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«UN CURA ME OBLIGÓ A CASARME CON DOS PRIMAS» (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Después de dos años trabajando como médico para una ONG en una lejana aldea de la India, llega la hora de la partida para nuestro protagonista pero entonces un monje capuchino que llevaba toda la vida trabajando para aligerar el sufrimiento de esa pobre gente, le pide un favor que no solo choca frontalmente contra la moral de ese sacerdote católico sino que a todas luces resulta inasumible para un europeo.
Esa misma mañana se ha enterado que un policía corrupto pretende a dos jóvenes de esa etnia y para salvarlas de ese cruel destino, el cura le pide que se case con ellas y se las lleve a España.
Nuestro protagonista no tarda en descubrir durante la boda que aunque ese santurrón le había asegurado que las hindúes sabían que era un matrimonio ficticio, eso no era cierto al oír que esas dos primas juraban ser sus eternas compañeras.

HISTORIA CON OCHO CAPÍTULOS TOTALMENTE INÉDITOS, NO PODRÁS LEERLOS SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO CON MÁS DE 150 PÁG.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los dos primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas Contra El Hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde curraba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
―Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
―Pedro― me dijo sentándose en un banco, ―sé que vuelves a la patria.
―Sí, Padre, me voy en siete días.
―Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco.
La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:
― Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia― no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían.
Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo:
―Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de su hija y de una prima que siempre ha dependido de ella con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos.
―¿Cuánto dinero necesita?― pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
―Poco, dos mil euros…― contestó en voz baja ― …pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
―Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?
―Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
―Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
―Pedro, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato― contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: ― Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos euros.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme le dije:
―Padre Juan, es usted un cabrón.
―Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y ¡quién soy yo para comprender los designios del señor!…

CAPÍTULO 1 LA BODA

Esa misma tarde en compañía del monje, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote. Allí me enteré que para ellos y según su cultura las dos crías eran hermanas al haberse criado bajo el mismo techo. Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
―Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
―El jefe de la policía local― respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: ―No querrás que vayan como pordioseras.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle a sus mujeres. Afortunadamente vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus niñas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
«¡Coño! Si la madre me pone bruto, ¿qué harán las hijas?», recapacité un tanto cortado esperando que el monje no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
―Te está purificando― aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
―Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
―Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
―En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño pero su misión es dejar agotado al novio.
―No entiendo.
―Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso.
No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.
Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa tratando de congraciarse con el rico extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al misionero, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano. Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
―¡Qué va! Son dulces y obedientes― contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: ―Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú.
Lo salvaje del trato al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó a mis brazos y en voz alta pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
―Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje.
―Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales.
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales.
―Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos.
―Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
―Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros.
«¡Puta madre! A mí me da lo mismo pero si estas crías son practicantes, ¡han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente!», pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura: «¡Será cabrón! Espero que me explique qué es todo esto».
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos, fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El sacerdote, con una sonrisa, respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del trato.
―Pedro, si tienes algún problema, llámame― dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.

CAPÍTULO 2 EL VIAJE

En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos primas.
Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
―El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi prima ni yo los necesitamos― me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
«El dueño de la casa donde viviremos», tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la India las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
―Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su prima Dhara, empezó a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
―Debemos probarnos sus regalos.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
―¿Y?
―Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido.
Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:
―Son muy guapas sus esposas― dijo en un perfecto inglés ― se nota que están recién casados.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntó cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado estar, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su prima se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
―Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo.
―No tengo ninguna duda― contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su prima no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y qué decir de su trasero: ¡sin un solo gramo de grasa era el sueño de cualquier hombre!
«Menudo panorama», pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. «El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa».
―Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre― me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación ―sabremos hacerle feliz.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su prima, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las primas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India. Por eso no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
«¡Cómo echo de menos un buen entrecot!», pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
―Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, contestó:
―Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección― tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
―Temo que es mucho. No podrán terminarlo.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
―Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo― y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente, ¡cogió mi mano en público!
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
―Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su prima ésta cogiendo mi mano, la pasó por su ombligo mientras me decía:
―Un buen maestro repite sus enseñanzas.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad. Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezar a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, susurró:
―Déjenos.
Los mimos de las primas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su prima me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
―Gracias.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, “su madre” al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana la violó para posteriormente ponerla a servir en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a qué se dedicaba. Por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
«Menuda vida», pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo cuando con voz seria Dhara me replicó:
―El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas. Pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos.
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna, que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
―¿No nos venderá al llegar a su país?
Al escucharla comprendí su miedo y acariciando su mejilla, respondí:
―Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís.
Escandalizadas, contestaron al unísono:
―Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será.
Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras. Tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:
―Mi prima ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
―Tenemos toda una vida para lo hagas.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su prima se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
―Disculpe que le pregunte: ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda. El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué que no tenía ninguna mujer. También les pedí que como en España estaba prohibida la poligamia al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que si les preguntaban confirmarían mis palabras.
―Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión.
Dhara al oírme me dio un beso en los labios, lo que provocó que su prima, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por hacerlo en público.
«¡Qué curioso!», pensé, «No puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño».
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
«No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari», me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
―Están casadas― solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado y al explicarle el motivo se sonrió y excusándolo, dijo:
―No se debe haber fijado en que llevamos el bindi rojo.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó cómo se distinguía a una mujer casada. Sin ganas de explayarme y señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una porque no quería que pensaran mal de ellas.
―No te entiendo― dije.
―No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría. Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida. Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salido y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos primas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con Lourdes, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuándo había vuelto.
―Ahora mismo estoy aterrizando― contesté.
―¡Qué maravilla! Ahora tengo prisa pero tenemos que hablar. ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? Y así nos ponemos al día.
―Hecho― respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación, estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su prima en español para que yo me enterara:
―¿Has visto a esa mujer? ¿Quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su prima:
―Debe de ser de su familia porque si no lo es: ¡este viernes escupiré en su sopa!
«Mejor me callo», pensé al verlas tan indignadas y sabiendo que esa autoinvitación era un formulismo que en un noventa por ciento de los casos no se produciría, me subí al siguiente taxi. Una vez en él, pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal.
Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porqué había tan pocas bicicletas y dónde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, para acto seguido explicarles que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
―La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos― dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté qué había dicho, la pequeña avergonzada respondió:
―No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi prima que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.
Ante semejante burrada ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada. Al ver que no me había disgustado, las dos primas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos.
Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella respondió:
―No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo― respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
«O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol», pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
―¿Qué os ocurre?― pregunté.
―Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una mansión de piedra.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje, les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, pregunté que era:
―Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su prima. Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a asimilar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto. Por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos primas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor arrodillándose a mis pies dijo:
―Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes tenemos que preparar cómo marca la tradición el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas.
«¡Mierda con la puta tradición!», refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su prima a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.


Relato erótico: » La cazadora III» (POR XELLA)

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Diana se levantó feliz y llena de vida, la experiencia del día anterior había sido fabulosa. Saltó de la Sin títulocama y, desnuda como estaba, se dirigió a la cocina, donde Missy, perfectamente aleccionada, estaba preparando el desayuno. La chica solo tenia por vestimenta un collar de perro.  

 

– Buenos días, Missy. – Saludó Diana.  

 

– Buenos días, ama. – Respondió solicita la mascota.  

 

– Hoy va a ser un día ajetreado para ti. – Missy la miraba con curiosidad. – Vas a salir a hacer unos recados.  

 

Diana notó como la felicidad invadía la mente de su mascota. Se alegró de que en ningún momento pensó en escapar, sino en hacer feliz a su dueña y ser la útil.  

 

– Y después – Continuó. – tengo una pequeña sorpresa preparada… De momento prepara la bañera, después de desayunar me apetece que nos demos un baño.  

 

«¿NOS demos?» Pensó Missy, mientras la alegría y la satisfacción la invadían.  

 

Diana terminó de desayunar y se dirigió al un baño. La bañera estaba llena de agua tibia y espuma.  

 

– Muy bien, pequeña. – Missy sentía placer cada vez que su ama la premiaba con dulces palabras.  

 

La mujer entró en la bañera y su mascota se situó tras ella. Sin tener que decirle nada, comenzó a enjabonar la espalda de su ama, con suavidad, saboreando el momento. Diana disfrutaba de las caricias, el cuerpo femenino era mucho más sensible a estos actos que el masculino… Y eso le encantaba… Se estaba calentando con el baño y a los pocos minutos acabó sentada en el borde de la bañera mientras su perrita le practicaba un apasionado cunnilingus. Disfrutó de nuevo de la suavidad con la que se lo realizaba la chica, deteniéndose en cada detalle, sin prisa.  

 

Después de correrse un par de veces en la boca de su esclava, la ordenó vestirse.  

 

Había preparado para ella una cortisima falda tableada con una camisa de manga corta ajustada. Unos tacones altísimos realzaba el estupendo culo de la chica. Todas las prendas eran color azul oscuro, lo que le daba un perverso parecido al uniforme de policía que en otra época tenía que llevar Missy.  

 

Llevaba unas medias de encaje justo hasta el borde de la falda, sujetas con un bonito liguero, pero no llevaba ropa interior. Esto, unido a los altísimos tacones, hacían que cualquier despiste dejase ver el precioso trasero de la chica.  

 

Diana no se molestó en darle una lista den la compra, simplemente grabó en su mente donde tenía que ir y que tenía que comprar.  

 

—————— 

 

Missy llegó a la dirección que le había indicado su ama. No había estado nunca, pero sin saber cómo, conocía perfectamente el camino para llegar. Vió sin sorprenderse que estaba ante un sex shop. Nunca había entrado en uno pero los que había visto desde fuera no se parecían en nada a este, todos estaban llenos de luces estridentes y neones, pero este era bastante sobrio y estaba algo escondido. Entró en el local y comenzó a dar vueltas por la tienda, cogiendo productos de una manera que a ella le parecía azarosa, pero que seguía a pies juntillas las instrucciones de su dueña.  

 

Cuando cogió un pequeño plug anal con un rabo de zorra acoplado a él, llegaron a su mente las imágenes del calvario pasado durante su secuestro. «No es lo mismo» Pensó. «Allí lo hacían para verme sufrir, contra mi voluntad. Mi ama… Mi ama lo hace por mi bien,  es lo que debo hacer, obedecer a mi ama» Missy haría todo lo que su adorada ama quisiera, estaba convencida de ello.  

 

Recorriendo la tienda cogió varios vibradores, dildos, arneses, disfraces, uniformes, algunas ball – gag, esposas, cadenas, collares… Pero lo que más le llamó la atención fue acercarse con interés a la zona que tenía aparatos para hombre… ¿Para que estaba mirando eso? Si no había ningún hombre en casa…  

 

Igualmente cogió algunos aparatos de castidad y un par de anillos, que según veía, servían para sujetar los testículos y el pene de un hombre, para evitar que eyaculara.  

 

Se dirigió a la caja y entregó todo al tendero. No se le escapó la mirada cargada de lujuriaque le dirigió, lógico por otra parte, viendo a una mujer como ella yendo a comprar todos aquellos aparatos.  

 

– ¿Necesita bolsa? –  Preguntó el tendero, como si de un supermercado se tratase.  

 

– Sí, por favor.  

 

– Son 624,30€. – Informó el chico, entregándole una enorme bolsa opaca con sus juguetes.  

 

– Eh… – Missy palpaba buscando dinero, pero su ama no le había dado nada… 

 

Entonces, las palabras acudieron a su boca de la nada.  

 

– Voy a pagar con un especial. – Dijo, segura de sí misma.  

 

– ¿Quien te ha dicho eso? – Preguntó el tendero, intrigado, pues poca gente sabía que alguna vez habían usado ese «método de pago», es más, solo había hablado de eso con su primo Diego, y había fallecido unos meses atrás.  

 

– N-No se… ¿Puedo pagar así o no? – Balbuceó nerviosa.  

 

– Sí… Por supuesto… – Dijo el hombre mientras la observaba de arriba a abajo. – Pasa por aquí por favor.  

 

Missy le siguió a través de una pequeña puerta y un estrecho pasillo. A los lados del pasillo había varias puertas, el hombre se detuvo en la última y la abrió.  

 

– Este es tu cubículo. – Dijo. – Para pagar lo que has comprado tendrás que estar unas horas…  

 

Era un pequeño cuarto de un metro en cada lado. Uno de los lados lo ocupaba la puerta y los demás tenían un espejo en la parte superior y un agujero justo debajo de éste.  

 

– Será mejor que te desvistas, ahí dentro no te va a hacer falta y supongo que no querrás marcharte, ¿no? – Continuó el hombre.  

 

Missy dudó unos segundos y un poco asustada hizo caso a lo que le decía el hombre.  

 

– ¿Sabes lo que es un Glory Hole, verdad? – Preguntó inseguro, al ver sus dudas.  

 

– Sí, por supuesto. – Contestó la chica, segura de sí misma. No tenía ni idea de lo que era, aunque podía imaginárselo… De todas formas, era la única manera de pagar, y no estaba dispuesta a defraudar a su ama…  

 

 

Se quedó observándola unos segundos.  

 

– ¡Venga zorra! ¡No te quedes mirando, que no tengo todo el día! – La apremió una voz al otro lado del espejo.  

 

«Así que los espejos son transparentes por el otro lado» Pensó mientras se agachaba ante aquel rabo. No tuvo ningún reparo en meterselo en la boca, tragándoselo poco a poco hasta que sus labios tocaron la pared. Comenzó un movimiento de vaivén y en poco más de dos minutos, una descarga de semen la llenó la boca, cogiendola por sorpresa. Parte de ese semen se derramó sobre su cara y su pecho.  

 

«Menos mal que me quité la ropa» Era el único pensamiento que cruzaba su cabeza.  

 

No tardó mucho tiempo en aparecer otra polla en otro de los agujeros, y otra y otra y otra más.  Cuando acababa con una ya tenía otra esperándola, pero ella trabajaba satisfecha por satisfacer a su ama.  

 

Varias horas estuvo la otrora orgullosa detective encerrada en ese cubículo, entre pollas y semen, hasta que el dependiente fue a buscarla.  

 

– Joder, ¡vaya olor! – Exclamó ante la peste que desprendía la chica. – Con esto has saldado tu deuda, puedes ducharte si quieres en la sala del fondo.  

 

Missy salió de aquel zulo sonriendo, agotada pero satisfecha por haber cumplido. Su ama no tendría ninguna queja de como había llevado a cabo su encargo…  

 

—————— 

 

Diana observó satisfecha como Missy salía por la puerta para comprar multitud de aparatos para someterla. Hoy comprobaria el alcance de sus poderes, no estaba segura de que todo saliese como esperaba, pero al final del día resolvería sus dudas.  

 

Estuvo nerviosa, dando vueltas por el apartamento, probandose modelitos hasta que se decidió por unos leggins negros y un top blanco. Era sencillo pero en ese cuerpo de escándalo quedaba bien cualquier trapito.  

 

Se puso unos tacones y estuvo dando vueltas ante el espejo, agarrándose a todo para no abrirse la cabeza. «¿Alguna vez seré capaz de llevarlos?» Pensaba.  

 

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. «Ya está aqui»…  

 

Se quitó los tacones y fue descalza hacia la puerta y al abrirla, allí estaba. Héctor.  

 

– H-Hola… – Saludó el chico, confuso.  

 

– Hola. – Contestó Diana.  

 

Veía claramente en la mente de Héctor su confusión. No sabia que hacía allí, ni siquiera sabía cómo había llegado, pero estaba contento de ver de nuevo a su diosa. Revisó los recuerdos del chico para ver si todo había ido correctamente. Vió como llegó a su casa y se estuvo más tumbado frenéticamente durante la noche, con el tanga de Diana siempre presente, oliendolo y frotandoselo. Vió como por la mañana, el deseo imperioso de ir a su piso había surgido, sin saber si quiera que dirección tomar, ni la razón por la que lo hacía.  

 

– Pasa por favor. – Indicó la mujer.  

 

El chico obedeció, intentando ocultar su evidente ereccion. Caminó detrás de Diana hasta el salón, sin poder quitar ojo de las redondeces de su culo, remarcado perfectamente por los leggins.  

 

– ¿Por qué has venido? – Preguntó Diana, sabedora de la respuesta.  

 

– Y-Yo… Te necesito… Necesitaba verte… – Héctor enrojecio al momento.  

 

– ¿Y eso? 

 

– No lo se… – Dudó. – Necesito estar a tu lado…  

 

– ¿No decías que todas eramos unas zorras?  

 

– Yo…  

 

– ¿Qué no querías atarte a ninguna mujer?  

 

– Lo siento… Estaba equivocado… No se que me pasa… No puedo dejar de pensar en ti…  

 

Diana le miraba, manipulaba su mente de tal forma que el chico sintiese lo que ella quería que sintiese.  

 

– Haré lo que sea…. Por favor…  

 

– ¿Lo que sea?  

 

– Lo que sea… – Repitió.  

 

– ¿Estás dispuesto a dejar tu vida atrás? ¿A dejar tu pasado, tus amigos y a tu familia?  

 

– Lo que sea… – Volvió a repetir, fanático.  

 

Diana estaba comprobando la potencia de su poder, estaba obligando a aquel hombre a renunciar a todo… Por ella.  

 

«Desnúdate.» Resonó en la mente de Héctor. Éste obedeció sin rechistar. Tiró su ropa a un lado mostrándose como dios le trajo al mundo.  

 

Diana se sorprendió a si misma deseando aquella imponente polla que portaba el muchacho. Anhelaba tenerla dentro igual que el día anterior. Levantó su pie descalzo y lo apoyó en una mesita que había entre ambos. Héctor, sin dudar, se lanzó de rodillas al suelo y comenzó a lamerlo con adoración. Nunca había hecho algo parecido, pero sentía que era una buena manera de mostrar sus respetos a aquella maravillosa mujer. Ésta encontraba placer en la sumisión de aquél hombre, se iba a convertir junto con Missy en una bonita mascota.  

 

Notar la lengua de Héctor entre sus dedos, lamiendo la planta de su pie, recorriendo de arriba a abajo con dedicación era una delicia. La sensación de que ese hombre estaba a su disposición se acrecentada con ese acto. Diana no podía más, estaba empapada en su calentura. Retiró el pie y se bajó los leggins y el tanga hasta medio muslo, se dio la vuelta y dobló su torso noventa grados.  

 

– Vamos, semental. – Le dijo. – A ver cuanto tardas en hacer que me corra…  

 

Héctor se situó tras ella, ansioso. Apoyó el glande en la húmeda entrada de la mujer y la introdujo lentamente, notando como la cavidad se amoldaba a su tranca. Diana gemia de placer, iba a disfrutar mucho con esa polla. Primero Héctor era el que llevaba el ritmo, metiendo y sacando la polla frenéticamente del coño de su diosa, pero luego fue Diana la que comenzó a moverse para notar más y más adentro la herramienta del chico.  

 

Se corrió entre gritos e inundada de placer se dejó caer sobre el sofá. 

 

Nuevamente Héctor no se podía correr. Tenía la polla durisima, empapada de los flujos de Diana. Comenzó a masturbarse, intentando llegar a un climax imposible de alcanzar.  

 

Diana se recompuso, besó con cariño el rabo del chico notando el sabor de su sexo y acabó de vestirse. Le ordenó que se arrodillara en un lado del salón y allí le dejó hasta la llegada de Missy.  

 

———- 

 

Varias horas tardó en sonar la puerta y,  cuando lo hizo, la atravesó Missy con una sonrisa de oreja a oreja y una enorme bolsa opaca en sus manos. Buscó con la mirada a su ama, deseos de mostrarle lo bien que había cumplido sus tareas, pero no la vió.  

 

Se dirigió al salón, pensando que estaría descansando en el sofá y cuando entro en la sala se quedó petrificada. ¿Quien era ese hombre? ¿Qué hacia desnudo?  

 

– Buenas tardes, Missy. ¿Qué tal han ido los recados? – Saludó Diana.  

 

Missy se olvidó de todo. Ya no importaba el hombre desnudo que había en el rincón, las horas que había estado encerrada chupando pollas. Nada importaba, sólo ella. Su ama.  

 

– Muy bien. – Contestó la mascota. – No he tenido ningún problema.  

 

Diana leyó en su mente como todo había salido como había planeado. No le habían puesto pegas en la forma de pago y había traído todo lo que le había encargado.  

 

– Me alegro. Déjame que te presente a tu nuevo compañero.  

 

«¿Compañero?» Pensó la chica.  

 

– Se llama Bobby y, como tú, ahora me pertenece.  

 

Missy observaba a Bobby con curiosidad. Estaba desnudo, arrodillado y con una enorme polla empalmada entre las piernas.  

 

– ¿Por qué no te desnudas y te presentas?  

 

Missy tardó pocos segundos en despojarse de la ropa que llevaba. Se echó al suelo y avanzó hasta el hombre.  

 

– Hola, me llamo Missy. Soy la mascota de la casa.  

 

– ¡Muy bien, Missy! – La felicito su ama. – Ahora vamos a ver que has traído.  

 

Comenzó a sacar cosas de la bolsa y fue seleccionando unas cuantas. Dos collares de perro y uno de los anillos para el pene.  

 

– Veníd, esto es para vosotros.  

 

Las mascotas se acercaron y Diana les puso el collar al cuello.  

 

– Toma, pónselo.  

 

Le dió a Missy el anillo y, con algo de vergüenza se lo colocó solicita a su nuevo compañero. Quedaba colocado de tal forma que la polla y los huevos quedaban alzados, preparados para embestir.  

 

– Cómo has cumplido bien con tu cometido – Le dijo a Missy -, te has ganado la recompensa.  

 

Mientras decía esas palabras comenzó a desvestirse. Se echó sobre el sofá y separó las piernas. Missy se situó inmediatamente de rodillas ante ella, dispuesta a devorar ese manjar que tenía delante.  

 

– Eso es… – Decía Diana al notar la lengua de su perra. – Buena chica…  

 

Bobby se mantenía quieto, al lado de la pareja, viendo con deseo como esa chica, su nueva «compañeta» devoraba el sexo de su diosa.  

 

– No te quedes ahí, Bobby. – Dijo Diana. – Haz que esta perra descubra por qué ahora vas a vivir con nosotras…  

 

No se lo pensó dos veces. Se situó detrás de la chica, que por su posición facilitaba el acceso, y le enterró su enorme polla de un empellón. Missy soltó un grito de sorpresa, pero inmediatamente volvió a su tarea.  

 

Diana pensaba que iba a explotar. Notaba la excitación de sus mascotas casi tanto como la suya. Era un mundo de sensaciones placenteras que no tardaron en llevarla al orgasmo, empapando la cara que tenía entre las piernas.  

 

Missy estaba cercando correrse también, pero Diana no quería que lo hiciera todavía, así que ordenó a Bobby que dejase libre el coño de la chica para comenzar a sodomizarla. Sabía que en su cautiverio su culito había sido usado múltiples veces, así que no seria un problema.  

 

La perra se asustó cuando Bobby situó el glande en su ano, pero Diana no tardó en eliminar esas sensaciones de desasosiego. Cuando el hombre empujó, solo pudo dejar escapar un gemido, mezcla de dolor y de placer, sobre el coño de su ama.  

 

Diana no se esperaba esto. No había pensado que iba a notar todas las sensaciones de la sodomizacion. Como la polla se abría paso a través del estrecho conducto, como este se dilatada para tragarse aquella barra de carne, el dolor… Y el placer que eso producía… Notaba como Missy se partía en dos y como su recto presionaba la polla de Bobby. Inmediatamente se corrió de nuevo en la cara de su mascota y liberó al hombre para que hiciese lo mismo, llenando el culo de la perra de leche.  

 

Hasta entonces no se lo había planteado pero…  

 

Se levantó y se colocó a cuatro patas. Missy, siguiendo sus instrucciones, comenzó a lamer su ojete, lubricandolo y preparándolo para lo que venía. El semen resbalaba a chorretones del culo de la chica.  

 

Bobby se acercó y la perra alternaba sus lametones entre el culo de su ama y la polla de su compañero.  

 

Y entonces comenzó.  

 

Notó la presión en su esfinter, como éste cedía centímetro a centímetro, claudicando ante el avance impasible de aquella polla. Hasta que tocó fondo. Se quedaron así unos segundos. Missy comenzó a lamer su coño, para aumentar el placer, y poco a poco éste se sobrepuso al dolor. Bobby comenzó a meter y sacar el rabo, sodomizando a aquella diosa que le tenía obsesionado, viendo como aquel culo se tragaba su polla una y otra vez.  

 

Diana también era participe de esas vistas y sensaciones. Como hombre, nunca había probado el sexo anal, su mujer se negaba, y ahora estaba viviendo y sintiendo las dos caras de la moneda. No tardó en abordarla un nuevo orgasmo, que acompañó dando la orden de correrse a Bobby. Chorros de espera caliente llenaron su recto que se contraia entre los espasmos del orgasmo, ordeñando la polla del hombre.  

 

 

 

Cuando el chico abandonó su culo, la lengua de Missy ocupó su lugar, lamiendo y limpiando la zona. Estuvo varios minutos recibiendo las atenciones de su perra hasta que decidió que ella merecía un orgasmo también. La hizo cabalgar a Bobby hasta que se corrió sobre él.  

 

– Parece que te diviertes. – Dijo una voz a su espalda. Diana se dió la vuelta, era Tamiko.

 

– Tamiko, ¿Cuanto tiempo llevas ahí?

 

– El suficiente para ver como te desvirgan el culo. – Respondió la asiática, guiñándole un ojo.

 

Se acercó a ellos, deteniendose delante de Bobby, evaluándole.

 

– Has encontrado una buena presa… ¿Vas a quedartelo?

 

– Si. Pensé que estaría bien tener un perro y una perra… Así será más entretenido.

 

Tamiko miraba al chico, Diana suponía que estaba leyendo su mente, con lo que sabría todo sobre su salida de ayer.

 

– Ayer te divertiste bastante. – Confirmo Tamiko. – ¿Notaste algo?

 

– Si… Ayer, cuando follé… Cuando este chico eyaculó… Me sentí… Viva. Poderosa. No sabría explicarlo…

 

– No te preocupes. Yo sí. Nosotras vivimos del sexo. Lo necesitamos. Sin él no podríamos mantener nuestros poderes. Tanto para desarrollarlos a su máxima expresión, como para mantenerlos, necesitamos tener orgasmos, provocar orgasmos. Vivimos del placer.

 

Diana pensó como al principio de la noche no pudo soportar varias mentes en su cabeza, pero al final, después de tener sexo con Bobby, pudo aguantar perfectamente las mentes de sus amigos, e incluso manipularlas…

 

– Tengo una pregunta. – Comentó Diana.

 

La asiática no le dijo nada, solo la miró fijamente, esperando a que hablara.

 

– Ahora soy una mujer… ¿Completa?

 

– … Si…. y no.

 

– ¿Cómo?

 

– Te refieres a quedarte embarazada, ¿Verdad?

 

– Si.

 

– Pues no podrás. No tendrás nunca el periodo ni podrás quedarte embarazada. – Diana se quitó un peso de encima. No tenía ninguna gana de eso. – Pero no es por que seas una mujer, sino por haber adquirido los poderes que has adquirido. No podemos procrear, tenemos que subsistir creando nuevas acólitas de nuestro culto, como tú.

 

Diana quedó pensativa de las palabras de Tamiko.

 

– ¿Algo más?

 

– … Esta corporación, Xella Corp. ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me han elegido? 

 

– La elección fue cosa mía. Vi que tenias el potencial necesario para ser una buena cazadora, que no te importaría abandonar tu anterior vida… Ellos me ayudaron a realizar el cambio, tienen tecnología muy avanzada para lograr sus fines. 

 

– Eso contesta una de las preguntas nada más. 

 

– ¿Qué quieren? Obvio, tus habilidades, al igual que las mías. Es un acuerdo para las dos partes, ellos nos proporcionan todo lo que necesitamos, y nosotras les hacemos ciertos… trabajos. 

 

– ¿Cazamos? 

 

Tamiko no contestó, solo guiñó el ojo con complicidad. 

 

Diana estaba pensativa, dándole vueltas a lo sucedido en los últimos días, a todos los cambios acaecidos. 

 

– Además, creo que ha llegado el momento. 

 

– ¿El momento de que? 

 

– De vengarte. A la vista está que ya estás preparada. Eres una cazadora. 

 

Diana se quedó mirándola, enmudecida. Una sonrisa comenzó a aflorar en sus labios mientras asumía lo que significaban esas palabras. Por fin, había llegado el momento de preparar su venganza. 

Relato erótico: «El legado 14: Oscuros secretos» (POR JANIS)

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Oscuros secretos.

Sin títuloDespierto entre cortinas verdes plastificadas con varias máquinas a mi alrededor, pitando y murmurando. Intento levantarme, pero no puedo. Exhalo un ronco quejido al apoyarme en mi brazo derecho, y no digamos nada del doloroso aviso que surge de mi pecho. Una de las máquinas aumenta la frecuencia de su molesto pitido y se abre una de las cortinas. Una señora madura, con bata y pantalones igualmente verdes, me obliga a recostarme de nuevo. La señora debe pesar casi lo mismo que yo, aunque medio metro más baja, pero sus maneras y su voz son muy suaves. Me tranquiliza, hablándome, dándome palmaditas en el hombro.

―           No te muevas, grandullón… has tenido una mala caída – me dice, comprobando que la vía de mi muñeca no se ha movido.

―           ¿Una caída? – no puedo dejar de asombrarme.

―           Si, por las escaleras de un sótano. Debían de ser profundas y empinadas, porque te has machacado bien el cuerpo.

―           No… lo recuerdo – mascullo, apretando los dientes. ¡Cabrones!

Estoy en el servicio de Urgencias del hospital Nuestra Señora del Rosario. Es el más cercano al club. Ya han llamado a las chicas, pronto estarán aquí. Me quedo rumiando lo que voy a hacer con ellos cuando me ponga en pie. Creo que lo haré divertido, pienso, mostrando una mueca de lobo.

Un joven médico residente pasa a informarme de cual es mi estado y hacerme unas preguntas. Tengo una fractura de cubito en el brazo derecho, la muñeca izquierda con fisura, cinco costillas dañadas, así como el esternón, y varias lesiones internas. ¡Ah, y mi nariz está rota! Los moratones van a ser de aúpa, mañana. Toda una fiesta para alguien que ha rodado unos cuantos escalones. Me aferro a esa historia, ya que es la que consta, sin duda, en el informe preliminar de los paramédicos. Nada de publicidad negativa par el club. Le pregunto cuando me podré ir a casa y, mirándome con incredulidad, me contesta que tienen que monitorizarme durante un día más, al menos.

No estoy demasiado preocupado por mi estado. Sé que sanaré rápidamente, quizás demasiado rápido incluso. Puede que tenga que pedir el alta voluntaria… El dolor pronto desaparecerá, pero el rencor es como una alimaña en mi interior, royendo mis tripas, subiendo por mi columna, hasta brotar por mis ojos.

Konor no me ha descubierto; no sabe nada. Pero actuó según el capricho de Katrina, ¡esa puta perra! ¿Tan ofendida se ha sentido por lo que pasó, como para enviarme esos matones a darme una paliza? ¿Qué clase de poder ejercita esa niña en los hombres de su padre? ¿De qué conoce a Konor? Demasiadas preguntas y nadie para responderlas. Ya buscaré la ocasión, eso seguro. Ahora, lo verdaderamente importante es: ¿se lo cuento a Víctor?

Me guardo esa opción para más tarde cuando aparecen las chicas, con cara de pánico. Pam me coge la mano, con las lágrimas a punto de brotar, mientras Maby me da muchísimos besitos en todo mi rostro.

―           ¡Ouch! ¡Ay! Cuidado, Maby… mi nariz – me quejo.

―           Pobrecito, mi niño…

―           Nos han dicho que te has caído por las escaleras de un sótano – pregunta Pam, ansiosa.

―           Si. Escaleras llenas de humedad y muy pendientes. He rodado hasta abajo. Mala suerte – contesto, mirándolas. – Pero no hay nada demasiado jodido. Unas fracturas y unos hematomas…

―           Voy a hablar con el médico – dice Pam, con determinación.

―           Pam, espera… te diga lo que te diga… mañana pienso pedir el alta voluntaria – reprimo un gesto de dolor al levantar el brazo.

―           ¡De eso nada! – rechista Maby. – Si dice que te quedas, lo haces, y punto.

No sirve de nada discutir. No puedo explicarles que no quiero que me examinen más, al menos por ahora. Ya lo solucionaré por mi cuenta. La dejo que se marche. Maby vuelve a darme muchos piquitos suaves en los labios.

A la mañana siguiente, recibo unas flores de mi jefe y una llamada de teléfono. Víctor quiere saber qué me ha pasado. No le cuento nada, salvo la tonta caída por las escaleras. Esto se va a convertir en un asunto privado. Me desea una pronta recuperación y me aconseja utilizar mi tarjeta sanitaria.

―           No tengas prisa en volver al trabajo. Te quierro sano y fuerte, ¿comprrendes? Nuestros asuntos pueden esperar.

―           Si, señor Vantia.

Esa misma tarde, firmo mi alta voluntaria, y aguanto la bronca de las chicas hasta el taxi. Tengo una tarjeta sanitaria de la clínica Ruber, ¡hay que aprovecharla! Eso las tranquiliza. Ingreso en la célebre clínica, con una atención de primera. Víctor Vantia no escatima en sus hombres, por lo visto. Me gusta cada vez más ese tipo. Una habitación privada para mi solo. Atención personalizada y todo tipo de comodidades. Además, las enfermeras son muy atractivas…

Pero ese paraíso solo dura dos días. Al cabo de ese tiempo, mis fracturas llevan un buen proceso de curación, los hematomas se han reducido bastante, y mis órganos internos parecen mucho más estables. Así que me envían para casa.

Las chicas me acomodan en el sofá de casa como un rey. Almohadones mullidos, mesita con refresco y picoteo, y el mando de la tele cerca. Esa misma tarde, Dena y Patricia llaman a la puerta. Mis chicas me miran de reojo, pero disimulan ante la visita. Patricia, con la colaboración de su madre, me ha hecho galletas caseras.

La jovencita se sienta en el filo del sofá, a la altura de mi pecho, mirándome con ojos tristes. Me acaricia el pelo con mucha suavidad, alarmada por el tremendo hematoma que tengo a los lados de la nariz y bajo los ojos.

―           Parece peor de lo que es – le digo. – Ya no me duele.

―           Te has aplastado la nariz – me dice con tristeza.

―           ¿Ya no te gusta? – bromeo.

―           Está chula así, pareces más bestia aún – se ríe, finalmente.

―           Es cierto. Te da cierto aire… duro – me confirma Dena.

―           ¿Y a vosotras? – les pregunto a las demás. – ¿Os gusta mi nariz o me la opero?

―           Dena tiene razón. Te favorece.

―           Cuando se te vaya todo ese moratón, vas a estar muuu guapo, nene – se ríe Maby.

―           Vale. Decidido. Me quedo con la nueva nariz – le pellizco la suya a Patricia, que se ríe y mira a mis chicas, con arrobo.

Las chicas están preparando la cena, felices de cuidarme. Pam nos comunica que Elke va a cenar con nosotros. Pasaremos la velada viendo la tele. Me pregunto si será el momento adecuado…

―           La vecina ha estado muy atenta contigo – dice Maby, revolucionándome el pelo desde atrás.

―           ¿Dena? – pregunto.

―           Si. Se la veía preocupada. Deberías haberle dicho que tu polla no había sufrido daño desde un principio.

Pam se ríe con fuerza.

―           Mala eres, Maby – la regaño, medio en broma.

―           Pues la niña me pareció encantadora – opina Pam, atenta a la sopa que está calentando. – Tenía puestos en ti esos ojos llenos de adoración. ¿Cuántos años tiene? ¿Doce?

―           Catorce…

―           Pues no está muy desarrollada que digamos.

―           Creo que soy su primer amor… ya sabéis, algo platónico…

―           Debe de ser eso, porque no tiene carnes suficientes para aguantarte, nene – bromea Maby, inclinándose desde detrás del sofá para besarme.

―           Creía que Dena me iba a caer peor – deja caer mi hermana, sacando unos platos soperos del estante.

―           Solo es una esclava – digo, serio y tajante.

―           Igual que nosotras – responde Maby, en el mismo tono.

―           No, no como vosotras. Es muy distinto…

―           A ver, explícanos por qué es distinto – me desafía Pam, con los platos aún en la mano.

Me callo un momento, mirando la tele, pero sin verla realmente. ¿Cómo puedo explicarles nada guardando tantos secretos?

―           Confiad en mí. Es así – muevo una mano, cortando el tema.

―           Quizás deberíamos buscar una casa grande e instalarnos todos juntos. Ahorraríamos una pasta en alquileres – la pulla de Maby suena muy irónica.

El timbre corta la discusión, gracias a Dios.

―           ¡Ahí está mi mujercita! – exclama Pam, quitándose el delantal y acudiendo a la puerta.

Elke nos saluda al entrar en el comedor. Está radiante, con las mejillas arreboladas por el frío y un gracioso gorro de lana atrapando su frondosa y aspaventada cabellera rubia. Se desabrocha un anorak azul y negro, mostrando el ancho suéter que lleva debajo. Unos amplios pantalones mongoles oscuros, de invierno, y unas botas de pelo, complementan el conjunto. Se acerca hasta el sofá y me da dos tímidos besos, entregándome un paquetito con un perfecto lazo azul.

Lo abro, intrigado, y me encuentro con cuatro pastelitos cónicos, recubiertos de caramelo tostado.

―           Son “kumkake”. Los he hecho yo. Mi abuela me los hacía siempre que estaba enferma. Dice la tradición noruega que ayudan a sanar – me explica.

Me impresiona su gesto. No lo esperaba.

―           Bueno, por lo menos, tienen mejor pinta que las galletas de Patricia – bromea Maby.

―           Ooooh… pero el gesto ha sido taaaan tierno – sonríe Pam, antes de llamarnos a la mesa.

―           Si, galletas platónicas – ironiza de nuevo mi morena. Me parece que se siente algo celosa de una niña.

Nos sentamos a cenar y consigo cambiar el tema. Entre bromas y pullas, conseguimos que Elke se sienta cómoda y relajada. Necesito que no se retraiga, que no se cierre. En el transcurso de la cena, hago algunas preguntas a Elke, sobre Noruega, su vida allí, su familia. Contesta con reticencia, como si no quisiera recordar demasiado de esa época. Nos cuenta que su familia vive relativamente cerca de Oslo, en un sitio llamado Därgau (al menos ella lo pronuncia así), y que tuvo la oportunidad de conocer a una mujer, que la lanzó al mercado de la moda. Sus respuestas son realmente vagas y sabe cambiar muy bien de tema, con una ligereza impresionante.

Por segunda vez, siento curiosidad por ella y su pasado.

Probamos los “kumkake” y quedamos sorprendidos por su sabor y textura. Se parece un poco a lo que aquí llamamos “leche frita”, pero con un sabor algo más ácido y sin el azúcar espolvoreado por encima. La felicito y Pam la besa, provocativamente. Elke sonríe y se sonroja, como si no estuviera acostumbrada a deslumbrar a la gente desde la pasarela. Finalmente, nos sentamos los cuatro ante la tele. Maby y yo ocupamos el sofá más grande, Pam y su novia acercan el dos plazas hasta colocarlo en escuadra, al lado nuestro. Nos tapamos las piernas con unas mantas y nos quedamos calladitos, abrazados, contemplando el coñazo de programación nocturna.

No dejo de lanzar miraditas hacia Elke. Parece que está muy atenta a lo que le susurra mi hermana en el oído, mientras sus dedos trazan sinuosos signos en la palma de la mano de Pam. Tiene los ojos bajos y una leve sonrisa, pero, de vez en cuando, levanta la vista y me mira, fugazmente. Maby, sentada a mi lado, con las piernas recogidas bajo su cuerpo, apoya su cabecita contra mi hombro. Ocupa el espacio que me separa de Pam, en el otro sillón. Traviesamente, ha metido su mano bajo mi jersey (no llevo nada más debajo) y no deja de pellizcarme el pezón, con delicadeza.

Tras media hora de tonta cháchara y ñoñas manitas, mis ojos consiguen pescar la esquiva mirada de Elke. Lentamente, me devuelve la intensidad con la que la miro, mientras que Pam, recostada sobre su hombro, le sigue besuqueando el cuello, sin darse cuenta de nada. Está atrapada en el toque del basilisco, jejeje…

―           ¡Que mierda de tele, coño! – suspiro, agitándome y moviendo la cabecita de Maby.

―           Sip – contesta, lacónicamente mi hermana.

―           Oye, Elke, de vez en cuando mencionas a tu padre, pero nunca lo has hecho con tu madre. ¿Murió? – le pregunto, casi de pasada, como una pregunta intrascendente.

Todos escuchamos el suspiro que sale de lo más profundo de su pecho. Pam aparta su cabeza y mira su perfil.

―           Mi madre nos abandonó. Se fugó con otro hombre cuando tenía yo cuatro años.

―           Pobrecita. No lo sabía – Pam aprieta sus hombros y la besa en la mejilla. Los ojos de Elke no se apartan de los míos.

―           Has tenido una mala infancia, ¿no? – dejo caer la pregunta.

―           Si. Desgraciada – contesta muy suavemente.

Pam me mira. No sabe qué está pasando, pero sabe que Elke es reacia a contar nada de eso. Ni siquiera ella conoce esos detalles. No comprende por qué me los dice a mí.

―           ¿No te gustaría desahogarte? ¿Contarnos todo?

Elke levanta un solo hombro. Le falta un empujón, y me siento inspirado.

―           Mírame bien, Elke. Sé que quieres a mi hermana y que ella te quiere a ti. No pienso entrometerme en esa relación. Pero mi amor iguala al vuestro y me niego a perderla. Ella despertó estos sentimientos en mí y me rescató de la soledad, de mi pequeño mundo. No puedo dejarla ir; la quiero demasiado, ¿me entiendes?

―           Si… pero yo no…

La atajo de un gesto.

―           Te vas a quedar sin compañera de piso en un mes. Te hemos ofrecido compartir casa con nosotros, con tu novia. Menos gastos, más cerca de la agencia, sexo confortable… pero estás llena de dudas. ¿Por qué? ¿Qué es lo que te limita? Le he dado muchas vueltas y solo llego a la conclusión de que es por mí.

Elke niega con la cabeza y baja la mirada. Ya no me hace falta mantener el contacto visual.

―           Le comenté que tuviste algún problema con los hombres cuando pequeña – le susurra Pam, asiendo su mano.

―           ¿Quieres explicárnoslo? – insisto.

Elke asiente y, sorbiendo, se limpia las lágrimas que afloran. Maby quita volumen a la tele, dejándolo en un murmullo de fondo. Las manos de Elke se atarean sobre el filo de la manta que cubre sus piernas.

―           Mi padre es jugador profesional. Se pasa la vida en salas de juego y casinos – empieza a contar, despacio al principio, pero su relato toma fuerza a medida que sus emociones impulsan las palabras. – Cuando tenía que hacer largas giras, me quedaba con mi abuela, pero, normalmente, me solía llevar con él, dejándome sola en la habitación de un hotel, dormida.

