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Relato erótico: «La decadencia: 2. El nacimiento del dolor» (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Sin títuloEl coche miraba al lago. Las luces apagadas, la noche en ciernes, la ciudad bulliciosa e iluminada al fondo. Aun resonando en el eco del manto de estrellas el canto de los cisnes, aun se dibujaba el rastro rosáceo del vuelo de los flamencos al atardecer. La luna me mira pícara extendiendo su luz plateada, mientras Lorena me besa dulce y su mano acaricia mi paquete, muy crecido. Se ajusta las gafas y se recoge el pelo. Se desabrocha la camisa y suelta su sostén. Le agarro las peras y las lamo, noto endurecerse los pezones en mi boca y lamo, entorno a ellos, su piel de gallina.

Lorena desabrocha mi bragueta y libera a mi polla de su prisión. Está gorda, la siento juguetona. La masturba un poco. Se agacha y escupe en el capullo, bajando del todo el pellejo. Ahora la masturba con más facilidad, preparándola. Sus manos saben moverse, y no necesita dignidad pues sabe lo que hace. Sonríe íntima mientras voy cogiendo ritmo.

–        Solo hay tiempo para esto, mi marido llegará en media hora a casa y quiero estar allí. Le dije a Bea que salía a comprar al desavío.

Eché hacia atrás mi butaca y ella se acomodó de lado en la suya. Me disponía a vivir una de las buenas mamadas de Lorena. Mi amada Lorena, por la que estaba perdiendo la cabeza. O tal vez ya perdida, igual me daba. Lo único importante era sentir que podía cambiar mi mundo, retar a Dios y a las leyes. Galopar al ser humano y al destino a mi antojo.

Acomodado, mientras Lorena se recogía el pelo con una horquilla para comerla mejor, miré al espejo retrovisor. Me sobresalté, juro que estaba ahí. Dos ojos ensangrentados y cejas fruncidas en una mueca de orgullo maligno. Desapareció y el espejo salió ardiendo espontáneamente. Sacudí la cabeza alterado. Al volver a mirar ya no había nada. El espejo en su sitio y Lorena mirándome preocupada.

–        ¿Estás bien?. ¿Qué te ocurre?.

Sonreí y regresé a mi cómoda postura.

–        Nada. Tú a lo tuyo.

–        Ummmmmmm.

Se inclinó hacia mi paquete. Su lengua la recorrió entera, acompañándolo de besos. Mientras me daba placer su mirada acudía a la mía coqueta y tímida. A veces se sonreía cuando nuestras miradas se cruzaban más de un segundo. Yo me limitaba en buscar esperanza en su mirada. Algo que me dijera que una vida mejor es posible.

Sus labios se pegaron y su cabeza inició el movimiento mágico de descenso y ascenso. A ritmo de masturbación. Notaba la presión de su boca al llegar al capullo, y su lengua jugando con la punta, sorbiendo levemente en la rajita. Luego vuelta a bajar hasta el final. De vez en cuando una pequeña arcada al meterla entera; hasta me parecía notar su campanilla. Me preguntaba si también se la comía así de bien a su marido. Me quité de la mente la posibilidad de no ser yo su único amante, celoso solo con pensarlo.

Cuando me vino, ella se pegó más todavía. Noté fluir mi leche a través de su boca, noté el movimiento de su garganta al tragarlo; hasta oí el glup glup. Luego la lamió suave hasta dejarla bien limpia. La abandonó justo en el momento en el que empezaba a ponerse muy dura de nuevo.

La bese durante un minuto, notaba su impaciencia por irse. Estuve tentado de decirle “te quiero”. Arranqué el coche y charlamos sobre frío y las próximas navidades, hasta que la dejé en un rincón discreto, a dos manzanas de su casa.

Esa noche tampoco pude dormir. Así que seguí diseñando mi macabro plan. La sensación de no estar solo me acompañó durante toda la madrugada.

–        ¿Estás ahí?

Silencio espeso.

Odio la navidad, aunque Lorena lleva dos años cambiándome la percepción. En nochebuena cenamos en su casa, junto a mi hermana Luisa, seis años menor que yo; la “peque” de la familia. Tuve que aguantar las rebeldías de Luisa y la pesadez de mis padres. Pero lo peor de todo fue ver a la familia feliz de mi hermano, con su impoluto pisito de trescientos metros cuadrados.

“Las viviendas grandes arden bien”.

¿Quién me dijo eso?. Un susurro, solo uno. Como una ráfaga de viento que erizó mi piel y dejó ese mensaje en mi oído. Me sonreí hacia dentro. Pasé la lengua por mis dientes, no estaban afilados. Me sentí defraudado, si el Diablo quería poseerme, cuanto antes mejor. Sufría demasiado esa enfermedad humana llamada sentido común.

Lo mejor de la funesta noche fue, que me perdone Lorena, ver a mi sobrina Bea. Hacía ya semanas que no la veía, y cada vez estaba más guapa. Cerca de los 18 años, melena morena, extremadamente guapa, cuerpo de quitar el sentido. Muy pechugona, al contrario que su madre, pero muy bien puestas y apetitosamente proporcionadas como las de su madre. Estilosa, más que su madre; y también algo más alta. Sangre de mi sangre, sí, pero torres más altas cayeron. Su feminidad, unido al amor que siento por la que la parió, son motivos suficientes para usurpar el trono de cabeza de familia. Matar a mi hermano es algo necesario, y de la forma que voy a hacerlo será una obra maestra. La vida es así, solo se vive una vez.

Decidí beber mucho y hablar poco. Había llevado deberes relacionados con mi plan, así que se me ocurrió cómo hacerlo antes de estar demasiado borracho. Tras la cena esperé pacientemente a que mi hermano fuera al cuarto de baño; solo tenía que estar pendiente de entrar cuando él saliese.

Una vez dentro cerré el pestillo y me centré en la tarea. Días antes había visitado una ciudad cercana, donde había comprado algunos encargos a la mafia rusa. No fue fácil dar con ellos, ni convencerles que no era un policía. La lista de la compra fue completa, y en ella desembolsé dos mil euros en todo lo que me podría hacer falta. Extraje el ladrón de huellas dactilares e intenté pillar las de mi hermano en el botón de la cisterna y el grifo del lavabo. El resultado fue frustrante, pues al trasluz pude ver varias marcas. Decidí desecharlas. Solo me valdrían las del vaso donde fuera a tomar las copas.

Al salir del baño me topé con mi cuñada.

–        Vaya, vaya, vaya, pero si es la tía más buenorra del universo.

–        Tsss, intenta calmarte un poco, ¿quieres?, aquí ni en broma te dirijas a mí en estos términos.

Me quedaban muchas copas por delante, pero me sentía valiente. Y ella estaba preciosa con aquel traje azul marino, con el que mostraba espalda y piernas; y con un escote que enamoraba al más desentendido, y que tan bien disimulaba el tamaño discreto de sus pechos.

–        ¿No te cansas de esconderte?. Mi hermano no merece mantener a una mujer que le engaña. Si fueras íntegra le abandonarías por mí. Huyamos.

Miró en derredor, nerviosa por mis voces. Estábamos solos pues todos hablaban a voces en el salón.

–        No sabes lo que dices. Más te vale controlarte un poco. Si comienzas a dejar de ser discreto tendremos que dejar de vernos.

Me acerqué hasta rozar su cuerpo; la miré fijamente.

–        Ni lo sueñes, te quiero.

Me sorprendió el ver que estuvo a punto de responder “y yo también”. Me lo dijo con la mirada,  y voto al diablo que me acecha que no lo esperaba. Suspiró medio sonriente, medio indignada, y se fue. Mi polla intentó ir tras ella, pero topó con la bragueta.

Desde atrás apareció mi hermana. Me sobresalté demasiado; su cara mostraba indiferencia, dudé si había escuchado algo.

–        ¡Luisa!, que susto me has dado. ¿De donde vienes?

Me miró tan pasota como siempre. Sus 25 años eran suficientes para haber dejado de ser una adolescente insoportable; hasta su sobrina Bea parecía más adulta.

–        Vengo de hablar por teléfono.

Hizo un gesto señalando el final del pasillo, dándome a entender que venía de la habitación de matrimonio de mi hermano y su eterna mujer. Titubeé, mirándola con el ceño fruncido. Me aterraba la idea de que hubiera escuchado la conversación; pero lo que más me aterraba es que mi hermanita hubiera entrado de lleno en esta historia; a cuyos testigos no se les avecinaba un final feliz.

–        ¿Con quien has hablado?

–        Con uno, ¿y tú?, escuché voces en el pasillo.

Examiné su mirada, si sabía algo era muy buena actriz, porque aparentaba máxima inocencia.

–        Con la tita Lorena, le preguntaba por las bebidas.

–        Claro, debe ser eso.

Tal como lo dijo se fue. Algo en mi interior quedó intranquilo, su fría naturalidad siempre heló mi corazón, tanto para lo bueno como para lo malo. Sentía cariño paternal por ella, siempre intenté protegerla de todo.

“Es una puta, como todas”.

Respiración agitada, frío por la espalda; de nuevo el susurro en forma de ráfaga de viento. Me esforcé en relajarme. Dedos índices en cada ojo, ambos cerrados. Inspiré profundamente y dejé salir el aire quemado despacio. Relax.

Pasé el resto de la noche bebiendo, eludiendo a Lorena y dándole vueltas a la cabeza a lo de mi hermana.  Aproveché un descuido para coger las huellas de mi hermano, pero mi mente estaba vacía; no sabía si dar marcha atrás a todo. Fue la visión de Lorena, sonriéndome cómplice después de besarle, la que me empujó a tomarlas.

Me disculpé y me fui. Me sentía muy borracho. Lorena quiso despedirme pero no la dejé, necesitaba pasear y no pensar en nada.

Cuando llegué a casa eran las dos y media da la madrugada. Busqué el papel donde tenía apuntado el teléfono de Inés y la llamé. A las tres y cuarto sonó el timbre de mi casa.

Vestía traje estampado con falda y taconazo que disimulaban su estatura. Como mujer estaba muy lejos de Lorena y Carolina; pero creía recordar que follaba bien y yo le gustaba. Motivos suficientes para reclamar su compañía.

 La hice pasar y le ofrecí una copa. Bebimos mientras charlábamos en el sofá. Estimé conveniente aclarar lo del asesinato; “Me acosté con las dos, así que objetivo cumplido”. Ella rió y pidió más alcohol, se la veía nerviosa. Yo estaba muy empalmado así que me pareció que sería un error seguir bebiendo.

–        ¿Follamos?

Ella se sonrojó. Me levanté y bajé mis pantalones,  quedando desnudo de cintura para abajo. Me acerqué a ella masturbándome. Sentada en el sofá y relamiéndose la recibió sonriente. Dientes muy blancos, pude observar.

Después de un par de frases sin sentido, la agarró y la empezó a lamer. Me dio la sensación de que esperaba hablar más antes de hacer nada. Yo no estaba para bromas, necesitaba sexo. Le agarré la cabeza y la metí en su boca, ella la recibió sorprendida. La metí hasta el fondo, ella tuvo una seria arcada y los ojos le lagrimearon. Su boca no era muy grande, y la imagen de mi pollón dentro resultaba tan excitante como rara. La saqué y la volví a meter, iniciando una follada. Ella se dejaba hacer, sorprendida por mi iniciativa, ni sentía su lengua ni sus dientes, solo el hueco cálido de su boca. Acompañaba con ruidos onomatopéyicos y arcadas ocasionales.

Se la saqué, ella se forzó en sonreír, y volver a mostrar sus dientes blancos, como si no hubiera pasado nada. Entonces la cogí en brazos y la llevé a mi cama.

La desnudé cuidadosamente para no destrozar demasiado la ropa. Inés se dejaba hacer. Cuando la tuve totalmente desnuda dije una pequeña mentira, apoyada por mi pene; el cual andaba en plenitud, deseoso de descargar y encontrar relax.

–        Eres bellísima.

Me dio las gracias susurrando. No estaba mal de todos modos: cuerpo pequeño y manejable. Piernas cortas con muslos regordetes, pechos normales, rondaría la noventa. Cuerpo algo relleno pero bien proporcionado; rubia natural, de poco pelo aunque perfectamente afeitada. Un único hilo fino de pelusillas castañas recorrían su coño con elegancia; coño de aspecto frágil y pequeño, pero bonito y, doy fe, muy tragón.

Decidí lamérselo con calma, decidí tener sexo relajado y sin prisas con aquella chica. Mi lengua lamió sus pies, recorriendo empeine y tobillos. Besos por la zona interior del muslo hasta lamer en su sexo. La lengua lo recorrió lentamente, notando como reaccionaba abriéndose como una rosa. Ella gimió y se abrió más, dejando sus piernas algo levantadas. Su ano era claro y limpio, me animé a meter la lengua mientras dos dedos jugaban arriba y abajo medio palmo más hacia mí. Ella levantó un poco las caderas, facilitándome la labor.

Con el coño y el ano trabajados y bien húmedos, decidí follarla un poco tal y como estaba. Ella me recibió buscando mi lengua con la suya, cerrando sus piernas tras de mí. La penetré hasta coger medio ritmo, mantenido. Ella pedía más fuerte, pero quería que la cosa empezara calmada. Se lo trabajé sintiendo cada centímetro de polla, acariciando sus muslos y sin dejar de lamer su lengua.

Tras unos cinco minutos se la saqué y me tumbé masturbándome despacio.

–        ¿Qué tal?. Trabájala un poco, anda.

–        Vamos cielo.

Buena compenetración, al tumbarme boca arriba ella empezó a besarme el cuello mientras sus pezones se refregaban, muy duros, por mi pecho y abdomen. Masturbó un poco mientras me miraba de abajo arriba, estando a cuatro patas. Su pequeño cuerpo reacomodaba bien entre mis piernas, y más allá su culo era el punto de mayor altitud de su cuerpo, el cual movía lentamente de lado a lado; como una perra mueve el rabo ante un hueso que comer.

Tras una larga y bastante buena mamada, con masturbación y comida de huevos incorporada, decidí cambiar. Necesitaba follarla mientras la abrazaba. Mi mente sucia, mi mal día; necesitaba cariño además de sexo, y la enamoradiza Inés estaba en perfectas condiciones de darme ambas cosas. Ciertamente no me importaba nada jugar con sus sentimientos.

Me senté y le hice señas. Ella se acopló, a la vez que yo echaba ligeramente la espalda hacia atrás para que pudiera clavarse bien. Una vez metida volví a sentarme y nos abrazamos. Iniciamos así un movimiento en balanceo, besándonos y acariciándonos, mientras entraba poco más que el capullo en el coño de Inés. Aunque poca, el roce le provocaba gemir cada vez más interrumpiendo sus besos, los cuales comenzaban a saber a sudor.

Se levantó y me empujó hacia atrás. Me dio la espalda y me dio una cabalgada inversa. Luego se dio la vuelta y me clavó con movimientos pélvicos.

Cuando no pude más me zafé y derramé sobre su cuerpo una buena cantidad de leche.

Le di un beso y fui a darme una ducha. Ella se coló tras de mí y me pidió pis al oído. Abrí el grifo y comencé a orinar, aun con la polla crecida. Ella se arrodilló y la acercó a su boca, bebiendo cuanto pudo.

Nos enjabonamos mutuamente y acabamos follando sobre la placa de ducha. Ella se agachó como pudo y yo se la clavé en el culo, donde finalicé por segunda vez.

No puse pegas y se quedó a dormir. Por la mañana del día de navidad desayunamos y estuvimos toda la mañana follando.

Cuando se fue, encendí el móvil. Tenía un mensaje de mi cuñada Lorena.

“Te echo de menos, ¿podemos vernos?”.

Lo borré y apagué el móvil. No necesitaba sexo y me sentía enfadado con ella. Pero sobre todo me apetecía estar todo el día solo e incomunicado, trabajando para mi plan.

Tras el almuerzo tomé una copa de whisky. Esperé paciente observando la ciudad, la cual parecía más triste con el alumbrado navideño. Por fin llegó, su presencia era cuanto necesitaba para seguir tejiendo el plan.

–        Has tardado.

Como respuesta un jarrón cayó al suelo justo tras de mí. Me sentía aterrado y feliz.

Sonreí y coloqué sobre la mesa las huellas dactilares de mi hermano.

Próximamente continuará…….


Relato erótico: «Mi don: marina – el instituto 1/3 (9)» (POR SAULILLO77)

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Sin títuloHola, este es mi 6º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Mi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor , mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue l normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellos, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, «las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta», solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a al escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Inicio una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

Aquí inicio el relato donde explico algunas de las reacciones con otras alumnas del instituto.

Pasaron los días y toco volver al instituto, las primeras semanas las pase lacónico y mustio, la vuelta de Ana a su casa y el fin de nuestras sesiones de sexo  me tenían triste, no era por el sexo, si no por la sensación de tener una mujer a tu lado, que te desea tanto como tu a ella y que te reconforta, que calmaba  la fiera que llevaba dentro, y no me refiero a mi pene. Mis notas en el curso eran algo pobres, nunca fui un “listillo” pero siempre sacaba notas fáciles, 6-7 sin demasiado estudiar, la media la sacaba seguro, pero mis padres me dieron un toque, ya no colaba la historia del pobre crío operado, ya estaba mas cerca de los 19 que de los 18 y de la operación, “tenia que prestar mas atención en el instituto”, y a fe que lo hice, esas palabras retumbaron en mi cabeza unos días, ¿Qué me pasaba?, era un chico joven de 18 años, moreno,  de 1,90, de espaldas grandes y fuertes, apuesto, de unos 85 kilos,  con cierta tonificación, sin llegar a marcar músculo, había tenido sexo con penetración con 3 mujeres diferentes, repetidas veces con cada una, había echo de casi todo en el sexo sin penetración con otras 4 diferentes,  alguna de esas ex actriz porno, entrenado y con cierta experiencia, con una polla enorme y  una legión de colegialas adolescentes con las hormonas alteradas ante mi.

Según pasaron los días, la sensación de que estaba perdiendo el tiempo,  crecía en mi interior, llegue a quedar con Eli, que le iba de cine con su forma de llevar el gym,  deseando sexo con ella,  pero no me dejo,  me incito a lanzarme a por las del instituto. Todo indicaba una sola dirección, y fui a por ello convencido de que era lo que se tenía que hacer.

Os diré que durante los siguientes 5 meses folle no menos de 40 veces,  con mas de 12 alumnas distintas,  os sorprendería el numero tan corto de alumnas que ya no eran vírgenes a esas alturas, a mi me sorprendió al menos, me costo encontrar alguna y siempre de escalas menores en las clases sociales de los institutos,  siempre de ultimo curso y mayores de edad, por mi y las palabra de Eli, se me insinuaron igual chicas de 17, de 16 y me choco profundamente una de 15 que afirmaba no ser virgen ya y que quería guerra, las ignore a todas.

Sin contar las que lo intentaron y no se pudo por que literalmente no les entraba mi pene,  pero si sexo oral o masturbaciones mutuas,  otras salían corriendo al verme desnudo y la polla colgando, una incluso salió corriendo solo con sentarse encima de mi con la ropa puesta aun, el rumor de mi polla corría como la pólvora y note como, pasadas unas semanas desde que empece, las chicas que no conocía no me miraban a la cara, si no a la entrepierna directamente, y las que si me conocían cambiaron su actitud hacia mi diametralmente, se salvaron algunas de las mejores y mas morbosas por estar ya con novio y ser amigos míos, y lo digo así por que mas de 3 de ese tipo se me insinuaron claramente, y no digo insinuar si no cogerme la polla y arrastrarme al baño, pero me negué en casi todos los casos, en otros la chica o situación era demasiado excitante y el amigo no era tan cercano. Los compañeros no ayudaban,  pase, de ser el gordo y toda la enciclopedia de insultos y bromas que lleva detrás, a ser el trípode, el tres piernas o el hombre del bastón, al principio me molestaban sus comentarios, pero me di cuenta que lejos de avergonzarme a mi, (que estaba acostumbrado a usar el humor como mecanismo de defensa ante esos ataques cuando estaba gordo, y una gran polla no seria problema) o  a la chicas, esas palabras me fijaban como objetivo, era un reto para ellas, en el 60% de los polvos que eche, solo tenia que bajarme el pantalón, y otros con usar una trampa sencilla de presumir y hacerlas caer en el “no te creo”. Echaba de menos mucho los juegos y la conquista, buscaba un reto,  pero realmente no lo encontré en esas alumnas.

Como es demasiada información, y repetitiva en algunos casos, paso a relatar las 3 alumnas que merecen la pena ser contadas.

La historia debe continuar.

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1º La primera, Marina Fernández.

Si habéis seguido los relatos previos, Marina fue la 1º chica con la que salí, la menciono un poco de pasada, pero en realidad fue mi 1º amor, desde el colegio me había quedado enamorado de ella, era una de las pocas que me trataba bien y no con asco por mi aspecto orondo, fue la mujer que vio a través de toda aquella grasa y vio a un buen chico, y me dio la oportunidad de salir con ella un par de veces, la única que me concedió ese honor, y como tal quise que fuera la del pistoletazo de salida, quería regalarle eso al menos, se lo había merecido.

El problema era que cuando salimos un par de veces,  ella era la empollona de clase, una dulzura de niña, una muñequilla rubia,  de ojos azules, con cara de ángel, aun sin desarrollar su físico debido a nuestra edad, pero me parecía lo mas bello del mundo por entonces, para mi era como la historia de la bella y la bestia, la había protegido en el colegio de los que querían meterse con ella, pero las citas no fueron bien, aparte de tirarle una copa entera encima por ponerme nervioso en la 1º, en la 2º no acerté con el plan o algo,  se debió de aburir tanto que me dio las gracias pero me pidió,  amablemente,  que lo dejáramos allí, dándome un beso en la mejilla.

Aquel diamante en bruto se había convertido en una mujer de bandera, sus pechos habían crecido de manera veloz y sus curvas eran claras, pero disimuladas por su forma de vestir,  siempre elegante y poco provocadora, tenia una madre muy estricta en ese aspecto, que la había educado para ser una señorita, ¿sabéis?, de esas que para coger algo del suelo se agachan doblando las piernas y las rodillas, no poniendo el culo en pompa enseñando medio tanga. Su media melena rubia y su forma de moverse y colocárselo todo sobre un hombro, de forma elegante,  me habían tenido embobado durante cursos enteros, le pusieron unas gafas para leer de cerca, pero eso en vez de empeorarla le daba un rollo secretaria que ponía  100  a mas de uno, y su clase no paso desapercibida,  salió con chicos y aunque sus medias de 10 bajaron algo seguía siendo de las mejores de clase. Se echo un novio que le duro varios cursos, y tuvo sexo con el, el tipo era un bocazas y un imbécil y lo fue diciendo,   al inicio del ultimo curso le echaron por mala conducta y ella le dejo por ir divulgando sus relaciones sexuales, me entere en el hospital y me pareció genial, era un capullo.

Era mi oportunidad, estaba en mi clase y  fue de las chicas que mas se había preocupado por mi por la operación, y mas se había acercado desde mi vuelta, sin que se supiera aun de mi fama, y sin ver en sus ojos azules mas que cariño y ternura. No sabia como atacarla, no quería que fuera un acto mecanizado, si no un regalo, pase días ideando como lograr su atención y llegar a un punto en que ella volviera a aceptar salir conmigo de nuevo. Por suerte nos toco hacer un trabajo de Grecia en grupos de 2, no tanta ya que a mi me toco con un pesado que iba de anti-sistema pero con consolas y móviles de ultima generación con el dinero de sus padres, a ella le toco con otro chico, maniobre con la profesora para indicarla que erramos una mala pareja ya que los 2 éramos muy vagos, que si me pusiera con alguien mas listo rendiría mejor, supongo que por mi fama de la opresión y pena,  cedió y me puso con Marina, mas adelante os contare como se lo agradecí a esa profesora.

-YO: bueno parece que nos volvemos a encontrar, jejeje

-MARINA: menos mal, estaba harta de ese crío que me habían puesto, no hacia mas que tirarme los trastos.- vale, esto no iba a ser sencillo.

Temiendo cualquier represalia por su alerta, solo hablamos del trabajo, y como os decía, no soy tonto, si me pongo entiendo perfectamente y la historia antigua me encanta, atendiendo a sus directrices aportaba idas, ella era lista pero le faltaba creatividad, yo le daba ese plus a la hora de cómo presentar determinado tema, o que cosas eran las mas normales y que otras podíamos trabajar mejor para salirnos del trabajo convencional. La charla fue animada, se sentía cómoda conmigo, eso nunca había cambiado, y de vez en cuando aprovechaba para rozar la piel de su mano con cualquier excusa, como centrar su mirada a una pareja que estaba haciendo el tonto, o gastarla alguna broma, nada pecaminoso. Termino la clase y casi habíamos encuadrado la idea general de lo que queríamos presentar y como, me dio su nuevo teléfono ya que lo había cambiado, para estar en contacto por si se nos ocurría algo nuevo para el trabajo.

YO: perfecto, ¿así que borro el viejo número?

-MARINA: si….,   ese bórralo, ya no sirve para nada.

-YO: ¿y por que el cambio?- agacho algo la mirada, le incomodaba el tema, reaccione – seguro que te ha llamado alguna pesada de esas de venta telefónica ofreciéndote el oro y el moro si cambiabas de compañía, y has picado ¿no?- la di una salida.

-MARINA: si,… eso, es que me encantaba este modelo y me lo dejaban bien de precio jajajaja, oye ha sido un placer verte y hablar contigo de nuevo, nos vemos mañana y tráete los apuntes de lo que saques para así empezar el trabajo.- se levanto y paso por detrás de mi, se agacho y me dio un beso en al mejilla, aquel gesto tonto e inocente que había repetido en muchas de nuestros encuentros, me parecía lo mejor del mundo, no solo pro que antaño era lo mas erótico en mi vida, si no por que note que salvo a sus novios, no lo hacia con nadie mas.

Trabaje en casa como un vendedor a final de mes, buscaba y recopilaba la información necesaria que ella me había asignado y a la vez trataba de usar todo aquello para insinuarla que era un varón apto, y colarme  en su mente. Se me pasaron ideas rocambolescas, como hacer la presentación semi  desnudos o como las estatuas de la antigua Grecia, pero era demasiado para ella, aunque no para mi y mi desvergüenza,  quizá vestidos con túnicas, si,  aquello podía funcionar. Al día siguiente la presente toda la información, había mas que de sobra para el trabajo, y mientras lo organizábamos le ofrecí mi idea, le encanto, le parecía atrevido y que nadie mas lo haría, y eso subiría nota, quedamos en que cada cual se haría su ropa, siguiendo unas especificaciones para ir iguales en color y forma, yo iría de senador, para explicar la política de la época y ella de oráculo, hablando de la religión y los mitos, todo como si fuéramos de la antigua Grecia y nos hubieran transportado allí para contarles lo que hacíamos de 1º mano. La idea le pareció tan bien que no paraba de sonreír imaginándoselo, sin duda sacaría un 10 y era gracias a mí. Con el trabajo ya casi acabado, ya solo nos quedaba trabajar la presentación, enlazar los diálogos y que quedara bien. No nos daba tiempo en clase así que  quedamos en el descanso, era una hora y pedimos la sala de actuaciones.

Llevamos el trabajo y lo pulimos, nos organizamos para contar la historia, seria como una charla, o una discusión mas energética en algunas fases,  entre política y religión de un determinado año que elegimos de forma meditada,  para no dejarnos a nadie importante fuera del marco temporal,  usando a filósofos y teólogos de la época hablando de ellos en presente si estaban vivos o pasado,  si no,  rebatiendo los argumentos de ambos con ataques a sus famosas debilidades, nos quedo muy bien el dialogo y lo representamos, íbamos añadiendo partes con cosas que se nos ocurrían de lo estudiado y cogí unas mantas del trastero para movernos como si fueran túnicas. Nos lo pasamos genial y en nuestras cabezas se quedo la idea de que el 10 no se nos escapaba.

Al acabar nos aplaudimos y de forma inconsciente me llego a abrazar,  la gracia de la situación y la sensación de trabajo bien hecho eran evidentes en ella, pero yo me descoloque, de repente entre en conciencia de su cuerpo pegado al mío, de sus tetas contra mi pecho y de mi cabeza al lado de la suya, oliendo el pelo, mi abrazo paso de jovial a querer retenerla contra mi, ella lo entendió como mas diversión y se alzo doblando  las rodillas hacia atrás, colgando de mi, la sensación me encantaba pero no podio dar el paso aun, así que la baje con cuidado de no hacerla daño y al poner lo pies en el suelo, me beso de nuevo en la mejilla.

-MARINA: estoy segura del 10, no puede haber nada emerjo preparado, no se como se te ocurren estas cosas, siempre has logrado hacerme reír jajajjaja

-YO: un don que tengo, se hacer el  tonto.

-MARINA: pero no lo eres – ladeo la cabeza, ¿empezaba a mirarme con otros ojos?- solo me molesta dejar un poco de lado los JJOO, los mencionamos muy de pasada, al final deberíamos dedicarle algún comentario.- era cierto, decidimos hacer coincidir con unos de JJOO añadiendo algún comentario sutil durante las charlas.

-YO: sigue quedando muy liviano, al final hay que hacer algo………

-MARINA: ¿el que?

-YO: tu déjame a mi, algo se me ocurrirá.- puso cara de confiar en mi, no obstante la idea de esa presentación era mía y el encantaba.

Maquine en mi casa,  mientras,  con mi madre,  ideábamos la túnica, ya os dije que fue costurera, no le costo demasiado hacerse a un idea viendo unas fotos por internet, mientras ella terminaba de arreglar un par de sabanas blancas y azules, yo me encerré en mi cuarto y me dispuse a idear algo al final de la presentación, algo tenia que sacar de mi fabrica de ideas, pense en  los JJOO de nuevo, podía hacer algún tipo de ejercicio, pero correr era difícil y quedaría fatal en la clase, lanzamiento de peso podía romper algo, y de repente repase en mi mente, una imagen se clavo en mi cerebro, ya lo tenia y aparte de ser un genial final, podía llevarme a mi objetivo con Marina. Metí mano en el cajón de los calzoncillos y busque mi viejo bote de acuarelas. Cuando acabe le mande un mensaje

YO: “lo tengo,  el final, va a ser la leche.”

MARINA: “¿si? ¡¡¡¡ Que bien!!! ¿que es?”

YO:”mañana lo veras, no te preocupes, lo tengo todo controlado. 😉

Fui al instituto con un hormigueo en el estomago, era un gran día, y no solo era la presentación o el trabajo, era el final ese final, y era ella. Al llegar a clase me acerque y charlamos sobre temas finales, ambos con unas bolsas cerca, con las túnicas preparadas. Se dieron las horas y a cada clase nos poníamos mas nerviosos, en el descanso no nos separamos, sin parar de repetir el dialogo, tenia que quedar a fuego en la mente, ella metió palabras clave, para que si alguno se quedaba pillado el otro entrara con ellas para recordarle el guión al otro, joder era lista de cojones, y guapa,  ¿que coño habría visto esa mujer en mi hacia uno años? .Al terminar me separe de ella y busque a un buen amigo mío que estaba en nuestra clase, le comente algo, importante y volví con ella.

-MARINA: ¿que pasa?

-YO: nada, que me va a echar una mano con el final.

-MARINA: ¿y me lo vas a decir?

-YO: jajajja no, es sorpresa y tiene que ser así.- esta vez fui yo quien la bese en su mejilla, y me aleje correteando como un crío tonto.

Pasaron las clase y llego la ultima hora, la hora de la verdad, fueron pasando los trabajos y ninguno nos llegaba a la suela del zapato, todo presentaciones en que 1 del grupo leía en voz alta un retahíla de datos mientras el resto señalaba en las cartulinas, muy soso, alguno se había traído una sabana vieja y se la ponía por encima de la ropa. Pedimos ser lo últimos para así darnos tiempo a ir a cambiarnos, cogimos las bolsas y nos fuimos a nuestros respectivos baños, no tarde nada en vestirme y salir, ella tardo un poco mas y me dio pánico que se nos pasara el turno final, así que fui a la clase, espere que los que estaban exponiendo acabaran y entre, la carcajada fue sonora, burlas y sornas de todo tipo,  algún silbido  y comentario de mis amigos, la sabana blanca era bastante grande, me tapaba un hombro y de mi pecho hasta mis rodillas, cuide llevar unas sandalias  viejas, para hacer el efecto creíble, la sabana azul me rodeaba el otro hombro, mas pequeña y cosida a la banca, me colgaba para poder rodear mi brazo, tal y como habíamos visto en las fotos, mi madre se había salido del mapa, no se podía mejorar, o eso creía, era nuestro turno y ella aun no aparecía, así que me marque un arranque improvisado “quejándome de lo amargo de la tardanza de las mujeres y de que Aristóteles ya me había comentado el otro día que la mujeres del oráculo siempre tardaban tanto”, tenia imaginación y “sinvergonzoneria” de sobra para eso y mas, la gente se reía sin saber del todo si estaba preparado o no. Se bario la puerta y por el rabillo del ojo atisbe una túnica, debía ser ella, así que solté una presentación  leve para meterla en el papel, quería dejar espacio y tiempo para que las bromas y sornas de mis compañeros no afectaran al ritmo, pero me sorprendí a mi mismo parloteando solo, cuando me di la vuelta adivine por que.

Bien, no se si conoces el termino belleza clásica, es el que se usa para definir un objeto o persona que entra en los cánones perfectos de belleza estipulados, la mujer que tenia delante lo era, había cerrado la boca a todos los presentes con su belleza, incluido yo, llevaba un peinado estudiado al milímetro, con ondas y broches pequeños  que pegaban su cabello a la cabeza pero dejando caer unos mechones por los lados de su cara, iba con la cara lavada, y aun así su aspecto  era impecable, esculpida de manos de Miguel ángel, sus ojos azules eran imponentes, y la forma de su cuello era la perfección, llevaba un vestido blanco nuclear, nada obsceno y algo abultado, con un ligero escote, sin llegar a percibir su sostén,  amplias mangas  en los hombros, y largo, le caía hasta los pies,  llevaba una sabana blanca en uno de sus brazos y su cintura estaba rodeada de una cinta roja, con una cadena dorada que la rodeaba por varias partes del vestido. Si mi madre se había salido ¿la suya había contratado a un equipo de vestuario entero y estarían encerrados en el baño?

No reaccione,  estaba paralizado, fue ella la que se metió en el papel, disculpándose ante los presentes pero que había tenido unas revelaciones de Atenea, y no se podía hacer esperar a la mujer de Zeus. Yo seguía atónito, ella reacciono de nuevo metiendo la 1º palabra de control en una frase sobre lo lento que era siempre todo en la política con gente como yo.

Entre  en mi de golpe, recordé el ensayo y  arranque con alguna mención al cuidado que deben tener las mortales si no quieren generar envidias en el lado femenino del Olimpo. Ella la cazo al bueno, como algún otro de la sala que comento alguna grosería siendo callado por al profesora, iniciamos el dialogo ensayado, todo fue perfecto, incluso en las zonas donde debíamos enfadarnos, nos enfadamos, nos habíamos metido en el papel, había química entre nosotros.

Ibamos a terminar ya, la clase aplaudía por partes, cada vez que nos tirábamos alguna puya, como planeamos, ella lanzaba la ultima, y llegaba el final, era mi momento.

-YO: pues sepa usted, oráculo inservible, que si no fuera por los políticos y nuestra capacidad de razonamiento, no se podría llegar a disfrutar de la belleza  y el jolgorio de lo JJOO, ya que paramos las guerras cada 4 años para su realización, es mas, ¿le comento una cosa? – se quedo pillada, eso estaba fuera del guión, pero era lista.

-MARINA: pues díganos, oh gran senador, que inicia esas guerras que luego para, con intenciones de su disputa, que ha de comentar.

-YO: que yo participare en los  JJOO que están por llegar, y no adivinaría usted, con todo su poder de oráculo,  cual es mi especialidad.

-MARINA:    la supongo, pero no creo que beber vino y comer uvas sea deporte.

-YO no mi señora, ¡¡¡¡yo hago lucha!!! – diciendo esto me arranque las túnicas de encima, ella se quedo roja riéndose y el resto de la clase rompió en aplausos, profesora incluida.

Estaba solo con unos calzoncillos largos que me quedaban sueltos, bien me asegure debajo con unos slip de los mas ajustados para que no se notara mucho mi polla,  los había pintado de color carne, y en la zona de la ingle una hoja de planta, tal y como eran representados los luchadores en la época, pese a que iban desnudos y embadurnados en aceite para evitar agarres.

-YO: ¿existe aquí algún osado que quiera enfrentarse a mi por las corona de laurel?- mi amigo con el que hable en el descanso, con el que había hablado,  salto.

-AMIGO 1: yo mismo.

Nos lanzamos uno contra el otro, haciendo gestos de agarres y posturas de lucha grecorromanas, el lo había practicado de crío,  y se lo pedí. Me rendí ante una de sus llaves clamando mi derrota y felicitando a aquel hijo de Hercúles, la clase rompió entre aplausos,  vítores y sorna, con la profesora felicitándonos. Fuimos a nuestro sitio y la profesora fue llamando por orden de presentación dando sus notas y conclusiones, Marina me miraba riendo y yo no podía apartar mi mirada de sus ojos, eran preciosos. Ya había pasado la hora así que según acaban de ser examinados la gente iba saliendo hasta que al final nos quedamos solos. Nos pusimos al lado de la mesa de la profesora, yo aun medio desnudo con las sabanas medio tapándome pero sin ponérmelas.

-PROFESORA: sin palabras, ni rodeos, un 10, y por que no puedo poner mas – Marina salto dando palmadas de felicidad – no solo el trabajo,  que es perfecto y se nota la mano de Marina, si no la presentación,  la idea de las discusiones y como meter información en ellas, un placer  haberlo visto , ¿Cómo se os ha ocurrido?.

-MARINA: en realidad la presentación has sido cosa de Raúl, yo solo he organizado la información, no hay nadie que se le ocurriera algo así, y menos hacerlo- me puso la mano en el hombro, no podía dejar de mirarla, me preguntaba que coño habría visto en mi antes para poder reproducirlo, y en ese momento lo vi, se abrió una ventana en mi cabeza.

Ella era una chica rígida, estricta, educada en la rectitud y las formas, donde no había sitio para la improvisación,  la diversión absurda, el llevar las situaciones a momentos incómodos para sacar una sonrisa, atrevido,  justo todo lo que era yo. Le atraía esa sensación de no estar haciendo lo correcto, o de salirse del plan establecido.

-YO: no seas modesta, has trabajado como una campeona, yo solo he hecho el tonto, que es lo que mejor se hacer.- la di un toque con el codo.

-PROFESORA: pues me alegro de que lo hicierais juntos, lo habéis hecho de cine y os va a repercutir positivamente en al nota de final de curso.- Marina se abrazo a mi de alegría.

Recogimos y nos fuimos a los baños a cambiarnos, el instituto ya estaba vacío, me pare antes de separarnos y lance el anzuelo.

-YO: oye, estoy de subidon por lo bien que nos ha salido, déjame que te invite a tomar algo ahora y así charlamos – vi duda en su mirada, sopesaba si estaba bien o mal y no podía dejar que lo hiciera- venga por lo viejos tiempos.

-MARINA: esta bien,  pero vístete que vas a pillar una pulmonía.- y se lanzo a darme otro beso en la mejilla.

Cuando se dio la vuelta y se metió en el baño, y vi su cintura contoneándose debajo del vestido, dando saltos de traviesa,  joder, como había cambiado aquella empollona, di saltos de alegría cuando ya no me veía y me cambie a la velocidad del rayo, cuando salí todavía no lo había hecho ella y pasados unos minutos temí una espantada dejándome plantado, llame a al puerta.

-MARINA: ¿si?….

-YO: ah nada, solo quería saber si estabas ahí, ¿todo bien?

-MARINA: si,……bueno,  espera- la oía moverse- no, no va bien,  esto no sale, anda entra y échame una mano.

Lo hice según terminaron sus palabras, y medio mirando de reojo deseando encontrar su cuerpo medio desnudo, pero nada mas lejos, seguía igual llevándose las manos a la espalda.

-MARINA: anda, échame una mano, que se ha quedado pillado un imperdible con mi…..sujetador, y no llego.- me acerque a ella y era cierto, joder, esperaba alguna excusa.

Note que se le había clavado de mala manera el imperdible y por miedo a dañarla al sacarlo, tire y doble del sujetador, pidiéndola disculpas, para sacarlo limpio, cuando lo saque, el vestido se abrió por detrás lo suficiente para ver su espalda y su sujetado, incluso uno de los hombros del vestido cayo por su brazo, pero era lista, y ya se había asegurado apretando el vestido contra su pecho, para que no cayera.

-YO: uyyy, perdona, ya me salgo.- ande despacio esperando una interrupción.

-MARINA: bueno, ya quédate aquí no vaya a ser que necesite mas ayuda, siéntete aquí y me cambio dentro de uno de los baños.

Asentí, y vi como se metía en uno de ellos, mientras ella charlaba de algo que ni me importa recordar, veía la parte baja de sus piernas moverse, y luego su vestido caer al suelo, para luego colgarlo del marco de la puerta, y ver sus sombras mientras se vestía, aquella puerta en mi mente tenia una diana de 1 metro, tenia a un diablillo a un lado de la oreja rogándome que echara la puerta abajo, y un angelito al otro lado dándole la razón  e insultándome por no hacerlo. Resistí, más que por miedo al rechazo, por miedo a que me diera igual y no controlarme. Salió vestida como siempre, con clase y simpleza, sin enseñar ni insinuar nada, pero preciosa, se dejo el peinado, y la realidad,  le favorecía.

Nos fuimos a una famosa cadena de cafeterías cercana y charlamos un par de horas, sobre su vida,  la mía, la operación,  el trabajo,  los cursos,  el pasado…..etc. Ella había mandado un mensaje avisando que llegaría tarde a casa, pero aun así no paraba de mirar el móvil esperando una llamada reprobatoria.

-MARINA: pues tengo que decirte que el cambio te ha venido genial, estas echo un  ”hombreton” jajajaja.

-YO: ya, aunque es triste.

-MARINA: ¿el que?

-YO: pues la falsedad de la gente, soy el mismo, no he cambiado, sigo haciendo el tonto igual y sigo comportándome igual pero ahora, solo por perder 40 kilos, la gente me mira diferente, me trata diferente, incluso las chicas, antes me aborrecían y ahora noto como me tratan diferente.

-MARINA: bueno, no todas, yo te veo  igual.

-YO: pero tu eres especial, no se que diablos pudiste ver en mi, tengo que agradecerte las 2 citas que me concediste,  siento que salieran tan mal.

-MARINA: no salieron tan mal, me divertí, siempre lo haces, solo que mi madre se entero y tuve que dejar de salir un tiempo. 

-YO: pero has tenido novios después, algunos muy……

-MARINA: ¿imbéciles?, ya, no se, tengo  mal ojo, me dejo llevar por malos chicos, no se si te enteraste de lo que me hizo el ultimo.

-YO: pues no, andaba en el hospital.

-MARINA: pues el muy cerdo fue diciendo por ahí las cosas que hacíamos y algunas que no,  como si hubieran pasado, me hizo mucho daño, mi madre se entero,  – volví a notar tristeza en su mirada- sabes, lo del móvil no fue nada raro, fue el , al dejarle, no para de mandarme mensajes, pidiendo o exigiendo que vuelva con el, incluso ronda por mi casa o el colegio, mi madre quiere ponerle una denuncia o alguna orden de alejamiento, pero dicen que no hay base.

-YO: Que carbón afortunado

-MARINA: ¿afortunado?

-YO: si, por 2 cosas, primero por haberte tenido como novia, no se como los tíos no se matan a navajazos por ti, hoy has cerrado la boca a toda la clase, parecías Helena de Troya – reía halagada – no en serio, veo a un ejercito sitiando una ciudad por ti….

-MARINA: jajja no seas tonto, me he sentido rara, pero me ha gustado la sensación jajaja, ¿y cual es la 2º?

-YO: por que te hizo daño estando yo en el hospital, si lo llega a hacer conmigo aquí le parto la mandíbula, para que cada vez que hablara de más, recordara las consecuencias.

-MARINA: jajaja eres un bruto, pero se que lo harías, me has protegido muchos años, aun recuerdo como te pegaste con Jesús en 3º de primaria por que me había quitado la fiambrera jajajja.

-YO: pero he de decir que le entiendo, perderte debe de doler demasiado.

-MARINA: pues que hubiera cerrado la boca, no hablemos más de esto que me pongo tonta y lloro.

Cambie de tema haciéndola reír y olvidar aquella conversación, su móvil sonó, era su madre, se la oía gritar a través del teléfono.

-MARINA: era mi madre, preocupada, se ha hecho tarde, tengo que volver ya a casa.

-YO: pues te acompaño, no pienso dejarte ir……… sola a casa.- pague la cuenta y la lleve las bolsas, cogí el papel del mal llamado pagafantas pero no tenía ninguna intención de serlo.

La fui acompañando todo el camino, charlando y recordando viejos tiempos, de vez en cuando ella me iba dando sus mágicos besos en la mejilla, cada vez que le hacia un halago o la ayudaba a subir y bajar escalones donde íbamos, o la llevara las bolsas,  la fui cogiendo distancias, a cada beso giraba un poco mas la cabeza,  para cuando llegamos al destino nos bajamos del bus y había que caminar un kilometro, la ayude a bajar y fue a darme un beso, me la jugué y gira la cara, me dio un suave beso en los labios, la vi que los daba con los ojos cerrados, eso significaba algo, Eli me lo dijo,  pero no recordaba que.

-MARINA: uy, no seas bobo.

-YO: lo siento, no he podi……-fingí pensar-…..no, en realidad no, no lo siento, me ha encantado, y luchari a con 100 hombres por otro,  engañaría al diablo por otro mas, e iría al sol, y traería un pedazo en mis manos desnudas por otro, para que sepas que solo una estrella rivaliza con tu belleza. – llevaba trabajando la frase todo el camino, no se si era perfecta o no, pero me pareció bien en aquel momento y si quiera avanzar,  no podía seguir siendo un panoli.

-MARINA: esto…. yo …….

-YO: lo se, estas dolida y crees que no esta bien, pero no puedo seguir siendo ese hombre que es tu paño de lagrimas, te quiero, me tienes embobado desde preescolar y no quiero perder mas el tiempo, la operación me ha hecho pensar de manera diferente, no voy a dejarte escapar sin al menos haber intentado de nuevo conquistarte, ahora depende de ti, si quieres, voy al autobús  y me largo, entenderé que no quieres nada, que no me ves mas que como un viejo amigo que te hace reír, y eso siempre lo tendrás, pero si no, al menos déjame soñar, déjame que te acerque a casa, y sabré que en mi vida hay un rayo de esperanza.- otra frase trabajada en mi cabeza desde hacia días, me pareció muy ñoña, pero definitiva, me daría una respuesta. Ella callaba pensativa.

-MARINA: no es justo, no quiero perderte,  pero no se, estoy confundida, mi madre no esta nada contenta conmigo, no se si esto esta bien.

-YO: yo lo tengo claro y si tengo que convencer a tu madre,   o a dios,  de que soy bueno para ti, lo are, pero solo si tu quieres.

No se movía, decepcionado me gire caminando a la parada del bus, pero me agarro del brazo.

-MARINA: espera……- ¿había colado?- esta bien, dios, si quieres puedes acompañarme a casa.- era menos que nada.

AL llegar a la puerta de su casa, me fue a dar otro beso en la mejilla pero me aparte, ella me entendió, y girando la cara, me dio otro suave beso en los labios, y se fue correteando a su casa, no sabia si había calado o no, pero era un paso adelante. Los siguientes idas fueron como de película de dibujos animados, buscábamos alguna excusa para estar juntos y jugábamos a besarnos a escondidas del resto, eso a ella le emocionaba, desde luego no se si tendría zona erógena mágica, pero el atrevimiento y la emoción la ponían  a 100.Yo lo aprovechaba y hasta la sacaba de clase con excusas falsas, como que tenia que ir a ver a la directora,  y cuando salía la llevaba a un baño y allí la besaba, nada tórrido, pequeños besos de críos.

-MARINA: estas loco, nos van a pillar.

-YO: iría al sol y te traería un pedazo por un beso, ¿recuerdas? Sacarte unos minutos de clase esta chupado.

Sus besos con el paso del tiempo fueron mas profundos, y dulces, como era ella, dios, que ojos tenia, aveces me quedaba a milímetros de su cara, rozando nuestras narices, a punto de besarla sin hacerlo, solo para que abriera los ojos a ver que pasaba y poder admirarlos, su azul era de mar, del caribe, de un azul brillante y eléctrico. La acompañaba a casa todos los días,  íbamos besándonos como tontos en el autobús, empezamos a meternos mano y con el juego de algunas posturas ella noto mi polla a reventar alguna vez, pero no lo mencionaba.

Un día de estos, ella llego muy disgustada al instituto, al preguntarla , me dijo que su ex se había pasado por delante de su casa, no sabia como pero tenia su nuevo numero y la mando mensajes anónimos, muy violentos, al leerlos me enfade , mucho, hablaba de hacerla daño, de usar ácidos o cuchillos para quitarla su belleza, fueran reales o solo bromas de mal gusto,  era demasiado, el ultimo dijo que hoy la esperaría en su casa y que ella vería lo que tenia que hacer. Tarde un par de horas en calmarla, hasta hicimos pellas y charlamos en un banco de un parque cercano, lloro delate de mi, jure que no le perdonaría, y mientras trataba de calmarla rogué a dios que el muy imbécil cumpliera su amenaza y apareciera por su casa, conmigo a su lado, pense mil cosas que hacer y como plantear la situación si se daba. Pense de todo, desde violencia pura hasta llamar a la policía antes, pero nada me parecía definitivo, o que pudiera no acarrear consecuencias cuando yo no pudiera defenderla. Una idea se gestaba en mi cabeza aunque no sabia exactamente cual.

La calme diciendo que yo la acompañaría y que no la pasaría nada mientras estuviera a su lado, entramos al instituto y mas calmada fue pasando el ida, pero llegando a su casa en el bus se puso muy nerviosa preguntado que podía pasar.

-MARINA: ¿y si no esta? ¿Y si esta? ¿Y si cumple alguna de las amenazas?

-YO: tu,  déjame a mi,  se que estarás nerviosa, pero si te pido algo, hazlo, aunque no sepas por que, yo si, ¿confías en mi?

-MARINA: con mi vida.

-YO: perfecto, pero tu vida no estará en juego, no lo permitiré, pero la mía si, si aparece hazme caso en todo sin preguntar, no te ofusques ni te enfades ni hagas nada que no te pida, ¿de acuerdo?

Mis piernas empezaron a temblar, de adrenalina supongo, como os dije había practicado muchos deportes de contacto y artes marciales, si, recuerdo llaves y golpes, pero sobretodo te enseñan a pensar, a usar la cabeza de forma fría en momentos tensos, aquella no era una situación preparada como me paso en Navidad con Ana, era real, pero estaba dispuesto a todo por ella, mi padre me educo en unos valores y rectitud moral muy clásica, y el maltrato a la mujer esta a la cabeza de las cosas, no que no se deban hacer, si no que se han de evitar a toda costa. ( “ un hombre que no hace nada ante el mal ajeno no es un hombre, si no un cobarde, y yo no he educado a un cobarde”, esa frase de mi padre se marco  a fuego en mi cabeza cuando me lo dijo de pequeño, eso me llevo a mas de 1 problema en mi vida, pero nunca me he arrepentido de nada, y aun siendo aquí , espero que a vosotros os llegue.)

Retomemos, nos bajamos del bus y con ella del brazo nos fuimos acercando a su casa dando un rodeo para llegar por la zona menos esperada, nos apostamos en una marquesina y estuvimos 10 minutos esperando ver a alguien. No vi a nadie, parecía que era una amenaza en vano, aun así avise a emergencias de que unos críos andaban triando piedras a un coche  delante de la casa de Marina, para tener a la policía cerca,  por si acaso.  Me lamente, quería cruzarme con aquel tipo cara a cara, aun así la acerque a la puerta de su casa, siempre protegiéndola, siempre conmigo en medio, ella del lado seguro, pegada a la pared, y yo del lado débil, seguí acercándola hasta llegar a su portal, no había peligro.

-YO: pues nada, al final solo era un bocazas, aun así repetiremos táctica unos días………..joder, quería tenerle a mano.

-MARINA: muchas gracias, me has ayudado mucho- me dio un beso de los que ya era habituales, y me distrajo unas décimas.

EXNOVIO: ¡¡¡así que me has dejado por este mierda, ERES UN PUTA!!!- mire rápido y solo vi a un tío con un cubo en la mano que nos arrojo encima, Marina grito  un “¡¡¡NO!!!! ”  que se oyó por toda la calle mientras se agachaba, supuse lo peor así que la tape con mi cuerpo y ropa, temiendo que fuera ácido, logre que no la tocara ni una gota, pero yo estaba empapado, reaccione rápido quitándome la ropa, pero tenia la cabeza mojada, al llevarme la camiseta a la cabeza para quitármelo rápidamente,  me di cuenta, el desgraciado nos había tirado agua, fría en pleno invierno, pero solo agua.

La cara que puso ella  le hacia gracia a el, no paraba de señalarnos y reírse, cuando vio la mía se le paso de golpe.

EXNOVIO: ¡¡¡¡y tu que quieres payaso, que te parto la cara, esta golfa es mía, apártate antes de que te haga daño.!!!!

Entre en modo comando, si, muy de película pero os juro que fue así, me di la vuelta y pregunte a Marina si estaba bien, ella me miro constatándolo, la levante mientras ella me miraba preocupada.

-YO: tranquila,  es solo agua, estoy bien, coge las llaves y metete en tu portal, quédate dentro con la puerta cerrada, llama a emergencias y diles que has vuelto a casa y has visto a alguien entrar por la ventana a de tu casa cuando volvías del colegio,  si te ves en peligro súbete a casa.- reacciono recordando mis palabras en el bus, y asi lo hizo.

-YO: ¿que quiero?  Ven aquí.

-EXNOVIO: ¿que pasa? ¿Quieres bronca?- saco una navaja, pequeña como para hacer daño, yo plante bien mi poción al suelo, su amenaza parecía mas de boca que de acción,  esperaba que me asustara, y no lo iba a hacer.

-YO: te he dicho……….QUE VENGAS AQUÍ. – mire confiado a Marina que tenia el teléfono en la oreja hablado con emergencias. Pasara lo que pasara tenia que retenerlo hasta su llegada como mínimo y así tendría asistencia médica rápida si lo necesitaba.

Se lanzo con el cuchillo de forma evidente, torpe, me recordaba a los ensayos  en karate con cuchillos de goma espuma, lo tenia todo en la cabeza, gire mi cuerpo y atrape su mano izquierda con el cuchillo con mis manos,  una vez asegurado el agarre le aparte de mi manteniéndole cogido con mi mano derecha, el tío empezó a pegarme con todo lo que tenia, la otra mano o patadas, pero la posición no le permitía hacerme daño real, aunque alguna patada a las costillas  o el costado me dolió, pero  yo controlaba el cuchillo, le deje enfadarse, desahogarse, que gastara energías y golpeara cada vez mas cerca de mi,  hasta que le tenia dentro de mi radio de acción, le sacaba una cabeza y mas de 20 kilos, era mío, con su mano cogida,  di un tirón que le deje de espaldas a mi y lance una patada directa a sus gemelos, callo al suelo a plomo de espaldas,  no solté su mano con el cuchillo,  un vez en el suelo, puse mi rodilla en su pecho y le retorcí el brazo hasta que lo soltó, allí puñetazo a la mandíbula y quedo KO, me asegure de que no estuviera fingiendo y de que el cuchillo no se contaminara, tenia planes para el.

Me levante temblando, notaba mis piernas flaquear por el peso de mi cuerpo, respiraba de forma rápida y entre cortada así que nade en círculos, cogiendo el mayor aire que pudiera por la nariz y soltándolo por la boca, técnicas de respiración simples, el corazón me botaba en el pecho y los pulmones me ardían, tenia una sensación en el estomago,  que me iba a reventar, pero mi cabeza seguía fría,  había salido a la perfección todo, ni ensayado. Se abrió la puerta del portal y salió Marina corriendo a abrazarme, con su madre detrás, el grito de Marina la había hecho bajar a mirar.

-MARINA: ¿dios esta bien? ¡¡¡Dime que lo estas!!!! por favor,  ¿ te ha hecho daño?- acelerada, notaba su cabeza subir y bajar rápido al ritmo de mi pecho.

-YO: taquilla estoy bien, pero hay que darse prisa.

-MADRE DE MARINA: muchas gracias, este imbécil lleva atosigándonos desde que el dejo, como puedo agradecértelo.

-YO: este es un mierda, y no parara aquí, volverá si no se lleva un escarmiento de verdad, si quiere hacerme un favor dense prisa y hagan todo lo que yo diga.

Busco la mirada de su hija,  anexionada a mi cuerpo,  buscando aprobación, la vio.

-MADRE DE MARINA: ¿que necesitas?- dijo segura.

-YO: de inicio abran las puertas,  voy a meter a este idiota en su casa, y vamos a fingir un allanamiento, con eso tendrán de sobra para una orden de alejamiento y si lo hacemos bien le va a caer un puro, si tiene  antecedentes se va a cagar encima.

Lo levante a pulso y cargándolo como una bolsa de patatas lo subí con cuidado a su casa.

-YO: tenéis alguna ventana que de a unas escalera o un patio desde el que se pueda  entrar.

-MARINA: si, la de la cocina, hay un tubería y el subía por ella cuando venia a verme.- su madre la miro sorprendida de ese hecho.

Sin tiempo ya, se oían las sirenas de fondo, joder como se notaba un barrio rico, en menos de 5 minutos estaban allí, en mi barrio avisas de algo así y te da tiempo a recuperarte solo de una puñalada, aunque era cierto que habíamos llamado con antelación. Coloque al payaso boca abajo, y puse un silla en el suelo volcada de lado de donde le había golpeado, con un trapo y cogiendo de las puntas su navaja,  hice un leve corte en la zona y saque un gotas de sangre, las puse en un borde de la silla, luego cogí el cuchillo y le corte en la mano, nada grave pero si para crear el efecto, manchando el suelo debajo de la ventana de sangre y cogiendo su zapato hacer una marca en ella,  luego rompí el cuchillo contra el marco de la ventana, como si se hubiera roto al abrir la ventana desde fuera. Ambas mujeres mi miraban atónitas,  con Marina calmando a su madre para que me dejara hacer, y así lo hice con cuidado de no dejar huellas mías ni en la ventana,  ni en la sillas,  ni en el tipo del suelo.

-YO: bien, podéis decir lo que queráis pero si queréis quitamos a este payaso de encima vuestra, todo esta montado, vosotras decid que tu madre ha ido a recogerte al bus,  y allí nos encontramos los 3, yo te acompañaba a casa y cuando hemos venido aquí nos hemos   encontrado todo así, Marina tu baja a recibir a la policía, reconócelo como tu ex mientras les subes,  una vez aquí   muéstrales los mensajes y las amenazas, cuéntale toda la verdad hasta bajarte del bus, a partir de hay lo que te he dicho. ¿DE ACUERDO?- asintieron un poco asustadas.

Me aprecio creíble y dándole un beso a Marina tranquilizador, y sorprendiendo de nuevo a su madre, la incite  a esperar a la policía abajo, no podía ser yo el que fuera a buscarlas y dejarlas allí con ese “loco”, ni bajarnos los 3 y que escapara, y viéndolo desde el tema del miedo, su madre era mas madura para soportar la tensión, además pense que la imagen de nervios y miedo que Marina tenia,  ayudaría a convencer a la policía.

Cuando llegaron les contamos la misma historia, yo cuide no decir las mismas palabras para no parecer ensayado, había visto muchas series y películas de este tipo como para caer en eso, cuando vieron los mensajes les pareció cuadrar, y la escena parecía creíble, llamaron al samur para tratar al herido,  que seguía inconsciente en el suelo. Todo salió a la perfección, ese desgraciado nos había dado todo lo necesario para meterle en un buen lío, parecería que ante no doblegarse a sus amenas, el intentaría colarse en su casa para hacerla daño, el cuchillo era un indicativo, pero había tenido mala suerte y al usar el cuchillo para abrir la ventana se le rompió cortándose la mano, y la entrar resbalaría y se golpeara con la silla, así lo explicaron viendo las pruebas que había dejado, había colado.

Con el paso de los días, al tipo no solo le cayeron ordenes de alejamiento sobre Marina, su madre o su casa, si no el instituto, no podia estar a menos de 5 kilómetros de ellas y debido al buen abogado de pago de su madre le cayo un buen puro, no de cárcel pero si se volvía a meter en líos se jugaba una condena mayor.(así funciona la justicia supongo) Por lo que se a día de hoy, el tipo no se volvió a cercar ni a poner en contacto con ella, se esfumo, se oyeron historias de que se metió a camello y murrio por meterse la mierda que vendía, nunca lo confirme pero no se volvió a saber de el.

Para asegurarme, Marina  y yo íbamos juntos a todos lados y su madre me acepto en su casa gustosa, me presento como su novio, y por lo que había hecho parecí el 1º en caerle bien, no le gustaba que su pequeña fuera por el mundo con novio, pero Marina la hablo maravillas de mi y supongo que al final cedió, como todas las madres.

Llevábamos ya mas de 2 semanas saliendo después del incidente en su casa, a ella ya se le habían pasado todos lo miedos y males y no solo era la de siempre si no que sea atrevía a mas conmigo, hacíamos alguna locura de vez en cuando como colarnos en el metro o el zoo, aquellas aventuras la hacían reír y calentarse sobremanera, yo aprovechaba y recorría su cuerpo con mis manos, era una delicia, un joya, podría tener al tío que quisiera babeando por ella si aprovechara mejor el físico que tenia, pero allí estaba, conmigo. Su madre no se fiaba mucho de mi y no nos dejaba mucho a solas, y bien que hacia.

Un día,  estabamos en su casa, “haciendo deberes” y su madre se paso para decir que salía unas horas, y que no me quería allí cuando volviera. Me pareció  genial, teníamos al menos un hora para retozar como hacíamos cuando ella se iba.

-YO: creo que ya se ha ido.

-MARINA: ¿Y que?

-YO: pues que me encantaría llevare a al cama y hacerte mía.

-MARINA: jajaj estas loco ¿y si vuelve?

-YO: ya la has odio, tardara un buen rato,  me encanta besarte y mas desde que empezamos con la lengua y a acariciaron, pero tengo mis limites.

-MARINA: ya lo se, ¿te crees que no lo noto?, cada vez que te pones erecto me pongo mala solo de pensar en ella, nos hemos tocado por encima, pero sin verla aun ya se que es mas grande que cualquier que allá visto.

-YO: no lo sabes tu bien, llevo unos slip tan ajustados para que tu madre no me mate según la vea, que no la dejan crecer como debiera, y eres muy mala, la haces crecer mucho.- la bese en el cuello, repetidas veces de forma tierna, sabia que la ponía tontorrona.- dime que no lo deseas y paro, ahora mismo.

-MARINA: no quiero que pares ummmmmmm llévame a la cama.

Me levante y la agarre en brazos, como recién casados,  la deje con dulzura sobre la cama y me recosté sobre ella, besándonos apasionadamente, sin cargar todo mi peso, fui bajando por su cuello mientras veía sus labios morderse de pasión, deseaba aquello, pero me paro en seco.

-MARINA: espera,  quiero regalarte algo.- se levanto nerviosa, cogió una bufanda y me tapo los ojos- no mires espera 5 minutos.

-YO: no se si seré capaz.- la oía buscar por la habitación,  encontró lo que buscaba y oía como se movía, desee quitarme la bufanda peor algo me decía que seria mejor esperar.

-MARINA: ya esta, puedes mirar.

Lentamente me fue quitando la bufanda hasta que cayo al suelo, la imagen me provoco una erección instantánea, allí estaba ella, mi oráculo, con su vestido blanco nuclear, el pelo recogido y la cinta roja en al cintura, no se había puesto los imperdibles así que sujetaba el vestido con sus manos en el pecho.

-MARINA: que te parece, oh senador mío.

-YO: que si de verdad existirá el Olimpo no deberíais caminar entre mortales, no somos dignos de admirar tu belleza.

-MARINA: eres un bobo – lo dijo mientras mordía su labio inferior mirando mi abultada entrepierna.

-YO:   y tu una diosa-  el comentario era bonito, pero lo dije acomodándome la polla, grosero, pero es que me la estaba clavando con el slip.

-MARINA: pues esta diosa va  ser tuya.- se acerco a mi colocándose entre mi piernas y agachando la cabeza para besarme, yo  alzaba la mía para buscar sus labios, los besos fueron subiendo la intensidad y humedad, nuestras lenguas jugaban en la boca del otro, se dio la vuelta pegando su culo a mi vientre- ¿ me ayudas con el vestido?, es que soy muy patosa.

Me levante sin sepárame un solo milímetro de ella, levantándola parte del a falda del vestido como mi polla que iba a saltar los botones de m i pantalón, pero no lo hicieron por que al ponerme en pie apreté mi cintura contra su trasero, rodeándola con los brazos por la cintura, aprisionándola,  y besando su cuello por detrás.

-MARINA:  ummmmmmmmmmm creo que hoy lo que se me ha clavado no es el imperdible, aun así,  no llevo sujetador,  para evitar……… complicaciones.- joder con la niña empollona, sus palabras activaron el automático en mis manos y se fueron a sus pechos, corrobore que no había nada mas que la tela del vestido y los apretaba y masacraba con firmeza, con cada apretón hundía mas mi polla entre sus nalgas, la debía de sentir toda y le gustaba.

-YO: no es asunto mío,  pero dímelo, por el bien de ambos, aquel payaso dijo muchas cosas, pero por favor, dime que al menos no eres virgen.

-MARINA: no, no lo soy, me acosté con el varias veces, pero no hice las barbaridades que el decía sobre mi,  ¿por que te importa?

-YO: por que me has puesto demasiado caliente, no tengo tiempo ni ganas de tomarme esto con calma y cuidado, tengo ganas de hacerte el amor, fuerte y hacerte correr hasta que te desmayes.- lo hice llevando mi mano a sus hombros y con cuidado apartando el vestido, dando besos a las zonas que se iban quedando al aire en sus hombros.

-MARINA: pues eres un chico afortunado- su vestido cayo hasta su cintura dejando sus tetas al aire.

-YO: ¿afortunado?- lleve mis manos a sus pechos, era normales en tamaño pero con unos preciosos pezones diminutos,  rosados y erectos.

-MARINA si, por que yo quiero lo mismo.- se dio la vuelta y me empujo para sentarme, yo me lance a sus pechos, los chupaba y lamía con maestría, ella al inicio quiso apartarme, tendría otros planes pero mi fuerza al inicio, y mis caricias después le hicieron dejar que continuara., agarrándome la cabeza por el pelo y apretando contra ella.

Pase allí unos minutos, mordisqueando sus duros pezones, ella estaba roja, le quemaba algo por dentro, y era logro mío, me empujo y caí algo recostado sobre la cama, se arrodillo ante mi, como si fuera a rezar a algún dios griego, pero lo que hizo fue intentar sacar el tótem de mi entrepierna, desabrocho el vaquero y metiendo la mano,  acaricio por encima del slip un poco, buscando donde acababa, y con cada  palmo que metía y no acababa su boca crecía de impresión.

-YO: así no va a salir, ya te lo digo yo, esta diseñado para disimularlo y esta muy prieto, échate un poco para atrás – lo hizo dejándome algo de hueco para ponerme de pie, desabroche el pantalón y lo baje, su manos fueron a s u boca tapándosela y riendo sin apartar los preciosos ojos azules de mi bulto en los slips.- tranquila y veas lo que veas no te asustes, solo haremos lo que quieras y estés dispuesta………….

-MARINA: cállate tonto, y enséñamela.- vi tensión y curiosidad en su mirada.

-YO: tú misma.

Me la saque y quedo a su visión, tras unos segundos en que siguió su bamboleo en el aire con la cabeza, se pararon ambas, su cabeza y mi polla, apuntándola, totalmente hinchada.

-YO: si ya lo se, es enorme,  no sabes si………

Se tiro a por mi cintura, me empujo contra la cama para sentarme y cogió mi polla con ambas manos, su dulce mirada cambio, y pese a que la comparación con ella la hacia enorme, sus ojos pasaron de ternura a lujuria, se había convertido en una loba, y empezó a pajearme, con ambas manos y la maestría que entrenaría con sus ex, que  la tenían mucho mas pequeña que yo, lo deduje por su movimientos cortos, lleve mi mano a la polla, y  eche para atrás del todo mi piel, para que viera donde estaba el limite y de nuevo hacia arriba, ella entendió y acelero el ritmo con fuerza y movimientos amplios, la imagen era bestial, con aquella diosa griega medio desnuda con sus ojos azules brillando mientras admiraban mi polla, y sus tetas se movían al ritmo que su cuerpo, y no solo sus manos,  le imponían a la masturbación, la sorpresa llego cuando pasados uno minutos en que deje de mirarla a los ojos por no correrme ya, note su lengua recorriendo todo el tronco de mi miembro, llegando en engullir en sus labios mi glande, sin duda no era su 1º vez, lo hacia de forma inocente peor hábil, sus labios  paseaban  por mi polla y seguía pajeándome sin parar, desde luego sabia usar sus armas, en todo momento me miraba a los ojos, aunque se metiera el glande entero en la boca, o lamiera de lado el tronco, sus ojos azul eléctrico no se apartaban de los míos, era una visión celestial.

-YO: dios………como sigas así te vas a elevar el premio antes de empezar.

-MARINA: pues llega tu turno- se levanto y se puso a horcajadas sobre mi, echando sus tetas contra mi pecho, besándome con pasión, yo levante algo su torso para masajear su pechos, mi polla palpitaba entre su vestido, di gracias por que si seguía chupándomela con esos ojazos clavados en mi no daría la talla, y eso no podía pasar.

La levante del todo el torso y cogiendo de las piernas la hice andar de rodillas sobre la cama hasta ponerme el vestido en la cara, con su ayuda lo abrí y la visión fue aun mejor, no llevaba bragas, vi un coño perfectamente cuidado, con bello muy corito, pegue mis manos a su culo y baje su cadera hasta meter mi  cabeza en su interior, lamía su clítoris,  que andaba hinchado, y de ella goteaban fluidos que tragaba, no se como,  se giro, no lo veía por que tenia el vestido tapándome, y con una mano seguía pajeándome, yo me centre en su coño, logre meter una mano en su entrepierna mientras otra la tenia apegaba a uno de sus pechos.

Cuando estaba lo suficientemente húmedo, metí uno de mis dedos en su coño, buscando masturbación, sin dejar de lamer su clítoris, abriendo sus labios mayores,  entro fácil así que use 2, que tampoco es que fueran un gran impedimento, me alegro pensar que no seria difícil penetrarla cuando con 3 dedos lo hacia sin dificultad, abría su coño  sin resistencia, aun así saque un dedo y busque su punto G con el gesto de la mano aprendido en el gym, ya no goteaba, de su vagina caía un hilo de fluido en mi cuello. La fricción en su interior era desmedida y la oía gritar de placer, hasta que callo de golpe y se corrió, una fuente sobe mi cara, cayo de inicio hacia delante apoyándose en la pared, pero luego cayo hacia atrás pegando su espalda a mi vientre y golpeando con mi polla en su nuca, echo la cabeza hacía un lado y girándola daba besos a mi polla, como aquellos besos en la mejilla.

