cuenta y ahora estaba pagando las consecuencias de mi comportamiento tan indiscreto como poco inteligente.

– Todo el mundo habla maravillas de ese chico. ¿Martín, se llama?

– Si – respondí de nuevo sin que notara mi turbación.

– Darío, Martita… y ahora tú. Debe ser un crack ese joven… me gustaría conocerle. – sentenció.

Intenté disimular y que no siguiera con su interrogatorio para averiguar cosas que no debían ser. Pensé que en realidad yo no había hecho nada malo, pero mis titubeos podrían interpretarse bastante mal.

Al día siguiente hablé con Darío para que fuera él quien llevara a Martita a las clases de pádel con Martín, con la excusa de no encontrarme muy bien, porque en el fondo yo sabía que volver a verle era tener de nuevo un montón de turbulencias en mi cuerpo y en mi cabeza. No estaba dispuesta a que eso me volviera a descontrolar. Había que pararlo…. de raíz.

Durante el resto de la semana me dediqué a mí misma con una sesiones de estética, mi peluquería, mis amigas, con las que solíamos ir de compras y de algún modo borrando de mi mente tanta calentura y evadiéndome de posibles peligros.

Aquella tarde precisamente mis amigas y yo estábamos de compras por distintas tiendas y centros comerciales y una de ellas me comentó que mis trapitos estaban siendo más atrevidos y ajustados de los que suelo comprar. Intenté convencerlas que eran para deslumbrar a mi marido, pero se extrañaban de mi comportamiento, pues nunca compraba falditas tan cortas, ni pantalones tan ceñidos.

En otro momento de conversación con mis amigas en nuestro café de después de las compras una de ellas comentó.

– Desde que vas a clase de gimnasia, estás desconocida, parece que vas a comerte el mundo.

– No, simplemente quiero estar en forma. – dije quitando importancia.

– Bueno, teniendo un profesor como el que tienes, cualquiera no se come el mundo, jajaja… – añadió otra.

– ¡Oye, que es el amigo de mi hijo! – respondí toda digna para evitar cuchicheos, pero ellas rieron y aquello también me hizo sentir incómoda.

De pronto un mensaje llegó a mi móvil, precisamente cuando estaba distraída con nuestra conversación.

– “Hola Adri: Espero que no estés enfadada por lo del otro día. Vuelvo a pedirte disculpas, pero es que verte desnuda fue irresistible para mí” – decía el mensaje de Martín.

Mi cuerpo se convulsionó al leer aquel texto y mi cara debía ser todo un poema , pues una de mis amigas me preguntó alarmada:

– ¿Te encuentras bien, Adri?

– Sí, sí, no pasa nada. – respondí intentando disimular mi nerviosismo.

– Parece que te han dado un susto.

– No, no es nada.

De pronto el siguiente mensaje:

– “No has venido a traer a Martita a clase, ni has vuelto por el gym para dar tu sesión de ayer, supongo que sigues disgustada o enfadada conmigo. No sé cómo disculparme”

– “No pasa nada Martín, no pude ir por allí, fue por otros motivos” – contesté al mensaje con otro que me pareció más o menos correcto.

– “Pero ¿no vas a volver a venir a hacer nuestras sesiones en el gym?” – respondió el joven mientras mi cuerpo seguía revolucionado

– “Es que apenas tengo tiempo” – le devolví esa excusa.

– “No hay problema. Luego me paso por tu casa y damos las clases en tu gimnasio”

Todo mi cuerpo ardía y me levanté en dirección al baño mientras mis amigas me miraban sorprendidas. Una vez allí encerrada, me miré en el espejo y volví a advertir mi imagen de mujer cachonda que me devolvía el reflejo, con mis pómulos rojos, mis ojos vidriosos y mis pezones marcados sobre la blusa. Tuve que mojarme la cara con agua fría y también parte de mi nuca con la intención de apagar un fuego incontrolado.

– “No, Martín, no vengas a casa” – contesté en otro mensaje, intentando detener esa locura poniendo algo de racionalidad.

– “Bueno, de todos modos iré a ver a Darío que me ha llamado y si estás con ganas podemos darnos una sesión”

Mi cuerpo no era capaz de comportarse de forma normal y mi sexo volvía a encharcarse sintiéndome más cachonda por momentos. Mi mente tampoco atinaba a responder y preferí no hacerlo, justo cuando entró una de mis amigas al baño preocupada por mí.

Intenté explicarle que esos mensajes que había recibido eran sobre la salud de un tío mío que habían hospitalizado, pero no sé si fui muy creíble, ni cuando me despedí de ellas y salí de allí casi a la carrera.

Al llegar a casa oí unas risas que provenían del jardín y me acerqué a ver quiénes estaban en la conversación. La imagen que me encontré me sorprendió muchísimo. Allí estaba mi hijo Darío, mi marido y entre ellos, Martín, sentados los tres sobre las hamacas y bebiendo unas cervezas. Martita, más alejada, jugaba con sus muñecas al borde de la piscina. Los tres hombres hablaban seguramente de fútbol o de mujeres, pero se callaron al verme.

– Mira, aquí está Adri. – dijo mi marido al verme.

– Hola. – respondí intentando parecer amable y cordial, pero estaba sintiendo temblores por todo mi cuerpo y unos miedos que me atenazaban.

– Cariño, apenas me habías hablado de Martín, es encantador – añadió Raúl, mi esposo.

Por un momento pensé que me lo estaba reprochando y estaba a punto de darle una excusa tonta, pero él continuó diciéndome:

– Estábamos hablando con Martín que es tontería que te prepares en el gym, si te falta tiempo y que puedes hacerlo aquí en casa, en nuestro propio gimnasio. Me parece una buena idea.

– Sí, pero…

– Nada de peros, querida. Ya me dijo Darío que este chico es un crack, además si has decidido hacer algo, tienes que acabarlo, mujer y me alegro que por fin te dejes orientar por un profesional como él – añadió Raúl dirigiendo su mirada a Martín que no dejaba de sonreírme.

