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Relato erótico: «La fábrica 17» (POR MARTINA LEMMI)

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Sin títuloEn eso,  mi rostro quedó súbitamente liberado y el aire volvió a entrar en mis pulmones: súbitamente cobré conciencia del largo rato que llevaba sin hacerlo.  Lo curioso del caso fue que, más allá del evidente alivio por volver a respirar, también en parte lo lamenté: sé que suena raro, pero, de pronto, había pasado a extrañar esa sensación de ahogo, de asfixia… Levanté la mirada y vi al joven, quien se había puesto en pie, aunque seguía mirándome desde lo alto; yo lo veía enorme, inmenso, musculoso, casi un dios griego, pero repito: era muy posible que, por mi estado, estuviera percibiéndolo todo de modo sobredimensionado aun cuando el muchacho fuera, sin lugar a dudas, una más que ostensible colección de atributos físicos.  Detecté en sus labios una ligera sonrisa que era puro erotismo y, casi de inmediato, lo vi comenzar a quitarse el slip: tal imagen hizo que volviera a relamerme y hasta con más ganas que antes, pues ahora podía contemplar, al desnudo, su formidable miembro erecto.  Era tanta la distorsión espacial producida por las drogas que intenté alcanzarlo con mi lengua, cosa que, desde ya, era del todo imposible estando él de pie y yo echada en el piso.

Una feroz embestida sexual me hizo, en ese momento, retorcer en una mezcla de dolor y placer; se trataba, obviamente, del otro stripper, de quien yo había desviado mi atención por un momento pero que, sin embargo, no había parado nunca de cogerme aunque parecía, ahora, haber intensificado el ritmo.  Me dio la sensación de que su intención al hacerlo era, justamente, recuperar mi atención.  ¿Celos entre compañeros?  Me divirtió la idea y me excitó la posibilidad de que, tal vez, estuvieran sosteniendo entres sí una competencia para determinar cuál de ambos lograba calentarme más.

Eché un vistazo en derredor: las chicas estaban, como no podía ser de otra forma, aún allí, morbosos sus ojos y arracimadas en torno a la lujuriosa escena que me involucraba.  Se las veía reír a más no poder pues abrían sus bocas en toda su magnitud y podía yo ver sus dentaduras completas pero la realidad era que ni un solo sonido llegaba a mis oídos: un silencio sobrecogedor era el mudo marco de mi degradación.  Y como yo percibía todo potenciado, en los rostros vi demonios, brujas, súcubos, arpías… No se trataba de una alucinación o, al menos, yo no lo percibía como tal: era más bien como si, por efecto de las drogas, pudiera yo ver sus verdaderos rostros, los que ocultaban durante el día; como si pudiera ver el espíritu perverso y oculto que anidaba tras los ojos de cada una y que permanecía enclaustrado durante las largas horas de oficina: quienes en ese momento me rodeaban no eran ni por asomo esas muchachas a las cuales yo veía, día tras día, desempeñarse con seriedad y diligencia; eran seres demenciales, surgidos de algún infierno y sedientos de lujuria y perversión…   La imagen me inquietó y un espasmo de horror me recorrió el cuerpo aunque, a la vez, aumentó mi excitación: hasta lo terrorífico parecía, ahora, resultarme fascinante.  Evelyn, por su parte, era un perfecto diablo, o diabla: ya no la veía como una secretaria disfrazada; era Lucifer mismo en versión femenina y mi sensación era que el verdadero disfraz era el que usaba todos los días en la fábrica.  Su risa, aun cuando no lograba oírla, era la carcajada misma del infierno: así lo mostraban sus expuestos dientes, los miles de hoyuelos que se le marcaban en el rostro y el fulgor maligno que irradiaban sus ojos.  En un momento, mientras el stripper no cesaba un instante de cogerme como una máquina, ella apoyó el tridente sobre mi pecho y pinchó sobre los pezones; no sé qué tan de utilería sería ese tridente, pero lo sentí punzante y, una vez más, morbosamente placentero.

La potente verga del joven seguía entrando cada vez más profundo en mí y me parecía sentirla en el esternón: otro efecto de las drogas.  Fuese como fuese, no pude evitar el cerrar los ojos y abrir la boca por completo en muda expresión de entrega al placer.  Mi garganta quería emitir sonido: un jadeo… o un gemido que estaba allí atrapado y pugnaba por salir.  No llegó a hacerlo de todos modos; no tuvo tiempo.  Aprovechando que mi boca se hallaba abierta, el otro joven se acuclilló sobre mí y hundió su verga en ella.  Sentí que el extremo me tocaba la garganta y me retorcí nuevamente pero no rechacé la invasión sino más bien todo lo contrario: apresé el pene con los labios, y creo que hasta con los dientes, con tal de no dejarlo escapar.  Y así, me encontré en medio de una doble penetración como nunca antes había sentido en mi vida: la fábrica seguía arrojándome hacia una interminable vorágine de experiencias nuevas y placeres desconocidos que iban, poco a poco, matando a la Soledad que alguna vez había traspuesto la puerta en busca de trabajo. 

De manera maravillosa y sensualmente coordinada, ambos bombeaban al mismo tiempo: uno dentro de mi vagina, el otro dentro de mi boca.  Mi cuerpo se removía envuelto en escozores que nunca había sentido antes; era como si un millón de hormigas caminaran por encima recorriéndome cada parte íntima y manteniéndose sobre ellas hasta hacerme llegar al estallido.  Así era, exactamente, como me sentía: a punto de estallar de un momento a otro… y quería hacerlo: me sentía en la necesidad de hacerlo.

Profesionales como eran, ambos llegaron a un mismo tiempo.  El semen me invadió por ambos flancos: vagina y boca.  Tuve la sensación de ser inundada en mi interior, que ambos ríos de leche se juntaban y se confundían hasta formar una única corriente que me quemaba y me consumía por dentro; era como si toda mi humanidad estuviera llena con el semen de los dos.  Era una locura, desde ya, pero hasta tuve la sensación de que se me escapaba por las orejas y nariz…

Cuando hubieron, casi literalmente, “acabado” conmigo, se pusieron de pie a un mismo tiempo mientras yo sentía las gotas del sudor de ambos caerme encima como una llovizna lasciva.  Una vez más, volví a tener un paneo general del grupo a mi alrededor: un mar de rostros pletóricos de lujuria, placer y diversión.  Algunas manoteaban a los strippers o, por lo menos, al que yo llegaba a ver, pues el que había dado cuenta de mi boca se hallaba ahora detrás de mi cabeza y fuera de mi campo visual.  Pensé, en parte con pesar, que la cosa había terminado o, al menos, aquel segmento de mi despedida: la parte en que yo era cogida.  Me equivoqué: el stripper se arrodilló nuevamente y volvió a tomarme por las caderas, pero esta vez lo hizo para girarme, de modo que me dejó boca abajo o, más bien, con mis tetas aplastadas contra el piso.  Su mano se apoyó sobre mis nalgas y, otra vez, acudieron a mí imágenes de Luciano o de Tatiana; de hecho, sobaba de un modo semejante, aun cuando le agregase una cuota de salvajismo animal que, contrariamente a lo que sentí al ser sobada por el sereno, me generaba una fuerte e incontrolable excitación.  Me sentí muy puta… y sabía que ésa era la imagen que estaba dando ante mis compañeras de trabajo.

Yo seguía sin escuchar nada; los sonidos aún no regresaban a mis oídos y hasta llegué a temer que mi sordera hubiera ya adquirido carácter permanente.  A pesar de ello, pude sentir cómo, separando mis plexos, el joven escupía dentro de mi orificio  para después, introduciéndome un dedo, trazar círculos de tal modo de ensalivarme y lubricarme.  Estaba obvio que su plan era entrarme por el culo.  En lugar de resistirme, apoyé aun más mis tetas contra el piso a los efectos y levanté la cola como hembra en celo a punto de recibir el pene de un macho.  En cuestión de segundos, su verga me entró por detrás y la peculiar mezcla de dolor y placer me volvió, pero potenciada a un punto imposible de poner en palabras.  Abrí grande mi boca y grité; o creí hacerlo, no sé: ya para esa altura ni siquiera sabía si los sonidos no me surgían o simplemente yo no me escuchaba. 

Al levantar la vista vi a todas las demás, enardecidas al punto de lo orgiástico, y recién entonces recalé en que varias de ellas… me estaban tomando fotos.  Claro, tonta de mí.  ¡Dios!  ¿Qué había esperado?  ¿Qué las chicas fueran a comportarse con celo profesional y decidieran no quedarse con un solo recuerdo de tan particular e inolvidable reunión?  No era de extrañar, incluso, que más de una me estuviera filmando.  Algo por detrás del grupo, llegué a distinguir al sereno: aun sin verlo muy bien, lo poco que percibí fue suficiente para darme cuenta de que se hallaba muy excitado pero que, además, contemplaba la escena algo compungido; interpreté que debía ser por no poder participar ya que, de hecho, la propia Evelyn se lo había prohibido algún momento antes.  Es sumamente extraña la mente humana y mucho más la femenina, porque juro que en ese momento sentí lástima por él… Y hasta me pareció una injusticia que lo apartasen.  ¡Dios!  ¡Qué locura!

Una nueva y feroz entrada anal me abstrajo de tales pensamientos y me llevó bruscamente de vuelta al demencial escenario en el cual yo era cogida, mancillada y denigrada.  Cerré los ojos nuevamente y volví a dejar escapar uno de mis mudos gritos; al volver a entreabrirlos, mi vista se topó con el otro stripper, al cual había dejado de ver por algún rato.  Lo curioso del asunto era que se había colocado a cuatro patas por delante de mí y ofrecía a mis ojos el espectáculo de su bello y perfecto culo al desnudo; apoyándose en sus manos, flexionó sus piernas y retrocedió de tal manera de ubicar su magnífico trasero a pocos centímetros por delante de mi rostro; yo sólo tenía ganas de alcanzarlo, de besarlo, de lamerlo: él bien sabía eso y seguramente con esa intención me lo acercaba.

Sin poder contenerme ni querer hacerlo, estiré el cuello y saqué mi lengua por entre los labios; le lamí con fruición casi animal cada pulgada de su lustrosa carne y luego disparé la lengua como el dardo de una cerbatana en busca del tentador orificio que, generoso, se ofrecía como una flor abierta en la medida en que el joven, ahora, procedía a separar al máximo sus piernas.  La imagen me retrotrajo a la oficina de Hugo y a aquellas lamidas de culo que había tenido que darle; era una suerte no poder escuchar a Evelyn pues no me cabía duda de que estaría recordándolo a todas en ese mismo momento y enrostrándome mi tendencia a lamer culos.  De sólo pensar que ella me estaba viendo, mi estómago se revolvió.  Pero el deseo y la lascivia pudieron más.  Aquel hermoso trasero, definitivamente, no era el de Hugo: era un bello culo en el cual sólo daban ganas de entrar… Y entré: llevé la lengua bien profundo, trazándole círculos, serpenteándole, recorriéndole cada centímetro y yéndole siempre un poco más y más adentro mientras, de manera análoga, el otro stripper iba haciendo exactamente lo mismo con su verga dentro de mi culo.  El movimiento de mi lengua logró excitar al que tenía por delante, lo cual se hizo notable en que los músculos se le tensaron, cosa que yo viví con sumo placer y sensación de triunfo.  Intentó, más por reflejo que por otra cosa, impulsarse hacia adelante para escapar a mi penetración pero yo estiré mi cuerpo como una víbora y no le saqué la lengua ni un solo centímetro: por el contrario se la hundí más.  No vas a escapar bebé, pensaba: voy a cogerte.  Al moverme, por supuesto, la verga del otro stripper se salía un poco de mi culo pero él, emulando de algún modo mi propio accionar, también se impulsaba y estiraba en cada oportunidad en que yo lo hacía y así, su miembro, para mi infinito placer, recuperaba todo el tiempo el terreno perdido.

Cuando sentí que, ahora por mi entrada trasera, el río de semen me invadía nuevamente, mi cuerpo se contrajo en un nudo de placer y mi rostro se aplastó aun más contra la cola del otro stripper.  Dejé de introducirle la lengua pues el placer me dominó al extremo de dejarme sin fuerzas siquiera para eso y, por el contrario, tuve que retraerla; aun a pesar de ello, no despegué mi rostro un centímetro de tan precioso culo y, en lugar de lamer, me dediqué ahora a chupar, a succionar, como si tratara de arrancarle de allí dentro vaya a saber qué: yo sólo sabía que quería ese culo para mí… y en ese momento era mío, mal que pudiera pesarle a alguna que otra envidiosa que me estuviera viendo o filmando.

El stripper que se hallaba delante de mí, se apartó finalmente y yo, extenuada, caí de bruces al suelo, con tan pocas fuerzas que ni siquiera mis brazos lograron amortiguarme y mi mentón golpeó contra el piso no muy suavemente.  El otro, desde atrás, retiró su miembro de mi orificio y así, al parecer, daban por finalizada su tarea; o, mejor dicho, una parte de ella ya que daba por descontado que de allí en más serían las chicas quienes darían cuenta de ellos… o bien ellos de las chicas.  Sentí un triple pinchazo en la base de la espalda y, en un impulso casi eléctrico, me giré y quedé boca arriba nuevamente.  Se trataba, por supuesto, de Evelyn, quien, enfundada en su impecablemente perverso atuendo de diabla, acababa de pincharme a los efectos de que me diera la vuelta y, de hecho, lo había logrado.  Su rostro seguía cruzado por esa pérfida sonrisa de oreja a oreja que hacía empalidecer a la más maléfica de las brujas; a su alrededor, todo eran risas y festejos.  Tal como yo había supuesto, ya un par de muchachas se habían arrojado encima de los strippers casi como si fueran terroríficas arpías a punto de devorar un par de hermosos cuerpos.  Me di cuenta de que mis oídos volvían a oír, aunque, de todas formas, se trataba de una percepción confusa: eran como voces distantes que iban y venían como en olas de sonido o como si varias emisoras de radio se entremezclaran sin que fuera posible captar la sintonía de alguna en especial…  También noté que mi percepción del tiempo estaba alterada: veía, tanto a las chicas como a los muchachos, moverse despacio, cadenciosamente, casi como en cámara lenta…

Me sentí mareada.  Muy mareada.  Cerré los ojos y me llevé las manos a las sienes en un gesto reflejo que era acorde con el intento por reordenar mi cabeza, pero antes de que hubiera llegado a siquiera comenzar a hacerlo, una nueva y triple punción se hizo sentir sobre mí, esta vez en mi pecho.  Abrí los ojos y, como pude, miré hacia lo alto.  Alcancé a distinguir que Evelyn le pasaba el tridente a una de las chicas mientras otra le ponía en sus manos dos botellas, al parecer, de champagne.  La colorada hizo girar ambos envases hasta ponerlos en posición invertida y luego vertió su contenido sobre mí; el champagne bañó por completo mi cuerpo: piernas, sexo, pechos, rostro; tuve incluso que cerrar los ojos pues me entró en ellos y me irritó.  Antes de que consiguiera abrirlos nuevamente, sentí que un cosquilleo multiplicado por mil me hormigueaba excitantemente por todo el cuerpo y, una vez más, me sentí arrastrada al cielo de mi lascivia… o al infierno de mi decadencia.  Al lograr entreabrir los ojos un poco, noté que algunas de las muchachas se habían puesto a cuatro patas junto a mí y se dedicaban ahora a recorrerme con sus lenguas en toda mi extensión, buscando cada gota de champagne que Evelyn pudiera haber derramado  y dando cuenta de ella.  Una se concentró en mi sexo y no pude evitar lanzar un largo y sostenido gemido al sentir su lengua allí; redoblando la apuesta, ella fue aun más adentro y, ya para esa altura, creo que lo que la joven estaba sorbiendo era un triple cóctel entre el champagne, mis propios fluidos y los vestigios de semen que el stripper pudiera haber dejado en mi vagina.  Me retorcí en un intenso estado de placer y mis pies, ya hacía rato descalzos, patalearon en el aire en un vano intento por escapar a aquello a lo que, de todas formas, una parte de mí pugnaba por no resistirse.

Al cabo de algún rato y mientras yo sentía que seguía cayendo y cayendo dentro del abismo, escuché un grito de Evelyn cuyo significado no llegué a precisar: sonó como una orden que, al menos para mí y en el estado en que me hallaba, resultó inteligible.  Las jóvenes dejaron de jugar con sus lenguas sobre mi cuerpo y se apartaron de mí; casi de inmediato, vi a la “chica cowboy” arrodillarse por delante de mí, justo entre mis piernas.  Como si se tratase de algún un plan urdido de antemano, Evelyn sacó, de algún lado, un consolador al cual creí reconocer como el mismo con el cual tantas veces le había dado placer a Luciano y con el que la putita de Rocío me había penetrado por el culo en su oficina.  De no ser el mismo, era muy parecido y supongo, de todas formas, que los consoladores, en algún punto, se deben parecer todos entre sí.  Sin embargo la idea de que pudiese ser el mismo me produjo un fuerte escozor… y me excitó: de no serlo, yo quería pensar que sí lo era…

Evelyn, siempre exhibiendo su diabólica sonrisa, me enseñó el consolador y lo hizo bailar y girar un poco entre sus dedos; luego lo mostró al grupo en general y me pareció escuchar que se levantaba una explosión de algarabía y celebración, aun cuando seguía escuchando entrecortado y como en oleadas: la escena parecía un ritual. Evelyn le dio el objeto a la “cowgirl” del mismo modo que si le estuviese entregando alguna daga de sacrificio.  La joven, de hecho, lo recibió como tal y tras dedicarle una sonrisa a Evelyn, su semblante tornó en seriedad en cuanto se volvió hacia mí.  Al igual que la colorada lo hiciera antes, me mostró el falo; lo escupió en la punta (no sé con qué sentido ya para esa altura; creo que fue más un gesto ofensivo hacia mí que un intento de lubricación) y luego me lo introdujo con una fuerza que volvió a remitir a la idea de que yo estaba siendo sacrificada.  Dejé escapar un grito que cortó el aire y, por primera vez en mucho rato, volví a oírme a mí misma, supongo que debido a la  intensidad del grito.  La “cowgirl” se dedicó a penetrarme con el consolador una y otra vez sin la más mínima piedad y sin darme respiro; poco parecía importarle que yo me retorciera en violentas convulsiones o que de mi garganta brotara un alarido de dolor tras otro: ella seguía y seguía como si nada y, al hacerlo, de manera increíblemente paradójica, me llevaba al súmmum de los sentidos, ese lugar misterioso en el cual dolor y placer se encuentran.  Y así, mientras yo seguía siendo penetrada sin atisbo alguno de que la chica tuviera en mente atenuar el ritmo, me encontré transportada otra vez a algún sitio lejano, muy, muy lejos de la Soledad original, ésa que nunca habría gozado con su propia humillación y que, por el contrario, se hubiera horrorizado ante la sola idea.

Me hizo llegar al orgasmo pero, en lugar de mermar en la penetración, la hizo recrudecer al punto de no dejar recuperarme ni darme el mínimo respiro pues, claro, ella me estaba cogiendo con un miembro artificial y, como tal, no experimentaba orgasmo alguno que pudiese frenarla.  No sé cuántas veces me hizo llegar; no las conté y tampoco hubiera podido: cuando dejó de penetrarme, no me dio la sensación de que fuera porque finalmente se hubiera apiadado de mi morboso suplicio sino, más bien, porque estaba cansada de tanto bombear sin parar durante largo rato.  Demás está decir que quedé en el piso rendida, totalmente vencida y sin energía para absolutamente nada: mis brazos y piernas estirados al límite, como buscando asirme a vaya a saber qué; mi respiración jadeante, haciendo subir y bajar mi pecho una y otra vez.

Ya no podía haber más o, al menos, eso era lo que yo creía.  Como para terminar de confirmarme lo equivocada que estaba, sentí cómo un objeto se apoyaba contra mi boca y, sin permiso alguno, aplastaba con fuerza mis labios hasta obligarme a abrirlos y, así, abrirse paso por entre mi dentadura.  No fue difícil darse cuenta que lo que acababa de entrar en mi boca era el mismo falo artificial con el que había sido penetrada hasta hacía un momento. 

Con angustia y desesperación, abrí grandes los ojos y alcé la vista, pensando que me iba a encontrar, una vez más, con la “chica cowboy”, pero no: me encontré con un rostro pequeño enmarcado en rubios cabellos que caían por los costados de una gorra de policía; quien estaba introduciéndome el consolador en la boca no era sino la putita despreciable de Rocío.  Me lo llevó tan adentro que me produjo una intensa arcada y hasta temí la posibilidad de ahogarme por vomitar boca arriba; lejos de detenerse, ella lo empujó bien adentro hasta que el extremo tocó mi garganta; una vez ubicado allí, aplastó la base del consolador a efectos de que no dejarlo salir un solo centímetro de adentro de mi boca.  Mis ojos, que eran pura desesperación, miraron en derredor y se encontraron con dos jovencitas que le alcanzaban a Rocío una cinta de embalar, de ésas mismas que se utilizaban en la planta para preparar los pedidos.  Una de ellas me pasó sus manos por debajo de la nuca y me hizo despegar un poco la cabeza del suelo mientras Rocío y la otra joven se dedicaban a darle a la cinta varias vueltas alrededor de mi cabeza hasta no sólo dejarme amordazada sino, además, con una verga artificial dentro de mi boca e imposibilitada de salir debido, precisamente, a la cinta.  Por más que intentara escupirla o despedirla, era inútil… Rápidamente, me incorporé hasta quedar sentada y llevé mis manos a la cinta para tratar de quitármela pero, antes de que pudiera hacer nada, ya las chicas se habían encargado de tomarme por las muñecas y llevármelas a la espalda para que, una vez allí, Rocío se encargara de colocarme las esposas nuevamente.  Quedé esposada, amordazada… y con un consolador dentro de mi boca.

Siguieron durante un rato bebiendo y consumiendo pastillas a más no poder, mientras yo, ahora, había pasado a ser convidada de piedra, lo cual en buena medida era un alivio.  En efecto, durante algún rato parecieron olvidarse de mí y lanzarse sobre los strippers.   Echada como estaba, en el piso, no vi, al menos desde mi posición, que ninguna se dejara coger por alguno de los muchachos y sí vi, en cambio, que más de una les mamó la verga o bien no les dejó palmo de la piel sin tocar o lamer.  La que parecía permanecer como más ajena a todo era, paradójicamente o no, Evelyn, quien, a fin de cuentas, se había jactado más de una vez, en mi presencia, de no ser “fácil”.  Su rol, como lo dije antes, era el de maestra de ceremonias, casi un correlato del que cumplía en la fábrica: ella organizaba, delegaba, distribuía, disponía, reglaba… pero no intervenía, al menos no en un sentido sexual propiamente dicho.

En eso Rocío se me acercó y temblé de la cabeza a los pies.  Yo estaba tendida algo ladeada y, por lo tanto, ella me propinó un ligero puntapié en las caderas que tenía como claro objetivo el que me pusiera boca arriba nuevamente.  Así lo hice y, en ese momento, pude ver  cómo ella introducía las manos por debajo de su corta falda y se quitaba la ropa interior para arrojarla a un lado.  Bastaba con verla para darse cuenta que estaba totalmente desvirtuada: borracha y drogada.  Plantó el taco de una bota junto a una de mis orejas y el otro junto a la otra para luego hincarse; al ver que su vagina venía hacia mí no pude evitar ladear, sino mi cuerpo, al menos sí mi cabeza ligeramente.   Se me cruzó por la cabeza la repugnante idea de que aquella putita de mierda fuera, ahora, a querer, que le diera una chupada en su concha, pero la realidad fue incluso peor que eso.  En el preciso momento en que ladeaba mi cabeza, sentí que mi rostro era bañado por un líquido caliente del cual no tardé en determinar que se trataba de orina.  La muy hija de puta me estaba haciendo pis encima.  Con repulsión, cerré los ojos y me removí tratando de zafar de tan incómoda situación, pero era inútil: sólo lograba que me dolieran las muñecas al intentar liberarlas de las esposas que la misma Rocío me había colocado; quería gritar pero, desde ya, no podía hacerlo y menos con mi boca amordazada y con un pene artificial dentro de ella; extrañamente, agradecí en parte que allí estuviera ya que la cinta de embalar con que lo habían asegurado impedía que la orina corriera hacia adentro de mi boca.

Cuando el grueso de la orina dejó de caer, la putita rubia permaneció un ratito más moviéndose de tal forma de hacer que cayera hasta la última gotita sobre mí y, recién cuando consideró que era así, se incorporó y volvió a la fiesta con las demás.  Nadie pareció haberse dado cuenta de lo ocurrido y me dio por preguntarme cómo habría reaccionado Evelyn de haberla visto.  Qué estúpida y qué ingenua era: todavía me aferraba a la esperanza de que Evelyn fuera, en algún momento, a protegerme o, cuando menos, a marcarle algún límite a las demás en cuanto a qué podían o no podían hacerme.  ¿Por qué pensaba eso?  Pues, por lo que dije: por estúpida y por ingenua.

La meada de Rocío sobre mí pareció, de hecho, hasta crear escuela.  Yo no sé si alguna de todas la habría visto, pero unos minutos después otra de las muchachas, con uniforme de “power girl”, se hincó sobre mí y también dejó descargar su orina, esta vez sobre mi pecho.  Evelyn se giró y la vio pero, tal como era de esperar, no la reprendió: sólo atinó a sonreír y, en todo caso, le dio una reprimenda que sonaba más en broma que en serio, pues dijo algo así como “chicas, vayan al baño” o, al menos, eso fue lo que creyó captar mi trastocado sentido de la audición.

Por suerte, nadie más me meó.  En algún momento dejé de ver a los strippers, de lo cual inferí que debía haberse cumplido su horario.  A las chicas ya no parecía quedarles bebida y a algunas se las veía realmente mal, vomitando por algunos rincones de la fábrica.  Alcancé a escuchar que Evelyn protestaba y les recordaba que, después, habría que dejar todo limpio.  Con todo, el festejo parecía lejos de haber terminado.  Por el contrario, una de las chicas (creo que Milagros) propuso la idea de ir a algún bar o boliche.  Evelyn pareció recibir excelentemente la propuesta pues sus ojos se iluminaron y se la notó visiblemente entusiasmada, al igual que el resto de las chicas o, al menos, las que todavía podían generar algún sonido o movimiento. 

La sola idea de que fueran a sacarme de la fábrica en el estado en que me hallaba y con el aspecto que lucía, sólo pudo aterrarme.  Humillar al agasajado a agasajada en una despedida de soltero paseándolo por toda la ciudad con el culo al aire es, desde ya, una costumbre bastante repetida y, como tal, no podía sorprenderme que tuvieran ese plan para conmigo.  Pero la noche que acababa de vivir era muy especial y, si algo no entraba en mi ya revuelta cabeza, era la posibilidad de verme sometida a semejante humillación pública con el agravante de, incluso, poder ser vista por alguna de las amistades de Daniel o por el propio Daniel.

“¿Vamos a dar una vuelta, nadita?” – me preguntó Evelyn, inclinándose hacia mí y dispuesta, al parecer, a alzarme en vilo del piso para así, llevar adelante el demencial plan.

Ya ahora volvía yo a escuchar perfectamente.  Aterrada y con los ojos desorbitados, negué con la cabeza.  Di por descontado que ese gesto no detendría a Evelyn, sino que, por el contrario, le daría aun más ánimos pues ya para esa altura era sabido que la muy perra se complacía haciéndome precisamente aquello que yo no quería.  Me equivoqué; sorpresa absoluta: su rostro se cubrió de un velo de tristeza.

“Ay, qué ortiva que sos  – se lamentó -. ¡Es tu despedida!  ¡Qué cortada de mierda!  Bueno, en fin, está bien: te quedáras acá… Vos y un par más que no sirven para nada” – echó un vistazo en dirección a dos jóvenes que yacían hechas un ovillo junto al muro.

“¿Limpiamos primero?” – preguntó una de las chicas.

“Ni en pedo – le respondió Evelyn con gesto desdeñoso -.  Luego volvemos y lo hacemos.  Tenemos que volver, de todas formas, a buscar estas piltrafas que dejamos en la fábrica.  Dejemos a nadita sobre la mesa”

Me tomaron entre dos o tal vez más y me alzaron como si fuera una bolsa de papas para echarme, boca abajo, sobre el mantel de la improvisada mesa, el cual estaba hecho una desgracia con tantos restos de torta, crema, alcohol y demás.  Yo, por cierto, no le iba en zaga y, de hecho, alguna de las chicas que me llevó hasta allí protestó con repugnancia:

“¡Qué asco!  ¡Está toda sucia… y meada!  ¡No se sabe ni por donde agarrarla!”

Quedé sobre la mesa, desvalida y amordazada.  ¿Tendrían al menos en mente quitarme la cinta de embalar y el consolador antes de irse?  No parecía haber señales de que albergaran una idea semejante.  Por el contrario, se las notaba, sí, muy empeñadas en acomodar su ropa y asearse un poco con vistas a la salida.  De pronto sentí que un objeto de punta redondeada me tocaba la cola.  ¡Dios!  ¿Tenían otro consolador?

“Te vamos a dejar un regalito para que no nos extrañes” – me dijo Evelyn, con sorna, acercándose a mi oído izquierdo.

Acto seguido pude sentir cómo otra vez mi entrada anal era usurpada, en este caso por un miembro artificial.  Todos los músculos se me tensaron; crispé los puños e intenté gritar pero, desde luego, fue otra vez inútil.  Evelyn, o quien fuera que me estuviese introduciendo el objeto, lo llevó tan adentro como pudo y, sólo un instante después, sentí que alguien me levantaba por la cintura para permitir que me colocaran cinta de embalar alrededor de mis caderas de tal modo de dejar encintados tanto mi bajo vientre como mi entrada anal, lo cual era, en definitiva, el objetivo de fajarme de esa manera.  Así, la cinta cumplía con la función de evitar que el consolador se saliera de mi cola o bien de que yo misma lograra, con mis movimientos, sacármelo cuando las chicas no estuvieran allí.

Y así fue como me dejaron: hecha una vergüenza, una ignominia; con un consolador dentro de la boca y otro dentro del culo aprisionados por sendas cintas de embalar, a la vez que las esposas que hacían presa de mis muñecas me impedían cualquier tipo de movimiento tendiente a librarme un poco de mi tormento.  Evelyn me dio un beso en la mejilla y alguien me propinó una palmada en las nalgas justo antes de que se retiraran.  La planta quedó en el más absoluto silencio y no pude sino compungirme al ponerme a pensar cuánto tiempo iría a quedar yo en esa situación pues no había modo de saber cuánto tardarían en regresar o si lo harían realmente: bajo efectos de alcohol y drogas, todo era posible.  Miré de soslayo hacia las chicas que habían quedado en el lugar; eran un estropajo a ojos vista y parecían haber quedado profundamente dormidas.  No podía esperar nada de ellas y, por otra parte, ¿no habían sido acaso también ellas parte de la humillación a que acababan de someterme?  ¿Hasta qué punto cabía esperar ayuda de su parte?

La perspectiva de que el resto no regresara me llenó de pánico ante la idea de  ser sorprendida en la mañana por alguien.  Por suerte era sábado y, por lo tanto, no iba a haber operarios (al menos no en teoría), pero tal vez algún personal de limpieza o… ¡un momento! ¿Y el sereno?  ¿Se habría ido?  En principio no tenía sentido teniendo en cuenta que su trabajo allí era, precisamente, cuidar la fábrica cuando no había nadie.  ¿Vendría algún relevo?  ¿Sería otro el sereno para los sábados? 

Me comencé a remover sobre la mesa;  consistiendo ésta en varias mesas unidas, era inevitable que resonaran al entrechocarse y, si el sereno estaba por allí, quizás acudiría en mi ayuda como alguna vez lo había hecho yendo en busca de Luis.  Me agité y me retorcí una y otra vez; no dejaba de ser incómodo porque, por momentos, sentía que el consolador se removía y se clavaba aun más dentro de mi culo, pero tenía que hacer el mayor ruido posible si quería llamar la atención.

Oí unos pasos detrás de mí y el corazón me saltó en el pecho.  ¿Habría dado resultado mi intento?  Yo no conseguía girarme lo suficiente como para cerciorarme pero estaba plenamente segura de que alguien se había ubicado a mis espaldas.  De pronto, una mano se apoyó desde atrás sobre mis muslos: fue un shock, por supuesto, pero en parte me alegré al reconocer en ese rústico roce y en ese tosco tacto la inconfundible mano de Milo.  Yo sólo quería gritar a viva voz y pedirle que me liberara pero él, para mi decepción, parecía concentrado en recorrerme los muslos una y otra vez, esos mismos muslos que estaban sucios de crema, champagne, semen y tal vez… orina.  Luego subió hasta mi cola y pareció, por un momento, detenerse, como vacilante: era como si buscara interpretar qué era lo que me habían hecho; tal vez se preguntaba qué función cumplía allí la cinta de embalar y, de hecho, tanteó por encima de ella como tratando de reconocer algo debajo.

Quizás, me dije, ése era el momento en el cual él tomaba verdadera conciencia de mi situación y, apiadándose de la misma, procedía a liberarme.  Sin embargo, nada de eso parecía ocurrir y mi angustia iba en aumento, sobre todo al no poder hablar.  De pronto un bulto de tela azul se depositó sobre la mesa a mi lado y, al desviar mi vista, descubrí que se trataba del guardapolvo del sereno, de lo cual inferí que se lo habría quitado.  Un instante después escuché el sonido de su cinturón al desabrocharse y el pánico volvió a apoderarse de mí.  Comencé a patalear; era lo único que podía hacer, pero él me tomó por los tobillos y me separó las piernas.  Comprendí entonces que su objetivo era, en realidad, mi vagina, la cual, por cierto, estaba al descubierto ya que la cinta de embalaje que sostenía el consolador dentro de mi culo pasaba algo más arriba.  Y a continuación, lo inevitable: su verga, casi sin preámbulo, entró en mi sexo.

Se acababa de agotar mi última esperanza y no sólo eso, sino que Milo había optado por sumar una ignominia más en mi contra, aun cuando, seguramente, no fuera consciente de ello.  Mientras me agitaba inútilmente y hacía esfuerzos denodados por liberarme, recordé el rostro del sereno precisamente algún rato antes cuando, apesadumbrado y excluido, miraba cómo yo era cogida por los strippers sin poder participar de ello.  También recordé que, en ese momento, me había dado lástima y hasta me había parecido injusto…

Por si algo me faltaba, me cogió sin piedad y, una vez más, me tocó vivir algo que jamás había vivido: ser penetrada artificialmente por culo y boca a la vez que, fisiológicamente, por la vagina… 

Lo peor de todo era que, casi con seguridad, Milo no se daba cuenta de lo que me hacía: en su pobre mente él, simplemente, debía considerar que se estaba cobrando su premio por haberme salvado en su momento.  Me acabó como una bestia, con su semen bullendo en mi interior y su saliva cayendo a chorros por sobre mi espalda.  Quizás, me dije, lo bueno del asunto fuera que ahora me liberaría, pero no: no hizo nada de eso y yo no tenía forma de pedírselo.  Lo escuché acomodarse su pantalón e, instantes después, lo vi recoger su guardapolvo para retirarse vaya a saber adónde.

 

                                                                                                                                                                                 CONTINUARÁ


Relato erótico: «El despertar sexual de cassandra 5» (POR PERVERSO)

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Sin títuloCassandra y Guadalupe, dos niñas que se conocían desde el preescolar, asistieron juntas compartiendo la misma aula los seis años que dura la educación primaria, de igual modo se vieron en el mismo salón los tres años que conforman la educación secundaria para seguir juntas en esta su educación preparatoria, en otras palabras, los más de diez años de conocerse entre estas chiquillas habían desarrollado una especie de hermandad entre ellas, más que como unas simples amigas estas niñas se veían entre sí como verdaderas hermanas de sangre, y no solo de palabra sino también en el plano emocional, casi siempre lo que afectaba emocionalmente a una era rápidamente detectado por la otra, tal vez fue por el tiempo de convivencia entre estas dos niñas que la mamá de Cassandra permitió que su  desarrollada hija “se quedara a dormir en la casa de su amiga”, además, no era la primera vez que Cassandrita pedía permiso para esto.

Si bien no lo hacía seguido, a Cassandrita le gustaba mucho dormir en casa de su amiguita, esta otra niña (Lupita) vivía en una situación económica de más confort que Cassandra ya sus padres eran personas desempeñadas en algunos de los trabajos mejor retribuidos en el ámbito local, para Cassandra el quedarse a dormir en esa casa era sinónimo de televisión de paga, de poder disfrutar de internet para así revisar los perfiles y las fotos de los muchachos más guapos de la escuela, de aun sentirse niña (que bien todavía lo era pero ya no con la edad de andar jugando con muñecas) jugando con la gran cantidad de muñecas que Lupita guardaba en un pequeño ático ubicado arriba de su cuarto y que ella ya no utilizaba pero que al ver a Cassandra jugando y hablando con los juguetes se le venían a la mente todas las tardes de entretenimiento infantil que compartió con su mejor amiga.

Aparte, Lupita tenía un hermano mayor que ella y quien actualmente ya no vivía con ellos pero que por mucho tiempo dicho joven fue algo así como el amor infantil de Cassandrita (algo que los niños ven más como un juego) en los tiempos en que ella era una infanta, hay que hacer mención que en esa época Cassandrita aún no visualizaba el cuerpo que tendría, y la mayoría de las veces siempre andaba con el cabello todo alborotado y un poco sucia de su carita y ropita por jugar a la intemperie.

Además de todo esto Lupita tenía un perrito que lo cuidaba como si fuera su hijo y que Cassandra gustaba de cargarlo, siendo innumerables las ocasiones en donde el suertudo y chiqueón perro era a veces apretado entre ese par de tremendas y esponjosas glándulas mamarias que se gastaba la condenada chiquilla, momentos que cualquier hombre no desaprovecharía en manosear y lamer.

Debido a su estrecha relación muy posiblemente Lupita en poco tiempo comenzaría a sospechar que su mejor amiga se veía con alguien a escondidas, pero, quizás el error de Cassandrita que dio pie a que esta circunstancia se adelantara fue que después de hablarle a su mamá para pedir dicho permiso prosiguió a marcarle a su amiguita pensando ella que su mamá posiblemente podría marcar a Lupita para asegurarse que Cassandra en realidad se encontrara en donde le dijo, cosa que a su mamá ni siquiera se le había ocurrido. Cassandra era una niña que no decía mentiras, sus padres no la habían educado de esa manera, era la misma Cassandra quien estaba tan nerviosa por la situación en la que se encontraba y por la mentira que se había inventado que se sentía incómoda con ella misma y por más que quería le era imposible mantener su conciencia tranquila, así que sin más marcó a su amiguita echándose ella misma de cabeza.

EL DESPERTAR SEXUAL DE CASSANDRA

EL SEÑOR DE LA TIENDA IV

-pero Cassandra, como me pides eso, ¿en dónde andas?, dime- respondía la todavía uniformada Lupita una vez que Cassandrita solicitaba su solapamiento.

-Lupe porfa, hazme ese favor, en caso de que mi mamá te diga si estoy allá… dile que si, porfiss-

-y si me dice que te pase al teléfono?-

-no se… este… invéntale algo… que estoy en el baño, que me estoy bañando, me avisas y… ya yo de acá le marco de mi cel-

-ay Cassandra, pero si no estás en tu casa y no vas a estar en la mía, dime entonces ¿en dónde andas?-

-jiji, este… e… yo… estoy… en casa… de una amiga,- respondió Cassandrita sin embargo Guadalupe no se tragó el cuento pues notó el nerviosismo con el que Cassandra respondía a las preguntas, tartamudeaba y por momentos como que pensaba mucho las respuestas.

-cuál?- preguntó Lupita por la identidad de la supuesta amiga.

-mmmm, para que quieres saber si tú no la conoces… no es del salón, en una con la que juego voli… y me invitó… a ver… una película- dijo la nena.

Don Marce en cambio estaba expectante a la coqueta pose que Cassandra había adoptado mientras se comunicaba consistente en recargar notablemente hacia un costado todo su deslumbrante cadereo, la nena había alcanzado a ponerse su falda escolar antes de marcar a su madre pero estaba sin blusa ni sostén, en un principio con uno de sus bracitos cubría sus desarrollados pechos pero conforme la plática se alargaba retiró ese brazo dejando a la vista del pervertido su escultural cuerpecito semivestido, principalmente el desquiciante bamboleo que sus danzantes pechos llevaban a cabo ante el menor movimiento por parte de ella, está por demás decir que el viejo se comía con su cochina mirada a la nena, veía morbosamente todas sus carnosidades y redondeces que distinguen un buen cuerpo femenino y aun no se creía que el fuera el dueño y que recién se había cogido a ese tremendo prospecto de hembra que fácilmente sobresaldría de entre algún concurso regional de belleza mientras yacía recostado en la cama tallando su rasposa y descuidada barbilla compuesta principalmente por tiesos pero cortos pelos completamente plateados, moviendo sugerentemente su babosa lengua como si quisiera lubricar sus demacrados labios y adoptando una postura casi helénica, como si Leonardo Di Caprio fuera a inmortalizar su adónico cuerpo en una pintura como las que dibujaba en el Titanic, al viejo solo le faltaba el collar en forma de corazón.

Mientras tanto Cassandrita se había olvidado de que estaba en la casa del viejo rabo verde, por el nerviosismo que la embargaba y lo inaccesible que se estaba poniendo su amiga le daban ganas de colgar el cel y dejarla con la palabra en la boca, pero sabía que de ser así Lupita podría acusarla y entonces se metería ella en un gran problema, y muy probablemente su viejito, pero también sabía que insistiendo otro poco Lupita se chocaría y terminaría accediendo, así era ella, no por nada tenía más de una década de conocerla.

-¿y porque no le dices a tu mamá que estás con ella en vez de conmigo?- dijo Lupita.

-porque a mi mamá no le cae bien, anda Lupita me vas a ayudar sí o no?-

-mira Cassandra, eres mi mejor amiga y te aprecio mucho y sabes que te he ayudado en lo que nos podemos ayudar pero esto… esto no, piensa, te llega a pasar algo por allá dime, a quien le van a echar la culpa?- la otra muchachita sermoneaba a su casi hermana mientras esta torcía sus labios en señal de molestia por las respuestas de su amiga pero interpretada de una manera por demás coqueta por el flaco pero panzón viejo lombriciento.

Don Marce estaba hasta sudando por ver como al parecer la oportunidad se le iba, su verga ya estaba potentísima, no podía permitir que esta oportunidad se le fuera pero lo que más coraje le daba era el hecho de que no podía hacer nada más que seguir recostado, casi violando con la mirada a la tierna colegiala.

-no me va a pasar nada, ora porfis me vas a ayudar sí o no, te juro que es la primera y última vez que te pido esto, porfa cuñis- decía la nena en uno de los apodos con los que hace mucho que no llamaba así a Lupita.

-mmm, está bien, pero me debes una buena explicación de todo esto- accedía Lupita, más que nada porque la plática se estaba alargando demasiado y ya tenía mucho rato estacionada por estar conversando con su amiga, esta jovencita no tenía mucho que había salido de clases y aun se enfundaba en su discreto uniforme escolar, como era recatadita su falda llegaba casi hasta sus rodillas, unos cinco centímetros más larga que la de su amiguita.

-sí, sí, sí, te quiero mucho mamá, adiós- dijo Cassandra en tono de sarcasmo y cortó la llamada para voltear a ver risueña a su malformado hombre.

-ya está- dijo Cassandra subiéndose a la cama como toda una gatita en celo y acostándose al lado de reprobable sujeto quien se había puesto a masajearse la verga sin descaro alguno.

El caliente viejo comenzó a meterle mano una vez que la nena llegó hasta sus dominios, Cassandra era niña muy inocente, tan inocente que ella pensaba que la noche solo consistiría en acosarse con él, el blanco concepto de “acostarse” para Cassandra significaba estar desnudos, tapados y acostados sin necesidad de tocarse, pero para el cochino viejo este vocablo se traducía en algo más pervertido, el viejo tenía pensado seguir cogiendo hasta que su alma abandonara este plano terrenal.

-Don Marce, usted dijo que solo estaríamos acostados- dijo la nena un tanto incómoda puesto que el vicioso viejo se dignó a masajearle sus intimas partes al tiempo que intentaba con su verga putear la delicada concha de la nena, cosa que no podía hacer puesto que la distancia entre ambos cuerpos era aún algo lejana.

-porque le hablates a esa chiquilla??, pensé que solo le avisarías a tu mamacita- decía el viejo babeando como un perro y desfigurando su rostro mientras sus manos se peleaban entre ellas por adueñarse de las partes íntimas de la nena.

-Don Marce, es que, qué tal si mi mami le marcaba, así Lupita ya sabe que decir- decía Cassandrita toda ruborizada y sudada de su carita llevándose una de sus manitas a manera de cubrirse su boca como si fuera a bostezar pero en realidad tratando de cubrir sus nacientes y placenteros jadeos que le remarcaban al viejo lo bien que su hembrita sentía cuando era tocada de sus partes íntimas, sintiendo claramente ella como unos traviesos dedos husmeaban y revolvían su mojada intimidad.

-jejeje, que inteligente mi niña, siempre pensando en todo- dijo el contento viejo ahora pegando su cuerpo con el de la nena, solamente un pequeño hueco ubicado a la altura de las partes reproductoras de ambos era el único lugar donde los cuerpos no se juntaban pero casi uniéndose debido a que la verga del viejo prácticamente hacía en carnal puente entre ellos, este espacio era aprovechado por las arrugadas manos de Don Marce para juguetear a sus anchas con la feminidad de la niña.

Desde que el viejo probó a Cassandra quedó maravillado, era el mejor cuerpo y por mucho del que había podido paladear, ni en su juventud tuvo el atractivo para llamar la atención de féminas de colosal belleza, pero, Don Marce era un fino exquisito en la materia en cuanto a admirar mujeres y a emitir juicios valorativos en torno a la belleza femenina, y Cassandrita, a pesar de ser un ángel encarnado en cuerpo humano, aun poseía un pequeño defecto para el viejo, tenía pelitos cubriéndole su panochita, y esto era notorio cada que el viejo la manoseaba o lamía de ahí, y ese momento no era la excepción. A pesar de que los vellos de la nena apenas y eran imperceptibles al tacto el viejo denotaba cierta incomodidad con esto, estaba tan acostumbrado a admirar al estereotipo de la mujer desde el punto de vista de la pornografía, depilada, que deseaba ver a su musa en igualdad de condiciones, así que le ordenaría, si, ordenaría, pues él ya se sentía su dueño, su gobernante, su propietario, el único con derechos sobre ese potente cuerpo que despertaba las más insanas bajezas que un hombre pudiera manufacturar.

Y es que Cassandrita no se daba cuenta del tremendo potencial que tenía en todo su cuerpecito, sus excelsas pantorrillas tan carnosas como una bailarina de ballet, unas potentísimas piernas y muslos tan carnosos que llegaban a rozarse el uno con el otro en cada paso ella que daba y que la dotaban de un caminar sumamente exquisito, demostrando a cualquiera que la viera lo cerrada que se encontraba llegando a pensar que esta nena estaba aún virgen, un piernaje que casi reventaba cualquier short que la nena se pusiera, dichos shorts hasta parecían que le comprimían las exuberantes caderas que la beneficiaban ante la posibilidad de un embarazo, solamente un pequeñísimo triángulo que quedaba libre entre sus muslos y su sexo se visualizaba y en donde se apretaba la abultaba panocha ya probada por un vejestorio de poco más de cincuenta años, más arriba una cinturita tan breve que el viejo casi podía abarcarla con sus dos hepáticas manos, una espaldita tan breve que casi parecía de niña y enfrente unos majestuosos y muy blanquitos pechos que cualquiera diría que cada uno debía contener unos tres litros de leche de primera calidad, todo esto coronado por una carita de niña quinceañera o incluso más pequeña cuando la nena carecía de maquillaje.

-Cassandra, a partir de hoy tú me perteneces, tu vida me pertenece y tu cuerpo me pertenece, y al incluir tu cuerpo eso incluye todo tu cuerpecito jejee, ¿está claro?- decía el salido viejo sin dejar de masturbarla, para esto la nena ya se había abrazado tímidamente de él, las yemas de sus delicados deditos comenzaban a hacer reconocimiento corporal del sudoroso sujeto.

-si Don Marce, yo… soy de usted- dijo la nena sin entender muy bien el porqué de la oración, ni siquiera sabía por qué ella se lo decía a tan feo viejo narizón y con un ojo más grande que otro, pero que lo feo era algo que pasaba a segundo término cuando la nena sentía la irrupción de tan desmedida herramienta dentro de ella.

-eso quiere decir que harás todo lo que yo te diga- dictaminó el viejo, pasando magistralmente sus dedos por sobre el frijolito de la ruborizada chiquilla haciéndola temblar de todo su majestuoso cuerpo, esto no era una pregunta, era una oración imperativa.

-ahhmmm q… que quiere decir… con eso Don Maaarrrcee- la nena solo entrecerraba sus ojitos, sudaba de su frente y comenzaba a ondular sus desarrolladas caderas como si estuviera danzando acostada, solo escuchándose el roce de sus peligrosas curvas contra las tiesas sábanas de la cama, pero ya sabía que el viejo quería algo, lo presentía en su mandato, en su forma de decirlo, en el brillo lujurioso de sus ojos y en la forma en que este se mojaba sus labios con su ponzoñosa lengua, y el sentir que el viejo deseaba algo de su cuerpecito, sin que se diera cuenta o razonara como lo haría una chica de más edad o experiencia, la calentaba.

-te has depilado alguna vez tu panochita?- preguntó el depravado sudando de la emoción y con una libidinosa sonrisa que surcaba de oreja a oreja su arrugada y brillosa cara llena de manchas.

A la nena le pareció chistosa la palabra panochita aun después de que ya se la había escuchado al viejo, sin embargo una extraña educación sexual insana instalada en su cerebro y hasta hace poco apenas liberada gracias al degenerado le indicó que el viejo se dirigía así a su parte sexual, su vagina o vulva como la llamaban los libros de texto, quizás también pudo entender mejor el significado de ese vulgar término gracias a que el tendero le estaba manoseando esa privada parte y había utilizado la palabra depilar, considerando la vez que se la mamó en plena calle y ahí también se había referido a su sexo de esa manera tan bellaca.

-panochita?- dijo la nena más que nada por no saber qué contestar a la anterior pregunta.

-si mi amor, esto que te estoy tocando, así se llama, panochita, conchita, papayita, sapito, bollito, pepita y demás jejeje, y así quiero que le digas cuando estemos en la cama haciendo cositas ehh- el viejo le hablaba a Cassandra con su asquerosa y mal higiénica boca muy cerca de los carnosos labios de ella al tiempo que la palpaba descaradamente de su sexo.

Ella a pesar del fuerte olor a tufo proveniente de la casi agusanada boca del tendero intentaba acercar sus labios lo más próximo, quizás hasta besarlo, pero el viejo impedía esto, le gustaba tenerla rendida a sus caricias y que fuera ella quien lo buscara, mientras otros soñaban con hacer contacto con los labios de Cassandrita este depravado se daba el lujo de retirar sus despellejados labios de unos casi seguros besos por parte de ella.

-si Don Marce, lo que usted diga, y no, nunca me la he depilado- dijo la nena en tono de susurro y desarrollando una aún más sensual forma en sus labios, unos labios que aun sin pintar se veían rojos como una manzana, el viejo se perdió unos minutos en el cuello de su amada, mordiéndolo y lamiéndolo mientras ella suspiraba y se restregaba en él, sintiendo el sudor de su macho mezclándose con el de ella, casi queriendo oler a él, esto la hacía sentirse más de su propiedad.

Por un momento la pareja se perdió en un apasionado espectáculo consistente en acariciarse el uno al otro, el viejo repasaba con sus chaqueteras manos el ejercitado cuerpo de la colegiala bajándolas desde sus hombros hasta sus caderas para terminar dejándolas puestas en las nalgotas de ella, sentía la dureza de todos los músculos que conformaban a tan bella señorita, como es que el cuerpecito de ella a pesar de verse tan frágil y femenino estaba compuesto por cantidad de músculos que le daban ese aspecto firme y terso en su venerable anatomía.

Ella en tanto no podía decir lo mismo del macho que la desvirgó, sus delicadas manitas recorrían el cuerpo del viejo sintiendo grandes concentraciones de grasas en donde deberían de están unos poderosos pectorales, bíceps o tríceps, o como en otras partes del bofo cuerpo se podía apreciar los descalcificados huesos llenos de hoyos por dentro y en cualquier momento pudiendo troncharse debido a la osteoporosis y a la falta de calcio en la dieta del pequeño comerciante, la nena en un claro ejemplo de feminidad pura suspiraba a los peludos oídos de su macho regalándole ternos y enloquecedores gemidos y de vez en cuando con sus tremendo muslos daba ligeros roces a las delgaduchas y peludas piernas del bienaventurado ya casi queriendo que su hombre le acomodara la verga dentro de su papayita.

-en la tienda vendo un rastrillo rosadito, úsalo, anda mi niña, o si no, no haremos el amor esta noche- dijo el malicioso viejo lleno de ganas por bombardear a la nena con fieros apuntalamientos vergales, Cassandrita abrió los ojos, sintió como las manos del viejo que manoseaban su lubricada vagina y acariciaban todo su femenino cuerpo desaparecían y como el pesado cuerpo de su amante poco a poco dejaba de oprimirla.

Ella lentamente se levantaba de la cama, acomodaba su faldita y su cabello, sus piernitas temblaban y su panocha le comía debido a que el glande del viejo estuvo por un buen rato tocando a la puerta de tan idílica entrada, ella misma sin importar la presencia del viejo comenzó a frotarse ahí parada enfrente de él, comiéndose con la vista el imponente y moreno mástil del pervertido el cual estaba durísimo y circundado por un sinfín de venas de todos colores y grosores, ni parecía que se había vaciado casi un cuarto de vaso hace unas horas pues estaba tan potente como para vaciarse otra cantidad igual, lo que si es que apestaba muy fuerte a semen ya casi seco, aroma que se había tallado en la limpia zona intima de la nena.

El viejo veía los atrevidos manoseos de la nena mientas ella se hacía pendeja buscando quien sabe que, confirmándose él mismo que Cassandrita estaba cada vez más desarrollando unos aires de zorra insaciable y devoradora de vergas en la cual muy pronto, si se llevara la correcta educación, se convertiría. Luego, como si alguien dirigiera los pasos de la potencial ramerita fue saliendo de ese apestoso cuarto, caminado casi de puntitas en un modo de esquivar las bolas de papel de baño que minaban el piso como si el cuarto del viejo se tratara de una trinchera nazi en la cual el mismísimo Hitler se escabullía de los aliados, llamando la nena poderosamente la morbosa atención del viejo debido a la elegante coquetería adoptada con este estilo de caminado, así como el tremendo piernón que se le marcaba a la chamaca, hasta se le podía distinguir la pierna del muslo gracias a una desquiciante división que se le hacía a un costado de sus piernas, para más los bracitos de la nena se escuadraron en una pose muy finamente femenina.

Cassandrita llegó a la tienda, tomó el rastrillo y se dirigió al baño, un cuarto vecino a la habitación donde el pervertido duerme. Ya dentro se despojó rápidamente de su falda dejando ver que su sexo ya escurría en néctares y se abrió un poco de piernas exhibiendo su peludita conchita, no sabía por dónde empezar, nunca había hecho esto, pero para su fortuna fue alcanzada por el viejo quien veía extasiado y casi desarrollando un infarto como la nena lo estaba obedeciendo solo con la amenaza de no hacer el amor (aunque después el viejo explicaría que el concepto de “hacer el amor” no existía en su tumbaburros y solo eran falacias mercadológicas para vender historias de amor) si no hacia lo que él dijera, y también con el temor de que, debido a su inexperiencia, la nena pudiera cortarse.

-Don Marce no sé cómo- dijo la nena con rastrillo en mano y mirada de preocupación, junto a unas mejillas que nunca dejaban de sonrojarse.

-tranquila mi niña, primero tienes que mojarte y enjabonarte un poco tu panochita- dijo el caliente y encuerado sujeto y con su mano talló la delicada entrada vaginal de la nena, la cual estaba muy húmeda, tanto que el olor a humedad vaginal ya habían aromatizado el baño más que el propio ambientador, para esto la nena cerraba sus ojitos y se relamía sus labios.

Después, con ayuda de un utensilio el cual en otra vida había sido una botella de refresco y con un poco de agua el viejo bañó delicadamente esa parte de ella, siempre él con su risa morbosa y ella con un gesto apenado y sonrojado, para posteriormente tomar un usado jabón y hacer espuma con él en sus manos, una vez que la espuma fue lo suficiente para su cochambroso propósito llevó la espumosa mano y comenzó a esparcirla por toda la zona erógena de Cassandra, al tiempo que también aplicaba un ligero y lento masaje sumado a leves pero descarados apretujones de papaya, haciendo que los labios vaginales se abultaran en demasía, algo que le daba gracia al viejo por la forma que adoptaban los labios vulvales externos.

-ahora mi niña, pásalo con cuidado, depílate para mí!!!, mi princesita- dijo el extasiado y casi desfallecido viejo, hasta estaba aplaudiendo, tantas ganas acumuladas que tenía por querer llamar a Cassandrita con adjetivos como mi putita, zorrita o pirujilla, pero debía contenerse, aun no era tiempo, de llamarla así la nena podría ofenderse y enojarse con él y todo lo que había construido se le podría venir abajo, el inmoral viejo estaba consciente de que oportunidades como esta solo llegan una vez en la vida.

La nena comenzó a despojarse de esa fina vellosidad que cubría su sexo, poco a poco y con prudencia, en poco tiempo se dio cuenta de que es más fácil de lo que parece, con finos movimientos sentía claramente cuando su vello era cortado por las filosas navajas del rastrillo, mientras veía a Don Marce parado al lado de ella masturbándose la verga de manera descarada y con una risa por demás enfermiza, babeando como un perro.

Don Marce veía como importantes cantidades de espuma mezcladas con finos y lacios pelitos caían al tiempo que el rastrillo barbechaba otro poco de esos pastizales oscuros que no dejaban al viejo disfrutar de un buena comida de bollo “jejeje, que bueno que esta pendeja se está trasquilando, no que ya parecía gato vomitando bolas de pelos jejeje” si supiera Cassandrita los morbosos pensamientos y todas las burlas del viejo hacia ella, adivinar qué pensaría la niña.

Al final, el calenturiento viejo pajero veía como ese sexo quedaba desprotegido de eso que tanto le incomodaba, veía como la rosadita panocha de Cassandrita ya depilada daba la apariencia de pertenecer a una nena más pequeña, casi infantil, sus labios vaginales estaban completamente cerrados como si la nena aun fuera virgen, su carnosa papayita no presentaba signos ni huellas de batallas coitales y eso que ya había recibido en tres escenas distintas la irrupción de una verga de tamaño desproporcionado.

La nena se sentía rara, como si algo en su cuerpo le faltara, aun así reconocía que una grata sensación de frescura le era brindada por el aire que por sus partes se escudriñaba, miraba la cara de pervertido de Don Marce hacia su desprotegido tesoro y por instinto llevó una de sus manitas a semi protegerlo, volteó la mirada apenada mientras con su mano sentía en su feminidad una extrema suavidad, sentía su panochita tan suave como cuando tocaba la piel desplumada del pollo con el que su mami le preparaba caldo con verduras, además sus mejillas estaban tan rojas que podía sentirlas como si estuvieran ardiendo.

-jejeje, mi niña, que bonita se te ve tu cosita toda depiladita, de ahora en adelante te quiero así siempre, entendites?, si quieres puedes llevarte el rastrillo, solo que recuerda hacértelo bien y con cuidado jejeje- el pervertido sujeto se mandaba órdenes como si este fuera propietario de la nena o de alguna de las partes de su cuerpecito al tiempo que limpiaba con sus muñecas sus escurridas babas.

Ella en tanto solo asintió tímidamente con un leve movimiento de cabeza, pero con su mirada en cualquier otra dirección que no fueran los calientes ojos del degenerado.

-bueno, ahora lo que sigue, vámonos a la cama- dijo el desnudo viejo y acto seguido tomó la suave y cálida manita de la nena sacándola de la regadera.

Ella intentaba proteger su rasurada intimidad de las casi diabólicas ojeadas que Don Marce daba a su figura, en especial a su concha, para el tendero era algo insólito ver como el vientre de Cassandra poco a poco se iba perdiendo hacia abajo para pasar a dar lugar a una abultada y ahora depilada conchita apenas visiblemente dividida por una colorada y sudada línea, la nena en tanto miraba el miembro del viejo, completamente estimulado y apuntando hacia enfrente, subiendo, bajando o moviéndose de derecha a izquierda en cada movimiento que realizaba el viejo por muy leve que este fuera, como si fuera este órgano el que dirigiera los pasos del tendero.

La pareja de enamorados tomada de manos como si fueran caminando por un parque avanzaron con dirección de nueva cuenta al descuidado y oloroso cuarto de descanso del viejo, el contraste era tremendo hasta en las pantorrillas de ambos, un par flacas y peludas mientras el otro par carnosas y sin el menor rastro de vello, el macho llevaba una cara por demás feliz, como si en esos momentos se estuviera dirigiendo ante un sacerdote dispuesto a consagrar y solidificar este retorcido “amor” naciente entre este par ante los ojos de todos los hombres, mientras que en la nena podía verse aún un aire de confusión y/o duda, llegándose ella a pensar todavía si lo que estaba haciendo era correcto.

Y es que la nena meditaba dentro de sí, todo por la curiosidad de ver unas cuantas revistas se había llegado hasta estos momentos de lujuria en donde ya había probado hombre sin que sus padres lo supieran, esto era una falta gravísima pues entendía que los decepcionaría como hija, quizás si ella nunca hubiera aceptado llevarse una ese día nada de esto estuviera pasando, quizás ella aun seguiría virgen, muy posiblemente no hubiera faltado ese día a la escuela y por sobre todo, pensaba en todas las consecuencias que podrían derivar en caso de que sus padres se enteraran de lo que ella andaba haciendo a sus espaldas, y claro, si nada de lo que había pasado hubiera sucedido, hoy en día no tendría estas preocupaciones en caso de que la descubrieran, pero las cavilaciones de Cassandrita fueron detenidas por la clásica voz de un viejo cincuentero.

-llegamos mi niña, anda, anda, siéntate en la camita, jejeje, siéntate y abre tus piernitas- el viejo se moría de ganas por degustar la ahora depilada concha de la nena, casi brincaba, aplaudía y danzaba de gusto encascorvando sus ya de por si arqueadas piernas en donde sus rodillas simulaban un enorme nudo en medio de ellas, relamía sus podridos labios con su jugosa lengua y se frotaba constantemente sus manos señas de lo desesperado que se encontraba.

-Don Marce- el nombre del viejo fue pronunciado por los carnosos y muy coquetos labios de Cassandrita mientras tomaba asiento en la cama.

-Don Marce, espero que no piense mal de mí, yo hago esto solo por usted, porque…- la nena no quiso terminar.

El viejo apenas iba a rebuznar pero al escuchar la frase casi concluir se quedó atónito, ni que decir de los niveles de dureza que alcanzó su verga, la cual se movía como si quisiera chisparse ella misma del enclenque cuerpo de su dueño y metérsele de una buena vez a la nena, entrar y salir por ella misma así hasta vomitarse en grandes cantidades de amargo líquido, si bien un hombre es capaz de mover su verga con un poco de fuerza pélvica, los movimientos que en ese momento realizaba este órgano eran completamente propios, como si fuera un ser vivo con autonomía y libre pensamiento, a todo esto el viejo quiso asegurarse bien que lo que sus encerillados oídos llenos de ácaros habían escuchado era verdad ya que se imaginaba que la nena quiso decir “porque lo quiero”.

-porque tú qué?, mi niña- preguntó el caliente viejo, quien ya sudaba como si estuviera trabajando en una fábrica de fundición de hierro, era tal el sudor que a menudo se le metía entre sus lagañudos ojos ardiéndoles e impidiéndoles una correcta visión.

-ehh, no nada, solo que lo estimo mucho, jijiji, como amigo- la nerviosa nena cambio su oración, le dio penita decirle al viejo los verdaderos sentimientos de ella con respecto a él, si es que en verdad estos existían y no se trataba de una confusión por parte de la chiquilla solo por haber sido con el viejo con quien tuvo su primera vez.

Si bien Cassandrita sentía algo cada que veía al viejo, este sentimiento estaba por mucho lejos de considerarse amor, solo que la nena estaba un poquito confundida y lo traducía de esa manera, tanto como para andarle abriendo las piernas a un “amigo” pasado en años, nunca había tenido novio y por ende nunca había llegado a enamorarse, sin duda Cassandrita solo se dejaba llevar por mera calentura y por lo bonito que sentía cuando el pervertido la tocaba a la hora de estar a solas, pero ella en su confusión y dado que nunca antes había tenido un noviecito trasquiversaba los sentimientos y sensaciones que su cuerpo le dictaminaban.

Al viejo por lo tanto le valían verga los sentimientos desarrollados en la nena, el solo la veía como un objeto de mera satisfacción personal/sexual, veía el hermoso y desarrollado cuerpo de la hembra que tenía enfrente y no pensaba solo dormir con todo eso a su lado, veía que los dulces labios de la niña seguían expresando palabras pero él no las tomaba en cuenta, para este cínico desvergonzado la boquita de Cassandrita no tenía otra función que la de mamar una verga hasta vaciarla, más que para comer o hablar, para el viejo, la boquita de la niña era uno más de sus agujeros dispuestos a ser disfrutados y penetrados por su babeante instrumento.

-Don Marce, es que a mi pareceeuuhhhh, mmmhhhhhuuuuu- mientras la nena hablaba el caliente y malsano sujeto no aguantó más el ver como esos perfectos y sugestivos labios se movían tratando de expresar los ideales de la niña, así que sin avisarle a esta metió su verga dentro de su boquita con el permiso que le daba el sentirse dueño de esa hermosura de niña.

Cassandrita sintió el arponazo chocar directo contra su garganta, comenzó a toser pero esto no fue motivo para que el viejo sacara su maloliente carne, mientras tanto ella daba ligeros golpecitos en contra de la prominente y llena de pelos panza del viejo, pero debido a la feminidad pura de la nena estos no hacían daño alguno en contra de esa gruesa y caída barriga, también ayudaba que dichos golpes solo eran como de aviso, no iban con la suficiente fuerza como para causarle daño al agresor.

El viejo veía desde arriba como la cabecita de la niña luchaba por liberarse, sin embargo él ya se había apoderado con una mano de la nuca y con la otra de la mollera, impidiendo de esta manera que su mujercita pudiera escapar a tan pervertida acción y posición, el caliente anciano sentía como a cada segundo su gruesa verga se iba llenando de las babas de la niña y como ella hacia sonidos como si se fuera a vomitar, además de experimentar por momentos de exquisitos apretones en su verga por parte de los labios de la mocosa que solo lo endurecían más, suponía que, a pesar de que la nena tosía en simultáneos intervalos de tiempo demostrando incomodidad, a ella le gustaba el trato, pues si bien ella hacía por liberarse, de otra forma pudo haberle mordido la apestosa verga desde hace mucho para conseguirlo, pero no lo hizo.

La nena ahora en vez de golpear, intentó con sus manitas mover al viejo, o solo su panza, pero le fue imposible moverla, solo podía sentir como sus deditos se hundían en esa extensa y boluda barriga. El viejo yacía desnudo parado enfrente de ella, aferrando sus manos en su cabecita, sin embargo no desempeñaba ningún otro movimiento, solo tenía su verga enterrada en su boquita, ya habían pasado cerca de diez minutos, la boquita de Cassandra tenía mucho que no podía controlar su salivación y sus babas ya formaban un viscoso charco en el piso, poco a poco los ojitos de la nena comenzaban a sucumbir ante la presión inminente del tremendo barreno, nublándoseles y dejando caer cada uno una tibia lagrimita que surcaban por sus mejillas.

La nena pensó comenzar a chupar, de hecho su lengüita recorría el tronco por donde podía, sintiendo sus palpitaciones y cada una de las venas que lo conformaban, probando el salado sabor del abundante líquido preseminal que la verga escupía, para el viejo, sentir el cálido y mojado roce de esa lengua era mejor que estar en el cielo, con solo sentir esa pequeña lengüita revolcarse entre su moreno trozo e intentar meterse entre la abertura de su glande estaba sintiendo casi que se volvía a derramar en leche.

Fue en ese momento que el viejo sacó de manera brusca su poderoso mástil, haciendo que a la nena casi se le desprendieran los dientes, lo que si sucedió fue que una importante cantidad de saliva saliera lanzada a partir del súbito desprendimiento y quedara impregnada en la panza del vejestorio así como un alargado quejido que puso fin a su momentáneo martirio, la nena comenzó a toser y a limpiar su boquita del exceso de babas, así como sus ojitos de un hilo de lágrimas.

La nena estaba a punto de abogar por ella pero fue adelantada por el viejo quien acercó su horrenda boca apretándole sus cachetitos para fundirse en un malsano beso con la nena sin importar que su verga haya impregnado su apestosa esencia en tan fresca boquita, un beso tan desagradable consistente simplemente en licuar ambas lenguas dentro de sus bocas, podía apreciarse en los cachetes de ambos, principalmente en los de ella, como la lengua del tendero rascaba las paredes bucales por dentro.

A pesar de lo obsceno del beso Cassandrita sentía muy bonito, experimentaba ricas cosquillitas que hacían que su panochita se mojara aún más de lo que ya estaba y que gimiera sin explicación lógica del porque gemía, el beso poco a poco se fue transformando en algo más desagradable, hasta el grado en que Cassandrita solo permanecía con su boquita bien abierta dejando que el degenerado tomara absoluta potestad de su boca remolinando su babosa lengua dentro de esa cada vez más llena de babas boquita de ella, y es que el astuto viejo dejaba caer en ocasiones algunos cargados escupitajos sabiendo que la nena no se daría cuenta de su marrana acción, hasta ella misma sentía como a partir de ese beso parecía haber experimentado un orgasmo debido a lo húmeda que se puso, a medida que el “beso” y los suspiros avanzaban, también lo hacia el viejo subiéndose a la cama, su cuerpo peludo y flaco se recostaba sin dejar de lengüetearse con la nena, así hasta quedar completamente acostado mientras la nena inclinaba su cuerpo sin dejar de besarlo, todavía la ya caliente chiquilla comenzó a masturbarle la verga con una de sus manitas sin que este se lo pidiera.

-chúpamela Cassandrita- dijo el viejo despegando sus brillosos labios de los de su enamorada, labios que se unían por un sinfín de cordones salivales.

-mm- respondió la nena, haciéndose un poco del rogar puesto que desde hace unos minutos que casi se comía la verga con sus tiernos ojitos negros.

-chúpamela, chúpame la verga, anda- el viejo colocaba una almohada bajo su cabeza, acomodaba sus brazos por debajo de su nuca y se hacía más hacia el centro de la cama para dar más espacio de acomodarse a su idolatrada.

La nena en tanto, sin despegar su blanca manita de la correosa e incontenible verga la cual pareciera que cada día veía más grande y gorda, subía delicadamente una de sus rodillitas al colchón, para después terminar de encamarse, acercó ahora ella misma sus labios para darle al viejo un tierno beso en la boca, sus también brillosos labios bajaron para llenar de besos el mugroso y anillado cuello de Don Marce, ahí se detuvo un rato, prácticamente comiéndole el cuello a besos, lamidas y una que otra mordidita como si se tratara de una vampirita hasta que comenzó a descender pero sin dejar de besar y lamer los viejos pellejos de su hombre.

Pasó por el pecho de su amante, peludo y cuyos vellos estaban enroscado y muchos de ellos canosos, ahí se volvió a detener para empezar otra serie de tímidas lamidas y besos, hundiendo su boquita en el pecho del viejo, sintiendo como muchos de esos pelos se le metían en su naricita y de vez en cuando alguno se le pegaba a su lengua, sintiendo además como le raspaban la perfecta piel de su rostro como si se trataran de una fibra de cocina, la nena comenzó a besar una tetilla del pervertido y por momentos parecía chuparla y juguetearla con su lengua, quizás en un intento por igualarlo a él cuando chupaba las suyas, notando como los morenazos pezones del viejo rodeados de pelos aún más largos y gruesos se endurecían aunque en menor medida que los de ella.

La nena al tiempo que besaba el cuerpo de momia seguía masturbándolo, miró por un momento la gruesa y erguida vara y pudo experimentar una sensación térmica muy elevada en su cuerpo y un mojado inusual en su bizcochito solo con la calorosa contemplación de la vaporosa verga de Don Marce en todo su pletórico y humeante esplendor, lucia espeluznantemente gruesa, casi del mismo grosor que el bracito que la masturbaba, así como una superpoblación de pelos gruesos y fibrosos forestando su base, tenía unas ganas enormes por ensartarse ella misma, era como si la verga del viejo fuera una especie de imán para su panocha, o como si esta tuviera poderes psíquicos sobre ella pues cuando la verga comenzaba a palpitar también lo hacia su conchita, sin embargo, como lo obediente que era, debía de complacer la primera orden dada por el emprendedor viejo verde.

La nena llevó esos sensuales labios hasta el por demás brilloso glande, tan asquerosamente lubricado que prácticamente era posible ver su bello reflejo en él como si este fuera un espejo, una vez que su respingada naricita entró al límite territorial aéreo perteneciente a esa desproporcionada verga, la nena olfateó la penetrante esencia de macho viejo, ese olor a verga recién vomitada en semen era extremadamente reconocible e irrespirable, sin embargo para ella, era un olor muy, muy de hombre, de su hombre, de Don Marce.

El viejo, cuando sintió de esos tremendos labios el primer chupetón a su hongo hasta dobló los diez dedos que conformaban sus despellejados pies llenos de sabañones, a partir de ahí, pudo comprobar que la nena comenzaba a adquirir experiencia en cuanto a mamar vergas, chupaba la gruesa vara aplicado los pocos conocimientos que hasta ahora había obtenido en sus encuentros amorosos con él, esto lo llenaba de orgullo, saber que la nena conocía el proceso de mamado de verga gracias a él, los dulces labios frotaban muy delicado el sensible glande del pervertido, sintiendo este que se vaciaba en cualquier momento.

Rápidamente la boquita de la nena intentaba tragarse lo más que pudiera de tan descomunal verga, sus labios se deslizaban lentamente y muy suave sintiendo hasta la mínima rugosidad y vena pulsante que conformaba tan mórbido aparato, sin embargo la chiquilla veía que el miembro del viejo estaba pegado en medio de un enjambre de pelos, si bien el viejo le había dicho que se depilara pensaba ella que lo justo era que él también lo hiciera, recordaba que ese día que vio la película junto a él la mayoría de los actores estaba depilados al igual que las chicas, entonces se expresó.

-Don Marce, ¿porque yo si me tengo que quitar mis pelitos… y usted no?- preguntaba la nena después de darle una buena chupada a la tiesa verga, el viejo al principio no supo que contestar pero sabía que tenía que decir algo aunque le empezaba a molestar que la nena saliera tan preguntona, afortunadamente para él se le vino a la mente algo que bien podría resultar convincente.

-porque el vello en el hombre es prueba de su masculinidad, y la ausencia de vello en la mujer es parte de su feminidad, me entendes??- dijo el pervertido, la nena se quedó pensativa un ratito, con su mirada perdida hacia un costado para posteriormente regresar a de ese viaje a donde se había ido su mente regalándole al viejo una bonita sonrisa, si más dudas por el momento la nena se dispuso a seguirse atiborrando de verga.

El exquisito suplicio para Don Marce era terrible, se retorcía en su propia cama cual gusano lo hace en la tierra, su rostro demostraba el férreo aguante que estaba realizando para no correrse tan rápido, casi queriendo chillar y frunciendo sus ojos al punto de no ver nada, y es que quería seguir disfrutando aún más de la boquita de la niña, sus pies casi se hacían nudo debido a las placenteras sensaciones que la nena le estaba regalando, ella en tanto, se metía la verga lo más adentro que podía, bajaba su cabeza, con verga dentro, hasta que llegaba a esa parte que le indicaba que hasta ahí, ahogándose por momentos, tosiendo dificultosamente y dejando escapar cantidades cuantiosas de burbujeante saliva que iban a regar los matorrales pélvicos ubicados en la base del gran tronco carnal.

Después, pasaba al grueso tallo del ahuehuete, su carnosita lengua lamia el enfierado trozo de abajo hacia arriba mientras su manita lo sacudía, desde la peluda base hasta llegar a la corona del mismo siempre aferrándolo con una de sus manitas mientras la otra hacia a un lado la morena panza del vejestorio, ahí su lengua se batía con las exageradas cantidades preseminales que brotaban sin descanso de la gran abertura uretral y que a ella le sabían riquísimas, un sabor saladito y resbalocito.

Para esta niña no era nada repulsivo el estar remolinando su lengua en contra de la por demás lubricada cabeza vergal, al contrario, el fino y salado sabor producían en ella unas ganas inmensas por devorar hasta la última gota de lubricante natural, en ocasiones se podía ver su gusto a tan olorosa esencia que ella trataba de sorber el grueso tallo como si estuviera tomando una soda directo del popote, el pervertido en tanto miraba de reojo como su nena se comía la verga con unas ganas, comenzó a acariciarla de su cabecita y pelito, esto la hacía sentir a ella muy querida, muy amada, el saber que un hombre estaba disfrutando de sus orales servicios no hacía más que incentivarla que querer seguir haciéndolo disfrutar.

-lo estoy haciendo bien?, Don Marce- dijo la nena, Don Marce solo pudo ver un hermoso rostro acalorado y a medias sudar, y un par de coquetos labios que presentaban una faceta brillosa debido a que el líquido preseminal actuaba en ellos como una especie de brillo labial.

-lo estás haciendo riquísimo, los huevos Cassandrita, lámeme los huevos, anda mi niñaa- decía el desesperado y extasiado viejo, agarrando la cabecita de la niña y dirigiéndola a sus arrugadas bolsas, restregando el bello rostro de la nena en sus sucias y apestosa bolas de carne como si el rostro de ella se tratara de un estropajo.

Ante esta retorcida acción, la nena solo se dejó hacer sin oponer resistencia, sentía en su cuidado y perfecto cutis la sensación rasposa producto de la fricción de su rostro con las arrugada textura testicular, sentía gruesos pelos haciéndole cosquillitas en su piel, pero sobre todo, sentía el calor emanado por esas bolas de carne productoras de la ambrosiaca sustancia que tanto de gustaba.

Cassandrita veía como esas peludas bolas se encogían y expandían como si fueran a reventar, las veía muy arrugadas, casi de aspecto similar a como se ideaba al cerebro humano, solo que con pelos, gruesos y largos pelos encrespados, algunos cubiertos por una extraña sustancia amarillenta. El viejo poco a poco se iba abriendo de piernas, solo abriéndolas pero sin levantarlas exhibiendo sus pesadas peras, en este tiempo, la muchachita vio como en el espacio comprendido entre las bolas y las ingles una buena población de residuos negruzcos y plomizos permanecían adheridos a la aún más morena piel del vejestorio.

-anda mi niña, no siento tu lengua- decía el viejo ya casi al borde del infarto, su voz hasta se había feminizado de la emoción y por una gruesa formación de saliva que no podía bajarle del gañote y no lo dejaba hablar con la claridad que él hubiera querido, Cassandra en tanto, seguía arrodillada pero con su carita muy cerca de la parte íntima del viejo, de esta manera Cassandrita, sin querer, paraba muy coqueto el tremendo culazo que se cargaba.

A la jovencita le llegaba cada vez más fuerte el fétido hedor proveniente de las ingles del viejo, aun así bajó más su carita y sacando un poco la lengua logró darle un tímido pero salivoso repaso a esa cochina zona.

-uuuuuuujjjjjjjjjuuuuuuuu- el viejo casi se le salen los ojos con semejante lamida, que a pesar de haber sido solo una logró brindarle orgásmicas sensaciones que le causaron un escalofrió que le llegó hasta las uñas.

Para la nena, el sabor en un principio fue muy fuerte y rasposo, su boquita tardo para asimilar el rancio sabor al tiempo que sus labios se movían coquetos tratando de hallarle sazón a algo que ella ya hubiera probado, aunque esto no impidió que esa lamida fuera secundada por otra igual de salivosa, llevándose a la boca casi toda la concentración de residuos de esa ingle, por un momento se sumergió en las antihigiénicas partes del viejo para comenzar a saborearle por un buen rato toda la pelucera revuelta con sudor y quien sabe que más, para después, pasar a la otra ingle y hacerle lo mismo, una vez que Cassandrita consideró que las repugnantes partes del viejo ya habían quedado limpias procedió a engullirse las bolas peludas, se las metía a la boca cuidadosamente pues sabía que eran una parte delicada para los hombres, sentía la rasposa y rugosa composición de la piel en esa zona, la nena sin darse cuenta estaba siendo acomodada por Don Marce, quien había estirado sus manos apoderándose de sus nalgas para contraponer el cuerpecito de ella con respecto al de él.

La nena seguía saboreando las grandes pelotas, por momentos se las comía todas, dado que a pesar de la voluminosidad de estas le daba para atiborrárselas completamente, deslizaba sus labios a modo de sacárselas de la boca pero, cuando se las sacaba por completo aún seguían algunos pelos atrapados entre sus rojizos labios, a esta altura todas las sensaciones de asquillo y raros sabores provenientes de las mugrosas partes privadas del viejo ya habían desaparecido al gusto de la niña, quien seguía lamiendo las pelotas como si estas se trataran de un helado de doble sabor, no se cansaba de pasar lenta y sincronizadamente su lengüita por cada uno de los pliegues arrugados y base de estas.

Don Marce, quien seguía acostado, ya tenía el culo de la niña cerca de su cara, miraba los ligeros movimientos que realizaba su cuerpo cada que su carita se acercaba a dar otra lamida a los huevos así como el brilloso trasero que se cubría por centenas de gotas de sudor, algunas rodando cuesta abajo por esas tremendas posaderas, la niña en tanto no paraba de lamer, parecía como si se hubiera enviciado, y es que mientras lamia, su joven e inocente mente sacaba otras conclusiones.

Cassandrita escuchaba al viejo gemir o quejarse placenteramente mientras ella le lamia sus partes, recordaba lo bonito que ella sintió cuanto el viejo se dedicó a darle su primera y muy rica comida de bollo (ella no se expresaba así de su sexo) e imaginaba que el viejo muy posiblemente sentiría igual de exquisito, esto era corroborado por los bestiales gemidos que se pegaba el viejo, gemidos que en ocasiones parecía como si estuviera agonizante, así que la nena, en su intento por regresarle un poquito del placer que el viejo le había dado en estos últimos días, aumentaba sus lamidas y chupadas con toda la intención de dejarle los apestosos huevos al viejo como verdaderas pasitas.

La nena seguía lamiendo las bolas, en ocasiones solo remolinaba su lengüita sobre la áspera piel, o a veces las lamia desde más allá de la base, pudiendo ver el nacimiento de las peludas nalgas del viejo y como estas se fruncían ante cada lamida.

-ahhhhh, abre las piernitas mi niña,- dijo el viejo, después de casi 20 minutos de recibir la mejor lamida de huevos que en su vida jamás imaginó algún día recibir, la ruborizada Cassandrita con sus ojitos cerrados obedeció sin reparo y sin saber que el viejo se la estaba acomodando para acoplarse junto con ella en un 69.

Cassandra abría sus muslos y, como sabiendo lo que le tocaba, depositaba cada una de sus rodillitas en los costados de la fea y pervertida cara de perro caliente del viejo Marcelino, para de este modo, exponerle a escasos 30 centímetros toda la rosada y jugosa belleza de su panochita, por un momento el viejo pareció haber quedado en trance admirando algo que nunca antes nadie más había podido reverenciar, la nena seguía sonrojada masturbando al viejo y de vez en cuando lamiendo delicadamente el glande, sintiendo la pesada respiración del viejo allá abajo en sus partes, el viejo sin pensarlo mas se abalanzó a devorarle el bollo como un desesperado, hasta hacia sonidos perrunos y gruñidos porcinos no porque quisiera verse u oírse asqueroso sino por no poder controlar su propia calentura, estaba fuera de sí mandándose lamidas en cualquier dirección, la panochita de Cassandra sudaba en lubricantes de la misma medida como lo hacían las axilas y pies del veterano.

-mmmm, ahhhhhyyy, Donnnn Marceeeee que ricccooooooooo- dijo la nena cuando sintió los depravados besuqueos sobre su intimidad, besos que después se fueron convirtiendo en cochinas lamidas, lamidas que después se fueron traduciendo en constantes y desesperadas penetraciones linguales.

-ggrrrrr, grrrrrr, grrrrrrrrr- el viejo parecía un verdadero perro al cual no se ha alimentado en días, prácticamente su boca estaba cosida a la panocha de la nena y se movía succionantemente haciendo graciosas formas con su negra boca.

El viejo se aferraba de la cintura y caderas de la niña para de este modo poder levantar su espeluznante cara y llegar a cometer su desequilibrado propósito, prácticamente cogerse con la lengua a una ruborizada colegiala que había dejado de lamer y se dedicaba exclusivamente a gemir como la hembra que era, esto enloquecía al viejo hasta niveles más allá de la insania mas mórbida, el escuchar como esa pequeña jovencita gemía como las putas de las pornos lo calentaba mucho más de lo que lo hacia el Astro Padre, a ella le encantaba esto, era quizás (junto con la penetración vaginal) de toda la relación amorosa con su viejito lo que más le gustaba y sin esperar más, se lo hizo saber.

-mmmm, Don Marce, que ricooo, me gusta, me gusta muchooooo- la inocente Cassandrita se entregaba nuevamente a los sucios y retorcidos planes que el depravado y cochino viejo tenía en mente para esta noche, meterle la verga hasta dentro.

-de veras te gusta? mi niña gggrrrrrhhhhh, mi princesita hhhooooorrrdddddd, mi chiquitaaa rica jejejeje- en el pervertido rostro del viejo no podía verse otra cosa que no fuera lujuria, no paraba de puntear lingualmente a la nena y en ocasiones jaloneaba con sus bembas de sapo los sensibles pliegues vaginales con todo y clítoris como si de a de veras se los quisiera arrancar.

-si Don Marceee, me gustaaaa, todo lo que usted me hace me gustaaaaaaa, ahhhhhhhhhhhhh- dijo la nena pegando un fuerte gemido pues la lengua del viejo le batía exclusivamente el clítoris en ese momento, lo aplastaba con toda su fortaleza lingual y lo lameteaba de la manera más cerda posible, el viejo entonces aprovechó la situación para seguir atacando verbalmente a la nena, sabía que estaba caliente y esto la hacía decir cualquier cantidad de leperadas.

-y que más te gusta?, te gusta cuando te la meto? jejeje- no se media en sus palabras al hablar su cochino lenguaje, pero el muy astuto sabía que la nena estaba lejos de ofenderse o enojarse con la manera tan vulgar en la que él se expresaba en esos momentos.

-mmmmm, si Don Marce, eso también, me gustaaa- la chiquilla trataba de cubrir sus gemidos con una de sus manitas transformada en puño.

-eso que? mi niña- el viejo volvía a zambullirse en ese mar de néctares que ya brotaban como cascada.

-eso, cuando me la meteeeee, y me hace asiiiiii, mmmmm- dijo la nena haciendo un movimiento copulatorio con su pelvis, como si fuera ella la que penetrara a alguien, en realidad estaba demostrando el gusto por las embestidas del viejo pero al hacer esto ella misma le refregaba la concha a tan malnacido sujeto.

-aggghhhh, se nota mi niña, tienes la concha hecha agua- decía el viejo a medias, pues su boca ya se estaba inundando de néctares vaginales.

“me vas a ahogar con tanto jugo, puta caliente” pensaba el casi calvo viejo.

-aaayyyyyyyyyyy, Don Marceeeeeeeeeeee, me venngoooooooooooooo- en ese momento Cassandrita estaba siendo víctima de toda la exquisita maestría lingual del viejo, y esto se vio reflejado en un potente orgasmo que sacudió de pies a cabeza a la señorita.

El viejo, por lo tanto, atrapó las temblorosas caderas de Cassandrita para después ensamblar su cochina boca de manera perfecta en el escurrido bollo, el cual, comenzó a descargar toda la acumulación de líquidos agridulces dentro de las fauces hambrientas del pervertido como si lo estuviera drenando de combustible, mientras este degenerado se dedicaba a sorberlos de la manera más repugnante, pervertida y desequilibrada posible, no dándose abasto puesto que los jugos comenzaron a brotarle y fugársele de su boca cayendo en las sucias cobijas e impregnándose en ellas.

Cassandrita recostó su hermosa carita sobre el peludo y abultado vientre del viejo, esto debido a que no pudo aguantar la exquisitez de las contracciones orgásmicas sumado a las cochinadas que le hacia el viejo allá abajo que terminaron por derrumbarla, sin embargo, su culito permanecía erigido, siendo aferrado por el viejo devorador de panocha quien no se daba abasto con tantos infinitos jugos, su cara se batía, chocaba y salpicaba contra la chorreada vagina que casi orinó jugos, a esto la nena solo gemía con sus semicerrados ojitos casi en blanco mientras de vez en cuando se acordaba que su manita se estaba aferrando de una verga y procedía a darle algunas, pero muy débiles, despescuezadas.

Cuando el orgasmo y los temblores en el cuerpo de Cassandrita desaparecieron, ella pensó que ahora seguiría la también gustada penetración vaginal, sin embargo el viejo volvió a fundir su boca solo para volver a emitir movimientos degustativos con su lengua dentro de la delicada y recién chorreada zona íntima de la chamacona, repasándolo todo, el viejo lograba arrancar algunos restos de tan celestial corrida atorados muy dentro de su panocha.

La nena comenzó a sentir tan rico que ella misma empezó a dar ligeros acercamientos vulvales consistentes en mover ondulatoriamente sus caderas para que estas hicieran chocar o frotar su vagina contra la salida lengua del vejete, él en tanto, abría sus desproporcionados ojos solo para ser testigo de cómo una rojiza y palpitante panocha completamente depilada y brillosa por jugos y babas se acercaba cada vez con más vigor y cuando impactaba contra su lengua podía notar como esta atravesaba un reducido pero a la vez resbaladizo conducto. Una vez dentro el viejo se aferraba con todas sus fuerzas de las caderas de la nena atrayéndola lo mayor posible hacia él, sacaba su lengua lo más que pudiera, como si su lengua se quisiera desprender de su boca, para de este modo intentar reclamar los terrenos vaginales más alejados que pudiera alcanzar y no salirse jamás.

Un segundo e imprevisto orgasmo sacudió a la descarriada chiquilla quien volvió a avisar a su viejito que se vaciaba, esta vez el viejo dejó que toda la lubricante concentración cayera sobre su demacrado rostro, para después remolinar sus dedos dentro de la panocha llenándolos de jugos restantes y llevarlos a su boca para chuparlos como si se estuviera saboreando el más fino de los platillos, pero no acabó ahí, el viejo quería más, para esto Cassandrita había sentido que en esa última corrida se había orinado puesto que la descarga fue tal que fue casi comparada a la cantidad de líquidos que expulsaba cada vez que miccionaba, sin embargo ella misma llevó sus manitas para cerciorarse corroborando que estaba equivocada.

Pero antes de esto, mientras Cassandrita sufría las acaloradas y electrizantes sensaciones que la recorrían de todo su desarrollado cuerpecito y que la llevaron a derramarse, el viejo verde quien estaba debajo de ella experimentaba la caída de la más agridulce lluvia sobre su sudado rostro de violador, primero un pequeñísimo chorro salió disparado procedente desde una zona cercana a donde se encontraba coordenado el botoncito de la potencial zorrita, el viejo fue tomado por sorpresa por dicho chorro el cual impactó con la potencia de una pequeña pistola de agua.

Sin embargo un segundo y poco más potente chorro salió de esa misma ubicación, chocando exactamente en donde los ojos del viejo obligaban a apretarle la piel formando una enorme arruga vertical que casi surcaba toda su frente hasta perderse en el pequeño mechón de pelos grasosos que sobrevivían arriba de la frente del embustero.

Pero el sinvergüenza vejete, premeditando que la joven hembra musloabierta que tenía arriba de él gracias a los auténticos relinchos que esta se pegaba intentándolos ahogar infructuosamente en la peluda panza nuevamente de él volvería a vaciarse, miraba sigilosamente esa zona en donde según sus conocimientos en materia orgásmica femenina se llevaría a cabo el lanzamiento de un tercer chorro que saldría con más potencia que los anteriores.

Y así fue, después de un pequeño tembeleque manifestado en los músculos vaginales de la pequeña Cassandra un violento chorro de jugos y néctares con todo y pulpa salieron eyaculados como si de una manguera se tratara acompañados de un escandaloso gemido por parte de la jovencita quien comenzó a temblar anormalmente hasta que su bullicioso grito se comenzó a entrecortar debido a que los temblores que la nena sufría en el cuerpo le habían alcanzado a sucumbir hasta las cuerdas vocales.

El jubiloso viejo abrió su bocota llena de dientes amarillos y alguno que otro desarrollando una carie que ya prácticamente cubría el 90% de la pieza dental para recibir la cuantiosa descarga nunca antes experimentada por la bella y angelical Cassandrita, el rostro de niña inocente y la pureza que la distinguía desaparecieron en milésimas de segundo, su cándido rostro cambio drásticamente, sus ojitos casi se pusieron en blanco, su lengua se salió hasta casi llegarle a la barbilla, su carita se puso extremadamente roja y sus cejas se fruncieron demostrando el nivel de calentura máxima por el que atravesaba.

Fue en ese momento que la poderosa descarga salió desde lo más profundo de la bella doncella para recompensar al macho dándole a probar sus mejores y más afrodisiacos caldos vaginales los cuales cayeron directo a la sucia boca, Don Marce trataba de no desperdiciar ni una gota de esa milagrosa mezcla vaginal la cual tenía un brillo excelso y plateado que irradiaba a medida que esta iba cayendo como si se tratara de orina, así hasta que la aplicada estudiante terminó de desbordarse aun pegando el alaridoso grito que ya llevaba algunos segundos sosteniéndolo en su diafragma para terminar de desplomarse arriba del degustador de sus curvas número uno.

Después de que Cassandrita volvió en sí, ya que de la debilidad que la sucumbió se le nubló hasta la vista, experimentó una atroz comenzó en su agridulce bollo, tan empapado que los líquidos cubrían hasta sus muslos, podía sentir el deslizamiento de algunas gotas de su corrida por sus piernas y muslos, quería rascársela con algo, la nena bien pudo haberse rascado su panocha con su manita pero en eso sintió que la nariz de mango del viejo rondaba por los alrededores y aprovechó para darse una serie de sus mejores refregadas de concha en contra de la enorme y cacariza nariz, mientras tanto el pervertido evidenciaba en toda la atmósfera que lo rodeaba una apestilencia a jugos y bollo empapado, pero que lejos de incomodarlo lo alentaban a mover su nariz de arriba hacia abajo regalándole a Cassandrita nuevas sensaciones que la volvían a hacer gemir como toda una putita en celo para después de manera lenta ir subiendo su barbilla y sacando su serpenteante lengua con toda la intención de volver a devorar esa humeante panocha.

Ya no había necesidad que el viejo la atrajera hacia él, ahora Cassandrita se ensartaba por voluntad propia en contra de esa infernal lengua que la llenaba de babas y cuya boca se había acoplado como si una estuviera hecha de manera perfecta para encajar en la otra demostrando lo caprichosa que había sido la naturaleza al recrearles las medidas exactas a este par en cuando a boca y concha, después de otro buen rato de estar chupando bollo y jalando pliegues vaginales como un desaforado el viejo detuvo estas femeninas arremetidas debido a que su lengua se estaba acalambrando, una vez que se pudo chispar la boca del viejo seguía unida al sexo de la nena por incontables hilos de lubricantes y babas que impedían a toda costa que ambos órganos se distanciaran.