-MARINA: joder con el puto Raúl- fue la 1º vez que la oía decir tacos.

-YO: y aun no has empezado – remonte mi cuerpo para sentarme en la cama y ella quedo a horcajadas sobre mi, levante el vestido y sabiendo de la humedad y obertura de su coño en ese momento, dirigí mi polla a su entrada.- todavía nos queda un buen rato. ¿No?- la pregunta buscaba una doble respuesta de si.

-MARINA; por dios, si.

La emita de golpe, el glande entro limpio y parte del tronco, soltó un grito suave, la volví a levantar para sacarla un poco y volví embestir,  media polla dentro, y otro grito algo mas tenso. No forcé, la levante de nuevo y la hice bajar  con calma y cuidado hasta ese punto, una vez, dos, tres, le metí un ritmo pausado pero ascendente, sus gritos se fueron ahogando con cada penetración, yo no había sorpresa,  si no disfrute.

-MARINA: madre mía, es enorme la noto abrirme- era cierto, ya pasábamos de media polla sin dificultad, debería de tener dentro unos 18 centímetros, y cada minuto que pasaba iba penetrando mas.

Ella ya no era un muñeca en mis manos, agarrándome la cabeza hacia fuerza para subir y bajar con las piernas al ritmo que marcaban mis manos en su trasero, dejando sus pechos  botando a merced de mis labios, y no lo desaproveche, lamí  un pezón y jugueteaba con mi lengua sobre el, haciendo círculos para  luego chuparlo fuertemente. El ritmo ya se me fue de las manos, las embestidas ya metían mas de 24 centímetros en su interior, y pareció ser el tope, lo note por que se me desvanecía su cuerpo en las manos cayendo hacia atrás, la sujetaba como podía.

-MARINA: ¡¡¡me abres, dios, noto……..noto  como me abres, no pares,  me corro, me abres y me corro!!!!

Note como sus paredes vaginales se contraían y ella explotaba de placer sobre mi, cayendo agotada, la abrace mientas le daba besos en el brazos.

-YO: esto aun no ha acabado, yo sigo en liza.- se separo de mi con los ojos como platos, su mirada azulada no creía eso posible.

-MARINA: vamos a tener que usar mas energía.

Se descabalgo de mi, se quito el vestido entero, dejando su culo a mi visión, era mas plano de lo que sus ropa dejaba adivinar, pero cuando se acerco a mi de espaldas me dio igual, llevo sus manos a sus nalgas y se las separo, dejando caer su cintura sobe mi polla, cuando noto la punta de mi glande llevo una mano  a ella y la dirigió a coño, metió el glande dando un respingo  y una vez dentro llevo sus brazos atrás, buscando mi torso como apoyo, para iniciar un descenso suave,  lento,  pero continuo, se empalo ella sola hasta el punto previo, incluso un poco mas, casi eran 25-26 centilitros dentro, y aun me sobraran unos 5 o 6, pero no daba mas de si ella, llegado a ese punto subió de nuevo y volvió a bajar, lo hico repetidas veces hasta que se sintió cómoda y lo empezó a hacer de forma mas rápida, y fuerte, se echo hacia delante sin apoyo y ya era ella sola la que se metía y sacaba mi polla con sus golpes de cadera, en una de ellas, mi polla  penetro de mas y note que rozaba algo con mi glande, sabia por Eli que podía ser la pared de su útero y que aquello hacia daño, así que antes de llegar a eso tome el control, la cogí de la piernas y la levante por lo aires, recostando su espalda en mi pecho, sin sacar mi miembro de ella, la cogí de los muslos hasta que se encogió las piernas, haciéndose un poco de bola, y apoyando su cabeza en mi hombro, no me era difícil en esa posición levantar su cuerpo y bajarlo a pulso, no pesaba casi nada o en ese momento no me lo parecía, aumente el ritmo y ella me besaba en la mejilla todo el rato, yo aveces buscaba sus labios pero estaba centrado en el movimiento, me estaba volviendo loco,  siempre media hasta un punto con las manos para no llegar a hacerla daño pero las penetraciones ya eran animaladas, la levantaba mucho y la dejaba caer de golpe, notando como mi polla se abría paso en su interior, me iba a correr en breve y esa loca no quedaría insatisfecha. Me acerque a su oído.

-YO: ¿que crees que pasaría si tu madre abriera hora la puerta?- calvo su mirada a la puerta mientras no dejaba de recibir pollazos.

Esas palabras la erizaron la piel, el pavor de que la pillaran y la excitación por ello hicieron reacción en su cuerpo, note como me mojaba la polla, y su espalda se arqueo, corriéndose de nuevo, queriendo bajarse de mi pero como estaba en el aire,  era mía,  así que seguí un minuto mas, logrando un 3º orgasmo creo, o grito como si lo fuera, antes de correrme dentro de ella y explotar de tensión, fue una barbaridad, llevaba días sin evacuar. Pasaron uno segundos h asta que la deje tocar con los pies el suelo, sin sacarla aun pero notando como se desinflaba, ella rendida sobre mi de espaldas.

-MARINA: eres malo, me has puesto como una loca con ese comentario.

-YO: eres tu la que te excita esta situación, a mi me excitas tu.

-MARINA: pues según pasa el tiempo mas se acerca la posibilidad de que nos pillen.- movió su cadera de forma circular.

-YO: para,  o no respondo.

-MARINA: solo digo que aun hay margen – dio otro golpe de cadera.

-YO: a mi me da igual, como me la pongas dura de nuevo de aquí no salgo hasta volver a correrme dentro de ti, este tu madre delante o no.

-MARINA: ¡¡¡ ¿¿los condones???!!!- cayo en ello de golpe.

-YO: tranquila tengo la vasectomía hecha.

-MARINA: ¿en serio?

-YO: si, tengo un papel en la cartera que así lo certifica.- lleve mis manos al pantalón en el suelo para buscar la cartera, pero antes de que pudiera,  ella se salió de mi, me empujo de nuevo contra al cama y se puso a chupármela de nuevo, fuera de si.

Clavado sus ojos en los míos, ni un minuto paso hasta que estaba dura de nuevo, ella subió por mi cuerpo hasta besarme y poniéndose a horcajadas se ensarto sola, y apoyando sus manos en mi pecho fue llevando el ritmo ella sola hasta volver a correrse un par de veces, yo necesitaba mas así que me incorpore y pase su piernas por detrás de mi, para que me rodeara con ellas, y cogiéndola de la cintura la penetre duramente sin bajar el ritmo durante un cuarto de hora, la oía gritar de placer y rogar alternativamente que no parara, o que si lo hiciera, con varias corridas mas de su parte, por no pare hasta notar el latigazo previo, y me volví a correr en ella, aguantado la postura, ella era un trozo de carne sin vida, apenas respiraba, yo estaba agotado pero satisfecho. Nos quedamos así unos minutos, pero ya no me atreví a mas, una 3º ronda podría pillarnos su madre y no se si ella aguantaría hasta el final, estaba casi ida cuando la descabalgue de mi, y la incite a recoger y limpiar.

Tan mal lo hizo que su madre entro por la puerta, y vio el cuarto mal recogido y pese a que no había evidencias claras, el cuarto apestaba a sexo, me saco de la casa a rastras prohibiéndome volver a acercarme a su hija, amenazando con contarle a la policía lo que hice con su ex, pero pasados unos días Marina me tranquilizo diciéndome que era solo de boca y que no haría nada si no volvía por su casa. Pasamos un mes follando a escondidas por el Instituto, hasta que su madre le acorto la correa e iba y venia a buscarla, decidimos dejarlo alli, que había sido maravilloso pero que no podía ser. El polvo de despedida fue épico, casi la parto en dos y se desmaya, pero se corrió tantas veces que el dolor no le importo, yo eyacule varias veces  y salimos de nuestro escondite con la cara desencajada, pero felices.

Salvo algún polvo mas esporádico, nuestra relación paro allí, jamas hable del tema con nadie, ni se lo mencione a amigos, no hable ni bien ni mal de ella, y continuamos con la relación de viejos amigos que éramos.

CONTINUARA………….

«Becaria y sumisa de un abogado maduro» LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Julia, una joven estudiante de derecho, se entera que el más prestigioso bufete de abogados de Barcelona anda contratando becarios. Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su asistente.
La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese maduro, pero eso no la hace cambiar de opinión porque en su interior se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata.

A partir de ahí,  SE SUMERGE en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

INTRODUCCIÓN.

El inicio de esta historia se desarrolla en el piso treinta y seis de la torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona, dentro de uno de los bufetes de abogados más importante de todo el estado. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba encontrar una vía con la que este saliera inmune, le estaba resultando imposible. Por ello desesperado, decide ir a ver a su jefe. Como tantas veces al entrar en su despacho comprobó que enfrascado en sus propios asuntos y que por ello no le hacía caso:
―Albert, el pleito de la farmacéutica no hay por dónde cogerlo. Son culpables y sería un milagro que no les condenaran.
Su superior, un hombre de cincuenta años y acostumbrado a lidiar con problemas, levantó su mirada y pidió que le explicara el porqué.
Josep era el más joven de los socios del despacho y sabía que su puesto seguía en el alero. Cualquier tropezón haría peligrar su carrera y por eso tomando asiento, detalló las evidencias con las que tendrían que lidiar en el juicio.
Después de diez minutos de explicación, el cincuentón se ajustó la corbata al cuello y de muy mal humor, soltó:
―Serán imbéciles, ¡cómo es posible que hayan sido tan ineptos de dejar pruebas de ese vertido!
La rotundidad de los indicios haría que el caso tuviera un desenlace previsible y funesto. Su colaborador tenía razón. ¡Era casi imposible que su cliente se librara de una multimillonaria multa!
― ¿Qué hacemos? Se lo decimos y que intenten pactar un acuerdo.
Albert Roser, tras meditar durante unos minutos, aclaró su voz y respondió:
―No es planteable por sus consecuencias legales. Además de la multa, todo el consejo terminaría en la cárcel. ¡Hay que buscar otra solución! ¡Esa compañía es nuestra mayor fuente de ingresos!
Fue entonces cuando medio en broma, su subalterno respondió:
―Como no compremos al fiscal, ¡estamos jodidos!
Sus palabras lejos de caer en saco roto hacen vislumbrar una solución en su jefe y soltando una carcajada, respondió:
―Déjame pensar, seguro que ese idealista tiene un punto débil. En cuanto lo averigüe, ¡el fiscal es nuestro!

Mientras eso ocurría, a ocho kilómetros de allí, Julia Bruguera, una joven estudiante de último curso, estaba jugando al tenis en el Real con una amiga. Para ella, ese selecto club era un lujo porque no se lo podía permitir al no tener trabajo ni visas de conseguirlo. Por eso cada vez que Alicia la invitaba, dejaba todo y la acompañaba.
No llevaban ni cinco minutos peloteando cuando sin darle importancia, la rubia comentó:
―Por cierto, mi padre me ha contado que en un bufete andan buscando una becaria para que trabaje con ellos.
― ¿Cuál? ― preguntó la morena francamente interesada.
―Si te digo la verdad no lo sé, pero espera que le pregunto.
Tras lo cual, cogiendo su móvil, llamó a su viejo. Julia esperó expectante mientras su amiga tomaba nota del nombre y de la dirección.
―Se llama Roser y asociados, están en la Torre Agbar.
Al escuchar de boca de Alicia que el despacho que andaba buscando abogadas en prácticas era ese dijo a su amiga que se acababa de acordar que tenía una cita y poniéndose una camisa, se fue directamente a casa para cambiarse.
«Ese puesto tiene que ser mío», sentenció y sin dejar de pensar en las oportunidades que ese puesto le brindaría para un futuro, tomó la Diagonal.
Veinte minutos después estaba aparcando frente a su casa en un barrio de Esplugas de Llobregat. Ya en su piso, sacó de su armario el único traje de chaqueta que tenía al saber que la vestimenta era importante en todas las entrevistas.
«Ese lugar debe estar lleno de ejecutivos con corbata», se dijo mientras involuntariamente se excitaba al pensar en todos esos expertos abogados con sus trajes.
Mientras se retocaba frente al espejo, la morena advirtió que se le notaban los pezones a través de la tela y por un momento dudó si cambiarse, pero desechó esa idea al imaginarse a su entrevistador entusiasmado mirándola los pechos.
«Joder, estoy bruta», reconoció mientras salía rumbo a ese despacho.
El tráfico estaba imposible esa mañana y por eso no fue hasta una hora después cuando se vio frente al imponente edificio.
«¡Quiero trabajar aquí!», pensó al entrar al Hall y comprobar que estaba repleto de ejecutivos.
Sabiendo que si se quedaba ahí observando a los miembros de esa tribu iba a volver su calentura, buscó un ascensor y tras marcar el piso donde iba, se plantó frente a la recepcionista. La mujer habituada a que aparecieran por ahí todo tipo de personas, la miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba:
―Vengo por el empleo de becaria.
Educadamente, sonrió y le respondió:
―Señorita, siento decirle que ya no está disponible.
El suelo se desmoronó bajo sus pies al ver sus esperanzas hundidas. Durante unos segundos estuvo a punto de llorar, pero sacando fuerzas de su interior, rogó a la cuarentona que al menos la recibiera alguien de recursos humanos para poder darle su “ridiculum vitae”.
Por fortuna, justo en ese momento pasaba uno de los miembros del bufete que habiendo oído la conversación se paró y preguntó que pasaba:
―Una amiga me dijo esta mañana que tenían un puesto en prácticas, pero por lo visto llego tarde.
El socio le echó una mirada rápida y tras admirar la belleza de sus piernas y el sugerente escote que lucía, le pidió que pasara a su despacho.
― ¿Disculpe? ― preguntó la muchacha sin entender a que venía esa invitación.
― ¿No has venido por un trabajo? ― respondió― El de becaria está ocupado, pero no el de una asistente que me ayude con todo el papeleo ― y tomando acomodo en su sillón, hizo que la morena se sentara frente a él.
Mientras Julia no se podía creer su suerte, Albert Roser cogió el curriculum y lo empezó a leer sin dejar de echar con disimulo una ojeada a la cintura de avispa de la cría:
―Veo que tienes poca experiencia.
La morena se sintió desfallecer, pero como necesitaba el trabajo contestó:
―Realmente no tengo ninguna, pero ganas no me faltan y sé que podría compatibilizar el puesto que me ofrece con el máster que estoy terminando…― nada más decirlo se dio cuenta que había metido la pata y consciente de las miradas de ese maduro cambió su postura con un cruce de piernas para que ese tipo pudiera admirar la tersura de sus pantorrillas mientras rectificaba diciendo: ―…no tengo problema de horario y estoy dispuesta a trabajar duro todas las horas que hagan falta.
Albert embelesado por las piernas que tan claramente esa muchacha exhibía respondió:
―No pagamos mucho y exigimos plena dedicación.
―No hay problema― replicó la joven mientras con descaro separaba sus rodillas en un intento de convencer a su entrevistador regalando la visión de gran parte de sus muslos ―mis padres me pagan el piso y gasto poco.
Aunque realmente no la necesitaba el cincuentón decidió que si bien esa preciosidad puede que no sirviera como abogada al menos decoraría la oficina con su belleza y si como parecía encima se mostraba tan dispuesta, pudiera ser que al final sacara en claro un par de revolcones en la cama.
Por eso sin pensar en las consecuencias, respondió:
―Mañana te quiero aquí a las ocho.
Sorprendida por lo fácil que le había resultado el conseguir el puesto, Julia le dedicó una seductora sonrisa y tras despedirse de su nuevo jefe, moviendo su trasero salió del despacho.
Al despedirla, Roser se quedó mirando esas dos nalgas bien paradas y duras producto de gimnasio y mientras intentaba concentrarse en los papeles, no pudo dejar de pensar en cómo sería la cría como amante:
― ¡Está buena la condenada!
Ya sin testigos, cogió el teléfono e hizo una serie de llamadas preguntando por el fiscal, pero no fue hasta la séptima cuando un amigo le insinuó que ese tipo estaba secretamente enamorado de la secretaria de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esa confidencia dicha de pasada despertó sus alertas y queriendo saber más del asunto, preguntó quién era esa mujer:
―Marián Antúnez. ¬
Al escuchar el nombre le vino a la mente la espléndida figura de esa pelirroja. Durante años cada vez que la había ido a ver a su jefe, había babeado al observar el estupendo culo de su ayudante. Las malas lenguas decían que era corrupta pero como nunca había tenido ningún motivo para comprobarlo, no tenía constancia de si era cierto.
«Tengo que hablar con ella», se dijo y tomando el toro por los cuernos, llamó al tribunal en el que trabajaba y directamente la invitó a comer.
La mujer acostumbrada a todo tipo de enjuagues comprendió que ese abogado quería proponerle algo y por eso en vez de aceptar una comida prefirió que fuera una cena. Su interlocutor aceptó de inmediato y quedaron para esa misma noche.
Al colgar, Albert sonrió satisfecho porque estaba seguro de que un buen fajo de billetes haría que ese bombón obligara a su enamorado a plegarse a los intereses de la farmacéutica….

CAPÍTULO 1

Con un sentimiento ambiguo Julia llegó a su apartamento. Por una parte, estaba contenta e ilusionada por haber conseguido un trabajo, pero por otra se sentía sucia por el modo en que lo había conseguido. Sabía que su futuro jefe no se había decantado por ella gracias a sus notas y que el verdadero motivo por el que le había ofrecido el puesto era por el exhibicionismo que demostró mientras la entrevistaba.
«No me quedaba más remedio», se disculpó a sí misma por usar ese tipo de armas, «pero una vez allí podré convencerle de que no soy solo una cara bonita».
Al recordar cómo se le había insinuado y la mirada de ese maduro recorriendo sus muslos mientras trataba de disimular conversando con ella, avivó el ardor que sentía entre las piernas desde entonces.
«Joder, ¡cómo ando!» se lamentó reconociendo de esa manera la calentura que experimentó al sentir los ojos de ese cincuentón fijos entre sus patas. Y no era para menos porque sabía que era algo que no podía controlar. Cuando sentía que un hombre la devoraba con la mirada, sus hormonas entraban en ebullición e invariablemente su coño se mojaba.
«Necesito una ducha», se dijo al sentir que nuevamente entre sus piernas crecía su turbación.
En un intento por sofocar ese incendio, se quitó el traje que llevaba y ya desnuda, abrió el grifo para que se templara mientras en el espejo comprobaba que, a pesar de sus esfuerzos, llevaba los pezones erizados.
«Tengo que aprender a controlarme», pensó molesta al meterse en la ducha y tener que aceptar mientras el agua caía por sus pechos que no podía dejar de pensar en ese tipo que sin ser un don Juan la había puesto tan caliente.
Reteniendo las ganas de tocarse, se lavó el pelo tratando de hacer memoria de la primera vez que se sintió atraída por alguien como él.
«Fue en clase de filosofía del derecho mientras don Arturo nos explicaba que el monopolio de la violencia era una de las características de los estados modernos», concluyó mientras rememora que estaba embobada oyéndole cuando de pronto empezó a sentir por ese enclenque una brutal atracción que la dejó paralizada.
«Joder, ¡cómo me puse!», sonriendo recordó su sorpresa al sentir que le faltaba la respiración mientras el catedrático explicaba a sus alumnos los enunciados de Max Weber y como entre sus piernas comenzó a sentir una desazón tan enorme que solo pudo calmarla en el baño y tras dos pajas.
Esperando que la mascarilla hiciera su efecto, cogió la esponja y echándole jabón, comenzó a frotar su cuerpo mientras a su mente le venía la conversación que había tenido con un amigo que estudiaba psicología. El cual, tras explicarle su problema, sentando cátedra sentenció que sufría una variante rara del síndrome de Stendhal por la que, en vez de verse afectada por la belleza artística, ella se veía obnubilada por los discursos inteligentes.
El olor a vainilla que desprendía su gel favorito no colaboró en tranquilizarla y con una excitación renovada, se dio cuenta que involuntariamente estaba pellizcándose los pezones en vez de enjabonarlos.
―Buff― exclamó en la soledad de la ducha al no poder controlar sus dedos que traicionándola estaban presionando duramente las negras areolas que decoraban sus pechos.
Incapaz de contenerse, tiró de su pezón derecho mientras dejaba caer su mano entre sus piernas. Mirándose en el espejo semi empañado, vio cómo dos de sus yemas separaban los pliegues de su coño y buscaban entre ellos, el pequeño montículo que formaba su clítoris erecto.
La imagen la terminó de alterar y subiendo una pierna al borde de la bañera, concentró sus caricias en ese lugar sabiendo que una vez lanzada no podría parar.
«¡Dios!», gimió descompuesta al sentir como sus dedos se ponían a torturar el hinchado botón con una velocidad creciente.
Temiendo llegar antes de tiempo, salió de la ducha, se puso el albornoz y casi si secarse se tumbó en la cama donde le esperaba su amante más fiel.
― ¿Qué haría sin ti? ― preguntó al enorme vibrador de su mesilla.
Tomándolo entre sus manos, lo acercó hasta su boca y sacando su lengua empezó a recorrer las abultadas venas con las que el fabricante de ese pene de plástico imitaba las de un pene real.
―Te quiero mucho, mi amor― le dijo viendo que ya estaba lo suficientemente lubricado con su saliva para que al terminar no tuviese su coño escocido.
Separando sus piernas, jugueteó con esa polla sobre su clítoris mientras se preguntaba si su jefe tendría algo parecido. Soñando que era así, cerró sus ojos y se puso a imaginar que al día siguiente era el glande de ese maduro el que en ese momento estaba presionando por entrar dentro de ella.
― Jefe, soy suya― gritó en voz alta al irse incrustando lentamente esa larga y gruesa imitación en su interior.
La lentitud con la que lo hizo le permitió notar como los labios de su vulva se veían forzados por el consolador y como tantas veces, esperó a tenerlo embutido para encenderlo y sentir así la dulce vibración tomando posesión de ella como su feudo. En su mente no era ella la que daba vida al enorme trabuco, sino que era el ejecutivo el que lo hacía moviendo sus caderas de adelante para atrás.
No pudo más que incrementar la velocidad con la que se empalaba al escuchar desde su sexo el chapoteo que su querido amante producía cada vez que lo hundía entre sus piernas y con un primer gemido, dejó claras sus intenciones de llegar hasta el final.
«Llevo meses sin sentirme tan perra», pensó para sí al imaginarse que su futuro jefe se apoderaba de sus pechos y mientras se regalaba un buen pellizco, lamentó haber dejado en el cajón las pinzas con las que en ocasiones especiales castigaba sus pezones.
―Estoy en celo― murmuró al sentir que su cuerpo temblaba saturado de hormonas y mordiéndose los labios, incrementó el ritmo con el que su amado acuchillaba su interior.
―Joder, ¡qué gusto! ― sollozó con los ojos cerrados al imaginar al maduro derramando su simiente por su vagina y con esa imagen en el cerebro se corrió…

CAPÍTULO 2

Mientras dejaba su flamante Bentley en manos del aparcacoches, Albert Roser dudó al ver la suntuosidad del edificio modernista donde desde hacía un par de décadas estaba ese restaurant, si no se había equivocado al elegir el Windsor para esa cita. Porque no en vano además de saber que al menos tendría que desprenderse de un par de cientos de euros, el ambiente romántico de su terraza podía ser malinterpretado por esa mujer y creyera que sus intenciones eran otras.
Pero tras sentarse en una mesa al borde de la Carrer de Còrsega, decidió que, si llegaba el caso, haría el esfuerzo de acostarse con ese monumento de rizada melena roja:
«Lo que sea por el bien de mi cliente», hipócritamente resolvió pidiendo a Jordi León, el sommelier, que le aconsejara un vino.
― ¿Ha probado lo último de Molí Dels Capellans? Su Trepat del 2014 es excepcional.
―No y viniendo de usted, ese caldo debe ser algo digno de probar― estaba diciendo cuando su acompañante hizo su aparición a través de la puerta.
La recordaba atractiva pero esa noche la señorita Antúnez le pareció una diosa. Enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a más de una, era impresionante. Y como buen observador, el delicado tejido completamente entallado a su cintura realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que no le pasó inadvertido.
«Joder, ¡qué buena está!», murmuró mientras se levantaba a saludarla, «no me extraña que ese cretino esté colado. ¡Es preciosa!».
La pelirroja consciente de efecto que producía en el abogado y que los ojos de su cita no podían dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, sonrió y con una sensualidad estudiada, se acercó y lo besó en la mejilla mientras le agradecía la invitación.
―Las gracias te las debería dar yo… no todos los días tengo el lujo de cenar con una belleza.
Bajando la mirada como si realmente se sintiera avergonzada, respondió:
―Exagera, aunque siempre es agradable escuchar un piropo de alguien como tú.
Aunque por sus palabras nada podía hacer suponer lo zorra que era, Albert supo que esa la mujer descaradamente se estaba exhibiendo ante él. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo, al colocarse la servilleta sobre las piernas, se agachó de manera que le regaló un magnifico ángulo desde el que contemplar su pecho en todo su esplendor.
Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creyó incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo su pantalón crecía un apetito sin control.
«Tengo que tener cuidado con esta arpía», Albert se repitió para que no se le olvidara el motivo por el que estaba ahí.
Del otro lado de la mesa, Marián estaba dudando que le gustaba más, si la magnífica merluza de pincho con asado de alcachofas que estaba sobre su plato o la cara de merluzo con la que ese alto ejecutivo la devoraba con los ojos y como no lo tenía claro, decidió preguntar por la razón de esa cena.
El cincuentón no se esperaba ese cambio de tema y más cortado de lo que le gustaría estar, contestó:
― ¿Extraoficialmente?
―Por supuesto― con tono dulce respondió mientras anudaba uno de sus dedos en su melena.
―Suponga que tengo un cliente al que un joven fiscal está metiendo en problemas y me entero casualmente de que ese idealista está secretamente enamorado de una mujer tan atractiva como ambiciosa.
Esa descripción no molestó a la pelirroja, la cual tampoco necesitó que le dijera el nombre de ese admirador para saber que estaba hablando de Pedro y mirando a los ojos a su interlocutor, contestó:
―Hipotéticamente hablando, si esa dama estuviera dispuesta a ayudar a su cliente, ¿qué tendría que hacer? Y ¿qué recibiría a cambio?
La franqueza con la que directamente se ofrecía a colaborar a cambio de dinero le confirmó que no era la primera vez que esa belleza participaba en ese tipo de acuerdos y tal y como había hecho ella, el abogado midió sus palabras al contestar:
― ¿Te he contado lo común que es que en un juzgado desaparezcan las pruebas? Conozco un caso en el que una caja llena de muestras de agua desapareció del despacho de un fiscal y cuando la parte defensora pidió un contraanálisis, se desestimó todo el expediente por la imposibilidad de contrastar los resultados del fiscal.
Habiendo lanzado el mensaje, Albert se puso a comer mientras su pareja hacía cálculos porque con solo esa información había averiguado de qué teman se trataba porque no en vano la última noche que había follado con Pedro, ese encanto no había parado de hablar de la multa que le iba a caer a una farmacéutica francesa.
«Una comisión lógica es del cinco por ciento y sobre veinte millones, estaríamos hablando de un kilo», pensó mientras producto de su avaricia los pezones se le ponían erectos bajo la tela.
Como buena negociadora, dejó transcurrir los minutos sabiendo que la espera empezaría a poner nerviosa a su contraparte y ya en el postre, tomando la mano de Albert entre las suyas, comentó:
―Sabes cariño, ayer estuve viendo en internet un apartamento en las Ramblas. Era precioso, luminoso y con unos ventanales enormes. Lo único malo era el precio, el dueño quería dos cientos mil de arras y otros ochocientos al firmar la escritura.
―Me parece un poco caro― respondió el abogado intentando negociar.
Entonces ante su sorpresa, la estupenda pelirroja le cogió la mano y poniéndola sobre sus piernas desnudas, con cara de putón desorejado, contestó:
―Ya sabes el boom inmobiliario, lo único bueno es que en la oferta se incluía la cama y no te haces una idea de lo maravillosa y suave que es.
―Lo supongo― contestó con su pene totalmente erecto al sentir la tersura del muslo que estaba acariciando y mientras intentaba calmar la comezón que tenía, llamó al camarero y le pidió una botella de cava con el que brindar.
Haciéndose la tonta y mientras separaba las rodillas dando mayores facilidades a los dedos que recorrían su piel rumbo a su sexo, preguntó que celebraban.
― ¿Necesitamos un motivo? Pues imaginemos que consigues el dinero― y levantando su copa, exclamó: ― ¡Por tu nueva casa!
Marián sonrió al oír ese brindis y cerrando el acuerdo con un beso en los labios, permitió que las yemas de ese cincuentón tomaran al asalto el fortín que escondía entre las piernas.
Durante un minuto, la pelirroja disfrutó del modo en que Albert la masturbaba en público hasta que sintiendo que faltaba poco para que se corriera, decidió que era suficiente anticipo y retirando la mano del abogado, le dijo que esperaba noticias suyas tras lo cual y sin mirar atrás desapareció por la puerta.
«¡Será puta!» murmuró entre dientes el cincuentón mientras pedía una copa para dar tiempo a que el bulto de su pantalón no fuera tan evidente.
Saboreando el whisky de malta comprendió que a pesar de ese abrupto final la noche había resultado un éxito porque podía asegurar a su cliente una sentencia favorable a sus intereses siempre y cuando se aviniera a pagar dos millones de euros.
«Uno para mí y otro para esa zorra», se dijo mientras se imaginaba sodomizando a la pelirroja en un hotel. Lo malo fue que, al hacerlo, su calentura lejos de amainar se incrementó y pidiendo la cuenta, decidió que al salir iba a ir al burdel de siempre donde una putita conseguiría apaciguar su incendio.
Veinte minutos después, estaba entrando en el discreto chalé convertido en tugurio. La madame, Alba “la extremeña”, lo recibió con unos abrazos reservados solo para los grandes clientes y sin que tuviera que pedir, mandó a la camarera que le pusiera un Macallan.
Apenas había acomodado su trasero cuando las putas empezaron a desfilar frente a él. Albert, conocedor experimentado de ese ambiente, decidió esperar a que todas las mujeres hubiesen modelado para tomar una decisión. Por su presencia pasaron rubias, morenas y pelirrojas, españolas y extranjeras, jóvenes y maduras, pero por mucho que miraba, no conseguía que ninguna de esas bellezas le motivara.
«Hoy necesito algo especial», se dijo sabiendo que, si al final no elegía a ninguna, vendría la dueña del lupanar a ofrecerle su ayuda.
Como había previsto, “la extremeña” al ver que no estaba satisfecho con el ganado, se acercó y como una enóloga aconsejando a un cliente sobre un cava, le preguntó qué era lo que esa noche necesitaba.
El abogado le confesó la calentura que llevaba y el motivo de esta.
―Necesita desahogarse― sentenció la madame y sin cortarse un pelo, preguntó: ¿le apetece un culo al que castigar? La chica en sí no es gran cosa, me la ha mandado un amigo para que le ponga tetas y la enseñe.
― ¿Es plana?
―Como una tabla y aunque apenas la he probado, puedo decirle que es una perra con mucho futuro. Según su dueño, ¡acepta de todo!
―Tráela para ver si es lo que ando buscando.
―No se va a arrepentir― respondió la extremeña, dejándole con un par de exuberantes putas para que le hicieran compañía mientras tanto.
A los cinco minutos, la madame apareció por la puerta con una castaña de pelo largo que en un principio le repelió. Delgada, sin culo ni tetas parecía un espantapájaros.
Estaba a punto de rechazar la sugerencia cuando se percató que, con esas gafas rojas, la aprendiz le recordaba a una jueza con la que había tenido varios fracasos.
«Parecen gemelas», dijo para sí mientras volvía a florecer en él el odio que sentía por la magistrada.
Mientras tanto, la puta permanecía de pie sin ser capaz de siquiera levantar la mirada. La vergüenza que demostraba enfadó a la dueña del lupanar. Sin importarle la presencia del cliente y a modo de reprimenda, descargó sobre su culo un sonoro y doloroso azote.
―Sonríe, puta.
La novata sin nombre intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue que en su cara se formara una extraña mueca. Ese gesto debería haber ahuyentado a cualquier interesado. Pero ese no fue así en el caso del cincuentón porque su pene reaccionó como un resorte al ver que, tras el castigo, los negros pezones de la fea aquella lucían totalmente erizados.
―Me la quedo― sonriendo informó a la dueña― pero necesitaría una habitación discreta.
―Por eso no se preocupe, tenemos una insonorizada― y dirigiéndose a la castaña, le ordenó que llevara al cliente a la numero seis.
Una zorra con experiencia se hubiese colgado del hombre que había pagado por ella, pero demostrando nuevamente que era una novata, se adelantó permitiendo que el abogado examinara su exiguo culo.
«Apenas tiene donde agarrar, mejor», relamiéndose reconoció porque su víctima así sufriría más.
Ya en el cuarto que le habían asignado, fue realmente la primera vez que se puso a examinar la mercancía y tras una decepción inicial al observar el bosque frondoso que tenía por coño, vio el cielo al separarle las nalgas y descubrir un rosado e incólume agujero.
«Esto no me lo esperaba», reconoció mientras introducía bruscamente una de sus yemas en el interior de ese ojete.
El grito de la novata confirmó sus sospechas y sin retirar su dedo, le soltó un primer mandoble con el ánimo de relajar a la castaña y que no estuviera tan tensa.
La actitud sumisa del monigote aquél lo envalentonó y añadiendo una segunda yema, siguió jugando con él mientras la muchacha se dejaba hacer consciente de no poder negarse.
―Ábrete de piernas― totalmente excitado el cincuentón exigió.
Las rodillas de la mujer se separaron para permitir las maniobras del cliente, el cual usando su otra mano bruscamente le introdujo dos dedos en su sexo y de esa forma descubrió que la que creía una mojigata, estaba disfrutando al comprobar que su cueva estaba empapada con el flujo que manaba de su interior.
El pene de Albert ya le pedía acción y por ello dándola la vuelta, le exigió una mamada. En silencio, la castaña se arrodilló y abriendo la bragueta, liberó la extensión del abogado.
Este satisfecho se sentó en el sofá y abriendo las piernas, la ordenó que se acercara. La muchacha con lágrimas en los ojos y de rodillas, se acercó a él con la mirada resplandeciente. El cincuentón supo de esa forma que iba a ser una buena mamada aún antes de sentir como la boca de la fulana engullía su pene.
Tal como vaticinó, era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio del glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder su capullo, mientras las manos acariciaban los testículos del cliente.
La reacción de este no se hizo esperar y alzándola de los brazos la sentó sobre sus piernas, ordenando a la castaña que fuera ella quien se empalara. La oculta cueva entre tanto pelo le recibió fácilmente demostrando que la novata estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior.
Como no sabía ni quería saber su nombre, llamándola puta, le ordenó que se moviera. El insulto provocó que esa apocada e insípida mujer se volviera loca y para sorpresa de Albert, le rogara que siguiera humillándola mientras sus caderas se movían rítmicamente.
«¡Joder con la fulana!», pensó el abogado a sentir que la castaña había convertido los músculos de su chocho en una extractora de esperma que lo estaba ordeñando.
Ya sobrecalentado, desgarró el picardías que llevaba puesto, dejando al descubierto unos pechos que daban pena, pero cuyos pezones le miraban inhiestos deseando ser mordidos. Cruelmente tomó posesión de ellos con los dientes hasta hacerla daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.
―Gallo desplumado, ¡muévete o tendré que obligarte! ― le dijo al oído.
Demostrando lo mucho que le ponía la humillación, su sexo era todo líquido cuando, con la respiración entrecortada por el placer, obedeció moviendo sus caderas.
―Así me gustan las putas, calladas y obedientes― le susurró mientras con los dedos pellizcaba cruelmente sus pezones.
Satisfecho por la ausencia de respuesta, premió a la fulana con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación.
Hasta entonces todo discurría según Albert deseaba, pero cuando la informó que la iba romper el culo, la castaña intentó huir de la habitación y eso le enervó todavía más.
Con lujo de violencia la agarró y la lanzó en la cama. La novata completamente aterrorizada no pudo evitar que su cliente cogiera su corbata y con ella atara sus muñecas mientras fuera de sí le gritaba:
―Te voy a enseñar quien manda.
La ira reflejada en los ojos de ese cincuentón provocó que histérica se riera y eso empeoró las cosas porque llevándola hasta el cabecero, este la inmovilizó anudando un extremo de esa prenda a una de sus barras.
Albert ya no era Albert sino un ser sediento de sangre porque para él esa mujer aglutinaba a todas las que en algún momento lo habían despreciado o causado algún mal.
Por ello sin preparar su trasero, le separó las nalgas, apuntó con su escote y de un solo embiste, la empaló brutalmente. Los chillidos de dolor que surgieron de la garganta de su acompañante le sonaron a música celestial y azuzado por esa seductora melodía, no paró de insultarla y de azotarla con la mano abierta.
Su víctima creyó que iba a morir en manos de ese ejecutivo y sabiendo que si quejaba iba a encabronar a ese maldito, con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que continuara esa locura. Para entonces el abogado la había empezado a cabalgar agarrado de sus pechos y aunque sabía la barbaridad que estaba haciendo, lejos de calmarlo, eso lo estimulaba.
Es más, al sentir que un brutal orgasmo se aproximaba, incrementó la velocidad de su ataque hasta inundando todo su intestino, eyaculó dentro de ella. Sus gemidos de placer y los gritos de dolor del mamarracho se unieron en una sinfonía perfecta que al final consiguió apaciguar a la bestia.
Por eso al sacar su miembro cubierto de sangre y mierda, se sintió satisfecho y dejando el dinero sobre la mesilla se fue mientras la puta lloraba, rota por la mitad, sobre la cama.
Ya en su coche, recordó descojonado que además de no saber su nombre, tampoco la había oído hablar:
―A esto se le llama una noche perfecta. ¡Una zorra callada y obediente!

Relato erótico: «Mi nuera me preguntó si podía hacerme una mamada 2» (POR GOLFO).

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Eran más de las once y Jimena y yo todavía seguíamos en la cama. Habiendo olvidado que éramos suegro y nuera, nos habíamos dejado llevar por nuestra pasión y por eso cuando Manolo me llamó, ella seguía entre mis brazos.
Ese amigo que era a la vez el psiquiatra de Jimena estaba preocupado por si había tomado alguna decisión. Un tanto cortado le respondí que en ese momento no podía hablar. Para los que no habéis leído la primera parte de este relato debéis saber que con anterioridad a nuestro desliz, me había avisado del difícil equilibrio mental de la viuda de mi hijo y de la fijación que estaba experimentando por mí:
-¿La tienes ahí?- me soltó comprendiendo que no estaba solo.
-Así es- respondí.
Al escuchar mi respuesta, se quedó pensando un momento tras lo cual insistió:
-¿Te has acostado con ella?
Colorado e incómodo, reconocí a Manolo lo que había hecho y curiosamente, mi amigo lejos de enfadarse únicamente comentó:
-Os invito a comer. Quiero hablar con los dos.
Más que una invitación era una orden y no queriendo que por ningún motivo, el estado psíquico de Jimena se viera perjudicado por mis reparos, acepté colgando la comunicación.
-¿Quién era?- dijo mi nuera con una sonrisa.
-Manolo, hemos quedado en comer en su casa.
Curiosamente, esa cría ni siquiera preguntó para qué y dando por sentado que iba a ser una reunión de amigos, me preguntó cómo era la esposa de su psiquiatra. Al responderla que era la típica ama de casa, amante de su marido, se rio y me dijo:
-Entonces nos llevaremos bien, no me gustaría descubrir que te anda seduciendo.
-Estás loca. Además de no ser mi tipo, es la mujer de un amigo- le contesté mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban al asumir que tal como me dijo Manolo, Jimena se comportaría con unos celos enfermizos.
-Y ¿Cómo es tu tipo?- insistió mi nuera.
Comprendí que estaba tanteando el terreno y que esa pregunta me la había hecho en realidad para que le contestara que era ella la que realmente me gustaba. Un poco mosqueado por su actitud, decidí darle un pequeño escarmiento y mirando su pelo castaño, le solté:
-Las rubias.
Mi respuesta la sacó de las casillas y con un cabreo de narices, se levantó de la cama sin dignarse siquiera a mirarme. Para terminarla de joder, solté una carcajada. Mi nuera al oírme, pegando un portazo, se encerró en el baño y no salió de él por mucho que intenté disculparme diciéndole que era broma.
-¡No te quiero ni ver! ¡Vete!- contestó llorando desde dentro.
Al ver su intransigencia, no me quedó otra que irme a la cocina a desayunar mientras esperaba a que se le pasase el berrinche para hacer las paces con ella. Desgraciadamente el cabreo de la muchacha era tal que en cuanto pudo me dio esquinazo y salió huyendo sin darme oportunidad de hablar con ella….
Jimena desaparece toda la mañana y vuelve cambiada.
No tuve noticias de mi nuera hasta la una y media cuando ya estaba preocupado porque desde que había tenido la crisis nerviosa, Jimena siempre me avisaba de lo que iba a hacer o donde estaba. Al no ser normal que desapareciera durante tres horas, estaba ya de los nervios pensando que había hecho alguna tontería y por eso cuando escuché abrirse la puerta del garaje, salí a ver en que estado llegaba.
Conociendo el débil equilibrio mental de mi nuera me esperaba cualquier cosa, desde que llegara borracha a que siguiera reusando hablar conmigo pero lo que nunca preví fue que la mujer a la que abriera la puerta del coche fuera una despampanante rubia:
-¿Qué has hecho?- pregunté al ver que se había teñido y que su melena negra había desaparecido.
Con una sonrisa de oreja a oreja, respondió:
-¿Te gusto más ahora? Como me dijiste que te gustaban las rubias, he decidido complacerte-. Su respuesta de por sí clarificadora me dejó helado cuando me modeló su cambio de look, diciendo: – Mira lo que he comprado para ti, ¡un tanga rojo!
Sin llegar a entrar en la casa y todavía en el garaje, meneando su pandero, se bajó los pantalones para mostrarme satisfecha la ropa interior que se había comprado. Su descaro me hizo reír y dando un sonoro cachete en una de sus nalgas, le comenté que llegábamos tarde a la comida con Manuel, olvidando aunque fuera temporalmente esa transformación.
Ya en el coche, Jimena me dio más claves que le habían llevado a cambiar completamente su apariencia al decirme:
-Amor, no sabes lo feliz que soy desde que vivo contigo. Cuando murió tu hijo creí que mi vida había terminado pero gracias a ti, tengo un futuro. Si algo no te gusta de mí, dímelo y cambiaré.
Racionalizando sus palabras, me quedó claro que mi nuera veía natural adaptarse a mis gustos como medio de mantener nuestra relación pero de un modo enfermizo. Por eso, respondí:
-No necesito que cambies, me gustas tal y como eres.
La alegría desbordada de la muchacha al oír mi respuesta me confirmó que había un problema sobretodo porque sin venir a cuento, me soltó:
-¿Te apetece que hagamos el amor?
Calculando la frase no fuera a ver en ella un rechazo, respondí:
-No creo que sea lo más adecuado, estamos en el coche y llegamos tarde.
Muerta de risa, contestó:
-Por eso no te preocupes- y poniendo cara de putón desorejado, descojonada prosiguió diciendo mientras llevaba sus manos a mi bragueta: – Tú conduce.
Antes de que pudiese reaccionar, Jimena obviando que estábamos en mitad de la calle se puso de rodillas sobre su asiento y sacando mi verga de su encierro, la comenzó a acariciar con ternura. Mi pene reaccionó irguiéndose y ella al verlo pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande mientras ronroneando me decía lo mucho que me amaba, para acto seguido, con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca.
-Estás loca- comenté ya excitado.
Durante un segundo alzó su vista para comprobar que me gustaba y al verificar que no ponía reparos, se lo volvió a meter. La lentitud con la que lo hizo, me permitió experimentar la tersura de sus labios al recorrer mi pene. Imbuida en su papel, Jimena no cejó hasta que consiguió que su garganta absorbiera por completo toda mi extensión. Una vez lo había conseguido, sacando y metiendo mi polla de su boca, comenzó un lento vaivén.
Mi nuera viendo que la excitación me dominaba, aceleró la velocidad de su mamada mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Para entonces reconozco que me costaba seguir conduciendo ya que la cadencia que estaba imprimiendo a su boca era brutal y eso dificultaba el concentrarme en otra cosa que no fuera sus maniobras. Coincidiendo con un semáforo, no pude seguir reteniendo mi placer y avisándola, me derramé en su interior. Jimena al sentir las explosiones de mi pene sobre su paladar, incrementó más si cabe el ritmo y no se quedó contenta hasta que  consiguió extraer la última gota de mi sexo.
Entonces y con un brillo extraño en sus ojos, me dijo:
– A tu mujercita le pone cachonda tu sabor- y acomodándose en su sitio, separó sus rodillas mientras metía una de sus manos por dentro de su pantalón.  Mi cara de sorpresa la hizo reír y no satisfecha con ello, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras me guiñaba un ojo, diciendo: -¿te importa que tu zorrita se masturbe?
-Para nada- respondí nuevamente excitado con la idea de verla satisfaciendo sus necesidades.
Jimena no se hizo de rogar y llevando su mano a uno de sus pechos, pellizcó su pezón sin dejar de gemir. Con las manos en el volante, fui testigo como separaba los pliegues de su sexo y con dos dedos torturaba su botón, concentrando así toda su calentura en su entrepierna.
-Necesito correrme- gritó como pidiendo mi permiso.
No contesté al estar alucinado por la furia con la que mi nuera empezaba a masajear su clítoris. Dominada por la lujuria, la muchacha convulsionó sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. El elevado volumen de sus gemidos terminó por acallar la canción de la radio y entonces con la melodía de sus aullidos llenando el habitáculo del coche, se corrió sobre su asiento. Al terminar y mientras se cerraba el pantalón me dio un beso y dijo:
-Gracias amor, por darme tanto placer.
Aunque su orgasmo casi coincidió con nuestra llegada a casa de Manolo, tuve tiempo de analizar lo que me había dicho y entonces con mis nervios a flor de piel comprendí que en su mente el placer iba unido a mí y por eso incluso adjudicaba a mi autoría, lo que acababa de sentir.
Mi amigo, que como sabéis era su psiquiatra, fue quien nos abrió la puerta y al ver que se había cambiado el color del pelo, le comentó que estaba muy guapa. Jimena al escuchar el piropo, le contestó:
-Muchas gracias. Fue Felipe quien me lo insinuó.
Manolo, que no era tonto, no dijo nada y esperó a presentarle a su esposa para que aprovechando que se la llevaba a mostrarle el piso, preguntarme si era eso cierto.
-Para nada- respondí. –Cuando me preguntó cómo era el tipo de mujer que me gustaba, le contesté de broma que rubias y ella al escucharlo, se fue directo a la peluquería a teñirse la melena.
-Típico en las personas con su trastorno- comentó entre dientes.
-¿Qué trastorno?- escandalizado exclamé.
-Joder, Felipe, ¡pareces tonto! Mira que te avisé de lo que se te avecinaba y olvidando mi advertencia, te acuestas con ella.  Tu nuera sufre un trastorno de personalidad dependiente emocional y hará todo lo que le mandes para evitar tu rechazo.
-Manolo, ¡Qué no se lo pedí!- protesté aun sabiendo que no era  injustificada esa reprimenda.
-¡No entiendes! Para Jimena, una sugerencia, un deseo o una insinuación por tu parte es una orden que no puede evitar cumplir- comentó y para darle mayor énfasis a su posición, me dijo: -Solo por complacerte, aceptaría de buen grado hacer cosas que de otro modo nunca realizaría. Tu nuera, o mejor dicho, tu pareja siente una necesidad excesiva por ti y buscará tu aprobación cueste lo que le cueste.
-¡No será para tanto!- contesté no muy seguro.
-Es peor de lo que te imaginas. Veras como esa cría terminará asumiendo tus propios gustos con una naturalidad total. Si no me crees, piensa en algo que sepas que no le guste y coméntale que a ti sí.
Como esa prueba era inocua, decidí hacer la comprobación en cuanto volvieran de dar la vuelta por la casa. Recordando que nunca le había gustado la cerveza al llegar, le comenté a la mujer de Manolo:
-María, ¿no tendrás una cerveza bien fría? Hace calor y nada mejor que una para combatirlo.
Os juro que se me erizó hasta el último vello de mi cuerpo al escuchar a mi nuera pedir que le trajera otra a ella. La inmediatez con la que confirmó los síntomas de su problema mental me dejaron hecho mierda y por ello, llevando a Manolo a un rincón le pregunté qué era lo que podía hacer.
-Lo primero, ¡No abuses! Aunque ahora parecerá una exageración, te será muy fácil dejarte llevar y poco a poco, ir moldeándola a tu gusto. Lo quieras  o no, a ti también te resultará natural ir ejerciendo tu autoridad sobre ella invadiendo todos sus recodos. Te advierto, no caigas en un dominio absoluto. Ninguno de los dos sería feliz.
El sentido común que manaba de sus palabras me hizo tomar nota mentalmente de sus consejos y de esa forma supe que debía de forzarle a tomar sus decisiones para que no adoptara las mías como propias, así como, intentar reforzar su autoestima.
Entre tanto, Jimena y María habían hecho buenas migas. Se notaba que la esposa del psiquiatra debía estar al tanto de lo peculiar de nuestra relación porque no hizo ningún comentario y aceptó como normal  tanto el parentesco que nos unía como nuestra diferencia de edad. Solo metió la pata cuando en mitad de la comida, le dijo:
-Y niña, ¿Cómo es eso de vivir con tu suegro?
De muy mala leche, Jimena le contestó:
-Felipe era mi suegro, ahora aunque todavía no nos hayamos casado es mi marido.
Su psiquiatra intervino, calmando la tormenta, al decir:
-Y nos alegramos por los dos. Se nota que estáis hechos el uno para el otro.
Sonriendo de oreja a oreja, soltó un grito de alegría, diciendo:
-¿Verdad que si? Desde que me rescató en el hospital, supe que debía dedicar mi vida a hacerle feliz.
Puede advertir el disgusto de su médico antes de contestar:
-Jimena, debes de pensar en ti en primer lugar. Felipe es una buena persona pero tú también y por eso no te costaría encontrar a otro que te quisiera.
La indignación con la que recibió ese consejo fue total y agarrando su bolso, dejó plantado al matrimonio. Alucinado, pedí perdón a mis amigos y corrí tras ella. Al alcanzarla en el coche, se lanzó a mis brazos llorando mientras me decía:
-Júrame que nunca me dejarás sola.
Me quedé mudo al notar su dolor y besándola con cariño, le prometí amor eterno…
La dependencia de Jimena empeora.
Esa tarde al llegar a nuestra casa me tuve que multiplicar para consolarla. Su estado de tristeza la llevó a pasarse berreando durante horas mientras yo permanecía a su lado sin saber qué hacer. Los sollozos de mi nuera se prolongaron tanto tiempo que al final consiguieron sacarme de mis casillas y creyendo que lo que necesitaba Jimena para dejar atrás sus lamentos era una buena ración de sexo, le fui desabrochando su camisa mientras le decía:
      Voy a demostrarte lo mucho que te quiero.
Mis palabras fueron el empujoncito que esa niña necesitaba para dejar de llorar y con sus mejillas al rojo vivo, me miró como el que admira a su salvador. Al observar su reacción, ralenticé mis maniobras mientras llevaba una de mis manos a sus piernas.
-Ummm- gimió separando sus rodillas al notar mi caricia en sus muslos.
Para entonces los pezones de esa mujer estaban duros como piedras y mordiéndose el labio, me miró pidiendo que la amara. Viendo que la calentura que la embriagaba era patente, terminé de despojarle de su blusa sin que ella hiciera nada por impedirlo.
Su entrega me terminó de convencer y abriendo su sujetador, le dije:
-Tienes unos pechos preciosos.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta sin dejar de mirarme mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Sabiéndome al mando, recogí ese sudor de entre sus tetas y llevándomelo a mi boca, susurré en su oído:
-Abre tus piernas, putita mía.
Mi dulce insulto la terminó de excitar y queriéndome agradar, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Sabiendo su necesidad de cariño, no dejé de susurrarle lo bella que era mientras le quitaba el pantalón, dejando solamente su ropa interior.
Jimena, excitada tanto por mis lisonjas como por mis toqueteos, quiso quitarse el tanga para dejar su sexo a mi alcance. Deseando que esa noche fuera inolvidable, se lo impedí y deslizándome por su cuerpo, fui dejando un húmedo rastro sobre sus pechos mientras bajaba.
-Hazme tuya- suspiró ya entregada al notar que me aproximaba a su entrepierna.
La que hasta hacía apenas unos días era solo mi nuera suspiró al sentir mi mano deslizándose por su piel hasta que llegar a su trasero. Y al notar mis yemas acariciando sin pudor sus nalgas, gritó llena de placer mientras su coño se encharcaba,  Al comprobar su necesidad, sonreí y con delicadeza separé sus rodillas dejando a mi alcance su coño todavía oculto por un tanga rojo.
-Quiero que disfrutes- dije mientras comenzaba a mordisquear su vulva por encima de la tela.
Jimena al notar mis dientes jugueteando con su sexo, suspiró y ya como en celo, me rogó que me diera prisa. Cómo gracias a mis años, sabía que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos me entretuve jugueteando con los bordes de su botón sin llegar a quitar esa braguita.
Completamente excitada, presionó con sus manos mi cabeza en un intento de forzar el contacto de mi boca contra su ya erecto clítoris. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y separando con mi lengua la tela colorada, dí un lametazo a su sexo mientras le decía:
-Cuando termine esta noche contigo, no te podrás ni sentar.
Tras lo cual deslicé su tanga por sus piernas, dejando al descubierto su depilado sexo.
-Por favor, ¡fóllame ya!- chilló descompuesta.
Fue entonces cuando los dedos de mi nuera se apoderaron de su clítoris y compitiendo con mi boca, se me empezó a masturbar. Satisfecho al percatarme que estaba a punto, usé mi lengua para penetrar en su entrada y mientras saboreaba su flujo,  pasé un dedo por su esfínter deseando darle uso.
-Me corro-  gritó en cuanto sintió que empezaba a relajar su ojete con suaves movimientos circulares.
Ese triple estimulo, mi lengua en su sexo, sus dedos masturbando su clítoris y el dedo en su culo fueron un estímulo excesivo y llegando al orgasmo, comenzó a dar tantos alaridos que de tener vecinos hubiesen llamado a la policía.
-Tranquila, zorrita- mascullé mientras unía otro dedo al que ya se encontraba en su trasero y sin dejar de usar mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de su interior.
-¡No aguanto más!- chilló al sentir que una a una sus defensas se iban hundiendo ante mi ataque.
Sin apiadarme de ella seguí  metiendo y sacando mi lengua de su interior hasta que con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara. Solo entonces y mirándola directamente  a los ojos, forcé su coño de un solo empujón.
-¿Te gusta ser mía? Mi querida guarrilla- pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
-¡Sí!- ladró convertida Jimena en mi perra.
Ya teniéndola en mi poder, imprimí a mis  caderas una velocidad creciente, apuñalando sin descanso su sexo. Dominada por la lujuria mi nuera respondió a  cada una de mis incursiones con un berrido.
-¡No pares de follarme!- chillaba sin parar.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular, recordé que no me había puesto un condón. Al sacársela y abrir el cajón de mi mesilla protestó intentando que volviera a introducirla en su interior.
-Espera, no quiero dejarte embarazada- dije mientras me lo ponía.
Pero entonces con un histerismo atroz me tumbó sobre la cama y poniéndose a horcajadas sobre mí, me quitó el preservativo mientras decía:
-Yo sí quiero.
Su cara era la de una loca y eso me impidió reaccionar cuando usando mi pene como lanza, se empaló una y otra vez hasta que no pude aguantar más y esparcí mi simiente por su fértil vientre. Mi coincidió con el suyo. Su coño se abrazó a mi polla como una lapa y Jimena disfrutó de mis cañonazos con una expresión de felicidad que me dejó aterrado. Ya agotada se quedó abrazada a mí. La sonrisa de sus labios me dejó claro que en ese momento mi nuera  soñaba con la posibilidad de haberse quedado en cinta.
La dejé descansar durante cinco largos minutos y viéndola ya repuesta, supe que tenía que hablar con ello de lo que acababa de suceder. A mi edad, lo último que me apetecía era volver a ser padre y por eso midiendo mis palabras, quise que me contara porque deseaba que la embarazara.
-Amor mío, darte un hijo me haría la mujer más feliz del mundo tuyo – respondió con tono alegre: -¿Te imaginas?  ¡Un bebe nuestro al que cuidar!
Mintiendo descaradamente contesté abusando de lo que sabía de su trastorno:
-Me encantaría pero ahora no es el momento. Primero quiero disfrutar de mi nueva esposa y te necesito las veinticuatro horas del día para mí.
Mis palabras la convencieron al encerrar una confesión de dependencia que no sentía y haciendo un puchero, respondió:
-Tienes razón, Cariño. Los niños pueden esperar.
El oírla hablar en plural de nuestra descendencia me obligó a preguntar cuántos quería tener. Jimena  se quedó haciendo cálculos durante unos segundos:
-Cómo tengo veintitrés años me da tiempo de tener… ¡Doce chavales!
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: «Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino» (POR GOLFO)

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 Toda mujer que se precie debería de huir de mi vecino si quiere mantener un mínimo de dignidad. Desgraciadamente desde casi niña me han gustado los “malotes” y por mucho que intento evitarlos, siempre caigo en sus redes.  Me imagino que si algún día se lo contara a un psicólogo, este me vendría con la típica explicación freudiana pero yo me conozco y sin entrar en más detalles, sé que me vuelven loca los tipos golfos.

Ya en el instituto solo salía con los más mujeriegos y si encima eran repetidores, mucho mejor. Un claro ejemplo es el imbécil que me desvirgó. No es que esté muy orgullosa de esa etapa pero, para que me comprendáis mejor, debo contároslo. Fue en el penúltimo curso y tenía apenas dieciséis años cuando Tato me pidió salir.
El tal Tato era tres años mayor que yo, borracho, impresentable y  un desastre en los estudios pero tenía dos grandes virtudes: Era relaciones de una discoteca y para colmo, guapo. Por eso no es de extrañar que mi primera relación sexual fuera en los baños de un bar y sin preservativo. Nunca creí que ese subnormal fuera mi príncipe azul pero tampoco que al terminar y todavía con mi coñito sangrando, me dejara.
Como os imaginaréis, me pasé quince días temiendo haberme quedado preñada. Por suerte, no fue así y pude seguir con mi vida. 
Mi segundo noviete fue el capitán del equipo de futbol de mi curso, otro idiota. Don Juan en ciernes, Eduardo repartía sus favores a cuantas tontas podía, sin importarle que ellas sí estuvieran enamoradas. Una de esas tontas fui yo. Ver a ese chaval en un pasillo era motivo suficiente para que mi entrepierna se mojara. Por eso cuando después de un partido, él y sus amigos lo estaban celebrando, le di mi primer beso y durante tres meses fui su puta.
Me follaba cuando y donde quería. Daba igual que fuera el cole, su casa o el parque, en cuanto Edu me tocaba las tetas sabía que lo siguiente era quitarme las bragas.
Terminó ese noviazgo como empezó, un día de partido ese mocoso descubrió que estaba cansado de mí y mandándome a la mierda, se fue con mi mejor amiga.
Aunque puedo seguir enumerando mis parejas, en realidad, no importa, porque el objeto de este relato es mi vecino del octavo. Se llama José y para haceros el cuento corto, si cogéis todos los defectos posibles en un hombre y los metéis en una envoltura atractiva, así es él.
Golfo, dominante, egoísta, manipulador… pero para mi desgracia amante cojonudo.
Conozco a ese mal bicho desde que llegué a Madrid cuando el destino quiso que el piso que había alquilado fuera el contiguo al suyo. Mi mal fario empezó el día de mi mudanza cuando al salir cargada del ascensor con dos cajas, me topé con él y luciendo una espléndida sonrisa y mirándome con sus negros ojos, me preguntó si podía ayudarme. Pesaban tanto los dos bultos que no pude negarme y por eso, ese cabrón entró no solo en mi casa sino en mi vida.  
 Reconozco que me encantó su profunda y varonil voz pero lo que realmente me puso a mil fue observar sus músculos cuando me quitó las cajas y las llevó hasta mi salón.
-Muchas gracias- alcancé a decir mientras sentía que mi respiración se aceleraba.
Quitándole importancia, ese moreno comentó:
 

 

 







-Los vecinos estamos para ayudarnos.
Os juro que mis braguitas se mojaron al oír que ese machote vivía en el mismo edificio pero pensé que me había meado al verle entrar en la puerta de al lado de la mía diciendo:
-Por cierto, me llamo José- tras lo cual sin darme tiempo de decirle  el mío, cerró la puerta dejándome con las palabras en la boca.
Lo peor fue al volver a mi apartamento y descubrir que antes de irse, ese “señor” había dejado su aroma por doquier. Con los restos de su colonia perfumando mi habitación, comencé a desembalar mis cosas pero su recuerdo hizo que mis hormonas se alteraran.
“¡Qué bueno está!” pensé mientras involuntariamente me iba calentando al rememorar el volumen de sus bíceps.
Al poco, me tumbé en la cama y ya cachonda perdida, llevé una de mis manos hasta mi pecho mientras la otra se hundía en el calor de mi chochito. La humedad que descubrí en mi sexo fue la confirmación de la atracción que sentía por ese desconocido y recreándome con caricias en el clítoris, me imaginé como sería su miembro.
“Sera enorme y sabroso”, me dije soñando con el pedazo de verga que suponía habitaba entre las piernas de ese moreno.
Mi propia calentura y lo que sentí al notar mis dedos hurgando dentro de mi vulva, me hicieron comprender que estaba bien jodida si alguna vez llegaba a convencerlo de compartir mi cama. Dejándome llevar, incrementé mi toqueteó figurándome que era él quien me tocaba. Aun sabiendo que no era más que una ilusión, sentí un latigazo en mi entrepierna al soñar con su caricia.
En mi imaginación, José pellizcó mis aureolas de una forma tan sensual con la que asoló de inmediato mis defensas. Caliente como una perra, soñé con su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda. 
-¡Mierda!, estoy brutísima- grité al visualizar a mi vecino comiéndome a besos.
La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. La imagen de semental me estaba volviendo loca y rendida a sus supuestos encantos, gemí fantaseando con que sus dedos se hacían fuertes en mi trasero. Verraca como pocas veces, traté de acelerar mi masturbación y gimiendo de placer, cerré mis ojos mientras soñaba con el pene de mi vecino tomando posesión de mi coñito.
-Fóllame- chillé por mucho que sabía que era irreal.
Que no estuviera a mi lado  no consiguió enfriar mi pasión y por eso cuando en mi mente, José aceleró sus caderas,  me corrí. Mi excitación no concluyó con ese orgasmo y profundizando en mi ensoñación, imaginé  que su mano había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas. Sonriendo, me miró diciendo:
-¡Qué putita es mi vecina!
Me mordí los labios al oír su masculina voz y sabiéndome suya, mi deseo volvió a alcanzar límites desconocidos cuando el moreno me agarró de la cintura y me acomodó sobre sus rodillas.  
-¿Me vas a dar tu culo o tendré que buscarme otro? – me soltó con descaro mientras sus manos se apoderaban de mis nalgas.
“¡No puedo ser tan zorra!”, pensé al disfrutar por anticipado del placer y del dolor que ese enorme aparato me iba a regalar y tragando saliva, esperé su siguiente paso.
Entonces, José viendo mi entrega, cogió su pene y acercándolo  a mi entrada trasera, susurró en mi oído:
-No me has contestado.
Su pregunta me sacó lo perra y chillando,  grité:
-Tómalo, cabrón.
Mi insulto espoleó su lujuria y presionando mi esfínter con la punta de su enorme glande, fue forzándolo lentamente. Adolorida pero más excitada de lo que me gustaría reconocer, sentí el paso de su gigantesca extensión mientras invadía mi estrecho conducto.

-¡Dios! ¡Cómo duele!- aullé  al notar que su pene me rompía el culito.
A partir de ahí, el dolor fue menguando y ya dominada por el placer, disfruté como una cerda de sus huevos rebotando contra mi culo con cada embestida.
-¡Muévete! ¡Zorra!- susurró y recalcando sus palabras con hechos, me soltó un sonoro azote.
Obedeciendo sus deseos, salté sobre su verga empalándome con rapidez hasta que, de improviso, su verga explotó en mi interior. Y aunque era imposible, sentí su semen como si fuera real rellenando mi conducto trasero. Cada una de las explosiones con las que regó mi interior provocaron que mi deseo se tornara en placer y temblando sobre mi colchón, me corrí nuevamente.
Agotada me desplomé en la cama. Durante largos minutos, fui incapaz de levantarme y solo cuando comprendí que había mucho que hacer, me incorporé. Con mi mente a años luz y mi chocho chorreando, terminé de deshacer mi equipaje. El convencimiento que ante cualquier avance de mi vecino, me sería imposible evitar caer entre sus brazos, me llevó a  evitarle a partir de ese día.
José se entera de la atracción que genera en mí.
Sabiendo del peligro, durante dos semanas conseguí no toparme con él pero el calor del mes de agosto en Madrid y el tiempo trascurrido, hicieron que bajara mis defensas. Todavía recuerdo que esa tarde llegué a casa sudando y sin pensar en que José podía aparecer por ahí, bajé a la piscina comunitaria.
Aunque ya eran las seis de la tarde, el sol seguía cayendo a plomo sobre la capital. Por eso al comprobar que no había nadie en esa zona, directamente me tiré al agua.
-¡Qué gozada!- grité al notar que estaba fresca y por eso disfrutando del cambio de temperatura, durante un rato, disfruté del baño sin percatarme de su llegada.
Al salir, vi que mi vecino venía acompañado de una rubia tetona. Os reconozco que en un primer momento agradecí que no estuviera solo y por eso no me importó que habiendo al menos dos docenas de tumbonas, hubiesen elegido unas pegadas a mí para tumbarse.
Obviando su presencia, fui hasta la mía y cerrando mis ojos,  me puse a tomar el sol.  No llevaba ni dos minutos allí, cuando oí que el putón con voz sensual le decía:
-Cariño, ¿Me puedes poner crema?
El tono de la pregunta me mosqueó y más cuando descojonado el tipo le contestó:
-De acuerdo aunque dudo que tengas bronceador suficiente para tus tetas.
Sé que me comporté como una autentica voyeur y que eso estuvo mal pero entreabriendo mis ojos, me puse a espiarlos. Desconozco si José se dio cuenta desde el principio que les estaba observando o por el contrario si me pilló más tarde pero lo cierto es que recreándose en ello, le pidió que se quitara la parte de arriba del bikini.
La rubia al escuchar su orden, no le importó que estuviera a su lado y con gran descaro, se despojó de la prenda. El tamaño de sus senos me pareció todavía más grande cuando al quitárselo rebotaron ya libres de la prisión que suponía esa tela.
-Tienes un par de tetas muy ricas- exclamó mi vecino entusiasmado y cogiendo el bronceador, lo comenzó a extender por su piel.
Si al principio sus manos evitaron esas moles y todo parecía normal, la situación cambió en cuanto mi vecino se acercó a las tetas de la rubia porque la muchacha al sentir la cercanía de sus dedos, pegó un gemido apagado. Al escucharlo, José se rio y cogiendo más crema, se puso a extenderla por sus pezones.
-Ummm- volvió a gemir la amiga al sentir que extralimitándose en sus funciones, el tipo le estaba pellizcando ambos pezones.
Reconozco que en ese momento lo correcto hubiese sido levantarme pero algo me lo impidió y cada vez más interesada, seguí observándolos de reojo.
Durante unos minutos, José se contentó con solo los pechos pero el continuo concierto de gemidos y sollozos le debió azuzar su lado oscuro y por eso, dejando caer una de las manos por el cuerpo de la rubia, la llevó hasta su entrepierna.
-Quítate las bragas- escuché que le ordenaba.
Medio escandalizada abrí los ojos sin llegarme a creer que esa puta fuera capaz de obedecer esa sugerencia. Mi sorpresa fue total al observar que señalando mi presencia, la chavala se las quitó mientras le decía muerta de risa:
-¡Estás loco! ¡Tenemos público!
Fue entonces cuando José, mirándome a los ojos, le respondió:
-Cállate y abre las piernas.
La sonrisa que lucía en su rostro me dejó paralizada y por eso fui testigo de cómo la rubia separaba sus rodillas dejando el campo libre a sus maniobras. El descaro de ese tipo fue total y sacando de su bolsillo un chupa-chups, le quitó el papel y metiéndoselo en la boca, lo embardunó con su saliva mientras con la otra mano comenzaba a pajearla.
Para entonces, mis hormonas estaban más que alborotadas y perdiendo parte de mi vergüenza, me acomodé en la tumbona para no perder nada de lo que ocurriera. Lo que no me esperaba fue que ese cabrón disfrutando del momento, me diese ese dulce diciendo:
-Es para ti.
La escena me había puesto tan cachonda que no dudé en cogerlo y llevándolo hasta mi boca, abrí mis labios y me puse a chuparlo como si fuera un micropene. Mi rápida respuesta le satisfizo y olvidándose de mí, se concentró en su amiguita. Dando una clase magistral de cómo se masturba a una mujer, mi vecino separó los pliegues de la rubia y cogió entre sus dedos  su clítoris mientras le decía:
 
-Tu público espera que le demuestres lo puta que eres.
La dulce tortura que imprimió a su erecto botón y la certeza de estar siendo observada por mí, excitó a la tetona, la cual llevando sus manos hasta sus pezones, los empezó a retorcer entre sus dedos.
-Así me gusta- comentó su amante y recalcando el poder sobre ella, le dijo: -Córrete.
La orden provocó un terremoto en la chavala y berreando como si estuviese en celo, descargó su tensión con un sonoro orgasmo. La facilidad con la que ese hombre la manejaba me fascinó y por eso deseé ser yo el objeto de sus caricias. Sin darme cuenta, había retirado una de las copas de la parte superior de mi bikini y me estaba acariciando con el caramelo y su palito.
Para entonces, José se sentía dueño de la situación y sentándose en la tumbona, se bajó el traje de baño y cogiendo a su amiga, le soltó:
-Ya sabes que tienes que hacer.
El putón sin cortarse un pelo, se arrodilló frente a él y sacando la lengua, comenzó a lamer su hermoso talle. Ya dominada por el ardor que me quemaba el chochito, me empecé a masturbar mientras admiraba la belleza del sexo de ese Don Juan.
“¡Menuda polla!”, exclamé mentalmente valorando que diría mi vecino si me sumaba a esa mujer.
Conocedora de un buen número de penes, ese en particular me pareció un sueño. No solo era grande y gordo sino tenía una apariencia tan dura que me hizo derretir al imaginarla retozando en mi interior. Visualizando mi entrega, babeé tanto como la rubia con las venas hinchadas de esa verga que temiendo ser capaz de arrodillarme frente a José, preferí usar el puñetero chupa-chups como consuelo y llevándolo hasta mi sexo, lo sumergí entre mis muslos.
“Joder, ¡No puedo ser tan zorra!”, maldije mi calentura al percatarme de lo caliente que me ponía ese capullo.
La verdad es que si en ese momento, mi vecino me hubiese pedido que me pusiera a cuatro patas, lo hubiera  hecho pero para mi desgracia no solo no lo hizo, sino que viendo lo perra que estaba, se levantó y cogiéndome en los brazos, me tiró a la piscina.
Al salir del agua, recriminé su actitud pero entonces, soltando una carcajada, José me soltó:
-Tu chocho estaba al rojo vivo.
Tras lo cual dejándome empapada y frustrada, se llevó a esa rubia a su apartamento a terminar lo que habían empezado. Nunca en mi vida me había sentido más humillada y aunque esa noche tuve que pajearme sin parar, me juré que aunque fuera el último hombre en el mundo, ¡Nunca cedería ante mi vecino!…
José se recrea con mi cachondez.