– Sí, pero, en realidad no sé si es necesario… – intentaba disculparme.

– Claro que lo es. Además he visto que Martín ha conseguido con Martita lo que nadie hasta ahora. No solo ha sabido encauzarla con las clases de pádel, sino que también se está volviendo mucho más responsable. Todo gracias a este chico. – añadió chocando su vaso de cerveza contra el de Martín.

Nuestro invitado me sonreía como si nada hubiera pasado entre nosotros… bueno en realidad no había pasado nada… ¿O sí?

Me senté con ellos en otra de las hamacas y después de servirnos otra ronda de cervezas allí mismo en el jardín, mi marido estaba entusiasmado con Martín y también con la idea de que fuera mi preparador personal. Incluso él mismo fue a enseñarle el gimnasio muy displicente, algo que volvió a sorprenderme, precisamente porque nunca se preocupaba por nada de lo mío y menos de que tuviera clases de gimnasia.

Me volví hacia mi hijo que también parecía aprobar mis clases con Martín en casa.

– Tu padre está muy raro. – le comenté.

– ¿Por?

– No sé, está desconocido, enseñándole la casa a Martín y todo eso, nunca lo hizo con ninguno de tus amigos.

– Bueno, Martín es un tío genial… – comentó él para destacar la diferencia.

– Claro. ¿Y no te molesta que venga a casa? – le pregunté dando un trago de cerveza esperando impaciente su respuesta.

– ¿Por qué me iba a importar, mamá?

– Quiero decir a darme clases, no sé, lo que hablamos el otro día… – dije como queriendo que aquello fuese el freno que necesitaba. Pero me equivocaba.

– Fue una chorrada mía, mamá, ya sé que no va a pasar nada, no sé por qué me hice esa idea. Ya sé que no vas a tener nada con él. Me dio un punto raro

– ¿Y no crees que él pueda seducirme? – hice la pregunta a mi hijo y en el fondo a mí misma.

– Es un buen amigo, confío en él y sobre todo en ti. Sé que no le vas a ser infiel a papá. – añadió muy seguro.

Tuve que dar otro trago de mi vaso para intentar disimular mi nerviosismo, pero casi me atraganto al hacerlo. Creo que esa última frase de Darío me puso todavía más incómoda y tensa, porque no estaba muy segura de saber guardar las distancias con un chico con el que me deshacía entera. La sola idea de estar a solas en casa con Martín me hacía vivir un cosquilleo por todo el cuerpo que no era normal y por otra parte me sentía muy débil, llena de miedos, sin saber en qué podría acabar todo.

El caso es que es verdad lo que comentaba mi esposo, algo debía tener Martín para tenernos a todos hipnotizados. Primero a Darío, a quien consideraba él mismo como su mejor amigo, después Martita, que efectivamente había cambiado de actitud desde que tomaba clases de pádel con ese joven. Yo naturalmente estaba loca perdida por el chico, pero es que hasta el desinteresado por todo, que era mi marido, estaba ahora encantadísimo con Martín. Todo se ponía contra mí ¿O debería decir a favor?

– Vamos, cariño, cámbiate y no perdáis el tiempo y dar unas clases para no perder tiempo. – me dijo Raúl y haciendo señas a Martín.

– ¿Pero hoy? – respondí mirándoles sorprendida.

– Claro. – respondió mi esposo con una caricia en mi brazo que hacía tiempo no me daba.

Miré a mi hijo intentando ver en su cara algún tipo de advertencia o de aviso como hizo días atrás, sin embargo al ver a su padre tan decidido y viendo que aquello no tenía la menor importancia, me sonreía aprobando lo que todos daban por hecho.

Estaba tan impactada, tan sorprendida y tan aturdida con todo que me metí en mi cuarto, me puse las mallas de gimnasia de mi primer día y bajé a dar mi clase particular con Martín, olvidándome de todo y queriendo borrar miedos y fantasmas de mi cabeza.

Al bajar, fue mi marido el primero que me sorprendió:

– ¡Caramba Adri, que cuerpazo!

– Gracias – respondí halagada y nuevamente sorprendida pues hacía tiempo que no me prestaba ningún tipo de atención.

– Sí que ha conseguido este chico hacerte cambiar, moldear ese cuerpo y convertirte en una jovencita. – añadió levantando su vaso en señal de admiración sin dejar de mirar mis muslos y mi culo bajo esas mallas.

Si el supiera lo que había conseguido ese chico, además de cambiarme y de darme clases de gimnasia y no era otra cosa que revolucionar mi cuerpo y mi mente hasta límites insospechados, pensé para mí.

Tenía muchas dudas por saber si Raúl podría sospechar algo y me estuviera poniendo a prueba, pero ¿Qué había de malo en que un amigo de mi hijo me ayudara preparándome con mis aparatos de gimnasia para exclusivamente ponerme en forma?, ¿Por qué habría de pasar otra cosa si yo me ponía en mi sitio y a Martín en el suyo?, ¿Qué tendría que sospechar mi esposo si no había pasado nada ni tendría por qué pasar?

En cuanto me metí en el gimnasio ya estaba Martín esperándome y volvió a sonreírme al verme aparecer ataviada con esos leggings negros y mi top que resaltaba mi pecho.

– Estás preciosa, Adri, como siempre.- dijo el amigo de mi hijo con uno de sus piropos y me invitó a sentarme en un banco de pesas para iniciar una suave tanda de calentamiento.

Él llevaba también su pantalón de lycra ajustado hasta medio muslo y una camiseta de tirantes muy ceñida a su cuerpo mostrando la silueta de toda su musculatura, que para mí era perfecta. Me senté en el banco y mi postura era bastante expuesta, la verdad, pues estaba tumbada boca arriba con mis piernas muy abiertas. Me colocó dos mancuernas de pequeño peso en los brazos y me indicó que fuera acercándolas a mi pecho.