El pervertido se dedicó a contemplar la feminidad de su niña, con sus dos manos abría la suave papayita como si se tratara de una flor, contemplaba los internos labios vaginales, aquellos que tan rico le apretaban la verga, visualizaba el oscuro y en extremo reducido túnel que lo llevaba al fértil útero o matriz de tan desarrollada señorita y hasta el mismo se preguntaba¿cómo vergas es que mi miembro puede caber por ese espacio tan estrecho?, así como también, ojeaba o se comía con la vista el estimulado, erizado y colorado botoncito que coronaba el sexo de Cassandrita.

Después de una larga y profunda aspiración al bollito de la nena el viejo daba por sentado que ya era mucho 69 por ahora, y si bien tenía toda la noche para disfrutar de los placeres de la carne, ya desesperaba por meterle hasta el fondo su maloliente verga a la inocente niña.

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Mientras esto pasaba en el caluroso cuarto de Don Marce, lleno de bolas espermatizadas regadas por donde quiera e imágenes sugestivas de mujeres en poca ropa cubriéndolo todo dejando espacio únicamente para los contactos de las clavijas de aparatos eléctricos y electrónicos. Lejos de ahí, en la casa de la nena, el reglamentario padre de la colegiala llegaba después de un arduo día de trabajo, se había llevado a cabo una pequeña reunión informal entre trabajadores a la hora de receso en la empresa donde él laboraba, todos y cada uno de ellos enorgulleciéndose y sacando el pecho platicaban en cuanto a logros académicos alcanzados por sus respectivos retoños, la mayoría varoncitos.

Al respetado señor le daba orgullo extra que su hija, a pesar de lo hermosa que era, también había salido de buena cabeza, mucho más que los herederos de sus compañeros de trabajo ya que Cassandrita tenía más reconocimientos, había aparecido más veces en el cuadro de honor, contaba con el segundo mejor promedio en este semestre de los ahí reunidos, e incluso había representado a la escuela en algo de ortografía, siendo saludada por el mismísimo supervisor de la zona escolar, cosa que la remarcaba del resto de los hijos de los trabajadores con los cuales su señor padre en esos momentos platicaba.

Por esta razón, olvidándose de que en un principio su mayor ilusión era la de tener un primogénito varón, el suegro de Don Marce deseaba llegar a su casa con la ilusión de abrazar a su pequeña e inteligente hija.

-mi amor ya llegué, y Cassandra?- preguntaba el papá, en parte también porque siempre que él llegaba veía a su encantadora hija en la mesita de estudio, al lado de la sala de estar, aunque era viernes, pensó, ese día por lo general estaba en su cuarto.

-habló, que dice que se iba a quedar en la casa de su amiga, Lupita, la niña que luego la viene a dejar en una moto- respondía la señora.

-mm, ya veo, ¿y los padres de esa niña… estuvieron de acuerdo con ello?,-

-no se amor, a mí solo me marcó ella, pero… me imagino que si-

-la llamaré para ver cómo está- dijo su padre sacando un celular de su bolsillo al tiempo que acomodaba una de sus piernas sobre la otra y llevaba dicho dispositivo directo a posicionarse cerca de su oreja derecha.

Unos pocos minutos antes de esto, la risueña Lupita hablaba por teléfono con Armandito, el niño quería saber, por centésima vez, cual había sido la reacción de Cassandra con respecto al peluche.

-y… y… y… cual fue la cara que puso?- el niño emocionado preguntaba hasta por el mínimo gesto en el rostro de su enamorada.

-este… e… se emocionó mucho, dice que le gustó mucho, pero que le gustaría más conocer a la persona que se lo envió- la dulce Lupita le enviaba algunas indirectas y empujoncitos para ver si de una vez este niño se decidía a ir más allá por el mismo, y a ver si ya dejaba de preguntarle siempre lo mismo.

-de veras?, eso te dijo?, asu es que no se… si esté listo- era por demás notorio el nivel de inocencia, por no decir otra cosa, con el que se expresaba el jovencito.

-sí, de veras, ay Armando,- la niña, ya toda enpijamada, hacia un gesto como de desmotivación.

-y… y… pero tú que me recomiendas?, crees que ya es hora de que le diga algo?, y en caso de decirle, que le puedo decir?, ayúdame Lupita, no seas-

-mmm, mira Armando, tampoco puedo interferir por ti hasta el grado de conseguirte una cita con ella, eso tendrás que ingeniártelas tú, yo ya cumplí con hacerle saber que hay alguien que la quiere en serio y estoy cumpliendo aún más poniéndola al tanto de todos los presumidos calenturientos del salón que solo la quieren pero como… en una manera de exhibirla en la calle más como un trofeo… que como una novia-

-ahhh,- el joven se quejaba y desilusionaba un poco, pero casi al instante su mente se iluminaba.

-ya sé, en la tarea de fin de semestre, ahí aprovecharé, pero tendré que ir a su casa, se vería mal que yo la hiciera venir hasta acá, eso no es de caballeros, no… no… no…, Lupita porfa pásame su dirección-

-mejor pídesela a ella, para que no note raro que tú ya te la sabias- decía la tierna jovencita viéndose en un espejo, por un momento envidiando a su mejor amiga en cuanto a belleza así como también notando como de entre su pijama unos pequeños pechitos ya florecían con las medidas no tan voluptuosas como su amiguita pero si llamativas a la vista del público masculino.

-pero ya se la pedí una vez y no me la quiso dar qué y que se sentía mal y sus papás no estaban-

-pues que sea un día que si estén, así te vas familiarizando con tus suegros jijijiji, tu dile, verás que si te la pasa, va a ser para una tarea, además de que te tiene en el concepto de un niño serio-

-ahh si verdad jeje, pero orita no, todavía falta, mientras voy a pensar todo muy bien-

-mm, bueno Armando te dejo porque no demoran en marcarme- dijo Lupita esperando ansiosa e ilusionada la llamada de un muchacho que la había estado cortejando los últimos días mientras Armandito se emocionaba tanto que cualquier canción melosa que escuchara le recordaba a su adorada.

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En la desarreglaba cama de Don Marce, la contrastante pareja ya se había posicionado para llevar nuevamente a cabo una de sus calientes posturas coitales, la nena yacía boca arriba con sus piernitas abiertas y bien levantadas, sus potentes muslos ligeramente flexionados hacia ella para permitirle lo mejor posible el acceso a su macho, este en tanto, mantenía una postura similar a como si estuviera haciendo lagartijas, apoyándose en la cama con los dedos de sus pies y los puños de su mano, o más bien un puño, ya que la otra mano aferraba el caliente y pulsátil instrumento apuntándolo en contra de la entrada vaginal de la nena.

Ella en tanto veía casi con amor, como la concentración era clave en el corrompido rostro del viejo, lo veía sudando, sacando ligeramente la lengua, y con un par de venas sobresaliendo de sus sienes, era por demás visible la cada vez mayor pérdida de capilaridad en su cabeza, el viejo por su parte, veía el hermoso, ruboroso, blanquito y candoroso rostro de la niña frunciéndose cada que el viejo pasaba su oloroso glande por sobre su sensible botoncito, para hacer más contraste entre esta pareja el azulado cabello de la nena era tan abundante que este tapaba completamente la almohada en donde ella descansaba.

Esta vez el viejo no esperó a que la nena le pidiera que la penetrara, él mismo comenzó a ejercer presión sobre la escurridísima conchita, la resistencia que esta ofreció era casi comparada a cuando la primera vez, el sudoroso viejo volvía a sentir las estrechas y casi impenetrables paredes impidiéndole el avance, transpiraba como porcino asustado debido a las importantes fuerzas que se traducían en colosales pérdidas de energía solo queriendo lograr embutirle a la niña su violetáceo glande, hasta que al fin, después de algunos minutos, volvía a sentir como su equino miembro se abría paso lentamente en esa ahora pelada conchita.

A medida que la panocha de la agitada Cassandra se comía lentamente los centímetros de tan gruesa salchicha, el viejo desconfiguraba cada vez más retorcida su ya de por si horrenda cara, viéndose como sus pervertidos gestos aseguraban el placentero disfrute sexual mientras hundía su verga, mientras la nena ruborizaba su carita y la fruncía aún más, así hasta que después de un certero y poderoso empujón la pareja quedó perfectamente ensamblada, y esto se notó debido a que la verga del viejo ya no podía sumirse ni un milímetro más, los babeados y morenos huevos hacían contacto directo sobre la colorada piel ubicada debajo de la abultada panocha.

Toda esta perforación a la nena le pareció casi eterna, el dolor que nuevamente experimentó su panochita fue intenso, pero, ahora que sabía del placer sentido una vez que el viejo empezara a moverse lo soportó con toda la paciencia e ilusión del mundo, en todo el tiempo que duró la lacerante penetración la pequeña princesita nunca pudo juntar sus labios, estos siempre permanecieron abiertos debido a la expectación y el efecto reacción que causaba la lenta perforación.

El viejo acomodó ahora si sus dos brazos formando una prisión con ellos para su amada, y estaba por mandarse sus más descabelladas arremetidas en contra de la dulce papayita cuando, es eso, la caliente pareja fue sacada de su mundo de caramelos por un sonido proveniente de un celular, el empalagoso tonito hacia obvio que no pertenecía al viejo, el celular que sonaba era el de la nena…

La nena veía como la pantalla de su celular alumbraba, quiso desclavarse del viejo pero este no se lo permitió haciéndole esa negativa seña con su dedo índice y riéndose descaradamente, solo le acercó el aparato para que ella pudiera ver quien la solicitaba, la nena veía con un profundo miedo como arriba del dibujito de un teléfono aparecía la leyenda “Papá”.

-¿Quién es?- preguntó el viejo, con un claro indicativo de molestia en su cara aprovechando el tiempo fuera para secarse el sudor de su arrugada frente.

-m… mi… mi papá- dijo la tartamudeante y aterrorizada nena pensando que ya le habían caído en la movida.

-jejejeje, pensé que nadie nos molestaría, mi amor- dijo el viejo, ya más serenado pero terriblemente excitado, tallando los suaves cachetitos de su penetrada amante, para esto la llamada ya había terminado y ahora se exhibía la leyenda de “llamada perdida”.

Pero pronto la pareja fue asaltada por otra insistente llamada, nuevamente el padre de Cassandrita marcaba al número de su hija con la intención de que esta vez su encamable y ya desvirginado retoño si respondiera, la atravesada nena sudando a mas no poder arrebató al viejo su celular pero antes de que realizara cualquier movimiento fue cuestionada por el viejo.

-¿Qué vas a hacer Cassandrita?- decía el viejo, sin regalar ni un centímetro vergal fuera de la enchufada chiquilla, por momentos hundía más su terrorífico falo.

-ahhh, responder, uuuhhh, responderle a mi papá, sino me va a regañar- dijo la nena con el sonoro aparato entre sus delicados dedos, podía sentir la desproporcionada desmedida tanto vergal como glandeal creciendo desincronizadamente dentro de ella, inflándose hasta casi presentir que la reventaría por dentro o le abultaría el vientre con tanta carne brotada de quien sabe dónde, una escalofriante risilla maniaca se formó en la lastimosa cara del pervertido, la lengua del viejo podía verse desplazándose sobre sus amarillos y cariados dientes.

Pero si bien el viejo ya se había botaneado a la dulce chiquilla mientras esta hablaba por celular con su mami, en este momento sus demoniacas intenciones no consistían en hacer lo mismo con el padre de Cassandrita, un señor mucho más joven que él.

-jejeje, déjalo que suene, no le contestes- dijo el viejo encomendándole otra de sus órdenes, no le emocionaba tanto el hecho de cogerse a Cassandrita en las narices de su padre en esas circunstancias, tan cerca pero a la vez tan lejos, en ese momento lo enyamaraba terriblemente la idea de que la niña lo obedeciera más a él, un viejo morboso y feo con quien la mocosa apenas tenía unos meses de haber entablado su primera plática que al hombre que aportó para darle la vida y la cargó entre sus brazos el día de su nacimiento.

-pero… Don Marce- la dulce boquita de Cassandra fue sometida de manera delicada por uno de los dedos del viejo, depositándolo suavemente arriba de sus carnosos labios a manera de indicarle que guardara silencio, este tuvo que implementar todos sus atributos actorales para sacar su mirada más galanesca y su sonrisa más cautivante, pero, a pesar de que sus semblantes eran más falsos que un atún boliviano, para la niña era por demás convincente el rostro novelesco y demostrativo del amor que él sentía (disque) por ella.

-shhh, shhh, Cassandra, no le contestes, hazlo por mí, mi amor- dijo el viejo y volvió a fusionarse en un morboso beso lleno de lengua con su enamorada, ella lo correspondió pues sus besos le sabían como si fuera la miel más dulce, soltando el celular debido a que sus deditos se aflojaron y se dirigieron a acariciar los rasposos cachetes del pederasta llenos de pelos canosos, entregándose completamente a esos pervertidos besos que la hacían suspirar de amor, mientras el aun sonante celular caía delicadamente en el colchón de la cama.

A raíz de esto Don Marce aprovechó para comenzar, ahora sí, con su serie de aserruchadas en contra de la delicada rajita de la nena, era por demás inverosímil como es que ese espacio tan reducido podía albergar tan desmesurado grosor, sin duda Don Marce debía de estar agradecido por estar tan bien equipado por la madre naturaleza.

Los embates comenzaron sin ningún tipo de respeto o consideración hacia su bella amartelada quien yacía con su carita fruncida y sus ojitos cerrados recibiendo todo el amor mientras el viejo tomándola de la cintura, enterraba lo más profundo que podía su venuda espada, ella en tanto levantaba aún más sus muslos, cuidando la posición de estos pues sentía como perdían potencia en cada arremetida, una tercera llamada por parte de su padre se escuchaba, pero Cassandrita estaba tan entregada a la cogida que le pegaba su macho que esto pasaba a segundo término, solo volteó tímidamente a observar el aparato que yacía centímetros de donde se la estaban botaneando abriendo levemente sus ojitos para después cerrarlos y volver a ladear su carita en la posición en que la tenía.

Lo que si hacía la niña, aparte de cuidar la posición de sus muslos, era por momentos acariciar el deforme cuerpo de su lombriciento macho, tallarle su feo rostro o regalarle sus más femeninos gemidos y suspiros dedicados especialmente para él, mientras lo miraba con unos entrecerrados ojitos mitad inocentes mitad cachondos al tiempo que una tierna risita adornaba sus sensuales labios.

El enloquecido viejo dejó caer su cuerpo contra el de su doncella y procedió a comérsela a besos, quedándose quieto en cuanto a penetradas me refiero por un momento pero con su verga bien adentro de ella en un periodo de descanso sugerido por él mismo, estaba por demás sudado y agitado, igual que la muchachita quien su respiración delataba lo adrenalizada que se encontraba, ambos ejercían movimientos salvajes de succión de bocas, juntaban sus labios y los aplastaban contra los del otro (a), se abrazaban y apretaban hasta donde sus fuerzas les alcanzaban, acariciaban todo el cuerpo de su contrincante, el viejo manoseando principalmente esas tetas que tanto abultaban bajo cualquier blusa que la nena se pusiera.

De repente las tomó, cada una en una de sus arrugadas manos, y comenzó a lamerlas desde la base hasta la colorada punta como si estas estuvieran hechas de caramelo, sintiendo su perfecta redondez y saboreando su salado sabor producto del sudor que las cubría, sudor que cubría todo el cuerpo de Cassandrita y que la hacía brillar exquisitamente, y que decir del viejo que chorreaba del salado líquido, sendos ríos de sudor surcaban por su cuerpo buscándose camino entre las arrugas y sumideros que presentaba su desproporcionado cuerpo, el viejo miraba como los pezones de la niña estaban tan puntiagudos que fácilmente le sacarían un ojo, y no pudo evitar engullírselos para después comenzar a succionar como si fuera un pequeño y hambriento ternero.

Después de tanto mamar chiche a lo bestia, el depravado prosiguió con sus ofensivas en ocasiones dejándosela ir con todas sus fuerzas haciendo que sus mayúsculos huevos impactaran una y otra vez en cada aserruchada que se mandaba en contra del espacio que separaba la panocha del culito de la bella princesita, la nena casi se sentía morir cuando el viejo se portaba tan violento con ella, sentía que todas sus femeninas fuerzas abandonaban su cuerpo dejándola a merced del pederasta, pero era esta misma brusca fortaleza lo que la hacía confundirse aún más.

En su joven mente especulaba que, como mujer, debía de portarse sumisa, complaciente, obediente y principalmente muy femenina, y que Don Marce al ser el hombre tenía que mostrar su fortaleza a la hora de intimar con ella, pensaba que esta tosquedad era parte del cortejo efectuado por el macho para demostrar que era digno de merecer a tal hembra, que su fortaleza era lo suficientemente adecuada para protegerla ante cualquier peligro y que dicha fortaleza tenía que ser demostrada a la hora de aparearse con ella, esto, sin que la nena pudiera comprender muy bien o darse cuenta de la situación a la que su joven mente la arrastraba, la hacía sentir y comportarse mucho muy hembra.

Mientras Cassandrita seguía siendo acuchillada por tan profunda y carnosa navaja, el viejo también manifestaba sus propias teorías y después de pensar mucho había llegado a la conclusión de que la nena se sentía coitalmente atraída hacia él, sino no se estuviera revolcando con un viejo de apariencia sesentera y prácticamente pelón, y esto le daba a pensar hasta donde la nena era capaz de llegar con tal de demostrarle el supuesto amor que en ella se había desarrollado, pero el viejo predecía muy bien que esto no se trataba de amor, sino el gusto por una buena verga lo que hacía a la chiquilla comportarse de esa manera, además recordaba esa frase que le produjo cosquillas hasta en su verga y estaba interesado en saber cuál hubiera sido la culminación de dicho enunciado en caso de este haberse consumado.

-Cassandrita ahhh, recuerdas que hace ratito ahahahah, dijites que me querías, hhoooohhh- dijo el viejo, sin embargo la frase estaba complementada con lo que él se imaginaba, ya que la nena la había dejado a medias.

-ahhh, Don Marceeeee, yo nooo me acuuuuuerdooaahhh aaayyyyy, lo que seee, es que estoooo, esto se sienteeee bonitoooooo- dijo la nena sintiendo al máximo las acometidas al tiempo que depositaba tiernamente una de sus manitas en el pecho de su hombre.

-no te hagas oohhhggg, no lo dijites así, perooo por ahí ibaaa, verdad??,  uhhhh que ricooo me aprietas la vergaaaa, mi niñaaaaa- el viejo apretó un poco la velocidad de sus embestidas para que Cassandrita hablara más con la calentura que con su razonamiento, además de no medir su albañilesco lenguaje ante la letrada chiquilla.

Las sucias acuchilladas eran tales que la verga del viejo apenas y se divisaba cuando salía de la jugosa papaya de la niña, llegándose a velocidades tan inverosímiles en donde la verga de Don Marce entraba de dos a tres veces por segundo, el viejo para esto se había abierto mucho de patas sosteniéndose casi con los dedos gordos de sus pies mientras levantaba un poco su desinflado y sudado culo lleno de enroscados pelos negros que le cubrían prácticamente toda la acanelada raya, la pobre panocha de la chiquilla estaba hecha un océano de jugos, el viejo para aumentar su (de ella) calvario y calentura decidió jugar con su hinchado clítoris, bajando una de sus manos y estimulándoselo rítmicamente, y casi estirándoselo desde su lugar, el pervertido casi se lo quería arrancar, esto solo hacía que la nena sintiera corrientes eléctricas recorriéndole hasta los huesos mientras su boquita se movía graciosamente temblorosa al tiempo que sus ojitos se desbordaban en lágrimas.

De este modo el cerdo quería seguir inculcando las lecciones de vulgarización a la nena, y hacer que esta completara esa oración que dejó pendiente, quizás si la atacaba otro poquito podría lograr su malvado cometido, si bien en la cogida anterior Cassandrita ya le había dicho a Don Marce que lo amaba, al parecer el viejo la quería escuchar decirle eso en cada revolcada que se pegaran.

-Cassandrita, anda, dime lo que me ibas a decir, que tú que??, que tú me qué??- el mañoso viejo aparte de que le hablaba muy cerca de su oído se dedicaba a seguirla toqueteando de su sensible botoncito, para esto el celular de la nena ya no volvió a sonar, al parecer el papá de la niña había desistido pensando que si hija muy probablemente estaba entretenida con su amiguita viendo alguna película.

-Don Marce yooo, ahhhh ahhhh, ahhhh- le nena sentía que el corazón se le salía de su pecho, estaba hecha un mar de dudas, quería soltárselo pero le daba mucha pena o quizás aún pensaba que estas emociones no eran normales ni adecuadas para una nena de su edad considerando precisamente la edad del viejo verde, pero el nacimiento de un intenso orgasmo que se formaba en su vientre parece haber sido el estímulo suficiente para decirse ella misma “ay dios, creo que me estoy enamorando

Pensando esto la niña se sonrojaba aún más, miraba al pervertido viejo con sus tiernos ojitos y le dedicaba una hermosa sonrisa con esos labios que estaban para devorarlos.

-dimeeee!!- dijo el oxidado viejo mandándose una de sus más mortíferas apuntaladas de la noche, escuchándose el desquiciante y encharcado sonido de los sexos cortejándose.

La nena arrugó su carita muy placenteramente, se llevó uno de sus deditos a sus labios y sin pensarlo más lo soltó.

-Don Marceee, yo… yo en verdad… lo amooooo, lo amoooooooo!!!- gritó la nena a todo pulmón, si bien ya le había dicho esto la cogida anterior, en aquella ocasión ella misma reconocía que había sido más por calentura, en esta, según ella, se lo decía con todas las fuerzas de su corazoncito, la niña estaba completamente entregada en cuerpo y alma a su viejito.

-jejejeje, de veras mi niña- el orgulloso viejo reía más que nada por lo pendeja que podría llegar a ser la chiquilla, como es que podía pensar todo eso solo con que su bollo se calentara y se llenara de verga, en verdad que era una putilla en pleno ascenso, se decía para si el asqueroso sujeto mientras seguía penetrándola como si quisiera desquebrajarle los huesos de la pelvis.

-siiii Don Marceeee!!!!, en verdad lo amooooo!!!!, estoy enamorada de usteddddd!!!!- gritaba la chiquilla, declarándole los sentimientos a los que ella había llegado después de tanto estar meditando estos últimos días sola en la oscuridad de su cuarto y en el momento en que la actual cogida se llevaba a cabo.

“jejeje, que pendeja chiquilla, se nota que ya no les dan ácido fólico a los niñas de hoy en día, sigue así putilla caliente que las nenas como tú terminan paradas en las esquinas o ficheando en alguna cantina jejeje, voy a dejar de metérsela tantitito a ver cómo me la pide” eran los cínicos pensamientos del viejo.

La chiquilla notó que el viejo había dejado a someterla coitalmente, esto impedía que pudiera sentir rico y que se siguiera formando el riquísimo orgasmo que hace poco amenazaba con llegarle en cualquier momento, así que se atrevió a solicitar que se le siguiera penetrando.

-Don Marce, por favor, siga, sígame haciendo el amor- dijo la nena con sus ojitos brillosos en enamoramiento y sus sensuales labios adquiriendo la forma como de dar un beso, arriba de sus labios y debajo de su respingada naricita podía verse una pequeña concentración de sudor formando un minúsculo lago.

-jejeje, mi niña, tengo que decirte algo- dijo el viejo, sin sacar en ningún momento su fétido taladro, el cual descansaba cómodamente apretado entre la vagina de la jovencita pulsando sincronizadamente con la vagina de la chiquilla.

-que?, Don Marce,- preguntó ella, las embestidas se detenían por completo regalando unos minutos de descanso a la desgastada pareja, en ocasiones sus respiraciones eran más pesadas que las palabras que se decían.

-primero, ¿recuerdas en lo que quedamos hace rato?, que ya no me dijieras Don Marce, que me dijieras mi amor, jejeje- la niña se ruborizaba aún más pero seguía expectante a lo que el viejo le dictaminara, ambos se veían directamente a los ojos, completamente sudados, con respiraciones muy agitadas y aun unidos de sus órganos sexuales.

-y lo otro, yo no suelo decir mucho esas mamadas, lo de hacer el amor, a mí me gusta decir “coger” jejeje- una risilla perversa se dibujó en la espeluznante cara del fogoso viejo quien con su mano quitaba algunos mechones del fleco que cubrían la sudada frente de la nena, sin embargo la nena no se espantaba ante los terroríficos gestos que el viejo exteriorizaba y que intimidaban a casi todos sus compañeritos de la escuela.

-coger?- preguntó Cassandrita, ya anteriormente había escuchado al viejo decir esta palabra pero no le había tomado mucha importancia, hasta ahora que se la decía mirándola a sus ojitos y en una conversación para ella de relevancia.

-siii mi niña, coger, lo que estamos haciendo se llama coger, eso de hacer el amor es solo una frase publicitaria usada por las películas y cuentos infantiles jejeje, lo que en realidad un hombre y una mujer hacen cuando están solos en la cama es cogeeeer- el viejo pervertía su cara a niveles inimaginables, gruesos goterones de babas caían de entre sus cochinos labios producto de la falta de control que tenía sobre su propia calentura, la nena solo lo observaba fijamente tratando de respaldar dentro de sus archivos pensantes tan valiosa información pero aun así su mente generaba más dudas, parecía que el viejo por cada respuesta generadora producía el doble de dudas en la chiquilla.

-Don Marce, entonces eso de… jijijij, hacer el amor… ¿no es cierto?- decía la vacilante chiquilla.

-no mi niña, te voy a preguntar algo, ¿Qué es para ti el amor?- dijo el retorcido vejete queriendo aprovecharse de la situación, queriendo llevar a la nena a la entrada a un mundo netamente sexoso.

-jijiji, ay no sé, siento que… jijiji, es… tomarse de la mano… besarse… platicar, jijiji, ay me da pena, tomar un helado y sin que yo me dé cuenta me tome la mano… regalarnos cosas como globos y así jijij, ya no me vea que me da pena- la nena por momentos esquivaba las calientes miradas del viejo este en tanto se asqueaba con tanta melosidad.

-jejeje, pues no mi niña, el amor así como lo te lo imaginas no es cierto, eso es pura mercadotecnia para hacer gastar dinero a las parejas de novios, el verdadero amor mi niña es precisamente esto, lo que hacemos tu y yo a escondidas, el amor es coger, hacer el amor en realidad es lo mesmo que coger jejeje,- decía el lascivo viejo, ni el sabia en realidad lo que quería expresar pero al mismo tiempo enredaba las ideas de la chiquilla quien todo asimilaba a su entendimiento, y como su experiencia en el amor era casi nula no había mucho de donde apoyarse para verificar las guarras ideas del vejestorio.

“pinche chiquilla caliente tú solo dedícate a coger y déjate de andar pensando mamadas, esos cuentos e historias baratas solo te están oxidando el cerebro escuincla pendeja” pensaba el ilustrado.

-bueno, creo que ya descansamos un poco, ahora quieres que te siga cogiendo??- decía el pervertido con todo el descaro del mundo en parte para cambiar la plática por si la nena le salía con otra de sus preguntas estúpidas, estaba jugando al filo de la navaja, pero la nena no lo veía de esa manera, para ella estaba inculcándole todos los conocimientos amorosos que poseía.

La nena se quedaba pensativa, sin duda que la vulgar palabra (coger) ya la había escuchado, pero esta era implementada por sus amiguitos en sus codificadas formas de comunicación entre ellos, aunque de alguna manera intuía que su significado iba por esos rumbos, sin embargo nunca lo pudo comprobar pues ella no era de esas niñas que se llevaran a relajo pesado con sus amiguitos, ella sabía que era una mala palabra de esas que no se deben de decir, y menos una señorita decente como ella a quien sus padre la educaron bajo el precepto de que las niñas no deben de andar de malhabladas, pero con Don Marce había aprendido tanto los últimos días que ya no sabía que era bueno y que era malo, así que ella si más por el momento solo atinó a solicitar

-si Don… que diga, si mi amor, jijijijijij, siga… sígame cogiendo- dijo la nena presa de un acaloramiento infernal y una descontrolada sensación de cosquillitas en su estómago con solo decir esa sencilla frase, pero que para ella representaba muchísima vergüenza.

-repítelo mi niña, no te escuché bien jejeje- dijo el viejo haciéndose el tonto, la niña, no muy convencida ante esta obvia tetra del viejo decidió seguirle el juego, pensando que era parte del procedimiento y que a lo mejor esto le gustaba a su hombre pero él tenía que recurrir a sus juegos de palabras para no incomodarla decidiendo ella que a partir de hoy lo secundaria en todo para que este fuera perdiendo la “timidez” con ella, este era el nivel de inocencia de la joven Cassandrita.

-si amor, sígame cogiendo, sígame cogiendo, jijiji, no me vea que me da pena jijiji- la nena no se limitó pero si se apenó un poquito diciendo tales barbaridades, para ella esto era un juego solo entre parejas, algo que no saldría de entre ellos dos, así que por tal motivo no había problema.

El viejo, quien nunca sacó su verga de la panocha de Cassandra, comenzó a bombearla nuevamente, protagonizando una jugosa y enfrascada lucha entre sexos, batiendo tanto líquido preseminal como jugos vaginales llegándose a formar una olorosa y espumosa sustancia que aderezaba los órganos reproductores de ambos y que facilitaba bastante las penetraciones, cada gesto fruncido, gemido, suspiro y demás forma de expresión placentera que la nena hacía era considerada una especie de alimento para el viejo, nutriendo sus ganas de seguirla mancillando, de seguirla penetrando hasta que ella alcanzara otro clímax.

Y no pasó mucho tiempo para esto, la nena estaba tan candente que de su vagina se escapó un potente torrente lúbrico que advertía el desfallecido paroxismo por el que estaba atravesando, su cuerpo como de costumbre se retorcía al mismo tiempo que sus labios dejaban escapar la palabras me vengo una y otra vez, mientras en sus ojitos se visualizaba como si estuviera perdiendo el alma, una tremenda fuga de néctares comenzaron a escaparse de entre la penetrada panocha brotando hacia la superficie y haciendo regazón por toda la zona pélvica de ella principalmente, quien era la que estaba boca arriba.

El charlatán viejo veía a la chiquilla revolverse debajo de él y mostraba un gesto mamarracho al darse cuenta de que aun a su edad todavía conservaba el toque, que si bien en tiempos antaños siempre había cogido con puras señoras gordas, chaparras, feas y uno que otro gay, pero ninguna se podía quejar de lo bien que el viejo se desenvolvía en cuestiones amorosas.

La aun ensartada nena se recuperaba, miraba a su alopécico viejito todo cansado y sudado, pensaba ella que el viejo estaba haciendo muchas fuerzas y poniendo todo su empeño para satisfacerla como mujer y eso se lo agradecía, porque el hacer este tipo de cosas con el viejo la hacía sentirse muy mujercita, este la tenía bien aferrada con una mano de su espalda baja y con la otra de sus hombros, ella comenzó a jugar con los enredados vellos que cubrían el pecho de su hombre, revolviéndolos y enroscándoselos en sus deditos, la chiquilla no sabía el por qué dichos vellos llenaban a su viejito de hombría y masculinidad pero algo de eso ya le había contado el maduro.

-cambiemos de posición mi niña, tu arriba de mí, como ese día afuera de tu casita- dictaminó el viejo, la niña solo asintió afirmativamente, estaba tan enloquecida a estas alturas si el viejo le pedía el culo se lo daba.

Lentamente la feliz pareja se fue desacoplando y acomodándose en la posición solicitada, el viejo ahora se acostaba boca arriba con su potente herramienta viril apuntando al techo, tan erecta que casi parecía el asta de una bandera y cuyos lubricantes que la empapaban bajaban lentamente como la lava lo hace hasta las faldas de un volcán, la nena muy trabajosamente se subía arriba de él, primero se sentó en la lanosa panza como si fuera a cabalgar a un equino, su depilada vagina sentía el cosquilleo que le brindaban los gruesos pelos que tapizaban la rumiante panza del viejo, esta parte, su panza, era lo único que no se acoplaba a las medidas raquíticas del pervertido.

La nena le regaló al viejo tres de sus más románticos roces labiales, uno en su frente de lavadero, otro en sus labios de asno y el último en su pecho caído, el viejo solo veía con morbo absoluto como esos tremendos y sobresalientes pechos se bamboleaban ante sus calientes ojos cada que la nena se dirigió a plantarle un beso.

La nena hizo su cuerpo más hacia atrás, sacando un poco el portentoso culo en este movimiento al sentir una vergal presencia palpándola desde atrás, conocía la posición a la que sería subyugada pues ya la había visualizado en alguna revista que el viejo le había prestado, sin embargo no la había practicado aun ya que anteriormente afuera de su casa el viejo estuvo sentado, esta vez el desvergonzado estaba acostado tan tranquilo como si la vida no le corriera, la nena ubicó la gran y tiesa tranca, tan imponente, dura y pesada como un pedazo de fierro, y caliente como si la hubieran sacado de las brasas, casi evaporaba los fluidos que la cubrían, sus venas pulsaban desincronizadamente, Cassandrita apoyó sus blancas manitas en la panza de su martirizador y descendió muy cuidadosamente mientras su largo, hermoso y azulado cabello se le acomodaba muy sensualmente hacia un solo lado cubriéndole la mitad de su agraciada carita al tiempo que se mandaba una risita al viejo demostrando su total complicidad.

Su femenino sexo hizo contacto directo con el amoratado glande, el viejo hacia un estudio u observación de campo sobre como su cabeza gladeal era absorbida por la panocha de la nena, poco a poco la húmeda conchita se iba abriendo y al mismo tiempo tragando esa bestialidad hasta que el pederasta sintió como su glande estaba completamente alojado dentro de ella, la nena emitió un fuerte suspiro y se detuvo en el momento bajando un poco la vista y sacando sus labios muy sensualmente, respirando por la boca, aunque después siguió con su tarea de seguir bajando, cada segundo la panocha de la nena tragaba más verga así como su rostro se iba descomponiendo, era como si la entrada de ese bestial miembro hiciera que los ojitos de la nena se le ocultaran, el viejo escuchaba el crujir de las paredes vaginales abriéndose ante el intruso invasor, hasta que después de mucho doloroso sacrificio, la nena se la tragó toda, dándose un fuerte sentón arriba del viejo y haciendo gestos como si algo la estuviera devorando desde adentro.

Si bien las irrupciones siempre eran las partes más dolorosas del coito, este suplicio se recompensaba con una ardiente, apasionada y sobre todo placentera lucha carnal, en donde la pareja su fusionaba en cálidos besos y sugerentes movimientos pélvicos demostrándose el “amor” que sentía el uno por el otro, o al menos la nena así lo entendía, mientras el sacrificado viejo casi escupía su secreción seminal solo con ver a la lastimosa Cassandrita arriba de él y saber que su verga yacía encarnada dentro de ese glorificado cuerpo, a la altura del sudado vientre.

-ahhhhhhhhh- fue el grito que pegó Cassandrita cuando se comió los 19 centímetros de morena carne madura que hacían verle a Don Marce un respetable bulto en sus pantalones.

En este momento la pareja volvió a estar unida copularmente, el viejo la mantenía aferrada de la breve y estilizada cintura mientras la nena comenzaba a moverse intentando hacer embonar de manera precisa esa aberración dentro de su delineado cuerpecito, Don Marce en esa posición veía como el abdomen de la jovenzuela se marcaba exhibiendo lo trabajado que se encontraba, lo perfecto, sin el menor rastro de grasa, por el contrario se alcanzaba a distinguir ligeramente los músculos abdominales de la nena contrastando con una bofa e inflada timba en donde no se marcaba nada, ella no sabía qué hacer, si debía de empezar a ensartarse ella o el viejo seria el que comenzaría a moverse, muy fruncida de su carita esperaba a que este le ordenara, desde hace mucho había comprendido la situación a la que le viejo poco a poco la llevaba, el hombre es el que ordena y ella como mujer, obedece.

-ensártate mi niña,- mandó el viejo, apretando sus dedos en contra de la perfecta curvatura de la cintura de ella y haciendo fuerzas en su verga para que esta estuviera excesivamente rígida.

La nena en un principio se movía torpemente, no lograba hilvanar tres sentones cuando paraba debido a un dolor adentro de su vientre, el viejo no se desesperaba, sabía que tenían toda la noche y que nadie vendría a molestarlos así se decidió por auxiliar a su compañera, con su verga bien parada y dentro del cuerpo de la niña tomaba a Cassandrita y él mismo comenzaba a arremeterla desde abajo, de esta manera la niña elevaba su cuerpo y literalmente volvía a caer encima del mástil, dicho movimiento no era tan escandaloso como para levantar a Cassandra hasta el punto de sacarle por completo la olorosa malformación, pero si como para escuchar los fuertes golpes que se daban ambos cuerpos en cada una de las ensartadas, ni que decir de los gemidos por parte de ambos, los cuales resonaban por toda la casa.

El desgraciado pervertido comenzó a subir la intensidad carnal con la que se desempeñaba, a estas alturas el caliente Marcelino levantaba lo más que podía su pelvis para ensartar a la nena con todas sus fortalezas, la cama no tardó en comenzar a rechinar debido a los fuertes empalamientos con los que Don Marce le demostraba a Cassandrita que era digno de poseer tan sabroso cuerpecito.

De este modo y pasados algunos minutos Cassandra comenzó a hallarle la forma a la posición, apoyó sus manitas ahora en el pecho del viejo y sacó un poco más sus carnosas nalgas, inconscientemente la nena se estaba acomodando para desempeñar de una manera más eficiente la coital postura.

-así mi niñaaaa, aaahhhhhh, que ricccoooo!!- bramaba el viejo sintiendo una importante comezón en su verga, comezón que acrecentaba cada que se metía su miembro dentro de la jugosa panocha y esta era raspada por las paredes vaginales, la niña en tanto se concentraba en cada intento superar el record anterior de autoempaladas ininterrumpidas.

-sigueeeee, sigueeeeeeee, que bonita niñaaaaa,- el viejo sin duda sentía muy rico, pero en ocasiones exageraba sus alabanzas para que de este modo la niña se emocionara y pusiera más empeño en su actividad, esto le funcionó, pues la nena al evidenciar lo bien que el viejo se la estaba pasando comenzaba a moverse cada vez más rápido y ondulatorio con la intención de aumentar el jolgorio del veterano.

-en serio… ahhh, le gusta Don Ma… mi amor mmmm- dijo la nena presa de la calentura que no le daba para pensar en otra cosa que no fuera seguirse ensartando, sus movimientos comenzaron a profesionalizarse al grado de parecer una verdadera actriz porno cabalgando la verga de uno de sus machos.

-siiii, me encantaaa, a ti no??, uuuhhhhhgggg- bufaba el viejo y flaco toro teniendo que aferrar con mas fuerza el grácil cuerpo de su mujercita, miraba hipnotizado el impactante bamboleo que tenían las tremendas y carnosas chiches de la niña y como estas, gracias a que la nena seguía aferrada con sus manitas del pecho de su hombre, se apretujaban entre ellas adquiriendo por momentos una voluminosidad mucho mayor de la que ya tenían.

-siiii!!, me encanta!!, me encantaaaa cuando usted me la meteeee!! aahhhhh- la descontrolada nena seguía en lo suyo, Don Marce era testigo de cómo los grandes y tremendamente desarrollados pechos de la jovencita casi parecían que se le iban a chispar de su cuerpo, también anticipaba con alegría que el vocabulario de la nena se empezaría a vulgarizar.

-¿cuándo te meto qué?, mi niñaaaaa!!!- preguntaba el viejo, queriendo llevar la plática a los terrenos de la vulgarización, quería escuchar a su nena decir la mayor cantidad de leperadas posibles.

-cuando me meteeee, su cosotaaaaaaa, uuuhhhhyyyyy que riccoooooo,- el cabello de la nena lucía a estas alturas completamente desalineado, se movía para todos lados, le tapaba completamente su carita, y a pesar de que ella se lo acomodaba en cada ensartada que se daba, por momentos se le hacía tanto para enfrente que casi parecía el Tío Cosa.

-pero como se diceeeee??, como se le dice a mi cosota??, mi niñaaaa!!!- gruñía el viejo con su ronca voz clásica voz de un viejo sesentero.

La nena por un momento no supo que decir, el viejo la había agarrado en curva, trataba de descifrar que era lo que el viejo quería que ella expresara a través de sus carnosos labios hasta que después de pensar un poco una idea vino a iluminar su cerebro.

-vergaaaaa!!!, se llamaaaaaa, uuuyyyyyym siiii, se llamaaaa vergaaaaaa!!!!- gritó la nena, nuevamente despejando su hermoso rostro de los abundantes mechones de su propio cabello, uno de esos mechones se le había metido en su boquita.

-como mi niña!, no te escucho!!!, aaaaggggggggg!!!!! “jeje que pendejo me alburie yo solo”– esta última frase fue pensada por el vejete.

-vergaaaaa!!, se llama vergaaaaaaaa!!!!,- la nena se movía aún más desaforada, como si en verdad quisiera comerse la verga al viejo por su vagina, además el gritar ese tipo de obscenidades la emocionaban muchísimo.

-y te gusta, te gusta la vergaaaa??- el desgraciado viejo sí que se estaba pasando de la raya, aprovechándose de la calentura de la niña para hacerla decir semejantes barbaridades.

-siiii, me encantaaaa,- sin embargo la muchachita parecía no importarle lo bellaco que se estaba comportando el fino caballero con ella, era una completa inexperta en relaciones amorosas, y comprendiendo que lo único que sabía del sexo era lo que veía en las pornos (algunas revistas traducidas o dialogadas en castellano) era de entender por qué también ella se expresaba con palabras tan procaces, o por qué veía normal el decir groserías mientras se amaba.

-¿te encanta queeeeee? mi niñaaaaaa!!!- la cara del desgañotado viejo se derretía en sudor debido a las palabrotas con las que su enamorada le decía que lo amaba, se le salían hasta los mocos (de la nariz), para el viejo esto era mejor que cualquier declaración de amor.

-me encantaaaa, me encantaaaaa su vergaaaaa!!, su vergaaaaaa!!, ahí dios mi amorrrrr su vergaaaa es tan ricaaaaaaaaa!!- gritaba la niña meneando su cabeza de aquí para allá por momentos sin demostrar firmeza en su cuello, y pensar que en estos momentos Armandito ensayaba como poder sacarle la dirección de su vivienda muy emocionado acostado en su camita, mientras este viejo podía sentirle en carne propia lo calientito que tenía su panocha por dentro, pero el viejo iba por más.

-Cassandrita, si me amass, debemos de sellar nuestro pacto de amooooor- dijo el caliente viejo.

-como?- preguntaba la nena, aun ensartándose y escuadrando sus bracitos muy sensualmente al mismo tiempo que apuñaba sus manitas.

-debemos de sellar lo nuestro… con un pacto, comprometiendonosssss uuuuhhhhh hhhhooorrrrhhhhh-

-com… prometiéndonos??- la dulce niña, con los ojos cerrados, se llevaba uno de sus deditos hacia sus coquetos labios.

-siii mi niñaaaa, siendo noviosss tú y yooo- la nena por más que intentó disimular no cabía de gozo por lo que el viejo le solicitaba, ser su novia era un verdadero halago para ella, así que aumentó gradualmente la velocidad de sus arremetidas, sintiendo como otro orgasmo estaba a punto de exprimirle el cuerpo, era el momento en que más quería sentir la verga del viejo alojada en sus entrañas.

-Don… amor, que cosas dice, mmmm, ahhhhh, aaayyyy, se pueden dar cuentaaa, nos pueden veeerrr- la nena se abrazó fuertemente de él, viéndolo a los ojos con una mirada perdidamente cachonda, hasta la lengua sacaba debido a lo ajetreada que se encontraba todo esto sin parar de gemirle directamente a la horrenda cara de violador.

-no nos verán, uuuuyyyyy, seremos novios en secretooooo jejeje, a escondidas- el viejo tomaba la cintura de la nena, apretaba con fuerza desmedida la grácil anatomía de ella y desde donde se encontraba la apuntalaba con soberbios embistes que casi le sacaban el aire a la pobre chiquilla y le marcaban aún más el ejercitado abdomen.

-jijijiji, usted y yo, ahhh, mmmmffffssss- dijo la nena a medias fuerzas, o más bien a un cuarto de fuerzas.

-siiiii, tú y yo, imagínate, tú y yoo jejeje- el acostado viejo tomando mucho vuelo se mandó un par de sus más fieros arponazos que hicieron cimbrar toda la potente anatomía de la nena, uno en cada determinado pronombre personal.

-aaahhyyyy!!, aaahhhhyyyy!!, ricccoooooo, sii, siiii, siii lo quiero!!, lo quieroooo!!!- dijo la nena, pensando que era el viejo el que le estaba pidiendo que fuera su novia, pero el pervertido pronto le hizo ver que con él las cosas eran muy diferentes.

-entonces, jejejeje pídemelo- dijo el viejo mandándose aún más fuertes y profundas embestidas, sacudiendo el sudor en todo el cuerpo de la nena y casi quebrantándole la pelvis.

-qué?- la nena no entendía que era lo que tenía que pedir.

-pídemelo, anda, pídeme que sea tu novio!!!, jejeje- gruñía el sinvergüenza remarcando unas potentes venas atravesando su cuello de buitre, sus ojos se saltaron tanto que amenazaban con salirse de sus cavidades craneales.

-Don Marce… este… que no se supone… aahhhggggg- una fuerte embestida hizo callar a la chiquilla quien apenas iba a recalcarle al viejo que al parecer estaba en lo incorrecto.

“cáaaaallate zorra jija de la verga y pídeme que sea tu puto novio de una buena vez, chiquilla buena para la vergaaaaa”, los pensamientos del viejo estaban muy distantes de las tiernas palabras con las que se expresaba abiertamente en presencia de ella.

La nena estaba más confundida que nunca, esto no era normal, lo correcto según ella era que el apuesto príncipe debía de declararle su amor a la bella doncella tomándola de la mano y besándosela romántica y delicadamente, y no al revés, pero pensaba en la posibilidad de que el viejo así lo quisiera, que ella se lo pidiera, algo raro para ella pero una aún más fuerte apuntalada que le hizo escupir algo de saliva la hizo volver a la batalla, alejando todas esas mamadas románticas que ella veía en las películas, no supo porque se le vinieron a su mente las mujeres que trabajan, las mujeres que ocupan puestos importantes en las empresas, la lucha de la mujer por tener igualdad de condiciones que el hombre, se dijo que si ya su género había logrado todo eso entonces bien podría haber aquellas mujeres que le declaran su amor a un hombre, entonces a lo mejor esto sea más normal de lo que ella pensaba, redundantemente es lo que medio pensaba la nena mientras era ultrajada.

-Don Marceeee-

-que mi niña- la nena tomó las manos de su enamorado, enrollando sus deditos con los de él y llevando esas unidas manos a la altura de su corazón, preparándose para declararle su amor, el viejo seguía embistiéndola pero había bajado su ferocidad, sin embargo aprovecho el momento para acaparar con una de sus manos todo el pecho derecho de la joven enamorada.

-Don Marceee, quiere… ahhh,- de más está decir que la cara de Don Marce era de júbilo total, como si le hubiera negociado la vida eterna al creador.

-Don M… Don Marceeee… usted… usted quiere… le gustaría… este… usted quiere ser mi noviooooo- dijo la nena ya casi vaciándose en jugos, el viejo por lo tanto reía de forma burlona ante la docilidad manifestada por la nena, ante lo pendejita y manipulable que era, inclusive hasta en la forma en que tartamudeo mientras construía la sublime oración.

-estás segura mi niña?- todavía el viejo se dignaba a cuestionarla sobre su decisión.

-siii, siii, segura, quiero que… usted y yoo… seamos noviosssss- la nena comenzaba a revolverse presa de otro naciente orgasmo.

-pero, ¿porque yo mi niñaaa?-

-porque usted… yo a usted… lo amooooo… desde ese día… que lo hicimos… no he dejado de pensar en usted… todos los días me toco pensando en usted… sueño con usted… me gusta cómo me trata… y lo que hacemos a escondidas…- la nena ya estaba que se vaciaba.

-jejeje, acepto preciosa, seré tu noviooooo aaaahhhhhhrrrrgggggg- el viejo soportaba el más crudo aplastamiento vaginal en contra de su verga, el sexo de la niña se cerraba casi triturándole la verga para después aflojar un poco y lanzar una potente descarga de jugos que terminaron por regar la extensa selva amazónica compuesta por pelos negros que poblaban todo el vientre bajo del viejo.

-aaaahhhhh, me venggoooo, me venggoooooo mi amooooooorrr!!!- gritó la destrozada chiquilla sacudiéndose de todo su cuerpecito, llevando sus manos a tapar su carita.

La niña estaba en pleno trance orgásmico, alcanzó a escuchar la aceptación del viejo y eso la hizo abochornarse como nunca antes lo había hecho, dejó caer su perfecto cuerpecito sobre el bofo cuerpo de su momentáneo macho pues el cansancio era tan devastador que terminó por desmoronarla, ambos amantes unieron sus pechos, el de ella adornado con un par de globos que se aplastaban en contra de los caídos y peludos de él. El depravado podía sentir la agudeza de esos rosaditos pezones picándole debajo de su pecho y sin más llevó uno de sus guangos brazos para afianzar de su espalda a su nena, la pareja estuvo unos minutos así, el aun empalmado viejo seguía con su verga bien escudriñada dentro de la chiquilla.

La sofocada nena, quien había estado escuchando los latidos y la ronca respiración del pervertido, sentía como su hombre se incorporaba de la cama, mientras ella, con su respiración terriblemente acelerada y su ritmo cardiaco casi peligrando para su vida solo se acomodó acostándose boca abajo, arreglando su pelito y quitando el exceso de sudor en su chapudo rostro, pero de repente fue jalada bruscamente primero de sus piernas y luego de sus caderas y posicionada a manera que su culito quedara levantado.

Ella entendió la posición, ya la había practicado, así que con mucha dificultad fue levantando sus temblorosos bracitos, se apoyó de la cama con sus rodillas abriendo un poco sus piernas exponiéndole nuevamente al viejo su mancillado sexo y toda la generosidad de su culo, tratando de verle la espantosa cara de viejo verde a su hombre pero dicha posición se lo impedía, lo que si permitía era regalarle al viejo una de las postales más sexys de su enamorada.

El viejo veía a su nena acomodada de perrito y con su hermoso cabello cubriéndole la mitad de su angelical rostro y cayéndole hasta la superficie colchonal, idéntica posición en la que la nena veía expuestas a muchas de las mujeres que adornaban las paredes del cuarto. Don Marce con su lasciva mirada de viejo caliente analizaba la curvatura que había adoptado la espalda de la jovencita, como una remarcada zanja surcaba todo el largo de esta para desaparecer por un espacio muy breve pero resurgir ahora separando cada una de las tremendas nalgotas que se portaba la infernal chiquilla, veía un par de espectaculares hoyitos adornarle la espalda baja así como el ligero asomo de sus omoplatos, el cochino viejo se daba lujo recorriendo con sus chaqueteras manos la espalda de la jovencita, tan sudada, brillosa y muy durita.

Pero lo que lo enardecía hasta la locura era esa colorada papayita que asomaba debajo de ese orgulloso culito, las suaves nalgas daban la apariencia de ser de esponja y con depravados apretones podía valuar la calidad de estas, la nena en tanto suspiraba mientras seguía acomodada caninamente, la noche no estaba muy fría pero en cada exhalación tanto de ella como del viejo podía verse una especie de humo escapando de sus bocas desde hace rato.

Mientras la nena era vulgarmente inspeccionada de su espalda y culo podía admirar los perfectos cuerpos y los atractivos rostros de todas las impresas chicas y sus sensuales vestimentas, veía las estilizadas posturas a las que se sometían casi siempre exponiendo el culo, pensando que muchas de ellas quizás fueran modelos famosas, debía de reconocer que se veían muy coquetas y femeninas, como toda mujer debiera ser, y era esa misma feminidad la que sentía ella al estar en esa pose con el hediondo viejo detrás de ella devorándole el culo con la pura mirada, hediondo porque vaya que de sus boscosas axilas provenía una potente y penetrante loción, sin embargo esto no era impedimento para que ella se sintiera como una de esas mujeres que engalanaban el cuarto de su hombre.

La nena se daba cuenta de que a Don viejo le gustaban las mujeres muy bonitas, que tenía buenos gustos y se sentía dichosa al ser la elegida por este desagradable sujeto para iniciar una relación con él aunque fuera a escondidas, eso significaba que para los calenturientos ojos de Don Marce ella era muy bonita, y si bien se escondían para hacer sus cosas era por el hecho de que ninguno de los dos se metiera en problemas, la nena sabía que la sociedad no aceptaría dicha relación y era esta misma discreción lo que la hacía sentirse casi en su propia telenovela, en su propio cuento de hadas, cuantos cuentos conocemos que tienen como columna vertebral un amor imposible y no aceptado.

También pudo cavilar sobre la vestimenta de cada una de las chicas, la mayoría solo en encajosos brasieres y diminutas tangas que se perdían o se apretaban a sus carnosidades, principalmente a sus remarcados sexos, reflexionó que sería muy posible que Don Marce recortara solamente las que usaban este tipo de ropa interior, o sea que le gustaba que las mujeres usaran ese tipo de atuendos, reconoció que ella era más recatada a la hora de elegir su ropa íntima consistente en muchas ocasiones en calzones que le cubrían todo su exuberante trasero, recordó que el día de su primer encuentro sexual utilizó una tanga, tal vez por eso Don Marce fue seducido por sus encantos, pensó, “tengo que verme bonita para él, a partir de hoy procuraré ir sola a comprarme ropa interior, mi mami nunca me dejaría comprarme calzones tan chiquitos, tengo que acostumbrarme a usarlos porque ese que tengo se me mete mucho jijiji”, la nena estaba completamente convencida de verse lo más comestible posible para los ojos del tendero pervertido.

Cassandrita pudo advertir una de las maniacas risas con las que el viejo amenazaba sus inquisitorias torturas, risas en donde el asqueroso dejaba ver en toda su solemnidad las cariadas piezas dentales que empodrecían su boca, así que ante esta depravada señal ella apretó lo más fuerte que pudo sus finos y brillantes dientes así como la sucia sábana con sus manitas, el viejo se mandó una poderosa cornada que la penetró en dos tiempos y que casi hace que la nena fuera a dar al suelo junto a toda la porquería que ahí se encontraba.

El turbado sujeto penetraba sin ninguna pizca de entendimiento a la tierna chiquilla quien resistía valiente los severos impactos, era desquiciante el sonido que producían los cuerpos al chocar y dicho sonido solo enardecía al viejo a aumentar su fortaleza, la cama se movía muy peligrosamente pareciendo que en cualquier momento se partiría, crujía y chillaba debido a la desencarnada copulación que se llevaba a cabo en estos momentos sobre su espacio, algunos de los muebles mas cercanos también resentían los crujidos y temblaban al compás de ellos, el aberrante microempresario reía y hacia sonidos como un trastornado al mismo tiempo que pasaba sus asquerosa lengua por todo el perímetro de sus repugnantes labios, saboreándose el dulce momento mientras clavaba sus dedos en las curvilíneas caderas de su ahora novia a escondidas y ejercía sincronizados movimientos pélvicos de atrás para adelante.

Cada embestida hacia chocar descabelladamente el vientre del vejete contra el culazo de la nena, moviéndose deliciosamente debido a la potente colisión y esto solo hacía que el viejo se enloqueciera más y se comportara como un trastornado mientras la nena solo se dejaba hacer aguantándolo todo mordiendo uno de los extremos de la almohada más cerca que tenía.

Desde ese ángulo, el viejo pervertido veía su monstruosa verga entrar y salir de esa lubricada vulva, notaba una tenue membrana asomarse tímidamente cada que el viejo reversaba su venuda y rígida herramienta, veía ese apretadísimo orificio anal pulsando como invitándolo a mancillarlo pero el viejo sabía que la nena aún no estaba lista para eso, por el momento se entretendría con su concha y ya después vería el momento propicio para hacer el debut anal de la tierna princesita.

“jejeje, mi precioooso, precioooso, ya te llegará tu hora”, pensaba el repugnante sujeto mientras de su boca viscosos hilos de saliva caían.

La nena, en tanto, sostenía todo su tremendo cuerpo sudado solo con un bracito el cual se veía que no demoraba en fracturársele, pues con la otra mano se tallaba su jugosa panocha, por momentos separaba sus dedos anular y meñique de los índice y medio para poder sentir entre sus dedos los deslizantes y calorosos movimientos de adentro hacia afuera que llevaba a cabo el asnal instrumento mientas ella se abría la concha.

El viejo Marce no se controló más y cegado por la calentura tomó ambos brazos de Cassandrita y a modo de carretilla se ensartaba a su martirizada jalándola de sus muñecas al mismo tiempo que le dejaba ir toda la carne hasta dentro, ella pegaba unos berridos como si la estuvieran descuartizando, sentía la verga del viejo abriéndole paso entre sus entrañas, llegándole lo más profundo posible, la podía sentir revolverse dentro de ella pues a menudo el glande hacia contacto con algo, sintiendo su cuerpo casi partirse por lo demandante de la posición, era tales los decibelios de los rebuznos masculinos y berridos femeninos que permitieron a algunos de los vecinos tener el privilegio de escuchar un poco de la desaforada lucha cuerpo a cuerpo que se llevaba en la casa del tendero.

-pinche viejo cochino, orita mismo le hablo a la poli para que lo calle, que descaro- decía uno de los vecinos más decentes del conglomerado.

-oye vieja, el tendero se contrató a una puta, y que bien lo hace creer la condenada- decía otro a su señora pensando que la quejosa mujer solo actuaba sus gritos, escuchando con claridad los desgargantos femeninos.

-pinche vieja piruja, mira que revolcarse con un viejo por dinero, viejas huevonas que no les gusta trabajar, cállense que la gente decente quiere dormiiiir!!!- decía una de las recatadas señoras, vecina trasera del viejo, aventando una piedra hacia los botes de basura de su morboso vecino,

Lo que los vecinos no sabían era que la escandalosa mujer no era una puta, era una niña de la escuela de enfrente, que no le estaba cobrando al viejo y que no lo estaba engañando a la hora de quejarse. Pronto la nena silenció un poco, la pareja se detenía mientras el viejo acercaba sus bembas al oído de esta y le decía algo en voz bajita sin desclavarse de ella, la casi invidente muchachita asentía con la cabeza y al parecer, obedeciendo a esa inaudible solicitud, enterró su cabecita debajo de una de las almohadas, pero manteniendo el culo bien levantado.

El viejo se secaba el sudor pero también se dedicaba a amasar las esponjosas, firmes y tersar nalgotas que se gastaba la condenada chiquilla mientras la nena se acomodaba como si fuera un avestruz metiendo su cabeza en el suelo, Don Marce la aferraba ahora de sus muslos levantándoselos un poco más, dejando a la nena apoyada solo con las puntas de sus pies y de este modo reinició con su calvario, en esta posición la verga se le encorvaba hacia abajo, por momentos el pervertido escuchaba sonidos tan extraños, como si la nena se estuviera aventando una flatulencia cada que él la barrenaba, en realidad se trataba del aire que entraba cada que el viejo sacaba su verga del abierto y vaginal agujero, permitiendo la entrada del viento y escuchándose ese sonido cuando volvía a sumergirla.

“jejejeje, le estoy sacando los pedos a la mocosa, jejeje” decía en su cochina mente en desequilibrado sin entender la verdadera fuente de tan extraño sonido, para el viejo la nena se estaba despedorrando.

Para esto la nena liberó su sonrojada y fruncida carita, su naricita prácticamente desaparecía pues se camuflajeaba con el rojo pasión que cubría sus pómulos y cachetes, trataba de contener lo más que pudiera sus berridos para que no la escucharan pero era casi imposible, en eso otro orgasmo la asaltó de manera violenta sacándole el aire de sus pulmones, casi por un periodo de tres minutos la nena no pudo respirar, solo se ahogaba entre sus propios gemidos.

Don Marce al ver el estado de su idolatrada no dejó de mancillarla, parecía que la quería matar con tanta verga, reventarle el vientre, sacarle la verga por la boca, eran tales las embestidas que la nena ya no podía apoyarse ni con las puntas de sus pies, sus piecitos se suspendían en el aire ya que el erigido viejo la levantaba de las caderas teniendo que pelvicar hacia arriba para llegarle a su mujercita, y eso que las prominentes caderas de Cassandrita en estos momentos se veían muy superiores en dimensiones a las escurridas del viejo, el viejo era más ancho en cuando a la medida de su cintura y espaldas pero en caderas y culo la nena lo rebasaba, el viejo estaba demostrando unas fuerzas equivalentes a Hércules y la nena se sentía dichosa de ser su Megara, la convulsionante y orgasmeada nena ya en las últimas sacó fuerzas de flaqueza para comunicarse con su verdugo.

-aahhh, ahhh, ahhh, D… aaahhhamor… aahhhhcuando… vaya a sacar… la leche… avísemeeeee… aaaahhhh aggggg- la nena hasta gargareaba la excesiva saliva que se había formado en su boca.

-jejeje, ¿para qué?, mi niñaaaa, aaggghhhhhh, ooooogggghhhhhh, mmuuuuuuuu- el viejo hasta mugía, por momentos su cariada dentadura estaba a milímetros de desprenderse de su boca.

-avísemeee… quiero… que… me los de… en la boca…-

-jejejeje, mi niña, ¿quieres tu lechita antes de dormir?- decía el viejo poniendo más empeño en sus acometidas, el hecho de que la nena deseara su pestilente corrida en su boquita era como si se activara un botón en sus testículos y que abriera una compuerta para liberar las gruesas cantidades de blancuzca semilla que ya hervían dentro de sus huevos.

-siiiiii, peroo sin… vaso… démela directo… en mi boca…-

“putilla mamavergas yo que quería venirme dentro jejeje, ni modo, será para la otra” pensaba el desequilibrado.

-si mi niña, será un placeer aaahhhh Cristooo Benditoooooooo!!!- dijo el viejo casi reventándole las venas de su cuello, bastaron solo unas diez sanguinarias acuchilladas en donde el viejo tomaba la mayor cantidad de vuelo que podía para que este sacara su poderosa herramienta bañada en jugos de la rojísima y acalorada panocha de la nena. El viejo se apretaba fuertemente la verga de su glande para retrasar el mayor tiempo posible su brutal estallada, pero aun así no pudo evitar que un caldoso y magmático rio blanco comenzara a salir por su uretra y a descender por su glande.

-ya mi niña!!!, ya los traigo de fueraaa!!!!!!- bramó el pervertido lo más rápido y sonoro que pudo, sabía que eran cuestión de segundos para que se vaciara completamente, si bien algunas gotitas de caldo blanco se perdieron en el camino sabía que la mayor cantidad aún se mantenía estancado en sus conductos seminales formándole un casi tumor de tanta exagerada concentración de semen en la parte superior de su verga, la cual era brutalmente asfixiada por su propia mano.

Cassandrita al escuchar esta aclaración se levantó como resorte, ni parecía que hace un momento no podía ni moverse, se arrodilló ante su amo juntando bien sus rodillitas, depositando cada una de sus manitas en sus potentes piernas y abrió su boca lo más que pudo cerrando sus ojitos en innata señal de defensa, sacando muy sugestiva su lengua, el viejo en vez de rociar su abono líquido en la cara o en el musculo lingual de la chiquilla decidió embutirle la verga hasta adentro, soltando en el acto su gruesa deformación y liberando de esta manera su corrosiva esencia.

El disparo que Don Marce había retrasado pareció haber aumentado en energía y cantidades, un cargadísimo y grueso manguerazo de semen, el cual llegó a ser más abundante incluso que muchas de las veces en que el viejo orinaba, se impactaba en contra de la garganta de la chiquilla. A partir de esta exageración otros ocho chorros más, casi igual de bestiales, terminaron por inflarle los chachetitos a Cassandra de la natosa mezcla, era tal la exagerada cantidad de esperma que de la nariz de la nena gruesos colgajos blancos resbalaban hacia sus abultados labios, la nena por su parte tragaba lo más que podía tratando de no ahogarse, aguantando unas intensas ganas de llorar debido a lo irritante del hedor e impidiendo que las constantes tocidas dejaran liberar tan repulsiva mezcla la cual estaba amarguísima, el viejo una vez sintiéndose descargado comenzó a retroceder lentamente su tranca.

Eran notorios los bultos que bajaban por la tráquea de tan hermosa criatura, incluso hubo aquellos restos que trababan de escapar de ella escurriendo por las comisuras de sus labios pero la nena los alcanzaba con su lengua, debido a su inexperiencia en esta actividad hubo un momento en que abrió su boquita de más dejando escapar una importante cantidad de semen que la bañó hasta su barbilla, pero ella con su manita se encargó de regresar esa fétida mezcla al lugar donde le correspondía, su boca y de ahí a su estómago.

“jejejej, se me hace que mañana vas a cagar mocos” reía el pervertido aun desollando su macana la cual en cada apretujón seguía expulsando gruesas gotas de semen, la nena comenzó a lamerle el glande con mucha devoción pero a la vez muy repugnantemente, podía verse semen semitransparente uniendo su lengua y labios con el viscoso miembro del viejo, delicadamente ella lo tomaba con su mano y se lo engullía hasta el fondo chupeteándoselo con fervor, seguía escapándosele saliva combinada con semen la cual, afortunadamente para ella, era atrapada por la otra de sus manitas o dedos y de nueva cuenta la regresaba a su boca, en verdad la nena estaba completamente enviciada con el sabor de la leche del viejo.

Los viscosos sonidos provenientes de la boquita de la nena hacían que el viejo no perdiera la dureza dejándole su verga en estado de semi erección, al final el arrugado macho sucumbió a los insaciables chupeteos y lamidas que le pegaba la nena a su pájaro y se derrumbó boca arriba en la cama completamente fuera de combate, sudado a mares y todo tembloroso, rápidamente fue alcanzado por su espectacular hembra después de que esta se tragara hasta la última gota, la pareja estuvo descansando abrazada por un buen rato, el inquieto viejo aún seguía besándola y manoseándola después del desgastante encuentro carnal, claro que en esta ocasión los besos eran apenas leves acercamientos labiales, en un momento se dirigió hacia el cuellito de ella para pegarle un chupetón tan fuerte que casi le arranca el cacho de cuero, la nena se intimidó, había escuchado de las consecuencias de los chupetones en el cuello y de cómo estos habían hecho caer a muchas de sus amiguitas así que se atrevió a solicitar.

-Do… amor, no es que no me guste pero… me va a dejar una marca mañana- dijo entre asustada y excitada.

-shhh, déjame hacértela, como la prueba de nuestro amor, así cada que te la veas en el espejo te acordarás de este momento jeje- el pervertido dijo esto con la delicada piel de Cassandrita entre sus filosos dientes de piraña.

-pero…- la nena repelaba pero el viejo la calmaba con suaves manoseos vaginales hasta que logró someterla por completo, dejándole una enorme marca roja cerca de la yugular, y así estuvo la caliente pareja, contándose cosas en especial ella, sueños y mamadas románticas que veía en la tele y que aburrían al viejo quien ahora dejaba que la nena reposara su cabecita y una manita en su pecho mientas él la tallaba de su cabello, así hasta que la nena se quedó bien dormida con un cachete aplastándose en el cuerpo de su hombre.

“jejeje, lo bueno que ya se jeteó esta putilla, ya me estaba hartando con sus estupideces de mocosa pendeja” decía el viejo corriendo una vieja y olorosa a jugos sábana para de este modo quedar tapados ambos pero desnudos, sintiéndose piel con piel, una vieja y arrugada piel cincuentera sintiendo la firmeza y el calor emanado de una casi dos años menor a los dieciocho.

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Eran aproximadamente las ocho de la mañana, del día sábado, el viejo se despertaba después de la calorosa noche pasional en la que formó un dúo con una de las nenas mas hermosas del plantel educativo de enfrente, vio que la nena no estaba a su lado pero la ropita de esta seguía revuelta encima y debajo de la cama, lo que significaba que la chiquilla seguía en su casa, divisó que el piso de su cuarto estaba completamente libre de las bolas de papel de baño que lo tapizaban y aromatizaban, un cubo con un mechudo dentro ambientaba la habitación a lavanda, el ventanal que estaba en el cuarto lucía abierto llenando de aire fresco la habitación.

Su sabueso olfato percibió algo que se estaba cocinando, fue llevado por tan sabroso aroma hasta la pequeña cocina que él tenía y que nunca ocupaba, de hecho ni recordaba que tuviera gas, la nena había tomado algunas cosas prestadas de la parte donde es la tienda y le preparaba una rica chuleta con arroz blanco y salsa de chile seco al macho que tanto placer le proporcionaba en la cama, la nena le estaba cocinando al viejo además de haberle limpiado su cuarto, ¿en recompensa por la inolvidable noche o será que ya se consideraba su mujercita?.

Esto hizo que al viejo se le parara su verga en seco, el solo ver a la dulce niña cocinarle y moverse de aquí para allá como una experta ama de casa, ya casi la visualizaba como su mujer, le sorprendía que tal jovencita supiera desempeñarse con tal profesionalismo en la cocina considerando la corta edad de esta.

Se vio desnudo pero no le importó ya que estaba en su casa, pero lo que más lo alteró fue ver, desde su posición, a su nena cubriendo su desarrollado cuerpo de hembra veinteañera con una camisa de él y que la alcanzaba a tapar hasta la mitad de sus muslos. El encuerado viejo se fue acercando silenciosamente, deleitándose con el bamboleo de las caderas de su hembra cada que se movía de aquí para allá sin alertar la presencia masculina, caderas que le auguraban un heredero saludable en caso de consolidar esta descabellada relación con un embarazo. Lo ponía como toro bravo cuando la nena se agachaba para buscar algo o para regular la potencia de la flama de la estufa, haciendo que la camisa se le subiera a casi dos dedos de mostrar el redondo inicio de esas perfectas nalgotas, y con lo sugerente que se le pegaba la camisa a su culito hacía pensar al raquítico que la nena estaba desprovista de calzones, lo alteraba hasta la insania ver como Cassandrita abultaba sus labios para soplar a la fama pensando que hace algunas horas esa sugerente boquita le había mamado la verga y se había tragado sus mocos.

“mii, esta putilla sabe hasta cocinar, jeje, apuesto a que esas pendejas que salen en la tele ni siquiera han de saber calentar una tortilla” decía el pervertido sujeto mientras recorría con su caliente mirada cada curvatura que conformaba la grácil anatomía de la bella Cassandra, notoria aun cubierta por la deslavada camisa.

El despeinado viejo le llegó por detrás, tomándola por sorpresa de sus escandalosos melones cuyos pezones se exhibían descarados a través de la camisa y arrimándole lo más posible todo el camarón enterrándolo entre ese par de carnosas posaderas sumiéndoselo con todo y camisa, se dedicó a aspirarle su cuellito y llenarla de besos mientras ella reía coqueta y contenta por sentirse querida sin perder la concentración en lo que estaba haciendo, voltear la chuleta.

-Don Ma… amor, me voy a quemar- dijo la nena arqueando su cabeza para contarle al viejo esto último en su peludo oído lleno de cositas amarillas.

-cosita rica, me estás haciendo el desayuno?- preguntaba el desatornillado viejo, hablándole a la nena al oído con ese repugnante aliento mañanero característico del viejo.

-sip, por?, no tiene hambre?- la dulce nena se dejaba que el viejo le manoseara los pechos mientras ella seguía moviendo la espátula.

-sí, tengo hambre, tengo mucha hambre… pero me quisiera comer otra cosa, jam… jam…- dijo el viejo acariciando la depilada conchita de la nena y dramatizando que le comía el cuello, ahí corroboró que en efecto la nena no tenía puestos sus calzones y que una enorme marca amoratada cubría su blanco cuello.

Ella comenzó a suspirar, dejó lo que estaba haciendo y ladeó su rostro para fundirlo con un asqueroso enredo de lenguas, atrás habían quedado los tiernos besos con los que la nena veía como las parejas de los cuentos de hadas se demostraban su amor, para ella estos marranos batidos de lengua eran la mejor prueba de amor que pudiera recibir por su ahora primer novio.

-D… amor noo, sabe que si me sigue seduciendo… voy a terminar haciéndolo otra vez con usted- dijo la nena en tono de suspiro.

-de veras?, te quedarías a seguir cogiendo conmigo toda la mañana y parte de la tarde?- el viejo ya no se limitaba en su vulgar lenguaje, sabía que la nena lo entendía perfectamente.

-sii, pero ya se me está haciendo tarde, tengo que regresar a mi casa, otro día, se lo prometo-  dijo la nena acomodando su cuerpo a manera de quedar de frente al viejo.

-un rapidín mi niña, solo eso te pido- el caliente viejo ya estaba más que empalmado, le hablaba a su acorralada mientras la acariciaba de su excelsa cintura y caderas, para esto le había levantado la camisa casi a la altura de su ombliguito.

-jijiji, Don Marce, usted no se cansa-

-claro que no mi princesita, como me cansaría de comerme a una niña tan sabrosa como tú jejejej, anda, solo la cabecita y ya- dijo el pervertido acariciando el vientre de la niña ya preparándose para el ensamble.

La nena ya sonrojada por las románticas declaraciones reía sin abrir su boquita mirando hacia el suelo, recargando su cuerpo en una barra que estaba al lado de la estufa al tiempo que doblaba una de sus piernas apoyando la planta del pie en dicha barra, con una de sus manitas enrizaba un mechón de su cabello mientras el pervertido tenía una risa fanfarrona mirándola directamente a su carita con una de sus manos sosteniéndola de su barbilla y la otra sobándole el vientre, tan cerca uno del otro que casi se decían las cosas en silencio y a punto de unirse de sus frentes, los perfiles eran tremendamente contrastantes pues la pequeña y respingadita nariz de la niña no tenía nada que ver con la enorme y atucanada nariz de Don Marce.

-ahora ábrete un poco de las piernitas, anda, anda- el caliente sujeto punteaba el ombligo de la niña con su maloliente verga llena de cositas blancas de la corrida anterior pues en todo el tiempo que estaban hay parados los dos, frente a frente, su verga no dejó de manifestarse, recuperando su vertical con continuas pulsaciones.

La también caliente y sonrojada hembrita comenzó muy coqueta a abrir sus piernitas para permitir el acceso al viejo, este depravado ya babeaba y sus ojos brillaban en calentura al ver como aparecía ante él el más cerrado par de labios vaginales que en su vida hubiera visto, pero justo cuanto se preparaba para mandársela a guardar a la chiquilla esta cerró sus muslos de golpe pues la chuleta le avisaba que necesitaba otra vuelta, sin embargo no dejó de ser manoseada por el viejo todo lo que duró su exhibición de cocina. El viejo, después de manosear un rato a su hembra, se dispuso a comer lo que ella le había preparado a la vez que la nena tomaba una ducha rápida pues estaba apestosa a sexo y sudor.

Ella se alistaba sentada en la cama del vejestorio, estiraba sus estilizadas piernas para ponerse sus finas calcetas que llegaban hasta sus rodillas así como sus zapatitos, se colocaba su tableada falda y su ajustado short debajo de esta, dejaba su calzón en la cama del viejo como cual pañuelo dejado por una doncella para su gendarme y por último se ponía su apretado brasier y su ajustada blusita que solía usar debajo del uniforme, guardando la blusa de su escuela en la mochila, peinó un poco su cabello y decidió no llevarse el listón pues no le combinaba a su blusa, y salía, después de despedirse del viejo con su respectivo beso a esos labios llenos de aceite y esa boca que aun masticaba comida, con rumbo a su casa, completamente satisfecha y con su estómago atascado en semen, no sin antes memorizar en su cabecita como había quedado la cama después del romántico momento llevado a cabo hace algunas horas.

“No puedo creer, tengo novio, tengo novio”, se decía la emocionada chiquilla, y no paró de repetírselo durante el transcurso de ese reflexivo fin de semana en donde el viejo dejó que la nena reflexionara lo sucedido.

“Tengo que disimular, que nadie se dé cuenta, pero a la vez, tengo que verme bonita para él”, ya en su cuarto la dulce chiquilla se medía blusas, se pintaba su carita, trataba de buscar sus mejores combinaciones para regalarle así hermosas postales y más fotos de ella mostrando su hermoso rostro, sin embargo, en un momento en que acercó su bello rostro para verse en el espejo observó una mancha amoratada en su cuello.

-ehhh!!!, no puede ser… Don Marce… jijijiji, como me vino a hacer esto… mire nada más… ahí Cassandra tú también que te dejas… mensa… mensa… mensa…- la nena se daba de cocotazos en su frente, se apanicó un poco pero tranquilizó al instante al darse cuenta de que si su cabello estuviera siempre en la posición correcta quizás sus padres no se dieran cuenta de nada, y así lo hizo.

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La siguiente semana escolar trascurría con normalidad para la recién pareja de enamorados, en la entrada de la tienda se podía ver al viejo guarro echándose sus tacotes de ojo con las deslumbrantes siluetas de las jóvenes estudiantes, al ver a su hembra llegar a la hora de entrada se atrevía a mandarle mensajitos de amor aludiendo lo bella que se veía en ese momento, ella en tanto veía el mensaje y automáticamente su semblante cambiaba a un gesto risueño y en ocasiones se atrevía a contestarlo, la nena había cambiado de look ahora usaba un peinado que consistía en echar casi todo su cabello hacia un solo lado.

Fue por el horario de clases, por el poco tiempo que duraba el receso, porque ambas niñas siempre tenían acompañantes y porque Cassandra siempre evadía las interrogaciones de su amiga que esta otra niña nunca pudo sacar la información pertinente para descubrir en donde había pasado la noche del viernes su comestible amiguita. Aun así, Lupita notaba la llegada de mensajes más de lo normal en el celular de Cassandra, veía como ella en ocasiones los respondía con una sonrisota de oreja a oreja siempre procurando que nadie se diera cuenta de lo que escribía o de lo que leía, por momentos no prestaba atención a la clase dada por el profesor en turno todo por estar leyendo una y otra vez un mensaje de texto o por responder uno de tantos que le llenaban su bandeja de entrada.

De primer momento Lupita pensó que a lo mejor Armandito ya había comenzado a desarrollar su plan para conquistar a su amiga pero, en una ocasión tuvo la oportunidad de ver como Cassandra respondía suspirantemente un mensaje y en donde sus ojitos casi adoptaban la forma de un corazón, Lupita sin perder tiempo volteaba a ver a Armando quien se encontraba sentado en su silla, pensó que era él el dichoso destinatario de tales epístolas electrónicas pero nada, el joven no sacaba su celular para nada mientras a Cassandrita no le daban los dedos para escribir en el pequeño teclado, ¿con quién se mensajeará tanto Cassandra?, se preguntaba la otra chiquilla.

Fue en eso que, mientras estaba sentada en una de las gradas reflexionando sobre quien podría ser el anónimo galán fue abordada por la practicante Asdany, quien desde hace rato veía como la niña solicitaba respuestas a su entorno, la formadita maestra había dejado una plática pendiente con su novio por entablar una conversación con la pensativa niña.

-bueno amor te marco luego, besos, te amo- dijo la maestra y cortó la llamada para dirigirse a donde la nena, el novio de la maestrita todavía no se iba a donde trataría de cumplir su sueño.

-hola niña cómo estás?, ¿porque tan solita?, me llamo Asdany y tú?- la joven y sensual maestra había visto a la niña un poco pensativa, así que suponiendo que posiblemente tenía algún problema intentó socializar un poco con ella.

-hola jijij, me llamo Karla… Karla Guadalupe- respondía la niña, quien ya había visto a esta joven institutriz deambular por los pasillos de la escuela sin saber muy bien cuál era la función que desempeñaba.

-te noto pensativa, te ocurre algo?, tal vez pueda ayudarte- dijo la joven residente siempre hablándole de una manera que inspirara confianza y regalándole bellas sonrisas con ese par de labios que desquiciaban a cualquiera, si bien el socializar con los educandos entraba en sus actividades serviciales, en esta ocasión ella lo hacía con toda la intención de ayudar a una niña que a su juicio se encontraba en un dilema.

-noo, es solo que…- la nena dejaba pasar un lapso de tiempo en lo que analizaba a esta maestra, y como si hubiera detectado un entorno de amistad prosiguió.

-bueno mi mejor amiga, al parecer… está saliendo con alguien- la inocente Lupita se sinceraba con la hasta entonces desconocida para ella, pero le daba un cierto aire de confianza quizás por su cercanía en edades, diferencia de poquito más de cinco años.

-ahh, ya veo, tu amiguita está saliendo con alguien y eso está provocando en ti cierto miedo al distanciamiento, tal vez se trate de temor el pensar que tu amiguita ya no va a estar contigo el tiempo que antes tenían juntas, ay mi niña eso es parte de su crecimiento,- la joven estudiante se iba por el camino fácil, además de que Lupita no le brindó la información completa, le faltó decir a la niña que su amiguita había faltado a dormir un día a su casa y además se mensajeaba con, hasta ese momento, un desconocido para ella, con esta información quizás Asdany hubiera reflexionado mejor la situación.

-cree que sea eso?- preguntaba la niña.

-claro, mira, cuando yo tenía tu edad, uuuuuuu hace como… un año jijijij, tenía una amiguita, era mi mejor amiga también, sin embargo ella comenzó a salir con un muchacho y si, al principio nos distanciamos un poco pero, no por eso dejó de ser mi amiga, nos seguimos viendo y saliendo como lo hacíamos antes, obvio no tan seguido, la verdad a mí me daba gusto verla con alguien que en verdad la valorara y yo también comprendí que ella necesitaba tiempo para estar con su pareja y pues al crecer te haces de más compromisos, una crece y pues va adquiriendo otras responsabilidades, esto es parte de la vida Karlita, es parte de dejar de ser niña y convertirse en toda una mujercita- a la dulce maestrita le comenzó a entrar un poco de nostalgia recordando años que ya se habían ido.

-si, tal vez sea eso, jijiji- la encantadora niña, sin embargo, también daba un poco de razón a la maestra, quizás Cassandrita se mensajee con algún enamorado de por sus rumbos y apenas esté en planes de presentárselo, entonces le daría tiempo a su amiga, lo que si es que se compadecía del pobre Armandito pero pues él había tenido la culpa por no ponerse las pilas, pensaba la niña.

Las jovencitas siguieron tratándose y charlando temas afines y de interés, rápidamente surgió una química entre estas dos señoritas quienes en pocos minutos ya reían como buenas amigas, hasta que el horario advirtió a Asdany que era tiempo de regresar a sus labores.

-bueno Karlita, me despido, tengo que seguir con mis actividades, cualquier cosa aquí tienes una amiga- dijo la maestra dándole un tierno beso en la frente a la jovencita mientras se la acercaba juntándola de su hombro.

-sí, gracias- la chiquilla decidía que no se iba a entremeter en los asuntos amorosos de la chichona de su amiga, pero no por eso no iba a tratar de seguir ayudando a su Armandito, hasta que no hubiera algo formal entre Cassandra y el enamorado misterioso aun había esperanzas.

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Pasadas algunas horas y en diferente sitio, el obeso de Pepe platicaba a gusto con el raquítico de Teo, maestro de Laboratorio, de unos 45 años, casi chimuelo, casi calvo y tan flaco que tenía que utilizar pantalones fabricados a la medida de jovencitos para que estos pudieran medio ajustárseles a sus desnutridas caderas, dichos pantalones al ser para personas más jóvenes y algunos de menor estatura le llegaban apenas a media canilla dejando ver todo el flojo calcetinaje del viejo químico fármaco, su cuerpo era tan delgado, tan seco, tan maltratado que muchos alumnos lo habían sobrenombrado bajo el apodo de Señor Burns, y cuando se juntaba o caminaba acompañado del redondo de Pepe eran apodados como El Diez, en representación del uno como el maestro Teo y el cero como el marrano humanoide de Pepe.

Pues sí, el maestro Teo era tan flaco pero presentaba una abultada pancilla, bien podría representarse mejor como una serpiente recién alimentada ya que a estos animales se les forma un bultito cuando acaban de devorar a algún roedor aunque los niños preferían el término de “la cuerda parada con un nudo en medio”, poseía un cuerpo deforme y alargado, unos brazos flaquísimos y larguiruchos que se aganchaban de sus muñecas y cuyos dedos de ambas manos se extendían filamentosos y siempre se acariciaban entre ellos.

Ambos maestros platicaban a gusto y de forma sana, sin molestar a nadie, sobre lo bien que se les marcaba el culo a muchas alumnas y algunas maestras cuando en eso apareció con toda la intención de alborotarlos la que en ese momento estaban analizando mentalmente, la maestra Asdany. La joven psicóloga llamaba la atención de los viejos mentores con su escandaloso taconeo y femenino cadereo, llevaba bajo el brazo unas hojas para pegarlas en el semanario de la escuela, como estaba haciendo su servicio en esta institución muchas veces era ocupada para realizar labores que no venían en su plan de trabajo sin embargo como buena alumna y principalmente para no tener problemas con su asesora y evaluadora tenía que realizarlas de la mejor manera.

Pero los viejos no veían los papeles que la joven portaba entre sus delicadas manos de largas uñas coquetamente pintadas, ellos veían las estilizadas piernas remarcadas en unos infernales pantalones negros tan ajustados que parecían mallones, tan pero tan ajustaditos a sus piernas, muslos, culo y entrepierna que se podía notar con solo vérselos el momento de dificultad que tuvo que pasar la maestra para lograr embutírselos en su cuerpecito rico, así como también admiraban la blusita tal delgada que portaba y que intentaba bajar para taparle un poco el imponente trasero que se le remarcaba, llegándole apenas a media nalga, la joven docente sensualizaba su pasó así como sus piernas, demostrando lo cerrada que se encontraba con su apretado caminado, despertando unas manías insaciables en este par de buenos hombres por abrirla de patas.

Los viejos quedaron hipnotizados con la impactante visión de la joven hembra contoneándose exquisitamente como modelo en pasarela, su carita de muñequita y pintorrajeada sutilmente a manera de verse más atractiva de lo que en exceso ya era despertaba en ellos sus más bajas insanias y deseos perversos por ir y desvestirla en esos momentos y darle una cogida como solo una hembra de esas latitudes se merece, al grado de hacerla relinchar de tanta verga como una verdadera yegua y dejarla desnuda y tirada en el pasillo con sus ojitos desorbitados, su lengua de fuera, sus agujeros escurriendo en leche y ligeros tics nerviosos atacando sus extremidades.

-jejeej, ira quien va ahí, mi flaco amigo- decía el grasoso recomponiendo su posición en la silla para poder apreciar mejor la suculenta carne.

-pero que cacho de culo se carga esa pendeja, su novio le ha de dar unas verguizas todas las noches, sería un pendejo si desperdicia todo eso- suponía el maestro Teo tallándose su alijada barbilla filosofando sus enunciados, valorando la mercancía que en esos momentos sus sumidos ojos veían.

-ja… jajajajaja, ese chamaco??, si se ve que es puto!!, ¿apoco no lo has visto?, y utilizando mi ojo clínico te diré mi buen que con ese caminado la zorrita esa está más apretada que una tuerca- preguntaba y deducía el gordo.

-sí, es un güerillo lleno de esteroides que viene luego por ella, pos que pendejo- el viejo y flaco maestro cruzaba sus huesudas piernas, era tan flaco que en su pantalón solo se remarcaban sus rodillas, sus piernas al parecer no existían.

-ese mismo, ¿no lo ves cómo se viste?, con sporcitos y shorcitos, según para presumir sus músculos llenos de aires, y ora sus aretitos que se pone en cada oreja, que ¿se cree vieja o qué?, aretes solo usan las viejas!!!, nooo si los muchachos de hoy en día salen bien raros, mucho maricón, con razón las putitas prefieren volverse lesbianas jajaja- decía el viejo gordo para coronar sus veredictos pegándole una mordida de burro a la torta de jamón cargada de aguacate, harta cebolla y escurriendo litros de mayonesa.

-ja… entonces esas pendejas (Asdany y Diana) se han de dar unos mamadones de papaya entre ellas cada que se encierran en el cubículo de la güerita- decía Teo, saboreándose la respuesta de su colega así como la forma que debían de tener los bollitos mencionados.

-no creas que no, con lo maricones que se ven sus novios, el de Diana hasta se depila la ceja, dime tú que puterías son esas, por eso esas viejas mi amigo, si no les damos una buena cogida se nos van a confundir de camino, hay que hacerlas comprender el verdadero propósito para el cual la madre naturaleza las dotó de papaya entre las piernas- el grueso viejo de tres mordidas se había jambado la torta y ahora utilizaba un palillo para quitar los abundantes restos de comida entre sus coloridos dientes.

-bueno y como lo podemos hacer?- preguntó el flaco.

-primero hay que hacerlas distinguir entre un hombre y un maricón, hay que dejarles en claro que todavía habemos hombres y voy a hacer lo que un verdadero hombre haría en estos casos, en este mismo momento voy a ir y le voy a decir a la güerita ojimiel que tengo unas ganas de pegarle un mamadón de bollo hasta dejarla seca, que si quiere nos podemos ir a tu laboratorio, viejo desnalgado, y coger ahí jajajaja- dijo el bodrio.

-jejeje, gordo pendejo, no creo que seas capaz de ir y decirle eso, se te arruga el culo- decía el flaco sin pestañear siquiera pues la maestrita seguía expuesta a su degenerada mirada.

-como que siento que no me crees, a que sí, puto viejo culo de pastilla, ¿quieres apostar?- el gordo maestro utilizaba una servilleta para limpiarse su oreja del exceso de cerilla al mismo tiempo que peinaba sus secos cabellos con una de sus grotescas manos echándoselo para atrás, acicalándose y tratándose de ver lo más presentable posible por que en verdad pensaba ir y faltarle al respeto a la jovencita de esa manera tan ordinaria.

-jaja, ¿de cuánto estamos hablando?, bola de manteca- preguntaba el flaco Teo, toda esta conversación los viejos maestros la llevaban a cabo sin dejar de admirar con sus calientes miradas el estilizado cuerpo de la maestra.

-no sé, ¿qué te parece la quincena?- respondió el gordo, echándose un poco de su aliento en una de sus manos para verificar que estuviera presentable.

-ehh, estás loco, ¿piensas perder toda la quincena?- debatió el chupado viejo, ya que era una cantidad considerable en efectivo en caso de que el rechoncho se animara.

-bueno que sean 500 pesos pendejo, sii 500- dijo el gordo sabiendo que su acabado amigo no se retractaría dos veces.

-ora, 500 pesos, jajaja viejo rabo verde mejor ya vémelos dando porque sé que no te vas a parar- el maestro Teo ya casi se sentía con el dinero en su bolsa, aunque reconocía que cuando supo lo que el gordo tenía planeado para recitar a tan bella niña pudo experimentar un acalorante endurecimiento en su verga, una parte de él deseaba ver ese glorioso momento.

-mira mi esquelético, si me pagaran 500 pesos por cada vez que le he dicho alguna leperada a una zorrita como ese culito que está ahí (señalando a Asdany), en estos momentos estarías mamándome la verga por dinero jajaja, mira y observa- el viejo maestro se paraba con mucha dificultad puesto que, debido a su volumen, parecía haberse quedado atascado en la silla, la pobre silla casi agradeció el liberarse de ese peso cuando el ballenato pudo desencajarse de ella.

Avanzó lentamente y de manera gelatinosa hacia donde Asdany se encontraba mientras el maestro Teo veía atento con cara de psicópata desequilibrado y con la verga parada los movimientos de ambos y visualizaba la futura escena antes de que esta sucediera, ya casi veía al gordo regresar a donde él antes de llegar con la curvilínea estudiante universitaria pero a su vez anhelaba ver la reacción de la jovencita ante tal acto de valentía por parte de su colega.

Pero para su sorpresa el maestro Pepe llegó a su destino, a lo lejos Teo miraba las calientes apreciaciones y evaluaciones que Pepe realizaba al sugestivo cuerpecito de la chiquilla, incluso el caliente y gordo viejo aprovechando que la practicante no lo veía le mandaba una seña a su amigo dándole a entender que la carne era de primera, y más porque ella estiraba sus brazos con la finalidad de poder pegar una de las hojas en la parte de arriba (lugar que le correspondía al tríptico), tan arriba que le se le complicaba mucho aun con sus zapatillas del quince puestas, en esta postura su cuerpo se estiraba, sus piernas se torneaban aún más, sus senos se remarcaban a mas no poder debajo de su blusa, su blusa se levantaba un poco más dejando a la vista el culo apretado por el pantalón, además su culo se erigía portentosamente, los ojos del viejo casi se le salían de su rostro, y más al contemplar otro detalle que a lo lejos no se veía, la blusita lila que Asdany llevaba puesta era semitrasparente, dejando entrever un top negro debajo de esta apretando un par de excelentes melones, pero al mismo tiempo dejando apreciar el fino y ejercitado abdomen que se cargaba la estudiante, abdomen con todo y ombligo, la nena era sensual hasta de su ombligo.

Teo observó al maestro Pepe, este al parecer había llegado en son de paz pues Asdany volteó a verlo mientras seguía estirándose, poco después ella recompuso su posición y fue el maestro Pepe quien ahora pegaba el papel, al tener una altura mucho mayor no se le dificultaba llegar a donde la tierna y delicada maestra no podía. Empezó a argumentarle algo, al parecer intentando sacarle plática, de hecho Asdany se atrevía a responderle algunos comentarios, a lo lejos se veía tranquila pero en eso el viejo dijo algo que le hizo brillar la cara de coraje a la rubia nenita, Asdany se mandó una sonora cachetada que pudo ser escuchada hasta donde estaba el otro pervertido y se retiró del lugar lo más rápido que su coqueto y fino caminar se lo permitía, el viejo Pepe en tanto no perdió detalle en observar ese despampanante meneo de cintura y cadera que Asdany realizaba porque ya era algo común en ella, aunque ella tratara de evitar caminar así.

El maestro Pepe regresaba con su endeble colega, todo adolorido y sobándose el colorado cachete de puerco viejo.

-ahhh, pega duro la putilla esa-

-jejeje, que le dijiste, que le dijiste?,- preguntaba el impaciente Teo casi burbujeando de su sumida boca, tan sumida que sus labios no existían.

-pues en lo que quedamos, no ves cómo me dejó, ahora paga- dijo Pepe, Teo aceptaba su derrota y sacaba el billete de la cartera, exigiendo que se le contara la plática con lujo de detalles, gestos y hasta si la maestra traía tanga o calzón, por la dimensión de la cachetada que se traducía en una rojísima pero pequeña manita estampada en el cachete del viejo suponía que Pepe había cumplido con lo que dijo, de lo que Teo se enteró fue de lo siguiente:

El viejo Pepe llegaba hasta donde Asdany, ella tratando de alcanzar a colocar uno de los papeles consistentes en efemérides y eventos semanales le mostraba sin querer al viejo toda la sugestividad de su anatomía, además el viejo debido a la distancia tan corta en que se encontraba con respecto a la hembra podía aspirarle la esencia femenina así como admirarle el coqueto par de labios rojos que se portaba, esos labios que lo volvieron loco desde que la conoció, tan carnosos y apretados entre ellos que daba la suposición de que su grotesca herramienta no cabría por ahí, sin mencionar el cacho de culo y como el pantalón se pegaba a su panocha sin respetar el espacio de esta, remarcando la estratégica ubicación de esta.

-muy buenos días mi bella maestra, veo que tiene problemas con el papeleo- saludaba el viejo que ya sudaba a mares sin dejar de apreciar las carnes que tenía enfrente.

-buenos días- contestaba Asdany solo por educación y sin voltear a ver al porcino, ya que lo último que deseaba en el día era entablar una conversación con el único viejo que venía molestándola desde días atrás, el maestro Teo solo se la comía con la mirada y se masturbaba a su salud pero no le decía guarradas ni le pegaba de nalgadas.

-si me permite puedo ayudarla, ande- el maestro estiraba su mano no para pedir un saludo, sino más bien el dichoso papel, Asdany al ver que un poco de ayuda no le vendría mal aceptó.

