Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7984 articles
Browse latest View live

Relato erótico: ¿Te parecería una puta si te pido que me folles? (POR GOLFO)

$
0
0
el-elegido2Un hombre que se vanaglorie de serlo solo puede contestar a esa pregunta con un rotundo ¡NO! Da lo mismo que la mujer sea guapa, sin-titulofea, gorda, flaca, alta o baja. Incluso es irrelevante que nos apetezca o no el  hacerlo:
¡Siempre hay que contestar que no!
Si la que lo pregunta está buena con mayor razón pero, aunque sea un callo malayo, un engendro del demonio o realmente vomitiva, deberás responder negando la mayor.
Si te la quieres tirar, está claro. Pero aun en el caso que lo que desees sea salir huyendo, nunca debes decir que sí. Sería hacer daño a sabiendas cuando siempre te puedes buscar una excusa para escapar.
El problema surge cuando no te apetece follar pero tampoco estás en situación de poner tierra por medio. Este fue mi caso: durante un viaje de trabajo, la zorra de mi jefa me hizo esa pregunta mientras cerraba la puerta de mi habitación.
Todo empezó un lunes al llegar a la oficina. Todavía no me había sentado en mi silla cuando esa bruja ya me estaba llamando. Recién salido de la universidad y sin ser fijo todavía en la empresa, era el último mono y por lo tanto el idiota que realmente trabajaba. Para colmo Doña Isabel, no solo era mi jefa directa sino la directora general de la compañía. Con una mala leche proverbial, nadie se atrevía a llevarle la contraria y menos yo. Por eso no habían dado todavía las nueve en punto cuando ya estaba tocando a la puerta de su despacho.
-¿Se puede?- pregunté antes de entrar.
Desde su sillón, esa morena cuarentona me hizo señas de que pasara mientras seguía colgada al teléfono.  Los cinco minutos que tardó en despachar la llamada, me terminaron de poner nervioso. Casi temblando, me puse a pensar en la razón por la quería verme y tras hacer un análisis de la situación, no encontré ningún motivo. Más tranquilo al darme cuenta que no la había pifiado especialmente durante la última semana, esperé que terminara de hablar mientras involuntariamente le dada un buen repaso con la mirada.
“¡Se conserva estupendamente!” pensé tratando de calcular su edad.
Siendo una mujer más alta que yo, doña Isabel no era una caballona. Dotada por la naturaleza de unos pechos enormes, su altura los disimulaba, haciéndola parecer proporcionada. Por otra parte, su cintura estrecha para sus medidas la hacía ser profundamente femenina aunque sabía en mi fuero interno que era un mal bicho. Su voz autoritaria la delataba. Con un tono casi varonil, acojonaba a cualquiera que tuviese la desgracia de enfrentarse con ella. Por lo que decían los rumores, se había casado siendo casi una niña pero su matrimonio fue un fracaso y por eso se divorció antes de cumplir un año. Desde entonces nada de nada.
No se le conocía pareja, ni novio, ni ningún desliz. ¡Esa frígida vivía para trabajar!
Por mucho que las malas lenguas habían tratado de ingeniarse algo para desprestigiarla, nunca encontraron nada donde agarrarse para inventarse un chisme. Esa mujer era recta, fría y asexuada. Aun siendo una mujer guapa, nada en ella me invitaba a imaginármela entre mis piernas.
-¿Tienes pasaporte?- me soltó nada más colgar.
Sin saber todavía el motivo de tan extraña pregunta, le contesté que sí. Al oírme, Doña Isabel sonrió y cogiendo nuevamente el teléfono, llamó a su secretaria y le pidió que me sacara un billete en el mismo vuelo, tras lo cual, me dijo:
-Vete a casa y prepara una maleta, te quiero aquí en dos horas.
Alucinado, pregunté:
-¿Dónde vamos? Y ¿Por cuánto tiempo?
Con gesto serio, respondió:
-A Cuba. Hay problemas en esa delegación y quiero que me ayudes a hacer una auditoria.
“¡Su puta madre!” pensé al recordar los pésimos resultados con los que acababan de cerrar el año pero sobre todo al saber que al menos tardaríamos dos semanas en hacer un primer estudio. La perspectiva de estar con ese ogro trabajando codo con codo durante tanto tiempo, me acojonó y tratando de escaquearme, le dije:
-Señora: Por mí no hay problema, pero no cree que sería mejor que se llevara a alguien con más experiencia.
-Bobadas- respondió – viene bien que seas nuevo en la empresa porque así no has tenido tiempo de participar en ese desfalco.
Que se refiera a la situación de esa delegación como delictiva me terminó de aterrorizar y sabiendo que no podía negarme a acompañarla, le pedí permiso para ir a por mi ropa. Sin dignarse a mirarme, me despidió.
Como comprenderéis, apenas tuve tiempo de llegar a casa, hacer una maleta y volver a la oficina antes de que se cumplieran el plazo que me había dado. Una vez de vuelta, me presenté ante mi jefa. Noté que estaba hecha una furia porque sin casi saludarme, me dio dos cajas con papeles para que las cargara y sin más prolegómeno, nos dirigimos hacia el aeropuerto. Durante el trayecto mi jefa estuvo tan ocupada cerrando temas que ni siquiera se dirigió a mí y sintiéndome un cero a la izquierda, tuve que seguirla en silencio.
“Va a ser insoportable”, me quejé mentalmente al percatarme de mi futuro inmediato.
Tal y como había previsto, esa arpía uso las diez horas de viaje para repasar conmigo los números que nos habían pasado así como los indicios que ella veía para suponer que había habido una malversación por parte del delegado. Según ella, el incremento de los gastos así como la caída en los ingresos solo se podía explicar por el hecho que alguien haya metido mano en la caja. Lo que no sabía era si los responsables eran uno o varios y por eso me aleccionó para que no confiara en nadie.
-¿Saben que venimos?- pregunté.
-Por supuesto que ¡No!
Su respuesta me dejó claro que nuestra llegada no sería bienvenida y por eso cuando llegamos a La Habana, no me extrañó que nadie estuviera esperándonos en el aeropuerto. Tras los habituales trámites en la aduana, salimos a coger un taxi. Tal y como había escuchado, los taxis cubanos eran vehículos americanos con más de cuarenta años a sus espaldas. Como ya eran las seis de la tarde, Doña Isabel decidió que nos llevara directamente al hotel, en vez de ir a la oficina.
Al preguntarle el porqué, la señora sonrió mientras me decía:
-Mejor les caemos a las ocho de la mañana, así tendremos todo el día y podremos evitar que destruyan información.
El tráfico a esa hora era un desastre por lo que tardamos más de una hora en llegar hasta nuestro hotel y si a eso le añadimos que el puto coche no tenía aire acondicionado, comprenderéis que cuando llegamos al hall estuviésemos sudando a chorros. Curiosamente eso hubiese quedado en mera anécdota si no llega a ser porque el sudor empapó la camisa de mi jefa. Completamente mojada, la tela se transparentó dejándome descubrir que esa señora tenía unos pitones de campeonato, coronados por dos pezones negros y grandes.
Afortunadamente, Doña Isabel no se dio cuenta de las miradas que le eché mientras nos registraba en recepción. El empleado del hotel, creyendo que éramos pareja,  le preguntó si prefería cama de matrimonio.  La cuarentona que debía estar ocupada pensando en otras cosas, le contestó que sí y solo se percató de su error cuando puso en sus manos una única llave. Completamente ruborizada, le explicó que teníamos reservado dos habitaciones. El recepcionista le pidió perdón y tras revisar en el ordenador, le dio otra llave.
-Son la 511 y la 512. Están pegadas y si lo desean pueden abrir la puerta de conexión- dijo con tono profesional aunque sin esconder su significado. El tipo seguí convencido de que yo era la aventura de esa ejecutiva.
-No hará falta- respondió muy enfadada y cogiendo las maletas, fuimos directamente a nuestras habitaciones.
Una vez en la puerta, Doña Isabel se giró hacía mí y me dijo:
-Voy a cenar en el cuarto. Te espero a las siete de la mañana para desayunar en el restaurante-
Reconozco que agradecí no tenerla que seguir soportándola y con mejor humor, entré en el mío. La habitación era estupenda y tras deshacer mi equipaje, me puse un traje de baño y me fui a darme un chapuzón en la piscina que había visto desde la ventana. Los treinta grados de temperatura de la Habana invitaban a bañarse y a beber. Por eso después de hacer una serie de largos, salí del agua rumbo al chiringuito que había en una esquina.
Llevaba dos cervezas y un mojito cuando la vi aparecer. Me costó reconocerla porque habiéndose quitado el uniforme de estricta ejecutiva de encima, mi jefa venía en bikini y con un pareo, cubriendo su cintura. No me preguntéis porque, pero al verla allí temí que me descubriera y me escondí tras la columna del bar. Doña Isabel ajena a mi escrutinio, cogió una tumbona y quitándose el pareo, se tumbó en ella y se puso a leer.
“¡Menudo Culo!”, exclamé al advertir que esa cuarentona tenía un par de nalgas duras y paradas que nada tendrían que envidiar con la de una mujer veinte años mejor. “¡No es posible!”
Babeando y desde mi sitio, no pude dejar de valorar en su justa medida el cuerpazo de esa hembra. Su metro ochenta no era óbice para que reconociera que estaba buenísima y que si no llega a ser porque era mi jefa, hubiese intentado en ese momento el ligármela. Para que os hagáis una idea, el propio camarero al ver cómo la miraba, se rio mientras me decía:
-¡Porque estoy trabajando!…
No me podía creer que esa frígida tuviese semejante pandero y menos que  viendo lo escueto de su bikini, no le importara el mostrarlo al  respetable. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, pagué mis bebidas y con un enorme calor recorriendo mi cuerpo, volví a mi habitación. Para saciar mi calentura me hice un par de pajas en su honor, antes de meterme a duchar.
Ya en la ducha, me imaginé que eran las manos de esa cuarentona desnuda las que me estaba enjabonado el paquete mientras sus enormes pechos presionaban en mi espalda. Os juro que nada más hacerlo, mi pene se puso duro como piedra y por mucho que intenté rebajarlo con agua fría, el recuerdo de esos dos melones y de ese magnífico culo lo hizo imposible.
Cachondo hasta decir basta, bajé a cenar al restaurante. Para colmo de males, la camarera que me tocó era una mulata preciosa con un cuerpo espectacular. Alucinado por su belleza, no pude dejar de seguirla con la mirada mientras recorría arriba y abajo el local.  Varias veces, me pilló mirándole las tetas y sabiéndose observada, se dedicó meneando sus caderas a hacerme una demostración del magnífico cuerpo que tenía.
La muy zorra consiguió su propósito y en poco tiempo supe que estaba  en celo al sentir que me hervía la sangre y que mi herramienta me pedía acción. Justo cuando había decidido irme de putas y así liberar mi tensión, vi que se dirigía  al lavabo y desde ahí me hizo una seña para que la siguiera. Tras unos momentos de incredulidad miré hacia los lados y viendo que nadie me veía me introduje en el baño tras ella.
No le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el uniforme. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Eran grandes, duros con dos aureolas negras como el carbón de las que di rápidamente cuenta. La camarera a duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, mientras gemía por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos se arrodilló enfrente de mí y lo fue introduciendo lentamente en la boca, hasta que sus labios tocaron la base del mismo.
Le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en la taza del wáter, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer en el baño de la que desconocía su nombre, su edad. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de poseerla. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La cubana no le hizo ascos a mi semen, y prolongando sus maniobras consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su uniforme.
Satisfecho le pregunté su nombre:
-Altagracia- me contestó, mientras se levantaba a acomodarse el vestido. -Son cien dólares- Pagándole la cantidad que me pedía, salí del baño muerto de risa y con mi ánimo repuesto volví a ocupar mi sitio en la mesa.
Como si nada hubiese ocurrido durante esos cinco minutos, Altagracia me dio de cenar sin que nada en su actitud pudiera llevar a un observador a suponer que pocos segundos antes me había hecho una mamada. Solo al terminar el postre, me preguntó:
-¿Se va a quedar mucho tiempo?
-Eso creo- contesté.
Poniendo una sonrisa de oreja a oreja, recogió mi plato mientras disimuladamente me pasaba su teléfono en un papel.
Al día siguiente:
Habiendo dormido estupendamente, al despertarme me sentía nuevo. Por eso y por el miedo que tenía a mi jefa, llegué diez minutos antes a la cita en el restaurante. Desgraciadamente nada más cruzar la puerta, descubrí que a doña Isabel esperándome en una mesa. No me preguntéis pero aun sabiendo que se había adelantado, me sentí fatal por ser el último en llegar. La cuarentona levantó los ojos del periódico al sentarme y mirándome, dijo:
-Desayuna fuerte que no se si nos va a dar tiempo de comer.
Siguiendo al pie de la letra su sugerencia, fui hasta el buffet y llené mi plato hasta arriba. Aunque no estaba acostumbrado, esa mañana desayuné huevos, bacon y fruta porque tenía claro que esa bruja me iba a tener encerrado hasta altas horas de la noche.
Tal y como había supuesto, nuestra llegada a las oficinas produjo una enorme conmoción. El primero en quedarse acojonado fue el delegado porque ni siquiera estaba ahí cuando entramos por la puerta. Habituado a ser el mandamás, ese capullo llegaba a partir de las once y por eso cuando le avisó su secretaria de nuestra presencia, lo tuvo que despertar. Aunque se dio prisa, tardó más de una hora en aparecer por la  empresa y cuando lo hizo, Doña Isabel ya se había agenciado su despacho, había entrado en su ordenador e incluso había hecho una copia de seguridad de todos los archivos del servidor. Asustado por la que se le venía encima, Ismael Alonso intentó congraciarse con su jefa luciendo una espléndida sonrisa. Sonrisa que desapareció para no volver en cuanto la cuarentona le sacó una lista de transacciones para que las explicara. Os juro que en cuanto leyó la primera, su tez se tornó pálida y casi llorando, empezó a balbucear excusas.
La jefa fue tomando nota de sus explicaciones y sin darle tiempo ni de respirar en cuanto había explicado una transferencia, le sacaba la siguiente de manera que al cabo de dos horas, Alonso se desmoronó y haciéndose el indignado, le ofreció su dimisión.
Con toda tranquilidad, Doña Isabel se levantó y le dijo:
-Ismael te equivocas si crees que con tu dimisión estamos en paz. Si como supongo ha habido un desfalco, sería mejor para ti que confieses ahora y me digas quien de la organización está también involucrado.
El tipo ya francamente nervioso trató de negarlo pero ante la insistencia de la directora, se levantó y saliendo del despacho, dijo que volvería con un abogado.
-Vuelve con tu puta madre si quieres, pero cuando lo hagas trae el dinero que has robado- le soltó la cuarentona en toda su geta.
El insultó le hizo reaccionar y como un energúmeno intentó agredir a su jefa. De no estar yo ahí y haberme interpuesto entre los dos, de seguro la hubiese pegado pero como un completo cobarde se retiró en cuanto supo que se tendría que enfrentar conmigo.
-Gracias- me agradeció la mujer, consciente de que se había equivocado al valorar la reacción de ese tipejo y que de no ser por mí, el resultado hubiese sido otro.
Creyéndome un caballero errante que acababa de defender a una indefensa dama, le dije que no se preocupara que había sido un placer. Os juro que cuando ella me oyó, algo cambió en su forma de mirarme pero en ese momento no supe reconocer el qué. A partir de ahí, mi jefa me trató con respeto e incluso se permitió el lujo de ser incluso agradable. Encantado con el cambio no dije nada ni tampoco me quejé de que me tuviera explotado durante hasta las ocho de la noche sin salir de ese lugar. El único lujo que se permitió fue sobre las tres, hacer traer unos bocadillos y descansar durante diez minutos mientras dábamos buena cuenta de ellos.
Habiéndose ocupado de que cambiaran las llaves de la oficina y la clave de la alarma, no se quedó tranquila hasta que desapareció el último trabajador por la puerta. Entonces y solo entonces, se permitió relajarse y mirándome cansada, me preguntó que me apetecía hacer.
-Cenar- contesté- ¡Tengo un hambre que devoro!

Doña Isabel sonrió y parando un taxi que pasaba por la calle, le pidió que nos llevara a un buen lugar. El taxista debió de malinterpretar sus deseos y en vez de un restaurante tradicional, nos llevó a uno con música en vivo. Una vez allí, decidió que nos quedábamos y eligiendo una mesa junto a la pista nos pusimos a cenar. El ambiente tranquilo y la música de fondo, nos permitió iniciar una charla banal en la que descubrí que esa fría mujer era en realidad un encanto. Simpática, inteligente y divertida, mi jefa me sorprendió con esa faceta que tenía oculta.  Pero también el tenerla a mi lado, me dejo apreciar sus ojos negros y su boca.

“Está buena” pensé cada vez más cómodo.
Ajena a que me estaba empezando a gustar, doña Isabel se rio al ver que una pareja de turista entrada en años, salía a bailar a la pista. Su risa me terminó de cautivar. Profunda y sincera, la transformó en un objeto de deseo que nunca podría conseguir catar. Estaba todavía pensando en ello cuando levantándose de la mesa, mi jefa me cogió la mano y me sacó a bailar.
La orquesta estaba tocando una salsa y tratando de imitar a las parejas que danzaban a nuestro lado, rodeé su cintura con mi mano y me empecé a mover. Doña Isabel no dijo nada al sentir que la ceñía y siguiendo el ritmo se dejó llevar. Aunque no soy un gran bailarín, tampoco tengo dos pies izquierdos y desenvolviéndome con soltura, transcurrió la primera canción. Creyendo que con eso bastaba, hice un intento de volver a la mesa pero pegándose a mí, esperó que volvieran a tocar.
Fue entonces cuando al estar rozándose nuestro cuerpos, noté la firmeza del suyo y más afectado de lo que debía, sentí como sus dos tetas se clavaban contra mi pecho.
“¡Dios!”, pensé, “¡Se va a dar cuenta!”
Y tratando que no se percatara de que estaba excitado, me separé un poco de ella. Desgraciadamente en ese momento, los músicos volvieron a empezar y mi jefa al ver que era un reggaetón, me agarró de la cintura y empezó a bailar. Reconozco que mi jefa se atreviera con un baile tan claramente sexual me sorprendió y más al ver que realmente esa mujer sabía bailarlo. Alucinado, la observé separar sus piernas y con las rodillas flexionadas, empezar a mover sus caderas pero realmente babeé cuando esa cuarentona dotó a su trasero de un movimiento circular y llevándolo de adelante para atrás con muchísima rapidez, me llamó a su lado:
-Ven, ¡No seas soso!
Al acercarme se dio la vuelta y poniendo su culo contra mi cuerpo, lo empezó a restregar mientras inclinaba un poco el tronco, imitando los movimientos de una sensual cúpula.
Como imaginareis, mi verga se irguió como respuesta a tan cálido roce y ya entregado la agarré pegándola aún más. Sé que Doña Isabel se debió de dar cuenta del bulto contra el que estaba restregando su culo pero si le molestó, no lo dijo e incluso se permitió forzar aún más el contacto incrementando la presión con la que se echaba contra mí.
“Cómo siga así: ¡Me corro!” mascullé entre dientes al notar mi pene incrustado contra la raja formada por sus dos esplendidas nalgas.
Ajena al mal rato que estaba pasando, mi jefa ralentizó el movimiento de sus caderas de modo que parecía estar masajeando mi pene con sus dos cachetes. En un momento dado, llevé mi mano hasta su cabeza y hundiendo mis dedos en su pelo, empecé a acariciarla.  Aunque mi verga seguía dentro de mi pantalón y ella estaba con su falda, no me cabía ninguna duda de que era consciente de que estábamos haciendo el amor y solo la presencia de otras parejas a nuestro alrededor, evitó que diéramos un espectáculo.
Fue cuando mi mano acarició la parte inferior de una de sus tetas, cuando realmente me di cuenta que ella estaba también sobreexcitada. Mis yemas se encontraron con un pezón duro bajo su blusa que fue junto con el gemido que oí lo que la traicionó. Al darse cuenta que la había descubierto, avergonzada hasta decir basta, me rogó que volviéramos a la mesa.
¡El hechizo se había desvanecido! 
La mujer sensual y divertida se había ido para no volver. Volviendo a la cordura, Doña Isabel llamó al camarero y pago la cuenta y en silencio, cogimos otro taxi que nos llevara al hotel. Os reconozco que en ese momento me creí despedido y aunque os parezca imposible, lo que más me jodía no era haber perdido el empleo sino el no haberme tirado a esa preciosa cuarentona. Ya en el ascensor que nos llevaba a nuestras habitaciones fuimos incapaces de mirarnos a la cara, porque ambos sabíamos que habría culpa y deseo en los ojos del otro.
Sin despedirnos, cada uno entró en su cuarto. Sintiéndome una mierda, me quité la chaqueta y entré en el cuarto de baño.
-¡Seré idiota!- exclamé mirándome en el espejo.
Cabreado por la oportunidad perdida, me lavé los dientes y estaba poniéndome el pijama, cuando escuché que tocaban en la puerta de interconexión entre las dos habitaciones. Sabiendo que no podía ser otra que Doña Isabel, la abrí para encontrarme a mi jefa vestida con un coqueto camisón.
Cortado, le pregunté qué quería. La cuarentona con sus mejillas rojas de la vergüenza, me pidió perdón por molestarme y cuando ya creía que no iba a pasar, entró y cerró la puerta mientras me decía:
-¿Te parecería una puta si te pido que me folles?
No la dejé terminar y cogiéndola entre mis brazos la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella respondió frotando su pubis contra mi pene, haciéndolo reaccionar.
-Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del camisón.
Nada más retirar los tirantes, cayó al suelo, permitiéndome observarla totalmente desnuda por primera vez. Era impresionante, su cuerpo era de escándalo con grandes pechos y cintura estrecha que el tiempo no había conseguido estropear.
De buen grado me hubiera quedado observándola durante horas, pero decidí tumbarla en la cama. Ella se dejó llevar. Teniéndola sobre el colchón, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Los dos negros botones reaccionaron incluso antes de que los tocara, de forma que recibieron mis caricias duros y erguidos. Mi jefa gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Realmente eran bellos, bien formados, suaves y excitantes. No dudé en sustituir mis yemas por mi lengua, y apoderándome de ellos, los mamé como haría un bebé de los de su madre. Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su culo, era una gozada. Me sentía como un lactante, disfrutando de su alimento.
Quería poseerla, pero lentamente. Por eso poniéndome de pie, me desnudé apreciando sus ojos clavados en mi cuerpo. Su mirada era de deseo, no de lascivia, me observaba ansiosa, nerviosa, temerosa de fallarme. Ya sin ropa, me tumbé a su lado abrazándola. Ella pegándose a mí, restregó su pubis contra mi sexo, buscando la penetración, pero la rechacé diciéndole:
-¡Déjame a mí!
Sabía que esa mujer debía llevar tiempo sin ser tomada y decidí que ya que me había elegido a mí, no iba a defraudarla. Con lentitud, empecé a besar su cuello mientras le acariciaba las piernas. Al ir bajando por su cuerpo descubrí que su piel tenía un sabor salado que me volvió loco y levantando la cara, le solté:
-¡Que buena estas!
Sonrió al escucharme pero no se movió porque notó que me acercaba a su entrepierna y no quería estropearlo. Su sexo olía a hembra hambrienta, bien depilado era excitante. Estaba a punto de lanzarme sobre él cuando Doña Isabel separó aún más sus rodillas, dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris.
Separando sus labios, como si fueran los pétalos de un fruto largamente ansiado, apareció ante mí un más que erecto botón rosado. Primero lo tanteé con la punta de mi lengua, antes de apretarlo entre mis dientes mientras pellizcaba sus pezones. No llevaba todavía un minuto recorriendo sus pliegues cuando mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. La morena que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Paulatinamente, éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura. No dejé de beber de su rio, hasta que llorando me imploró que le hiciera el amor.
-¿Te gusta?- le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
-Sí-, me respondió todavía con la respiración entrecortada por el orgasmo pasado.
-¿Mucho?- le dije mientras jugaba con su clítoris.
-¡Sí!-, contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Escucharla tan caliente, me convenció e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Hazlo! Por favor ¡No aguanto más!
Lentamente, centímetro a centímetro, le fui metiendo mi pene. Toda la piel de mi extensión, disfrutó de los pliegues de su sexo al hacerlo. Su cueva, que era estrecha y suave, ejercía una intensa presión al irla empalando. Su calentura era total, levantando su trasero de la cama, intentaba metérsela más profundamente. Me recreé viéndola tratando infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta-, le grité, y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más, sus poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que estuve a punto de desvirgar y que no lo hice solo por estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Poniendo mi verga en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. Pero o bien no me entendió, o tenía demasiadas ganas, porque nada más notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se la insertó.
Gimió al sentirse llena, pero al instante empezó a mover sus caderas, recreándose en mi monta. Mi yegua relinchó al sentir que me asía a sus pechos iniciando mi cabalgata, mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus suspiros, cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, y el chapoteo de su cueva inundada al sacar ligeramente mi miembro, fue el banderazo de salida para que acelerara mis incursiones. Y cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas de tratara y palmeándole el trasero, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la excitó más si cabe, y chillando me pidió que no parara. Con su respiración entrecortada, no dejaba de exigirme que la tomara, que quería sentirse regada por mí.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía verla convulsionarse en un segundo orgasmo, por lo que dándole la vuelta, me apoderé de su clítoris con mis dientes, a la vez que le introducía dos dedos en su vagina. Su sexo tenía un sabor agridulce que me volvió loco, y usando mi lengua como si fuera un micro pene, la introduje recorriendo las paredes de su cueva, mientras sorbía ansioso el flujo que manaba su interior. Esta vez la muchacha berreó brutalmente al notar como su placer la envolvía derramándose sobre mi boca, y sin poderlo evitar se corrió retorciéndose sobre la cama.
Insatisfecha, y queriendo más, me tumbó boca arriba, y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro, mientras lágrimas de placer mojaban mis piernas. Sus pechos rebotaban al compás de sus movimientos y su vientre rozaba el mío en un sensual contacto. Estaba hipnotizado con sus senos, su bamboleo, me habían puesto a cien. Mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos, tras lo cual le pedí que fuera ella quien los besase.
Me hizo caso, estirándolos se los llevó a su boca y sacando su lengua los beso con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene, y naciendo en el fondo de mi ser, un genuino orgasmo se extendió por mi cuerpo explotando en el interior de su cueva.
Mi jefa, al sentir que mi simiente bañaba su vientre, aceleró sus embestidas consiguiendo culminar conmigo su gozo. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de mi semen salía expulsada, ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se enroscaba en mi pene moribundo, dándome las gracias por sentirse mujer.
Totalmente exhaustos, caímos sobre las sábanas. Durante unos minutos, ninguno de los dos dijo nada pero cuando ya creía que se había dormido, de improviso me miró a los ojos, diciendo:
-Te importaría volverme a hacer el amor. ¡Lo necesito!
Soltando una carcajada, contesté:
-Todas las veces que usted quiera: ¡Querida jefa!
 

Relato erótico: “Día caliente con minifalda en la disco” (POR INDIRA)

$
0
0

La primera  foto es de la autora.
 
Hola que tal, mi nombre es Indira y para que me conozcan me describiré aunque anexo una foto mía. (¿no sé como subirla me ayudan?)
Soy una chica de mediana estatura, tez blanca, cabello castaño claro muy bonita de cara, he trabajado en televisión y radio, tengo unos senos grandes, piernas hermosas y unas nalguitas muy ricas, tengo 28 años, actualmente estoy casada y me atrevo a hacer este relato puesto que tengo permiso de mi marido, además que todo esto paso antes de conocerlo, yo intenté  ocultar mi pasado y lo “caliente” que fui pero mi esposo resultó igual o más caliente y juntos emprendemos una nueva etapa 😉
Yo siempre fui de esas chicas de antro y me encanta conocer personas, pero en mi vida social diaria no pasa de eso, conocer, platicar filtrear un poco y adiós. Desde siempre me considere sexy y me gustaba ver la cara de mis compañeros de escuela al verme, y todo esto me era muy difícil de hacer en mi vida normal por lo tanto a veces me daba mis escapadas a lugares no concurridos por mis amigos yo sola o con una amiga especial para eso.
Pues ese era uno de esos días en los que yo me sentía especialmente caliente, todo el día desde que me levante estuve con la tanga mojada, soy una mujer que cuando está excitada me mojo bastante, a mi marido le encanta meterte uno, dos, tres o hasta cuatro dedos de lo lubricada que estoy.
Ese día me vestí con un pantalón blanco pegado, una tanga con pedrería y una blusa rosa escotada con un sostén muy delgado, fui al trabajo y como estaba muy caliente me agachaba para que me vieran mis compañeros, incluso en el elevador le regale una vista perfecta de mis pechos a Eduardo, un proveedor de la empresa donde trabajaba, fingí que uno de mis tirantes se soltó y le pedí amablemente que me ayudara, al hacerlo hice de lado el sostén para poder volver a poner el tirante en su lugar y al hacerlo me pudo ver todo el pezón rosadito que tengo, me ayudo nervioso y me comía con la mirada, a mi me encanta que los hombres me coman con la mirada me excita de sobre manera, estaba yo super empapada, hasta tenía miedo que se me transparentara en el pantalón, pero no fue así.
A la hora de la comida fuimos varios compañeros juntos a comer puesto que era cumpleaños de uno de ellos, yo cruzaba y descruzaba las piernas para sentir el roce, estaba caliente, muy caliente y muy mojada pero ahí no podía hacer nada así que me resigne y me dirigí hacia el bufete en donde pretendía servirme un postre,  al tomar una cuchara esta resbaló cayendo al piso y me agache en cuclillas para recogerla al mismo tiempo que un tipo de unos 34 años muy guapo con el que ya había cruzado varias miradas, la cuchara quedo entre mis piernas y fue entonces cuando alcé la mirada y nos vimos de frente, el se atrevió a estirar la mano para tomar la cuchara y al sacarla rozo levemente mi entrepierna, uff que atrevimiento pensé yo, pero como estaba caliente no me importó, le agradecí el toqueteo con una sonrisa y seguí merodeado por los postres, el me regreso la sonrisa y continuó muy cerca de mí, puso su mano en una esquina de la mesa y aproveche para “vengarme” por su atrevimiento, así que me jalé la blusa hacia abajo casi hasta que mis pezones salieran y me acerqué para re cargar mi vagina empapada en su mano a la vez que me estiraba para coger una servilleta, me restregué en su mano un par de veces y el tuvo una visión perfecta de mis senos, y de un pezón que ya se asomaba por la blusa, sentí muy rico sentir esa mano desconocida entre mis piernas, el se quedó atónito y reaccionó solo después de que yo me había retirado, al sentarme vi desde mi lugar como se olía la mano, debía oler bastante pues mi tanga estaba empapada y el pantalón era delgado.
La comida transcurrió sin ningún otro incidente y todos regresamos a la oficina,  yo tomé el teléfono y quedé con mi amiga para ir a una disco que frecuentábamos cuando queríamos una noche loca, tenía que esperar que dieran las 6 para salir del trabajo y dirigirme a casa de Martha, mientras tanto se me ocurrió que para no estar tan caliente me entretuviera un poco así que tomé un pegamento en tubo y me lo coloque discretamente debajo de mi pantalón en mi asiento, sentía el roce de algo duro con mi vulva y me gustaba, así estuve toda la tarde semi masturbándome, ahora mismo estoy mojada de solo recordar ese día tan especial.
Al salir tome un taxi a casa de Martha como no iba preparada le pedí que me prestara ropa para la ocasión, una minifalda de mezclilla super corta, a medio muslo y una blusa sin mangas pegada amarilla, siempre uso tacón por que realza mi figura y me prestó unas medias al muslo, me veía yo impresionante, mis piernas son hermosas y resaltaban bastante con mis zapatos de tacón alto y delgado, arriba la blusa se me pegaba al cuerpo increíblemente, me tuve que retirar mi sostén puesto que se verían los tirantes con lo que se marcaban perfectamente mis tetas paradas y grandes.
Pedimos un taxi por teléfono, el taxista era un puberto de no más de 20 años, traía en la parte trasera unos trajes que dijo tenía que entregar después y que por el momento los pasaría a la cajuela, mi amiga le dijo que no había problema que nos íbamos adelante las dos, me subí yo primero y después mi amiga, por el tamaño de mi mini se me subió hasta enseñar la tanga por delante, y como quedé un poco de lado el taxista tenía una visión completa de mis piernas, el final de mis medias y el principio de mi tanga, al cambiar velocidades rozaba mi pierna, yo estaba super caliente y mojada, cruce mi pierna sacando mi colita para que la viera mas, el no perdió el tiempo e hizo como si buscara algo en la parte del freno de mano, obvio me rozaba con la parte externa del a mano toda mi colita, me hice un poco más hacia atrás fingiendo que estaba incomoda y toda mi colita cubierta solo por mi tanga quedo prácticamente encima de su mano, tuvo que cambiar de velocidad y al sacar la mano empujo hacia adentro mi tanga, yo estaba a reventar de calentura, el regreso a “buscar” algo en el freno de mano y con el dedo rozaba la entrada de mi vagina empapada y abierta, era tanta mi excitación que eche la cabeza hacia atrás y me mordía un labio, mi amiga veía para afuera y ni cuenta se daba pero yo debía tener una cara de puta encantadora ya que en un alto se paró un policía a nuestro lado y me pudo ver toda la tanga y como estaba yo mordiendo mi labio, solo me chiflo, seguimos así unas cuadras, el taxista ya tenía lo mas que podía por la incómoda posición de su mano dos dedos en mi conchita y estaba empapada su mano, yo estuve a punto de bajarme a darle una buena mamada de lo caliente que estaba, pero en ese momento llegamos a nuestro destino y tuvo que sacar su mano, yo me acomodé la mini falda y comencé a buscar en mi bolso para pagarle a lo cual me dijo: No se preocupe señorita esta vez yo invito, mejor le dejo mi número por si quieren que las venga a recoger a la salida, tomé su tarjeta  y le dije: con gusto nos dejamos re coger por ti, reímos las dos y nos bajamos moviéndonos como verdaderas putitas en busca de un hombre.
Al fin llegamos a la discoteca,  Martha conocía muy bien al dueño pues había sido su novia hace tiempo y nos atendían muy bien, además que como bien saben siempre con bien recibidas las chicas en lugares de ese tipo, y más si esas chicas vienen con minifalda y están muy buenas y salidas.
Entramos al lugar que estaba  a reventar, sobre todo en la parte de la pista, Martha no quiso perder el tiempo y se dirigió a la pista a bailar sola, en cambio yo me dirigí a la barra a pedir un whisky y platicar con el barman, un tipo muy lindo y feito que nos caía muy bien y nos regalaba alcohol a cambio de sonreírle un poco.
Al cuarto whisky busqué a mi amiga y la encontré en medio de dos americanos que le sobaban el culo y las tetas a placer, ella se dejaba hacer de todo y no me quedó más remedio que irme a bailar sola a la parte de arriba, ya que no quería llegar y competir con ella por un hombre.
Me puse a bailar junto al barandal dándole a todas las personas un espectáculo increíble, se veía toda mi vagina con el hilito de la tanga desde la parte de abajo, varios chicos se paraban abajo para verme, así estuve unos 15 minutos y nadie se atrevía a hablarme hasta que alguien me tomó del tallo y comenzó a bailar detrás de mí, me gustó atrevimiento así que no dije nada, solo le movía mi culito para sentir su paquete que ya se comenzaba a levantar, el me tomaba de la cintura y quería bajar sus manos a mis nalgas pero yo no se lo permitía, le tome ambas manos y solo lo dejaba sobar la parte de mi vientre y el principio de mis tetas, estuvimos así unos quince minutos y me zafé de él para dirigirme a los sanitarios, tenía bastante calor y los whiskys comenzaban a hacer efecto.
 
Al salir del sanitario me topé de frente a un joven bastante guapo, me sonrío y me jaló hacia un pequeño rincón al lado del baño, era la entrada al almacén que estaba al final del pasillo y los que venían caminando al baño no veían nada, tendrían que ir al final para poder observar algo, él era el chico con el que había estado bailando unos minutos antes, me dijo que bien te mueves, me arrinconó intentándome dar un beso en la boca y me hice a un lado, comenzó a besarme el cuello y a tocarme las tetas por encima de la blusa, regularmente no soy tan fácil, soy muy caliente pero no fácil, para que alguien me lleve a la cama me debe gustar y siempre lo hago batallar un poco, pero esta vez con todo el día que ya había tenido estaba super caliente y me dejé hacer, cerré los ojos y eché mi cabeza para atrás, el metió ambas manos debajo de mi mini falda y de un tirón arranco mi empapada tanga, todo el día absorbiendo mis fluidos debía estar ya muy pegajosa, se la guardo en su pantalón y yo intentaba sentir su paquete con mis manos.
El me apretaba las nalgas con fuerza, cuando estoy muy caliente me encanta el sexo salvaje, el no lo sabía pero me agarró en el momento justo que necesitaba un hombre así, metía la punta sus dedos en mi vagina mientras me sobaba el culito, yo estaba perdida de caliente y me baje la blusa para que pudiera ver y mamar mis tetas, me encanta que me las laman y muerdan un poquito, me pone muy caliente cuando le dedican especial atención a mis tetas y parecía que adivinaba lo que quería inmediatamente después de que baje la blusa comenzó a lamerme y a mordisquearme de tal manera que hizo que me perdiera aún más, paso una mano al frente y metió dos dedos en mi húmeda vagina, yo gemía de placer y comencé a besarle en la boca, el bajaba a mis pechos y subía lamiendo mi cuello hasta llegar a mis labios los cuales mordía un poco y volvía a bajar a mis pezones para mordisquearlos, mientras tanto no dejaba de meter y sacar sus dedos de mi vagina, bajé el cierre de su pantalón y saque su pene, un pene no muy grande pero si muy gordo, comencé a masturbarlo a la par que él metía ya 3 dedo, tenía ganas de sentirlo dentro mí de mí, quería sentir sus bolas chocando con mis nalgas, estaba completamente perdida de deseo y lujuria.
Enrolle una de mis piernas por su cintura para que tuviera mejor acceso a mi culito y a mi vagina mientras al oído entre gemidos le pregunte si traía condones, como respuesta saco uno de su pantalón y se lo arrebaté, lo abrí despacio mientras él  se bajaba el pantalón y su bóxer,  me metí el condón a  la boca y me agache a ponerle condón con la boca mientras le daba una mamada, me la metí completa a la boca mientras lo veía, el me decía que era una putita muy hermosa, que siempre soñó con que una mujer tan linda le hiciera una mamada, yo que obviamente no podía hablar solo lo veía y le sobaba los huevos, se que a los hombres les fascina eso y a mí me encanta complacerlos para que me cojan como me gusta, estuve un buen rato tragándome su tranca, el solo me tomaba del pelo y se movía cogiéndome la boquita, yo ya no podía mas y me pare y me voltee dándole la espalda ofreciéndome como una perra, entendió perfectamente que era hora de cogerme y apunto su verga a mi vagina y de un solo golpe me la metió al fondo, ahhhhh grite, me hacía para atrás todo lo que podía, la quería más adentro.
Comenzó a moverse de lado raspando mis paredes vaginales laterales, eso me encanto y comencé a sobarme las tetas, gemía yo bastante fuerte pero por la música del local pasaba desapercibido, me apretaba las tetas jalándome el pezón me encanta que me hagan eso cuando estoy caliente el empezó a darme palmadas en las nalgas y eso me prendió aún más si es que aún existe un grado más de excitación yo solo gemía y murmuraba, que rico.
El se movía más rápido y me empezó a nalguear mas fuerte yo solo volteaba y sacaba mi lengua pasándola por mis labios, estaba yo recargada completamente contra la puerta del almacén siendo embestida por mi amante ocasional cuando de pronto esta se abre cayendo yo al piso, se rompió el pasador que la sostenía, por suerte no me lastimé ya que agarre de la misa puerta que se abrió.
Después de sobreponerme del susto inicial el se metió al pequeño almacén conmigo y me orilló a una mesa, yo estaba muy caliente no me importo el allanamiento del lugar, solo me acomodé y me abrí de piernas para recibirlo nuevamente, esta vez de frente, me metió todo de un solo golpe y yo solo le decía DIOS que rico, cógeme papi, así, así, ahora con la puerta cerrada podíamos hablar y escuchar lo que decíamos.
Estaba yo recostada en la mesa y el comenzó a morderme las tetas, a mordérmelas muy fuerte, me producía dolor pero me gustaba sentirme tan puta, me alzó de las nalgas mientras seguía con el vaivén de su verga dentro de mí, si estando semi caliente chorreo fluidos ya se imaginaran como estaba en ese momento, mis muslos interiores estaban empapados y el olor a sexo era muy fuerte en el lugar, le pedía mas, le exigía que me cogiera, le exigía mas verga.
Comenzó a moverse muy rápido y mis gritos eran muy fuertes, ahhh, ahhhh, ahhhh, mas, ahhh gritaba, el comenzó a gemir y supe que era el momento del orgasmo, comenzó ah decirme que estaba riquísima mientras yo empecé a sentir espasmos en mi vagina la apreté haciéndole “el perrito”, sí, tengo esa virtud que vuelve locos a los hombres, me vine de una forma deliciosa, el también terminó y nos quedamos un rato en esa posición gimiendo un rato, moviéndonos muy lento.
Baje mis piernas y me paré para acomodarme la ropa, mi falda estaba muy mojada ya que había recibido todos mis fluidos y mi blusa estaba empapada de sudor, el se quitó el condón lo tiro en una esquina se vistió y me pidió mi numero.
Yo le dije que no, que mejor otro día nos encontraríamos aquí, me acomode la blusa y le planté un beso muy rico por esa cogida maravillosa que me dio y que necesitaba para finalizar mi día, el me sobo la colita nuevamente y me aparté de él 😉
Salí del almacén a buscar a Martha y ya no estaba, fui por mi bolso a la barra y el barman me dijo que Martha me estuvo buscando y al final se fue con unos amigos.
Salí sola de la discoteca hice la parada al primer taxi que estaba y me fui  a mi casa, ahora si iba ya tranquila, después de un día que parecía interminable terminé con una buena cogida y muy feliz, el taxista no desaprovecho para bajar su retrovisor al ver que mi blusa estaba mojada y se me marcaban bastante los pechos, solo sonreí y lo dejé observar.
Al llegar al edificio donde vivía rápidamente se bajó para abrirme la puerta, yo al bajarme tuve que abrir las piernas y regalarle una espectacular vista de mi panochita completamente depilada  ya que no traía calzones, me baje y comencé a buscar en mi bolso para pagar cuando me dijo que no era nada, que era un placer atenderme y que cuando quisiera le hablara para llevarme a donde yo quisiera, me dio una tarjeta de su sitio con su número.
Me metí a mi casa y me tiré en la cama vestida, y así con el olor de un macho  y de mis propios fluidos, me dormí…
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:

“La esposa de un narco y su hermana son mis vecinas” LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

 

Sinopsis:

Un buen día, el piso de al lado se ocupa. Marcos, un abogado, se sorprende al descubrir que sus vecinas son la esposa y la hermana de un narco que defendió. Todo se complica por la atracción que demuestran por él. Cuando ya no creía que podría sorprenderle, esas dos mujeres sacan los trapos sucios de su propia familia y para colmo, reconocen ser la jefas de una secta de fanáticos, llamada LA HERMANDAD.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/s?_encoding=UTF8&field-author=Fernando%20Neira%20(GOLFO)&search-alias=digital-text

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Estoy jodido. Mi ritmo de vida se ha visto alterado por culpa de mis vecinas. Hasta hace seis meses, siempre me había considerado un perro en lo que respecta a mujeres y aun así, con cuarenta y tres años, me he visto sorprendido por la actitud que han mostrado desde que se mudaron al ático de al lado.

Todavía recuerdo el sábado que hicieron la mudanza. Ese día tenía una resaca monumental producto de la ingesta incontrolada de Whisky a la que estoy fatalmente habituado. Me había acostado pasadas las seis de la madrugada con una borrachera de las que hacen época pero con una borracha del montón.  

Estaba durmiendo cuando sin previo aviso, llegó a mis oídos el escándalo de los trabajadores de la empresa de mudanza subiendo y colocando los muebles. Tardé en reconocer la razón de tamaño estrépito, el dolor de mi cabeza me hizo levantarme y sin darme cuenta que como única vestimenta llevaba unos calzoncillos, salí al rellano a ver cuál era la razón de semejante ruido. Al abrir la puerta me encontré de bruces con un enorme aparador que bloqueaba la salida de mi piso. Hecho una furia, obligué a los operarios a desbloquear el paso y cabreado volví a mi cama.

En mi cuarto, María, una asidua visitante de la casa, se estaba vistiendo.

―Marcos. Me voy. Gracias por lo de ayer.

En mis planes estaba pasarme todo el fin de semana retozando con esa mujer, pero gracias a mis “amables vecinos” me lo iba a pasar solo. Comprendiendo a la mujer, no hice ningún intento para que cambiara de opinión. De haber sido al revés, yo hubiera tardado incluso menos tiempo en salir huyendo de ese infierno.

―Te invito a tomar un café al bar de abajo― le dije mientras me ponía una camiseta y un pantalón corto. Necesitaba inyectarme en vena cafeína.

Mi amiga aceptó mi invitación de buen grado y en menos de cinco minutos estábamos sentados en la barra desayunando. Ella quiso que me fuera a su casa a seguir con lo nuestro pero ya se había perdido la magia. Sus negras ojeras me hicieron recordar una vieja expresión: “ayer me acosté a las tres con una chica diez, hoy me levanté a las diez con una chica tres”. Buscando una excusa, rechacé su oferta amablemente prometiéndole que el siguiente viernes iba a invitarla a cenar en compensación. Prefería quedarme solo a tener que volver a empezar con el galanteo con ese gallo desplumado que era María sin el maquillaje. Ambos sabíamos que era mentira, nuestra relación consiste solo en sexo esporádico, cuando ella o yo estábamos sin plan, nos llamábamos para echar un polvo y nada más.

Al despedirnos, decidí salir a correr por el Retiro con la sana intención de sudar todo el alcohol ingerido. Tengo la costumbre de darle cuatro vueltas a ese parque a diario, pero ese día fui incapaz de completar la segunda. Con el bofe fuera, me tuve que sentar en uno de sus bancos a intenta normalizar mi respiración. “Joder, anoche me pasé”, pensé sin reconocer que un cuarentón no tiene el mismo aguante que un muchacho y que aunque había bebido en exceso, la realidad de mi estado tenía mucho más que ver con mi edad. Con la moral por los suelos, volví a mi piso.

Había trascurrido solo dos horas y por eso me sorprendió descubrir que habían acabado con la mudanza. Encantado con el silencio reinante en casa, me metí en la sauna que había hecho instalar en la terraza. El vapor obró maravillas, abriendo mis poros y eliminando las toxinas de poblaban mis venas. Al cabo de media hora, completamente sudado salí y sin pensar en que después de dos años volvía a tener vecinos, me tiré desnudo a la pequeña piscina que tengo en el segundo piso del dúplex donde vivo. Sé que es un lujo carísimo, pero después de quince años ejerciendo como abogado penalista es un capricho al que no estoy dispuesto a renunciar. Estuve haciendo largos un buen rato, hasta que el frio de esa mañana primaveral me obligó a salir.

Estaba secándome las piernas cuando a mi espalda escuché unas risas de mujer. Al girarme, descubrí que dos mujeres, que debían rondar los treinta años, estaban mirándome al otro lado del murete que dividía nuestras terrazas. Avergonzado, me enrollé la toalla y sonriendo en plan hipócrita, me metí de nuevo en mi habitación.

«¡Mierda!, voy a tener que poner un seto si quiero seguir bañándome en pelotas», me dije molesto por la intromisión de las dos muchachas.

Acababa de terminar de vestirme cuando escuché que alguien tocaba el timbre, y sin terminar de arreglarme salí a ver quién era. Me sorprendió toparme de frente con mis dos vecinas. Debido al corte de verme siendo observado, ni siquiera había tenido tiempo de percatarme que además de ser dos preciosidades de mujer, las conocía:

Eran Tania y Sofía, la esposa y la hermana de Dmitri Paulovich, un narco al que había defendido hacía tres meses y que aprovechando que había conseguido sacarle de la trena mediante una elevada fianza, había huido de España, o al menos eso era lo que se suponía. Sin saber que decir, les abrí la puerta de par en par y bastante más asustado de lo que me hubiese gustado reconocer les pregunté en qué podía servirles.

Tanía, la mujer de ese sanguinario, en un perfecto español pero imbuido en un fuerte acento ruso, me pidió perdón si me habían molestado sus risas pero que les había sorprendido darse cuenta que su vecino no era otro que el abogado de su marido.

―Soy yo el que les tiene que pedir perdón. Llevo demasiado tiempo sin vecinos, y me había acostumbrado a nadar desnudo. Lo siento no se volverá a repetir.

―No se preocupe por eso. En nuestra Rusia natal el desnudo no es ningún tabú. Hemos venido a invitarle a cenar como muestra de nuestro arrepentimiento.

La naturalidad con la que se refirió a mi escena nudista, me tranquilizó y sin pensármelo dos veces, acepté su invitación, tras lo cual se despidieron de mí con un “hasta luego”. De haber visto como Sofía me miraba el culo, quizás no hubiese aceptado ir esa noche a cenar, no en vano su hermano era el responsable directo de medio centenar de muertes.

Al cerrar la puerta, me desmoroné. Había luchado duro para conseguir un estatus y ahora de un plumazo, mi paraíso se iba a convertir en un infierno. Vivir pared con pared con uno de los tipos más peligroso de toda el hampa ruso era una idea que no me agradaba nada y peor, si ese hombre me había pagado una suculenta suma para conseguir que le sacara. Nadie se iba a creer que nuestra relación solo había consistido en dos visitas a la cárcel y que no tenía nada que ver con sus sucios enjuagues y negocios. Hecho un manojo de nervios, decidí salir a comer a un restaurante para pensar qué narices iba a hacer con mi vida ahora que la mafia había llamado a mi puerta. Nada más salir, comprendí que debía de vender mi casa y mudarme por mucho que la crisis estuviera en su máximo apogeo. En el portal de mi casa dos enormes sicarios estaban haciendo guardia con caras de pocos amigos.

Durante la comida, hice un recuento de los diferentes escenarios con los que me iba a encontrar. Si seguía viviendo a su lado, era un hecho que no iba a poderme escapar de formar parte de su organización, pero si me iba de espantada, ese hijo de puta se enteraría y podía pensar que no le quería como vecino, lo que era en la práctica una condena a muerte. Hiciera lo que hiciese, estaba jodido. «Lo mejor que puedo hacer es ser educado pero intentar reducir al mínimo el trato», pensé mientras me prometía a mí mismo que esa noche iba a ser la primera y última que cenara con ellos.

Recordando las normas de educación rusa, salí a comprar unos presentes que llevar a la cena. Según su estricto protocolo el invitado debía de llevar regalos a todos los anfitriones y como no sabía si Dmitri estaba escondido en la casa, opté por ser prudente y decidí también comprarle a él. No me resultó fácil elegir, un mafioso tiene de todo por lo que me incliné por lo caro y entrando en Loewe le compré unos gemelos de oro. Ya que estaba allí, pedí consejo a la dependienta respecto a las dos mujeres.

―A las rusas les encantan los pañuelos― me respondió.

Al salir por la puerta, mi cuenta corriente había recibido un bajón considerable pero estaba contento, no iban a poderse quejar de mi esplendidez. No me apetecía volver a casa, por lo que para hacer tiempo, me fui al corte inglés de Serrano a comprarme un traje. De vuelta a mi piso, me dediqué a leer un rato en una tumbona de la piscina, esperando que así se me hiciera más corta la espera. Estaba totalmente enfrascado en la lectura, cuando un ruido me hizo levantar mi mirada del libro. Sofía, la hermana pequeña del mafioso, estaba dándose crema completamente desnuda en su terraza. La visión de ese pedazo de mujer en cueros mientras se extendía la protección por toda su piel, hizo que se me cayera el café, estrellándose la taza contra el suelo.

Asustado, me puse a recoger los pedazos, cuando de repente escuché que me decía si necesitaba ayuda. Tratando de parecer tranquilo, le dije que no, que lo único que pasaba era que había roto una taza.

―¿Qué es lo que ponerle nervioso?― contestó.

Al mirarla, me quedé petrificado, la muchacha se estaba pellizcando su pezones mientras con su lengua recorría sensualmente sus labios. Sin saber qué hacer ni que responder, terminé de recoger el estropicio y sin hablar, me metí a la casa. Ya en el salón, miré hacia atrás a ver que hacía. Sofía, consciente de ser observada, se abrió de piernas y separando los labios de su sexo, empezó a masturbarse sin pudor. No tuve que ver más, si antes tenía miedo de tenerles de vecinos, tras esa demostración estaba aterrorizado. Dmitri era un hijo de perra celoso y no creí que le hiciera ninguna gracia que un picapleitos se enrollara con su hermanita.

« Para colmo de males, la niña es una calientapollas», pensé mientras trataba de tranquilizarme metiéndome en la bañera. «Joder, si su hermano no fuera quién es, le iba a dar a esa cría lo que se merece», me dije al recordar lo buenísima que estaba, «la haría berrear de placer y la pondría a besarme los pies».

Excitado, cerré los ojos y me dediqué a relajar mi inhiesto miembro. Dejándome llevar por la fantasía, visualicé como sería ponerla en plan perrito sobre mis sabanas. Me la imaginé entrando en mi habitación y suplicando que le hiciera el amor. En mi mente, me tumbé en la cama y le ordené que se hiciera cargo de mi pene. Sofía no se hizo de rogar y acercando su boca, me empezó a dar una mamada de campeonato. Me vi penetrándola, haciéndola chillar de placer mientras me pedía más. En mi mente, su cuñada, alertada por los gritos, entraba en mi cuarto. Al vernos disfrutando, se excitó y retirando a la pelirroja de mí, hizo explotar mi sexo en el interior de su boca.

Era un imposible, aunque se metieran en mi cama desnudas nunca podría disfrutar de sus caricias, era demasiado peligroso, pero el morbo de esa situación hizo que no tardara en correrme. Ya tranquilo, observé que sobre el agua mi semen navegaba formando figuras. «¡Qué desperdicio!», exclamé para mí y fijándome en el reloj, supe que ya era la hora de vestirme para la cena.

A las nueve en punto, estaba tocando el timbre de su casa. Para los rusos la puntualidad es una virtud y su ausencia una falta de educación imperdonable. Una sirvienta me abrió la puerta con una sonrisa y, cortésmente, me hizo pasar a la biblioteca. Tuve que reconocer que la empresa de mudanzas había hecho un buen trabajo, era difícil darse cuenta que esas dos mujeres llevaban escasas doce horas en ese piso. Todo estaba en su lugar y en contra de lo que me esperaba, la elección de la decoración denotaba un gusto que poco tenía que ver con la idea preconcebida de lo que me iba encontrar. Había supuesto que esa familia iba hacer uso de la típica ostentación del nuevo rico. Sobre la mesa, una botella de vodka helado y tres vasos.

―Bienvenido―, escuché a mi espalda. Al darme la vuelta, vi que Tanía, mi anfitriona, era la que me había saludado. Su elegancia volvió a sorprenderme. Enfundada en un traje largo sin escote parecía una diosa. Su pelo rubio y su piel blanca eran realzados por la negra tela.

―Gracias― respondí ―¿su marido?

―No va a venir, pero le ha dejado un mensaje― me contestó y con gesto serio encendió el DVD.

En la pantalla de la televisión apareció un suntuoso despacho y detrás de la mesa, Dmitri. No me costó reconocer esa cara, puesto que, ya formaba parte de mis pesadillas. Parecía contento, sin hacer caso a que estaba siendo grabado, bromeaba con uno de sus esbirros. Al cabo de dos minutos, debieron de avisarle y dirigiéndose a la cámara, empezó a dirigirse a mí.

―Marcos, ¡Querido hermano!, siento no haberme podido despedirme de ti pero, como sabes mis negocios, requerían mi presencia fuera de España. Solo nos hemos visto un par de veces pero ya te considero de mi sangre y por eso te encomiendo lo más sagrado para mí, mi esposa y mi dulce hermana. Necesito que no les falte de nada y que te ocupes de defenderlas si las autoridades buscan una posible deportación. Sé que no vas a defraudar la confianza que deposito en ti y como muestra de mi agradecimiento, permíteme darte este ejemplo de amistad.

En ese momento, su esposa puso en mis manos un maletín. Dudé un instante si abrirlo o no, ese cabrón no había pedido mi opinión, me estaba ordenando no solo que me hiciera cargo de la defensa legal de ambas mujeres sino que ocupara de ellas por completo.

«No tengo más remedio que aceptar sino lo hago soy hombre muerto», pensé mientras abría el maletín. Me quedé sin habla al contemplar su contenido, estaba repleto de fajos de billetes de cien euros. No pude evitar exclamar:

―¡Debe haber más de quinientos mil euros!

―Setecientos cincuenta mil, exactamente― Tania rectificó. ―Es para cubrir los gastos que le ocasionemos durante los próximos doce meses.

«¡Puta madre! Son ciento veinticinco millones de pesetas, por ese dinero vendo hasta mi madre», me dije sin salir de mi asombro. El ruso jugaba duro, si aguantaba, sin meterme en demasiados líos, cinco años, me podía jubilar en las Islas vírgenes.

―Considéreme su abogado― las informé extendiendo la mano.

La mujer, tirando de ella, me plantó un beso en la mejilla y al hacerlo pegó su cuerpo contra el mío. Sentir sus pechos me excitó. La mujer se dio cuenta y alargando el abrazo, sonriendo, me respondió cogiendo la botella de la mesa:

―Hay que celebrarlo.

Sirvió dos copas y de un solo trago se bebió su contenido. Al imitarla, el vodka quemó dolorosamente mi garganta, haciéndome toser. Ella se percató que no estaba habituado a ese licor y aun así las rellenó nuevamente, alzando su copa, hizo un brindis en ruso que no comprendí y al interrogarla por su significado, me respondió:

― Qué no sea ésta la última vez que bebemos juntos, con ayuda de Dios.

Es de todos conocidos la importancia que dan lo eslavos a los brindis, y por eso buscando satisfacer esa costumbre, levanté mi bebida diciendo:

―Señora, juro por mi honor servirla. ¡Que nuestra amistad dure muchos años!

Satisfecha por mis palabras, vació su vodka y señalándome el mío, esperó a que yo hiciera lo mismo. No me hice de rogar, pensaba que mi estómago no iba a soportar otra agresión igual pero en contra de lo que parecía lógico, ese segundo trago me encantó. En ese momento, Sofía hizo su entrada a la habitación, preguntando que estábamos celebrando. Su cuñada acercándose a ella, le explicó:

―Marcos ha aceptado ser el hombre de confianza de Dmitri, sabes lo que significa, a partir de ahora debes obedecerle.

―Por mí, estar bien. Yo contenta― respondió en ese español chapurreado tan característico, tras lo cual me miró y poniéndose melosa, dijo: ―no dudar de colaboración mía.

Su tono me puso la piel de gallina. Era una declaración de guerra, la muchacha se me estaba insinuando sin importarle que la esposa de su hermano estuviera presente. Tratando de quitar hierro al asunto, decidí preguntarles si había algo urgente que tratar.

―Eso, ¡mañana! Te hemos invitado y la cena ya está lista―, contestó Tanía, zanjando el asunto.

―Perdone mi despiste, señora, le he traído un presente― dije dando a cada una su paquete. La dependienta de Loewe había acertado de pleno, a las dos mujeres les entusiasmó su regalo. Según ellas, se notaba que conocía al sexo femenino, Dmitri les había obsequiado muchas cosas pero ninguna tan fina.

―¿Pasamos a cenar?― preguntó Tania.

No esperó mi respuesta, abriendo una puerta corrediza me mostró el comedor. Al entrar estuve a punto de gritar al sentir la mano de Sofía magreándome descaradamente el culo. Intenté que la señora de la casa no se diera cuenta de los toqueteos que estaba siendo objeto pero dudo mucho que una mujer, tan avispada, no se percatara de lo que estaba haciendo su cuñada. Con educación les acerqué la silla para que se sentaran.

―Eres todo un caballero― galantemente me agradeció Tania. ―En nuestra patria se ha perdido la buena educación. Ahora solo abundan los patanes.

Esa rubia destilaba clase por todos sus poros, su delicado modo de moverse, la finura de sus rasgos, hablaban de sus orígenes cien por cien aristocráticos. En cambio, Sofía era un volcán a punto de explotar, su enorme vitalidad iba acorde con el tamaño de sus pechos. La naturaleza la había dotado de dos enormes senos, que en ese mismo instante me mostraba en su plenitud a través del escote de su vestido.

«Tranquilo macho, esa mujer es un peligro», tuve que repetir mentalmente varias veces para que la excitación no me dominara: «Si le pones la mano encima, su hermano te corta los huevos». La incomodidad inicial se fue relajando durante el trascurso de la cena. Ambas jóvenes no solo eran unas modelos de belleza sino que demostraron tener una extensa cultura y un gran sentido del humor, de modo que cuando cayó la primera botella, ya habíamos entrado en confianza y fue Sofía, la que preguntó si tenía novia.

―No, ninguna mujer con un poco de sentido común me aguanta. Soy el prototipo de solterón empedernido.

―Las españolas no saber de hombres, ¿Verdad?

Esperaba que Tanía, cortarse la conversación pero en vez de ello, contestó:

―Si, en Moscú no duras seis meses soltero. Alguna compatriota te echaría el lazo nada más verte.

―¿El lazo? Y ¡un polvo!― soltó la pelirroja con una sonrisa pícara.

Su cuñada, lejos de escandalizarse de la burrada que había soltado la pelirroja, se destornilló de risa, dándole la razón:

―Si nunca he comprendido porqué en España piensan que las rusas somos frías, no hay nadie más caliente que una moscovita. Sino que le pregunten a mi marido.

Las carcajadas de ambas bellezas fueron un aviso de que me estaba moviendo por arenas movedizas y tratando de salirme del pantano en el que me había metido, contesté que la próxima vez que fuera tenía que presentarme a una de sus amigas. Fue entonces cuando noté que un pie desnudo estaba subiendo por mi pantalón y se concentraba en mi entrepierna. No tenía ninguna duda sobre quien era la propietaria del pie que frotaba mi pene. Durante unos minutos tuve que soportar que la muchacha intentara hacerme una paja mientras yo seguía platicando tranquilamente con Tania. Afortunadamente cuando ya creía que no iba a poder aguantar sin correrme, la criada llegó y susurró al oído de su señora que acababan de llegar otros invitados.

Sonriendo, me explicó que habían invitado a unos amigos a tomar una copa, si no me importaba, tomaríamos el café en la terraza. Accedí encantado, ya que eso me daba la oportunidad de salir airoso del acoso de Sofía. Camino de la azotea volví a ser objeto de las caricias de la pelirroja. Con la desfachatez que da la juventud, me agarró de la cintura y me dijo que estaba cachonda desde que me vio desnudo esa mañana. Tratando de evitar un escándalo, no tuve más remedio que llevármela a un rincón y pedirle que parara que no estaba bien porque yo era un empleado de Dmitri,

La muchacha me escuchó poniendo un puchero, para acto seguido decirme:

―Yo dejarte por hoy pero tú dame beso.

No sé por qué cedí a su chantaje y cogiéndola entre mis brazos acerqué mis labios a los suyos. Si pensaba que se iba a conformar con un morreo corto, estaba equivocado, pegándose a mí, me besó sensualmente mientras rozaba sin disimulo su sexo contra mi pierna. Tenía que haberme separado en ese instante pero me dejé llevar por la lujuria y agarrando sus nalgas, profundicé en ella de tal manera que si no llega a ser porque escuchamos que los invitados se acercaban la hubiese desnudado allí mismo.

«¡Cómo me pone esta cría!», pensé mientras disimulaba la erección.

Tania, ejerciendo de anfitriona, me introdujo a las tres parejas. Dos de ellas trabajaban en la embajada mientras que el otro matrimonio estaba de visita, lo más curioso fue el modo en que me presentó:

―Marcos es el encargado de España, cualquier tema en ausencia de mi marido tendréis que tratarlo con él.

Las caras de los asistentes se transformaron y con un respeto desmedido se fueron presentado, explicando cuáles eran sus funciones dentro de la organización. Asustado por lo súbito de mi nombramiento, me quedé callado memorizando lo que me estaban diciendo. Cuando acabaron esperé a que Tania estuviese sola y acercándome a ella, le pedí explicaciones:

―Tú no te preocupes, poca gente lo sabe pero yo soy la verdadera jefa de la familia. Cuando te lleguen con un problema, solo tendrás que preguntarme.

Creo que fue entonces cuando realmente caí en la bronca en la que me había metido. Dmitri no era más que el lacayo que su mujer usaba para sortear el machismo imperante dentro de la mafia y ella, sabiendo que su marido iba a estar inoperante durante largo tiempo, había decidido sustituirlo por mí. Estaba en las manos de esa bella y fría mujer. Sintiéndome una mierda, cogí una botella y sentado en un rincón, empecé a beber sin control. Desconozco si me pidieron opinión o si lo dieron por hecho, pero al cabo de media hora la fiesta se trasladó a mi terraza porqué la gente quería tomarse un baño. Totalmente borracho aproveché para ausentarme y sin despedirme, me fui a dormir la moña en mi cama.

Debían de ser las cinco de la madrugada cuando me desperté con la garganta reseca. Sin encender la luz, me levanté a servirme un coctel de aspirinas que me permitiera seguir durmiendo. Tras ponerme el albornoz, salí rumbo a la cocina pero al cruzar el salón, escuché que todavía quedaba alguien de la fiesta en la piscina. No queriendo molestar pero intrigado por los jadeos que llegaban a mis oídos, fui sigilosamente hasta la ventana para descubrir una escena que me dejó de piedra. Sobre una de las tumbonas, Tania estaba totalmente desnuda y Sofía le estaba comiendo con pasión su sexo. No pude retirar la vista de esas dos mujeres haciendo el amor. La rubia con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de la hermana de su marido mientras con sus dedos no dejaba de pellizcarse los pechos. Era alucinante ser coparticipe involuntario de tanto placer, incapaz de dejar de mirarlas mi miembro despertó de su letargo e irguiéndose, me pidió que le hiciera caso. Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a Sofía disfrutando del coño de Tania era algo que jamás iba a volver a tener la oportunidad de ver y asiéndolo con mi mano, empecé a masturbarme.

Llevaban tiempo haciéndolo porque la rubia no tardó en retorcerse gritando mientras se corría en la boca de su amante. Pensé que con su orgasmo había terminado el espectáculo, pero me llevé una grata sorpresa al ver como cambiaban de postura y Sofía se ponía a cuatro patas, para facilitar que las caricias de la otra mujer. Fue entonces cuando me percaté que Tanía estaba totalmente depilada y que encima tenía un culo de infarto. Completamente dominado por la lujuria, disfruté del modo en que le separó las nalgas. Mi recién estrenada jefa sacando su lengua se entretuvo relajando los músculos del esfínter. Sofía tuvo que morderse los labios para no gritar al sentir que su ano era violado por los dedos de la mujer.

Si aquello ya era de por sí alucinante, más aún fue ver que Tanía se levantaba y se ajustaba un arnés con un tremendo falo a su cintura. Le susurró unas dulces palabras mientras se acercaba y colocando la punta del consolador en el esfínter de su indefensa cuñada, de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior. Sofía gritó al sentir que se desgarraba por dentro, pero no intentó liberarse del castigo, sino que meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Su cuñada esperó que se acomodase antes de darle una fuerte nalgada en el culo. Fue el estímulo que ambas necesitaban para lanzarse en un galope desbocado. Para afianzarse, la rubia uso los pechos de su cuñada como agarre y mordiéndole el cuello, cambió el culo de la muchacha por su sexo y con fuerza la penetró mientras su indefensa víctima se derrumbaba sobre la tumbona. Los gemidos de placer de Sofía coincidieron con mi orgasmo y retirándome sin hacer ruido, volví a mi cama aún más sediento de lo que me levanté.

«Hay que joderse, pensaba que la fijación de Sofía por mí me iba a traer problemas con Dmitri, pero ahora resulta que también es la putita de su cuñada. Sera mejor que evite cualquier relación con ella».

 

 

 

 

Historia de un político corrupto: Doña Leonor (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

$
0
0

CAZADORMe importa un carajo lo que la historia diga de mí. He vivido largos años, he disfrutado de mi vicios y no me 002arrepiento de si el día de mañana unos capullos intelectuales me vituperan y me arrastran por el fango. He sido un hombre consecuente con  el tiempo que me ha tocado vivir. Me han amado y odiado por igual. Tengo detractores pero también seguidores. Me han acusado de ser un asesino, un pervertido y demás pendejadas pero tras escuchar mi historia, tendréis que estar de acuerdo conmigo que esos malnacidos se han quedado cortos. No me jode reconocer que nunca me importó mancharme las manos, ni tampoco confirmar que si una mujer me gustaba, no paré hasta conseguirla.

Me ha dado igual si estaba casada, si era viuda, si era puta o si por el contrario era virgen. He tomado en cada momento lo que me ha apetecido. Si para ello he utilizado la violencia, el chantaje o mi poder, son solo meras anécdotas. Los ciudadanos normales, esos que se levantan temprano para conseguir un mísero jornal, me la han sudado. Si me votaban es porque para ellos es mejor conocer de antemano la clase de gobernante que iban a tener. Preferían que yo robara un poco a cada uno, a que llegara un puñetero idealista y les hundiera en la miseria con su mierda de políticas.
Por supuesto que me he enriquecido pero por donde yo he pasado, la gente me recuerda con cariño porque le he dado un futuro. He construido carreteras, colegios y hospitales, y al verlas mis compatriotas se olvidan que un pequeño porcentaje ha recalado en mis bolsillos. Respecto a mis enemigos, tuve un lema:
“Si solo hablan, déjales. Pero si intentan joderte, están mejor bajo tierra”
Todos aquellos que han tenido los santos cojones de intentar perjudicarme, me los he cargado. Por eso me ratifico: He matado pero nunca a un inocente. Jamás he puesto la mano encima de alguien que pasara por mi lado, solo he actuado en defensa de lo mío y a los que me llaman asesino, les recomiendo que lean “El príncipe” de Maquiavelo.
¡He sido, soy y seré un gobernante!.
Usé todo tipo de tretas para alcanzar el poder pero una vez con mi culo sobre la poltrona del gobierno, he favorecido a mi pueblo y jamás nadie podrá negar que viven mejor ahora que antes de que yo llegara. Dicen que fui un dictador pero se olvidan de los millones que elección tras elección, me han favorecido con su voto en las urnas.
“Fui tan amado como ahora odiado”
Aún recuerdo con orgullo cuando, con treinta años y siendo solo un abogado que luchaba por sobrevivir, mi partido me eligió a mí para gobernar mi amadísima ciudad.
¡Que tontos fueron tontos fueron creyendo que me controlarían y que perdería! “¡Qué días aquellos durante mi primera campaña, siendo yo todavía un yo un hombre idealista! ¡Como añoro aquellos recorridos por colonias y rancherías en búsqueda de un voto!
Vi en mi nominación una vía conseguir mis metas. Aun joven e inexperto no era ningún ingenuo y sabía de antemano que lo primero que tendría que hacer era compensar de algún modo a Don Mauricio, el cacique que me había nombrado. Desgraciadamente, el día que contra todo pronóstico salí electo, conocí a su mujer.
Doña Leonor era una hija de emigrantes italianos y como sus antepasados era una perra dura. La primera vez que la vi, fue durante el convite que organizaron a toda prisa para celebrar que había vencido. Reconozco que esa bruja me pareció preciosa. Con unos ojos cafés y una melena morena, la señora parecía una modelo.
“¡Qué buen gusto tiene el puto viejo!” exclamé mentalmente mientras le daba la mano.
Con treinta años menos que el baboso de su marido, esa hembra destilaba sexo por todos sus poros:
-José Carlos Herrero a sus órdenes- dije protocolariamente mientras le extendía mi mano.
Esa pedante frase era un modo de servilismo que me acompañó hasta que no hubo nadie por encima. Durante años, la dije y cada vez que salía de mi garganta, me tenía que morder un huevo para que no se notara la hipocresía de mis palabras.
La vampiresa que de tonta no tenía un pelo, se rio diciendo:
-Déjese de tonterías. ¡Usted solo sigue el dictado de su bragueta!.
Cortado, contesté:
-¿Por qué lo dice?