Los primeros ejercicios fueron con las pequeñas pesas para potenciar el tono muscular de los brazos, boca arriba, después boca abajo y me fue aumentando el peso hasta terminar la tanda con unas pesas de cinco kilos cada una. Ya me estaban doliendo los brazos y los hombros, así que Martín al verme tan esforzada, me agarró por la muñeca suavemente y con firmeza a la vez mirándome a los ojos.

– Tranquila, no fuerces. Ya están los brazos, ahora pasemos a las piernas.

Me ordenó sentarme sobre una colchoneta boca arriba mientras me ponía unas gomas elásticas alrededor de mis tobillos.

– Ahora, abre y cierra las piernas, notarás la tensión. – me indicaba mi instructor, aunque yo no podía quitar ojo de su pectoral marcado bajo la camiseta y recordando el momento en el que le vi todo su torso desnudo en aquel vestuario días atrás. Mi vista también fue hasta llegar a su paquete, pensando en sí era posible que allí se escondiera un pene de 23 centímetros

Yo seguía abriendo y cerrando mis piernas mientras mi profesor no perdía detalle en inspeccionar todo mi cuerpo, especialmente sus ojos, que se iban a mi entrepierna cada vez que yo tenía la goma tensada por mis muslos que se mantenían bien abiertos. Por un lado estaba algo cortada, pero por otro me encantaba la sensación de sentirme observada de aquella manera por él. Seguía pensando en que no había nada malo.

El siguiente ejercicio era sobre un balón gigante que nunca había usado anteriormente en mi gimnasio particular y con el que Martín me fue indicando distintos ejercicios. El primero era estar sentada sobre esa enorme pelota y mis piernas abiertas haciéndola girar sobre mi culo en círculos, después sentada en el borde y recorriendo de adelante a atrás, al tiempo que él me sujetaba por las axilas, por la cintura, incluso alguna mano se posó accidentalmente sobre mi pecho. No sólo no me molestó, sino que sentí un delicioso cosquilleo en un acto aparentemente inocente.

– Ahora sentada, abre y cierra las piernas mientras avanzas con tu trasero sobre la pelota.

– ¿Así? – le preguntaba yo, pero me parecía que lo estaba haciendo mal, aunque siempre expuesta en una pose que parecía más un reclamo sexual que otra cosa.

– ¿Notas los músculos de tu vagina? – me preguntó de improviso, Martín.

Aquella pregunta me dejó descolocada, pero en realidad era cierto, notaba como apretaba los músculos cercanos a mis ingles, mis posaderas y especialmente la tensión de los músculos de mi entrepierna.

– Sí, lo noto. – respondí con una leve sonrisa.

– Claro, es genial sentir como se tensan ahí los músculos, ¿no?

– Sí.

– Pues verás que luego tus relaciones sexuales mejoran.

– ¿Cómo?

– Sí, Adri, cuando tengas sexo, verás que tu vagina ha ido incorporando nuevos movimientos que antes estaban dormidos y se irán reforzando músculos que harán más satisfactorias tus relaciones.

– ¿En serio? – pregunté sorprendida, mientras él asentía divertido al ver mi cara.

– Sí, las tuyas… y las de tu marido que saldrá beneficiado.

En mi cabeza daba vueltas la idea de tener sexo, pero no precisamente con mi marido, sino con ese chico que tenía delante y que me estaba volviendo completamente loca. De vez en cuando mis ojos volvían a su entrepierna sin dejar de imaginar la grandeza que se escondía debajo tal y como todos comentaban y que yo seguía sin creerme.

– Ahora ponte boca abajo sobre la pelota y haz lo mismo sobre tu bajo vientre.

– Es que me caigo. – le dije cuando vi que perdía el equilibrio y me deslizaba de costado por la enorme bola.

– No te preocupes, yo te sujeto.

En ese instante las dos manos de Martín se apoderaron de mi culo y se mantuvieron firmes allí. Tenía que haber gritado, debería haberle dicho que no me tocara con tanto descaro, mi obligación era advertirle que mi marido o mi hijo podían entrar en cualquier momento, sin embargo me sentía tan bien bajo los brazos potentes de ese chico, que me estaba sobando el culo mientras yo me movía en círculos sobre la bola gigante, notando como mi sexo palpitaba y mi culo sentía un placer inusitado. No deseaba que aquello acabara nunca… ni que esas enormes manos abarcaran mi culo con total descaro pero de una forma deliciosa.

En ese instante apareció Martita en la puerta del gimnasio y debió quedarse sorprendida por mi postura, tumbada boca abajo sobre la pelota y las dos manos de Martín aferradas con fuerza a los cachetes de mi culo.

Me levanté como un resorte, intentando aparentar normalidad, pero el hecho de que me hija me viera en aquella situación me hizo sentir esos miedos de nuevo y una impresión que no quería que ella notase.

– Hola cariño. – dije

– Hola, ¿os queda mucho? – preguntó la pequeña.

– Estamos acabando. – añadió Martín que también parecía nervioso con la aparición inesperada de Marta.

– Ah, vale, tenemos que ir al club para mi clase de pádel. – inquirió mi hija sin dejar de mirarme, haciéndome sentir muy incómoda.

Cuando la niña abandonó el gimnasio, mi profesor me dio dos besos y al hacerlo apoyé mis manos sobre su pecho y casi me da algo sintiendo sus labios tan cerca de los míos, porque lo cierto es que su boca estuvo a muy pocos milímetros de la mía. Desapareció de mi lado dejándome de nuevo, aturdida.

– ¡Adri! – me llamó Martín justo cuando ya estaba saliendo por la puerta.

– Dime Martín – respondí notando cómo mi corazón latía a toda pastilla y mi sexo seguía palpitante igualmente.

El chico miró a su alrededor asegurándose de que estábamos solos:

– Tienes un culo precioso. Y muy paradito como decís los argentinos. La cola más bonita que he visto jamás. – añadió y desapareció con su gran sonrisa.