―           ¿Por eso se fue tu madre? – pregunta Pam.

―           En parte. Cuando perdía, la molía a palos… desahogaba su frustración con ella.

―           ¡Hijo de…! – barbotea Maby.

Elke asiente y retoma su vivencia.

―           Mi abuela, la madre de mi madre, era muy buena conmigo y nunca regañaba a papá. Creo que intentaba compensar el abandono de mi madre. Mi padre no demostró que me quisiera demasiado. Tenía sus buenos momentos, que eran cuando ganaba, y me compraba juguetes o ropa nueva. Pero, cuando perdía, decía que yo le daba la misma mala suerte que mi madre, y me… humillaba.

Siento un pequeño tirón en la entrepierna al imaginarme todo tipo de cosas. No sé si es furia o lujuria. Ambas emociones me dan miedo. en este momento.

―           Al principio eran pequeños castigos, como dejarme sin postre, o mandarme a la cama sin ver la tele. Tengo vagos recuerdos de ello, debería tener unos seis o siete años. Papá nunca estuvo solo. Siempre había mujeres con él. Unas duraban más, otras menos, pero todas eran guapas y se reían mucho. Hasta después, no comprendí que eran mujerzuelas. Algunas me cuidaban con cariño, pero, la mayoría se mostraban indiferentes…

―           ¿Y el colegio? – preguntó Maby, levantando las cejas.

Elke negó de nuevo con la cabeza.

―           No fui nunca a un colegio…

Nos miramos, los unos a los otros, asombrados, pero la dejamos seguir. La historia de Elke estaba siendo mucho más errática de lo que había supuesto.

―           Cuando cumplí los ocho años, papá entró en una mala racha. No dejaba de perder y acumular deudas. Le recuerdo, gritando y bebiendo en la habitación. Yo me escondía debajo de las mantas, pero siempre me encontraba… — el sollozo de Elke nos toma a todos por sorpresa, demasiado atentos a sus palabras.

Pam la calma, pero la noruega ha desatado sus sentimientos, quizás después de mucho tiempo, y todo aflora con renovada fuerza, como un imparable manantial. Me levanto y, colocándome detrás del doble sillón donde mi hermana y Elke están sentadas, empujo el mueble hasta pegarlo al nuestro, frente a frente, formando así un espacio, un nido, protector. Todos estamos juntos, compartiendo mantas y calor humano. Elke sonríe, como agradeciéndome el gesto.

―           ¿Mejor así? – le pregunto, acariciándole la barbilla.

Asiente y, con un movimiento inesperado, besa mis dedos.

―           ¿Puedes seguir?

―           Si…

―           ¿Abusaba de ti? – le pregunta Maby, casi sin atreverse.

―           No, nada sexual. Me echaba la culpa y me aplicaba castigos más perversos, pero nunca me tocó sexualmente – confirma con un suspiro. – Un día se le ocurrió… La llamaba la Gran Idea…

―           ¿Qué idea?

―           Pensó que como todo era culpa mía cuando perdía, yo pagaría sus deudas. Un día habló conmigo, cara a cara, mirándome muy serio con sus ojos serenos. Fue la primera vez, creo, que habló conmigo como una persona. Me impresionó tanto… era tan pequeña, tan inocente…

Otro tironazo. Es como si mi entrepierna me advirtiese antes de escuchar algo perverso. Trago saliva y tomo la mano de Maby con la mía.

―           Estuvo mucho tiempo hablándome, insistiendo sobre las mismas cosas, una y otra vez. Recuerdo su dedo alzado, poniendo de relieve lo que en verdad le importaba, mientras su voz machacaba mis oídos: Debes ayudar a papá. Tienes que colaborar. Tienes que ganarte lo que comes. Debes ser cariñosa… solo eran “debes” y “tienes”, sin parar… Me inundó con responsabilidades y deberes que no comprendía, que no sabían que existieran siquiera. ¡Estaba asustadísima, creyendo que todo era culpa mía, que íbamos a acabar en la calle, debajo de un puente!

Pam se levanta y le sirve un poco de agua que Elke traga rápidamente. Ya no hay que animarla a seguir, necesita contarlo, soltar todo el veneno que la corroe. Clava sus ojos de nuevo en mí. Puedo ver el miedo y la tensión en ellos.

―           Entonces trajo a su primer “amigo”. Eso decía que eran, amigos que querían conocerme y que jugarían un rato conmigo, pero, en realidad, eran sus acreedores, sucias ratas perversas que buscaban cobrar su deuda como fuera.

Siento como los dedos de mi morenita se clavan en mi brazo. Pam no deja de darle besitos en la mejilla y en el cuello a su chica.

―           Se desabrochaban la bragueta y colocaban mis manitas sobre sus miembros. Papá siempre estaba delante, supongo para que nadie se extralimitara. No era para protegerme, sino para asegurarse que nadie tomaba demasiado pastel sin pagarlo – el tono de Elke es más triste que irónico. – Primero fueron pajas. Esos hombres me enseñaron a masturbarles de muy distintas formas, hasta con mis pies. Se corrían sobre mí y tenía que recoger el esperma caído con mis dedos y lengua y tragármelo…

Los ojos de Elke se vidriaron un tanto, perdiendo de vista la realidad, buceando en el pasado, en los recuerdos.

―           Después no se contentaron con eso. Quisieron mi boca y aprendí a chupar y lamer, a tragar leche sin descanso. A veces, se juntaban demasiados acreedores en la habitación, y papá no les hacía esperar su turno, sino que los dejaba hacer un círculo en torno mío. Aún no tenía diez años cuando podía meterme una polla adulta toda entera, hasta la garganta.

―           ¡Dios, Elke, cariño! – la abraza mi hermana.

―           Pero no odiaba a papá… jamás le he odiado… se limitaba, antes de recibir a sus “amigos”, a repetirme esos “debes y tiene que” para ponerme a tono, para hacerme entrar en calor, y, cuando ya se marchaba todo el mundo, me acariciaba el pelo y me llevaba a la bañera. Me lavaba y me mimaba mientras me comía un gran caramelo que siempre me daba. Entonces, me decía: “Eres la niña de papá, una niña buena y valiente que ha salvado a papá. Gracias a ti, tendremos cama para dormir. Estoy orgulloso de ti, muy orgulloso”.

Asiento con la cabeza, comprendiendo la manipulación a la que la sometía su padre. Deberes y obligaciones primero, sobre un miedo primario como es el de quedar abandonada, después la recompensa de un padre que no le ha mostrado nunca su amor. Eso es un poderoso incentivo para una niña necesitada. Elke había sido machacada todo el tiempo con esa rutina que era como un perro de Pavlov. Con solo mencionarle “debes hacer y tienes que…”, se pondría tan excitada, tan sumisa, que necesitaba cumplir el ritual para obtener su recompensa.

―           Papá empezó a beber mucho. Siempre necesitaba más dinero. A veces, cuando sus “amigos” estaban conmigo, él se traía a una de sus chicas para que le acariciara mientras me miraba. Al final, llegó lo que tenía que llegar. Le ofrecieron una buena cantidad por mi virginidad… tenía once años. Todos aquellos cabrones a los que había masturbado y chupado, estaban en la lista. ¡Todos querían follarse a la niñita en su momento!

Elke empieza a estremecerse y las lágrimas brotan mansamente. No sé cómo, pero puedo oler la humedad de su coño. No ha sido un sollozo lo que la ha estremecido… ¡Elke acaba de correrse disimuladamente!

―           Papá solo aceptaba a cuatro “amigos” por día, dos por la mañana y dos por la tarde. Mi chochito estuvo más de dos meses sin cerrarse. A papá no le importaba mis lágrimas, ni el dolor al que me sometía. Aquellas bestias no tenían consideración alguna. Solo importaba el dinero que le pagaban y que podía gastar en sus vicios.

―           ¡Por Dios! ¿Cómo escapaste de eso, Elke? – Pam ya no lo soporta más.

―           Mi madre volvió a por mí…

―           ¿Qué? – exclama Maby, sorprendida.

―           Alguien le dijo a mi abuela lo que mi padre estaba haciendo conmigo. Siempre supo donde estaba mi madre… que era otra mujer alegre, como todas las que rondaban a mi padre. Cuando le abandonó, no pudo, ni quiso cargar conmigo. Pensó que tendría mejor vida con él que con ella. Pero cuando mi abuela la llamó y le contó lo que pasaba, volvió a por mí, y no lo hizo sola. Recuerdo que era un tipo enorme, tan grande como tú o más, Sergio. Destrozó la habitación. Pegó a mi padre y a uno de sus amigos, mientras mi madre, a la que no conocía ya, me tomaba en brazos y cubría mis desnudeces. Nos fuimos a Oslo y mi madre me entregó al cuidado de una mujer llamada Passia. No volví a ver a mi padre hasta que no cumplí los dieciocho, en uno de mis desfiles de la capital.

Elke se queda callada, aceptando los besitos de Pam. Pienso que hay que exprimirla más.

―           ¿Le has perdonado? – le pregunta Maby, los dientes apretados.

Elke se encoge de hombros y sonríe.

―           Es mi padre. Claro que le he perdonado. Cuando le llamo por teléfono, me dice que debo llamarle más veces, y que tengo que ir a verle… — su sonrisa se esfuma. – Pero no me gusta su nueva esposa… no, no me gusta nada.

―           Elke, ¿recuerdas que nos contaste que tu antigua jefa te hacía gozar solo que una vez, antes de enviarte a dormir? – le pregunto.

―           Si.

―           ¿Se trata de esa Passia?

―           No. Passia es una madame. Mi madre trabajó con ella y entablaron amistad. Siempre había querido tener un hijo, pero era estéril tras una enfermedad que tuvo de jovencita. Mi madre no quería, ni podía cuidarme, así que me entregó a Passia, sabiendo que me mimaría, y así fue. Fueron los mejores cinco años de mi vida. En aquel elegante burdel, conocí buenas mujeres que me dieron cariño y comprensión. Passia contrató una institutriz, que me enseñó todo lo que me había perdido en el colegio y me ayudo a obtener un título de escolarización. Sin embargo, Passia si me puso en contacto con mi jefa, cuando la convencieron de que podía dedicarme a modelar.

―           Pam – susurro a mi hermana, no queriendo molestar a Elke. – Comprueba si está mojada…

Pam alza las manos y los hombros, en una muda pregunta.

―           Mira si tiene el coño mojado – repito. — ¡Hazlo!

Pam mete la mano bajo la manta, pero los pantalones mongoles son demasiado anchos para saber si tiene la entrepierna húmeda. Así que busca colar una mano por la cintura.

―           Passia, a través de sus contactos, envió varias fotos mías y un pequeño currículo a una cazatalentos reconocida: Marina Stossberg – sigue contando, sin darse por enterada de los dedos de mi hermana. – Esta mujer madura ha descubierto muchas estrellas en Escandinavia, y no solo modelos, también actrices, cantantes, y artistas…

Pam levanta la cabeza y me mira. Sus labios forman una O perfecta. No hace falta que me diga nada más, Elke está chorreando. Rememorar todo aquello la ha encendido, como si lo reviviera.

―           Cuando Marina me entrevistó por primera vez, ella tenía unos cuarenta y cinco años. Era aún bella y muy elegante. Era altiva y dura; lo controlaba todo. Me impactó fuertemente y supo ver en mí algo que aún no entiendo. Dos semanas más tarde, estaba viviendo con ella; se convirtió en mi mentora.

Elke toma la mano de Pam, aún metida bajo sus bragas, y la saca. Se lleva los mojados dedos a la boca y los lame. Maby me aprieta el muslo bajo la manta.

―           Me matriculó en clases privadas, se ocupó de mejorar mi imagen, de enseñarme lo más básico de la moda… Dos o tres agencias me hicieron pruebas, y empecé a trabajar, sobre todo en ropa juvenil. Marina no tardó en meterme en su cama. Se creía una reina, una diosa. Tenía que adorarla, que mimarla, que agasajarla constantemente. Cuando se hartaba de gozar, me metía un dedo y me hacía acabar. Luego me mandaba a la cama a descansar, que, según ella, tenía que dormir mucho para estar guapa. Eso duró hasta que tuve diecinueve años y acepté la oferta con una agencia española. Quería salir de Noruega, alejarme de la gente que me controlaba desde pequeña.

Se gira hacia Pam y lame toda su cara, demostrando un vicio desconocido. Sigue desinhibida por el toque de basilisco. Me mira y acaba su historia.

―           Desde entonces, he conocido buenas amigas y mi amor – toma la mano de Pam. – Esto es muy diferente a mi país. La gente es más abierta. Me siento bien…

―           Pero eres conciente de que te falta algo, ¿verdad? – sentencio.

―           Si… lo supe en Año Nuevo…

―           ¿En la cama con nosotros? – Maby también lo ha pillado.

―           Si. Tengo que aprender a gozar, a dejarme llevar, pero no puedo… me es muy difícil…

―           Puedo ayudarte en eso – le digo.

―           Te tengo miedo. Tu polla me hace recordar las de mi infancia. Eran tan grandes y yo tan pequeña…

―           Tranquila, Elke… relájate… respira profundamente… eso es…

―           ¿Qué estás haciendo? – pregunta Pam, preocupada.

―           Ahora no. Necesito silencio. Elke, tengo que llevarte a otro nivel de relajación. Cierra los ojos.

―           Si – me obedece, cerrando los párpados.

―           Maby, tráeme la linterna del cajón y apaga la luz y la tele – le meto prisa y ella salta por encima del respaldo.

―           ¿Qué es lo que…? – empieza de nuevo Pam.

―           Voy a ayudarla. Voy a intentar que acepte esos malos recuerdos.

―           Pero, ¿cómo sabes…?

―           Ahora no, Pam, y ¡cállate, coño!

La luz se apaga. El foco de la linterna que Maby trae es lo único que nos ilumina. Concentro el haz frente a los ojos cerrados de Elke. Deslizo el haz a un lado, apartando la luz de ellos, cuento hasta cinco y vuelvo a situarlo. Luz, penumbra, luz, penumbra, en una cadencia rítmica. Empiezo a hablarle suavemente, como si fuera una niña pequeña.

―           Tranquila… relájate, Elke… eso es. Estás flotando, nada te alcanza, nada te toca. ¿Recuerdas lo que sentías cuando niña? Tu abuela, tu padre, las visitas, las habitaciones de hotel… todo lo bueno y todo lo malo.

―           Si. Si…

―           Sigues siendo esa niña. Eres Elke, la hija del tahúr.

―           Si.

La dejo aquietarse. Debo pensar muy bien lo que quiero plantearle. Debo colocar disparadores de conducta para prevenir cualquier situación.

¿Qué cómo conozco esta técnica de hipnosis? Viendo a Juan Tamarín y su ¡Tachaaann! ¡No te jode! A saber lo que tengo metido en el coco, con los recuerdos del Monje Loco… Lo sé y punto. Aparece como la respuesta en un concurso ¡Pum! ¡De repente! Y no tienes ni puta idea si lo estudiaste en el cole, si lo has leído esa misma mañana en el ABC, o si te lo sopló María Antonieta antes de que la decapitasen, en uno de tus locos sueños.

A lo que vamos.

―           Elke, escúchame…

―           Si, Sergio.

―           Incluso cuando haces algo malo, algo que te da vergüenza y sabes que no está bien, siempre hay un momento divertido en ello. Puede que sea una tontería, algo que dure solo un segundo, o que no le des importancia, pero es algo que te gusta, que te hace sentir bien. Puede relajarte o excitarte, hacerte cosquillas o pellizcarte, puede ser dulce o salado, pero, cada vez que haces eso que no te gusta, ese momento bueno está ahí, para que todo, todo, no sea tan malo. ¿Entiendes?

―           Si, Sergio.

―           ¿Cuál es ese momento para ti?

―           Las pollas, me gusta tocarlas, es divertido – contesta, y esta vez, sin trazas de vergüenza.

―           ¿Te gustan todas?

―           Si. Hay pequeñas y grandes, otras gordas, y algunas muy pequeñitas. Unas saben mal, pero otras están ricas. Me gusta tocarlas, notar como crecen, agitarlas. Me gusta lamerlas y chuparlas, y tragarme la leche…

―           Bien, Elke, eso está bien.

Pam me mira, con los ojos enormemente abiertos. Está reventando por preguntar qué sucede. Deslizo mi trasero por el sofá, acercándome a la noruega, tomándole las manos. Maby, que queda casi detrás de mí, coloca las suyas sobre mi hombro.

―           ¿Qué es lo que no te gusta? ¿Qué te repele o te asusta?

―           Sus ojos. Me miran como enloquecidos. No me gustan sus risas, ni lo que me dicen… algunos huelen muy mal. No me gusta cuando papi me grita y me ordena. Me asusta cuando quieren meter sus pollas en mi coñito. ¡Me duele mucho! Me asustan cuando se tumban sobre mí…

La calmo antes de que empiece a llorar. Esto va a ser difícil. Tengo que limitar sus fobias, casi sin conocerlas, y aplicar los disparadores según los vaya necesitando, incluso meses después.

―           Elke, tienes que recordar los momentos bonitos, cuando jugabas con esas pollas; debes concentrarte en ellos. Tienes que magnificarlos, idealizarlos, para que ganen ventaja. Serán recuerdos que te animarán, que te ayudarán a ser mejor persona. ¿Lo harás?

―           Si, Sergio. Recuerdos bonitos.

―           Al contrario, tienes que olvidar los recuerdos malos; debes dejar de lado las caras de esos hombres y sus brutalidades. Tienes que cubrirlos con barro, con tierra, hasta crear una colina. Sabes que están ahí, lo que representan, pero ya no los ves. Así los recuerdos buenos pesarán más que los malos. ¿Entiendes?

―           Si, Sergio. Olvidar lo malo.

Entonces, tomo su rostro con mis manos, una en cada mejilla. Inclino su cabeza y coloco mi boca sobre su oído. Enumero todos los disparadores que se me ocurren en el momento, y son muchos. Ni Pam, ni Maby pueden oírme, es algo entre la noruega y yo. Necesitaré puertas a su psique a medida que vaya experimentando nuevas situaciones, accesos que me permitirán reeducarla o controlarla en caso de necesidad.

Debo decir que no la he forzado a hacer nada que ella no pretenda hacer. Trato de no influir demasiado en su ego, salvo reacondicionar sus fobias, pero intentando no forzar un cambio drástico que indique que he manipulado su voluntad. Las directrices marcadas se irán fortaleciendo con los días, pareciendo decisiones que Elke ha tomado por si misma, tras haberla, digamos, curado de sus fobias con mi pseudo hipnosis.

―           Creo que ya está – digo, echándome hacia atrás, en los brazos de Maby. Las costillas me duelen por la posición.

Pam inspecciona el rostro de Elke, la cual se mece lentamente, los ojos cerrados.

―           ¿Qué le has hecho? – me pregunta, muy seria.

―           La he hipnotizado, Pam, y he borrado malos recuerdos para que se libere de sus miedos.

―           ¿Dónde has aprendido a hacer eso? – casi me lo preguntan simultáneamente.

Bien, ha llegado el instante temido. Debo revelar la verdad, descubrirme ante mis chicas, si quiero que sigan a mi lado. Tomo aire y cierro los ojos. Necesito un minuto… ¿Qué saldrá de todo esto? Ni idea. Empieza la aventura.

―           Chicas, escuchadme bien. Hay algo que no os he contado…

Bueno, no ha ido tan mal, aún estoy vivo, pienso mientras preparo el desayuno. Eso si, he tenido que dormir en el sofá. Las tres han dormido en la cama y yo en el salón. Pero no se lo tomaron demasiado mal.

Antes de despertar a Elke, le di la indicación de que no recordara nada de lo que había escuchado durante el trance, solo las directrices, hasta que decidiera lo contrario. Creyó haberse dormido mirando la tele y nos sonrió. Pam le dijo que era demasiado tarde para irse para su piso, que durmiera con ellas, y yo, como un buen caballero, me quedaría en el sofá. Aquello iba con segundas, seguro, si la conoceré yo…

Pero, como no hay mal que por bien no venga, me permitió repasar mentalmente todo lo sucedido esa noche, desde la historia de Elke, su hipnosis, y, finalmente, la reacción de mis chicas.

Al principio, sonrieron, creyendo que estaba bromeando. Después, Pam empezó a cabrearse y a decirme que dejara de hacer el payaso. Tuve que presentar pruebas. La primera fue simple, las senté a todas en el doble sillón y lo levanté hasta casi tocar el techo, con ellas encima. Tras esto, Maby empezó a relacionar detalles, como cuando me vio cargar los árboles yo solo, o con el episodio del ternero. Le recordé a Pam que jamás me había visto enfermo, ni con heridas más graves que un arañazo. Disponían de la prueba ante ellas. La paliza recibida fue preocupante para los médicos, pero ahí estaba yo, cuatro días después, en casa y sin dolores. Una persona normal hubiera meado sangre durante una semana.

Claro que esa, a pesar de ser un tanto fantástica, fue la parte que podía demostrar. Lo malo llegó cuando les hablé de… Rasputín.

―           ¿Voces? ¿Escuchas voces y no has dicho nada? – Pam casi me mordió, os lo juro. ¡Vaya cabreo!

―           Escuchaba una voz, la de Rasputín, y ya se ha ido – puntualicé.

―           ¡Me da lo mismo! ¡Necesitas un escáner!

Punto terminante para mi hermana. ¡Se transformó en neurólogo, en segundos! Maby agitaba la cabeza, muy preocupada. Tuve que ponerme un poco cabrón para que dejaran de decir gilipolleces. Me levanté y traje el portátil de Maby. Me conecté y puse “Rasputín” en el buscador. Fui directamente a las fotografías del pene en formol.

―           ¿Os recuerda algo? – les pregunté, girando el portátil.

Estaba desmejorada, algo despellejada y acorchada, pero la reconocieron. Era mi polla.

―           Es la polla conservada de Rasputín. Treinta y un centímetros. La misma que me creció en apenas una semana, días antes de que me acostara contigo, por primera vez, Pam. Antes, tenía una cosita normal, tirando a pequeñita. ¿Crees que la polla de un chico se desarrolla en una semana, años después de que lo haya hecho el resto del cuerpo?

Pam tuvo que pensar y se quedó callada.

―           Comprendo algunos idiomas eslavos sin haberlos escuchado nunca, aunque aún no sé siquiera cuales domino. Tengo recuerdos que no son míos, flashes de conocimientos que jamás he estudiado. Sé hipnotizar una persona, influenciar y manipular una mente, y puede que algunas cosas más. He revivido la muerte del Monje Loco unas cien veces, con todo detalle, así como otras escenas de su vida…

―           Pero, ¿por qué tú? – me preguntó Maby.

―           Según él, estuvo buscando una mente como la mía y como la suya, desde que le mataron, en todo el mundo. Tardó cien años en encontrarme. Supongo que necesitaba un requisito genético de alguna clase. ¡Qué se yo! Pero ya que estamos de confidencias, seré absolutamente sincero…

―           ¿Hay más? – preguntó mi hermana, nerviosa.

―           Si. Lo más importante, creo. Cuando tomé la decisión de convertirme en Amo de cuanto me apetecía, Rasputín se fundió en mi interior; nos hemos unido, fusionado. Pero siento y experimento sus deseos, sus anhelos, sus vicios y caprichos. Es muy fuerte, intenta arrastrarme. Lucho contra ello porque me da miedo, en verdad. Rasputín no tiene límites. Ha estado mucho tiempo vagando, sin poder tocar carne, sin poder saciar su eterna hambre de sexo y pecado, y pretende utilizarme para ello.

Las dos me miraron con mucho temor, todo hay que decirlo.

―           Por eso mismo, si en algún momento os digo que os marchéis, lo hacéis. Sin preguntas, dudas, ni excusas, os largáis echando chispas, ¿entendido?

―           Si, Sergi.

―           Bien. Espero ser capaz de controlarle y aprovecharme de sus dones, pero toco siempre de oído, así que me tendréis que ayudar.

―           Por supuesto, Sergi.

―           Ahora, a despertar a Elke.

Si, es hora de despertarlas, me digo, volviendo al presente.

Elke llega la primera a sentarse a la mesa. Pam le ha prestado un camisón para dormir. Se ha levantado con buen humor y hambrienta. Creo que es una buena señal. Mis dos chicas se acercan con un poco de recelo, lo noto.

―           No muerdo… aún – bromeo y Elke se ríe, ignorante de todo. – Venga, he hecho tortillas de ajetes y gambas para todas. ¡Que tenéis que estar guapas para ir a trabajar! ¡Qué no sois fontaneras, sino modelos!

Todas se ríen esta vez y se sientan a la mesa. Pam me mira, como si buscara algún rasgo que no es mío, en mi rostro. Bueno, ahora mi nariz no se parece a la mía y tengo la cara amoratada, pero no es eso lo que busca. Finalmente, se echa el flequillo para atrás y se atarea sobre su plato.

Creo que las cosas están bien.

Bajo a ver a Dena, vistiendo solo el pantalón del chándal y una vieja camiseta, y portando las tortillas que me han sobrado. Dena no me espera, cree que estoy peor de lo que me encuentro. Balbucea y quiere ponerse de rodillas, allí mismo, en el descansillo. La atrapo por los pelos y, plato en una mano y cabellera en la otra, entro en el apartamento.

―           ¿Patricia?

―           En el colegio, Amo.

―           ¿De qué vas vestida? – pregunto, mirándola mejor. Parece un payaso de feria. Ropa vieja y manchada y unas pantuflas.

―           Iba a hacer limpieza general. Creía que no ibas a bajar.

―           Llevo cinco días sin follar, y tú vas a pagarlo, zorra – le digo, con una sonrisa dentuda.

Ella se estremece, feliz.

―           ¡Quítate todo eso! – ordeno, señalando su ropa. – Hoy vas a estar todo el día desnuda…

En apenas veinte segundos, Dena está desnuda ante mí. Se arrodilla y se ofrece. Me bajo el pantalón deportivo. No llevo nada más. Me coge la polla con ansias, llevándosela a los labios. Tras diez minutos de rechupeteo, Dena tiene el canal de sus pechos tan lleno de babas, que me decido por una cubana para acabar. Nunca he soltado una descarga así, tan abundante. Le dejo los pechos llenos de esperma, la envío al cuarto de baño. Nota para mi mismo: procurar no estar más de dos días sin eyacular; pueden ocurrir accidentes…

―           Dena, ¿sabes la contraseña del portátil de Patricia?

―           No, Amo, ¿puedo preguntar para qué?

―           Aún no lo sé, pero he tenido una intuición que quiero comprobar. ¿Se lleva el móvil al cole?

―           Si.

Mierda. No puedo husmear en nada. La inactividad me aburre.

―           Me voy al gimnasio a hacer algunas series y vengo en un par de horas. No te vistas, no te toques, no te corras – la aviso.

―           Si, Amo. ¿Almuerzas con nosotras?

―           Si, puta, me quedaré todo el día.

―           Te preparé algo especial – sonríe, contenta.

Cuando Patricia llega del colegio, me he follado a su madre tres veces más, durante la mañana. Está relajada, cansada y feliz. Se ha puesto una chilaba etiope sobre su cuerpo desnudo y está acabando el almuerzo. Patricia me saluda y me inclino para que pueda tocarme la cara.

―           La veo mejor…

―           Si, niña, ya no me duele. ¿Estoy más feo?

―           A mi me gusta, esté como esté.

―           Gracias, guapa.

Está monísima con su uniforme escolar. Se mordisquea la punta de un mechón rubio paja.

―           ¿Qué tal con…? ¿Cómo se llamaba tu amiga?

―           Irene.

―           Eso. Irene, ¿Seguid reuniéndose en el recreo en vuestro sitio secreto?

―           Si. Nadie nos molesta, ni nos encuentra. Hablamos de nuestras cosas, nos reímos, escuchamos música, nos comemos los sándwiches…

―           Una juerga, vamos.

Ella se ríe.

―           Vamos, a comer – nos llama su madre.

Dena ha hecho pasta con crema de queso y champiñones. Patricia se relame. Me encanta esa lengua rosada y velocísima, que siempre aparece en su boca, sea haciendo los deberes o viendo la tele. Es la primera vez que almuerzo con ellas. He merendado y desayunado, pero nunca almorzado. Patricia no deja de mirarme de reojo. Yo juego a sorber los largos tallarines, haciéndola reír.

Después de comer, con la excusa de ayudarla con los deberes, llamo a su dormitorio, tras tomarme el café con su madre. Me acerca un puff lanudo al lado de ella, en su escritorio. La veo contenta de tenerme allí.

―           ¿Qué tareas tienes?

―           Una traducción de inglés y algunos problemas.

―           No es mucho.

―           No, hoy han sido buenos – se ríe.

En ese momento, el aviso sonoro del Messenger anuncia que uno de sus contactos ha ingresado.

―           Oye, Patricia, ¿me dejarías mañana tu portátil para una cosilla que tengo que hacer? El de Maby está en urgencias – bromeó de forma casual.

―           Si, claro.

―           Tengo que entregar ciertos informes para el trabajo y me aburro. Así que si los hago ahora, mejor.

―           Te dejaré el ordenador cargado y encendido, aquí mismo, ¿vale? – me dice ella.

―           Perfecto. Te lo agradezco. ¿No tienes miedo que te cotillee los novios que tienes o que mire todo el porno que guardas?

Se ríe y me da un golpe en el hombro.

―           Vale, ya veo que no tienes porno. ¿Y novio? – pregunto, poniendo cara de sátiro.

―           ¿Qué dices? ¡Noooo, tonto! No tengo novio – es categórica.

―           Bien hecho, Patricia. Eres solo míaaaaa – la hago cosquillas y la beso en la mejilla. Huele a natillas.

La dejo que haga los deberes, pero sus ojos me siguen hasta que salgo de la habitación.

A la mañana siguiente, tras una buena tanda de ejercicios en el gimnasio, subo a casa de Dena. Me ducho allí mismo y me grita que va a salir de compras, antes de cerrar la puerta. Me seco y ni siquiera me visto. Me siento al escritorio de Patricia y levanto la tapa del portátil. Busco su registro de conversaciones y, como todos los jovencitos, las ha guardado. Las edito. Todas son de Irene, en el último mes. Se hablan a diario. Empiezo a leer.

Hay mucha ñoñería y mucho parloteo de chicas, pero también hay varias alusiones que me hacen pensar que Patricia está contando lo que ocurre en casa. Pero no hay nombres, ni descripciones directas, solo veladas indirectas.

¿Puedo tener razón? ¿Patricia ha buscado un confidente? Tiene que hacerlo en el colegio, en ese cuartito donde se sienten a salvo. Eso explicaría porque está más tranquila. Tiene alguien a quien contárselo, con quien compartir lo que le ocurre. Ahora mismo, no veo como puedo sacar ventaja de esta información.

Me siento frustrado. En ese momento, escucho la llave en la cerradura. Dena regresa. Sonrió como un lobo. Ella me calmará.

Se queda parada al verme desnudo, esperándola.

―           Has tardado, puta – le digo.

―           Solo he comprado el pan, leche y…

―           ¡No me interesa la mierda que has comprado! ¡Desnúdate!

Dena suelta la bolsa de la compra en el suelo y se desnuda rápidamente. Le indico que me siga al dormitorio, en donde la coloco a cuatro patas sobre la cama. Se queda allí, desnuda y temerosa, mientras rebusco en su armario hasta encontrar un cinturón de cuero, pequeño, estrecho y manejable.

―           ¿Amo? – Dena intenta saber a qué es debido este castigo.

―           A callar, puta.

Enrollo parte del cinturón en mi mano y le doy un fuerte azote que la estremece toda. Intenta amortiguar el quejido, mordiéndose el labio.

―           Te voy a decir por qué te estás llevando este castigo…

Le atizo otro en la nalga gemela. Las marcas enrojecen rápidamente.

―           La putilla de tu hija…

¡ZASSS!

―           … le está contando a su amiga, en el cole…

¡SPLASSS!

―           … lo que tú y yo hacemos aquí…

¡PLAAASH!

―           … y nos pone cara de santa a nosotros, comprensiva y perfecta…

¡ZAAAKS!

―           … y yo me estoy conteniendo… por respeto… por miedo a hacerle daño…

¡SSPLAAASH!

―           ¡Se acabó! ¡Es hora de meter en vereda a esa golfilla! ¿Te enteras, PUTA?

―           Sssii…¡¡Amooooooo!! – grita ella con el último azote. Sus nalgas están encendidas.

Tiro el cinturón al suelo y, colocándome tras ella, le amorro la cabeza. Restriego mi polla, ya endurecida, contra sus nalgas.

―           ¡Te la voy a meter en el culo, sin lubricar, zorra! – muerdo cada palabra.

―           No… Amo, por favor… me rasgará… — suplica.

Ni la escucho. Mi pene es como un ariete, un órgano perforador que solo obedece al deseo, pero tengo que detenerme. La estoy matando. Sus chillidos resuenan en el dormitorio. Es demasiado para ella.

―           ¡Jodida zorra! ¡No aguantas nada! – digo, sacándola y buscando la crema lubricante en el cajón.

No es una buena mañana para Dena. Estoy cabreado y eso parece sacar a flote la vena sádica del viejo. Porque esos deseos de dañar no son míos, seguro. Empiezo a encontrar mis límites, mis carencias, y mis ventajas. Cuanto más me excito, más me domina Rasputín. Da igual que sea sexualmente o emocionalmente. Cuanto más lejos llego, más parte de él aparece en mí. Aún no sé el control que puede tener sobre mi cuerpo, o el tiempo que puede anclarse, como parte dominante. Creo que ya lo iré averiguando.

El hecho es que debo meter a Dena en la cama, con todo su cuerpo dolorido, y dejarla dormir. Le hago el almuerzo a Patricia y la prevengo que deje a su madre descansar. Me marcho a casa. No quiero estar cerca de la jovencita, no sé si me podría controlar.

―           ¡Se viene! ¡Elke se muda con nosotros! – grita mi hermana, nada más abrir la puerta. Tira las llaves al techo y empieza a dar saltitos de alegría, hasta que me engancha por el cuello y se abraza.

Maby se une a nosotros. Estamos preparando la cena. Esperábamos a Pam que se ha pasado la tarde con su chica.

―           Gracias, Sergi, gracias – murmura, besándome el cuello.

―           Es mejor así, aunque la haya manipulado.

Se separa de nosotros y se quita el abrigo, dejándolo en el perchero de la entrada. Maby le coge las manos y le pregunta:

―           ¿Qué has notado en ella desde la hipnosis?

―           Se siente más segura, ya no duda tanto. Está más alegre, menos encerrada en sí misma… No sé, diferente, pero mejor.

―           Me alegro – respondo. – Entonces, se muda aquí, ¿no?

―           ¡Si!

―           ¿Tenemos que quitar el vestidor? – pregunta Maby, con un puchero.

―           ¡Noooo! – estalla en risas Pam.

―           ¿No?

―           Está de acuerdo con la cama grande – Pam une sus manos, con una alegría incontenible. — ¿No es maravilloso?

―           Pues si que lo hice bien, coño – me asombro.

―           Eso no quiere decir que te la vayas a follar – me amonesta Pam, agitando un dedo.

―           Claro, claro, seré un caballero.

―           Al menos, de momento…

―           ¿Qué quieres decir, Pam?

Me mira, dudosa. Al final lo suelta.

―           Ya sabes que le caías bien a Elke, pero no se fiaba de ti. La imponías y, después de saber que nos acostábamos los tres, estaba muy recelosa. Pero, ahora, parece tenerte en gran estima. Te tiene todo el día en la boca… que si Sergio por aquí, Sergio por allá… ¿Qué le parecerá a Sergio? ¿A Sergio le importará…?

Maby se ríe, abrazándola, desde atrás, por la cintura, y colocando su mejilla en la espalda de mi hermana.

―           ¡Sergio, creo que te has pasado con la presión hipnótica! – exclama la morenita.

―           ¿De verdad? – se preocupa Pam.

―           No. Es algo normal. Su mente ha despejado grandes dudas y temores. Ahora, las personas más cercanas toman mucha más importancia, como si fueran muletas para un cojo. Seguro que también ha comentado sobre Maby, ¿cierto?

Pam se gira, enfrentándose a su compañera y amante.

―           Pues si, es cierto, aunque menos que sobre ti, Sergio.

―           ¿Qué dice sobre mí? — se interesa Maby.

―           Que podrías entregarle tu parte del vestidor, como sois de la misma talla… Así tendríais el doble de vestidos las dos.

―           Buena idea.

―           No cesa de planear lo que podemos hacer las tres juntas. Trabajamos en la misma agencia y tenemos vidas muy parecidas. Se le ocurren montones de cosas. Está muy entusiasmada, y todo ha salido de ella, casi de repente.

―           Es lo que pretendía, Pam. De esa forma, ahorramos muchos problemas. Elke se sentirá integrada a nuestra familia y, aunque no sea una sumisa mía, si lo puede ser tuya.

―           ¿Mía? Yo no quiero una sumisa – protesta mi hermana, agitando la mano.

―           El tiempo lo dirá, no es algo que tú decides. El trauma que Elke ha vivido en su infancia, la hace dependiente de una voluntad más fuerte. Hasta ahora, su miedo a los hombres la ha mantenido fuera de línea, pero si tú no le impones respeto y obediencia, puede buscarlo en otra persona. En mí, en Maby, o en otro extraño…

―           Está bien. Lo pensaré.

Maby regresa a controlar el pollo que está friendo. Esta semana, le toca a ella aprender a cocinar, bajo mi supervisión, claro. Pam pone la mesa, mientras yo acabo la ensalada.

―           ¿Cuándo piensa mudarse? – pregunta Maby.

―           Bueno, le he propuesto dormir unas cuantas noches, antes de traerse sus cosas, para aclimatarse.

―           Por supuesto – digo.

―           Pero lo hará antes de que termine el mes. Así suelta el apartamento.

―           ¿Podré magrearle sus tetitas mientras duerme? – pregunta Maby, moviendo sus dedos con malicia. Pam la fulmina con los ojos.

―           Ya veremos como reacciona a todo esto – respondo, pero sonrío interiormente. Para eso mismo puse esos disparadores, ¿no?

―           Necesito quedarme a solas con Patricia – le suelto a Dena, desayunando juntos.

Han pasado un par de días desde los azotes y aún está dolorida, pero más feliz que nunca.

―           ¿A solas? ¿Cómo? – me pregunta.

―           Al menos, un día y una noche. Necesito que te marches.

―           ¿Qué piensas hacer?

―           Lo que tenga que hacer. Te garantizo que no le haré daño, pero tengo que solucionar este asunto, antes de que se desmadre del todo. Por tu bien y el de ella, sobre todo.

Ella asiente, comprendiendo.

―           Puedo visitar a mi padre. Sigue pachucho…

―           Servirá. Le dices a Patricia que va a ser una visita relámpago y que no es necesario que vaya contigo. Que yo me quedaré a su cuidado, incluso dormiré en tu cama, esa noche.

―           Si, Amo

―           Díselo hoy. Te marcharás mañana.

Estamos sentados a la mesa, por parejas. Maby a mi lado, Elke y Pamela enfrente. Tenemos cena de gala, la primera cena oficial de los cuatro, y me he esmerado haciendo platos noruegos: salmón al estilo kuku y una ensalada con arenques y queso nórdico.

Todas me miran pues he propuesto un brindis.

―           Elke Nudsen, no puedo decir que me alegre que me hayas arrebatado a mi preciosa Pamela. Sería de tontos, pero si estoy contento de veros lo felices y enamoradas que estáis. Veo que os complementáis, que os necesitáis, y por ello brindo. Por ti, Elke, para darte la bienvenida a nuestra familia y a nuestro hogar.

Chocamos nuestras copas. Es un clarete para el pescado, fácil de digerir.

―           Gracias, Sergio, y a ti también, Maby, por aceptarme – responde Elke, muy suave, con las mejillas arreboladas. – Sabía de vuestro amor como trío y… me metí en medio sin querer.

Pam toma su mano, sobre la mesa, animándola.

―           No quiero romper esa relación. Soy la recién llegada, la nueva… Después de pensarlo mucho y de consultarlo con Pamela, hemos llegado a la conclusión… que debemos ceder en nuestras demandas… Yo no puedo reclamarla… absolutamente, y ella no puede entregarse… totalmente…

Maby enarca una ceja, esperando una mejor explicación.

―           Ayúdame – le suplica Elke a mi hermana.

―           Debes decirlo tú, cariño…

Elke traga saliva, toda roja ya, y me mira a los ojos, intentando desafiarme, pero no lo consigue. A medida que habla, va bajando la mirada.

―           Puedes follarte a Pam… siempre que yo no esté delante… Maby también puede, aunque hemos decidido aceptarla en la cama… cuando quiera…

―           ¡Bien! – exclama la morenita, con jubilo.

―           ¿Así que me excluís en la cama? – pregunto suavemente, los ojos ardiendo.

―           Bueno… Sergio… no te pongas así… no es por ti, es por mí – murmura Elke.

―           ¿Por ti?

―           No creo que pueda soportar ver como le haces el amor a Pamela…

―           ¿Celos?

Ella niega con la cabeza.

―           Envidia… — musita tan bajo que hasta Pam tiene que inclinarse para oírla.

―           ¿Envidia, cariño? Pero… ¿por qué no se lo pides a él? – le pregunta.

―           No puedo… aún no puedo…

―           Está bien. Es un trato aceptable. Lo respetaré – digo, levantando una mano. – Hasta que te sientas capaz, Elke. ¿Hace?

Ella asiente y me dedica una maravillosa sonrisa.

―           Esto hay que sellarlo con un beso – digo, poniéndome en pie e inclinándome sobre la mesa.

Pam la insta a imitarme. La tomo por las mejillas con los dedos de una mano, haciéndole un gracioso hociquito con la presión, que beso suave y lentamente. Ella responde y acepta la punta de mi lengua. Me separo, mirándola a esos bellos ojos azules grisáceos que tiene.

―           ¿A qué no te ha picado ni nada? – bromea Maby y Elke sonríe, sentándose.

―           ¡Y, ahora, a cenar todos! – exclamo.

Más tarde, estrenamos la cama para cuatro. Es un placer ver a Elke y Pamela hacer el amor, tanto que Maby y yo dejamos de follar para admirarlas. La morenita está sentada sobre mi pecho. Se ha sacado la polla de su coñito y la masajea suavemente con una mano, mientras que nos recreamos en el espectáculo. Pam está comiéndole el coño a su chica, con voracidad. Elke ya parece haber aprendido a correrse todas las veces que pueda y más.

Maby alarga la mano y coge la de Elke, en el momento en que se corre de nuevo. Reanudamos nuestro polvo mientras ellas cambian de turno. Elke no deja de echar rápidos vistazos a mi miembro. No tengo prisa, ni quiero presionar a la noruega. Ya caerá sola. Por lo pronto, no tiene ningún pudor en mostrarse desnuda ante mí, ni en la cama, ni en el piso.