013La mujer soltó una carcajada y en voz baja me susurró al oído:

-No me negará que, importándole una mierda mi marido, me ha mirado los pechos.
Me quedé en silencio mientras la mujer se destornillaba de mi cara de espanto pero la cosa no quedó así porque justo antes de volver al lado de su marido, me soltó:
-Como no está casado, ¿Quién va a nombrar como directora del DIF?
Me pilló desprevenido esa pregunta y sabiendo que ese puesto tan ansiado por el dinero que se gastaba en apoyo de las familias de bajos recursos, normalmente era ocupado por las mujeres de los alcaldes, no supe que contestar. Viendo mi desconcierto, esa pérfida me soltó:
-Tengo una buena candidata-
Al oírla, comprendí que debía de andar con pies de plomo:
-¿En quién ha pensado?
Muerta de risa, respondió:
-En mí.
 Mi primer polvo en mi carrera y mi primer muertito.
Supe desde el principio que esa mujer me iba a ocasionar problemas pero nunca aquilaté el modo tan brutal en que esa puta me iba a cambiar mi vida y menos en lo rápido que iba a hacerlo.
Siendo la esposa de mi mayor mentor, no pude negarme a aceptar su sugerencia de que la nombrara para ese puesto y por eso al día siguiente de mi toma de posesión como Alcalde, la vi llegar con su guardaespaldas a mi oficina.
-Señor Presidente municipal, ¿Puedo pasar?- preguntó con un tono irónico desde la puerta de mi despacho.
“Por lo menos, la zorra guarda las apariencias” pensé agradecido porque en esos momentos departía con el que iba a ser mi secretario y no me apetecía que pensara que era un títere en manos de Don Mauricio. Leonor sonrió al escuchar mi permiso y sentándose frente a mí, pidió amablemente a mi subalterno si nos podía dejar a solas. El pobre hombre que conocía como se las gastaba el marido de esa mujer, ni siquiera esperó mis órdenes y recogiendo apresuradamente sus papeles, me dejó con esa arpía.
La mujer se la notaba feliz del poder que ejercía sobre mí y tras esperar a que saliera el tipo, se acomodó en la silla y cruzando las piernas, me comentó:
-Me siento muy honrada con mi nombramiento y espero poder ser tu más estrecha colaboradora.
Que esa zorra me dijera eso, me puso los pelos de punta y no solo por lo de “estrecha colaboradora” sino porque al decirlo, dejó que su chaqueta se abriera permitiéndome entrever su generoso escote. Olvidándose de que su marido era un matón, esa morena estaba tonteando conmigo. La certeza de que me veía como uno de sus juguetes vino cuando a los cinco minutos de estar charlando de temas de su nueva ocupación, Leonor me informó de que esa misma tarde le tenía que acompañar a visitar un colegio de una de las pedanías de la ciudad. Ante mi cerrazón a acompañarla aludiendo a obligaciones previas, frunció su ceño y con voz pausada, me soltó:
-¿No sé cómo le va a sentar a la esposa del gobernador que no vayas?
Confundido por sus palabras, pregunté:
-¿Es que va?
-Por supuesto, ¿No te he dicho que es una de mis mejores amigas? ¡No se perdería mi estreno en política!
“¡Mierda!” pensé “¡No puedo faltar!”
021Vencido por esa puta por segunda vez en menos de una semana, le confirmé mi asistencia, a lo que cogiendo su bolso, contestó:
-Lo espero en mi casa a las tres. Es bueno que vayamos en un solo carro.
Jodido y mal encarado, acepté. Leonor al oírme, soltó una carcajada y se despidió dando un portazo.
Francamente preocupado por el acoso al que me estaba sometiendo esa zorra, me costó un montón concentrarme el resto de la mañana. Don Mauricio era un mal bicho y se llega a enterar del capricho de su mujer, no tenía ninguna duda de que me mandaría matar pero, por otra parte, si no iba a esa reunión mi futura carrera se vería truncada.  Cómo estaba en un brete, decidí acudir a por Leonor y evitar en lo posible sus ataques.
Aún aterrado, acudí puntualmente a la cita. A las tres en punto, estaba entrando por las puertas de la hacienda donde esa mujer vivía. Nada más cruzar el cuidado jardín que daba a la mansión conteniendo la respiración, descubrí a una docena de hombres perfectamente pertrechados a ambos márgenes del camino. El hecho que esos cabrones portaran metralletas aumentó mis reparos y estuve a punto de darme la vuelta, pero inconscientemente dejé que mi ambición se saliera con la suya y me vi tocando el timbre de la casa.
Leonor debía de estar esperándome porque salió en seguida.  Hecho un mar de nervios contemplé cómo venía vestida esa fulana. Sin importarle las apariencias, llevaba una blusa rosa totalmente pegada y una minifalda de infarto.
“¡Qué requetebuena que está!” maldije para mí al comprobar que se le veía por encima de la mitad del muslo al sentarse junto a mí en el carro.
La esposa del cacique adivinó mis pensamientos porque sonriendo como una autentica puta, me dijo riendo:

-¡Ves cómo te gobierna tu bragueta!

Asustado porque se me notara, instintivamente llevé mi mirada a mi pantalón. La mujer al advertirlo, soltó una carcajada diciendo:
-Tranquilo, “todavía” no te he puesto bruto.
Ese jodido “todavía”, me terminó de poner de los nervios y arrancando mi automóvil, salí de ese lugar.  Nuestro destino estaba a solo diez minutos de allá pero ese tiempo no me sirvió para tranquilizarme porque mi acompañante se ocupó de evitarlo. Mientras me conversaba sobre el evento, permitió que su falda se le subiera mostrándome un escueto tanga blanco. Aunque intenté no mirar, me resultó imposible y por eso al llegar hasta el colegio donde nos esperaba la esposa del gobernador, ya estaba claramente excitado.
Como era usual, tuvimos que esperar a que llegara esa señora, tiempo que usamos para presentarnos ante los reunidos. Al cabo de media hora, vi aparecer por la entrada de la institución la caravana oficial donde venía la mujer y saliendo a su encuentro, la saludé en cuanto se bajó de la limusina. Lo que no me esperaba fue que tras un breve saludo, me dejara plantado y abrazando a Leonor, se pusiera a conversar animadamente con ella.
Como un florero me sentí el resto del acto,  ya que esas dos amigas compartieron entre ellas el protagonismo, dejándome relegado a actor secundario. Lejos de molestarme, me tranquilizó porque así no tendría que aguantar los reproches de esa bruja si las cosas se hubiesen desarrollado a la inversa. Desgraciadamente mi tranquilidad terminó al despedir a la gobernadora porque con una excusa, Leonor me obligó a acompañarla hasta el despacho de la directora. Sin saber lo que se me avecinaba la seguí por los pasillos del colegio y nada más entrar en la oficina, cerró la puerta tras de mí.
-¿Qué hace?- pregunté al ver que cerraba los visillos.
Sin mediar palabra, se puso frente a mí, tomó mi mano y se la puso en la cintura, acercando su cuerpo contra el mío. Aprovechando mi desconcierto, acercó sus labios a mi boca y me besó mientras bajaba su mano para acariciar mi entrepierna.
-Me encantaría follar contigo ahora mismo.
Reaccionando, me separé de ella y con el sudor recorriendo mi frente, le pedí que nos fuéramos.
–No quiero irme- contestó desanudando el nudo de su blusa.
Tratando de hacerla entrar en razón, le expliqué que podían oírnos pero obviando mis motivos, rodeó mi cuerpo con su mano mientras seguía magreando mi paquete.
-Déjame hacer- susurró como una perra- no querrás que grite diciendo que me estás violando.
Su amenaza me dejó helado. Si eso ocurría y llegaba a oídos de su marido, me podía considerar hombre muerto. Temblando le pedí que se calmara, a lo que ella respondió metiendo su lengua en mi boca sin dejar de pajearme.
-Quiero chupártela-
Al oírlo, no pude aguantar más y poniéndola contra la pared del despacho, devolví su beso apasionadamente. Leonor encantada por mi trato, abrazó con una de sus piernas mi cintura. No me explico todavía como me dejé llevar pero ya metido en faena, su vestido se le había subido permitiéndome ver que no llevaba nada debajo. Acalorado, llevé mis dedos a su sexo para descubrir que estaba empapada.
Las hormonas de ambos hicieron el resto. Con mi corazón a toda leche, me apoderé de su clítoris. Lo incómodo de la postura la hizo desequilibrarse. Gracias a ello, recapacitó y temiendo el escándalo, me dijo:
-Nos vamos pero con una condición-
-¿Cuál?- pregunté ya excitado.
-Qué me dejes hacerte una mamada en el carro-
Su oferta me pareció demasiada lejana y sin hacer caso a su sugerencia, metí  mis dedos en su sexo. La morena pegó un gemido y moviendo sus caderas, abrió sus piernas para facilitar mis maniobras. El morbo que la pillaran junto con su natural calentura, hicieron que en menos de dos minutos esa zorra se corriera sin remedio en silencio. Cómo me hubiera gustado oírla gritar y berrear, le dije:
-Vámonos-
Salimos a toda prisa sin casi despedirnos. De camino al carro, mi menté intentaba tomar el mando pero no pudo y por eso nada más cerrar la puerta, salí chirriando ruedas de allí. Ni siquiera habíamos recorrido cien metros cuando me bajé la bragueta y sacando mi miembro, le dije:
-¿Es esto lo que querías?
Leonor pegó un gemido de deseo y sin esperar a que nos hubiésemos alejado un poco, tomó entre sus manos mi pene ya duro. Disfrutando de mi entrega, empezó a masturbarme mientras no paraba de sonreír.
-¿Qué esperas?- pregunté ya que eso no era lo acordado.
Sin-t-C3-ADtulo20La mujer al escucharme se agachó entre mis piernas, dispuesta a devorar la tentación que para ella resultaba mi extensión. Con una maestría que me dejó acojonado, abrió su boca  y poco a poco se la fue introduciendo. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la tersura de sus labios sobre cada centímetro de mi piel.
Tan concentrado estaba con su mamada, que estuvimos a punto de chocar por lo que aprovechando que estábamos frente a un motel, de un volantazo nos metimos en él.
Leonor, sin hablar y tapándose la cara, esperó que la encargada viniera a cobrarnos, tras lo cual, me acompañó por las escaleras que daban a la recámara. Cerrando la puerta y sin prender la luz, me arrodillé en el suelo. Levantando una de sus piernas, acerqué mi boca a su sexo.
-¡Me encanta!- la escuché decir al sentir que mi lengua se hacía fuerte en su vulva.
Con lengüetazos largos y profundos le comí ese coño casi depilado por entero, hasta que sus gemidos me hicieron comprender que estaba a punto de volver a correrse.
-¿Te gusta puta?
-Sí- chilló separando aún más sus rodillas.
Su entrega me hizo parar y levantándome del suelo, la desnudé mientras mis manos seguían pajeándola.
-¡Vamos a la cama!- me pidió.
Aceptando su ruego, me fui desvistiendo en el camino y por eso al llegar al colchón, ya estaba desnudo y con la verga tiesa. La morena se tumbó en las sábanas y desde allí, me llamó diciendo:
-¡Cógeme!
Ni que decir tiene que obedecí. Llegando a su lado, la puse de rodillas sobre el colchón. Leonor comprendió mis intenciones y apoyando su cabeza en la almohada, puso su culo en pompa para que la penetrara. Sin más prolegómenos, me pegué a ella dejando que sintiera la dureza de mi miembro entre sus piernas mientras le acariciaba los pechos.
-¡Cógeme!- insistió moviendo sus caderas.
La urgencia que esa mujer demostró me hizo acelerar mis maniobras y mientras jugueteaba con mi glande en su sexo, pellizqué uno de sus pezones. La morena correspondió a mi caricia con un gemido de placer. Totalmente mojada, se colocó ella misma mi pene en su abertura y de un solo empujón, se la clavó hasta el fondo.
-Ahhhhh!!!!- gritó al sentir como rellenaba su conducto.
La lubricación de su cueva facilitó mis maniobras de forma que sentí que la cabeza de mi lanza chocaba contra la pared de su vagina, mientras la esposa del cacique se retorcía de placer. El olor a hembra inundó la habitación, Sus gritos y el río de flujo de su cueva que mojaba mis piernas, preludiaron su orgasmo. Mi ritmo ya era infernal cuando, agarrándola de la melena, le pedí que me dijera si ese viejo se la follaba así:
-¡No! ¡Cabrón!
Nunca hubiera supuesto que esa zorra disfrutara tanto y tan rápido. Dominado por la lujuria y obviando que ese anciano era un tipo peligroso, seguí machando su cuerpo con mi estoque cada vez más rápido. Con mis huevos rebotando contra su coño, escuché los gritos de placer de la morena y buscando que fuera algo que recordara por siempre, le mordí el cuello con fuerza.
-¡Me vengo!- chilló descompuesta al sentir que su cuerpo explotaba.
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un zorrón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo sobre las sábanas, toda ella convulsionó de gozo. La nueva posición hizo que su conducto se contrajera y ya sin ningún recato, fui en busca de mi propio placer.
Leonor, al notar que mi simiente rellenaba su sexo, pegó un grito de alegría. Aún insatisfecha, buscó terminar de ordeñar mi miembro moviendo sus caderas. La destreza que demostró hizo que me vaciara por completo dentro de ella, tras lo cual caí exhausto a su lado.
Fue entonces cuando  esa guarra cogió su celular y sin darme tiempo a reaccionar, sacó una foto de los dos desnudos sobre la sábana.
-¿Qué haces?- pregunté aterrorizado de que dejara prueba de su infidelidad.
La mujer soltó una carcajada y levantándose de la cama, me soltó:
-Hacerme un seguro de vida.
-¡No te comprendo!- mascullé nervioso- Si tu marido se entera, ¡Estamos muertos!
044Mi argumento quedó hecho pedazos con su respuesta. Sonriendo, se sentó en la cama y poniéndose seria, me soltó:
-José, estoy harta de Mauricio. No solo es un maldito viejo al que ni siquiera se le levanta, sino que ya no me sirve. Con él ya no puedo progresar más… -Supe que no me iba a gustar lo que estaba a punto de decirme y por eso intenté que se callara pero pasando por alto mis reparos, continuó diciendo: -Soy una mujer ambiciosa y por eso cuando te conocí, comprendí que debía cambiar de marido. Ese anciano ni quiere ni puede ser más que un cacique de pueblo y ¡Yo quiero mucho más!
-¡Estás loca! ¡Nos va a matar!- respondí acojonado mientras me ponía el pantalón.
Leonor, muerta de risa, se tumbó en la cama y señalando su teléfono, me dijo:
-No podemos irnos todavía. En estos momentos, unos sicarios que contraté deben estar a punto de librarnos de ese incordio.
-¿De qué hablas?
-Mauricio está a punto de dejarme viuda y rica.
Comprendí en ese instante cuales eran los motivos por los que se había entregado a mí con tanta facilidad. De haber una investigación, el principal sospechoso sería el amante de su mujer. Ya francamente aterrorizado, me senté.
-Conmigo y gracias a mis contactos, al dejar la alcaldía serás el senador más joven de Veracruz- y sin dejarme asimilar su promesa, siguió diciendo: -Ya he hablado con mi amiga para que cuando su marido nombre el candidato que le sustituya, seas tú el elegido.
-Y ¿Qué le has ofrecido?- pregunté sabiendo que no iba a ser gratis.
-Total inmunidad- contestó.
Tratando de recapacitar, me fui al baño. En la soledad del mismo, valoré durante cinco minutos mis opciones: si me negaba, esa zorra iba a hacer caer sobre mí la muerte del anciano y si aceptaba, estaría en sus manos por el resto de mi vida. Sabiendo que no me quedaba otra, volví a la habitación. En ella, Leonor estaba al teléfono. Esperé a que terminara de hablar.
-¿Quién era?-
-El secretario de mi marido informándome de que ha sufrido un atentado.
-¿Está muerto?
-Sí- respondió mientras se vestía.
Alucinado por la frialdad de esa mujer, aguardé a que estuviera lista para irnos y entonces pregunté:
-¿Ahora qué sigue?
-Llévame a casa. Debo parecer una afligida viuda al menos durante seis meses. Tú te convertirás en mi sostén y cuando todo se calme: ¡Nos casaremos!

 

Vendiendo mi piel al diablo, la acompañé a su mansión y mientras ella recibía las condolencias de la gente, supe que don Mauricio era el primer muerto de mi carrera pero también que no iba a ser el último.

——————

SI QUERÉIS CONTACTAR CON LA COAUTORA, ESCRIBIRLE A:

virgenjarocha@hotmail.com

093

 

Relato erótico: “Nochebuena con Isa” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

$
0
0

“Es posible que no deba escribirte esto. Lo mejor sería olvidar lo sucedido. Lo mejor sería no haber hecho caso a tus correos. Tal vez la vida sea más fácil si se olvida. Pero no puedo.
No pretendo entrar en cuestiones de mi vida sexual; pero lo cierto es que aquello que nos sucedió en mi casa de campo, hace ya casi dos años, es el más morboso y divertido que he tenido desde entonces.
Me propuse olvidarlo cuanto antes. Soy una mujer fiel y quiero a mi marido. Me sentí rastrera de haberle hecho eso a mi hermana. Pero me fue más fácil de lo que pensaba recuperar la normalidad, me fue más sencillo de lo esperado mirar a mi marido, a mi hermana, y a tí, a la cara.
El caso es que algo dentro mí no me deja estar tranquila. Cuando tú estás necesito quedarme a solas contigo y creo que hay algo más que puro deseo. El tiempo no ha borrado la huella; por más que lo haya intentado.
Se presentan las navidades y hace meses que dejastes de proponer el vernos alguna vez. Creo que me sentía cómoda y segura de mi misma ignorando tus correos directos y concisos. Sé que también has intentado olvidarlo todo. Pero vivía ilusionada durante la época en el que me insistías cada cierto tiempo; aunque fueran pocas veces. Hecho de menos tus correos, hecho de menos aquella noche lluviosa. Sé que soy injusta escribiendo esto ahora, y veré normal que lo borres esto y jamás comentes nada. No me sentiré mal por ello, puedes creerme, Víctor.
Se aproximan las navidades y nos veremos bastantes veces, como es costumbre en nuestra familia. Si deseas podemos vernos en secreto. Estoy preparada y muy dispuesta. Solo tendríamos que buscar un buen momento.
Tu cuñada favorita, Isabel.”
Tuve claro que no quería olvidarla. Tras leer el correo tuve ganas de compartir lo sucedido, y lo hice en forma de relato, que publiqué días más tarde. Estamos a día 2 de enero del año 2011. Y estamos pasando unas navidades fantásticas. Me da un poco de miedo enamorarme. Ambos estamos felices, si algún observador familiar nos analizara cuando coincidimos todos, sin duda se olería algo; pues nuestras caras reflejan el estado de nuestras almas.
Nos hemos planteado que solo dure lo que las navidades. Creo que la resaca de los reyes magos será más dura que nunca, pues el mejor regalo de mi vida lo estoy sintiendo a sorbos intensos.
Hasta la noche del 24 de diciembre estuvimos charlando por correo electrónico cómo podríamos hacerlo. Esa noche cenábamos juntos toda la familia en la casa de sus padres. Ambos tuvimos claro desde el principio que la discreción y la seguridad eran lo primero.
He visto oportuno colocar cada correo que nos mandamos de forma íntegra. Porque en ellos se explica, de la mejor forma posible, en qué quedamos y cómo decidimos hacerlo.
Víctor: (caballerocapagris@hotmail.com) :
“Podría ser. Tu correo me ha hecho sentir bien. Gracias por todo lo que dices en él.
Pienso que todo esto es muy peligroso; podrían pillarnos si nos despistamos lo más mínimo.
Que sepas que me has puesto malo. Eres una cuñadita mala. Si me quisieras no habrías escrito nada”.
Isa: ( xxxxxxxxx@hotmail.com): (espero que veáis lógico que no desvele ningún dato personal de ella)
“Gracias por responder. Tengo una idea muy buena, que podría salir bien con un poco de suerte. Desde luego sería una coartada perfecta, jamás nadie sospechará nada.
Creo que ya sabes que cenamos todos juntos en nochebuena. Voy a adelantarme a los demás y voy a pedir que nosotros nos encarguemos de llevar las bebidas y el hielo. Intentaré dejar aquí algunas de las bolsas de hielo que compremos, teóricamente será un olvido. Si mi marido se da cuenta antes de irnos se nos acabará la coartada y tendremos que seguir buscando.
En cuanto se acabe el hielo diré que en casa tenemos las demás bolsas, fruto de un descuido mío. Estate cerca de mí cuando eso pase porque diré si hay algún voluntario para acompañarme. Intentaré que mi marido no esté presente en ese momento, en ese caso ofrécete voluntario antes que nadie. Pero dilo con pesadumbre, como si te fastidiara tener que salir en ese momento. En el caso de que alguien se te adelante o mi marido diga que quiere ser él quien vaya se nos acabó el plan, y tendremos que seguir buscando.
Es un plan tan bueno como difícil que se dé. Tienes que estar muy atento.
Víctor, el corazón me late como el de una niña de veinte. Te deseo.”
Víctor:
“creo que es muy arriesgado. Si tardamos más de la cuenta alguien podría sospechar algo. Y vendremos oliendo al perfume del otro. No acabo de verlo, aunque la idea de volver a sentir tu cuerpo me encanta.”
Isa:
“tendremos una media hora desde que lleguemos a mi casa. Tardaríamos unos 45 minutos en total. Es asumible, nadie preguntará, y si lo hacen hay mil excusas. Baño, tráfico, dificultad para aparcar. Me apetece muchísimo. Intentémoslo.”
Víctor:
“A mí me apetece más. Intentémoslo. Hasta el viernes. Te deseo.”
Cuando mandé el último correo era el viernes 24 de diciembre de 2010, a las 14:52 de la tarde.
A las 21:14 llegamos a casa de los padres de Ana. Fuimos los últimos en llegar. Saludé a todos dejándome a Isa para el final. Cuando llegó su turno nos dimos dos besos. Le pasé la mano por el hombro preguntándole cómo estaba, como hice con todos. Estaba temblando.
Eso me indicó, sin tener que preguntarle nada, que el plan estaba en marcha; y alguna bolsa de hielo se había quedado olvidada en el congelador del frigorífico de la hermana de 45 años de mi mujer.
La cena transcurrió con alegre normalidad. Todos estaban contentos, bebían y comían si parar. Mi apetito no podía saciarse con comida. Éste estaba en manos de la mujer que hablaba con la mía en la esquina de la mesa. De vez en cuando nos cruzábamos miradas cómplices, aunque intentaba no hacerlo demasiado, por temor a ser descubierto; algo absurdo pero superior a mis fuerzas. No podía controlarlo.
Isa vestía con traje morado. Corto de piernas, de pié le quedaba una cuarta por encima de la rodilla. Tenía puestos leotardos negros y zapatos de poco tacón. Cómodos y prácticos, pero elegantes. El traje se abría algo en el escote, el cual acababa en pico a la altura donde le empezaba el canalillo. Estaba bien pintada, sin excesos.
Mientras más copas de vino tomaba, con más ganas me sentía. Era prisionero de una excitación juguetona e impaciente. No podía esperar más; temía que algo saliese mal.
Tras la cena empezamos a tomar alguna copa. Pronto se acabó el hielo. Isa fue a la cocina a buscar más, no supe si moverme o quedarme esperando.
“No me lo puedo creer, si compré más hielo. Me lo he debido dejar en casa.”
“pues vaya”, dijo su hermano, “ahora que se animaba la noche, si acaso puedo ir a comprar más a la gasolinera de la esquina.”
Isa dudó un instante, estaba muy nerviosa. Estábamos todos juntos en ese momento.
“Es igual, no te molestes hijo, si ya está comprado, solo hay que ir a cogerlo….”.
Tras decir eso me miró con expectación. Su marido se levantó y le dijo que él iba en un momento. El temor me tenía paralizado, pensé que todo se había perdido por mi falta de decisión. Su marido no tenía cara de buenos amigos, sin duda no le apetecía tener que salir en esos momentos. Me aferré a ello en el último momento. Me levanté como un resorte; por fin me circulaba la sangre en las venas.
“No te preocupes, voy yo”. Le dije al marido palmeándole la espalda amistosamente. “te veo sin ganas”. “Vamos Isa”.
Todo quedó maravillosamente bien. Todos estaban conformes. Isa salio por la puerta y yo la seguí. Nos montamos en el ascensor y pulsamos el botón de la planta baja. Pensaba que era un sueño, había salido bien. Ahora mismo iba con mi cuñada a su casa, a follármela. Hacía solo un momento le di una palmadita amistosa a su marido; solo para que me dejara ir a su casa con su mujer, a follar en su cama, o en su sofá, o sobre su mesa, o en su baño.
Conduje rápido, el tiempo era oro. No habíamos hablado nada desde que nos quedamos solos. Mientras esperábamos a un semáforo ella acabó con el incómodo silencio.
“Parece que todo ha salido bien…….”
La miré sonriendo, estaba realmente guapa.
“Sí, eres fantástica, Isa”
“queda poco para llegar, no veo el momento, lo necesito…….”
Aparqué en doble fila ante su puerta. “Si se lleva la grúa al coche, muchísimo mejor”.
Avanzamos hacia el ascensor a paso lento. Estaba muy nervioso y respiraba agitado.
El ascensor se abrió. Marcamos la cuarta planta y nos miramos. Cuando íbamos por la primera ya nos besábamos apasionadamente.
Casi tengo que ayudarle a abrir la puerta. Cuando nos vimos dentro nos besamos y metimos mano como dos adolescentes. Ella se agarró a mi cuello y yo la levanté en brazos, agarrándola por las nalgas, ella rodeó mi cintura con sus piernas. La llevé sobre su cama y la dejé caer. Ella abrió las piernas echándose hacia atrás. Los leotardos estaban agarrados con encaje a unas bragas negras y amplias. Le levanté el vestido hasta la cintura para poder bajárselos. Tras ellos le quité las bragas y la abrí más.
“este coño, cuanto lo he echado de menos”.
Lo lamí, acaricié, mordí, froté y penetré con los dedos. Me levanté y saqué la polla del pantalón de mi traje. Fui hasta donde estaba su boca y la metí en ella. Le agarré por los pelos y la penetré, se la metía entera y luego hacía atrás, hasta quedar el capullo rozándole los labios. El ímpetu con el que follaba la boca de mi cuñada provocó que ella tuviera algunas arcadas, que no llegaron a más. Al cabo del rato se la saque y ella me la pidió en su coño.
“vamos Víctor, vamos métemela cabrón”.
Me recibió con las piernas abiertas. La penetré con decisión. A veces nos besábamos, otra dejábamos a nuestras lenguas jugar, otras ella llenaba mis orejas del calor de su boca al gemir. La polla entraba y salía con decisión.
Buqué sus pechos, ella me pidió paciencia por el vestido. Se desató y se los sacó. Yo me incorpore y me senté, ella hizo lo propio sobre mis rodillas y me rodeó afectivamente con los brazos. Me dejó acceso a sus bonitos pechos. Los lamí con dulzura y amor. Ella me sonreía afectivamente. Nos relajamos un poco. Ella se sentó sobre mí. Me dejé caer un poco mientras ella comenzaba a cabalgarme. Lo hizo lento, se olvidó de las prisas. Marcaba perfectamente los movimientos. Su cintura se meneaba serpenteando, estaba clavada, solo se movía desde el culo hasta el abdomen. Me agarré a su culazo y me dejé llevar.
“quiero que te corras dentro, cielo”.
Lo hacíamos sin protección. Mi cara de preocupación la atajó con un “tranquilo, no soy una loca”.
Ahora se volcó más encima mía. Sus pechos bailaban ante mi boca, mi lengua lamía lo que podía. Ahora ella botaba con el ansia de una monja que nunca folló hasta su madurez. La cama chirriaba y ella gemía sin temor a que la oyera algún vecino. Me forcé a frenar esa follada por miedo a eyacular. Ella se levantó un momento y me besó masturbándome lentamente. Se le mojaron un poco las manos. Lo chupó y me dejó probar un poco a mí. Me besaba el cuello mientras me masturbaba lentamente. Tenía la polla a mil y los huevos muy cargados. Isa volvió a las andadas. Se colocó en cuclillas y de espaldas a mí. Comenzó a botar con sorprendente frescura y facilidad. La imagen de mujer madura rellenita es engañosa. En la cama es una auténtica gata salvaje, y sabe lo que se hace.
Si el marido no la atiende como se merece, pensé, significa que es un perdedor. Se es perdedor cuando se tiene a una hembra de ese calibre y no se aprovecha. No hace falta estar muy buena ni ser muy guapa; basta con ser como Isa. Le metí un dedo por el culo mientras seguía botando. Se echó hacia delante, apoyando las manos a la altura de mis pies, para que pudiera metérselo mejor.
Le dije que me quedaba poco. Ella se levantó y me ofreció su coño a cuatro patas.
“A la perrita de tu cuñada, dáselo a ella. Hazle el favor”.
Se colocó de cara al único espejo de la habitación. Me miraba muy viciosa a través de él. Yo la follaba torpemente, pues la corrida era inminente. No obstante aguanté un poco más de lo esperado. Hice una pequeña parada para colocarme mejor. Me eché sobre ella como un oso, plantando las zarpas sobre su espalda. Empecé a follar fuerte, muy fuerte y rápido, hasta correrme. Chillaba como una cochina a la que están degollando, pero no dejaba de mirarme. Cuando me corrí ella apretó el culo dejando la polla prisionera en el interior de su cueva, Se empezó a mover con movimientos espasmódicos para escurrírmela dentro de sí.
Nos acabamos besando lentamente. Sentí sus labios como nunca los he sentido en nadie. El peligro del amor crecía a pasos agigantados. El miedo me hizo cortar.
“creo que hora de irnos cagando leches”.
“vámonos nene”.
Nos vestimos y acicalamos a toda prisa. Ella se lavó el coño en el bidé y se echó perfume. Yo me eché un poco de colonia del marido.
Cogimos el hielo y volvimos, el coche seguía en su sitio. Ya en el bloque de pisos de sus madres, mientras subíamos en el ascensor, ella se dirigió a mí.
“Ha sido precioso, me lo he pasado en grande, deseaba mucho este rato. Eres especial”.
Yo no dije nada.
La noche acabó bien. Cantamos villancicos en familia y acabamos desayunando churros con chocolate. Cada familia se fue a su casa a dormir. Mientras conducía, con Ana a mi lado, solo hacía pensar en ella.
Al llegar a casa Ana quiso sexo. Follamos durante largo rato. Pero yo solo pensaba en Isa. Cuando mi mujer me la comió, yo pensaba que lo hacía su hermana. Pensé en ella en cada instante: cuando se lo comí, cuando la penetré, cuando me cabalgó……..Y en todo, Isa supera a Ana con diferencia.
 
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

Relato erótico: “Entrenador de putas 2” (POR BUENBATO)

$
0
0

Al día siguiente, durante las prácticas, miraba desde las gradas como las muchachas jugaban; en ese momento se enfrentaba por un lado Leticia y por el otro Grecia, aunque los equipos eran aleatorios y no estaban con sus respectivas amigas la rivalidad entre ambas chicas era evidente. Yo me encontraba hasta la parte más baja de las gradas y en ese momento, un tanto molestas, Karla y Dulce, las gemelas negras, bajaron y se sentaron cada una a mi lado.
– Profesor, ¿se vale hacer eso? – preguntó Dulce.
– ¿Qué cosa?
– Sacar así, esta de Leticia saca bien mal.
– Hace trampa. – agregó Karla.
En ese momento Leticia estaba haciendo unos saques no de la forma común sino lanzando al aire el balón, saltando y arrojándolo con fuerza al otro lado de la cancha con un manotazo bastante firme, lo cual, desde luego, era totalmente valido y hacia los saques también que anotaba muchos puntos debido a el azoro del equipo contrincante.
– No – respondí – si se puede hacer eso, de hecho es un saque muy bueno. Leticia es muy buena jugadora. – agregué.
Esto no les agrado mucho a las chicas que sacaron aire por sus narices en señal de molestia. En ese momento, infundida por el mismo enojo, Karla reveló.
– Es una zorra.
El comentario me cayó de sorpresa pero sonriente, para dar confianza, pregunté el por qué de aquel comentario. Quien me respondió fue Dulce, ella me comentó que la rivalidad entre Grecia y Leticia se debía a una especie de guerra por los chicos, en especial, basaban su posición en el hecho de que curiosamente los chicos con quien Grecia salía terminaban con Leticia. Según las gemelas, Leticia era una roba novios que molestaba constantemente las relaciones de Grecia.
– Como esta tan fea – declaró Karla – no le queda más que andar de zorra para que los chicos le hagan caso.
Acabado el partido, en el que desde luego ganó el equipo de Leticia, seguía el equipo de las gemelas quienes de inmediato entraron. De la cancha venia Grecia, visiblemente molesta y a unos cuatro metros de mí ya me comenzaba a cuestionar si aquella manera de hacer saque era válida a lo que, para su desilusión le respondí que era completamente valido.
Finalizada la clase me quedé un poco retrasado debido a que uno de los balones se había extraviado y solo después de diez minutos logré encontrarlo detrás de unos arbustos. Ya con todo arreglado me dirigí a toda prisa al estacionamiento porque esa misma noche había quedado de salir con Paola, al cine.
Mientras salía me encontré con Leticia que miraba molesta su celular. Ella me miró y enseguida se acercó a mí con un comportamiento ligeramente infantil, como queriendo causar ternura. Vestía aun su ropa deportiva, la misma con laque entrenaba: una falda blanca con un short de licra blanco debajo, arriba llevaba una blusa con un escote amplio que dejaba ver bien el tamaño de sus voluminosos senos, el cabello lo llevaba suelto, como siempre, a fin de ocultar un poco su no muy agraciada cara.
– Oiga profesor, ¿de casualidad no me podría llevar a mi casa? – me preguntó.
– Disculpa. – dije un poco ofuscado.
– Si, es que mi papa no va a poder venir hoy y no me gusta irme en taxi.
Ese día llevaba el auto, no muy elegante que digamos pero que era lo mejor que entre Ignacio y yo habíamos podido comprar. La situación era compleja, por un lado quería hacerle el favor a Leticia pero por el otro llevaba un poco de prisa por la cita con Paola. Sin embargo, apurándome quizás daba tiempo y decidí arriesgarme. Leticia me agradeció encantada y nos dirigimos a su casa.
Durante el viaje me contó otra versión sobre la rivalidad entre ella y Grecia y negaba que ella fuese la culpable.
– Aquí la única problemática – dijo – es Grecia.
Seguimos platicando de otras cosas y ella me comentó algunas cosas sobre su rival. Según ella, Grecia era todo lo contrario de la niña bien que aparentaba.
– Los hombres no persiguen a un chica que no les da sexo, entonces dígame profesor, ¿por qué a ella la siguen tanto?
– No lo sé – respondí un poco nervioso.
– Pues porque es de lo más perra, Grecia es la mayor puta de la universidad. Y no es que yo sea perfecta – dijo en un tono diferente, como si se sintiera expuesta – pero ella lo hace con el fin de molestar a la gente. Es normal que la gente tenga sexo, ¿no cree profesor?
– Supongo que sí – respondí.
– Así es – dijo – lo malo es cuando se tiene sexo para molestar a la gente, eso es lo que hace ella.
Cuando finalmente llegamos, a la entrada de unas villas con unas casas blancas muy similares todas y bastante bonitas, le abrí la puerta y ella salió sonriente. Me despedí y le dije que se cuidara pero ella me detuvo.
– ¿No quiere pasar profesor? – me dijo, sonriendo.
Su ofrecimiento me puso un poco nervioso y traté de decirle que llevaba algo de prisa pero ella insistió en que pasara aunque fuera por un vaso de agua. A mí me parecía algo atrevido tomando en cuenta que ahí estuviese alguno de sus padres y yo tan solo soy su entrenador de volibol.
Volvió a subir al auto y me señalo que casa era, dejé el auto estacionado en su porche y noté que no había otro auto. Entramos a la casa y me dirigió a una sala. Me senté en el sofá y ella se dirigió a la cocina y su manera de caminar me hizo imposible no mirarla con todo el deseo del mundo.
Leticia tenía un cuerpo increíble, una piel morena y unos cabellos muy negros, muy largos y muy lisos; era algo alta, quizás de un metro setenta centímetros; su cuerpo esbelto y firme le daban un aire de atleta mientras que sus tetas y su culo, enormes y más que desarrollados, separados por una cintura escultural le daban un aspecto que la hacía parecer hecha para el sexo. Era increíble como un cuerpo tan perfecto podía tener una cara tan extraña pero también sonaba justo que fuese así porque de lo contrario hubiese sido poco natural tanta belleza.
Su casa era, aunque grande, muy sencilla, en el aspecto de que carecía de alguna decoración complicada y más bien daba la impresión de tratarse de alguna muestra de blancos y negros, no obstante, aquella decoración tan simple era elegante a mi gusto y esto gracias en parte a la limpieza cuidadosa de la casa.
Leticia regresó con dos vasos de agua mientras curiosamente me comentaba a modo de disculpa lo poco que le gustaba la decoración. Le dije, entonces que a mí me parecía agradable. Ella, para ese momento tenía el cabello agarrado por un listón lo que dejó ver bien su rostro, después de todo no era fea sino más bien extraña, tenía la cara muy limpia de modo que sus únicos defectos parecían ser su nariz un tanto grande y unas cejas planas que le daban a su rostro bastante peculiaridad, fue entonces cuando por fin pude concluir que el rostro de Leticia tenía algo que ver con el de las mujeres árabes o hindúes que si bien no siempre irradiaban belleza si daban una sensación de misterio.
Siguió hablándome sobre la decoración y me dijo que quizás yo tenía el mismo gusto que su padre que había realizado toda la decoración; de un tema a otro me comentó que su madre trabajaba en la capital del país donde tenía un prospero restaurante mientras que su padre también tenía un restaurante pero en esta ciudad.
– Y otra vez – dijo Leticia – mi papa se dio el lujo de quedarse más días allá. Supongo que es lo bueno de ser tu propio jefe. Pero bueno, que mis padres no estén puede ser ventajoso, ¿no cree entrenador?
Ni siquiera alcancé a responderle, en primer lugar porque no tenía idea de que responderle y en segunda porque ella desapareció hacia otro cuarto. Miré la hora en mi celular y solo hasta entonces me di cuenta de lo tarde que era ya. Me puse de pie para despedirme de Leticia en cuanto regresara y justo en ese momento entró de nuevo a la sala y se dirigió directamente a mí, estaba por decirle que me tenía que ir cuando de pronto me empujó hacia el sofá y se puso sobre mí piernas abiertas. Ni ella ni yo dijimos nada y ella entonces se acercó a mi boca y comenzó a besarme; solo hasta entonces comprendí todo y, sin más comencé a besarla también.
Nos besamos apasionadamente, de la forma en la que ella parecía estar acostumbrada y mis manos no tardaron en llegar a su cintura. Su cintura era perfecta y mis manos la recorrían con la seguridad de estar tocando el cuerpo de una diosa. Entonces Leticia se detuvo y sin mayor aviso se quitó rápidamente la blusa dejando ver un par de senos de lo más hermosos, grandes, redondos y bien formados, tanto así que ni siquiera había advertido antes el hecho de que se había quitado el sostén puesto que sus senos tenían tal firmeza que quizás no necesitaban sostén alguno.
Quedando frente a mí sus enormes tetas no pude más que dirigir mi boca a uno de sus pezones rosados solo para encontrar en ellos una suavidad perturbadora combinada con el sabor de su sudor. Mis labios se perdieron en toda el área de sus pechos mientras mis manos se dirigían lentamente a las nalgas de Leticia. Entraron por debajo de su falda y fue hasta entonces que me percate que el shortcito de licra ya no estaba y el culo de Leticia estaba completamente expuesto.
– ¡Huy! – dijo con coquetería al sentir mis manos apretar sus glúteos – me descubriste.
Seguí chupando sus pezones mientras mis manos tocaban encantadas las suaves nalgas de Leticia, mi mano izquierda bajó a su vagina y comencé a sobarla con mis dedos y percibí que esta estaba totalmente húmeda. Cuando se percató que mi mano estaba debajo de su vagina comenzó a mover sus caderas con tal de restregar su vulva contra mis dedos.
– Estas toda caliente, ¿verdad? – le pregunté.
– Como no tienes idea, cógeme ya por favor – dijo casi con desesperación.
En ese momento la volteé y la senté sobre el respaldo del sofá y Leticia se recargó sobre la pared que estaba cercana. Acerque mi cara a su vagina pero esta estaba tan mojada que decidí mejor subir sus piernas a mis hombros para que sus líquidos se resbalasen entre sus nalgas como un lubricante natural que me serviría después dado que no iba a desaprovechar esta oportunidad.
Bajé momentáneamente sus piernas y mientras yo me quitaba mi uniforme y calzoncillos Leticia me miraba con lujuria mientras se pellizcaba ambos pezones, una de sus manos soltó el listón de su cabello y estos cayeron suavemente hasta un poco arriba de su cadera.
Mi verga estaba totalmente erecta y Leticia pareció no poder evitar entusiasmarse con mi falo por que, apenas lo miró, acercó una de sus manos y apretó y masajeó ligeramente mi pene. Mientras ella hacia esto una de mis manos alzó una de sus piernas y en seguida se dirigió a sus nalgas y mi dedo índice buscó su ano. Comencé a untar sus fluidos alrededor de su culo pero una mano de ella la detuvo.
– Por ahí no, – me dijo con una sonrisa nerviosa – pero por lo demás soy toda tuya – finalizó como queriéndome dar confianza.
Yo no le respondí nada, cosa que pareció no ser lo que esperaba y solo se quedó en silencio y mantuvo su mirada hacia mi pene, como apenada. Entonces, sin mayor aviso, tomé su otra pierna, la subí sobre mi hombro y casi en automático clavé mi pene en el coño de Leticia quien estaba tan mojada que no dio ningún trabajo penetrarla por completo y lanzó un grito. Comencé a cogérmela y ella, como recobrando los ánimos, comenzó a moverse también mientras reanudaba la tarea de apretarse sus rosados pezones. A los tres minutos solo me pedía más.

Duramos varios minutos y ella parecía muy satisfecha con los varios orgasmos que le había provocado, le pedí que cambiáramos de posición y la puse boca abajo en el apoyabrazos del sofá, con sus piernas colgando un poco la posición dejaba ver perfectamente su encantador trasero. Por primera vez pude mirarlo con detenimiento, su culo de piel suave eran tan voluminoso y redondo que incluso en aquella posición de ofrecimiento había que separar sus nalgas para poder ver su ano, este se encontraba mojado por los fluidos vaginales que se habían dirigido hacia ahí por el canal formado por la línea de su culo; el aro de su ano, un poco oscuro y evidentemente virgen, se transformo entonces en una especie de provocación poderosa para mí. Tomándola de las nalgas inserté mi falo de nuevo en su coño y volví a bombearla. Ella lanzaba en todo momento unos gemidos encantadoras que a veces venían acompañadas por frases en las que solo me pedía que no parara.

Para contactar con el autor:

buenbato@gmx.com

Relato erótico: “LA FÁBRICA (8)” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Cuando más o menos me calmé y volví a poner mi cabeza medianamente en orden, me inquietó la posibilidad de estar sola en la fábrica con el sereno.  Ninguna de las chicas se había quedado haciendo horas extra; es más: Floriana me envió, de hecho, un mensaje de texto preguntándome si estaba bien pues, claro, no me había vuelto a ver por la fábrica después de mi salida.  Le respondí que sí, ¿qué podía decirle?  Intentó en un segundo mensaje ahondar acerca de mi salida con Inchausti y qué había ocurrido en la misma, pero ya no contesté: no sabría por dónde empezar a contar aunque, por otra parte, empezaba a plantearme si no era ya hora de contarle a Flori las cosas que me venían ocurriendo tanto dentro como fuera de la empresa y de las que ella parecía no ser consciente.  En fin, restaba por ver qué ocurriría al arrancar la siguiente semana porque era casi seguro que ya tendrían designada la nueva secretaria y Floriana estaba, de hecho, dentro de las candidatas.  Mi historia bien podía tener otro peso si se lo contaba ya estando ella designada en e l cargo y también estaba latente, por supuesto, la posibilidad de que el puesto fuese mío: después de todo, ¿no había hecho suficientes méritos para los parámetros que parecían manejar en la empresa?

También Daniel me llamó; reaccionó con incredulidad cuando le dije que aún estaba trabajando en la fábrica e insistió en querer saber quién me llevaría.  Le mentí: dije que me iba con una de las chicas que también se había quedado y que estaba en auto.  Me preguntó si pasaba después por mi casa a lo cual también le respondí que no, que iba a llegar demasiado cansada y que me dolía la cabeza, por lo cual sería mejor vernos directamente al otro día.  No le gustó mucho, desde ya, pero lo aceptó.
Restaba por resolver el problema de cómo saldría de allí.  ¿Estaría Hugo en su oficina?  ¿O Luciano?  No quería pensar en Luis después de lo ocurrido. Cubriéndome el pecho lo más que pude, me dirigí hacia la oficina de Hugo.  Golpeé con los nudillos y nadie me respondió; volví a  insistir pero tampoco tuve suerte: por el contrario, sólo logré que Luis, quien sí estaba, asomara su cabeza desde la oficina contigua.  Me quise morir.
“¡Soledad!  ¿Aún por aquí? – preguntó, aparentemente extrañado -; la hacía ya en su casa.  Hugo no está…”
Me avergoncé terriblemente: porque estaba muy fresco lo ocurrido y también por lo poco presentable que lucía yo en ese momento.
“No… señor Luis, aún estoy aquí, me quedé porque…”
“Salió con uno de los clientes, ¿verdad?” – preguntó con la mayor naturalidad. 
“Sí…, así es – respondí y me quedé pensando que la información seguía circulando normalmente dentro de la fábrica aun a pesar de la aparente discusión que habían sostenido los jefes de las dos firmas -.  Señor Luis…, al respecto de lo ocurrido el otro día…”
“¿Qué cosa?” – preguntó arrugando el rostro.
“B…bueno, en fin, lo que ya s… sabe – dije, con la voz entrecortada -.  Sé que hubo un problema con Hugo y…”
“Ja, no, ningún problema – respondió, desdeñoso -.  Es decir, una más de las tantas discusiones que ocurren cuando estamos dentro de un mismo establecimiento manejando firmas diferentes, pero nada grave.  Además…, no fue culpa suya, Soledad.  Fue Evelyn quien generó el problema con su actitud”
“Entiendo…” – dije bajando aun más la cabeza.
“¿Qué le pasó a su ropa?  Luce como recién llegada de una despedida de soltera”
La pregunta me tomó tan de sorpresa que busqué cubrirme aun más de lo que ya lo hacía, lo cual era imposible.  Comencé a temblar sin saber bien qué tenía que responder:
“Estuvo un poco agitada la salida con ese cliente al parecer – dijo él en un tono bastante irónico -.  Y ahora no puede irse de aquí en ese estado, ¿es eso?”
Asentí, muy avergonzada.  Realmente no hacían falta palabras: Luis ya lo había entendido todo.  Era como si lo que me había ocurrido fuera allí dentro algo tan corriente que se caía de maduro.   Ingresó por un momento a su oficina y cuando volvió a salir de ella, tenía en su mano el manojo con las llaves del auto.
“Vamos…” – me dijo.
“¿A…dónde?” – pregunté, sorprendida.
“Al local de ropa al que me llevó el otro día ; necesita una nueva blusa urgente”
No lo podía creer.  Jamás había pensado en volver a pasar por una situación como la del día de la tienda de ropa y, sin embargo, las circunstancias volvían a arrojarme otra vez en el mismo lugar.
“P… pero, señor Luis… Comprar una blusa nueva sólo por unos botones”
“¡Vamos!” – repitió, enseñándome las llaves.
Hubiera preferido que me llevara a otro lado antes que ser vista otra vez con él allí.  Me implicaba regresar al sitio en el cual había yo sufrido una de las más degradantes humillaciones públicas en mi vida.  Pero él ni siquiera me preguntó nada al respecto; recordaba perfectamente en dónde era.  Demás está decir que hubo un intenso intercambio de miraditas y sonrisas cuando me vieron entrar nuevamente acompañada por quien ya para ese entonces todos allí tenían por mi jefe y que, en fin, en algún punto lo era.  Por más que yo hacía ingentes esfuerzos para que no se viera mi pecho con el sostén al descubierto, era obvio que todos veían perfectamente mi blusa desprendida y pensarían, seguramente, que Luis y yo volvíamos de algún intenso encuentro sexual.  Era patético que cada vez que yo aparecía en ese lugar, lo hiciera en condiciones más o menos semejantes.  Lo peor de todo era que yo no llevaba tanga y ése era un dato del cual Luis parecía no haberse aún anoticiado; yo trataba, por lo tanto, de mantenerme lo más envarada posible y no inclinarme ni un ápice, pero, aún así, mi falda era tan corta que desconfiaba de que nadie hubiera notado nada.   Si lo habían hecho, ya estarían intercambiándose el rumor, divertidos.
Se me cayó la cara de vergüenza cuando se acercó a saludarnos la vendedora que me había masturbado en el probador días atrás y la explicación que le dio Luis me rebajó aún más:
“Se me fue la mano, jeje… Le arranqué varios botones que no sé adónde fueron a parar” – dijo, sonriente, y alcancé a ver, por el rabillo del ojo, que le guiñaba el ojo a la vendedora.  Más demolida me sentí cuando ella reaccionó cubriéndose la boca con la mano como si  intentara tapar alguna risita cómplice que no logró contener.
“Podemos coserle los botones que faltan  – dijo ella -, como hicimos la otra vez con…”
“No, olvídelo – desdeñó Luis -.  Esto es un local de venta y no de arreglo de indumentaria, je… Dele una blusa nueva y corre por mi cuenta”
“No hay problema – la chica se giró hacia mí, sonriente -.  Esperá en el probador, Sole…”
La humillación a que me sometían no tenía nombre.  Hablaban de mí como si yo fuera una cosa, sin capacidad de decidir sobre mi suerte por cuenta propia.  De cualquier modo y más allá de eso, había que admitir que era bastante incómodo permanecer allí, expuesta a las miradas de todos, así que por lo tanto, y sin decir palabra, seguí a la vendedora y entré al vestidor mientras ella, siempre muy amable y sonriente, me apartaba la cortinilla. 
Quedé sola allí o, mejor dicho, éramos el espejo y yo.  Soledad y Soledad: vaya  a saber cuál de todas ellas pues lo cierto era que yo ya no podía reconocerme a mí misma.  Por mucho que me rascara la cabeza preguntándome qué diablos hacía yo ahí y cómo había llegado, costaba desbrozar la lógica de un camino recorrido que, justamente, se presentaba por demás ilógico.  Di un respingo cuando vi en el espejo el desagradable rostro de Luis asomándose por la cortinilla; en un acto reflejo tendí una vez más a cubrirme, aunque a esa altura ya ni sabía para qué.
“¿Qué le pasó a su tanga?” – preguntó Luis, con un aire que parecía ser curioso pero a la vez divertido.
Me sentí morir porque en ese momento caí en la cuenta de que el maldito desgraciado sí se había percatado de la falta de mi prenda aun cuando nada hubiera dicho.
“Se… la quedó el cliente” – respondí, muerta de vergüenza.
“¡Ja! ¡Viejo verde asqueroso! – carcajeó despreciativo, aunque no sé con qué autoridad moral para hacerlo.  Se me vino la imagen del muerto asustándose del degollado -.  Bien, vamos a procurar conseguirle algo para que esté un poco más cubierta… un poco al menos, jeje; esas tangas no cubren demasiado en verdad”
“Aquí no venden lencería” – repuse.
Justo en ese momento llegó la vendedora y pidió permiso a Luis, quien se apartó un poco para dejarla pasar al vestidor pero, lejos de hacerse hacia atrás, volvió a retomar su rol de espectador.  La joven me había traído tres blusas, de distintos colores y diseños como para que yo eligiera.  Descarté la primera por encontrarla demasiado transparente.
“Me gusta ésa” – dictaminó Luis, siempre asomado a la cortina. 
¡Dios!  Aquel vestidor, en  lugar de ser privado, terminaba por ser el lugar más público que se pudiera llegar a imaginar.  Y la impresión que me daba era que Luis gozaba sádicamente de destruir mi intimidad a cada instante y con cada palabra; peor aún: también me parecía que la vendedora había ya, para ese entonces, entrado en el juego y que también lo disfrutaba.
“Ésta te va a quedar divina, Sole” – agregó ella como confirmando mis pensamientos, al tiempo que estiraba la prenda e, invitándome a dar la vuelta, me la apoyaba sobre el tórax como si estuviese midiendo o sopesando.
“Es… casi indecente: demasiada transparencia” – objeté, disgustada
“Soledad – dijo Luis, adoptando un tono que pretendía sonar paciente  -.  No sé si entiende cómo es la cuestión.  Yo soy el que pone el dinero.  ¿O va a hacerlo usted?  Por lo tanto, soy yo quién decide cómo gastar ese dinero y en qué.  Si no le gusta esa blusa, bien puede elegir otra prenda pero en ese caso demás está decir que el gasto correrá por su cuenta.  O también podemos seguir camino hacia su casa donde seguramente tendrá alguna otra blusa para ponerse pero, claro, eso implicará, tener que desfilar ante sus vecinos en una condición que… en fin…”
Por mucho que me pesase y a pesar de lo perverso de su razonamiento, en algo decía la verdad: me era del todo impensable volver a casa en el estado en que me hallaba.
“Está…bien, señor Luis” – acepté, con resignación.
Me quité la blusa que llevaba y el momento de quedar en sostén fue terriblemente humillante porque tanto él como la empleada seguían con los ojos clavados en mí e inclusive la cortina apenas corrida brindaba la posibilidad de verme a cualquiera que pasase por el pasillo camino de los probadores.  Extendí el brazo hacia la vendedora para tomar la blusa nueva pero en ese momento Luis me detuvo:
“Aguarde un momento, Soledad”
Lo miré interrogativamente.  Yo ya no sabía qué esperar realmente.  ¿Nunca iba a terminar ese día?  Parecía como que la semana más traumática y tortuosa de mi vida se negase a finalizar, como una eterna tortura contra mi cada vez más sepultada dignidad.
“Gírese hacia el espejo – me ordenó Luis -, e inclínese hacia adelante”
Mi rostro empalideció.  ¿Era necesario poner de ese modo a la vendedora al corriente de mi percance con la tanga?  Girándome tal como me exigía, me incliné luego lo más que pude, lo cual no era mucho puesto que, en las reducidas dimensiones de aquel vestidor (superpoblado además) enseguida terminaba con mi rostro contra el espejo.   Pero por poca que fuera mi inclinación, el largo extremadamente corto de mi falda hacía que no hiciera falta mucho para que mis nalgas quedaran expuestas.  La vendedora soltó una interjección ahogada, como de asombro.
“’¡Sole! – exclamó – ¿Ya no usás…?”
“La perdimos – intervino Luis, siempre dispuesto a humillarme a llevar mi humillación cada vez más lejos, incluso con mentiras -.  No sabemos en dónde quedó pero bien… la chica ahora está en problemas, jeje”
“Pero aquí no vendemos ropa interior” – repuso la muchacha diciéndole a Luis así lo mismo que yo ya le había adelantado.
“Lo sé – respondió él -, pero usted seguramente debe llevar alguna prenda íntima debajo -; señaló por debajo de la cintura de la chica logrando que ésta se sonrojara -… Y dado que el largo de su falda es bastante mayor que el de ella, no creo que tenga demasiados problemas para irse a su casa sin… en fin, sin nada debajo, je…”
Aun cuando podía ver a ambos en el espejo, mi incredulidad fue tal que me hizo girar la cabeza por sobre mi hombro para mirar a Luis; muchacha, de hecho, también lo miraba, enormes sus ojos y tan incrédula como yo.
“Yo… no p…puedo hacer eso” – objetó, entrecortada la voz por una risita nerviosa.
Por toda respuesta, Luis extrajo de su billetera un buen fajo de billetes.  Ya estaba claro que ése era su recurso predilecto y que lo usaba con frecuencia.  Dos cosas logré apreciar: una, que la suma que le ofrecía era visiblemente mayor a la que en su momento le había pagado a esa misma joven para que me masturbase; segunda: a ella le cambió totalmente la expresión del rostro, la cual de pronto se iluminó, quedando así bien en claro que sus estados de ánimo y su predisposición se valuaban en dinero;   sólo tomó el dinero.
“Será la prenda íntima más cara que jamás se haya vendido, jaja – dijo, divertida -… Ni las de Marilyn Monroe deben haberse cotizado tanto”
Luis rió ante la ocurrencia mientras yo sólo sentía crecer en mí el azoramiento y el espanto.  La chica introdujo las manos por debajo de su falda cuidando de no mostrar nada; el largo, a diferencia de lo que ocurría conmigo, se lo permitía.  Luego deslizó su blanca tanga a lo largo de las piernas hasta sacársela por los tobillos.
“Déjeme ver más” – espetó Luis.
Tanto ella como yo lo miramos, intrigadas y azoradas.  Él, sin embargo, lucía tan sereno y sonriente como siempre.
“¿Señor?” – preguntó ella, visiblemente confundida.
“Habrá más dinero, no se preocupe, pero quiero verle el culo y no seguir imaginándolo, así que… arriba esa falda” – le dijo él tajantemente y, por primera vez, tuve la sensación de que ella también empezaba a ser cosificada.  Sé que no está bien, pero en parte me alegré.
La promesa de más dinero parecía ser, de todos modos, incentivo suficiente para que ella aceptase sin cuestionar, así que la joven sólo se encogió de hombros y, acto seguido, tomó el bies de su falda y llevó la prenda hasta la cintura exponiendo así la desnuda cola a los ojos de Luis mientras la tanga le colgaba de una mano.  Era una gran locura, pero toda esa situación tan enferma y perversa me estaba calentando y me sorprendí a mí misma lamentándome por no poder verle a esa chica su parte trasera dado que yo estaba de espaldas a ella y el espejo no me permitía verle la cola.
“Mmm, deliciosa – dijo él y, de modo asqueroso, se tocó la zona genital -.  La verdad, chicas, que están muy parejas… A ver, me gustaría verlas culo con culo para compararlas”
La empleada pareció vacilar nuevamente y Luis lo notó

:

“El dinero estará, señorita, no se preocupe”
Yo no sabía qué era más humillante para mí: si la degradación que estaba sufriendo o el hecho de que… a ella se le pagara y a mí no. Creo que eso me terminaba de rebajar y, por más que pareciera ahora dar la impresión de que las dos estábamos siendo sometidas de igual modo a los perversos caprichos de Luis,  lo cierto era que él no nos trataba a ambas por igual.   Estaba clarísimo que yo estaba por debajo de ella y eso no había cambiado en ningún momento más allá de mi fugaz sensación de un momento antes. La empleada se giró por completo hasta que quedamos espalda con espalda y, sosteniendo su falda levantada, apoyó su cola contra la mía.  El contacto de la carne me produjo una extraña sensación, perversa y a la vez relajante, enferma y a la vez placentera; y en ese momento no me cabía duda alguna de que eso era precisamente lo que Luis buscaba producir tanto en ella como en mí.
“Franeléense, vamos – nos conminó, siempre asomado a la cortina -.  Culo con culo, vamos…”
La joven empleada, aparentemente más decidida (o tal vez incentivada por el dinero) fue la que primero comenzó con el movimiento; moviendo su cuerpo de manera serpenteante, hizo deslizar sus nalgas sobre las mías y fue como si cada redondez de ella encajase en alguna concavidad mía y viceversa. El contacto era sensual en extremo y, como no podía ser de otra manera, me puse a mil.  Yo intenté, al menos, en un principio, resistirme y traté de no moverme, manteniendo mis piernas lo más estáticas que fuera posible; el roce, sin embargo, terminó por vencerme y pronto me encontré también deslizando y estrujando mis nalgas contra las de ella mientras mi sexo se humedecía de forma acelerada.   En ese momento me olvidé de todo: de Luis, de la fábrica, del local de ropa, de los empleados, de los clientes; sólo éramos piel contra piel, carne contra carne, ella y yo.  Entregándome, cerré mis ojos a la vez que comenzaba a respirar agitadamente mientras mi pecho subía y bajaba en tanto que un hilillo de saliva al que no pude contener, me corrió por la comisura de los labios.
“Tóquense” – ordenó Hugo y, aun sin verlo, tuve la sensación de que, fiel a su estilo, se debía estar acariciando los genitales.
Llevé las palmas de mis manos por detrás de mis caderas y la joven hizo lo propio con las suyas.  Nuestras espaldas se apoyaron una contra la otra y pude sentir sus omóplatos clavarse sobre los míos mientras mis manos se dedicaban a recorrer cada pulgada de sus tersas nalgas en tanto que ella hacía lo mismo con las mías.  Algo me rozó el tobillo, lo cual me obligó a abrir los ojos y bajar la vista por un instante; en el piso del probador y junto al taco de mi sandalia yacía la tanga de la chica, quien había terminado por dejarla caer en el calor del momento: lo sorprendente, de todos modos, no fue eso sino que Luis, inclinándose y estirando su brazo hacia el interior del probador, recogió del piso la prenda del piso para llevarla a su boca y luego dedicarse a lamerla y ensalivarla sin dejar de mirar ni por un segundo cómo nos seguíamos tocando la una a la otra.
“Lo están haciendo fantástico, señoritas – dijo con voz sibilina y repugnante -.  Ahora vuélvanse: gírense la una hacia la otra…”
Dejamos de sobarnos mutuamente nuestras colas, lo cual debo confesar que me produjo pesar y me pareció que a la vendedora también.  Tal como él nos pedía, nos giramos hasta quedar encaradas una otra y, al verla a los ojos tan de cerca, sólo descubrí hambre y deseo en su mirada.  Ella, seguramente, vio lo mismo en la mía.  El hijo de puta de Luis había logrado calentarnos: era perverso, degenerado y execrable, pero no se le podía negar maestría en el manejo de tales situaciones y de poner a las mujeres exactamente en el estado en que él las quería tener.
“Bien – dijo él –; señorita Moreitz, tengo el agrado de informarle que, si bien en el cola contra cola han estado bastante parejas, es usted quien ha salido triunfante: su culo, aunque por muy poco, aventaja al de su amiga”
Se me dibujó una sonrisa en los labios, lo cual venía a demostrar perfectamente que él me estaba arrastrando cada vez más irremisiblemente hacia su remolino de perversión.  También me pareció detectar un pequeño deje de tristeza en el rostro de la joven al saberse “derrotada” en el cruce.
“Pero ahora quiero comparar sus pechos, jovencitas, así que, Soledad, quítese el sostén y usted, señorita, haga lo mismo”
Prestamente y con aparente prisa, la muchacha desprendió rápidamente los botones de su blusa y luego cruzó sus manos a la espalda para desprenderse el sostén tal como Luis le requería; una vez que lo hizo, su hermoso busto quedó ante mí descubierto y tentadoramente expuesto.  Interpreté que la causa de su prisa estaba en que ella deseaba una rápida revancha luego de que Luis dictaminara su “derrota” en el duelo cola a cola.  De hecho, la expresión de su rostro era expectante pero, por sobre todo, segura, como si no dudase en lo más mínimo de su triunfo en el siguiente cruce; de hecho, cuando bajé la vista hacia sus senos, comprobé que le sobraban razones para aguardar confiada…
Desprendí mi sostén y así ambos bustos quedaron enfrentados.  Como era de esperar (ya algo lo conocía), Luis nos pidió que nos apoyáramos una contra la otra.  Una vez más, la excitación nos puso a mil, lo cual se veía altamente potenciado por el dato, no menor, de que ahora, además, nos mirábamos directo a los ojos.  Ella comenzó a hacer un movimiento de cintura que bien podría haber sido propio de una danza árabe y, al moverse, sus magníficos pechos se entremezclaron con los míos, atractivos pero apenas discretos: eran cuatro pero a la vez eran sólo dos; eran dos… y era sólo uno.  Fue tal el grado de calentura que una seguidilla irrefrenable de jadeos comenzó a salir de mi garganta, lo cual fue celebrado por ella con una sonrisa que parecía indicar triunfo.  Empecé a imitarla en el movimiento: lenta, acompasadamente, siguiendo su cadencia.  Y de pronto fue como si ambas nos eleváramos: lejos, muy lejos de allí, muy, muy alto por encima del reducidísimo vestidor en que nos hallábamos. 
El aliento entrecortado de ella comenzó a golpear en mi rostro y viceversa.  No sé en qué momento ocurrió lo que de toda formas era obvio que sucedería: súbitamente me encontré con su lengua dentro de mi boca y podía sentir ambas lenguas jugando, serpenteando, jugando, entrecruzándose.  Para nosotras, era como si no hubiera nada ni nadie en derredor en ese momento, ni siquiera Luis: éramos sólo ella y yo, en una sensual y simbiótica danza de los sentidos…
La voz de él, a pesar de todo, nos trajo de pronto otra vez a la realidad:
“Me encanta… – decía, impregnada su voz en lujuria -.  Y lo que más me complace, señoritas, es que nadie les pidió que se besaran.  Lo hicieron solitas”
Luis tenía razón: él nos había arrastrado hacia el borde del remolino pero luego fuimos nosotras quienes, casi sin darnos cuenta, caímos hacia el mismo sin necesidad de que nadie nos empujara.
“Bien – dictaminó él en tono aprobatorio -.  Magnífico, chiquillas… Lo han hecho bien, increíblemente bien.  Ah, con respecto al duelo de pechos, Soledad, eeh, hmm, lamento decirle que esta vez perdió…”
Nuestras bocas se separaron y lo lamenté: hubiera querido que nos siguiéramos besando durante lo que quedaba de la tarde y noche, pero la realidad, aunque doliera, era que no podíamos quedarnos para siempre dentro de aquel vestidor por mucho que lo deseásemos.  Alguien vendría de un momento a otro a ver qué pasaba o a investigar el porqué de tanta demora.  De hecho, me sorprendía que nadie lo hubiese hecho todavía.
Cuando me puse la tanga de la empleada se me mezclaron las sensaciones.  Por un lado el sentir la tela entrándome en la zanja o presionando sobre mi sexo fue casi como sentir que ella me estaba penetrando (¿hasta eso habría calculado Luis?); por otra parte la prenda estaba totalmente baboseada y no pude menos que sentir asco al sentir cuando la humedad de la boca de Luis se fusionó con la de mi vagina.  Y, a su vez, calentura y repulsión formaban un cóctel muy particular que llegaba a gobernar mis sentidos sin que yo pudiera hacer nada al respecto por mucho que mi cerebro se empeñara en decirme que me estaba convirtiendo en una depravada.  La cuestión era que yo estaba terriblemente caliente; más que nunca hubiera deseado que Luis volviera a pedirle a la joven que me masturbara y, de hecho, abrigué la vana esperanza de que lo hiciera.  Él, sin embargo, parecía complacerse en generar deseos insatisfechos: estuve muy húmeda durante todo el trayecto en auto hasta mi casa.
Llegamos con las sombras de la noche y, una vez más, Luis me señaló su erecta verga para luego pedirme que se la mamara; también una vez más, lo hice.  Luego me encerré: ni siquiera contesté el teléfono durante la noche, ni a Daniel ni a nadie.  Tuve que masturbarme; no cabía otra posibilidad ya que estaba casi prendida fuego y ya no podía soportar más ese estado.  Mientras me penetraba con mis propios dedos hasta alcanzar el orgasmo fui pensando, alternadamente, en Luciano y en la chica de la tienda de ropa; a mi pesar, se me cruzaron también por la cabeza los rostros de Hugo, Luis y el señor Inchausti…
Pasó el fin de semana y me mantuve prácticamente recluida; no estuve para nada ni nadie.  No pude, obviamente, decirle a Daniel que no viniera pero estuve muy parca con él; yo no quería hablar demasiado y, por supuesto, no quería tener sexo, pero no podía siquiera insinuarle las reales causas para mi desgano y cansancio.
El lunes volví a la fábrica luego de largas cavilaciones en casa acerca de qué cuerno hacer de allí en más.  Casi olvidada, la Soledad digna e incorruptible, intentaba cada tanto reaparecer y convencerme de que no podía seguir trabajando allí.  Sin embargo, no pude tomar decisión alguna al respecto y terminé volviendo al trabajo “como si nada”.  Había, de todos modos, mucha expectativa puesta en el arranque de la semana y no sólo de parte mía sino también de todo el personal, ya que era muy posible que, de un momento a otro, fuera designada la nueva secretaria.  Como si de repente y por arte de magia quedaran atrás todas las humillaciones sufridas, el corazón me saltaba en el pecho ante la posibilidad de quedarme con el cargo a sólo una semana de haber entrado a la fábrica: si eso no era un ascenso meteórico, pues entonces no sé qué lo sería.  Al mismo tiempo, me preguntaba también si estaba preparada para sufrir una posible desilusión en caso de que la designación no fuera para mí pero, en cuanto lo pensaba objetivamente, llegaba a la conclusión de que, llegado el hipotético caso, tampoco tendría motivo alguno para sentirme triste: si Floriana era la nueva secretaria, no dejaría de todos modos de ser una excelente noticia. 
A media mañana mi conmutador sonó y me invadieron los nervios cuando noté que era la voz de Hugo diciéndome que me aguardaba en la oficina y que me dirigiera enseguida allí junto con Floriana.  Todo estaba claro: se nos citaba a ambas para transmitirnos cuál había la decisión final, es decir, para decirnos cuál de nosotras dos era la nueva secretaria.
Al entrar en la oficina de Hugo tuve de inmediato la sensación de que algo no estaba bien.  Él estaba sonriente, como siempre, detrás de su escritorio, pero frente a él y dándonos la espalda, había sentada una joven de cabellos rojizos.
“¡Soledad!  ¡Floriana! – saludó alegremente Hugo al vernos -.  Les presento a la nueva secretaria, aunque… ya la conocen, ja…”
La joven se giró en su silla y nos miró, o mejor dicho: me miró ya que clavó sobre mí unos ojos que me taladraban de lado a lado.  Quedé helada y seguramente a Flori le pasó lo mismo pues quien estaba sentada allí era… Evelyn.
                                                                                                                                                                      CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

    

Relato erótico “Así comenzó todo” (POR SARAGOZAXXX)