Me quedé cachonda perdida sobre la colchoneta sin poder responder, ni decir nada y viendo desaparecer a ese hombre que me encandilaba con cada momento vivido cerca de él, incluso alejado de mí, recordándole.

Naturalmente me fui a duchar y tuve que terminar ese calor que me invadía con otro de mis deditos, dándome placer con mis caricias e imaginando de nuevo a mi profesor. No tardó en llegarme un orgasmo que me dejó temblando de placer y que seguía reviviendo en mi cuerpo cosas que no estaban latentes desde hacía mucho tiempo.

Juliaki

CONTINUARÁ…

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR.

juliaki@ymail.com

 

Relato erótico: “Por ayudar a un amigo” (POR XELLA)

$
0
0

Sin título1

No era una situación corriente y eso la tenía intranquila. Su amigo Lorenzo la había llamado asustado y nervioso, pidiendo verla en un lugar y a una hora a la que nadie pudiese verlos. Le temblaba la voz, pero no quiso decirla nada más por teléfono, decía que podían estar escuchando…

Y allí estaba Ana Castor, aparcando su coche en un descampado en las afueras de la ciudad, esperando. Hacia bastante frío y le molestó haber llegado antes que Lorenzo, pero no tardó mucho más, en unos minutos su coche aparcó al lado del suyo.
– Buenas noches Lorenzo. – Saludó ella, afable.
El hombre estaba pálido, tembloroso e incluso había perdido peso. Eso chocaba con la imagen que tenia de él, Lorenzo Barahona siempre había sido un hombre fuerte y seguro de sí mismo.
Se habían conocido cuando Ana acabó la carrera de periodismo, fue una de las primeras personas a las que entrevistó y, a pesar de la diferencia de edad (el rondaba los 50 y ella no había llegado a 30 todavia) habían entablado una fuerte amistad. El estaba metido de lleno en política y había acabado trabajando de diplomático en representación al país, ella había sabido abrirse paso en el periodismo, su belleza, inteligencia y desparpajo la habían ayudado a alcanzar rápido el éxito, ahora mismo trabajaba como presentadora de un programa de investigación.
Lorenzo miraba intranquilo a todos los lados, agarró a Ana por el brazo y la atrajo hacia el coche.
– Sssshhh. Más bajo. No quiero que nos oiga nadie. – Dijo el hombre.
– ¿Oirnos? ¿Quien va a oirnos aquí? – Pero igualmente hizo caso a su amigo y bajó la voz. – ¿Qué ocurre? Casi no te reconozco… Me estás asustando.
– Las tienen… Ellos las tienen
– ¿Las tienen? ¿Qué tienen?
– ¡A todas! Sssshhh. – Se mandó callar a si mismo cuando levantó la voz. – Ellos las tienen. No puedo hacer nada.
– ¿Quienes son ellos? Si no hablas más claro no llegaremos a ningún sitio.
Lorenzo cogió aire, volvió a mirar a los lados e intentó calmarse.
– X-Xella Corp. – Dijo en un susurro. – Las tiene…
Ana había oído ese nombre antes, pero todo eran habladurías… Jamás se había demostrado que existiera.
– ¿Xella Corp? ¿Que tiene?
– A ellas… Mis niñas…
A la periodista se le hizo un nudo en la garganta, ¿Sus hijas? ¿Las habían secuestrado? Las conocía desde hacía tiempo, dos díscolas jóvenes con las que se llevaba muy bien e, incluso, alguna vez había salido de fiesta con ellas.
– ¿Tus hijas?
– Y-Y a Helen…
– ¿Cómo ha ocurrido? – Preguntó la chica, alarmada. – ¿Están bien?
Un coche pasó por la carretera colindante al descampado y Lorenzo casi se lanzó al suelo para ocultarse.
– N-No puedo decir más, no puedo avisar a la policía. Eres mi única esperanza.
– Pero… ¿Qué quieres que haga yo? – Lorenzo estaba subiéndose a su coche mientras la escuchaba.
– ¡Ayudame a encontrarlas! Un indicio, una pista… ¡Lo que sea!
Ana se quedó mirándole, ¿Le estaba pidiendo que investigase a una corporación de la que él mismo tenía miedo?
– Por favor… – Suplicó el hombre. – Me tienen maniatado… Solo tú puedes ayudarme…
Ana pensó en su mujer y en sus hijas, siempre había tenido buena relación con esa familia y la habían ayudado en lo que habían podido…
– Esta bien. – Murmuró. – Te ayudaré…
– Muchas gracias, de verdad, me alivia mucho que hagas esto por mí y, por favor, Ana… Ten mucho cuidado…
Diciendo esto se montó en el coche y arrancó, dejándola sola en aquel vacío lugar.
Una ráfaga de aire frío la hizo estremecer.
“¿En que demonios me he metido?”
——————

Los siguientes días los pasó buscando como comenzar su investigación. Primero realizó búsquedas simples por Internet que obviamente, fueron infructuosas, la información no podía estar al alcance de cualquiera. Después comenzó a tirar de sus contactos. Conocía gente que la había servido bastante información en sus otras investigaciones, policías, gente metida en política, periodistas, criminales… La mayoría no aportaban nada de valor pero, poco a poco, juntando las distintas informaciones recibidas pudo ir montando una pequeña base sólida sobre la que indagar. Parece que las leyendas acerca de aquella extraña corporación podían ser más reales de lo que parecía en un inicio.