Estoy friendo unas albóndigas en el piso de Dena. He preparado una salsa de almendras para chuparse los dedos. Sé que a Patricia le encantan las albóndigas, así que aprovecho. Dena se ha marchado a Sevilla esta mañana, temprano. No volverá hasta mañana. Suena el timbre cuando echo las patatas en la freidora.

―           Hola, canija – saludo a Patricia, al abrir la puerta.

―           ¡Que no me llames así! – me lanza ella una patata a la espinilla. Después, espera a que me incline y me besa en la mejilla.

No es que Patricia sea una niña, ni sea demasiado pequeña, es que yo soy muy alto, jeje. Casi medio metro de más que ella.

―           Ummm… ¡que bien huele! ¡Albóndigas!

―           ¡Premio! – me río.

―           ¡Uuuy! ¡Que te quiero, Sergi! – me abraza con fuerza la cintura.

―           Yo más, canija.

―           ¡Que no me digas esooooo!

―           Anda, ve a lavarte las manos y pon la mesa…

Mientras almorzamos, le hago inocentes preguntas sobre Irene. Ella contesta a todo, mojando sopas de pan en la salsa.

―           ¿De donde dijiste que era Irene?

―           De Albacete.

―           ¿A qué se dedican sus padres?

―           Su padre murió en un accidente, en una obra. Se cayó de un andamio. Su madre trabaja en la casa de un reverendo.

―           ¿Un reverendo? ¿Baptista? – pregunto, intrigado.

Ella se encoge de hombros. No lo sabe.

―           ¿Quieres más salsa? – le pregunto al ver el plato más limpio que nunca.

―           Si, por favor…

―           Así que de Albacete – la animo a seguir mientras arrebaño la sartén.

―           Si, se marcharon poco después de la muerte de su padre. La madre de Irene es una mujer muy religiosa, que participa mucho en la iglesia, y consiguió el trabajo de ama de llaves a través de los curas esos.

―           Ya veo – digo, poniéndole el plato delante. Ella lo ataca con otra gran sopa de pan.

―           ¿Irene está contenta por haberse venido a Madrid?

Nuevo encogimiento de hombros.

―           Todas sus amigas estarían en Albacete – insisto.

―           No tenía muchas. Se parece mucho a mí. Nos gusta leer y estar tranquilas, a solas. Por eso nos hemos hecho amigas.

―           Ah… yo creía que habíais montado un club de canijas…

―           ¡Tontooooo! – no llega a darme una patada bajo la mesa, pero siento el movimiento.

―           Ups… lo siento. ¿Es que tu amiga está buenorra? ¿Grandes tetas y eso?

Patricia enrojece y niega con la cabeza.

―           Es normal… como yo.

―           Es que como nunca la has traído, pues…

―           Es más morena que yo, tiene gafas redonditas, como las de Harry Potter, y la nariz algo achatada. Es un poquillo más alta que yo.

―           Entonces, seguro que es tan guapa como tú…

Patricia enrojece aún más, y no levanta la cabeza, chupándose los dedos. Decido no presionarla más, por ahora. Acabamos de almorzar y recojo la mesa. Sorprendentemente, me propone fregar los platos conmigo. Rechazo su oferta, riendo. Hay un par de platos y una sartén, no más. La envío a hacer sus deberes y mientras, me alargaré al gimnasio. Hoy toca karate y no pienso perderme la clase.

Me toca aguantar una charla del sensei sobre control del espíritu. No hay que dejarse llevar por insultos y provocaciones. Dice que somos guerreros y que estamos muy por encima de esa gente. Incluso pueden denunciarnos legalmente si les hacemos daño, porque la ley otorga el grado de arma a los conocimientos marciales. Así que sería como atacar a alguien con una navaja o un bate.

Pero, una vez que revisa mis heridas, a solas, me mira fijamente y me dice, muy despacio y bajito, con ese acento portugués que no se le va a pesar de llevar en España casi veinte años:

―           Hay que rehuir de las peleas en la calle. Solo traen complicaciones. Pero, a veces, es imposible dejarlas atrás, y tienes que defenderte. Entonces, debes dejar atrás cualquier duda, cualquier piedad o remordimiento. Tu enemigo debe quedar aplastado, sin posibilidad de seguir con el combate, en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo. ¿Comprendes?

―           Si, sensei.

―           Nada de golpes vistosos, ni grititos de cine. Tres golpes encadenados a puntos vitales. Kata oshori te. ¿Comprendes?

―           Si, sensei – esta vez me da un papirotazo en la frente, para que el concepto se me quede. De la vieja escuela el hombre…

―           Primero es preferible derribar. Si no se puede, entonces desmayar. Si presenta resistencia, pasa a destrozar. Matar siempre es lo último, pero siempre es mejor eso a que te maten a ti. ¿Comprendes? – esta vez no es un papirotazo, sino un doloroso pellizco en el nervio del hombro.

―           Hai, sensei san – pronuncio la versión respetuosa.

―           ¿Cómo quedó el tuyo?

―           Eran dos, tan grandes como yo y profesionales. Me tomaron por sorpresa. Ni los vi, ni los toqué… pero pienso remediarlo – contesto, apretando los dientes.

―           No busques excusas. Te sorprendieron porque no estabas centrado. Pensabas en otras cosas. Eres joven y necesitas disciplina. ¿Es necesaria la venganza?

―           No es venganza, sensei, es respeto.

El viejo brasileño asiente, comprendiendo lo que quiero decir.

―           Volvamos con la clase. ¡A entrenar! Ashime!!

Voy descubriendo nuevas facetas de mi cuerpo y de mi mente. Mi cuerpo se adapta muy bien a lo que se le exige en los entrenamientos de karate. Cada día se vuelve más resistente al esfuerzo, y también es más rápido en sus reacciones. Mover una masa como la mía requiere esfuerzo y dedicación. No podré conseguir mucha más agilidad, ni flexibilidad, pero seguro que puedo sorprender con la rapidez de movimientos que estoy desarrollando. El sensei parece haberme tomado bajo su dirección personal y me da caña, mucha caña…

Regreso al piso de Dena. Patricia ya ha acabado sus tareas y está viendo la tele. Me meto en la ducha. Cuando estoy enjabonándome, Patricia entra sin llamar. Me quedo quieto, mirándola, pero no intento cubrirme. Finalmente sigo con el jabón mientras ella me habla:

―           ¿Quieres que te prepare algo de merendar?

―           Tomaré fruta, gracias.

―           ¿Zumo? – siento sus ojos delineándome, recorriendo todo mi cuerpo.

―           Estará bien, canija.

―           Odio que me llames así, de verdad. No soy una canija…

―           Ah, ¿no?

―           No. Es que no me he desarrollado del todo – su mirada está clavada en mi polla.

―           Entonces, hasta que no lo hagas, te llamaré canija.

Me río al escuchar el portazo. Menudo genio tiene la niña. Me visto con mi eterno chándal de ir por casa y una camiseta de los Ramones. Me quedo descalzo, como siempre. Me gusta ir así, sobre todo si hay parqué. Además, nunca tengo frío en los pies. Como venganza, Patricia no me ha servido el zumo. Está viendo una de esas series de adolescentes de Disney y pasa de mí.

Me dejo caer a su lado, mordiendo una manzana y le miró el perfil. En verdad, Patricia es preciosa. Posee una carita de muñeca que irradia simpatía si sonríe, pero el problema es que no lo hace demasiado. Más bien, emite soledad y tristeza. Tiene una naricita breve y recta, debajo de sus enormes ojos verde azules. Incluso su boca tiene personalidad, con un labio inferior gordezuelo y sensual, y el superior muy fino y picudo en el centro. Su mandíbula inferior está un poquito salida hacia fuera, por lo que cuando sonríe, muestra más sus dientes inferiores.

Nos reímos con las ocurrencias de Demi Lobato, en la serie, y Patricia me mira. Alarga su mano y coge la mía, perdonándome que me haya reído de ella. Tiro de su brazo y la atraigo contra mi pecho. La noto rebullir como un gato haciendo su cama, frotándose, buscando el mejor hueco. Al final se abraza y queda recostada en mi costado. Acabamos de ver el episodio y, entonces, pregunto:

―           ¿Irene es también muy religiosa?

―           Lo normal – alza un hombro Patricia, mirando un anuncio de perfume.

―           No es como su madre, ¿no?

―           No, no tanto. Esa mujer da miedo – se ríe. – Cuando le ha tocado llevarnos en coche, hay que rezar antes de que arranque y, luego, otra vez cada vez que suelta a una de nosotras ante su casa.

―           Jejeje, como la madre de Carrie, coño.

―           ¿Quién es Carrie? – pregunta la jovencita.

―           Un personaje de Stephen King, ya te dejaré el libro… Así que Irene no sigue los pasos de su madre…

―           Bueno, ella tiene que ir a misa, y vive en la casa del reverendo ese. Así que no tiene más remedio que creer, ¿no? Pero me cuenta que tiene muchas… dudas.

―           Es normal. Estáis en la edad de cuestionar cuanto veis. A propósito de ver… ¿qué es lo que mirabas en el baño?

No contesta, pero estoy seguro que se ha sonrojado al máximo.

―           ¿Patricia?

―           Nada…

―           Nunca has entrado así en el baño desde que visito vuestro apartamento.

―           Solo quería preguntarte…

―           Sin excusas, canija. Querías verme desnudo, ¿verdad?

Intenta levantarse pero la sujeto de un brazo. Rehúye mi mirada.

―           ¿Verdad? – la sacudo ligeramente.

Patricia asiente, mirando el suelo. Las lágrimas brotan de sus ojos.

―           ¿Sientes curiosidad?

Un nuevo asentimiento.

―           Solo tenías que preguntarme. Me encantaría ayudarte a satisfacer tus dudas, canija. ¿O es que no somos amigos?

―           No… soy… una canija – musita, sorbiendo las lágrimas.

―           Ooh, Patricia, mi preciosa cabezota… eres mi canija, ¡siempre lo serás! – la abrazo fuertemente, enterrando su rostro en mi pecho. – Aunque llegaras a pesar doscientos kilos, serías mi canija, porque es lo que amo de ti. Esa fragilidad que se huele en ti, que muestras con naturalidad. Esa inocencia que desprendes en cada acto… me embelesas…

―           ¿De veras? – musita, sacando la cabeza de mi camiseta y alzando los ojos hacia mí.

―           Totalmente, Patricia. Si dependiera de mí, ya te habría pedido una cita, canijita mía. Me encanta abrazarte, mimarte, protegerte… pero… no puede ser…

―           ¿Por qué no puede ser? Tú también eres menor de edad.

―           Ya, pero ¿qué diría tu madre? ¿La gente? ¿Tu amiga?

Patricia se arrodilla a mi lado, tirando de mi camiseta para auparse. Ahora se siente energizada. Me mira con determinación.

―           ¿Mi madre? ¿Qué puedo decir YO de mi madre? ¡Está todo el día suplicando que la azotes y la folles! ¿Qué diría la gente de eso? – estalla.

―           Bueno, no sé…

―           ¿No comprendes lo que me duele escucharos desde mi cuarto? ¿Saber que lo estáis haciendo a unos metros de mí, sin pudor alguno?

―           Patricia…

―           ¡Me tapo los oídos! ¡Entierro la cabeza en el colchón! ¡Subo el volumen de la música! ¡Pero sigo escuchándoos! ¡Esos gritos… esos gemidos…!

―           Perdónanos, cielo… yo no sabía…

Pero Patricia sigue. Ya ha entrado en erupción y tiene que soltarlo todo.

―           … y cuando ya no puedo más… salgo a espiaros, a ver como le metes esa cosa a mi madre, esa serpiente de carne… sus gritos me cortan la respiración, me hacen jadear… pero… pero…

―           Tranquila, pequeña, no tienes que seguir – le acaricio la mejilla.

―           … pero, lo más terrible de todo es que… ¡LA ENVIDIO PORQUE QUIERO QUE ME HAGAS A MÍ TODO ESO! – y se derrumba en mis brazos, llorando a más no poder.

Finalmente, lo ha admitido. Es un gran paso aceptar su deseo por mí, por el que se folla a su madre. Es muy valiente y me hace quererla más. Pero eso solo es una de las cosas que pretendía. Aún no he acabado con ella, pero tengo que darle un respiro, una recompensa…

―           Ssshhh… ya está, canija… desahógate, sácalo todo fuera – la acuno entre mis brazos, susurrándole. – Es algo que suele pasar, canija, no te preocupes…

Sus sollozos se aquietan, calmando sus hombros, pero sigue aferrada a mi pecho.

―           Hay alumnas que se enamoran de sus profesores, chiquillas que lo hacen de sus padrastros, o de un hermano guapo. El amor no entiende de parentescos, ni de edades. Es natural, tus hormonas están revolucionadas y has visto cosas sobre las que no tienes información veraz…

Noto como asiente varias veces y su frente roza contra mi camiseta.

―           A ver, canija, mírame… — le digo, levantándole la barbilla. Ya no se queja por el apelativo, o bien se ha cansado de quejarse. – Vamos a hacer una cosa. Vas a entrar en el baño y te vas a lavar todas esas lágrimas, ¿vale? Te afean muchísimo, canija…

Sonríe, sorbiendo y musita un suspiro que suena a afirmación.

―           Luego, si no se lo dices a mamá Dena, ni a nadie más, te voy a permitir que veas “la serpiente” de cerca, incluso que la toques. ¿Qué me dices?

Se lleva una uña a la boca y, finalmente, alza un hombro, como aceptando. Su rostro no puede estar más rojo sin sangrar.

―           Ve a lavarte – la impulso con un pequeño azote sobre su falda escolar, que aún lleva puesta.

Escucho el grifo abierto y el húmedo ruido de sus abluciones durante algunos minutos, y Patricia surge renovada y limpia. Casi sonríe al presentarse ante mí. Se arrodilla en el sofá, pero se mantiene en su rincón, esperando. Su respiración agita su camisa blanca de colegiala.

―           ¿Preparada? – le pregunto y ella asiente con determinación.

Me bajo el pantalón deportivo y los boxers, hasta quitármelos por completo. A pesar de que ya me la ha visto en diversas ocasiones, Patricia retiene el aliento, impactada por tener esa “serpiente” tan cerca de ella.

―           ¡La ostia! – exclama entre dientes. — ¿Cómo le cabe todo eso a mamá?

―           Con paciencia y dulzura, canija. Acércate, no muerde.

Avanza de rodillas hasta mí, sin quitar los ojos de mi miembro.

―           Esto es un pene masculino – informo.

―           Ya lo sé, tonto. He visto antes…

―           ¿Has visto otros?

―           No de verdad, pero he visto fotos y vídeos – tiene otra vez metido un dedito en la boca, como si estuviera dudando de lo que va a hacer, sea lo que sea.

―           Ah. Entonces, comprenderás que, normalmente, los hombres no disponen de este tamaño. Este es King Sergi – bromeo.

―           ¿Cuánto…?

―           ¿Cuánto mide?

―           Si…

―           Treinta y un centímetros en erección. Aún está floja.

―           ¡Madre mía! Eso… eso… me llegaría a…

―           A ningún sitio. No puedes con este tamaño sin haberte desarrollado completamente. Reventarías, ¿comprendes?

―           Si… si, claro. ¿Puedo tocarla, Sergio?

―           Hasta que te hartes…

Puso una de sus manitas sobre el pene, aún en reposo, casi con miedo. Lo acaricia con delicadas pasadas de sus dedos. Lo toma con las dos manos, sopesándolo, alzándolo. Queda impresionada por su grosor y su tacto, por su peso, e incluso por su olor. Apretuja el glande, primero con una mano, después con las dos, jugueteando con las gotas de líquido que surgen del meato.

Me abro de piernas para que pueda acceder a los testículos. Le aconsejo como acariciar el escroto y el perineo. Se ríe al jugar con mis bolas, tironeando de ellas. Y, con todo ese toqueteo, mi polla se alza, encaprichada de esas manos que la acarician. Los ojos de Patricia brillan de emoción y orgullo.

―           ¿Por qué no le das besitos? – la animo.

―           ¿Dónde? – pregunta, muy dudosa.

―           Empieza por la cabeza. Se llama glande o capullo…

―           Hola, capullito – musita ella, al inclinarse y depositar un besazo en él.

―           Más suave, canija, sin apretar con los labios, solo rozar…

―           Perdona, Sergi…

―           Sigue… canija… ¿Puedo llamarte ya así?

―           Si, Sergi… llámame como tú quieras…

La dejo amorrarse contra mi polla, depositando besitos tras besitos, miles de ellos, hasta recubrirla de saliva.

―           Usa la lengua ahora – le susurro. – Lámela suave… el tallo… los huevos, succiona el capullo…

Quiere probarlo todo. Está hambrienta de estos conocimientos. Por supuesto, no puede metérsela en la boca, pero se la apaña muy bien para succionar fuertemente el glande, aspirando el orificio de la uretra.

―           Eso es, Patricia, mójala bien, llénala de saliva… toda… escupe sobre ella…

Literalmente, babea sobre mi polla. Lentamente, le desabrocho la camisa y se la quito. Lleva una camiseta interior blanca, debajo. Gruñe cuando le levanto la cabeza para sacársela. La he hecho abandonar su juguete por unos segundos. Retoma su actividad con ansias. ¡Dios! Esa niña va a ser toda una chupona…Le quito el enganche del sujetador, una monería pequeñita y rosa. Ella misma se saca los tirantes, arrojándolo al suelo. Tiene unos pechos no más grandes que tazas de café, con unos pezones rosados y picudos, deliciosos.

―           Descansa tu boquita, cariño. Mañana te va a doler – le aconsejo. – Usa las manos… menea la polla… eso es… arriba y abajo, suave… aprieta el capullo cuando subas, y tira de la piel cuando bajes… muy bien, cielo… lo haces muy bien…

―           ¿Te gusta de verdad, Sergi? – pregunta ella, mirándome, gloriosa.

―           Me encanta, amor mío – la adulo. —Has nacido para esto…

―           ¿Puedo hacerte esto más veces?

―           Ya veremos, canija… todo depende…

―           Es que me está gustando mucho tocarte la… eso.

―           Vamos, dilo… di su nombre, Patricia.

―           La polla…

―           Otra vez, canija.

―           ¡La polla! ¡Tocarte la polla! – exclama, riendo.

―           ¡Otra vez!

―           ¡LA POLLA! ¡QUIERO TOCARTE LA POLLA TODOS LOS DÍAS! – grita, liberada.

Cae sobre mí y nos reímos. La atraigo y la beso dulcemente. Ella me devuelve innumerables piquitos. La freno y le meto la lengua entre los labios. Casi se asfixia por la sorpresa, pero se recupera enseguida, dándome la suya, a su vez. Sabe a cacao y a leche. Sus manos abandonan mi pene para abrazarse a mi cuello. Estoy loco por tocar sus pezoncitos. Subo mis manos y los pellizco con dulzura. Ella se estremece e intenta apartarse instintivamente. No la dejo, persigo sus pechitos, mientras sigo metiéndole la lengua en la boca.

La aplasto contra mi pecho. Ella se arrodilla sobre mi regazo para llegar bien a mi boca. Mi polla queda olvidada de momento, oculta detrás de su falda azul. Su torso desnudo se aprieta contra mi camiseta, así que me la quito, quedando desnudo. Enseguida Patricia frota sus pezones, que se han endurecido rápidamente, contra la piel de mi pecho.

Aspira y gruñe, intentando atrapar mi lengua con su boca; la persigue con ahínco, emitiendo ruidos que me vuelven loco. Nunca creí que Patricia, esa dulce y retraída chiquilla, resultara ser tan sensual, tan entregada. Me pasan varias tentaciones por la cabeza que desecho rápidamente. No, ni pensarlo. ¡Son obscenidades! ¡Mierda de Rasputín! ¡Me niego a hacerle eso!

La tomo por la cintura, agobiado por mi propia mente, y la alzo a pulso, subiéndola a horcajadas sobre mis muslos. La miro a los ojos y pongo sus manitas sobre mi ansiosa polla.

―           Haz que me corra, canija… por Dios, frótate y no pares hasta que salga leche… — casi la imploro.

Me mira como si no entendiera,

―           Vamos, putilla, sácame la leche antes de que haga una barbaridad – le repito, moviendo sus manos sobre mi polla.

Sonríe y sigue la cadencia. Sus deditos me estrujan el pene dulcemente. Tiene un don, lo sé…

―           Dímelo otra vez – susurra roncamente.

―           ¿El qué?

―           Lo que llamas a mamá… lo que me has llamado ahora mismo…

―           ¿Putita?

Una gran sonrisa aparece en su cara. Tiene los ojos enfebrecidos.

―           ¿Te gusta que te llame así?

―           Si, mi príncipe…

¡Joder! Y yo que iba con cuidado…

―           ¿Quieres ser mi putita? ¿Eso es lo que quieres?

Asiente varias veces y se pega la polla a su pecho. La frota con sus manos por un lado y, por el otro, la restriega por sus tetitas, llenándolas de babas. Ella misma se escupe sobre el pecho para que resbale mejor.

―           Quiero ser tan puta como mamá… dime que si, que me harás tu putita – implora, mirándome a los ojos y moviendo su torso con furia.

―           ¿Podrás soportar lo que soporta tu madre? – mi polla está al rojo vivo.

―           Aún más… pero tendré que crecer…

―           No… tengo… prisa, zorrilla.

―           Siiiii… pero te la… puedo menear… y chupar, ¿verdad?

Las palabras no surgen de mis labios. Los movimientos que Patricia imprime a su torso, a sus pechitos y a sus manitas, sobre mi miembro, me están llevando a la gloria. Su cuerpo caliente y frágil se ha convertido en algo poderoso, capaz de contorsionarse para darme placer.

―           ¡Joder, que bueno! Canijaaaa… casi estoy…

Patricia ya no contesta. No he tenido ni que tocarla. Tiene los ojos vueltos, hacia el techo. Se balancea y se frota contra mi polla por inercia. No sé si es su primer orgasmo, pero, sin duda, es el más estremecedor. Con solo ver su expresión de placer, ese hilillo de baba que mana de su comisura, salpico su pecho, su cuello, y una de sus mejillas…

―           ¡JODEEEEERRR!

Patricia necesita casi diez minutos para recuperarse. Un tiempo que paso con ella tumbada sobre mi pecho, rebozada en semen. Mientras hilvano mi próximo paso. Casi es la hora de la cena. La envío a la ducha y me pongo a cortar una buena macedonia de frutas, con nata y miel. Cuando Patricia sale del baño, con su pijama ya puesto, se queda sorprendida de verme aún desnudo.

―           ¿No te vistes? – me pregunta.

―           No, ¿para qué? Yo duermo desnudo.

Se ríe tontamente. De pronto, ve la macedonia y se relame. Le doy una cuchara y se coloca de rodillas en una de las sillas, los codos sobre la mesa, inclinada sobre la fuente de fruta. De esa forma, me disputa la comida, a mi misma altura. Nos peleamos por atrapar más pedazos de fruta con nuestras cucharas. Nunca la he visto más feliz que ahora. ¿Esto es la corrupción de una menor? Yo más bien diría que es su liberación.

―           ¿Qué te ha parecido, canija? – le pregunto mientras ella apura el dulce caldo que queda en el fondo de la fuente.

―           Ahora comprendo por qué mamá grita tanto – suelta con una risita.

―           Tu madre va más lejos, preciosa. Se enfrenta al dolor…

―           Con más motivos, ¿no?

―           ¡Bicho malo! – le revuelvo el cabello pajizo.

―           Sergi… ¿se lo contaremos a mamá?

―           Claro que si. No podemos esconderle esto. Ella ya lo veía venir, canija… estabas muy rara.

Alza sus manitas y me toma de las mejillas, mirándome.

―           Es que sentía un nudo muy grande aquí, en la garganta, cada vez que sabía que estabas con ella…

―           Eso se llaman celos, Patricia.

―           Lo sé, pero… no podía expresarlo… ¿Cómo le iba a decir a mamá que tenía celos de ella?

―           ¿Y ahora? ¿Lo has pensado?

―           Puedo soportar compartirte – asevera ella, muy seria.

―           Muchas gracias – me inclino en una reverencia.

―           ¡No es coña! Mientras sepa que te interesas por mí, podré compartirte con otras mujeres, con mamá, con Maby…

―           Hay algunas más, canija.

Sus cejas se enarcan. Se cruza de brazos, aún de rodillas sobre la silla.

―           ¿Cuántas?

―           Al menos, dos más.

―           ¿Las conozco?

―           Si, Pamela y Elke.

―           Pero… pero… — se asombra ella, bajándose de la silla.

―           Si, ya lo sé, una es mi hermana, y la otra su novia, pero son mías, al igual que tú eres, ahora, también mía. Sois mis siervas, mis sumisas, mis mujeres, y no hay más felicidad para vosotras que eso mismo – Patricia queda atrapada por el toque de basilisco, como una mosca en una telaraña. — ¿Acaso no lo sientes? ¿No notas que tienes una conexión con las demás? Os respetáis y os amáis, las unas a las otras. Sois familia, compañeras…

―           Si… hermanas de amor – susurra, comprendiendo su nuevo estatus.

La tomo en brazos y despierta de su ensoñación. Se ríe y me pregunta que qué hago.

―           Nos vamos a la cama. Tenemos cosas de las que hablar.

―           ¿A la cama de mamá? ¿Vamos a dormir juntos? – se emociona.

―           Claro que si, aún quiero divertirme… ¡Tú no?

―           ¡Ssiiiiiii! – chilla, abrazándose a mi cuello mientras la llevo al dormitorio. No pesa más que un cachorrito.

                                                CONTINUARÁ…

Comentarios y opiniones, así como cualquier sugerencia o pregunta, podéis dejarlos en: janis.estigma@hotmail.es

 

Relato erótico: «Las tortuosas vacaciones de una inocente jovencita 2» (POR GOLFO)

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Para los que no hayáis leído la primera parte, me llamo Esthela y para mi desgracia, durante un viaje de placer fui secuestrada por un millonario texano que me recluyó en una finca. Allí, he sufrido humillaciones de todo tipo: teniendo todo a mi disposición, debía de pagar en carne por ello. De forma que he sido su conejita de laboratorio y mediante hormonas, me ha convertido en  una vaca lechera a la que ordeña a su antojo.

Mis días han sido una sucesión de agravios, dolor y sexo. Para comer he tenido que mamársela, dejar que me sodomice y solo he mantenido mi virginidad a salvo porque ese malvado dice que la tiene reservada para un evento especial. Aunque no me he atrevido a preguntar cuándo va a hacer uso de ella porque temo su respuesta, sé que pronto lo averiguaré y que lo que ha planeado no va ser de mi agrado.

Os lo digo porque mi “dueño”, así quiere que le llame, hoy me ha traído ropa y me ha ordenado que me la ponga para dormir. Nada más verla, comprendí que esa túnica blanca podría ser mi “traje de novia y que con ella, ese pervertido me va a desflorar y quitar con ello, la poca autoestima que me queda.

¡Odio a ese cabrón! Ojala tuviera fuerzas para suicidarme y que terminar así con mi sufrimiento…

Mi despertar en unas ruinas.

A la mañana siguiente desperté completamente desnuda en una especie de catre. Recordaba haberme vestido con la túnica que me entregó mi secuestrador por lo que alguien debió de quitármela. Durante unos segundos dudé si esa habitación era parte de la finca pero rápidamente comprendí que estaba en una choza al ver a través de los huecos de los troncos que sostenían el tejado, que estaba en mitad de la selva.

«¡Hay gente!», exclamé esperanzada al oír voces en el exterior.

Creyendo que me había liberado, no me importó el salir corriendo sin nada que me tapara. Nada más irrumpir al exterior, se me cayó el alma a los pies al descubrir que estaba en mitad de la selva, dentro de una especie de aldea. Viendo que había un grupo de mujeres de aspecto oriental en una de las chozas, me acerqué a donde estaban y les pregunté:

-¿Dónde estoy? ¿Pueden ayudarme?

Las indígenas me miraron y mediante señas me hicieron entender que no me comprendían. Insistiendo, repetí mis preguntas en inglés con el mismo resultado, para ellas mis palabras eran ininteligibles. Casi llorando intenté explicarle que me habían secuestrado y que necesitaba su ayuda, pero lo único que conseguí fue que con una sonrisa una de las más ancianas me diera agua en un cazo de barro.

-No tengo sed, ¡lo que quiero es volver a casa!- grité derrumbándome al saber que ese sujeto había planeado todo y que me había dejado esperanzarme para que así fuera todavía más duro el saber que seguía en sus manos.

Sentada en un  tronco, me dejé llevar por mi angustia y comencé a sollozar desconsoladamente mientras esas mujeres me sonreían. Su actitud amable lejos de confortarme, azuzó mis llantos y durante largo rato, no hice otra cosa que llorar hasta que una joven de ojos rasgados se acercó a mi con un crio en sus brazos.

– Cho bú, cho bú- me pidió.

Al no comprender que era lo que quería, me la quedé mirando y entonces, me pasó al bebé mediante gestos me explicó que quería que le diera de mamar. Estaba a punto de negarme cuando el puñetero enano al sentir mis pechos repletos, llevó su boca hasta uno de mis pezones y se puso a chupar con desesperación. La  sensación de esa boquita mamando de mi teta me gustó e incluso solté un suspiro, al notar que al vaciar mi seno estaba rebajando el dolor que sentía al tenerlo lleno.

Todavía no me había acostumbrado a tener al crio colgado de mi pecho cuando otra madre viendo que del otro brotaba un chorrito de leche, trajo a otro crio y lo puso también a mamar. La sorpresa de sentirme ama de cría me paralizó y aunque estaba indignada, no pude reaccionar al saber que dependía de la buena voluntad de los habitantes de ese poblado para sobrevivir. Mi decisión resultó acertada porque mientras los dos bebés me ordeñaban, llegó otra indígena con un plato de frutas y sin pedirme opinión, comenzó a darme de comer en la boca.

«Me están cebando para obtener mi leche», comprendí desesperada cuando la madre del chaval viendo que el niño ya se había atiborrado lo recogió, cediendo  su puesto en mis tetas a los retoños de otras dos mujeres que esperaban haciendo cola frente a mí.

Humillada hasta decir tuve que aguantar que, de dos en dos, los pequeños de la aldea mamaran de mis pechos hasta que consiguieron vaciarlos. Al darse cuenta que ya habían ordeñado todo su contenido, las mujeres cogieron a su hijos y reanudaron sus labores cotidianas, dejándome allí tirada.

«Para ellas, ¡soy ganado!», comprendí mientras volvía llorando a la choza en la que desperté y aunque fuera por un momento, eché de menos a mi captor porque al menos él era uno.

No llevaba ni diez minutos, escondida y llorando mi desgracia en la penumbra de esa cabaña cuando un ruido en la entrada me hizo levantar la mirada. Al hacerlo descubrí a dos muchachos todavía adolescentes observándome desde la puerta. En sus ojos detecté un extraño brillo, que se incrementó cuando en silencio se acercaron hasta el catre donde yo estaba.

-¿Qué queréis?- grité angustiada al no saber sus intenciones.

No tardé en comprobar qué era lo que les había llevado allí porque sentándose uno a cada lado, tapándome la boca, me hicieron callar mientras llevaban sus bocas hasta mis pechos. Al contrario que los niños que solo se alimentaban, la forma en que esos dos recorrieron con sus lenguas mis pezones me hizo saber que sus razones eran otras y más cuando el más avispado de los dos, llevó su mano hasta mi entrepierna y se puso a pajearme obviando mis protestas.

« ¡Van a violarme!», incapaz de gritar pensé mientras intentaba zafarme de su acoso.

A los mocosos les hizo gracia mi rebeldía y reteniéndome entre los dos, sin dejar de intentar succionar mi leche, se dedicaron a recorrer mi cuerpo con sus manos mientras intentaba defenderme con un frenesí que me dejó agotada. Cuando dejé de debatirme, las caricias de los chavales se hicieron más sensuales pero no por ello menos humillantes. Usando sus dientes mordisquearon mis pezones al tiempo que con sus dedos hurgaban en mis dos agujeros. La ausencia de violencia no consiguió tranquilizarme y por ello, intenté gritar cuando obligándome a ponerme a cuatro patas uno de ellos, separó mis nalgas con  sus manos y hundiendo su cara en ellas, comenzó a lamer mi ojete con su lengua.

-¡Por favor! ¡No lo hagas!- chillé al sentir su apéndice hurgando dentro de mi culo.

Pero entonces su acompañante, tirando de mi melena hacia abajo, introdujo su falo hasta el fondo de mi garganta evitando de ese modo mis quejas. Afortunadamente el tamaño de ambos miembros nada tenían que ver con la verga de mi captor porque de haber tenido la longitud y el grosor al que me tenía acostumbrada ese indeseable, a buen seguro me hubieran roto el culo de una manera cruel. Aun así al no haber preparado con anterioridad mi esfínter, su intrusión me dolió atrozmente.  

Con su pene en el interior de mis intestinos, el puñetero chaval llevó sus manos hasta mis ya adoloridos pezones y cogiéndolos entre los dedos, comenzó a tirar de ellos con pasión.

-¡Dios!- chillé al sentirlos maltratados.

La tortura de tetas produjo un efecto no previsto y como si esas adolescentes yemas hubiesen abierto un grifo en mis areolas, de  estas comenzó a brotar un chorro de blanca leche que emocionó al muchacho que tenía su polla en mi boca.  Sacando su miembro, se tumbó debajo de mí y se puso a mamar de mis pechos mientras su amigo machacaba sin parar mi entrada trasera.

-¡No quiero!- chillé angustiada al sentir que los dientes del puñetero crio alternando entre mis pechos y el pene  del otro campeando en mi culo estaban elevando la temperatura de mi cuerpo.

La mezcla de humillación, dolor y excitación me tenía confundida. Mientras mi mente se revelaba ante tamaña agresión, mi cuerpo comportándose como un traidor me pedía más. La humedad de mi chochito era una muestra evidente de mi calentura pero más aún que involuntariamente llevara una mano entre mis piernas y sin pensar, me pajeara mientras esos dos me forzaban. Mis agresores se rieron de mis gritos de angustia y mientras uno se daba un banquete con el nutritivo producto de mis tetas, el otro comenzó a azotarme en el culo pidiéndome mediante gestos que me moviera.

-¡Dejadme!- imploré descompuesta al notar que contra mi voluntad todas mis neuronas estaban en ebullición.

Sé que de haberme entendido, tampoco me hubiesen soltado ese par de energúmenos porque para ellos yo solo era un medio para satisfacer sus oscuras necesidades. Al no comprender siquiera mis palabras, los dos indígenas siguieron  a lo suyo hasta que sentí que el pene que estaba martilleando dentro de mi trasero, eyaculaba rellenando con su semen mi culito.

-¡Maldito!- aullé menos indignada de lo que debería porque en ese momento mi coño parecía un ardiente polvorín a punto de explotar.

Sin títuloLa gota que derramó el vaso y que me llevó en volandas hasta el mayor orgasmo que nunca había sentido, fue levantar mi mirada y ver a mi “dueño” sonriendo a dos metros del catre donde estaba siendo violada. Su presencia y la satisfacción que sentía al verme disfrutando de esa agresión, hizo que mi cuerpo colapsara y liberando mi tensión, me corrí en voz en grito mientras increíblemente le pedía perdón a ese sujeto por hacerlo. Os juro que todavía hoy no comprendo que fue lo que me motivó a disculparme.

Muerto de risa, mi captor echó a los críos de la cabaña y sentándose en el catre, me contestó mientras acariciaba mi melena:

-Putita mía, no has podido evitarlo. Desde que conocí a esta tribu hace años y descubrí que estaban esperando que su diosa les mandara una reina, te he estado buscando por todo el mundo. Sabiendo que según sus creencias esa deidad les mandaría una virgen de cuyos pechos brotara leche, te capturé y te estoy condicionando para ser su representante terrenal.

-No entiendo- respondí limpiando las lágrimas que surcaban mis mejillas.

Mi “dueño” me regaló un lametazo en un pezón antes de contestar:

-Para ellos, esa reina les procurara alimento mientras ellos le ofrecen placer. Todas las penurias a las que te he sometido tenían una razón, está noche te desvirgaré en su presencia mientras amamantas a los miembros de la tribu.

Al conocer mi destino debía de haberme sentido molesta pero mi cuerpo me traicionó al notar su lengua recorriendo mis pechos y pegando un grito, me volví a correr sin poderlo evitar. Aun sabiendo que era producto del lavado de cerebro al que me tenía sometida, me retorcí sobre ese catre pidiendo que me tomara. Necesitaba ser desvirgada por “él” y por eso comportándome como su puta, me arrodillé frente a mi captor para rogarle que me hiciera suya.

Ese cabrón sonrió al ver mi entrega y manteniéndose de pie junto a mí, se bajó su bragueta. Comprendí que se esperaba de mí y por vez primera mi sexo se encharcó mientras metía una mano dentro de su pantalón para sacar su verga. Al sentir entre mis dedos ese duro tronco, mi boca se me hizo agua y como si me fuera mi vida en ello, se la saqué mientras babeaba.

-Necesito chupársela- susurré obsesionada mientras acercaba mi boca a su miembro.

En ese momento, mi mente estaba dividida. Una parte estaba avergonzada por mi claudicación pero la otra se sintió  arrastrada a devorar esa morbosa tentación que tenía a mi alcance. Sacando mi lengua me puse a lamer su extensión con lágrimas en los ojos.

« ¿Qué estoy haciendo?», maldije al tiempo que recorría golosamente los bordes de su glande. Cómo un ser sin voluntad, abrí mis labios y agachando lentamente mi cabeza, experimenté como ese pene se iba introduciendo en el interior de mi boca. La satisfacción que experimenté al sentir su erección llenando mi garganta y el latigazo de placer que inundó mi coño, me hicieron saber que estaba perdiendo la batalla contra ese sujeto.

El que se autodenominaba como mi dueño gruñó al experimentar la húmeda caricia con la que yo, su puta, le estaba regalando y presionando con sus manos sobre mi cabeza, hundió su verga por completo en mi interior mientras me ordenaba que me masturbara. Os juro que intenté hacer oídos sordos a su mandato pero entonces me vi contrariando mis deseos y separando mis rodillas, hundí un par de dedos en mi sexo al tiempo que su glande se hacía presente contra mis amígdalas.

« ¡No puedo parar!», casi llorando pensé al comprobar el ardor con el que torturaba mi clítoris.

Cuanto más intentaba evitar seguir pajeándome, con mayor énfasis introducía sin pausa mis yemas en mi vulva. Dominada por una pasión incontrolable buscaba que el placer de mi secuestrador coincidiera con el mío y por eso al sentir la explosión de su polla en mi boca, me corrí nuevamente mientras mi mente sollozaba de vergüenza.

Habiendo satisfecho sus oscuras apetencias, el sujeto me obligó a limpiar su verga con mi lengua para acto seguido desaparecer sin despedirse.

Durante el resto de la mañana, me quedé encerrada en la choza. Una vez que mi secuestrador me había dejado sola, la certeza que nunca volvería a mi país me hizo llorar desconsoladamente. Hundida en mi depresión, me acurruqué en un rincón del camastro dando rienda suelta a mi dolor. Fueron horas duras en las que añoré mi vida anterior dándola por perdida.

Mi humillación fue máxima cuando sobre sobre las doce, tres jovencitas llegaron cargadas con frutas. Al verlas me recluí todavía más en mi sufrimiento pero entonces ellas me forzaron a comer. En un principio incluso me abrieron la boca para que tragara hasta que viendo la inutilidad de mi rebeldía dejé que me fueran dando uno tras otro trozos de lo que ellas consideraban un manjar. El problema vino cuando al terminar y tal como me había anticipado el sujeto esas tres crías exigieron su recompensa.

Sacándome de mi sopor una de las muchachas me abrió la camisa y antes que me pudiese quejar acercó su boca a mi pezón para comenzar a mamar. Jamás en mi vida me imaginé amamantando a una mujer y menos a dos, porque a los pocos segundos una segunda se apropió del pecho libre y buscó mi leche. Os parecerá extraño pero tras la sorpresa inicial, la sensación de esas dos lenguas ordeñando mis ubres me gustó y por eso relajándome sobre el catre, dejé que siguieran ordeñándome. Lo que no me esperaba fue que la tercera, viendo mi disposición, se acomodara entre mis piernas y separándolas, hundiera su cara entre ellas.

-¡Qué haces!- protesté pegando un gemido.

La oriental malinterpretó mi queja y creyendo que era de placer, usó su lengua para dar un largo y profundo lametazo a lo largo de mi sexo. La ternura y sensualidad con la que esa jovencita trató mi coñito, me hizo gritar pero esta vez de gusto, tras lo cual sus dos compañeras sin dejar de mamar quisieron también agradecer mi leche por medio de caricias. Esas seis manos y esas tres bocas al unísono, me hicieron boquear y sin poderlo evitar, la calentura me dominó. Colaborando con mis captoras, separé aún más las rodillas al notar las manos de las chicas torturando mi clítoris mientras su amiga seguía dando buena cuenta de mi coño.

-¡Parad!- les pedí sabiendo que estaba a punto de correrme sin percatarme que, según sus creencias, ellas debían de procurar el placer de su reina para que sus pechos nunca se vaciaran.

Azuzadas por mis gritos, esas crías me hicieron ponerme en pie y mientras dos de ellas se ocupaban de mi sexo, sentí que la otra separaba mis nalgas y hundía su lengua dentro de mi ojete. Al experimentar esa intrusión, me volví loca y presionando las cabezas de las que tenía frente a mí, me corrí dando aullidos. Ellas al sentir el geiser en el que se había convertido mi coño, se alternaron en el intento de secar ese manantial mientras a mi espalda, la tercera seguía follando con su lengua mi culito.

-¡Dios!- gemí llena de gozo ya entregada al placer.

La persistencia y la profundidad de las caricias de las orientales hizo que uniera sin pausa un orgasmo con el siguiente al tiempo que en mi mente la idea que ese destino no iba a ser tan malo empezaba a florecer….

Relato erótico: «Bluetooth 3ª Parte» (POR ALEX BLAME)

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BLUETOOTH 3ª

Sin título-¿Dónde demonios estás?

-Ahora mismo estoy a entrando en la ciudad. –Respondo – ¿Estás ansiosa cariño?

-Déjate de chorradas Gus, mi coño opina que llegas con más de cuarenta y ocho horas de retraso.

-En veintidós minutos  según el navegador, estaré ahí para comértelo hasta que me pidas clemencia.

-¿Sabes? Eres de las pocas personas de las que me tomo las amenazas en serio. Aún recuerdo el día que te conocí. Me pareciste el tipo más raro del mundo. Alto, delgado y algo desgarbado. Nada en ti es bonito ni perfecto pero lo que en cualquier otra persona podría ser chocante o incluso grotesco en ti resulta… natural.