Mientras el viejo se estiraba para llegarle a la posición ahora era Asdany quien escaneaba al redondo maestro, veía su gruesa papada dividida en varios gajos colgándole de su cuello, su obeso cuerpo todo sudado principalmente de las axilas puesto que el viejo cuando levantó los brazos permitió que se le viera la escandalosa humedad empapándole hasta la parte donde las costillas se cubrían de exageradas cantidades de manteca de cerdo, miraba la grotesca panza que abultaba la vieja y percudida camisa que el viejo portaba, además veía como parte de esa panza sobresalía por debajo de la camisa, tres grotescas lonjas circundaban el cuerpo de tambo llegándose a ver como si el viejo portara tres gruesos salvavidas de esos que se ponen las personas en la cintura cuando se meten a aguas profundas sin ser expertos nadadores pero era la última y más peluda de las lonjas la que caía desparramada cubriéndole completamente la hebilla del cinturón, su respingada nariz no demoró en ser atacada por las esencias sudoríparas del macho viejo, Asdany lo analizaba y lo veía más como un conserje sucio que como un docente, aunque la nena ya sabía que era el educador físico de la escuela.

-listo, ya está- dijo el profe, Asdany continuo pegando los papeles y trípticos que le quedaban pensando que el viejo se retiraría, se empezó a sentir nerviosa e incómoda al ver que el viejo no se iba, podía escuchar su pesada respiración de perro flemático eso considerando que estaban a dos metros de distancia, de repente volvió a escuchar la batracia voz.

-sabe maestra, he dialogado con otros compañeros todos llegando a la conclusión que su rendimiento en esta institución ha sido más que sobresaliente, me enaltece que usted haya escogido esta escuela para realizar aquí su servicio social y créame que estoy en todas las facultades de apoyarla incluso de apelar por usted para que se quede a laborar aquí con nosotros, como maestro con mucha antigüedad y altas influencias en el magisterio sería fácil para mí lograr que usted ocupe un cargo como educadora sin necesidad de contar con la maestría, bien podría asistir a su escuela en las mañanas y venir a laborar en las tardes,- croaba el vejestorio, la joven psicóloga escuchaba lo que el viejo rebuznaba sin voltear a ver su cachetona cara, ella se apresuraba con su actividad pues sabía que el viejo no dejaba de morbosearla, lo conocía y lo tenía bien referenciado, además se limitó a responderle al viejo sobre la solicitud que le hacía.

-sépase que también, antes contábamos con una psicóloga, ya sabe, orita que está tan de moda el bulliyng y todo eso el Estado educativo ha implementado un programa de que cada escuela cuente con su propio psicólogo y veo que usted al ser tan trabajadora debe de estar a estas alturas lo suficientemente preparada para desempeñar tal labor ehh, además esto le ayudaría a ganar independencia e ir forjando experiencia laboral para cuando encuentre un trabajo mejor remunerado, que me dice?- el viejo maestro se mandaba una de sus sonrisas más fanfarronas mientras recargaba uno de sus brazos en la pared, volviendo a mostrar su encharcada axila, nuevamente la maestra ignoraba al viejo concentrándose en lo suyo, escuchaba todo lo que chachareaba el cuerpo de sandía pero se limitaba a responderle.

-mire, sé que a lo mejor este enojada conmigo por lo de la otra vez pero… le juro que fue un accidente, ya le dije que me tropecé y en mi desesperación por apoyarme de algo pues… le toqué la nalga, jejejejej, además se está viendo muy altanera para con alguien que está hablándole con el mayor respeto posible- decía el sinvergüenza, esto abochornó a la joven universitaria quien enterró con fuerza desmedida la chinchilla que servía para atorar los papeles así como una visible vena saltó por una de sus sienes.

-por favor maestro… Pepe… o como se llame… no toque ese tema, si bien ese día no lo reporté es porque la verdad no quiero tener problemas, ni con usted ni con nadie, así que le pido que me deje en paz, agradezco el haberme ayudado y el proporcióname la información pero no, no estoy interesada por el momento, con lo que me envían mis padres es más que suficiente para asistir a la escuela y trasladarme hasta acá, gracias- sentenció la rubia universitaria.

-me sorprende su reacción pero tengo que reconocer que no esperaba menos de usted- decía el viejo quien no solo sudaba de sus axilas, ahora había aparecido otras dos enormes manchas de humedad, una formándole una T en el pecho y la otra una O en su robusta espalda.

-a que se refiere?- ambos se veían ahora directamente a los ojos, más bien ella ya que el viejo enseguida dirigió su pervertida mirada a cada una de las curvas que construían un excelso cuerpo femenino parado enfrente de él pero principal y descaradamente a su repintada panocha, de más está decir la breve cintura que se le marcaba a la chica, el viejo ya se imaginaba apoyándose de ahí mientras se la clavaba hasta el fondo.

-sí, el que usted se sienta de mejor posición económica no le da derecho como para sentirse superior a todos nosotros- dijo el profe, Asdany se ofendió pero en vez de abandonar el lugar se quedó a arreglar esa imagen que el viejo tenia de ella, si algo le molestaba era que la tacharan de fresa altanera, aunque en ocasiones así era como se comportaba.

-a ver… a ver… a ver, yo solo soy así con los que me han faltado al respeto, osease usted, y ya no siga, ya le dije que no quiero tocar ese tema, ¿que no tiene cosas que hacer?, porque yo sí y me está haciendo perder mi tiempo-

-mamita rica, yo no te estoy agarrando las manos para evitar que sigas pegando los semanarios- la maestra se puso roja de vergüenza.

-por favor modere su vocabulario conmigo que no está hablando con una cualquiera, no le permitiré que me vuelva a llamar así, está claro, viejo morboso- la curvilínea maestra intentaba verse fuerte ante su contrincante pero la realidad era que se ennerviaba cuando estaba cerca del viejo por la forma en que la veía.

-ja… quieres que modere mi vocabulario y tú me dices morboso, sabes todos los sinónimos que tiene esa palabra, casi casi me estás diciendo pervertido, cochino, asqueroso-

-oiga yaaa, se me escapó, además no estaría diciendo mentiras- la dulce maestra se atrevía a mirar pícaramente a los ojos a su oponente verbal, lanzándole una mirada como dando a entender que ella había ganado, levantando muy singularmente una de sus cejas dejando la otra en su posición normal.

-sabes chiquilla, tienes razón, soy un morboso, un caliente, un rabo verde, y he estado morboseandote tu cuerpecito rico todo este rato que he estado platicando contigo jeje, tienes un cuerpo muy cogible y la verdad que que rico se te marca la panocha con ese pantaloncito jejeje, hablando de panochas hace rato estaba platicando con mi colega sobre las ganas que tengo de pegarte un mamadón de bollo- el viejo se descaraba, hacia un círculo con los dedos índice y pulgar de su mano derecha mientras metía de manera asquerosa la legua dentro de estos.

La dulce maestrita se quedó sin ideas y su cuerpo parecía no responderle, se paralizó viendo como esa serpenteante lengua se movía entre ese agujero formado por los gruesos dedos del viejo y que simulaban una vagina, su vagina, viéndola también como entraba y salía de este y viendo ahora como el viejo, con sus labios, realizaba asquerosos movimientos de succión.

-no se te antoja esto en tu panochita??, chiquilla, jeje,- dijo el viejo enterrando hasta el fondo su lengua en el círculo que formaban sus dedos.

-sabes, el laboratorio está abierto, que tal si dejas esos papeles por ahí y nos perdemos un ratito jeje-

Desde luego la encolerizada Asdany no podía quedarse así como así, sentía que hervía su sangre, apretó una de sus manitas y sin ni siquiera voltear a ver que alguien pudiera observarla obsequió al viejo una tronada bofetada que le cimbró todo el cachete de perro mientras le decía:

-porque no va y le propone sus porquerías a la más vieja de su casa, viejo puerco!!, idiota!!- dijo la güerita alejándose lo más rápido que pudo sin terminar lo que estaba haciendo, sintiendo como el viejo no paraba de mirarle el culo, incluso intento caminar lo menos sugestiva posible pero eran infructuosos sus intentos, sabía que estaba regalándole al viejo una de las mejores vistas de su anatomía y esto la enojaba más, por más que trató de disimularlo su caminado no dejó de ser coqueto e hipnotizante.

-que rico lo mueves muñeca, muaccckkkk- dijo el agredido viejo lanzando un tronado beso al aire mientras veía como se bamboleaban las nalgas de la maestra en cada paso que daba, haciendo que Asdany se fuera más que colorada y rectificando que Asdany estaba más apretada de lo que presumía.

-y así fue como sucedió mi buen Teo- sentenciaba el gordo maestro ya terminando la plática con su huesudo amigo, quien no se masturbaba ahí mismo porque de veras.

-jejeje, eres un hijo de puta cabrón, pinche Pepe, eres la mera verga, como dicen los españoles eres la ostia, pero dime, ¿apoco no te da miedo que un día de estos esa pendeja culona te acuse con el director?-

-y quien dice que no me ha acusado, claro que me acusa, de hecho el mismo director me ha dicho que le baje, pero yo no me voy a comportar, grábate esto mi flaco ojo alegre, yo… allá arriba… estoy bien parado… tan parado como una verga jajajajaa- ambos maestros reían mostrando sus hipopotámicas bocas una de ellas casi desprovistas de dientes (la de Teo), saboreándose la dulce victoria obtenida por el momento sobre la altanerilla maestra, el gordo se sabía inmune ante los reportes que pudiera recibir.

-y tu pendejo, ¿qué has hecho?, ¿has armado algo con la Cassandra?, ¿le has pellizcado el culo por lo menos?- preguntaba Pepe.

-y como vergas quieres que haga eso si siempre está ahí toda la bola de pendejos (alumnos) que no dejan hacer nada, pinches chiquillos de hoy están bien pendejos, basta con quitarles un pelo a uno y ponerlo en el microscopio y allí están todos entretenidos como si hubieran descubierto una enzima-

-no seas puto y no me cambies la conversación, te hice una pregunta viejo lamevergas,-

-lamevergas mis huevos!!, ya te dije que no, así como para agarrarle el culo no-

-¿como?!!- preguntaba el grueso educador.

-iraaaa, jejeje- el flaco maestro se apretaba su armamento por sobre su pantalón.

-jajaja, eres un pendejo, te voy a enseñar cómo se hace, antes de que acabe esta semana voy a tener a esa mocosa en mi cubículo mamándome la verga, si vieras los shorcitos que usa en las prácticas la condenada hija é puta, flaco yo se reconocer cuando una chiquilla quiere verga y esa, apuesto mis dos huevos que la quiere, la pide a gritos, sino es que ya la esté probando la condenada- el marrano parlante se sacudía su camisa en un intento por descalentar su sudada corpulencia.

-estás pero bien pendejo pinche wey, una cosa es acosar a esa güerita culona, pero otra mucho más seria es pasarse de listo con una de estas mocosas, se pueden malinterpretar las cosas, yo por eso mejor ni me meto, solo veo culos e imagino papayas-

-dame la razón, tu porque eres un puto miedoso, yo sé lo que hago, además esas chiquillas no dicen nada, jejeje, no creo que se atreva a acusarme sabiendo los chismes que se arman, siempre ellas llevan las de perder, esa mocosa no sabes cómo me calienta, ya hasta sueño con ella, me la chaqueteo a su salud, neta que he soñado que me la cojo bien cogida y si hasta en sueños me aprieta la verga imagínala en la realidad, ya ni mi vieja se me antoja por culpa de esa putilla, yo no sé tú pero yo ya estoy cansado de pajearme como puberto con videos pornos y con las fotitos de la güerita piernuda que le robo de su face y que ya te he pasado algunas pa´que te pajees, con el solo recrearme sus shorcitos de esa escuincla apretándole las nalgas ya tengo la verga que me revienta- decía el sátiro y reverendo asno de Pepe.

-ahhh, siii, esa güerita que sale en falditas y shorcitos con una carita de limosnera de verga que ni ella se la aguanta, pero eres un puto culero porque me dijiste que tienes una conversación con ella muy cachonda y no me la quieres pasar, ya pinche Pepe deja de mamar y pásamela- parloteaba el flaco.

-ya te dije que si mamo pero panochas, lástima que es de lejos sino ya me la hubiera culiado, pero para que pensar en putas foráneas si aquí tenemos dos que se cargan unos putos culos que muero por reventárselos, me come la verga por tronármelas- dijo Pepe refiriéndose a Asdany y a la inocente Cassandrita haciendo una forma en sus manos como si estuviera aferrando las caderas de una de ellas y la impactara contra su grasosa pelvis, dramatización que hacia sentado en la silla de hace un momento.

-su momento llegará mi amigo, pero bueno ya, cambiando un poco de tema, ¿traía tanga la maestrita?- preguntaba el flaco.

-para mí que sí, porque el calzón se marca y no se le marcaba nada, aunque yo pensé que esos pantaloncitos que se cargaba eran de esos elásticos que se les pegan hasta en la panocha pero no, eran como de tergal, pero aun así lo único que faltaba que se le remarcara era el clítoris jejejeje, ese pantalón casi se le mete a al bollo- los viejo pervertidos seguían conviviendo entretenidamente bajo la sombra que les proporcionaba un almendro.

Unos minutos después, en la oficina que se le había asignado a la joven aspirante para el desarrollo de sus actividades…

-de veras eso te dijo ese hijo de… ay perdón- decía Dianita llevando una de sus manitas a sus carnosos y rojísimos labios después de enterarse de las plebeyas palabras utilizadas por el viejo para hacer enojar a tan preciosa muchachita.

-sí, puedes creerlo, que poco hombre!!, si es que a eso se le puede llamar hombre- la sulfurada Asdany casi gruñía y partía el bolígrafo por el vergonzoso momento que la había hecho pasar el desequilibrado maestro, sin embargo la segunda reacción de su libertina amiga la desconcertó.

-mmm, que rico- dijo Diana sentándose en el escritorio de su amiga, cruzando sensualmente sus potentes piernas.

-queee?- la maestrita Asdany pareció no haber entendido que era lo rico.

-sí, que rico que te hagan eso- dijo Diana pasándose la lengua por sus labios.

-a que te refieres?- preguntaba Asdany un poco confundida, nuevamente levantando una de sus perfectas y cuidadas cejas.

-a que te den… uno de esos jijijij- la maestra Diana se friccionaba sus muslos.

-de veras que estas pero bien loca Diana, o sea, ayy no sean cochina- Asdany intentaba concentrarse en llenar unos formatos propios de su universidad, la rubia maestra había entendido las ideas de su amiga.

-jijijiji, ay amigaaa, pero yo no me refiero a que te lo de ese sapo de Pepe, sino a… ¿mujer apoco tu novio no te ha hecho sexo oral?- peguntaba Diana levantándose del escritorio y estirando todo su voluptuoso cuerpo cubierto por una ajustada blusa blanca y unos sugestivos mallones negros.

-noooo, no seas asquerosa amiga ¿apoco a ti si?- la abochornada Asdany no cabía de la vergüenza, sin embargo preguntó más que nada para distraer a su libertina amiga y que esta se entretuviera contándole sus aventuras para de este modo evitar que a la rubia se le siguiera entrevistando.

-siii, y se siente riquísimo, mmm, sentir una babosa lengua recorriéndote allá abajo ahí dios, casi me estoy mojando- Diana se llevaba una de sus manos y la acercaba peligrosamente a su sexo.

-iiiuuuu, Diana ya… para, tú también estás bien pervertida, no me extrañaría verte un día platicando con esos locos degenerados- Asdany por un momento pensó que su amiga se tocaría ahí enfrente de ella así que desvió su mirada como muestra de pudor, sin embargo ella reconocía que este tipo de pláticas prohibidas, entre chicas, la estaban acalorando.

-jajaja, eso estaría bueno, imagínate, si saben de eso, deben de saber muchas otras cosas ricas que hacernos a la hora de estar en la cama, no crees?- la alocada maestra lanzaba una mirada pícara a su amiga psicóloga.

-ay nooo, que asco, esos viejos- Asdany mostraba un gesto de desagrado, sin embargo en vez de seguir con sus labores estudiantiles había dejado estos por poner más atención a la caliente plática que estaba dirigiendo su candente amiga, muy en su interior el tema del sexo oral le curioseaba.

-jijiji, asco porque, apoco no te gusta morbosear, imaginarte la lengua de ese viejo rabo verde entre tus piernas, enterrándotela hasta el fondo, pasando su caliente lengua jijiji por ahí- la alocada maestra Diana se estaba calentando, su sexo ya estaba húmedo.

-nooo, deja de decir esas estupideces por favor o me voy a enojar contigo también- dijo Asdany quien a decir verdad estaba interesada en conocer un poco más la vida íntima de su amiga, pero tenía que aparentar desacuerdo en todo lo que estaban relatándole, fiel a su imagen de niña conservadora y recatada.

-uuyy que sensible, estás sentimensual?-

-jajaja, Diana que payasa eres-

-amiga ya… cambiando de tema, sabes, me han contado por ahí que el maestro Pepe se carga un animalón entre sus piernas, que es casi lo de un pepino- Diana intentaba recrear las medidas vergales del viejo con sus manos.

-pero… que dices?- la joven practicante se ponía más que colorada, más roja con lo que le contaba su amiga que con las leperadas del viejo.

-sii, y yo no me he quedado con la duda, siempre que lo tengo cerca me fijo en su bulto y si, a veces yo creo lo trae parado porque se la marca un culebrón- la mente de Asdany le jugó una mala pasada imaginando por un breve periodo de tiempo la entrepierna del marrano toda abultada y caía en la cuenta de que hace poco estuvo tan cerca de tan despreciable sujeto, aunque ella misma trataba de poner su mente en blanco no encontrando como, así que sacó su celular para distraerse con algo, aunque fuera con el Face.

-Diana, que te dije, deja de estar pervirtiendo mi mente con tus cosas-

-ahh, ora resulta que la que coge a cada rato con su novio es una santita y yo soy la pervertida,- las maestras seguían platicando de sus cosas, sin embargo lo que Diana no sabía era que Asdany le había mentido un poquito a la hora de presumir las condiciones sexuales de su novio.

Si bien si era cierto que la joven pareja había tenido varios encuentros amorosos la semana pasada, estos no eran forzosamente de todos los días, esto había sido una táctica de la joven psicóloga por demostrarle a su amiga Diana que su novio no era tan aburrido como ella pensaba, considerando la animalesca forma con la que Diana se expresaba del sexo, Asdany intentaba hacerle ver que su novio también tenía lo suyo en un intento por asegurar que su libertina amiga dejara de invitarla a los antros de perdición, pero la realidad con respecto al vigor sexual del joven Michael (novio de Asdany) distaba mucho de eso.

¿Cuántas mujeres habrá en el mundo que no han podido experimentar eso que se le conoce como orgasmo?, ¿Qué en su vida no logran experimentar tan siquiera uno?, ¿cuántas mujeres viven reprimidas sin ser satisfechas como se debe debido a la poca cultura sexual, a los mitos o tabúes en sus parejas considerando o entendiendo que solo ellos son los únicos que deben de sentir placer?, o que la mujer basta solo con penetrarla para que esta se sienta satisfecha, o aquellas quienes sus parejas conservan una sólida educación basada en principios y valores que ven el placer carnal como algo enfermizo, sacrílego y hasta satánico. El novio de Asdany era uno de esos hombres que no sabían explotar el cuerpo de su hembra al máximo, además de ser precoz el joven era muy reservado a la hora de intimar con su pareja.

La relación entre estos jóvenes no era lo que la muchachita presumía, ahora en esta semana los encuentros sexuales se había reducido a cero, esto debido a que como muy pronto el macho se iría buscando cumplir su deportivo sueño pensaba que esto le quitaría energías o lo distraería de sus rutinas ejercitadoras tanto en el complejo deportivo como en el gimnasio.

El musculoso muchacho también era algo acomplejado, a la hora que intimaba con su novia había muchos momentos en que este quería saciarse con los placeres que le brindaba el cuerpo de su enamorada, pero no lo hacía debido a que no quería verse como un sátiro depravado a los ojos de la curvilínea maestra, pensaba que de ser así esta lo rechazaría o ya no querría tener intimidad con él, por eso no daba ese paso y solo se limitaba a la penetración normal, en la cual aguantaba unos cuantos minutos para terminar vaciándose en un condón.

Asdany en tanto, tampoco se atrevía a ser sexualmente más creativa con su hombre, a experimentar posiciones nuevas, a salir de la rutina que ya la estaba cansando y aburriendo, cosa que ella trataba de desconocer o intentaba ignorar, la joven se limitaba a la hora de aparearse pues su novio podría tratarla de mujerzuela, de golfa barata y de suponer que esto que haría con él adivinar con cuantos otros ya lo había hecho, ella debía de mostrar su pureza y recato a la hora de estar con su futuro hombre, considerado por ella el padre de sus hijos.

Sin embargo en ocasiones la doncella trataba de echarle una manita a su macho, despertarle ese lado salvaje y varonil seduciéndolo con selectas e insinuantes prendas, a veces se le paseaba en diminutos conjuntitos que alterarían hormonalmente hasta a las bestias de carga mientras este joven le decía que se quitara que no lo dejaba ver el partido, solía agacharse disimuladamente a sabiendas que era observada por su macho aparentando buscar algo mientras su tremendo culo era apenas cubierto por un alickrado short verijero de esos que dejan ver la rayita que separa la nalga de la pierna y que apenas y tapan los sexos femeninos solo para darse cuenta que su hombre ya andaba en otra zona del departamento, en ocasiones la seductora mujer lo esperaba a que llegara del gimnasio o de algún partido de fútbol sentada en la sala de su casa con aturdidores babydolls pero el joven deportista llegaba tan agotado que apenas y ponía un pie dentro del departamento de su novia y caía fulminado en la cama o en el sillón teniendo que ser ella quien terminara por quitarle los tacos y espinilleras, y así se la llevaba esta pareja, sin darse cuenta que la flama del amor se les estaba apagando.

———————–

La semana seguía transcurriendo y hasta el momento el exceso de maquillaje y el utilizar su cabello ladeado todo el tiempo le estaba resultando a Cassandrita para que nadie hubiera advertido aun el tremendo moretón que tenían estampado en su cuello. Lupita cada vez estaba más segura de que alguien se le estaba adelantando al sano Armandito, sin embargo no daba de quien podría tratarse ese joven que se atrevió a conquistar o estar galanteando el corazón de tan bella señorita, sin duda se estaba sacando la lotería por la belleza que irradiaba Cassandrita, la misma Lupita reconocía que su amiguita, aun sin maquillaje, era muy superior a las plásticas modelos que veía en televisión.

Mientras tanto Armando, por más que trataba de acercarse a su joven diosa no lo lograba, el miedo al rechazo le podía, la vergüenza que significaba para un joven como él acercarse a una belleza como Cassandra lo limitaba, no era el más guapo, mucho menos el más rico y por supuesto no estaba ni cerca de ser el más inteligente, ni siquiera poseía lo que se dice un buen físico, tenía un par de kilitos de más que no era la gran cosa pero esto lo acomplejaba mucho, o más bien sus amigos se encargaban de acomplejarlo ya que de más jovencito había sido más gordito y esa condición se le había quedado aunque fuera solo de palabra (o sea le decían gordo aunque ya no lo era).

En tanto había muchos otros que no perdían la oportunidad para arrimarse a Cassandra y sacarle algo de plática y en ocasiones hasta una hermosa sonrisa, mostrando sus blancos dientes que casi brillaban, esto hacia enloquecer de celos al joven enamorado al ver a su doncella sonreírle a otros menos a él, platicar risueña con ellos o regalarles algún golpecito señal de cariño, o ver como algunos más gandallas se despedían de ella con un beso en la mejilla, lo que daría este jovencito por sentir esos dulces labios estampándole una caricia en cualquiera de sus cachetes, y a pesar de que en los momentos en que Cassandra se encontraba sola o platicando con su amiga Lupe y esta le hacia la seña de que era el momento preciso para abordarla el indeciso joven solo agachaba su cabeza, se daba la vuelta, metía las manos en su bolsillos y comenzaba a patear algunas piedras ahí presentes para lentamente irse alejando del lugar.

Y es que el niño muchas veces había ensayado el discurso que le diría a su inmaculada, de hecho hasta se lo había escrito en un papel y lo repasaba a cada rato, pero a la hora de plantarse a escasos metros de ella todo se le olvidaba, no sacando el papel por miedo a maltratarlo con sus sudadas manos, no contaba con la confianza suficiente al llevar toda una vida de burlas por parte de compañeros genéticamente mejorados, el pobre a veces deseaba ser uno de ellos, o uno de esos actores que salen en las películas y que llaman la atención de las mujeres, pero se veía en el espejo y miraba un rostro cada vez más lleno de acné y muy distinto a las finas facciones del estereotipo de belleza masculina, que si bien el inocente chiquillo no era feo sus compañeros (algunos de ellos en realidad muy feos pero con el autoestima mas alta) se habían tratado inconscientemente de dañarle considerablemente su autovaloración.

Pero no así un viejo y gordo maestro, incluso antes de cometer la supuesta villanía (no tan vil, puesto que solo quería impresionar al maestro Teo alardeando cosas que en realidad no pasarían) a la que se preparaba se dio su tiempo para inculcar a los jóvenes educandos ahí presentes una importante lección de vida.

-a ver pendejos acérquese- decía el viejo guía a algunos alumnos que se encontraban cerca de él, la manera relaja con la que los trataba y lo castrosos que eran algunos mocosos le permitía llevarse de esa manera con ellos, si hasta se pasaban videos pornos que de malo tenia hablarse con leperadas.

-¿qué pasó profe?- preguntó uno.

-a ver, quien de ustedes ya tiene novia?- preguntaba el profe, algunos alumnos respondía afirmativamente, otros, entre ellos Armando, se quedaban callados.

-a ver mis niños, voy a enseñarles a ser hombres aprovechando que no hay maestras ni compañeritas suyas presentes jejeje, a ver, a ver, ¿quién de ustedes ya cogió?- el sabio instructor preguntaba cosas íntimas a sus jóvenes discípulos quienes algunos solo emitían una risilla apenada y medio morbosilla debido a lo directo de la pregunta.

-uuumm, apoco nadie, bola de maricones, yo a su edad ya cogía- rebuznaba el profe sonándose sus porcinas narices a moco limpio, cuando estaba con varoncitos no se limitaba en realizar sus cochinadas.

-ehh, apoco maestro- respondía otro, si bien Armandito estaba inmiscuido en la plática esto no significaba que el muchacho estuviera de caliente, al joven le había tocado estar en la hora menos indicada, en el lugar menos propicio.

-siii, y les digo esto porque veo que ustedes en esta época tienen mucho material, nada más vean a sus compañeritas lo buenas y culoncitas que están, ¿apoco no?-

-sí, sí, sí, si- tenían que responder obligatoriamente todos los alumnos, ya que de lo contrario quedaban como afeminados y expuestos a futuras burlas por parte de los que si respondían, solo el buenito de Armandito parecía no perder los estribos ante esta plática, obviamente le incomodaba que un hombre se expresara mal de una mujer, pero se quedaba a seguir escuchando las incoherencias del viejo para ver si podía rescatar algo bueno de todo esto y así tomar más valor para llegarle a Cassandrita.

-miren, yo les digo esto para que después no anden ahí de llorones atrás de una escuincla, las mujeres son para disfrutarse, no para andar ahí de manita sudada con ellas,-

-a que se refiere maestro?-

-me refiero a que las mujeres son muy cabronas, primero andan ahí de recataditas pero en realidad piensan tanto o más en culiar que nosotros, están que “ayy no, no quiero, ahí déjame no estoy lista”, pero en el fondo están deseosas de verga, y si ustedes que son sus novios no les dan carne, no van a dudar en buscarse a sus espaldas uno que si les dé jajaja- el viejo maestro casi se cernía sus huevotes enfrente de los chiquillos, según el solo se jalaba el pantalón.

-jejeje- reían algunos chiquillos

-siii, así mismo es esto, están que “ayy no quiero”, pero basta con que les soben la almejita para que después las tengan bien calientes y mojaditas ehhh, yo nada más las veo en las prácticas de voli como esas mocosas calientan a uno con sus shorcitos tan chiquititos y agachándose o parando el culillo para que uno se los mire, shorcitos que apenas y les tapan las nalgotas, así que mis niños pónganse buzos luego les andan encajando chiquillos que ni son de ustedes y ustedes bola de pendejos bien creídos y enamorados, esas mamadas déjenlas para otros pendejos, ustedes dedíquese a culiar, si eso es lo que piden esas canijas que les den verga- el gordo maestro estaba tan empalmado como un asno platicando estos temas con los niños.

-que sabio es usted maestro- decían algunos de los chiquillos, Armandito quedó chocado con la forma tan enfermiza en que el viejo hablaba así de las mujeres, en especial de alumnas suyas, y más al decir que las veía en las prácticas de voli con sus shorcitos era un hecho que muy posiblemente también se morboseara a su princesita, sin embargo no podía objetar nada puesto que sus compañero sospecharían de su secreto, y estos no se la pensarían en andarlo esparciendo por todo el instituto, pudiendo llegar a los oídos de Cassandra y esto por supuesto, la mantendría alerta ante cualquier insinuación que el joven hiciera, o peor aún, tratándolo de evitar lo más posible.

Sin embargo de todo esto aprendía una valiosa lección, esa última frase que dijo el viejo y que ya le había advertido Lupita, “si no aprovechas tú, otro te la va a ganar”, viéndolo desde el punto de vista de acercarse a ella, además veía como este viejo panzón, tan tranquilo, se retiraba de donde ellos y se acercaba ahora a un grupito de niñas, entre ellas Cassandra, hablándoles quien sabe que pachotadas pero con una tremenda facilidad para hacerlas reír, no comprendía como una persona tan depravada pudiera fingir tan bien su doble cara, y más se hubiera cagado el joven el haberse enterado que el viejo pervertido estaba citando a su enamorada a su cubículo esa misma noche para según él tratar algunas calificaciones por haber participado en el equipo de voli.

Después de haber recibido el sí por parte de tan bonita niña el viejo se retiraba a su cubículo para prepararlo todo, haciendo una señal con su mano y su pulgar levantado al maestro Teo quien observaba sentado desde otro ángulo la facilidad con la que Pepe se desenvolvía entre la comunidad escolar, mientras este porcino ya casi iba orinándose en semen con lo que tenía pensado inventar a su flaco amigo para que este se muriera de envidia, en otras palabras el maestro Pepe no pensaba propasarse con la nena pero ¿podría contenerse?, ¿el tripón de Pepe podría tener más fuerza de voluntad que el viejo tendero?, ¿podrá conservar su condición de honorable maestro, de hombre recto y casado ante las bajas tácticas mundanas utilizadas por la nena para alterar a los machos?………

Para contactar con el autor:

vordavoss@outlook.com

Relato erótico: «Enculando a la malcriada y a su amiga por zorras» (POR GOLFO)

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Segunda parte de Educando a una malcriada, la hija de un amigo.
Al despertarme y  ver que Isabel dormía plácidamente abrazada a mí, comprendí que no había sido un sueño lo poco que recordaba de la noche anterior. Tratando de aclarar mis ideas, hice memoria de como esa zorra me había drogado y que no contenta con ello, había aprovechado mi indefensión para acostarse conmigo. Su falta de moral era tan enorme que sabiendo que nunca hubiera accedido a hacerlo, me había paralizado con drogas y ya inmóvil, no solo había usado mi pene como ariete sobre el que empalarse sino incluso me había obligado a comerle el coño.  Lo único bueno fue que se equivocó con la dosis y al liberarme antes de tiempo, castigué su infamia rompiéndole el culo.
De madrugada me pareció proporcionado pero, a la luz del día, pensé que el haber desflorado ese rosado esfínter había sido una cuasi violación y por mucho que ella había sido la primera en forzarme, temí que al espabilarse esa pelirroja quisiera ponerme una denuncia. Asustado más que  por las consecuencias legales por el tener que enfrentarme a Manolo cuando se enterara que me había tirado a su hija, me quedé quieto esperando que esa cría se despertara.
Durante al menos media hora, tuve que aguantar a mi conciencia machacándome el cerebro hasta que abriendo sus ojos, Isabel me miró sonriendo y dijo:
-¿Estás listo para echarme otro polvo?
La desfachatez de esa zorra me sacó de las casillas al dar por sentado que me apetecía reanudar una relación que nunca debió de tener lugar. Ni siquiera le contesté y zafándome de su abrazó, me levanté y directamente me metí al baño. Lo que no preví fue que esa niñata me siguiera e intentara entrar conmigo a la ducha.
-¿Qué haces?- pregunté impidiendo que cumpliera sus deseos.
Isabel, al comprender que no quería ducharme con ella, lejos de enfadarse,  se sentó en la taza del váter y mientras no perdía ojo de mi cuerpo desnudo, me soltó:
-¿No me jodas que después de follarme toda la noche, ahora te haces el estrecho?
Su tono alegre me dejo claro que no tenía ningún remordimiento por haberse tirado al amigo de su viejo pero cuando realmente mostró  su desvergüenza  fue cuando obviando que podía verla, se puso a mear mientras muerta de risa, me decía:
-Me arde el coñito por tu culpa- y recalcando sus palabras, separó sus labios demostrando que lo tenía rozado de tanto follar.
La ausencia de cualquier tipo de moral en esa chavala me encabronó y sabiendo que de haber un culpable no era yo si no ella, respondí de muy mala leche:
-¡Mira niña!  Si te duele el chocho, piénsatelo mejor antes de comportarte como una zorra.
Al oír mi respuesta, curiosamente, lo que le molestó no fue que le llamara zorra sino que le recordara su corta edad e indignada, salió del baño y haciendo un berrinche, me gritó desde la puerta:
-¡Te odio!
Su brusca reacción me hizo conocer que ese era su punto débil y aunque os parezca raro, eso me tranquilizó y tomando nota, terminé de ducharme  sabiendo que esa malcriada esperaría su oportunidad para devolverme la afrenta.
Acababa de vestirme para ir a trabajar cuando escuché que Isabel tocaba educadamente a mi puerta. Al abrir, la pelirroja me preguntó si al salir de la universidad podía traerse a una amiga a casa. Aunque no tenía ninguna duda que tramaba algo, le di permiso recordándole que todo lo que tenía prohibido.
La muchacha con su típico tono malcriado me contestó:
-Ya lo sé, ni alcohol, ni drogas.
-Tampoco te traigas ningún tipo a casa. No quiero ser encima quien le tenga que decir a tu padre que su bebita se ha quedado preñada.
– ¡Serás cabrón!  ¿Acaso anoche te pusiste condón?- exclamó muy cabreada por mi nueva referencia a sus pocas primaveras.
Pensando que a buen seguro, esa guarrilla me tendría preparada una jugarreta cuando volviera a casa,  me metí en el coche y me dirigí a mi oficina.
Al volver a casa, Isabel me presenta a su amiga.
El duro día a día de la oficina me hizo olvidar durante toda la jornada  a esa pelirroja. El trabajo que se había acumulado durante el fin de semana me tuvo tan ocupado que apenas comí y por eso cuando por la tarde, aterricé en mi chalet, lo primero que hice fue coger una cerveza del refrigerador y hacerme un bocadillo, tras lo cual busqué donde se encontraba la hija de mi amigo.
La encontré tomando el sol en la piscina con un bañador bastante coqueto pero en absoluto indecente. Cansado me senté en la tumbona de al lado y mientras daba un primer mordisco al bocata, pregunté:
-¿No ibas a traer hoy a una amiga?
Levantando su mirada, me sonrió diciendo:
-Está nadando. Cuando termine te la presento.
Os juro que no vi doblez en sus palabras porque al mirar hacia la piscina, observé una silueta de mujer nadando a crol por lo que olvidándome de ella, pregunté a la pelirroja que había hecho. La muy bruja soltando una carcajada me contestó:
-Cómo esta mañana amanecí con mi chocho adolorido tuve que buscarme alguien que me diera mimitos.
Estaba a punto de responder esa impertinencia cuando escuché que su amiga le pedía una toalla para salir de la piscina. La rapidez de la pelirroja para levantarse de la tumbona y llevarle una franela blanca me extrañó pero no dando a ese tema mayor importancia, di un sorbo a mi cerveza. Sorbo que se me fue por el otro lado al ver salir a su amiga del agua totalmente desnuda. Todavía seguía estornudando cuando plantándose las dos frente a mí, Isabel me la presentó diciendo:
-Javier quiero que conozcas a Mary.
La cría que era una castaña muy mona, se acercó y mientras se tapaba con la toalla, me dio un beso en la mejilla diciendo:
-Ya me ha contado Isa, el maravilloso amante que eres.
Cortado con la recién llegada por su franqueza y hecho una furia con la hija de mi amigo por su “locuacidad”, no pude mas que contestar con un escueto “gracias” a su confesión. Cuando ya creía que nada me podía sorprender, Isabel le susurró algo en el oído y con una expresión pícara en su rostro, la castaña permitió que la toalla se fuera deslizando hasta que quedó completamente en bolas frente a mí.
-Verdad que es preciosa- comentó la pelirroja mientras comenzaba a recorrer el cuello de su amiga con sus besos.
Nada me había preparado para esa escena y por ello, me quedé paralizado admirando como la malcriada iba acariciando con sus manos el cuerpo desnudo de Mary sin dejarla de besar. Testigo involuntario de esa demostración lésbica lo que realmente me impresionó fue percatarme de lo mucho que se parecían ambas mujeres. Delgadas y dotadas con un culo estupendo, ambas adolecían de falta de tetas y si a eso le añadimos que siguiendo la moda de rasurarse las dos llevaban el coño depilado, parecían un clon cuya única diferencia era el color del pelo.
“¡Son unas niñas!” exclamé mentalmente más interesado de lo que me gustaría reconocer. 
Mary azuzada por las caricias de su amiga y quizás también por la cara de pazguato que debía tener yo en ese instante, se dio la vuelta y se apoderó con pasión de los labios carnosos de Isabel. Mi situación era complicada, si me levantaba y me iba, parecería que las tenía miedo pero si me quedaba podría suponer que era un viejo verde, por eso aunque lo sensato hubiera sido huir, permanecí observándolas con la esperanza que viendo que no conseguían el efecto deseado, se cansaran y me dejaran en paz.
Desgraciadamente los hechos posteriores me sacaron de error porque Isabel, viendo que permanecía sentado en silencio, incrementó su  presión sobre mí, desanudando su traje de baño. Mary con sus pezones ya erizados, sonrió y mientras ayudaba a su amiga a despojarse del mismo, me preguntó:
-¿No quieres unirte?
-Todavía no- respondí aunque mi interior ya empezaba a darle vueltas a esa idea.
No dando importancia a mi rechazo, las dos ya desnudas se volvieron a besar a un metro escaso de donde yo permanecía sentado. La naturalidad con la que ambas se entregaban a Lesbos, me hizo afirmar que esa no era la primera vez que lo hacían y como si me hubiese leído el pensamiento, cogiendo uno de los pechos de su amiga entre los dientes, le dijo:
-Enseñemos al viejito como nos amamos.
El gemido que pegó la castaña al sentir el dulce mordisco sobre su areola me confirmó lo anterior y ya sin disimulo ni recato me puse a disfrutar de la escena mientras me terminaba la cerveza.
“¡Joder con las cría!” pensé al observar que Mary dejando caer su cuerpo, se arrodillaba y hundiendo su cara entre las piernas de la pelirroja, sacaba su lengua y se ponía a lamer con verdadera ansia el juvenil coño de su amiga.
La cabrona de la malcriada viendo mi interés en la maniobra abrió sus piernas y separando con sus dedos los pliegues de su sexo, se permitió el lujo de colaborar con la castaña mientras me guiñaba un ojo, retándome mientras su amiga lamía sin descanso el rosado botón que escondía entre sus pliegues.
-¡Sigue putita mía!-  gritó descompuesta al notar esa húmeda y continuada caricia.
El dulce insulto azuzó a la muchacha y con los gemidos de placer de la pelirroja resonando en sus oídos, introdujo uno de sus dedos en el sexo de Isabel con la intención de acelerar su orgasmo.
-¡Cabrona!- chilló al notarlo y no queriendo que ser ella la primera en correrse, obligó a su amiga a sentarse en uno de los sillones de mimbre que había junto a mi tumbona.
-¡Espera! ¡Deja que ponga la toalla!- le pidió Mary al notar la dureza de ese material.
Con rapidez la castaña colocó la franela de forma que al sentarse su trasero estuviera a salvo del mimbre y posando su pandero, miró a Isabel y le dijo:
-¡Comételo!
La hija de mi amigo no dudó en complacerla y hundiendo su cara entre los muslos de Mary, lamió con deseo sus pliegues antes de penetrar con la lengua en su interior.          La escena que me estaban brindando esas dos terminó de alborotar mis hormonas y con la mirada fija en el coño de esa chavala, me saqué la polla y acercándome por detrás, la puse entre los cachetes de Isabel.
La pelirroja al sentir mi pene jugueteando con su entrada trasera sonrió y mientras se echaba hacia atrás para forzar el contacto, incrementó la velocidad con la que se comía el coño de su amiga. Mary, al notar que Isabel no conformándose con usar su lengua, acababa de introducir un par de dedos en su sexo, gimió como loca pidiendo más. Ese fue el momento culmen que me indujo a forzar con un movimiento de caderas su esfínter:
-¡Dame duro!- gritó la malcriada al experimentar como mi verga violentaba su estrecho conducto.
La aceptación de la muchacha disolvió cualquier reparo que tuviera a volver a hacer uso de su culo y por eso, le incrusté de un solo golpe toda mi extensión.
-¡Me duele!- protestó pero al segundo empujón, muerta de risa, rectificó diciendo: ¡Pero me encanta!
-¡Serás puta!- contesté y recalcando mis palabras con hechos, azoté su trasero marcando el ritmo con el que la penetraba.
El duro tratamiento exacerbó a la pelirroja y colapsando sobre el cuerpo de su amiga, se corrió dando berridos.  Mary al escuchar su placer, se contagió de él y mientras se pellizcaba los pezones con dureza, buscó presionando con una mano sobre la roja melena su propio orgasmo. Interpretando el deseo que se leía en los ojos de la castaña, azucé a Isabel a que acelerara la velocidad con la que sus dedos se la estaban follando. De forma que en menos de un minuto y mientras yo seguía cabalgando sobre el culo de la otra, de la garganta de Mary surgió un colosal berrido muestra clara de que había llegado al clímax.
La certeza que ese par de zorras habían obtenido su dosis de placer, permitió que me lanzara en pos del mío y convirtiendo mis penetraciones en fieras cuchilladas, castigué su esfínter a un ritmo creciente hasta que con un aullido mi verga explotó regando sus intestinos con mi simiente y agotado me dejé caer sobre su espalda. Tras unos minutos soportando mi peso, Isabel se deshizo de mí y levantándose, le dijo a su amiga:
-Luego te toca a ti disfrutar del viejo.
Y abrazadas las vi marchar al interior de la casa, dejándome en mitad de la piscina deslechado y humillado por igual. Os juro que fue entonces cuando indignado, decidí que esa puta se arrepentiría de haber jugado conmigo y recogiendo mi ropa, me dirigí  hasta mi cuarto a planear mi respuesta.
Proyecto su castigo.
Tras cavilar durante largo rato, comprendí que mi venganza debía de ser total para que a esa malcriada no se le volviera a pasar por la cabeza el intentar nuevamente tomarme el pelo. Con mi cerebro azuzado por la humillación sufrida, me imaginé muchos castigos pero ninguno me convenció por no ser definitivos.
Cabreado decidí irme a dar una vuelta, esperando que al cambiar de aires me viniera la inspiración. La fortuna quiso que en la barra del bar donde aterricé, la camarera me preguntara que me ocurría. La amistad que creció a lo largo de meses donde ella me servía copas y yo pagaba, me permitió explicarle cual era mi problema. Madisson una vez había terminado, muerta de risa, me contestó:
-Lo que una mujer no acepta es que el hombre que ella cree tener en sus manos, la ignore y regale todas sus atenciones a otra.
-¿Me estás diciendo que la ponga celosa?
-Así es. La muy tonta sin darse cuenta te lo ha puesto en bandeja. Tu error ha sido follártela a ella en vez de a su amiga.  Si te hubieras tirado a la castaña, tendrías a la pecosa comiendo de tu mano.
El sentido común que escondían sus palabras me convenció y dándole las gracias, pagué la cuenta y me fui a casa. Al llegar como tantas tardes, fui al salón y cogiendo un libro de la estantería, me puse a leer mientras esperaba que la hija de mi amigo hiciera su aparición.
Tal y como preví, la malcriada al enterarse de mi vuelta no tardó en bajar a donde yo estaba. Al verla entrar con un diminuto top y un más exiguo short, supe que venía con la clara intención de molestarme, por eso, levantando la mirada saludé y reanudé mi lectura. Mi ausencia de respuesta, le divirtió y buscando incrementar mi humillación, comentó como si nada:
-Me encanta la facilidad con la que los hombres caen ante cualquier mujer que se les ponga a tiro.
Lo que esa pelirroja no se esperaba es que dejando el libro a un lado, le soltara:
-Tienes razón te resultó fácil y aunque todavía me parece inconcebible, en cuanto eché el ojo a tu amiga, me resultó irresistible.
Mi respuesta la descolocó y más cuando poniendo cara de deseo, comenté:
-No te haces idea de cómo me apetece tirármela- y recalcando mi supuesto embeleso, seguí diciendo: -Mary es impresionante. Solo pensar en que tal y como le dijiste esta noche va a estar entre mis brazos, me trae loco.
Al escucharme, se enfadó y haciendo como si no se lo hubiera llegado a creer, me respondió:
-Si tanto te atraía porque me follaste a mí y no a ella.
-No creo que quieras saber la verdad- contesté y viendo que esperaba una respuesta, le dije: -¡Eras el único culo que tenía a mano!
Mis palabras cayeron como un obús en su infantil autoestima y roja de coraje, se levantó y desapareció rumbo a las escaleras. Sentado en mi sillón, disfruté del dulce sabor de la victoria y sabiendo que vendría su contraataque, me preparé mentalmente para reaccionar a sus acometidas. Cómo en ese momento no estaba cachondo, mi intención era conseguir que  Isabel se comiera todos y cada uno de sus desplantes y si para ello me tenía que acostar con Mary, lo haría.
Mientras recapacitaba sobre ello, no me cupo duda que la maldita pecosa estaría comentando a su amiga nuestra conversación y por eso cuando al cabo de cuarto de hora, la castaña apareció por la habitación supe que la había mandado ella para comprobar si era cierto. Cumpliendo con mi papel, le pregunté si quería una copa. La jovencita contestó que sí y con todo el descaro del mundo, se aposentó en el sofá dejando al aire un buen porcentaje de sus muslos.
-Estás preciosa- comenté mientras servía dos rones con cola.
Tras lo cual me senté frente a ella y empecé a preguntarle lo típico: qué estudiaba, donde vivía… A la muchachita le encantó ser el centro de atención y disfrutando de tener a un maduro como yo solo para ella, olvidándose del cometido que traía empezó a tontear conmigo preguntando cosas de mi vida.
Como hombre experto en esas lides, le fui narrando mis éxitos y algún fracaso para irla interesando, de forma que al cabo de veinte minutos ya la tenía comiendo de mi mano. Siendo tan joven, no solo  le impresionó mi alto nivel de vida sino también el número de países que conocía y supe que estaba a punto de caramelo cuando entornando sus ojos, preguntó:
-¿Y por qué todavía no te has casado?
La respuesta obvia hubiese sido contestarle que porque no había encontrado todavía la mujer pero en vez de ello, respondí:
-No soy fácil de cazar- y nada colocar ese anzuelo a su alcance, le dije: ¿Te apetece salir a cenar conmigo tú y yo solos?
Mary dudó unos instantes porque eso no era lo que había quedado con Isabel, pero el reto que suponía seducirme la convenció y cogiendo su bolso, se levantó diciendo:
-Vámonos antes que me arrepienta.
Interiormente satisfecho, pasé mi mano por su cintura y la llevé hasta el garaje. Una vez allí, al comprobar que estaba admirada que mi coche fuera un Porsche último modelo, pregunté agitando las llaves frente a su cara.
-¿Quieres conducir?
La inocente cría no vio la red que estaba tejiendo a su alrededor y con sus ojos brillando de emoción, contestó cogiéndolas al vuelo:
-Me encantaría.
Era tanta sus ganas de conducir ese deportivo que al ponerse al volante, pude observar que involuntariamente sus pezoncitos se marcaban bajo la tela de su vestido y sabiendo que no iba a protestar, dejé caer una mano sobre sus muslos mientras arrancaba.
-¿Dónde vamos?- preguntó con genuina alegría.
Mi plan era impresionarla y que durante el viaje de vuelta, calentarla de una forma tal que no dudara en meterse en mi cama. Por eso, le comenté si conocía el Mark’s American Cuisine. Mary al escucharme, comentó:
-Claro, es el mejor restaurante de la ciudad pero dudo que podamos ir, hay que hacer la reserva con semanas de anticipación.
-Por eso no te preocupes- respondí- yo siempre tengo mesa.
La sorpresa que leí en su cara, ratificó mi decisión y aprovechando que la castaña conducía, llamé al dueño un viejo amigo que me debía un par de favores inconfesables. Tras colgar y mientras acariciaba suavemente su pierna, le solté:
-Acelera que nos están esperando.
La cría que jamás había infringido el estricto límite de velocidad de Texas no supo que hacer por la que tuve que darle un empujoncito y presionando su rodilla, subí sin parar las revoluciones del coche hasta que vi que el velocímetro marcaba cien millas por hora. Esos ciento sesenta kilómetros por hora que en España nos resulta hasta normal es una velocidad disparatada en los Estados Unidos por lo que la cría sudando la gota fría se puso tensa al volante.
-Disfruta princesa, el Porsche tiene un anulador de radar por lo que a menos que veas un coche de policía, no desaceleres.
Dominada por esa carrera desenfrenada, Mary no fue consciente que se le había subido la falda, dejando a mi libre observación el tanga blanco que tapaba su entrepierna.  Al verlo y sin cortarme  en lo más mínimo, me lo quedé mirando y al comprobar que lo tenía totalmente encharcado, riendo le solté mientras lo rozaba con un dedo:
-Te ha puesto cachonda la velocidad, ¿Verdad putita?
-¡Sí!…- alcanzó a decir antes de que mi caricia le obligara a soltar el acelerador.
Obviando el peligro que suponía el masturbarla siendo una conductora novel,  aproveché su disposición para retirando la tela pasar mi yema por sus pliegues antes de concentrarme en el botón de su entrepierna. La pobre cría al experimentar en su clítoris ese  tierno pero continuo toqueteo, no duró mucho y por eso cuando al fin aparcó frente al restaurante ya se había corrido un par de veces y por eso tuve que esperar unos minutos a que su respiración se normalizara.
Ya más tranquila, me miró sonriendo y me dijo:
-Eres un cabrón. ¡Nos podíamos haber matado!
Descojonado, la cogí de la melena y acercando sus labios a los míos, le solté:
-Pero te ha encantado.
Mary totalmente entregada buscó mis besos con una pasión que incluso a mí me sorprendió y por eso muerto de risa, pregunté:
-¿No prefieres dejarlo para después de la cena?
-¿Dejar el qué?- dijo haciéndose la niña buena.
– El que tú y yo nos acostemos.
Al escucharlo, en plan zorra abrió la puerta del coche y posando su mano en mi bragueta,  cogió entre sus dedos mi miembro mientras me decía:
-Solo si me prometes que al volver a tu casa, seré tuya.
Mi respuesta consistió en un azote en su trasero y pasando mi mano por la cintura, entramos al local. Tal y como había adivinado, Mary quedó apabullada por el lujo de ese restaurante y creyéndose por primera vez miembro de su selecta concurrencia fue saludando a todas las mesas en plan diva.
Modelando a todos su belleza, meneó su estupendo pandero mientras seguíamos al camarero. Comprendí que no solo estaba luciéndose frente a la galería porque que de alguna manera, Mary quería mostrarme que, teniéndola a mi lado, la gente envidiaría mi suerte.
Mis sospechas quedaron confirmadas cuando habiendo ya ocupado nuestros sitios, la castaña entornando sus ojos en plan coqueta me soltó:
-Me tienes desconcertada y no sé a qué atenerme. ¿Cuál es tu relación con Isabel?
-Ninguna- respondí. – Es solo la hija de un amigo que por idiota tengo que soportar.
Al oír el modo en que me refería a la pelirroja sus ojos adquirieron un brillo extraño y con tono meloso, insistió:
-Eso no es lo que dice ella.
Ya interesado, le pregunté qué era lo que decía esa malcriada.
-Según Isabel, estás enamorado de ella y por eso le has pedido que se fuera a vivir contigo.
-¡Será puta!- exclamé indignado y hecho una furia, expliqué a su amiga los verdaderos motivos por los que la pelirroja vivía conmigo. Tras escucharme atentamente al terminar, cogió mi mano diciendo:
-Me alegro- contestó sin poder ocultar su satisfacción.
Ya abierta la veda, decidí hacerle la misma pregunta porque me convenía saber qué tenían esas dos crías entre ellas para saber mejor como atacarlas. Mary poniéndose como un tomate, me contestó:
-Quizás no te lo creas después de vernos en la piscina, pero entre Isabel y yo solo hay una buena amistad.
Que esa muchacha disfrazara de amistad una clara relación, me serviría de base para obligarla a traicionar a la malcriada y por eso haciendo que la creía,  pregunté:
-¿Te apetece reírte esta noche?
-Claro- respondió- ¿En qué piensas?
Con una sonrisa, le expliqué mis planes…
Volvemos a casa.
Conociendo de antemano que nos íbamos a encontrar a Isabel cabreada,  aparqué el coche y sin hablar, agarré de la cintura a Mary y con ella, entré en a la casa. La castaña seguía nerviosa porque no en vano iba a traicionar a su amiga pero curiosamente, esa perspectiva la tenía cachonda y con su coño completamente encharcado, deseaba que llegara el momento en que la pelirroja apareciera.
-Estoy tan cachonda que me lo va a notar en cuando me vea- susurró en voz baja mientras le servía una copa en el salón.
Todavía no había terminado de servirlas cuando Isabel entró en la habitación y sin ni siquiera mirarme, se enfrentó a su amiga preguntándole de donde venía:
-Javier me llevó a cenar.
Echa una furia, la malcriada le recriminó por haberla dejado sola pero entonces la muchacha se acercó dónde estaba ella y pegando un pellizco en uno de sus pezones, le contestó:
-Hice lo que me pediste. Javier ha aceptado acostarse con las dos.
Aunque en teoría había conseguido su propósito, la pelirroja comprendió que algo no cuadraba cuando me vio sacar una cámara de fotos de un cajón.
-¿A qué viene la cámara?- preguntó.
Sin llegarla a contestar y mientras yo ajustaba la cámara de fotos, Mary empezó a desabrochar los botones del camisón de su amiga.
-¡Qué coño haces!- protestó indignada al notar que sin pedirle su opinión la estaba empezando a desnudar.
-Para que pase la noche con nosotras, Javier quiere tener pruebas de que fuimos nosotras quienes lo seducimos y por eso me ha pedido que demuestre que eres una zorra bisexual.
Os podréis imaginar el cabreo de la pelirroja. Furibunda y colorada, apartó las manos de su amiga de sus pechos y dándose la vuelta, me enfrentó diciendo:
-¿Es eso verdad?- en sus ojos no había deseo sino desprecio pero aun así su cuerpo la traicionó cuando mirando con descaro sus pechos, descubrí que tenía los pezones duros.
Soltando una carcajada, desgarré su vestido y dejándola desnuda, contesté:
-Sí. Desde que llegaste a mi casa, te has comportado como una zorra y ya es hora de que te demuestre quien manda- y aprovechando su cercanía, la besé.
Indignada, me soltó un tortazo y tratando de zafarse me insultó, pero muerto de risa la reduje y llamando a su amiga, le solté:
-¿Te apetece castigarla?
Sin llegárselo a creer, Isabel escuchó a Mary contestar:
-Sí, amo.
La pelirroja nunca se hubiera imaginado que la mojigata de su amiga se excitara pensando en someterla y por eso cuando Mary me preguntó con su voz marcada por el deseo si tenía una cuerda con la que atarla, le sorprendió sentir que su coño se licuaba. Fue entonces cuando respondí que tenía algo mejor y sacando de un cajón una fusta y un collar con correa, se los di.
Al verla con ellos en la mano, Isabel no pudo evitar temblar de pasión y comportándose por primera vez en su vida como una sumisa, se arrodilló a sus pies mientras la castaña disfrutando de su nuevo poder ser desnudaba. Reconozco que me encantó observar esa escena y más escuchar a Mary exigir a la pelirroja que se masturbara mientras ella se despojaba de su ropa.
“Increíble”, pensé al comprobar que obviando cualquier reticencia, Isabel llevaba su mano a su entrepierna y se ponía  a masturbar con rapidez.
Descojonada, la castaña le recriminó ser tan puta y llegando a su lado, le ató el collar al cuello y tirando de la cadena, la obligó a ir de rodillas hasta el sofá donde me había sentado. Una vez allí, con la fusta empezó a azotarle su trasero  mientras cámara en mano me dedicaba a inmortalizar el momento.
Fue entonces cuando la pelirroja me volvió a sorprender porque, al sentir  la caricia del cuero sobre su culo, le gritó:
-¡Dame duro!
Sus palabras fueron el acicate que Mary necesitó para montarse sobre ella y tirando de su collar, obligarla a recorrer la habitación con ella sobre su espalda. Comportándose como su jinete, la cogió de la melena con una mano mientras con la otra usaba la fusta para forzarla a gatear, de manera que durante unos minutos fue su montura hasta que cansada por el juego, se bajó y mirándome, me pidió permiso para empezar.
-Es toda tuya- respondí mientras seguía sacando fotos.
La castaña al escuchar que le daba mi autorización, usó la fusta para penetrar el coño de su amiga.
-¡Qué gusto!- aulló al notar la intrusión del aparato y retorciéndose sobre la alfombra, le pidió que no parara.
La total entrega que mostraba su amiga junto con mi presencia fueron el detonante para que dejándose llevar por su excitación Mary obligara a su montura a tumbarse boca arriba, tras lo cual sentándose a horcajadas sobre su cara, le exigió que le diera placer. Isabel también estaba sobre excitada y adoptando una actitud sumisa, separó con sus dedos los pliegues del chocho de la castaña y comenzó a lamer con desesperación.
Satisfecha, Mary aprovechó el instante para seguir torturando el sexo de la pelirroja con la vara y mientras violaba  cada vez más rápido su cueva, se dedicó a pellizcar brutalmente sus pezones.
-Ahhh-  gimió Isabel al sentir que su amiga le retorcía una de sus aureolas mientras la insultaba llamándola “puta lesbiana”.
Isabel dominada por su papel, usó su lengua para penetrar en el sexo de su amiga. Mary al sentir que estaban llegando al orgasmo y que sentado en el sofá yo no perdía ojo de lo que sucedía, decidió que era el momento que habíamos previsto y me pidió que me desnudara. Como personalmente estaba como una moto, en pocos segundos, me empeloté y acudí a su lado.
Ocupada con el coño de su amiga, Isabel no cayó en mis intenciones hasta que Mary la obligó a ponerse de rodillas con el culo en pompa. La pelirroja intentó protestar diciendo que no quería pero obviando sus quejas, la castaña le dio un bofetón y la forzó a seguir comiéndole el coño mientras yo me ponía a su espalda. Isabel trató de evitar que mi contacto en cuanto que mi glande jugueteaba con su sexo.
-¡Muévete todo lo que quieras!- le grité mientras un solo empujón metía toda mi extensión en su cueva.
Al introducir mi falo, descubrí que esa zorra estaba empapada y por eso ni siquiera la dejé acostumbrarse antes de acelerar mi ritmo. Concentrada en el coño de su amiga, Isabel movió sus caderas facilitando mi intrusión sin dejar de lamer una y otra vez el clítoris de Mary.
-¡Eres un putón!- la castaña soltó a la malcriada al comprobar que recibía con gozo las embestidas de mi pene.
Entonces decidí dejar clara su claudicación y cogiendo sus nalgas entre mis manos, las abrí y metiendo un dedo en su interior, susurré en su oído:
-Lo estoy grabando todo. Sonríe a la cámara mientras te doy por culo.
-¡No, por favor!- gritó acojonada que quedase grabada su degradación.
Su rechazo solo consiguió incrementar mi morbo y presionando su esfínter, lentamente fui horadándolo mientras la malcriada no paraba de gritar. Su sufrimiento lejos de provocar compasión en su amiga, azuzó su excitación y mientras le soltaba un fuerte azote en el trasero, me reclamó que la penetrara sin piedad, diciendo:
-¡Haz que esta puta sufra!
Incitado sus palabras, cabalgué salvajemente sobre ese culo. Mis embestidas ya de por sí rápidas, alcanzaron un ritmo infernal que derribó una a una todas sus defensas hasta que contra toda lógica, el dolor se transformó en placer y berreando, Isabel se corrió sobre a alfombra.
-No quiero- protestó al sentir todo su cuerpo temblando de placer.
Su mente todavía seguía luchando contra la idea de ser usada como mercancía mi cuando al experimentar que ese orgasmo no terminaba sino que se iba acrecentando de manera exponencial, se dio por vencida y gritando me rogo que no parara.  Al escuchar su rendición, la cogí de la melena y usando su cabello rojizo como riendas, me lancé en un desenfrenado galope mientras su amiga se dedicaba a azotar su espalda con la fusta.
-¡No puedo más!- chilló y cayendo desplomada, su mente se quebró al asumir estaba disfrutando del papel sumiso que le habíamos adjudicado.
La claudicación de Isabel no menguó la excitación de su amiga que deseando demostrar que estaba de mi lado, me soltó:
-Amo, fóllese esa boca de puta.
Asumiendo que deseaba humillarla al tener que comerse mi verga aún manchada con los restos de su intestino, saqué mi pene de su interior y lo llevé hasta su boca. Isabel no quiso o no pudo negarse y por eso abriendo sus labios, dejó que incrustara mi pene en su garganta. La propia excitación de la pelirroja hizo que no pusiera reparo en limpiar con su lengua mi verga.
El saber que esa malcriada estaba en mis manos, me terminó de calentar y sabiendo que no tardaría en expulsar mi semen, forzando su garganta la avisé de  mi inminente eyaculación. Mary muerta de risa, azotó nuevamente su trasero mientras le ordenaba  que se tragara todo. Por eso cuando exploté en el interior de su boca, tuvo que engullir mi simiente mientras, incomprensiblemente, un brutal orgasmo la paralizaba por completo.
Agotada, Isabel se dejó caer sobre la alfombra y sollozando por su debilidad, se quedó mirando como Mary y yo nos besábamos mientras nos reíamos de ella y de su desamparo…
Epílogo.
Desde esa noche, Mary e Isabel comparten mi cama. Sus cuerpos casi adolecentes son míos y aunque nunca había sentido preferencia por comportarme como dominante, me he convertido en su amo y ellas en mis dos perritas sumisas.
La malcriada nunca volvió a España y cuando su padre la llamó para preguntar por su retorno, le tuvo que reconocer que estaba preñada y que el padre de su retoño era yo. Como os imaginareis perdí un amigo pero eso no me importó al saber que todas las noches, la pelirroja y su amiga me esperaban desnudas deseando complacer hasta el último de mis deseos.
 
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Relato erotico: «De super soldado asexuada a puta sin remedio» (POR GOLFO).

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De super soldado asexuada a puta sin remedio.
Antes de nada permitirme que me presente.  Me llamo Alan McArthur y  aunque ahora soy civil, durante muchos años he sido un científico a sueldo del ejército americano. Graduado por Yale en Ingeniería Bioquímica y molecular, desde que salí de la universidad, me fichó el departamento de defensa para una serie de estudios tan inconfesables como secretos.  Trabajando codo con codo con los mejores, fui cabeza de un proyecto en el que los militares habían puesto todas sus esperanzas.
“CREAR AL SUPERSOLDADO”
Las premisas eran claras, debíamos  dotar a esos especímenes de una fuerza y rapidez sobrehumana  pero también incrementar hasta niveles nunca antes vistos su resistencia a enfermedades y su inteligencia. Lo demás no solo era accesorio sino que sobraba. Tras muchas discusiones, mis colegas y yo decidimos extirpar cualquier rastro de sexualidad de ellos dando como resultado un híbrido sin ningún rasgo distintivo sobre si era hombre o mujer.
El resultado de nuestro diseño fueron unos seres andróginos, bellos a su manera, tremendamente fuertes, brillantes y ¡Defectuosos! Tras unos meses, rompiendo marcas y maravillando a sus superiores, todos y cada uno de los sujetos de estudio, ¡Se volvió loco y terminó suicidado!
La tara tan evidente nos hizo temer que ese gigantesco derroche de recursos se iba a ir a la basura y asumir por tanto que serían nuestras cabezas las que con otras muchas iban a rodar con ello. Ya daba por perdido mi puesto cuando uno de mis colegas me insinuó que entrevistara a Mary Doe, una estrella de la psiquiatría experimental. Al no tener nada que perder y poseer esa médico la acreditación de los servicios secretos, acepté pedir su consejo.
No sé si es vuestro caso pero yo siempre me hago una idea preconcebida de las personas que voy a conocer y por eso creí que esa eminencia sería una solterona desgreñada. Mi sorpresa fue el toparme con una morenaza de casi un metro sesenta que además de  bella era encantadora. Agradándome  desde un inicio, le planteé el problema y junto con ella empezamos a buscar   una solución.
Como buena investigadora, Mary se pasó dos semanas recabando datos antes de aventurarse a dar un diagnóstico. Para ello, me citó en un restaurante donde sin oídos ajenos poder hablar con libertad. Todavía recuerdo que la estaba esperando cuando de pronto unos comensales cercanos a mi mesa, empezaron a cuchichear con evidentes signos de excitación. Al girar y mirar el objeto de sus comentarios, descubrí que esos tipos hablaban de mi cita.
“Joder”, exclamé mentalmente al percatarme de que olvidando su bata de trabajo, la morena se había enfundado un traje que dejaba poco a la imaginación.
El pegadísimo vestido daba idea de sus maravillosas curvas mientras la fina tela dejaba entrever la belleza de sus pechos. Cortado por el modo en que venía ataviada, me levanté de mi asiento para saludarla. Mary sabedora del efecto que provocó ese día en mí, incrementó mi turbación pegando su cuerpo al mío, tras lo cual, en plan coqueto me preguntó:
-¿Qué tal estoy?
-Guapísima- reconocí bastante extrañado por su pregunta.
La mujer sonriendo, insistió:
-¿Pero te atraigo?
Comprendí entonces que esa pregunta no era baladí y tras analizar su significado, contesté:
-Sabes bien que sí. Eres una mujer atractiva y cualquier hombre que te mire se sentirá atraído por ti.
Sentándose en su silla, cruzó sus piernas de tal modo que la raja del vestido permitió que mis ojos se recrearan con sus muslos y habiendo captado mi atención, prosiguió:
-La excitación que sientes, ¿Disminuye tu inteligencia?
Avergonzado tapé con una servilleta mi entrepierna y respondí.
-En este momento, me siento idiota. Pero contestando a tu pregunta, no. Es algo pasajero que incluso obliga a mi cuerpo a segregar una serie de hormonas que son deseables.
-Entonces- y entrando por primera vez en el asunto que nos había llevado a ese lugar, preguntó: -¿Por qué habéis negado a esos sujetos la sexualidad? ¿No veis que sin ella se convierten en una olla a presión?
-No comprendo- alcancé a decir- Si carecen de sexo, no se verán afectados por su ausencia.
Soltando una carcajada, posó su mano sobre mi bragueta diciendo:
-Que no supieras que te atraía, no significa que ante el mínimo estimulo, tu amiguito se levante como el de un crío- Al sentir bajo sus dedos, la confirmación de sus palabras se rio con picardía  y cambiando de tema, me dijo: -Ahora que te lo he demostrado, pensemos en como subsanar el error de principiante que habéis cometido.
Tras lo cual, abandonando cualquier coqueteo se lanzó de lleno a discutir conmigo las posibles salidas de nuestro problema y dos horas después con la solución esbozada, se despidió de mí dejándome contento desde el punto de vista laboral e intelectual pero insatisfecho porque una vez había despertado al monstruo, no pude más que quedarme babeando al verla alejarse meneando su trasero.
Elegimos al espécimen de prueba.
Habiendo optado por dotar a nuestros experimentos de sexo, nos encontramos con dos nuevos focos de discusión, el primero era acordar el sujete que nos serviría de prueba y el segundo decidir si convertíamos a ese ser en hombre o en mujer. Hubo opiniones para todos los gustos, sobre el primero decidimos coger un espécimen recién creado que todavía no hubiese salido de la criogenia pero el siguiente fue el que realmente creó controversia. Mientras la mayoría de los científicos se inclinaban por darle atributos masculinos, Mary insistía en otorgarle una apariencia femenina.
Al preguntarle el porqué, contestó que fue rotunda diciendo:
-Como psiquiatra encargada, comprendo mejor la mente femenina y como seré yo quien te dirija mientras la reeducas, ¡Insisto en que sea mujer!
Al escucharla, me escandalicé ya que olvidándose de que yo era el jefe de todo el proyecto, me rebajaba a mero ejecutor de sus órdenes y por eso me negué en rotundo, aduciendo que había otros mejor preparados para esa función.
-Sí- respondió- pero entre tanto uniformado, solo me fio de ti y como deberemos estar dos meses aislados con el espécimen, no seguiré colaborando si no es así.
Comprendí que la muy cabrona me estaba echando un órdago. Desgraciadamente, el dineral que llevábamos gastados y la más que plausible responsabilidad que me exigirían ante semejante fracaso, me llevaron a claudicar y aceptar todos sus términos.
Habiendo cedido, no me quedó más remedio que acompañarle a elegir el candidato a la cirugía.  Esa misma mañana, fuimos a la sala de criogenia y tras echar un rápido vistazo a los distintos sujetos, Mary seleccionó a tres y dijo:
-¿Cuál prefieres?
 Pálido y sin saber cómo quería  esa mujer que decidiera, revisé los que había elegido con mayor detenimiento. Dos eran de raza blanca y uno de raza negra. Al examinarlos, imaginé cuál  de todos ellos se vería mejor con un aspecto femenino y por eso señalando al afroamericano dije:
-Este.
Muerta de risa, mi colega se congratuló de mi elección diciendo:
-Es el mismo que yo había elegido- y llamando al cirujano le dijo exactamente como quería que llevara a cabo la transformación.
Aunque ya lo habíamos hablado, no por ello, no pude dejar de sonrojarme cuando ante las reticencias del médico, la morena le soltó:
-¡No sea pesado! ¡He dicho que quiero que le ponga tetas, no unos granos!
El pobre tipo veía desmesurado el tamaño de los pechos que había elegido pero como ella era quien mandaba no le quedó otra que obedecer y dijo de muy mala leche:
-Mañana, el número 785/465 G tendrá esos melones.
Llevamos al espécimen a una base secreta en una isla.
Una semana después, Mary, la sargento Paulsen y yo aterrizamos en una remota isla del pacifico donde sin otra compañía íbamos a despertar a esa supersoldado. La problemática con la que nos encontrábamos era variopinta porque la programación genética con la que estaba dotada, exigía desde el comienzo que tuviese claro quién era el superior al que debía lealtad así como una serie de ejercicios físicos necesarios para fortalecer su musculatura pero nada decía sobre el modo en que deberíamos sacar a la luz su faceta femenina y sabiendo que en eso íbamos a ciegas, me descubrí mirándola a través del cristal de la capsula criogénica donde permanecía postrada.
Completamente desnudo, el objeto de nuestro estudio estaba como dormido ajeno a que en ese momento la estuviese contemplando.
-Ese puñetero cirujano es un artista- no tuve duda al contemplar su obra.
Descomunalmente alta y fuerte, ese espécimen con su metro noventa era un ser bellísimo. Rapada al cero y sin rastro de vello en su cuerpo, tenía una dulzura que contrastaba con la enormidad de sus senos. El médico solo había seguido fielmente las indicaciones de la psiquiatra sino que explayándose en su faceta creadora, le había dotado de un culo amplio que disfrazara su musculatura magnificando su feminidad. Creando hasta el mínimo detalle, su sexo lucía imberbe pero al fijarme en él, comprobé la perfección de sus labios así como el toque indispensable que le daba el rosado clítoris que le había construido.
Seguía absorto en ese ser cuando sentí que alguien me susurraba al oído.
-Alice es preciosa.
Al girarme y observar que mi colega, la doctora Doe, estaba tan impresionada como yo, solté una carcajada diciendo:
-No fastidies que le has puesto nombre.
-Por supuesto- contestó sin retirar su mirada del espécimen- Esa mujer cuando despierte deberá sentirse como si fuera cien por cien humana.
Asumiendo que desde el punto de vista psicológico debía tener razón, no discutí y di por sentado la certeza de su afirmación. Como el avión que nos había llevado hasta allá, ya había despegado no creí conveniente retrasar el despertar del sujeto y por eso dando instrucciones precisas a la sargento Paulsen, entre los tres programamos la apertura de la capsula en dos horas.
Ya puestos en marcha, acompañé a la doctora a revisar el que sería el alojamiento de los cuatro durante todo el experimento. Fue al visitarlo cuando por enésima vez desde que conocía a esa doctora, me sorprendió porque habiéndose encargado de todo nunca me avisó de que solo me encontraría una cama. ¡Enorme pero solo una!.
Al ver mi cara de estupefacción, soltó una carcajada diciendo:
-¿Te gusta el aula donde vamos a dar clase a ese retoño?- dijo señalando el colchón de tres por tres.
-Explícate- exigí: -¿Dónde coño vamos a dormir todos nosotros?
Fue entonces cuando sacándome de mi inopia, esa morena me informó:
-Alice debe aprender de su sexualidad sin sentir agobio. Por eso he seleccionado personalmente a Vicky- dijo señalando a la sargento- Ya sabe que entre sus funciones tendrá que compartir el lecho con nosotros y a través del ejemplo, hagamos nacer en ella su faceta sexual.
-¿Me estás diciendo que tú, Paulsen y yo le mostraremos en vivo todo lo que necesite aprender sobre el sexo?
Muerta de risa, contestó:
-Por eso insistí en que fueras tú quien vinieras. Desde que te vi, supe que serías sexualmente compatible con nosotras- y dirigiéndose a la militar prosiguió diciendo: -Vicky, ¿verdad que tú opinas lo mismo?
-Así es señora. El doctor me parece muy atractivo.
 Si alguien me hubiese dicho solo una semana antes que iba a pasarme dos meses en una isla con tres mujeres dispuestas para mí, nunca le hubiese creído pero en ese instante os tengo que reconocer que lejos de estar excitado con la idea, ¡Estaba acojonado!
El plan de la doctora me parecía descabellado. Como buena rata de escritorio, no me consideraba ni un don Juan y mucho menos un atleta. Y por eso albergué serias dudas de ser capaz de satisfacer a semejante adversario. Durante unos minutos permanecí callado mientras Mary y la sargento Paulsen comenzaban los preparativos para recibir a nuestra paciente.
Tratando de analizar las consecuencias me fijé en la militar. Si la psiquiatra era el prototipo de morena, Vicky era un bello ejemplar de nórdica. Rubia con ojos azules, en un escaso metro sesenta se escondía una profesional de las armas. Sus movimientos acompasados la delataban. Todo lo que hacía estaba milimétricamente ejecutado. Daba lo mismo lo que hiciera, si levantaba una caja, la izaba usando solo el esfuerzo necesario pero era a la hora de andar con sus zancadas donde realmente te dejaba entrever su formación.
“Parece un robot”, me dije viendo la ausencia de femineidad. Su fría mirada iba acorde con el resto. Hierática y seria, esa mujer me recordó  a un tempano de hielo.
Estaba imaginándome cómo sería en la cama cuando al recoger una herramienta del suelo pude admirar su culo sin disimulo y debido al evidente encanto de su duro pandero, por primera vez, me apeteció descubrir como estaría en pelotas.
La alarma de la capsula me devolvió a la realidad y yendo hasta el lugar donde estaba ubicada, me preparé a recibir a la enorme mujer. Tal y como había visto tantas veces, el espécimen se despertó desorientado y por eso entre la sargento y yo tuvimos que ayudarla a levantarse y llevarla hasta el baño donde se daría la ducha.
Tras cinco minutos en silencio y parcialmente repuesta, me miró y poniéndose en posición de firme, se presentó diciendo:
-785/465 G listo para el servicio.
Aleccionado por Mary del modo que tenía que comportarme, contesté:
-Relájese soldado Alice. Acaba de hacer un largo viaje y necesita descansar.
La paciente  al escuchar el nombre con el que me había dirigido a ella, mostró su extrañeza y por eso se lo aclaré diciendo:
-Desde este momento, se llama Alice New.
 Programada para la guerra, nada la había preparado para recibir una identidad y menos que fuera femenina, por eso todavía desnuda, preguntó:
-Disculpe, no entiendo. ¿Soy acaso una mujer?
Que la persona que me hiciese semejante consulta, fuera un ser con dos tetas y un culo descomunales resultó gracioso pero adoptando un gesto serio, respondí:
-Así es soldado. Créame, ¡Nadie que la mire tendrá duda de que es una mujer!.
Como su superior se lo había afirmado, su mente geométrica lo asumió como cierto y pidiendo permiso para hablar, me informó que estaba dispuesta para empezar su formación. Su actitud resultó un calco a la de tantos fracasos y por eso con recelo, dejé que la sargento se ocupara de vestirla y  de sacarla a dar una vuelta por el campamento para  desentumecer sus músculos.
Sabía que mentalmente era inestable y que nuestra función en ese lugar era cimentar su personalidad y su sexualidad para que ambas le sirvieran para afrontar su futuro. Nuestro fracaso significaría su suicidio en un tiempo corto.
“Ojalá funcione”, pensé mientras la veía correr por el circuito bajo la atenta mirada de la rubia.
La rapidez de su carrera, no por conocida, me impresionó menos. La espécimen, me costaba llamarla Alice, era tan veloz como los  ejemplares anteriores sin que el par de kilos extras que le habíamos añadido afectasen a su rendimiento. Al poco rato de comenzar, su instructora dio por terminada la primera sesión y la llevó ante la doctora.
Mary la estaba esperando y siguiendo su plan,  le había  preparado una dura jornada de estudio. Desde mi oficina seguí  a través de un monitor el desarrollo de esa clase magistral en la que contra todo pronóstico, no trató de nada marcial sino en un documental sobre la vida de una familia.
“Parece hasta interesada”,  sentencié extrañado al ver la concentración con la que seguía esa película.
Si os preguntáis por qué me intrigaba, la razón era que a mi modo de ver no podía ser más aburrido por tratar temas evidentes como podía ser la estructura de la familia, la relación entre los padres y las diferencias entre los sexos. Observando a la enorme negra, comprendí que para ella todo era nuevo pero no fue hasta que terminó e le hizo a la doctora una pregunta cuando valoré en su justa medida el desconcierto de la muchacha.
-Doctora Doe- con tono serio soltó- no consigo entender. Tal y como me ha enseñado en una familia,  el padre y la madre educan a sus hijos. Entonces. ¿Debo considerar al señor McArthur mi padre? Y ¿A usted y a la sargento como mis madres?
Mary tras analizar la cuestión, le respondió:
-Desde ese punto de vista sí pero quiero que sepas que no somos tus padres sino tus profesores.
La confusión de la mujer no hizo más que crecer y con un gesto duro en su rostro, comentó:
-Es verdad, los soldados como yo no somos engendrados sino fabricados.
Ese comentario hizo que la psiquiatra se ratificara en la decisión de dotar al sujeto de un sexo al comprender que desde el primer día el diseño actual  entraba en conflicto con la naturaleza humana.
“Los lanzamos a un mundo que no comprenden”, pensó y deseó con más énfasis que con su plan, esa enorme mujer consiguiera el salvavidas que  le permitiera enfrentarse a su destino sin volverse loca.
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El  siguiente problema con el que tuvo que lidiar Alice fue más previsible al tener que ver con los aditamentos sexuales con los que la habíamos dotado.  La psiquiatra quería que el espécimen fuera asumiendo su género de manera natural y por eso dispuso que al terminar el documental y antes de cenar, la sargento se la llevara a la playa a darse un chapuzón mientras ella y yo observábamos su reacción a través de los monitores de mi oficina.
Siguiendo las directrices recibidas, Vicky condujo a la enorme mujer hasta la arena y allí empezó a quitarse su uniforme mientras Alice la miraba, de forma que desde mi silla, observé por vez primera el desnudo de esa rubia. Tal y como había anticipado, los pechos de la sargento eran menudos y firmes al igual que su trasero. Fibrosa y atlética, sus desarrollados músculos le daban una apariencia un tanto masculina que no me pasó desapercibida.
“Es un poco marimacho”, me dije sin por ello reconocer que estaba buena.
Al igual que yo, la negra no perdió detalle del striptease de su instructora y cuando terminó, se vio forzada a comentar:
-Sargento,  no termino de entender para que nos sirven los pechos.
La nórdica soltó una carcajada al oír tamaño despropósito y sin dar mayor importancia al comentario, contestó:
-En teoría para amamantar a los niños pero ya tendrás tiempo para descubrir que tienen otros usos.
La escueta respuesta no satisfizo a Alice que viendo que no iba a obtener mas información de su superiora decidió imitarla y quitándose la ropa, se quedó en pelotas.
-¡Menudo hembrón!- exclamó la doctora al verla desnuda y de pie por primera vez.
Estuve totalmente de acuerdo. Alice era espectacular. Su negro y gigantesco trasero era toda una tentación y sin poderlo evitar, me imaginé como sería hacer uso de él. Mas excitado de lo que nunca reconocería, vi como las dos mujeres se cogían de la mano y entraban corriendo en el agua.
La diferencia de tamaño era tal que Vicky parecía una niña al lado de la negraza. Quizás por eso no me extraño verla comportarse como una cría e iniciando las hostilidades, salpicara a su acompañante. Alice tardó en asimilar que era un juego al no comprender las risas de la sargento. Cuando lo hizo su rostro cambió y con una expresión infantil agarró a Vicky y alzándola sobre las olas la lanzó unos metros mas allá.
La facilidad pasmosa con la que impulsó a la rubia me hizo valorar su fuerza y por eso desee nunca tener que enfrentarme cuerpo a cuerpo con ella:
“Me haría añicos “, acepté reconociendo mi inferioridad.
Mary estaba tan impresionada como yo y mientras tomaba notas, me dijo:
-Aunque me había contado lo fuertes que eran, me sigue resultando ciencia ficción.
En la playa, la sargento mientras tanto se había sumergido apareciendo a la espalda de su alumna  y respondiendo al ataque se subió a caballo de la negra, diciendo:
-Demuestra que puedes conmigo y corre.
Os resultará ridículo pero al ver el cuerpo desnudo de Vicky pegado al de Alice me empecé a excitar y tratando que no se me notara, acerqué mi silla a la mesa. Al mirar de reojo a la psiquiatra, descubrí anonadado que no era el único que se había visto afectado por ese juego y que bajo su blusa, dos pequeños bultos dejaban de manifiesto su calentura.
“¿Será lesbiana?” me pregunté un tanto desilusionado porque ya me había hecho ilusiones con ella.
Como esa noche en teoría la verdad afloraría rechacé la idea y me concentré en la imagen de los monitores. En ella, las dos mujeres habían salido del agua y se habían tumbado a tomar los últimos rayos de sol de la tarde. Fue entonces, cuando Mary volviendo a la realidad, me dijo:
-Te has fijado, ¡Ha jugado!
Al escucharla comprendí el alcance de sus palabras ya que ninguno de los especímenes había actuado de esa forma. Envalentonado por el éxito, involuntariamente abracé a la doctora sin caer en que bajo mi pantalón mi pene seguía erecto. Ella al notar mi bulto, sonrió y acariciando mi trasero con una de sus manos, comentó satisfecha:
-Mi jefe está cachondo.
Avergonzado por mi idiotez, me separé de ella y cogiendo la puerta desaparecí sin rumbo definido hasta que una hora mas tarde, Alice me vino a buscar para avisarme que la cena estaba lista. De camino de vuelta a las instalaciones, la mujerona me preguntó:
-Doctor, ¿Me considera usted una mujer bonita?
La cuestión me cogió desprevenido y tras unos instantes le contesté que sí. Al escuchar mi respuesta, Alice insistió diciendo:
-¿Tanto como Vicky?
-Mucho más. La sargento Paulsen es guapa pero tú eres única.
Mis palabras la alegraron y demostrando quizás gratitud, mostró su incipiente femineidad diciendo:
-Usted también es un hombre muy atractivo.
Su evidente tonteo quedó patente cuando imitando a Vicky cogió mi mano y con ella agarrada, me llevó a través de la oscuridad. La veloz marcha entre matorrales me recordó que esa mujer había sido genéticamente mejorada y que sus ojos podían ver en esas condiciones pero aun así, le pedí que bajara su ritmo al temer tropezar.
Alice me obedeció al instante y tratando de evitar que diera un traspié, me agarró de la cintura. Ese gesto inocente provocó que mi cabeza quedara a la altura de sus pechos y con ellos a escasos centímetros de mi cara, me quedé petrificado al admirar su verdadera dimensión.
“¡Son enormes!”, extasiado medité.
Con ellos en mi mente, llegamos al comedor. Una vez allí y mientras oía que Mary ordenaba a la negra que se fuera a cambiar, nuevamente me asombró la vestimenta de la doctora y de la sargento. Ataviadas con sendos camisones, las dos mujeres parecían un anuncio de lencería.
Mi gesto de estupor  fue captado por la psiquiatra que llegando hasta mí, susurró en mi oído:
-Alice debe aprender a comportarse y sentirse como mujer.
Aun teniendo todo el sentido, no por lógico evitó que mis ojos quedaran prendados en el profundo canalillo que formaban sus dos tetas y recreando mi mirada en ese espectáculo, le pregunté si necesitaba ayuda. Su respuesta me dejó pasmado porque bajando la voz, me dijo:
-Nuestro hombre debe descansar mientras sus mujeres le miman- y recalcando su frase con hechos, me llevó hasta una silla donde sin esperar mi respuesta, me pidió que me sentara.
Todavía no había asimilado su tono cuando coincidiendo con la llegada de Alice, Vicky me acercó una copa y poniéndose detrás de mí, llevó sus manos a mis hombros y comenzó a darme un masaje. Nada en mi vida profesional me había preparado para semejante trato y bastante cortado, tuve que aguantar que la recién llegada me modelara el picardías que se había puesto diciendo:
-Doctor, ¿Le gusta?
Quizás aleccionada por la psiquiatra, la sargento murmuró:
-Dígale que está preciosa.
Recreándome en el piropo, alabé su belleza con determinación. Ella al escucharme, bajando su mirada, se sonrojó y aunque en teoría ese era un buen síntoma, temí viendo su timidez que al final la super soldado no sirviera para lo que se le había creado: la guerra.
Estaba tan absorto observando las largas piernas de Alice que no me percaté que Vicky había incrementado su masaje y que con descaro, recorría mi pecho con sus manos. Cuando sus yemas se apropiaron de mis pequeños pezones caí en ese cambio y girando mi cabeza, la miré alucinado. La rubia aprovechó mi desconcierto para dar un suave beso sobre mis labios, mientras me decía con picardía:
-Esta noche seré suya.
La seguridad que leí en sus ojos me excitó y llevando mis manos hasta sus piernas, las comencé a acariciar. La rígida sargento desapareció en cuanto notó mi caricia y se transmutó en una dulce jovencita que pegando un sonoro gemido, acercó su boca a mi oído diciendo;
-Es usted muy malo. Por favor, pare o no respondo.
Muerto de risa, me di la vuelta y dejé que mis manos subieran  por sus muslos hasta el inicio de su trasero, entonces y solo entonces, le pregunté que pasaría si no me detenía. La rubia se mordió los labios mientras me decía:
-Soy una chica  muy ardiente.
Explayándome en el magreo, agarré sus nalgas entre mis manos y las apreté con suavidad, disfrutando de la suavidad de esos cachetes. Vicky se derritió al sentir mis dedos e incapaz de contener su lujuria, soltó un profundo suspiro al decirme:
-Ahora tenemos que cenar pero esto no queda así. Esta noche me vengaré- y para que supiera de que hablaba metió una mano bajo tanga y sacándola totalmente impregnada de flujo, me la dio a probar diciendo:- Me has puesto brutísima.
El sabor de sexo enervó mis ánimos y llevando mi locura hasta el final, sumergí mi boca entre sus piernas. Cuando ya pensaba que esa rubia iba a ceder llegó la psiquiatra y soltando una carcajada, me separó diciendo:
-No le puedo dejar solo. Ya sabe que para eso está la cama.
El tono divertido de la morena me confirmó que no le molestaba que nos divirtiéramos un rato pero  también me recordó de esa sutil manera  el objeto de nuestra estancia en esa isla.
“Tiene razón”, admití y más cuando al mirar a Alice, me percaté de la expresión de asombro que tenía.
Como para ella todo era nuevo, no comprendió  esa demostración y con la ingenuidad de una cría, llevando a Mary  a una esquina le preguntó:
-¿Por qué la  transpiración de Vicky se ha incrementado cuando el doctor la tocó?
La morena sonrió y en voz baja le contestó:
-Le resulta muy agradable que un hombre la acaricie.
 Alice todavía no muy convencida, insistió:
-Y a mí, ¿También me va a gustar que me toque?
Dulcemente, Mary le susurró:
-Eso deberás descubrirlo por ti misma.
La determinación que leyó en sus ojos le confirmó que el experimento discurría tal y como había planeado. Alice involuntariamente había cedido a la curiosidad y tarde o temprano, buscaría confirmar su femineidad entre mis brazos.
Tras ese paréntesis, pasamos a cenar.  Aunque los platos que me pusieron estaban deliciosos, os tengo que confesar que no pude saborearlos porque mi mente, anticipando lo que iba a ocurrir esa noche, estaba ocupada en otros menesteres. Por eso, no os puedo narrar nada relevante al no acordarme ni siquiera de los temas que se hablaron durante esa media hora.
Debían ser sobre las diez y media cuando terminamos  y aprovechando que Alice y Vicky habían desaparecido en la cocina, Mary se acercó a mí diciendo:
-Alan, esta noche es muy importante. En nuestra alumna están aflorando sensaciones desconocidas por eso debemos ir con tiento y procurar no acelerarlas. Por eso le pido que al menos por hoy, te mantengas pasivo y dejes que nosotras llevemos la voz cantante.
-De acuerdo- contesté en absoluto molesto.
Si esa conversación ya de por sí era muy reveladora, más lo fue cuando guiñándome la morena me soltó:
-No te preocupes, ¡Tendrás tiempo de cansarte de tanto follarnos como putas!    
Os juro que mi verga rebotó como un resorte al oírla y aunque no deseaba parecer un cerdo salido, no pude dejar de comprobar la veracidad de su promesa acariciando suavemente uno de sus pechos. La reacción de sus pezones erizándose bajo la tela fue muestra suficiente de que esa mujer no tardaría en entregárseme y por eso, con mi corazón a mil por hora no me importó esperar a descubrir que es lo que me tenía preparado.
Ni en mis mejores sueños, anticipé que al volver la negra me cogiera de la mano y me llevara a la habitación y me empezara a quitar la ropa. Al preguntarle sus motivos, la super soldado solo pudo contestar:
-La doctora me ha pedido que le desnude. Quiere que conozca el cuerpo de un hombre yo sola.
Sintiéndome un hombre objeto, permití que la enorme mujer cumpliera sus órdenes y aunque en sus movimientos no descubrí nada sexual, eso no fue óbice para que al bajarme los calzoncillos, mi pene emergiera de golpe mostrando una dura erección.
Vi la sorpresa reflejada en su rostro pero rehaciéndose rápidamente, la cogió  entre sus manos y  me soltó:
-¡Que diferente es su órgano reproductor del mío!
Sometiendo a duras `penas mis ganas de eyacular, soporté su detallado examen durante unos minutos. El ansia  de conocer llevó a esa mujer a sopesar mi huevos, jalar de mi prepucio e incluso a oler mi sexo buscando diferencias.  Cuando ya sentía que no iba a poder aguantar más, Alice se sentó en la cama y preguntó:
-Doctor, ¿Explíqueme porque a las mujeres les gusta que usted las toque?
Asumiendo mi papel de instructor, me aposenté a su lado y le dije:
-Básicamente porque soy un hombre.
Entonces bajando su mirada dijo con tono inseguro:
-Me gustaría saber que se siente.
Sin saber a qué atenerme y ni cómo actuar, deseé que la psiquiatra me guiara pero viendo que estábamos solos solo me quedó decirle con dulzura:
-Túmbate en la cama y cierra los ojos.
La enorme y bella muchacha me obedeció acomodando su cuerpo sobre las sábanas. Al verla tensa, decidí comenzar a acariciar su cuello sin tocar ninguna de las partes conocidas como erógenas pero ante mi sorpresa nada mas sentir mis yemas sobre su piel  Alice pegó un sollozo antes de decirme:
-La doctora tenía razón.
Supe al instante que habiendo empezado no podía defraudarla y por eso, lentamente fui recorriendo su  cuerpo con mis dedos. La notable excitación de la mujer me dio los arrestos suficientes para acercarme a sus pechos, donde me recreé durante unos segundos antes de atreverme con las dos negras areolas que los decoraban. Ya convencido de su entrega, transité por los bordes de uno de sus pezones y viendo  que mi estimulación había obtenido sus frutos, acerqué boca y soplé un poco de aire sobre ese seductor botón.
-¿Qué me está haciendo?- preguntó confundida- Siento una extraña sensación en mi interior.
Con toda la dulzura del mundo, contesté:
-No pienses y disfruta.
Obedeciendo mi sugerencia, Alice volvió a cerrar sus ojos y esperó a que diera mi siguiente paso.  Fue entonces cuando sacando la lengua comencé a lamer su areola sacando los primeros gemidos de satisfacción de su garganta. Esa muestra me mostró el camino y repitiendo la misma maniobra sobre el otro pecho incrementé las emociones que nublaban su mente.
-Doctor. No se definir lo que siento pero noto mi sexo totalmente encharcado.
-Es normal- contesté y deseando que ella misma descubriera la función de su clítoris, llevé su mano hasta la entrepierna y señalándole ese singular pliegue, le pedí que se lo tocara.
-¿Para qué sirve?
-Te gustará- respondí reanudando mi ataque sobre sus monumentales tetas.
Acatando mis instrucciones la super soldado empezó a masajearlo y en cuanto notó el gustazo que ello le provocaba, siguió cada vez más rápido. El sonido de su respiración me anticipó su clímax y previéndolo llevé mis labios hasta los suyos y le di el primer beso de su vida. La entrada de mi lengua en su boca coincidió con su orgasmo y por eso su respuesta fue casi nula porque bastante tenía la pobre con asimilar el placer que recorría su cuerpo. Presa de un genuino orgasmo, Alice tembló con cada sacudida hasta que agotada se dejó caer sobre la almohada.
Sabiendo que esa lección era suficiente por esa noche, la dejé descansar y tumbándome a su lado, esperé que llegaran las otras dos mujeres. Comprendí que habían estado observando en cuanto las vi entrar. Mary llegaba con cara de alegría por el evidente éxito de su plan mientras la rubia hizo su entrada con signos de excitación.
Sin mediar ningún saludo, la doctora llegó hasta mí y me dijo al oído:
-Magnífico, ¡Has estado magnífico! Sabía que tendría las ternura suficiente para que ella diera ese paso- y quitándose el camisón, se quedó desnuda junto a mí.
Al disfrutar de la visión de sus pechos, se despertó mi lado malvado y llevando mi mano hasta su trasero y respondí: -Para magnífico, tu culo. No me importaría hacerlo mío.
La doctora meneando sus caderas dejó que lo magreara durante unos instantes y cuando ya creía que iba a dármelo, me soltó:
-Por ahora no me toca. Mi  función esta noche es resolver las dudas de Alice- tras lo cual se acomodó a la derecha de la muchacha.
Estaba tratando de asimilar sus palabras cuando Vicky llamó mi atención desde el otro lado y antes de que pudiese reaccionar ya me estaba besando. Impelida por un frenesí sin igual, se pegó a mí diciendo:
-No sabes que bruta me has puesto, doctorcito mío- y sin más prolegómeno, se encaramó sobre mi cuerpo buscando el contacto de mi pene.
La facilidad con la que se lo embutió hasta el fondo de su coño me informó de la veracidad de su afirmación y recordando que debía mantener un perfil pasivo, me mantuve quieto mientras la rubia empezaba a galopar usando mi verga como silla de montar.
Justo cuando los pechos de la sargento rebotaban al ritmo con el que se empalaba, escuché a la doctora decir:
-Observa como Vicky disfruta de nuestro hombre.
-Yo también quiero- contestó la negra al oírla.
Mary soltando una carcajada, respondió:
-Hoy es demasiado temprano pero pronto estarás preparada para que él te haga suya. Ahora aprende.
Si mi pene retozando en su interior ya era suficiente estímulo, la rubia al sentirse observada por las otras dos, berreó de gozo e incrementando el compás de sus caderas, buscó desbocada su liberación. La brutal excitación que le roía las entrañas provocó que adelantándose a mí, Vicky llegara al orgasmo sin que a mí me hubiera dado tiempo casi ni de empezar.
-Me corro- gimió mientras su sexo explotaba derramando por sus piernas la prueba líquida de su placer.
De no haberme comprometido a mantener un perfil bajo, os juro que hubiese dado la vuelta a esa militar y descargando mi frustración, le hubiera desflorado el ojete sin pedirle permiso. Pero no pudiendo cumplir esa fantasía tuve que aguantar que se bajara de mi pene mientras dirigiéndose a la negrita, le decía:
-Toda mujer debe adorar la virilidad de su macho y que mejor forma de hacerlo que con una mamada.
Traduciendo sus palabras en hechos, la sargento se deslizó por el enorme colchón y acercando su boca a mi miembro, lo cogió entre sus manos, diciendo:
-¿Quiere mi querido doctorcito que calme las ansias de su mástil? 
-Comételo, puta- rugí ya francamente insatisfecho.
-¡Que maleducado es tu dueño!- protestó la rubia dando un primer beso a mi glande.
La actitud de Vicky me estaba sacando de las casillas y por eso, presionando su cabeza, la obligué a introducírselo en la boca. La rubia no emitió queja alguna y como si fuera algo consustancial con su naturaleza, comenzó a mamar con un ímpetu impresionante. Descubrí que estaba siguiendo un guión preestablecido cuando llegaron a mis oídos las palabras de la doctora:
-Si algún día quieres sentirte mujer, debes entregarte a tu hombre y anteponer tu placer al suyo.  Fíjate en Vicky, sabe que el doctor es su dueño y por eso su mayor deseo es complacerle.
Inconscientemente, la super soldado deseaba participar en la felación y como no sabía si tenía permiso dejó que su mano bajara hasta su entrepierna y cogiendo el botón que le había enseñado, se comenzó a tocar. Mary no pudo más que sonreír al descubrirla y manteniéndose en un segundo plano, susurró en su oído:
-¿Sabes que el doctor también es mi dueño?
Esa revelación afianzó tanto su curiosidad como su calentura y ya sin importarle que alguien la descubriera, separó sus rodillas y masturbándose, preguntó:
-¿Usted cree que me aceptara a mí también?
-Claro, preciosa- respondió.
Ajeno a esa conversación, mi atención estaba concentrada en las maniobras de la sargento que usando su boca estaba ordeñando con una maestría sin igual mi miembro. El cúmulo de estímulos me hizo comprender que no tardaría en correrme y anticipándome a ello, avisé a Vicky de su cercanía. Mi advertencia lejos de medrarla, la animó y con nuevos ánimos, buscó mi placer.
Tal y como preví, mi pene explotó dentro de su boca. La sargento al notar las descargas de semen en su paladar, reclamó  para sí toda mi simiente y en plan golosa, la saboreó tragándosela mientras sonreía. Una vez confirmó que había extraído hasta la última gota, miró a la doctora diciendo:
-Está todavía más dulce que la muestra que me hizo probar.
Esa frase me mosqueó y dirigiéndome a la psiquiatra, exigí una explicación. La morena muerta de risa, me levantó de la cama y llevándome hasta el baño, me soltó:
-Alan, no te cabrees. Para que el experimento funcionara, nuestra ayudante debía ser una sumisa perfecta y por eso tras seleccionar a la sargento, arreglé unos pequeños desajustes en ella para que al llegar a aquí cumpliera a la perfección su papel.
Todavía más enfadado con su respuesta, le retorcí el brazo y haciéndole verdadero daño, exclamé:
-¡Le has lavado el cerebro!
La morena no emitió queja alguna por mucho que el dolor hiciera que unas lágrimas brotaran de sus ojos. Algo en ellos me determinó que eso no era todo y presionando su cuerpo contra la pared, le pregunté que me había hecho a mí:
-He reforzado tu faceta dominante – contestó y a modo de disculpa, prosiguió diciendo: – Piensa que para dominar a tres mujeres, era necesario un hombre muy especial y por eso tuve que retocarte.
Su confesión me dejó confuso y mientras trataba de descubrir algún cambió en mí, asimilé todo su contenido y bajándole las bragas, le pregunté:
-¿Por qué lo has hecho?
Excitada, me confesó:
-Siempre he sabido que era una sumisa y en cuanto supe de este proyecto, vi en él la solución a todos mis males.
Todavía enojado llevé mi mano hasta su sexo. Al hacerlo descubrí que la muy puta lo tenía encharcado e usando esa información  pellizqué uno de sus pezones antes de preguntar:
-Dime, ¿Qué es lo siguiente que tienes planeado con Alice?
Derritiéndose con la ruda caricia, la psiquiatra me explicó que no convenía hacer nada más esa noche para que al despertar, ella misma se atase a mí empalándose con mi miembro.
-Me parece bien- respondí –pero tenemos un problema, sigo con mi pene erecto.
La morena al percatarse de  mis intenciones, se apoyó en el lavado diciendo:
-Soy toda suya.