La investigación comenzó a absorber todo su tiempo, de tal manera que incluso cogió una excedencia en su trabajo. Comenzó a preocuparse de verdad por el paradero de las hijas y la mujer de Lorenzo, si era verdad todo lo que había descubierto sobre Xella Corp no veía manera de liberarlas…
Encontró hilos de historias en los que la gente desaparecía, mayormente mujeres, y de repente se acababa la información, como si desapareciese del mapa y nunca hubiese existido. Mujeres vendidas como esclavas sexuales, como mujer trofeo, como sirvientas… ¡Cómo mascotas!
Realizaban sus trabajos de manera quirúrgica, nunca dejaban cabos sueltos pero, aun así, Ana no iba a parar. Su testarudez y perseverancia la llevaron a descubrir varios nombres y lugares relacionados con Xella Corp. Creyó encontrar la localización de varias de sus sedes, operaban en un gran número de países, varios en Sudamérica, en USA, multitud de países en Europa, África y Asia… No se lo podía creer… ¿Cómo era posible que una organización tan extendida estuviese tan oculta?
Incluso llegó a encontrar un documental sobre ellos… ¡Un documental! Todos los nombres y caras habían sido cambiados y ocultados pero, según la información que había encontrado todo cuadraba. En la primera parte del documental se veía como una joven periodista comenzaba a realizar un reportaje, visitaba las instalaciones, conocía los métodos que utilizaban para someter y esclavizar a sus presas. La segunda parte era todavía más dura, en ella, la propia periodista era capturada, sometida y vendida al mejor postor. Era estremecedor ver como doblegan su voluntad y convertían a aquella joven en una esclava…
Un escalofrío recorrió su cuerpo, ¿En que lío se estaba metiendo?
La investigación la obsesionaba, no hacia más que pensar en Xella Corp. Cuanto más avanzaba más irreal y peligroso le parecía todo, ¿Qué había hecho Lorenzo para cabrear a alguien tan poderoso? Tenia que acabar con esto, tenia que parar antes de que fuese demasiado tarde, antes de meterse en problemas pero, ¿Cómo hacerlo? No podía dejar de pensar en la familia de Lorenzo, tenia que hacer todo lo posible por ayudar y… No podía negar que la atraía lo que estaba descubriendo. Cada vez que tiraba un poco más de los hilos obtenía nueva información, nadie había llegado tan lejos como ella, ¿Cómo dejarlo pasar? Su profesión y su curiosidad la obligaban a seguir.

Esa noche había quedado con un informador. Ivan González, un miembro de la policía, le había dicho que podía indicarle varios burdeles que pertenecían a la corporación. Como era obvio quería que todo fuese discreto, así que la citó por la noche en un lugar poco concurrido. Ana se veía ridícula, había acudido ataviada como si estuviese en una película de cine negro, ¿Cómo se le había ocurrido ponerse así? Una gabardina marrón la cubría hasta por encima de las rodillas ocultando su esbelto cuerpo y unas enormes gafas cubrían su rostro, aun no habiendo sol. Llevaba su negro pelo recogido en una coleta. Cuando se encontró con Ivan éste parecía nervioso, no paraba de mirar a todos los lados, balbuceando. No tardó en darle la información que buscaba, nada menos que 7 burdeles en la ciudad. Se despidieron y Ana se fue satisfecha, había dado un pequeño paso más en su investigación.

La mujer se montó en su coche distraída, pensando en la manera de acercarse a aquellos antros sin llamar demasiado la atención cuando un ruido la sobresaltó. Fue demasiado tarde. Unas manos se cernieron sobre ella desde el asiento de atrás. No le dio tiempo a gritar antes de sentir un doloroso pinchazo en el cuello. Después vino la oscuridad…
————
Se sentía bien, extrañamente bien.
-… ¿Esta todo preparado? …
Su mente nadaba entre brumas, el sueño la invadía.
-… Tantas veces en la tele…
Pero no quería dormirse, disfrutaba de esa sensación placentera de la duermevela.
-… Es preciosa, pero le hacen falta unos retoques…
No recordaba cuanto tiempo hacia que no estaba tan relajada.
-… ¿Cree que será posible? Un poco más grandes, no demasiado…
Últimamente el trabajo la absorbía, no hacia otra cosa.
-… Perfecto, vaya informándome con los avances…
Pero había algo más, algo que no lograba recordar.
-… ¿Qué programación usaremos?…
Algo…Había algo más…
-… Un switch… Estupendo…
¡Lorenzo! Se acordó de repente, llevaba semanas investigando y… ¡El coche! ¿Qué había pasado? Recordaba haberse montado en el coche… Pero nada más…
Intentó abrir los ojos solo para darse cuenta de que le resultaba muy difícil. Sentía frío. Frio y hambre. Poco a poco los párpados comenzaron a separarse y de inmediato se volvieron a cerrar ante le penetrante luz que vio.
-… Mira… Se está despertando…
Entonces cayó en la cuenta de las voces, había alguien más allí, con ella. Intentó de nuevo abrir los ojos, soportando la luz que la cegaba y pudo ver a los dos hombres que charlaban a su lado. La estaban mirando fijamente.
– ¿Qué tal te encuentras, pequeña?
Ana intentó moverse pero algo se lo impedía. Movió la cabeza con dificultad y vio que estaba atada y desnuda sobre una especie de camilla. La cabeza le daba vueltas, todo movimiento suponía un enorme esfuerzo. La luz que la cegaba estaba directamente sobre ella, ¿Estaba en algún tipo de hospital?
– No hagas esfuerzos, relájate y todo será más fácil. – Le decían las voces.
– ¿Q-Qué ha pasado? ¿Donde estoy? – Le costaba demasiado hablar, dejó caer la cabeza sobre la almohada.
– Ssssshh… Todo a su tiempo pequeña. Relájate.
El hombre que hablaba se acercó y la acarició el pelo. Intentó apartar la cara pero estaba demasiado débil y confusa. El otro hombre se acercó al una pequeña pantalla que había al lado de la camilla.
– Voy a aumentar la dosis. – Dijo, mientras toqueteaba unos botones.
Unos segundos después, el sopor invadió a Ana.
– ¿L-La dosis? ¿De que…? – Pudo decir, antes de dormirse por completo.
———–
Cuando volvió a despertar se sentía algo más despejada, de modo que pudo pensar bien la situación en la que se encontraba. Estaba atada y desnuda en un lugar desconocido, ¿Cómo había llegado a esa situación? Al intentar pensar en ello la cabeza comenzó a dolerle de nuevo.
Miró alrededor, veía la luz sobre su camilla, una pantalla se ordenador a un lado, varias vías inyectadas en su brazo… ¿Qué la estaban haciendo? El pánico la invadió, ¿Había tenido un accidente con el coche? Pero eso no explicaría por que estaba atada y desnuda…
Siguió mirando alrededor y lo que vio la dejó helada, en la sala había varias personas, el hombre que había manipulado la pantalla anteriormente y que supuso seria un doctor, porque llevaba una bata, y lo que la hizo extrañarse más: había varias “enfermeras” por llamarlas de alguna manera, pero nadie las habría calificado así… Parecía sacadas de un desfile de Victoria Secret’s, estaban subidas en zapatos de tacón kilométrico y ataviadas únicamente con lencería fina. Mostraban sin pudor sus voluptuosos cuerpos mientras iban de un lado a otro manipulando el instrumental.
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó asustada.
El doctor giró hacia ella y se acercó.
– ¿Ya te has despertado?
– ¿Quienes sois? ¿Qué queréis de mi?
– Vaya… Estoy un poco decepcionado… Creí que serias capaz de atar cabos tu solita… Has estado metiendo las narices en asuntos demasiado grandes para ti, pequeña.
– ¿Q-Qué?…
Entonces lo recordó todo, había ido a hablar con Ivan, se montó en el coche y entonces alguien…
– ¿X-Xella Corp? – Preguntó asustada.
El hombre simplemente la sonrió y la guiñó un ojo, como si todo esto no fuese más que una situación divertida.
– ¿Por qué hacéis esto? ¡Dejadme ir! – Por su cabeza pasaban las horribles historias que había descubierto en su investigación, no podía estarle pasando esto. – ¡Me encontrarán! ¡Me buscarán y me encontrarán! ¡No podéis secuestrar así! ¡Lo pagareis!
– Permitame que lo dude, señorita Castor. – El hombre que acompañaba al doctor el otro día entró por la puerta. – Nosotros siempre conseguimos lo que nos proponemos…