Los siguientes dos meses fueron una jodida tortura. Noche tras noche y semana tras semana, ese maldito tenía siempre compañía. Si ya de por sí era duro saber que al menos una docena de mujeres disfrutaban alternativamente de sus caricias, esa época coincidió con una absoluta sequía de amantes en lo que a mí respecta.

No os podéis imaginar lo que me molestaba cuando al llegar a la cama, tenía que soportar los gritos y gemidos que ese cabrón conseguía sacar de su hembra de turno. Al estar mi piso mal insonorizado parecía que José se las tiraba en mi oreja y eso solo pudo incrementar mi desasosiego.
Las paredes eran tan delgadas que al cabo de los días, comencé a reconocer a sus parejas por sus berridos y aunque intenté no oírlas, al final les puse hasta mote. La rubia era la gritona, una morena que al final de cada polvo se echaba a llorar era la infiel. Luego estaba una que le gustaban los azotes a la que llamé  la sumisa, otra que no paraba de recriminarle que anduviera con más mujeres era la mojigata y así hasta completar la extensa lista.
En contraposición con su éxito, estaba mi infortunio. Por mucho que intenté llevarme a varios tipos a la cama, solo obtuve fracaso  tras fracaso. El que no era gay, tenía pareja y mientras tanto mi almejita desfallecía por la ausencia de caricias.
Si eso ya era frustrante, lo peor comenzó a partir de una tarde en que al llegar a mi edificio, me topé con él y con una vecina al tomar el ascensor. Mascullando un breve saludo, entré en él. Como nuestra vecina llevaba la compra, observé a José ayudando tras lo cual se colocó a mi lado.
Todavía no había llegado a cerrarse cuando de pronto sentí su mano acariciando mi trasero. Creo que de haber ido sola con él, le hubiese abofeteado pero la presencia de esa viejita me hizo callar por miedo al escándalo.  Mi ausencia de respuesta le animó y poniéndose a mi espalda, llevó sus manos hasta mis muslos y levantando mi falda, dejó mi culo al aire.
“¡Sera hijo de perra!” exclamé mentalmente al notarlo pero increíblemente no hice nada y permití que con descaro, magreara ambas nalgas.
La sensación de estar siendo cuasi violada frente a esa vecina me puso como una moto y pegando mi trasero contra su sexo, descubrí que mi agresor estaba también excitado. Ese descubrimiento me hizo sonrojar y sin meditar las consecuencias, comencé a rozarme  con su miembro mientras la señora no paraba de quejarse de lo caro que estaba el supermercado.
Mi actitud se vio recompensada al bajarse la vecina en el segundo. Sin cambiar de posición, José metió su mano entre mis piernas y mientras se hacía fuerte en mi clítoris, susurró en mi oído:
-Te espero todas las tardes a las ocho aquí.

 

Su repetida caricia durante los siguientes seis pisos, hizo que al llegar a nuestro destino mi sexo ya estuviera chorreando. Sin salir del ascensor, mi agresor introdujo dos de sus dedos en mi agujerito y con movimientos rápidos me llevó en volandas hasta el placer. La violencia de mi orgasmo me dejó noqueada y cuando ya creía que iba a tener la suerte de acompañarle a su piso, mi odioso vecino se despidió de mí diciendo:
-Hasta mañana, zorrita.
No comprendí que había sido todo por ese día hasta que me vi sola en el ascensor y a José abriendo la puerta de su casa.
-¡No pensaras dejarme así!- protesté insatisfecha.
El muy cretino se giró y luciendo la sonrisa que también conocía, me soltó:
-Como bien sabes soy un hombre muy ocupado.
Os juro que al llegar a mi salón, de haberlo tenido enfrente, lo hubiese matado y por eso decidí por enésima vez, no permitir que me usara a su antojo. Muy a mi pesar su aroma me acompañó durante toda esa tarde-noche y continuamente venían a mi mente, las imágenes de ese maldito jugando con mi cuerpo. No sé las veces que recreé el instante en que empezó a magrear con sus manos mis nalgas o el momento en que asaltó con sus yemas mi coñito, lo cierto es que al llegar a mi cama ya estaba nuevamente cachonda y aprovechando los gritos de la pareja de esa noche, me hice un dedito soñando que era yo la que berreaba entre sus brazos.
Ni que decir tiene que al día siguiente, esperé puntualmente a que llegara. José nada más verme, sonrió y galantemente me cedió el paso al ascensor. Esa cortesía terminó justo cuando se cerraron las puertas y atrayéndome hacia él, me cogió de la cintura diciendo:
-¿Cuántas pajas te has hecho en mi honor?
-¡Ninguna!- cabreada exclamé.
Mi respuesta lejos de molestarle, exacerbó sus ánimos y abriéndome la camisa, sacó uno de mis pechos mientras me decía:
-No te creo.
Su cara de recochineo no menguó al escuchar mis protestas y regodeándose en humillarme, comenzó a mamar de esa teta sin importar que no estuviera dispuesta. Durante ocho largos pisos, ese tipejo me manoseó por entero hasta que al parar el ascensor, soltando una carcajada, me soltó:
-Mañana, sin bragas.

La seguridad de sus palabras me destanteó y llorando a moco tendido, busqué la seguridad de mis sabanas porque supe que aunque mi mente me aconsejara desobedecer, el resto de las células de mi cuerpo me pedían lo contrario.

La calentura que atenazaba todo mi ser, me llevó a creer una buena paja era lo que necesitaba y por eso con esmero, preparé el escenario. Para ello, llené la bañera con agua caliente, cogí un libro y al más fiel de mis amantes, un patito rosa que también era un suave vibrador y con esos tres elementos juntos, me sumergí en la lectura.
Si os he de ser sincera, ni siquiera recuerdo el libro solo sé que letra a letra, palabra a palabra me fui imbuyendo en la historia mientras mi “amiguito” se dedicaba a hacer carantoñas sobre mi coño. La dulzura de sus caricias sumado al calor de la espuma lentamente incrementaron mi deseo y cerrando los ojos me imaginé que yo era la heroína de la novela. 
No tardé en verme en los brazos del  apuesto príncipe. Todo iba genial hasta que sus enormes bíceps me hicieron recordar los de mi “simpático” vecino y a partir de ahí, su cara sustituyó a la del protagonista y nuevamente deseé con fiereza que me hiciera suya.  Usando el pico de mi inanimado amante busqué su consuelo con un ardor hasta entonces desconocido pero desgraciadamente su pequeño tamaño, aunque consiguió que me corriera un par de veces, me dejó totalmente frustrada y por eso en mitad de mi locura, hice algo de lo que me arrepentiré toda la vida.

 

Sin secarme el pelo, me puse un albornoz y descalza, fui a tocar a la puerta del que me traía tan excitada. José abrió la puerta y con su típica sonrisa autosuficiente, me preguntó que deseaba. Mi respuesta no pudo ser más elocuente, dejando caer mi bata me quedé desnuda frente a él. Comprendió a la primera mis intenciones y tirando de mi brazo me metió en su piso.
-Me siento sola- dije entre sollozos reconociendo mi claudicación.
Al oír mi confesión, me besó. Y lo que en un inicio fue un beso suave se tornó en posesivo. Necesitada de sus caricias, empecé a desnudarle. Su ropa cayó al suelo sin que José expresara ni aceptación ni rechazo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. Asustada por la posibilidad de que me echara, llorando le rogué:
-Necesito que me folles.
Azuzado por mi urgencia, me cogió en brazos y me llevó hasta el comedor. Al sentir que me depositaba en la mesa, agarré su pene con mis manos y lo coloqué a la entrada de mi sexo. Muerto de risa, mi vecino se entretuvo jugando con los pliegues de mi coño mientras yo intentaba que me penetrara de una puta vez.
-Tranquila- me espetó satisfecho por el poder que ejercía sobre mí.
Reconozco que su renuencia me estaba volviendo loca y por eso acomodando mis caderas, busqué forzar su contacto pero él reteniéndome llevó sus manos hasta mis pechos diciendo:
-Estás demasiado bruta… mejor lo dejamos para otro día.
-No- grité descompuesta. La mera perspectiva de volver a mi casa sin haber conseguido ser suya era demasiado humillante y por eso con lágrimas en los ojos, le pedí: -Por favor, ¡Tómame!
Su respuesta fue física y cogiendo mis pezones entre sus dedos, me los pellizcó saboreando su triunfo. Tras esa ruda caricia, introdujo un par de centímetros de su hermosa verga en mi coñito haciéndome gozar por vez primera de la forma que semejante aparato iba rellenando mi conducto.
-¡Qué maravilla!- chillé anticipando el placer que el moreno me iba a dar.
La humedad de mi cueva le confirmó mi estado y por eso no le extrañó que exigiendo más acción le clavara mis uñas en su espalda mientras me retorcía de placer.  Obviando mis deseos, José siguió tomando lentamente posesión de mi cuerpo y por eso pude experimentar cómo su polla iba abriéndose paso en mi interior.
En un vano intento de acelerar las cosas, le solté  un tortazo. Cabreado por mi golpe, mi odioso vecino sacó su pene  y dándome la vuelta sobre el tablero, me  azotó el trasero diciendo:
-¿Esto es lo que quieres?

 

Fuera de mí, todavía me permití enfrentarme a él:
-No, cabronazo. Castígame lo que quieras pero fóllame ya.
Mi descaro le terminó de enfadar y sin mediar palabra, insertó toda su extensión en mi cueva sin dejar de fustigar su culo con mis manos. El dolor que sentí al ser objeto de tanta violencia, me compensó porque estaba demasiado cachonda que necesitaba sentirme sucia, humillada pero ¡llena!. Mi sumisión afloró su lado oscuro y agarrándome del cuello, empezó a estrangularme. El sentir sus dedos presionando sobre mi garganta me aterrorizó y pateando intenté librarme de su acoso pero José incrementando la fuerza de sus yemas, me inmovilizó.
Asustada por la falta de aire pero a mi modo totalmente verraca, creí que me había orinado al sentir el río que brotando de mi coño recorría mis piernas. Fue entonces cuando como si fuera una llamarada, una corriente eléctrica discurrió por mi cuerpo y de improviso fui presa de un brutal orgasmo. Mi siniestro amante se percató del clímax que estaba experimentando y soltando una carcajada, comenzó a galopar sobre mí alargando una y otra vez mi placer. No contento con ello, usó mis pechos como asas mientras incrementaba la velocidad de su asalto sobre mi anegada cueva.
-No pares- imploré  temiendo que acabara y nunca volviera a disfrutar de él –¡Quiero más!
Sé que mi frase me delató y José queriendo mantener el control abusivo que estaba ejerciendo en mí, sacó su pene de mi interior y dándome nuevamente la vuelta, me soltó:
-Quiero correrme en tu boca.
Olvidándome de todo, me agaché y metiendo mi cara entre sus piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que uses tu boca!
Indefensa ante mi vecino pero ante todo sobre excitada, me dejé de tonterías y lamí su glande. Su gigantesco tamaño despertó mis dudas que me cupiera. José enfadado por mi tardanza, se incorporó y pellizcó con fuerza uno de mis pezones, exigiendo que introdujera su verga en mi boca. No me quedó mas remedio que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras él se jactaba de la sucia sumisa que estaba hecha su vecina. Ninguno de mis antiguos novios me había tratado así pero en vez de escandalizarme ese trato, mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba. Por eso imprimiendo velocidad a mi mamada, quise complacerle por el placer que me estaba regalando.

Usando mi boca como si fuera mi sexo, metí y saqué ese tronco con rapidez hasta que conseguí que ese cabrón se vaciara en mi boca. El sabor de su semen me pareció riquísimo y no queriendo que tuviese ninguna queja,  intenté tragarme toda su eyaculación mientras José se reía. Sus oleadas eran tan brutales que  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotaba de su interior y por eso al terminar de exprimir su virilidad, con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado se levantaba y se empezaba a vestir.

Humillada, le imité y recogiendo mi bata del suelo, me quedé callada. Abriendo la puerta de su casa, me miró y me dijo:
-Mañana, te quiero en el ascensor sin bragas.
Tras lo cual, me echó de su apartamento dejándome sola y medio desnuda en el rellano  de la escalera. Asustada por la fuerza de la atracción que ese maldito ejercía sobre mí, corrí hasta mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar.
-¡Te odio!- grité deseando que me oyera.

 

Mi vida había quedado destrozada por  ese hombre y hundiéndome en la desesperación, comprendí que a partir de esa noche sería un juguete en sus manos y que  a no ser que me suicidara, al día siguiente, a las ocho, estaría esperándole en el portal con mi sexo desnudo deseando ser tomada.
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es


Relato erótico: «El juego de los mensajes» (POR MARIANO)

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Sin títuloSé que hay muchos lectores a los que incomodan los relatos largos, del mismo modo que otros opinan a favor de los mismos. En alguna ocasión he partido un relato en varios episodios, pero siempre si conseguía que cada parte tuviera un mínimo contenido erótico-porno. Al escribir «Sorpresas de esposas» intenté escribir una versión corta del relato, pero a la media página lo tuve que dejar, incapaz de hilar la historia. Cuando comencé a escribir este relato, no pensaba que pudiera ser muy largo, pero, al hilvanar la trama, fueron surgiendo situaciones imprevistas que han hecho que se alargue. Espero que tengáis la suficiente paciencia para leerlo entero y que lo disfrutéis tanto como ya al escribirlo.

Gracias

EL JUEGO DE LOS MENSAJES

Estaba cómodamente tumbado en el sofá de mi casa, leyendo el periódico, cuando Susi me llamó desde el dormitorio. Intenté hacerme el remolón, pero ella insistió tanto que, aun de mala gana, acabé por acudir. Ella se encontraba allí, de pie, frente al ordenador, y con cara seria.

– ¿Has visto el mensaje que hemos recibido?

Me acerqué a la pantalla y leí el siguiente texto:

 

«

Hola Susi, hace tiempo que no se nada de ti pero te recuerdo a ti y los buenos momentos. 
Me gustaría que nos vieramos.

Ponte en contacto conmigo, contestame

Angel

«

 

La miré y le hice un gesto, como diciendo «¡Tú me dirás!».

– No entiendo qué significa esto, no conozco a ningún Angel – replicó ella, como justificándose.

– ¿No será alguien del Zylom? – le contesté, refiriéndome al programa de Internet en el que ella solía jugar a cartas y donde eran habituales las charlas entre jugadores.

– Ya sabes que no chateo con nadie del Zylom. Hablamos mientras se juega la partida, pero nunca doy nuestra dirección de correo a nadie.

– Pues no sé, a lo mejor es una equivocación. Ya nos ha pasado otras veces, que recibimos mensajes de personas que se equivocan en la dirección del E-mail. Anda, déjalo estar.

Pero Susi casi ni me había escuchado. Se mantenía pensativa, sin dejar de mirar la pantalla, como intentando encontrar la explicación al enigma.

– Vamos, no le des importancia – insistí de nuevo, dándole un besito en la nuca, y por fin ella pareció salir del trance.

– Vale, pero no me gustan estas cosas, me cabrean – me contestó, aún molesta, y no muy convencida de querer dejar de pensar en ello.

Volví al sofá, pero ya no a leer el periódico, sino a meditar sobre el tema. En realidad era la segunda vez que Susi leía ese mismo mensaje. El primero lo había recibido 6 días antes. Sin embargo aquél lo leyó y se deshizo de él, eliminándolo, tanto de la bandeja de entrada como de la papelera. Seguramente el haberlo recibido por segunda vez es lo que tanto le había fastidiado.

Yo también conocía el contenido de ese primer correo, sencillamente porque lo había mandado yo mismo desde una dirección de correo que ella no conocía., haciéndome pasar por el tal Angel. Era el principio de una especie de juego con el que quería intentar conocer un poquito más de mi esposa, más concretamente, de una cierta etapa de la vida de Susi.

Llevaba más de un año divorciado de mi primera mujer, cuando invité a Susi a una fiesta social a la que podía acudir con una pareja. Ella era amiga de un primo mío, a la que yo había visto alguna que otra vez, estando aún casado. Ella también había tenido una relación estable y duradera con un chico, que tuvo como fruto una niña, pero al año de ese nacimiento él la dejó plantada, quedando ella en una situación complicada para salir adelante con comodidad. Habían pasado varios años desde entonces. Cuando la llamé para invitarle a la fiesta me dijo que si conseguía dejar a la niña con su cuñada, vendría conmigo, cosa que finalmente sucedió.

Desde ese día nos vimos tres o cuatro veces más, y en ellas charlamos de muchas cosas, de nuestras vivencias y también de nuestras relaciones sentimentales. Así supe que tras romper con el padre de su hija había tenido un par de relaciones sexuales más, de las de solo follar, sin sentimientos amorosos. Una de ellas con un tío algo violento al que, tras unos meses, prefirió dejar. La otra, más reciente y breve, fue con el dueño de un bar de copas, un tal Angel. Hablábamos de temas sexuales con fluidez, y así, sin yo pretenderlo, supe, entre otras cosas, que no le gustaba demasiado lo de chupar una polla, aunque lo había hecho alguna vez, y que había también practicado sexo anal, pero poco, porque había resultado algo doloroso.

Tras un par de meses sin vernos, volvimos a salir y poco después a intimar, y curiosamente, a partir de ese momento, ella pareció querer evitar hablar de la etapa entre el momento en que rompió con su ex y cuando empezamos a vernos nosotros. Y cuando empezamos a follar su actitud resultó pasiva y melindrosa. El día que quise ir más allá de la habitual penetración me sorprendió negándose tanto al sexo oral como al anal, aduciendo que no le gustaba y que nunca lo había hecho. Eso me extrañó y le recordé que no era so lo que me había dicho cuando empezamos a vernos. Ella se sorprendió y tras un tira y afloja, tuvo que reconocer que sí, que lo había hecho, aunque remarcando que había sido sólo una vez, y con su ex, no con sus posteriores rolletes. A mi me extrañaba que en esas dos relaciones, que ella mismo calificaba de puso sexo, no hubiera habido algo más que una simple penetración vaginal.

En realidad me daba la impresión de que quería hacerme ver que era recatadilla y «tradicional» en lo que a conducta sexual se refería. El caso es que desde entonces cualquier mención a ese periodo de su vida, nunca tuvo respuesta de ella, por más que en varias ocasiones intenté sacar algún detalle, y eso empezó a obsesionarme un poco.

Dudaba que el juego que había iniciado pudiera tener éxito alguno, pero al menos me permitiría divertirme viendo las reacciones de mi esposa, si seguía adelante con él.

Tras ese primer mensaje, el misterioso «Angel», o sea yo, envió unos cuantos PPS, todos ellos sexualmente subiditos de tono. Susi se encargaba de eliminarlos cuando le aparecían como no leídos, y nunca los mencionaba si aparecían como leídos previamente por mí. La verdad es que yo efectivamente empezaba a divertirme viendo el comportamiento de mi esposa antes los mensajes del falso Angel.

Un par de semanas después, lancé un ataque más fuerte, con el siguiente mensaje, conscientemente no del todo bien escrito, igual que el anterior, para evitar levantar sospechas en ella:

 

«

Que pasa chica, que me ignoras. Queria saber de ti que nos vieramos para  recordar viejos tiempos en el local y como nos va ahora, lo ultimo que se es que estabas recién casada o apunto de hacerlo. Te he llamado al movil que tengo tuyo de la ultima vez que nos vimos pero me sale no operativo. Por lo menos me queda el recuerdo del pasado de los bueno polvos que esnifabamos y de los buenos polvos que luego echabamos y de la inolvidable mamada. Perdona si te he molestado. Adios

Angel

«

 

Lo de mencionar la cocaína era intencionado. Cuando salíamos con algunos de los amigos que ella me había presentado, era frecuente ponerse unas rayitas. Yo lo probé ahí por primera vez, lo admito, pero me di cuenta que a ella le gustaba bastante. Uno de esos amigos me contó que la coca la conseguían normalmente en el bar de Angel, con lo que yo suponía que cuando ella estuvo con él, las esnifadas debían ser algo normal. Esa mención y la del local, deberían ser suficientes para que Susi se pispara, si es que no lo había hecho ya con el primer mensaje, de quien podía ser el misterioso Angel. Lo de la mamada era, por supuesto, un farol.

De nuevo el primer mensaje ella lo hizo desaparecer, sin decirme nada, pero dos días después lo volví a mandar. Al llegar a casa del trabajo, miré nuestro correo en mi ordenador y vi que ella no lo había aún leído. Entonces fui yo quien intervino:

– Susi, parece que hay nuevas noticias de tu amigo misterioso.

– ¡No!, ¡No me digas que ha vuelto a enviar el mensaje! – se le escapó.

– ¿Es que ya lo había mandado antes?- le contesté, haciéndome el sueco.

Susi dudó un poco, pero no tenía más remedio que admitirlo:

– Bueno sí, pero lo eliminé. Mira, no quiero recibir mensajes de ese individuo.

– ¡Vaya! ¿Es que sabes ya quien es? – seguía yo acorralándola.

– Debe ser Angel, el del bar de copas, aquel con el que me enrollé una vez. No sé quien le ha podido dar nuestra dirección de correo. Seguramente ha debido ser Juan, pero me da igual, no voy a contestar.

Juan era un amigo suyo de aquella época, al que hacía tiempo que no veíamos. Ella siguió:

– Ese tío no es buena gente, creo que incluso ha estado en la cárcel.

– Pues no sé entonces como te liaste con él. Además parece que se acuerda mucho de ti y de las cosas que hacíais. – respondí con retintín, intentando llevar la conversación a mi terreno.

– ¿Lo ves? – Replicó Susi, que se iba enfadando – Por eso lo borré, para que no te hagas pajas mentales. Estuvimos liados, sí, pero lo de la mamada es un invento, ya sabes que yo eso no lo hago. ¿Te das cuenta de que es un cabronazo? Mira, no te pongas a pensar cosas raras, me enrollé una vez y ya está. No quiero que ahora salga a flote el pasado y te comas el coco.

– A mi no me importa lo que hayas hecho antes de estar conmigo – le dije – pero lo que sí me gustaría es saber algo de esa etapa de tu vida de la que nunca me quieres contar nada.

– Es que yo no quiero hablar de esa etapa. Ahora estoy contigo y estoy feliz, nada más.

– Bueno, pues creo que deberías contestarle y decirle que nos deje en paz.

– No pienso hacerlo, si lo hago seguro que a va aseguir incordiando. De verdad, cariño, que ese tío es chungo.

– Pues entonces le contestaré yo, al fin y al cabo él debe saber que los mensajes los leemos ambos. Le diré que nos deje en paz y que tú no quieres contestar.

– Haz lo que quieras. Tú sabrás.

Estaba claro, que, tal y como suponía, del juego no iba a sacar nada, pero me seguía divirtiendo hacer creer a mi esposa que uno de sus ex amantes la acosaba con mensajitos obscenos y observar las reacciones que ella tenía.

El mensaje que envié fue este:

 

«

Soy el marido de Susi y sólo quiero que sepas que ella ha leído todos tus mensajes y no te contesta simplemente porque no quiere saber nada de ti y además no tiene un buen recuerdo tuyo.

Por lo tanto haz el favor de quitarnos de tu lista de envíos de Pps y similares y deja de mandarnos más mensajes y menos atribuyéndole a ella cosas que no hace.

«

 

Dos días después mandé, como Angel, otro PPs, para mantener la atención de ella, y una semana más tarde envié el que pensaba que ya sería el último, igualmente mal escrito.

 

«

Haber chico, Susi y yo nos líamos y dos que se enrollan follan vale. si es por lo de esnifar te dire que a tu chica le gustaban más las rayitas que el barro al guarro y si es por lo de la mamada fue difícil conseguirlo pero con unas cuantas copas y  nieve ya está, y lo goce, asi como el trio y alguna otra cosita mas. Siento que te joda, pero es asi.

Adios

Angel

«

 

Tal y como suponía, ella se deshizo del mensaje de inmediato. Lo volví mandar al día siguiente y ocurrió lo mismo. Estaba claro que Susi no quería que yo lo viera. Esperé unos días y lo mandé por tercera vez, pero en esta ocasión entré de inmediato en nuestro correo y lo abrí, para que a ella le apareciera como ya leído por mí.

Al llegar a casa por la noche, no hizo falta que yo le dijera nada, ella misma me asaltó de inmediato, toda furibunda e indignada.

– ¿Has visto el gilipollas ese, el mensaje que nos ha mandado?

– Si, cada vez va siendo más explicito en sus comentarios – contesté con fina ironía.

– ¡Que no, Mariano! ¡Coño, que no es verdad lo que dice! ¿Pero es que no te das cuenta de que lo que quiere es jodernos?

– Pues no lo sé. Yo tampoco veo muy claras sus intenciones, pero tampoco sé por qué iba a mentir. ¿O es que no follasteis?- pregunté, jugando mis últimas cartas.

– Bueno… ¡Sí, joder! Estábamos enrollados, pero lo demás … Eso se lo inventa, lo hace para malmeter. Es un cabronazo.

– Ya, claro, destapando tu oculta etapa sexual. ¿Quieres un poquito de coca, a ver si te calmas? – volví a ironizar.

– Muy gracioso, hombre – contestó con mirada asesina.

– ¿Ahora me vas a contar que tampoco le dabais a la farlopa?

De nuevo tardó en contestar, sintiéndose algo acorralada.

– Bueno, vale, eso también. ¡Coño, ya lo sabías tú! – Y quiso cambiar el tercio – Mira, lo que hay que hacer es cambiar el correo electrónico. Así no podrá escribir más.

– De eso nada. – y volví a lo que me interesaba – A lo mejor sólo quiere que le contestes.

– Ni hablar, eso es lo que el quiere y no le voy a dar el gustazo. ¡Que le den! – terminó, manteniéndose inflexible.

Y yo creí que así había acabado el juego, ya no tenía sentido seguir mandando mensajitos, pues Susi se había puesto el caparazón, como siempre, y su pasado seguía escondido en él. Hasta que una semana más tarde recibí un mensaje en mi móvil.

 

«

Hola, soy Angel, un amigo de tu mujer. Me gustaría hablar contigo de unas cuantas cosas. Llámame.

«

 

Lógicamente el mensaje me sorprendió. Ahora resultaba que un Angel salía a escena, sin tener yo nada que ver con ello. Lo primero que pensé es que era cosa de Susi, que de algún modo se había enterado de mi juego y me estaba devolviendo la moneda, pero pronto me di cuenta de que algo no cuadraba, porque había un número de móvil de por medio, para mí desconocido, y una invitación a llamar a ese móvil. Si llamaba, ¿quien iba a seguir el juego? ¿Un compinche suyo? Luego me vino a la cabeza una idea aún más absurda ¿Y si fuera el ex de Susi el que me llamaba?

Sólo había una manera de comprobarlo, aunque reconozco que la idea no me entusiasmaba. Llamé, muy nervioso, al número desde el que provenía el mensaje y una voz masculina me contestó. Me identifiqué y le expuse el motivo de la llamada. El me confirmó que era Angel, y que, efectivamente, quería verme. Quedamos en un local de copas para la tarde siguiente, sin hablar de nada más.

Al colgar, mis nervios e intriga se desbordaban. Ahora resultaba que aparecía el autentico Angelito. Como no creo en casualidades, supuse que, de alguna manera, él se había enterado de mi juego y que probablemente estaba cabreado. No solo Susi, sino un buen amigo nuestro, que también conocía a Angel, estaba al tanto de lo de los mensajes, pero nadie sabía que yo era el autor ¿Por qué quería hablar entonces conmigo? No lo entendía y estuve tentado de no acudir a la cita, pero la curiosidad me pudo, y al día siguiente me presenté en el lugar donde habíamos quedado.

En la entrada del garito me recibió un hombre de color, ya curtido en años, calvo y alto. Le dije que quería ver a Angel y él, con un simple ademán, me hizo seguirle hasta una puerta, al fondo del local. Le seguí, con cierta desconfianza, preguntándome qué coño hacia allí. Atravesamos un pasillo, bajamos una escalera y finalmente entramos en una estancia, bastante grande, iluminada con luz artificial. Me dejó allí y se fue, sin decirme ni una sola palabra. Mientras esperaba, examiné la habitación. Había una zona a la derecha con una pequeña barra de bar y una vitrina repleta de bebidas. En otra zona observé un equipo de música, una televisión, varios estantes con DVDs y cojines en el suelo. Me acerqué y vi que había tanto Cds musicales como películas en DVD. Al fondo de la habitación había un sofá gris de tres plazas, con reposabrazos grandes, y adosado a él, otro sillón a juego. En medio, una mesa rectangular bajita. La luz, indirecta, provenía de varias lámparas encastradas en una especie de canalón, cerca del techo y apuntando a él, creando un ambiente muy relajante. En la mesa observé un pequeño recipiente rectangular de cristal del que sobresalían varios objetos finos y cilíndricos. Eran los típicos turulos que se emplean para esnifar. Me senté en un extremo del sofá, esperando a Angel.

Al cabo de unos diez minutos, apareció un hombre de unos 40 años, algo gordo y ciertamente corpulento, con una barba mal afeitada y una vestimenta muy sencilla, compuesta de jeans y camiseta blanca. Tenía el pelo oscuro y algo largo y las cejas llamativamente pobladas. No me pareció un tipo muy atractivo, la verdad, y además, al acercarse a mi, me inundó un desagradable olor a sudor.

Se sentó en el sillón gris, adosado al otro extremo del sofá en el que yo esperaba, me observó fijamente unos segundos, examinándome, y poniéndome aún más nervioso con su mirada, Finalmente esbozó una breve sonrisa y me habló secamente:

– Hola, yo soy Angel. ¿Cuál es tu nombre?

Al hablarme, me percaté de que le faltaba algún que otro diente o bien los tenía rotos, no sabía muy bien qué. Me presenté:

– Soy Mariano, el marido de Susi.

– Eso ya lo sé, lo que no conocía era tu nombre. Te preguntarás por qué estas aquí, aunque tengo la sensación de que algo te imaginas.

Y tenía razón, claro. Los mensajes inventados por mí, en su nombre, tenían que tener algo que ver con esa cita. Angel prosiguió:

– Bien, como te dije, tengo que hablar contigo, pero creo que es mejor que te sirva antes una copa.

Eso lo dijo con algo de sorna, como avisándome que lo iba a necesitar. Mis nervios aumentaban, tal vez debería haberle pedido una tila, pero para nada quería aparecer como un melindroso y le pedí un whisky con hielo. El se sirvió un cubata, e inició el siguiente relato:

 

Bien, hace dos días mi encargado me dijo que una tal Susi preguntaba por mí en el local. Yo, al principio, no sabía quien podía ser. Desde la parte superior del local, donde yo me encontraba, espié la mesa en la que ella estaba sentada y fue entonces cuando reconocí a la bella mujer de pelo moreno y largo, a tu esposa. Venía muy bien vestida, con un traje negro por encima de las rodillas y medias también negras. El traje era escotadillo y mostraba el comienzo de sus buenas tetas. Estaba muy guapa y sugerente, pero me extrañaba su presencia y su interés, pues hacía años que no sabía nada de ella.

 

No me gustó el tono en el que empezó a hablar Angel, con esa mención a los pechos de Susi. Pero lo que menos me gustó era que Susi hubiera ido allí. Angel siguió:

 

Muy intrigado bajé a saludar, pero en el rictus de su cara vi pronto que no le alegraba, precisamente, volver a verme. Le saludé y ella, de inmediato, comenzó a increparme:

– Hola, bien como verás te he hecho caso y aquí estoy, pero solo para decirte que eres un cabrón, enviándome esos mensajes ofensivos.

No entendía nada de lo que me decía, pero me gustaba su presencia y su mosqueo. No recordaba haber visto nunca a Susi cabreada, más bien lo contrario, era una tía simpática y cachonda, siempre de buen humor. Antes de contestar, le ofrecí una copa, que ella no rehusó, y le serví un cubata de whisky. Luego me senté junto a ella, deseoso de saber qué era eso de los mensajes y qué demonios tenía que ver yo con ellos. Le seguí el juego y le pregunté:

– ¿Por qué dices que son ofensivos?

– ¡Ja! ¿Y lo preguntas? Primero me escribes diciendo que hace mucho que no sabes nada de mí y que quieres que nos veamos para recordar viejos tiempos. Y luego, no contento con eso, me vienes con que lo pasaste de puta madre conmigo, follando y drogándonos. ¿No es para cabrearse, coño?

Por unos momentos tuve el impulso de acabar de inmediato la conversación, negando toda participación en eso, pero sus palabras me hicieron recordar la etapa en la que estuvimos ella y yo liados, y me pareció una buena idea seguirle la corriente.

– Bueno, no dirás que no lo pasamos bien, y que nos echamos buenos polvos, con las narices repletas de coca. ¿O no?

Ella se paró a reflexionar un buen rato, se bebió la mitad de su cubata y luego me dijo algo que me sorprendió mucho.

– De acuerdo, eso es cierto, pero coño, no puedes ir enviando mensajes a un correo personal, diciendo también que si te la he chupado o que si hemos hecho un trío y cosas similares.- bebió otro trago de su copa y siguió – Joder Angel, que los mensajes enviados a ese correo, que, por cierto, no sé cómo coño has conseguido, los lee también mi marido.

La cosa se ponía interesante. Unos mensajes falsos en los que supuestamente yo hablaba explícitamente de temas sexuales con Susi. Hay que reconocer que lo cosa era intrigante y maliciosa. Me empezó a parecer sumamente morbosa la presencia de Susi allí, con esas ideas en la cabeza. Cada vez me acordaba más de los momentos que pasé con ella y me estaban entrando unas ganas enormes de repetirlos en aquellos momentos. Y seguí indagando:

– ¿Pero es que a tu marido nunca le has contado lo nuestro?

– Bueno, él sabe algunas cosas, pero sin detalles. Nunca he querido contarle los pocos excesos de aquella época de mi vida tan jodida.

Y empezó a contarme cosas de su vida actual, de lo bien que estaba contigo, mientras yo me entretenía en atisbar lo que podía de sus tetas y, sobretodo lo que podía ver de sus muslos, imaginándome poner mis manos sobre ellos y subirlas hacia arriba por el interior de la falda.

 

Lo más normal es que le hubiera dado una hostia, pero ni se me ocurrió. Estaba muy aturdido por el hecho de que Susi hubiera estado allí y las sensaciones que Angel describía respecto de ella comenzaban a dar un tinte morboso al asunto, haciendo que, sin querer, me pusiera en su papel. El continuó su relato:

 

El caso es que ella se explayó lo que quiso, dejándome claro que de seguir con los mensajitos podría desestabilizar un tanto vuestra relación sentimental. En esos momentos reconozco que me importaban poco los mensajes y vuestra vida. Lo único que me apetecía, y no te molestes por ello, era follarme a tu cabreada y preciosa esposita, aunque conseguirlo se me antojaba imposible en esos momentos, con ella ya casada y tan feliz. Tenía que conseguir que pudiéramos volver a vernos más adelante y buscar entretanto una estrategia. Como no quería que se fuese aún, quise serenarla y le dije:

– Vale, tienes razón, seguramente no debí hacerlo, pero tenía ganas de volver a verte e insisto en que sería bonito recordar viejos tiempos. No lo haré más, pero ya que estas aquí, me gustaría que charláramos otro rato, como buenos amigos. Al fin y al cabo tantos años dan para mucho. ¿Te echo otra copa? – Terminé, viendo que había apurado con bastante rapidez su bebida. Ella se lo pensó unos instantes, pero accedió:

– Está bien. Ponme otra, por favor. Igual que la de antes.

Y le serví la segunda copa, bastante más cargada de alcohol. Estaba mucho más tranquila e igual de radiante. Me preguntó cómo me iba a mí y le conté los sucesos de mis últimos años y los problemas que había tenido para mantener el bar, sobretodo en los dos años que había estado en la cárcel por temas de drogas. Fue entonces cuando me preguntó:

– ¿Sigues distribuyendo polvo aquí, en el bar?

– ¡Sí claro! – le contesté – el local deja beneficios, pero lo que más deja es el trapicheo de cocaína. – y entonces, sin buscarlo, tuve, posiblemente, la mejor idea de la tarde.

– ¿Quieres una rayita, como en los viejos tiempos?

Ella tardó en contestar, pero en seguida noté en sus ojos que realmente le apetecía meterse algo de nieve. En el poco tiempo que había estado allí, ya se había bebido un cubata y medio y se había fumado varios cigarrillos. En eso no había cambiado y en la atracción por la cocaína, parecía que tampoco.

– No sé, se hace tarde. – se interrumpió, algo azorada y como con miedo de aceptarla, pero al final claudicó – Bueno, vale, hace tiempo que no le doy ese gusto al cuerpo. Una loncha no me vendría mal, estoy un poco nerviosa.

Le dije que me siguiera a esta misma estancia, le ofrecí una tercera copa, tan cargada como la anterior, y preparé dos rayas de la cocaína más pura que tenía, una para ella, bien gruesa, y otra para mí. Susi se lanzó a ella con tanto frenesí que estuve tentado de prepararle otra, pero me contuve. Quería ver cómo se desarrollaban los acontecimientos, viendo que ella estaba cada vez más suelta y alegre. Empecé a pensar que tal vez no era tan descabellado buscar el modo de tirármela esa misma tarde Nos sentamos juntos en el sofá y seguimos hablando.

Ella sentía mucha curiosidad por los amigos comunes que habíamos tenido. Le conté lo que sabía de ellos y pronto comenzamos a rememorar, cada vez entre más risas, episodios singulares que habíamos compartido con ellos.

 

En ese momento Angel tuvo que atender a su móvil, lo que me permitió desconectar de la atracción que su relato me estaba provocando. Parecía que, efectivamente, Susi podía haber estado allí, pero me parecían improbables las reacciones de ella que Angel me describía. A él le encontraba, por otra parte, ciertamente desagradable, pero había que reconocer que relataba muy bien. Quería que siguiera, me parecía estar en el intermedio de una película que estaba tomando un rumbo ciertamente morboso. Terminada su conversación telefónica, se puso otra copa y prosiguió:

 

Como te decía estuvimos hablando un buen rato de los amigos comunes y le pregunté si quería ver algunos videos que tenía de aquella época. Ella miró el reloj, sin estar muy segura de qué hacer. Entonces le dije:

– Venga, nos metemos otro tirito y lo vemos. No dura mucho, apenas un cuarto de hora.

Al oír lo del tirito, creo que sus dudas desaparecieron del todo y, sonriendo, dijo:

– Vale, pero que sea como la anterior. Estuvo genial.

Los efectos del alcohol y la droga eran cada vez más evidentes, se notaba que ella quizás ya no estaba acostumbrada. La llevé frente a esa televisión, apagué las luces, menos una pequeñita que dejaba una penumbra relajante, y nos acomodamos entre los cojines. Al sentarse ella sobre sus talones, estirando las piernas, su falda subió más, alegrándome la vista mostrando buena parte de sus muslos.

Me encendí un porro y en cuanto ella sintió el olor tampoco pudo evitar pedirme que le pasara el canuto. Yo me arrimé y la cogí del hombro, sin que ella mostrara rechazo alguno. Reímos, comentando las escenas inocentes del pasado que aparecían en la pantalla, en las que ella aparecía también alguna que otra vez.

Casi al final de la cinta le avisé:

– Prepárate porque lo que viene ahora, no te lo esperas.

– ¿Qué es? – preguntó curiosa, mientras aspiraba profundamente el porro que le acababa de pasar.

– Es una sorpresa – le dije para dejarla intrigada.

La imagen se oscureció mostrando una escena nocturna en un jardín con una piscina y varias personas cayendo una tras otra en el agua. Tu esposa no tardó mucho en reconocer el momento y el lugar.

– ¡No! ¡Ay no! No me digas que es el chalet de Jorge.

– Pues sí, es el chalet y aquella nochevieja.

Ella me miró, incrédula.

– Lo grabasteis. No me digas que habéis sido tan cabrones.

Le sonreí y le dije que siguiera viendo lo que ya sabía que venía después. La gente desnudándose, tirándose unos a otros a la piscina, aprovechando para magrearse un poco. El que manejaba la cámara fue pasando inflexible por todos los miembros de aquella panda, hasta que también le tocó el turno a Susi. Allí estaba ella, completamente desnuda, a la vista de todos los amigos.

-¡Joder! Quita eso ¿no ves que estoy en bolas?

– Ya mujer, y ahora me dirás que te de la cinta.

– ¡Qué cerdo! A saber las pajas que te habrás hecho mirándola.

No hice caso de la pregunta. Le pasé de nuevo el canuto y me arrimé más.

– Reconoce que aquella noche estuvo bien – le susurré al oído sugerentemente, besándole luego la oreja y el cuello.

– ¡Ahhh, sí! – dijo Susi suspirando – Fue una noche auténtica – y expiró lentamente el humo del cigarro, sin pasármelo de nuevo, y con la vista perdida en el techo de la salita.

Supe que ese era el momento y mis manos se pusieron en marcha, una acariciando las tetas de Susi por fuera del vestido, y la otra haciendo lo que llevaba imaginando toda la noche, reptar por sus muslos, por debajo de la falda. Cuando sobrepasé el encaje superior de las medias, tocando la tierna carne de sus muslos, tu mujer protestó, gimiendo levemente:

-Uhhmm, que haces Angel, estate quitecito, – pero en lugar de obstaculizarme el paso, lo que hizo fue separar un poco las piernas, ofreciéndose a mis caricias

– Estoy recordando esa noche y me pongo cachondo – volví a susurrarle, mientras mi mano ya estaba bajo el escote, tanteando por encima del sujetador los pezones abultados y excitados, y mis dedos habían alcanzado sus bragas, comprobando el calor que desprendía el chochito de tu esposa. Mantuve un rato de silencio, dejando que ella se impregnara de los efectos del porro, que seguía sin compartir conmigo. Luego continué:

– Me acuerdo del polvo que echamos en el jardín, ocultos tras el boj, con el miedo y el morbo de que nos viera alguien.

– Es verdad – me contestó ella, pasándome por fin el canuto, ya bastante consumido – sobretodo de que nos cazara in fraganti tu novia, que andaba por allí cerca. Aquello fue la leche.

– Con mi novia fue peor lo del coche. ¿Recuerdas? – Y me tomé otra pausa, sin cesar de acariciarla – Era de madrugada y estábamos en tu coche. Te pedí, medio en broma, que me la chuparas, que me ponía mucho esa situación, pero, por supuesto, no quisiste.

Ya en esos momentos tanto sus tetas como su coño eran completamente míos. Gimió dulcemente cuando mis dedos se posaron en su clítoris, antes de contestar:

– Ya, pero recuerda que conseguiste que te la sacara del pantalón y te la meneara. Estabas como loco, mientras te masturbaba.

– Claro, porque sabía que mi novia andaba por allí cerca y nos podía descubrir. Por eso cuando apareció por la puerta de salida del bar y se acercó, el morbo me pudo y me corrí. ¡Uff, que gusto me dio! Fue una paja memorable.

– ¡Menudo cabrón! A mi me pringaste con tu espeso semen. ¡Que asco! Eyaculaste un montón y no sabía donde coño limpiarme la mano.

Susi gimió de nuevo al alcanzarle yo de nuevo su mojado botoncito. Estaba muy excitada. Yo me había ya sacado la polla, completamente tiesa, y abandonando mis caricias en sus senos, le cogí una mano y la llevé a mi verga, incitándola a repetir lo de aquella noche. Tu querida esposa la agarró con suavidad y me empezó a pajear.

¡Ahh! No veas el gustazo de sentir de nuevos esos finos dedos deslizarse por mi rabo y apretármelo. Qué morbo tener a Susi ahí, toda para mí. De repente ella abandonó tan rico trabajo y se incorporó.

– ¿Sabes donde me limpié al final la mano, justo antes de que llegara tu novia y pudiera pillarme? – me dijo, mirando primero mi polla erguida y luego directamente a mis ojos. Con un gesto le di a entender que no tenia ni idea y ella siguió:

– Pues en el coño. Me restregué la mano por el chichi y lo dejé empapado y húmedo de tu semen. Cuando llegué a casa tenía las bragas pegadas al coño – y dicho esto se echó una preciosa risita, se levantó y regresó al sofá.

Yo también reí y me acerqué de nuevo a ella, convencido de que follármela era sólo cuestión de minutos.

– ¿Me pones otra rayita de esas? -me suplicó, poniendo el gesto de una niña que está haciendo una travesura.

– Claro – contesté, y le preparé otra lonchita, abundante y larga. Ella la esnifó con ansia y se tumbó en el sofá. Yo me acerqué y le levanté la falda, dejando al descubierto sus muslos y sus bragas blancas y húmedas. Se las bajé, contemplando su hermoso chocho, abierto y a mi disposición. Cogí otra bolsita de coca y comencé a entretenerme en desparramar la nieve por encima de su raja.

– ¿Qué me haces, cerdo? – me dijo ella, sorprendida.

– Esta es para mí. Voy a ponerte la coca en el coño. Tú no digas nada y déjate llevar. Ya verás como te gusta.

Y con mis dedos comencé a esparcirla por dentro de sus abultados labios mayores, sobre los menores, por su orificio vaginal y especialmente sobre el clítoris. La escasez de pelos en el coño de tu mujer facilitaba la tarea. Ella gemía y movía la pelvis de cuando en cuando, mientras yo la masturbaba, removiendo la nieve que, inevitablemente, se humedeció inmediatamente.

– Uhmm. ¿Pero qué coño estoy haciendo?- dijo después de un hondo suspiro de placer.

– Recordando viejos tiempos, tesoro. ¿No es a eso a lo que habías venido?- le contesté, insistiendo en su clítoris, y haciéndola gemir de nuevo, antes de que me insultara, rendida ya a mí:

– Eres un cabrón, Angel. Yo había venido aquí a echarte la bronca, y mira ahora – volvió a gemir mientras mis dedos recorrían toda su raja por completo – Estoy jodida ¿Cómo puedo estar haciéndole esto a mi marido?

– Que coño más delicioso tienes – le contesté sin mencionar su comentario, acercando mis labios a su encendido chochito. Por supuesto que la nieve ya no se podía esnifar, con lo mojada que ella estaba, pero no era eso lo que yo buscaba. Mi idea era comerme su deliciosa raja, empolvada de coca de la mejor calidad.

 

Angel interrumpió la narración, para encenderse un cigarro. Sabía lo que me iba a decir a continuación, que se había comido el coño de mi mujer y que se la había follado después, y seguramente otras muchas cosas más. En realidad todo me parecía tan absurdo que ya no creía ni que Susi hubiera estado allí, aunque de algún modo Angel sí había tenido conocimiento de los mensajes. Lo que no entendía es por qué se ensañaba conmigo, intentando joderme con esa historia ridícula. Pero reconozco que la narración resultaba interesante y las imágenes que pintaba de mi mujer me tenían extrañamente excitado. De modo que le dejé que siguiera contando su inventado guión original.

 

Cuando iba a iniciar la tarea de comerme el coño de tu esposa, llamaron a la puerta de la habitación. No iba a hacer caso, pero insistieron y no tuve mas remedio que incorporarme y ver lo que pasaba. Mi encargado, el que te ha recibido en el local, me indicó que un proveedor estaba abajo y que tenía prisa. ¡Mierda! Me había olvidado esa cita, con la emoción del momento, pero no tenía mas remedio que atenderle, pues era vital para mi negocio, ya te puedes imaginar el por qué.

Intenté despacharle rápidamente pero, por desgracia, la cosa se alargó más de lo previsto y regresé a donde había dejado a Susi, veinte minutos después. Estaba cabreado, temiendo que tu bomboncito ya no estuviera allí. Pero lo que sin duda no esperaba fue lo que me encontré. Allí seguía Susi, toda desnuda, de rodillas sobre uno de los asientos del sofá, con su rostro apoyado en el otro asiento, y Fredy, mi encargado, también en bolas, follándola lentamente por detrás, como un perro a una perra. Totalmente sorprendido, me fui acercando lentamente a ellos, percatándome en primer lugar de que Fredy se movía muy despacio, y después de que lo que él estaba realmente haciendo era encularla. Creo que no quería lastimarla, y por eso su ritmo era lento, pero continuo, metiendo y sacando en toda su extensión su negra polla, envuelta por un llamativo condón amarillo.

Me pregunté por unos instantes qué coño había pasado ahí, pero pronto le resté importancia. Me resultaba muy excitante ver a mi encargado, un colega colombiano que conocí en la cárcel en la que estuve preso, dándole por el culo a tu mujer. Era de película, un tiazo negro sodomizando morbosamente a tu tierna esposita blanca. Mi polla creció, meneándomela a medida que me acercaba al sofá, y me preparé para follarme yo también a tu mujercita. Me desnudé, me puse un condón y me acoplé por debajo de Susi, boca arriba en el sofá. Fredy se frenó unos instantes, para dejar que me colocara, y ella abrió en ese momento los ojos fugazmente, cerrándolos de nuevo, dispuesta a recibir también mi verga. Situé mi polla a la entrada de su coño y ella misma fue bajando poco a poco su cuerpo para dejarse penetrar.

Joder, qué gustazo me dio sentir la estrechez del chocho de tu esposa y sus continuos suspiros, durante el largo rato que tardó en deslizarse mi verga dentro de ella. Una vez hundida del todo, Fredy, impaciente, reinició sus movimientos, pero yo preferí quedarme un rato quieto, disfrutando de esa morbosa sensación de placer que produce la posesión de una mujer casada y aparentemente fiel a su esposo. La boca de tu Susi estaba a la altura de la mía y la besé con fuerza, recibiendo de ella el regalo de corresponderme con igual frenesí.

Poco después, ambos nos follábamos a tu esposita sin contemplaciones, recibiendo uno tras otro sus gemidos, en cada embestida. Fredy y yo peleábamos por apoderarnos de sus grandes tetas, que colgaban como dos apetitosos racimos, y de los cachetes de su trasero. La cabalgábamos con buen ritmo, pero frenándonos cuando sus gemidos se acentuaban, porque no queríamos que se corriera demasiado pronto. Nos gustaba verla, así, tan caliente, tan abandonada al placer que le ofrecíamos los dos machos, tan sometida a ambos.

Llevábamos ya un buen rato follándola, cuando Fredy me indicó con un gesto que abandonáramos nuestra bella presa. Al salirnos, dejamos a Susi boca arriba, semitumbada en el sofá, con cara desencajada. Mi encargado se sirvió una copa de ron y yo apuré un sorbo de mi bebida. Susi nos miraba sorprendida, sin decir nada, aunque se notaba en su cara que estaba preguntándose qué es lo que pasaba. Fueron un par de minutos de silencio, que rompió tu mujercita con unas palabras que tanto Fredy como yo queríamos oír:

– Vamos, no me dejéis así. Por favor, necesito vuestros rabos.

En el tiempo que estuve con ella, jamás había visto a Susi sexualmente tan anhelante. Ambos entendíamos su necesidad y nos acercamos de nuevo a ella, viendo como se le iluminaba la cara, al observar nuestras pollas tiesas dirigiéndose a ella, listas para poseerla de nuevo.

– ¡Eso es, venga! Necesito que me folléis ya. – nos volvió a suplicar, agarrando con sus manos nuestras vergas y atrayéndonos a ella.

Fredy levantó a Susi y se tumbó boca arriba a lo largo del sofá, poniéndola a ella tumbada sobre él, también boca arriba, y apuntó a su ano, por el que parecía tener autentica predilección, dejando de nuevo a mi alcance su coño. Antes de volver a follarme a tu deliciosa chica, me entretuve un rato en lamerle el chocho, algo que deseaba haber hecho antes de la interrupción. Uhmm, qué mojada y caliente estaba su rajita, y que delicioso aroma a hembra desprendía todo su coño. Ella quería mi polla en su interior y tiró pronto de mis pelos hacia arriba, instándome a joderla de una puta vez.

Qué quieres que te diga, volvimos a enloquecerla, la hicimos gemir como una desesperada, pero esta vez moviéndonos con mucha más rudeza que antes, sobándole con fuerza los pechos y sus endurecidos pezones, con ganas también nosotros de corrernos disfrutando de tu bella mujercita.

El problema es que a mi no me gusta correrme en el condón, de modo que me salí y me lo quité, esperando que Fredy me dejara ocupar su privilegiado aposento. Sin embargo él era el que llevaba la voz cantante y no estaba por la labor. No era cosa de incomodarle. Fredy se alzó del sofá y con Susi aun boca arriba, se arrodilló a la altura e sus muslos, la atrajo de las caderas hacia él y volvió a encularla, dejándome con las ganas. Pero había otras opciones. Sus tetas aparecían grandes y seductoras y me apetecía hacerme una cubana hasta correrme entre ellas, algo que casi conseguí una vez cuando nos enrollamos.

Me arrodillé en el sofá y envainé mi verga entre sus globos, apretándolos con mis manos, gozando el contacto de su carne sobre ella. Casi no hacía falta que yo me moviera para pajearme, Fredy embestía cada vez con más violencia, moviendo el cuerpo de Susi de arriba a abajo, favoreciendo mi propia masturbación. Tu esposa gemía, a veces gritaba, enloquecida, y fue entonces cuando se produjo lo más inesperado de la noche. Puso sus manos sobre mi trasero y me atrajo hacia ella. Parecía que me invitaba a algo que jamás conseguí durante nuestra relación y que, conociendo a tu chica, ni se me había pasado por la cabeza hasta ese momento. Arrimé la punta de mi verga a sus labios y de inmediato los entreabrió, franqueando la entrada y confirmando lo inesperado. No podía creérmelo, pero era cierto, tu mujer me quería chupar la polla, me la quería mamar, quería enterrarla en su boca. Era una invitación morbosa e irrechazable y el simple pensamiento de que en unos minutos podría estar follándomela por la boca me excitó aún más si cabe, poniendo mi rabo en su máxima erección. Has de saber que mi polla es bastante corta, pero tiene un grosor muy considerable. Si hubiera enculado a Susi, como era mi deseo, seguramente le habría hecho daño, pero metérsela entere los labios tampoco iba a ser tarea fácil.

Empecé por el glande, lo más sencillo, aprovechando que Fredy había hecho una pausa en sus embestidas. Tu mujercita abrió entonces los ojos y me lanzó una preciosa mirada de ánimo, al tiempo que renovaba su empuje en mi trasero para metérsela. Yo me dejé llevar, contemplando como su boquita se iba distendiendo, conforme mi pollón se introducía lentamente entre sus labios. Era una visión de lo más morboso, que se agudizó cuando su lengua se puso a jugar deambulando por toda la carne que ya estaba en su interior.

Y así, poco a poco, se la fue introduciendo entera, regalándome el goce de disfrutar de su humedad y calor. El golpe definitivo lo dio mi colega, cuando inició de nuevo la follada. Un fuerte tirón de las caderas de mi negro encargado, hizo que mi verga se hundiera, por fin y por completo, en la boca de tu querida Susi. Por unos instantes los fuertes movimientos de Fredy arrastraron de arriba a abajo el cuerpo de tu esposa y el mío, como si fueran uno solo, hasta que conseguí mantenerme firme, apoyando una de mis piernas en el suelo. De esta manera conseguí follármela por la boca sin esfuerzo, sin tener siquiera que moverme, pues los preciosos labios de Susi se deslizaban por mi rabo, desde la punta hasta los huevos, al compás del ritmo que imponía Fredy, follándosela con un ímpetu creciente.

Yo le acariciaba dulcemente el pelo, mientras que ella me arañaba el culo y la espalda, casi fuera de si. Era tan delicioso sentir como tu encantadora esposa se encendía siendo poseída por sus dos machos, que sentí la inminencia de mi corrida. Pero yo no era el único que iba a venirme, Fredy bufaba a mis espaldas acelerando las embestidas, y Susi gemía ahogadamente, bajo el poder de mi polla en su boca, ambos listos también para alcanzar su orgasmo.

Un desgarrador grito de Fredy, coincidiendo con el último tirón hacia él del cuerpo de Susi, anunció su corrida. Ella también se corría, y era tan morboso escuchar los gritos de su orgasmo perderse en su boca, taponada por completo por mi verga, que yo tampoco pude aguantarme y me corrí como un cerdo, soltando mi leche en su garganta, entre deliciosos espasmos. Cuando Fredy aflojó la presión, mi polla retrocedió y buena parte de mi eyaculación se quedó en su paladar, mientras se sucedían los gritos ahogados de tu esposa, en el orgasmo más largo e intenso que jamás he contemplado en una mujer.

Unos instantes después los sonidos de los tres orgasmos se habían apagado. Yo saqué mi polla, con el glande aún embadurnado de semen, y me limpié esparciéndolo por el rostro de tu mujercita, marcándole una A de Angel. Susi, atrapada todavía bajos los efectos del placer, mostraba los labios semiabiertos, con mi lefa aún en el interior de su boca, salvo un hilillo de leche que escapaba de sus labios resbalando por su mejilla y manchando el brazo del sofá, el mismo brazo en el que tú estas ahora mismo apoyándote.

Eché mi cuerpo ligeramente hacia atrás y mi culo rozó algo. Me giré y observé sobre la tripa de Susi un preservativo amarillo, hecho un higo, y unas gotas de sudor que caían de la frente de mi satisfecho encargado, quien aún sujetaba con sus manazas la cintura de Susi. Y también comprobé, con sorpresa, que en algún momento había cambiado de agujero, pues su larga polla estaba oculta por completo en el sexo de tu mujer.

Asombrado, viendo como deslizaba su verga, ya sin condón, fuera del cuerpo de tu mujer, me di cuenta de que se había corrido a pelo en el coño de tu esposita. La retiró despacio, saboreando las paredes de ese chochito que acababa de follarse. La piel oscura de su verga relucía de fluidos blanquecinos, de su propio semen y de los fluidos de Susi. Cuando terminó de sacarla, unas gotas de semen comenzaron a asomarse al exterior del coño. Fredy me miró, apretó los dientes y la volvió a penetrar con fuerza y hasta el fondo, dos veces seguidas más, como intentando conseguir que su leche se quedara ahí dentro para siempre, y provocando un gritito más de ella.

Nos vestimos y la dejamos allí, pues debíamos atender el local. Una media hora más tarde regresé con ánimo de volvérmela a tirar, ahora por el culo, pero ya no estaba allí. En realidad ni la vi marcharse.

 

Angel calló por fin, después de su larga y fantástica historia. No me apetecía ponerle a parir por contarme esa sarta de mentiras, poniendo a Susi de protagonista. Lo que seguía sin entender era el motivo de su comportamiento. ¿Qué coño le habíamos hecho nosotros, para querer jodernos de ese modo? Eso era lo que quería saber.

– ¿Porqué me has contado todo esto? ¿Tanto te gusta hacer daño a la gente? – le pregunté, haciendo tiempo para que me bajara la erección, que el muy cerdo me había provocado, y poder marcharme de allí.

Angel, se tomó su tiempo antes de contestar, y lo hizo tras un largo trago de su bebida:

– Pues mira, tío, lo he hecho porque tengo la sospecha de que tú eres el autor de los misteriosos E-mails que recibía Susi de mi parte. Y puesto que parece que tienes tanta curiosidad por saber cosas de tu mujer, me ha parecido una muy buena idea contarte todo lo que pasó el otro día. Sé que hay muchos hombres a los que les excita conocer las aventuras sexuales de sus esposas antes de conocerlas, y después también, sobretodo cuando no consiguen de ellas lo que sexualmente les gustaría, y las imaginan como hembras en celo con otros hombres, sin pensar que la culpa es de ellos mismos, porque no son capaces de ponerlas lo suficientemente cachondas. No me extrañaría nada que ahora mismo tengas tu pito tieso, después de todo lo que te he contado.

Tuve que reconocer, en mi interior, que en eso no se equivocaba. Había captado perfectamente mis ideas y sensaciones. También había tenido la polla a punto de explotar mientras le escuchaba, aunque en ese momento mi erección iba bajando. Angel continuó:

– Si no has sido tú, sólo sacarás en limpio hasta donde puede llegar tu mujercita y lo cornudo que ha sido capaz de hacerte. Y si has sido tú, que es lo más seguro, no sólo habrás tenido unos lindos cuernos, sino que además te tocará pensar en lo estúpido que has sido conduciendo a Susi a mi local. Porque sí que es cierto que follábamos y también que nos dábamos unas buenas esnifadas de coca, pero en lo de la mamada y el trío te columpiaste. Nunca conseguí que me la chupara, y eso que lo intenté varias veces en el tiempo que estuvimos enrollados, y por supuesto, nunca hicimos un trío. Y ya ves, ahora Susi se lo ha montado con dos tíos a la vez, que se la han follado por todos sus agujeros a placer. Una mentira hecha realidad. ¡Qué gilipollas!

Ahora que ya estaba en disposición de marcharme, sí que contesté:

– Mira, me da igual lo que pienses. Susi me ha hablado más de una vez de ti, y me ha dicho que eres un tío bastante despreciable. Evidentemente nos quieres joder, y te has inventado todas estas mentiras para hacerlo. Ahora pensaras que yo voy ir corriendo a mi esposa, todo cabreado, para echarle en cara lo que tú dices que ella ha hecho, pero Susi es incapaz no ya de ponerme de los cuernos, sino de hacer todas esas guarradas. La conozco bien desde hace tiempo. No sé como demonios has sabido lo de los mensajes, puede que en efecto Susi o un amigo nuestro, y tuyo, que conocía el tema, se hayan dirigido a ti para pedirte que nos dejaras en paz. El resto es, por supuesto, obra de tu imaginación.

El permanecía quieto, mirándome fijo a los ojos, sin decir ni mu. Me levanté y me fui de allí, pero antes de salir del cuarto le oí decirme:

– Ten cuidado, igual que he conseguido tu número de móvil, también tengo el suyo, y puede que la llame un día de estos, ofreciéndole unos cubatas y Lady Pura. Te aseguro que no se me resistirá.

Regresé a casa y allí estaba Susi, jugando, como siempre, su partida de cartas por Internet. Me recibió contenta y cariñosa, como siempre. ¡Cómo demonios iba a ser verdad el relato de Angel! Yo venía muy caliente y con ganas de follar. Por la noche, en los preliminares, logré que me cogiera la polla con sus manos y mientras ella me pajeaba, no pude reprimirme en indagar:

– Susi, que bien lo haces. Oye, ¿le has hecho alguna vez una paja a alguien?

– Te la estoy haciendo a ti ahora mismo, amor ¿no?

– Me refiero a una paja completa y a otro que no sea yo. No sé, al padre de tu hija, o a alguno de tus rolletes.

Me miró con cara extrañada, pero contestó con aparente naturalidad:

– Pues no, que yo recuerde, pero ¿a qué viene eso?

– No sé, se me ha ocurrido, ya sabes, curiosidad.

Me calló la boca con un beso y seguimos la faena.

Pensé que si realmente hubiera estado con Angel y hubieran hablado del episodio entre ellos y la novia de él, en el coche, su reacción habría sido otra, sin duda. Estaba claro que Angel era un fantasmón y un indeseable.

Un par de semanas más tarde, varios compañeros del trabajo charlábamos de lo que dicen que sucede en las fiestas de despedidas de solteras con los boys. Yo les dije que tenía una presentación con varias fotos de una de esas fiestas y que se las pasaría por correo electrónico. Por desgracia no las encontré, y las daba ya por perdidas cuando recordé que ese era uno de los PPs fuertes que había mandado en su día a Susi desde el falso correo de Angel. Entré en la dirección de correo para recuperarlas y allí, para mi sorpresa, me encontré, entre varios anuncios publicitarios, dos mensajes cuyo remitente firmaba como Susi. Lo primero que comprobé es que los mensajes no provenían de la dirección de correo que compartíamos mi esposa y yo, sino de otra completamente distinta que yo no conocía. Un ligero hormigueo me entró en el estómago y la imagen de Angel, que había olvidado ya por completo, reapareció.

En el primer mensaje Susi aceptaba quedar con Angel, pidiéndole que contestara para acordar el lugar de la cita. El mensaje era de unos días antes de mi cita con él. Por supuesto, ella nunca obtuvo respuesta a ese mensaje.

Pero el que más me intrigaba era el siguiente, cuya fecha comprobé que era justo un día antes del día en que me vi yo con Angel. Contenía el siguiente texto:

 

«

Hola Angel, no tenía intención de escribirte, pero ayer no tuve oportunidad de hablarte antes de irme del local. Aún no dejo de preguntarme cómo pasó lo que pasó, pero voy a intentar olvidarlo cuanto antes. Lo que sí te pido es que, por favor, en ningún caso se entere mi marido. Tienes que prometerme que vas a guardar total discreción y que no vas a volver a molestarnos. Espero que seas comprensivo y te guardes para ti lo de ayer.

Adios

Susi

«

 

Me quedé de piedra al leerlo. Las palabras de mi mujer confirmaban que, efectivamente, ella había estado en el bar con él, pero lo peor es que daban a entender que realmente había sucedido algo allí, algo que ella no quería que yo supiera. En realidad lo que ella decía era poco específico, con lo que no podía estar seguro de si tenía algo que ver o no con la historia de Angel. Sin embargo comencé a tener ya una gran desazón, ansiando y temiendo saber qué coño era a lo que se refería Susi. Durante un buen rato apenas pude pensar, pues por un lado me asaltaban las imágenes que tan bien me había descrito Angel, y se me hacían cruelmente reales, y por otro lado me torturaba intentando convencerme de que todo lo que él me había contado era imposible, de que Susi nunca podía haber hecho algo así.

Tras esos primeros instantes de absoluto desasosiego, me serené, y mis esfuerzos se centraron en ver la manera de poder conseguir más información de mi mujer, sin tener que preguntarle directamente a ella, por supuesto. Tenía una doble ventaja sobre Susi, la primera que ella no sabía que el que leía el E-Mail era yo y no Angel, y la segunda que podía de algún modo chantajearla, visto su temor a que yo llegara a saber los detalles de esa tarde con su antiguo rollo.

Mi mente calenturienta echaba humo. Si el mensaje lo estuviera leyendo el auténtico Angel, y su relato hubiera sido cierto ¿Qué tipo de contestación podía dar a mi esposa para obligarla a hablar sobre lo que quería ocultarme? Tras cavilar un rato, pensé que lo ideal era indagar sobre lo que el propio Angel no sabía, es decir como había llegado a montárselo el negro con ella. Debía aprovecharme del poder de chantaje que tenía, y contesté así:

 

«

Que tal guapisima. Siento mucho haber tardado en responderte, no he podido hacerlo antes. Será difícil que yo olvide lo que disfrutamos ayer contigo, pero no te preocupes, guardaré el secreto y te juro que no os volveré a molestar. Eso sí, hay algo que te quiero pedir: me gustaría saber como consiguió Freddy llegar a encularte. Se lo he preguntado pero el muy cabrón no me quiere decir nada. Joder, tienes que contarme con detalle qué coño pasó, ¿vale?

Un beso ahí, donde más me gusta

Angel.

«

 

Mandé el E-Mail, con no muchas esperanzas de obtener respuesta, pero no tuve que esperar mucho. A la mañana siguiente, en la oficina, revisé el correo de «Angel» y ahí aparecía la respuesta de Susi.

 

«

Eres un cabronazo. No sé si fiarme de ti, la verdad, ni sé qué interés morboso tienes en saber eso, pero creo que no me queda más remedio que contarte lo que pasó, aunque no comprendo por qué no lo hace tu coleguita.

Bueno, no sé que me ocurría, pero estaba superbien. Supongo que la bebida y la coca tuvieron mucho que ver en todo. Me habías dejado ahí tirada, después de manosearme el chichi restregándome la nieve. No sé si era por efecto de la coca en mi coño o por qué, pero el caso es que me encontraba tan caliente que empecé a masturbarme, y mientras lo estaba haciendo, de repente, una maravillosa lengua comenzó a lamerme el chochito. Creí que eras tú y me abandoné al placer, a disfrutar ese momento. Cuando estaba a punto de venirme, te agarré de la cabeza para apretarte contra mi sexo y, al notar la falta de pelo, me di cuenta de que no eras tú y di un respingo, sobresaltada.

El negrazo que me estaba comiendo la raja, abandonó entonces lo que hacía y se retiró. No dijo nada, sólo sacó un sobre del bolsillo y me ofreció otro tirito. Yo, por supuesto, acepté encantada y encendida, pero, el muy cabrón, se sentó a mi lado, se sacó del pantalón la polla y preparó la raya con cuidado sobre ella, instándome luego a esnifarla. Su verga estaba semi-erecta, pero ya aparecía larga y atractiva. Cuando terminó de prepararla, la nieve sobre su oscura picha producía un contraste realmente irresistible. Esnifé e, increíblemente, me lancé a chupar después los restos de polvo que quedaron sobre la piel de su verga, hasta que él acabó metiéndola sin mayores problemas en mi boca.

Me hizo chupársela un buen rato, y así fui notando, con agrado, como se le iba endureciendo, mientras él gruñía de gusto. Yo estaba cada vez más fuera de mí, me ardía el coño y necesitaba un buen rabo para calmarlo. Le pedí, le supliqué, sin más, que me follara. Siguió sin hablarme, simplemente se puso un condón y me giró con violencia para ponerme boca abajo sobre el sofá y penetrarme por detrás, sólo que no buscó mi coño, si no que se dirigió directamente a mi ano, escupiendo varias veces en él y masajeando y lubricando el orificio un buen rato. Yo tenía tanta necesidad de polla que no me opuse a sus esfuerzos por lubricarme el ano y aunque la polla de tu colega no es muy gruesa, sí es larga, y cuando comenzó a penetrarme me dolió. Hacía años que nadie me perforaba por ahí e intenté tímidamente oponerme y retirarme, pero me retuvo de las caderas hacia él y procedió a encularme, ya sin compasión.

Pese al dolor inicial, me fue gustando sentir ese trozo de carne dentro de mí, pero lo que yo seguía ansiando era que me follara por el coño. En eso apareciste tú, y cuando vi que te disponías a hacer lo que yo tanto necesitaba, sentí un escalofrío en mi interior, anticipándome al momento en que me metieras ese gordo pollón que te gastas. Reconozco que fue un polvo brutal y que los dos os portasteis como buenos machos, pero la follada final que me propinó ese negro amigo tuyo fue sencillamente genial, tan ruda, tan violenta. Estaba tan caliente que hasta me apeteció meterme en la boca tu pollón, pero ¡joder!, podías haberte corrido fuera ¿no? Me la dejaste llena de semen, aunque te contaré un secreto, ésta ha sido la única vez que un tío se ha corrido en mi boca, y supongo que por la excitación, el alcohol o las drogas, decidí cometer una ultima travesura y me tragué toda tu leche, en vez de escupirla. Ahora me da asco pensar en ello, pero en ese momento hasta me gustó. Ya ves, tú te has llevado el premio, cabrón.