$
0
0

Así comenzó todo
Había llegado ya el buen tiempo, la primavera estaba avanzada y se notaban los primeros días de calor del verano. Esa noche había quedado con mi mejor amiga Marga, hacía un par de meses que ella lo había dejado con su  ex pareja. No era ni la primera ni la última vez que cortaba con su novio, y seguramente tampoco sería la definitiva, como decía ella misma.
Marga era la única amiga del grupo que a sus treinta y dos años todavía no estaba casada ni tenía hijos, y era como si tuviera urgencia por alcanzar esas metas personales. Siempre me tocaba consolarla cada vez que acontecía lo inevitable: la dejaban. Era entonces cuando salíamos de compras, veíamos juntas alguna comedia romántica en el cine, o salíamos a cenar. Siempre me tocaba distraerla.
Aquella noche pude arreglarlo todo para dejar en casa a mi marido solo con mi hijo, pese a que a mi esposo no le hacía ninguna gracia la influencia que Marga ejercía sobre mí. Siempre dice que Marga es algo ligerita de cascos y que me llena la cabeza de estupideces. Decir que me llamo Sara, tengo treinta y un años, y estoy felizmente casada desde hace unos años con mi esposo. (Podéis ver alguna foto mía y saber más sobre mí si consultáis mi blog: http://saragozaxxx.blogspot.com.es/ cosa que me haría muchísima ilusión).
Hacía calor cuando llegué a media tarde a casa de Marga. Llevaba puesta una camiseta blanca de tirantes muy finos, y una minifalda vaquera relativamente corta cuando llamé a su timbre. Debajo llevaba un sujetador negro de algodón y encaje a juego con el tanga. Era uno de esos con finas tiras laterales.
.-“Sube” me dijo al reconocer mi voz por el telefonillo del portal.
Nos dimos un fuerte abrazo al vernos en el rellano de su escalera, no nos habíamos visto desde hace unos meses, y desde que cortó con su ex pareja, tan sólo habíamos podido hablar por teléfono. Estaba horrible, su pelo era un caos, tenía mala cara, y a pesar de empezar a caer la noche, todavía llevaba puesto un pijama rosa espantoso.
.-“Marga…, no puedes seguir así” le dije con la intención de animarla.
.-“Es verdad” dijo reconociendo que tenía razón una vez más, “por eso te he llamado, tienes que ayudarme” su mirada expresaba una baja autoestima en ese momento. Hacía tiempo que no la veía tan destrozada. Yo quise animarla, y sabía cómo hacerlo.
.-“Escúchame, esta noche nada de quedarnos en casa a llorar, ni películas melodramones, ni nada por el estilo. Arréglate, ponte guapísima, y salgamos a tomar algo y a bailar ¿te parece?”. Dije tratando de mostrar entusiasmo con la idea de salir juntas de marcha, aunque por mi parte no tuviese muchas ganas, una amiga es una amiga. Ella asintió con la cabeza.
.-“¿Por que no tomas algo mientras me ducho?” me dijo Marga mientras se dirigía al cuarto de baño, con la clara intención de arreglarse y cambiar su patético aspecto.
Tomé una coca cola de su nevera y me dirigí al giradiscos de vinilo que conservaba Marga en perfecto estado. Siempre que la visitaba, me gustaba recordar el ritual de escuchar un disco de vinilo como en los viejos tiempos. Controlar el pulso al dejar caer la aguja, el silencio inicial, y esos chascarridos mientras suena la música, siempre me pareció algo excitante, sobretodo al notar los primeros acordes del disco de Madonna elegido, sonar por los altavoces. Estaba dispuesta a pasar el rato hasta que mi amiga saliese de la ducha.
.-“¡¡SABES QUE ME APETECE!!” escuché que gritaba mi amiga desde la ducha a través del sonido del agua.
.-“NO, DIME!!” le respondí yo también a grito desde el salón. En ese momento escuché que se cerraba el grifo de la ducha y decidí acercarme al cuarto de baño para no tener que hablar con ella a grito pelado por toda la casa.
La puerta del baño estaba abierta, observaba el cuerpo mojado de mi amiga a través de la mampara translúcida de la ducha, escurriendo el pelo con sus propias manos. Siempre había tenido cierta envidia de su cuerpo, su pelo era rubio natural y para colmo no necesitaba alisárselo, tenía mucho más pecho que yo, y siempre la veía más delgada, y eso, a pesar de venir usando ambas la misma talla desde adolescentes.
.-“HE OIDO QUE HAN ABIERTO UNA NUEVA MACRODISCOTECA” me gritó desde la ducha sin percatarse aún de mi presencia. Fue al correr el cristal y tratar de alcanzar una toalla cuando se dio cuenta de mi imagen observándola apoyada en el marco de la puerta.
Pude contemplarla completamente desnuda al apartar la mampara del baño. No pude evitar fijarme, porque me llamó la atención, en su pubis rasurado. Nada que ver con la fina tira de pelillos que decoran mi monte de Venus. “Un reguero de hormiguitas” como dice mi marido.
Ella, al verme, pareció disfrutar exhibiéndose ante mí. Me restregaba una y otra vez su libertad sexual. Marga siempre me recriminaba que mi marido fuese el único hombre con el que había  estado en mi vida, siempre me decía que lo conocí demasiado joven. Me insistía en que debería haber conocido a otros chicos antes de salir con él, y que debía comparar. Siempre me replicaba que mejor tarde que nunca, y que así cómo podía estar segura de que era el hombre de mi vida y todas esas cosas.
Aunque siempre se lo negaba, enrocada en mi roll de ama de casa y decente esposa, en el fondo pensaba que en parte tenía razón. En mis ratos de intimidad y soledad, me preguntaba algunas veces cómo serían otros hombres en la cama, cómo se moverían, cómo me mirarían, su olor, sus besos, su tamaño… y tantas y tantas dudas.  Pero al final siempre tenía miedo a perder la estabilidad proporcionada por mi marido.
.-“Pareces algo sudada, ¿Por qué no te das una ducha tu también?” me sugirió Marga, mientras se secaba todavía delante de mí. La conozco bien, y sabía que se traía algo en la cabeza. A pesar de mis sospechas acepté su invitación.
.-“Sabes, puede que tengas razón, hacía un calor horroroso cuando venía” dije pensando que me sentaría bien una ducha. Comencé a quitarme la ropa delante de ella, en parte porque quería demostrarle que mi figura también se mantenía esbelta pese a haber dado a luz un hijo maravilloso. Dejé mi camiseta y mi falda en una percha junto a las toallas, luego me quité el sujetador y el tanga, y me introduje en la ducha.
Lo cierto es que la ducha me sentó bien. Al salir, solo pude ver mi sujetador y mi tanga donde los había dejado, no veía el resto de mi ropa, me llamó mucho la atención que mi amiga la cogiese. Me preguntaba que es lo que pretendía. Me envolví en una toalla, y me dirigí hasta el dormitorio de mi amiga, donde se encontraba Marga todavía desnuda dándose alguna crema por su cuerpo. Pude ver algunos vestidos suyos que yacían sobre la cama. Ni rastro de mi camiseta ni de mi falda. Marga al verme entrar en su cuarto dijo:
.-“Elige tu primera, el que no quieras tú me lo pondré yo” dijo mirando los vestidos de encima de su cama. De adolescentes ya nos intercambiábamos ropa, así que no me pilló de sorpresa sus intenciones.
.-“¿Y el resto de mi ropa?” la pregunté.
.-“No pensarás salir a la disco como ibas? Me dijo poniendo cara de pocos amigos y de prohibírmelo por todos los medios. Yo me encogí de hombros resignada.
.-“No te preocupes, los he lavado y tendido.” me dijo. Yo por mi parte, miré los vestidos sobre la cama, al parecer no tenía otra opción.
.-“Vamos Sara, es mi noche, hagamos alguna locura” dijo poniendo carita de niña buena. Aquel argumento terminó por convencerme y ceder a su capricho.
 Lo cierto es que uno de los vestidos que había extendido sobre la colcha de la cama siempre me había gustado. La primera vez que se lo vi puesto, fue para la boda de una conocida de ambas, y siempre tuve envidia de cómo le sentaba. Se la veía realmente sexy con ese vestido. Incluso mi marido, después de hacer el amor con él en esa misma noche de la celebración, hizo algún comentario acerca de lo bien que le sentaba a Marga el vestido, recuerdo aquella vez y sus comentarios porque el estomago se mi hizo un nudo, mi intuición femenina me decía que mi esposo había pensado en ella mientras lo hacía conmigo.
Así que con un punto de rabia y envidia, tratando de imitar a mi amiga, cogí el vestidito de la cama, y me decidí a probármelo. Seguro que mi marido se sospecharía algo al verme entrar con dicho vestido de madrugada en casa, y pensé en ponerlo celoso. Siempre que lograba mosquearlo me hacía el amor de manera más impulsiva, me decía cosas como “nadie te folla mejor que yo” y cosas por el estilo. A mí me gustaba desatar su pasión. Bueno, eso y que me pegará un buen polvo.
El caso es que se trataba de un vestido en tonos azules, con un escote en “V”, de esos cuyas tiras se anudan sobre los hombros, desnudando también la espalda, y terminado en una minifalda con algo de vuelo. El escote me llegaba hasta casi el ombligo, por lo que no podía ponerme sujetador, además se notaría en la espalda. Yo hacía tiempo que no usaba aberturas tan generosas, y como Marga tenía algo más de pecho que yo, y al ir sin sujetador, si me descuidaba se caían los tirantes y se me veían los pechos. Para colmo, yo tenía algo más de culo que ella, por lo que la falda me quedaba algo corta para mi gusto. Me entraron ganas de quitármelo nada más verme en un espejo, hacía tiempo que no me ponía ese tipo de vestidos, Marga adivinando mis pensamientos me dijo:
.-“Estas estupenda” y dicho esto se dispuso a ataviarse con otro vestido. Me miré de nuevo en el espejo resignada y lo cierto es que no me quedaba nada mal. Supongo que sería la falta de práctica, y una vez me fui acostumbrando me sentía más cómoda.
Pese a mis reticencias, definitivamente tuve que quitarme el sujetador para que no se viese, por lo que traté de ajustarme como pude los tirantes del dichoso vestido.
Por su parte Marga se puso un vestido palabra de honor negro del que no asomaban sus tetas de milagro. Ella todavía estaba desnuda cuando se puso el vestido por encima, me sorprendió el hecho de que no se pusiera ropa interior, ni bragas ni tan siquiera sujetador. El sujetador podía entenderlo, puesto que  al igual que yo, dado el escote del vestido se notaría, pero… ¿sin bragas?. No pude evitar preguntárselo.
.-“¿Piensas salir así?”  pregunté. Marga se volvió a reír sabiendo que me había llamado la atención.
.-“¿Cómo?” me replicó.
.-“Así, sin bragas” le insistí yo. Marga no podía contener la sonrisa.
.-“Sara, no te enteras, esta de moda, lo practican todas las celebrities” dijo en tono burlona. Yo puse cara de asombro, ella continúo justificándose.
.-“ Oh Sara, no sabes lo que te pierdes. Deberías probarlo algún día y luego contármelo”. Dijo ahora algo más seria.
.-“Ahora me explico muchas de las cosas que te suceden” dije recriminando su actitud. 
.-“ No sabes el morbo que me produce. Tienes que probar a desatar la diosa que llevas dentro” dijo terminándose de arreglar. Había dejado clara su actitud en este sentido, y de repente me encontré  sin ganas de rebatirla. Un pequeño silencio se apoderó de la estancia.
.-“¿Quieres maquillarte un poco?” me preguntó mirándome a los ojos.
.-“No, gracias, sabes que no tengo costumbre de  maquillarme” respondí algo más relajada y agradecida por este tipo de conversación. 
.-“Mejor, así los chicos sólo se fijarán en mí” dijo mientras salía de la habitación.
Lo cierto es que ella estaba espectacular a mi lado con su vestido negro, su melena rubia sobre los hombros, maquillada y acicalada. Tenía razón, los hombres sólo tendrían ojos para ella.
Acordamos tomar unas tapas y comer algo antes de pasarnos por la disco nueva que le habían comentado, y que por alguna razón la veía entusiasmada con entrar. Ella sabe que yo soy más de bares donde puedes bailar y conversar, mejor que las ruidosas discotecas, pero también sabía que esa noche era incapaz de negarle nada, dado que era su noche y se trataba de animarla.
La noche fue entrando poco a poco, tapa a tapa, y vino a vino. Hablamos de nuestras cosas, recordamos viejos tiempos, viejas amigas comunes, criticábamos alguien presente en el bar que quería llamar la atención, de nuestros respectivos trabajos, de la que está cayendo con la crisis, que si fulanito o menganita están en el paro, en fin,  charlamos de todo cuanto habíamos dejado de hablar en estos meses sin vernos. Lo cierto es que tanto a ella como a mí, nos fueron entonando y animando los vinitos y las cañas que tomábamos.
Yo estaba ya algo contenta a esas alturas, cuando llegó el momento de acudir a la discoteca. Estaba relativamente cerca de donde nos encontrábamos. Por suerte no tuvimos que hacer mucha fila para entrar, eso sí, una vez dentro la sala estaba abarrotada. Nos movíamos con dificultad entre el barullo de la gente. Era inevitable rozarse para movernos. En alguna ocasión pude notar como me tocaban el culo o algún chico se arrimaba en plan cebolleta. También pude ver como los chicos se rozaban descaradamente con el cuerpo de Marga. Recordé que mi amiga no llevaba bragas, mientras podía ver entre los destellos de las luces como le tocaban el culo.
“Que patéticos y ridículos resultan los tíos con esa actitud. ¡Que poco estilo!” pensaba cada vez que me sobaban también el culo o me daban algún pellizco, y me alegré de tener un marido como el que tengo.
A mi marido lo conocí en un bar, nunca olvidaré aquella noche. Yo era muy joven. Lo cierto es que tuvo arte y gracia para presentarse sin conocernos, y lograr entablar una conversación conmigo. Me hizo reír, me invitó, fue un caballero, se mostró atento, y poco a poco me fue llevando a su terreno. Me acompañó a casa, y una vez en el portal, me besó en la boca por primera vez en mi vida. Exactamente igual que en las películas románticas. Me pidió el teléfono y seguimos juntos hasta la fecha. He de reconocer que me ha hecho muy feliz, e incluso pienso que es relativamente creativo en la cama y me ha descubierto un montón de experiencias maravillosas, aunque últimamente hayamos caído en la rutina y la monotonía de un matrimonio normal.
Al margen de la afluencia de gente, el garito era realmente sorprendente. Se trataba de un edificio de cuatro plantas a cuál más espectacular. En el sótano sonaban siempre ritmos salseros, había un pequeño escenario en alto en un lateral donde una pareja de profesionales animaban a la gente de la sala a bailar salsa, merengue y ritmos latinos.
La planta calle era la sala de baile principal. Allí la animación la ponía el dj de moda, y las gogo´s repartidas por varios pedestales, que bailaban bastante ligeritas de ropa para deleite de los presentes. Ya os imagináis, sonaba principalmente música tipo dance, house y electro. La pista central estaba abierta en el techo por el centro, junto con la primera planta. Esto es, su parte superior era otra de las plantas decorada con sillones y taburetes, desde la que podías ver apoyado en las barandillas centrales a la gente bailando abajo en la pista. Era la sala con menos gente, mucho más oscura. De hecho podías ver a parejas sentadas en los sillones más alejados besándose y metiéndose mano.
Por último, la segunda planta, era la terraza del edificio. Había una barra central alrededor de la cual se disponían las mesas y se arremolinaba la gente. Sonaban ritmos en plan chill out. Lo cierto es que esa noche hacía buen tiempo y era muy agradable estar al aire libre en la terraza.
Una vez terminamos de jugar a las exploradoras en el ático, ambas coincidimos en que la disco estaba muy bien montada, se merecía el éxito de gente. Estuvimos comentando lo que habíamos visto, y decidimos bajar a bailar a la pista central.
Una vez en la pista principal, fue Marga la que se acercó a la barra para pedir una consumición. Antes de que pudiera decirle nada ya tenía en mi mano un gin tonic como a mi me gustan. Conoce perfectamente que es el único combinado de alta graduación que tolero, pues dada la cantidad de vinitos que habíamos tomado durante la noche, sabía que yo me encontraba ya algo alegre, pues enseguida se me sube la bebida a la cabeza.
Marga tiró de mi, hasta ponerse debajo de uno de los pedestales, donde una chica bailaba en top less, y había alrededor una gran concentración de chicos babeando. Comenzamos a bailar, al principio tímidamente, pero poco a poco Marga comenzó a bailar de forma más descarada. Se sacudía provocando el movimiento de las tetas, hasta el punto que parecía que sus pechos se iban a salir del vestido de un momento a otro. Logró la atracción de varios tipos que se acercaron a hablar con ella, y a los que disfrutó rechazándolos. Otros tantos babeaban a su lado sin dejar de mirarla. Se notaba que Marga disfrutaba robando protagonismo a la gogo del pedestal.
Como ya habíamos terminado los cubatas, y llevábamos un rato bailando, le grité a Marga al oído que me iba al baño con la intención de que me acompañase, pero ella me respondió que me esperaba allí mismo, estaba claro que prefería seguir luciendo su tipo.
Cómo siempre, había fila en el baño de señoras, tuve que esperar un rato que me pareció eterno debido a las ganas de orinar. Fue en el pasillo, esperando, donde me percaté de que iba algo más que mareada. No me había sentado nada bien mezclar el vino con el gin tonic. Por fín pude acceder a un reservado.
¡Dios mío!, eso era asqueroso. Estaba sucio por todas partes, no quiero entrar en detalles. Mejor no tocar nada. Para colmo la puerta carecía de pestillo, y como al parecer en el resto de reservados tampoco había papelera, algunas de las presentes se dedicaban a intentar abrir mi habitáculo con la esperanza de encontrar un recipiente donde desprenderse de su basura. O eso, o eran lesbianas tratando de verme orinando.
La idea me resultó tan poco agradable como el reservado. Así que allí estaba yo, en una postura un tanto ridícula, tratando de mantener el equilibrio para no tocar nada de allí dentro, con el bolso  alrededor del cuello tapándome la vista de mis propios pies, y el tanga a la altura de las rodillas, separando las piernas todo cuanto el habitáculo me permitía, rezando para que mi tanguita no cayese al suelo. Para colmo estaba de puntillas, pues no quería que mis sandalias se impregnasen del líquido que inundaba el suelo, algo mareada por el alcohol, apoyando una mano en la pared lateral para no perder el equilibrio, y con la otra sujetando la puerta para que no entrase nadie. Una postura totalmente subrrealista.
Mis temores se hicieron realidad, alguien hizo la intención de entrar desde el otro lado de la puerta, la muy vaca burra hacía fuerza e insistía, pese a saber que el reservado estaba ocupado.
.-“¡ESTA OCUPADO!” grité. Pero insistían en entrar. Tuve que sujetar la puerta con las dos manos para no ser sorprendida en tan absurda posición. 
“¡¡Mierda!!” pensé, nunca mejor dicho. Durante el absurdo forcejeo había perdido el equilibrio, con tan mala suerte que había salpicado mi prenda interior con mi propia orina.
“¡Maldita sea!, esto solo me puede pasar a mi” pensé mientras apoyaba mi espalda en la puerta tras terminar mi faena como buenamente pude. Comprobé con más detenimiento el estado empapado de mi tanga.
“Oh, no, no!, NO!!!” grité para mi “esta completamente mojado, no puedo ponerme esto. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mi?!!” . Maldije mi suerte y espeté contra la imbécil que había tratado de entrar, al tiempo que pensaba en una solución. Estaba demasiado empapado. Estaba claro que así no podía ponérmelo. Pensé en secarlo con algún secamanos de aire, pero recordé el comentario de alguna de las chicas mientras esperaba, indignada porque estaba estropeado y tampoco había papel.
Así que allí estaba yo, con el vestido de Marga, sin llegar a creerme realmente lo que estaba haciendo, bajando y deslizando mi tanga por los muslos de mis piernas con la intención de encontrar una forma de secarlo como fuese. Con la pared contra la puerta de un asqueroso baño, contemplando atónita mi tanga empapado entre mis manos, y una extraña sensación entre mis piernas, al no notar mi prenda más íntima. Me sentía insegura. Era como estar desnuda. Me acorde de que Marga había salido sin ropa interior de casa y me preguntaba cómo podía ser capaz de no sentir vergüenza.
Mis pensamientos eran caóticos debido al alcohol ingerido. Comencé a resignarme poco a poco, de que no había forma de secar y ponerme mi prenda. Me acordé de las palabras de Marga “chica tienes que probarlo algún día”. Pues bien, había llegado el momento, aunque fuese a la fuerza. No me quedaba otra, así que decidí hacerme a la idea de que tendría que salir de allí sin ropa interior. Me consolaba pensar que nadie lo sabía. Rezé mis oraciones, estrujé el crucifijo de mi colgante en uno de mis puños, y suplicaba sobretodo por no encontrarme con alguien conocido, mucho menos con algún amigo de mi esposo. Me repetí una y otra vez, que si Marga podía salir así a la calle, yo también podría sobrellevarlo, aunque una extraña sensación de intranquilidad se apoderaba de mi.
“¿Cómo podría salir  así?” me preguntaba mentalmente, totalmente paralizada y atemorizada. Aunque tal vez Marga tuviese razón y debiera lanzarme a experimentar cosas nuevas. Así que me armé de valor, tiré mi tanga al suelo y decidí salir de aquel habitáculo a bailar.
“Seguramente, se lo confesaré a Marga al final de la noche, le diré que no llevo bragas, y así podré demostrarle que no soy tan mojigata como se piensa. Seguro que la sorprendo, pues para nada se esperará eso de su mejor amiga” pensé disfrutando del momento en el que triunfar sobre el concepto tan purista que mi amiga tenía de mí.
Con todo el jaleo perdí la noción del tiempo que había transcurrido desde que me separase de Marga. Me entretuve un rato en el espejo del baño tratando de asimilar la nueva situación.
 “Bueno, no es para tanto” pensé, y decidí salir a buscar a mi amiga. Nada más salir del baño y dirigirme a la pista de baile, alguien me tocó el culo entre la muchedumbre.
“Guauuu” eso si que no me lo podía esperar, no había pensado en ello antes. Notar como un desconocido me tocaba el culo ¡y yo sin bragas!, hizo que me sacudiese un escalofrío de arriba abajo. Marga tenía razón, era de lo más morboso, aunque pensé  que nunca debería enterarse mi marido. Reconozco que mis pechos se endurecieron instantáneamente y que me puse algo cachonda.
Mi amiga estaba en la misma zona que nos separamos, salvo que tenía un cubata en la mano y conversaba con dos hombres a la vez.
Por unos momentos sentí envidia de Marga, de su libertad para disfrutar de su cuerpo, para hacer lo que quisiera sin dar explicaciones a nadie. Yo en cambio anteponía la seguridad y la tranquilidad de convivir con mi esposo sacrificando ciertos placeres. No podía arriesgar cuanto había conseguido ni arruinarlo, por unos momentos de placer etéreos.
Marga se alegró al verme:
.-“¿Dónde te habías metido? Creí que te habías ido a casa sin avisarme” dijo abrazándome y dándome dos besos totalmente embriagada ante la atenta mirada de sus nuevos amigos. Yo me encogí de hombros.
“Si supieses lo que me ha pasado, no te lo creerías” e imaginaba la cara de sorpresa que pondría mi amiga, cuando le contase que al igual que ella no llevaba bragas bajo el vestido. Ella continúo hablando entusiasmada…
.-“Mira, te presento, estos son Carlos y Evaristo” dijo señalando a cada uno de ellos mientras decía sus nombres. No puse buena cara cuando intercambié los primeros dos besos intuyendo lo que pasaría.
.-“Yo soy Carlos” dijo el primero mientras me besaba manteniendo las distancias y la corrección. Carlos era relativamente guapo, y tendría alrededor de treinta y tantos años. Más o menos como nosotras.
.-“Y yo soy Evaristo” dijo el segundo que me agarró con decisión por la cintura para darme los dos besos, de tal forma que mis pechos rozaron inocentemente con sus pectorales al rozar nuestras mejillas. Me quedé como paralizada al notar como por primera vez en mucho tiempo, otro hombre que no eran mi marido, notaba la dureza de mis pechos. Aunque había sido un roce sútil, descuidado, no pude evitar ruborizarme.
A Evaristo le echaba bastantes más años que a su amigo, calculo que tendría alrededor de cincuenta, aunque muy bien llevados. Se notaba que le gustaba cuidarse y que frecuentaba algún gimnasio. Contrastaba la diferencia de edad entre ambos chicos. Luego supe que eran compañeros de trabajo de paso por la ciudad.
Estaba absorta en mis pensamientos cuando de repente, Marga comenzó a bailar conmigo de forma muy sensual, se notaba que había bebido algo más en mi ausencia, y que quería provocar a sus nuevos conocidos. Estaba insinuando por su forma de moverse, que nos lo habíamos montado juntas en alguna ocasión. Esta táctica suya ya me la conocía. Los chicos ponían cara de asombro entre ellos al vernos bailar, y se notaba que se disparaba su imaginación. Yo decidí seguirle el baile a Marga. Aunque no me atraen por norma ese tipo de juegos, he de reconocer que en ese momento me gustó. Ambos chicos se codeaban entre sí sonriendo de su suerte.
El tirante de mi vestido se cayó en varias ocasiones mientras bailaba, los tipos de alrededor abrían los ojos como platos tratando de verme los pechos en algún descuido, sobretodo el tal Evaristo, que no me quitaba el ojo de encima, y de algún modo la situación me hacía sentir sexy y deseada. No recordaba esa sensación desde chiquilla.
En una de las ocasiones, mientras mi  amiga y yo bailábamos frente a frente, pude apreciar como Carlos se situaba detrás de Marga, y era ella quien cogiendo las dos manos del chico, y entrelazando los dedos con los suyas, lo animaba a acariciar sus caderas, tipo reggaeton.
Por su parte Evaristo, también se animó a sujetarme desde detrás por las caderas, como es habitual en estos casos, en algunos instantes su paquete se rozó contra mi culo, lo que produjo un estremecimiento en mi cuerpo poniendo mis pezones aún más de punta. Por suerte la canción terminó enseguida cambiando completamente el ritmo de la música. Como sospechaba en un primer momento, Marga y Carlos se pusieron a charlar a lo suyo. El reparto estaba hecho de antes de mi llegada. Fue Evaristo, quien tratando de apartarme del resto de chicos, me rodeó con un brazo por la cintura, y acercándose a mi oreja para que pudiera oírlo a pesar del volumen de la música me dijo:
.-“¿Te apetece tomar algo? Te invito” dijo sonriéndome esperando una aprobación por mi parte. Yo dudé por un momento, sabía que si aceptaba, Marga aprovecharía para liarse con Carlos, y que a mí me tocaría aguantar al madurete, que además era un poco descarado en sus intenciones de intentar aprovechar su oportunidad para conmigo. Tras dudarlo por unos instantes y sin saber muy bien porqué, acepté. Supongo que quise tomar una copa más a su costa para no perder el puntillo que llevaba.
.-“¿Qué tal un gin tonic?” le contesté acercándome a él para que me escuchase. Esta vez fue mi propia torpeza la que hizo que de nuevo mis pechos rozasen con sus pectorales ligeramente, lo que provocó una pícara sonrisa en Evaristo. Seguro que el pobre se imaginaba que podía lograr algo conmigo.
Ambos nos acercamos hasta una de las barras, y una vez pudimos hacernos algo de sitio, fue él quien pidió las consumiciones. Yo continuaba bailando de espaldas al tal Evaristo y de frente a la pista de baile, mientras esperaba a que nos sirviesen las consumiciones. Al poco tiempo, mi acompañante me sorprendió mientras bailaba, acercando la fría copa a la piel desnuda de mi brazo por la espalda a modo de gracia, con la intención de caer simpático.
.-“Ten, espero que te guste” dijo tendiendo el gin tonic para que lo aceptase con una sonrisa de oreja a oreja por mi reacción. Yo le devolví la sonrisa, a pesar de que no me había sentado nada bien notar el frió de la copa en mi piel. Mis pechos habían reaccionado poniéndose en punta de nuevo y creo que él se dio cuenta esta vez.
.-“Es Martin Millers con Fever Tree y un poco de enebro” dijo reclinándose un poco sobre mi cuerpo para que lograse escucharlo bien debido al volumen de la música, y haciendo referencia al gin tonic, pero sobretodo sin perderse detalle de mi escote al inclinarse. Estaba claro que tenía la  intención de tratar entablar una conversación conmigo. Yo volví a sonreir sin decir nada y dando el primer trago algo sedienta continúe bailando.
.-“Es uno de mis preferidos, ¿te gusta?” me preguntó de nuevo reclinándose sobre mi cuello sin dejar de mirarme al escote. No me hizo ninguna gracia que me mirase las tetas de forma tan descarada, pero no tuve más remedio que contestarle. Al fin y al cabo me había invitado, era lo menos que podía hacer. Esta vez le dí un nuevo trago tratando de saborear y degustar el combinado.
.-“Uhmm, es muy suave, apenas notas el alcohol, parece agua” le dije respondiendo a su pregunta, y tratando de ser lo suficientemente amable como para no parecer desagradecida.
Mientras le respondía, me percaté de que el tío sabía perfectamente que el combinado entraba muy bien, efectivamente era muy refrescante, y que trataba de emborracharme tratando de que bebiese deprisa dado el calor en el ambiente. Además no dejaba de mirarme el escote y las tetas babeando.
“Que táctica más ruin y que baboso” pensé para mí.
Lo cierto es que el cincuentón continuó hablándome acerca de los distintos gin tonics, y la infinidad de combinados que podían hacerse de un tiempo a esta parte. Evaristo aprovechaba el volumen de la música para acercarse a mí, reclinándose sobre mi cuello sin perder nunca la oportunidad de mirarme el escote, además aprovechaba cualquier empujón o situación para rozarse conmigo o acariciarme los brazos. Se las arreglaba para lograr que yo le siguiese inevitablemente la conversación.
El primer gin tonic lo bebimos relativamente rápido. El tipo enseguida se apresuró a pedir otra copa. Pude comprobar, como mientras esperaba en la barra a que le sirviesen las consumiciones, me repasaba de arriba abajo con la mirada.  Se relamía, e incluso llegó a acomodarse el paquete inconscientemente por encima del pantalón. Por primera vez en mucho tiempo me sentí deseada por otro hombre que no era mi marido, fue agradable comprobar como aquel tipo experimentado y desconocido, ambicionaba mi cuerpo de mujer. No pude evitar fijarme en el bulto provocado en su entrepierna.
No sé por qué, pero me sentí con ganas de provocarlo un poco, de coquetear con él, de jugar. Seguramente, dada su edad, nunca habría estado con una “jovencita” como yo. Me puse a bailar todo lo más sensual que pude. El me miraba desde la barra, y a mí me gustó moverme provocándole a cierta distancia. Me gustó mirarlo a los ojos y notar su mirada clavada en mí. Inconscientemente me puse a bailar sensualmente, y entre mis movimientos me recogía el pelo, marcaba mis curvas, o me subía mi falda sobre el muslo. Estaba claro que Evaristo se relamía observándome.
“Pobrecito, esta noche tendrá que matarse a pajas” pensé mientras disfrutaba excitándolo.
“¿Qué pasaría si descubriese que voy sin bragas?. Uuhhhmm”, creo que yo también me estaba excitando de pensarlo y con tanto toqueteo. Nunca había tenido ese tipo de pensamientos.
.-“Ten prueba este otro” dijo al acercarse y ofreciéndome otro gin tonic. De nuevo prefería mirarme al escote en vez de a los ojos.
.-“Aahh, ¿qué es?” le pregunté tras dar un primer trago. Esta vez fui yo misma quien buscó deliberadamente que nuestros cuerpos entrasen en contacto. Como quien no quiere la cosa. Comenzó a gustarme jugar con ese hombre maduro.
.-“Hendricks con Fertimans y un twist de lima” dijo esta vez posando tímidamente una mano sobre mi cintura, a la vez que chocaba su copa con la mía, y me invitaba a dar otro trago mientras nuestras miradas se entrecruzaban. Estaba claro que se me comía con los ojos.
Notar su mano sobre mi cuerpo produjo una descarga de adrenalina en mi cerebro, su mano estaba muy cerca de mi culo. Marga tenía razón, todo eso resultaba muy excitante.
“¿Sería capaz de darse cuenta?” pensé mientras su mano acariciaba mi cintura, con la excusa de bailar o conversar. Algo me hizo reflexionar.
“No estaré pasándome de la ralla. ¿Y si me vé alguien conocido?. ¿Cómo explicárselo a mi marido?. Pero… ¿Qué tiene de malo?. Pobre hombre, no tiene nada que hacer y le estoy dando falsas esperanzas ” Estaba absorta en mis pensamientos, cuando la mano de Evaristo acarició por primera vez mi culo tímidamente, mientras me hablaba cada vez más cerca de mi boca. Se notaba por su forma de acariciarme, que buscaba el límite de lo permitido sin que yo pudiera recriminarle nada, pero forzando poco a poco la situación a su favor. Cada vez me hablaba más cerca de la comisura de los labios. A mí notar su proximidad y sus disimuladas caricias me estaban poniendo a tono.
De nuevo pude notar su aliento en el lóbulo de mi oreja. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba abajo, mi cuerpo reaccionó instintivamente ante su contacto. Por un momento pensé que iba a tener la osadía de besarme. No me agradaba la idea de que tal cosa sucediese. Una cosa era jugar y otra que el tema se me fuese de las manos. Yo no estaba acostumbrada a rechazar a los hombres que se me insinuaban con la facilidad de mi amiga, y probablemente la situación me resultase embarazosa.
.-“¿Qué tal chicos?” escuché con alivio la voz de Marga detrás de mi. Yo me abracé sobre ella como la salvación que era.
.-“¿Dónde te habías metido?” le pregunté al llevar un tiempo sin saber de ella.
.-“¿Y tú qué tal con el amigo de Carlos?” preguntó ella sin responderme. Los chicos se habían puesto también a hablar entre ellos algo alejados.
.-“Es un poco tocón, además casi no me mira a los ojos, y no para de mirarme a las tetas” le dije poniendo cara de pocos amigos. 
.-“Y tú, ¿qué tal con Carlos?” la pregunté.
.-“Sabes…, creo que me subiré a la primera planta con Carlos, necesitamos algo más de intimidad” me dijo bastante contenta por su ligue, y sin dejar de intercambiar miraditas con su cómplice en la distancia.
.-“¿Estas segura que es eso lo que quieres?” pregunté  en un intento desesperado porque pasase del tema y terminásemos la noche juntas. Ella asintió con la cabeza.
.-“Solo te pido un favor” me dijo mientras bailaba para acercarse a mí y hablar. Yo me encogí de hombros.
.-“Llévate a su amigo, sé que son compañeros de trabajo, desplazados unos días, alojados en el mismo hotel, y que no se irán el uno sin el otro, sino lo impedimos” me dijo con cara de niña mala. Yo puse cara de pocos amigos, ella sabía que lo que me acababa de pedir no me agradaba en absoluto. 
.-“Por fa….” dijo juntando las manos en plan oración suplicándome con los gestos. Yo negaba con la cabeza. Ella en un intento por convencerme me dijo:
.-“Además, su amigo no está nada mal, no me negarás que el madurito tiene cierto atractivo” me dijo mientras miraba hacia ambos chicos.
.-“Marga, te olvidas que estoy casada, no me interesa. Además, ese tipo puede que sea veinte años mayor que yo” le dije tratando de poner cierta sensatez en la conversación.
.-“No te he preguntado si estas casada o su edad, solo te he dicho que Evaristo tiene su punto” dijo mientras ambas mirábamos a los hombres.
Tuve que reconocer que Marga tenía razón, aquel hombre tenía un punto canalla en la mirada, que a pesar de su edad me resultaba provocador. Parecía experimentado, relativamente atractivo, y sobretodo seguro de sí mismo. Además los jeans le sentaban realmente bien. No pude evitar fijarme en la entrepierna del cincuentón e inconscientemente dibujé una sonrisa en mi cara, sabedora de que era por mi culpa el bulto que se marcaba provocado en su pantalón.
Ambos chicos se acercaron de nuevo hasta nosotras, pero esta vez Marga aprovechó para ponerse a hablar con el tal Evaristo, dejando un poco de lado a su pareja. No sé que se estaban diciendo pero ambos me miraban y se sonreían. Carlos por su parte al quedarse solo y ver la situación, se fue hasta la barra a pedir más consumiciones. No tuve más remedio que bailar sola hasta que Carlos regresó con cuatro copas en la mano. Al coger cada uno su respectiva consumición de nuevo se formaron corrillos. Marga se acercó a mí y me dijo:
.-“Hay que ver como tienes al madurito loquito por ti. Yo me voy con Carlos un momento a los reservados, por favor entretén un poco a su amigo hasta que volvamos” me dijo mientras Carlos tiraba de ella de la mano en dirección a la planta de arriba.   
Yo me quedé bailando sin estar segura de que todo lo que estaba sucediendo me gustase de verdad, pero supongo que no tenía otra alternativa. Tal vez por el mal humor terminé la consumición enseguida, y mi acompañante no dudó en dirigirse de nuevo a la barra para pedir otro gin tonic. El caso es que hacía un calor sofocante en la pista de baile, mi cuerpo comenzaba a empaparse de sudor por algunas zonas y yo tratando de aliviar el calor me bebí casi por acto reflejo la última copa bastante deprisa.
No sé cuantas copas llevaba ya. Aquello terminó por tumbarme, y empezaba a perder el control de mis actos. Durante esos momentos sólo pensaba en bailar, bailar y bailar, además empezaba a perder el conocimiento. Una vez solos y en evidente estado de embriaguez, Evaristo aprovechaba cualquier ocasión para tocarme el culo, rozarse con mis pechos o mirar por mi escote, sobretodo cuando de vez en cuando se me caía el tirante.
Se acercaba a mí para contarme que era el jefe del departamento de marketing de su empresa, una multinacional con sede en nuestra ciudad, y me recalcaba una y otra vez que se encontraba de paso. Yo apenas respondía con monosílabos. Era prácticamente un monólogo por su parte. No paraba de contarme batallitas profesionales mientras aprovechaba para mirar mi canalillo o toquitearme.
Recuerdo mientras bailaba que en un momento dado se deslizó un tirante del vestido y a poco se me ve un pecho en medio de la pista de baile. Recuerdo las miradas lascivas de los muchachos de alrededor, y recuerdo que Evaristo se apresuró a recolocármelo sobre el hombro algo celoso. Cómo si fuese suya.
Recuerdo conmocionada que fue en ese mismo momento cuando me pregunté por primera vez como sería estar con Evaristo. Me pregunté cómo sería en la cama, cómo se movería, qué cosas me haría. Me lo imaginé entre mis piernas, aprisionada por su peso, acariciándome por todo el cuerpo, besándome con ternura. Pude notar como me calentaba en medio de la pista bailando con él a mi lado.
Uffh, estaba bastante aturdida, debía frenar mis pensamientos o acabaría cometiendo una locura. Además, comencé a encontrarme muy mal, supongo que por causa del alcohol y las luces. Incluso llegué a perder la noción del tiempo y la memoria. Mis recuerdos inmediatos comenzaban a borrarse.
.-“Creo que saldré a tomar un poco el aire, me encuentro algo mareada” fue de las pocas cosas que recuerdo decir a mi acompañante antes de abandonar la discoteca.
Y como una autómata me dirigí directamente a la salida de la disco tratando de salir de allí como fuera. Recuerdo con dificultad que Evaristo me cogió de la mano sin decirme nada y me acompañó hasta la salida. Era evidente que estaba borracha perdida.
Recorrimos un par de calles, yo caminaba dando traspiés, él me agarraba por la cintura tratando de no caer. Creo que aprovechaba para tocarme el culo descaradamente, pero no logro recordarlo con claridad. Toda mi intranquilidad era que no me había despedido de Marga. Era como si mis pensamientos se hubiesen detenido en esa preocupación, giraban y giraban entorno a mi cabeza una y otra vez sin dejarme pensar en otra cosa. Evaristo tuvo que sujetarme varias veces para que no me cayera redonda al suelo.
Recuerdo que entre traspiés y tropiezos me contaba cosas graciosas haciéndome reír, muchas veces sin sentido, fruto de mi estado de embriaguez.
En una de las veces, cedió otra vez más un tirante del vestido, y recuerdo entre nubes el contacto de las manos de Evaristo ayudándome con el dichoso tirante. A esas alturas el pobre ya tenía claro que no llevaba sujetador.
.-“¿Sabes cuál es el pez más grande?” me preguntó entre risas.
.-“No” respondí tratando de averiguar como terminaría el chiste entre carcajadas absurdas.
.-“El pezón” dijo, y ambos continuamos riendo sin sentido.
Recuerdo vagamente que me apoyó contra la puerta de un coche aparcado en la calle. Ambos reíamos como chiquillos. Recuerdo su proximidad, por primera vez en la noche me percaté de su olor corporal, me resultó extrañamente agradable.
.-“Deberías haberte puesto algún sujetador de esos invisibles con estos tirantes del vestido” dijo algo más serio mientras me recomponía como podía las finas tiras del vestido sobre un hombro. Vi su semblante serio y quise romper la tensión con alguna gracia, dada mi torpeza, dije lo primero que se me vino a la cabeza.
.-“Sabes…, mis bragas si que son invisibles” dije totalmente borracha y sin parar de reír. Evaristo puso cara de asombro, sin entender muy bien lo que acababa de decir.
.-“A qué no te lo imaginabas” dije en evidente estado de embriaguez y sin dejar de reír agarrándome a sus hombros para no caer.
.-“Lo sé” respondió Evaristo.
.-“¿Lo sabes?” insistí en preguntarle fingiendo mi asombro. Y dado el silencio incrédulo de Evaristo, comencé a contarle balbuceando mi anécdota en el servicio de señoras. Ambos reíamos mientras narraba mi historia.
Estábamos en aquel coche frente a frente rozándonos ligeramente, y aún no había terminado de contarle lo sucedido, cuando pude notar la mano de Evaristo posarse con total descaro sobre mi culo. Me miró a los ojos esperando mi reacción. Yo permanecía apoyada contra la puerta del vehículo en medio de la calle tratando de terminar mi historia. Evaristo se arrimó aún más de frente a mí, con una mano apoyada en el techo del coche evitando que me cayese de lado, y con la otra abriéndose paso entre la fría chapa de la puerta del vehículo y mi tela del vestido, acariciando ahora sí, sin ningún pudor, descaradamente mi culo. Me aprisionó con fuerza un cachete de mi trasero con su mano,  mientras me aguantaba todo el rato la mirada esperando mi reacción. Esa vez paré en seco de narrar mi anécdota del baño, ya no podía obviar su caricia.
Recuerdo que desperté de mi estado de embriaguez en ese mismo momento, era como si la borrachera se me hubiese pasado de golpe. De repente había recuperado mi consciencia. Nunca antes nadie que no fuese mi marido me había magreado de esa manera. Recuerdo con nitidez su mano explorando mi culo, su cuerpo pegado al mío, y su rostro tan próximo a mi cara que nuestros labios estaban a punto de rozarse. Un silencio que contrastaba con las risas de antes se había instalado entre ambos cuerpos.
.-“Eres muy hermosa” me dijo mirándome fijamente a los ojos.
Yo en esos momentos no supe que decir. Estaba paralizada. Supongo que había jugado con una bomba de relojería durante toda la noche y ahora me estaba explotando en mis manos. Mi silencio fue interpretado como una afirmación y esta vez la mano de Evaristo que antes sobaba mi culo, se deslizó hasta acariciar mis piernas al borde de la falda de mi vestido. Notar el tacto de su mano con la piel de mis muslos logró que me estremeciese. Yo continuaba callada, mi respiración comenzó a agitarse. Mis pechos parecían salirse del vestido. Realmente me estaba excitando pero no sabía que hacer o que decir. Nunca antes me había encontrado en una situación semejante. Estaba nerviosa perdida, todo un manojo de nervios. Me estaba acorralando.
Evaristo supo aprovecharse de mi estado y aconteció lo inevitable, se arrimó a mí buscando el máximo contacto entre ambos cuerpos. Por primera vez en mi vida, pude sentir clavado en mi pubis la dureza de otro hombre que no era mi marido a través de la fina tela del vestido. Mis pechos chocaban contra su torso a causa de mi agitada respiración, y para colmo, Evaristo me obligó a levantar y rodear su cuerpo con mi pierna, facilitándole de esta manera su acceso hasta las partes más intimas de mi cuerpo. De nuevo pude sentir su entrepierna clavada en mi cuerpo. Se deleitó un rato observando mi estado de nerviosismo antes de su acometida final. Parecía una chiquilla en su primera cita.
Me besó. Me besó en la boca a la vez que su mano se perdía debajo de mi falda acariciando la piel desnuda de mis muslos llegando hasta mis nalgas. Me besó. Me besó y yo me dejé hacer sin saber cómo había podido suceder. Por primera vez en muchísimo tiempo me sentía viva de nuevo.
Una explosión de nuevas sensaciones se apoderaron de todo mi cuerpo. No sabría decir que me resultó más estimulante en esos momentos, si su lengua explorando cada rincón de mi boca, su mano acariciando la piel de mi trasero, el bulto de su entrepierna clavado en mi pubis, o el shock mental de saber que un extraño me estaba besando y que estaba siendo infiel a mi esposo. Tal vez fuese esto último, saber que era otro hombre diferente a mi esposo quien me estaba besando.
Tenía que parar esa locura. Traté de apartarlo. Bajé bruscamente la pierna que antes rodeaba su cuerpo y apoyé mis manos en su torso tratando de zafarme de él.
.-“Yo…, esto…, no…, esto no debería de haber sucedido, estoy casada” logré articular de un solo golpe, controlando los nervios, y consiguiendo separarme levemente de él. 
.-“No me importa” dijo Evaristo restando importancia. Y acto seguido mientras se apretaba más contra mí, continuó diciendo…
.- “Yo también estoy casado” dijo al tiempo que me aplastaba con su cuerpo contra el coche y trataba de besarme de nuevo.
Esta vez giré mi cara impidiendo el beso, pero me quedé paralizada al notar el bulto de su entrepierna clavado de nuevo en mi pubis, por su parte, aprovechó mi pasividad para girarme la cara y besarme de nuevo. La mano que acariciaba mi culo subió esta vez ligeramente la tela de mi vestido, y pude sentir el frío de la chapa del coche directamente en mis nalgas.
Creo que por primera vez en mi vida me estaban besando con verdadera pasión y devoción. Aquel hombre madurito me estaba devorando. En ese momento descubrí que las caricias con mi esposo habían sido tan sólo muestras de ternura y cariño, pero no de pasión desenfrenada y deseo. Sobretodo deseo. Evaristo deseaba mi cuerpo con locura.
Liberó mi boca para comenzar a besarme por el cuello. Yo me debatía entre la razón y la pasión.
.-“No, por favor…, para, no está bien” pude articular de forma entrecortada como buenamente pude. Evaristo hacía caso omiso, estaba totalmente encelado. Ahora, su mano libre buscó mi mano para guiarla hasta su entrepierna. Me obligó a acariciarle en sus partes por encima del pantalón.
¡¡Dios mío!!. Me pareció enorme. Pude apreciar su tamaño a lo largo de la tela de los jeans.
.- “Mira como me tienes toda la noche” dijo mientras su mano aprisionaba a la mía contra su paquete. Yo quedé como hipnotizada comprobando su tamaño, no podía evitar acariciarlo una y otra vez.
Aprovechó para ladearse y besarme en la boca de nuevo, pero esta vez sus caricias se centraron en mis partes más íntimas. De nuevo su mano magreaba a su antojo mi culo, primero por encima del vestido, y luego por debajo. Incluso se atrevió a alcanzar y acariciar mi pubis.
Pude notar como su polla dio un respingo al comprobar con su mano la fina tira de pelillos que decoran mi pubis. Contraria a todas mis convicciones hasta el momento, debía reconocer que estaba totalmente cachonda y abandonada a las caricias de ese hombre. Era todo puro instinto animal. Me excitaba pensar que era como caperucita en manos del lobo feroz.
.- “Seguramente su mujer, que tendría su misma edad, tendría un coño de lo más peludo” pensé para mi mientras me dejaba manosear.
Pude notar como se abría camino a través de mis labios vaginales con sus dedos, tratando de alcanzar mi clítoris. Todo transcurría muy deprisa para mí.
.-“Aaah” no pude evitar gemir en medio de aquella calle, cuando el tipo comprobó que estaba totalmente empapada.
Uuhhm, enseguida descubrió mi clítoris de entre mis pliegues. ¡Dios! y el tipo sabía como acariciarlo. Mi marido siempre había sido un poco torpe para estimularme, pero he de reconocer que Evaristo sabía lo que se hacía. Sabía que ahora me encontraba totalmente excitada y entregada a sus caricias. Dejó de besarme en la boca para recorrer el camino que desciende por mi cuello hasta mi escote.
.-“Aaagh” otro gemido más profundo se escapó de mi boca cuando su dedo índice se abrió camino entre mis labios vaginales para penetrarme. El tipo sabía como masturbar a una dama, y mientras que con su dedo pulgar me estimulaba el clítoris, me penetraba al mismo tiempo con el índice de la misma mano. Aquello si que era nuevo para mí. Mi esposo nunca me había acariciado de esa manera. Esa sensación de temor  por lo que íbamos a hacer, por lo prohibido, elevó mi excitación hasta niveles que no recordaba.
¡Dios todo era tan nuevo para mi!. Parecía una quinceañera inexperta en las manos de aquel tipo experimentado. Me estaba derritiendo en sus manos sin poder evitarlo..
.-“Ooough” grité al comprobar que otro dedo me penetraba. Lo hizo lentamente, disfrutando del momento. Se regocijó contemplando mi rostro de placer. Mi marido nunca me había hecho nada igual.
Estaba ensartada entre sus dedos experimentando el mayor placer que hubiera sentido nunca. Estaba a punto de estallar en el mejor orgasmo de mi vida sin duda alguna, y todo provocado por un señor veinte años mayor que yo. Aquello era demasiado para mí. Era un juguete en sus manos. Esta vez fui yo quien rodeó su cuerpo con mi pierna para facilitarle la labor. Muy a mi pesar tuve que dejar de acariciar su entrepierna para agarrarme a él. Rodeé su cuello con mis manos hundiendo su cabeza en mi deseado escote.
.-“Que tetas más ricas tienes” dijo esta vez en un tono más soez, mientras me besaba por todo el escote, y que tanto deseaba. Yo solo temía que algo interrumpiese sus caricias, me estaba llevando hasta límites insospechados.
.-“No pares, por favor, sigue, sigueeeh…” le gemía en la oreja aferrada a su cuello. Estaba totalmente entregada. Sólo podía pensar egoístamente en alcanzar como fuese mi orgasmo.
.-“Estas muy buena, niña, pero que muy buena” dijo mientras movía sus dedos a un ritmo frenético en mi interior.
.-“Oh si, siih, no pares ahora, siiih” yo estaba próxima al climax final.
.-“Sigue, si, si si,…” mis gemidos eran ahora entrecortados. Evaristo dejó de besarme para contemplar victorioso como me corría entre sus dedos.
.-“Siiih, siiiiihhh, siiiiiiiihhhhhHHHH!!!!…” no pude evitar gritar mientras mi cuerpo se convulsionaba de placer ensartada por su mano.
De repente, unas risas se escucharon en la oscuridad a lo lejos. Parecían provenir de detrás de unos árboles que decoraban la calle. Aunque no pudimos ver de quien provenían, por el tono de voces, parecían  un grupo de jóvenes que nos habían estado observando desde hacía algún rato.
Yo creí morirme de vergüenza. Estaba totalmente paralizada. No entendía como podía haber podido ocurrir todo eso, como me había dejado llevar hasta ese límite. Además, de alguna forma mi orgasmo se había visto interrumpido en su estallido final. Evaristo adivinando mis pensamientos tiró de mí tratando de salir de allí lo antes posible. Cuando llegamos al cruce con una avenida principal ambos pudimos escuchar a lo lejos los gritos provenientes del fondo de la calle…
.-“¡¡¡DALE DURO ABUELO!!!” escuchamos entre absurdas risitas.
Por suerte pasó un taxi que Evaristo detuvo nada más verlo. Yo continuaba muerta de vergüenza, sin poder evitar pensar en lo que había sucedido. Necesitaba pensar, pero ninguna idea coherente surgía de mi cabeza. Por primera vez advertí que me dolía la cabeza como si me fuera a estallar. Nunca más volveré a beber tanto. Tan sólo recuerdo entrar en el taxi y caer adormilada, tratando de que parase el maldito dolor de cabeza y tratando de calmar mis nervios y mi bochorno. Evaristo me abrazó contra su hombro, gesto que agradecí en esos momentos. De vez en cuando abría los ojos y veía pasar los edificios y las luces de los semáforos sin saber por que calles circulaba.
En un momento dado, pude ver mi reflejo en el cristal de la ventanilla, mi pelo estaba totalmente revuelto y enmarañado. Tenía un aspecto horrible. Incluso creo recordar que uno de los tirantes del vestido cayó de nuevo desnudando uno de mis hombros durante todo el trayecto.
Cuando se detuvo el taxi abrí los ojos para ver que habíamos llegado a la entrada de un conocido hotel de cinco estrellas de la ciudad. Un empleado del hotel me abrió la puerta.
.-“¿Por qué me has traído aquí?” le pregunté despertando de mi ensoñación a Evaristo sorprendida mientras trataba de arreglarme.
.-“No me dijiste donde vivías, y no iba a dejarte sola en el taxi. Además no creo que quieras que tu marido te vea en este estado. Mira, ¿por qué no tomamos algo hasta que se te pase?” dijo tratando de que bajase del taxi mientras pagaba la carrera al atónito taxista.
Su respuesta me pareció sincera y decidí bajar del taxi con la intención de tomar algún café en la cafetería o en los sillones del hall del hotel.
Para mi desgracia y dada la hora, una vez dentro del hotel el hall estaba apagado y la cafetería cerrada, yo me quedé parada analizando la situación, aunque Evaristo ya tenía la solución.
.-“Será mejor que subas a mi habitación, aquí llamaremos mucho la atención” dijo agarrándome por el brazo y tirando de mí hacia los ascensores.
Yo no pude poner objeción, no podía pensar con claridad y me dejé llevar. Los minutos transcurridos en el ascensor me parecieron una eternidad. Evaristo me sujetaba por la cintura para que no cayese redonda en medio del pasillo. Mi cuerpo se había relajado y el alcohol volvía a ganar la batalla.
Nada más atravesar la puerta de la habitación, Evaristo me acorraló por sorpresa contra la pared del pasillito de entrada y aprovechó para besarme. No sé porqué pero no opuse resistencia, me pareció lógico en ese momento, aunque de nuevo me asaltaron las dudas. Aquello no estaba bien, yo tan sólo quería descansar un poco y recuperarme antes de regresar a mi casa. Mi vista sólo era capaz de ver la cama tratando de descansar, como la solución a todo cuanto me estaba sucediendo en esa noche tan extraña. Mientras Evaristo me besaba, me acordé de mi esposo y de cómo estaría el pobre durmiendo a pierna suelta en nuestra cama conyugal.
Evaristo por su parte, como adivinando de nuevo mis intenciones y adelantándose a la jugada, me llevó hasta el lecho. Yo caí rendida de espaldas sobre la colcha de la cama. Mi cuerpo fue a descansar justo en el borde de la cama apoyando los pies en el suelo. Evaristo lograba transmitir la sensación de que todo aquello ya era habitual en él, y sin saber porqué me tranquilizaba.
Se arrodilló a mis pies y sin prisa alguna comenzó a desabrocharme las tiras de mis sandalias. Primero un píe y luego el otro. Conocedor de lo que se hacía, comenzó a masajearme los píes con ternura. Aquellas caricias me sentaron de gloria. Seguramente, era justo lo que necesitaba en esos momentos. Evaristo no mostraba ningún tipo de pudor a la hora de masajear mi píes, incluso podría decir que le excitaba mi olor de hembra en toda su extensión. En un momento dado me chupó el dedo gordo del píe. Lo introdujo en su boca y realizó un extraño movimiento con su lengua. Nunca hubiese pensado que resultase una zona tan sensible y estimulante.
Me incorporé sobre mis hombros para contemplar la escena.  Desde luego, mi marido pocas veces o ninguna, había tenido semejante delicadeza de masajearme los píes tras una noche agotadora y mucho menos de besarme los píes. Caí en la cuenta de que eran las mismas manos que me acariciaron contra el coche, y que seguramente todavía llevarían mi olor más íntimo impregnado. Mi mirada se cruzó con la de Evaristo, pero enseguida me dí cuenta de que él miraba a otro lado, desde esa posición tenía una visión privilegiada de mis piernas.
En agradecimiento a sus gestos y a su detalle, decidí abrir un poco mis piernas para que pudiese verme mejor. Sus caricias me estaban sentando de gloria. No sé porque pero me gustó exhibirme un poco ante él, a lo mejor por todo lo acontecido anteriormente. Evaristo siguió durante un tiempo masajeando mis píes y mis pantorrillas, pero debido a mi estado, enseguida caí adormilada sobre la colcha de la cama.
Hubiera permanecido toda la noche durmiendo de no ser por los mimos de Evaristo que me despertaron. Cuando abrí los ojos pude comprobar que la falda del vestido estaba totalmente arremolinada en mi cintura y que Evaristo permanecía arrodillado entre mis piernas, mientras me daba tímidos besos entre los muslos muy cerca ya de mi pubis. No sé cuanto tiempo llevaría besándome por los muslos, seguramente mi letargo lo había envalentonado a avanzar en sus caricias.
Cuando me incorporé para comprobar lo que sucedía pude advertir que Evaristo se había quitado su camisa luciendo un torso sin pelo en el pecho y unos abdominales muy bien marcados. Su pelo estaba algo húmedo y tampoco llevaba puestos los zapatos. Un olor a colonia cara provenía de su cuerpo. Se notaba que se había acicalado un poco mientras yo dormía. Me gustó observar su cuerpo cuidado, marcaba unos biceps fuertes cuyos tendones me llamaron la atención.
Al verme reclinarme se alegró de que me despertase, y cruzando su mirada con la mía se atrevió a darme un beso sobre la fina tira de pelillos que decoraban mi pubis, el caminito de hormiguitas según mi esposo, para acto seguido continuar besándome alrededor de mi coñito hasta alcanzar la parte más alta de mis muslos. Temí sus pretensiones pues nunca me habían besado así en mis intimidades. Mi marido nunca me había hecho sexo oral.Sus besos me produjeron cosquillas y no pude evitar reírme.
.-“¿Qué haces? ¡para!” dije entre las risas provocadas. Evaristo me sujetaba con fuerza.
.-“Estas para comerte” dijo antes de recorrer de abajo a arriba de una sola pasada mis labios vaginales con su lengua.
Yo me quedé estupefacta por su acto, todo era nuevo para mí. Por mi cara de asombro Evaristo debió de darse cuenta.
.-“Nunca te han hecho algo parecido ¿verdad?.” pronunció antes de esmerarse en encontrar mi clítoris con su lengua. Sus manos sujetaron con fuerza las mías.
.-“Quiero comerte enterita” dijo antes de continuar besándome en mis intimidades. Yo quise levantarme y salir de allí, sabía que las caricias de Evaristo me llevarían de nuevo a la locura y debía detener aquello.
Sin embargo aquel tipo que me sacaría perfectamente unos veinte años más, demostró ser habilidoso en su maniobra. Ahora me agarró fuertemente por las caderas hundiendo su cara entre mis piernas. Pude notar su aliento y su nariz inhalando mi perfume de mujer. Al principio me hacía cosquillas, pero hubo un antes y un después tras aprisionar mi clítoris entre sus labios, desde luego jugueteaba con mi botoncito a su antojo. Yo por mis movimientos de cadera parecía una yegua por domar. A pesar de mi resistencia inicial, el tipo continuó con su tarea.
.-“UUuhhhmmm…,” mi primer gemido no tardó en llegar.
No sé en que momento pasamos de sujetarme él, a rodear su cabeza entre mis piernas, y ser yo quien no dejase marchar de allí a aquel hombre, que de nuevo me llevaba hasta sensaciones nunca experimentados. Sujetaba su cabeza aferrándome a su pelo para que no parase. Mi cadera se movía ahora en pequeños círculos acompasando sus caricias.
.-“Oh si, sigueeeh….” pronuncié presa del placer.
Una vez supo que me tenía a su merced, comenzó a introducirme un dedo. Lo movía despacio en mi interior tratando de desesperarme. Desde luego era todo un experto, a veces jugueteaba con su lengua presionando mi clítoris de arriba abajo, otras lo lamía dando círculos alrededor, y otras lo aprisionaba entre sus labios, incluso me daba algunos mordisquitos, desesperándome. Hubo un rato en que se entretuvo en lamer mis labios de abajo arriba una y otra vez, hasta que estuvo bien lubricado, y aprovechó para meterme un segundo dedo e incluso un tercero.
.-“Ough!, cuidado” advertí al sentir un poco de dolor que desapareció enseguida.
Cuando de nuevo comenzó a juguetear con su lengua y los tres dedos en mi interior, alcancé el mejor orgasmo de mi vida. No podía evitar las sacudidas de mi cuerpo, por lo que aprisione entre mis piernas la cabeza de Evaristo para que sus caricias no se viesen interrumpidas.
.-“Aaah, aaaah, siiiih…” gritaba de gusto al correrme en su cara.
Desconozco cuanto tiempo estuve gimiendo de placer convulsionándome, solo sé que me costó un tiempo  recuperarme tirada en la cama.
Evaristo permanecía ahora en pie frente a mí contemplando la escena victorioso. En un momento dado se bajó la cremallera de los pantalones mostrando una polla enorme ante mis ojos sin ningún reparo. Yo me estaba recuperando aún de mi orgasmo, cuando el tío comenzó a masturbarse enfrente mío mientras me contemplaba.
Por un momento temí que tratase de penetrarme. Una cosa era que hubiera tocamientos, y otra muy distinta que me follase. Eso no podía suceder. No porque no lo desease, sino porque no sabría como decírselo o como ocultárselo a mi marido y convivir con ello toda mi vida. Así que antes de que intentase nada, traté de incorporarme, y acomodándome sobre el borde de la cama, lo miré fijamente a los ojos, aparté sus manos, y cogiendo su polla, comencé a masturbarlo yo misma.
Resultó extraño acariciar el miembro de otro hombre entre mis manos. Pude fijarme en su polla, seguramente algo mayor que la de mi esposo. Se le notaban las venas a su alrededor y una cabezota bien descapullada.
Mientras se la meneaba no dejaba de mirarlo a los ojos. Quería que se corriese cuanto antes, así terminaría todo aquello y podría regresar a casa. Seguramente un hombre de su edad no podría aguantar mucho más y todo terminaría tras hacerle la maldita paja. Además, de algún modo sentía que debía compensarle por tanto placer nuevo experimentado para mí.
Él me miraba atento, como no queriendo perderse ningún detalle de mi cuerpo. Para mi satisfacción pude comprobar que le costaba correrse, por lo que supuse que mis expectativas se cumplirían, y que una vez se hubiese corrido terminaría todo. Mientras lo masturbaba con una mano y tratando de provocar cuanto antes su orgasmo, me deslizé las tiras del vestido en mis hombros con la mano libre, dejando caer los tirantes del vestido y mostrándole mis tetas para su deleite. Si había algo con lo que estaba disfrutando esa noche era provocando a ese hombre. No dejaba de mirarlo a los ojos comprobando su excitación al verme los pechos.
.-“Ufffh,” resopló al verme desnudar los pechos.
Comprobé que había logrado lo que buscaba, pues su polla se puso aún mas dura. Pude notar sus espasmos en mi propia mano. Estaba claro que llevaba toda la noche esperando ver mis tetas.
Quise rodear todo aquello con las dos manos. ¡¡Madre mía, que pedazo de polla!!, la tenía agarrada con las dos manos y todavía sobresalía la punta. Creo que notó por mi falta de experiencia que no estaba acostumbrada a estos menesteres. Yo trataba de disimular y fingía naturalidad. El caso es que ese tipo había despertado la zorra que llevaba dentro con que siempre había fantaseado que podía llegar a ser.
.-“¿Te gustan?” le pregunté a la vez que acercaba la punta de su polla a uno de mis pezones. Todavía sin rozarse y manteniendo cierto suspense.
.-“Son muy bonitas” dijo al tiempo que se dejaba llevar por las sensaciones.
.-¿Acaso has visto muchas?” Trataba de excitarlo. Podía notar por los espasmos de su polla en mi mano que la conversación le excitaba.
.-“Unas cuantas” me respondió. A mí me llamó la atención su respuesta. Pensé que era un farol.
.-“Aah, siiiií ¿y dónde?” esta vez rocé con mi pezón la punta de su pene, me estaba gustando a mi misma comportándome de esa manera.
.-“Mira niña, un hombre tiene sus necesidades, y con mi dinero puedes satisfacerlas. Puedes ir de putas o emborrachar a alguna zorra que cepillarte” dijo tratando de aproximar su polla entre mis tetas.
A mi no me gustaron mucho sus palabras, me había llamado zorra a la cara. Una cosa es que lo pensase yo de mi misma, y otra muy distinta consentir que me lo dijera un tío cualquiera. De ser  mi marido le hubiese arreado un tortazo allí mismo, pero he de reconocer que en boca de aquel tipo me resultó hasta excitante.
“Zorra” pensé, “así es como voy a comportarme si es lo que te gusta, para que te corras cuanto antes y acabemos con esto”.
.-“Y tu mujer…, ¿lo sabe?” dije aprisionando su polla entre mis tetas para su locura. Traté de hacerlo lo mejor que sabía.
.-“Mi mujer es una estrecha que ni tan siquiera me la chupa” dijo recogiendo mi pelo en una coleta y haciendo fuerza para que mi cara alcanzase su polla. Comenzó a tratarme algo brusco.
Yo no tenía costumbre de practicar sexo oral con mi esposo. Lo habíamos hecho de novios alguna vez y poco más. No era una práctica que me gustase. Así que cuando Evaristo aproximó su polla a mi boca, volteé la cara tratando de impedírselo.
.-“¿Tampoco te gusta chupársela a tu marido?, ¿eh?” dijo insistiendo en metérmela por la boca. Yo giraba mi cara de un lado a otro tratando de impedírselo. De tal forma que me restregaba su polla por mi cara para su excitación.
.-“Anda, abre esa boquita de zorra viciosa que tienes. Te gustará tonta. Tu marido tampoco te lo ha comido nunca como es debido y bien que te ha gustado antes” dijo sujetándome con fuerza la cabeza para lograr su objetivo.
Le hubiese partido la cara en ese mismo instante. No lograba entender porqué se comportaba así, había sido un galante durante toda la noche y sin embargo ahora…,
.-“Conmigo no te hagas la estrecha, no soy tu marido” me decía.
Yo me resistía, hasta que cogiéndome con fuerza por el pelo tiró de él hacía atrás haciéndome daño. Tuve que abrir la boca tratando de gritar, y él aprovechó el momento en el que abría los labios y quejarme para introducirme su polla en la boca.
Me tenía bien sujeta y me estaba follando la boca sin ninguna consideración. Era una extraña sensación, me sentía humillada y la vez me gustaba ser utilizada al antojo de ese hombre. Era todo tan distinto a cómo lo hacía con mi marido.
Sus embestidas me provocaban arcadas al golpear mi campanilla con su polla. A poco vomito. Me faltó poco para no hacerlo. Saco su miembro en el momento justo.
.-“Cough, cough, cough” tosí cuando mi boca se vió liberada.
.-“Para por favor, para. Haré lo que me pides, pero así no, por favor” supliqué mientras trataba de recuperar la respiración y tratando de acabar cuanto antes con la situación.
.-“Ya sabía yo que lo estabas deseando. Ves como en el fondo te gusta chupar polla” dijo sin dejar de meneársela delante de mi cara. Yo continuaba haciendo esfuerzos para no vomitar.
.-“Anda desnúdate, te voy a enseñar como se chupa una buena polla” y mientras dijo estas palabras, el mismo se quitó su pantalón, terminando de desnudarse por completo.
Me levantó de mi posición sujetándome por debajo de los brazos, e incorporándome también a mí, a la vez que me quitaba el vestido tirando de el hacia arriba. A poco me lo rompe, así que terminé por quitarme yo misma el vestido mientras él se tumbaba en la cama observando lascivamente mi sumisión.
Me arrodillé delante de él completamente desnuda en la cama y comencé por darle pequeños besitos en sus muslos. Quería hacerme a la idea de que terminaría chupándole el miembro. Era todo tan distinto, me sentía como si fuese la primera vez, y en cierto modo lo era. Él sabía de mis dudas y me concedió mi tiempo. Poco a poco me fui acostumbrando a su olor a macho, el pudor se desvaneció. Ya no podía demorar el momento.
Por fín cogí su polla con una mano y comencé a darle tímidos besitos en sus pelotas. Luego besé la base de su polla, después la primera lamida de abajo arriba. Otra. Otra… y otra, hasta que al fin me introduje su prepucio entre mis labios. Traté de aprisionarlo mientras mi mano subía y bajaba recorriendo toda su longitud.
.-“Así esta bien preciosa, continúa” pronunció entre gemidos. Yo comencé a subir y bajar mi cabeza con su polla atrapada entre mis labios, tratando de hacerme sitio en mi boca. Me sentía como una puta, y lo peor de todo es que me estaba gustando sentirme deseada por ese hombre y proporcionarle placer con mi cuerpo.
Se notaba que el tío lo estaba disfrutando. Con el movimiento, mis pechos rozaban de vez en cuando en sus piernas, al principio fue sin querer, luego intencionadamente, lo que terminaba por excitarle. Yo traté de aumentar estas sensaciones refrotando mis tetas por sus muslos de las piernas. Pero de alguna manera se notaba que mi ritmo era mecánico, se notaba mi falta de experiencia. Fue Evaristo quién me dijo.
.-“Quiero que te acaricies” dijo para mi sorpresa.
.-“¿Queeééé?” interrumpí mi maniobra para mirarlo a los ojos.
.-“Si, lo que has oído, quiero que te masturbes, que te acaricies tu misma, quiero ver como lo haces” dijo mientras recogía mi pelo y hacía fuerza para que se la chupase de nuevo.
Yo seguí sus órdenes y comencé a acariciarme, al principio sin mucho convencimiento, pero he de reconocer que una vez acostumbrada a su olor de macho, superado el pudor y la timidez, saboreando semejante pedazo de polla, mis pechos rozándose por sus piernas y mi mano haciendo su trabajo en mi clítoris, comencé a excitarme yo también.
Tenía razón, mi ritmo era ahora más natural, menos forzado. El no podía evitar mover su cadera, y por mi parte incluso me introducía de vez en cuando algún dedo masturbándome ante él. Eso era algo que nunca había hecho delante de mi marido, sólo en mis ratos de intimidad.
.-“Oh, siiih, que bien lo haces ahora” gemía Evaristo. Yo comenzaba a gustarme a mi misma.
.-“Oh, siiih, siiih” Evaristo no paraba de hablar, yo en cambio prefería estar más concentrada en todas las sensaciones.
.-“Escucha, nena, quiero que me metas un dedo por el culo” dijo de buenas a primeras entre gemidos cuando estaba próximo al orgasmo.
.-“¿Quueééh?” exclamé asombrada por lo que acababa de escuchar. Había oído hablar de ello, pero nunca pensé que un hombre me pidiera tan explícitamente que le estimulase su ano. Aquella zona era prohibida con mi marido.
.-“¿Cuál es el dedo que te has metido tu misma?, ¿el qué tienes mas lubricado?” me preguntó. Yo enseguida adiviné sus intenciones.
De comentarlo en otra situación siempre hubiera dicho que aquello era una guarrada, pero en cambio en aquel instante me pudo la curiosidad de saber que ocurriría.
No tuve mucho reparo en introducirle por el ano el mismo dedo que antes penetraba mi vagina proporcionándome placer a mí. Lo hice de forma rápida y sin mucho preámbulo mientras se la chupaba. Aquello tuvo que dolerle, pero para mi sorpresa nada más introducirle el dedo en el ano se corrió en mi boca. Entre que me pilló desprevenida, y que él me sujetaba la cabeza por el pelo, no tuve más remedio que tragarme su leche.
Quise toser y escupir, pero con su miembro en mi boca no tuve más remedio que tragar para no ahogarme.
.-“Guuau, preciosa lo has hecho muy bien” dijo acomodándose en la cama.
Yo corrí al baño a escupir su leche sobre un trozo de papel higiénico que tiré por el water, y luego comencé a aclararme la boca en el lavabo.
Evaristo se situó detrás de mi, nuestras miradas se cuzaban en el espejo del baño. Yo todavía trataba de asimilar lo ocurrido. Evaristo a mi lado comenzó a acariciarme la espalda y fue bajando hasta tocarme el culo.
.-“¿ Te ha gustado?” me preguntó mientras me acariciaba con ternura. Yo no supe muy bien a qué se estaba refiriendo.
.-“¿El qué?”. Dije sin entender muy bien lo que quería haber dicho.
.-“No sé, todo, por ejemplo antes, en la calle, cuando te introduje los dedos, ¿te gustó?” quiso saber. Yo no dije nada.
.-“¿Era la primera vez verdad?” insistió en preguntarme.
Mi silencio delataba que era verdad. Su mano se centraba ahora en acariciar solo mi culo. Lo cierto es que yo había interrumpido mis caricias y permanecía excitada.
.-“Hay tantas cosas que te puedo enseñar “ dijo centrando sus caricias en mi culo.
El suspense de sus caricias y sus palabras me mantenían en vilo. ¿Qué pretendía aquel hombre?. Desde luego era todo un universo nuevo para mí. Un silencio se apoderó del momento, continuábamos en píe frente al espejo cruzando nuestras miradas y mi pasividad ante sus caricias en mi culo animaron a Evaristo a avanzar en sus maniobras. Me cogió de la mano y me arrastró hasta tumbarme boca abajo en la cama. Yo me dejaba guiar totalmente sumisa ante su experiencia y por todo lo que ese hombre había logrado despertar en mi.
Ahora era yo quien permanecía tumbada boca a bajo en la cama con los brazos cruzados sobre mi cara, y Evaristo quien descendió hasta acomodarse con una pierna a cada lado, de tal forma que comenzó a darme besitos en mis nalgas. Primero tímidos besitos en la  parte alta de mis cachetes y luego por todo mi trasero, recreándose en la parte donde se unen mis nalgas y mis piernas. ¡Dios!, ¿¡que es lo que pretendía!?, yo permanecía inmóvil a sus caricias y el observaba mi reacción.
Pude notar como separaba mis cachetes del culo y daba un primer lametazo por todo mi aguerito negro. No pude evitar apretar mis nalgas. Evaristo dio un segundo lametazo por la línea que separa mis nalgas. ¡Madre mía!, no sabría como describir mis sensaciones. Nunca, nunca, nunca hubiera imaginado que esto pudiera estar sucediéndome. Desde luego mi marido nunca me hubiese realizado estas caricias.
Pude notar como Evaristo separaba aún más con sus manos los cachetes de mi culo, y esta vez jugueteaba con su lengua alrededor del anillo de mi ano. Su nariz me hizo cosquillas, seguramente de los nervios.
.-“Guauu, mi primer beso negro” pensé. Pude notar como la lengua de Evaristo trataba de abrirse paso a través de mi esfínter, y para colmo podía comprobar como la polla de Evaristo se iba poniendo cada vez más dura al sentir su roce entre mis piernas. El tío se estaba recuperando muy pronto. Desde luego mucho antes que mi esposo. Inconscientemente mis nalgas estaban tensas.
.-“Splashhhh” una nalgada de Evaristo enrojeció mi culo e hizo que relajase mis músculos.  Yo estaba ya encharcada, no sé si los fluidos que notaba descender eran míos o saliva de Evaristo. Por otra parte notar la dureza de mi amante bambolearse en mis piernas me hacía preguntar si se habría recuperado, si sería capaz de aguantar más, y fue en ese momento cuando escuché que me decía…
.-“Creo que estas preparada” y nada más decir esto acomodó guiando con su mano la punta de su polla hasta mi ano. No recuerdo el momento en el que se pusiera el preservativo debido a mi excitación, pero podía notar el tacto del latex en la entrada de mi culo. Estaba claro lo que pretendía.
.-“No, por ahí no” trate de negarme inocentemente. Temí que me hiciese daño, que me lastimase.
Comenzó a empujar, yo mordía la almohada y estrujaba las sábanas en mis puños  suplicando mentalmente que aquello no me doliese. Me estaba desvirgando el culo. La adrenalina recorría todo mi cuerpo, temblaba de miedo y de excitación. Comenzó a empujar contra mi culo y el dolor me invadió. Mi amante insistía, hizo un poco más de fuerza, y pude notar por el dolor que su punta había logrado abrirse camino.
.-“Aaaaayyh, me duele” grité ahogando mi lamento en la almohada. Pero Evaristo hacía caso omiso, continuaba empujando. Aquello dolía, dolía mucho.
Sin embargo se notaba que Evaristo era un experto en estos temas, y justo cuando no podía soportar más mi dolor, sacó su polla de mi culo. Yo agradecí su gesto. Pero de nuevo aproximó por segundo intentó su polla a mi esfínter.
Esta vez cedió con más facilidad. Con cada golpe de cadera pude notar como centímetro a centímetro Evaristo clavaba su polla en mi culo. Sentía tal dolor que sabía me estaba partiendo en dos, y sin embargo me esforcé por tragarme mis gemidos y mis quejas. Supe que me la había clavado entera cuando sus huevos chocaron con mi coño. Permaneció un rato inmóvil tratando de que mi esfínter se acostumbrara a su miembro. Se recreaba contemplando mis muecas de dolor y mis esfuerzos por aguantarme. Cuando mis gestos de dolor cesaron, comenzó a moverse lentamente, adelante y atrás.
.-“Ves, te estoy rompiendo  el culo y no pasa nada” dijo en mi nuca, recogiendo mi pelo a un lado.
Podía sentir su peso en mi espalda y sus caderas golpear contra mi culo. Poco a poco fue incrementando su ritmo, golpeándome fuertemente con sus caderas como queriendo llegar a lo mas hondo posible. Pasó de golpes fuertes y lentos a moverse rápidamente. Instintivamente bajé uno de mis brazos para acariciarme yo misma. Empezaba a sentir esa extraña sensación que pasa del dolor al placer. Estaba siendo penetrada por el culo por primera vez en mi vida y me estaba gustando. Comencé a gemir.
.-“oh, siih, me gustaaah, muévete” no podía creer lo que decía, pero estaba fuera de mí.
Eso terminó por excitar aún más a Evaristo que ahora se movía en mi espalda a un ritmo frenético. Yo quise excitarlo aún más.
.-“OOoooh, siiiiihh, eso es, rómpeme el culo” le decía fuera de mí.
Pude escuchar sus gemidos en mi nuca, también yo me excitaba al saber que semejante pedazo de macho estaba disfrutando de mi cuerpo como nunca antes ningún otro hombre lo había hecho. Incluso podía notar a través de los finos tejidos de mis entrañas la polla de mi amante cuando me introducía un dedo en mi coñito. Era totalmente indescriptible el estallido de sensaciones en aquel momento. No sé que me excitaba más, si notar la polla de Evaristo dilatando mi esfínter, mis dedos, mis caricias en el clítoris o el placer mental de saber que le estaba entregando a otro hombre, lo que nunca le había concedido a mi marido.
 He de reconocer que saber que le estaba poniendo los cuernos a mi marido era una idea que al contrario de crearme en esos momentos un sentimiento de culpa me excitaba de sobremanera.
Yo estaba ya próxima al orgasmo, cuando pude notar las contracciones de la polla de Evaristo en mi culo. Pude sentir como se corría. De nuevo no podía creer que buscase su propio placer y que no hubiera pensado en mí. Me parecía tan egoísta por su parte. Unos bufidos finales me hicieron temer que mi amante se había corrido en mi interior.
.-“Ooh nena, ha sido estupendo, ¿no crees?” y tras pronunciar estas palabras
cayó exhausto sobre la cama tirando el preservativo a un lado.
No podía creer que me dejase a medias, yo necesitaba correrme como fuera.
.-“¿No pensarás dejarme así?” dije enojada girándome sobre la cama para mirarlo a los ojos amenazante.
.-“Lo siento, nena, dame un tiempo” dijo mirando cómo su atributo perdía vigor.
.-“Ni lo sueñes”, dije poniéndome encima suyo a horcajadas.
Lo cierto es que su polla estaba algo flácida. Yo traté de reanimarla, necesitaba tenerla en mi interior. Así que la cogí entre mis manos tratando de que recuperase su esplendor.
.-“¿Es cierto lo que me dijiste antes?” pregunté poniendo cara de niña mala.
.-“¿El qué?” me respondió.
.-“¿Te acuestas con muchas mujeres?” estaba intrigada por sus comentarios anteriores. Siempre había fantaseado con la posibilidad de que un tipo me contratase por mis servicios. Creo que en el fondo es una fantasía bastante común en las mujeres. Me recliné sobre su cuerpo, yo estaba tumbada encima de él buscando el máximo contacto entre nuestros cuerpos. Susurrándole prácticamente en la oreja.
.-“Ya te he dicho que sí. Dime…, ¿qué quieres saber?” sabía que algo rondaba mi mente. Yo agaché la cabeza muerta de vergüenza no sabía como decírselo.
.-“Yooo, estooo, no sé cómo decírtelo, me da cierta vergüenza…” realmente no sabía comoempezar.
.-“No me digas que siempre has fantaseado con que te follen como a una puta ¿verdad?” dijo adivinando mis pensamientos.
Si hay algo que me irrita en este mundo es a un tío en plan machito y con aires de superioridad respecto de una mujer. Pero tenía razón, era lo que necesitaba…
.-“Seguro que piensas que soy una cualquiera y no es así… soy una mujer decente, solo que… ” le susurré en la oreja. No me dejó acabar.
.-“Tranquila se muy bien lo que quieres…” dijo al tiempo que me dió una cachetada en el culo y me dijo en un tono fingido y totalmente cómplice de mi fantasía:
.-“Vamos puta, haz tu trabajo”. Sus palabras golpearon mi mente. Lo que me estaba sucediendo era algo con lo que desde adolescente había fantaseado. Así que me incorporé a horcajadas suyo, y sin dejar de mirarlo a los ojos comencé a tocarme los pechos ante su atenta mirada.
.-“¿Te gusta eh?” me dijo mientras yo comenzaba a moverme adelante y atrás sobre su polla. Podía notar como su miembro separaba mis labios vaginales y se endurecía poco a poco con mis movimientos. Al tiempo trataba de alcanzar uno de mis pechos con mi lengua, en plan lascivo.
.-“¿Seguro que quieres comerme las tetas, eh cabrón?” lo provocaba sin dejar de acariciarme, me estaba comportando como una zorra y eso nos estaba excitando a ambos. De repente me apartó mis manos y me dio un manotazo en uno de mis pechos, luego en el otro, y así varias veces. Me puso muy cachonda sentir como azotaba mis tetas, desde luego mi marido nunca me hubiese hecho eso.
-.”Si vamos, muévete zorra” me decía el por su parte interpretando su roll de cliente. Su polla comenzó a estar dura de nuevo. Me encantaba restregarme sobre su polla adelante y atrás como una amazona. El no dejaba de decirme…
.-“Vamos zorra, métetela” y cosas por el estilo que me excitaban de sobremanera. Al fin, sin dejar de mirarlo a los ojos, agarré su polla entre mis manos y yo misma me la guié hasta la entrada de mi coño.
.-“¿Te gusta mi polla, verdad zorra?” me decía totalmente excitado.
.-“Ooh siiiih, que pedazo de polla tienes. Quiero sentirla dentro” dije al tiempo que su cabezota se abría paso en mi interior.
.-“Pienso follarte como nunca te lo ha hecho tu maridito” pronunció al tiempo que me cogía por las caderas y comenzaba a marcar el ritmo.
.-“Oh, siiih, siiiih” comencé a gemir yo.
.-“Ya sabía yo desde el primer momento en que te ví, que tu lo que necesitabas era una buena polla de verdad” decía mientras me manejaba a su antojo. Yo por mi parte comencé a acariciarme yo misma mi clítoris.
.-“Menuda puta estas hecha” decía sabedor de que sus palabras me excitaba.
.-“¿Te gustan?, ¿Te gustan las tetas de esta zorra?” le dije mientras guiaba una de sus manos hasta uno de mis pechos. Estaba totalmente sudada.
.-“Llevas mostrándomelas toda la noche” dijo mientras me estrujaba un pecho en su mano. Aquella maniobra brusca acabó por hacer que mi cuerpo estallase de una vez.
.-“ooh, siiih, siiiiiih, sssiiiiIIIIIIIIHHHHH” grité mientras me convulsionaba de placer en el mejor orgasmo que he tenido nunca. A Evaristo en cambio le costó un poco más alcanzar su orgasmo. Tuve que aguantar tumbada encima de su torso sin que pudiese mirarme a la cara hasta que terminó por correrse. Esos segundos creo que fueron el peor momento de mi vida, me sentí verdaderamente sucia, como una puta de verdad. No me gustó. Supongo que brotaron de golpe todos mis remordimientos. Otro hombre que no era mi esposo me estaba utilizando para correrse en mi interior. Solo deseba mi cuerpo, sin amor, sin cariño, sin ternura,…
Una vez hubo concluido me tiró a un lado suyo sobre la cama, ambos en completo silencio, hasta que su mera compañía comenzó a ser incómoda. Decidí entonces levantarme e ir al baño. Cogí mi vestido que yacía por el suelo y me encerré en el baño tratando de arreglarme. Me dí una ducha rápida.
Gracias a Dios en este tipo de hoteles suele haber cepillo de dientes, peines, jabón, y todo lo necesario para arreglar mi aspecto. Aún tarde un tiempo en abrir de nuevo la puerta del aseo. Cuando salí del baño a la habitación me encontré con que Evaristo concluía de vestirse, estaba abrochándose los últimos botones de su camisa.
Nada más verme sacó su cartera del bolsillo trasero del pantalón, y depositó un par de billetes de cincuenta euros junto con una tarjeta de visita sobre la mesilla de noche. Yo lo miré estupefacta mientras escuchaba como decía:
.-“Ha sido maravilloso reina, llámame cuando quieras” dijo dándose la media vuelta y dedicándome una última mirada de arriba abajo antes de salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Yo contemplaba atónita el dinero encima de la mesilla.
.-“¿Qué se habrá creído ese imbécil?” dije cogiendo el dinero y ojeando la tarjeta que había dejado también.
Me quedé de piedra al ver la tarjeta de visita de aquel tipo.
Evaristo Pérez Martínez
Marketing Manager
Internacional Trade Company
El logotipo de la empresa era exactamente igual a la compañía en la que trabaja mi marido. Aquello si que no me lo podía esperar, y todavía no logro entender porqué guardé esa tarjeta en mi bolso antes de abandonar la habitación.
Llegué a casa de madrugada, casi amaneciendo. Pude ver a mi marido tumbado en la cama dormido apaciblemente. Decidí dejarle una nota:
“Por favor, no me despiertes, déjame dormir”.
Cuando desperté estaba sola en casa, mi esposo me había dejado otra nota:
“Nos vamos a comer a casa de mis padres, descansa. Te quiero”.
Así que tuve todo el domingo para ducharme, y ordenar mis sentimientos. De momento decidí  que no le contaría nada de lo sucedido.
Recordar visitar mi blog:
 
