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Doce noches 4 mi prima y su amiga se emborrachan (POR GOLFO)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2

Llevábamos siete días, varados en esa isla desierta y sin visas de ser rescatados. Durante una semana, no habíamos visto ningún signo de civilización. Por mucho que oteábamos el horizonte en busca de algún barco o la estela de un avión, jamás conseguimos descubrir nada. Buscando ser practico, marqué unas normas que todos debíamos cumplir así como una división de las tareas diarias. Tanto María, mi prima, como Rocío, su amiga, aceptaron mi liderazgo desde el primer día y el haberse convertido en mis amantes no hizo más que afianzarme en el mando.
Aunque parezca imposible, esas dos niñas pijas se habían olvidado de su vida anterior y se habían hecho a la idea de que pudiera darse el caso que jamás nos rescataran.  Una muestra clara de lo que os digo, ocurrió esa mañana:
Estaba profundamente dormido cuando un ruido me hizo despertar. Al abrir los ojos, las vi entrar en la choza agarradas de la mano. Desnudas, nada me perturbaba para admirar la perfección de sus cuerpos. Rocío era mas alta, morena con unos pechos pequeños que pedían a gritos ser besados, un estómago firme de mujer que hacía poco había dejado atrás la adolescencia.  Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de rubia, con su pelo casi albino y ondulado por los rizos, tenía la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados.
-Venid aquí-,  ordené golpeando con mi mano la rudimentaria cama.
Al obedecerme, movieron sus caderas intentando con ello provocar mi libido como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Al llegar hasta el catre, se arrodillaron y  gateando, dejaron que mis ojos contemplaran la rotundidad de sus curvas. Rocío y María eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María me bajó el short que llevaba mientras con sus labios buscaba mis besos, Rocío en cambio se entretuvo cogiendo los pechos de mi prima con la mano y acercándolos a mi cara, me los ofreció como ofrenda.
No me pude negar a sus caricias. Sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban, y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Rocío al verlo, quizás envidiando mi lengua, se pegó a mí y también puso sus senos a mi disposición. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos.
Lo excitante de la escena, me hizo acomodarme en la cama y cuando ya estaba intentando acelerar sus maniobras oí a María que me decía:
-¡Manuel! ¡Relájate!,¡ déjanos hacer!– y entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, de forma que entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas.
Rocío tomó la iniciativa, bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de su amiga.
-¿Te gusta?-, me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.
Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.
El sentir, la humedad de la boca de Rocío cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la rubia para unirse a la otra y cogiendo mi pene con la mano, jugueteó con mi glande mientras exploraba todos sus pliegues. La moreno no queriéndose quedar atrás sin ningún recato se apoderó de mis huevos, introduciéndoselos en la boca.
Atacado por dos frentes, sentía como esas dos chavalas competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por las caricias que mutuamente se daban. Estaba disfrutando y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi falo con sus bocas. Alucinado me dí cuenta que mi prima y su amiga se estaban besando a través de mí. Sin darse apenas cuenta, sus labios se tocaban mientras  sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero vehículo privilegiado de sus caricias.
Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi excitación y al sentir mis dos amantes que se acercaba, como posesas buscaron ser cada una de ellas la dueña de mi explosión. Os juro que en ese momento, no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene porque eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.
-¡Yo también quiero!- protestó Rocío al ver que María se apoderaba de mi sexo.
Al expulsar mi pene las primeras gotas, fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron dos manos las que asieron mi extensión para buscar mi placer. Dominadas por la lujuria, mi prima y su amiga  comenzaron a menear m pene mientras sus dos bocas estaban listas para recoger la cosecha. Creí que jamas iba a disfrutar de algo semejante cuando mi semen  recién salido fue devorado por ellas. Como buenas amigas, María y Rocío compartieron alternativamente el chorro que salía de mi capullo en perfecta unión y  no dejaron de ordeñar mi miembro hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota. Entonces y con una sonrisa en sus bocas, me preguntaron que me había parecido.
No les pude mentir:
-Ha sido la mejor mamada que nunca me han hecho-.
Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado y se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras. Al ver como Rocío se comía con los ojos a mi prima, decidí ayudarla y poniendo a la rubia entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos y notar como nuestras bocas se apoderaban de sus pezones.
-Me encanta-, gimió cuando Rocío inició el descenso hacia su vulva y abriendo le gritó que era todo suyo.
La morena no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de su amiga, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que mi prima sollozara de placer. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina, comenzó a torturarla, esa humedad inicial se transformó en río y un torrente de flujo mojó la mano de la otra mujer. Rocío, al percibirlo, ansiosamente se llevó la mano a la boca bebiendo de su sabor agridulce.
-¡Hazme el amor!- me rogó mi prima ya completamente excitada.
Sin esperar mi respuesta, se subió a horcajadas sobre mí y empezó a ensartarse toda mi extensión. Al hacerlo dándome la espalda, la postura permitió que su sexo seguía estando a disposición de Rocío. Aunque no pude verlo, mi prima sonreía a su amiga mientras se empalaba con mi miembro. La lentitud con la que se lo incrustó, me permitió notar cada uno de sus pliegues al ir desapareciendo mi pene en su interior y disfrutar de como mi capullo rozaba la pared de su vagina al llenarla por completo.
Rocío al verla abierta de piernas con mi sexo en su interior, debió de pensar que era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y agachando la cabeza entre las piernas de mi prima, con la lengua se adueñó de su clítoris., Y mientras se comía ese coño y bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! – dijo María. Totalmente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar. Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación.
Pero fue cuando Rocío se levantó y le puso su sexo en la boca de la morena, cuando ésta estalló retorciéndose como posesa. Sin parar de zamparse el coño de su amiga, se corrió dando gritos. Demasiado excitado por la escena, mi pene explotó dentro de ella de forma que mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.
Agotados caímos sobre la cama y entonces Rocío se dedicó a absorber los restos de nuestra unión y reiniciando su masturbación, consiguió su propio orgasmo justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestros cuerpos no quedaba ningún huella del éxtasis que nos había dominado.
Fue la propia Rocío quien, tras unos momentos de descanso, rompió el silencio llorando:
¡No me lo puedo creer!, siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir.
Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna por la tensión sufrida en la isla, dejé que mi prima la consolara mientras pensaba en que ese infortunio nos había cambiado. No solo había conseguido que dos mujeres de bandera compartieran gustosas mi cama sino que ambas estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Con mi morbo saciado, observé a María besar a su amiga, diciéndole:
-Cariño, no llores. También Manuel y yo sentimos lo mismo- y para afianzar sus palabras, dijo sin parar de acariciarla: -¿Quieres que ahora seamos nosotros quienes te amemos?
Afortunadamente para mi alicaído miembro, Rocío pidió que solo la abrazáramos y por eso unidos sobre esa rudimentaria cama, nos besamos con ternura mientras ella se tranquilizaba. Una vez repuesta, se levantó y mirando el reloj, soltó una carcajada diciendo:
-Son las diez- y sacando a mi prima de mis brazos, le soltó: -si no nos damos prisa en recoger algo de fruta mientras Manuel pesca algo, ¡Hoy vamos a pasar hambre!
Comprendiendo que tenía razón, salí del puñetero catre y sin esperar a ver que hacían, salí en busca de comida. Con la caña en mis manos y mientras intentaba sacar un pez de las mansas aguas, me dio tiempo a pensar en lo sucedido:
“Yo también las amo”, sentencié mentalmente al percatarme de que no solo era atracción física lo que sentía por esas dos chavalas.
Esa mañana me la pasé pescando y solo cuando ya había atesorado siete jureles, decidí volver. Al llegar mi prima y su amiga no habían vuelto de la plantación por lo que aproveché el tiempo para dar de comer a los cerdos que teníamos en la cerca. Según el plan que nos habíamos marcado, al día siguiente tendría que sacrificar a uno de ellos y contrariamente a lo que hubiese supuesto solo unos días antes, no sentí remordimiento alguno mientras los cebaba.
Al rato las vi llegar cargadas de fruta, por lo que corrí a ayudarlas. Rocío se negó a que le cogiera el bulto diciendo:
-Ayuda mejor a María, viene un poco indispuesta.
Sorprendido la miré y entonces me di cuenta de que venían las dos borrachas. Intrigado por que hubiesen bebido alcohol al no haberlo en esa mierda de isla, directamente pregunté a la morena, de donde lo habían sacado.
-Mira- respondió y sacando una especie de mango, me lo dio diciendo: -hemos encontrado estos frutos tirados por el suelo y al probarlos están deliciosos.
Tanteando el terreno, mordí uno de ellos y no me costó reconocer el tufo que desprendía. Supe entonces que el sol y las altas temperaturas habían acelerado la fermentación convirtiendo el azúcar en alcohol. Al no saber si eran comestibles, regañé a las dos muchachas por haber sido tan brutas de comerlos sin estar seguras.
-No lo pensamos- contestó la morena muerta de risa -¡Me siento de puta madre!
Mi prima que debía de haber comido más, tambaleándose,  me preguntó de dónde venía la música.
-¿No la oyes?- soltó al ver mi cara alucinada y sin más empezó a bailar.
Su amiga se le unió en la arena y siguiendo unos acordes que solamente ellas dos oían, se abrazaron mientras sus pies no paraban de bailar. Comprendí en seguida que esos frutos además de un contenido alcohólico alto debían de contener alguna especie de alucinógeno y por eso, francamente nervioso, me quedé observando la reacción de las dos muchachas. No tardé en descubrir que sin buscarlo, tanto Rocío como mi prima empezaron a dotar a sus movimientos de una sensualidad sin límite
-Tengo mucho calor- dijo la morena mientras con una mano se pellizcaba uno de sus pezones ante la atenta mirada de su amiga.
– Déjame ayudarte, ¿sí?- murmuró María estimulada al ver a su compañera de niñez acariciándose. 
Rocío asintió un tanto sonrojada. Mi querida prima con sus ojos impregnados de un extraño deseo, acercó su boca al pecho de su amiga y lo besó mientras con sus dedos le acariciaba la espalda. Al oír el gemido que produjo su acción, dejo que una de sus manos fuese bajando y ya convencida, toqueteó la entrepierna de la morena. Rocío no pudo reprimir su deseo y separando sus rodillas permitió que se apoderara de su sexo. 
– Mi amor…- suspiró al sentir que una de sus yemas jugueteaba con el botón que se escondía entre sus pliegues. 
El corazón de María dio un vuelco al oír esas dos mágicas palabras. Decidida a demostrarle que compartía el mismo sentimiento, la besó con pasión tomándola por la cintura con su brazo derecho y por su espalda con el izquierdo. Sin importarles que estuviera presente, esas dos mujeres entrelazaron sus lenguas mientras con sus dedos buscaban el placer de su contraria.
Rocío, en un momento dado,  con la pierna derecha abrió espacio entre las de su amada y dejó de acariciarle la espalda para comenzar a acariciar sus glúteos. Entonces, sin pedirle dejó sus manos sobre los pechos de mi prima, presionándolos al mismo tiempo que volvía a meter su pierna entre las rodillas de la rubia. Ya bastante excitado por ello, observé como sus cuerpos se contagiaban de deseo y ya sin recato alguno, rozaban sus coños uno contra el otro mientras no dejaban de besarse.
Fue María la que dio el siguiente paso, violentamente, tumbó a su amiga sobre la arena y tirándose encima de ella, empezó a morderle los pechos. Los gritos que salieron de la garganta de Rocío me hicieron comprender que, aunque le hacía daño, estaba disfrutando y por eso me mantuve quieto mientras mi prima se lanzaba al asalto de su compañera.
“¡Qué bruta!” pensé al verla torturar los pezones de la morena.
Esta sin quedarse corta, clavó sus uñas en la espalda de la rubia y dejó un profundo arañazo sobre su piel. Mi hasta entonces tranquila prima, pegó un alarido y llevando su boca a la de su amiga, le mordió el labio mientras su coño rebosaba de humedad. Sé que entonces me di cuenta de que algo andaba mal pero contagiado por la excitación del momento, me quedé plantado allí sin hacer nada. Estimuladas de forma brutal por la sustancia ingerida, ninguna de la dos era consciente de la violencia que estaban ejerciendo una contra la otra.  
La respuesta de Rocío no tardó en llegar y cogiendo del pelo a María, le obligó a agacharse entre sus piernas, diciendo:
-¡Comételo!
La rubia respondió introduciendo con salvajismo dos dedos en la vulva de la morena mientras relamía dulcemente el clítoris que le había ofrecido. Los chillidos de su amiga al sentir la intrusión, no le bastaron e iniciando un mete-saca atroz, empezó a follar con sus yemas el estrecho conducto de Rocío.
-¿Te gusta verdad?- le gritó al ver que tenía el sexo encharcado.
–¡Eres una puta!- respondió con la voz entrecortada su amiga mientras se retorcía buscando el contestar a esa agresión. Increíblemente, consiguió darse la vuelta y metiendo su cara entre los muslos de mi prima, cogió entre sus dientes el botón del placer de su agresora.
Viendo que estaban llevando al extremo la mutua violencia, intenté intervenir pero con los ojos inyectados en ira, María me soltó:
-¡No te metas!, ¡Esto es entre esta zorra y yo!
Con el rabo entre las piernas, volví a sentarme. Desde el tronco que me servía de asiento, observé que las dos mujeres alternaban golpes y mordiscos con verdadera dulzura y que tras unos minutos donde no sabía el resultado de todo aquello, vi que poco a poco la brutalidad de sus actos iba menguando incrementándose la pasión.

En un momento dado, las muchachas cambiaron de postura y entrelazando sus piernas, empezaron a rozar sexo contra sexo. Más tranquilo por haber  desaparecido la violencia pero más excitado que nunca, fui testigo del modo en que esas dos unieron sus coños dejando atrás todo rencor. La primera en correrse fue Rocío que totalmente descompuesta, gritó su placer a los cuatro vientos y convulsionando sobre la arena, buscó el gozo de su compañera con mayor pasión. María al sentir el flujo de su amiga recorriéndole las piernas, halló su compensación con un prolongado y brutal orgasmo.

Tras el mutuo climax, las dos cayeron desmayadas por lo que, viendo que estaban en una especie de trance, tuve que ser yo quien las llevara hasta la choza. Una a una, las cogí en brazos y las acosté en la cama. Solo cuando me aseguré de que dormían y que estaban bien, decidí cocinar los peces en la hoguera.
Al cabo de dos horas, me acerqué hasta donde estaban y despertándolas, les pregunté cómo estaban.
-Tengo sed- respondió la morena y mirando a su alrededor me preguntó por qué estaba acostada.
-¿No te acuerdas?- contesté.
Intentando hacer memoria, se rascó la cabeza y bastante aturdida, me respondió que solamente se acordaba de estar con María recogiendo fruta. Para entonces mi prima se había incorporado y ratificando las palabras de su amiga, confirmó que a ella le ocurría lo mismo.
Al oírlas solté una carcajada y tomando asiento en una orilla de la cama, les expliqué lo ocurrido. Me divertí al comprobar sus caras de espanto por el modo en que se habían comportado y ya con ellas más tranquilas, les amenacé con que algún día, yo probaría esos malditos frutos.
-¡Ni se te ocurra!- exclamó la rubia señalando el arañazo que le recorría el pecho –Si esto me lo ha hecho Rocío, imagina que me harías.
La aludida sonrió antes de contestar mientras le acariciaba el trasero:
-Te rompería este culo tan bonito.
Muerta de risa, mi prima le pasó su brazo por la cintura y mirándome con deseo, me soltó:
-Para que me hagas eso, no necesitas ese fruto. ¿Verdad? Cariño.
 
 
 

Relato erótico: “LA FÁBRICA (7)” (POR MARTINA LEMMI)

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Mi más que obvia presunción quedó pronto confirmada.  Sentí el contacto de su húmedo miembro contra mi sexo y cómo el desgraciado lo hacía jugar un poco sobre mi entrada pero aún sin introducirlo.  A pesar de que me resistía a hacerlo, tal situación me hizo excitar y soltar una bocanada de aliento.  Él se dio cuenta y rio: había logrado su objetivo.  A continuación, me entró sin más trámite y esta vez lo que me arrancó fue un profundo grito que no logré contener.  Teniéndome entonces a cuatro patas, Inchausti inició su bombeo sin piedad alguna y sin darme respiro; sorprendente a su edad.   A cada una de sus embestidas, brotaba de mi boca un jadeo y hasta, a veces, un grito; era como si en ese momento no tuviese completo control de mí misma.  Él también jadeaba:

“Aaah, así, Soledad, así… aaah, mmmm, sienta la verga dentro suyo; siéntala… mmm… ¿Imaginó alguna vez ser cogida por un tipo tan feo?  Mmmm, así…”
Era la primera vez que hacía alusión directa a su poco ventajosa condición estética.  Parecía sentir morbo con eso de que yo era la bella y él la bestia y lo peor de todo fue que logró contagiarme algo de ese morbo pues volví a excitarme cuando dijo eso.  Seguía bombeando y bombeando y a medida que lo hacía el ritmo se iba incrementando; suponía yo que, a tal intensidad, la eyaculación le llegaría de un momento a otro pero supuse mal: estuvo un largo rato dándome verga, tanto que yo tuve dos orgasmos antes de que él llegara al suyo.  Cada vez que yo llegué al mío, él se excitó el doble y me entró aun con más fuerza sin parar de insultarme y degradarme:
“¿Se da cuenta de lo puta que es? – me decía al mismo tiempo que me zurraba en una de las nalgas -.  ¡Vea lo que está haciendo sólo por obtener una venta!  Es una auténtica zorra, Soledad, una putita de mierda que, a partir de hoy va a estar bien cogida… Mmm, aaah…”
Lo peor de todo era que tenía razón: yo era una putita o, de lo contrario, ya hubiera renunciado a trabajar en la fábrica sin someterme a cosas tan degradantes.   Cuando alcanzó el orgasmo, me lo hizo saber con un largo y profundo grito que resonó por toda la habitación, precisamente en el mismo momento en que yo llegaba al tercero de los míos.  Se dejó prácticamente caer sobre mí y, debido a su peso, ya no me pude sostener a cuatro patas por lo cual caí de bruces sobre la cama siendo virtualmente aplastada por su cuerpo fofo y sudado.  Su entrecortada respiración contra mi oído parecía propia de un lobo famélico.  Estuvo tanto rato sobre mí que hasta llegué a pensar que se había dormido; me resultaba más atractiva la idea de que estuviese finalmente muerto, tal como él mismo lo había adelantado a modo de broma pero la realidad era que el asqueroso aliento sobre mi nuca me decía lo contrario.  Finalmente se incorporó o, al menos, se arrodilló nuevamente sobre la cama.  Me acarició las piernas y tomó mi tanga, que yo tenía a mitad de los muslos, llevándola hacia mis tobillos para, finalmente, despojarme de ella. 
Me di la vuelta sobre la cama.  Yo también estaba exhausta y aún el pecho me subía y me bajaba pero, aun así, me las arreglé para girarme, intrigada por lo que estaría él haciendo.  Inchausti ya no estaba sobre la cama sino de pie al borde de la misma, sosteniendo mi tanga entre sus manos.  Levantó la prenda como si fuera un trofeo y la llevó hacia su rostro para estrujársela contra el mismo.  Su expresión era la más depravada que se podía llegar a imaginar.
“¿Qué… hace, señor Inchausti?” – pregunté, con cara de asco y frunciendo el entrecejo.
“Éste va a ser mi souvenir – anunció, sonriendo -.  Su prenda me va a ayudar a acordarme de usted cada vez que lo necesite.  E imagino que va a ocurrir seguido”
No puedo describir la repulsión que me produjo el verle pasándose mi tanga por la cara y chupándola como si fuera un caramelo.
“Señor Inchausti… No… puedo dársela – objeté -.  Mi falda ya es demasiado corta.  ¿Cómo se supone que voy a volver a entrar en la fábrica… o en mi casa?”
“Ya resolverá eso – dijo, como desentendiéndose -.  Pero esta prenda… es mía y eso no se discute.  Ya le dije que no habría más concesiones luego de que acepté cortar la filmación”
No se podía ser más repugnante y depravado.  Se mantuvo durante un rato llevando mi tanga de su rostro a los genitales y luego al rostro nuevamente.  Su verga, por cierto, comenzaba a hincharse y erguirse nuevamente; ahora que la estaba viendo, no dejaba de causarme asombro que un miembro en apariencia tan gastado y fláccido, fuera capaz de dar tales demostraciones de virilidad.  La imagen era tan chocante que busqué mirar hacia otro lado, así que fijé mi vista en los dibujos del acolchado.  Por otro lado, el hecho de que su pene estuviese irguiéndose de nuevo me hacía temer de parte suya una nueva arremetida; quería pensar que no, pero era fácil suponer que sí…   Intenté hablarle de otra cosa, desviar el tema:
“Creo que… ya deberíamos volver a la fábrica, señor Inchausti”
“Mmmm… ¿ya? – preguntó él dejando de chupar mi tanga por un instante y echando un vistazo a su reloj -.  Es temprano… y Hugo me la entregó por toda la tarde”
Se me nubló la vista y todo me dio vueltas en la cabeza.  Una vez más, se volvía a hacer referencia a mí como a una propiedad que se presta o se concede para su usufructo.
“Es que… – musité -, yo creo que…”
No me dejó terminar; supongo que ni siquiera me estaba oyendo.  Una vez más se abalanzó sobre la cama y, marchando sobre sus rodillas, avanzó hacia mí, lo cual me obligó a echarme aun más hacia atrás como acto de autodefensa.  Quedé con mis espaldas contra la cama mientras él, clavando en el somier una rodilla a cada lado de mi rostro, se me ubicó por encima.  Un chorro viscoso me cayó sobre el rostro obligándome a cerrar los ojos por un instante; no pude determinar si se trató de semen residual de la cogida que me había dado minutos antes o de líquido preseminal que actuaba como prólogo de lo que vendría.  Por lo pronto, su miembro, húmedo y chorreante, se hallaba a escasos centímetros por encima de mi rostro.
“Abra la boquita, Soledad – me ordenó -.  Ábrala toda que ya sé muy bien que sabe hacerlo”
Una vez más sentí repugnancia hacia Hugo.  El maldito puerco hasta eso le había contado.  ¿Habría dejado a salvo algún secreto, al menos? 
“Ábrala” – me insistió.
Haciendo de tripas corazón, abrí mi boca lo más grande que pude con lo cual su miembro entró limpio en ella, pero yo no estaba dispuesta a permitir más que eso así que le apliqué una buena mordida.  Se me quitó de encima de un salto y retorciéndose todo su cuerpo mientras profería un lastimero alarido que, a mí personalmente, me reconfortó y me arrancó una sonrisa..
“¡Puta de mierda!” – no dejaba él de vociferar mientras se tomaba el dolorido pene -.  Ya mismo voy a llamar a Hugo y que se olvide de su venta…”
Cuando tomó el celular me asaltó un acceso de terror.  De pronto, la realidad mundana volvió a chocar contra mi integridad y mi dignidad: recordé mi estabilidad laboral, los meses de desempleo, mis deudas, el puesto de secretaria…
“¡No! – aullé, implorante -¡No, por favor!  ¡No lo haga!”
Él ya había comenzado a marcar algo en el teclado de su teléfono pero se interrumpió y se quedó mirándome ceñudo y con cara de pocos amigos.
“No… quise morderlo – dije, desesperadamente y con mi voz cargada de angustia -; fue… una demostración de afecto que salió mal… ¡Le pido perdón!  Pensé que una mordida lo… excitaría, señor Inchausti, pero creo que se me fue la mano y mordí con demasiada fuerza.  Le ruego me disculpe, por favor, soy muy tonta…”
“Que es muy tonta es algo que ya sé – repuso.  Para mi alivio pareció dejar definitivamente de marcar en el celular y, en cambio, me mostraba la enrojecida cabeza de su pene -.  ¿Entiende usted esto como una demostración de afecto?”
“Le repito que salió mal; fue un error, señor Inchausti.  Lo siento. Lamentablemente… no tengo tanta experiencia en esto…”
“¿En qué?”
“En… el sexo oral”
“No me joda…”
“Es la verdad, s… señor Inchausti”
“Hugo me contó que se la mamó muy bien… Y creo que si lo hubiera mordido me lo habría dicho.  A lo que voy es a que dudo que, como usted dice, no tenga experiencia”
“Le juro que no la tengo, señor Inchausti.  La de Hugo fue… – yo estaba pálida; me costaba horrores decir las palabras -… la primera verga que mamé en mi vida”
Carcajeó estruendosamente; cuando menos podía alegrarme de que tal vez desistiera de su plan de llamar a Hugo.
“¿Y me va a decir, entonces, que la mía fue la segunda?”
Automáticamente me acordé de Luis y de la mamada que le tuve que dar en el interior de su auto.  Dudé, por lo tanto, unos instantes antes de dar mi respuesta y esa duda fue fatal para el supuesto caso de que decidiera mentir a continuación; para cuando finalmente hablé, ya estaba obvio que mi largo silencio había hablado por sí solo e invalidaba cualquier intento por decir otra cosa.
“N… no, la tercera en realidad” – respondí llena de vergüenza.
“Ja… ¿y está su novio en esa lista?”
Más vergüenza, más dudas, más silencio.  Negué con la cabeza.
“Jaja, lo imaginaba… Las putas de verdad nunca le chupan la verga a sus parejas formales; siempre se la chupan a otros, jeje… Bien, basta de charla; vuelva a echarse sobre la cama y abra la boca… ¡Y cuide sus dientes!”
Yo había conseguido, al menos, que no llamara a Hugo pero, claro, ahora debería atenerme a las consecuencias.  Él, al parecer, había recuperado su confianza en mí lo cual no era para mí poca cosa de cara a mi futuro inmediato: mi excusa acerca de la supuesta buena intención en la mordida había tenido éxito. 
Con resignación, me eché de espaldas nuevamente para aguardar lo peor que, por cierto, no tardó en llegar.  Se desplazó sobre sus rodillas tal como lo haría una araña o, al menos, ésa fue la imagen que me dio en ese momento.  Antes de que yo pudiera darme cuenta de algo ya se hallaba sobre mí.  No necesitó repetirme que abriera la boca; estaba suficientemente claro que si yo no quería volver a perder la confianza recuperada, debía hacerlo…
Una vez que mi boca estuvo abierta en toda su magnitud, su miembro ingresó en ella hasta prácticamente llenarla toda y lo increíble del asunto era que no había perdido su erección luego de mi mordida.  La punta del glande me tocó la garganta produciéndome arcadas y me dio la sensación de que él lo notó y, de hecho, lo disfrutó ya que, tomando la base de su miembro con una mano, lo movió varias veces de tal forma de volver a tocar mi garganta una y otra vez mientras sus testículos se aplastaban contra mi mentón.  Me sentí sofocada; se me dificultaba respirar y comencé a arrojar manotazos hacia los costados como un modo de que él entendiera la situación.  Levanté la vista para mirarlo y distinguí que tenía mi tanga adentro de su boca; en contrario a mis intentos por llamar su atención, jamás pareció él notar que yo no podía respirar o, al menos, no lo demostró…, o no le importó.  No me dejó respiro ni tampoco me dejó oportunidad de trabajar con mi lengua sobre su miembro como en su momento lo había hecho con Hugo o con Luis.  Esta vez fue totalmente diferente: se trató, literalmente, de una salvaje cogida por la boca.  Todo el trabajo lo hizo él: subiendo y bajando, aumentando el ritmo y entrando cada vez más profundo.  Sus jadeos me llegaban algo ahogados ya que tenía su boca ocupada con mi tanga pero aún así se notó que iban en crescendo, lo cual me dio la pauta de que se acercaba al orgasmo y me asaltó la duda acerca de qué debía hacer yo al respecto: Hugo me había obligado a tragar el semen; Luis no lo hizo pero yo lo tragué de todas formas y fui felicitada por eso.  ¿Y ahora?
Lo cierto fue que Inchausti no me dio oportunidad de decidir ni elegir.  En la posición en que yo estaba sólo pude entregarme mansamente a que me cogiera la boca hasta que su semen me invadió hasta la garganta sin que yo pudiera hacer nada al respecto.  Una vez que, ya satisfecho, se me levantó de encima, me tomó la blusa y tironeando de los lados me la abrió arrancándome un par de botones: otra prenda en problemas que necesitaría de excusas y justificaciones.  Llevó mi sostén por encima de mis tetas de tal modo de dejarlas al descubierto, para luego dedicarse a sobarlas sin el menor asomo de delicadeza ni, mucho menos, respeto.  No es mi pecho mi agraciado, pero aun así tengo lo mío.
“Mmm, hermosas tetas – dijo, demostrando una increíble rapidez para recuperarse del cansancio del orgasmo -.  No muy grandes pero sí bien delineadas, finas diría, con clase…., de las que a mí me gustan”
Dicho ello, zambulló su rostro contra mi pecho derecho y hundió su boca en mi pezón dejándolo rígido en cuestión de segundos.  De pronto me propinó una fuerte mordida que me hizo gritar.   Despegué la nuca de la cama y levanté un poco la cabeza para echarle una mirada recriminatoria.  Él había ya soltado mi pezón y me miraba sonriente:
“Una demostración de afecto, Soledad” – dijo, en tono de burla.
Hice un esfuerzo sobrehumano no sólo para no escupirle al rostro sino además para no demostrarle que la mordida en realidad… me había excitado.  Volvió a zambullirse sobre mi pecho y se dedicó a succionar mi pezón sin la más mínima delicadeza ni amabilidad; lo hacía casi como si estuviese chupando el jugo de una fruta y esa “cosificación” de la cual yo era objeto me incrementaba, a mi pesar, la excitación.  En ese momento quería que todo terminase de una vez; no soportaba la paradoja de sentirme asqueada por tener a ese inmundo tipo encima y, a la vez, excitada por lo que ese mismo asco me generaba.
Luego de ocuparse de mi teta derecha se dedicó a la izquierda.  No volvió a morderme lo cual, extrañamente, lamenté: al parecer, él ya consideraba la deuda como saldada.  Lo cierto fue que con todo ese trabajo de succión sobre mis pechos su verga comenzó a ponerse como roca nuevamente, cosa de la cual yo podía darme perfecta cuenta porque la tenía apoyada contra mi muslo.  ¡Dios!  ¿No iba a terminar nunca aquello?  ¿Cómo era posible que un tipo de su edad pudiera volver a poner su miembro en erección tantas veces en tan poco tiempo?  Ni siquiera lo había visto tomar una pastilla de viagra o algún sustituto, ni allí ni en el restaurante.
De pronto se desentendió de mis pechos.  Incorporándose, me tomó por hombros y cabellos, levantándome prácticamente en vilo de tal modo de arrancarme de la cama. Haciendo caso omiso de mis grititos y quejidos de dolor, me llevó prácticamente volando al punto de que mis pies casi no tocaban el alfombrado; una vez que llegamos hasta la baranda de la escalera, me soltó los cabellos pero lo hizo virtualmente arrojándome contra la baranda ya que yo quedé doblada por mi vientre sobre la misma, arqueado mi cuerpo y con mi cabeza y pechos colgando hacia el vacío.  Tuve que tomarme con fuerza de la baranda para no caer.  Un súbito e incontrolable espanto se apoderó de mí: él parecía mostrarse cada vez más violento en sus actitudes y me restalló en el cerebro la inquietante posibilidad de que el tipo fuera un psicópata peligroso y que su real intención fuera arrojarme de la escalera.  De sólo pensar en ello, todo me temblaba, desde mis tobillos hasta mi sien: todo me daba vueltas y comencé a ver borroso, tanto que sentí que perdía el equilibrio y caía finalmente.  Sin embargo, él volvió a tomarme por los cabellos y me hizo llevar la cabeza hacia atrás hasta que mi oreja quedó pegada a su boca.
“Además de no chuparles la pija – masculló, con un desagradable sonido a saliva entre sus dientes -, ¿sabe qué otra cosa no hacen las putas con sus novios?”
Negué con la cabeza.  Yo estaba aterrada y totalmente superada por la situación.  El cuero cabelludo me dolía y mi boca no conseguía articular palabra alguna sino que sólo soltaba interjecciones de dolor.
“Nunca les dan el culo – dijo, acercando aun más su boca a mi oído y deslizando desagradablemente su lengua por dentro del lóbulo de mi oreja.  Me dio una palmada sobre la cola -.  Eso es para cualquier tipo, pero no  para su novio ni su esposo, jeje…”
Di un respingo.  ¡No!  ¡Mi cola no!  Eso sí que no podía permitirlo, pues mi retaguardia era para… Luciano.  No había nada acordado ni Luciano me había dicho nada al respecto, pero yo en mi interior lo sentía así: desde el momento en que me penetró por detrás en la oficina de Hugo, yo ya había asumido que la exclusividad pasaba a ser suya: de Luchi…, quien bien se la había ganado al tratármela con tanto cariño tras la paliza que yo había recibido en la oficina de Luis.  Luciano sí se la merecía; ese cerdo repelente de Inchausti…, definitivamente no.  Pero, ¿cómo frenarlo?  Musité un débil “no” varias veces, pero él dio la impresión de no oír nada.  Teniéndome siempre sobre la baranda, tanteó con un dedo (creo que el mayor) mi entrada trasera y, a juzgar por la facilidad con que lo hizo entrar por entre los plexos, debió habérselo ensalivado.  Lo que menos podía yo adivinar en ese momento era con qué intención hacía eso; su siguiente comentario fue suficiente respuesta:
“Esa colita no es virgen, jeje…”
Me puse de todos colores y agradecí que no pudiera él en ese momento ver mi rostro.
“Y fue hecha hace poco – agregó como haciendo gala de un profundo conocimiento -; las estrías son recientes”
¡Dios!  ¿Hasta eso podía saber?  Yo seguía sin agregar palabra, ¿qué podía decir?
“Bien – dijo él -; eso va a facilitar bastante  la tarea, je”
Al sentir la cabeza de su pene sobre el orificio anal me sobresalté.  No podía permitirlo, no debía dejar que me entrara por allí, pero…, ¿cómo evitarlo?
“Ag… aguarde un momento, señor Inchausti” – dije, sin saber en absoluto qué aduciría a continuación.  Por lo pronto, noté que su pene seguía sobre mi orificio pero al menos ya no parecía intentar entrar en él; de momento, lo había logrado detener.  ¿Y ahora qué seguía?
“¿Sí, Soledad?” – preguntó Inchausti con tono extrañado.
Ya había conseguido la pausa que yo quería.  Ahora tenía que pensar rápido mi estrategia.
“¿No… sería correcto que hiciera eso con… un preservativo al menos?”
“Jaja – carcajeó desdeñoso -.  Ésa sí que es buena.  Soledad… le acabo de dar una cogida que, si no toma usted la pastilla o no recurre a ningún método anticonceptivo, lamento decirle que ya debe tener cuatro o cinco hijitos jugueteando dentro suyo, jeje.  No, Soledad, no sea estúpida…, no la puedo embarazar por el culo – me propinó una palmada en las nalgas al decirlo y, para mi terror, me dio toda la impresión de que se aprestaba nuevamente para penetrarme -, aunque, si tengo que serle sincero, me gusta la idea: suena muy perverso, jiji…”
“Pero… ¡no es higiénico!” – repuse yo desesperadamente.
“Jaja, no me joda, Soledad”
“¡Es verdad!  Siempre se aconseja no hacer sexo vaginal después del anal sin…”
“A cada segundo me sorprende con su estupidez, Soledad.  Es exactamente al revés; lo que no se aconseja es el sexo vaginal después del anal sin usar preservativo o sin cambiarlo.  Eso es porque la vagina podría ser contaminada por bacterias intestinales, pero… jeje, no tenga miedo, no funciona al revés”
Me sentía totalmente vencida; ya no sabía qué decir.  Giré la cabeza por sobre mi hombro y vi que junto a la cama había, sobre la mesita de luz, una caja de preservativos y un pequeño pomo de lubricante que, obviamente, el hotel dejaba allí para los clientes.
“¡Sangré la última vez! – aullé, implorante -.  Por favor, señor Inchausti, le ruego que por lo menos me lubrique…, será mejor para usted y para mí”
Resopló, como hastiado.  Aun así, pareció dispuesto a ceder y, tomándose el pantalón para evitar que le cayera a los tobillos, se dirigió hacia la mesita de luz en busca del lubricante.
“No sabe… cuánto se lo agradezco, señor Inchausti…” – balbuceé, dando gracias al cielo por haberlo siquiera frenado en su intento por un momento.
Él volvió a resoplar; no dijo palabra: más bien, parecía tener el fastidio propio de quien estaba por hacerme un favor para que, simplemente, me dejara de molestar y poder, así, entrarme por el culo de una vez sin más excusas ni ruegos de mi parte.
Ése era mi momento: ahora o nunca.  En mi interior se venía ya librando una batalla interna sin cuartel desde el día en que había entrado a trabajar a la fábrica o, más atrás aún, desde que hice aquella entrevista laboral que, ahora, parecía no sólo lejana sino además casi “light”.  A veces la Soledad que quería mantenerse digna e incorruptible lograba emerger pero las más de las veces venía perdiendo la batalla contra la otra, la sumisa que temía perder su trabajo… Más aún: la cuestión se había complicado porque a veces también me brotaba una tercera Soledad, la cual no sólo era nueva y de algún modo desconocida para mí, sino que además era mucho más baja que las otras dos al punto de encontrar morbo y hasta excitación en las situaciones que me venían ocurriendo: esa tercera Soledad me asustaba, me aterrorizaba, me hacía conocer un costado de mí que me repugnaba.  Pero ahora parecía haber también una cuarta Soledad, aun más reciente que la anterior: era la que había encontrado contención en Luciano y que había decidido, por cuenta propia, hacerlo a él merecedor del preciado trofeo de su cola.  Eran cuatro Soledades, por lo tanto, las que se batían en lucha dentro de mí: la rebelde, la sumisa, la morbosa y la fiel a Luciano.  Si realmente existía todavía una Soledad fiel a su novio, había ido quedando claramente en un quinto lugar.
Una vez que comprobé que Inchausti iba en procura del lubricante, giré mi cabeza en sentido inverso hacia la puerta.  Al diablo todo: tenía que huir de allí.  Eché a correr escalones abajo y, como era bastante previsible, me tropecé con los tacos; los últimos escalones prácticamente los recorrí dando tumbos y golpeando con mi cadera contra la madera hasta que, finalmente, me detuve en el piso, hecha un ovillo y junto a la puerta de la habitación.  Yo no tenía demasiada experiencia en albergues transitorios pero daba por sentado que la puerta no debía poder abrirse desde fuera pero sí desde dentro.  En ese momento Inchausti se asomó desde lo alto de la escalera puesto que, obviamente, el alboroto que yo había hecho, le había alertado acerca de mi tentativa de escape.
“¡Soledad! – rugió -.  ¿Qué hace?  ¡Tenga por seguro que su jefe se va a enterar de esto!”
No era que la amenaza no me doliera ni me intimidara pero ya no tenía la fuerza de un momento antes.  Bastó que mi cola fuera incluida en la negociación para que se dibujara en mi cabeza el rostro de Luciano y no había ya para mí otra prioridad más que huir de aquel monstruo que quería empalarme por detrás.   Poniéndome en pie presurosamente, tomé el pomo de la puerta y la abrí; la luz del día me dio de pleno pasando por entre las ramas de los árboles que jalonaban el patio.  Aún oyendo los desaforados gritos de Inchausti a mis espaldas eché a correr a través del pasillo que corría a cielo abierto pasando, una a una, frente a las habitaciones.  En varias de ellas, un auto estacionados ante la puerta delataba claramente que había una pareja dentro;  pensé en golpear pidiendo ayuda pero no tenía demasiado sentido intentar llamar la atención de gente que seguramente debía estar muy entretenida: más valía correr hacia la recepción y eso fue lo que hice siguiendo la flecha que decía “salida”.  Me quité las sandalias y las puse en mano para poder correr mejor: yo era joven y estaba segura de que Inchausti no tenía la más mínima posibilidad de alcanzarme.
Llegué hasta la recepción, la cual tenía en el medio una caseta con vidrios polarizados que dividía el carril de entrada del de salida de los vehículos.  Golpeé sobre el cristal desesperadamente.  Desde la nada, una voz me respondió.
“¿Qué ocurre, señorita?  ¿Qué le pasa?”
“¡Necesito salir de aquí! – yo seguía golpeando el vidrio con los tacos de las sandalias que llevaba en una de mis manos mientras, con un dedo índice de la otra, señalaba hacia el portón que permanecía, obviamente, cerrado.
“Es imposible – respondió el empleado con toda tranquilidad -. Las normas del hotel nos impiden dejar salir a personas solas.  Entran dos; salen dos.  Lo siento, señorita, no me está permitido hacer eso”
“Pero… ¡tiene que ayudarme!” – exclamé, llena de angustia.
“Está bien, pero para poder hacerlo necesito, por favor, que se calme y me explique qué es lo que está ocurriendo.  Su habitación es la 16, ¿verdad?  Es la que me aparece en este momento en el monitor con apertura de puerta”
Justo en ese momento sentí como si unos garfios me atenazaran el brazo izquierdo y, al girar la cabeza, me encontré con lo que, en realidad, ya temía y suponía: Inchausti estaba allí.
“No pasa nada, señor – dijo sonriente y con total serenidad dirigiéndose al empleado invisible que se hallaba al otro lado del cristal -.  La señorita es joven… y se puso un poco nerviosa porque, ejem…hmm, bueno, cómo decirlo… En fin: le quise hacer la cola”
Una carcajada brotó desde el otro lado del cristal mientras yo hervía de indignación y de vergüenza.  Estuve a punto de ensayar una protesta: hinché mis pulmones y ya estaba por hacerlo cuando los dedos de Inchausti apretaron mi brazo aun con más fuerza que antes.  Lo miré con odio y estaba ya dispuesta a golpearlo con mi brazo libre pero, en ese momento, noté que, siempre luciendo su repelente sonrisa, me estaba mostrando su teléfono celular.  Me sentí morir cuando en la pantalla me vi a mí misma subiendo la escalera de la habitación con un indecente contoneo y mostrando sin vergüenza mis cachas.  Inchausti se acercó a mi oído para hablarme en un cuchicheo:
“Va a ser mejor que se calme, Soledad… Acabo de subir el video”
Otra vez mi rostro se puso rojo de indignación; forcejeé para liberarme de su brazo.
“¿Q… qué?
“Como lo oye, Soledad.  Su video ya está en las redes sociales y será muy popular en unos minutos a menos, claro, que se tranquilice y coopere”
Cada vez más ganada por la incredulidad, aflojé la tensión poco a poco.  No entendía demasiado de lo que él me decía pero por lo poco  que comprendía quedaba claro que ese desgraciado estaba dispuesto a convertirme a hacer pública mi indecencia de un momento a otro.  Cuando notó que yo dejaba de removerme y forcejear, soltó mi brazo.
“Sepa disculpar – dijo dirigiéndose amablemente al empleado de la recepción, quien había quedado algún rato en silencio -.  Ya sabe; son chicas jóvenes… Se desesperó, eso es todo.  ¿No es cierto, Soledad?”
Me sentía perdida.  Sabía que si lo acusaba de intento de violación ya mismo se terminaba todo.  No sería fácil luego ganar la batalla legal siendo que yo había entrado con él a bordo de su auto pero, al menos, lograría zafar del momento y dilatar la cuestión.  Pero, ¿y el video?  ¿Qué era esa amenaza que acababa de hacer acerca de hacerlo público?  Tenía que balancear las cosas y ordenar mi mente.  Si yo lo acusaba abiertamente y le daba la espalda, no sólo tendría que explicar por qué había entrado con él a un hotel alojamiento sino también por qué había brindado para él ese espectáculo en la escalera.  Me quedaría sin trabajo, sin novio y sin la más mínima reputación pues nadie me creería un intento de violación en aquel contexto: a los ojos de cualquiera mi comportamiento sería juzgado como propio de una zorra… y hasta podía entender que así fuese.
“S… sí – musité, con la cabeza gacha -.  Disculpe, por favor: fue… la desesperación”
Al bajar la vista, reparé en mi aspecto.  Faltaban botones en mi blusa, mi sostén estaba por sobre mis tetas: en fin, la peor imagen posible.  Otra vez me volví a sentir baja e indigna.
“Está bien, señorita – dijo el empleado -.  No hay problema; créame que son cosas a las que aquí estamos acostumbrados.  Eso sí: si piensan retomar… en fin… lo que tenían pensado hacer les aconsejo que usen lubricante; sobre la mesita de luz debe haber un pomo”
Cuánta vergüenza.  Hasta el empleado, queriendo ser amable y caballero, me degradaba.
“G… gracias” – dije en un hilillo de voz.
Inchausti también agradeció, con toda cortesía.  Arrancándome las sandalias de mi mano las dejó caer al suelo y me hizo gesto de que volviera a calzarme.  Una vez que lo hice, me tomó por el brazo y me condujo de vuelta hacia la habitación.  Apenas nos hallamos nuevamente dentro de ella cerró la puerta y se encaró conmigo: su expresión era severa e incriminatoria; sin decir palabra alguna me cruzó el rostro con una potente bofetada que me hizo perder el equilibrio y caer sobre mis rodillas, segunda vez que tal cosa ocurría en una misma semana.
“Con esto aprenderá a comportarse, Soledad – me dijo en tono de reprimenda y ya sin sonrisa en su rostro -.  Si se sigue comportando de ese modo va a durar muy poco en su trabajo, téngalo por seguro.  Hugo me dijo que es nueva, ¿es así?”
Desde el piso asentí amargamente con la cabeza.
“En fin – continuó Inchausti -; esperemos que su estupidez sea culpa de su brevísima experiencia porque sólo si es así tiene solución.  Yo puedo comprometerme a no hablar palabra de todo esto pero usted debe portarse bien de aquí en más”
Me sentía vencida del todo; levanté la vista hacia él.
“¿Q… qué es eso que me dijo sobre las redes sociales?” – pregunté con la voz débil y los ojos llenos de angustia.
“Ah, es tal como lo oye, Soledad.  El video está subido a Facebook pero no desespere.  Por ahora sólo yo puedo verlo; eso sí, no tengo más que hacer un clic para cambiar la opción de privacidad y ponerlo público”
Definitivamente él jugaba, y más que nunca, con el as de espadas en la mano.  Ni siquiera podía contar con quitarle su celular, destrozarlo o incluso borrarle el video; era inútil, la imagen mía subiendo las escaleras con mi cola entangada al aire ya estaba en el universo virtual aun cuando, de ser cierto lo que él decía, nadie más pudiese verla.  De pronto, en un gesto de caballerosidad fuera de contexto, me extendió una mano para ayudarme a ponerme en pie.
“Ahora, Soledad, retomemos lo que habíamos comenzado.  Y sin lubricante: usted misma ha desperdiciado su oportunidad”
Una vez que estuve en pie me guió hasta el jacuzzi y me hizo inclinar de tal modo de apoyarme con las manos contra el borde; en tal posición, ni siquiera necesitó levantarme la falda: su verga, después de jugar un rato con mi orificio anal, comenzó a entrar y fue inevitable que me arrancara un grito de dolor.  Por cierto, el dolor anal no era para mí algo nuevo ya que lo había experimentado unos días atrás al ser penetrada por Luciano, pero esta vez era mucho peor: me ingresó por la retaguardia sin la más mínima piedad y tomándome por la cintura se balanceó una y otra vez dando clara impresión de sentirse complacido con cada uno de mis gritos.  Sus jadeos, casi animales, invadieron el aire de la habitación que, aun cuando climatizado y confortable, me resultaba ahora terriblemente espeso.  Me acabó dentro del culo, por supuesto; no tenía sentido que hiciera otra cosa.  Yo sólo podía pensar en Luciano y pensar, con tristeza, que mi cola ya no podía ser sólo para él…
Una vez que hubo acabado (cualquiera sea el sentido de la palabra) puso en marcha el jacuzzi para luego introducirse en el agua burbujeante e instarme con un gesto de la mano a que le imitase.  Parecía increíble pero todavía me daba pudor quitarme la ropa por completo; él ya había visto cada parte íntima de mi cuerpo y, sin embargo, la presencia de alguna que otra prenda, aunque desaliñada, consolaba a mi conciencia con la ilusa idea de que no estaba completamente desnuda.  Pero ahora sí lo estaba, con lo cual bien podía decirse que Inchausti no había dejado plato sin disfrutar: me había cogido vaginal y analmente, me había sometido a sexo oral, me había abofeteado y ahora me tenía desnuda con él dentro del jacuzzi.  Yo no sabía adónde mirar; fijé la vista en algún punto indefinido del techo a la búsqueda de vaya a saber qué respuesta a tanta locura en tan pocos días.
“¿Se puede saber quién es el que le estrenó ese hermoso culo hace poco?” – me preguntó de sopetón mientras su rostro iba asumiendo una expresión cada vez más relajada.
Negué con la cabeza; después de todo él no me había ordenado que se lo dijese y hasta me preguntó si podía saberse.
“¿Es de la fábrica?” – insistió él.
Esta vez afirmé con la cabeza.  Pensé que él estaba jugando a las adivinanzas o tratando de llegar por descarte al autor de mi desvirgue anal.  Sin embargo, para mi sorpresa, no siguió preguntando.  Antes que eso conjeturó:
“Entonces…, debe ser casi con seguridad alguien de la planta.  Las chicas como usted, cuando entregan su parte de atrás, lo hacen con el más ordinario, sucio y repelente…”
Me mantuve en silencio.  No quería afirmar ni negar nada que lo ayudara en sus elucubraciones. 
“Esto no era lo que yo planeaba para mi vida” – dije al cabo de un momento, como si pensara en voz alta.  Me miró, con el ceño fruncido.
“¿Cómo dice, Soledad?”
Sacudí la cabeza y esbocé una sonrisa que, en realidad, era más de tristeza que de alegría.
“Hasta no hace mucho yo era una chica seria y comprometida con un novio con el cual pensaba casarme, una persona totalmente digna y fiel que hubiera sido incapaz de hacer cosas como las que hoy hice… o como algunas otras que hice en estos días”
Inchausti se encogió de hombros.
“No trate de hacerme responsable de su propia decadencia moral, Soledad.  Nadie la obligó a coquetear conmigo como una hembra alzada a través del teléfono”
En otras circunstancias el comentario me hubiera irritado muchísimo pero yo estaba abatida y sin fuerzas; sólo atiné a sonreír una vez más.
“Eso es relativo – objeté -.  Hugo me dijo que para no perder el cliente yo tenía que…”
“Y usted aceptó” – me cortó tajantemente.
“Para no perder el trabajo” – repuse.
“Eso no se lo cree ni usted, Soledad.  Una puta nace, no se hace; en todo caso lo que pueda haber ocurrido es que las circunstancias hicieron que aflorara en usted algo que toda su vida trató de ocultar ante los demás y ante sí misma”
No pude evitar soltar una risa.  Era tragicómico que ese cerdo repugnante pretendiera, súbitamente, hacer alarde de conocimientos de psicología femenina.  Me duró poco el momento divertido; una sombra volvió a cubrir mi rostro.
“No puedo volver así a la fábrica” – dije, desviando el tema.
“¿Así?  ¿Cómo?”
“Estoy semidesnuda, señor Inchausti; sin tanga, con una blusa a la que le faltan botones y con el rostro marcado por una bofetada.  ¿Adónde cree realmente que puedo ir así?
Por pedido mío, Inchausti me dejó en la fábrica ya pasada la hora de salida del personal.  Lo que yo quería, por supuesto, era no cruzarme con nadie.  Previamente había llamado a Daniel para decirle que no me pasara a buscar; puse como excusa que quería dejar cerradas algunas operaciones de la semana que estaba terminando.  Demás está decir que Inchausti disfrutó muchísimo de ese llamado, tal cual lo evidenció en sus gestos y risitas.  ¡Dios!  ¿Eran todos iguales en ese sentido?  Él, por su parte, se encargó de llamarlo a Hugo un rato antes para dar por cerrada la operación; en teoría, eso era una noticia inmejorable para mí, pero jamás había imaginado que el éxito pudiese llegar a saber tan amargo… Me despidió tomándome la mano y estampándome un profundo beso que sólo me provocó asco y que, además, me inquietó sobremanera considerando que estábamos en la puerta de la fábrica; ni siquiera los vidrios polarizados me permitían sentirme tranquila…
Cuando llamé al portero eléctrico, tuve una gran intriga acerca de quién me iría a contestar; por cierto, no reconocí la voz cuando finalmente me llegó la respuesta.  Desde su auto, Inchausti tocó la bocina en señal de saludo; apenas le dirigí una mirada de soslayo pero ello fue suficiente para verlo besar asquerosamente mi tanga, convertida en su trofeo.  Un momento después me abría la puerta un tipo de rostro equino y de expresión algo bobalicona que, por supuesto, me miró de arriba abajo sin el más mínimo disimulo.  Yo me crucé de brazos de tal modo de cubrirme el pecho y, saludando con un ligero cabeceo, entré y fui en procura de mi escritorio.  Permanecí allí un rato sin saber qué hacer; el sujeto me seguía mirando.  Supuse que debía ser el sereno, a quien yo aún no había visto.  Se alejó, finalmente, en dirección hacia la planta y recién cuando lo hubo hecho, me sentí libre de llorar…
                                                                                                                                                                         CONTINUARÁ
 Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

   

Relato erótico: “Mi madre y el negro IV: Caída” (POR XELLA)

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La chica no podía ni mirar a su madre a la cara, pasaba los días evitándola. El pensamiento de que habían compartido al mismo hombre la hacía sentir como una zorra, ¿Deberia hablar con ella? No, eso no… No sabría ni como decírselo, además, no estaba segura de lo que sentía… ¿Estaba enfadada consigo misma? ¿Con su madre? ¿Con Frank? Estaba… ¿Celosa?