Bueno, espero haber satisfecho tu curiosidad, y también espero que cumplas con tu parte y que nadie más que nosotros sepa lo que pasó. Debes comprenderlo, ha sido un episodio loco que si llegara a oídos de mi marido, podría traerme serios problemas, y tú ya sabes lo mal que lo he pasado antes.

Un besito

Susi

«

 

Leí el mensaje varias veces, línea a línea, como si no quisiera creer que fuera cierto lo que estaba averiguando, y a cada nueva lectura más me cabreaba, y a la vez, más tiesa tenía mi polla. ¡Joder!, si hasta se despedía con un besito, la cabrona. Qué cierto es eso de que a una mujer nunca se la conoce bien del todo. El caso es que yo había conseguido por fin mi objetivo de saber algo más de la enigmática etapa de Susi, antes de estar conmigo. Pero a la vez ese estúpido e inocente juego, iniciado por mi mismo, me había llevado a ser un enorme y excitado cornudo, y mientras mi esposa ahí, tan tranquila.

Bueno, quizás no tan tranquila, porque por la mañana me había comentado, un tanto preocupada, que llevaba unos días de retraso en la venida de la regla. Y me estaba acordando de las palabras de Angel y de la imagen de la polla de Freddy abandonando el coño de mi mujer, tras llenárselo de leche, sin usar condón. ¿Será posible que …?

FIN

Relato erótico: «Donde nacen las esclavas V» (POR XELLA)

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Sin títuloUna vez más, Sofía fue despertada por su entrenadora. Volvió a sacarla de la jaula arrastras y después de lamer sus botas, le quitó el cinturón para que hiciese sus cosas, allí, en medio de la sala. 

Comenzaron a andar de camino a una nueva sala. 

 

– Parece que ayer tuvisteis una pequeña juerga los guardias y tu… – Comentó mistress Angélica. – ¿Te divertiste? Seguro que te quedaste con ganas de que te follaran entre todos, ¿Eh? 

Sofía, tras ella, agachó la cabeza. Seguía caliente como una plancha y, la verdad, es que el deseo de que la follaran como dios manda rondaba cada vez con más frecuencia su cabeza. 

– Ja ja ja. – Rió la dómina. – Te preguntarás cuando se pasará el efecto, ¿Verdad? No te preocupes, mientras comas nuestra comida y bebas nuestra bebida, estarás en el estado en que nosotros deseemos que estés… Permanentemente cachonda y preparada para ser follada. 

La reportera lo sabía… había sido tan reticente a beber de aquél «grifo» por que sabía que era el principio del fin… Pero ya lo había hecho y no había marcha atrás. Tendría que buscar otra manera de escapar de aquello. 

Durante varios días, lo sucedido en el último día fue rutina. Mistress Angélica la llevaba a aquella sala, la encadenaba y era obligada a chupar algunas pollas. Cuando se negaba, era fustigada y obligada a hacerlo por la fuerza. 

Al llegar de nuevo a su jaula, la daban de cenar. Había días que los guardias se portaban bien y no se corrían en su comida, pero eran los menos. De todas formas, cada vez le daba menos reticencia. No sabía si era por las drogas, por los castigos o por la fuerza de la repetición, pero cada vez era más dócil y obedecía más. 

Por las noches, los guardias entraban en la sala, elegían a dos o tres esclavas al azar y se las follaban. A veces la tocaba a ella, a veces no. Cómo llevaba el cinturon de castidad a ella sólo la follaban la boca. 

Internamente envidiaba a sus compañeras… Cada segundo que pasaba deseaba que la follaran y le quitaran esa calentura con la que convivía… Era un suplicio… El hecho de estar tan caliente la estaba carcomiendo por dentro, ocupaba sus pensamientos y condicionaba sus acciones. Cada vez pensaba durante más tiempo en que quería correrse… necesitaba correrse… 

No sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero debía de rondar la semana. Y un día, cuando llegó la entrenadora, la cosa fué distinta… 

– Buenos días, perrita, ¿Qué tal te trataron anoche? – Dijo, viendo las ojeras que portaba – Fuiste una de las afortunadas, ¿Verdad?. Bueno, hoy vamos a hacer algo distinto, aunque no se si tú notarás la diferencia. – Añadió, con una gran sonrisa en la boca 

La primera sala en la que entraron, tenía un pequeño cubículo en el centro en el que Sofía fue introducida. No podía sino estar de rodillas, debido a la altura del cubo. En esa caja, había varios agujeros en las paredes. Estuvo varios minutos allí, sin saber que hacer ni qué querían de ella, hasta que apareció la primera. 

Una polla enorme y negra asomó por uno de los agujeros. Entonces supo lo que debía hacer. Sabía que no tenía opción, así que no pensó en oponerse. De todas formas, sería más agradable que el día anterior pues, estando dentro del cubículo no podrían forzarla. 

Y así se puso manos a la obra. Agarró la polla con las manos y la notó dura y caliente. Cuando acercó la cara, notó el olor tan característico que desprendía aquel falo, un escalofrío la recorrió de arriba a abajo, deseando con todas sus fuerzas poder llevar aquella polla a su coño. Se introdujo el glande en la boca, jugando con su lengua dentro de ella. Cuando empezó a introducir lentamente aquel rabo, una sensación de plenitud la embargó, realmente, comer una polla no era tan desagradable como había pensado en un inicio. 

Mientras mamaba rítmicamente, otra polla apareció en otro de los agujeros. Sabía que si tardaba en atenderla recibiría algún tipo de castigo, ya fueran descargas o azotes, así que se dirigió a ella mientras continuaba pajeando la primera. Fue turnándose entre ellas, mamando y pajeando por igual, hasta que apareció una tercera polla. ¿Cuántas iban a llegar? 

Intentó repartirse entre las tres, entre manos y boca, hasta que la primera que había aparecido empezó a correrse. Notó primero un chorretón de lefa sobre sus tetas, pues estaba atendiendo otra polla y, sabiendo lo que le iban a exigir hacer, intentó atrapar el resto de la corrida con su boca. 

Estuvo dentro de aquella caja varias horas. Tenía la boca cansada, le dolían las rodillas y estaba cubierta de semen, pero se sentía bien. En el fondo de su cabeza sabía que eso era debido a los químicos que le habían hecho tomar con la bebida pero, ¿Qué demonios? Ya que iban a obligarla a hacerlo de igual manera, por lo menos que le resultase agradable… 

Había perdido la cuenta de cuantas pollas habían aparecido, habrían sido decenas de ellas, incluso tenía la sensación de que algunas habían repetido. Tenía el estomago lleno, pero no se planteaba dejar escapar las corridas que provocaba. Aun así, muchas de ellas acababan sobre su cuerpo, por lo que estaba cubierta de arriba a abajo. 

Cuando mistress Angélica abrió la portezuela del cubículo, la luz la molestó en los ojos, de forma que tuvo que entrecerrarlos. 

– ¡Sonríe a la cámara!. – Exclamó la entrenadora. 

Cuando Sofía pudo abrir los ojos, vió que la estaba grabando con su cámara. 

– Deja que tome un primer plano de tu cara… A ver… Ahora muestrame tus tetas… Eso es… 

Sofía obedecía, no quería que volviese a pegarla con la fusta. 

– ¿Te ha gustado? Seguro que estás deseando que todas esas pollas llenasen tu coño en vez de tu boca, ¿Verdad? 

La reportera agachó la mirada, se sentía humillada porque realmente ese pensamiento sí que había pasado varias veces por su cabeza. Odiaba a aquella gente por esclavizarla, pero la odiaba todavía más porque estaban consiguiendo que le gustase. Le daba igual que fuese a través de las drogas, de químicos o de cualquier otro método. 

– Bueno, a lo mejor al final del día ese deseo queda colmado… pero antes quiero que hagas una cosa… 

Sofía miró a su mistress, atenta, sabía que no tendría que hacer algo fácil, ni siquiera satisfactorio, pero el premio que podía recibir ocupaba sus pensamientos. 

Mistress Angélica cogió a la chica de la cadena y comenzó a rodear el cubículo. En el otro lado había una vieja conocida… 

Y allí estaba Mar Loli… La esclava madura que acompañaba a mistress Angélica la primera vez que la vió.  

La mujer se encontraba en lo que le habían enseñado como posición de ofrecimiento, la cara pegada al suelo y separándose ella misma las nalgas para dejar un rápido acceso a todos sus agujeros y, por lo que parecía, lo habían usado bien… 

Tenía el coño y el culo enrojecidos y abiertos, dos grandes agujeros que chorreaban semen por sus muslos. Mientras ella estaba dentro del cubo, debían haberse estado entreteniendo con aquella mujer. 

– Creo que ya os conocéis. – Comentó la dómina. – La última vez que la viste, la mirabas con pena y compasión, con la superioridad que te otorgaba el ser una mujer libre. Ahora estás en la misma condición que ella, y entre compañeras, debéis cuidaros y manteneros en buen estado. ¿Ves como le han dejado sus agujeritos? Todos esos hombres que no han podido follarte, se han resarcido con ella… Mírala… ¿No te da envidia? Ese coño podría haber sido el tuyo… 

Sofía se sentía humillada… Pensar en lo que le podían haber hecho y lo que seguramente la llegasen a hacer en algún momento… y lo peor de todo es que le daba cierta envidia… ¿Le suministrarían a ella también afrodisiacos? Seguramente a todas les diesen un trato similar… 

– ¿No acabas de comprender lo que tienes que hacer? – Continuó Angélica. – Bueno, parece que eres más tontita de lo que me pensaba. Quiero que la limpies con tu lengua, sus dos agujeros, y que no pares hasta que esta perra se corra en tu boca, todas las veces que sean necesarias hasta que yo considere que lo haces correctamente. Que pensabas, ¿qué te ibas a librar de comer un coño? Una esclava debe estar preparada para satisfacer a su amo de cualquier manera, y tu amo no tiene porqué ser un hombre… 

Sofía nunca había tenido sexo con una mujer… Pero dudaba que tuviese la opción de elegir. 

El hecho de que la joven que la dominaba la estuviese enfocando con su propia cámara, era un punto más en su humillación. El resto de veces la cámara se encontraba en un lado de la sala, grabando todo, lo que hacía que se pudiese llegar a olvidar de ella, pero parece que quería obtener buenos planos de su primera experiencia lésbica… 

Sofía se acercó a Mari Loli, se situó tras ella… Y allí se quedó, inmóvil. 

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! 

La fusta restalló contra su piel, arrancando gritos de dolor. Hacía tiempo que no recibía golpes con ella… Hacía tiempo que obedecía las órdenes… Pero chupar un coño… Era un nuevo nivel en su sumisión. Y además no sólo era chupar un coño, era chupar el coño de otra esclava, limpiarlo. Querían hacerla ver que tenía el mismo valor que el resto de las perras que se encontraban allí, incluso menos, si no era capaz de obedecer… 

No necesitó más fustazos. En ese momento se dió cuenta que realmente su única salida era ir hacía delante, mientras se rebelase, lo único que conseguiría eran castigos y palizas… Así que comenzó a lamer el coño que tenía enfrente… 

La madura esclava no reaccionó a los lametones de la reportera, continuó en su posición, separándose las nalgas para que Sofía pudiese acceder bien. La esclava pensó que el sabor no era tan desagradable… Y además, estaba cubierta de semen, y había aprendido a apreciar ese sabor como su fuera un manjar. El coño de la mujer estaba húmedo, olía a sexo, a mucho sexo. Sofía sintió envidia… Necesitaba que la follaran… Necesitaba una polla que la hiciera sentirse llena… 

Comenzó a seguir una rutina, comenzaba a lamer los labios de la esclava lentamente, entreteniéndose en ellos hasta llegar al clítoris. Allí jugueteaba con su lengua, haciendo circulos sobre él, presionando, mordisqueándolo, imaginándose qué le gustaría que le hiiciesen a ella. Luego pegaba una lamentón de arriba a abajo y vuelta a recorrer los labios. 

Introducía su lengua dentro del coño todo lo que podía, intentando extraer el semen. Se habían follado bien a aquella mujer, estaba repleta. 

– No te olvidas de algo, ¿Esclava? – Preguntó Mistress Angélica. 

Sofía la miró, sin entender. 

¡ZAS! 

– ¡Eres una inútil! ¿No vales ni para esto? – Sofía se asustó, ¿Qué quería que hiciera? – ¿Te crees que el culo se va a limpiar solo? 

La reportera miró el rosado agujero de la esclava, con algo de asco. Nunca había tenido intención de chupar un culo… La mujer tenía el agujero un poquito dilatado todavía y, efectivamente, estaba chorreando. 

¡ZAS! 

El segundo fustazo la hizo reaccionar. De un lametón recogió el semen que escurría por las nalgas de Mari Loli y, cerrando los ojos, llevó su lengua al primer culo que se iba a comer en su vida. Era más amargo que el coño, no tenía ni ese puntito dulzón, ni era tan «jugoso»… Pero igualmente no era tan desagradable como se pensaba. 

Tan enfrascada estaba con su tarea que no se dió cuenta de los movimientos de Mistress Angélica hasta que la tuvo tras ella. La dómina desenganchó el cinturón de castidad de la esclava. 

La alegría invadió a Sofía, parecía una perrilla a la que iban a sacar a la calle, ¡Iba a correrse por fin! 

Miró a su entrenadora y vió que llevaba puesto un arnés negro con una polla enorme… Estaba dispuesta a follarla.  

– ¿Qué te pasa esclava? ¿Por qué paras? 

Sofía se dió la vuelta y metió su boca de nuevo en el culo de Mari Loli, no estaba dispuesta a disgustar ahora a la dómina. 

La reportera estaba esperando el momento de ser penetrada, estaba cachonda y empapada, la obsesión que tenía en la cabeza casi había hecho que se olvidase de lo que era recibir una polla. Comenzó a pensar en ello, en como el falo se abriría paso entre los labios empapados de su coño, cómo presionaría las paredes de la vagina, ensanchándola y llenándola hasta llegar al fondo… 

Pero la entrenadora no hacía nada… 

Sofía seguía limpiando a la ya impoluta esclava, pero mistress Angélica no le daba su premio… La impaciencia hizo que volviese a darse la vuelta para mirar, y allí estaba, tras ella, cámara en mano y con la polla a escasos centimetros de ella, pero no actuaba. 

¿Por qué lo hacía? ¿Hasta en eso quería hacerla sufrir? Estaba consiguiendo que se desesperase, la idea de ser follada invadía su mente y no la dejaba pensar en otra cosa… 

– P-Por favor… – Se escapó de sus labios 

– ¿Qué dices? 

– Por favor, mistress. 

Mistress Angélica siguió sin hacer nada. 

– Por favor, mistress, fólleme. 

-…  

– Mistress… Oh dios… – Sofía no aguantaba más. Sabía que la mujer quería que se humillara todo lo posible, que le demostrase que estaba a su merced – ¡Le suplico que me folle! ¡Folleme, folleme! ¡Por favor, Mistress!  

Angélica estaba en la gloria. Le encantaba cuando sus perras se rompían. Todas se negaban al principio, pero después de un tiempo de doma, en este caso acelerado por las drogas, todas acababan como perras hambrientas de sexo.  

– ¿Tantas ganas tienes?  

– Sí, ¡Sí! Haré lo que quiera Mistress, pero folleme…  

– Lo que quiera, ¿Eh? Esta bien, quiero tu culo.  

Sofía se quedó blanca… Su culo… Quería su culo… ¿ Estaba dispuesta a ello?  

– Sí quieres que te folle, primero debes pedirme, debes suplicarme que me folle tu sucio culo de esclava. Debes demostrarme que lo deseas.  

Angélica quería hacerla pasar por esa última humillación. Sabía que si quería su culo no tenía más que tomarlo, la esclava no podría impedirlo, pero así era más divertido y más morboso… Una vez la suplicase pidiendo que la sodomizara, las bases de su entrenamiento estarían completas.  

Sofía debatía consigo misma. Debatía entre permitir a aquella mujer que la enculara o quedarse otra vez sin saciar su excitacion… Otra vez… Pensó en las noches que había pasado, había llegado incluso a envidiar a las demás esclavas que eran folladas… ¿Quería volver a eso?  

La reportera se dió cuenta de que la decisión estaba tomada casi antes de que se la plantearan…  

– Mistress, por favor…  

Angélica escuchaba, expectante.  

– Follese este sucio culo de esclava… Mi culo le pertenece, mi coño le pertenece… Mi cuerpo le pertenece… Haga conmigo lo que desee…  

Sofía agachó la cara y, llevando las manos a sus nalgas, se colocó en posición de ofrecimiento, mostrando su apretado agujerito trasero.  

La dominatrix, que ya tenía el falo de plástico lubricado, se acercó por detrás a la esclava y, lentamente, disfrutando del momento, comenzó a penetrarla.  

Notaba como la mujer se estremecia, como esa orgullosa reportera que la miraba con cara de asco mientras la entrevistaba estaba a sus pies, suplicando que la sodomizara. Y con la cámara no perdía detalle de la penetracion.  

Y Sofía disfrutaba. Estaba tan excitada por las drogas que el placer era mayor que el dolor, y el dolor era bastante grande… Notaba la polla penetrarla centímetro a centímetro dentro de ella, provocandola sensaciones desconocidas.  

La dominatrix comenzó un rítmico metesaca, primero lentamente, luego aumentando la velocidad. Le satisfacía ver como Sofía acompañaba sus movimientos para intentar conseguir una penetracion más profunda. En menos de un minuto, aquella zorra estaba gimiendo de placer, disfrutando cada una de las embestidas que le proporcionaba. Si seguía así, conseguiría que se corriese solo follandola el culo… Pero no eran esas sus intenciones.  

Angélica sacó la polla del culo de Sofía, que quedó abierto y expuesto. La esclava se retorcía de placer pensando que el siguiente destino del falo sería su coño. Y no pudo llevarse peor sorpresa al notar que su mistress, en vez de la polla, le estaba colocando de nuevo el cinturón de castidad…  

– Noooo – Gritó Sofía. – ¡Hice lo que me pedías!  

Angélica propinó una patada en el costado de la esclava, derribandola.  

– Ni se te ocurra volverme a hablar así, a ver cuando te enteras de que no tienes derecho a nada, tu vida ya no te pertenece… Y mucho menos tus orgasmos…  

Sofía rompió a llorar una vez más… Se había humillado, había duplicado que la sodomizaran con una polla de plástico… ¡Y todo para nada! La rabia la invadía, y entonces fue completamente consciente de su situación… Sólo haría lo que aquella gente quisiera que hiciera, comería lo que querían que comiera y se correría cuando quisieran que se corriera…  Estaba atrapada y no tenia escapatoria.  

Recorrió todo el camino de vuelta a su jaula cabizbaja, y allí la abandonaron su entrenadora y la madura esclava. ¡Se había comido el culo de otra esclava! Y ni aun así… Ni siquiera tenía hambre… Tenía el estomago lleno de semen…  ¿Cuantas pollas había mamado? Había perdido la cuenta… 

Intentó descansar el resto del día, pero parece que no le iban a dar la oportunidad. El grupo de guardias que entraba esa noche se acercó a su jaula… Estupendo… Más mamadas…  

– Hoy es tu día de suerte perra. – Dijo uno. – Mistress Angélica nos ha dado esto para ti.  

Cuando Sofía levantó la mirada y vió lo que el guardia tenía entre manos se le iluminó la cara, ¡Era la llave del cinturón!  

El guardia rió, divertido.  

– Mira esta zorra, como se alegra de que nos la vayamos a follar.  

Y así era, Sofía estaba exultante de alegría. Cuando la liberaron del cinturón,  se liberó de un enorme peso de encima.  

No puso ningún tipo de objeción a todo lo que quisieron hacerla los guardias. Tenía tanto ímpetu que la mayoría querían repetir.  

Los hombres no dejaron agujero sin tapar. Sofía comió más pollas, fue follada por el coño y por el culo. Todas sus reticencias habían desaparecido.  

Acabó la noche destrozada pero satisfecha… Por fin había podido saciarse y, lo mejor de todo, es que no habían vuelto a ponerle el cinturón.  

Al día siguiente, recibió a Mistress Angélica lanzándose a lamer sus botas, agradecida. Angélica vió satisfecha como todo el trabajo estaba hecho.  

Durante los siguientes días, Mistress Angélica sometió a Sofía de diferentes maneras, pero la esclava lo hacía de buena gana, sabiendo que al final, siempre acababan follandola.  

Los guardias habían quedado tan impresionados por el ímpetu de la esclava que casi todas las noches era una de las elegidas para la orgia.  

Comenzó a conocer a algunas de sus compañeras, siempre coges confianza con alguien cuando noche tras noche eres follada junto a ella.  

La reportera no opuso resistencia ni siquiera el día que la anillado los pezones. Durante el proceso, tuvo a Mari Loli comiendola el coño, lo que hizo que ni siquiera se hubiese dado cuenta del dolor. Ahora llevaba unos bonitos cascabeles plateados colgando de sus pezones. Cuando caminaba a cuatro patas, se bamboleaban junto con sus tetas sonando continuamente pero, como con el resto de las cosas, acabo acostumbrándose.  

Un día, Mistress Angélica, la llevó a los ascensores en vez de a las salas a las que la solía acompañar.

– Hoy vamos a variar un poco la rutina… Espero que te guste… – Comentó la dómina con una sonrisa en la cara.

Subieron a la planta donde Marcelo la recibió por primera vez, y recorrió todo el pasillo al lado de su entrenadora.

El sonido de los cascabeles era lo único que llenaba el ambiente.

Angélica se detuvo ante el despacho de Marcelo.

«¿Por qué me trae aquí?» Pensó Sofía, aunque sabía realmente que el motivo no le importaba, no tenía derecho a hacer otra cosa.

Cuando abrió la puerta del despacho, un recuerdo de su pasado la dejó helada. ¿Qué estaba haciendo allí?

Marcelo estaba de pie, en medio del despacho, pero no estaba sólo. Tomás Sandoval, el jefe… ex-jefe de Sofía se encontraba a su lado.

– Buenos días, Sofía. Me alegro mucho de verte… – Comentó el hombre. Después, dirigiéndose a Marcelo, añadió. – ¿Cómo habéis conseguido hacer esto? 

– Ya te dije que nosotros nos ocuparíamos. – Contestó Marcelo.

– Ya lo sé, ya… Pero… Es un cambio tan… radical… Llevaba todo este tiempo diciendo que hasta que no lo viese no me lo creería… Y ya ves si me lo creo…

– No os han presentado, ¿Verdad? Esta es Mistress Angélica. Ha sido la encargada de la educación de Sofía.

Tomás se acercó, tendiéndole la mano.

– Toda mi admiración para usted, señorita, parece que ha hecho un trabajo estupendo.

El hombre se acercó a Sofía y se quedó un rato observandola.

– ¿Y no se ha quejado? ¿No ha intentado escapar?

– Nosotros sabemos como evitar y corregir esos comportamientos. – Respondió seria la dominátrix.

– Por supuesto, no lo dudo…

Tomás se fijó entonces en los cascabeles que colgaban de sus pezones.

– ¿Y esto? – Preguntó, haciendo sonar uno de los cascabeles con un dedo.

El roce en el pezon hizo que éste se erizase, provocando en la esclava un escalofrío de placer. No entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que no podía preguntar.

– Unos pequeños adornos que nos ha pedido su comprador. – Explicó Marcelo

«¿Comprador?» Pensó Sofía, asustada.

– ¿Comprador? ¿Ya la habéis vendido?

– Casi antes de que llegara. Aunque ella no lo supiese, tenía su destino sellado en cuanto entró en aquél coche…

– Y… ¿Se puede preguntar cual es ese destino?

– Claro. Un importante jeque de Dubai está cansado del comportamiento de sus esclavos, éstos no desahogan su tensión sexual por ningún lado y eso hace que estén irritables y desobedientes. Así que nos pidió un juguetito para ellos.

– Esclava de los esclavos… – Tomás se quedó mirando a Sofía. – Vas a ser la última mierda de aquél lugar…

Sofía se puso nerviosa al oir aquello, pero realmente no estaba asustada. Por lo que había dicho aquellos esclavos lo que necesitaban era follar… Y ella estaría encantada de complacerles…

– Espero que todo esté de tu gusto, Tomás. – Dijo Marcelo, entregándole una cinta de video. – Por su puesto, hemos ocultado todos los rostros, nombres y lugares que podrían comprometernos.

– Claro, claro, después de todo esto lo que menos quiero es meteros en problemas.

Sofía miraba a su ex-jefe sin comprender.

– ¿No sabes lo que es esto? ¡Es tu reportaje! Y, ¿Sabes cual es el pago por él?

Sofía no decía nada, sólo le miraba.

– Tú. No querían concederme el reportaje de ninguna manera, hasta que saliste en la conversación… Por eso estaba interesado en que fueses tú la reportera… ¿Crees que me importaba una mierda tu futuro? JA. Me dejaron hacer el reportaje a cambio de entregarte como esclava. ¡Es una jugada redonda! Al menos para mí claro… Y además, es mucho más de lo que esperaba… Parece que han grabado todo tu entrenamiento… Será un éxito… Lastima que tú no puedas ni siquiera verlo… Ja ja ja

Todos se reían en la sala, todos menos Sofía. ¿Todo había sido un engaño? Nunca había confiado en ella más que por su cuerpo, para venderla… Pero, ¿realmente importaba? Ya no había marcha atrás. Había aprendido a ser feliz con su nueva vida, había aceptado su condición.

– Y, ¿No quieres probar a tu empleada antes de despedirte de ella? Te aseguro que es muy buena. – Preguntó Marcelo.

– No veo el momento de empezar. – Tomás comenzó a bajarse la bragueta. Marcelo le imitó.

– ¿Usted no participa? – Preguntó Tomás a Mistress Angélica.

– No. – Dijo la dominatrix. Se acercó a la mesa y cogió la cinta, introduciéndola de nuevo la cámara. – Yo voy a grabar el cierre del documental… Será un final perfecto para esta perra.

—————————————-

La vida de Sofía siguió tal y como la habían explicado. Viajó a Dubai dentro de una caja y allí fué entregada a los esclavos de su señor. Se notaba que aquellos hombres estaban faltos de sexo, por que durante los primeros días la follaban tanto que Sofía no podía ni andar. No entendía su idioma y ellos tampoco hacían nada por que lo aprendiera, la exigían y obligaban a hacer todo con gritos y golpes.

Poco a poco, la cosa se relajó. Después de desfogarse los esclavos se lo tomaban con más calma. Además, al poco tiempo y, viendo el buen resultado que había dado Sofía, el jeque trajo otra jovencita para que la ayudase en su trabajo.

Un día, dos esclavos la subieron a rastras a una pequeña habitación en la que tambien estaba el jeque, riendose. Una pequeña tele proyectaba un programa de televisión. Su dueño comenzó a señalar la pantalla, soltando sonoras carcajadas. Cuando Sofía dirigió la vista hacia la tele se quedó petrificada. Era ella. Ella, como había sido antes de todo aquello. El reportaje que ella había grabado estaba siendo retransmitido, y allí estaba, vestida de manera impecable, montándose en aquél coche que la llevaría irremediablemente a su destino. Un destino del que no podía ni quería escapar.

Relato erótico: «Una amiga me ayuda con el cabrón de mi vecino» (POR GOLFO)

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Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino 2.

 

Mi desesperación creció de manera exponencial al saberme en sus manos y aunque sabía que la manera en que ese maldito me dosificaba sus caricias era con el objeto de volverme loca, no pude evitar que cómo un tsunami mi calentura alcanzara unos límites ridículos.

Considerándome una mujer atractiva, sus continuos rechazos me estaban hundiendo en la miseria y tratando de sacudirme su influjo, nada mas llegar a casa llamé a una amiga y le pedí que me sacara de copas. Alicia no puso reparo alguno en acompañarme y quedé con ella en una hora.
Decidida a triunfar esa noche, me puse un sexy vestido rojo que me sentaba de vicio y unos tacones de trece centímetros con los que aliviar mi  impotencia. Antes de salir me tomé un par de chupitos para ir calentando y ya medio entonada, llamé al ascensor.
Para mi desgracia en ese preciso momento, José salió de su piso y dando un repaso a mis pintas,  con descaro comentó:
-¿Te he dejado tan caliente que vas en busca de guerra?
Más que una pregunta era una afirmación y humillada hasta decir basta porque aunque me costara reconocerlo era verdad, contesté muy cabreada:
-No eres el único.
Muerto de risa, ese cabrón me levantó la falda y dejándome claro el poder que ejercía en mí, manoseó mi culo mientras decía:
-Lo sé pero soy el mejor.
Si  ya estaba bruta de por sí, cuando sentí sus dedos hurgando en mi trasero,  creí que me iba a dar un sofoco por la temperatura tan alta que alcanzó mi chumino e intentando zafarme de su abrazo, le solté:
-He quedado con uno que si cumple, ¡No cómo tú!
Nada más decirlo me arrepentí porque de mis palabras se podía deducir que aceptaba que me ponía cachonda. Mi inútil rebelión le divirtió y mientras me daba un suave pellizco en las nalgas, me informó:
-Mañana, no quedes con nadie.
La promesa que se escondía detrás de esa orden, terminó de ponerme como una moto y babeando ante la perspectiva de pasar toda una noche con él, salí huyendo  rumbo a las escaleras sin esperar que llegara el ascensor. No había recorrido ni el primer tramo, cuando escuché que me gritaba:
-Recuerda, te quiero sin bragas.
Con mi mente hecha un lio, caminé hasta el bar donde había quedado con mi amiga. Durante el trayecto, me recriminé mi falta de autoestima por no haberle soltado una bofetada cuando me tocó y debido a eso, estaba casi llorando cuando saludé a Alicia.
-¿Qué te ocurre?- preguntó al verme en ese estado.
Incapaz de quedarme con ese dolor dentro, le expliqué lo mal que me sentía por culpa del capullo de mi vecino. Con todo lujo de detalles, narré mi desgracia mientras ella se iba enfadando cada vez más hasta que ya hecha una furia, me comentó:
-No te comprendo. Eres un cañón de mujer y mírate, ¡Parece que disfrutas humillándote!
Dejándome llevar por la desesperación, empecé a berrear en sus brazos mientras la música del local amortiguaba mis gemidos. Alicia me estuvo consolando durante un rato hasta que harta de mi insensatez, me soltó;
-Vamos a emborracharnos.
Tras lo cual, llamó al camarero y pidió un par de copas. No sé si fue el cariño que me demostró o el efecto del alcohol que recorría mis venas pero poco a poco fui olvidándome de José mientras bailábamos como locas en mitad de la pista. Varios cafres se nos acercaron pero en ese momento lo que nos apetecía era divertirnos entre nosotras y por eso no hicimos caso a sus ataques. Tres horas más tarde, ya bastante borrachitas, salimos del bar y sin ganas de seguir deambulando por las calles, pregunté a mi amiga:
-¿Nos tomamos la última en mi casa?
Alicia aceptó sin pensárselo y por eso a los quince minutos estábamos abriendo la puerta de mi apartamento. Al entrar no tardamos en oir el sonido de un berrido que venía de casa del vecino.
-Lo ves. Ese cabrón todas las noches se folla a una diferente- comenté y muerta de risa, dije: -Si no me equivoco esta es la gritona.
 
-Joder, ¡Se oye todo!- Alicia respondió pidiéndome que me callara.
Acostumbrada a ese tipo de serenatas, la dejé en mitad del salón y me fui a servir un par de copas. Ya de vuelta, no tardé en descubrir que mi amiga se había visto afectada por la demostración de mi vecino al ver que estaba completamente colorada.
-Es alucinante, ¿Verdad?
El volumen de los gemidos de la pareja de esa noche de mi vecino lejos de menguar, habían aumentado y por eso tras pensárselo un momento, me contestó mientras cogía su vaso de mis manos:
-Ahora comprendo cómo te tiene. ¡Ese tipo es un semental! Reconozco que me ha puesto cachonda.
Esa confesión no hubiera tenido importancia si en ese momento, no se hubiera acercado a mí y pegando su cara a la mía, preguntara:
-¿Qué te apetece hacer?
Aunque nunca me he considerado lesbiana, la cercanía de sus labios entreabiertos me excitó y no pude resistir acariciar sus pechos por encima de la tela. Fue entonces cuando Alicia sonrió al ver mis labios tan cerca de los suyos y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó. Sentir su lengua introduciéndose en mi boca fue maravilloso, pero aún más el notar sus pechos posándose delicadamente contra los míos.
Desinhibida por el alcohol y azuzada por el ruido que venía del apartamento de mi vecino, deslicé los tirantes del vestido de mi amiga, dejando al aire sus bonitos pechos. Ella no solo no puso impedimento alguno sino que luciendo una extraña sonrisa, alentó descaradamente mis maniobras diciendo:
-Vamos a enseñar a ese cabrón que también en esta casa ¡Sabemos gritar!
Sus palabras me permitieron continuar y por eso recorrí con mi lengua su cuello en dirección a sus oscuros pezones que erizados esperaban con ansía mi llegada. Alicia no pudo reprimir un suspiro cuando sintió la humedad de mi boca recorriendo sus areolas. Yo por mi parte, deseaba aunque fuera con ella liberar la excitación que llevaba acumulando durante meses aunque al día siguiente nos odiáramos  por caer en la tentación.
-¡Me encanta!- gritó al notar que con mis dientes estaba mordisqueando sus pechos mientras la terminaba de desnudar.
Ya desnuda, mi amiga me miró con el deseo reflejado en sus ojos y sin pedir mi permiso, fue desabrochando los botones de mi traje mientras permitía que mi mano se apoderara de su trasero.
-Nunca he estado con otra mujer- reconocí al quedar en pelotas frente a ella.
-Para mí, también es mi primera vez-, respondió y sin dar importancia a que ambas fuéramos nuevas en esas lides, me cogió de la mano y me llevó hasta mi cama.
Una vez allí, levantando mi trasero, me despojó del tanga dejándome totalmente desnuda. Para entonces, éramos dos mujeres necesitadas y nuestra excitación inundó la habitación con su sonido.
 
-Te deseo- susurró en mi oído mientras se quitaba sus bragas y se acostaba a mi lado.
La confianza que nos teníamos le permitió apoderarse con su boca  de mis pechos mientras sus dedos se iban acercando cautelosamente a mi sexo. Os juro que al experimentar la suavidad de su piel sobre la mía, me hizo olvidarme de José y respondiendo a sus caricias, me tumbé sobre las sábanas mientras gemía de placer. Alicia al percatarse de mi entrega,  separando mis piernas, fue bajando por mi cuerpo. Cuando su lengua entretuvo jugando con mi ombligo, creí que me moría y pegando un aullido, le grité:
-¡Hazme sentir nuevamente viva!
Mi amiga ya imbuida por su papel, abrió con sus dedos los labios de mi sexo y dejó mi botón al descubierto. Fue entonces cuando llevando su cabeza hasta mi entrepierna, la punta de su lengua se aproximó a mi coño. La dudas de lo que estábamos haciendo vinieron a mi mente y suspirando le pregunté si estaba segura. Alicia, sonriendo, comprendió mis reparos y dejándolos a un lado, con una exasperante lentitud se fue acercando.
-Dios!-gemí al sentir su aliento.
Con los nervios a flor de piel pero ya dispuesta, le pedí que tomara posesión de su feudo y para recalcar mi deseo, acerqué su cabeza a mi sexo mientras le rogaba que no me dejara a medias.
-No pienso hacerlo- respondió  mientras recorría  mis pliegues y se concentraba en mi erecto botón.
Tanto tiempo a dieta y la ternura de mi amiga hicieron que el efecto de sus caricias fuese inmediato y retorciéndome en la cama,  me corrí salvajemente. Sorprendida pero igualmente encantada por la violencia de mi orgasmo, mi amante se fue bebiendo mi flujo al ritmo que brotaba de mi chocho. Su insistencia prolongó mi placer en un éxtasis continuado que me hizo desear  más.  Fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo, Alicia cambio de postura y  entrelazó nuestras piernas, pegando mi torturado sexo al suyo. Esa maniobra que tantas veces había visto en las películas pero que nunca había practicado, fue el banderazo de salida a una loca carrera de ambas por encontrar el placer.

Fundidas nuestras pieles por la fuerza de nuestra pasión nos lanzamos al galope. Rozando nuestros coños con un frenesí sin igual, compartimos la humedad de nuestros sexos mientras como si estuviéramos lejos de la civilización, no dejábamos de gritar.  El escándalo de nuestros gritos debía de oírse en toda la planta y aun así, no sentí ningún reparo porque de esa manera estaba haciendo partícipe a José, mi vecino, que también yo tenía compañía.

Alicia debió pensar algo parecido porque mientras posaba sus manos sobre mis pechos y así forzarme a acelerar mis movimientos, me dijo:
-¡Mas alto! ¡Qué se entere de lo puta que es su vecina!
Sus palabras me contagiaron de un fervor mayor y lanzándome al galope, busqué tanto su placer como el mío. Chocando continuamente mi coño contra el suyo, conseguí desbordar la pasión de mi amiga y al cabo de unos minutos, la oí gemir de gozo. Su orgasmo aceleró el mío y anegándome por segunda vez en la noche, me desplomé entre sus brazos.
Ya relajadas, nos quedamos abrazadas una a la otra y en esa postura, nos dormimos.
A la mañana siguiente al despertarme, Alicia seguía abrazada a mí y observando su cuerpo desnudo, rememoré el placer que había disfrutado con un sentimiento extraño. Por una parte me era complicado porque no en vano, había sido mi amiga durante años y no sabía cómo iba a reaccionar cuando abriera los ojos, pero por otra no podía negar el placer que sus caricias me habían provocado y por eso me mantuve quieta y que fuera ella quien diera el primer paso.
No llevaba ni cinco minutos despierta cuando noté que se movía y no queriendo que me descubriera cerré mis ojos y me hice la dormida. Os reconozco que estaba horrorizada porque pensaba que sin el aliciente del alcohol tanto ella como yo íbamos a hacer como si nada hubiese ocurrido pero Alicia me sacó de mi error, cuando en silencio y con una ternura sin igual, empezó a acariciar mi cuerpo aprovechando que para ella, estaba todavía soñando.
-Eres un putón- susurré al notar sus dedos recorriendo mis pechos.
El tono dulce con el que le solté ese improperio, le hizo saber que no ponía ningún reparo a reanudar lo de la noche anterior  y por eso ya confiada, usando su lengua recorrió todos mis pliegues y se apoderó del clítoris que tanto le había gustado unas horas antes. Imbuida por la lujuria, usó su lengua para recrearse en mi almeja. Su sabor agridulce la cautivó y por eso no le pareció extraño usarla para follarme como si de su pene se tratara.
Al sentir que el placer se iba acumulando en mi entrepierna fue cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual disfrutaba siéndolo.
-¡Por favor! ¡Sigue!- aullé al experimentar la caricia de uno de sus dedos en mi ojete.
Decidida a darme nuevamente  placer, metió una de sus yemas en mi ojete mientras escuchaba como mi respiración se aceleraba. Alicia estaba tan ansiosa por servirme que no anticipó mi orgasmo hasta que mi flujo empapó sus mejillas y entonces completamente cachonda y con su propio coño anegado de placer, se dedicó a satisfacer a mi gozo.  Sus renovadas ganas  me llevaron a alcanzar un orgasmo tras otro retorciéndome en la cama y justo cuando caía rendida en el colchón, Alicia comentó:
-Llevo desde anoche pensando en tu vecino- y poniendo cara de putilla, me preguntó: -¿Te apetece que hoy nos lo follemos entre las dos?….
Como “buenas amigas” decidimos enfrentarnos con José.

Abusando de la fascinación que sentía por él, mi vecino me había citado esa tarde nuevamente en el portal, poniéndome como condición que debía acudir sin bragas. Su idea era como tantas veces aprovechar el trayecto en ascensor para volver  a ponerme bruta y después dejarme rumiando sola mi excitación pero en esa ocasión todo iba a ser diferente porque aunque no lo supiera ese día no iba a ir sola.
¡Alicia me acompañaría!
Tal y como había quedado José llegó al portal puntualmente y sonrió al verme esperándole sin percatarse de la presencia de mi amiga. Ella se comportó como si fuera una vecina que casualmente esperaba también al ascensor.
Como otros días, el ruín de ese tipo esperó a que entrara en él para ponerse detrás de mí y empezar a tocarme. Lo que no se esperaba es que al sentir sus manos rozando mis pezones, me diese la vuelta y sin darle tiempo a reaccionar bajándole su bragueta, saqué su miembro todavía morcillón de su encierro.
-¡Qué haces!- protestó cortado al no estar preparado pero sobre todo por la presencia de Alicia.
Esta ni siquiera se lo pensó y colocándose a su lado, me ayudó a bajarle el pantalón. La sorpresa que se llevó no le dio tiempo a reaccionar y para cuando se quiso enterar, ya le habíamos quitado los pantalones y le habíamos dejado en calzones.
-¿Será una broma?- exclamó cuando le dejamos allí en mitad del ascensor medio desnudo y sin llaves de su piso.
Entonces y desde la puerta de mi piso, mi amiga le respondió:
-Para nada. Si quieres que te devolvamos las llaves, antes tendrás que comportarte y dejarnos satisfechas.
Tras lo cual entrando en el apartamento, lo dejó abierto para que José entrara detrás. Mi vecino tardó solo  unos instantes en comprender que no le quedaba más remedio que acompañarnos e intentando recuperar sus pertenencias, accedió al piso de muy mal genio.
-Dadme mis cosas- exclamó al ver que Alicia le esperaba sentada en el sofá.
Con la tranquilidad del que sabe que tiene al otro en su poder, sonrió y abriéndose de piernas, le mostró su sexo desnudo y dijo:
-Cállate y empieza a comer.
Indignado, se negó amenazando con llamar a la policía. A ello e interviniendo, contesté pasándole el teléfono:
-Toma, llama. Explícales que dos jovencitas te han desnudado en el ascensor y te han quitado las llaves de tu casa. Ja jajá…
Lo absurdo del planteamiento le hizo recapacitar y todavía de mala leche, preguntó:
-Si accedo, ¿Al terminar me daréis mis llaves?
-Por supuesto- respondí- una vez que nos hayas satisfecho, no nos sirves para nada.
Mi promesa le tranquilizó y aunque era humillante para él, al final accedió y quitándose la camisa, nos soltó:
-¿Con cuál de las dos putas comienzo?
Muerta de risa, me senté junto a Alicia y levantándome la falda del vestido, contesté:
-Nos da igual. Para que te dejemos ir tendrás que habernos complacido a ambas.
Alicia, hurgando en su herido, apoyó mis palabras diciendo:
-Date prisa que se enfrían los conejos.
Derrotado por las circunstancias, a José no le quedó más remedio que arrodillarse frente a nosotras y separándole las piernas a mi amiga, empezar a lamer su sexo. Lo que no se esperaba fue que la rubia le parara y pusiera uno de sus pies a la altura de su cara, diciendo:
-Empieza por mis dedos.
Esa nueva humillación le encolerizó más pero aun así, abriendo su boca, sacó la lengua y comenzó a recorrer con ella las comisuras de sus dedos. Alicia, no contenta con ese pequeño triunfo, me abrazó y me besó mientras José obedecía sus órdenes. Os juro que ver a ese cabrón prostrado, me excitó y bajando los tirantes de mi vestido, puse mis pechos a disposición de mi amiga. La rubia no les hizo ascos y se puso a mamar de ellos mientras mi vecino seguía lamiéndole los pies.
-¡Qué boca tienes! ¡Cabrona!- exclamé al sentir la húmeda caricia de su lengua recorriendo mis areolas.
Alicia al escuchar mis gemidos, incrementó su lactancia mientras separaba sus rodillas, diciendo a José de ese modo que ya podía subir por sus piernas. El moreno quizás azuzado por la escena lésbica que estaba contemplando, fue dejando un mojado surco por sus pantorrillas en dirección a su meta. Para entonces ya estaba brutísima y por eso llevé mis manos hasta las tetas de la rubia y sacándolas por el escoté, me dediqué a acariciarlas.
Al recibir ese doble estímulo, la rubia no pudo más que empezar a gemir de placer y mordiendo uno de mis pezones, incitó mi morbo diciendo:
-Puta mía, ¡Necesito comerte el coño!
Ni que decir tiene que al oírla, la complací y poniéndome a horcajadas sobre ella, puse mi sexo en su cara. Alicia en cuanto vio mi vulva a su alcance, usó sus dedos para separarme los pliegues y ya con mi botón al descubierto, sacó su lengua y empezó a relamerlo con fruición.
-¡Cómo me gusta!- gemí olvidando momentáneamente a ese moreno que para entonces ya iba por los muslos de mi amiga.
Mi aullido aguijoneó la excitación de la rubia que mientras seguía mordisqueándome el clítoris, con un dedo comenzó a penetrar mi conducto con una rapidez que no tardó en sacar de mi garganta nuevos chillidos.
-¡Sigue que me estás volviendo loca!- grité sintiendo que mi coño se encharcaba.
Dispuesta a darme placer, Alicia incrementó la velocidad con la que sus yemas me follaban mientras entre  sus piernas, José ya había alcanzado su sexo. Al notar que mi vecino se apoderaba de su propio botón, gimió descompuesta diciendo:
-A mí, ¡No! ¡Fóllate a mi zorrita!
Mi vecino tardó en comprender los deseos de mi amiga, por lo que tuvo que ser ella quien me bajara de su cara y pusiera mis nalgas a su disposición. Aunque intenté protestar, Alicia no cedió y con tono dominante, me ordenó:
-Deja que te folle mientras tú me comes el chumino.
 
Para entonces José ya se había repuesto y colocando su glande entre mis labios, comprobó que mi sexo estaba suficientemente lubricado y de un solo empujón, hundió todo su miembro en mí.
-¡Dios!- chillé al notar mi conducto invadido y la cabeza de mi pene chocando contra la pared de mi vagina.
Increíblemente excitada, me agaché entre las piernas de mi amiga y me puse a saborear su flujo mientras ese cabrón comenzaba un mete saca de lo más estimulante.
-Te gusta, ¿Verdad?, putita- susurró la rubia en mi oído.
-Síííí..- gemí ya dominada por el placer que asolaba mis entrañas y recreándome en el chocho de Alicia, bebí sin parar del néctar que manaba de sus entrañas.
A mi espalda, José cada vez se sentía más cómodo y menos humillado por lo que ya sumido en la acción, no tuvo reparo para darme un duro azote diciendo:
-Mete dos de tus dedos en esa puta.
Su sugerencia lejos de molestarme, me estimuló y cumpliendo sus deseos, introduje dos de mis yemas en el coño hirviendo de la rubia. Mi amiga al sentir esa invasión separó aún más sus rodillas comunicándome su aceptación. 
Mi vecino viendo su entrega, volvió a azotar mi culo incitándome a sumar un tercer dedo a los otros dos. Alicia estaba tan mojada que su sexo no tuvo problemas en aceptar las caricias de tres falanges moviéndose en su interior.  La facilidad con la que los absorbió y los gemidos de placer que salieron de su garganta, incrementaron el morbo que sentía y sin que tuviera José que pedírmelo, metí un cuarto.
-Eres muy mala- chilló llena de gozo al experimentar la presión de tantos dedos en su interior.
Fue entonces cuando decidí probar su resistencia y mientras sentía que me estaba derritiendo por el acoso de la verga de mi vecino dentro de mí, introduje el último.
-¡Me encanta!- oí que Alicia decía mordiéndose los labios de placer.
Ya puesta y observando que el coño de mi amiga era capaz de todo, presioné mi mano e introduje toda ella en su interior.
-¡Me duele pero me gusta!- bramó como cierva en celo al sentir mi puño dentro de su vagina y retorciéndose sobre el sofá, gritó: -¡Hazme más puta de lo que soy!
Comprendí lo que me pedía y cerrando mi mano en su interior comencé a mover mi puño  golpeando suavemente las paredes de su sexo.
-¡No pares!- chilló y mientras todo su ser se licuaba, insistió: ¡Hazlo duro!
Sus palabras me terminaron de convencer y con rápidos movimientos de muñeca, como si fuera un martillo asolé sus defensas hasta que pidiendo una tregua se desplomó sobre el sofá. El observar su orgasmo no solo no apaciguó mi morbo sino que lo aceleró y mientras le exigía a José que siguiera follándome, usando mi puño golpeé sin parar su interior.
-¡Por favor!- aulló al notar que su clímax se prologaba uniéndose con el siguiente- ¡No puedo más!
La sensación de tenerla en mis manos fue tan placentera que sin dejarla de machacar pedí a mi vecino que derramara su simiente dentro de mí. El moreno ya contagiado de nuestra pasión me cogió  de las caderas y comenzó un cruel asalto que no tardó en conseguir sus frutos:
-¡Me corro!- berreé gritando al sentir que todo ese cúmulo de sensaciones me estaban desbordando y que mi cuerpo estaba a punto de estallar.
José al escuchar mis gritos, aceleró aún más si cabe el ritmo de sus incursiones y coincidiendo con mi orgasmo, noté las brutales explosiones de su pene bañando con su lefa mi vagina.
-Cabrón, ¡No te has puesto condón!- grité asustada al caer que me estaba follando a pelo.
Como comprenderéis trate de zafarme pero olvidando cualquier recato, me agarró de las tetas e inmovilizándome, prosiguió esparciendo su simiente en mi interior. La angustia de poder quedarme embarazada y la imposibilidad de evitarlo, amplificó ´mi placer regalándome un orgasmo tan brutal que caí sobre mi amiga, babeando e incapaz de moverme.
Fue entonces cuando José sacando su verga, no soltó:
-Ya he cumplido, ¿Dónde están mis cosas?
Agotadas y satisfechas, le dijimos donde estaban y sin movernos del sofá, observamos cómo se ponía el pantalón y revisaba si tenía las llaves. Habiendo comprobado que podía irse, mi vecino se acercó a nosotras y mientras nos pellizcaba un pezón a cada una, se despidió diciendo:
-Mañana, os espero a las ocho. ¡Venid sin bragas y con ganas que os dé por culo!

Tras lo cual, nos dejó allí tiradas sabiendo que al día siguiente ni Alicia ni yo podríamos evitar estar allí puntuales.

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: «El club 1+2 » (POR BUENBATO

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Sin títuloEliseo se sentía como una especie de forastero en su hogar. Había decidido, tras el divorcio de sus padres, quedarse a vivir con su madre pero no imagino que esta iba a volverse a casar tan pronto con alguien más. Desde hacía tres años había tenido que soportar el vivir, no tanto con su padrastro, sino con sus irritantes hermanastras, Blanca y Pilar. Blanca era un año menor que Eliseo e iban juntos en el mismo colegio; la rivalidad entre ambos no tenía sentido para Eliseo pero para la chica era una forma de vida. Pilar, dos años menor que su hermana, simplemente la imitaba.

A Eliseo le faltaba poco menos de dos años para terminar el bachillerato e irse de aquella casa a estudiar pero por lo pronto no era más que una especie de patiño de sus molestas hermanastras. Sin embargo, tampoco se mortificaba tanto y era feliz; salía constantemente y se la pasaba platicando con Santino, su mejor amigo. Santino tenía otra suerte respecto a las hermanas, tenía una, gemela, y ambos se llevaban de maravilla.

– Deberías entender – decía Santino – que en realidad les caes muy bien a tus hermanas, es solo que les da temor hacértelo saber.

– Te equivocas – repelía Eliseo – ni son mis hermanas y ambas son insoportables.

– Bueno, yo te lo he dicho, no me quieres entender. Como sea, hay que aprovechar que se suspendió la clase y terminar de una buena vez la exposición de mañana.

– No te preocupes; es más, ya hice la mitad de las diapositivas.

Eliseo llego cansado a su casa; era una casa grande, fruto del trabajo conjunto de su madre y su padrastro y realmente le gustaba. Estaba feliz de haber salido más temprano del colegio, de modo que llego y tomó una soda del refrigerador; se sentó en el sofá a descansar un poco puesto que en tres horas debía ir a recoger a Pilar de sus clases de ingles.

Terminando su soda y tras ver un rato el televisor se sorprendió de no haber recibido hasta ese momento ningún insulto de Blanca que a esa hora normalmente estaría viendo la televisión justo donde él se encontraba sentado.

Le dieron ganas de orinar por lo que subió al baño que se encontraba en el segundo piso; no llevaba la mitad de los escalones cuando un extraño sonido lo hizo detenerse. Siguió subiendo, lentamente, mientras sus ganas de orinar se esfumaban y aquel sonido tomaba forma. Era un sonido como gemidos, como los que se escuchan normalmente en una película pornográfica.

Llegó al pasillo y el sonido se escuchó venir claramente del cuarto de sus hermanas; las cosas se le aclararon: su hermana Blanca era guarra que diariamente llegaba a casa a ver pornografía en internet. No se asomó a comprobarlo sin antes ir silenciosamente a su cuarto y tomar la videocámara, a su padrastro le iba a ajustar ver las cochinadas que su hija ve cuando nadie está.

Encendió la videocámara en el cuarto para no despertar la atención de Blanca; en silenció se acercó de nuevo a la entrada del cuarto y se alegró de ver que la chica ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar la puerta. Listo y preparado asomó con lentitud la cámara hasta que por fin la enfocó hacia donde se encontraba la computadora de sus hermanastras.

Lo que vio no era lo que esperaba, la sangre de Eliseo se congeló apenas miró aquella escena. Efectivamente, Blanca estaba mirando pornografía por la Internet pero no todos los gemidos provenían de las bocinas. La chica miraba desde su cama, posada en cuatro, el video al tiempo que un plátano de tamaño medio salía y entraba de su vagina. La fruta parecía devorada hasta la mitad por los tiernos y rosas labios de la chica cuyo cuello se contorneaba de placer. Eliseo tuvo el impulso de irse pero decidió quedarse ahí; sin perder tiempo aumentó el zoom de la cámara y grabó a detalle aquella escena. Era obvio que no se la enseñaría nunca al padre de la chica pero aquello había pasado de una travesura de hermanos a una situación bastante erótica.

Eliseo, hombre al fin, no pudo evitar que una enorme erección llenara su pantalón. Y es que la escena era simplemente insoportable; por más que su hermanastra fuera irritante no dejaba de ser una muchacha bastante hermosa. Ni siquiera se había quitado la ropa; la falda del uniforme de su escuela estaba echada sobre su espalda, mostrando las suculentas carnes de sus nalgas; más abajo, sus rosadas bragas apenas habían llegado a sus rodillas, como si apenas llegando del colegio estuviera ansiosa por meterse lo que fuera en el coño, aunque fuera un plátano.

En la computadora corría el video pornográfico de la escena de una orgia; la chica parecía gemir en coro con las actrices mientras no paraba de sacar y meter lentamente el plátano de su coño. Eliseo estaba excitado pero también nervioso de no saber si en cualquier momento su hermanastra voltearía a ver como él la videogrababa. Pero por lo pronto eso no sucedía y la verga del muchacho parecía volverse loca con semejante escena.

De pronto, los gemidos de la chica estallaron en grititos y su cuerpo se retorció de placer; Eliseo pudo comprender que Blanca se había provocado un tremendo orgasmo. Tras unos segundos la muchacha se calmó y cayo rendida y exhausta sobre la cama.

Eliseo no supo qué hacer, su hermanastra aun no se daba cuenta de que era observada, y tras meditar un poco y armándose de valor tomo una decisión.

– Ya vi quien se está acabando los plátanos – dijo en voz alta, con el comentario más jocoso que pudo ocurrírsele.

Blanca volteó inmediatamente y su piel se enchino totalmente mientras sus ojos parecían salírsele de la sorpresa; se levantó gritando de la cama con tal brusquedad que sus bragas se salieron de sus piernas y fueron a caer a varios metros. Se dirigió bastante enojada a su hermanastro mientras se abrochaba su camisa de la escuela y tapaba su coño con la falda; se dirigía a golpear con todo su odio a Eliseo pero se detuvo horrorizada al ver que este había grabado todo. Completamente avergonzada cerró la puerta de golpe y Eliseo solo quedó afuera, en el pasillo, escuchando los gritos, insultos, lamentos y lloriqueos de la pobre muchacha.

Eliseo despertó de aquella situación de incertidumbre y se dirigió directamente a su cuarto; cerró con seguro y encendió rápidamente su computadora. Descargó todos los videos en el disco duro y los reprodujo; de nuevo se proyectaba en la pantalla la escena erótica que jamás hubiera creído ver. Su pene volvió a erigirse sin más opción; Eliseo nunca se había puesto a pensarlo pero su hermanastra era simplemente hermosa, tenía un cuerpo espectacular además de la belleza que su edad le proporcionaba. El abdomen de la muchacha era suave pero estilizado con un culo redondo y bien erigido además de una piel clara que se adivinaba suave a la vista y un rostro hermoso con una pequeña nariz chata y redonda y unos labios gruesos, unas orejas pequeñas con unos lóbulos carnosos y un cabello largo, rizado y negro como sus ojos.

Eliseo ni siquiera se dio cuenta cuando su mano ya masturbaba sobre sus pantalones a su ansioso pene. Sacó su verga y se la masajeo con toda libertad mientras veía a su hermanastra meterse y sacarse un plátano del coño a través de la pantalla. Era imposible que pudiera volver a mirar a aquella muchacha con los mismos ojos.

Eliseo se llevó una buena paja y se dirigió al baño. Se dio un baño mientras su mente no dejaba de dar vueltas pensando en lo que haría tras todo aquello. No la iba a acusar con sus padres, por su puesto pero tampoco pensaba que fuera muy útil para estarla molestando con aquello, así como no era de aquellos que gustan de estarse burlando de la gente. Sin embargo, mientras se secaba el cuerpo con la toalla, una idea más perversa se apoderó de él.

Se enrolló la toalla en la parte inferior de su cuerpo y salió del baño y escuchó los pasos de Blanca en la sala; bajó, tratando de mantener una actitud fuerte y al llegar la vio en la sala. Se dirigió firmemente hacia ella, que miraba la televisión y se sentó junto a Blanca en el mismo sofá. Ella tenía los ojos rojos y lagrimosos y estaba visiblemente molesta, completamente enojada. Se mantuvieron en silencio un rato.

– Mira Blanca – dijo decidido Eliseo – te lo explicare de manera sencilla. Grabé todo, lo descargue en mi PC, subí el video a un correo electrónico y tengo a todo el colegio como destinatario – continuó explicando mientras Blanca permanecía inmóvil – No he enviado el correo y desearía no tener que enviarlo nunca, que se mantenga siempre como borrador…

– ¿Que quiere Eliseo? – interrumpió Blanca – ¿que te deje de molestar? Está bien, no te molestaré jamás, déjame en paz. – concluyó bastante molesta.

– Te equivocas Blanca – respondió Eliseo – lo que quiero es a ti.

Blanca volteo a mirarlo completamente ofuscada, se asustó con aquella última frase pero intento mantener la compostura.

– ¿A qué te ref…?

– Sabes a que me refiero, y si quieres que te lo aclare te lo aclararé: quiero follarte – dijo Eliseo lentamente.

Blanca se puso inmediatamente de pie pero Eliseo alcanzó a tomarla del brazo.

– ¡Hey, hey! Tranquila, esta es tu situación y sabes que no puedes repararla. ¿No quieres hacerlo?, bien, envió el correo y tú resuelves tus problemas.

– ¡No vas a enviar nada a nadie! – gritó molesta Blanca.

– ¡Oh! Por supuesto que lo hare, ¿por qué no habría de hacerlo?

– Te acusare con mi padrastro.

– Ok, acúsame con él, me correrá de aquí y me iré a vivir con mi padre mientras el video de tú y tu plátano recorre todo el colegio.

Blanca se quedó en silencio, era obvio que no tenía muchas opciones y su edad no le daba experiencia para resolver esta clase de situaciones.

– No puedes hacer esto – dijo Blanca con la voz entre cortada, sin saber que más decir.

– Claro que puedo – respondió Eliseo al tiempo que jalaba lentamente a la muchacha hacia él.

La sentó sobre sus piernas y se entusiasmo al ver que la chica no ponía ninguna resistencia. Aprovechando la visible rendición de la pobre chica Eliseo comenzó a acariciar la suave piel de su hermanastra. Su boca se dirigió al rostro de Blanca que se mantenía inmóvil y un tanto molesta. El muchacho besaba incontenible el rostro de la muchacha e incluso apretujaba con sus labios los de la muchacha que no se movía absolutamente para nada. Más abajo, las manos de Eliseo se escabullían debajo de la falda escolar de la chica y se dirigían rápidamente a rozar el coño de la muchacha a través de las mismas bragas que hacía unos momentos ella misma tenia bajo sus rodillas mientras se masturbaba con aquel plátano. Eliseo intentó retirar  las bragas pero esta vez Blanca si puso resistencia.

– No puedes hacer esto – dijo la muchacha con la voz temblorosa al tiempo que una lagrima corría por sus mejillas.

Sin embargo Eliseo, perdido en el deseo, hizo caso omiso a esto y continuo jalando la tela de las bragas hasta que estas cayeron al suelo. Paseó sus dedos por el exterior del coño que aun se mantenía húmedo e introdujo, en la medida en que Blanca se lo iba permitiendo, no uno sino dos dedos de su mano en el interior de aquel preciado tesoro. Fue entonces cuando un reflejo de placer invadió inevitablemente la mente de Blanca. Eliseo continuó con este mete y saca mientras seguía besuqueando los labios de la chica que poco a poco, dejándose llevar por el placer, se fundían con los de Eliseo.

Confirmada la aprobación de Blanca, Eliseo se apresuró a desabrochar la camisa escolar de la chica mientras por vez primera podía darse cuenta de las proporciones de sus tetas; eran juveniles aun pero le sorprendió que fueran tan redondas y tan carnosas, especialmente porque nunca se había fijado en ellas hasta entonces. Retiró el sostén y liberó los senos de la muchacha que ya comenzaba a retorcer las piernas ante el placer que el magreo de su hermanastro le provocaba; apenas los vio llevó sus labios a los rosados pezones de Blanca que parecían reventarse ante la menor provocación por la suave y delicada piel con la que estaban hechos, era en esos pezones donde se vislumbraba la juvenil belleza de aquella chica.

Con sus pechos al aire solo la falda escolar cubría el cuerpo de la muchacha; Eliseo pensó en quitársela pero le excitaba mucho verla así, de modo que decidió dejársela. Su verga ansiaba salir y se alcanzaba a ver bajo la toalla, fue entonces cuando decidió quitársela dejando libre una erecta verga dispuesta a follarse a aquella muchacha. Blanca, entre la excitación, pudo ver aquella verga que, estaba segura, la penetraría y la obligaría a dejar de ser virgen. Era más grande, por supuesto, que cualquier fruta u objeto que se hubiese metido antes pero era, por alguna extraña razón, algo que en aquel instante comenzaba a desear con desesperación.

 

Sin que ninguno de los dos se lo esperara, un extraño impulso llevó a la mano de Blanca a posarse sobre aquella verga; se detuvo un poco ante la nueva sensación de tocar un pene pero, tomando confianza, comenzó a acariciarlo como su solo instinto iba suponiendo, con la experiencia aprendida en los videos porno que había estado viendo durante los últimos seis meses de su vida. Inspirado por esta situación, Eliseo posó su mano sobre la nuca de su hermanastra y dirigió la cabeza de la chica lentamente hacia su pene; Blanca no solamente se dejó dirigir y se acomodó de rodillas sino que se apropió inmediatamente, con la frescura de su boca, a aquella verga encantada de recibirla. Era obvio que la chica había aprendido bastante con los videos porno pero lo realmente sorprendente era la facilidad con la que su hermanastra había aceptado aquella situación. El placer que recibía en cada bocanada de la muchacha le hacían retorcerse lentamente de placer; la chica chupaba con delicadeza y suavidad mientras su lengua acariciaba el glande de su afortunado hermanastro. Tras chupar aquella verga por casi cinco minutos el pobre muchacho no pudo evitar descargar su semen en la boca de Blanca, que lejos de apartarse asqueada siguió mamando con la misma suavidad mientras sus labios se embarraban de la leche de Eliseo. Emocionado por esta inexplicable e inesperada actitud de Blanca, el muchacho la levantó y, tomando las prendas de su hermana y su toalla, le pidió que le siguiera.

 

– Ven, vamos a tu cuarto. – le dijo mientras señalaba a su hermanastra las escaleras.

 

Obedeciendo, Blanca subía primero dejando a su hermanastro vislumbrar las dimensiones de su bien formado culito de Blanca que se dejaba ver apenas bajo la alzada falda escolar. Llegaron, y Blanca se dirigió a su cuarto mientras Eliseo corría al suyo; unos segundos después regresó al cuarto de sus hermanastras y se encontró con la bella imagen de Blanca, quien lo esperaba sentada sobre la cama, con las tetas al aire y un rostro de total incertidumbre.

 

Eliseo había ido por la videocámara e inmediatamente el rostro de la chica regreso a su anterior estado de rencor. Se le había olvidado por un momento el origen de su actual estado y le volvía a horrorizar el hecho de haberse atrevido a hacer todo aquello que su detestable hermanastro le había obligado. Pero Eliseo no perdió los ánimos y no paraba de grabar todos los detalles de aquella preciosa chica: su rostro furioso, sus tetas blancas con pezones rosados, su cintura estilizada y sus carnosas piernas abiertas, casi desnudas.

 

– Imbécil – declaró Blanca.

 

A Eliseo no le importó demasiado; colocó la cámara sobre un buró, de modo que apuntara hacia la cama de su hermanastra. La cámara continuaba grabando mientras Eliseo se acercaba hacia ella. Inició acariciándole los senos pero esta vez Blanca estaba un poco arisca y desviaba su pecho. Eliseo probó con las piernas, con el objetivo obvio de magrear el coño de la muchacha pero también había resistencia. Comenzándose a exasperar, Eliseo dirigió sus labios al oído de Blanca.

 

– No tienes opción – susurró.

 

Era cierto; Blanca sabía que no tenía opción, su hermanastro la había grabado en una situación tan desconcertante y tan difícil de explicar que cualquier cosa no sería peor que si toda sus amistades se enteraran de ello. No tenía opción y sus piernas perdieron fuerza al tiempo que permitían más y más que las ansiosas manos de Eliseo la recorrieran. Este aprovechó, masajeó las suaves y firmes piernas de la muchacha y jugueteó un rato con el coño de su hermanastra, que poco había logrado para resistir la excitación.

 

El pene de Eliseo recobró su excitación; estaba completamente desnudo y Blanca alcanzó a observar las dimensiones de aquella verga que hacía unos minutos había engullido y que, estaba casi segura, la penetraría ese mismo día. Más tardó en pensarlo que en suceder porque Eliseo abrió de lleno las piernas de la muchacha y la colocó frente a sí; sin mediar palabra con su hermanastra apuntó su falo a los jugosos labios vaginales de la chica y comenzó a empuñar su pene al tiempo que penetraba el virginal coño de su hermanastra.

 

Un arco apareció entre la espalda alta y el carnoso culo de Blanca, que se retorció al sentir la verga completa de su hermanastro en su interior. Más se retorció conforme el muchacho comenzaba el ir y venir de su verga; penetrando una y otra vez la vagina de Blanca que sentía lo que ni con todos los plátanos y vegetales había llegado a sentir. Las embestidas de Eliseo eran lentas pero venían adicionadas con cierto grado de ferocidad. La pobre muchacha gemía al tiempo que rogaba a su hermanastro que se detuviera un momento siquiera para respirar. Pero Eliseo no se detenía; seguía moviéndose al tiempo que el placer de su hermanastra reventaba en un orgasmo que mojaba su interior. Los gemidos se habían convertido en gritos ahogados de placer y su cuerpo se había rendido al goce de ser cogida por su propio hermanastro.

 

Eliseo se encontraba fabuloso; su verga se movía en un ir y venir del coño de su bella hermanastra al tiempo que sus manos acariciaban las nalgas y las tetas de aquella muchacha que hasta apenas esa misma mañana le había humillado con sus groserías de diario. La misma chica que junto a su otra irritante hermanita le habían hecho de la vida un martirio ahora era follada por su verga hasta los gritos. Eliseo se encontraba bien, bastante bien.

 

El interior de Blanca pulsaba de placer y se humedecía en cada orgasmo; está agotada y también Eliseo podía calcular que la eyaculación estaba cercana. Sacó su falo del coño de la muchacha y rápidamente la giró, de modo que el rostro de la chica se encontró sorpresivamente frente a la verga de su hermanastro que, sin mayor aviso, le salpicó la cara con tal cantidad de semen que su ojo izquierdo perdió completamente la visión y poco pudo hacer para limpiarlo porque inmediatamente sintió un empujón sobre su nuca que le obligó a engullir el pene del muchacho. Solo hasta ese momento pudo hallar las verdaderas dimensiones de su humillación; se preguntó en su interior si no hubiese sido mejor acusarlo, advertirle a su padre de sus intenciones y que algo se hiciera para evitar a toda costa lo que en ese momento sucedía. Pero no se le ocurría mucho que hacer; se sentía completamente frágil y débil para enfrentar los hechos y no tuvo más opción que aceptar aquello mejorara; porque en el fondo todavía tenía la tenue esperanza de que, de alguna manera, todo aquello se solucionaría.

 

Sus pensamientos se apartaron cuando una fuerza la apartó, sacó aquel pedazo de carne de su boca y volvió a empujarla hacia adelante, engulléndolo de nuevo. La chica posó sus manos sobre las caderas de Eliseo y obligó a detenerle. El muchacho apartó sus manos y Blanca comenzó a mamar su verga ella misma; podía hacerlo sola, no había por que empujarla con tanta brusquedad. Y así, con la cara embarrada en la leche del muchacho, Blanca se dispuso a chupar aquel falo hasta dejarlo limpio; eso era lo que Eliseo quería, supuso.

 

Veinte minutos después Eliseo se preparaba para salir a la calle; tenia, como cada inicio de semana, que ir a recoger a la menor de sus hermanastras a sus clases de inglés. En unos minutos también llegarían sus padres, que solo dejaban su negocio de agencia de viajes para comer en casa; e incluso muchas veces llamaban por teléfono para avisar que comerían en el local. Dando las tres y cuarto de la tarde escuchó el motor del automóvil de su padrastro y este era el aviso de que se le hacía tarde para recoger a Pilar. Salió y se encontró en el patio con su madre.

 

– ¿No has recogido a Pilar?

 

– Apenas voy

 

– Trata de apurarle, ya es tarde

 

– ¡Sí! – alcanzó a decir Eliseo mientras aceleraba el paso y saludaba con la mirada a su padrastro que aún no terminaba de estacionar el automóvil.

 

La escuela se encontraba a no más de diez minutos a pie, por lo que no corría tanta prisa, pero Eliseo tenía el leve temor de que Blanca fuese a decirles algo de lo sucedido a sus padres. Aceleró el paso pero llegó tan pronto que Pilar ni siquiera salía aun.

 

En casa los padres de Blanca llegaron y colocaron la comida que habían comprado sobre la mesa. Blanca miraba televisión en la sala y, aunque un poco seria, se le veía con total normalidad. Su madrastra le llamó para que ayudara a colocar la vajilla sobre el comedor; aunque un poco desganada, Blanca obedeció.