o escribirme a la dirección de correo:
 
Gracias a todos los que dejéis un comentario o una invitación.
 
 
 

¡Qué culo tiene esa mujer!: Linda acepta su sumisión. (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

$
0
0
TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Como en todos los relatos que publico con Virgen Jarocha, esta primer foto es suya. Las demás son de una modelo.
Si queréis agradecérselo, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com

Sin-t-C3-ADtulo16Habiendo casi violado a la mujer de mi amigo en el comedor, la mandé a prepararse porque esa noche iba a ser nuevamente mía. Mientras me servía una copa, me puse a recapacitar sobre lo sucedido.
“He sido bastante cabrón” pensé mientras una sonrisa decoraba mi rostro, “María no se merecía que me aprovechara de sus dificultades y la obligara a acostarse conmigo”.
Sin sentir ningún resentimiento, repasé  como había usado su difícil situación económica y la enfermedad de su marido, para cobrarme mi ayuda. Necesitada de dinero, esa mujer no había podido evitar mi ataque. Se lo dejé claro: si quería que mi auxilio iba a tener que pagar con su cuerpo. Al principio, se había negado e incluso había intentado revelarse pero mi amenaza de dejarla en la calle y encima no pagar el tratamiento de su esposo, la habían obligado a entregarme su culo. 
Satisfecho de cómo se había desarrollado mis planes, apuré mi whisky y pensando en que iba a tener a esa mujer como mi sumisa, decidí ir a tomar una ducha. Al entrar en mi habitación, me encontré con que la mujer de Alberto no sólo me había obedecido sino que me esperaba arrodillada al lado de la cama. También me sorprendió verla vestida con un camisón transparente. La escasa tela y lo fino de la misma, me permitió comprobar que no llevaba ropa interior.
Realmente estaba preciosa, con sus pechos al descubierto y ese aire de inocencia que había sabido adoptar. Su postura me dejaba contemplar todas sus piernas e incluso el inicio de sus nalgas.
Por gestos, le hice saber que me iba a duchar. Bastante excitado, me metí en la bañera, sabiendo que en cuanto saliera ahí iba a estar mi sumisa. El duchazo fue rápido, por lo que tras mojarme un poco, salí a encontrarme con ella.
María, sin que yo se lo pidiera, me esperaba arrodillada en el suelo:
-Sécame-
Curiosamente, su rebeldía había desaparecido y sus ojos me dijeron que necesitaba servirme. Por eso alzando mis brazos esperé que se levantara, y que con la toalla corriera por mi cuerpo secándome. Incapaz de sostener mi mirada, fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. No tardé en comprender que mi duro trato, no solo había vencido todos sus reparos, sino que viendo que su sumisión era inevitable la había aceptado.
Comportándose como una sumisa adiestrada, mi nueva amante no me contestó con palabras, su respuesta fue física y olvidándose de sus prejuicios, pasó la toalla por mi cuerpo con exquisita suavidad para secar toda mi piel. Sin que ella hablara ni yo le dijera mis deseos, fue traspasando los tabúes normales, pegando su cuerpo a mis pies.
Pude notar su radical cambio, olvidándose de la mujer discreta y amante de su marido, la rubia asumió su papel y sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies. Noté que estaba deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de sus caricias. Al comprobar mi erección, se saltó el guion que tenía preparado donde iba a volver a abusar de ella. De motu propio, acercó su boca a mi sexo con la intención de devorarlo.
Encantado, me quedé quieto mientras veía a sus  labios abriéndose y besando la circunferencia de mi glande antes de introducírselo. De pie en mitad del baño, disfruté de como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí. Estuve a punto de preguntarle a que se debía esa transformación, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo:
-Si tengo que ser tu puta, lo seré y espero nunca darte motivo para que te arrepientas de haberme ayudado.
Impactado por esa confesión, decidí devolverle el placer que me había dado y por eso levantándole del suelo, la llevé a la cama.
Tumbándola sobre el colchón, empecé a tocarla. María no opuso resistencia cuando con tranquilidad acaricié sus pechos. Eran enormes en comparación con su delgadez, sus rosadas aureolas se erizaron en cuanto sintieron mis yemas acercándose. Cogiéndolos con mis dos manos sopesé su tamaño, apretándolos un poco conseguí sacar el primer gemido de su garganta. Entusiasmado por su calentura, procedí a pellizcarlos. Esta vez sus jadeos se prolongaron haciéndose más profundos.
Estaba dispuesta, recorriendo con mi lengua los bordes de sus senos, bajé por su cuerpo para encontrarme su depilado  pubis y separando sus labios, me apoderé de su botón. Mientras mordisqueaba su clítoris aproveché para meterle un dedo en su vagina, encontrándomela totalmente empapada, y moviéndolo con cuidado, empecé a masturbarla.
Su placer no se hizo esperar y reptando por las sábanas, la esposa de mi amigo intentaba profundizar en su orgasmo, mientras yo bebía el flujo que manaba de su interior. Sus piernas temblaron y su cuerpo se retorció al experimentar como mi lengua la penetraba, y licuándose en demasía, comenzó a gritar.
Fue entonces cuando la vi preparada y colocando mi sexo en su entrada, jugueteé unos instantes antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Gimió desesperada al sentir la violencia de mi incursión.
Esperé a que se tranquilizara, y iniciando un lento movimiento fui sacando y metiendo mi falo en su cueva. María estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Te gusta putita?-, le pregunté siguiendo el juego,-para ser una fiel esposa te mueves excelentemente-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los barrotes de mi cama, se retorció llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene, chocando mi glande contra la pared de su vagina. La oí gritar al sentir que mis huevos rebotaban contra su cuerpo, pero no me importó, y viendo que se acercaba mi orgasmo, me agarré a su cuello, apretando.
La falta de aire, la asustó y tratando se zafarse, buscó escaparse pero de un sonoro bofetón paré sus intentos. Indefensa, mirándome con los ojos abiertos, me pedía piedad, pero cuando creía que no iba a soportar el castigo, su cuerpo respondió, agitándose sobre la cama. Fue increíble, rebotando sobre el colchón se deshizo en un brutal orgasmo, que coincidió con el mío, de forma que su flujo y mi simiente se mezclaron en su interior mientras ella se dejaba caer exhausta sobre el colchón.
Encantado por la pasión que había demostrado, dejé que me abrazara y que en esa posición, se quedara dormida hasta el día siguiente.
María acepta su condición:
Eran cerca de las diez de la mañana cuando me despertó mi empleada-amante-sumisa al traerme el desayuno. Mientras todavía en la cama, me tomaba el café María permaneció semidesnuda a mi lado. Su bello cuerpo y saber que era mío, despertó mi libido y se lo hice saber acariciándole las piernas. No me costó comprobar el modo en que le afectaban mis caricias. Sus pezones se endurecieron en cuanto mis manos tomaron posesión de su trasero. Disfrutando de mi poder  y sin ningún reparo, se lo toqué diciendo:
-Menudo culo tienes, zorrita mía-.
María, al saber cuáles eran mis intenciones, abrió un poco las piernas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo. Estos se encontraron su sexo mojado, y apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar, diciéndole:
-Creo que vas a disfrutar siendo mi sumisa.
Sus piernas temblaron al sentir mis caricias, pero por miedo a defraudarme se mantuvo firme, mientras su vulva era penetrada. El morbo de tenerla así, de pie a mi lado mientras desayunaba provocó que, bajo las sábanas, mi pene empezara a endurecerse.
-Mira como me pones-, le dije quitándomela.
Se estremeció al ver mi extensión totalmente erecta y se mordió el labio, tratando quizás de evitar que de su garganta saliera un gemido.
La mujer de Alberto se agachó a darme un beso en mi glande, pero se lo impedí ya que quería otra cosa. Agarrándola de la cintura, le obligué a ponerse encima de mí de forma que mi falo entró en su sexo, lentamente.
Gimió al sentir como se iba llenando su cavidad, y percibiendo que la tenía completamente dentro, se empezó a mover buscando el placer.
-¡Quieta!- le grité.
Vi en sus ojos un deje de disgusto, estaba excitada y lo que deseaba era menearse conmigo en su interior. Cabreada, se quedó inmóvil y disfrutando al observar su completa obediencia, la premié con un pellizco en su pezón. Al oir su suspiro, le murmuré al oído:
-Eres una sumisa muy obediente por eso cuando termine, quizás me apiade de ti corriéndome dentro de ti-
Noté que estaba excitada hasta niveles insospechados cuando de su sexo manó el flujo producto de su excitación. Separando sus nalgas con mis dos manos, acaricié su entrada trasera. Ésta seguía dilatada por el maltrato de la noche anterior, de forma que no encontré impedimento a que mi dedo se introdujera totalmente en su interior.
María, al notar que estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo, e involuntariamente empezó a retorcerse encima de mis piernas.
-Mi putita esta bruta- susurré.
La mujer, tratando de evitar su orgasmo, presionó con su pubis consiguiendo solo que se acelerara su clímax. Quizás fue entonces cuando realmente se dio cuenta que le ponía cachonda el ser mi sumisa y apretando sus músculos interiores presionó mi pene, buscando el darme placer.
Fue un polvo rápido, demasiada excitación reprimida de forma que me corrí, dentro de ella mientras le decía obscenidades. Estas lejos de cortarla, le calentaron aún más, por lo que al sentir como la regaba con mi simiente se corrió.
Siéntate-, le dije señalando la silla que tenía a un lado de la cama.
Esperé a que se acomodara antes de empezar a hablar.
-Tenemos que hablar.
Asustada por la seriedad de mi tono, se quedó esperando. Su cara reflejaba inquietud.
-Como te prometí voy a hacerme cargo de todos los gastos de tu marido, pero como desgraciadamente Alberto pronto nos va a dejar,  quiero hacerte una propuesta.
Nuestro trato acababa cuando su marido falleciera y por eso, abrió los ojos de par en par, esperanzada por mis palabras.
-Esta será tu casa siempre que sigas obedeciendo mis órdenes y no te importe ser mi sumisa-.
La perspectiva de tener un techo donde guarecerse y poder tener un buen nivel de vida, la hizo reaccionar y sin llegarse a creer su suerte, me preguntó:
-¿Me estás diciendo que si sigo comportándome igual, seguirás ayudándome? Y que en tu ausencia, seguiré viviendo en tu hacienda -.
-Sí, serás a todos los efectos, la dueña de esta casa pero en contrapartida cada vez que venga al pueblo, serás por entero mía-.
Alegremente, me respondió:
-Si es solo eso, acepto pero te pido que para todo el mundo en el pueblo, yo siga siendo tu empleada aunque de puertas adentro sea tu más fiel puta.
Satisfecho de su respuesta, le pregunté:
-¿Quién soy yo?
Su cara se iluminó al oír mi pregunta y agachando su mirada, me contesto:
-Eres y serás mi dueño-.
Solté una carcajada al escucharla porque comprendí entonces el porqué de su rápida transformación. Habituada a un marido que malgastaba su dinero en putas e incapaz de ser un verdadero soporte, María llevaba, sin saberlo, años buscando alguien en quien apoyarse y por fin lo había hallado. Por eso, dándole un beso en la mejilla, le susurré al oído:
-He quedado a tomar el aperitivo con unos amigos. Vuelvo a las dos, haz lo que quieras pero a esa hora, ten la comida lista y tu cuerpo, calientes.
La idea le debió de gustar, porque noté como se alborotaba su cuerpo y sus pezones se erizaban bajo la blusa.
Su total aceptación:
Después de departir con mis conocidos del pueblo y con bastantes cervezas dentro, retorné a las viejas paredes de la hacienda. Al llegar, estaba ilusionado con mi vida. No solo me iban desde el punto de vista económico todo de maravilla sino que por azares del destino, me había agenciado a una hermosa mujer.  Algo parecido le ocurría a mi nueva empleada. María había aceptado al instante su papel porque veía eso una nueva oportunidad, iba a vivir desahogadamente y para colmo, durante los fines de semana, iba a disfrutar siendo mi amante.
La encontré en la cocina de la casa, ocupada con la comida. Sin querer molestar, me puse un vino mientras ella cocinaba.  Se la veía encantada. No paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie más que a mí. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo mover un dedo sería mía pero, para afianzar mi dominio,  tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa.
Cuando avisó que ya estaba lista, me senté a esperar que me sirviera. La  comida estuvo deliciosa, María se había esmerado en que así fuera, nunca había podido demostrar sus dotes por la estrechez con la que había vivido durante los últimos años pero ahora que eso era historia,  no desaprovechó su oportunidad, brindándonos  un banquete de antología. Y digo brindándonos porque se ella comió conmigo en la mesa.
Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:
-Hoy por ser una ocasión especial, si quieres abro una botella de cava para celebrar que a partir de ahora, seré tuya.
No me dio tiempo a contestarla. Sin esperar mi respuesta, María descorchó uno de los mejores que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos.
Su actitud no era la de una estricta sumisa sino más bien parecía la de una novia tratando de agradar a su pareja. Pero no me importó, porque ese pedazo de mujer me gustaba. En el postre, el alcohol ingerido antes y durante la comida, ya había hecho su efecto y mi conversación se tornó picante. Intentando averiguar cuáles eran exactamente sus sentimientos, le pregunté:
-¿Hace cuanto tiempo que Alberto no te folla?
Bajando su mirada, me confesó que debido a la enfermedad, su marido llevaba más de un año sin acostarse con ella. Su respuesta aún siendo previsible, me satisfizo e insistiendo en descubrir sus detalles íntimos, insistí:
-Y ¿Algún otro?
Muerta de vergüenza, miró a su plato:
-No ha habido nadie- y entonces rectificando, dijo: -solo el consolador que descubriste.
Poco a poco estaba llevándola donde quería, sus pezones se marcaban en su vestido. Hurgando en su vida privada, pregunté:
-¿Cada cuánto necesitas masturbarte?
Temblando de miedo por si su respuesta me molestaba, me reconoció que al menos dos veces al día, había hecho uso de dicho aparato. Su confesión me sorprendió porque aunque sabía que esa mujer era fogosa, hasta oírlo de sus labios, no había supuesto cuánto. Decidido a sonsacarle hasta el último de sus secretos, le solté:
-Y ¿Pensabas en mí al hacerlo?
Colorada hasta decir basta y mientras inconscientemente se acariciaba uno de sus pezones, me contestó:
-Sí. En cuanto supe que iba a trabajar aquí, no pude evitar pensar en usted al masturbarme.  .
Contagiado nuevamente de un ardor que me devoraba el cuerpo, decidí ver hasta donde esa mujer iba a llevar su supuesta obediencia y separando mi silla de la mesa, señalé a mi entrepierna mientras le decía:
-Me apetece una mamada.
La rubia no debía de esperárselo pero tras unos momentos de confusión, sonrió y se agachó a cumplir mi mandato. No tardé en sentir la calidez de su lengua sobre mi sexo. No podía negarse a complacerme, por lo mientras sus manos masajeaban mi extensión, abrió su boca y lamiendo con suavidad  mis huevos, se los introdujo poco a poco. La cachondez de esa mujer quedó más que confirmada al verla llevarse los dedos a su propio sexo y pegando un sonoro aullido, empezó a acariciarlo. No me lo pude creer, la esposa de mi amigo se estaba masturbando sin dejar de chuparme. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo.  Curiosamente no sintió arcadas, y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos, la estimuló más aún si cabe, y retorciéndose, como la puta que era, se corrió entre grandes gritos.
Verla disfrutar sin casi tocarla, me hizo ser perverso y levantándola del suelo, coloqué su pecho contra la mesa. Al levantarla el vestido y terminarle de bajar las bragas, hizo que supiera cuales eran mis deseos y alargando su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo.
Como  me encontré que contra todo pronóstico, su esfínter seguía dilatado, decidí que no hubiera mayores prolegómenos. Con un breve movimiento de caderas, introduje la cabeza de mi glande en su interior. La lentitud con la que la penetré por detrás, me permitió experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su trasero hasta llenarlo por completo. Esa mañana, la había poseído pero era una sensación diferente a hacerlo por delante. Los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño, pero analizando mis impresiones decidí que darle por culo, me gustaba más.
María por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover, mientras se acostumbraba a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé a sacársela y a metérsela. La resistencia a mis  maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. La mujer de mi amigo volvía a ser la hembra excitada que ya conocía. Sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer, mientras mis huevos chocaban contra ella.
La postura no me permitía incrementar mi velocidad, por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites, su conducto me ayudó relajándose.
-Más rápido-, me pidió al notar que oleadas de lujuria recorrían su cuerpo. 
Seguía sin sentirme cómodo, por lo que soltándole sus pechos usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua, y entonces recordé como le gustaba que la montaran, que se volvía loca cuando le azuzaban con unos golpes en su trasero.
-Vas a aprender lo que es galopar-, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre comencé a azotarle sus nalgas.
No se lo esperaba, pero al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó buscando desesperadamente llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, y solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo.  La excitación acumulada hizo que poco después explotara en intensas descargas, inundando con mi simiente su interior.
Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora, por lo que tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:
-José, si se enteran en el pueblo, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer.
Sus palabras me terminaron de convencer del acierto que había sido forzarla y
Acariciándole la cabeza la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo le expliqué:
-Aunque seas mi puta, sigues siendo mi amiga.
Abrazándome, me confesó que el obedecerme le excitaba y que jamás se negaría a ninguno de mis caprichos.
-¿Estas segura?- dije con recochineo- De verdad, ¿vas a cumplir todos y cada uno de mis antojos?
Con la mosca detrás de la oreja, me miró y con voz melosa,  me preguntó:
-¿En qué estás pensando? ¿Cómo te gustaría comprobar que es cierto?-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Entregándote a otra mujer!
La mujer me miró divertida y como única respuesta se introdujo mi pene en su boca, asintiendo.

 

Relato erótico: “El turista español”(POR LEONNELA)

$
0
0
El olor a esencia de canela se esparcía por el  pequeño puerto fluvial, en su muelle se atrancaban gráciles lanchas que surcaban el corazón mismo de la amazonia ecuatoriana. El murmullo del rio se mezclaba con las cantarinas voces de los turistas, que invadían las tiendas de artesanías, los restaurantes de comida típica, y la playa de arena blanca que llamaba al regocijo.
Los promotores turísticos seguían las pisadas de los visitantes, ofertando  paquetes que incluían  excursiones a la profundidad de la selva. No era tarea complicada persuadir a los extranjeros, ya que habituados a vivir entre rascacielos de concreto, difícilmente se resistían al encanto de la  naturaleza en estado puro.
 Nuestra empresa familiar, La agencia  Kichwas,   ofrecía paquetes integrales que incluían hasta 7 días   de recorrido  por la amazonia,  siguiendo  la  ruta de las cascadas, de los petroglifos y al sur la gran ruta del oro y los deportes de riesgo, toda una belleza natural por explorar; digna región de un país, que ha sido nombrado, el destino verde del mundo.
A las 8 de la mañana, habíamos reunido  21 turistas independientes, y dos grupos adicionales de 35 personas, reclutadas por uno de los hoteles con quienes comisionábamos. El día prometía, prometía mucho.
 Mi padre organizaba a los guías asignándoles las lanchas y los recorridos, mientras una de sus asistentes brindaba información  a los curiosos turistas, que se detenían en las puertas de nuestra oficina,  atraídos por la danza autóctona de una hermosa indígena, que con su piel morena y sus movimientos sensuales, hechizaba a los extraños.
Todo iba perfecto, en breve zarparíamos. Tomé  mi mochila, me coloqué las botas de caucho y el sombrero que me protegía del inclemente sol oriental. Estaba acostumbrada a esos trajines, a cargar   costales con provisiones, a organizar grupos y dirigir mi lancha por aquel horizonte que había curtido mi piel mestiza de un tono dorado, distinto muy distinto, de aquel matiz blanco  sonrosado,  de la mayoría de aquellos turistas europeos que relucían como perlas entre nuestros cuerpos morenos.
En cuestión de minutos, un grupo de 16 personas subíamos a bordo de la pequeña chalupa, que cargada de provisiones, como una niña traviesa se agitaba sobre las aguas;  rápidamente agarré al timón, y  Raimi el guía alterno, estratégicamente  se tumbó junto a los turistas. El muchacho era un encanto y en  breve al igual que la selva los tenía cautivados.
De rato en rato las risas rompían el silencio, ésa era la mejor señal de integración y la premonición de una gran travesía. La pachamama auguraba un buen viaje, el inti sol también se mostraba benefactor  y  el espíritu del viento agitaba  las palmas  en señal de bienvenida, como si la selva se alegrara, de que hombres extraños penetraran  su tibio vientre.
Escuchaba las voces de la madre tierra interpretando sus señales, cuando la brisa a más de agitar mi larga cabellera oscura, levantó un aroma  masculino,  que llegó a mi nariz casi al mismo instante en que la calidez de una palma se posó suavemente sobre mi hombro.
_Me gustaría intentarlo, señaló  con entusiasmo, nunca he maniobrado una embarcación, menos aún con una auténtica amazona a bordo…
La  frase había sido pronunciada en un perfecto español, con acento extranjero.
Volteé y me encontré con unos  ojos ladinos de  color claro, que inexplicablemente bajaron a mis labios, sonreí y volví a fijar la vista en el horizonte.
_Nunca  pongo en riesgo a los tripulantes, respondí con serenidad_ pero quizá podría darte una pauta para guiar el timón;  siempre y cuando Nina no se enfade.
_Perfecto, pero… quien es Nina?
_Nina es mi barca, su nombre en  quichua significa fuego, la pequeña está acostumbrada a mis manos, así que  temo que no le agraden las de un extraño.
_Jajaja despreocúpate amazona, Nina me amará, al igual que vosotras también mi esencia es el fuego, respondió  retirando su mano de mi hombro y posándola con suavidad en la curva de mi  cadera.
_Hummm eso está por comprobarse, ya veremos la reacción de Nina…pero por el momento, no te fíes de nosotras, que tanto mi barca como yo, somos peligrosas murmuré en un tono chispeante más que amenazador.
Sonrió abiertamente.
_Debo reconocer que además sois un encanto, lo que sin duda, os hace doblemente peligrosas…
_ Buen intento de halagar español, pero más vale que guardes distancias, las amazónicas no dudamos en cortar orejas o cercenar cabezas, cuando alguien   se toma libertades con nosotras, advertí apartando su mano traviesa de mi cuerpo
_Jajaja cortarme la cabeza, por una mano en tu cadera???? Joder!! Que sería entonces si agarrara tu …
_Mi culo? Inténtalo español, pero debo advertirte que nunca falta una navaja en mi bolsillo y no tienes idea de cuantos usos le puedo dar pronuncié entre divertida y amenazante
Sonrió dejando ver unos dientes blanquecinos tan brillantes como su mirada al responder:
_Hummm contigo me arriesgaría a todo, si en lugar de que me cortaras la cabeza….me la chup…
_Cómo te atreves !!…, que el espíritu de los shamanes  te dé una noche intranquila y te robe vigor sexual
_Jajaja lo siento amazona, me acaba de traicionar el subconsciente;  lo que trato de decir desde hace rato, es que  sueño con navegar, y al parecer el destino ha querido que sea en tu tierra
_El destino siempre es sabio español, en ésta tierra no podrás hallar mejor nauta que yo, así que deberías agradecer a tu Dios nuestro encuentro.
_Jajaja mujer, definitivamente es fascinante tu humildad
_La modestia es  tan solo es una de mis múltiples virtudes, extranjero. Respondí con media sonrisa
_Hermosa, altiva y provocadora, un licor que merezco catar
_Osado, cínico y malicioso, un veneno que no se me antoja probar…
Nos miramos fijamente unos segundos, como si midiéramos fuerzas, pero inmediatamente su ceño se suavizó, dando paso a una sonora carcajada
_Jajaja de verdad no se te antoja probar mi veneno amazona?…porque veo tus ojos chispeantes y tus pezones endurecidos tensando la blusa
_No seas iluso español, tan solo es  el efecto de las caricias del viento,  por si no lo sabias, aquí en la selva la brisa tiene manos y el viento labios… pero reconozco que  eres audaz, ya veremos si con Nina das la talla…
_Con Nina no lo sé,  en esas lides soy un principiante, pero contigo mujer, hizo una pausa para morderse el labio _de seguro, excedo  tus más altas expectativas, así que  por tu bien deja de provocarme susurró detrás de mi oído causándome un respingo
_Jajaja alucinas español, pero  si tuviera intenciones de seducirte,  te  aseguro… volteé a mirarle de soslayo_que me sobran armas para hacerlo…
_Mmmm eso que haces, en España o en el fin del mundo, tiene nombre y apellido: se llama coquetear…seducir…provocar…
_Jajaja interpreta lo que gustes español, pero si quieres aprender a navegar, tendrás que someterte a mis reglas y eso incluye, morder tu lengua viperina.
_Joooo mi lengua a más de viperina, es una experta exploradora, el destino permita que lo compruebes……pero venga, por el momento acepto tus condiciones y la mantendré controlada
_Haces bien español, porque mi navaja es de pocas pulgas y ya clama por darte una lección
_Así? Pues te  aseguro  amazona, que mi “espada” también ansía dar batalla, susurró con malicia
_Es una pena español, pero aquí en la selva, murmuré bajando la vista a su bragueta  _  a  cualquier cuchillo no se le dice espada, ni a cualquier gato se le llama tigre
_Jajaja lo que realmente da pena, es que siendo una amazona, tu instinto no distinga buenas armas, ni buenos cazadores… pero vamos, al menos eres una buena navegante con eso tengo bastante…. por cierto, navegar debe ser como conducir un coche no? preguntó alivianando la charla
_Mmm se puede decir que en algo se le parece…lo primero es cumplir la primera regla: adoptar una posición correcta para…
No acababa de terminar la frase, cuando sentí  su pecho contra mi espalda y su pelvis apretándose suavemente contra mis glúteos. Tensé mi cuerpo perturbada por la cercanía, pero el excursionista con naturalidad cruzó sus brazos, ubicando sus manos  sobre el timón, dejándome atrapada entre la máquina y su cuerpo
_Listo para la primera clase amazona…desde este instante, estoy bajo tus dominios
Me ericé, su  frase  sonó juguetona, el contacto tibio, la sensación inquietante. Indudablemente me alteraba aquel osado turista, me incitaba su desparpajo, pero opté por separarme  los escasos centímetros que  era posible.
El extranjero percibió mi vacilación y antes de que pudiera decir algo, sagazmente añadió:
_Primera regla de navegación: adoptar una posición correcta…listo!!!
_Estás excesivamente cerca, señalé controlando mi turbación, _no es una posición adecuada para…
_Para navegar sí, susurró detrás de mi oreja_ pero si se tratara de otros  propósitos, definitivamente podríamos hallar mejores posiciones…
Me mordí el labio excitada, pero no di tregua a sus insinuaciones.
_Por lo visto se te olvida que traigo una navaja en mi bolsillo…
_Y a ti se te olvida, que mi arma es una espada…
_Jajaja cuídala español, no sea que te la muerda una piraña o te la cercene una amazona
 _Hummm! qué manera  de paralizar mi imaginación… y que conste, que  la culpa es de vosotras, que sois  exuberantes por donde se las mire…respondió acercándose una milésima más hasta rozar la redondez de mi trasero.
Su descaro me causo gracia pero  evité responderle. Algo había de razón en lo que decía, las  amazónicas no somos precisamente estilizadas, la madre naturaleza nos a provisto de carne, de formas sinuosas y de fuego en la piel…
_En breve empezaremos una zona de aguas turbulentas, sujeta el timón que  iré ayudándote a guiarlo.
_ Joder!!!!!! esto está de putamadre!!!
Bajo mi dirección fue realizando maniobras que permitían que la lancha se izara por encima del revoltoso oleaje,  provocando sus gritos de júbilo que afortunadamente eran tragados por el ruido del motor. A medida que tomaba el control de la embarcación,  su cuerpo delgado caía lentamente sobre el mío, causándome una sensación inquietante, que recorría mi cuello, atravesaba mi espalda, y se aventuraba en mis caderas, haciéndome desear aún más cercanía…
Nos quedamos largo rato así, muy juntos, con la mirada perdida en el horizonte, disfrutando del aroma del bosque, del verde de la ribera, del contacto inevitable de nuestras manos y de ese corrientazo en el cuerpo consecuencia de nuestra proximidad.
_Mujer, el aire se percibe distinto aquí, huele a…. no sé cómo definirlo
Huele  a selva, español, a pureza, a naturaleza viva
Sí amazona, pero también a fuego, a piel y a pasión…
El sorpresivo grito de Raimi a nuestras espaldas acabó con nuestros instantes de tregua
_Dayuma!!,..Puedes ayudarme con la exposición de las rutas? preguntó en tono seco
Levanté la mano en señal afirmativa,  y dirigiéndome al extranjero murmuré:
_Mi compañero es un buen navegante, hablaré con él para que tu aprendizaje no concluya aquí
_Gracias guapa, pero con tu compañero definitivamente la clase nunca sería igual, por cierto, soy Santiago, para lo que gustes…  añadió bajando la mirada  a mi escote  y deslizando su índice entre el borde de la blusa y la  curva de mis senos
Me estremecí para su total satisfacción y  antes de que pudiera reponerme, con una sonrisa fresca murmuró:
_Coño!! Solo retiraba esta hilacha de tu blusa, pero como me miras tan feo, la devolveré a su lugar…
 De forma intencionada volvió a rozar  mis senos, sonriendo encantadoramente. Su desfachatez me paralizó, pero lejos de indignarme, contra mi voluntad sonreí.
En breve, Raimi tomó mi lugar en el mando para que pudiera reunirme con  el resto de extranjeros.
 Durante un buen tramo expuse las rutas del recorrido, los potenciales turísticos de la zona, además de entretener a los turistas con nuestras historias ancestrales
Una vez despejadas  las curiosidades del grupo, me arrimé contra la barandilla y eché mano a mi cantimplora
_Bebe español, es un energizante natural vas a sentir como tu cuerpo revive
_No querrás envenenarme verdad?
_Lo mereces pero solo es guayusa, nuestra bebida tradicional, acostumbramos brindarla a los visitantes en señal de bienvenida; todos te la ofrecerán, pero no bebas mucho de ella porque la  leyenda dice que quien la bebe, forma lazos con la selva y ésta un día le obligará a volver…
_Joder!!!
._Quita esa cara  de susto, que solo es una leyenda!
_De hecho no me asusta la leyenda, pero tropezar de nuevo contigo sería un riesgo que no me gustaría correr murmuró guiñándome un ojo
_Vaya que eres un encanto respondí sarcástica.
_Tanto como tú añadió sonreído.
Poco después recomendé a los turistas que procuraran descansar, algunos viajeros se acomodaron  en sus equipajes, otros formaron cadenas   arrimándose unos contra otros; yo tenía intenciones de acompañar a  Raimi, pero aquel turista de acento español me detuvo.
 _Venga niña, que te haré un puesto, señaló acomodando su mochila de forma que pudiera recostar  mi cabeza en ella.
Dudé un poco, pero terminé tumbándome a su lado. Entonces pude ver más que sus inquietos ojos claros.
Por su apariencia tendría algo más de treinta años, era alto, delgado y de  piel muy blanca. Usaba  una camiseta   ajustada  y unos pantalones artesanales que marcaban sus muslos y genitales. Unos mechones castaños caían sobre su frente y pese a llevar una barba de varios días, se le veía imponente. Nariz recta, labios apretados y  unos ojos  camaleónicos que pasaban del color miel al verde claro.
Debo reconocer que  me embrujaba su mirada, incluso a momentos comparaba el verde miel  de sus ojos españoles, con el verde profundo de mi selva misteriosa, ese verde mágico que cautiva, al igual que esos hermosos ojos extranjeros.
_Que parte de mi  ha hecho chispear tu mirada Dayuma? No has dejado de contemplarme, preguntó con una amplia sonrisa
_Jajaja español, no sé  si es más aberrante tu descaro o tu vanidad!!
_Aberrante amazona, aberrante es tu belleza…_susurró, pasando sus dedos por mi mejilla
_Estás en el nuevo mundo español, en la selva la naturaleza es caprichosa con nuestros rasgos respondí deslizando la mirada hacia sus labios
_Caprichosa? yo diría que contigo ha sido,  en exceso  generosa, respondió dibujando con sus ojos mi silueta.
El extranjero exageraba, pero me limité a sonreír.
El recorrido duro varias horas,  entre charla y charla  me enteré que venía de la madre patria a través de  un programa de intercambios culturales,  gracias al cual había permanecido cuatro meses en la capital,  y que precisamente ésta era su última travesía en el país.
La brisa y la buena compañía bendijeron el viaje, y al cabo  de una larga plática, el sueño producto de haber descansado pocas horas se hizo evidente en un par de bostezos.
Casi no tuve conciencia de cuánto  tiempo me quedé dormida,  pero cuando desperté  me percaté que estaba acurrucada en su costado. El  permanecía de lado con su brazo cruzado   por encima de mi cadera y sus dedos jugueteando con las presillas de mi pantalón; a momentos deslizaba su mano acariciando mi espalda, para luego desplazarla  hacia abajo, rozando disimuladamente los limites de mis caderas.
 Era excitante el ligero jugueteo de sus yemas en mi piel, pero era  aun más excitante disfrutar sus caricias en silencio. Gracias a los estímulos mis pezones se endurecieron y una ola de deseo formada en la profundidad de mi vientre amenazaba con arrasar  mi resistencia,  como cuando el cielo salpica de  lágrimas  los campos y las inundaciones despiadadamente arrasan nuestros cultivos.
Pese al verano la inundación había llegado, se desataba en mi cuerpo y fluía por mi sexo…
Fingiendo estar adormecida,  giré y el extranjero aprovechó mi movimiento para ajustarse contra  mí. Sentí su aliento, el calor de su piel, la tibieza de su pelvis, e incontrolablemente mi corazón empezó a acelerarse.
No me atreví a abrir los ojos, no sabía si alguien nos miraba o al igual que nosotros los viajeros descansaban, solo tenía conciencia, de que mi cuerpo agradecía su cercanía. Quizá por eso no dije nada, cuando su mano lentamente se deslizó desde mi cadera hacia mi vientre, desde mi vientre hacia mi abdomen, desde mi abdomen en pequeños círculos hasta bordear mis senos…
Un nuevo movimiento, un nuevo roce,  una palma arriesgándose a tocar  mis senos, un par de dedos rastreando mis pezones; me moví inquieta, tan inquieta como mi alocado corazón.
El cielo sabe que  no acostumbraba a involucrarme con los turistas, pero incomprensiblemente estaba dejando  que aquel extraño  me tocara,  que sus yemas jugaran con mis pezones provocándome placer, sin embargo después unos breves instantes de euforia  simulé despertar. Inmediatamente  dejó de acariciarme y nos quedamos silenciosamente entrelazados, sintiendo tan solo como nuestros corazones recuperaban su ritmo.
Minutos después la quilla se detuvo en una amplia playa nacarada, unos metros al interior, en medio de cedros se divisaba  un nido de cabañas hechas de guadua y paja toquilla, viviendas típicas de los pueblos nativos
_Primer punto del recorrido gritó Raimi, animando a los turistas a bajar_ contacto con la comunidad quichua
El viaje nos tenía hambrientos y luego de consumir platos autóctonos, realizamos varias actividades, en las que  compartimos las costumbres y la cultura de los pueblos amazónicos
Al siguiente día exploramos el valle. Durante un par de días realizamos un recorrido por ríos con rápidos y remansos, cavernas, petroglifos, cascadas, centros de rescate natural, vestigios arqueológicos etc. Las voces de júbilo se transformaban en expresiones de asombro a medida que  los viajantes captaban con sus cámaras la biodiversidad natural, desde la tímida belleza de una orquídea, hasta los imponentes  arboles de madera fina; desde la danza grácil de un colibrí hasta la asesina mirada del jaguar.
Durante el  viaje de aventura era inevitable que nuestras miradas se cruzaran, su fenotipo europeo encandilaba mis ojos y  quizá  justamente por ser  diferentes, a él le atraían  mis rasgos exóticos y mis carnes morenas, sí, las morenas carnes de una mestiza que alegraba su viaje.
En uno de nuestros puntos de pernoctación  como parte de un espectáculo recreativo, realizamos una exhibición   de música y danza autóctona; como de costumbre Raimi y yo formamos parte del grupo de danzantes.
Santiago me miraba fascinado,  me había quitado mi traje de guía y lucía uno étnico que resaltaba mi cuerpo sinuoso. Un brasier hecho de pieles apenas cubra mis aureolas, y  un taparrabos adornado de mullos  cruzaba en mis caderas, dejando  a la luz mis muslos desnudos. Adornos de plumas y cadenas completaban el atavío, que permitía que al son de las flautas y los tambores los danzantes ejecutáramos nuestros movimientos. Mi larga cabellera ondulada seguía mi ritmo sensual y mis grandes ojos cafés se clavaban en el extranjero.
Ninguna presentación me había causado tanta adrenalina, quizá porque pese a haber  danzado para tantos turistas, no había sentido antes que mi cuerpo se movía para uno solo,  para aquel español cuyos ojos claros,  naufragaban en mis caderas. Los demás viajeros se unieron a la danza, pero  Santiago seguía arrimado en la  pared de caña, con un gesto que fácilmente se podía interpretar como: coño!!! qué mujer!!!
_Eres el único que no participa, no te gusta nuestra  danza? pregunté acercándomele
_Guapa no deberías preguntar eso, sabes perfectamente que no he quitado los ojos de tus caderas, es  más, me atrevería a decir que vale la pena cruzar el  Atlántico por bailar contigo señaló  deslizando la vista hacia mis muslos
_Jajaja es el piropo más exagerado que he escuchado!!  y lo más gracioso es que  dices que vale la pena cruzar el océano,  cuando me tienes a un par metros y  no has hecho el mínimo intento por bailar conmigo
_Venga tienes razón, pero es que  en éste momento, bailar no es precisamente lo que se me antoja contigo…murmuró con una media sonrisa que me electrizó de pies a cabeza
Se incorporó y me apretó contra su cuerpo de forma que mis pechos morenos se aplastaron contra su torso. Todo parecía indicar que sus labios se escurrirían desde mi mejilla hacia mi boca, pero Santiago intencionalmente demoraba el beso, que yo me arriesgué  a buscar….
Con sutileza besé la comisura de su boca, para luego deslizar mis labios a su oído, susurrando:
_Quiero beberte español…quiero beber todo tu veneno…
No esperé su respuesta simplemente le besé, introduje mi lengua en su boca, disfrutando de su sabor extranjero. Sus manos  se escurrían en la redondeada forma de mis caderas provocándome estremecimientos, mientras nuestros sexos en un cálido contacto  inventaban movimientos lentos y sensuales. Poco a poco el rumor de los tambores se fue callando dejándonos con el cuerpo caliente y las ganas a medias.
Una vez concluida la fiesta, Raimi aprovechó para  para indicar que tendríamos que pernoctar  a la usanza indígena, por lo  que no dispondríamos de  habitaciones por separado, sino que tendríamos que repartirnos en dos cabañas   y acomodarnos  al estilo cama general.
Raimi salió con su  grupo, mientras yo me mantuve al frente del otro. Colocamos varias esteras juntas, y sobre ellas pusimos colchones de ceibo que permitían cierta comodidad, de igual forma distribuimos frazadas y pedí a los turistas que  se acomodaran como bien les pareciera. Algunos vencidos por el baile y las bebidas fermentadas, cayeron rendidos inmediatamente.
 Generalmente solía recostarme apartada de todos, pero sentí claramente en el otro extremo la mirada de Santiago invitándome a ir a su lado. Lo que el destino quiera me dije, y sacando una  camiseta de mi mochila, salí de la cabaña a cambiarme.
Acababa de acomodarme la camiseta, cuando noté que alguien   estaba sentado en la escalerilla de la cabaña.
_Santiago eres tú?
_No Dayuma, soy Raimi
_Qué se supone que  haces aquí? me espiabas ??
_Solo me fumaba un cigarro. No necesito espiarte… en la fiesta  has mostrado más de lo que hubiese querido ver
_Raimi yo…
_No digas nada mujer, solo escúchame un momento. Crecimos juntos en medio de nuestra selva, tenemos raíces aquí, que  unen nuestros destinos. El extranjero en un par de días se irá dejándote el corazón roto…solo piénsalo, piénsalo mujer. Sin decir más, salió en dirección de su cabaña.
Me tumbé contra la pared, Raimi tenía razón, el español se iría en unos días, dejándome sedienta de  besos y hambrienta de  sus caricias. A veces es tan difícil distinguir lo que nos conviene, a veces una se arriesga por nada, pero hay ocasiones en que definitivamente  no importa el futuro, tan solo esos minutos de felicidad que logramos robarle a la vida, después, después nos quedan los recuerdos y puta madre!!! que esos nadie nos los quita.
Me quedé largo rato contemplando las estrellas, resistiendo el embrujo de esos ojos españoles. Cuando entré a la cabaña, reinaba el silencio;  ya habían apagado el mechero, así que gracias a la luz de la luna que se filtraba por las rendijas de choza, entre sombras pude divisar los cuerpos de los turistas descansando en las esteras y la imponente presencia del español, tumbado contra una de las paredes.
Caminé por detrás de los viajeros hasta media habitación, Santiago completó el recorrido  aproximándose, hasta que nuestros cuerpos quedaron apretados y nuestros labios a punto de un beso. Todas mis dudas se esfumaron en el primer roce de nuestros labios, al segundo, mis brazos se colgaron de su cuello…
_Amazona, mi indomable amazona, has disfrutado  provocándome estos días…
_Solo he seguido tu juego español, no es mi culpa que tu debilidad te ponga al borde de mis redes, susurré mordiendo su oreja
_Jaja hermosa aun no sabemos quien está por caer en las redes de quien…alegó apretando mis pezones hasta hacerme soltar un gemido
_Humm no…nno estaría mal averiguarlo gimoteé restregándome en su sexo
_Aunque corras el riesgo de perder? preguntó deslizando las manos a mi trasero
Como respuesta volví a prenderme de sus labios; los besos eran intensos, calientes, húmedos, tan húmedos que no solo nos deleitábamos en explorarnos con la lengua, sino que intercambiamos abundantemente nuestra saliva.
_Abre la boca, bébeme, bébeme amazona…
Nunca había intercambiado líquidos de esa forma, nunca tan abundante como para que la saliva fluyeran de boca a boca en un juego que me resultaba morboso, aquello que en otras circunstancias me hubiera parecido repulsivo,  ese momento me excitó tanto  que yo misma llevé sus manos dentro de mi camiseta…
_ Dayuma..Dayuma contigo hasta  perder tendría sabor a ganancia…  esta bien así? preguntó estrujando mis senos_ o prefieres que me las coma?
Ahhh…Santiago…sigue…sigue…
_Responde provocadora!! quieres que te manosee las tetas o prefieres que te las chupe?
_Ahhh depende español,  depende de lo que quieras que… yo haga aquí,  respondí apretando sus genitales
_Ohh mujer…
Me puse de rodillas dispuesta a todo. Sus largos dedos españoles se enredaron en mi  cabello mientras  decida le quité los pantalones. Sin pensarlo dos veces deslicé mi lengua desde sus testículos hasta el glande, provocándole gemidos entrecortados que se confundían con las respiraciones pausadas de quienes descansaban a nuestro lado.
 Alcé la vista, en la semioscuridad pude notar sus pupilas clavadas en las mías y sin dejar de mirarle inicie la succión de su miembro. Me Introduje el glande y lentamente su órgano fue desapareciendo en mi boca, en constantes subidas y bajadas. Cuando su cuerpo parecía querer alcanzar la cima del placer, dispersaba la estimulación bucal a  sus testículos, succionándolos con suavidad, a la vez que con mi mano imponía un ritmo que hacía que su miembro debido a la excitación segregara gotas de humedad.
Profundas arremetidas junto al potente balanceo de su pelvis ocasionaban que el placer desfigurara su rostro como si con cada embestida presintiera la llegada de un orgasmo.
_Ohh mujer para…para…estoy por correrme!!
No me detuve pero bajé el ritmo , como una anaconda me enredé en su cuerpo, dejando un rastro de saliva desde su vientre hacia su clavícula, para luego descender por sus costados restregando mis senos en su piel.
Incitada por las imparables caricias que me daba, escupí sobre su miembro para acunarlo entre mis senos, de forma que la humedad le recordara  a mi coño. Constantes movimientos le robaban el aliento y breves minutos después su cuerpo se tensó, me sujetó de los cabellos agitando fuertemente la cadera contra mi boca y en medio de gemidos placenteros vació sus entrañas dentro mío…
_Sobradamente satisfecho, verdad? Murmuré burlonamente mientras saboreaba mis labios
_Jajaja ni follando  dejas de ser engreída, señaló abrazándome por la espalda _definitivamente debería darte una lección, por donde quieres que empiece: tetas, coño o …culo?
_Uffff eres un…
_Un cabronazo que te tiene con ganas no? susurró inclinándose a succionar mis senos_mira nada mas como se te endurecen los pezones
_Ahhhh…Santiago…
_Y qué tal si revisamos el coñito? mmm justo como lo imaginaba, húmedo y  caliente
_Húmedo, caliente y en exceso necesitado de tí …fóllame español!!  quiero que me folles!!
_Así me gustas, bien dispuesta a gozar…te gustaría sentarte aquí? preguntó agitando su miembro_ quieres probar polla española?
Mis gemidos se multiplicaron, la crudeza de sus expresiones junto con el riesgo de que alguien pudiera sorprendernos, me tenía con el deseo a flor de piel, además de húmeda y ansiosa por copular
Me senté sobre su pelvis abrazándole con las piernas, nuestros bocas se juntaron nuevamente en besos desesperados, sus labios recorrían mi cuello, mis  senos y sus caricias terminaban en la profundidad de mi caderas, mientras incendiada de pasión me restregaba sobre su sexo.
No resistí más, hice a un lado la tanguita y yo misma busqué la penetración, con movimientos lentos fui introduciéndola poco a poco, permitiendo que mi orificio se expandiera para recibirla completa. Una vez adaptada, dejándome llevar por mis instintos, como toda una amazona le cabalgué hasta el agotamiento. Mi  melena  se agitaba al ritmo de mis senos y aquellos hermosos ojos españoles, penetraban mis pupilas tan profundamente, como su estaca en mis entrañas…
El dios del fuego se movía en mi vientre y el espíritu de  mil demonios entre mis muslos; vencida por mis propias ganas de guerrear di un último sacudón, que me empujó a la gloria en medio de incontrolables espasmos.
Agotada me refugié en brazos  del español, con ternura acariciaba mi espalda dando lugar a que me repusiera. Al incorporarnos me acarició  los senos y cuando caí en cuenta, ya estábamos besándonos nuevamente con desesperación.
Me arrinconó contra la pared obligándome a sujetarme  de los travesaños; la inclinación de mi cuerpo hacia adelante  permitía que su miembro vagabundeara entre mis labios, a la vez que con sus dedos estimulaba mi clítoris. La sensación era de absoluto placer, más aún cuando inclinándose deslizó su lengua desde los pliegues de mi vulva hasta estrecho canal de mi esfínter. Con pasmosa paciencia cubrió de besos mis genitales, y cuando creí que tocaba el cielo, me agarró de las caderas y con toda la potencia hundió  su  armamento en mi interior.
Después de aquello placer solo placer; su verga entraba y salía de mi coño sin compasión, fuerte, duro, en total compás con el ritmo de mi calentura; mis demonios internos volvieron poseerme y apretando mis carnes me dejé coger a profundidad.  Era imposible aguantar más, mis muslos perdieron fuerza mientras explotaba en un fuerte orgasmo. Casi al instante  los dedos del español se clavaron en mis caderas y en medio de convulsiones dejó su simiente dentro mio.
Sudorosos y agotados nos acomodados en la estera.
_Al fin he dominado a mi amazona, susurró acariciando mi cabello
_Bien podría decirse que fui yo la que subyugó a un español respondí acariciando su vientre
_Jaja nunca te darás por vencida verdad?
_Solo si tu…
No me dejó responder, me volvió a besar esta vez con dulzura, y pegados una al otro, nos quedamos dormidos.
Los potentes rayos  del sol oriental   nos despertaron,  algunos turistas ya se habían levantado y otros preparaban sus mochilas para la salida.
Rápidamente nos vestimos y nos unimos a la caravana a seguir disfrutando…
Durante unos pocos días nos amamos con locura, pero inexorablemente llegó el momento de la despedida…
 El puerto como siempre olía a canela, las risas de los turistas seguían confundiéndose con los murmullos del río, los mercaderes  continuaban ofertaban  recuerdos y uno que otro guía perseguía  las pisadas de los visitantes. Nada había cambiado, nada excepto la tristeza con la que el español y yo nos mirábamos.
_Dayuma yo…
_No digas nada Santiago, odio las despedidas, le dije intentado ocultar mi tristeza
_También odio las despedidas, pero hoy más que nunca susurró abrazándome con fuerza.
 No era necesario decir más, nuestras nostálgicas miradas lo decían todo. Me dio un último beso y se encaminó a la buseta que anunciaba su partida.
Caminó un par de metros y volteándose preguntó:
_Amazona, me das guayusa de tu cantimplora?
Sonreí y le entregué el recipiente.
_He terminado amando vuestra bebida, pero me pregunto si será suficiente con eso?
_No te entiendo español
_Mujer!! que si beberla será suficiente para que la leyenda… me traiga de vuelta
_No lo sé español respondí besándole una vez más _habrá que preguntárselo a la selva….
Bebió hasta la última gota de la cantimplora y entre besos nos despedimos.
Me quedé en la plaza hasta que la buseta desapareció en el sendero. Sabía que no le volvería a ver, el charco es demasiado grande y nuestras diferencias también lo eran; Raimi siempre tuvo razón, el español y yo, pertenecíamos a mundos distintos.
Después de aquella excursión, la selva no me volvió a ver tan impetuosa,  tampoco yo volvía a ver tan hermoso el verde de sus campos, quizá porque en el fondo,  extrañaba el verde miel de esos hermosos ojos extranjeros…
Mi corazón aprendió a sonreí, pero aun así, cuando  guio mi lancha por la indomable  ribera amazónica, en ocasiones la brisa me trae su recuerdo y  aunque no me ilusionan las  leyendas, confieso que una que otra vez,  he oído a las  ninfas de la selva cantando:
Quien bebe agua de guayusa de la mano de una amazona, un día…un día volverá….
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “El culo de mi compañera de trabajo fue mi manzana” (POR GOLFO)

$
0
0
 
portada criada2
Sin-t-C3-ADtulo35¡La biblia está equivocada!
Lo digo porque cuando los antiguos israelitas plasmaron el exilio del paraíso, no se atrevieron a contar la realidad. Estoy convencido que la tentación en la que cayó Adán no fue en la tan manida manzana sino otra cosa.
¿Y por qué lo digo?
Seamos serios, ¿Creéis que por un jodido fruto, nuestro ancestro iba a perder las comodidades de Edén? 
Yo, al menos, ¡No me lo trago!
Pensadlo, según las escrituras, nuestros antepasados iban desnudos por la vida sin preocuparse de nada porque todo les era concedido. Entonces, ¿Cuál fue la verdadera razón por la que cayeron en desgracia? Para mí está claro:
“EL CULO DE EVA”
Un buen día, nuestro querido Adán se fijó en el trasero de su compañera. Obsesionado con esas dos nalgas, no pudo dejar de pensar en cómo sería meterle su pene por ese agujero vedado y la zorrita de Eva se percató que dándoselo se haría con el poder total.
Luego si estoy en lo correcto:
-La manzana es ese oscuro objeto de deseo que desde entonces nos trae jodido.
-la serpiente no es otra cosa que la polla del pobre tipo.
Y la más clara demostración de que fue así y que se sigue repitiendo desde entonces hasta nuestros días fue lo que me ocurrió con el cojonudo trasero de Helena, mi compañera de trabajo.
 
 
Hasta que la conocí, mi vida era perfecta. Estaba casado con una buena mujer, tenía un trabajo estupendo e incluso mi cuenta corriente tenía una salud envidiable. Pero el Diablo, Satán, Lucifer o como cojones queráis nombrarlo, tuvo a bien mandarme a esa morena a joderlo todo.
Todavía recuerdo el día que estando yo tranquilamente sentado en la oficina, llegó mi jefe acompañado de esa preciosidad.
-Alberto, te presento a tu nueva compañera. Quiero que la pongas al día de los asuntos y mientras aprende, será tu asistente.
Cómo llevaba más de un año pidiendo que contrataran a alguien para el departamento, recibí con gusto la nueva incorporación sin saber que ese  engendro del demonio iba a entrar en mi vida asolándola. Al verla con esa cara de no haber roto jamás un plato, no pude anticipar que se iría adueñando de mi existencia y que al cabo de tres meses, esa zorra haría conmigo lo que le viniera en gana.
De todas formas seria mentir si no reconociera que desde el inicio me fijé en que esa chavala tenía un culo maravilloso. El ceñido pantalón que lucía esa mañana, no solo no escondía la perfección de sus nalgas sino que la magnificaba.  Si de por sí, esa mujer tenía un par de buenas pechugas, donde realmente residía su  atractivo era en ese duro, grande y sabroso trasero que tan bien movía al caminar. Y no tardaría en comprobar que esa hembra lo usaba para conseguir lo que le apeteciera en cada momento.
La desgracia fue que desde el puñetero momento en que posó sus ojos en mí, decidió hacerme suyo. Todo lo que os voy a contar a continuación no es mas que la historia de cómo me subyugó y los vanos intentos que realicé para evitarlo.  Al igual que Adán no pudo hacer nada contra Eva, yo ya estaba condenado aún antes de conocerla.
Siguiendo el transcurrir de mi odisea, al irse mi superior y quedarme a solas con mi teórica asistente, la muy puta lo primero que me dijo fue explicarme lo contenta que estaba con que yo fuera su jefe. Según ella, le habían hablado de que junto a mí aprendería enseguida porque no solo era un estupendo profesor, sino que todo el mundo suponía que en la organización tenían previsto promocionarme.
Sus palabras no eran mas que un preconcebido piropo con el objetivo de calentarme la oreja y de esa forma, me predispusiera a favor de ella. Lo cierto y no me cuesta reconocerlo es que cumplió su objetivo. Creyendo en su buena fe, ya me vi como responsable del departamento, teniéndola a ella como mi lugarteniente.
El resto de la historia fue totalmente previsible. Durante las primeras semanas, Helena tanteó sus opciones. Sin darme cuenta, yo mismo cavé mi tumba al abrirme de par en par a esa  guarra y no guardarme ningún secreto. Y cuando digo ninguno es ninguno. Sin ver la telaraña que iba tejiendo a mi alrededor,  le expliqué como hacer mi trabajo, cómo me escaqueaba cuando lo necesitaba e incluso que trapos sucios tenía de mis superiores e incluso las fantasías sexuales de mi juventud.
Para explicarnos cómo Helena consiguió sonsacar todo de mí, basta con que os cuente  lo que ocurrió un viernes cualquiera  al salir de trabajar. Esa día mi esposa estaba en Asturias con su madre y sabiéndolo de antemano, cuando ya nos íbamos, me preguntó si no me apetecía tomarme una cerveza con ella.