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Relato erótico: «Vacaciones de celos y cuernos» (POR MARIANO)

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VACACIONES DE CELOS Y CUERNOS

Como todos los años, en el mes de Enero, mi esposa Cris y yo comenzamos a programar las vacaciones de verano. Somos propietarios de una quincena de tiempo compartido que cada año intercambiamos a través de una empresa del ramo. En esta ocasión nuestra intención era buscar un complejo en la playa levantina española, a ser posible que tuviera un programa de animación para nuestros hijos, tanto diurno como nocturno, que nos dejara algo de libertad, especialmente para intentar jugar al tenis, deporte que nos apasiona a los dos. Encontramos lo que se ajustaba a nuestras preferencias e hicimos la correspondiente reserva.

Cuando llegaron las benditas vacaciones fuimos al complejo que habíamos elegido, compuesto por hotel y apartamentos, con servicios comunes para ambos, entre ellos la animación infantil. Nosotros habíamos contratado un apartamento, y el que nos tocó estaba muy bien. Era muy lindo, distribuido en dos plantas, el salón y cocina abajo, y dos habitaciones y un baño en la planta de arriba. Además un pequeño jardín privado, en forma de «L», rodeaba la zona del salón.

Lo mejor fue comprobar que el propio complejo disponía de una cancha de tenis. Por si esto era poco, al registrarnos, nos dijeron que había un club de tenis de verano a una distancia de solo 5 kms, donde podríamos jugar con otros aficionados a este deporte.

Las cosas funcionaban de maravilla, pues a nuestros hijos los perdíamos de vista prácticamente durante gran parte del día, y mi esposa y yo nos jugábamos cada mañana nuestro partidito de tenis en la pista del hotel. Además acudimos al pequeño club que nos habían indicado, en el que yo me hice socio temporal, cosa que no hizo Cris, dado que allí no había chicas dadas de alta. De este modo yo, por las tardes, iba también a jugar al tenis, mientras Cris se quedaba en la piscina bronceándose. Incluso, siempre que podíamos, los dos participábamos también en los juegos que los animadores proponían para los adultos.

Una mañana, volviendo de comprar el periódico, vi en la pista de tenis a una mujer jugando con un chaval de unos 13 años que parecía ser su hijo. De inmediato pensé que esa podía ser la posibilidad de que Cris pudiera practicar con alguien que no fuera yo, dado que con los hombres del club no quería. Me acerqué a la pista, con más atrevimiento del habitual en mí, y la llamé. La mujer se acercó a la verja que cerraba la pista y con una bonita sonrisa me preguntó qué quería. Le expliqué el tema, invitándola a que jugara alguna vez con mi mujer. A ella no le pareció mal la idea, aunque me advirtió que hacía tiempo que no jugaba en serio. Me dijo que se llamaba Gabriela y quedamos en que Cris la llamaría para quedar.

Inicialmente a Cris no le pareció tan buena la propuesta, pero no fue difícil convencerla, dado que no dejaba de ser una oportunidad para que ella practicara con otro jugador que no fuera su ya más que conocido marido. De modo que, al día siguiente, nuestro tradicional partido matutino fue sustituido por uno entre ellas dos. Como no tenía nada que hacer, decidí ir a verlas jugar. Ambas lucían una equipación similar, pero contrastaban: Gabriela alta y delgada, rubia teñida y de pelo corto, no demasiado guapa de cara, de rasgos duros, salvo sus grandes ojos verdosos y con un busto muy sugerente. Cris, en cambio, bastante más bajita, morena, de media melena, ojos color café y las facciones de su rostro redondeadas, a la par que su cuerpo en general, con el punto justo de carne y curvas para hacerlo muy sensual.

Como todo hombre, comencé a imaginarme como sería Gabriela desnuda, sobretodo sus grandes tetas y su coño, que se me antojaba depilado, tal vez porque así llevaba las cejas de sus ojos. Además, sin ningún motivo, me hice la idea de que debía ser una fiera en la cama, algo en lo que Cris no destacaba demasiado. No es que pensara intentar hacer algo con ella, por supuesto, sólo era la simple fantasía masculina de tener otra hembra a nuestra disposición.

Al acabar el partido quedamos en tomar más tarde el aperitivo en uno de los bares del hotel, en el que Gabriela también estaba hospedada. Mi esposa y yo fuimos a hacer la compra del día y pasamos el resto de la mañana ocupados con las actividades de los animadores.

A la hora convenida nos acercamos al bar y pronto reconocí la silueta de Gabriela, sentada frente a una de las mesas, junto a una figura masculina. Reconozco que eso me sorprendió, pues me había hecho la errónea idea de que ella estaba alojada en el hotel sólo con su hijo. Gabriela nos lo presentó como Mikel, su marido, quien saludó a Cris con un beso en la mano, en lugar del tradicional beso en la mejilla, en un gesto de galantería que hoy ya no se lleva y que me sorprendió.

Durante la hora que duró el encuentro, la voz cantante de la conversación la llevaron las dos mujeres, primero reflexionando sobre la maldad del sistema de vacaciones de tiempo compartido, y luego sobre la bondad del tenis femenino. Los dos hombres, en cambio, apenas intervinimos. Yo me dediqué al principio a examinar a Gabriela con más detenimiento, buscando sus puntos más interesantes, hasta que me aburrí y me concentré más en su marido. Mikel era, como su mujer, alto, de pelo rubio y ensortijado, piel bastante bronceada y rasgos faciales muy marcadamente masculinos, en el que destacaban sus ojos azul marino.

No es que entienda mucho de tíos, pero me di cuenta rápidamente de que era de ese tipo de hombre que físicamente gusta a las mujeres. Y también me percaté que, al igual que yo con Gabriela, él se había concentrado en Cris a la que, en silencio, estuvo observando con atención, descubriendo y recreándose con los muchos atractivos que ella tiene. En un momento dado nuestras miradas se cruzaron, dándose él cuenta de que le había pillado in fraganti, analizando a mi esposa. Eso no le perturbó y me sostuvo la mirada de un modo que me pareció desafiante, pero yo le respondí de igual modo, intentando darle a entender que tuviera cuidado en no entrar en territorio vedado.

A la hora de la despedida yo lo hice con el típico «ya nos veremos», pero Mikel intervino, por primera vez, de un modo más directo, proponiendo una cena esa misma noche. De poco me sirvió poner como excusa a los niños, Mikel expuso que como a las 9 de la noche empezaba el espectáculo infantil diario, nuestra hija de 12 años y el hijo de ellos, de 13 años, podrían ocuparse de nuestro pequeño de 6, una vez que todos ellos hubieran cenado. Además, cenando nosotros en el propio hotel, les tendríamos cerca, ante cualquier eventualidad. No me dio opción y tuve que aceptar a regañadientes, quedándome con la amarga impresión de haber perdido un pulso con él.

Durante el resto del día apenas hablamos de nuestros nuevos amigos. Sólo hubo un «son simpáticos ¿no?» de Cris y una callada, y en parte falsa, afirmación por mi parte. Como no ocurrió nada que evitara la cena, nos preparamos para la misma. Cris se recogió el pelo, con un moño y dos mechones en tirabuzón sobre sus sienes. Además se puso un traje rojo, algo minifaldero, que le sienta muy bien. El caso es que se arregló del mismo modo que lo hace siempre cuando salimos, pero a mí esa noche no me gustó tanto, tenía la absurda sensación de que quería impresionar a Mikel, y le pinché:

– Qué guapa te has puesto esta noche, cariño.

– Como siempre – dijo ella, con total normalidad

– Pues no sé, yo te veo hoy de un modo especial

– Muchas gracias, eres tú que me miras con buenos ojos.

Ahí quedó la cosa, pero yo acudí a la cena a disgusto y cabreado, como si fuera real que Cris quisiera agradar al atractivo esposo de su nueva amiga.

Mi mal humor se mantuvo en los prolegómenos de la cena, en las que me mostré muy distante, todo lo contrario que Mikel, cuya encantadora sonrisa y galantería hacia las dos mujeres me atacaba los nervios. Me serené durante la cena, gracias a una charla amena y con la participación de los cuatro. Fue en los postres cuando, hablando de nuestros puestos de trabajo, supe que Gabriela trabajaba en un banco, al igual que yo. Eso hizo que se separaran las conversaciones, Gabriela y yo por un lado, Cris y Mikel por otro. Durante un rato la charla con Gabriela sobre temas financieros ocupó mi mente, hasta que empecé a notar que la conversación entre mi esposa y Mikel era acompañada por risas de ambos. Mi atención comenzó a bailar entre atender, cada vez con más esfuerzo, la seria conversación que yo mantenía con Gabriela y la que mantenían ellos dos, contándose ambos anécdotas de la juventud, y constatando el creciente atrevimiento de Mikel acercándose a Cris, a la que cogía de los brazos, cada vez que, entre risas, terminaban de contarse alguna de sus historias. La sangre se me empezó a encender de nuevo, convencido de que ese sujeto intentaba encandilar a mi esposa, incluso con demasiada osadía, y que ella, aparentemente, le seguía el juego.

Por suerte, llegó el momento de la animación nocturna para adultos, y puse como excusa, para terminar la velada, la hora de acostarse del niño pequeño. Por supuesto Mikel intentó prolongarla, pero fui inflexible y nos despedimos hasta otro día. Ya en el apartamento, Cris, extrañada por mi comportamiento, me preguntó si pasaba algo, a lo que lógicamente le contesté que nada, que sólo era tarde. Pero no pude resistirme a tantear su opinión sobre la velada:

– ¿Qué te ha parecido la cena?

– Ha estado bien ¿no? – dijo ella con aparente desinterés.

– Ah, ¿Y Mikel, que te parece? Has estado toda la noche ocupándote de él.

Cris, no contestó inmediatamente, pero acabó devolviéndome la puya:

– Bueno, es un tío muy agradable, pero por lo que he visto tú también estabas ocupado con Gabriela, ¿eh?

– Ya, pero nuestra conversación era seria, de nuestros trabajos en el banco, no como la vuestra, llena de bromitas, risitas. … y algo más.

– ¡Oye, oye! ¿A donde quieres ir a parar? – me preguntó Cris un tanto indignada.

– Pues eso, que se os veía muy animados.

– ¿Qué pasa? ¿Tanto te ha molestado? Ya sabes cómo soy, me gusta contar mis aventuras juveniles. A la gente le gusta escucharlas, incluido a ti.

– No sé si el Mikel ese estaba realmente interesado en eso.

La verdad es que ni yo mismo sabía el porqué de tanta pregunta que sólo podía tener un mal final. Cris me lanzó entonces una sonrisa socarrona, antes de contestar burlona:

– ¿Qué pasa, Mariano, te has puesto celosillo esta noche? ¿De verdad crees que me interesa algo ese hombre?

– No sé, eso lo sabrás tú.

Cris ahora sí se enfadó de verdad, como era de suponer, y con un lacónico y contundente «Eres idiota» se metió al baño preparándose para ir a la cama. Y ahí se acabó la conversación esa noche.

Al día siguiente, más calmado y arrepentido de mi tozuda gilipollez, la desperté con los mimitos y caricias en la espalda que tanto le gustan, y le propuse jugar juntos al tenis. El día transcurrió con total normalidad, sobretodo porque no vimos a Gabriela y Mikel por las zonas de hotel. A la hora de la cena, sin embargo, llamó Gabriela para quedar con Cris la mañana siguiente, con lo que yo me perdía mi partido con ella. Esa fue la primera vez que me arrepentí de haber sido yo mismo el que había contactado con esa mujer.

En esa ocasión no las quise ver jugar y me fui a la playa, que estaba justo frente al hotel. Al terminar su partido Cris se reunió conmigo y allí estuvimos hasta que el animador de turno del hotel apareció con un montón de gente y una pelota de Volley-ball en las manos. Siendo obvio que iban a jugarse partidillos de Volley-ball, allí en la playa, fui a apuntarme rápidamente, invitando a Cris a hacer lo mismo. Ella, vaguilla por naturaleza, rehusó al principio, pero al final la convencí. Cuando el animador empezó a nombrar, al azar, los jugadores de cada equipo, sonó un «Mikel» familiar casi a la vez que el de Cris, los dos en el mismo team. Y allí apareció el odioso individuo, luciendo su impactante bronceado. Tuve que saludarle con una falsa sonrisa, notando que mi esposa lo hacía con algo de nerviosismo.

Le tocó jugar primero al equipo de ellos, pero al mío no, de modo que me dispuse a ver el juego. Y como suele suceder en este deporte, los tantos comenzaron a celebrarse con manifestaciones de alegría. Los iniciales gritos y palmadas se fueron transformando, entre Cris y Mikel, en abrazos, cada vez más contundentes, a la par que subía la intensidad y emoción del match. Y yo me empecé de nuevo a quemar, ante tanto contacto, más o menos directo, pues me daba cuenta de que el cabrón de Mikel estaba aprovechando la ocasión para toquetear a Cris, sin importarle lo más mínimo mi presencia.

El último punto del partido, ganado por el equipo de Cris, acabó con un desborde de alborozo generalizado, en el que destacó Mikel cogiendo a mi esposa por la parte posterior de los muslos y subiéndosela por delante a caballito. Cris no tuvo más opción que agarrarse del cuello de Mikel para no caerse, mientras él la sujetaba por el culo. Al soltarse nuestras miradas se cruzaron unos breves instantes, hablando por si solas, en ella intentando justificarse y en mí reflejando un notable enfado, mientras que Mikel se felicitaba con el resto de jugadores.

Intenté concentrarme en el siguiente partido, en el que jugaba yo, pero fui incapaz. Por un lado no quería perder de vista ni a Cris ni, por supuesto, a ese cerdo que ya le había palpado el trasero. Pero lo peor fue que empezó a fijarse en mi cabeza la imagen, recién vista, de ella subida a él, y la obvia inocencia de esa estampa, derivada de un lance de juego, cambió en mi mente a una morbosa postura sexual en la que ambos se besaban mientras follaban. Y peor fue aun la erección que empezó a asomar en mi polla, algo que me desconcertaba, pero me costaba evitar, del mismo modo que me costaba ocultarla a los ojos de los allí presentes. El resultado fue un nefasto partido, que encima perdimos, y un regreso al apartamento con una clara sensación de derrotismo, celos y a la vez excitación que me confundían, aumentando mi mal humor.

Cris y yo no hablamos del hecho durante la comida y por la tarde me fui al club de tenis, con ánimo de calmar mis turbadas emociones, dejando a mi esposa en la piscina. Sobra decir que en el tenis no me fue mucho mejor que en el volley de la mañana, pero por lo menos esa imagen que tenía grabada en el coco, se fue disipando.

Al volver, decidí hablar con Cris de lo sucedido por la mañana, pero no la encontré en casa. Tampoco la vi en la piscina, pero sí encontré a Gabriela, a quien le pregunté si había visto a mi esposa. Cuando me dijo que hacía un rato que se había ido de allí con Mikel, se me heló la sangre. Casi sin despedirme de Gabriela, me fui corriendo a la playa, donde tampoco los vi. Regresé a casa celoso perdido e imaginándome de nuevo a los dos follando, y por ende, con una incomprensible y terrible erección. La espera se hizo eterna, aunque sólo fueron unos 20 minutos, hasta que Cris apareció, toda risueña, portando un pequeño paquete rojo en las manos. Me dio un piquito en los labios saludándome con su tradicional «hola cariñín, ¿Qué tal el tenis?».

Pero yo no estaba ni para saluditos ni para tenis.

– Hola, ¿de donde vienes? – le pregunté con inicial indiferencia.

– De la piscina, ¿de donde va a ser?

– Pues yo no te he visto en la piscina.

– No habrás mirado bien.

Cris se mostraba muy segura de si misma, sin saber lo que me había dicho Gabriela. Me escamaba el que me mintiera e insistí:

– He mirado perfectamente y tú no estabas allí.

– ¿Ah no? Bueno ¿Y donde estaba entonces?

– Tú sabrás. Eso es lo que espero que me digas.

– ¿Qué te pasa? ¿Ya estás otra vez enfadado?

– ¡Tú me dirás! A quien sí he visto en la piscina ha sido a Gabriela, y me ha dicho que te ha visto irte de allí con Mikel.

– ¡Ah! ¡O sea que es eso! Ya estamos de nuevo con el asuntito de de Mikel.

– Sí, últimamente sale mucho el temita de ese tío.

– Pues ¿sabes lo que te digo? Que pienses lo que te de la gana.

El caso es que, de un modo cada vez más incomprensible, empecé a desear que realmente hubiera hecho algo con Mikel. Y guié la conversación como si efectivamente hubiera sido cierto:

– Pues claro que te has ido con él, y no creo que haya sido precisamente para tomarte un café.

– Ah ¿qué crees entonces, que me he metido en la cama con él?

– Pues es muy probable, después de los visto la otra noche y, sobretodo, lo de esta mañana en la playa.

– Pero, ¿de verdad que piensas que soy capaz de hace algo así?

Me estaba excitando demasiado la idea de pensar que efectivamente había follado con él, y eso hacía que siguiera con el tema, pese a que conscientemente sabía que eso no había pasado seguro, aunque por lo que me había dicho Gabriela sí sabía que se habían visto y mi mujer seguía sin admitirlo. Volví al ataque:

– Sí, no lo niegues. El tal Mikel está muy bueno ¿verdad? Si se te hace la boca agua con él, y no sé si algo más. Ya me dirás que has estado haciendo todo este tiempo con él. Seguro que has sido capaz hasta de follártelo.

Esa última frase fue demasiado. Cris, absolutamente indignada, cogió el paquetito e iba a decirme algo, pero se lo pensó y finalmente contestó con toda la crueldad que yo merecía:

– Pues sí ¿sabes? He estado con él y me lo he tirado. Folla de miedo y tiene un pollón sensacional – y añadió – ¡Cabrón!

Ella se fue al dormitorio con un mosqueo de aupa, y yo al baño, dudando en aliviar mi tensión emocional con una buena paja, mientras seguía imaginándomelos jodiendo a lo bestia.

No volvimos a dirigirnos la palabra esa noche e incluso yo me quedé a dormir en el sofá del salón. Esa situación de distanciamiento ayudaba a hacerme parecer que mis imaginaciones no eran tales, sino reales, lo que me tenía en un trance de excitación sexual delicioso. En la soledad del sofá, y antes de dormirme, me masturbé varias veces, entre imágenes de Cris y Mikel follando en cualquier posición, pero no quise llegar a correrme para mantener esas sensaciones placenteras.

Por la mañana se mantuvo el silencio y yo comencé a pensar en el modo de acabar con ese estúpido y absurdo enfado. Tras la comida Cris me dijo, escuetamente, que se iba a la piscina, a lo que contesté que yo tenía pista en el club de tenis a las 5. Justo cuando entraba al coche para ir al club, recibí una llamada al móvil de uno de los colegas del club comunicándome que hasta las 6 no había pista libre. Volví al apartamento, dudando en aprovechar la espera para acercarme a la piscina e intentar hablar con mi esposa, pero preferí salir al jardincito a leer el periódico, hasta la hora de irme.

Al cuarto de hora oí que se abría la puerta de casa. Supuse que era Cris y me propuse hacer las paces, pero un tosido masculino me frenó.

– Vamos, démonos prisa – escuché decir a Cris

– Mujer, invítame por lo menos a un café, ¿Por qué tanta prisa? – La voz de Mikel retumbó en mis oídos, más fuerte de lo que realmente sonaba.

Un tremendo nerviosismo se apoderó de mí y bloqueó mi mente. Me acerqué a las cortinas grises que impedían que entrara la luz del sol en el salón y seguí escuchándoles.

– Toma, aquí te dejo el paquete con el traje que le compraste ayer a Gabriela. Intenta guardarlo antes de que ella llegue, no te pase lo de ayer.

– No temas, tendré cuidado. No quiero arruinar el regalo de su cumpleaños.

– Perfecto. Venga, es mejor que no nos demoremos mucho tiempo aquí.

– Y eso, ¿que problema hay?

Cris tardó un tiempo antes de contestar:

– Mariano se enteró de que ayer por la tarde tú y yo nos vimos.

– ¿Cómo es eso? – la voz de Mikel sonaba a perplejidad, mientras yo ya había conseguido, con todo el cuidado del mundo, asomarme ligeramente entre las cortinas, lo suficiente para poder verles.

– Tu mujer le dijo que me había ido contigo de la piscina. Se cabreó convencido de que habíamos… bueno, ya me entiendes.

– ¿Follado?

– Más bien. Aún no entiendo por qué ha llegado a esa conclusión. Es ridículo.

Una amplia sonrisa afloró en la cara de Mikel, antes de contestar:

– Que raro que haya reaccionado así.

– Mira, el problema es que nos vio por la mañana en la playa, cuando me subiste a horcajadas.

– Pero eso fue una reacción espontánea, habíamos ganado el partido y … bueno, era una celebración más.

– Ya, pues a mi marido no le gustó. Podías haber sido algo menos impulsivo y más respetuoso conmigo.

– ¿Y a ti Cris, te molestó?

– ¿Y eso que más da? Lo que no quiero es que sepa que has estado aquí. Es lo único que faltaría, tal y como está.

La verdad es que Cris no tenía ni idea de cómo estaba yo en ese momento, desde luego enfadado no, pero sí expectante, viéndoles allí, en nuestro apartamento, y creyéndose solos.

– Venga Cris, sabes que Mariano no volverá hasta dentro de dos horas por lo menos. Un cafelito, porfi.

– Esta bien Mikel, un café y nos vamos.

Cris se fue a la cocina y mientras se alejaba aprecié como Mikel le miraba con descaro el trasero, frotándose ligeramente la entrepierna. El llevaba un jean a medio muslo y una camiseta tipo baloncesto, de un color blanco que remarcaba su piel bronceada. Mientras contemplaba a mi esposa, le escuché decirse a si mismo en voz baja:

– Joder, qué rica está esta mujer. Tengo que tirármela.

Al escucharle, mi odio hacia él creció, pero mi imaginación voló de nuevo y volví a verles follando ante mi, aunque sabía que eso no era posible. Cuando mi esposa volvió, Mikel se dirigió de nuevo a ella:

– Hay una cosa que no entiendo, Cris, ¿Por qué no le contaste a Mariano la verdad?

– Tenía intención de decirle la verdad, pero se puso tan bruto e insensible que al final no quise hacerlo. Con su comportamiento consiguió que prefiriera dejarle con la duda de qué es lo que había hecho. Me cabreó su desconfianza hacia mí y lo único que en ese momento quería era que se jodiera. ¡Por gilipollas!

Mikel mantuvo un pequeño silencio antes de lanzar con total seriedad un impensable órdago:

– ¿Y si lo hiciéramos realidad?

– ¿El qué? – Contestó Cris sin percatarse de a qué se refería Mikel.

– Pues eso. Lo que Mariano se ha creído.

– Pero que dices, chalao – Cris contestó pensando que Mikel estaba de broma, pero no era esa la impresión que desde luego yo tenía.

– Vamos mujer, ¿acaso estoy tan mal? ¿No te resulto algo atractivo?

– Si hombre, igual que Richard Gere.

– Y no conoces mis otros atributos

– Pues claro, como Nacho… ¿Cómo se llama ese? – Cris le seguía el juego a Mikel, pensando que el le estaba vacilando.

– Vidal, Nacho Vidal – contestó él – Mira, creo que soy capaz de hacerte disfrutar un montón.

– ¿Qué sabrás tú de cómo hacerme disfrutar? Anda no digas más chorradas y tómate el café.

– Lo digo en serio, ¿no quieres comprobarlo?

Cris adoptó en ese momento una actitud más seria y pensativa. Se estaba por fin dando cuenta de que Mikel no estaba de cachondeo. Y así se lo expuso:

– ¡Estás hablando en serio! ¡Me estás proponiendo que echemos un polvo, aquí y ahora!

– Pues claro que lo digo en serio. Estás muy buena Cris, me tienes loco de ganas, tienes un cuerpo que rebosa sensualidad por todas partes, y estoy deseando gozar y hacerte gozar.

Cris miraba como ida a Mikel. Parecía que una lucha interior empezaba a celebrarse en su interior. Yo ya no estaba seguro de qué quería más, si que ella le rechazara o que aceptara la obscena invitación.

Mikel, menos sonriente y más solemne, continuó su asedio:

– ¡Vamos! Solo sería sexo y nada más que sexo.

El muy cabrón estaba consiguiendo realmente camelarse a mi esposa y yo, por mi parte, estaba deseoso de que mantuviera esa actitud de conquista que me seguía pareciendo inútil. Pero Cris, al cabo de unos instantes, contestó de un modo sorprendente:

– Reconozco que eres un tío muy interesante y atractivo, eso es cierto, pero…

Ese pero suspensivo, lejos de una negativa tajante, abrió definitivamente la puerta de la esperanza de Mikel de un modo más claro y él culminó su seductor ataque, por supuesto, susurrándole al oído:

– Venga, anímate, vamos a hacerlo realidad.

Cris apenas balbuceó un nada convincente «mejor que no» y se le quedó mirando fijamente a los ojos. Tanto Mikel como yo captamos en esa mirada que ella ya quedaba a la espera de lo que Mikel hiciera. En realidad prácticamente la tenía en el bote y sólo necesitaba dar un paso más para vencer su ya mermada reticencia.

Acercó su boca a la de Cris y le dio un suave beso en los labios, retirándose a continuación y esperando la reacción de mi esposa. Cris se mantuvo quieta, mirando a los ojos de su acompañante y entreabriendo los labios. La invitación era clara y Mikel no la desaprovechó. Se acercó de nuevo a ella y la besó de nuevo, ahora con más fuerza, manteniendo unidos sus labios a los de ella, iniciándose después el juego de lenguas entre ambos. Cris apoyó su mano sobre la nuca de Mikel, acariciando suavemente su pelo rubio, confirmando su consentimiento a ese beso más apasionado.

Yo estaba alucinando con el comportamiento de Cris. Mi fantasía de los dos últimos días empezaba a tomar forma real y el cosquilleo en mi estómago y mi erección se acentuaba, imaginando que posiblemente en algunos minutos esa especie de cerdo gigoló se estuviera follando a mi esposa sin ningún miramiento. Y no tenía ni fuerzas ni ganas de impedirlo.

Mikel seguía asediando a Cris. Sin dejar de besarla, su mano derecha recorrió rápidamente el trecho de su rizado cabello al nacimiento de su pecho izquierdo. Aguardó unos instantes antes de alcanzarlo y empezar a manosearlo por encima del bikini, lenta pero de forma continuada. Después la deslizó de nuevo a la parte posterior del cuello y le soltó el nudo. El pecho izquierdo de mi esposa quedó parcialmente al descubierto, mientras que el derecho yo no podía verlo pues el cuerpo fornido de Mikel me tapaba. Mikel lo destapó del todo, aunque él aun no podía observar la gran areola en la que apenas sobresalía el pezón, pues seguía entretenido en excitar a mi esposa besándola. Se entretuvo un buen rato sobando y pellizcando el pezón que empezó a crecer de tamaño, mostrando la evidencia de la excitación de Cris. Su siguiente maniobra fue soltar el pareo que Cris llevaba anudado a la cintura y retirarlo. Estaba claro que su siguiente objetivo ya sería la zona del coño de mi mujer. Cris llevaba un bikini de diminutos cuadros rosas y blancos, de esos que se sujetan con lazos en la cintura.

Los dedos de Mikel jugaron maniobrando en el lazo que tenía más a su alcance, acariciando de vez en cuando suavemente la piel desnuda de su cuerpo. Cuando inició la tarea de desanudar el lazo, Cris le cogió la mano, cómo queriendo darle a entender que por ahí no quería seguir. Mikel no se inmutó y no solo terminó de desatar el lazo sino que, una vez libre la tela, la desplazó, dejando al descubierto buena parte del coño de Cris. Ya la tenía prácticamente desnuda y dispuesta, la follada se avecinaba, para su placer y el mío. Dejó de besarla y se levantó, apartándose ligeramente para poder contemplar su desnudez. Las tetas, algo caídas, por la posición sentada de Cris en el sofá, estaban por completo al descubierto, con sus pezones totalmente erectos, pero lo mejor era la visión parcial de su chocho. Cris tiene un sexo que de forma natural está escasamente poblado en la zona del pubis, mientras que de su raja nace una buena cantidad de vellos largos que se desplazan hacia los lados, pero que no ocultan sus labios vaginales. Mikel contemplaba, seguramente embelesado, el coño de mi mujer, cuyo rostro había tomado un ligero color carmesí de vergüenza. No pudo resistirse a la tentación y se lanzó a por él. Durante unos minutos se dedicó a tocarle y luego a comerle el coño, aunque yo solo podía ver las reacciones de ella pues el propio Mikel tapaba con su cabeza mi ángulo de visión. Pero Mikel debía hacerlo muy bien, ya que Cris comenzó a gemir de una manera pronunciada mientras los movimientos de Mikel indicaban que le estaba lamiendo repetidamente de arriba a abajo la raja de su coño, hasta que en un determinado momento él debió concentrase en su clítoris, porque los gemidos se acentuaron y mi esposa le agarró de los pelos con fuerza. Mikel debía estar disfrutando enormemente al haber conseguido que Cris se retorciera de placer. Dominaba la situación y preparaba con arte el terreno para tirársela a continuación. Su recompensa fue total cuando Cris echó la cabeza atrás y con un grito espectacular se corríó entre los labios de su amante.

Mikel aún se entretuvo un rato en lamer y degustar el resultado del orgasmo que había conseguido arrancar a mi esposa, mientras ella se apaciguaba. Después se levantó y se apartó de ella. Mientras le comía el coño, había conseguido quitarle la parte inferior del bikini y la había desplazado hacia el borde del sofá. Cris se mantenía sentada, con las piernas abiertas y el coño completamente expuesto, mucho más abultado y sobretodo húmedo, invitando a una brutal penetración.

Mikel dejó que Cris se recuperara antes de hablarle:

– Veo que te ha gustado, Te dije que te haría disfrutar.

– Esto es una locura Mikel, tenemos que parar- Cris parecía comenzar a arrepentirse, pero era obvio que Mikel no iba a conformarse con eso, tenía que seguir hasta conseguir follársela.

– ¿Y yo, qué? ¿No merezco algo igual?

¡Era increíble! El muy cabrón le estaba pidiendo a mi mujer una mamada, eso era algo que no se me había ni pasado por la cabeza, pero pensar en esa posibilidad me puso aun más en vilo. Volví a pensar que ese era el momento en el que podía pararlo todo o dejar que los acontecimientos siguieran su curso hasta quien sabe donde. No moví un pelo.

– Yo no hago eso – contestó Cris sin dudar.

La verdad es que a ella no le gustaba el sexo oral. Según me había contado lo había hecho algunas veces con su primera pareja, con la que había convivido varios años, pero me decía que le desagradaba. Yo siempre había respetado sus objeciones.

Me pareció que Mikel sonreía falsamente ante la respuesta de ella. Tal vez había visto cortadas algunas de sus pretensiones, pero desde luego mantenía el objetivo básico que era tirarse a mi mujer.

– Bueno pues deja que te haga el amor- contestó.

¡Qué cabrón! Qué expresión tan suave había usado para decirle que lo que quería era follársela. Cris le miró de nuevo a los ojos y sonrió, confirmado su consentimiento:

– De acuerdo – dijo – pero rápido.

Mikel comenzó a desabrocharse el cinturón de sus cortos jeans. El momento de la follada se aproximaba y mi estado de tensión y excitación creo que eran superiores a los del tío que en breve iba a metérsela a mi mujer.

El cabroncete se puso frente a Cris, tapándome la visión de mi esposa. Para mi mala suerte solo podía ver el cuerpo de espaldas de Mikel, impidiéndome contemplar lo que él estaba haciendo, hasta que Cris comentó como sorprendida:

– Nunca había visto una cosa así.

– ¿No ves películas porno?

– He visto alguna pero hace años, cuando era joven.

– Pues lo que ves es bastante normal en esas pelis.

Estaba claro que Mikel se había sacado la verga y, por las palabras de ambos, me pareció entender que debía tener un notable tamaño. Y ahí estaba mi mujer, contemplando el enorme rabo que le iba a entrar por completo en el coño.

– ¿Te importa que me la menee un poco, mientras te miro, antes de empezar? Así adquirirá un mayor grosor.

– Vale, pero no te demores – contestó mi chica.

Y Mikel comenzó a masturbarse. Podía contemplar los movimientos de su brazo derecho, maniobrando en su entrepierna, aunque seguía sin poder ver apenas a Cris, ni la polla de Mikel. Entonces él me sorprendió:

– Eso es, muy bien, mastúrbate tú también.

Esas palabras fueron un golpe bajo para mí ¡Se estaban masturbando los dos! Jamás había visto a Cris hacer algo así. Bueno tampoco lo estaba viendo en ese momento, pero era obvio que lo estaba haciendo. Mi esposa comenzaba a ser una auténtica caja de sorpresas.

Poco después Mikel se bajó un poco más los pantalones, dejando medio descubierto su culo, que desde luego aparecía mucho menos bronceado que el resto de su cuerpo. Lo que sí me extrañó es que sus dos manos quedaran en jarras en su cintura y que empezara a suspirar. Eso no podía significar otra cosa que ahora era Cris la que se la estaba meneando. La polla de Mikel debía ser muy tentadora para que ella se hubiera atrevido ya no solo a tocarla sino, sobretodo, a pajearle. Pero los suspiros y gemidos del muy cabrón eran notables, señal de que mi esposa debía estar haciendo muy bien el trabajo. Tanto que en un momento dado suspiró muy profundamente echando sus manos a la nuca y arqueándose hacia atrás. Y con voz medio entrecortada exclamó:

– Joder, Cris, qué maravilla. ¡Vamos, continúa!

Ese tono de voz y los gemidos prolongados que emitió a continuación, indicaban que estaba disfrutando de verdad del pajote que le estaba haciendo mi mujer. Yo estaba deseando que Mikel se moviera para poder contemplar esa habilidad de ella sobre su polla, pero en lugar de eso lo que sucedió fue mucho más sorprendente, cuando Cris agarró los jeans y slips de Mikel y los bajó aún más, a medio muslo, manteniendo después ambas manos apoyadas sobre su culo desnudo.

Viendo que tanto las manos de ella como las de él no maniobraban en la verga del tío, me di cuenta de la dura realidad de lo qué estaba pasando. ¡No podía ser cierto! ¡Mi esposa se la estaba chupando a ese cerdo! No cabía otra posibilidad, Cris le estaba comiendo el rabo, y además Mikel movía lentamente, entre gemidos, su cuerpo de atrás a adelante, de un modo que hasta parecía que era él quien le estaba follando a ella con suavidad la boca. Ahora entendía su gemido prolongado cuando se echó las manos a la nuca y sus palabras pletóricas de satisfacción, y no era de extrañar, pues meter la polla en la boquita de mi mujer era todo un manjar, del que yo, desgraciadamente, aún no había podido disfrutar.

Los suspiros de Mikel comenzaron a mezclarse con unos pequeños «mmm» que soltaba Cris, y que indicaban que a ella, lejos de incomodarla, parecía gustarle mamar la picha de ese cabrón.

Sin títuloMe costaba entender como ella podía haber llegado hasta ahí. Había sido genial imaginarme a mi esposa follar con Mikel, pero lo de tener la certeza de que le estaba comiendo la verga a otro tío a apenas dos metros de mí y sin yo poder verlo directamente me estaba llevando al limite de la ansiedad y excitación. Debía hacer auténticos esfuerzos para no correrme, incluso sin tocarme la polla. Todo mi afán era ya evitar la figura de Mikel que me tapaba e impedía ver la mamada con la que le estaba obsequiando mi esposa. Tenía que arriesgarme a ir al otro portón que formaba la L de acceso al jardín en el que me encontraba, y que también manteníamos abierto y con casi toda la cortina echada. La dificultad consistía en que debía atravesar la estrecha zona por la que entraba la luz del sol directamente en el salón y eso produciría una sombra que podía descubrir mi presencia. Con los nervios a flor de piel y con la apremiante urgencia de poder ver a Cris chupándole la polla a Mikel antes de que él empezara a follársela, me alejé lo más que pude al fondo del pequeño jardincillo y crucé a toda prisa la zona peligrosa. Esperé unos momentos que se me hicieron eternos antes de asomarme con igual cautela por detrás de la cortina gris, temiendo que ellos hubieran podido notar algo y hubieran parado.

La visión que tuve me sobrecogió. Cris permanecía sentada con la cabeza inclinada hacia el techo y chupando con devoción uno de los huevos de Mikel, cuya polla, completamente empalmada, se apoyaba sobre el rostro de mi esposa, hasta llegar a su frente. No era tan grande como había supuesto, aunque tenía buen tamaño, pero lo que me sorprendió era que no había ni asomo de vello ni en su pubis ni en sus cojones. Toda la zona de sus genitales estaba completamente depilada. Eso debió ser lo que había llamado la atención de mi mujer y seguramente era lo que más le atraía de esa verga que tenía a su completa disposición y a la que seguía dando gusto, alternando las lamidas en las dos pelotas de Mikel. Al poco su lengua fue recorriendo toda la longitud de la base de su polla hasta coronar el capullo, babeante de líquido preseminal. Una vez hecho el recorrido, engulló la mitad del tronco, provocando un nuevo y prolongado gemido de Mikel que, de inmediato, comenzó de nuevo a cimbrear su cuerpo, tal y como lo hacía cuando le veía de espaldas, intentando penetrar aún más entre los labios de ella. Era sorprendente ver como Cris no sólo se acoplaba al ritmo lento de los empujones de Mikel, sino que chupaba y mamaba con ganas el duro trozo de carne que tenía en su boca.

Cuando los movimientos y gemidos de Mikel se aceleraron, Cris se la sacó de la boca y de un modo sorprendentemente soez, para su forma de hablar, le dijo:

– Vamos Mikel, fóllame de una vez – y se echó hacia atrás abriendo su sexo a él – Métemela entera en el chocho y demuéstrame lo que puedes hacerme gozar.

– Por favor Cris – contestó él – sólo un poquito más, es maravilloso como envuelves con tu lengua mi polla, la chupas de maravilla.

– No me adules, en realidad hace años que no lo hago y han sido pocas las veces que lo he hecho.

– No me lo creo, Mariano debe disfrutar mucho. Venga sólo unas chupaditas más.

Temí que Cris me humillara diciéndole que a mí nunca me lo había hecho, pero por suerte no contestó, limitándose a acercarse a él y a tragarse de nuevo su cipote, reiniciando la mamada interrumpida. Fueron unos dos o tres minutos en los que Cris le mamó y pajeó, supongo que con destreza, porque los suspiros y la fuerza de los movimientos de Mikel se fueren acrecentando hasta límites peligrosos, cosa de la que Cris se dio cuenta. Se sacó de nuevo la polla de su boca aunque sin dejar de masturbarle lentamente, cómo intentando que no perdiera su tamaño y dureza. Entonces se dirigió de nuevo a él:

– ¡Ya vale! Creo que te estás animando demasiado.

– Ay, Cris, quiero correrme, – contestó Mikel después de ahogar un largo suspiro.

– ¿Ahora? ¿Pero, no me querías a follar?

– Y sigo queriendo, pero después, ahora quiero acabar, me encanta como me la chupas.

– Ya, ya me estoy dando cuenta, pero no me atrae la idea de que me lo eches mientras te la chupo. Nunca lo he hecho y no tengo intención de hacerlo ahora, contigo.

A mí me pareció que se iluminaba el rostro de Mikel cuando se dio cuenta de que él podía ser el primero en darle a probar a Cris el semen de un macho, y continuó insistiendo con todo el poder de persuasión posible:

– Vamos Cris, por favor, no me dejes con las ganas, déjame que me corra en tu boca. Dame ese gusto por favor. Verás que no es tan malo.

Mi esposa no lo tenía nada claro. Mikel insistió de nuevo:

– ¡Anda! Sigue chupándomela.

Cris soltó la polla de Mikel. Dudaba, con la punta de la verga a escasos centímetros de distancia de sus labios, y mirando a Mikel que permanecía expectante y se pajeaba con prudencia. Fueron unos segundos eternos de tensión hasta que finalmente, con un gesto de resignación, pero igualmente decidida, ella contestó:

– Venga.

Fue una sola e inesperada palabra, pero para mí significaba probablemente la mayor y más humillante traición que una esposa puede hacer a su marido. En cambio para Mikel conseguir que ella hubiera accedido, y encima con cierto recelo, a que él le llenara la boca con su leche, era el éxito total, el mayor trofeo posible para un conquistador de mujeres casadas y más aun si él iba a ser el primero en hacerle probar el semen de un hombre.

Cris capturó de nuevo entre sus labios el inflamado glande de la verga de Mikel y le agarró con ambas manos por el trasero, dejándole la iniciativa para que él fuera el que se ocupara de elegir la manera en la quería llegar a su orgasmo. Y Mikel, sin dejar de sonreír y mirar directamente a los ojos de mi mujer, comenzó a moverse bombeando su polla en la boca de mi esposa, lentamente al principio, disfrutando de los momentos previos a la llegada del climax, e incrementando después el ritmo, entre continuos gemidos y suspiros. Apoyó sus dos manos en la cabeza de ella para ajustar mejor sus embestidas, follándosela por la boca sin parar, hasta que tras un par de empujones más profundos, gimió prolongadamente y estalló. Cris sintió el impacto del primer chorro de leche recibido en su paladar, lo noté porque involuntariamente su rostro dio un ligero respingo hacia atrás. Reaccionó de igual modo, mientras Mikel gritaba de gusto, al recibir sus siguientes andanadas de semen. El tío debió soltar unos cuatro buenos escupitajos iniciales. El resto de su eyaculación debió ser menos abundante y Cris lo soportó ya sin pestañear, hasta que se le llenó la boca de leche y como él no se decidía aún a sacársela, decidió tragarse todo el líquido, algo que hizo sin dar siquiera muestras de asco alguno.

Poco a poco los suspiros de Mikel fueron cesando y su respiración se calmó a la par que bajaba su erección y quitaba sus manos de la cabeza de mi esposa. De inmediato Cris se retiró, soltando la polla morcillona que quedó colgando y goteando algún último resto del semen que había descargado con absoluto deleite entre los labios de ella.

Yo ya llevaba demasiado tiempo evitando soltar mi leche, pero fue en ese momento, viendo la polla aún babeante que me había ultrajado de un modo tan obsceno y humillante con mi propia mujer, cuando también me corrí, aunque tuve que morderme los labios para no soltar ruido alguno.

– ¿Contento? – Dijo Cris a un Mikel todavía trastornado por el placer obtenido.

– Más que eso, me tiemblan las piernas – y de hecho se sentó en el sofá – ¡Que corrida! Ha sido de libro.

– ¿Y ahora qué? ¿Me vas a dejar así? Ahora soy yo la que quiere correrse sintiendo tu polla en mi coño, así que tendrás que dar el do de pecho … machote.

– No te apures, me recupero pronto.

A mí ya casi ni me sorprendía la actitud tan directa de mi esposa. Se había volcado por completo a esa sesión de sexo con el atractivo Mikel y era normal que quisiera obtener todo su disfrute de él. Cris, ahora de pie y totalmente desnuda, le miraba expectante, deseando o más bien necesitando la recuperación de su amante improvisado para poder gozar de una buena follada.

En ese momento sonó el timbre de la puerta, lo que hizo que cundiese el nerviosismo tanto en ellos como en mí mismo y, sobretodo, la desagradable sensación de ver frustradas las perspectivas que todos teníamos. Cris reaccionó con la típica celeridad femenina:

– Deben ser los niños. Abre tú Mikel, por favor, mientras yo subo a arreglarme – y desapareció de mi vista, escaleras arriba, portando su bikini y el pareo.

El propio Mikel se adecentó como pudo, mientras sonaba el timbre por segunda vez, y fue a abrir. Pero no eran los niños precisamente. El saludo de Mikel fue toda una sorpresa para mí:

– Hombre Octavio, ¿qué haces tú por aquí?

– ¿Qué tal Mikel? Venía a ver si me llevaba Mariano al club de tenis. Mi esposa quiere ir al pueblo de compras y pensaba llevarse ella nuestro coche.

– ¡Ah! Yo creía que ya estabais ya allí.

– No. Es que hasta las 6 no había pista ¿Y Mariano?

– Pues no sé, aquí no está, supongo que ya estará en el club.

Si el gilipollas supiera que estaba ahí al lado y que tenía tantas ganas como él de que se follara a mi esposa. Pero la aparición de Octavio parecía que iba a echar a perder todos los planes.

Octavio se hospedaba en el hotel y era conocido por todos los que éramos participantes habituales a los juegos de los animadores. Era el típico tío superdeportista, guaperas y chulito, el que ganaba casi todos los concursos de animación que se hacían en el hotel, incluido el del mister, por no hablar del tenis, en el que era sin duda el mejor del grupito del club. De unos 35 años, alto y delgado, moreno, con el pelo cortado al uno y algo musculoso, no era un tipo que me cayera excesivamente bien. Nunca le había visto con nadie, ni mujer ni hijos, por lo que no sabía si estaba en el hotel solo o acompañado.

Evidentemente él se debió sorprender al ver a Mikel en mi apartamento, y más aún sin llevar tan siquiera la camiseta, que no se había llegado a poner.

– Y tú, Mikel ¿Qué haces aquí? – Le preguntó con toda la curiosidad del mundo.

Por unos instantes Mikel no supo qué contestar, resignado y molesto porque los planes se le habían torcido, pero los recursos de ese individuo parecían ser inagotables y en vez de buscar excusas estúpidas le dijo en voz baja:

– Joder tío, no te lo vas a creer. Estaba a punto de follarme a Cris, la mujer de Mariano.

Por supuesto Octavio pensó que Mikel iba de farol, y con una sonrisa guasona le contestó:

– ¡Anda ya, fantasmón! Siempre con tus aires de conquistador de mujeres

– ¡Que sí tío! Iba a metérsela cuando has llegado tú.

– ¡Qué me dices! ¿De verdad? Vamos, no digas chorradas. Pero si esa hembra está buenísima.

– Tan verdad como que ya me ha hecho una mamada de campeonato. Ahora está arriba, vistiéndose y limpiándose la boca del semen que le he echado.

– ¿Me vas a decir que también te has corrido en su boca?

– Pues sí, al principio no quería, pero al final la he convencido y se lo ha tragado todo. Ni te imaginas como la chupa esta mujer.

Noté que Octavio se estaba empalmando con las palabras de Mikel, al igual que yo. Su pantalón de tenis no le permitía disimular una creciente erección. Por supuesto se estaba imaginando la escena, pero no por ello se creía lo que Mikel le contaba.

– ¡Venga ya! Te estás quedando conmigo. Como te vas a follar a la esposa de Mariano, y encima aquí, en su propio apartamento.

– Sé que parece imposible, pero es verdad. Es una mujer muy caliente, sólo hay que saber llevarla al huerto con tacto – y en un atisbo de obscena lucidez, a Mikel se le ocurrió algo impensable – ¿Quieres ver cómo me la tiro?

– ¡Y dale! – Octavio estaba cada vez más interesado en lo que le decía su amigo – ¡A ver, tío! ¿Cómo hago para verlo?

Mikel escudriñó la estancia y finalmente dijo, con seguridad:

– Sal al jardín y por detrás de la cortina podrás asomarte. Pero date prisa, porque Cris va a volver de un momento a otro.

Octavio apenas lo dudó unos breves instantes, tan pocos que a mí casi ni me dio tiempo a preocuparme de ser descubierto, cosa que habría pasado si él hubiera salido por donde yo estaba, pero tuve la suerte de que lo hizo por la otra parte del jardín, aquella en la que yo había comenzado mi sesión de mirón.

Apenas tres minutos después, Cris bajó al salón. Se había retocado y llevaba puesto de nuevo el bikini y el pareo anudado a la cintura.

– ¿Dónde están los niños? – preguntó, incluso antes de terminar de bajar.

– No eran ellos, Cris. Era Octavio, uno de los del tenis. Preguntaba por Mariano, pero le he dicho que no estaba aquí y se ha marchado.

Me resultó curioso que a Cris no le extrañara esa visita, pero tampoco pensé mucho en ello. Estaba concentrado en los movimientos que, sin duda, iba a hacer Mikel para follársela y en si ella, menos caliente por la pausa forzada, iba a ser capaz de seguir poniéndome los cuernos. Y sin embargo fue Cris la que, sorprendiendo incluso al propio Mikel, tomó la iniciativa:

– Bueno, parece que la fiesta va a poder continuar ¿no Mikel? – y mientras se agachaba hacia él para acariciarle con suavidad la polla por encima del pantaloncillo, añadió:

– Y nuestro amiguito pelao ¿Qué tal? ¿Ya se ha repuesto del esfuerzo anterior? Aún tiene una tarea pendiente, no se te olvide.

Las palabras de Cris fueron mágicas. Mikel la atrajo hacia así, haciendo que se arrodillara en el sofá, y de nuevo le besó en la boca, pero esta vez con furia, cogiéndola de la cabeza y hundiendo su lengua entre los labios de mi esposa, que respondió con igual ardor. Yo seguía sorprendido por la actitud de Cris, y supongo que Octavio igual o más aún que yo, comprobando que lo que le había contado Mikel era cierto. Las manos de Cris destaparon de nuevo la verga de Mikel, efectivamente ya repuesta y espléndidamente trempada, obsequiándole con una nueva paja y preparando el terreno para que se la follara, o no sé si mejor decir que para que ella se le follara a él, viendo las ganas que mi esposa ponía en la tarea. Mikel soltó con gran rapidez todos los lazos de las prendas que vestían a Cris, el pareo y el bikini. Parecía que ahora era a él al que le acuciaba la urgencia de terminar cuanto antes, tal vez por la excitación de ver a una Cris totalmente volcada y entregada a él, o tal vez incluso por el morbo de saber que estaban siendo vistos por Octavio.

Cris dejó de morrearse con Mikel para soltar un «Ya no puedo más». Guió la polla de su amante a la entrada de su chocho y dejándose caer de golpe, forzó la entrada de la verga en su interior. Dos largos quejidos simultáneos de ambos, a medias entre el gusto y el dolor, acompañaron la brutal y directa penetración. Durante un rato permanecieron inmóviles y en silencio, disfrutando y acomodándose a la excitante invasión. Fue mi esposa la que inició el ritmo de la follada, agarrándose al pelo de Mikel para hacer subir y bajar su cuerpo, resbalando sobre la polla de ese cabrón. Ahora ya no se quejaban, eran gemidos y suspiros de puro gozo, mientras aumentaban el ritmo de los movimientos. Cris, que seguía manejándolo todo, atrajo la cara de Mikel hacia su cuerpo encerrándola entre sus pechos. Por supuesto él aceptó la invitación y succionó los grandes y erizados pezones de ella a la par que amasaba sus dos mamas con ambas manos.

El polvo se tornó frenético y salvaje, todo un lujo para un recién descubierto voyeur como yo, pero quizás no tanto para un excitado Octavio que debió pensar, con toda la lógica del mundo, que podía sacar más partido de esa situación que sólo mirar. Y entró en la estancia con cautela, con el torso desnudo e intentando no hacer ruido, mientras se meneaba la verga por fuera del pantalón. Se arrimó a la espalda de mi mujer, desconocedora, en el fragor de su propia batalla de sexo con Mikel, de las turbias intenciones de este nuevo indeseable sujeto que tenía la obvia intención de tirársela también.

Octavio pegó su cuerpo al de Cris, abrazándola por detrás y sus traviesas manos empezaron a compartir con las de Mikel las tetas de mi esposa. Mi perplejidad era ya absoluta, viendo que Cris ni se inmutaba con el contacto del otro individuo. Era evidente que la follada con Mikel la tenía muy caliente, pero no pensaba que pudiera ser suficiente como para no darse cuenta del contacto con otro tío, cuya verga erecta se apoyaba sobre el nacimiento de su espalda. Parecía como si le estuviera esperando. Octavio estimó oportuno entretenerse besándola en las inmediaciones de su oreja y Cris reaccionó volteando la cabeza para corresponderle. Y fue ahí, al encontrarse sus labios con los del invasor, cuando ella pareció salir del trance, apartándose con un grito y con tanta brusquedad que tanto ella como Mikel debieron hacerse daño por la rapidez con que la polla había abandonado el preciado recinto en el que se encontraba.

Sentada junto a Mikel, y más sorprendida que irritada, observaba a Octavio frente a ellos, sin duda cohibido por la repentina espantada de Cris. Se había guardado su cipote como buenamente había podido, aunque los signos de su erección no se podían disimular.

– ¿Qué es esto? – preguntó Cris, más al aire que a los dos hombres que estaban con ella.

Hubo un silencio que por supuesto rompió Mikel con su ya habitual franqueza y blandiendo su sonrisa:

– Le dije a Octavio que tú y yo íbamos a follar y, como no se lo creía, le invité a vernos desde el jardín. No pensaba que fuera a intervenir pero ya ves, parece que no solo me deslumbras a mí.

Ni Octavio ni mi esposa sabían qué decir, pero Mikel había tomado el control, y continuó:

– Oye, ¿y por qué no te lo montas con los dos, Cris? Total, nada va a cambiar, va a seguir siendo sexo, los cuernos a tu marido van a ser cuernos de todos modos, pero será una experiencia por completo nueva para ti. Además Octavio tampoco está mal. Es el tío guapo de aquí.

A mi ya no me sorprendía nada de lo que planteaba Mikel, que incluso parecía tener más experiencia en el tema del sexo de lo que yo mismo imaginaba. De inmediato mi imaginación voló viendo a mi esposa, como en las pelis porno, chupando alternativamente las pollas de los dos tíos que tenía allí y más, mucho más.

No sé si ella pensó del mismo modo, pero, tras reflexionar, una sonrisa picarona anunció su consentimiento:

– ¿Y por qué no? Ya estuve a punto de hacerlo una vez, antes de conocer a Mariano, y me lo perdí.

Con esas palabras mi esposa me abrió tres años de notable oscuridad en su vida sexual, entre la separación de su primera pareja y el encuentro conmigo. Nunca había entrado en los detalles sexuales de ese período, intentando mostrarse conmigo con un cierto tradicionalismo que ahora me parecía cada vez más falso.

Cris continuó:

– Me atrae la idea de tener dos pollas para mí. Y además, ya estoy harta de tanta interrupción – y, dirigiéndose a Octavio añadió:

– Tú, ven para acá y continúa con lo que estabas haciendo.

Octavio se echó de inmediato sobre Cris y la besó en la boca, mientras sus manos se deslizaban muslos arriba buscando la mágica hendidura de su chocho, todo mojado tras la follada con Mikel. Este último se pajeaba viendo a la pareja, de igual modo que lo hacía yo desde mi escondite. Las caricias de Octavio en el sexo de mi esposa la incitaron con prontitud a querer ser follada de nuevo. Ella misma tomó la iniciativa, se incorporó y sin dejar de besar a Octavio, le sentó, le sacó la picha del pantalón y se acomodó sobre él, envainando la polla en su coño, esta vez más lentamente de cómo lo hizo con Mikel. Octavio puso sus manos en las nalgas de mi esposa y comenzó a follársela, subiendo y bajando el cuerpo de ella sobre él, aunque pronto la que impuso el ritmo fue ella misma.

Mikel se les acercó y arrimó la cara al trasero de mi mujer. No lo veía pero los movimientos indicaban que el tío le estaba chupeteando el ojete, sin duda preparándola para la posterior penetración. Cris gemía cada vez que hundía su cuerpo sobre la polla de Octavio, y solo paró cuando sintió la picha de Mikel abrirse paso en su ano. No era habitual entre nosotros hacer sexo anal, por lo que no fue fácil la penetración. Cris, por momentos, retrocedía al sentir el pollón del rubio individuo invadir su ano, hasta que por fin éste consiguió su objetivo y la ensartó por completo. A partir de ese momento mi esposa fue manejada a su antojo por los dos folladores en un polvo brutal de al menos diez minutos en el que los dos machos que la penetraban se movieron con una fuerza impresionante haciéndola gritar de puro gozo, hasta que le arrancaron el deseado orgasmo en medio de un chillido ronco y prolongado. Ambos mantuvieron el bombeo, hasta que Mikel pegó un empujón tremendo que dejó a Cris por completo emparedada entre los dos tíos, y se derramó en su culo, bufando como un salvaje.

Al salirse Mikel de mi esposa, ella aprovechó para despegarse de Octavio. Medio desfallecidos, ambos se sentaron, Cris junto a Octavio y Mikel en un pequeño sillón, algo más alejado de ellos. Octavio, sin dejar de masturbarse, esperó con paciencia que mi mujer se recuperara de su orgasmo. Después se incorporó y se puso frente a ella, con su cipote en pleno apogeo. Con evidente tono imperativo le indicó:

– Quiero que me la chupes.

– ¡Joder con vosotros, los tíos! Siempre queréis lo mismo. ¡Qué manía! – contestó ella, casi sin mirarle.

Cris aún no había visto lo que él le presentaba, aunque ya lo había tenido dentro de ella, una polla de tamaño similar a la de Mikel, pero más oscura de color e igualmente desprovista de vello alguno. Yo ya sabía que ella iba a aceptar de nuevo meterse en la boca la verga de otro tío. Había tenido una sesión de sexo intensa y Octavio merecía la recompensa por habérsela follado tan dignamente. Mirándole directamente a los ojos, añadió:

– ¡Está bien! ¡Vamos allá!

Se arrodilló y se encontró ante su cara con la picha de Octavio, babeante y dispuesta.

– ¡Vaya! ¡Qué tenemos aquí! Otra polla calvita. Debes ser una moda. Me gusta, es tan interesante y tentadora como la de Mikel.

Sin más miramientos agarró la polla del tío y empezó a lamerla en su totalidad, deteniéndose en particular en el capullo, todo impregnado de los líquidos de la follada anterior. Estaba claro que ya no le hacía ascos chupar una polla, y yo me sentí realmente idiota de no haber insistido nunca en que me lo hiciera.

Octavio tembló de gusto cuando Cris engulló la mayor parte de su instrumento, acariciándole los huevos con una mano y pajeándole con la otra, Aceleró mucho los movimientos, tenía ganas de acabar cuanto antes. Octavio, entre gemidos, ayudaba con los movimientos de su cadera y también él parecía tener ansia por correrse de una vez.

– Quiero correrme en tu cara – dijo él entre dos resoplidos, y a punto ya de soltar su leche.

Mi esposa se sacó la polla de la boca y mantuvo el ritmo de la masturbación, pero eso no debió ser tan gratificante para Octavio y la inminencia de su corrida pareció declinar. Cris, viendo que el hombre no acababa, le encaró:

– ¿Dónde está esa lefa que me tienes preparada? Vamos Octavio ¿No quieres dármela? Yo ya estoy lista para que me la sueltes en la cara. ¡Venga, córrete ya!

Tras esas palabras obscenas, que jamás había creído poder escuchar en Cris, ella agarró la polla de Octavio con las dos manos, imprimiendo un ritmo tremendo al meneo. Octavio no pudo aguantar más y se sujetó a los hombros de mi arrodillada esposa, junto antes de lanzar los resoplidos que anunciaban su orgasmo. Ella dirigió la punta hacia su cara y empezó a recibir el semen sobre ella, con varios chorros que la cruzaron por completo.

La verdad es que Cris maniobraba con mucha maestría para sacarle el semen a ese guaperas. Parecía saber muy bien cuando estirar y cuando soltar para recibir cada descarga de leche. A estas alturas, y viendo tanta destreza, estaba por completo convencido de que mi esposita sabía mucho más de prácticas sexuales de lo que yo mismo imaginaba, mostrándose dispuesta, ardiente y sabia.

Para terminar la faena Cris se dedicó a meterse entre los labios toda la leche que empapaba su cara, utilizando la propia verga de Octavio a modo de cuchara. Hasta ese momento había conseguido evitar mi propia eyaculación, pero ver a mi chica en tan morbosa tarea fue el premio definitivo a mi recién iniciada faceta de mirón. Me corrí por segunda vez, pringando las cortinas grises tras las que me ocultaba.

Cuando me asomé de nuevo, los dos hombres se mantenían sentados y sonrientes, recuperando el resuello. Cris no estaba, pero al poco apareció, urgiéndoles para que se fueran:

– Chicos, creo que debéis marcharos.

– Tienes razón – contestó Mikel, menos descompuesto que su amigo Octavio, añadiendo:

– Ha sido una pasada. ¿No podríamos repetirlo?

– No va a haber repetición. Lo he pasado de miedo, lo reconozco, pero aquí se acaba la historia, por lo menos con vosotros dos.

La seguridad en la contestación de Cris me llenó de un extraño orgullo, pero sus últimas palabras me dejaron una peculiar sensación de inquietud futura. Pero en ese momento tampoco quería pensar en ello.

Mikel y Octavio se despidieron de Cris, no sin antes propinarle un pequeño achuchón en el trasero, y se largaron. Al poco de marcharse ellos, también lo hizo ella.

Yo salí, aún temblando, de mi escondite, limpié como pude las manchas de semen que había dejado en el suelo y cortinas, y me dispuse a marcharme al club de tenis. Me sorprendió ver el paquete con el regalo de Mikel para su esposa. El muy cabrón se había ido tan contento, que se lo había olvidado allí. Pero lo que más me extrañó fue encontrar mis llaves del coche y mi cartera encima del paquete.

Lógicamente llegué al tenis tarde y aún confundido por todo lo que había pasado. Más tarde todavía, llegó un Octavio más que satisfecho, que además me tocó de contrincante en el partido. Por desgracia en más de una ocasión, al tenerle de frente, en vez de verle a él, lo único que veía era su polla escupiendo leche a la cara de Cris, lo que, a la vez que me excitaba, me enfurecía. Seguramente por eso volví a jugar fatal, pero me mostré lo más contundente que pude con la raqueta hasta que, con un derechazo brutal, le pegué un bolazo en sus partes que me dejó, por lo menos, parcialmente satisfecho.

Al regresar a casa, encontré a Cris, preparando la cena. Me recibió toda sonriente y me dijo, con aire de cachondeo:

– ¡Hombre, ya está aquí mi maridito cornudín! ¡Qué!, ¿estás ya más tranquilito? ¿Se te han quitado esos absurdos celos?

De primeras me dieron ganas de pegarle un par de tortas, pero al final reaccioné con una sonrisa y un besito en los labios, esperando que se hubiera lavado a conciencia la cara y la boca, y con unas increíbles ganas de echarle un polvo. Una vez acostados no me fue difícil constatar que ella tenía tantas ganas como yo. Por supuesto echamos no uno, sino dos, aunque siguiendo nuestras tradicionales pautas sexuales, menos abiertas a los juegos que ambos habíamos disfrutado esa tarde, ella de forma directa y yo de mirón.

Justo antes de dormirnos, al darme el beso de buenas noches, Cris me susurró al oído:

– Por cierto cariño, no te lo he preguntado, ¿Qué tal te lo has pasado esta tarde?

No sé si refería al tenis o a otra cosa. Volví a acordarme de mis llaves y mi cartera encima del paquete de Mikel, y me asaltó una gran duda.

 

FIN

Relato erótico: «Sorpresas de esposas» (POR MARIANO)

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Sin títuloSORPRESAS DE ESPOSAS

Sentado en la amplia butaca de cuero negro, aguardaba el comienzo de la habitual reunión de trabajo de los lunes. Los convocados a la reunión iban llegando poco a poco, la mayoría de ellos aún somnolientos y con las pocas ganas de hablar y sonreír que todos llevamos dentro el primer día laboral de la semana.

Apenas faltaba un minuto para las nueve de la mañana, hora de inicio de la sesión, cuando apareció Susana, con su pequeño maletín negro de piel y el mismo rostro de desgana que teníamos todos los demás allí presentes. Debo reconocer que la irrupción en la sala de Susana fue el primer momento agradable del día, y más aún cuando vi que se sentaba justo enfrente de mi posición, algo que me permitiría solazarme en contemplarla durante las tediosas e interminables charlas del director general.

El inicio de la reunión era inminente y comencé a ojear mis papeles de trabajo, notando que me faltaba la carpeta con los informes contables del último mes. Le pregunté a Antonio, mi colega de departamento, si los tenía él, pero su respuesta fue negativa, de modo que lo más probable era que me los hubiera dejado en la mesa del despacho. Antonio debió ver mi desgana de moverme y se ofreció a cogerla él mismo. Le dije que buscara por mi mesa y, en efecto, al poco rato volvió con ella en las manos, justo en el momento en que también entraba el director general, dispuesto a «amenizarnos» con su primera charla de la mañana.

Casi de inmediato dirigí mi mirada, siempre a hurtadillas, a la compañera de trabajo que tenía frente a mí. Susana llevaba un vestido de una pieza, de color rojo intenso, por encima de la rodilla, y con escote cuadrado, lo suficientemente bajo para dejar a la vista el canalillo del nacimiento de su buen par de tetas, y ahí fue donde me concentré durante la introducción verbal de nuestro jefe, imaginando mis dedos abriéndose paso en ese impecable desfiladero y luego mis manos coronando las dos montañas que lo bordeaban.

En realidad, físicamente, de Susana me gustaba todo, desde la cabeza a los pies. Una tía no demasiada alta, de pelo castaño oscuro, media melena con ligeras ondulaciones, ojos marrones color miel, nariz respingona, y una boquita de labios carnosos y dientes blanquísimos. Su rostro, sus piernas y los contornos de su cuerpo, normalmente embutido en trajes ajustados, marcaban unas curvas que reflejaban una enorme feminidad y la hacían de lo más deseable. Llevaba poco tiempo en la empresa, pero para mí se había convertido en algo obsesivo, aunque era consciente de la imposibilidad de acceder a ella, antes que nada por mis propias convicciones que me impedían serle infiel a mi esposa, pero también por su propia situación de casada y por comentarios hechos por ella en alguna ocasión, que no dejaban margen de dudas en cuanto a su conservadurismo cultural.

El caso es que buena parte de la reunión la pasé fantaseando en lo que haría con ella, y en varios momentos mi entrepierna se me sublevó sin poderlo evitar. La verdad es que Susana estaba ese día espectacular, o yo estaba más salido que de costumbre.

Ya en mi despacho, pasé el resto del día entre el trabajo cotidiano y las imágenes sugerentes de mi hermosa compañera de curro. Por eso, cuando ya casi no había nadie en la oficina, cerré la puerta de mi despacho, con el fin de hacerme tranquilamente una buena paja a su salud. En uno de los cajones de mi mesa tenía guardado un dvd muy especial, que me iba a servir para ponerme aún más a tono. Sin embargo, al abrir el cajón, vi que el dvd no estaba allí. Pensando que tal vez lo había guardado en otro lugar, comencé a rebuscar por el resto de los cajones y por la mesa, pero no hubo nada que hacer, el dvd había desaparecido.

El tema era preocupante, porque, como ya he dicho, el dvd era especial. Debo confesar que soy un fanático de los gang-bang, esas sesiones de sexo en los que una mujer se lo monta con varios hombre a la vez, y sobretodo con los finales de esas escenas, en los que, por lo general, los tíos se corren, uno tras otro, sobre la cara de la protagonista. Hacía unos meses que estaba suscrito a una página web dedicada al tema y me había descargado varios clips que, aunque tenía guardados en mi PC doméstico, también me los había salvado en un dvd que tenía en la oficina, para verlos en las muchas ocasiones en las que las curvas de mi compañera Susana me calentaban más de lo normal. Ese era el dvd que, extrañamente, había desaparecido, y la posibilidad de que alguien lo hubiera cogido, por ejemplo las chicas de la limpieza, me dejó bastante preocupado, lo suficiente como para olvidarme ya ese día de Susana y de mis intenciones masturbatorias, con ella como protagonista de mis fantasías.

Unos días más tarde, me encontraba con Antonio, tras salir del trabajo, tomando unas cervezas, cuando apareció por el bar Susana, esta vez con un traje de chaqueta y pantalón blanco tan elegante como sugerente. El pantalón era estrecho, y le marcaba perfectamente tanto el culo como la parte del pubis. Nos vio y se acercó a nosotros.

– Hola chicos, ¿qué? ¿Hablando de mujeres, supongo?

– Pues mira, no. Estábamos hablando de hombres.

Obviamente fue Antonio el que contestó. No es que a mí me diera corte hacerlo, de hecho alguna vez había conversado con Susana, incluso fuera del ambiente laboral, pero normalmente me incomodaba hacerlo, porque, sin poder evitarlo, no podía dejar de desnudarla con la mirada.

– ¿De hombres? Eso sí que es una novedad, ¿no os estaréis pasando a la otra acera? – y Susana rió la gracia que pretendía haber hecho.

– Pues mira, a lo mejor la idea no es tan mala, a las mujeres parece gustaros mucho eso de la homosexualidad.

– ¡Qué sabréis vosotros de mujeres! Si sólo os guía lo que lleváis debajo de los pantalones –

Susana estaba bastante socarrona, nunca la había visto conversar de ese modo, pero mi atención estaba puesta en la rajita que su ceñido pantalón marcaba a la altura de su coño. Antonio contestó de un modo sorprendente:

– Estábamos hablando del tamaño de las pollas de tus compañeros de trabajo ¿Te interesa el tema?

Era mentira, y no sabía a cuento de qué Antonio le había dicho semejante barbaridad. De hecho Susana parecía que iba a enfadarse, pero tras unos momentos de reflexión, debió pensar que era mejor seguir el juego y, sonriéndose, replicó:

– Para poder hablar de eso, debería verlas ¿No crees?

– Si es por eso, no hay problema, mañana te traigo un video en el que podrás ver unas cuantas, aunque no en erección, claro. El otro día les grabé a la salida de las duchas, después del partido de fútbol. ¿Sigue interesándote?

Susana puso entonces cara de asombro y se dirigió directa, y con ojos escrutadores, a mí:

– ¿Está hablando en serio? ¿Os ha grabado en bolas?

Eso sí era cierto; unos días antes, en plan de guasa, nos había grabado a varios de la oficina en las duchas, incluso antes de que nosotros mismos nos diéramos cuenta, según nos dijo después. Susana esperaba mi confirmación, y yo sólo pude decir un lacónico sí al que, ante la mirada de ella posada sobre mí, siguió un evidente enrojecimiento de mis mejillas acompañado de un nerviosismo incontrolable.

Yo, que no dejaba de desnudar a Susana en mi mente, me sentía ahora desnudado por ella, como si estuviera intentando adivinar la forma y tamaño de mi pene. Es evidente que tanto ella como Antonio, detectaron mi sonrojo, pero para mi suerte, tras unos momentos que se me hicieron interminables, ella soltó un «¡Bah!, no me lo puedo creer» y cambió de tema.

Había sido la primera vez, desde que conocía a Susana, que había mantenido una conversación sobre el tema del sexo, y la verdad es que yo no había salido muy bien parado. Antonio, obviamente, me preguntó después qué coño me había pasado, y no tuve más remedio que confesarle los efectos obsesivos que ella provocaba en mí, algo a lo que él, en todo caso, no pareció darle mucha importancia.

Un par de días después volvimos a coincidir en el bar los tres y otros compañeros, pero en esta ocasión además, se presentó mi esposa Natalia, algo que hacía de vez en cuando pues ella trabajaba relativamente cerca de mi oficina, pero nunca se había topado antes con Susana, a la que Antonio le presentó cuando llegó.

En el bar no pasó nada significativo, yo intenté no mirar en ningún momento a Susana, como intentando evitar levantar alguna sospecha en mi esposa sobre mi interés por ella, y creí haber salido indemne del paso. Pero en casa, mientras cenábamos, me preguntó de improviso:

– Oye, esa chica que me habéis presentado ¿es nueva en la oficina?

– No, lleva ya unos meses trabajando

– ¡Ah! ¿Cómo es que nunca me habías hablado de ella?

– Pues no sé, no habrá salido el tema.

– ¡Ya! Oye, es muy mona ¿verdad?

Esa pregunta, que en el fondo era totalmente inocente, me descolocó, haciéndome pensar que ella pudiera haber descubierto algo de lo que yo sentía por Susana, y tardé en responder, al tiempo que un ligero calor comenzaba a subirme por el cuerpo:

– Bueno, no es nada del otro mundo.

– Pues yo creo que una tía muy interesante – y, tras una pequeña pausa, Natalia añadió:

– ¿Sabes que en más de una ocasión la pillé mirándote?

Natalia me miraba fijamente, con la curiosidad propia de las mujeres, esperando una respuesta. Los calores fueron subiendo cada vez más, mientras, titubeando, contestaba:

– Pues no sé, no me he dado cuenta, será casualidad. –

Y me acordé del episodio en el bar y esa penetrante mirada suya que me acongojó. El calor se convirtió en sudor y, por más esfuerzos que hice por impedirlo, volví a sonrojarme, al igual que en aquel día. Natalia se percató, por supuesto, y me inquirió:

– ¿Qué te pasa? Estás colorado como un tomate. Parece que te incomoda que hablemos de … , ¿Como se llama? Susana ¿no? Ni que tuvieras algún rollo con ella.

En esos momentos habría querido desaparecer, la cosa se ponía cada vez peor e intenté zanjar el tema respondiendo del modo más enérgico y evasivo que pude:

– ¡Pero qué chorradas dices! Anda vamos a terminar de cenar y a relajarnos viendo la tele.

– Vale, muy bien, aunque creo que el único que se tiene que relajar eres tú – me contestó Natalia con una sonrisa que no me gustó un pimiento.

Y no volvimos a hablar en el resto de la velada, ni durante la cena ni después ante la televisión, mientras en mi interior maldecía mi falta de autocontrol y me preguntaba, con una sensación mucho más satisfactoria, si sería cierto lo que decía mi esposa y Susana demostraba algún interés por mí.

El sábado siguiente por la tarde, día en que mi esposa había salido de compras con su amiga Manoli, aproveché para ponerme ante el ordenador a revisar los clips pornográficos que me había bajado de internet, esos que misteriosamente me habían desaparecido de la mesa del despacho de mi oficina. Sobra decir que tras visionar unos cuantos de ellos, me había hecho una paja monumental con Susana como protagonista de mis fantasías.

Era ya muy tarde, casi las 11 de la noche cuando apareció mi esposa, con un peinado novedoso, una cola de caballo que recogía su abundante melena rubia y le daba un aspecto encantador. Realmente me pareció que estaba muy guapa y así se lo hice saber. Pero además la noté muy contenta y dicharachera, sin parar de hablar. Ya en la cama, pronto observé que esa alegría seguía presente en ella y que quería trasladarla a otros ámbitos. Pensé que tal vez había bebido algo más de la cuenta con su amiga, pero, pese a haberme hecho ya una paja antes, decidí darme un homenaje con ella, aprovechando esa extraña actitud de iniciativa que demostraba.

Natalia estaba realmente excitada, me besó en la boca con una voracidad desconocida y, al apartarse, su lengua siguió dándome lametones por el cuello y por el pecho. Le cogí la cabeza y la empujé hacia mi polla, esperando que mantuviera ese comportamiento apasionado que estaba demostrando. Chuparme la polla no era algo demasiado habitual en nuestros juegos amorosos, pero Natalia me siguió sorprendiendo cuando se metió toda mi verga y se concentró en lamerla y masturbarla con frenesí. Por suerte para mí, me había corrido hacía poco, lo que hizo que pudiera aguantar sus envites orales sin muchas dificultades. Viendo su inhabitual predisposición, me pareció que era un momento adecuado para hacer algo que siempre deseaba y que ella siempre intentaba evitar ¡chuparle el coño! No me lo pensé dos veces, con rapidez la puse tumbada sobre la cama, cuidando de que ella no soltara lo que tan golosamente se estaba comiendo, y me lancé a por su sexo, levantándole el camisón largo con el que suele dormir.

Pero ese parecía ser un día de sorpresas, porque en lugar de encontrarme con la abundante mata de pelo castaño que cubría su coño, me topé con la visión de su raja completamente depilada. Después del asombro inicial, mi primer impulso fue el de preguntarle qué diablos había pasado ahí, pero otro impulso, este irrefrenable, hizo que me detuviera a observar con atención el chocho de mi esposa, y es que nunca había disfrutado de algo así al natural, aparte de que los coños depilados nunca me habían llamado demasiado la atención. El de Natalia era abultado, con una raja muy larga y cerrada por unos labios mayores muy prominentes. Al abrirlos con mis dedos, apareció un interior muy enrojecido y mojado, mostrando la calentura que tenía Natalia en ese momento. No pude aguantar más y me dediqué a lamerlo por todas partes, hasta que, al llegar al clítoris, mi esposa comenzó a mover su pelvis de arriba abajo y después me cogió la cabeza con sus manos y la empujó hacia su sexo. Yo estaba ya anonadado ante el comportamiento de Natalia, pero a la vez encantado por ello, y con mi lengua recorriendo y presionando todo su sexo, hasta que tuvo un orgasmo bestial que me empapó por completo la cara. Era la primera vez que veía correrse a Natalia sin que hubiera penetración y pensé en seguir aprovechándome de la situación y estrenarme yo también en mi afán por llenarle por primera la voz la boca con mi semen, pero no me dio tiempo. Presa aún de esa excitación desconocida, ella invirtió nuestras posiciones y se montó sobre mi polla, adoptando la postura con la que habitualmente nos corríamos cuando follábamos. Y no tardamos ni medio minuto en venirnos los dos, ella por segunda vez en apenas unos minutos, aumentando aún más si cabe, las sorpresas que me estaba deparando esa noche.

Por supuesto que en la posterior tranquilidad le pregunté qué le había pasado, a lo que sólo me contestó que había bebido un extraño potingue en casa de su amiga Manoli y que ésta le había convencido de intentar sorprenderme, afeitándose el sexo. Con un mohín me pidió opinión y no tuve más remedio que decirle que estaba muy bien, que había sido todo muy excitante y que habría que repetirlo.

El lunes siguiente, mientras tomábamos un café, mi compañero Antonio sacó de nuevo el tema de Susana.

– ¿Qué? ¿Se te va pasando la calentura por Susana? – me preguntó con sorna.

– ¡Qué va! Hasta cuando hago el amor con Natalia, me imagino que me la estoy follando a ella. Es superior a mí.

– ¿Y por qué no haces algo para intentar tirártela? A lo mejor tienes posibilidades.

No quise contestar, ni se me pasaba por la mente abordarla. Si sólo hablar con ella me producía cada vez más turbación, ¿cómo iba a intentar llevármela a la cama? Ya no era sólo mi propio concepto de la fidelidad, sino que me sentía incapaz de hacerle cualquier tipo de propuesta, de la que seguramente saldría mal parado, y con calabazas.

Antonio me dijo entonces algo inesperado:

– ¿Sabes que al final Susana ha visto el video que grabé en las duchas?

– ¡No me jodas! – le dije convencido de que me tomaba el pelo.

– En serio; se lo volví a proponer, de cachondeo, el día siguiente y aceptó. Se vino a mi casa y le enseñé la grabación. Os vio a todos en pelotas y te aseguro que le gustó más de lo que yo mismo podía imaginar.

– ¿La visteis en tu casa? – Un estúpido sentimiento de celos me asaltó.

– Pues sí, estuvimos casi toda la tarde y hablamos largo y tendido de muchas cosas. Ojalá hubieras estado también tú, ahora la conocerías tan bien como yo.

No quise seguir hablando del asunto. Antonio estaba divorciado y vivía sólo. Que Susana hubiese estado en su casa, sola con él, y los comentarios que él me estaba haciendo, me dieron pie a pensar en que, tal vez, hubieran hecho algo más que hablar. Y aunque era improbable, me jodía muchísimo pensar que Antonio se la hubiera follado allí mismo, mientras yo apenas podía mirar a Susana a los ojos sin enrojecer.

Por la tarde, al volver del baño, encontré en mi mesa de trabajo un papel en el que sólo ponía «www.guarronas.es». Intrigado, lo guardé en mi cartera. No tenía ni idea de quien podía ser el autor de la misiva, pero pronto me acordé de mi desaparecido dvd porno, convenciéndome de que, con seguridad, alguien de la oficina, ya debía conocer mis aficiones prohibidas.

Esa misma noche, mientras Natalia veía la tele, con la cautela que requería el momento, busqué en Internet la página que alguien me había misteriosamente «recomendado». Evidentemente se trataba de una página porno, como las miles que hay en la red, en la que se hacía hincapié en que era una página nueva, en desarrollo, y en el hecho de que las protagonistas eran españolas. No daba más indicaciones específicas de su contenido, requiriendo un pago mensual de 10 euros para acceder a éste. La verdad es que no me atraía demasiado seguir adelante, al no saber de qué iba la cosa, pero el morbillo de que las chicas fueran compatriotas mías y el bajo coste de acceso, me hicieron claudicar y realicé los pasos necesarios para poder acceder al interior de la web.

Una vez dentro, fui directo a la sección de videos, en la que sólo colgaban tres videoclips. Manteniéndome muy pendiente de los movimientos de Natalia, para evitar ser descubierto, visualicé el primero, un clip de apenas 10 minutos de duración, muy normalito, que trataba sobre un polvo de una pareja. El segundo era similar, aunque algo más largo y de una calidad muy buena. Mientras se abría el tercero, ya comenzaba a arrepentirme de haber pagado los 10 euros, cuando, al comenzar a visualizarse, me quedé atónito ante la pantalla. La mujer que aparecía, trabajando en una mesa de escritorio, era ¡Susana!, mi compañera de trabajo y oscuro secreto de mis deseos. No me dio tiempo a ver más, pues mi mujer se acercaba a dormir, y tuve que cerrar, a toda leche, el Media Player y la página guarra, quedándome con un mosqueo de aúpa por la inoportuna aparición de Natalia, y por haber sido tan gilipollas de haber puesto mi PC en nuestro propio dormitorio, algo que yo mismo había decidido unos meses antes, en desacuerdo con mi propia esposa.

Por supuesto que esa noche apenas pude dormir, no paraba de pensar en ese clip y en su contenido que, obviamente, tenía que ser porno, y cuya protagonista era nada menos que la mujer de mis fantasías masturbatorias, mi propia compañera de trabajo. Era tal el come-come que tenía dentro, que estuve tentado, a eso de las 4 de la madrugada, de arriesgarme y encender el ordenador, confiando en que Natalia no se despertara, pero venció el sentido común y preferí aguantar las ganas hasta el día siguiente, habiendo ya decidido que esa mañana no iría a trabajar a primera hora.

Por la mañana, y atacado por la ansiedad, aguardé el lentísimo paso del tiempo hasta que Natalia se despidió para irse a su trabajo. Por fin estaba solo en casa y en total libertad para ver a mis anchas ¡un video porno de Susana! Aún no me lo podía creer y mi nerviosismo se hizo insufrible durante los casi 10 minutos que tardó el fichero en descargarse en el ordenador, hasta que por fin llegó el momento. Me senté ante la pantalla, con los pantalones bajados, y mi polla ya medio erecta, sólo imaginándome lo que se avecinaba.

La reproducción iniciaba con Susana escribiendo en una mesa de oficina. Llevaba una camisa blanca, que dejaba transparentar el sujetador, e iba impecablemente arreglada y pintada, muy guapa. El video era sin duda de calidad. En eso entró al despacho un hombre algo gordo, vistiendo un mono de trabajo azul marino, y, sin decir palabra, se puso a limpiar y recoger. Ya vi claro que la historia iba a consistir en el típico polvo de la ejecutiva con el mozo de limpieza, nada espectacular si no fuera porque la protagonista era ni más ni menos que Susana y, para mí, eso era más que suficiente.

La sorpresa vino de inmediato, al entrar en el despacho otro hombre, mucho más joven, vestido de igual modo que el anterior. Ahora sí que la cosa prometía, con dos tíos junto a ella. Cuando uno de ellos se agachó para recoger la papelera que estaba debajo de la mesa de Susana, comenzó la auténtica acción. Ella abrió sus piernas lo suficiente para dejar ver sus bragas blancas de encaje, tanto al afortunado operario como al afortunado cerdo que ya se empezaba a masturbar ante el ordenador. El hombre, el más joven de los dos, se fue directo a la entrepierna y sin mucho más preámbulo, tras acariciar el interior de sus muslos, echó a un lado la braguita, mostrando por breves instantes un pequeño mechón de pelo negro que cubría la raja de su coño, para enseguida meter su boca en él, tapándome así la sugerente visión que esperaba.

La cámara volvió entonces al rostro de Susana que, con los ojos cerrados y jadeando de un modo muy erótico, expresaba el placer que debía estar sintiendo mientras le comían el chochito.

Al alejarse el enfoque, fue apareciendo por detrás el otro hombre, apretando con sus manos las tetas, ya desnudas de la mujer. Me pareció que todo iba muy deprisa, apenas había tenido tiempo de deleitarme con la aparición de las zonas desnudas de Susana, pero mi polla seguía encantada con el desarrollo de los acontecimientos. Unos magreos más, y Susana apareció completamente desnuda y arrodillada, a merced de los dos hombres que le mostraban sus vergas tiesas para que se las chupara.

Era curioso, tenía a mi musa erótica ahí, en bolas, chupando alternativamente las pollas de dos individuos, enseñando y confirmando la voluptuosidad de su cuerpo, y sin embargo, en esos momentos, la escena no terminaba de excitarme como había imaginado unas horas antes. Más bien me molestaba el hecho de que esos dos pájaros tuvieran la suerte de estar allí, beneficiándose de ella, mientras que yo apenas podía dirigirme a ella. Sin embargo la posterior penetración que le dispensaron los dos tíos, uno detrás del otro, fue lo suficientemente espectacular para olvidarme de tales pensamientos y me dispuse a disfrutar del momento final de la fiesta cuando ambos comenzaron a meneársela junto a su cara, mientras ella permanecía tumbada boca arriba en un sofá del despacho, después de haber sido follada con violencia por ambos.

Esperaba que ambos se corrieran en su cara, pero ni eso sucedió, los dos lo hicieron en sus tetas, mientras ella sonreía lascivamente y se esparcía por los pechos y abdomen el semen recibido.

Pese a estar bastante decepcionado, tenía unas ganas enormes de aliviar la tensión acumulada en esas últimas horas, de modo que atrasé la acción al momento en que los dos hombres se corrían sobre ella, escena ante la que yo hice lo mismo, manchando el suelo y algo más. Después de mi orgasmo, en la pantalla aparecían los últimos momentos del video clip y una imagen final, anunciando a la protagonista del siguiente videoclip, que, curiosamente, se llamaba Natalia, como mi mujer, y que sería colgado en unos quince días.

Después me fui al trabajo, confuso, algo desalentado y con la intención de evitar como fuera a Susana, después de lo que había visto. Las palabras de Antonio y de mi propia esposa Natalia, la actuación pornográfica de Susana, el papelito en la mesa de mi despacho invitándome a verla, que estaba ya convencido que me había dejado ella misma, todas eran pistas demasiado claras incitándome a abordarla y llevármela a la cama, algo que desde luego deseaba hacer, pero me asustaba la posibilidad de ser infiel a mi esposa y, sobretodo, de no estar a la altura de las circunstancias si llegaba a atreverme.

Pensé en hablar del tema con Antonio, de explicarle lo que me había pasado y pedirle opinión, pero me jodía mucho que me confirmara que él ya se la había follado también, el día que Susana estuvo en su casa viendo las famosas fotos de nuestros desnudos. Al final me callé y conseguí pasar los siguientes días sin verla en directo, aunque desde luego lo que sí hice fue contemplarla de nuevo a través del ordenador.

Sin embargo las sorpresas no se pararon ahí. De nuevo una tarde, antes de dejar la oficina, encontré en el cajón un DVD. Estaba en el mismo cajón en el que recordaba haber dejado el que días antes me había desaparecido y la cubierta exterior era idéntica a la del DVD volatizado, de modo que tuve la intuición de que era el mismo. Lo inserté en el PC comprobando que, efectivamente, era así, tenía los clips que en su día me había bajado de Internet, todos ellos bien numerados. Pero había un fichero más, no demasiado extenso, que no reconocía como uno de los míos.

Intrigado lo abrí encontrándome con uno de esos trailers de rápidas y sucesivas imágenes que anuncian la existencia de un clip más extenso. Eran escenas de un hombre y una mujer follando en varias posturas, y una escena final en la que ella aparecía sentada en un sillón con la polla del tío a escasos centímetros de su cara y él meneándosela a toda velocidad, próximo a correrse. Y fue esa escena final, la que me dejó completamente paralizado. Era la única de todas las imágenes en la que a la mujer se le veía la cara, y, pese a la rapidez con la que la misma se reprodujo en el PC, me di cuenta, atónito, de que la protagonista era Natalia, mi mujer. Repasé las imágenes de nuevo y pude comprobar, ya con más detenimiento, que el cuerpo femenino que allí aparecía era, efectivamente, el de mi esposa. En ese momento me quise morir, aturdido, sin entender nada de nada, sin comprender cómo era posible que mi esposa me hubiera puesto los cuernos y que encima estuviese todo grabado. Saqué el dvd y apagué el PC.

Regresé a casa, sin saber aun como enfrentarme a Natalia y a la situación que estaba viviendo. Durante todo el camino estuve pensando en todo lo que iba a decirle, en exigirle explicaciones y en las consecuencias futuras. Luego empecé a cavilar sobre el hecho de que ese clip, añadido a los míos, hubiera aparecido en el cajón de mi despacho. ¿Cómo había llegado allí? ¿Quién lo había puesto? Todo era confusión pura.

Contrariamente a lo que pensaba, luego fui incapaz de decirle nada a Natalia. Mientras cenábamos, seguía sin saber como afrontar el tema. Natalia me parecía odiosa, pero a la vez más atractiva que nunca, con esa larga melena rubia, esos ojazos verdes y un cuerpo también muy femenino. Mientras la observaba me acordaba de las cortas escenas de sexo explícito que había visto esa tarde, y comencé a tener unas ganas locas de volver a verlas, mientras mi polla comenzaba a dar síntomas de una erección que se fue haciendo cada vez más incontrolable. Ella estaba como si nada, y eso me confundía aun más.