 

Tres y media en punto y Pilar salió; se despidió de sus compañeros de clases pero ni siquiera saludo a Eliseo. Caminaba delante de él, ignorándolo, como si solo se tratase de un guardaespaldas. El chico estaba más que acostumbrado a todo aquello y también solía ignorarla; pero esta vez había algo distinto, la mirada del muchacho se desviaba constantemente a los ligeros pantalones cortos del uniforme deportivo que Pilar vestía los días lunes. Las piernas de la muchacha se adivinaban suaves a la vista; su recién pero bien formado culito se distinguía en la tela azul que se alzaba y que no dejaba mucho a la imaginación.

 

Pensar en Pilar antes resultaba irritante pero ahora no podía evitar mirarla con otros ojos y que pensamientos que jamás se le habían cruzado por su mente definieran lo que su vista alcanzaba a distinguir: unas nalgas alzadas y unas piernas delgadas pero carnosas, bien torneadas, con una cintura delicada que se unía a un pecho virgen en el que, se adivinaba, ya se comenzaban a erigir un par de tetitas preciosas. Su rostro era un poco distinto al de su hermana; su cara redonda y su negro cabello lacio y largo, agarrado de una coleta, acentuaban su aspecto infantil. No era una niña, desde luego pero sus grandes ojos negros y su naricita achatada, parecida eso sí a la de su hermana, hacían verla demasiado inocente para lo grosera que se comportaba por lo general; al menos con él.

 

Un sin fin de posibilidades, en su mayoría meras fantasías, se dibujaban en la mente del muchacho. Pero la realidad ahora era otra; hace unos minutos había logrado cogerse con todo el gusto a la mayor de sus hermanastras, ¿qué diferencia podía haber ahora? Las fantasías comenzaban a tocar tierra y en la mente de Eliseo ya no eran posibilidades las que se deslumbraban sino planes, un plan en especial que dibujo sobre su rostro una discreta sonrisa.

 

Llegaron a casa; la comida estaba servida ya y, de manera cotidiana, todos se sentaron a comer. Todo parecía normal, era normal. Eliseo no tenía mucha hambre, había estado comiendo demasiadas ansias, pero aun así, aunque de forma más lenta, terminó su platillo. Lavó los trastes y miró un poco la televisión junto a sus hermanastras y sus padres, hasta que estos últimos; dando las cuatro y media de la tarde, regresaron como siempre a su oficina.

 

Los tres se quedaron solos; no pasó mucho tiempo cuando Pilar subió a su cuarto, diariamente pasaba horas jugando en Internet y este día no debía ser la excepción. Blanca estaba tan incómoda con la presencia de Eliseo que se puso de pie y se dispuso a irse a su cuarto con su hermana. Eliseo se levantó de inmediato y la jaló hacia sí.

 

– Me ayudaras a algo – susurró Eliseo

 

– ¿Qué? – respondió Blanca, con un claro tono de fastidió

 

Eliseo susurró en el oído largamente, diciéndole a su hermanastra lo que él deseaba que ella hiciera. El primer impulso de Blanca fue empujar al muchacho, alejarlo de si junto con sus asquerosos pensamientos. Pero Eliseo se resistió y comenzaba a acariciar a la muchacha mientras no paraba de narrar su plan; conforme hablaba la actitud de Blanca cedía, el muchacho no solo le describía la orden sino que le narraba a detalle los pormenores de sus deseos. La pobre Blanca no podía darse cuenta que la intención de su hermanastro no era más que excitarla; y solo pudo darse cuenta cuando debajo de su short la mano del muchacho se escabullía para masajear su clítoris. La chica estaba completamente caliente al tiempo que Eliseo no paraba de hablarle al oído.

 

– ¿Lo harás? – preguntó.

 

La muchacha no respondió; estaba muda ante la proposición de su hermanastro. Eliseo la atrajo hacia sí y la apretujó con su brazo mientras seguía magreando el húmedo coño de Blanca.

 

– ¿Lo harás? – repitió – tienes que hacerlo, dime; ¿lo harás si o…?

 

– Sí – interrumpió Blanca – hay que hacerlo.

 

Relato erótico: «Destructo: Dos rosas con demasiadas espinas» (POR VIERI32)

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I. 4 de junio de 1260

Sin títuloEl sol del mediodía caldeaba un silencioso pueblo a orillas del río Damietta. A simple vista, al-Akhmiyyin distaba del tamaño, la majestuosidad, nivel de comercio y ajetreo de El Cairo, pero ofrecía alimentos y descanso para los viajeros fatigados, lo que lo convertía en un auténtico oasis en medio de las severas condiciones del desierto; un lugar en donde beber agua dulce se asemejaba a recibir una bendición, y en donde probar de una jugosa fruta se convertía en una experiencia valedora de miles de monedas de oro.   

La reciente declaración de guerra del Sultanato mameluco al Imperio mongol se había extendido paulatinamente y las órdenes para los guardias estaban más que claras: ni  los mongoles ni los cristianos eran bienvenidos. Solo les depararía la muerte si osaban pisar las sagradas tierras musulmanas.

—Tártaros, cristianos y saqueadores —se quejó un guardia conforme cabalgaba lentamente por una polvorienta calle—, me pregunto quiénes serán los siguientes.

—Como los escorpiones, salen de hasta debajo de las rocas —respondió su compañero, cabalgando a su lado—. Pero no les temo. Todos terminarán como esos tres emisarios mongoles que fueron a El Cairo, sus horribles cabezas están colgando a lo alto de las torres de  Bab Zuweila.

—¿Entonces ya lo oíste? Un mensaje muy claro para cualquiera que venga a desafiar al Sultán. He oído que dos de esos mongoles lograron escapar, pero es bueno saber que los capturaron y cortaron sus cabezas.

Una mujer vestida con un desgastado hiyab grisáceo se interpuso en el camino de los guardianes. Solo sus hermosos ojos atigrados destacaban de su rostro oculto por el niqab. Ambos se detuvieron admirando las curvas que resaltaban tímidamente de su túnica.  

—¿Habéis dicho que la cabeza de tres mongoles están colgadas a lo alto de las torres Bab Zuweila?

—Te lo puedo responder más tarde, en privado —sonrió uno—. Ahora apártate del camino, mujer.

—Has oído bien —aclaró su compañero—. No temas, yo te protegeré en caso de una invasión mongola.

—¿Y si invadiesen ahora? —preguntó ella con cierto temor—, ¿cuántos guardias custodian este pueblo?

—No los suficientes. Desde que el Sultán Qutuz hiciera el llamado hace dos días, casi la totalidad de los guerreros y esclavos fueron a la capital. No consideran al al-Akhmiyyin como un punto importante, por lo que solo la estamos custodiando una decena.

—De todos modos, mujer, dudo que invadan pronto. Apártate del camino.

Un anciano con capucha y larga túnica desgastada que se arrastraba por el polvoriente suelo, se acercó lentamente al grupo. Era jorobado y se ayudaba de un bastón para apoyarse en su caminar. Por su voz quebrada parecía estar desesperado ante lo que acababa de escuchar:

—¿He oído bien? —las manos el anciano temblaban mientras se sujetaba del bastón—. ¿Solo diez guardias en este lugar? ¿Qué pasa en la cabeza de nuestro honorable Sultán?

—Oye, viejo, también estás en el camino.

—No tiembles, anciano. Esta cimitarra cortará unas cuantas cabezas de esos ojos rayados antes de que pongan un pie en el pueblo.

—Así es, y luego purificaremos sus espíritus con una meada sobre sus cadáveres —carcajeó su compañero.

—Por el Dios Teng… —tosió el anciano—. ¡Por Alá!, qué bueno oír eso.

—¿Pero cuándo vais a salir del camino? Estamos de guardia, nos hacéis perder el tiempo.

El silbido de la flecha surcando el aire fue fugaz; la saeta atravesó el casco de uno de los guardianes, quien cayó desplomado de su montura, muerto inmediatamente. Las pocas personas presentes en la calle huyeron despavoridas al ver el macabro y silencioso asesinato; su compañero, en tanto, aún no había conseguido reaccionar cuando el anciano, utilizando su bastón, golpeó su pecho para desequilibrarlo. Por otro lado, la extraña mujer apuró el paso para darle una fuerte palmada a la grupa del caballo y así enervarlo.

—¡Por el Dios Tengri, repite lo que acabas de decir, parásito! —el anciano retiró su capucha en el momento que el guardia caía al suelo y su animal se perdía velozmente en las calles. El guerrero musulmán, preso del dolor y la confusión, le vio los ojos rasgado al supuesto viejo y supo que había caído en una trampa.

—¡Mongol! —gritó, revolcándose en el suelo, buscando su cimitarra.

—¡Tártaro! —La muchacha, retirándose el velo, observó nerviosa a Odgerel—, ¿¡tenías que gritar!?

—¡Solo son diez guardias, Roselyne! —el guerrero desenvainó su sable y rápidamente asestó un tajo al cuello del enemigo. Sangre y gritos desparramándose por la arena; su mirada feroz, de lobo salvaje, lo decía todo; aquello era su hogar natural—. ¡Hala! Bueno… ahora solo quedan ocho.

—¡Perro imprudente! —gritó alguien tras la columna de madera de un negocio, tensando un arco—, ¿¡es que quieres atraerlos a todos!?

—¡Que vengan, Sarangerel, mi sable ansía sangre!

—¡Pues el mío no, jala-barbas!

—¡Dime, Sarangerel! —tras secársela de la sangre, Odgerel enfundó su espada—, ¿has escuchado la conversación?

—Una de esas tres cabezas colgadas en El Cairo es la de nuestro comandante. —Sarangerel salió de su escondite y tomó una manzana de un tablero de frutas para darle un mordiscón—.  Me pregunto de quiénes serán las otras.

—Probablemente usaron las cabezas de algunos prisioneros para tranquilizar a los egipcios —la francesa se inclinó hacia el cuerpo del soldado musulmán para rebuscar algo entre sus ropas—. Como sea, al contrario de lo que habéis supuesto, no hay muchos guardias en la ciudad. Y además, nadie sospecha de que hay tártaros escapándose, por lo que nadie saldrá a vuestra caza. Apuremos el paso hasta Damasco sin miedo.

—Si no nos buscan, no veo motivo para apresurarnos, Roselyne —Odgerel sonreía, acariciándose el barbudo mentón—. Olvidémonos de aprovisionarnos. ¿Qué tal si descansamos por aquí? Buscaré una habitación solo para nosotros dos.

—Consíguete una puta, tártaro —respondió ella, entregándole las monedas que había encontrado en el cadáver. Sarangerel, guardándose el arco en la espalda, carcajeó al ver cuán rápido la francesa se había adaptado a la constante insistencia de su camarada.

La huida hasta Damasco llegaba a su tercer día y el miedo de ser perseguidos se había disipado al alejarse del Nilo y el Damietta. Sus caballos respondían bien a las condiciones del desierto, cabalgaban firmes y vigorosos, y el grupo se encontraba mejor aprovisionado que nunca. Aunque, al contrario que en otras ocasiones, Odgerel parecía estar más callado que de costumbre. El silencio era un lujo con el que Sarangerel no contaba a menudo, por lo que, quitándose el casco, aprovechó que el clima desértico se mostrara plácido y se dedicó a disfrutar de la tímida y cálida brisa del desierto que mecían las largas trenzas de su cabellera.

No obstante, fue Roselyne quien empezó a preocuparse.

—Guerrero tártaro, me odio al tener que decir esto, pero mis oídos zumban por el silencio. ¿Se puede saber a qué se debe que estés callado?

—Escúchame, Sarangerel —Odgerel no hizo caso a la mujer y paró la lenta cabalgata—. Cuando lleguemos a Damasco, y sepan que nuestro comandante ha muerto, es probable que te ofrezcan el comando a ti.

Sarangerel detuvo su cabalgar. El comando representaba uno de los más altos honores que podría recibir un guerrero del Imperio mongol. Aquello lo haría liderar su propio ejército de cien guerreros, o incluso mil como el caso específico de su asesinado comandante. Aceptarlo implicaba responsabilidades que entraban en conflicto con sus deseos: en plena guerra, no obtendría el retiro que buscaba ni mucho menos el ansiado reencuentro con su hijo desde que partiera para conquistar el Califato abasí y el Sultanato mameluco.   

Tras un tendido silencio en donde no hubo gestos de parte de ninguno, Sarangerel volvió a retomar su camino, rumbo a Damasco, ante la atenta mirada de su compañero.  

—Será un honor aceptar el comando del Gran Kan, Odgerel. Prosigamos.

—¿¡Podrías no disimular conmigo, amigo!? Tú no quieres volver a Damasco para aceptar el comando. Tú quieres volver a casa, a Suurin.

“Es allí donde está su hijo”, pensó rápidamente la mujer, quien se interesó inmediatamente en la conversación.

—Mi mente siempre está en Suurin —giró levemente su cabeza para sonreírle—, en cada paso que doy, Odgerel.

—Escúchame, Sarangerel. Permíteme volver a Damasco por mi cuenta. Diré que el comandante y tú habéis caído, que vuestras cabezas cuelgan en las altas torres de El Cairo.

—¿Qué pasa, perro? ¿Es que tú quieres asumir el comando?

—No me vendría mal, al frente otra vez, a ver si de una buena vez consigo morir con dignidad. Y tú, amigo, podrás ir a Suurin junto a tu hijo.

“Es una idea astuta para venir de un hombre que suele pensar con el nabo”, pensó Roselyne. Ella, más que nadie, comprendía el valor de los lazos forjados de una familia. No en vano estaba cruzando el desierto con su hermano presente en sus pensamientos. “Y ese otro tártaro me recuerda a mí; yo también tengo a alguien en mis pensamientos. Es tal como lo dice él, lo tengo presente en cada paso que doy”, recordó.  

—Aprecio tu preocupación, Odgerel. Pero voy a Damasco, lo tengo decidido desde el momento que derribaron a nuestro comandante.

—¿Acaso no habías dicho que tu hijo era lo más importante en tu vida? —Odgerel desenvainó su sable y tensó las riendas de su caballo—. Tal vez con un brazo roto o una pierna cercenada las cosas te queden más claras, amigo.

La francesa abrió los ojos cuanto pudo al ver aquello, por lo que decidió intervenir. Eran solo tres personas en pleno territorio enemigo; se necesitaban mutuamente para sobrevivir, que estallara un conflicto en el grupo derrumbaba cualquier esperanza de supervivencia.

—¿Has perdido la cordura, tártaro? ¡Baja la espada, no hay necesidad de pelear el uno contra el otro!

—¡Estoy lo suficientemente lúcido, Roselyne! —Odgerel mordía cada palabra—. No le darán el comandado del Kan a un desmembrado, no les quedará otra que devolverlo a casa. Le he hecho una promesa, que haría lo posible para que se reuniera con su hijo. ¡Pienso cumplirla!

La tensión en el aire era insoportable. Una sensación desagradable revolvió el estómago de la francesa, quien recordó momentos ingratos vividos en sus tierras. Impotencia, debilidad, ser una mera espectadora del espectáculo cruento de la muerte asomándose. Apretó los dientes y amagó agarrar el mango de su espada para impedir una lucha.

—Pues yo tengo un amigo —respondió Sarangerel, sereno como siempre, retomando su lenta cabalgata—, que me ha enseñado que no habrá paraíso para los hombres sin honor. El Dios Tengri no me dejará vivir con dignidad si huyo de mis camaradas y del imperio al que me debo. No habrá hijo si renuncio a quien soy, Odgerel.

—¿“Un amigo”? ¡Jo! ¡Eso me suena, cabrón! —Odgerel sonrió. Era la primera vez que su compañero de batallas hacía mención de sus palabras—. Supongo que así están las cosas, Sarangerel.

—Pues no te entiendo, tártaro —la mujer suspiró de tranquilidad—. ¿No deseabas volver a ver a tu hijo? Fingir tu muerte para volver a tu valle es un buen plan.  

—¡Deseo volver a verlo, mujer, cada día, cada noche! Pero también quiero que mi hijo me vea con orgullo al ver que le he rendido honor a nuestro imperio, estoy seguro de que tú también comprendes eso, Roselyne.

—¿Por qué habría de comprenderlo? Nunca me sentí ligada a tierra alguna. Reinos, imperios, el deber y el honor. Nada de eso tiene significado para mí. Solo te arrastrarán por un centenar de batallas y cortarán los lazos que te unen a tu familia, tártaro.

—Entonces procuraré sobrevivir ese centenar de batallas.

Roselyne observaba atentamente cada gesto del mongol. Había algo en él que hacía que lo quisiera escudriñar por largo rato. Cada movimiento, cada palabra, cada acto de aquel guerrero lo hacía cuidadosamente pensando en los lazos que lo unían con su hijo. “Más allá de sus ridículas motivaciones, en el fondo es un buen hombre”, concluyó.

—¿Sobrevivir un centenar de batallas? Eso suena admirable pero no es realista, tártaro.

—¡Ja, esa forma de pensar es lo que nos hace invencibles, mujer! —carcajeó Odgerel, quien parecía haber recuperado el brío. Con una sonrisa como no había esbozado en días, guardó su sable y señaló el horizonte—. ¡Apuremos el paso! ¡A Damasco hasta las últimas consecuencias!

II

—¿Podrías apurar el paso, enana?

Cargando dificultosamente unos cuantos libros, la pequeña Perla avanzaba junto con Curasán por las calles de Paraisópolis, el extenso poblado de los Campos Elíseos. Varios ángeles, sentados sobre las azoteas de las incontables casonas agolpadas alrededor del camino empedrado, dedicaban un par de segundos para observar curiosos a la Querubín, quien parecía estar sumida en sus pensamientos.

—Perla, ¿me estás escuchando?

Habían pasado cinco años desde su llegada, y la pequeña ya no era tan pequeña, sino que estaba acusando un crecimiento inusitado para los ángeles. “Los ángeles no crecen”, decían algunos entre murmullos, observándola cuando caminaba por las calles, siempre en compañía de su particular guardián. “Pero en el caso de Perla, va siendo hora de que le busquen una túnica más grande…”.

—Enana, despierta —Curasán sospechaba en qué andaba metida su protegida. Pero había responsabilidades que ella debía cumplir antes que fantasear en batallas contra dragones y ángeles perversos—. Oye, ¿en qué estás pensando?

—Esto… —se despertó del trance, tratando de mantener el equilibrio pues los libros eran varios—. ¡E-en tonterías, nada más!

Durante los cinco años en los que creció en el seno de la legión, Perla había mostrado un interés inusitado por la profecía de Destructo, el ángel destructor que se levantaría contra los Campos Elíseos y desataría el apocalipsis sobre la humanidad. Aquella profecía era la razón por la que día a día los ángeles entrenaban arduamente, comandados por los tres Serafines, con la esperanza de hacerle frente. Tal como Lucifer había desafiado a los dioses hacía milenios, todos creían que tarde o temprano, Destructo llegaría para sembrar el caos. 

—Ajá… ¿tienes un examen de historia humana dentro de un rato pero prefieres ponerte a imaginar que vas de heroína salvando a todo el mundo, no?

—N-no, claro que no… —mintió, mirando para otro lado. Lo cierto es que había dado en el clavo, pero aunque Perla le tenía estima a su guardián y por lo general se mostraba sincera, no estaba dispuesta a verlo enfadado con ella.

—A ver qué cara te pone el Trono cuando se entere de que no has hecho los deberes. Mis alas están en juego si fallas, ¿sabes? ¿Podrías, por favor, concentrarte un rato?  

—¡Hmm! Bueno…

El silencio cayó sobre la caminata del peculiar dúo, momento aprovechado por la pequeña para armarse de valor. “¿Debería decírselo ahora?”, pensó,  apoyando su mentón sobre la pila de libros, mirando a su ángel guardián con detenimiento.  “¿O tal vez luego del examen? Es que… tengo que decírselo… Ya está cabreado, y encima no he hecho los deberes… Me va a decir que no, pero… entrenar suena tan emocionante”, concluyó, tragando saliva.

—¿Puedo decir algo, Curasán?

—¿Habrá diferencia si digo que no?

—Estaba pensando que tal vez deberíamos asistir a una de las clases de entrenamiento de algún Serafín. Así, el día que venga Destructo, nosotros dos también estaremos preparados…

Su guardián la miró seriamente; estaba acostumbrado al tema preferido de la Querubín, pero era la primera vez que la niña mostraba un interés en mover cartas en el asunto. Ahora deseaba entrenar y dejar a un lado sus fantasías en donde derrotaba al ángel enemigo en medio de una horda de dragones. Pero era imposible que uno de los tres Serafines aceptara entrenarla, pensaba él, no solo por tratarse de una niña sino porque ella era la Querubín, el ser más importante de los Campos Elíseos, la enviada por los dioses. Arriesgarse a que se lesionara sería inaceptable.

—Te vas a lastimar, Perla —sentenció—. Me lincharán si te algo te sucediera. Y, oye, yo tampoco podría vivir conmigo mismo si resultases herida. Los entrenamientos no son precisamente un paseo sobre el bosque.

—Pues para eso estás tú, señor guardián. Cu-ra-sán —mordió dulcemente cada sílaba, acercándose a él. Ella también conocía bastante a su ángel protector, y desde luego sabía perfectamente sus puntos débiles—, ¿qué me dices? Me gustaría ver los entrenamientos de tiro de Irisiel, ¿me puedes llevar? 

—¿Irisiel? —miró de reojo su ala izquierda, a la que le faltaban unas cuantas plumas—. No creo que sea sano para nuestra salud física y mental ir a las clases de Irisiel. 

—Bueno… Celes me dijo que el Serafín Rigel suele ir hacia la gran fuente de agua a estas horas, antes de ir a las islas para entrenar a sus estudiantes. ¿Quieres ir un rato a verle?

“¿Celes?”, se preguntó el guardián. Levantó la mirada, observando el lento paso de las nubes a través del cielo. Él arrastraba sus propios problemas en su día a día, cuestiones y aprietos peculiares que lo tenían en ascuas y entraban en conflicto con la imagen que se esperaba de él. Curasán ni creía en la profecía de Destructo ni le gustaban los entrenamientos y, sobre todo, sentía un deseo irrefrenable por su compañera Celes. El romance que ambos vivían intensamente era un secreto, pues los sentimientos que tenían el uno por el otro eran innaturales en los ángeles. Vivir ocultando aquello durante cinco años lo tenía preguntándose constantemente si debía continuar o no el idilio.

Después de todo, era el guardián de la Querubín, debería ser un ángel ejemplar. Por más que él mismo supiera que la imagen de ángel responsable y virtuoso era completamente falsa, era lo que se esperaba de él.

—Curasán, ahora tú eres el que está soñando despierto…

—¿Eh? N-no, claro que no —meneó la cabeza—. Mira, Perla, puedes poner todas las vocecitas que te gusten, la realidad es que ni siquiera eres capaz de llevar un arco o una espada. No pienses que haré como el Trono y te consentiré todo lo que desees, ¿queda claro?

 “No me queda otra”, pensó la pequeña. “Perdón, Curasán…”.

 —Antes que pensar en entrenar deberías aprender a volar, es lo mínimo. O tal vez podrías, no sé, preocuparte por el examen que tienes dentro de un rato. No desperdicies toda la noche en vela que pasamos ayer… Oye… ¿Perla?

Cuando bajó la vista, solo vio un montón de libros esparcidos sobre la calle, y un par de pequeñas plumas revoloteando sobre ellos…

Por los pasillos del sagrado Templo de los Campos Elíseos se percibía un movimiento inusual. Una decena de ángeles avanzaba por los pomposos pasajes, guiados por el Serafín Durandal, rumbo a los aposentos de Nelchael, Trono y líder de la legión de ángeles.

La mirada del Serafín era intensa. Aquel ángel de un envidiable aspecto atlético era considerado por todos como el espadachín más habilidoso, además de ser reconocido por su personalidad fría y calculadora que lo destacaba del resto de ángeles. Su espada cruciforme, enfundada en el cinturón, poseía un elegante diseño de alas en los gavilanes, forjados en oro.

Eran horas muy tempranas y el propio Cygnis, consejero del Trono, se sorprendió al verlo mientras este recién llegaba al lugar.

—¡Durandal! —gritó, apurando el paso para alcanzarlo—, ¿a qué se debe esta interrupción? No recuerdo haberte organizado una reunión con nuestro líder.

—No te interpongas, Cygnis —respondió el Serafín, sin detener su avance en lo más mínimo.

—¡Cuánta insolencia! ¡Típico de los Serafines! El Trono es un ángel muy ocupado, ¿no lo sabes? ¡Claro que lo sabes! Además, hoy es un día importante…

—Entonces estamos de acuerdo, Cygnis. Hoy es un día especial.

Abrió las puertas de los aposentos del Trono de par en par, ante la mirada atónita de Cygnis, quien simplemente no daba crédito ante la falta de respeto mostrada por parte de un ángel de tanto nivel como el Serafín. Durandal sacudió sus seis alas y vació los pulmones.  

En el fondo del cuarto, el viejo Nelchael observaba el poblado de Paraisópolis desde su gigantesco ventanal. Parecía que ni la reciente interrupción lo quitaba de sus adentros.

—¡Nelchael! —el Serafín avanzó por el cuarto, conforme los demás ángeles, Cygnis incluido, se arrodillaban al estar en presencia de su Trono y líder—. ¡Cinco años! ¡Ya han pasado los cinco años que me prometiste!

—¡Perdóneme, mi señor! —se excusó Cygnis, sin atreverse a levantar la mirada—, pero me fue imposible detenerlo.

—Durandal —el Trono prefería observar la infinidad de casonas agolpadas en el horizonte. Mirar a uno de sus ángeles más queridos a los ojos era algo que en ese instante no podía. Sabía perfectamente a qué se refería con los “cinco años”, y la respuesta que le tenía preparada no iba a agradarle—. Hace tiempo que no te veía.

Durandal desenvainó su espada y la clavó violentamente en el suelo. Acto seguido se sentó sobre una rodilla, mordiéndose los dientes, agarrando la empuñadura de su espada. Después de todo, el Trono era su líder y le debía respeto.

—¡Nelchael, hoy se cumplen cinco años desde que llegara esa niña, esa supuesta enviada por los dioses, y no hemos obtenido respuesta de ninguna clase!

—¿Te refieres a Perla? Es verdad. Me haces recordar que debo tomarle un examen.

—¡Déjate de necedades! —el Serafín apretó con fuerza el mango de su espada—. ¿¡Cuánto tiempo más vamos a continuar con esta farsa!? ¿¡Cuánto más hasta que os despertéis y observéis la cruda realidad!? ¡Los dioses están muertos, Nelchael, no hemos sabido nada de ellos ni lo sabremos! ¡Esa niña no sabe absolutamente nada, ni siquiera recuerda cómo llegó aquí!  Me prometiste cinco años y que encontrarías la respuesta en esa Querubín. ¿Y bien? ¿Dónde están Andrómeda, Artemisa, Apolo, Zeus? ¿Lo sabes, Nelchael?

—¡Por el amor de todos esos dioses! —Cygnis, inmóvil en su posición, empuñó sus manos temblorosas—. ¡Tranquilízate, Serafín! ¡Todos estamos afligidos por la ausencia de nuestros creadores! ¡No culpes de ello al Trono ni a la Querubín!

—¡Respóndeme, Nelchael! Si los dioses están muertos, ¿¡por qué insistes en tenernos a todos encadenados aquí en los Campos Elíseos tal perros guardianes de los humanos!? ¿¡Viviremos encerrados aquí por la eternidad!? ¿¡Ese es tu magnífico plan!?

—¿Y qué es lo que propones, Durandal? Me interesa averiguarlo —preguntó el Trono, girándose para verlo. ¿Acaso había un mejor plan que no fuera esperar el regreso de los dioses? ¿Proponer que ahora eran seres libres no sería admitir implícitamente que sus hacedores estaban muertos o desaparecidos? ¿La libertad de la legión de ángeles no desataría la anarquía en los Campos Elíseos, y con ella, un nuevo Lucifer, el temido Destructo que asaltaba en los sueños del Trono?—. ¡Si vamos al reino de los humanos sin intervención de los dioses, sembraremos caos! ¡Entre ellos y entre nosotros!

—¿¡Qué ha hecho tu preciada humanidad por nosotros para que le rindas ese respeto!? ¡Al diablo los humanos, al diablo los dioses! —Durandal se tomó el pecho, hundiendo sus dedos. Sus estudiantes estaban preocupados, nunca lo habían visto en esas condiciones—. ¡Ya no somos los peones de nadie!, ¿¡por qué seguir cargando esta ridícula misión de entrenar para proteger a esa humanidad!? ¡En el reino de los humanos, seremos los nuevos dioses, Nelchael!

—¿Acaso te crees un dios, Durandal? ¿¡Quién es el que ahora dice necedades!? No tengo un plan perfecto, pero me ha servido para sobrevivir hasta el momento. La llegada de esa Querubín me dice que tal vez aún hay esperanza de que los dioses vuelvan. Yo, y toda mi legión, seguiremos esperando aquí. Te agrade o no, eres parte de esto.

—¿Me lo dices en serio, Nelchael? ¿Aún crees en ella? ¡Esa niña es una broma andante!, solo ha traído falsas esperanzas —quitó su espada del suelo, encendiendo las alarmas de todos los ángeles en el salón—. La Querubín representa ese lado ingenuo que tenéis vosotros esperando que los dioses vuelvan, ese lado patético del que hay que desprenderse.

—¡Suficiente, Serafín! —gritó Cygnis, golpeando el suelo de mármol—. ¿¡Acaso te estás escuchando!?

Durandal se levantó y comenzó a retirarse. Tal como temía, encontró decepción en su breve reunión: más allá de sus deseos de ver a los ángeles libres, en el fondo esperaba hacerlo en compañía de Nelchael. Era un amigo, aunque sus convicciones chocaran contra sí; ambos, a su manera, buscaban el bien de la legión. Era un sendero en el que, sentía y deseaba, debían caminar juntos.  

—Yo que tú desistiría de esos ideales, Durandal —insistió el viejo Trono—. La libertad que sueñas traerá anarquía, la misma que acabó con los tres arcángeles, la misma que acercará la llegada de Destructo. Lo mío será toda la dictadura que quieras, pero el orden y nuestra sociedad estarán a salvo. Nada es perfecto, ni aquí ni a donde vayas.

—Tienes razón —se detuvo aunque no se atrevió a mirarlo—. Pero tus designios hace tiempo que carecen de significado para mí. A veces me pregunto, Nelchael, por qué los sigo.

Sin esperar réplica alguna, Durandal se retiró de los aposentos mientras, poco a poco, sus estudiantes se reponían para seguirlo. El ambiente empeoró a pasos agigantados en el cuarto; el viejo Nelchael prácticamente había sido testigo del nacimiento de una posible rebelión en los Campos Elíseos, algo que no había sucedido desde que Lucifer se rebelara contra los dioses en los inicios de los tiempos. El mayor miedo del líder estaba asomando lentamente, pero haría lo posible por mantener el orden en su preciada legión. 

—¡Por los dioses! —Cygnis se repuso—. ¿Va a dejarlo irse tras lo que acaba de decir, mi señor?

—¿Detenerlo y convertirlo en mártir, desatando una rebelión? —se frotó la frente—. Escucha, Cygnis, ordena al Principado para que lo vigile. También ordena un guardián más para la Querubín, aunque no menciones nada de lo que aquí ha sucedido. Lo último que necesito es desestabilizar a la legión con sospechas de una rebelión.

—Se hará, mi señor.

—Por cierto, Perla ya debería estar aquí para tomar su examen —el viejo Trono se giró de nuevo para mirar por el ventanal—. ¿Tienes idea de dónde está?

La única respuesta que halló por parte de su consejero fue un encogimiento de hombros. ¿Cómo iba a saber él que la pequeña Perla quería ser entrenada y que para ello había ido en busca del tercer Serafín? Una inocente decisión que tendría sus consecuencias para todos los habitantes de los Campos Elíseos.

El Serafín Rigel destacaba no solo por sus seis alas o su rostro de facciones gruesas, sino por su imponente contextura física, poco disimulada por su túnica angelical. El considerado por todos como el ser más fuerte de los Campos Elíseos, se encontraba sentado como todos los amaneceres en un banquillo frente a la gran fuente de agua, una pomposa estructura de mármol y madera, adornada con figuras pedregosas de ángeles. Con los ojos cerrados y oyendo el sesear del agua, no había quien le quitara de sus adentros.

Hasta que oyó un gruñido peculiar…

Levantó la mirada y esbozó una ligera sonrisa al ver a la Querubín frente a él. La pequeña estaba parada sobre la estructura de la fuente, más precisamente sobre un ángel de mármol que tensaba un arco hacia el cielo. Ella lo miraba desafiante, con los brazos cruzados. Lejos de su guardián, Perla se transformaba en una auténtica fiera que utilizaba indiscriminadamente su título de Querubín para obtener lo que deseaba.

Pero, aunque intentara generar temor o respeto, al Serafín solo le causaba gracia y ternura a partes iguales. “Será todo el ser superior de la angelología que quiera”, pensó, “pero también es una niña”. 

—¡Pequeña Perla! —se rio el Serafín, de voz gruesa y fuerte, levantándose para acercarse y sacudir la cabellera de la Querubín—. ¡Es un honor verte por aquí!

—¡Rigel!—respondió, agarrando su mano con fuerza—. ¡Entréname para ser fuerte como tú, te lo ordeno!

Varios ángeles que estaban de paso habían escuchado la peculiar petición y las risas generalizadas fueron inevitables, aunque nada cambiaría la expresión seria de la niña. Perla era probablemente la única que a esas alturas se tomaba en serio su posición de “Ser superior del linaje angelical”. Pero tras cinco años, a los ojos de los demás, se había convertido no solo en una enviada de los dioses, sino en una niña algo caprichosa a quien debían prestar atención para que no terminara lastimándose.

—¿Me lo dices en serio? Oye… Perla, eres muy pequeña para entrenar.

—¿A quién llamas “pequeña”? ¿Te parece esto una forma de responder una orden de tu superior?… ¡Ah! ¿¡Qué haces, Rigel!?

El enorme Serafín la tomó de la cintura para levantarla y hacerla sentar sobre sus hombros. Enrojecida y avergonzada como estaba, la niña no encontraban lugar donde posar la mirada, o en la decena de ángeles que reía a su alrededor o en el lejano suelo que parecía marearle. Extendió sus pequeñas alas sin poder controlarlas bien.

—¡Perla! ¿Ya sabes volar o aún te dan miedo las alturas?

—¡N-no es asunto tuyo!

—Me acuerdo de cuando recién habías llegado y siempre querías estar a mi lado. ¿Por qué te avergüenzas ahora?

—¡Rigel! ¡Quiero bajar!

—¿En serio? ¡Pero si antes no te querías apartar de mí porque decías que yo era el más grande y fuerte! Y tenías un apodo para mí… ¿Cuál era?

—¡Ya lo olvidé!

—Pequeña mentirosa. ¿Quieres bajar?

—¡Te he dicho que… ! —la volvió a bajar al suelo entre el torpe batir de sus pequeñas alas—. ¡Ah, con cuidado!

—Deberías volver junto a tu guardián, pequeña Perla —la tomó de la barbilla—. Las islas donde entrenamos no es el lugar más adecuado para la Querubín más bonita de los Campos Elíseos.

—Como si hubiera otra —se apartó de sus manos—. ¿Entonces no me vas a entrenar?

—El Trono me colgará del cuello si algo te sucediera. Ahora, dame un beso antes de que me vaya. Aquí, en mi mejilla, para la suerte.

—¡No te daré nada, Rigel! ¡Me voy!

Entonces él lo vio. Un chispear en esos ojitos verdes, una extraña fiereza en su mirada aniñada que le hizo estremecer. Tal vez fue su voluntad lo que se transmitió, o tal vez fue una señal de alguno de los dioses, después de todo la Querubín era el ser más cercano a ellos. Aunque entrenarla estaba descartado, el Serafín pensó que tal vez podría darle algo útil; Rigel siempre había sentido un cariño especial por la niña pues había revitalizado a los Campos Elíseos con su llegada, a él sobre todo.

La tomó del hombro antes de que se girara, y apartándole un mechón en la frente, le habló con un tono serio lejos de aquel bromista con el que acostumbraba dirigirse a ella: 

—Es gracioso, pero en tus ojos infantiles veo decisión, algo que falta a veces en muchos ángeles.

—¿Ah?

—Dime, ¿por quién peleas, Querubín?

—¿Qué?

—Escúchame, pequeña Perla, la clave para el éxito durante un combate es la motivación —la niña no daba crédito al cambio de actitud del Serafín. Salvo su ángel guardián, sus deseos, anhelos y miedos eran tratados con risas entre los demás ángeles, pero por fin alguien más la estaba tomando en serio, por fin alguien había dejado de verla como a una niña. Tragó saliva y escuchó atentamente—. Imagina el peor escenario que puedas encontrar.

—Destructo —se mordió el labio inferior y empuñó sus manitas—, esto, Destructo, rodeado de dra-dragones —completó, recordando su peculiar fantasía.

—¿Destructo? Perfecto. Cuando te concentras en aquello que quieres proteger, desaparecerán los gruñidos, el fuego y los dragones a tu alrededor, y podrás dar un golpe certero que podría darte la victoria. Te convertirás en un ángel tan fuerte como yo si encuentras la motivación adecuada, si la tienes presente en cada paso o aleteo que das. Pero yo que tú no perseguiría fuerza bruta, Querubín, sino una respuesta adecuada. Por eso, ¿por quién peleas?

—En cada paso que doy —susurró para sí, con la mirada perdida. Luego la fijó en los ojos del enorme Serafín—. Rigel, ¿y así podré hacer grietas como cuando tú golpeas el suelo?

—¿Todo esto solo porque quieres hacer grietas o qué? Te he dado un consejo sincero, pequeña, más no me exijas. ¿Vas a darme ese beso? ¿O es que quieres destrozarme el corazón?

—¡Puf! Señor Serafín, ¿es necesario este chantaje?—infló sus mofletes. Pero al menos había obtenido algo de Rigel, mucho más de lo que habría soñado. Aunque el rostro molesto de la niña no lo aparentara, en el fondo sentía que había avanzado un paso importante—. En fin, supongo que puedo darte un beso. Estarás orgulloso de recibir tal honor… —masculló sonrojada, arrancando una pequeña carcajada en el Serafín. Y empuñando sus manitas, se acercó para darle un beso en la mejilla, susurrándole el apodo que con cariño le había puesto tiempo atrás—. Muchas gracias… “Titán”.

III. 5 de junio de 1260

La imponente luna resplandecía en el cielo nocturno. Las infinitas dunas y la gruesa arena del desierto habían quedado atrás; la tierra dura, los altos árboles, el viento fresco y el agua empezaban a ser una constante en el viaje, propiciando mejores condiciones para el descanso.

Sarangerel se encontraba sentado bajo la copa de un grueso árbol, a orillas de un lago por donde se deformaba la luz intensa de la luna. Aparentemente fue el único de los tres que no podía conciliar el sueño, por lo que se tomó un tiempo para disfrutar de la brisa húmeda. El guerrero juraría que podía sentir las manos de su pequeño hijo jugando con sus largas trenzas al son del viento; cerraba los ojos y estaba en su hogar; casi sintiendo en la yema de los dedos ese rocío que bañaba la hierba de Suurin. “Pronto estaré allí”, pensó, “te lo prometo”.

—No me cansaré de agradecer la comida y la protección que me habéis dado —interrumpió la francesa, quien quitándose sus botas, se acercó para meter los pies al agua—. ¡Uf! ¡Frío!

—Con cuidado —Sarangerel sonrió—. Los cristianos son nuestros aliados, y los francos en especial nos han ayudado  a conquistar Alepo y Damasco. Solo hacemos lo que debemos hacer.

—Aún así…  

—Llegaremos a Damasco al atardecer de mañana. Deberías tomar la primera caravana cristiana que veas.

—Claro —dijo levantando su desgastada túnica para entrar un poco más al agua—. ¿Y dónde me quedaré mientras espero? No conozco a nadie más que a ustedes dos.

—No quiero sonar como Odgerel, pero te ofrezco mi tienda mientras dure tu estadía, mujer.  

—¡Ja! Suenas como todo un caballero. Tu amigo lo diría con sorna y tocándose la entrepierna. Gracias por ofrecérmela, tártaro, suena más cómodo que dormir en las calles. ¿Pero dónde dormirás tú mientras tanto?

—Me gusta el sonido del agua, por lo que probablemente vaya a pasar las noches a orillas del río Barada, que cruza en medio de Damasco. Muchos mongoles pasan la noche allí cantando y tocando instrumentos alrededor de fogatas. Estar allí es como estar en Mongolia, casi al lado de mi hijo.

—Mongolia. Pensaba que al salir de mi reino encontraría cosas diferentes a las que he vivido, pero me he topado con lo mismo: batallas y guerreros con motivaciones ridículas que no traen sino muerte. Pero tú eres especial. Siempre tienes presente a tu hijo en todo lo que haces, creo que es lo que te da la fortaleza que admiro —Se apartó un mechón de su pelo y miró al hombre que atentamente la escuchaba—. Guerrero tártaro, he estado pensando, mientras dure mi estadía en Damasco, que tal vez pudiera hacer de tu escudera. Para aligerarte la carga.  

—¿Mi escudera?

—Sí. Alguien que lleve tu escudo y espada —sus pies jugaban tímidamente con el agua—. ¿No tenéis escuderos en vuestra legión?, alguien que te cargue las armas y las mantenga limpias. Además, esos revestimientos de acero sobre el pecho de tu armadura deberían brillar también. Si vas a comandar un ejército como tu amigo ha dicho, necesitarás que tanto armas como armaduras resplandezcan.

—Pensaba en pedir algún novato —se levantó para desperezarse, comprobando con la mirada que su armadura ligera necesitaba de varias pasadas de trapos engrasados para que los revestimientos de acero volvieran a resplandecer como antaño, como cuando se despidió de su hijo. Sus armas, apiladas a un costado del árbol, probablemente también necesitaban limpieza—. ¿Este repentino ofrecimiento tiene algún motivo?

—Tártaro —se acercó hacia dónde él la observaba con extrañeza, siempre en el agua. Estaba nerviosa, ahora se la notaba insegura pues le costaba sostener esa mirada antes atigrada—. Por favor, déjame seguir a tu lado y entréname para ser fuerte como tú.  

Tal vez en otra ocasión se hubiera reído de la peculiar petición, pero notó algo en los ojos de aquella francesa cuando le rogó aquello. Un algo que le costaba describir. Como un destello fugaz de ferocidad, de un fogoso deseo bullendo; había una firme decisión en esa mirada; hacía tiempo que no había visto unos ojos que cobijaran tanto valor y decisión, que casi lo convencieran en un chispazo.  

No obstante, las costumbres del guerrero estaban muy arraigadas.

—En Mongolia admiramos a las mujeres fuertes —entró al agua para tomarla de la muñeca. El brillo de la luna se desparramaba por el lago; la mujer se asustó, mas Sarangerel sonreía—, pero ustedes no están hechas para los sablazos. He visto cómo agarras esa espada de tu hermano, lo haces mal y te cuesta sostenerla en alto.

—¡Pues enséñame a sostenerla! —apartó su muñeca.

—¿Por qué querría una mujer entrenar? —volvió a tomarla, mostrándole ferocidad y una curiosidad inusitada; Roselyne se estaba revelando contra varias de las costumbres que él conocía. “Esta mujer”, pensó, volviendo a comprobar la ferocidad en sus ojos. “Me recuerda a alguien”.

—¡Porque necesito aprender a proteger! Porque estoy harta de ser espectadora, porque no hay día que tenga remordimientos por ser débil.

Y esa mano fuerte del guerrero tomándola, trayéndola contra su cuerpo… era un salvajismo distinto el que ahora sentía Roselyne sobre ella. Algo avasallante que le hizo erizar la piel en el momento que se escrutaron las miradas. Si bien ella también tenía arraigadas sus creencias y costumbres que le hacían aflorar una sensación de culpabilidad ante los sentimientos de deseo carnal, deseaba seguir tocando al guerrero.

—¡Necia! —masculló Sarangerel, trayéndola más contra sí—. Deberías buscar a un hombre que haga ese trabajo por ti.

—Guerrero tártaro —puso su mano en su pecho y lo apartó, comprobando la firmeza y suspirando—, ¿tienes deseo de luchar? ¿O es que acaso ansías algo más?

La religión de la muchacha hacía mella en su conciencia; el sexo extramatrimonial era tabú aunque debía hacer sacrificios en pos de obtener lo que deseaba para cumplir con sus objetivos. Aunque ese “sacrificio” parecía agradarle en demasía; admiraba a Sarangerel más de lo que hubiera creído, en esa noche lo deseaba como a ningún hombre en su vida.

Roselyne se alejó del mongol con una sonrisa, y para desconcierto del guerrero, tomó de su túnica para quitársela ante su atenta mirada. Aquella perla que había resplandecido en la ribera del Nilo bajo el sol, se revelaba nuevamente pero ahora brillando por la luz azulada de la luna que se replicaba en cada gotita y cada surco del agua en su cuerpo, en cada una de esas curvas que atontaban a Sarangerel.

Extrañamente, tras haberle ofrecido un regalo a sus ojos, la mujer entró al lago para zambullirse y huir de esa mirada cargada de lujuria.

“¿A qué ha venido eso?”, pensó el mongol, quitándose lo que le quedaba de ropa y tirándola a la orilla; quería entrar al lago en su búsqueda.

Roselyne emergió del agua justo frente a él, pasando los brazos por su cuello, quedando los dos juntos frente a frente, lo que le permitió poder abrazarlo y atraerlo hacia sí, sintiendo cómo sus pechos se recargaban en el suyo. La erección del hombre se hizo imposible de ocultar.

—Por favor, tócame si lo deseas, guerrero tártaro.  

Y las grandes manos del guerrero se ciñeron rápidamente en la pequeña cintura, no fuera que Roselyne volviera a zambullirse. Los gruesos dedos comprobaron la firmeza de aquel trasero, los hundió en su piel y arrancó un suspiro en la muchacha.

“Menuda mujer más brava, hermosa como una rosa”, pensó probando de sus finos labios, dulces del agua. Roselyne mordió fuerte la boca del mongol para apartarse con una sonrisa de lado. Tomó la mano del guerrero y lo arrastró hasta la orilla.

Sarangerel observó con especial detenimiento las redondeces de ese trasero que endurecía hasta el hierro más pobremente templado. Se palpó la herida que le dejó en el labio y notó un pequeño rastro de sangre en la yema de un dedo. “Por el Dios Tengri, es hermosa, pero está repleta de espinas”.

El brillo de la Luna perlaba cada gota esparcida por los dos amantes que empezaron a unirse en la orilla. Uno era inmenso, fuerte como un lobo pero hábil en los movimientos, grácil como un leopardo. La otra era una pequeña rosa de aspecto frágil aunque escondía varias espinas dolorosas al tacto inmediato; uñas que se hundían en la espalda del hombre y dejaban surcos. Cuando el guerrero comprobó la estrechez y humedad de la francesa, primero con sus dedos, acariciando los suaves pétalos de su sexo, el aire cambió alrededor; el hombre se volvió delicado, no fuera a lastimarla, y la mujer dejó a un lado sus espinas para invitarlo a probar más, para abrirse de piernas y atenazarlo con fuerza.

“Esto es bastante bueno”, pensó ella, sintiendo perfectamente el contorno del duro miembro de aquel guerrero abriéndose paso en su prieto interior, recordando sus anteriores experiencias. Ninguna había sido tan buena como esa, todo fue a la fuerza. “Demasiado bueno, para ser sincera…”. Boqueó al sentir un inesperado envión que sacudió su pequeño cuerpo.

 —¡Ah! ¡Con cuidado! —protestó.

Cruzó la luna a través del cielo, tras los árboles, y nunca asomó algún atisbo de las desgracias que a ambos los tenían atormentados. Acostados sobre la arena, a orillas del lago, encontraron en cada uno un consuelo a esas heridas que la vida les había asestado.

“Esta mujer”, pensó Sarangerel, acariciándole la caballera mientras ella besaba su pecho. “Ya sé a quién me recuerda”.

—Tártaro, por favor, mi hermano era el caballero de armadura más brillante en toda su legión —los besos bajaban y bajaban y la concentración amagaba con abandonar de nuevo al guerrero—, permíteme ayudarte a ser el hombre que más brille de todo tu imperio.

—Suena bien —suspiró, sintiendo cómo esos finos labios llegaban a destino para abrigar con fuerza su palpitante sexo—,  pero si vas a ser mi escudera, deberías llamarme por mi nombre.

—¡Se llama “Sarangerel”! —gritó Odgerel, sentado bajo la copa del árbol junto al lago, con un odre de airag negro en una mano—. Significa “Brillo de la Luna”. Pronúncialo bien, mujer, porque el idioma mongol es el más dulce del mundo.

IV

—La Luna está preciosa esta noche, ¿verdad, Curasán?

Sentados en el borde de una azotea, perdidos en el montón de casonas de Paraisópolis, la pequeña Querubín y su particular guardián observaban el horizonte, adornado por la luz azulada de la luna. Aunque Curasán consiguió encontrar a su protegida hacia la gran fuente de agua, terminaron llegando tarde al templo. No obstante, el examen se llevó a cabo con éxito.

—Mira, Curasán, lo siento mucho —la Querubín de voz dulce había vuelto, y esta vez, subiéndose al regazo de su hastiado guardián, olvidándose por momentos cuánto había crecido.

—Menos mal aún no sabes volar, perseguirte sería una tortura —masculló él. Aunque, a su pesar, la rodeó con un brazo, estrechándola contra su pecho.

—Puede que un pastel te haga feliz esta noche. Celebraremos ese examen aprobado —respondió, levantando una mano hacia la enorme ala de su guardián, tirando de una pluma que estaba a punto de desprenderse—. Vamos, te lo prepararé…

—¡Jo! Lo cierto es que no me puedo negar a un pastel.

—Me alegra que hayas recuperado el humor —se levantó torpemente y tomó de la mano de Curasán—. ¿Qué te parece si mañana hablamos con Irisiel para que me entrene?

“Esta enana”, pensó, viendo cómo la Querubín le sonreía inocentemente, “no va a parar de esquivar sus responsabilidades hasta que consiga lo que quiere. Encima odia los estudios, le repelen las clases de coro y suele soñar despierta…”. Suspiró, levantando la mirada hacia las estrellas. “La he cagado a base de bien, cabrones, he convertido a vuestra enviada, al ser más importante de los Campos Elíseos, en el vivo reflejo de mi persona”.

Pero Perla, además, estaba creciendo, algo innatural en los ángeles. Y el temor de su guardián era justamente aquello: que tarde o temprano la Querubín dejara de necesitarlo ya sea para pedir una mano para alcanzar un libro a lo alto de una estantería, un par de alas para saltar entre azoteas, o simplemente consuelo cuando le asaltaba el miedo a las alturas. Temía que el sendero por el que ambos caminaran llegara a abrirse en cualquier momento, y que cada uno debiera tomar su propio camino.  

“Los ángeles no crecen”, decían todos cuando veían a la Querubín por las calles. “Pero Perla crece”, pensaba Curasán para sí, riéndose del sobre esfuerzo de la niña para tirar de su mano y levantarlo. Lo decidió en ese instante, en que él la acompañaría en el camino que quisiera recorrer, no abandonarla. Ignorar los deseos de ella sería traicionarse a sí mismo, a su vivo reflejo.

“Resuelto entonces. Al diablo con el falso ángel virtuoso y ejemplar”, sonrió para sí. Con los ánimos renovados, el guardián se levantó para sacudir la cabellera de su protegida.

—¡Por los dioses! Eres una auténtica rosa con espinas, Perla. Algo me dice que seguirás dando la tabarra con el tema de entrenar hasta que lo consigas.

—¡Suéltame, me despeinas!

—Perla, ¿por qué la fijación en entrenar?

—Bueno… —desvió la mirada hacia las casonas—. Eso es privado… 

—Ajá, ya veo, pues es una pena porque no creo que ninguno de los Serafines puedan ayudarte.

—Y que lo digas… —suspiró.

—Levanta el ánimo. Conozco a alguien —dijo tomando la barbilla de la niña con sus dedos, ladeando su rostro amistosamente—. Aunque no sé, es mucho problema, deberías dedicarte a lo que se te ha ordenado y ya.

—¡Curasán! —se apartó de su mano—, ¿hay alguien que me puede entrenar? 

—Pues tengo un viejo amigo que me debe un favor. Si has estado estudiando a la historia de los humanos, supongo que sabrás lo que es un guerrero mongol, ¿no es así?

—¿Hay un… guerrero mongol… en los Campos Elíseos? —preguntó sorprendida—. ¿Me estás diciendo que hay un guerrero mongol angelizado? ¿¡Aquí!? ¿Cre-crees que habrá conocido al mismísimo Gengis Kan? ¿O habrá conocido algún Sultán famoso?

—¿Sultán? No me parece que fuera de esa época, creo que más bien conoció a algún emperador japonés, pero no lo recuerdo bien —se desperezó, extendiendo brazos y alas—, ¡uf!, ¿por qué no se le preguntas tú? ¡Recoge tus plumas y vayámonos ya!

—¡Se-seguro que ese mongol sabe un montón de cosas! ¡Sobre todo de peleas!… ¡Eh, eh! ¡Curasán, espérame!

A solo un par de casonas de distancia, el Serafín Durandal observaba cuidadosamente al dúo desde una terraza. Antes de que la Querubín llegara hacía cinco años, en la legión de ángeles poco a poco era aceptada la idea de que los dioses ya no regresarían al mundo que crearon, fuera porque habían muerto o fuera porque simplemente decidieran abandonarlos. El sueño del Serafín, de abandonar los Campos Elíseos y vivir en libertad, poco a poco estaba siendo aceptado por la legión… hasta que la niña llegó y las esperanzas de que los dioses regresaran comenzó a surgir de nuevo.

“¿Cómo es posible?”, pensó, apretando fuerte el mango de su espada, viendo a la Querubín escalando dificultosamente sobre la espalda de su guardián. “¿Cómo es posible que esa pequeña granuja, que ni siquiera es capaz de volar, haya elevado tanto la moral de los Campos Elíseos?”.

Uno de sus estudiantes más habilidosos, Orfeo, descendió suavemente del cielo para para hacerle compañía, sentándose sobre una rodilla ante su presencia.

—Maestro Durandal, estuve buscándolo toda la tarde. Sus estudiantes estamos preocupados por la suspensión de las clases, pero los que lo han acompañado en el Templo nos han puesto al día acerca de su reunión con el Trono.

—¿Acaso vienes a darme un sermón por haberle faltado respeto al Trono, Orfeo? Recuerda tu posición en la angelología si piensas hacerlo.

—No es eso, Maestro Durandal. Sus estudiantes lo hemos discutido y lo tenemos decidido. No está solo en su lucha contra esta opresión. Estamos de su lado en este sendero que quiere recorrer. 

El Serafín se reconfortó con la idea de tener de nuevo consigo una cantidad considerable de ángeles decididos a seguirlo. Supo que sus ideales empezaban a geminar de nuevo, y que no estaba tan desencaminado como el Trono había sentenciado. Pero faltaba mucho aún. Para quitarse de encima lo que él consideraba “la ingenua esperanza de la vuelta de los dioses”, debía quitarse de encima a la Querubín, quien se había convertido en la amenaza de cumplir sus sueños de libertad.

Extendió sus seis alas, levantando vuelo.

—Nos espera un largo camino, Orfeo, plagado de decisiones difíciles por un bien mayor. 

—Estaremos con usted, Maestro Durandal. En cada paso del camino.

V. 7 de junio de 1260

Las estrellas refulgían con intensidad a orillas del río Barada, Damasco. Reunidos en una fogata, los más altos mandos del ejército mongol recibieron a Sarangerel, el segundo en mando de la misión diplomática de El Cairo. Alrededor de la reunión, varios hombres y mujeres llenaban la noche con dulces sonidos de flautas y tambores que retumbaban al ritmo del crepitar del fuego.

Era la primera vez que Roselyne, que observaba a lo lejos, recostada en un árbol, escuchaba el khoomii; fuertes reverberaciones de las gargantas de los mongoles que, para ella, se asemejaban a alguna canción primitiva y de tonalidad violenta. Era sobrecogedor oírlos. Odgerel, a su lado, seguía tímidamente la canción con su voz, con un pichel de aguamiel en la mano.  

—Cantáis raro —dijo ella.

—¡Ja! Te diré algo, Roselyne. He atravesado medio mundo y sé que la música de Mongolia es la más hermosa.

—¿Qué está pasando allí? —señaló con su cabeza la fogata en donde varios hombres rodeaban a Sarangerel.   

—Le están ofreciendo el comando—suspiró, antes de beber.

El fuego se agitó con fuerza conforme Sarangerel se arrodillaba para rendir respeto a sus superiores.

—Tu retorno demuestra tu valía como guerrero del imperio del Kan —uno de los superiores del círculo, el cristiano nestoriano Kitbuqa Noyan, tomó del hombro a Sarangerel—. Has demostrado que eres un auténtico guerrero.

—Estoy agradecido por vuestras palabras, General Kitbuqa.

—Dime, ¿cómo ha muerto mi querido hermano? —le acercó un cuenco repleto de kumis, la particular bebida tradicional de sus tierras. Leche fermentada y alcohol. Se desprendía de allí ese olor que le recordaba el hogar, los prados y ríos. Sarangerel cerraba los ojos brevemente y estaba en Mongolia.

—Murió con honor, General Kitbuqa  —respondió, aceptando el cuenco con ambas manos y bebiendo de ella un gran sorbo, antes de continuar—. Murió cumpliendo el deber del Kan, como un héroe. Tomo la responsabilidad por su muerte.

—No seas necio, Sarangerel.

Al terminar la bebida, miró a los ojos a su general.

—Mi deseo de volver a casa es fuerte, General Kitbuqa.

—Aún no es momento de volver, Sarangerel. Hay una misión más importante ahora que la guerra ha comenzado. Nuestro Kan te ofrece el comando para guiar a sus soldados en batalla. Conoces el rostro del enemigo mejor que nadie.

—Saif ad-Din Qutuz —afirmó, recordando al Sultán que traicionó la confianza de la misión diplomática. 

—El Kan pone en tus manos a cien guerreros, Sarangerel, que a su vez estarán comandando, cada uno, otros diez. Acepta el Mingghan, y guíalos a la victoria contra Qutuz y los mamelucos.

El sonido de cientos de gargantas llenó la noche a orillas del río en Damasco. En los ojos de Sarangerel se agolparon recuerdos y epifanías; guerras, sangre, gritos y sablazos sobre la arena. “Tal como dijo Roselyne, me quedan cien batallas por delante”, pensó. “Pero volveré a casa, te lo prometo”.

La guerra apenas estaba comenzando, y el ejército invencible se estaba preparando para la más cruenta de las batallas en el desierto. El fuego crepitaba con fuerza; las voces reverberaban en la noche de estrellas centelleantes, ocultando con belleza los peligros que les aguardaban.

—Esto es otro mundo para mí —susurró Roselyne, sintiéndose ajena a los cánticos y rituales—. A veces pienso que ha sido un error haberles rogado un lugar entre ustedes. 

—No digas eso—Odgerel tomó del hombro de la francesa—. Sarangerel y tú caminan juntos el mismo sendero. Llevan a los vivos en todo momento y creo que eso es lo que los vuelve fuertes en batalla. Los seres que más amo ya no están aquí, por lo que no temo en dar nunca el primer paso para atacar. Pero ustedes dos siempre van con cautela. Lo he notado en El Cairo, y lo he notado en al-Akhmiyyin.

Levantó la mirada al cielo, viendo el intenso brillo de las estrellas alrededor de aquella preciosa luna. Odgerel, tal como experimentaba su camarada, cerraba los ojos y sentía por breves momentos estar de vuelta en casa. Sentía la brisa y juraría que su esposa y hermanas le acariciaban la mejilla.

—Yo también iré con cautela a partir de ahora, pues le he prometido a mi amigo que lo ayudaría a reencontrarse con su hijo. Mi mujer y mis hermanas tendrán que esperarme en el cielo hasta que cumpla con mi palabra. Sé que me comprenderán… es decir, ¿tú lo comprenderías, no es así?

—Me empiezas a caer bien… Odgerel —Roselyne le codeó amistosamente.

—¡Es sobrecogedor escucharlo! Lo tengo decidido desde que pisamos Damasco. Te guste o no, Roselyne, a partir de ahora ustedes dos estarán en mi pensar —le ofreció su pichel con una sonrisa—, en cada paso de este largo camino.

Continuará.

Relato erótico: «Navidad de cuero » (POR ALEX BLAME)

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-¡Joder tío! Estamos volando. ¿Qué más quiere? ¿Que rompamos la barrera del sonido?–dijo Cometa.

Sin título-Y dale otra vez –añadió Cupido recibiendo un nuevo latigazo. –me voy a quejar al sindicato.

-Sí, hazlo. –Intervino Trueno –los duendes lo hicieron y ahora trabajan dieciocho horas diarias y les han bajado el sueldo un treinta y siete por ciento. El gordo les amenazó con echarlos a todos y traerse unos cientos de indochinos. Para eso valen los sindicatos.

-Callaos todos y tirad, -dijo Rudolph autoritario mientras por encima de ellos volvía a chasquear el látigo. –cuanto más rápido vayamos más rápido acabaremos con esta mierda.

-Papa Noel miraba aburrido el paisaje mientras sobrevolaban la campiña. Ni los campos blancos, ni los abetos con sus ramas dobladas por el peso de la nieve ni los carámbanos que colgaban de los tejados le emocionaban ya. Era siempre la misma mierda año tras año. Afortunadamente solo era un día, si no probablemente ya  se habría hecho el hara kiri con un bastón de caramelo.

Llevaba ya ocho horas repartiendo juguetes y afortunadamente solo quedaban unas cuantas casas en  un apartado y oscuro valle de los Cárpatos.  Cuando comenzó a bajar a la aldea, los aullidos de los lobos provenientes del bosque se trasmitieron con nitidez en el gélido aire invernal poniendo nerviosos a los renos. Papa Noel les arreó un par de amables latigazos para que pensasen en otra cosa. Una vez en la vertical de la aldea, dio un par de vueltas  y ante  los berridos del navegador (ha llegado a su destino, ha llegado a su destino…) aterrizó sobre el techo de una cabaña.

Cuando el trineo se detuvo el gordo sacó una lista del bolsillo y leyó el siguiente expediente:

-Csenge Tibor, veintitrés años y… ¡vaya, vaya has sido una niña buena este año! –Exclamó Papa Noel sorprendido –vas a recibir un regalo por primera vez desde los doce años.  ¿Qué has pedido, pequeña? –dijo para sí revolviendo en un saco ya casi vacío. –Aja, aquí esta. ¡Vaya! ¿Para que coños querrá  un bocado y unas espuelas si no tiene caballo? Bueno, yo sólo soy el mensajero, cada loco con su tema.

Cogió los dos regalos y silbando una alegre tonadilla navideña que provocó el resoplido furioso de Vondín y Pompón, se acercó a la chimenea y con la habilidad que le procuraban siglos de experiencia se coló por ella.

En cuanto salió de la chimenea notó que algo iba mal, aunque no supo exactamente que hasta que fue demasiado tarde; un furtivo movimiento a su derecha y un hábil golpe en la nuca con una porra de cuero y todo se volvió negro inmediatamente. 

Cuando despertó se encontró colgando por las muñecas totalmente desnudo salvo por su simpático gorro rojo. La cuerda que lo sujetaba colgaba de una gruesa viga del techo de la cabaña y estaba atada a un gancho de hierro sólidamente anclado a la pared. Sus pies apenas tocaban el suelo y sólo le permitían dos opciones igualmente dolorosas, o permanecer de puntillas como una bailarina del bolshoi, o dejarse colgar inerte dejando que sus brazos soportasen su considerable masa.

-Hola –dijo una voz de mujer fuera de su campo de visión.

Papa Noel se puso de puntillas y poco a poco con suaves golpecitos de la punta de sus pies fue rotando lentamente hasta que consiguió quedar cara a cara frente a su captora.

Papa Noel se estremeció involuntariamente a medias por el terror, a medias por la excitación. Sentada sobre sus piernas en un sofá, como una pantera  satisfecha le sonreía una mujer con un ajustado mono  de cuero negro, unos guantes  y unas botas de tacón alto y acerado. Lo único que estaba a la vista era su rostro de labios gruesos y rojos como la sangre y sus  ojos grises y grandes  de expresión cruel, enmarcados por una melena larga,  negra  y lisa que caía hasta sus hombros como si tuviese un peso en su extremo.

Sin poder evitarlo, nuestro querido amigo notó como su polla empezaba  a hincharse y a crecer  poco a poco a pesar de que no podía vérsela por el tamaño de su gigantesca e hirsuta panza. Csenge se levantó  del asiento con parsimonia y cogiendo un látigo entre los distintos instrumentos de tortura que había sobre una mesa se acercó al gordo colgante.

-Por fin estas aquí –comentó ella satisfecha con una sonrisa fría como el hielo –creí que no ibas a venir nunca, de hecho, he sufrido lo indecible este año siendo una niña buena  para poder estar hoy ante ti, pero ya se sabe, lo bueno siempre se hace esperar. –dijo rozando las ingles de Papa Noel  con el látigo.

-¿Qué quieres de mí?

-Oh, no es esa la pregunta, la pregunta correcta es  ¿Qué quise de ti? Dijo ella dándole un suave cachete en la mejilla mientras que con su muslo recubierto de suave cuero le rozaba la polla. Cuando era una niña, era una buena chica, obediente, aplicada y generosa. Y cuando llegaba la navidad esperaba mi recompensa, pero año tras año me decepcionabas. Cuando te pedía una Barbie, me regalabas una pepona, cuando te pedía un coche teledirigido me regalabas un camión de plástico con un cordel, cuando te pedía una cocinita me regalabas un par de cacerolas minúsculas, en fin que siempre fuiste una constante decepción. Finalmente con la llegada de la pubertad decidí volverme mala, y créeme cuando te digo que ha sido mucho más satisfactorio. Este año sin embargo he sido una niña buena y he recibido el regalo que quería por primera vez en mi vida; Papa Noel colgando de una cuerda…

-Oye Rudolph –preguntó Danzarín – no tarda el gordo un poco.

-Tienes razón ni siquiera cuando trae la barba llena de migas de galleta tarda tanto. Acerquémonos a la chimenea a ver si oímos algo.

-Se oye como sí… – dijo Danzarín al oír un silbido y un chasquido.

-…Le estuviesen fustigando –terminó Rudolph al oír el chillido del viejo cabrón.

-¿No deberíamos hacer algo? –preguntó Relámpago el buenazo.

-Sí dijo Rudolph escavar en la nieve a ver si encontramos algún liquen potable sobre la pizarra del tejado. Me temo que vamos a estar aquí un buen rato.

El látigo silbaba una y otra vez contactando con la espalda peluda de Papa Noel y, desplazándose por ella, continuaba abrazándole amorosamente su costado y terminaba en su barriga o en su pecho produciendo a su paso finos y dolorosos verdugones. El gordo gritaba angustiosamente  con cada golpe sin ablandar lo más mínimo a su torturadora que continuaba con su tarea minuciosamente, con una enorme sonrisa en sus labios.

Cuando terminó, Csenge se acercó al viejo. El sudor recorría todo su cuerpo y bañaba sus verdugones haciendo que  las diminutas erosiones en su piel le escocieran como el demonio. La joven se acercó contoneando sus apetitosas caderas y con sus manos enguantadas en unos finísimos guantes de piel de cabritilla comprobó que el viejo seguía tan empalmado como Urdangarín.  Le acarició suavemente la verga y esta se movió espasmódicamente buscando un coño que penetrar. Csenge frunció el ceño ante la reacción y castigo la lascivia del viejo con dos sonoros y dolorosos golpes en los huevos.

Papa Noel chilló como un cerdo y se dobló por la mitad tratando de aliviar el intenso dolor. Cuando logró recuperarse y levantó la vista  Csenge estaba ante él con un nuevo instrumento en la mano.

-¿Sabes qué es esto? Es un vergajo, la polla de un toro. –dijo ella lamiendo  una fusta   de poco más de un metro de longitud arrollada en espiral y con un bonito mango de cuero repujado.

-No, por favor…

Las súplicas del viejo fueron interrumpidas por una serie de violentos zurriagazos que Csenge le propinó con el vergajo en los muslos y el culo. El trabajo de la joven fue tan concienzudo que Papa Noel parecía vestido de nuevo de lo irritada que tenía la piel por los continuos golpes.

-Bien. –dijo Csenge satisfecha con lo que veía –Ahora un pequeño descanso.

Mientras Csenge metía su sinuoso cuerpo por la chimenea y empezaba a trepar, Papa Noel respiro profundamente tratando de relajarse. Debería estar asustado y loco de dolor pero lo que sentía en ese momento era un delicioso hormigueo en toda la superficie de su cuerpo, era como si aquella mujer hubiese conseguido que la sangre volviese a correr por sus venas como cuando era joven apasionado y atrevido.

-Joooder,  si es Catwoman–exclamó Juguetón al ver salir de la chimenea  a una mujer alta y delgada con unos pechos grandes y prietos y unas caderas rotundas –ahora me explico porque tarda tanto  el viejo.

-Hola chicos –dijo ella acercándose a los renos y repartiendo  caricias y golosinas entre ellos.

El frio viento del norte azotaba inclemente la esbelta figura y en pocos segundos los pezones de la mujer comenzaron a resaltar gruesos y duros sobre el fino y ajustado cuero, haciendo que los hocicos de los renos empezasen a parpadear en modo avería. 

Vigilada por la atenta mirada de los renos, Csenge se dirigió al trineo y eligió entre los bastones de caramelo uno grande que se adaptase   a sus necesidades.

-Adiós chicos –dijo la joven mientras embutía su redondo culo en la chimenea para volver a bajar.

-Veo que no has ido a ninguna parte, así me gusta –dijo Csenge con una sonrisa retorcida acercándose a la mesa de instrumentos y cogiendo dos mordazas unidas por una cadenilla de plata.

Cuando Papa Noel adivino las intenciones de la joven intentó resistirse moviéndose e insultándola, pero nada impidió que Csenge le acoplase dolorosamente las mordazas en los pezones. Con un tirón seco comprobó que estaban bien sujetas y de paso arrancó un grito de dolor al viejo.

Sin soltar la cadenilla  se acercó a la pared y soltó el nudo que mantenía colgando a Papa Noel. Este cayó como un fardo y soltó un suspiro de alivio.

La joven esperó a que se repusiese un poco y  este fue el momento que aprovechó el gordito para echarse encima de ella. Csenge  le estaba esperando y se apartó con soltura de la torpe embestida para seguidamente dar un fuerte tirón de la cadenilla.

Papa Noel gritó y se quedó tirado en el suelo. Antes de que pudiese coger aliento, la joven  le propinó una desganada patada en la barriga y el viejo quedó boca arriba jadeando entrecortadamente, rendido.

-A partir de ahora me llamaras Ama ¿de acuerdo? –dio Csenge dando una patada más suave al cuerpo inerme.

-Si Ama. –respondió el  viejo obediente.

-Muy bien, ahora incorpórate –dijo ella bajándose la cremallera del mono de cuero hasta la cintura y sacando unos pechos grandes y turgentes con unos pezones hermosamente erectos.