Juro que aunque esa mujer me atraía, nunca había tenido la menor intención de enrollarme con ella y por eso sin meditar en  donde me metía, acepté y fui con ella a un bar cercano al trabajo. Todavía recuerdo que esa noche, Helena estaba preciosa. Vestida con una blusa blanca con uno ribetes en azul, el prominente escote que lucía no me dejó pensar antes de contestar sus preguntas. Cumpliendo a raja tabla con un guión previamente elaborado, esa morena llevó nuestra conversación hacía temas personales y en un momento dado, mientras yo estaba embelesado con el canalillo de su pecho, me preguntó:

-Cuando conociste a tu mujer, ¿Qué fue lo que más te gustó de ella?
Comportándome como un verdadero cretino, respondí sinceramente:
-Su culo. Mi señora tenía y tiene un trasero digno de museo.
Mi respuesta la satisfizo y poniéndose de pie, sonriendo, me soltó:
-¿Tan bonito como el mío?
Sin ser capaz de dejar de admirar esa maravilla, no supe que contestar. Mi falta de respuesta se debió más a la impresión del modo en que me lo estaba luciendo que a otra cosa pero ella insistiendo, dijo muerta de risa:
-No creo que tenga un culo más duro que el mío.
Sin saber que decir, me quedé de piedra al observar a esa morena acariciándose el trasero y excitado y cortado por igual, mascullé:
-No sé cómo lo tienes pero te aseguro que el de Marisa es estupendo.
Soltando una carcajada, me respondió:
-¿Y te deja usarlo? O solo puedes mirarlo.
 Avergonzado, le reconocí que mi mujer era muy tradicional y que nunca la había tomado por ahí. Fue entonces cuando sin importarle que hubiera gente mirándonos, llevó una de mis manos hasta sus nalgas y comportándose como una puta, me espetó:
-Tócalo. No solo lo tengo estupendo sino que me gusta usarlo.
Como comprenderéis, no pude evitar magrear  esa maravilla y olvidándome de que era mi asistente, intenté desdramatizar el momento, reconociéndole que era casi perfecto.
-¿Casi perfecto?- preguntó extrañada al oírme mientras mis manos seguían posadas en su trasero.
En plan de broma, respondí:
-Para ser perfecto, tendría que estar desnudo.
Entornando los ojos, soltó una risotada y desprendiéndose de mi caricia, me soltó:
-Eso se puede arreglar.
Aterrorizado al saber que si continuaba con ese juego, iba a cometer una estupidez, me disculpé con ella, diciéndola que tenía prisa y llamando al camarero, pedí la cuenta. Hoy, reconozco que huí con la cola entre las piernas pero ese día creí que era lo único que podía hacer. Lo cierto es que a Helena no le molestó mi  retirada y cuando nos despedíamos, me dio un beso en los labios diciendo:
-Hoy te dejo que te vayas pero te aviso: ¡Me ponen muchísimo los hombres casados!
Al llegar a casa y aprovechando de que estaba solo, no pude evitar dar rienda suelta a mi calentura y  pensando en ella, me masturbé. Aunque sabía  que esa mujer no me convenía, dejé que mi mente volara y soñé que  esa noche la hacía mía.  Preludiando mi destino, me imaginé que salía del baño de mi habitación envuelta en una toalla.
Como si fuera real, observé que su pelo negro aun mojado le confería un aspecto gatuno, era una pantera a punto de alimentarse. En mi sueño, Helena era una cazadora y yo su presa.
-Fóllame- me exigió como si fuera mi obligación
Y sin esperar mi respuesta, sus manos me desnudaron con rapidez. Mi asistente más que quitarme la ropa, me la arrancó y de un empujón me tumbó en la cama. En mi mente, estuve a punto de negarme, pero entonces dejó caer la tela que la envolvía dejándome ver el cuerpo más impresionante que me hubiese podido siquiera imaginar.
Todos mis recelos desaparecieron cuando muerta de risa, me dio uno de sus pechos y me obligó a chupárselo. Ella era una diosa y yo solo un pobre mortal. Sin voluntad alguna, me entretuve recorriendo con la lengua el borde de su pezón mientras ella se acomodaba encima de mí. Sin ningún tipo de prolegómeno, la Helena de mi sueño se introdujo mi miembro en su cueva. La sequedad de su sexo provocó que sintiera cada uno de sus pliegues como una tortura, que fuera como si dentro de ella miles de pequeños dientes me rasgaran todo mi pene. Comportándose como una estricta ama, no le importó mis gritos  y como quien se mete un consolador, empezó a montarme sin freno.
Los músculos internos de su vagina apretaban y soltaban mi polla sin parar. Cómo si me estuviera ordeñando y como si lo único que buscara era recoger mi simiente, no dio ninguna importancia a lo que yo pensara. Su cabalgar se incrementó de improviso y viendo que mi pene se deslizaba con mayor facilidad, su excitación se me contagió y cambiando de postura apoye su espalda contra la cama, abriéndole las piernas para facilitar mis acometidas.
Por su respiración entrecortada supe que se le acercaba el clímax, el olor a hembra me llegaba por todos lados, cuando me envolvió la humedad de su venida. Gritó como poseída, al sentir como su cuerpo explotaba, y arañándome me dio permiso para que yo también terminara. Su orden desencadenó que mi cuerpo derramara dentro de ella en breves pero intensas sacudidas de placer toda la frustración de la noche, y cayendo sobre ella me corrí.
Mi imaginación tampoco me dio descanso y no había terminado de correrme cuando ya tenía mi pene en su boca, buscando el reanimarlo. Mi ídilica asistente lo consiguió sin esfuerzo y poniéndose a cuatro patas, me exigió que volviera a introducírselo en su vagina. La mujer de mis sueños al sentir que la cabeza de mi glande chocaba en esa posición con la pared de su vagina, me incitó a penetrarla con violencia. Como su más fiel sumiso, me agarré de sus pechos usándolos como soporte y desbocado, seguí con mi misión.
Ya nada me podía parar, aún en mi imaginación, yo no era más que su objeto deseoso de placer y mientras ella conseguía múltiples orgasmos, en mi mente lloraba por tamaña humillación. En un momento dado y tratando de retomar el control de esa pesadilla, quise sacarla y que Helena me la chupara pero se negó y pegándome un grito, me ordenó correrme dentro de ella.
Por segunda vez mi cuerpo regó las sábanas tras lo cual, agotado y avergonzado, me quedé dormido.
Helena inicia su acoso.
A partir de ese día, no cejó en su propósito. Aprovechando cualquier circunstancia, restregaba su culo contra mi cuerpo por mucho que le pedía que no lo hiciera. Parecía como si mi rechazo en vez de retraerla la estimulara y obviando cualquier recato, buscó el calentarme a todas horas.
Aunque no os lo creáis, ¡Estaba indefenso! No podía acercarme a mi jefe y decirle que esa preciosidad me estaba acosando. Lo primero es que dudo que me creyera y de hacerlo hubiera dudado de mi propia sexualidad. Por eso tuve que sufrir en silencio sus ataques mientras poco a poco esa zorra iba asolando mis reparos.
Para que os hagáis una idea de lo insoportable que era la situación solo contaros un detalle. Aprovechando que trabajábamos uno frente al otro en un despacho, una mañana estaba enfrascado terminando un informe cuando de pronto escuché un ruido bajo mi mesa. Al mirar que pasaba me encontré con Helena sonriendo arrodillada en la alfombra. Estaba a punto de preguntarle que se le había perdido cuando la mala suerte hizo que en ese preciso instante, llegara nuestro jefe. Don Alberto, ajeno a lo que estaba ocurriendo bajo mi despacho, se sentó en una silla y sacando un dossier, me pidió que le aclarara algunos puntos.
Acojonado porque me resultaría imposible el explicar los motivos por los que  mi asistente se hallaba allí si la descubría, me callé esa circunstancia y temblando, empecé a responder sus preguntas. La muy hija de puta sabiendo que si decía algo sería despedido, aprovechó el momento para bajarme la bragueta.
Mi pene reaccionó a sus caricias y ella viendo mi respuesta instintiva, la usó para metiendo su cara entre mis piernas, besar mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Sus maniobras consiguieron que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto.
No me cuesta reconocer que estaba acojonado y mas cuando aprovechando mi indefensión, esa zorra se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo fue una tortura porque sin poder hacer nada para remediarlo,   disfruté de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión antes  que la humedad de su boca lo envolviera. Increíblemente, esa cría no cejó hasta que desapareció en su interior. Con mi pene completamente introducido en su garganta y  usó su boca como si de su sexo se tratara y en silencio,  empezó a sacársela y metérsela mientras yo seguía contestando a nuestro jefe.
No sé si fue el morbo de tener a ese capullo en frente o la maestría que demostró al hacerme la mamada, pero no tardé en sentir que me iba a correr sin remedio. El mal rato se prolongó durante varios minutos y coincidiendo con la partida de Don Alberto, me  derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Helena, sabiendo que me había forzado, se esmeró para que no me quejara y no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara, con su lengua limpió todos los restos de mi excitación. Tras lo cual, salió de debajo y acomodándose el vestido, me dijo:
-Espero que te haya gustado porque a mí, ¡Me ha encantado!
Indignado y con mi orgullo por los suelos al haber sido un mero pelele de su lujuria, salí del despacho rumbo al baño. Ya encerrado en ese indigno cubículo, aterrorizado pensé en lo cerca que había estado mi despido y ya más tranquilo, volví con el firme propósito de encararme con esa arpía.
El problema fue que cuando cerrando la puerta para evitar visitas indiscretas y antes de poderle echar la bronca, Helena sonriendo me pasó su móvil diciendo:
-Antes de decir nada, ¡Mira que he grabado!
Casi me caigo al suelo al ver en su teléfono la grabación de la mamada y justo cuando estaba más acojonado, esa zorra me informó de lo que me esperaba diciendo:
-Como verás te tengo en mis manos, pero no te preocupes mientras me sigas dando mi dos raciones diarias de leche, esto quedará entre nosotros,
Os juro que mi mundo se hundió en ese instante porque aunque no se me veía la cara, no tenía ninguna duda de que mi mujer reconocería como míos, tanto el pantalón  como la verga que esa mujer se comía en la película y tratando de parecer sosegado, pregunté:
-¿Dos diarias?
-Sí, cariño. Pienso ordeñarte mañana y tarde.
Ni que decir tiene que cuatro horas después, Helena cumplió su amenaza y sumergiéndose bajo la mesa, volvió a hacerme otra mamada.
Helena se muestra como una hembra insaciable.
Durante dos semanas, esa mujer se conformó con las dos felaciones diarias y cuando ya hasta veía normal que al llegar a la oficina, lo primero que hiciera fuera devorar mi miembro, me soltó:
-Llama a tu mujer y dile que esta noche llegaras tarde a casa.
Sin saber que se proponía, pregunté el motivo.
-He decidido instituir el follajueves. A partir de hoy, todos los jueves iremos a mi casa.
Asustado, intenté hacerla entrar en razón pero ella no dando su brazo a torcer, me amenazó diciendo:
-No creo que a Marisa le guste recibir nuestro video.
Como un autómata, cogí el teléfono y llamé a mi parienta. Inventándome una excusa le conté que teníamos que presentar un informe y que esa noche no llegaría a cenar. Mientras hacía tan funesta llamada, mi asistente sonreía. Nada más colgar y valiéndose de que estábamos solos, se desabrochó la camisa y pellizcándose un pezón, me dijo muerta de risa:
-¡No te arrepentirás! Soy una amante discreta y mientras me des lo que te pido, nadie tiene porque enterarse.
Con el sudor recorriendo mi frente, recordé que lo mismo me había dicho el día en que me obligó a recibir su primera mamada y sabiendo que tenía que buscar una salida, entre dientes, la llamé zorra. Helena soltó una carcajada al ori mi insulto y pasando su pie desnudo por mi entrepierna, respondió:
-No te quejes. Tu Marisa te tendrá seis días a la semana mientras que yo ¡Solo uno!
La cara de viciosa que puso mientras me lo decía, incomprensiblemente me excitó y por eso durante todo el día no pude parar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. No tardé en descubrirlo porque esa tarde, nada más dar las siete, salí de la oficina con mi asistente.
Al llegar a su casa, pagué el taxi y con ella colgada de mi brazo, nos metimos en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, Helena iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de su apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, me pidió:
-¡Follame!
Contagiado de su lujuria, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Mi  compañera de trabajo chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos. Os podréis imaginar lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me exigía que siguiera follándola. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡No pares!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta su cama.
La muy zorra sonrió al verse lanzada sobre las sábanas y sin darle tiempo a reaccionar, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina. Helena, lejos de quejarse, recibió con gozo mi trato diciendo:
-¡Fóllame a lo bestia!
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No ha sido tan desagradable” pensé creyendo que estaba saciada.
La morena no tardó en sacarme de mi error, al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfómana” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar.
Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Helena, usando mi pene como si fuera una espada, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus areolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo.
Ella al sentir la ruda caricia de mis manos, me gritó:
-¡Dame más fuerte!
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de tomar por primera vez el control, le solté:
-¡Grita lo que quieras! ¡esta noche haré uso de tu culo!
Al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Me encanta sentir que me lo rompen!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Quiero más!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que continuara. Su petición abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Deseando lastimarla y que de esa manera se olvidara de mí, forcé su esfínter con largas y profundas estocadas. Mi asistente se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la morena se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“¡No me lo puedo creer” pensé al saber que con mucho menos mi mujer se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo defraudarla, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Zorra! ¡Mueve tu puto culo!
Por primera vez en su vida, Helena oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi pene forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Ni pienses que voy a parar ahora!
Que le echase en cara no ser lo suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Córrete!- me rogó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi  frustración en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado. Helena al sentir junto a ella,  se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me soltó:
-¡Cómo engañas! ¡Va a resultar que eres buen amante!- y levantándose de la cama, salió de la habitación.
No llevaba ni dos minutos fuera del cuarto, cuando la vi volver con dos copas en su mano. Al preguntarle el motivo, la muy guarra me contestó:
-Tenemos mucho que planear.
Sin tenerlas todas conmigo, pregunté el qué. La muchacha muerta de risa, respondió:
-Si crees que te voy a dejarte escapar, ¡Vas jodido!- y poniendo cara de buena, me preguntó: -Marisa, tu mujer, ¿Es bisexual?
-No- respondí indignado.
-¡Pues lo será!
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (10)” (POR ALFASCORPII)

$
0
0

10

Al día siguiente de mi aventura en casa de Pedro, desperté sintiendo en mis propias carnes los efectos de los excesos de la noche anterior. A parte de un poco de resaca alcohólica, tenía los pechos más sensibles de lo normal, sentía algo doloridas las ingles por haber pasado demasiado tiempo abierta de piernas, y mi coñito también estaba hipersensible, sin llegar al dolor, pero resentido tras el delicioso homenaje que se había dado alternando entre tres jóvenes pollas.

Lo que sí era más notable, era el dolor de mi culito. Tampoco es que fuera insoportable, y si fuera necesario lo podría sobrellevar estoicamente pero, por suerte, era sábado y no tenía por qué esforzarme en estar cien por cien operativa, así que iba a limitar cualquier actividad para ese día. Había gozado con él más de la cuenta, y aunque el sexo por mi entrada trasera había sido increíblemente satisfactorio, todo debe hacerse con cierta mesura, y yo no había sido nada comedida, para mi propio disfrute y el de mis tres jóvenes amantes.

Así que, un poco hecha polvo, por los polvos echados, decidí tomarme un día de vagancia total, algo que no encontré entre los recuerdos de la antigua Lucía, quien nunca se permitió relajarse y siempre había necesitado estar ocupada en algo.

Pasé el día en casa, con el aire acondicionado bien regulado, en cómoda ropa interior, comiendo helado de chocolate y viendo varias de las películas de la colección en Blu-ray de clásicos del cine que la Lucía original había comprado, pero que ni siquiera había llegado a abrir. Gracias a este día, descubrí cómo mis gustos cinéfilos se habían refinado, pues mi nueva condición me aportaba una sensibilidad especial con la que era capaz de apreciar más matices en las historias que las películas narraban y, a pesar de que seguían gustándome las películas de acción, estas ya no eran mis favoritas, necesitaba argumentos más elaborados, incluso, más centrados en la naturaleza humana y los sentimientos.

Mi día de asueto sólo fue interrumpido por una llamada de María, mi hermana, quien al igual que el fin de semana anterior, quería invitarme a pasar la tarde con ella y los niños en la piscina. Aludiendo a una dura semana de trabajo y que lo único que me apetecía era estar en casa, conseguí declinar su invitación. Pero María era insistente y algo mandona, no en vano había medio criado ella a Lucía, así que tuve que aceptar ir al día siguiente a comer a su casa para después pasar la tarde del domingo en la piscina haciendo vida familiar.

La perspectiva del inevitable reencuentro con Ángel, mi cuñado, se me hizo cuesta arriba. La última vez que nos vimos acabé corriéndome con su polla metida en mi culo, pero dimos el tema por zanjado acordando que aquello jamás se repetiría. No sabía cómo podría mirarle a la cara, o cómo él podría mirarme a mí. La situación podría ser muy tensa…

Llegué a casa de mi hermana justo a la hora de comer, cargada con mi bolsa de deporte con todo lo necesario para una tarde de piscina. El encuentro con mi cuñado fue, como esperaba, inicialmente tenso, pero con el alboroto de mis sobrinos echándoseme encima, y la energía de mi hermana ordenándonos a todos sentarnos a la mesa, la tensión se difuminó y la situación se normalizó.

María había hecho paella, y nos sentamos en la mesa redonda de modo que a un lado tenía a mi sobrino mayor, y al otro a mi cuñado. Las dotes culinarias de mi hermana hicieron las delicias de nuestros paladares, y pasamos una comida distendida riéndonos con las ocurrencias de los pequeños. Ya en los postres, un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí una cálida mano sobre mi rodilla derecha. Miré a Ángel esbozando una sonrisa de disimulo, y éste, en lugar de apartar su mano, la subió por la cara interna de mi muslo aventurándose bajo mi ligera falda veraniega. Los pezones se me pusieron como puntas de flecha, apenas disimulados por el sujetador y el top, y una oleada de calor recorrió mi cuerpo haciéndome suspirar.

– ¿Estás bien?- me preguntó María.

– Sí, sí- contesté avergonzada-, es que…

– Estas natillas te han quedado tan ricas –se adelantó Ángel contestando por mí-, que quitan el aliento.

Me sonrió, y su mano continuó acariciándome el muslo sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. No podía meter la mano con la que sostenía la cuchara debajo de la mesa para apartar la de mi cuñado sin levantar sospechas, por lo que él continuó acariciando mi sensible piel, excitándome mucho más de lo que podría confesar, hasta que todos terminamos el postre.

Al terminar de comer y, siguiendo las indicaciones de María, recogimos la mesa, puesto que íbamos a bajar a la piscina, todos menos Ángel, que por suerte para mí, ya había quedado con sus amigos para ir a jugar a cartas en su bar favorito. Mi hermana y los niños ya tenían puestos los bañadores, por lo que, en cuanto yo me pusiera el bikini bajaríamos, nosotros a la piscina, y mi cuñado al garaje para coger el coche.

Justo cuando me metía en el dormitorio de matrimonio para cambiarme, sonó mi móvil.

– Es Raquel- le dije a María.

– Habla tranquila, cariño. Yo voy bajando con estas fieras y te espero tomando el sol.

– Hasta luego, Lucía –me dijo Ángel con una amplia sonrisa.

Asentí y descolgué el teléfono metiéndome en el dormitorio para tener intimidad, aunque enseguida me quedé sola en la casa.

Raquel, con su habitual “¡Hola, preciosa!”, sonaba especialmente contenta al otro lado de la línea. Me contó que, finalmente, no volvería a la ciudad hasta el siguiente fin de semana. La razón era que había conocido a un hombre “I-N-C-R-E-Í-B-L-E”, en sus propias palabras. Estaba muy ilusionada, “enamorada como una colegiala”, me dijo, así que quería pasar más tiempo con él para asegurarse de que “este sea el bueno”; por lo que prolongaría unos días su trabajo en la ciudad donde él vivía. Me alegré profundamente por ella, y obvié que teníamos una conversación pendiente. Por mi parte, tras los acontecimientos de los últimos días, ya no tenía mucho sentido, puesto que había descubierto que me gustaban los hombres, ¡y mucho!, dejando totalmente de lado mi atracción por las mujeres. Y por su parte, tenía menos sentido aún, puesto que si estaba comenzando una relación, lo único que necesitaría de mí sería una buena amiga, y yo estaba dispuesta a serlo.

Felicité a Raquel por su dicha, y como amiga, le recomendé precaución con el chico para que no se precipitara. Le pedí que volviera a llamarme en un par de días para mantenerme informada de los progresos y darme más detalles sobre su Don Juan. Con la promesa de que así lo haría, nos despedimos mandándonos besos.

Me puse el sencillo bikini negro que había escogido para no llamar la atención, y comprobé en el espejo que había a los pies de la cama, que a pesar de su sencillez y no ser de tanga, me quedaba “de muerte”.

– Estás para comerte entera –oí.

Asustada, me giré y vi a Ángel a la puerta del dormitorio. Había vuelto sin que le oyera, y me miraba embebiéndose de mi anatomía, marcando paquete en su pantalón corto.

-¿Pero tú no te habías ido a jugar a las cartas?- le dije sintiendo una oleada de calor.

– Sí –contestó acercándose hasta llegar a un palmo de mí-, pero al ver que tú te quedabas aquí, he vuelto para echarte un último vistazo.

– Ángel, dejé muy claro cómo quedaban las cosas entre nosotros- le dije poniendo mis manos sobre las caderas para mostrar una pose decidida-. Y lo que has hecho durante la comida ha estado mal, muy mal…

– Lo sé –dijo acortando aún más la distancia entre nosotros para tomarme por la cintura-, pero es que eres tan irresistible… Y he notado cómo a ti te excitaba…

El contacto de sus manos sobre la piel de mi cintura hizo que mis pezones volvieran a ponerse tan erectos como durante la comida, lo que la suave tela del bikini no pudo disimular.

– Yo… -apenas pude decir.

Estaba completamente desarmada. Me había pillado de improviso, y mi piel respondía al contacto con aquel hombre de modo que me impedía pensar. El hecho de que fuera mi cuñado, y como tal lo sintiera a través de los recuerdos que conservaba de la antigua Lucía, aumentaba mi excitación mucho más allá de lo que podría excitarme cualquier otro cuarentón como él. No me parecía especialmente atractivo, sino del montón, ¡pero cómo me ponía!. Para mí representaba el deseo de la fruta prohibida, y el recuerdo de cómo me había poseído en las dos ocasiones anteriores, no hacía sino avivar las llamas de mi lujuria.

Recorrió mi cintura con sus manos, y yo, inconscientemente, le dejé hacer.

– Estás tan rica… -me dijo- que no puedo conformarme sólo con mirarte…

– No… -conseguí decir humedeciendo mis labios-, no podemos…

Sus labios se posaron en mi cuello y succionaron provocando la humedad de la parte baja de mi bikini. Toda la piel se me puso de gallina, y esto le animó para recorrerme la yugular con los labios hasta la clavícula, y apretar mi cuerpo al suyo para hacerme sentir su tremenda erección presionándome el bajo vientre.

– No sigas… – le dije sin convicción alguna. Esos íntimos besos en tan erógena zona me estaban derritiendo.

– Eres deliciosa…

Sus labios bajaron por mi esternón, y sus manos subieron por mi cintura hasta agarrarme los pechos y apretarlos alzándolos a la vez que su boca atrapaba uno de ellos y lo succionaba a pesar de la tela del bikini.

– Uuuuuummmm… -gemí-. No sigasssss…

– Lucía, quiero comerte…

Sus manos bajaron hasta mi culo y lo agarraron con ganas, presionándome los glúteos mientras su cabeza seguía descendiendo con la lengua acariciándome el abdomen con rumbo sur, obligándole a clavar una rodilla en el suelo.

– Angel, no sigasssss…

Tenía la parte baja del bikini totalmente empapada, y mi voz sonaba carente de autoridad.

– Cuñadita, voy a comerte…

– Uuuuuuuufffff… – suspiré con la afirmación sintiendo cómo su boca besaba la húmeda tela que cubría mi vulva-. No sigaaaaasssss…

Sus manos bajaron mi prenda inferior acariciando mi culito y muslos al hacerlo y, al desnudar mi coñito, su lengua lo lamió recorriendo de abajo a arriba la grieta formada por mis hinchados labios vaginales.

– Uuuuuuuuummmmmm… No sigaaaaaaasssss… -repetí sintiendo cómo me licuaba.

Me hizo sentarme a los pies de la cama, y separando mis muslos con sus manos, metió su cabeza entre mis piernas. Me eché hacia atrás, apoyando mis manos sobre el lecho y facilitándole el acceso. Me ardía toda la piel, y sentía mis pezones capaces de agujerear el bikini. Me estaba dejando llevar, me estaba haciendo suya, y anhelaba que cumpliese sus palabras, pero aun así, todavía conseguí decir:

– No sigas… María me está esperando…

Oí la voz de Ángel surgiendo de entre mis muslos, respondiéndome:

– No voy a tardar…

Y acto seguido sentí su lengua colándose entre mis labios mayores y menores, penetrándome hasta que los labios de mi cuñado se adaptaron a mi vulva y la succionaron.

-¡Oooooooooooooohhhhh…!

La lengua de Ángel se volvió vivaracha dentro de mí, retorciéndose como la cola de una lagartija hasta donde su longitud le permitía penetrar en mi vagina. Besó mi coñito como si los labios de éste fueran los de mi boca y su lengua se estuviera enredando con la mía, estimulando mis sensibles paredes internas con un delicioso y húmedo cosquilleo que me hizo jadear.

– Uuuuuuuummmm, Ángel. Uuuuuuuummmm, me matasssssss…

Su destreza y la dedicación que puso en comerme, sin duda, eran fruto de los años que llevaba deseando a Lucía en secreto, y su inquieto músculo me lamía tan bien que, efectivamente, no tardaría en provocarme un orgasmo.

Veía cómo su cabeza se movía entre mis piernas, y eso acrecentaba aún más mi placer, hasta el punto de no poder mantenerme mirándolo y sentir cómo mi espalda se arqueaba obligándome a mirar hacia el techo con la boca abierta para tomar profundas bocanadas de aire, me estaba dejando sin aliento.

Se estaba bebiendo mi lubricación como si fuera un manjar de dioses, recorriendo cada milímetro de mi gruta de placer para no dejarse nada sin explorar, y eso me encantaba. Sacó la lengua del agujero y lamió entre mis labios hasta alcanzar mi duro clítoris. En cuanto la punta contactó con él, sentí que ya estaba a punto de derramarme.

– Uuuuuuuuuuuuuummmmmm…

El húmedo apéndice acarició con la punta mi botón de placer, provocándome descargas eléctricas que recorrieron mi espina dorsal para que toda mie espalda se arquease hasta el límite de sus posibilidades. Lamió mi perla, arriba y abajo, primero lenta y suavemente, y después con dureza y velocidad.

– Ah, ah, ah, ah, ah, ah…

Trazó círculos linguales alrededor de mi clítoris, y lo atrapó entre sus labios para succionarlo. Lo succionó y succionó con fuerza, haciéndolo vibrar mientras un aventurado dedo se introducía en mi vagina para entrar y salir de ella follándome sin tregua.

– Joderrr, joderrrrr, joderrrrr – susurraba apretando los dientes, enajenada de gusto.

Sin detener las poderosas succiones y duros lametazos en mi botoncito, el dedo salió de mí, y fue sustituido por otro más corto y grueso que, en lugar de proseguir con el mete-saca, empezó a realizar unos maravillosos movimientos circulares que me encantaron.

Esa exquisita doble estimulación me llevó en volandas al borde del precipicio, haciéndome desear que nunca acabara y, a la vez, anhelando lanzarme al vacío del orgasmo. Cuando, de pronto, percibí cómo el húmedo y largo dedo que antes me había follado, irrumpía con decisión entre mis glúteos, encontraba mi suave y estrecha entrada trasera, y la franqueaba sin dificultad para penetrarme en toda su longitud por sorpresa.

Aquello fue demasiado para mí. Sentí el terremoto sacudiendo mis entrañas, las hogueras ardiendo en mi sexo y el placer explotando para recorrer cada fibra de mi ser en un orgasmo con el que habría gritado en pleno éxtasis, pero me vi obligada a morderme con fuerza el labio inferior para no alertar y escandalizar a los vecinos.

Ángel sacó su pulgar de mi vagina permitiendo a su dedo corazón perforarme el culito con mayor profundidad, y acopló toda su boca a mi sexo acariciando con la lengua su interior para devorarme y beber todo mi zumo de hembra; prolongando mi orgásmica agonía hasta que todo el placer abandonó mi cuerpo culminando mi clímax.

Cuando recuperé la cordura, pude recomponerme y echar hacia atrás la cabeza de mi cuñado indicándole que ya había terminado de correrme Él sacó su dedo de mi retaguardia, se levantó limpiándose la barbilla, y se quedó en pie ante mí mientras yo me subía y recolocaba la prenda inferior del bikini, quedándome sentada en la cama.

Mis ojos no podían apartarse de la tremenda erección que se adivinaba bajo su pantalón corto, y la deseé. De sobra se había ganado que yo le correspondiera, y me sentía generosa.

– Quiero tu polla – le espeté como única respuesta.

Le cogí de la mano para que diese un paso hacia mí y se situase nuevamente entre mis piernas abiertas. Ya a mi alcance, acaricié su abultadísimo paquete sintiendo su dureza y forma con la palma de mi mano, y el suspiró.

– Uuuufffff, es toda tuya.

Bajé la cremallera, e introduciendo la mano por la bragueta, agarré su verga apartando el calzoncillo para liberarla y que asomase por la abertura del pantalón. Estaba congestionada, con la punta húmeda y rosada, y su tronco surcado de gruesas venas, lista para ser devorada. Me resultó curiosamente atractivo el no quitarle las prendas, me gustó la imagen de tenerle así, con tan solo su polla desnuda saliendo por la bragueta, remarcando lo clandestino y prohibido de la situación.

Le miré a los ojos con mi azulada mirada de largas y negras pestañas, sabía que en ese momento mi expresión era de puro vicio. Él resopló, y vi cómo una gota transparente surgía de la ranura de su glande. Posé mis labios sobre él, y lamí la salada ofrenda de su excitación. Él gimió.

Con mis labios en forma de “o”, envolví el glande impregnándolo con saliva, dándole suaves y succionantes besos que lo hacían deslizarse entre ellos para que sintiese su jugosidad. Acaricié el frenillo con la punta de mi lengua, y le oí gemir de nuevo. Agarré la base del tronco, poniendo la palma de mi mano sobre la tela de su pantalón, y fui metiéndome la polla de mi cuñado en la boca poco a poco. Succionando lentamente para que fuese desapareciendo entre mis labios y llenando mi boca.

– Diooooosssss… – evocó él.

Me penetré la boca hasta que sentí que alcanzaba mi garganta, con mi nariz pegando en su pantalón, y la dejé salir un poco antes de que me pudiera dar una arcada. Hasta ese momento, y en mis anteriores experiencias como felatriz, nunca había llegado tan profundo por iniciativa propia.

Succioné toda la longitud y grosor de la verga haciéndola salir, con mis carrillos hundidos por la fuerza de succión, y a mitad de recorrido, la sentí palpitar. Ya le tenía casi a punto. Sin duda, él había disfrutado mucho comiéndome, le había sobreexcitado, y yo ya sabía a ciencia cierta que se me daba especialmente bien practicar el sexo oral. El que yo misma hubiera sido un hombre para saber a la perfección qué les hacía derretirse, y lo excitante que me resultaba hacerlo disfrutando de ello, me estaban convirtiendo en una auténtica experta comedora de pollas.

– Uuuuufff, Lucía, vas a hacer que me corra enseguida…

– De eso se trata, cuñado – le dije sacándomela de la boca.

Le dejé respirar un poco, tampoco quería que se me corriese nada más empezar como ya me había pasado con alguno de los muchachos de dos días atrás. Cuando vi que era capaz de controlarse (él ya no era ningún chiquillo), volví a chupársela metiéndome toda su herramienta en mi boca para degustarla haciéndola salir lentamente, y así deleitarme con sus palpitaciones en mi paladar.

Hice una nueva pausa, y ante el suspiro que me indicó que volvía a serenarse, volví a la carga. Esa técnica estaba funcionando para que a los dos nos diese tiempo a disfrutar de la mamada en toda su extensión, sin una corrida precipitada, así que continué con ella: Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa…

Cuando mi cuñado llegase al orgasmo, su corrida iba a ser gloriosa, así que me relamí mentalmente pensando en cómo explotaría en mi boca llenándomela de leche, mientras él gemía con cada nuevo sondeo de mi garganta.

Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo-succión intensa-pausa… Engullido profundo…

– ¡Pero qué bonito!, ¡mi marido con la polla dentro de la boca de mi hermana! –oímos repentinamente.

Me quedé de piedra. Solté la verga y miré hacia la puerta del dormitorio. Allí estaba María, con los brazos cruzados y una expresión de sorpresa y enfado de la que no encontré comparación en ninguno de los recuerdos de Lucía que atesoraba.

– ¡María!- exclamó su marido-. Yo… nosotros…

Yo me había quedado completamente muda, sintiendo cómo la nueva vida de la que había tomado las riendas, comenzaba a derrumbarse como un castillo de naipes.

– ¡Cállate, cabrón! – le dijo-. ¡Venga, no os cortéis porque esté yo aquí!. Continuad con lo que estabais haciendo, no quisiera cortaros el rollo…

– Pero… ¿qué dices María? –consiguió preguntar Ángel.

– ¡Que te calles!- le espetó-. Venga, vuelve a meterle la polla en la boca a mi hermana…

– María… -conseguí decir con un hilo de voz.

– ¡A ti no te consiento que me digas nada! – su rugiente tono me intimidó, y a mí acudieron los recuerdos de la autoritaria pero cariñosa hermana mayor que había cuidado de Lucía cuando ésta era pequeña.

– ¡Vamos!- me incitó-, termina de comerte la polla de mi marido… No querrás que acabe con dolor de huevos, ¿verdad?.

Ángel y yo intercambiamos miradas de desconcierto. Aquella era la situación más surrealista que ambos habíamos vivido (bueno, no, yo no…).

– ¡Que sigáis o aquí se va a montar la de Dios es Cristo! –nos gritó- ¡Terminadlo!.

Intimidados, Ángel y yo volvimos a intercambiar miradas, y asentimos con los ojos. Mi cuñado volvió a girarse hacia mí, ofreciéndome nuevamente su pene, que por la impresión, colgaba medio flácido de la bragueta del pantalón. Lo sujeté con una mano y lo icé para metérmelo en la boca mirando de reojo a mi hermana. Ella asintió:

– Eso es – dijo con desprecio-. Acabad lo que habéis empezado mientras yo pienso qué voy a hacer con vosotros… Luego hablaremos.

Pero en lugar de salir del dormitorio, se quedó esperando, clavando su furiosa mirada en nosotros, atenta a que se cumpliesen sus órdenes.

El pene de Ángel estaba blando en mi boca, y su tamaño había mermado considerablemente, no me resultaba nada erótico. Así que viendo cómo María no perdía detalle, me aferré al atisbo de excitación que me producía el ser observada practicando sexo para chupar la carne de mi cuñado con algo de convicción. Enseguida, el miembro viril comenzó a responder a la calidez, suavidad y humedad de mi boca y pude sentir en ella cómo se iba hinchando. Esa sensación avivó mi llama, y sin perder de vista a mi hermana, chupé con más ganas.

Escuché un gemido ahogado de Ángel, y su polla continuó dilatándose en mi boca, poniéndose dura y llenándomela por completo. ¡Eso sí que me excitaba!. Comencé a succionar con más fuerza, y aquel falo adquirió todo su esplendor llenándome la cavidad bucal de pétrea carne de hombre. Me la saqué para tomar aire y vi que estaba completamente tiesa y congestionada, embadurnada con mi saliva. Miré a María, y ésta volvió a asentir con una irónica sonrisa. Miré a mi cuñado a la cara, y le vi ruborizado apretando los dientes.

– Acabemos con esto- le susurré.

Él sonrió denotando cierta amargura, pero movió su cadera hacia delante y su glande penetró mis labios hasta que alcanzó mi garganta. Succioné con fuerza, subiendo y bajando por el venoso tronco, acariciando el frenillo con la lengua, engullendo sin compasión la zanahoria, sintiendo cómo su dureza latía sobre mi lengua.

Ángel reprimía sus gruñidos a duras penas, y sentí los espasmos de su miembro. Con un último gruñido que no pudo retener, explotó dentro de mi boca. El semen inundó mi cavidad, deliciosamente hirviente, exquisitamente denso, y el sabor a leche de hombre deleitó mis papilas gustativas y saturó mi olfato con su retrogusto al deslizarse por mi garganta. Tragué y tragué, con media polla metida en mi boca regando mi lengua una y otra vez. Era una magnífica corrida, concentrada y abundante por la pausada mamada anterior a la irrupción de María, intensificada por el brusco parón, poderosa por la excitación acumulada. Y yo me la bebí toda, disfrutando de su generosidad, calidez, textura y sabor, recibiendo cada impetuoso lechazo en mi paladar como un regalo para mi glotonería hasta que, finalmente, mi cuñado concluyó su orgasmo con una última y ya escasa eyaculación en mi lengua. Me lo tragué todo, y al sacarme la polla de la boca, me limpié con los dedos los dos regueros que habían rezumado por la comisura de mis labios.

– ¿Ya está? –preguntó María-. Sí que debes ser buena –añadió acercándose para sentarse a mi lado en la cama-, se ha corrido enseguida.

Con un rastro de timidez, asentí chupándome los últimos restos de néctar de macho de mis dedos.

– María, lo siento… -dijo Ángel guardando su miembro en el pantalón.

– ¿Ahora lo sientes? –contestó visiblemente más calmada que momentos antes-. Si te digo la verdad, en cierto modo, me esperaba esto de ti…

– Yo…

– ¿Acaso crees que no me había dado cuenta de cómo miras siempre a mi hermana?. Sabía que la deseabas, y no te culpo por ello… ¡Joder!, es un bombón… pero…

– María –intervine-, yo sí que lo siento…

– De quien no podía esperarme esto era de ti –me dijo profundamente decepcionada-. Con la de tíos que matarían porque les comieras la polla, y tienes que comerte la de mi marido…

– Es que… -intenté buscar en vano una excusa.

– Cuando tuviste el accidente me dijiste que cambiarías, pero jamás imaginé que sería así… Lucía, no te reconozco…

Sentí una losa cayendo sobre mí.

– No le eches a ella toda la culpa –salió sorprendentemente en mi defensa Ángel-. Además, ha sido la primera vez… -mintió como un bellaco.

Aunque técnicamente aquello no era del todo falso, sí era la primera vez que le practicaba sexo oral.

– Es verdad – me sorprendí a mí misma diciendo con una fugaz mirada a mi cuñado.

Ante la perspectiva de que mi nueva vida se convirtiera en un auténtico infierno y acabase ahogada por la culpabilidad, preferí obviar las dos veces que su marido me había dado por el culo y la magnífica comida de coño que acababa de hacerme.

– Bueno, una mamada no es para tanto… -contestó mi hermana-. Y casi se podría decir que he sido yo la que os ha obligado a consumarla…

– Eso es, cariño –intervino mi cuñado viendo un resquicio de salida.

– Pero no soy tonta –una amarga sonrisa se dibujó en los labios de María-, sé que esto no iba a quedar así. Tú siempre la has deseado…

– No, no, esto se acabó. Lo siento, cariño… Yo te quiero y no ha sido más que un calentón…

– Eso es –añadí yo cogiendo su mano-. Yo también te quiero, eres mi hermana…

– Yo sé que los dos me queréis, estoy segura de ello. Pero también sé que hay cosas inevitables… Y están los niños…

María se quedó pensativa,

– ¡Eso!, ¡los niños!, ¿dónde están? –preguntó Ángel cayendo en ese momento en la cuenta.

– En la piscina con los vecinos –contestó mi hermana distraídamente-, están jugando bien vigilados… Yo había subido a por una botella de agua… Y os encuentro así…

– Pero no volverá a ocurrir, ¡te lo juro! –le dije.

– Él te desea, siempre ha sido así, y lo seguirá siendo… A no ser…

Una luz pareció encenderse en su cabeza, y su tono de abatimiento cambió radicalmente por uno claramente autoritario.

– No voy a dejar que destrocéis esta familia. Esto hay que arrancarlo de raíz, y la única forma que veo es que él cumpla su fantasía.

– ¿¿Cómo?? –preguntamos Ángel y yo al unísono.

– Que vas a cumplir tu deseo de tirarte a mi hermana –le dijo a él-, así daremos este asunto por zanjado. Haces realidad tu fantasía y todos la olvidamos por completo.

– ¿Pero qué dices? –preguntó mi cuñado desconcertado-. Cariño… No sabes lo que estás diciendo, estás en estado de shock.

– Sé perfectamente lo que digo- contestó María más autoritaria aún-. Te follas a mi hermana y se acabó para siempre. Los tres olvidaremos este asunto y jamás volveremos a mencionarlo.

– Pero María… -intervine.

– ¡A ti ni se te ocurra rechistar! – me soltó con tal severidad que me acobardó.

Para mí, a través de los recuerdos de Lucía, ella siempre sería mi hermana mayor, casi como mi madre, y le tenía mucho respeto e incluso temor a su enfado. En aquel momento me hizo sentir como una chiquilla.

– Después de lo que has hecho me vas a obedecer sin dudar –continuó-. Y es más, lo vais a hacer ahora mismo, ¡y delante de mí!.

– ¿Pero estás loca?- le dijo Ángel.

– Ni se te ocurra llamarme loca. Por mi salud mental y la de esta familia, si de verdad me queréis, haréis lo que yo diga. Así que, venga, ¡a ver cómo mi marido se folla a mi hermana!.

Angel y yo nos miramos perplejos, lo sórdido de aquella situación era de un nivel estratosférico.

Me sentí triste por mi hermana, confusa por lo acontecido, perpleja por la extraña reacción y… excitada, curiosamente excitada y expectante. Aún tenía el sabor de la leche de Ángel grabado en mis papilas gustativas, los ecos en mi cerebro de su polla engordando, endureciéndose y explotando en mi boca; mi hermana me estaba ordenando follar con mi cuñado, y la nueva Lucía en la que me había convertido era una perra cachonda… Así que sí, estaba excitada, y lo sentí con mis pezones poniéndose duros.

María tiró de mi mano y me hizo ponerme en pie ante su marido.

– Desnúdate –le ordenó.

Viendo que parecía haber una salida a aquella situación, y además, especialmente satisfactoria para él, Ángel obedeció sin rechistar.

¡Realmente lo íbamos a hacer!, ¡íbamos a echar un polvo delante de mi hermana!. Volví a sentirme húmeda.

-¡Vaya! – le dijo mi hermana a su marido observando su entrepierna-, ¿ahora no se te levanta?.

Ángel se puso más colorado que un tomate ante tal evidencia, y aunque yo no era capaz de creer lo que estaba ocurriendo, y la desnudez de mi cuñado tampoco es que fuera impresionante (menos aún con su miembro colgando), yo sí que sentía cómo la excitación seguía creciendo en mi interior.

– Es que… – dijo azorado- …esto es tan extraño…

– Ya, claro –contestó María-, y que hace nada que te has corrido en la boca de mi hermana, ¿no? –aseveró con una irónica sonrisa.

– Yo…

– Mejor no digas nada… Sólo piensa en que por fin te la vas a tirar, pedazo de cabrón…

Aquello pareció surtir cierto efecto en él. María extendió su brazo y tomó los testículos de su marido, sopesándolos y acariciándolos para después coger el falo y acariciarlo con la misma delicadeza, provocando un principio de reacción.

– Eso es – le dijo soltándole-. Y ahora mira a Lucía… Es guapa, ¿verdad?.

Ángel asintió mirándome a mí a los ojos.

– Y tiene un cuerpazo, ¿no? – continuó.

Mi cuñado volvió a asentir recorriendo toda mi anatomía con su mirada mientras su verga se iba desperezando. Mi respiración comenzaba a acelerarse.

Mi hermana se colocó tras de mí y, para mi sorpresa, sus manos pasaron bajo mis brazos y agarraron mis pechos apretándomelos.

– María… – intenté decir impresionada por la sensación.

– Shhhhhh – me susurró al oído-, sólo obedece…

Mis pezones ya estaban como pitones de morlaco, y sentí cómo María se afanaba en masajear mis grandes senos recreándose en pellizcar mis durezas por encima del bikini. Parecía que le estaba gustando tocar unos pechos que no fuesen los suyos, poniéndome a mí aún más caliente. Esas manos de mujer, manos de hermana, estimulando mis tetas, despertaban en mí oscuros y antinaturales sentimientos que me provocaban una electrizante sensación de auténtica lujuria.

– Tiene unas buenas tetas, ¿verdad? – le dijo a su marido-. Tan grandes, turgentes y bonitas…

Ángel volvió a asentir, esta vez con sus ojos brillantes y su falo alzándose.

Las manos de María descendieron por mi anatomía, recorriendo las curvas de mi cintura y caderas, provocándome un escalofrío e inconsciente contoneo de todo mi cuerpo, que fue correspondido por la polla de Ángel poniéndose dura y altiva.

– Eso está mejor – le dijo mi hermana acariciándome todo el cuerpo, poniéndome malísima.

Desató la lazada de la parte superior de mi bikini, liberando mis pechos para presentárselos a su marido sin saber que éste ya los había visto y estrujado con ganas en dos ocasiones. Volvió a descender, y deslizó la prenda inferior por mis muslos hasta que cayó al suelo por su propio y húmedo peso. Los tres percibimos el aroma de mi excitación.

– Parece que tú también deseas follarte a mi marido, ¿eh, zorrita? – me dijo.

– Yo… – dije con la respiración entrecortada- …es que…

– Ya, ya, con haberte comido su polla no es suficiente… Por eso quiero que consuméis vuestro deseo y esto acabe aquí y ahora…

Me dio un azote en el culo obligándome a pegarme a mi cuñado hasta que la punta de su asta presionó mi abdomen, y se apartó para dejarnos piel con piel. Los dos la miramos.

– ¡Venga! – nos incitó-, ¡a follar!, no querréis que os haga también de mamporrera, ¿no?.

Ángel me agarró del culo, y sus labios buscaron el beso que en una ocasión anterior yo le había negado. Acepté su lengua en mi boca, pero enseguida me quedó claro que el sentirse observado por su mujer no tenía en él el mismo efecto que para mí, estaba muy cohibido. Mi lengua se enredó con la suya, y sólo así conseguí que se dejase llevar devorando mi boca.

– Eso está mejor – oí que María susurraba.

El sentirme observada por ella, y el que el hombre cuya pértiga se me clavaba en el bajo vientre fuese mi cuñado, a mí me incendiaba, así que tomé completamente la iniciativa, rodeando su cuello con mis brazos, subiendo una de mis piernas a su cadera, y frotando mi húmedo sexo contra el suyo.

Sus besos se volvieron más apasionados, y sus manos apretaron mi culo como si quisieran fusionarse con él. Una de ellas subió hasta mi mandíbula y echó hacia atrás mi cabeza para besarme la garganta y descender hasta mis pechos. Besó ambos, y me hizo retroceder hasta que topé con los pies de la cama. Caí sobre ella arrastrándole conmigo, con su cabeza contra mi pecho sujetando un puntiagudo pezón con sus labios, haciéndome suspirar. Se colocó entre mis piernas, y acomodó mis posaderas para que nuestros sexos se enfrentasen cara a cara.

– Te la tengo que meter, Lucía – me susurró.

Yo ya no deseaba otra cosa.

– Métemela, cuñado.

Ambos miramos a aquella que nos observaba apoyada en la pared con los brazos cruzados, con una mirada que combinaba ira y excitación, y asintió con la cabeza.

Sentí cómo la polla de Ángel se abría paso por mi coñito penetrándolo para alojarse completamente en su húmeda calidez.

– Uuuuummmmmm – gemí.

– Te gusta, ¿eh?- me dijo María.

Asentí mordiéndome el labio inferior. Casi más placentero y excitante que la propia penetración, era saber que la polla que estaba dentro de mí era la de mi cuñado follándome mientras mi hermana nos miraba.

Ángel se retiró para volver a profundizar con ganas, provocándome otro gemido de gusto.

– ¡Vaya con mi hermana!. ¡Si encima es escandalosa…! ¿A ti te está gustando? – le preguntó a él.

– Uufffffff – fue lo único capaz de decir el aludido.

– Ya veo… Pues más vale que lo aproveches, porque vas a estar a palo seco muuuuuuuuuuuucho tiempo…

Aquello le cohibió completamente dejándole paralizado, pero yo estaba revolucionada, y necesitaba más, así que clavé mis uñas en su trasero y le espoleé como si fuera un potro, aunque la que estaba siendo montada era yo. Empezó un continuo mete-saca que hizo mis delicias mientras, en lugar de mirarle a él, no podía evitar mirar el severo rostro de mi hermana, quien observaba con enfado, fascinación y excitación cómo su marido me follaba. Nuestra conexión visual fue tan intensa en ese momento, que pude percibir que ella estaba disfrutando en secreto al contemplar mi cara de puro placer y escuchar mis gemidos.

Ángel trataba de darme con todas sus ganas, tal y como había hecho las dos veces que había gozado de mi cuerpo en el baño, pero estaba especialmente torpe. No era capaz de sentir ni transmitir la pasión de aquellas ocasiones, realmente le coartaba mucho la presencia de María, y parecía que aquello iba a surtir el efecto que mi hermana esperaba: jamás volvería a desearme como hasta entonces me había deseado.

Aunque físicamente aquel no estuviera siendo el polvo de mi vida, mi pervertida mente lo estaba elevando a la categoría de polvazo. Sentía la polla de mi cuñado dura y gorda moviéndose torpemente dentro de mí, su pelvis golpeando rítmicamente mi clítoris, mis tetazas bailando al ritmo de las embestidas, y lo que ensalzaba todo para hacerlo increíblemente excitante: la mirada de mi hermana clavándose en mí. Estaba empezando a llegar al punto de no retorno, al estado en el que sabía que cualquier pequeño aliciente podría hacer que me corriese. A mi mente acudían con recurrencia los momentos vividos poco antes: la magnífica comida de coño que mi cuñado me había hecho, y cómo su polla había explotado brutalmente en mi boca… Y mientras tanto, la sentía dentro de mí, entrando y saliendo, estimulando mis paredes vaginales que la succionaban guiándola para que me follase mejor… Pero su ritmo de caderas empezó a flojear, y tras un tiempo prolongando mi disfrute, Ángel empezó a desfallecer alejándonos a ambos del clímax. Las penetraciones se volvieron menos intensas, más espaciadas, hasta que finalmente se detuvieron dejándome con su verga dentro de mí, mientras mis desesperados músculos vaginales la estrujaban pidiéndole más.

– ¿Ya está? – preguntó María-. ¿Ya os habéis corrido?. ¡Qué decepcionante!.

Yo negué con la cabeza.

– Cariño –contestó Ángel resoplando-, yo no puedo más… Esto es tan extraño que no termino de entrar en situación…

– ¡Vaya!, con lo bien que me lo estaba yo pasando viéndoos… – dijo mi hermana con sarcasmo.

Aunque tratase de ser sarcástica, yo sabía que, irónicamente, María sí que estaba disfrutando de su voyerismo. Había detectado la oscura fascinación en su mirada.

– ¿No pensarás quedarte a medias? –preguntó-. Para que esto funcione tienes que correrte con mi hermana, es tu premio y castigo… Mírala, ella también lo necesita. ¿Verdad, cariño? –se dirigió a mí.

Sin atreverme a abrir la boca, asentí.

– Pero…-añadió mi cuñado- …yo no puedo más…

Mi hermana se quedó un momento pensativa, y vi la duda en su rostro. Parecía que, finalmente, esa rocambolesca situación iba a terminar dejándome con un tremendo calentón. Pero, repentinamente, María recuperó la determinación.

– Lucía, ¡móntale!.

Era como si hubiese leído mis pensamientos.

– Como tú digas –me atreví a contestar servicialmente.

Con una amarga sonrisa, Ángel salió de mí y se quedó tumbado boca arriba. Pude comprobar con mis propios ojos por qué ya no podía más: ¡su erección se estaba bajando!. Su mente estaba siendo más poderosa que su cuerpo, diciéndole que todo aquello era un disparate.

Me coloqué a horcajadas sobre él y vi cómo él estudiaba mi cuerpo desde su privilegiada perspectiva, pero a pesar de que noté reacción en su miembro, aún le faltaba consistencia para volver a estar listo para la acción.

– No puedo montarle –le dije a mi hermana-, no la tiene suficientemente dura.

– De verdad, Lucía, ¡tan puta hace un momento y tan chiquilla ahora! – me contestó haciéndome ruborizar-.¡Esto es increíble!, al final voy a tener que hacer de mamporrera…

Se acercó a la cama y, sentándose al borde, nos dejó alucinados al agarrar la polla de su esposo impregnada de mis fluidos, agacharse y metérsela en la boca.

Él gruño de placer, y yo, viéndolo desde las alturas, sentí cómo el calor volvía a recorrer cada fibra de mi ser.

María chupó con ganas la verga de su marido, haciéndola engordar y endurecerse en su boca mientras paladeaba mi sabor de hembra sobre ella. Cuando sintió que ya la tenía en su punto, se la sacó, me tomó por la cintura, me situó sobre ella, y apuntando con la mano que sostenía el mástil, me hizo ensartarme en él.

– ¡¡¡Ooooooooohhhhhhh!!! – gemimos Ángel y yo al unísono.

– Venga – nos dijo apartándose pero sin levantarse de la cama- ya no me necesitáis. Lucía, sé una buena putita y móntale hasta que se corra, es una orden.

No necesitaba que me lo ordenara, en aquel momento era lo que más deseaba, así que sin perder el contacto visual con ella, comencé a cabalgar suavemente, moviendo mis caderas hacia delante y detrás para que mis músculos oprimiesen con fervor la dura polla de mi cuñado.

Gozando del intenso masaje al que mi vagina le sometía, y observando cómo todo mi cuerpo se contoneaba cabalgándole, Ángel entró en situación dejando a un lado sus escrúpulos por la presencia de María, no en vano había sido ella misma la que le había vuelto a poner a tono.

La postura era de lo más cómoda para ambos. Yo podía controlar el ritmo y profundidad de las penetraciones, y al estar completamente perpendicular a él, Ángel podía disfrutar visualmente de mi cuerpo desnudo retorciéndose de placer sobre él, con sus manos libres para empezar a recorrer mis muslos e ir subiendo hasta acariciar mis pechos, que bailaban al ritmo de mis caderas con una cadencia que a mi montura le resultaba hipnótica. Y yo comencé nuevamente a gemir, pues en ese momento su polla sí que estaba proporcionándome auténtico placer.

Mantuve el contacto visual con mi hermana, quien a nuestro lado miraba en silencio. Su rostro ya no se mostraba severo, y aunque jamás lo reconocería, yo sabía a ciencia cierta que le estaba gustando mucho lo que estaba viendo, y eso a mí me ponía aún más. La excitación se adivinaba en sus ojos, y su mano derecha se movía indudablemente bajo el vestido piscinero, acariciando lenta e inexorablemente su entrepierna.

Me follé a mi cuñado sin prisa, recreándome en la situación, aprovechando que él había necesitado reiniciarse y aún podría hacerme pasar un buen rato con su polla moviéndose dentro, con mis caderas acomodándola en mi interior para que su punta me golpease una y otra vez profundamente mientras su grosor hacía las delicias de mis paredes internas dilatándolas.

Mi montura empezó a gruñir rítmicamente acompañando mis gemidos, y el masaje de sus manos en mis pechos se volvió más agresivo, apretándolos para proporcionarme una deliciosa sensación que bajaba por mi espina dorsal para obligarme a acelerar el ritmo de mis caderas.

– Así mejor – me dijo María sonriéndome-. Le gusta con más fuerza…

-¿Ah, sí? – pregunté entre jadeos y viendo cómo Ángel asentía.

– Claro, está acostumbrado a follar conmigo casi todos los días, por lo que tiene que darme duro para que los dos lo disfrutemos plenamente…

– Mmmmm… -gemí.

Entonces entendí la pasión que mi cuñado había puesto cuando me medio forzó el culito. No sólo era porque me deseara con toda su alma, lo cual era cierto, sino que era su forma de follar tras quince años de sexo conyugal con mi hermana.

– Así que para conseguir que se corra –prosiguió-, y más, después de haberle hecho ya una mamada, tendrás que dejar de hacerte la princesita remilgada, Lucía…

– Uuuuuummm, sí… -secundó Ángel bajando sus manos para agarrarme el culo con fiereza.

Por si la situación no era suficientemente sórdida, un poco más de surrealismo: mi hermana me estaba indicando cómo debía follarme a su marido para que se corriera dentro de mí. ¡Demencial!, y… excitante, ¡muy excitante!.

Dejé el vaivén de caderas, y empecé un sube y baja por el falo de mi cuñado ayudada por sus manos levantándome el culo. Era una auténtica exquisitez sentir el contorno de su glande recorriendo mi gruta desde la entrada hasta el fondo.

– Uuummmmm, ¿aaasssssí? –conseguí preguntar.

– Eso es –contestó María clavando su mirada en nuestros sexos-, ahora puedo verla entrando y saliendo… Venga, sé más puta, fóllatelo bien…

Aceleré el sube y baja, sintiendo cómo el aire escapaba de mi garganta con una interjección cada vez que llegaba abajo con un golpe seco, y mis tetas botaban como balones de voleibol:

-¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

Los gruñidos de Ángel también eran más intensos, y el placer que me estaba dando era tal, que ya perdí el contacto visual con mi hermana. Necesitaba experimentar aquella delicia en toda su extensión, por lo que mis ojos se cerraron y me entregué al conjunto de sensaciones que se estaban dando en mi coñito, extendiéndose por todo mi cuerpo.

Ángel comenzó a marcarme el compás tirando de mis glúteos con sus manos. Me subía y bajaba por su palpitante tronco acelerándome aún más, estableciendo un ritmo rápido pero controlado, deleitándome con su experiencia, puesto que era capaz de mantener la velocidad sin que su polla se me saliera del todo cada vez que subía.

-¡Ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!… ¡ah!…

La fogosidad juvenil de los chicos de dos días atrás, jamás habría podido conseguir eso. Cuando Luis me taladró el culo por última vez, fui yo quien controló el ritmo haciendo sentadillas sobre su verga, teniendo que esforzarme para que no se me saliese. Pero con mi cuñado, yo no tenía que preocuparme por esa eventualidad, sabía perfectamente hasta dónde debía subirme para volver a dejarme caer. Y era tan placentero, tan exquisito, tan glorioso, que me sentí transportada en volandas hasta las cumbres del orgasmo.

-¡Ah!… ¡aaah!… ¡aaaah!… ¡aaaaah!… ¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!…

Todo mi cuerpo se convulsionó en un poderoso clímax con el que yo misma atrapé mis tetazas, y las estrujé con mis manos consiguiendo ensalzar aún más mi propio goce. Ángel no se detuvo, y siguió dándome y dándome, haciéndome agonizar de placer sobre él, hasta que, por fin, con la última contracción de mis entrañas indicando el final de mi orgasmo, sentí la cálida corrida de mi cuñado vertiéndose dentro de mí.

-¡Y ya está! – dijo inmediatamente María sabiendo que su marido también había terminado-. Vestíos y asunto zanjado.

Descabalgué y me puse el bikini aún resoplando y sintiendo cómo mis piernas temblaban. Ángel también se vistió.

– Esto no ha pasado nunca –nos advirtió María a ambos-. Jamás hablaremos de ello, y seguiremos con nuestras vidas normalmente. Os habéis quitado el calentón para siempre, así que, ¡cada uno a lo suyo!.

Los dos asentimos, y así se cumpliría.

Ángel se marchó a jugar su partida de cartas, con un retraso de casi hora y media en la que, para la posteridad, quedaría que se había estado echando la siesta.

Tras unos minutos en los que mi hermana me hizo esperarla en el salón mientras ella se quedaba a solas en el dormitorio, María y yo aparecimos en la piscina una hora después de que ella subiera a coger una botella de agua; para los niños y vecinos quedaría que ambas habíamos estado hablando por teléfono.

Pasamos el resto de la tarde en la piscina con total normalidad. No hubo un solo comentario sobre lo ocurrido, ni una sola mirada de reproche, ni un atisbo de vergüenza… Por supuesto, tampoco le comenté a mi hermana que, durante el tiempo que me había hecho esperar en el salón, había podido ver a través de la puerta entreabierta del dormitorio y el reflejo del espejo situado a los pies de la cama, cómo se había masturbado sin compasión para liberarse de la oscura excitación que le había producido contemplar a su esposo y hermana follando. Eso me lo guardaría para mí, junto con el recuerdo de la perversa excitación que me había causado eso mismo a mí.

CONTINUARÁ…

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

alfascorpii1978@outlook.es

Relato erótico: “Enemigo público” (POR ALEX BLAME)

$
0
0
-Hola me llamo Caterina, pero puedes llamarme Cat, soy tu nueva psicóloga. –dijo la mujer mientras cogía una carpeta del respetable montón que había encima del escritorio.
-Hola –respondió hosco el hombre mientras valoraba a aquella mujer.
Sus gafas de pasta negra agrandaban los ojos verde oliva y le daban una ligera expresión de sorpresa. Vestía un traje chaqueta de un  discreto color negro, pero que se ceñía a su figura como una segunda piel. Los botones de su camisa inmaculadamente blanca estiraban la tela entorno a su generoso busto creando finas arrugas y pequeños huecos  entre ellos por los que se adivinaba el suave tejido de su sujetador. El hombre sintió una punzada de deseo y cambió de postura en la silla haciendo tintinear sus cadenas.
.¿No sabes que aquí somos todos inocentes?
-Odio a los gallegos, no hay cosa que más me jorobe que me respondan con otra pregunta.
-Si lo prefieres puedo responder con silencios y omisiones como nuestro querido presidente, también gallego por cierto.
La mujer se levantó  y sin soltar el informe lo ojeó mientras se apoyaba en el frente del escritorio. Su falda de tubo, ligeramente por encima de la rodilla y sus largas piernas rematadas en unos tacones de aspecto barato pero vertiginosos, provocaron un nuevo tintineo de cadenas.
-¿Estas nervioso? –pregunto Cat que se ahora si se había percatado del gesto de incomodidad de Mario -¿O es más bien tu manera de ser? Por lo que veo llevas aquí apenas tres semanas y ya te has visto envuelto en dos altercados.
-¿Altercados?
-Otra vez, otra pregunta, se te da bien este jueguecito –dijo la mujer levemente irritada.
-¿De veras? –replico Mario cachondeándose.
-Vale, basta de jueguecitos, esto es serio, mis informes pueden ser muy importantes para que consigas la condicional en un futuro,  así que colabora un poco más o te pudrirás en este antro. Cuéntame que paso en las duchas..
-Yo no tuve la culpa. Ya lo sabes, soy inocente. Defensa propia. –Respondió Mario con sorna.
-¿Llamas defensa propia a dos codos dislocados y una muñeca fracturada? –inquirió con dureza la psicóloga mientras tiraba el informe sobre la mesa –y lo del comedor, ¿También fue defensa propia?  Lástima que haya diez testigos que aseguran haber visto como lo atacabas sin mediar palabra y le rompías la mandíbula.
-No quiero hablar de eso.
-¿Cómo que no quieres? ¿Te crees que esto es una consulta de cien euros la hora? –gritó Cat enfadada. –Me parto el culo trabajando con vosotros por un mísero sueldo de mierda. Intentando recuperaros para la sociedad, luchando contra vuestras   insinuaciones y tratando de hacer ver a la gente que sois personas.
Cat se había acercado mientras hablaba hasta que su cabeza estuvo justo encima de la de él. El aroma de un perfume fresco y caro invadió sus fosas nasales a la vez que minúsculas gotitas de saliva de la enfadada joven escapaban de aquellos labios rojos y sensuales que no dejaban de gritarle y provocarle. Finalmente no pudo más y se irguió de la silla. Su metro ochenta y cinco y su cara ruda con la nariz de boxeador hicieron que Cat diera dos pasos atrás.
-Tu que coño  sabrás. –Le interrumpió él con desprecio haciendo tintinear las cadenas –Por si no te habías dado cuenta,  esto no es un jardín de infancia. La vida en la cárcel es dura, y en esta más. O eres de los que dan o de los que reciben y en todos los sentidos.
-¿Quieres saber?  -pregunto Mario con un tono frio como el hielo y arrinconando a la joven contra el escritorio –Muy bien.  Ahí va. El primer día cuando estaba en la ducha, llego el comité de bienvenida a desearme una feliz estancia. Tres tipos entraron desnudos acariciando sus vergas mientras que con una sola mirada despejaban el lugar. Y en efecto, no hice lo que debía. No me deje sodomizar y les zurre. Les pegué metódicamente. Sin piedad. Haciéndoles daño a conciencia para no tener que volver a hacerlo otra vez.
La respiración de Cat era agitada, el cuerpo robusto de aquel hombre le arrinconaba obligándola a mantener una postura incómoda apenas equilibrada por las manos que tenía apoyadas tras ella en el escritorio. Su rostro estaba tan cerca del de él que podía oler la mezcla de aftershave barato, pasta de dientes penitenciaria y sudor que desprendía. Pensó en dar la alarma pero las palabras de Mario y  su mirada hipnótica y furiosa  interrumpieron el hilo de sus pensamientos:
-Hace tres días, un tipo me dijo que el Gordo Cabrón, así le llaman,  quería darme una paliza. Seguramente era mentira, pero en el trullo no hay tiempo de pedir pruebas, contrastar declaraciones y hacer careos, así que fui al comedor dispuesto a todo. Al entrar,  los pocos que estaban comiendo se giraron.  Gordo alzo sus dos metros y sus ciento cincuenta quilos de la silla y se dirigió hacia mí. Los guardias en la puerta se mantenían quietos y miraban la escena con una mezcla de desdén y curiosidad.
-Di otro paso más y esperé –continuó el preso dando otro paso delante haciendo que el áspero tejido de su mono rozara sus largas piernas – De repente con un movimiento sorprendentemente rápido para su tamaño se abalanzó sobre mí y me dio un puñetazo en la boca del estómago. Resoplando y boqueando retrocedí y le lance una bandeja de comida. Aquella bestia de puré de verdura vaciló un  instante, el tiempo justo para reponerme y sacudirle dos derechazos que impactaron en su cara. El tipo, al igual que los guardianes, ni siquiera pareció enterarse. Me lanzó dos puñetazos que esquive sin problemas y avanzó hacia mí intentando arrinconarme en una esquina, pero yo le golpeaba y me escurría hasta que una patada afortunada le alcanzo la rodilla. Gordo Cabrón vaciló e hincó una rodilla en tierra…
Cat estaba hipnotizada por el relato de aquel hombre, su cuerpo temblaba ligeramente no sabía si por la intensidad del relato o por la incómoda postura que él le obligaba a adoptar.
-… Gordo Cabrón bajo las manos para, apoyándolas en la otra rodilla  poder levantarse y no desaproveche su error.  Mi pie impacto de lleno en su mandíbula con   un escalofriante crujido. Eso sacó a los guardias de su aparente desinterés y me impidieron estrangularle…
Cuando  Mario terminó el relato sus manos rodeaban el suave cuello de Cat. Eran unas manos rudas y ásperas, acostumbradas al trabajo duro, pero acariciaban el cuello de Cat con la suavidad de un pulidor de piedras preciosas.
Sin pensarlo dos veces se puso de puntillas y le besó.
Los labios cálidos y suaves de aquella mujer estaban rozándole.  Con el apremio de meses sin tocar una mujer le devolvió el beso con violencia, introduciendo la lengua en su boca y saboreando todo su interior. Sabía a humo y a caramelos de menta. Retiró las manos de su cuello y con las cadenas tintineando entorno a su muñeca, las paso por encima de su cabeza y le rodeo la cintura.
Sus cuerpos se unieron en un estrecho abrazo, los pechos de ella vibraban contra el torso de él y el miembro de él palpitaba erecto contra la pierna de ella.
Cat interrumpió el beso para coger aire, todo su cuerpo vibraba anhelando aquel hombre.
-No deberíamos… -dijo Cat entre jadeos.
-¡A la mierda! ¿Te crees que estoy aquí por ser un tío responsable?  -replicó Mario mientras se agachaba y le levantaba la falda.
Cat reaccionó e intento bajarla pero apenas había empezado el gesto cuando los labios de él se cerraron sobre su sexo.
La fina seda del tanga apenas mitigó la avalancha de sensaciones.  Su sexo hervía de lujuria  y su cuerpo se arqueaba con el placer.
 De un violento empujón Mario la elevó por el aire y la depositó sobre el escritorio. Cat abrió sus piernas y se dejó hacer.
Los labios y las manos de Mario recorrían el interior de sus piernas acercándose poco a poco a su sexo mientras ella se desabrochaba la camisa. Su cuerpo entero ardía de deseo cuando el apartó la húmeda tela del tanga para lamer su interior con glotonería.
Aquella mujer sabía a gloria, su sexo inflamado y húmedo destacaba bajo su pubis  desvergonzadamente rasurado. Al intentar levantar un poco más su falda, la cadena de los grilletes, fría y dura, rozó su clítoris arrancándole un respingo. Como disculpándose Mario lo envolvió con el calor de su boca y la vida de su lengua.
Cat jadeaba y se retorcía con cada lametazo de aquella lengua diabólica. Sus manos se agarraron con fuerza a la cabeza de Mario cuando los dedos de este resbalaron en su interior.
Los dedos de Mario  entraban y salían de su vagina sin dejar de acariciar aquel  sexo rojo y tumefacto con la lengua. Cat jadeaba y maldecía en bajo meneando las caderas al ritmo de las manos del malhechor.
-Déjame, –Dijo Cat incorporándose, apartándole con un suspiro y agarrando los grilletes de Mario por la cadena –ahora me toca a mí.
Con un par de tirones arrastró a Mario y lo sentó en el cómodo sillón reclinable del escritorio. Se inclinó sobre él y le volvió a besar.
Intento acariciarle los pechos pero la postura y los grilletes entorpecieron la maniobra. Cat, al percatarse se apartó y se quitó la camisa y el sostén lentamente, dejando a la vista unos pechos grandes erguidos y blancos. Mario intento incorporarse para tocarlos pero ella le empujo con el zapato de tacón y le hizo caer de nuevo en la silla mientras se acariciaba los pezones con un  con un gesto travieso. La falda y el tanga desaparecieron dejando aquel cuerpo sinuoso y turgente desnudo a la vista de él.
No hizo falta que volviese a incorporarse porque ella se inclinó sobre él dejando unos pezones rosados y duros a escasos centímetros de su cara. Ella jadeo de nuevo cuando él los introdujo en su boca y los chupó y mordisqueo con lujuria mientras Cat frotaba su sexo contra la áspera tela del mono penitenciario.
Con los ojos humedecidos por el deseo bajó la cremallera del mono y le saco el miembro erecto y duro como una estaca del bóxer para metérselo en la boca. Con delicadeza recorría el glande con su lengua y con sus labios, sorbiendo ligeramente y arrancándole palabrotas a Mario mientras con la mano libre se acariciaba el sexo con suavidad.  Cuando le pareció que Mario ya no podía aguantarse más se apartó. El pene erecto se movía espasmódicamente buscando un lugar suave y húmedo. Se inclinó y lo golpeó con sus pechos, lo introdujo entre ellos y subió arriba y abajo toda su longitud hasta que un jugo caliente y espeso corrió entre ellos.
Antes de que Mario pudiese hacer nada volvió a coger el pene aun duro entre sus manos y  lo chupo con energía. Cuando noto que la excitación y el deseo volvía a correr por él     trepo por la silla y lo introdujo  en su interior. Era como si un hierro duro y candente se clavara en sus entrañas. Mientras subía y bajaba por el jadeando de placer, él manoseaba  sus pechos y la acosaba con besos bruscos y apresurados.
Su pene palpitaba y se retorcía cada vez que Cat se deslizaba por él. Ella jadeaba y continuaba subiendo y bajando aquel esplendido cuerpo, ahora sudoroso y jadeante por el esfuerzo y por el placer.
Cat se dio la vuelta y volvió a introducir el pene de Mario en su interior. Ahora con cada empeñón los huevos de Mario aprisionados por la cremallera del mono y por el calzoncillo golpeaban la parte externa de sus genitales abiertos como una flor.  Estaba tan excitada que no pudo contenerse más y se corrió. El placer,  como un fuego incontrolable proveniente de su sexo, prendió y se expandió por su cuerpo agarrotándola e impidiéndola respirar por un segundo.
Mario no le dio ninguna oportunidad, apenas recuperada del orgasmo, se irguió  y empujandola contra la mesa la volvió a penetrar. Al principio creía que se iba a resistir pero lo que hizo fue separar las piernas y apoyar mejor los brazos para ponerse un poco más cómoda. Mario a su vez fue desplazando las manos desde su culo hasta su espalda sin dejar de embestirla a un ritmo frenético.
 El sudor de él caía sobre el suyo derramándose por su cuerpo, haciéndole cosquillas y excitándola aún más. Su vagina vibraba y le atormentaba con nuevas oleadas de placer cada vez que aquel miembro duro penetraba con violencia en su interior obligándola a morderse los labios para no gritar.
Mario interrumpió un momento el vaivén esperando que Cat echase un poco la cabeza hacia atrás para poder respirar un poco de aire extra. Mario, con un movimiento fulgurante paso las manos esposadas por encima de la cabeza  y tiro hacia atrás de modo que las esposas se apretaron en torno al cuello de Cat. Todo el cuerpo de Cat se puso rígido.
-Vil, cruel e fementido. –le susurro Mario al oído sin dejar de follar aquel cuerpo agarrotado por el miedo.
Cat se asustó al sentir la falta de aire pero Mario aflojo ligeramente la presa  sin dejar de penetrarla . Nunca había sentido nada así, aquel hombre incansable, la falta de oxígeno y el subidón de la adrenalina le ayudaron asentir cada sensación, la polla de aquel delincuente abriéndose paso en su vagina, los testículos chocando contra el exterior de su sexo, las piernas sudorosas golpeando las suyas con un ruido húmedo, la cadena de las esposas clavándosele en el cuello cada vez que tiraba de ella para poder penetrar más profundamente en su interior… Los brutales empujones del atracador le hacían retorcerse de placer. Todo su cuerpo temblaba y vacilaba  con las embestidas. Llegó un primer orgasmo agudo y rápido como un relámpago  seguido de un segundo instantes después más largo y perturbador como un trueno lejano.
Mario no pudo más y con un último empujón su polla se retorció y con una serie de espasmos que parecían no tener fin derramo el contenido de sus testículos en el interior de aquel espléndido cuerpo arqueado por  sucesivos orgasmos.
Con cierta dificultad se desenredaron jadeantes. La polla de Mario yacía exhausta pegada contra la pierna, mientras que por los muslos de Cat  corrían, ayudados por la gravedad, una mezcla de semen y secreciones orgásmicas.
Cat le dio un beso largo y dulce antes de adecentarse un poco con unos kleenex y vestirse de nuevo.
Mario se quedó mirando cómo se vestía. Intentando grabar cada lunar y cada gesto en su memoria de lobo solitario.
 
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

“Sometiendo a mi jefa” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

SOMETIENDO 4

 

Sinopsis:

Una casualidad hace que un empleado de entere de un secreto de su jefa. Asqueado con la vida y con el modo tan despótico con el que le trata esa mujer, decide chantajearla. A través del placer y de la tecnología, logra convertir a esa zorra y a su secretaria en sus sumisas. 

 

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/Sometiendo-jefa-Fernando-Neira-GOLFO-ebook/dp/B010BUG08E/ref=sr_1_5?s=digital-text&ie=UTF8&qid=1435311828&sr=1-5

 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

 

CAPÍTULO 1

 

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es más sé sin lugar a dudas  que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.

Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos.  En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo. Jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.

Soy un amargado.  Con un  coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología.  Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.

Pero aun así me considero afortunado.  

Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.

Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.

Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.

Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

« Será puta, seguro que son para ponerle verraco a un semental», me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada más pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de  ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.

 « Coño, ¡Qué gilipollas soy! Esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es uno de los juegos que practican», pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.

 Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.

Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.

Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

― Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá.

― Vete a la mierda.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia.  Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía  cosas más importantes en las  que pensar.

― ¿Qué haces?―  preguntó al verme tan atareado.

― Se llama trabajo,  o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

― Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa  apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y  que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.

Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.

En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. « Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando», pensé desanimado, « qué idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía».

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner  a funcionar en veinte segundos.

Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

« Catorce, quince, dieciséis…», estaba histérico, « dieciocho, diecinueve, veinte».

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.

Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería.  No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.

Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba  a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.

Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.

― Deja de jugar, si quieres algo me llamas―  la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.

« ¡Qué previsibles son los humano! Si no me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina», me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. « Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda».

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.

A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.

Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

« Ya solo queda ocuparme del correo». Una de las primeras decisiones de la guarra fue  instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy  así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.

No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. « Se lo tienen merecido por no valorarme», sentencié cerrando el ordenador.

Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.

Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.

Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a  anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al  traste, pero confiaba en la lujuria que su fama  y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.

Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N― 414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.

Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. « Creo que no te las has quitado, so puta», pensé muerto de risa, « ¿sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra? Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición».

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

― ¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!―  protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

« ¡Esto no me lo esperaba!», sentencié al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. « ¡Son lesbianas!», confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. « Esto se merece una paja», me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en  tener  los pechos desnudos  de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una  cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa.  Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

« ¡Qué bien me lo voy a pasar!», mascullé mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón. « Estas putas no se van a poder negar a  mis   deseos». Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!