Lo que si se convirtió en rutina fue la compañía nocturna de Manolo. Cada noche se masturbaba con el vibrador hasta saciarse, a veces incluso se había quedado dormida con el en la mano.
Los días siguientes en la universidad estaba como ausente. Los profesores la llamaban la atención en clase, llegaba tarde y no cogía apuntes. Tampoco había borrado las fotos. Sabía que no debían estar ahí, sobre todo la de su madre, que si alguien le cogía el móvil…
Había recibido varias llamadas de Gonzalo, pero no se las había cogido. Entre la vergüenza de lo que había hecho, y la decepción de después no tenia ganas de hablar con el.
————–
– Esta tarde va a venir Frank a llevarse unos muebles viejos. – Informó Elena el viernes por la mañana.
Alicia se tensó sobre el desayuno y no respondió.
– ¿No te quejas, Alicia? ¿Ni siquiera un mohín? Debes estar madurando por fin. – Le dijo su madre con sorna.
– No quiero molestarme ni en hablar de él. – Dijo Alicia.
Pero mentía.
Se pasó el resto del día pensando en la tarde, no le había visto desde que le hizo la mamada, y no sabia muy bien como reaccionar. Incluso se cambió la ropa interior por algo más… interesante.
Cuando llegó estaba preparada para contestarle cuando se metiera con ella, pero se quedó con la boca abierta cuando la saludó con un simple “Hola, Ali”. No la hizo demasiado caso en toda la tarde, casi ni la miraba. En cambio, a su madre y a su hermana si les prestaba atención. Sobre todo a su madre…
Los cuchicheos, miradas y risas cómplices se repitieron varias veces, incluso vio como la mano del chico se deslizaba por las nalgas de su madre un par de veces sin que ésta hiciera nada por impedirlo.
¿Por que se estaba comportando así? ¿Habia hecho algo mal?
Cuando el chico se fue, Alicia salió detrás, agobiada por la situacion, y le interceptó en la calle.
– ¡Frank! 
El chico se detuvo, pero no se dio la vuelta. Cuando Alicia le alcanzó continuó andando.
– ¿Que quieres? – Preguntó.
– Yo… – No sabía que decir, en ningún momento había pensado en ello. Guardó silencio ybno acabó la frase.
– Si no tienes nada que decir no me molestes, tengo algo de prisa.
– ¡Espera! – Se situó ante él, impidiéndole caminar. – ¿He hecho algo mal? No se por qué te comportas así conmigo…
– ¿Desde cuando te importa como me comporto contigo? Nunca me has soportado.
Alicia bajó la mirada, le gustaría desaparecer, salir de su cuerpo y no escuchar lo que iba a decir en ese momento.
– Es cierto pero… Ya no…
– ¿Ya no? ¿Desde cuando?
– Desde… Desde lo del otro día…
– Cuando, ¿Cuando te tragaste mi lefa? – El chico levantó la cara de Alicia, la obligó a mirarle. – ¿O cuando viste como me follaba a tu madre?
La cara de la chica se puso roja.
– Por favor… Dime que he hecho para que ahora ni me mires…
Frank puso cara de severidad, pero una inmensa satisfacción le embargaba. Estaba esperando que Alicia rompiese la máscara de orgullo que exhibía y fuese ella la que le buscase. 
– Eres una arrogante, siempre lo has sido. Nunca me has soportado y ahora, por que a ti te apetece, ¿Tengo que ir detrás tuya? Las cosas no funcionan así. Puedo tener a todas las zorras que quiera sin despeinarme. En tu propia casa sin ir mas lejos…
Nuevamente esa sensación de indignación y celos embargó a la chica.
– ¿Y que quieres que haga? Dame una oportunidad…
Frank la miró fijamente. Estaba sorprendido de lo rápido que había cedido aunque claro, conociendo como era su madre tampoco debia extrañarle…
– Sólo una. – Dijo. Alicia mostró su sonrisa. – Esta noche iremos de fiesta, según como te comportes veré si has dejado de ser una zorra arrogante.
– No te preocupes. – Contestó Alicia.
– Espero que te lo tomes en serio. Empezando por la ropa de mojigata que sueles llevar. – Diciendo eso, Frank la apartó a un lado y comenzó a andar. – A las once en punto te paso a buscar. No me hagas esperar.
– N-No… A-Adios…
Alicia se quedó en el sitio, algo confusa. Su cabeza estaba hecha un lío, ¿Por que se comportaba de esa manera con aquel cabrón? Hace tan solo unos días le odiaba, pero ahora ejercía sobre ella una fuerte atracción. Pensó en su madre y un atisbo de rabia y remordimiento apareció en su mente, pero lo desechó rápidamente. Estaba decidida.
Un poco antes de las once ya estaba preparada. Se había puesto un vestido negro ajustadísimo que sólo se había puesto una vez por que le parecía demasiado atrevido para ella. Era corto. Muy corto. Solo unos dedos de tela mantenian a salvo su intimidad.  La vez que se lo puso, fue para dar una sorpresa a Gonzalo, y porque no iba a andar por la calle con él, se tiraron toda la noche en una habitación de hotel. 
Se maquilló y se puso un bonito conjunto negro de encaje, sujetador y culotte. No se atrevió a ponerse un tanga con ese vestido. Unas medias de rejilla y unos tacones altos completaban un atuendo que pedía guerra a gritos.
Salió de casa intentando que no la viera su familia cuando vio llegar el coche de Frank.
– H-Hola. – Saludó tímida.
Frank la miró de arriba a abajo.
– Hola. Sientate. 
Y sin decir nada más, arrancó.
P
asaron el trayecto en silencio, Alicia con la mirada baja, con las dudas sembrando su mente. Frank aparcó cerca de un local y rompió el silencio.
– Parece que estás dispuesta a seguir adelante con esto. Espero que te portes bien. Si es así, te aseguro que tu también lo pasarás bien. Dejate llevar y todo saldrá perfectamente. – Salió del coche y abrió la puerta de la chica. Nuevamente la miro de arriba a abajo. – Parece que tenías un fondo de armario mas interesante que la ropa de sosa que sueles llevar… – Guardó silencio durante unos segundos. – Vamos, me están esperando.
– ¿Q-Quien? ¿No vamos solos? – Preguntó Alicia, asustada.
– Si, pero tengo un asuntillo que tratar con mi camello.
El chico se dirigió a un callejón en el que había un enorme negro esperándole.
– Hola, Piernas, ¿Que tal todo?
Saludó al hombre con un afectuoso apretón de manos.
– Genial, y ya veo que a ti también te va bien. – Contestó el Piernas, comiéndose a Alicia con la mirada. La chica se ruborizó e intentó mirar hacia otro lado. Ese vestido la hacia sentirse desprotegida. – ¿Realmente es…?

– Si. – Cortó Frank. – Su hija. – Alicia soltó un extraño ruidito con la boca y miró a los hombres. – Aunque le queda mucho por aprender para ser como su madre.

– Pero ya te encargarás tu de eso, ¿No? – El Piernas se rió de su comentario.
– Si fuese fácil no sería divertido. ¿Has traído lo que te encargué?
– Por supuesto.
El hombre mostró dos bolsitas de plástico al chico que las cambió por algunos billetes.
– Me alegro de verte. – Dijo Frank. – Estaremos en contacto.
El Piernas no dijo nada, solo se dio la vuelta y se fue por el callejón.
– ¿Quien era ese? – Preguntó a Alicia. – ¿Por que hablabais de mi madre?
Frank no contestó. Se limitó a sonreír y entró en el local.
Nada mas entrar Alicia se dio cuenta de que iba a llamar la atención mas de lo que quería. Era un local de musica Funk y el vestido que llevaba llamaba la atención incluso más que normalmente. La hacía parecer una puta.
– ¡Frank! – El grito de una mujer sacó a Alicia de sus pensamientos.
La camarera salió de detrás de la barra y fue corriendo a saludar al chico con un apasionado morreo. Frank rodeó a la chica con sus manos y no perdió la ocasión de manosearle el culo.
Alicia sintió un arranque de celos.
– Me alegro de verte, Mina. ¿Que tal todo?
Alicia observó a la chica, llevaba unos pantalones anchos, de talle bajo que dejaban ver el tanga negro que llevaba, un top cortito, mostrando escote y ombligo y el pelo rubio y corto. Varios piercing adornaban su cara. No escuchaba lo que decían, pero entonces se dio cuenta de que la chica la estaba observando.
– ¿Una chica nueva? – Preguntó. – Es bastante guapa.
– Se llama Alicia. Todavía tengo que decidir si merece la pena…
– Hola Alicia. Soy Mina. – La camarera se acercó a saludar y, sin dar tiempo a ninguna reacción le plantó un húmedo beso en la boca. Alicia no supo como reaccionar ante aquella lengua que la invadía y tardó unos segundos en quitarse a la chica de encima.
– ¿Q-Que haces? – Protestó.
– ¿No ves? Aun está un poco verde. – Se excusó Frank. – Quédate aquí un momento, Ali. Enseguida vuelvo.
Alicia se sentía incómoda, ¿Como había accedido a meterse en ese lío?
– Venga chica, relajate. Mira, vamos a tomar algo, invita la casa.
– No, yo… Yo no quiero nada… – Alicia de planteaba seriamente la opción de irse, pero en seguida tenía un par de vasos de chupito frente a ella y una botella verde.
– ¿Has probado alguna vez el Jager?
– ¿Eh? No… Los chupitos no me suelen sentar bien, así que no los suelo tomar.
– Pues venga, de un trago. – Ante la mirada preocupada de la chica añadió. – ¿Acabas de llegar y ya estas poniendo pegas? ¡Animate!
Y brindando se tomó el suyo de un trago. Alicia la imitó, notando como algo parecido a fuego bajaba por su garganta.
– Aahhhggg. – Se quejó.
– Al principio cuesta, luego le coges el truco. – Llenó de nuevo los vasos. – ¡Para adentro!
Alicia pensó que si seguía así, la noche seria muy corta… Pero imitó a la rubia.
– Es increíble, ¿Verdad? – Preguntó la camarera después de unos segundos. Estaba mirando la botella con aire distraido.
– Yo no lo llamaría así… – Alicia se agarraba la garganta. – Abrasador, mas bien…
– ¿Eh? ¡No, tonta! Me refiero a Frank… 
– Yo…
– Tiene algo… – Cortó Mina. – Absorbente… Su personalidad, su fuerza… Es imposible resistirse…
La chica miraba a la camarera intentando asimilar lo que le decía.
– Y el sexo con él… Buff… Es como una fuerza de la naturaleza…
– Yo… Yo no…
Mina la miró y Alicia pudo ver en sus ojos una sensación extraña. ¿Era compasión?
– ¿No has follado con él?
– Bueno… Mas o menos…
– ¿Mas o menos? En esto no hay medias tintas chica… O si… O no… – Comenzó a acercarse a Alicia. Puso una mano a cada lado de su cuerpo y comenzó a deslizarlas hacia abajo. – Cuando te toca… Cuando te toca puedes sentir que te posee, que eres completamente suya. Sus manos recorren tu cuerpo mientras deseas que no acabe nunca. – Las manos de Mina estaban ya sobre las caderas de Alicia, se había acercado tanto que estaba a pocos centímetros de su cara. Podía notar su respiración perfectamente. – En ese momento podrías hacer cualquier cosa que te pidiese… Venderías a tu madre para conseguir que te hiciese suya…
Alicia se estremeció, ¿Esa mención era casual? Miró a Mina a los ojos, esta se ladeó, vertiendo su aliento sobre el cuello descubierto de la chica, arrancándole un incontrolable suspiro.
– Y entonces viene lo mejor, notas como el monstruo crece poco a poco, lo tocas, lo sientes… Y cuando lo liberas… La maravillosa visión de esa enorme polla… Piensas que no vas a poder, que es enorme, que te va a partir en dos… – Las manos de Mina recorrían el cuerpo de la chica. Ésta recordó esa sensación cuando vio el tamaño del rabo de Frank… Realmente era enorme… – Pero lo deseas, deseas que te parta en dos… Que te taladre… Que te empale…
Mina llevó las manos al culo de Alicia y apretó las nalgas con fuerza, con deseo.
– ¿Eh? – Exclamó Mina, algo confusa. – ¿No te lo dijo Frank? Esto no le va a gustar… 
– ¿E-El que? – Ahora la confundida era Alicia. Empezaba a sentirse algo mareada.
– Chicas, ¿Empezais la fiesta sin mi o que? – Frank acababa de llegar. – ¿Que tal se porta nuestra nueva amiga? – Preguntó a Mina.
– Es muy simpática. Y muy guapa. Siempre has tenido buen gusto.
Alicia se puso algo colorada, le estaba entrando calor.
– Te vamos a dejar sola un rato, preciosa. Vamos a divertirnos un poco, ¿Verdad, Ali?
– Eh… Si, claro… 
Siguió a Frank hacia el centro de la pista mientras se comía la cabeza pensando que podía haber hecho mal. Cuando pararon, Frank se situó ante ella y, sujetándola por las caderas con voz seria dijo:
– Es tu última oportunidad de dar marcha atrás. Sal de aquí y convierte te en una mojigata insatisfecha, o quedare y disfruta.
La chica no dijo nada, miró a Frank a los ojos, recordando las palabras de Mina, notando sus fuertes manos sobre ella. No podía evitar pensar en el estado de excitación en que se encontraba desde su pequeña aventura voyeurista. 
Comenzó a moverse al ritmo de la música. Primero suave, lentamente, casi por inercia. Después, ante la sonrisa de aprobación del chico, comenzó a arrimarse y a marcar mas sus movimientos.
Las manos de Frank pasaron de sus caderas a su espalda y de ahí, bajaron sin preámbulos a su culo.
– ¿Que coño es esto? – Preguntó apartándose de ella.
– ¿Q-Que? – Igual que Mina, Frank veía algo que Alicia no. – ¿Que ocurre?
– Te dije que tendrías que dejar de ser una mojigata, ¿Y traes puestas unas putas bragas?
– E-Es un culotte… Es de encaj…
– Me da igual lo que sea. Si quieres seguir con esto o llevas tanga o no llevas nada. Así que, a no ser que lleves un tanga escondido en el culo solo tienes dos opciones.
Alicia se quedó muda, las lágrimas acudieron a sus ojos, ¿Por que tenia que aguantar eso? Ese cabrón no volvería a verla. Se dio la vuelta y se dirigió a la salida.
Se paró a medio camino a secarse las lágrimas, y al volver a caminar, en vez de a la salida se dirigió al cuarto de baño.
Cuando Frank la vio aparecer con los ojos enrojecidos supo que la noche iba a ser muy divertida.
– Toma. – Dijo secamente Alicia, poniendo sus bragas en la mano del chico. – Y-Ya tienes lo que querías.
Frank se llevó las bragas a la nariz y aspiró.
– Mmmmm. Me encanta el olor a hembra cachonda… Estas caliente, ¿Verdad? Esto te gusta… Te estás comportando como una zorrita y eso te calienta…
Alicia apartó la mirada.
– Llévale esto a Mina y pídele un par de copas. – Dijo, devolviéndole las bragas.

La chica cerró los ojos, respiró hondo y se dirigió a la barra. Sin decir nada, sin mirar a la cara a Mina, le pidió las copas y puso las bragas sobre el mostrador.

– Te dije que no le gustaría. – Dijo, comprensiva. – Pero no te preocupes, en cuanto aprendas lo que le gusta que hagas y lo que no, todo será mas fácil. – Cogió las bragas y, al igual que Frank, se las llevó a la nariz. – No puedes negar que te gusta todo esto, ¿Verdad? – Acarició la mejilla de Alicia, la obligó a mirarla. – No te sientas mal, solo dejate llevar y disfruta.

Después del avergonzante momento de las bragas, todo se puso algo mejor. Las copas volaron y Alicia estaba algo borracha, lo que hizo que se desinhibiera bastante. Estuvieron bailando toda la noche, y las manos de Frank recorrieron entero el cuerpo de Alicia. Ésta estaba cada vez mas caliente, lo que hacia que cada vez buscara más el contacto con Frank, se restregaba contra el, notaba el enorme bulto en su entrepierna y buscaba el contacto.
– Frank… – Balbuceó.
– ¿Que pasa?
Alicia se lanzó al cuello de Frank, devorándolo, casi no era capaz de controlar sus actos, se dejaba llevar por el deseo. Apenas fue consciente de salir a la calle e introducirse en el callejón donde hablaron con el piernas.
– ¿Quieres que te folle, Ali? ¿Quieres que acabe lo que empezaste el otro día? – La mano de Frank se deslizaba bajo el vestido y exploraba el empapado sexo de la chica.
– Frank… No aguanto más… Necesito…
– ¿El que necesitas? ¿Eres una zorra y necesitas polla? ¿MI polla?
– Si… Por favor…
– Dilo.
– ¿El que?
El chico la miró fijamente en silencio, dejando de masturbarla. Alicia movía las caderas buscando de nuevo el contacto con el chico.
– …Soy… Soy una zorra y necesito polla…
– ¿Que polla?
– Tu polla… Por favor…
Frank sonrió pero, en vez de lanzarse sobre ella se aparto y se acercó a un contenedor. Sacó un pequeño espejo y una bolsita y, en unos segundos, se estaba metiendo una raya de coca.
– Toma, aquí tienes la tuya. – Dijo a la chica. – Venga, te gustará.
Alicia, confundida, borracha y con una sola cosa en mente se colocó frente al espejito, dudando. La mano de Frank se introdujo en su entrepierna y comenzó a masturbarla de nuevo.
– Vamos zorrita, no tienes mas que aspirar.
Alicia estaba comenzando a gemir. Se agachó y, sin pensarlo mucho, esnifó entera la droga que tenia enfrente. Dolía. Le dolió la nariz, le dolió la cabeza y le dolió su orgullo. Nunca había probado las drogas, y ahí estaba ahora, a merced de aquél negro que hasta hace tan poco odiaba.
– Eso es, zorrita, ahora vamos a pasarlo bien.
Frank comenzó a besar el cuello de Alicia desde atrás, mientras restregaba su paquete por el culo de la chica. Los gemidos de Alicia cada vez eran mas audibles. Rápidamente comenzó a notar como el efecto del alcohol desaparecía de su cabeza gracias a la coca, pero el ansia por el sexo seguía ahí. Incluso mas fuerte que antes.
Se giró y se arrodilló ante Frank, apresurándose en liberar a la bestia que la esperaba. Miró a los ojos al chico mientras intentaba devorar aquella enorme polla. Le entraban arcadas pero no le importaba. La saliva se acumulaba en su boca y en la polla del chico, y escurría por su barbilla. Un pequeño hilillo de sangre salia de su nariz.
– Para ya. Quiero follarme a mi zorra.
Alicia se levantó inmediatamente, estaba nerviosa. Nerviosa y cachonda.
Frank levantó el vestido hasta las caderas y la obligó a inclinarse sobre el contenedor. La agarró del pelo, obligándola a levantar la cabeza y comenzó a penetrarla sin prisa pero sin pausa.
Los gemidos de Alicia dieron paso a pequeños grititos de dolor. Era enorme.
– No pares… – Decía. – Fóllame, párteme en dos… Fóllate a tu zorra.
Al oír esa palabra, Frank metió lo que restaba de su polla hasta el fondo y comenzó a bombear frenéticamente.
Los gritos de dolor de Alicia se tornaron nuevamente en gemidos mientras la sobrevenía un orgasmo tras otro. Por su ahora lucida mente pasaba un pensamiento tras otro. Se acordó de Gonzalo, pensó que había estado completamente equivocada toda su viva con respecto al sexo. Lo que tenía con el no era sexo, era un juego de niños comparado con ESTO.
Podía notar como la polla de Frank forzaba las paredes de su coño con cada embestida, como sus huevos chocaban contra ella. Se acordó de su madre, volvió a verla apoyada sobre el sofá, recibiendo el mismo tratamiento que estaba recibiendo ella en este momento.
 
Se sintió sucia. Se sintió zorra.
Se sintió SU zorra.
– ¿Te gusta puta? ¿Te gusta que te reviente?
– Mmmmm Siiiiii Ufff… Fóllame cabrón, no paressss.
– Eres igual que tu madre, remilgada al principio pero luego toda una puta. ¿No es así zorra? – Alicia casi no podía articular palabra. – ¡Contesta! – Ordenó, tirando más fuerte del pelo.
– ¡Sí! ¡Si! ¡Soy una zorra! ¡Soy una puta!
– ¿Como quien?
– ¡Como mi madre! ¡Soy una zorra como mi madre! ¡Soy tu zorra como mi madre!
Mientras decía esas palabras una enorme corrida le llenó las entrañas. Sentía perfectamente los espasmos que tenía la polla al descargar dentro de ella. Frank se apretó contra su culo y la penetró lo más profundo posible, soltando gemidos de placer y desahogo. Alicia se derrumbó sobre el contenedor jadeando, estaba agotada.
– No te relajes mucho, ¿Piensas dejarme así?
Frank agarró su polla y la sacudió ligeramente, dando a entender a la chica lo que quería que hiciera. Ésta, obediente, se arrodilló sobre el chico y comenzó a lamer el rabo hasta dejarlo limpio. Se levantó y se apoyó en la pared, le temblaban las piernas, nunca se había sentido tan satisfecha. Notaba como el semen comenzaba a resbalar por sus muslos. 
– Espero que hayas disfrutado de la experiencia, zorra, por que va a ser la primera de muchas. Anda, pasa al servicio y limpiate un poco, no vas a subir así a mi coche.
Alicia le hizo caso y avanzó tambaleándose. No quiso mirar a nadie en el local, pero le dio la impresión de que Mina sonreía con la mirada fija en ella.
Se miró en el espejo. Tenia el rímel corrido y estaba despeinada, el vestido estaba descolocado y seguramente todos en el local la habían visto el culo. Parecía una verdadera puta.
Por un momento, en su reflejo vio a su madre en vez de así misma. Apartó la mirada. ¿Habria pasado por algo similar? ¿Se sentiría igual que ella ahora mismo?
Se sentía tan sucia…. Tan zorra…
Tenía la cabeza embotada por el alcohol y las drogas pero se sentía tan… bien…
————————-
– Ya hemos llegado. – Dijo Frank cuando llegaron a casa de Alicia. – Dentro de poco me pasaré por aquí otra vez, no me gusta dejar a mis zorritas desatendidas. – Alicia agachó la cabeza y se sonrojó. – Me encanta. Tres zorras viviendo bajo el mismo techo.
“¿Tres?”
– No metas a mi hermana en esto. – Replicó Alicia. No fue consciente de que con ese comentario aceptaba su condición y la de su madre.
– ¿Tu hermana? – Frank la miró sonriendo, cadí riéndose. – No tenías ni idea de quien era tu madre y no tienes ni idea de quien es tu hermana.
– ¡He dicho que no te acerques a ella! Por… Por favor… – Añadió, cuando se dio cuenta de que había elevado demasiado el tono.
– Tu hermana es mayorcita, y tiene perfectamente claro lo que quiere y deja de querer. Preocupate de ti misma y dejate de rollos… Anda, baja del coche.
Alicia bajó y Frank se fue. Se quedó unos segundos parada en la calle antes de entrar en su casa, intentando no despertar a nadie. Se quedó mirando la habitación de su hermana, pensando en las ultimas palabras de Frank, pero no le dio demasiadas vueltas. Estaba agotada y se fue a dormir enseguida.
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“TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA DE PÓKER” (POR GOLFO) Libro para descargar

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SINOPSIS:

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.

Cómo amigó de ese insensato quise darle un escarmiento, acepté su puja sin saber que al hacerlo mi vida quedaría irremediablemente unida a Laura…..

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y el primer capítulo:

Introducción

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.
―¡No seas idiota!― exclamé cabreado e intenté hacerle cambiar de opinión porque una cosa es que no tuviera donde caerse muerto y otra cosa es que apostara a Laura, su esposa.
Desgraciadamente no pude convencer a Mariano y emperrado en sus cartas, insistió en que la aceptáramos incluso como pago.
―¿Cómo pago?― pregunté viendo que en mi mano tenía una jugada ganadora.
―Sí― contestó y dirigiéndose al resto, dijo: ―Me comprometo que si pierdo, mañana a las nueve haré entrega de mi mujer al que gane la apuesta.
De haber sido un desconocido, jamás hubiese aceptado el trato pero deseando darle un escarmiento a ese infeliz para que nunca volviera a jugar con lo sagrado, di por buenas sus condiciones. ¡No en vano era su mejor amigo!
El resto de la mesa trató de hacernos entran en razón y viendo que ambos seguíamos firmes en nuestra decisión, renunciaron a seguir jugando y se quedaron mirando el resultado.
―¿Estás seguro?― pregunté metiendo todo el dinero que tenía sobre la mesa ― Si pierdes, ¡tendrás que cumplir!
El insensato no lo dudó un instante y levantando las cartas, mostró que llevaba un full. El silencio se adueñó de la habitación, la tensión se mascaba en el ambiente y como mi intención era darle un escarmiento, fui una a una bajando las mías. El semblante optimista de Mariano se fue diluyendo al ver cuando llevaba cuatro levantadas que era un proyecto de escalera de color.
―¿Es un rey de corazones? – preguntó pálido por la quinta carta.
―Así es― repliqué mientras depositaba la última a la vista de todos.
Nadie se movió al ver que ese pirado había perdido. Os juro que se hubiese podido oír el sonido de una mosca por lo que tuve que ser yo el que rompiera ese mutismo al decirle mientras recogía mis ganancias:
―Recuerda tu promesa, mañana a las nueve.
―Ahí estaré― contestó destrozado y huyendo como perro apaleado, se fue de la partida.
Nada más desaparecer por la puerta, todos sin distinción se echaron sobre mí y me pidieron explicaciones por ser tan cerdo y haber aceptado que apostara a Laura.
―¿Quién coño creéis que soy?― respondí – Por supuesto que nunca ha sido mi intención quedarme con ella, solo lo he hecho para darle una lección. ¡Qué pase esta noche un mal rato! Mañana vendrá con el rabo entre las piernas buscando que me olvide de esta apuesta. Pienso hacerle sufrir antes de ceder― y alzando la voz, comenté: ―Pensad que hoy ha caído entre amigos pero ¿qué ocurriría si comete esta estupidez entre desconocidos?
Al igual que todos había salido en manada contra mí, al escuchar de mis labios los motivos que me habían llevado a jugar, me dieron la razón y sirviéndome una copa, el más avispado de ellos me soltó:
―Cabrón, ¡qué mal me lo has hecho pasar! Te veía tan serio que realmente pensaba que te querías quedar con Laura.
Soltando una carcajada, respondí de broma:
―Por un momento lo pensé, porque hay que reconocer ¡qué está muy buena!
Los cinco presentes rieron mi gracia y dejando a un lado lo que había pasado, repartí la siguiente mano…

Capítulo 1

El sonido del timbre de mi casa me despertó esa mañana. Con una resaca de mil demonios miré el reloj y al ver que marcaba las nueve y un minuto, recordé entre brumas la apuesta.
«Joder con Mariano, podía haberme llamado», pensé creyendo que venía a disculparse una vez se le había pasado la borrachera. Sin ganas de bronca, me puse un albornoz y abrí la puerta. Imaginaros mi sorpresa al encontrarme a Laura de pie en el descansillo y con una maleta a cuestas.
―¿Qué narices haces aquí?― pregunté totalmente confundido.
La rubia, de muy malos modos, me empujó a un lado y mientras trataba de entrar a mi piso con todo su equipaje, me soltó:
―¡Pagar la apuesta de mi marido!
Ni que decir tiene que me desperté de golpe al escuchar semejante insensatez. No queriendo discutir en mitad de la escalera, haciéndola pasar, la llevé a la cocina y me serví un café mientras intentaba acomodar mis ideas.
«¿Cómo le explico lo de anoche?», mascullé en mi mente buscando una solución al ver que la esposa de mi amigo se sentaba en una silla y me miraba con ojos de desprecio.
Viendo que no quedaba otra, tras dar un sorbo a mi taza, entré al trapo diciendo:
―Ayer tu marido iba pedo y como sabes te apostó.
―Lo sé― respondió con voz gélida – y perdió contigo, por eso estoy aquí.
Os juro que hubiese deseado estar a mil kilómetros de esa airada mujer pero asumiendo que venía a por una explicación, tomando asiento junto a ella, le expliqué que mi intención era dar una lección a su marido pero que en absoluto quería hacer efectiva la apuesta.
Laura al oír que lo que quería era hacer recapacitar a Mariano para que se centrara, perdió la compostura y echándose a llorar, me contó la discusión que habían tenido la noche anterior. Por lo visto, mi “querido” amigo se fue directo a casa y despertándola, le había contado que había perdido todo el dinero que les quedaba. Si ya de por sí eso fue duro, lo que más le dolió a ella, fue que perdiendo los papeles, su marido me echaba en cara el haberle obligado a arriesgarla a ella.
―¡Eso no es cierto! ¡Tengo testigos que intenté hacerle entrar en razón!― protesté indignado por la poca hombría que mostró al decírselo.
―Ahora lo sé― sollozando contestó: ―Mi marido es un enfermo. Por el juego hemos perdido todo nuestro patrimonio. Llevo años aguantando pero se acabó. ¡No pienso volver con él!
Comprendiendo el cabreo de Laura, dejé que se explayara a gusto y así me enteré del modo en que había despilfarrado tanto su herencia como el amor que ella le tenía. Pensando que era pasajero y que cuando se le pasase el enfado volvería con él, pregunté a esa mujer qué tenía pensado hacer.
―No lo sé, no tengo a donde ir y si lo tuviera, no podría pagarlo― respondió con amargura.
Viendo su dolor y recordando los tiempos en que era únicamente la novia cañón que me presentó mi amigo, cometí el mayor error de mi vida al ofrecerle que se quedara en el cuarto de invitados mientras decidía su futuro.
―¿Estás seguro?― secándose las lágrimas, susurró: ―Seré un estorbo.
Tratando de quitar hierro al asunto y en plan de guasa, contesté:
―De eso nada, imagina su cara cuando se entere que vives aquí, ¡tu marido pensará que me he cobrado la apuesta!
Aunque era broma, le gustó la idea y cogiendo mis manos entre las suyas, me soltó:
―¿Me harías ese favor? ¿Me dejarías simular que he aceptado ser el pago?
Jamás debía de haber dicho que sí. Pero sabiendo que Mariano necesitaba un empujón para dejar la ludopatía y si su mujer creía que así él aprendería, como buen amigo debía de correr el riesgo. No supe cuánto me cambiaría la vida al decir:
―De acuerdo, tómate un café y acomódate en la habitación de la derecha mientras me ducho.
El chorro de la ducha me hizo reaccionar y fue entonces cuando me percaté que la presencia de Laura en mi casa despertaría no solo las suspicacias de su marido sino también la de todos nuestros conocidos.
«La noticia que vive aquí va a correr como la pólvora», determiné francamente preocupado, «y lo peor es que todo el mundo va a pensar mal». La certeza que la reputación de ambos iba a correr peligro me hizo recapacitar; por eso al salir, me vestí rápidamente y fui en busca de mi invitada.
El destino quiso que al entrar en su cuarto, no la encontrara pero que justo cuando iba a salir de allí, viera que la puerta del baño estaba entreabierta. Sin otra intención que hablar con ella, me acerqué y fue entonces cuando la vi entrando a la ducha.
Sé que hice mal pero no pude dejar de observarla. Ajena a estar siendo espiada, Laura dejó caer su vestido, quedando desnuda sobre los azulejos mientras abría el agua caliente.
«¡Dios!», exclamé para mí.
Era la primera vez que la veía en cueros y jamás me había imaginado que la esposa de Mariano tuviese un cuerpo tan espectacular. Todos sus conocidos sabíamos que estaba buena pero ni en mis sueños más calenturientos, hubiese supuesto que tras la ropa ancha que solía llevar se escondieran esos impresionantes pechos.
«¡Menudas tetas!», sentencié al disfrutar de la visión de esas maravillas. Grandes y bien colocadas, sus pechugas terminaban en punta y estaban adornadas por unas areolas rosas que invitaban a llevárselas a la boca.
Estaba a punto de escabullirme cuando sus nalgas me dejaron anonadado. Os juro que jamás en mi vida había visto un culo tan impresionante y más excitado de lo que debería estar, me pregunté si el diablo había creado esos cachetes para tentar a los humanos. Y digo humanos porque viendo ese trasero no me quedó duda que hubiese dado igual que fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, nadie en su sano juicio podía quedar indiferente.
Para colmo Laura, canturreando y creyendo que estaba sola, se metió en la ducha y empezó a enjabonarse. Ante tal sugerente escena no pude evitar que mi pene reaccionara y totalmente acalorado, seguí embobado cómo esparcía el jabón por su piel. Estaba intentando sacar fuerzas para dejar de espiarla cuando a través del resquicio de la puerta, observé a esa rubia jugueteando con sus pezones al aclararlos.
Mientras la razón me pedía salir de allí, mi bragueta me hizo permanecer inmóvil. Sé que fue un acto inmoral pero es que ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras se duchaba, fue superior a mis fuerzas y cayéndose mi baba, seguí mirando:
«¡Qué buena está», reconocí al tratar de asimilar tanta belleza. Para que os hagáis una idea y sin que sea una exageración, os tengo que decir que en Laura hasta su coño perfectamente recortado es bello.
Por suerte advertí que estaba a punto de terminar de ducharse y no queriendo que me pillara espiándola, tuve tiempo de salir huyendo con mi rabo erecto entre las piernas. Ya en mi habitación el recuerdo de su cuerpo desnudo, me hizo imaginar a Laura masturbándose. En mi cerebro, esa rubia comenzó a toquetear entre los pliegues de su sexo hasta encontrar un pequeño botón. Una vez localizado y mientras se pellizcaba con dureza las tetazas que me habían dejado sin respiración, comenzó lentamente a acariciarlo.
Poco a poco sus dedos fueron incrementando el ritmo y lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. En mi cerebro, la esposa de Mariano se dejaba llevar y separando sus rodillas, torturó su ya henchido clítoris. De su garganta comenzaron a emerger unos suaves suspiros que fueron transmutándose en profundos gemidos mientras llevando mis manos entre mis piernas, cogía mi pene y me ponía a pajear.
«¡Quién pudiera comerle el coño!», pensé mientras por primera vez sentía envidia de mi amigo, sin saber todavía que esa mujer se convertiría en mi obsesión.
Esa idílica y espectacular rubia estaba temblando de placer fruto del orgasmo que asolaba su cuerpo cuando sobre mi cama, me corrí soñando que era yo el que la tocaba…
¿Simulación o realidad?
La torpeza de Mariano no terminó con la apuesta porque, al no volver su mujer a casa, supuso que la ausencia de Laura era resultado de su ludopatía. Siendo eso parcialmente cierto, nunca se le ocurrió pensar en que su pareja y su amigo le estaban haciendo sufrir para que recapacitara y erróneamente asumió que estaba haciendo uso de mis derechos y me estaba cobrando en carne su error.
«Este tío es un cretino», sentencié cuando a la hora de comer no había llamado.
Para entonces, las paredes de mi hogar me parecían los muros de una celda al tener a Laura deambulando por ellas y no queriendo que a ella le ocurriese lo mismo, decidí invitarla a comer fuera. Al comentárselo, aceptó pero puso como salvedad que nadie nos acompañase y que fuéramos solos. Reconozco que me extrañó esa condición y por ello le pregunté el porqué.
―Si vamos con amigos, tendremos que explicarles qué tramamos y no quiero que Mariano se entere que todo es una pantomima.
Sus razones, aunque de peso, me ponían en una difícil situación, ya que si alguien nos veía, podría malinterpretarlo. No queriendo ser el causante y menos el protagonista de ese sabroso chisme, metí la pata por segunda vez en el día y llevé a esa rubia a un coqueto restaurante de las afueras donde no nos íbamos a encontrar con ningún conocido. Sabía a la perfección que era un lugar seguro porque era el garito al que acudía cuando mis conquistas o yo teníamos algo que perder si nos pillaban. En pocas palabras, era a donde llevaba a las casadas o con pareja.
Supe de lo desacertado de esa elección al verla salir de la casa y comprobar que Laura se había arreglado a conciencia:
«Viene vestida para matar», mascullé entre dientes.
Y no era para menos porque la pareja de Mariano apareció con un entallado vestido que lejos de ocultar las excelencias de su cuerpo las realzaba.
«Ahora sí, ¡cómo nos vean van a pensar que hay algo entre nosotros!», murmuré de muy mala leche al darme cuenta que era incapaz de retirar mis ojos de su escote.
Sé que Laura se percató del efecto que la poca ropa que llevaba causó en mí porque con una sonrisa de oreja a oreja, riendo, me soltó:
―¿Te parece que voy un poco descocada?
―Un poco― con una mezcla de vergüenza y excitación, reconocí.
Mi respuesta satisfizo a esa rubia y dejando meridianamente claro que esas eran sus intenciones, comentó:
―Llevaba años sin ponerme este traje. Me parecía demasiado sexy para una mujer casada.
«¡La madre que la parió!», exclamé mentalmente mientras encendía el automóvil, «¡parece una puta cara!
Descompuesto, enfilé la Castellana rumbo a la carretera de Burgos. Os juro que mi corazón vio incrementado su ritmo exponencialmente cuando en un semáforo, descubrí que si giraba un poco la cara podía ver sus patorras en plenitud.
«Joder, ¿qué se propone está tía?», me pregunté.
Laura debía saber que, en esa postura, podía ver el inicio de sus bragas pero no hizo nada por taparse y de buen humor, me interrogó sobre nuestro destino.
―A un restaurant― fue mi lacónica respuesta.
Afortunadamente, no insistió porque no ve veía capaz de conversar con ella ya que al hacerlo, mi mirada irremediablemente se enfocaría entre sus muslos.
Comprendí que había sido un error el elegir ese lugar cuando al entrar, oí a José, el maître, decir con sorna:
―Don Pedro, viene hoy muy bien acompañado.
«¡Puta madre! Ha supuesto que Laura es una de mis pilinguis», maldije para mí temiendo que lo hubiera oído y se diera por aludida. La suerte quiso que o bien no lo escuchó o bien no se lo tomó en cuenta porque nada más sentarse alegremente le pidió que le pusiera un tinto de verano.
El empleado aleccionado por mí otras tantas veces, contestó:
―Señorita, iba a descorchar una botella de Dom Pérignon.
Poco habituada a esos excesos por la difícil situación económica a la que les había abocado la afición al juego de su marido, Laura me miró con picardía y contestó:
―Siempre me olvido de lo detallista que es mi Pedro― tras lo cual dirigiéndose a José, respondió: ―Ábrala.
No que decir tiene que ese “mi Pedro” hizo despertar todas mis suspicacias y preocupado por el rumbo que iba tomando esa comida, deseé nunca haberme ofrecido a sacarla a comer mientras el maître abría ese champagne.
A partir de ese momento, la situación se fue relajando al ritmo en que vaciábamos nuestras copas. Todavía hoy no sé si fue por el efecto del alcohol o por la natural simpatía de esa rubia pero lo cierto es que al poco tiempo, empecé a disfrutar de su compañía y a reírle las gracias.
Por otra parte la fijación con la que los camareros rellenaban nuestras copas, avivaron el descaro de esa monada y susurrando en mi oído, preguntó:
―¿Me estás intentando emborrachar?
La dulzura de su tono hizo reaccionar al dormilón entre mis piernas y desperezándose se irguió bajo mi pantalón mientras le contestaba:
―No entiendo, ¿con que fin lo haría?
Muerta de risa, entrecerró sus ojos al decirme:
―No sé, se nota que traes aquí a tus amiguitas.
Tratando de echar balones fuera, solté una carcajada y cogiéndole de la mano, quité importancia al hecho diciendo:
―Jamás he venido con una mujer tan guapa― mi piropo tuvo un efecto imprevisto y ante mis ojos los pezones de la esposa de Mariano se fueron poniendo duros por momentos.
Alucinado por ello, no pude retraer mi mirada de esos dos montículos cuando siguiendo con la guasa, Laura insistió:
―¿Y han sido muchas las incautas que han caído en tus brazos en este lugar?
―Algunas― respondí un tanto incómodo.
Descojonada por el mal rato que me estaba haciendo pasar, ese engendro del demonio incrementó mi turbación al contestar:
―¿Eso es lo que pretendías al traerme aquí?
Como comprenderéis, lo negué pero dando otra vuelta de tuerca, Laura me soltó:
―¿No me encuentras atractiva?
Viendo que me tenía contra la pared y que daría igual lo que contestara, contrataqué con una broma:
―Eres preciosa pero no necesito seducirte, recuerda que te gané jugando a las cartas.
Mi burrada consiguió ruborizarla al no esperársela pero reponiéndose al instante y de bastante mala leche, respondió:
―Si eso opinas, a lo mejor deberías intentar cobrar la apuesta.
El cabreo de Laura era tan evidente que traté de disculparme diciendo:
―Para mí eres territorio vedado.
Ese comentario inocente empeoró las cosas y con voz gélida, me rogó que la llevara a casa. Como no podía ser de otra forma, pedí la cuenta y en menos de cinco minutos, estábamos en el coche de vuelta a mi piso.
«¿Qué he dicho para cabrearla así?», me pregunté mientras a mi lado, la rubia permanecía mirando por la ventana y sin dirigirme la palabra.
Tras mucho cavilar, llegué a la conclusión que su enfado venía al haberla hecho recordar el modo en que Mariano se había jugado no solo su patrimonio sino su relación en una timba de póker. Por ello decidí dejarlo pasar y no volver a mencionarlo. Al llegar a mi apartamento, Laura se encerró en su habitación y sintiéndome parcialmente culpable de su dolor, decidí ponerme una copa mientras intentaba buscar una solución satisfactoria para los tres. Y digo los tres porque con el whisky en mis manos, no pude dejar de pensar en que mi amigo también lo debería estar pasando fatal al no saber nada de la que había sido tantos años su pareja.
«¿Qué le pasa a Mariano? ¡Son las cinco y todavía no ha llamado!», refunfuñé al no comprender que no hubiese hecho acto de presencia.
«De ser yo, estaría de rodillas, pidiéndole perdón», pensé para mí.
Fue entonces cuando me di cuenta que sentía algo por esa mujer. Enojado conmigo mismo, vacié mi vaso y levantándome del asiento, fui a la barra a rellenarlo. Me parecía inconcebible el sentir algo por la esposa de un amigo y más que tuviera que haber ocurrido todo eso para darme percatarme de ello.
«Estoy como una puta cabra», sentencié molesto, «Laura, después de lo que pasó con ese insensato, necesita espacio».
Sin pérdida de tiempo me bebí esa segunda copa y me puse una tercera, intentando quizás que el alcohol apaciguara los sentimientos recién descubiertos por esa mujer. Desgraciadamente, ese whisky me hizo rememorar su cuerpo desnudo al entrar a la ducha y comportándome como un cerdo, deseé que su marido nunca volviera por ella.
«¡No se la merece!», murmuré afectado por el recuerdo mientras se enjabonaba sus pechos, ya que en mi mente como si fuera realidad, esa rubia se estaba acariciando las tetas mientras me sonreía.
Estaba soñando con los ojos cerrados cuando de pronto, el sonido del timbre me despertó y por ello, me levanté a ver quién era. Tal y como me temía, me encontré a Mariano tras la puerta.
«Viene a disculparse», mascullé y mientras le hacía pasar, me fijé en sus ojeras, «se le nota arrepentido».
Sin darle opción a negarse, le puse un whisky. Tras lo cual, ambos tomamos asiento sin que ninguno de los dos tomara la iniciativa y rompiera el hielo, entrando al trapo. El silencio mutuo me permitió observarle con detenimiento. Además de venir sin afeitar, mi amigo parecía apesadumbrado.
«No me extraña», medité, «yo estaría avergonzado».
Durante un par de minutos, solo nos miramos. Era tal la tensión que se mascaba en el ambiente que decidí cortar por lo sano y directamente, pregunté:
―¿A qué has venido?
Incapaz de mirarme y mientras se frotaba las manos con nerviosismo, contestó:
―A negociar contigo que me devuelvas a Laura.
Todavía hoy desconozco que me cabreo más; que no mostrara un claro arrepentimiento o que hablara de su esposa como fuera un objeto. Disimulando mi ira, le di una segunda oportunidad al preguntarle que me ofrecía, pensando que quizás entonces se desmoronaría y prometería dejar el juego. Lo cierto es que nunca me imaginé que ese tonto de los cojones dijera que me pagaría con lo que ganara esa noche en otra partida y que encima me pidiera dos mil euros para invertir en ella.
Estaba a punto de echarle de casa a empujones cuando escuché a Laura decir:
―Dáselos pero que sepa que, gracias a él, he encontrado alguien que me mima y que nunca volveré a ser suya porque ya tengo dueño.
Al girarme me quedé tan sorprendido como horrorizado porque esa mujer se había cambiado de ropa y se mostraba ante nosotros, vestida únicamente con un picardías negro totalmente transparente.
«¡Qué coño hace!», exclamé creyendo que se iba a montar la bronca. Durante unos segundos, no sabía si mirar la reacción de Mariano o por el contrario admirar las rosadas areolas de Laura que se conseguían adivinar a través de la tela.
Consciente del efecto que esa nada sutil entrada había producido, sonriendo, me pidió si podía ponerse una copa. No pude contestar porque temía que en cualquier momento, su marido me saltara al cuello. Laura no esperó mi respuesta y meneando su trasero, se acercó hasta la barra.
«¿De qué va esto?», medité perplejo mientras miraba de reojo tanto al que había sido su pareja tantos años, como a las impresionantes nalgas que con todo descaro estaba exhibiendo.
Mariano estaba al menos tan sorprendido cómo yo. Jamás había supuesto encontrar a su mujer casi desnuda en mi casa y enfocando su cabreo en ella, exclamó:
―¡No llevas bragas!― y rojo de rabia, le ordenó que se tapara.
Sabiendo que solo podía empeorar si intervenía, me quedé callado. Era algo entre ellos dos y si decía algo, a buen seguro saldría escaldado.
―Te recuerdo que ayer me vendiste y que ahora tengo un nuevo dueño― contestó su esposa y sin mostrar un ápice de cabreo, le dijo: ―Solo Pedro puede decirme cómo debo ir vestida.
Para colmo, luciéndose, Laura se acercó a mí y como si fuera algo pactado, se sentó en mis rodillas. Mariano al ver a su mujer abrazándome casi en pelotas, supuso que ya éramos amantes y demostrando su falta de hombría, me recordó que necesitaba esos dos mil euros.
―Trae mi cartera― pedí a Laura― ¡la tengo en el cuarto!
Dejando su copa, me besó en la mejilla y siguiendo estrictamente el papel de flamante sumisa, dejándonos solos, fue en busca de lo que le había pedido. Para entonces, os tengo que reconocer que estaba indignado con Mariano y por ello cuando su preciosa mujer me trajo la billetera, saqué la suma que me pedía y demostrando todo el desprecio que sentía por su persona, se la di diciendo:
―Ya no eres bienvenido en esta casa. No vuelvas o tendré que echarte a patadas.
El impresentable de mi conocido cogió los billetes de mi mano y enseñando nuevamente la clase de hombre que era, desde la puerta, me soltó:
―Esta puta no vale tanto dinero. Cuando la uses, te darás cuenta que te he timado.
Sé que me extralimité pero era de tal magnitud mi cabreo, que cogiendo de la cintura a su esposa, respondí:
―Te equivocas, llevamos todo el día follando y te puedo asegurar que no tengo queja.
Para dar mayor realismo a mis palabras, besé a la mujer, hundiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Sorprendentemente mientras su marido salía de la casa pegando un portazo, Laura respondió con pasión a mi arrumaco pegando su pecho al mío.
Si esa mañana, alguien me hubiese dicho que pocas horas más tarde estaría besando a esa mujer no le hubiese creído pero si llega a afirmar que estaría acariciando su impresionante culo, lo hubiese tildado de loco. La verdad es que en ese momento, yo tampoco me terminaba de creer el tener a mi disposición semejantes nalgas y no queriendo perder la oportunidad durante cerca de un minuto, dejé que mis dedos recorrieran sin limitación alguna ese trasero con forma de corazón.
Lo malo fue que eso provocó que mi pene reaccionara a ese desproporcionado estímulo, irguiéndose bajo mi pantalón. Laura recapacitó al notar la presión de mi entrepierna sobre ella y separándose, se sentó frente a mí diciendo:
―Tenemos que hablar.
Todavía con la respiración entrecortada, traté de ordenar mis ideas pero la belleza de esa mujer casi desnuda me lo impidió. Para entonces mis hormonas eran dueñas de mi mente y en lo único que podía pensar era en hundir mi cara entre sus tetas pero la seriedad con la que me miraba, me devolvió a la realidad y la culpa me golpeó en la cara y me eché en mis hombros la responsabilidad de lo sucedido.
―Lo siento― conseguí murmurar.
Mi sorpresa se incrementó por mil cuando cogiendo su cubata, la esposa de mi amigo me sonrió y dijo:
―No tienes nada de que arrepentirte, gracias a ti me he librado de mi marido― y recalcando sus palabras, prosiguió diciendo: ―Tendría que haberlo hecho antes pero nunca me atreví a dar ese paso.
A pesar de estar de acuerdo con ella, sabía que a partir de ese momento, tanto ella como yo, estaríamos tachados socialmente porque todos nuestros conocidos supondrían erróneamente que éramos amantes desde antes. Al explicárselo, la rubia contestó:
―Te equivocas, Mariano me perdió en esa partida y hoy al escuchar tu ira, me ganaste a mí.
―No entiendo― alucinado respondí.
La chavala, soltando una carcajada, se explicó:
―Hasta esta tarde, seguía guardándote rencor por haberte prestado a jugar con mi futuro pero al ver como reaccionabas con mi ex, me di cuenta que tenía que hacer que cumplieras con tu obligación y exigirte que me aceptes como tu mujer.
Durante unos pocos segundos, creí que estaba bromeando pero al ver la entereza de su mirada, me hizo comprender que iba en serio y aterrorizado por su significado, exclamé:
―¡Estás loca!
Su reacción a mi exabrupto fue insólita porque imprimiendo un tono duro a su voz, me soltó:
―Mi decisión es firme, ¡seré tuya!
Tratando de hacerla razonar, le expliqué que era inmoral, que me negaba y que ella no podía obligarme. Creí que al escuchar mis razones, Laura daría marcha atrás pero en vez de hacerlo, incrementó la presión diciendo:
―Sé lo mucho que te gusta el juego por lo que te propongo una apuesta…
―¿Qué apuesta?― casi gritando pregunté.
Descojonada, se levantó del asiento y dejando caer su ropa, se quedó completamente desnuda, mientras me decía:
―Durante una semana me quedaré en esta casa, si en ese tiempo no consigo que te acuestes conmigo, buscaré otro sitio donde vivir.
Temblando al comprender lo duro que me resultarían esos siete días, contesté:
―¿Y si pierdo?
Solemnemente, respondió:
―Nunca volverás a jugar a las cartas y te casarás conmigo.
A regañadientes al saber que no podía dejarla en la estacada ya que no tenía donde caerse muerta, acepté su oferta creyendo que en cuanto recapacitara, ella misma anularía tamaña insensatez…

Relato erótico: “Dulce perla joven para Eugenia” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Desde que su sobrina-nieta había salido oficialmente del armario, Eugenia era un alma poseída por fantasías, deseos y ardores.

Su soltería era responsable de una juventud mal aprovechada, con las vistas puestas en su exitosa carrera como abogada. Ahora, a sus cincuenta y ocho años, una crisis personal se acercaba como una inevitable tormenta en alta mar. Siempre se preguntó si su falta de apetito sexual fue motivo de su no reconocida orientación sexual. Admiraba la valentía de la nieta de su hermano mayor. Con sus dieciocho años, Sandra no había perdido el tiempo; y tenía toda la vida por delante. Siempre supo que ella sacó su inteligencia, pues Sandra es una brillante estudiante que iba a estudiar derecho, como ella. Seguramente entre en su bufete, de la que ella solo es ahora la mandamás con la pasión por la profesión perdida, en cuanto acabe la carrera, y seguramente la acabe jubilando por su brillantez e inteligencia.
Desde el momento en el que Sandra se declaró abiertamente lesbiana, Eugenia supo con certeza que ella también lo era. Aunque le faltaba la valentía de su sobrina-nieta para decirlo abiertamente. Tal vez ya no tenía edad para ello. Pero el deseo que poseía le hacía sentir una chica de veinte. Y la ilusión de recuperar el tiempo perdido le hacía sentir feliz, extrañamente feliz. La única lucha mental que mantenía era el deseo que había desencadenado hacia Sandra. Pensaba en ella, soñaba con ella, la necesitaba.
No podía vivir sin tener su primera experiencia con una mujer. Las experiencias heterosexuales le habían hecho perder el apetito sexual durante décadas. Sandra era dulce, morena con el pelo rizado sobre los hombros. Con un cuerpo de miel, pechos bien puestos y grandes. Su sonrisa era amable y afectiva y su mirada de caramelo. Se preguntaba si verdaderamente estaba enamorada de su sobrina-nieta o si solo era apetito sexual. Se preguntaba si llevaba mucho tiempo deseándola. No tenía respuestas a las preguntas, que no paraban de inundar su mente.
Decidió ser valiente consigo misma por primera vez en su vida fuera del ámbito profesional. Un día, al salir de la ducha de su lujoso y céntrico ático, Eugenia se observó completamente desnuda; planteándose si era un cuerpo útil para que Sandra se sintiera seducida:
Los años de gimnasia le habían mantenido algo terso todo su cuerpo. Sus muslos pasarían por los de una mujer de cuarenta y solo tenía un poco de celulitis en los glúteos; los cuales se mantenían más o menos en su sitio. El vientre estaba algo hinchado pero no grueso. Nunca fue una mujer gruesa, y el no haber sido madre la había ayudado a mantener una imagen decente con el paso de los años. Sus pechos estaban caídos, nunca se planteó operárselos pues siempre fueron inmensos. Pero su talla 110 había sucumbido al paso de los años y a la gravedad y ahora le colgaban como las ubres de una vaca lechera.
 