Ana se quedó sin habla, no por la aparición de hombre, sino por su compañía… ¡Era Helen Olsen! ¡La mujer de Lorenzo!

– ¡Helen! – Exclamó Ana, pero la mujer no le hizo ningún caso, como si no estuviese allí.
La mujer de su amigo estaba ataviada de la misma manera que las enfermeras que rondaban por la sala, tacones altísimos y fina lencería de encaje, con la excepción de dos objetos, una bola de plástico que llevaba amarrada a la boca, y una especie de collar de perro, del que salia una cadena que sujetaba distraidamente el hombre.
– Vaya, parece que os conocéis. – Dijo éste.
– ¿Qué habéis hecho con ella? ¿Y sus hijas? ¡Helen! – Gritaba desesperada la periodista.
– Solo hemos hecho de ella una mujer más feliz. – El hombre se acercó a Ana. – Igual que haremos contigo.
Se situó entre las piernas de la joven y llevó la mano a su sexo. Inmediatamente un relámpago de placer invadió el cuerpo de la chica, aunque casi no la había tocado.
– Iñaki, ¿Cómo va la reprogramación?
– Al 60%. – Contestó el doctor.
– Estupendo… – Diciendo esto introdujo de golpe dos de sus dedos en el coño de Ana, y los extrajo empapados en sus flujos.
“¿Qué me está pasando?” Pensó la chica. “Nunca me había sentido así… Apenas me ha tocado…”
El hombre acercó los dedos a la boca de la chica, que pudo notar el olor de su sexo. Apartó la cara tanto como la permitían los amarres.
– ¿No quieres? No te preocupes… Dentro de poco te encantará…
Y diciendo eso, el hombre quitó la mordaza a Helen con una mano mientras le ofrecía los dedos húmedos con la otra, la mujer los devoró ávida, chupandolos y lamiendolos hasta dejarlos impecables. Ana empezó a temblar de terror, ¿Qué habían hecho con Helen? La recordaba como una mujer sobria y educada, y ahí estaba, lamiendo unos dedos que habían estado dentro de su coño… ¿Le harían lo mismo a ella?
– Es hora de empezar con la siguiente parte del proceso, Helen, ¿Por qué no haces los honores?
“¿La siguiente parte del proceso? ¿De que coño habla?”
Helen se arrodilló entre las piernas de la chica y, sin mediar palabra, comenzó a lamer su coño con ansia.
– Ooohhh. – Ana se retorció de la impresión y el placer. Intentó moverse para impedir que la mujer continuara pero estaba muy bien atada, así que no tuvo más remedio que intentar aguantar.
Estaba confusa y excitada, no era la primera vez que la hacían sexo oral, ni mucho menos, pero nunca había tenido unas sensaciones tan intensas, ¿La habrían drogado para aumentar su sensibilidad?
No tardó mucho en llegar el primer orgasmo, que vino acompañado de sonoros gemidos que Ana no pudo esconder.
– Eres una niña muy ruidosa. – Comentó el hombre. – Vamos a solucionar eso.
Y, acercándose a ella, le colocó una bola de plástico en la boca como la que llevaba Helen. No evitaba que siguiera gimiendo pero al menos ahogaba el ruido.
La joven intentó decirle a la mujer de su amigo que parase, que entrase en razón, pero de su boca solo salían ruidos ininteligibles. Comenzó a sudar, el esfuerzo por liberarse y el sofoco por el placer recibido comenzaban a hacer mella.
Había perdido la noción del tiempo y de los orgasmos que había experimentado cuando el hombre se acercó al Helen y le tocó el hombro.
– Para. – Le dijo, e inmediatamente la mujer apartó la boca del coño de Ana. – Es hora de que descanses.
Ana sintió alivio, por fin había acabado esa maratón de orgasmos, estaba agotada.
– Isabel, tu turno.
El hombre se dirigía a una de las enfermeras que, solicita, ocupó el lugar de Helen.
– Mmmppfff.
Ana intentó luchar, la desesperación se adueñó de ella, pero fue inútil y agotamiento hizo que se desmayara.
Ni siquiera durante su sueño pudo escapar de esas sensaciones que la habían llevado a la desesperación. Por su cabeza desfilaban escenas de sexo y depravación en las que ella era la protagonista. Soñaba que se corría una y otra vez, se abandonaba al placer pero, en este caso, era ella la que lo buscaba. Era participante de orgias salvajes en las que era follada sin cesar por hombres sin rostro y, cada vez que llegaba un orgasmo, sentía una sensación placentera de plenitud y felicidad.
Un fuerte orgasmo y un gemido ahogado por la mordaza la despertó. Estaba empapada en sudor y por los bordes de la mordaza escapaban sus babas. Levantó lentamente la cabeza sólo para ver como ahora era otra chica la que estaba dando buena cuenta de su coño, ¿Cuantas habrían pasado ya entre sus piernas? Prefería no saberlo, solo quería que todo acabase de una vez… Pero notó algo más, había algo extraño en lo que estaba viendo, ¿Qué podría ser? Entonces cayó en la cuenta, sus tetas casi no la dejaban ver a la chica que estaba ante ella, ¿Habían crecido? ¿Cómo era posible? Creía estar segura de que no la habían operado pero…
– Ya es suficiente, Mónica. – Dijo el doctor. – Marcelo, llevamos un 80%.
– Perfecto. – Dijo laconicamente el hombre.