-No me digas que te estás poniendo sentimental –digo yo evocando aquel momento.  –no sabes lo que me pone  que me llames raro. La mayoría de la gente se enfada y piensan que es algo malo pero  para mí raro es  sinónimo de único, insólito y excepcional, como tú.

-¿Alguna vez has pensado que deberíamos vernos más a menudo? –pregunta Jackie.

-Pienso en ti casi todos los días, en tu pelo largo, castaño y suavemente moldeado, en tus labios gruesos y rojos y tus dientes blancos y perfectos. Me recreo con  tu piel clara y pecosa y tus ojos grises sonriendo y brillando cuando me ven. Deseo acariciar tu cuello largo y tus pechos grandes y cálidos. Pienso en lo que disfrutaría agarrándome a tus caderas, metiéndome entre tus piernas largas y flexibles y follándote mientras te mordisqueo los dedos de los pies… Pero eso es lo divertido, pienso en ti, apuro todo lo que puedo y cuando termino el trabajo y estoy dispuesto para firmar de nuevo, es como si todos los astros se alinearan y llegase el momento de practicar alta hechicería contigo. Lo siento querida pero disfruto tanto con la espera como contigo.

-Una bonita manera de disfrazar tu superstición y el temor que tienes a que si rompes el ritual tu siguiente libro sea una mierda. ¿Te has planteado alguna vez que pasaría si un día de estos yo me casara?

-¡Oh! Espero que un año de estos lo hagas,  pero sabiendo lo excepcional negociadora que eres estoy seguro de que te las arreglarías para convencer a tu pareja de que lo estás haciendo por el bien de vuestra relación.  –digo con una carcajada.

-Eres raro, raro, raro.

-Gracias Jackie. –digo aparcando el coche y cortando la comunicación sin despedirme.

La mayor parte de los empleados se han ido y sólo queda una secretaría que me acompaña hasta la oficina de Jackie antes de recoger sus cosas e irse a su vez. La oficina de Jackie, es una sala de casi cincuenta metros cuadrados con un escritorio, un cómodo sofá cama para cuando se alargan las negociaciones y un par de obras de arte corporativo en la pared.  Está en el piso treinta y siete y sus gigantescos ventanales me ofrecen unas maravillosas vistas de los rascacielos  y Cayo Vizcaíno pero mis ojos solo se fijan en la mujer que me espera de pie, apoyada contra el escritorio. Está tan arrebatadora como siempre con una blusa blanca, una falda recta hasta casi la rodilla de color beis y unas sandalias de tacón envolviendo sus deliciosos pies. Me acerco a ella  observando como sonríen sus ojos hasta que quedamos cara a cara, parados como estatuas, a pocos centímetros uno del otro. Los dos primeros botones de la blusa están estratégicamente sueltos y del interior de su escote surge un aroma enloquecedor.  Saco de mi bolsillo un pen con mi nueva novela y me inclino para dejarlo sobre el escritorio, aprovecho para rozar sus labios y los recuerdos de la anterior noche pasada con ella me asaltan como si hubiese ocurrido ayer, la beso y estrujo sus pechos plenos y suaves a través de la blusa y el sujetador. Me separo un momento para tomar aire y aprovecho para contemplarla de nuevo y acariciar su cara y su cuello. No decimos nada, no necesitamos decir nada, con precipitación le desabotono la blusa, tiro de ella para sacársela de debajo de la falda y hundo mi cara entre sus pechos, el aroma de su perfume invade mis fosas nasales volviéndome loco de deseo. Bajo uno de los tirantes de su sujetador y le chupo y mordisqueo el pecho, Jackie gime y me tira del pelo para poder besarme de nuevo. Le arremango la falda y meto mi mano entre sus piernas acariciándole el interior de sus muslos y tiro del tanga húmedo de deseo largamente aplazado. Me mira un poco enfurruñada, no hace falta que lo exprese con palabras, he sido un niño muy malo.

Me agacho y termino de subirle la falda hasta la cintura descubriendo un fino triángulo de vello oscuro y rizado. Jackie abre sus piernas, tanto como lo permite el tanga que aún está a la altura de sus rodillas invitándome a acariciar su sexo suave y tremendamente congestionado.  Ayudándome con las manos separo los labios de su vulva y le chupo y le golpeó suavemente el clítoris con mi lengua. Ella da un respingo y empuja con su pelvis hacía mi boca. Tras unos segundos me separo y voy bajando el tanga con mis manos mientras que  con mi boca recorro el interior de sus piernas y sus tobillos.  Jackie se sienta sobre el escritorio, yo levanto sus piernas y con delicadeza termino de quitarle la fina pieza de lencería. Me paro y observo sus pies, acaricio el puente  y beso los largos dedos y las uñas pintadas de rojo oscuro sin quitarle las sandalias. Jackie gime excitada y yo me quito la ropa apresuradamente mientras ella se  deshace de la falda.

Me acerco y ella se incorpora y me acaricia la verga dura y caliente y mis huevos repletos, hormigueantes  y dispuestos, esta vez no voy a contenerme. La beso de nuevo  mientras ella me acaricia suavemente el miembro. La abrazo y le mordisqueo el cuello y las orejas dejando que sea ella la que decida cuando quiere meterse mi polla. No se hace esperar y abriendo un poco más sus piernas dirige mi glande al interior de su coño con un largo suspiro.  Mi polla entra con facilidad y noto como su vagina  se contrae y  todo el cuerpo de Jackie se estremece.  Saco mi verga de su interior y vuelvo a penetrarla esta vez con más fuerza, Jackie gime y se muerde el labio mientras se agarra a mi nuca sin dejar de mirarme a los ojos. Comienzo a empujar con fuerza cada vez más rápido hasta que ella, incapaz de aguantar más, levanta la mirada al techo y se corre con un grito. Yo dejo mi pene profundamente alojado en su sexo sintiendo como vibra y se encharca de los jugos del orgasmo a la vez que chupo con violencia sus pechos y sus pezones.

Finalmente Jackie se relaja y retiro mi miembro a punto de estallar. Meto dos de mis dedos en su vagina  arrancándole nuevos gemidos. Acerco mi boca a su coño y lo chupo saboreando su orgasmo y excitándola de nuevo pero ella me separa con un suave empujón y me sienta en el escritorio.

-Ahora voy  a  probar esa salsa –Dice Jackie inclinándose sobre mi miembro.

Un escalofrío recorre mi espalda cuando se mete mi verga en la boca. Me la chupa un par de veces y luego comienza a subir besándome el vientre y el pecho mientras aprieta sus pechos con sus manos deslizando mi polla entre ellos. Yo cierro los ojos y disfruto de sus besos y sus mordiscos y sobre todo de sus pechos blandos cálidos y acogedores.

Se separa de nuevo y tantea mis huevos provocándome un gemido ronco, se agacha y empieza a lamerme la punta del glande mientras yo le acaricio su maravillosa melena. Con suavidad va bajando hasta tener todo mi pene en su boca. Sube y baja por él acariciándome las piernas e hincando sus uñas en mi pecho hasta que a punto de estallar intento separarla, pero ella no me deja y sigue chupándome el miembro hasta que me corro en su boca. Me doblo sobre la cabeza de Jackie y tras dos días de contenerse, mis huevos se retuercen y expulsan con violencia varios chorreones de semen que Jackie no deja escapar.  Traga mi semen con una sonrisa pícara mientras chupa mi miembro aun erecto y hambriento. La levanto y  beso de nuevo su boca, aún tiene el sabor de mi semen. Ella me coge de la mano y tira de mí hacia una pequeña puerta de madera. Al traspasarla veo que es un pequeño baño. Sin decir nada me mete en la ducha y abre el grifo. Un chorro de agua caliente nos envuelve, yo cojo un poco de gel y le enjabono el cuerpo a conciencia, vuelvo  a estar salido perdido. La pongo de espaldas a mí mientras la acaricio y penetro en su sexo húmedo y resbaladizo con mis dedos.  Aparto su pelo mojado y le beso la nuca y la espalda mientras me aprieto contra su culo con mi pene de nuevo preparado.

Subo mis manos hasta sus caderas y se las retraso ligeramente para poder penetrarla de nuevo. Jackie gime y se agarra los pechos estrujándoselos satisfecha. Mis empujones son rápidos y salvajes y Jackie sin los tacones tiene que ponerse de puntillas y agarrarse a la mampara para mantener el equilibrio. Acaricio sus muslos y su culo tensos bajo la cortina de agua caliente y vapor que nos envuelve. Todo su cuerpo se crispa cuando llega el orgasmo. La sujeto envolviendo su cintura con mis brazos  y sigo empujando su cuerpo estremecido hasta que me corro de nuevo  en su interior.

Nos quedamos así unos segundos abrazados, acariciándonos y besándonos hasta que volvemos a la realidad. Salimos de la ducha y nos secamos rápidamente el uno al otro sonriendo satisfechos.

Mientras ella se prepara para la cena, yo voy al escritorio y echo un vistazo al contrato. Como espero son las condiciones de siempre, así que firmo todas las hojas y me recuesto en el asiento. Entonces un pensamiento me recorre el cerebro fugazmente; ¿Hará con todos sus escritores lo mismo? Lo desecho rápidamente sintiendo una punzada de culpabilidad sólo por haberlo pensado.

Jackie aparece en pocos minutos con un vestido corto  de seda blanco con un escote en u. Consciente de que tiene mi atención se gira enseñándome el escote trasero que llega casi hasta la cintura. Recoge un pequeño bolso a juego, mete en él cuatro cosas imprescindibles y cogiéndome del brazo salimos de la oficina.

Cogemos el coche y vamos a un restaurante cerca de la playa. Ella pide una ensalada mientras yo pido un poco de pasta para recuperar fuerzas. Por fin conseguimos hablar un rato de negocios mientras cenamos, aunque las miradas fugaces de deseo y los roces no se interrumpen en ningún momento. Le cuento el argumento de mi novela y le resumo mis expectativas y los resultados de ventas en mi país. Mientras hablamos, Jackie sonríe halagada al percibir como  no puedo apartar mis ojos de su cara y de los movimientos de sus pechos dentro del vaporoso  vestido. Cuando salimos del restaurante, ella me lleva a su apartamento del centro. Es la primera vez que estoy allí y me maravillo de su amplitud y su luminosidad, pero no por mucho tiempo. Volvemos a hacer el amor, con más calma disfrutando de cada caricia y cada beso hasta que nos dormimos agotados.

El teléfono suena dos horas antes del vuelo. No me apresuro demasiado y me quedo mirando a la mujer que se despierta desnuda a mi lado. Ni el pelo alborotado, ni su cara hinchada por la falta de sueño disminuyen un ápice su  atractivo. Se levanta y me prepara un café aún desnuda seguida por mi mirada aún codiciosa a pesar del atracón de sexo. No me ducho, quiero tener el aroma de su cuerpo sobre mi piel durante el pesado viaje. Tomo el café, recojo mi pequeña maleta y antes de abrir la puerta,  Jackie tira del bolsillo de mi americana  y me da un largo beso de despedida.

Estoy sobre el Océano Atlántico. Miro por la ventanilla y solo veo el mar desierto e infinito. Cojo una libreta de mi maleta y comienzo a escribir y hacer garabatos  sin pensar demasiado en lo que hago hasta que surge una idea; sigo el hilo de mis pensamientos escribiendo sin parar, totalmente absorto. En ochocientos kilómetros tengo hecho el esqueleto de una nueva novela.

Me paro un momento y tomo aire, el aroma de Jackie sigue envolviéndome y vuelvo a excitarme recordando su cuerpo abrazado a mí. Una insuperable necesidad de sentirla a mi lado me asalta. Le pido el teléfono a la azafata. Lo sopeso, pienso en Jackie y llego a marcar los dos primeros números pero no consigo terminar. Me convenzo a mí mismo de que no debo hacer nada en caliente, debo pensarlo bien.  A medida que los kilómetros que nos separan aumentan se va disipando mi ansiedad y sigo escribiendo como un poseso.

Cuando aterriza el avión me quedan dos hojas en la libreta. Salgo del aparato y atravieso la terminal en dirección al garaje vigilado y recojo mi coche. Enciendo el Smartphone y este pita varias veces al recibir los mensajes y los avisos de las llamadas que me he perdido.  Tres de las llamadas son de Jackie. Arranco el coche.

-¡Llamar a Jackie!

-Hola Gus, ¿Llegaste bien? –Su voz suena dulce y cercana en el bluetooth.

-Sí, y ha sido un viaje muy fructífero…

-¿Recibiste  mi regalo? –me interrumpe ella con voz ansiosa.

-¿Qué regalo? –respondo hurgando en mis bolsillos.

Del bolsillo de mi americana saco el tanga que le quité anoche arrugado e impregnado del aroma a hembra de Jackie. Doy un volantazo y aparco en el arcén mientras admiro la diminuta prenda de tela.

-Gus, ¿Estás ahí?

-Quizás tengas razón y debamos vernos más a menudo…

Fin

Relato erótico: «La delgada linea rosa» (POR BUENBATO)

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LA DELGADA LINEA ROSA

Sin títuloFue la noche de la decimoquinta celebración de su cumpleaños cuando Jade tomó una decisión desconcertante; se debe admitir que el empuje cegador del placer tuvo algo que ver, pues la decisión fue tomada mientras su mano se empapaba de sus jugos vaginales en el orgasmo provocado por su primer acto de masturbación. Pero aun así era una decisión muy fuera de lo normal y completamente amoral si se le quiere ver desde esa perspectiva. Jamás se había atrevido a aquello pero la experiencia de sentir un orgasmo le dejaría el recuerdo marcado para siempre. Aquella tarde no había parado de sentirse libre con la falda que su madre le había permitido comprar para la ocasión; era una falda blanca, simple, pero exageradamente corta a lo que había acostumbrado a vestir en toda su vida. Ese día seria libre, libre en cualquier sentido de la palabra; tenía una absurda pero firme convicción de realizar a partir de entonces lo que fuera.

Para celebrar su cumpleaños había salido junto con sus compañeros al cine y a patinar, su madre le había ordenado que no se quitara el short de lycra que la cubriría debajo de la falda pero, apenas se alejó de casa en el autobús público, se deshizo de la prenda y la guardó en su bolso, bajo la mirada extrañada de su amiga Carolina.

– ¿No te regaña tu mama? – preguntó Carolina, con un dejo de preocupación

– No lo sabrá – respondió sonriente Jade

Llegaron a la plaza y bajaron del autobús. Corría un viento que se precipitó bajo la falda de la chica, Jade sintió una sensación de libertad al saber que debajo de aquella corta falda de algodón solo una braga blanca cubría su cuerpo. Era libertad lo que, a su punto de vista, sentía; además de una inexplicable sensación que le hacia sentirse más bonita, más atractiva de lo que ya era en realidad.

Caminaban hacia el recinto, Jade daba con emoción cada paso que levantaba una y otra de sus respingadas nalgas al tiempo que podía sentir la falda elevarse de un lado a otro a consecuencia del marcado paso. Se podía, deseaba, imaginar las miradas de los hombres proyectando sus ojos hacia su cuerpo; quería, pues, ser un punto de atención. Y si que lo era; para cualquier hombre era inevitable no echar un vistazo a aquella adolescente vestida de aquella manera y con aquel cuerpo. Jade tenía un cuerpo hermoso, no media más de 1.55 cm pero la baja altura resaltaba las dimensiones de su redondo culo, sus tetas no eran las más grandes pero estaban en pleno crecimiento y aseguraban un futuro prestigioso. Tenía también un cabello ligeramente rizado, largo y negro que mantenía siempre brilloso e impecable con toda clase de sustancias. Su rostro de niña inocente no coincidía con sus pensamientos cada día más lujuriosos, y sus gruesos labios y sus ojos oscuros eran la gota que derramaba el vaso de aquella indiscutible belleza. Incluso su amiga Carolina, una mulata desanimada por el color oscuro de su piel, sentía de pronto cierta envidia hacia Jade.

Si había mejor oportunidad para mostrarse al mundo tal y como ella lo deseaba, era esa tarde. Jade sonrió abiertamente cuando sus compañeros de la escuela, especialmente los varones, se quedaron boquiabiertos al verla llegar, vestida de una forma inédita hasta entonces. Todos estaban encantados con aquel cambio, especialmente Jade. La reacción de los muchachos era demasiado obvia e idiota, ninguno podía dejar de mirarla y los más atrevidos no paraban de hablarle e intentar estar con ella cuando, antes, ni siquiera le ponían mucha atención. Jade, por supuesto, notó el cambio y sin embargo todo aquello le encantaba. Quince minutos después ya estaban entrando a la sala del cine. Durante la película, Jade fue tratada como reina; se le ofrecieron los sorbos de refresco, las palomitas de maíz. La actitud de sus compañeros rayaba en lo evidente pero Jade era feliz no por llamar la atención de ellos sino por comprobar como con la sola belleza de su cuerpo podía generar todos esos cambios.

Independientemente de los halagos, Jade no se sentía atraída por ninguno de aquellos muchachos. Le parecían, de entrada, inmaduros y ridículos. Hasta entonces, su amor secreto era nada más y nada menos que su vecino, Yahir; un lustro mayor que ella y, por lo tanto, inalcanzable hasta lo platónico. O al menos eso era lo que ella creía hasta ese día.

– Carolina… – dijo Jade mientras salía del cine al lado de su mejor amiga

– ¿Qué pasó? – pregunto la negrita

– ¿Tú crees que, así como me veo ahorita, pueda interesarle a Yahir?

– No lo se, supongo que le parecerás algo distinta – respondió Carolina, aunque en el fondo no apoyaba mucho la intención de Jade de estar con alguien tan mayor a ella.

– Ojalá – suspiró Jade entusiasmada – aunque ahora, la verdad, siento que puedo estar con alguien mejor que Yahir, ¿no crees?

– La verdad sí – confirmó Carolina, deseosa de terminar aquella conversación.

El grupo de muchachos se dirigió hacia la pista de hielo, era bastante popular y siempre se encontraba con una buena cantidad de patinadores. A Jade le gustaba mucho patinar, pero no tanto como a Carolina, siempre patinaban juntas, cosa que no le gustaba tanto a Carolina que tenia que patinar más despacio de lo que quería y, además, se sentía un poco fea y anticuada. Hoy no era distinto, y más aun que Jade lucia radiante; sin embargo, esta vez no tuvo que preocuparse por eso por que Jade simplemente se le había perdido de vista.

Carolina disfruto durante media hora de la libertad de patinar sola, le gustaba tanto patinar como el deporte que practicaba todos los fines de semana: correr. La mulata practicaba atletismo, especialmente carreras de obstáculos, cada viernes en la tarde y sábados en las mañanas; tenía el deseo inocente de ganar algún día una medalla olímpica pero suponía, en el fondo, que terminaría siendo abogada, como sus padres.

Se acordó entonces de la ausencia de Jade; lo que le pareció extraño; no estaba en la pista, por lo que se acercó a la orilla de la pista y la busco extrañada por no encontrarla. Finalmente la miró; se encontraba platicando con los chicos que reparten los patines. Jade ya había mencionado lo guapos que eran, cosa en lo que Carolina estaba medianamente de acuerdo, pero eran bastante mayores desde su punto de vista para tener siquiera alguna amistad con ellos. No sabia que hacer, pero dispuesta a alejarla de ellos se atrevió por fin a acercarse; apenas llego su amiga le sonrió y la presentó a los muchachos.

– Miren, es ella quien les digo. – dijo Jade, al tiempo que a la pobre Carolina no le quedo más que morirse de la pena y saludar con la palma de su mano.

La negrita no supo que decir, se quedó ahí parada sin saber que decir hasta que decidió alejarse y sentarse en un banco mientras esperaba a que Jade terminara de conversar. Cinco minutos después su amiga se sentó junto a ella, emocionada.

– Quedamos de salir mañana, nos veremos aquí, ¿si podrías venir?

– ¿Quieres que te acompañe? Mañana tengo atletismo.

– Si, pero no iremos en la tarde, sino en la mañana. – propuso Jade, ante el asombro de la negrita.

– ¿En clases?

– ¡Si! Anda, ellos no pueden más que en la mañana; acompáñame. – insistió, ante la poca convencida de Carolina.

– Mi mama me lleva hasta la puerta, no se va hasta que entro.

– La mía también, vamos a entrar y después a salir.

– ¿Y como?

– Yo se como, acompáñame. ¿Si?

– Esta bien. – aceptó resignada.

Al día siguiente, Carolina entró con nervios a la escuela, esperando no salir de ahí pues no tenia el menor interés por ir con aquellos muchachos. Tenia, de cierta forma, mucho miedo. Cuando llegó se encontró con la sonrisa de Jade, se dirigió hacia ella y esta de inmediato la tomó de la mano y la llevó hasta los baños.

– Aquí hay que estar, de aquí a que entran a los salones.

– ¿Por qué?

– Para que no parezca que vinimos a clases. Así no queda prueba en la asistencia, y la escuela no se responsabiliza.

– ¿Cómo sabes?

– No se – sonrió Jade – así me dijeron. Después debemos de convencer a Don Octavio para que nos abra la puerta de atrás; hace rato lo vi, ya le dije.

– Y, ¿como lo convencerás? – preguntaba Carolina, esperando que Jade desistiera de su plan.

– Con dinero – sonrió de nuevo Jade – y con esto. – dijo mientras sacaba una falda escolar de su mochila.

– ¿Y eso?

– Una falda, pero mucho más corta que las que mi mama quiere que use. La mande a hacer y ya después la corté en mi casa. – dijo mientras, asomándose de que nadie entrara, se bajaba la falda puesta frente a su amiga y enseguida se vestía con la atrevida prenda – ¿que tal? – preguntó.

– Muy corta – respondió horrorizada Carolina.

Jade solo sonrió y se asomó para confirmar el siguiente paso de su plan; ya todos se encontraban en su salón y todo el personal administrativo, especialmente los prefectos, se dirigían a poner en orden sus oficinas o comenzar sus clases.

– ¡Vámonos! – dijo Jade mientras jalaba de la mano a la negrita, corrían apresuradas, temiendo que alguien las llegara a ver. Finalmente, aunque agitadas, llegaron a la zona trasera del instituto donde, como siempre, solo se encontraba Don Octavio.

Don Octavio no tenia mucho de “don”, en realidad no pasaba de los cuarenta años pero su aspecto de ermitaño le hacia parecer un anciano. Nadie sabia cual era exactamente su función, no era precisamente el encargado de la limpieza pero lo hacia y tampoco era un trabajador de esa escuela, pero se le pagaba por sus servicios. Era, en general, un trabajador de confianza pero en la completa informalidad.

Jade se acercó inmediatamente a él. Detrás, Carolina se horrorizaba por lo que sus ojos veían; la corta falda escolar de Jade dejaban ver todas las carnes de sus piernas y no costaba mucho dejarse a la imaginación pues, cada que el viento lo permitía, sus calzones rosados echaban un vistazo al exterior. Don Octavio también notó eso, y sonrió con descaro mientras miraba el cuerpo de la chiquilla.

– Ya Don Octavio, nadie nos vio. – dijo Jade, con la más dulce posible de sus sonrisas.

– Las van a regañar muchachas. – le respondió el hombre, con una falsa preocupación.

– Ayúdenos por favor, es que si no vamos no nos van a dejar inscribirnos a un curso de ingles que queremos – mintió la muchacha.

Pero era innecesario que mintiera; el hombre gozaba mirando el cuerpo de la chiquilla con un descaro que ni siquiera disimulaba, ante el horror de Carolina que miraba asqueada la escena. También Jade había notado la lujuria de aquel hombre horroroso pero sabía que era algo que tenia que soportar si quería salir.

– ¿Entonces que Don Octavio? ¿Si nos permitiría?

– Esta bien, les voy a ayudar. – respondió el hombre, quien de pronto, con todo el descaro del mundo, dirigió su mano hacia Jade y le acarició un costado de su pierna. La sangre de ambas chicas se congeló, Carolina y Jade se asquearon, y esta última tuvo que soportar las ganas de alejarse de aquellas manos.

Pero lo soportó con una sonrisa y dos minutos después se hallaban afuera de la escuela. Ninguna quiso comentar nada al respecto, caminaron varios minutos en silencio y poco a poco Jade fue recuperando el ánimo. Subieron a un autobús y de nuevo charlaron un rato de banalidades. Minutos después llegaron a la misma plaza, ahí ya los esperaba uno de los muchachos y las chicas se acercaron a él y lo saludaron con un beso en la mejilla. Se trataba de Mauricio.

– ¿Y Samuel? – preguntó Jade.

– No ha llegado, me dijo que pasara por él a su casa, solo las estaba esperando a ustedes.

– ¿Porqué no vino? – preguntó sonriente Jade

–  Se quedó dormido – mintió el muchacho con una sonrisa – ya esta cambiado, vive cerca, ¿vamos o nos esperan aquí?

– ¿Como iríamos? – preguntó Jade

– En mi carro – dijo Mauricio, señalándolo a la distancia

– ¡Ah que bien! – exclamó sonriente Jade – vamos entonces.

Carolina, que no estaba nada convencida, se acercó a su amiga y le pidió a Jade que mejor esperaran. Pero Jade no le hizo mucho caso, y sonriente, la jaló hacía el automóvil. Carolina se sentó en los asientos traseros, aburrida, mientras Jade platicaba contenta junto a Mauricio en el asiento de copiloto.

Llegaron a un complejo de departamentos. El chico estacionó el automóvil con naturalidad y bajó del auto.

– Bajen – dijo

Las muchachas descendieron el automóvil y el muchacho se encargó de dejar bien cerrada las puertas del vehículo. Se dirigió a uno de los edificios y subió las escaleras mientras las dos chicas le seguían el paso. Llegaron al tercer piso donde se detuvieron; el muchacho no tocó, sacó unas llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Adentro se encontraba Samuel, sentado y desayunando en el comedor. Las chicas miraron extrañadas el lugar, y mientras a Carolina le parecía un poco sucio a su amiga Jade le agradaba el toca masculino que el lugar tenia. Sobre la mesa se encontraba una partida de Jenga a medio jugar, y, sonriendo, Jade se acercó directamente a ella.

– ¿Jugaron Jenga? – preguntó

– Sí, anoche – respondió Samuel – ¿quieren jugar?

– ¡Si! – respondió emocionada la chica

Así lo hicieron, y, naturalmente, las partidas se fueron extendiendo. A la quinta partida, cuando los ánimos, incluso los de Carolina, se habían soltado, los dos chicos propusieron nuevas reglas.

– ¿Que les parece si nos dividimos en dos equipos, y el equipo que pierda recibirá un castigo

– ¿Que clase de castigo?

– Pues por lo general jugamos a que, el que pierda, se tome una cerveza. Pero no se ustedes. – dijo Samuel, pretensioso

La idea sacó de su lugar a las chicas, y Carolina se puso muy nerviosa. Sin embargo, emocionada, Jade tuvo la desfachatez de aceptar el reto y, sabiendo que su amiga no aceptaría tan fácil, agregó.

– Esta bien, pero el que no acepte castigo que se quite una prenda.

Los muchachos se miraron sorprendidos, no solo no esperaban que la muchacha aceptara sino que no esperaba aquel último reto. Sin más, sacaron un paquete de latas de cerveza y las pusieron sobre la mesa. Jade hizo equipo con Samuel y a Carolina no le quedo más que hacer pareja con Mauricio; su molestia y enojo se notaban a simple vista pero no se atrevía a contrariar las estupideces de Jade.

La primera partida la perdieron Carolina y Mauricio; una acalorada discusión se abrió. Carolina no iba a tomar una cerveza y tampoco se quitaría la ropa, simplemente no iba a aceptar eso. Pidió irse, o al menos regresar al centro comercial pero Jade le insistió y le recordó que tuvo la oportunidad de no jugar y que aquello no era justo. Después de mucho discutir, los muchachos la convencieron de que no tenia que tomar cerveza, que con un trago pequeño de vodka seria valido. A pesar de lo ilógico de la opción, Carolina, adolescente e ignorante, aceptó de mala gana. El sabor le pareció fuertísimo, era la primera vez fuera de la sidra, que bebía alcohol. Tosió ante la diversión de Jade pero al final le pareció que aquello no seria tan grave al fin. El juego continuó hasta llegar a más de diez partidas, que cada vez duraban menos ante los mareos que comenzaban a aparecer.

Aquellos muchachos no eran nada tontos, llegaron a confundir a tal grado a las chicas que ellos ni siquiera estaban bebiendo nada, e incluso había veces que las dos chicas recibían castigo, ganaran o perdieran. Después de vaciar casi media botella de vodka, las muchachas estaban bastante más alegres, incluso Carolina lanzaba risotadas acompañada de las carcajadas de su amiga. No se daban cuenta cuando, de forma furtiva, las manos de los muchachos apretaban y manoseaban sus piernas y nalgas. Entre risas, llegaron y se sentaron frente al sillón y se dejaron caer en los brazos de cada uno de los muchachos; Carolina con Mauricio y Jade con Samuel.

En la televisión corría un DVD pornográfico que comenzaba como cualquier película común y corriente de vaqueros y guerreras apache, pero cuyos personajes se iban poniendo cada vez más calientes hasta terminar en orgias que Jade y Carolina miraban con atención y silencio mientras las manos de sus acompañantes acariciaban mañosamente el cuerpo de las chicas.

La mano de Samuel se restregaba sin vergüenza bajo la corta falda de la chiquilla, cuyas bragas rosadas ya se empezaban a humedecer en placer y deseo. Carolina, a pesar de su estado, era la única que inútilmente ponía resistencia. Sus tetas no podían evitar que las manos de Mauricio las sobaran; Cuando intentaba cubrirse el pecho el muchacho se dirigía a su entrepierna, costándole un poco de trabajo pues la falda de la chica era bastante larga a comparación de la de su amiga. Sin embargo poco a poco, por el placer causado por aquellos toqueteos y por el ritmo que la película pornográfica cobraba, Carolina comenzó a ceder al deseo. Quizás por la combinación del alcohol y las imágenes de aquella película y rompiendo cualquier tabú anterior, la negrita se levantó para después dejarse caer con las piernas abiertas sobre el muchacho.

Aquella desconcertante situación fue aprovechada de inmediato por el lujurioso muchacho; sin dudarlo un solo segundo sus manos se apoderaron del culo de la mulata y poco a poco alzaban la larga falda escolar que por mucho tiempo había ocultado el esplendoroso y bien formado culo que ahora estaba expuesto. Desde el otro lado del sofá, Jade quedó boquiabierta al ver el admirable cuerpo de su amiga; no se imaginaba, al igual que la misma Carolina, la preciada figura de aquel cuerpo que siempre se escondía entre ropa holgada y faldas largas.

Pero Jade no tuvo tiempo de seguir admirando el cuerpo de la negrita pues la mano de Samuel restregando su coño bajo sus bragas le proveía un placer que la embriagaba más que el alcohol consumido. Jade se hallaba en tal nivel de excitación y embriaguez que ella misma intentaba deshacerse de sus bragas, como si no soportara seguir vistiéndolas; el muchacho no tardó mucho en deshacerse de los calzoncitos rosas, dejando a Jade solo con su falda escolar y su coñito completamente expuesto. La vulva de la chiquilla era preciosa; cerrada y virginal parecía un capullo hinchado por el placer que poco a poco se abría y se humedecía mientras el en el aire flotaba ya el olor de sus jugos vaginales. La chiquilla se perdía en la embriaguez y la excitación mientras el lascivo muchacho terminaba de desabrochar su camisa escolar, dejando expuesto su pecho que aun era protegido por un sostén de algodón blanco que Samuel no tardó en alzar para exhibir y magrear los tiernos y no tan pequeños senos que se iban formando en el precioso cuerpo de aquella muchacha.

Del otro lado la historia era similar; alcoholizada también, la negrita había perdido los estribos y se había entregado por completo al placer. Poco le importaba que Mauricio hubiese arrugado sus bragas hasta meterla entre sus redondas nalguitas, y ella misma se estaba encargando de desabrochar su camisa, motivada por el placer que las habilidosas manos del muchacho provocaban en su coño. Su calzoncito se había humedecido y el olor de sus jugos se comenzaba a combinar en el entorno con los de su amiga.

Ninguna de las dos muchachas se dio cuenta siquiera en el momento cuando ambas ya besaban apasionadamente a sus improvisadas parejas; Carolina, que era el primer beso que daba, aprendió muy bien a darlos y recibirlos en menos de cinco minutos. Su compañero no perdía ningún segundo y aprovechaba toda oportunidad para recorrer con sus manos todo el cuerpo de la mulata. Mauricio apretujaba sin pudor las voluminosas, suaves y redondas nalgas de Carolina; sus dedos se escurrían dentro de las bragas atrapadas en medio del culo de la negrita y se precipitaban hasta acariciar el apretado ano de la chica y manosear el mojado coñito de la chica. Carolina no se escandalizaba ya de nada, solo parecía dispuesta a disfrutar de aquello.

La situación de Jade era la de un guarra cualquiera; abierta completamente de piernas la humedad en su coño le daba un brillo poco usual, la rosada flor de su labios vaginales recibían con excitación los mal intencionados dedos de Samuel. La chica se retorcía al tiempo que los labios del muchacho recorrían la pureza de sus senos y apretujaban con los dientes sus delicados pezones.

Los síntomas de la embriaguez se iban disipando, pero los del deseo sexual aumentaban con cada roce sobre sus inexpertos coños y sus pechos juveniles. Carolina miraba de reojo la postura de su amiga Jade, desdeñada cualquier indicio de inocencia.

La negrita comenzaba a darse cuenta de la situación; no era algo que no supiera, sabia que aquellos muchachos estaban abusando de la manera más ruin de sus cuerpos e inocencia. Pensó en resistirse, en detener aquel agravio, pero era demasiado tarde, ahora lo único que deseaba era saber hasta que punto llegaba aquel placer al que su cuerpo había sido obligado a llegar. Para Jade la situación era menos temible; era lo que se había buscado y ahí estaba, siendo sometida toda su inexperiencia y la de su amiga a los deseos y mañas de aquellos muchachos. No pensaba, desde luego, dar marcha atrás.

Mientras Samuel retiraba el sostén de Jade, Mauricio lanzaba al suelo las bragas de Carolina. Ahora lo único que cubría el cuerpo de aquellas dos jovencitas no era más que sus faldas escolares, azules y con diseños de cuadros.

Mauricio hizo a un lado, con delicadeza, el cuerpo de Carolina y la guio para colocarla en cuatro sobre el sofá. Samuel también se puso de pie y de la misma manera colocó a Jade. La morocha permanecía impaciente, esperando que continuara aquella sesión de placer; su coño se encontraba mojado e inflamado al igual que el de su amiga Carolina. La negrita estaba excitada, desde luego, pero hacia rato que había recuperado la razón y supo entonces que ese momento era la ultima oportunidad para evitar perder lo único que conservaba para entonces: su virginidad. Pero mientras se atrevía a detener todo aquello, mientras se armaba de valor para negarse a aquel ultraje su culo precioso seguía expuesto a aquel par de muchachos que no tardaron en desvestirse y preparar sus falos, ansiosos por penetrar de una vez la pureza de aquellos dos bellos cuerpos que se mostraban inmóviles frente a sus ojos.

Carolina seguía presionada por la idea de detener todo aquello pero atormentada por su incapacidad de atreverse a abrir siquiera la boca. Pero era demasiado tarde, casi al mismo tiempo las manos de aquellos chicos se instalaron en cada una de las suculentas nalgas de aquellas jovencitas.

Samuel se preparaba restregando la punta de su verga con los líquidos vaginales que expulsaba la concha excitada de Jade. Mauricio, por su parte, no pudo resistir el impulso de saborear el coño de la bellísima negrita que se hallaba frente a él. Se arrodilló y acercó su boca al coñito de la chica; era un capullo cerrado con pocos vellos púbicos que revelaban la juventud de la chiquilla. Mauricio acercó sus dedos y separo los labios vaginales de aquel coñito; lo que descubrió era simplemente conmovedor. El coño de la negrita se abrió como una flor, mostrando un interior rosado intenso; la piel oscura de su cuerpo solo aumentaba la belleza de aquella visión. Mauricio no pudo más que derrumbarse sobre aquel coño y enterrar su lengua en él; disfrutaba la textura tierna, el sabor amargo de los primeros jugos de la chiquilla y la virginidad del coño que saboreaba hasta el último rincón posible.

Carolina olvidó su plan de fuga y se retorció de placer al sentir los movimientos de aquella lengua que había invadido los labios de su inexperta concha. Los movimientos de la negrita la hacían restregar su culo sobre la cara del muchacho que rozaba con sus narices el asterisco del ano de la muchacha. Los movimientos sin piedad que el muchacho provocaba con su lengua fueron el colmo en el remolino de placer en el que se encontraba la mulata que ante tal nivel de excitación terminó descargando un chorro de jugos de placer en la boca de Mauricio que casi se atraganta con el primer orgasmo de la muchacha.

Del otro lado, Samuel se masturbaba ligeramente con aquella escena. Solo restregaba su pene contra el coño impaciente de la silenciosa Jade que aguardaba mirando la misma escena. Como si todo estuviera ritualizado, Mauricio se puso de pie y con los jugos de la negrita chorreándole por las mejillas acercó sin ningún cuidado ya su erecta verga a la entrada del rosado coñito al tiempo que su amigo se disponía a hacer lo mismo en el de Jade. Carolina, agotada por aquel tan inesperado pero abrumador ataque de placer, ni siquiera puso obstáculo alguno cuando la verga del muchacho comenzaba a escarbar sin detenerse a través de su estrecho e inmaculado coño. Entró suave pero sin complicaciones y se dedicó a realizar movimientos suaves que masajeaban de placer el interior del vientre de la mulata.

Del otro lado la historia parecía tomar rumbos distintos; un gritito agudo escapo de la garganta de Jade a quien Samuel le había clavado su verga completa sin la menor de las delicadezas. La mantuvo varios segundos ahí, en la calidez de aquel húmedo coño, y poco a poco fue sacando su falo que estaba manchado por un hilo de sangre. A los pocos segundos se volvió a precipitar de lleno dentro de aquel coñito que provocaba gemidos de dolor en la chica. Así se mantuvo durante diez embestidas en las que Jade fue aprendiendo a tolerar el dolor y a desear el placer que aquellas salvajes embestidas provocaban en su interior.

La negrita, a diferencia, no había liberado ningún hilo de sangre; el muchacho que la penetraba dudó erróneamente de la virginidad de la chiquilla, quien había reventado su himen accidentalmente durante una competencia de atletismo. Idiotizado por la frustración, al pensar que no era él el primero en penetrarla, Mauricio aceleró salvajemente las embestidas contra la negrita que no pudo más que sumarse al dueto de gemidos junto su amiga Jade, cuyo coñito seguía siendo castigado sin justificación aparente.

Relato erótico: «Apocalipsis 4» (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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APOCALIPSIS 4

Sin títuloLas horas parecían siglos bajo el prisma de María. Siempre captó esa percepción diferente del tiempo, desde que el suceso la dejara encerrada sola en aquella casa de campo, estando su marido cortando madera en el bosque. Recordó como percibió algo de repente, no supo muy bien el qué; fue como si el mundo se diese la vuelta pero sin que se moviera nada alrededor.

No olvidará cuando vio a su marido intentar entrar en la casa, era él sin serlo. Con otra cara, otra mirada, otro semblante, otras intenciones. Tras de él varios hombres más, hombres que no conocía, hombres que deberían haber andado por allí cerca cuando todo acabó.

Después su hijo le salvó la vida. Desde ese momento todo avanzó despacio, pasaron meses que fueron como siglos. Más tarde se convirtió en la amante de su hijo, aunque el tiempo seguía detenido. Nunca jamás volvería a estar en paz consigo misma; pero eso ya le daba igual.

Desde que lo hicieron por primera vez algo volvió a cambiar en ella, como si el mundo hubiera vuelto a dar otro giro sin que nada se moviera. Desde aquel instante la sangre empezó a correrle por las venas y sentía fuego en las entrañas. Ya no podía estar sin follar con su hijo, sin ser la mujer que le diera infinito y generoso placer. Le gustaba ser su guarra, quería ser su zorra. Poseída por un instinto animal. Tal vez se perdiese el tiempo rezando, tal vez el mundo del ser humano hubiera acabado, y sin seres humanos no había Dioses ni Diablos. Solo supervivencia y miedos.

Su hijo era el macho que la protegía y ella la hembra que lo mantenía satisfecho. La presencia de otra hembra más guapa y joven lo ponía todo en peligro. Si había que luchar se lucharía, no por ser más vieja iba a ser menos mujer, y estaba dispuesta a demostrarlo; tendría que abrir bien los ojos de su hijo, y estaba decidida a hacerlo.

La mejor forma de recuperar su territorio, o al menos mantener el mismo nivel de dignidad que la joven hembra, era demostrar al macho cuanto podía darle; y hacerlo junto a Sara, para que pudiera Jaime valorar lo que tenía por madre.

Aprovechó el sueño de su hijo de la mañana siguiente para hablar con Sara.

La joven estaba cuidando el huerto, quitando malas hierbas. Esas hierbas de color pardo y marrón, con pinchos, le daban mucho miedo pues las percibía como el símil vegetal de los caminantes. Desde el suceso su número había aumentado en el huerto. A veces tenía la pesadilla de que una inmensa enredadera caminante se colaba por su habitación y la aplastaba dulcemente mientras dormía.

 El Sol estaba cerca de su punto más alto. María fue y la citó en diez minutos en la casa, cuando acabara de quitar las malezas tomateras que tenía entre manos.

Le ofreció un poco de agua y la hizo sentar en el sofá, luego se sentó en una silla frente a ella.

“Imagino que Jaime te habrá puesto al día en todo lo que venimos haciendo en esta casa desde que el mundo acabó. Te habrá contado los quehaceres diarios y me consta que te ha comunicado las nuevas rondas de vigilancia rotativa. Ya conoces nuestros excelentes suministros: comidas, ropas, armas, vehículos, gasolina, camas, etc, etc, etc….”

Sara asentía con seriedad, como una alumna aplicada ante profesora que repite una difícil lección por segunda vez para los más torpes.

“Él es un hombre fuerte y valiente. Siempre lo ha dado todo por mantenerme a salvo, ha puesto su vida en riesgo por salvaguardar la casa. Y no dudo que hará lo mismo por ti, pues te ha admitido como un miembro de pleno derecho en esta casa. Y por lo que veo tú has sabido ser agradecida, y yo como su madre que soy estoy orgullosa de él y de ti, de que sepas interpretar literalmente tan difícil situación”

Hizo una pausa, dejando que Sara fuera digiriendo todo lo que le estaba diciendo.

“Sé que sabes que yo soy la hembra de la casa, sé que conoces que soy quien le ha dado placer de aquí atrás; y deduzco de tu frialdad el que no te has extrañado de que sea su zorra siendo su madre”

“Señora yo en ningún momento he pretendido ofenderla. La noche que llegué estaba confundida, no sabía realmente quienes erais, yo….. solo quería encajar, ofrecer mi cuerpo en forma de recompensa. Ahora sé que sois buenos, ahora sé que sois legales, ¡no se puede hacer una idea de lo que he sufrido!”