Esa noche conseguí unos momentos libres, mientas Natalia se duchaba, para poder visualizar de nuevo las imágenes en el PC. Sin poder evitarlo, me excitaban, a la vez que comenzaba a molestarme el que fueran tan rápidas y cortas. Pero lo peor empezó a ser la última escena, esa en la que el tío que se la había follado parecía que le iba a escupir la leche en la cara. Me sacudía una urgencia terrible de saber que coño había pasado al final y, especialmente, de ver esa presumible corrida, de esas que a mí tanto me gustaba observar. Pero no sabía como diablos podía conseguirlo, sin preguntárselo a ella misma, algo que en esos momentos ni me planteaba hacer. Repetí las imágenes varias veces más, cada vez más trempado y ansioso, hasta que ella salió de la ducha y tuve que interrumpirlo todo, yéndome a la cama totalmente desasosegado.

Nada cambió el día siguiente, salvo la creciente excitación que me aparecía cada vez, y eran muchas, que recordaba a mi esposa follando con el desconocido e imaginaba el posible final de su sesión de sexo.

Por la tarde pensé en hacerme una buena paja, a ver si así se me bajaban los calores, y utilicé para ello el clip de Susana, aunque en esos momentos, ella me llamaba mucho menos la atención que días antes.

Cuando al final del video vi de nuevo anunciada a la siguiente protagonista, Natalia, una chispa brilló en ni cabeza ¿Y si esa Natalia fuera mi esposa? Bien mirado, la cosa tenía su lógica, el papel con la dirección de Internet porno, el DVD con el miniclip de mi esposa. Todo tenía que ser obra de la misma persona, probablemente de Susana, No terminaba de entender la relación de ella con mi esposa, pero recordaba también aquella noche en la que Natalia me interrogó sobre mi compañera de oficina.

Lo interesante era que se me abría una posibilidad de poder ver el video entero de mi esposa. Quince días para la actualización, se anunciaba en la web, pero tampoco sabía desde cuando estaba colgado el clip de Susana, de modo que el siguiente podía aparecer en cualquier momento. La ansiedad afloró de nuevo, y con más fuerza que nunca, hasta que tres días después, un viernes por la tarde, entré en la página porno, algo que hacía ya cada media hora o menos, y allí estaba esa última actualización, remarcada con una inocente foto de mi esposa Natalia.

Me estremecí de gusto, al fin iba a ver que había pasado en su totalidad entre mi esposa y su compañero sexual. Mi polla creció al compás de mi propio nerviosismo y dudé en descargarme allí mismo el clip, pero no tenía modo de grabármelo en un CD en la oficina. Podía visualizarlo allí mismo, pero la ocasión requería la calma y tranquilidad que me daba mi propio hogar, máxime cuando hasta las 8 de la tarde mi mujer no volvía a casa del trabajo.

Ya en casa, tras una descarga eterna, hay que ver lo despacio que subía eso del porcentaje completado, grabé el archivo de video en un CD, ya listo para su visualización. Sentado en mi sillón ante el gran televisor del salón, con el mando del DVD en mi mano izquierda y mi polla, ya al aire, en la derecha, pulsé el play esperando impaciente la reproducción del video.

En el inicio, mi esposa aparecía asomada a una ventana, mirando a la campiña, vestida con un traje verde de una sola pieza y largo hasta casi los tobillos, no demasiado erótico la verdad. Un nuevo enfoque, ahora a su espalda, recogía la entrada de un hombre alto y moreno, también de espaldas, aproximándose a ella. Al alcanzarla, la agarró por las caderas, besándole el cuello.

La cámara se recreaba en los movimientos de las manos del hombre sobre el vestido de ella, acariciando la espalda de arriba a abajo hasta alcanzar las nalgas. Las manoseó y luego el tío se agachó, se metió por debajo del vestido y subió de nuevo. Una imagen rápida del rostro de Natalia, expresaba el placer que debía empezar a sentir.

Mi esposa se fue girando hasta dejar al hombre, siempre cubierto por la falda del vestido, frente a su pubis. Ella misma se fue subiendo el vestido, reapareciendo el amante con sus manos sobre el culo de ella y el rostro inmerso en la mata de pelos castaños que adornaba su coño. Al ver su peludo coño caí en la cuenta de que debía hacer ya un tiempo que se había grabado ese video, pues ella llevaba ya varios días con su sexo totalmente depilado. Esas imágenes no las había visto en el pequeño trailer que ya conocía, y no eran demasiado explicitas, aunque era evidente que el hombre le estaba comiendo el sexo, y Natalia lo disfrutaba, mientras pugnaba con su manos en hundir la cabeza de él dentro de su coño.

El hombre se incorporó poco después y le sacó el vestido por la cabeza, dejándola completamente desnuda y dispuesta para él. La cámara se recreó un buen rato con el desnudo de Natalia y con las expresiones de su rostro, mientras miraba con aparente impaciencia y deseo a su inminente follador, impaciencia que yo mismo compartía, saboreando, casi sin pensarlo, esa morbosa excitación que produce la infidelidad femenina en muchos hombres. El plano fue abriéndose hasta aparecer de nuevo él, siempre de espaldas y ya totalmente desnudo, ante mi esposa. Ella se giró, dándole la espalda, se apoyó en la ventana y, sin dejar de mirarle, aguardó a que él la cogiera por detrás. La penetración fue bastante brutal desde el inicio, tanto como el vaivén posterior de él, follándosela con fuerza y velocidad, mientras sus manos aferraban los pechos de Natalia y los masajeaba sin tregua. Ese momento era el primero que había visto en el trailer, al que siguieron otras tres posiciones más en las que el tío se la folló con idéntico ímpetu. Obviamente mi mano derecha se movía también en una masturbación lenta y cuidadosa.

Era excitante ver como la bien dotada polla de ese hombre atacaba una y otra vez el coño de mi esposa, a la que empezaba a ver más como a una actriz porno que como a la mujer que me estaba poniendo los cuernos sin compasión. Por ese motivo, empecé a tener unas ganas enormes de ver, por fin, como acababa la cosa. Hasta que Natalia empezó a gritar de una manera brutal, con la misma intensidad con la que lo hace cuando se corre haciendo el amor conmigo. O fingía muy bien o estaba realmente teniendo un orgasmo, y eso me descolocó, dejé de verla como una pornstar y fui consciente de que realmente estaba disfrutando con ese tío al que yo no conocía de nada, pero ella quizás debía conocer bien.

Y aunque empecé a sentirme algo dolido, mi verga demostraba lo contrario y pedía más. El ya no la cabalgaba, la dejaba recuperarse del orgasmo que había conseguido sacarle y acercó su boca a la de ella para besarla. El plano fue acercándose lentamente para enfocar ese beso, y conforme lo hacía no sólo me di cuenta de que era un beso con lengua en toda la regla, sino que al ir apareciendo ante mis ojos el rostro del amante de mi esposa, dejó de serme desconocido. Era Antonio, mi compañero de trabajo, el que se estaba tirando a mi esposa. Tan estupefacto me quedé, que hasta mi pene comenzó a desinflarse, pero el video seguía y Antonio, incorporándose de nuevo, se la meneaba muy cerca del rostro de mi esposa, preparando su propia corrida, mientras Natalia, expectante, le miraba a los ojos. La caliente escena me sacó del estupor y volví a excitarme ante la inminente eyaculación de mi colega de trabajo, cuando, de repente, una voz en off dijo «OK» y Antonio se retiró sin más, dejando a Natalia sola ante la cámara, y a mí con unos sentimientos de decepción e incomprensión mayúsculos.

Puse en pausa el dvd, que ya no tenía nada que ofrecerme, pues la escena de sexo había terminado y lo único que había conseguido era saber que tenía unos buenos cuernos en mi cabeza. Ni tan siquiera Antonio había llegado a correrse, por lo que como video pornográfico había quedado ciertamente pobre, mucho más que el de la mismísima Susana.

Iba a sacar el dvd cuando me percaté de que la barrita de duración del clip no llegaba aún a la mitad de su recorrido. Habían transcurrido unos 15 minutos más o menos, por lo que supuse que deberían quedar otros 20, o así. Mi corazón dio un vuelco. O había un error en la reproducción, o faltaban aún bastantes cosas por ver.

Puse de nuevo en marcha el dvd y la voz en off comenzó a a preguntar a Natalia detalles personales, nombre, edad, etc. Luego formuló una pregunta clave:

– ¿Por qué has querido hacer este video?

Natalia se sonrió, mientras yo aguardaba, impaciente, que su respuesta pudiera aclarar las miles de dudas que tenía. Entonces ella contestó:

– A mi marido le gusta ver videos pornográficos. Pensé que podía ser una buena idea darle una sorpresa ofreciéndole este.

– ¿Y qué tipo de videos le gustan a tu esposo?

– Bueno, parece ser que aquellos en los que una tía se lo monta con varios hombre a la vez – contestó Natalia, tras dudar unos instantes.

¿Cómo podía saber ella eso? Empecé a convencerme de que tal vez no estaba siendo Susana, sino Antonio, o ambos, los causantes de todo lo que me estaba pasando últimamente y los que se había chivado a Natalia sobre mi adicción porno.

– ¿Quieres seguir? – preguntó la voz en off, añadiendo – ¡Venga, adelante!, así la sorpresa será completa.

Sí, desde luego – contestó Natalia, tras pensçarselo unos instantes.

– Bien, vamos a cambiar un poquito tu aspecto.

Y la imagen se difuminó por unos instantes, dejando la pantalla en negro. Después Natalia reapareció, ahora con el pelo recogido en una cola de caballo, que me resultaba familiar, y una vestimenta más propia de chica de colegio que de la mujer de 40 años que ella tenía.

– ¡Mira allí! – volvió a sonar la voz en off, dirigiéndose a mi esposa.

Natalia giró su mirada hacia una puerta y, por ella, comenzaron a pasar uno, dos, tres, ……. hasta siete individuos, todos desnudos, con las pollas semierectas y de distintas condiciones y aspectos. Tras un pequeño desfile todos acabaron puestos en fila, junto a una de las paredes de le estancia.

Natalia no llegó a responder, miró a los siete hombres que se tocaban sus penes a escasa distancia de ella, y se acercó al que estaba más cerca de la puerta por la que habían entrado. Se agachó y, con más decisión de la que yo podía esperar, le cogió el rabo y se lo metió en la boca, chupándole y masturbándole, mientras él se exclamaba suavemente. Fue cambiando de hombre, aplicando a cada uno de ellos la misma táctica o una similar, desde luego lo suficientemente atractiva y bien trabajada para que todos ellos acabaran con sus pollas completamente erectas. Después fueron ellos los que se ocuparon de mi mujer, la fueron tocando y manoseando por todas partes, desnudándola sin piedad, e insistiendo con sus caricias en las zonas que quedaban al descubierto. Cuando uno de ellos le bajó unas minúsculas braguitas blancas que llevaba, pude contemplar que su coño, ahora aparecía sin un solo asomo de vello, lo que no hizo sino confirmarme que había sido aquella tarde, en la que yo creí que ella estaba con su amiga Manoli, cuando había participado en esa sorprendente sesión porno.

Una vez desnudada, los tíos se la fueron rifando e intercambiando, primero para besarla por todas partes y luego para meter de nuevo sus pollas en la boca de Natalia. Pero ahora no se limitaban a dejarse chupar por ella, sino que eran ellos los que llevaban la voz cantante, intentando y consiguiendo follarla entre los labios con movimientos duros y enérgicos para meter sus vergas lo máximo posible en su interior, Mi mujer tragaba y tragaba, mezclando sus gemidos ahogados, por tener la boca ocupada, con las palabras soeces y exclamaciones de placer de ellos,

Lo que vino después fue lo típico de las escenas de gang bang que tanto me gustaban, Un hombre se sentó en el sofá, con la polla apuntando al cielo, y los demás llevaron en volandas a Natalia sobre él, facilitando que el tío la penetrara por el chocho y empezara a follarla despacio, preparando el terreno para que otro de ellos se acercara a su trasero expuesto y, sin demasiados problemas, le fuera metiendo también su estaca. Me extrañó la facilidad con la que Natalia fue enculada, sin apenas preparación, a no ser que en el descanso de la sesión le hubieron hecho algo más que depilarle el coño y vestirle de colegiala. Para completar la faena otros dos tíos se pusieron de pie sobre el sofá, a ambos lados de Natalia, masturbándose o llenándole la boca con sus rabos.

Durante un buen rato los siete individuos fueron rotando, hasta que consiguieron arrancar de nuevo un orgasmo a Natalia, que tuvo que soltar la verga que tenía en la boca, para poder gritar a gusto mientas se corría.

Mi polla estaba a todo meter, siete hombres se habían follado a Natalia por todos sus agujeros, y siete hombres tenían ahora que culminar sus propios orgasmos. Paré el video, viendo que apenas quedaban unos cuatro minutos de clip, y me preparé para lo que esperaba fuese un desenlace genial, imaginándome a mi esposa con su cara llena de semen, después de que los tíos se hubieran corrido sobre ella,

Al poner en marcha de nuevo el dvd observé que dos tíos seguían penetrándola por el culo y el coño y ambos fueron los primeros en correrse, echando su esperma fuera de ambos orificios. Fue una decepción, pero aún quedaban cinco más, y dos ellos se masturbaban en ese momento frente a su rostro a punto de venirse también. Ambos lo hicieron, gimiendo de gusto, uno de ellos echando una buena cantidad de leche sobre el pecho de Natalia y el otro con una escasa eyaculación que ni llegó a tocar la cara de mi mujer. Empecé a pensar que todas mis esperanzas se iban a desvanecer, con sólo tres individuos sin correrse aún.

Uno de ellos, gordo y velludo, se puso de pie sobre el sofá, frente a la cámara, con las piernas a ambos lado de la cabeza de mi chica. Se empezó a masturbar sobre su frente, anunciando, o eso creía yo, el cumplimento de mi más ardiente deseo, cuando mi esposa echó la cabeza hacia atrás y se puso a lamerle los huevos, dejando a la polla amenazante fuera del alcance de su cara. El bajó un poco más sus piernas y adelantó su cuerpo dejando que la lengua de Natalia resbalara desde los testículos a su abertura anal. Sorprendentemente Natalia, siguió chupando, afanándose en lamer ese peludo ojete y provocando que el hombre, se deshiciera de gusto, hasta que se corrió también, con una eyaculación muy viscosa que fue brotando de la punta de su verga y deslizándose por toda ella y luego por los huevos, hasta alcanzar e inundar el hoyo en el que la lengua de Natalia seguía nadando, esmerándose en chupar y besar. La cámara implacable, fue siguiendo el recorrido de ese reguero de semen y las maniobras e la lengua de Natalia en ese pequeño lago de leche en que se había convertido el ano del individuo.

Cuando el hombre se retiró, Natalia se relamía, mostrando una expresión de vicio que jamás había visto antes, justo cuando otro de los tíos le agarraba la cabeza con una mano mientras que con la otra se pajeaba justo frente a su cara, en clara actitud de impedirle que se moviera mientras él se estuviera corriendo., Y por fin, lo que tanto deseaba, sucedió. El tío soltó una tras otros unos fuertes y abundantes chorros de leche que impactaron en el rostro de Natalia cubriéndolo en su casi totalidad. No había casi terminado de correrse cuando el último de los participantes a esa orgía, también dirigió su eyaculación con precisión a la cara de mi mujer, siendo casi tan abundante como la anterior,

Tapada por el semen Natalia apenas podía abrir los ojos, mientras yo hacía esfuerzos sobrehumanos para no correrme, viendo la leche resbalar por sus mejillas, Entonces un octavo individuo, que no sé de donde salía , acercó su verga a la boca de Natalia y ella la engulló al instante. El hombre le folló la boca un rato y se apretó a ella lo más que pudo hasta que, jadeante y con un notable número de contracciones, se vació en la boca de Natalia.

Una vez satisfecho, retiró su polla de tan encantador y húmedo aposento. La cámara enfocó entonces la cara de satisfacción de Antonio, el octavo hombre, que se había corrido en la boca de mi esposa y de quien yo ya ni me acordaba, después de haber protagonizado la primera parte del video.

La cámara regresó a Natalia que mostraba su boca cerrada e inflada y la cara chorreante de semen. Ella hizo un ademán, como preguntando qué debía hacer y finalmente abrió la boca para mostrar el espeso contenido que le había escupido Antonio, antes de tragarse toda la lefa que allí había, reflejando tan solo una ligera arcada al hacerlo,

La voz en off le preguntó si estaba bien, ella contestó afirmativamente, y el video terminó, mostrando el rostro empapado de mi querida mujer, y con la voz en off despidiéndose de ella y diciéndole que esperaba que el video le gustara a su marido.

Y sí, desde luego el video había finalmente colmado todas mis expectativas. Deslicé la barra de tiempo unos fotogramas atrás, justo antes de las dos abundante eyaculaciones faciales, dispuesto a terminar yo también esa increíble sesión, y en eso estaba cuando, de repente, apareció ante mí Natalia, totalmente desnuda, y se metió mi verga en su boca, sustituyendo mi mano por sus labios, para pajearme a gusto.

Ya ni la sorprendente aparición de mi esposa me asustó, mi única pretensión en ese momento era correrme, y Natalia parecía estar totalmente dispuesta a ayudarme a ello. Y lo hizo; mientras el potente eyaculador comenzaba en la pantalla a llenar la cara de mi esposa de semen, yo le llené de un modo salvaje la boca, en la mejor corrida, sin duda, de mi vida, que por unos momentos me dejó totalmente satisfecho y sin ganas de pensar en otra cosa que no fuera lo que acababa de sentir.

Sin embargo después de esos momentos de éxtasis, mi mente volvió a funcionar al margen de mi polla, que por cierto saqué de la boca de mi querida esposa quien ya se lo había tragado todo. Y obviamente comenzaron a asaltarme miles de preguntas, algunas cuya contestación ya sabía o intuía, pero quería escucharlas de boca de mi mujer.

Era difícil saber por donde empezar, así que mi primera pregunta fue de lo más simple:

– ¿Qué ha sido todo esto?

– Bueno, creo que ya lo sabes. Quería darte una sorpresa. Antonio me habló un día de tus aficiones por los videos pornos y decidí obsequiarte con uno muy especial.

A pregunta simple, respuesta simple, claro. Y Natalia me acariciaba la polla, ya absolutamente reposada.

– Pero una cosa son mis aficiones y otra que tu hayas participado en una …. orgía como esa, y que me hayas sido infiel de un modo tan cruel. – le contesté con firmeza.

– Oye, oye, ¿Y tú que? ¿Tú sí puedes participar en algo así y yo no? – me dijo mi mujer, soltando lo que tenía entre sus manos y dejándome perplejo.

– ¿Qué yo qué? Yo nunca he participado en algo así. No sería siquiera capaz de ponerme ante una cámara, mucho menos de ponerte los cuernos.

– ¡Y un huevo que no! – replicó Natalia, como muy segura de lo que decía – Y el video ese con tu querida compañera de curro, con Susana ¿Qué es? ¿Una escena de novela rosa?

– ¿Con Susana? ¿Yo? ¿De qué coño me estás hablando? ¿Qué video es ese? – mi estupor crecía a la par que la seguridad que mi propia esposa parecía tener en sus afirmaciones, por muy falsas que éstas fueran.

– Me lo enseñó Antonio. Ahí estabas, desnudito, en las duchas, con otros del curro, mientras ella os miraba embelesada. ¿O vas a decir qué no? Si se te cae la baba con ella, me ha dicho Antonio, y creo que tiene razón, viendo lo colorado que te pusiste aquella noche en la que hablamos de ella.

Empecé a entender cada vez mejor todo lo que había pasado. Evidentemente Antonio había debido enseñarle a Natalia un video trucado, mezclando imágenes o qué sé yo. La respuesta salió instintiva, diciendo cosas que tal vez no debía decir.

– Puede que Susana me atraiga, pero lo del video…. Eso es mentira, no sé qué te ha enseñado Antonio, pero te ha engañado seguro. ¿Puedes asegurar que fuera yo alguno de los que se follaban a Susana?

– ¡Ah! ¿Cómo sabes que se la follaban? O sea que conoces el video ¿no? Y Susana te atrae ¿verdad? – Natalia me había cazado del todo, ya no podía disimular salvo en lo de mi participación directa en tener sexo con ella.

– Vale, ya te he dicho que me atrae, pero jamás he tenido rollo alguno con ella. Lo del video no es verdad ¿cómo te has dejado engañar?

Mi esposa estuvo un rato pensativa, antes de hablar:

– No sé – contestó finalmente, con un mohín – A lo mejor quería creerlo. Confidencia por confidencia, a mí tu compañero Antonio también me atrae. El me ofrecía la oportunidad de venganza y …. Bueno, no quería desperdiciar una oportunidad así.

En ese momento me dieron ganas de matarla a la cabrona. O sea, que en el fondo ella estaba deseando tirarse a mi compañero, incluso siendo capaz de participar en una orgía de esas dimensiones. Buff, esa no era la Natalia que yo creía conocer, desde luego. Pero las mujeres casi siempre saben como manejarnos. Basta que te agarren la verga y se la metan en la boca, tal y como de nuevo me estaba haciendo mi esposa.

Haciendo una pausa, me preguntó, toda risueña:

– Bueno ¿Qué? ¿Te ha gustado el video o no?

No tuve más remedio que asentir. Lo que no sabía en ese momento es que iba a pasar a partir de ese momento entre Natalia y yo. Ella me interrumpió en mis pensamientos:

– Lo que aún no entiendo es por qué Antonio no me ha dado la copia del video antes de que la vieras tú.

Con total inocencia le contesté:

– No es necesario que te la dé. Está en Internet. Te la podías bajar, como he hecho yo.

Natalia dejó de golpe sus actividades bucales y se incorporó, preguntándome, mientras palidecía:

– ¿Qué? ¿Cómo que está en Internet? No estarás hablando en serio.

– Pues claro. ¿No lo sabias? Ven, te enseño la página.

Y me la llevé al ordenador del dormitorio, enseñándole la página «www.guarronas.es» y su propia foto, anunciando el cuarto clip que se había colgado en la página. Y Natalia explotó, claro está:

– ¡Oh Dios! ¡Este Antonio es un cabrón! ¿Cómo me ha podido hacer algo así? ¿Qué pasará si lo descubren nuestros amigos, o familiares, o peor aun, mis compañeros de trabajo? Creerán que soy una puta, o algo peor.

– Vaya, vaya – le dije yo – sólo piensas en ti ¿Y qué pensarán de mí, del gran cornudo en que se ha transformado tu esposo?

El caso es que, aunque pueda parecer raro, acabamos viendo de nuevo el video, los dos juntitos, y tuvimos una noche de sexo como nunca la habíamos tenido antes.

Han pasado dos semanas desde esa noche y hace un rato que Natalia, al regresar del trabajo, me ha comentado, toda contenta, que Antonio le ha confirmado la celebración de otra sesión de sexo en grupo a la que, entre otros, irán un compañero del departamento en el que ella trabaja, además del director comercial y el jefe de informática. Me ha pedido que yo participe en la orgía, a lo que le he contestado que me lo pensaría.

Ahora mismo acabo de recibir por correo electrónico este mensaje de Antonio:

«

Hola chaval, ya le he dicho a tu mujer lo de la próxima sesión de Gang Bang. Está encantada. Van a ser esta vez quince los tíos que se follen a tu esposa y a Susana, que también me ha confirmado su participación. Espero que no te rajes y tú también te pongas el mono de trabajo.

Un abrazo

Antonio

«

Una maliciosa sonrisa y un regusto interior me ha asomado, al terminar de leer el mensaje.

Ahora mismo le diré a Natalia que sí, que voy a participar en esa fiesta sexual ¿Como no voy a acompañar a mi esposa a semejante evento?

FIN

Relato erótico: » La pequeña Savannah» (POR ALEX BLAME)

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SOMETIENDO 4Sin título2 de Septiembre de 2008

-Hola Jack, ¿Qué es ese rumor de que Lehman Brothers va a anunciar la suspensión de pagos?

-Larry, no hagas caso de esas tonterías, ya sabes que Barclays está a punto de comprarnos. –la voz de Jack sonaba apurada pero no temerosa desde el otro lado de la línea –Tranquilo tío, sabes que somos colegas, te dije que te avisaría con tiempo si había algún problema y lo haré confía en mí.

-Por favor no me dejes tirado, ya sabes               que somos una firma pequeña y tenemos más del sesenta y cinco por ciento de nuestros activos en vuestros fondos. Si hay un problema más nos  caemos con todo el equipo.

-Tranquilo, somos amigos ¿No? –replicó Jack.

Cuando colgó Larry deseó haber tenido esa conversación en persona. Necesitaba tratar de esas cosas cara a cara. En el mundo de los negocios nada era blanco o negro y el gris plomizo de aquella situación exigía saber que parte de lo que le contaban era verdad.

15 de Septiembre de 2008

¡Jack, maldito cabrón! ¡Me mentiste! ¡Sabías perfectamente que Barclays se iba  a retirar! ¡Ahora tengo un montón de vuestros bonos que no son más que papel higiénico!

-Oye tío, lo siento, yo estoy tan sorprendido como tú. La dirección lo mantuvo todo en secreto para intentar dar sensación de fortaleza y tentar al Barclays para que subiese su oferta. Te juro que no sabía nada.

-Y yo  me lo creo. Por eso acabo de enterarme que dos de vuestros mejores clientes vendieron  dos mil millones de dólares de vuestros fondos. Perdieron mucho dinero, pero no están arruinados. ¿Qué coños les digo ahora a mis clientes? Si estuviese ahí te rompería la cara. ¡Cabrón, hijo de p…!

2 de Octubre de 2008

 

 

Larry se bajó del John Deere y escupiendo en el suelo observó con detenimiento la gigantesca pila de estiércol que tenía ante él. A pesar de estar ya en pleno otoño el sol caía de plano calentando y resecando la tierra y haciéndole sudar. Su viejo siempre había tenido la puñetera manía de amontonar el estiércol para que madurase lo más cerca posible del límite de su granja, “que huelan esa basura esa pandilla de jodidos negros”, decía siempre luciendo  la más apreciada característica de la gente de la América profunda. Y es que no a todos los afroamericanos de Harrison les había ido mal en la vida y los Jewison (curioso apellido para una familia de color) habían conseguido comprar esa pequeña granja de cincuenta hectáreas al lado de la suya a principios de los setenta y a base de trabajo duro y astucia la habían hecho prosperar.

Cogió la horca y empezó a cargar estiércol en el remolque. Cuando era joven recordaba como ese trabajo lo hacían casi todos sus vecinos de forma mecanizada mientras que él tenía que joderse y hacerlo a la manera tradicional. Finalmente tuvo que darle la razón a su padre. Mientras sus vecinos se hipotecaban y arruinaban poco a poco, el viejo zorro como lo llamaban en el pueblo, mantuvo los gastos al mínimo y consiguió mantenerse a flote en los peores momentos. Cuando casi todos se arruinaron él incluso fue capaz de   comprar algo más de tierra y maquinaria a buen precio, pero el estiércol que usaba para abonar sus productos ecológicos seguía manejándolo de la misma manera.

Larry dejó un momento el apero y se miró las manos, las mismas que no hacía tres meses recibían todas las semanas una manicura de cincuenta pavos ahora estaban enrojecidas tras unos pocos minutos de esfuerzo. Se las escupió y olvidando una vida que le pareció ya muy lejana, siguió con su ardua tarea.

Un ligero carraspeó le hizo volver la cabeza. Al otro lado de la valla de madera,  una silueta oscura y una sonrisa amplia y blanca se recortaba contra el sol vespertino. La joven, tenía unos ojos grandes y almendrados y el pelo, negro como el futuro de Larry, lo tenía peinado en una tirante cola de caballo de la que sólo un mechón rebelde escapaba a su control haciéndole cosquillas en la frente. La mujer lo soplaba frecuentemente mostrando a Larry unos labios gruesos y jugosos que estaban pintados de un rojo llamativo pero no estridente. Su indumentaria fue lo que más llamo su atención, acostumbrado a los ambientes más pijos de Nueva York donde ninguna mujer se atrevía a salir de casa sin sus Manolos, su Cartier, su Dolce & Gabanna y su Iphone, aquellas botas de montar gastadas y el sombrero Stetson que aparentaba ser centenario colgando de su cuello, le descolocaron por un momento. Sin embargo el  vestido de verano ligero abrochado por delante, exudaba feminidad. Su sencillo escote en v dejaba ver una piel suave y oscura y  el sol lo atravesaba desde atrás haciéndolo traslúcido y revelando la figura en forma de reloj de arena de la joven. Larry clavó la horca en el suelo y poniendo las manos sobre la base del mango, esperó acomodado en ellas su barbilla.

-¡Vaya! Así que es verdad lo que dicen en el pueblo, el gran Larry Lynch ha vuelto a casa. –dijo la joven fingiendo sorpresa.

-Y tú debes ser  la pequeña Savannah Jewison, –dijo Larry escarbando profundamente en su memoria.

-Muy bien, aunque debes reconocer que he crecido algo. –dijo haciendo una pirueta exhibiendo unas piernas largas y atléticas bajo el vuelo del vestido.

-Recuerdo cuando eras tan pequeña como un guisante y te colabas en el huerto para robarnos los tomates.

-Sí, tu padre es un imbécil y un malnacido, pero tengo que reconocer que sus tomates son únicos, aún sigo entrando a robárselos de vez en cuando. –dijo ella guiñando uno de sus ojos y mostrando unas pestañas largas y rizadas. -Pero cuéntame,  ¿Qué es de tu vida?

-La verdad es que te lo puedo resumir en tres o cuatro frases. –dijo Larry mientras veía como Savannah se tumbaba de lado sobre una paca de alfalfa del montón que habían puesto allí probablemente para ocultar la pila de estiércol. –Salí del pueblo con una beca de fútbol de la universidad de Notre Damme, termine económicas, me lesioné, trabajé durante dieciséis horas al día en una gran consultora por un sueldo irrisorio en Boston, dos años después me contrataron como jefe de la sección de fondos de inversión en una firma pequeña pero con muy buena reputación. Durante cinco años me fue de perlas, trabajaba menos y ganaba dinero a espuertas hasta que hace dos semanas, lo perdí casi todo,  afortunadamente, con lo que me dieron por el loft y el Mercedes clase S pagué mis deudas y aún me sobraron unos miles. Y ahora aquí estoy, de nuevo de vuelta con el rabo entre las piernas. Y tú ¿Qué cuentas?

-Aún menos que tú. Terminé el instituto y estudié dos años agronomía en la universidad de Arkansas y volví para ayudar a mis padres con los animales. Mis hermanos trabajan en el negocio del gas y se mueven por todo el país, así que cuando mi padre murió de cáncer hace cuatro años me dejó a mí la granja.

-Vaya, siento mucho lo de tu padre, el mío decía que era un negro piojoso que le robó la granja a los Carson, pero en mi opinión los Carson eran una pandilla de garrulos perezosos y semianalfabetos.

-Bah. –Dijo haciendo un gesto con la mano –es la vida. Ahora crio vacas lecheras y hago queso que vendo por todo el Condado de Madison y en algunas tiendas de Little Rock.

La conversación languidecía y Larry estaba a punto de comenzar a palear mierda de nuevo cuando Savannah intervino de nuevo:

-¿Sabes que de pequeña estaba enamorada de ti? –preguntó mientras se estiraba como una pantera en lo alto de un árbol.

-¿De veras? –preguntó Larry curioso por saber dónde quería llegar la joven.

-¡Oh! Sí, iba  a todos los partidos, me encantaba verte atravesar el campo apartando defensas con un brazo mientras que en el otro acunabas el balón con la suavidad de una matrona. Soñaba con ser yo la que estaba en tus brazos en vez de ese trozo de cuero con forma de melón. En  las vacaciones,  cada vez que ibas a cargar estiércol, me escondía tras los arbustos y observaba tu torso desnudo y musculoso contraerse y sudar con el esfuerzo.

-Pues nunca me di cuenta.

-No me extraña, en aquella época yo tenía doce años. Igual no quieres saber esto, –dijo ella tumbándose boca arriba y dejando que sus manos descansasen entre sus piernas –pero mi primer orgasmo fue pensando en ti.

-Seguro que no fue pensando únicamente –dijo Larry riendo.

-Desde luego que no, todas las noches durante dos años acaricié mi cuerpo desnudo soñando con que eran tus manos y tu cuerpo el que estaba sobre mí, poseyéndome como un animal enloquecido…

Aparentando no darse cuenta de lo que hacía, Savannah soltó dos de los botones del vestido en introdujo una de sus manos entre sus piernas. Intentando ocultar el movimiento de sus manos dobló una de sus piernas. La falda del vestido resbaló hacia abajo dejando a la vista una pierna larga, oscura, brillante y perfectamente torneada y un culo grande y musculoso.

Larry se quedó petrificado notando como su pene crecía bajo los pantalones rozando el mango de la horca. Con un supremo esfuerzo se mantuvo quieto poniendo cara de póquer mientras la joven le miraba con el deseo y el placer marcado en su rostro.

Savannah entreabrió sus labios y dejo salir la punta de su lengua entre ellos. Se negaba a hacerle ninguna señal, si quería tomarla tendría que ser él el que diese el primer paso. Fingiendo ignorarle, cerró los ojos y se concentró en el movimiento de sus dedos en su sexo. Pasaron unos instantes, no sabía si fueron unos segundos o unos minutos, pero cuando los volvió  a abrir tenía a Larry a sus pies, observándola. Savannah fijo sus ojos color caramelo en Larry y siguió acariciándose con suavidad.

-Aún de vez en cuando me masturbo pensando en ti… -dijo ella entreabriendo sus piernas dejando a Larry vislumbrar un tanga translúcido y húmedo de deseo.

Larry sin decir nada tiro de los tobillos de la mujer y sacándole las  botas comenzó a besar y a chupar la  punta de sus pies.

-… imagino que soy una  bella esclava en una plantación de algodón donde mi amo, un tipo muy parecido a tu padre, me folla todas las noches con su polla gorda y venosa y después de utilizarme me devuelve a mi humilde choza porque es incapaz de aceptar  que está enamorado de una cochina negra… -continúa mientras ronronea y tensa sus largas piernas cuando los besos suben por ellas y se internan entre sus muslos.

-…finalmente, un día llegas tú, un empresario del norte, forrado de dinero, al que no le importa de dónde venga el algodón mientras le salga barato. Después de una opípara comida el amo le invita a inspeccionar a caballo la propiedad. Cuando me veis enseguida te quedas prendado de mí y mi amo celoso por la mirada preñada de lujuria que te lanzo a mi vez, se inventa una excusa y me ata a un árbol totalmente desnuda para azotarme. Mi cuerpo entero desnudo y brillante de sudor tiembla de horror ante el terrible castigo que me espera, hasta el punto de que apenas noto como la áspera corteza del árbol y la apretada cuerda de cáñamo laceran mi piel. Tú te colocas al lado del  amo, intentando pensar únicamente en el extraordinario beneficio que el algodón de ese hombre te va  a proporcionar. El primer latigazo silva y se estrella en mi espalda haciéndome gritar de dolor, un fino hilo de sangre recorre mi espalda desde el lado derecho de mi omóplato hasta la parte baja izquierda de mi espalda. Jadeo, gimo y pongo todo mi cuerpo en tensión esperando el siguiente azote, pero este nunca llega. Muerta de miedo giro la cabeza lo poco que me lo permiten las ataduras para ver como aquel desconocido de ojos dulces sujeta el antebrazo del amo impidiéndole que descargue un nuevo golpe sobre mí. Poco a poco su voluntad y su fuerza van imponiéndose y retorciendo el brazo al amo consigue desarmarlo. Mi amo, furioso, hace el gesto de desenfundar  su Colt pero tú eres más rápido y de dos puñetazos lo tumbas inconsciente en el suelo. Sin perder un segundo me desatas, tapas mi cuerpo con los restos de mis harapos y huimos a galope tendido. Corremos y corremos, no paramos ni miramos atrás hasta cruzar la frontera del estado. Exhaustos y con los caballos a punto de reventar, paramos en un soto al lado de un riachuelo. Tú, solícito, coges tu caro pañuelo de encaje, lo humedeces en la fresca agua del riachuelo y me limpias la herida con suavidad. Yo me muerdo los labios y trato de no gritar de dolor. Cuando terminas ves como una gruesa lágrima escapa a mi control y resbala por mi mejilla, tú la recoges con un beso, mis harapos caen al suelo y hacemos el amor, te entrego mi cuerpo con todo mi ardor y en plena libertad…

De un tirón  Larry incorporó a Savannah y besó sus labios encendidos por el deseo interrumpiendo su narración, su boca le supo a fresas y a canela. Mientras exploraba los labios y la boca de la joven, Larry atacó su vestido, unos botones se soltaron, otros saltaron ante su precipitación.

Larry se separó unos segundos para poder admirar el cuerpo de la joven, el sujetador blanco de encaje y escote bajo, destacaba sobre sus piel oscura y brillante como el ébano y contenía unos pechos grandes y turgentes que subían y bajaban con la agitada respiración de la mujer, pugnando por escapar  de su encierro.  Larry bajó las copas del sujetador  y admiró los pezones grandes y negros que agresivos apuntaban hacia él. Sin poder contenerse y los pellizcó suavemente…

-¡Eh cuidado! –refunfuñó Savannah entre jadeos arañando su pecho.

Larry la besó de nuevo mientras acariciaba los flancos de la joven.  Con suavidad atrajo a la mujer hacia ella hasta que sus sexos se rozaron. Savannah gimió y se retorció frotando su sexo excitada. Él tirando de su cola de caballo hacia atrás, le besó el cuello y los hombros y le estrujó los pechos.

 La muchacha  apartó el tanga a un lado y cogiendo la polla de Larry trató de acercarla a su coño rosado y húmedo. Sus manos eran bonitas con dedos finos y largos aunque el trabajo manual las había vuelto un poco ásperas…

-Vamos, vamos, vamos… -imploró  ella.

Larry la ignoró  y se dedicó a jugar con ella dejándole que su glande entrara en ella pero apartándose cada vez que Savannah quería profundizar. Tras un breve y delicioso forcejeo Larry se rindió y clavó su miembro profundamente en el interior de la joven. Con su miembro profundamente alojado en el interior de Savannah, abrazó a la joven y la besó, eliminando cualquier distancia entre ellos, formando con sus cuerpos uno sólo. Poco a poco Larry empezó a moverse dentro de ella primero despacio, luego ante las súplicas de la mujer y su propio deseo empezó a moverse más deprisa pero sin dejar de abrazarla ni besar todo lo que estaba al alcance de su boca.

Larry se separó de ella, aún no quería correrse. Savannah adivinándolo se quedó allí sentada, expectante, con las piernas abiertas y su sexo rojo y húmedo. Larry volvió a contemplarla y acercándose a ella le acarició su piel suave, le besó los pechos y le chupó los pezones. La joven suspiró y con sus manos sobre la cabeza de él fue siguiendo el recorrido de los labios de Larry hasta el interior de sus piernas. Cuando la lengua de él rozó su clítoris Savannah gritó y arqueo su espalda hasta casi romperse. Larry siguió chupando y lamiendo su sexo mientras ella movía sus caderas  hasta que los gemidos y jadeos de ella se interrumpieron con el orgasmo…

-Dios… -fue lo único que acertó a decir ella cuando los relámpagos de placer comenzaban a disiparse.

Savannah se bajó de las pacas y apoyando sus manos en ellas le dio la espalda a Larry. Con un pequeño estremecimiento retraso el culo y junto las piernas dejando atrapada entre sus muslos su vulva aun congestionada. Un fino hilillo, producto de su orgasmo resbalaba de su interior por efecto de la gravedad.  Larry se acercó y adelantando una mano evitó que cayera al suelo mientras que con la otra acariciaba el culo redondo y los muslos suaves de la mujer.

Cuando acercó de nuevo su boca  al sexo de Savannah, esta vez no fue tan delicado, sus labios se cerraron ante su vulva empujando, chupando con fuerza y golpeando su clítoris con toda la fuerza que le permitía su lengua.

-Sí, así, más fuerte –dijo ella mientras movía las caderas al ritmo de lo lametones.

Larry se incorporó y apoyó su verga dura y caliente como un hierro al rojo sobre el culo de Savannah que inmediatamente vibro a su contacto. La joven separó sus piernas y se puso de puntillas para atraerle hacia su interior. Larry la acaricio y metió dos de sus dedos en su coño haciéndola gemir y retorcerse.

-¡Vamos cabrón, follame de una…!

 La frase quedo suspendida en el aire por la bestial acometida de Larry, Savannah gritó y hubiese perdido el equilibrio de no estar agarrada a la alfalfa, pero enseguida se rehízo y cerrando los ojos se concentró en el salvaje placer que le proporcionaba aquel miembro duro que se clavaba en su interior sin contemplaciones.

Larry siguió penetrándola con fuerza, tiro de su cola de caballo hacia atrás para incorporarla y poder besarla y acariciar sus pechos. La joven, de puntillas y sin apoyos se tambaleó pero él la cogió por la cintura y siguió follándola hasta que su cuerpo quedó relajado e inerme sobre la paca de hierba tras su segundo orgasmo.

Savannah, satisfecha se giró y poniéndose de rodillas le cogió la polla. Sus labios gruesos y rojos envolvieron el glande arrancando a Larry una palabrota, poco a poco toda la longitud del pene fue despareciendo en el interior de la boca de la joven hasta casi hacerlo desaparecer. Larry, casi sin darse cuenta, comenzó a acompañarla con los movimientos de sus caderas.

Savannah sacó el pene de su boca y comenzó a lamerlo y mordisquearlo  sin dejar de mirar a Larry a los ojos.

Con un suave empujón Larry apartó un poco a la joven y apuntando a sus pechos se corrió. Tres largos chorreones blancos se derramaron con la fuerza  de un torrente entre los pechos oscuros de la mujer.

Savannah cogió el miembro aún palpitante de Larry y se lo metió en la boca con una sonrisa satisfecha.

-¿Qué pasó con la joven esclava? Preguntó Larry mientras permanecían tumbados desnudos uno al lado del otro.

-La verdad es que con el tiempo la trama se ha hecho más enrevesada  y te prometo que no te decepcionará, pero para saber el final tendrás qué ganártelo. –respondió ella acariciando su miembro ahora flácido e inerme.

Un rato después Larry comenzó a palear de nuevo abono mientras Savannah le contemplaba desde la alfalfa con un aire de hembra satisfecha.

Relato erótico: «No hay jinetes, solo caballos (1)» (POR BUENBATO)

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me darías 2

Sin títuloLas olas de la corriente golpeaban constantemente el casco del barco mientras los peces huían del paso de la nave, de manera que Camila no se aburría tanto en su búsqueda de avistar un caimán. A sus diecisiete años el mundo le seguía pareciendo muy reciente y tanto la selva como los caimanes le eran una novedad. Había perdido a su madre en un incendio que casi la mata a ella también y, a pesar de su aparente tranquilidad, ardía de desolación como el mismo fuego de su desgracia. El viaje en aquel barco era el último paso para reunirse con su padre después de dos años de no verlo; viajar por el rio hasta la ciudad a través del rio, sin embargo, tomaría aun tres días. No iba sola, por supuesto, la acompañaban el hermano de su padre, su tío Amador, y Matilde, una joven criada de dieciocho años que aparentemente le continuaría sirviendo para toda la vida. Camila había estado callada durante todo el viaja y rara vez lanzaba comentarios sin importancia a Matilde con una voz tan baja que esta apenas y podía escucharla.

El buque avanzaba mientras la tripulación ponía todo en orden y los pasajeros iban acostumbrándose a un viaje que, sabían, sería insoportable. De un momento a otro Camila pudo ver a los primeros caimanes de su vida y se desilusiono un poco al descubrir que eran bastante similares a los cocodrilos africanos, que aunque no conocía tampoco si había visto ilustraciones en las enciclopedias de la época. Su menosprecio por aquellos reptiles se desmoronó apenas vio a un par de ellos acercarse al buque tan rápido que por un momento tuvo el presentimiento de que podrían saltar para devorarla. Alterada, pero evitando parecerlo, se alejó para sentarse en lo que le parecía la seguridad de un sillón de descanso. Volteó a su alrededor esperando estar sola pero se apenó al mirar a una mujer que había presenciado todo mientras fumaba un cigarrillo. La mujer sonrió ante la situación de la muchacha y se acercó lentamente.

– No te preocupes – dijo la mujer – Con los cocodrilos hay que tener tanta precaución como con los hombres.

La muchacha no supo que decir pero supuso que levantar la vista y sonreírle a aquella mujer sería lo más educado. No supo, sin embargo, si debía contestarle algo pero imaginó que también sería correcto.

– Bueno, en realidad es un caimán – fue lo único que se le ocurrió decir

– ¡Caimanes, cocodrilos, hombres! – refunfuño la mujer – Son lo mismo.

Continuó fumando su cigarrillo mientras la muchacha, sentada, miraba las copas de los arboles. Al poco tiempo, al terminar con su cigarrillo, la mujer tomó asiento al lado de la jovencita.

– Y dime, tú te llamas…

– Camila

– Encantada, Camila; yo me llamo Angélica

Platicaron durante casi una hora, hablaron de la selva, de la misma ciudad que compartían como destino y de lo cansado que prometía ser el viaje. Camila no acostumbraba hablar con extraños pero aquella mujer le pareció tan hermosa e impresionante que le atemorizaba la sola idea de ser descortés con ella. Y era cierto, Angélica era una mujer preciosa que a sus veintiocho años irradiaba admiración en las jovencitas y atracción en los hombres. Bajo su vestido escotado, cuya confección permitía adivinar la belleza de su figura, y su larga y lisa cabellera oscura, Angélica daba la impresión de ser una especie de actriz de teatro. Supo también que el camarote de aquella mujer se encontraba frente al suyo.

Entrada la noche la muchacha se preparaba para darse un baño, su sirvienta, Matilde, desabrochaba uno a uno los numerosos botones en su espalda del vestido blanco de algodón; al desabrocharlos todos el vestido cayó al suelo solo para dejar a la muchacha en el traje intimo de algodón que cubría su cuerpo como una especie de segunda piel. Matilde se colocó de frente y desabrochó los tres únicos botones del traje y, dado que aquel traje era un tanto más estrecho debía agacharse al tiempo que el cuerpo desnudo de Camila aparecía.

Camila era simplemente hermosa; la juventud de sus diecisiete años se acentuaba con su virginidad evidenciada hasta en la inocencia de su mirada. Era una adolescente tremendamente bella que se acercaba a pasos agigantados a la silueta de una mujer. Su rostro de niña no tenía nada que ver con sus nalgas voluminosas y redondas y sus senos redondos aumentaban su volumen conforme la muchacha crecía. Carolina sabía que era bonita pero no tenia bien claro que, además, su cuerpo le proveía de una sensualidad que a fin de cuentas no podía controlar. Matilde, por su parte, no comprendía tampoco esa clase de temas pero sabía que Carolina se convertiría en una mujer muy deseada por lo hombres.

La sirvienta se puso de pie e iba a llevar las prendas a un cesto para la ropa sucia cuando de pronto sintió los dedos de su ama sobre su pecho; la muchacha desabrochaba los botones de su sirvienta. Matilde se extrañó por la acción de su ama pero esta sin inmutarse solo terminó de desabrochar todos los botones.

– Desvístete – dijo Carolina con la frialdad de una orden cualquiera – quiero que te bañes conmigo

La joven se acercó a la tina de baño que ya estaba preparada; anonadada, Matilde obedeció y comenzó a desvestirse mientras miraba con interés la claridad de la piel de Carolina, que daba la impresión de originarse de la blancura de sus nalgas. Carolina entró a la tina y sentándose, dejo un espacio detrás de ella para que ahí se colocara su sirvienta. Matilde terminó de desarroparse, dejando en libertad su cuerpo; se trataba de una muchacha preciosa cuya actitud tímida y servicial desentonaba con su voluptuoso cuerpo escondido siempre bajo su conservadora vestimenta. Tenía unas tetas enormes y un culo firme y grande, separados por un abdomen delgado y sensual. Matilde, curiosamente y al igual que su ama, tampoco tenía idea de lo peligrosamente bella que era. No era la primera vez que ambas muchachas se bañaban juntas pero la ultima vez había sido hacia casi tres o cuatro años; sus cuerpos ahora se parecían demasiado a los de una mujer y era extraño para ambas verse ahora.

Carolina miraba como su sirvienta se acercaba lentamente, con un cierto dejo de timidez que le parecía estúpido; pero no pudo evitar mirar el cuerpo de Matilde y compararlo con el de la bella mujer con quien apenas unas horas había conversado. Carolina se preguntaba si acaso Matilde crecía muy rápidamente o era ella misma quien seguía pareciendo una niña. La sirvienta finalmente llego y, con el jabón y el estropajo en sus manos, se acomodó detrás de su patrona. Sin ninguna incomodidad aparente, Carolina se recargó con naturalidad sobre los pechos de la sirvienta pero, en silencio, lamentó haberlo hecho pues se sintió tan extraña al sentir los voluminosos senos de su sirvienta como Matilde lo estaba de sentir las nalgas de su ama en su vientre. Sin embargo era una situación que, a fin de cuentas, la misma Carolina había ordenado y tuvo que soportar la incomodidad de los primeros minutos; Matilde simplemente se dispuso a tallar cuidadosamente el cuerpo de su patrona, tratando de ignorar la situación de desnudez en la que ambas se encontraban.

Mientras miraba, recostada sobre las tetas de su sirvienta, el diseño del techo del camarote, Carolina pensaba en el mito del carro alado con que Platón explicaba al alma; pensaba en el caballo blanco, representante de la voluntad y el coraje, pero sentía cierta curiosidad por el otro caballo, el negro, el de lo deseable y apetitoso. El estropajo sobre sus tetas la despertó de sus ideas pero concluyó en algo: cualquiera de los caballos no tenía importancia, el jinete, su razón, ya no existía.

Arriba se escuchaba el ajetreó de la música; casi todos los pasajeros se divertían en el pequeño bar del buque. Carolina imaginaba que solo ellas dos, muy jóvenes para las fiestas aun, serian las únicas en sus camarotes; pero se equivocaba, en el camarote de enfrente dos manos se deslizaban sobre la piel de Angélica, aquellos dedos recorrían de arriba abajo las torneadas piernas de la mujer y para posarse finalmente sobre sus nalgas y apretujar aquellas deliciosas y suaves carnes.

Angélica se encontraba en cuatro sobre uno de los pasajeros; ninguno se conocía uno al otro pero bastaron una serie de intercambios de miradas en el bar para poder ponerse de acuerdo. La preciosa mujer rozaba su vulva con la verga de aquel desconocido, deseosa de tener aquel pedazo de carne dentro de su coño pero con la intención traviesa de jugar con la paciencia del excitado hombre.

Mientras se animaba a clavarse aquel erecto pene, la mujer besaba apasionadamente a aquel hombre mientras este manoseaba ahora las preciosas tetas que le colgaban a la mujer en aquella posición. Angélica se agachó y acercó su pecho a la boca del hombre, deseosa de que este chupara sus pezones. El hombre comprendió de inmediato y, como un sediento, se lanzó sobre los pezones provocando un nivel de excitación tal en Angélica que esta comenzó a gemir y a morderse su labio inferior. Derrotada, la mujer no aguantó más y se dejo caer sobre diecinueve centímetros de carne que de inmediato rellenaron su ansioso coño.

La mujer inició un movimiento que hablaba bien de su experiencia sexual; su cuerpo serpenteaba sobre aquella verga, sacando y metiéndose constantemente aquella verga totalmente mojada ya por sus jugos vaginales. EL hombre comenzó también a moverse y, con ayuda de sus manos sobre la cintura de la mujer, la ayudaba a elevarse para después dejarla caer sobre su falo. La mujer gemía mientras jugaba con sus propios senos y apretujaba sus pezones causándose un placer que por momentos sentía desbordante. Logró su primer orgasmo y se desplomó sobre su reciente amante; se besaron mientras el hombre acomodaba el culo de la mujer y se encargaba ahora él solo de machacar el coño de aquella belleza que lanzaba suspiros y respiraciones aceleradas sobre sus oídos. El sujeto aumentaba la fuerza de las embestidas mientras Angélica rodeaba con sus brazos el tórax del hombre para soportar todo el placer que entraba en ella.

El vello púbico de ambos estaba completamente remojado en los jugos vaginales que Angélica expulsaba sin remedio. Su concha era taladrada por el falo de aquel hombre mientras los orgasmos parecían atropellarse unos a otros; finalmente un líquido caliente inundó su coño y las embestidas cesaron y se convirtieron en suaves mete y saca que embarraban el semen a lo largo y ancho de aquel coño. Angélica se deshizo en besos sobre aquel hombre que manoseaba gustoso aquellas tetas preciosas.

En el otro camarote Carolina seguía con una atención casi científica las sensaciones en su cuerpo cada qué vez que las manos de Matilde tallaban su piel. En su espalda también estaba alerta a la sensación de los pezones desnudos de la criada. Eran pezones muy suaves en general pero con una desconcertante dureza en la punta. Rompiendo todo protocolo se volteó; recargo sus manos sobre los hombros de una aturdida Matilde que no comprendía todo aquello. Pero Carolina no se ofuscó y dirigió sus dedos al rosado pezón de la sirvienta; los apretó y sobó con una curiosidad metódica a la que Matilde no reaccionó, se quedo ahí, inmóvil.


Relato erótico: «Desvirgando a la super soldado» (POR GOLFO)

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De super soldado a puta sin remedio 2

Esa mañana me desperté al sentir la luz del sol en mis ojos. La sensación de poder con la que me había acostado se magnificó al comprobar que no era un sueño y que en ese momento estaba compartiendo la cama con tres mujeres desnudas.
Haciendo un recuento de los dos últimos meses, recordé que tras una serie de fracasos en conseguir  el super soldado definitivo, tuve que pedir ayuda a Mary Doe, una psiquiatra de prestigio mundial. Ella al analizar nuestro problema, creyó encontrar nuestro error en haber suprimido todo tipo de sexualidad en los especímenes de laboratorio y por eso cuando alcanzaban la madurez, nuestros sujetos irremediablemente se suicidaban.
Entre esa morena y yo elegimos a uno que estaba a punto de salir de la cápsula criogénica y le dotamos de sexo. Debido a su insistencia, la sujeto de estudio  a la que llamamos Alice fue dotada de grandes pechos y una melena rizada acorde con su raza negra y junto con una sargento, nos desplazamos a una isla preparada especialmente para el experimento. Una vez allí, Vicky iba sería su instructora en el ámbito marcial mientras Mary y yo  nos debíamos ocupar del psicológico.  
Os juro que no comprendí la trampa que esa zorra de psiquiatra me había tendido hasta que después de cenar, me reveló parte de su plan al decirme que mi principal función sería el hacer que la super soldado descubriera su sexualidad junto con ellas dos y como no había mejor enseñanza que el ejemplo, indujo a la negrita a que me acompañara al cuarto y ahí me desnudara.
Como me había aleccionado que debía ir paso a paso, cuando Alice me rogó que la acariciara, me limité a ello aunque todo mi cuerpo me pedía el desflorarla. Aun así conseguí que se corriera y cuando yo ya no sabía que hacer con mi pene, llegaron las otras dos mujeres a la cama. Fue entonces cuando Vicky siguiendo las instrucciones de su jefa, me poseyó mientras Mary y la negrita miraban.
Para desgracia de la Psiquiatra, un comentario inocente de esa militar me hizo caer del guindo y llevándola hasta el baño, sonsaqué a esa mujer la totalidad de su plan. Así descubrí que esa cabrona había manipulado psicológicamente a todos, de forma que reafirmó mi tendencia dominante mientras a las otras dos mujeres les había retocado el cerebro para hacer de ellas una sumisas perfectas.  
Al preguntarle sus motivos, Mary confesó que ella misma había sido siempre una sumisa de libro y que al explicarle el experimento, había visto en él la solución a sus problemas para conseguir una pareja que supiera como tratarla.
¡Y vaya si supe cómo tratarla! Cabreado hasta la medula, la obligué a hacerme dos mamadas seguidas aunque ella me pedía que usara sus otros dos agujeros. Pero por mucho que me rogó y usando el mismo poder que ella me había otorgado, le prohibí que se corriera dejándola insatisfecha y caliente  como una mona.
Recuerdo que antes de dormir, casi llorando preguntó:
-¿No me vas a follar?
Muerto de risa, contesté:
-Todavía no te lo has ganado.
El ruido de la negrita desperezándose sobre las sábanas me devolvió a la realidad y al girarme descubrí que Alice me estaba mirando. La luz entrando por la ventana la hacía parecer tiernamente indefensa y aunque sabía que esa mujer sería capaz de destrozarme en una pelea, algo en ella me llamó a protegerla.
-Ven aquí.

 

La enorme muchacha sonrió con una dulzura apabullante y acercándose a mí, posó su cara sobre mi pecho mientras me decía:
-Doctor McArthur, ¡Tengo miedo!
Sus palabras me sorprendieron porque no en vano Alice era un prototipo de super soldado, creyendo que nuevamente el experimento iba a ser un desastre acaricié  su melena preguntando:
-¿Qué te ocurre? ¿De qué tienes miedo?
Levantado su mirada, contestó:
-Sé que no soy humana y que he sido “fabricada”.
Entendí la raíz de sus temores y por eso, acercando mis labios a los suyos, la besé y respondí:
-No solo eres humana sino una humana preciosa.
Mi gesto fue más efectivo que mis palabras y luciendo una breve sonrisa, insistió:
-Entonces ¿Por qué no se interpretar lo que siento por tí? Desde el momento que te vi, supe que eras mi superior jerárquico pero también que mi vida estaba irremediablemente unida a tu persona.
Intrigado, le pregunté:
-¿Qué es lo que notas cuando estás conmigo?
Reanudando su llanto, contestó:
-Aunque nací de una máquina, en tus brazos sueño que soy tu hija pero a la vez quiero ser tu mujer y disfrutar de tus caricias. Te parecerá raro pero anoche cuando la doctora me explicó que tanto ella como la sargento eran de tu propiedad, me excité pensando que  mi destino era el ser tu esclava.
Sus palabras me recordaron que a nivel afectivo esa musculosa mujer era una niña y por eso midiendo la situación, le respondí:
-Fíjate que a mí me pasa lo mismo. Te quiero como  si fueras mi cría pero también te reconozco que me siento atraído por la idea de hacerte mujer.
Mi respuesta le dio el valor suficiente para decirme con un tono tan duro que hizo que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran:
-Mataría por ti.
Y sin darme tiempo a asimilar sus palabras, comenzó a acariciar mi piel con sus dedos. Mi pene reaccionó al instante irguiéndose con una brutal erección. Alice al percatarse de ello, sonrió e imitando lo que había visto hacer a la sargento, sensualmente fue deslizándose por mi cuerpo en dirección a mi entrepierna.
La urgencia que demostró al apoderarse de mi miembro me hizo pegar un grito que despertó a la Psiquiatra. Mary al adivinar lo que ocurría acudió en su auxilio diciendo:
-Deja que te enseñe. Imita todo lo que haga.
Tras lo cual, acercando su boca a mi verga, sacó su lengua y se puso a lamer delicadamente mis huevos. La negrita aceptado sus enseñanzas unió se unió a la morena de forma que entre las dos no tardaron en embadurnar tanto mis testículos como mi erecta extensión.
Viendo que sus maniobras habían conseguido su objetivo, Mary le susurró al oído:
-Hermanita, piensa que es un caramelo que vamos a compartir- y llevando la boca  hasta mi glande, lo empezó a besar con verdadero fervor mientras Alice la imitaba. 
Cómo os podréis imaginar, mi excitación era máxima y por eso no puse ningún impedimento cuando la Psiquiatra separando sus labios se introdujo brevemente mi pene en su interior para acto seguido decirle a la negrita:
-Ahora tú.
La muchacha con una mezcla de deseo y de terror, cogió mi verga entre sus manos y abriendo sus labios se la fue introduciendo lentamente. El modo tan pausado en que lo hizo, me permitió experimentar la tersura de los carnosos ribetes de su boca sobre cada centímetro de mi piel.

 

-¡Dios! ¡Qué gozada!- exclamé en voz alta al disfrutar del tratamiento.
Mi gemido la convenció e incrementando la velocidad de su mamada comenzó a meter y a sacar mi falo de su boca mientras Mary intentaba conseguir su parte ocupándose nuevamente de mis huevos.  La inexperiencia de Alice se vio compensada por su ardor y por ello comprendí que estaba a punto de explotar. Al avisarle de la inmediatez de mi eyaculación, la negrita me preguntó si la permitía tragársela.
-No solo te doy permiso sino que te lo exijo- respondí fuera de mí y tratándola por primera vez como si fuera una de mis sumisas.
La inflexión dominante de mis palabras lejos de cortarla la azuzó y olvidando toda cordura buscó mi placer con mayor intensidad.  La Psiquiatra disfrutando anticipadamente del triunfo despertó a Vicky para que la sargento fuera también testigo de la mamada de la muchacha y por eso cuando derramé mi simiente dentro de la negrita eran cuatro los ojos los que nos observaban con envidia.
Alice al  saborear mi semen creyó que estaba en el cielo y comportándose como una acolita en poder de su señor, con un fervor casi religioso se ocupó  que ninguna gota se desperdiciara y de esa forma prolongó mi éxtasis hasta límites insospechados. Usando su lengua a modo de cuchara recorrió mi pene recolectando cualquier resto que se le hubiese escapado y cuando comprendió que había dejado mi verga inmaculada, sonrió y me preguntó:
-¿Lo he hecho bien?
-Maravillosamente- respondí y mirando a las dos putas que tenía a mi lado, les solté: -¿No creéis que se merece un premio?
La sargento fue la primera en comprender mis deseos y lanzándose sobre la musculosa negrita, la comenzó a besar mientras con sus manos recorría su cuerpo. La pobre chavala no supo cómo reaccionar y pidiéndome con los ojos que le dijera qué hacer, se mantuvo quieta. Viendo su indecisión, la besé diciendo:
-Disfruta de tu premio mientras me ducho. Mary y Vicky  te van a devolver parte del placer que me has dado.
Al observar que psiquiatra estaba remisa a acostarse con una mujer, decidí antes de castigarle  avisarle de las consecuencias de no obedecer y acercándome hasta ella, cuchicheé en su oreja:
-¡Mueve el culo! O tendré que decirle a Alice que use tu trasero  como tambor.
La perspectiva de ser azotada por alguien tan fuerte como la super soldado la convenció y por eso muerto de risa observé que venciendo sus reparos hundía su cara entre las piernas de la negrita. Convencido de que durante mi ausencia, ese par conseguirían al menos sacar del interior de la cría un par de orgasmos, me metí tranquilamente a duchar…
La psiquiatra me presenta sus dudas.
Al salir del baño me encontré con que las tres mujeres habían desaparecido del cuarto. Suponiendo que debían haber acudido a cumplir sus obligaciones, me vestí y fui a la cocina a desayunar. Una vez allí, Vicky y Alice con uniforme militar me dieron de desayunar, la ausencia de Mary me resultó significativa y no queriendo hurgar en la herida, me abstuve de preguntar por ella.
“Debe estar cabreada” pensé descojonado importándome una mierda sus sentimientos.
En cambio, las otras dos mujeres estaban alegres y colmándome de cariño, me dieron conversación  y solo cuando hube acabado, se fueron a ejercitar. Nuevamente solo, me serví un café y con la taza en la mano, me dirigí a la oficina donde teníamos las cámaras para controlar la evolución de Alice. Al llegar, me topé con una imagen de lo mas insolita.
Lo creáis o no, la psiquiatra se había vestido con una ropa que bien podría formar parte de un disfraz de colegiala. Camisa y calcetines blancos haciendo conjunto con una pequeña minifalda de cuadros. Sin entrar en la habitación me tomé un minuto para dar un buen repaso a esa zorra sin que ella me viera.
“¡Está buena la cabrona!”, sentencié después de fijarme en el culo duro que se dejaba entrever a través de sus braguitas de encaje.
Sin saber a ciencia cierta los motivos que habían llevado a esa mujer a adoptar esa apariencia, tampoco me preocupó porque seguro que no tardaría en conocerlos. Por eso, cruzando la puerta, la saludé con un inexpresivo “buenos días”.
Mary se sorprendió y levantándose de su silla, vino hacía mí gritando:
-Alan, tenemos que hablar. Creo que has cometido un error mayúsculo con Alice. ¡No debías haberla forzado a mantener una relación lésbica!.
Cabreado por su tono, recordé sus inclinaciones sumisas y abusando de mi fuerza, la inmovilicé contra la mesa. Su rebelión duro muy poco, el tiempo justo que tardé en bajarle las bragas y pegarle un sonoro azote en una de sus nalgas con mi mano abierta, mientras le decía:
-Para empezar me debes respeto y  no te permito que me chilles.
El estupor que sintió con ese tratamiento  la dejó paralizada y aprovechándome de ello, le solté un segundo diciendo:
-Pero además estás equivocada. Alice no tiene los prejuicios y tabúes nuestros, para ella, las caricias de otra mujer no tienen el significado que tiene para ti- y recalcando mis palabras con un tercero, le solté: – ¿No será tú acaso la que no estaba preparada?
Con ambos cachetes colorados, la psiquiatra intentó pensar en una forma con la que rebatir mi planteamiento y al no encontrarla, solo le quedó quejarse de  mi rudeza diciendo:
-Amo, ¿Cada vez que le lleve la contraria en el ámbito profesional  me va a castigar?
Sabiendo que tenía razón  pero cómo no podía dar mi brazo a torcer, le solté el último diciendo:

 

-La culpa es tuya por venir vestida como una zorrita. ¿No esperaras que me quede indiferente ante un culo divino?
El piropo que escondían mis palabras curiosamente le agradó y luciendo una sonrisa buscó meneando su trasero el contacto con mi entrepierna mientras me respondía con picardía:
-Me alegro que le guste pero entonces ¿Por qué no lo ha usado?
Muerto de risa por el cambio experimentado por la mujer, recorrí sus nalgas con mis dedos. Mary al sentir esa caricia gimió de gusto y apoyando su pecho contra la mesa, me rogó que la tomara.  Recochineándome de su entrega, pasé una de mis yemas por su sexo y  lo hallé totalmente empapado.
-Mi putita está cachonda- susurré en su oído.
La calentura de la morena quedó todavía más patente cuando comenzó a frotarse contra mi pene diciendo:
-¡Llevo bruta desde que le conozco!
La certeza de su entrega consiguió que me olvidara de sus afrentas y  ya contagiado de su lujuria, sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La psiquiatra chilló al experimentar quizás por primera vez que era tomada por alguien al que ella consideraba su dueño y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer.  Tumbada sobre la mesa se dejó follar sin dejar de gemir de placer.
La humedad que inundaba su sexo, permitió que mi pene  se adueñara de ese estrecho conducto libremente mientras ella se derretía a base de pollazos. Berreando como si la estuviese degollando, se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me exigía que siguiera follándola.
La facilidad con la que alcanzaba los continuos clímax me revelaron que me enfrentaba a una mujer multiorgásmica y cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé el ritmo de mis embestidas  sobre su encharcado coño.
-¡Me encanta!- aulló al sentir el rio de flujo que corría por sus piernas y recalcando sus deseos, me gritó:
-¡Fóllame a lo bestia!
Acuciado por mi propia necesidad, la seguí penetrando con más intensidad hasta que ya con sus defensas asoladas, se desplomó mientras su cuerpo convulsionaba de gozo. La sensación de poder que me dio el sentirla totalmente entregada a mí fue la gota que colmó el vaso de mi lujuria y dejándome llevar y derramé  mi simiente en su interior con brutales explosiones de placer. Agotado y satisfecho, me senté en la silla y mientras descansaba, me fijé que Mary permanecía en la misma posición sonriendo con los ojos cerrados.
La dicha que manaba de su rostro ratificó que no mintió cuando me confesó que todo lo había orquestado para convertirse en mi puta, por eso dejé que descansara durante unos minutos antes de preguntarle qué pasos había que dar para completar la educación sexual de Alice, la super soldado. La pregunta le hizo gracia y con celeridad, contestó:
-Esa mujercita lo único que necesita es que ¡Te la folles de una puta vez!…
La negrita me confiesa su pecado.
El resto de la mañana fue meramente burocrática. Frente al ordenador íbamos tomando datos de la evolución de Alice en las pruebas físicas donde uno tras otro iban cayendo los records de pasados experimentos. Sus registros tanto en carrera como en tiro harían palidecer de vergüenza al mejor de los “marines”. Rápida, efectiva y letal, la muchacha iba camino de convertirse en la super soldado que los mandos del ejército deseaban, sin mostrar hasta el momento ningún  signo del desorden mental que había llevado al suicidio a todos sus predecesores.
Encantado con su progreso, me atreví a preguntar a la psiquiatra como lo veía ella.  Adoptando una postura más rígida de lo normal, respondió:
-Alan, tengo mis dudas. Aunque todo parece ir normal, fíjate en la expresión de su cara cuando mira a la sargento. Parece estar mas preocupada del movimiento de su culo que de las dianas que le va poniendo en su camino.
“Tiene razón”, tuve que reconocer tras observarla, “tiene tanta seguridad en su pericia que se aburre y dedica su tiempo a comerse con los ojos a la rubia”.
La confirmación de que su mente no estaba centrada en el ejercicio llegó del modo mas irrebatible cuando al terminar la negrita se acercó a Vicky, diciendo:
-Sargento, ¿Qué tal lo he hecho?
Revisando sus datos, la militar le respondió:
-Francamente, eres impresionante. ¡Nunca en mi vida había visto unos registros como los tuyos!
Fue entonces cuando sin previo aviso, la negrita agarró de la cintura a su superiora y pegando su cuerpo al suyo, le soltó:
-¡Quiero mi premio!

 

Tras lo cual, forzó los labios de la sargento mientras con sus manos rasgaba su camisa dejando los pechos de la indefensa mujer al aire. Con una inexplicable violencia, levantó a su víctima entre volandas y tumbándola en el suelo, se tiró encima, inmovilizándola. Os juro que me quedé petrificado viendo cómo acercando su boca a los pezones de Vicky, se ponía a mamar de ellos obviando sus protestas.
-¿Qué hacemos?- pregunté horrorizado a la psiquiatra mientras éramos testigos de esa violación.
Mary con tono frio y sin dejar de mirar la pantalla, me contestó:
-Nada. Alice está tomando su lugar. Se sabe más fuerte y lo único que está haciendo es comportarse como la cazadora que es. Ha visto una presa y la está cazando.
Mientras hablábamos, la negra había terminado de desnudar a la rubia y con una genuina determinación, se había apoderado del sexo de su víctima con la boca. Al catar por primera vez  un coño, su actitud cambió y dejando de lado toda brutalidad, se dedicó a saborear con ternura el flujo de la chavala. Vicky al notar esa transformación se relajó y permitió que la negrita experimentara con ella el placer lésbico.
Convidado de piedra e incapaz de interactuar con la escena que estaba viendo a través de la pantalla, me tranquilizó comprobar que ya no la estaba forzando y por ello, me senté a vigilar cómo se iba desarrollando.
-¡Lo ves!- recalcó Mary señalando a la super soldado: – Un cazador no se ensaña con su presa. Una vez la ha conseguido, se dedica a satisfacer sus necesidades.
Aceptando sus palabras pero temiendo en cierta manera que algún día fuera yo la víctima de esa musculosa mujer, ya sosegado y con espíritu crítico, me quedé observando el modo en que Alice se hacía con la otra militar.
Azuzada por la lujuria, la negra le separó las piernas y contempló el coño de su inesperada amante con interés antes de usar sus dedos para separar los pliegues rosados de Vicky.  Admirando la belleza del sexo de su sargento, la soldado comenzó a lamer con delicadeza el ya erecto botón de la mujer mientras esta cerraba los ojos disfrutando ya del momento.
Os reconozco que disfruté viendo  que Vicky no le hacía ascos al tratamiento del que estaba siendo objeto y gimiendo como posesa, uso sus manos para presionar la cabeza de Alice contra su coño. La confirmación que  esa chavala estaba gozando me llegó al escuchar los gritos de placer que surgieron de su garganta mientras su teórica alumna se recreaba metiendo y sacando su lengua del interior de su cueva.
-¡Me corro!- chilló a los cuatro vientos descompuesta por las sensaciones que estaban asolando su cuerpo.
Alice, sorprendida por la profundidad del orgasmo de esa chavala, intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de la rubia  pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, mas placer ocasionaba a su amante que completamente desbordada no dejaba de gritar de placer.
La visión de esas dos mujeres disfrutando me terminó de excitar y si no llega a ser por mi convencimiento de la necesidad de ahorrar fuerzas para mi encuentro con la negrita, me hubiera desahogado con Mary. Al girarme y observar a la psiquiatra, me percaté que ella también se había visto afectada por la escena y sin la responsabilidad de tener que cumplir, se estaba masturbando sin parar.
“¡Joder!”, exclamé mentalmente al verla y sabiendo que si seguía en esa habitación, iba a terminar tirándomela, decidí salir y darme un chapuzón en la piscina que calmara mis ánimos.
Era tanta mi calentura que ni siquiera fui a ponerme un traje de baño y despojándome de mi ropa, me tiré al agua enteramente desnudo. Con la imagen de Alice en mi retina, comencé a hacer largos en un vano intento de ocultar ese recuerdo en el rincón mas alejado de mi mente. Durante media hora,  nadé sin descanso hasta que ya cansado decidí salir de la piscina.
Lo que no me esperaba fue que, al subir por la escalera, toparme de frente con  Alice. La mujer, trayendo una toalla entre sus manos, esperaba al borde para secarme. Conociendo que mentalmente estaba condicionada a servirme, me pareció natural que esa musculosa negrita estuviera allí aguardando mi salida y haciendo como si no supiera nada de lo ocurrido, cordialmente le pregunté cómo le había ido en el entrenamiento.
Mi sorpresa fue que sentándose en una tumbona, la chavala se echara a llorar desconsoladamente. Impactado por sus lágrimas, me acomodé a su lado y pasando mi brazo por sus hombros, la abracé diciendo:
-Cuéntame qué te ocurre.

 

Berreando con la respiración entrecortada por el dolor que sentía, Alice posó su cara contra mi pecho mientras me decía:
-Doctor McArthur, me he comportado mal con Vicky.
Conociendo a lo que se refería, insistí en que me contara lo que había pasado porque necesitaba saber qué es lo que le había inducido a forzar de ese modo a la otra militar. La muchacha, reconfortada por mi tono, se calmó e incapaz de mirarme me empezó a explicar su desconsuelo diciendo:
-¿Recuerda que usted me enseñó lo que se sentía cuando una mujer era acariciada por un hombre?
-Sí- respondí escuetamente
– Y ¿Recuerda que en su presencia también experimenté lo que qué se sentía cuando una mujer era tocada por otra?
-Claro- contesté- fui yo quien lo provocó. No en vano fui yo quien les ordenó a Vicky y a Mary que te dieran placer mientras me duchaba.
Reanudando su llanto, Alice se desmoronó al confesarme:
-Esta mañana después del ejercicio, quise ser yo quien tocara y no la tocada.
-¿Qué has hecho?
Con la vergüenza reflejada en su rostro, la negrita ratificó lo que había sido testigo diciendo:
-Sé que estuvo mal pero algo en mí me obligó a coger a la sargento y a obligarla a tener sexo conmigo.
-Comprendo- respondí y mientras acariciaba su rizada melena, la reprendí diciendo: -El sexo es bueno pero siempre que sea consensuado. Debes aprender a reprimir tus emociones o al menos preguntar antes de actuar. Estoy seguro que a Vicky no le hubiera importado acostarse contigo si se lo hubieras pedido.
-Lo sé- llorando contestó- le juro que no volverá a ocurrir pero en ese momento, recordé el modo en que usted tomó a la sargento y sentí envidia de ella. Ahora me arrepiento pero por algún motivo que no alcanzo a entender, quise castigarla.

 

Fue entonces cuando caí en la cuenta que en su mente infantil veía a las otras dos mujeres como competencia más que como compañeras y recordando mi papel de instructor y dueño, susurré en su oído:
-¿Sabes que tengo el deber de reprenderte?
-Sí, doctor y a eso he venido- contestó sin mirarme a los ojos.
Asumiendo que en la programación de su cerebro, era además su dueño, la separé de mí diciendo:
-Desnúdate, ¡No puedo admitir tu comportamiento!
Obedeciendo mi orden, Alice se puso de pie y en silencio, empezó a desabrochar los botones de su camisa con decisión. Aunque su intención no fue la de calentarme, os tengo que confesar que al ver aparecer sus negros melones me puse como una moto y disfrutando ya de ese nada erótico striptease, no perdí ojo de cómo iban cayendo sus ropas al suelo. Al quitarse el pantalón de campaña, descubrí que bajo esa dura prenda militar, la chavala llevaba un coqueto tanga blanco que le dotaba de una femineidad indiscutible.
-Date la vuelta, ¡Quiero verte el trasero!
Mi orden tuvo un efecto no previsto en la negrita e involuntariamente sus pezones se pusieron duros. Satisfecho, vi cómo se giraba y con su trasero en pompa lo puso a mi disposición. Las musculosas nalgas de esa mujer eran un objeto de deseo que no pude ni quise dejar de acariciar y llevando mis dedos a su piel, comencé a masajearla mientras su dueña comenzada a respirar con mayor dificultad.
-¡Tienes un culo precioso!- le solté al reparar que tenía todos sus vellos erizados.
La cría me miró agradecida pero no dijo nada. Su completa sumisión me permitió obligarla a apoyarse en una de las mesas de la piscina y entonces sin avisar le aticé un sonoro azote en uno de sus cachetes. La sorpresa le hizo gemir pero sin moverse de la posición que había adoptado, esperó que siguiera con el castigo.
“¡Qué curioso!”, pensé al saber que esa mujer que podría hacerme papilla con suma facilidad, deseaba recibir mi reprimenda con auténtica ansia.
La siguiente serie de tundas sobre su duro pandero la soportó sin emitir queja alguna y solo cuando hice un breve descanso para examinar los efectos sobre su piel, se permitió emitir un suspiro al sentir que separaba con mis manos sus adoloridas nalgas. No me constó deducir que ese sonido era en gran parte una muestra de deseo y por eso mientras reanudaba con una mano el castigo, me permití usar la otra para examinar su coño.

 

-¡Estas empapada!- exclamé al descubrir que estaba totalmente encharcado y recreándome en ese descubrimiento, me apoderé de su clítoris con dos de mis dedos.
La serenidad de la negrita desapareció al sentir el doble tratamiento. La mezcla de dolor y placer asoló su cordura y sin ser realmente responsable de sus actos, me rogó que siguiera.
-A mi zorrita le gusta cómo su amo le trata, ¿Verdad?.
-¡¡Sí!!- replicó con un deseo que no me pasó inadvertido.
Os prometo que si no llego a recordar que la psiquiatra me había avisado que esa niña debía recibir las novedades una a una, hubiese aprovechado para desvirgarla en ese momento. Sabiendo por tanto que no debía mezclar el castigo con  la pérdida de su  virginidad, proseguí azotándola y masturbándola hasta que ya totalmente agotada y después de una serie de profundos orgasmos, perdió el equilibrio y cayó al suelo.
Sin ayudarla, llamé a las otras dos mujeres. Ambas debían estar observando porque en pocos segundos llegaron a mi lado. Asumiendo que era cierto, les solté:
– ¡Seréis putas! La próxima vez que os pillé espiándome, le diré a Alice que os castigue- la cara de estupefacción de ellas me confirmó su  acción y dando por sentado que ese aviso era suficiente, ordené: -Llevad a Alice adentro y ponedle crema en su pandero.
Reaccionando como psiquiatra, Mary se acercó a mí y me dijo:
-Alan, tienes que aprovechar que está débil para hacerla mujer- y con una sonrisa en sus labios, me preguntó: -¿Te parece bien que Vicky y yo te la preparemos?
Soltando una carcajada, acepté de buen grado la sugerencia y queriendo saber mi exacta función, le pedí que me sugiriera cómo comportarme. La morena guiñándome un ojo, respondió:
-Vete a tu cuarto y espéranos allí. ¡Te sorprenderás cuando la veas!- y recalcando sus palabras, me soltó: -la mujer que llegará a tu cama, no será una soldado sino una niña necesitada de cariño.
Tras lo cual entre las dos se llevaron a la adolorida mujer, dejándome solo en el exterior de la casa….
Por fin, Alice culmina su evolución.
Camino hacia mi cuarto, analicé las palabras de la doctora y vislumbré que debía comportarme como un amante dulce y cariñoso cuando ese par llevaran a Alice hasta mi cama.
-La vieja táctica del palo y la zanahoria- mascullé entre dientes- tras el castigo viene el premio.
Dando por sentado las razones psicológicas por las que Mary esperaba que al sentir ternura por mi parte después del duro trato al que la había  sometido, la negrita diera por terminada la primera fase de su educación, me metí a duchar para quitarme el cloro de la piscina. Bajo el chorro y mientras daba vueltas a esa situación, comprendí que a mí también me apetecía ser cariñoso y por eso tras secarme, esperé pacientemente que llegaran las tres mujeres.
Mi espera se prolongó durante casi media hora, pero no me importó al ver el resultado ya que me costó reconocer a la musculosa negrita en la tímida jovencita que entró por mi puerta.  Con su pelo recogido y vestida con un camisón rosa anudado hasta el cuello, Alice parecía no hacer cumplido los dieciocho.
“¡Que belleza!”, exclamé mentalmente al comprobar el cambio experimentado.
-¿Puedo pasar?- preguntó cortada y sin conocer realmente que se esperaba de ella.
El tono inseguro de esa negrita  ratificó que no era más que una niña inexperta deseando convertirse en mujer y por eso la llamé a mi lado diciendo:
-Ven preciosa.
Confundida por mi piropo después del modo que la había tratado se acercó a mí, con paso incierto. La sensualidad que manaba de sus poros y que era patente a través de esa tela transparente me hizo desear todavía más ser el primero en desflorar a esa cría. Reteniendo mis ganas de saltar sobre ella, le pedí que se sentara en la cama.
Alice, incapaz de mirarme a los ojos, se acomodó a mi lado casi temblando. Su nerviosismo quedó patente cuando le dije mientras mordía su oreja dulcemente que era guapísima.
-¿De verdad?- preguntó mordiéndose los labios.
-Sí, eres maravillosa.
Al escuchar mi lisonja, dos pequeños bultos bajo la tela la traicionaron haciéndome saber que con mi sola presencia esa cría se estaba excitando. No queriendo asustarla pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que acercaba mis labios a los suyos. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, susurró en mi oído:
-Quiero que me haga mujer.
Aunque ella me lo pidió, la vi temblar al ir deslizando los tirantes de su camisón. Uno tras otro aparecieron ante mí sus dos impresionantes pechos y con premeditada lentitud, llevé una de mis yemas hasta su pezón, diciendo:
-Tranquila, si no quieres lo dejamos.
Aterrorizada al pensar que no iba a ser mía, se desnudó por y se sentó sobre mis rodillas mientras me volvía a besar.   Su extraña belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio y  su dulce pero triste sonrisa, hicieron que mi pene  se alzara presionando el interior su entrepierna.
Esa presión no despejó sus miedos y sabiendo que quería formar parte de mi vida, esa mujer decidió que haría su mayor esfuerzo en complacerme para que de esa noche no pasase que fuera mía. Por mi parte, traté de ser todo lo delicado posible y poniendo mis manos en ese duro trasero, la tumbé junto a mí. Ya  con ella en esa posición, me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla y ya sumida en la pasión, esa negrita me rogara nuevamente que la desvirgara. Tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella.
Sus ojos llenos de miedo entraban en franca contraposición con su sexo que presionando contra mi entrepierna pedía que guerra.  Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar.
-¡Por favor!- lo necesito.
Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con la necesidad de no decepcionarla, la besé en el cuello mientras acariciaba sus pantorrillas rumbo a su sexo. El cuerpo de Alice tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos, muestra clara que se estaba excitando por lo que tiernamente me dispuse a retirar el tanga de encaje rosa que cubría su entrepierna.
Con el deseo brillando en sus ojos, la negrita me permitió retirar esa prenda y bajando por su cuerpo, asalté  ese último reducto con mi lengua. Nada más tocar con la punta su clítoris, Alice sintió que su cuerpo colapsaba y se corrió. No contento con ese éxito inicial, proseguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
Para entonces, el sabor juvenil de su coño ya impregnaba mis papilas, reafirmando mi erección y olvidando que debía ser suave, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. La ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, Alice busco mi pene con sus manos. Sabiendo que estaba dispuesta, acerqué mi glande a su excitado orificio. La negrita, moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Decidido a que esa noche fuera inolvidable para ella, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla.
-¡Fóllame!- rugió pellizcándose los pezones.
Al verla tan entregada, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior. Alice gritó por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas y sin que yo hiciera nada más, volvió a correrse.
La humedad que anegaba  su cueva, facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina, rellenándola por completo. Todas las células de mi cuerpo me pedían que acelerara la cadencia de mis movimientos pero mi mente me lo prohibió y por eso durante unos minutos seguí machacando con suavidad su conducto. La lentitud de mis penetraciones llevaron a un estado de locura a esa negrita que olvidando que yo era su dueño, clavó sus uñas en mi trasero mientras me exigía que incrementara el ritmo. 
-Me corro- chilló ya descompuesta.
Deseando que mi clímax coincidiera con su orgasmo, agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas.
-Más fuerte- gritó con su respiración entrecortada.
Obedeciendo de cierta manera,  llevé mis manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, eyaculé en su interior derramando  mi simiente mientras ella no paraba de gritar. Agotado caí sobre ella. Alice recibiéndome en sus brazos, esperó a que tomara un poco el aíre para decirme:
-Llegué a tu cama siendo tu niña y ahora soy tu mujer.
Tras lo cual y sin darme un minuto de pausa, se arrodilló  frente a mí e intentó reanimar a mi adolorido sexo. Estaba tan cansado que estaba a punto de pedirle que parara cuando vi que Mary y Vicky entraban en la habitación, totalmente desnudas. La expresión de la cara de la psiquiatra me anticipó sus intenciones y llegando hasta la cama, separando a la negrita de mí, le dijo:
-Hermanita. ¡Soy la única que no te ha tenido!

 

Y poniendo su coño frente a su boca, exigió que la negrita tomara posesión él.
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

«Defendiendo el buen nombre familiar de un intruso» Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

Unos disturbios en el barrio de Totenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.
Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval. Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y mas cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES primeros capítulos:

1

Esa tarde de agosto bien podría haber sido como cualquier otra, si no llega a ser por los disturbios que sacudían Londres y más concretamente el barrio de Tottenham donde vivía. Acostumbrado a una vida apacible en su Madrid natal, Jaime Ortega jamás había sentido tanto miedo. La orgía de violencia que recorría las calles le había hecho encerrarse en su apartamento al temer que su color de piel le hiciera objeto de las iras de los manifestantes.

Los disturbios habían empezado a raíz de la muerte de un haitiano de raza negra a manos de la policía y mientras las autoridades consideraban el hecho como algo fortuito, sus paisanos la consideraban un asesinato racista y por ello clamaban justicia. Tal y como suele suceder en ese tipo de tumultos, una vez prendida la mecha, los elementos más extremistas aprovecharon la circunstancia y convirtieron esa justa protesta, en una espiral de sangre y fuego que amenazaba la vida y el patrimonio de muchos inocentes.

Desde la seguridad de su ventana, observó como la turba no contenta con romper escaparates y quemar los automóviles aparcados en las aceras, se había lanzado a atacar a la única patrulla que se había atrevido a salir a recorrer ese distrito.

―Se va a armar― exclamó al ver que habían cercado a un policía y que el agente había sacado su pistola, temiendo por su vida.

El sonido de un tiro retumbó en sus oídos justo en el momento en que descubría a una mujer blanca intentando entrar en un edificio cercano. Durante unos segundos dudó que hacer, pero comportándose como un cretino irresponsable, decidió ofrecerle su ayuda a pesar de que con ello ponía en peligro su propia vida.

Bajando los escalones de dos en dos, llegó a la puerta y abriéndola, llamó a la mujer que seguía intentando abrir la suya. Era tal el estruendo que producían los manifestantes al gritar que fue imposible que le oyera y cometiendo por segunda vez una tontería, salió por ella mientras a su alrededor se sucedían las carreras y las cargas policiales.

La desconocida estaba tan nerviosa que al verle llegar pensó que la iba a asaltar y como acto reflejo se puso a pegarle con el bolso. Viendo que la turba se acercaba peligrosamente donde estaban, tomó una decisión desesperada y sin medir las consecuencias, se la echó al hombro y salió corriendo de vuelta hacia su portal.

Como no podía ser de otra forma, la mujer protestó y durante el trayecto, intentó zafarse, pero no lo consiguió y por ello al depositarla en el suelo, empezó a gritar como una loca, suponiendo quizás que iba a violarla.

«¡Esto me ocurre por imbécil!», pensó y mientras se daba la vuelta para subir a su piso, le dijo a la desconocida: ―Será mejor que espere a que se vaya esa gente antes de salir― tras lo cual se metió en el ascensor.

Fue entonces cuando esa mujer cayó en la cuenta de que no era un asaltante sino un benefactor y muerta de vergüenza, le dio las gracias por sacarla de la calle.

Jaime ni siquiera se había dignado en contestar, pero de reojo vio que un grupo de violentos estaban intentando entrar en su edificio y sin pensárselo dos veces, tiró del brazo de la desconocida y la metió en el ascensor, justo en el instante en que la puerta caía hecha añicos.

Sin dirigirle la palabra al llegar a su piso y tras cerrar con llave, aseguró la puerta poniendo una barra de hierro para hacer palanca mientras a su lado la mujer permanecía tan callada como asustada.

―Hay que llamar a la policía― dijo considerando que esa barrera no aguantaría mucho si esos energúmenos decidían forzarla.

Desgraciadamente el número de emergencia estaba totalmente saturado y a pesar de los múltiples intentos para comunicar la precaria situación en la que se encontraban, solo consiguió dejar un recado en el contestador.

«¡Mierda! ¡Ya están aquí!», masculló entre dientes al escuchar voces en el pasillo y haciendo una seña, rogó a la aterrada mujer que mantuviese silencio. Ésta le hizo caso y durante cerca de cinco minutos, ninguno de los dos emitió ruido alguno que pudiese llamar la atención de los alborotadores.

Eso le permitió observarla sin que se sintiera intimidada:

«Es casi una niña», sentenció valorando el desmesurado pecho con el que la naturaleza había dotado a esa mujer y solo cuando ya no escuchaba ruido alguno, se atrevió a ofrecerle un café.

―Mejor un té― respondió casi susurrando.

Acostumbrado a los diferentes acentos de Inglaterra, Jaime comprendió que esa rubia pertenecía a la clase alta por el modo en que entonaba sus palabras y eso le sorprendió porque ese barrio era de clase obrera.

«¿Qué cojones estará haciendo aquí?», pensó, pero asumiendo que tendría tiempo de enterarse, decidió no preguntar y calentar el agua con el que hacer la infusión que le había pedido.

―Te debo una disculpa.

―No te preocupes― replicó mientras disimuladamente admiraba el trasero de su invitada, cuyo pantalón no conseguía ocultar el magnífico culo que escondía en su interior.

Sabiendo que pasaría junto a esa preciosidad unas cuantas horas antes que la policía consiguiera reestablecer el orden, se puso nervioso y al poner en sus manos el té, se presentó. Por un momento, la cría dudó si decirle su nombre y cuando finalmente le dijo que se llamaba Liz, bromeando con ella, Jaime le contestó:

―Estás en mi casa y en español tu nombre es Isabel.

Esta al captar que estaba de guasa, le replicó:

―Estamos en Inglaterra y por lo tanto seré yo quien te llame James.

Que optara por la vertiente formal de su nombre en vez de elegir la de Jimmy, confirmó sus sospechas de que su invitada era una pija.

El griterío proveniente del pasillo les alertó nuevamente de la proximidad de esos matones. Durante un instante se quedaron mirándose sin saber cómo actuar ni qué hacer.

―Acompáñame― susurró a la muchacha al escuchar que los alborotadores estaban tirando la puerta de un piso vecino.

No tuvo que repetir su sugerencia, Isabel temiendo por su propia seguridad le siguió hasta su cuarto y solo cuando le vio abrir la ventana, preguntó por sus intenciones.

         ―Estoy buscando una vía de escape por si esos cabrones consiguen entrar― contestó mientras comprobaba que fuera posible alcanzar la escalera de emergencia.

Afortunadamente, el acceso era sencillo y previendo que debía hacer algo para tener tiempo de reacción en caso necesario, atrancó con muebles la puerta de la habitación.

―Esto resistirá al menos un par de minutos― satisfecho comentó tras comprobar su resistencia y más tranquilo, se sentó en una silla mientras le ofrecía a Liz que tomara asiento sobre la cama.

Temporalmente a salvo, la muchacha se echó a llorar y por ello le pidió que se callara porque no era conveniente hacer ruido. Los propios nervios de la rubia provocaron que, en vez de obedecer, incrementara el volumen de sus lloros. Temiendo que la turba los escuchara, no le quedó otra que soltarle un tortazo para que se tranquilizara.

Liz enmudeció por la sorpresa y fue entonces cuando Jaime aprovechó para decirle al oído mientras la abrazaba:

―Perdona, pero estabas llamando la atención. Tenemos que permanecer en silencio.

Acariciando su mejilla con la mano, insistió en la necesidad de estar callados. Ella comprendió que había hecho lo correcto y levantando su mirada, dijo en voz baja que lo sentía y que no volvería a dejarse llevar por la histeria. Incomprensiblemente, ese guantazo había disuelto todos sus recelos y buscó el contacto con ese desconocido apoyando la cabeza sobre su pecho.

Jaime palideció porque contra su voluntad el olor de esa mujer provocó que sus hormonas se pusieran en funcionamiento mientras en su interior comenzaba a florecer una atracción brutal por ella. Solo haciendo un verdadero esfuerzo, consiguió repeler las ganas de besarla. Eso sí, lo que no pudo fue que bajo el pantalón su pene despertara y luciera una erección que, afortunadamente, pasó desapercibida.

―Deberías intentar dormir. La noche será larga― susurró en su oído mientras delicadamente la tumbaba sobre las sábanas.

Sus palabras lejos de tranquilizar a la muchacha incrementaron sus temores y cuando quiso separarse de ella, con lágrimas en los ojos, Liz le pidió que siguiera abrazándola. Jaime, avergonzado, disimuló como pudo el bulto de su entrepierna y se tumbó junto a ella…

2

Durante más de dos horas, permanecieron abrazados, pero no pudieron descansar al temer que en cualquier momento la turba volviera y que para salvar sus vidas tuvieran que huir de su momentáneo refugio. Quizás la más nerviosa era Liz, no en vano era consciente que, de caer en manos de esos sujetos, su destino no sería halagüeño. En el mejor de los casos la matarían por ser blanca y en el peor, ¡también!, pero tras usarla para satisfacer sus más oscuros apetitos.

«Esos malditos me violarían», meditó mientras agradecía a Dios haber encontrado a un hombre como Jaime que no la veía como un pedazo de carne.

Lo que esa mujer desconocía era que en ese preciso instante el hombre, entre cuyos brazos se había cobijado, estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no excitarse nuevamente ya que, por la postura, tenía una visión casi completa de su escote y estaba seguro de que a poco que ella se moviera iba a dejar uno de sus pezones al descubierto.

En un momento dado, la joven apoyó su cabeza en el pecho de su compañero de infortunio y llorando desconsolada, se pegó a Jaime buscando consuelo mientras éste se afanaba en arrullarla. La ausencia de actividad permitió que poco a poco Liz fuera calmándose hasta que contra todo pronóstico cayó profundamente dormida. Lo malo fue que tal y como estaba abrazada, su benefactor no podía moverse sin correr el riesgo de despertarla.

Al sentir la suave piel del muslo de la chavala rozando el suyo, se empezó a poner nervioso, imaginando que no tardaría en darse cuenta del tamaño que nuevamente había alcanzado su pene.

«Si se despierta, va a notar que estoy empalmado», pensó al sentir la presión que involuntariamente ejercía la vulva de la muchacha sobre su erección.

 A la desesperada intentó cambiar de postura, pero la rubia no le dejó separarse e instintivamente buscó su contacto provocando con ello que el hierro ardiente, en que se había convertido ya la virilidad de Jaime se incrustara irremediablemente entre sus pliegues.