Bien vestida, pensó, soy una mujer de bastante buen ver, y desnuda merezco un respeto. Sumida en sus pensamientos se sintió algo aliviada.
Pidió cita en la peluquería, donde se tiñó entera de rubia, tapándose las canas que asomaban bajo su última teñida del mismo color. Luego fue a comprar algo de ropa, para modernizar un poco su vestuario.
Se sentía emocionada ante la perspectiva, pero se obligó a mantener la calma. Sabía lo que quería y se sentía con fuerzas y paciencia para intentarlo. Había llegado el momento de llevar a cabo un plan que le venía rondando la mente.
Telefoneó a Sandra mostrándose feliz por la elección de estudiar derecho. Le dijo que ella tenía libros en casa que podrían servirle de utilidad. Así que la invitó a pasarse por su casa cuando ella quisiese. Sandra se manifestó contenta por el ofrecimiento y dijo que iría al día siguiente, viernes, a la hora de la merienda; sobre las seis de la tarde.
Eugenia habitaba la última planta de un antiguo edificio de tres alturas, remodelado, de una estrecha calle del centro de la gran ciudad. El ático abarcaba toda la planta. Era muy amplio y soleado. Tenía una cuidada terraza en la que poseía una valiosa colección de plantas de todo el mundo, cada una en una urna que permitía un cuidado exclusivo, afín a sus necesidades de conservación. La botánica era su mayor afición; y en viajes para conseguir plantas exóticas, se había gastado centenares de miles de euros. En cualquier caso su economía era tan boyante, que podría permitírselo sin problemas.
A las seis y cuatro minutos de la tarde sonó el timbre. Eugenia avanzó por la casa camino de la puerta de entrada, donde esperaba Sandra. Vestía un cómodo traje color azul, sencillo a pesar de valer mil euros. Quizá con un escote algo escandaloso, bien cuidado, y con una caída hasta los pies, donde lucía unos preciosos zapatos de tacón rojos. Llevaba toda la tarde depilándose y aplicándose lociones suaves y amables, para inspirar confianza a su alrededor. Bajo el vestido solo llevaba un conjunto diminuto de braguitas y sujetador a juego con los zapatos.
Sandra sonrió al verla y piropeó lo guapa que estaba y lo bien vestida. Le preguntó si tenía alguna cita posterior; y ante la negativa de su tía-abuela, se disculpó por solo llevar ella unos vaqueros ajustados, con una camisa blanca y chaquetilla marrón.
Merendaron sobre la mesita del salón. Eugenia sirvió té y pastas. Charlaron sobre lo bien decorada que estaba la casa y sobre la gran vivienda en que habitaba. Sandra se sorprendió al saber que le costó cinco millones de euros comprarla, y se había gastado otro millón más en reformarla y decorarla a gusto.
Se la enseñó por partes. Tras la puerta de entrada se extendían los 250 metros cuadrados de salón y cocina diáfanos. Con una cristalera que ocupaba toda la pared izquierda, donde estaba la amplia y bien cuidada terraza. Tras una puerta situada frente a la cristalera, justo en la mitad de la pared de enfrente, un pequeño corredor que comunicaba a un baño, una habitación dedicada a gimnasio, otra, muy luminosa con el techo entero de cristal, con cortinilla, ambientada a modo de despacho. Por último estaba su habitación. Que perfectamente podría pasar por la suite de un hotel de cinco estrellas. 300 metros cuadrados entre la estancia, amplia y agradable, y un baño que a Sandra la pareció el más grande que jamás había visto. Todo ataviado con todo tipo de detalles lujosos.
Flipada por la casa, Sandra manifestó a modo de broma que su meta era ser como ella.
“para eso tienes que ser brillante en tu carrera y ganarte buena reputación lo más rápido posible. Mi bufete es el más prestigioso de la ciudad, te vendrá bien como trampolín, si lo deseas”.
Sandra se manifestó entusiasmada con la idea, mientras acababa los últimos sorbos del té rojo que bebía. Eugenia no sabía si estaba delirando o si era real; pero juraría que mientras Sandra apuraba su tacita, ésta la miro demasiado sus piernas y su escote. Eugenia había elegido una posición frente a ella, y se había sentado cruzando las piernas de modo que la parte inferior del vestido se quedara abierta hacia los lados. Dejándole a Sandra una visión inmejorable de sus depiladas piernas, sus brillantes muslos y hasta las braguitas rojas si agachaba un poco la vista.
Se sentía sucia y feliz. Pretendía acostarse con su sobrina-nieta. Tenía un plan y pensaba llevarlo hasta las últimas consecuencias, saliese bien o mal. Parte de ese plan era sentarse en esa posición y justo de esa forma, para que Sandra la viera.
Retirado el té, propuso que se sentasen en un sofá con vistas a la calle, justo en la intersección de la cocina con el salón. El rincón tenía un encanto especial, era una esquina acogedora, con una mesita entre ellas y la cristalera. Eugenia se sentó a su lado, dejando una pila de libros sobre la mesita. Cogió uno y se acercó a Sandra lo más que pudo. Lo abrió y dejó que ella lo hojeara sin levantarlo de su regazo. Cruzó las piernas y de nuevo sus muslos quedaron al aire. Sobre ellos colocó el libro; de forma que la rajita entre muslos quedara visible. Se le veían las braguitas, ella lo sabía y no dijo nada. Sandra tampoco dijo nada, por pudor.
Meneó su pelo para liberar el aroma suave de su perfume más caro y cada vez que comentaba algo sobre los libros se giraba hacia Sandra, colocándole el escote casi a la altura de sus pechos, grandes y bien tapados. Repasaron todos los libros, uno por uno. Poco a poco Eugenia iba consiguiendo vencer la timidez. En varias ocasiones, durante el último libro, exageró los movimientos hasta que sus pechos se encontraron. Notaba el roce con los de Sandra como un ángel nota la suavidad y ternura de una nube blanca y algodonada. Se estaba poniendo muy cachonda y deseaba que a Sandra nada de eso le fuese indiferente.
Confiando ciegamente en su plan siguió adelante con él.
“Ahora que lo pienso, tengo un libro fantástico en la mesita de noche, le estoy dando un repaso cada noche. Me llegó hace una semana, lo pedí por Internet. Acompáñame”.
Cuando Sandra entró en su habitación, Eugenia cerró la puerta, acto que a Sandra no le fue indiferente, pues se quedó mirando la puerta con extrañeza. Al volverse vio a Eugenia con un pié sobre un taburete, quitándose los zapatos de tacón. La observó sin decir nada. Tenía muy levantado el vestido para poder llegar fácilmente. Cuando fue a dejar el segundo zapato en el zapatero, éste se le cayó hacia el lado opuesto en el que se encontraba Sandra. Eugenia se agachó para recogerlo. Se puso de rodillas, cuidando dejar el trasero al aire. Durante unos instantes, Sandra pudo ver una bonita braguita roja medio metida en el culo de su tía-abuela. Y unas nalgas bonitas, sin duda no de una mujer de casi sesenta años.
Sandra se ruborizó. Intentó disimular cuando su tía-abuela se incorporó. Ahora la miraba descalza frente a la cama. Por primera vez la vio de otra forma. La caída de pelos sobre la frente, la belleza de su rostro levemente arrugado, la figura de mujer más joven. Se sintió confusa pero a gusto. Quería estar más tiempo allí. Quería seguir oliendo su perfume y sintiendo las carnes trémulas cerca de ella. Aunque solo fuera su fantasía incipiente, aunque solo fuera sin hacer nada.
Eugenia se tumbó sobre la cama llena de cojines mientras sostenía el libro que acababa de recoger del primer cajón de la mesilla. Siguiendo con el plan, invitó a Sandra a que se tumbara a su lado. Lo que Eugenia desconocía en ese momento, es que su plan ya había triunfado. Ya solo era cuestión de que se diese pie a que pasase lo que inevitablemente iba a pasar sobre aquella lujosa cama.
Sandra se quitó la chaquetilla y los zapatos y se tumbó a su lado. Ambas estaban bastante incorporadas por la colección de cojines que tenían tras de sí.
Le comentaba cosas del libro. Sandra no la escuchaba, solo asentía. Eugenia la sentía más cercana. De reojo podía intuir como los ojos de su sobrina-nieta no se dirigían precisamente al libro. Sentía que miraba sus piernas, el abultamiento de sus pechos falsamente bien colocados. Sandra se arrimaba un poco más cada cierto tiempo. Eugenia escuchaba como la olía; se sentía deseada, ¡no podía creerlo!. Era el momento de la verdad. O lo dejaba estar y huía de posibles arrepentimientos, o gastaba las últimas balas en aquella chica, que tanto le recordaba a ella cuarenta años atrás.
Eligió la segunda opción.
Cerró el libro y lo dejó sobre la mesilla de nuevo. Ambas permanecían tumbadas. “más o menos eso es todo, espero que te sirvan de ayuda, puedes llevártelos todos”.
Eugenia estaba atemorizada, no sabía actuar. Sandra, por su parte, empezaba a arder en deseos de aprender de aquella mujer algo más que no fueran conceptos de abogacía.
Se ladeó un poco hacia la chica y le pasó la mano por el vientre, sobre la camisa. “seguro que vas a ser una gran abogada, eres muy lista y viva”. Sandra se lo agradeció acariciando su mano. Ambas se quedaron así sonriéndose durante un instante. Eugenia se acercó un poco más, manteniendo la mano sobre el vientre plano de la joven. Sandra siguió acariciando la mano y extendió la caricia por el resto del brazo. Eugenia se pegó un poco más hasta abarcarla entera con la mano sobre su cadera. La besó en la frente y bajó la cabeza para mirarla. Sus ojos se cruzaron en silencio. Entonces Sandra cerró los ojos y metió la lengua en la boca de su tía-abuela.
Las respiraciones agitadas ponían la banda sonora al rato durante el que se besaron apasionadamente. Eugenia paseó sus manos sobre los pechos de Sandra, por encima de la camisa. Ésta desabrochó los botones y se quitó el sostén. Eugenia dejó de besarla y se centro en aquel regalo que acababa de aparecer ante sus ojos.
Dos pechos enormes, más grandes de lo que parecían con la elegante ropa con la que solía vestir la chica. Perfectamente distribuidos sobre el busto. Con el mismo tamaño aparente. Cada uno coronado con una oscura y amplia aureola y dos botoncitos simétricos en forma de guinda final de la tarta. Relamiéndose los acaricio. Luego se acomodó para comérselos. Y lo hizo con delicadeza y parsimonia. Saboreando cada poro de aquellos inmejorables pechos. Los primeros que saboreaba en su vida. Más ricos de lo que hubiera imaginado jamás. Suaves y duros. Cuando volvió a besarla, Sandra tenía los melones tan mojados que brillaban como si tuvieran luz propia.
“Ahora me toca a mi”. Entonces se levantó y se colocó sobre Eugenia, descubriéndole los pechos. Estos, al quitar el sostén, cayeron hasta el ombligo. Sandra se agachó para lamerlos. Los levantó con las manos para tener mejor acceso. La acarició y le levantó el vestido por encima de la cintura. Le bajó las braguitas muy despacio dejando el coño al aire, de la que podría ser su abuela. Este estaba perfectamente depilado y era realmente bello.
“tienes un coñito muy bonito tita. Más bonito que el mío”.
La abrió de piernas y se metió entre ellas. Abrió el coño con una mano, lamiéndolo como un higo. Le mordió los labios y se entretuvo con el clítoris. Eugenia se vio inmersa en un mar de gozos y sus gemidos, delicados y profundos, llenaron de satisfacción los oídos de Sandra; la cual, se esmeró en rematar la faena como aquella mujer se merecía. Haciéndola correr varias veces antes de levantarse, desnudarse por completo y acudir al calor de su maduro cuerpo. El cual esperaba, también completamente desnudo, a que la juventud de la otra piel le quitara años de encima.
Se abrazaron y comieron durante largo rato. Eugenia puso a Sandra a cuatro patas y fue a por uno de sus juguetes. Se trataba del clásico consolador con vibración. Sandra se dejo caer manteniendo las caderas arriba, para facilitarle el trabajo. Antes, Eugenia le lamió su coñito húmedo y con no demasiados pelos. Luego se entretuvo pasándole la lengua por el ojo del culo. Se lo dejó todo muy bien humedecido para facilitar la labor al aparato.
Estuvo unos quince minutos trabajándole. Sandra mordía uno de los cojines evitando chillar. Cuando terminó se quedó exhausta sobre la cama, boca arriba y con las piernas abiertas. Eugenia no tenía intención de terminar. Se colocó sobre ella dándole el culo y propuso un 69. Sandra lo admitió de buen grado y se esmeró el coñito de su tía abuela. Ésta se movía a veces intentando conseguir que Sandra la lamiera el culo. Supo entender su deseo y se lo trabajó, metiéndole uno, dos y hasta tres dedos una vez lo dejó bien mojado. Escupiéndole para poder penetrarlos un poco más. Eugenia chillaba desgarrada. El dolor le llegaba en forma de placer y tenía toda la piel de gallina.
Se había hecho noche cerrada y aun continuaban en la cama. Ahora charlando desnudas. Sandra le propuso cenar algo y Eugenia preparó un poco de ensalada. Tras la cena se quedaron viendo una película en el sofá. Al finalizar empezaron a besarse de nuevo. Se lo volvieron a montar sobre el sofá. Eugenia se sentía suelta y desinhibida. Colocó boca arriba a la chica y le restregó todo el coño por la cara, deteniéndose finalmente en la boca. Le dieron ganas de mear u, tras aceptarlo Sandra, se lo hizo sobre la boca y el cuerpo. Sandra acabó empapada y Eugenia, muy caliente y sobre excitada, la beso y lamió para limpiarla un poco.
Finalmente le acompañó a la ducha y allí Sandra le hizo tumbarse en la amplia bañera. Le trabajó el clítoris con la alcachofa. Ayudándose del agua tibia que soltaba le fue abriendo poco a poco y amoldándola a sus labios vaginales. La acabó penetrando salvajemente. Eugenia se sostuvo como pudo, abriendo las piernas al máximo. Tuvo un orgasmo brutal y sus voces se tuvieron que escuchar por todo el viejo edificio:
Se despidieron besándose en la puerta. No hablaron de volver a verse pero ambas sabían que ocurriría en bastantes ocasiones
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Relato erótico: “Entrenador de putas” (POR BUENBATO)

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Hace algunos años intenté entrar a la facultad de medicina, pensaba ser medico pero el examen de admisión resultó ser más difícil de lo que esperaba; defraudado por mi mismo intente estudiar otra cosa y que mejor, si de la salud humana se trata, que la educación física, sé que es una gran diferencia la ciencia médica con los deportes pero resultó mucho más sencillo ingresar a la facultad de educación física además que iba a poder trabajar mientras siguiera estudiando, como practicante.
Realmente todo iba bien pero me esperaba otra desilusión, a la hora de repartir las prácticas quería, al igual que la mayoría, ingresar como practicante de entrenador de futbol, cosa que por lo abarrotado que estaba no alcancé lugar. Finalmente no quedó otro espacio más que entrenador de volibol en una universidad privada de dudosa calidad pero muy conocida por ser accesible y ser una opción para los muchos que no lograban pasar los exámenes de admisión de las universidades públicas.
El primer día de clases hubo muchos alumnos, treinta y uno, en su mayoría mujeres. A la siguiente clase las cosas cambiaron, veintiséis alumnos, y ya solo quedaban tres hombres. Comprendí entonces que el cliché sobre que el volibol era solo para mujeres estaba muy arraigado en la ideología de los jóvenes, y esto lo comprobé en la tercera clase cuando se formó lo que finalmente seria el grupo definitivo, veintiún alumnos, solo dos hombres.
A pesar de la poca afluencia de alumnos en mi clase, diferente a las de futbol con más de sesenta alumnos tan solo en la rama varonil o natación con casi cincuenta alumnos, comprendí que al menos venían bien intencionados y que, además, resultaban muy buenas para el volibol.
Las clases, dado que la universidad no tenía canchas propias, se llevaban a cabo en una unidad deportiva pública, por las tardes después de las clases universitarias. De modo que después de la práctica los alumnos se iban en grupos a las plazas o parques cercanos.
Conforme se deban las clases me iba dando cuenta de las verdaderas intenciones de los alumnos, todos eran buenos en volibol y mostraban interés pero, por ejemplo, ambos muchachos estaban ahí con la intención de conseguirse a alguna de las chicas y por otro lado había dos grupos de chicas claramente marcados y que al parecer rivalizaban, ellas eran todas de nuevo ingreso y estaban lideradas, prácticamente, por Grecia de un lado y por Leticia del otro; ambas eran muy buenas jugando volibol y siempre iban escoltadas por su grupo de amigas, ambas también eran muy bonitas, en especial Grecia aunque Leticia era por mucho más atlética y hábil en el deporte que su rival.
Después de la quinta clase me dirigía a mi departamento cuando la voz de una de las alumnas me detuvo. Se trataba de Paola, una de las alumnas de mayor edad, veintiuno como yo, y de las que iban a practicar sin mayor motivo que el gusto por el deporte. Había notado que Paola nunca llegaba ni se iba acompañada de modo que no me sorprendió que esa tarde me preguntara que pensaba hacer. Le respondí que no tenía nada que hacer y de una charla a otra terminamos tomando un café en una de las plazas cercanas. En ese momento no le tomé mucha importancia pero si noté que Paola estaba algo interesada en mi.
Tras la salida me dirigí por fin a mi departamento. Al llegar me encontré con Linda e Ignacio. Ignacio era mi compañero de departamento, juntos nos ayudábamos en los gastos que de otro modo nos resultaría más difícil pagar. El también estudiaba educación física y Linda era una de sus alumnas de las clases de natación que el daba como parte de sus prácticas en otra universidad. En ese momento Ignacio estaba sentado en el sofá con Linda encima de él piernas abiertas y mostrándome su monumental culo, él hurgaba con su dedo índice el aro del ano debajo del blanco calzón de algodón de Linda que le da un toque de inocencia, mientras esta restregaba sus senos desnudos en la cara de él. A pesar de lo poco normal de aquella situación ninguno de los tres se inmutó puesto que escenas como esas eran bastante comunes entre los tres.
– ¿No vas a unirte? – preguntó sonriente Ignacio.
– Si – le respondí – solo me daré un baño antes.
Aunque no tengo la menor idea de cuando hayan iniciado las cosas entre ellos dos lo cierto es que practicamos tríos desde hace un par de meses, este, si no mas recuerdo, debe ser la quinta vez. Ignacio comenzó sus prácticas algunos meses antes que yo y ese tiempo le bastó para conseguirse a Linda y a otras chicas más. Linda es una chica un poco extravagante y bastante abierta, por así decirlo; cuando no lo hace con él lo hace conmigo y otras veces, como les he contado ya, con ambos al mismo tiempo.
Ignacio y yo tenemos un físico muy similar dado la carrera que estudiamos, el es ligeramente más alto y delgado que yo pero en general nos vemos muy parecidos. Linda por su parte, y haciendo honor al nombre, es bastante linda; su cabello castaño oscuro, largo y rizado, le va muy bien a su piel de tono cobrizo, acentuado por los rayos solares durante las prácticas de nado. Sus ojos eran negros y su boca rosada parecía muy pequeña y junto con su nariz un poco puntiaguda formaban una cara delicada y poco común a mi punto de vista. A sus diecinueve años tiene unas tetas no muy grandes pero de una redondez casi perfecta, su culo, sin embargo, es una historia aparte, pequeño y redondo tiene una firmeza perfecta acompañada de una piel suave y lisa, quizás efecto de la natación y el agua clorada. Es delgada y algo alta de modo que parece una especie de Barbie y tiene una cintura tan esbelta que su pequeño culo y tetas se ven voluminosas en su cuerpo de adolescente.
Tras salir del baño vi a Ignacio sentado en el mismo lugar, ya completamente desnudo, disfrutando el sexo oral que Linda le propinaba; ella, arrodillada, seguía vestida tan solo con aquella braguita tan tierna. Ver el hermoso cuerpo de la chica me inspiró rápidamente a una erección completa.
Con mi pene listo me acerqué a ella quien no perdía concentración en darle una buena mamada a mi amigo. Me puse detrás de ella y sin mayor aviso y dado su ligereza le levante tomándola de las caderas y acerque sus nalgas a mi pene, ella volteó rápidamente y me miró consternada pero Ignacio le regresó la cara y junto con dos palmaditas en las mejillas le ordenó que continuara; con mi pie acerqué un taburete y lo puse frente a mí para que ella acomodara sus rodillas ahí. Comencé a sobar sus nalgas y la suavidad de sus bragas de algodón parecían combinar muy bien con la de sus nalgas, metí mi mano y con mi dedo pulgar restregaba el anillo de su ano y mi otros dedos, por su lado, sobaban su vagina húmeda, poco a poco le bajé su calzoncito y en su momento lo saqué de su pierna derecha solamente, de forma que las bragas quedaron colgando de su pantorrilla izquierda. Ya en posición, apunté mi pene hacia su depilada vagina y de un solo golpe se la enterré. Era la primera vez que se me ocurría tal cosa en ella y la escuché soltar un gemido, ahogado por el pene de mi amigo en su boca. Comencé a bombear mientras ella parecía mamar la verga de Ignacio a mi ritmo.
– ¡Más rápido Pablo! – dijo Ignacio, bromeando por que también noto la sincronía entre el bombeo que le daba a Linda y la mamada que ella le propinaba a él.
Tras un par de minutos en aquella posición el pene de Ignacio llegó a su punto de excitación y eyaculó sin más aviso en la boca de Linda, causándole una tosecita que la hizo parecer inexperta, tras aquel accidente se dispuso a limpiar con la lengua todo residuo de Ignacio mientras él se relajaba y yo seguía bombeando la vagina de Linda quien lanzaba a cada rato unos gemidos tiernos.
– ¡Ya! – gritó Linda, lo que para todos había quedado claro desde hace tiempo que era el aviso de su orgasmo – ¡Para, para por favor!
Algo cierto era que mientras más pidiese Linda que paráramos era cuando menos nos deteníamos y llegaba a un punto tal de placer que su cuerpo se dejaba caer por completo, en este caso, por ejemplo, cayó sobre los genitales cansados de Ignacio y este solo se limitó a acariciarle el cabello. Yo seguía fallándola aun cuando sus piernas no paraban de temblar. Ya no gemía sino que sus fuerzas estaban más dedicadas a respirar. Finalmente, cuando comencé a percibir que mi eyaculación estaba cerca me detuve, saqué mi falo de su mojada vagina y tomándola de los cabellos le dirigí su boca a mi pene, aun cansada comenzó a mamar suavemente y con los ojos cerrados, creando en ella un aura de inmensa ternura.
Tras unos momentos mis fluidos invadieron su boca y, tras lamer unas cuantas veces mi pene, se dejo caer acostada sobre el sofá. Ignacio le acarició sus piernas y, finalmente, ella me sonrió complacida.
– Bueno – dijo – ahora si me tengo que ir.
– ¿Tan pronto? – le pregunté.
– ¿Te parece pronto? – respondió – llevo casi dos horas haciéndolo con Ignacio, esto te pasa por llegar tarde – me dijo con una sonrisa picara.
Me pidió que le pasara sus bragas y aun acostada se las puso. Se levantó y conforme recogía sus prendas del piso se iba vistiendo. Se veía hermosa y solo hasta cuando se terminó de vestir fue que se me ocurrió preguntarle.
– ¿Y no te vas a bañar?
Ella no me respondió, tomó su mochila y se acercó a la puerta, la abrió, volteó hacia mí y dijo sonriendo.
– No, me gusta oler a puta.
Salió, cerró la puerta y solo se escucharon sus pasos por las escaleras. Volteé a mirar a Ignacio y este solo me sonrió. Me enjuagué y después Ignacio tomó una ducha. Pedimos una pizza a falta de comida en la alacena y mientras cenábamos charlamos. Platicamos varias cosas pero entre eso Ignacio lanzó una pregunta que ni yo mismo me había hecho.
– Y, en tu clase, ¿no conoces a alguna Linda?
– ¿A qué te refieres? – le pregunté consternado.
– Sabes a que me refiero, a alguna de tus alumnas a quien podamos poner cachonda.
– Estas loco, son mis alumnas no mis putas; Linda es un caso aparte.
– No te creas. – me dijo Ignacio – Linda era prácticamente una monja antes de que la convirtiéramos en lo zorra que es. ¿O acaso crees que las mujeres no tienen sus sueños eróticos?, ¿qué crees que sienta ella al tener un par de hombres a sus pies?
– Estas verdaderamente loco – le dije.
– Piensa lo que quieras Pablo, pero Linda no viene aquí solo porque si, viene porque le gusta y cualquier chica haría eso también, la diferencia es que jamás lo han hecho, necesitan experimentar.
Aquella noche me quedé pensando en lo que Ignacio me había dicho pero de verdad no encontraba en mi memoria algún indicio de que alguna de mis alumnas pudiese ser igual que Linda por lo que mejor concluí que las cosas que decía Ignacio no eran más que tonterías.
Por otro lado, sin embargo, debía admitir que algunas de mis alumnas me atraían bastante; Grecia que parecía una verdadera princesa, o sus amigas gemelas, Dulce y Karla, dos negras con unos culos hermosos y grandes que me daba el placer de mirarlos saltar durante los entrenamientos; Leticia, por su parte, era un caso extraño, tenía un cuerpo espectacular, el mejor de todos pero su cara era básicamente de fea pero que poco importaba con el cuerpo que tenia y que incluso la volvía algo interesante. Incluso Paola, que con su baja estatura y no muy delgado cuerpo tenía la interesante ventaja de tener unos senos enormes y una cara simpática. Sin embargo no podía imaginarme que alguna de ellas actuara algún día del modo que Linda lo hacía.
Para contactar con el autor:

buenbato@gmx.com
 

Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada en una playa” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.
Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.
Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.
Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.
Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.
Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.
La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.
Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:
-Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.
-Manuel no es así- respondió mi mujer defendiéndome
-Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.
Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.
-Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María, las cuales, como bien sabes, son lesbianas.
Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.
-¿No te fías de mí?
-Sí- contestó- pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.
Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.
 
 
 
 
 
La convención.
Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.
Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.
Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.
Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:
– Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.
-De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado- y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.
Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:
-Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.
-No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!
Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.
Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.
“Son las cinco”, pensé, “tengo tres horas”.
Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.
Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Fóllame!-
Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.
Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.
-¿Y eso?-
Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:
-¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.
No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:
-Eres un capullo. ¡Te he pillado!
Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:
-Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor- tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.
Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.
Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:
-No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años, ¡Eres un cerdo!
Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.
Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.
Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:
-No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!
Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.
“¡Está borracha!”, suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.
Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:
-¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.
Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:
-Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta-velas, lo único que haré es estorbar.
 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:
-¡Llévate a la rubia que tienes al lado!
Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.
El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:
-¡Porqué esta noche sea larga y divertida!
Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.
Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.
El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.
Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.
Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.
No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.
Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.
Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.
 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:
-Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.
Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:
-Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.
Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.
Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.
 
Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.
 
A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.
Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.
Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.
Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:
-Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.
Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.
-Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!- me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.
-Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha- respondí disfrutando de mi dominio.
Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.
-No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.
Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:
-¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!.
Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:
-Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…
La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.
La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.
-Sí, no te preocupes- escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.
Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.
-¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?
Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.
Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:
-He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.
Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.
Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.
-¿Qué has dicho?
Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:
-Fóllame, ¡Lo necesito!
Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.
-¡Me encanta!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre la toalla.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 
Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.
-¡Me encanta!- me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.
-¡Serás puta!- contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:
-¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.
Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.
Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.
“Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella” pensé mientras la miraba.
¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:
-¿Ahora qué?
Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:
-¡No pienso dejarte escapar!- 
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:
-Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.
-¿A mí solo?- pregunté con la mosca detrás de la oreja.
-No, también quiere que vayamos Martha y yo- y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: -Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.
Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:
-¿Sabes lo que quiere el viejo?
-Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…- contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: -También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.
Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio” (POR GOLFO Y ELENA)

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verano inolvidable2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

sin-tituloCapítulo 1

Como tantos otros días después de mi divorcio, esa mañana me había despertado solo en mi cama y siguiendo la rutina diaria me había metido a bañar. Bajo la ducha la erección matutina que lucía mi entrepierna se hizo todavía más dolorosa al recordarme la larga temporada que había permanecido a dieta.
«Joder, necesito una mujer», pensé mientras llevaba mi mano hasta mi pene. Cual adolescente empecé a imaginar que era una zorra la que me estaba pajeando. Era tal mi calentura que no tardé en correrme pero eso lejos de tranquilizarme, me cabreó al saber que eso tenía que cambiar y que tenía que buscar alguna alma caritativa que se apiadara de mí, convirtiéndose en mi amante.
Desesperado por mi soledad, me vestí y cual autómata salí a trabajar. El continuo colapso del tráfico de Madrid no hizo más que empeorar mi estado de ánimo y con un humor de mil demonios llegué a mi oficina.
«Menuda mierda de vida», susurré para mí al encender el ordenador de mi mesa mientras pensaba que a pesar de mi buena posición económica, me sentía un desgraciado.
Afortunadamente el día a día consiguió relegar mi angustia vital a un rincón de mi cerebro, rompiendo así la espiral autodestructiva en la que estaba inmerso. Eran cerca de las dos cuando decidí que ya estaba bien y que me merecía un descanso. Rutinariamente me despedí de mi secretaria y cogiendo el ascensor, salí de la oficina rumbo a la calle.
Acababa de pisar la acera cuando de repente vi a una estupenda pelirroja que caminaba dirección al portal del que acababa de salir. El profundo canalillo que lucía su escote me hizo fijarme en ella.
«Dios, ¡qué buena que está!», sentencié al girarme para verle el trasero.
Duro y grande era el complemento perfecto a los enormes pechos que me habían impactado y haciendo como si se me hubiese olvidado algo, volví a entrar al edificio tras ella.
«¿Trabajará aquí?», me pregunté mientras recreaba mi mirada en el sinuoso movimiento de ese culo.
La mujer ajena al examen del que estaba siendo objeto, llamó al ascensor sin fijarse en mí.
«¡La madre que la parió! ¡Quién la follara!», me dije al observar que esa treintañera además de tener un cuerpo cojonudo, era guapa.
Su belleza era atípica para una española. Su pelo rojo y su piel blanca la hacían más propia de un país nórdico. Por ello me sorprendió su acento madrileño cuando ya dentro del elevador, me preguntó a qué piso iba.
―Al sexto― contesté sin poder retirar la vista del lunar que lucía sobre su boca. La sensualidad de esa marca de nacimiento se veía magnificada por sus labios sensuales y por la calidez de su mirada.
Tratando de evitar que notara la atracción que sentía por ella, retiré mis ojos e hice como si leyera un whatsapp. No sé si se percató de algo pero justo cuando se bajaba en el segundo piso, se despidió diciendo:
―Hasta mañana― dando por sentado que íbamos a vernos frecuentemente.
Dando por sentado que ese bombón debía de trabajar en esa planta, dejé que el ascensor se cerrara para marcar al tercero. Una vez allí, salí corriendo escaleras abajo con la esperanza de ver en qué oficina se metía. El destino quiso que me diera tiempo y esperé a que se entrara para acercarme a ver la empresa en la que trabajaba.
“BLUE IMPORTACIONES. Horario de 9 a 20 h” ponía en la puerta.
Lo creáis o no, dejé para un mejor momento el almuerzo y volviendo a mi despacho, me puse a indagar sobre esa compañía. Encerrándome en mi cubículo, averigüé no solo que se dedicaba a traer productos de china sino también el nombre de esa diosa.
«Elena, se llama Elena», suspiré mientras releía su curriculum. Así me enteré que tenía treinta y seis años, que había estudiado en la complutense y que era madre de una hija.
«¡Qué putada! ¡Está casada!», maldije al enterarme que llevaba ya seis años fuera del mercado. Cabreado, cerré el ordenador y me fui a comer.
Ya en el restaurante, el recuerdo del vaivén al que se veían sometido esos dos melones cada vez que su dueña daba un paso, me hizo soñar con ser su amante. En mi mente me vi mordiendo sus ubres mientras ella no paraba de gemir, sin saber que desde ese momento esa mujer se convertiría en mi obsesión.
«Me ha puesto como una moto», reconocí con disgusto al sentir como bajo el pantalón, mi apetito crecía sin control.
Ya de vuelta a mi trabajo, me resultó imposible el concentrarme y viendo que no podía dar un palo al agua, tuve que encerrarme en el servicio para masturbarme y así poder aminorar mi calentura. Desgraciadamente, a pesar de las dos pajas que me hice en su honor, no podía quitármela de la cabeza y sin ser consciente de adonde me iba a llevar eso, decidí esperarla a la salida…

Capítulo 2

A las ocho menos diez ya estaba aguardando en la acera de enfrente su salida. No tenía ni puta idea de que iba a hacer, solo sabía que necesitaba verla otra vez. Ya habían pasado veinte minutos cuando la vi aparecer y disimulando frente a un escaparate, esperé a que tomara dirección al metro para seguirla.
Manteniendo una distancia prudencial, observé que se dirigía hacia uno de los andenes. Por la hora, casi no había usuarios en esa estación y no queriendo ser descubierto, aguardé en una esquina a que el tren llegara. Mientras esperábamos, un joven se le acercó y tras darle un buen repaso con la mirada, se colocó a su lado. Confieso que me extrañó que esa mujer no se quejara cuando el chaval se puso tan cerca pero creyendo que estaba viendo moros con trinchetes, me olvidé de eso hasta que vi que al entrar en el vagón, el muchacho le ponía la mano en el culo.
«¿Intervengo?», me pregunté al ver el osado manoseo en plan caballero andante.
Gracias a dios que todavía me lo estaba pensando porque esa pelirroja en vez de cruzarle la cara con una bofetada, pegó su pubis a la entrepierna de su agresor y ante mi sorpresa se puso a restregar su coño contra el bulto del chaval.
«¡No puede ser! ¡Se lo va a montar con ese desconocido!», exclamé mentalmente al notar que esa mujer estaba ansiosa de probar lo que se escondía bajo su pantalón.
Sentando al final del mismo vagón que la pareja, me quedé mirando como el chico empezaba a acariciarle los pechos mientras le susurraba que era una puta. A pesar que debía saber que tenía público, ese insulto excitó de sobre manera a la pelirroja. La mejor muestra de su calentura fue que llevando las manos a la bragueta del muchacho, sacó su pene del encierro y arrodillándose ante él se lo empezó a mamar.
«No me lo puedo creer que esto esté pasando», pensé al ver cómo esa mujer se introducía el pene del crío hasta el fondeo de la garganta y con envidia de él fui testigo de la maestría mamando de esa zorra.
Ya estaba lo suficientemente alucinado que fuera capaz de hacerle una felación en un lugar público cuando de improviso, esa pelirroja se levantó el vestido y separando con sus manos el tanga rojo que llevaba, de un solo golpe se incrustó el aparato de su amante en su interior.
―¿Te gusta?― escuché que le decía mientras ponía a su disposición sus pechos.
―¡Sí!― murmuró el aludido mientras correspondía al regalo mordiendo los pezones de la mujer.
La escena me calentó de sobre manera y mientras la calidez de su cueva envolvía el falo del muchacho, saqué mi verga y cual sucio voyeur, me puse a pajear. Ajenos a ser observados, vi que la tal Elena forzando el movimiento de sus caderas conseguí que ese estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
―¡Sigue follando!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante ser coparticipe, del modo en que, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre las rodillas del joven mientras no dejaba de gritar.
―¡Qué gusto!― chilló e incrementando mi alucine, se levantó del asiento y dándose la vuelta se encajó nuevamente ese pene en su vagina, dejando que fuera plenamente visibles para mí sus pechos rebotando arriba y abajo.
«Sabe que la estoy mirando», dije plenamente convencido al comprobar que se mordía los labios mientras fijaba sus ojos en mí.
Para entonces la propia lujuria del chaval le hizo pellizcar esos dos rosados pezones con dureza y la pelirroja en vez de quejarse, aulló complacida por el duro trato y desquiciada por entero, le rogó a voz en grito que continuara torturando sus areolas mientras desde mi asiento pajeaba yo mi sexo con un meneo endemoniado.
El crío complaciendo a su supuesta víctima, se los estrujó sin piedad mientras la mujer saltaba empalándose una y otra vez sobre su sexo. Comprendí que Elena se había corrido cuando echando la cabeza hacía atrás, besó los labios de ese desconocido y desmontando, se empezó a acomodar el vestido.
Una vez acicalada, se me quedó mirando y aprovechando que el metro había parado en la siguiente estación, con una sonrisa, se despidió de mí diciendo:
―Mañana te veo al gimnasio del edificio.
Sus palabras me dejaron tan acojonado que apenas tuve tiempo de cerrar mi bragueta, antes que el vagón se llenara de universitarios saliendo de clase.
Sintiéndome un vulgar pajillero, rehíce el camino y volví a mi oficina para recoger mi coche. La humillación que me acogotaba se incrementó al meterme en su interior y casi llorando, aceleré como un autómata rumbo a mi casa.
«¿Qué cojones pasa conmigo?», me pregunté muerto de vergüenza, «Elena debe de pensar que soy un degenerado».
Sé que parece ridículo y que la que realmente debía de sentirse abochornada era esa mujer, porque no en vano la había sorprendido dando rienda a su lujuria en mitad de un vagón del metro, pero lo cierto es que me repugnaba mi actuación y aunque esa zorra prácticamente me había invitado a seguirla al día siguiente, decidí que pasara lo que pasase no acudiría a la cita.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com


“La guardaespaldas y el millonario” (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Cuando el General Jackson contactó con Sara Moon para que se reincorporara al servicio activo, no sabía como esa misión iba a cambiar la vida de esa ex marine. Acostumbrada a la vida militar,no le gustó el tener que proteger la vida de un playboy pero sabiendo que era el único modo de volver a sentirse una soldado, aceptó como mal menor el convertirse en guardaespaldas de un sujeto que pensaba con y para su bragueta.
Tal y como había previsto al conocer a su protegido, saltaron chispas porque no en vano David Carter III representaba todo lo que ella odiaba.
La opinión del millonario sobre ella tampoco era mejor porque el disfraz de muñequita oriental no le engañaba y la veía como un espía del gobierno…

Louise Riverside y Golfo se unen para daros a conocer este libro que sin duda os subirá la temperatura.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B072YZ2FYC

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Al despertar esa mañana, la Comandante retirada de los marines, Sara Moon abrió las cortinas de su habitación y descubrió que pese a las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió ejercitar su cuerpo por el Central Park.
Desde que la habían invitado a abandonar voluntariamente su carrera militar, se había impuesto un régimen de ejercicio que haría palidecer a cualquier deportista de élite. Todas las mañanas corría diez kilómetros, nadaba otros dos y terminaba con una dura sesión en el gimnasio porque no quería perder la forma física que obtuvo por su paso en esa fuerza de la armada americana. No en vano durante esos años, su nombre siempre había estado asociado a las mejores marcas en la mayoría de las disciplinas.
Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba, se quedó mirando en un espejo. Con satisfacción comprobó que pese a sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo del género masculino y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que para ser una vieja, estoy buenísima”, pensó recordando que tras el fracaso de su última acción de combate sus superiores la habían acusado que había perdido los reflejos y el instinto que la habían hecho famosa en esos círculos.
« ¡Hijos de perra! La incursión estaba mal planteada desde el principio y fue gracias a mí que pudimos salir de ese infierno con pocas bajas», refunfuñó cabreada al rememorar el consejo de guerra del que había sido objeto y del que su porvenir en el ejército había quedado maltrecho aunque hubiera salido exonerada de todos los cargos.
Bajo la regadera, se puso a pensar en los buenos momentos. Involuntariamente a su mente acudió el recuerdo del Capitán Stuart y deseó que se estuviera pudriendo en algún lugar.
« Ese cabrón me dijo que me amaba y tres meses después se casó con otra», masculló para sí mientras se enjabonaba.
Aun despechada, dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaran sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el top y las mallas que se iba a poner, se fue tranquilizando y por eso al salir a la calle, volvía a ser la mujer segura de la que estaba tan orgullosa.
Su diminuto apartamento estaba a cinco manzanas del parque Central y mientras corría hacía allí, las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima.
« ¡Qué les follen a esos gerifaltes! ¡Hay vida tras la Navy!», murmuró sin llegárselo a creer al entrar por la puerta que daba a Columbus Circle, más conocida por Merchants’ Gate.
Acababa de empezar a estirar cuando se fijó que un gigante de raza negra no le perdía ojo mientras disimulaba calentando a cincuenta metros escasos de ella. Nada más verlo comprendió que cincuentón tenía entrenamiento militar por el modo en que se movía.
« Aunque se ponga un smoking, no puede disimular que es un soldado», sentenció mientras intentaba centrarse en el ejercicio.
Esa idea le preocupó, temiendo que su pésimo balance afectivo se debiera a parecer una gladiadora en vez de una mujer Era consciente de tener un cuerpo atlético producto de entrenamiento pero siempre había pensado que no había perdido su femineidad sino todo lo contrario y que estaba dotada de un par de pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos cualquier hombre desea hundir la cara en su canalillo.
«Menos mal», suspiró aliviada al mirar hacía su alrededor y comprobar que al menos media docena de corredores la miraban embelesados.
Su lado coqueto la hizo exhibirse ante sus admiradores y aprovechando que estaba haciendo una serie de sentadillas, les lució la perfección de su trasero. Los tipos en cuestión se quedaron apabullados al contemplar los duros glúteos de la exmilitar, convencidos que pocas veces tendrían la oportunidad de admirar algo tan espectacular.
« Babosos, me ven como una presa y sin saber que podría matarlos usando solo mi mano izquierda», ventiló justo cuando se daba cuenta que el enorme afroamericano miraba divertido la escena.
Tratando de olvidarlo pero sobretodo de liberarse de su examen, salió corriendo por una de las veredas. Inicialmente imprimió a su paso un trote lento, sabiendo que a cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites.
« Joder, las veces que pillé a un recluta mirándome las tetas», mientras incrementaba su velocidad, rememoró que gran parte de los problemas que había tenido en su unidad se debían a su belleza. Belleza de la que ni siquiera sus mandos habían sido inmunes. Aunque tenía muchas virtudes, era incapaz de reconocer que podían tener razón.
Sabía que era políticamente incorrecto siquiera el mencionarlo pero también que no era menos cierto que en su presencia sus subalternos se esmeraban en impresionarla por la atracción física que sentían hacia ella. Solo hubo un superior que tuvo el suficiente valor para abordar el tema y su reacción fue mandarle al hospital con una nariz rota.
« Se lo merecía el cretino», no dudó en sentenciar cabreada justo cuando se dio cuenta que el militar que la había estado observando seguía su estela.
Ese descubrimiento no le preocupó al creer que ese sujeto era un admirador con ganas de entablar contacto por lo que incrementó la cadencia de su marcha, convencida que no aguantaría el ritmo. Durante media hora, su acosador se mantuvo a escasos cincuenta metros de ella pero quizás por agotamiento o quizás porque se había ya aburrido de perseguirla, al dejar el camino principal y adentrarse en una senda secundaria le perdió de vista.
« Otro inútil», murmuró más tranquila al verse corriendo sola.
Mandando al negrazo al baúl de los recuerdos, durante hora y media, dejó salir su frustración bajo el amparo de los árboles hasta que ya sudada decidió que era suficiente y que se merecía un buen desayuno. Cumpliendo con su rutina diaria se acercó a un restaurante italiano que había en la calle 68. Una vez allí, pidió al camarero un café y un par de huevos con los que reponer fuerzas.
Ni siquiera había podido siquiera probar lo que había pedido cuando de improviso vio entrar por la puerta al enorme militar que la había seguido por el parque. Su sorpresa se incrementó al comprobar que venía vestido de uniforme y que por sus galones no era el soldado raso que había supuesto sino un almirante.
« ¡Qué coño hace aquí!», exclamó mentalmente al darse cuenta que se dirigía hacia ella, luciendo una sonrisa. Su mal humor alcanzó cuotas insospechadas cuando sin pedir su permiso, ese sujeto se sentó en su mesa.
― Estoy esperando a mi marido― mintió molesta al ver invadido su espacio vital.
― Nunca ha estado casada y su última relación conocida fue hace más de tres años― respondió el sujeto mientras acomodaba su trasero frente a ella.
La ex Comandante Moon comprendió que esa visita no tenía nada de casual y sin permitir que ese hombre pudiera darse cuenta de su nerviosismo, decidió tomar el toro por los cuernos y directamente le soltó:
― Ya que ha decidido joderme la mañana, al menos podría tener la educación de presentarse.
Su exabrupto no tuvo el efecto deseado y en vez de cabrear a su interlocutor, muerto de risa, este contestó:
― Soy el Almirante Jackson. Me habían avisado que no me dejara engañar por su fachada de niña buena porque en realidad era una impertinente pero he descubierto que se quedaban cortos.
Aunque esa respuesta la dejó desconcertada, rápidamente se recuperó y mostrando que quien se lo dijera se había quedado corto, dando a su voz un tono lleno de desprecio, comentó:
― Ahora me va a decir que soy su dulce princesa y que está dispuesto a bajarme la luna.
El ataque desesperado de esa mujer le hizo gracia y soltando una sonora carcajada que enmudeció al resto de los presentes, respondió:
― Por nada del mundo me pondría en peligro echándole los tejos porque a pesar de sacarle más de cincuenta kilos, me consta que en un enfrentamiento directo me haría papilla.
― ¿Entonces a qué ha venido?― preguntó más intranquila de lo que le gustaría reconocer.
El gigantesco almirante sacó de su maletín unos papeles y poniéndoselos en la mesa, contestó:
― A sacarla del retiro…― y dándole unos papeles prosiguió diciendo: ―lea a qué se va a comprometer y si acepta la misión, volverá al servicio activo con el grado de capitán.
Volver a la Navy era lo que más deseaba en el mundo, pero aun así leyó el documento con recelo.
« No parece una broma», pensó ilusionada.
Cómo no era tonta, supo que tras esa oferta tenía que haber trampa. Aunque en un principio dudó si aceptar ese ofrecimiento, la franqueza que ese militar demostró cuando le interrogó sobre los motivos que le hacían a ella candidata a ese puesto, Jackson ahuyentó sus reticencias. Ya que sin andarse con lindezas ni otras florituras, ese alto funcionario le espetó:
― Necesitamos un arma letal, bajo el disfraz de una belleza indecente.
― ¿Me está llamando indecente?― protestó la mujer.
― Para nada, usted ha demostrado siempre una lealtad inquebrantable a su país. Lo que es indecente son los pensamientos que provoca entre los que la ven― refutó tranquilamente e insistiendo en la idea, prosiguió sin cortarse: ―Señorita Moon, trabajará infiltrada en un ambiente lleno de mujeres bellísimas. Queremos que nadie se pueda imaginar que tras ese cuerpo se esconde una agente del gobierno.
Que no tuviera reparos en hablar así de ella, le satisfizo al comprender que no se andaba por las ramas y que pese a ser hombre, no se veía afectado por ella. Por ello, antes de dar su brazo a torcer y enrolarse en esa locura, únicamente preguntó quién era el objetivo pensando que le estaban encomendando eliminar al alguien molesto para el gobierno.
― Se equivoca― le corrigió el que ya se consideraba su superior al leerle los pensamientos― su misión no consiste en matar a nadie sino en proteger a dos sujetos cuyas vidas son vitales para los intereses de nuestro país.
Aunque no se veía como guardaespaldas, esa novedad en su carrera le interesó y como eran dos, supuso que era un matrimonio las personas cuyo bienestar debía de salvaguardar. Por ello no esperó a que su interlocutor terminara para interrogarle por su identidad.
― Nuevamente se equivoca, uno es un potentado pero el otro es su hija, una preciosa niña de siete años.
Si ya estaba alucinada por el tipo de misión que le estaba ofreciendo, su zozobra se incrementó cuando, en un papel que el almirante le pasó, leyó el nombre del magnate que necesitaba protección:
― David Carter III.
Estuvo a punto de negarse al conocer que una de las personas a la que debía de cuidar era ese consumado Don Juan cuyas fotos llenaban los tabloides de medio mundo, pero entonces el avispado jefazo se anticipó a ella diciendo:
― Antes que conteste, quiero que sepa que ese hombre no ha dudado en poner en peligro la vida de su hija y la de él, colaborando con el presidente para revelar una conspiración que quiere apropiarse de los secretos militares de nuestro país.
Sara no esperaba que ese playboy se sacrificara por nada que no estuviera relacionado con su bragueta por lo que asumiendo que si un ser tan detestable como él era capaz de dar ese paso, decidió que ella dejaría al lado sus prejuicios y aceptaría el puesto. Por lo que haciendo caso omiso a la opinión que tenía de los de su especie, cerró el trato con el militar diciendo:
― Quiero que antes de ser infiltrada, mi ascenso sea firme y cualquier mancha sea borrada de mi expediente.
― Así será― respondió dando por cerrada esa reunión.