“No malgastes palabrería cariño. Si algo has dejado claro es lo puta que eres, a mi no me engañas y él es menos ingenuo de lo que crees”

“Su hijo me hace sentir bien, me siento segura ofreciéndole mi cuerpo. No quisiera quitárselo, usted seguirá siendo la mujer de la casa. Yo solo quiero mi hueco donde poder colaborar y donde podernos sentir satisfechos, creo que su hijo me quiere hacer su pareja; tal vez usted vuelva a ser solo la madre. Señora María, siempre contará con mi respeto y haré todo lo que me pida en la casa.”

Sara parecía irónica, cosa que a María no le gustó lo más mínimo.

“Escucha atentamente. No pretendo arrancar a mi hijo el lujo de gozar de tu cuerpo; no se me ocurriría después de lo que ha hecho por mí. Pero yo seguiré siendo, no solo la señora de la casa, también su primera perra. Si eres capaz de adaptarte a ello podrás seguir aquí”

“Con todos mis respetos, el que siga o no aquí no es decisión suya, sino de Jaime; pero me será útil saber cuánto le incomoda y alerta mi presencia. No obstante intentaré ser digna y útil para los dos. Siempre muy agradecida del hogar que me han brindado”

María hizo una pausa solemne, dispuesta a abordar el motivo de la charla.

“Supongamos que nos desea a las dos. Hagámoselo saber, esta noche tras la cena le seduciremos las dos. Le daremos una ración de sexo que nunca olvide, que le haga sentirse el hombre más afortunado de la tierra. Ambas le necesitaremos, si está contento con las dos, ambas estaremos seguras bajo este techo. La perra de su madre y la puerca jovencita. Que nos tenga a las dos a la vez. Nos vendrá muy bien a los tres”

Sara se relamió imaginando el cuerpo voluptuoso y maduro de María por encima de su vestido.

“Si la señora lo ordena así, así será”

Sara continuó su labor en el Huerto y María fue a la cocina a preparar la cena. Mientras pelaba los tomates y reservaba una lata de sardinas, su coño humeaba chorreando, empapado.

Después de la cena Jaime les dijo que se fueran a dormir, que él estaría vigilante hasta la mañana siguiente.

Su madre le ofreció la botella de whisky. Él la cogió y Sara imploró, con voz de gatita celosa, si podía beber un trago. Él le pidió a su madre un vaso para la joven pero ella le dijo que no, que primero bebiera él, no había necesidad de ensuciar un vaso.

Sara vestía con minifalda, un antojito que tuvo en el asalto a una de las tiendas de moda joven del centro comercial. La minifalda era de color rojo, muy rojo, rojo dañino para la vista, cuyo contraste con la piel morena, unido a lo excesivamente corta que le quedaba, pues mostraba casi medio trasero, otorgaba al conjunto caderas-trasero-muslos un halo erótico jamás soñado por ningún estilista pornográfico; digno de un mundo que no era mundo. Además una discreta, aunque ceñida camiseta azul, que apenas le tapaba el ombligo y abultaba exageradamente los amplios melones.

María como solía, vestido clásico. Color crema, ceñidito de cintura, de ancha cintura todo sea dicho. Y mínimamente escotado, de sus monumentales pechos todo sea dicho, los cuales vencían momentáneamente a la gravedad por mor del sujetador.

A pesar del puterío con el que vestía la joven, a Jaime le pillo por sorpresa que se sentase sobre sus regazos y le besara con el fin de beber el whisky del trago que acababa de dar a la botella. El trasvase fue casi perfecto. Luego ella le arrebató la botella de las manos y dio dos largos tragos, seguidos de otro gran sorbo el cual depositó de vuelta a la boca de Jaime, acabando refrenado su lengua por el interior de su boca, metiéndola muy adentro.

María les miraba de pie desde la cocina, almacenando humedad, las gotas generadas en su coño ya le resbalaban piernas abajo, tan excitada y caliente que empezaba a correr el riesgo de morir por combustión espontánea.

La joven permanecía sentada sobre Jaime, bebieron un poco más, cada uno de la boca del otro. Luego ella se deshizo de la camiseta, lanzándola contra las tablas que protegían la amplia cristalera del salón.

Sus grandes peras quedaron al alcance de Jaime. Él las agarró y las lamió, su polla hacía rato que estaba preparada para la acción y conocía perfectamente de la presencia trasera de su madre. No sabía muy bien qué estaba pasando, simplemente dejaba hacer a sus gallinas.

“¡Tetona!, creo que nunca me voy a cansar de comerte las peras Sarita”

“jajajaja, mi rey, ni falta que hace, vamos mi señor cómelas enteritas”

Cuando llevaba un rato lamiéndolas, ensalivándolas en profundidad, lo levantó y lo sentó en mitad del sofá de tres plazas. Haciéndole un bailecito se deshizo de la minifalda y de las minúsculas braguitas, quedando totalmente desnuda. Luego se echó sobre él, quitándole el chaleco descubriendo su torso desnudo y musculado. Le lamió el cuello y el pecho y le hizo señas a María para que se acercara.

María llegó como una perrita obediente y se sentó al lado de Jaime. Sara sonrió y se sentó al otro lado.

“Hola mamá, qué pasa ¿qué quieres un poco de caña?”

“Ya sabes que sí, ya sabes de mi generosidad ante mi amo”.

La vio guapa, con belleza natural, aunque más teñida. Recordó su espectacular coño maduro depilado; ardía en ganas de volver a saborearlo; ya tenía a Sara desnuda ahora le quedaba su querida madre.

Se levantó y la desnudó poco a poco, María se iba moviendo por el sofá, levantando las caderas, dejándose hacer para facilitarle la labor.

No tardó en tenerlas a ambas desnudas sobre el sofá, pegadas pero sin tocarse ni mirarse. Visiblemente muy calientes, el coño de su madre brillaba encharcado, le gustó verlo así.

Las contempló un instante. Las diferencias eran enormes grosso modo. Pero entrando en los detalles su madre ganaba enteros frente a aquella chica. Los pechos eran del mismo tamaño y casi forma, es decir muy grandes; solo que los de su madre ya estaban caídos por la edad. Su coño, sin embargo, lucía mejor que el de Sara. Tenía mejor coño, las cosas como son. Un poco más grande y más bonito, totalmente depilado; se mostraba más jugoso y atractivo a simple vista; y al recordar el calor que emitía y lo confortable que estaba su polla allí dentro sintió un escalofrío de puro gusto que le recorría la espalda hasta la nuca. Por lo demás Sara ganaba en todo, más guapa, aunque su madre también lo era, un poco más alta y con el pelo mucho más bonito.

Pero eran dos mujeres por los que muchos hombres hubieran matado catar la cama cuando el mundo era mundo. Y estaban allí, desnudas ante él, dispuestas para él.

Se arrodilló ante su madre y la abrió de piernas. Ella mostró una sonrisa de plena satisfacción, de orgullo materno. Le agarró la cabeza y lo atrajo hacia su sexo.

“ven mi vida, come de mamá mi amor”

Sara miraba en silencio espeso.

El lametón primero le salió del alma, realmente llevaba días sin estar con su madre y ya añoraba lo bien cuidado que lo tenía para él, a petición de él realmente.

María se acomodó muy abierta, facilitando que la cabeza de su hijo entrase fácilmente entre sus piernas. Su cara ladeada hacia el lado opuesto al que se encontraba Sara. Gimiendo, queda y continua, sintiendo la lengua cálida. Jaime por su parte se agarraba a sus muslos para no caer en el abismo de aquella deliciosa y bien cuidada cueva.

Sara empezó a tocarse mientras miraba, pero más por el impulso de una actriz porno que recibe esa orden del director que por otra cosa; no se encontraba demasiado caliente, se tocaba porque era lo correcto en aquella situación. Sabía, no obstante, que se jugaba mucho en ese momento, si dejaba que su madre se impusiera tal vez quedase relegada a un plano residual de la convivencia. Ella se sabía guapa y atractiva, su juventud era un manantial de vida y pasión. La novia ideal para aquel chico fuerte; pero tal vez eso hubiera quedado bien en el mundo anterior. Ahora ese chico le comía el coño a su madre y fuera no cantaban los pájaros. El mundo no era el habitual. El dominio hembra había sustituido al de mujer, para bien y para mal.

Jaime ahora frotaba el coño de su madre, haciendo círculos con las yemas de los dedos índice y corazón. Miró a Sara y le dio una palmadita en su muslo mientras le dedicaba una sonrisa. La joven se arrimó a María y le besó en el cuello, luego lo lamió, deslizando la lengua como un cachorrillo por la piel de aquella mujer. María reaccionó al contacto y giró la cabeza hacia ella. Su cara trasmitía, con los ojos a medio cerrar, todo el placer otorgado en su sexo. Sacó también su lengua y Sara reaccionó buscando su boca.

Se morrearon durante un instante, luego Sara bajó y comenzó a lamerle los pechos, no sin antes tener que levantarlos de su permanente posición caída. Le costó levantarlos más de lo que hubiera jurado, el peso de aquellas grandes ubres era respetable. Manteniéndolos en alto, a la altura del cuello de María, lamió detenidamente los pezones; a la vez que Jaime daba otra tanda de lametones, bocados y lengua introducida en el coño de su mamá.

Mientras, en el exterior era noche cerrada. La luna brillaba en cuarto menguante y las estrellan tiritaban. Pocas nubes, noche buena de ¿junio?, tal vez sí, junio. La luz de las velas del salón, donde en ese momento Jaime comía el  agujero por donde salió al nacer y la guapa y atractiva Sara lamía los inmensos y caídos pechos de María, se filtraba tenue y tétrica a través de las tablas que protegían las ventanas de la que fue una amplia, elegante y cuidada cristalera con vistas. En lo alto la casa iluminada débilmente por la noche, y pariendo la distinta luz de las velas, aquella casa parecía maléfica, como sacada de un cuento de terror, como recién aparecida desde otra dimensión; sin tener nada que ver con el paisaje que la rodeaba. De hecho ni la pelada colina, en cuya cima descansaba, parecía encajar en aquel paisaje de bosques y altas montañas.

Desde la frondosidad del bosque unos ojos ensangrentados miraban la casa. El rugido continuo que emitía una boca desencajada y casi sin dientes parecía querer decir algo al aire, parecía querer comunicar algo a la casa, que la miraba distante, fría y cálida a la vez. Aquella alma perdida, con apariencia de mujer, podía haber andado en cualquier dirección, pues llegó hasta aquel punto como podría haberlo hecho a otro cualquiera. Posiblemente llevaría meses deambulando en soledad. Lo cierto es que aquella casa le atrajo desde que la vio, sus ojos quedaron clavados en ella. Poco a poco fue arrastrando sus pies colina arriba.

Jaime dejó de comer y las contempló besándose. Le gustó lo que vio. Se sentó en una silla frente al sofá y se desnudó, quedó mirando y acariciando su enorme polla.

Sara y María le miraron de reojo, captaron la idea y siguieron con el numerito. Las dos estaban también completamente desnudas, María se levantó dando la espalda momentáneamente  a su hijo. El cual se echó un poco hacia adelante para dar un azote en sus nalgas, las cuales quedaron bailando algo flácidas, como una gelatina.

“Veamos a que saben los humedales de Sarita”

Sarita obedeció a la voz de María. Se abrió mucho para dejarla entrar. María se arrodilló de forma que su trasero quedase siempre erguido en dirección a Jaime, el cual quedó a escaso medio metro de él. La posición no debía serle muy cómoda, pues tenía que arquear mucho la espalda para hacer la especie de V en el que su boca quedaba a la altura del coño de Sara y el culo bien arriba a mano de Jaime, por si se animaba que no le resultara muy difícil que agujero profanar en primer lugar.

Era la primera vez que María lamía un coño. Al principio cerró los ojos, algo alterada y sin apetencia, pero pronto descubrió cómo se abría al contacto de su lengua, como una húmeda flor al llegar la primavera. Notó la suavidad al deslizarla entre los labios y el sabor salado del interior cuando apenas la introdujo unos centímetros. Sara comenzó a gemir, eso motivó de sobremanera a María, la cual incrementó el ritmo de lamidas a la vez que llevaba su mano derecha a su sexo, tocándolo y abriéndolo para que le diera el fresquito.

Tanto el peludito coño joven como el rasurado coño maduro chorreaban de placer.

Jaime vio como su madre se abría el coño a la vez que intentaba empinar más el cuerpo para que quedase muy a la vista. Permanecía de rodillas, cada vez más metida y ensimismada en lo que le hacía a Sara, que por otro lado parecía estar disfrutando de lo lindo. Sintió que podrían reventarle los huevos de dolor, ya estaba bien de ser mero espectador de aquella maravilla, de aquel regalo del Diablo.

Se arrodilló detrás de su madre y empezó a lamerle el ojete, como un perro a una perra. Solo que esta perra estaba lamiendo el coño de otra perrita. Al sentir la humedad, meneó suavemente las caderas agradeciendo que ya estuviera ahí, y se sintió más motivada para incrementar la intensidad del trabajo que realizaba a la joven. Ahora, mientras su ano se llenaba de un juguetón calor húmedo, su lengua rebotaba en la parte visible del clítoris de la chavala, la cual pareció enloquecer, agitando su cuerpo, como poseída, de lado a lado y gritando y gimiendo y suspirando; pero manteniendo las piernas muy abiertas y quietas para que María pudiera seguir haciendo.

Le agarró las nalgas para que dejara de mecerse y así poder concentrarse en comer. El ano y el sexo de su madre le supieron exquisitos. María quedó quieta, moviendo a su vez de forma compulsiva la lengua; solo la sacaba del sexo de Sara para escupir pelos que se le enredaban en el paladar.

Se levantó y se colocó sobre su madre. Ella notó como se disponía a montarla, así que apartó momentáneamente la cabeza de entre las piernas de la joven y miró de reojo, girando un poco la cabeza hacia atrás, para deleitarse con lo que se le venía encima. Jaime se situó justo encima, flexionando las rodillas y agarrando la polla por los huevos para mantenerla firme en picado. María ronroneó como una gata, acomodándose bajo su hijo y empinó más el trasero.

Sara observaba, plácida, sin perderse detalle, desde una posición de lujo.

Se la clavó en el ano. Apretó con fuerza hasta meter un poco más de la mitad y empezó a pisarla; con sus manos abierta sobre su espalda; María tuvo que hacer fuerzas para que el empuje del macho dominante no la estampara contra el suelo.

Los gemidos desgarrados de dolor de María invadieron el exterior. La caminante se detuvo en mitad de la colina. Ladeo su cabeza observando la casa; como queriendo digerir que aquel ruido provenía de allí adentro. Su cabeza a penas tenía pelos y una de sus orejas estaba descolgada y golpeando contra el cuello a favor del viento.

Como la madre ya no le prestaba atención, pues demasiado ocupada estaba en morder el sofá mientras se desgañitaba del dolor provocado por el enorme pollón que le rompía el culo a fuertes embestidas, Sarita se levantó y se fue al lado de su salvador. Sonriendo acarició la espalda de María y separó un poco las nalgas para comprobar de primera mano cómo le entraba la polla. Jaime sudaba y se concentraba en durar, pero tuvo otra sonrisa en respuesta a la chica. Ella le besó con lengua y luego se situó detrás. Su pelvis se acopló al culo del chico, acompañando en el movimiento algo lateral y algo de arriba abajo, mientras sus manos acariciaban los músculos del pecho, dando pellizquitos en los pezones del protector. Como si ella le follara a él y el rompiera a la otra desde arriba.

Se separó un instante para ver la escena a cierta distancia. Era verdaderamente conmovedora y muy pornográfica. El hijo clavando a su madre a pollazos en el culo, cada vez más contra el suelo. Ella, por su parte, agarrada como podía contra el sofá, visiblemente muy dolorida, pero recibiéndolo de forma sumisa, manteniendo en todo momento el trasero muy arriba para facilitar la labor.

Le pareció entrañable lo que una madre estaba dispuesta a hacer por un hijo. Quiso darle algo de placer en aquel mar de dolor en el que se había visto metida.

Se arrodilló tras ella y se acercó, agachándose, hasta su sexo. El ruido de la polla rasgando la piel del culo le sonó desolador, pero ahí seguía a pesar de las súplicas de dolor que empezaba a mostrar la madre. Debido a las embestidas había cierto movimiento, pero no le fue difícil colocar sus manos en torno al sexo para abrirles los labios y meter su lengua.

El efecto de su lengua fue inmediato. Aquella mujer dejó de gritar de dolor y dejó escapar un gemidito de gusto, los flujos vaginales no tardaron en salir, siendo tragados en gran parte por Sara. Era como si, a pesar del dolor, aquella situación excitara de sobremanera a María, pues esa forma inmediata de correrse no fue para nada esperada.

Joder. Pensó Sara. Realmente le gusta ser la perra de su hijo.

Continuó comiéndoselo hasta que Jaime cesó en la clavada.

Él se sentó en el sofá, algo cansado por la incómoda posición sostenida durante unos cinco minutos. Sara se arrodilló a su lado, como una perrita dócil, respetando su cansancio. María quedó unos instantes sentada en el suelo, quejosa, dolorida. Recuperándose.

Sara agarró cuidadosamente el rabo y le sopló, le palpitaba entre los dedos. Jaime le sonrió; a cuya sonrisa ella correspondió besando cuidadosamente el capullo.

“ay mi pollita, ¿está muy dolorida después de romper el culo de la señora de la casa?”.

Sonó con desdén, iba dirigido más a María, la cual sonrió irónica mientras se mordía la lengua.

Cuando María miró, pasado un minuto, Sara ya estaba dándole una monumental mamada a su hijo. Miró frunciendo un poco el ceño, analítica, sabiendo valorar lo que aquella chica hacía a su pequeño.

El pelo moreno caía por su cara, con el rabo apretado contra su boca mientras lo masturbaba. El masturbar y meter en la boca era todo uno, a penas hacía ruido y la abarcaba entera sin arcadas. Su hijo gozaba tanto que se sintió orgullosa de él, el orgullo de una madre por ver a un hijo feliz.

Sintió una oleada de motivación. Se arrodilló junto a Sara y le frotó la espalda, llamando su atención. Ella se la sacó de su boca y la sostuvo erguida mientras la morreó. Luego se la pasó, como si fuera la botella de whisky. María la agarró risueña y la besó, dándole lametones longitudinales de abajo arriba. Luego la engulló, tratando de simular lo que le hacía Sara, pero no lograba meterla entera en la boca sin tener serias arcadas. Así que, consciente de sus limitaciones y virtudes, se dedicó a darle gusto a la altura del capullo, agitando dulcemente el capullo en torno a él, mientras su boca entraba hasta la mitad en una mamada constante, mientras la joven le lamía los huevos, metiéndolos en su boca, sintiendo la carga de semen que estaba siendo cocinado ahí dentro.

Ahora las dos la lamían a la vez, cada una pasando su lengua por un lateral, juntándose a la altura del capullo; donde se morreaban dejándolo en medio de las bocas. María la dejó hacer a la joven sola y se fue a besar a su hijo.

“¿Todo bien cariño?, ¿está mi nene a gusto?”

“Mucho, mamá, sois geniales”

“Mamá está feliz, la generosidad de las hembras al macho que las protege debe ser eterna y sin condición. Mamá nunca pone condiciones, y lo sabes cariñín”.

Jaime asintió con los labios simulando una O mientras miraba a la chica, disfrutando de lo que le hacía.

Mientras Sara seguía con la mamada su madre le lamió los pezones y deslizó su lengua por el cuello, llegando hasta chupar las orejas. Jaime notaba tocar el cielo con la yema de los dedos.

A la vez, una cabeza se retuerce por la parte trasera del ventanal de madera. Buscando mirar a través de las tablas. Observa la escena, deja ver los pocos dientes y saca la lengua, partida por la mitad. La mirada se proyecta sanguínea. El desagradable ruido constante, emitido desde algún punto indeterminado entre su pecho y cuello, podría delatarla.

Sara le masturbaba, fuerte, preparándola. María le vio las intenciones de subirse a cabalgar, era la hora de mostrar quien era la perra dominante, todo lo que hiciera era poco.

Así que sin mediar palabra apartó las manos de la joven de la polla de su hijo y se subió encima. Sara se apartó, visiblemente molesta pero sonrió al ver que Jaime le miraba. María se colocó de rodillas sobre su paquete y se incorporó algo, sus pechos quedaron delante de Jaime, bailando colgantes; lo cual aprovechó para darle varias lamidas y bocados. María la agarró y la colocó muy vertical, luego descendió, quedando engullida completamente por su depilado, dócil y tragón coño.

Se acopló inclinándose sobre él y comenzó una larga y lenta cabalgada, buscando un punto medio en el que ambos se encontraran a gusto. Sara se sentó en el sofá al lado de Jaime, a veces le besaba, otras veces daba una vuelta, acariciando los pechos de María y besando a ambos.  Pero María quería que aquello durase, intentando infantilmente que solo fuera para ella. Iba variando gemidos, para no aburrirle, pero, aunque le estaba follando bien, la cabalgada empezó a aburrir a Jaime, el cual miraba a Sara, que le hacía gestos de que se fuera con ella. Cuando la joven se colocó a cuatro patas en uno de los extremos del sofá, no se lo pensó más y apartó a su madre dándole palmadas en las nalgas.

“Ale mami, buena hembra, pero ahora un rato con ella”

María se limitó a apartarse, visiblemente vencida; con una follada mediocre no iba a conseguir nada.

Vio como Sara le recibía en una postura imperial, digna en el estilo de perra, alejada de la sumisión con la que ella recibía la polla de su hijo en cualquiera de las posturas. Ella se esforzaba en ser buena amante, y sin duda lograba conseguirlo, pero Sara lo conseguía sin esfuerzo, lo llevaba dentro con estilo. Una guarra con clase, un auténtico putón.

La joven movía el culo con elegancia, de adelante atrás y con leve contoneo lateral, recibiendo la polla en su sexo y escupiéndola enrojecida hasta casi quedar fuera entera, y vuelta a entrar otra vez. Jaime lo acompañaba con ligeros movimientos, superado por la forma de follar de aquella joven.

Sus gemidos volvían a ser tan exagerados como eróticos. No cesaba de hablar en susurros roncos y femeninos, dando ánimos a mantener la polla bien erguida, a que aguantase todo lo que pudiese. Echándose hacia adelante, cayendo su pelo moreno, torciendo la espalda de lado a lado, levantando el trasero por momentos para luego caer contra la pelvis de Jaime, haciendo desaparecer la polla dentro de su coño.

Tan sensualmente pornográfica resultaba que  María empezó a tocarse mirando, no podía resistir la excitación tan incontrolable que le llegó. Se tumbó en el suelo, a la altura de ambos, y se abrió de piernas para tocarse mirando. Su mano se refregaba con velocidad, Sara se dio cuenta de su estado y exageró los gemidos.

“Creo que nuestra perrilla vieja necesita a su hijo, fóllatela cariño, acaba dentro de ella, se siente mal, mírala”.

María sabía que había sido agredida de nuevo, había sido pisada otra vez por aquella Diosa. Pero no le importaba, los miró implorando placer, necesitaba ser follada fuerte. Así supo verlo su hijo, el cual obedeció a Sara en su humana propuesta.

Jaime se colocó entre las piernas de su madre y la taladró fuerte hasta correrse. Ella lo abrazó y lo atrajo en el momento de la corrida. Sara no se percató, pensó que ella solo fingía, pero se corrieron a la vez. Por un instante se olvidaron de Sara, la cual gozaba orgullosa de haber acabado dando una orden al macho dominante, y que este hubiera obedecido. Orgullosa de haber dejado claro, al menos eso parecía, quien era la hembra potente bajo ese techo; y quien merecía los galones de primera mujer de la casa. En un mundo acabado los galones se marcan como en el mundo animal, pensó, y una hembra de buen ver joven y sana debería poder a otra más vieja y estropeada.

La muestra de caridad ofrecida, pidiendo al macho que acabase dentro de la hembra vieja, hizo que Sara se creyese una señora con mano derecha, consciente de la realidad del que tendría que ser el palacio donde reinara a la derecha del rey.

Lo cierto es que María y Jaime se abrazaban y corrían el uno contra el otro, tocando el cielo nuevamente, sintiendo que el cuerpo de uno era la prolongación del otro; justo como antes de nacer. Sabiendo ella lo que él necesitaba. Quedaron besándose un rato, hasta que vieron a Sara, la cual continuó besándolo durante unos instantes más, antes de agarrar su polla y dejarla bien limpia a lametones.

La caminante llevaba un rato merodeando la casa. Ahora se encontraba justo ante la puerta de entrada, husmeando todo, toqueteando por la pared. Al desplazarse un poco hacia atrás tumbó una regadera metálica que Sara había olvidado guardar antes del anochecer.

El ruido metálico les llegó de improviso. Con Sara limpiando la polla a Jaime y María tumbada en el suelo a su lado, mirando el techo, pensativa y satisfecha.

Jaime se levantó como un resorte, apresuradamente se vistió recogiendo su ropa desperdigada por el suelo. Les hizo una señal de silencio, colocando el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios. María y Sara quedaron arrinconadas, desnudas, pegadas la una contra la otra.

Atemorizadas. Dejando hacer al protector.

Jaime observó a través de la mirilla de la puerta, no había nadie pero pudo ver la regadera tirada en mitad del porche. Cogió su machete y se colocó una de las pistolas pequeñas adosada al cinturón, cargada de balas. Desde el ventanal del salón tampoco vio nada, tampoco desde la cocina; ni desde la ventana de la sala de estar.

Ordenó a las mujeres que se encerraran en el sótano. Sara pidió ayudarle pero Jaime no se lo concedió. Se encerrarían y seguirían los pasos de su orden de sótano. María las sabía de memoria, se encargaría de instruir a la joven a marchas forzadas.

A Sara no le hizo ninguna gracia la idea de recibir instrucciones de María, pero obedeció a su protector.

Cuando la infranqueable puerta de acero inoxidable del sótano quedó sellada Jaime subió las escaleras con la idea de espiar desde la zona superior, donde la vista era más completa, pues solo no podía verse la zona delantera de la casa, la cual estaba bien protegida por el ventanal del salón y desde la que no vio nada.

Primero se fue hacia la zona de atrás, que es la única a la que no se accede desde abajo. Entró en la que fue su habitación, ahora dedicada a almacén. Se asomó entre las tablas y entonces pudo verla.

Estaba quieta, mirándole o al menos esa impresión daba. Los brazos bajados y la cabeza dirigida justo a esa ventana. Tras el susto inicial Jaime pudo ver que era una caminante. De hecho podía escucharse el murmullo constante que emitía. ¿Qué hacía allí?, ¿por qué miraba fijamente a esa ventana?. 

Tras revisar todo el entorno bajó y salió cuidadosamente. Se dirigió, pistola en mano y machete en cinturón, hasta la zona de atrás, amparándose en la protección de la poca claridad otorgada por la luna a medio hacer.

Se asomó cuidadosamente y pudo verla más de cerca. Una oreja le colgaba y apenas tenía pelo. Su cara, demacrada y muy blanca, miraba fijamente a la misma ventana. Se acercó cuidadosamente. A mitad de camino ella giró la cabeza hasta que sus ojos se cruzaron.

Jaime quedó en posición de defensa, se guardó la pistola y cogió el machete. Ya la habría matado de no ser por aquella enigmática forma de mirar, primero a la ventana y luego a él.

Frunció el ceño, le resultaba familiar.

Notó como el corazón se le disparaba.

Era Clara.

El amor de su vida.

El orgullo les separó algo más de un año antes del suceso. Cuando todo acabó estaban a punto de volver, habían quedado para tomar un café y hablarlo justo al día siguiente.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Aquello era nuevo para él. Pues ella había ido allí a sabiendas de lo que hacía, la había descubierto mirando la ventana desde la que tantos atardeceres vieron en los mágicos y románticos días de campo, justo antes de meterse en la cama a hacer el amor.

Y ahora le miraba, no le atacaba. Notaba como ella luchaba contra sus instintos, como si quisiera reconocerle.

“Hola Clara, amor. Soy yo Jaime. ¿Me reconoces?”

Como respuesta solo quejidos y ruidos infernales. Comenzó a avanzar, arrastrando los pies en un macabro baile, hacia él. Cuando llegó a él intentó atacarle. Jaime la agarró por el cuello y la inmovilizó. Ella pataleaba y estiraba los brazos buscando alcanzarle, con la boca muy abierta y los pocos dientes que le quedaban preparados para el festín.

Jaime sintió pena. Por un instante estuvo tentado de dejarse morder, de vencerse. Con suerte se convertiría en uno de ellos y entonces no tendría que sufrir más. Tal vez Clara hubiera ido a liberarle de la prisión en la que vivía. Solo tenía que dejar de sujetarla y ya no volvería a sufrir más.

Pero había dos mujeres que dependían de él.

“Lo siento mucho, amor mío”

El machete le atravesó desde el cuello, por debajo de la boca, hasta los ojos, que saltaron como bolitas de billar. Clara cayó en el acto.

El fuego dio paso al Sol y las lágrimas se secaron con la brisa del amanecer. Jaime entró en casa y golpeó la puerta del sótano.

Solo les dijo que un caminante andaba merodeando. Uno solitario, nada de lo que temer. No obstante pidió que no se bajase tanto la guardia para la próxima vez.

Se fue a dormir. Pidió que le dejaran más tiempo de lo habitual, necesitaba descansar.

María se llevó todo el día dando órdenes a Sara.

“La casa debe estar siempre impoluta, todo tiene que estar en el orden y la pulcritud que Jaime exige. Así que si quieres seguir aquí tendrás que ponerte las pilas. Mi hijo lleva razón, nos vendrá bien tu juventud. Mientras preparo el almuerzo deberás lavar la ropa y tenderla fuera. Recuerda, con un cubo de agua tendrá que ser bastante, y usa solo media pastilla de jabón. La colada se hace una vez al mes, y hoy toca. Apuntamos los días con tiza roja en la pared de la sala de estar. Ahora también te encargarás de ello, tras cada treinta palitos rojos tocará lavar la ropa. Usa los cables de la entrada para ello; el señor los bajó del tejado en una de sus acertadas decisiones”.

Sara lo hacía todo a desgana, siempre poniendo mala cara, pero obedecía. Su cabeza no dejó de dar vueltas mientras lavaba la ropa fuera, sobre una madera forrada de cerámica, preparada por Jaime para tal uso a modo de lebrillo.

María la miraba a través de las tablas de la cocina. Se sentía poderosa ordenando a aquella chica. Se sorprendía así mima del cambio mental que estaba experimentando. Había olvidado a Dios y ahora solo necesitaba demostrar la superioridad sobre aquella chica; dejar de ser solo la hembra para ser, además, la señora de la casa. Había que adiestrar a aquella joven para su beneficio. Quería hacerla dócil y trabajadora, en cierto modo era como esculpir un regalo para su hijo. No le importaba que la joven se creyera su novia y quisiera hacerlo notar, pensaba perdonarles los desplantes sexuales de intentar hacerla servil delante de su hijo. Tenía la certeza de que ella sabía que si no la obedecía, Jaime tomaría cartas en el asunto; eso la ataba.

Sara, por su parte, admitía las órdenes. En la sesión con Jaime había dejado muy claro quién era la hembra que mandaba. Lo demás era solo cuestión de tiempo. María sería cada vez más vieja, y ella cada vez más guapa y atractiva. Jaime no tardaría mucho en darse cuenta de que la selección natural era lo que debería mandar en aquel difícil momento. Agachaba la cabeza y obedecía. Pero poco a poco iba trazando un plan, y la paciencia era importante en él.

El tiempo y el sexo jugaban a su favor.

María no podía evitar recordar el orgasmo compartido que había vuelto a tener con su hijo. Aquella zorra sería muy guapa, tendría muy buen cuerpo y sabría cómo tratar a un hombre en la cama…. Pero el cómo su hijo se corría dentro de ella nunca lo tendría, el calor de una madre, el cariño infinito, la bondad y la generosidad sin pedir nada a cambio que ella le ofrecía, jamás se lo daría la otra. Y eso era, en tiempos tan difíciles como aquellos, tan importante como sobrevivir; porque sin ello no se sobreviviría.

Sonrió complacida mientras miraba a Sara lavar la ropa con el ceño frunció. El Sexo, al fin y al cabo, jugaba a su favor.

Tras el almuerzo María sentía que podría dar un paso adelante en el dominio sobre la joven. Jaime había ordenado que lo despertaran al atardecer, y así estar toda la noche y la mañana siguiente vigilante. Aun les quedaban unas tres horas a solas.

María se sentó en el sillón de vigilar de al lado de la cristalera, con la escopeta en mano, como tantas veces había visto hacer a su hijo; pero sin la botella de whisky. Ordenó a Sara que recogiese la cena y lavase los platos y cubiertos que habían empleado.

Sentía nervios por lo que iba a pedir a la joven, algo incómodo le recorría el estómago; pero tenía que hacerlo, convenía ir marcando el terreno cuanto antes.

“Cuando acabes de recoger vendrás aquí a comerme el coño. La señora necesita relax”

Lo había soltado sin respirar, necesitaba soltarlo, había sido como arrancarse una muela. Lo hacía para sentirse superior pero lo cierto es que su sexo se humedecía por momentos.

Sara dejó de fregar y la miró extrañada.

“¿Cómo has dicho?”

“Que acabes pronto para hacerme un trabajito, antes de que mi hijo se levante”

Sara la miró mordiéndose el labio inferior enfadada y excitada. Aquella mujer madura era aprovechable todavía, en parte entendía a Jaime. Si por ella fuera se desharía de ella allí mismo, arrebatándole la escopeta de largo cañón y volándole el cráneo. Pero tenía algo que a veces la ponía como una moto. Tal vez los enormes melones que guardaba caídos bajo sus vestidos, tal vez el sexo tan cuidado y perfectamente depilado, tal vez la belleza de su rostro, que aún conservaba a pesar de la edad. Tal vez le recordaba a alguna de las mujeres con la que había fantaseado en la soledad de su habitación, buscando videos de mujeres mayores con chicas jóvenes. No fueron pocas las veces que se sorprendió fantaseando de aquel modo; y en ese momento lo recordó con ternura.

En ese momento se sintió débil. Ella siempre había sido una chica muy segura de sí misma; tenía su vida perfectamente planeada antes del secuestro. Niña de papá rico, que estudiaría derecho y se casaría con un joven guapo y rico para ser la dueña de su hogar. Siempre soñó con ir guapa y bien vestida a las fiestas en las mansiones de los amigos, pariendo hijos y estando siempre perfecta para su hombre. Pero tuvo que vivir dos sucesos, el secuestro y el fin del mundo. Se sentía dichosa de haber sido rescatada y su mentalidad no había cambiado demasiado a pesar de todo, pues aspiraba a ser la señora de esa casa. Jaime se podría considerar un hombre guapo y rico, dadas las circunstancias; a pesar de todo su sueño seguía vivo. 

Pero en el fondo era débil. Y aquella mujer lo acababa de demostrar. Con su petición había vuelto a despertar fantasmas del pasado. Siempre se sintió vulnerable cada vez que se tocaba viendo esos videos; eran actos que la hacían alejarse del modelo de mujer que perseguía. Y ahora esa realidad estalló de nuevo en su cara; la petición de María le trasladaba a la fría soledad de su lujosa habitación de adolescente.

Por eso estaba elaborando un plan, porque necesitaba sentirse segura en los pasos a seguir para el objetivo marcado. Pero en aquel momento no quería dejar de sentirse vulnerable. En aquel momento necesitaba arrodillarse entre las piernas de aquella voluptuosa mujer madura.

Se aproximó despacio con la mirada perdida. María la sintió distante, la notó diferente. Se levantó un instante para arremangar el vestido por encima de la cintura y bajarse las bragas, las cuales dejó en el suelo cuidadosamente. Luego volvió a sentarse y se abrió mucho, poniendo cada pierna en los reposabrazos del sofá, apoyadas en los gemelos.

“Vamos Sarita, ven aquí”

Solo se le veía el coño, limpio, depilado por completo. Dos labios elegantes cerrados en un nudo, y una suerte de pulpa rojiza entre ellos, brillante por la humedad. Sus piernas eran bonitas, y esperaban abiertas y en alto a la joven.

Se arrodilló ante ella. A María, la mirada perdida y excitada de la chica le resultaba tan enigmática como extraña. Pensó en dar una lección de superioridad y se encontró con un deseo en aquellos bellos ojos, diferente a todos los que jamás había podido leer en nadie.

Su lengua le pareció más pequeña cuando la sacó entre sus carnosos labios. Su mirada imploraba valoración de lealtad cuando se aproximó hacia adelante; del mismo modo que un cachorro mira a un extraño dueño que ha ido a arrancarle de los brazos de su madre. Cuando la lengua resbaló contra su sexo, a María le pareció que creció instantáneamente. Percutió impoluta entre los labios, de arriba abajo, acabando en el ano, el cual quedó humedecido, metiendo levemente la punta en él.

El primer contacto había sido monumental. Nada de salir del paso, nada de ser sumisa ante su orden. Ahora la joven hacía algo que deseaba, pues no se podría empezar así algo que le hubiese repudiado o asqueado.

María empezó a emitir gemidos leves, intentando sofocarlos para no dar a Sara pistas sobre lo que le estaba encantando su trabajito. Ahogaba los quejidos pero Sara los oía, lo que le hacía esmerarse más, por entender que le encantaba. Con su boca se amoldó a la anchura y altura del sexo, colocándola abierta de modo que todo quedase dentro;  así, su lengua, ancha por no tener que salir apenas de la boca, pudo moverse de forma ágil y constante, refregando de abajo arriba, sintiendo el sabor salado y a pis de la parte rosada, y topando con el botón de la hembra mayor. Esto enloqueció a María y sus gemidos comenzaron a no ser ahogados, dando rienda suelta al gozo, sintiendo y viviendo el momento con intensidad.

Nunca antes se lo habían comido tan bien.

Sara se apartó lo justo para dar un respiro a la mujer. Pero enseguida se colocó más encima, pudiendo introducir dos dedos, índice y corazón, de su mano derecha, muy juntos y estirados, en el sexo de la madre de Jaime. A la vez, su lengua daba vueltas en torno al clítoris. Notaba como sus dedos se empapaban de los flujos de María, provocando un alto gemido constante que acabó en varios chillidos estruendosos de placer, a la vez que cerraba las piernas colocándose ligeramente de lado; vaciando sus flujos en la cara de Sarita, cuya cabeza había quedado prisionera entre la zona baja de los muslos.

Sara se levantó, dando por hecho que su función había terminado, y se limpió la boca y cara, impregnada de flujos, con una servilleta de la cocina. Luego se sentó en el sofá y quedó en silencio.

María había ido poco a poco. Tras estar un rato dando gemiditos de gozo pasado, se fue incorporando hasta quedar en pié, donde se puso las bragas y bajó de nuevo el vestido.  Luego se hizo un moño sujetando una horquilla entre los labios, se la colocó para sostener el improvisado peinado, cogió la escopeta, se asomó entre las tablas para comprobar que todo seguía en orden y se sentó de nuevo en la butaca.

Hubo un incómodo rato de silencio. Durante ese tiempo a Sara le había dado tiempo a recuperar parte de su gallardía de candidata a señora primera de la casa. Pero se sentía algo intimidada; hizo votos internos, no obstante, de seguir adelante con su plan.

María la miró con mirada de desprecio, de abajo arriba; rompiendo el silencio.

“Esperemos no haber despertado a Jaime. No quiero ni pensar qué opinaría de que la nueva perra se dedicara a distraer a la señora de la casa en horas de vigilancia”

Sara la miró entornando los ojos, analizando lo que había dicho, no pensaba amedrentarse.

“Tal vez debiera saber que su madre es solo una puerca que necesita correrse para sentirse importante. No me extraña que algún día te sorprendamos con un caminante entre las piernas. Yo sería la primera en clavarte un machete entre las cejas”

“Querida Sarita. A mí ya me comían el coño cuando tú ni siquiera habías nacido. Ahora mismo podría dispararte con esta escopeta, cualquier cosa que le diga a Jaime le valdría, pues solo me necesita a mí”

“Cuidado con lo que dice, señora. Pues cada día que pasa es menos útil aquí, siga envejeciendo mientras se sienta joven y viva, pero las comparaciones siempre serán lamentables para ti”

“Puta”

“Vieja”

“¡Comecoños!”

“Y tú bien que lo has disfrutado”

De nuevo el silencio, miradas de odio. María analizó posibilidades de matarla de un disparo, hasta la encañonó desde su sillón. Sara no cesó de sonreír y sacar la lengua mientras lo hacía, segura de que no tendría agallas de dispararle.

“Pero María, no te engañes. No tienes porque sentirte desplazada por mí, eso es solo algo natural como la vida misma. Yo podré consolarte como acabo de hacer, vea en mí una aliada, una amiga. Necesitará alguien con quien consolarse cuando su hijo no le busque.”

“Eso jamás ocurrirá”

Sara rió enérgicamente.

“¿Nunca?, ¿en serio lo dice?, ¿usted se ha visto?, ¿Por cuánto tiempo cree que su cuerpo será mínimamente apetecible?. Yo le aseguro placer hasta el final, pero solo si usted se aparta hacia un lado y sabe admitir su sino de sirvienta de su hijo y de la dama de esta casa, es decir yo. Debe mirarlo de la forma más buena para usted. Yo seré su aliada, no su enemiga. Solo deje que la naturaleza fluya, que lo lógico ocurra, y yo me encargaré de que nunca se sienta necesitada”

María sintió deseos de entregarse, de decir que sí sin condiciones, en el fondo aquella chica la maravillaba, tal vez tanto o más que a su hijo, aunque luchaba por odiarla sabía que Sara llevaba razón. Ella cada vez sería menos útil a su hijo en aquel mundo, ¿Cuánto podría seguir así?, cuatro o cinco años a lo sumo. A los sesenta y poco solo será alguien a quien mantener sin que pudiera dar nada a cambio; ni sexo de calidad ni fuerzas para trabajar en la casa y el campo. Aquella chica le ofrecía, al fin y al cabo, algo más que razonable. Si no lo aceptaba tal vez esa oferta no llegase más adelante. La muy puta tenía las mangas llenas de ases, se sentía derrotada, pero tendría que sacar fuerzas; todavía no pensaba rendirse. No tan fácilmente.

“Eres solo una cría que se cree alguien. En esta casa había rangos y ellos permanecerán intactos. Recuerda que si quieres seguir aquí tendrás que trabajar más que nadie, si dejas de ser útil tendrás que irte, o más bien morir, ya que Jaime no dejará que ningún vivo se vaya conociendo nuestro escondite. Así que más te vale dejar las películas que te montas en esa cabeza. Sigue ofreciendo tu lengua, sigue poniendo el culo a mi hijo y sigue trabajando todo lo que puedas, en caso contrario solo servirás para morir. Nunca lo olvides”

“Me alegra saber su opinión al respecto. El saber su respuesta a mi oferta deja todo más claro y fácil para mí”

“Seguiré buscando a mi hijo y él me seguirá buscando a mí. Que quede bien claro, yo soy la primera señora de la casa y la primera amante del macho que la protege. Tú, como mucho, solo eres una putita a prueba, por parte de los dos”

María notó el cambio de luz provocado al ocultarse el sol tras las montañas del oeste. Se incorporó altanera y orgullosa.