«No puede ser», se lamentó este al sentir el calor que manaba del sexo de la desconocida y que, debido a ello, de forma lenta pero inexorable su miembro había alcanzado su máximo tamaño.

Si antes sentía que le iba a resultar difícil no excitarse, ahora sabía que era imposible y resignado, tuvo que hacerse a la idea que ese suplicio se iba a prolongar todo el resto de la tarde o al menos hasta que esa cría se despertara.

La situación no hacía más que empeorar porque cuando Jaime intentaba alejarse del cuerpo de la muchacha, ella se pegaba más a él encajando su pene más en su interior. Si no llega a ser inconcebible, Jaime hubiera afirmado que lo estaba haciendo a propósito y no pudiendo hacer nada por evitar empalmarse, acabó por quedarse dormido abrazado a ella.

Liz se percató en seguida de que su benefactor se había quedado dormido y a pesar de que le seguía extrañando que no hiciera ningún intento por aprovecharse de ella, tuvo que reconocer que estaba disfrutando de la dulce presión que esa miembro totalmente tieso ejercía sobre su clítoris.

«¿No me encontrará lo suficientemente atractiva para dar ese paso?», se preguntaba mientras trataba de contener la tentación de moverse.

Acostumbrada a que los hombres babearan por ella, le resultaba raro y excitante que ese extranjero no hubiese aprovechado que supuestamente estaba dormida para meterla mano y más aún cuando ella tenía claro que le costaría rechazar al dueño de semejante aparato.

«Algo así no se encuentra todos los días», dijo para sí mientras inconscientemente movía sus caderas intentando calmar su creciente calentura.

Para su desgracia, ese movimiento incrementó exponencialmente el deseo que sentía y antes que pudiera evitarlo, sintió que su coño se anegaba.

«Voy a mojarle el pantalón», temió al sentir que la humedad desbordaba los límites de sus pliegues y empapaba ya el leggings que llevaba puesto.

La razón le pedía que se separara de él, pero su naturaleza fogosa que tanto le había costado ocultar la azuzaba a seguir disfrutando del roce de ese enorme tronco.

«Dios, ¡qué bruta me tiene!», sollozó en silencio mientras movía lentamente su sexo sobre la verga del desconocido.

Se sentía una enferma, pero por mucho que quería dejar de restregarse contra él, no podía. Tras seis meses sin novio, esa hermosa polla era una tentación irresistible.

«Debe tenerla llena de venas», dijo para sí mientras en su mente, imaginaba que se agachaba y devoraba la virilidad que se escondía entre sus piernas.

La mera idea de que algún día pudiera observar esa belleza al natural le azuzó a incrementar la presión con la que estrujaba ese falo contra su sexo y antes de darse cuenta de lo que se avecinaba, sufrió los embates de un silencioso, pero igualmente placentero orgasmo.

«No me puedo creer que me haya corrido», pensó lamentándolo únicamente por lo que Jaime pudiese pensar de ella, «creerá que soy una fulana».

Tal y como había temido, al sentir que tenía el pantalón mojado, el hombre se despertó, pero, por suerte para la rubia que seguía haciéndose la dormida, pensó que la mancha de su pantalón se debía a la revolución hormonal que Liz había provocado en él y que su presencia era resultado de que, en mitad de un sueño, había eyaculado sobre su calzón.

«¡Qué vergüenza!», exclamó mentalmente mientras se escabullía hacia el baño, «solo espero que Liz siga dormida hasta que se le seque la ropa» …

3

Llevaba disimulando más de media hora, cuando de pronto escuchó su teléfono sonar y temiendo que atrajera la atención de los violentos, Jaime se levantó asustando a cogerlo.

No pudo evitar emitir un suspiro de alivio al enterarse que era la policía londinense devolviendo su llamada. La alegría le duró poco porque tras preguntarle su nombre y el de todos los que estuvieran con él en la casa, la telefonista le comunicó que deberían mantener la calma y seguir encerrados porque les estaba resultando difícil reinstaurar el orden.

― ¿Sabe lo que me está pidiendo? ― exclamó acojonado― ¿Es consciente de lo que le ocurriría a la muchacha que está conmigo si cae en manos de esa chusma? ¡Joder! ¡Es una rubia preciosa! ¡La violarían antes de matarnos! ¡Necesito que la saquen de aquí!

La empleada intentó tranquilizarlo, pero lo único que consiguió fue enfadarlo más hasta que viendo que no iba a conseguir nada, se despidió de él diciendo que le mandaría ayuda lo más rápido que pudiera.

― ¿Qué te han dicho? ― Liz preguntó desde la cama.

―En pocas palabras, que tenemos que buscarnos la vida. La situación debe ser peor de lo que pensábamos porque según esa inútil, la policía no puede hacer nada por nosotros― contestó mientras repasaba sus opciones.

No tuvo que esforzarse mucho para comprender que básicamente solo tenía una alternativa y era atrincherarse en ese cuarto hasta que llegara la ayuda porque la idea de subir a la azotea era todavía mas arriesgado que quedarse ahí. Habiendo decidido que permanecerían ahí, se planteó temas mas mundanos como la comida. Como lo poco que tenía en la casa, estaba en la cocina, no quedaba más alternativa que retirar momentáneamente los muebles que había colocado en la puerta para ir por las provisiones.

Tras explicárselo a la mujer, comenzó a desmontar la improvisada barrera intentando no hacer ruido para no alertar a nadie de su presencia.  A los cinco minutos y después de haber recolectado comida para un par de días, volvió a colocarla en su posición original mientras Liz le observaba sin perder detalle.

― ¿Tienes hambre? ― preguntó pensando que el interés de la chavala se debía a su estómago vacío.

Sonriendo, contestó:

― ¿Realmente me ves preciosa o solo lo decías para conseguir ayuda?

Jaime tardó unos segundos en caer en que hablaba de su conversación con la policía y sin ganas de reconocer que la hallaba sumamente atractiva, insistió en sí quería algo de comer. La rubia soltó una carcajada al percatarse de la incomodidad que había provocado en él y queriendo profundizar en la brecha que había descubierto, se acercó:

―No me has contestado… ¿te parezco bonita?

Esa pregunta le pareció de lo mas inoportuna y con voz seria, le recordó la difícil situación en la que estaban y que debían de concentrarse en sobrevivir. La sensatez de Jaime alentó el carácter travieso de Liz y sin medir las consecuencias, lo miró en plan coqueto mientras se pegaba a él.

― ¿Qué coño haces? ― preguntó más excitado que molesto al sentir la presión que la entrepierna de la rubia ejercía contra su sexo.

Sin dejar de frotarse contra él, sonriendo contestó:

―Agradecerte el haberme salvado.

Liz al comprobar que sus maniobras estaban levantando y de qué forma el miembro del joven, se vio dominada por el deseo. Sin pedir su opinión, se arrodilló ante él y llevando las manos a su bragueta, lo liberó de su encierro. No contenta con ello, se puso a lamer el pene mientras comenzaba a juguetear con sus testículos.

La maestría de la rubia haciéndole esa inesperada mamada le tenía impresionado y por ello no opuso resistencia cuando con un suave empujón, le obligó a sentarse sobre la cama.

― ¡Qué ganas tenía de conocerte! – comentó mirando la erección y acercando su cara a ella, comenzó a restregarla contra sus mejillas.

Momentáneamente, el joven se olvidó del peligro en que se hallaban y no hizo ningún intento por pararla cuando sacó la lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de su glande. Es más, dejándose llevar, separó sus rodillas y acomodándome sobre el colchón, la dejó continuar. Liz al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, lo miró sonriendo y besando su pene, le empezó a masturbar.

Jaime no dudó en protestar al sentir que usaba las manos en vez de los labios, pero la chavala haciendo caso omiso a su queja, incrementó la velocidad de la paja mientras le decía que le diera de beber porque tenía sed. Nunca se esperó que una niña bien le hiciera semejante petición y menos que llevando la mano que le sobraba entre sus propias piernas, la rubia cogiera su clítoris entre los dedos y lo empezara a torturar.

Por eso no supo que decir cuando observó a esa preciosidad postrada ante él mientras masturbaba a ambos y menos cuando sin necesidad de que él interviniera, Liz se vio sacudida por un brutal orgasmo y poseída por una extraña necesidad, le gritó de viva voz:

― ¡Córrete en mi boca!

Acogiendo como propio el deseo de esa mujer, descargó casi de inmediato en su interior la presión que acumulaban sus huevos mientras, pegando un grito de alegría, la rubia intentaba no desperdiciar ni una gota de la simiente que estaba vertiendo en su garganta.

Para su deleite, en cuanto terminó de ordeñar su miembro, esa mujer se le volvió a sorprender porque decidida a someterlo, se sentó encima de sus rodillas.

― ¡Espero que te gusten! ― exclamó con los pechos a escasos centímetros de su cara y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se bajó los tirantes del sujetador y con una sonrisa en los labios, lo miró mientras iba liberando sus senos.

Aunque los había visto a través de su escote, tuvo que admitir que en vivo y en directo sus pezones eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando su entrega, esa mujer rozó con ellos los labios de Jaime sin dejar de ronronear.  

A pesar de que lo que realmente le apetecía era abrir la boca para con los dientes apoderarse de esas bellezas, Jaime prefirió seguir quieto como si esa demostración no fuera con él, temiendo quizás que, si colaboraba con ella, la rubia perdiera su interés en él.

Esa ausencia de reacción, lejos de molestarla, fue incrementando poco a poco su calentura y hundiendo la cara del hombre entre sus pechos, maulló en su oreja:

―Necesito que me folles.

Para entonces su pene había recuperado la entereza, presionando la entrepierna de la rubia, la cual, imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra él mientras incrustaba el glande del muchacho entre los pliegues de su vulva. Solo la barrera que representaban sus bragas impidió que la penetrara.

― ¡Me encanta que te hagas el duro! ― rezongó mientras se retorcía al sentir cada vez más mojado el coño y moviendo su pelvis de arriba y a abajo a una velocidad pasmosa, le avisó que estaba a punto de correrse.

Jaime no la creyó porque no en vano hacía menos de tres minutos que se había corrido y por eso pensó que estaba actuando cuando sus débiles gemidos se convirtieron en aullidos de pasión.

En otro momento no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela, pero sabiendo que podían oírlos, le tapó la boca con las manos mientras esa loca se corría.

― ¡Dios! ― intentó gritar al sentir que su sexo vibraba dejando salir su placer: ― ¡Me estás matando!

―Quieres callarte y quedarte quieta, nos vas a descubrir― le chilló molesto.

A pesar de su queja, la rubia siguió frotando su pubis contra él durante un par de minutos hasta que dejándose caer sobre su pecho se quedó cómo en trance mientras la mente de Jaime se sumía en el caos. Aunque estaba orgulloso por haber sabido mantener el tipo y no entregarse a la lujuria, le cabreaba pensar que había perdido la oportunidad de tirarse a esa monada y mas cuando viéndola desnuda a su lado, no podía hacer otra cosa que observar el dibujo con forma de corazón que llevaba tatuado en mitad de la nalga.

Para su desesperación poco le duró la tranquilidad ya que en cuanto hubo descansado unos minutos, esa inconsciente le soltó:

―Todavía no me has follado.

Trató de hacerle ver que era una locura, pero ella, poniendo cara de zorrón, se quitó el tanga y sentándose a horcajadas sobre él, comenzó a empalarse lentamente. La parsimonia con la que lo hizo permitió a Jaime disfrutar del modo en que su extensión iba rozando y superando cada uno de los pliegues de esa cueva que le recibía empapada.

― ¡Qué estrecha eres! ― murmuró al sentir cómo iba envolviendo su tallo y cómo dulcemente lo presionaba.

Entregada a su lujuria, Liz no cejó hasta que el glande de su momentánea pareja tropezó con la pared de su vagina y sus huevos golpearon su trasero. Entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre él sin dejar gemir al hacerlo.

Sus sollozos recordaron a Jaime el sonido de un cachorro llamando a su madre, suave pero insistente. Y olvidando cualquier rastro de cordura, apoderándose de sus pezones, los empezó a pellizcar entre los dedos.

―Cabrón, no pares― Liz murmuró al sentir como los torturaba estirándolos cruelmente para llevarlos a su boca y gritó su excitación nada más notar la lengua de su benefactor jugueteando con su aureola.

La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, habiendo resbalar su cuerpo contra él, intentaba incrementar su calentura.

La cueva de la muchacha se anegó totalmente, empapando las piernas de Jaime con su flujo al sentir que los dientes de él se hundían en la piel de sus pechos mientras con las manos se afianzaba en su trasero.

―Córrete por favor― berreó de placer, demostrando que estaba disfrutando y mucho.

Jaime supo que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando sus manos en los hombros de la joven forzó la profundidad de su cuchillada mientras se licuaba en su interior.

Las intensas detonaciones de su pene llenaron de blanca semilla la vagina de la muchacha y juntos cabalgaron hacia el clímax. Pero justo cuando agotado y satisfecho, Jaime besaba por primera vez a Liz, la habitación pareció estallar en mil pedazos.

Todavía seguían abrazados cuando una horda de encapuchados entró en la habitación, atravesando la puerta.

― ¿Quiénes son? ― queriendo proteger a Liz, Jaime preguntó.

El que debía ser el líder, ni siquiera se dignó en contestar y dirigiéndose a la muchacha que parecía menos nerviosa que su acompañante, comentó:

―Su padre desea que nos acompañe. ¡Este barrio no es seguro para usted!

Aunque literalmente era una propuesta, en realidad era una orden. Sin esperar que la chavala reaccionara, tiraron de ella y tal y como llegaron desaparecieron de allí. Jaime intentó evitarlo, pero lo único que consiguió fue que la culata del arma de uno de esos desconocidos le rompiera un par de muelas…

«LA SECRETARIA, ESE OBJETO DE DESEO», (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR.

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Sinopsis:

Tirarse a una secretaria es uno de las fantasías mas concurrentes en la mente de todo hombre. GOLFO como autor erótico nos ha descrito muchas veces el amor o el desamor entre un jefe y una secretaria. Aquí encontrareis los mejores relatos escritos por el teniendo a ese oscuro objeto de deseo como protagonista.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Descubrí a mi secretaria en mi jardín.
Eran las once de la noche de un viernes cuando escuché a Sultán. El perro iba a despertar a toda la urbanización con sus ladridos. «Seguramente debe de haber pillado a un gato», pensé al levantarme del sofá donde estaba viendo la televisión. Al abrir la puerta, el frío de la noche me golpeó la cara, y para colmo, llovía a mares, por lo que volví a entrar para ponerme un abrigo.
Enfundado en el anorak empecé a buscar al animal por el jardín, disgustado por salir a esas horas y encima tener que empaparme. Al irme acercando me di cuenta que tenía algo acorralado, pero por el tamaño de la sombra no era un gato, debía de ser un perro, por lo que agarré un tubo por si tenía que defenderme. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que su presa consistía en una mujer totalmente empapada, por lo que para evitar que le hiciera daño tuve que atar al perro, antes de preguntarle que narices hacían en mi jardín. Con Sultán a buen recaudo, me aproximé a la mujer, que resultó ser Carmen, mi secretaria.
―¿Qué coño haces aquí?―, le pregunté hecho una furia, mientras la levantaba del suelo.
No me contestó, por lo que decidí que lo mejor era entrar en la casa, la mujer estaba aterrada, y no me extrañaba después de pasar al menos cinco minutos acorralada sin saber si alguien la iba a oír.
Estaba hecha un desastre, el barro la cubría por completo, pelo, cara y ropa era todo uno, debió de tropezarse al huir del animal y rodar por el suelo. Ella siempre tan formal, tan bien conjuntada, tan discreta, debía de estar fatal para ni siquiera quejarse.
―No puedes estar así―, le dije mientras sacaba de un armario una toalla, para que se bañara.
Al extenderle la toalla, seguía con la mirada ausente.
―Carmen, despierta.
Nada, era como un mueble, seguía de pie en el mismo sitio que la había dejado.
―Tienes que tomar una ducha, sino te vas a enfermar.
Me empecé a preocupar, no reaccionaba. Estaba en estado de shock, por lo que tuve que obligarla a acompañarme al baño y abriéndole la ducha, la metí vestida debajo del agua caliente. No me lo podía creer, ni siquiera al sentir como el chorro golpeaba en su cara, se reanimaba, era una muñeca que se quedaba quieta en la posición que su dueño la dejaba. «Necesitará ropa seca», por lo que temiendo que se cayera, la senté en la bañera, dejándola sola en el baño.
Rápidamente busqué en mi armario algo que pudiera servirle, cosa difícil ya que yo era mucho más alto que ella, por lo que me decidí por una camiseta y un pantalón de deporte. Al volver, al baño, no se había movido. Si no fuera por el hecho de que tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había desmayado. «Joder, y ahora qué hago», nunca en mi vida me había enfrentado con una situación semejante, lo único que tenía claro es que tenía que terminar de quitarle el barro, esperando que para entonces hubiera recuperado la cordura.
Cortado por la situación, con el teléfono de la ducha le fui retirando la tierra tanto del pelo como de la ropa, no me entraba en la cabeza que ni siquiera reaccionara al notar como le retiraba los restos de césped de sus piernas. Sin saber cómo actuar, la puse en pie para terminar de bañarla, como una autómata me obedecía, se dejaba limpiar sin oponer resistencia. Al cerrar el grifo, ya mi preocupación era máxima, tenía que secarla y cambiarla, pero para ello había que desnudarla, y no me sentía con ganas de hacerlo, no fuera a pensar mal de mí cuando se recuperara. Decidí que tenía que reanimarla de alguna manera, por lo que volví a sentarla y corriendo fui a por un café.
Suerte que en mi cocina siempre hay una cafetera lista, por lo que entre que saqué una taza y lo serví, no debí de abandonarla más de un minuto. «Madre mía, que broncón», pensé al retornar a su lado, y descubrir que todo seguía igual. Me senté en el suelo, para que me fuera más fácil dárselo, pero descubrí lo complicado que era intentar obligar a beber a alguien que no responde. Tuve que usar mis dos manos para hacerlo, mientras que con una, le abría la boca, con la otra le vertía el café dentro. Tardé una eternidad en que se lo terminara, constantemente se atragantaba y vomitaba encima de mí.
Todo seguía igual, aunque no me gustara, tenía que quitarle la ropa, por lo que la saqué de la bañera, dejándola en medio del baño. Estaba totalmente descolocado, indeciso de cómo empezar. Traté de pensar como sería más sencillo, si debía de empezar por arriba con la camisa, o por abajo con la falda. Muchas veces había desnudado a una mujer, pero jamás me había visto en algo parecido. Decidí quitarle primero la falda, por lo que bajándole el cierre, esta cayó al suelo. El agacharme a retirársela de los pies, me dio la oportunidad de verla sus piernas, la blancura de su piel resaltaba con el tanga rojo que llevaba puesto. La situación se estaba empezando a convertir en morbosa, nunca hubiera supuesto que una mojigata como ella, usara una prenda tan sexi. Le tocaba el turno a la blusa, por lo que me puse en frente de ella, y botón a botón fui desabrochándola. Cada vez que abría uno, el escote crecía dejándome entrever más porción de su pecho. «Me estoy poniendo bruto», reconocí molesto conmigo mismo, por lo que me di prisa en terminar.
Al quitarle la camisa, Carmen se quedó en ropa interior, su sujetador más que esconder, exhibía la perfección de sus pechos, nunca me había fijado pero la señorita tenía un par dignos de museo. Tuve que rodearla con mis brazos para alcanzar el broche, lo que provocó que me tuviera que pegar a ella, la ducha no había conseguido acabar con su perfume, por lo que me llegó el olor a mujer en su totalidad. Me costó un poco pero conseguí abrir el corchete, y ya sin disimulo, la despojé con cuidado disfrutando de la visión de sus pezones. «Está buena la cabrona», sentencié al verla desnuda. Durante dos años había tenido a mi lado a un cañón y no me percaté de ello.
No solo tenía buen cuerpo, al quitarle el maquillaje resultaba que era guapa, hay mujeres que lejos de mejorar pintadas, lo único que hacen es estropearse. Secarla fue otra cosa, al no tener ninguna prenda que la tapara, pude disfrutar y mucho de ella, cualquiera que me hubiese visto, no podría quejarse de la forma profesional en que la sequé, pero yo sí sé, que sentí al recorrer con la toalla todo su cuerpo, que noté al levantarle los pechos para secarle sus pliegues, rozándole el borde de sus pezones, cómo me encantó el abrirle las piernas y descubrir un sexo perfectamente depilado, que tuve que secar concienzudamente, quedando impregnado su olor en mi mano.
Totalmente excitado le puse mi camiseta, y viendo lo bien que le quedaba con sus pitones marcándose sobre la tela, me olvidé de colocarle los pantalones, dejando su sexo al aire.
Llevándola de la mano, fuimos hasta salón, dejándola en el sofá de enfrente de la tele, mientras revisaba su bolso, tratando de descubrir algo de ella. Solo sabía que vivía por Móstoles y que su familia era de un pueblo de Burgos. En el bolso llevaba de todo pero nada que me sirviera para localizar a nadie amigo suyo, por lo que contrariado volví a la habitación. Me había dejado puesta la película porno, y Carmen absorta seguía las escenas que se estaban desarrollando. Me senté a su lado observándola, mientras en la tele una rubia le bajaba la bragueta al protagonista, cuando de pronto la muchacha se levanta e imitando a la actriz empieza a copiar sus movimientos. «No estoy abusando de ella», me repetía, intentándome de auto convencer que no estaba haciendo nada malo, al notar como se introducía mi pene en su boca, y empezaba a realizarme una exquisita mamada.
Seguía al pie de la letra, a la protagonista. Acelerando sus maniobras cuando la rubia incrementaba las suyas, mordisqueándome los testículos cuando la mujer lo hacía, y lo más importante, tragándose todo mi semen como ocurría en la película.
Éramos parte de elenco, sin haber rodado ni un solo segundo de celuloide. Estaba siendo participe de la imaginación degenerada del guionista, por lo que esperé que nos deparaba la siguiente escena. Lo supe en cuanto se puso a cuatro piernas, iba a ser una escena de sexo anal, por lo que imitando en este caso al actor, me mojé las manos con el flujo de su sexo e introduciendo dos dedos relajé su esfínter, a la vez que le colocaba la punta de mi glande en su agujero. Fueron dos penetraciones brutales, una ficticia y una real, cabalgando sobre nuestras monturas en una carrera en la que los dos jinetes íbamos a resultar vencedores, golpeábamos sus lomos mientras tirábamos de las riendas de su pelo. Mi yegua relinchó desbocada al sentir como mi simiente le regaba el interior, y desplomada cayó sobre el sofá.
Desgraciadamente, la película terminó en ese momento y de igual forma Carmen recuperó en ese instante su pose distraída. Incrédulo esperé unos minutos a ver si la muchacha respondía pero fue una espera infructuosa, seguía en otra galaxia sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Entre tanto, mi mente trabajaba a mil, el sentimiento de culpabilidad que sentía me obligo a vestirla y esta vez sí le puse los pantalones, llevándola a la cama de invitados.
«Me he pasado dos pueblos», era todo lo que me machaconamente pensaba mientras metía la ropa de mi secretaria en la secadora, «mañana como se acuerde de algo, me va a acusar de haberla violado». Sin tener ni idea de cómo se lo iba a explicar, me acerqué al cuarto donde la había depositado, encontrándomela totalmente dormida, por lo que tomé la decisión de hacer lo mismo.
Dormí realmente mal, me pasé toda la noche imaginando que me metían en la cárcel y que un negrazo me usaba en la celda, por lo que a las ocho de la mañana ya estaba en pie desayunando, cuando apareció medio dormida en la cocina.
―Don Manuel, ¿qué ha pasado?, solo me acuerdo de venir a su casa a traerle unos papeles―, me preguntó totalmente ajena a lo que realmente había ocurrido.
―Carmen, anoche te encontré en estado de shock en mi jardín, , por lo que te metí en la casa, estabas empapada y helada por lo que tuve que cambiarte ―, el rubor apareció en su cara al oír que yo la había desvestido,―como no me sabía ningún teléfono de tus amigos, te dejé durmiendo aquí.
―Gracias, no sé qué me ocurrió. Perdone, ¿y mi ropa?
―Arrugada pero seca, disculpa que no sepa planchar―, le respondí más tranquilo, sacando la ropa de la secadora.
Mientras se vestía en otra habitación, me senté a terminar de desayunar, respirando tranquilo, no se acordaba de nada, por lo que mis problemas habían terminado. Al volver la muchacha le ofrecí un café, pero me dijo que tenía prisa, por lo que la acompañe a la verja del jardín. Ya se iba cuando se dio la vuelta y mirándome me dijo:
―Don Manuel, siempre he pensado de usted que era un GOLFO…, pero cuando quiera puede invitarme a ver otra película―
Cerró la puerta, dejándome solo.

Relato erótico: «La decadencia: 1. El despertar del Diablo» (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Sin títuloLa luz de la luna atravesaba la ventana y se derramaba en su espalda. Se curvaba desde el hermoso trasero hasta su pelo rubio teñido. La columna vertebral interpretaba un hermoso baile en zigzag, mientras mi pene entraba y salía de su mojado y cálido coño. Mis manos, inquietas, acariciaban su trasero, dando azotes; y de ahí recorría sus muslos y caderas.

Cada milímetro de su piel se me antojaba de Diosa, cada gemido quedo de mi amante endulzaba mis oídos. El aroma a vainilla de Lorena se entremezclaba con el estándar de la habitación de un hotel de cuatro estrellas.

Pronto se irá a su hogar, pronto dejaré de saborearla. Pero mientras la penetro, mientras la acaricio, mientras es mía Lorena, absorbo cada segundo de su compañía, cada milímetro de su piel.

Lorena se sentó en la cama y me miró cómplice. Agarró mi polla y la engulló durante un rato. Me sentía pletórico, siempre con mucha confianza cuando yacía con Lorena. Su boca recorría mi polla con elegancia. Sus ojos miraban al infinito, centrada en dar placer, en saborear placer. El placer reventaba contra las paredes, contra los cuadros, contra el minibar vacío, contra las botellitas y nuestra ropa desparramada por el suelo, contra la ventana…..

Me coloqué detrás de ella, de lado, tumbados sobre la cama. Ella me miró de reojo, dándome ánimos, deseosa de ser penetrada otra vez. Agarré su muslo izquierdo por la zona interior. Me acomodé y agarré el pene hasta meter la cabeza en el coño. Ella confirmó que lo hice bien con un movimiento de culo, pegándolo a mi pelvis, acompañado de un gemidito de gata salvaje que quiere ser amaestrada. Mi mano izquierda se posó sobre uno de sus pechos. No demasiado grande, pero sí en su sitio, a pesar de sus treinta y ocho años. Bellos pechos, con amplia aureola rosada. Inicié el movimiento, ella lo acompañaba para facilitarme el poder entrar más. Desde esa postura no podía clavarla entera, pero con tres cuartas partes era suficiente para encontrar una buena follada. Mi capullo rozaba las húmedas células de la piel de su cuidado sexo. Sus movimientos facilitaban un mayor roce, otorgando al momento un placer genuíno e inigualable. Ella gemía despacio, y respiraba fuerte acompañando la follada, como un atleta acompaña su carrera respirando por la boca. Derramados sobre la cama me centré en aguantar la gloriosa embestida. Percibía su sudor, que se entremezclaba con su perfume, notaba su piel de gallina, sentía su complicidad. Por un momentos fuimos uno solo; esos momentos, en los que somos como un gigante hermafrodita que se da placer así mismo, son los que me hicieron engancharme a mi cuñada Lorena.

Temí correrme, así que cambié la posición.

Ahora Lorena estaba tumbada; sus piernas, elegantes y brillantes de luz de luna, se abrieron, invitándome a entrar, y se cerraron en torno a mi espalda justo al entrar.

“Dame fuerte hasta el final, cariño”.

No cesaba de darme ánimos, su lengua buscaba la mía en un guarro beso de bocas abiertas, sus suspiros y gemidos me acercaban a su cálido cielo. Me deje llevar por su dulzura, por el calor húmedo de la cueva donde entraba con fuerza y rapidez; sin retorno es el camino de su cama. Me dejé llevar por su lengua, por la forma de sus bellos pechos próximos.

Ví luces, un cosquilleo recorrió mi espalda. Tras un espasmo me detuve, notando como el semen incipiente comenzaba a recorrer mi polla. Me agarré al abismo de sus caderas y apretando una leve follada, derramé todo mi semen dentro de Lorena. Mi ritmo  se fue apagando, hasta acabar tumbado sobre ella.

Agradecida, me besó durante un largo rato. Luego se levantó y se vistió.

–        Son las diez y media de la noche, en casa me esperan desde hace más de media hora. ¿No te vistes?.

–        No, a mi no me espera nadie. Mi casa no es tan confortable como este hotel, y he bebido; no estoy en condiciones de conducir una hora. Me quedaré y así amortizo el hotel.

–        ¿Te has quedado satisfecho, amor?

–        Siempre me sabes a poco.

Se fue, no sin antes darme otro beso con lengua. El peligro de enamorarme de Lorena no era que estuviera casada; el peligro es que lo estaba con mi hermano.

Mi locura se reflejó en la copa que agitaba frente a la ventana. Me relajé tanto que imaginé cómo sería que mi hermano muriese. Su mujer y su confortable casa serían míos. Su dulce hija, Bea, sería mía. Sonreí al espejo, malicioso, y en mi reflejo pareció que los dientes estaban afilados como los del mismo diablo. Agité la cabeza, al volver a mirar era yo de nuevo. Levanté la copa a mi reflejo, y bebí todo su contenido de una sentada.

Me dije que podría estar toda la vida deseando algo, ¿tan incapaz era de actuar?. Un psicólogo me habría puesto en ese momento una camisa de fuerzas si hubiera tenido la oportunidad de analizar mi cerebro.

Perdonen vuestras mercedes que el inicio de este complejo y amplio relato lo inicie en el inicio de mi locura. Pues no quiero contar mi vida, solo mi ida al infierno; sin retorno, sin arrepentimientos.

Reuní el suficiente valor, Lorena no tendría por qué saberlo jamás. Solo consistía en deslizar mi vida ante la perspectiva del valor de conseguir un sueño. Tal vez la locura me apremiara y cegara; pero me daba igual, no pensaba en otorgar a mi mente el más mínimo rastro de lucidez. Igual luego Lorena no me acepta como pareja de por vida, igual yo la dejo por otra amante al cabo del tiempo; pues mi sino es el de ser infiel, el de follar a la mujer que no tengo. Por eso follaba con Lorena. Pero ciertamente la amaba, ciertamente imaginaba vivir con ella, formar una familia junto a ella y a su bella hija de diecisiete años.

El diablo acudió a mi rostro de nuevo. Formaría familia con Lorena, y luego con Bea. De nuevo la copa, de nuevo la lucidez. Sentía presencias en la habitación. Deseaba dejar de pensar. El sueño me abrazó.

Soñé que el diablo tiene cuerpo de mujer y que follaba conmigo durante siglos, viendo a través de una ventana de fuego, a cámara rápida, como la humanidad avanzaba.

Pedí vacaciones por el mes de diciembre. Por aquel entonces vivía solo, tres años después de dejar a mi anterior novia, la guapa, simpática y mal mamadora Ana. Vivía en mi pisito de sesenta metros cuadrados, moderno y bien decorado. El trabajo fijo en una oficina de arquitectura, compensaba la vida sedentaria con ocho horas de gimnasio semanal. Tenía libertad, un buen sueldo, estabilidad laboral y una mujer con la que consolarme. A veces la mente humana es extraña, porque iba a poner todo en peligro por poseer a esa mujer; sin saber siquiera si ella iba a corresponderme.

Se trataba de aparentar normalidad, mientras elaboraba el crimen perfecto.

Estuve una semana encerrado en mi apartamento, pensando cómo hacerlo. Rápidamente llegué a la conclusión de que iba a ser muy difícil; pues básicamente me dediqué a desechar posibilidades tal cual se me iban ocurriendo.

Deseché la opción de arma de fuego. Ya que se dejaba rastro, se adquiriese como se adquiriese. El único propósito era hacerlo de tal forma que jamás se sospechara de mí, y que nunca existiese el más mínimo rastro que llevase a nadie hacia a mí. Por muy bueno, experimentado y perspicaz que fuese el detective que analizara el caso.

Deseché arma blanca. No desearía tener una escena del crimen que limpiar; pues sería fácil tener un despiste y dejar huellas.

Deseché, igualmente el envenenamiento, pues su mujer sería la principal sospechosa. No quería ser pillado, pero tampoco era mi intención implicar a nadie. Se trataba de buscar el crimen perfecto, y ello conlleva que no haya culpables; o que, en el caso de que fuera evidente que lo hubiera, jamás fuese encontrado.

Llevaba una semana dándole vueltas y necesitaba salir, tomar algo, desconectar. Viernes noche, 21:50 horas. Descarté llamar a Lorena sobre la marcha, pues estaría con su querida familia. Y no tenía ganas de llamar a ningún amigo, pues mi mente estaría en otro sitio. Así que cené cualquier cosa, me puse la chaqueta y salí a tomar una copa a un pub cercano.

Pedí una copa de whisky escocés y me senté en un extremo de la barra. El local estaba casi vacío. Mi mente seguía trabajando en el plan, mientras agitaba la copa para mezclar el excelente caldo con el hielo. Necesitaba detener la maquinaria y evadirme de la locura.

Pedí otra copa, y una tercera. Había perdido la noción del tiempo. Una voz femenina me sacó del sueño en el que mi mente luchaba.

–        ¿Muchos motivos para beber solo?

Levanté la cabeza y ví a Carolina, una amiga, novia de un amigo. Le sonreí y miré alrededor, el local estaba lleno y no me había dado cuenta. Carolina me miraba sonriente, esperando respuesta. Su sonrisa empezaba a desaparecer cuando conseguí articular palabra.

–        Hola. Bueno, alguno hay pero te aburriría. ¿y tú por aquí?, ¿estás con Antón?.

Mi voz sonó somnolienta, afectada por el alcohol.

–        No. He cenado con una compañera de trabajo y hemos venido a tomar una copa.

Me hizo un gesto con la cabeza; tras de ella apareció una chica, que debería llevar ahí todo el tiempo pero que acababa de ver.

–        Hola. ¿Tu te llamas?

–        Inés.

–        Encantado.

Acabé la tercera copa y me dispuse a irme.

–        Que lo paséis bien, yo ya me voy

Carolina me sujetó.

–        Solo son las doce, tómate una copa con nosotras.

No tenía intención de resistirme. Tal vez me viniera bien participar de alguna charla superficial con ellas, así me evadía de lo que llevaba toda la semana consumiendo la mente.

Perdí completamente la noción del tiempo y de las copas. Hablamos mucho y no recuerdo de qué. Lo único que recuerdo es que Carolina cada vez estaba más guapa si cabe, con su melena morena ondulada, sus amplios pechos, su risa celestial. Inés cada vez era más rubia, cada vez más morbosa. Mi mente transformaba sus miradas en lascivas. Mi desorientación las situaba cada vez más pegadas a mí. Mis ojos volaron por el local, como un muerto que sale de su cuerpo y se observa desde arriba. Me observe junto a ellas. Jóvenes, una morena delgada, de mi estatura, muy guapa y con un cuerpazo para quitar el hipo. La otra rubia, baja y algo rellenita; pero guapa y apetecible. El local cada vez más vacío.

Carolina e Inés estaban pegadas a mí, una a cada lado. En el pub solo quedábamos nosotros, debería ser por la mañana. Llevaba toda la noche hablando con ellas y no recordaba nada. Inés me besó, sacó su lengua y la restregó por mi boca, le correspondí como pude. Desconozco si era el primer beso o ya llevábamos un rato así.Me dejé llevar por un largo morreo. Miré alterado a Carolina, ella sonreía cómplice. Entonces ella también me besó. Intenté eludirla por ser quien era, pero estaba clavado al taburete y ella se echó encima. Su beso me supo mejor, pues mis manos se posaron en sendas nalgas, prietas bajo un ceñido pantalón vaquero. Mi polla creció de cero a cien más rápido que un Ferrari. Algo dentro de mí me hizo alucinar, pues Carolina es mi amiga más atractiva.

Mientras me besaba, notaba una mano acariciando mi espalda, luego esa mano buscaba mi paquete y lo palpaba recorriendo toda mi erección; era Inés. Suspiré aliviado ante el tacto.  Respiré hondo. Estaba muy bebido. Carolina habló.

–        ¿Vives aquí cerca verdad?.

No sé si respondí. No recuerdo cómo nos fuimos, ni si pagué mis últimas copas. La siguiente imagen que recuerdo es estar follándome a Carolina por detrás, mientras ella comía el coño de su amiga Inés, la cual se abría de patas ante ella, recostada en la parte alta de mi cama. Los tres estábamos completamente desnudos.

Las dos chillaban muy agudas y compenetradas. Era como estar follándose a dos personajes de dibujos animados. Sentía como follaba lentamente, todo se movía a cámara lenta; pero ellas chillaban rápido, como si no perteneciesen a ese momento. Lo achaqué al efecto del mucho alcohol ingerido esa noche.

Desde la puerta de mi habitación se colaba la luz de la mañana. Ahora era Inés a quien penetraba, ella cabalgándome con brío. Con mucha fuerza y muy guarra. Ahora la velocidad se ajustaba al sonido. Yo me agarraba a sus nalgas, gruesas y duras, y empujaba como podía desde abajo. No sé de donde vino, pero de repente el coño de Carolina empezó a refregarse por mi cara. Subí la mirada y a penas pude verla en cuclillas sobre mí. Lo puso en mi boca, dejándome un mínimo espacio para respirar y lamer. Sabía a jabón y pis y estaba completamente depilado. Moví la lengua con desparpajo, arrastrándola de arriba abajo, abarcándolo entero. Mientras mis manos seguían agarradas a las nalgas de Inés y mi polla subía con fuerza en cada embestida. Solo se oían los gemidos de mis dos inesperadas amantes.

Daría lo que fuera por recordar más. Pero mi siguiente recuerdo fue cuando me desperté, completamente desnudo, cinco minutos pasados del mediodía. Con una resaca de caballo, gusto a coño en la boca y aroma de mujeres en las sábanas.

Encendí la cafetera y me di una ducha mientras se calentaba. No confiaba en que el agua fría ni el café me salvaran de la resaca, pero seguro que ayudarían. Al salir de la ducha tenía mucho frío. Conecté la calefacción. Puse un disco de música clásica y tomé el café a sorbos pequeños, mientras contemplaba la ciudad desde el décimo piso de mi coqueto apartamento.

Un mensaje de móvil me sacó del instantáneo y breve momento de relax que había conseguido. Era Carolina, me sobresalté y le di a leer:

“Besos de parte de Inés. Le has encantado. A mí más, espero que seas discreto. Por cierto, ya me contarás quien es Lorena y por qué quieres matar a su marido”.

Me sobresalté de sobremanera, tanto que derramé sobre la alfombra el poso del café. Mi mente arrancó sin previo aviso, provocándome un intenso dolor de cabeza….

Estaba claro que algo había largado durante la larga madrugada de conversación. Me tranquilicé que no asociara a Lorena con mi cuñada; eso me daba la posibilidad de defenderlo como una historia que me inventé para darles conversación. Carolina me conoce, soy buen chico, no se habrá creído esa locura. Una marea de intranquilidad inundó mi alma no obstante; no era un buen comienzo para un puñetero crimen perfecto. Tuve que calmar la tentación de llamarla para dar atropelladas explicaciones que no harían más que implicarme.

Decidí ser frío. Carolina e Ines tenían esa información, conforme, pero no la contarán a nadie; pues Carolina es la primera interesada en que no se sepa nada de lo que sucedió aquella noche. Decidí responderle de forma concisa y dejando lugar a la broma.

“¿Me ayudarás a matarlo?, luego si quieres matamos a tu novio, tú me gustas más que Lorena”.

Me sentí deprimido. Lo había echado todo a perder. Todo quedaría en una broma, una mentira exagerada para llevarme a dos chicas a la cama; no me quedaba más que hacer ese papel. Adiós a mi vida con Lorena y Bea.

De repente, como salida del infierno, mi mente tuvo una idea sencillamente brillante.

Estuve horas sopesándola, toda la noche sin dormir. Me sentía bien dándole mil vueltas a algo en concreto. Necesitaba dinero y ciertos contactos, que buscaría lejos de la ciudad. Lo primero era esperar a volver de las vacaciones y empezar a dar pasos seguros una vez tuviera rehecha mi vida cotidiana. Lo primero de todo era quedar con Carolina, para dejar en nada el episodio de la noche anterior. De la coherencia de mi actuación ante ella, dependía empezar bien el plan.

La céntrica cafetería ofrecía un espacio cálido y confortable, en contraposición con el frío de mediados de diciembre. Al lado de una ventana una pequeña mesa con dos sillas y té servido en pequeños vasos. Carolina estaba bellísima. Se había quitado la chaqueta, guantes y bufanda. Lucía un elegante y abultado escote de chaleco lila y vaqueros. Carolina es mujer de delantera portentosa, y a sus treinta y uno años la lucía mejor que nunca. Siempre mostraba pues podía, y lo hacía con elegancia y naturalidad; coqueta como la que no lo busca. Me invadió una oleada de arrepentimiento de haber estado tan bebido cuando la tuve desnuda, junto a su amiga Inés, sobre mi cama.

–        ¿Me puedes explicar qué pasó la otra noche?. No es que me sienta mal, sois guapas y atractivas….. Pero jamás hubiera imaginado que una cosa así pase en la vida real.

Carolina pareció pensarse la respuesta.

–        Inés lo dejó con su novio y al verte en la barra me dijo que eras guapo y atractivo. Es cortada, así que le ayudé.

–        ¿Le ayudaste llevándome a mi casa y poniéndomelo en la cara?

Rió, yo también reí.

–        Admito que tuve un desliz, los tres lo tuvimos.

–     Inés y yo no engañamos a nadie. Pero no te preocupes que no pienso perder a un amigo. Aunque debo reconocerte que podría engancharme fácilmente a ti.

Ahora parecía divertida

–        ¿No te gusta Inés?

–        Mucho más tú, pero es guapa y no tiene mal cuerpo del todo. Si me das su teléfono podría llamarle, pero no busco nada serio.

–        Bueno, ya no tendrás que meter más trolas para llamar la atención.

Por fin sacaba el tema. Miré por la ventana, fuera lucía el sol pero los viandantes apresuraban sus pasos, encerrados en tonelajes de ropa. Debíamos estar a cero grados.

Hablé como si nada.

–        Los tipos duros gustan a algunas mujeres.

Carolina carcajeó.

–        Eras de todo menos un tipo duro.

–        Da igual, os follé.

Se levantó.

–        Y todos contentos, ahora a callar. ¿Me invitas?, he de irme.

Me callé una grosería y la despedí con dos besos en las mejillas. Vi como se marchaba lentamente, marcando las caderas en cada paso. Chica guapa e inteligente esta Carolina. Lástima que esté enamorado de mi cuñada Lorena. Tuve un pequeño arrepentimiento de que mi plan le arruinase la vida, pero en toda decisión importante había víctimas inocentes. Y Carolina firmó su sentencia a sufrir en el mismo momento en que se acercó a mí, aquella noche, con su amiga Inés.

Continuará…

Relato erótico: «Miradas… ( comienzo de una historia)» (POR DULCEYMORBOSO)

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Sin título1

Sin título Veía todas las tardes a aquella joven pareja en el parque. No tendrían más de dieciocho años y se veían muy enamorados. Siempre los observaba abrazados en algún banco y dándose besos. Damián pensaba que eran muy afortunados, especialmente el muchacho, por tener una novia tan bonita y cariñosa. Damián bajaba todas las tardes al parque. Le gustaba observar a la gente, los niños jugando, las madres detrás de ellos luchando por darles la merienda a sus pequeños, algunas parejas de jóvenes iniciándose en el bello acto de los primeros y besos y sensaciones. Las horas iban avanzando y esos muchachos siempre eran los últimos en irse. Damián desde la ventana de su casa podía observarlos. Era testigo mudo de los avances que daba esa relación. Primero eran solo besos y abrazos inocentes, después esos abrazos inocentes se convirtieron en abrazos profundos en los cuales los jóvenes descubrían la sensación de tener otro cuerpo pegado al suyo. Cierto dia Damián pudo observar como el muchacho introducía sus manos por debajo de la camiseta de su novia y acariciaba sus pechos. Nervioso no podía apartar la vista de la cara de ella, sus ojos semicerrados y su boca entreabierta delataba que aquello le estaba gustando. Damián no pudo evitar excitarse imaginando como serían los pechos de aquella chica. Otra tarde los vio escondiéndose tras un árbol y desde su ventana pudo ser testigo de cómo aquella muchacha desabrochaba el pantalón de su novio y lo masturbaba. Ella miraba en todas direcciones con miedo de ser descubierta. Damián pensaba que la pobre no estaría disfrutando tranquilamente de aquella caricia que le daba a su chico.

       La visión de aquello le provocó una sensación de muchísimo morbo y curiosidad. Nunca había imaginado que a sus sesenta y ocho años, una muchacha que podría ser su nieta, le iba a producir esa sensación. Avergonzado, se masturbó al acostarse pensando en esa jovencita.

        Estuvo varios dias pensando en aquella idea que le rondaba la cabeza. En cierto modo le avergonzaba hacerlo y temía que aquellos muchachos se sintieran ofendidos por su propuesta. Aquella tarde estaba decidido a dar el paso. Desde la ventana los vio sentados en el parque y decidió bajar. A medida que se iba acercando su nerviosismo fue en aumento. Estaba a escasos metros cuando la mirada de ella se dirigió a él.

          – Buenas tardes pareja, que tal estais?

           – Bien….- los dos respondieron casi al instante mirándose uno al otro. Con la mirada se preguntaban qué  quería ese señor.

           – Perdonar que os moleste un momento. Yo me llamo Damián y vivo ahí enfrente – señaló con su dedo la ventana de su casa- muchas veces os veo aquí y es muy hermoso ver como os quereis.Porque os quereis mucho verdad?

            – Si, claro….- se miraron entre ellos sonriendo. Aquel señor parecía muy amable y su voz delataba que era buena persona.

            – Supongo que por vuestra edad aún vivís cada uno con vuestros padres, verdad? – ellos asintieron – es normal. Se que es un fastidio no poder estar en un sitio más acogedor y sin pasar frío y por eso quería haceros una invitación que me gustaría que aceptarais.

            – Que proposición? – dijo el muchacho mirando a su novia y después a ese señor.

             – Me gustaría ofreceros mi casa…

             – Su casa? – esta vez fue la joven quien hizo la pregunta asombrada.

             – Asi es, yo vivo solo y me gustaría ofreceros mi casa para que no tengais que estar aquí en el parque pasando frío para poder estar juntos.

              – Pero tendríamos que pagarle algo como si fuera un hostal?

              – No, no…sera totalmente gratis. Simplemente a cambio os pediría que me dejarais ver como os quereis.

               – Vernos? … – los muchachos sintieron vergüenza al pensar en esa situación.

               – Si, pero tranquilos, yo estaría sentado en un rincón de la habitación y prácticamente ni os daréis cuenta que este alli.

            Ellos se miraron con una mezcla de vergüenza y como preguntándole al otro con la mirada que opinaba de lo que les acababa de ofrecer ese señor. Damián se dio cuenta que necesitarían hablarlo.

                – No os preocupeis. Mirar, el portal de mi casa es ese y el piso es el segundo. Lo pensais y mañana si quereis me llamáis en el telefonillo y ya os abro. Vale?

                – Vale, mañana le diremos que decidimos.

                – Hasta mañana pareja – Damián se alejó feliz de haber logrado dar ese paso de realizarles esa propuesta..

            Para Damián aquellas horas se le hicieron interminables.Por la noche volvió a pensar en aquella pareja de adolescentes. Se imaginó cómo sería aquella chiquilla desnuda. Volvió a masturbarse pensando en ella.

            Por fin había llegado la tarde. El día anterior había hablado con esos jóvenes y estaba muy nervioso e impaciente por saber que habían decidido. Se asomó a la ventana muchas veces con la esperanza de verlos y desconcertado veía aquel banco del parque vacío. Se temió que se hubieran enfadado por recibir aquella propuesta. Avergonzado comprobó que tenía miedo de no volver a verlos aunque fuera en la distancia. Eran las siete y volvió a asomarse a la ventana. Comenzaba a reprocharse el haber bajado la tarde anterior y decirles aquello. De pronto el sonido del timbre lo devolvió a la realidad. Serían ellos? Se apuró en acercarse a la cocina y coger el telefonillo. Su voz sonó nerviosa al preguntar quien era.

               – Damián, somos nosotros…- era la voz del muchacho – nos abre?

               – Subir…- su corazón comenzó a latir como hacía muchos años que no lo hacía.

            Les abrió la puerta y allí los vio acercarse. No pudo evitar mirar disimuladamente de arriba a abajo a la chiquilla. Estaba muy guapa con aquel vestido azul. Ellos se acercaron a la puerta y parecían dos corderillos asustados. Los mandó pasar e intentó tranquilizarlos. Intentando hacerlos sentir cómodos les propuso tomar unos refrescos en el salón y así relajarse un poco.

            Ellos le dijeron que se llamaban Nuria y Carlos y que tenían diecisiete años. Como se había imaginado ambos estudiaban. Damián los observaba en especial a Nuria. Tenía un cuerpo muy bonito y su rostro era aniñado. Hablaban y en ningún momento se soltaban sus manos entrelazadas. Le dijeron que era la primera vez que estarían asi en un lugar cómodo juntos. Damián intentaba transmitirles tranquilidad pero él era el primero en estar muy nervioso. Ese nerviosismo de aquel señor les gustó a ellos. Era como una muestra que aquella situación era nueva para los tres. Después de un rato charlando, Damián les propuso enseñarles la habitación. Al ver la cama grande se miraron entre ellos y se sonrieron. Damián se dio cuenta que la muchacha miraba el sillón de la esquina y miró ruborizada a aquel señor. Sabía que desde ese rincón ese hombre la iba a mirar. Damián se dio cuenta de ese detalle y cruzó su mirada con la de ella y se sintió avergonzado y desvió la mirada. Les dijo que se pusieran cómodos y que se olvidaran que estaba él. Damián los dejó solos unos minutos.

        Carlos al sentirse solo con su novia la abrazó y le preguntó qué tal estaba. Nuria le dijo que bien, que estaba muy nerviosa y avergonzada pero que le había gustado como les había tratado ese señor. Carlos besándola le dijo que éll también pensaba lo mismo.

            – Intentemos olvidarnos que está él – le dijo besándola y llevándola hacia la cama.

         Cuando se acercó a la habitación los vio desde la puerta sentados en la cama. En silencio los miraba besarse con pasión. Solo se escuchaba el sonido de sus besos profundos.Aquellos besos los hicieron desear acariciarse. Enseguida las manos del muchacho comenzaron a acariciar los pechos de la joven por encima del vestido. Se notaba que Nuria apenas tenía experiencia pues su cuerpo reaccionaba igualmente a pesar de las caricias torpes de su chico. Suspiraba y gemía al sentirse acariciada. Desde la puerta Damián los observaba…

Carlos desabrochó la cremallera del vestido. Sus manos temblorosas estaban desnudando por primera vez a su novia. Nuria al sentir el vestido deslizarse, instintivamente dirigió la mirada al rincón donde estaba el sillón. Lo vio vacío. Carlos desabrochó el sujetador y desnudó sus pechos. Damián sintió su sexo erguirse de repente al mirar los pechos de aquella jovencita. Eran preciosos. Su tamaño no era demasiado grande pero sus pezones si lo eran. Aquella imagen lo hizo excitarse mucho. Se abrazó a su novio. Este bajó por su cuello hasta besarle los pechos. Cerraba los ojos y gemía. Nuria los abrió al sentir como su novio comenzaba a chupar sus pezones. Lo vio allí de pie en la puerta. Un intenso escalofrío recorrió su espalda al sentir como aquel señor tenía la mirada fija en sus pechos. Gimió excitada. Damián ni siquiera se dio cuenta que estaba siendo observado cuando se acercó al sillón. Al bajarse el pantalón no era consciente que aquella chiquilla miraba con curiosidad. Damián desnudó su polla y Nuria no podía evitar mirarla. El miraba con fascinación aquellos pechos, ella miraba con vergüenza aquel sexo. Damián no pudo evitar rodear su polla con la mano y comenzar a masturbarse, cuando vio que Carlos le bajaba la braguita a su novia. Un gemido de la joven le hizo mirarla a la cara y se avergonzó al verse descubierto masturbandose.  Carlos excitado le hizo el amor. Damián se masturbaba mirando absorto aquel coño joven y hermoso.Nuria excitada gemía al sentir a su novio haciendole el amor. Sintió mucha vergüenza al abrir los ojos para poder ver de nuevo el sexo de aquel señor. Le llamaba mucho la atención mirar aquella polla. El señor se masturbaba rápido. Comenzaron a temblarle las piernas y asombrada vio salir disparados varios chorros de semen. Nuria se corrió al ver como aquel señor se corría mirándola…

    Carlos y Nuria se vistieron mientras Damián se fue a dar una ducha. Estaban felices y sorprendidos por las sensaciones experimentadas. Carlos sentía una extraña sensación al comprobar que le había dado morbo como ese señor miraba a su novia. Al ser un señor tan mayor no le provocaba celos. Su novia jamás se fijaría en un señor tan mayor. Nuria mientras se vestía no podía dejar de pensar en cómo ese señor la miraba. Tampoco podía sacar de su mente la imagen del sexo de ese hombre. Se sentía rara y con reparo terminó de vestirse.

    Al dia siguiente Nuria se despertó muy nerviosa. Toda la noche había estado pensando en lo ocurrido la tarde anterior. Por primera vez desde que estaba saliendo con Carlos le había mentido. Cuando hablaron por teléfono ella le dijo que tenía que hacer unos recados con su madre. Se duchó y preparó sin dejar de pensar en lo que iba a hacer. Estaba muy nerviosa cuando llegó y llamó al timbre. Estaba a punto de echarse atrás y volver a casa cuando escuchó su voz.

        – Quien es?

        – Hola soy Nuria – su voz sonaba temblorosa.

        – Nuria? Que Nuria?

        – La novia de Carlos, abrame por favor….

      El sonido de la puerta se activó y la joven empujó la puerta y subió por las escaleras temerosa de que alguien la viera. Al llegar al segundo piso lo vio en la puerta esperándolo. Se ruborizó al verlo.

         – Que sucede pequeña? Y Carlos? – Damián estaba preocupado por si había ocurrido algo.

         – Carlos no sabe que he venido. No pasó nada, solo que… – ella no sabía como explicarle el motivo de su inesperada visita – …perdone que este nerviosa.

         – Pasa carño.

      La hizo pasar al salón y la invitó a sentarse. Damián no podía evitar pensar en lo bonita que era esa muchacha. Su novio tenía mucha suerte, pensaba. La joven no sabía como explicarle lo que sentía y él intentaba ayudarla a que se expresara.

         – Cariño, no te sientas un bicho raro. Muchas personas sienten cosas que les hace sentirse raro pero no lo son – aquel hombre le hablaba con ternura y cariño- a mi me costó mucho esfuerzo dar el paso de bajar al parque y deciros lo de venir a mi casa. Ayer me gustó mucho veros, lo reconozco… No pienses mal de mi chiquilla.

         – No pienso mal de usted, a mi también me gustó… – enseguida al darse cuenta de que acababa de reconocer lo que le pasaba se ruborizó y calló- …me siento rara.

         – Es por eso que has venido esta tarde, verdad? – Damián miró a Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al ver como la niña asentía con la cabeza- tranquila cariño. Nadie lo sabrá.

        – Gracias, es usted muy bueno conmigo – Nuria diciendo eso se abrazó muy nerviosa a ese señor ocultando su cara en el pecho de Damián.

         – Nuria yo no veo tu cara, Te voy a hacer unas preguntas y responde con la cabeza…

       La cabeza de la joven se movió afirmativamente…

         – Se que estas nerviosa pero… Te ha gustado dar el paso de venir sola a mi casa?

        Nuria movió la cabeza asintiendo…

         – Has venido porque deseas que vuelva a mirarte?

        Damián esperó unos segundos y por fin la joven asintió de nuevo.

         – Tranquila cariño – Damián le hablaba con ternura al oído de la muchacha – a mi tambien me gustó mucho verte y seria muy feliz si me permitieras verte desnuda de nuevo. Me dejarás volver a verte cariño?

         Damián al sentir como la joven asentía sintió que se excitaba y su cuerpo reaccionaba….

 

Relato erótico: «Dos Gemelos me follaron en mitad de un parking» (POR GOLFO)

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La verdad es que no sé cómo empezar a contaros la historia de cómo caí en los brazos de esos maravillosos, malvados y descerebrados  cerdos. Ahora mismo estoy tirada en mi cama, pensando en ellos y os tengo que reconocer que me pongo cachonda al rememorar mi caída. Recordando las noches en Madrid, no he podido evitar que mis dedos se deslizaran por  mi cuerpo y se apoderaran de mis pechos  tal y como esos dos lo hicieron. Sin darme cuenta, metí una mano por mi escote y cogiendo uno de mis pezones, lo pellizqué soñando que eran sus dientes quienes lo mordían.
-Os echo de menos, cabrones – grité excitada al recordar como todo empezó….
Aunque fui educada en una escuela católica y  tengo unos padres muy tradicionales, nunca he sido mojigata y he disfrutado dando y recibiendo sexo pero jamás pensé que a raíz de ese viaje a España encontraría a dos hombres por los cuales mis pantaletas se mojaran solo con oír sus nombres.  Os juro que hasta que mis viejos me regalaron ese tour por ese país, siempre había llevado el mando en la cama y mis amantes me obedecían sin rechistar  pero todo cambió el mismo día que llegué a Madrid.
Acababa de inscribirme en el Hotel, cuando decidí ir a tomarme una copa al bar de ese establecimiento. Ni siquiera el mesero me había preguntado que quería tomar,  cuando ya me había fijado en un tipo que en la otra mesa hablaba por teléfono. No es que fuera guapo, lo que realmente me cautivó fue su voz profundamente varonil. Experta en estas lides,  me lo quedé mirando mientras terminaba la conversación.
Debió de ser tan clara mi fascinación que se percató que le espiaba y por eso nada más colgar, se acercó a donde yo estaba y con una sonrisa en sus labios, me preguntó si podía acompañarme.
-Estoy sola- contesté sabiendo que le estaba implícitamente dando entrada.
Ese desconocido soltando una carcajada y mientras se sentaba junto a mí, me respondió:
-Lo estabas. A partir de ahora, estás conmigo- tras lo cual con dos besos, me dijo su nombre.
Aunque debí de sentirme escandalizada por su descaro, algo en mí me impidió reaccionar cuando como si fuera amigo mío de toda la vida, me tomó de la cintura y acariciándome el cuello con sus yemas, me soltó:
-Tengo reservada una mesa en el Gaztelupe, ¿Me acompañas?
La seguridad con la que me lo dijo me hizo decir que sí y levantándome del asiento, dejé que me llevara hasta su coche.  De camino a su auto, el aroma a macho que manaba de su cuerpo me terminó de convencer y con una inocencia que todavía hoy me deja pasmada, me metí con él en su BMW.
“No puedo ser tan zorra” pensé todavía indecisa pensando en que acababa de llegar a esa ciudad y ya estaba buscando acción,  pero justo en ese momento Fernando se sentó en su asiento y mirándome, me dijo mientras me ponía el cinturón de seguridad:
-En España es obligatorio el llevarlo- al hacerlo, ese tipo rozó con sus dedos mi pezón y quizás por la sorpresa, pegué un gemido de placer.
Mis pechos reaccionaron al instante poniéndose duros y traicionándome bajo la tela, dos pequeños bultos dejaron al descubierto mi excitación.  Sé que se dio cuenta porque luciendo una sonrisa, susurró en mi oído:
-Primero vamos a comer.
Que diese por sentado que iba a tener algo conmigo, me encabronó y por eso sacando fuerzas del espanto que sentía, protesté diciendo:
-Solo he aceptado que me invitaras a comer, ¡Nada más!
Fue entonces cuando pasando una mano por su nuca, acercó mi cara a la suya y dándome un beso en los labios, respondió:
-Niña, desde que te vi mirándome, me di cuenta que eres una putita. ¡Aunque tú todavía no lo sepas!.
Al oír el modo tan brutal con el que se dirigía a mí, se despertó en mí algo desconocido e involuntariamente, noté que mi entrepierna se mojaba como nunca antes. Pálida por descubrir que me había gustado su falta de tacto, solo pude murmurar:
-No soy una puta.
-Si lo eres- contestó y recalcando sus palabras con hechos, me separó las piernas mientras me decía: -Estás empapando la tapicería. Quítate las bragas y sécala.
Increíblemente, obedecí y sacando mis pantaletas por mis pies, me las quité y me puse a secar el cuero beige de mi asiento. Cuando hube terminado, ese desconocido me exigió que se las diera y nuevamente cedí, poniéndoselas en sus manos. Fernando al tenerla en su poder, se las llevó a la nariz y tras olerlas, divertido, me soltó:
-Si sabes cómo hueles, voy a disfrutar mucho contigo.
La mera idea de que ese cabrón metiera su cabeza entre mis piernas hizo que mi sangre hirviera y que todo mi trabajo no hubiese valido para nada porque de mi sexo volvió a  emerger mi excitación dejando un charquito bajo mis nalgas.
“Estoy cachonda”, exclamé mentalmente.
Al mirar a mi acompañante descubrí que él también se había visto afectado por la situación y que la enorme hinchazón que mostraba bajo su bragueta era la muestra palpable. Relamiéndome de gusto al admirar su tamaño, supe que a buen seguro sería mía y por eso  sonreí deseando que después del restaurante, Fernando me llevara a su casa.
El trayecto hasta el restaurant fue corto y en menos de cinco minutos aparcó frente a su entrada. Bajándose,  me abrió la puerta del coche y me cedió el paso. Sus modales me hicieron sonreír y tratando de congraciarme con él, le dije:
-Todavía quedan caballeros.
Mi acompañante al escucharme, soltó una carcajada diciendo:
-No pienses tan bien de mí, ¡Solo quería verte el culo!
La desfachatez con la que reconoció que si me había dejado pasar antes no era por educación sino porque le apetecía mirarme el trasero, lejos de molestarme, azuzó mi coquetería y por eso decidí imprimir un movimiento sensual a mis nalgas para dejarle claro que si de algo me sentía orgullosa era de mi culo.
-Cómo sigas meneándolo así se te va a marear- me soltó encantado.
Girándome, le contesté:
-Está acostumbrado a mucho meneo.
La lujuria que desprendieron sus ojos me confirmó que, esa misma noche, ese hombre iba a querer gozar de mi pandero y no queriendo que perdiera su interés en el resto de mi cuerpo al sentarme en la mesa, dejé que mi falda se me subiera descaradamente, dándole una espléndida visión de mis muslos.
-Me gustan tus patas-  susurró en mi oído mientras se acomodaba a mi lado.
-Todo en mí es perfecto- contesté sin dejar de sonreír.
Mi falta de humildad le hizo gracia y riendo me preguntó:
-¿Estás segura?
– Lo estoy- respondí.
Justo cuando esperaba que Fernando me contestara con una frase ingeniosa, escuché a mi espalda:
-No sabía que íbamos a tener compañía.
Al mirar al recién llegado, me topé con un tipo exactamente igual que mi acompañante. No tuve que ser muy lista para comprender que me hallaba ante su hermano gemelo. Su aparición me dejó perpleja y más cuando oí que decía:
-¿No me vas a presentar a esta preciosidad?
Fernando hizo las presentaciones diciendo:
-Indira, Ricardo- tras lo cual y sin cortarse un pelo, prosiguió diciendo:  – Es una mexicanita que esta noche quiere descubrir el lado salvaje de Madrid.
Con el mismo descaro que su hermano, Ricardo mirándome a los ojos, preguntó:
-¿De Madrid o de los madrileños?
Sabiendo que me estaban poniendo a prueba, contesté:
-No creo que seas salvajes, más bien os veo como dos gatitos bastantes domésticos.
El reto nada velado que escondían mis palabras picó a ambos pero sobre todo a Fernando que siendo el primero que conocí, ya sabía de qué pie cojeaba, y por eso tomando la palabra, soltó:
-Mira niñita, no nos duras ni un asalto.
Encantada por haberles tocado la fibra sensible, quise ahondar en su herida y con voz autosuficiente, les respondí mientras les tomaba de la mano:
– Ningún español ha sido nunca capaz de sorprenderme.
Mi menosprecio azuzó su hombría y los dos al unísono, me miraron como si estuviera loca y Ricardo, bastante enfadado, soltó:
-Te debes haber encontrado con puro marica.
Estaba disfrutando del cabreo de esos hermanos y dando un paso más, llevé la mano que tenía asida de ambos hasta mis desnudos muslos, diciendo:
-¿No será que yo soy mucha mujer?
Al poner sus palmas sobre mi piel les estaba desafiando y Fernando tomando el guante, susurró en mi oído:
-Tú te lo has buscado- y dejando claras sus intenciones, llevó mi mano hasta su entrepierna, diciendo: -Toca con lo que te voy a forzar ese culito que tienes.
Sin dejarme amilanar tanteé su bragueta. Mis maniobras hicieron que bajo su pantalón su pene se pusiera erecto y fue entonces cuando comprobé que ese tipo tenía una verga impresionante. Su hermano al observarlo, no quiso ser menos y llevó mi otra mano hasta la suya.
“¡Dios! ¡Menudas trancas calzan!”, pensé al tener sus dos pollas entre mis dedos y ser incapaz de decidir cuál era más grande.
Mis pezones se me pusieron duros como piedras al imaginar el placer que con semejantes aparatos podrían darme y queriendo un anticipo, separé mis rodillas mientras les bajaba la bragueta aprovechando que estábamos en una mesa apartada. Los hermanos entendieron mis deseos y mientras sacaba sus penes, con sus dedos empezaron a subir por mis muslos.
Valoré en su justa medida  el grosor y la longitud con los que la naturaleza les había dotado y  relamiéndome de gusto por anticipado, comencé a pajearles por debajo del mantel. Ellos al sentir el ritmo con el que jalaba sus miembros, se pusieron de acuerdo para sin pedir mi opinión y aprovechando que seguía sin bragas, comenzar a acariciar mi sexo.
“Seré una puta pero ¡Esto me encanta!”, exclamé mentalmente al notar que uno de los hermanos se había apoderado de mi clítoris mientras el otro metía una de sus yemas dentro de mí.
Mi calentura ya era tal que si no llegamos a estar en ese local, me hubiese agachado a mamársela a uno mientras le pedía al otro que me la metiera. Como eso era imposible, no me quedó más remedio que acelerar el compás con el que les estaba masturbando, deseando que ellos hicieran lo propio con mi coñito. Dicho y hecho, cuando los gemelos  notaron mi excitación incrementaron el placer que estaba sintiendo al competir con sus dedos dentro de mi sexo. Al sentir que eran dos o tres las yemas que llenaban mi conducto, no pude reprimir un gemido. Fernando al oírlo, pegando un suave pellizco en uno de mis pezones, me informó:
-Estoy deseando oír tus gritos cuando te esté dando por culo mientras Ricardo te folla.
La imagen de ser poseída a la vez por aquellos dos hombres elevó mi excitación y olvidando cualquier cordura, me deslicé bajo la mesa y llevé mi boca a su miembro mientras seguía pajeando a su gemelo. El morbo de estar mamando a uno y masturbando al otro en público fue tan intenso que en cuanto incrusté su verga en mi garganta, sentí que mi sexo se licuaba y cerrando mis labios sobre ese hermoso miembro, me corrí en silencio.
Algo parecido debió pasar a los gemelos porque en menos de un minuto noté que Fernando explosionaba dentro de mi boca  y tras saborear su semen, cambié de pene y devoré el segundo. Ricardo aunque aguantó más, tampoco duró mucho y por eso, no tardé en disfrutar de la blancuzca y dulce semilla del segundo. Habiendo limpiado con mi lengua cualquier rastro, guardé sus pollas y saliendo de debajo de la mesa, les sonreí diciendo:
-Gracias por el aperitivo, ¿Qué vamos a cenar?
Los hermanos soltaron una carcajada y mientras llamaban al mesero, insistí diciendo:
-Espero que no me dejéis con hambre.
Ricardo, muerto de risa, contestó:
-Te prometo que mañana cuando te despiertes, no podrás ni andar ni sentarte.
Esperanzada por esa promesa, decidí que cuando viniera el camarero, no pediría mucho de comer porque estaba segura que esos dos me regalarían un banquete lleno de leche y de sexo.
Esos dos cabrones me llevan al parking

.

Como comprenderéis durante toda la cena, no pude dejar de pensar en el meneo que ese para de hermanos me iban a dar esa nochey por eso  estaba deseando que nos marcháramos porque estaba totalmente cachonda.
Al terminar de cenar y habiendo decidido que nos iríamos los tres en el coche de Fernando, nos dirigimos abrazados al parking. Fue entonces cuando todo se desencadenó porque cuando todavía no habíamos llegado a donde estaba aparcado,  Ricardo  sin avisar me cogió de la nuca y empezó a besarme como un loco. Os confieso que me encantó sentir su lengua forzando mis labios mientras sentía sus manos acariciando mis nalgas.
-Serás cabrón. Yo la conocí y me merezco ser el primero.
Al oírlo decidí que tenía parte de razón y como no quería que hubiese una discusión entre los hermanos, me agaché frente a él y llevando mis manos a su entrepierna le bajé la bragueta. Al sacarle su verga la encontré tan dura y erecta que se me erizaron hasta los pelos de mi coño.
-No discutáis, tengo para los dos- le dije sonriendo justo antes de acercar mi boca a ese pollón.
Tal y como deseaba, abriendo los labios, saque mi lengua y recorriendo los bordes de ese maravilloso capuchón, comencé a mamársela mientras miraba al otro hermano con ojos de deseo. Ricardo comprendió que era lo que mi cuerpo anhelaba y lamiéndose los labios, informó a Fernando:
– ¡Tiene razón la putita! ¡Follémonosla los dos!-  tras lo cual se sacó su verga y acercándose a donde yo estaba, me levantó la falda del vestido dejando mis nalgas a su disposición.
Mientras tanto su hermano metiendo su mano por mi escote me sacó los pechos y se puso a pellizcar mis pezones. La calentura que sentí al notar esa ruda caricia fue tal que en cuanto sentí que Ricardo empezaba a jugar con los pliegues de mi sexo usando su enorme instrumento, grité descompuesta:
-¡Fóllame!
Aunque siempre he sido muy puta, jamás pensé que me encontraría en un parking mamando a un hombre a quien apenas conocía  mientras su gemelo frotaba su pene contra mi vulva, pero en vez de cortarme decidí que estaba disfrutando de ello.  
-Complace a  la mexicanita- ordenó Fernando a su carnal mientras presionaba con su mano mi cabeza para embutirla totalmente en mi garganta.
Al notarlo, gemí con la boca llena mientras mi chocho se anegaba por el placer que esos dos me estaban provocando. Cuando creía que nada podría mejorar, Ricardo me agarró de las caderas y de un solo empujón me clavó su pene hasta el fondo de mi vagina.
-¡Me encanta! – aullé al notar mi conducto relleno.
Como había sacado la verga de Fernando de mi boca para poder gritar, este agarrando mi cabeza con sus dos manos me la volvió a meter hasta el fondo .
-¡Dale duro a la putita!- exclamó mientras metía y sacaba su verga de mi boca.
Su hermano no se hizo esperar y dando un sonoro azote sobre mi culo, comenzó a follarme con una velocidad endiablada.
“¡Qué gozada!” , pensé completamente llena por sus atenciones, “¡Hoy voy a dormir poquísimo!”
Justo en ese momento, un ruido no muy lejano nos anunció la llegada de otro coche y con disgusto pensé que tendríamos que parar y por eso me volví a sacar la verga de la boca pero entonces Fernando volviéndome la incrustar, me dijo:
-No te he dado permiso de que pares. Si te da vergüenza que te miren, ¡Te jodes!
 Nada más lejos de la realidad, si había parado era por ellos ya que soy bastante exhibicionista, por eso ya sin importarme si alguien nos veía, me puse a mamar con mayor  intensidad a ese cabronazo.
-Eres una calentorra- muerto de risa a mi espalda, Ricardo me soltó mientras incrementaba aún más el ritmo de sus caderas.
El cúmulo de sensaciones hizo que como si fuera un terremoto y naciendo desde lo más profundo de mi ser, un brutal orgasmo recorriera mi cuerpo. La fuerza de ese clímax me hizo retorcerme como una anguila y eso incrementó el morbo de los dos hermanos de manera exponencial y Ricardo se rio de mí diciendo:
-Mira a la mexicanita, parece que la estamos matando.
“¡Capullo!”, pensé justo cuando escuché a su hermano contestar:
-Date prisa que en cuanto acabes pienso destrozar su culito.
La amenaza me volvió aún más puta y meneando mis caderas, busqué que su gemelo se derramara en mi interior porque lo que realmente me apetecía era que Fernando me sodomizara.
-¡Será zorra!- gritó Ricardo al sentir que mi coño estaba totalmente anegado – ¡En vez de chocho tiene un lago!
Justo en ese instante, su gemelo pegó un grito y forzando con sus manos mi melena, explotó dentro de mi boca mandando directamente su semen hasta el fondo de mi garganta.
“¡Mierda!”, pensé, “¡Con lo que me gusta! ¡Menudo desperdicio!”.
Tras lo cual, sacándola un poco, conseguí que saborear sus últimas descargas mientras mi cuerpo seguía disfrutando del ataque de Ricardo. Fernando satisfecho, me obligó a limpiar su pene con mi lengua. A lo que yo no me opuse porque deseaba reactivarlo para que cumpliera su amenaza.
-¡Abre el coche!- escuché que su hermano le decía.
Aunque yo no comprendí el motivo, Fernando si lo hizo y cumpliendo sus deseos, abrió de par en par la puerta. Ricardo al verlo, se separó de mí y se tumbó boca arriba en la parte de atrás del coche.  Entonces, me llamó diciendo:
-¡Móntate encima!
Con mi coño chorreando, no me costó ponerme a horcajadas sobre él y empalarme con su pene creyendo que se había cansado sin caer en que esa nueva postura dejaba mi culo al alcance de su gemelo. Este no se hizo de rogar y separándome las  nalgas cogió un poco del flujo que ya corría por mis piernas y relajó con él mi esfínter.
-¡A qué esperas!- chillé como alma en pena al notar sus yemas en mi culo cuando lo que me traía loca era sentir su pene en él.
Mi chillido convenció a Fernando de mi entrega y sin más prolegómeno me calvó su estaca hasta el fondo.
-¡Joder!- grité al sentir mis dos agujeros invadidos.
Os confieso que esa cruel invasión no me dejaba ni respirar y menos cuando el hermano que me estaba sodomizando llevó sus manos a mis hombros y usándolas de agarre, inició un salvaje galope conmigo como su yegua.
-¡Muévete puta!- desde debajo de mí, Ricardo me ordenó.
“¡Cómo coño quiere que me mueva!” exclamé mentalmente al no poder articular palabra de tan ensartada como me tenían ese par. Empalada por mis dos agujeros aparte de pestañear solo podía gozar y eso hice. Gozando como una perra, dejé que esos cabrones se regodearan dentro de mí cada vez más rápido. Sintiendo el pollón de Fernando en mi culo y el de su hermano en mi sexo, cerré los ojos mientras todo mi cuerpo disfrutaba con sus ataques.
“¡Joder!”, pensé al notar que me corría.
El que me estaba dando por culo afianzó su dominio con dos sonoros azotes en cada una de mis nalgas y al notar la ruda caricia, mi sexo terminó de inundarse y pegando un grito, sentí que todas mis neuronas estaban a punto de explotar.
-¡No paréis!- aullé descompuesta al notar que mis amantes estaban a punto de eyacular.
Al experimentar que  esos cabrones rellenaban a la vez mis dos conductos con su simiente creí que mi placer iba a terminar pero entonces gracias a la lubricación extras, los gemelos llevaron su ritmo a un nivel increíble y sin poder ni quererlo evitar, uní un orgasmo con el siguiente hasta que ya exhausta no me quedó más remedio que pedir una tregua diciendo:
-¡Necesito descansar!
Ricardo con una carcajada me soltó:
-Ni lo sueñes- e intercambiando su lugar  con el de Fernando, sentí nuevamente como me ensartaban.
La facilidad con la que ambos se repusieron me hizo sospechar que se habían tomado algo y por eso sacando fuerzas y con mi respiración entrecortada, se lo pregunté.
-Así es zorrita. Cómo te creías invencible, nos hemos sacudido un par de viagras.
La dureza de sus penes confirmó por anticipado mi derrota pero lejos de molestarme, me encantó aunque eso supusiera que al día siguiente no pudiera siquiera andar. Queriendo al menos mantener una cierta dignidad, con una sonrisa de oreja a oreja, respondí:
-Soy toda vuestra pero ¿No sería mejor que me llevarais a vuestra casa?
Por toda respuesta, Fernando pellizcó  mis pezones dando inicio al segundo asalto cuando todavía no me había repuesto del primero….
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: «Seducida» (POR MARIANO)

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SEDUCIDA.

Sin títuloJulio aparcó el coche en el parking de la estación de tren de Chamartín y abrió desde dentro el portamaletas del vehículo. Miró a su derecha, donde Chus, su esposa, recogía su bolso y su neceser. Ambos salieron del vehículo y Julio acudió al portaequipajes para coger la pequeña maleta verde.

– ¿No quieres que te acompañe hasta el tren? – preguntó Julio, esperando que su esposa no le obligara a hacerlo.

– No, gracias, la maleta pesa poco y yo puedo con todo – le contestó ella con una sonrisa.

Julio le devolvió la sonrisa y se dispuso a despedirse.

– Bueno cariño, que te lo pases muy bien, aprovecha y diviértete.

– Muchas gracias tesoro, la verdad es que lo necesito. Te voy a echar mucho de menos, y también a los niños. – y Chus lanzó un sincero mohín de medio arrepentimiento por dejar a su familia sola.

– Ciao, pórtate bien ¿eh? – le dijo Julio, despidiéndose, y recibiendo, una vez más, otra sonrisa de su mujer con la que le trasmitía que no se inquietara.

Julio la vio adentrarse en la estación de tren y él entró de nuevo en su vehículo, convencido de que sin duda ella se portaría bien.

Chus se encontró en la estación a sus dos amigas, Eva y Loli, con las que iba a pasar unos días de vacaciones en la costa levantina. Tras los saludos de rigor se adentraron en el tren, rumbo a su destino.

Durante buena parte del trayecto ella no hizo más que pensar en la conveniencia o no del viaje que estaba emprendiendo. La idea había sido de Eva, una mujer de casi 55 años, a la que había conocido hacía poco tiempo, en el campo de golf. Habían hecho buenas migas y Eva la invitó a pasar unos días, junto a otra compañera, Loli, en su apartamento de la costa. Chus rehusó inicialmente el ofrecimiento, alegando su obligación de cuidar de sus dos hijos, pero al comentarle a su esposo la invitación recibida, a éste le pareció muy beneficioso para ella que se marchara, y le empujó a hacerlo, con insistencia, esperando que ella pudiera relajarse, después de un duro año de problemas familiares y del stress que le producía la lucha diaria con sus dos niños pequeños y con el trabajo.

A Chus le costó mucho convencerse, pero al final aceptó, consiguiendo que su padre se encargara de los peques durante el día, hasta que Julio regresara del trabajo. En el fondo ella era consciente de que, en efecto, necesitaba tranquilizarse y desconectar, intentando ponerse a punto para afrontar, a su regreso, la rutina diaria. Esperaba tener mas ganas y fuerzas para atender también a su esposo, con el que llevaba más de medio año sin hacer el amor por su propia desgana. Su esposo era un cielo, la trataba como a una reina, y se había mostrado mucho más comprensivo y partidario que ella misma a que realizara el viaje, de modo que se propuso ponerse las pilas y recompensarle a la vuelta de su viaje.

Llegaron a su destino un martes por la noche, bastante cansadas, y planificaron las jornadas siguientes hasta el domingo, día en el que regresarían a Madrid. El plan era simple, playa por la mañana, aperitivo y comida en algún chiringuito, siesta y partido de golf. Para las noches no pensaron en ninguna actividad, pues salir de copas no era lo que andaban buscando en esas minivacaciones.

Siguiendo el plan previsto el miércoles por la mañana fueron a la playa. Tomaron el sol y se bañaron en mutua compañía, hasta que Chus propuso dar un paseo por la playa. Ni Eva ni Loli estaban por la labor, y Chus se alejó de ellas, paseando hacia un extremo de la orilla, hasta alcanzar una pequeña cala que compartía arena y unas grandes rocas. Se sentó sobre una de las rocas, mirando al mar, pensando en su esposo, en sus hijos, en su casa, en su aburrido trabajo, en lo que era su vida.

Eric vio cómo la mujer morena se separaba de las amigas y la siguió a distancia, sentándose en otra de las piedras de la calita. Observaba a la mujer que se encontraba a escasos metros de él. La pequeña distancia le permitía apreciar, mejor que en la playa, la belleza de su rostro, pero sobretodo pudo deleitarse observando su cuerpo embutido en un bikini de color amarillo fosforescente, aunque sus piernas se ocultaban parcialmente bajo el pareo negro anudado en su cintura. Dentro de una moderada esbeltez general percibió la apetitosa redondez de sus carnes, unas piernas firmes y un pecho de buenas dimensiones, sin exagerar. Deseaba acercarse a ella para verla más de cerca, pero era consciente de que no había llegado aún el momento de hacerlo.

Chus tardó un buen rato en percatarse de la mirada penetrante y continuada del hombre sobre ella y cuando lo descubrió ella hizo lo mismo, intentando aguantársela. Al final cedió por unos instantes, pero al alzar de nuevo la vista, se encontró con que él no apartaba sus ojos de ella, y eso la molestó, convencida de que el individuo era uno de los muchos mirones que había en la playa. La escena se repitió unas cuentas veces más, engordando el cabreo de Chus. Pensó en marcharse, pero tampoco encontraba una razón suficiente para abandonar el bonito lugar, hasta que observó, con satisfacción, que por fin el hombre había apartado la vista, ignorándola.

Eric se tumbó sobre su toalla y decidió dar por terminada la sesión. Comenzaba a cosquillearle el sexo, imaginando un futuro prometedor teniéndola entre sus brazos, pero su propósito ese día había sido tan solo el de que ella se percatara de su presencia y ese objetivo consideraba que estaba plenamente conseguido.

Al día siguiente Eric tomaba el sol tumbado sobre una de las inclinadas rocas de la cala. Unos minutos antes se encontraba en la playa, a cierta distancia de Chus y sus amigas, ansiando que ella las abandonara y volviera a la cala. Cuando ella se levantó y se puso el pareo, imaginó que la mujer se dirigiría a la cala y se apresuró a adelantarse para que ella le encontrara allí. En efecto, poco después, ella apareció y él, aliviado con su presencia, siguió su plan, haciéndose el dormido.

Chus se acomodó en otra roca, descubriendo frente a ella, a escasa distancia, al cretino que la había devorado con los ojos el día anterior. «Asco de mirones», pensó, sin percatarse de que ella estaba haciendo en ese momento lo mismo. El tío parecía dormido y Chus no pudo evitar analizarle. Era aparentemente alto, y de pelo rubio y corto. Le calculó unos 30 años más o menos, desde luego más joven que ella, que se acercaba ya a los 40. Su cuerpo era bastante atlético y estilizado, tumbado así como estaba, y los rasgos de la cara, aún a distancia, mostraban una cierta dureza que le hacían ciertamente atractivo. Llevaba un bañador tipo bermuda, de color azul celeste. Se detuvo un buen rato intentando leer unas letras dibujadas en el bañador, sin conseguirlo. Al alzar la vista, dio un respingo, viendo sobre ella la miraba fija del hombre y recibiendo de él una abierta sonrisa. Casi sin querer, ella le devolvió la sonrisa, y de inmediato miró a otro lado, avergonzada por haber sido descubierta in fraganti, pero más aún ante la posibilidad de que el hombre pudiera pensar que ella estaba inspeccionando la zona prohibida de sus atributos masculinos.

Eric sabía desde el principio que ella le estaba examinando. Mantuvo sus ojos sólo un poco entreabiertos, para que ella pensara que él dormitaba, pero tenía suficiente campo de visión para poder confirmar que suscitaba interés en la mujer, y hasta que parecía ser objeto de su curiosidad lo que él escondía debajo de su bañador. Todo iba muy bien, veía más cercana la posibilidad de poder abordarla, pero debía seguir yendo paso a paso con cautela.

Durante un buen rato, Chus se perdió contemplando el mar, pero esta vez no pensaba en la rutina de su vida, ni en su familia, sino en el hombre al que unos minutos antes había inspeccionado. Suponía que ahora era él el que la estaría analizando, seguramente desnudándola con la mirada, pero la vergüenza le impedía volver a cruzar sus ojos con los de él. Como el día anterior pensó en irse, pero prácticamente acababa de llegar y no quería parecer una cobarde ante él. Intentó relajarse, perdiéndose en otros pensamientos, pero la imagen varonil le volvía una y otra vez y, cada vez con más frecuencia, la de las letras ocultas de sus bermudas azules. En un momento dado la imagen pasó de las letras al interior del bañador del hombre, y se desconcertó. Fue un instante fugaz, pero su mente había dibujado una imagen del pene del bañista.

Eric se percató de la incomodidad creciente de la mujer. Hubiera dado un mundo por saber que pensaba ella en ese momento, y decidió acercarse, temiendo que ella se marchara.

– Hola, ¿te gusta este lugar? – le preguntó Eric, una vez junto a ella.

Ensimismada en sus pensamientos, Chus no le había visto acercarse, y se sobresaltó viendo de pie, a su lado, al apuesto hombre rubio. Le costó reaccionar y contestó, tratando de no mirarle a los ojos:

– Ehh …. Pues sí. Es bonito.

– Tiene buenas vistas, ¿no crees? – dijo Eric, mirando al horizonte del mar.

Chus, que seguía sin mirarle, no interpretó la inocencia de la pregunta, e imaginó que tal vez se refería al lugar donde tenía puestos sus ojos cuando fue sorprendida por él. Ansiaba explicarle que no era lo que parecía y su nerviosismo fue en aumento. No contestó.

Eric observaba, ahora de cerca, que las facciones de la mujer eran muy atractivas, su pelo negro y liso que sobrepasaba los hombros y un rostro de marcado equilibrio en el que destacaban especialmente sus labios claros y carnosos. Era muy guapa. No podía aún ver el color marrón de sus ojos, porque ella no se atrevía a mirarle. Intentó retomar la conversación:

– Yo vengo de vez en cuando aquí. ¿Y tú? Ayer también te vi.

Chus se atrevió por fin a mirarle, descubriendo unos ojos azules como el bañador y una sonrisa que la impactaron.

– Bueno. Sólo llevo 2 días aquí.

– Yo vivo y trabajo aquí, aunque ahora estoy de vacaciones. Me llamo Eric ¿y tú?

– María Jesús – dudó ella antes de contestar – bueno, en realidad, todos me llaman Chus.

Eric se sentó frente a ella, para ponerse a su nivel, y le comentó que su padre era danés y su madre española. Ella le explicó que también estaba da vacaciones. La conversación versó sobre temas banales, en los que Eric aprovechó para deleitarse con el cuerpo de la mujer y se animó viendo como ella, poco a poco, se tranquilizaba y se mostraba abierta a conversar.

Tras bastantes minutos de charla, Chus decidió volver con sus amigas y se despidieron con un pequeño apretón de manos, notando él el anillo nupcial que ella llevaba en su dedo anular.

Mientras volvía a su apartamento Eric valoraba nerviosamente la situación. Se había acostado con muchas mujeres más jóvenes, y además todas eran libres. El sabía que esto era algo muy especial y complicado. Nunca había abordado una mujer más madura que él, además de bella y sumamente apetecible, y su condición de casada y el escaso tiempo de que disponía, daban un valor extra a la morbosa tarea de seducirla y conseguir llevársela a la cama. Por primera vez en mucho tiempo Eric no pudo evitar la erección de su polla bajo sus bermudas azules, con solo imaginarse haber tenido éxito, follándose a esa hermosa hembra.

Chus pasó el resto de la tarde con repentinas apariciones en sus pensamientos del varonil macho con el que había conversado en la playa. Indudablemente era un hombre atractivo y agradable en el trato. No vio maldad alguna en lo sucedido ni en las posibles intenciones de él. Por la noche, ya acostada, la maldad salió de ella misma, cuando la visión de Eric se le empezó a aparecer con más asiduidad, y lo que era peor, cuando se le repetía la imagen de la polla bajo el bañador azul. También ella, por primera vez en mucho tiempo, se sintió excitada, sin contacto sexual, y necesitada de masturbarse. Por supuesto que no lo hizo, pero al despertar al día siguiente sabía que había tenido sueños húmedos, aunque no recordara los detalles, y que Eric había participado en ellos. Inquieta, tomó la decisión de no acudir ese día a la calita.

Era la mañana de un viernes soleado y Eric aguardaba con paciencia sobre la arena, escondido, a que Chus abandonara a sus amigas y se dirigiera a la calita. Tenía intención de enseñarle otra zona de la costa y profundizar en su relación, algo necesario si quería avanzar en su morbosa tarea de conquistarla. Conforme pasaba el tiempo y ella permanecía tumbada sobre la arena, le invadió el desánimo. Se había convencido de que ella iba a ir a la cala, pero sus previsiones no parecían acertadas. Siguió distancia a las tres mujeres cuando estas abandonaron la playa, y las vio desaparecer. Se fue a su propio apartamento, muy cercano al de ellas, pensando en como actuar, intuyendo la existencia de una montaña por delante.

Chus se sentía satisfecha, mientras comía, por haber resistido la tentación, que tuvo en varios momentos de la mañana, de ir a la cala. La charla con las amigas le fue serenando y, por suerte, dejó de «ver» a Eric y al contenido de sus bermudas. Tras la comida, buscó un cigarro para acompañar al café y vio que no le quedaba ninguno. Se lo pidió a Eva, pues Loli no fumaba, pero ella tampoco tenía. Resignada salió de casa, buscando un bar para comprar tabaco.

Eric apuraba, sudoroso, las últimas gotas de su café, deseando abandonar cuanto antes el local en el que fallaba el aire acondicionado. Estaba resignado y solo podía esperar a que al día siguiente Chus se animara de nuevo a ir a la cala. Entonces la vio entrar en el bar, encantadora, vistiendo un pantaloncito blanco, y una camiseta de tirantes verde manzana. La inicial sorpresa no le impidió que sus mecanismos seductores se pusieran inmediatamente en marcha para aprovechar la ocasión, y la abordó mientras compraba el tabaco.

– Hola Chus, ¿puedo invitarte a un café?

Chus se giró y se topó con el bello rostro del hombre, con sus ojos azules, con su barba de un día y con un aroma especial que emanaba de él y que, en menor grado, ya había notado en la cala, el día anterior. Tardó unos segundos antes de contestar nerviosamente:

– Sí, claro, por supuesto. Con hielo, por favor. – Y de inmediato se preguntó por qué diablos había aceptado, en lugar de rechazar cortésmente la invitación.

Se sentaron, encendiéndose un cigarro cada uno, y se miraron unos momentos, sin hablar.

– ¿Qué haces tú aquí? – le preguntó ella, rompiendo el hielo

– Vivo en este mismo edificio

– ¿Y hace tanto calor como aquí? – volvió a preguntar ella, empezando a sudar también.

– No, ni apartamento está fresquito. Si te apetece, te lo enseño.

«Eso quisieras tú», pensó Chus, ante las palabras del hombre.

– No gracias, tengo que irme. – contestó, terminándose el café y cogiendo el bolso.

Mientras la acompañaba a la puerta de salida del bar, Eric intentó mantener la charla:

– Oye, no te he visto en la cala esta mañana.

– Ya, no tenía muchas ganas de andar – mintió Chus

– Lástima, quería enseñarte un lugar muy bonito – y Eric intentó recuperar el tiempo perdido, añadiendo – Podía enseñártelo ahora.

– ¿A estas horas y con este calor? – pretextó ella.

– Bueno, pues mas tarde. ¿A las 7 es buena hora?

Chus quiso seguir siendo cortés y prefirió contestar un tal vez, que negarse en rotundo. Al salir caminaron unos metros juntos, hasta que Eric entró en el portal de su apartamento y se despidió, hasta las siete. Chus no pudo evitar observarle mientras se adentraba en el portal, admirando, su estimulante figura, envuelta en los jeans y en una camisa blanca ancha. Se dio cuenta de que las imágenes de él se le iban a presentar de nuevo.

A las 7 en punto Eric aguardaba en la cala, nervioso e impaciente, la llegada de Chus. Lo del bar había sido un golpe de suerte inesperado, que le había devuelto la ilusión por el éxito, pero debía confirmarse ahora, si ella acudía a la cita. Tras diez minutos de ansiosa espera, reconoció, acercándose a la cala, la presencia femenina que tanto esperaba. Una honda satisfacción recorrió su cuerpo y se preparó para recibir a la mujer.

Chus divisó al rubio danés/español en la lejanía. Aún dudaba si estaba haciendo bien o mal en ir allí. Al salir del bar tenía claro que no iría a la cala, pero, como esperaba, durante la siesta Eric se le presentó con frecuencia y notó que en el fondo le apetecía su compañía. Era consciente del interés que suscitaba en él y suponía que intentaba flirtear con ella, pero eso de sentirse apreciada y admirada como mujer era algo que hacía mucho tiempo que no experimentaba. En todo caso ella siempre podría poner el freno a cualquier iniciativa peligrosa de Eric.

Tras saludarse, pasearon por la playa, más allá de la conocida cala, hasta llegar a una zona en la que las piedras cortaban el acceso por la arena. Chus miró dubitativa a Eric y este simplemente dijo «¡A nadar!», y se metió en el agua, animándola a seguirle. Ella dudó entre quitarse el pareo y llevarlo a mano, o nadar con él puesto. Optó por los segundo y le siguió, andando sobre el fondo del mar, hasta que la profundidad le obligó a nadar. Bordearon a nado la roca que les impedía el paso hasta acceder a una zona rocosa de la costa, en la que solo había una minúscula franja de playa.

Eric se percató del cansancio de la mujer, mientras salían del agua, y le cogió de la cintura para ayudarla. Le encantó sentir por primera vez la suavidad de la piel y la dureza de su carne bajo la pequeña presión de sus dedos, pero lo que más le entusiasmó fue notar el estremecimiento de ella al agarrarla, claro indicio de que él no le era indiferente. Supo que tenía que esforzarse en seguir jugando bien sus cartas, consiguiendo que ella se sintiera cada vez más a gusto con él. Cuando la mujer se soltó el mojado pareo, que la incomodaba, y se tumbó boca abajo sobre la arena él, que permanecía sentado, pudo por primera vez admirar de cerca su hermoso trasero, firme, respingón en su grado justo, con buena parte de su esplendor fuera del bikini, toda una hermosura.

Hablaron casi dos horas, y contemplaron una gruta horadada en la roca que Chus no había podido descubrir hasta que ambos salieron el agua. Aunque ella estuvo un buen rato turbada por las sensaciones percibidas cuando Eric la ayudó a llegar a la arena, al poco se encontraba a gusto, tranquila y liberada de toda tensión, disfrutando del lugar y de la amena charla de Eric, su acompañante. Sin embargo, cuando él le invitó a cenar, ella se rehusó. No quería intimar más con el apuesto hombre y le tranquilizó el que él no insistiera. Esa noche, al mirarse en el espejo, se vio tan guapa y atractiva como cuando era joven, orgullosa por las atenciones de Eric, pero firme y segura de sí misma. Durmió de un tirón, pero al despertar, Eric estaba más vivo que nunca en su mente y notó su sexo mojado. Presintió el peligro de volver a verle y se mezcló con el deseo de hacerlo. Era el último día que irían las tres amigas a la playa, y dudaba en ir o no ir esa mañana a la cala.