Una semana había pasado desde que el almirante le había abordado en un restaurante para proponerle que entrara en una unidad secreta bajo su mando y que dependía jerárquicamente del secretario de defensa sin ningún otro intermediario. Semana que le resultó un infierno porque una vez había accedido a proteger a David Carter y antes siquiera de conocer a su protegido se había tenido que someter a un entrenamiento que dejaba en ridículo al régimen que tuvo que soportar para convertirse en marine.
Aunque el propio Jackson le había anticipado que debía de aprender a comportarse como un miembro de la alta sociedad para que su presencia al lado de ese tipo pasara desapercibida, nada de su pasada formación le había preparado para soportar las exigencias de Emmanuel Valtierre, su maestro en esas lides.
Todavía recordaba su llegada al estudio de ese modisto. Como la mayoría de los días, ese día al levantarse se puso un chándal y unas zapatillas. Ese fue su primer error porque el estilista al comprobar que su alumna había aparecido vestida así, puso el grito en el cielo, diciendo:
― Me prometieron que me mandaban un diamante en bruto y me encuentro una mezcolanza de rollito de primavera con salsa teriyaki― si ya fue bastante bochornoso que aludiera sus orígenes orientales al criticarla, más lo fue escucharle decir: ― Por favor, desnúdese. Su indumentaria ofende mi vista.
Aguantando las ganas de saltar sobre su cuello, la flamante capitán olvidó sus recién estrenados galones y sin gracia alguna se despojó de su indumentaria deportiva. El amanerado cuarentón teatralmente se tiró de sus escasos pelos al observar la lencería de su supuesta pupila y en plan histérico, le espetó:
― Nunca he visto algo tan basto, sus bragas parecen estar hechas de esparto. Señorita, ¿acaso compra su ropa interior en el mercado de segunda mano?
Indignada con el que se suponía que le iba a enseñar buenos modales, la militar se tuvo que morder la lengua para no mandarle a la mierda y con un tono sumiso que hasta ella le sorprendió, le prometió que al día siguiente vendría equipada con otro clase de lencería.
Emmanuel al oírla, abrió un cajón y sacando un conjunto de su interior, se lo dio diciendo:
― A partir de hoy, olvídese de lo que tiene en su armario. Soy un profesional y no puedo soportar que alguien que está bajo mi mando, lleve prendas que no se las pondría ni a mi perro.
Durante unos segundos, Sara no supo que decir. Para ella, ni una puta se pondría algo tan provocativo como el sujetador y el tanga que tenía en sus manos.
― ¿A qué espera?― la azuzó chillando histéricamente el modisto.
Con sus mejillas coloradas por la ira, la treintañera se despojó rápidamente del top deportivo que llevaba y eso en vez de complacer al histriónico sujeto, lo encolerizó y acercándose a su lado, le gritó:
― Parece un camionero. Una dama se desnuda siempre como si tuviera enfrente a un hombre que desea seducir, sin importar si está sola o frente a una multitud. Vuélvaselo a poner y ahora por favor, piense que soy alguien al que quiere llevarse a la cama.
― Antes de acostarme con usted, me tiro a su perro― ya fuera de sí, le contestó: ―pero si quiere que me comporte como una stripper, sé hacerlo.
Sin sentirse ofendido, el sujeto la contestó volviendo a hacer referencia a su raza:
― En eso me parecemos, yo me haría el harakiri antes de permitir que una paleta como usted, me pusiera la mano encima.
― Mi apellido es chino, no japonés― refutó la mujer tratando de poner en cuestión la cultura de su mentor.
― Todos los amarillos sois iguales, quitando a Miyake, no conozco a nadie de ojos rasgados que tenga el mínimo gusto.
No queriendo que el racismo militante de ese capullo entorpeciera su misión, Sara se abstuvo de contestar y ante el escrutinio del homosexual, dejó caer los tirantes del sujetador mientras comenzaba a menear su trasero. Impávido a sus encantos, Emmanuel siguió con atención el modo en que se desabrochada por delante los corchetes de esa prenda. Pero una vez, la militar se había quedado desnuda de cintura para arriba, se atrevió a decir:
― Mejor… ahora al menos, sé que es capaz de calentar a un agricultor.
Tras lo cual, le ordenó que se terminara de desvestir y que se pusiera el conjunto que él le había dado. Convencida que la razón de ese comportamiento era ponerla a prueba, casi bailando dejó caer sus bragas y tratando de dotar a sus movimientos de toda la sensualidad que pudo se engalanó con esa escandalosa ropa interior.
― Va mejorando― indicó sin demasiado entusiasmo el estilista y cogiéndola del brazo, la llevó frente a un espejo – pero tiene mucho que aprender.
Tras lo cual y sin mediar una advertencia por su parte, Emmanuel metió sus manos dentro de su sujetador y le colocó los pechos mientras le decía:
― Ya que tiene una delantera aceptable es importante que aprenda a sacarle provecho. Para empezar, debe usar las copas para maximizar el canalillo entre sus miserias porque eso es lo primero que mira un hombre.
Estaba a punto de protestar por ese manoseo cuando de pronto, ese cerdo le regaló sendos pellizcos sobre sus areolas.
― ¡Qué coño hace! ¡Me ha hecho daño!
Sin perder la compostura, contestó:
― Enseñarle un truco. Las modelos para estar más atractiva se aprietan los pezones o bien se echan un gel con efecto frio.
― Podía haber usado la crema en vez de pellizcarme las tetas― replicó encolerizada.
― Lo sé pero hubiera sido menos divertido― muerto de risa, el antipático sujeto contestó mientras descargaba un azote sobre una de sus nalgas: ―Ahora vamos con tu postura.
Soñando con descerrajarle un tiro entre los ojos, Sara no dijo nada al ver que ese tipejo se agachaba a sus pies y con ningún tipo de tacto, la obligaba a adelantar unos centímetros su pie derecho.
« Porque es marica, si no pensaría que este malnacido está aprovechando para meterme mano», pensó al sentir como con las manos le rectificaba la postura separándoles las piernas, poniéndole la espalda recta e incluso forzando sus hombros hacia atrás para que sacara pecho.
― Aunque eres un poco sosa, podré convertirte en una puta guapa― la espetó tras examinarla nuevamente.
Ese insulto en vez de contrariarla, la alegró porque escondía un piropo. Si alguien tan perfeccionista como ese modisto creía que tenía suficiente materia prima para trabajar, de manera implícita estaba alabando su belleza. Aun así no se pudo contener y demostrando su proverbial mala leché, contestó:
― Si quiero vender mi cuerpo, no creo que usted sea mi cliente.
Esa andanada no surtió los efectos deseados porque alejándose un par de metros, Emmanuel contraatacó diciendo:
― Evidentemente, lo último que haría sería gastar mi dinero contigo… sobre todo después de haber visto la selva que luces en la entrepierna. Para esta tarde, quiero verlo recortado casi por completo. Una pelambrera así puede estar bien vista en un cuartel pero no en mis círculos.
― ¡Váyase a tomar por culo! ¡Gilipollas!
― Lo haré, bonita, en cuanto consiga hacer que parezcas presentable.
Sara, con gran disgusto por su parte, comprendió que el estilista había conseguido en media hora sacarle de las casillas:
« No es posible que me haya dejado alterar así por este mamón», pensó mientras intentaba tranquilizarse. No entendía como habiendo soportado el durísimo adiestramiento de la base Pendleton sin perder el control, en apenas treinta minutos, había caído tan bajo de insultar a su instructor. « Si esto llega a ocurrirme allí, hubiese terminado con una mancha en mi expediente».
Por ello, muerta de vergüenza, pidió perdón. Emmanuel Valtierre se tomó la disculpa con sorna y haciendo como si nada hubiese ocurrido, preguntó a la militar si sabía andar con tacones. Aleccionada por la pasada experiencia Sara respondió que creía que sí, al no estar segura que su manera de moverse gustara al tipo aquel.
― Ahora lo comprobaremos― contestó poniendo es sus manos unos impresionantes zapatos de aguja con más de diez centímetros de tacón.
Si la primera fase había sido insoportable, esta segunda le resultó más complicada porque a la vergüenza de caminar sobre esos zancos casi desnuda, se incrementó al verse obligada a mostrar sutileza en cada paso.
― Olvídese de su pasado, tiene que parecer delicada para diferenciarse de la plebe. Una dama es más peligrosa cuanto más indefensa parece.
Esas ideas chocaban frontalmente con su adiestramiento y por ello le resultó en extremo complicado, aparentar lo que no era. Desde la adolescencia Sara había tenido que luchar para reprimir su faceta femenina para que le tomaran en cuenta y ahora el modisto le exigía que meneara su pandero como una furcia.
― Coloca un pie delante del otro y camina dando pasos largos…imagina que estás caminando sobre una cuerda― le gritaba Emmanuel desde una silla― mantén un pie delante del otro para hacer que tus caderas se balanceen.
« Le parece fácil al cretino», murmuró para sí al sentir que perdía el equilibrio.
― Muéstrate coqueta. Cuando la gente piense que eres una fulana inalcanzable, se lanzarán a tus pies. Mantén el cuerpo relajado y los hombros hacia atrás, ¡no es tan difícil!
Para entonces, Sara había asumido que debía obedecer a su maestro y casi sin darse cuenta se empezó a percatar que se sentía más segura haciéndolo.
« Coño, funciona. Ya no parezco un pato mareado», se dijo incrementando el ritmo de las zancadas.
Emmanuel debió de pensar lo mismo porque interrumpiendo esa etapa de la instrucción, hizo que la capitana le acompañara a una habitación anexa. Ante su sorpresa, la hizo pasar a una enorme estancia que parecía una tienda de prêt―à―porter por la barbaridad de vestidos.
― Estás viendo mis joyas, las prendas que llevo atesorando durante años y que solo presto a mis más íntimas amigas.
No se había repuesto todavía de la impresión de ver toda esa ropa cuando el modisto comenzó a revisar las perchas para acto seguido lanzarle en los brazos todo tipo de vestidos.
― ¿Y esto?― preguntó.
― William quiere que parezcas una modelo y viendo la ropa que has traído, la única forma que lo consigas es eligiendo personalmente tu vestuario.
A Sara le resultó inverosímil que ese tarado se refiera al almirante Jackson usando su nombre de pila pero se abstuvo de hacer ningún comentario y con creciente incredulidad fue sosteniendo el ajuar que tendría que lucir durante su misión…

CAPÍTULO 2.―

Esa mañana los rayos de sol matutino colándose por la ventana de su apartamento despertaron a Sara antes de tiempo. Era demasiado pronto para comenzarse a preparar por lo que intentó volver a conciliar el sueño. La importancia de la entrevista que tendría ese día no la dejaba dormir y por eso se dedicó a pensar en el tipo de instrucción que había tenido que soportar.
« Quieren que convertirme en una muñeca de porcelana», protestó para sí al recordar las enseñanzas de Valtierre.
Seguía indignada por la humillación que sufrió al negarle ese hombre cualquier tipo de atractivo. Hasta conocerle se sabía atractiva pero los menosprecios que había recibidos habían hecho tambalear su autoestima.
« Ese desgraciado se equivoca, puedo seducir a cualquier hombre y ¡no solo a aldeanos!», murmuró mientras buscaba otra postura.
Su irritación era mayúscula, le molestaba sobretodo la dureza con la que había valorado su femineidad.
« Una marimacho se esconde los pechos», sentenció al tiempo que a modo de auto confirmación llevaba sus manos hasta ellos, «yo estoy orgullosa de los míos».
Queriendo reafirmar sus pensamientos, introdujo sus dedos bajo el top del pijama y se los empezó a acariciar mientras se decía:
« Todos mis amantes babeaban al verme desnuda».
Sin buscar voluntariamente que su mente empezara a divagar, se puso a rememorar una de tantas noches que había pasado con Anthony, otro capullo egoísta pero magnífico amante.
« Él sí sabía valorar mis tetas», refunfuñó al recordar la capacidad amatoria de ese italoamericano y en las horas que se podía pasar mamando de ellas.
Su relación había sido corta pero intensa y aunque habían terminado mal, todavía echaba de menos el ansia con el que ese hombre mordisqueaba sus pezones. Los mismos pezones que en ese momento se estaba pellizcando sin darse cuenta.
« Me volvía loca la forma en la que usaba su lengua», rememoró.
Al sentir que entre sus piernas comenzaba a sentir calor, por un momento su mente luchó contra la creciente excitación de la que ya era plenamente consciente.
« Estoy cachonda», sentenció al comprobar que su respiración se agitaba y que no podía dejar de acariciarse los pechos.
Su cerebro le mandaba órdenes contradictorias. La parte racional le impelía a levantarse mientras que el resto le suplicaba ceder y entregarse al placer. Sabiendo que al terminar se sentiría mal, comprendió que su cuerpo había optado por lo segundo al darse cuenta que involuntariamente había juntado sus piernas y decidiendo por ella, sus muslos habían empezado a rozarse uno contra otro.
« Tengo que relajarme, estoy muy tensa», se justificó mientras dejaba que una de sus manos calmara el escozor que sentía en esa zona.
El mimar con sus dedos sus labios por encima de las bragas, lejos de ahuyentar su calentura, la incrementaron y a consecuencia de ello, surgió el primer gemido de su garganta. Lo que en un principio había sido un pequeño fuego se convirtió en un feraz incendio que amenazaba con carbonizar su cuerpo.
― ¡Dios!― aulló descompuesta al saber que no había marcha atrás y que irremediablemente terminaría masturbándose.
Durante un instante pensó en darse una ducha pero comprendió que era tal su ardor que de nada serviría y que lo único que conseguiría sería usar el mango de la alcachofa para aliviar su deseo. Convencida que debía quedarse en la cama y darse prisa en correrse, se quitó la braguita que tanto le estorbaba para a continuación aumentar la presión de sus dedos sobre el erecto botón que emergía entre sus pliegues.
Anticipando el placer que iba a sentir, su espalda se arqueó mientras la mano que conservaba libre se aferraba al gurruño que ya eran sus sábanas, dando inicio a un lento baile en el que su cuerpo buscaba asimilar las sensaciones que le llegaban de sus neuronas.
« Tengo calor», sentenció al notar que le sobraba toda la ropa y a pesar que esa mañana hacía fresco en su habitación se quitó el pijama y ya desnuda reinició sus caricias.
Abriendo los ojos, se quedó impresionada con la dureza que mostraban sus pezones. Queriendo comprobar hasta donde estaban de excitados se dio un pequeño pellizco en el izquierdo.
― Ummm― sollozó al experimentar entre sus piernas un hachazo de placer que la dejó todavía más insatisfecha.
Mordiéndose los labio, incrementó la presión de sus dedos sobre la areola, sintiendo que en su interior se iba acumulando la tensión y que no tardaría en explotar. Mientras esa mano estrujaba su pecho sin piedad con la otra sometió a su sexo a una dulce pero intensa tortura que solo podía tener un final.
― ¡Me corro!― gritó al ver su cuerpo sacudido por unas virulentas descargas eléctricas que naciendo en su vulva se extendían hacia arriba convirtiendo su mente en un torbellino de placer.
Saboreando cada una de esas andanadas, Sara siguió forzando la integridad de su sexo con sus yemas hasta que derrotada y satisfecha, su cuerpo le informó que no podía más.
Entonces y solo entonces, con un leve sentimiento de culpa, la oriental se metió a duchar con el convencimiento que desgraciadamente una vez había abierto la espita, le resultaría difícil de cerrar.
« Necesito un hombre en mi vida, esto no puede continuar así», decidió abochornada mientras abría el grifo del agua caliente…

Frente al edificio donde Jackson le presentaría al magnate, la capitana Sara Moon se sentía fuera de lugar en el elegante traje de ejecutiva que Valtierre había seleccionado para la ocasión. Demasiado estrecho para su gusto, no podía negar que el tejido era primoroso ni que le sentaba como un guante. Lo que le jodía realmente era haber accedido a que el amanerado le eligiera también un tanga que se le clavaba entre las nalgas.
« No entiendo qué necesidad tengo de llevar algo tan incómodo», protestó en el ascensor que le llevaba a la oficina del almirante, recordando lo tentada que estuvo esa mañana de ponerse un culotte.
En la intimidad de ese cubículo y aprovechando que nadie podía verla, se acomodó la molesta prenda con la mano. Al hacerlo, sonrió al pensar en la bronca que el estilista le echaría si la hubiese pillado y de mejor humor, informó a la secretaria de ese mandamás que tenía una cita con su jefe.
― Señorita, ¿a quién anuncio?
Para Sara fue una novedad que esa sargento, más que acostumbrada a ver desfilar por su puerta a cientos de militares al día, no identificara en ella a un miembro de la armada, porque de haberlo supuesto jamás le hubiese llamado señorita sino señora.
« Ha pensado que soy una civil», se dijo mientras la informaba que era la capitana Moon.
La asistente al darse cuenta que había metido la pata y que la mujer que tenía frente a ella tenía un rango superior al suyo, se cuadró al tiempo que le pedía disculpas.
― Descanse sargento― murmuró satisfecha porque una vez lo había asimilado, comprendió que su disfraz funcionaba y que si una experta había sido incapaz de reconocer a una colega, el resto de los mortales tampoco lo haría.
Constató que estaba en lo cierto al entrar en el despacho de gigante porque al contrario que la primera vez, su superior no pudo dejar de recorrer su anatomía con su mirada.
― Sara, está usted guapísima. ¡Me ha costado reconocerla!― comentó mientras disimuladamente le echaba una última ojeada.
Impresionada porque alguien tan adusto como William Jackson se permitiera por unos segundos que el hombre que había en su interior sustituyera al funcionario, lo saludó marcialmente mientras en su mente achacaba ese comportamiento a las extensiones que el día anterior un carísimo peluquero había colocado sobre su corta melena. El modisto había sentenciado que llevaba un peinado anticuado y pensando que su obra estaba incompleta sin esa última pincelada, la había llevado al local donde trabajaba un artista, especializado en dotar a las estrellas de cine de espectaculares cabelleras.
― Gracias, mi almirante― contestó lacónicamente no queriendo parecer complacida pero sin que le hubiese molestado ese piropo.
Llamándola a su mesa, Jackson olvidó esa momentánea flaqueza al ponerse a revisar con ella los detalles de la misión donde ella debía de aparentar ser una de las últimas conquistas del mujeriego para que su presencia pasara desapercibida.
― Esta noche se presentará con él en una fiesta y hará creer a todos que David la ha seducido porque a partir de mañana, será vox populi que vive con él en la mansión Carter― informó el gigantón poniendo fecha de inicio a su tarea: –Como no tenemos la seguridad de quién puede estar involucrado en el complot contra él y su hija, solo David sabrá de usted y de su función.
― Almirante, me imagino que el sr. Carter debe de contar con personal de seguridad. De ser así, se enterarán que no soy una de sus pilinguis. Es imposible que no se den cuenta― discrepó la capitán.
― Por eso no se preocupe, es lo suficientemente bella para qué cuando empiecen a sospechar ya hayamos detenido a los culpables― comentó mencionando nuevamente sus atributos― su deber es estar siempre a su lado para que si surgen problemas, pueda resolverlos sin poner en cuestión su tapadera.
«Para que no se mosqueen, tendrían que verme dormir en su cama», masculló interiormente, sin decirlo de viva voz no fuera a ser que Jackson le obligara a hacerlo.
Otra cuestión que le incomodó fue el tema del armamento que iba a disponer porque pese a que tendría en su habitación todo un arsenal, cuando saliera con el magnate, solo podría llevar una Glock 26.
― ¡Si eso es un juguete!― protestó conociendo perfectamente que era una pistola de diez tiros y medio kilo de peso― ¡necesito mayor potencia de tiro!
Su superior se sacó su pistola reglamentaria, una Beretta M9A1 y poniéndosela en la mano, preguntó:
― ¿Me puede explicar donde se escondería esta pistola en un traje de fiesta?
No pudo y por ello, no le quedó otra opción que aceptar las órdenes sin rechistar y guardarse el orgullo.
« Será insuficiente si algún día la saco», murmuró justo cuando la secretaria estaba informando a su jefe que la visita que esperaban, habían llegado.
― ¡Qué pase!― replicó el gigantón.
Creyendo que su tiempo había terminado, Sara se levantó para irse cuando vio que el hombre que entraba era el sujeto al que iba a proteger.
« Es Carter», dijo mentalmente mientras examinaba al recién llegado con interés. «No está mal», tuvo que reconocer al comprobar su atractivo.
El recién llegado también la miró pero en su caso con auténtica lascivia, no dejando un centímetro de su piel sin auscultar.
« Será idiota», sentenció al sentirse violada por Carter.
Cumpliendo con la idea que tenía preconcebida de él, el recién llegado no se cortó a la hora de recrear su mirada en el pecho de la capitana. El cabreo de Sara se incrementó exponencialmente cuando escuchó que Carter decía a su jefe:
― William, cacho mamón, ¿dónde te has agenciado a esta muñequita oriental?
El almirante soltó una carcajada al escuchar como se había referido a su subalterna y señalando a la aludida, contestó mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
― David, te presento a la capitana Moon, tu futura guardaespaldas.
Por primera vez en mucho tiempo, esa respuesta dejó sin palabras a David Carter, el cual durante un momento pensó que le estaba tomando el pelo porque la mujer que tenía enfrente parecía una modelo de lencería.
― No te creo. Es imposible que esta preciosidad sea lo que me has prometido.
Sacando su expediente, Jackson empezó a leer:
― Sara Moon, nacida el 23 de febrero de 1987. Misiones realizadas: 43. Bajas confirmadas: 25. Experta en kárate, kendo y taekwondo. Mejor disparo homologado: 2.633 metros. Idiomas…
― ¡Para! ¡Para! Ya es suficiente― interrumpió el magnate y mirando a la militar, dijo a su amigo: ―porque tú lo dices pero jamás hubiese supuesto que esta belleza era capaz de usar algo que no fuera el secador de pelo.
Herida en su orgullo y rompiendo su silencio, Sara comentó:
― Señor Carter, he contado en esta habitación treinta y dos objetos mortales con los que podría matarlo sin tener que acercarme a usted.
La incredulidad que mostró al oír esa advertencia tuvo su justo castigo al momento, porque de pronto vio volar un objeto a escasa distancia para inmediatamente escuchar un ruido sordo muy cerca de su propia oreja. Al girarse para ver qué había ocurrido, horrorizado, descubrió uno de los zapatos de la mujer clavado en el respaldo de su silla.
― De haber apuntado a su frente, en este momento habría un imbécil menos sobre la tierra― murmuró mientras con una sonrisa lo recogía y se lo volvía a poner.
El almirante que desconocía las intenciones de Sara gritó hecho una furia:
― Capitán, ¡modere su lenguaje!
La oriental sabía que se había pasado dos pueblos y que su superior tenía toda la razón para reprimirla por su comportamiento. Cuando estaba a punto de reconocer su error y pedir perdón, el agredido se puso a reír a carcajadas mientras decía:
― No recuerdo cuantos años hace que una monada no consigue sorprenderme y no me avergüenza reconocer que me has cogido desprevenido― tras lo cual y dirigiéndose al marino, comentó descojonado: ― William, he estado a punto de cagarme en los pantalones.
Que ese hombre se tomara ese altercado en plan de guasa, en vez de montar un escándalo, tranquilizó al militar pero aun así y clavó sus ojos en su subordinada, exigiendo una rectificación. La capitana decidió que su misión era proteger a ese individuo por lo que debía de disculparse y mostrando un arrepentimiento que no sentía, se excusó diciendo:
― Señor Carter, mi intención no fue molestarle sino hacerle ver de una forma gráfica que estoy suficientemente preparada para responder ante cualquier ataque dirigido contra usted o contra su hija.
El magnate aceptó las razones esgrimidas con una sonrisa y dejando el tema aparcado, quiso saber cuándo Sara iba a empezar a hacerse cargo de su seguridad.
― Hemos pensado que se traslade hoy mismo a tu casa y para hacer creíble su presencia a tu lado, que te acompañe esta noche a la recepción del St. Regis como si fuera una de tus amigas.
Sonriendo y mientras recogía su maletín, David Carter contestó:
― Señorita, espero que si algún día quiere mostrarme algo, no sean sus cualidades en el combate sino otras…
Ante semejante sandez, la capitana quedó con él que se verían directamente en su casa.

Sara Moon traspasó las puertas de la finca donde se hallaba situada la mansión Carter a las cuatro de la tarde a bordo de una lujosa limusina. Mientras recorría el camino que daba acceso a la casa, iba haciéndose a una idea del lío en que se estaba metiendo.
« Es imposible garantizar la seguridad de este sitio con un bosque tan denso rodeándolo», se dijo impresionada por que alguien privado fuera el propietario de una superficie así a tan pocos kilómetros de Manhattan. La carrera de una familia de venados cruzando la carretera por delante del vehículo donde iba, confirmó sus temores por la dificultad extra que entrañaba el que hubiese animales salvajes en su cercanía: « Los sensores volumétricos no servirían de nada porque saltarían con esos bichos y se producirían falsas alarmas».
Este hecho despertó su interés y decidió que en cuanto pudiera, se pondría a estudiar el detallado informe de los sistemas de vigilancia que llevaba entre sus papeles y que no le había dado tiempo a revisar porque se lo habían hecho llegar dos horas antes.
Pero fue al llegar al claro que daba entrada a la mansión propiamente dicha cuando se quedó anonadada al descubrir que todo lo que se había imaginado se quedaba corto y que el lugar donde iba a vivir esa temporada era un palacio.
« No me extraña que esté siempre rodeado de jovencitas», pensó recordando la fama de playboy que tenía su protegido.
La certeza que gran parte de su atractivo se debía a su cuenta corriente se vio magnificada cuando el chófer paró a los pies de una gran escalinata.
« Este lugar ofrece un tiro limpio», masculló colocándose el pelo y tal como requería su papel, cogió su bolso dejando que su supuesto empleado recogiera las seis maletas de su equipaje.
Los veintiún escalones afianzaron su primera impresión al comprobar que de ser ella el francotirador contratado para matar a Carter, sin lugar a dudas, elegiría ese punto para cometer el atentado.
« No sabríamos de donde disparan», resolvió anotando que debían evitar esa entrada.
Estaba todavía pensando en ello cuando desde el interior de la mansión vio salir a una joven con aspecto de alta ejecutiva que andaba hacía ella.
« Debe ser Laura Michelle», pensó al recordar que la ayudante personal de ese sujeto iba a ser la encargada de recibirla.
Con disgusto observó que esa rubia parecía sacada de un desfile de modas y que el Cannel azul que llevaba, debía superar con creces su salario mensual.
« Además de su secretaria, esta zorrita debe cumplir otras funciones», supuso al advertir que tras esa sonrisa a esa mujer se le notaba que estaba disgustada por tener que ser ella su anfitrión.
― Miss Aisin Gioro, supongo― fue su saludo.
Al oírla, Sara no pudo dejar de sonreír al recordar que entre el almirante y ese pedante habían elegido ese apellido porque teóricamente la enlazaba con la última dinastía china.
― Kumiko, por favor― respondió la capitana dando el nombre de pila que usaría mientras viviera en ese lugar y que en realidad era como su madre la llamaba en casa.
― Como usted desee, Kumiko. El señor Carter me ha pedido que le sustituya y que le pida perdón por no ser él quien la reciba en su casa.
― Algo me comentó― respondió perdonándole la vida mientras entraba en la casa sin esperarla.
Según el modisto, se debía comportar como una arpía prepotente para que todos creyeran que era una caza fortunas que buscaba un marido millonario. Es más, Valtierre le había aconsejado que actuara como si el servicio fuera una molestia que los de su clase tenían que soportar.
Para Sara fue evidente la mirada de odio que le dirigió esa veinteañera cuando ya en el hall de esa residencia, comentó en voz alta que la decoración era demasiado recargada para su gusto, tras lo cual y mientras veía el rencor en el rostro de la muchacha, le exigió que le mostrara donde estaba su habitación.
― David ha dispuesto que se aloje en la antigua habitación de su esposa― informó Laura mientras le abría paso por las rutilantes escaleras de mármol que daban acceso a la planta superior.
Que tuteara a su jefe, sorprendió a la militar quizás por deformación profesional ya que a ella jamás se le pasaría por la cabeza referirse al almirante como William, pero se abstuvo de hacer ningún comentario fue tras ella. El lujo de las estancias por las que pasaban no fue óbice para que se fuera haciendo una idea preliminar de los puntos fuertes donde podría guarecerse ante un ataque y en cuales era mejor no parapetarse.
« Joder, esto es un laberinto», juzgó sin tener claro todavía si eso era bueno para sus intereses.
Al llegar al que se suponía era su cuarto, Sara se quedó sin saber qué decir al percatarse que las habitaciones que habían reservado para su uso eran en realidad un piso enorme.
« ¡Qué exceso! ¡Aquí podrían vivir dos familias!», meditó en su mente mientras exteriormente escudriñaba críticamente esos aposentos diciendo: ―No esta tan mal para ser diseño americano.
Que se metiera con su país cabreó a la asistente, la cual no queriendo chocar el primer día con la invitada de su jefe, se dirigió a uno de los armarios y abriendo sus puertas, enseñó a esa odiosa oriental que ocultaban la entrada al baño de la suite. Sin dignarse a entrar, le echó una rápida ojeada:
« ¡Parece una piscina!», exclamó para sí al ver el jacuzzi.
Acababa de terminar de mostrarle esa estancia cuando recibieron la visita del chófer y de dos criadas trayendo su equipaje. La señorita Michelle aprovechó su llegada para huir de allí y despidiéndose cordialmente desapareció rumbo a la salida.
« Menuda estúpida es la última conquista de David», dictaminó al verse libre de esa petarda.
Entre tanto, el servicio había comenzado a sacar la ropa de las maletas y a distribuirla en los diferentes armarios siguiendo las indicaciones de la militar. Esta comprendió que debían estar habituadas a que las visitas del magnate trajeran gran cantidad de equipaje al verlas actuar con total naturalidad mientras distribuían el gigantesco ajuar que le había prestado el modisto.
« Si supieran que nada esto es mío. Hasta los perfumes que me pondré mientras dure esta misión han sido seleccionados para la ocasión», con disgusto recordó rememorando la extensa explicación sobre el uso de fragancias que había tenido que soportar.
Una vez habían acabado la mayor de ellas cayó en que a los pies de la cama quedaba un baúl y al preguntar si le ayudaba a vaciarlo, Sara contestó que no diciendo:
― Ya lo hago yo, son mis cremas.
En cuanto la dejaron sola, la capitana abrió ese maletón y revisó que además de la pistola había un rifle de asalto y dos metralletas de mano, con toda la munición que necesitaría en caso de un enfrentamiento. Tras lo cual, lo escondió tras unos vestidos de fiesta.
Acababa de cerrar el armario cuando escuchó tras de sí:
― ¿Quién eres?
Al girarse se encontró frente a frente con una niña rubia con rizos. Sara identificó a su interlocutora como Linda Carter, la hija del potentado y una de las dos personas que tenía que proteger. Sabiendo que era importante llevarse bien para facilitar su misión, se agachó a su altura y con la voz más dulce que pudo, murmuró:
― Soy Kumiko, una amiga de tu papá.
La chavalita la miró con interés al enterarse que conocía a su padre y con la inconsciencia de la infancia, le soltó:
― Debe quererte mucho porque es la primera vez que invita a alguien a casa.
Esa confidencia cogió desprevenida a la oriental porque había supuesto que esa mansión había sido testigo de un desfile continuo de modelos, no en vano era raro el mes que su viejo no salía en las revistas con una nueva adquisición. Al pensar en ello, se percató que esa noche a buen seguro habría paparazis en la recepción a la que iba a ir y fue cuando se dio cuenta que no había avisado a su madre sobre la naturaleza de su nuevo trabajo.
« Mierda, no sabrá que decir a sus amigas», se dijo recordando lo aficionadas que eran a esas publicaciones.
No pudiendo hacer nada mientras esa niña estuviera ahí, decidió dejar apartado el tema y como quería revisar el resto de la casa, con una sonrisa, le preguntó a Linda si se la enseñaba. La cría se sintió importante y cogiendo su mano, contestó:
― Vamos a mi cuarto que es el más bonito…
La visita con Linda no pudo ser más productiva porque a nadie le extrañó verla recorriendo los diversos pasillos de ese palacio de la mano de su diminuta propietaria. Junto a ella y durante casi una hora, la marine escudriñó las tres plantas del edificio sin despertar las suspicacias del personal e incluso se permitió el lujo de revisar la habitación personal del playboy.
« Para qué quiere una cama tan grande si no le da uso», pensó al ver ese colchón de dos por dos y acordarse que según su hija, Carter no llevaba a sus conquistas a esa casa, «debe tener un picadero en el centro».
La menor se mostró tan encantada en su papel de Cicerone que no escatimó esfuerzos e incluso le enseñó, con gran disgusto de los guardas, la cámara acorazada desde la cual se vigilaba toda la casa mientras la militar iba anotando las fortalezas y debilidades que se encontraba a su paso.
« Le debe haber costado millones», meditó al comprobar in situ el funcionamiento de las cámaras térmicas instaladas en el exterior de la mansión, «es la única forma de controlar la foresta que circunda la casa».
Más tranquila al saber que en teoría era difícil que un desconocido pudiera acercarse al edificio sin que el servicio de seguridad lo descubriera, pidió a la niña que le llevara de vuelta a sus aposentos.
― ¿Te apetece que juguemos a la cocinitas?― inocentemente preguntó la nena una vez ahí y al ver la cara de asombro de Kumiko, su nueva amiga, insistió diciendo: ―Nunca tengo nadie con quién jugar.
La petición de la chavalita enterneció a la adusta militar y sabiendo que todavía tenía mucho tiempo antes de tenerse que empezar a arreglar para la recepción, decidió que ya que entre sus responsabilidades estaba el cuidar de Linda, podía matar dos pájaros de un tiro: mientras cumplía sus deseos de jugar, estaría protegiéndola.
― ¿Me puedes preparar un pastel de fresa?― contestó la mujer mientras se sentaba en un sofá ante el alborozo de la mocosa…

Esa tarde al salir de la oficina, David Carter recordó que su hogar había sido invadido por una agente del gobierno cuya función en teoría era protegerle a él y a su hija de un supuesto complot.
« Sigo sin creer que alguien de mi empresa esté vendiendo nuestros secretos militares al extranjero», sentenció mientras trataba de calmarse, «y menos que quieran desembarazarse de mí».
Estaba plenamente seguro que en realidad era el gobierno el que quería sonsacar información acerca de sus actividades.
« No confían en mí», pensó apenado que, después de los múltiples servicios que había prestado a su país, todavía se dudara de su lealtad.
A pesar de saber que era una encerrona, cuando le llamó el secretario de defensa no pudo negarse por la cantidad de asuntos que podrían peligrar si rechazaba ese ofrecimiento.
― Encima han seleccionado una Matahari para mí― murmuró mientras encendía su ferrari – deben creer que soy tan inepto de dejarme seducir por ella.
Ya de camino estaba tan furibundo que de habérsela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de su vida sin más contemplaciones. Afortunadamente, la media hora que tardó en llegar le sirvió para tranquilizarse y por eso al aparcar su coche, en lo único que pensaba era en el modo en que podría zafarse de su vigilancia durante la recepción.
« Joder, Kim va a estar en el St. Regis pero, con esa rambo, no voy a poder ni echar un polvo», se quejó recordando el susto que le había dado esa misma mañana al usar un zapato como arma mortal.
La idea de estar bajo continua supervisión no le hacía gracia porque tendría que alterar su modo de actuar si quería tener vida privada. Estaba pensando en eso cuando al entrar en su casa escuchó unas risas que provenían del salón. Ese sonido tan normal por otros lares, le resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido su hogar desde que su mujer falleció.
« Es Linda, jugando», pensó al reconocer la risa de su hija.
Extrañado e incrédulo por igual, se acercó a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrió a la niña chillando de gusto y a la ruda oriental haciéndole cosquillas. Esa escena tan usual mientras vivía su madre pero que había desaparecido de su vida, en vez de enternecerle, le dejó paralizado al ser su guardiana la mujer que estaba jugando con la cría.
« No es posible», rumió entre dientes sin atreverse a intervenir en el juego y actuando como un auténtico voyeur, se quedó observando desde la puerta.
Su sentimiento era doble. Mientras una parte de él se alegraba que su pequeña fuera capaz de reír después de dos años, por otra le cabreaba que fuera una desconocida y no él quien consiguiera hacerla olvidar su soledad. Para terminarla de fastidiar, en un momento dado, la Comandante absorta en el juego se agachó sobre la alfombra poniendo su culo en pompa.
Desde su ángulo de visión, el pegado pantalón de la mujer no solo magnificaba la belleza de sus duras nalgas sino que dejaba a la luz el coqueto tanga azul que llevaba puesto. Esa clase de prenda siempre había sido su perdición y al descubrirlo en ella, comprendió que de alguna forma el almirante Jackson se había enterado de su fetiche.
« Ese cabrón conoce mis gustos», se quejó mientras babeaba admirando ese trasero.
Ajena a lo que ocurría a su espalda, la capitana seguía jugando con su hija sin percatarse del extenso escrutinio al que estaba siendo sometida. Sabiendo que iba a terminar excitándose si seguía sin intervenir, alzando la voz, llamó a su hija:
― ¿Nadie me viene a dar un beso?
Linda al escuchar que su padre había llegado, se levantó del suelo y corriendo saltó sobre él. La marine decidió saludar también al recién llegado como si realmente fuera amiga suya y acercándose a donde estaba el padre con la hija, le dio un suave beso en la mejilla mientras le decía que la cría era un encanto.
― Lo sé― contestó rojo de ira al verla de pie y descubrir que su camisa estaba semi abierta y que su tremendo escote dejaba ver sin disimulo un sujetador de encaje a juego con su tanga.
Haciendo verdaderos esfuerzos para no quedarse allí mirándole las tetas, cogió a su bebita y retomando camino hacia su habitación, le informó que llevaba la blusa desabrochada diciendo:
― Aunque siempre es agradable que una mujer guapa me reciba casi desnuda, será mejor que te tapes un poco.
Ese comentario la dejó paralizada al comprobar que al menos eran dos los botones que tenía abiertos de más y con el rubor decorando sus mejillas, se giró para que no viera como se abrochaba.
« Ese cerdo me estaba comiendo con los ojos y encima se ha creído que lo he hecho a posta», rumió para sí mientras lo hacía, ya que solo se entendía el cabreo del magnate si consideraba ese hecho fortuito como algo intencionado: «acostumbrado a las putillas que pululan a su alrededor, me ha tomado por una de ellas».
David Carter, por su parte, estaba fuera de sí al darse cuenta que aunque no quisiera reconocerlo, la dudosa distracción de esa militar había conseguido excitarle como hacía tiempo que no le pasaba y achacando su calentura a un plan urdido desde las altas esferas para seducirle, decidió que debía andarse con cuidado.
« Esa zorra es un peligro. No solo es letal en el combate, lo peor es que ha sido cuidadosamente escogida para satisfacer mis gustos sexuales y si no me ando con cuidado, terminará en mi cama», sentenció dando por sentado que ese era el objetivo marcado por sus superiores.
La ira del potentado se convirtió en rabia cuando su niña le comentó:
― Papá, me gusta tu amiga. Ha estado jugando toda la tarde conmigo y me ha dicho que soy muy guapa.
Tratando de mantener el tipo y que Linda no se enterara de su disgusto, preguntó a su hijita qué es lo que habían hecho. Al responder que le había enseñado la casa, David confirmó sus temores al explicarle la cría que incluso habían entrado en su habitación.
« Seguro que esa perra ha distribuido micrófonos y cámaras por toda la casa», murmuró mentalmente, « pediré a mi gente que haga un barrido. No quiero que en Washington sepan hasta el color de los calzoncillos que uso».
El dilema en el que estaba era muy difícil de resolver. Aunque se sentía traicionado por el gobierno, no podía rechazar esa ayuda porque los contratos firmados con el departamento de defensa eran vitales para su compañía. Pero tampoco podía soportar que le menospreciaran con una maniobra tan burda.
« ¿Me creerán tan idiota para suponer que no me daría cuenta?», se preguntó mientras dejaba a la niña en el suelo.
Pese a su fama Carter siempre había considerado que su afición por las damas era eso, una afición, y que esos tipos juzgaran que era adicto a las faldas, le jodía profundamente.
« La única mujer que fue capaz de controlarme ha sido Diana y está muerta», sentenció recordando lo enamorado que había estado de la madre de su nena.
Ese doloroso recuerdo se hizo insoportable cuando desde la alfombra escuchó que Linda preguntaba:
― Papá, ¿te vas a casar con Kumiko?
Alucinado por tamaña insensatez, se sentó a su lado y acogiéndola entre sus brazos, no dijo nada porque no quería ni podía explicarle la verdadera razón de la presencia de esa muchacha. El problema fue que malinterpretando su silencia, la chavalita prosiguió diciendo:
― A mí no me importa… así no seré la única huérfana de la clase.
Carter intuyó que esa pregunta era una llamada de auxilio. Con su ánimo destrozado, se dio cuenta por primera vez que no era suficiente el tiempo que la dedicaba, que su hija necesitaba alguien que se ocupara de ella y que no fuera una niñera.
« He estado tan cegado por mi dolor, que no me he dado cuenta que Linda también la echa de menos y ha tenido que venir esa arpía a restregármelo en la cara».
Limpiando con su mano unas lágrimas que escurrían por sus mejillas, David Carter tomó la decisión que una vez esa emergencia hubiese pasado y su vida volviera a la normalidad, tendría que buscar, más que una pareja para él, una madre para su hija. Para ello, lo primero que tenía es que liberarse de alguna forma de esa oriental.
« En solo un par de horas, esa puta ha engatusado a mi hija», amargamente concluyó, sumando eso a la lista de los agravios que voluntariamente iba confeccionando contra esa mujer.
Estaba enfrascado en buscar una solución a sus problemas cuando se dio cuenta que Linda no estaba en la habitación y que se había marchado sin decirle adiós.
« Es extraño, siempre se despide. ¿Habré hecho algo mal?», se torturó momentáneamente pero al salir tras de su pista, escuchó unas risas provenientes del cuarto donde había alojado a la militar.
Cuajado de celos, estuvo a punto de entrar y sacarla de allí, pero justo cuando ya tenía el picaporte en su mano, se lo pensó mejor y decidió no cometer ese error. Si ese engendro del demonio creía que se podía apoderar de sus tesoros sin luchar, estaba muy equivocada. Sabiendo del efecto que tenía en las mujeres resolvió que iba a hacer honor a su fama: la seduciría y cuando la tuviera comiendo de su mano, ¡la echaría de su lado! Fue al planear su venganza cuando se percató que enamorar a su guardaespaldas tenía otros efectos prácticos; por una parte Sara estaría pensando más en él que en espiarle y por otra con un poco de mano izquierda podría enterarse de los motivos por los cuales sus jefes la habían mandado allí.
« Esta noche pondré las bases y en un par de días, esa putita caerá, yo también soy un especialista en el cuerpo a cuerpo», se dijo y mientras abría el grifo de la ducha decidió: «A la “Terminator” puede que le hayan enseñado muchas técnicas de exterminación pero nunca a defenderse del ataque de un hombre como yo».
Ya debajo del chorro, la confianza en sí mismo le hizo imaginar a esa oriental llegando a su lado, a través de la espesa niebla que desbordando los límites de la ducha, llegaba a la puerta del baño. Lo primero en lo que se fijó fue en ojos. Negros, oscuros como el alma de una tigresa o el plumaje de un cuervo, le parecieron inusitadamente atractivos. Luego en su cuerpo, en sus sandalias, en sus pies, en sus piernas… todo en ella era peligrosamente fascinante.
― ¿Puedo pasar?― preguntó esa imaginaria mujer,
Sorprendido porque hasta en su sueño ella tomara la iniciativa, estuvo a punto de negarse.
― No quiero ser una muesca en su revólver― Carter exclamó en la soledad de su baño.
Sara sin esperar su respuesta, le empujó con una suavidad contra la que no pudo actuar. La mano de la muchacha estaba helada, gélida, creando un seductor contraste con la temperatura de la ducha.
« Esto es el colmo. Yo debo ser el depredador y ella mi trofeo», pensó pálido por su reacción al imaginarse su silueta.
El magnate intentó reconducir el discurrir de su mente pero se dio por vencido al seguir el vaivén de sus pechos mientras la camisa de esa oriental se empapaba en la ducha. Tras la delgada tela, visualizó unos pezones lascivos y se revolvió inquieto intentando abrir los ojos.
El sueño de Carter se convirtió en pesadilla cuando esa idílica mujer se pegó a su cuerpo y sin importarle sus quejas, comenzó a restregarse contra él. Su propio brazo le traicionó y presionando sobre la espalda de Sara, la atrajo todavía más.
La arpía de su mente se dejó llevar mientras soltaba una carcajada. Su blanca dentadura y su sonrisa le parecieron perversas al playboy, ya que por efecto de la bruma, creyó entrever los largos colmillos de una vampiresa letal.
Se percató que estaba bajo un hechizo a y que esa bruja lo manejaba como a un pelele, al sentir las pechugas de esa belleza contra su pecho mientras con la mirada Sara le exigía que la tomara.
Esta vez es él quien la empuja contra la pared y con la lengua sus labios, fuerza su boca.
Mas risas sacuden su cerebro mientras se imagina que los dedos de esa zorra recorren su entrepierna, exacerbando su excitación. Incapaz de contenerse, la levanta y sin esperar su beneplácito, la penetra usando los azulejos de la ducha como apoyo. La bella militar clava sus uñas en la espalda de su amante al sentir la invasión.
Dolor, deseo. La boca de Carter se apodera de la de ella mientras con brutales embestidas, trata de someterla. El magnate no se puede creer lo bella que es esa inexistente mujer.
Gemidos, placer. Contra su voluntad, acelera al sentir el flujo de esa china templando sus muslos.
Excitación, rendición. Sara le abraza con sus piernas, incrementado la pasión que le domina y no contenta con ello, siente como esa tigresa se aferra con los dientes a su cuello mientras la cueva de la oriental se vuelve líquida.
Comunión, descarga. Explota dentro de ella, regándola con su simiente y con terror descubre que no está satisfecha y que quiere más, al verla arrodillarse a sus pies
Usando toda su fuerza la rechaza:
― ¡Ya basta!― exclama abriendo los ojos y descubriendo que no está en el baño sino en su cama.
La realidad le consuela al saber que todo había sido un sueño.
« Menos mal que no ha sido verdad», suspira sonriendo, «nunca dejaría que esa zorra me domine»…

Relato erótico: ¿Me romperías el culito? me dijo un día mi sobrina? (POR GOLFO)

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NUERA4

Sin título
Nunca hubiese supuesto que un día la preciosa cría de mi cuñado me hiciera esa pregunta. Para explicaros como llegó a hacérmela, os tengo que contar un poco de mi vida. Casado desde joven con una hermosa mujer llamada Lara, nunca necesité buscar fuera lo que mi esposa me daba con gusto en la cama. Os parecerá increíble que os diga esto, pero la realidad es que siempre había obtenido el suficiente sexo con ella y por eso me parecía incluso una degeneración que hombres casados como yo, buscaran en jovencitas alivio a sus oscuras necesidades.  Como pareja era casi perfecta y digo casi porque nadie está al cien por cien satisfecho con lo que tiene, pero ateniéndome a lo que mis amigos me contaban:
¡Lara era insuperable!
Ni siquiera tenía que ser yo quien lo pidiera. Mi mujer era y es una hembra caliente que necesita su ración de sexo casi a diario. Muchas veces su calentura incluso me llegaba a sorprender porque si llevaba tres días sin tocarla, ponía geta y sin esperar a que yo empezara, ella misma buscaba el modo de que lo hiciéramos. Daba igual si estábamos en casa, en un hotel o incluso pasando unos días con sus padres. Si sentía que la tenía abandonada, no dudaba en meterme mano disimuladamente para calentarme. Increíblemente, su propia necesidad fue lo que hizo a fin de cuentas que su sobrina se fijara en mí y decidiera convertirse en mi amante. 
Todo empezó este verano. Mi mujer y su hermano decidieron que pasáramos todo el verano juntos y para ello, alquilaron una casa rural en el norte. Como era bastante lógico que desearan pasar una temporada juntos ya que vivíamos en ciudades diferentes, no puse ningún reparo a ello. Lo que no me esperaba es que esa decisión pusiera en riesgo mi matrimonio. Todavía recuerdo la tarde en que llegamos a Colunga, un pequeño pueblo de Asturias. 
Cansado del viaje, no pude dejar de fijarme en cómo había crecido Adela, la hija de mi cuñado. Con diecinueve años recién cumplidos, la niña que conocía y que no había visto en mucho tiempo había desaparecido, dejando paso a una preciosa mujercita de grandes tetas. Os juro que en un principio aunque era una monada, no la vi como objeto de deseo sino al contrario, muerto de risa comenté a mi esposa los problemas que debería tener su hermano para espantar a los moscones que sin lugar a dudas revolotearían alrededor de su retoño.
-¿Verdad que está guapa?- contestó Lara, dándome la razón.
Y es que en realidad, era un bombón. A pesar de medir casi el metro ochenta y tener en vez de pechos unos melones descomunales, la cría no resultaba en absoluto caballona sino que estaba dotada de una femineidad difícil igualar.  Si de por sí tenía un cuerpo cojonudo, cuyo culo no desmerecía a sus tetas, el colmo era que su cara era perfecta. Os juro que no es una exageración si os digo que parecía cincelada por un artista y no producto de los genes de mis cuñados. Todo en ella era bello, sus piernas, sus muslos e incluso su piel, te llamaban para que los tocaras. Pero aun siendo semejante diosa, no la busqué  sino que fue ella la que decidió someterme a un acoso del que desgraciadamente, no pude escapar.
Tal y como estaba contándoos, como la familia de mi mujer había llegado con anterioridad a la casa rural, fue mi cuñada la que distribuyó las diferentes habitaciones. Ajena a la fijación que sentiría su retoño por mí, creyó conveniente que fuera ella la que durmiera al lado nuestro y no sus dos hermanos pequeños.
-Así estos cafres no os molestarán- nos dijo justificando su decisión.
La lógica aplastante de sus motivos no daba lugar a dudas ya que era proverbial entre la familia lo gamberros que eran ese par de gemelos. Incluso mi propia esposa le agradeció el detalle sin saber las consecuencias que eso tendría. A mí, en lo particular, me daba lo mismo y aunque no tardé en enterarme de que había sido un error, os reconozco que no dije nada. Os preguntareis como me percaté que sería incómodo el tenerla tan cerca, pue fue algo bien fácil. Al entrar en mi cuarto descubrí que compartíamos baño con esa preciosidad. En un principio me molestó encontrarme con que esa cría se había dejado las bragas tiradas en el lavabo y señalándoselas a mi mujer, está la disculpó diciendo:
-No sabía que llegaríamos tan pronto- y tratando de quitarle hierro, me prometió: -Tú tranquilo que hablaré con ella para que sea más ordenada.
Sabiendo que podía ser un error y que el hecho de que fuera cuadriculado en cuestión de orden era una de mis manías, decidí olvidar el asunto aunque tal y como se demostró, no iba a ser cuestión fácil compartir el baño con esa rubia y más cuando como en tantas otras casas rurales, dicho aseo tenía dos puertas y cada una de las cuales daba a una de las habitaciones. Satisfecho por la explicación, decidí dejarlo en sus manos y con la confianza que dan los quince años que llevábamos casados, la dejé sola para irme a tomar unas cervezas con mi cuñado.
José siempre había sido un tío muy simpático y el hecho que me llevara diez años, no había sido nunca un problema. No tardé en encontrarlo porque lo único que tuve que hacer es preguntar dónde estaba el bar más cercano. Tal y como había supuesto, lo hallé pegado a la barra y por eso tras los típicos saludos, pedí al camarero la primera cerveza de las muchas que me pediría ese verano. Habíamos dado cuenta cada uno de al menos cinco cuando su hija vino a buscarnos.
Como os imaginaréis la entrada de semejante monumento en ese bar lleno de paletos causó conmoción y los parroquianos sin cortarse lo más mínimo, la agasajaron con piropos y silbidos de admiración. La muchacha que a pesar de su recién estrenada mayoría de edad, ya conocía el efecto que su belleza causaba en los hombres, se los quedó mirando y dotando a su voz de todo el desprecio que pudo, les gritó:
-¡Babosos!
Os reconozco que me hizo gracia su reacción y para evitar males mayores, la agarré de la cintura mientras le daba la razón:
-Tranquila, pequeña- y dirigiéndome al respetable, les eché en cara que solo era una cría.
Lo que no me esperaba es que Adela se molestara por el modo en que la había defendido y separándose de mí, me soltó bastante enfadada:
-Sé defenderme sola y aunque mi padre y tú no lo sepáis, ¡No soy una niña!
Descojonado, su viejo soltó una carcajada mientras decía:
-Tienes la misma mala leche que tu madre.
Indignada, salió del lugar dando un portazo no sin antes informarnos de que nos esperaban para cenar. Su aviso no evitó que al terminar esa ronda, nos pidiéramos otra, de manera que cuando llegamos a la casa, todo el mundo nos estaba esperando. Mi esposa visiblemente enfadada, me pidió que me sentara con ella y nada más hacerlo, empezó a regañarme en voz baja.
-No te cabrees- le contesté y para calmarla, empecé a acariciarle la pierna.
-¡Quédate quieto!- enfadada,  me soltó al ver mis intenciones,
Decidido a congraciarme con ella y sabiendo que era incapaz de seguir enojada si la calentaba, no hice caso a su orden y disimulando fui en busca de su entrepierna. Lara al sentir a mis dedos acercándose por sus muslos, juntó las rodillas en un vano intento. Interiormente descojonado pero con gesto serio, le pregunté a mi cuñada que pensaban hacer al día siguiente mientras mi mano empezaba a acariciar la tela de sus bragas bajo el mantel.
-Iremos a la playa- contestó Inés, sin saber el acoso al que estaba siendo sometida la hermana de su marido.
Mi mujer intentó retirarme la mano de entre sus muslos pero haciéndome fuerte, no solo no la quité sino que la obligué a abrir un poco las piernas. Me percaté de que se había dado por vencida cuando acercando su boca a  mi oído, me dijo en voz baja:
-Si me dejas, ¡Te prometo una noche loca!.
Sabiéndome vencedor, la besé en los labios cerrando el acuerdo, sin saber que nuestro juego había sido observado con interés por Adela. La cría se había quedado impresionada por mi actitud  dominante  pero más aún por la calenturienta y sumisa de su tía. Descubrir que al meterle mano en público, Lara se había calentado como una perra, fue algo que no se esperaba y contra lo que siempre había supuesto, a ella también le había puesto cachonda. No lo supe en ese momento, pero fue entonces cuando empezó el interés de mi sobrina por mí.
Al terminar de cenar, mi mujer puso por excusa que estaba cansada y por eso no retiramos a nuestra habitación a que ella cumpliera su promesa.  Nada más cerrar la puerta, Lara  se lanzó sobre mí y sin dejarme siquiera quitarme los pantalones, me bajó la bragueta y sacando mi pene,  se abrazó con su piernas a mi cadera, diciendo:
-¡Fóllame!-
De un solo arreón y sin más prolegómeno, la penetré hasta el fondo. Mi mujer chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina con esfuerzo. Sabiendo que todavía no estaba lo suficientemente bruta, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de sus orgasmos mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima del tocador sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su cuerpo, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Lara aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavó las uñas en mi espalda. Su dura caricia me obligó a iniciar un galope desenfrenado encima de ella. Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene totalmente en su interior.
-Me encanta- gritó de placer al sentir mi simiente en su sexo.
Vamos a la cama-, pedí  a mi mujer en cuanto se hubo recuperado un poco.
La cama no me defraudó: sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba un campo de futbol. Nada más tumbarnos, se acurrucó a mi lado y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez más a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en las sábanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía más cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningún pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar más la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido más efectiva y sin poderme negar, la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella pero esta vez sí supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Lara se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras mi mujer gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura.
No debía de moverme pensé, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro y lo que deseaba era darla placer, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella más fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que más deseaba, que era la completa posesión de mi mujer.
Completamente excitada, Lara saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez. El flujo ya  manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de placer. Y en vez de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo.
El clímax de mi mujer era cuestión de tiempo. Su respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo empapado eran síntomas de que estaba a punto de correrse. Justo cuando explotó y se corrió dando gritos, me pareció que se abría la puerta del baño. Al mirar hacia allá, la vi cerrada y uniéndome a Lara, eyaculé en su interior. Creyendo que había sido un error, la abracé y así pegados, nos quedamos dormidos.
Adela me confirma que nos había oído:
A la mañana siguiente, me levanté temprano para salir a correr mientras  Lara se quedaba descansando. Satisfecho por la noche anterior, decidí dar una vuelta por los alrededores y así saber ubicarme dentro del valle. La naturaleza agreste y salvaje de Asturias me contagió nuevos ánimos de forma que estuve más de una hora  recorriendo sus montes.  Al retornar a la casa rural, me encontré a mi cuñada Inés desayunando con sus tres hijos.  Si hubiese previsto lo que iba a pasar, os juro que no me hubiera sentado junto a mi sobrina. Justo cuando su madre estaba regañando a los gemelos por la juerga que habían montado la noche anterior, Adela me susurró al oído:
-Para escándalo: ¡Los gritos de mi tía!
Sabiendo a que se refería me quedé sin saber que decir ni cómo actuar y entonces la chavala muerta de risa, insistió:
-¡Menudo semental debes de ser! ¡Gritaba como si la estuvieses matando!
Completamente cortado, fui incapaz de responder. Afortunadamente, su padre hizo entrada en el comedor y se puso a mi lado. La cría al ver que no iba a poder seguir con su guasa, se levantó de la mesa dejándome solo con José. Os podréis imaginar que agradecí su retirada y mientras charlaba con mi cuñado, no podía dejar de pensar en las palabras de mi sobrina. Asustado me di cuenta que debía de ser ella la que abrió la puerta del baño mientras estábamos follando por lo que no me quedó ninguna duda de que ¡Nos había visto! Y aunque parecía imposible, eso le había gustado. Temiendo que mi esposa montase un espectáculo, decidí no contarle nada de lo que me había dicho su sobrina. Aunque teóricamente no se lo dije porque temía que le echara en cara su actitud, la realidad y ahora lo sé, es que deseaba en mi fuero interno que nos siguiera espiando.
Lo ocurrido durante el desayuno solo fue una antesala de lo que ocurriría a continuación. Tal y como habíamos quedado, ese día iríamos a la playa todos juntos. Por eso al levantarse mi mujer, tuvimos que esperar a que se terminara el café para irnos las dos familias hacia la playa. Como íbamos solos en el coche, Adela le preguntó a mi mujer si podía acompañarnos. Lara no viendo nada extraño aceptó sin caer en mi cara de terror y por eso, su sobrina se montó con nosotros. Ni siquiera habíamos salido de la casa rural, cuando comprobé sin lugar a dudas que iba a resultar muy largo ese día:
Al mirar por el retrovisor, descubrí a la sobrina de mi mujer echándose crema en los pechos mientras me miraba. Por si fuera eso poco, en cuanto descubrió mis ojos en el espejo sonrió y sin taparse se empezó a pellizcar los pezones mientras me sacaba la lengua. Su descaro me dejó pasmado y retirando mi mirada, me intenté infructuosamente concentrar en la carretera. Bastante más excitado de lo que me gustaría reconocer, tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no volver a mirarla.
Mi mujer que no se había coscado de nada, charlaba por teléfono con una compañera. Al llegar a la playa y mientras bajaba las toallas, la zorra de la niña se acercó a mí  y poniendo un tono de puta, me preguntó si me había gustado. Asustado, ni me digné a , no pude ni contestarla. Incapaz de enfrentarme con ella, salí rumbo a la arena sin mirar atrás. Ya me había unido a mi cuñado y al resto de su familia cuando me giré para descubrir que Lara y Adela venían muertas de risa. Os juro que no me atreví a preguntar de qué hablaban y cada vez más incómodo me puse a plantar la sombrilla.
Aunque la playa no estaba repleta de veraneantes y fácilmente la jodida muchacha podía haber extendido su toalla lejos de nosotros, la colocó junto a la mía. No pudiendo objetar nada, no fuera a ser que mi queja levantara las suspicacias de sus padres, me vi colocado entre mi mujer y esa criatura.
“Mierda, ¿A qué juega?”, mascullé en silencio.
Adela disfrutando de mi embarazo, preguntó a su tía si la podía echar crema. Mi esposa respondió que sí y pasando por encima de mí, se puso a extenderle el bronceador ajena a las verdaderas intenciones de su sobrina. Si ya fue duro el observar a Lara acariciando sin querer ese cuerpo que me tenía obsesionado, más lo fue escucharla preguntarle si no prefería quitarse la parte de arriba del bikini para que no le quedara marca.
La cría soltando una carcajada, contestó:
-No creo que a mi padre y a mi tío les guste verme en tetas.
-No seas boba- rio mi mujer y colaborando involuntariamente con el acoso de Adela, le ayudó a quitárselo, diciendo: -Si son tan anticuados, ¡Que no miren!
Aunque intenté mirar, no pude y cuando lo hice, creí que me iba a dar algo al descubrir la perfección de los pechos de mi sobrina. No solo era su tamaño ni siquiera lo bien formados que los tenía, lo que me dejó alelado fue los maravillosos pezones que decoraban ese par de bellezas. Grandes y rosados eran una tentación demasiada intensa para soportarla y cerrándolos ojos, me imaginé con ellos en mi boca. Juro que intenté evitar ponerme cachondo pero mi calenturienta mente me traicionó y me vi mordisqueándolos mientras mi sobrina se retorcía de gusto.
Viendo que mi pene se empezaba a endurecer bajo mi bañador, me di la vuelta para evitar que todo el mundo se percatara de mi erección. Desgraciadamente, la jovencita se dio cuenta y poniendo cara de no haber roto un plato, me preguntó si me ocurría algo.
No recuerdo si llegué a responder porque al entreabrir mis ojos, me encontré con la visión de su culo a escasos centímetros de mi cara. La sorpresa de toparme con dos nalgas duras y apenas cubiertas por un tanga, fue demasiado y levantándome de la arena, me fui al mar intentando que el agua fría calmara mi calentura. La temperatura del cantábrico consiguió su objetivo y ya más tranquilo me puse a jugar con los dos gemelos cogiendo olas. Mientras los hermanos competían entre sí a ver quién era mejor tomándolas, mi mente estaba hecha un lío, pensando en el porqué de la fijación de esa niñata pero sobre todo en cómo iba a hacer para evitar su acoso.
Llevaba media hora a remojo cuando desde la orilla me llamó mi mujer. Cansado de esos enanos, salí a su encuentro. Nada más llegar a su lado, Lara me cogió de la mano y poniendo una expresión pícara en su rostro, me preguntó si la acompañaba a dar una vuelta por la playa. Conociéndola como la conocía, reconocí la cara de puta que ponía cuando quería hacer una travesura y encantado con la perspectiva, le pregunté qué quería hacer mientras le daba un pellizco en el trasero.
-Llevo mucho tiempo sin que me hagas el amor en el agua- contestó tirando de mí rumbo a una zona desierta.
Al ver hacia donde me llevaba, no puse reparo alguno de forma que en menos de diez minutos, ya estábamos besándonos entre las olas. Mi amada esposa ni siquiera esperó a que nos hubiésemos alejado de la orilla para subirse encima y abrazándome con sus piernas, intentar que la penetrara. La calentura que demostró provocó que mi pene saliera de su letargo y con una erección endiablada estuviera dispuesto.
Lara al notarlo, separó con los dedos su bikini y sin más preparación se ensartó con el mientras ponía sus pechos en mi boca. La facilidad con la que mi glande perforó su sexo me reveló que estaba cachonda y forzando su entrada con un movimiento de caderas se lo ensarté hasta el fondo.
-¡Cómo me gusta!- gritó al sentirse llena y obviando que nos podían ver desde la arena, se puso a saltar sobre mi verga.