“Es hora de despertar a Jaime”

Entonces escucharon el ruido lejano de un helicóptero. María hizo señas a Sara para que no se moviera y comprobó que todas las velas de la casa estuvieran apagadas.

“¡La ropa!”

Se apresuró a recoger la ropa y ocultarla en el interior de la casa. El helicóptero se escuchaba cada vez más cercano. Sara no entendía nada.

“Pero igual vienen buscando supervivientes, tal vez puedan ayudarnos”

Jaime apareció escaleras abajo, visiblemente asustado y alterado. Había escuchado lo que Sara había dicho.

“No podemos fiarnos de los vivos. Ese helicóptero no puede ver nada que le indique que aquí hay personas, ¡que nadie se mueva!”

Escopeta en mano se asomó entre las tablas de la antigua cristalera del salón. El ruido empezaba a ser muy fuerte y un rayo de luz apareció entre las montañas.

El atardecer avanzaba y aquella luz merodeó sobre la colina y la casa durante unos instantes, antes de posarse en mitad de la cuesta más suave de la colina.

Jaime dio una pistola cargada a cada mujer y les ordenó que estuvieran alerta y atentas a sus órdenes.

Colocó el cañón de la escopeta sobre las tablas, apuntando sin perder de vista el helicóptero.

Pasados unos instantes bajaron tres hombres de él, pudo ver que el piloto quedó en su posición, con el helicóptero todavía en marcha.

Los tres armados, mirando intensamente la casa.

Jaime disparó y abatió a uno de ellos. Los otros corrieron a esconderse. Uno echó cuerpo al suelo, protegiéndose entre las hierbas, disparando hacia la casa. El otro se fue hacia la parte de atrás.

Jaime las llamó a las dos.

“Uno está allí, tumbado en mitad de la colina, disparando. No dejar de dispararle. Olvidaros del helicóptero, necesito que ese no se levante”.

Fue hacía arriba y buscó cuidadosamente al otro. Pudo verlo entrando en el huerto, desde la ventana de la habitación de su madre.

“¡Maldita sea!”

Bajó de nuevo, su cabeza daba vueltas buscando un plan.

“¡Dejad de disparar!”

Cogió a Sara y a su madre y las llevó al centro del salón.

“Este es el plan. Mamá tu vas a esconderte en el sótano. Preparada con la escopeta llena. Sara tú vas a salir con las manos en alto. Diles que vives aquí atrincherada desde el suceso. Ellos entrarán y yo les tendré preparada una calurosa bienvenida”

Ella estaba dispuesta a salir cuando Jaime se asomó a la ventana del salón. Pero su cara se ensombreció.

Los dos supervivientes corrieron hasta meterse en el helicóptero, el cual levantó el vuelo hasta perderse de nuevo tras las montañas.

Jaime se sentó pensativo hasta que el traqueteo cesó. María salió del sótano. Ella y Sara se sentaron en silencio junto a él. Se sentían débiles, altamente dependientes de su macho.

Éste levantó la cabeza, preocupado y decidido.

“Tenemos que abandonar la casa”

Relato erótico: «Me comí el culo de mi abogada, una madura infiel» (POR GOLFO Y PAULINA)

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Aunque Paulina llevaba años siendo mi abogada, nunca pensé en que llegaría un día en el que la tendría tumbada en mi cama desnuda mientras le comía el culo sin parar. Es más para mí, esa mujer era inaccesible y no solo porque era mayor que yo sino porque en teoría estaba felizmente casada.

Rubia de peluquería y grandes pechos, era una gozada verla durante los juicios defendiendo con  vehemencia a mi empresa. Profesional de bandera, se preparaba los asuntos  con tal profundidad que nunca habíamos perdido un juicio teniéndola a ella como letrada.

Por todo ello, cuando me llegó la citación para presentarme en un juzgado de Asturias, descolgué el teléfono y la llamé. Como era habitual en ella, me pidió que le mandara toda la información que tenía sobre el asunto, comprometiéndose a revisarla. Así lo hizo, al día siguiente me llamó diciendo que no me preocupara porque según su opinión la razón era nuestra y lo que era más importante, que sería fácil de demostrar.

Como el juicio estaba programado pasados dos meses, me olvidé del tema dejándolo relegado para el futuro…

La preparación del juicio.

Una semana antes de la fecha en cuestión quedé con ella en su oficina un viernes a las tres. Como Paulina tenía programado irse de fin de semana, me sorprendió que me recibiera vestida de manera informal. Acostumbrado a verla siempre de traje de chaqueta, fue una novedad verla con una blusa totalmente pegada y con minifalda.  Fue entonces cuando realmente me percaté que además de ser una profesional sería, mi abogada era una mujer con dos tetas y un culo espectaculares.

« ¡Qué calladito se lo tenía!», pensé mientras disimuladamente examinaba a conciencia la maravillosa anatomía que acababa de descubrir.

Mirándola sus piernas de reojo, confirmé que esa cuarentona  hacía ejercicio en sus horas libres porque si no era imposible que a su edad tuviese esos muslos tan impresionantes.

«Está buena la cabrona», sentencié y tratando de concentrarme en el juicio, me puse a repasar con ella los papeles que iba a presentar al juez.

Nuevamente comprendí que Paulina había hecho un buen trabajo al ordenar cronológicamente toda la información que le había pasado de forma que a cualquier extraño le quedaría clara mi inocencia así como la mala fe del que me demandaba.

Ya casi habíamos acabado la reunión cuando esa abogada recibió una llamada personal en su móvil. Sé que era personal porque se levantó de la mesa y dirigiéndose a un rincón, contestó en voz baja. Supuse que era su marido quien la llamaba al notar que su voz adoptaba un tono meloso y sensual que nada tenía que ver con el serio y profesional con el que se dirigía a mí.

Curiosamente esa ave de presa que devoraba  a sus adversarios en un abrir y cerrar de ojos, se comportó como una muñequita coqueta y vanidosa durante la conversación. Y lo que es más importante o al menos más me impactó, la charla debió bordear algo erótico porque al colgar  y volver a la mesa, ¡tenía los pitones duros como piedras!

Incapaz de retirar los  ojos de esos pezones erectos que la blusa no pudo disimular, me quedé alucinado por no haberme dado cuenta nunca de los melones que mi abogada atesoraba.

«¡Menudo tetamen!», exclamé mentalmente mientras terminábamos con los últimos flecos del asunto, tras lo cual, me acompañó a la puerta.

Ya nos estábamos despidiendo y esperaba al ascensor,  cuando al abrirse salió su marido. Este, después de los saludos de rigor y mientras yo le sustituía en su interior,  le pidió perdón por no haberla llamado  aduciendo que tenía su móvil sin batería.

-No te preocupes- contestó  mi abogada y diciéndome adiós con su mano, le acompañó de vuelta a su oficina.

La inocente disculpa de ese hombre me reveló que no había sido él la persona con la que Paulina había estado hablando, pero también me hizo sospechar que esa rubia tenía un amante.

« ¡No puede ser!», mascullé entre dientes al no tener certeza de su infidelidad, «Paulina es una mujer seria».

Aun así, al llegar a casa, tuve que pajearme al imaginar que esa rubia madura llegaba a mi habitación y ponía a mi disposición esas dos ubres…

Tras el juicio, perdemos nuestro vuelo.

El día del juicio teníamos reservado el primer vuelo que salía de Madrid rumbo a Oviedo para que nos diera tiempo a llegar con la suficiente antelación. Nuestra idea es que después del juicio, nos fuéramos a comer para saliendo del restaurant coger el avión de vuelta sobre las ocho de la noche.

Por eso, eran cerca de las siete cuando nos encontramos en el aeropuerto. Estaba imprimiendo nuestras tarjetas de embarque cuando la vi llegar con su maletín de abogado corriendo por los pasillos.

-No hace falta que corras- comenté divertido al ver su agobio por su tardanza: -Está lloviendo a mares en Asturias y nuestro vuelo sale con retraso.

-¿Cuánto?- preguntó angustiada pensando que íbamos a faltar a la celebración del juicio.

-Es solo media hora. ¡Llegamos sin problema!- contesté tranquilizándola.

Mis palabras la alegraron y regalándome una sonrisa, me insinuó si la invitaba a desayunar al preguntar dónde podíamos tomar un café.  Camino de la cafetería, observé disimuladamente el vaporoso vestido que se había puesto Paulina mientras pensaba en lo buena que estaba. Me resultaba curioso que no habiéndome fijado en ella como mujer durante años, ahora desde que descubrí que era infiel a su marido, mi abogada se hubiese convertido en una obsesión. Cabreado conmigo mismo, intenté dejar de admirar su belleza pero me resultó imposible, una y otra vez desviaba la mirada hacia el profundo canalillo de su escote.

« ¡Tiene unas tetas de lujo!», sentencié molesto por mi poca fuerza de voluntad.

Si la rubia se percató de la naturaleza de mis miradas, no lo demostró porque en cuanto se sentó en la mesa, se puso a repasar conmigo el juicio sin que nada en su actitud me hiciera intuir que se había dado cuenta que su cliente babeaba con su delantera. Por mi parte, me forcé a reprimir las ganas que tenía de hundir mi cara entre esos dos portentos y mecánicamente fui contestando sus dudas y preguntas.

Acabábamos de terminar ese repaso cuando mirando el reloj, me informó que teníamos que irnos. Sin esperar a que yo recogiera mis cosas, Paulina salió rumbo a la puerta de embarque. Al seguirla por la terminal, el sensual movimiento de su pandero me absorbió y totalmente hipnotizado por su vaivén, mantuve mis ojos fijos en esa maravilla temiendo a cada instante que mi abogada se diera la vuelta  y descubriera la atracción que sentía por ella. Con sus nalgas duras y su culo con forma de corazón impreso en mi mente, entregué a la azafata mi billete mientras usaba mi chaqueta para tapar el apetito que crecía sin control bajo mi pantalón.

Ya en el avión, la rubia se dejó caer en su asiento sin advertir que la falda de su vestido se le había recogido dejando al aire una buena porción de sus muslos. Al percatarme mi lado caballeroso se despertó y señalándoselo a mi abogada, ésta los cubrió sonriendo y sin darle importancia.

« ¡Hay que joderse! ¡Qué patas!», exclamé mentalmente sabiendo que quizás nunca tuviera otra oportunidad de contemplar esas maravillas.

Os confieso que durante los siguientes cuarenta y cinco minutos que tarda ese trayecto, me quedé con los ojos cerrados, intentando de ese modo no volver a echar una ojeada a mi acompañante. Era demasiada buena como profesional para perderla por una calentura.

Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos directamente a los juzgados. Una vez allí Paulina, la abogada, tomó el mando y comportándose como una fiera machacó a su oponente mientras desde el estrado, yo babeaba imaginando que mordía esos labios y me follaba esa boca con mi lengua. Confieso con vergüenza que para entonces me daba lo mismo el discurrir del juicio y solo pensaba en cómo hacerle para conseguir meter mi cara entre sus tetas.

Como no podía ser de otra forma, la rubia al terminar su alegato contra el juez estaba radiante pero al mirarme sonriendo descubrí que estaba excitada y que bajo la toga, sus pezones la delataban.

« ¡Coño! ¡Le pone cachonda ganar juicios!», sentencié maravillado.

Ese descubrimiento provocó que como un resorte, mi verga se alzara hambrienta entre mis piernas y solo la tardanza del inútil del abogado de la otra parte en sus conclusiones permitió que al levantarme no exhibiera a todos mis mástil tieso.  La razón de esa repentina emoción fue que caí en la cuenta que quizás alagándola su trabajo, podría llevar a cabo mi propio sueño.

Con ello rondando en mi mente, salí con ella hacia el restaurante. La futura víctima de mi lujuria se mostraba feliz con su triunfo y por eso nada más sentarse en la mesa, llamó al camarero y le pidió una botella de champagne. Junto a ella, ilusionado pensé que con alcohol en su cuerpo sería más sencillo el seducirla y por eso en cuanto el empleado sirvió nuestras copas, brindé con ella diciendo:

-Por la mejor y más bella de las abogadas.

Como si fuera algo pactado entre nosotros, Paulina apuró su copa de un trago y pidió que se la rellenaran antes de contestar muerta de risa:

-Con una de las mejores basta.

Su cara reflejó su satisfacción por el piropo y eso me permitió insistir diciendo:

-De eso nada, no te imaginas lo impresionante que te ves frente al juez, ¡hasta el demandante te miró babeando!

-Exageras- respondió ruborizada pero deseosa que siguiera alagando su profesionalidad.

Por ello, incité su vanidad con otro nuevo piropo:

-¡Qué voy a exagerar! Tenías que haberte fijado en cómo te comía con los ojos mientras machacabas su demanda con tu elocuencia- la involuntaria irrupción de sus areolas en su camisa me informó que iba por el buen camino y brindando con ella nuevamente mientras observaba unas gotas de sudor recorriendo su escote, terminé diciendo: -Hasta yo que debía estar acostumbrado al conocerte, me quedé maravillado con tu forma de defender mis intereses.

Mis palabras y ese furtivo repaso a sus pechos la pusieron colorada pero también despertó algo en su interior y reponiéndose al instante, en plan coqueta, preguntó:

-¿Solo te quedaste maravillado con eso?

Dudé si usar esa pregunta para iniciar mi ataque pero creyendo que era el momento, cuidando mis palabras le solté:

-¿Quieres saber la verdad?- y haciendo un inciso, susurré posando mi mano sobre las suyas: -Siempre me has parecido una mujer bellísima pero subida al estrado me recordaste a la diosa de la justicia.

Mi exagerado piropo le hizo sonrojarse nuevamente y ya interesada en saber mi opinión real sobre ella, insistió:

-¿En serio te parezco bella? Soy mayor que tú y encima estoy casada.

El brillo de sus ojos me dio los ánimos de contestar:

-Durante años te había admirado en silencio, pensando que jamás podría siquiera soñar en que te fijaras en mí. Para mí eras inaccesible y por eso nunca te había dicho nada- indirectamente le estaba diciendo que algo había cambiado y por eso me atrevía a confesárselo pero queriendo que fuera ella quien lo preguntara rellene su copa con más champagne y brinde con ella, diciendo: ¡Por la más impresionante abogada que conozco!

Partiéndose de risa brindó pero tras dar un sorbo a su bebida, su curiosidad le hizo preguntarme que era lo que había cambiado para que me atreviera  a confesar mi atracción por ella.

-Prométeme que no te vas a enfadar cuando te lo cuente- contesté manteniendo mi mirada fija en la suya. Agachando su cabeza, respondió en silencio que sí  y sin nada más que perder con excepción de una buena letrada, confesé: – El otro día en tu despacho una llamada te excitó y tus pezones involuntariamente se pusieron duros. Te juro que creí que era tu marido diciéndote guarradas al oído y sentí celos por no ser yo. Pero al salir y encontrarme con él, comprendí que quien te había puesto así era tu amante.

Mi confesión elevó el rubor de sus mejillas y vaciando su copa, me pidió que se la rellenara mientras trataba de cambiar de tema hablando de lo mucho que llovía en el exterior. Sabiendo que una vez había descubierto el imán que sentía por ella no podía dejarla escapar, acerqué mi boca a la suya y suavemente la besé mientras le decía:

-Te deseo.

Durante unos instantes, Paulina dejó que mi lengua jugueteara con la suya en el interior de su boca, tras lo cual, levantándose de la mesa, me soltó:

-Vámonos, me he quedado sin hambre.

Os confieso que al oír a mi abogada se me cayó el alma a los pies y dejando el dinero de la cuenta sobre la mesa salí corriendo tras ella. Ya en la calle me esperaba con gesto serio. Acercándome a ella, estaba a punto de pedirle perdón cuando fijando su vista en mis ojos, me soltó:

-No se lo puedes contar a nadie. Nadie debe saberlo.

Sin saber a qué se refería,  le juré que no lo haría. Y entonces dejándome boquiabierto, señaló un hotel que había en la esquina, diciendo:

-Vamos a registrarnos.

No creyendo todavía que se fuera a hacer realidad mi sueño, pedí una habitación y entregué mis papeles mientras la rubia disimulaba esperando en el hall.  Habiendo firmado ya, me uní con Paulina que aprovechando que se había abierto la puerta se había metido en el ascensor. La presencia de otra pareja no permitió que habláramos de lo que iba a ocurrir y por eso estaba totalmente cortado al abrir la habitación.

Ni siquiera había cerrado a puerta cuando Paulina saltó sobre mí y empezó a besarme con una calentura tal que parecía que ya quería sentir mi pene en su interior. Comprendiendo que para ella excitante acostarse conmigo, decidí aprovechar la oportunidad y disfrutar de esa mujer. Respondiendo a su pasión, llevé mis manos hasta su culo y me puse a magrearlo mientras con mi boca intentaba desabrochar los botones de su blusa. Ella al sentir mis dientes cerca de su escote, riendo me soltó:

  • No seas malo, recuerda que estoy casada…
  • Sabes que eso no me importa. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando, nos sorprenda tu marido-respondí muerto de risa.

Mis palabras elevaron su calentura justo cuando ya había conseguido liberar sus pechos y por eso pegó un gemido al notar un suave mordisco en un pezón mientras mi mano se introducía por debajo de su braga. Con mis dedos recorrí los duros cachetes que formaban su culo al tiempo que haciéndome fuerte en uno de sus senos, empezaba a mamar. Mi abogada al experimentar ese doble ataque aulló:

  • ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!

Al escucharla no solo la obedecí sino que sobreactuando forcé con una de mis yemas su ojete mientras estrujaba sus dos nalgotas.  Paulina no se esperaba esa intrusión pero lejos de quejarse se puso a dar lametazos a mi cara mientras me decía:

  • Me encanta que me trates como una perra.

Su entrega era tal que comprendí que a esa rubia le ponía el sexo duro y por eso dándole la vuelta, le bajé el tanga y con su trasero ya desnudo, apreté mis dientes contra su grupa dejando mi mordisco bien marcado sobre su piel.

  • Cabrón, no me dejes marcas. Mi marido puede enterarse- chilló tan molesta como excitada.

Su tono lujurioso me impulsó a darle un par de azotes en cada una de sus ancas mientras le decía:

  • Eres una putita infiel a la que le encantan los hombres rudos, ¿No es verdad?
  • Sí- aulló descompuesta y más al sentir que metía nuevamente dos dedos en su esfínter.

Moviendo sus caderas de un modo sensual, Paulina me informó taxativamente que estaba encantada con la idea que la tomara por atrás y por eso, separando sus dos nalgas con mis manos, hundí mi lengua en su ojete mientras le pedía que se masturbara al mismo  tiempo.

  • Ten cuidado, pocas veces me han roto el culo- gritó gozando cada uno de los lengüetazos con los que la regalé.

Al conocer de sus labios que su marido apenas le había dado por ahí y usando  mi húmedo apéndice como instrumento, jugué con los músculos circulares de su esfínter con mayor énfasis. El sabor agrio de su culo lejos de molestarme, me excitó  y por eso follándola más profundamente, solté una carcajada diciendo:

  • Mañana cuando veas a tu marido, podrás decir que es medalla de oro por la cornamenta que lucirá.

Fue entonces cuando mi abogada chilló:

  • ¡Para! O me vas a convertir en tu puta.

Esa confesión me hizo gracia y por eso te contesté:

  • No te voy a convertir, ya eres mi puta – tras lo cual seguí calentándote ya que teniéndola abierta de piernas, acaricié brevemente su trasero mientras la alzaba en mis brazos, para acto seguido llevarla con un dedo dentro de su culo hasta la cama donde pensaba poseerla.

La sorpresa no le dejó reaccionar cuando tirándola sobre el colchón, la cogí de su rubio pelo y sin darle tiempo, la ensarté violentamente de un solo empujón. Paulina protestó por la violencia de mi asalto pero no hizo ningún intento de quitarse el mango que llenaba brutalmente su pandero, al contrario cuando ya llevaba unos segundos siendo sodomizada por mí, me soltó:

  • Sigue… ¡cómo me gusta!

 Su entrega me permitió usar mi pene para machacar sin pausa su trasero mientras me agarraba de sus pechos para comenzar a cabalgar sobre ese culo soñado mientras me reía de sus sollozos.

  • Eres un cabrón….¡Estoy brutísima!

Aunque no necesitaba su permiso, me complació escuchar que estaba cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, susurré en su oído:

  • No te da vergüenza, entregar tu culo a un extraño mientras tu marido está en casa pensando que su mujercita es una santa. ¡Menuda zorra está hecha mi abogada!

Ese insulto junto con la certeza que estaba disfrutando al ponerle los cuernos hizo que su cuerpo entrara en ebullición y sin que yo se lo tuviera que exigir, llevó su mano hasta su sexo y mientras mi miembro campeaba libremente por su entrada trasera, se puso a masturbar con una fiereza brutal. Sus gemidos se debían escuchar desde el pasillo y gozando con mi pene destrozando su ojete, se dio la vuelta con la cara sudada y sonriendo, me dijo:

    – ¿Te gusta encularme?

    – ¿Tú qué crees?- respondí incrementando la velocidad con el que castigaba una y otra vez su cuerpo.

La facilidad con la que la empalaba me hizo conocer que esa puta había hecho uso de su culo mas veces de lo que decía y por eso me lancé en un galope desenfrenado buscando mi placer al tiempo que ella se estremecía debajo de mí. La lujuria de ambos era tal que en ese instante comencé a arrear a mi montura con una serie de duros azotes sobre sus nalgas mientras ella no paraba de rogar que no parara.

  • Sigue- chilló. – Dame duro.

Los berridos que salieron de su garganta al ser vapuleada fueron la gota que hizo que mi cuerpo colapsara y derramando mi semen en el interior de sus intestinos, me corrí. Paulina al sentir su trasero bañado, se unió a mí aullando de placer.

  • ¡Qué gozada!- rugió sin dejar de menear su pandero en busca de las últimas oleadas de mi leche.

Una vez había vaciado mis huevos, me dejé caer sobre ella abrazándola. Mi abogada todavía empalada por mi verga, dejó que mis brazos la acogieran entre ellos y luciendo  una sonrisa, me soltó:

  • Tendremos que llamar a Madrid y explicarles que hemos perdido el vuelo.

Sorprendido, miré el reloj y al ver que todavía nos quedaba tiempo para llegar al aeropuerto, comprendí lo que realmente la rubia quería decir y soltando una carcajada, respondí:

  • ¿Para cuándo reservo? ¿Para mañana o para pasado?

Muerta de risa, contestó:

  • Para mañana. No quiero que mi marido sospeche de su mujercita.

Su descaro me hizo reír y recordando que todavía no había hecho uso de su coño, llevé una de mis manos a su entrepierna mientras con la otra, pellizcaba sus pezones.  La rubia al experimentar esa doble ofensiva, maulló de gozo y pegó su culo a mi pene intentando reanimarlo. Separando sus cachetes, se lo incrustó en la raja y meneando su trasero, comenzó a pajearme mientras yo hacía lo propio con ella. Cuando notó que mi verga ya había consguido alcanzar su extensión máxima, poniendo tono de puta, me preguntó:

  • ¿Vas a follarme?

Desnudos como estábamos, esa pregunta era al menos extraña y eso me llevó a suponer que quería que la calentara de algún modo. y por ello mientras seguía torturando su clítoris acerqué mi boca a su oído y le susurré:

  • Te has quedado para eso. O ¿no es así? ¡Putilla!

Al escucharme, dio un prolongado suspiro y retorciéndose sobre las sábanas insistió:

  • ¿Te caliento??
  • Sí, y lo sabes. Me gusta verte desnuda y disfrutar de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

El gemido que salió de su garganta me informó que iba por buen camino y que lo que Paulina necesitaba era que la estimulara tanto física como verbalmente. Por ello, mordiendo su oreja, dije en voz baja:

  • Me calientas porque eres una zorra ninfómana que buscas en mí a tu macho. Sé que después de esta noche soñarás conmigo, aunque estés con el cornudo de tu marido.

Nada más oírlo, mi abogada se corrió nuevamente formando con su flujo un gran charco sobre el colchón.  Habiendo resuelto mis dudas, retorcí una de sus aureolas diciendo:

  • El cornudo de tu marido nunca ha sabido valorar a la guarra con la que se casó.

Mi enésimo insulto la molestó y levantándose de la cama se empezó a vestir mientras me decía que me había pasado.  Su enfado lejos de tranquilizarme, me excitó y viendo que quería marcharse, la perseguí hasta la puerta.  Una vez allí, la lancé contra la pared y aprovechando su sorpresa, la besé metiendo mi lengua hasta el fondo de su boca mientras le estrujaba su culo con mis manos. La  pasión con la ella reaccionó, me hizo saber que le excitaba mi violencia  y mientras Paulina intentaba que llevar mi pene hasta su coño, le grité:

  • Lo quieras o no, te voy a folllar como la puta que eres.

Fue entonces cuando mordiéndose los labios, la rubia me contestó:

  • Sí…….soy tu puta.

Envalentonado por el rubor que cubría sus mejillas al confesarlo, le pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo:

  • Y las putas ¿Que hacen?

–        Son folladas por su macho- respondió gritando mientras ponía sus dos esplendidas peras al alcance de mi boca.

Siguiendo tanto mis deseos como los suyos. Comencé a moverme con  mi pene golpeando la pared de su vagina mientras me la tiraba  con su espalda presionando la misma puerta que quiso cruzar al huir de la evidencia que era mi zorrita. Los aullidos de placer con los que me regaló azuzaron el morbo que sentía por estar tirándome a esa madura y recreándome en sus tetas, usé mis dientes para mordisquearlas.

  • ¡Muérdelas! – aulló descompuesta- ¡Hazme chupetón!

«Esta zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a su excitación mamando de sus pechos sin parar al tiempo que con mi pene recorro una y otras vez el interior de su vagina. Un renovado chillido por su parte, hizo que sacando la lengua, lamiera su cara, sus mejillas y su boca dejando el olor de mi saliva sobre su rostro.

  • Sigue….te deseo. Me pones bruta.

Sus palabras despertaron mi lado perverso y deleitándome en su confesión, la obligué a abrir su boca. Al hacerlo dejé que mis babas cayeran dentro de ella mientras Paulina se sorprendía al notar que mi salivazo había mojado aún más su coño.

  • Dime que soy tu hembra- chilló.

– A una hembra se la marca- respondí y antes que me respondiera  llevé mi boca nuevamente a su cuello con la intención de dejarte un chupetón.

En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme con voz sensual:

  • Márcame, ¡Soy tu zorra!.

Al escuchar su entrega, solté una carcajada y metiendo un dedo en su culo, la llevé ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, la dejé un instante esperando y volví sobre mis pasos para dejar la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo la rubia, me preguntó el por qué. Muerto  de risa, cojí el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pedí que nos subieran unos sándwiches.

  • ¡No tengo hambre!- protestó deseando volver a empalarse con mi pene.

Descojonado, le contesté que el pedido  es una excusa para que el camarero vea lo puta que es mi abogada mientras salta sobre mi verga. La sola idea que el empleado del hotel la viera follando, la puso cachonda y como una posesa se puso a lamerme la polla para que cuando llegara nos pillara con sus tetas botando sobre mi mientras se empalaba con mi miembro. A los cinco minutos, escuchamos que el muchacho tocaba la puerta.  Fue entonces cuando acoplándose sobre mí y usando mi verga como silla de montar, la abogada le dio permiso para entrar.

Ni que decir tiene que el crio se quedó acojonado con la escena y solo al cabo de unos segundos pudo reaccionar, trayendo hasta la cama la cuenta para que se la firmara. Queriendo forzar su calentura, dije al empleado que quería  pagar con mi tarjeta y que la agarrara de mi cartera.

Totalmente cortado, el muchacho respondió sin dejar de observar el movimiento de las pechugas de mi acompañante:

-¿Dónde la tiene?

Muerto de risa, contesté  que estaban bajo las bragas chorreadas de la puta a la que me estaba follando. El tipo rojo como un tomate, las cogió con dos dedos y al hacerlo le llegó el aroma a hembra que manaba de ellas. Los gritos de Paulina al saberse observada, así como el modo tan brutal con el que se empalaba, le hicieron preguntar mientras me pasaba el bolígrafo:

  • ¿Le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo? Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.

Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a su deseos pero poniendo en su mano una buena propina, Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina la imagen del vaivén de sus pechos, descojonada me soltó:

  • Eres un cabrón, folla casadas.

Esa salida me hizo gracia y por eso la tumbé sobre las sabanas y sin pedirle opinión, agarré dos de mis corbatas y la até al cabecero con ellas. Muerta de risa y excitada, se reía mientras me preguntaba qué iba a hacerle. La indefensión y saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, la vería en pelotas y atada sobre el colchón, la excitó y más cuando me vio llegar del baño con una maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.

  • ¿Qué vas a hacer?- preguntó intrigada.

Sin hacerla caso, esparcí la espuma por su sexo y mientras le acariciaba su clítoris mojado, susurré en su oido:

-Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.

Exagerando su reacción, intentó liberarse de sus ataduras mientras me rogaba que no lo hiciera. Obviando sus quejas, cogí la guillete y comencé a retirar el antiestético pelo púbico de su coño. Los chillidos de la mujer menguaron a la par que retiraba una porción de la crema de su vulva y con ello, una parte del bosque que cubría su chocho. No queriendo que se enfriara esa puta, le fui dando unos lametazos consoladores sobre cada fracción afeitada, consiguiendo de esa forma que de su garganta brotaran gemidos de placer.

  • Eres un hijo de puta- berreó ya con una sonrisa- ¿Qué voy a decirle a mi marido cuando me vea así?
  • Ese es tu puto problema- respondí lamiendo su coño casi exento de pelos.

Poco a poco, las maniobras sobre su sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndola indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba ese coño.

  • Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en su oreja mientras la mordía.

Su calentura y la imposibilidad de moverse, hizo que la rubia meneando sus caderas me pidieras que la follara pero haciendo oídos sordos a sus deseos, pacientemente terminé de afeitarle el coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras le amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de su marido. Sus gemidos se hicieron gritos cuando cogiendo mi pene, se lo incrusté a su máxima potencia, diciendo:

  • Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho.

La cara de mi abogada fue un indicio del morbo que le daba ser inmortalizada con mi aparato en su interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo mientras  le pellizcaba las tetas. Su expresión de placer indujo a liberar una de sus manos y voltearla sobre el colchón, tras lo cual, la volví a atar mientras le decía:

  • ¿Estás preparada para que te dé por culo a pelo?

Mi abogada tan elocuente otras veces, no respondió y comprendiendo que con su silencio me daba el permiso que necesitaba,  le separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a su ojete, apunté y de un solo empellón se lo clavé hasta el fondo. Su grito se debió de oír hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ella y sin dejar que se acostumbrara a tenerlo campeando en sus intestinos, machaqué sin pausa ese culo mientras la rubia me pedía que cerrara la puerta.

  • Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo su melena y forzando su espalda al tirar de ella.

El dolor y el placer se mezclaron en su mente mientras temía que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de los gritos que ella misma emitía. Después me reconoció que en esos instantes, todo su ser combatía la sensación de sentirse feliz al ser usada como hembra. Durante toda su vida, ella había luchado por hacerse un hueco y de pronto al experimentar el estar indefensa y sometida a mí, había disfrutado como nunca.

Ajeno al discurrir de los pensamientos de la rubia, seguí solazándome en ese trasero y llevando mis manos hasta sus hombros, me afiancé en ellos para incrementar el ritmo con el que la sodomizaba. La nueva postura hizo que la rubia rugiera de placer y dejándose caer sobre el colchón, llegó a su enésimo orgasmo al mismo tiempo que mi pene descargaba su cargamento en el interior de su culo.  Paulina al notar mi explosión en su interior, meneó sus caderas de arriba abajo para ordeñar mi miembro mientras ella disfrutaba como la perra infiel que era de cada una de gotas de mi lefa templando su trasero.

Agotado, me deslicé sobre ella y forzando sus labios con mi lengua, jugueteé con la suya mientras con mis manos estrujaba las dos maravillosas tetas que la naturaleza le había dotado. Su respuesta rápida y pasional me informó que no estaba molesta y que a partir de ese día, Paulina sería mi abogada, mi puta y mi hembra aunque al terminar el día durmiera con el cornudo de su marido….

 

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Relato erótico: «La fabrica 18» (POR MARTINNA LEMI)

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LA FABRICA 18

Sin títuloLo que siguió se me hizo eterno.  Ya no soportaba más los consoladores que tenía insertos tanto en mi boca como en mi cola.  Claramente pude ver cómo, a través de las claraboyas se empezaban a filtrar haces de luz, con lo cual caí en la cuenta de que ya estaba amaneciendo.  El terror, una vez más, se apoderó de mí al pensar en que yo seguía allí; comencé a dar como obvio que el resto de las chicas no se habrían acordado de mí ni de limpiar la fábrica como habían convenido en hacer después.  Se habían olvidado incluso de sus propias compañeras, las cuales seguían yaciendo allí como  bofes; en algún momento, una de ellas se removió y tosió, pero finalmente se acomodó y siguió durmiendo sin siquiera abrir los ojos por un instante.

A medida que los efectos del alcohol y de las drogas iban quedando atrás, fui viendo las cosas más claras aun a pesar de que un agudo dolor de cabeza se sumaba al que ya sentía en la boca y en el trasero.  Uno a uno fui recapitulando los sucesos de la noche anterior y sentí una profunda e indecible vergüenza; quería salir de allí, ser liberada, echar a correr.  No podía creer lo sucedido y, mucho menos, que yo me hubiera dejado varias de las cosas que me habían hecho.  No tenía idea de cómo haría para mirar a Daniel a la cara nuevamente y creo que, peor aún, tampoco de cómo iba a hacer yo misma para mirarme al espejo durante unos cuantos días.  ¿Y cómo volvería a trabajar en la fábrica?: cruzarme otra vez con Evelyn, con las otras chicas, con Rocío o con la “chica cowboy”, con quien si había cruzado diez palabras en  el tiempo que llevaba allí era mucho.

Tales eran los pensamientos que me torturaban la mente al momento en que mis oídos percibieron claramente el sonido de la puerta de entrada al abrirse, más allá del corredor.  Comencé a temblar como una hoja.  ¿Quién podría ser?  ¿Tal vez Hugo?  ¿O Luis, quien tenía a veces por costumbre el quedarse en la fábrica fuera de las horas de funcionamiento de la misma?  Por suerte (o por desgracia) el sonido de varias voces superpuestas y el múltiple taconeo en el corredor me hizo caer en la cuenta de que, quienes en realidad se aproximaban eran, por supuesto, las chicas, que avanzaban en tropel.

“¡Uy, nadita sigue todavía acá! – exclamó Evelyn con un tono de sorpresa que no supe si interpretar como sincero -.  ¡Nos re colgamos!  Jaja…”

“¡Sí, boluda! – agregó otra; creo que Rocío -.  ¡Te juro que ni me acordaba!”

Se percibía en lo festivo del tono general que venían de una salida colmada de excesos y jarana.  Evelyn se acercó a las dos que dormitaban contra la pared y, primero a una y luego a la otra, les aplicó sendos puntapiés a efectos de despertarlas.  Las chicas se restregaron sus ojos, estiraron los brazos desperezándose, bostezaron varias veces y luego, poco a poco, se fueron incorporando.  Alguien me tanteó la cola y, al hacerlo, me hundió un poco más el consolador ya que, con mis movimientos a lo largo de la noche y madrugada,  la presión de la cinta parecía haberse aflojado algo.

“¿Te lo saco o lo llevás puesto?  Mirá que si te gusta te lo dejo, eh…”

La voz, cargada de burla, era la de Rocío.  Me estremecí con horror ante la sola idea de que fueran a dejarme así y sacudí, como pude, la cabeza en señal de negación a la vez que mis ojos se abrían enormes e implorantes.  No puedo explicar el alivio que sentí cuando Rocío me fue quitando, una a una, las vueltas de la cinta de embalar para, luego, proceder a extraer el consolador de mi trasero.  Apenas un momento después hizo lo propio con mi boca y, recién después de eso, me quitó las esposas.

Abrí y cerré las manos varias veces; las tenía tan entumecidas que, a pesar del tiempo que llevaban inmovilizadas, ni siquiera me dolían.  Poco a poco, la sangre fue volviendo a mis arterias y mis músculos saliendo de su agarrotamiento.  Me tomó un rato, sin embargo, el estar más o menos bien como para ponerme en pie nuevamente y, de hecho, permanecí varios minutos sobre el mantel a la espera de que mis músculos volvieran a funcionar en su plenitud; sólo sirvió para la burla:

“No – espetó alguien -; no tenemos más cosas para meterte.  Lo siento.  Va a ser mejor que te levantes”

Las carcajadas coronaron las palabras de quien fuera que hubiese hablado.  Como pude y apoyando mis manos sobre el mantel, me incorporé finalmente y una vez de pie, me sentí, por primera vez en varias horas libre, lo cual, increíblemente, me hizo sentir extraña…

Ya nadie me hostigó; estaba como tácito que la fiesta había terminado.  Por el contrario, y siempre bajo la supervisión de Evelyn, se dedicaron, por lo menos las que se hallaban en condiciones, a poner en orden el lugar tal cual habían anticipado que harían.  Nadie exigió de mí ayuda alguna, por lo cual aproveché para juntar las prendas que pudieran estar tiradas por el piso y me dirigí al toilette; me quité lo que me quedaba de las indecentes ropas que me habían puesto y me di una ducha.  No sé durante cuánto tiempo permanecí bajo el chorro de agua; quería borrarlo todo, no dejar ningún vestigio de una noche tan demencial como la que me había tocado vivir.  Cuando salí, ya otra vez ataviada de un modo más normal, miré hacia todos lados preguntándome por dónde andaría el sereno si es que realmente seguía en la fábrica.  Lo loco del asunto era que ninguna de las chicas sabía nada acerca de lo ocurrido en relación con él.  Fui en busca de Evelyn y la aparté a un costado; me miró con intriga.

“¿Qué pasa, nadita?” – el apodo persistía, aun a pesar de haber quedado atrás el clima de juerga.

“S… señorita Evelyn; es que… algo pasó mientras ustedes se fueron”

Permaneció en silencio y se encogió de hombros; su actitud seguía siendo de no entender.

“Fui… violada” – musité, tratando de no ser oída por el resto.

“¿Qué? – exclamó a viva voz y sin importarle el recaudo que yo había tomado al respecto -.  ¿Qué estás diciendo?”

“Milo… – dije, con vergüenza y mirando de soslayo al resto, quienes, por fortuna, parecían seguir enfrascadas en lo suyo -; el… sereno”

El rostro se le turbó; cerró los ojos y se golpeó la frente.

“¡Ese retardadito! No te puedo creer… Te juro que no pensé en él.  ¿Y qué te hizo?”

“Lo que… dije.  Me… violó.  Aprovechó que yo estaba esposada sobre la mesa y…”

“Vaya a saber  qué cuerno se le cruzó por la cabeza; es muy especial: ya antes se notó que te quería coger.  ¡Qué estúpida fui!  Entre tanto alcohol, no pensé en nada…”

 Al menos, parecía compungida y hasta apesadumbrada por el hecho de haberme dejado allí de esa forma; era un buen indicio.  Apoyó las manos sobre sus sienes y las estiró con los dedos en una actitud que parecía mezclar arrepentimiento y cavilación.  Asintió varias veces, como si su cabeza estuviera dándole vueltas al asunto.

“Bueno… – dijo finalmente, en tono llano -; quedate tranquila: voy a hablar con Hugo.  Podés estar segura que desde el lunes Milo no trabaja más acá”

Todo mi rostro se retorció en una mueca de incomprensión.  Otra vez lo mismo: el despido o la renuncia parecían ser las únicas soluciones posibles allí dentro.

“¿Estás hablando de… echarlo?” – pregunté, turbada e incrédula al punto que ni siquiera registré que había tuteado a Evelyn; ella, por fortuna, tampoco se percató: su mente estaba, definitivamente, en otra cosa.  Y, en algún punto, estaba obvio que lo que quería salvar era su propia ropa pues había sido suya la idea de dejarme allí, en la planta, esposada, desvalida y en manos de un deficiente mental.

“Y… digamos que sí – respondió ella, encogiéndose de hombros con absoluta naturalidad -.  ¿O vamos a dejar que siga en la fábrica?  Es absurdo y hasta sería peligroso para vos… y para las demás chicas.  No podemos tener un violador acá dentro; por lo tanto creo que lo más lógico es…”

“¡Precisamente! – protesté airadamente y levantando, sin querer, el tono -.  ¡Me violó!  ¿Van simplemente a despedirlo?”

“No te entiendo, linda”

“`¡Me violó!  ¡Tiene que ir preso!”

“Eso ya es algo que corre por tu cuenta – dijo, siempre con su voz átona y volviendo, por enésima vez, a encogerse de hombros -.  Si querés hacer una denuncia penal contra él, estás en tu derecho, pero no te lo recomiendo…”

Déjà vu.  Parecía repetirse el diálogo que, en su momento, había tenido con Luis.  Sin embargo, estaba para mí claro que había circunstancias que hacían diferente el contexto; por sobre todo, el hecho de que en aquel episodio ocurrido con el operario fuera de hora, yo apenas había comenzado a ser penetrada y no había existido eyaculación: esta vez… era enteramente diferente.  Qué extraño y paradójico resultaba pensar que el responsable de que aquella vez mi violación no se hubiera consumado era, ahora, mi violador. 

“A ver: vamos por partes y pensémoslo fríamente – continuó Evelyn mientras comenzaba a enumerar con los dedos -: en primer lugar, vas a denunciar un hecho de violación ocurrido durante tu fiesta de despedida y en tu lugar de trabajo; segundo: las pericias van a arrojar que, en esa noche, más de un tipo te estuvo visitando la conchita – bajó un dedo hacia mi vagina y mi rostro no pudo menos que enrojecerse al recordar la montada del stripper, a la cual yo, aunque inducida, me había sumado más que gustosa -; tercero: vas a plantear una denuncia contra alguien que padece un cierto retardo mental y que, como tal, será, casi con seguridad, declarado inimputable”

Cuando terminó de exponer sus razones, permaneció durante un rato mirándome fijamente, levantada su ceja izquierda y extendido aún el dedo mayor con el cual había enumerado el tercer punto: muy gráfico el gesto.  Lo peor de todo era que su exposición había sido impecable e incluso, para mí, sorprendente: no imaginaba a Evelyn manejar esos aspectos técnicos y legales con tal soltura; de hecho, su argumentación sonó tan cerrada y sin fisuras que llegué a pensar si lo ocurrido con el sereno no habría estado ya en sus cálculos y, como tal, no tendría ya preparada una respuesta.  ¿Qué si no había sido realmente un olvido?  ¿Cómo podía yo saber que ella no me había dejado allí deliberadamente a sabiendas de que sucedería lo que finalmente sucedió?  Aunque ya no llevaba puesto el disfraz de diabla, juro que en ese momento le volví a ver cuernos, capa y tridente.