Con un ligero tirón de la cadenilla acercó la cara de Papa Noel a sus pezones y dejó que se los chupase. Csenge suspiró  y tras unos segundos  le obligó a bajarle la cremallera totalmente hasta dejar su sexo cuidadosamente depilado a la vista. Esta vez el viejo no esperó la orden y se puso a lamer y acariciar el coño y el clítoris de la joven ama.

Csenge separó las piernas y jadeando movió su pubis disfrutando de una lengua larga y unos dedos hábiles. Sus músculos se tensaban haciendo relieve sobre el cuero y excitando aún más al viejo que chupaba  cada vez más fuerte emitiendo sonidos húmedos.

-Ahora veamos mi regalos –dijo acercándose a los paquetes que había traído Papa Noel. 

-Perfecto –dijo sacando el bocado y poniéndoselo a Papa Noel  mientras le obligaba con la rodilla a ponerse a cuatro patas.  

El viejo intentó revolverse pero con un movimiento sencillo fruto de la experiencia tiró hacia ella y retorció la fina correa de cuero, haciendo que el hierro del bocado se le clavase al viejo en la encía dolorosamente obligándole a recular. Sin soltar la brida, puso un pie sobre una silla y se dedicó a colocarse una de las bonitas espuelas de plata con adornos de turquesa  sobre las botas  ignorando las miradas de lujuria que Papa Noel lanzaba sobre su inflamado sexo.

Después de colocarse la otra espuela, se sentó en la silla y, cogiendo el bastón de caramelo de cuatros dedos de grosor y abriendo las piernas para mostrarle su sexo al viejo, empezó a chuparlo y a introducirlo en la boca tanto como podía.

Papa Noel, excitado intentó acercarse a cuatro patas arrastrando la punta de su miembro erecto por el suelo pero la suela de la bota en frente de su cara lo freno en seco.

-¿Qué pretendías miserable? Como castigo por tu osadía me vas a limpiar las botas con la lengua –dijo acercándole sus botas y  haciendo tintinear las espuelas.

-Sí Ama –dijo él cogiendo la bota con delicadeza y lamiendo el suave cuero con detenimiento mientras Csenge se acariciaba su sexo abierto como una flor, sin dejar de chupar el bastón de caramelo.

-Muy bien, han quedado perfectas –dijo ella levantándose.

Seguidamente Csenge cogió el bastón y con un movimiento rápido  le metió a Papa Noel un palmo en el culo.  El viejo se revolvió un momento pero Csenge tiró fuerte de la brida y se sentó sobre su espalda.

Papa Noel se sintió dolorido y humillado, pero cuando comenzó a andar a cuatro patas azuzado por las espuelas de Csenge hincándose en sus muslos,  el movimiento del bastón en el culo y él coño de la joven frotándose caliente y húmedo contra su espalda le produjeron un intenso placer.

La joven le hizo dar unas cuantas vueltas mientras le dirigía con las bridas y le hincaba las espuelas cuando el viejo aflojaba el ritmo. Incapaz de contenerse más le dio la vuelta de un empujón y fustigándole con la brida del bocado se metió la polla de Papa Noel poco a poco hasta que estuvo entera palpitando dentro de su coño.

Csenge suspiró y acomodó su cuerpo como un vaquero haría buscando la posición adecuada en una montura nueva. Sin apresurarse comenzó a moverse arriba y abajo sobre aquella estaca dura y caliente hasta que se sintió cómoda y empezó a cabalgar, primero al trote y luego al galope tendido sin dejar gritar y  de fustigar a su gorda montura.

Nunca pensó Papa Noel que todavía fuese capaz de eyacular así; tres, cuatro, cinco chorreones de espeso semen inundaron la vagina de la joven justo antes de que esta se corriese a su vez.

-Sucio –dijo ella jadeando  apenas recuperada de su monumental orgasmo, fustigándolo de nuevo y tirando de las mordazas de los pezones –ahora, por correrte dentro de mí, vas a limpiarme el coño y los muslos, ¡No quiero que dejes una sola gota de tu asquerosa leche dentro de mí, perro sarnoso! –dijo quitándole el bocado y sentándose encima de su cara.

-Sí, Ama –dijo Papa Noel medio asfixiado.

Cuando Csenge quedó plenamente satisfecha le sacó el bastón de caramelo, le quito las mordazas y le devolvió la ropa.

-Y ahora vete, tienes aún algunos regalos que repartir. – Dijo ella subiéndose la cremallera satisfecha –Y el año que viene volverás a pesar de que voy a ser muy pero que muy mala.

-Si Ama –dijo el viejo mientras se colaba con dificultad por la chimenea.

-¡Joder, ahí viene el viejo! –exclamó Trueno.

– Ya era hora, casi está amaneciendo. Pero, ¿No está un poco raro? –preguntó Pompón.

-Si –dijo Danzarín –se tambalea como si hubiese bebido.

-Pues a mí me parece que tiene pinta de que le han dado una paliza. –añadió Rudolph.

-Y entonces ¿Por qué tiene la misma sonrisa que el día que Mama Noel dejó que la follase por el culo…?

Relato erótico: «Apocalipsis» (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Jaime bebió un sorbo más de la botella de whisky y la dejó sobre la mesa. Convenía no beber demasiado para estar alerta. Se secó los labios humedecidos con el antebrazo desnudo. La primavera avanzaba despacio y los días cálidos iban llegando a mediados del mes de mayo, o tal vez ya estuvieran en junio.

Sin títuloMiró a través de las tablas que aseguraban el amplio ventanal del salón, ahora reducido a una estrecha franja de unos diez centímetros por los que mirar y apoyar alguna de las escopetas si se aproximaban caminantes subiendo por esa zona de la colina. Todo estaba oscuro y en silencio.  Su madre apareció por la puerta del salón con algo de cena: ensalada con productos de la huerta, que cultivaban en una pequeña parcela colindante a la casa y atún de una de las muchas latas que acumulaban en el sótano.

Hacía meses, tal vez seis o siete, desde el suceso. Cuando la ciudad se sumergió en el caos Jaime escapó a toda velocidad con su coche, camino de la casa de sus padres en las montañas. La primera persona que vio fue a su padre, convertido en uno de ellos. Junto a tres caminantes desconocidos más luchaban por entrar en la coqueta y confortable casa de campo, desde la cual se escuchaban los gritos despavoridos de su madre luchando para que no pudiesen entrar.

Se bajó corriendo del coche y se apresuró a la caseta del huerto, donde se guardaban una serie de armas, merced a la afición balística de su progenitor. Cuando corrió llamó la atención del grupo de cuatro caminantes, los cuales avanzaron lentamente hacia la caseta en la que acababa de entrar.

Jaime se acomodó en un rincón con una escopeta cargada de balas, esperándolos. Anduvieron despacio, arrastrando los pies, con las mandíbulas desencajadas y la piel enrojecida y ensangrentada. Emitían ruidos torpes, como si tuvieran un apetito que jamás podrían llegar a saciar. Disparó a cada uno en la cabeza, conforme fueron entrando. Luego quemó los cadáveres en la zona de detrás del huerto y corrió para encontrarse con su madre dentro de la casa.

Después de la cena se sentaron cada uno en un sillón. Ella frente a él. Habían pasado ya muchos  meses y poco habían hablado de ello. Habían admitido la voluntad de Dios y a él le rezaban a diario porque no tuvieran que verse sumergidos en el cuerpo del diablo en el que tantas personas vivían inmersas; realmente rezaba ella, él a veces la acompañaba para no ofender sus credos.

Desde aquel día se habían tenido que enfrentar a cinco caminantes sueltos, que habían ido a parar colina arriba hasta su propiedad. Fáciles de abatir, a Jaime le bastó con un fuerte porrazo en la cabeza con alguna de las herramientas de jardinería. Posteriormente quemaron a todos.

Se habían fabricado lo que llamaban su lugar de supervivencia. Rodeada de montañas grandes, su casa de aspecto destartalado inmerso en un bosque en lo alto de una colina más baja, suponía un buen lugar en el que sobrevivir. No habían vuelto a ver a ningún ser humano normal desde entonces, lo cual ayudó a crear el ambiente de aislamiento, en el que seguramente viviría la mayoría de la humanidad que pudiera haberse librado de las garras del diablo.

Convinieron en hacerse fuertes y aislarse del mundo. En varias batidas por pequeñas aldeas cercanas, Jaime, no sin tener que matar a decenas de caminantes, logró almacenar más de dos centenares de latas de conservas de todo tipo. También consiguió semillas de muchas verduras y frutas, las cuales cultivaba en el discreto huerto, situado detrás de la casa y rodeado, premeditadamente, de árboles destartalados, dando al lugar un ambiente abandonado a lo lejos.

Almacenó linternas y decenas de pilas, así como todas las velas que había podido encontrar, ropas abrigadas, cambios de camas. Tapó todas las ventanas con maderas, dejando un hueco para espiar y disparar si fuese necesario. Consiguió todas las balas posibles para las armas y logró almacenar varios bidones de gasolina.

Tras meses de viajes, escarceos y sangrientos disparos y porrazos en cabezas de caminantes, Jaime había logrado otorgar a la casa de campo una mínima seguridad y comodidad para que su madre y él pudieran sobrevivir, sabiendo racionalizarse, durante años.

Ella, María, se encargaba de cuidar la huerta, sacar agua del pozo, limpiar la casa y cocinar. El solo haber visto a cinco caminantes desde el suceso,  le hacía sentirse optimista, segura de que Dios les iba a permitir vivir como seres humanos hasta el día en el que fuese a por ellos para llevarlos a su paraíso.

Se miraban en silencio, la noche más cálida que la anterior, tal vez estuvieran ya en verano. Un grillo cercano cantaba a ráfagas, como si no tuviera una hembra cercana a la que atraer. Jaime miraba a su madre y vigilaba a través de la ventana. María miraba a su hijo, agudizando el oído por si algún sonido exterior se salía de la normalidad.

Las noches eran largas.

Jaime miraba  su madre. A sus cincuenta años aun conservaba la belleza arrebatadora de su juventud. El pelo castaño con ciertas canas que intentaba tapar poco a poco con el poco tinte que le iba quedando en el limpio y pulcro cuarto de baño. Metida en uno de sus vestidos clásicos de estar por casa, color naranja pálido, mostrando sus cuidadas piernas. Insinuando sus anchas caderas y tapando sus amplios pechos. Mostrando la voluptuosidad que siempre tuvo, cuidándose todavía, a pesar de estar a expensas de Dios. Siempre le gustó cuidarse y ello lo hacía como un ritual que la mantenía atada a la vida. A veces la escuchaba suspirar, jamás le preguntaba por sus suspiros.

María miraba a su hijo. Desde el suceso siempre se rapaba el pelo, haciéndole aparentar algo más de sus veinticinco años. Sus grandes ojos le recordaban a los de su padre, aunque era más alto que él. Con su casi metro noventa la dejaba muy abajo, siempre le gustaba mirarlo estando juntos de pié. Ella levantaba orgullosa su mirada desde los metro sesenta y un centímetros. Era fuerte y ahora empleaba su vida en protegerla. Se sentía una madre muy afortunada, una mujer con suerte de poder contar con él en un mundo dominado por el diablo. Una mujer……. De nuevo un suspiro.

María dio las buenas noches a su hijo. Ella dormiría hasta el amanecer, luego su hijo dormiría unas horas en las que ella quedaría encargada de vigilar la casa. Luego emplearían el día en organizarse y vigilar. Esa era su nueva vida, y esperaban que así fuera durante muchos años más.

Estaban muy bien organizados, tal vez por eso habían logrado sobrevivir y tener esperanzas de seguir haciéndolo.

Ella subió las escaleras.  La planta de arriba era sencilla y amplia. Tres grandes habitaciones y el cuarto de baño. La habitación de matrimonio era la primera a la derecha. Amplia y bien cuidada, allí dormía ella. Después estaba la de invitados, donde se había instalado Jaime. Y al fondo la antigua habitación de Jaime, ahora empleada como almacén. El resto de cosas las guardaban en el sótano.

Pasó toda la noche caminando por la planta baja. Del recibidor a la cocina, de la cocina a la sala de estar, de la sala de estar al salón. En cada lugar se sentaba y miraba a través de la rendija de madera y daba un pequeño sorbo a la botella de whisky. Ni rastro de caminantes, ni rastro de vida.

Recibió el sol fuera. El astro rey pintó tonos violetas detrás de la más alta montaña de las que le rodeaban. Con su cima aun nevada. Apareció como una respuesta de esperanza, calentando su piel igual que siempre hizo, haciéndole ver que merecía la pena sobrevivir aunque solo fuera para verlo llegar e irse. Cuando no queden humanos que contemplen fascinados el baile del sol y la tierra, es cuando la vida habrá terminado, es cuando no quedarán esperanzas.

Su madre salió a darle los buenos días. Ella se metió a hacer las labores del hogar y él fue a por leña para que ella pudiera cocinar algo. Luego se tumbó en su cama, siempre con los oídos afinados, hasta que un dulce sueño se apoderó de sus miedos, dejándole ser feliz durante unas horas.

Despertó sobresaltado, como siempre hacía. Afinó de nuevo los oídos, no oía nada. Bajó despacio, siempre temeroso de enfrentarse a sus pesadillas.  Todo era normal. Su madre estaba en la cocina, cortando cebollas y cociendo patatas en el hornillo de leña.

Se dieron dos besos de buenas tardes, el sol estaba en todo lo alto, debería ser mediodía apenas habría dormido unas cuatro o cinco horas, como siempre.

Comieron casi en silencio espeso. Hablaban poco y casi siempre sobre cosas prácticas para mejorar su escondite y organizarse mejor. Las semanas pasaban y había días en los que solo se miraban. Habían aprendido a mirarse en silencio, y decirse mil cosas con solo clavar sus pupilas. A veces él se sorprendía recorriendo sus curvas bajo sus vestidos caseros. Ella lo notaba y no le decía nada. Miraba al cielo e imploraba a Dios por que ellos pudieran seguir siendo seres humanos, para que pudieran preservar el espíritu libre y limpio.

Pero ella siempre iba al cuarto de baño o a su habitación….. y suspiraba. Eran suspiros que recorrían despacio la casa, como una remota brisa marinera que llegaba entre las montañas. Suspiros que alertaban a Jaime y le hacían mirar al infinito hasta que dejaba de hacerlo.

Por la noche siempre se sentaban y se observaban hasta que ella se iba a dormir. Tal vez sus materias grises empezaban a coquetear con la locura. Tal vez cada vez fueran menos madre e hijo, y más hombre y mujer.

Se contemplaban, suspiraban y hablaban de cómo mejorar sus vidas.  Jaime sentía como era una persona diferente. Se centraba en sobrevivir y que ambos vivieran de la mejor manera posible. En proteger la casa y en que nunca faltasen reservas de todo lo que pudiera encontrar en sus batidas por la zona. Desde el suceso no había hecho otra cosa. Pero sentía que era otra persona que luchaba por ser el de siempre. Sus pensamientos eran más lentos y solía contemplar todo lo que le rodeaba de una forma más analista.

Su madre fue al baño, era noche cerrada y acababan de tomar una infusión a modo de cena.  Soltó un grito quedo, una angustia sonora. Jaime se levantó como un resorte y subió rápido las escaleras. Su madre estaba de pie en el baño, petrificada mirando a través de una pequeña ventanita colocada entre la ducha y el lavabo, la cual daba a la zona trasera de la casa.

Dos caminantes subían por la zona de atrás de la colina, la más escarpada y empinada. Luchaban contra los pedruscos y arrastraban los pies por las hierbas buscando las inexistentes zonas llanas. No miraban a ningún lado, aparentemente se desplazaban sin objetivo fijo. Eran dos hombres, sus ropas estaban desgarradas y emitían ese ruido constante que siempre erizaba la piel de Jaime.

María le imploró que fuera a matarlos con sumo cuidado. Jaime no estaba tan seguro de que fuera lo más inteligente. Le pidió que se encerrase en su habitación y que le dejase hacer. Algo olía mal y no sabía exactamente el qué.

Le dio una escopeta cargada a su madre y le pidió que se encerrase y estuviese alerta. Ella obedeció.

Bajó despacio y miró por todas las ventanas. Estaba muy oscuro, solo pudo ver a los dos caminantes, los cuales estaban llegando ya a la casa. Aun parecían no haber reparado en ella. Se colgó su escopeta favorita y metió un machete y un martillo en el cinturón. Toda la casa estaba a oscuras.

Esperó a que pasase lo que se olía que podía pasar, los caminantes pasaron de largo, colina abajo. Efectivamente no tenían como objetivo husmear en la casa, a pesar de que algo le decía que no iban hacia ellos un escalofrío recorrió su espalda. Supo reconocer ese escalofrío, simplemente era miedo, atroz miedo.

Abrió la puerta con sumo cuidado y se deslizó a través de la casa, yendo en silencio tras los caminantes, a una distancia prudente. Había buena luna y el cielo estaba despejado, la visibilidad era buena a pesar de todo, sacar la linterna hubiera sido sumamente arriesgado.

Descendieron la colina, los arces y castaños aumentaron su número en la zona del arroyo. Se perdieron en la parte más frondosa del bosque. Se acercó lentamente hacia la oscuridad que manaba de él.  Se escondió tras los árboles y entonces pudo verlo.

Podrían ser aproximadamente una docena, se arremolinaban en torno a un ciervo muerto, al cual devoraban como podían. Tanteo las posibilidades, dejarlos ahí podría acabar atrayendo a más caminantes, en cambio eran suficientes para poder causarle problemas.

Decidió que no podía dejar que más caminantes se acercasen a su guarida. Desechó el arma de fuego, que podría atraer a más, y buscó la forma de ir desgarrando los sesos de cada uno.

El primero no le fue difícil, aprovechó que se separó algo del grupo para acecharle hasta atacarle con el machete por detrás. Los demás no se dieron cuenta. El siguiente se complicó, no acertó y cayó al suelo, revolcándose entre los helechos. Rápidamente se vio rodeado, huyó rodando por un pequeño montículo, sintió el crujir de ramas en su espalda. Al levantarse los tenía  a todos tras de sí.

Decidió huir en la dirección opuesta a la casa. Atravesó una gran parte del bosque hasta que los perdió de vista, continuamente fue cayéndose por no ver el suelo por el que corría en plena noche.

Poco a poco fueron llegando, aprovechó que los hubo más rápidos que otros y los fue matando uno a uno. Se llenó de sus sangres y los acuchilló con sed de muerte.

Al acabar con todos regresó a su casa, no sin antes enterrar lo que quedaba del ciervo.

A los caminantes los dejó muertos esparcidos por el bosque.

Regresó despacio, con mucho cuidado. Intentando no hacer ruido, escudriñando los alrededores de la casa. Vista desde debajo de la colina parecía una guarida peligrosa. No incitaba a acercarse, cuidada y descuidada, bajo la luz de la luna parecía un centro de torturas, un lugar del que es mejor estar lejos. Tal vez por eso, y por las tablas que taponaban todas las entradas, los pocos humanos que hubieran pasado por allí la hubieran evitado. El objetivo estaba conseguido, pensó satisfecho, podría considerarse un lugar seguro.

No parecía haber más peligros. Entró y cerró corriendo la puerta. Se sentó momentáneamente en el suelo, apoyando la espalda en la puerta de entrada. Sentía dolor en un brazo y en el costado. Se tocó, tenía sangre. Varias heridas superficiales, nada serio.

María soltó un lamento, estaba en la parte superior de la escalera, muy agarrada a la escopeta, como si fuese a caerse si la soltaba. Bajó los escalones apresurada, acercándose a su ensangrentado hijo.

Se dio un pequeño baño con dos cubos de agua del pozo y se tumbó en la cama. Su madre echó mano de la caja donde acumulaban todo tipo de utensilios sanitarios.

Alcohol, algodón, aguja e hilo. Una de las heridas reclamaba algún punto. Jaime yacía totalmente desnudo, solo tapada su cintura levemente por una sábana que olía limpia y confortable, ella le había cambiado la ropa mientras se bañaba.

“esta noche duermes tú y yo vigilo. Necesitas descansar y reposar las heridas”.

Él le había contado todo lo acontecido y ella había dado gracias al cielo de que no le hubiera pasado nada.

Se sentó a su lado, y curó sus heridas aplicándole cuidadosamente un poco de alcohol empapado en un trocito de algodón. Jaime respondió al dolor retorciendo levemente el cuerpo y apretando los dientes.

María contemplo el cuerpo de su hijo, era fuerte y las heridas mostraban el hecho de que daba su vida por protegerla. Se sintió dichosa. Una pequeña vela dorada colocada en la mesita de noche daba luz tenue y parpadeante a la limitada habitación.

Él se dio la vuelta, en la espalda tenía algunas rozaduras, también le aplicó alcohol. Se puso más encima y masajeó un poco su espalda, intentando otorgar un poco de relax a sus músculos y machacada espalda.

“Relájate cariño, mamá te necesita relajado y fuerte”.

Sus manos eran tan suaves que parecía que no habían vivido un apocalipsis. Jaime venció su cuerpo sometido al perfume de la vela, el cansancio y las manos de su madre.

Pero se relajó demasiado……

Mientras más se prolongaba el masaje más vergüenza la iba a dar darse la vuelta para que cosiera su herida del costado. No recordaba el tiempo que hacía que unas manos femeninas le habían provocado una erección de aquel tamaño, pero el hecho de ser su madre le sumergió en una infatigable intranquilidad, ahora el masaje no era tan relajante como antes.

“Voy a coserte esa herida del costado antes de que vuelva a sangrar. Date la vuelta amor”.

Se giró lentamente,  en un extraño movimiento mitad resignación mitad deseo de algo abstracto.  Su pene quedó abultando exageradamente bajo la sábana. No había posibilidad de disimulo, estaba totalmente desnudo y solo se le tapaba, torpemente, el miembro muy erguido.

María se percató rápido. Tragó saliva y pidió perdón disimuladamente, agarrando el crucifijo que tenía colgado en el cuello. Luego se lo quitó y lo colocó boca abajo sobre la mesita de noche.

Calentó la aguja con la vela, luego se echó sobre él a la altura de su cintura y cosió una de las dos heridas del costado. Él aguantó estoicamente el dolor, pero sin bajar un milímetro de su erección. La herida cosida estaba a escasos centímetros del abultamiento de la sábana, entre el costado y el vientre plano y marcado.  

Se echó más y besó la herida recién cosida con dos puntos.

“Pobre hijo mío, paga con su sangre la protección de su madre”.

Jaime no decía nada, solo hablaba con la permanente erección, como un perro que se comunica moviendo el rabo.

Otra vez la besó, esta vez restregó su lengua por la herida y parte del vientre.

Jaime sintió una quemazón de necesidad que le recorría todo el pene y le hacían hinchar los testículos.

“Mamá solo se dedica a estar en casa a esperar que su hijo, su macho, le siga manteniendo con vida”.

María apartó las sábanas. La polla de su hijo se mostró en toda su magnitud. Muy larga y regordeta, con ciertas venas marcadas, con el capullo muy rojo y medio fuera.

María miró de nuevo al techo y pidió perdón susurrando.

“Pero mamá sabe valorarlo y va a dar las gracias a su nene siendo complaciente, sumisa del destino que Dios nos tenía preparado”. Lo decía a gemiditos, con la respiración agitada, excitada por contemplar tan bello cuerpo y tan apetitosa polla.

“Mamá nunca podrá devolver a su hijo todo lo que está haciendo por ella, pero sabrá ser agradecida y con su cuerpo de mujer y sus manos de Santa elegida por Dios en un mundo dominado por el Diablo, ayudará a su hijo, con humildad y en la medida de sus posibilidades, a sentirse satisfecho y sin la necesidad del calor humano, que tanto ha distraído nuestro camino a lo largo de la historia, alejándolo de Dios. Porque es voluntad divina que mi hijo, Jaime, proteja a los posibles dos únicos seres humanos que quedan sobre la faz de la tierra que con tanto mimo creó. Es voluntad de su Santa, la Santa María, tener al hijo satisfecho y ser una buena hembra al servicio del destino que el todopoderoso nos tiene preparado”.

Jaime no sabía ni podía decir nada. Su madre estaba soltando ese discurso agazapada en torno a su cintura, al lado de su polla muy empalmada. Desde el suceso jamás la había escuchado hablar tanto, sin duda su mente estaba profundamente dañada, como la suya, como la de cualquiera que viviera aquella pesadilla.

Tras la magnánima petición de perdón y declaración de intenciones, su madre comenzó a masturbar su polla, y no tardó en acomodarse para meterla en su boca.

La falta de sexo le bastaba para saber agradecer la humedad de la boca de su madre en las envestidas. Jamás imaginó que aquello podría ocurrir, o al menos jamás imaginó que ella pudiera comer con aquella ansia y avaricia. Su boca subía y bajaba a la vez que masturbaba con su mano derecha. Sentía que la humedad  recorría tres cuartas partes desde el capullo para abajo en cada envestida, la lengua no dejaba de jugar con el capullo cada vez que subía. Sus pelos se alborotaban en torno a su frente.

La sacó y la trató a lametones durante unos instantes. Luego se desvistió, despojándose del vestido, sostén y amplias bragas blancas. Jaime la contempló, a pesar de que se cuidaba tenía ciertas carnes acumuladas en las caderas y los amplios pechos algo caídos. Además tenía mucho pelo púbico, algo que no le gustaba demasiado.

Pero era toda una hembra, con buenos pechos y amplias caderas, guapa y con ganas de follar. Le bastaba, no necesitaba más. Era algo no soñado jamás y que la situación de la vida lo había ordenado necesariamente. No tenía elección.

Ella se tumbó a su lado y se abrió de piernas.

“Vamos Jaime, súbete. Aquí tienes mi cuerpo cariño”.

Se incorporó y colocó entre sus piernas de rodillas. La agarró por la cintura y la atrajo un poco más hacia sí. Ella no lo miraba, solo dejaba reposar su cabeza sobre la almohada, girada hacia la derecha. Esperando, con la respiración excitada.

Buscó entre la inmensa mata de pelos hasta dar con la húmeda cueva. La acercó y la clavó. Su madre cerró los ojos y marcó una profunda y lenta inspiración. Se echó hacia delante, apoyando sus brazos en torno a ella. Y empezó a follar. Solo se movía él, clavándola con muchas ganas y sintiendo el gusto del calor interno de su madre. Cada vez la empujaba con más fuerza, a lo que ella respondía con pequeños gemiditos en los que no cesaba de morderse la lengua. Sin duda reprimía un gimoteo mayor, algo que Jaime lamentó.

Se sentía extrañamente excitado, era su madre pero en ningún momento la veía como tal, era la única mujer, y persona, que veía desde hace meses. Sentía como si fuera natural que hicieran eso y el tiempo esperado para que ocurriese hubiese estado marcado por una fuerza superior, como bien creía su madre.

“mamá estoy acabando”.

Lo dijo entre quejidos y suspiros que intentaban controlar la situación.

“Acaba dentro de tu hembra, tu sirvienta, la borrega de Dios”.

Seguía sin mirarlo, sintió una ráfaga de tristeza por su enfermiza mente creyente.

Al correrse la dejó clavada dentro y le agarró mitad muslos mitad nalgas. Sintió como salía cada mililitro de semen,  como conectando una manguera con el depósito de un coche. Dejó dentro hasta la última gota.

Al acabar se tumbó sin decir nada. Ella se levantó, se vistió, se colgó el crucifijo y se fue en silencio. En la puerta se giró.

“Duerme mi hijo. Esta noche vigilo yo. Te vendrá bien descansar una noche, debes estar bien para defender nuestro hogar”.

El canto de los pájaros lo despertó. Al sentarse en la cama se percató que esos pájaros estaban en sus sueños, desde el suceso no recordaba haber visto ninguno. Extrañamente tampoco los había visto muertos, es como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra.

El Sol estaba lo suficientemente alto, analizándolo por la pequeña sombra que se colaba entre las maderas de las ventanas de su habitación, como para saber que habría dormido unas nueve horas seguidas. Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien, tan relajado.

Relajado.

De repente le vino a la mente lo ocurrido la noche anterior. Los caminantes, la huída a través del bosque, la emboscada para matarlos uno a uno, el entierro del ciervo medio devorado, las heridas, su madre curándolas, su madre mamándosela, su madre abierta de piernas esperándole, él follando, él sintiendo el calor de una mujer meses después, ella sin mirarle, él corriéndose dentro, el sentimiento de culpa de ella.

Lo siguiente que recuerda es quedar sumergido en un sueño placentero, cálido y necesario.

Bajó las escaleras con cuidado, arma en mano, como solía cada vez que bajaba de dormir. La casa estaba vacía. Miró alrededor por cada tabla, ni rastro de su madre. Con cuidado salió y se encaminó al huerto, allí estaba. Agachada de espaldas, recogiendo cebollas. Vestía uno de sus clásicos vestidos, se quedó admirando sus nalgas y anchas caderas. Una figura femenina, con la enigmática voluptuosidad madura que nunca supo apreciar en ella; y ahora empezaba a hacerlo obligado por las circunstancias.

Ella se levantó y giró, se miraron. Llevaba una cesta con dos cebollas y pimientos, listos para improvisar algo en el almuerzo. Ella le miró sonriente.

“Me alegra que hayas descansado, hijo. Mamá preparará algo de comer. Sin novedades en toda la mañana, he estado vigilante a medida que iba limpiando la casa, para que estuviera a tu gusto cuando te levantaras”.

“Debes dormir algo”.

“Dormiré esta tarde después de comer. Poco tiempo pues tendré que estar lista para preparar la cena”.

“Gracias”.

“Podrías revisar las tablas del tejado. Se acercan nubes. Esta noche lloverá, no quiero que nuestro hogar se inunde de goteras”.

Se fue para la casa. Jaime se preparó para subir a echar un vistazo al tejado. Desde arriba pudo ver los pequeños nubarrones negros que se acumulaban en lo alto de las montañas situadas al sur. Listas para entrar en acción cuando llegase el momento, como los actores esperan entre bambalinas a que el director les llame a escena.

Mientras aseguraba maderas sueltas y reforzaba con otras nuevas las zonas más húmedas y dudosas, no pudo evitar sentir el ardor de querer repetir cuanto antes la experiencia de la noche anterior. Le venían ráfagas de lo ocurrido: la forma en la que ella se la comió, el calor de su peludo sexo, su forma de gemir pausada mientras se mordía los labios y apretaba los dientes, el extraño regusto dulce y hogareño que sintió al correrse dentro…… Su pene creció y se preguntó si lo de la noche anterior fue el inicio de algo. Al fin y al cabo no hacían otra cosa que sobrevivir, y el sexo, el desahogarse, es una de las formas de supervivencia más ancestrales y naturales del ser humano. Su madre estaba en paz consigo misma, buscando hablar constantemente con Dios, entendiendo que él le había preparado un papel en estos momentos, e incluyendo el tener contento y consolado a su hijo como parte importante de lo que tendría que hacer. Sin duda había sido infiel a sus principios religiosos ofreciéndose a su hijo, sin duda el poder de la carne, la necesidad de calor y contacto humano, del hombre contra la mujer y viceversa, le habían hecho disfrazar su profundo credo para justificar un acto que hubiera considerado como imperdonable solo unos meses antes.

Cuando hubo acabado la labor, permaneció un rato más sentado en el tejado, contemplando el hermoso paraje en el que habían quedado aislados tras el apocalipsis. Pensó en el aspecto de por qué follan los animales, desde siempre, incluso madres con hijos e hijas con padres. El único dogma de la naturaleza era el no extinguirse, el hecho de hacer sobrevivir la especie al paso del tiempo. Tal vez hubiera algo de eso, macho y hembra se creen solos en el mundo, probablemente lo estuvieran. Follar intentando inconscientemente la reproducción podría también explicar lo acontecido, y también explicar el lento cambio de mentalidad, o tal vez el lento camino hacia la locura, que estaban experimentando día tras día. El problema era que su madre no era una hembra en edad de reproducción. Solo quedaría, por tanto, que ambos animales se aferraran al calor y al placer, escupiendo hacia arriba una y otra vez, hasta que Dios quisiera venir a por ellos.

Sobrevivir. Solo se trataba de eso, sobrevivir. No había que darle más vueltas. Y sin duda no existía Dios. Si no, no consentiría nada de aquello.

Comieron en silencio tras la bendición materna de la mesa. Luego fueron al sofá, uno delante del otro y dialogaron un poco.

“Esperemos que pasemos un tiempo sin más sobresaltos de caminantes”.

“Yo también lo espero mamá. Dime, ¿hace falta algo?. ¿Necesidad de que vaya a alguno de los pueblos en busca de algo?”.

“No hijo, todo está bien. No conviene salir mucho, tenemos reservas de comida para meses. En verano sí pediré que salgas, para aprovisionarnos fuerte de cara al invierno. Tal vez esperemos a que empiecen a caer las hojas de los árboles para ello”.

“Muy bien. Creo que tienes previsto ir a dormir. Te dejaré solo unas cuatro horas mamá. Cuando el Sol esté llegando a la montaña de atrás te despertaré. Quiero cortar leña y necesito que estés despierta para vigilar la casa”.

Ella asintió dócil. Se levantó y se fue escaleras arriba. Al llegar arriba se giró y lo miró. Luego entró en su habitación.

Jaime sintió el pene romper contra el pantalón. Un poco de sexo es lo único que necesitaba en aquel momento. Tenía miedo que se hubiera abierto la caja de pandora.

Bebió dos largos tragos de whisky y revisó panorámicamente los alrededores de la casa a través de las selladas ventanas. Todo tranquilo. Bebió otro largo trago y subió las escaleras despacio. Saboreando cada escalón, muy excitado.

Al llegar arriba golpeó un poco la puerta sin oír respuesta alguna. La abrió y contempló a su madre. Estaba tumbada de espaldas a la puerta, de lado. Se había colocado uno de sus camisones de dormir. Blanco, mostrando sus piernas de rodillas hacia abajo, con mucho vuelo y poco escote. Clásico a la vez de elegante y sensual.

Anduvo dos pasos en silencio hasta llegar a la cama. Su madre levantó un poco la cabeza hasta mirarle de reojo, luego se giró y quedó en la misma posición tumbada de espaldas.

Todo listo.

Se desnudó por completo y se sentó en la cama a la altura de su trasero, algo echado hacia atrás.  Levantó la bata y la colocó de forma que quedase el culo libre. No llevaba ropa interior. Lo agarró, nalga por nalga, con su mano derecha. Era blanco y más o menos amplio. Las nalgas algo regordetas y menos flácidas de lo que insinuaba su aspecto. Bello culo, pudo comprobar al fijarse detenidamente: redondo, proporcionado y sin demasiadas imperfecciones.

Lo apretó con sendas manos, una en cada nalga. Las abrió, dejando ver los pelos del coño que se colaban por debajo. Se agachó y lo abrió de nuevo. Pasó su lengua por el ano, sabía a limpio.

Ella gimió al contacto, posiblemente inesperado, de su lengua ahí abajo.

“Hueles a whisky”.

“Lo sé, he tomado un poco antes de subir”.

Permanecía con sus manos agarrando las nalgas y la cabeza ligeramente levantada para responder.

“¿Estás en paz con Dios?”.

“Sí”.

No dijo nada más. Tras el sí, se puso un poco más boca abajo y se abrió para facilitarle la labor. Él se situó justo entre las piernas y siguió lamiendo su ano con las nalgas bien abiertas. María levantó un poco el tronco, haciendo palanca con los brazos sobre la almohada. Jaime aprovechó para chuparse la palma de la mano y pasarla por el coño. Con los pelos apenas pudo notar su humedad, cuando por fin lo localizó bien se acomodó y metió su cara. La lengua empezó entonces a recorrer el sexo de su madre desde el ano hasta el botón y allí justo se detenía a jugar deslizándola en forma de circulitos concéntricos.

Sus gemidos se hicieron más audibles y no tardó en correrse.

“Soy una cerda, lo he tenido que poner todo perdido. Lo siento”.

“Cállate”.

“Sí. Perdona mi atrevimiento, ha sido tu voluntad señor”.

No supo si esto último se lo dijo a Dios o a él. Estaba demasiado excitado para averiguarlo.

Se subió encima y le dio una palmadita para que su trasero quedase más arriba. Ella obedeció echándose hacia adelante y levantando mucho las caderas, hasta quedar justo a la altura del paquete de su hijo.

Buscó el sexo y la clavó. Empezó a follarla lentamente, sintiendo el calor y el gusto que proporcionaba el que su polla adentrase poco a poco en aquella recién descubierta cueva de los placeres. Luego la sacaba hasta quedar el capullo solo con un centímetro dentro, y para adentro otra vez. Agarrando fuerte por las nalgas, y comprobando como su madre movía la cabeza de lado a lado, acompañando el movimiento con un ligero curveo de su espalda inclinada sobre la almohada, donde reposaba con su cara pegada a ella.

Continuó así un rato más. Podía comprobar cómo la necesidad de su madre crecía por segundos. No tardó mucho en que se incorporase un poco y se apoyase sobre los codos, para empezar a mover el culo hacia atrás. Intentando provocar una follada más fuerte. Dejó de empujar y ella empezó a moverse más rápidamente. De adelante atrás, pam pam pam, chocando sus nalgas contra su vientre mientras se la auto clavaba hasta el fondo.

Moviéndose sorprendentemente bien.

Incitado por el buen hacer de su madre, Jaime se impulsó sobre ella metiéndola a saco, hasta que a María no le quedó más remedio que caer totalmente vencida sobre la cama. Ahora él estaba en cuclillas sobre ella, taladrándole el coño de arriba abajo mientras levantaba sus nalgas con las manos para dejar el agujero plenamente accesible.

Cuando no pudo más se levantó gimiendo y masturbándose. Ella se giró hasta mirarle.

“Por favor, córrete en mi coño”.

Jaime la soltó y se tumbó en la cama, notaba como le palpitaba, había estado a punto de correrse sobre ella. Le empezaron a doler los testículos.

“¿Por qué tiene que ser precisamente ahí?”.

“Me da calor y seguridad. Me ayuda a cumplir la palabra de Dios. Es una forma de mostrar a mi hijo que el calor del hogar permanece intacto a pesar de las inclemencias provocadas por el diablo. De hacerte saber, amor mío, que tu lucha diaria por el bienestar de nuestro hogar y por nuestra seguridad da sus frutos”.

Ella se acercó y se la agarró con su mano izquierda. La masturbó a penas un poco y le besó en el sudado cuello, dejando deslizar la lengua hasta su oreja. Allí susurró.

“Vamos mi macho, vuelca tu hombría dentro de mamá”.

Se subió encima de ella. María se abrió rodeándole la espalda con sus piernas. Empezó a penetrarla. Le sorprendió que ahora sí le miraba, profundamente, con un extraño orgullo chispeante en su triste mirada. No tardó en transferir todo su semen. Al finalizar ella le besó en la frente y le secó el sudor con las manos.

“Gracias”.

Un trueno les invadió desde las montañas.

La noche se cerró rápido y una lluvia constante y fuerte les acompañó durante la cena. Luego se sentaron y Jaime bebió algo de whisky mientras se aproximaba a la ventana del salón, el amplio ventanal reducido a una estrecha mira a través de las tablas. Todo estaba oscuro. Se apartó y bebió algo más de whisky justo en el momento que un relámpago invadió de nuevo el salón. Se asomó de nuevo. Algo extraño ocurría, todo estaba muy oscuro y no podía saber exactamente qué era aquello que le extrañaba.

Bebió otro sorbo de whisky y volvió a asomarse. Justo en ese momento un nuevo relámpago proyectó los ojos fieros y sedientos de sangre de un caminante que se asomaba desde el exterior a través de la rendija.

Sintió que todo se desmoronaba.

«Las jefas, esas putas que todo el mundo desea» (POR GOLFO) Libro para descargar

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Sinopsis:

Selección de los mejores relatos de Golfo sobre una jefa. 120 páginas en las que disfrutarás leyendo diferentes historias de ellas disfrutando o sufriendo con el sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

Relato erótico:» La ex esposa de un amigo nos folló en un congreso». (POR GOLFO Y PAULINA)

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Segunda parte de La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso y como el anterior ha sido escrito con la ayuda de Paulina O.
A la mañana siguiente, me desperté con Paulina en mis brazos y al sentir sus pechos presionando el mío, comprendí que había sido real y no un sueño.
«¡Me he tirado a la ex de Alberto!», pensé mientras con la mirada recorría su cuerpo desnudo.
Con la luz del día sus nalgas eran todavía más atractivas. Duras y firmes eran un paraíso terrenal solo al alcance de unos pocos. Recordando su promesa de convertirse en mi amante, decidí comprobar si era una mujer de palabra y sin copas mantenía esa decisión. Para ello lentamente retiré su brazo y posándola sobre el colchón, durante un  instante, me quedé admirando su belleza mientras entre mis piernas mi pene se acababa de despertar.
«¡Qué buena está!», exclamé mentalmente ya con una erección brutal.
Sabiendo que corría el riesgo que al abrir los ojos, esa mujer se diera cuenta de lo que había hecho y se arrepintiera, acerqué mi cara a su trasero y sacando la lengua, comencé a lamer el canalillo formado por sus cachetes.
«¡Menudo culo tiene!», sentencié al acercarme poco a poco a mi objetivo.
Comprendí que Paulina se había despertado al escuchar un primer gemido cuando sintió mi húmeda caricia recorriendo los pliegues de su rosado ano.
―Eres malo― susurró con voz sensual al notar mi respiración entre sus nalgas.
―Y tú, una putita muy cerda a la que le encanta que la use― contesté dotando a mi voz de un tono morboso no carente de autoridad.
Al escuchar ese cariñoso insulto Paulina sonrió y separando sus rodillas, me informó en silencio que  deseaba que renovara con ella los votos de la noche anterior, por eso y mientras le separaba las dos partes de su trasero con mis manos, azucé su calentura mientras introducía la punta de mi apéndice en su ojete diciendo:
―Recuerda que juraste que durante todo este fin de semana serías mía y que me pediste que te usara como la guarra que eres.
―Sí― respondió casi llorando de placer.
Al recibir un permiso que no necesitaba  y sin esperar un rechazo de su parte, introduje la punta de mi apéndice en su ojete mientras le echaba mi aliento.
―Sí, ¿Qué?― pregunté hundiendo mi lengua como si de mi pene se tratara en su trasero.
La amiga de mi mujer, berreó como cierva en celo al experimentar esa intrusión en su interior y pegando un grito, confirmó su disposición diciendo:
―¡Quiero que me comas el culo!
La total entrega de Paulina me permitió ir acariciando por dentro los músculos que pensaba hoyar y que con ello, poco a poco se fuera relajando. Su respiración entrecortada ratificó que le estaba gustando y por eso, añadiendo un dedo a mi ataque seguí profundizando mi ataque.
―¡Me vuelve loca!―chilló al sentir esa segunda intrusión en sus intestinos y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó una mano a su sexo para comenzarse a masturbar.
Al comprobar su calentura y mientras introducía una segunda falange en su entrada trasera, mordiendo su oreja le susurré:
―Disfruta mientras puedas, porque pienso romperte ese culito tierno que tienes.
Añadiendo más picante a esa escena, recorrí con mi lengua su oído al tiempo que metía y sacaba cada vez más rápido mis dedos de su trasero. Al experimentar esas desconocidas sensaciones, Paulina se giró y mirándome con su boca abierta y babeando lujuria, me rogó:
―Hazme tuya.
La necesidad que lucía en su rostro me hizo gracia al recordar que Alberto la había dejado por poco fogosa y recreándome en ese recuerdo, le metí un tercer dedo mientras ordenaba a la que ya consideraba mi puta:
―Usa tu otra mano para pellizcarte los pezones.
Cumpliendo mi orden de inmediato, agarró su areola entre sus dedos y presionando duramente aceptó gustosa mi dominio sobre ella.  Al escuchar sus aullidos de placer, decidí dar mi siguiente paso y dejé que fuera ella quien con un pequeño movimiento de sus caderas se lo introdujera unos centímetros.
―¡Me duele!― gritó con su culo adolorido.
En ese instante supe que no podía dar marcha atrás porque de hacerlo esa muñeca nunca me daría una segunda oportunidad y por ello la agarré firmemente mientras presionaba mi verga. Lentamente el culo de Paulina absorbió toda mi extensión hasta que con ella rellenando su conducto por entero, decidí darme el gustazo de sodomizarla en mitad de la ducha.
Cogiéndola entre mis brazos y sin sacar mi pene de sus intestinos, la llevé al baño. Una vez allí abrí la ducha y mientras se caldeaba el agua, la besé forzando sus labios para que no se enfriara al sentir mi lengua fornicando con la suya mientras su ojete se terminaba de acostumbrar a tener mi verga insertada.
―¡Eres un cerdo!― protestó sonriendo ya más tranquila.

 

Metiéndola en la ducha, la obligué a apoyarse con sus brazos en la pared antes de comenzar a moverme. Con cuidado en un principio fui extrayendo mi verga de su hasta unos minutos virginal agujero para acto seguido volver a metérsela. Paulina que hasta entonces soportaba con resignación el dolor que surgía de sus entrañas, respiró aliviada al percatarse que iba desapareciendo y que era sustituido por placer.
Su relajación me permitió presionar su cuerpo contra los azulejos e inmovilizarla para que sintiera el frio de ese material sobre sus excitados pezones. Una vez allí y sin dejar de horadar su culito, acerqué mi boca  y mordí su oreja al tiempo que le susurraba:
―El idiota de tu marido no sabe lo perra que eres.
Mi nueva ofensa la hizo gemir de lujuria y reflejando lo puta que era en su rostro, me pidió que siguiera diciéndole guarradas al oído.
―Ves lo que te digo, eres una perrita que solo necesitaba de un dueño para renacer― y forzando mi dominio, ordené: ―Ládrame mientras te enculo.
Increíblemente la ex de Alberto me hizo caso y de su garganta salió un ladrido que fue el banderazo de salida para que la sodomizara en plan salvaje. Asiéndome a sus tetas con las manos incrementé el ritmo de mis penetraciones, provocando que con cada meneo la cara de Paulina se golpeara contra la pared. Estaba ya desbocado cuando mi móvil empezó a sonar y conociendo lo celosa y malpensada que era mi esposa, decidí para e ir a contestar dejando a la zorrita despatarrada y caliente bajo la ducha.
―Es tu marido― grité y cabreado por la interrupción tomé tres decisiones cruciales. La primera fue no contestar, la segunda que terminaría lo empezado y la tercera y más importante que lo grabaría para que ese capullo se jodiera.
Pero entonces su mujer me alcanzó en la habitación y tirándome en la cama, me rogó que descolgara porque le ponía brutísima saber que Alberto estaba al otro lado del teléfono.  Su descaro me hizo reír y contestando saludé al cornudo que nada más oírme me preguntó si ya había visto a su mujer.
―No jodas, no son las ocho de la mañana― y entonces con toda la intención, le pregunté: ―¿No creerás que soy yo el amante de tu esposa y que ella ha dormido en mi cama?
―No, ¡Cómo crees! –protestó― ¡Eres mi amigo!
Tras lo cual me explicó que no había conseguido dormir y que se había pasado la noche viendo el video en el que Paulina se la comía a un desconocido una y otra vez. Descojonado en mi interior pero con voz seria, respondí mientras la aludida se ponía mi verga entre sus tetas y aprovechando que las seguía teniendo mojadas, me empezaba a regalar una cubana:
―¡No es sano que te comas el tarro mirando a esa puta mamando verga!
Su ex no pudo reprimir una risita al escuchar que Alberto estaba sufriendo y incrementando sus maniobras, agachó su cabeza para que cada vez que mi pene se acercaba a su boca lanzarme lametazo.
―Te juro que lo sé pero no puedo dejar de verlo. Esa guarra nunca puso conmigo tanto énfasis.
No queriendo seguir con esa conversación, me despedí de él asegurándole que iba a investigar quién era el capullo que se estaba tirando a Paulina. Ya sin él, cogí a la zorra de su mujer de la melena y acercando sus labios a los míos, metí mi lengua hasta su garganta antes de decirle:
―Alberto se lo ha buscado. Pienso grabar cómo te sodomizo.
Colocando mi móvil de forma que no se me viera la cara, lo encendí y poniendo a cuatro patas a mi amante, le grité antes de ensartarla con fiereza:
―Respira hondo, ¡Qué te voy a romper el culo!
No se esperaba la violencia de mi ataque y sus brazos cedieron ante él de forma que su cara se hundió en la almohada. Sin respetar su dolor, azucé a mi montura con un severo azote en sus nalgas diciendo:
―Puta, ¡Muévete!
No hizo falta que repitiera la orden, Paulina superó mis expectativas aullando de placer y pidiéndome que no parara de usar su trasero mientras me decía con voz de santa:
―¿Soy una buena puta?
Ni que decir tiene que su pregunta me permitió seguir montándola con mayor ardor mientras ella mordía con sus dientes la almohada para no gritar y que desde la habitación  de al lado supieran lo zorra que era.
Usando a mi antojo a esa mujer, mordí su cuello, azoté sus nalgas y pellizqué sus pezones sin parar hasta que por primera vez en sus treinta y tres años de vida, Paulina disfrutó de un orgasmo total y como si fuera su coño una fuente eyaculó sin parar mientras ella era la primera sorprendida.
―¡Parece un geiser!― me reí al observar el chorro que por oleada salía de su chocho y jalando de su pelo, llevé su boca a la mía y dando un leve mordisco en sus labios, la besé preguntando: ¿De quién eres?
Mi pregunta la hizo comprender quien era su dueño y respondiendo con una pasión sin igual, sintió que todo su cuerpo se licuaba mientras me decía:
―Soy tuya. ¡Eternamente tuya!
Su confesión me dejó claro que a nuestra vuelta a Madrid esa zorra seguiría siendo mía y por eso sacando mi pene de su culo, le di la vuelta y dejándome ir, eyaculé sobre sus tetas mientras le decía:
―Úntate mi semen por tu cuerpo.
Nadie había eyaculado sobre ella y por eso le sorprendió sentir la calidez de mis explosiones recorriendo sus pezones pero una vez repuesta, comprendió que le encantaba al sentir que desde dentro de su vulva renacía con fuerza su orgasmo y pegando un gemido de placer, esparció mi simiente por sus pechos mientras entre sus piernas nuevamente brotaba su flujo con una fuerza inusual.
Al  ver esa maravilla, hundí mi cara entre sus muslos y sacando mi lengua, me puse a secar ese arroyo. El sabor agridulce de su coño invadió por completo mi mente y como un ser sin voluntad seguí agarrado a sus nalgas bebiendo su néctar mientras Paulina gemía sin parar presa del placer. Desconozco cuanto tiempo estuve comiendo, mordiendo y lamiendo ese manjar ni cuantas veces su dueña disfrutó del éxtasis de un orgasmo pero lo cierto fue que en un momento dado y casi llorando, esa zorrita me pidió que parara diciendo:
―¡No puedo más! ¡Estoy agotada!
Al saber que aunque no fuera plenamente consciente esa mujer era mía y que tendría muchas más oportunidades de deleitarme con su cuerpo, cedí y tumbándome junto a ella, descansé entre sus brazos. Durante diez minutos, nos quedamos en esa posición hasta que mirando el reloj de la mesilla, me di cuenta que llegábamos tarde a la primera conferencia y por eso, acariciando una de sus nalgas le dije que era hora de levantarnos.
Paulina frunció su ceño pero asumiendo que tenía yo razón, me dijo:
―De acuerdo pero a la hora de comer, quiero que me hagas nuevamente tuya.
Partiéndome de risa, contesté:
―¿No decía tu marido que eras poco fogosa? ¡Lo que eres es una ninfómana!
Al recoger su ropa del suelo, riendo respondió:
―Para él, yo era su mujer. Para ti, ¡Soy tu puta!….
El doctorcito sexy.
Como la ropa de Paulina seguía en su habitación, se despidió de mí y quedamos en vernos en el buffet del hotel. Por eso una vez me había vestido, bajé a desayunar y allí me encontré con el doctorcito sexy.
Alonso estaba tomándose un café y nada más verme, me llamó para que compartiera con él su mesa. Al sentarme, mi compinche en tantas aventuras, poniendo un tono pícaro,  preguntó:
―Raúl, ¿Cómo está este año el ganado?
Poniendo cara triste, contesté que había tenido poco tiempo de comprobar su calidad porque había tenido el férreo marcaje de una amiga de mi mujer. El muy cabrón soltó una carcajada al escuchar de mis labios que se habían chafado mis planes y con lágrimas en los ojos, se rio de mí diciendo:
―¡Qué putada! Tendré que ocuparme yo de todas esas pobres mujeres necesitadas de caricias.    
Haciéndome el apenado, le expliqué que era Paulina era una arpía frígida y chismosa a la que mi mujer le había ordenado traerme bien corto. Mi amigo sin apiadarse de mí, dijo fingiendo una indignación que no sentía:
―¡Al menos estará buena!
―¡Qué va!― respondí: ¡Es una gorda asquerosa con un trasero lleno de grasa y las tetas caídas!
Alonso me estaba diciendo que lo sentía por mí  y que en compensación él se tiraría a las que me tocaban cuando la aludida me preguntó:
―¿No me vas a presentar a tu amigo?
Muerto de risa, me levanté para acercarle la silla mientras respondía:
―Paulina te presento a Alonso.
El doctorcito sexy miró alucinado al bombón que supuestamente era un adefesio y devolviendo la andanada, comentó en plan ligón:
―Encantado de saber que Dios existe y que nos ha mandado uno de sus ángeles.
El descarado piropo surtió el efecto que deseaba su autor y la recién divorciada le regaló una sonrisa sin poder evitar que el rubor coloreara sus mejillas.
«Será cabrón», pensé más celoso de lo que nunca reconocería, «no pierde el tiempo andándose por las ramas».
Como experimentado Don Juan, Alonso usó toda su simpatía para hacer de ese desayuno una fiesta en honor de Paulina mientras desde mi sitio, me estaba poniendo malo al comprobar las risas de mi nueva amante ante las bromas y galanteos de mi amigo. Paulatinamente mi cabreo fue in crescendo hasta que ya claramente enfadado, levantándome les informé que llegábamos tarde a la primera conferencia.
Por mi tono, la ex de Alberto comprendió que estaba rojo de celos y disfrutando de la sensación de poder que le hacía sentir el ponerme de los nervios, susurró en mi oído:
―No seas tonto. ¿No ves que estoy disimulando?― para acto seguido y sin preguntar mi opinión, colgarse del brazo del doctorcito sexy camino del auditorio.
« ¡Será  puta!», maldije asumiendo que esa mujer estaba jugando conmigo y que estaba ganando.
En ese momento, hubiese estrangulado a Alonso aunque fuese inocente y a pesar que sabía que no tenía motivos para quejarme puesto que entre Paulina y yo no existía contrato alguno. Os reconozco que de haberme parado a pensar un poco, hubiese comprendido que tanto esa mujer como el doctorcito eran libres y que el único de los tres que estaba casado era yo. La lógica decía que me tenía que callar y disfrutar de las migajas que dejara caer esa mujer pero no pude y por eso cuando al llegar al auditorio me senté en la última fila y Paulina se puso entre los dos.
El cabronazo del doctor que desconocía que ya había hecho mía a la ex de Alberto, no perdió comba y en cuanto colocó sus posaderas en el asiento, reinició su ataque a base de bromas y chascarrillos que mas de una vez provocaron la risa de la mujer. Para entonces estaba encabronadísimo pero como no me convenía descubrir mi infidelidad ni dejar en mal lugar a Paulina, me mordí un huevo cuando lo que realmente me apetecía era soltarle un guantazo.
El colmo fue ver que ese don juan de tres al cuarto, asumiendo que ella era una presa fácil, comenzaba a acariciar disimuladamente la pierna de mi amiga y que ella aunque se puso colorada como un tomate, no opuso ningún tipo de resistencia.
«Será cabrón», pensé y conociendo la fama de ligón que se había granjeado durante años, temí por vez primera que me la levantara al ver que sin retirar su mano se acercaba a Paulina y en voz baja le susurraba algo al oído.
La sonrisa de oreja a oreja que apareció en el rostro de la mujer y el hecho que no se alejara de él, agrandó mis celos por lo que aprovechando que tenía hambre, les pregunté si nos íbamos a comer.
Ambos aceptaron de inmediato, Alonso porque así podía culminar su conquista y mi amiga creí para librarse del acoso del doctorcito. Los deseos del tipo me quedaron claros cuando aprovechando que Paulina se había ido al baño me preguntó si,  al terminar de comer, podía hacerme el desaparecido para que así se quedara un par de horas a solas con la que él suponía que era la espía que me había mandado mi mujer.
―No hay problema― contesté tragándome el orgullo.
La pericia en las artes amatorias de Alonso quedaron plenamente ratificadas con la elección del restaurant ya que no solo era coqueto y romántico sino que permanecía en una penumbra ideal para una primera cita.
Ni a mi peor enemigo le deseo la comida que ese capullo me dio porque nada más sentarse frente a ella, empezó a tontear con Paulina sin que pudiese hacer nada por evitarlo ya que corría el riesgo que en mi hospital se corriera la voz que tenía una amante y que además era la mejor amiga de mi esposa.  Por eso tuve que reírle las gracias cuando me percaté que por debajo de la mesa, Alonso se había quitado el zapato y descaradamente acariciaba los tobillos de Paulina. Mirando de reojo al objeto de tal ataque descubrí que. Aunque tenía las mejillas rojas, sonreía.
«Será zorrón, ¡le está gustando!», dije entre dientes más que molesto.
Habiendo terminado el segundo plato, al llegar el camarero y preguntarnos qué queríamos de postre, Alonso se quedó mirando fijo a Paulina, insinuando que ella era los que deseaba. La ex de Alberto al comprender la indirecta, se ruborizó aún más y bajando la cara, intentó que yo no me diera cuenta que a ella también le apetecía ser su golosina.
«Aquí sobro», maldije mentalmente y haciendo como si se me hubiera olvidado que había quedado con otro asistente del congreso, los dejé solos mientras me llevaban los demonios.
Absolutamente derrotado, salí del restaurant y me fui a aligerar mis penas con un copazo. En el bar en que entré, intenté infructuosamente ligar con una rubia pero tras media hora de cháchara, tuve que rendirme e irme a mi habitación con la cola entre las patas.
Esa tarde me sentía fatal, no solo había perdido a una amante sino que para colmo había sido en manos de un amigo. Hundido en la miseria, pasé por una tienda y compré una botella de whisky que beberme a solas en mi cuarto, maldiciendo mi suerte. Llevaba dos copas cuando reconocí la voz de los dos riendo en el pasillo.
―No puede ser― exclamé al comprobar que el destino había querido que la habitación de Alonso fuera la contigua a la mía.
Todavía hoy me avergüenzo de lo que os voy a contar pero en ese momento, era tal el odio que sentía que solo se me ocurrió salir al balcón y al descubrir que podía pasar al otro lado,   cruzar hasta el de Alonso. Nada más hacerlo, me encontré con  que esos dos se estaban besando apasionadamente.
«Menuda puta. ¡Qué rápido ha cambiado de macho!», pensé y queriendo vengar su afrenta saqué el móvil y me puse a grabarlos mientras me decía: «Veras la cara de Alberto cuando vea a su recatada esposa follando con otro».
Dentro en el cuarto, el doctorcito estaba intentando desabrochar la blusa de Paulina pero entonces le retiró sus manos y dijo:
―Júrame que Raúl no se enteraré de lo que ocurra aquí. No quiero que piense que me acuesto con el primero que pasa por la calle.
Alonso al oírla, la besó hundiendo su lengua dentro de la boca de ella y mientras le agarraba el culo, contestó:
―Te lo juro, pero ahora enséñame las tetonas.
Os confieso que me dolió ver como Paulina le sonreía y como mientras se quitaba la camisa, le miraba con cara de vicio. Alonso enmudeció al ver ese robusto par de tetas apenas cubierto por un brassiere negro y tras unos instantes en que solo pudo observar embelesado, se agachó y hundió su cara en el canalillo que discurría entre esas maravillas.
―Ahhh― escuché gemir a mi amiga mientras con sus manos presionaba la cabeza de Alonso contra su pecho.
Ese gemido fue el acicate que necesitaba el doctorcito para usando sus dedos irle bajando los tirantes del sujetador mientras no paraba de lamer la tersa piel de la mujer.
―Tienes unas tetas preciosas― soltó ya claramente excitado mi conocido al admirar los pezones rosados que decoraban sus senos.
Sintiéndome un voyeur por la excitación que empezaba a dominarme, pegué mi cara al cristal para ver mejor como Alonso la iba desnudando.
«Dios, ¡Qué culo tiene!», pensé apesadumbrado al ver como caía su falda y sus bragas al suelo por la acción de unas manos que no eran las mías.
El ardor de esos dos iba en aumento y los jadeos se iban incrementando mientras yo me tenía que conformar con ver y grabar sin ser partícipe de esa escena. Justo cuando Paulina cogía entre sus manos la verga del doctorcito, este le dijo:
―Quiero tomarte la temperatura― y acto seguido se chupó uno de sus dedos y girándola contra la mesa, se lo metió en el ojete.
El aullido de placer que salió de la garganta de Paulina al sentir su entrada trasera hoyada de ese modo tan pícaro, me recordó sus gritos cuando hacía unas pocas horas era yo quien la sodomizaba.
―Vamos a la cama― rogó la mujer deseando ser tomada.
Lo que no ella ni yo nos esperábamos fue que Alonso aprovechara su caminar para ir metiendo y sacando su dedo del culo de la mujer mientras le decía:
―Pienso follarte ese culito tan duro que no te vas a poder sentar en una semana.
La vulgaridad de sus palabras lejos de cortar o disminuir la calentura de Paulina pareció incrementarla porque tirándose sobre el colchón, se puso a cuatro patas diciendo:
―¿Me prometes que vas a montarme el culo hasta que no me pueda ni sentar?
―Sí. ¡Tu trasero no te va a servir ni para cagar!― respondió a la vez que le soltaba un azote y se colocaba en su espalda.
―Ay― soltó mi amiga al notar el escozor de esa ruda caricia, tras lo cual se dejó caer con los brazos hacia adelante y respingando el trasero, giró su cabeza y le dijo: ―Fóllame como una puta. Soy tu guarra.
Alonso al escuchar que esa mujer le pedía caña, no se lo pensó dos veces y colocando su glande a la altura de su entrada trasera, de un solo golpe la ensartó haciéndola gritar por la violencia de ese asalto. Una vez con toda su verga rellenando los intestinos de Paulina ni siquiera la dejó asimilarla y por medio de una serie de duras nalgadas, le fue marcando el ritmo mientras ella no paraba de chillar de placer y de dolor.
―Sigue, no pares― la oí decir mientras no dejaba de mover su culo en círculos como queriendo ordeñar la verga que la estaba en ese momento empalando contra la cama.
Para entonces, el sudor había hecho su aparición en Paulina y desde el balcón tuve que retenerme para no entrar y ser yo quien se la follara al ver como con el pelo pegado sobre su frente, esa mujer que había sido mi amante disfrutaba del sexo como nunca.
«Necesito que vuelva a ser mía», reconocí mientras me colocaba el paquete bajo mi pantalón.
Paulina ajena a que la estaba observando, se giró sobre las sabanas y sacándose la verga del doctorcito del trasero, se abrió de piernas y señalando su vulva, ordenó a mi sorprendido amigo:
―¡Fóllame por el coño!…¡Mi coño necesita una verga ahora!
Alonso no tardó en saltar sobre ella y usando su pene como ariete, comenzó a tumbar una a una las defensas de esa mujer mientras se asía con rudeza a sus pechos. La ex de Alberto disfrutó como una perra de ese ataque y relamiéndose los labios, gritó:
Ahhh sigue…. ¡Trátame como tu puta!
La entrega del bellezón rubio hizo despertar el lado  morboso del doctorcito y dando un doloroso pellizco a uno de sus pezones, le soltó:
―Y el pobre de Raúl que creía que eras una dama, cuando en realidad eres una sucia guarra.
Paulina recibió ese insulto con mayor excitación y con todas sus neuronas trabajando a mil por hora, contestó mientras no dejaba de retorcerse buscando mas placer:
―Me has jurado que no le ibas a decir nada.
―No hará falta― rio el puñetero.―Cuando te vea la cara de zorra sabrá que te he follado.
La tensión acumulada por el continuado martilleo contra la pared de su vagina, hizo que el cuerpo de Paulina colapsara y pegando un grito, se corriera sobre el colchón. Alonso viendo su orgasmo, siguió torpedeando sin parar los bajos fondos de la mujer provocando que esta uniera un clímax con el siguiente hasta que sintiendo que le llegaba el momento a él, se la sacó del coño  y metiéndosela en la boca, le ordenó que se la mamara. La zorra de la ex de Alberto, esa mujer que en teoría era una pazguata, no tuvo reparos en embutirse el miembro del doctorcito hasta el fondo de su garganta mientras este le presionaba su cabeza con las manos.
Al verlo, supe que estaban a punto de terminar y no queriendo que descubrieran mi presencia en el balcón, volví a mi habitación totalmente deshecho.
«Mierda», pensé, «¡he perdido a Paulina!».
Ya en mi cuarto, mi desesperación me llevó a realizar un acto del que todavía hoy me arrepiento porque cabreado hasta la médula, agarré mi móvil y mandé al otro cornudo la evidencia de su cornamenta.
«¡Qué sepa lo puta que es su mujer!», exclamé mientras apretaba el botón culminando mi venganza.
Sin saber qué hacer, me serví otra copa al tiempo que intentaba sacarme de la mente a Paulina porque, lo quisiera o no reconocer, esa mujer me tenía subyugado. Su belleza, su cuerpo y sobre todo su habilidad entre las sábanas habían conseguido conquistarme. Al darme cuenta que estaba enamorado de ella, me eché a llorar como un crio.
Durante una hora, alterné el whisky con las lágrimas hasta que alguien tocó la puerta. Medio borracho me levanté y fui a ver quién llamaba.
―Paulina, ¿qué haces aquí?― Pregunté al verla con una sonrisa de pie en el pasillo.
Muerta de risa, saltó en mis brazos mientras respondía:
―Venir a que me expliques porqué me has dejado tan sola.
Su alegría diluyó mi cabreo y mientras cerraba la puerta, supe que no podía vivir sin sus besos aunque eso supusiera el tener que llevar con la mayor entereza posible los cuernos.
«¡Seré un cornudo pero la tendré a ella!».
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Relato erótico: «La ex esposa de un amigo me abordó en un congreso» (POR PAULINA Y GOLFO)

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Relato escrito entre Paulina y Golfo. De todas los millones de mujeres separadas o divorciadas que hay en España buscando alguien con quien compartir aunque sea una noche de pasión fue a ella a quien me encontré. Nada más verla en el hall del hotel donde iba a tener lugar el congreso, se me cayó el alma a  los pies porque, con ella deambulando por esos pasillos, me sería imposible echar una cana al aire tal y como tenía planeado.
Al salir de casa y tomar el avión que me llevaría a Barcelona, había hecho planes para zumbarme a un par de pediatras antes de volver a casa, pero la presencia de esa castaña era un contratiempo inesperado que los truncó sin  remedio.
«¡Mierda!», pensé cuando la vi dirigirse a donde yo estaba charlando con unos colegas porque no en vano, además de ser la ex de Alberto, era una de las mejores amigas de mi esposa.
Disimulando mi decepción, saludé a Paulina de un beso y aunque sabía que también era doctora y que por eso estaba allí, pregunté qué hacía en Barcelona. Con una sonrisa, contestó:
-¿No te dijo tu mujer que me verías aquí?
No quise decirle que no me había dicho nada porque comprendí que lo había hecho a propósito para que su amigota le sirviera de espía y en vez de ello, respondí:
-Sí, me lo avisó pero me he despistado- y cambiando de tema, le pregunté si ya se había registrado.
Sé que no me creyó pero no hizo ningún comentario y respondiendo a mi pregunta, me dijo que ya había dejado su equipaje en la habitación y que se iba a dar una vuelta antes de cenar pero que sí quería me esperaba.
-No hace falta- respondí tratando de evitar que su compañía se volviera agobiante.
Aceptó a regañadientes el irse sola por esa ciudad pero justo cuando se despedía, me preguntó con quién iba a cenar. Al responderle que solo, sonriendo me soltó:
-Te equivocas, cenas conmigo.
Su actitud posesiva no era normal y por eso no me costó asumir que mi mujer le había encomendado el tenerme corto mientras durara ese congreso. Haciendo como si estuviera encantado de ello, quedé con ella en el restaurante del hotel a las nueve.
Satisfecha por mi rápida claudicación, se despidió de mí y salió rumbo a la calle.
“¡Serán putas!”, cabreado exclamé al saber que no habría modo de liberarme de su escrutinio sino quería tener bronca al volver a casa.
Ya en mi cuarto y después de deshacer mi maleta, me puse a recordar que mi amigo nunca me explicó las razones que le habían llevado a separarse de ella. Estaba claro que no era por su físico porque Paulina era una castaña espectacular ni por su inteligencia ya que todo el mundo sabía que era una lumbrera en medicina. Tampoco era por su carácter ya que muy a mi pesar tenía que reconocer que la compinche de mi señora era una mujer divertida. No sabiendo a ciencia cierta los motivos, decidí como buen hombre que debía de ser una desgracia en la cama.
«¡Seguro que no se la mamó bien!», sentencié mientras encendía la ducha.
Ya bajo el agua, me olvidé de esa arpía y me puse a planear como darle esquinazo. Para ello, decidí que la única manera que podría librarme de su acoso sería el presentarle un colega soltero que intentará seducirla. Tras mucho cavilar, el candidato idóneo  me llegó a la cabeza pero para mi desgracia, recordé que Alonso llegaba al día siguiente.
-Joder, ¡Tendré que aguantar a esa pelmaza esta noche!- maldije cabreado y en voz alta.
La esperanza que el doctorcito sexy, como le llamaban en el hospital, me la quitara de encima fue suficiente para que abordara con mayor tranquilidad el tener que malgastar una de mis cinco noches con ella.
«Ese cabrón me debe un favor», me dije rememorando cuando le libré de una demanda de acoso al testificar en su favor.