Ana sintió un verdadero alivio cuando la chica se levantó y regresó a sus tareas, por fin la dejaban tranquila pero, inmediatamente, un fuerte desasosiego la embargó, ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía así?

– ¿Qué tal te encuentras? – Preguntó el tal Marcelo. – ¿Cansada?
Se acercó a ella y le quitó la mordaza. La mandíbula de la chica crujió al volverse a articular. El hombre comenzó a recorrer lentamente el cuerpo de Ana con los dedos, se tomó su tiempo en los pezones, que rápidamente se pusieron duros como piedras. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la periodista, calmando el desasosiego que sentía.
– ¿Q-Qué me estáis haciendo? – Balbuceó mientras el dedo avanzaba inexorable hacia su coño. – P-Para… Dejadme en paz…
Pero la realidad era que ese contacto la calmada, la hacia sentir bien, cada centímetro que avanzaba el dedo era un punto más de bienestar y placer en la mente de Ana.
Marcelo rozó el clitoris de la periodista y apartó el dedo.
– Mmmmhhhhh. – Ana no lo quería admitir, pero estaba frustrada. La sensación de desasosiego volvía a su ser con más fuerza que antes.
– ¿Qué te pasa? ¿No querías que parase? – Decía el hombre, con sorna.
Ana le miraba con una mezcla de odio y deseo.
– ¿Qué me habéis hecho? ¿Por qué me siento así? – La chica intentaba juntar sus muslos para matar la calentura de su sexo, pero seguía fuertemente atada.
– ¿Cómo te sientes? – Marcelo introdujo el dedo en el coño de Ana, arrancando un gemido de su boca. – Yo te veo bien. – Sacó el dedo.
– Nooo. – La chica no podía contenerse más. – Por favor…
– ¿Por favor? ¿Por favor que?
– Acabad con esto… No pares… No me dejes así… Por favor…
– No entiendo lo que quieres decir. – Se situó a su lado y comenzó a acariciar los pezones erizados de la chica. – Hace unos minutos querías que parasemos.
– No por favor… No quiero… Ya no… – Su sexo ardía, el contacto en sus pezones la estaba volviendo loca.
– ¿Y que gano yo? ¿Qué harías con tal de que calmase tu ansia?
– Lo que sea… Haría lo que me pidieras…
Marcelo sonrió. En segundos había bajado sus pantalones y tenia su polla erecta ante la cara de la periodista. La chica quedó en estado de shock, la tenía a escasos centímetros de su boca, podía olerla, casi sentía como palpitaba ante ella. Un deseo visceral nacía desde lo más profundo de su ser y la impulsaba a algo que no quería hacer, ¿O si? Abrió la boca y se acercó con lentitud a su objetivo y, cuando sus labios tocaron el glande de aquel hombre, su cuerpo se relajó, la paz volvió a ella y la extraña sensación desagradable que había estado sintiendo dejo paso a un placer casi onírico.
– 90%. – Oyó decir al doctor.
¿Qué querría decir con eso? Daba igual, lo único que la importaba en ese momento era la polla que tenía entre sus labios. Comenzó a lamerla desde la dificultad de su posición, buscando llegar lo más lejos posible. Marcelo se acercó y situó su miembro sobre la longitud de su cara, y sus huevos sobre su boca. Ana no necesitó más indicaciones y empezó a lamer los también. Su lengua viajaba una y otra vez de los huevos al glande, recorriendo el duro tronco que tenia ante ella. El hombre la sujetó la cara entonces e introdujo el rabo de golpe en su boca. Ana comenzó a estremecerse. El placer que sentía era tan grande que pensaba que se iba a desmayar de nuevo, ¿Qué la estaba pasando?
– 95%.
– Suéltala. – Ordenó Marcelo a una de las chicas.
Rápidamente Ana se vio liberada de sus ataduras y levantada de la camilla. La chica que la había liberado la colocó de pie, con las piernas algo separadas y el torso apoyado en la camilla. La petiodista no podía soportar la excitacion que la invadía y comenzó a masturbarse frenéticamente.
– ¿No puedes aguantar ni un segundo sin tocarte? – Decía Marcelo desde detrás de ella. – Vas a ser una buena perra.
Y, diciendo esto, apartó la mano de la chica e introdujo la polla de golpe en su coño. Ana iba a explotar, nunca en la vida había sentido un placer semejante. Se dejó caer sobre la camilla derrotada, abandonada a los múltiples orgasmos que estaba recibiendo.
– 98%.
¿Cómo podía correrse tan seguido? ¿Cómo podía desear lo que la estaban haciendo? Cada embestida que recibía era una bendición, deseaba que no acabase nunca.
Pero Marcelo estaba a punto. Sacó el rabo y obligó a la chica a arrodillarse. Introdujo de nuevo la polla en la boca ansiosa de la periodista, que pudo notar el sabor de su sexo que anteriormente había intentado evitar.
– Tragatelo todo, perra. – Dijo el hombre sin más, y abundantes chorros de semen brotaron de su polla, haciendo que Ana se atragantase. Pero esto no impidió que la chica obedeciese, no dejó caer ni una gota.
Tragarse el semen de su hombre fue la gota que colmó el vaso, Ana estalló en oleadas de placer que la llevaron al desmayo, cayendo derrotada en el suelo y perdiendo la consciencia.
– 100%. – Consiguió escuchar, antes de que todo se volviese negro.
—————–