Tragué saliva; la garganta se me hizo un nudo y bajé la cabeza mientras se me nublaba la vista.  Una cosa quedaba en claro: más allá de los posibles pasos legales y de la viabilidad de los mismos, yo no podía seguir trabajando en la fábrica…

“Evelyn… – balbuceé -.  S… señorita Evelyn, perdón: creo que… voy a presentar mi renuncia”

Yo no aprendía más.  Porque, al decir eso, lo hice con la esperanza de que ella me tomase por los hombros o me abrazase para disuadirme de renunciar.  Nada más lejos de eso.

“Es tu decisión, nadita.  No puedo impedírtelo” – dijo.

¿Y qué esperaba yo? Después de todo, ella siempre me había querido fuera de la fábrica y las cosas no tenían por qué haber cambiado aun cuando, a veces, yo había llegado a pensar que sí.  Ni la violación que yo había sufrido ni la culpa que, real o no, ella pudiese sentir al respecto, venían a cambiar nada realmente: no en ella, quien, casi con seguridad, había tenido siempre en mente el objetivo de conseguir mi alejamiento de la fábrica.  Otra vez los sentimientos encontrados aguijonearon mi interior.  Quizás no sería lo mejor renunciar, después de todo.  Aun estaba pendiente lo de Luis  a pesar de que, con el correr de los días, se había ido presentando como cada vez  más improbable.  Y, por otra parte, estaba también la cuestión de ese encuentro en el hotel de capital del cual Evelyn misma me había hablado; no faltaba tanto para eso y podía ser una excelente oportunidad de que me conocieran de otras empresas y así poder cambiar mi destino laboral: la propia Evelyn lo había dicho.  ¿Por qué no valerme, entonces, de la herramienta que ella misma había puesto a disposición?  Aun cuando, de un modo u otro, se terminara saliendo con la suya y lograra alejarme de la fábrica, había una diferencia entre hacerlo con una mano atrás y otra adelante y hacerlo con la frente más o menos en alto y yendo hacia algo mejor.

“Voy a… pensar seriamente qué hago” – dije, finalmente, imprimiendo a mi voz un tono de dignidad que, ya para esa altura, resultaba casi irrisorio.

Si esperé que mis palabras fueran a producir en su rostro algún deje de decepción, me equivoqué o, al menos, zorra como era, no lo demostró.  Una vez más, me equivoqué al prever su reacción: por el contrario, se sonrió, me tomó por el mentón a efectos de levantar mi mirada hacia la suya para luego, esta vez sí, tomarme por los hombros.

“Se va a respetar tu decisión, nadita – me dijo -.  Ahora, volvamos a nuestras casas y tratemos de no pensar demasiado en este desagradable incidente al cual no vamos a permitirle empañar tu despedida.  Es un  error quedarse sólo con el final de la película; la pasamos genial anoche, ¿o no?”

Durante el fin de semana no pude hacer otra cosa que pensar y repensar los sucesos de esa noche.  No caía aún en la cuenta de haber sido parte (y central) de un desquicio semejante.  Originalmente había pensado en salir con Daniel el sábado para aplacar un poco los ánimos luego de haber yo decidido, en contra de su deseo, ir a esa despedida; la realidad, sin embargo, era que no podía.  Quería, por un lado, estar con él y pedirle disculpas por haber ido pero, por otro, no podía mirarlo a la cara ni aun en el supuesto caso de que, como yo quería creer, no estuviese al tanto de nada de lo sucedido en la fábrica esa noche.  De hecho, hablamos sólo por teléfono y, a pesar de que él insistió en venir a casa o en pasarme a buscar, no accedí.  Ello, desde luego, sólo aumentó los resquemores y las desconfianzas, pero aun sabiendo que era así, yo no podía hacer nada: sólo quería estar en casa, sola en la cama, abrazada a mis piernas recogidas y pensando (era inevitable) en lo ocurrido.

Lo más difícil de digerir era el tener que regresar a la fábrica el lunes.  ¿Volver a ver a esas chicas a los rostros nuevamente?  ¿Luego de lo que me habían hecho, incluso algunas con las cuales prácticamente no tenía relación?  Y por otra parte, me desvelaba lo del sereno.  Era una absoluta locura pero, aun cuando yo misma había pensando en hacerle una denuncia penal por violación, paradójicamente me provocaba lástima su situación y la inminencia de su despido… ¡Hasta me provocaba culpa!  Suena demente y lo sé, pero mi cabeza estaba ya bastante trastocada y confundida para ese entonces, a lo que había que sumar que el pobre Milo era, después de todo, un deficiente mental y, como tal, se hacía harto difícil tratar de ver las cosas del modo en que él las habría visto: quizás, como especulé en algún momento, considerara él que yo tenía una deuda no pagada tras haberme salvado en la planta aquel día en que fue a buscar a Luis; o tal vez, al verme maniatada e inmovilizada sobre el mantel, lo tomó sencillamente como un regalo que las chicas le habían dejado y  en el cual, incluso, hasta podía caber en su mente la posibilidad de que yo misma participase voluntariamente de tan especial presente; o quizás, simplemente, su calentura obnubiló su poca razón, al punto que su instinto más bajo y animal no le permitió pensar con claridad y simplemente… me cogió. 

Llegó el lunes y tuve que ir a la fábrica; llegué tarde y supongo que mi retardo fue consecuencia del querer dilatar, indefinidamente  el momento.  Me llevó Daniel y, durante el camino, sólo nos cruzamos algunas palabras muy parcas.  Ni siquiera le pregunté hasta qué hora había permanecido apostado en la puerta de la fábrica en la noche del viernes o si había llegado a ver retirarse a Flori; hacerlo, claro, sería poner en evidencia que, de algún modo, lo estuve vigilando.  Tampoco él me preguntó demasiado al respecto, ni en el auto ni durante las conversaciones telefónicas que habíamos sostenido durante el fin de semana; si lo hacía, era él quien se echaba tierra encima por haber permanecido en vigilia.

Pero lo peor fue mirar a las chicas a sus rostros pues, inevitablemente, me vi obligada a bajar la vista al piso y, en todo caso, avanzar por entre los escritorios arrojándoles muy fugaces y esporádicas miradas de soslayo, a la vez que saludaba de un modo frío y casi obligado: no era que mi modo de saludar trasuntase resentimiento u odio, sino más bien vergüenza; mi actitud era esquiva, huidiza. Había, durante todo el camino en auto, tenido intriga acerca del modo en que irían ellas a reaccionar y, en ese sentido, pude advertir y discernir tres actitudes bien diferenciadas: estaban las que me miraban con sonrisitas entre pícaras y burlonas, estaban las que desviaban los ojos avergonzadas como si ellas mismas quisieran borrar lo sucedido en la noche del viernes y, por último, las que no demostraban absolutamente nada sino que se comportaban del mismo modo en que lo harían cualquier otro día: para mi sorpresa, Rocío estaba entre ellas (la hubiera imaginado en el primer grupo).

Apenas llegué a mi escritorio y sin que siquiera me hubiese llegado a sentar, apareció Evelyn; venía claramente desde su oficina, lo cual evidenciaba que ya estaba en la fábrica y, como tal, yo había llegado bastante tarde, sobre todo considerando que era ella quien se tomaba para sí el privilegio de llegar algo más tarde que las demás.  Al verla, supuse que venía para darme una reprimenda en ese sentido, pero, al menos sus primeras palabras, no apuntaron a eso.  Casi no saludó; yo lo hice pero ella no respondió, salvo con un ligerísimo asentimiento de cabeza.

“Ya está hablado el tema con Hugo – me dijo, sin preámbulo alguno  -.  Milo ya no es empleado de la fábrica”

La noticia, que debería haberme traído alivio, me produjo, por el contrario, un nudo de culpa en el pecho y supongo que ello se evidenció también en la expresión compungida de mi rostro.

“¿Lo… despidieron?” – pregunté, en un tono de voz muy débil.

“Así es”

“Y… ¿con qué argumento?”

“Robo”

Sentí una estocada; achiné los ojos y sacudí la cabeza mientras mi rostro se contraía en una mueca de incomprensión.

“Pero… eso no es cierto” – señalé.

“Si es cierto o no, es lo de menos”

“Él puede defenderse legalmente”

“Es un retardado, no te olvides”

Yo no podía creer el tono frío con el cual Evelyn hablaba: todo su semblante era, de hecho, hielo puro.

“Aun… siendo un retardado, en fin, un buen abogado puede…”

“Ya está todo previsto – me interrumpió -.  Le hemos puesto algunas cosas muy estratégicamente en su casillero”

Bajé la vista con incredulidad; no podía creer lo que estaba oyendo: se había cometido una absoluta injusticia y yo me sentía parte de ella de alguna manera.  Quedé sin palabras.

“¿Qué te pasa? – me preguntó Evelyn alzando una ceja y mirándome de soslayo -.  ¿Acaso no estás feliz de que nos hayamos librado de él?  ¿O será que te gustó tanto que ahora lo extrañás?”

La frase fue, desde ya, hiriente, y Evelyn, además, la pronunció en voz alta y sin el menor cuidado de no ser oída.  Un par de risitas se escucharon por detrás  y pude reconocer a una de ellas como de Rocío.  Nerviosa, negué con la cabeza.

“Ah… – dijo Evelyn, ensayando, por primera vez, una leve sonrisa -: menos mal; me habías preocupado.  A propósito: de nada, eh”

Qué sarcástica llegaba a ser.  La miré con mis ojos al borde del sollozo y con el labio inferior temblándome.

“G… gracias, seño… rita Evelyn” – tartamudeé.

Asintió de manera aprobatoria mientras la sonrisa se ampliaba en su rostro: no rezumaba simpatía sino más bien severidad e incluso desconfianza.  Permaneció mirándome unos instantes mientras se marchaba.

“Llegaste tarde – me dijo cuando ya se había alejado algunos pasos y elevando aún más el tono de su voz, de manera deliberada -.  Vas a quedarte a hacer una hora extra después”

Había sido iluso de mí pensar que se le había pasado el detalle o que, directamente, no le daría importancia; muy por el contrario, sólo esperó el momento adecuado para humillarme una vez más ante todas.  De hecho, yo había llegado treinta y cinco minutos tarde, no una hora, pero… no tenía sentido objetar nada.

“Es… tá bien, s… señorita Evelyn” – balbuceé.

Volví la atención a mis cosas; tomé asiento finalmente.  Aún no había saludado específicamente a Floriana, quien se hallaba al escritorio contiguo, sino que la había incluido en un saludo muy general y para todas.  Le pregunté cómo estaba y me respondió con un muy parco “bien”; si hubo alguna sonrisa, fue muy imperceptible.  Había que entenderla en parte: lo ocurrido era, para ella, tan incómodo como para mí y seguramente hasta sentía algo de culpa ya que, si bien la despedida no había sido una idea de ella, sí la había avalado de algún modo y hasta se había sumado a ella.  Yo moría de intriga por saber si Daniel la habría visto al salir de la fábrica o si habrían cruzado palabra.  Se me hizo difícil preguntar, pero lo hice:

“Flori, el… viernes, cuando te fuiste…”

“Daniel me llevó a casa” – me cortó ella, no secamente pero sí como si no tuviese muchas ganas de hablar la cuestión.

La respuesta me descolocó por completo.

“¿Te… llevó?” – pregunté.

“Sí.  Sabés que no me gusta andar de noche en la moto.  Y no podía pedirle a ninguna de las chicas que me llevara porque estaban todas muy entretenidas con la fiesta” – fue la lacónica respuesta de Floriana, quien no me miraba a los ojos sino que se mostraba esquiva, con la vista fija en su monitor.

La noticia, por supuesto, no pudo menos que sorprenderme ya que Daniel no me había comentado nada pero, claro, no habíamos hablado nada al respecto y no había existido, por lo tanto, el contexto ideal para hablarlo.  Mi sorpresa, de todas formas, se vio rápidamente reemplazada por el terror: si Daniel había alcanzado a Flori a su casa en el auto, ello significaba que habían tenido tiempo de sobra como para hablar de lo sucedido en la despedida y no era loco en absoluto pensar que él debía haberla sometido a un exhaustivo interrogatorio.

“Flori… – comencé a decir tímidamente -.  ¿Daniel te preguntó algo sobre…?”

“No quiero hablar de eso” – volvió a cortarme, esta vez sí con bastante sequedad.

La desconocía.  Parecía otra. 

“P… perdón, Flori, es que…”

“Quedate tranquila – me espetó, dirigiéndome la mirada por primera vez -. No le conté detalles.  ¿Está?”

El gesto de su rostro y el ademán que hizo con la mano fueron lo suficientemente conclusivos como para dar por terminada la cuestión; estaba bien claro que mi insistencia sólo le irritaría.  Aun así me quedaban, desde luego, montones de dudas zumbando en la cabeza.  ¿A qué llamaría Flori “detalles”?  ¿Qué tanto era lo que realmente le había dicho a Daniel?

Para no seguirme torturando, decidí concentrarme en mi trabajo aun cuando fuera difícil.  Pero al encender mi computadora, me encontré con una nueva y fulminante sorpresa: mi fondo de pantalla había cambiado y la verdad era que yo no lo había hecho.  La imagen parecía tratarse de una foto tomada con muy poca luz, lo que me obligó a aguzar un poco la vista para poder apreciar los detalles.  Una vez que lo hice, mi rostro se tiñó de horror.  En la imagen de fondo de pantalla estaba yo: chupándole la cola a un stripper mientras era penetrada por detrás por otro…

Fue tanto el estupor que hasta dejé escapar un gritito.  Levanté la vista hacia el resto, tratando de descubrir si había alguna que estuviera, en ese momento, prestándome especial atención o bien que sonriera por lo bajo, pero nada… Cada una de ellas seguía atenta a su trabajo y se comportaba como si nada extraño ocurriese: había que sacar la conclusión de que había un pacto de silencio entre ellas o bien la autora de la broma de tan mal gusto sabía bien cómo permanecer en las sombras… Sentí rabia, mucha rabia: crispé los puños y los estrellé contra mi escritorio pero, acto seguido, me aboqué a la tarea de volver a cambiar mi fondo de escritorio.  Era tanta mi prisa por hacerlo que cometí el error de no revisar antes cuál era la ubicación del archivo, razón por la cual, una vez cambiado, ya no había forma de determinar en dónde estaba guardado el mismo.  Habría, seguramente, alguna forma de revisar los fondos de pantalla anteriores pero, a decir verdad, no era tanto mi conocimiento al respecto.  En cuanto a la tarea de buscar, carpeta por carpeta, hasta dar con el archivo, se presentaba como larga y engorrosa, razón por la cual opté, finalmente, por tratar de abstraerme lo más posible del asunto y dedicarme a mis tareas de lunes…

Temiendo que alguien volviera a colocarme la misma fotografía como fondo de pantalla, cambié la contraseña de acceso a mi computadora y, además, me propuse cuidar de llegar temprano al otro día y los que siguieran.   Floriana apenas me habló durante la jornada laboral, sólo lo mínimo y siempre en relación con el trabajo: no daba impresión de estar enfadada conmigo, más bien lucía incapaz de manejar la incómoda situación.  Con el resto de las chicas ocurrió algo parecido y, por mucho que me esmerara, no podía descubrir en el semblante de ninguna a la culpable de la pesada broma del fondo de pantalla. Ese día, cuando me quedé a hacer la hora extra que me había impuesto Evelyn, no vi al sereno, lo cual, una vez más, me produjo culpa.  No había rastros de que hubieran ya designado a alguien pero se veía movimiento cerca de la oficina de Luis a la cual, de hecho, Floriana estuvo yendo varias veces antes de retirarse definitivamente, la última unos veinte minutos después de la chicharra de salida.  Vi pasar  en un momento a la escultural Tatiana, quien, como siempre, me dedicó una de sus miradas llenas de lascivia.  No dejaba de llamarme la atención que, habiendo ocurrido algo tan grave como una violación, ni Luis ni Hugo me hubieran convocado a oficinas para hablar sobre lo sucedido o, cuando menos, para manifestarme su apoyo.  Cierto era que lo mismo había ocurrido en el día posterior a aquel ataque que sufrí en la planta, pero… esta vez era distinto y más grave.

Cumplida la hora que Evelyn me impuso, me apresté a tomar mis cosas y retirarme de allí cuanto antes; ya había avisado por celular a Daniel que viniera una hora más tarde, pero en el preciso momento en que estaba por marcharme, Tatiana se presentó a mi escritorio con su característico paso sensual y sonrisa insinuante:

“Dice Luis que quiere verte” – me dijo, amablemente.

Era la primera vez que la veía comportarse como si fuera parte del personal e, incluso, llegué a pensar si Luis no la habría, finalmente, designado.  Seguí su cadencioso paso hacia la oficina y debo decir que me era casi imposible despegar la vista de ese magnífico trasero que movía con tan provocador contoneo.

“Soledad – me saludó Luis apenas entré -; tome asiento, por favor…”

En lugar de ello, permanecí de pie con las manos entrecruzadas por delante.

“Es que… mi novio me espera en el auto – me excusé -; no puedo quedarme por mucho tiempo”

“Ah, claro, entiendo, entiendo… Bien, quería decirle que… nos hemos enterado de lo ocurrido en la noche del viernes en la planta y… lamentamos profundamente el incidente”

¿Incidente?  ¡Dios, me habían violado!  Traté, sin embargo, de no replicar nada al respecto y, más bien, apunté al hecho de que él había hablado en plural:

“¿Nos hemos enterado? – pregunté, tratando de mantenerme serena -.  ¿Quién más?”

“Su jefe, por supuesto”

“¿Hugo?”

“Hugo”

Había en mi pregunta una ironía que me dio la sensación de que él no captó: ya no se sabía bien quién era mi jefe desde que la puta de Evelyn había, inesperadamente, tomado tanto poder dentro de la fábrica.

“Ah… – asentí, con sarcástico aire distraído -.  A mí no me dijo nada…”

“Ya lo hará, no tenga duda – me dijo -, pero pierda cuidado que ya nos hemos encargado de que ese sereno no trabaje más en la fábrica”

Tuve que reprimir un impulso de rabia.  Ya Evelyn me había explicado el tongo que habían armado para dejarlo fuera de la empresa y me seguía sonando injusto.  El pobre Milo había sido, después de todo, empujado a hacerme lo que me hizo y aun cuando Evelyn se desentendiera del asunto, ella era la principal responsable al avalar que las demás me dejasen esposada y encintada en la planta mientras salían de juerga.  Pero, ¿estaba en condiciones yo de plantear eso?  Y, por otra parte, no podía dejar de preguntarme cuánto, realmente, sabría Luis acerca de los sucesos de esa noche o cuánto le habría dicho Evelyn a Hugo ya que daba por descontado que la información había llegado a Luis intermediada de esa manera.

“Sí, señor Luis – dije -.  Ya algo me dijo Evelyn al respecto y… lo agradezco”

“Por otra parte, Soledad, me veo en la obligación de preguntarle: ¿sigue vigente su ofrecimiento?”

Sensaciones encontradas.  Por un lado me irritó profundamente el brusco cambio de tema: estábamos hablando de un episodio de violación y, sin embargo, parecía tratarse de un detalle burocrático.  Pero, por otra parte, yo había esperado con ansias que Luis me diera algún indicio con respecto a aquella idea mía de entrar a trabajar en su empresa y así poder renunciar a la de Hugo o, mejor dicho, a la de Evelyn.

“¿Ofrecimiento?…” – pregunté, fingiendo no entender.

“Si, Soledad, ¿recuerda que me habló acerca de la posibilidad de entrar a trabajar para mí?”

“Ah, sí – me hice la tonta -; lo recuerdo, señor Luis.  ¿Decidió finalmente nombrar un reemplazo para Evelyn en el puesto que dejó vacante después de renunciar?”

“En realidad no – me respondió, convirtiendo así mi rostro en un signo de interrogación -; creo que nos hemos arreglado bastante bien distribuyendo el trabajo que hacía Evelyn entre el resto de las chicas.  No le veo tanto sentido a designar un reemplazo, sobre todo en un período en el cual las ventas… se han contraído un poco; es momentáneo y espero que repunten pero, al menos de momento, no quiero contar con más personal del que tengo”

Asentí, decepcionada.

“Entiendo, señor Luis, pero entonces… no termino de entender en dónde entro yo o por qué me pregunta si recuerdo mi ofrecimiento”

“Es que hay otra chica que se va… O, al menos, eso es lo que parece: falta confirmación”

Ahora sí entendía todo.  Quería mantener la misma cantidad de empleados que tenía y por eso decidía no tomar reemplazo para Evelyn, pero no se podía dar el lujo de perder otro.

“Ah, está bien – dije, y busqué reprimir una sonrisa que pudiera evidenciar la alegría que sentía por dentro ante la perspectiva de escapar de las garras de Evelyn -; le… agradezco que haya pensado en mí”

“Por el contrario, Soledad, creo que no podemos pensar en alguien mejor… y Tatiana estuvo de acuerdo” – miró a su blonda novia y ella, a su vez, me dedicó una de sus sensuales sonrisas de oreja a oreja.  Al parecer, Luis la tenía en cuenta y la consultaba al decidir; es increíble el poder que tienen las mujeres para, a la larga, inmiscuirse en el ámbito de trabajo de sus hombres y terminar, incluso, siendo parte de sus decisiones.

Me disculpé y volví a recordarles que mi novio me esperaba en el auto; al girar, me topé nuevamente con Tatiana, quien me tomó por la cintura.  Al tener aquellos carnosos labios frente a los míos, se me hacía difícil pensar en no besarlos.

“¿No quiere divertirse un poco con Tatiana después de tanto malo rato vivido en esta fábrica?” – preguntó Luis a mis espaldas, desde su escritorio.

Qué cerdo era.  Lo que quería era pasarla bomba y masturbarse viéndonos a nosotras dos; o quizás terminar cogiendo a alguna de ambas, como la última vez.  No sería raro, incluso, que tuviera en mente, darme ahora la cogida que no me dio ese día.  La propuesta, de todos modos, no dejaba de ser tentadora; creo que de todos los ofrecimientos que pudiesen hacerme dentro de esa fábrica, el revolcarme con Tatiana era, a todas luces, el más difícil de resistir.  Pero yo, poco a poco, iba ganando experiencia y no sólo en cuanto a mi trabajo propiamente dicho sino también en cuanto a los juegos que allí se tejían internamente en la red de relaciones y de poder.  Decidí jugar un as de espadas:

“Lo siento – dije, con tono frío y átono -.  Mi novio me espera en el auto y no quiero problemas a tan pocos días de mi casamiento.  Pero le pido paciencia, señor Luis: puedo prometerle que en cuanto esté trabajando a sus órdenes, nos va a tener a Tatiana y a mí a su entera disposición”

Era una forma de presión, claro.  Yo estaba jugando mi propia estrategia: si él tenía tanta necesidad de satisfacer sus necesidades de voyeur con nosotras, me era útil que sintiera condicionamientos al respecto.

“De cualquier forma recuerde que no es algo seguro – se apresuró a aclarar -; recién hacia el final de esta semana podremos tener alguna…”

“Cuando eso ocurra y yo esté trabajando para usted, señor Luis, Tatiana y yo seremos enteramente suyas.  ¿O no?”

Al decir esto, guiñé un ojo a la rubia beldad, quien me devolvió el gesto.  Ignoro cómo lo tomó Luis a mis espaldas pero yo estaba plenamente decidida a no darle un solo espectáculo más a menos que tuviera sentado mi culo en su empresa.  Besé a Tatiana en los labios y, honestamente, me costó despegarme; hubiera seguido besándola por largo rato.

“Hasta prontito, Tati – le dije -.  Y hasta pronto, señor Luis”

Hasta el saludo escogí cuidadosamente, pues no dije “hasta mañana”, lo cual le daba sutilmente a Luis el mensaje de que ya no iba a venir corriendo hacia él a menos que fuera su empleada.  Me felicité por mi jugada y, por primera vez, me retiré de la fábrica con un cierto aire de triunfo…

Me carcomía, desde luego, la curiosidad por saber qué habían hablado entre Daniel y Floriana esa noche; ella había hablado de “detalles”.  ¿A qué se refería exactamente?  Se me complicaba, desde ya, retomar el tema y preguntarle a Luis; por dos razones: en primer lugar porque si yo demostraba mucho interés en el asunto, bien podía inculparme a mí misma con tanta insistencia; en segundo lugar, a Daniel, ya para esos días, se lo veía tan enfrascado en las cuestiones relacionadas con la ya próxima boda que me pareció que escarbar en el asunto iba a contribuir a reflotar resquemores y suspicacias que él parecía, al menos de momento, haber olvidado o dejado de lado.

Traté de tranquilizarme a mí misma diciéndome que si realmente Daniel sabía algo (o por lo menos los detalles más jugosos de la despedida sin contar mi violación) ya lo habría manifestado y, de no ser así, se hacía difícil imaginarlo tan entusiasmado con el casamiento como se lo veía.  Una duda, sin embargo, me carcomía el cerebro e iba más allá de lo que él realmente supiese o no supiese: no podía olvidarme de la mofa de las chicas, quienes habían sugerido incluso que había algo entre Daniel y Floriana y que eso explicaba que se hubieran ido juntos como ellas suponían (acertadamente, veía ahora) que había ocurrido.  Pero… ¿Daniel traicionarme con Flori?   Era todo un ejemplo de novio fiel e iba camino a demostrarlo también como esposo.  Y de igual modo, ¿Flori traicionarme con Daniel?  Era mi mejor amiga y nunca lo haría, así que busqué alejar por todo y por todo tales pensamientos de mi cabeza.

Traté, en esos días, de pensar exclusivamente en la boda, aun cuando no fuera fácil.  Me dediqué, de hecho, a la mudanza, ya que, una vez casados, nos instalaríamos a vivir en lo que hasta ese momento era el domicilio de soltero de Daniel.  A veces él me ayudaba, pero otras me encargaba, por mi cuenta, de llevar, algunas cosas no tan pesadas, lo cual implicaba las más de las veces tener que pagar un taxi.  Fue, justamente, en una de esas oportunidades, mientras acomodaba algunos de mis bártulos en lo que sería en algunos días más nuestra casa, que me dio por mirar por una de las ventanas hacia la calle y el corazón se me paró a la vez que un helor me recorrió la espalda.  Bien podía ser mi imaginación o el hecho de que mi cabeza estaba recargada de cosas, pero me dio la impresión de que alguien me miraba desde atrás de un árbol y que se escondió apenas notó que yo lo estaba mirando.  Pero si ya de por sí tal escena era para inquietar a cualquiera, lo que más me aterró fue que, durante el breve instante en que llegué a ver su rostro, me dio la impresión de que era… Milo.

Con espanto, me llevé la mano a la boca.  ¿Era posible que fuera él?  ¿Me habría seguido hasta allí?  ¿Tendría alguna intención de venganza por lo ocurrido?  Quedé, durante algún rato helada y a la espera de que volviera a surgir de atrás del árbol, pero nada… ¿Me estaría mi paranoia jugando una mala pasada?  Había dejado mi celular cargando en la cocina así que, en caso de llamar a Daniel, no tenía más remedio que ir hacia allí y, por lo tanto, dejar de vigilar el árbol.  Pero la idea de tener a un psicópata en las cercanías de mi futuro domicilio terminó siendo más fuerte que mi intención de montar guardia, así que fui en busca del celular y volví hacia la ventana lo más rápido que pude.  Una nueva duda me asaltó la mente: ¿llamarlo a Daniel?  ¿Era lógico?  Si, realmente, quien se hallaba espiándome era Milo, ello sólo serviría para que Daniel perdiera el control e hiciera cualquier locura; peor aún: sería inevitable que, en cuanto comenzara a hacer investigaciones al respecto, saltara la historia de lo ocurrido en la fábrica, eso mismo que yo me había esforzado en ocultar. 

Opté, por lo tanto, por llamar a la policía y, en todo caso, nada diría a Daniel, quien no llegaría hasta dentro de algunas horas.  La policía llegó y, a pedido mío,  no sólo revisaron detrás del árbol sino que escudriñaron prácticamente todo el vecindario, lo cual incluso puso en alerta a los vecinos: mala noticia, pues bien podía significar que luego le preguntasen a Daniel qué había ocurrido.  Pero lo llamativo del asunto fue que no hallaron nada: ni detrás del árbol ni en ningún lado.  Con preocupación, me puse a pensar si no estaría enloqueciendo aunque, claro, también cabía la posibilidad de que Milo, o quien fuese que estuviese espiándome, se hubiera puesto en fuga apenas yo fui en busca del celular.  Ya no habría forma de saberlo…

Por supuesto que Daniel se enteró: bastó que se bajara del auto para que una vecina, con aparente rostro de preocupación, se le fuera al humo para preguntarle si había ocurrido algo.  Así que cuando, un momento después, Daniel me preguntó al respecto, entendí que lo mejor era decirle la verdad: que había creído ver a alguien espiándome desde atrás de un árbol; no dije, obviamente, que creía haber visto a Milo…

En un primer momento, Daniel se mostró preocupado al respecto e, incluso, salió a hacer una ronda de escrutinio aun cuando la policía ya la había hecho.  Al volver, parecía algo más calmado y, si bien me insistió en que tuviera cuidado y mantuviera la puerta siempre cerrada, desdeñó el asunto e incluso aventuró que, de seguro, habría sido algún adolescente pajero.  El incidente, por suerte, fue olvidado rápidamente y mi cabeza volvió a la boda.

No me atreví, en esos días previos, a comentarle a Daniel acerca del ofrecimiento que me había hecho Evelyn para participar del evento en el hotel y que justo afectaba los días en que habíamos programado pasar nuestra “luna de miel” en el country de Pilar.  Pero lo cierto era que la fecha se aproximaba y la oferta me tentaba, con lo cual cuanto más tarde le comentara el asunto, sería peor.  Opté, por lo tanto, por buscar alguna otra excusa: le dije que en el trabajo no me daban los días por no tener aún la suficiente antigüedad (era cierto que no me correspondía pero la realidad era que ya estaba todo negociado y que el propio Hugo me había concedido una semana); protestó, desde ya, pero le dije que escapaba a mis manos y que no podía hacer nada al respecto.  También me sirvió reflotar el incidente ocurrido con el espía y con la policía, pues argüí era un peligro  dejar la casa sola cuando todo el mundo sabía que nos íbamos; deslicé incluso la posibilidad de que nos estuvieran espiando la casa con fines de robo y eso pareció convencer más a Daniel que lo de la falta de permiso en el trabajo.  Quedamos, por lo tanto, en posponer nuestra luna de miel para dentro de unos meses, cuando estuviéramos más asentados y yo gozara en mi empleo de la antigüedad habilitante.

Fue todo un tema repartir las invitaciones para la fiesta.  Debía seleccionar cuidadosamente a quién invitar y, de hecho, compañero de trabajo en la fábrica no es, necesariamente, sinónimo de amigo.  Sin embargo, mis culpas no dejaban de jugarme en contra: era más que obvio que yo no tenía, por ejemplo, la mínima gana de invitar a Evelyn o a Rocío, o incluso a la “chica cowboy”, o a tantas otras que, si bien habían estado presentes en la despedida, la realidad era que cambiaban apenas unas pocas palabras conmigo durante la semana; pero, por otra parte, yo no podía dejar de pensar en todo lo que ellas habían visto e incluso en las fotografías y tal vez filmaciones que tendrían en su poder.  No se había hablado nada sobre eso, pero yo daba por sentado que había un pacto no escrito al respecto; se supone que lo que ocurre en las despedidas de solteras muere allí, en las que participaron.  Evelyn debía, seguramente, haberles dado “instrucciones” al respecto y, aun de no ser así, muchas de esas chicas tenían novios o, incluso, maridos: mal podían tener interés en que se conocieran los pormenores de una fiesta de la cual ellas también habían participado.  No obstante, pensé que una de las formas de “comprar” su silencio era invitándolas a la fiesta; y si no servía para comprarlo, peor perspectiva era la que se cernía sobre mí en caso de no invitarlas ya que, por resentimiento o por venganza, ellas podían, si querían, destruir mi vida completa en apenas cuestión de segundos con sólo un malicioso “clic” en alguna de las redes sociales.

Así que, haciendo de tripas corazón, les repartí las invitaciones una a una sin marginar a nadie y no puedo poner en palabras la repulsión que sentí cuando Rocío tomó la tarjeta y me agradeció con una sonrisa; Evelyn hizo lo mismo, desde ya, pero su cinismo ya me tenía más acostumbrada.

¿A quién más había que invitar?  Pues a Hugo, desde ya.  A Luis y, por ende, a Tatiana, a quien debía cuidar de no mirar mucho durante la fiesta para que Daniel no desconfiara de mi sexualidad. ¿Al idiota de Luciano?  Lo pensé largo rato pero, finalmente, le dejé invitación apenas lo crucé por uno de los pasillos y tuve el suficiente veneno como para dejarle una para su hijo y otra para su esposa, fingiendo no saber de su separación.  Puso cara de pocos amigos y las aceptó; intentó sonreír pero no lo logró: apenas se le dibujó un insulso estiramiento de labios.

Una vez que hube terminado de repartir las invitaciones, no pude evitar pensar en mi boda como una especie de orgía “light”: estarían allí mis dos “jefes”, a quienes yo no sólo les había mamado la verga sino que además a uno de ellos hasta le había lamido el culo, en tanto que al otro le brindé más de un espectáculo de lesbianismo; estaría también el hijo de uno de ellos, ese mismo que tanto placer me había entregado al masajearme la cola y luego estrenármela de un modo que me había marcado para siempre; estaría también la novia de uno de ellos: ésa con quien yo había tenido escenas lésbicas de alto voltaje para complacer a los ojos de su pareja pero que, en definitiva, me habían puesto a mil a mí; estaría también la secretaria a quien yo le había lamido el calzado y que me había nalgueado, así como su rubia amiguita, quien, no una sino dos veces, me había introducido un consolador en la cola.  Y una “chica cowboy” que me había penetrado salvajemente, también con un consolador. Difícil era creer que existiera antecedente alguno de una boda así: ¿cómo iba a hacer yo para mantenerme íntegra en medio de todo eso y concentrarme tan sólo en que estaba contrayendo nupcias con un hombre al cual entregaba mi vida?  ¿Cómo haría para mirar a los ojos de cada uno de los invitados, sabiendo lo que ellos sabían y que mi contrayente ignoraba?

Por lo pronto el día llegó, por lo menos el de pasar por el registro civil. No fuimos muchos, ya que era horario laboral y a mí, obviamente, se me había licenciado para asistir pero no, por ejemplo, a mis compañeras de trabajo o a los de Daniel; además, la gran mayoría habían comprometido su asistencia para el otro día en la iglesia y posteriormente en la fiesta. 

Por lo tanto, quienes estaban allí eran, sobre todo, algunos familiares o los muy íntimos, entre ellos, por supuesto, mis padres y los de Daniel.  Con respecto a los míos, se los veía tan felices como a cualquier pareja de padres que estuviesen viendo a su hija contrayendo finalmente matrimonio.  Los padres de él eran un caso aparte; de algún modo, y al igual que los míos, eran bastante conservadores, pero lo eran de otra forma: eran la clase de padres que siempre se habían encargado de colocar a su hijo en las mejores casas de estudio y, por supuesto, controlarlo de cerca.  Activistas católicos bien chapados a la antigua, eran sumamente rígidos en lo concerniente a las costumbres familiares y consideraban degeneración todo aquello que se apartase de las tradiciones que, según ellos, eran las “normales y saludables”. 

Siempre me había, de todas maneras, dado la impresión de que quien sostenía más acérrimamente tales valores era, sobre todo, la madre de Daniel mientras que el padre, en definitiva, actuaba siempre guiado por ella y sin ofrecer resistencia: de hecho, hasta se lo podía sorprender cada tanto echándole el ojo encima a algún culo siempre y cuando, claro, la mirada escudriñadora de su mujer no se hallase cerca.  En otras palabras, el doble discurso estaba, en el caso de él, mucho más patente que en su esposa. El propio Daniel me había hablado en reiteradas oportunidades acerca de la férrea disciplina que su madre le había impuesto y a la cual su padre había accedido: una disciplina que, incluso, había llegado, según me dijo, a la aplicación de castigos corporales cuando ella lo había creído necesario; lo  paradójico del asunto era que cuando Daniel hablaba acerca de ello, no lo hacía de la forma en que lo haría alguien que hubiera sido traumado por el ejercicio de la violencia física durante la niñez sino que, por el contrario, lo contaba hasta con admiración por sus padres y orgulloso de ellos por la rígida educación familiar que le habían dado. 

A mí, desde ya, no me encantaba el modelo que él defendía y me encargué, en reiteradas oportunidades, de dejarle bien en claro que no iba a permitir una formación semejante para mis hijos el día en que los tuviéramos.  Con todo, la madre de Daniel me adoraba porque, claro, la imagen que tenía de mí era no sólo la que su hijo le había transmitido y, seguramente, idealizado, sino también la que yo misma dimanaba antes de entrar a trabajar en la fábrica: ella me veía como una chica perfecta, de costumbres sanas y no licenciosas; como tal, yo era, a sus ojos, la mejor pareja que podría haber encontrado su hijo y así, de hecho, me lo había manifestado varias veces.

 Así que también a ellos se los veía felices de presenciar la boda de su hijo aun a pesar del gesto siempre circunspecto y algo severo que exhibía el semblante de ella: yo, que la conocía bien, sabía, a pesar de todo, diferenciar cuándo ese gesto irradiaba desconfianza, cuándo recelo y cuándo satisfacción; y ese último era, precisamente el caso allí, en el registro civil.

Floriana fue mi testigo y, a pesar de sus visibles esfuerzos sobrehumanos para lucir feliz por mi matrimonio, la verdad era que yo la seguía viendo distante y esquiva; hasta cuando tiró arroz a la salida, me dio la impresión de que lo hizo por obligación y sin ganas.  Yo, en tanto, no podía dejar de escrutar alternadamente su rostro y el de Dani, a la espera de descubrir alguna complicidad o algún secreto compartido.

Al otro día fue la ceremonia en la iglesia.  Tuve que hacer un esfuerzo mayúsculo para recorrer la alfombra sin mirar a los costados y así evitar toparme con las miradas de quienes, tal vez, me observaran con burla o, en otros casos, con brillo de cómplice picardía en sus ojos.  La ceremonia pasó y traté de no pensar al momento de dar el “sí”; me quise tranquilizar a mí misma diciéndome que las cosas serían diferentes de allí en más pero, apenas me lo decía, miraba de soslayo buscando a Tatiana y a Luis, que se hallaban en las primeras filas y ante quienes yo, de algún modo, ya me había comprometido a no mantener pacata moral de mujer casada.  Lo mejor, entonces, era no pensar… En nada.

Una vez en la fiesta no tuve más remedio que levantar la vista con más frecuencia, saludar e incluso tomarme fotografías junto a los presentes.  Era la primera vez que los veía a Luciano y a Evelyn oficialmente como pareja; bastaba con echarles un vistazo, no obstante, para darse cuenta quién de ambos tenía el control: ella era la que hablaba y reía todo el tiempo, en tanto que él permanecía casi mudo y me dirigía, muy de tanto en tanto, alguna mirada que, de inmediato, desviaba.  Jamás se dieron un beso y no pasaron de tomarse la mano, al menos hasta donde yo vi.

Pero lo que más me sorprendió fue la ausencia de Floriana; había estado presente en la iglesia pero no la vi luego en la fiesta.  Siempre es posible, desde ya, que los invitados se retrasen y lleguen más tarde, pero tratándose de mi mejor amiga, estaba lejos de ser un dato menor, más aún si se consideraba la expresión que yo le había visto en su rostro tanto durante los días previos como durante las respectivas ceremonias en el registro civil y en el templo. 

Dos momentos muy especiales me tocó vivir al tomarme fotografías con los invitados.  Uno fue cuando, con Daniel, posamos junto a Luis y Tatiana, ya que ella apoyó, casi sin disimulo, una mano sobre mi trasero.  El gesto, claro, fue captado por todos los que se hallaban a mis espaldas e incluso festejado por algunos, sobre todo los hombres, quienes no dejaron pasar la oportunidad de hacer comentarios de tono subido.  Daniel no pareció, por fortuna, hacer acuso de recibo, tal vez por el hecho de que la belleza de Tatiana, como no podía ser de otra forma, lo había dejado algo estúpido.

Llegó después el momento de la foto con mis compañeras de trabajo y no necesito decir que fue uno de los más incómodos de la fiesta, al menos en lo que hasta allí venía ocurriendo.  La mayoría sonrieron y se abrazaron y algunas de ellas se aplastaron contra mí como si fuesen amigas de toda la vida.  Por mucho que lo intentaba, no lograba descubrir si sus sonrisas eran reales o fingidas, como tampoco si tenían que ver con los secretos compartidos entre todas.  Cada persona de quienes estaban en aquella foto sabía perfectamente que yo había sido culeada por un stripper, cada una de ellas sabía que yo le había lamido el culo a otro, cada una de ellas sabía que esa noche terminé con un consolador metido en la boca y otro dentro del culo; y, por último, cada una sabía que esa noche fui violada por un retardado… Cada persona en esa foto sabía todo eso, con la sola excepción de una: Daniel…

Floriana seguía sin llegar y la cosa ya empezó a intranquilizarme.  Me dirigí al toilette y, aprovechando que no había nadie, la llamé con mi celular.  No me contestó.  Al levantar la vista hacia el espejo, di un respingo: fiel a su estilo de estar haciendo de mirón allí donde no lo tiene permitido, Luis estaba de pie bajo el vano de la puerta entreabierta.

“¿Qué… estás haciendo aquí? – farfullé -.  Esto es el baño de mujeres…”

“Sí, me di cuenta – respondió con absoluta tranquilidad y asintiendo con la cabeza -, pero si hay algo que me gusta realmente es devorar con los ojos a las mujeres recién casadas con su vestido blanco.  Es más fuerte que yo; me la hace parar…”

Cerdo de mierda: otro fetiche voyeur para agregar a su colección.  De hecho, y como rúbrica de sus palabras, podía perfectamente ver que su pantalón estaba abultando en la entrepierna.  Me giré hecha una furia, crispé los puños y, aunque estuve a punto de insultarlo, opté por mantenerme en silencio.  Eché a andar hacia la puerta y me puse de costado para pasar junto a él, pero me retuvo capturándome por la muñeca.