 

Relato erótico: ¿Qué te parecen las nuevas tetas de tu secretaria? (POR GOLFO)

$
0
0
no son dos sino tres2 
Reconozco que soy un despistado. Es el colmo que tuviera que llegar un compañero y hacerme esa pregunta para Sin-t-C3-ADtulo20darme cuenta de que Elena, mi secretaria,  se había hecho una operación de incremento de pecho. Os  parecerá imposible pero, después de cinco años trabajando codo con codo con ella, había provocado que no la viera como mujer sino como un ser asexuado.
Todavía recuerdo esa tarde,  acababa de llegar de comer con unos clientes cuando Javier, el director financiero de la empresa se acercó a mi despacho y sin esperar a que le diera permiso, se sentó en una silla muerto de risa. Al verlo de tan buen humor, le pregunté a que se debía su visita.
-¡Tenía que comprobar lo que me habían contado!
-No te comprendo- respondí totalmente en la inopia.
Descojonado, me señaló a mi asistente para acto seguido decirme:
-Te lo tenías bien callado.
Sin saber a qué coño se refería, miré  a Elena que ajena a nuestro escrutinio estaba sentada en su mesa frente a la entrada de mi despacho.
-¿De qué hablas?- pregunté ya intrigado.
-Joder, Alberto. ¿Qué te parecen las nuevas tetas de tu secretaria?- respondió.
Al percatarse por mi reacción de que no sabía nada, con una carcajada, me soltó:
-¡No me jodas que no te has dado cuenta! En toda la oficina no se habla de otra cosa. ¡Menudos melones que se ha puesto!
Alucinado, le reconocí que era mi primera noticia. Mi compañero me miró con recochineo y sin cortarse, se rio de mí diciendo:
-O eres gay o te hacen falta gafas. ¡Son acojonantes! ¡Cada una de esas tetas debe pesar al menos dos kilos!
No sabiendo que contestar, iba a responder con la salida fácil de una burrada, justo cuando la vi levantarse y venir hacia mi oficina.
-¡Dios mío! ¡Menudas tetas!- exclamé sin pensar en que podía oírme.
Afortunadamente, mi secretaria no me oyó y por eso cuando entró, seguía sonriendo. Sin conocer el objeto de la visita de Javier, pidió permiso para entrar y tras obtenerlo, me dio una serie de cheques a firmar. Os juro que tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para retirar los ojos de esas dos bellezas. ¡Mi amigo tenía toda la razón al decir que eran descomunales! Y aunque la mujer llevaba una chaqueta holgada, el tamaño de los implantes era tal que había que ser ciego para no notarlo. Disimulando, firmé los pagos y haciendo como si estuviéramos tratando algo importante, le pedí que nos dejara solos. Nada más irse la morena, Javier casi llorando de risa, me dijo:
-Son la octava maravilla del mundo, ¿No crees?
Seguía en shock al no comprender que Elena, mi Elena, se hubiese implantado semejante despropósito. Esa locura no concordaba con el concepto que hasta entonces tenía de mi asistente. Siendo una mujer guapa, siempre la había catalogado como una mujer seria y anodina, de la que incluso desconocía siquiera si había tenido novio. Trabajadora incansable, nunca había puesto queja alguna a quedarse trabajando hasta altas horas de la noche si era necesario. Siempre llegaba antes y se iba después que yo, por lo que había supuesto que carecía de vida privada y ahora…. ¡No sabía que pensar!
La brutalidad de esas tetas me hizo replantearme esa imagen y viendo que Javier seguía esperando una respuesta, le solté:
-¡Son la hostia!- y tratando de encontrar una explicación a tan radical cambio, le comenté entre risas: -Su novio debe de ser un obseso.
Mi compañero parándose de reír y mientras se secaba las lágrimas, respondió siguiendo la guasa:
-Cómo no se le conoce ninguno, ¡A lo mejor lo que busca es uno!.
-No jodas- contesté y sabiendo que de seguir con la charla, empezaría a intentar liarme en sus historias, preferí buscar una excusa y que me dejara solo.
Para nada satisfecho, al llegar a la puerta, se dio la vuelta diciendo:
-¡Ten cuidado! ¡Eres el único soltero!
-¡Vete a la mierda! – le respondí haciéndole un corte de mangas.
Pero la verdad es que al irse y dejarme solo, no pude dejar de pensar en dicho descubrimiento. Esas dos ubres habían quedado impresas en mi mente y por mucho que intenté borrar su recuerdo no  pude. Sobre todo porque solo tenía que levantar mi mirada para verlas tras el cristal. Actuando como un voyeur, no pude dejar de contemplar la rotundidad de sus formas mientras su dueña tecleaba frente al ordenador. Si no llega a ser porque la conocía desde hacía tanto tiempo, hubiera supuesto que me estaban tratando de tomar el pelo y hubiese creído que esa mujer era una actriz porno haciendo una broma.
“¡Son brutales!” pensé mientras admiraba a lo lejos ese par de globos.
Elena todavía sin estar acostumbrada a llevarlas, continuamente se chocaba con todo. El colmo para mí fue esa misma tarde cuando al pedirle un papel, me lo trajo y al dármelo sus dos pechos se posaron en mis hombros. Ella misma se dio cuenta y con voz avergonzada, me pidió perdón. Desgraciadamente al dejar caer ese peso sobre mí, provocó que si ya eran atrayentes se convirtieran en una obsesión.
“¡Pero qué buena está!” me dije completamente excitado.
Bajo mi pantalón, mi propio pene debió de pensar igual porque sin importarle descubrirme, se levantó de ipso facto dejando claro la atracción que sentía por esa renovada asistente. Ella debió de percatarse porque totalmente colorada intentó apartarse pero la rapidez con la que lo hizo lo que provocó en realidad fue darme con ellas en toda la cara. El golpe que recibí con semejantes armas lejos de enfadarme, me hizo reír y sin poderme aguantar solté una carcajada. Mi risotada la avergonzó más y sin saber dónde meterse, me pidió perdón.
-No te preocupes- dije tratando de quitar hierro al accidente: -Jamás me habían atacado  con algo tan bello.
No había acabado de decirlo cuando me di cuenta de que era una burrada y temiendo que ella se lo tomara a la tremenda, intenté disculparme. En contra de lo normal, la mujer se sintió reconfortada con la broma y regalándome una sonrisa, desapareció sin despedirse. Ya solo, me recriminé el error y decidí que nunca se volvería a repetir:
¡Ella era mi secretaria y yo su jefe!
 
 
 Elena hace que todo se complique:
Lo que no sabía cuándo lo decidí fue que me iba a resultar imposible y no porque no lo intentara sino porque mi asistente se ocupó en que fuera inviable. Si Felipe II y su armada invencible nada pudieron hacer en contra de las tempestades, yo sucumbí irremediablemente ante su acoso. ¿Y os preguntareis por qué?.
Fácil. Ese día y mientras volvía a su mesa después de darme con sus dos melones en la cara, Elena se iba riendo por lo bien que se estaban desarrollando sus planes. Aunque por el aquel entonces lo desconocía, esa morena llevaba años intentando que me fijara en ella y viendo que mi gusto en lo que respecta a mujeres era que vulgar y me encantaban las bien dotadas, había decidido transformar sus dos pequeños pechos en dos magníficas ubres que me hicieran soñar cada vez que posara mis ojos en ellas.
¡Y mira que lo consiguió!
Nada más llegar a casa y recordar la sensación de esa inesperada caricia en mi mejilla, no me pude aguantar y cerrando los ojos, me puse a imaginar lo que se sentiría al hundir mi cara entre esas dos masas ingentes de carne. Completamente excitado me empecé a masturbar mientras mi mente volaba fantaseando con que esa mujer ponía en mi boca sus rosadas areolas. Esa imagen tan sexual me hizo estallar mientras me recreaba soñando que agarraba con mis dientes esos enormes cántaros.
A la mañana siguiente cuando llegué a mi despacho, ni siquiera me había acomodado en mi silla cuando esa arpía comenzó su acoso. En cuanto la vi entrar, supe que la jornada iba a ser dura porque la morena venía embutida en una camiseta que maximizaba si cabe el volumen de sus senos. Totalmente pegada la tela de su blusa parecía que iba a explotar mientras la muchacha me servía el café de la mañana. Os juro que no pude evitar recrearme en ese escote que lascivamente la mujer puso a mi disposición, al agacharse a poner mi taza encima de la mesa.
“¡Madre mía!” mascullé entre dientes al perderme en el profundo canal que formaban esas dos tetazas.
Elena, sabiéndose observada, no se cortó en absoluto y exhibiendo como una zorra su nueva anatomía, me sonrió mientras me preguntaba si quería leche. Absorto en la contemplación de esas dos fuentes, no la contesté por lo que tuvo que insistir para que retirara mis ojos de sus melones y la mirara a los ojos:
-Don Alberto, ¿Quiere la leche calentita?
 El tono sensual con el que me lo preguntó, me dejó claro su juego y balbuceando una contestación le pedí que sí. La muy zorra comprendió que alterando una costumbre de años, le había pedido caliente para así obligarla a volver con ella y sabiendo que lo que realmente estaba hirviendo era yo.
“¡Será puta!” pensé al verla entornar sus pestañas y salir meneando descaradamente sus nalgas. “Sabe que me gusta y está disfrutando”
Fue entonces cuando realmente me percaté de que el cambio de esa mujer no solo era de pectorales porque al mover de manera tan desvergonzada su trasero, descubrí que también se había cambiado el peinado y la forma de vestir. Lo peor es que con el corazón bombeando a mil por hora, caí en la cuenta que Elena no había hecho más que seguir al pie de la letra lo que una tarde de asueto le conté al salir de la oficina. Pálido recordé que ese día, en el que abusando de la amistad que nos unía después de tantos años de trabajo, me preguntó cómo me gustaban las mujeres. Creyendo que era una conversación sin importancia, le contesté sinceramente:
-Pechugonas con el pelo largo cortado a capas y que se muevan como una puta.
Y eso era exactamente lo que había hecho, Elena se estaba ajustando al estereotipo que le marqué durante esa charla. Tratando de mantener la calma, me intenté convencer de que no eran más que imaginaciones mías pero, ella al volver con la leche recién sacada del microondas, no pudo ser más clara:
-Alberto- me dijo mientras apoyaba como si nada una de esas voluminosas peras en mi brazo:- No me has dicho que te ha parecido mi operación.
Haciéndome el despistado le contesté que a qué se refería. Ella sabiendo que no quería mojarme, se plantó frente a mí y cogiendo los dos pechos entre sus manos, me soltó:
-Mis nuevas tetas.

Os confieso que me quedé paralizado porque comportándose como un pendón desorejado se pellizcó un pezón mientras me lo preguntaba. Su desfachatez no hizo más que incrementar mi turbación y tartamudeando, contesté:

-Son preciosas.
Mi respuesta le satisfizo y acrecentando su acoso, se abrió un poco el escote mientras soltando una carcajada me respondía:
-¡Sabía que te iban a gustar!
No sé cómo pude detenerme y no saltar encima de ella. Con mi pene pidiendo guerra y el sudor recorriendo mi frente, me quedé sentado viendo a esa zorra salir alegre de mi despacho. Al cerrar la puerta tras de sí, me dejó solo con mi excitación y con mi mente tratando de asimilar la razón por la que esa tímida y seria secretaría se había transformado en menos de veinticuatro horas en una bestia hambrienta deseosa de sumar otra pieza a su lista. Y lo peor fue que no me cupo duda de que la víctima en la que estaba pensando era yo.
Lo siguiente que hice fue algo de lo que no me siento muy orgulloso, sin pensar en las consecuencias, me levanté y cerrando el pestillo, decidí que tenía que liberar  tensión que hacía que en esos momentos me dolieran los huevos. De vuelta a mi silla y mientras miraba su figura a través del cristal, me masturbé pensando en ella.
-Dios, ¡Cómo me pone esa zorra!- exclamé en voz alta mientras eyaculaba sobre la alfombra.
Al otro lado de la mampara, el coño de mi secretaria se encharcó al ver de reojo que me estaba cascando una paja en su honor.
Elena consigue alterarme:
Como todos sabemos cuándo a una mujer se le mete entre ceja y ceja un tema, no para hasta que lo consigue y en este caso, mi asistente había decidido que quisiera o no, iba a llevarme hasta su orilla. Aunque no fuera consciente, ¡Estaba jodido! Qué cayera en sus garras era cuestión de tiempo. Estrechando cada vez más el cerco, a partir de ese día Elena aprovechaba cada oportunidad para rozar con sus enormes pechos alguna parte de mi cuerpo. Daba igual si era una mano, un codo, la mejilla…. En cuanto veía que podía frotar sus melones contra mí, lo hacía mientras una sonrisa iluminaba su cara. Mientras tanto la tensión se iba acumulando en mi interior. Si en un principio ni siquiera me percaté de la operación, en esos momentos solo oír su voz hacía que mi pene se pusiera duro como piedra bajo mi pantalón.
Juro que aunque intentaba sacármela de la mente, lo único que conseguía era incrementar mi obsesión por ella. Si durante cinco años, esa mujer había permanecido a mi lado sin que me dignara a mirarla, a partir de esa cirugía no podía dejar de espiarla mientras permanecía sentada en su mesa. El problema se acrecentaba al saber ella que la estaba observando y decidida a no dejarme escapar, disimulando se levantaba discretamente la falda para que pudiera disfrutar de la belleza de sus piernas. Día a día, el deseo se fue acumulando hasta convertirse en una auténtica necesidad. Me gustara o no, necesitaba hundir mi cara entre esas dos tetas, que mis manos desgarraran esa blusa y coger esos apetecibles pezones entre mis dientes.
Elena, cada vez más segura de mi derrota, se mostraba alegre y despreocupada en m presencia. Lo que no sabía es que cada vez que esa mujer descubría mi erección, no podía evitar que su coño se anegara de deseo. Después de años de indiferencia, sentirse deseada por mí hacía que su cuerpo entrara en ebullición y solo cuando disimulando se iba al baño y dejaba que sus manos se perdieran jugando en su entrepierna, solo entonces podía descansar al anticipar por medio de sus dedos el placer que algún día sentiría al ser poseída por mí.
Aunque no fuéramos cien por cien conscientes, ambos sabíamos que la atracción que sentíamos uno por el otro iba incrementando la presión y de algún modo había que dejarla salir o explotaría.
Eso fue lo que ocurrió, ¡Un buen día explotó!
Todo pasó sin que nos diéramos cuenta ni ninguno lo preparara. Una día en el que el volumen de trabajo provocó que nos quedáramos solos en la oficina, fue cuando ocurrió. Nada nos podía haber hecho pensar que esa tarde, nos dejáramos llevar por la pasión y termináramos follando en mitad de mi despacho. Fue algo espontaneo… llevábamos más de dos horas encerrados en mi oficina trabajando cuando al necesitar un archivador de una estantería, Elena me pidió que la sujetara no fuera a caerse. Os juro que en cuanto posé mis manos en su cintura, supe que no había marcha atrás porque como si fuera un calambrazo, mi sexo saltó al sentir la tibieza de su piel. Sé que ella sintió lo mismo porque cuando sin poder esperar la di la vuelta, me encontré que tenía los pezones erectos bajó la camiseta.
Sin pedirle permiso, la atraje hacia mí y con una necesidad absoluta, la besé. Elena me respondió con pasión y pegando su cuerpo al mío, permitió que mis manos se apoderaran de su culo sin quejarse. Su cálida respuesta insufló mis ánimos y como si mi vida dependiera de ello, recorrí con mis labios su cuello mientras ella no paraba de gemir. Buscando como desesperado esos pechos, desabroché su camisa para descubrir que tal y como había previsto, esa mujer tenía los pezones negros como el azabache. Esto al sentir la proximidad de mi lengua se encogieron como avergonzados y por eso cuando me introduje el primero en la boca ya estaba totalmente tieso.
-¡Qué maravilla!- exclamé al  sentir su dureza entre mis dientes.
Elena, al sentir que me ponía a mamar de su pecho, colaborando conmigo se sacó el otro mientras me decía lo mucho que había deseado que llegara ese momento. La belleza de ese par de tetas era mayor a lo que me había imaginado y por eso en cuanto las vi desnudas ante mí, supe que debían de ser mías pero también que de tomar a esa mujer, nunca podría dejarla. No sé si ella adivinó mis dudas o por el contrario fue producto de su propia calentura pero en ese momento, llevó sus manos a mi entrepierna y en plan goloso mientras me acariciaba por encima del pantalón, me dijo:
-Necesito vértela.
No pude negarme y bajándome la bragueta, saqué mi pene de su encierro. Mi secretaria se mordió los labios al verla por primera vez y sin darme tiempo a reaccionar, se arrodilló frente a mí mientras me decía:
-Déjame hacerte una mamada.
Como comprenderéis me dejé y por eso incrementando el morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, cogí mi sexo con una mano y meneándolo hacia  arriba y hacia abajo,  lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que Elena se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
-Te pienso dejar seco.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como mi asistente abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande,  lo volvió a enterrar en su garganta. No pude reprimir un gruñido de satisfacción al sentir dicha caricia  y presionando la cabeza de la viuda, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que me demostró que era, mi dulce y puta secretaria apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta. Fue entonces cuando inició un mete-saca delicioso que hizo brotar de mi boca un gemido.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, mi secretaria se levantó la falda y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡Necesitaba tanto esto!- berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la tomara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso levantándola del suelo, le quité las bragas y apoyándola contra mi despacho, la penetré de un solo empujón. Elena, aulló al sentir su conducto invadido pero no se apartó sino que imprimiendo a sus caderas una sensual agitación, me rogó que la siguiera tomando.
 
 

Cogiendo sus enormes pechos y usándolos como agarré, clavé mi estoque sin pausa. Noté que mi morena estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo.  Forzando su excitación, aceleré mis movimientos. La velocidad con la que mi pene la embistió fue  tan brutal que, por la inercia, mis huevos revotaron contra su clítoris una y otra vez, por eso, no fue raro oír sus chillidos y que retorciéndose sobre mis piernas, esa mujer se corriera. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente comprendía que de no andar con cuidado, me convertiría en esclavo de esa preciosidad.
Agotado, me senté a su lado sobre la mesa. Momento que aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión a base de besos,  preguntarme con voz sensual:
-¿Mi querido jefe quiere repetir?-
-Depende del modo en que la zorrita de mi secretaria me lo pida – respondí pellizcándole un pezón.
Frotando su sexo contra mi alicaído miembro, riendo me contestó:
-¿Así es suficiente?
Estaba a punto de contestarla que sí cuando noté que saliendo de su letargo, mi pene iba poco a poco adquiriendo nuevamente su dureza y ella al sentir la presión contra su sexo, me rogó que la volviera a tomar. Si durante nuestra primera vez Elena había permitido que yo llevara la voz cantante, en cuanto tomé su pezón entre mis dientes, bajó su mano y empezó a masturbarlo.
 
Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Disfrutando de mi dominio pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
 
Sus suspiros me hicieron comprender que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi objetivo, alcé la mirada para comprobar que Elena, incapaz de reprimirse, había separado con sus dedos los labios de su sexo y habiendo hecho preso a su clítoris, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión hubiese dejado lo que estaba haciendo. Sabiendo que quizás con otra mujer, hubiera dejado esos prolegómenos y sin más la hubiese penetrado, decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, seguí incrementando su calentura.
 
La que había sido durante años mi recatada asistente no pudo contenerse y al notar que mi lengua dejaba sus pies y remontaba por sus piernas, se corrió sonoramente. Yo, por mi parte, como si su placer me fuera ajeno, seguí lentamente mi aproximación. Deseaba con todo mi interior, poseerla pero comprendí que esa era una lucha a largo plazo y que de esa noche, iba a depender nuestra relación. Al llegar a las proximidades de su sexo, la excitación de la morena era máxima. Su vulva goteaba, sin parar, manchando la mesa del despacho mientras su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la tomara. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, la muchacha volvió a experimentar el placer que había venido buscando.
-Por favor-, la escuché decir.
Sabiéndome al mando, obvié sus suplicas y concentrado en dominarla, la horadé con mi lengua. Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sonsacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su interior. Al contrario de la vez anterior, pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues y profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Ella al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Nuevamente pasé de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva. Elena, sintiéndose indefensa, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo.
Desplomándose entre gritos, la mujer asumió su derrota y capitulando, mordió con fuerza sus labios. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla.
Gritó al ser horadada su entrada trasera pero permitió que siguiera violentando su cuerpo, sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba administrando. No tardé en llegar al orgasmo y eyaculando, rellené con mi semen su interior. Ella, al notarlo,  se dejó caer exhausta sobre la mesa. Cogiéndola en brazos, la llevé hasta el sofá que había en una esquina del despacho y abrazados nos quedamos en silencio.
Llevábamos en esa posición diez minutos cuando sin previo aviso y medio desnuda se levantó y saliendo del despacho, volvió con su bolso. La sonrisa que lucía en su rostro me informó que mi recién estrenada amante tenía algo que decirme. Lo que no me esperaba fue que sacando de su billetera una foto de ella desnuda me la diera.
-¿Y esto?- pregunté extrañado.
Muerta de risa, me miró y con tono pausado, me dijo:
-Como sabía que tu mayor fantasía era una mujer con pechos enormes, me los puse…. ¡Ahora quiero que tú cumplas la mía!
Sin saber a qué atenerme, le pedí que me aclarara que quería. Soltando una carcajada, respondió:
-Siempre he soñado con que el hombre que me folle me lleve tatuada desnuda en su pecho.
Ni que decir tiene que esa misma noche al salir de la oficina, Elena me acompañó a un local para que grabaran su retrato en mi piel. Desde entonces somos pareja y mientras yo disfruto de esas enormes tetas, ella se  vuelve loca  al ver su imagen moverse al compás con el que hacemos el amor.
 

Relato erótico: La cuñada de mi hijo resultó que no era tan puta (POR GOLFO)

$
0
0
el-elegido2Que te pillen en un bar de putas no siempre es una desgracia. Hay ocasiones en las que lejos de ser una guarrada, ese
7mal trago se convierte en una suerte. Eso fue lo que me ocurrió estas navidades, si no os lo creéis, solo seguid leyendo.
Todo ocurrió cuando al salir de la cena de la empresa, dos compañeros y yo decidimos en vez de ir a casa seguir la juerga. Cargados de copas y con dinero en el bolsillo, nos fuimos a un sitio de striptease famoso en Madrid. Aunque no suelo frecuentar esos ambientes, ya puestos en faena, me pareció bien culminar la noche en ese tugurio. Siendo quizás el más popular de todos, es alucinante la cantidad de putas que trabajan en dicho local.
Rubias o morenas, españolas o extranjeras, altas o bajas, lo que busques allí lo encuentras.
Como es usual en ese lugar, nada mas entrar nos vimos abordados por tres hembras de infarto que sin darnos tiempo a acomodarnos, ya nos estaban ofreciendo sus favores. Afortunadamente, Manuel, el contable de la empresa se deshizo de su acoso pidiéndoles que volvieran al rato cuando ya nos hubiese atendido el camarero. Los putones recibieron sus excusas con una sonrisa al no ser un no rotundo.
Os tengo que reconocer que éramos unos viejos verdes rodeados de pura chavala joven. La diferencia de edad entre nosotros y las jovencitas que alquilaban sus cuerpos en ese lugar era tanta que otro de mis compañeros exclamó:
-Estas crías pueden ser nuestras hijas.
Era verdad, al ser cuatro cincuentones, les llevábamos treinta años a la gran mayoría de las presentes pero como en mi caso, solo tengo un hijo, fue un aspecto que me daba igual.
-Serán unas niñas pero ¡Qué buenas que están!- respondí entre risas.
Mi contestación zanjó el asunto y tranquilamente nos pusimos a observar la mercancía. En ese momento, un pedazo de negra bailaba sensualmente sobre el escenario haciendo las delicias de todo el público. Dotada de unos pechos desmesurados, cada vez que se daba un paso, se bamboleaban arriba y abajo al ritmo de la música. Como hipnotizados mis amigos seguían con la cabeza el movimiento de sus melones mientras se iban excitando a marchas forzadas. Si sus tetas eran gloriosas, ¡Qué decir de su culo!. Grande, duro y erguido, era una tentación celestial en la tierra. Su negras nalgas te llamaban a tocarlas mientras su dueña repartía miradas picaras a los presentes. Ya casi al final de su show, la morena se desprendió de su tanga y sonriendo a los presentes se incrustó un gigantesco consolador de color fosforito.
El aplauso de los que estábamos a pie de pista fue unánime. Si esa actuación ya había conseguido calentarme, la siguiente fue la que me terminó de excitar.
Desde los altavoces, el dj nos avisó que no nos perdiéramos la que venía a continuación diciendo:
-Nuestra siguiente bailarina les dejará sin habla. Les presento a Flavia, una diosa rubia, recién llegada.
Y os confieso que no mintió. Saliendo de detrás del escenario, apareció una maravilla de mujer, vestida al modo romano, con una túnica blanca casi transparente. El tamaño de sus pechos, la facilidad con la que se desplazaba por la plataforma y la perfección de sus curvas provocó que incluso las otras putas se quedaran calladas para verla actuar. Al principio, atontado por el vaivén de su culo y la maestría con la que esa zorrita daba uso a la barra, me impidieron reconocerla.
Con mis ojos fijos en ese par de peras, no me fijé en su cara. La espectacular rubia, acostumbrada a los vítores y a los silbidos de la concurrencia, tampoco se percató que a escasos metros estaba yo, babeando al mirarla. Fue casi a mitad del show cuando al mirarla a la cara, la reconocí:
-Coño, ¡Es Alicia!- solté al descubrir que esa preciosidad no era otra más que la hermana de mi nuera.
En un principio, por la sorpresa, temí que fuera con el cuento a mi hijo pero, al cabo de unos segundos, comprendí que el trabajo de bailarina exótica debía de ser un secreto y que no corría peligro. Más relajado, me puse a observarla mientras mi mente daba vueltas acerca de cómo aprovechar esa feliz circunstancia y al cabo de poco rato, disimulando, cogí mi móvil y empecé a sacarle fotos discretamente.
Al finalizar su actuación, ya tenía en mi poder más de dos docenas de instantáneas de ella en posiciones que harían sonrojarse a todos los que las vieran. No queriendo asumir ningún riesgo, aduciendo que estaba cansado, me despedí de mis amigos y salí de ese lugar.
En el taxi que me llevó a casa, repasé las fotos y aunque no eran de una calidad óptima, se la reconocía con facilidad. Una vez dentro de mi apartamento de soltero al que me había mudado a raíz de mi separación, di rienda suelta a mi calentura masturbándome en honor de esa chavala.
Mientras me pajeaba, no podía dejar de pensar en lo engañados que esa zorrita tenía a mis consuegros. Según ellos, su hija era una ejecutiva de una compañía americana que ganaba un dineral manejando fondos fiduciarios.
-¡Si supieran lo que realmente maneja!- exclamé al terminar de eyacular pensando en cómo iba a aprovechar esa información.
La comida de Navidad en casa de mi hijo.
Mi oportunidad llegó en forma de llamada. José, mi chaval, me llamó al día siguiente para invitarme a comer en su piso el día de Navidad. Haciéndome el despistado pregunté quién iba a ir. Mi hijo malinterpretó mis palabras porque creyó que me refería a si su madre iba a aparecer por ahí:
-Papá, no te preocupes. Cenaré el 24 con mamá.
Lo que hiciera esa bruja me la traía al pairo y aunque lo que realmente quería saber era si su cuñada iba a aparecer, no pude insistir no fuera a ser que se extrañara de la pregunta. Por eso bordeando el tema, respondí:
-Te lo digo porque quiero llevar el vino. ¿Cuantos vamos a ser?
10
Mi muchacho, ignorante de mis razones, contestó:
-Seremos siete. Nosotros dos, la familia de María y tú.
Haciendo números, significaba que mis consuegros aparecerían con sus otras dos hijas. Satisfecho por su respuesta, quedé con él en que llegaría a las dos y para que no notara nada, me despedí de él colgando el teléfono.
Nada más cortar la comunicación, empecé a planear como hacerme con ese culito y más excitado a lo que corresponde a un hombre de mi edad, tuve que darme una ducha de agua fría para calmarme. Seguía sin poder creer que esa cría que conocía desde hace años se dedicara a ese oficio. Siempre la había tomado por una sosa, incapaz de levantar el ánimo a un hombre y resultaba que se dedicaba exactamente a eso.
“¡Y encima lo hace de maravilla!” pensé mientras daba otra ojeada a sus fotos.
Mi estado de excitación fue creciendo al irse acercando la fecha. Estaba tan nervioso que no pude disfrutar siquiera de la fiesta que organizó un amigo en Noche Buena. Mi mente estaba ocupada por culpa de una rubia de grandes pechos que iba a ver al día siguiente. Por eso eran las dos cuando aterricé en mi cama.
El día de navidad me levanté temprano y tras salir a correr, me metí a duchar. Mientras lo hacía di forma a mis planes y tras vestirme, me fui a casa de José. Fue mi nuera, María, la que me abrió la puerta. Al verla, me percaté del parecido que guardaba con su hermana. Aunque era morena, tenía las mismas tetas que Alicia.
“Lo bien que se lo debe pasar mi hijo”, pensé recordando la maestría que esa chavala había demostrado encima del escenario.
Como era temprano, fui el primero en llegar por lo que me tomé un par de cervezas antes de que mis consuegros hicieran su aparición del brazo de sus dos hijas. Al ver entrar a Alicia me costó reconocer a la putita que calentaba al público de ese lupanar. Si encima del escenario, la rubia se comportaba como una viciosa, en la intimidad actuaba como un ser tímido y retraído. Incluso su vestimenta, holgada y tradicional, ocultaba la belleza de esas formas que había disfrutado hacía unos días.
Discretamente, me la quedé observando mientras ayudaba a sus hermanas a poner la mesa. Si no llego a tener en mi poder esas fotos, incluso yo hubiese pensado que estaba equivocado.
Esa dulzura de cría no podía ser el putón desorejado que hacia las delicias de tantos hombres. Su forma de actuar, de moverse e incluso de apartar su mirada como si tuviese miedo, no cuadraba con la faceta escondida que la casualidad me había hecho descubrir. Era tanto el cambio, que empecé a dudar si aprovecharme al comprender que quizás esa muchacha necesitaba del escenario para ser realmente ella.
Lo más increíble fue que durante la comida, su viejo no paró de meterse con ella, echándole en cara su timidez y que no tuviese pareja. Alicia recibió la reprimenda de su padre sumisamente, sin quejarse. Tamaña injusticia me hizo reaccionar y plantándole cara a su progenitor, la defendí diciendo:
-Alberto, ¡Déjala en paz!  Deberías estar orgulloso de ella: es guapa, inteligente y seguro que algún día encontrará al hombre que le haga feliz.
La reacción de la muchacha me enterneció, cogiéndome la mano me dijo:
-Gracias.
Os juro que no lo hice a propósito pero respondí a su carantoña, diciendo:
-Ha sido un placer, Flavia.
La cría me miró con ojos aterrados. Su nombre de guerra era tan raro que no cabía equívoco. Casi temblando pidió permiso para ir al baño y casi corriendo abandonó el comedor. Disimulando, esperé unos minutos para que no se notara que iba tras ella y haciendo como si me llamaban, desaparecí de la habitación.
Alicia se había encerrado en el aseo y desde fuera escuché que lloraba. Reconozco que me sentí como un mierda y tocando a la puerta, le pedí que saliera. La cría no tardo en salir. Con el rímel corrido y un gesto de miedo en su rostro, me preguntó cómo me había enterado:
-Fue de casualidad pero no te preocupes, ¡Será nuestro secreto!
Acostumbrada a alternar con lo más bajo de nuestra sociedad, se me quedó mirando mientras me decía con lágrimas en los ojos:
-¡Por favor! ¡No se pueden enterar! ¡Haré lo que quieras!
Su total derrota me derrotó y cambiando de planes en el acto le pregunté:
-¿Lo que quiera?
-¡Sí!- contestó.
9
Fue entonces cuando realmente la conquisté porque cuando ya creía que me iba a aprovechar de ella, le dije:
-Solo quiero que entres al baño, te laves la cara y al salir vea a una preciosa niña que no le importa la opinión de los demás.
-¿Solo eso?- preguntó sin llegárselo a creer.
-¡Por supuesto!- contesté indignado- ¿Con quién crees que guardas tu secreto?
Tras lo cual la dejé plantada en medio del pasillo y retorné al comedor. Me tranquilizó que nadie se hubiera percatado de nuestra ausencia y cogiendo mi copa de vino, bebí un sorbo mientras me reconcomía el hecho de no haber sido capaz de sacar provecho a esas fotos.
“Esa niña no se merece que le haga una putada”, pensé mientras apuraba su contenido.
Al cabo de un rato, Alicia hizo su aparición. No me costó darme cuenta de que algo había cambiado en su interior porque la mujer que salió del baño, nada tenía que ver con la muchacha alegre y cariñosa que volvió a la mesa. Obviando nuestra diferencia de edad y el hecho que era el suegro de su hermana, la jodida cría se ocupó tanto de mimarme que creí que todo el mundo se iba a dar cuenta de que algo pasaba.
Creyendo que su actitud se debía a que quería evitar que me fuera de la lengua, en un momento dado, le susurré al oído:
-Deja de hacer el tonto, ¡Sé guardar un secreto!
Su respuesta consistió en soltar una carcajada y haciendo como si le hubiera contado un chiste, soltó en voz alta para que todo el mundo lo oyera:
-Cuñado, nunca me habías dicho lo simpático que es tu padre.
Mi hijo la miró alucinado y sin dar mayor importancia a sus palabras siguió charlando con su señora. En ese instante, no sabía como actuar: si hacía como si nada y esa cría seguía dando la nota, alguien terminaría mosqueándose.
Asumiendo un riesgo volví a decirle en su oreja:
-No tienes que tontear conmigo. Soy una tumba.
Entornando los ojos, me miró y se quedó callada.
El resto de la comida transcurrió sin nada que contar, excepto que fue muy agradable. La familia de mi nuera se comportó de una forma tan exquisita que por primera vez en muchos años supe lo que era una. Mi matrimonio había sido un desastre y por eso cuando mi ex me abandonó, fue para mí una liberación. Pero ese día al compartir con ellos esas horas, maldije mi suerte por no haber conseguido una pareja con la que formar algo parecido.
Eran casi las seis cuando me levanté para despedirme y entonces ocurrió algo que no esperaba. Alicia me preguntó si la podía acercar a Madrid. Previendo problemas, intenté escaquearme de llevarla pero ante su insistencia no pude negarme.
La rubia esperó a que cerrara el coche para decirme mientras se abrochaba el cinturón:
-Llévame a tomar una copa. ¡Tenemos que hablar!- por su tono, supe que necesitaba hacerlo y por eso sin rechistar, me dirigí a un pub discreto donde pudiéramos charlar sin que la música nos lo impidiera.
Mientras conducía hacia allí, la miré de reojo. En esos momentos, Alicia no parecía en absoluto asustada e incluso sonreía como si lo nuestro fuera una cita. Desconcertado por su actitud, me mantuve en silencio hasta llegar al lugar. Una vez allí, le abrí la puerta y cediéndole el paso, la dejé pasar.
La cría sonrió mientras me decía:
-¡Todavía hay caballeros!
El modo en que me miró consiguió sobresaltarme: increíblemente esa nena estaba encantada en compañía de un viejo como yo. Muy nervioso, busqué una mesa donde sentarnos. Fue entonces cuando Alicia se fijó en una que había en una esquina y cogiéndome de la mano me llevó hasta allá. Esa caricia me puso los pelos de punta y sintiéndome como un adolescente ante su primera cita, dejé que me guiara.
La muchacha esperó a que me sentara para acomodarse junto a mí. Con una alegría desbordante me rogó que le pidiera un whisky. Extrañado de que se tomara algo tan fuerte a esas horas, le pregunté si no prefería una copa de champagne.
-¡No!- exclamó- me recuerda a mi trabajo.
La dureza con la que mencionó nuestro secreto, me hizo palidecer y llamando al camarero pedí dos. Ambos nos quedamos callados hasta que volvió con nuestras copas y una vez servidas, nos quedamos callados sin saber cómo empezar.
Fue esa preciosa rubia la que dando un sorbo a su bebida, empezó diciendo:
-Pedro, quería agradecerte que no contara nada a mis padres.
Sus palabras escondían un sentimiento de vergüenza que no me pasó desapercibido. Imbuido por una ternura que no sabía que tenía en mi interior, le cogí su mano mientras le contestaba:
-No tienes por qué preocuparte, jamás te delataría.
La cría sonrió mientras me respondía:
-Lo sé- y mirándome a los ojos, prosiguió diciendo: -¿Sabes que es lo que más me sorprendió?
-No- mascullé entre dientes.
-Que me defendieras aun sabiendo a lo que me dedico.
Buscando un sentido a sus palabras, recordé la conversación y con cuidado para no ofenderla, le dije en voz baja:
-Tu padre se estaba pasando. Eres una cría estupenda y no te merecías que se metiera con tu vida privada.
Unas gruesas lágrimas recorrieron sus mejillas, mientras me contestaba:
-Mi viejo tenía razón-
Cabreado le cogí de la barbilla y con voz dulce, le llevé la contraria diciendo:
-No es verdad. Estoy de acuerdo que un padre se preocupe por su hija pero tú ya eres una mujer.
La rubita me respondió:
-No lo entiendes. Papa se refería a que nunca he tenido un novio- al no esperarme esa respuesta, esperé que siguiera: -¡Siempre he tenido miedo a los hombres!
Alucinado porque esa mujercita me reconociera ese temor irracional cuando se dedicaba a satisfacer las apetencias sexuales de los seres que en teoría tenía miedo, era algo que no me cuadraba y cuidando las formas, le pedí que se explicara.
Alicia comprendió mis dudas sin que yo se las expresara y apretándome la mano, me soltó:

-Aunque te parezca imposible, llegue a ese trabajo porque siendo bailarina de striptease puedo conectar con ellos sin que eso suponga una relación- y con una tristeza brutal, siguió explicando: -Al estar encima de la pasarela, soy la reina y los babosos que me miran excitados, mis súbditos. Aunque no te lo creas, nunca bajo a ocuparme de las mesas.

11

 

-Cariño- contesté – es increíble que no te hayas dado cuenta de que  eres también una reina cuando te bajas de allí. Cualquier hombre se desviviría por cuidarte, si te conociera.
Enjuagándose las lágrimas, me miró diciendo:
-¿Tú también?- mi cara debió demostrar una sorpresa brutal porque la cría, separándose de mí, me dijo con voz temblorosa: ¡Necesito saberlo!
-Por supuesto- respondí al darme cuenta de que esa niña estaba necesitada de cariño.
Lo que no me esperaba es que se lanzase sobre mí y me besara. Fue un beso tierno y cariñoso en un principio que se fue tornando en posesivo con el paso de los segundos. Con auténtica necesidad, esa dulce rubia buscó mis labios mientras pegaba su cuerpo contra el mío. Asustado por la fuerza de sus sentimientos pero también de la excitación que en ese momento recorría mis venas, la separé de mí temiendo no ser capaz de contenerme.
Alicia malinterpretó mis acciones y echándose a berrear como una histérica, balbuceó con la respiración entrecortada:
-¡No te gusto! ¡Te avergüenzas de lo que me dedico!
Comprendiendo que se sentía rechazada, la abracé mientras le acariciaba la cabeza:
-Para nada, princesa. ¡Me encantas! pero temo enamorarme de ti y que luego me dejes tirado como el viejo que soy.
La cría me miró a los ojos y sonriendo me dijo:
-Nunca te dejaría tirado- y poniendo una cara de picardía que me recordó a Flavia, me soltó: -Esta tarde cuando me defendiste, se me empaparon las bragas.
Tanteando el terreno y en plan de guasa, contesté:
-Con poca cosa, te excitas.
Dotando de un tono serio a su voz, respondió:
-Te equivocas. Nunca me había sentido atraída por un hombre antes de hoy.
-¿Eres lesbiana?
-¡No!- y soltando una carcajada, contestó: – ¡Llévame a tu casa!
Paralizado, observé que llamaba al camarero y que pagaba la cuenta. Al tratar de protestar, me miró diciendo:
-Déjame pagar a mí.

Como en un sueño, me obligó a levantarme y se abrazó a mí, rumbo al coche. Su cercanía no me dejaba pensar y como un autómata, conduje hasta mi apartamento.  Una vez allí, ni siquiera esperó a que cerrara la puerta. cómo una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón.
-Tranquila- le espeté al ver sus prisas.
-¡Por favor! ¡Dejamé!- imploró con dulzura.
Al ver que le daba permiso y actuando como una posesa, me abrió la bragueta. y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que apoyarme contra la pared.
-Tenemos toda la noche- le dije pidiendo que no fuera tan bruta.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que esa niña no estaba acostumbrada a hacerlo porque me clavó varias veces los dientes mientras imprimía una velocidad endiablada a su boca. Estuve a punto de quejarme pero viendo que para ella era una especie  de liberación me quedé callado mientras Alicia iba en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
En poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. La rubia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
-Gracias- me dijo una vez repuesta y levantándose del suelo, me pidió que la llevara a la cama, diciendo: -Quiero ser tuya.
Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta de mi habitación, cediéndole el paso. Al entrar en el cuarto y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Azuzado por sus palabras, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La cría dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Alicia agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. La muchacha resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitaron aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mí dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Alicia conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No ha estado mal para ser un anciano?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes cómo necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
-No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Eres el primer hombre con el que he estado en mi vida. No era virgen porque he usado desde niña consoladores como substitutos, pero te juro que mientras sigas amándome nunca volveré a usar uno-.
Saciado momentáneamente, me quedé tumbado un rato sin decir nada, mientras pensaba en sus palabras y en lo que habíamos hecho. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente y dándole un tierno beso en la boca, le pregunté si quería repetir.
La muchacha soltó una carcajada y mientras se acomodaba encima de mí, me preguntó:
-¿No será mucho esfuerzo para mi viejito?
Como comprenderéis,  le solté un azote. Ella al sentir mi ruda caricia se rio y bajando por mi cuerpo, se puso a reavivar mi maltrecho pene….15

Realto erótico: “Fui infiel a mi marido con su padre, mi suegro” (POR GOLFO)

$
0
0

DE LOCA A LOCA PORTADA2

Nunca creí que me pudiera comportar como una puta en celo y menos que fuera con Javier, mi suegro. Educada en Sin títulouna familia de clase media, mis padres me habían enseñado recios principios morales que sin ningún esfuerzo asimilé e hice míos. Desde niña creí en el matrimonio para toda la vida, en la fidelidad y sobre todo en la familia. Por eso cuando conocí a Alberto, me enamoré de él. Con mis mismos valores, era a pesar de su juventud un buen profesional y un hombre de provecho. El sintió lo mismo por mí y tras tres años de noviazgo, nos casamos por la iglesia, nos compramos un chalet e incluso adoptamos un perro.
Éramos un modelo de matrimonio para nuestros amigos. Mi marido al terminar de trabajar, venía a casa y solo aceptaba las invitaciones si estas me incluían a mí. Estoy plenamente segura que nunca me puso los cuernos y aunque viajaba mucho, no tenía miedo de que lo hiciera. Al fin y al cabo:
“Alberto era mío y yo, suya”
Por mi parte, siempre le había correspondido de la misma forma. Nunca dejé que nadie se me insinuara y si lo hacía algún incauto, le paraba en seco. Por aquel entonces, ni se me ocurría pensar que un día unas manos que no fueran las suyas acariciarían mi cuerpo y menos que otra boca besara mis pezones mientras su dueño se afianzaba en mi entrepierna.
Pero todo cambió e increíblemente, el tipo que me sedujo y abuso de mí, resultó ser mi suegro.  Aunque le había conocido al poco de hacerme novia de Alberto, ahora me doy cuenta que nunca le traté. Viudo orgulloso de su independencia y relativamente joven, Javier se había mantenido al margen de nuestras vidas. Director general de una multinacional, vivía en un casón de Somosaguas cuando no estaba en el extranjero y aunque salía con mujeres, nunca se las había presentado a su hijo, diciendo:
-Cuando haya una importante, serás el primero en saberlo-
Aunque mis amigas siempre decían que estaba bueno, para mí, ese hombre de cincuenta años era un ser asexuado porque era mi suegro. Hoy reconozco que con sus casi dos metros y una musculatura que contrasta con su edad, no solo está rico sino que está riquísimo. Nunca había reparado en su porte y menos en el enorme bulto que escondía bajo el pantalón porque era territorio vedado al ser el padre del único hombre que había amado. Ahora me río al recordar la insistencia de mi hermana mayor para que le concertara una cita con él. Siempre me negué porque Patricia con su falta de moralidad era capaz de ponerme en un aprieto.
-Vamos hermanita- me decía –Tu suegro es viudo y está forrado, hazme ese favor-
Aunque me rogó de mil maneras, siempre le puse una excusa para no hacerlo porque temía que habiéndose tirado a esa zorra, mi suegro llegara a pensar que yo era como ella. Confieso que hoy me alegro porque no sé si podría soportar la idea de que ella hubiera disfrutado de la polla que me trae loca. Odiaría saber que carne de mi carne hubiera gritado y aullado hasta desfallecer al ser poseída por él. Todavía hoy, cuando ya me he convertido en su amante y reconozco que soy adicta a la forma con la que me hace el amor, sigue atormentándome la idea de ser infiel a Alberto.
No lo puedo evitar, cuando mi suegro me llama, me quito las bragas y perdiendo el culo, acudo a su lado. Me enloquece que me llame “mi querida nuera” mientras desliza su pene por mi sexo pero más aún cuando dominado por el morbo, me exige ser su putita. Me ha poseído de todas las maneras y en todos los lugares, pero donde realmente saca la perra en la que me he convertido es cuando llega a casa y me folla en la misma cama donde duermo con su hijo. Es más, cuando lo ha hecho, esa noche no he podido evitar masturbarme pensando en él mientras su retoño dormía a mi lado, convencido de la castidad de su santa mujer.
Todas las semanas, al menos un par de veces, su adorado padre me telefonea diciendo dónde, cómo y hasta que manera debo de ir vestida para que sin casi prolegómeno alguno, me joda, folle, penetre, mame, acaricie, humille, ensalce, copule….. Sus deseos son órdenes que cumplo con satisfacción, sabiendo que al dejarle, retornaré a mi hogar con el chocho empapado y sintiéndome culpable pero deseando volver a leer en mi móvil “suegro” porque eso supondrá nuevamente llegar a sentir un placer indescriptible.
Mi marido no sospecha nada e incluso se alegra de que después de tantos años, su padre se acerque a nosotros y nos invite a cenar. Le hace gracia y alienta que su viejo se llevé tan bien conmigo que en vez de telefonearle a él, se dirija a mí directamente:
-Creo que el jefe está deseando ser abuelo- me dijo un día que le comentó que tuve una falta.
-¿Por qué dices eso?- pregunté asustada ya que ese mes me había acostado en muchas más ocasiones con mi suegro que con él.
-Se ha puesto muy alegre y me ha dicho que estaba convencido que embarazada, estarías mucho más guapa-

“Será cabrón” pensé en absoluto ofendida porque sabía que se lo había soltado a su hijo con la intención que yo me enterara que si me quedaba preñada, el seguiría haciéndome sentir viva y deseada. Soñando despierta con la idea de ser suya con el vientre hinchado, tuve que ir al baño a liberar el calor que estremecía mi entrepierna mientras su hijo no era consciente que de estar preñada, mi retoño sería su hermano.
Os preguntaréis como ese hombre ausente y distante llegó a convertirse en la razón de mi existencia. Pues es bien fácil, un día, Alberto llegó a casa con la noticia que  su padre nos invitaba ese verano a su casa en Marbella. Como mi marido estaba tan feliz, no puse ningún reparo sin saber cómo me cambiaría la vida ese verano. Aunque faltaba un mes, mi marido me rogó que fuera preparando las vacaciones porque no quería que nada fallase:
-¿Y qué quieres que haga?- pregunté divertida al observar su nerviosismo.
-No sé, llama y pregunta a mi padre si necesita algo- contestó emocionado con pasar una larga temporada en su compañía.
Aun sabiendo que era absurdo, cogí el teléfono y después de agradecerle su invitación, cumpliendo el capricho de mi esposo le pregunté si le podíamos llevar algo que necesitara. Mi querido suegro, que había estado alternando con unos amigos y llevaba un par de copas, se tomó a guasa mi pregunta y me contestó riendo:
-Lo único que necesito es una mujer y eso no podéis comprarlo-
Avergonzada, no pude seguir hablando con él y nada más colgar, le conté a su hijo lo que me había soltado su padre.
-¡Qué cachondo el viejo!- exclamó encantado de la ocurrencia y sin dar mayor importancia, me tranquilizó diciendo: -Te ha tomado el pelo porque esta mañana le he preguntado porque no se buscaba una esposa. Lleva más de diez años viudo y ya es hora que rehaga su vida-
-¿Y qué te ha respondido?- dije intrigada por la respuesta.
– Que ya tiene una candidata pero que desgraciadamente está casada-
-¡No fastidies! y tú, ¿Qué le has contestado?-
-Me he reído. Conozco a mi padre y sé que sería incapaz de intentar seducir a una mujer comprometida y con familia-
Esa conversación, a todas luces inocua, fue mi perdición. Por primera vez comprendí que mi suegro era un hombre y me pasé toda la noche, pensando que tipo de mujer le gustaría. Conociendo su carácter dominante y perfeccionista, tras mucho pensar, decidí que de seguro su elección sería mucho más joven que él y guapa porque no soportaba la mediocridad y menos  a alguien no le siguiera el paso. También me pregunté cómo sería ese gorila en la cama  porque si era, en ella, tan perseverante y eficaz como en el resto de su vida debía de ser una fiera.
Sin saber que había sembrado la semilla que le permitiría seducirme, dejé a un lado esos pensamientos y me concentré en mi marido. Alberto se estaba desnudando a mi lado y mientras lo hacía, me puse a valorar a mi hombre. Con veintiséis años y un metro ochenta de estatura, era un hombre atractivo y bien dotado. Estaba segura que había muchas zorras que me lo intentarían quitar si él les diese entrada y por eso, mirándole a los ojos me abrí el camisón y le llamé a mi vera, diciendo:
-Tu mujercita necesita cariño-
Mi marido no se hizo de rogar y tumbándose en la cama, me empezó a acariciar los pezones mientras me besaba. Como soy pequeñita y apenas alcanzo el metro cincuenta, cada vez que me abraza me siento protegida y amada, por eso, subiéndome encima, le pedí que me besara los pechos mientras yo introducía su pene en mi vulva. La diferencia de tamaño hacía que al penetrarme me llenara por completo y por eso, tuviera que estar muy excitada para no tener dificultades al hacerlo. Alberto que me conocía, mamó de mis pechos mientras con sus dedos jugaba con mi entrepierna, de forma que en menos de un minuto, sentí su glande chocando contra la pared de mi vagina.
Decidida a sentir, empecé a galopar su verga con mi vulva tan caliente que estaba a punto de explotar y gimiendo le pedí que cogiera con sus manos mis nalgas y me ayudara.   Mi entrega le hizo reaccionar y cogiendo mi trasero, me levantó y bajó con velocidad. Al estar empalada y empapada, gocé como  nunca cuando pegando un grito descargó su simiente en mi interior. Su eyaculación coincidió con mi éxtasis y uniéndome a él, me dejé caer sobre él. Estaba todavía recuperándome cuando me di cuenta que se había quedado dormido e insatisfecha, me quejé pensando que a buen seguro, mi suegro repetiría al menos tres veces.
“¡Estás loca!” maldije al darme cuenta de lo que había pensado y casi llorando, intenté dormir pero me resultó imposible. Había abierto la espita de gas y me resultaba imposible ya cerrarla y temiendo estallar, me masturbé pensando en Javier mientras me reconcomía por hacerlo.
 
 
Con mi suegro en Marbella.
Después de un viaje en coche, llegué a esa ciudad en el sur de España, cansada y de mal humor. Durante los últimos treinta días me había arrepentido de haberme dejado llevar por esa fantasía y me sentía incapaz de mirar a mi suegro a la cara. Javier, ajeno a lo que estaba torturando a su nuera, nos recibió en la puerta, vestido únicamente con un traje de baño. Debía de estar nadando cuando escuchó el timbre porque venía empapado.
Ni mi marido ni él se dieron cuenta que me quedé prendada al ver los músculos que lucía el maldito. Acostumbrado al ejercicio, ese maduro se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente, me encontré con un estomago plano al que las horas de gimnasio, habían dotado de unos abdominales de treintañero.
“¡Mierda!” exclamé para mí al advertir que me había quedado con la boca abierta al contemplarlo y haciendo un esfuerzo, retiré mis ojos de ese pecho musculado y repleto de vellos que había hecho que mi entrepierna se mojara.
Confundida y sin saber qué hacer,  dejé que mi marido me enseñara la casa mientras mi suegro se volvía a meter en la piscina. Alberto me sirvió de anfitrión pero mi mente estaba a años luz y aprovechaba cualquier descuido para echarle un vistazo al hombre que nadaba sin saber que lo estaba observando. Acabábamos de dejar la maleta en nuestra habitación, cuando mi marido me pidió lo acompañara con su padre, a regañadientes, agarré mi bolso y entonces, oí que me preguntaba extrañado:
-¿No te vas a bañar con el calor que hace?-
Juro que era lo último que me apetecía hacer pero, para no levantar sospechas, le pedí que me diera unos minutos y lo alcanzaba. Mi esposo se adelantó dejándome  sola mientras me ponía un bikini. Indecisa sobre cual elegir, opté por el más discreto y me lo puse. Al mirarme al espejo, la imagen que este me devolvió fue el de una mujer atractiva con pechos grandes para su altura y unas caderas redondas que tan feliz me habían hecho siempre, pero que en esa ocasión me pareció que mis medidas eran demasiado sensuales y deseé ser más plana y menos exuberante.
Al bajar a la piscina, me encontré a Alberto y a Javier charlando animadamente mientras se tomaban una cerveza. En cuanto me vio, mi suegro me acercó una silla y me preguntó si quería tomar algo:
-Una coca cola- pedí roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre mis pechos.
Mi esposo, que estaba en la inopia, incrementó mi turbación al decirle a su padre:
-Ves papa, Estefanía es pequeñita pero matona-
Mi suegro sin dar importancia a la falta de tacto de su hijo, contestó:
-Tenías razón. Es una mujer preciosa-
Su piropo hizo saltar todas mis alarmas y con los pezones duros como piedras, sentí que ambos se habían dado cuenta y por eso me tiré al agua. Asustada por la reacción de mi cuerpo, di unos largos esperando que el ejercicio me calmara pero cuando  quise salir de la piscina fue peor, porque la tela de mi bikini nuevo se transparentaba y dejaba entrever el color de mis aureolas. Intentando tapar mis vergüenzas, me puse una camisa y mientras lo hacía descubrí en la mirada del cincuentón que no le había pasado inadvertido mi problema.
“¡Coño!, ¡Me está devorando con su vista!” mascullé mentalmente tratando de disimular.

El idiota de mi marido no se había dado cuenta de lo que pasaba y metiendo el dedo en la llaga, me aconsejó darme crema para no achicharrarme con el sol. Creyendo que eso me daba la oportunidad de alejarme sin que se me notara, me acerqué a una tumbona y abriendo un bote de bronceador empecé a untármelo por las piernas. Rápidamente me di cuenta de mi error, porque al mirar a los hombres, advertí que Javier disimulando con una charla, no perdía comba de mis movimientos. Perpleja por ser objeto de su escrutinio nada filial, agaché mi cara y haciendo como si no me hubiese enterado de lo lascivo de su mirada, seguí esparciendo la crema por mis muslos. Lo que no pude evitar fue que nuevamente mis tetas se pusieran duras ni que en mente divagara entre la vergüenza y el morbo por su acción.
Lo peor fue que cuando iba a empezar con la parte de arriba, mi marido recibiera una llamada de la empresa y me dejara sola con su padre. Javier, me dirigió una sonrisa perversa y acomodándose en la silla, se puso a mirar con descaro mis senos. Aun solo medio excitada, le lancé una mirada asesina que no tuvo ningún efecto. Decidida a castigar su osadía, me le quedé mirando fijamente mientras mis manos esparcían el  líquido por mi escote. Sin retirar sus ojos, me volvió a sonreír y se levantó de la silla, para servirse otra cerveza. Momento que descubrí que debajo de su bañador una enorme protuberancia revelaba que no había presenciado impávido la escena y que estaba caliente.
Absolutamente indignada, cogí una toalla y me tapé mientras crecía mi rencor por ese hombre:
“¿Quién se creé para mirarme así? ¿No sabe que soy su nuera?” me quejé en silencio sin armar un escándalo porque sabía que mi marido sufriría si se enterara.
Al volver Alberto, me excusé de los dos diciendo que estaba cansada y que me iba a echar un rato. Mientras me iba, observé que mi suegro seguía mis movimientos y con esa caricia pecaminosa sobre mi trasero, hui escaleras arriba del chalet. Turbada hasta decir basta, me tumbé en la cama y solo pude calmarme, cuando mis dedos se afianzaron entre mis piernas y separando mis rodillas, torturaron mi botón. Aunque intenté inspirarme en mi marido, fue su padre, él que lo hizo, al imaginármelo mostrándome su trabuco mientras me extendía la crema por mi cuerpo. El sopor me invadió y sin darme cuenta me quedé dormida.
Debía de haber pasado una hora cuando un ruido en la habitación me despertó. Al abrir los ojos, vi que una negra vestida con un uniforme de criada traía unas toallas. Desperezándome, la saludé. La muchacha me pidió perdón por la interrupción y pasando a nuestro baño, se puso a cambiar el juego anterior. Mientras lo hacía, me la quedé mirando al darme cuenta que era una mujer muy atractiva. Con un culo impresionante y unos pechos exagerados, no parecía una sirvienta sino una stripper.
Mi sensación de inferioridad se incrementó al levantarme y percatarme que no le llegaba ni al hombro. Era altísima además de guapa y por eso pensé mientras se despedía:
“Jamás contrataría a esa hembra para que limpiara mi casa. Sería capaz de quitarme a mi marido”.
Cabreada por experimentar celos de su belleza, me metí a bañar y mientras el agua recorría mi cuerpo, me puse a imaginarme a Alberto follándose a esa morena y contra lo que debía haber sentido, me excité.  Mis pezones adquirieron una dureza inusitada y totalmente cachonda, bajé mis dedos hasta mi chocho y me toqué. Al sentir mis yemas sobre mi clítoris, cerré los ojos y seguí acariciándome mientras llegaban a mi cerebro imágenes de mi marido mientras penetraba a ese bombón. En mi mente, fui testigo de cómo su verga entraba y salía del sexo de esa mujer y de cómo con una bestialidad que nunca había ejercido sobre mi cuerpo, la azotaba sin compasión. Deseando ser ella y que alguien me tomara así, me corrí dando un gemido.
Escandalizada por  haberme tenido que desahogar dos veces en un mismo día, salí de la bañera y estaba ya secándome cuando escuché que mi esposo preguntaba por mí desde el cuarto.
-¡Aquí estoy!- le grité.
Alberto venía desolado, por lo visto le acababa de llamar su jefe y tenía que volver a Madrid durante dos días. Al oírlo, me enfadé y como una loca, le dije que me volvía con él que no iba a estar sola en esa casa. Mis palabras le destantearon y confuso, me intentó tranquilizar diciendo:
-No seas tonta, no vas a estar sola. Ya se lo he dicho a mi padre y él me ha prometido cuidarte-
Aunque no podía explicárselo, eso era exactamente lo que me temía y poniéndome melosa, intenté convencerle que lo mejor era que yo le acompañase. Mi estrategia no dio resultado y sin dar su brazo a torcer, me pidió que me quedara por él ya que le hacía mucha ilusión que después de tantos años su viejo intimara conmigo. Anticipando lo que ocurriría si me quedaba sola con ese cincuentón, temblé como una cría e quise hacerle cambiar de opinión pero poniendo un gesto serio, me preguntó:
-¿Te pasa algo con mi padre? ¿No te cae bien?-
Temiendo que no me creyera si le contaba que ese hombre del que estaba tan orgulloso me miraba con unos ojos nada paternales, no insistí y poniendo cara de niña buena, le dije que me quedaría con la condición de que me hiciera el amor. Mi ocurrencia le hizo gracia y dándome un azote en mi culo, me dijo que tendría que esperar hasta la noche pero que después de volver de cenar, me haría gritar en la cama. Su palmada y su promesa me hicieron recordar lo que me había imaginado minutos antes y comportándome como una puta por primera vez, le pedí un anticipo sobándole por encima del pantalón. Sé que le sorprendí pero nunca me esperé que reaccionara quitándome la toalla y poniéndome contra el lavabo, me penetrara sin más.
Reconozco que me encantó esa faceta desconocida de Alberto y gemí como posesa al experimentar el dolor de sentir forzado  mi estrecho conducto sin preparación.  Olvidando nuestra diferencia de tamaño, mi marido me poseyó con una pasión desbordante que me hizo olvidar a mi suegro y queriendo sentir lo mismo que había imaginado le pedí que siguiera follándome así. Tal y como había visto en mi mente,  se comportó como un salvaje y acuchilló con su estoque mi pequeño cuerpo hasta que berreando sin poder aguantar más me corrí sobre las baldosas del baño. Fue entonces cuando recapacitando en el modo en que me había hecho suya, me pidió perdón diciendo que no sabía que le había pasado y que nunca más lo volvería hacer.  Pero obviando que mi contestación iba a cambiar para siempre nuestra relación, le dije riendo:
-Me ha encantado y si no lo vuelves a hacer, dormirás en la habitación de invitados-
Mi respuesta le dejó helado pero rehaciéndose, me besó y mientras me daba el primer pellizco realmente doloroso en nuestra vida en común, me dijo:
-No sabía que tenía una putita en casa-
Jamás me había insultado de esa forma pero tengo que confesar que en vez de enfadarme, me reí y volviendo a la ducha, le pedí que entrara conmigo.
 
Me quedo sola
Esa mañana, nos levantamos a las siete porque el vuelo de Alberto salía temprano. Estaba cansada después de que nos hubiéramos pasado toda la noche explorando esa faceta recién descubierta de mi marido. Era increíble que, después de tantos años de relación monótona, hubiéramos descubierto que a ambos nos gustaba el sexo duro fortuitamente. Con el chocho y mi pecho adoloridos, me entristeció decirle adiós en el aeropuerto y sin ganas de volver al chalet, decidí dar un paseo por Puerto Banús. El esplendor y el lujo de ese pueblo no se habían visto afectados por la crisis. En sus calles puedes ver aparcado un Bentley como si fueran un utilitario cualquiera pero lo más impresionante era el tamaño de los yates fondeados en sus muelles. Mientras en cualquier otro puerto deportivo un barco de veinte metros de eslora es la atracción, ahí pasa desapercibido entre tanto  buque de lujo. Y qué decir de la gente que deambula por ese pueblo, junto a los turistas que, como yo, se quedan impresionados al ver tanta riqueza es fácil encontrarte con potentados árabes y personajes de las revistas de corazón.
Después de dos horas deambulando por sus calles, decidí volver a la casa. Estaba feliz, durante las últimas horas pasadas con mi marido, había disfrutado como una perra mientras el liberaba su tensión sometiéndome. Mi marido, esa persona cortés y educada se había convertido por azares del destino en un exigente amante que me sació por completa. Atrás se habían quedado mis dudas y más convencida que nunca que era el hombre de mi vida, entré al chalet. Al no ver a nadie, creí que estaba sola y por eso, con confianza, me dirigí a la cocina a beber agua. Estaba sirviéndome un vaso cuando, por la ventana, descubrí a mi suegro limpiando  la piscina.
Me quedé mirándole con fascinación. Era impresionante como se marcaban sus músculos al mover el limpia fondos. Eran los de un joven y no los de un cincuentón.  Marcados y completamente definidos era una delicia verlos mientras caminaba por el borde. Reconozco que en ese momento, no le observaba como nuera sino como mujer y estaba tan absorta que tardé en  fijarme en que su criada había salido al exterior.
“¡Será puta!” exclamé al  observarla acercándose a mi suegro en bikini y con una familiaridad nada habitual, decirle que si le echaba crema.
Javier sonrió al escuchar a la muchacha y dejando el aparato en el suelo, la cogió entre sus brazos. Desde mi posición vi a esa zorra restregar su cuerpo contra el del padre de mi marido, justo antes que este, soltando los tirantes de la mujer, se pusiera a besar sus pechos. Indignada, fui testigo de los gemidos con los que la porno-chacha respondió a las lisonjas de mi suegro y estaba a punto de irme de la cocina cuando de pronto vi que le daba la vuelta y apoyándola contra la mesa, le quitaba de un tirón su tanga.
Colorada y excitada, me escondí tras el visillo y me puse a espiarlos. Mi pariente se había quitado el bañador y alucinada, observé que su  pene era aún mayor de lo  que me había imaginado. No parecía humano, además de enorme era tan grueso que dudé que mi cuerpo fuera capaz de absorberlo.
-¡Dios! ¡Qué bicho!- mascullé en la soledad de la cocina mientras mis dedos me empezaban a acariciar.
La cara de deseo de la negra se multiplicó por mí cuando ese hombre le dio un sonoro cachete y separándole las nalgas, comenzó a lamerle su sexo. Su sirvienta aullando como la puta que era, le rogó que la tomara diciendo:
-Patrón, ¡Necesito su verga!-
No se lo tuvo que repetir dos veces y cogiendo su pene, se lo incrustó brutalmente.  Metiendo los dedos en mi entrepierna, me lancé en una carrera sin retorno al observar como desaparecía en el interior de la negra mientras esta no paraba de chillar. Cogiendo mi clítoris, lo torturé duramente completamente bruta por la escena que se estaba desarrollando a escasos metros. Mi suegro, ajeno a que su nuera se masturbaba mirándolo, terminó de introducir su falo y cogiendo a su pareja del pelo, la levantó en brazos con una facilidad pasmosa.  La muchacha al sentirse empalada, berreó de placer mientras mi suegro la llevaba a la tumbona.
Al ver su maniobra, pensé que la iba a tumbar para seguir machacando su cuerpo pero no fue así sino que se sentó y sin soltar a su sirvienta desde esa posición, siguió follándose a la muchacha sin parar. Yo ya había perdido toda cordura y con las yemas de una mano en mi coño, usé la otra para pellizcarme los pechos mientras soñaba con ser la hembra que ese semental se estaba tirando. Para entonces, Javier había tomado el control e izando y bajando el cuerpo de la criada con una velocidad pasmosa, llevó a esta al borde del orgasmo. Sus negros pechos empapados de sudor, rebotaban siguiendo el compás de las estocadas y creyendo que estaba sola con el padre de mi marido, chillaba y gritaba como si la estuviese matando. Con mi coño encharcado, me creí morir al observar que mi suegro giraba a la muchacha sobre sus piernas y poniéndola mirando a su cara, la empezaba a besar. Os juro que deseé que fuera mi boca, la que con fiereza forzara en vez de la de ella. 
“¡Qué salvaje!” pensé al ver que bajando por su cuerpo, había cogido un pezón entre sus dientes y sin importarle el sufrimiento de la mujer, lo mordía con dureza pero contrariamente a la lógica, me calentó de sobremanera y más cuando escuché los aullidos de placer que daba la morena. Mi cuerpo en completa ebullición, añoró ser el que sufriera esas “dulces” caricias y sin poderlo evitar, me corrí brutalmente. Habiéndome repuesto, la vergüenza de haber disfrutado espiando me golpeó y llorando compungida, hui de la cocina con su enorme polla en mi memoria.

Traté de calmar mi calentura con una ducha fría pero la imagen de su espectacular sexo así como la maestría que demostró al follarse a esa furcia, me lo impidió y por eso, mientras me secaba tuve que reconocer que seguía cachonda y tumbándome en la cama desnuda, liberé mis frustraciones masturbándome otra vez. Con los ojos cerrados, me vi dominada por ese semental y deseando convertirme en su puta, pellizqué mis aureolas del mismo modo que había visto hacer a mi suegro con su sirvienta. Sin ser consciente de que podría oírme, pegué un aullido mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo temblaba dominado por la lujuria.
“¡Ojalá Alberto fuera como su padre!” maldije al comparar a ambos hombres.  Ya saciada y con un charco bajo mi trasero como prueba, me percaté de la gravedad de lo que había pensado y asustada por la amoralidad de mis deseos, lloré abochornada.
Incapaz de enfrentarme cara a cara con mi suegro, me quedé el resto de la mañana encerrada en mi cuarto hasta que a la hora de comer, escuché que tocaban a mi puerta. Atormentada por mi culpa, pregunté que quien era:
-Soy yo, Vanessa- respondió la criada.
Como no me quedó más remedio, abrí la puerta y dejé pasar a la muchacha. Vestida de manera adecuada a su trabajo, entró en la habitación y mientras hacía la cama, me la quedé mirando. Esa mujer era un monumento, con un culo y unas tetas que para mí desearía, se movía con una soltura tal que no me extrañó que siendo viudo mi suegro se hubiera sentido atraído por ella y con unos celos impensables en una nuera, la asesiné con mi mirada. En ese momento, pasó Javier por el pasillo y saludándome con un beso en la mejilla, me informó que comeríamos fuera.
Ese cariñoso gesto, carente de segundas intenciones, me alteró y antes de contestar, supe que no podría negarme aunque eso supusiera estar con mi sexo encharcado toda la tarde y cogiendo mi bolso de una silla, contesté con toda la mala leche que pude, dejando claro mi estatus:
-Perfecto, así, EL SERVICIO podrá terminar de limpiar sin que le molestemos-
Mi suegro se percató de mi falta de respeto pero no dijo nada y dándome el brazo, me sacó de su casa.  Al entrar en el restaurante, este estaba atestado de gente y en plan protector, el padre de Alberto pasó su mano por mi cintura y con su enorme envergadura, abrió paso. No os podéis imaginar lo que sentí cuando su mano me tomó y me pegó a su lado pero tuve que morderme los labios para no gritar cuando involuntariamente mi sexo rozó su entrepierna y por primera vez, comprobé en vivo su tamaño.
“¡Qué grande es!” alborotada pensé separándome de él.
Mi reacción le pasó inadvertida por el gentío y con la gentileza habitual de él, separó una silla para que me sentara mientras hablaba de pie con el camarero. No sé cómo pero al sentarme, mi cara quedó a la altura de su bragueta y sin darme cuenta, me quedé embobada mirándola.
-¿Tengo alguna mancha?-  preguntó mi suegro al ver que tenía mis ojos fijos en su paquete.
Con vergüenza, le contesté que no y buscando una excusa a mi actuación le dije que estaba pensando en las musarañas. Sé que no me creyó pero con una sonrisa en los labios, me dio la carta y preguntó que quería de comer. Como comprenderéis, le mentí y dije que unos langostinos en vez de la polla que ya para aquel entonces atormentaba mi mente.
“¿Qué haces? ¡Es tu suegro!” me critiqué con dureza al darme cuenta que deseaba a ese hombre.
Durante la comida, Javier se comportó como un caballero y obvió que en un intento de olvidarme de esos funestos pensamientos, me dediqué a beber en exceso. Desconozco cuanto bebí pero lo que si me consta en que al levantarme de mi silla, me sentí borracha. Desinhibida por el alcohol, le pedí que me llevara a la playa porque quería darme un chapuzón. Muerto de risa, me recalcó que no teníamos traje de baño.
-Entonces, ¡Llévame a una nudista!- contesté con una carcajada, creyendo que no iba a hacer caso a tan absurda sugerencia.
Afortunadamente para mí y desgraciadamente para mi marido, se tomó en serio la propuesta. Juro que me monté en el coche sin saber dónde me llevaba y por eso cuando estacionó enfrente de Cabopino, comprendí que había cumplido mis deseos. Estuve a punto de echarme para atrás y pedirle que me llevara a casa, pero al visualizar en mi mente a ese maduro en pelotas a mi lado, me excité y bajándome del automóvil, corrí hacia la playa mientras me desnudaba.  Me imagino su cara al ver mi striptease pero como fui directamente al agua, no la vi. Lo que si me consta es que recogió las prendas que iba tirando en mi alocada carrera y una vez acomodadas en la arena, se desnudó y  esperó sentado mientras me bañaba.
El mar no consiguió apagar el fuego que consumía mi sexo y aprovechando que Javier no podía ver lo que estaba haciendo, me empecé a tocar de espaldas a él. Sabiendo que estaba loca, me dejé llevar y cada vez más caliente, busqué con mi mirada a mi suegro con la esperanza que se acercara a mí y calmara mi temperatura. Pero al darme la vuelta, le vi charlando con un par de rubias. Pillarle tonteando con esas dos putas, me cabreó y como si fuera una novia celosa salí del agua y sin pensar en las consecuencias, fui directa a reclamarle.
-¡Ha venido conmigo! ¡Es mío!- con una irracional furia reclamé a las inglesas al ver que no solo estaba  hablando sino que, a petición de una de ellas, le estaba untando crema por el cuerpo.
Javier se me quedó mirando con una expresión colérica en su cara pero sin montar un escándalo, me acompañó a donde estaba nuestra ropa. Solo entonces y cuando nadie podía oírnos, me soltó:
-Mira, muchachita, lo que yo haga con mi vida es asunto mío y te juro que prefiero estar esparciendo el bronceador en unos pechos que soportar a la loca de mi nuera-
Con el orgullo herido y azuzada por el vino, me tumbé en la arena y cogiendo sus manos, le contesté:
-Puedes hacer ambas cosas- y llevándolas a mis tetas, le grité: -Si no me echas tú la crema, ¡Me buscaré a otro que si lo haga!-
No os puedo explicar su indignación, rojo de ira, cogió el bote y derramando el potingue sobre mi piel, me soltó:
-¡Tú lo has querido!-
Con violencia pero también con una sensualidad sin límites, mi suegro empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos. Me creí derretir cuando sus dedos sopesaron el tamaño de mis senos justo antes de pellizcarlos cruelmente.
-¡Dios!- gemí a sentir ese dolor con el que había soñado desde que le viera tirándose a la sirvienta y comportándome como una perra en celo, abrí mis piernas dejando claro que le daba acceso a todo mi cuerpo.
Mi entrega no disminuyó su enfado y tras torturar mis pezones, sus manos bajaron por mi abdomen. Consciente de que la puta de su nuera estaba disfrutando, Javier separó mis rodillas y introduciendo dos dedos en mi sexo, empezó a follarme con sus yemas. Sé que no era yo pero confieso que me dominó el morbo de que mi suegro me masturbara a pocos metros de esas dos y dando un berrido, me corrí sobre la arena. Mi brutal orgasmo no le calmó y con los ojos inyectados, se tumbó a mi lado y cogiéndome del pelo, me soltó:
-¿Adivina quién es la zorra que me la va a mamar?-
Por supuesto queda que esa zorra: ¡Era yo! y olvidándome que solo había estado con un hombre en mi vida, me agaché y metiendo mi cara entre las piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que quiero una mamada!-
Indefensa ante semejante energúmeno pero ante todo sobre excitada, y lamí su gigantesco glande dudando que me cupiera. Fue entonces cuando incorporándose, cogió uno de mis pezones y apretándolo entre sus dedos, me exigió que introdujera su pene en mi boca. Tuve que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras se jactaba de la sucia sumisa con la que se había casado su hijo. Nadie ni siquiera mi marido me había tratado así pero mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba e imprimiendo velocidad a mi mamada, quise agradecerle el placer que me daba. Metiendo y sacando ese tronco con rapidez, conseguí que al cabo de cinco minutos, mi adorado suegro se vaciara en mi boca y no queriendo fallarle intenté tragarme su eyaculación pero  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotó de su interior. Con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado mi suegro se levantaba y se empezaba a vestir, mientras unos metros más allá, las dos inglesas aplaudían mi desempeño.
Humillada, le seguí y recogiendo mi ropa, me tuve que ir vistiendo camino al coche. Ya en él, me quedé callada mientras volvíamos a la casa y solo cuando nos bajamos, me miró y se dignó a hablarme, diciendo:
-Está claro que mi hijo no te sabe controlar pero, desde ahora te digo, que yo soy diferente-
Tras lo cual, se fue a su habitación dejándome sola en el hall. Asustada porque fuera a contarle a mi marido el comportamiento libertino de su esposa, corrí hacia mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar. Mi vida pasada había quedado hecha añicos por culpa de la atracción contra natura que sentía hacia ese hombre y desconociendo lo que el futuro me reservaba, me hundí en la desesperación.
 