No llevábamos ni cinco minutos haciendo el amor cuando al levantar mi mirada, descubrí a mi sobrina agazapada tras unas rocas mirándonos. Si de por sí mi mujer me ponía bruto, el estármela follando mientras Adela nos observaba fue algo brutal y dejándome llevar por el placer, empecé a machacar con mayor intensidad su amado cuerpo.

-¡Sigue cabronazo que me tienes ardiendo!- chilló al notar que había incrementado la velocidad de mis ataques.
Ajena a que la hija de su hermano estaba siendo testigo de nuestra lujuria, mi señora aulló de placer al sentir mis dientes mordisquear sus pezones. Coincidiendo con su orgasmo, comprendí que la muchacha con se había dado cuenta que la había descubierto y en vez de esconderse, con todo el descaro del mundo se empezó a masturbar ante mis ojos. No os podéis imaginar lo que sentí al verla separar sus piernas y meter una mano bajo su bikini mientras con la otra se acariciaba los pechos.
El cúmulo de sensaciones unido al movimiento de mi mujer hicieron inútil mi intento de controlarme y casi sin poder respirar, me corrí en el interior de su coño, sabiendo que unos metros más allá Adela se retorcía disfrutando de la dulce tortura de sus dedos. Mi esposa al sentir mi semen en su vagina, me besó con una pasión inaudita que me dejó pensando si acaso ella sabía que la cría nos estaba mirando. Lo cierto es que entonces los gritos de unos niños nos hicieron separarnos y acomodándonos nuestros trajes de baño, salimos del agua rumbo a las toallas.
Al llegar a donde habíamos dejado a su familia, su cuñada le preguntó si la acompañaba a por unas cervezas al chiringuito:
-Por supuesto- contestó y cogiendo su pareo se lo puso en la cintura, dejándome con su hermano y su sobrina.
Desgraciadamente, en ese momento, los gemelos llamaron  a su padre y ya solos, Adela aprovechó la circunstancia para con toda la desfachatez que le permitían sus pocos años decirme:
-No te imaginas lo que voy a disfrutar este verano, teniéndoos en la habitación de al lado.
Cortado porque no tuve que ser un genio para comprender el significado de sus palabras solo pude balbucear una queja. La chavala al ver mi cara de espanto, separó sus piernas y señalando su bikini, me soltó riendo:
-¡Mira como me tienes!.
No pude dejar de mirar su sexo y con autentico terror, descubrí que una mancha de humedad revelaba que lo tenía totalmente encharcado. Sacando fuerzas de mi nerviosismo, me encaré con ella recordándole que era su tío. La niñata haciendo caso omiso a nuestro parentesco, se dio la vuelta y mostrándome las nalgas, me preguntó:
-¿Te parece que tengo un trasero bonito?
Anonadado por el poco tacto de la cría, me quedé con la boca abierta mientras ella, usando sus dos manos, se separaba los cachetes e insistía:
-¿Me romperías el culito? O ¿Tendré que pedírselo a otro?
Juro que si no llega a ser la hija de mis cuñados, no hubiera podido rechazar tamaño ofrecimiento porque el ojete virginal que me mostró podía ser catalogado como una de las siete maravillas del mundo. Indignado con la muchacha pero también conmigo por lo cerca que estuve de ceder, me negué en rotundo amenazándola con decírselo a sus padres. Ella al oírme, soltó una carcajada y me respondió en voz baja al darse cuenta de que su madre y su tía estaban volviendo:
-Sé que no será capaz de decírselo y desde ahora te digo que serás tú quien me lo haga.
La llegada de las dos mujeres rompió el silencio que se había instalado entre nosotros y disimulando pregunté a mi mujer por mi cerveza. Lara, desconocedora de lo ocurrido, me alargó un bote mientras se tumbaba a mi lado. Abriendo la birra, intenté apagar el fuego que  había prendido en mi interior.
Adela cumple su amenaza:
El resto del día transcurrió sin novedad. Si es que se puede decir eso cuando me pasé todo el tiempo, evitando el quedarme nuevamente solo con mi sobrina. Cada vez que veía que eso iba a ocurrir, salía despavorido de su presencia, sabiendo que esa brujita aprovecharía cualquier instante para continuar acosándome. Aunque sabía que tenía que dejar de huir y enfrentarme con ese engendro del demonio, no pude hacerlo porque temía no tener la suficiente entereza para evitar caer en su tela de araña.
Ya de vuelta a la casa rural, Lara e Inés se pusieron a preparar la cena por lo que decidí darme una vuelta con mi cuñado. José para eso era un facilón y no me costó convencerle de tomarnos unas copas. Agradeciendo la complicidad masculina, entramos al bar y sin esperar a que vinieran a pedirnos la comanda, llamé al camarero y pedí dos whiskies. Dos horas después y con un par de copas de más, volvimos con nuestras familias. Al llegar descubrimos que  tanto su mujer como la mía estaban enfadadas y que sin esperar a que llegáramos, se habían metido en la cama.
Por eso fue Adela la que nos dio de cenar. Quizás temiendo la autoridad paterna, se mostró comedida evitando reiniciar su ataque. Incluso tengo que reconocer que de algún modo dio pábulo a la sed de su viejo y comportándose como una hija cariñosa, rellenaba su vaso sin esperar a que hubiera terminado el vino. La realidad es que al poco rato, tanto José estaba borracho y por eso tuvo que ayudarme a subir a su padre por las escaleras. Al llegar a su habitación, Inés estaba tan dormida que ni siquiera se despertó cuando lo dejamos caer a su lado.
Cuando salimos, pensé que la cría iba a empezar con sus tonterías pero despidiéndose de mí en la puerta de su cuarto, me dijo “hasta luego”. Os juro que en ese momento no caí en que no fue un “hasta mañana” y creyéndome a salvó entré en mi cuarto. Al saludar a Lara, tampoco me contestó. Su actitud no me extrañó porque cuando mi mujer se enfadaba, una de sus costumbres era no hablarme y por eso sin más, me empecé a desnudar.
No llevaba ni cinco minutos en la cama, cuando escuché que se abría la puerta del baño. Asustado por la intromisión, me incorporé para descubrir a mi sobrina totalmente desnuda de pie en la habitación. Os juro que tardé en reaccionar porque me parecía inconcebible que esa cría tuviera la caradura de presentarse así en mi cuarto y más cuando a mi lado dormía su tía.
Molesto, le dije en voz baja qué hacía. La muchacha sin contestar, se acercó hasta el colchón y pidiéndome que le hiciera un lado, me soltó que venía a hacerme el amor. Os juro que la creí loca y ya bastante irritado le dije si no se daba cuenta que despertaría a mi esposa. Fue entonces cuando soltando una carcajada, me respondió diciendo:
-No creo que lo haga hasta mañana. Aprovechando que no estabais, he puesto un somnífero en la copa de ella y en la de mi madre.
-¿Qué has hecho qué?- respondí aterrorizado.
-Ya lo has oído- me respondió tranquilamente mientras su mano se posaba en mi entrepierna: -No quería que nadie nos molestara esta noche.
Sin llegarme a creer todavía que pudiera ser tan perversa, le pregunté por su viejo. Sonriendo me confesó que lo había emborrachado a propósito pero que no lo había sedado por si yo me negaba.
-¡No te entiendo!
Poniendo cara de niña buena, me contestó:
-Como no estaba segura de que quisieras acostarte conmigo, me he guardado una baza- y descojonada mientras acercaba su boca  a la mía, prosiguió diciendo: -O lo haces y nadie se entera, o empiezo a gritar y lo despierto. ¿No querrás que crea que me estás violando?
Os juro que me quedé helado al oír su chantaje y sin poder evitarlo, la muchacha posó sus labios en los míos mientras sin esperar mi respuesta se subía sobre mis piernas. Dándome por vencido, decidí cerrar los ojos y concentrarme en no sentir nada y que ella al ver mi falta de pasión, comprendiera la inutilidad de sus actos.
-Aunque lo intentes no vas a poder ponerme bruto- le solté creyendo que iba a cejar en su empeño.
Lo que no me esperaba es que poniendo voz dulce, se restregara contra mi cuerpo mientras me respondía:
-Por lo que siento aquí bajo: ¡Estás mintiendo!
Lo malo es que esa zorrita tenía toda la razón. Al sentir la suavidad de su trasero contra mi pene, este se irguió bajo mi pijama, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado,  humillado, intenté sepárame de ella mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido con su carcajada retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas.
Intentando otra estrategia, abrí los ojos y cogiendo sus pechos entre mis manos, los pellizqué diciendo:
-¡Tienes demasiado pecho para mi gusto!
Adela volvió a reírse y poniéndomelos en la boca, me preguntó que tenían de malo. Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su rosado pezón a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar la lengua y lamer esa maravilla pero tratando de mantener un resto de cordura, retiré cerré nuevamente los ojos deseando cesara esa tortura. Adela envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y no contenta con ello, al comprobar que mi pene  no era inmune a sus caricias, se empezó a restregar contra él. Esperando que no culminara el acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. Sin dar su brazo a torcer, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo.
-Eres un cerdo- me soltó y señalando a Lara que dormía a un lado del colchón, se rio diciendo: -Te da morbo tenerla ahí ¿Verdad Tío?
Su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por la lujuria, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. Mi sobrina aulló con placer al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, dijo:
-¡No que no te gustaban!
Obviando su recochineo, metí la aureola en mi boca mientras pellizcaba el otro con fuerza. Mi ruda caricia le hizo gritar mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír su calentura, me volví loco y cambiándola de posición, le separé las piernas y hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Sigue!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se iba a cumplir.
Para aquel entonces me importaba un carajo que fuera mi sobrina o que mi esposa estuviera dopada a escasos centímetros de nosotros. Necesitaba follarme a esa preciosidad y sin ser capaz de esperar más, cogí mi pene entre las manos y mientras apuntaba a su coño, susurré en su oído:
-¡Te voy a dar lo que has venido a buscar!
Mis palabras la hicieron sonreír y colaborando conmigo, colocó mi glande en la entrada de su vulva, gritando:
-¡A qué esperas!
Tuve que contenerme para no metérselo a lo bestia. Aunque la cría se merecía eso y más, decidí hacerlo lentamente. De forma que pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues hasta que, profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Adela al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Sin hacer caso de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva.
Mi sobrina, sintiéndose ansiosa de mis caricias, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo. El deseo acumulado en su joven cuerpo rompió su entereza y berreando como una cierva en celo, se corrió sonoramente, para acto seguido, desplomarse sobre las sábanas.
Fue al verla morder con fuerza la almohada cuando decidí que aunque me lo hubiera dicho solo con el ánimo de molestar, esa cría iba a amanecer al día siguiente sin poderse ni sentar y por eso, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda.
-¡Qué vas a hacer1- preguntó al comprender mis intenciones.
Ni siquiera la contesté y separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido.
-¡Ten cuidado!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la cría temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose los labios. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado no fuera a despertar al resto de la casa y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase.
-Dime cuando estés lista- le pedí
Adela moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Me encanta!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Mi querida y zorra sobrina se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, coloqué mi glande en su ojete: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con él. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Adela con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no caer.
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior. Mi sobrina ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa putita, temblando de lujuria mientras mi mujer dormía tranquilamente a un lado. 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su precioso culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo síntoma de su orgasmo. Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su intestino mientras la chavala no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todo mi cuerpo compartió su gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Adela, la cual me recibió con los brazos abiertos y en esa posición, intentó quedarse dormida.
Satisfecho, la dejé descansar pero sabiendo que no podía quedarse en mi cama, la cogí entre mis brazos y la llevé a su habitación. Ya salía hacía la mía cuando la escuché decir:
-Gracias, tío. ¡Ha sido mejor de lo que me imaginaba!- y soltando una carcajada, me informó: -¡Mañana quiero más!

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SINOPSIS:

Durante una expedición arqueológica a lo más profundo de la selva en el sureste mexicano, José Valcárcel, un estudioso de la cultura maya, descubre una estatua de KuKulKan y para su sorpresa, esa deidad le nombra su elegido y le exige su compromiso para que esa civilización florezca con todo su esplendor. Al aceptar, caen bajo su poder todas las miembros del equipo mientras el pueblo Lacandón le nombra su rey,
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1
Introducción

Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar una antigua profesora de arqueología nos trae desnuda a mi esposa y a mí el desayuno hasta la cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado.
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José Valcárcel y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva en el sureste mexicano. Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Yalit Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir; vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Yalit en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca, mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar, ya que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.
Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión y lo pasó realmente mal.
Queriendo ser concienzudo a la hora de narraros mi historia, me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio. En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa, que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces. Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.

Capítulo 1

Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Yalit ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
―Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayaks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayak varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
«¡Menudo par de tetas!», pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún más al llegar a la orilla porque sin importarle que estuviéramos presentes, ese esptáecculo de mujer se despojó de la camisa empapada para ponerse otra.
«¡Joder! ¡Qué buena está!», exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Yalit estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilómetro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener más que cuatro kayaks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada más entrar en la tienda, la morena me soltó:
―No sabes cómo me alegro de dormir contigo― mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: ―¿Te fijaste en cómo Yalit me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
―Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando el terreno:
―Yo también te miré así.
―Sí, pero tú eres hombre― contestó y recalcando sus palabras, me confesó: ― No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
―Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara respondió:
―Te vas a hartar porque duermo en tanga― tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: ―Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
―Eres mala― siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: ―¿cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
―¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
―¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
―¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
―¡Me encanta cabrón!― gimió sin dejar de mirarme― ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
―Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
―Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
―Te voy a dejar seco esta noche― tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
―Dios, ¡qué gusto!― exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
―Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
A la mañana siguiente, nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Yalit y Luis se nos habían adelantado y habiendo desayunado, nos azuzaban a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
―Joder, ¿qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?― contestó con sorna ―¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
«¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado», pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
―Menudos cabrones― murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
―Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado― tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
―Gracias― respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
―Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
―Mira que eres bestia, no les llames así― recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
―El más alto de ellos, no me llega al hombro― y entornando los ojos, me soltó: ―De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
―A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Yalit no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
―Tienes razón― contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: ―Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar. El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Yalit la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
«Menos mal», me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
―Voy a darme un baño a la laguna, ¿te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
―Tienes un culo precioso― dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
―¿Qué esperas?― gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
―Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
―Muérdelos, ¡hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
―Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
―¡Me tienes ensartada!― gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
―¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
―¡Maldito!― gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
―¡Mas rápido! ¡Puta!― chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco. Aullando a voz en grito, me rogó que siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
―¡Dale duro a tu zorra!― me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna. Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
―¿Qué pasa?― le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
―¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones― tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
―Ha sido Luis― dije nada más verlas.
―Te equivocas― me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: ―¡Ha sido Yalit !
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
―Será zorra― indignada se quejó y clamando venganza, dijo: ―Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.

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“La obsesión de una jovencita por mí” LIBRO PARA DESCARGAR

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LA OBSESION 2Sinopsis:

Todo da comienzo cuando una admiradora de mis relatos me envía un email. Sin prever las consecuencias, entablo amistad con ella el mismo día que conocí a una mujer de mi edad. la primera de veinte años, la segunda de cuarenta. Con las dos empiezo una relación hasta que todo se complica. Relato de la obsesión de esa cría y de cómo va centrando su acoso sobre mí.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/s?_encoding=UTF8&field-author=Fernando%20Neira%20(GOLFO)&search-alias=digital-text

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:

Hola soy Claudia.

Tus relatos me han encantado.

Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.

Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya.

Estuve a punto de borrarlo. Su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras:

Si quieres ser mía, mándame una foto.

Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.

Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.

Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.

No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.

El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.

― Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?

La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.

Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.

No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla:

Amo:

Espero que no le moleste que le llame así.

Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.

Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.

En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.

Casi sin esperanzas, entré en su página, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.

Contra todo pronóstico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en cómo sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.

Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.

Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.

Soy virgen pero jamás encontrará usted, en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.

Sé que usted podría ser mi padre pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mí, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse».

La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la última ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.

Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.

La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.

Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.

Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.

― No te entiendo― escribí en el teclado de mi ordenador.

Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.

― Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú los instaláis, crearías una línea punto a punto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje.

― Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger.

― Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla.

Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.

La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.

Clarificando mis ideas al final escribí:

Claudia:

Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.

No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.

Tu amo

Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.

Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.

Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.

Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.

Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.

La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.

« ¿Me estará escribiendo a mí?», pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.

Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía:

― ¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que me desnude? ― contestó.

Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.

― ¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?― escribí.

― Amo, es que me excita el que usted me mire.

Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.

No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.

― Tu primer orgasmo conmigo― le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo. ― Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte.

― Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.

― Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo.

Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.

Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.

Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.

― Son preciosos, ¿verdad?― dijo sacándome de mi ensimismamiento, ― la pena es que crecen.

Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.

― Sí― respondí ― cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden.

Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.

Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:

― Fernando Gazteiz y ¿Tú?

― Gloria Fierro, encantada.

Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:

― ¿Me aceptas un café?

Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.

Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:

― Chanel número cinco.

La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:

― Fernando, eres una caja de sorpresas.

Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.

― Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?― me dijo al despedirse.

― Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…― me quedé callado al no saber cómo pedírselo.

― ¿Y?

― Que me des un beso.

Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpos, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.

― ¡Para!― dijo riendo ― deja algo para mañana.

Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:

― No me falles.

Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.

Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en cómo sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.

Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus pósters de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.

Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.

― Guapísima, con un cuerpo de locura― contesté.

― Cabrón, me estás tomando el pelo.

― Para nada― y picando su curiosidad le escribí,― No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam.

― No jodas.

― Es verdad, aunque todavía no he jodido.

― ¿Pero con gritos y todo?

― Me imagino, ¡por lo menos movía la boca al correrse!

― No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha! Si le das habilitas la comunicación oral.

Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:

― ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Es así como espías a tus alumnas?

Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga.

Al cabo de media hora la vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.

Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.

― ¿Por qué lloras?, princesa― oyó a través de los altavoces de su ordenador.

Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.

― ¿Es usted, amo?― preguntó al aire.

― Si y no me gusta que llores.

― Pensaba que estaba enfadado conmigo.

― Ya no― una sonrisa iluminó su cara al oírme, ― ¿Dónde has ido?

― Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde .

Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.

― ¿Te gusta oírme?― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

― Sí― hizo una pausa antes de continuar ― me excita.

Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Sus pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.

― Desabróchate los botones de tu camisa.

El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.

― Enséñamelos― dije.

Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas era el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.

― Ponte de pie.

No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.

― Desnúdate totalmente.

Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.

― Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella.

Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.

Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.

― Imagínate que estoy a tu lado y que son mis manos las que te acarician― ordené sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.

Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.

― Despacio― insistí ― comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final.

Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.

― Mi mano está bajando por tu estomago― le pedí mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo. ― Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo.

Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.

― Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti― ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.

La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imaginó que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.

― Dime lo que sientes― exigí.

― Amo― me respondió con la voz entrecortada,― ¡estoy mojada! ¡Casi no puedo hablar!… 

Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.

Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.

― Ahora, ¿qué te pasa?

― Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue― contestó con la voz quebrada.

Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:

― ¿Cuándo es tu cumpleaños?

― El martes― respondió ilusionada.

― Entonces ese día nos veremos, mañana te diré cómo y dónde.

Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…

Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo, el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.

 

Relato erótico: “La nena del 69” (POR ESTHELA)

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La nena del 69
 

Hola mi nombre es Esthela, soy una chica de 21 años que estudia la universidad. Soy delgada de piel clara, ojos cafés y tengo el cabello rizado de color café. No soy para nada despampanante, mido 156cm y no tengo muchas pompis; a pesar de ello tengo unos pechitos que si bien no son muy grandes son redondos y muy sexis.
Este año empezare otro semestre mas de mi carrera y necesito un lugar donde hospedarme. Originalmente no soy de esta ciudad, mi familia vive en otra y no puede acompañarme por lo que me toca vivir sola.
A una semana de empezar las clases encontré un departamento que a pesar de ser un poco caro, cuenta con muchas comodidades como: refrigerador, estufa, aire acondicionado, dos cuartos y dos camas. A pesar de que pienso vivir sola uno de los cuartos pienso convertirlo en un estudio para mis trabajos. El lugar es un edificio y el departamento que pienso rentar se encuentra en el quinto piso. Eso me agrada por que al ser el último piso nadie me molestara con ruidos en el techo.
Rápidamente hice el contrato con don Albino y le pague un adelanto con el dinero que había ahorrado de mi trabajo de verano. Al firmarlo me llevo al departamento que seria mi próximo hogar. Mientras subíamos las escaleras don Albino me pregunto que si que estudiaba y por qué una niña tan bonita vive sola. Sentí halagador su comentario y le comente mi situación y de mi familia. De pronto salió un tipo de uno de los departamentos y se nos quedo mirando mientras subíamos las escaleras. Cuando llegamos a donde él le pregunto a dos Albino
-Buenas tarde Albino, ¿Qué tenemos por aquí, nueva vecina?
-Que tal Martin. Si será nuestra nueva vecinita… Mientras lo decía pude notar una sonrisa en Martin y en don Albino pero no le tome importancia.
-Oh ya veo. Pues espero que te sientas como en casa nena. ¿En que cuarto estarás?
Como no sabia el número del cuarto me encogí de hombros, pero don Albino le contesto que mi depa seria el 69.
-Oh. Vaya número que te toco nena, así que serás la nena del 69. Mucho gusto, espero ser un buen vecino para ti. Me extendió la mano y me sonrió. Se la estreche y pude notar que era un poco rasposa.

 

Cuando por fin terminamos de hablar, subimos dos pisos más y llegamos a mi departamento. Tenía todo lo que el cartel decía, además, era amplio para ser un simple departamento, los cuartos no eran muy grandes pero igual se veían cómodos y el baño tenía una tina, así que cuando estuviera muy estresada ya sabía como me relajaría.
Cuando vimos completamente el depa, don Albino me comento que el cuarto del lavado estaba en el sótano del edificio y el tendedero en la azotea, me entrego las llaves y me dijo que disfrutara de mi estancia en el departamento, le di las gracias y cuando estaba apunto de irse, note que me hecho una mirada discreta pero muy completa sobre mí. Cuando por fin se fue, eche una ultima mirada, cerré la puerta y regrese a mi ciudad por todo lo que traería.
Faltando un día para empezar el semestre, volví a mi nuevo departamento, pero esta vez con toda mi ropa y algunas cosas para decorar. Un amigo de la carrera me ayudo a traerme la televisión, una mesa y todo lo que pudiera ser indispensable para poder vivir cómodamente. Al cabo de 4 horas había limpiado y acomodado todo. El departamento se veía hermoso y muy juvenil, justo como me lo había imaginado. Tome un baño en la tina y me metí a la cama para dormir cómodamente.
El resto de la semana fue agobiante, batallaba con el camión en las mañanas y a veces no llegaba a tiempo a la primera clase. Los maestros nos presionaron demasiado a pesar de ser la primera semana y casi siempre llegaba ya a oscuras a mi casa. No les miento, llegaba súper cansada y tener que subir las escaleras se me hacia un martirio.
El viernes por ejemplo de lo cansada que andaba solo alcance a llegar al segundo piso y me quede ahí sentada un buen rato. Cuando estaba a punto de pararme escuche que alguien subía las escaleras. Ni siquiera me pude parar cuando Martin había llegado hasta donde me encontraba.
-Pero mira nada mas que tenemos aquí. Si es la nena del 69. ¿Qué haces sentada en la oscuridad? –me dijo bromeando
-Hola vecino. Estoy descansando, no pude subir mas escalones, ando muy cansada. –le conteste
-Menos mal que eh pasado justo a tiempo para ayudarte pequeña. Si quieres puedo llevarte cargando.
-no se moleste, yo creo que ya puedo subirlos, pero cuando me disponía a subir uno de los escalones, mi pierna derecha se puso débil y caí de pompis en el escalón.
-ya vez preciosa, mejor te llevo.
-no en serio no se moleste… pero antes de que terminara de decir mi frase, Martin me tomo de las piernas y de la espalda y me llevo hasta el quinto piso. La verdad me daba mucha pena, nunca antes me habían cargado así.
Cuando llegamos, Martin me bajo lentamente y mientras lo hacia sentí como una de sus manos se deslizo hasta mis pompis. Rápidamente sentí un escalofrió y di un pequeño salto, pero trate de disimular como si se debiera a otra cosa. Nos despedimos y rápidamente me metí a mi departamento.
Ya adentro tire mi bolso donde guardo mis cuadernos en el sillón. Lentamente me fui quitando los zapatos, el pantalón y la blusa desde la puerta hasta mi cama, quedando únicamente en ropa interior. Me tire en la cama y rápidamente me quede dormida.
Cuando desperté aun era de noche, mire el reloj que tengo al lado de la cama y este marcaba las 12 de la noche. Trate de volver a mi sueño, pero el calor me espanto el sueño, pensé que seria buena idea darme un baño para refrescarme e intentar dormir después. Tome mi bata y fui al baño, abrí la llave de la regadera, el chorro de agua era frio y salía con presión. Me quite la bata y mi ropa interior de color negro para introducirme debajo del chorro de agua.

 

El agua estaba exquisita, deje que el agua me mojara toda y que mi pelo se remojara por completo. Me quede unos momentos disfrutando del chorro de agua y después comencé a enjabonarme los brazos, mis pechitos, mi pancita, mi sexo, mi cabello rizado, en fin, todo mi cuerpo.
Abrí de nuevo la llave del agua y esta comenzó a tumbar todo el jabón de mi cuerpo. De repente unos chorros de agua golpearon exactamente mis pezones, instantáneamente sentí un escalofrió en todo mi cuerpo. Rápidamente me quite del chorro de agua y puse mis manos en mis pechos. Instantáneamente pude sentir como mis pezones se ponían duritos.
Me quede quieta un momento en la bañera y me quede pensando que nunca había sentido algo así. Aun a mis 22 años sigo siendo virgen. Nunca eh tenido la necesidad de tener relaciones, ni mucho menos me eh llegado a masturbar. Las únicas sensaciones que eh experimentado es cuando las sabanas rosan mis pezones o cuando a veces roso mi sexo con la toalla o mis dedos. Siempre eh tenido el temor de salir embarazada o contraer una enfermedad por causa del sexo.
Después de un buen rato dentro de la bañera, salí de ella y comencé a secarme con la toalla. Seque un poco mi cabello y mis risos habían desaparecido. Siempre pasa lo mismo después de bañarme, pero ya después se forman solitos. Me puse mi bata de baño y comencé a lavarme la boca para dormir bien a gusto.
De pronto escuche un fuerte golpe proveniente de la puerta de mi casa y en un instante, las luces se apagaron. Todo eso me tomo por sorpresa, pero después pensé que quizás un transformador de la luz exploto y por eso se fue la luz. No le tome mucha importancia, me enjuague la boca y Salí del baño. Cuando Sali al pasillo, se veían las luces de la calle prendidas y cuando empecé a sospechar, sentí que alguien me observaba desde la oscuridad, cuando estaba apunto de meterme a mi cuarto sentí que algo me rodeo la cintura y de pronto me pusieron algo en la cara. Inmediatamente me sentí muy débil y la vista se me oscureció.
Cuando abrí los ojos, me dolía la cabeza, -como si tuviera una resaca de fin de semana- todo estaba oscuro aun, solo un poco de luz de la calle entraba por las cortinas de la ventana. Poco a poco me fui recuperando, estaba acostada en lo que parecía mi cama, pero no recordaba como había llegado a ella. Tenía mis brazos estirados para atrás, cuando quise acomodarlos algo me lo impedía. La desesperación comenzó a apoderarse de mí cuando de pronto escuche que algo se movía.
-Por fin despiertas bombón. Empezaba a creer que quizás me había excedido.
-¿Quien anda ahí? ¿Que esta pasando?
-Oh no te preocupes nena. Pronto sabrás que esta pasando.
De pronto escuche rechinar una silla y pude notar que una sombra oscura se acercaba hacia mi.
-No te acerques. Aléjate de mí. Auxiliooooo… -comencé a gritar.
-jajajajajaja no te molestes en gritar, ya es muy noche y nadie te va a escuchar preciosa.
Se puso a un lado de mí y de inmediato sentí como su mano entraba y se deslizaba por la abertura de mi bata. Comenzó a tocar uno de mis pechos y a masajearlos lentamente.
-OHH… no llevas ropa interior… -me dijo- pero yo no le conteste. Apenas había salido del baño y no tuve tiempo para ponérmela.
De pronto dejo de toca mi pechito y comenzó a frotar mis pezones con la yema de sus dedos. Sentí un leve escalofrió como el de la bañera y comencé a temblar un poco.
Después de ponerme duritos los pezones comenzó a apretarme uno de mis senos. Cuando lo hizo sentí un ligero espasmo en todo mi pecho, como si algún musculo se me contrajera repentinamente.
-NNH… AHH… deje salir unos leves sonidos de mi boca. Estaba sudando y no sabía porque.
Al parecer noto mis ligeros espasmos y temblores. Porque comenzó a frotar mis pezones haciendo círculos con su dedo y después me apretaba otra vez. Mientras lo hacia con su otra mano comenzó a frotar con su dedo mi muslo derecho. Las contracciones de mis músculos cada vez eran mayores. Repentinamente comenzó a deslizar su mano por debajo de mi bata, hasta llegar a mi sexo.
-tampoco traes bragas. Eres una exhibicionista…
Solo… ignóralo… me dije a mi misma.-
-Ummm que rico… no ahí rastro de ningún bellito en tu conchita… eres toda una putita…
Saco su mano de mi conchita para después abrir un poco la abertura de abajo mi bata, saco mis pechitos que se encontraban cubiertos por mí bata y los dejo al aire. Después de haber hecho todo eso coloco su mano en mi pelvis y con su dedo comenzó a presionar mi vulva y con su otra mano mis pechos.
-NN… FU… su dedo comenzó a deslizarse por toda mi conchita y rápidamente comencé a temblar. Al darse cuenta, acerco su rostro al mio, quiso darme un beso pero voltie la cara y lo que hizo fue lamer mi oreja. Me sentía tan asustada y tan débil que no sabia que pensar.
Su dedo cada vez se movía mas rápido… y de la sensación me tome de uno de los tubos del respaldo -woow nena, que rápido te mojas- me dijo con tono de burla. Eres increíble. Para ser tan bajita tienes unos senos deliciosos, ni grandes ni pequeños y redonditos. Cuando los vi por primera vez se me antojaron. De pronto me empezó a apretar mis pezones con sus dedos. –NHH… KH… HAH…- solamente me limitaba a decir. No quería contestarle, no se lo merecía. Pero la sensación que experimentaba me ocasionaba hacer esos sonidos.
-NN… HAAH!!- inmediatamente sentí como su dedo me penetro y mientras lo movía dentro de mi conchita, comenzó a besarme y chuparme mis pechitos.
Los espasmos comenzaron a llegar uno tras otro, comencé a temblar un poco más y las contracciones de mis músculos las sentía en mis piernas y brazos. Cerré por un momento mis ojos y me mordí el labio inferior para evitar escapar un gemido. Era una sensación increíble, nunca la había sentido. A pesar de que yo no quería sentir todas estas sensaciones, mi cuerpo me traicionaba y se entregaba a ellas.
Lentamente empezó a meter y sacar su dedo de mi conchita, sentí como que algo salía de mi cintura y recorría la parte de en medio de mi espalda hasta la cabeza. La piel se me puso chinita e inesperadamente deje salir el gemido más rico del mundo. El extraño gozo de mi gemido por que comenzó a chuparme los pechos demasiado rápido ocasionando que el placer aumentara.
Estaba perdida en ese mar de sensaciones nuevas y deliciosas. A pesar de que sabia que no era la forma en que hubiera querido estaba poco a poco entregándome a sus perversiones.
-Que rica eres perra, estas bien sabrosa, tus tetas saben exquisitas, tus pezones son fabulosos… mmm… ahh… -comenzó a morderme los pezones- ya están duritos putita… ya estas bien caliente… desde el día en que te vi con albino… te empecé… a desear…
Cuando escuche eso, se me vino a la mente mi vecino, ¡MARTIN! Entre la mescla de placer y lo que escuche no podía pensar con claridad, no podía creer que mi vecino, ese viejo cuarentón, me estuviera haciendo todas esas cosas.
-Martin, déjeme por favor, no me haga esto… se lo suplico… le dije. De pronto dejo de chuparme las tetas y de penetrarme con su dedo.
-Así que me escuchaste, Esthela… bien… así por lo menos sabrás quien fue el primero en cogerte de todos.
-espere ¿Qué dijo? Le pregunte incrédula a lo que mis oídos escucharon.
Se quito de encima de mí y con sus manos me tomo de las rodillas. –Ahora llego el momento de que me hagas cosa perrita. Dicho eso me abrió las piernas y haciendo un último esfuerzo por mantener mi dignidad intacta, trate de patearlo. Mis esfuerzos fueron en vano, me sujeto muy bien de las piernas e inmediatamente sentí algo caliente en mi conchita. Me quede paralizada, fue cuando entendí que estaba a punto de penetrarme con su verga.
Cerré mis ojos tratando de pensar en algo agradable cuando de pronto sentí como entraba su verga lentamente en mí.
-Kuh… fue lo que pronuncie en ese momento. En mi mente pensaba en lo que algunas amigas me habían contado de su primera vez, me dijeron que dolía mucho y yo estaba asustada por que me fuera a doler bastante.
Después de un bufido de Martin sentí como me envistió tratando de meter más su verga en mí. –GH UH… deje escapar de mi boca. Rápidamente comencé a temblar y la cama comenzó a crujir.
-así que no eres virgen pequeña Esthela… creí que batallaría para meterte todo mi paquete, pero entro fácil. Creo que fue por lo mojada que estas. No lo podía creer, según yo soy virgen, nunca había tenido relaciones, no sabia como entender eso que me decía. De pronto sentí que empezó a embestirme lentamente y comencé a sentir las mismas sensaciones de cuando me metía y sacaba su dedo pero mucho más fuertes.
-Que rico se siente mi amigo dentro de ti pequeña, esta contento de poder visitarte… escuchaba que Martin me decía, pero yo estaba como en trance, con la mirada perdida. Cuando me penetro me quede muy quieta, como si fuera solo una muñeca.
Poco a poco fui sintiendo más y mas esa sensación de excitación en todo mi cuerpo, mi respiración era rápida, mi cuerpo temblaba un poco más y tenia ganas de gemir para poder dejar salir todas esas sensaciones, pero no quería darle ese gusto. Sin embargo, Martin me tomo de los pezones y comenzó a pellizcármelos, no pude aguantar más y le regale un mejor gemido que el de hace poco.

-HAH!… AHN
-eso putita, gime, gime para mi, me excita escuchar tus gemidos me decía él..
– AHHHH…NH HN!! 
De pronto Martin saco su “amiguito” de mí y se incorporo muy rápido.
-Ni modo pequeña, tu tienes la culpa. Te la meteré sin condón.
QUEEE!!! No creía lo que me decía, no sabia que estaba usando protección, pero ahora que sé que no lo utilizara me empiezo a preocupar en serio. En ese instante siento que me pone algo pegajoso y caliente en la cara.
-Mira mi pene bombón, esta lleno de semen, esta a punto de explotar. Imagina lo bien que se sentirá al metértelo.
A pesar de que estábamos a oscuras pude ver por la luz que entraba de la calle el tamaño de si pene. –W..WOW pensé. Y un olor nauseabundo comenzó a llenar el cuarto.
-Que pasa con este sucio olor… me siento… excitada… pensé –no lo quiero… no lo quiero decía en mis pensamientos.
-Se nota que ya no aguantas más preciosa. Martin trato de abrirme las piernas, pero esta vez estaba decidida a no abrirlas. Sin embargo, Martin fue mas listo y empujo mis piernas hacia enfrente dejando mi conchita expuesta. Cuando sentí la punta de su “amiguito” en mi conchita fue suficiente para enviar mis escalofríos directo al éxtasis a través de mí.
Pensé –es solo un poco mas de lo anterior, puedes soportarlo. Pero lo que me dijo después me dejo sin esperanza alguna.
-Me correré primero, y lo hare dentro de ti. Pero no te creas que ahí terminara todo, si puedo seguir, seguiremos hasta que YO no pueda más.
-NOO!!… le suplique, pero no me hacia caso, empezó a embestirme mas fuerte que antes y pronto comencé a excitarme.
En mi mente decía. –Esto no es posible!! En este punto, no hay manera de que yo pueda resistir más esto…
De pronto un gran espasmo recorrió todo mi cuerpo y Martin lo noto muy bien.
-Así que aquí es!! Grito con aire de victoria Martin. Este es tu “lugar favorito” Esthelita. Por eso no podías correrte a gusto hace unos momentos. Mientras yo solo gemía y gemía. Sentía que su pene aplastaba algo dentro de mi conchita y hacia que por todo mi cuerpo sintiera un sinfín de escalofríos.
-NOO AHH… NH AH AH solo se escuchaba de parte mía. –pero esta vez, voy a concentrarme en este lugar. Y dicho eso comenzó a embestirme de forma que sintiera toda la fuerza en ese punto que el descubrió en mí.
-HAH HAHN HAH AH AH… Sentía como si me estuvieran abriendo todo mi cuerpo. Imagine que así se a de sentir tener un bebe. De pronto sentí que con su mano tomo uno de mis pechos. Rápidamente comenzó a pellizcar mis pezones y con su boca comenzó a chuparme el pezón de mi otro pecho.
-FWAAAH AHN… Mi mente se quedo en blanco al sentir mis tetas siendo aspiradas con tanta fuerza por Martin.
Y después de todo… me pierdo en el placer y me dejo llevar… escucho a Martin decir –Voy a abrir todo tu útero y voy… a correrme dentro. Pero yo estaba perdida, perdida en el placer y en mis pensamientos. Muy en el fondo de mi mente pienso –No tengo ni el menor interés en él… tampoco quiero terminar adicta al sexo… pero en este momento… solo en este momento… yo…
Pero antes de terminar lo que pensaba comencé a sentir que mi cuerpo comenzaba a vibrar y sentía que los escalofríos salían de mi conchita a cada parte de mi cuerpo y sin saberlo comencé a gemir muy rápido.
– Me corro!  Me corro!  Me corro!  Me corro! comenzó a gritar Martin.
En ese preciso instante comencé a sentir que algo caliente llenaba mi conchita. Escuchaba los gemidos de Martin en mi oreja y sentía como más y más me llenaba de semen. –Ha!!… esto… se siente… tan rico… decía Martin.
Cuando por fin se recupero de su corrida, Martin saco su pene dentro de mí y rápidamente el semen comenzó a brotar de mi vagina. –Vaya, se esta desbordando muy pronto… dijo Martin –Pero maldición, jamás me había corrido tanto de una vez, sentí que me corría el alma. De pronto sentí que puso sus dedos en mi conchita y la abría para examinarla. –Mm… esta es una buena carga. Seria bueno que quedaras embarazada con esto. Y cuando termino de decir eso, cerré mis ojos y me quede profundamente dormida.

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 2” (POR GOLFO Y ELENA)

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UNA EMBARAZADA2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 3

sin-tituloMi apartamento lejos de resultarme un remanso de paz donde olvidarme de lo que había sucedido, sus paredes me parecieron parte del problema. Nada más llegar, me quité la corbata y salí a tomarme unas copas que me sirvieran como anestesia para que el alcohol ocultara mi sonrojo.
Cómo perro apaleado, me dirigí al bar de siempre. La familiaridad del barman incrementó mi turbación al preguntarme porque llegaba tan acalorado. Incapaz de reconocer hasta donde había llegado mi degradación, me bebí mi copa de un trago y hui de ese lugar.
Sin rumbo fijo recorrí las calles de Madrid hasta que involuntariamente me vi a las puertas de una casa de putas a la que solía acudir con mis amigos. Sobreexcitado debido a la escena de la que había sido testigo, entré en ese lupanar con la esperanza que un polvo me hiciera olvidar lo ocurrido.
Como en otras ocasiones tras los saludos de rigor, la madame me preguntó qué era lo que estaba buscando. Todavía hoy sé que fue instintivo y hasta yo me sorprendí al escuchar mi respuesta:
―Una pelirroja tetona.
Me quedé helado al percatarme de lo que había dicho. Aunque la vergüenza que sentía me impelía a salir por patas, no lo hice y temblando como novicio en esas lides, esperé que desde el interior del putero saliera la puta con la que quería sustituir a la mujer que me tenía obsesionado. Dos whiskies mas tarde apareció por la puerta una preciosa joven, la cual a pesar de su belleza, desde el momento que la vi comprendí que nunca podría sustituir a Elena.
«Es una cría», sentencié molesto porque la que quería olvidar era una hembra hecha, una mujer madura con experiencia.
La fulana debió de advertir mi disgusto porque temiendo que diera por terminada la velada aun antes de empezar, me preguntó si no le gustaba. Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
―Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Mis palabras azuzaron a la mujer que no queriendo perder a su cliente me empezó a besar. Sus besos matizaron mis suspicacias y con ella entre los brazos, traspasé la puerta que daba acceso a los cuarto. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme una mamada pero como mis intenciones eran otras, me separé de ella y desde la cama, la ordené:
―Desnúdate.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Aunque en un principio esa chavala no me decía nada, casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo porque la fortuna me había sonreído y sus pechos se asemejaban en gran medida a los de la mujer que me había llevado allí. Era preciosa, la durísima vida de alterne todavía no había conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Actuando como una experta en su oficio, esa pelirroja suspiró como si realmente sintiera deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
―Tócate para mí― exigí mientras me quitaba la camisa.
La zorrita no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de saber que, aunque fuera solo durante una hora, era el dueño de los destinos de esa monada, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la supuesta lujuria de la mujer.
Ella, obedeciendo mis órdenes, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje. Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer dio un paso más en su actuación y chillando hizo como que se corría.
Lo cierto es que me dio igual saber que todo era fingido y más excitado de lo normal, me uní a ella en la cama. La putita creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola de mí, le dije:
―Me apetece otra cosa.
La mirada curiosa de la muchacha me confirmó que tras esa máscara de niña inexperta, se escondía una profesional que le daba igual lo que le hiciera siempre que le pagara pero obviando sus motivos, decidí fantasear yo con que esa mujer realmente me deseaba.
―Estás preciosa.
Mi piropo la confundió al no esperárselo y por eso no puso ningún inconveniente cuando mi boca buscó sus labios mientras con mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron a pesar que era consciente que la excitación de la muchacha brillaba por su ausencia y que por mucho que hiciera iba a ser imposible que en su interior se calentara.
―Necesito ser suya― suspiró con la respiración entrecortada.
A pesar de su hipocresía, la belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó su confianza y sabiendo que ya era casi un hecho que me la iba a tirar, me rogó que fuera bueno con ella. Su papel de niña indefensa me satisfizo y empecé a acariciar su cuerpo con dulzura. Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que creí haber conseguido derretirla.
La puta se merecía un óscar o realmente estaba excitada porque tiritando de placer, parecía sumida en la pasión justamente cuando con un grito me imploró que la tomara. Creyéndome a medias sus chillidos, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. La pelirroja creyó que había llegado el momento de cumplir pero en vez de penetrarla, acaricié los duros cachetes que formaban su culo e incrementé su turbación a base de suaves besos.
Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero pero en vez de gemir presa del deseo, me informó que el sexo anal costaba el doble. Cabreado decidí dejarme de prolegómenos y forzando su ojete, hundí mi pene en su interior.
La zorra gritó al sentir la violencia de mi asalto y temiendo sufrir un desgarro me rogo con lágrimas en los ojos que la dejara acostumbrarse a tenerlo dentro. Por mi parte, no estaba dispuesto a esperar y sin darle tiempo a relajarse comencé a mover con rapidez mis caderas.
―¡Madre mía!― sollozó de dolor al experimentar en sus carnes mi furia. Si hasta entonces se había comportado como una profesional, todo cambio y llorando como una magdalena, me rogó que aminorara el ritmo.
Obviando sus deseos, incluso incrementé el vaivén con el que la estaba sodomizando al tiempo que castigaba con duros azotes las nalgas de la pobre mujer. Nada me podía parar y ya lanzado, apuñalé su interior con mi estoque una y otra vez. La zorra al verse zarandeada de esa manera, se olvidó que yo era un cliente y sintiendo que su cuerpo colapsaba, disfrutó de cada uno de los asaltos de mi pene dándose el lujo de pedirme que no parara.
Dominado por mi faceta dominante, lo que terminó de excitarme fue ver a esa fulana pellizcando sus pezones y sin dejar de machacar su culo, le pregunté:
―¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, puta?
―Mientras pagues me encanta ser toda suya― respondió todavía en plan altanera.
Su mercantilismo bajo mi excitación y deseando culminar para que no se fuera de vacío, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta límites insospechados.
―¡Eres un bestia pero me gusta!― berreó sin importarla que la estuviera usando sin contemplaciones.
La exclamación de la que consideraba mi propiedad provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza el ojete de esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, me soltó:
―Córrete de una puta vez, mamón.
Curiosamente ese insulto fue el empujón que mi cuerpo necesitaba y agarrándome a sus hombros, regué con mi semen su interior mientras en mi mente era a Elena a la que estaba inseminando.
La puta ni siquiera esperó que descansara y saliendo de la cama, me exigió de malos modos que la pagara. Mientras lo hacía, en plan cabrón le pregunté si le había gustado el tratamiento.
Por vez primera se comportó como un ser humano y sonriendo, me reconoció que sí pero que la próxima vez, la avisara antes para tener su esfínter ya relajado….