Ana despertó en su cuarto, estaba contenta por que hoy regresaba a su trabajo de nuevo después de lo que ella pensaba que habían sido unas vacaciones relajantes.

Salió de la cama desnuda, pues había descubierto que la resultaba mucho más cómodo dormir sin nada encima y tropezó con el vibrador que había estado usando antes de dormir. Lo había comprado hace poco y, desde entonces, se había convertido en su mejor entretenimiento, ¿Cómo había podido vivir sin uno? Ya estaba pensando como seria el siguiente que se iba a comprar.
Se situó frente al espejo a observarse, realmente tenia un cuerpo precioso. No reparó, sin embargo, en los brillantes aritos que adornaban sus pezones, ni en el aumento de tamaño de sus tetas, habría jurado que siempre habían estado allí. Si que sabía, en cambio, que había cambiado de estilo de peinado. Ahora llevaba el pelo corto, casi rapado a la altura de la nuca y más largo en la parte delantera, según su opinión ahora estaba bastante más sexy.
Abrió su armario y comenzó a elegir la ropa que se pondría. Comenzó a sacar prendas, indecisa ante la cantidad de ropa que tenía y que todavía no había estrenado pues, la semana anterior, decidió que había que dar un giro a su estilo y además de cortarse el pelo renovó todo su vestuario. Tiró toda su antigua ropa y arrasó con la mitad de las tiendas que encontró, buscando prendas más juveniles y sexys.
Finalmente se decidió por una minifalda ajustada y un top escotado. Se miró en el espejo y se sintió realmente bien, atractiva y contenta consigo misma.
Cuando llegó a su trabajo, no se le escapó que todos los hombres se daban la vuelta a su paso, se sentía preciosa y deseada y eso la gustaba. Se presentó en el despacho de su jefe para notificarle su vuelta.
– Buenos días, jefe. – Saludó alegre.
– Buenos días. – Contestó el hombre, sin siquiera levantar la vista de su escritorio. – ¿Ya acabaste esa investigación tan urgente que tenías entre manos?
– ¿Investigación? ¿Qué investigación? Me tomé un tiempo para relajarme y desestresarme, eso es todo.
– ¿No dijiste que…? – El hombre levantó la vista y vio el nuevo aspecto de su presentadora. – Ya… Ya veo yo para que necesitabas un tiempo… – Dijo, observando el aumento de tamaño de las tetas de la chica.
– ¿Eh?
– No te preocupes, no diré nada… Y ahora vuelve a tu puesto que hay que seguir con el programa.
La nueva imagen de la periodista Ana Castor fue la comidilla de los estudios durante los próximos días y, cuando se emitió su siguiente programa, de las redes sociales. A nadie se le escapó el nuevo y exuberante aspecto de la chica, las revistas hicieron reportajes especulando a que cirujano había ido, por qué razones se había operado y si había un hombre junto a la mujer de moda. La audiencia del programa se multiplicó, sobre todo entre el público joven. Ana estaba en la cresta de la ola, ni siquiera ella se explicaba el por qué del cambio que había dado, solo disfrutaba del momento.
Un día, llegaba a su casa con las bolsas de la compra en la mano y se encontró un hombre en su puerta. Le resultaba vagamente familiar, pero no sabia decir de donde.
– ¿Puedo ayudarle? – Preguntó con cautela.
– A mi no, pero tengo un amigo que quiere que le hagas un pequeño favor, te está esperando dentro.
– ¿Qué quiere decir? ¿En mi casa? Me está asustando, váyase de aquí o llamaré a la policía.
Ana sacó el móvil del bolso y se dispuso a marcar.
– Oh, vamos, déjate de tonterías. Si eres “Una perrita obediente”
Los ojos de Ana se volvieron vacíos y dejó caer las bolsas al suelo. De inmediato comenzó a despojarse de las ropas, quedando sólo los zapatos de tacón, las medias y una preciosa lencería de encaje.
– Ahora entra ahí y obedece a tu hombre en todo lo que te pida.
Los ojos de Ana recuperaron la vida y una expresión de lujuria apareció en su rostro. Atravesó el umbral de la puerta dejando allí a Marcelo, satisfecho de lo bien que había salido todo. La frase gatillo había funcionado perfectamente, lo que le permitía cambiar la personalidad normal de la chica, por su nueva y flamante personalidad de esclava. Cuando acabase el servicio no se acordaría de nada, no recordaría lo que había hecho, ni con quién, ni donde había estado. Lo único que quedaría en su mente era una profunda sensación de bienestar y de trabajo bien hecho.
El hombre observó las ropas tiradas en el suelo y pasó sobre ellas, esquivandolas mientras pensaba en lo mucho que le gustaba su trabajo.
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
 
Viewing all 7974 articles
Browse latest View live