 

Ya ilusionado con que el congreso se enderezara y pudiera echar algún polvo, me terminé de vestir y fui al encuentro de mi amiga. Como buena mujer, Paulina llegó tarde pero no pude recriminarle el retraso porque me quedé embobado viéndola aparecer vestida con un discreto traje de chaqueta blanco ya que curiosamente, esa indumentaria la hacía todavía más apetecible.
«Está buenísima», pensé viéndola quizás por primera vez como mujer. «¿Por qué Alberto se habrá deshecho de un bombón así?».
Paulina ajena a lo que corría por mi mente, me saludó y cogiéndome del brazo, me llevó hasta uno de los tres restaurantes que había en ese hotel. Su elección me agradó porque eligió un japonés y ese tipo de comida siempre me apetecía. Todavía hoy en día me parece increíble que hayan elevado el pescado crudo a la categoría de arte pero sabiendo que pocos somos los que nos gusta, me sorprendió que esa fuera su elección.
Ya en la mesa, la ex de mi amigo esperó de pie a que le acercara la silla. Ese gesto de coquetería femenino me debió de poner alerta y hacerme comprender que Paulina estaba en el mercado pero estaba tan mediatizado con la idea de que mi esposa la había mandado a controlarme que no caí en ello hasta que había pasado más de media hora y las cinco copas de vino que había bebido, la habían relajado hasta el punto de preguntarme directamente si sabía porque Alberto la había dejado.
-No lo sé- respondí sinceramente.
Fue entonces cuando medio en risa, medio en serio, la castaña me soltó:
-Según ese cretino, necesitaba una mujer y no un cerebro.
Asumiendo que mi amigo la había dejado porque le dedicaba más tiempo a su trabajo que a él, contesté:
-Piensa que a muchos hombres no les gusta que sus mujeres sean mejores profesionales que ellos.
Mis palabras por mucho que fueran verdad también eran duras y por eso no me resultó extraño ver unas lágrimas brotar de sus ojos azules. Creyendo que había dado en el clavo, proseguí diciendo:
-Sé que todavía te duele pero la vida es larga y seguro que encontrarás alguien que te valore y que disfrute de tus éxitos.
Fue entonces cuando Paulina indignada respondió:
-No fue eso, ¡Joder!  ¡Alberto se quejaba que era una estrecha!
Lo delicado del asunto, me hizo intentar evitar el tema y llamando al camarero, le pedí que nos trajera unas copas. Desafortunadamente para mí esa interrupción solo sirvió para que la amiga de mi esposa cargara su escopeta con reproches y ya con su ron en la mano, me soltara:
-Sigo sin comprender, hacíamos el amor todos los sábados. Nunca me negué a disfrutar de sus caricias. Si a él le apetecía hacerlo otro día siempre accedía e intentaba que fuera lo más gratificante para ambos.
Su confesión me permitió detectar el problema y eligiendo con cuidado mi respuesta, dije:
-No solo es cuestión de frecuencia. También es importante la pasión. El sexo no es algo que se deba planificar, surge espontáneamente. Paulina, ¡No eres un robot! – y entrando al origen de su divorcio, le solté: -¿Cuántas veces recibiste a Alberto desnuda para que te hiciera el amor?
-Ninguna- reconoció pero contratacando me preguntó: -¿Tu esposa lo hace?
No pude evitar soltar una carcajada al contestar:
-Aunque menos veces de las que me gustaría, ¡Sí!
Mi confidencia la desarmó y se quedó pensativa mientras pagaba la cuenta al suponer que esa velada había terminado pero entonces Paulina vació su copa de un solo trago y con una sonrisa, dijo:
-¿Dónde vamos?
Su pregunta me hizo comprender que necesita explayarse y soltar toda la amargura que llevaba dentro. Asumiendo que era mi amiga y que no podía negarme a servir de su paño de lágrimas, elegí un pub bastante tranquilo que conocía a la vuelta del hotel.  El sino quiso que nada más entrar me percatara de mi error al ver en una de sus mesas a dos asistentes al congreso tonteando entre ellos.
Callado como una puta, busqué alejarme de ellos y nos sentamos en una cerca de la pista. Ya en nuestros sitios, Paulina no tardó en descubrir a la pareja y escandalizada exclamó:
-¿No les dará vergüenza? ¡Están casados!
No queriendo que se enteraran de que hablábamos de ellos, le susurré:
-No juzgues para que no te juzguen.
Por su cara comprendí que no me había entendido y con ganas de perturbar su supuesta decencia, dije en su oído:
-¿Qué crees que pensaran ellos al verte conmigo?
La expresión con la que recibió mi comentario me hizo saber que por fin había comprendido que a los ojos de unos extraños, parecíamos estar en mitad de una cita. Totalmente colorada intentó defenderse diciendo:
-Tú y yo somos amigos.
Riendo, contesté:
-Pero ellos no lo saben y a buen seguro si nos ven pensarán que esta noche vamos a echar un polvo- y profundizando en su bochorno, le solté: – Al menos por mi parte, estoy a salvo porque lo único que pueden decir de mí es que me han visto con una mujer bellísima.
Cortada tanto por el piropo como el hecho que alguien pudiera pensar que era mi amante, se quedó callada. No tuve que ser un premio nobel para adivinar que Paulina estaba debatiéndose entre salir huyendo o quedarse porque una rápida huida certificaría de alguna forma que nos habían cogido en un renuncio. Por eso no me extrañó cuando dejando su bolso, pidió una copa.
Estaban trayéndonos nuestras bebidas cuando desde la mesa donde estaban, nuestros dos colegas nos hicieron señas de que nos uniéramos a ellos. Estaba a punto de negarme pero entonces Paulina cogiendo mi mano, me dijo:
-Ya que creen que somos amantes, vamos a reírnos un rato.
El tono con el que imprimió a su voz me puso los pelos de punta al no saber a lo que iba a enfrentarme y por eso nada convencido la seguí hasta ese rincón. Una vez allí en plan descarado me agarró de la cintura y al sentarnos dejó su mano sobre mi muslo, dando a entender que entre nosotros había una relación que no existía.
A la mujer no le pasó inadvertido ese gesto y con más confianza, puso la suya sobre la de su pareja.  En ese momento, se despertó el diablo que tengo dentro y decidí darle el mayor corte de su vida. Sin previo aviso, acerqué mis labios a los suyos y le planté un beso. La pobre de Paulina roja como un tomate, solo abrió su boca para decirme:
-No habíamos quedado en esto.
Muerto de risa, le susurré:
-Solo te seguía la corriente.
Su pasividad me dio alas y recreándome en su estado casi catatónico, acaricié con mi lengua su oreja mientras suavemente dejaba caer mi mano sobre su muslo. Mi descaro frente a la otra pareja la sacó de las casillas y sin saber qué hacer, solo atinó a mirarme a los ojos indignada. Pero ya habiendo cruzado el precipicio, decidí ir a degüello y cogiendo su cabeza forcé sus labios nuevamente.
En esta ocasión, Paulina abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya y sintiendo mis dedos acariciando su pierna bajo la mesa, no pudo reprimir un profundo suspiro mientras me decía:
-No sigas, por favor.
No acababa de pedirme que cesara en mi acoso cuando de pronto sentí como sacando su lengua empezó a recorrer la comisura de mis labios. No esperándome esa reacción me quedé impresionado por que al parar, descubrí que bajo su blusa mi amiga tenía sus pezones erectos.
«Le está gustando» confirmé al ver que acomodándose en la silla, Paulina se había colocado de tal forma que me dio un enfoque perfecto de sus pechos. “¡Menudo canalillo!”, exclamé mentalmente mientras era incapaz de retirar mi mirada de esas dos bellezas.

 

Revelándose como una depredadora sexual, mi amiga cogió su copa y haciendo como si sentía mucho calor, pasó el frio vaso por sus senos. Al advertir que bajo mi pantalón mi pene crecía sin control, dejó caer su bebida sobre su camisa y poniendo cara de desconsuelo, me preguntó dónde podía secarse.
«Lo ha hecho a propósito!» sentencié pero no queriendo descubrir su juego le dije que si quería le acompañaba al baño,
Paulina sin dejar de mirarme a los ojos y en silencio, se levantó de su silla y enfiló por mitad de la pista rumbo a la salida dotanto a su trasero de un meneo que me resultó una clara invitación a seguirla.
«Tiene un culo de campeonato», admití babeando mientras me levantaba y la seguía. «¡Qué imbécil fue  Alberto al dejarla!»
Como un ser si voluntad corrí tras ella con mi mente fija en esa parte de su anatomía y por eso cuando la alcancé casi en la puerta, agarré sus duras nalgas mientras le recriminaba:
-¿No pensarías escapar de mí?  ¡Fuiste tú quien empezó a provocarme!
-¿Yo? ¡Pero si has sido tú el que me ha besado!
Reconozco que me quedé helado en un principio y más cuando saliendo del local, Paulina caminó por la acera.
« ¿Qué he hecho?», pensé creyendo que le iba a ir a mi esposa con el cuento.
Justo cuando ya me veía hundido, la castaña se paró y sonriendo me hizo una seña. Ni que decir tiene que me faltó tiempo para llegar hasta donde ella seguía andando y dándole la vuelta, estampé mis labios contra los suyos como la vez primera pero en ese momento su respuesta fue distinta.
Pegando su pubis contra mi sexo,  empezó a frotar su cuerpo en el mío mientras admitía de buen grado que mi lengua fornicara con la suya en el interior de su boca. Durante más de un minuto, nos dejamos llevar por la pasión hasta que separándose de mí y mientras se limpiaba sonriendo el hilo de babas que todavía unía nuestras dos bocas, me preguntó:
-¿Qué esperas para follarme? Quiero demostrarte que además de cerebro soy una mujer ardiente- y recalcando sus palabras llevó su mano hasta mi entrepierna  para con gran desvergüenza comenzar a pajearme en mitad de la calle.
Como comprenderéis mi respuesta no pudo ser otra que con mis dedos por dentro de su falda, le estrujara el culo mientras presionaba mi dureza contra su vulva. El gemido de placer que surgió de su garganta fue el aliciente que necesitaba para contestar mientras la llevaba a rastras hasta el hotel:
-Paulina, esta noche podrás demostrarlo porque no te pienso dejar hasta haber follado todos tus agujeros.
Sus ojos brillaron al oírme pero aun más  al sentir mi polla entre sus nalgas mientras andábamos pegados hacia el hotel. 
-¡Como te eches atrás pienso contarle a tu mujer que te has tirado a un travesti!- muerta de risa me soltó ya totalmente cachonda.
Los cinco minutos que tardamos en llegar a mi habitación fueron un suplicio para los dos, por eso al cerrar la puerta la arrinconé contra la pared y  de pie, empecé a comerle la boca mientras mis manos recorrían con avidez sus enormes pechos y su exuberante culo. Los aullidos con los que me regaló, esa zorrita me hicieron comprender que estaba totalmente entregada y por eso sin darle tiempo a que se arrepintiera de tirarse al marido de su mejor amiga, desgarré su blusa dejando al aire el coqueto sujetador de encaje que decoraban sus tetas.
-¡Me encanta! ¡Cabrón! – gritó al sentir mi lengua recorriendo sus erizados pezones.
Dominada por el cúmulo de sensaciones que creía olvidadas después de tanto tiempo sin un hombre en su cama, Paulina se agachó y arrodillándose a mis pies, llevó sus manos hasta mi bragueta. Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Al ver mi erección, cerró  su palma alrededor de su presa y mientras  tanteaba su grosor,  con su lengua recorrió los bordes de mi glande en un intento de saborear de antemano mi semen. No contenta con ello, usó su otra mano para sobarme los testículos antes de acercando su cara a mi verga, dejar que esta recorriera sus mejillas hasta llegar a su boca. Una vez allí, le dio un beso suave y mirándome a los ojos, susurró:
 
-No sabes cómo necesitaba esto.
 
Tras lo cual se dedicó a dar leves mordiscos a lo largo de mi extensión para ya satisfecha separar sus labios y lentamente embutírsela hasta el fondo.
No os podéis imaginar mi gozo al comprobar que la amiga de mi mujer me miraba fijamente a los ojos mientras movía su cabeza arriba y abajo, metiendo y sacando mi verga. Si eso no fuera suficiente, esa putita usó su lengua para presionar mi miembro en el interior de su boca.
 
 -Eres una zorra mamona-  dije impresionado por su maestría.
 
 
Paulina al escuchar mi insulto vio compensada su decisión de demostrarse a sí misma que era una mujer ardiente y eso la compelió a incrementar la velocidad de su mamada mientras       se quitaba el tanga por sus pies.  Al comprobar que la ex de Alberto, al contrario de mi mujer,  no tenía un  solo pelo en su coño me puso cachondo y por eso quise levantarla del suelo y follármela ahí mismo pero negándose siguió chupando y succionando mi verga con mayor énfasis.  Viendo la inutilidad de mis esfuerzos, me relajé y cogiendo su cabeza, colaboré con ella subiendo y bajándola mientras ella se la encajaba hasta el fondo de su garganta.
Cuando mi calentura era máxima y todas las células de mi cuerpo me pedían liberar mi semilla en su boca, mi amiga sacando mi verga de su garganta me miró diciendo:
 
-Me encantaría que mi ex me viera comiendo polla.
 
Descojonado, saqué mi móvil y sin darle tiempo a opinar empecé a grabarla mientras le decía:
 
-Eso puede arreglarse. En cuanto me corra, te mando el video y tú decides si se la mandas.
 
La idea cargada de morbo azuzó a esa mujer y queriendo vengar el abandono de su marido, buscó con mayor ahínco su recompensa. Como no quería arriesgarme a ser reconocido si Paulina al fin se la enviaba a Alberto, no pude avisarle de la inminencia de mi orgasmo y por ello, la explosión de mi pene la cogió desprevenida y se tuvo que tragar parte de mi semen. Sorprendiéndome por enésima vez, una vez repuesta y con restos de lefa en sus labios, sonrió a la cámara mientras comentaba:
 
-Cariño, mira lo que te has perdido por irte con tu secretaria- tras lo cual forzó que mi eyaculación le salpicara en el rostro y sacando la lengua se puso a lamer mi glande.
Comportándose como una zorra, mi amiga siguió ordeñando mi miembro hasta dejarlo seco. Con su objetivo ya cumplido, se dedicó con sus dedos a recoger mi blanca simiente de sus mejillas y a llevársela a la boca, dejando que mi móvil inmortalizara su lujuria. Una vez hubo terminado, comentó frente al teléfono:
 
-Este es mi primer mensaje. No te preocupes, te iré retrasmitiendo mis avances. Sé que te van a molestar pero te ruego que esperes el que grabaré mientras mi nuevo amante estrena mi culito.
 
Nada más escuchar la amenaza que lanzó a su ex apagué la grabación y antes de enviársela, le pregunté si estaba segura. Paulina muerta de risa, contestó:
 
-Por supuesto. ¡Quiero que ese cabrón se entere de que lo he sustituido!
 
Obviando los sentimientos del que consideraba mi amigo, usé el WhatsApp para hacérsela llegar porque me interesaba más saber si eso incluía la  promesa de regalarme la virginidad de su trasero.
 
-Eso tendrás que ganártelo- contestó mientras se terminaba de desnudar y me llevaba hasta la cama.
 
 
Todavía no me había tumbado junto a ella cuando mi teléfono empezó a sonar. Al cogerlo, leí el nombre de Alberto en la pantalla. Fue entonces cuando comprendí que esa bruja se lo había mandado y cayendo en la gravedad de lo que habíamos hecho, la informé que era su marido quien me llamaba:
 
-Contesta. ¿Quiero saber qué quiere?- ordenó con una sonrisa diabólica en su rostro.
 
Sin estar seguro, obedecí y saludé a su ex. Mi amigo estaba hecho una furia y directamente me preguntó si había visto a su mujer:
-Me la encontré esta tarde en el hall- respondí acojonado al saber el motivo de su llamada.
 
Fuera de sí, insistió tratando de sonsacar si la había visto acompañada.  Haciendo como si o supiera nada, le dije que no y le pregunté si pasaba algo:
 
-Esa puta me acaba de mandar un video donde me restriega que tiene un amante.
 
-No entiendo- contesté antes de tapar el auricular al escuchar que  su esposa se estaba masturbando y gemía mientras yo hablaba con él.
 
Al otro lado del teléfono, Alberto me estaba explicando que había recibido un archivo en el que su mujer se la estaba mamando a un tipo cuando Paulina se acercó hasta mí y aprovechando que no podía hacer nada por evitarlo, frotó su culo contra mi sexo hasta conseguir ponerlo nuevamente erecto y poniéndose a cuatro patas, se empezó a empalar con él. Sabiendo que si cortaba la comunicación mi amigo sospecharía de mí, decidí disimular mientras la zorra de su ex se iba introduciendo mi miembro lentamente.
 
-No te creo- contesté al cornudo para que me oyera ella. –Siempre me has dicho que tu mujer es una mojigata, estrecha y falta de pasión.
 
La aludida recibió con indignación mi descripción e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Paulina no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando escuchó que le decía a mi amigo mientras mi glande chocaba una y otra vez contra la pared de su vagina:
-Ahora no puedo buscarla- y soltando una carcajada, le conté que me estaba tirando a una puta que había encontrado en un bar.
 
Mi insulto la llenó de insana lujuria y viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que Alberto reconociera sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer.  Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras su ex seguía descargando su frustración al otro lado del teléfono. Al comprobar que esa morena no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente. Su orgasmo me obligó a terminar la llamada aunque antes tuve que prometer a su marido que investigaría con quien andaba.
Habiendo colgado me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Paulina se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
 
-¡Te gusta que te traten duro! ¿Verdad puta?-  pregunté a mi montura.
 
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
 
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina.
Paulina al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Durante unos minutos, la mejor amiga de mi esposa, la ex de Alberto y mi nueva amante se fundieron en una mientras todo su cuerpo temblaba por el placer que había sentido y no fue hasta pasado un buen rato cuando todavía abrazada a mí, luciendo una sonrisa me dijo:
 
-Eres un cabrón. Nadie me había tratado así.
 
Al comprobar su alegría, comprendí que esa zorrita había descubierto conmigo una faceta de ella misma que desconocía tener y deseando afianzar mi dominio sobre esa preciosa morena, pellizqué sus negros pezones al tiempo que le contestaba:
 
-A partir de hoy, no quiero que nadie más que yo te toque. Seré tu único dueño. ¿Has comprendido?
 
-Sí, mi amo- declaró satisfecha al notar que su sexo se volvía a licuar producto de la presión que mis dedos ejercían sobre sus areolas….
 
 

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Relato erótico: «Luisa y su hija Patricia… amor compartido…» (POR DULCEYMORBOSO)

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Luisa y su hija habían tenido que trasladarse de ciudad,  sin apenas organizar su nueva vida.         

  Sin título  Trabajaba en una empresa que de la noche a la mañana había cerrado. Su jefe había hablado con un amigo y éste le ofrecía trabajo, pero tenía que ser una incorporación inmediata. No tuvo más remedio que aceptar.

     Desde que se había divorciado apenas llegaba a fin de mes. Patricia, su adolescente hija, aún estudiaba y el único dinero que entraba en casa, era su sueldo. Su hija de diecisiete años, apenas podía comprender cómo su madre le hacía esto. Tendría que cambiar de instituto y lo que más le dolía,  era que apenas podría ver a Rafa, su novio. Llevaba dos años saliendo con él y era feliz a su lado..Rafa era su primer novio en serio. Era el chico que habÍa tenido la paciencia de esperar a que superara sus miedos y vergüenza. Hacía un año le había ofrecido su virginidad.. Patricia lloraba en el coche mientras su madre conducía. Luisa intentaba animarla diciéndole que Rafa no la dejaría a pesar de la distancia. Le decía que en su nuevo instituto, conocería muchas amigas y amigos. Luisa recordó que debía poner en el navegador del teléfono la dirección que su amiga Marta le había dado.

 

     Marta era una amiga de Luisa. Esta, no dudó en llamar a su amiga Marta, cuando su jefe le habló de ese nuevo empleo en Santander. Sabía que Marta, conocía esa ciudad perfectamente porque allí vivía su padre desde que había enviudado hacía 4 años. Nadie mejor que ella  para recomendarle un hotel económico donde alojarse, mientras no encontraban un piso de alquiler. Fue la propia Marta quien le dijo que iba a hacer una llamada y la llamaría enseguida. Cuando la llamó le sorprendió el tono animado de su voz.

    –  Ya está arreglado!!! – le dijo a Luisa.

    – Lo que está arreglado? – luisa le preguntó confundida.

    – He hablado con mi padre, estaba buscando alguien para alquilar dos habitaciones y quien mejor que tu y la niña? – Marta hablaba muy contenta – estaréis perfectamente alli,te lo aseguro.

 

     Marta escribió la dirección de su padre en el teléfono y se la envió a Luisa . Le dijo que esa era la dirección donde tenían que ir.

     Luisa introdujo aquella dirección en el móvil, enseguida apareció la ruta más corta a seguir y la duración del viaje. Serían cuatro horas pensando en cómo sería su nueva vida. Luisa también se entristeció pero disimulaba ante su hija.

 

     Faltaba poco para llegar, Luisa le dijo a su hija que llamara al teléfono que había en el trozo de papel con la dirección. Patricia marcó el número y aquella voz de hombre la hizo sentir mucho respeto e incluso cierto temor. Era una voz muy grave.

      – Hola soy Patricia la hija de Luisa – su voz casi temblaba- me dijo mamá que le avisara que ya llegamos en cinco minutos

      – Hola Patricia, perdona si te contesté muy serio, llevan toda la tarde molestando con llamadas de propaganda – esas palabras la tranquilizaron un poco- enseguida bajo a ayudaros.

      – Vale, gracias – Patricia colgó – tiene voz de ogro mamá.

      –  Tranquila mi vida, ya verás como no. Marta me tiene dicho que asi como es de grande, también lo es de bueno.

 

     Cuando llegaron a la dirección , vieron que había un hombre en el portal. Las dos lo miraron como intentando analizar como sería. A las dos le sorprendió lo alto y fuerte que era. Luisa sabía que tenía 67 años pero se mantenía bastante bien. Su pelo era totalmente blanco , incluso el de sus brazos. El al verlas se acercó al coche.

     – Vosotras debéis ser Luisa y Patricia,verdad? – parecía muy amable aunque serio – bienvenidas, que tal ha ido el viaje?

      – Bien, gracias Manuel – dijo Luisa- ella es Patricia , mi niña

      – Hola…. – Patricia se sentía muy intimidada ante aquel señor tan grande.

      – Hola Patricia , mucho gusto de conocerte. Ya me contó mi hija Marta que estás disgustada pero ya verás como todo va bien. Te gusta pasear, verdad?

      – Si , con mi novio siempre paseábamos mucho

      – Bueno, yo no soy tu novio pero te enseñaré sitios muy bonitos para pasear.- Patricia miró a su madre sonriendo y hizo un gesto afirmativo con la cabeza como señal de que le gustaba la idea.

 

     Manuel les ayudó a subir las maletas, ellas casi no tuvieron que subir nada. El era muy fuerte y las dos se quedaron sorprendidas de la energía de aquel hombre. Una vez en el piso, él les enseñó las habitaciones. Decidieron que la más alejada del salón sería la de Luisa, ya que tendría que madrugar más , era mejor que el ruido de la televisión no la molestara. La habitación de Patricia estaba junto a la de Manuel. Patricia quedó encantada con su habitación. Luisa miraba con agradecimiento a ese hombre, pues sentía que hacía todo lo que estaba de su parte para que estuvieran cómodas en especial Patricia. Para Luisa aquel hombre era un angel caido del cielo.   

 

      Los primeros dìas fueron de adaptación a la nueva ciudad y también es cierto, de adaptación entre ellos, a conocerse. En especial Luisa y Manuel mantuvieron largas conversaciones para conocer sus gustos, sus manías. Durante esas conversaciones también tuvieron oportunidad de hablar del divorcio de Luisa e incluso de la viudedad de Manuel. Él le dejó claro que seguía muy enamorado de su fallecida esposa y no podría amar a otra…

       – Todo el mundo tiene unas necesidades….- dijo Luisa sin pensar bien lo que decía. Enseguida se ruborizó totalmente- …perdone, no debí decir eso…

       – Tranquila Luisa, no te ruborices mujer. Tienes razón, todo el mundo tiene unas necesidades, aunque creo que yo aprendí a valerme por mi mismo…- al decir eso fue Manuel quien se ruborizó.

 

      Luisa se levantó y recogió la mesa. Vió a Patricia escribiendo mensajes con el movil y le dijo si era Rafa, la niña asintió. Manuel le preguntó si era su novio y ella entristecida se levantó del sofá y se fue a su cuarto. Luisa le regaña por no contestar a Manuel y este le dijo que no pasaba nada. Manuel escucho sollozos en el cuarto de Patricia y con un gesto le pidió permiso para ir a junto de la niña. Luisa asintió y Manuel se levantó de la mesa. Al abrir la puerta la vió tumbada en la cama abrazada a un oso de peluche, el en silencio se acercó y se sentó a su lado.La dejó llorar, que se desahogara. Mientras le acariciaba el pelo y la cara…

      – Es normal que lo eches mucho de menos pequeña…él también te echará mucho de menos a ti porque eres una muchacha extraordinaria – sus manos grandes acariciaban la cara de Patricia. La voz de aquel hombre la hacía sentirse protegida, aquellas manos la calmaban- Ese peluche es muy pequeño para todos los abrazos que quieres darle, no?

     – Si… pero no esta mi novio y lo abrazo a él…

    Manuel la atrajo hacia él y  la abrazó con delicadeza para no lastimarla. Pensaba que era una muchacha encantadora y tierna. .Patricia se sintió sorprendida al sentirse abrazada por un hombre tan grande. Con mucha vergüenza lo abrazó muy fuerte. Se sintió nervioso. La verdad, hacia mucho que nadie lo abrazaba de esa manera…

 

      Manuel sintió que la muchacha se había dormido en sus brazos, con cuidado de no despertarla, apartó las ropas de la cama y la metió en ella. La observó antes de irse del cuarto. Es una muchacha muy hermosa y parece una muñeca, pensó mientras cerraba la puerta del cuarto. Luisa lo miraba desde el salón. le sorprendía que un hombre tan grande y de aspecto rudo, pudiera ser tan delicado.

      – La niña se ha dormido…

      – Gracias Manuel – le dijo Luisa

      – Gracias por que?

      – Por todo Manuel….- Luisa en un acto espontáneo acercó su cara a la de él y le dió un beso en la mejilla-  creo que debo acostarme, mañana madrugo.

         

        A media noche Patricia se despertó, no recordaba haberse metido en la cama. Lo último que recordaba era estar en brazos de Manuel. Recordaba esa extraña sensación que se apoderó de su cuerpo cuando él la abrazó y que le había llevado a abrazarse fuerte a ese hombre. Sintió de nuevo esa sensación…Pensó en su novio. Con Rafa había descubierto la sexualidad entre dos personas. Su novio la había desvirgado y desde aquella tarde hacía 8 meses, cada vez que podían hacían el amor. Cuando no podían ella necesitaba por las noches acariciarse pensando que era su novio quien la tocaba. Desde su traslado a esa nueva ciudad haçia quince días, no se había tocado. Pensó en Rafa y metió sus manos por el pantalón del pijama y acarició su vulva hasta que le alcanzó un orgasmo…Se levantó para ir al baño y al pasar por delante del cuarto de Manuel escuchó ruidos, le sorprendió por la hora que era que no estuviera todo en silencio. Pensó si el señor Manuel estaría malo y se acercó a la puerta intentando escuchar mejor. Una sensación de vergüenza y nervios le recorrió el cuerpo cuando al acercar su oído a la puerta escuchó aquel sonido. Era un sonido parecido a cuando alguna tarde no podía hacer el amor con Rafa y este le pedía que lo masturbara. Era el sonido inconfundible del movimiento de una mano masturbando un pene. Pensó que quizás estaba equivocada, el señor Manuel era un hombre de 68 años y eso solo lo hacían los jóvenes. De pronto escuchó al señor Manuel gemir. Patricia sintió mucho calor en su rostro. Su cuerpo era un manojo de nervios y extrañas sensaciones. Se metió en cama nerviosa. Estaba muy sorprendida pensando que Manuel también se masturbaba como ella.Se acurrucó y pensó en el abrazo de Manuel…

 

   Desde esa noche un extraño vínculo hacía sentirse muy unida a Patricia con el señor Manuel. La niña desde que empezó a masturbarse sentía mucha verguenza  que alguien se enterara. Se sentía una especie de bicho raro por necesitar acariciarse casi todas las noches.Desde esa noche que escuchó a Manuel se sentía como muy unida a él y sentía que el nunca se burlaría de ella por masturbarse. Manuel se sentía feliz viendo que esa muchacha ya sonreía más a menudo. Muchas veces después de comer, Patricia se quedaba en la mesa a hablar con su madre y con él. A veces por las noches, hasta se quedaba en el salón viendo alguna película con Manuel. Con él se sentía segura, protegida. Manuel se estremecía de ternura cuando la niña apoyaba su cabeza en su hombro y se aferraba fuerte a su brazo. Una de las cosas que más había sorprendido de Manuel a Patricia eran sus brazos tan fuertes. Le gustaba agarrarse a su brazo. Algún día incluso había pensado que le gustaría que Rafa tuviera unos brazos así de fuertes. Otra de las cosas que le llamaban mucho la atención de ese hombre era el vello de su cuerpo. Al agarrarse a su brazo, se quedaba observando el mucho vello blanco que tenía. Su imagen le llamaba la atención.

 

         Aquella noche estaban viendo la televisión y  Manuel llevaba un pijama de botones y el de arriba estaba desabrochado. A través de la abertura de la chaqueta asomaban sus vellos del pecho, eran también blancos como los de su cabeza y brazos.Una extraña curiosidad se adueñó de Patricia. El se dió cuenta que lo miraba con atención y le preguntó qué le pasaba….

         – No, nada….- le dijo ella ruborizada.

         – Seguro?….- el se dio cuenta que miraba la mata de vellos que asomaba por la chaqueta – piensas que debería cortarlos?

          – No, no…..solo pensaba si todo tu pecho es asi

        Manuel sonrió. La inocencia de aquella muchacha era maravillosa. El le dijo que sí, que era muy peludo. Se quedaron en silencio viendo la película. Al poco rato fue cuando sintió aquel suave cosquilleo y al bajar la vista vio aquellos pequeños dedos acariciando sus vellos. Ni siquiera dijo nada y le desabrochó los dos botones de la chaqueta para abrirla y mirar su pecho desnudo. Lo miraba asombrada. Nunca viera un hombre tan peludo. Cuando pasó su mano por el pecho sintió esa extraña sensación como cuando se abrazó a él aquella noche. Lo volvió a abrazar fuerte. Pensó en Rafa y si se preguntaba si algún día tendría también así mucho vello en el cuerpo. Pensó que siempre que pensaba en Rafa su cuerpo sentía esa sensación. Se sonrojó al darse cuenta que la sensación se apoderara de su cuerpo al acariciarle el pecho a Manuel y no por pensar en Rafa. Muy avergonzada se acordó que aquella otra vez, la sensación le viniera al abrazar a ese hombre…Patricia se sintió muy confundida y le dijo a Manuel que se iba a cama. Manuel la vio caminar saliendo del salón. Es una muchacha preciosa, pensó. Se sintió avergonzado al darse cuenta que la miraba a las piernas y a su…..culo…Se sintió nervioso,avergonzado…

 

          Patricia se tumbó en la cama. Tenía esa sensación en el cuerpo que tan bien conocía. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer o no podría dormir en toda la noche. Se tapó con la sábana y se quitó el pantalón del pijama,  bajó la braguita hasta los muslos y se acarició. Notó que tenía su sexo muy húmedo. Cerró los ojos y pensó. A su mente venía la imagen de ese pecho desnudo con tanto vello, recordaba el tacto de esos pelos blancos tan suaves. Recordaba la imagen de esos pelos que se hacían muy abundantes en el ombligo y bajaban hasta perderse por el pantalón…Se puso muy nerviosa por estar pensando esas cosas.Su novio era Rafa y tenía que pensar en él…Además Manuel podía ser su abuelo,era una locura. Se acariciaba cada vez con más rapidez, le encantaba cuando sentía que su vagina iba a explotar de placer….Pensaba en las caricias de Rafa, se iba a correr muy fuerte….La imagen de Manuel volvió a su cabeza.  Pensaba que  acariciaba aquellos  pelos del ombligo y bajaba la mano por dentro del pantalón. Agarró el sexo de aquel hombre…..Su vagina explotó de placer con ese pensamiento. Fue un orgasmo intenso, largo. Se sintió avergonzada de haber tenido esos pensamientos. Ella quería mucho a su novio.

 

     Manuel se acostó nervioso. Se sentía culpable, una mala persona por haber mirado de esa manera a Patricia, se decía a sí mismo que era tan solo una niña. Sin embargo no podía evitar recordar el contacto de sus pequeñas manos acariciando sus vellos del pecho. Recordaba el calor del cuerpo de esa muchacha cuando lo abrazo. Pudo sentir hasta el contacto de sus pechos apoyados en el suyo. Al tener esos pensamientos sintió una erección. Dio gracias a Dios que la muchacha se había separado enseguida, pues de haberse prolongado ese abrazo temía que su cuerpo reaccionara y ella se diera cuenta. No se perdonaría que esa niña perdiera la confianza en él. Manuel en la cama sintió su fuerte erección. A pesar de sus años seguía manteniendo mucho vigor y apetito sexual que calmaba por las noches masturbándose imaginando y fantaseando. En los últimos días había fantaseado con Luisa. En varias ocasiones se había quedado observando en el cesto de la ropa sucia, la ropa interior de aquella mujer. Incluso en una ocasión se había atrevido a coger uno de aquellos diminutos tangas y solo el tenerlo en la mano le provocó una intensa erección. En un acto de osadía pensó en ello y se levantó para ir al balcón de la cocina donde estaba el cesto de la ropa sucia. Pasó en silencio por el cuarto de Luisa, bajo la puerta vió que estaba la luz encendida, debía de estar leyendo,pensó. Al ver el cesto sintió nervios, se acercó y su rostro se iluminó al ver que en el fondo se encontraba uno de esos tangas que con el paso de los días sabía que utilizaba esa mujer. Lo cogió y se excitó al tener en la mano esa prenda íntima. Aquella noche Manuel se masturbó pensando en Luisa, imaginaba que era ella quien le desabrochaba la chaqueta del pijama y le acariciaba el pecho, se imaginaba acariciando las piernas de esa mujer, pensaba en como sería acariciar su culo. Sentía su pene a punto de estallar, iba a correrse. Imaginaba las nalgas suaves,firmes…ella le miraba nerviosa y vio su cara, eran las nalgas de aquella niña las que estaba acariciando…Estaba acariciando las nalgas de esa muchacha. Sus testículos se contrajeron y comenzó a correrse abundantemente. Manuel se sintió avergonzado, se acababa de correr imaginando que acariciaba a la niña y no a su madre. Se durmió sorprendido y pensando que no podía volver a ocurrirle eso.

 

     Luisa llegó aquella mañana a casa y vió que no había nadie. En el frigorífico vio una nota escrita por su hija que le decía que Manuel y ella iban a pasear. Sonrió pensando en lo bien que había ido ese primer mes tras el cambio. Su hija era otra comparada a como había llegado. Pensó en Manuel y en lo mucho que tenía que agradecerle por cómo las había ayudado. Había ropa planchada de Manuel y decidió recogerla y guardarla. Era la primera vez que entraba en la habitación de Manuel. Estaba todo muy ordenado. Vió que en la mesilla de noche había una foto de Manuel con su esposa fallecida. Era una mujer muy guapa, pensó. La verdad que Manuel era un hombre muy apuesto y atractivo. Recordó la conversación con Manuel sobre que no podría amar a otra. Pensó que si quisiera a ese hombre no le costaría encontrar una mujer a quien amar. Recordó a su amiga Marta, que siempre le decía que tenía que buscarse un novio. Luisa era una mujer muy guapa, su cara aniñada ni siquiera daba a entender que tenía 37 años. Era bajita de estatura con un cuerpo perfecto. Sabía que tampoco a ella le costaría encontrar un novio pero se sentía volcada en su pequeña Patricia. Pensó en su divorcio, en su ex marido. Ya había superado aquellos primeros años y ahora no lo echaba de menos. Suspiró pensando que lo único que echaba de menos era estar físicamente con un hombre. Sexualmente ella se satisfacía plenamente. Recordó las palabras de Manuel diciendo que él había aprendido a cubrir sus necesidades el solo. Pensó que ella también aunque el acariciar a otra persona lo echaba de menos, Manuel sentirá lo mismo?…Se ruborizó con esa pregunta que le había venido a la cabeza. Guardó la ropa en el armario y vio una foto de Manuel en la playa. Le llamó la atención su torso fuerte y lleno de vello y aquellos brazos…

Decidió darse un baño relajante aprovechando que estaba sola. Cuando vivía sola con su hija le encantaba aprovechar cuando iba al instituto, para darse baños relajantes. Ahora era distinto porque era muy difícil encontrarse sola en casa. Preparó la bañera con agua bien caliente y llena de espuma. Se desnudó lentamente frente al espejo. Le gustaba mucho mirarse desnuda. Sus pechos estaban hinchados, se fijó en sus pezones oscurecidos por la sensación de excitación que le producía volver a vivir ese ritual del baño. Los tenía muy tensos y largos.y extremadamente sensibles. Desde muy joven le había acomplejado muchisimo el tamaño de sus pezones.Se sonrió y llevó su mano a su sexo desnudo. Acercó la mano a su cara y vio sus dedos mojados. Pensó que su cuerpo era muy sensible.. Una vez dentro de la bañera, Luisa se enjabona lentamente cada centímetro de su cuerpo , enjabonado sus pechos, sus pezones, su sexo totalmente suave sin ningún vello, enjabonar sus nalgas, su ano…Estaba muy excitada. Pensaba que la enjabonaba algún desconocido modelo de revista. Sus dedos recorrían cada pliegue de su sexo, su clítoris hinchado vibraba. Se iba a correr imaginando que ese modelo de revista la masturbaba bajo el agua. De pronto pensó en Manuel, era él quien la enjabonaba y masturbaba….el chapoteo del agua se hizo más intenso y Luisa se corrió temblando de placer….Se quedó sorprendida, temblorosa….avergonzada por pensar en las manos de Manuel tocándola…

Relato erótico: «Mi don: Rocío – el instituto 2/3 (10)» (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 6º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Sin títuloMi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor , mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue l normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellos, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, «las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta», solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a al escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

 CRISTIANCITO21, gracias por el cate, no se que andaba pensando con lo de Atenea.

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Inicio una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

Aquí inicio el relato donde explico algunas de las reacciones con otras alumnas del instituto.

Pasaron los días y toco volver al instituto, las primeras semanas las pase lacónico y mustio, la vuelta de Ana a su casa y el fin de nuestras sesiones de sexo  me tenían triste, no era por el sexo, si no por la sensación de tener una mujer a tu lado, que te desea tanto como tu a ella y que te reconforta, que calmaba  la fiera que llevaba dentro, y n me refiero a mi pene. Mis notas en el curso eran algo pobres, nunca fui un “listillo” pero siempre sacaba notas fáciles, 6-7 sin demasiado estudiar, la media la sacaba seguro, pero mis padres me dieron un toque, ya no colaba la historia del pobre crío operado, ya estaba mas cerca de los 19 que de los 18 y de la operación, “tenia que prestar mas atención en el instituto”, y a fe que lo hice, esas palabras retumbaron en mi cabeza unos días, ¿Qué me pasaba?, era un chico joven de 18 años, moreno,  de 1,90, de espaldas grandes y fuertes, apuesto, de unos 85 kilos,  con cierta tonificación, sin llegar a marcar músculo, había tenido sexo con penetración con 3 mujeres diferentes, repetidas veces con cada una, había echo de casi todo en el sexo sin penetración con otras 4 diferentes,  alguna de esas ex actriz porno, entrenado y con cierta experiencia, con una polla enorme y  una legión de colegialas adolescentes con las hormonas alteradas ante mi.

Según pasaron los días, la sensación de que estaba perdiendo el tiempo,  crecía en mi interior, llegue a quedar con Eli, que le iba de cine con su forma de llevar el gym,  deseando sexo con ella,  pero no me dejo,  me incito a lanzarme a por las del instituto. Todo indicaba una sola dirección, y fui a por ello convencido de que era lo que se tenía que hacer.

Os diré que durante los siguientes 5 meses folle no menos de 40 veces,  con mas de 12 alumnas distintas,  os sorprendería el numero tan corto de alumnas que ya no eran vírgenes a esas alturas, a mi me sorprendió al menos, me costo encontrar alguna y siempre de escalas menores en las clases sociales de los institutos,  siempre de ultimo curso y mayores de edad, por mi y las palabra de Eli, se me insinuaron igual chicas de 17, de 16 y me choco profundamente una de 15 que afirmaba no ser virgen ya y que quería guerra, las ignore a todas.

Sin contar las que lo intentaron y no se pudo por que literalmente no les entraba mi pene,  pero si sexo oral o masturbaciones mutuas,  otras salían corriendo al verme desnudo y la polla colgando, una incluso salió corriendo solo con sentarse encima de mi con la ropa puesta aun, el rumor de mi polla corría como la pólvora y note como, pasadas unas semanas desde que empece, las chicas que no conocía no me miraban a la cara, si no a la entrepierna directamente, y las que si me conocían cambiaron su actitud hacia mi diametralmente, se salvaron algunas de las mejores y mas morbosas por estar ya con novio y ser amigos míos, y lo digo así por que mas de 3 de ese tipo se me insinuaron claramente, y no digo insinuar si no cogerme la polla y arrastrarme al baño, pero me negué en casi todos los casos, en otros la chica o situación era demasiado excitante y el amigo no era tan cercano. Los compañeros no ayudaban,  pase de ser el gordo y toda la enciclopedia de insultos y bromas que lleva detrás, a ser el trípode, el tres piernas o el hombre del bastón, al principio me molestaban sus comentarios, pero me di cuenta que lejos de avergonzarme a mi, que estaba acostumbrado a usar el humor como mecanismo de defensa ante esos ataques cuando estaba gordo, una gran polla no seria problema, o  a la chicas, esas palabras me fijaban como objetivo, era un reto para ellas, en el 60% de los polvos que eche, solo tenia que bajarme el pantalón, y otros con usar una trampa sencilla de presumir y hacerlas caer en el “no te creo”. Echaba de menos mucho los juegos y la conquista, buscaba un reto,  pero realmente no lo encontré en esas alumnas.

Como es demasiada información, paso a relatar las 3 chicas que merecen la pena ser contadas.

La historia debe continuar.

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La primera fue Marina,  tuvimos 3 semanas largas de pasión, antes de que su madre cortara de raíz, y pese  que alguna vez volvimos a hacer el amor a escondidas, no había lazos entre nosotros, así que dejándola de lado, inicie una maratón, durante el siguiente mes, llegando ya a la primavera, logre mantener relaciones con, al menos, una mujer cada semana, al inicio solo eran de sexo oral o masturbaciones, pero fui cogiendo confianza y cada vez me resultaba mas sencillo lograr situaciones en que mi polla fuera a que hablara por mi, fui aumentando el numero, aveces,  un chica durante una semana en su casa después del colegio,   echábamos varios polvos, otras,  eran varias chicas en una semana una sola vez,   llegué a tener relaciones con 3 chicas diferentes en la misma semana y día, de forma alternativa, yo no ofrecía ni engañaba a nadie,  ni amor,  ni cariño ni ser novios o pareja, solo quería sexo, y era lo único que buscaba en ellas así que lo dejaba claro desde el principio, alguna rechazo ese tipo de relación esporádica y  lejos de la monogamia, una volvió pasado el tiempo rectificando su postura,   con todos era mas o menos igual,  trabajaba sus jóvenes coños con masturbaciones previas y las dilataba, cuando estaban listas y ya se habían lubricado bien con sus propias corridas, hundía parte de mi polla en ellas, casi ninguna logro pasar de mas de la mitad y solo una logro metérsela entera. Aveces usaba condón por que no me fiaba mucho, otras eran vírgenes y las trataba con mas cuidado.

Mi fama entre las féminas aumentaba, yo hablaba con Marina, como infiltrada,  y me contaba que se emplazaba a hablar mucho de mi y mi miembro, que se retaban unas a otras y las que no se atrevían eran dejadas de lado o tomadas por mojigatas.

Vaya por delante mi respeto por las mujeres, pero siendo sinceros, todos hemos tenido en el instituto, o clase,  una mujer, digamos…….”sueltecilla”,  la que lleva un cartel con letras de neón de puta o zorra, que era detestada,  por la imagen que daba de la mujer, y envidiada, por su libertinaje,  por las mujeres, y deseada por todos los tíos, si, esa mujer que no tendría ningún problema por su físico en lograr mantener a cualquier tío, pero que por algún motivo decidió compartirlo con mas, muchos mas. Esta es la historia de mi relación con la que me toco en mi último año.

2º La golfa, Rocío.

Era la zorra oficial de ultimo curso, de ella se había dicho de todo, que se dejaba hacer de todo, que se tiraba al profesor de francés,  que se follaba a cualquiera solo pidiéndoselo, yo constate a lo largo de los cursos que era una  falsedad, desesperado me acercaba a ella y la trataba bien con la esperanza de que fuera cierta su fama, pero nunca pensó en mi de esa manera, pero si que jugaba conmigo, lo hacia con todos,  yo la dejaba por que me sentía cerca de ella, se sentaba en mi regazo, me daba abrazos demasiado largos, pegaba su cintura a mi pelvis, la acompañaba a su casa, siempre jugaba y lograba lo que quería de mi, hasta la operación, cuando volví supe que tenia un novio o una especie de folla-amigo,  un “cani poligonero” con un coche de bajo presupuesto tuneado de forma cutre,  que la venia a buscar todos los días después de clase, si ella jugaba conmigo,  con el hacia lo que quería, supongo que a cambio de sexo, era su taxi personal.

Rocío era una mujer atractiva, morena, de melena larga, delgada, pómulos altos y sonrisa picara,  siempre iba con camisetas y tops ceñidos que resaltaban sus pechos, nada anormal pero los exhibía, se le marcaban muy bien y llevaba escotes pronunciados, pantalones de tiro bajo que se le pegaban a la cintura y no dejaban nada a la imaginación, algo de caderas anchas pero no exagerado, lo que llamamos en España un culo carpeta, siempre con tanga, y no era difícil  adivinarlo, siempre que se sentaba se le veía claramente el tanga y medio culo, casi hasta donde la tela se metía entre sus glúteos, era imposible que ella no lo supiera y un así siempre iba vestida igual, algunas otras  les pasaba, se puso de moda ir enseñando el tanga,  pero se medio tapaban o se subían el pantalón por el cinturón, ella no. Mediría 1,70, siempre en zapatillas y con el pelo suelto, y me fije que de forma natural, o no, ella siempre echaba los hombros hacia atrás, ofreciendo y pronunciando su pecho. Tenía 2 piercings, uno en el ombligo y otro en la lengua, con el que no paraba quieta, jugueteaba con su lengua  y  lo movía contra los dientes,  haciendo ruidos evidentes.

Como os he dicho, la conocía y hasta la defendía en ocasiones de sus zorrerías ante los demás cuando la acusaban falsamente de haberme follado a mi, ojalá, quizá con la esperanza de que me la follara  de verdad yo también, muchos chicos que habían estado con ella decían que era una loba en la cama, y otros muchos decían habérsela tirado  sin ser cierto, pero ella no lo desmentía nunca, le gustaba ese juego de dejar la duda en el aire.

Los primeros rumores sobre mi debieron llegarle a su oído, y note como con el paso de los días se fue acercando mas a mi, saludándome al inicio, luego quedándose conmigo en la hora de descanso, y esperándome luego para salir del instituto, charlábamos mientras su folla-amigo esperaba a su lado con el coche como un panoli, hablábamos de las cosas de siempre, tonterías, ella solo tenia, o demostró,  el recurso del sexo para hacer bromas, menospreciando su cuerpo, “joder como me gustaría tener las tetas de esa y no estas birrias” y se las agarraba levantándoselas, o me hacia a mi hacerlo delante de su pelele,  o el sexo para tratar de hacerme reír, “esa es mas fea que la polla de este” señalo al panoli. La seguía el rollo pero la cale enseguida, hace 7 meses me tendría comiendo de la mano como un chihuahua salido, pero yo ya no lo era, era un rottweiler. Llegaba a hacerme acompañarla a su casa, mientras nosotros íbamos en la parte de atrás del coche,  el panoli nos llevaba, era su chofer, me pareció ridículo y denigrante por el, pero así era yo no hacia mucho. Nos subíamos a su casa y mientras el se queda en el salón ella me llevaba a su cuarto y se cambiaba delante de mi, ya lo había echo alguna vez antes de la operación, pero ahora se recreaba, se quedaba en sujetador y tanga,  no tenia ninguna prisa por volverse a vestir.

Tenia un cuerpo de cine, como casi todas, la piel suave y tersa por la edad, el sujetador le levantaba las tetas un poco, casi le rebosaban, se notaba que eran alguna talla menos de la que debía de usar, la imagen de ella agachándose con el tanga la tendré gravada en mi cabeza para siempre, claro que me empalmaba, pero lo disimulaba bastante bien, no quería que notara la facilidad de mi reacción ante ella,  luego me desahogaba con alguna de las chicas que caían en mi juego, no quería que fuera rápido, quería que se esforzara, que lo deseara, que se enfadara por no lograrlo el premio, hacerla llegar  a la frustración,  como me había hecho a mi,  y seguí haciendo con los demás, el papel de mojigato lo clavaba,  había sido uno de esos  mucho tiempo.

Con el paso de una semana estaba loca, ya no sabia que hacer para desatarme, me buscaba con su cuerpo, se pegaba a mí y se frotaba como un oso contra un árbol, subía el nivel de zorra hasta el infinito, al principio  a escondidas, luego con su payaso de “cani” delante, mas adelante delante de toda al clase, diciendo frases ambiguas,  tirándome los trastos públicamente. Ya me invitaba a su casa todos los días sin su chico delante,  aun así le hacia llevarnos a su casa y luego le mandaba irse, era patético. En su casa parecía que solo vivía ella, jamas vi a nadie que no fuéramos los 3  nombrados, y ya no solo se cambiaba delante de mi si no que me pedía ayuda, las desvestía con ella poniendo poses, pero no de modelo, si no de actriz porno mala, hasta dejarla en sujetador y tanga, que cada día eran mas minúsculos,    andaba así por toda la casa, se me tiraba encima “jugando”, me pedía ayuda para coger algo alto y sin dejarme tiempo a cogerlo se metía en medio pegando su culo semidesnudo en mi cintura.

Debo decir que me sentía como Gandhi, el aguante, la paciencia, la resistencia pasiva que tuve que soportar era titánica, luego  quedaba con alguna otra chica y la destrozaba a pollazos de ganas, para rematar la faena le pedí la casa para follarme a una,  ya que siempre estaba vacía, y además, para  ponerla desquiciada, le dije que era a su mejor amiga,  una aprendiz de zorra que tenia como mascota, una chica pequeña,  rubia,  de ojos negros,  con unas buenas tetas, y así lo hice, me folle a la aprendiz,  en su cuarto,  con ella en la habitación de al lado, y la hice gritar como una oveja en peligro, no solo por mi polla abriéndola, si no que me pare en seco y la dije que si no gritaba a pleno pulmón que la siguiera partiendo,  no lo haría, y a fe que lo hizo.  Eso logro que saliera de si misma, en su casa ya iba solo con el tanga, le quitaba yo los sujetadores y me hacia tocarla por todos lados, con excusas baratas, me hacia sujetarle las tetas, preciosas y tersas con pezones oscuros,  mientras se ponía crema corporal, cosas de ese tipo, pero me  daba igual, sabia lo que buscaba y no se lo daría hasta que rogara como una posesa por ello, había momentos en que no aguantaba mas y me iba al baño ha hacerme una señora paja o reventaría allí  mismo, ella se percató y dejaba sus bragas sucias por el suelo del baño nada mas llegar a casa, yo las usaba,  en parte por excitación y en parte por que las dejaba allí manchadas de semen para que supiera que prefería pajearme con  sus bragas que tirármela a ella. Nos ponía a ver películas, algunas porno,  y ella se acurrucaba contra mi, solo con el tanga, metiéndome mano, pegando sus pechos desnudos a mi, se metía una mano en el tanga y se tocaba, comentando lo que veíamos con comentarios obscenos, pero siempre que intentaba pasar de allí conmigo  la paraba los pies.

Llego un viernes en que habíamos quedado, de nuevo su panoli nos acerco a su casa pero ni se bajo del coche, se fue como un  taxi, ya hasta ella le insultaba por ser tan pelele, a la cara y delante de mi, pero el tío no reaccionaba, ¡¡¡¡¡lo que le tenia que haber hecho en el pasado para tenerle así de controlado!!!! Lo digo en pasado por que desde hacia una semana que  no le tocaba. Subimos a su casa, y empezó el ritual, contoneándose dejando mochila y abrigos por el pasillo.

-ROCÍO: anda ayúdame con al ropa – se desabrochaba el sujetador aun con la ropa puesta metiéndose en su cuarto.

Entre y ella ya estaba de espaldas con el culo ofrecido,  el pecho hacia fuera y girada mirando mientras se mordía un dedo, me acerque y como de costumbre se echo para atrás para dejarse reposar sobre mi y pegando su trasero a mi ya abultado miembro, lleve mis mano a la cremallera de su pantalón y lo abrí, metiendo mis manso por la obertura y desliando sus apretados jeans por las piernas hasta dejarlos caer al suelo, dejándola con un tanga minúsculo, luego cogí su top ceñido de la parte del estomago y lo fui sacando  con calma, en sus pechos se frenaba por sus obstáculos femeninos, pero tire fuerte apretando sus tetas,  medio sueltas entre el sujetador, hasta que pasaban de golpe y las notaba botar por  la gravedad, levanto sus brazos para terminar de sacarla el top, y luego le quite el sujetador fácilmente, ella contoneaba su trasero frotándose contra mi pelvis.

-ROCÍO: vamos, no tengo todo el ida, sujétamelas para poder untarme la crema.- se agacho sin separar su cintura un solo centímetro, a coger la crema, al levantarse de nuevo se volvió a recostar sobre mi y me extendió en la mano un buena cantidad- estoy cansada, hoy hazlo tu, y recuerda no dejarte parte sin pasar.

Sin saber como aun soportaba aquello sin follármela hacia días, supongo que el ansia de venganza podía mas que la lujuria, extendí toda la crema por su vientre, y fui masajeando y subiendo mis manos hasta llegar a sus pechos, las maltrataba un poco, pero ella gemía muy ligeramente, repase todo su torso, sus laterales , su cuello y espalda, me cogió de la manos y se las llevo a los muslos.

-ROCÍO: estas también necesitan se cuidados- y se pringo las piernas con el bote.

Repetí operación y recorrí todas sus piernas, muslos interiores incluidos, la di la vuelta y también repase su trasero, con ella buscando mis labios pero yo me hacia el distraído, mientas pringaba la raja de su culo de crema hasta acabar.

-YO: ya esta, ¿nos vamos a ver una peli?- y sin mas me di la vuelta y me fui, tan recostada sobre mi estaba que casi se va al suelo, mirándome atónita.

-ROCIO: vale……ahora voy…….tengo que…… ir al baño, ya sabes, cosas de mujeres jajaja- estaba perdida, a estas alturas cualquier tío ya se la habría tirado 10 veces.

Tardo unos minutos en salir, pensé que estaría dándole vueltas a al cabeza para saber que mas hacer, cuando volvió estaba solo con el tenga pero era otro, se había cambiado y si el otro era diminuto esta era apenas perceptible, le tapaba lo justo como para denominarse ropa interior y no hilo que la rodeaba.

-ROCÍO: que te parece, me lo acabo de comprar- no se podía referir a otra cosa que a aquel trapo diminuto.

-YO: WWOWW, lo luces genial- se vio halagada por 1º vez, y se dio un vuelta sobre si misma luciéndose,  dejándose caer sobre mi como si hubiera tropezado,  riendo, pero con gestos obscenos.- bueno ¿ que película toca hoy?- la aparte de encima mío,  descolocada de nuevo.

-ROCÍO pues tengo algo especial, algo que grabe hace unos dias, una peli subidita de tono, un versión de  una peli de niños, la llamamos “MY TOY´S STORY”.- ¿¿acaso había y hecho pinitos en el porno??

-YO: pues me muero de verla.

La puso y efectivamente era una versión cutre española de la peli de dibujos animados, tan cutre que me pareció que la habia gravado el panoli hacia unos días, solo salía ella, con consoladores disfrazados de los juguetes de la película, y de cómo se los iba metiendo en el coño. Ella toda orgullosa se pegaba a  mi y me daba los comentarios del director en vivo, hablando del tamaño de los consoladores,  de su aguante,  de su velocidad, de como lo hacia, acompañando con gestos, yo no podía dejar de mirar, alguno de esos consoladores eran grandes, no mi polla pero grandes. Ella se frotaba contra mi, la deje creer que había logrado caer, sus manos bajaron a mi polla que estaba por independizarse de mi y salir a mirar ella sola, me levante de golpe y me fui.

-ROCÍO: ¿pero donde vas?

-YO: me tengo que desahogar en el baño, ahora vengo.- ya era inútil fingir que se lo ocultaba.

-ROCÍO: uy , muchas gracias, es el mejor halago para una mujer, es mejor que te sientes y lo hagas aquí, delante de mi, así te puedo ayudar- se la veía como un corredor de maratón llegando a la meta, conteste rápido sin vacilar.

-YO: no gracias,  no hace falta.- y me fui con viento fresco al baño dejándolo perturbada en el sillón, su cara era de corredor de maratón llegando a la meta y le hubieran puesto de nuevo al inicio.

Según llegue al baño mire al suelo y vi el tanga que llevaba  cuando la puse la crema, lo cogí y lo lleve a mi nariz, olía a hembra en celo, estaba empapado en sus fluidos, me saque la polla dura como granito y puse la prenda en ella para pajearme, era mas un fetiche que una acción realmente útil, aquel diminuto tanga no me cubría nada del pene, me había puesto a mil, verla de piernas abiertas metiéndose  un consolador enorme con la forma de un guardián intergaláctico en el coño,  sin ningún tipo de piedad, así que me corrí rápido y me asegure de manchar bien su prenda, para dejarla de nuevo en el mismo sitio en el suelo.

Si la imagen al irme era bestial al volver era una animalada, allí estaba Rocio, ya sin el tanga,  abierta de piernas y hundiendo un consolador en su coño mientras frotaba su clítoris, me miraba fijamente, con desesperación en su mirada, era su ultima bala.

-YO: perdona, no sabia que estabas……… ya me voy.- su cara, sin dejar de sacar y meter aquel consolador en ella, era de incomprensión absoluta.

-ROCÍO: no por favor, quédate, me has puesto cachonda sabiendo que te pajeabas  en el baño por  mi vídeo, y necesitaba desahogar, pero no te vayas.

-YO: mira, no se si es tema mío, no me concierne, tienes chico y no me parece bien que te vea así.

-ROCÍO: ¿que chico?, ese es un payaso que no es ni la mitad que hombre que tu, dame un teléfono y le mando a la mierda ahora mismo.- se lo di, y certificando la llamada, le mando a paseo en menos de 1 minuto, pero sin dejar de penetrarse sola, colgó- ves, es un paria que no merece la pena, pero tu, tu eres otra cosa, quiero que me folles aquí y ahora.

-YO: pero acabas de romper con el, estas dolida, pobrecilla,  mejor te dejo sola para que te tranquilices.- recogí y me fui, necesite la fuerza de voluntad del imperio egipcio para salir de allí, pero la iba a dejar sin novio, caliente como una perra y desahuciada todo el fin de semana.

El lunes siguiente su actitud cambio, según me dijo Marina iba soltando pestes de mi, que era un maricón que no la había complacido al follarla, que la tenia enana y que todo lo dicho eran falsedades, lo que no sabia es que al 50% de las que se lo decía, ya me las había tirado o me la habían chupado y pajeado, directamente o alguna de sus amigas, así que cayo en desgracia por mentirosa y rabiosa, por no saber aceptar  que no quería con ella. Con el paso de la semana la volvieron a llegar noticias, me había ha vuelto a tirar a su aprendiz, se le veía rabia en la mirada, decepción, odio, para el siguiente viernes, acercarme a ella.

-YO: oye, ¿que te pasa?, llevas unos días muy raros y distante conmigo- pregunte inocentemente.

-ROCÍO: ¿que me pasa? Tu eres lo que me pasa, eres un imbécil y un gay de mierda, te vas foliando a todas,  me tenias a mi, allí,  abierta de piernas ¿ y te largas?, eso no lo hace un tío normal, capullo.- se desahogo, agacho la cabeza y medio lloro.

-YO: siento que te sepa mal, pero eres mi amiga desde hace tiempo, y siempre te has portado así conmigo, no se por que ahora te enfadas.- la tire el comentario de forma fina y estudiada, era cierto, ella solo quería follarme por la fama  que tenia,  no por que yo o ella hubiéramos cambiado, y quería que lo reconociera.

-ROCÍO: ya, pero las cosas cambian, ahora eres mas guapo  y……- la corte.

-YO: no soy mas guapo, no soy mas divertido, no soy mas nada, me he comportado igual que antes de la operación, has sido tu la que has cambiado ¿por que? he estado 2 años persiguiéndote y no querías nada conmigo, creía que había quedado claro – había que apretarla, y estallo en lagrimas ante mi.

-ROCÍO pues por que todas empiezan a hablar de ti, de cómo follas, de lo bien que las tratas, y de que la tienes enorme, y yo quiero eso, ¿me entiendes ahora?

-YO: pero eso mismo lo podías haber tenido desde hace 2 años, soy el mismo, ¿por que el cambio ahora? ¿Por que las demás tienen algo que tú no tienes? ¿Tan simple eres? Eres patética – me miro alucinando,  cortando su falso llanto-  si te follo será por que me lo ruegues, llores y supliques como la perra que estas demostrando ser, no por que te creas que con un poco de crema puedes tener a cualquiera.- espere una respuesta pero no la tenia,  di en el clavo, me fui lo mas orgulloso de su lado que recordaba en mi vida.- das pena.

La deje allí, llorando, ahora de verdad,  habiéndola dicho la verdad,  que era una zorra ansiosa,  egoísta, manipuladora  y que si me quería tendría que arrastrase, con  todo otro fin de semana por delante para pensar en ello. Me volví a zumbar a su aprendiz,  a la que ya estaba dejando de lado por tenerme a mi y ella no, pero sabia que le llegaría la información igual, de hecho la lleve de fiesta con mis amigos y me la folle repetidas veces todo el fin de semana, no la penetraba tan profundo como Rocio se metía consoladores, pero el plan no era ella,  si no que Rocio supiera de aquello, aun así aquella ”mujercita” sabia moverse y la disfruté, una fue en el baño de mujeres de la discoteca, la metí casi en brazos y sin dejarla tocar el suelo, la subí la falda, y la senté en la pila del baño, en el lava manos,  delante de otras 4 mujeres, la baje las bragas,  me saque la polla y la hundí en ella, follándomela de forma controlada con mas de media polla, logrando espasmos y gritos de ella, y que las otras mujeres se quedaran mirando,  alguna hasta saco el móvil para hacer fotos y vídeos, sin dejar de penetrar a la aprendiz, le pedí que me las mandara a mi móvil, después de un buen rato así, la di la vuelta, la puse de rodillas encima de la pila de espaldas  mi,  desde esa posición me la folle por el coño logrando orgasmo tras orgasmo, la sentía desfallecer ante mi, pero no pare hasta que me corrí, callo fulminada al suelo, llevándose las manos a la vagina retrayéndose de dolor, al darme la vuelta  las 4 mujeres estaban besándose y masturbándose,  así mismas o entre si, mirando mi polla flaqueando después del polvo, les había regalado un espectáculo. La chica del móvil, me dijo, mordiéndose el labio,  que me mandaría todo si me la follaba también, ni lo dude, la arranque el vestido dejándola solo con unas bragas que le baje sin piedad, la aplaste de espaldas contra la pared,  la abrí de piernas, masturbe su coño hasta tenerlo húmedo y abierto, y entonces la masacre, me puse un condón,  golpeaba con mi cadera,  hundiendo mi barra dura en su interior, la penetraba mas profundamente que a la aprendiz, también era mas alta,   logre que se corriera en menos de 10 minutos,  torturándola contra la pared, pero seguí de forma fuerte otros 10 hasta que casi me corro, ella con los ojos en blanco, y entre corridas,   me pidió que dentro no, así que la saque mi lanza y cayo a plomo al suelo, pero se lanzo a chuparme la punta de la polla hasta que eyacule encima de ella, la había quitado el móvil y había sacado fotos y algún vídeo mas, los mande a mi móvil y salí del baño como un gladiador  romano después de una dura sesión en la arena.

Todo lo del móvil, se lo mandé a Rocio, todo, con comentarios de “esta podrías ser tu chupándomela” o “cuando quieras podrías ser embestida así” mandándola un video. Ella contesto una vez llamándome de todo. Para el lunes siguiente  me invito de nuevo a su casa. Al llegar no hubo ritual, nos sentamos a hablar en el sillón.

-YO: bien ¿para que me has traido?

-ROCÍO: ya lo sabes, me tienes loca y esas cosas que me mandaste, ¿de verdad eres tu?

-YO: el mismo que viste y calza.

-ROCÍO: quiero follarte.

-YO: eso ya me lo has dicho, pero no veo que haya cambiado nada.

-ROCÍO: ¿y que quieres que haga?, no puedo hacer mas para excitarte.

-YO: no quiero que me excites, quiero que sufras, lo que has hecho sufrir a muchos chicos, como yo, usar tu cuerpo como imán para peleles para tenerlos a tus ordenes, hasta el pobre pelele al que dejaste en menos de 1 minuto solo  por un rumor de que la tenia grande. ¿que puedes ofrecerme para compensar eso?

Se quedo callada, no había respuesta de nuevo.

-ROCÍO: mira, los siento, se que soy una zorra, pero no tiene nada de malo disfrutar  de tu cuerpo.

-YO: tu no disfrutas de tu cuerpo, lo exhibes atrayendo abejas, y haciéndolas trabajar para ti, te estuve haciendo los trabajos del año pasado solo por que de vez en cuando me ponías las tetas en la cara o frotabas tu cintura contra mi, y a ahora estas aquí, suplicando que te folle……. ¿solo por unas fotos. ?

-ROCÍO: ya te he pedido disculpas, soy así, mi familia no esta,  les da igual lo que haga, tengo que buscarme la vida sola y lo único que tengo es mi cuerpo, ¿vale? Es lo quieres oír, que soy una desgraciada que cuando no tenga físico lo perderé todo.

-YO: eso es un comienzo, has admitido un problema, eres guapa,  si, pero no solo eso, puedes ser mejor, puedes llegar a algo en al vida sin tener que venderte.

-ROCÍO: eso dicen todos.

-YO: será por que muchos lo pensamos, y como las palabras se las lleva el viento, prometo ayudarte, te voy a apoyar, ayudar en el instituto, para que entres en la universidad, si quieres,  sabiendo que hacer con tu vida.

-ROCÍO: ya claro, y solo tendría que acostarme contigo, ¿no?

-YO: no, si no quieres, te ofrezco mi ayuda, que no mi servidumbre, a cambio de nada, no tienes que darme nada que no quieras, y si tiene que pasar algo, pasara, pero por que los 2 queremos y  lo deseamos, no por que quieras algo de mí. ¿De acuerdo?- lo penso unos segundos, me miraba preguntándose si era cierto, si de verdad había alguien en el mundo que estuviera allí para ayudarla  sin meter su cuerpo o el sexo de por medio.

-ROCIO: este bien, pero tengo un problema.

-YO: ¿¿cual??

-ROCÍO: que yo quiero ahora, quiero follarte y se que tu me deseas también, podemos hacerlo, solo por el placer de hacerlo, ¿sin trampas,  ni engaños,  ni dobles intenciones? Solo diversión, por que los videos me han hecho correrme mas de una vez al verlos.

-YO: solo si lo quieres tu, no la golfa que busca imbéciles por los pasillos, te aviso, que si lo hacemos y me fallas, cortare de raíz, y ahora sabes que te puedo hacer la vida muy difícil, no me obligues.

-ROCÍO: trato hecho.- extendió su mano para firmar el trato., yo dude, ya la había castigado lo suficiente, había logrado que fuera un cambio en su vida para que no hiciera daño a mas chicos o a ella misma, pero podía ser un truco, y al día siguiente ir divulgando su logro, pero mi objetivo no era ser un Mesías salvador, si no follármela salvajemente después de haber hecho suplicar, y eso había pasado.

Me puse en pie y me desnude de forma rápida y sin tonteras, dejando mi polla al aire, en reposo.

-YO: aquí tienes tu premio por ser buena chica, no por ser una zorra.- su mirada era fijo, no se sorprendió tanto, había visto las fotos pero mi polla en vivo ganaba.

Me puse a su lado y la levante para ponerla de pie, ella no apartaba la vista de mi polla, la pegue contra mi y la bese el cuello, metiendo mi mano por debajo de su camiseta,  acariciando su espalda, ella permanecía quieta, se dejaba hacer. Desabroche su sujetador y le quite la camiseta, atacando sus pezones con mis labios, mientras la ponía de puntillas debido al agarre de mis manos en su trasero, por fin reacciono y bajo una mano a mi miembro, cogiendo de la punta y dando un suave masaje al glande, mientas se me iba poniendo dura, alce mi cabeza para besarla en los labios, el primero fue bonito y dulce, el segundo  ya fue pasional, con legua, note el trozo de metal de su piercing en al lengua, ambos sabinas movernos, mi fuerza en el torso hizo que ella echara su espalda hacia atrás, peor no dejaba que su cintura se alejara, apretadora contra mi polla y separando sus nalgas a través de la ropa con las manos.

-YO: ¿si es lo que quieres?, pídelo

-ROCÍO: lo quiero

-YO: ¿el que?

-ROCÍO: ¡¡¡quiero que me folles!!!

-YO: ¿ah si?  ¿A cambio de que?

-ROCÍO: por nada, a cambio de nada, solo quiero sexo.

-YO: así me gusta, ahora lo tendrás por que eres buena y lo has pedido con educación, pero te advierto que me has puesto muy caliente y no respondo de mi, lo que le hice a las del vídeo va a ser una chorrada con lo que voy a hacer.- lo dije cerca de su iodo, para cuando acabara, lamerla el lóbulo de su oreja, por lo que había visto, le ponía tontorrona.

La di la vuelta cuando ya la tenia como un piedra, y metí mi polla por debajo del tiro de su pantalón, atravesándola hasta dejar mi glande a su vista cuando miraba abajo, lleve mis manso a su cremallera y repetí procedimientos previos para bajárselos, ella ayudo doblando el torso para terminar de quitárselo, pero sin doblar las rodillas, al levantarla recorrí su cuerpo, mis manos pasaron pos sus muslo, su cintura, el vientre,  sus pechos y allí quedaron apretando sus tetas, mientras,  con mi polla palpitando entre su piernas, comencé un mete saca suave, frotadora toda al tela del tanga, lo hice durante un rato, hasta asegurarme de que estaba mojada.

-YO: ¿te crees muy dura por meterte esos consoladores? Veremos si aguantas sin correrte antes de que te penetre.- se le erizo la piel, no estaba acostumbrada a ese tono o palabras.

La senté en el mismo sillón donde hacia unas 2 semanas le tenia abierta de piernas perforándose con un gran consolador, la abrí de piernas y me puse en medio atacando sus pechos,  con una mano frotando por encima de su tanga, fui bajando con deseo repasando cada zona, jugando con mi lengua el  piercing del ombligo, tirando un poco de el con los dientes, para cerrar dándole un chupetón en uno de sus muslos interiores, muy cerca de su vagina, ella se masajeaba las tetas mientras respiraba profundamente, mas que por lo hecho, por que  intuía que pasaría. La levante la cintura y de un tirón le arranque el tanga, mirándola a los ojos lo olí delante de ella.

-YO: hueles a gata en celo, y se como tratarte- inspire profundamente y las metí en mi pantalón, eran mi regalo.