Eric estaba oculto, una vez más, a cierta distancia del lugar donde se ponían las mujeres en la playa. El no había dormido esa noche tan bien. Se despertó varias veces, nervioso y excitado porque el día siguiente era el último del que disponía para conseguir a la mujer a la que ya tanto deseaba. Vio llegar a las amigas de Chus, pero no a ella. Algo intranquilo, se fue a la cala, esperando encontrarla allí, pero no fue así. Esperó un rato, cundiéndole el desánimo al no verla llegar, hasta que por fin la divisó acercándose. Se ocultó morbosamente, con la curiosidad de conocer como reaccionaba ella, sin estar él. Cuando vio que ella se acomodaba en la roca y no cesaba de mirar para uno y otro lado, sintió un pequeño latigazo en su entrepierna. Era evidente que también ella le buscaba a él y eso le abría, y mucho, el camino por recorrer ese día. Con la confianza por las nubes, fue al encuentro de la mujer.

Estuvieron toda la mañana charlando, conociéndose y admirándose mutuamente. Llegaron a tanta soltura que, en uno de los pocos momentos de silencio, mientras Chus tomaba el sol boca abajo, Eric decidió arriesgarse y acariciarle suavemente con la yema los dedos la espalda tersa que tan bonita se le ofrecía, recibiendo con gusto un nuevo estremecimiento por parte de la mujer y como a ella se le ponía la piel de gallina. Dado que Chus no le ponía pegas a la inocente caricia, Eric acabó extendiéndola al tentador culo de la mujer, con un roce tenue pero suficiente como para palpar su excitante redondez. Y Chus, obviamente, se sintió obligada a protestar, pese a que habría querido seguir sintiendo esos dedos deslizándose sobre su piel.

– Eric, no te pases.

– Lo siento Chus, me dejé llevar.

– Vale, pero no sigas.

– ¿Ni en la espalda? – añadió él, poco convencido de lograrlo.

– ¡Ni en la espalda! – Se reafirmó ella, y cambió de posición, sentándose junto a él.

Después fueron a un bar en la playa a tomar unas cervezas. Un buen rato después Chus miró el reloj y vio que era tardísimo. Había estado tan a gusto charlando y bromeando con Eric, tanto en la cala como en el chiringuito en el que se encontraban, que el tiempo se le había pasado volando y sus amigas seguramente le estarían echando en falta. Pero en su interior algo no funcionaba bien, le oprimía el estomago tener que despedirse definitivamente del hombre que la miraba y trataba con tanta devoción. Se terminó la cerveza fría y la última de las aceitunas que había compartido con Eric y, con pesar, procedió a despedirse:

– Bueno Eric, debo irme

– ¿Ya?

– Sí me están esperando.

– Me sabe mal que te vayas, así tan de repente.

Chus no contestó, simplemente hizo una mueca de resignación y permaneció adorando los ojos azules masculinos.

– Me gustaría invitarte a cenar esta noche, para despedirnos con más calma. – le dijo Eric, sabedor de la importancia del momento.

Chus notó un escalofrío recorrer todo su ser, al escuchar la proposición del guapo rubio que tenía ante ella. Temía y deseaba muchísimo esa cita, en el fondo de su interior estaba ansiando recibir la invitación, pero no quería que él pudiera ilusionarse en algo más que una cena y una animada charla. Miró para todos los lados, dudando la respuesta.

– Vamos, no te voy a comer – insistió Eric, intentando calmar sus dudas, y consiguiendo su propósito, pues, en efecto, Chus se reconfortó con estas palabras, y aceptó, convencida de poder pasar una velada entretenida y divertida, sin ningún otro matiz.

Eric en cambio, regresaba a su casa con la adrenalina por las nubes, tras obtener el esperado sí de Chus a la cita. Recordó las palabras que hicieron que ella aceptara y se imaginó, con gran excitación, que efectivamente se comía el cuerpo desnudo de aquella mujer, de arriba a abajo.

Eric la llevó a cenar a un restaurante pequeño y acogedor. Durante la cena intentó en varias ocasiones dirigir la conversación hacia el lado sexual, pero no lo consiguió. Tampoco logró mucho con la bebida. Ella solo bebió una copa de vino y una de champán, lo que tanpoco favorecía la necesaria desinhibición de la mujer, La coraza de Chus era fuerte por esos lados y Eric no tuvo más remedio que desviar sus estrategia más hacia otro tipo de gestos. Durante le cena le cogió en más de una ocasión la mano, con falsa galantería, regalándole piropos, estos nada falsos. Antes de levantarse de la mesa, mientras le ofrecía sus impactantes ojos, le acarició suavemente el rostro, removiendo las defensas de la mujer.

La cena había sido magnifica y entretenida, como imaginaba Chus. Paseando por el muelle, ella intentaba controlar sus emociones. Eric estaba teniendo el comportamiento que ella esperaba, pero era consciente de la fuerte atracción que ella sentía por el hombre que paseaba a su lado, ahora en silencio. También sabía que era prisionera de sus circunstancias personales, de su vida y no se sentía capaz de salir de esa jaula. Se levantó una suave brisa y ella murmuró un «Tengo un poco de frío» en el medio del silencioso andar de ambos, y Eric la tomó del hombro, atrayéndola hacia él, dándole el calor que ella necesitaba. Chus sintió la necesidad de recostarse sobre el pecho él, y así lo hizo, sin poder evitar soltar un suspiro, al sentir junto a ella el apetecible cuerpo masculino. Tampoco pudo evitar decir que sí, cuando al llegar al portal donde vivía Eric, éste le invitó a subir a su apartamento.

Eric estaba ansioso y excitado, al entrar en su apartamento acompañado de la deseada mujer. Había estado a punto de besarla en el muelle cuando ella se acurrucó sobre él, pero se contuvo, porque ese no era el lugar en el que quería tenerla para disfrutarla. Ahora, en su apartamento, debía culminar su tarea y debía hacerlo pronto, antes de que ella se enfriara, después del romántico paseo en el que sabía que había logrado abatir buena parte de las resistencia natural de Chus. Se dio toda la prisa del mundo en poner música suave y en servir dos copas de champán, ansiando iniciar el ataque definitivo, antes de que ella pudiera arrepentirse.

Mientras él le servia la copa, Chus ya empezaba a preguntarse qué hacía allí arriba, en la casa de él, casi a su disposición, y su lucha interior se reavivó, tal y como presentía Eric. Empezó a pensar en Julio, en sus hijos, en todo su mundo, hasta que Eric se sentó a su lado y le preguntó:

– ¿Cómo estas?

– Bien – contesto ella, entre un mar de dudas. Y sintió como le envolvía el embriagador aroma masculino de Eric, cuando éste se le acercó para besarla, pero no le dejó hacerlo.

– No Eric, esto no.

Te deseo Chus – contestó él con toda la sinceridad del mundo, alcanzando los labios de la mujer con los suyos.

Chus retrocedió levemente y, mirando hacia el suelo, murmuró:

– No Eric. Tu compañía ha sido estupenda estos días, pero vamos a dejarlo así.

Eric esperó a que levantara la vista y, mientras se miraban a los ojos, contestó:

– No puedo dejarlo así, eres irresistible.

Chus notó en la mirada de Eric el deseo de éste, llenándose de orgullo femenino y de excitación. Y se dio cuenta de que irresistiblemente ella también le deseaba a él. Cuando sintió de nuevo los labios de Eric sobre los suyos apenas pudo susurrar un «Eric, por favor, por favor», y, entreabrió la boca, abriéndole paso.

Eric la besaba con pasión, pero no encontraba aún la respuesta de entrega que deseaba de ella. Pensó que tal vez debía estimularla más, y la acarició, paseó las manos por sus hombros y bajó a sus senos, tapados por la blusa turquesa. Le desbotonó la blusa para poder sobar más libremente los preciosos pechos de la mujer, y dejó de besarla para aplicar sus labios a estos, sobre el sujetador, notando con satisfacción la dureza de sus pezones. Creyendo que su táctica funcionaba, llevó la mano a los muslos y las subió con rapidez al pubis de ella. Chus cerró instintivamente las piernas, y él, preso de la urgencia, intentó forzar la entrada de sus dedos al sexo de ella.

Pese a desear a Eric, Chus no estaba aún preparada para ofrecerse tan fácilmente al roce de las manos del hombre. Se apartó lentamente de él, retrayéndose al brazo del sofá. Con voz turbada intentó frenar el fervor de Eric:

– No debo hacerlo.

Eric tardó en unos instantes en reaccionar, admiró el excitante pecho semidescubierto de Chus y se acercó a ella acorralándola en el extremo del sofá, rozando suavemente sus mejillas con las de ella. Le susurró de nuevo un «Te deseo», y aún pudo escuchar de ella un apagado «No debo hacerle esto a mi marido», antes de encontrar vía libre para besarla en la boca.

Chus sintió la lengua de Eric abrirse paso y besarla como un ángel. Aspiró de nuevo ese aroma masculino que tanto le atraía, y quedó desarmada. Se le hizo evidente que seguramente nunca se le volvería a presentar una ocasión igual de sentir semejante atracción por un hombre ni de sentirse tan ardientemente deseada por un alguien tan atractivo como él. Derrotada, no pudo evitar recordar fugazmente a su marido y le pidió perdón, justo antes de abrazarse al cuello del Eric y unir su lengua a la de él en un incontrolado baile de ida y vuelta entre sus bocas.

Eric sintió con alivio cómo la mujer ahora sí que parecía entregarse como él deseba. Se había precipitado torpemente y había puesto en peligro toda su labor anterior, pero, afortunadamente, había sido un acierto besarla de nuevo, y antes de intentar volver a empezar a saborear las partes más intimas de ella, decidió llevarla a un lugar más cómodo. Sin dejar de besarla la cogió en brazos y se dirigió con ella al dormitorio.

Chus notó que él la levantaba e imaginó lo que se proponía a hacer. Se mantuvo firmemente agarrada a su cuello hasta que sintió como caían suavemente sobre la cama, ella boca arriba y él sobre ella.

Eric no quería volver a poner en peligro su labor, ahora que había conseguido superar la resistencia de la mujer y se volvía a acercar a la victoria. Siguió besándola mientras, sus manos, sin prisas, avanzaban acariciando su rostro, su cuello y los costados de la mujer, antes de aterrizar en sus pechos y estrecharlos suavemente. Palpó la carne dura que sobresalía del sujetador y volvió a recrearse con la dureza de los pezones por debajo de la prenda. Aunque ansiaba liberarlos, se tomó su tiempo, yendo y viniendo con sus manos, introduciendo a veces sus dedos por el interior del sostén para acariciar los pezones, notando con entusiasmo como ella se volcaba aún más en el beso, reaccionando a la caricia, hasta que consideró que el momento era oportuno para volver a buscar la parte más intima y deseable de la mujer.

Chus sintió la mano de Eric reptar lentamente por la parte interior de sus muslos, buscando su sexo encendido. Mantuvo por unos instantes las piernas cerradas, en un último e inútil esfuerzo por evitar lo inevitable. Eric ya le acariciaba sin trabas el pubis por encima de las bragas, tanteando la parte acolchada que formaba su vello púbico, bregando sin prisas por alcanzar la parte mas escondida de su sexo. El grado de excitación de Chus era tan alto, que pedía estimularse cuanto antes el clítoris. Abrió las piernas deseando que él se encargara de ello y de inmediato sintió los ansiados dedos del hombre posarse sobre las zona mas húmeda y necesitada de su coño, provocándole un hondo suspiro que se ahogó en el apasionado beso. Encendida como nunca, se incorporó ligeramente para poder acceder con sus manos al vigoroso cuerpo del macho que la estaba cubriendo de placer. Solo necesitó desabrocharle un par de botones de la camisa, pera tener acceso a su fuerte torso. Jugó un ratito, enroscando sus dedos entre los vellos del pecho de Eric y rozándole las tetillas, luchando por decidirse en hacer lo que realmente estaba anhelando.

Eric estaba agradablemente sorprendido por la actividad de la mujer, y más cuando ella paseó la mano hacia su entrepierna. Se deleitó con las sensaciones que la mano femenina le provocaba, cuando alcanzó su bulto sobre el pantalón e, indecisamente, empezó a tantearlo, recorriéndolo con la palma varias veces para medir su extensión y luego pellizcándolo suavemente, para calibrar su grosor. Cada vez más seguro de estar alcanzando su objetivo, metió sus dedos por el costado de las braguitas de la mujer, deleitándose al contactar con su vello púbico y al abrirse paso por completo a su raja, comprobando la fiebre y humedad de ésta.

Sus dedos jugaban recorriendo los labios del coño de Chus, introduciéndose entre ellos, provocando que ella moviera su pelvis cada vez que alcanzaba y acariciaba su botoncito de placer. Justo en el momento en que él pensaba sacar su polla al exterior y ofrecérsela desnuda a Chus, esta dejó de tocarle el bulto de la polla, y también dejó de besarle, abandonándose a gemir más a gusto, mientras él la masturbaba, y sintiendo la inminencia del orgasmo. Eric dejó de acariciarle el coño, pues no quería que ella se corriera tan pronto, pero se llenó de orgullo, y tuvo la certeza de que toda resistencia estaba rota y de que la mujer iba a ser por fin completamente suya.

Chus se desesperó cuando Eric dejó de tocarla e incluso de abrazarla. Le había dejado al borde de culminar su placer, saboreando las deliciosas sensaciones previas a un orgasmo que presumía ibas a ser apoteósico. Desnuda del contacto íntimo de su amante, abrió sus ojos, buscándole para implorarle que siguiera, que no le diera cuartel, y encontró el rostro de su amante a la altura de su sexo, respirando el aroma femenino que éste desprendía. Eric le bajó las braguitas y Chus, agradecida, se preparó para disfrutar sin límites.

Eric se incorporó un poco para ampliar el ángulo de su visión y poder admirar en toda su extensión el maravilloso coño que acababa de dejar al descubierto. El vello negro, no muy abundante, se extendía en longitud, pero dejaba despobladas y apetitosas las ingles. Los labios mayores, oscuros como los pezones, sobresalían lo suficiente de la mata de pelo para enseñarle el excitante rocío sexual acumulado, escondiendo el tesoro que iba a comerse. Acercó su boca a la hendidura y aplicó un suave beso a los jugosos labios salados del sexo de la mujer, recibiendo de ella el merecido gemido. Jugó con sus labios y con su lengua por los alrededores de la encendida raja, frenando la pugna desesperada de ella por hundir su cabeza en el coño. Un gemido mucho más prolongado escapó de Chus cuando Eric quiso dejar de luchar y sus labios aterrizaron y se hundieron con fuerza en la ansiada gruta, empapándose de sus apetitosos líquidos.

Chus experimentó toda una gama de sensaciones desconocidas mientras su chocho era, por primera vez en su vida, victima de una boca masculina. Ningún otro hombre, incluido Julio, le había comido el sexo, aunque su esposo no existía en ese momento para ella, sólo la lengua y los labios de ese maravilloso macho que recorrían de arriba a abajo su coño y hasta su ano, que se introducían en su vagina como revoltosos gusanos y que apresaban y sorbían como un pulpo su clítoris, enloqueciéndola. No fue capaz de soportar mucho tiempo el juego amoroso de su amante, y se corrió entre gritos escandalosos, inundándose su coño, tras varios mese de sequía, del preciado orujo de sexo, listo para que Eric lo bebiera triunfalmente.

Eric estaba disfrutado como nunca con esa mujer. Se sentía ganador, pero sobretodo comenzaba a saborear algo completamente nuevo para él, el morbo de lo prohibido, de la conquista y la entrega fervorosa de una mujer casada. Deseaba culminar su obra y follársela con todas sus ganas cuanto antes, no fuera a ser que tras haberse corrido decayera el ímpetu de la hermosa hembra. Mientras ella aún estaba bajo los efectos posteriores al orgasmo, le despojó de toda su ropa y de la suya propia, quedando ambos desnudos. Se echó sobre ella y situó su espada rozando la entrada del coño. Tras una fácil entrada, por la lubricación exterior, fue deslizándolo lentamente y por completo hacia el interior, notando como, sorprendentemente en una mujer que ya había parido, las paredes de su vagina le envolvían estrechamente la verga, causándole un placer que raramente obtenía de sus jóvenes conquistas. La besó de nuevo en la boca, notando una vez más el efecto en ella que, lejos de enfriarse, volvía a encenderse con el beso y el vaivén del miembro viril en su interior. Eric gozó con la estrechez del coño de Chus, y disfrutó follándola sin pausa y con ritmo lento y uniforme. Después de un buen rato, cambió de postura para poder sentir mejor su cautivador cuerpo y la puso de rodillas para penetrarla por detrás. Su esplendido trasero apareció ante él, cautivador y abierto, haciéndole incluso dudar donde hundir de nuevo su polla. La penetró de nuevo por el coño, juntó su pecho a la espalda de la mujer, y la agarró de los senos, dirigiendo los movimientos e imprimiendo un ritmo más veloz a sus embestidas.

Chus se encontró ensartada y aferrada por el macho que la estaba enloqueciendo de placer. Las manos de él recorrían todas las partes de su cuerpo que tenían al alcance, a veces incluso con impetuosa fuerza. En pocos instantes Chus estaba en el camino de un nuevo orgasmo y quería sentir aún más ese gran rabo que la penetraba. Se giró hacia atrás y, entre sus gemidos, se oyó a sí misma gritarle a Eric «Dame más fuerte». Al instante las manos de Eric estaban en sus caderas y las penetraciones se hicieron feroces y profundas. Ahora sí que la polla de Eric le llenaba por completo, y le encantaba sentir el golpe del choque de los dos cuerpos cuando él apretaba hasta el fondo, sin piedad. Ni podía, ni quería ahogar los incontrolables gritos de gusto que solían de su garganta. Lista para correrse de nuevo, tomó ella la iniciativa. Tumbó al hombre boca arriba y se colocó a horcajadas sobre él, ensartándose sobre su virilidad y retomando ella el feroz ritmo de la follada.

Eric también estaba a punto y pensó en intentar correrse a la vez que ella, pero lo desechó. Eric conocía sus copiosas eyaculaciones, algo que sorprendía y gustaba a las chicas con las que se acostaba, pero sobretodo era especialmente placentero para él mismo, pues tardaba mucho en vaciarse, haciendo que sus orgasmos fueran muy largos. Sin embargo, para disfrutar al máximo de esa sensación, él era el que debía llevar el ritmo de los movimientos y eso era algo que no podía hacer en esa postura en la que era Chus la que se movía según sus propias necesidades. Decidió esperar a que ella se corriera primero y hacerlo luego él, follándosela en una posición más adecuada para su propio disfrute.

Agarrada a él como una posesa, Chus se movía a un ritmo infernal, gozando con la estaca de Eric completamente adherida a sus paredes vaginales, cada vez que bajaba su cuerpo sobre el de su amante. A punto de venirse, apartó la boca de Eric de sus pechos y le besó en la boca con total voracidad.

Eric sintió, con máximo orgullo, como en ella explotaba de nuevo el orgasmo, comiéndose los prolongados gritos de placer de Chus, ahogados en el beso apasionado que se estaban dando, mientras el cuerpo de la mujer se convulsionaba de gusto.

El primer orgasmo de Chus había sido intenso y corto, pero el que acaba de experimentar había sido único, profundo y prolongado y la había dejado medio desfallecida y semitumbada a los pies de la cama. Ya más calmada, vio frente a ella, sentado y apoyado en el respaldo de la cama, al maravilloso hombre que tanto le estaba ofreciendo. Vio que la miraba con deseo y al bajar la vista observó que una de sus manos jugaba en su entrepierna. Había palpado sobre la ropa y sentido en su interior, los atributos sexuales de Eric, pero aún no los había visto, y la imagen de su verga le sobrecogió. Gruesa y de buena longitud, con la piel del tronco de un color muy claro y un glande desafiante de tono sonrosado. Una encantadora mata de pelo castaño rodeaba todo el sexo del hombre, y tapizaba levemente sus pelotas. Estuvo admirando un buen rato el instrumento de placer. Deseosa de hacerle acabar, gateó con femenina parsimonia hacia ese bendito pollón, lo agarró con ambas manos y empezó a pajearle a toda velocidad.

Eric deseaba volver a tirarse a Chus y correrse de una vez, pero tampoco quiso dejar de satisfacer la curiosidad que la mujer parecía sentir por su aparato viril. Le sujetó la mano para impedir el desenfrenado e inapropiado ritmo, y notó en el bello rostro de la mujer una expresión de desconcierto y tal vez de enfado, como si le hubieran quitado un caramelo que era sólo suyo. Y aunque en principio no había pensado en ello, creyendo que ya era suficientemente difícil tirarse a una mujer casada, se le ocurrió morbosamente el que tal ve ella pudiera regalarle algo de sexo oral, antes de volver a follársela. Atrajo su cara hacia la de él, le dio un pequeño beso en los labios y la desplazó hacia abajo, dejando la boca a la altura de su erecto pene. La mujer dudó, tal y como él se esperaba, pero finalmente ella abrió la boca y la acercó con miedo al glande, intentando abarcarlo, pero clavando torpemente los dientes en el grueso capullo.

Instintivamente, aunque con dulzura, Eric le reprochó:

– No la muerdas. Usa los labios y la lengua.

Chus encajó la observación contestando sin mirarle, con un mohín deliciosamente cautivador:

– Lo siento, es que esto yo no …….

Y un escalofrío de gusto sacudió a Eric, al escuchar esas palabras de la mujer, con las que parecía decirle que nunca antes le había hecho una mamada a un hombre. El morbo existente en esa habitación creció varios grados y su polla también un poco más. Decidió disfrutar un buen rato de tan morboso placer, antes de tirarse a Chus y vaciarse en ella.

Chus se propuso seguir los consejos de Eric. Besó con sus labios y lamió con su lengua toda la potencia sexual que él le ofrecía. El tacto fino de la piel de su tronco y sobretodo la majestuosidad del capullo le atraían como una lapa, pero lo que más le encandilaba era la boquita del glande, y jugaba con su lengua abriéndola, casi como si buscara que esta expulsara su esencia masculina. Tras un buen rato entretenida con la polla, Chus se recreó en los testículos de Eric, lamiéndolos de arriba a abajo, mientras sus dedos nadaban en el vello circundante. El quiso facilitarle el trabajo y tiró de la polla hacia arriba para subir sus huevos y ponerlos mas al alcance de la linda boca de la mujer. Y notó que ella intentaba abarcar en su boca lo que podía de ellos, sorbiendo y saboreando por turnos cada una de sus fábricas de leche.

Chus se encontraba absolutamente prendada de la preciada herramienta sexual de su amante. Llevó su lengua a la parte más inferior de sus pelotas. En esa zona el sudor se concentraba y ella reconoció con más fuerza que nunca el olor a macho que emanaba del cuerpo de Eric, y que a ella tanto le excitaba. Era irresistible la necesidad de hacer gozar al hombre tanto como él la había hecho disfrutar, y sus lamidas se dirigieron al lado más oculto del cuerpo varonil, sin toparse con ningún otro aroma que no fuera su predilecto.

Eric no daba crédito a lo que estaba pasando. Ninguna mujer le había hecho antes eso. Arqueó un poco su cuerpo hacia atrás para permitirle mejor el acceso a su ojete, sintiendo cómo ella le besaba y lamía repetidamente el ano. La caricia no le fue particularmente excitante, pero sí el morbo de la situación, de tener tan sometida a una mujer casada y de aparente limpia conducta sexual. Con todo él prefería no masturbarse y su miembro comenzó a decaer. Se percató de que la postura era difícil para ella y se giró, la cogió y se colocaron, ella en la cama, boca arriba, y él mismo de rodillas a la altura de su rostro.

Chus notó como él volvía a intentar que le chupara el culo, pero ella ya no quería eso. Empujó suavemente el vientre de Eric hacia atrás, reapareciendo sobre su cara el rabo del hombre, menos erecto, pero igualmente imponente. Era la polla lo que ella pretendía y él, pareciendo darse cuenta de ello, se la cogió y le introdujo suavemente el glande entre los labios, con un hondo suspiro de satisfacción. Una feroz excitación se apoderó de Chus cuando sintió entrar aquel instrumento en su boca y se dedicó a chupar como si fuera un helado todo lo que ocupaba su boca, teniendo cuidado de no volver a morderle.

Eric ya deseba volver a follársela cuanto antes, pero no quiso quitarle las ganas y la dejó que jugara con su rabo, mamándoselo ella cada vez mejor, y disfrutando él de ello, reanimando así su erección.

Ella se fue orgullosamente encendiendo cada vez más, a medida que constataba que la polla que tenía entre los labios iba creciendo en tamaño con sus lamidas, Unos suaves empujones que empezó a percibir no le eran suficientes para poder apreciar en todo su esplendor la longitud y grosor de la verga y se volcó para conseguir su propósito.

Eric, excitado por la dedicación de la mujer, volvía tener su máxima erección, y por ello le apretaban las ganas de hundir la verga hasta el fondo de la boca de su sometida hembra, aunque empezó a hacerlo de modo controlado y poco profundo, para no lastimarla. Sin embargo pronto se dio cuenta de que, mas que empujar él, era ella la que se incorporaba intentando abarcar lo máximo posible de su picha.

Chus, deseosa de gozar de todo el pedazo de carne que tenía par ella, puso sus manos sobre las posadera de Eric, acompañando y dando fuerza a las progresivas embestidas. Y así fue consiguiendo su objetivo, logrando que él le metiera dentro casi toda la herramienta, y ansiando ya que ésta se desbocara y soltara todo su material, aunque fuera la primera vez que ella lo recibiera en su paladar.

Eric notaba los dedos de Chis pasearse por la raja de su culo, empujándole a follársela por la boca. El se movía lentamente, pero profundizando ya todo lo posible, gozando con el juego que ella hacía con la lengua sobre su cipote cada vez que se retiraba hacia atrás. Imprimió un ritmo continuo que podía llevarle al borde de la eyaculación y conforme perduraba el ritmo sostenido de la mamada, la idea de cambiar de posición, para volver a follarla por el coño, fue perdiendo fuerza, porque además él ya intuía que podría volver a penetrarla más tarde. Era tal el morbo de la situación y el placer que obtenía follándosela entre los labios, que sintió la irresistible necesidad de correrse ya mismo, y se abandonó a gozar como nunca, vaciando sus pelotas repletas de leche en la deliciosa boca de la mujer.

Chus se emocionó oyendo a Eric murmurar un «¡Jesús, Jesús, que gusto!», justo antes de que los gemidos de él se hicieran roncos, largos y acompasados, anunciándole la inminencia de la corrida. Ella se preparó para recibirla con deleite entre sus labios, aún con la duda de saber si sería capaz de soportarla dentro sin que le invadiera el asco y le hiciera vomitar. Su lengua jugaba, cimbreando una vez más sobre el capullo de hombre, cuando una explosiva descarga de líquido viscoso la arrastró hacia el fondo del paladar y la boca se le inundó de semen. De inmediato notó que, tras esa primera andanada, Eric gruñía y empujaba, instintivamente, la verga hacia su garganta, y el segundo chorro bajó por ésta hacia su interior, produciéndole una sensación de ahogo que la hizo apartarse y desprenderse del delicioso pollón que tanto le estaba haciendo disfrutar. Nada más salir de su boca, la polla de Eric siguió escupiendo leche, empapando el rostro de la mujer, y ella se apresuró a chuparla de nuevo, pues quería gozar de nuevo de la misma sensación experimentada en el inicio de la fuerte eyaculación. Degustó así, con placer, las últimas expulsiones del esperma de Eric.

Chus subió sus manos para acariciar la espalda de su amante y le miró, comprobando su expresión de gusto, mientras él terminaba de vaciarse en el interior de su boca. Se sentía plenamente satisfecha y feliz por haber conseguido arrancar ese inmenso orgasmo a Eric. No sólo no sentía nada de asco, sino que le excitaba sobremanera mantener y saborear en su boca toda la esencia masculina que había conseguido exprimir del apuesto hombre y se resistía a tragarse la leche recibida. En esos momentos su marido, Julio, no existía. El presente sólo se concentraba en las nuevas sensaciones que estaba conociendo y en el apuesto macho que se las estaba regalando. Ansiaba que él se recuperara pronto y volviera a follarla con todas sus ganas, y deseaba volver a beber de nuevo de esa extraordinaria fuente de semen caliente.

Una vez soltada ya toda su carga, Eric se salió del delicioso aposento en el que se había derramado copiosamente, aunque su pene siguió palpitando un buen rato, con suaves y repetidos espasmos de placer. Eric también se dedicó a observar a la bella esposa adúltera, tras culminar la corrida mas intensa y duradera por él jamás experimentada. Se regocijaba viendo su leche desparramada por la cara de Chus. No solo había conseguido su propósito de conquistar y follarse a esa linda y difícil mujer casada, sino que, sin que entrara en sus planes iniciales, había conseguido que ella no pusiera objeciones a que él se corriera espectacularmente en su boca, llenándole de orgullo además su convicción de haber sido él el primer hombre en hacerlo. Deslizó de nuevo la polla entre los dulces labios entreabiertos de la mujer, comprobando que ella aún mantenía morbosamente en su interior el resto de su abundante eyaculación. Movió muy lentamente su miembro adentro y afuera unas cuantas veces, sabedor de que no sería la última vez que hiciera eso mismo en las horas siguientes, y lo sacó, dejándole colgando sobre el rostro de Chus, con el glande blanquecino y goteante de su propio esperma que ella había batido en su deliciosa boca, y sin sorprenderse ya cuando vio que ella rebañaba el rostro con sus dedos, aumentando golosamente el contenido de leche en su boca. Él sí pensó en el esposo de ella, sintiendo y paladeando el intenso morbo de haberle mancillado con algo más que el follarse simplemente a su ardiente mujercita. Se estremeció pensando que aún quedaban muchas horas por delante y que Chus estaba a su entera disposición, que iba a gozar del cuerpo de la bella mujer unas cuantas veces más, que se la iba a follar esa noche cómo quisiera y cuantas veces pudiera.

Esa misma sensación le quedó a Julio, tras su propia corrida, viendo la grabación que, por sorpresa, había recibido de Eric dos días después del regreso se su mujer. Una mezcla de sentimientos de dolor y disfrute le habían acompañado durante la visión del encuentro entre Chus y Eric en el apartamento de él. Quería que en esos días ella tuviera un aliciente, algo que le reavivara el espíritu como mujer y le alejara de su rutinaria vida. Por ello contactó con un mercenario del amor, encargándole que tratara de seducirla. No le puso límites, convencido de que su esposa sólo coquetearía, como mucho, con él, aunque nada habría cambiado, de haberlos puestos, visto lo visto y comprobados el frenesí sexual de su mujer y la audacia y profesionalidad de Eric, que había realizado su trabajo con una brillantez incontestable, consiguiendo de Chus cosas que ni él mismo podía imaginarse.

No había más grabación por ver y el resto de lo que pasó esa noche no lo sabría nunca, pues Chus no se lo contaría y Eric se lo guardaría como parte del precioso botín conquistado, pero Julio daba por hecho que el hombre había disfrutado de su esposa a placer, tirándosela varias veces más por todos sus agujeros, y que ella había tenido varios orgasmos más, gozando con su atractivo semental, en unas horas llenas de sexo. Luego se preguntó si todo quedaría en esa noche. Una lágrima asomó en sus ojos, sintió un nudo en la garganta, y algo se alzó de nuevo entre sus piernas.

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Relato erótico: «Destructo: La perla del Nilo» (POR VIERI32)

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Sin títuloI. 2 de junio de 1260

 

Los mongoles somos los lobos en un mundo repleto de presas; nacemos guerreros y en el fragor de la batalla encontramos nuestro hogar natural. Me lo enseñaron desde que era pequeño, en Suurin, un extenso valle estriado de ríos y rodeado de cerros. Pero con el paso del tiempo aprendí a detestar las batallas porque la muerte acecha y susurra sus secretos en cada sablazo, en cada gota de sangre salpicada sobre la hierba y en cada grito. Armenia, Cilicia, Bagdad; con el ejército del Kan del Ilkanato de Persia recorrí medio mundo para estamparme contra esta realidad una y otra vez.

Mi nombre es Sarangerel, y aprendí a aborrecer cada guerra porque mientras más cerca esté de morir, más lejos estoy de reencontrarme con mi hijo, hoy la única razón de mi existencia. Miro mis manos, estas viejas y encallecidas manos sosteniendo una espada y un escudo, y solo siento en los dedos un fuerte deseo de volver para cargarlo y abrazarlo.

La tierra parece detestar la sangre de las heridas que se desparrama en cada lucha; el grito de sufrimiento de los enemigos ya no es la canción que una vez fue para mí. A los ojos de todos, peleo y sobrevivo para la gloria de nuestro Gran Kan, pero en realidad lo hago porque un hombre no puede irse de este mundo sin por lo menos ver por última vez a su hijo.

Los mongoles nacemos guerreros. Pero este guerrero, y sobre todo estas manos, ya se están cansando de esta vida.

Tras un largo y duro viaje a través del desierto, los tres emisarios del Imperio mongol habíamos llegado a El Cairo. La capital musulmana brillaba por sí sola, como una perla en la ribera del Nilo; el vivo colorido de sus calles y la imperturbable rutina de los cientos de personas eran fascinantes, invitaban a probar una vida distinta a la que había llevado y parecían tener esa capacidad de levantarnos nuestro ánimo decaído; las provisiones de agua se nos habían agotado y nuestros rostros revelaban nuestro hartazgo. Inadecuado, desde luego, pues estábamos en territorio enemigo. Mantener la calma era necesario, mostrarles a cada uno de los habitantes los guerreros feroces que éramos.

El rumor acerca de la violenta expansión del Gran Kan Hulagu se había extendido lentamente entre la población egipcia y se percibía el miedo en las miradas de los comerciantes y ciudadanos cuando nos abríamos paso sobre nuestros caballos, rumbo al palacio del Sultán para cumplir con nuestra misión diplomática. Era inevitable sonreírme al notar cuánto respeto o miedo éramos capaces de provocar, pero no debíamos aprovechar nuestra situación. Debíamos cabalgar a trote lento, cautelosos, con respeto. Cualquier gesto inapropiado aumentaría el nerviosismo del pueblo, el miedo de los guardias, y con ello vendría la violencia.

Descansar en alguna posada estaba descartado según nuestro comandante, decisión discutida una y otra vez por mi camarada Odgerel, un guerrero que solo rinde con el estómago lleno o al menos tras probar de algunas pueblerinas en un burdel; pero parecía incapaz de notar el aire viciado en las calles. Los comerciantes, los guardias, los niños, las mujeres, prácticamente todos tragaban saliva, susurraban entre ellos, seguramente especulando cuál era nuestra misión y qué les depararía ahora que nuestro ejército estaba avanzando a través del desierto.

—¡Por todas las flechas de mi aljaba! Las mujeres de aquí son realmente preciosas, ¿no lo crees, Sarangerel? —Odgerel tenía la mala costumbre de pensar en voz alta, no cesó el parloteo ni rumbo al palacio—. Hasta hacen olvidarme de la arena metida hasta los cojones.

—Deberías preocuparte por tu caballo, no por mujeres —respondí, acariciando a mi animal. Hablar con él para olvidarme de la tensión a nuestro alrededor era una opción sabia. Ocultar el cansancio con una sonrisa.

—A mí no me engañas, Sarangerel, te he visto echándole el ojo a algunas…

—Odgerel, un caballo te llevará hasta Damasco pero una mujer te llevará a la ruina.

—¿Y dónde queda eso? Parece mejor destino que Damasco.

—Jala-barbas, te estoy diciendo que no necesitas de una mujer, necesitas de tu caballo.

—¡Odgerel, Sarangerel! —al frente, nuestro comandante nos guiaba—. ¡Silencio y sigamos avanzando!

El ambiente se tornó aún más hostil dentro del pomposo palacio, en donde los guardias del Sultán, que destacaban por los turbantes enrollados en torno a sus cascos, parecían maldecirnos con la sola mirada; se percibía en los ojos y gestos de todos y cada uno de ellos conforme avanzábamos por los pasillos. Susurros, mandíbulas tensas por doquier, puños demasiado cerca de los mangos de sus cimitarras; daba la impresión de que solo era cuestión de segundos para que la mecha de la guerra se encendiera.

—Escúchame, Sarangerel —me susurró Odgerel, cortando el sonido de nuestras pisadas sobre el suelo de mármol—. ¿Lo sientes? En el aire, amigo. Es como si en cualquier momento uno de estos bastardos fuera a desenvainar su cimitarra para atacarnos.

—Eres lento para pillar las cosas, perro —gruñí—. Me interesa evitar los espadazos. No metas la pata, acabemos con esta misión para volver a casa cuanto antes.

—Trataré, pero es difícil no meter la pata con el estómago vacío —le sonrió a un guardia, acariciando el mango de su sable enfundado en la vaina del cinturón.

—¡Os he ordenado silencio, Odgerel, Sarangerel! —volvió a rugir nuestro comandante sin detener su andar—. No hemos venido a pelear, lo saben. Somos emisarios.

Tocado con un turbante blanco inmaculado, sentado en su alto trono y rodeado de esposas que le abanicaban, el Sultán Saif Al-Din Qutuz se removió en su asiento al vernos llegar a los tres. Sus generales le acompañaban, probablemente ya le habían advertido de nuestra llegada. En los ojos de Qutuz se percibía el miedo de los niños, la ansiedad de los adultos y el odio insostenible de sus guardias; era el hombre que cargaba sobre sus hombros una de las últimas y más importantes resistencias del imperio musulmán.

A un gesto de manos, sus mujeres se retiraron del salón.

—Que la diosa Tanri me lleve, Sarangerel —me susurró Odgerel, sonriéndole a una de las esposas del Sultán que había pasado a su lado—, tantas hembras para solo un hombre, esto es un crimen.

—Guarda silencio y compórtate, cabeza de granito.

Nuestro comandante se presentó, abriendo la carta que habíamos traído y leyéndola a viva voz.

—¡Desde el Rey de Reyes de Oriente y Occidente, el Gran Kan, para Qutuz, el mameluco! Ha oído cómo hemos conquistado un vasto imperio y hemos purificado la tierra a nuestro paso. No se puede escapar del terror de nuestros ejércitos. Sus oraciones a su Dios no funcionarán contra nosotros. ¡Apresúrese en su respuesta antes de encender el fuego de la guerra! Mendigue, y estará a salvo. Resista, y sufrirá la más terrible de las catástrofes.

Uno de los generales tomó el mango de su cimitarra con el rostro torciéndose de ira.

—¿¡En dónde habéis aprendido modales!? ¿¡A qué viene esta forma tan arrogante de presentarse ante nuestro Sultán!?

—¡Atrás, Baibars! —Qutuz se levantó de su trono y tomó del hombro de su general para tranquilizarlo—. No tolero ese tono frío y prepotente vuestro. El Gran Kan confía en su ejército y no cree que el mío le pueda hacer mella. Me han informado de vuestro avance violento a través del califato abasí, pero estáis equivocados si pensáis que nos someteremos pacíficamente como Damasco.

—¿Qué te había dicho, Sarangerel? Vete preparando —Odgerel volvió a susurrarme—. Nos han enviado a un pozo de serpientes hambrientas.

—Mantente sereno, Odgerel, y guarda silencio cuando hablan. 

Nuestro comandante guardó la carta y aconsejó al Sultán.

—El Gran Kan no atenderá a ruegos ni lamentos durante la guerra, Sultán Qutuz. Va a destruir sus mezquitas y luego matará a sus niños y ancianos juntos. Hoy, usted es el único enemigo contra el que tiene que marchar. No comprometa de esta manera a su pueblo.

—¡Contén esa lengua cuando le hablas a nuestro honorable Sultán, mongol! —volvió a asaltar el nervioso general. 

—En serio no creo que nuestro comandante esté eligiendo las palabras adecuadas para dirigirse a un grupo de hombres nerviosos —Odgerel no callaba. De todo a mi alrededor, era su ansia de batalla lo que realmente me preocupaba. Debíamos evitar a toda costa cualquier provocación si pretendíamos salir vivos—. Sarangerel, la sangre va a correr por este salón. 

—Respira hondo, jala barbas, vas a meternos en problemas.

—¿Yo? Es nuestro comandante quien está jugando con fuego. Puedo olerlo casi… Sarangerel, ¿por quién peleas?

—Por el imperio mongol, Odgerel.

—Entonces nos veremos en el infierno, amigo mío —agarró el mango de su sable, presto a desenvainarlo.

—¡Vuestros términos son inaceptables, someternos es un pecado y acto de traición! —bramó el general, ahora sí apuntándonos con su cimitarra, gesto imitado por todos los demás guerreros en el salón. Tragué saliva; ser temidos era un orgullo, nos veían como bestias amenazantes. Lobos, eso éramos, nacidos para la batalla. Aunque en el fondo yo tenía tanto miedo como ellos, no les daría el gusto de mostrarle el más mínimo gesto de debilidad.

Pero en el momento que acariciaba el mango de mi sable, el Sultán Qutuz rugió con voz autoritaria:

—¡Guardad las armas! ¡No se derramará sangre en este salón! —Volvió a tomar del hombro de su general para exigirle temple. Cerré los ojos y agradecí al Dios Tengri por haber dotado de serenidad al Sultán—. Y vosotros, mongoles, retiraos e informadle a vuestro emperador que Egipto tiene guerreros temibles. Si no tenéis más que decir, entonces permitid que mis guardias os acompañen hasta las afueras de la ciudad.

—Sultán Qutuz —interrumpió nuestro comandante, probablemente tan aliviado como yo y el resto del salón—. Como mensajeros esperamos que respete nuestra condición de inmunidad.

—Podéis estar tranquilos. Como veis, yo disto de los medios fríos y salvajes de vuestro emperador. De nuevo, os invito a retiraros de la ciudad. Comprenderéis que para calmar el ánimo en las calles, prefiero que vayáis escoltados por mis guardias.

—Entendido. Nos vamos como vinimos, Sultán Qutuz.

Odgerel me tomó del hombro y suspiró largamente. Respiraba como un perro al sol; nunca fue bueno en situaciones como la que estábamos viviendo, en donde hay tensión en el aire y lo mejor es tener la espada guardada, en donde hay que dejar que el diálogo haga de mediador.   

—¡Por el Dios Tengri, estuve a segundos de desenvainarla! Ha ido mejor de lo que esperaba, Sarangerel…

—No celebres aún. Al menos no hasta salir de la ciudad, Odgerel.

Cabalgábamos a paso lento por las calles de los arrabales, rumbo a las puertas de la ciudad, cuando percibimos de nuevo esa tensión en el ambiente. Los guardias que nos custodiaban hasta la salida, montados sobre sus caballos árabes, murmuraban constantemente a nuestras espaldas. Odgerel, en respuesta, no dejaba de acariciar el carcaj atado en su montura, como desafiando a los mamelucos. Tensar su arco y lanzar una saeta no le tomaría más que un suspiro.

—Vuestros caballos son muy pequeños —dijo por fin uno de ellos—, no parecen ser buenos para el desierto.

—No los subestimes, mameluco —acaricié al mío, que lanzó un bufido—. Se adaptan perfectamente al terreno.

—Y son resistentes, no corren como mulas cojas cuando les alcanza un flechazo —masculló Odgerel.

De reojo noté que al gesto de uno de ellos, el gentío en las calles se dispersó poco a poco. Odgerel y yo nos observamos; no era normal que un lugar tan poblado empezara a quedar vacío. Ambos detuvimos nuestros animales, quienes parecían percibir nuestro propio nerviosismo.  

—Tranquilo —susurré a mi animal, volviendo a acariciarlo.

—¡Odgerel, Sarangerel! —nuestro comandante también contuvo su caballo y se giró para hablarnos—. Somos mensajeros, no lo olviden.

—Os deseamos una placentera travesía y un galope veloz, amigos ojos-rayados.

En el momento que una flecha silbó cortando el aire supe que todo había dado un revés, y que la inmunidad que supuestamente teníamos como mensajeros era solo una ilusión enterrada bajo la gruesa arena del desierto. Cayó nuestro comandante al suelo como un saco de arroz, con la garganta destrozada y sangre desperdigada por el suelo.   

—¡Cacen a los mongoles! —se oyó un grito en las calles—. ¡El Sultán quiere sus cabezas!

La guerra había comenzado, con firma irrevocable de sangre estampada en las calles. El polvo se extendía, nuestro comandante moría en el suelo bajo el calor abrasador; poco a poco los enemigos asomaban de entre las columnas de las edificaciones, tensando las cuerdas de sus arcos mientras mi pecho se llenaba de una sensación que había sentido y odiado mil veces en el fragor de la batalla.

Y en mi corazón, que redoblaba sus latidos, solo cabía una sola cosa: mi pequeño hijo.

Y el deseo de cargarlo una vez más con estas manos.

—¡Odgerel! —Desenvainé mi sable y preparé mi escudo;  a los ojos de todos ellos, éramos guerreros crueles nacidos solo para la batalla, pero uno, en el fondo, teme. Yo al menos siempre tuve miedo—. ¡Embiste y huye!

Mi caballo saltó hacia uno de los negocios y tumbó al arquero que se escondía tras un tablero de frutas; el revoloteo de las uvas e higos a mi alrededor confundió a otro guerrero que, montado sobre su animal, se había acercado a mi lado presto a tumbarme, mas su cuello probó el acero afilado de mi espada.

—¡Venid a por mí, hijos de puta! —Odgerel se abría paso entre los enemigos en rápida galopada, repartiendo sablazos a cuanto podía dar alcance. De una fugaz ojeada noté su sonrisa en ese rostro salpicado de sangre enemiga—. ¡Hala! ¡Ahí fue uno! ¿¡En dónde habéis entrenado, cornudos!?

Su grito de júbilo rebotó por las calles de El Cairo mientras el árido viento azotaba con fuerza mi rostro.

—¡Hay más adelante! ¡Prepara tu puto arco, Odgerel!

—¡Yo solo quería algo de beber y de paso una mujer, hijos de puta! Sarangerel, ¿¡es tan difícil escribir una puta carta en condiciones!?

—¡Apura y tensa el arco, perro, aún no hemos salido de la ciudad!

—¿¡Por quién peleas, Sarangerel!? —preguntó al acercarnos velozmente a la salida. Tres, cuatro… cinco arqueros nos esperaban, apuntándonos como cazadores ante un zorro, mas se olvidaban que nosotros éramos lobos de las estepas. El gentío se dispersaba a nuestro alrededor; gritos, sangre y polvo desperdigado adornaban las calles de la ciudad caldeada por el fuerte sol.

—¡Peleo por el imperio mongol, Odgerel!

—¡Entonces nos veremos en el infierno, amigo mío!

II

Para el joven ángel Curasán, los días en los paradisiacos Campos Elíseos no eran tan agradables como le gustaría. El paisaje era colorido y floreado hasta donde la vista alcanzaba, y el cielo diurno siempre destacaba su azul brillante, pero aquello terminó resultándole cansino tras varios años. Su rutina consistía en cargar su pesado arco de caza, avanzando desganado por el camino de tierra entre el montón de ángeles que, día a día, partían rumbo a los campos de entrenamiento de tiros que lindaba al gran bosque, guiados por la Serafín Irisiel.

Su túnica blanca le incomodaba, la bota de cuero izquierda le apretaba, y para colmo sus alas parecían estar más entumecidas que de costumbre.

—Sabes, Curasán, me preocupas —susurró la joven Celes, a su lado, tratando de evitar que el resto de ángeles la escuchara. La muchacha, de larga cabellera azabache que contrastaba con sus alas de fuerte blanco, podía percibir el estado de su mejor amigo fácilmente—. Deberías dejar de ir abajo…

—¿Abajo?

Celes extendió sus alas cuanto pudo, rodeándolo con ellas para traerlo consigo. Era su particular medio de obtener privacidad en el camino. En la legión de ángeles siempre rondaban los curiosos.

—Sí, “abajo”, en el reino de los humanos. No creo que al Trono le agrade saber que uno de sus ángeles se escabulle sin permiso.

El joven abrió sus ojos cuanto pudo.

—¿Pero qué…? ¿Qué te hace pensar que me escabullo para ir a ese lugar?

—¡Te seguí, Curasán!

—¿Me seg…? Eres una angelita muy rara, ¿eh? ¿Se lo has dicho a alguien?

—¡No se lo he dicho a nadie! Pero si los Serafines se enteran, te van a desplumar esas bonitas alas que tienes.

—No se atreverían —masculló, agitándolas—.  ¿Quieres algo, no es así? ¡Escúpelo!

—¡No quiero nada! Mira, simplemente ten más cuidado. No tengo la más mínima idea de qué haces yendo allí… y tampoco es que muera de ganas por saberlo, pero por los dioses, trata de ir menos, un día te van a pillar. 

En el momento en que la muchacha lo liberó del abrazo de sus alas, el joven la tomó de la mano y la apartó del camino para internarse en el bosque. No valieron las tímidas reprimendas de su amiga, pronto se encontraron avanzando solos, ocultos en medio de la espesura; hojas y plumas revoloteaban a su alrededor.

—¡Curasán!

—¡Vamos, Celes!, te mostraré algo.

—¿Qué vas a mostrarme? —tiró de su mano para liberarse—. ¿Por qué lo haces?

El muchacho se acarició el mentón, perdiendo su mirada hacia ese fuerte cielo azulado. Avanzar todas las mañanas en lo que él consideraba un “aburrido rebaño” que iba para practicar tiro al blanco no era precisamente su idea de divertimento. Pensar en repetir aquel escenario por el resto de su existencia empezaba a agobiarlo, y romper la rutina se veía como una necesidad. Y mejor en compañía. 

Tras sonreír con los labios apretados, volvió a tomar de la mano de su compañera.

—Es que… ¿No te aburre?

—¡Aburrido lo será para ti! ¡No es todo entrenamiento, yo al menos voy a los coros y también hago la recolección de frutas!

—¡Ja! Hace años que no como nada, y en el coro cantáis horrible. No necesitamos de canciones ni comida, Celes, ¡somos ángeles!

—Si nuestra instructora… se entera de que nos… salimos del camino —protestaba a trompicones mientras seguían internándose en las profundidades del bosque—. ¿Quieres ir al reino de los humanos, no es así? ¡Perfecto, pero no me arrastres contigo, Curasán! ¡Me vuelvo!

Volvió a liberarse de su mano. Extendió sus alas y levantó vuelo, aunque rápidamente el joven la tomó de los pies. Él sabía que con Celes debía insistir un poco más para convencerla. Forcejeando ambos, continuaron la discusión:  

—¡Necesitas un escape, Celes!

—¡Suéltame el pie! —aleteó con fuerza, levantando polvo, pero el muchacho la sostenía firme—. No creo que escaparse del entrenamiento de hoy sea la solución adecuada para tu aburrimiento. ¡Además, temo por mis alas!

—¡Psss! ¡Nadie te desplumará, qué cosas te pones a inventar! ¡He visto cosas que no te lo podrás creer, Celes! Y… he probado cosas prohibidas por el mismísimo Trono…

Celes no podía negarse a su curiosidad y la sola idea de lo prohibido hizo que perdiera el control de sus alas. Cayó de espaldas sobre la hierba aunque su plumaje la protegió del impacto. Conmocionada como estaba, se limitó a observar el lento paso de las nubes a través del imponente azul del cielo; se tomó del vientre mientras recogía sus piernas.

—¿Co-cosas prohibidas? ¿Como cuáles?

Lanzando su arco a un lado, Curasán se inclinó ante ella y agarró sus rodillas. Al menos ahora se mostraba interesada en su propuesta y cierto regustillo victorioso invadió el vientre del joven. Separando delicadamente las piernas de su amiga, la miró a los ojos.

—Hay tantas cosas que no sé ni por dónde comenzar. Oye, ¿y esa cara rara que has puesto, Celes?

—Bu-bueno, es solo curiosidad.

—Como te he dicho, somos lo que somos. No necesitamos de comida y el cuerpo nunca lo pide, pero aún así recolectamos frutas para degustarlas simplemente porque el sabor es agradable, ¿no es así?

—¿A dónde quieres ir con eso? 

—¿No lo ves, Celes? Que el cuerpo no lo pida no significa que debamos privarnos de placeres…

Separó aún más las piernas de su compañera y la túnica cedió, revelando más de lo que usualmente ella permitía; la respiración de la joven aumentó al tiempo que sus uñas prácticamente se enterraban en su vientre; parecía querer despertarse de aquel momento y así poder detener a su amigo, aunque no encontraba la voluntad.

—Hay lugares —susurró con una sonrisa de lado, viendo cómo ella cedía poco a poco—, en donde estas alas no nos pueden llevar.

La muchacha tragó saliva y abrió ligeramente la boca presta a continuar preguntando. La cálida mano de Curasán se ocultó bajo la falda, y el pequeño mundo de Celes, su paraíso de frutas, flores, entrenamientos y cánticos, se resquebrajó poco a poco, descubriendo cuánto placer se escondía en una simple caricia.

¿Cómo era posible que ella sintiera ese montón de sensaciones en su vientre? Era algo cálido nunca antes experimentado, un algo que buscaba grietas para escapar. Los ángeles fueron creados a imagen y semejanza de los humanos, pero los dioses les arrancaron cualquier atisbo de sentimientos. Eran inmortales, fuertes, apasionados, pero desconocían el amor, la libertad y cualquier sentido de pertenencia; eran simples herramientas creadas para servir a sus hacedores.

Al menos así parecía serlo… 

—Ah… Curasán… ¿dó-dónde aprendiste a hacer eso? ¡Ah! ¡Ángel pérfido! —retorció sus muslos y se mordió los labios. Quería alejarse y volver a su mundo de flores, pero otra fuerza le rogaba que atenazara a su compañero con brazos y piernas para que no dejara de tocarla. Sus alas se descontrolaron, sus ojos no encontraban un lugar dónde posarse.

Y su cuerpo de hembra despertaba de un eterno letargo.

—¿Dónde aprendí?… Pues en una tarde calurosa conocí a una hermosa humana que caminaba sola cerca de un lago azul… 

—¡Hmm! —gruñó ella, levantando la mano para arrancar una pluma del ala de su recién estrenado amante—. ¿Y por qué no vas junto a ella?

—Pues porque está en el reino humano, Celes, ¿no es obvio? —jugueteaba él, inclinándose para besarla por primera vez. Fue una unión de labios torpe, relampagueante en el sentido más estricto: rápida, fugaz, pero fuerte y estremecedora a la vez. 

—¡Ya! —respondió Celes, ladeando su rostro, pues ahora sentía una garra tomar su corazón. Estaba celosa, y necesitaba cuanto antes demostrar que era mejor que aquella supuesta humana—. ¿¡Y qué es lo que tanto sabe hacer esa mortal!?

Curasán tomó la mano de su amiga, que parecía subir para arrancarle otra pluma. Y esta vez, la llevó a un lugar peculiar para que ella palpara una inusitada dureza que resaltaba bajo la túnica del joven. La hembra se sonrojó y todo intento de respuesta se perdió en un largo y tendido suspiro, mientras sus finos dedos parecían no querer apartarse de aquel extraño miembro que sostenía.  

—¿Acaso… acaso llevas una daga allí abajo, Curasán?

Pero un cálido viento se llevó el momento; un sonido estruendoso se oyó sobre ellos y el bosque se iluminó como si el sol se hubiera agrandado. El suelo vibró de manera violenta cuando ambos ángeles levantaron la mirada; un bólido de larga estela dorada atravesaba el cielo a gran velocidad, abriéndose paso entre las nubes, internándose en las profundidades del frondoso bosque.

—¡Por los dioses! ¿¡Es uno de los Serafines!? —preguntó ella, juntando sus rodillas y separándose de su amigo—. ¡Nos han pillado, nos desplumarán!

—No creo que sea un Serafín, Celes…

La joven se repuso, sacudiéndose el polvo de su túnica mientras a lo lejos se oía el impacto de lo que parecía ser un cometa en el espeso y otrora apacible bosque. Algo había caído en los Campos Elíseos.

—Creo que deberíamos volver y avisar a los demás, Curasán, puede ser algo peligroso.

—Sí, exacto —la excitación del joven menguó y rápidamente se hizo lugar una fuerte curiosidad. Recuperando su arco, extendió las alas y levantó vuelo lentamente—. O podríamos adelantarnos y ver qué ha sido eso. Vamos, Celes, no ha caído lejos.

—¡No, Curasán! —la muchacha tomó del pie de su amigo antes de que partiera, no deseaba que él se expusiera al peligro, no cuando había despertado algo latente en su cuerpo de hembra. Y de nuevo comenzó el forcejeo—. ¡Ni siquiera sabes qué es eso! ¡Podría ser el enemigo por el que tanto hemos estado entrenando!

—¿Destructo? ¡Perfecto, seré yo quien le dé caza con este arco! Tendré una bonita estatua en la entrada misma de los Campos Elíseos en honor a mi valentía.

—¡Ni siquiera somos buenos con el arco, no seas imprudente!

—¡Suéltame el pie, Celes! ¡Imagina si derrotamos a Destructo aquí y ahora! ¿Quieres que construyan una estatua en tu honor? ¡Piénsalo!

—¿Una… estatua…?

La muchacha quedó pensativa imaginando cómo sería tener un monumento de mármol en el paseo que conduce al Templo Sagrado, entre las figuras de los ángeles más bravos e importantes de la legión; momento aprovechado por el joven Curasán para escabullirse. Celes apenas notó cómo el ángel apresuraba el batir de sus alas para adentrarse en el bosque, rumbo a donde había caído el extraño intruso.

 —Yo… supongo que también quiero una estatua… —masculló.

La zona del impacto había convertido una gran porción del frondoso bosque en cenizas, y la cortina de humo que había levantado hacía imposible ver mucho más allá de unos cuantos pasos. Curasán preparó la flecha y tensó la cuerda del arco hasta la oreja, apuntando en el centro del área consumida por el fuego. La humareda no le permitía observar con claridad, pero estaba seguro de que alguien o algo estaba allí, acechando, esperando para atacar al primero que se acercara.

—Curasán —susurró Celes, escondida tras un tronco caído, abrazando su arco de caza—, prométeme que sobrevivirás.

—¿En serio? —una sonrisa bobalicona se esbozó en el joven—. ¿Es que quieres continuar lo de recién?  

—Bu-bueno, eres mi mejor amigo, no me gustaría perderte.

—Entendido, tendré cuidado, Celes. Cúbreme las alas, ¿sí?  

Siguió avanzando a pasos lentos, siempre tensando su arco hasta el punto en el que sus dedos empezaban a doler. Pero no cedería, no si en frente se encontraba el mismísimo Destructo, el ángel destructor que según las profecías, destruiría el sagrado reino de los ángeles. Notó apenas a través de la pared de humo a una pequeña y oscura figura que parecía observarle, en medio de un círculo de césped, arbustos y ramas calcinados.

—¡Sin la amenaza de Destructo, no habrá más entrenamientos! —gritó el joven, vaciando los pulmones, a tan solo pocos segundos de disparar. 

—¡Curasán, no dispares! —Celes llegó rápidamente para bajar el arco de su compañero—. ¡Es solo una niña!

De un fuerte aleteo, la joven logró dispersar la humareda para revelar lo que parecía ser una pequeña descalza, con túnica angelical, de larga cabellera rojiza, mejillas marcadas y ojos verdes. Los miraba con curiosidad, sin sonrisas ni gestos de ningún tipo más que el agitar de sus pequeñas alas.

—¿Una… niña? 

Al guardarse los arcos en las espaldas, se acercaron a ella. No mostraba ningún tipo de emoción; simplemente los observaba en silencio, con curiosidad, como esperando que dieran el primer paso para presentarse. En todos los Campos Elíseos no había ninguna sola niña con alas, y la sorpresa era mayúscula.

Fue Curasán el primero en hablar, acuclillándose ante ella para mirar esos preciosos ojos.

—Oye, bonitas alitas, pequeña —inclinó su cabeza, su tono de voz se volvió juguetón—. Bienvenida a los Campos Elíseos.

La niña pareció paralizarse ante el gesto del joven, para luego sonreír como respuesta.

—¡Jo! Me ha sonreído, Celes —el joven se golpeó el pecho y cabeceó divertido—. Me llamo Curasán

—¿Cómo es que una niña ha llegado hasta aquí?

No pudieron seguir preguntándose más sobre la nueva y extraña recién llegada; una fuerte voz femenina gruñó con fuerza a sus espaldas:

—¡Ya decía yo que la fila parecía más corta que de costumbre! ¿¡Creían que iban a escabullirse del entrenamiento de hoy!?

Ambos se giraron con mueca preocupada. Se les erizó la piel al ver a la mismísima Irisiel, su instructora, la Serafín arquera más habilidosa de los Campos Elíseos, reconocible por sus seis alas extendidas imponentes y amenazantes. Tras ella, repartidos sobre árboles o sentados sobre la hierba, una infinidad de ángeles observaban con curiosidad, todos ellos sus compañeros de entrenamiento que habían dejado atrás.

De larga cabellera oscura que la llevaba atada en una coleta, de facciones finas en el rostro que ocultaban con belleza la auténtica fiera que era, la alta Irisiel avanzó hasta sus dos pupilos. Sonreía, mostrando unos marcados colmillos, tamborileando su cintura.

—¿Les gustaría el día de hoy llevar unas manzanas sobre la cabeza? Haríamos el entrenamiento más divertido. ¿O prefieren que los desplume frente a todos? ¡Uf! Sería un espectáculo digno de recordar.  

—Cu-ra-sán —la niña habló por primera vez; voz dulce y torpe, como quien habla otro idioma por primera vez, robándose la atención de todos.

—¿Quién es la niña? —preguntó uno de los ángeles, quien sentado sobre la gruesa rama de un árbol, afilaba sus saetas.

—¡Tiene alitas y todo! —rio otro, recostado en un tronco. 

La Serafín cambió su semblante al notarla. Apartando a sus dos estudiantes del camino, avanzó y observó a la extraña criatura de arriba abajo. Su respiración aumentó como los latidos de su corazón; un ligero mareo la invadió, pero se repuso a tiempo.

—Por los dioses —susurró, plegando sus seis alas, sentándose sobre una rodilla ante la niña—. ¡De rodillas, todos!

—¿Lo dices en serio, Irisiel? —preguntó Curasán, mientras raudamente los demás ángeles bajaban al suelo para arrodillarse ante la desconocida—. ¿Quién es esta pequeña?

—¡Serás estúpido, Curasán! —reprendió la instructora—. ¡De rodillas! ¡Es una Querubín!

—¿Una Queru…?

No terminó su pregunta cuando Celes le propinó una patada desde detrás para ponerlo de rodillas.

—Una Querubín —susurró su amiga, tapándose la boca—. ¿Cómo no lo había notado? ¡Es una Querubín!

—¿Qué carajo es una Querubín?

—¡Pedazo de animal! —gruñó Irisiel—. Estamos ante el ser más puro de nuestro linaje. Es el ser más cercano a los dioses, incluso más cercano que nuestro Trono. ¡Silencio y mantente de rodillas, patán!

—¡En-entendido!

Cayó sobre el bosque un largo y tendido silencio solo cortado por la tímida brisa. Aquello era una escena extraña, una cantidad importante de ángeles guerreros le rendían respeto a una niña que solo tenía ojos para el joven que jovialmente se le había presentado. Fue él mismo quien, impaciente como era, decidió volver al asalto:  

—Esto… Irisiel, ¿cuánto tiempo deberíamos estar de rodillas?

—Ni idea… —confesó, mordiéndose los labios—. Es la primera vez que veo una Querubín.  

—¿Y dices que esta niña es nuestro superior?

—¡Te digo que es una Querubín, claro que lo es!

—Oiga, Irisiel —una voz surgió de entre el montón de ángeles—, a nuestro… superior… se le está colgando algo de la nariz…

Alguna risa se oyó pero inmediatamente fue diluyéndose; burlarse del ser de mayor rango de la angelología podría ser contraproducente, concluyeron muchos. Rápidamente, Curasán arrancó un pedazo de su propia túnica y se levantó para limpiarle la cara a la niña. Los demás ángeles, poco a poco, se reponían. Unos entre sonrisas, otro desaprobando el gesto de su compañero.

—Listo, como nueva.

—¡Más cuidado, Curasán! —Irisiel se acercó para apartarlo bruscamente. Alguien tan puro como una Querubín no debería tener mucho contacto con un ángel de tan bajo rango como él—. ¡No es una niña cualquiera!

La Serafín levantó a la pequeña, tomándola de la cintura, mirando esos llamativos ojos verdes. Las puntas de sus seis enormes alas se doblaron ligeramente conforme se mordía los labios; una de las cazadoras más letales de los Campos Elíseos pareció enternecerse.

—¡Bueno! ¿Tienes nombre, Querubín?

Solo obtuvo otra sonrisa como respuesta, por lo que la sentó sobre sus hombros. La pequeña se sujetó de la cabeza de la Serafín, observando asombrada a todos y cada uno de los cientos de ángeles que se habían congregado allí para verla.  

—Tremendo espectáculo el que has hecho, Querubín, te admiro —Irisiel extendió sus majestuosas alas—. Será mejor que te llevemos junto al Trono, seguro que él sabrá qué hacer.

III. 2 de Junio de 1260

—¡Tremendo espectáculo el que hemos hecho, Sarangerel!… ¡Hip! Me recuerda a aquella vez que nos abrimos pasos a flechazos entre esa horda de cumanos…

Cruzar lentamente el desierto con Odgerel siempre resultaba cansino, aunque a esas alturas ya me estaba acostumbrando a él y sus extravagancias. Pero no estaban ayudando ni la calurosa primavera que se sentía a cada paso ni el hecho de que Odgerel había advertido un par de odres de airag negro guardados en mi montura. Para él, cualquier momento era bueno para emborracharse.

Huimos hacia el norte, siguiendo el sendero que marcaba el Nilo, y esperábamos llegar hasta el Río Damietta, ya que lo utilizábamos como punto de referencia para retomar el camino hasta Damasco. Un camino duro y largo nos esperaba, no exento de peligros. Visto así, era normal que Odgerel quisiera beber y olvidarse por un momento del infierno que nos pudiera aguardar.

—Odgerel, perro, ¿vas a bebértelo todo o piensas compartirlo?

—¡Ya! Toma, amigo… ¿Sabes lo que realmente lamento?… Haberme ido de esa ciudad con el estómago vacío… y sin haber probado de una de esas egipcias… seguro que bajo esos trapitos se esconden auténticos vicios… 

—Odgerel, cuando me retire del ejército te llevaré a un burdel del imperio de Tangut. Allí verás lo que es una mujer de verdad y te dejarás de tonterías. 

—¿Retirarte? ¿Retirarte, dices?… Escúchame, Sarangerel, ¿me dirás ahora por quién peleas?

—Por el imperio mon…

—No, jala barbas —extendió su brazo y me tomó del hombro. Si no estuviéramos montando, probablemente me obligaría a pegar mi frente con la suya como tanto le gustaba hacer en señal de camaradería—. Dime la verdad… ¡Hip!… Verás, cuando yo desenvaino este sable, veo a mi mujer y a mis hermanas, y ruego que pronto todo acabe para ir a reunirme con ellas. Pero… amigo, no quiero dejar el mundo con deshonra, así que aunque deseo que el enemigo me dé el descanso que anhelo, tengo que luchar con todo para mantener mi honor. Porque en el paraíso no hay lugar para los hombres sin honor. No habrá mujer ni hermanas si no muero con honor, amigo.

—Recuerdo a tus hermanas, Odgerel, allá en Suurin. En el calor de mi yurta conocí muy bien a algunas, ¿no te lo había dicho?

—¡Ja! ¡Auch, la puta herida…! Escúchame, jala barbas, escoge bien tus palabras si no quieres probar mi sable…

—Seguro que las ovejas de Suurin extrañan tu cariño, amigo. 

—¿Pero tú quieres que mee en tu desayuno, escoria? Ya no quiero estar a tu lado… —se apartó de mí—. ¡Hip! ¡Apuremos el paso y lleguemos a Damasco cuanto antes! —gritó antes de caer estrepitosamente sobre la arena.

Conseguí arrastrarlo hasta la ribera del Nilo, bajo unas rocas que sobresalían de la arena y daban perfecto cobijo. Desde jóvenes siempre estuvimos juntos. Ambos éramos los mejores guerreros de nuestro campamento, aunque él tenía un estilo de lucha más salvaje, y yo anteponía el diálogo antes de intercambiar sablazos.

Como él, yo también me encontraba agotado y solo quería cerrar los ojos, pero aún faltaba tiempo para que la noche cayera, por lo que decidí comprobar el terreno a pie.

Cuando avanzaba cerca de un pasaje angosto del Nilo, pensando que tal vez deberíamos deshacernos de nuestras armaduras de cuero para confundir a unos posibles mamelucos que pudieran partir a nuestra caza, vi algo que o bien podía ser un espejismo o sencillamente la consecuencias de haber bebido ese odre de airag negro.

Una hermosa mujer estaba bañándose desnuda en la ribera; de largo pelo dorado, liso como un lago salado, de senos juveniles, dueña de una silueta de redondeces como las de los cerros que rodean Suurin, de esas que son capaces de endurecer hasta el hierro pobremente templado. Me froté los ojos para comprobar que no fuera algún espejismo de esos que nos habían advertido.

Aprovechando el sesear del río, me acerqué sin ser oído y así poder sentarme sobre la arena, a escasa distancia. Retirándome el casco, me deleité de la preciosa vista con una sonrisa como no había esbozado en días. Los senos me recordaban a los de mi mujer, de joven, tanto por el tamaño como las rosadas areolas, así como esos pezones que lucían duros por el frío del agua. Era preciosa, parecía musitar una canción conforme sus manos recorrían su trasero, algo sucio de arena y polvo. Ansiaba levantarme y ayudarla a quitarse esas manchas, aunque el intenso cabrilleo de las gotitas de agua en todo su cuerpo me tenía atontado.

Conocí a varios camaradas que no dudarían en abalanzarse a por ella sin mediar palabra; fui testigo de muchas desgracias de ese tipo, sobre todo en Persia, durante las conquistas. Pero aunque tuviéramos cierta fama, lo cierto es que fuera del campo de batalla somos hombres de costumbres y honor. Las mujeres y los niños son de lo más sagrado. Y esa preciosidad, era, por el Dios Tengri, un regalo caído del cielo para mis sufridos ojos; una auténtica perla resplandeciente a orillas del Nilo que, sin saberlo ella, no solo logró endurecerme sino que me alegró aquel terrible día.

Fuera ilusión o no, deseaba que aquello durase para siempre. Pero el tiempo apremiaba.

—¡Escucha, mujer!, ¿¡vienes con alguna caravana!? Me gustaría algunas provisiones. Prometo devolver el favor si pasas por Damasco, en la caballería del Kan. 

Dio un sobresalto y se giró horrorizada para verme con esos preciosos ojos atigrados. Se cubrió los senos y su entrepierna como pudo mientras chillaba de espanto. De alguna manera consiguió sobreponerse a la sorpresa y me observó seriamente de arriba abajo; tras aclararse la garganta, me habló en un terrible jalja, mi dialecto.

—Tú… Te reconozco… ¿Mongolia?…

—Me han enviado aquí porque domino la lengua árabe —me levanté para acercarme a ella. Puede que mi sonrisa la asustara—, pero también sé romano, puedes hablarme sin miedo, perla del Nilo.

—¿Eres un tártaro, no es así? 

Repentinamente, una saeta cayó en el agua, cerca de mis pies. Se había hundido hasta las plumas pero al verla supe que pertenecía a los mamelucos; por la dirección que había tomado, deduje que venía de una loma pedregosa delante de mí; probablemente se trataba de un grupo que partió a nuestra caza.

—¡Sarracenos! —gritó la joven.

Noté otra saeta subir por el aire, pareció detenerse durante unos segundos en la altura, para luego caer rápidamente en dirección nuestra; tomé de la cintura de la joven y la empujé para afuera del río. No la pude esquivar a tiempo y mi muslo derecho lo pagó caro. La seda que protegía mi pierna impidió que penetrara más, pero el dolor punzante era inevitable. Mientras ella retrocedía a gatas hasta lo que parecían ser sus ropas, tan asustada que ni podía ponerse de pie, bajaron de la loma tres jinetes mamelucos.

Dos de ellos desmontaron para acercarse con gestos poco amigables. Desenvainaron sus cimitarras para rodearme en el río. Risas e insultos caían entre el chapoteo del agua. El dolor en mi pierna se volvía intenso, pero durante la batalla uno aprende a dejarlo a un lado.

—¿¡Acaso te duele!? —Repentinamente la muchacha se acomodó detrás de mí.

—Deberías irte corriendo de aquí, mujer… y vestirte, de paso…

—¡Ah! ¡Cuidado, ahí viene!

Uno corrió directo a por mí, con una sonrisa en ese rostro repleto de polvo, con el agua salpicando a su alrededor. No se esperó el puñado de arena que la joven le lanzó al rostro para entorpecer su ataque. 

Desenvainé mi sable y lo usé para desviar el primer espadazo. A base de fuerza bruta, levanté su cimitarra al aire para así poder tener un hueco; le di un codazo al pecho que le quitó el aliento. Antes de que reaccionara, conseguí enterrar mi espada en su corazón. Otro muerto más en mi haber; uno cree poder acostumbrarse al grito de dolor del enemigo, al rostro torciéndose de dolor, al hilo de sangre en su boca y a su agonía final, pero lo cierto es que todo ello solo empeoraba mi temor a la batalla.

Cayó al agua y con su cuerpo inerte fue mi espada. Solo me quedaba el arco y ni en mis mejores sueños lograría prepararla a tiempo: el segundo guerrero venía corriendo a por mí, no supe si llorando por la pérdida de su camarada o simplemente se trataba de algún un grito de guerra.

—Lo que daría por otra espada…

—Aquí tienes —dijo suavemente la muchacha, poniendo el mango de una espada en mis manos—. Por favor, no la pierdas.

—¿Tenías una espada? ¿Pero cómo es que…?

—¡No hay tiempo, ahí viene!

Otro intercambio de acero a orillas del Nilo. Esta vez pude darle una patada al enemigo para tumbarlo y recuperar la espada que conseguí clavarle en su estómago. Aquello era un ritual tan inesperado como desagradable, ¿quién espera en una misión diplomática matar a otros hombres? Por dentro detestaba todo ello, pero el enemigo, en sus últimos segundos, solo vio la aparente quietud de mi rostro salpicado de sangre, la de un lobo salvaje que está acostumbrado a segar vidas.

Desde la distancia, el tercer enemigo, montado sobre su caballo, gritó a todo pulmón la pérdida de sus dos camaradas. Pero me tenía miedo, había visto mis habilidades y demostré que aún herido podía dar batalla. Por ello decidió permanecer en la montura y tensar su arco desde la seguridad que ofrecía la distancia.

—¿Por qué no has huido, perla del Nilo? —pregunté avanzando un paso para apartarme de ella y a la vez llamar la atención al arquero—. Ahora es un buen momento.

—De haber huido no tendrías oportunidad alguna contra ellos —dijo avanzado otro paso para pegarse de nuevo a mi espalda. Gruñí. La mujer tenía razón, si no fuera por su espada, probablemente yo estaría muerto—. Además, necesito que luego me devuelvas la espada.

Una nueva saeta se oyó cortando el aire, ahora detrás de nosotros, y con dirección al guerrero mameluco. Fuera quien fuera, le acertó al pecho y él perdió el equilibrio. Antes de que pudiera reponerse, otra flecha se clavó en su cuello; el enemigo se desplomó de su montura con un horrible gesto de dolor en su rostro.  

Cuando nos giramos, vimos que de entre las lomas de tierra salió un guerrero tensando su arco, aunque el sol tras él me impedía reconocerlo. Pero fue oír su voz y tranquilizarme.

—¡Hijos de puta! ¿¡Alguno de ustedes mamelucos podría hacerme el favor de matarme!?

—¡Odgerel, qué bueno oírte, perro!

El dolor en la pierna se me hacía insostenible, por lo que caí sentado sobre una rodilla y clavé la espada en la arena para no terminar en el suelo. De reojo noté que el pomo del arma tenía un escudo de seis rayas, rojas y blancas; juraría que lo había visto en algún otro lugar, pero recordarlo no era prioridad.

Odgerel se me acercó, algo errático en su caminar pues aún parecía estar borracho. Observó fugazmente a la muchacha que, a un costado de la ribera, se hacía rápidamente con sus ropas.

—¡Que mi caballo me lleve al cielo! Sarangerel, ¿¡estás viendo lo mismo que yo!?  —tomó de mi hombro, sin dejar de contemplar seriamente a la muchacha—. ¿Será un espejismo de esos?

—Odgerel… No estás imaginando cosas. Pero primero tu camarada, luego la mujer. Ahora mismo tengo una puta flecha en la pierna…

—¡Tártaros! —gritó la joven mientras se ajustaba un cinturón por sobre su blanca y desgastada túnica de lino—. Os ruego que me ayudéis para llegar a Acre. La caravana en la que venía fue atacada por estos sarracenos y no tengo caballos.

—Oye, oye, mujer, por mí estabas bien así sin esos trapitos…

—¿Acre? —pregunté entre dientes mientras Odgerel me ayudaba a quitarme la flecha de la pierna, tomando del astil para girarla lentamente de derecha a izquierda, y luego de izquierda a derecha. Dolía hasta el alma—. Los barones de Acre son cristianos pero no son muy diplomáticos con los mongoles… no es un destino al que deseáramos ir —dije reponiéndome, buscando por el cadáver del mameluco para recuperar mi sable—. Nosotros vamos a Damasco.

—Puedes acompañarnos si gustas —sonrió Odgerel, jugando con la saeta mameluca entre sus dedos—, en mi caballo siempre hay espacio para una mujer…

—Deja de pensar con el nabo, Odgerel.

—¿Yo? Sarangerel, no fui yo quien terminó con una flecha en el muslo por proteger a una mujer. En el fondo las amas tanto como a tu caballo…

—¡Me llamo Roselyne!, soy del reino de Francia. He… he venido para buscar a mi hermano, está en Acre, al servicio del Rey Luis.

—¡Jo! Una mujer brava atravesando el desierto con decisión, me gusta, en la cama seguro eres una fiera —Odgerel fue hasta el mameluco que había asesinado para recuperar sus flechas—. ¡Pero las mujeres sois al final todas blandas, no aguantarás mucho tiempo si sigues yendo sola!

—Poco me conoces para decir eso, tártaro.

—Mierda, cómo odio pelear… —me quejé tras limpiar mi sable, antes de guardarlo en la funda—. Como he dicho, vamos a Damasco. Puedes seguirnos si deseas, hay cristianos allí, son los francos del reino Armenio de Cilicia con quienes está aliado nuestro Kan, y podrías esperar a por una caravana. En cuanto al caballo, puedes tomar uno de los mamelucos…  

No se lo habrá pensado mucho; un largo, vasto y peligroso desierto le quedaba por recorrer en completa soledad. Necesitábamos de sus provisiones, si es que las tenía, y ella de nuestra compañía y seguridad.

—He oído cosas sobre vosotros —dijo Roselyne—. Pensaba que un tártaro se hubiera abalanzado a por mí para violarme sin siquiera preguntar mi nombre. Pero mis ojos no me engañan. Me habéis salvado de los sarracenos y estoy agradecida.

—Estoy seguro de que te han contado historias —me acerqué para devolverle su espada—. Pero no nos confundas con salvajes, somos enviados por el Gran Kan en misión diplomática. Somos emisarios.

—¡Relaja los ánimos, mujer! —Odgerel sonreía, guardando sus flechas en el carcaj—. Damasco está para este lado, la ruina para el otro. Así que, ¿a dónde quieres ir?

IV

En el centro de los Campos Elíseos, alejados de los frondosos bosques de entrenamiento, de los gigantescos jardines de ocio, de las pequeñas islas y de los mares que la rodean, se encontraba erigido el imponente Templo donde el viejo Nelchael, Trono y líder de la legión de ángeles, observaba con gesto serio a la pequeña pelirroja sentada sobre los hombros de la Serafín. El salón estaba repleto de ángeles que, curiosos y sorprendidos, querían observar a la recién llegada.

—Nelchael, mi señor, buenas tardes —saludó la Serafín, ante él, sentada sobre una rodilla mientras la pequeña jugaba asombrada con los rizos de su cabellera—. Sus alas se ven muy bien.

—Irisiel… —el Trono se acarició su canosa barba, achinando los ojos para ver a la pequeña sentada sobre los hombros de la letal arquera—. Dime que ya estoy viejo y que veo cosas que no debo…

—Mi señor, sus ojos aún funcionan, ¡es una Querubín! ¿Cree que los dioses la pudieron haber enviad…? ¡Mierda, la niña me ha arrancado un pelo!

—¡Cuida esa lengua, Serafín! —rugió Cygnis, el particular ángel consejero del Trono que nunca dejaba su lugar a su lado—. ¡Estás en un templo sagrado, en presencia de nuestro líder!

—¿Qué…? ¿Te han crecido cojoncillos, Cygnis? —la Serafín mostró los colmillos de su amplia sonrisa—. Me gustan los ángeles con cojones, para practicar tiro al blanco. Hacen que la palabra “espectáculo” cobre una nueva dimensión.

—No soy ninguno de tus estudiantes, Serafín, no temo tus bravuconadas. 

—Pues eso lo vamos a arreglar…

—¡Suficiente, ambos! —el Trono se frotó la frente—. Por los dioses, me da dolor en la cabeza solo de oírlos.

Nelchael levantó de nuevo la mirada y la observó por largo rato. Al contrario del resto de ángeles de la legión, no pareció verse impresionado por la pequeña, ni siquiera cuando ella extendió su brazo y así poder palpar su rostro. Preguntó a la niña de dónde provenía y cuál era el motivo de su presencia, pero tal como le habían advertido, aún no hablaba.  

El viejo Trono suspiró, mirando el montón de ángeles que esperaban atentos una respuesta suya. Desde que Lucifer fuera expulsado de los cielos, en el lejano inicio de los tiempos, los ángeles nunca más volvieron a saber de los dioses. Sus creadores desaparecieron misteriosamente, dejándolos huérfanos y afligidos debido a la inexplicable ausencia. Pero ahora, una Querubín, el ser más cercano a los dioses, había llegado a los Campos Elíseos. Aunque, tras milenios de espera, el viejo Trono prefería una mejor señal que una niña que aún no podía ni hablar.

—¿Debería sonreír o algo así? ¿Siglos esperando que vuelvan los dioses y esto es lo que obtenemos? Una Querubín que no es capaz de pronunciar una palabra… ¿Alguien quiere mi cargo y decirnos qué hacer?

—Recomendaría que se integrara en nuestra sociedad, mi señor —susurró Cygnis—, después de todo, tal vez más adelante nos pueda aclarar de alguna manera cuál es su objetivo y quién la ha enviado.

—Nelchael —la Serafín cabeceó afirmativamente—, me parece que es lo correcto. Pero no se lo tome a mal, a mí no me mire si busca una niñera. Tengo alumnos, y están esperando que las clases continúen. Además, dudo que los otros dos Serafines se presten a la labor.

—¿Quién la ha encontrado?

—Ehm… Curasán la ha encontrado, mi señor. De hecho, “Curasán” es lo único que ha dicho la Querubín desde que llegó.

—¡Curasán! —gritó el Trono.

Una tímida voz surgió de entre el montón de ángeles desperdigados en el salón:

—¿S-sí, mi señor?

—Cuídala. La dejo a tu cargo. 

—¿En serio? —Curasán extendió sus alas en un acto involuntario. El ángel más torpe de los Campos Elíseos se haría cargo del ser más importante de la angelología; muchos rieron, otros temieron por las consecuencias que aquello implicaba—. ¿Por qué yo? ¿Solo porque la niña me ha nombrado? ¡Fue Celes quien la salvó antes de que yo la matara en el bosque!

—¿¡La ibas a matar, mendrugo!? —gruñó su instructora.

—¡Por los dioses! ¡Cuidad el lenguaje en este salón! —protestó Cygnis.

—¡Mierda, Cygnis —la Serafín estaba desatada—, realmente dan ganas de darte un flechazo al culo!

—¡Silencio, por el amor de los dioses! —todos callaron al oír la voz ronca y autoritaria del viejo Trono—. Me cansa solo de escucharles… Ya no estoy para estos rifirrafes vuestros. Si la Querubín ha dicho tu nombre, Curasán, no tienes absolutamente nada que decir.

—Me cago en… 

—¡El lenguaje, cuidad el lenguaje en este templo sagrado!

Se ocultaba el sol en el horizonte de los Campos Elíseos. El revuelo que había causado la llegada de la Querubín se había serenado, y en una plaza bañada por el naranja del cielo y el cantar lejano de un coro, la pequeña avanzaba lenta y torpemente entre el gentío que la observaba con curiosidad; buscaba a alguien de entre ese montón de ángeles que poblaba el lugar. Uno en especial, sentado en un banquillo, de brazos cruzados y rostro contrariado que se quejaba de algo con una amiga suya. 

El joven Curasán dio un respingo al sentir las manitas de la pequeña pelirroja, que apretaron fuerte sus dedos. Ella sonreía y en sus ojos chispeaba el atardecer; parecía evidente que la niña había entendido la orden del Trono, la de estar al lado del muchacho que la había encontrado.

—Pero bueno, enana, tú de nuevo —suspiró Curasán—. Oye, Celes, en serio, ¿tengo algo en las alas y no lo noto?

—No, más bien… creo que le gustas —su amiga le codeó.

—Ajá, bueno… pequeña, realmente te la tienes tomada conmigo, ¿eh?

—¡Te has salvado por hoy, Curasán! —gritó la Serafín a lo lejos—, ¡con las ganas que tenía de desplumar esas bonitas alas que tienes! ¡Uf! Iba a ser un espectáculo digno de recordar…  

—Pues… viéndolo de esa manera —sin mucho esfuerzo, levantó a la pequeña y la sentó sobre sus hombros—, parece que me has salvado de una buena, Querubín. Al final resultaste ser una pequeña perla a orillas de un río.

—Me pregunto si tiene un nombre —Celes se inclinó para acariciar sus pequeñas alas—, ¿o acaso deberíamos pensar en uno? Ya sabes… uno provisorio…   

—Estaba pensando en “Colorada”, pero creo que “Perla” le queda bien… ¿Te gusta, niña?

—¿Crees que el Trono aprobará ese nomb…?

—Per-la —la pequeña soltó torpemente, mirando asombrada la puesta del sol. Chispas doradas centelleaban en el cielo. El coro angelical a lo lejos acompasaba el paisaje.

—¡Hala! ¿Lo has oído? Pues si la Querubín misma lo dice, supongo que no hay nada más que discutir. Pequeña Perla, ¿lista para hacer historia al lado del gran Curasán?

V. 2 de Junio de 1260

Caía el sol tras las dunas, y pronto tocaría una fría y dura noche. En medio de la inmensidad del desierto, los tres avanzábamos lentamente sobre nuestros cansados caballos. Odgerel, como no podía ser de otra manera, no calló durante el trayecto. Es más, parecía bastante renovado con una mujer haciéndonos compañía.

—Y… ¿cómo es que una mujer como tú decidió cruzar el mundo en búsqueda de su hermano?  

—Bueno, tengo mis razones —dijo ella, sacudiéndose el polvo sobre su túnica de lino—. No creo que mis motivos resulten incomprensibles. Ustedes también deberían ser capaces de ver el valor de una familia.

—¡Jo!, ¿has oído eso, Sarangerel? Eres mi mujer ideal, Roselyne… si no fueran por esos ojos enormes que tienes, te escogería como mi esposa. Pero es un reto que estoy dispuesto a aceptar, ¿qué me dices? ¿Quieres formar un clan poderoso conmigo?

—Realmente no sabes cuándo callar esa boca, tártaro…

—Suficiente, Odgerel  —ordené a lo alto de una duna.

Damasco aún estaba a cuatro días y quién podría asegurarnos de que ya no éramos perseguidos, pero viendo el imponente atardecer del desierto solo quería disfrutar de la vista. Chispas doradas centelleaban en la arena; el brillo naranja del sol se desparramaba en el cielo, ocultando con su belleza todos los peligros que nos aguardaban. Era el mundo desde una perspectiva más agradable.

—Odgerel, escúchame… —tome una pausa y suspiré para mirarlo—. Peleo por mi hijo.

—¿Ese pequeño? Lo recuerdo. ¿Está en Suurin, no?

—Sí —cabeceé, cerrando los ojos—.Ahora que entraremos en guerra se hará difícil volver junto a él.

—Ya veo, Sarangerel… tienes mi palabra de que te ayudaré a encontrarte con tu niño. Un hombre no debe irse de este mundo sin despedirse de su hijo.

—Tenemos mucho en común —afirmó la francesa, con un tono de voz sereno—. Con motivaciones así no hay duda de por qué tenéis la fama de invencibles. Guerrero tártaro, espero que lo consigas. 

Avanzamos en completo silencio, lo cual parecía hasta sorprendente conociendo a Odgerel, pero al rato se acercó para tomarme del hombro. Gruñó brevemente una canción de nuestro pueblo para luego mirarme con una sonrisa enorme.  

—¡Por el Dios Tengri! Menudo día hemos tenido, ¿no lo crees, Sarangerel?

—¿Y esa sonrisa en tu rostro, perro?

—Bueno… me alegra saber que no soy el único que tiene en mente algo más que un imperio. Mi corazón está feliz porque ahora estoy seguro de que nos veremos en el paraíso, amigo mío.

Continuará.

Relato erótico: «Una diosa muda me salvó la vida en la montaña». (POR GOLFO)

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Una diosa muda me salvó la vida.
Todavía hoy hasta mis amigos me consideran un loco. Aunque ninguno comprende como pude sobrevivir a ese accidente de helicóptero, tampoco se creen mi historia. Por mucho que intento explicarles que si no llega a ser por ella hubiera muerto, les parece imposible aceptar que una Diosa me haya salvado en esas agrestes y frías montañas.
Unos pocos opinan directamente que miento mientras la mayoría disculpa mi terquedad, asumiendo que es una alucinación producto de las penurias que tuve que pasar hasta salir de esa cordillera. Pero yo sé que ella existe y por eso en cuanto reponga fuerzas volveré a buscarla porque sin ella mi vida no tiene sentido.
(Nota encontrada al lado del manuscrito)
UNA DIOSA MUDA ME SALVÓ LA VIDA.
Mi historia tuvo lugar en la región de Komi, una república rusa famosa por albergar los montes Urales. Debido a la crisis en España me quedé sin trabajo. Tras seis meses sin conseguir nada en mi país decidí probar fortuna  en el extranjero y por eso mandé mi curiculum a una vasta lista de empresas de ingeniería.
Para mi desgracia, la única oferta que recibí fue de Gazprom, una de las mayores empresas petroleras del mundo que tiene su base en Moscú.  Si ya de por sí pensar en irme a esa ciudad de la que desconocía el idioma era difícil, cuando en la primera entrevista me enteré que el puesto era para un remoto pueblo llamado Tyvkar se me cayó el alma a los suelos.
« ¡Está en el culo del mundo!»
Estaba pensando en negarme cuando me informaron que el salario que me pagarían triplicaba mi antiguo sueldo. Ni que decir tiene que siendo soltero y sin perspectiva alguna en mi tierra, acepté el trabajo.
Durante dos años, viví en ese remoto lugar. Alejado de todo y con la única compañía de los mineros y de sus familias, aprendí ruso y pasé frío. Y cuando digo frio es frio y no el fresquito que hace en Madrid durante el invierno. Para que alguien pueda hacerse una idea, la temperatura en Febrero puede llegar a los cuarenta y cinco grados bajo cero.
Mi única diversión en ese remoto lugar consistía en una vez cada dos meses aprovechar a irme un fin de semana  a la capital de esa zona en un helicóptero que la compañía ponía a nuestra disposición. Fue durante una de esas escapadas cuando ocurrió el accidente.
 