Capítulo 4

La visita al putero lejos de calmar la desazón que me producía esa mujer la incrementó y como si fuera una venganza del destino, me pase toda la puñetera noche dando vueltas incapaz de dormir. El recuerdo de la pelirroja dando rienda a su lujuria y el brilló de sus ojos mientras el chaval se la follaba me tenía obsesionado.
«Mierda», maldije al levantar más cansado que al acostarme.
Las manchas de humedad en mis sábanas eran un recordatorio de la excitación que durante todas esas horas había nublado mi mente. Sabía que era un pelele en manos de esa zorra. Aun así después del desayuno y contrariando mi decisión de no acudir al gimnasio, resolví que nada perdía si me acercaba a ver que era con lo que la tal Elena me iba a recibir.
«Quizás desea un polvo», pensé ilusionado.
Por ello zanjando el tema, preparé una mochila con ropa de deporte y salí rumbo a la oficina. Mi sentimiento de humillación por ser incapaz de olvidarla se fue incrementando con el paso de las horas pero se volvió insoportable al recibir sobre las dos de la tarde, la visita del portero.
Como apenas había cruzado unas palabras con ese sujeto, me extrañó que viniera a verme y por ello le recibí con las debidas suspicacias. A pesar de ello, os juro que nunca pensé que me dijera:
―Doña Elena me ha pedido que le informe que bajará sobre y media.
La sensación que iba a ser vox populi mi atracción por esa mujer me hundió en la miseria pero aun así contesté que, allí, la vería.
«Estoy gilipollas», mentalmente mascullé cabreado conmigo mismo mientras el empleado de la finca desaparecía rumbo a su portería.
Una hora más tarde y actuando como un autómata, bajé al vestuario anejo al gim. La ausencia de otros usuarios me tranquilizó. Ya vestido de corto, entré al local y me puse a pedalear sobre una bicicleta estática mientras miraba la puerta con la esperanza y el miedo de verla entrar. Esa dicotomía en la que me había sumergido se rompió en cuanto la escuché caminar por el pasillo.
El taconeo característico que producía con cada paso me alertó de su llegada justo en el momento que dos ejecutivos hacían su aparición en la sala. No tuve que esforzarme para comprender que venían charlando de ella al escuchar que uno de ellos decía:
―¡Qué buena está la zorra!
Y es que obviando mi presencia, ese par se recrearon a gusto hablando de las enormes ubres con las que la naturaleza había dotado a esa pelirroja. Ninguna parte de su cuerpo quedó libre de su escrutinio porque una vez habían acabado con su delantera, fijaron su atención en las gloriosas nalgas de las que era dueña.
―¡Y cómo las mueve!― observó descojonado el más apocado de ellos.
Ese comentario me hizo rememorar el sensual meneo que me había impresionado la primera ocasión en que me topé con ella.
«Son impresionantes», ratifiqué mentalmente cuando como una diva, Elena entró en la sala.
Enfundada en unas mallas que no dejaba lugar a la imaginación y con un coqueto top blanco con tirantes, sonrió a los presentes para acto seguido comenzar a estirar mientras los tres presentes seguía atentos cada uno de sus movimientos. Nuevamente fui consciente de su belleza. A pesar de sus treinta y tantos, ese monumento de cuerpo atlético todo lo que uno puede desear de una mujer.
Guapa hasta decir basta, sus pechos de ensueño cautivaron mi atención y deseé hundir la cara en su canalillo. Al mirar a los otros dos tipos, comprendí que estaban tan embelesados como yo y que no perdían ojo
“¡Quién se la follara!”, exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que voluntariamente exhibía con descaro a nosotros tres. Para describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de exuberante y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, los leggins que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese zorron era lo mejor que había visto. Parecía sacada de un concurso de fitness erótico. Sabedora del atractivo que producía a su paso, se movía cual pantera incrementando el morbo de todos los que la observaban.
«Esta mujer es un peligro», medité ya que al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla.
Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, el putón que había visto follar en el vagón se puso a correr sobre la banda y al hacerlo sus pechos se balancearon en un movimiento casi hipnótico que estuvo a punto de producirme un desgarro de cuello.
Su modo de correr era tranquilo pero eso no me decepcionó porque todo en esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de decir nada, seguí mirándola durante diez minutos, manteniendo por mi parte un pedaleo constante.
«Como me gustaría calzármela», certifiqué molesto al llegar a mis papilas el dulce aroma que desprendía.
No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
«¿Qué se propone?» pensé al verla coger una botella de agua y sonreírme con una especie de reto en su gesto.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y escondiéndome de su mirada, la seguí con los ojos mientras se acercaba a la pareja. Reconozco que para entonces, la curiosidad había hecho mella en mí por lo que sin ya disimular observé que se paraba frente a ellos y llevaba la botella a sus labios.
«No me lo puedo creer», mascullé interiormente cuando observé que en vez de beber, esa zorra lo que estaba haciendo era dejar mojar el top blanco.
Si yo estaba alucinado, más lo estaban los sujetos que ajenos a lo puta que podía llegar a ser esa mujer, admiraban embobados como la tela empapada comenzaba a transparentarse dejándoles disfrutar del rosado de sus areolas. Siendo ya el centro de las miradas, esa exhibicionista dio un paso más allá al quejarse de la temperatura que hacía mientras con descaro se acariciaba los pechos.
El impudor con el que esa pelirroja les estaba provocando azuzó a uno de los tipos a decir:
―Si tienes tanto calor, por nosotros no hay problema si te quitas la ropa.
Su respuesta me terminó de descolocar y es que soltando una carcajada, esa guarra dejó caer uno de sus tirantes mientras decía:
―Gracias por vuestra comprensión. No sé qué me ocurre pero estoy súper acalorada.
No contenta con quitarse el top con un sensual striptease, al dejarlo caer cogió sus enormes tetas entre las manos y como si fuera un trofeo, las mostró a la concurrencia.
«Lleva un piercing», murmuré al fijarme que su pezón derecho lucía un aro curvado que me hizo la boca agua.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando vi como el más joven de los dos se acercaba a Elena y atrayéndola hacia él, la empezaba a besar mientras con las manos se apoderaba de su culo.
―Me encanta― rugió la pelirroja al sentir que bajando por su cuello, el tipo se apoderaba de uno de sus botones y se lo empezaba a morder.
Os imaginareis mi estupefacción cuando el segundo se unió al banquete sin importarle mi presencia y mientras sus dos tetorras estaban siendo objeto de manoseos, la pelirroja me retaba con la mirada. Creyendo que me invitaba tambien a mí, me bajé de la bicicleta con intención de disfrutar de ella pero entonces esa puta me dejó claro que no lo deseaba al decir en voz alta:
―Me pone cachonda que alguien mire mientras me follan.
Por sus palabras había vetado mi participación pero no así mi presencia y sentándome en un banco a un metro escaso de los tres observé como le bajaban las mallas mientras esa guarra no paraba de gemir. No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado allí, en cuanto os narre como la escena se fue calentando y es que mientras esos dos la desnudaban ella se agachó frente al menos osado y sin esperar su permiso, sacó el miembro erecto que escondía bajo el short.
«¡No me lo puede creer!», dije para mí al admirar la maestría con la que esa zorra lamía la extensión del ejecutivo mientras su compañera se hacía fuerte mordiéndole las nalgas.
Lo morboso de la escena, me dominó y solo la vergüenza que luego esos dos comentaran lo sucedido evitó que sacara mi propio miembro y me empezara a masturbar.
«¡Puta madre!», exclamé mentalmente cuando la pelirroja permitió con una sonrisa que el que tenía a su espalda la pusiera a cuatro patas y comenzara a jugar con su pene en su trasero, «¡la va a dar por culo!
Tal y como preví, el hombre uso su estoque para forzar el ojete y de un solo empujón se lo clavó hasta el fondo al tiempo que el otro agarraba la cabeza de la mujer y su falo hasta el fondo de su garganta. Los berridos de satisfacción con los que recibió tal tratamiento incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene.
La pasión con la que esa pareja satisfacía su lujuria con Elena impulsó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por todo el edificio a berrear de placer mientras desde mi asiento, yo seguía dudando si sacar mi pene de su encierro.
―Pajéate para que yo lo vea― dijo la pelirroja con sus ojos fijos en mi entrepierna.
Estuve a un tris de hacerla caso pero la mirada de odio que me lanzó uno de los tipos, me sacó de las casillas y olvidando esa actitud sumisa, decidí pasar a la acción diciendo:
―A esta puta le gusta que la azoten.
Mis palabras no cayeron en saco roto y el mismo que me había taladrado con la mirada, agradeció la información y alzando su mano, soltó un sonoro azote sobre uno de los glúteos de la pelirroja. La reacción de Elena, aun siendo previsible, me sorprendió porque soltando un aullido aceleró la velocidad de sus caderas, al tiempo que profundizaba en la mamada que le daba al otro.
―Rómpele el culo sin miramientos― exhorté en plan hijo de puta.
El sonido de las manazas del ejecutivo cayendo sobre el culo de la mujer resonaron en el gimnasio siguiendo el ritmo con el que la sodomizaba. La pelirroja que hasta entonces había llevado la iniciativa se convirtió en una marioneta de sus amantes, los cuales descanso disfrutaron de su boca y de su culo hasta que uno descargó su simiente dentro de la garganta de la que ya estaba indefensa. Entonces y solo entonces, el otro sacando su verga del interior de los intestinos de ese zorrón, se la empezó a menear frente a ella y uniéndose a su compañero, eyaculó sobre sus mejillas mientras la mujer era presa de un brutal orgasmo.
Usando una autoridad que nadie me había dado, exigí a esa desdichada que no desperdiciara ni una gota de la lefa que la estaban regalando y ella al oírme, con una diligencia que me alucinó, me obedeció mientras su cuerpo era sacudido nuevamente por el placer.
Los sujetos debieron creer que yo era algo de ella porque se retiraron sin decir nada cuando cogiendo su melena, la arrastré hasta donde mi sitio y sentándome nuevamente, la ordené:
―Ya has jugado bastante, es hora que satisfagas a un verdadero hombre.
Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada. Sumisamente, se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió los labios para a continuación írselo introduciendo sin rechistar como había hecho antes con el otro tipo. Pero esta vez le exigí que usara solo su boca.
No sé si fue mi tono duro y dominante pero si antes me había dejado asombrado su maestría, en ese momento me alucinó aún más que su pericia, la sumisión que mostró mientras se embutía mi glande hasta el fondo de su garganta.
―Así me gusta, que seas todavía más puta conmigo― recalqué satisfecho al comprobar que dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir pero adelantándome a ella, me puse a su espalda y aprovechando que tenía mi pene erecto, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo de su vagina.
―¡No!, ¡Por favor!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarme de ella, forcé el único agujero que no había usado esa tarde a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, Elena tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
―¿No es esto lo que venías buscando?―
Llorando como una magdalena, me reconoció que así era. Su confesión me sirvió de acicate y mientras el dolor y la humillación de la muchacha iban mutando en placer, seguí machacando con furia su sexo. No tardé en asumir que estaba cerca su claudicación al sentir que una gran humedad anegaba su coño.
Con su vagina encharcada por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando que era yo quien la estaba violando, la pelirroja forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro mientras sollozaba su entrega .
―Tienes prohibido correrte― ordené mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
Esa nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero y ella al notar esa presión, la descolocó y ya dominada por la lujuria y aullando como cerda en el matadero, me rogó que la dejara liberar la tensión de su sexo. Ni siquiera la contesté porque abducido por mi papel, en ese momento mi verga explotó en su interior regando con mi semen su fértil vientre. Completamente insatisfecha, Elena se quedó inmóvil consciente que un movimiento más le llevaría al orgasmo. Encantado con la sumisión que demostraba, eyaculé como poseso sobre sus tetas tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.
Ya en la puerta, me giré diciendo:
―A partir de hoy, tú y yo jugaremos a diario.
Tras lo cual salí rumbo a mi oficina con una sonrisa en mis labios.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “El leñador” (POR ALEX BLAME)

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Me encanta el trabajo duro y al aire libre. El sol y el viento en la cara, la parsimonia con la que pasa el tiempo. Todo invita a la reflexión y a la paz interior.
 Pero hoy tengo un trabajo físico y violento. El hacha esta afilado y mis músculos preparados para ello.
Lo primero es encontrar una adecuada, esbelta, recta, no demasiado fina para que pueda resistir la humedad, el calor, el frío y el viento. Recorro el bosque y lo inspecciono con detenimiento. El viento, suave y cálido susurra entre las hojas y envuelve mi torso secando mi sudor. Agarro con fuerza el hacha. Odio las motosierras, son ruidosas, apestosas, se calan, te llenan la ropa de serrín y son peligrosas. La única sangre que quiero que corra es la de la esbelta acacia que he elegido.
Tengo la herramienta preparada, todos mis músculos se tensan anticipándose a la acción. Paso mis manos por su corteza lisa de árbol joven. La acaricio y la inspecciono, buscando el mejor lugar para hincar mi hacha. Una fina hilera de hormigas sube hasta las ramas más altas. ¿Sentirán las acacias cosquillas?
 Se la hinco con fuerza, sin contemplaciones, ella tiembla y se estremece, pero se mantiene firme. Dos nuevos golpes y la corteza salta, la savia empieza a fluir de la grieta humedeciendo el filo de mi hacha. Sin un objetivo definido acerco mis dedos a la grieta y recojo un poco. La repaso entre mis dedos índice y pulgar, es densa y huele a fresco. Me acerco los dedos a la boca y me los llevo hasta la punta de la lengua. Saben a tierra.
Con un movimiento brusco vuelvo a atacarla sacando un gran pedazo de madera.
-Bien –pienso  –por este lado ya esta. 
Ahora la rodeo y le hinco el hacha por detrás. Esta vez no me entretengo, dos, tres, cuatro, cinco embates seguidos, duros y rápidos hasta que la hoja queda atascada profundamente en el corazón del tronco. Maniobro con un suave movimiento de vaivén y la saco poco a poco de su interior.
-¿Esta no te ha gustado, eh? –digo con la respiración agitada por el esfuerzo. –Pues eso no es todo.
Los pedazos de madera vuelan ante la fuerza de mis brazos y la dureza del acero hincándose cada vez más profundamente. La madera cruje por primera vez indicando el principio del fin.
Una rama vieja tiembla y se desgaja cayendo sobre mí  y arañando mi brazo con sus púas. Me quito la camisa y restaño la sangre que brota de las finas líneas que las agudas púas han marcado sobre mi piel.
-Me encanta que te revuelvas y te resistas, -pienso –sigue así nena.
Vuelvo por delante, le doy otros dos hachazos, me paro y la miro para asegurarme dónde la voy a tumbar. Apoyado en el hacha me quedo admirando la recta línea de su tronco y su abultada y redonda copa acariciada levemente por el viento.
Mi cuerpo esta sudoroso y cansado pero nada puede detenerme, vuelvo a atacarla con furia y ella se estremece cruje y restalla, primero suavemente pero en unos pocos instantes los crujidos se hacen más frecuentes y sonoros hasta que la acacia se bambolea ligeramente en todas direcciones y comienza a caer, justo donde quería, con un  último y sonoro lamento.
Me paro encima de la acacia sedente y jadeo por el esfuerzo. El sudor cae de mi frente y resbala en forma de gruesas gotas por la corteza de mi amiga.
La cabaña es una sencilla construcción de madera de forma rectangular, no tiene luz ni agua pero tiene todo lo que necesito, calor, comida, refugio, un porche para admirar las puestas de sol  con un whisky en la mano y a Eudora.
Eudora es pelirroja como el fuego, blanca como el hueso, azul como el agua glaciar, flexible como un junco y menuda y vivaracha como una ardilla y por eso y mucho más la amo.
Eudora sale a recibirme corriendo, siempre lo hace y sospecho que le gusta hacerlo tanto como a mí. Me tira el hacha al suelo y me abraza solo un momento antes de darse cuenta de que estoy cubierto de sudor.
-¡Puaj! –Exclama -¡Apártate de mí! ¡Sudas como un búfalo! Me mancharás el vestido, puerco.
-No hay problema  -replico yo tirando del lazo que lo cierra dejándola desnuda y esplendida bajo la luz del ocaso.
-Eres un salido –me recrimina con una mueca divertida mientras contonea su cuerpo.
La cojo entre mis brazos y ella envuelve mi cintura con sus finas piernas. El blanco lechoso de su cuerpo contrasta con el curtido moreno de mi piel. Noto como su sexo desnudo golpea contra mi cintura a cada paso que doy hacía la cabaña. Cuando paso al lado del vestido caído se dobla y con la elegancia y precisión de una bailarina lo recoge.
La ayudo a erguirse de nuevo y la beso el cuello, la barbilla y la nariz de camino a la cabaña. La deposito con delicadeza sobre la barandilla del porche y me quedo extasiado mirando esos ojos profundos.
-¿Eso es todo? –Me desafía – yo que creí que había algo debajo de esos pantalones.
Aparto su mano de mi bragueta y le beso con violencia, meto mi lengua en su boca profundamente mientras que con las manos sujeto su cabeza y le acaricio el pelo.
Ella no se arredra y comienza un batalla de lenguas, saliva suspiros y jadeos. Me bato en retirada y le mordisqueo el cuello. Con sus manos me coge la cabeza y la dirige hacia sus pechos. Agarro sus pezones con mis labios y los estiro. Ella refunfuña y jadea, yo chupo y acaricio.
Mis dedos se han adelantado a mi boca y ya están acariciando su sexo. Me encanta su pubis, con esos pelos rojos y desordenados, parece que su sexo está ardiendo permanentemente, hoy desde luego lo está.
Envuelvo su sexo con mi boca arrancándole un profundo suspiro. Sus manos pequeñas y sus dedos finos y largos aprietan mi cabeza contra ella.
Yo respondo acariciando sus labios mayores y menores con  la punta de mi lengua haciendo que se retuerza de deseo. La penetro con mis dedos y ella tira de mi pelo con los suyos y gime.
-Vamos cabrón -dice con urgencia –te necesito dentro de mí.
Me desabotono la bragueta y la penetro sin contemplaciones, ella ronronea como una gata satisfecha y se aprieta contra mí.
Siempre me sorprende la facilidad con que su sexo se adapta admitiendo el respetable tamaño de mi miembro sin la menor señal de incomodidad.
Eudora gime y se mueve al ritmo de mis acometidas. Aferrada con sus piernas a mis flancos y sus brazos en mi cuello me recuerda a un jinete que cabalga a pelo y se  agarra desesperadamente a su caballo encabritado para no caer.
Me besa y deja que le introduzca mis dedos húmedos con los jugos de su propio sexo en la boca. Me los muerde y me vuelve a besar. La cojo en el aire y ella sube y baja por mi pene duro y resbaladizo gritando de placer. Ligera como una pluma sigue deslizándose por mi polla dura y caliente intentando domarme, clavando sus talones en mi culo para hacer más fuerza al bajar.
A una señal suya la deposito en el suelo. Eudora se apoya en la barandilla boqueando y se queda mirando la puesta de sol. No soy capaz de distinguir dónde termina la luz del sol y donde empiezan sus rizos rojos. Los insectos y las motas de polvo reverberando en la luz del ocaso me distraen solo un segundo de este culo pequeño y respingón que me está esperando. Admiro su cuerpo sudoroso y jadeante. Sus costillas brillantes se expanden y se contraen con cada bocanada.
-Vamos leñador, -gime aún sofocada separando las piernas y retrasando las caderas –hazme pedazos con tu hacha.
La gloriosa visión de su sexo, húmedo y congestionado me saca de mi parálisis fascinada y me acerco a ella. Con mi polla en la mano rozo ligeramente el interior de sus muslos, su clítoris y la entrada de su vagina haciéndola estremecer. Me recreo haciendo dibujitos con el pincel de mi glande en el lienzo ardiente de su sexo. Meto la punta y me retiro sonriendo ante el chaparrón de insultos que me lanza una mujer en llamas. Sin hacer el menor caso de sus movimientos incitantes me inclino sobre ella y le agarro los pechos sobándolos indecentemente. Ella ve los arañazos de mi brazo, los besa y los recorre con su lengua. Eudora retrasa el culo y mi pene sobrepasa el grosor de sus muslos y rozando su clítoris se introduce en la rizosa espesura de su pubis.
No puedo contenerme un segundo más e introduzco mi verga profundamente, Eudora gime y se pone de puntillas para poder adaptarse a mi altura.
Cada vez más excitado aumento el ritmo y la violencia de mis empujones. Eudora aguanta firme gimiendo lujuriosamente. Yo empujo y ella gime, hinca las uñas pintadas de negro y aguanta sobre la punta de sus dedos como una leona. Mis dos últimos empujones son tan fuertes que sus pies pierden contacto con el suelo y se corre en el aire con un grito tan fuerte que espanta a varias cornejas que nos vigilan desde en un árbol cercano.
Antes de que termine se da la vuelta y con sus labios cubre mi  glande dejando  que me corra. Mi polla escupe el semen con movimientos espasmódicos mientras Eudora la acaricia y la besa como si tratara de apaciguarla.
 -Idiota ya has conseguido que la carne se enfríe.
 -Así  es la vida  -pienso estirándome como un oso satisfecho y siguiendo a mi ardilla de pelo rojo al interior de nuestra cabaña.   
 
               
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Relato erótico: “MI DON: Raquel – Elisabeth Y Amigas – 2 de 4 Semanas (3)” (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 3º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos.Estos hechos son mezcla de realidad y ficcion, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real.Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.
Mi nombre es Raul, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis ultimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre , hermana mayor , mandona pero de buen corazon, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue l normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era.Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al futbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rapido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavia no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante.Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte.Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena.Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio.Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellos, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba.Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.
Ademas, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme.Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención , solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón.Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría dieces, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es informacion inútil que pasado el examen no volvere a necesitar.
Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a al escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningun medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escaneó y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello.Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operacion, gracias a dios todo salio bien y con el apoyo de mi familia y amigos todo salio hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.
Después de la operacion, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales.Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinacion y razonamiento, y despues físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no queria, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi fisico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados,se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algun celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.
Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, ademas de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas.Pero las situacion con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en practica la teoria y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo.
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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, pero la historia debe continuar.
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Al dejarme en casa Eli, me dejo con una sonrisa que nos se me quito en todo el día.Mi madre al verme la cara me pregunto y yo casi evadiendo el tema la hable de lo bien que me había ido en la clase, no tenia dolor en el pie y estaba feliz por ello, me abrazo y me dijo que se alegraba mucho, fui a mi cuarto a intentar hacer algo de unos trabajos atrasados que una debía, pero no se me iba de la cabeza la situacion, ¿como podria?. Tenia una sensación de pánico momentánea recurrente, no sabia si le tenia mas miedo a que aquello continuara, o se acabara. Ambas sensaciones me preocupaban y alegraban a la vez o por separado.El día siguiente en el instituto me paso fugaz, apenas recuerdo nada de aquellas clases, no había dormido, solo recuerdo una ensoñación constante, una serie de momentos borrosos, de la ultima clase solo recuerdo lo lento que iba el reloj, esos momentos en que miras tantas veces el minutero que mas de una vez al mirar no se había movido.
Cuando sonó la campana de fin de clase no es que estuviera ansioso, tenia un nudo en el estomago que no dejaba de crecer. Volé a casa, hice algunas tareas encargadas de la casa y los ejercicios de matemáticas, ecuaciones de 3º grado creo recordar, jamas despejar una x me resulto tan tedioso. Al acabar me queda casi una hora para ir al gym de Eli, me fui a duchar, con la imagen en la retina de Eli y el agua cayendo en la ducha del gym sobre cada una de sus curvas, ni se si llegue a tener una ereccion, mi cabeza estaba volando mas allá de mi cuerpo, casi como un viaje astral, el cuerpo iba en automático, cuando salí empece a secarme y al repasar mis piernas vi mi bello púbico, entre de golpe en conciencia, ya habían sido 2 de 2, las mujeres que al verme desnudo me dijeron que con menos bello seria aun mas impresionante, tenia que estar preparado ante cualquier eventualidad, busque entre los cajones del baño las cuchillas de afeitar, pero al ver el metal afilado me acojone, preferí usar la maquinilla eléctrica, tenia una extensión para patillas y perfilar que me pareció opción menos …..arriesgada.( Aquí una de las situaciones de mi vida mas hilarantes, puede que en el relato no se capte el nivel cómico). Empece recortado las zonas mas condensadas, era cierto, cuando termine el 1º trasquilón, que la diferencia entre la altura de mi pelo púbico y la piel era obvia, seguí recortando lo mas que pude pero tenia sus limites, es pelo mucho mas denso, cuando acabe tenia bastante menos pero quizá impresionar si se daba el caso, me pareció asqueroso empezar con la zona de afeitar de mi maquinilla personal y que ademas mi padre usaba aveces, y dificil de explicar cualquier inventiva sobre pro que no se podía volver a usar, en un arranque de genialidad visualice la maquinilla depilatoria de mi hermana mayor, tonto de mi me aprecio una opción viable, al fin y al cabo era diseñada para pelo de pierna, mas duro, ¿no?, al encenderla no note diferencia, todo parecía normal, (nota mental y consejo, siempre SIEMPRE, que vayáis a hacer algo así, probad 1º con zonas pequeñas y de forma rápida), la puse en linea recta, bajo mi obligo y de golpe hacia abajo, como solía hacer con mi maquinilla, El grito de dolor alerto a toda la casa,aparte del volumen las palabras salidas de mi boca no tenían parangón, no hay mayúsculas, negritas y modificaciones del tamaño de la letra para expresarlo.
La 1º en llegar fue la señora de la limpieza de casa, llamo a la puerta alarmada, seguida de mi padre que de milagro no echo la puerta abajo, logre calmarme lo suficiente para balbucear, con algunos gallos…..
YO: Traaaaaanquiiiiiiiiilos, puffffffffffffffffff estoy bien solo me di con el dedo meñique con el mueble del lavabo. – La 1º cosa que se me ocurrio en una elevada escala de dolor.
PADRE: ¿SEGURO HIJO?, ¿ESTAS BIEN?, ¿NO HABRÁ SIDO EL TOBILLO MALO?
La voz realmente preocupada de mi padre me obligo a calmarme.
YO: no no, el otro pie, a sido una tonteria uf como duele jajajajajaja
Valgo para actor, me estaba escociendo la pelvis como si me estuvieran echando lava encima, al mirar abajo, era una linea roja sin pelo, con bello a los lados, como una carretera en medio de un bosque.Me daba aire con la mano, y me iba echando agua poca a poco, me pareció ver hasta alguna gota de sangre, obviamente pare el intento de rasuración, me alivie un poco con unas cremas hidratantes de mi madre. A los 20 minutos salí lo mas arreglado posible cojeando un poco pro si alguien me veía, la señora de casa, Lola, me vio y pegunto amablemente mientras recogía por el pasillo.
YO: si si, es que soy muy burro, me tienen echado un mal de ojo o algo.
LOLA: no cariño es que eres muy torpe.
Me tenia mucha confianza para esas palabras, sonreí, y entre en mi cuarto , prepare mi bolsa deporte con ropa limpia y me vestí con la ropa del gym para ahorrar tiempo, con mas cuidado que otra cosa intente ponerme los slips de licra, pero me rozaban la zona demasiado, probe los de tela y me iban mejor, sabia que me dejaban el pene colgando como un péndulo pero en ese momento era mas el escozor que la razon. Mi padre se paso por mi cuarto y me dijo que me acercaría con el coche a gym para que no me atropellaran o algo, dijo de forma socarrona, sin duda había oídio mis palabras a Lola, se lo agradecí, la verdad , no estaba para ir andando y coger el transporte publico.No era raro que el me llevara a algunos sitios si tenia tiempo, le gustaba que me buscara la vida, decía que me fortalecería el carácter, durante el trayecto hablamos de como me iba todo por las clases y con mi vida y si había notado algun cambio fisico mas aparte del peso.Sin atreverme a comentarselo no le dije nada de mi nuevo mejor amigo.No te culpa en los ojos de mi padre, algo que no era habitual, no solía hacer nada para sentirse así.Se despidió de mi desde el coche y me dijo si luego me venia a buscar, obviamente le dije que no, Eli podía querer continuar las aventuras.
Me pare en la entrada, del gym, respire profundamente, todo lo de la depilación me había hecho desconcentrarme, me prepare para todo y entre.Estaban ya algunos de mis compañeros charlando entre si, no veía a Eli, así que me fui a una de las sillas, cerca de donde el día anterior había pasado un gran momento, mientras miraba a mil sitios note como un grupo de señoras hablaban en corrillo y de vez en cuando miraban hacia mi y reían, sin duda estarían hablando de mi y de como se me maro el paquete el día anterior, como dijo Eli. Llego la hora y Eli apareció de una de las puertas del gym, se la veía cara de disgusto, empece a tener pánico controlado.
ELI: venga gente que hoy andamos mal de tiempo, ejercicios suaves y seguimos hasta donde podamos.VAMOS¡¡¡¡
Dio 2 palmadas grandes y la gente se puso rapido en posicion con algun cuchicheo de fondo, no aprecia normal aquella rudeza.Puso la música y los comenzó ejercicios, yo me puse a observarla, como siempre, venia con chaqueta de chandal puesta, coleta, y unos pantalones de deporte, pero nada estridente, no se le pegaban demasiado a la piel.¿acaso hoy no queria animar a sus clientes? Eso no me permitió fijarme en su cuerpo así que empecé a mirarla a la cara, solo la había visto como un trozo de carne hasta hora, lo que ella buscaba con su indumentaria, realmente era muy guapa, como dije anteriormente por su cara se notaba su edad, 0 maquillaje lo que me dio mejor impresión , algunas mujeres van mas pintadas que una puerta y no estaban ni la mitad de hermosas, algunos grupos de pecas en las mejillas, pómulos altos, la coleta le hacia un frente muy pronunciada, la nariz era fina y aguileña, sus labios eran bastante finos, arreglada tenia que ser una diosa, pero sin pote en la cara podria hacer algun anuncio y todo.La cara, como puede comprobar del resto de su cuerpo el día anterior, no tenia un gramo de grasa, incluso se podria decir que se le marcaba bien la mandíbula.
Durante toda la hora de la clase no hubo nada raro , incluso los ejercicios eróticos habían desaparecido, y hasta me descubrí mirando al resto de señoras de la sala, ese día casi todos acabaron los ejercidos, hombre incluidos. Teniéndome un enfado o algun tema raro, al sentarme despues de la clase me frote el tobillo malo con fuerza para que me preguntaran y así tener una excusa para no irme inmediatamente, necesitaba hablar con ella.Muchos se acercaron a Eli a preguntarle que le pasaba, no era solo yo, era evidente su enfado, formando un grupo su alrededor pude oír perfectamente la conversación.
CLIENTE1: pues la verdad que oí has sido muy suave
CLIENTE2: ¿que te pasa bonita?
Eli se lo pensó un momento como eligiendo con cuidado que iba a decir.
ELI: nada solo que me ha venido a ver el imbecil de una cadena de gimnasios, sabe que la situacion aqui es delicada, el alquiler del edificio ha subido y se quieren quedar con el local.
Entre muchos murmullos, los clientes calmaban y preguntaban por como ayudar, sin duda Eli se había ganado a aquella gente.
ELI: tranquilos, siempre encuentro la manera, no os preocupeis, pero ya sabeis, si teneis amigos o familiares me los mandáis y les meto caña jajajajaja
la sonriso sonó lo forzada que era, se fueron despidiendo hasta que solo quedamos ella y yo, y una clienta en las duchas.Se sentó a mi lado dejándose caer y me pregunto por el tobillo.
YO: tranquila, no es nada, cosas peores he sufrido- la di un toquecito con el pie en su rodilla, sonrio levemente, creyendo que me refería a la operacion, tonto de mi , yo pensaba en la tortura sufrida con la epilady de los cojones.
YO: que es lo que pasa, ¿las cosas no van bien?
ELI: no es solo eso, me estoy dejando la vida en este sitio, mi novio me engaña, casi vendo mi cuerpo a unos mirones por sacar unos duros mas al mes y no me vale.
YO: es una pena que la vida sea así de injusta, pero ya sabemos como funciona el mundo…………si tuvieras a un negro de 2 metros marcando músculos ya tendrías a todo tipo de publico, y no solo a hombres, tenias cubiertos heteros y gays jejejejejejje
Eli sonrio otra vez nuevamente como dándome la razon, y se quedo mirando a si misma en el espejo de enfrente.Mire en su dirección y solo estábamos los 2, nada raro.
YO: ¿que pasa?
ELI: lo he pensado, pero no puedo contratar a nadie, y de ese tipo son caros…………..pero te tengo a ti.
YO: ¿YO? no me hagas reír Eli, sois un saco de patatas ahora mismo………..
ELI: bueno, pero eso se puede arreglar
YO: lo siento, me niego, no quiero empezar a ser ESE tío
ELI: ¿quien?
YO: el capullo matado de gimnasio, que solo va a marcar musculo y presumir, que miran al resto con desdén y que me miraban con asco hasta hace nada.Ante me meto en un KFC y me muero comiendo pollo rebozado.
ELI jajajajajajja ¿de verdad piensas así? esta bien, de todas formas solo te han recomendado un mes aquí y no tenemos margen para ponerte en forma, en cambio, ayer tenias a todas las mujeres encandiladas con tu amiguito.
YO: bueno pero no era consciente, ¿a ver si ahora me quieres poner en una vitrina como una barra de salchichón?
ELI: mira, se que es injusto que te lo pida, y lo que piensas es la misma decisión que tuve que tomar yo cuando al empezar a desmadrarme aqui. No te puedo pagar, pero se que no es dinero lo que deseas.
YO: no , tampoco quiero ser eso, una barra de carne para ti
ELI: ayer me pediste que te enseñara todo, TODO.Esta claro lo que quieres.
YO: si pero no lo quiero así, como una transacción comercial, quiero que sea real.
ELI: y lo es, ayer lo que paso no tienen nada que ver con esto,y aun así paso.
Me quede dudando, era cierto, deseaba , y llegados a este punto, que ocurriera era mi objetivo.Mientras, salio la mujer de las duchas se acerco a despedirse de Eli y de forma sorprendente , de mi
CLIENTA1: adiós moreno, mañana nos vemos de nuevo.
Eli me miró fijamente, de forma contundente y obvia, se estaba dando la razón a si misma.Yo respondí con algun alago leve que hizo ir sonriendo a la mujer.Estaba claro, tenia que ser así o buscarme otra.
YO: esta ben, lo haremos, ¿que quieres de mi?.
ELI: nada raro, solo que ahora seras mi ayudante y compañero en las clases de ultima hora, los mismo que ahora, solo con que se te note como hoy, valdrá.
YO: joder, ¿otra vez?
ELI nene, no es que se te notara como ayer, es que parecía una serpiente viva.Con eso aumentara seguro el numero de mujeres con el boca a boca.
Me percate del cambio en al ropa interior y me eche a reír. Eli no entendía el por que.La mire colorado de la risa y por lo que iba a hacer.
YO: eli, ¿quieres reírte?
ELI: puff no veas la falta que me hace, llevo un día asqueroso.
Sin mas me baje el pantalon y calzoncillo a la vez, mirando hacia otro sitio esperando su reaccion, no fue otra que una sonora carcajada.
ELI: pero que has hecho pedazo de animal¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ JAJAJAJAJJAJAJJAJAJA
YO: yo que se, recordé lo que dijiste del bello púbico, y……….. bueno, esta claro que no es lo mio.
Ella se acerco con cuidado y puso la mano con suavidad sobre la zona enrojecida, el ejercicio no había ayudado.
YO: joder ten cuidado que escuece.
Le explique como sucedió y a cada paso ella sonreía mas, llegaba el punto de que casi se ahogaba, yo viendo su mejoría de animo empece a repetir los gestos en el baño.Soy un poco payasete y me encenta hacer reír.
ELI: anda subete eso que me va a dar algo.- lo hice con tanto cuidado que ella seguía riendo a cada movimiento mio – Bien ya esta claro lo que yo quiero, ¿y tu?
Me senté con cuidado, me la quede mirando a los ojos color miel que vi el 1º día, suspire.
YO: mira, ayer lo notaste, no soy ningun experto y me encuentro con esto entre las piernas que no se manejar, soy totalmente inexperto en casi todo y necesito ayuda, con prácticamente cualquier cosa sobre las mujeres y el sexo que puedas enseñarme.
ELI: esta bien, la verdad es que me da que has tenido suerte conmigo, he tenido quizá hasta demasiada experiencia, y va a ser un placer enseñarte – lo dijo mientras agarraba mi pelvis.
pegue un salto hacia atrás del dolor……..
ELI. HUY PERDONA PERDONA JAJAJA me olvide.
YO: pues empezamos bien
ELI: Hoy vete a casa mañana empezamos.¿Trato hecho? – extendió la mano
YO: Hecho – sellamos el pacto con las manos.
Me fui a casa convencido de haber hecho lo correcto, el dio paso volando, y el estropicio en mi pelvis parecía menos, mi padre me acerco de nuevo al gym, y de nuevo pregunto pro mis cambios físicos.
Al entrar al gym vi a Eli de espaldas a mi charlando con los demás, estaba de vuelta, lo 1º fue ver su culo embutido al vació en unos leggins de escándalo, sin chaqueta de chandal, un top algo mas grande que los sujetadores previos , pero que se le pegaba como su propia piel, se le marcaba hasta la goma del tanga y los aros del sujetador interior, pelo recogido con coleta.Me miro de reojo, fue hacia mi, me saludo con un abrazo, y durante esos segundos me dijo al oido.
ELI: no veas lo que te tengo preparado y para que no te sientas mal y veas que yo vengo dispuesta hoy no acaba el ejercicio ni un solo hombre, ¿ cuantas mujeres crees tu poder tirar??
se separo levemente con una sonrisa de oreja a oreja, la correspondí, el resto nos miraba, me di cuenta, grite.
YO: vamos chavales estas carnes no se van a ir solas, A MOVER EL CULO¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Nos preparamos, ejercidos de calentamiento y empezaron los ejercidos eróticos, muchos destinados a lucir el culo de Eli, era evidente para mi, no llevábamos ni 30 minutos y 3 tíos ya estaban fuera, el ritmo cambio, empezó una serie de ejercicios nuevos, sacando la pelvis hacia adelante, esos era para mi, hoy llevaba los slip de licra, sujeto pero notorio.Tenia que ponerme como una piedra si quiera empezar a tirar a alguna mujer.No fue dificil, con mirar fijamente a Eli mas de 3 minutos se me puso que partía cocos, lo estaba dando todo la muy guarra, yo no iba a ser menos, aquel juego lo tenia que ganar, pare en seco, me fui al baño, me quite el slip directamente y salí en plan comando, ¿queria guerra? se la iba a dar.Cuando volvi quedaban 3 tíos de unos 20, y había 4 señoras de las 7.
Si con los de tela mi miembro baila, suelto no os podeis ni imaginar, cargaba de izquierdas así que cualquier ejercicio donde estirara esa pierna hacia mi bulto una evidencia grotesca, algun sonido de admiración salio del resto de la clase, en menos de 10 minutos la mitad de las mujeres habían perdido el paso, , al cuarto de hora 3 se fueron y no solo eso, se sentaron juntas y como tomates no paraban de señalar y reír, algun comentario llegue a oír pero no prestaba atencion. Al terminar la clase quedaron 2 hombres de los 20, y solo 1 mujer, Les aplaudimos Eli y yo con fervor, y la jodida de la mujer se fue corriendo contra mi para abrazarme, con los espejos pude notar sus risas dirigidas a las demás mujeres y como ellas soltaban sus risas y sonidos de alegría.Yo estaba muerto físicamente, el ritmo había sido brutal, me senté un poco a descansar, tapándome como pude , de nuevo el turco de masajear el tobillo malo.
Fueron despidiéndose de Eli todos los tíos y de mis todas las mujeres, mas coloradas de lo habitual, con risas de fondo.Al final solo quedamos los 2, ELI cerro la puerta, se aseguro de que no quedara nadie en los baños y bajo persianas.Según hizo eso, la pregunte
YO: bueno ¿he pasado la prueba?
ELI: ¿que si la has pasado?¡¡¡
Echo a correr hacia mi, dio un brinco y se me monto encima como si fuera una amazona, ,menos mal que cargaba hacia la pernera izquierda, si no la empalo, Me arranco casi al cabeza cuando comenzó a besarme, allí no había ni calma ni cariño, era pura adrenalina, yo aproveche restregué cada parte de su cuerpo. Pasado cierto tiempo, se sentó a mi lado y me dio las gracias.
ELI: no se como has podido, yo estaba muy nerviosa el 1º día que se me ocurrio hacerlo
YO: me has puesto un reto, di mi palabra y un hombre de verdad jamas la rompe.
ELI: bravo, en serio, esto me va a traer mas gente, féminas, antes del fin de semana tendre 10 mujeres aqui.
YO: me alegro de ayudar, y mas si me recompensas así, casi me partes.
ELI: jajaja no has ni empezado.
Se fue a su bolsa trajo un bloc de notas y otro neceser de mano.
ELI: escúchame esto va a ir así, soy tu entrenadora personal, me harás caso en todo lo que te diga, seguiremos un planning y tu no tendrás ni voz ni voto.
YO: hombre, eso puede ser un prob………..
ELI: ehhh yo te he planteado un reto, y tu a mi otro, que tipo de mujer seria si despues de esto no te correspondo.
YO: esta bien.
ELI: tenemos algo menos de un mes, así que son 4 semanas contando esta, esta 1º va a ser la teoria, la 2º la puesta en practica, la 3º el teórico y al 4º hardcore
YO: joder que profesional.
ELI: así trabajo, hoy para empezar voy a arreglar lo de ayer.
Saco del neceser un espuma de afeitar varas cuchillas y una navaja de barbero.Entendí su propósito peor no por ello me asuste menos.
ELI: tranquilo lo he hecho muchas veces, ve date un ducha y ahora voy yo.
Obedecí, mientras me duchaba ella entro y fue preparando los utensilios, trajo unas sillas y espero, cuando acabe me pidió que saliera desnudo y me sentara en la silla con la piernas bien abiertas.Se lleno las manos de espuma y empezó a frotarla por toca mi pelvis, con algun amago de masturbación incluido.
ELI: quedate muy quieto.
Empezó con cuidado a afeitarme la pelvis y con gran maestría movía mi polla y los testículos de forma ágil para dejarme totalmente rasurado.La vision del acero y su concentración me helaron.Mientras me iba comentado como poder hacerlo yo solo y que utensilios usar.Termino con rapidez, me examino el resto del cuerpo y siguió afeitándome zonas diferentes, la espalda, los hombros, los laterales del torso, incluso el culo, me hacia mover y girar como una peonza, y me seguía aleccionando sobre por que esa zonas.
ELI: de verdad tenias mucho pelo, no tes has afeitado nunca nada que no fuera la barba.- asentía avergonzado.
Me llego a poner con un pierna encima del lavabo y a afeitarme el perineo, zona ente los huevos y el ano.Todo con su debida explicacion. Cuando acabo se quito la ropa, cosa a la que ayude encantado, sus pechos eran deliciosos pero su culo era espectacular, cada movimiento que hacia le retumbaba en toda la nalga, como gelatina, pero bien firme.Me agarro de la polla sin mas y me llevo como a un perro a la ducha. Allí me ducho de arriba abajo con sus debidas explicaciones de por que zonas dedicar mas tiempo.
Joder y yo que pensaba que me sabia duchar, era una esponja y absorbía toda la informacion.
ELI: durante estos días voy a explicarte cosas así, y luego te pondré a prueba, si lo haces bien, pringo yo y si lo haces mal pringas tu.
YO: ¿¿y que seria pringar??.
ELI: yo te la chupo y tu me comes el coño.Justo, ¿no?
Me precio ideal.Recogimos y nos fumos sin mas a casa. las siguientes semanas las resumiré un poco, se resumen en que el colegio no era relevante y cada día despues de clase nos quedábamos solos, a aprender.
1º SEMANA TEORÍA.
Empezó por medir mi pene, lo haria todos los días. reposo 24 largo 6 ancho, ereccion 32 largo 9 ancho
Al siguiente día del afeitado, Eli me sentó y se puso a hablar, de las mujeres, de sus ideas y su psicología, de lo que quieren decir cuando no dicen nada o de lo que quieren decir cuando dicen algo pero no es eso.De lo que significaban los gestos de una mujer, ya fuera sola o en grupos, de los sentimientos encontrados que tiene una mujer en determinadas situaciones, de como aprovecharme de la regla y esos días malos, yo alucinaba, aprendí mas en 1h con Eli de lo que hubiera hecho en el 1º año de psicología. El paradigma de la mujer, sus 4 escenarios.
– dice no y es no.
– dice no y es si.
– dice si pero es no.
– dice si y es si.
Alucine con esa complejidad,Después me pregunto con situaciones ficticias y falle la mayoría, me toco pringar y repetí la comida de coño que conocía de hace unos días, ella sonreía sin mas, se abrió de piernas y me hundió la cabeza en un coño, lamí, chupe y frote como un poseso hasta llevarla al orgasmo, no hubo fuente esta vez, pero si un agradecido beso tórrido despues.
El siguiente día Eli se presento con una maleta enorme, al acabar me explico que había traído de todo tipo de ropa de mujer, desde finísima lencería hasta pijamas de abuela, pasando por ropa de fiesta o vaqueros, me hizo un pretty woman, pero delante de mi, se bestia y desvestía explicándome como se ponía y quitaba, y algunas aclaraciones del significado, como la diferencia entre llevar bragas de colores llamativos o no.Si, la hay al parecer.
Cuando salio con el corpiño, las medias hasta los muslos y un tanga de encaje con unos ligueros, todo conjunto en negro directamente me saque la polla y me empece  a masturbar enérgicamente, ella sonrio.
ELI: esta bien, pero no pierdas detalle
Los cojones iba a perder detalle, este tema se me dio mejor, se ponía una ropa y tenia que desnudarla  en un tiempo limite sin ayuda de ella, los sujetadores costaron, deportivos, que se desabrochaban por delante o por detrás, como sacarlos con determina prenda….. ETC ETC. les pille el truco.Pringo ella, me regalo una mamada increible, al inicio solo masturbaba con fuerza, hasta que se me puso dura, la admiro de nuevo
ELI: joder cada día me parece mas grande, el afeitado surtió efecto.
Paso el fin de semana, nada reseñable, aun 1º semana del planning, el lunes ella se desnudo, acercándose a mi, me explico todos los puntos erogenos de la mujer, los hombres solo tienen uno, y ellas casi 7, alucino, me enseño a ubicarlos, como acariciarlos, y como detectar los que tienen ocultos cada mujer por separo, tócate los huevos, encima aleatorios.
ELI: a algunas les pone acariciarles el contorno de los brazos, otras el de las piernas, a otras ninguna de la dos pero un beso en la oreja las derrite…..a ver si descubre el mio……
se tumbo en el suelo sin mas, empece a seguir sus lecciones pero no di con el, me toco pringar y comida de coño virtuosa, me daba algun consejillo, me estaba empezando a convertir en un experto en ello.Cuando finalice la pregunte cual era, y me dijo que en si no era un punto, era una acción , el hecho de separarle las nalgas la ponía como una moto, coger una con cada mano y separarlas tanto que la piel de los pliegues naturales quedaran estirados.Lo hizo delante de mi, se agarraba las glúteos , los levanta y separaba a mas no poder y los soltaba de golpe, aquello era flan de 1º calidad, botaban un par de veces y volvían a su lugar, repitió la operacion hasta que la oí jadear. Caí en la cuenta que en nuestro 1º encuentro, al frotar su trasero hice al similar al meter la mano a través de la obertura de su pantalon. No me contuve y empece a hacérselo yo, incluyendo alguna lamida de coño por detrás metiendo mi cabeza entre sus nalgas. Termino corriéndose con chorro de fluidos incluido.
ELI: esto no vale, llevas 2 hoy, mañana me tocara pringar a mi.
Contento por ello al día siguiente me relaje, craso error.No hubo nada sexual, solo ejercicio de pelvis, me explico que tenia que coger fuerza en al cadera, y capacidad de aguante en el ritmo.Al acabar pringo como una campeona, Mamada en la que aquella pequeña gimnasta se metía media polla enorme en la boca, arcadas incluidas, era un espectáculo verla succionar con toda aquella baba goteando de su cara, con la lengua lamia desde la base de mi miembro hasta la punta del glande, con calma, y cuando llegaba arriba cogía un ritma chupando que me costaba creer, me regalo incluso alguna mordida suave en la punta, no hacia fuerza pero rozaba sus dientes por mi glande..
2º SEMANA PRACTICA
Mi polla seguía igual de tamaño, al hacerle un seguimiento me tranquilice, parecía que no seguiría creciendo.
Eli siguió con sus doctrinas pero ya era todo mucho mas sensual, el primero fue de como usar o hacer notar mi miembro a las mujeres a través de la ropa, o como insinuarlo sin parecer un imbecil. Luego durante varios días nos desnudábamos los dos, y me masturbaba de mil maneras, con las manos, la boca, entre sus pechos- la famosa cubana, me la ponía tan gorda que no tenia ni que agachar la cabeza para que mientras friccionaba entre sus pechos pudiera lamer mi glande, mas de un golpe le daba en la barbilla.Un día que le toco pringar a ella, despues de una deliciosa mamada, la avise de mi corrida, ella hizo oídos sordos y siguió, la fui a apartar pero se negó con gestos y me lanzo una mirada de loba, aquello ya no era enseñanza, lo estaba disfrutando, cuando me llego el latigado de mi espalda, lo notó, se separo lo justo para que dentro de su boca mi glande tuviera espacio y eyacule bestialmente, casi la ahoga, pero no se separaba de mi polla, se le empezó a salir por la comisura de sus labios, cuando deje de embadurnar su lengua de mi semen, se separo ligeramente, con un dedo se recogió lo que se le había salido y con una sonrisa evidente, la boca abierta y echada hacia atrás, podía ver claramente mi corrida en su boca, como si se estuviera enjuagando con un listerine, se chupo el dedo manchado, a modo de felación, y trago, sonó como cuando te tragas una pastilla de las grandes.Al acabar abrió la boca y me la enseño orgullosa, a modo de prueba.
Continuo tragándose mi semen, con caras de viciosa y luego jugueteaba con el, me cambio algo la dieta, decía que el tomate ayuda al sabor del semen. Me hizo hacer lo mismo con su fluidos, a como masturbar mejor, con los dedos corazon y anular juntos, no el indice, que devisa hacer forma de triangulo con el menique al introducir los dedos en el coño, gracias a la forma de las piernas de ellas boca arriba, así siempre frotarías el punto G. Una cantidad de juegos preliminares que conocía, el sabor de sus jugos y de como ella se tragaba mi semen y otras que desconocía.El mejor llego el viernes de esa semana.
ELI: nene cada día te mueves mejor y ya duras muchisimo, antes eyaculabas en menos de 10 minutos y ahora casi tardas una media hora, me empieza a costar sacarte esa leche deliciosa.
YO: la practica lleva a la perfección
ELI: quiero que sepas que esto me esta encantando y encima ha aumentado el nº de clientas, , ya casi estamos a la par, 22 hombres y 19 mujeres, como siga así este mes y el que viene lo tengo cubierto.
YO: tengo que alabar tu imaginación no creo que allá mas movimientos sueltos para lucir nuestros cuerpos, bueno…….., tu cuerpo y mi polla.
ELI: ……………coño, pues tienes razon , habrá que incluir ejercicios por parejas.Joder no se me había ocurrido
YO: pero somos impares
ELI. eso lo soluciono yo facil, ademas ………………..puede ser parte de la 3º semana
Aquello me dejo algo intrigado, pero había acabado la clase y tocaba culo, el de ella en contrato.Empezamos, totalmente desnudos, con preliminares simples, solo para ir subiendo al temperatura, llegado el momento ella se puso a cuatro aptas, ya la había visto así en algun ejercicio de masturbación.
ELI: bien es hora de empezar a usar a tu amigo – ¿casi se me salen los ojos, estaría hablando de penetración??¡¡¡, la verdad es que le tenia ganas pero estaba aprendiendo y ella mandaba.
YO: tu dirás.
ELI: quiero que cojas tu polla te pongas de rodillas detrás de mi y la plantes en la raja de mi culo.
Lo hice rapido con miedo que cambiara de idea.Solo con eso ya la tenia durísima, la deje caer a plomo haciendo rebotar la honda de choque por todo su despampanante trasero.
ELI: bien, ahora, separarme las nalgas bien, mete tu polla de forma lateral y cierra, como una cubana pero con los glúteos.
Me desilusione un poco, pero se me paso en cuanto lo hice. Que barbaridad de trasero tenia, era como frotarse contra 2 nubes de algodón, suaves, pero tersas. Se el empezaba a notar la calentura, y era culpa mía, lo sabia, no por lo que hacia sino por que a cada arremetida que le hacia, separaba sus nalgas de forma clara, haciendo círculos con mis manos, lo que me dijo que le ponía a 100.
ELI: uffff empieza…..empieza a masturbarme….ohhh uffffffffff con una mano por delante de mis……joder……….piernas. – dio un golpe con el puño en el suelo
Aquella sensación debía de subirla al paraiso, pero queria enseñarme, seguí con una mano haciendo círculos en culo y con la otra le frotaba con vehemencia el clítoris, no pasaron ni 5 minutos cuando se corrió ampliamente, de dejo l amano manchada, ella miro hacia atrás, aun a cuatro patas y consciente de su mirada, chupe aquella mano empapada de sus jugos, dedo a dedo, si parar de mirarla a los ojos.
ELI: hoy ganas tu
Sin mas se dio la vuelta, me empujo para quedarme de rodillas apoyando los brazos hacia atrás, se tumbo boca arriba, cogió una de las bolsa que traía y se la puso a la altura de la espalda, y se giro de manera que si frente estaba pegada a mis huevos, y su cuerpo en linea recta, ya se había puesto así antes, en masturbación y sexo oral en especial con los huevos, pero eso era diferente. se tumbo sobre ella, así lograba que le quedara la espalda arqueada dando con la coronilla en el suelo.
ELI: sube un poco la cintura- así lo hice-  acercarte con cuidado.
Lo fui haciendo hasta que ella cogió mi polla y la fue dirigiendo con calma hacia su boca, empezó una mamada invertida, ya lo había hecho una vez pero estaba sentado en una silla, ¿por que el cambio? No tarde en averiguarlo, empezó un suave ida y venida agarrando mi pelvis, yo era un monigote y ella me hacia moverme,, a cada envestida aumentaba el ritmo y lo sorprendente es que empezó a entrarle mas cantidad de polla de lo que había visto nunca, pero seguía con el ritmo y me quede pálido al ver como por pura física la cantidad de carne que entraba tenia que sobrepasar su campanilla, pero no había arcadas, llego a preocuparme pero ella seguía con mis caderas amarradas haciéndome mover.Yo estaba disfrutando muchísimo, pero no paraba de mirarla a la espera de cualquier señal, dios nunca había pasado de la mitad de mi falo y ahora le faltaba poco para llegar a rozar mis huevos. Llego un momento en el que se empezó a notar en su garganta, totalmente extendida, el bulto de mi polla a través de su piel.Estaba literalmente tragándose mi polla, mi enorme polla, no pudo avanzar mas llegando a un punto, se la metía en la boca llegaba casi a su nuez y se queda así unos segundos, yo notaba los movimientos de su lengua y como mi glande estaba rodeados de su garganta.Era lo mas cerca a una penetración que había estado, a los pocos minutos sentí que me corría La avise con un gesto y del tirón se saco mi polla, pude notar de forma clara como iba saliendo a través de la pile de su cuello, cuando la saque empezó a lamerme los huevos y pajearme a la vez, la corrida fue épica, llevaba corriéndome 2 semanas seguidas a diario y aquello fue la mayor cantidad sacada desde que Raquel me abrió los ojos en el hospital. La manche toda la cara, el pelo, el cuello, los pechos, el vientre, alguna gota llego hasta su piernas, caí rendido a su lado, con nuestras cabezas a la misma altura pero invertidas.
YO: dios mio Eli esto es lo mejor que me ha pasado nunca, como narices…………..
ELI: es un truco que me enseño una chica, Checa creo recordar, de mi epoca de gimnasta nacional.
YO: no quiero ni pensar como te lo enseño
ELI jajaja la verdad es que me lo contó, me dijo que su madre había sido una famosa artista circense del norte de Europa, una traga sables, y le había enseñado el oficio jejejeje
YO: la madre que te pario, no pude elegir mejor.¿Y por que ahora?
ELI: ere un bribón, me has puesto a mil con esa manera de separarme las nalgas y tener tu miembro entremedias haciendo de barricada me ha puesto como en mi vida.Te lo mereces.
3º SEMANA TEÓRICO.
Polla estancada en las medidas iniciales.La comparación mas simple es que en reposo era algo mas grande que un baso de cubata y en ereccion era como una botella de refresco de 1,5 litros si le quitaras el tapón.
El fin de semana voló, había futbol y se me paso rapidísimo.Cuando entre al gym no me percate, pero al fondo había un par de chicas, algo mas jovenes que nuestros acompañantes habituales, de la edad de Eli diría yo.Nada mas ver a Eli me lance a preguntar.
ELI: son clientas y amigas mías, normalmente vienen por las mañanas pero las he convencido de que vengan ahora para ser pares e iniciar ejercicios de parejas y bailes.
YO: ¿BAILES?
ELI: eso siempre ayuda a al gente a soltarse un poco y moverse
YO: tu sabras, pero ellas saben de mi………… vamos, de nuestro “acuerdo”
ELI: ya lo veras……- me miro con cara lasciva y poniéndome un dedo en le pecho se fue con actitud chulesca hacia su zona.
ELI: Bien, escuchen todos, hoy tenemos chicas nuevas en al ciudad, son Carla y Lara, UN aplauso fuerte para ellas y no las tratéis mal ehhhhh.
Eli puso algo de música suave como siempre, y se empezó con la rutina de siempre, las chicas no lo hacian mal, era cierto que eran clientas, conocían la rutina de ejercicios, durante media hora de ejercicios me dio tiempo a escanearlas a fondo, como todos los hombres de la sala, alguno no llego ni a los 10 minutos antes de sentarse.
Carla era un mico, propiamente dicho, no se si llegaría al 1,60, iba vestida con un chandal bastante holgado pero se podía notar que le sobraban algunos kilos, era pelirroja, con dos coletas , una a cada lado de la cabeza, llevaba gafas amplias y la cara bastante redonda.Si bien su figura no era facil de intuir, en varios ejercicios de repetición el suéter amplio que llevaba se le metía por debajo de la tetas, y se le notaban, debían de ser enormes.
Lara era el polo opuesto, era rubia, alta, casi 1,75 pude deducir, figura esbelta, los brazos eran muy delgados, se le veía bien la parte de arriba ya que llevaba un top ceñido, nada provocativo pero no dejaba lugar a engaños, pechos normales, quizá algo mas pequeños que Eli, eso si, en las piernas llevaba una especia de pantalones bombachos que no permitían mas divagaciones.
La clase fue como siempre la primera media hora, yo ya directamente salia con nada debajo del pantalon, no tardaron en venirse abajo los hombres y mujeres de siempre.Los hombre se hartaron de admiran a las nuevas, que estúpidos, Eli iba tan ceñida y ajustada como siempre. Algunos ejercicios me levantaron el animo y las nuevas no tardaron en fijarse en mi, alguna se paraba de vez en cuando fingiendo colocarse la ropa mientras comentaba algo a la otra.A la media hora de clase Eli paro.
ELI: esta bien, veo que nos quedamos muy pocos ya – apenas 10 hombres y 12 mujeres- vamos a probar algo nuevo, ejercicio por parejas¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Eso levanto la mirada de todos, como Suricatas en el desierto.
ELI: he preparado una ristra de canciones, duran 30 minutos , cada x tiempo habrá un cambio de canción, cuando ocurra, quiero que las mujeres paséis al hombre de la derecha y cuando lleguéis al ultimo hombre de la fila, empezáis con la fila de detrás, así todos bailaremos con todos.movimientos simples, y nada raro he don Manuel……..-sabia ganarse al publico-….ESTAMOS???¡¡¡¡
todos corrieron a posiciones iniciales. Eli se fue acercando cada uno y fue haciendo parejas por filas para que fuera sencillo.Obviamente yo empezaba con ella.
ELI : uno, dos y tres¡¡¡¡¡¡¡
Empezó la música y me deje guiar por ella, muchas risas de fondo y torpes movimientos.
YO: ¿y ahora que?
ELI: si queremos que funcione vamos a tener que ceder, nos van a frotar y restregar, procura hacerlas felices, y voy a ayudarlas- me guiño un ojo, se me froto como una perra en celo , me la puso como un mástil y toco cambio de canción.Solo pude sonreír
Sobra decir que hubo pelea sobre a que mujer le tocaba conmigo y que hombre se quedaba con alguna de las 3 “jovenes”, los 3 primeros turnos fueron algo caóticos pero se fue cogiendo velocidad y la verdad nos lo pasamos bomba, mas obviedad era que a Eli Carla y Lara, las metieron mano hasta en el carne de identidad.Y a mi , bueno no iba a ser menos, no era ningun, galán pero era alto, joven y sabían de sobra que iban a hacer, no creo que haya un record pero sin duda anduve cerca del tío al que mas veces le has restregado el culo, la cadera o directamente la mano en la polla. Aquello me divertía, y a ellas, siempre que se iban de mi turno se iban haciendo aspavientos al resto.
Llego el momento en queme toco a Lara, me hice el cortes regalando un saludo clasico de baile y la ofrecí mi mano, ella se sonrojo y se acerco mordiéndose el dedo indice de su mano derecha, dándome la otra, y con la vista baja clavada en mi mas que obvio pene.De tanto baile se me había salido de la pernera y casi era una tienda de campaña, ella al inicio no pegaba mucho su cuerpo y miraba hacia todos lados sonriendo, pero pasado unos segundos, me harte de llevarla como un pegote y la pegue a mi de un tirón, mi polla, aplastada entre nuestros cuerpos, la llegaba de lado a lado de la cintura, ella se sonrojo mas aun si cabe pero ahora me miro a la cara, e intercalaba con vistazos rápidos a su vientre, con la boca abierta, soltó pequeños golpes de aire, totalmente impresionada, estaba avisada pero no lo suficiente, la hice dar un par de giros sobre su propio eje pero sin separarme mucho dejado que mi barra golpeara casi toda su circunferencia, esto ya era practica de las enseñanzas de Eli, la llegue a poner de espaldas a mi pero cuando fui a acercarme cambio de canción. La oí mascullar.
LARA:……………..jo.
YO: te has librado por poco, otro día no fallo- la mire a los ojos y la repetí el saludo de baile clasico, la bese la mano, y la pase al siguiente.¿De donde había salido esa auto confianza y seguridad al tratarla? Eli era buena profesora.
Mi sorpresa fue que nada mas darme la vuelta para ver a mi siguiente dama, no vi a nadie, andaba pendiente de Eli, la vi agarrada de un hombre por cada brazo, se la estaban rifando.De nuevo mire y mi derecha y ya vi a Carla, se acerco como un obús, y casi sin reaccion me prepare para el impacto, se me tiro encima como si fuera papa noel y ella un crió de 6 años.
YO: bueno¡¡¡¡¡¡ ¿vienes con ganas o que?
CARLA: no te hagas el tonto, Eli me ha dicho que la tienes enorme y quiero constatarlo.- Su honestidad y firmeza me descoloco.
YO: venga -me tuve que agachar- pues si te portas bien, soy todo tuyo.
Ella no paraba de intentar pegarse a mi, y yo de alejarla con el baile, no la iba a dejar el premio tan facil, se lo tenia que ganar. Entendió mi propósito y se empezó a mover como no creía posible, le sobrarían kilos pero tenia ritmo.Al final la deje acercarse, no perdió el tiempo y se pego como una lapa, directamente me cogió la polla y la palpo de arriba abajo a través de la tela.
CARLA: madre de dios¡¡¡¡¡ que suerte tiene la muy guerra.- supuse que se refería a Eli.
Me la coloco de tal manera que era horizontal pero hacia abajo, me la volvió a meter en la pernera del pantalon cosa que le agradecí, se coloco de lado a esa pierna y se me pego de nuevo, ni me miraba a mi, solo constataba distancias, Yo no veía nada, sus 2 prominentes pechos hacian un angulo ciego en su estomago pero haciendo gala de mi capacidad de deducción espacial, mi cintura le llegaba a la altura de sus pechos, y mas de un movimiento note su muslo en mi punta del glande.No se molesto en decir nada, solo se restregaba contra mi, eso me ayuda a cerciorarme, cada vez que se movía de arriba a bajo sus pechos hacian efecto brocha en mi cadera, debía de pasar de la talla 100 segurisimo.
De nuevo cambio de canción, Eli salio despavorida del fondo de la sala y se me hecho a los brazos, ya habíamos dado una vuelta entera, todos con todos, y se acababa la hora. Eli era lista y puso el ultimo turno largo y pausado..
YO: ¿que tal, profesora? – levanto algo la mirada, pero no me miraba ami, si no a mi pecho.
ELI: ha …ha sido mas duro de lo que creía, no se si podre repetir, me siento…… me siento mal.- incluso la note temblar
YO: hey hey, tranquila morena mía; ya esta a salvo conmigo, aqui no te va a pasar nada malo – trate de calmarla- si no quieres no se repite esto.- de la impresión se me bajo el empalme que llevaba 30 minutos sin bajar.
ELI: ha sido duro, ¿para ti?
YO: no te voy a mentir Eli, me lo he pasado genial, y que sepas que tus amigas van bien servidas.- le saque una medio sonrisa.
ELI: siento si te molesto pero, tenia que convencerlas de venir a esta clase y eras el mejor argumento.
YO: no pasa nada, ahora cálmate y prepárate para terminar la clase.Si no quieres hoy descansamos, no hace falta que te quedes.- alzo la mirada de nuevo, ahora si amis ojos, la sentí débil así que le trasmití la mayor seguridad posible. Sonrió ampliamente.
Acabó la música, volvió a ser ella de repente, pidiendo aplausos y felicitaciones, se fue y pregunto por todos lados, que les había parecido. Mientras ella lo hacia yo cogí mis cosas y ni corto ni perezoso me fui directo a donde estaban Carla y Lara. Puse mis cosas al lado y sin decir nada me senté a esperar.Ellas cuchicheaban, bueno, Lara lo hacia, a Carla se le oían las burradas que decía claramente.Estaba claro que Carla era todo un carácter.
Eli termino de despedir a todos y se fue a nuestra zona, su rutina antes, cerro todo y comprobó los baños. Se me acerco directamente como la misma cara pálida y asustada de la ultima canción, la mire fijamente, miro a sus amigos y estallo señalándome con el dedo y saltando de alegría.
ELI: MUAHAAAAA HAS PICADO IDIOTA¡¡¡¡¡¡
CARLA Y LARA: jajajjaajjaj te la acaban de meter hasta el fondo.
YO : ¿PERO QUE COJONES PASA¡¡¡?
ELI: nada tonto, que estaba todo preparado.
YO: ¿todo que?
ELI: pues todo, mi debilidad al final de la clase……
CARLA: …….la timidez de esta pava- señalando a Lara
LARA: ……y tu atrevimiento, cerda – dijo algo molesta con Carla.
Las tres se echaron a reír, yo me quede a cuadros, como seria si me robaran en casa conmigo dentro y no me entraba, las miraba atónito, y alguna palabra mal sonante se me fue a la cabeza pero guarde calme.
ELI: ayyyyyyy¡¡¡¡ mírale que cara de mustio se le ha quedado………….. jijijiji. Te crees que una mujer como yo no puede soportar que la magreen un poco, eso me pasa a diario.- mientras  decía eso  agarro mi mejilla con una mano, a lo abuela, se la quite de mala manera, estaba cabreado, me la habían jugado, ¿por que? ¿que ganaban?.
Eli se acerco con ternura se puso de espaldas y se me sentó encima de forma lateral, de cara a sus amigas, yo miraba hacia su espalda, no queria saber nada.
ELI: oye, siento el numerito, pero esta es ya al 3º semana, tocaba practica, y que mejor que probar si se te ha quedado algo en ese melon. Si lo hacia yo solo no quedaría creíble.
Empece a entender pro donde iba.Se hizo un silencio largo.
YO: bueno…………..¿y la nota?
ELI: conmigo te has salido del mapa, has sabido llevarme perfectamente, has entendido mi necesidad, la has priorizado y me has hecho sentir segura. ¿vosotras?
CARLA: el muy cabrón me ha hecho sudar, me he tirado como una leona en celo aplastando a estas dos -se agarro los pechos- y el jodido me ha heco merecérmelo. Me ha puesto a mil.
LARA: bueno , no se a mi me ha encantado el baile, me ha costado pero al final ………….joder me la ha pasado por todos lados.
ELI: bien parece que tenemos un 10 de mi parte, un………..-miro a Carla.
CARLA: un 9 de mi parte, despues de ganármelo no ha hecho nada, solo me estragaba, si me lo neto que ganar, ha de merecer la pena..
LARA: yo un 7, esperaba que me acercara a el nada mas verme, me estaba mordiendo el dedo como dijiste Eli, y tardo un poco en reaccionar, pero la despedida me ha dejado con ganas de mas.
YO: me cago en to – lo del dedo, o morderse el labio inferior eran cosas obvias, lo tenia en algun lado de la cabeza, al igual que lo de Carla, una vez encima debía haber movido mas la cintura.
ELI: yo creo que ha salido bastante bien, y como tal te tengo un regalito……………..
CONTINUARA………………….
Para contactar con el autor:

Relato erótico: “El despertar sexual de cassandra” (POR PERVERSO)

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EL DESPERTAR SEXUAL DE CASSANDRA 
EL SEÑOR DE LA TIENDA 1
Empecemos por describir al pervertido protagonista:
Don Marce es un viejo que ronda por los 50 años, dueño de un local de esos conocidos como “tienditas de la esquina” donde también funge como el que despacha, dicha tienda se encuentra enfrente de una escuela de bachilleres, ambos locales separados solo por una calle de doble sentido muy poco transitada, la escuela tiene dos turnos, el matutino y el vespertino, siendo este último el que concentra a las muchachitas más desarrolladas.
Don Marce se recrea la pupila día a día, excepto los fines de semana, con las jovencitas que allí estudian y una que otra maestra, las hay de todas formas y tamaños; altas, chaparritas, gorditas, delgadas, güeritas, morenitas, etc.; pero las que más llaman la atención de nuestro mirón protagonista son aquellas que la naturaleza ha dotado de cuerpos perfectos y muy desarrollados para la edad con la que cuentan, y más aquellas niñas que gozan de provocar tanto a estudiantes, maestros y cualquier hombre que las vea con esas falditas tan cortas que prácticamente no les cubren nada.
Cada día Don Marce presume la mejor de sus cariadas sonrisas cuando las niñas se pasean por su acera o entran a su tienda, le encanta ver como a algunas de ellas el viento les juega malas pasadas con sus falditas, que ante la mas mínima brisa tienden a levantarse, enseñando desde shorts cortitos, licras ajustadas, pasando por pantys sexys, hasta las que llevan tangas provocativas o incluso las que se atreven a llevar apenas un divisible hilo que se pierde entre sus carnosas nalgas, el pobre hombre casi siente que se la va a salir el corazón cuando le toca ver a una de esas.
-ay niñas, deberás que la piden a gritos- dice para si nuestro anciano amigo, recordando esos momentos mientras se masturba a salud de las jovencitas en la soledad de su cuarto.
A Don Marce le encantan los días lluviosos, pues las niñas que entrar a su tienda a refugiarse del agua le enseñan sin querer una visión traslucida de sus cuerpos a través de la mojada tela de popelina del uniforme; además, es en estos días lluviosos y fríos cuando los pezones de las jovencitas parecieran no querer esconderse y sobresalen notoriamente por sobre sus blusas escolares.
Don Marce sabe que con su edad y aspecto físico no tiene la mínima oportunidad de lograr algo con alguna de esas señoritas, es feo, viejo, una panza cervecera y peluda, casi no tiene pelo en la cabeza excepto a los costados y un pequeño mechón que sobrevive a la calvicie arriba de su frente, una nariz que asemeja la forma de un hueso de mango, muchas verrugas en su rostro, incluso pareciera como si tuviera un ojo más grande que otro, ni siquiera tiene fortaleza física, su físico es flácido, sus piernas y brazos son escuálidos señas de que nunca en su vida ha hecho ejercicio o practicado algún deporte, casi no se afeita lo que hace que por semanas enteras luzca un aspecto facial muy descuidado, en fin, no llamaría en lo más mínimo la atención de alguna mujer, sin embargo, como él dice, la esperanza es lo último que se pierde.
En el trato es algo maleducado, principalmente con los muchachos, a quienes pone cara de pocos amigos, regaña y despacha de mala gana, no así con las niñas, a quienes les sonríe muy coqueto, como todo un galán de novela, intentando hacerles plática a las que se dejen, que casi siempre son las menos agraciadas, a las más bonitas tiende a agarrarles las manos a la hora de darles el cambio, incluso les da el producto si a la niña le falta que dos o tres pesos, cerrándoles el ojo y lanzando su mirada más seductora, teniendo como respuesta de las jovencitas por mucho las gracias, en ocasiones una forzada sonrisa o simplemente nada por el miedo que les da y lo morboso que se ve.
Hay muchas niñas que llaman su atención, y cada generación que entra significa unos 4 o 5 nuevos prospectos, de las muchas que le levantan el ánimo con solo verlas, esta Cassandra, una jovencita que se encontraría entre las cinco más deseadas del plantel, tanto por alumnos, maestros e incluso padres de familia, quienes piensan que esa jovencita seria mucho para alguno de sus pubertos hijos.
Cassandra  es, de cuerpo, una de las más desarrolladas, poseedora de un rostro que envidiarían los ángeles más bellos, blanca, su cabello negro azulado, lacio y largo, a veces se hace unos rizos en la parte de enfrente, y es que esta niña demora mas para peinarse que lo que dura un partido de fútbol, sus labios se ven siempre húmedos gracias al brillo labial, un cuerpecito bien formadito, no le falta ni le sobra nada, ni siquiera el uniforme de la escuela puede tapar esas espectaculares curvaturas, unos senos muy desarrollados, unas piernotas que cualquiera quisiera morir ahorcado entre ellas, Cassandra usa las faldas algo cortas y eso hace lucir mucho mas sus torneadas piernas.
Como es de suponerse, Cassandra siempre está rodeada de chicos, siempre, en la cooperativa, en el salón de clase, a la hora de entrada, a la hora de salida, hasta en el baño ahí quienes ya la están esperando afuera a que salga, todos con las mismas intenciones, parecen perros cuando andan atrás de una perra que está en celo, esto desanima mucho a Don Marce, porque cuando Cassandra va a la tienda rodeada de tantos muchachos que superarían en número la escolta del presidente, no dejan que nuestro protagonista arme algo con semejante belleza, maldiciéndolos a todos y recordándoles a su progenitora en su morbosa mente.
-pinches chiquillos hijos de la chingada, parecen pájaros nalgones, ni pichan, ni cachan, ni dejan batear- dice para sí el pervertido viejo.
Cassandra es una niña algo ingenua en cuestión del sexo (no sé qué tipo de educación se dé en España o en los hermanos países latinoamericanos, pero acá en México, no en todo, la orientación sexual en las escuelas es prácticamente nula, muy pocos maestros tocan esos temas con sus alumnos, yo creo por temor a malentendidos con los padres de familia), su cuerpo nunca había sido manoseado por otra persona que no fuera ella, muchos chicos se habían aventurado pero terminaban con una cachetada por parte de la jovencita, era una niña que a pesar de vestir sexy se daba a respetar y no andaba haciendo desfiguros en público.
Sin embargo, detrás de esa mirada inocente, de esa niña que parecía no romper ni un plato, se encontraba una jovencita que ya sabía lo que era la pornografía, pues una de sus amigas le mostraba videos en sus celulares, de esos que duran pocos minutos, ella veía eso como algo prohibido, si bien era cierto que esos videos le provocaban cierta curiosidad ella se limitaba a verlos solo porque sus amigas los veían y como todas, no quieren quedarse atrás.
Había aprendido a masturbarse imaginándose situaciones morbosas, excitantes, pero también muy fuertes para ella y que precisamente había aprendido en tales videos, Cassandra guardaba situaciones que en lo más profundo y pervertido de su joven mente le gustaría en algún momento realizar, como chupar un miembro, que se corran en su boca, hasta en algún momento el de tener sexo con un viejo pervertido, veía en la tele noticias sobre que la policía había atrapado a un violador o a un pedófilo y en la soledad de su cuarto se imaginaba a ella teniendo sexo con el depravado.
Don Marce tenia afuera de su tienda dos banquitas, que eran aprovechadas por los muchachos que compraban algo para sentarse y platicar un rato, a Cassandra le gustaba sentarse allí pues aparte siempre daban sombra, Don Marce aprovechaba cuando había poco chamaco para estar parado ahí afuera viendo a la niña mover sus sensuales labios al platicar con su amiga o cruzando las piernas para no enseñar de mas, llevando a cabo sus primeros intentos por hacerle plática con frases como:
-que tal la escuela niñas?-
-descansando?-
-pero que calor está haciendo verdad?-
Ganando ciertas respuestas de algunos muchachos o incluso de la amiga, pero Cassandra era más reservada.
Cierto día la escuela abrió una convocatoria para seleccionar un equipo femenil de voleibol, deporte favorito de Cassandra,  desde luego se inscribió y quedo entre las seleccionadas, mas por su cuerpo que por su talento, pues el entrenador era otro viejo pervertido igual que Don Marce, lo malo era que las prácticas eran después de clases, y como Cassandra asistía en el turno vespertino, tenía que regresar a practicar de 8 pm a 9 pm, y pues eso como que no le gustó a sus papás por que ya era algo tarde, sin embargo a Cassandra no le molestaba pues vivía como a 20 minutos de la escuela caminando; como la niña era seria, estudiosa, llevaba muy buen promedio y nuca les había causado problemas accedieron a su capricho.
Don Marce casi siempre cerraba la tienda a las 9 pm, a él le valía pues era el dueño, hasta que un día, una vez cerrado el negocio, Don Marce se dispuso a barrer su banqueta, estaba por meterse cuando vio a Cassandra que venía caminando sola, con su playerita blanca y su short deportivo sumamente ajustado a sus caderas, culito y entrepierna, al verla Don Marce primero dijo para él:
“mira nada más lo que viene por ahí, tanta carne y yo chimuelo mmmm, cosita rica”
Pero a Cassandra le dijo:
-buenas noches niña, que andas haciendo tan tarde?-  con el tono más amable y respetuoso que pudo disimular.
-buenas noches señor, vengo de mi práctica de voli- dijo Cassandra
Don Marce como la vio algo sudada rápidamente pensó en invitarle una bebida.
-no quieres un agua o un refresco niña?-
-asu, si me gustaría pero, no traigo dinero- contestó la chica
-yo te lo invito, no te preocupes, pero nada más a ti ehhh, no vayas a decir en la escuela a tus amigos porque después los voy a tener a todos aquí queriendo que les invite algo y me van a dejar en la quiebra- decía el viejo.
-jejejeje, ay señor que cosas dice- decía Cassandra mientras se reía.
-me llamo Marcelino hija, y tu cómo te llamas?- preguntó el viejo, aunque ya sabía su nombre pues había escuchado como la nombraban los demás jovencitos.
-Cassandra- respondió la nena
-Cassandra, que bonito nombre, espérame voy por el refresco o quieres agua?- ofreció el viejo.
-ay señor me da pena- decía Cassandra no muy convencida.
-que no te de pena hija, con confianza,- insistía el viejo.
-bueno, un agua porfa- dijo Cassandra pues como cuidaba su cuerpo casi no tomaba refresco.
Don Marce regresó con una botella de Bonafont de a litro, (marca de agua preferida por Cassandra), de las más frías que tenia, Cassandra comenzó a tomar mientras Don Marce no perdía detalle de cómo se empinaba el envase, como esos sensuales labios rodeaban el chipo de la botella, intentando abrir más sus ojos para observar mejor el espectáculo, así como también observaba los tragos que bajaban por su garganta, en esa posición que había adoptado la nena podía apreciar cómo se elevaban sus senos, redonditos y paraditos.
-ay, muchas gracias Don Marce, moría de sed, mañana se la pago- decía la nena quien ya se había quitado lo acalorada.
-no te preocupes hija, la casa paga- respondía Don Marce queriendo quedar bien con la muchachita.
-muchas gracias, bueno Don Marce me tengo que ir, me gustaría seguir platicando con usted pero se me va a hacer más tarde,- decía la nena.
-si hija te entiendo, te vas con cuidado, nada de platicar con extraños ehh- decía el viejo Marcelino.
-hasta mañana Don Marce, otro día platicamos, sale- se despedía la niña sonriéndole agradecida.
-si hija, para mi será un honor platicar con una belleza como tu- dijo el viejo Marce, sonrojando a la nena y logrando que esta le regalara una atractiva sonrisa.
Cassandra continuo su andar con esa coquetería que distingue a las mujeres que saben que son dueñas de un cuerpo que no puede pasar desapercibido, Don Marce no perdió detalle de eso, veía embelesado como se le marcaba el calzoncito a la jovencita debido a su ajustadísimo short y solo se metió a su casa hasta que Cassandra se le perdió de vista.
-hija de la chingada si estas rebuena, pendeja rica, mmmm,-
Decía Don Marce mientras cerraba su puerta, lo más seguro es que antes de dormir se haría una chaqueta a salud de la ingenua Cassandra.
Al otro día, a las 6: 30 pm, la hora que salía Cassandra junto con el resto de los escuincles, Don Marce esperaba ansioso a ver si la niña pasaba por su acera, entre tanto chiquillo y padres de familia logró distinguirla, como siempre con uno que otro chico al lado, pero Cassandra con la única que platicaba era con su amiga, una muchachita también muy bonita aunque con un cuerpo menos desarrollado que el de Cassandra.
Don Marce pensó que a lo mejor la niña no se acordaría de lo de ayer, y que pasaría por ahí como si nada, no fue así, pues Cassandra al pasar cerca de la tienda volteó hacia adentro, y cuando sus hermosos ojitos visualizaron la nada atractiva figura de Don Marce lo saludó con la clásica señal de adiós con la mano, recibiendo la misma seña por parte del viejo tendero además de una sonrisa de oreja a oreja.
-a quien saludas?- preguntó la amiga de Cassandra.
-a Don Marce- respondió la jovencita.
-Don Marce?, ese quién es?- volvió a preguntar su amiga.
-pues Don Marce, el señor de la tienda- respondía Cassandra.
-¡el viejo pervertido ese!,- decía su amiga.
-ay Lupe no le digas así, ese señor se ve que es bien buena gente, anoche me invitó un agua cuando salí de mi práctica de voli- contestó la jovencita.
-¡buena gente!, ese señor es bien pervertido, a mi luego me quiere agarrar la mano cuando me da el cambio, por eso mejor siempre le pago con lo exacto y es más, se lo dejo ahí que él lo agarre, te voy a contar algo pero no vayas a decir nada, me contaron por ahí que ese señor intento manosear a Karina la del C- decía Lupe a Cassandra, esta última frase en una voz muy bajita para que no escucharan los que iban al lado de ellas
-ay tú que les crees a los chamacos, además Karina es bien encimosa, además conmigo nunca se ha querido pasar de listo, anoche platique con él y se ve un señor muy respetuoso- respondía Cassandra mientras era mal vista por su amiga.
-pues yo nada mas te digo para que no te confíes, y si puedes mejor no pases a su tienda en las noches- advertía su amiga
Cassandra siguió caminando y platicando con su amiga mientras Don Marce no la perdía de vista hasta que su mirada se desvió hacia una muchachita morena bien piernuda, quien se estaba bajando las calcetas a los tobillos, y de paso le daba una espectacular vista a Don Marce pues al estar agachada y con su faldita corta se le veían los calzones.
-ay niña no me pongas esa cara- decía Don Marce mientras se recargaba de frente a la pared al mismo tiempo que punteaba la pared con su empalmada verga, Don Marce se dio cuenta que era visto por un niño, quien se le quedaba viendo muy raro.
-que estás viendo chamaco metiche, deja de estarme ensuciando la entrada- decía el viejo mientras se metía para su tienda, metiendo una mano dentro de su bolsillo para acomodar su verga dentro del pantalón para que la gente no se diera cuenta que la llevaba excitada.
Don Marce siguió topándose con Cassandra en las noches, no todas pues había veces que sus padres iban por ella, sin embargo las poquitas noches que se la topaba trataba de aprovecharlas al máximo para hacerle plática, platicaba sobre la escuela, sus gustos, ahí se enteró que no tenia novio, aunque se daba cuenta de que pretendientes le sobraban, la niña no había hecho caso a su amiga, pensaba que todo era invento de los chamacos.
Don Marce comenzó a cerrar más tarde, para así platicar con Cassandra adentro del negocio, de vez en cuando le invitaba galletas, sabritas, pocas veces chocolates pues Cassandra casi no los comía porque decía que le salían espinillas, como Don Marce vendía cerveza, varias noche llegaba uno que otro borracho por su medicina, y se iban no sin antes darle un repaso al cuerpecito de Cassandra, apenas cubierto por una playerita que cuando levantaba los brazos enseñaba el ombligo y su cinturita; su cortísimo short mostraba sus blancas piernas, sin ningún tipo de bello y ninguna especie de grano, se le ajustaba tanto que casi parecía bóxer y nos daba una idea de cómo era Cassandra desnuda.
Otra cosa que vendía Don Marce eran revistas, desde las de Cocina Fácil, Muy Interesante, Disney para Colorear, hasta las Playboy, Maxim, y las mexicanas para adultos de las Chambeadoras, Microbuseros en Paradas Continuas, Almas Perversas y todos los demás títulos que conforman el extenso surtido de revistas eróticas mexicanas, según tenía prohibido exhibirlas a la vista de los jovencitos pero estos eran los que más consumían ese producto.      
Cassandra no pudo voltear a ver para otro lado cuando las vio, una vez había encontrado tirada en la calle una de esas revistas, la repasó y le había parecido interesante, sin embargo ella no podía comprar una pues le daba pena ir a las tiendas y pedirla.
Una noche mientras Don Marce atendía una clienta, Cassandra se acercó al revistero, y de reojo trataba de memorizar las portadas tan excitantes a la vista, simulaba que leía una revista de recetas mientras sus ojos se dirigían a esas revistitas tan conocidas acá en México, sin darse cuenta que Don Marce la veía e intuía la dirección de su mirada.
Una vez que la señora que atendía Don Marce se fue, el viejo y la jovencita siguieron platicando, a Don Marce se le hizo fácil tomar una revista de esas y ojearla enfrente de Cassandra, mientras a ella se le veía que se la comía la curiosidad, estaban en silencio hasta que Don Marce dijo:
-sabes Cassandra, cuando necesites algo, cualquier cosa, ya sabes, con confianza puedes pedírmela , incluso si algún día ocupas una revista para hacer tarea te la puedes llevar y luego me la traes- decía Don Marce con un acento cómplice.
-ajaa, si gracias, ehhhh Don Marce ya me tengo que ir, ya es tarde- dijo la nena
-si hija, vete con cuidado- la despidió el viejo.
Cassandra se despidió y salió inmediatamente, quería llegar a su casa lo más rápido posible pues pensaba masturbarse con las imágenes que tenía en mente de las revistas aprovechando que estaban frescas, y cuando llegó así lo hizo, se desnudó para imaginarse que era ella la muchacha de la portada, y comenzó a darse placer ella misma, metía dos dedos rítmicamente dentro de su juvenil sexo, en toda su habitación se sentía un calorcito propio del cuerpo de Cassandra, ella aprovechaba que sus padres no se encontraban en casa para darse gusto.
Se tiró boca arriba en la cama con las piernas bien abiertas, imaginándose un cuerpo masculino entre ellas, se tallaba su juvenil coñito a ritmos acelerados, en un momento colocó una almohada entre sus piernas y empezó a usarla simulando que era un hombre, realizaba con la almohada movimientos tan naturales como si la almohada la estuviera penetrando, Cassandra jadeaba y jadeaba hasta que estalló en un orgasmo riquísimo y tuvo que apretar sus muslos contra la almohada dejándola empapada en jugos vaginales.
Cassandra respiraba agitadamente, se recuperaba de su orgasmo, su sexo le comía y ella lo rascaba con sus dedos, si bien sus masturbadas la dejaban hasta cierto punto satisfecha, ella misma se daba cuenta que no eran lo suficiente para calmar su calentura, faltaba algo mas, algo que su cuerpo le reclamaba, sentía un hueco en su panochita cada vez que terminaba de masturbarse, un hueco que sentía que debía rellenar con algo, ella misma ya sabía de que se trataba, su juvenil cuerpo ya le exigía una verga dentro de ella.
Cassandra se masturbaba muy seguido, contaba con la ventaja de que dormía en un cuarto independiente y no tenia hermanos molestos que la interrumpieran, además sus padres caso todo el día estaban fuera de casa, así como para muchos el cigarro o el alcohol es su vicio para Cassandra se había vuelto el auto complacerse, una maña que no iba con la inocencia que el rostro de Cassandra exhibía al exterior.
Pasaron varios días para que Cassandra pudiera volver a entrar a la tienda de Don Marce porque sus padres iban más seguido por ella, además las prácticas y los partidos oficiales no eran de todos los días.
Un día estando en la tienda con Don Marce, aprovechó que a nuestro maduro amigo le hablaron por teléfono, teniendo que ir a contestar adentro, en la parte donde acaba la tienda y empieza la casa, pidiéndole a Cassandra que le cuidara el negocio, esa noche hacia un calor tremendo y la chiquilla se había quitado su playera de prácticas y se había quedado con un sexy top que dejaba a la vista su cintura y una buena parte de sus senos.
La joven Cassandra agarró una revista de la National, según para leerla, pero dentro de ella colocó una revista erótica de las mexicanas ya que por su tamaño caben perfectamente, así daba la impresión de que lo que estaba leyendo era la conocida revista amarilla.
Ya una vez desocupado el tío, continuo preguntando a Cassandra sobre temas personales y recorriendo con su lasciva mirada toda la anatomía de la jovencita, en un descuido de la chiquilla, el viejo pudo ver que no estaba leyendo tal revista, la verga se le paró instantáneamente con el simple hecho de saber que Cassandra se estaba cultivando mentalmente.
ahhh, que niña de curiosa,” decía el viejo en su puerca mente mientras Cassandra ponía su faceta más inocente que tenia.
-Cassandra que estás viendo?- dijo el viejo Marce.
-ehhh, nada, esta revista- contestó Cassandra muy nerviosa levantando un poco la revista amarilla.
-a ver- dijo Don Marce mientras le arrebataba la revista de la mano, la revista erótica cayó a los pies del viejo.
Don Marce se dio cuenta de lo que Cassandra estaba viendo, la nena estaba entre asustada y nerviosa, pensaba que Don Marce le diría a sus padres o que se enojaría y ya no la dejaría agarrar mas las revistas, además no cabía de la vergüenza que sentía en ese momento, algo tan natural para nosotros significaba mucha vergüenza para esta jovencita.
-perdón Don Marce, no lo volveré a hacer, pero por favor no le diga a mis papas- decía esto la niña pues Don Marce ya conocía a sus padres, ya que como la escuela se quedaba vacía después de las prácticas, en ocasiones Cassandra esperaba a sus progenitores sentada en las bancas de la tienda de Don Marce.
Don Marce jaló a la niña hacia la parte donde es su casa, se asomó para su tienda asegurándose de que no entraba nadie y volteó a ver algo serio a la apenada Cassandra.
-no mi niña como crees,- decía Don Marce de una forma algo paternal, acariciando el cabello de la jovencita y aprovecho la situación para darle un abrazo, al oír esto el alma de Cassandra regresaba a su cuerpo así como una sensación de tranquilidad en su mente.
-gracias Don Marce, por eso es mi vendedor favorito- dijo la nena, intentado encontentar al viejo pues pensaba que se había molestado.
-de veras mi niña- dijo Don Marce esbozando una amarillenta sonrisa, un prolongado silencio reinó entre ellos, mientras el viejo seguía abrazándola, ella por lo tanto con los ojos cerrados aceptaba ese abrazo, sentía las pasadas manos del viejo en su espalda así como la abultada panza de Don Marce en su esbelto y firme abdomen.
-si quieres te puedo prestar las revistas para que las veas más tranquila en tu casa y luego me las regresas, solo te pido una cosa, no le vayas a decir a nadie que yo te las presto, ehh- le decía el viejo casi en el oído, pues ambos seguían abrazados.
-no Don Marce, me da pena con usted, que va a pensar de mi?- decía la jovencita en un tono muy bajo y parándose de puntitas para alcanzar a decírselo a Don Marce a su peludo oído.
-pena de que mi niña, y que no te preocupe eso, como voy a pensar mal de una niña tan bonita como tú, yo sé lo que se siente querer ver una revista de estas y no poder, yo también tuve tu edad y fui curioso, y me hubiera gustado encontrarme a alguien que me ayudara de la manera en que yo te quiero ayudar a ti- decía el viejo más cerca de su oído, mientras sus manos ya tomaban a Cassandra de su cintura y la apretaba hacia su flácido cuerpo.
Cassandra se quedó pensando un poco, muy sexy con un dedo en sus labios, hasta que dijo.
-de veras me prestaría una revista de esas Don Marce?- dijo la nena, al tiempo que sus delicadas manitas se posaron en el pecho del viejo pervertido, todo esto lo decía Cassandra sin voltear a ver a Don Marce, aun sentía algo de pena.
-si mija, nada mas no le digas a nadie, porque me puedo meter en problemas con tus padres, que sea nuestro secreto- decía el viejo sabiendo que ya tenía un secreto que guardar y que era cómplice de nada más y nada menos una de las jovencitas más deseadas del plantel, y porque no decirlo, de la ciudad entera.
El viejo Don Marce ahora jugaba con el elástico del shorcito de Cassandra y bastaba con que volteara un poco hacia abajo para que pudiera admirar lo bien que su top apretaba sus antojables senos.
-no Don Marce como cree, no soy tonta- dijo la nena
-entonces si quieres puedes llevarte una desde ahorita- dijo el viejo.
-sí, creo que me llevaré una Don Marce- dijo Cassandra separándose del viejo pues sentía que ya llevaban mucho tiempo abrazados, además de que sintió algo extraño en los toqueteos de Don Marce, malicia, Don Marce tocaba la piel de su femenina cintura directamente, además una de sus manos se aventuraba a ir debajo de su shorcito y jugaba ahora con el elástico de la sexy panty de la niña.
Ese descarado movimiento casi la hace rechazar la oferta del viejo Marcelino, sin embargo su curiosidad era más fuerte.
-llévate las que quieras Cassandrita- decía el viejo tendero.
Así que en la pequeña mochila donde guardaba su camisa de entrenar se llevaba las revistas para que sus papas no las vieran, así pasaron los días, semanas, meses, cada vez Don Marce se las iba subiendo de tono.
Se llegó el día del estudiante, ese día la escuela tendría una tardeada y se había permitido a los alumnos ir de civil, Cassandra sabía que era oportunidad de lucirse, se arregló como solo ella sabe, su cabello planchadito, bien maquilladita, su rostro sin ningún tipo de imperfección junto con su desarrollado cuerpo le daban la apariencia de ser de una muchacha de unos 22 años y eso que Cassandra era cinco años más chica, se pinto sus sensuales labios con su brillo, los relamía degustando ese sabor cereza y los juntaba muy coqueta dispersando el cosmético de belleza.
Incluso ella misma se sorprendió al verse, era tan bella que hasta las diosas del Olimpo deberían de estar celosas, se veía su rostro en todos los ángulos que el espejo le permitía, entonces al verse tan mujer, decidió vestirse como una y empezar a olvidar todo lo infantil que en ella aun se encontraba, se dijo que ese día se iría vestida lo más sexy posible.
Se puso una blusa roja escotada, que dejaba ver buena parte de sus redondos encantos, ya desarrollados, y un brasier ajustado que los hacían ver aun más voluminosos, abajo se puso primero una lickra roja y una minifalda negra tableada, la más mini que tenia, se observó en el espejo ahora de cuerpo completo, se daba vueltas haciendo que los tablones de su falda se elevaran y enseñaran de mas, pero como que no se sentía muy sexy a pesar de que vestida así cualquier hombre se la aventaría encima.
Optó por sacar una pantaletita mas chica, se quitó la lickra y se puso la pantaleta, se volvió a dar de vueltas sobre su propio eje, pero como que igual que con la lickra, no se sentía sexy; se dirigió a su cajón de ropa interior y ahora sacó una pequeñísima tanguita rosa pastel, Cassandra casi no usaba tanga, solo se la puso porque quería ver qué tal le quedaba, se daba de vueltas y veía todo lo que enseñaba, se agachaba simulando que recogía algo mientras veía en el espejo que tanta carne enseñaba, estaba en uno de esos momentos en que su joven mente la ponía a fantasear, claro que no pensaba llevarse la tanguita puesta, solo era para probársela y después ponerse algo más discreto, pues ella misma se daba cuenta de lo micro de su falda.
Se colocó unos zapatillas de tacón que lo único que hacían era realzar sus ya formidables piernas y elevar mas su deseable culito, se miró al espejo y estaba por demás impresionante, todo un mujeron, terminaba por afinar los últimos detalles y ponerse unos llamativos aretes cuando en eso recibió una llamada de su amiga Lupe que ya estaba abajo esperándola, se le había ido el tiempo arreglándose, agarró su mochila pues tendría unas cuantas clases y salió lo más rápido posible para treparse a la recién comprada moto de su amiga Lupe, su madre estando embobada viendo la tele no se dio cuenta de cómo iba su hija vestida y solo la despidió con un “te regresas temprano”; Cassandra, por las prisas se le olvidó cambiarse la tanga y se acordó ya cuando había llegado a la escuela, y eso porque cachó a un maestro viéndola mientras ella se abría de piernas para bajarse de la moto.
Ya en la escuela, Cassandra era la sensación del momento, tanto alumnos como maestros y uno que otro padre de familia que llevaban a sus hijos a la escuela desviaban la mirada con la intención de no perder ni el más insignificante detalle de sus movimientos, y porque no, tratar de ver más allá de lo que tapaba esa faldita, que de por si no era mucho, solo los glúteos; caso contrario las alumnas, maestras y una que otra madre de familia, quienes la tachaban de otra muchachita que se estaba haciendo mala fama, y es que el modo en que Cassandra iba vestida no era el más adecuado.
Se llegó la hora de la música y como es de esperarse Cassandra era rodeada por un número considerable de muchachos invitándola a bailar, que de por si ese tipo de música más que bailar se trata de arrimar, parecían buitres cazando un animal moribundo, llegó un momento en que cansaron a nuestra protagonista con tanta galantería y presumidez que prefirió irse con su grupito de amigas, las horas pasaron y Cassandra bailaba con una amiga muy sensualmente, haciendo babear a más de uno y regalando poses casi rayando en lo erótico a otros, los cuales en unas horas seguro estarían en el baño desahogando sus tensiones, y es que a pesar de ser jovencitos ya tenían edad para jalarle el pescuezo al ganso.
El consumir tanto líquido hizo que a Cassandra le dieran ganas de ir al baño, se dirigió a los sanitarios femeninos pero el conserje no la dejó pasar debido a que no había agua y además una niña se había vomitado dejando un fuerte olor que ni el conserje se atrevía a entrar y que ni el más poderoso aroma floral podía disimular.
-malditos niños hijos de la chingada, como si no tuviera trabajo?- decía el pobre conserje enojado, considerando que no le pagaban lo suficiente para realizar este tipo de trabajos.
Cassandra veía que algunas alumnas entraban al baño de los hombres pero a ella le daba asco pues los muchachos eran muy asquerosos, muchas veces escuchó pláticas de que los chicos se masturbaban ahí adentro o de que otros orinaban la taza del baño a propósito solo para darle más trabajo al conserje, además sin agua esos baños deberían de estar asquerosos, no sabía qué hacer estaba a punto de entrar al baño de hombres cuando en eso se le vino a la mente el viejo Marce, así que pensó en irle a pedir prestado el baño a su pervertido “amigo”.
Se dirigió al portón de la escuela y vio que la prefecta no estaba cuidando, no lo pensó dos veces y salió para la tienda, con esas zapatillonas se la hacía difícil caminar, aun así, caminaba muy coqueto moviendo sus brazos para equilibrarse, llegó a la tienda pero el negocio se encontraba cerrado, entonces pensó que a lo mejor Don Marce no se encontraba en casa, como quiera tocó y tocó pero nadie contestó, volvió a tocar y nada, tocó otras dos veces y como no le contestaron pensó regresar antes de que la prefecta que cuidaba la entrada del portón de la escuela regresara, estaba por darse la vuelta cuando en eso abrieron una pequeña rendija de la cortina de lámina.
-quién es?- dijo Don Marce en tono algo molesto.
-soy yo Don Marce, me puede abrir porfis- decía la sensual muchacha.
te voy a abrir pero de patas” decía en su depravada mente Don Marce al reconocer el bello rostro de Cassandra,
-ay voy Cassandrita,- Don Marce abrió la puerta de la cortina y al ver a la chamaca se le paró instantáneamente la verga y no pudo evitar repasarla de arriba a abajo mientras Cassandra le sonreía muy coqueta con sus manos hacia atrás y girando levemente su apetecible cuerpecito, rápidamente Don Marce la metió y asomándose que nadie los hubiera visto cerró la cortina.
-Don Marce me presta su baño, es que el de la escuela se descompuso- Don Marce ponía atención en todo el cuerpo de la nena sin escuchar lo que ella le estaba diciendo.
-ehhh, perdón Cassandrita que me decías?- dijo el viejo Marce.
-que si me presta su baño porfis Don Marce, es que el de la escuela se descompuso-
-si mija pásale,- la llevó hasta la puerta del baño, siempre atrás de ella sin perder detalle de ese perfecto andar y ese coqueto movimiento de caderas que solo este tipo de mujeres puede realizar.
-Cassandrita que bonitas tus zapatillas- decía el viejo cuando en realidad lo que no perdía de vista era ese tremendo culo.
-gracias Don Marce, las estoy estrenando- decía la jovencita.
Ya una vez que Cassandra realizó sus necesidades, se dirigió al sillón donde se encontraba sentado Don Marce, el cuarto estaba muy silencioso, solo se escuchaba los tacones de Cassandra al caminar.
-ay, estoy muy cansada,- decía Cassandra mientras se dejaba caer en el sillón cerca de Don Marce.
-de que es la fiesta?- preguntaba el viejo
-es de lo de la semana del estudiante,- respondió Cassandra mientras se miraba sus uñas.
-y que, no esta divertida?- preguntó el anciano mientras no dejaba de ver las piernas de la chica.
-sí, pero lo malo es que no dan Caribes y como se me antoja una- decía Cassandra, mientras Don Marce no perdía detalle del movimiento de sus labios.
-apoco tomas de esas cosas Cassandrita?- preguntó el viejo
-si, porque, no tiene nada de malo- se defendía la nena.
-no, claro que no, lo que pasa es que no pensé que una jovencita tan recatada como tú, tuviera esos gustos- decía el viejo
-ay Don Marce, no me diga que me va a regañar- decía la nena en tono sarcástico.
-no mija como crees,- y aprovechó el viejo para darle un abrazo y jalarla hacia él mientras Cassandra reía creyendo que era de juego.
-pues agarra una mija, ya sabes cómo está el negocio, por ahí me traes una cerveza- dijo Don Marce mientras tomaba a Cassandra de su delicada mano pues ella se había levantado y estaba parada frente a él.
Cassandra fue a tomar las cosas y regresó a sentarse, en eso Don Marce le preguntó
-cassandrita hija, que tal están las revistas que te he prestado- dijo regalándole una mirada cómplice y dándole el primer sorbo a la cerveza.
-bien, acabo de ver ayer la que me prestó el otro día,- decía Cassandra mientras se acomodaba la falda para no enseñar su pequeña prenda, que aun así con las piernas cruzadas, alcanzaba a notarse.
-no te gustaría ver pero una película- dijo mientras acercaba mas su panzón cuerpo con el de la jovencita.
-una película?- dijo la jovencita.
Cassandra se quedo callada, si bien desde hace mucho que tenia curiosidad por rentar una película porno no se atrevía por lo mismo, sabía que era algo prohibido además nunca lo haría por miedo al que dirán; a pesar de que se llevaba con Don Marce, en ese momento se empezó a sentir nerviosa, como si estuviera ante un desconocido, Don Marce no esperó respuesta de Cassandra y se levantó para apretar un botón de la DVD y encender nuevamente el televisor, se volvió a sentar pero ahora muy pegado a Cassandra quien yacía inmóvil, con sus piernas juntas y uno de sus tirantes deslizándose por su hombro.
-yo ahorita estoy viendo una- dijo el viejo con una cara de libidinoso.
-ehh, Don Marcee, creo que mejor….. -Cassandra no pudo terminar de decir esa frase, la película había regresado del pause y se exhibía ante los curiosos y muy abiertos ojos de la niña.
Pocos minutos pasaron cuando el viejo Marce pasó uno de sus brazos por sobre los hombros de la jovencita, Cassandra muy nerviosa veía tímidamente las imágenes en alta definición, veía con una claridad excelente como el enorme miembro del actor se incrustaba dentro del húmedo sexo de la actriz, escuchaba los gemidos de ella ante cada embestida, el viejo Marce volteaba a ver de vez en cuando las reacciones por parte de Cassandra, el pensaba que Cassandra se iría enseguida y que tal vez le diría alguna grosería como “viejo cochino”, “viejo depravado”, “viejo pervertido”, “viejo enfermo”, u otros tantos calificativos que las jovencitas más serias le decían cuando intentaba pasarse de listo con ellas, sin embargo Cassandra no actuó de esa manera, al contrario, permanecía sentada, callada y con sus piernas bien cerradas viendo atenta su primera porno.
Cassandra tímidamente comenzó a acariciar ella misma sus muslos, sentía un calorcito que la recorría, si por ella fuera se desnudaría pero recordaba que estaba en casa del viejo pederasta.
Don Marce en tanto le daba el último trago a su cerveza, e hizo algo arriesgado pero que no le importó, sabía que Dios le estaba dando una oportunidad de tener algo de diversión esta noche, así que era hora de avanzar, que importaba que la niña lo rechazara o se saliera, iba a intentarlo, total, no perdía nada y podía ganar muchísimo, “putas van y viene” pensaba el viejo, así que comenzó a tallar levemente su miembro por sobre su pegado short, rápidamente apareció un bulto enorme.
Cassandra al estar tan cerca de él no pudo evitar voltear a ver la actividad de Don Marce, ella también deseaba tocarse desde hace mucho pero la pena le podía, su pequeña manita rondaba cerca de su preciado sexo, hacia círculos con su dedo por sobre sus desnudos muslos, y de vez en cuando movía sus labios muy coquetamente, podía sentir sus pezones que se empezaban a levantar.
Cassandra subió sus piernas al sillón y las abrió ligeramente, después las cerraba y volvía a abrirlas repitiendo estos movimientos muchas veces y mostrando su rosita prenda, su rostro por momentos volteaba a ver el grueso mástil de Don Marce y solo dejaba de admirarlo cuando el viejo volteaba a verla.
La manita de Cassandra tímidamente intentaba tapar su íntima prenda, aunque solo fue un pretexto para que ella comenzara a tallar delicadamente su sexo, lo hacía cuidando de que Don Marce no la viera, y cuando el pervertido viejo volteaba ella simulaba tapar su intimidad y no estarse tocando, el viejo ya hace mucho que se había dado cuenta por los movimientos de Cassandra que la niña estaba excitada quizás tanto o quizás más que el.
El viejo Marce bajo un poco su short y sacó su verga para masturbarla mejor, ante los ojos incrédulos de Cassandra quien veía la herramienta incluso más grande que la de los actores de la película que veían.
-espero que no te incomode Cassandrita pero es que siempre que veo una porno me dan ganas de jalármela,- decía el cochino viejo.
Cassandra no contesto nada, solo se quedo callada mirando la cabezota del miembro por demás lubricada.
-y tu Cassandrita, desde cuanto hace que te masturbas?- preguntó el viejo
-yoo.. yoo.. de… desde, yo no hago eso D.. Don Marce- decía nerviosa la joven colegiala.
-y entonces que es esa mancha de humedad que sale de tu tanga- preguntó el viejo.
Cassandra volteo a ver su prenda y efectivamente había una pequeña mancha húmeda que revelaba la lubricación de su juvenil sexo
El viejo notó en Cassandra un nerviosismo extremo, así que precedió a calmarla,
-tranquila Cassandrita, acuérdate que soy tu amigo, no diré nada a nadie, prometo guardar tu secreto de que te masturbas si tu guardas uno mío- la niña solo asintió con la cabeza.
-mi secreto es que me masturbo pensando en ti, que desde la primera vez que te vi he deseado aparearme contigo como verdaderos animales en celo, y que me gustaría que eso sucediera esta noche- decía el viejo al oído de Cassandra, el viejo muy hábil había dejado de masturbarse y ahora su dedo recorría la caliente rajita de Cassandra.
La niña intentó apartar esa pervertida mano de su intimidad, pero al sentir los hábiles dedos de Don Marce solo acompañaba con su mano el movimiento de la del viejo.
-Don Marce, nooo- decía Cassandra muy débil.
-no que?- respondió el viejo-
-no meta su mano ahí, por favor,-dijo la nena, el viejo aprovecho para aspirar el perfumado cuello de Cassandra y pegarle una ligera mordidita.
El viejo se acercó aun mas a Cassandra y ahora ya eran sus dos manos las que recorrían esa virginal entrada por debajo de la prenda, el viejo podía sentir unos cuantos vellos que cubrían el sexo de Cassandra, el viejo metió levemente uno de sus dedos dentro de esa húmeda cuevita y empezó a buscar el clítoris de la nena,
-don Marce, tengo otro secreto,- dijo la nena al sentir el viejo dedo husmear en su intimidad.
-cual mi niña?- preguntó el viejo.
-s……………………, s………………….., soy virgen- dijo la jovencita con una vocecita casi inaudible.
-¡COMO!, no me digas que entonces, esos… esa bola… todos esos mariconcitos que siempre andan atrás de ti no te han, no eso está muy mal, eso lo tenemos que arreglar esta noche- decía el viejo.
-no, que me va a hacer Don Marce- preguntaba la jovencita quien no dejaba de ser manoseada de su sexo y sentir esas ricas cosquillitas que sentía cuando ella se tocaba, solo que según ella, Don Marce se lo hacía más rico.
-tú solo cierra los ojos y ponte flojita, de lo demás me encargo yo- dijo el viejo Marce al mismo tiempo que se iba quitando su vieja camiseta………………..
Para contactar con el autor:

vordavoss@outlook.com
 

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 3” (POR GOLFO Y ELENA)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 5

sin-tituloEse polvo rápido cambió la historia. Si antes era un desgraciado suspirando unas migajas, eso había terminado porque desde el momento que había pasado a la acción, esa pelirroja no había podido o querido oponerse a que la tratara como la zorra que era. No solo la había usado oralmente sino que había coronado mi cambio de actitud con una cogida en toda regla donde ella solo fue un instrumento de mi lujuria.
Asumiendo mi nuevo papel, esa tarde ni siquiera la esperé a la salida del trabajo puesto que tenía que organizar un par de cosas para llevar a cabo la meta que me había propuesto y que no era otra que emputecer a Elena hasta que ni siquiera ella se reconociera.
Por ello directamente me fui a un sexshop que conocía. Allí me agencié un surtido de juguetes, los cuales pensaba usar para disfrutar de los encantos de esa mujer. No me importó pagar una cifra descomunal por ellos, ya que me servirían para saciar mi apetito sexual mientras pervertía y envilecía a esa guarra. Con ellos bajo el brazo llegué a casa y al contrario que la noche anterior dormí como un bendito, sin que nada ni nadie perturbaran mi descanso.
Me desperté de buen humor ya que ese día marcaría el comienzo de la reeducación de Elena. Conociendo de primera mano que estaba obsesionada por el sexo, debía canalizar su furor uterino para convertirla en mi esclava particular con la que experimentar mis sucias pasiones.
Ya en mi oficina usé el mismo conducto que ella había utilizado para contactar y llamando al portero de la finca, le pedí que la informara que la esperaba a comer en un restaurante cercano. La elección del local no fue al azar sino que gracias a que conocía al dueño sabía que podía confiar que de ser necesario, podría usar uno de sus salones privados para desahogarme con ella.
A las dos y cinco, estaba sentado a la mesa de un rincón y con una tranquilidad que era difícil de entender, esperé su llegada con una cerveza. Quince minutos más tarde, hizo su aparición. Al verla entrar, reconocí el nerviosismo de sus ojos verdes y divertido con la situación, me levanté a separarle la silla para que se sentara.
―Gracias― dijo coquetamente mientras tomaba asiento.
No me pasó inadvertido viendo su escote que se había desabrochado un botón de más para que me viera obligado a admirar el profundo canalillo que lucía entre sus dos tetas.
«Esta zorra creé que todavía puede manipularme», pensé sin hacer mención a ello. Reservándome, llamé al camarero y le pedí que nos trajera la carta de vinos.
El empleado no tardó en extendérmela y tras una breve revisión, elegí un Rivera reserva de mis favoritos. Elena permaneció callada todo el rato como evaluando sus opciones y sin saber a ciencia cierta, la razón de esa invitación. Dejé que su tensión se incrementara hasta que ya con nuestras copas llenas, sonriendo le pedí que me diera sus bragas.
―¿Qué has dicho?― preguntó sorprendida.
Con la naturalidad que da el saber que uno está al mando, respondí:
―¿Qué esperas a entregarme tu tanga?
Al oírme lo primero que hizo fue mirar a nuestro alrededor para comprobar si alguien de nuestro entorno se había dado cuenta de mi petición y al ver que parecía que nadie se había percatado, en voz baja contestó mientras intentaba levantarse:
―Deja que vaya al baño.
Soltando una carcajada, insistí:
―Quítatela aquí… enfrente de toda esta gente.
Me miró sabiendo que la estaba poniendo a prueba y decidida a no dejarse vencer tan fácilmente, se volvió a sentar en la silla y disimulando poco a poco fue levantando su falda. A pesar del exhibicionismo que me había demostrado, no era lo mismo hacerlo en un sitio donde nadie la conocía que allí y por eso sus mejillas estaban totalmente coloradas cuando con las dos manos se bajó esa prenda. Viendo que tampoco nadie había advertido esa maniobra, con una sonrisa, me la dio en la mano diciendo:
―Eres un cerdo.
―¡No lo sabes tú bien!― respondí mientras observaba ese coqueto tanga de encaje rojo.
Acojonada al comprobar que lo mantenía extendido entre mis manos y que todos los comensales podían adivinar que era de ella, me dediqué a disfrutar de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― dije satisfecho― ¿Te has masturbado antes de venir?
Mi pregunta la cogió desprevenida y asumiendo que lo había descubierto por lo húmedo que estaba, no pudo negarlo y bajando su mirada, contestó afirmativamente. Su respuesta ratificó la opinión que tenia de ella y forzando su entrega, le ordené:
―Abre las piernas.
Elena se quedó perpleja al oírme pero venciendo la vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de levantar su mirada del plato. Cubriendo otra etapa de mi plan, esperé que el aire acondicionado del salón recorriese su entrepierna mientras la miraba sonriendo. Que la observase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Sus pezones ya habían hecho su aparición por debajo de su vestido cuando viendo que que se mordía los labios en un vano intento de no demostrar su excitación, busqué sus límites diciendo:
―Tócate para mí.
La pelirroja me fulminó con la mirada pero al comprobar que iba en serio, se puso nerviosa. No tardé en comprobar que la lujuria había vencido a su razón porque con lágrimas en los ojos, metió una de sus manos bajo el mantel y empezó a masturbarse. Aunque su sometimiento me era suficiente, la azucé a darse prisa y mientras liberara su tensión entre tanto comensal, no paré de decirle lo puta que era. Mis insultos lejos de cortar de plano su desazón, la incrementaron y en pocos minutos, fui testigo del modo silencioso en que esa pelirroja se corría.
Todavía estaba sintiendo los últimos estertores de su orgasmo cuando una camarera nos trajo la comida y su presencia evitó que me descojonara de ella nuevamente. La dejé descansar unos minutos, tras los cuales, directamente le comenté que sabía que estaba casada y que tenía una hija pero que en vez de ser un problema, me parecía un aliciente.
―¿Y eso por qué?― preguntó un tanto más tranquila.
Descojonado, contesté:
―Cuando te folle, lo haré pensando en el cornudo de tu marido.
Mi burrada le hizo gracia y en un ambiente ya relajado quiso saber si le tenía algo preparado. Riendo señalé bajo la mesa mientras le decía:
―Solo tu postre.
Increíblemente no le molestó que le insinuara que quería una mamada sino que incluso percibí en su mirada una especie de satisfacción antes de verla desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida y solo cuando sus manos me bajaron la bragueta, comprendí que esa guarra estaba convencida que había encontrado en mí el complemento ideal a su lujuria y que a partir de ese momento, podía confiar en que nunca se iba a echar atrás por muy pervertidas que fueran mis órdenes.
Confirmando que cumpliría todos mis caprichos, se lo tomó con tranquilidad. Lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión, para acto seguido explorar todos los recovecos de mi glande. Cuando la tenía ya bien embadurnada con su saliva, ansiosamente, su boca se apoderó de mi extensión mientras sus manos jugueteaban con mis testículos.
Su pericia dificultó de sobremanera que pudiera seguir disimulando y es que a pesar de poner cara de póker, poco a poco la excitación me fue dominando gracias a la húmeda calidez de su boca y al estímulo que sus manos ejercían con la rítmica paja a la que tenía sometida a mi extensión. Si a eso le sumamos que a nuestro alrededor compartían local al menos una veintena de personas, el morbo de poder ser descubierto me terminó de calentar.
«Se ha ganado que le eche un polvo», pensé mientras imaginaba las formas con la que podía hacer uso de ese bello cuerpo, en las posturas y experiencias que podía disfrutar con ella.
Elena aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras con sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Su pericia y dedicación hizo que todo mi cuerpo entrara en ebullición y sin poder aguantar el tipo, derramé mi placer en su boca. La pelirroja al notar las blancas y dulzonas andanadas contra su paladar, usó su lengua como si fuera una cuchara, para recolectar mi semen y no queriendo que nadie notara nada al terminar, con largos lametazos dejó mi verga inmaculada. Tras lo cual, me subió la bragueta y saliendo de debajo de la mesa, se sentó en su silla.
Al mirarla, tenía sus mejillas coloradas y su mirada brillaba excitada, producto quizás de la travesura que había cometido. Comprendí los límites de su calentura cuando relamiéndose me preguntó:
―¿Te ha gustado?―, me preguntó mi opinión.
―Mucho― respondí mientras pedía la cuenta.
Ya salíamos del restaurant cuando desde la caja, la camarera que nos había servido llamó mi atención con un gesto. Al acercarme a ver que quería, discretamente me entregó un papel al tiempo que me susurraba al oído que si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos, la llamara.
―Pensaré en ello― respondí mientras certificaba que no habíamos conseguido pasar desapercibidos y que por lo menos una persona nos había descubierto.
Al comentárselo a mi pareja, lejos de cohibirla, saber que alguien había sido testigo de todo azuzó su libido y notando que una de mis manos le estaba acariciando el pecho, sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
―Eres la más cerda que conozco― respondí cumpliendo sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que pudimos oír los cuchicheos de los presentes y no queriendo que la situación se me fuera de las manos, tomé rumbo a la salida.
―¿Dónde tienes tu coche?― la pelirroja preguntó susurrando en mi oído.
Al explicarle que en el parking del edificio, Elene, comportándose como una perra en celo, me pidió que la llevara a un hotel. Dudé de la conveniencia de hacerlo por todo el trabajo que tenía acumulado, pero para entonces mi calentura había vuelto con renovadas fuerzas y casi corriendo llegamos a ascensor que llevaba al sótano. La pelirroja aprovechó los pocos segundos que estuvimos en su interior para magrearme y sabiendo que era incapaz de esperar para tirármela, busqué un lugar discreto de la primera planta donde poder desahogar mis ganas.
Una vez allí, la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un bmw oscuro.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó claramente excitada al comprobar que estábamos frente a la puerta por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y aprovechando la ausencia de ropa interior, recorrí sus pliegues con mis dedos. No fue ninguna sorpresa encontrar su coño ya encharcado.
―¿Te pone bruta esto? ― susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su ninfomanía, me rogó que la tomara casi llorando. Pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. La zorra, sin contener el volumen de su voz, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y ya dominada por su naturaleza, me imploró que rompiera su culo.
―¿Eres adicta a las vergas en tu culo? ¿Verdad? ¡Zorra!― pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
―¡Sí!― aulló sin saber que con ello llamaba la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Solo meneando esa yema en su interior, provoqué que Elena gimiera como si la estuviera matando mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que esa mujer estaba en dificultades. Sus agresivos modos se transformaron en diversión al darse cuenta que estábamos follando y sin importarles que pensáramos, se quedaron mirando desde un coche aparcado a escasos metros de nosotros.
La presencia de los chavales exacerbó más si cabe la temperatura de la pelirroja y gritando como una loca, me rogó que la tomara. Acababa de subirle el vestido hasta la cintura cuando al girarme, descubrí que uno de ellos había sacado el móvil e inmortalizaba la secuencia.
No me importó la actitud del muchacho y aprovechando el relajado ano que el destino había puesto a mi alcance, de un solo empujón incrusté mi falo hasta el fondo. La satisfacción que demostró con sus berridos de placer al experimentar esa invasión en el ojete, me permitió iniciar un rápido galope sobre ella mientras mordía su cuello y le decía guarrerías.
―Dale duro― los críos me ordenaron al ver que bajaban el ritmo.
Azuzado por sus palabras, incrementé la velocidad con la que la estaba sodomizando de tal modo que con cada penetración, la cara de la mujer chocara contra la ventanilla del automóvil. Pensé que estaba siendo demasiado salvaje pero al percatarme de la felicidad del rostro de mi contrincante, comprendí que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, los muchachos me espolearon para que machacaran sin pausa ese trasero, de forma que haciendo caso al respetable, sometí a Elena a un cruel castigo que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
―¡Qué gozada!― escuché que decía mientras se corría al no poder aguantar el ataque al que estaba sometiendo a su entrada trasera.
«Está desbocada», sentencié al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, les pedí a los chavales que enfocaran su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como nunca, Elena usó los movimientos de su culo para exprimir mi verga con una eficacia tal que despertó los aplausos de los mirones. Espoleado por las ovaciones, convertí su trasero en un frontón donde golpeaba rítmicamente mi pene y ella sintiéndose desbordada nuevamente con un aullido, se vio presa de un espeluznante orgasmo. Su clímax me estimuló a seguir machacando su esfínter hasta que totalmente domada y cual potrilla, se desplomó contra la carrocería del coche.
«Ahora me toca a mí», sentencié mientras me agarraba a sus pechos para seguir forzando su adolorido ojete.
Era tanto el placer que la dominaba que sin poderlo evitar, pude contemplar como de la boca, se le caía la baba.
―Cabrón, me estás matando― chilló al sentir que con las manos agarraba su melena y usándola como riendas tiraba de ella hacia atrás.
Las quejas de la pelirroja no afectaron a mi ritmo, sino que incluso fueron el aliciente que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a mi montura. Afortunadamente para mi víctima, la acumulación de sensaciones hicieron imposible que siguiera reteniendo mi eyaculación y mientras obligaba a la mujer a seguir exprimiendo mi miembro con sonoras nalgadas, me corrí como pocas veces. La rudeza de esas caricias y un postrer orgasmo la hicieron flaquear y lentamente fue cayendo al suelo mientras rellenaba con mi semen su trasero.
Elena seguía tirada sobre el asfalto cuando descojonado me acerqué al chaval que había grabado la escena y con una sonrisa en los labios le pedí que como pago al espectáculo, quería una copia de la película. Muerto de risa me pidió mi número y sin poner ninguna objeción, me la mandó por whatsapp. La pelirroja todavía no se había recuperado del esfuerzo y por ello, tuve que ayudarla a levantarse mientras los chavales educadamente se despedían.
Ya solos y mientras se acomodaba la ropa, le enseñé el tesoro que guardaba en la memoria de mi teléfono.
―¡Qué vas a hacer con eso!― murmuró todavía impresionada porque no se había dado cuenta mientras follábamos que los críos estaban inmortalizando el momento. Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que saberse grabada la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
―Chantajearte, si no quieres que llegue a las manos de tu marido, serás mi puta durante un año.
Juro que jamás creí que lejos de aterrorizarse, respondiera a mi vil extorsión diciendo:
―No te hará falta porque lo creas o no, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas y sé que a tu lado, conoceré facetas del sexo con las que ni siquiera he soñado.
―¿A qué te refieres?― complacido susurré en su oído.
Radiante me miró a los ojos mientras respondía:
―No te rías pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
―¿Y eso te excita?
El brillo de sus ojos anticipó su respuesta:
―¡No sabes cuánto!― y ratificando con hechos sus palabras, cogió una de mis manos y la llevó hasta su encharcado coño para que comprobara que no estaba mintiendo. Habiéndomelo dejado, me soltó: ―Solo pensar en complacerte, me pone bruta.
―¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
―Aunque no me comprendas, sí― contestó mientras su almeja volvía a babear: ―Siempre he sido muy lanzada pero ahora me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Sorpresivamente, esa guarra sin remedio se estaba auto nombrando mi sumisa y buscando el confirmar ese extremo, le pregunté:
―¿Te apetece que sea tu dueño?
Con felicidad casi enfermiza, respondió:
―Ya lo eres.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras esperábamos el ascensor que nos llevara a nuestros trabajos. Ni siquiera se habían abierto las puertas, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
―¿Esta noche mi amo me usará o me dejará esperando?
Soltando una carcajada, respondí:
―Vete a casa y folla con tu marido porque a partir de mañana, tendrás el coño tan rozado que no permitirás que se te acerque.
Eufórica respondió:
―Por eso no se preocupe, no sé qué le pasa pero ya no me toca.
―Yo sí sé que le pasa…¡es un imbécil!

PARA CONTACTAR CON LA COAUTORA: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: ¿Te follarías a una embarazada? me soltó mi cuñada (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2
Partiendo de que la gran mayoría de los hombres estamos más que dispuestos a follarnos a todo lo que lleve falda, que una mujer te haga esa pregunta resulta al menos morboso. Pero si la dama en cuestión resulta que es la hermana de tu sin-tituloesposa y encima está preñada,  dicha cuestión se convierte por si sola en algo que te levanta la temperatura hasta límites insospechados. Para explicaros cómo llegó Esther a estar tan desesperada para que obviara el hecho de que soy su cuñado y se me ofreciera de una manera tan directa, debo contaros un poco de mi vida.
Me llamo Carlos y vivo en Madrid.  Aunque llevo casado con mi mujer solo cinco años, la conozco desde hace mucho más. Elena y yo salimos juntos desde que ambos teníamos quince años. Compañeros de colegio nos hicimos novios muy jóvenes y por eso conozco a su hermana desde que era un niño.
Esther siempre ha estado buenísima pero como es dos años mayor que yo, esa diferencia de edad que en su momento era un abismo. Hoy en día, no pasa de ser algo anecdótico sobre todo porque se ha conservado de maravilla, llegando a parecer más joven que yo. Castaña de pelo largo y bajita de estatura, esa mujer ha sido siempre una muñeca de grandes pechos. Siendo delgada, tiene un par de tetas desproporcionadas para el resto de su anatomía. Tetas que nunca ha escondido y que siempre ha lucido como parte esencial de sus encantos.
Por otra parte, nuestra relación se ha ido afianzando con el paso de los años. Si en un principio vio en mí al niñato que salía con su hermanita, con el paso del tiempo me he convertido para ella en alguien en quien se ha apoyado cada vez que ha tenido un problema. Por eso no es de extrañar que me llamara a mí en vez de a alguien de su familia, el día en que su marido completamente borracho le pegó. Por lo visto ese inútil había salido con unos amigos a beber y al llegar a casa decidió usar a su mujer como su particular saco de boxeo. Aterrorizada y desde el baño donde estaba encerrada, mi cuñada me llamó y en menos de diez minutos, estaba aporreando la puerta de su casa. El cobarde de Javier, al verme llegar hecho una furia, no hizo nada para evitar que cogiéndola del brazo me la llevara para no volver jamás.
Ya en casa, mi mujer acogió con cariño a su hermana y me pidió si podía quedarse a vivir un tiempo con nosotros. Como realmente estimaba a Esther no puse ningún impedimento y por eso desde entonces  vive con nosotros. Lo que en teoría iban a ser un par de meses ya van para dos años y como os contaré a continuación, no es algo que me preocupe.
Mi querida cuñada llevaba poco más de mes con nosotros cuando una tarde al llegar de la oficina me la encontré abrazada a mi mujer hecha un manojo de nervios. Al preguntar que ocurría, Elena me contestó:
-¡Está embarazada!
Os juro que no fue mi intención faltarle al respeto pero fue tamaña sorpresa que sin pensar pregunté:
-¿De quién?
-¡No seas bruto!- contestó mi mujer- ¡De Javier!
Me tenía que haber mordido la lengua pero en vez de ello, solté:
-Pues va jodida. ¡Ese capullo no va a hacerse cargo!
Por la forma en que me miró mi mujer supe que me había pasado y desapareciendo de escena, me fui de la habitación.
Me acostumbro a verla en casa:
Mi mujer y yo llevábamos casados  apenas tres años y por eso al principio me costó acostumbrarme a su presencia. Habituado a vivir solo con ella, me pareció una putada tenerla ahí todo el día. Aunque es una chavala estupenda, no en vano era una extraña y si un día al llegar de trabajar, me apetecía echar un polvo a mi esposa, me tenía que quedar con las ganas hasta que ya en la noche nos fueramos a la cama. Con cabreo comprendí que esos días en los que dábamos rienda a nuestra lujuria en mitad de la cocina eran parte de la historia, a partir de su llegada tanto Elena como yo tuvimos que cortarnos y circunscribir el sexo a las cuatro paredes de nuestra habitación. Eso sí una vez cerrada la puerta de nuestro cuarto, nunca dejamos de hacerlo e incluso y de alguna manera que Esther estuviera en el piso, mejoró nuestra sexualidad al dotar a nuestros actos del morbo de poder ser escuchados.
Todavía recuerdo una de las primeras veces en que lo hicimos teniendo a mi cuñada en casa. Debíamos llevar mas de una semana sin sexo y por eso cuando una noche, cansado de esperar, abordé a Elena en mitad del pasillo y sin importarme que su hermana estuviera en la habitación de al lado, le dije que la deseaba. Mi mujer, un tanto acelerada, me contestó que ella también y cogiéndome del brazo me metió en nuestro cuarto. Nada mas entrar, me desabrochó el pantalón y sacando mi miembro de su encierro, se me arrodilló a hacerme una mamada. Al ver mi disposición, se le iluminó su rostro y acercando su boca hasta mi sexo, lo empezó a agasajar con dulces besos. Como comprenderéis, me encantó sentir los labios de mi señora rozando tímidamente mi glande antes de metérselo lentamente en su garganta, sabiendo que mi cuñada podía oírnos.
-Me encanta que me la mames- dije en voz alta.
Elena, sacándosela de la boca, me pidió que no hiciera ruido pero en vez de obedecerla cuando sentí que mi mujer, arrodillada frente a mí,  se volvía a embutir mi miembro, no pude resistir y le dije:
-Eres una mamona preciosa- mientras acariciaba su melena.
-Shhhh- insistió.
-Necesito correrme- casi grité al experimentar su dulce caricia.
-Todavía no, cariño- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -¡Antes necesito sentir tu polla dentro-
Olvidandose de la presencia de Esther, mi mujer me fue retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su coño iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Elena, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Carlos- aulló- ¡Necesito más! ¡Quiero sentir tu verga entrando y saliendo de mi vagina!
Soltando una carcajada, empecé a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, fui acelerando la velocidad con la que la ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, escuché que mi esposa pegando un grito me informó que iba a correrse:
-¡Hazlo! ¡Putita mía!
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Elena pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. Mi mujer, retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡Cómo lo echaba de menos!- exclamó con sus últimas fuerzas.
Azuzado por su gritos, incrementé la velocidad de mis caderas y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre las sábanas mientras me agradecía el placer que estaba sintiendo. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mis salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-¡Dios!- chilló mientras se desplomaba agotada.
Satisfecho, me tumbé a su lado y la abracé. Mi esposa me acogió entre sus brazos y cerrando los ojos, avergonzada, me preguntó:
-¿Nos habrá oído?
-Seguro- respondí dándole un beso.
Contrariamente a lo que había supuesto, Elena me sonrió y poniendo cara de niña buena, me soltó:
-¡Tendrá que acostumbrarse! Es normal que hagamos el amor o ¿No?
Muerto de risa, cogí un pecho en mi boca y mientras ella se contagiaba de mi buen humor, conseguí reactivar su lujuria y nuevamente nos dejamos llevar por la pasión. Esa noche recuperamos con creces el tiempo perdido y solo cuando mi pobre miembro no pudo más, nos quedamos dormidos uno pegado al otro.
Al día siguiente, durante el desayuno, me fijé que Esther parecía haber dormido tan poco como nosotros y comprendiendo que le habíamos dado la noche, no hice ningún comentario. No fue hasta las ocho de la tarde, cuando al llegar a casa, mi mujer me susurró al oído que su hermana se había quejado de sus gritos.
-¿Y qué le contestaste?- pregunté imaginándome un nuevo periodo de sequía.
Descojonada y mientras llevaba su mano a mi entrepierna, respondió:
-¡Qué se pusiera orejeras!
Su respuesta me satisfizo y olvidándome de cualquier tipo de decoró, la llevé hasta mi cuarto y allí volví a hacerle el amor, todavía con más pasión. Aunque resulte extraño, a partir de ese momento, Elena se comportó como una autentica ninfómana. No perdió ocasión para que aprovechando cualquier circunstancia, pedirme que la follara. Pero lo más curioso de todo, fue que a raíz de la queja de su pariente, elevó el volumen de sus gritos cada vez que la hacía correrse.  Intrigado por su comportamiento, un día le pregunté el motivo. Sin atreverse a mirarme, me contestó:
-Me pone bruta que nos oiga.
Descubro que Esther, embarazada, sigue estando buenísima.
Pasaron unos tres meses, durante los cuales, mi mujer y yo no dejábamos de follar a todas horas cuando me ocurrió algo que incrementó todavía más el morbo que me producía el tener a mi cuñada en casa. Pasó un sábado en la mañana cuando al volver de correr, llegué a mi cuarto con ganas de darme una ducha. Me sorprendió no encontrarme a Elena todavía dormida en nuestra cama  y por eso al oír el ruido del agua cayendo, supuse que estaba en el baño.
No sé si os ocurre pero cuando estoy sudado de hacer footing, llego siempre como una moto. Por eso al imaginarme a mi esposa desnuda bajo el chorro, me excité y sin hacer ruido decidí darle una sorpresa. Entrando en el baño, sin hacer ruido, cerré la puerta. Tal y como había supuesto, su silueta dibujada tras el cristal ratificó que se estaba dando una ducha. Si ya de por sí, ver su cuerpo desnudo me puso bruto, me calentó más aún descubrir una de sus bragas usadas tiradas en mitad del baño.
“Menudo desorden es mi mujer” pensé mientras las recogía del suelo.
Al hacerlo no pude evitar la tentación de llevármelas a la nariz. El aroma a hembra llenó mis papilas y ya completamente cachondo, empecé a desnudarme. Mientras me quitaba la ropa, ver la silueta de mi esposa enjabonándose a un metro de mí, me terminó de calentar y por eso cuando ya desnudo, me acerqué a la puerta de la mampara, mi pene estaba pidiendo guerra totalmente erecto.
Deseando sorprenderla, abrí la puerta de golpe y me metí dentro. Lo que no me esperaba es que la mujer que me encontré no fuera la mía sino su hermana. Esther pegó un grito al verme llegar con mi pito tieso. Os juro que aunque para vosotros al leerlo sea evidente, jamás se me pasó por la cabeza que fuera ella. Asustado me quedé paralizado mientras de muy malos modos, mi cuñada me gritaba que saliera inmediatamente. La belleza de su cuerpo henchido por el embarazo me dejó plantado allí mirándola mientras ella se trataba de tapar con sus manos. No tengo ni idea si fueron solo dos segundos o por el contrario tardé más de cinco en reaccionar pero lo cierto que me dio tiempo a valorar que la hermana de mi mujer seguía estando buenísima.
Cuando caí en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y salí de la ducha pidiéndole mil excusas.
-Esther, te juro que creía que eras Elena- y aterrorizado, le rogué que me perdonara.
Mi cuñada se tranquilizó al notar mi apuro y sonriendo ya, me obligó a salir del baño diciendo:
-Tápate y vete antes de que se entere mi hermana. No quiero que piense que he intentado seducir a su marido.
Por supuesto que la hice caso. Estaba tan nervioso que no siquiera me percaté de la mirada que echó a mi miembro. Meses después me reconoció que después de tanto ayuno, cuando vio la dureza que exhibí esa mañana, no pudo aguantar y al cerrar la puerta y quedarse sola en el baño, se tuvo que calmar las ganas masturbándose.
Mientras ella lo hacía, yo estaba acojonado. Y no por el hecho de que pudiera ir con el cuento a mi esposa, sino porque no me podía quitar de la mente ni la imagen de Esther desnuda ni la de su vientre, sobretodo  me hizo temblar darme cuenta que una y otra vez volvía a mis ojos, esos enormes pechos decorados con esa negras areolas.
-¡Menudos pezones tiene la tía!- mascullé entre dientes mientras me vestía.
A partir de ese momento, cada vez que me tiraba a su hermana eran en ella en quien pensaba. Reconozco que se convirtió en una obsesión. Sin darme cuenta de que  deseaba a mi cuñada de una manera brutal, me acostumbré a imaginar que era Esther la que gritaba todas las noches al ser poseída por mí. Tampoco sabía que en la habitación al lado, al oír los gritos de Elena, ella se masturbaba con un enorme consolador mientras soñaba que ese pene de plástico que le daba tanto placer era el mío. De forma que durante largas semanas, hicimos el amor uno al otro sin que ninguno de los dos lo supiera. 
La situación cambia de pronto:
Si esperáis que os cuente que dimos el siguiente paso gracias al alcohol que bebimos una noche, estáis totalmente equivocados. Era tal la tensión sexual acumulada entre nosotros que bastó una pequeña chispa para que la deflagración que produjo bastara para tirar por tierra todos nuestros prejuicios y dejándonos llevar, olvidáramos que éramos cuñados.
Ocurrió de la manera más tonta, una tarde de domingo mientras Elena estaba echándose una siesta y, Esther y yo nos pusimos tranquilamente a limpiar la cocina. Nada hacía presagiar que esa rutinaria actividad diera lugar al modo tan brutal en el que hicimos el amor. En un momento dado al irle a pasar un plato, mi cuñada sintió que el niño se movía dentro de su vientre y pegando un grito, cogió mi mano para que lo notara yo también. Lo malo fue que al sentir su piel bajo mis yemas, me pareció imposible retirarla. Sin saber qué hacer, lentamente levanté mi mirada y descubrí que la hermana de mi mujer no solo tenía los pezones duros como escarpias sino que me miraba con auténtico deseo.

Fue instintivo, sin hablar nuestras caras se fueron acercando y antes que nos diéramos cuenta nos estábamos besando con pasión. La atracción acumulada durante meses hizo que explotáramos de pronto y habiéndolo hecho nada nos pudiera parar. Con desesperación, hundí mi cara entre sus pechos mientras Esther no paraba de gemir completamente excitada. Era tanta su calentura queal sentir que le desabrochaba la blusa y cogía uno de esos negros pezones entre mis labios, me susurró al oído:
-¿Te follarías a una embarazada?
Su retórica pregunta no era más que una invitación a que la tomara. No pudiendo negarme a su solicitud,  mis manos bajaron por su cuerpo y por primera vez, acariciaron su trasero.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente dudando si bajo el vestido llevaba o no ropa interior.
Las nalgas duras y bien puestas que mis dedos estaban tocando, me hicieron rememorar el día de la ducha  y cómo me excité al descubrirlas. Elena, ajena a los pensamientos que estaba  provocando, dándose la vuelta pegó su pandero a mi sexo y ante mi incredulidad, cogió mi pene lo colocó entre sus cachetes.  No os podéis imaginar cómo me puso cuando se empezó a restregar. Olvidando que era la hermana mayor de mi mujer, dejé que continuara durante unos segundos profundizando esa caricia. Mi polla a punto de estallar, me imploraba que cogiera a esa mujer entre mis manos y allí mismo la tomara. Pero tras unos instantes de confusión, me separé de ella y haciendo como si no hubiese ocurrido nada, intenté irme de la cocina:
-¿Dónde coño vas?- confusa por mi reacción me soltó.
-No debemos…
Casi llorando, respondió:
-No puedes dejarme así. ¡Te necesito!- su rostro reflejaba una desesperación tal que me desarmó y tratando de evitar mi huida, prosiguió: -Sé que tu también lo deseas desde que me viste en tu baño.
 

Involuntariamente y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos. Agradecida por mi rápida claudicación, se volvió a dar la vuelta y subiéndose la falda, me pidió:

-¡Fóllame!
Su urgencia me terminó de convencer y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la llevaba, me susurró lo mucho que me deseaba. Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y sabiendo que su hermana podía descubrirnos, la deposité en la cama. Excitado hasta decir basta, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-Sé bueno conmigo.

Habiendo dado ese paso, no había marcha atrás. Mi cuñada llamándome a su lado, separó sus rodillas. Al hacerlo, descubrí que llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.


-¡Dios!- gimió al sentir la húmeda caricia de mi boca.
Su reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y cogiendo su clítoris entre mis dedos, le ordené quedarse callada. Por su coño completamente encharcado comprendí que mi cuñada estaba cachonda y sabiendo que llevaba a dieta mucho tiempo y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Sigue!- gritó al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.

Satisfecho por su entrega, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa mujer empezó a gemir como una loca. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
-¡Me encanta!
Aumentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa mujer ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez. Tal como había previsto, la hermana de mi esposa llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo brotaba un manantial. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui demoliendo las posibles reticencias que pudiera mantener.
-¡Por favor!- dijo en voz baja al experimentar su clímax y presionando con sus manos mi cabeza, me rogo con voz entrecortada: -¡Fóllame!
Os juro que aunque su vientre ya mostraba lo avanzado de su embarazo, Esther seguía siendo preciosa y como de sus palabras se podía deducir que estaba ya dispuesta, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Hazlo ya!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi extensión en su interior. La calidez que me encontré, me reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse inicié su asalto. El olor a hembra excitada llenó las papilas de mi nariz mientras ella no dejaba de chillar que no siguiera follándola.
-¡Cómo me gusta!- susurró mientras sus caderas convertidas en un torbellino, buscaban mi contacto con mayor énfasis.
Con bruscas arremetidas y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras mi cuñada seguía convulsionando  entre mis piernas. Sus sensuales gemidos consiguieron su objetivo, llevandome a un nivel de excitación brutal y por eso, a base de profundas penetraciones con mi estoque, seguí machacando su sexo. Los sollozos que salían de su garganta no tenían nada que ver con lo que ocurría entre sus piernas. Totalmente anegado, su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Yo también te necesitaba!- le dije en su oido mientras mis dedos pellizcaban sus negros pezones: -¡Deseaba hacerte mía!
-¡Gracias!- chilló descompuesta.
Su respuesta espoleó mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío con mayor ardor. La nueva posición hizo que su cuerpo empezara a temblar y mordiendo la almohada para no hacer ruido, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo, me contagió y uniéndome a ella, mi pene explotó regando su germinado vientre con mi simiente. Esther al sentirlo, lloró de placer y tratando de contener sus gritos, se dejó caer sobre el colchón.
Agotado, me tumbé en la cama junto a ella. Mi cuñada entonces, me miró con ojos dulces y dándome un beso en los labios, me soltó:
-Tienes que irte.
Comprendiendo que tenía razón, me levanté de la cama y me empecé a vestir mientras ella permanecía tumbada mirándome.
-Me ha encantado que me follaras- y recalcando sus palabras, me soltó: -Otro día quiero que me rompas el culo. ¿Te apetece hacerlo?
Solté una carcajada al oírla y por medio de un sonoro azote en sus nalgas, le informé de mi disposición. Entonces mi cuñada me volvió a pedir que me fuera por lo que con la imagen de ella desnuda y sabiendo que iba a ser completamente mía, salí de su habitación.
Al llegar al salón, me encontré a Elena mi mujer viendo la televisión. Asustado comprendí que sabía lo que acababa de pasar y cuando ya esperaba una fuerte bronca, mi esposa me volvió a sorprender. Levantándose del sofa, se acercó a mí y en silencio me bajó la bragueta. No sabiendo a que atenerme, me quedé callado mientras ella, cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, mi esposa se lo iba introduciendo en su interior. Devorando cada uno de los centímetros de mi piel, Elena fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter.
-¡Joder!- le espeté al comprobar que estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo.
Demostrando su maestría, mi mujer usó su lengua para presionar mi pene, consiguiendo que su boca se convirtiera en  un estrecho coño. Ya entregado, llevé mis manos a su cabeza y comencé un brutal mete-saca en su garganta. Satisfecha y estimulando mi reacción, clavó sus uñas en mi culo. El dolor mezclado con la excitación que asolaba mi cuerpo, me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Mi orgasmo no tardó en llegar y conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó mi mujer para recriminarme que me hubiese tirado a su hermana. 
-Perdona- le dije sin comprender nada.
Elena soltó una carcajada y con un brillo en sus ojos, sonrió mientras me decía:
-Te has tardado mucho en hacerlo.
-¿El qué?- pregunté.
-Esther necesitaba un buen pollazo y: ¡Quien mejor que mi marido para dárselo!- contestó  mientras se ponía a cuatro patas en mitad del salón.
Al verla separándose los glúteos con sus manos, me hizo comprender que no solo no estaba enfadada sino que de alguna forma ella lo había alentado. Eso reactivó mi lujuria y agachándome entre sus piernas, me acerqué y recorrí con la lengua los bordes de su ano. Elena pegando un gemido, se puso a acariciar su clítoris con su mano.  
-¿No te habrás olvidado de tu mujercita?- la oí decir.
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que  a partir de ese día tendría que complacer a ambas y soltando una carcajada, me lancé en tromba a cumplir con la primera.
 
 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 20. Un Nuevo Jugador.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 20: Un nuevo jugador.

No le resultó demasiado difícil seguirlos y veinte minutos después estaba de nuevo en el piso, vigilándolos por el telescopio y comiendo chetos. Poco tiempo después las luces se apagaron y en los auriculares solo se escuchó silencio.

Hércules se arrellanó en el rincón y trató de dormir un poco, pero el sueño no llegaba. Las imágenes de la pareja haciendo el amor se mezclaban con sus propios recuerdos con Akanke y Francesca, impidiéndole relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. No sabía qué hacer para matar el tiempo así que llamó a sus madres. Cogió el teléfono Angélica. No le pudo contar lo que hacía realmente, pero su le dijo que le trataban bien, que se estaba adaptando a su nueva vida y que pronto podría volver a verlas. Angélica, como siempre que se veía envuelta en un crisis, mantuvo el dominio de sí misma y le dirigió palabras de ánimo que le emocionaron hasta el punto de hacerle soltar un par de lágrimas.

A continuación se puso Diana que no se mostró tan tranquila y ecuánime, conteniendo las lágrimas a duras penas le preguntó si comía bien y si era muy duro el tratamiento. La tranquilizó como pudo, diciéndole que de momento le daban pocos fármacos y no le hacían nada raro como reeducación o electrochoques.

Antes de despedirse les dijo que las vería en cuanto pudiese, pero que estaba en la fase de evaluación y no podría verlas hasta que esta terminase. Les dijo que se cuidasen mucho y sin poder resistir el tono lastimero de su madre biológica colgó el teléfono.

La conversación no le tranquilizó, comió otro puñado de chetos y se acercó al telescopio. El piso seguía en la oscuridad. Lo observó unos minutos y finalmente se dio por vencido y se dejó caer sobre el sofá, dejando sus brazos estirados sobre los reposabrazos del desvencijado artefacto, con la mirada perdida, intentando no pensar en nada que no fuese su misión actual.

Inevitablemente su cerebro le jugó una mala pasada y terminó pensando en La Alameda y su nueva vida. ¿Sería así siempre? ¿Estaría condenado a ser el brazo ejecutor de una organización al margen de la ley el resto de su vida? Eran preguntas que hasta ese momento no habían surgido en su mente porque la forma precipitada en la que se habían sucedido los acontecimientos no le había dado tiempo a reflexionar. Siempre había pensado que le daba igual y que lo que hiciesen con él no importaba, pero no era así, tenía una familia y tenía amigos en los que no había pensado cuando cometió todas esas barbaridades…

Una luz encendiéndose en el piso de Joanna le obligó a interrumpir sus pensamientos y a centrarse en la misión. Incorporándose se acercó al telescopio y se puso los auriculares. Sintiéndose un mirón acercó el ojo al ocular, se ajustó de nuevo los auriculares y echó un vistazo. Joanna se había levantado y cogiendo algo del armario, salió de la habitación y se encerró en el baño mientras su novio sonreía en la cama con las manos detrás de la cabeza, esperando.

Tras un par de minutos Joanna volvió a salir vestida con un espectacular conjunto de lencería de satén negro. Gracias a las potentes lentes del telescopio pudo ver las flores bordadas en el sujetador y el escueto tanga así como el fino bordado del elástico de las medias y las trabillas del liguero.

La joven se acercó a la cama y apoyó uno de sus pies sobre ella simulando ajustarse la trabilla de una de las medias. Julio se quedó observándola mientras se masturbaba lentamente por debajo de las sabanas.

Con una sonrisa traviesa Joanna se acaricio el muslo y la pantorrilla hasta llegar a la punta de sus pies provocando un rugido de satisfacción por parte de su novio. Al notar que había captado la atención de su amante se mordió la uña de su dedo índice, se acarició el interior del muslo y tiró del tanga hasta que este se quedó enterrado en la raja de su coño.

Julio observó con la mandíbula crispada como la joven se ponía de pie sobre la cama y se acercaba a él, lentamente, exhibiéndose y acariciándose, haciendo que subiese la temperatura de la habitación. A continuación se agachó frente a él, dejando que Julio se regodeara observando los voluptuosos pechos de la joven pujando por salir del encierro del sostén.

Mirando a su novio a los ojos, Joanna retiró la sabana descubriendo el cuerpo desnudo de su amante, no muy fornido, pero aun en forma y cubierto con una fina capa de vello plateado. Joanna enredó sus dedos con los pelos que cubrían el pecho del hombre y fue bajando hasta llegar a sus ingles.

Acarició la polla de Julio con la punta de sus uñas haciendo que esta se contrajese espasmódicamente. Julio gruño y se incorporó, alargando sus manos para intentar sobar los pechos de la joven, pero ella aun de pie solo tuvo que erguirse para ponerlos fuera de su alcance. El hombre rugió frustrado, pero su enfado se apagó cuando la joven se subió a la cama y alargó un pie y acarició con suavidad sus huevos.

A continuación se tumbó en el otro extremo de la cama mientras seguía acariciándole. La suavidad de la seda y los agiles dedos de sus pies hicieron que el hombre comenzara a gemir cada vez más excitado.

Desde el otro lado del ocular Hércules observó como la atención del hombre se centraba ahora exclusivamente en esos pies de dedos perfectos y uñas primorosamente pintadas. Con un gesto hambriento Julio cogió el pie y tiró de ella.

Lo acarició con suavidad y recorrió cada uno de sus dedos con los labios, besándolo y mordisqueándolo, consiguiendo que esta vez fuera Joanna la que gimiese enardecida y le acercase el otro pie ansiosa. Julio cogió ambos pies y tras acariciarlos unos instantes más los guio hacia su pecho y su vientre atrapando su polla con ellos.

Lentamente comenzó a masturbarse usando el hueco que formaban ambos puentes juntos. Joanna estaba tan excitada que comenzó a masturbarse a su vez. Se estrujaba los pechos con fuerza y entre gemidos se acariciaba el clítoris y se penetraba con los dedos apresuradamente.

El tanga pronto comenzó a empaparse con sus flujos a la vez que sus medias se humedecían con las secreciones preseminales de su amante.

Con un movimiento brusco Julio se incorporó y abriendo las piernas de Joanna la penetró de un golpe. Su polla resbaló con suavidad y el cuerpo de la joven se tensó al sentir aquel miembro duro y caliente en su interior. A continuación comenzó una salvaje cabalgada. Joanna se agarraba a Julio con desesperación rodeando el cuello de su amante con las piernas y clavándole las uñas en el pecho mientras él se multiplicaba empujando como un loco, estrujando sus pechos y sus culo, besando, mordiendo y lamiendo sus pálidos y titánicos muslos.

Joanna no aguantó más y se corrió gritando y declarándole a aquel gilipollas su amor. Julio, por toda respuesta se apartó y siguió acariciando y besando las piernas y los pies de la joven.

Cuando Joanna logró recuperarse se levantó y solto las trabillas del liguero quitándose las medias con lentitud delante de Julio. Los ojos de Julio estaban fijos en las manos de Joanna acariciándose las piernas mientras se masturbaba.

La joven se sentó al lado de Julio y frente a él, apartando las manos de su polla. Besándolo suavemente, acercó las suyas envueltas en las suaves medias a su polla y comenzó a pajearle. Julio comenzó a gemir roncamente acariciando el rostro y los pechos de la joven, cada vez más excitado hasta que no pudo aguantar más y apartando las manos de la joven se corrió sobre los pies de Joanna, manchado los pequeños dedos con varios chorreones de semen espeso y caliente.

Hércules no esperó a que se abrazasen y apagasen las luces y subió a la azotea para tomar un poco de aire fresco. Estaba tan excitado que casi se le pasó por alto el detalle. Dos edificios más allá, la brasa de un cigarrillo brilló en la oscuridad. Hércules se fijó inmediatamente, pero el desconocido también la vio y no esperó a ver quién era. Tirando la colilla echó a correr hacia la puerta que llevaba a las escaleras.

Hércules observó durante un instante la parábola que hacía la colilla antes de reaccionar y echar a correr tras aquella escurridiza sombra.

De dos largos saltos se encontró sobre la azotea de aquel edificio. Durante unos instantes dudo si debía lanzarse sobre la puerta y atrapar al tipo, pero solo tras pensar que después la sesión de sexo podía dejar a la pareja sola un tiempo y que quizás pudiese averiguar más si seguía a aquel desconocido, se convencio finalmente.

Era demasiado tarde para lanzarse tras el hombre escaleras abajo, pero cuando se asomó por el borde de la azotea vio como una figura salía del portal y se encaminaba a un todoterreno de aspecto mugriento. No le resultó demasiado difícil seguirlo saltando de tejado en tejado. Siguió al vehículo hasta que este se paró frente a un edificio en el distrito comercial. Cuando la figura salió del todoterreno, la luz de una farola lo iluminó de lleno descubriendo a un hombre enjuto, de mediana edad, con una fina perilla. Iba vestido con ropa oscura y su actitud y movimientos denotaban una gran confianza en sí mismo.

El desconocido echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que nadie le seguía y entró en un oscuro portal. Hércules no tuvo que esperar mucho antes de que una luz se encendiese en una ventana del tercer piso.

Se acercó al portal, forzó la antigua puerta sin dificultad y entró en un cochambroso recibidor. Estaba claro que aquel edificio había vivido tiempos mejores. En una esquina, unos sofás acumulaban polvo y unas plantas de plástico descoloridas por la luz del sol trataban de darle un ambiente un poco más acogedor.

En la pared derecha había una serie de placas identificando los distintos negocios que había instalados en el edificio. Más de un tercio estaban desocupados. Se acercó un poco más y las inspeccionó. La mayoría de los inquilinos eran pequeños negocios como cerrajeros, protésicos dentales y algún abogado. Recorrió la fila del tercer piso hasta que una de las placas le llamó la atención; “Sergio Lemman, Detective Privado”

No tuvo ninguna duda de que era él. Dando dos golpecitos en el número del despacho sonrió y se alejó camino de la escalera.

Entró como una tromba. De una patada arrancó la puerta del marco y se abalanzó sobre la desprevenida figura que se volvía sorprendida con el estruendo. A pesar de todo, el hombre mostró la suficiente sangre fría como para intentar sacar un viejo revólver de su pistolera, pero Hércules fue demasiado rápido, agarró la muñeca del hombre y la apretó hasta que este se vio obligado a soltar el arma.

Una vez desarmado Hércules le dio un empujón haciendo que cayese despatarrado sobre un ajado sofá cama.

—Buenas noches, Sergio Lemman, ¿En qué puedo servirle? —dijo el hombre recuperando la compostura y tendiéndole la mano con una sonrisa escurridiza.

—Encantado. —respondió Hércules sin intentar ocultar su enfado.

A continuación se estableció un tenso silencio que Hércules aprovechó para revelar al detective con su mirada que no estaba con ganas de bromas.

—¿Qué hacías en aquella azotea? —le preguntó Hércules.

—¿Qué azotea? —dijo el hombre sin ninguna intención de ocultar su mentira.

—Podría cogerte ahora mismo y sacarte a hostias todo lo que quiero saber. Créeme que lo conseguiría. —dijo Hércules ante la cara escéptica del detective— Pero solo te diré que la chica a la que estabas vigilando es la hija del cónsul danés. No hace falta que te diga que si le pasa algo se produciría un incidente internacional y tu serías el chivo expiatorio perfecto…

—Un momento, un momento. —le interrumpió Sergio— ¿Cómo sé que eso es cierto?

Sin dejarle terminar Hércules le mostró en su smartphone una noticia sobre una recepción en a que se veía a Joanna vestida de gala desfilar del brazo de su padre.

—¡Joder! ¿Por qué siempre me caen estos marrones a mí? ¿Es que nunca puedo tener un caso sencillo?

—Deja de quejarte y cuéntame que sabes.

—Yo no sé nada de la chica. Hace tres semanas una mujer que decía llamarse Triana Vázquez se presentó en el despacho y me dijo que sospechaba de su marido. Me soltó un pastón por vigilarle y documentar todos sus movimientos. En cinco días tenía pruebas suficientes para sacarle hasta los calzoncillos en el divorcio, pero ella, tras leer mi informe, dijo que necesitaba más y me soltó otro fajo.

—¿Qué sabes de la mujer?

—Poca cosa. Como ya he dicho se llama Triana Vázquez, aunque no creo que ese sea su nombre verdadero. Tenía pinta de actriz de culebrón. Treinta y tantos, alta, pelo castaño largo y lacio, ojos claros y grandes, nariz pequeña, labios gruesos y operados, lo mismo que los pechos, a juzgar por su tamaño y su firmeza y unas piernas de infarto. Vestía ropa cara y zapatos de tacón y no escatimaba el dinero, cada vez que abría la boca para poner un pero me la cerraba con un fajo de billetes.

—¿Le has entregado más informes? —preguntó Hércules.

—Otros tres.

—Quiero unas copias.

—Sin problemas las tengo en el ordenador…

El detective encendió el ordenador y cargó los documentos en un pendrive que le alargó a Hércules.

—¿Con esto estamos en paz?

—Casi. Quiero que sigas vigilando y tratando con esa gente con normalidad. —dijo Hércules cogiendo el pendrive y dándose la vuelta en dirección a la puerta.

—Y ¿tú? ¿Se puede saber quién eres? —pregunto Sergio.

—El tipo que te va a librar de un marrón. —respondió— Es lo único que necesitas saber.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERCAMBIOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

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