Sin preámbulos ya que no era ninguna damisela, abrí sus labios mayores y chupe la zona, estaba bastante mojada, pero quería mas, cuando estaba bien lubricada, fui metiendo un dedo tras otro, metiéndolos y sacándolos con rapidez, la oía gemir con cada ida y venida de mi mano, me puse en pie pero doblado hacia ella,  , puse la mano en modo masturbación del punto G,  que ya había localizado, y mientras la besaba, mi mano se movía lentamente en su interior, acelerando con cada gesto, ella al inicio no se le notaba, me besaba como si no pasara nada, pero según iba aumentando el ritmo, también lo hizo los fluidos que salían de su interior, y la pasión en su lengua, repasando cada rincón de mi boca, hasta que no pudo mas y hecho la cabeza hacia atrás gritando de placer, para después, ante mi no parar, me miraba a los ojos poniendo morritos. yo metí mi cabeza entre sus tetas y sin parar de acelerar el ritmo de mi mano en su coño,  lamía y chupaba sus pechos, jugueteando con sus pezones, era difícil, se movía de forma agitada,   cerraba y abría las piernas muchas veces, hasta que reventó en un orgasmo brutal, bañándome la mano, el sonido de chapoteo era evidente pero seguí con la mano a buena velocidad, sin que ella mascullara una sola palabra, solo abría la boca de frenesí, logre una 2º explosión, y ya mi brazo se canso, acariciaba por fuera su empapado coño, mientras seguía comiéndole un pecho. Subí la mano empapada y me la limpie con la piel de sus tetas, ella automáticamente se llevo las tetas a la boca lamiendo por encima sus propios fluidos de sus  pezones.

Me senté enfrente en el sillón, mientras ella cogía con su mano mas fluidos y luego se chupaba la mano de forma obscena, estaba ya totalmente empalmado mirando la escena.

-YO: vaya, me has decepcionado un poco, ya voy 2-0 y aun no te he ensartado.- su mirada acepto el reto.

Se dejo caer el suelo, y andando a gatas hacia mi contoneado el culo, me decía guarradas.

-ROCÍO: sabes que es lo me mas me ha jodido de la fotos, que esa puta no sabia chupártela, apenas se metía el glande.

-YO: ¿y tu lo harás mejor?

La respuesta no fueron palabras, se coloco entre mis piernas donde estaba mi polla tiesa siendo masturbada ligeramente por mi, me quito la mano y la agarro con ambas manos, me pajeo suavemente midiendo los tiempos y las distancias, cuando noto los limites, bario la boca como desencajándola, saco la lengua y de un tirón se emito 1/3 de polla, la note toser pero no moverse, notaba su lengua estirada moviéndose por mi tronco, cerro sus labios y comenzó a sacársela de la boca sin dejar un solo ápice de piel sin embadurnar de babas y rodear con sus labios, al llegar arriba jugo con su lengua en mi glande, mientras con ambas manos seguía pajeándome, sabia lo que sea hacia, subía el ritmo y repasaba mi polla con su lengua a ratos, mientras en otros se  metía el tercio en la boca, y no solo metía, como muchas de la chiquillas que habían pasado por allí, aquella loba chupaba y sorbía las babas para volver a untarme la polla con ellas y volver a chuparla, ladeo la cabeza repasando con sus labios todo mi tronco y se la volvió a meter en la boca, dando mi glande con el dorso interior de sus mejillas, lo subía a y bajaba a ratos, otros lo dejaba allí, haciendo presión mientras con una mano por fuera se golpeaba la mejilla y por ende mi capullo. Me tenia a mil, y me mato cuando después de golpearse la cara con mi polla,  y seguía pajeando,  metió su boca en mis huevos, los lamía y metía en su boca de forma alternativa, con dulcera pero firmeza, lamiendo  y besando la base de mi polla, dios, aquel trozo de metal de su boca era una delicia. No aguante mas y me corrí allí mismo, fue tan fuerte que la paso el semen por encima casi sin tocarla.

-ROCÍO: 2-1

-YO: tender que sacar a los titulares.

Metí mis manos por dejado de sus brazos y de un tirón la subí encima mía, no soltó mi polla que estaba algo flácida, y la masajeaba para recuperarla para la causa, mientras nos besamos de nuevo, ya sin tonterías, de forma grosera y sexual, la apretaba tanto que mi polla ya endurecida paso por debajo de ella, quedando aplastada por su peso, la levante del culo hasta tener sus tetas a mi alcance bucal de nuevo, y mientras ella llevaba sus manos atrás,  a mi polla,  buscando que se endureciera, cuando ya estaba al 100% bajo su cadera.

-YO: ten cuidado, no se como de abierto lo tendrás

-ROCÍO: mucho.

Dirigió su polla a la entrada de su coño, metió el glande sin dificultad, estaba mojada, giro la cadera buscando impulso y de golpe se dejo caer, de largo 20 centímetros a la 1º, esa tía estaba bien entrenada, aunque el grosor la dejo quieta unos segundos,  mientras sus paredes vaginales se acostumbraban al tamaño.

-ROCÍO: dios, es mas grande que cualquier chico o consolador que haya metido, todavía queda mucha fuera y me siento a reventar.

-YO: pues ten cuidado pro que esto acaba de empezar.- baje mi cuerpo hasta sacar el culo del sofá, plante las piernas al suelo, y la agarre de la cadera, – preparaste para gozar.

Sin ningún ápice de cuidado ni piedad comencé a follármela, de forma bestia, cogí ritmo rápido y cómodo, fácil de aguantara y no pare, ella paso por todos los estados, tranquilo, excitado,  me vas a  partir, dios que grande y volvía a empezar, pasaba eso por que cada ciertas embestidas,  mi polla penetraba mas, notaba como su pelvis se abría y me dejaba llegar mas a su interior, no se la metía entera pero casi, y el ritmo era elevado, 15 minutos de golpes fueres y descansos, logre que emanaran fluidos de su coño bañándome, pero como era costumbre no pare, seguí, a los pocos minutos otro orgasmo, ella se quería bajar,  yo la sujetaba y seguía, ya no me gritaba  solo salían gemidos rítmicos con cada embestida, cayo hacia delante sobre mi , sin fuerzas, notando como su espalda se retorcía con cada espasmo de cada corrida. A los 20 minutos ya estaba a punto de reventar de nuevo, ella estaba asfixiada pero había entrado en un estado de aceptación de la situación y solo disfrutaba, di un par de golpes mas fuerte para terminar eyaculando sin control.

-YO: joder, así si se folla, vaya delicia de coño que tienes, casi te la metes toda. – la saque de mi y la deje medio de load sobre el sofá, cogiendo bocanadas de aire y llevándose la mano al coño para comprobar la abierto que lo tenia, era recurrente aquello.

-ROCÍO: me acabas de hacer la mejor follada de mi vida, no me he corrido tanto nunca, dios, no es solo larga, es que es ancha, me parte, noto como cede mi interior, normal que tengas a todas locas.

-YO: pues si quieres es toda tuya, solo tienes que comportarte y ser buena chica.

-ROCÍO: jajajaja que malo eres, pero esto no ha acabado llevas mucha ventaja en tu casilllero, déjame el del honor.

Se me monto encima de espaldas, llevando una mano a mi polla para levantar de nuevo el animo, cuando estaba dura de nuevo, fue a un cajón y saco lubricante, se tumbo a mi lado y se pringó un dedo, luego se lo llevo al ano, y lo acaricio hasta meterse el dedo, me lance a ayudarla, me moje dos dedos y la sustituí, luego tres, que maravilla,  como se abría, ya estaba lista y con los pezones duros, me coloque en la posición del misionero, pero apuntando a su ano, y haciendo presión mientras ella se retorcía bajo mi cuerpo, mi glande entro, deje un minuto para que se le quitara la cara de susto y su ano se expandiera, luego iba penetrando sin parar, abriéndome paso, cuando llegue lejos,  la saque, vi el agujero hecho y la volví a meter de golpe, repetidamente lo hice hasta que entraba y salia sin dificultad, entonces ya no tuve compasión, cogí posición y arranque un ritmo que hacia que ella rebotara contra el sofá con cada golpe, a los pocos minutos ya la penetraba totalmente, chocando mi pelvis con su trasero, su cara era de asombro total,  no paraba de moverse hacia cualquier lado, buscando algo que no encontraba. Llevó una mano a su coño para masturbarse y eso solo hico que se corriera de nuevo, la situación se descontrolo y se me salió, ella casi lo agradeció.

-ROCÍO: me partes, que sensación, veo estrellas, si sigues así me vas a matar, déjame a mi llevar el ritmo.

Me sentó y ella se puso de espaldas, apunto a su ano  con mi polla y una vez ensartada,  se recostó sobre mi, levantando las piernas apoyándose en las mías, así ella hacia fuerza y se levanta y baja  a su ritmo, con el paso de lo minutos la volvía a tener toda dentro de ella, que gritaba improperios incoherentes, mientras se masturbaba, se corría nuevamente, no paro de soltar fluidos, yo ya estaba harto de aquello y agarrándola de la cadera tome el mando y el ritmo, bombeando de forma brutal, coda golpe la levantaba un palmo del suelo y la hacia caer a plomo para recibir otro golpe, se llego a caer hacia delante poniéndose a 4 patas sacándose mi polla de dentro, al verla en esa posición,  con un tremendo agujero en medio de su culo, me puse de rodillas detrás de ella y la volví a empalar, haciendo que nuestros cuerpos fueran fuerzas opuestas, el sonido de mi pelvis golpeadora era rotundo y a cada golpe ella andaba un poco para adelante, queriendo alejarse y dejar de gritar de gusto, pero no la dejaba,  la volvía a atraer sobre mi , sin piedad. Cayo rendida al suelo apoyando la cara y el pecho al suelo, se había convertido en un culo en pompa inerte que era perforado si compasión, ya ni se corría, ni se movía, solo recibía. Me mantuve así los ultimos 5 minutos hasta que me corrí por 3º vez, desde Eli nadie me había puesto tan al limite.

Me senté el sofá,  roto de cansancio,  empapado en sudor y mirando aquel mueble decorativo en que se había convertido Rocío, no se movía,  seguía en la misma poción con el agujero de su culo cerrándose poco a poco.

-YO: esto es para que sepas que si me fallas no tender piedad de ti, lo sabré, no te diré nada y te llevare a este punto una  y otra vez hasta que supliques perdón.- su cuerpo cayo de lado, dando por fin indicios de vida en ella.

-ROCÍO: me has roto el culo carbón, ¡¡¡¡me lo has roto!!!

-YO: y mas que te romperé, esto es solo el inicio.

Durante los ultimos 3-4 meses de instituto la ayude como prometí y ella se comporto mucho mejor, hasta logre que vistiera de forma mas recatada, todo a cambio de no dejar las sesiones de sexo salvajes, en su casa casi todos lo viernes, y entre semana en el instituto, o hacíamos pellas un día y nos íbamos a su casa para follar de nuevo, se convirtió en una habitual, aunque no la única.

Las mejores sesiones fueron cuando empezó a invitar  los viernes a su casa a la aprendiz, no fue mi 1º experiencia con tríos, pero si la 1º real sin ensayos,  ni Eli cerca, al principio solo follamos Rocío y yo con ella masturbándose, pero la invitamos a jugar, era pequeña pero sabia lo que se hacia, la comía el coño mientras la otra me cabalgaba como una amazona, luego me chupaban la polla entre las dos, alguna vez cogí a la aprendiz y la hacia un 69 en el aire, mientras ella me comía la polla por arriba Rocío lo hacia por abajo, me sentaba en esa misma posición sin dejar de hacerse correr a la aprendiz y sin que ellas pararan de sacarme semen, Rocío hasta se lo tragaba ya. Las ponía a horcajadas una sentada  encima de la otra , se besaban y acariciaban,  yo desde atrás las iba penetrado alternativamente, metía mi polla en el coño de la aprendiz hasta que se corría, y luego en el de Rocío, y hacia lo mismo, ella tenia mucho mas aguante pero yo tenia mucho mas que ambas, cuando la pobre aprendiz se bajaba del carro por agotamiento, empezaban las sesiones anales con Rocío, siempre terminaban igual, con ella “muerta” sin reacción, tardaba unos segundos en volver en si, y para cuando terminaba con ella,  la aprendiz ya se había recuperado e iba a por ella, en un viernes logre echar  10 polvos con ellas en el margen desde el vuelta del colegio hasta la madrugada, mientras una se iba al baño,  descansar o comer, me follaba a la otra, cuando era yo el que me iba eran ellas las que seguían jugando.  Acabamos a las 6 de la mañana rotos, dormidos como críos los 3 desnudos en la misma cama, abrazados, ni que decir tiene que al levantarme me las volví a follar hasta la hora de comer, a Rocío ya le entraba toda mi  polla por el coño y el ano, y a la aprendiz mas de media polla en el coño y empezamos a disfrutar de su ano, dios, era tan pequeña que la comparación con mi polla era gigante, aun así logro meterse ¾ de polla por el culo, gemía como un cochinillo al que estuvieran matando, pero no se bajaba ni dejaba de rebotar sobre mi.

No era una relación, no quedábamos a tomar cañas o salir a pasear, y en el instituto solo nos mirábamos para secuestrarnos unos a otros para sesiones de sexo improvisadas, llego un momento en que me harte de aquellas 2, como había cambiado el tema, de matar por estar con una a follármelas tantas veces que me sentí hastiado, no daban mas de si, A Rocío la deje de lado en las sesiones de sexo,  aunque la ayudaba en todo lo demás, consiguió sacarse matricula y entrar en la universidad, hoy en día es asistente social y ayuda a la mujer maltratada. La aprendiz fue al revés, era una estudiante normal y con el paso de las sesiones se le fue a la mierda el curso, tuvo que repetir, pero a ella me la seguí follando hasta final  de curso, me daba mas morbo a  esas alturas.

CONTINUARA…………

relato erótico: «la puta de mi maestro» (POR VALERIA313 Y GOLFO)

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El día que agarré el vuelo que me llevaría a vivir a San Diego no podía imaginarme como cambiaría mi vida en pocos meses. Mis padres desaparecieron en una tormenta en alta mar y no han encontrado sus restos. Por lo tanto al no tener más familia me tuve que ir a vivir a EUA con mi tía Angélica, la hermana pequeña de mi papá. A pesar de que no era la mejor de las tías, me aceptó muy a regañadientes. Tras muchas discusiones, entre quién se quedaría con las ganancias y la empresa de mi padre, se optó por tomar la decisión de que yo me haría cargo de todo una vez que cumpliera 22 años. Me mudé con ella, su marido y su hijo de 6 años para además seguir con mis estudios.
San Diego me gustó desde que puse mis pies allí. Cosmopolita y poblada por gente de muchos países, se parece a mí, que entre mis genes podéis encontrar los aquellos españoles, portugueses e italianos que buscaron en el nuevo mundo otra oportunidad para hacer dinero. Según mi padre, mi pelo rubio oscuro se lo debo a mi abuela Luciana una mujerona del norte de Provenza, mi cuerpo pequeño y proporcionado a su marido, Antonio, un diminuto brasileño nacido en Río pero de padres lisboetas y lo que nunca me ha dicho pero sé bien es que mi pecho grande y duro que tantas miradas provoca en los hombres viene de mi abuela Amara, una gallega cuyos exuberantes senos eran legendarios en mi familia.
Gracias a esa mezcolanza, hablo inglés, español y brasileiro y por eso no me costó adaptarme al instituto donde estudio el último año antes de entrar a la universidad aunque llegué ya empezado el semestre.
El instituto donde estudio, no se parece en nada en el que estaba antes; gracias a la buena posición de mi padre y sus ganancias estudiaba en un colegio privado y nunca me hacía falta nada, sin embargo, al querer ingresar ya iniciado el ciclo, muchos colegios no me aceptaron por lo que tuve que ingresar en una escuela pública y ésta está muy descuidada.
El primer día me presenté y muchos se me quedaban viendo, todos mis compañeros y compañeras eran de piel morena y cabello oscuro, siendo yo la única rubia del salón. Me sentí un poco incómoda mientras todos me miraban pero el maestro de matemáticas les pidió que me trataran bien y que me hicieran sentir como en casa.
Los días pasaban y me fui adaptando bien a mi nueva escuela, rápido hice amigas y amigos y todos me trataban bien. En cuanto a los maestros algunos eran a todo dar y otros no tanto. Tal es el caso de mi maestro de Biología III, Carlos. Un tipo de 53 años, de anatomía robusta y gran panza, cabello oscuro grasoso y con barba descuidada. Sentía que era un viejo asqueroso y lascivo, ya que siempre en clase me pedía que me pusiera de pie para leer un texto y mientras lo hacía podía sentir como me miraba de forma pervertida. Sin cortarse, ese cerdo recorría mis piernas, mi culito y para terminar recreándose en mis senos sabiendo que eso me hacía morir de vergüenza.
Lo único bueno era que después de su clase teníamos clase de deporte y era la clase que más me gustaba. Siempre me han gustado los deportes y en esta clase destacaba mucho en Voleibol, tanto así que el maestro de deporte me pidió que me integrara al equipo femenil.
Antes de empezar la clase mis amigas y yo nos fuimos a cambiar los vestidores. Como hacia algo de calor me hice una cola en el cabello y me puse un top azul junto con un short corto de color rojo y unos tenis para deporte. Me estaba mirando en el espejo y podía notar como mis pechos resaltaban por el top azul, así que decidí ponerme una camiseta holgada que los cubriera un poco y parte de mi vientre y mi tatoo.


Cuando salimos el maestro de deporte nos puso a calentar y después dijo que haríamos un partido de futbol entre hombres y mujeres, muchas renegaron de la decisión del maestro pero no quedaba de otra. El partido empezó y a pesar de la diferencia del sexo en este deporte, nos defendíamos bien y yo al ser de un país donde se nace con futbol en la sangre me destacaba más que los chicos en las entradas, jugadas y los goles. Al final el encuentro quedo 8 a 5, ganando los chicos, pero esos 5 goles fueron míos.
Mientras recogíamos todo, pude ver que el maestro de deporte platicaba con el maestro de Biología, pero no le di importancia y seguí con lo mío. Antes de entrar a las regaderas, el maestro me habló y me dijo:
–Celia, quiero verte mañana en el campo de arena de voleibol a las 17:00 hrs para que empieces a entrenar con el equipo. Yo emocionada le contesté que me parecía bien y que ahí nos veríamos.
El resto del día transcurrió bien; en casa mis tíos trabajan todo el día por lo que mi primo y yo estamos solos en casa, mientras él jugaba sus videojuegos yo buscaba en internet trabajo en alguna tienda ya que no contaba con tanto dinero como antes y mi tía me exigía que ayudara en los gasto de la casa.
Al día siguiente me quedé después de clases para el entrenamiento. Como esta ocasión seríamos puras chicas, no me contuve y me puse otro top de color azul, un mini short negro, unas zapatillas de color azul y esta vez me hice un pequeño chongo en el cabello. Esta vez me sentía un poco más libre y mis tatuajes se podían ver mejor.
Eran las 17:00 hrs cuando llegué al campo pero no había nadie aun, así que decidí esperar. Alrededor no se veía ninguna persona, ya que era viernes y nadie se queda en la escuela, el tiempo pasaba y no llegaba nadie, traté de entrar a internet desde mi iPhone pero no tenía red. Cuando me dieron las cinco y cuarto pensé que había equivocado de día y decidí regresar a los vestidores para cambiarme y regresar a casa cuando de pronto veo al maestro Carlos con Lucy saliendo de uno de los salones. Me extrañó ver a esa negrita con ese cerdo y más a esas horas. Y no queriendo que me viera, me escondí:
«¿Qué hará con ella?» pensé y sin pensar las consecuencias, los seguí por los pasillos.
A buen seguro si el director me pillaba allí, me ganaría una buena regañina pero la curiosidad de saber que iban a hacer, me llevó a perseguirlos hasta su despacho.
«¡Qué raro!», me dije viendo la expresión de la pobre niña.
La morenita parecía feliz pero curiosamente no paraba de temblar mientras seguía al maestro por el colegio. Su nerviosismo se incrementó cuando Don Carlos abriendo la puerta de su oficina, le ordenó con voz seria que pasara. Mi compañera bajó la cabeza y entró obedeciendo a esa habitación. Os confieso que creía que iba a recibir una amonestación por algo que había hecho pero al pasar por frente del maestro, ese gordo le dio un azote en el trasero mientras le decía:
-Te quiero como a mí me gusta, apoyada contra la mesa.
Si ya me sorprendió ese castigo corporal al estar prohibido en todo Estados Unidos, mas fue ver antes de cerrarse la puerta la postura de mi compañera. Con su pecho apoyado sobre el despacho de madera, tenía su falda levantada la falda, dejando al aire sus negras nalgas sin ni siquiera un tanga que lo cubriera.
El ruido de la puerta al cerrarse, me sacó de mi parálisis y actuando como una idiota, quise observar lo que iba a pasar en ese cubículo. Por ello, acerqué una silla y desde un ventanuco, obtuve una vista razonablemente buena de todo.
« ¡No puede ser!», exclamé mentalmente al ver con mis ojos al maestro de Biología bajándose los pantalones mientras escuchaba a Lucy pedirle que la castigara muy duro.
Alucinada, le vi sacar su pene de su calzón y cogiéndolo entre sus manos, apuntar a la entrada trasera de la negrita para acto seguido, de un solo golpe, metérsela hasta el fondo. Los chillidos de Lucy se debieron escuchar por los pasillos pero al no hacer nadie en ellos, solo fui yo la testigo de la angustia de la pobre y de la cruel risa de don Carlos mientras la sodomizaba.


Estuve a un tris de intervenir pero cuando ya había tomado la determinación de estrellar la silla contra la ventana, la morenita le gritó que siguiera castigándola porque se había portado mal.
« ¡Está loca!» sentencié al percatarme que su voz no solo translucía aceptación sino lujuria. « ¡Pero si es un cerdo panzón!», me dije sabiendo que esa monada podía tener al chico que deseara.
Fue entonces cuando Lucy terminó de trastocar mi mente al recibir con gozo y pidiendo más, una serie de duras nalgadas. Asustada tanto por la violencia de los golpes como por los gemidos de placer que salieron de la garganta de la morena al ver forzado su trasero y sus cachetes, me bajé de la silla y salí huyendo de allí, deseando olvidar lo que había visto.
Ya estaba fuera del edificio cuando al cruzar el parque, me encontré de frente con el equipo de futbol que venía de dar una vuelta corriendo al estadio de Béisbol. El entrenador al verme me echó la bronca por llegar tarde e incapaz de contarle lo que acababa de ver, me uní a esas muchachas en silencio pero con mi mente todavía recordando el despacho de mi profesor de Biología.
« ¿Cómo es posible que le guste que la traten así?», me pregunté sin saber que en mi rápida huida había dejado mi estuche tirado junto a su puerta.
El duro entrenamiento me hizo olvidar momentáneamente lo ocurrido. Una hora después y totalmente sudada llegué junto a mi nuevo equipo al vestuario. Con ganas de pegarme una ducha, abrí el grifo y mientras el agua se calentaba, me desnudé. No llevaba ni dos minutos bajo el chorro cuando de pronto el ruido de la puerta de la ducha me hizo abrir los ojos y escandalizada ver a Lucy entrando donde yo estaba.
Antes que pudiese quejarme esa negrita me jaló del pelo y empujándome contra los azulejos, me amenazó diciendo:
-Sé que nos has visto. Si se te ocurre decírselo a alguien, ¡Te mato!
-¡No sé de qué hablas!- protesté aterrorizada.
Sin importarle el que se estuviera empapando su ropa Lucy presionó mi cara contra la pared y acercando su boca a mi oído, me soltó:
-Lo sabes bien. Si me entero que te has ido de la lengua, sufrirás las consecuencias.
E incrementando mi miedo me acarició el trasero para acto seguido darme un doloroso azote como anticipo a lo que me ocurriría si iba con el chisme. El miedo que sentí por su violencia aumentó cuando saliendo de ese estrecho cubículo, la negrita gritó al resto de las muchachas que estaban en el vestuario:
-Si alguien os pregunta, ¡No me habéis visto!
Ninguna de las presentes osó rebatirla ni tampoco ninguna se atrevió a consolarme cuando tirada bajo la ducha me quedé llorando durante un rato….
Tras un periodo de tranquilidad, meto la pata.
Durante dos semanas cada vez que llegaba a clase temía que Lucia volviera a agredirme pero no fue así, parecía que se había olvidado de mí y por eso mis miedos fueron pasando a un segundo plano. En cambio con Don Carlos, la situación fue otra. En sus clases, ese panzón se dedicó a acosarme a través del estudio. Raro era el día que no me sacaba a la pizarra para ponerme en ridículo frente a mis compañeras mientras sentía como me desnudaba con su mirada.
Creyendo que era un tipo ruin pero inofensivo, no podía comprender que esa negrita hubiese accedido a acostarse con un cerdo como aquel:
«Vomitaría si me tocara», me decía al observar su papada.
Harta de su maneras decidí coger el toro por los cuernos y enfrentarme con ese maestro. Aprovechando el final de una de sus clases, me acerqué y le informé que quería hablar con él.
«¡Qué asco!», maldije al sentir el repaso que hizo a mi anatomía, mirándome de arriba abajo sin cortarse.
Sé que Don Carlos se percató de la repulsión que me provocaba pero en vez de enfadarse, me preguntó qué era lo que quería comentarle:
-Usted lo sabe- contesté envalentonada por su tono suave.
Captó mi indirecta a la primera porque no pudo evitar mirar a Lucia que en ese momento salía del aula buscando su ayuda. En ese momento concluí que sin el auxilio de mi compañera, ese maduro era un pobre hombrecillo que temía a las mujeres. Por eso cuando me dijo que no podía atenderme porque tenía prisa, le solté:
-Si quiere puedo irle a ver a su casa.
Don Carlos se negó en un principio a recibirme en su hogar por lo que insistí hasta que dando su brazo a torcer, accedió a verme esa misma tarde al salir del instituto. Satisfecha por haberle obligado a verme y asumiendo que iba a obligarle a cambiar su actitud hacía mí, quedé con él que llegaría sobre las seis porque antes tenía entrenamiento con mi equipo.
Mi plan era chantajearle con lo que sabía para que dejara de meterse conmigo. Tan convencida estaba del éxito que no queriendo que se me escapara, esa tarde ni siquiera me duché al acabar de entrenar y todavía vestida de deporte, fui a verle a su oficina. Mi profesor ni siquiera levantó su mirada cuando entré y eso me hizo creer en que lo tenía en mis manos.
-Estoy harta de cómo me trata- dije en voz alta tratando que me hiciera caso.
Fue entonces cuando poniéndose en pie, cerró la puerta con pestillo y acercándose a mí, me preguntó a qué me refería. Sin ser consciente del embolado en el que me metía, respondí:
-Desde que le vi tirándose a su putita, no ha dejado de meterse conmigo en público.
-Y ¿qué quieres?- Insistió con su cuerpo excesivamente pegado al mío.
Molesta con su cercanía, retiré mi silla y contesté en plan altanero:
-Si no quiere que le denuncie, me tratará con respeto.
Carlos, soltando una carcajada y mientras pellizcaba uno de mis pezoncitos, me refutó:
-Te equivocas zorrita. En primer lugar, nadie te creería y en segundo lugar, estoy pensando en cambiar de puta.
-Quíteme sus sucias manos de encima – le grité. Y sin avisarme el sr. Carlos me dio una bofetada que me tiró al piso y me quedé paralizada del mismo golpe.
En eso el Sr. Carlos comenzó a desabrocharse el pantalón.
–Ahora vas a saber quién soy hija de perra, con qué crees que puedes venir a mi cubículo y chantajearme, ya verás cómo te garcho hasta que llores.
Al verlo acercarse hacia mí lo único que podía hacer era arrastrarme hacia atrás para alejarme de él, pero todo terminó cuando choqué con un estante de libros.
El Sr Carlos me tomó de mi cabello y me hizo ponerme de pie para seguidamente lanzarme a su sillón. Sin darme tiempo de levantarme se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme el cuello y manosearme toda.
-Auxiiiliiooo…. Ayudenmeee… -gritaba desesperada.
– No gastes tus fuerzas putita, a esta hora no hay nadie cerca que pueda escucharnos- me estaba contestando cuando de pronto sentí que metía su mano debajo de mi top y comenzaba a apretarme uno de mis pechos. -Mmmm… qué ricas tetas tienes zorrita… cómo me moría por sentirlas en mi mano.
Poco a poco fue levantando mi top hasta que mis pechos quedaron al aire y el sr. Carlos pudo contemplarlos de manera más libre.
-Eres una Diosa Celia, mira que tener ese par de tetas a tu edad y con unos pezones pequeños y rosados, eres perfecta.
Impidiéndome que me levantara y tomándome de mis muñecas, el asqueroso profesor comenzó a succionar y morder mis pezones. La sensación de placer comenzó a expandirse desde mis pechos a todo mi cuerpo, víctima de las depravaciones que estaba haciendo en mí. De pronto el sr. Carlos se puso de pie y rápidamente se sacó el cinturón. Sin dejarme reaccionar me tomó de ambas muñecas con su cinturón y me amarró para impedir que lo golpeara con mis manos.


-Ahora si te tengo como quiero preciosa- susurró con su voz cargada de lujuria.
Tomándome de los bordes de mi calza comenzó a sacármela lentamente, al llegar a mi conchita se detuvo y mirándome a los ojos me dijo:
–No sabes las ganas que tengo de probar tu rajita putita. –y sin decir más continuó bajando hasta que me dejó completamente desnuda en el sillón.
Trataba de patearlo pero el miedo y la desesperación no me dejaban reaccionar. Tomándome de los muslos, el sr. Carlos fue abriéndome lentamente hasta que mi conchita quedó expuesta completamente a su mirada lasciva y depravada.
Con lágrimas en los ojos le rogaba que me dejara, que no lo acusaría. Pero no me escuchaba, ni siquiera volteaba a verme. Y sin más hundió su cara en mi sexo y comenzó a devorarlo frenéticamente.
El placer que sentí fue instantáneo y explosivo. Podía sentir como su lengua recorría cada parte de mí y de vez en cuando me penetraba con ella, sus mordidas en mis labios, ocasionaba ligeros espasmos y cada vez oponía menos resistencia. Aunque no lo quisiera, el placer me estaba venciendo y de vez en cuando dejaba escapar inconscientemente algún gemido, cosa que a mi maestro parecía gustarle.
-Ves lo puta que eres- dijo al tiempo que con su lengua penetraba una y otra vez en mi conchita. -¡Estás disfrutando!
Para entonces mi mente daba vueltas. Aunque me resistía a reconocerlo, el tratamiento que me estaba dando ese cerdo me estaba gustando y solo mordiendo mis labios pude evitar gritar de placer al notar sus sucios dedos pellizcando mis tetitas mientras continuaba devorando mi coño.
-Tu chochito es tan dulce como me imaginaba- masculló entre dientes al notar el sabor del flujo que ya encharcaba mi cueva.
Me sentía humillada e indefensa. Con mis manos atadas y echadas hacia atrás, mi profesor me tenía a su entera disposición sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Recreándose en el dominio que ejercía sobre mí, me obligó a separar aún más mis muslos y mientras me empezaba a follar con uno de sus dedos, susurró en mi oído:
-Pídeme que te folle como la guarrilla que eres.
Su tono lascivo me asqueó y sacando las pocas fuerzas que me quedaban, respondí:
-¡Nunca! Antes prefiero morir.
Mi aullido le divirtió y acercando su boca, se puso a lamer mi cara dejando un rastro de su saliva sobre mis mejillas, mis ojos y mi boca. Aunque sus lametazos tenían la intención clara de denigrarme, en realidad tuvieron un efecto no previsto porque al sentir su lengua recorriendo mi piel me excitó y sin poder retenerlo sentí un orgasmo que nacía de mi entrepierna y que me dominaba por completo.
-¡Por favor!- chillé descompuesta -¡Déjeme!
Don Carlos al notar que mi vulva se encharcaba y que mi cuerpo temblaba de placer, se rio y llevando una de sus manos hasta mis tetitas, me dijo acercando su boca a un pezón:
-Nunca te dejaré mientras sigas teniendo estos pechos tan apetecibles.
Tras lo cual empezó a mamar de mi seno al mismo tiempo que seguía masturbándome con sus dedos. Ese asalto doble consiguió prolongar mi gozo durante largo rato, rato que mi agresor aprovechó para ir demoliendo mis defensas contándome lo mucho que iba a disfrutar cuando él me poseyera. Susurrando en mi oído, Don Carlos me explicó que todo lo que estaba ocurriendo estaba siendo grabado y que si no quería que fuera de dominio público tendría que ser su zorrita lo que quedaba de curso.
Pensar en que mis compañeros vieran como ese cabrón abusaba de mí me aterrorizó y casi llorando le rogué que no lo publicara y qué yo haría lo que él quisiera. Mi entrega le satisfizo y colocándose entre mis piernas, ese cerdo jugó con su glande en los pliegues de mi sexo mientras me ordenaba:
-Ruégame que te folle.
Todavía hoy no comprendo como pude humillarme de esa forma pero lo cierto es que obedeciendo, rogué a mi captor que me tomara. El capullo de mi profesor se destornilló de risa antes de poseerme y retorciendo uno de mis pezoncitos entre sus dedos, lentamente fue metiendo su asqueroso trabuco dentro de mí.
«Me va a romper por la mitad», pensé extrañamente satisfecha al notar su extensión forzando los pliegues casi virginales de mi sexo, «¡Qué delicia!».
Lo quisiera o no, disfruté como una perra al experimentar por primera vez de ese pene haciéndome suya e involuntariamente comencé a gemir en voz alta sin importarme que él lo escuchara. Por su parte mi coñito colaboró con él al anegarse de flujo, de forma que las penetraciones se hicieron más profundas y largas. Al sentir la cabeza de su polla chocando contra la pared de mi vagina, me creí morir y solo el hecho de estar atada de manos evitó que las usara para obligar a ese viejo a incrementar el ritmo con el que me follaba. Ya dominada por mi calentura, di otro paso hacia mi denigración al chillarle que me tomara.
Don Carlos sonrió al oírme e imprimiendo a sus caderas un movimiento brutal consiguió que me corriera mientras gruesos lagrimones caían por mis mejillas al saberme y sentirme su puta. Mi total emputecimiento llegó cuando enardecido por el dominio que tenía sobre mí, ese profesor sacó su verga de mi coñito y rozó con ella mis labios. Lo creáis o no, supe que se esperaba de mí y como una posesa abrí mi boca y comencé a engullir ese miembro deseando con todo mi corazón saborear su semen.
Por la pasión con la que devoré su instrumento, ese cerdo supo que ya era mi dueño y presionando con sus manos mi cabeza, me lo metió hasta el fondo de la garganta. Os juro que aunque tuve que reprimir las arcadas que sentí cuando su glande rozó mi campanilla, algo en mi interior se transformó y disfruté de su agresión como si fuera una sucia sumisa. Retorciéndome de placer, me corrí al saborear la explosión de semen que golpeó mi paladar y como si me fuera la vida en ello, usé mi lengua para evitar que ni una sola gota de ese manjar se desperdiciara.
Mi profesor esperó a que terminara de limpiar su verga y entonces, sonriendo, hundió su lengua dentro de mi boca mientras estrujaba mi trasero. Confieso que al sentirlo, me derretí y colaboré con él, jugando con la mía mientras deseaba que ese cabrón me volviera a hacer suya. Lo humillante para mí fue que separándome, ese cabrón me obligara a vestirlo y que ya con toda su ropa puesta, me dejará desnuda en su despacho diciendo:
-Limpia toda tu porquería y mañana te quiero aquí antes de entrar a clase.
Os confieso que lloré al cerrar la puerta y comenzar a secar el sillón donde él me poseyó. Pero no por estar recogiendo mi flujo sino porque sabía que al día siguiente y siempre que ese maldito quisiera, ahí estaría yo para ser SU PUTA.

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Relato erótico: «Bluetooth 1ª Parte» (POR ALEX BLAME)

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Sin título1-Hola Gus, ¿Cuándo llegas? Tengo ya todo preparado para la firma.

Sin título-¿Sí? ¡Estupendo, llegare dentro de dos días! –respondo levantando la voz por encima del ruido del viento.

-Pero… ¿Y el avión? ¿Han cancelado el vuelo?

-No pero he decidido  devolver el billete y alquilar un coche para ir hasta ahí. Llegaré con tiempo de sobra para la firma y siempre he deseado hacer un viaje así. He alquilado un Camaro descapotable que es una pasada. En estos momentos estoy atravesando Hoboken.

-¡Serás cabrón! ¿Y qué coños hago yo mientras tanto? Ya lo tenía todo preparado para esta noche…

-No te preocupes Jackie, -la interrumpo de nuevo –cuando llegue te lo compensaré.

-Eso espero porque estoy hirviendo de deseo. Conduce con cuidado, no estás en tu país, aquí lo del límite de velocidad se lo toman en serio.

-De acuerdo –respondo pensando que quizás me he precipitado en mi decisión.

-Bien, dos días entonces. Ahora tengo que colgar, me llaman por la otra línea. Te llamaré mañana para ver cómo te va. –dice Jackie mientras su voz se desvanece del bluetooth del Camaro.

***

-Hola Jackie, ¿Qué tal? ¿Me has echado de menos?

-Hola querido, ¿Por dónde andas?

-Acabo de pasar por las afueras de Mechanicsville, los americanos no os partís mucho la cabeza poniendo nombres. ¿Cómo llamáis a los de aquí?  ¿Transformers?

-Muy gracioso, ¿Dónde pasaste la noche? –Me pregunta Jackie con curiosidad.

-Paré a dormir en Fredericksburg. Llegué a las cuatro de la tarde y no pude resistirme a visitar el campo de batalla de la guerra de secesión. También vi la estatua del tipo que fue a la tierra de nadie a dar de beber a los heridos jugándose el pellejo. Como dicen en mi pueblo hay gente pa to.

-¿Y eso fue lo que hiciste toda la tarde?

-Básicamente, -respondo yo –A eso de las seis fui a cenar al típico restaurante de carretera. Tenían una carne estupenda, pero lo mejor fue la camarera. Morena pequeñita y vivaracha, con la típica mezcla explosiva de este país, padre colombiano y madre checa buff…

-No quiero saber más. –dice ella intentando cortar sin éxito mi conversación.

-El caso es que ayer era un día de poco movimiento –empiezo a contarle ignorándola –y la invité a sentarse un rato conmigo para tomar un café. Lucy era bajita y menuda pero tenía un cuerpo moreno perfectamente proporcionado y unos pechos redondos y tiesos capaces de hipnotizar a cualquier ejemplar del sexo masculino. Su boca era grande y tenía unos  labios gruesos y rojos la mar de sugerentes. El pelo negro y brillante cortado a lo paje le daba un aire de rebeldía y hacía destacar sus ojos grandes y de un azul  profundo, casi abisal con vetas grisáceas haciendo que me sintiera como un astrónomo viendo girar una galaxia.

-Hijo de perra, ¿cuantos años tenía esa chiquilla?

-Los suficientes, lo comprobé charlando un rato con ella. Era una mezcla de sensualidad y atrevimiento tal que no fui capaz de resistirme y la invité a tomar unas copas cuando terminase su turno.

-Cabrón…

-Quedamos en una cervecería en el centro del pueblo y como aún le quedaban un par de horas de turno me despedí y aproveché el tiempo que tenía para coger una habitación en un hotel cercano y acicalarme un poco. Yo fui puntual pero ella tardo unos veinte minutos más en aparecer. Había cambiado el traje de camarera rosa con su nombre en el bolsillo por unos pantalones cortos que dejaban  ver unas piernas deliciosamente torneadas y un minúsculo top de color azul petróleo. Algunos de los escasos parroquianos que se habían dejado caer a aquellas horas giraron sus cabezas pero Lucy ignorando las miradas de interés de éstos me localizó rápidamente y vino directamente hacia mí. Su movimiento felino y desenvuelto a pesar de las gruesas botas Caterpillar congelaron la cerveza a medio camino de mi boca. Sin más que un pequeño gesto de reconocimiento se sentó a mi lado en la barra y pidió una jarra de cerveza. Sólo después de bajarse la mitad del contenido de la jarra se volvió hacia mí con una amplia sonrisa. Dirás que yo un cuarentón, no tendría mucho de qué hablar con una joven de veintitrés años escasos pero resultó tener una licenciatura  en historia y se había especializado en finales del siglo diecinueve, así que nos pasamos discutiendo buena parte de la noche sobre el desastre del Maine y las semejanzas del periodismo americano de la época y el actual.

-Ya veo –replica Jackie –luego una cosa llevó a la otra y…

-La verdad es que no fue del todo así, Incluso se llegó a enfadar un poco cuando le dije que el hundimiento del Maine me olía a cuerno quemado, pero como el bar tenía que cerrar y ninguno de los dos quería terminar la discusión la invité a mi habitación para seguir hablándolo con un par de copas. Te juro que fue de lo más inocente. Entramos en la habitación, nos sentamos en dos sofás frente a frente y charlamos mientras el camarero nos servía; un Gin-tonic para ella y un Suntory de quince años para mí, pero cuando le dije que los americanos eráis capaces de aprovecharos de la muerte de vuestros conciudadanos para atacar una nación inocente se levantó como un resorte y se abalanzó sobre mí dispuesta a golpearme.

-Bien por ella, si me dices eso a mí te arranco los ojos mamón. Da gracias que estamos en este mundo para salvaros el culo repetidas veces, si no haría tiempo que Europa entera estaría practicando el paso de la oca.

-A duras penas conseguí atrapar su muñeca antes de que su mano me abofeteara con rabia. Sus ojos chispeaban con tal furia que como un encantador de serpientes no pude evitar acercar mi cara a la suya y besarla suavemente. Lucy reaccionó con mayor furia aún y sentándose encima de mí intentó inmovilizarme pero solo consiguió excitarme aún más, así que la cogí en volandas y la tiré sobre la cama. Aprovechando su momentánea desorientación me tiré sobre ella y con una sonrisa malévola la inmovilicé agarrándola por las muñecas. Intentó zafarse durante unos segundos sin resultado hasta que viendo la inutilidad de sus esfuerzos se rindió y se quedó quieta.

-Te parecerá bonito, abusón…

-Acerqué de nuevo mis labios a su cuerpo jadeante por el esfuerzo y le besé el cuello, ahora en vez de revolverse gimió ligeramente y estiró el cuello invitándome a continuar. Rápidamente retiré mis manos de sus muñecas para acariciar su pelo espeso y sedoso mientras recorría su cuello con mi lengua hasta llegar al arco de su mandíbula. Justo antes de besar de nuevo sus labios la miré a los ojos, la furia había dejado paso al deseo en esa galaxia en rotación. Los besos se sucedieron tórridos y violentos como la discusión anterior, sólo separábamos nuestros labios para tragar bocanadas de aire. Al fin logré separarme los segundos suficientes para quitarle el top y besar sus pechos morenos. Sus pezones se endurecieron inmediatamente  oscuros  y belicosos, los besé y chupé mientras introducía mis manos bajo el  escueto pantalón buscando su sexo. El interior de sus piernas estaba cálido y húmedo y Lucy estalló en un nuevo gemido cuando mis dedos acariciaron su coño. Adivinando su deseo no me demoré más en sus pechos y con fuertes y desmañados tirones le arranqué los shorts y le quité las odiosas botas. Me paré solo unos segundos para poder admirar el cuerpo moreno y suave que temblaba de deseo a mis pies. Acaricié sus piernas y besé sus pies y sus uñas pintadas de negro con esmero. Lucy respondió tensando todo su cuerpo y gimiendo suavemente. Su tanga se ladeó ligeramente y tuve un atisbo de su pubis cuidadosamente arreglado. Adelantando mis manos aparte la prenda con delicadeza, la visión de los labios de la vulva abiertos mostrando un pequeño piercing me volvieron loco y con rudeza envolví todo su sexo con mi boca. Lucy gritó y empujo su pubis hacia mí mientras con sus manos tiraba de  mi cabeza hacia ella. Mi lengua entró en su vagina, recorrió los labios rojos y húmedos por el deseo y terminó golpeando con suavidad el piercing obligando a Lucy a doblar su cuerpo con el placer.

-Sigue –dice Jackie con la voz extrañamente anhelante.

-Mientras yo me deshacía de mi ropa,  –continuo obedientemente mientras paso por las afueras de Rocky Mount –Lucy se quitó el tanga y  esperó pacientemente a que yo terminara de desnudarme. Con una media sonrisa se quedó mirando mi cuerpo pálido y delgado adornado con un pene erecto y congestionado.  Con un gesto de apremio Lucy entreabrió sus piernas y se acarició el sexo invitándome a acompañarla. Me acerque y ayudándome de las manos rocé su sexo con mi polla, Lucy gimió e intentó guiarme hacía su interior pero no la hice caso, me tumbé sobre ella y le besé los pechos y le mordisque el cuello mientras seguía frotando mi polla sobre su pubis y su vientre. Poco a poco fui bajando mis manos hasta el interior de sus piernas y separándolas la penetré de un rápido empujón. Mi polla resbaló en su húmedo interior hasta clavarse en el fondo de su coño arrancándole  un grito de placer. Con las uñas de ella clavadas en mi espalda comencé a empujar con rapidez hasta que todo su cuerpo se paralizó por el orgasmo. Ignorando sus protestas la levanté en vilo y seguí penetrándola ayudado por la gravedad. Lucy se agarraba a mí y gemía aún arrasada por el orgasmo. Cuando se recuperó un poco me senté en el borde de la cama y fue ella la que empezó a subir y bajar por mi polla con lentitud besándome e invitándome a acariciar su cuerpo febril. A punto de correrme me separé e introduje mis dedos en su coño metiéndolos y sacándolos rápidamente mientras besaba y mordisqueaba todo su cuerpo. Lucy se corrió y yo seguí masturbándola sin hacer caso de sus suplicas hasta que las oleadas de placer la obligaron a doblarse en posición fetal gimiendo y tensando todos los músculos de su cuerpo. Cuando su vagina termino de contraerse saqué mis dedos de su sexo y saboreé el orgasmo de Lucy, ácido y dulce al mismo tiempo, igual que ella.

-¿Y tú no te corriste? –pregunta Jackie suspirando.

-Claro que no. Mi leche la guardo para ti. Estos días solo estoy agitando mis huevos suavemente y manteniéndolos a la temperatura exacta, como si estuviese haciendo una salsa holandesa que sólo  tú probarás.

-Mmm –dice Jackie justo antes de que una sirena interrumpa la conversación.

-¡Vaya! me temo que me  he despistado un poco con mi relato y me he ha pillado el radar. –digo pidiendo a Jackie que guarde silencio pero sin apagar el bluetooth del Camaro.

-Buenos días caballero, la agente Simpson ayudante del sheriff del condado de Cumberland. ¿Sabe a qué velocidad iba?

-Lo siento agente –respondo sorprendido ante la belleza de las agentes de la ley de Carolina del Norte –creo que me he despistado un poco.

-Iba a sesenta y tres millas por hora en un lugar limitado a cincuenta y cinco. Documentación y papeles del coche –dice abriendo su talonario de multas mientras yo aún excitado por el relato anterior admiro el cuerpo voluptuoso de la mujer, un poco entrado en carnes, su melena larga y rubia y sus ojos oscuros rodeados por unas pestañas largas y rizadas.

-Cuanto me va a costar el despiste –digo alargándole los documentos y mirándole con rostro compungido.

-Doscientos ochenta dólares con cincuenta.

-Me temo que no tengo tanto dinero en este momento –replico yo –pero si me guía hasta el cajero más cercano se la pagaré con gusto, incluso le invito a un café y a un poco de tarta de queso.

-Hacía tiempo que no me topaba con alguien que se lo tomara tan bien, -dice la agente un poco sorprendida mientras me devuelve los papeles junto con la multa –sígame…

-No pensaras… -dice Jackie, que ha escuchado toda la conversación con atención.

-Hasta mañana querida –digo yo poniendo en marcha el gigantesco V8 de seis litros del Camaro y siguiendo mansamente a la agente de la ley…

Continuará…

Relato erótico: «La cazadora 1» (POR XELLA)

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La vida de Diego no podía ir peor. Desde hacía unos meses, todo iba cuesta abajo. Una compañera a la que odiaba, había sido ascendida en su lugar a directora, arrebatando el puesto por el que tanto había luchado… Y ahora encima era su jefa… Le hacia la vida imposible…   

 

Sin títuloPor si fuera poco, su mujer le había pedido el divorcio. Le había abandonado por un musculitos de medio pelo, más joven que él. ¿En eso habían quedado sus años de amor? Además, se las había arreglado para quitarle casi todo… La casa, el coche… Ahora era de ella… ¡Y encima le tenía que pagar pensión! La muy zorra había alegado malos tratos en el juicio y el no había podido desmentirlo, aunque nunca le hubiese puesto la mano encima.   

 

En sus 45 años de vida nunca se había sentido tan desgraciado… Sus años de casado con Alicia fueron maravillosos… Ella era unos años menor que el, morena, pelo castaño liso… Tenía un cuerpo diez… Con el dinero que ganaba Diego no le hacía falta trabajar, así que se fue convirtiendo poco a poco en una mujer florero, obsesionada con su físico y con las compras. En el sexo era una fiera, y solo de pensar que ahora se la estaba tirando ese cabrón…   

 

En el trabajo no le iba nada mal tampoco. Llevaba mucho tiempo en la misma empresa y había ascendido a lo más alto. Ganaba bastante dinero y su trabajo le gustaba… Pero esa zorra de Eva… Siempre la había odiado, y tener que obedecerla le sacaba de sus casillas… Y ella además hacia todo lo posible por hacérselo pasar mal… Le mandaba tareas de muerda y le ninguneaba delante del resto de la gente…   

 

Desde que todo empezó a irle mal, había gastado su tiempo libre en ir a un pequeño club de carretera a tomarse unas copas… Ni siquiera se tiraba a alguna puta… Con el dinero que tenía que pasar de pensión a su mujer no le daba para esos lujos, pero como tampoco le apetecía estar en el cuchitril en el que vivía ahora…   

 

Y allí se dirigía ahora. Estaba entrando en el 7Pk2, que así se llamaba el sitio, cuando escuchó por megafonia que iba a empezar la actuación de Rachel y Christie. Entonces se le escapó una sonrisilla, ese par de hermanas eran la bomba. Hacían un espectáculo de streptease temático, a veces eran policía y ladrona, india y vaquera… Siempre disfraces «opuestos» y al final una de ellas acababa follando brutalmente a la otra sobre el escenario.   

 

No se creía que realmente fueran hermanas… Había que ser muy depravadas para acceder a hacer eso… Pero era excitante pensarlo y habían elegido bien a las actrices, el parecido entre ellas era asombroso.   

 

Se tomó una copa viéndolas y regresó a su apartamento. El día siguiente tenía una dura presentación y tenía que estar fresco y despejado para aguantar a la zorra de Eva…   

 

Y todo se fue a la mierda…   

 

La muy puta le había preparado una encerrona. Le había dejado en ridículo y le había humillado delante de todos los directivos de la empresa y, al acabar, le había despedido. Así, sin más.   

 

Ya no tenía nada por lo que mereciese la pena vivir. No quería volver a su cuchitril, que le hacía ver la mierda de vida que tenía. Había estado paseando y se había detenido ante el puente de la autovía, planteándose acabar con todo… Pero no tenía valor para ello… Era un cobarde…   

 

Se decidió a ir al 7Pk2 de nuevo, ese había sido su refugio en los últimos meses así que, ¿Qué mejor lugar para huir de todo?   

 

Cuando entró vió que estaba medio vacío, era demasiado pronto. Ni siquiera había espectáculo todavía, simplemente le alegraban la vista las camareras con sus escuetos uniformes. Aun así, se pidió un whisky sólo.   

 

– Buenos días, que pronto has venido hoy, ¿No?   

 

Se dió la vuelta para ver quien le había hablado y se quedó mudo. Una impresionante asiática, con el pelo negro, largo y liso estaba frente a él. Unos espectaculares ojos verdes atraían las miradas casi tanto como su cuerpo. La había visto alguna vez por el local, por lo que tenia entendido, era la dueña.   

 

– ¿P-Perdón? – Diego estaba extrañado de que se dirigiese a él de forma tan directa.   

 

– Que normalmente sueles venir más tarde… ¿ Qué ha pasado? – La mujer quedó mirando fijamente a los ojos del hombre. – ¿Te han echado del trabajo?   

 

¿Era un chascarrillo? Seguramente… No podía saber eso…   

 

– No te preocupes. ¡Diana! – Dijo, llamando a la camarera. – El señor esta invitado a todo lo que tome.   

 

– Gra-Gracias… – Diego no sabia que decir. Se quedó observando su vaso, sin atreverse a mirar aquellos profundos ojos verdes que parecían traspasarle.   

 

– Llevas un tiempo viniendo aquí para ahogar tus penas. – Dijo la asiática, rompiendo el silencio. – ¿Y que has conseguido arreglar con eso?   

 

Diego se quedó mirando a la mujer, pensando que le querría decir con aquello…   

 

– Perdón, no nos han presentado. Tamiko, Tamiko Aizawa. Soy la dueña del local.   

 

– Diego Lozano. Soy el que viene aquí a ahogar sus penas. – Contestó con algo de sorna.   

 

– No has contestado a mi pregunta.   

 

La mirada inquisidor de la mujer le ponía algo nervioso. Apartó la vista de ella.   

 

– ¿Qué quiere decir con arreglar? Esto es un puticlub… Lo único que puedo arreglar aquí es la carga de mis huevos… Y no tengo dinero para ello…   

 

– ¿Y no te gustaría ser capaz de hacer algo?   

 

-…   

 

– ¿Ser capaz de arreglar tu vida? ¿De volver a tener éxito?   

 

Aquella mujer le hablaba como si supiese exactamente por lo que estaba pasando.   

 

– ¿De… Vengarte?   

 

Venganza. Esa palabra activó el pensamiento de Diego, y Tamiko se dió cuenta de ello. Lo que realmente deseaba era vengarse… Vengarse de la zorra de Eva por humillarle, por despedirle. Vengarse de la zorra de su mujer por dejarle tirado como a un perro. Vengarse del cabrón musculitos que se la había quitado y ahora disfrutaba gastándose su pensión…   

 

El silencio se alargaba entre los dos. La asiática miraba fijamente a Diego. Había planteado su pregunta y ahora quería que fuese él el que diese el paso.   

 

– ¿Cómo se supone que haría todo eso? ¿Y a usted que le importa lo que haga o deje de hacer?   

 

– Bueno, el cómo es algo que tratariamos más tarde…  si estuvieses dispuesto a hacer un pequeño trato… Y lo que me importa o deje de importar… Digamos que en este trato las dos partes saldríamos ganando…   

 

– Y ese pequeño trato… ¿En que consistiría?   

 

– No adelantemos acontecimientos… Si estás realmente dispuesto, ven aquí a las 22:00. Te estaré esperando en mi despacho. Te expondré nuestro trato y me dirás si aceptas o no. Si no lo haces, no volverás a tener noticias mías jamás. Pero. Si lo aceptas… No habrá vuelta a atrás…   

 

Diego quedó pensativo. Cogió su copa y dió un largo tragó de whisky. Cuando volvió a girarse, la mujer había desaparecido.   

 

Ni siquiera se molestó en salir del local, para darle vueltas a la cabeza… ¿Qué mejor sitio que aquel? Unas copas más de whisky le habían mantenido en un estado de ligera embriaguez, sin llegar a estar borracho. Cuando llegaron las 22:00 simplemente se levantó y se dirigió al despacho de la mujer.   

 

Había decidido escuchar lo que tenia que decirle, ¿Qué podía perder? Era demasiado cobarde para acabar con todo, pero era lo suficientemente desgraciado como para estar dispuesto a probar cualquier cosa.   

 

TOC TOC  

 

– Adelante.   

 

Diego entró dubitativo. No sabia que esperar de ese encuentro.   

 

– Veo que te has decidido a venir. La verdad es que no dudaba de que lo hicieras…   

 

La mujer estaba sentada tras un escritorio, observandole con aquella penetrante mirada. Todo el ambiente olía a lilas… A lilas y a grosellas… Era un olor agradable.   

 

– ¿Y bien? – Preguntó Diego.   

 

– Qué impaciente… Siéntate por favor.   

 

– Usted me dijo que me daría la posibilidad de recuperar mi vida… Y de vengarme… – Dijo mientras se sentaba.   

 

– No. No me gusta que tergiversen mis palabras… Tu vida esta pérdida. El Diego Lozano que tenía éxito y era feliz no existe, ni volverá a existir.   

 

El hombre no entendía nada.   

 

– Pero sí puedo darte una «nueva vida» en la que todo irá sobre ruedas. Y además, podrás ejecutar tu venganza.   

 

– ¿Nueva vida?   

 

– Exacto.   

 

El silencio de Tamiko le indicó que no revelaría nada más sobre eso.   

 

– ¿Y que saca usted de esto?   

 

– Tu me pertenecerás. Estarás a mi servicio y me servirás de cazador.   

 

– ¿Cazador?   

 

– Si. Necesito carne fresca en el burdel, y tu me la proporcionaras.   

 

Diego comenzó a atar cabos… Solo de imaginarse a las zorras de Eva y Alicia trabajando allí se le puso la polla como una piedra.   

 

– ¿Y como se supone que «cazaré»?   

 

– Eso de momento es irrelevante. Ahora solo debes saber que tu vida cambiará por completo en el momento que aceptes el trato… ¿Estás dispuesto a dar borrón y cuenta nueva, y comenzar una nueva vida de éxito y poder? ¿O te darás la vuelta y volverás a tu cuchitril, a rezar para reunir el valor suficiente para tirarte por ese puente? Es tu decisión.   

 

Diego solo necesitó media fracción de segundo para decidirse.   

 

– Acepto.   

 

Tamiko Aizawa se levantó y le tendió la mano. El hombre hizo lo propio. La mano de la asiática tenía una firmeza que nunca había visto en una mujer… Tanta que poco a poco comenzó a notar que sus propias fuerzas flaqueaban. La miro a los ojos y vió como sonreía.   

 

– Adiós, Diego.   

 

La oyó decir, antes de desmayarse.  

 

——————- 

 

Abrió los ojos lentamente, desperezandose. No reconocía el lugar donde se encontraba, ¿Qué había pasado? Lo último que recordaba era haber estado en el 7Pk2… Todo era muy confuso… Entonces, le vino a la cabeza la imagen de Tamiko Aizawa, la dueña del burdel y lo recordó todo. Se incorporó en la cama solo para notar como llevaba algo en la cabeza… algo que le colgaba y le rozaba los hombros… ¡Era pelo! Agarró con su mano una larga cabellera morena… Un momento… ¿Qué le pasaba a su mano? Era más pequeña… más… delicada… Apartó las sabanas para dirigirse a un espejo que había en una pared lateral y, del shock de lo que vió, volvió a caer sobre la cama.  

 

¡Tenía tetas!  

 

 

 

Inmediatamente apartó el resto de la sabana para comprobar con estupor que su polla y sus huevos habían desaparecido. En su lugar había un coño perfectamente rasurado. Estaba completamente desnudo… Bueno… Desnuda, en un lugar que no conocía. ¿Qué cojones había pasado?  

 

Se levantó de la cama y se dirigió al espejo. No sabia que le habían hecho, pero por lo menos habían tenido buen gusto… El espejo le devolvía la imagen de una mujer espectacular. Pelo negro, largo y ondulado, la piel suave y blanca, unas tetas perfectas, desafiando la ley de la gravedad con su firmeza, unas piernas larguísimas y definidas y un culo espectacular. Pero, de todo lo que vió, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos… unos ojos verde esmeralda que le recordaban a los de la dueña del burdel. 

 

Desnuda como estaba, comenzó a recorrer la casa. Parecía que estaba sola. Estaba totalmente equipada, equipo de música, televisión, DVD, la nevera llena…  

 

En una mesa encontró un periódico abierto en la página de las esquelas. Ocupando un cuarto de página, había una dedicada a él… La fecha databa del 17 de Julio. Ni siquiera sabía en que día estaba. 

 

Así que era verdad que no volvería a ser Diego Lozano. 

 

No estaba preocupado por lo que estaba viendo, librarse de la vida fracasada que tenía era un alivio. Solo tenia en mente de qué manera le ayudaría todo eso a obtener su venganza. 

 

La puerta de la calle se abrió y apareció Tamiko.  

 

– Buenos días, Diana. Parece que ya te has despertado.  

 

– ¿Diana? ¿Esa soy yo ahora?  

 

– ¿Qué mejor nombre para una cazadora, que el de la diosa romana de la caza?  

 

– ¿Qué me has hecho?  

 

– ¿Yo? Todavía nada.  

 

– ¿Y esto? – Preguntó Diana, señalando su cuerpo desnudo.  

 

– Eso no te lo hice yo… Pero es necesario para lo que tengo planeado para ti.  

 

Diana se quedó en silencio, decidiendo qué quería preguntar a continuación.  

 

– ¿Qué día es hoy? – Preguntó al fin 

 

– 5 de septiembre.  

 

Diana lanzó el periódico a la mesa que estaba enfrente de la asiática.  

 

– ¿Qué significa eso?  

 

Tamiko observó la esquela. La tranquilidad con la que le estaba hablando Diana la satisfacía, se estaba tomando los cambios muy bien, realmente deseaba deshacerse de su anterior vida, tanto que no le importaban las consecuencias.  

 

– Diego Lozano ya no existe. Como te dije, al aceptar nuestro trato tendrías una nueva vida llena de éxito y poder, y lo primero que había que hacer era deshacerse de la antigua. Ahora eres Diana y tendrás que aprender a vivir con ello.  

 

– ¿Qué es este lugar?  

 

– Tu nueva casa. – Diana puso cara de incredulidad al oír eso. – No querrás volver a aquel cuchitril, ¿Verdad?  

 

– ¿C-Cómo? ¿Tanto vas a sacar de mi?  

 

– Y no sólo eso. Tienes un coche esperando abajo, móvil, ordenador… Y si necesitas algo más no tienes más que pedirlo… Pero no te equivoques, esto no es cosa mía. Tengo varios… contactos con una corporación muy interesada en nuestras habilidades.  

 

– ¿Nuestras habilidades?  

 

– Ahí quería llegar yo. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos? ¿No notas nada distinto?  

 

Diana comenzó a recordar el encuentro anterior. Obvió el hecho de que ya no iba a mear de pie, pues suponía que no se refería a eso… Y entonces se dió cuenta. Se giró y avanzó hacia el espejo, mirando detenidamente los intensos ojos verdes que ahora poseía.  

 

– T-Tus ojos… – Dijo. – Parecía que pudiesen ver a través de mi… De examinar cualquier rincón de mi mente… Y ahora… Ahora no tengo esa sensación…  

 

– ¡Exacto! Veo que no me equivoque a elegirte. Te he otorgado el mismo poder que poseo. El poder de controlar a quien quieras. – Diana estaba sin habla, intentando asimilar las palabras de Tamiko. – Verás, en la antigua China, se creía que las mujeres de ojos verdes eras enviadas de los cielos, con la capacidad y la misión de orientar al resto de los mortales. Deberías saber que toda leyenda tiene algo de verdad. Pertenezco a esa antigua estirpe de enviadas de las diosas… Y ahora tu también.  

 

– Por eso debiste convertirme en mujer antes…  

 

– Exacto.  

 

– ¿Y como uso ese poder?  

 

– Lo primero que tienes que hacer es aceptarte a ti misma. Tu cuerpo y tu mente deben ser uno para que puedas controlar la mente de los demás.  

 

La cara de la chica era un poema. No tenía ni idea de como hacer eso…  

 

– No te preocupes. Es más sencillo de lo que parece. De todas formas, esta tarde te traeré a alguien para que practiques.  

 

– Entonces… ¿Ya está? Diego Lozano ha muerto y ahora soy Diana, una emisaria de las diosas en la tierra. ¿Todo es tan fácil?  

 

– Cómo te dije antes, hay una corporación muy poderosa detrás de todo esto. Ellos han preparado todo para que Diana tenga una vida. Tienes un colegio en el que estudiaste, instituto, universidad, trabajos que has realizado… Todo para que seas una persona real.  

 

– ¿Qué corporación haría tal cosa?  

 

– Tiene muchas ramas, pero la más importante es Xella Corp.  

 

– ¿Xella Corp? Nunca la había oído…  

 

– Claro que no, saben cuidarse muy bien. Pero te aseguro que están en más sitios de los que piensas… Ya lo iras descubriendo.  

 

Diana se quedó en silencio.  

 

– Bueno, te dejo a solas. Tienes ropa en los armarios y tu documentación en el cajón de la entrada. Esta tarde regresaré.  

 

Ropa en los armarios. No se había dado cuenta de que seguía desnuda… Aún así, antes de vestirse se acercó a ver su documentación. Diana Querol. Ese era su nuevo nombre. Dejó la documentación sobre la mesa y se dirigió al armario.Cuando lo abrió, vió la gran cantidad de ropa de la que disponía, ¡Qué barbaridad! Vestidos, pantalones, faldas, shorts, blusas, camisetas, tops… Por no hablar de la ropa interior… Había una cantidad ingente de lencería, medias, ligueros, tangas, culottes, sujetadores… Todos eran tremendamente sexys… Se imaginó a si misma poniéndose toda aquella ropa y, aunque tenía un cuerpo de escándalo, le pareció ridículo. En un lado de la habitación estaba el zapatero, repleto de zapatos con tacones altísimos… ¿Cómo iba a subirse a eso? Nunca lo había hecho. Estuvo un buen rato para ponerse el sujetador. Si era difícil quitarlo como hombre, tampoco era fácil ponerlo como mujer. Se puso un culotte y un pantaloncito de chándal con una camiseta para estar por casa y se dirigió al ordenador.

 

Pasó horas buscando información de Xella Corp y Tamiko Aizawa, pero no consiguió encontrar nada…

 

La puerta volvió a abrirse y Tamiko la atravesó acompañada de una mujer rubia que andaba dócilmente tras ella. 

 

– Esta es Missy. – Dijo la asiática. – Será tu cobaya.

 

Diana miró a la mujer a los ojos, y cuando los de ésta se cruzaron con los suyos, una marea de emociones y pensamientos la invadió, haciendo que apartase la vista.

 

– ¿Q-Qué ha sido eso? – Preguntó Diana, asustada.

 

– Cuando entres en contacto con una de tus víctimas, serás capaz de ver cada rincón de su mente, todos sus pensamientos, recuerdos, emociones… TODO. Cuando domines tu poder, serás capaz de moldearlo a tu antojo.

 

Diana pensó en lo que había visto, sin atreverse a mirar a la mujer de nuevo. No era capaz de sacar nada en claro de aquella amalgama de imagenes y sonidos…

 

– Ahora está tranquila porque la tengo bajo mi control. Te la dejaré atada para que no tenga manera de escapar. Quiero que la domines y la controles. Cuando seas capaz de hacerlo estarás preparada para la caza de verdad.

 

Tamiko enganchó una cadena al cuello de la chica, así como unos grilletes y una mordaza y la ató en una barra que había en un lado del salón.

 

– Volveré en un par de días, si necesitas algo, llámame.

 

Nada más salir por la puerta, la calma que tenía Missy desapareció, y la chica comenzó a revolverse y a lanzar gritos amortiguados por la mordaza. Diana se acercó a ella para realizar un nuevo intento, pero con el mismo resultado. La avalancha de imagenes y recuerdos la abrumaba y no era capaz de sacar nada en claro. Estuvo varias horas, dándose cuenta de que Missy no podía evitar mirarla a los ojos… Se revolvía, intentaba luchar, pero sus ojos la atraían como la miel a las moscas. Todos sus intentos fueron infructuosos, sólo consiguió un enorme dolor de cabeza así que decidió dejarlo para el siguiente día y darse un baño relajante.

 

Se dirigió al baño y se desnudó frente al espejo mientras se llenaba la bañera. Observó el maravilloso cuerpo que tenía ahora. Cuando era hombre, tenía un cuerpo normal, algo de barriguita, no era muy alto, se estaba quedando calvo… Ahora no. Como Diana, tenía un cuerpo que los hombres desearían y las mujeres envidiarian. Se imaginó que habría hecho con una mujer como ella y comenzó a calentarse. 

 

Se metió en la bañera y comenzó a enjabonarse, recorriendo su nuevo cuerpo, sus nuevas curvas. Se detuvo más tiempo del necesario en sus nuevos pechos, como hombre nunca le habían resultado excitantes sus pezones, pero ahora… El roce era maravilloso. 

 

Las sensaciones de calentura eran distintas también. Notaba el ardor por todo el cuerpo, cada caricia, cada roce lo aumentaba. El placer no estaba limitado a su entrepierna, sino que era global. 

 

Comenzó a descender e introdujo su mano en su coño. Dejó escapar un gemido de la impresión, era extraño tener algo dentro. Podía notar perfectamente lo lubricada que se encontraba, sus dedos entraban y salían con facilidad. Se detuvo en cada uno de los pliegues de su sexo, descubriendo las sensaciones que eso le reportaba. Con la otra mano se acariciaba el cuerpo. Pasaba de los pezones a sus caderas, sus piernas, sus pechos de nuevo… Comenzaron a invadirla oleadas de placer, ¿Qué estaba pasando? Aceleró el ritmo de sus dedos, usando uno para acariciarse el clitoris y otro para recorrer su coño. Los jadeos se incrementaban, comenzó a agitarse y a contraerse. Aquello era más de lo que había sentido nunca como hombre, un inmenso orgasmo la sobrevino haciéndola gritar de placer y, en vez de acabar ahí, siguió masturbandose haciendo que le viniese un orgasmo tras otro. Para, exhausta, y quedó tumbada durante varios minutos, disfrutando de las sensaciones que le brindaba su nuevo cuerpo. 

 

No sabia que una mujer vivía tan intensamente sus orgasmos… Incluso se le había despejado la cabeza, se sentía mejor que nunca… 

 

«¿Es posible que sea…?» –  Pensó Diana. 

 

Inmediatamente salió de la bañera y, desnuda y empapada como estaba, se dirigió a ver a Missy, la miró a los ojos y un mundo nuevo se abrió ante ella. 

 

Era abrumador. Podía ver y sentir a esa mujer como si fuera un libro abierto. Desde su más tierna infancia, todos sus recuerdos estaban a su alcance, seguro que Missy ni siquiera se acordaba de la mayoría de ellos… 

 

Vió que se llamaba Miranda, que tenía una hermana y que era policía. Vió que era independiente y que nunca había querido tener una pareja seria. Vió como la había conseguido Tamiko para ella. Vió el destino de su hermana. 

 

Missy la miraba atentamente sin dejar de revolverse. Diana podía ver sus sentimientos: miedo, humillación, deseo de libertad, odio hacia ella… quería hacerse oír por alguien, quien fuese. Entonces, sin saber bien como, comenzó a «cambiar» su forma de pensar… Hacerla ver que nadie la iba a oír, que no servía de nada resistirse, que sus esfuerzos eran inútiles… Notaba como los pensamientos de Missy cambiaban a la vez que dejaba de luchar. 

 

«¿Así de fácil?» Pensó. «Creo que me va a gustar mi nueva vida» 

 

Se retiro a su cuarto a descansar, mañana seguiría probando sus nuevas habilidades.

 

Antes de dormir, las palabras de Tamiko comenzaron a sonar en su mente. 

 

«Aceptarte a ti misma» «Tu cuerpo y mente deben ser uno». 

 

Así que todo consistía en eso… aceptar su nueva vida a través de su sexualidad… 

 

Definitivamente, su primer orgasmo como mujer era el que más satisfacciones y beneficios le había dado. 

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