La cena y mi completa claudicación:

No tardé en descubrir lo que me tenía reservado. Estaba todavía tumbada en la cama cuando a las ocho y media, Vanessa entró en mi alcoba. Sin pedirme permiso, me ayudó a levantarme y me llevó al baño, donde después de encender el agua caliente me empezó a desnudar. Intenté protestar al sentir sus dedos desabrochando mi blusa pero con una sonrisa, la negrita me tranquilizó diciendo:
-Mi patrón me ha ordenado que la prepare para le cena-
La sensualidad que escondían sus palabras, me desarmó y en silencio dejé que me fuera quitando la ropa. Sus manos al rozar mi piel provocaron que me pusiera colorada al no saber qué es lo que realmente quería mi suegro. Temiendo que hubiese mandado a esa mujer a acostarse conmigo como método de humillarme, directamente le pregunté:
-¿Don Javier te ha pedido que me seduzcas?-
Vanessa soltó una carcajada y sin contestar me metió en la bañera. Su ausencia de respuesta, me terminó de poner nerviosa y más cuando comenzó a enjabonar mi pelo.  Con una dulzura sin límite, sus dedos se introdujeron en mi melena y dando un suave masaje en mi nuca, me comentó que su jefe quería que estuviera guapa y limpia para disfrutar de mí. Me escandalizó que ella conociera mi tropiezo pero como nada podía hacer, cerré los ojos y me relajé. La muchacha me  aclaró el pelo y dejando el teléfono de la ducha a un lado, se puso a dar jabón al resto de mi cuerpo. Me estremecí al sentir sus manos recorriendo mis pechos dando especial énfasis a mis pezones. Con el poco orgullo que me quedaba, me quejé de la sensual forma en que me los había limpiado pero ella, cerrando mi boca con un suave beso, riendo me contestó:
-Doña Estefanía, usted, tranquila. Va a ser su suegro quien haga uso de su cuerpo, yo solo soy su instrumento-
Pero no conseguí relajarme porque en ese instante, cogió una de mis aureolas en la boca y empezó a mamar mientras sus dedos bajaban por mi estómago y separando mis rodillas, se hacían fuertes en mi sexo.
-Tiene prohibido correrse- susurró en mi oído al escuchar el apocado gemido que había surgido de mi garganta.
Me quedé horrorizada al experimentar que mi cuerpo se excitaba con las caricias de una mujer y deseando que terminara esa tortura, le pedí que se diera prisa.
-Lo siento pero no puedo, me ha dado órdenes estrictas sobre cómo actuar – dijo mientras lamía el otro pezón e incrementaba la velocidad de su mano en mi entrepierna.
Asustada  por la fuerza de mis sensaciones, estaba a punto de correrme cuando la criada, viendo que estaba a punto de sucumbir, me sacó de la bañera y poniéndome de pie encima de las baldosas, cogió una toalla con la que me secó. Creí que entonces me iba a vestir pero rápidamente me percaté de lo errada que estaba porque una vez seca, me obligó a sentarme en un taburete y separándome las rodillas, untó de crema de afeitar mi vulva mientras me decía:
-No le gusta el pelo en el coño, dice que es de guarras-
Me quedé de piedra al pensar en que le iba a contar a mi marido cuando descubriera que me había afeitado ya que al contrario de su padre pensaba que solo las fulanas se hacían las ingles. Ajena al sufrimiento que me estaba causando, Vanessa con gran cuidado fue asolando con una cuchilla el bosque que crecía sobre mi sexo. Habiendo terminado, se agachó y lamiendo los restos de crema, lo limpió por completo.
-Así le va a gustar más- dijo y haciéndome una confidencia prosiguió diciendo: -Cuando me convertí en su esclava, yo también tenía mi coñito sin depilar-
Su involuntaria confesión me reveló mi destino y contrariando a mi educación, saber que mi suegro iba a ser mi dueño, me calentó. Increíblemente, me emocionó pensar en servirle y por eso, no me escandalicé cuando la morena me vistió como una fulana barata de un bar de carretera con un transparente picardías rojo que no llegaba a ocultarme ni el culo. Al saber que iba a ir a su encuentro así y sin unas bragas que taparan mi sexo, me hizo sentir desnuda pero caliente y por eso, abriendo la puerta pregunté a la sirvienta si bajábamos.
Ella me miró de arriba abajo y con una sonrisa en su rostro, contestó:
-Está usted preciosa pero le falta un adorno- y sacando un collar de cuero me lo puso y enganchando una correa, me aclaró que era un deseo expreso de su jefe.
No supe que decir y cuando ya estaba a punto de protestar, tiró de mí y me llevó hasta el salón donde esperaba Javier pero antes de entrar me obligó a arrodillarme y así gateando mientras ella jalaba de mi correa, me acercó al sillón donde estaba sentado. La sensación de presentarme  a cuatro patas ante mi suegro y que este se me quedara mirando como a una mercancía fue indescriptible: con mi chocho chorreando y mis pezones tiesos deseaba que ese hombre tomara posesión de su feudo.  Su mirada era una mezcla de interés por la hembra que excitada esperaba en el suelo y de desprecio  al saber que esa guarra era la que había engatusado a su único hijo.
-Tráeme una fusta- dijo a su criada después de estarme observando durante unos minutos.
Me quedé petrificada al escucharlo pero fui incapaz de levantarme e huir. La negra debía de saber de antemano lo que le iba a pedir su jefe porque se la dio inmediatamente. Ya con ella en la mano, se levantó y me exigió que hiciera lo mismo. Temblando me incorporé y entonces me volvi a percatar de nuestra diferencia de tamaño, de pie y con tacones, no le llegaba más que al pecho y eso me hizo sentir todavía mas indefensa.
-Te voy a demostrar que eres una putita- en voz baja pero con un tono serio, me informó de sus intenciones: – Me da vergüenza lo engañado que me has tenido todos estos años. Realmente pensaba que eras una santurrona pero no eres más que una perra en busca de dueño-
Sus hirientes palabras fueron la confirmación de mi sumisión e involuntariamente, contesté:
-Amo, quiero ser suya-
Mi suegro no me hizo caso y pasando la fusta por mis pechos, se entretuvo sopesándolos mientras yo me deshacía. Con toda la lentitud del mundo, pellizcó mis pezones mientras seguía revisando mi cuerpo como si en vez de ser su nuera, no fuera más una res que estaba decidiendo si comprar. El látigo se deslizó por mi cuerpo y al llegar a mi entrepierna, sentí un calambrazo en mis muslos. Tardé en asimilar que ese dolor había sido causado por ese instrumento al caer sobre mi piel.
-Abre las piernas, querida nuera- oí que me ordenaba usando ese cariñoso apelativo que a partir de ese día se convertiría en la señal de que mi suegro quería disfrutar de su propiedad.
Excitada separé los pies, dejando mi coño recién depilado listo para su inspección mientras, a unos metros, su sirvienta sonreía. Os juro que creí que me iba a correr cuando noté que con la fusta separaba mis labios y  usándola como si de un pene se tratase, se dedicó a rozar mi clítoris con ella.
-¡Dios!- aullé al sentir esa perversa caricia y con lágrimas en los ojos, deseé ser penetrada aunque fuera con ese aparato.
Obviando mis deseos, Javier me obligó a darme la vuelta y a separar las nalgas con mis manos. Con mi virginal ojete indefenso y mi sexo anegado, esperé sus instrucciones. Haciendo una seña a su criada, le pidió que me preparase. Vanesa no se hizo de rogar y arrodillándose a mi espalda, sacó su lengua y se puso a penetrar con ella mi culo. Quise protestar al sentir su húmedo apéndice violando mi esfínter pero, al recibir un merecido latigazo sobre mis nalgas, me quedé quieta.
-Relájate o te va a destrozar- me advirtió la morena al ver que mi suegro se quitaba la bata.
Tengo que confesar que me aterrorizó ver el tamaño del pene que iba a romperme el culo. Aunque lo había tenido en mi boca, al verlo erecto frente a mí y saber que iba a usarlo para sodomizarme, me pareció todavía más gigantesco y por eso, separé mis cachetes con mis dedos y casi llorando le pedí a la sirvienta que me ayudara a dilatarlo. La negra comprendiendo mi angustia, metió dos de sus yemas en mi agujero y con movimientos circulares, buscó relajarlo mientras mi suegro sonreía con satisfacción. 
-Apártate- ordenó a su amante cuando consideró que estaba lo suficientemente agrandado y obligándome a apoyarme contra la mesa, jugueteó con su glande en mi culo.
Aunque sabía que iba a sufrir, os juro que jamás creí que pudiera existir un dolor semejante al que asoló mi cuerpo cuando mi suegro introdujo su falo por mi entrada trasera. Forzando hasta el límite mis músculos, su extensión se abrió camino por mis intestinos mientras yo experimentaba un sufrimiento atroz que se prolongó mientras su incursión, centímetro a centímetro, iba rellenado mi hasta entonces intacto conducto.
-¡Por favor!- grité retorciéndome de dolor.
Sin compadecerse de su víctima, mi adorado suegro llevó mi tormento hasta unas cotas impensables metiendo su trabuco por completo en mi interior. Solo cuando la base de su pene rozó mi esfínter, solo entonces paró y dirigiéndose a la negra, le exigió que se comiera mi coño. Su dócil sirvienta se deslizó bajo mi cuerpo y llevando su boca a mi entrepierna, obedeció mordisqueando mi botón mientras sus dedos penetraban sin parar mi sexo. Con mis dos orificios invadidos, el dolor seguía siendo insoportable y por eso, llorando pedí que me dejaran libre, diciendo que ya había aprendido la lección.
-¿Qué lección?- gritó Javier dando un doloroso pellizco en uno de mis pezones -¿Qué eres una puta? o ¿Qué nunca debiste de intentar jugar conmigo?-
-Ambas- contesté con la voz entrecortada.
Creí desfallecer al advertir que haciendo a un lado mi sufrimiento, las caderas de mi suegro se empezaban a mover, metiendo y sacando lentamente su pene de mi culo.
-¡No!- aullé consumida por el dolor e intentándome zafar, me retorcí buscando una salida.
Mi rebeldía sacó su lado más dominante y tirándome del pelo, aceleró mi empalamiento con bruscas arremetidas. Su pene se convirtió en un martillo neumático que golpe a golpe fue derribando mis defensas, hasta que ya vencida, me dejé caer sobre la mesa.  Os prometo que creí que iba a morir destrozada por dentro al pensar que el líquido que recorría mis muslos era sangre pero entonces casi sin darme cuenta, el dolor se fue transformando en placer y aullando descompuesta, me corrí. Nunca había experimentado un orgasmo tan intenso y por eso, tardé en asimilar que esas placenteras sensaciones eran el inicio de una serie de clímax que entre esa mujer y mi suegro iban a regalarme esa noche.
-Mi querida nuera se acaba de correr-  informó brevemente a su sirvienta al comprobar los espasmos que recorrían mi diminuta anatomía.
Su afirmación dio inicio a la locura. Mientras Vanesa bebía de mi flujo, mi suegro continuó machacando mi culo con brutales cuchilladas. La combinación de ternura y de crueldad sobre mis dos agujeros me fue llevando a un estado de enajenación donde hasta la última neurona de mi mente, explotó de placer. Con mi sexo convertido en un torrente y mi ojete asaltado, oleadas de gozo golpearon contra la muralla de mis prejuicios y antes de caer agotada, supe que era su perra. Pero la gota que derramó el vaso, fue escuchar que Javier me susurraba al oído que esa noche iba a hacer uso de su esclava mientras mas abajo mi intestino recibía el ardiente semen que brotaba de su pene.
-Dele fuerte- gritó Vanesa al oir un azote en mis nalgas- enseñe a la puta de su nuera quien manda-
Reconozco que jamás hubiera supuesto que en vez de revelarme ante ese castigo, actuando como una sumisa, implorando nuevos azotes, le dijera:
-Son suyas, suegro-
Javier soltó una carcajada y abandonando mi culo, sacó su miembro de mi interior. El vacío que experimenté me hizo llorar y arrodillándome a sus pies, le juré que a partir de ese día sería solo suya. El padre de mi marido me miró con rencor y soltándome una bofetada, me gritó:
-Alberto está enamorado de ti aunque no te lo merezcas- .Os juro que  me sentí como una huérfana que hubiera perdido a sus padres al escuchar sus palabras pero cuando ya creía que me iba a sumir en la desesperación, me dijo con dulzura: -Serás su fiel esposa y le satisfarás todos sus deseos. Quiero que mi hijo sea feliz pero cuando te llame, dejarás lo que estés haciendo y vendrás a mi lado-
-Se lo prometo, amo- respondí ilusionada mientras Vanesa me besaba dándome la bienvenida al harén de su dueño.
Mi suegro al ver la entrega de sus dos sumisas, nos dijo que tenía hambre y felizmente fuimos a prepararle la cena. Ya estaba en la puerta cuando oí su orden:
-Por cierto, querida nuera, vas a dejar de tomar la píldora. Quiero que tu vientre germine y que el azar decida si voy a ser padre o abuelo-
Deseando que fuera su simiente la que me dejara preñada, con una sonrisa se lo prometí y cogiendo de la mano a  Vanessa, le susurré convencida:

-Nuestros hijos jugaran juntos-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 
 

Relato erótico: “LA FÁBRICA (9)” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Quedé como tonta con el impacto.  Y al mirar fugazmente de soslayo hacia Floriana comprobé que su expresión de sorpresa no era menor.  Evelyn nos miró, sonriente y, según lo entendí, exultante, notándose claramente que de las dos a quien más miraba era a mí; la sonrisa dibujada en su rostro sólo trasuntaba triunfo.  Más diplomática que yo, fue Floriana la primera en saludarla:
“¡Evelyn!  ¿Otra vez por acá? ¡Una alegría tenerte…!”
Si hubo falsedad en el saludo, Flori no lo evidenció; yo, en cambio, estaba mucho más turbada y no era para menos: tartamudeé, el labio inferior me tembló.
“Ho… hola Evelyn” – musité.
Ella sólo saludó con un cortés asentimiento de cabeza y sin decir palabra alguna; era como si ya disfrutara de su nueva situación jerárquica dentro de la empresa.
“Ahora trabaja para mí y no para Luis – explicó Hugo en tono alegre -.  Fue duro convencerla de volver porque, bien, je…, la muchachita tiene su orgullo, pero finalmente mi hijo intercedió y consiguió que la tengamos aquí de vuelta”
Otro mazazo.  Como si no fuera ya demasiado tener que aceptar que recibiría órdenes de quien hacía pocos días me hiciera pasar tan malos momentos, además recibía la noticia de que Luciano era quien, de algún modo, la había traído de vuelta, cuando justamente él, casi en confidencia, me había dicho que la nueva secretaria estaría entre Floriana y yo.  Era tanta mi incredulidad que hasta me quedé pensando si Hugo no estaría haciendo referencia a algún otro hijo que yo no conocía, pero jamás había escuchado a Floriana decir que Luciano tuviera un hermano o, menos que menos, que en caso de tenerlo, éste tuviera alguna injerencia en los asuntos de la empresa.
“Qué bueno que Luchi haya logrado convencerte – dijo Floriana sonriente y, confirmando con sus palabras mi peor presunción -; era una triste pérdida para la fábrica”
“Gracias, Flori – dijo gentilmente Evelyn hablando por primera vez desde que entráramos a la oficina -; a mí también me dio mucha pena lo ocurrido y… sobre todo mi despido, pero más allá de eso llevo mucho tiempo trabajando aquí y no quería perder a tan valorables compañeras de trabajo…”
Había ironía.  Y contra mí.  Se caía de maduro al escucharla.  Yo estaba tan conmocionada por el súbito giro en los acontecimientos que tenía ahora la vista dirigida hacia el piso y no sabía realmente qué decir.  Sabía que si levantaba los ojos me encontraría con su sonrisa de triunfo y era mucho más de lo que podía soportar.  ¿Habría ella vuelto a la fábrica dispuesta a cobrarse venganza por lo ocurrido?  Yo no le había hecho nada en sí, salvo reaccionar violentamente a una provocación pero, claro, era más que seguro que no sería ése el modo en que ella lo veía.  También era cierto que, en definitiva, quien la había despedido era Luis y no podía acusarme en absoluto de haber tenido algún peso en tal decisión.
“Bueno, chicas, me alegra poder presenciar un reencuentro como éste – dijo Hugo en tono fraternal -; les comunico que Evelyn entrará en funciones a partir de mañana y espero que todo sirva para que nos llevemos mejor dentro de la fábrica y que… en fin, olvidemos algunas rencillas del pasado que no suman sino que restan”
“Va a ser así, Hugo, no tengas duda – dijo Evelyn para, casi de inmediato, dar una palmada en el aire -.  Así que, chicas, de vuelta al trabajo…”
Quedaba bien claro que la atmósfera, al menos para mí, se volvería más que pesada con ella allí: sin estar aún en funciones, Evelyn ya se estaba tomando la atribución de darnos órdenes.  Difícil era pensar en una convivencia tranquila y pacífica ante tal cuadro previo.  Floriana la saludó con cortesía y yo traté de hacer lo mismo aunque sólo fui capaz de un leve asentimiento de cabeza.  Cuando, ya afuera de la oficina, ambas caminábamos a la par hacia nuestros respectivos escritorios, ya no pude contenerme; era tanto mi odio que quedé al borde del llanto y me acerqué al oído de Flori para hablarle:
“¿Podés creer esto?  ¡Nos mintieron, Flori!  ¡Nos engañaron!”

“Nadie nos prometió nada, Sole – repuso mi amiga en un tono sereno no demasiado creíble; se notaba que buscaba ocultar la rabia que también ella sentía -; son los jefes, ellos deciden.  Luis la despidió; Hugo la tomó: no podemos hacer nada en contra de sus decisiones.  Hay que comérsela, Sole, es lo que nos toca…”
Me quedé pensando en que precisamente eso era lo que yo venía haciendo desde que estaba allí: comerme una verga tras otra; la designación de Evelyn era, de algún modo, más de lo mismo.
“Pero… ¿y Luchi? – protesté, llena de incomprensión -.  ¿Cómo puede ser que justo él haya sido quien…?”
“Hace lo que le dice su padre, Sole.  ¿Esperabas otra cosa?  No sobreestimes su poder aquí”
Por mucho que Floriana intentara tranquilizarme, yo estaba a punto de romper en llanto de un momento a otro.  Me sentía usada, traicionada… y, una vez más, humillada.
“Voy a… renunciar hoy mismo” – mascullé, con la voz quebrada.
“¡No, boludita! – repuso enérgicamente Flori -.  No seas pe-lo-tu-da – remarcó bien cada sílaba -.  No te apresures; esperemos a ver cómo funcionan las cosas; no sabemos cómo se va a comportar Eve como secretaria y estoy segura que Hugo ya le debe haber marcado bien cuáles son sus límites”
“¿Eve?  ¿Ahora resulta que es Eve?”
Flori se plantó en seco y se giró hacia mí; tomándome del brazo, me obligó a detenerme y mirarla a los ojos.
“No te pongas loca ni paranoica, tarada – me recriminó -.  Sos mi amiga y bien sabés que fui yo quien hizo el contacto para que entraras.  ¿O ya lo olvidaste?  Conozco a Evelyn porque somos compañeras de trabajo de hace rato y siempre la llamé Eve pero eso no la convierte en mi amiga y, de hecho, no lo es.  No sigas pensando que todos están en tu contra o que te traicionan sólo a partir de esto que pasó con Luciano”
Ella tenía razón.  Bajé la cabeza sollozando.
“Sí, Flori.., te entiendo y sé perfectamente que si estoy acá es gracias a vos, pero… no sé…, es como que…”
Hice una pausa y Floriana me miró extrañada, ladeando un poco su rostro.
“¿Sí…? – preguntó.
Me trabé; tenía un nudo en la garganta.
“Es… que… pasan cosas raras en esta fábrica” – dije, finalmente.
“¿Raras?  ¿Cómo qué?”
“S… sí, F… Flori, no sé… ¿A vos nunca te… pasó nada?”
“¿Nada como qué?”
Yo quería largar todo.  ¿Cómo era posible que en el tiempo que mi amiga llevaba trabajando allí no le hubiera tocado ser víctima de aberraciones como las que a mí me habían ocurrido?  Cierto es que Flori no es tan atractiva como yo y quizás no le tocó vivir tantas situaciones de abuso o  acoso pero, aun así, ¿era posible que jamás hubiera llegado a sus oídos nada?  Los rumores, y sobre todo ese tipo de rumores, circulan muy fácil en los ámbitos de trabajo.  ¿O sería yo la primera chica allí adentro que había quedado reducida a tal grado de cosificación?  ¿Qué había pasado realmente con la muchacha que antes ocupara mi puesto?  ¿Y si no se había querido someter a la perversión de los jefes?  De hecho, la propia Evelyn había hecho acopio de valor y dignidad al dar media vuelta y marcharse de la oficina de Luis cuando él pretendió zurrarla en las nalgas por su falta…
“N… no… – musité, aclarando mi voz y enjugando un poco mis lágrimas -; nada, Flori, volvamos al trabajo…”
El resto de ese día transcurrió sin mayores incidentes y, de hecho, se podía decir que fue mi jornada de trabajo más tranquila desde que había llegado a la fábrica.  Nadie me requirió para lamer culos o vergas y busqué concentrarme lo más que pude en mi trabajo.  No obstante,  se trataba de una gran coraza con la que yo buscaba protegerme, sobre todo debido al odio que me generaba Luciano con su actitud: ni siquiera apareció en todo el día o, al menos no lo vi, ya que bien pudo haber llegado y también haberse por el portón de planta; en parte era lógico, pues no debía querer mirarme a los ojos después de haberme fallado del modo en que lo hizo.   Qué rara puede ser la mente humana y, muy especialmente, la femenina: en ese momento me alegré de haber sido penetrada analmente por Inchausti pues Luciano no era merecedor en absoluto de tener la exclusividad de mi retaguardia.
A la salida y como era de prever, Daniel volvió a encontrarme rara y me llenó de preguntas que, obviamente, esquivé responder.  Hizo además comentarios acerca de los ojos voraces y libidinosos con que me miraban los operarios de planta cuando yo salía e insistió en lo inconveniente y por demás osado del largo de mi falda.
“Es… trabajo, Daniel – dije, con culpa pero también con algo de hastío -.  La presencia hace, en este caso, a mi puesto y a las ventas.  Si no te gusta, lo siento; no tengo tantas posibilidades de conseguir empleo”
“Te entiendo – decía él, turbado -, pero… el modo en que te miran; es como muy, no sé cómo decirlo…”

“¿Cómo si me desnudaran con la mirada?” – pregunté, molesta.  Daniel pareció sorprendido por mi tono pero aun así volvió a la carga.
“No…, yo diría que la palabra no es desnudar porque no hace falta mucho para desnudarte – exageró deliberadamente -; es más bien como si… te estuvieran cogiendo con la mirada”
Solté una risita.  Me llevé las manos a las sienes.
“Ay, Dani, no te conviertas en un celoso obsesivo, paranoico e insoportable.  Son obreros: ¿qué esperás?  ¿Qué me traten como a una lady?  ¿O que no me miren directamente?  Es imposible; no seas ridículo”
“Sí, serán obreros y todo lo que quieras, pero… no sé: aquél que está allá, por ejemplo; te mira como un enfermo, un degenerado…”
El comentario me tomó por sorpresa.  Tuve que levantar la vista porque no sabía de quién me hablaba y, por cierto, yo miraba muy poco a los demás al salir de la fábrica.  Temí, al alzar los ojos, toparme con Hugo, con Luis… o con Luciano, pero no: de pie bajo el vano del portón recién abierto se hallaba el sereno de rostro equino y expresión bobalicona, quien seguramente acababa de comenzar su turno de trabajo.
Me reí y resoplé.
“Sí, Daniel – dije, en tono de mofa -; me atrapaste: ése es el tipo que me está cogiendo en el trabajo.  Vámonos, por favor: ya escuché demasiadas boludeces”
Esta vez Daniel festejó mi respuesta y también rió.  Era a todas luces imposible que pudiese sospechar de un tipo que era casi un esperpento y cuya expresión mostraba poca o ninguna inteligencia.  Al momento en que Daniel puso en marcha el auto y nos fuimos, pude ver de soslayo cómo el sereno saludaba con una mano en alto desde el portón exhibiendo una sonrisa bastante idiota…
El siguiente fue el día fatídico porque Evelyn entraba en funciones.  Se tomó el tupé de llegar una media hora más tarde aunque, como supe después, eso era parte de lo que había arreglado al aceptar el cargo.  Media hora, en realidad, no hacía gran diferencia con el resto, pero sí la suficiente como para mostrarnos que ella tenía privilegios que nosotras no. Pasó ante los escritorios con paso petulante y siguió hacia las oficinas como si se exhibiendo y refregándonos su posición jerárquica.  Sonriente, lanzó al aire un saludo en general y, aun a pesar de que las chicas respondieron amablemente, me pareció notar que su modo de ingresar generó antipatía, como también la mencionada diferencia en el horario de entrada.  La única que exhibió una actitud alegre y festiva fue, por supuesto, Rocío, la compañera y amiga incondicional con la cual Evelyn gustara tanto de cuchichear; de hecho, no sólo sonrió abiertamente sino que hasta aplaudió y vitoreó: fue la única, desde ya.
Por suerte no vi a Evelyn durante el resto de la mañana; se encerró en su oficina y no salió de allí, seguramente enfrascada en la tarea de ponerse a tono con sus nuevas responsabilidades.  En cambio, sí tuve la suerte, buena o mala según como se mire, de verlo a Luciano.  Saludó como mirando a la nada y sin posar sus ojos en mí, cuando la realidad era que unos días antes lo primero que hacía era buscarme entre todas las administrativas y no despegarme la vista de encima.  Casi de inmediato entraron tras él su esposa e hijo, lo cual, de algún modo, podía ayudar a entender su actitud evasiva; pero no: lo que yo notaba en él era algo absolutamente distinto esta vez; no se trataba simplemente de no ser pescado in fraganti por su esposa.  No era la presencia de ella lo que lo incomodaba sino la mía
Con ojos inyectados en odio le seguí mientras, escoltado por su familia, se dirigía hacia la planta; mi furia era tanta que me costaba creer que él no estuviera sintiendo dos dardos envenenados clavándosele en la nuca.  Más aún: al verlo acompañado por su mujer, hasta me vino a mi mente la maquiavélica idea de buscar que ella se enterase de algún modo de lo ocurrido conmigo; sería justo que ella lo supiera y, sobre todo, que él pagara por su traición.  Crispé los puños, me mordí el labio inferior y volví a concentrarme en mi trabajo dejando de lado esas alocadas elucubraciones en las cuales no lograba reconocerme.
Fue poco antes del mediodía cuando Luciano volvió a aparecer por la zona; se dirigió hacia el escritorio de Milagros, una de mis compañeras de trabajo, aparentemente con el objetivo de solicitarle alguna información ya que, a continuación, ella estuvo largo rato explicándole algo de su monitor; él parecía muy interesado y de tanto en tanto le preguntaba algo aunque me daba la sensación de que era su forma de seguirme ignorando.  Yo, en cambio, no le quitaba mis ojos de encima y le descubrí, en un par de oportunidades, mirarme de soslayo para, luego, desviar nerviosamente la vista otra vez hacia el monitor.
Me levanté de mi silla y fingí dirigirme hacia el toilette; lo que buscaba, en realidad, era ubicarme en el pasillo para así salirle al cruce a Luciano cuando él regresara hacia la planta.  La espera se hizo larga y me impacienté; no podía parar de taconear en el piso ni de morderme el labio inferior porque, claro, pronto alguien terminaría por pregunarme qué hacía allí, estática y sin estar trabajando.  Finalmente él dejó de hablar con Milagros y, al volver a encarar el pasillo, se topó conmigo.  Por un instante se detuvo como pensando si seguir por el pasillo o no; finalmente lo hizo y, al pasar a mi lado, me saludó con una ligerísima sonrisa y pronunciando mi nombre apenas en un susurro; casi un saludo obligado y sin más remedio.
“¿Así que Hugo estaba tratando de convencer a alguien para que aceptase el puesto? – le pregunté, en tono mordaz -.  Qué bueno que lograste convencerla porque se ve que tu papá no pudo…
Me miró desorientado, como si mi repentina seguridad le hubiese

descolocado.  Echó un par de rápidos vistazos en derredor con la obvia intención de constatar si su esposa no estaba cerca: no se la veía, pero a mí en lo personal me importaba muy poco que estuviese o no.
“Soledad… – me dijo, en voz baja -.  Te juro por lo que más quiero que hice lo posible para que te dieran el puesto”
“¿Por lo que más querés? – pregunté manteniéndome siempre mordaz; elevé la voz sin darme cuenta -.  ¡Qué interesante!  Sería bueno saber qué es lo que más querés… ¿Tu esposa?  ¿Tu hijo? – él me hacía gesto de que me calmara mientras miraba a todos lados nerviosamente; yo seguía sin hacerle el más mínimo caso-.  ¿O será mi culo?  ¡Ah, no, ya sé!  ¡Evelyn!”
“Soledad…, creeme: no tuve opción!
“¡No, ya lo imagino!  Tiene un culo bastante mejor que el mío, ¿no?  ¡Yo pude vérselo apenas un poco cuando se lo pellizqué en la oficina de Luis y la verdad es que lo tiene lindo!”
“Soledad, bajá un poco el tono de la voz – decía él, entre dientes -.  Yo no quería verla de nuevo por aquí pero mi padre sí.  Se sentía en parte culpable por lo que pasó con Luis y con vos… y por el despido de ella, así que quería traerla para su firma por todo y por todo y no había forma de sacarle la idea de la cabeza”
“O sea que Floriana y yo éramos segunda y tercera opción, ¿verdad?”
Tragó saliva.  Ahora era él quien parecía inseguro y le costaba hablar.
“Lamentablemente… sí.  Al menos para Hugo era así”
Fruncí mi boca y desvié la vista.  Asentí un par de veces con una mezcla de fastidio y resignación.
“Sole… – dijo él con una expresión de pesar que no lograba yo determinar si era real o fingida -.  La principal condición que Evelyn puso para volver fue que se te despidiera de la fábrica y reincorporaran a la chica que estaba antes.  Como verás, no lo consiguió: no te ensañes conmigo porque fui yo quien logró que no fuera así”
Otro duro golpe, no porque el pedido de Evelyn me pareciera muy sorprendente, sino por el descaro que había tenido al hacerlo.  Quedé atónita, sin palabras.
“Yo… logré eso, Sole – insistió Luciano -.  Conseguí que ella aceptara volver a pesar de no concedérsele esa condición que pretendía”
Nos quedamos un momento en silencio; me crucé de brazos y permanecí mirándolo casi de reojo, como con desconfianza.
“Supongo que para que ella aceptara eso, se le habrán tenido que hacer otras concesiones” – deslicé finalmente.
“Sí… – asintió Luciano, con aparente pesar -.  Digamos que ella es ahora secretaria pero… con más atribuciones de las que tendría normalmente”
“Definí eso”
“¿Qué cosa?”
“Más atribuciones”
Luciano hizo una larga pausa; tomó aire antes de hablar.
“Bueno, digamos que… tiene el poder de reasignar o distribuir tareas entre las empleadas.  No es… tanto después de todo”
Otra vez desvié la vista; comencé a girarme como para irme.
“De todos modos, me gustaría mucho saber cómo lograste convencerla” – dije, irónica.  Él amagó decir algo pero yo, al borde del llanto, ya había partido en busca del toilette, adonde supuestamente me dirigía un rato antes.  Luciano terminó por no decir nada o, quizás, no se atrevió.

Cuando me hallé frente al espejo ya no pude más y rompí en llanto.  De un modo casi inconsciente y sin dejar de mirarme, deslicé las palmas de mis manos por debajo de mi falda y me acaricié las nalgas.  Lo hice despaciosa, sensualmente y, aun así, no lograba emular ni mínimamente las sensaciones vividas cuando era Luciano me las sobaba.  Estaba bien claro que yo estaba algo fuera de mis cabales puesto que me estaba arriesgando a que cualquiera de las chicas entrara de un momento a otro y me viera en tan indecente situación.  Sin embargo, en ese momento no importó.  Sólo podía pensar en Luciano y tratar de rememorar la excitación que me provocaba el roce de sus dedos deslizándose por sobre las redondeces de mi carne.  Por  más que lo intentara, sin embargo, no conseguía reproducir el momento.  Tenía que convencerme de que Luciano, el tipo que me había hecho descubrir el para mí ignoto placer anal, era en realidad un grandísimo hijo de puta.  Haciendo de tripas corazón, me acomodé la ropa, enjugué mis lágrimas y me arreglé un poco el maquillaje para volver, finalmente, a mi puesto de trabajo.
Fue a media tarde cuando, por fin, Evelyn dio noticias de vida; yo, por supuesto, hubiera preferido que no las diera nunca.  Se acercó al escritorio de Rocío y estuvo un rato hablando con ella; miró varias veces al monitor de la computadora mientras hacía bailar su dedo índice como si le diera indicaciones.  Una vez que hubo acabado con Rocío, vino hacia mí y un estremecimiento me recorrió al verla acercarse.
“Soledad – me dijo -; he hecho algunos reajustes con las cuentas de clientes que manejan cada una de ustedes”
La miré con el rostro contraído en una mueca de incomprensión.
“¿Reajustes?”
“Sí, en lo esencial se trata de que algunas de las cuentas manejadas por Rocío pasan a vos y algunas de las tuyas a ella”
Asentí.  Estuve a punto de preguntar por qué, pero rápidamente me ubiqué: no me correspondía.
“Entiendo… – acepté, tratando de sonar sino alegre, sí al menos conforme -.  ¿Y… cuáles son esas cuentas?”
“Ya seguramente Rocío te envió los códigos de las que pasan a tu computadora” – me respondió ella señalando hacia mi monitor.
En efecto, noté al instante que, a través de la red interna de la fábrica, me habían entrado como datos una serie de códigos: al ir recorriendo la lista con el cursor, descubrí que la misma terminaba en el número 652… Es decir, ésa era la cantidad de clientes que yo pasaba a manejar desde el momento sumándose a las que ya tenía o bien a los que Evelyn decidiera dejarme.  Una vez más tragué saliva y acepté.
“Bien… – dije -.  ¿Y cuáles le tengo que pasar a Rocío?”
Evelyn se inclinó sobre el monitor y al hacerlo me restregó su rojiza cabellera por mi rostro; lo hizo como al descuido y sin intención, pero a mí me pareció otra de sus petulantes muestras de poder.  Tomó el mouse de mi computadora y, deslizando el cursor, ingresó en mis cuentas y fue tildando una a una las que ella había decidido que yo no seguiría manejando.  Fueron diez.., sólo diez.  Y entre ellas la de Inchausti, cuya operación no estaba aún cerrada formalmente.  Me sentí como si me hubiera caído la fábrica completa sobre mi nuca: Rocío se quedaría, por lo tanto, con un trabajo mínimo y no había que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que las pocas cuentas que seguían en sus manos eran, justamente, la de los clientes más jugosos y que daban más comisión al final del mes.  En otras palabras, poco trabajo y mucho dinero.  En ese momento no tenía forma de saber qué clase de clientes me tocaban a mí pero pronto sabría lo que ya comenzaba a suponer: tenía a mi cargo un número desmedido de cuentas que no movían demasiado capital…
“Está bien – acepté con resignación y sin cuestionar nada -.  Me… encargaré de aquí en más de las que me has indicado, Evelyn”
“Señorita Evelyn – me corrigió ella mientras terminaba de hacer los últimos ajustes con el mouse -; no es por nada, pero creo que esas cosas tienen que empezar a cambiar en la fábrica: el tuteo… tiende a desdibujar jerarquías y responsabilidades; no me gusta”
Cerré los ojos y conté hasta diez.
“Señorita Evelyn” – dije, finalmente.

Sonriente y conforme con lo obtenido, se marchó, dejándome a mí masticando rabia.  Floriana estiró su brazo y me acarició la mano: obviamente había escuchado todo y en ese gesto se solidarizaba a la vez que se lamentaba por mi suerte…
En los días que siguieron no pude despegar la vista de mi monitor.  El trabajo era tanto que no llegaba a hacerlo ni por asomo e, inevitablemente, tenía que terminar haciendo horas extra para estar más o menos al día.  Debía además estar por demás concentrada a los efectos de no cometer ningún error ya que bien sabía que Evelyn estaría a la espera de eso para echármelo en cara y, de paso, deslizar alguna comparación odiosa con la empleada anterior.  Por oposición, a Rocío se la veía con mucho tiempo libre, el cual usaba su antojo para charlar o para estar, celular en mano, enviándose mensajes vaya a saber con quién.  Iba mucho y seguido también a la oficina de Evelyn y, a juzgar por lo que tardaba en regresar, sus visitas devenían en largas conversaciones en las cuales, seguramente, se pondrían al día de todos los chismes que habitualmente se intercambiaban y en los cuales yo sería, casi sin dudarlo,  figura excluyente.
Luciano, en tanto, parecía comportarse como si no estuviera al tanto de nada y una honda aflicción me crecía en el pecho cada vez que lo veía.  También pude comprobar que cuando Hugo y Luis se encontraban por los pasillos y charlaban, lo hacían amigablemente, lo cual terminaba de confirmarme cuán exagerada había sido mi evaluación del problema entre ellos tras el despido de Evelyn; el propio Luis, de hecho, había manifestado que se había tratado básicamente de un “problema de familia” y no mucho más que eso: quedaba entonces confirmado.
Si yo había abrigado la esperanza de que, habiéndome sobrecargado de trabajo, Evelyn se calmaría un poco y dejaría de hostigarme, me equivoqué:  pasé, también, a ser la encargada de llevarle café o bien el almuerzo cuando lo pedía a algún servicio de “delivery” y, a veces, hasta me requería para hacerle masajes en la nuca porque, según decía, se sentía estresada y contracturada.  Todo ello, obviamente, no podía hacer otra cosa que quitarle tiempo a mis pesadas tareas de oficina y, por lo tanto, necesitaba de más horas extra para recuperarlo: a veces hasta sacrificaba mi hora de almuerzo o bien apenas masticaba algo sin sacar mi vista de la pantalla.  A Evelyn, por supuesto, no parecía importarle.  En cuanto a Hugo, era como si de pronto su rol allí dentro se hubiera desdibujado o, al menos, hubiera delegado mucho más en Evelyn pues yo casi no tenía, como antes, oportunidad de hablar con él directamente; nunca pensé que pudiera desear eso.   Fue en una de las oportunidades en que llevé café a Evelyn cuando, para mi sorpresa y en el exacto momento en que me aprestaba a volver a mi escritorio, ella me indicó que cerrase la puerta y permaneciese en la oficina.  Obedecí y me volví hacia ella temblando como una hoja por no saber con cuál de sus perversas ideas saldría ahora.  Por cierto, mis peores cálculos iban a ser, al rato, totalmente sobrepasados…
“¿Cómo te estás llevando con el trabajo en la fábrica?” – me preguntó de sopetón y mientras, para mi asombro, se relajaba en su silla y estiraba sus piernas sobre el escritorio con los tacos como lanzas apuntadas hacia mí.  Pensé que podía estar a punto de solicitarme un masaje pero la posición, esta vez, parecía por demás relajada.
“B… bien, señorita Evelyn – mentí, sólo para no darle el gusto de que se alegrase con mi desgracia -.  Me… siento cómoda”
“Ah, me alegro: tengo entendido que sos muy eficiente, cosa que ya voy a comprobar al final de la semana cuando revise todo.  Además sé que sos muy buena lamiendo culos, mamando vergas o dejándote ensartar por detrás…”
Me tambaleé sin poder creer lo que me estaba diciendo.  Definitivamente, ya nada era secreto allí dentro y, al parecer, Evelyn había sido puesta al tanto de todo.
“Señorita Evelyn…” – musité.
“¿Sí?”
“Si… no le ofende, ¿puedo preguntarle quién… le ha dicho esas cosas?”
“Jaja, aquí dentro todo se sabe, querida – carcajeó ella con un encogimiento de hombros -.  Y no sólo se sabe: también se ve…”

La miré sin comprender, totalmente pálido mi semblante.  Ella me miraba con aire divertido y como manejando un cierto suspenso al tardar en seguir hablando.
“Querida Sole… – dijo al cabo de un rato -.  ¿Realmente pensabas que no hay cámaras de seguridad en las oficinas?  Hay mucho material filmado y me divierte verlo cuando estoy aburrida, jeje…”
Crispé los puños con rabia e impotencia.  Tonta de mí: Evelyn me trataba como si yo fuera una estúpida y, en verdad, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo.  ¿Así que había visto mis escenas en la oficina con Hugo o con Luciano?  ¿Lo habría hecho por su cuenta o se habrían estado divirtiendo un rato mirando videítos entre los tres?
“Soledad… – dijo ella, siempre sonriente y señalando hacia sus pies -.  Tengo las sandalias un poco sucias y me gustaría que estuvieran relucientes”
Yo no podía creer que la desgraciada me estaba pidiendo que le lustrara el calzado pero todo indicaba que así era.  Miré hacia todos lados en busca de algún trapo o franela y, aunque no dije palabra alguna, ella me adivinó el pensamiento.
“¡Con tu lengua!” – exclamó con total naturalidad.
La miré; el rostro se me contrajo y el labio inferior se me cayó.  Ella, por su parte, permanecía sonriendo mientras los tacos de sus sandalias se mantenían en alto sobre el escritorio.  De pronto lo entendí todo: la maldita perra quería ponerme al límite, llevarme hasta lo insoportable con el más que obvio objetivo de que yo renunciara y así poder insistir en la reincorporación de su querida amiga o, al menos, en la incorporación de absolutamente cualquiera que no fuese yo.  Ése era también, sin duda, el propósito con el cual me venía sobrecargando de trabajo administativo.  Su sonrisa se amplió un poco más y alzó las cejas: la puta estaba esperando su momento de gloria, el momento en el cual yo diera media vuelta y me marchara con un portazo.  Pero yo… no estaba dispuesta a darle ese gusto.  ¿Quería que le lamiera el calzado?  Pues bien, lo haría, por mucha que fuera mi repulsión.  Esto se había convertido en una batalla y yo no iba a permitir que me la ganara.
Avancé unos pasos hacia el escritorio y me incliné hasta que mi boca estuvo a escasos centímetros de sus sandalias; una vez que las tuve a tiro, saqué mi rosada lengua por entre mis labios y la deslicé por sobre su calzado, primero un pie, luego el otro.  Un sabor amargo y desagradable me impregnó la boca.
“¡Las suelas también! – me conminó enérgicamente -.  Las quiero bien limpitas…”
Bien, desgraciada, me dije.  Si estás buscando mi renuncia no pienso hacerlo y, después de todo, lamer el culo de Di Leo no es menos desagradable que lamer un par de sandalias.  Así que hice lo que me decía: la repulsión aumentó al punto de provocarme arcadas pero aun así deslicé mi lengua todo a lo largo de sus suelas e inclusive lamiéndole los tacos mientras me invadía la boca el sinfín de desagradables sabores de todo cuanto ella había pisado ese día.
¡De rodillas! – me conminó -.  Quiero verte de rodillas…y no dejes de lamer ni un segundo”
Ya hacía rato que no estaba en mi cabeza la idea de cuestionar absolutamente nada que ella me ordenase.  Mi resistencia a darle mi renuncia era aun más fuerte que la indignidad de tener que arrodillarme ante su escritorio mientras mantenía mi cabeza levantada para seguirle lamiendo tacos y suelas.  Ella deslizó ligeramente el taco de su sandalia, lo suficiente como para llevarlo dentro de mi boca y clavármelo en el paladar muy cerca de las amígdalas.  Otra vez sentí arcadas.
“A ver… – dijo ella –.  Hmm, ¿qué verga puede ser la que tenés en la boca?  ¿La de Hugo, la de Luis, la de Inchausti?  No importa, imaginate la que más te guste de entre todas esas y chupame bien el taco como si fuera una pija”
Noté que no nombró a Luciano; estaba bien claro que ella conocía todos los detalles sobre qué había hecho con quién y que, por lo tanto, no le había practicado sexo oral al hijo de Hugo, pero sí a cada uno de los que nombró.  Aun desde mi posición y sin dejar de chupar los tacos de sus sandalias, alcé un poco las cejas para tratar de mirar por encima del escritorio y pude comprobar que ella estiraba los brazos con los puños en alto en una postura que, más que de relajación, parecía ser de triunfo… Qué ironía: yo estaba dándole ese gusto por evitarle otro…

Fueron raras las sensaciones después de ese día.  Yo me sentía caer cada vez más abajo y, a la vez, la perra de Evelyn lograba que en algún punto la situación me excitara.  ¿Se daría cuenta ella de eso?  Fuese como fuese, la lucha en mi interior entre las distintas Soledades recrudecía una vez más.  Un episodio particular me ocurrió esa misma noche, estando en casa abatida y vencida luego de una ardua y larga jornada de trabajo además, de, por supuesto, con la dignidad por el piso.  Cuando me dejé caer sobre la cama se me cruzaron miles de imágenes de todo cuanto venía ocurriendo desde que había ingresado en la fábrica; en particular, pensar en Luciano me llenaba de contradicciones: lo odiaba, lo detestaba con el alma… y sin embargo no podía dejar de calentarme cada vez que lo recordaba masajeándome la cola y, en particular, penetrándola.  Lo que me había hecho sentir era algo totalmente nuevo para mí y tenía la sensación de que jamás volvería a sentir algo parecido.  También en algún momento me excité al recordarme a mí misma lamiendo el calzado de Evelyn y me odié por ello: me odiaba y la odiaba y, aunque pareciera paradójico, creo que en ese mismo odio que sentía por ella estaba la clave de mi excitación; no me parece que me hubiese sentido de la misma forma si le hubiese lamido las sandalias a alguien que no me iba ni venía.  Evelyn me detestaba y, por supuesto, yo a ella: y eso hacía más caliente todo… Estuve a punto de tomar una de mis sandalias para imaginar que era de ella y recorrerla con la lengua pero mi repulsión pudo más: no podía perdonarme estar teniendo tales sensaciones y pensamientos; de hecho, revoleé a lo lejos y con asco la sandalia que estaba a punto de lamer.
Me vino entonces el recuerdo de la vendedora en el vestidor; creo que actuó como un sustituto de Evelyn, a quien yo tenía resistencia a dejar entrar en mis fantasías.  Recordé, entonces, que por algún cajón estaba la tanga de la chica, puesto que yo la había guardado y hasta escondido como con vergüenza ese mismo día al regresar del trabajo.  Me entró, de pronto, un irrefrenable impulso de ir a buscarla… y lo hice.  Dejándome caer nuevamente en la cama me pasé la prenda una y otra vez por la cara y pude oler nuevamente el aroma de la lésbica lujuria recientemente descubierta; la besé, le pasé la lengua, me la introduje en la boca y la chupé sin pausa.  Era tal grado de ebullición que no pude evitar flexionar una pierna por sobre la otra mientras mi mano libre se dirigía hacia mi sexo y comenzaba a masturbarme.  Consciente o inconscientemente, ésa era mi forma de librarme de la irritante y culposa fantasía de Evelyn; lo irónico era que mi tranquilidad de conciencia estaba dada por una vendedora de tienda de ropa.  Un mes atrás me hubiera sentido horrendamente culpable pero la bajeza en la cual yo había caído era tal que necesitaba fantasías como ésa para alejar otras que se me presentaban aun más inquietantes.
Me retorcí y me revolqué en la cama, entregándome al placer…
                                                                                                                                                                CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ! 

Relato erótico “El viaje a la playa” (POR SARAGOZAXXX)

$
0
0

El viaje a la playa.

Hacía ya unos días que mi marido puso rumbo a la playa con los niños. Por suerte él pudo disfrutar de sus vacaciones antes que yo, aunque posteriormente coincidiríamos quince días juntos. Este año habíamos alquilado un apartamento en primera línea de playa. Esta última semana, sin los niños, sola en casa, se me había hecho eterna, y máxime cuando tuve turno de guardia el sábado hasta tarde. He de decir que soy enfermera y trabajo en un hospital de mi ciudad. No veía llegar la hora en que disfrutar bronceándome tumbada en la sombrilla, y de bañarme en el mar junto a mi familia.
Así que allí estaba yo, conduciendo el mercedes de mi esposo rumbo a mi destino. Dadas las circunstancias mi marido se había desplazado con mi monovolumen, pues era más práctico para cargar con todas las maletas y cachibaches de los niños. Normalmente era el vehículo que yo conducía en la ciudad para llevar y traer a los niños del cole, o la compra del supermercado. En cambio mi marido, se desplazaba todos los días hasta el despacho de abogados en el que trabaja, en el nuevo mercedes que habíamos comprado. Esta vez prefirió que fuese yo quien se desplazase hasta la playa en su coche.
.-“Viajarás más segura yendo tu sola” me dijo cuando planeamos el viaje.
Para los que no me conocen decir que me llamo Sara, y tengo treinta y un años. Llevo un tiempo casada con mi esposo, el cual ha sido el único hombre en mi vida hasta el momento. Podéis saber más sobre mí, y ver algunas fotos si consultáis mi blog, cosa que agradecería muchísimo: http://saragozaxxx.blogspot.com.es/
Como decía, era mediodía, y llevaba un tiempo conduciendo por una nacional en la que apenas circulaban coches, cuando una luz roja se encendió en el salpicadero del coche. Al parecer se había encendido un testigo en el cuadro de mandos del automóvil y parecía algo importante, entre otras cosas porque me indicaba que detuviese inmediatamente el vehículo. ¡No me lo podía creer!. El coche estaba casi nuevo.
.-“Seguro que no es para tanto” pensé para mí, y me detuve a un lado en el arcén de la carretera a llamar a mi esposo, y tratar de averiguar de que podía tratarse. Comprobé que quedaba poca batería en el móvil cuando intenté realizar la primera llamada. No lo cogían.
.-“Maldita sea, porque no lo coge” pensaba cada vez que marcaba su número de teléfono. Lo intenté varias veces, hasta que un mensaje de que quedaba excasa batería apareció en mi pantalla. Decidí conservar la poca batería que quedaba a la espera de que mi esposo viese las llamadas perdidas, pues sabía que cuando aparecía el dichoso mensaje en la pantalla de mi móvil, realmente quedaba poco para que se apagase definitivamente.
No me quedaba otra que poner los dichosos triangulitos de señalización, pese a que hacía un tiempo que no pasaba nadie por allí. Luego me dispuse a leer el manual de instrucciones del coche por si podía solucionarlo yo misma.
“Luz de testigo del motor” ponía en las primeras páginas del librito según un dibujo explicativo, y al lado te remitía a otra página, la 223. Me dirigí a esa página con la esperanza de encontrar alguna solución. “¿Cómo actuar en caso de encenderse el testigo?” pude leer en el manual mientras me felicitaba por mi propia suerte, al parecer debían de indicar la solución a mi problema. “Detenga inmediatamente el vehículo y diríjase a su concesionario mercedes lo antes posible”.
Menuda desilusión, desde luego se notaba que ese tipo de manuales están hechos por tíos y para tíos, solo a un imbécil se le ocurriría escribir ese tipo de indicaciones.
.-“¿Dónde hay un concesionario mercedes abierto en domingo?, eh listillo” insulté mentalmente al guionista del manual maldiciendo mi mala suerte.
En esos instantes sonó el móvil, pude ver en la pantalla el número de mi esposo, me alegré de que hubiese visto mis llamadas perdidas y que me llamase, pero para mi desgracia antes de que pudiera descolgar el teléfono éste se apagó definitivamente, se había quedado sin batería, totalmente muerto.
.-“Mierda, esto no puede estar pasándome a mi. ¡Pero que mala suerte!. Esto no puede ser peor”, pensé para mí mientras trataba de buscar una solución. Mi marido se habría quedado preocupado. Pero no había forma de encender de nuevo el móvil.
Tras resignarme y comprobar que desde hacía un rato no pasaba nadie por esa carretera, al final, opté por cerrar el coche y andar hasta el pueblo más cercano tratando de buscar ayuda. No me quedaba otra alternativa. Aunque llevase puestas unas sandalias con medio tacón, no muy cómodas para andar, me decidí a caminar por el arcén de la carretera.
En un principio no pensaba que tuviese que caminar, pero las sandalias me quedaban bastante bien y conjuntaban, con el vestido blanco de tela liviana y fresquita, muy veraniego, que había elegido para conducir.
Llevaba tan sólo cinco minutos caminando, cuando pude ver una señal que indicaba un área de descanso de esas con mesas y árboles.
“Espero que pueda haber alguien, o al menos una fuente. Tengo sed “ pensé mientras aceleraba el paso con cierta esperanza.

Por suerte había un vehículo rojo bajo un árbol, aunque algo viejo, que se dejaba ver desde lo lejos. Creo que era un ford scort. Me dirigí hacia él con la esperanza de que hubiese alguien en su interior. Me alegré cuando advertí que había alguien dentro pese a tener los cristales traseros tintados, pues aprecié movimiento en su interior.
Los últimos metros me aproximé corriendo esperanzadora y golpeé con ímpetu el cristal trasero correspondiente al lado del piloto. Me arrepentí de inmediato…
.-“¡¡Me cagüen to!!” se escuchó una voz nada más golpear el cristal.
La puerta del coche se abrió de par en par y apareció un tipo con el torso descubierto, totalmente cubierto de tatuajes, blandiendo una navaja en una mano, mientras se acomodaba sus atributos masculinos en el interior de un viejo chándal con la otra mano.
Pude ver como en el interior del vehículo una chica se cubría los pechos rápidamente con una camiseta. Indudablemente les había interrumpido en plena faena. Yo al ver la navaja me asusté.
.-“Se puede saber ¿qué es lo que coño quieres princesa, como para interrumpirme?” dijo el tipo enfurecido mientras me repasaba de arriba abajo y me apuntaba con la navaja a cierta distancia entre ambos.
.-“Yo…, esto…, siento interrumpir…” dije muerta de miedo y de vergüenza, a la vez que no podía apartar la mirada de la navaja en su mano.
.-“Vamos, ¡habla!” me dijo bastante enojado. Esta vez pude fijarme en los tatuajes que decoraban su torso, apenas quedaba un trozo de su piel sin tintar. Me llamó la atención un Jesucristo crucificado que cruzaba su torso de brazo a brazo, y armándome de valor acerté a pronunciar…
.-“Esto verá…, el coche me ha dejado tirada a unos metros de aquí, tan sólo buscaba a alguien que pudiera echarme una mano” dije revolviendo mi pelo en evidente estado de nerviosismo.
.-“¿Quién es esta Johnny?” escuché la voz femenina del otro lado del coche.
.-“Tranquila Chony” tan solo es una niña a la que la ha dejado tirada el buga, dijo el personajillo ahora más relajado.
.-“Pues que llame a la grúa y nos deje en paz” dijo la acompañante femenina a la vez que salía del otro lado del vehículo y se ajustaba una minifalda de leopardo. Por un momento pensé que era una puta de esas de carretera, luego supuse que era la pareja del tipo que todavía blandía la navaja en mano.
.-“Esto veras…, me he quedado sin batería en el móvil, y no veo forma de cargarlo, si pudierais dejarme el móvil, yo…, os lo agradecería muchísimo” dije tratando de explicar la situación.
.-“¿¿Tenemos cara de tener saldo en el móvil??” dijo el tipo algo mosqueado por mi petición. Estaba claro que no tenían dinero ni para recargar el móvil. Preferí no hurgar en la llaga.
.- ¿Qué piensas hacer Johnny?” preguntó la chica mirando expectante a su amante desde el otro lado del coche. El tipo me repaso de nuevo de arriba abajo con los ojos abiertos como platos, esta vez me hizo sentir incómoda.
.-“Voy a ver de que se trata” dijo el tipo como si fuese el jefe de una banda.
.-“Toma las llaves del coche y vete a casa del Jeque a descargar, sino he aparecido en un tiempo vente a buscarme” pronunció a la vez que le tiraba a la chica un manojo de llaves sacado de un bolsillo de su chándal.
.-“¡Vamos!, llévame hasta tu coche” me dijo mientras guardaba la navaja en un bolsillo y se ponía una camiseta de esas fosforito.
Yo comencé a caminar. En un principio traté de situarme a su lado con la intención de entablar una conversación con él, sobretodo tratar de averiguar si debía temer algo cuando viese que el coche era un mercedes, temí que en vez de ayudarme quisiese robarme.
.-“Siento mucho las molestias” dije una vez emprendida la marcha y tratando de ser amable.
.-“No te preocupes muñeca” dijo mientras me miraba fijamente a los ojos.
.-“Ya sabes, me dirigía a la playa, estaba de paso, y siempre tiene que ocurrir estas cosas cuando menos te lo esperas…Tú ¿eres de por aquí?” le pregunté tratando de obtener información y de averiguar sus intenciones. El tipo se echó a reír.
.-“Ja, ja…, sí, llevo un tiempo viviendo por aquí, la gente me conoce bien” dijo con cierta ironía. Y luego continuó diciendo…

.-“Tranquila muñeca, antes era mecánico, me gustan los coches, te echaré una mano” y dicho esto se encendió un cigarrillo. Sus palabras me tranquilizaron.
.-“¿A qué te dedicas ahora?” quise preguntarle para romper el hielo al hilo de lo anterior. De nuevo se echó a reír.
.-“¿De verás quieres saberlo?” yo asentí con la mirada.
.-“Me caes bien preciosa, verás…, me dedico a hacer chapuzas, ya sabes una cosa por aquí, otra por allá. Lo que surja” dijo dando una profunda calada al cigarrillo y haciéndose el interesante, como tratando de impresionarme.
.-“¿Y tú, muñeca?, ¿a qué te dedicas?” dijo repasándome una vez más con la mirada. Esta vez pude advertir que mi vestido blanco se transparentaba al trasluz del sol de mediodía, y que mi figura se adivinaba a través de la fina tela del vestido.
Yo también presté atención a su cuerpo. Estaba bastante delgado, con el pelo a media melena algo dejado, y grasiento. No podía evitar fijarme en sus tatuajes.
.-“Soy enfermera” pronuncié sabiendo que las profesiones sanitarias son muy respetadas por este tipo de personajes. Ya casi habíamos llegado, se podía ver el mercedes al final de una larga recta.
.-“Mira aquel es el coche” dije señalando el vehículo de mi esposo.
A pesar de su aspecto tenía cierto matiz en su mirada que me decía que no era tan mal tipo como aparentaba. Seguramente su aspecto estaba desencadenado por la mala suerte en su vida. Por un momento me dio pena. Me fijé mejor en su cara, y seguramente bien arreglado hasta podría resultar atractivo. Tenía un no sé qué en la mirada que lo hacía tremendamente masculino y varonil. Me dio algo de lástima.
.-“Vaya, vaya, con la enfermerita. Menudo buga. ¿Es tuyo?” preguntó algo incrédulo.
.-“En realidad es de mi esposo” dije ya casi a la altura del coche.
.-“¿Y a que se dedica tu esposo? Si puede saberse”. Preguntó muy cerca del vehículo.
.-“Oh!!, es abogado” dije tratando de impresionarlo. No sé porqué me salió la vena clasista, como diciéndole entre líneas “te falta mucho como para optar a una chica de mi clase”. Aunque yo realmente no suelo comportarme de esa manera, surgió como un instinto de defensa para mi, el marcar bien las diferencias. Él hizo un gesto de desaprobación. Pero enseguida, su rostro se transformó como el de un niño, cuando presioné el mando del coche, y este se abrió con el característico “bip, bip” y las luces intermitentes. Abrió la puerta, se sentó en la posición del conductor, y acariciando el volante como si estuviese soñando despierto dijo:
.-“Siéntate aquí y sigue las instrucciones que te diga” pronunció al tiempo que abría el capó y se dirigía al motor. Yo hice cuanto me ordenó, me senté en el asiento del conductor y esperé a que me realizase sus indicaciones. Él desapareció un rato tras el capó del coche hurgando en el motor.
.-“Pisa el embrague varias veces” escuché su voz oculta tras el capó del coche. Y así lo hice, hasta que al poco tiempo apareció junto a mi posición.
.-“Hagamos un trato” dijo acercándose hasta mi ventanilla.
.-“¿El qué?” dije yo algo sorprendida.
.-“Si logro que arranques el coche y funcione, me dejarás dar una vuelta para probarlo” dijo con media sonrisa en su cara.
.-“Esta bien, me parece justo” dije con relativo entusiasmo de poder reanudar mi viaje.
.-“OK, dale al contacto” gritó al tiempo que bajaba el capó sonriente. Yo introduje la llave del vehículo y pulsé el botón de start del motor. El coche arrancó a la primera y ningún testigo de emergencia se iluminaba en el cuadro de mandos. Parecía que el problema se había solucionado. Me alegré de poder reanudar la marcha. El tipo se acercó hasta mi lado y abriendo la puerta dijo:
.-“Lo prometido es deuda”. Por mi parte preferí cambiarme de asiento saltando por encima del brazo central, que abandonar el vehículo encendido. El tipo se sentó en el asiento del piloto y se puso en marcha picando rueda, tratando de impresionarme.
Al poco rato ya no me fijaba por dónde circulaba, de hecho me pareció que pasamos por el mismo cruce un par de veces, tan sólo quería que aquel tipo disfrutase sus minutos de gloria y luego me dejase continuar mi viaje.

El tipo estaba como un chico con juguete nuevo. Se le veía feliz. Seguramente sería la única vez en su vida que podría conducir un coche de esa gama. Había gasolina de sobra y tiempo, a pesar de que ya llegaría seguramente de noche a mi destino. Por unos momentos, mientras me hablaba de caballos, potencia y velocidad, me sentí como un hada madrina que satisface los deseos de aquel pobre diablo.
De repente escuché una sirena que se aproximaba por la parte trasera del vehículo. Miré por mi retrovisor. ¡Mierda! era un coche de policía que se dirigía hasta nosotros. Miré el cuenta kilómetros del coche y para mi consuelo el tal Johnny apenas superaba el límite de velocidad permitido de la carretera. Si era por nuestra causa por la que el coche de policía se aproximaba, como mucho sería una pequeña multa que podría justificar ante mi marido.
Mis temores se hicieron realidad cuando el coche patrulla nos alcanzó e hizo señas a mi acompañante para que detuviera el coche unos metros más adelante, dónde aguardaban otros dos coches patrulla.
Nos obligaron a detener el vehículo, al tiempo que un guardia civil con una barriga prominente, calvo y aspecto descuidado para ser un agente de la autoridad, se dirigía hasta nuestro coche. El agente golpeó el cristal del conductor con los nudillos. Johhny bajó la ventanilla.
.-“Buenas noches sargento Ruipérez” dijo mi acompañante con cierto temor en sus palabras. Deduje que se conocían.
.-“Me cago en la leche Johnny, ¿a quién has robado este coche?. ¿Acaso has dado algún golpe importante sin que yo me entere?, Y ¿quién es la furcia que te acompaña esta vez?” dijo escupiendo el palillo que tenía entre los dientes al suelo.
.-“¡Oiga agente un respeto. No le consiento que me hable de ese modo!!” grité desde mi posición. Johnny me hizo gestos para que me calmase. Me dí cuenta, que por algún extraño motivo que no acertaba a comprender, estabamos rodeados por agentes de la guardia civil. Mis palabras enojaron evidentemente al agente de la autoridad. Aunque, en realidad fueron un pretexto para sus intenciones.
.-“Dime Johnny…., ¿dónde está escondida?. Con este coche el envío debe ser grande ¿eh?” dijo el agente que parecía al mando mientras hacía señales para que otro agente, escoltado por un perro pastor alemán, se acercase hasta donde estaba el auto. Luego con tono autoritario dijo:
.-“Haced el favor de bajar del coche” dijo al tiempo que abría la puerta del conductor y le hacía señas a mi acompañante para que abandonase el vehículo. Otro agente abría mi puerta de par en par y me ofrecía amablemente bajar del auto. Yo obedecí como una autómata sin reaccionar, ni entender lo que estaba sucediendo.
Todo ocurrió muy deprisa, nada más bajar del vehículo pude ver como el perro policía husmeaba por todo el interior y los asientos hasta detenerse ladrando señalando el salpicadero del coche. Casi a la vez, y totalmente resignado por los acontecimientos, pude ver al tal Johnny al otro lado del coche con las manos apoyadas sobre el techo, en evidente postura de detención y registro.
A lo que quise reaccionar, un agente me retorcía el brazo por detrás de mi espalda sujetándome por la muñeca, y apoyando mi cuerpo también contra el coche, a la vez que separaba mis piernas con sus botas.
Los golpes en los tobillos para separarme las piernas, aparte de dolor me hicieron reaccionar.
.-“¡¡¡Pero que coño se han creído!!!. ¡¡Oiga!! no tienen ningún derecho” comencé a gritar sobretodo mirando hacia el agente gordinflón que parecía estar al mando. Este pareció enfurecerse ante mis gritos. Pude ver como se aproximaba a la espalda del tal Jonnhy que continuaba inmóvil contra el vehículo con las piernas separadas, como si estuviese acostumbrado a este tipo de vejaciones, y le decía…
.-“Menuda putilla te has echado esta vez, eh Johnny…, pero dile que se calle o la reviento” le susurró en la nuca a la vez que le daba un pequeño estirón de oreja a mi ocasional acompañante, sometiéndole en señal de autoridad
.-“Será mejor que te calles” me dijo el tal Johnny agachando la cabeza resignado.
Ahora, aquel hombre que horas antes parecía que se iba a comer el mundo, se resignaba a que pisasen sus derechos como ciudadano totalmente humillado. Yo no estaba dispuesta a soportar esa situación.
El otro agente alertado por los ladridos del perro, abrió la guantera de mi coche. Encontró unas jeringuillas y unos botes de diazepan líquido. Los había cogido del hospital porque los necesitaba para mi suegra, llevaba muchos, lo suficiente como para pasar los quince días de vacaciones sin comprar en la farmacia. No venían en caja ni había prospecto, eran tan sólo los botes de medicina. El agente entregó un botecito a su superior, quien mostrándoselo al tal Johnny le preguntó:

.-“¿Qué coño es esto Johnny?”. Johnny se encogió de hombros y dijo su verdad.
.-“No tengo ni idea agente” y nada más decir estas palabras el guardia civil le propinó un porrazo en los riñones que le hicieron ver las estrellas a mi desgraciado compañero. Yo no pude evitar gritar de pánico ante lo que veía.
.-“Dios mío!!” se me escapó por la boca tras un agudo chillido, a la vez que el agente a mi espalda me elevaba el brazo hasta mis homoplatos retorciéndome de dolor, y me empujaba apretándome aún más contra la chapa del coche para que cerrase la boca. El jefe del grupo me lanzó una mirada con la que me fulminó.
.-“Te he preguntado que es esto” volvió a preguntarle a Johnny el guardia al mando.
.-“No lo sé, se lo juro” volvió a repetir Johnny, al tiempo que recibía un nuevo porrazo en el otro costado que le hacía retorcerse de dolor. Yo volví a gritar inevitablemente.
.-“Socorro” se me escapó esta vez totalmente horrorizada. La mirada del superior se cruzó con la mía por encima del techo del coche. No olvidaré jamas la forma en que me miró mientras rodeaba el coche y se aproximaba cargado de furia hasta dónde yo estaba. Pude fijarme que llevaba barba de varios días y unos dientes amarillentos que destacaban en su asquerosa sonrisa.
Perdí su mirada cuando se situó justo detrás de mí. Pude sentir como el agente que antes me retenía, ahora me liberaba el brazo, su jefe se apresuró a situarse en mi espalda. Lo tenía tan pegado a mi cuerpo que podía sentir su barriga en mi espalda, y su aliento en mi nuca. Olía a alcohol.
.-“¿Quién es la puta que te acompaña Johnny?, ¿para quién trabaja?” preguntó al tiempo que me tocaba el culo descaradamente.
.-“¡Oiga!, no le consiento de ninguna manera que me trate de esta forma. ¡Conozco mis derechos!” le espeté en la cara mientras trataba de girarme y escapar de allí.
Aquel agente al mando, barrigón y calvo que olía a alcohol, me lo impidió volviéndome a colocar contra el coche. Me empujó con todo el peso de su cuerpo. Esta vez pude notar como restregaba claramente su entrepierna por mi culo. Aquello me dió verdadero asco. Estaba aplastada por su cuerpo contra el coche. De repente pude notar como oprimía mi rostro con su fuerza, contra la chapa del coche, y con su asqueroso aliento clavado en la nuca me susurró en mi oreja.
.-“¿Cuanto le cobras a este desgraciado so puta?” pronunció muy bajito sus palabras mientras me tocaba el culo, de tal forma que posiblemente solo pudimos oírlo él, yo, y el pobre Johnny que observaba al otro lado del coche. Yo me quedé paralizada por unos segundos, estaba totalmente consternada por lo que estaba sucediendo. A la vez que un sentimiento de profunda tristeza se apoderó de mi cuerpo. Nunca antes me había sentido así, y menos cuando pude escuchar como el asqueroso agente se cuadró solemnemente hacia el compañero de su derecha, y en voz alta y nítida para que lo escuchase todo el mundo dijo:
“Por la presente, Cabo Ramírez, le informo que de conformidad con el artículo 25.1 de la Ley Orgánica 1/92 sobre Protección de la Seguridad Ciudadana, y dadas las pruebas encontradas en el vehículo de la sospechosa, procedemos a su detención y registro, y conforme a la legislación vigente, a su ingreso en prisión hasta pasar a disposición judicial, para que así conste en su informe, lo que comunico a los efectos oportunos” y nada más pronunciar estas  palabras pude escuchar un click en mi espalda, que retenía mis muñecas esposadas.
Estaba apoyada contra el coche, por primera vez pude percatarme del frió de la chapa del vehículo en mi pecho, pues estos se erizaron al notar el contacto, y en parte también debido al miedo que comenzaba a apoderarse de mi cuerpo.
Tenía al maldito agente Ruipérez detrás de mí dispuesto a cachearme. Lo tenía tan pegado a mi espalda que podía oler su asqueroso aliento a alcohol. Comenzaron a temblarme las piernas.
Procedió removiendo mis cabellos en busca de no sé qué, ante la atenta mirada del resto de agentes que permanecían inmóviles. Se regocijó despeinándome, sabía que yo ya no me sentiría tan segura de mi misma con el pelo revuelto. Incluso me dio algún que otro tirón de pelo, como si supiese que esos pequeños detalles me hacían perder fuerza y orgullo.
.-“No” pronuncié llena de angustia. No acababa de asimilar lo que estaba pasando.
Simuló mirar por mis orejas, pero era otra excusa para propinarme algún que otro tirón de orejas y hacerme daño. Luego, introdujo un par de dedos en mi boca, los introdujo hasta la campanilla provocándome arcadas.
.-“Cough, cough” tosí al sentir mi boca liberada.
El muy cabrón sabía perfectamente que todos esos detalles minaban mi resistencia, como si ya lo hubiese comprobado con anterioridad en otras mujeres. Luego simuló rebuscar bajo mis axilas, pero se trataba tan sólo de un pretexto para introducir su asquerosa mano entre la tela de mi vestido y mi sujetador, y sobarme las tetas a conciencia.
.-“No, por favor” comencé a suplicar en voz baja. Me sentía ultrajada. Esposada con las manos a la espalda como estaba contra el vehículo, ¿qué otra cosa podía hacer?.
Luego, el muy cerdo procedió a sobarme las tetas por encima de la tela del vestido. Amasó mis pechos a su antojo cuanto quiso. Estaba claro que estaba disfrutando humillándome de esa manera delante de sus compañeros.