El helicóptero se estrella en mitad de los Urales.
Como en todas las ocasiones anteriores, ese viernes trabajé en el turno que terminaba a las dos de la tarde para así salir rumbo al “paraíso” que para mí suponía la ciudad de Syktyvkar en ese helicóptero. En esa ocasión, los dos pilotos llevaban a otros cuatro ejecutivos como pasaje. Con la excepción del director, todos los mandos de la mina habíamos quedado en corrernos una juerga que nos hiciera olvidar la mierda que suponía vivir en esa aldea perdida.
Ya desde el inicio el viaje empezó mal. Las condiciones atmosféricas eran penosas y por eso sufrimos un retraso de una mientras el  capitán de la aeronave esperaba que mejoraran. Aunque no lo hicieron, la idea de quedarse en esa pocilga y la presión que ejercimos para que despegara terminaron de convencerle de esa locura
Al despegar, todos los ocupantes  estábamos felices. Los pilotos porque volvían con sus familias y nosotros por la fiesta llena de putas y vodka que teníamos preparada al llegar. Desgraciadamente, el clima empeoró y el tipo que estaba a los mandos decidió con mal criterio en vez de volver a la base, variar el rumbo cruzando la cordillera porque según los meteorólogos allí no había tormenta.
Mientras cruzábamos esas abruptas montañas, el panorama cambió y el cielo se cubrió de negros nubarrones limitando la visibilidad. Cuando ya no se veía nada y mientras el viento arreciaba, todavía tranquilo, el imbécil del piloto nos informó  que no había motivo de  preocupación porque esa nave podía soportar eso y mucho más.
¡Menudo profeta!
El helicóptero no tardó en ser zarandeado por la tormenta y el mismo profesional que minutos antes nos había tranquilizado con esa memez, nos pidió que nos abrocháramos bien porque tenía que hacer un aterrizaje forzoso. Fue tanto el nerviosismo que transmitió con su voz, que aunque nunca había sido religioso me puse a rezar viendo lo cercana que tenía la muerte.
La velocidad del aire hacía imposible dominar la nave y durante un tiempo que se me hizo eterno ese orgullo de la ingeniería soviética se convirtió en una marioneta volando sin rumbo fijo. Fue el grito del copiloto el que me informó del desastre y solo pude cerrar los ojos antes que nos estrelláramos contra un pico nevado.
Desconozco el tiempo que estuve sin conocimiento. Al despertar, me encontré herido, con una pierna rota y todos mis compañeros muertos. El dolor que sentía me hizo permanecer entre los restos del aparato hasta que la seguridad que me helaría de frio allí, hizo que me levantara y a duras penas buscara refugio.
No había dado el primer paso cuando comprendí que tenía que entablillarme el fémur, si quería conseguirlo. Buscando entre los hierros retorcidos, encontré cuatro barras de aluminio.
« Esto me servirá» pensé agradeciendo el hallazgo y cortando unos cinturones de seguridad, con gran dolor conseguí sujetar el hueso.
Aun así era atroz el sufrimiento que suponía avanzar entre la nieve mientras el viento me cortaba la cara.
« ¡Voy a morir!» convencido exclamé que tardarían días en dar con nosotros.
La dureza del camino me obligaba a hacer frecuentes paradas para tomar aire pero aun así metro a metro recorrí la distancia que me separaba de las rocas donde esperaba resguardarme. No sé cómo lo conseguí pero acababa de anochecer cuando me dejé caer en un agujero entre las peñas. Ya en él, mis gruesas ropas de abrigo me dieron una cierta tranquilidad al creer que bastarían para soportar la noche.
¡Qué equivocado estaba!
En menos de diez minutos ese gélido aire había entumecido todo mi cuerpo. Al dejar de sentir los pies y comprobar que no podía ni mover los dedos de las manos, entendí que era cuestión de tiempo que me quedara congelado. Curiosamente, el no tener futuro me dio una extraña serenidad y cerrando los ojos, espera la llegada de la parca…
Mi despertar.
Estaba medio inconsciente cuando entre sueños noté  a un ser peludo zarandeándome para que despertara. Creyendo que era una alucinación me di la vuelta para seguir durmiendo  pero el intruso sin darse por vencido, tiró de mí sacándome del refugio. En mi mente creí que era una especie de Yeti, el molesto individuo que jalaba de mis piernas. Supuse que iba a ser su cena pero era tan penoso mi estado que no pude hacer nada por evitarlo…
Las siguientes imágenes que recuerdo fueron el fulgor de un fuego, la imagen de una mujer de piel clara sonriéndome y la fiebre. Durante mi sueño una diosa nórdica envuelta en pieles me  restregaba con aceite el cuerpo, intentando que mi sangre circulara por mis piernas. Sus azules ojos reflejaban una preocupación que en ese momento no comprendí. Creyéndome muerto, las maniobras a las que estaba siendo sometido me parecían fuera de lugar y solo quería que me dejara descansar.
Durante días sino fueron semanas, me despertaba durante unos segundos para acto seguido hundirme nuevamente en las tinieblas hasta que una mañana me desperté en el interior de una habitación, tirado en un catre y tapado por innumerables mantas.
« ¿Qué hago aquí?», fue mi primer pensamiento.
El recuerdo del accidente y la muerte de esos seis hombres  me golpeó en la mente al intentar moverme y sufrir el latigazo de mi pierna rota. Fue entonces cuando recordé  todo y aunque me dolía todo el cuerpo, no pude dejar de alegrarme al saber que estaba vivo. Sin fuerzas para salir de esa humilde cama, miré a mi alrededor intentando descubrir cómo había llegado a ese lugar pero sobre todo para conocer a mi salvador.
La soledad de esas paredes hechas de troncos y apenas cubiertas por estuco, me hizo saber que debía estar en la cabaña de un leñador pero poco más. La exiguas pertenencias que tenía a mi vista consistían en una silla medio rota, una mesa y diferentes utensilios que reconociéndolos como aperos de caza, realmente desconocía su función.
«Deben ser trampas», mascullé para mí mientras buscaba sin encontrar un teléfono, una radio o cualquier cosa que me sirviera para conectarme con el exterior. « Necesito avisar que estoy vivo», pensé al saber que todo el mundo estaría convencido que estaba muerto.
Durante horas aguardé que alguien llegara pero fue en vano. El hambre que atenazaba mi estómago, me obligó a intentar encontrar algo que comer aunque eso supusiera que el dolor volviera. Sufriendo con cada paso un suplicio, conseguí salir del cuarto y al observar el resto de la casa, me hundí. La pobreza de esa vivienda era tal que ni siquiera había un suelo hecho de madera y lo que encontré fue una base de tierra rústicamente aplanada y poco más.
« La gente que malvive aquí es imposible que tenga una radio», sentencié sintiéndome tan o más miserable que ellos.
Cómo al salir de la cama no había tenido la precaución de taparme, no tardé en sentir frio y por eso las brasas que todavía ardían en la chimenea se convirtieron en mi siguiente objetivo. Arrastrando mi pierna enferma, renqueé hasta un modesto sillón ajado por los años y allí me dejé caer desmoralizado, mientras devoraba unos trozos de pan seco que hallé tirados en un plato.
Estando rancio, era tal mi apetito que ese mendrugo me pareció un manjar.
Estaba recogiendo las últimas migajas con mis dedos cuando caí en la cuenta que estaba desnudo y que además de no ser apropiado estar en pelotas cuando llegara el dueño de ese lugar, me estaba muriendo de frio. Gasté las últimas fuerzas en llegar hasta ese catre y al sentarme en él, comprendí que era incapaz de buscar mi ropa por lo que no me quedó otro remedio que taparme con las mantas y esperar ayuda.
« ¡Ojalá no tarde!» pensé mientras el sopor me dominaba.
Esta vez mi desfallecimiento debió ser cuestión de horas porque todavía era de día cuando un ruido me hizo despertar. Al buscar su origen, descubrí que acababa de entrar en la habitación mi salvador. El grueso abrigo, la capucha y la bufanda que lo cubrían por completo evitaron que en un principio reconociera que era una mujer quien había hecho su aparición. Cortado pero agradecido, en ruso, saludé al recién llegado:
―Pri―vyet.
Ese breve “Hola” hizo que el sujeto se diera la vuelta. Al verlo de frente, me quedé sin habla pensando:
« Esos ojos los conozco. ¡No puede ser!», exclamé al reconocer  la bondad de su mirada, « ¡Es la diosa de mis sueños!»
Confirmando mis sospechas en silencio, se quitó el capuchón de su trenca  y pude por fin verle la cara:
« ¡Es bellísima!».
En ese momento la mujer, ajena a la brutal impresión que me había producido descubrir que mi salvador no era el recio leñador que me había imaginado, me sonrió y siguiendo una rutina de años, se fue desprendiendo de su ropa de abrigo mientras desde la cama yo me quedaba cada vez más impresionado.  Olvidando de mi presencia, colgó las pieles de un perchero y sentándose en una silla, se fue quitando las botas mecánicamente.
Entre tanto, seguía alucinado. La muchacha debía tener  unos veintitrés años. Rubia, alta y fibrosa parecía sacada de una revista. Nada en ella reflejaba la dura vida a la que debía estar acostumbrada.  Era tal mi admiración que intenté incorporarme y al hacerlo no pude evitar pegar un gemido por el sufrimiento que eso me provocó. Al oírlo, la rusa se acercó y me obligó a tumbarme nuevamente en el catre. Tras lo cual, sin despedirse salió de la habitación.
Al quedarme solo, me puse a pensar en que hacía una cría así en un lugar tan apartado y creyendo que debía vivir con alguien más, decidí hacerla caso y quedarme en la cama mientras conocía al resto de los habitantes de esa choza.
Al reconocer los ruidos secos que venían desde el exterior como los que produciría un hacha al ir troceando un tronco, me hizo presuponer que su padre o marido debía estar cortando leña para la chimenea. Reconozco que al pensar que ese primor pudiera tener pareja, no me gustó.
« ¿De qué vas?», mentalmente me eché en cara esos pensamientos. « ¡Esta gente te ha salvado!».
Al cesar los hachazos escuché el sonido de la puerta y el de una carretilla entrando. Presuponiendo que el hombre de la casa había hecho su aparición, me preparé para agradecerle su ayuda. Pero los minutos pasaron sin que nadie viniera a verme. Extrañado y preocupado por igual, mi imaginación me hizo creer que quizás su marido no estuviera muy satisfecho con mi presencia.
«Yo tampoco estaría muy tranquilo teniendo una mujer tan bella», reconocí muy a mi pesar.
En esas zonas tan inhóspitas, los forasteros solo acarrean problemas y por ello, son frecuentemente rechazados. Aunque esas personas en vez de dejarme morir de frio me habían salvado, no significaba que estuvieran contentos por tenerme allí.
« ¡Incluso he invadido su cama», pensé al caer en la cuenta que en esa morada no había otra.
La paranoia  se había  instalado en mi mente y aterrorizado al saberme en manos de esos desconocidos, decidí que al menos debía vestirme para que el sujeto al llegar no me encontrara desnudo con su mujer. Estaba a punto de levantarme cuando la muchacha entró en la habitación con una bandeja y sentándose junto a mí en ese estrecho catre, cogió una cuchara e intentó que comiera.
Me cogió tan de sorpresa el que quisiera darme de comer en la boca que no pude más que abrirla y como si fuera yo un crio y ella mi madre, fue cucharada a cucharada  vaciando el plato sin mostrar ninguna emoción. El guiso estaba bueno pero me sentía ridículo. Al terminar la cría se estaba  levantando  cuando queriendo darle las gracias, le cogí del brazo.
Su reacción fue brutal. Saltando como una pantera, no sé de dónde sacó  el cuchillo que de improviso apareció en mi cuello. Reconozco que se me puso la piel de gallina al sentir el filo de ese instrumento cerca de mi yugular y tratando de aparentar una calma que no tenía, dije en su idioma lo más suave que pude:
―Solo quería decirte gracias. La comida estaba riquísima.
Mis palabras la tranquilizaron y bajando su cuchillo, salió de la habitación sin mirar hacia atrás. Tirado en la cama e indefenso, comprendí  la violencia de esa cría señalando  como culpable a la severidad de ese entorno:
« La gente de la montaña siempre ha sido dura». Aun así aprendí la lección, debía ir con cuidado y jamás tocar a esa gata montesa.
La actitud de la rubia me tenía confuso. Obviando que debía besar el suelo por donde pisaba solo por haberme salvado, la mujer que me dio de comer no tenía nada que ver con la tigresa que me había enseñado sus garras. Una era la ternura personificada mientras la otra haría retroceder al soldado más valiente,
« Si ella es así, ¡Cómo será el hombre!», mascullé acojonado.
Con el estómago lleno me fui amodorrando hasta que me quedé dormido. Cuando me desperté, había anochecido y la habitación se mantenía en penumbra.  Estaba todavía acostumbrándome a  esa luz cuando descubrí a la rubia mirándome.
―Buenas noches―  dije medio cortado.
Sin responder, se acercó a mí y con su mano tocó mi frente, como intentando saber si la fiebre había desaparecido. Al comprobar que así era sonrió y en completo silencio se empezó a desnudar.
« ¿Qué hace?», me pregunté horrorizado temiendo que en cualquier momento llegara su pareja y nos descubriera.
Ese striptease, lejos de azuzar mi lujuria, incrementó mi turbación hasta el extremo que cuando ya se había deshecho de toda su ropa y con señas me pidió que le hiciera un hueco en el catre, únicamente pude echarme a un lado sin protestar. Desde el rincón pegado a la pared, observé como se tumbaba y como dándose la vuelta, usaba las mantas para taparnos a los dos.
« No me lo puedo creer», rumié al notar que la joven, obviando que estábamos desnudos, intentaba dormir.
Mi mente para entonces estaba trabajando horas extras. No comprendía nada. Aunque sabía que la mejor forma de combatir el frio cuando se estaba en pareja era dormir desnudos, me parecía fuera de lugar que esa mujer se atreviera a hacerlo con un desconocido.
«Podría intentar abusar de ella», razoné antes de percatarme que de intentarlo tendría nuevamente un cuchillo en mi cuello.
Ese pensamiento me hizo evitar su contacto y cerrando los ojos, decidí imitarla y buscar que el sueño, me permitiera olvidar lo incómodo de esa situación…
Descubro su desgracia.
Acaba de amanecer cuando la luz de la mañana, me hizo despertar. Al hacerlo, noté a la muchacha abrazada a mí y a sus senos desnudos presionando contra mi pecho.
“No se ha dado cuenta que dormida me ha abrazado”, sentencié asustado por cómo reaccionaría cuando se despertara.
En otro momento, a buen seguro, el calor que su cuerpo desprendía hubiera alterado mis hormonas pero mi total dependencia así como el  dolor de mi pierna, me evitaron el bochorno de estar excitado cuando abriera los ojos. Aun así al sentir su respiración sobre mi piel, me hicieron caer en la cuenta que ni siquiera sabía su nombre. Al pensar en ello, también descubrí que por extraño que parezca no había escuchado la voz de esa mujer.
« ¡Qué raro!»
Estaba dando vueltas a ese asunto cuando la joven se empezó a desperezar y levantando su cara, me miró sonriendo. La belleza de sus ojos azules solo era comparable con la hermosura de su sonrisa. Alelado y sin palabras, susurré “buenos días”:
―Dó―bra―ye ú―tra.
Como única respuesta, esa cría volvió a cerrar los ojos y pegando su cuerpo al mío, permaneció otros cinco minutos en silencio mientras tenía que hacer un esfuerzo para no excitarme. En un momento dado, esa rubia debió de pensar que era tarde porque se levantó y tapándose con una de las mantas salió de la habitación.
« ¡No pienses!, ¡No digas nada!», me repetía una y otra vez, tratando de mantener la cordura pero sobre todo por comprender que pasaba: «Tu cultura es distinta».
Al poco rato, mi salvadora llegó con una taza de café y ayudando a que me incorporara, la llevó hasta mis labios. Reconozco que en esa ocasión no pude negarle el capricho de mimarme pero no porque estuviera convaleciente  sino porque no podía retirar mi mirada de sus pechos.
« ¡Qué maravilla!» exclamé mentalmente al admirar la forma y belleza de sus senos.
Aunque pequeños de tamaño, eran impresionantes. Sin rastros de estrías y con unos pezones que parecían los de una adolescente, me hicieron asumir que esa mujer nunca había estado embarazada. Eran demasiado perfectos para haber amamantado a un bebé.
Mientras tanto, la cría casi había conseguido que me bebiera todo el café cuando una gota resbaló por la comisura de mis labios y riéndose calladamente, acercó la cara y abriendo su boca, la recogió con la lengua. Ese gesto, hoy sé que carente de lujuria, provocó que como impelido por un resorte mi pene se alzara erecto entre mis piernas.
Su cara reflejó ignorancia al verlo y olvidando cualquier recato, se lo quedó mirando con cara de sorpresa:
―Lo siento. Eres muy guapa― dije en ruso mientras tapaba mis vergüenzas con la sábana.
La expresión de su rostro me informó que por alguna razón no me había entendido y  no queriendo insistir, cambié de tema diciendo:
―Me llamo Javier.
Fue entonces cuando mi anfitriona sacó de un cajón un bolígrafo y garabateó en un papel algo. Al dármelo, leí su nombre:
―Te llamas Katya― respondí.
La rubia al oírme con su cabeza respondió que sí, dándome a entender a la vez que era muda.
«Por eso no había escuchado su voz», pensé y enternecido porque un bombón como esa mujer hubiese tenido la desgracia de nacer sin la capacidad de hablar, le devolví el papel para acto seguido decir:
―Agradezco a tu familia que me haya salvado. Sin vuestra ayuda hubiera muerto.
Mis palabras llenaron sus ojos de lágrimas y escribiendo en el papel, respondió:
―Vivo sola desde que, hace seis años, un oso mató a mi padre.
El dolor de su mirada me hizo abrazarla y aunque en un principio noté como se tensaba, rápidamente se relajó y hundiendo su cara en mi pecho, se puso a llorar. Con ella entre mis brazos, no me cabía en la cabeza que una niña hubiese podido sobrevivir ella sola tanto tiempo.
“¡Es increíble!”, sentencié.
La congoja de Katya se prolongó durante un largo rato mientras intentaba comprender por qué esa muchacha no había dejado esas tierras y se había ido al poblado más próximo.
«Debemos estar alejados de toda civilización», con el corazón encogido alcancé a discernir pero entonces recordé el café y su presencia solo se comprendía si mantenía aunque fuera ocasionalmente el contacto con el exterior. Por eso más tranquilo, esperé que esa mujercita dejara de llorar para decirle lo más dulcemente que pude:
―Ya no estás sola. Yo estoy contigo.
Katya al oírme, sonrió y usando ese ancestral medio de comunicación, escribió:
―Lo sé. La Diosa del Viento ha devuelto un hombre a esta casa.
Sus palabras aún escritas me dejaron perplejo y no pudiendo aguantar la curiosidad, pregunté:
―¿La Diosa me ha traído a ti?
La cría con una sonrisa en sus labios, respondió:
―Durante los meses de invierno, cuando cazaba una presa siempre ofrecía su corazón a mi Diosa. Por eso hace quince días y cuando estaba poniendo una ofrenda, escuché un gran estruendo. Fui ir a ver qué había ocurrido y en cuanto te vi, supe que eras su regalo.
Al analizar lo que había garabateado, comprendí que mi convalecencia había durado dos semanas y no queriendo contradecirla revelando que el estruendo que escuchó fue producto del accidente, di por buena su versión diciendo:
―Es  a mí a quien la Diosa devolvió la vida y le dio un presente.
Que agradeciera a su deidad mi vida, la alegró y saliendo del catre, se empezó a vestir con un brillo renovado en sus ojos. Al verla, le pregunté:
―¿Dónde vas? ¿Te puedo ayudar?
Muerta de risa, cogió el bolígrafo y escribió:
―Tengo que revisar las trampas y tú debes descansar.
La seguridad con la que me pasó el papel, me hizo comprender que tenía razón y que no podía hacer nada por echarle la mano, por eso me quedé en la casa mientras ella, enfundada en un grueso abrigo salía a enfrentarse a las inclemencias del tiempo y a no sé qué más peligros.
Ya solo, conseguí levantarme y encontrar mi ropa. Tras lo cual con gran esfuerzo y valiéndome de un bastón que encontré arrumbado en un rincón, salí fuera y me puse a cortar leña mientras me decía:
« Cuando vuelva Katya, verá que no soy un estorbo».
Agotado tras haber acumulado dos carretillas, esperé en el interior de la cabaña que la muchacha volviera. El sol ya estaba en lo alto cuando escuché que llegaba. Al entrar venía con una enorme sonrisa en la cara y dejando caer, una pierna de reno sobre la mesa, se acercó a mí y frotando su nariz contra la mía, me saludó.
Su felicidad se trasmutó en preocupación al ver que durante su ausencia, en vez de descansar había estado trabajando y sin darme tiempo a reaccionar, me desabrochó el pantalón y me lo bajó hasta los tobillos mientras se arrodillaba.
―¿Qué haces?― pregunté escandalizado.
En ese momento,  comprendí que lo único que quería era comprobar que mi herida no se hubiese visto afectada con el esfuerzo pero aun así mi miembro se alteró al verla en esa postura y por eso la levanté del suelo, diciendo:
―Estoy bien.
Katya de muy mal humor me recriminó mi falta de sensatez, escribiendo:
―Mi hombre todavía no está bien. No quiero que se pueda reabrir tu herida y me dejes sola.
Reconozco que cuando leí el modo en que se refería a mí, me quedé impresionado porque intuí que en su mente me veía como su pareja y por eso le prometí que no volvería a desobedecerla.
La muchacha aceptando mis excusas, sacó su machete y con gran soltura empezó a trocear la carne y a meterla en varios frascos de vidrio, los cuales una vez llenos, los cerró y enterró en la nieve. Siendo de ciudad y de clima templado, comprendí que de ese modo se conservaría sin atraer la visita de algún carroñero.
« La cantidad de cosas que tengo que aprender», recapacité en silencio.
Ajena a mis dudas, la rubia cerró la puerta y tras desprenderse de su abrigo, se puso a cocinar  mientras desde un sillón yo la observaba. Sabiendo que me había prohibido colaborar, curioseé  por la humilde habitación hasta que encontré en un estante un libro que rápidamente  reconocí como un diario.
Al abrirlo, la cría se puso en alerta y creyendo que había metido la pata, le pregunté de quien era.
―Es de mi padre.
Al saberlo avergonzado decidí que debía dejarlo en su sitio pero entonces mediante señas, Katya me rogó que se lo leyera en voz alta.  Su insistencia hizo desaparecer mis dudas y lo estudié durante unos segundos. No tardé en percatarme que había dos partes. La primera consistía en una serie de cuentos infantiles mientras la segunda era propiamente el diario de un hombre atormentado. Asumiendo que lo que quería era que le leyera una historia, elegí una que hablaba de la Diosa Blanca.
―En lo más profundo de la madre Rusia, existía por entonces un reino  donde los hombres y los animales vivían felices bajo el gobierno de una diosa…. – fui recitando mientras la cría ponía una expresión de felicidad que me hizo suponer que su viejo había rellenado sus largas tarde de invierno de ese modo.
Durante una hora, estuve narrando uno tras otro los cuentos de su niñez teniendo a Katya como espectador de lujo hasta que el olor del guiso le abrió el apetito y rellenando dos platos, me pidió que me sentara en la mesa. Obedeciendo, me puse a su lado y esperé a que intentara darme de comer. En cuanto lo intentó, cogí su mano y retirando la cuchara, di un beso en sus dedos diciendo:
―Gracias pero puedo yo solo.
Mi gesto carente de doble sentido tuvo un efecto no previsto y bajo la camisola de algodón, sus pezones se pusieron erectos sin que su dueña comprendiera el motivo. La cara de perplejidad que puso, me hizo comprender que, por muy campestre que fuera, desconocía su propia sexualidad y en vez de excitarme, saber que a esos efectos era una niña me desmoralizó.
« ¡No sabe nada!», pensé mientras me avergonzaba al suponer que cuando se refería a mí como hombre era que me quería en su cama.
Haciendo como si no me hubiese enterado, terminé mi plato y cuando quise ayudarla con los trastes, me pidió que me tumbara a descansar. Deseando leer el diario de su padre, no puse inconveniente y me fui con él a la habitación.
Ya en ese humilde catre, fui descubriendo página a página su vida y como era una cría normal hasta que  desgraciadamente al fallecer su madre, Katya dejó de hablar. Su padre entonces se mudó con ella a esas montañas, creyendo que así nadie se mofaría de ella. Y ya en esa cabaña, Sergei comprendió que su hija debía valerse por sí misma y por eso desde esa tierna edad, la enseñó a cazar y a recolectar los frutos que el bosque brindaba.
Viendo la fecha de lo último que había escrito, advertí que Katya se había equivocado y que eran siete años, los que llevaba sola pero también que según el libro, ¡Tenía solo veinte años!
El llevarle ocho años no fue lo que realmente me sorprendió sino el hecho que esa mujer hubiera sobrevivido en la más absoluta soledad desde los trece.
« ¡No puede ser!», me dije pero repasando otra vez los cálculos confirmé su edad impresionado.
Conociendo que debido al clima las nórdicas se desarrollan más tarde que en zonas templadas, comprendí que ni siquiera había tenido la regla cuando ese oso mató a su viejo.
« ¡Pobre chiquilla!», enternecido decidí que en cuanto estuviera sano, la sacaría de ese lugar y la llevaría a la civilización.
Un ruido me hizo levantar la mirada para sorprender a esa niña observándome desde la puerta.
―Ven a la cama― sonriendo le dije haciéndole un hueco.
La cría sin poder ocultar su satisfacción llegó a mi lado y tumbándose junto a mí, me pidió que le leyera otro cuento pero entonces cerrando el libro, comencé a contarle uno de los que habían hecho las delicias de mi infancia que no era otro que la historia de Mowgly en el libro de la selva.
―Erase en un lugar muy lejano en mitad de la india, donde la mala suerte hizo que un niño se le perdiera a su madre y fuera recogido por una manada de lobos que lo crio como si fuera otro de los lobeznos….
Durante todo el relato, Katya se mantuvo callada usando mi pecho como almohada. Cuando terminé, la miré y descubrí que estaba llorando. Al preguntarle si mi relato la había entristecido, lo negó  con la cabeza pero viendo que no la creía, sonrió y acercando sus labios a mí, me besó en la boca.
Fue un beso tierno pero aun así consiguió despertar mi  virilidad de su letargo. Ella al darse cuenta de la presión que ejercía mi miembro contra su cuerpo, puso cara de interés y me preguntó con la mirada, qué me ocurría.
―Cómo te dije esta mañana, eres muy guapa.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo el papel, me rogó que le explicara. Muerto de vergüenza, le expliqué que mi cuerpo reaccionaba a su belleza.
―No entiendo― escribió insistiendo.
Reconozco que no estuvo bien pero soltando una carcajada, le pregunté si había visto a los renos o a los lobos apareándose. Al responderme que sí, le solté señalando el bulto entre mis piernas:
―Soy un macho y tú eres una hembra.
Durante unos segundos se quedó pensando, tras lo cual usando el bolígrafo preguntó:
―Para ti, ¿Soy una mujer?
―Sí― respondí.
Entonces me hizo una pregunta de difícil contestación:
―¿Y mi cuerpo también reaccionará ante tí?
―No lo sé, ¿Quieres que probemos?
Sin meditarlo, contestó afirmativamente. En cuanto la incorporé en mitad de ese catre, pude observar en su rostro la inseguridad de esa cría y sabiendo que para ella todo era nuevo, decidí que tenía que esmerarme para que si llegaba el caso, esa primera vez fuese un bello recuerdo en su mente.
―Eres preciosa.
Katya respondió a mi piropo regalándome una sonrisa. Aunque se la notaba nerviosa y confundida por no saber qué iba a pasar, también es cierto que en ese momento, toda ella manaba sensualidad de sus poros. Al notar sus pezones duros a través de su blusón, me hizo desear todavía más hacerla mía y conteniendo mis ganas de saltar sobre ella, le pedí que se acercara.
La rusita se acomodó a mi lado casi temblando y con la cabeza gacha esperó mi siguiente paso. Reconozco que me enterneció la manera en que dominó el miedo a lo desconocido y por eso, dulcemente, la forcé a que me mirara y con mis ojos fijos en los suyos, pregunte a esa monada si estaba segura.
Nuevamente, respondió que sí moviendo su cabeza. Con su permiso, decídi que de nada valía seguir esperando y acercando mi boca, le mordí su oreja suavemente mientras la susurraba que era guapísima.
―Ummm― escuché que gemía.
Que fuera ese gemido el primer sonido que escuché de ella, me alegró al saber que le había gustado. No queriendo asustarla pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que acercaba mis labios a los suyos. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, me informó nuevamente que estaba dispuesta.
El sabor de sus labios me resultó el más dulce manjar y temiendo no ser capaz de mantener mi lujuria contenida si prolongaba mucho esa espera, empecé a desabrochar su camisola. La rubia al sentir mis dedos jugueteando en su escote, comenzó a temblar cada vez más nerviosa. Al terminar de soltar sus botones, fui abriendo la tela dejando al descubierto sus pechos. Entonces con premeditada lentitud, llevé mi boca hasta uno de sus pezones y sacando la lengua recorrí sus pliegues. Su respiración entrecortada me informó que le gustaba y repitiendo la operación en su otro pecho, me puse a mamar de ellos mientras con mis manos seguía acariciándola sin parar.
 ―¿Te gusta lo que sientes?― pregunté sabiendo su respuesta.
La cría solo pudo sonreír. Su exótica belleza de por sí atrayente, se convirtió en un doloroso imán al que no podía abstraerme al contemplar sus azules ojos brillando de lujuria. Por eso no pude evitar que al estar sentada sobre mis piernas, mi pene se alzara presionando el interior de sus muslos.
« ¡Tranquilo!», tuve que repetirme. Todo mi cuerpo me pedía que la hiciera mía mientras mi cerebro me pedía prudencia.
Con mucho cuidado e intentando no asustarla la  despojé de su bragas. Katya al sentir mis manos deslizando esa prenda por sus piernas, no pudo reprimir un sollozo. Temiendo que su mente infantil no pudiera asumir lo que su cuerpo estaba sintiendo, la tumbé sobre las sábanas dándole tiempo.
―¡Qué bella eres!― susurré al admirar por vez primera su sexo y encontrarlo apenas cubierto con un sedoso bosquecillo de rubios vellos.
La rusita que nunca había sido objeto de un examen tal por parte de un hombre, sintió vergüenza de su desnudez e intentó taparse con sus manos.   Conociendo su inexperiencia, creí que había llegado el momento de desnudarme y poniéndome en mitad de la habitación, me saqué la camisa por los hombros. Al percatarme que desde el catre Katya no me quitaba ojo, decidí que con mi pantalón lo haría gradualmente. Dotando a mis movimientos de una lentitud que intentaba ser sensual, desabroché mi cinturón sin dejarla de mirar.
Sus ojos reflejaban deseo pero también miedo y por eso, fui dejando caer mi pantalón poco a poco mientras observaba su reacción.  Reconozco que me encantó comprobar que de algún modo, esa mujer me veía como hombre y que los pezones que decoraban sus pechos al ponerse duros, reflejaban lo que  realmente sentía.
Al terminar de desnudarme, Katya estaba ya ansiosa de sentir mi piel contra la suya y dando una palmada en el colchón, me pidió que acudiera a su lado. Obedeciendo, le pedí que se echara a un lado pero ella tardó en reaccionar porque no podía dejar de mirar la erección de mi pene.
« Parece hipnotizada», sentencié al comprobar su fijación por el tamaño de mi miembro.
La cría no se podía creer las dimensiones que había adquirido y acercando su mano, se puso a tocar mi extensión como queriendo comprobar que era verdad. Esa caricia me provocó un espasmo de placer y no queriendo correrme antes de tiempo, retiré sus dedos y me tumbé junto a ella. Ya  en esa posición, me dediqué a acariciar su cuerpo sin importarme nada más, buscando cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla y ya sumida en la pasión, Katya me rogó con la mirada que la desvirgara.
Os confieso que en ese momento, deseaba con toda mi alma complacerla pero cuando me coloqué sobre ella dispuesto a hacerlo, sus ojos llenos de miedo me informaron que no estaba lista. No queriendo que tuviera un mal recuerdo de esa noche,  reinicié mis caricias y besando su cuello, me fui deslizando rumbo a su sexo. La rusita tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos.
Asumiendo que se estaba excitando, tiernamente separé sus rodillas y me dispuse a atacar su sexo con mi lengua. Nada más acariciar con la punta su clítoris, Katya sintió que su cuerpo entraba en ebullición y mordiéndose los labios se corrió. Satisfecho por esa primera batalla ganada, seguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que casi llorando forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
«Está riquísimo», alborozado sentencié al saborear su coño en mis papilas.
Para la cría, cada uno de mis pasos era un descubrimiento y por eso permanecí lamiendo  y mordisqueando ese manjar hasta que sentí como nuevamente, Katya sufría los embates de un delicioso orgasmo. Viéndola disfrutar, quise maximizar su clímax y llevando una de mis manos hasta su pecho, lo pellizqué. Esa ruda caricia alargó su éxtasis y gimiendo de placer, buscó mi pene con sus manos.
―¿Quieres que te haga mujer?― murmuré en su oído.
Respondiendo de inmediato con su cabeza, la cría me confirmó su deseo. Sabiendo que lo necesitaba, acerqué mi glande a su excitado orificio. En cuanto sintió mi verga jugueteando en su entrada, moviendo sus caderas me pidió que la tomara.
―¡Tranquila!― dulcemente respondí.
Decidido a que fuera inolvidable para ella, me entretuve torturando su clítoris con la cabeza de mi pene sin meterla.
―¡Ahhh!― gimió descompuesta.
No pudiéndolo postergar más tiempo, decidí que era el momento y rompiendo su himen, introduje mi extensión en su interior. El dolor que sintió al perder su virginidad la hizo gritar y por eso esperé a que se acostumbrar a esa invasión. No tuve que esperar más que unos segundos porque, reponiéndose rápidamente, forzó mi penetración con un meneo de sus caderas y sin necesidad de hacer nada más, Katya volvió a correrse.
Al hacerlo, su sexo se impregnó de su flujo facilitando mis maniobras. Ya sin oposición,  mi glande chocó contra la pared de su vagina y sabiendo que podía hacerle daño si la penetraba con dureza,  seguí machacando con suavidad su conducto. La expresión de su cara me confirmó que mi ofensiva la estaba llevando al paraíso y eso me permitió, ir incrementando poco a poco mi ritmo.
El nuevo compás con el que mi verga rellenaba su conducto llevó a un estado de locura a esa rubia que olvidando que seguía herido, clavó sus uñas en mi trasero como la gata montesa que era.
―¡Tú te lo has buscado!― chillé azuzado por la acción de sus garras en mis nalgas y agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas mientras le decía: ―¡Luego no te quejes!
Dominado por la lujuria, mi ritmo era atroz y con cada penetración, sentía que mi víctima se retorcía de placer. No contento con su claudicación, tomé posesión con mis manos de sus tetas y exprimiéndolas con dureza, me dejé llevar derramando  mi simiente en su interior. La rusita al notar mi eyaculación, explosionó y reptando por la cama, no quiso que acabara y presionando su pubis contra el mío, buscó con más ahínco su placer pero entonces ya agotado caí sobre ella.
Durante casi un minuto, sentí como su cuerpo se estremecía con los últimos estertores de su gozo para acto seguido empezar a llorar.
―¿Qué te ocurre?― pregunté preocupado de haberme pasado.
Pero entonces, con una sonrisa, Katya se separó de mí y cogiendo el puñetero papel, escribió:
―¿Soy tu mujer?
Muerto de risa, contesté:
―¿Todavía te lo preguntas?― y atrayéndola hacia mí, mordí suavemente el lóbulo de su oreja mientras le susurraba: ―La Diosa me trajo a ti y nunca te dejaré.
La alegría que mostró al escuchar mis palabras fue sincera y tumbándose a mi lado, se quedó mirando mi pene que habiendo perdido su dureza, había vuelto a su tamaño normal. Extrañada del cambio, levantó su mirada y con una expresión de sorpresa en sus ojos, me preguntó el porqué.
Al asimilar su extrañeza, recordé que había vivido aislada durante su evolución de niña a mujer y soltando una carcajada, le expliqué que era natural pero si quería verlo crecer solo tenía que darle “besitos”. Katya comprendió a la primera y sonriendo pícaramente, se fue deslizando por mi cuerpo con la idea de hacerlo crecer….
 
 
(continuará)
 
   Para comentarios, también tenéis mi email:
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Relato erótico: «Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada «. (POR GOLFO)

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Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo,  resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!   
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
-Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera  hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora.  La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
-Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
-No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.

 

Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
-Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia». 
María,  su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
-Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La  buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor. 
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
-Don Felipe- dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: -Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
-¿Mi ayuda?- interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
-Sí- contestó ese chaval que había visto crecer,- su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
-Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
-No comprendo- respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:- ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
-Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
-Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
-Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.
No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
-Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de  antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario…  Aun así era raro el día que la veía  en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
-Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
-Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
-Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
-¡Tú dirás!- respondí más tranquilo.
-Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
-Lo sé- interrumpí molesto por que lo me recordara: – ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
-Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar- la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. –  Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.

 

-Comprendo- mascullé.
-¡Qué vas a comprender!- indignado protestó: -En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
-¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
-Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
-Me he perdido- reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
-Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
-¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
-Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
-No te creo- contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: -Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
-Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
-Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
-Eso espero- contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
Sus negros pronósticos no tardaron en hacerse realidad.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a  verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-He pensado que me llevaras al Pardo. 
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
-Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía.  Asustado accedí. De forma que tuve que esperar  media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
-¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
“La chica es mona”, admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
-Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
-Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.

 

Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
-Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
-¿Verdad  que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
-Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
-Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
-He soñado que me dejabas- consiguió decir con su respiración entrecortada.
-Tranquila, era solo un sueño- respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
-¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
-Claro que no, princesa- contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
-No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera  sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
-Gracias, mi amor…
Todo se complica.
Esa noche apenas dormí porque me angustiaba el estado psicológico de esa niña. Con  ella abrazada a mí, me atormentaba la idea de causarle un daño irreparable si se daba cuenta que el cariño que la tenía no tenía ningún aspecto sexual y que la consideraba más una hija que una mujer.
« Menudo lío. ¿Cómo explicárselo sin hacerle sufrir?», me torturaba continuamente recordando las palabras del psiquiatra.
Tras horas dándole vueltas, el cansancio pudo conmigo y me quedé dormido. Solo me desperté cuando a las ocho de la mañana escuché un ruido. Al abrir los ojos me encontré a Jimena cargada con una bandeja en la que me traía el desayuno a la cama. Desperezándome, iba a levantarme cuando ella colocando una mesita sobre el colchón me lo impidió diciendo:
-He pensado que desayunemos  juntos aquí.
Aunque no me parecía apropiado, era tal la alegría de su rostro que no me vi con fuerzas de negarme y cogiendo entre mis manos la taza de café di un sorbo aceptando mientras Jimena se sentaba frente a mí.
-No sabes lo bien que he descansado- comentó. –Saber que te tenía a mi lado, me permitió dormir como un bebé.
En silencio observé su dicha pero también que olvidando el recato que me debía al ser yo su suegro, no se había tapado. La tela de su camisón era tan liviana que me permitió observar en su plenitud todo su cuerpo. Con un sentimiento ambiguo, recorrí su figura con mis ojos desmenuzando cada porción de su piel y certificando que era toda una belleza pero también descubriendo que a pesar de tener unos senos maravillosos decorados con dos pezones grandes y rosados, nada en ella me atraía.
En cambio, mi nuera al sentir la calidez de mi mirada sobre sus pechos debió de malinterpretarla porque sus dos botones se erizaron ante mis ojos mientras su dueña se ponía colorada.
Rompió el silencio que se había apoderado de esa habitación diciendo:
-Termina de desayunar mientras me ducho.
Tras lo cual, se levantó de la cama y entró en el baño adosado a ese cuarto sin cerrar la puerta.
« ¿Qué coño hace?», me pregunté al ver que abría la ducha.
Mientras se calentaba el agua, mirándome a los ojos, dejó caer el camisón y desnuda me soltó:
– Hoy no hace falta que me lleves a la academia. Me voy a quedar en casa pintando.
Ni siquiera respondí, terminando mi café de un solo sorbo, salí huyendo hacia mi habitación mientras en mi cerebro se abría una grieta  al percatarme de lo mucho que me había gustado verla en su plenitud.
« ¿Qué me pasa?», murmuré angustiado al sentir que bajo el pantalón de mi pijama, mi apetito crecía sin control. « ¡Es la viuda de José! ¡Mi nuera!».
Ya en el coche, rumbo a mi oficina, la imagen de Jimena sin ropa me siguió torturando cada vez más y con la vergüenza de saber que me atraía, llamé a mi amigo, su psiquiatra.
-Manolo, ¡Necesito verte!- solté en cuanto descolgó el teléfono.
Por mi tono supo la razón de mi llamada:
-Vente, te abriré un hueco.
Que mi amigo no me hiciera ninguna pregunta era una mala señal y acelerando acudí desesperado hasta su consulta. Nada mas entrar me estaba esperando y me hizo pasar. Ya solos en su despacho, como una ametralladora le conté lo sucedido mientras él se mantenía callado. Solo al terminar, me soltó:
-Ocurrió antes de lo que pensaba.
-¿Y qué hago?- pregunté con los nervios a flor de piel.
Tomándose unos momentos para organizar sus pensamientos, contestó:
-Eso depende. Tu nuera ha mejorado mientras creaba una total dependencia de ti. Si la rechazas, se hundirá de nuevo en la depresión y si la aceptas, se aferrará a tu persona y buscará hacerte feliz. Tú decides: Si tus principios morales te impiden hacerla tu mujer, déjala hoy mismo pero asumiendo que siempre te echarás en cara su recaída. En cambio la otra opción es aceptarla en tu vida. Piensa que a Jimena lo único que le falta para considerarse totalmente tuya es que la acojas en tu cama. A efectos prácticos: ¡Es tu pareja! Vive contigo, la mantienes y le das el cariño que ella necesita.
-¡No es lo mismo!- protesté.
-A tus ojos quizás pero a los suyos, ¡Eres el hombre que la cuida y le sirve de sostén! 
La seriedad del problema me desmoronó y dejándome caer sobre el sofá, pedí su consejo. Manolo midiendo sus palabras, me soltó:
-La mayoría de los hombres no lo dudaría. ¿Te parece tan horrible hacer feliz a una belleza sabiendo que al hacerlo te garantizas que jamás te fallará porque para ella no existirá nadie más que tú?
-Joder, ¡No puedo! Cada vez que se me acerca, pienso en mi hijo.
-Comprendo tu dilema pero me temo que te estás quedando sin tiempo. Cuanto más tiempo pase, más difícil te resultará tomar una decisión…
Como comprenderéis durante todo ese viernes no pude concentrarme en el trabajo, ¡Jimena me tenía paralizado! Por mucho que fuera atrayente saber que con un gesto cariñoso conseguiría que esa preciosidad se convertiría en mi amante, no podía olvidar que era su suegro. Por eso al salir de mi oficina, lo que menos me apetecía era volver a casa y enfrentarme con ella.
Asumiendo que no me quedaba más remedio que volver, llegué a casa. Al entrar, mi nuera no estaba en la planta baja y aprovechando su ausencia, me serví una cerveza para tomarla tranquilamente en el salón. El problema fue que al llegar a esa habitación, descubrí que la muchacha había dejado el cuadro que estaba pintado en la mitad. En él había plasmado a dos amantes haciendo el amor en una playa.  Intrigado me acerqué y fue entonces cuando horrorizado, me reconocí como uno de los protagonistas y aunque no se la veía la cara a ella, no me costó identificar a mi nuera como la mujer que a la que estaba haciendo el amor.
« ¡Dios! ¡Somos nosotros!» exclamé mentalmente mientras dos gotas de sudor recorrían mi frente.
La confirmación que Jimena me veía como su hombre maximizó mi terror justo cuando haciendo su aparición, entró en la habitación diciendo:
-¿Te gusta?
No pude decir la verdad y ocultando el hecho que había descubierto que éramos los dos, contesté:
-Es muy sensual.
Muerta de risa y mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla, respondió:
-Sé que es un poco fuerte pero desde que me desperté supe que debía de pintarlo.
No queriendo profundizar en sus razones, cambié de tema y le pregunté si quería salir a cenar a algún sitio pero ella, sonriendo, dijo:
-Prefiero que nos quedemos en “nuestra” casa. Necesito contarte la ruta que he diseñado para este verano.
No sé qué me causó mayor impresión; si el cuadro, que ya estuviera planeando ese viaje o en cambio que se refiriera a ese chalet como “nuestra” casa. Todos y cada una de esas detalles, reflejaban el mismo hecho: ¡Jimena daba por sentado que éramos pareja!
Durante la cena, mi nuera me fue desgranando las diferentes etapas de ese verano sin ahorrarse ningún detalle, las ciudades que visitaríamos, los kilómetros a hacer en cada jornada e incluso los hoteles donde dormiríamos mientras absorto en mis pensamientos, le respondía con monosílabos cada vez que me preguntaba.
En cuanto terminamos, despidiéndome de ella, hui a la soledad de mi habitación y tumbándome sobre la cama, encendí la televisión deseando que hubiera una serie que me hiciera olvidar aunque fuera momentáneamente la encrucijada en la que me hallaba.
No llevaba diez minutos acostado cuando escuché entrar a Jimena en la habitación ya vestida para dormir y sin pedirme opinión ni permiso como si fuera algo habitual, se metió entre las sábanas diciendo:
-¿Qué ves?
-Castle- respondí alucinado por la naturalidad con la que mi nuera tomaba el hecho de acostarse conmigo.
Ella, pegándose a mí, se puso a ver ese capítulo usando mi pecho como su almohada. Mi mente se puso a trabajar a cien por hora, intentando hallar una solución al problema. Lo de menos era sentir el calor de su cuerpo casi desnudo contra el mío, mi verdadero dilema era si sería capaz de vivir con la culpa de echarla de mi lado o en su lugar, si podría soportar la vergüenza de ceder a sus deseos.
Mientras tanto, Jimena se había quedado dormida.
“¡Qué bonita es la pobre!”, pensé en plan paternal al ver la placidez con la que dormía.
Reconocí al mirarla que amaba ya a esa cría pero también que me resultaría imposible verla alguna vez como mujer.
« ¡Es demasiado joven!», concluí sin caer en que por primera vez, había olvidado el hecho que también era mi nuera.
Cansado, apagué la tele e intenté dormir reconociendo que era agradable sentir brazo de Jimena sobre mi pecho. Deseando que al despertar todos mis problemas hubieran desaparecido, me sumergí en brazos de Morfeo.  Mi descanso se tornó aún mas placentero al soñar con mi esposa. En mi sueño, sentí que María recorría con sus dedos mi pecho. Como tantas veces durante nuestro matrimonio, mi mujer comenzó a darme besos por el pecho mientras usaba sus manos para desabrochar mi pijama.
-Te deseo- exclamé aún dormido creyendo que era ella, la que en ese momento se deslizaba por mi cuerpo.
-Lo sé, mi amor- contestó una voz cargada de pasión que no reconocí como suya.
Abriendo los ojos descubrí que era Jimena, completamente desnuda, la que me estaba besando mientras su mano acercaba a mi entrepierna.
-¿Qué haces?- murmuré asustado.
Mi nuera miró satisfecha la erección de mi verga y levantando su mirada, contestó:
-Hacerte el amor.
Horrorizado, no supe o no pude reaccionar y por eso  me la quedé mirando mientras ella profundizaba sus caricias. La lujuria que vi en los ojos de mi nuera era tan inmensa que quise detenerla diciendo:
-No es el momento.
Al oírme, paró un segundo y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:
-No sabes cómo he soñado que me dejaras hacerte una mamada.
Dando por sentado que yo lo deseaba como ella, se deslizó hasta mi pene y con una dulzura sin par, se apoderó de él y usando sus labios comenzó  a besarme el capullo.
-¡Jimena!
Mi chillido de auxilio para mi nuera fue la confirmación verbal de mi deseo y sacando su lengua recorrió con ella todo mi pene y mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba con ternura los testículos. Ese triple tratamiento y muy a mi pesar, consiguió su objetivo que no era otro que excitarme.
-Lo tienes hermoso, mi amor- dijo satisfecha al ver que mi miembro había alcanzado su tamaño máximo.
Tras lo cual empezó a lamerlo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente. Aunque resulte difícil de creer, en ese momento me embargaban dos sentimientos contrapuestos. Por un lado, estaba totalmente excitado pero por otro, estaba destrozado por no haber conseguido evitar que esa cría cumpliera sus deseos.
-¿Me amas?- preguntó con una sonrisa mientras me daba otro lametón.
Tardé en contestar porque no podía decirle que mi amor por ella era de otro tipo y no fue hasta que sentí que de sus ojos surgían un par de lágrimas de dolor cuando respondí:
-Sí.
Mi respuesta no era cien por cien mentira y siendo tan concisa, dudé que le sirviera pero Jimena al oírla pegó un grito de alegría y abriendo su boca, comenzó a meterse alternativamente cada uno de mis huevos sin dejar de masturbarme. Para entonces mi excitación era brutal. Deseaba que mi nuera culminara su felación con mi pene hasta el fondo de su garganta pero incapaz de exteriorizar mi deseo, la muchacha siguió jugando con mi miembro con sus manos.
-¿Quieres sentirla en mi boca?- insistió con lujuria en sus ojos.
No esperó mi respuesta y sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo que imprimió a su mamada fue lento pero constante. Buscando maximizar mi locura, cuando veía que estaba muy excitado paraba durante unos instantes para acto seguido reiniciar la felación con mayor ardor. 
-¡Me encanta!- reconocí derrotado mientras usando mis manos presionaba su cabeza contra mi pene.
Para mi nuera el hecho que encajara toda mi extensión en su boca fue el banderazo de salida y incrustándosela por entera hasta el fondo de su garganta, empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. La precisión que demostró al hacerlo así como el calor y humedad de su boca, me hicieron temer que no tardaría en correrme.
« ¡Esto no está bien!», pensé mientras hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para no derramar mi simiente.
Jimena cada vez más segura de lo que estaba haciendo, aceleró la velocidad de su mamada y llevando una de sus manos a su sexo, se empezó a masturbar mientras me preguntaba excitada:
-¿Te gusta cómo te la mamo?
-Sí-confirmé con un chillido tanto su pregunta como mi claudicación.
Mi entrega lejos de satisfacerla, la azuzó y sin dejar de acariciar su clítoris con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Te prometo que a partir de hoy no tendrás queja. Seré tuya cuando, donde y cuantas veces quieras.
Tras lo cual,  izando su cuerpo, puso mi polla entre sus pliegues y dejándose caer, se empaló con ella lentamente. La nueva postura me permitió observarle de cara y descubrir tanto la dulce expresión de su rostro como sus pechos y sin pensar en lo que estaba haciendo, con mi lengua empecé a recorrer sus pezones.
-Siempre supe que te volverían loco mis tetas-gimió al sentirlo y terminando de llenar su conducto con mi pene, clavó sus uñas en mi pecho y me pidió que la amara.
No tardé en sentir que mi nuera empezaba a moverse sobre mí y aunque todavía me avergüenzo, reconozco que en ese instante olvide nuestro parentesco y disfruté  al notar su vagina húmeda y a ella excitada. Sus gemidos se acuciaron mientras ella incrementaba el compás con el que usando mi verga acuchillaba su interior hasta convertirlo en vertiginoso.
-¡Me corro!- aulló teniéndome a mí dentro.
La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y los jadeos que salían de su garganta fueron la gota que derramó mi vaso y  sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Agotada pero feliz, cayó sobre mí mientras su cuerpo sufría los últimos embates de su orgasmo.
Fue entonces cuando sin levantar su cara de mi pecho, confesó:
-¡No sabes cómo necesitaba que me hicieras el amor!
Desgraciadamente, sí lo sabía pero también que al acceder a ello, unía su destino al mío de por vida. Aunque Jimena tenía todo lo que me resultaba enloquecedor, no podía olvidar que era la viuda de mi hijo. Estaba todavía pensando en ello cuando abrazándome escuche que me decía:
-A dormir, ¡Tu mujercita necesita descansar!
Agradecí sus palabras y mientras el enanito que todos tenemos dentro me echaba en cara el haber disfrutado, mi nuera se quedó dormida desnuda entre mis brazos…
El primer día del resto de mi vida.
Al ser sábado, esa mañana mi despertador no sonó y sobre las nueve, me desperté con Jimena abrazada a mí. Recordando lo ocurrido y como mi nuera se había entregado a mí, no pude menos que arrepentirme de ello. Sabía que no había marcha atrás porque una vez había accedido, mi rechazo sería todavía más doloroso.
« ¡Cómo no lo vi venir!», me reclamé en silencio. « ¡Podía haberlo evitado!».
Maldiciendo mi poca voluntad, con cuidado aparté el brazo de mi nuera y sin despertarla, fui al baño con la esperanza que una ducha sirviera para borrar o aminorar en algo mi sentimiento de culpa. Ya bajo el chorro, mi mente se puso a divagar sobre aspectos más prácticos: Dando por sentado que estaba unido sin remedio a Jimena, ¿Debería hacerlo público o por el contrario mantenerlo en silencio? Había aspectos positivos y negativos en ambas opciones pero tras pensarlo bien, comprendí que esa cría necesitaba estabilidad y que para obtenerla, debían de saberlo la gente de nuestro entorno.
« ¡Qué vergüenza!», exclamé al pensar que debería plantarme ante la familia y demás amigos para contarles que la viuda de mi hijo era mi mujer.
Estaba todavía reconcomiéndome con esos prejuicios sociales cuando hoy que con un grito desgarrador la cría preguntaba por mí:
-Tranquila estoy en el baño- respondí mientras me preguntaba que le pasaba a esa loca.
No habían trascurrido más que un par de segundos cuando vi a Jimena entrando por la puerta con su cara desencajada. Al verme, preguntó llorando:
-¿Por qué no me has despertado?
-Me dio pena, quise que descansaras- respondí.
Esa mentira la tranquilizó pero aún con su voz cargada de tristeza, me confesó:
-Al abrir los ojos y ver que no estabas, me temí que te hubieses arrepentido de hacerme tu mujer y me hubieses dejado.
La tremenda angustia de su rostro me obligó a, forzando una sonrisa, contestar:
-Nunca te dejaré.
Al escuchar mi respuesta, la expresión triste de su cara mutó en alegría y mientras abría la puerta de la ducha, me dijo riendo:
-Te amo y quiero hacerte feliz.
La picardía que lucía en sus ojos me hizo comprender sus intenciones y si me quedaba alguna duda, desapareció cuando se empezó a acariciar las tetas y a pellizcarse los pezones mientras me retaba. Incapaz de retirar mi mirada, intenté complacerla diciendo:
-¡Eres preciosa!
Totalmente feliz al descubrir en mi cara la fascinación que sentía por su juvenil cuerpo, se cogió ambos senos con sus manos y mostrándomelos como si fueran un trofeo, me soltó:
-Dime amor, ¿Te gustan mis tetas?
Creo que fue entonces cuando cayó mi careta y reconocí que esa mujer me gustaba y que no era tan mala la idea de pasar mi vida con ella. Por eso, contesté:
-Mucho, me encantan.
Entonces comportándose como una niña traviesa, dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, me modeló antes de preguntar:
-¿Y qué parte de mi te gusta más?
-El culo- admití tras valorar rápidamente toda su anatomía.
Para entonces y asumiendo que esa muchacha sería parte de mi vida, me sorprendió percatarme que estaba excitado y que entre mis piernas mi pene estaba erecto. Jimena al comprobar que su exhibición había incrementado mi calentura, se rio y me abrazó. La suavidad de su piel desnuda fue suficiente para que mi miembro alcanzara de golpe toda su extensión.
-¡Mi amorcito está bruto!- dijo al notar la presión que ejercía contra su pubis.
En plan defensivo, contesté soltando una burrada que nunca había dicho a ninguna mujer:
-¡Y eso te gusta! ¿Verdad? ¡Putita mía!
Mi insulto aunque la sorprendió en un principio, consiguió azuzarla y creyendo que era parte de un juego, dotando a su voz de un tono burlesco, me retó diciendo:
-¡No tienes dinero para pagarme!
Mi respuesta fue atraerla hacía mí y agachando mi cabeza, apoderarme de uno de sus pezones con mis dientes mientras le decía:
-¿Tú crees?
Satisfecha porque mamara de su pecho sin pedirle permiso, aun jugando se quejó:
-¡Para! ¡No has pagado mi precio!
Ya lanzado le pregunté qué quería, mientras masajeaba su otra teta.
-¡Prométeme que haremos ese viaje!
-Hecho- respondí a la par que la mano que me quedaba libre iba bajando por su cuerpo.
Jimena soltando una carcajada me dejó claro que había ganado esa nueva batalla y sorprendiéndome nuevamente  se arrodilló frente a mí y cogió mi verga entre sus manos, diciendo:
-Ahora me toca a mi pagar- y sin dejar de sonreir, me obligó a separar las piernas.
De pie en mitad de la ducha, observé que la chiquilla se ponía a lamer mi extensión antes de metérselo lentamente en la boca, presionando con sus labios cada centímetro de mi miembro mientras lo hacía.
-¡Me saldrás carísima!- grité emocionado por su maestría ya que Jimena me estaba demostrando ser una autentica devoradora.
Con una sensualidad total, se engulló toda mi extensión y no cejó hasta sumergirla hasta el fondo de su garganta, para nada más terminar, empezar a sacarla y a meterla con gran parsimonia. Viendo que la pasión ya me tenía dominado,  se sacó la polla y con tono pícaro, preguntó:
-¿Te gusta cómo te la mama tu putita?
-Sí- gemí mientras me apoyaba con las manos en la ducha.
Satisfecha por mi respuesta, se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez, no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
-¡Dios!- exclamé al sentir el tratamiento que daba a mi pene con su boca, -¡Vas a conseguir que me corra!
Al oírlo, buscó su recompensa con mayor ahínco pero fue cuando mi pene exploto en su interior cuando sus mamada se volvió frenética y recogiendo con su lengua todo mi esperma lo fue devorando al ritmo en que lo derramaba sobre su boca. Fue tal su obsesión no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
-¡Nunca me cansaré de su sabor!
Esa promesa me confirmó que con mi nuera mi vida estaría al menos bien cubierta desde el punto de vista sexual y por eso la levanté para besarla pero al ver sus pechos mojados no pude evitar hundir mi cara en ellos. Jimena al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, empezó a gemir mientras trataba con sus manos reavivar mi alicaído miembro.
Una vez mi sexo había recuperado su dureza, mi nuera hizo algo que me dejó sin habla, dándose la vuelta, separó sus nalgas y con un extraño brillo en sus ojos, me confesó:
-Llevo toda la noche sabiendo que debo ser completamente tuya y nunca lo seré hasta que hayas usado mi culito.
La seriedad con la que lo comentó me obligó a bajar la mirada y fue entonces cuando descubrí que o mucho me equivocaba o nadie había horadado esa entrada. Intrigado le pregunté si era virgen.
-Nadie lo ha usado por eso quiero entregártelo a ti.
Saber que sería el primero, me hizo caer de rodillas ante tanta belleza y tímidamente usé mi lengua para ir acariciando los bordes de su ano. Jimena al experimentar esa húmeda caricia, gimió de placer  y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse sin dejar de suspirar. Su entrega me dio alas y ya necesitado de disfrutar de su trasero, forcé ese agujero con mi lengua y empecé a follarla mientras mi nuera no paraba de gozar.
-¡Te amo!- chilló descompuesta al experimentar la nueva sensación.
Azuzado por sus gritos, usé una de mis yemas para relajar su ojete. La forma en que berreó al sentirlo me hizo comprender que le gustaba y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras Jimena se derretía.
-¡Tómame!- aulló apoyando su cabeza sobre los azulejos de la pared.
Su grito me hizo olvidar toda precaución y cogiendo mi pene en la mano, me puse a juguetear con mi glande en esa entrada trasera mientras le preguntaba:
-¿Estás segura? ¡Te va a doler!
Sin dudar, me respondió que sí.  Su seguridad permitió que con lentitud forzara por vez primera su culo con mi miembro. La muchacha absorbió centímetro a centímetro mi verga sin quejarse y solo cuando sintió que había rellenado con ella su conducto, se permitió quejarse diciendo:
-¡Me duele! ¡Pero sigue! ¡Necesito dártelo!
Intentando no incrementar su dolor, esperé a que se acostumbrara a esa invasión mientras acariciándole los pechos la consolaba. Fue mi propia nuera quien en silencio movió  sus caderas, dejando que el miembro que tenía incrustado se deslizara lentamente por sus intestinos. La presión que ejercía su esfínter se fue diluyendo a medida que su dolor desaparecía y era sustituido por el placer.
Al advertirlo y notar que todo su cuerpo estaba disfrutando, Jimena me pidió que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. Producto de todas esas sensaciones, la muchacha sintió que su cabeza estaba a punto de estallar y en voz en grito me informó que se corría. Su berrido fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene regara con mi simiente sus intestinos.
Exhausto, me dejé caer sobre la ducha y entonces, Jimena sentándose sobre mí, me besó tiernamente mientras me decía:
-¡Contigo todo es maravilloso! – y susurrando en mi oído, prosiguió diciendo: – Para esta noche quiero que pienses que te apetece que tu mujercita te haga.
Su descaro y la promesa que eso encerraba, me hizo reconocer que con ella mi vida iba a dar un cambio y solo deseé que fuera para bien.
« Como dice Manolo: ¡Cualquier hombre desearía tener una mujer como Jimena!» pensé tratando de convencerme de que tenía que aceptar esa nueva realidad.
En ese instante, la que ya consideraba mi pareja, me volvió a demostrar su disposición para hacerme feliz, diciendo:
-Vuelve a la cama mientras te preparo un desayuno fuerte con el que puedas afrontar el esfuerzo.
-¿Qué esfuerzo?- pregunté.
Muerta de risa, contestó:

 

-No creerás que estoy satisfecha con este polvo. Llevaba tanto tiempo sin que me hicieran el amor, ¡Qué me ha sabido a poco!
 
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

 


Relato erótico: «Supervivencia» (POR ALEX BLAME)

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Sin título

Nunca pensé que lo que acabaría con la humanidad sería la avaricia. Siempre pensé que sería la escasez de recursos, el petróleo, el agua… los nacionalismos y/o la religión, cristianos contra musulmanes, judíos contra musulmanes, cristianos contra judíos, cienciólogos contra cristianos, actores contra mimos…

Pero en cuanto a las élites que manejaban el mundo, siempre creí que el fuerte instinto de conservación de los ricos les alertaría de cuando era el momento de dejar de estrujar a los pobres, sin embargo su fe ciega en la tecnología les perdió, y de paso también nos perdió a nosotros.

Y es que por muy eficaces que fuesen utilizando satélites para vigilarnos y por mucho que abusasen de la propaganda para vendernos que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina, la realidad se imponía y finalmente, y con la ayuda de internet, la gente se dio cuenta de que no había futuro para ellos. Y claro, la desesperación es el motor de las revoluciones.

Ellos, desde sus altas torres pensaron que podrían controlarlo sin dificultad, pero estaban equivocados. Al fin y al cabo cuando se enfrentan doce millones acostumbrados a que otro les haga el trabajo sucio, contra siete mil millones hipermotivados, y sedientos de venganza, no hace falta que a uno le cuenten el resultado. Acabamos con ellos. Pero no sin un coste, nos dejaron un regalo envenenado, la anarquía.

Porque cuando has vivido durante décadas viendo como los que te gobiernan sólo procuran su propio bien, cada vez que aparecía una figura que pudiese sacarnos de aquella vorágine, por las buenas o por las malas, acababa sucumbiendo antes de que su influencia pudiera extenderse.

El ser humano se volvió una especie individualista y solitaria y no estamos biológicamente dotados para ello. En cinco años la población mundial se redujo en un treinta por ciento. A simple vista no parecería mucho, pero la asquerosa verdad es que se impuso la selección natural, el mundo se convirtió en el patio de un colegio, y en estos años sobrevivieron los abusones, mientras que los enfermos, los débiles y los cerebritos desaparecieron. Se impuso la fuerza bruta;  y  las mejores mentes, los únicos que podían habernos sacado del atolladero, ya no estaban para repararnos el ordenador o curarnos una neumonía, así que cuando las máquinas empezaron a fallar y la comida  y las medicinas a escasear, la desintegración se aceleró.  Algunos lugares del mundo quedaron totalmente despoblados y las ciudades, una vez fueron vaciadas de sus recursos, abandonadas.

 Siendo optimistas y por lo que tengo paseado en este último año sin ver un alma,  quedaremos entre veinticinco y cien millones, eso parece bastante pero en realidad supone que la densidad de habitantes ha pasado de unos cincuenta habitantes por km cuadrado a uno y medio por cada diez km cuadrados en el caso más optimista.. Para  la humanidad ha sido una catástrofe , pero para el resto del mundo ha sido una bendición. La contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales, las guerras, las películas de Jim Carrey,  hay que reconocerlo, el mundo es ahora un lugar mejor.

Ahora os preguntaréis cómo he sobrevivido yo. Muy sencillo con una mezcla de fuerza, astucia, suerte y desapego. Yo era un mensajero, me dedicaba a recorrer la ciudad en una fixie a toda velocidad escurriéndome entre el tráfico. Lo que en una sociedad normal es un trabajo mal pagado y con una enorme tasa de accidentes mortales, cuando sobrevino el apocalipsis fue una ventaja. Podía moverme con velocidad y en silencio por toda la ciudad, sin depender del carburante que rápidamente empezó a escasear, conocía todos los rincones de la ciudad y por lo tanto cuando la mayoría pensó que era mejor largarse yo aguanté casi diez años a base de sus recursos. Mi familia estaba muy lejos  y con mi trabajo y mi sueldo las mujeres no me tocaban ni con un palo, así que no tenía cargas ni responsabilidades, era el perfecto superviviente.

Ahora estoy fuera. Al final, ver todos los días lo que habíamos llegado a ser y en lo que habíamos acabado convirtiéndonos me obligó a abandonarla.

 Hace poco tiempo todo cambió. Desde que abandoné la ciudad, he estado vagabundeando por aquí y por allá, evitando las ciudades y estableciéndome, siempre por poco tiempo en sitios tranquilos y alejados de posibles problemas. Durante mis andanzas, en alguna ocasión he divisado columnas de humo, pero he preferido no unirme a ningún grupo. Sólo en una ocasión me encontré con otro humano. Jacob era, además de un nombre muy apropiado para alguien en estos tiempos, un hombre bastante majo, con casi setenta años debía de ser ahora la persona más anciana de la tierra. A pesar de tener el pelo y la barba blancos como la nieve, se mantenía en plena forma e irradiaba una vitalidad fuera de lo común. Había sido guardabosques en un parque nacional. Cuando comenzaron los disturbios se dirigió a la capital para proteger a los suyos pero llegó tarde, así que volvió a dirigirse a los bosques y vivía como trampero  en lo más profundo de los bosques de coníferas del norte del estado.

Después de los primeros minutos de desconfianza mutua descubrimos que no teníamos nada que el otro pudiese ambicionar, así que congeniamos y vivimos un par de meses juntos recorriendo el bosque y cazando animales. El me enseñó a seguir un rastro, a vigilar una presa y a cazar con ballesta para ahorrar municiones de la 45 y del SAM-R*.  Un sueño, en el que el trampero y yo nos mirábamos a los ojos y hacíamos manitas me convenció de que había llegado el momento de separarnos. Nos despedimos como amigos, deseándonos lo mejor;  él se fue hacia el norte y yo hacia el sur.

Seguí hacia el sur durante tres semanas por un bosque que parecía interminable. La primavera estaba dando paso al verano y el calor del mediodía junto con la humedad que emanaba del suelo del bosque hacia el ambiente opresivo y asfixiante, así que cuando encontré el río me bañé y decidí seguirlo. El cauce no era muy ancho y la corriente rápida y cristalina. Durante dos días comí truchas hasta hartarme pescándolas a mano en los huecos  que la corriente hacia debajo de las rocas del lecho, hasta que la tarde del tercer día me sorprendió el rumor de una cascada. Cuando me asomé por el borde vi como la corriente caía a plomo treinta o cuarenta metros formando un estanque  en lecho blando de roca caliza de la base.

Estaba valorando si me atrevería a saltar desde lo alto al pequeño estanque cuando unos movimientos entre los matorrales a la izquierda me hicieron tumbarme y sacar el rifle instintivamente.

En la orilla del lago apareció una joven de unos veinte años, no más. Me quedé quieto y apunté con mi mira telescópica a la deliciosa figura. La mujer se paró en el borde y escudriño todos los rincones del lugar, obligándome a agacharme y retirarme un par de metros del borde. Luego fue quitándose el arco, la pistolera, las botas, los pantalones, la camiseta y la ropa interior hasta quedar totalmente desnuda. Desmonté la mira del rifle y la observé mientras vacilaba al borde del frío estanque. Era rubia y tenía los ojos de un azul tan profundo como el estanque. Su pelo largo y ligeramente rizado tapaba uno de sus pechos pequeños y apetitosos con los pezones rosados y erectos por el frescor del agua. Entre sus piernas largas y moldeadas por el continuo ejercicio había una espesa mata  de rizado vello, casi blanco de tan rubio, que no podía ocultar su vulva de mi ansiosa mirada. Por un momento pensé en tirarme al agua y sorprenderla, pero luego me puse a pensar. Con veinte años, veintidós como mucho. Cuando ocurrió todo, ella debía tener entre cinco y siete años. Alguien tenía que cuidar de ella, no podía estar sola. Eso quería decir más gente, y con más gente más problemas, así que decidí ser cauto y vigilarla para ver adonde me llevaba.

 Pero para no variar todo se fue  a la mierda. Justo por dónde había aparecido la joven, supongo que siguiendo su rastro, apareció un grizzly gigantesco. Cuando La joven lo vio se quedó durante un momento helada sin saber qué hacer. Con la ropa y las armas bajo el cuerpo de aquel animal sólo le quedó una alternativa huir desnuda. El oso la vio inmediatamente y se lanzó al agua tras ella mientras yo montaba la mira en el rifle apresuradamente.

Era una chica lista, porque en vez de salir corriendo en dirección al bosque se acercó a la pared de la cascada e intento trepar por ella sabiendo que el oso no podría seguirla por allí.

Ya estaba casi a salvo, a pocos centímetros de una repisa, a cuatro metros de altura, cuando su pie resbaló en una roca mojada y aunque intentó asirse desesperadamente a la pared húmeda resbaló y calló a los pies del animal. El oso se levantó sobre sus patas traseras y enseñando sus aterradoras mandíbulas soltó un rugido atronador. Fue lo último que hizo antes de que una de mis balas atravesase su cerebro y cayese a los pies de la chica muerta de miedo.

Instantes después me tiré a la laguna y me acerqué al oso. Haciéndome el macho ignoré a la chica mientras le arrancaba las zarpas al oso y le sacaba un par de buenas tajadas de carne.

-¿Estás bien? –le pregunté en plena faena.

-Sí, creo que sí –dijo intentando levantarse y cayendo al suelo de nuevo con un grito de dolor.

-Ya veo,  -dije mientras terminaba y guardaba la carne y el cuchillo.

Con naturalidad y procurando mirar lo menos posible el cuerpo desnudo y hecho un ovillo de la joven me acerqué a ella. Un rápido vistazo me reveló que el tobillo derecho estaba dislocado.

-La buena noticia es que no está roto –dije mientras palpaba su piel tibia y suave, -la mala es que voy a tener que hacerte un poco de daño.

Ella asintió sin decir nada con los ojos fijos en mí y los orificios de su nariz dilatados por el terror. Sin aviso previo  tiré con fuerza del pie y haciendo palanca logré colocar el tobillo de nuevo en su sitio antes de que la joven me dejase sordo con sus gritos de dolor. Con el tobillo en su sitio y el pie dentro del agua fría del estanque el dolor pareció disminuir aunque no lo suficiente para poder volver sola a lugar de donde había venido. Se vistió mientras yo le daba gentilmente  la espalda y apoyándose en mí, emprendimos el camino.

Me ofrecí a llevarla en brazos, es más, hubiésemos ido más rápido, pero ella se obstinó en ir cojeando, apoyándose en mi cuerpo, mientras yo la sujetaba por su cintura. Después de años sin ver a una mujer, el sólo peso de su cuerpo y el aroma que despedía su piel me provocaron una erección que a duras penas pude esconder.

-¡Alto! ¡Suéltala ahora mismo o te levanto la tapa de los sesos! –dijo una mujer alta y pelirroja apuntándome con una escopeta de repetición del calibre doce.

-Yo sólo…   -intenté decir levantando las manos.

Sin decir nada más la mujer se acercó a mí sin dejar de apuntarme y cuando estuvo a mi lado con un rápido movimiento descargó un culatazo en mi sien. Oí unas débiles protestas por parte de la joven a la que había ayudado justo antes de que todo se volviera negro.

Me desperté desorientado y con un furioso dolor de cabeza en el suelo de una  pequeña habitación pintada de blanco. Intenté moverme pero alguien me había atado muñecas y tobillos con bridas.

-Hola, ¿Hay alguien? ¿Podéis darme un poco de agua?

Tras un par de minutos unos pasos desacompasados se acercaron, un grifo se abrió y finalmente la joven rubia me trajo un vaso de agua que me ayudó a beber. Tenía el tobillo vendado y parecía haberse calmado un poco, aunque en su cara todavía se reflejaba el susto.

-¿Qué tal te encuentras? Pregunté carraspeando e intentando incorporarme.

-Bien –dijo ella ayudándome a sentarme. –Hiciste un buen trabajo, apenas se me ha hinchado.

-Yo sin embargo tengo un dolor de cabeza terrible. ¿Podrías soltarme? –dije intentando que pareciese la pregunta lo más casual posible.

-Lo siento pero Erika me dio órdenes de que no lo hiciera bajo ningún concepto. Me dijo que intentarías embaucarme.

-¿Acaso os he hecho algún daño? ¿Por qué me tratáis así?

-Erika dice que eres peligroso.

-Y tú haces todo lo que te manda Erika… -repliqué yo – ¿y cuál es tu nombre o también te prohíbe Erika decirlo?

-Soy Lou Anne.

-Encantado Lou Anne, soy Mortimer, pero los cuervos me llaman Morty.

-¡Lou Anne, te dije que no te acercaras a él! ¡Apártate de él inmediatamente!

Lou Anne vio cómo se acercaba Erika dejando sobre el suelo un buen trozo del grizzly que yo había matado y se apartó de mi con rapidez diciéndole que solo le  había ayudado a beber un poco de agua.

Erika le dijo que volviese a poner el pie en alto y se quedó en la habitación mirándome como si fuese un jeroglífico que se obstinaba en permanecer sin solución.

Durante este tiempo aproveché para  observarla. Era mayor que Lou Anne, andaría por los treinta y pocos, era bastante alta, casi tanto como yo y los pantalones vaqueros y el sencillo jersey de Lana tejido a mano no ocultaba un cuerpo con generosas curvas. Lo que más llamaba la atención de ella era su larga melena lisa, color caoba, que enmarcaba un rostro ligeramente alargado y de tez extraordinariamente pálida. Sus ojos de color verde y ligeramente rasgados estaban fijos en él dándome la sensación de ser observado por un peligroso felino.

-Solos al fin –dije para romper el pesado silencio que se estableció entre nosotros.

-¿Quién eres? –preguntó Erika sin dejar de fruncir el ceño.

-Motimer  Lawrence, pero puedes llamarme Morty…

-Motimer, ¿Qué clase de nombre es ese?

-Ya lo sé, es un poco ridículo, pero es el peso que uno debe llevar por tener antepasados en la vieja nobleza inglesa. Pensé mil veces en cambiarlo, pero ahora es el único recuerdo que me queda de mi familia.

-¿Estás sólo? –dijo ella aparentando no escuchar lo que yo decía.

-¿Ves a alguien por aquí? –Respondí a mi vez –Por cierto creo que al menos podrías darme las gracias.

-Lou Anne me contó lo que hiciste, por eso aún  estás vivo…

-Así que es eso, no sabes que hacer conmigo. –le interrumpí,  no recuerdo si molesto o divertido.

-Básicamente.

-Mira, lo primero que podrías hacer es soltarme. Si hubiese querido haceros daño no hubiese llevado a tu hija, tu amiga o lo que sea, hasta ti. Pude haberla raptado y habérmela llevado antes de que tú pudieses hacer nada, pero no lo hice, te la traje de vuelta. –dije mostrándole de nuevo mis muñecas atadas.

Erika sacó un cuchillo de combate, del tamaño de un machete y lo asió con tal fuerza que los  nudillos se volvieron blancos. Se acercó poco a poco y con un movimiento rápido cortó las bridas que me sujetaban.

Antes de que pudiera reaccionar me abalancé sobre ella y la desarmé. Erika intentó darme un rodillazo pero la esquive y cogiendo su propio cuchillo se lo acerqué al cuello. Todo el cuerpo de Erika se tensó y una pequeña lágrima de sangre mano dónde el cuchillo había entrado en contacto con su piel.

-Me bastaría un segundo y un poco más de presión para acabar contigo. –dije susurrándole fríamente al oído. –y luego cazar a tu joven amiga sería coser y cantar… Pero no he venido a eso. –dije separándome de mala gana de su excitante cuerpo  y devolviéndole el cuchillo por el mango.

Erika cogió el cuchillo que le daba y lo blandió con furia ante mí. Sus labios fruncidos en una estrecha línea y sus ojos clavándose en los míos revelaron lo cerca que estuvo durante unos segundos de hincarme el cuchillo en el pecho.

-Está bien, no quieres hacernos daño, aunque se me ocurren otras formas de demostrarlo.

-Seguro pero no tan rápidas como ésta. –repliqué yo.

-Y ahora ¿Qué? –preguntó Erika guardando el cuchillo en la funda de la cadera.

-Creo que contar como hemos llegado hasta aquí sería una buena idea… -dije yo.

-… Está bien, empezaré yo –dije al ver la cara de póquer de Erika – Por lo menos podrás darme algo de comer, prometo no hablar con la boca llena.

Erika me guio a la cocina y dejo un plato de espaguetis fríos delante de mí. Durante los siguientes diez minutos le conté mi historia con todo lujo de detalles, ni siquiera escatimé mi escabroso sueño con el guardabosques. Después de haber terminado,  Erika pareció relajarse un poco y esperó que terminase la comida antes de empezar a hablar:

-Nuestra historia es bastante más sencilla. Yo vivía en una granja, no muy lejos de aquí, tenía diecisiete, no dieciocho años Cuando todo ocurrió, fui al pueblo a conseguir munición para la escopeta y la pistola. Cuando entré en la armería no había nadie y conseguí lo que necesitaba. Estaba a punto de salir cuando llegaron tres tipos con una niña de seis años. Los tíos se pusieron contentísimos a ver todos aquellos fusiles al alcance de la mano, así que se pusieron a trastear con las armas y se olvidaron de la niña que se puso a recorrer los pasillos del establecimiento sin rumbo fijo.

-Yo me había escondido y estaba a punto de salir por la puerta del almacén cuando llegó otro grupo, obviamente con las mismas intenciones y te podrás imaginar. El tiroteo acabó con cinco cadáveres en el suelo de la armería, incluidos los tres hombres que habían llegado primero.  La niña empezó a correr por los pasillos con las balas volando a su alrededor. Empujada por un instinto estúpido la seguí y cogiéndola de la mano y disparando la escopeta para cubrirnos salí por el almacén y nos escabullimos.

-Volvimos a mi granja, pero cuando la situación empeoró en las ciudades, la gente empezó a huir al campo y mi granja era demasiado visible al lado de la carretera. Cuando logré deshacerme del segundo grupo que intentó tomar la granja por la fuerza preparé los bártulos y nos fuimos. Conocía la existencia de esta pequeña granja de mis paseos nocturnos para bañarme en la cascada. Sabía que los dueños, unos ancianos habían sido desahuciados cinco años antes. La granja está aislada y con el viejo tractor me encargué de destruir y ocultar el camino de acceso,  además   tiene todo lo necesario, un pozo con agua, unas placas solares para tener electricidad, incluso pude traerme unos cuantos animales y semillas. La tierra de aquí no es demasiado buena pero no es lo mismo una granja rentable que una que te dé de comer. Y ahora, después de diez años de tranquilidad has llegado tú.

Cuando terminó de contar su historia, Erika comenzó a preparar la cena. Enseguida me levanté y le ayudé a lavar unas verduras mientras hablábamos. La charla empezó versando sobre la forma en la que se la habían arreglado para mantener la granja pero poco a poco fue derivando hacia la soledad. No es fácil vivir durante años sin  contacto humano y le dije que no me extrañaba que hubiese reaccionado así cuando me vio. Con una sonrisa un poco culpable se disculpó al recordar cómo me había sacudido en la cabeza y yo acepté las disculpas tratando de no darle ninguna importancia al chicón que seguía latiendo dolorosamente en mi sien.

Nos miramos y una corriente pasó a través de nosotros. Percibí su deseo y la besé, pero ella se despegó rápidamente.

-Lo siento –dijo pasándose los lengua por los labios excitada –pero no puedo… A Lou Anne no le parecería bien…

-¿Qué es lo que no me parecería bien? –dijo Lou Anne mientras entraba cojeando en la cocina.

-¡Oh! –dije yo para ganar un poco de tiempo a la vez que intentaba algo. –quería irme está noche pero Erika ha dicho que no te gustaría.

-Por supuesto que no. –Dijo Lou Anne sentándose  y poniendo el tobillo en alto –me salvaste la vida. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras ¿Verdad Erika?

-Claro que sí –respondió con una sonrisa.

Durante la cena tuve que volver a contar le historia de mi vida, esta vez para Lou Anne. Se interesó mucho por lo que me había enseñado el guardabosques y me preguntó si la había descubierto mientras seguía el rastro al grizzly. Durante un segundo medité largarle una trola pero finalmente opté por la verdad y le conté que estaba espiándola mientras se bañaba.

La joven se ruborizó inmediatamente, y su primer gesto fue de enfado, pero tras este primer momento de confusión me pregunto con curiosidad si le parecía que era bonita. Erika y yo no pudimos por menos que reír y la explosión de carcajadas contribuyo a eliminar la tensión del momento. Después de asegurarla Erika y yo que no era bonita, sino que era preciosa Lou Anne se dio por satisfecha aún más ruborizada que antes. No hay nada que siente mejor a una mujer que un piropo. A partir de ese momento la joven dejo de cojear y empezó a pasearse por la casa  como si flotara.

 Dejamos a  Lou Anne fregando y nos fuimos a preparar los animales para la noche. El frescor de la noche me sentó bien y me ayudó a desembarazarme del dolor de cabeza.  Hicimos las tareas rápidamente y en silencio, no hacía falta que habláramos nuestras miradas lo decían todo. Por un momento me planteé acercarme e intentar follármela allí mismo, pero tenía la impresión de que todo aquello era una especie de prueba así que me limite a dar de comer y a ordeñar las cabras como mejor supe.

Cuando volvimos a la casa todo estaba recogido y Lou Anne nos esperaba con un té. Charlamos un rato más, de tonterías, sólo por el placer de escuchar una voz diferente y nos fuimos a dormir.

Había dos habitaciones en la parte de arriba. Una me la ofrecieron a mí y ellas se fueron juntas a la otra.

La habitación estaba limpia y ordenada pero sus muebles tenían una fina capa de polvo y al abrir la cama y meterme en ella sólo con unos calzoncillos y una camiseta la humedad que noté en las sábanas me dio la impresión de que no se usaba a menudo.

 No sé si fue el té o las emociones del día pero no podía dormir. Al otro lado de la pared no dejaba de oír susurros y risas, eso acompañado de la conciencia de tener dos hembras tan cerca y a la vez tan lejos no contribuyó a serenarme. De repente se hizo el silencio, yo pensé que por fin se habrían dormido pero me equivoqué, unos suaves gemidos venían de la habitación contigua.

Aplicando todas las lecciones de mi viejo amigo el guardabosques salí de la habitación en total silencio. Cuando salí al pasillo vi que la puerta de su habitación estaba ligeramente abierta. De ella salía un tenue haz de luz. Poco a poco, con desesperante lentitud, me fui acercando a su puerta hasta que pude espiar el interior de su habitación. El ángulo de visión desde allí no era bueno, sólo se veía un pesado armario ropero de finales del diecinueve, pero una de las dos había dejado una de las puertas abiertas y el espejo de cuerpo entero que contenía apuntaba directamente a la cama donde las dos mujeres,  hacían el amor. Erika estaba sentada sobre el borde de la cama mientras Lou Anne frotaba su sexo sobre el muslo de Erika gimiendo y dejando un rastro de humedad a su paso. El ritmo era pausado como si ambas esperasen algo.

Con cada respiración los pequeños pechos de Lou Anne subían,  sus costillas se movían y su culo temblaba, haciéndome desear que fueran mis manos y nos las de Erika las que le acariciaran.

Lou Anne desmontó y besó a Erika con delicadeza mientras acariciaba sus pechos opulentos y sus pezones rojos y tiesos. Sus manos fueron bajando poco a poco hasta que desaparecieron entre las piernas de Erika provocándole un grito de placer. Erika abrió las piernas y a través del reflejo del espejo pudo ver como los dedos de Lou Anne entraban y salían rápidamente del coño de Erika forzándola a doblarse con el placer del orgasmo. Tras unos segundos, Erika se levantó y abrazando a Lou Anne me miró desde el espejo y sonrió.

Estaba a punto de largarme con mi rabo erecto entre las piernas cuando Erika levantó el brazo y me hizo una señal inequívoca para que me acercase.

Con la prisa que dan quince años sin probar hembra me quité la ropa y me acerqué sigilosamente a ellas. Cuando abracé a Lou Anne por detrás  haciendo que mi polla descansara sobre el culo y la espalda de la joven esta dio un respingo,  se apretó instintivamente contra mí y gimió revelando su deseo. Erika me miró a los ojos y sonrió sin dejar de abrazar Lou Anne. Cogí con mis manos los pequeños pechos  de Lou Anne y presioné con mi cuerpo para apretarlo un poco más contra el de Erika. La joven volvió a gemir y noté como sus pezones se endurecían haciendo que volvieran como en un flash  las imágenes de la joven desnuda en el estanque. Besé a Erika por encima de la cabeza de Lou Anne  mientras frotaba mi polla contra el culo y la espalda de la jovencita.

Con suavidad separé sus piernas y ante la mirada aprobadora de la pelirroja, introduje con suavidad mi polla en el  coño de Lou Anne. Esta soltó un largo gemido y se agarró a  Erika para mantener el equilibrio.

Metía y sacaba mi polla con suavidad, disfrutando  de la estrechez de su vagina y acariciando su vulva con rápidos movimientos.

Erika se acercó a mí y comenzó a besarme con violencia mientras me acariciaba los huevos. Sintiendo que estaba a punto de correrme apartó a Lou Anne y tumbándose en la cama se abrió de piernas mostrándome su pubis y su sexo incendiados por el deseo.

Con Erika no fui tan delicado, de un solo empujón le metí mi polla entera  mientras Lou Anne le besaba los pechos y le mordisqueaba los pezones.

-Vamos cabrón dame tu leche… -dijo sabiendo que eso me excitaría aún más.

Comencé a penetrarla cada vez más rápido, cada vez más fuerte hasta que exploté eyaculando semen contenido durante años sin dejar de empujar salvajemente hasta que noté que ella también se corría.

Me separé de Erika que quedo tumbada jadeando y Lou Anne me cogió la polla aún palpitante y se la metió en la boca.

-Aún me debes algo –dijo mientras se tomaba un respiro y miraba mi miembro  con curiosidad.

Me senté en la cama mientras ella me chupaba la polla con fuerza hasta que estuvo de nuevo dura como una estaca, entonces se sentó encima de mí, se metió mi polla lentamente y, cerrando los ojos, concentro sus sentidos en las caricias de mis manos y de mi polla. A medida que su excitación iba en aumento comenzó a moverse más rápido unas veces deslizándose por mi polla otras veces con movimientos circulares,  sin dejar de mirarme a los ojos, como queriendo cerciorarse de que me estaba haciendo disfrutar tanto como disfrutaba ella. Sus jadeos y sus gemidos fueron haciéndose más frecuentes y anhelantes hasta que la elevé en el aire y la tiré en la cama bajo mi cuerpo penetrándola con fuerza  hasta que todo su cuerpo se crispó y tembló con las oleadas del orgasmo.

Me separé y Erika aprovechó para tumbarse sobre la joven,  acariciarla con suavidad y besarla. Yo, ante la visión del culo grande y blanco de Erika con el coño aun rebosante de mi semen volví a penetrarla varias veces y jadeando por el esfuerzo me corrí de nuevo en su interior.

Sin darme cuenta caí sobre Erika medio desmayado y sólo las protestas de Lou Anne nos hicieron darnos cuenta de que la estábamos aplastando. Al oír sus débiles protestas nos apartamos de ella riendo y resollando.

Minutos después las dos mujeres dormían mientras yo, incapaz de hacerlo, acariciaba sus cuerpos suaves, cálidos y llenos de vida, con la sensación de que no éramos más que  los rescoldos de una humanidad casi muerta.

Relato erótico: «Consigueme tres rubias (1)» (POR BUENBATO)

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Sin títuloMarco se asomaba constantemente a su alrededor mientras por su mente recordaba una pregunta: «bien, soy millonario, ¿y ahora?». El instinto básico de cualquier adinerado, más que gastar su dinero es ahorrarlo; o al menos fue lo que él sintió cuando comenzó a advertir que su cuenta bancaria aumentaba a pasos agigantados. Pero como fuera, el punto ahora es que había tomado la decisión de gastar su dinero; cuando el dinero es demasiado es incluso difícil gastarlo, siempre hay más, mucho más.

Frente a él se encontraba una persona un tanto distinta, ni siquiera sabía su nombre real pero todos le llamaban Pacheco. Pacheco no era tan adinerado, quizás porque era más hábil en el arte de gastar su dinero. Habían hablado de varios temas pero principalmente del que Pacheco tenía mayor conocimiento: mujeres.

Y se ilustraba perfectamente; la oficina de Marco era en un cuarto amplio y redondo rodeado por una especie de pecera vacía en vez de paredes, dentro de la pecera había espacio para que ocho preciosas chicas bailaran en un tubo de metal para cada una. Era un espectáculo entretenido pero que a Marco le parecía algo absurdo, especialmente porque Pacheco apenas y volteaba a mirar a las muchachas que en ningún solo segundo paraban de bailar.

Tras un momento, un tanto perturbador, Marco se recargo sobre la silla para después impulsarse hacia adelante y acercar su rostro de manera muy directa al de Pacheco.

– Consígueme tres mujeres, tres solamente, y rubias. – dijo Marco, con una tranquilidad que daba aires de cátedra.

– Aquí hay muchas, escoge. – respondió Pacheco, sin mayor razón para ofuscarse.

– Aquí hay putas – corrigió Marco – Consígueme tres mujeres, ¿entiendes? – repitió, recalcando cada silaba – mujeres.

Marco volteó hacia las chicas que bailaban; algunas desnudas, algunas con lencería tan atrevida que las hacía parecer más desnudas y otras, las más desconcertantes, vestidas en su totalidad.

– No, no comprendo. – respondió Pacheco, aunque en su mente claramente se dibujaba lo que aquel hombre deseaba.

– Si comprendes, pero te lo ilustraré; consígueme una abogada, una maestra, una vendedora de zapatos, lo que sea, pero que sea rubia, que sea preciosa y que no se puta. ¿Comprendes?

– Me estas pidiendo secuestrar gente, Marco, eso es caro.

Marco sabia que Pacheco lo haría y, apenas se definió el precio, los detalles comenzaron a surgir como el agua de un manantial. Nada difícil; rentas una casa enorme, alejada, llevas a las chicas y listo. Un día, una semana, un mes; eso será decisión para después.

– Vete a tu casa Marco – dijo tranquilo – El sábado tendrás a tus rubias.

Marco apenas escuchó esto último; su mirada se clavó en una de aquellas mujeres, le inquieto no solo la belleza de aquella preciosa morocha sino su aspecto demasiado juvenil.

– ¿Ahora también trabajas a menores de edad? – preguntó Marco, señalando a la muchacha

Pacheco volteó rápidamente y confirmó que se refería a la chica que él suponía. Volvió su mirada a Marco y, mirándolo firmemente, le lanzó una sonrisa poco confiable.

– Es nueva; se ve joven pero no, no arriesgaría este negocio, tiene dieciocho años. Virgen, según dice. Pero había estado deambulando por aquí desde el año pasado – contó Pacheco – buscando dinero; cumplió los dieciocho años y, voilà, ahora está bailando tras esa vitrina.

– Entiendo – dijo Marco

– ¿Por qué, Marco? ¿Te interesa la chica? – preguntó Pacheco – Tómala, está dentro de un escaparate no dentro de mi colección personal. – afirmó Pacheco, separando sus brazos – Quizás eres el adinerado que ella estaba esperando.

Marco lo pensó un poco. Volteó a ver a la chica, miró a Pacheco y sonrió. Pacheco también sonrió.

La muchacha se sentía incomoda en el asiento del copiloto del lujoso automóvil de Marco, que apenas volteaba a verla, fijo en el camino. Él era el primer cliente que tendría en su vida de prostituta y sentía dentro de sí una combinación extraña de nervios y excitación. No era virgen, como había dicho pero tan solo lo había hecho una sola vez con un ex novio y francamente le pareció aburrido. Pero aquel despertar sexual la envició y aprovechaba cualquier momento a solas para masturbarse; solo su propia mano le había provocado orgasmos en sus recién cumplidos dieciocho años de vida. Se trataba de una morena preciosa cuya piel clara contrastaba bellamente con su liso y oscuro cabello negro; las provocativas curvas que formaban su figura, sin embargo, tenían poca relación con su rostro de niña y su metro sesenta de altura. Cualquiera que hubiese intentado adivinar su edad se hubiera inclinado fácilmente por los catorce o quince años.

La muchacha miraba hacia la ventana mientras el automóvil avanzaba rápidamente sobre un paso elevado. Vestía simple; una falda blanca de algodón que no lograba cubrir por completo sus torneadas piernas y una blusa azul cielo del mismo material que parecía en general un conjunto. Llevaba sandalias, como cualquier muchacha de su edad y un sostén blanco que el tamaño de sus tetas alcanzaba a mostrar en el escote de la blusa. Aun sobre lo casual de su vestimenta no dejaba de irradiar una sensualidad desconcertante.

Marco tuvo que detenerse en el primer semáforo que se le atravesaba en todo el camino. Aprovecho para observar desde su asiento a la hermosa muchacha que lo acompañaba, acercó su mano derecha hacia ella y la posó sobre las piernas de la chica, arrastrándose por debajo de la falda blanca que no era capaz de oponer resistencia alguna.

– ¿Y cómo te llamas? – preguntó el hombre.

– Fátima – respondió la muchacha con cierto miedo.

– ¿Nombre real o de puta?

La última palabra cayó sobre Fátima como un balde de agua fría; pero se recompuso rápidamente al comprender que, a fin de cuentas, era prostituta lo que había querido ser en aquel último año. Era una puta, y punto.

– Es mi nombre real – respondió – y así me llamare también cuando trabaje

– Comprendo – dijo Marco, mientras acariciaba la suavidad que imperaba en las entrepiernas de Fátima – una puta hecha y derecha

La muchacha no pudo más que sonreír ante la realidad que había elegido. Llegaron a un hotel, no el más lujoso de la ciudad pero evidentemente era caro. A Marco le gustaba por su fácil acceso y por estar apartado del resto de la ciudad; además estaba cerca del apartamento en el que vivía. Estacionó el automóvil e indicó a la muchacha que subiera hasta el último piso, sin preguntar nada y sin detenerse y que la esperara ahí.

Se apartaron y la muchacha entró primero al lobby de aquel hotel, encontró los elevadores y, dentro, oprimió el piso más alto que había: el doce. Al llegar se sorprendió pues aquel piso no era más que un solo pasillo; de un lado los cuatro elevadores, del otro una única y sola puerta con el texto «Principal» sobre ella. Esperó un rato y, tras unos cinco minutos, llegó Marco con total normalidad. Se acercó directamente a la puerta, tarjeta en mano, y solo alcanzó a rozar levemente el abdomen de la chica que lo siguió detrás.

– Me tarde un poco – comentó Marco, recibiendo una discreta sonrisa como respuesta de parte de la nerviosa muchacha

Entraron y, apenas Fátima miro dentro, su piel se tenso; se trataba de una suite enorme y hermosa en donde todo la claridad reinaba gracias a que todos los muebles eran blancos. Había una sala, una cocina completa, un enorme baño y una espaciosa recamara al fondo. Por la mente de la muchacha corría ya la idea de que su debut como puta no podría ser más lujoso. Pero sus nervios continuaban y su cara de niña asustada, de hecho, le gustaba mucho a Marco. El hombre decidió ponerla un poco más inquieta y discretamente se colocó tras ella que seguía mirando, anonadada, el interior de aquel lugar; sin el menor aviso sintió el endurecido bulto de Marco sobre sus nalgas al tiempo que las manos del hombre rodeaban a la pequeña muchacha. Marco restregaba su entrepierna con el culo de la muchacha mientras sus manos se colaban bajo la blusa de la muchacha y sus tetas se convertían en rehenes de los dedos de aquel cliente.

El hombre saboreó con las palmas de su mano la suavidad terciopelada de los senos de la muchacha; debajo, su bulto se deslizaba en la comodidad de las nalgas de Fátima que comenzaba a excitarse sin mayor remedio ante los suaves pellizcos que recibían sus rosados pezones. Marco la soltó y la dirigió a la recamara; al llegar la lanzó sobre la cama de un leve empujón y la chica, comenzando a entrar en su papel de puta, se acomodó en cuatro, dejando su precioso culo como una ofrenda en espera de Marco.

Este no pudo más que comprender que se encontraba ante una criatura tan bella que le iba a costar tanto trabajo atreverse a hacerla suya como a no querer hacerlo. Se acercó lentamente, con la duda de que iba a hacer con tanta ternura sobre aquella cama. Llego hasta ella y sus manos se dirigieron sin el menor aviso hasta su culo, retirando la falda de tela blanca y dejando a la vista un calzoncito simplón color rosado. En seguida su boca se posó sobre aquellas nalgas y comenzó a besarlas, a saborear con cuidado y paciencia cada centímetro cuadrado de aquella muchacha. Sus manos retiraron las bragas y el esfínter rosado, tierno e intacto de la chica fue la primer zona en recibir los labios y los lengüetazos de Marco, a quien un sudor frio le recorría la espalda ante la incertidumbre de pensar como tanta belleza y ternura podían convivir en aquella muchacha. Besaba y refrescaba la entrada del ano de aquella chica mientras sus manos acariciaban todo lo que podían de aquel endiosado cuerpo.

Sus dedos llegaron al húmedo coño de la chica y se introdujeron cuidadosamente, Marco comprendió entonces que la chica no era virgen; pero no importaba, sus labios seguían perdidos saboreando los pliegues de aquel esfínter de ensueño. Se puso entonces de pie y se retiró rápidamente su ropa hasta dejar a la vista su erecta y ansiosa verga. La muchacha volteó suponiendo que debía chuparla pero él la detuvo y la mantuvo en la misma posición; volvió a ensalivar más el esfínter de la chica e inmediatamente se colocó sobre ella.

Su verga se dirigió al tierno coño de la chica pero no por completo, apenas metió un poco lo volvió a sacar para dirigirlo ahora a la entrada del ano de la muchacha que, desconcertada, volteó.

– Por ahí no, por favor. – pidió la chica, con una serenidad fingida.

– Pagué una virgen – respondió Marco.

La muchacha no supo que decir y entonces sintió como Marco sostuvo sus caderas con fuerza e inmediatamente comenzó a abrirse paso, sin aviso ni piedad, a través de su virginal ano. La chica gritaba adolorida, pero el hombre no se detenía al tiempo que su verga rellenaba el culo de aquella recién estrenada puta.

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