.-“No puede, por favor, hagan algo, por favor” sollozaba a media voz, tratando de despertar la conciencia del resto de agentes.
En varias ocasiones  puso la palma de su mano bajo mis pechos tratando de adivinar su tamaño. Los sopesó un par de veces. Aquello terminó por derrumbarme y comencé a llorar.
.-“No por favor, no lo haga” suplicaba una vez más entre lágrimas contenidas.
.-“Que tetas más blanditas tiene la muy puta” pronunció mientras miraba a Johnny que no apartaba la mirada al otro lado del coche.
Llegó a pellizcarme un par de veces en mis pechos retorciéndome de dolor. No sé cuanto tiempo estuvo disfrutando de sobar mis tetas, pero me pareció una eternidad. Cuando se cansó de ellas, continuó deslizando sus manos por mi cintura levantando levemente la tela del vestido, hasta detenerse en mis caderas. Luego me sobó el culo, me pellizcó unas cuantas veces. Lo sobó cuanto quiso. Incluso refrotó su paquete por mis cachetes unas cuantas veces. Y lo que más asco me dio, fue comprobar que el muy cerdo la tenía completamente dura. Estaba claramente excitado.
Pude sentir como recorrió mis piernas por encima de la tela del vestido por ambos laterales a la vez, semiarrodillándose a mi espalda, hasta llegar al final de mi falda. Para luego meter las manos por debajo de mi falda acariciando de nuevo mis piernas, pero esta vez sintiendo el contacto de sus ásperas manos en mi piel, y arremolinando mi falda en mi espalda. Yo a esas alturas no paraba de llorar en silencio. Se me escapó alguna lágrima ahogada.
Para mi vergüenza, mi culo quedó totalmente descubierto a la vista del resto de agentes debido al tanga que llevaba puesto. Yo estaba totalmente paralizada sollozando sin acabar de creer lo que me estaba sucediendo. Antes de que pudiera decir nada noté una cachetada que seguramente enrojeció mi culito. Luego pude escuchar las risas del resto de agentes. A esas alturas el rimel de mis ojos se habría corrido por mis mejillas confiriéndome un aspecto que debía de ser patético.
.-“Menudo culito más rico tiene la muy puta, seguro que disfruta cuando se la clavan por el culo” dijo en alto para regocijo de sus espectadores. Luego escuché mas risas.
.-“Splash!!!” otra cachetada resonó en mi piel. Aquello me hizo reaccionar, traté de defenderme, me giré y quise propinarle un rodillazo en sus partes.
Mi intento por lastimarlo fracasó, y antes de que pudiera hacer nada, el agente a su lado, a modo de guardaespaldas, me sujetó por un brazo, mientras su jefe le ordenaba enfadado mi ingreso en prisión ante mi sorpresa. Ocurrió todo muy rápido.
.-“¡¡¡Llevátela!!!” indicó a su compañero  al tiempo que levantaba la mano conteniéndose de darme un bofetón.
Sin acabar de creer lo que estaba sucediendo me introdujeron en los asientos traseros de un coche patrulla.
Durante el trayecto, poco a poco fui asimilando lo sucedido, pasé de sentirme humillada y consternada, a sentir una rabia e indignación creciente. Estaba llena de ira. Dejé de llorar para volver a gritar.
.-“¡¡Se están equivocando!!. ¡¡Menudo paquete les van a meter a todos!!” y muchas otras cosas por el estilo que chillaba una y otra vez detrás de las mamparas, a los agentes que conducían el vehículo de camino a no sé dónde.
Poco pude ver del acuartelamiento en el que entramos, pues accedimos por una puerta de garaje, y todo estaba bastante oscuro. Además, nada más abandonar el vehículo me pusieron una capucha en la cabeza que me impidió ver nada más allá del garaje.
Sólo sé que recorrí unos cuantos metros andando y que bajé unas cuantas escaleras, hasta que me quitaron de nuevo la capucha. Estaba en un cuarto pequeño, bien iluminado, y  rectangular, en el que tan sólo había una mesa alargada en el centro. Me dolió un poco la luz. Yo me encontraba en un extremo de la estancia, y al otro lado de la mesa, había una puerta por la que desaparecieron los agentes que me habían llevado hasta allí, después de liberarme de las esposas. Colgado en esa misma pared opuesta había un reloj de agujas que marcaba algo más de las siete de la tarde.
.-“¿Cómo ha pasado el tiempo?” pensé algo aturdida, cómo si eso fuese lo más importante en ese momento, mientras trataba de aliviar con mis manos el dolor en mis muñecas producido por la marca de las esposas .
Al poco rato de permanecer allí en píe en aquel cuarto, apareció el desagradable agente Ruipérez con un portafolios y una bandeja de plástico. Depositó ambas cosas encima de la mesa al otro lado de donde yo me encontraba, y sentándose en una silla dijo:
.-“Esta bien señorita Sara, vengo a informarle de los cargos que se han presentado contra usted…” no pude dejarle acabar su frase, me salió de lo más profundo:
.-“¡¡Pero que coño esta diciendo!!” grité con toda la rabia de mi cuerpo. Él; muy impasible; como saboreando su tiempo, me dijo:
.-“Le aconsejo que se calme y escuche atentamente los cargos” dijo imperturbable ante mis palabras.
.-“Por la presente le informo que se han presentado contra usted los cargos de tráfico de estupefacientes y de prostitución…”, yo no podía creer lo acababa de escuchar.
.-“¿Pero qué esta diciendo?, todo esto es una tontería” dije sin dar crédito a lo que estaba escuchando…
.-“¡No tienen ninguna prueba!” terminé gritando airadamente.
.-“Cálmese señorita, así no conseguirá nada” y continúo diciendo…
.-“Quiero recordarle que se han hallado estupefacientes en el vehículo en el que se encontraba, además…” de nuevo no pude más que interrumpirle…
.-“Ya se lo dije a los agentes en el coche de camino hasta aquí, soy enfermera, y las sustancias encontradas en la guantera del vehículo son medicamentos para mi suegra” dije tratando de hacerle entender lo sucedido.
.-“Además…” continúo diciendo con voz solemne como si no hubiese escuchado mis explicaciones.
.-“Además poseemos la declaración jurada del señor Raimundo Jiménez Gabarre, alias Johnny, en la que testifica que las sustancias encontradas son de su propiedad, y que además usted le ofreció sus servicios, lo que constituye un claro hecho delictivo” concluyó su frase.
.-“¡Qué cabrón!” me salió del alma golpeando la mesa con la palma de mi mano, al entender que mi virtual acompañante había salvado su culo firmando la declaración que seguramente el asqueroso agente Ruipérez le había dictado.

.-“Es todo mentira, mi marido es abogado, en cuanto me saque de aquí se le va a caer el pelo” grité una vez más encolerizada.
.-“Señorita Sara, le recuerdo que ha sido vista en compañía de un conocido traficante de drogas y proxeneta de la zona, que se han hallado estupefacientes en el vehículo en el que se encontraban circulando, y del que todavía queda esclarecer la propiedad, y que existe una declaración jurada de su acompañante en la que se la acusa expresamente de prostitución, por todo ello, le comunico que pasará a nuestras dependencias hasta disposición judicial” dijo mientras tiraba desde el extremo de su mesa el informe para que pudiera ojearlo.
Comencé a leer los cargos que se me imputaban en el maldito expediente, estaba redactado meticulosamente, para que efectivamente todo pareciese un delito de cara a un juicio de faltas. En esos momentos pensé en mi marido.
.-“Quiero hacer una llamada” dije depositando el informe encima de la mesa y mirando desafiante al maldito agente Ruipérez, orgullosa de que mi marido sabría como sacarme de allí, y de que lograría que inhabilitaran de por vida a ese estúpido agente.
.-“Todo a su debido tiempo” dijo como si nada le inmutase, y esta vez arrojó la bandeja de plástico hasta mi posición.
.-“De conformidad con el protocolo vigente en caso de detención por los cargos que se le imputan, le comunico que debe depositar sus objetos personales en esa bandeja. Debo informarle también que la presente actuación está siendo grabada conforme a procedimiento, por lo que le ruego pronuncié alto y claro los objetos que vaya depositando en la bandeja” dijo girándose hacia el reloj de la pared detrás suyo, dando a entender que había una cámara grabando. Luego permaneció en silencio deleitándose en el miedo que comenzaba a inundar mi cuerpo al empezar a entender que todo eso iba muy en serio.
Comencé por quitarme los pendientes, luego el colgante, más tarde la pulsera y finalmente el reloj, mientras los describía al dejarlos en la bandeja. Lo hice despacio, tratando de pensar en una forma de salir de allí, pero solo podía pensar en la llamada a mi esposo. Aunque quise evitarlo a toda costa, se hizo evidente que me temblaban las manos mientras me despojaba de mis objetos personales. A esas alturas estaba echa un manojo de nervios. Era evidente que me iban a detener y que iba ir al calabozo.
.-“Un reloj de oro rosa marca Guess” concluí enseñando el reloj a la cámara, dejando así todos mis objetos en la bandeja. El agente Ruipérez me miró de arriba abajo saboreando el momento y dijo:
.-“Los zapatos, si son de tacón también deben dejarse en la bandeja” pronunció impasible. Yo mirándolo a los ojos me quité los zapatos lentamente hasta dejarlos en la maldita bandeja.
.-“Si el sujetador lleva aros debe depositarse también en la bandeja” dijo observando mi reacción.
.-“Oiga no creo que …” y antes de que pudiera terminar mi frase me interrumpió:
.-“Según el protocolo de actuación en estos casos debemos evitar que pueda lastimarse con cualquier objeto con el que ingrese en nuestras dependencias” y luego se hizo un silencio en la sala.
Estaba claro que el muy cerdo estaba disfrutando. Yo lo miré desafiante a los ojos. Me sostuvo todo el tiempo la mirada. Por suerte pude quitarme el sujetador sin quitarme el vestido. Logré sacar mi prenda por las aberturas de las axilas del vestido, y lo deposité en la bandeja junto al resto de objetos. Pude apreciar como se fijaba en los motivos de encaje de la prenda al dejarla en la bandeja.
Se quedó un tiempo observándome al otro lado de la mesa, regocijándose en la escena, y admirando mi cuerpo. Luego, con una sonrisa en la boca dijo:
.-“Señorita, Sara Goza, de conformidad con el artículo 163 de la Ley de Ejecución Penal, y dado los cargos que se le imputan, le informo que se procederá al registro “Habeas corpus” por el personal facultativo correspondiente, en este caso la matrona oficial al cargo” dijo al tiempo que apoyaba la espalda contra la pared del fondo en el que se encontraban el reloj y la puerta de acceso. Fingió abrir la puerta y salir del cuarto, al tiempo que entregaba la bandeja a otro compañero y se quedaba apoyado contra la pared, bajo el maldito reloj. Estaba claro que no quería salir en el encuadre de la cámara que grababa cuanto acontecía en la sala.
Al mismo tiempo entró en la sala una mujer gorda con el uniforme de la guardia civil y una bata blanca por encima.
Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. El maldito agente Ruipérez permanecía ahora pegado inmóvil a la pared, ocultándose definitivamente del encuadre de la cámara de seguridad oculta en el reloj, mientras la supuesta matrona avanzaba hasta mi posición ajustándose unos guantes de latex en sus manos.
Pude fijarme mejor en ella cuando se situó a mi lado, la verdad es que era una tipeja gorda y fea, se había dejado con los años. Yo no acababa de entender su presencia en la sala, pero cuando terminó de ajustarse los guantes  dijo:
.-“Según le habrá informado mi compañero, estoy aquí para proceder a un exámen tocoginecológico de su cuerpo debido a los cargos que se le imputan. Le ruego que se desnude” yo me quedé helada, sobretodo cuando pude observar que el agente Ruipérez sacaba un móvil de su bolsillo y procedía a grabar lo que ocurría en la sala.
Estaba claro que sabía que desde esa posición no podía grabarlo la cámara. El muy cerdo pretendía grabar como me desnudaba ante él. Yo por mi parte quise tomarme mi tiempo antes de hacer nada. Sabía que debía mostrarme cauta y tratar de ser más lista que aquel agente gordinflón y descuidado. Debía recopilar cuantas pruebas fueran necesarias para incriminar semejante abuso de autoridad.
.-“¿Está disfrutando?” pregunté en voz alta mirando al asqueroso agente Ruipérez, tratando de que me respondiese el muy estúpido, y demostrando así que permanecía en la sala violando la supuesta ley de enjuiciamiento. Él, por su parte, permanecía inmóvil y en meticuloso silencio. Fue su compañera y cómplice quien salió en su ayuda.
.-“Señorita, es mi trabajo” dijo como si no hubiera nadie más en la sala. Y antes de que pudiera decir nada más, la muy bruja pronunció como con voz maternal:
.-“Quiero recordarle que negarse al registro es interpretado como obstrucción a la autoridad, lo que constituye un hecho delictivo añadido, penalizado directamente con la cárcel” pronunció esta vez tratando de aconsejarme que no ofreciese resistencia y me desnudase. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo, miré desconcertada a la supuesta matrona, y ella asintió con la cabeza como aconsejándome que me decidiese por hacer lo correcto.
No me lo podía creer. No sé porque lo hice. Comencé por quitarme los tirantes del vestido, aguanté la tela con mis manos sobre mis pechos antes de mostrarlos. Una vez más quise mirar a la cara del hijo de puta que me grababa sin perder detalle y relamiéndose. Me armé de rabia y valor y al fin dejé caer mi vestido. Al haber entregado mi sujetador con anterioridad, quedé tan solo con mi tanga en medio de aquella sala, con el vestido que yacía a mis píes.
¡¡Dios mio, que vergüenza!!, en mi vida me había sentido tan mal, sin embargo no quise darle la satisfacción de llorar ni mostrarme débil. Lo que no pude evitar fue tratar de cubrirme los pechos con las manos. Pero lo peor aún no había llegado, trataba de cubrirme como podía cuando escuche a la matrona decir en voz alta y seca:
.-“Le he pedido que se desnude completamente” dijo en un tono serio y amenazador. Yo la miré desconcertada. Ella ante mi pasividad gritó esta vez…
.-“¿Acaso tengo que repetírselo?. He dicho que se desnude” dijo mirándome a los ojos desde mi lateral. Yo quise fulminarla con la mirada, creo que nunca he mirado con tanta rabia a otra persona, como la miré a ella en ese momento. Y a pesar de mi rabia y  mi ira, no me quedó más remedio que despojarme de mi prenda más íntima. Deslicé mi tanguita por mis piernas con ambas manos a la vez hasta deshacerme de ellas, primero un pie y luego el otro, dejándolo caer en el suelo sobre mi vestido.
Ahora estaba muerta de vergüenza tratando de tapar como podía mi rasurado pubis y mis pechos. Me lo había afeitado para sorpresa de mi marido. Ya me lo había afeitado en otras ocasiones, aunque no muchas, siempre que quería sorprender a mi esposo con motivo de algo especial, y para mi desgracia, ahora debía mostrar mi desnudez en tan humillante situación.
No me atreví a levantar la mirada del suelo, ni a apartar mis manos de mi pubis. No era capaz de mirar a la cara del asqueroso tipo que ocultaba su presencia en aquella estancia.
La matrona, tras alguna reticencia por mi parte, me hizo extender los brazos, primero hacia delante y luego en cruz. Mi pubis quedó expuesto y ahora sí, pude comprobar como el maldito agente realizaba un zoom con su cámara a esa parte de mi cuerpo. En esos momentos pensé que podría llegar a matarlo con mis propias manos de la rabia contenida. Pero debía esperar. Era mi única salida, esperar a que todo pasase y proceder posteriormente a mi venganza. La inhabilitación sería poco para ese capullo.
Mientras, la sanitaria realizó un raspado en la uñas, y luego procedió a mirarme en la boca con una pequeña linterna. Todo bajo la atenta  mirada del agente Ruipérez, que al otro lado de la sala, no paraba de grabarlo todo con su móvil.
El momento más temido llegó cuando observé como la matrona extraía una crema lubricante del bolsillo de su bata y procedía a untársela sobre el latex de sus dedos. Yo permanecí inmóvil, pero mi mirada reflejó terror, sobretodo cuando la escuché pronunciar:
.-“Le aconsejo que apoye los brazos sobre la mesa y separe las piernas” dijo al tiempo que se situaba detrás mío.
Yo hice lo que me aconsejó, apoye mis antebrazos sobre la mesa de la sala, puse mi culo en pompa, y separé mis piernas. Mis pechos colgaban ante la atenta mirada del agente Ruipérez, al que pude ver tocándose en sus partes por encima del pantalón del uniforme. Agaché la cabeza entre mis brazos y cerré los ojos con fuerza rezando para que todo aquello terminase cuanto antes. Además, seguramente que así, mi pelo taparía en parte mi cuerpo ante las cámaras.

Estaba totalmente concentrada y muerta de miedo. Pude sentir el latex de una de las manos de la matrona posarse en mi culo, y acto seguido unos dedos que trataban de abrirse camino entre mis labios vaginales para penetrarme en lo más íntimo de mi cuerpo.
A pesar del gel lubricante, aquello me dolió. Ahogué mi grito como pude, aunque seguramente quedaría grabado para deleite de los presentes. Pude sentir como la matrona movía los dedos en mi interior rozando por todas y cada una de las paredes de mi vagina. Yo trataba de morderme los labios tratando de no emitir ningún sonido.
Al fin pude notar como sus dedos abandonaban mi interior. Resoplé aliviada. Traté de incorporarme, pero la voz de la mujer, gorda y fea, que había explorado mi interior me dijo:
.-“Le ruego que no se incorpore, aún no hemos concluido” dijo al tiempo que se quitaba el guante impregnado de mis fluidos y se ajustaba otro guante en esa misma mano.
.-“¿Cómo que aún no hemos terminado?” pregunté aturdida alzando la cabeza en la misma posición, sin imaginarme lo que iba a suceder a continuación.
.-“Debo proceder a la exploración anal” dijo la muy cerda como si nada, y procediendo de nuevo al ritual de lubricar sus dedos con el gel de su bata, se situó de nuevo detrás de mí. No me dió tiempo a replicar más.
.-“aaaAAAH!!” chillé en que pude notar como uno de sus dedos me abría el esfínter. Me dolió realmente, lo hizo sin ningún tipo de consideración. A propósito. Yo me retorcía de dolor cuando pude notar que un segundo dedo se abría paso. Inevitablemente unas lágrimas brotaron de mis ojos.
.-“Noooh, noooh, eso noooh,” gritaba mientras procedía con la exploración. Pero la matrona me sujetaba con una mano mientras procedía con la otra.
Por suerte no duró mucho, aunque a mí me había parecido una eternidad. No tuve valor para mirar al agente Ruipérez, pues había evidenciado que era virgen por el ano. Permanecí un rato como encogida sobre la mesa, tratando de ocultar como podía mis pechos y mi pubis, hasta que la muy cerda dijo:
.-“Hemos terminado, puede vestirse. Mis compañeros acudirán para llevarla hasta las dependencias de detenidos” y dicho esto se quitó los guantes de latex que tiró a una papelera y procedió a abandonar la sala. El agente Ruipérez salió con ella.
Al quedarme sola rompí a llorar como una niña. Toda mi rabia explotó en un llanto seco y desesperado. Procedí a vestirme con torpeza, casi no atinaba a ponerme mi tanga ni el ridículo vestido. Sólo pensaba en salir de allí como fuese, pensé en salir corriendo y un montón de tonterías, hasta que una pareja de agentes entró en la sala y cogiéndome cada uno por un brazo me llevaron hasta una pequeña celda.
Poco recuerdo del trayecto desde la sala hasta la celda, estaba como conmocionada por los acontecimientos. Tan sólo que bajé unas escaleras hasta un sótano y que me dejaron en el interior de una pequeña estancia rodeada por tres paredes y una reja, con un pequeño camastro a un lado.
No pude dejar de llorar acurrucada sobre un extremo del camastro y me quede dormida. Caí totalmente agotada y exhausta por los acontecimientos.
Cuando desperté no tenía noción de cuanto tiempo había transcurrido. Poco a poco, comencé a asimilar lo que me había sucedido, y en que estado me encontraba. Pensé en mi marido, tenía derecho a una llamada y quería hacerla. Quería que me sacase de allí cuanto antes. Quería terminar con aquella pesadilla. Conforme el cuerpo se fue despertando y mi cabeza daba vueltas, me entraron ganas de orinar. No veía dónde hacerlo en aquella celda, así que comencé a gritar…
.-“Agente, agente, tengo ganas de orinar, por favor, tengo ganas de orinar” grité una vez tras otra durante bastante tiempo. A poco me lo hago encima. Hasta que al fin, pude escuchar como se abría la puerta del pasillo que accedía a las celdas. Para mi desgracia apareció el malnacido del agente Ruipérez.
.-“Vaya, vaya, así que la putilla tiene ganas de mear. Ven te acompañaré” dijo al tiempo que abría mi celda, y me giraba sobre mi cuerpo empujándome contra una de las paredes para proceder a esposarme las manos a la espalda. Una vez me tuvo esposada contra la reja, me dió un pequeño pellizco en el culo y me dijo:
.-“Me muero de ganas por ver de nuevo ese coñito tan rico que tienes” me susurró en la oreja apestando a alcohol. Luego, me condujo por un pasillo en el que pude ver un reloj de pared marcando las 23:00 horas.
.-“Mi marido estará preocupado” pensé, y mientras caminaba por el pasillo sujeta del brazo delante del agente Ruipérez, le pregunté:
.-“¿Puedo hacer una llamada?” le pregunté sin girarme si quiera. Pero no escuché ninguna respuesta por su parte.
Al fin llegamos hasta los servicios, había varios retretes separados por finos paneles de madera, pero sin puertas. El agente Ruipérez me llevó hasta el último de ellos y me preguntó:
.-“¿Así que quieres hacer la maldita llamada?” preguntó al tiempo que me daba media vuelta para desposarme y que pudiera hacer mis necesidades en su presencia. Yo volví a girarme para mirarlo a los ojos suplicante. Una vez estuve frente a frente me dijo:
.-“Veis demasiadas películas, dime, ¿por qué iba a dejarte hacer una llamada?” me preguntó al tiempo que se relamía.
.-“Es mi derecho” dije bajando la cabeza. El se rió de manera muy fingida.
.-“Mira preciosa, se te ha asignado un abogado de oficio, él te informará y defenderá, pero hoy es domingo, así que tendrás que esperar hasta mañana, seguramente tendrás un juicio rápido en el que abogado y fiscal te recomendarán firmar un acuerdo de culpabilidad. ¿Dime por que iba a dejarte hacer la llamada?” repitió la pregunta. Esta vez permanecí en silencio.
.-“¿Acaso tienes algo que ofrecerme?” dijo acariciando un mechón de mi pelo. Yo continuaba en silencio aterrorizada.
.-“Para ser una puta de carretera estas realmente buena” dijo al tiempo que deslizaba su mano de mi pelo hasta mi pecho. Mi silencio lo envalentonó a continuar con sus caricias. Yo me retiré un poco hacia atrás impidiendo que continuase. Me miró fijamente y me dijo…
.-“Hagamos un trato, dame tu tanga y te prometo que podrás hacer la maldita llamada” dijo expectante a mi reacción
-“¿Me dejará llamar?” le pregunté totalmente nerviosa.
.-“Pues claro mujer, sólo tienes que ser un poco amable conmigo” dijo al tiempo que me arrinconaba frente a frente contra la pared del habitáculo, y deslizaba su mano por el interior de mis piernas hasta acariciar mi pubis subiéndome las faldas del vestido.
Yo sujetaba su mano con mis manos, sin llegar a impedirle que lograse acariciar mi depilado pubis, pero poniéndole toda la resistencia que podía. El, por su parte, se abalanzó sobre mi con todo su peso, y empezó a besarme por el cuello mientras me acariciaba.
.-“¡Vamos!, dame tus braguitas” me decía mientras me acariciaba el interior de mis muslos a la altura de mi tanga y me besaba por todo el escote.
.-“¡Esta bien!” dije tratando de apartarlo. Y antes de que pudiera hacer nada por impedirlo se arrodilló enfrente mío, y deslizando sus manos por mis piernas bajo la tela del vestido, alcanzó los laterales de mi prenda más intima, tirando de ella hacia abajo y arrastrando mi tanga desde mi cintura hasta mis pies. Luego se incorporó con mi tanga estrujado en su mano, lo esnifó comprobando mi aroma de mujer, y con mucho mimo lo guardó en un bolsillo de su uniforme. Luego dijo…
.-“Está bien, dime el maldito número de teléfono, veré lo que puedo hacer” dijo al tiempo que sacaba un boli y una libreta de uno de sus bolsillos.
Yo le dije el número al que quería llamar, que era el móvil de mi esposo, mientras él lo anotaba en una hoja. Cuando lo apuntó me dijo:
.-“Haz lo que tengas que hacer, voy marcando el número que me has dicho, y cuando vuelva por ti podrás hablar. ¿Esta bien así?” preguntó esperando mi aprobación. Yo afirmé con la cabeza. Desapareció cerrando la puerta de los servicios con llave.
Sentí alivio al poder orinar y quedarme sola por unos momentos aunque fuera en esos servicios. Pude comprobar que estaban limpios. Cuando terminé tuve que esperar a que me abriesen la puerta, de hecho golpeé la puerta varias veces comprobando que estaba cerrada.
Tras escuchar el sonido de la cerradura, señal de que abrían la puerta, apareció de nuevo el agente Ruipérez quien procedió a esposarme de nuevo a la espalda.
.-“Tu marido está al otro lado del teléfono” dijo mientras me conducía por un interminable pasillo, y al final del cual se podía ver un antiquísimo aparato de teléfono de esos de pared, estaba descolgado. Me alegré de poder hablar al fin con mi marido.
Sin ninguna prisa el agente Ruipérez me desposó, yo lo miré a los ojos como indicándole que la conversación era privada, pero para mi sorpresa, cuando fui a coger el aparato y hablar con mi esposo, el maldito agente pulsó el botón que colgaba la llamada y ponía fin a la comunicación.

.-“¿Pero que hace?” pregunté sorprendida.
.-“¿Teníamos un trato?” volví a preguntar inocentemente.
.-“Mira, preciosa, tu llamada ya se ha realizado. Siento decirte que tu marido ha sido muy amable con la encuesta de satisfacción de su compañía de móvil, que el cree que acabamos de realizarle. Lo que importa es que a efectos legales consta una llamada desde esta comisaría a un teléfono de un familiar tuyo directo. Ante el juez ya has ejercido tus derechos, nosotros hemos cumplido con la ley. Ahora vuelve a la celda y espera a que llegue tu abogado de oficio” y dicho esto volvió a esposarme con las manos a la espalda dirigiéndome de nuevo a la celda.
.-“Maldito hijo de puta, teníamos un trato” grité ante semejante tomadura de pelo. Pero lo único que conseguí a cambio, fue un bofetón con el que me cruzo la cara. El tortazo hizo que enmudeciese hasta encerrarme de nuevo en la celda.
El tiempo transcurrió sin que nada pudiese escuchar o advertir en la celda. Al final caí adormilada sobre el oxidado camastro, pensando una y otra forma de salir de allí.
El sonido de la cerradura me despertó. De nuevo entró el agente Ruipérez en la celda quien hizo el ritual de esposarme de nuevo, con la clara intención de trasladarme a otro lugar.
Otra vez por el pasillo con el reloj de pared, pude apreciar como marcaba las dos de la madrugada.
.-¡Dios mío cuanto tiempo llevo encerrada en este maldito lugar!” pensé al ser consciente de la hora, y me dí cuenta del cansancio acumulado en mi cuerpo. Sólo deseaba que esa pesadilla terminase cuanto antes.
El agente Ruipérez me introdujo ahora en una sala algo más mugrienta y oscura que la primera, pude advertir que las paredes estaban como acolchadas, y que en la sala tan sólo había dos sillas algo viejas y anticuadas, y una mesa alargada muy similar a la que había en la otra sala de interrogatorios. Me hizo indicaciones para que me sentase en una de las sillas, con las manos todavía esposadas a la espalda. El permaneció en pie detrás de mi.
.-“¿Sabe como llamamos a esta sala?” me preguntó. Obviamente yo no conocía la absurda respuesta, me encogí de hombros.
.-“Es la sala de los locos” dijo ante mi pasividad.
.-“La llamamos así porque cuando detenemos a un tarado, no dejan de chillar y de darse golpes contra la pared, prefieren que los tengamos que custodiar en un hospital a tener que estar encerrados en una celda. Tenemos que evitar a toda costa que se lastimen, y por eso las paredes están acolchadas” dijo sentándose ahora en la otra silla enfrente mío.
.-“Por supuesto las paredes están también insonorizadas” me dijo, yo no entendía porque me contaba todas esas cosas.
.-“¿Sabes porque te he traído aquí?” me preguntó.
.-“No” respondí queriendo saber el motivo.
.-“Necesitaba un poco de intimidad, un sitio en el que poder hablar sin que nadie nos escuche” dijo mirándome fijamente a los ojos. Yo permanecía totalmente callada dejándole hablar.
.-“Sabes,… he estado investigando un poco por mi cuenta, ya sabes…, tu abogado defensor siempre hace algunas preguntas de oficio, pura rutina. El caso es que ambos tenemos un problema….” lo notaba algo nervioso. Pero continuó explicándose…
.-“El caso…, el caso es que he estado investigando tu DNI, la matrícula del coche, y algunos datos más, y efectivamente me consta que eres enfermera, que el vehículo figura a nombre de tu marido, y que me temo se ha producido una grave equivocación….” yo al escuchar estas palabras respiré aliviada, al fín terminaría todo aquello y podría regresar a casa. Esperaba que me quitase las esposas y me dejase marchar cuanto antes al darse cuenta del agravio cometido. Pero para mi sorpresa se hizo un silencio incómodo que no lograba entender.
.-“¿A qué está esperando para liberarme entonces?” pregunté poniéndome en pie esperando que me quitase las esposas y me dejase marchar.
.-“Ese es el problema” dijo haciéndome gestos para que me volviese a sentar, aunque yo preferí permanecer en pie.
.-“No puedo dejarte marchar así” dijo incorporándose y poniéndose también en pie. Luego continuó diciendo…
.-“Mira, si te dejo marchar ahora, en que le cuentes lo ocurrido a tu marido tengo mis días contados”, su rostro se oscureció, y luego continuó diciendo…
.-“A mi favor tengo que te sorprendimos con abundante diazepan en la guantera del coche, una sustancia que el fiscal se encargará de explicarle al juez, que mezclada con alcohol produce efectos psicóticos. Se vende con frecuencia en las discotecas, además la cantidad intervenida es bastante considerable, y para tu desgracia no llevabas receta, lo que demuestra que las sustrajiste del hospital en el que trabajas, y que no te deja muy bien parada que digamos. Supongo que te costará una discusión explicarle a tu marido que hacías con el tal Johnny dando vueltas en su coche, un conocido proxeneta y traficante de la zona. Es cierto que su declaración me facilitará la labor de tratar de involucrarte en una red de traficantes, además he cambiado tu reloj de marca por otro falso y un montón de tonterías más por el estilo, pero aún con todo….” hizo una pausa para mirarme a los ojos.
Adivinó que mis ojos encerraban una alegría contenida, conocedora de que mi marido sabría darle otra vuelta de tuerca a todos esos argumentos y poner las cosas en su sitio. Por eso quiso hacer la pausa.
.-“Pero aún con todo…, no me parece suficiente como para salvar mi culo de todo este embrollo” dijo algo nervioso y agitado.
.-“No, nada de eso va a ocurrir, si me deja marchar prometo olvidarlo todo y no decir nada” dije tratando de engañarlo. El me miró fijamente a los ojos.
Luego me propinó un bofetón en la cara del que a poco me caigo. Me quedé completamente aturdida por su reacción.
.-“¡¿Te crees que soy idiota?!” gritó bastante enojado. Y dicho esto sacó su móvil del bolsillo.
.-“¿Qué crees que pasará cuando toda la adjudicatura vea estas imágenes?” dijo reproduciendo el vídeo grabado en el que se procedía a mi registro corporal. Yo puse cara de pánico al recordar lo sucedido, no había contemplado esa posibilidad.
.-“¿Sabes lo que creo que sucederá en que este vídeo circule por internet?” dijo mirando mi aterrorizada cara.
.-“Tu marido será el hazme reír de la abogacía, y me gustaría ver la cara que ponen algunos de tus compañeros de trabajo cuando lo vean, ya sabes que siempre hay un imbécil en estos casos…” dijo observando mi reacción.
Yo la verdad no había pensado en todo eso, y lo cierto es que la idea me aterrorizaba más que cualquier otra cosa.
.-“Y qué es lo que propones?” dije tratando de buscar una salida consensuada.
.-“Mira…, no pienso jugármela legalmente contra tu marido, es bastante bueno por cierto, así que necesito otro tipo de pruebas para salvar mi culo” dijo sin esclarecer nada aún por su parte.
.-“¿Y?” dije tratando de terminar con eso cuanto antes.
.-“Debo tener algún arma lo suficientemente poderosa como para que no se te ocurra abrir la boca” dijo observándome de arriba abajo mientras se acercaba a mi invadiendo mi espacio personal.
.-“No, no entiendo” tartamudeé muerta de miedo. El recogió mi pelo en una coleta con una sola mano y tirando de mi hacia el suelo, obligándome a arrodillarme a sus pies debido al dolor, dijo…
.-“Mira preciosa, desde el primer momento en el que te ví me entraron ganas de metértela por esa boquita de zorra que tienes. Siempre me he tirado a las novias del Johnny y de verdad que me alegré mucho cuando te ví con él. Menuda putilla tan rica pensé. Tú sólo haz bien tu trabajo y te dejaré marchar”, dijo al tiempo que se bajaba la cremallera de su pantalón, mientras me retenía sujeta por el cabello arrodillada a sus pies.

Yo lo miré horrorizada. No me podía creer lo que estaba viendo. Estaba como paralizada, en shock, no reaccionaba ante lo que estaba sucediendo.
.-“Hay dos formas de hacer esto…” me dijo al tiempo que rebuscaba entre su bragueta. Yo continuaba aturdida y arrodillada, sin reaccionar ni ofrecer mucha resistencia.
.-“Por las buenas o por las malas, tú eliges” dijo al tiempo que se sacaba su miembro del pantalón, y restregaba a la fuerza mi cara por su entrepierna.
Un olor asquerosamente fuerte y nauseabundo despertó mis sentidos. Su polla se mostraba flácida ante mis ojos. Él restregó su miembro por mi cara al tiempo que me dijo…
.-“Vamos putilla comienza. Conmigo no tienes porque hacerte la estrecha. Sabes que no tienes otra alternativa, disfrutala” decía al tiempo que con una mano me retenía por el pelo y hacía fuerza para refrotarme su polla por toda mi cara, y con la otra mano me daba pequeñas bofetadas a uno y otro lado de mi cara.
Yo por mi parte no podía oponer resistencia significativa. Sin duda aquel tipo era mucho más fuerte que yo. Permanecía arrodillada con las manos esposadas a la espalda, sin poder resistirme de otra manera que tratando de mantener mis labios cerrados, mientras el movía mi cabeza tirando del pelo a su antojo. Las bofetadas en la cara comenzaron a ser más fuertes, me hacían daño.
.-“Vamos puta abre esa boquita de zorra que tienes” dijo mirándome a los ojos mientras sujetaba mi cara presionando en ambas mejillas con su mano para que separase mis labios. Pero yo no abría la boca por nada del mundo.
Entonces, procedió a taparme la boca y la nariz con su enorme mano, dificultando que pudiese respirar, a poco me ahoga, fue en el momento justo en el que comenzaba a faltarme el aire cuando me liberó. Yo abrí la boca instintivamente para poder respirar, y él aprovechó el preciso instante para introducirme su miembro en la boca.
Lo hizo sin compasión alguna, y una vez logró su objetivo, retuvo mi cabeza con las dos manos y comenzó a follarme la boca. Yo apenas podía respirar y cuando lo hacía, el nauseabundo olor de sus partes me provocaba unas inevitables arcadas que a poco me hacen vomitar.
Para colmo tampoco podía tragar saliva y babeaba incontrolablemente. Creí morirme de asco, máxime cuando pude comprobar que su miembro crecía y se endurecía en el interior de mi boca. Pero nada podía hacer en las manos de ese bestia.
Yo era como un saco de patatas en sus manos. Quise morirme cuando comprobé que sacaba su móvil del bolsillo y comenzaba a grabarme mientras me forzaba por la boca.
Debido a que ahora me retenía tan sólo con una mano, pude levantarme en un momento en el que concentrado como estaba en su faena se descuidó. Logré propinarle un rodillazo en sus partes, y correr hasta la puerta.
.-“¡Socorro, socorro!” grité en que alcancé la puerta. Pero nada ocurría del otro lado.
Por su parte el agente Ruipérez se recuperaba del dolor que le propiné en sus huevos, y acercándose lentamente hacia mí me dijo:
.-“Ya te he dicho que esta sala está insonorizada, y que nadie acudirá en tu ayuda. Sólo tienes que ser un poco amable conmigo y te dejaré machar. Depende de ti.” dijo al tiempo que se meneaba su polla mientras se acercaba.
.-“No por favor, no me hagas daño” comencé a llorar.
.-“Tranquila putita, tan sólo quiero que me la chupes un rato, seguro que sabes hacerlo muy bien, y te dejaré marchar” dijo al tiempo que se aproximaba. Yo temía que me lastimase cuando de nuevo me agarró por el pelo.
.-“Esta bien, esta bien, pero no me hagas daño” dije totalmente temerosa de sus intenciones.
No sé por que lo hice, supongo que el pánico a lo que pudiera hacerme ese bruto era mayor que mi raciocinio, pero yo misma me arrodillé y me introduje su miembro en la boca con la clara intención de acabar con todo ello cuanto antes. Pensé que saldría de allí si lograba que se corriese cuanto antes.
Así que aprisioné su asqueroso miembro entre los labios de mi boca y comencé a chupársela lo mejor que supe. Creo que se notó que no era una práctica que realizase a menudo en mi intimidad, lo que terminó por excitar aún más a esa bestia.
Primero me lo introduje en la boca, movía mi cabeza arriba y abajo a lo largo de su miembro. Después me la sacaba de la boca para recorrerla en toda su longitud con mi lengua. He de reconocer que por un momento me pareció de mayor tamaño que la de mi marido. Luego aprisionaba los pliegues de su prepucio entre mis labios arrancándole gemidos de placer.
.-“Uuuhmmm, pero que bien lo haces” comenzó a decir el muy hijo de puta disfrutando como un cerdo.
.-“Quiero ver como sacas la lengua y me le chupas” dijo al tiempo que levanté la mirada por un instante y pude comprobar que lo estaba grabando todo con su móvil. Yo tan solo quería que se corriese de una maldita vez para escapar de allí.
El muy cerdo comenzó a acariciarme el pelo con un mano, mientras yo permanecía arrodillada a sus pies con las manos esposadas a la espalda en plena faena.
No se conformó con acariciarme el pelo, y bajo su mano acariciándome el cuello hasta deslizar el tirante de mi vestido a un lado de mi hombro, desnudando un pecho para deleite de su vista, que se apresuró a acariciar.
.-“Qué tetas más blanditas tienes” dijo al tiempo que deslizaba el otro tirante de mi vestido por el hombro y desnudaba mis pechos por completo ante su vista grabándolo todo.
Se quedó un rato observando mis pechos desnudos, hasta que me obligó a detener mi felación. Depositó el móvil encima de la mesa de tal forma que continuaba grabando lo que sucedía, y estrujando mis pechos entre sus dos manos, procedió a introducirme su polla por el canalillo entre mis tetas.
Yo contemplaba atónita como la punta de su polla asomaba entre mis pechos golpeando casi mi barbilla.
.-“Oh Dios, que ricas. Tienes unas tetas muy suaves, princesa” decía mientras movía su culo delante de mis ojos.
.-“Vamos cabrón, correte” dije llena de ira al verme utilizada a su antojo. El continuaba estrujando mis pechos con sus manos y moviendo su cadera con su miembro aprisionado entre mis tetas.
.-“Eso es cabrón, correte, correte venga” le gritaba al verlo próximo a su eyaculación.
Se detuvo por un momento, sorprendido por mis palabras.
.-“Joder, a ver si lo estas disfrutando y todo” dijo al tiempo que me incorporaba y me colocaba de espaldas al borde de la mesa. Yo no entendía porque se había parado y me sentaba ahora sobre la mesa. No era ese tipo de reacción lo que quise provocar con mis palabras.
Separó mis piernas y se abalanzó sobre mi cuerpo directo a lamer mis pechos. Primero succionó mis pezones con fuerza llenándome de saliva mis aureolas. Luego jugueteó con su lengua mientras los estrujaba a su antojo. He de reconocer que yo tengo los pechos muy sensibles, y que su brusquedad me arrancó un ahogado grito que él interpretó como un gemido.
.-“Te gusta ¿eh?, ya sabía yo que eras una zorra” dijo al tiempo que ahora sus manos acariciaban mis piernas por la parte exterior mientras su cabeza permanecía hundida entre mis pechos. Yo abrí los ojos para poder contemplar su ridícula calva moverse bajo mis ojos.
De repente una de sus manos comenzó a recorrer el interior de mis muslos en busca de mis intimidades.
.-“No” dije tratando de detener el avance de su mano, presionando con mis piernas alrededor de su cadera y reteniéndola como podía con mis propias manos.
.-“Seguro que no quieres que compruebe lo mojada que estas, ¿verdad puta?” dijo al tiempo que me miraba a los ojos y su mano avanzaba hasta alcanzar mis intimidades. Yo me temí lo peor. Traté de revolverme con fuerza, y durante el forcejeo caí tumbada boca arriba en la mesa, aprisionando mis manos entre mi espalda y el conglomerado. Su cuerpo separaba mis piernas, y sus manos arremolinaban mi vestido en la cintura desnudando mi pubis ante su vista. Se le caía la baba al contemplar mi cuerpo.
.-“Que buena estas pedazo de zorra” pronunció sin quitarme la vista de encima.
Muy a mi pesar hundió su cara entre mis piernas y comenzó a darme pequeños besitos en mi pubis, justo en la zona en la que debían hallarse mis recién afeitados pelillos. Yo reaccioné y comencé a revolverme como una yegua por domar. El me retenía con sus manos rodeando mi cintura, hasta que pude sentir su lengua recorriendo mis labios vaginales de arriba abajo.
Al sentir por primera vez en mi vida semejante caricia me quedé inmóvil, expectante. Un segundo lengüetazo terminó por separar definitivamente mis labios vaginales y se entretuvo en los pliegues superiores buscando mi clítoris. Yo cerré los ojos abandonada y pude notar su lengua describiendo círculos en la zona superior donde concluyen mis labios mayores. Al fin pudo lamer mi clítoris. Esta vez no pude evitar emitir un tímido gemido de satisfacción.
.-“Uuuhmmm” se escapó de mis labios ante aquella maniobra desconocida para mi.
.-“Ya sabía yo que te gustaría. Seguro que el imbécil de tu marido no te lo ha comido como es debido” dijo al tiempo que volvía a hundir su cabeza entre mis piernas. No quise reconocerlo pero aquel cabronazo tenía razón. Estaba logrando que me excitase aunque me horrorizaba el hecho de pensarlo. Además el también lo estaba notando.
.-“¡Pero si te estas mojando como una guarrilla!” escuché mientras aprisionaba su calva entre mis piernas.
Desperté de mis pensamientos cuando pude notar como uno de sus dedos se abría camino entre mis labios vaginales penetrándome. Su dedo me pareció enorme, pues pude notar como separaba las paredes vaginales en mi interior. Algo me dolió.
.-“Aaayhh” grité esta vez.
Un segundo dedo se abrió camino en mi interior mientras el se incorporaba y contemplaba con excitación mi mueca de dolor. Comenzó a mover sus dedos dentro y fuera a un ritmo frenético.
.-“No para, por favor” grité mientras trataba de aguantarme el dolor y de incorporarme. Pero el me impedía que pudiese levantarme, a la vez que continuaba moviendo sus dedos con más ímpetu.
.-“No, para por favor, me haces daño, para” gritaba yo mientras trataba de impedir el frenético  movimiento de sus dedos en mi interior. Pero para mi desgracia mientras con una mano me penetraba, con la otra comenzó a pellizcarme los pezones. Creí morir de dolor.
.-“NooooOOOh, NOOHHH” gritaba yo ahora desesperada.
.-“Parare si me pides que te la meta” dijo observando mi reacción.
.-“¡¡¿¿Qué???!!!” grité yo sin imaginarme lo que pretendía.
.-“Quiero oir como suplicas que te la meta” dijo al tiempo que agarraba uno de mis pezones y tiraba de él hacia arriba. Yo creí que alcanzaba las estrellas de dolor.
.-“Noooh” grité muerta de miedo al pensar por vez primera que quisiese violarme. Comenzó a golpearme los pechos. Eran como bofetadas en la base de mis tetas, a una y otra alternativamente.
.-“Quiero que me pidas que te folle” dijo volviendo a los pellizcos.
.-“Noooh” volvía gritar una vez más. Y de nuevo se dedicó a torturar mis pechos, los cuales creí que me iban a estallar de dolor.
.-“Esta bien” dije muerta de dolor.
.-“Esta bien ¿Qué?” dijo él al tiempo que me pellizcaba esta vez en mis labios vaginales retorciéndome de dolor.
.-“Esta bien quiero que me folles” dije tratando de que parase en mi tortura, no podía creer lo que acababa de decir.

El por su parte me ayudo para que mis pies se apoyasen encima de la mesa, me acomodó con los talones de los pies sobre la mesa próximos a los cachetes de mi culo, con las piernas bien abiertas y mis intimidades expuestas ante su vista. Luego cogió el móvil y enfocando a mi cara volvió a decirme…
.-“Pídemelo otra vez” dijo al tiempo que enfocaba mi cara con su móvil en una mano y con la otra me pellizcaba algo más suave que antes en mis labios vaginales.  Yo muerta de pánico por el dolor que me había provocado antes dije presa de terror:
.-“Métemela” susurré ante la cámara.
.-“Dilo otra vez” dijo al tiempo que me pellizcaba de nuevo en mis labios vaginales retorciéndome de dolor y enfocaba sólo la parte de mi cara.
.-“Por favor, fóllame” dije suplicante porque cesara el dolor.
.-“Así me gusta, pero quiero que te la metas tu misma, como la puta que eres” dijo al tiempo que enfocaba con su móvil a mis intimidades. Esta vez me pellizcó de nuevo en los pezones, siempre fuera de cámara, para que no tuviese la menor duda de que sería capaz de provocarme más dolor.
Si hay algo que no soporto es el dolor, por eso cogí su polla entre mis manos y la guié hasta la entrada de mis labios vaginales. Por un momento se me ocurrió la extraña idea de que si refrotaba su miembro entre mis labios vaginales y lograba excitarlo, a lo mejor se corría sin llegar a penetrarme. Para su sorpresa así lo hice. El no paraba de grabarlo con la cámara totalmente excitado, hasta que se cansó del juego, y dejando el móvil a un lado, dijo:
.-“Creo que ya estas preparada” y dicho esto apartó mis manos, guió su polla hasta la entrada de mis labios vaginales, y de un solo golpe de riñón empujó hasta el fondo sin compasión.
.-“aaaAAAHHH” grité al sentir como me penetraba.
Creí rasgarme por dentro. Me dolió, me dolió mucho. No pude evitar comenzar a llorar de nuevo. Fui consciente de que me estaba follando. Su cuerpo cayó sobre el mío, abalanzándose de nuevo sobre mis pechos. Yo trataba de arañarlo en su espalda, pero aquello no lograba más que excitar aún más a esa bestia.
El muy cerdo se movía deprisa y con fuerza, con cada embestida parecía que pretendía llegar a lo más profundo de mi ser. Creo que caí conmocionada del dolor y de pensar que estaba siendo forzada sin mi consentimiento. Así que apenas ofrecía resistencia. Mi violador se dio cuenta, y era como si mi pasividad no le excitase. Por eso, antes de que pudiera darme cuenta se salió de mi, y volteándome sobre la mesa, me acomodó boca abajo a su antojo, tiró de mis piernas hasta situar mi culito en el extremo de la mesa, y permanecer así  totalmente expuesta a su merced.
Pude notar como escupía sobre mi culito, y extendía su saliva sobre mi esfínter. Estaba claro lo que iba a suceder, pero yo estaba tan conmocionada que no hice nada por impedirlo. Luego aproximó su capullo hasta mi ano y comenzó a presionar para que este se abriese camino.
.-“aaaAAAGGGGHHHH” un chillido desgarrador salió de mi boca al notar que su punta había dilatado mi esfínter y comenzaba a abrirse camino.
Pude notar como sacaba su prepucio de mi ano para repetir de nuevo la operación.
.-“aaaaaAAAAAAAAGGGGGHHHH” de nuevo un chillido aún más fuerte surgió de mi boca, al notar que esta vez su polla se abría camino en mis entrañas y lograba avanzar.
De un nuevo golpe de riñón me la clavó hasta el fondo. Pude notar como sus huevos golpeaban en mis nalgas.
.-“Uuhmmm, que culito más estrecho tienes putita” dijo mientras se recostaba sobre mi espalda y disfrutaba el momento. Yo por mi parte trataba de morderme los labios y de no chillar para su satisfacción.
.-“Quiero que sepas que es el culito más rico que me he follado nunca” me susurró en el cuello. Yo cerré los ojos tratando de que todo acabase de una vez.
.-“Seguro que más de un juez, o algún abogado compañero de tu marido se hace una paja si ven este video” dijo al tiempo que se incorporaba lo suficiente para coger de nuevo su móvil y grabar como estaba siendo sodomizada.
.-“Yo desde luego pienso hacérmelas cada vez que lo vea” decía martilleando mi conciencia. Y acto seguido me propinó un manotazo sobre una de mis nalgas que seguro se enrojeció. Yo no podía soportar más dolor.
.-“Aaayh” grité sorprendida por su manotazo. Y acto seguido me dio otra cachetada en mis nalgas.
.-“aaagggH” chillé de nuevo. Y ahora se sucedieron varias nalgadas seguidas cuyo dolor traté de sobrellevar lo mejor que pude.
Por suerte unos bufidos de mi violador indicaban que estaba a punto de correrse y de que terminaría aquel tormento.
.-“Oh siiH, me corroooOOh. Me corro putaaaaaaAAAH” pude escuchar que gritaba al tiempo que notaba como sacaba su  polla de mi interior y se corría sobre mi espalda.
El asqueroso agente Ruipérez permaneció un tiempo recostado sobre mi espalda descansando. Un sepulcral silencio contrastaba con los chillidos de hace unos momentos. Luego con total normalidad sacó un pañuelo de su bolsillo y me limpió los restos de su semen en mi espalda.
Yo ni podía ni quería incorporarme, preferí permanecer tumbada boca abajo sobre la mesa a la espera de lo que hacía mi violador. Pude escuchar como se subía los pantalones, se abrochaba la cremallera, sacaba unas llaves y procedía a liberarme las manos a la espalda.
Antes de abandonar la sala dijo:
.-“Puedes irte, dejaré abierta la puerta de emergencia de aquí al lado para que nadie te vea salir. Tu bolso y algunos de los objetos personales están en el contenedor de basura que tienes justo enfrente al salir a la calle. Por mi parte romperé tu expediente, no quedará ninguna prueba de que has estado en esta comisaría. Ah, tu colgante y tu reloj han servido para comprar el silencio del Johnny. Olvídate, de pensar que puede testificar a tu favor. Si se te ocurre contar algo de esto a tu marido, o te atreves a denunciarme, créeme cuando te digo que difundiré el video por toda la adjudicatura del país, de tal forma que tu marido sea incapaz de ejercer de nuevo. Lo mejor será que lo olvides todo, de lo contrario tu pesadilla no habrá hecho más que empezar” Y dicho esto abandonó la sala dando un pequeño portazo.
Rompí a llorar en que abandonó la sala pensando en cuanto me había dicho. A duras penas pude cubrirme con el vestido cuando salí corriendo de aquella sala. La puerta que conducía al interior del resto de la comisaría estaba cerrada, por el contrario la puerta que daba a la calle vía salida de emergencia estaba abierta.
Rebusqué entre la basura del contenedor que había en la calle y encontré mi bolso y mis zapatos. Me dí cuenta que en esa misma explanada, en una zona oscura y poco iluminada estaba el mercedes de mi esposo. Me subí en el y abandoné aquella casa de los horrores cuanto antes. Pude cambiarme de ropa y arreglarme un poco antes de llegar hasta el pueblo en el que estaba mi familia. Nunca le conté nada de lo sucedido a mi esposo. Acude todas las mañanas a ejercer su profesión con el orgullo característico.
Desde entonces, siempre navego por Internet con temor a encontrar un video en el que yo sea la protagonista


Recordar visitar mi blog:

 
o escribirme a la dirección de correo:
 
Gracias a todos los que dejéis un comentario o una invitación.
 
 

Relato erótico: Puta, casada y culona era la hija de mi vecina (POR GOLFO)

$
0
0
MALCRIADA2
No siempre ser un pardillo es un problema. Cuando tenía veinte años, una vecina de mi madre me tomó como su met-art_2013-01-03_CHELONA_02chapuzas personal y para colmo no me pagaba. Doña Merche una simpática cincuentona  vivía en frente nuestro y abusando de la amistad que le unía con mis viejos, cada vez que le fallaba algo en su casa, me llamaba para que se lo arreglase. Daba igual que la chapuza fuera un grifo que le goteaba, una luz que no le encendía o que por causa de una tormenta, la televisión no estuviera sintonizada, siempre que le venía en gana esa vieja me llamaba y yo no podía negarme.
A mi madre le daban igual mis quejas.
-Debes ser un buen vecino- me dijo una vez que volvía encabronado por perder una hora en casa de la vecina sin que siquiera me hubiese invitado una cerveza –algún día se lo agradecerás.
Sin saberlo, mi querida progenitora profetizó lo que os quiero contar que no es otra cosa que mi historia con la hija de esa señora.
Merceditas, como decían a ese bombón, no vivía en la casa porque se fue a vivir con su novio hace muchos años. Aquel verano había formalizado su unión, casándose  en la parroquia del barrio. Con veinticinco años, esa rubia estaba buenísima y lo sabía. Consciente de que tenía una cara preciosa y un cuerpo que hacía las delicias de todo aquel que la viera pasar, tonteaba conmigo cada vez que nos cruzábamos en el ascensor. La naturaleza había sido generosa con ella, dándole además un par de enormes pechos que era incapaz de dejar de mirar cuando subía con ella hasta nuestro piso.
-¡Qué guapo estas, vecinito!- me decía la jodida invariablemente para hacerme cabrear, recalcando los cinco años de diferencia que nos llevábamos. Os reconozco que me daba igual. Lejos de enfadarme, su guasa me daba motivos para alargar un poco más la contemplación de esas dos maravillosas tetas.      
Pero volviendo al tema que os quiero contar, una mañana de invierno, Doña Merche me llamó porque tenía una urgencia. Al preguntarle que ocurría, me explicó que el calentador le fallaba y su hija necesitaba darse una ducha.
Como comprenderéis, saber que ese pibón estaba en la casa era motivo suficiente para no reusar en ayudarla. Por eso, cogiendo mis herramientas me planté en su apartamento. Al llegar, la encontré enfundada en una bata mientras desayunaba. Un poco cortado, pedí permiso y sin mirarla me puse a arreglar la caldera. Al tener que desmontar la carcasa, me dí la vuelta para coger una silla y fue cuando me encontré que ese zorrón se había  abierto un poco su albornoz, dejándome disfrutar del inicio de sus pezones.
Impactado por la rotundidad de ese escote, no pude separar mi vista de ese par de melones y debido a eso, me pilló mirándolos. Lejos de enfadarse, sonrió al darse cuenta de mi fijación y aprovechando que su madre no estaba en la cocina, me soltó:
-Parece ser que a mi vecinito le gustan mis pechos- avergonzado hasta decir basta, me quedé callado mientras esa mujer se reía de mí -¿No te gustaría ver algo más?- preguntó separando sus rodillas.
El espectáculo de verle las bragas fue demasiado para mi pobre sexo y traicionándome bajo el pantalón, se puso como una piedra. Merceditas, comportándose como una autentica puta, abrió aún más sus piernas al ver mi estupor mientras me decía:
-¿Crees que tengo los muslos muy gordos?
Como comprenderéis, me quedé pálido al escucharla y más aún cuando observé la forma tan descarada con la que me enseñaba sus jamones. Muerta de risa y mientras su madre trasteaba en la habitación de al lado, insistió en que contestase, diciendo:
-Mi marido cree que tengo que adelgazar, ¿Tú qué opinas?
Babeando de forma descarada, balbuceé:
-Es un idiota, ¡Estás buenísima!
Mi respuesta le satisfizo y con una sonrisa en los labios, se levantó a donde yo estaba. Sin cortarse en absoluto, llevó su mano a mi entrepierna y mientras acariciaba mi erección, susurró en mi oído:
-Es una pena que esté casada, sino te aseguro que me encantaría probar lo que esconde aquí debajo.
Os juro que si no llega a ser porque Doña Mercedes estaba en el comedor, hubiera cogido a esa zorra y poniéndola a cuatro patas, me la hubiera follado en la mitad de esa cocina. Y más porque antes de dejarme solo arreglando el puñetero calentador, mi querida vecinita se aflojó la bata y mientras me enseñaba su estupenda anatomía, riéndose, dijo:
-¿Te puedes creer que Manuel solo hace el amor a este cuerpo una vez al mes?
-Definitivamente es un imbécil- respondí con mis ojos fijos en los dos espectaculares globos de la mujer: -Yo te follaría a todas horas.
Merceditas soltó una carcajada al oír mi respuesta y cerrándose la bata, me dejó solo con mi calentura.
“¡Dios! ¡Qué polvo tiene!”, mascullé entre dientes mientras me ponía nuevamente a arreglar el jodido aparato. Con su imagen desnuda impresa en mi retina acabé en menos de cinco minutos porque solo necesitaba un ajuste.
-Ya está Doña Mercedes- estaba informando a la señora cuando su hija volvió a la cocina.
La vecina me estaba dando las gracias cuando de pronto, Merceditas le dijo:
-Mamá necesito ducharme. ¿Por qué no le invitas a desayunar mientras lo hago?- y poniendo voz de pena, soltó: -Así si se vuelve a estropear mientras estoy en la ducha, podrá arreglarlo.
A la vieja le pareció bien y mientras la rubia desaparecía rumbo al cuarto de baño, me preparó un bocadillo y una cerveza. Fue entonces cuando la casualidad me dio un regalo inesperado, la señora recordó que tenía cita con el médico y con el morro que la caracterizaba, me dijo que si no me importaba quedarme solo porque tenía que irse.
Reconozco que en un primer momento no caí en mi suerte y quejándome de que tenía prisa, le pregunté cuanto tardaría:
-Al menos dos horas- respondió cogiendo su bolso y saliendo del piso.
met-art_2013-01-03_CHELONA_05
Nada más irse, el saber que ese zorrón se estaba duchando a escasos metros de donde estaba, hizo que me empezara a excitar nuevamente. La imagen del cuerpo mojado de esa mujer bajo el agua y a su dueña enjabonándose, fue algo imposible de soportar. Por eso sopesando el riesgo que iba a correr, decidí que valía la pena:
¡Tenía que verla desnuda!
Reuniendo todo el valor que pude, dejé que el sonido de la ducha me guiara y sigilosamente, tanteé a abrir la puerta del baño. Antes de hacerlo corría el riesgo que se hubiese cerrado por dentro y todos mis planes se hubiesen ido a la mierda. Afortunadamente, Merceditas no había asegurado el pestillo y la puerta se  abrió. Con mi corazón latiendo a mil por hora, estuve a un tris de no entrar pero al final traspasé ese umbral y eso ha sido lo mejor que he hecho en toda mi vida.
Ajena a mi ingreso, la muchacha alegremente entonaba una canción. Sin conocer cúal iba a ser su reacción, me senté en el wáter y desde ahí me puse a observar a esa preciosidad. La mampara de la ducha era transparente y por eso nada me impidió verla totalmente desnuda bajo el agua. Con atención, me quedé valorando el estupendo cuerpo de esa mujer.
“¡Está tremenda!”, sentencié después de un minuto mirándola.
Merceditas tenía unos  pechos enormes pero firmes. Curiosamente semejante peso no había provocado que se cayeran y como auténticas astas de toro se mantenía tiesas mirando al tendido. Dos pezones negros decoraban ese par dándole una sensualidad que me hizo estremecer. Su vientre plano daba inicio a unas caderas desmesuradas y a un trasero formado por dos gigantescas nalgas.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente al disfrutar de semejantes cachetes.
Para entonces la hija de mi vecina se estaba aclarando el pelo y por eso se mantenía con los ojos cerrados, ignorante de mi escrutinio. Al girarse, reteniendo la respiración, disfruté de la visión de su coño. Sin estar depilado, estaba perfectamente arreglado. Un triángulo formado por unos rizos rubios adornaba el chocho de la muchacha.
Fue entonces, cuando se percató de mi presencia y tras el susto inicial, puso una sonrisa y me preguntó por su madre.
-Se ha ido al médico y tardará al menos dos horas en volver- respondí sin saber que me depararía el futuro.
Al escuchar de mis labios que estábamos solos, se relajó y bajando las manos con las que se había tapado los pechos, me preguntó:
-¿Vas a quedarte mirándome, o prefieres entrar a la ducha?
Y por si me quedaba alguna duda, para terminarme de provocar,  se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me miraba. Incapaz de rehusar tamaña invitación, me empecé a  desnudar sin dejar de mirar a la zorra de mi vecina.
-¡Las tienes enormes!- como un rugido salió de mi garganta ese exabrupto la ver el sensual modo en que se las estaba estrujando.
Descojonada por mi cara, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-¿Tú crees?…
Pensando que se había molestado, intervine diciendo:
-Pero son alucinantes, me encantan.
Merceditas se rio al comprobar mi nerviosismo y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití mientras dejaba caer mi calzón sobre el suelo de mármol.
Sin-t-C3-ADtulo5
Acto seguido, metí un pie en la ducha pidiendo permiso. Merceditas con la confianza que daba la diferencia de edad, tiró de mí y me metió junto a ella bajo el grifo. La tibieza de su piel mojada al pegarse a mi cuerpo, provocó que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Tienes tu pene a tope!- dijo al verlo.
Defendiéndome, la contesté:
-Y tú los pezones duros, ¡So puta!-le dije mientras agachaba mi cabeza y cogía al primero entre mis dientes.
Aun sorprendida por mi insulto y por mi audacia al mamar de su pecho sin pedirle permiso, no solo no se quejó sino que emitiendo un gemido de placer, riendo me dijo:
-Eres un pillín.
Ya lanzado, masajeé la otra teta mientras con la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo. Mi vecina cada vez más excitada separó sus piernas al notar que me acercaba a tesoro que escondía entre ellas. Al acariciar su vulva fue cuando me encontré con un elemento metálico entre sus pliegues.
-¡Tienes un pircing!- exclamé cogiéndolo entre mis dedos.
Tirando un poco de él, comprobé que se lo había puesto a un escaso centímetro de su clítoris. La muchacha al experimentar mi ruda caricia dando un grito, me pidió que fuera más lento.
– Oye, ¿Cuándo te hiciste eso? –  le dije dando otro tirón al adorno.
Mi vecina separó sus piernas antes de contestarme, señal clara de que le estaba gustando el trato.
-Llevo con él un par de años-
Intrigado por el asunto, me arrodille para observar desde cerca  el dichoso piercing, lo que interpretó mi vecina pensando que iba a hacerle una comida de coño y separando sus labios con dos dedos, lo puso a mi entera disposición.
-¿No te dolió cuando te lo hicieron?- pregunté mientras rozaba con mi dedo la joya.
-Un poco- reconoció dando un suspiro- pero vale la pena. Desde que lo llevó estoy cachonda todo el día.
-¡No te entiendo!- contesté mientras metía un primer dedo dentro de ella.
-Al andar, al subirme a un coche o al juntar mis piernas en la oficina, me roza el clítoris y me pone bruta- con la voz entrecortada me respondió.
– Eres una puta– le solté riendo mientras su coño se empapaba producto de mis maniobras. Lo supe no solo porque mi dedos entraba y salía con más facilidad de su sexo sino porque, desde la  mi posición, podía oler la aroma a hembra hambrienta de sexo que desprendía.
-¡Cómo me gusta!- gritó ya totalmente dominada por la lujuria- ¡Por favor! ¡No dejes de hacerlo!

Sin hacer caso a su calentura, separé yo mismo sus labios y me quedé mirando al aparato. El dichoso piercing tenía una forma parecida a los gemelos que usaba mi padre. Una barra coronada a ambos lados por dos bolitas metálicas. Habiendo satisfecho mi curiosidad, paseé mi dedo por la raja de  su coño antes de volverlo a introducir en su interior. El aullido que pegó a notar como la súbita penetración, me determinó a tratarla con dureza.

-¿Y el idiota de tu marido tampoco te lo come?
Merceditas  negó con la cabeza.
-¿En serio? ¡Ese tío es tonto!– respondí mientras sacando mi lengua le daba un primer lametazo.
Arrodillado a sus pies, vi como los ojos de mi vecina brillaban de deseo. Al verlo, aumenté la velocidad con la que mi dedo se estaba follando su coño, lo que provocó que Merceditas se estremeciera bajo la ducha y tuviese que agarrarse para no resbalar.
-La putita de mi vecina está cachonda- le solté más seguro de mí mismo al ver que incluso los pezones la traicionaban.
– La culpa es tuya, ¡cabrón! – respondió mientras presionaba mi cabeza contra su entrepierna: – ¿Por qué no me lo comes ya?
Torturándola, no le hice caso y le metí un segundo dedo en su interior. Aunque mi mente  me pedía saborear ese coño y oír a su dueña gemir de placer, decidí prolongar los preparativos. Lo que no había previsto era que esa puta pegara su sexo a mi cara mientras movía rítmicamente sus caderas. No me quejé cuando Merceditas me  restregó su sexo por la cara. Al contrario, sacando la lengua le pegué un segundo lametazo.
-¿Ves cómo tú también lo estas deseando?
-De acuerdo, zorra. ¡Te lo comeré si me dejas después follarte!
Como respuesta separó sus rodillas, dándome entender que primero quería que le hiciera una buena comida. Su nueva posición permitió que mi lengua recorriera sus pliegues mientras mi vecina no dejaba de gemir y jugueteando  con la punta su clítoris, di un buen repaso a ese coño antes de concentrarme en el piercing. Al recogerlo entre mis dientes mientras mordisqueaba el botón del placer de mi vecina, esta pegó un aullido y cerrando sus puños, me rogó que continuara.
Aprovechando su entrega volví a meter mi dedo en su interior sin dejar de chupar el bulto que ya estaba totalmente erecto entre sus labios. Merceditas al sentir esa doble estimulación, movió brutalmente sus caderas y dejándose llevar por el placer, chilló:
-¡Cabrón! ¡Me estás volviendo loca!- y sin importarle lo que pensara, me pidió que le metiera el segundo.
Siguiendo al pie de la letra sus instrucciones, le incrusté otro dedo y moviéndolos rápido en su interior, me la quedé mirando mientras la rubia sacudía las caderas restregando su sexo contra mi boca. No tarde en observar como su coño se contraía de placer y aprovechando que Merceditas estaba totalmente entregada, me decidí a meter el  tercero.
met-art_2013-01-03_CHELONA_10
-¡Me gusta!- berreó la mujer al notar que forzaba su entrada.
Intentando relajarla mordisqueé su clítoris con  tanta fuerza que  dando un grito alucinante, tuvo que apoyarse contra los azulejos al sentir que perdía fuerza en sus piernas.
-¡Sí! – jadeó moviendo más las caderas y presionando con sus manos mi cabeza: -¡Sígueme chupando!
Saboreando cada  lamida, seguí follando con mis dedos el coño de la rubia mientras ella no paraba de gemir descompuesta por el placer. Sabiendo que estaba a punto de correrse, le seguí sacando y metiendo mis tres falanges cada vez más rápido. Merceditas tiritando de placer en la ducha, no paraba de gemir en voz alta.
-¡Dios! ¡Me corro!– aulló mientras movía sus caderas de forma brutal – ¡Comete a esta puta!– gimoteó mientras la seguía masturbando. Al sentir que su cuerpo se crispaba, me agarro la cabeza y la presionó contra su sexo mientras me imploraba que no parase. Decidido a que esa mujer sintiera lo que era una buena comida de coño, continué lamiendo su clítoris con mayor intensidad si cabe.
-¡No puede ser!- gritó mientras mi boca se llenaba con su flujo.
La intensidad de su orgasmo fue brutal y derramando su placer por mis mejillas, usé mi lengua para sorber una parte del torrente en que se convirtió su chocho. Las piernas de mi vecina se cerraron sobre mi cara en un intento de retener el goce que la estaba asolando. Durante una eternidad, Merceditas convulsionó en mi boca mientras de su garganta no paraban de surgir berridos, tras lo cual se derrumbó y sentándose sobre el plato de la ducha, me miró extasiada, diciendo:
-¡Nunca me había nadie comido así!- y sin saber lo que significaría su promesa, prosiguió: -Dime cómo quieres que compense.
La sonrisa que lucía en su cara desapareció cuando levantándola, le dí la vuelta y separando los dos cachetes que me volvían loco, sintió uno de mis dedos jugueteando con su entrada trasera:
-¡Tienes un culo precioso!- susurré a su oído mientras removía mi yema en su interior: -Y quiero rompértelo.
Al oír su suspiro, comprendí que mi fantasía era compartida por ella porque mi vecina estaba cachonda de nuevo y sin poder soportar su excitación, me rogó que la tomara. Dando tiempo al tiempo, seguí relajando su esfínter mientras con la otra mano le empezaba a frotar su clítoris.
-Oh, ¡oh! ¡Dios mío! – gimió disfrutando de ese trato mientras intentaba forzar mis caricias presionando su culo contra mí.
Al comprender que debía de relajarlo, cogí una botella de aceite Johnson que había en un estante y echando un buen chorro sobre mis dedos, le pedí que se separara las nalgas con sus manos. La rubia me obedeció de inmediato y dando su aprobación me imploró que lo hiciera con cuidado. Al notar que se erizaba, le amenace mientras le daba un sonoro azote:
-Si no te quedas quiete, voy a destrozarte el ojete, ¡Puta!-
Mi vecina se sorprendió al sentir mi dura caricia pero contra todo pronóstico sintió que eso le gustaba y poniendo cara de puta, me imploró que le diera otra nalgada.  Muerto de risa, me negué y mordiéndole una oreja, la informé de que iba a follármela en plan salvaje. Merceditas presionó sus nalgas contra mi pene, demostrándome su aceptación. Como no quería hacerle más daño del necesario, seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado y entonces llevando mi pene hasta él, introduje suavemente mi glande en su interior.
met-art_2013-01-03_CHELONA_12
Chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, esperó a que se disminuyera su dolorpara echar hacia atrás su trasero. Mi pene se introdujo lentamente en su interior de forma que pude sentir como mi extensión forzaba los pliegues de su ano al hacerlo. El sufrimiento la estimuló y llevando su movimiento al extremo, no cejó hasta absorberlo en su totalidad.
-¿Te gusta?-, pregunté.
-Sí pero duele-, respondió y tras unos momento de tranquilidad, retomó el vaivén de sus caderas con auténtica pasión.
Poco a poco ese ritmo alocado, permitió que mi sexo deambulara libre en su interior. La muchacha poseída por un salvaje frenesí, me pidió que no tuviese cuidado. Haciendo caso, usé sus pechos como apoyo y acelerando mis penetraciones, la cabalgué como si fuera una potra. Ella, totalmente descompuesta, gimió su placer e incorporándose me pidió que la castigara. Comprendí lo que deseaba y acercando mi boca a su hombro, lo mordí con fuerza. Su grito de dolor no me importó y clavando mis dientes en su carne, forcé su espalda mientras mis dedos acariciaban su excitado clítoris
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto mientras la masturbaba con la mano.
No me lo podía creer esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que la follara sin compasión diciendo:
-¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi vecina se contagió de mi calentura  y  apoyándose en los azulejos de la ducha, gritó que no parara. Pero fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas, cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullandocomo una perra se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! –
Al oir Merceditas a su vecino reclamándole su poca pasión, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de gemir con  cada penetración con la que forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cara a la pared, hasta que aprisionada tuvo que soportar que el frio de las baldosas contra la su piel de sus mejillas mientras se derretía por el duro trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Puta! ¿Primero me provocas y ahora me pides que pare? ¡No pienso hacerlo –
Que le recriminara su comportamiento, le sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones.
-¡Córrete dentro de mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque deseaba seguir dándole por culo, el cúmulo de sensaciones pudo mas y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le pellizcaba con dureza uno de sus pezones.
-Ahh- chilló al sentirlo.
Satisfecho y exhausto, seguí bombeando en sus intestinos hasta que ordeñé mi miembro por entero y entonces, la besé. Fue un beso tierno de amante. Merceditas se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Y tras salir de la ducha y mientras nos secábamos con una toalla, se acercó a mí y acariciándome el paquete, me preguntó si hacía chapuzas a domicilio.
-Por supuesto, ¿Qué necesitas?
Con todo descaro, se agachó frente a mis pies y despertando a mi pene mediante besos, contestó:
-Un biberón cómo este: ¡Un par de veces a la semana!.met-art_2013-01-03_CHELONA_18
Viewing all 7984 articles
Browse latest View live