“Usted fue muy amable en dejar ese día que fuera Tatiana la beneficiaria – me dijo, y mi cabeza se transportó de inmediato a aquella tarde en que él revoleó la moneda para ver a cuál de las dos cogía y yo resigné mi lugar en la competencia sólo para ver a Tatiana hacer el amor con él -, pero no me olvido que estoy en deuda, je… No sé qué piensa usted, pero viéndola así, con ese hermoso traje de novia, creo que es la situación ideal”

Yo no podía creer lo que me estaba diciendo ni la naturalidad con que me lo decía.  Lo miré con ojos inyectados en indignación y, a la vez, en terror, pues cabía la posibilidad de que, de un momento a otro, fuéramos vistos por cualquiera de los asistentes a la fiesta o incluso por Daniel.  Forcejeando, liberé mi muñeca y, dirigiéndole otra feroz y penetrante mirada, me marché de allí.  Lo mío, puede decirse, fue poco político si se consideraba que estaba pendiente la posibilidad de conseguir trabajo a sus órdenes, pero yo sabía que el as de espadas lo seguía teniendo yo: él quería vernos juntas a Tatiana y a mí, razón por la cual, pensé, no se desharía de mí tan fácilmente.

Quise pensar en lo ocurrido como un incidente aislado y tratar de volver a mentalizarme con que estaba en mi fiesta de casamiento y debía comportarme acorde a ello.  Sin embargo, Luis volvió a la carga: fue cuando llegó el momento en el cual los hombres presentes debían retirar las ligas de mi pierna y pasárselas a Daniel para que él se las colocase a las chicas asistentes a la fiesta.  Luis lo hizo de un modo especial ya que, sin dejar de sostenerme la mirada ni por un segundo, fue a buscar la liga que se hallaba más profundo bajo mi vestido e incluso la llevó mucho más allá, hasta rozar mi sexo, justo antes de, entonces sí, sacarla a lo largo de mi pierna.  Lo hizo de un modo tan escandalosamente atrevido y alevoso que no pude evitar dirigir una mirada a Daniel a los efectos de saber si se había dado cuenta; mal que me pesara, así fue: con expresión atónita, miraba la escena con unos ojos enormes que, al clavarse en mí, parecieron despedir fuego.

Cuando le llegó el turno a Luciano, lo hizo tan estúpidamente como todo lo que hacía; controlado de cerca por los ojos escrutadores de Evelyn, tomó la liga con las puntas de los dedos y cuidando de mantener la mirada en otro lado.  Al colocarle luego la liga Daniel a Evelyn, descubrí en los ojos de ella un destello voraz y hasta noté que, mientras miraba fijamente a mi flamante esposo, se relamió el labio inferior.  Qué mina de mierda: lo hacía, obviamente, para fastidiarme pero, más allá de eso, noté que logró su objetivo de turbar a Daniel, quien, rápidamente, buscó alejar su vista de ella con nerviosismo.

Si pensaba que el ritual de las ligas hasta allí venía espeso, aún faltaba lo peor: fue cuando le tocó su turno a Hugo, quien, al momento de ser invitado algunos minutos antes, había declinado la invitación argumentando que quería ser el último en la lista, lo cual finalmente le fue concedido.  Apenas con verlo acercarse, fue suficiente para darse cuenta que casi no podía dar un paso de lo borracho que estaba; tambaleó varias veces ante la risotada general y hasta tuvieron que ayudarlo para llegar finalmente hasta mí.  Al igual que había ocurrido durante todo el ritual, yo tenía el taco de mi zapato colocado sobre una silla, lo cual dejaba mi pierna al descubierto luciendo alrededor de mi muslo la única liga que me quedaba.  Ebrio como estaba, Hugo se detuvo ante mí y me incomodó totalmente al inclinarse para mirar mi pierna más de cerca e irla recorriendo con la vista a pocos centímetros de distancia desde el tobillo hasta llegar a la liga, justo en donde terminaba la media blanca de nylon.  Una vez que llegó allí, y sabiéndose el centro de la atención general, se sintió al parecer en obligación de hacer alguna payasada y levantó la vista haciendo gesto de escudriñar mis partes íntimas por debajo del vestido, cosa que en realidad era ni más ni menos que lo que estaba haciendo pero que él exageró deliberadamente a los efectos de mover a festejo a la concurrencia, lo cual, por cierto, consiguió.

Muy molesta, apoyé una mano sobre mi vestido de tal forma de hundirlo en mi entrepierna y así cubrirme de su vista, pero lo único que hice fue darle aun más aires a la celebración, ya que él se echó hacia atrás con un gesto histriónico que era propio de un niño al que han pillado haciendo una travesura; permaneció un rato agitándose y revoleando los ojos como si no lograra reponerse del impacto por lo que había visto.  Las risas recrudecieron.  Algunos comenzar a hacer palmas y a alentarlo a que me quitara la liga de una vez por todas.  Él, haciendo gala siempre de su alcohólico histrionismo, apoyó dos de sus dedos sobre el empeine de mi pie mientras su rostro adoptaba una expresión seria, aunque claramente impostada.  Movió sus dos dedos imitando el movimiento de una persona al caminar y se dedicó a subir a lo largo de toda mi pierna con exasperante lentitud que, no obstante, movía aún más a la carcajada general.  Le eché una mirada de reojo a Daniel y pude ver que hervía de odio.

Cuando los dedos terminaron su caminata al final de mi media, supuse que era el momento en que Hugo me retiraba la liga y el lamentable espectáculo terminaba, pero me equivoqué: bajó la palma de su mano hasta apoyarla sobre la carne de la parte superior de mi muslo y, como si no fuera suficiente con eso, luego apoyó la otra.  La multitud bramó y cruzaron de una punta a otra del salón los comentarios pícaros y sugerentes.  Él, sin retirar las manos de mi muslo sino, por el contrario, acariciándolo con cariño, levantó la vista hacia los demás y echó una mirada en semicírculo; creó el clima justo como para dar a entender que estaba a punto de dar un discurso y, en efecto, así fue:

“Hoy sssse nosss casa… – hizo una larga pausa, no por querer crear suspenso sino porque el alcohol le impedía hablar con fluidez -, una de misss empleadas más… mejores – lo dijo así: más mejores – de la fffábrica.  Una… chica que… llegó hace no t… tanto pero q… que me demostró que estaba dis… puesta a todo con tal de complacer a su jjjefffe”

Era un bochorno.  La concurrencia aullaba mientras mi rostro se ponía de todos colores.  El imbécil estaba tan alcoholizado que había perdido toda medida en sus palabras y no podía yo sino sentir sólo terror ante lo que estuviera por decir.

“Una chica q… que en… tendió bien que… – larga pausa otra vez – ser una buena empleada es… saber lamerle el culo a su jefe”

La carcajada atronó en todo el salón.  Algunos de los presentes lo estarían tomando como una metáfora y, después de todo, como una humorada, pero había quienes sabían que sus palabras eran totalmente literales; tal era el caso de Evelyn, a quien vi reír a mandíbula batiente y palmotear el aire alocadamente, casi fuera de sí.  Muy distinto fue, por supuesto, el caso de la madre de Daniel, a quien logré, en ese momento, distinguir entre el gentío y pude ver cómo, con gesto asqueado, daba media vuelta y se alejaba de regreso a su lugar.  Su esposo permaneció algún rato más, pero luego tampoco lo vi; obviamente, y como era costumbre, debía ,a la larga, haberla seguido aun cuando tal vez quisiera quedarse.

Hugo detuvo su patética alocución y, sin soltarme el muslo, miró otra vez en derredor como disfrutando de la atención conseguida y del hecho de haberse convertido, de momento, en el centro de mi fiesta.

“Y lo lame bien eh” – dijo a continuación, provocando una nueva lluvia de carcajadas.

Yo quería irme; era el peor escenario posible para mi casamiento.  Quería quitarle sus manos de encima y largarme de allí pero, en aquel contexto, pensé que sólo serviría para generar malestar e inclusive alentar más suspicacias en el supuesto caso de que algunos de los presentes no tuvieran verdadera idea de cuánta literalidad había en las palabras de Di Leo.  Éste, por primera vez, detuvo su vista en mi flamante marido:

“Essspero que no ssse ponga celoso, amigo, pero… es así: quien tiene una esposa q… que t… trabaja en offficina… y además es linda, sabe bien q… que ella se sienta s…seguido sobre su jefe.  ¿O no?”

La pregunta final la dirigió hacia la concurrencia que, una vez más, prorrumpió en risas.  Miré a Daniel y vi claramente que no podía más: estaba hirviendo por dentro y se le notaba que se salía de sí por golpear a Hugo… o bien que quería largarse de allí.  Antes de que mi jefe siguiera con su papelón, decidí apurarlo:

“La liga” – le dije, con tono firme.

Me miró sin entender demasiado o como si tardara en procesar las palabras.

“La liga – le recordé, moviendo mi mentón en dirección a mi muslo -.  Quítela de una vez”

“¡Ah, es verdad! – exclamó, frunciendo el ceño y adoptando súbitamente una expresión de ridícula seriedad -.  Ya mismo…”

Mi razón para apurarlo era que deseaba que aquel papelón terminara de una vez por todas; cuanto antes ese imbécil volviera a su mesa, mejor.  Lo que no podía esperar de ninguna forma fue lo que hizo a continuación: colocando y entrelazando ambas manos a su espalda, bajó la cabeza hasta que sus labios tomaron contacto con la carne de mi muslo y, una vez allí, comenzó a juguetear con su lengua y sus dientes tratando de atrapar la liga pero sin conseguirlo o, al menos, fingiendo no conseguirlo.  La algarabía estalló aun más alrededor y yo me preguntaba hasta qué punto debía soportar semejante vergüenza.  Los ojos de Daniel, como no podía ser de otra forma, parecían a punto de estallar dentro de sus órbitas y yo temía que, de un momento a otro, no fuera ya capaz de controlar la ira que estaba, notoriamente,  haciendo presa de él.  Parecía a punto de saltar al cuello de Di Leo a la brevedad.

Finalmente, los dientes de Hugo aprisionaron mi liga y tuve luego que soportar que la deslizara a lo largo de mi pierna para extraérmela; al ya de por sí indescriptible bochorno se sumaba el hecho de que, borracho como estaba, perdía la liga todo el tiempo y tenía que volver a atraparla, lo cual, por lo general, tardaba un rato en conseguir.  Una vez que, finalmente, logró quitármela por el pie, se la tendió a Daniel, quien la tomó de mala gana y se aprestó a colocársela a una de las chicas de la fábrica que aguardaba, al igual que yo, con su pierna levantada y apoyando el pie sobre otra silla.  Pero justo en ese momento, Hugo enloqueció por completo; no conforme con haberme quitado la liga, volvió a zambullirse sobre la parte superior de mi muslo y capturó con sus dientes el borde de mi media para luego tironear de ella pierna abajo hasta llegar a mi pie. Una vez allí, me quitó el zapato con inusitada rapidez para lo borracho que estaba y luego arrojó mi media hacia la muchedumbre:

“¡La que atrape la media es la próxima que se casa! – aulló mientras un mar  de brazos se elevaban en procura de capturar mi prenda.

La algarabía fue tal que distrajo a Daniel de lo que estaba por hacer y, aun con la liga en mano, dejó abandonada a la chica que esperaba con su pie sobre la silla y se giró con ojos que irradiaban pura mezcla de incredulidad y odio.  Abalanzándose hacia Hugo, le apoyó una mano sobre un hombro y lo empujó hacia atrás, provocando que éste perdiera el equilibrio.  En ese momento me preocupé pero, por suerte, no faltaron un par de obsecuentes dispuestos a ayudar a Di Leo a incorporarse nuevamente.  Con espanto, me cubrí la boca: me lamentaba por no haber logrado frenar a Daniel a tiempo aunque, por otra parte, me aliviaba el hecho de que mi esposo, en definitiva, no lo hubiera golpeado sino sólo empujado.

Por suerte Hugo no dio impresión de estar ofendido; en realidad era tanto el alcohol en sus venas que muy poco podía percibir o transmitir.  En cuanto a Daniel, me miró con ojos que eran brasas ardientes para luego arrojar a un lado la liga que aún sostenía y, tras dar media vuelta, marcharse, no sé adónde, por entre el gentío.  La chica que aguardaba por su liga quedó allí, enseñando su pierna sobre la silla.

El papelón era mayúsculo y, ahora sí, yo no sabía qué hacer realmente.  El círculo en derredor se disgregó y, poco a poco, los invitados fueron retornando a sus mesas; ansiosa, me abrí paso entre ellos buscando a Daniel pero no lo encontré.  Me sentí en la obligación, en determinado momento, de pasar por la mesa de Di Leo para ver cómo estaba pero, afortunadamente, no daba impresión de estar otra cosa más que borracho: de hecho, me arrojó algún manotazo que esquivé con un movimiento de cintura.  Recogiendo los pliegues de mi vestido, volví a echar a andar entre los presentes buscando con la vista a mi marido; finalmente lo hallé: estaba en el parque, conversando con sus padres y con algunos de sus amigos, los cuales daban muestras de querer calmarlo, ya que a él se lo notaba nervioso y no paraba de fumar y temblar.  Pensé en ir hacia él, pero decidí que lo mejor era dejarlo solo o, mejor dicho, con los amigos: ya se le pasaría.  El verlo en tal situación, de todas formas, me hizo pensar en cuánto necesitaba yo, en ese momento, tener a Floriana cerca: era la única persona sobre cuyo hombro tenía ganas de apoyar mi cabeza.  La extrañaba, tal como aquella noche en que, silenciosamente, se marchó de mi despedida y me dejó entre las arpías. 

Fui al toilette, me acomodé un poco el cabello y tomé mi celular para llamarla.  Tardó, pero esta vez sí me contestó:

“¿Sole?” – sonó, al otro lado su voz, a la cual escuché algo quebradiza.

“¡Flori! – exclamé con alegría -.  ¿En dónde te metiste?  ¡Te quiero acá, te extraño…!  ¿Por qué no viniste?”

“No puedo mirarte a la cara, Sole; lo siento” – me dijo, con tono de lamento.

“Pero… ¿por qué, Sole?  Lo que… pasó en la despedida ya fue, ya está: no te tortures ni te sientas culpable de nada.  La única culpable fui yo por…”

“Me encamé con Daniel esa noche” – me espetó, sin anestesia alguna, desde el otro lado de la línea.

Mi rostro se tiñó de incredulidad ante lo que acababa de oír.  Mis ojos se abrieron enormes, tal como pude comprobarlo en el espejo. 

“¿Qué???” – aullé.

“Lo que estás oyendo, Sole.   Me encamé con Daniel esa noche; lo siento mucho: sólo puedo pedirte disculpas, pero no me pidas que te mire a la cara o que vaya a tu  fiesta”

Fue tal la turbación que comencé a ver nublado; creo que me bajó la presión y tuve que sostenerme contra el lavabo para no caer.

“Flori – musité, con voz temblorosa -; si… esto es un mal chiste, te pido que…”

“¿Tengo tono de estar bromeando?” – me replicó.

Yo no lo podía creer.  Me pasé la mano varias veces por la cabeza desacomodándome el peinado que instantes antes había retocado.

“Pero… ¿fue idea tuya o de él?” – pregunté, haciendo un esfuerzo sobrehumano para que las palabras salieran de mi garganta.

“De él, pero acepté de buen grado”

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y pude ver, en el espejo, cómo se me iba corriendo el rímel.

“Flori… ¿P… pero p… por qué?  ¿Por qué me hiciste esto?”

“Él estaba mal, Sole, muy mal… y me dio pena.  Además yo no soy tan atractiva como vos: no es que tenga tantas chances de acostarme con un hombre”

“Y te dio tanta pena que te lo cogiste, ¿no?” – bramé, con furia, sin cuidado de que alguien me oyera desde fuera del toilette.

Se produjo un fatal silencio.  Ella no decía palabra alguna desde el otro lado y yo sólo sollozaba sin poder asimilar aún la noticia.

“Flori… – dije, en un hilillo de voz -.  No… puede ser verdad; no… es p… posible que me estés haciendo esto”

“¿Acaso no le hiciste cosas mucho peores a Daniel?” – preguntó, saliendo finalmente de su silencio.

“¡Es distinto! – grité, a viva voz -.  ¡Somos amigas!  ¿O no lo recordaste?”

“Siempre lo recordé – dijo, con voz queda y después de una nueva pausa -.  Y por eso es que me siento tan mal.  Te repito: sólo puedo pedirte disculpas”

“Así que ésa es la razón por la cual no querés venir a mi fiesta, ¿verdad? – le enrostré, furiosa -.  No es por mí: es por él.  Te da cosita verlo, ¿no?  ¡Saber que te lo cogiste!  Decí la verdad: es eso, ¿no?  ¡Le tenés ganas y hasta te dan celos!  ¿O me equivoco?”

“Te equivocás – me respondió, siempre con tono sereno pero compungido -: no siento nada por él; lo que pasó, pasó esa noche y punto.  Por quien sí siento algo es por vos; siento que te traicioné… y que ya no voy a poder mirarte a la cara”

“Ah, primero la hacés y después desaparecés, ¿verdad, zorrita?  Te informo que por mucho que quieras esconderte y no dar la cara, me vas a tener que seguir viendo.  Somos compañeras de trabajo, ¿te lo tengo que recordar?  Así que si pensás librarte de tus culpas poniéndote lejos de mi vista, te advierto que no vas a poder…”

“Ya no somos compañeras, Sole”

Una nueva bofetada en pleno rostro.  Quedé en silencio por un momento.

“¿Qué estás diciendo?” – pregunté finalmente y casi mordiendo las palabras.

“Lo que estás oyendo.  Ya presenté a Luis mi renuncia y desde el lunes ya no voy más a la fábrica”

De pronto fue como si todas las fichas se acomodaran en mi cabeza.  Claro, qué idiota había sido.  ¿Acaso no estaba obvio que, después de tantas idas y venidas a la oficina de Luis en aquella tarde, tenía que ser Flori la chica que se iba?  ¿Cómo no me di cuenta antes?  Qué estúpida me sentí: justo yo, que en aquel momento, había creído pasar a tener en mano el as de espadas.  Y lo más increíble del asunto era que, en el contexto de la conversación telefónica que estábamos sosteniendo, el hecho de que ella ya no fuera a ir más a la fábrica sólo debería haberme alegrado y, sin embargo, distaba de ser así: me invadió la culpa, una intensa culpa que no podía explicar pues, de algún modo, yo sentía que había parte de responsabilidad mía en los hechos que habían terminado con mi mejor amiga y mi futuro esposo en una cama.  De no haber aceptado yo esa despedida, tal como Dani quería que hiciese, ahora todo podría ser distinto…

“Perdón, Sole – me dijo tristemente Flori desde el otro lado -.  Te quiero mucho…”

Y la comunicación se cortó.  Intenté, denodadamente, volver a llamarla, aunque sin saber para decirle qué.  Pero ya no respondió ninguno de mis llamados.  Su celular sonó… y sonó…y sonó.  Arrojé el mío contra los lavatorios; rebotó un par de veces por sobre el mármol y, finalmente, cayó al piso separándose en partes.  Hundí mi rostro entre mis brazos y lloré… Los sentimientos se me mezclaban: me oprimía el alma que la amistad con Flori terminara de aquella forma pero, a la vez, sentía unas ganas muy difíciles de contener de ir en busca de Daniel y estrangularlo a la vista de sus amigos… Cuánto lo odiaba de repente; y no había forma de que, en ese momento, me entrase en la cabeza que, después de todo, lo que él me había hecho a mí no era otra cosa que lo mismo que yo le había hecho a él y con creces.  Yo sólo podía pensar en que me había traicionado con mi mejor amiga, quien, ni siquiera, era atractiva.  ¿Tan necesitado estaba el forro de mierda? 

“Insisto.  Se la ve muy sexy en ese vestido blanco”

La voz que resonó a mis espaldas me sobresaltó a pesar de ser claramente identificable.  Como no podía ser de otra manera, al levantar la vista y mirar al espejo, me encontré con Luis, otra vez allí en la puerta.  El cerdo ni siquiera se había fijado en que yo estaba llorando; sólo tuvo ojos para mi trasero enfundado en ese blanco virginal que, al parecer, tanto le enloquecía.  Me restregué la cara, corriéndome aún más el maquillaje.  Apreté los dientes y crispé los puños; sentía que estaba a punto de ir a golpearlo en cualquier momento.  Sin embargo, llega a ser sorprendente cómo dos odios diferentes se pueden, a veces, batir a duelo en el interior de una y salir uno de ellos ganador, pues la realidad era que… en ese momento y a la luz de lo que acababa de enterarme, el mayor destinatario de mi odio era, por supuesto, Daniel…

Sin siquiera girarme, recogí una vez más los pliegues de mi vestido y lo llevé hacia arriba hasta dejar expuestas mis partes íntimas sólo cubiertas por mi ropa interior, también blanca.

“Si vas a cogerme – dije, con desprecio -, éste es el momento.  Aprovéchalo antes de que me arrepienta”

Antes de bajar la vista, pude ver en el espejo cómo una libidinosa sonrisa se dibujaba en los labios de Luis, quien, aun cuando estaba claramente sorprendido, no vaciló en comenzar a desprenderse el pantalón.

“No forma parte de mi estilo – dijo, siempre sonriente – el dejar pasar los trenes”

                                                                                                                                                                                   CONTINUARÁ

Relato erótico: «Borracha y semidesnuda me esperó mi jefa en el portal» (POR GOLFO)

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Como otros muchos, llevaba cinco años trabajando en una gran empresa y aunque entré pensando que en una estructura tan grande tendría oportunidad de escalar posiciones, la realidad es que no lo había conseguido y seguía siendo un gerentillo de un área pequeña de ese monstruo.

A través de ese tiempo, muchos habían sido mis jefes y mientras a ellos les veía subir peldaños en la compañía, yo en cambio me había quedado estancado en mi trabajo. Aunque no me podía quejar porque además de tener un sueldo aceptable, al tener dominado mis dominios eso me permitía disponer de mucho tiempo de ocio y era raro el mes donde no me tomaba unos días libres, para golfear fuera de Madrid.

Como mi trabajo salía a tiempo y mi sección no daba problemas, ningún superior se quejó de mí pero tampoco me promocionaron cuando consiguieron un ascenso. La realidad es que nunca me importó porque desde ese rincón podía hacer lo que me viniera en gana.

Para bien o para mal, todo cambió hace seis meses cuando a Don Joaquín, mi jefe durante dos años,  lo promocionaron como jefe regional y trajeron a una enchufada. Fue entonces cuando caí en manos de Aurora, una zorra recién salida de la carrera que queriendo comerse el mundo, puso patas arriba todo el departamento. A partir de entonces, mi idílica vida de cuasi funcionario quedó trastocada sin remedio.

Todavía recuerdo el día que apareció por la oficina esa rubia. Embutida en un conjunto gris, me pareció una monja sin personalidad que jamás pondría en cuestión lo poco que trabajaba. Lo cierto es que no tardé en comprender que esa mujer me iba a hacer la vida imposible porque no llevaba una semana trabajando bajo sus órdenes cuando tras llamarme a su despacho, me informó que había visto los resultados de los últimos años y había descubierto que la única sección que mantenía un crecimiento constante era la mía. Creyendo que al saber que conmigo al mando se podía olvidar de esa línea de productos, muy ufano le solté:

-Gracias, mi gente y yo sabemos lo que nos traemos entre manos. Si confías en nosotros, podrás ocuparte de los demás problemas.

Fue entonces cuando esa jovencita de ojos verdes, contestó:

-Lo sé. Por eso he decidido que me ayudes y he decidido que seas mi segundo.

Su propuesta me dejó helado porque eso significaba decir adiós a mi pequeño paraíso y tener que trabajar en serio. Tratando de escaquearme de esa responsabilidad no deseada, señalé otros candidatos más cualificados para desempeñar esa labor pero ella tras escucharme lo único que dijo fue que agradecía mi franqueza pero que su decisión era firme y que a partir de ese instante, yo era el subdirector.

«¡Me cago en la puta! ¡Esta niña me va a hacer currar!», pensé mientras hipócritamente agradecía la confianza que depositaba en mí.

Mis temores no tardaron en ser realidad porque mientras en mi antiguo puesto era raro el día que no salía a la seis, a partir de que Aurora hiciera su aparición, mi horario se convirtió en todo menos normal. Entraba a las ocho de la mañana y esa lunática del trabajo me tenía esclavizado codo con codo con ella hasta pasadas las nueve. Obsesionada con los resultados, diariamente repasábamos los informes de las distintas secciones y no permitía que me fuera hasta que, entre los dos, tomábamos las actuaciones pertinentes para solucionar los problemas.

Para que os hagáis una idea tuve que dejar los dardos y mis partidas de mus en el bar de enfrente porque ese engendro que el demonio había mandado para torturarme solo confiaba en mi criterio y queriéndome en todo momento a su disposición, hacía imposible que, como me había acostumbrado, me tomara tres tardes libres a la semana. Os juro que aunque mi sueldo casi se dobló echaba de menos a mis antiguos jefes y también os reconozco que varias veces pensé en dimitir pero la crisis económica que asolaba España, me lo impidió.

Como sostiene Murphy, todo es susceptible de empeorar y eso ocurrió cuando una tarde casi a las ocho me cazó con el maletín en la mano y me pidió que la ayudara a revisar un expediente que había llegado a sus manos solo media hora antes.

«¡Maldita psicópata! ¡Eso lo podemos ver mañana!», exclamé mentalmente. Hundido en la miseria porque había quedado con una morenaza que pensaba follarme, tuve que dejar mis cosas en una silla y reunirme con ella para releer esa documentación recién llegada. Para colmo rápidamente descubrí que esa mujer tenía razón para estar preocupada porque según ese informe, teníamos un boquete de varios millones dejado por mi antiguo jefe y el cual si no conseguíamos demostrar, iba a ser adjudicado a nosotros.

-Comprendes ahora porqué te pedí que me ayudaras- dijo casi llorando al saber que todo apuntaba a que ese desfalco había sido realizado bajo su mandato.

Por vez primera vi que tras esa fachada hierática se escondía una niña y compadeciéndome de ella, me puse manos a la obra para intentar resolver ese meollo. Totalmente conmocionada, Aurora solo pudo permanecer sentada a mi lado mientras yo, aprovechando los conocimientos adquiridos durante años del sistema informático de la compañía, buscaba en el servidor las pruebas que descargaran la culpa de ella y se la adjudicara al verdadero culpable.

«¡Será cabrón!», mascullé entre dientes cuando después de una hora, no había conseguido encontrar nada. El viejo zorro de D. Joaquín había sabido ocultar su estafa bajo una maraña de asientos contables que imposibilitaban sacarlo a la luz. Únicamente el convencimiento que tenía de la inocencia de esa cría me hizo seguir husmeando entre datos hasta que ya bien entrada la madrugada descubrí el rastro de sus maniobras.

-¡Te pillé! ¡Hijo de puta!- grité al tirar de la madeja y demostrar que la muchacha nada tenía que ver con ese delito.

Mi grito hizo despertar de su letargo a mi jefa que al oírme se apresuró a pedir que le explicara qué era lo que había encontrado. Satisfecho pero no conforme todavía, no le hice caso y me puse a imprimir los documentos que nos exculpaban. Solo cuando tenía una copia en impresa, me tomé mi tiempo para contarle cómo había desenmascarado la trama. Durante cinco minutos, Aurora permaneció atenta escuchando mi perorata y al terminar con una sonrisa, dijo:

-¡Me has salvado la vida!

Tras lo cual y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, me besó pegando su cuerpo al mío. Al sentir sus pechos juveniles, me dejé llevar y respondí con pasión a sus besos hasta que recuperando la cordura, mi jefa se separó de mí y recogiendo los papeles, se despidió de mí diciendo:

-Sabré agradecer lo que has hecho por mí.

Asustado por mi calentura, me la quedé mirando mientras se iba y fue en ese momento cuando valoré por primera vez que esa universitaria tenía un culo de ensueño.

«¡La he cagado!», pensé dando por hecho que al día siguiente esa mujer me iba a echar en cara el haber abusado de su momentánea debilidad….

 

Al día siguiente y habiendo dormido solo un par de horas, llegué a la oficina destrozado y por eso no me hizo ni puñetera gracia que mi jefa me pidiera que la acompañara a ver al “puto bwana”, al “gran caca grande”, al “sumo pontífice”, que no era otro más que el máximo dirigente de la compañía.

Agotado y sin afeitar, intenté zafarme diciéndola que estaba hecho una piltrafa pero entonces y mientras disimuladamente acariciaba mi trasero, la rubia riendo contestó:

-Yo te veo guapísimo.

Su desfachatez me paralizó y por eso no pude negarme a seguir sus pasos rumbo al trigésimo piso donde se encontraba el despacho de ese mandamás. Jamás en mi vida había soñado con subir a esa planta y menos que Don Arturo hiciera un hueco en su agenda para recibirme. En cambio, Aurora parecía estar habituada a moverse en esas altas esferas porque nada más salir del ascensor, se dirigió a la secretaria del tipo y le dio su nombre.

La respuesta de esa agria cuarentona me dejó aún más desconcertado porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, contestó:

-Su padre le está esperando.

En un primer momento creí que había oído mal porque el apellido del tipo que íbamos a ver era Talabante mientras que el de mi jefa era Ibáñez. El saludo del sesentón incrementó mi zozobra porque plantándole un par de besos en la mejilla, la recibió diciendo:

-Hija, ¿qué es eso tan importante de lo que querías hablarme?

-Papá, ¿recuerdas que te conté que había algo que no me cuadraba en la división donde trabajo?

El viejo afirmó perezosamente con la cabeza. Ese breve gesto que a mí me hubiese aterrorizado, la rubia se lo tomó como un permiso para seguir hablando:

-Te presento a Andrés, mi segundo. Juntos hemos descubierto un desfalco millonario en las cuentas.

Don Arturo abrió los ojos y ya interesado, pidió a Aurora que se explicase pero ella me pasó la palabra diciendo:

-Mejor que te lo explique Andrés que es el que realmente sabe cómo se ha llevado a cabo.

Sin modo de escabullirme, empecé a explicar la forma en la que habían ocultado al departamento de auditoria el desvío de fondos pero entonces ese zorro me paró en seco y tomando el teléfono ordenó al director administrativo que subiera. Ya presente, tuve que reiniciar mi exposición pero esta vez con todo lujo de detalles al tiempo  que contestaba las preguntas de los dos financieros. Durante dos horas aguanté ese interrogatorio y no fue hasta que el gran jefe descargó su cólera sobre su subalterno por no haberlo detectado cuando pude descansar.

Aurora viendo que no hacíamos falta, pidió permiso a Don Arturo para volver a nuestros quehaceres y por eso salimos del despacho casi sin hacer ruido. Cabizbajo por no tenerlas todas conmigo al sentirme engañado por esa “espía”, la seguí hasta el ascensor. Mi jefa espero a que se cerraran las puertas para decirme:

-Has estado magnífico.

Tras lo cual se lanzó sobre mí y sin importarle que alguien nos viera, me comenzó a besar restregando su cuerpo contra el mío. Pero al contrario que la primera vez, sus labios me supieron a burla y separándola de mí, le dije:

-¿La niña pija se aburre tanto que me ha elegido como su mascota?

El desprecio con el que imprimí a mis palabras hizo mella en Aurora que comprendiendo que no me había gustado enterarme así que era la heredera de todo ese tinglado, casi llorando, contestó:

-Siento no haberte contado quien era pero no quería que la gente pensara que me habían dado ese puesto por ser su hija. ¡Sabes y te consta que soy excelente en mi trabajo!

Indignado al sentirme usado, me la quedé mirando y queriendo humillarla, llevé mis manos hasta sus pechos y  respondí:

-Lo único que sé es que estás buena- tras lo cual y aprovechando que se había abierto el ascensor salí rumbo a mi oficina donde me encerré durante el resto del día…

Todo cambia ¿para bien?

Como resultado de nuestro informe, Aurora sustituyó a Don Joaquin al frente de la delegación regional y a mí con ella. Mi promoción incluyó un nuevo despacho, el cual a mi pesar estaba pegado al de mi jefa, de forma que a través de los cristales esa criatura del infierno podía controlar mis movimientos.

«No voy a poder ni moverme», me quejé al comprobar las cristaleras que formaban la división entre los dos cubículos. Si ya de por sí era incómodo, más lo fue comprobar  que existía un acceso directo entre ellos que permanentemente la rubia mantenía abierto. «Va a escuchar hasta si me tiro un pedo».

Decidido a no dar pie a que pensara que me sentía atraído por ella, intenté mantener un trato frío con esa mujer pero me resultó imposible porque desde un principio Aurora hizo todo lo posible porque así no fuera. Lo primero que cambió fue su forma de vestir, dejando en el armario las faldas largas y las chaquetas holgadas, comenzó a usar minifaldas y suéteres pegados.

«Lo hace a propósito», protesté en mi interior al verificar lo difícil que me resultaba apartar la mirada de su cuerpo. Si con anterioridad a la noche en que salvé su prestigio nunca me había fijado en ella, en esos días no podía de mirar de reojo lo buena que estaba.

Dotada por la naturaleza con unos pechos perfectos, me costaba un verdadero sacrificio no babear al observar el canalillo que se formaba entre ellos, pero lo que realmente me traía jodido era ese culo en forma de corazón y esas piernas largas y contorneadas.

Mi jefa que sabía los efectos que su belleza causaba en mí y buscando romper la actitud profesional que trataba de mantener, no perdía oportunidad de exhibirse a través de la cristalera. Conociendo que lo mejor de su anatomía era su trasero, la muchacha solía regalarme con una exhibición del mismo tirando papeles, bolígrafos o lo que se le ocurriera al suelo para que al recogerlos torturarme con lo que me estaba perdiendo.

«Tiene un buen polvo», tuve que reconocer un día cuando al contemplarla hablando por teléfono puso sus pies descalzos sobre la mesa y sus encantos hicieron despertar de su letargo a mi pene.

Sufrí es sutil acoso durante dos semanas pero viendo que no disminuía la brecha que nos separaba, Aurora decidió dar otro paso. El primer síntoma que había  zanjado incrementar la presión sobre mí fue cuando aprovechando que le estaba mostrando un informe, esa zorrita posó sus pechos sobre mi hombro mientras disimulaba haciendo que leía esos papeles. Reconozco que al sentir esas dos maravillas me excitó pero lo que realmente me volvió loco fue oler el aroma de su perfume mientras escuchaba su respiración al lado de mi oído.

«Aguanta, ¡no te excites!», tuve que repetir mentalmente al notar que bajo mi pantalón crecía sin control una brutal erección. Para mi desgracia, la arpía se percató del bulto de mi bragueta y mordiéndome la oreja, preguntó que le ocurría a mi pajarito.

No sé qué fue peor, si la traición de mis neuronas al rojo vivo o la vergüenza que sentí al tener que aguantar su burla. Lo cierto es que cabreado hasta la medula, le pedí que dejara de tontear conmigo pero entonces sonriendo, mi jefa me contestó:

-Andres, lo quieras o no, ¡vas a ser mío!

Tras lo cual y ratificando con hechos sus palabras, pasó su mano por mi entrepierna antes de volver a su despacho. La breve caricia de sus dedos hizo saltar por los aires mi indiferencia e involuntariamente un gemido de deseo surgió de mi garganta. Gemido que ella aprovechó para decirme desde la puerta:

-No tengo prisa.

Lo cerca que había estado de caer en su telaraña me hizo levantarme de mi asiento y salir a tomarme un café mientras intentaba borrar la sensación que esas dos tetas habían dejado en mi mente.

No habiéndolo conseguido, al volver a mi cubículo me encontré un mensaje de mi jefa en mi correo. Al abrirlo, me topé con una sensual foto de Aurora en la que aparecía totalmente desnuda pero tapándose los pechos y su coño con las manos. Alucinado por el grado de persecución al que me tenía sometido, lo peor fue leer el texto:

-Me tienes a tu disposición, solo tienes que pedirlo.

Cabreado decidí responder y sin meditar las consecuencias, contesté a su email diciendo:

-¿Cuánto cobras? Si es muy caro, no vales la pena.

Al mandárselo, me quedé observando su reacción. Esperaba que ese nada velado insulto la cabreara y diese por olvidada su obsesión por mí. Tal y como esperaba, al leer mi mensaje se enfadó pero lo que jamás había previsto es que acto seguido cruzara la separación entre nuestros dos despachos y que tras bajar las persianas para que nadie pudiese verla, me dijera:

-¡Nunca en tu vida has tenido una mujer como yo!- tras lo cual, se despojó de su ropa y quedándose en ropa interior, insistió diciendo: -¡Soy todo lo que puedes desear!

Confieso que me quedé anonadado al comprobar in situ que ese cerebrito tenía un cuerpo de revista y que lejos de perder erotismo sin ropa, semidesnuda era todavía más irresistible. Con la boca abierta de par en par, fui testigo de cómo esa bruja se volvía a vestir y de cómo sin despedirse salía hecha una furia de mi despacho rumbo a la calle.

El dolor que leí en su cara, me hizo reaccionar y tras unos segundos de confusión, salí corriendo en su busca. La alcancé en el ascensor justo cuando se cerraban las puertas y sin mediar palabra, la besé. Aurora intentó rechazar mis besos pero al notar que mi lengua forzando sus labios, cambió de actitud y respondió a mi pasión con una lujuria infinita. Su entrega provocó que mi pene se alzara y ella al sentir la presión del mismo contra su sexo, no solo no se quejó sino que comenzó a restregarlo contra su entrepierna. Os juro que si no llega a abrirse en ese momento el ascensor, mi calentura me hubiese obligado a hacerle el amor allí mismo. Pero la presencia de un grupo de oficinistas mirando nuestra lujuria hizo que nos separáramos.

Aurora, satisfecha por mi claudicación, rompió el encanto de ese instante al reírse de mí diciendo:

-Sabía que no podrías soportar mis lágrimas. Reconócelo, ¡estás colado por mí!

El tono chulesco de mi jefa me enervó y  para no romperle la cara de un guantazo, preferí irme del edificio mientras escuchaba que cabreada me pedía que no me fuera.

«No debí confiar en ella, ¡esa zorra me ha manipulado!», sentencié al recorrer la acera en un intento de olvidar su afrenta y tranquilizarme.

Sin ganas de volver a mi oficina, directamente me fui a casa. Saberme objeto de su caprichoso carácter y el convencimiento que una vez  me hubiese domesticado, Aurora me tiraría como a un kleenex usado, no me permitía ni pensar. Todas las células de mi cuerpo me incitaban a ceder ante ella mientras mis neuronas intentaban hacerme entrar en razón y rechazarla por completo.

 Intenté combatir el calor que nublaba mi mente con un ducha pero en la soledad de mi baño, el recuerdo de esa rubia, de la majestuosidad de sus pechos pero sobre todo la perfección de sus nalgas hicieron que contra mi voluntad me volviera a excitar. Inconscientemente en mi imaginación  me puse a desnudarla mientras el chorro de la ducha caía por mi cuerpo. Como en el ascensor, Aurora se contagió de mi pasión y ya desnuda se metió conmigo  bajo el agua. En mi cerebro al ver y sentir sus pechos mojados fue demasiado para mí y por eso no pude evitar soñar que hundía mi cara entre sus tetas. Mi Jefa al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, gimió de placer mientras con sus manos se hacía con mi miembro.

-¡Dios como la deseo!- exclamé creyendo que eran sus dedos los que empezaban a pajear arriba y abajo mi verga ya erecta.

Entonces esa imaginaria mujer se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me tentó con su culo diciendo:

-¿Te apetece rompérmelo?

En mi fantasía, caí rendido ante tanta ese bello trasero e hincando mis rodillas sobre la ducha, usé mi lengua para recorrer los bordes de su ano. Aurora al experimentar esa húmeda caricia en su esfínter, ahogó un grito y llevando una mano a su coño, empezó a masturbarse. Urgido por dar uso a ese culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follar a mi jefa con ella.

-¡Sigue cabrón!- chilló en mi mente al sentir esa incursión.

Estimulado por su insulto, llevé uno de mis dedos hasta su esfínter e insertándolo dentro de ella, comencé a relajarlo. El gruñido con el que esa zorra contestó a mi maniobra, me informó que le estaba gustando y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras la rubia se derretía dando gritos.

-¡Fóllame! ¡Lo necesito!- chilló descompuesta al tiempo que se apoyaba en los azulejos de la ducha.

La urgencia de esa imaginaria mujer me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por la lujuria, con lentitud forcé por vez primera ese culo con mi miembro. El culo de mi jefa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando la rubia comprobó que la había incrustado por completo, aulló diciendo:

-¡Empieza de una puta vez!

Su actitud me sacó de quicio y sin avisarla empecé a mover mis caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos. La presión que ejercía su ojete en un principio, se fue diluyendo por lo que aceleré mis penetraciones sin importarme que le doliera. La rubia al notarlo, se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:

-¡Cállate y disfruta! ¡So puta!

Que su empleado la insultara, le cabreó y tratando de zafarse de esa cuasi violación, me exigió que se la sacara. Pero entonces hice caso omiso a sus deseos y recreándome en mi indisciplina, di comienzo a un loco galope sobre su duro trasero.

-¡Me haces daño!- rugió al experimentar como forzaba su esfínter con el brutal modo con el que la estaba empalando.

Vengando todas sus afrentas, recalqué mi acción soltando un duro azote en una de sus nalgas. Ese azote la hizo reaccionar y contra pronóstico, mi jefa empezó a gozar entre gemidos.

-¡Dame otro!- chilló alborozada al disfrutar del escozor de esa caricia.

Recordando su engaño y la manipulación que había sido objeto, decidí seguir castigando su trasero y a base de sonoras nalgadas, marqué el ritmo con el que me la follaba. Dominada por la lujuria, la rubia gozó de cada azote porque sabía que acto seguido vendría una nueva estocada de mi verga. Comportándose como la zorra que era, me pidió que siguiera usando su culo mientras con sus dedos no dejaba de masturbarse. La suma del triple estimulo, las palmadas, mi pene en su culo y sus yemas torturando su clítoris, terminaron por calentarla y convulsionando bajo la ducha, me informó que se corría.

-¡Córrete dentro de mí!

Oír que me pedía que anegara con mi semen el interior de su culo, fue la gota que derramó el vaso y acelerando aún más la velocidad de mis embistes, dejé que mi pene explotara en sus intestinos…

Estaba todavía recuperándome cuando de improviso comenzó a sonar mi móvil, molesto por esa interrupción, salí de la ducha y poniéndome una toalla fui a ver quién era. No me costó reconocer qué me llamaban del trabajo y creyendo que sería Aurora, dudé en descolgar. Finalmente la cordura imperó y contesté.

-Soy Lucia Santos, la secretaria de Don Arturo- dijo mi interlocutora al otro lado del teléfono. –Le llamo para informarle que el jefe me ha pedido que quiere verle en la fiesta que da esta noche en su casa.

Cómo comprenderéis supe de inmediato quien realmente me quería ver en ese festejo pero como no podía hacerle un feo a ese hombre, únicamente pregunté a qué hora y cómo debía ir vestido.

-A las nueve y de etiqueta- respondió la cuarentona tras lo cual colgó sin despedirse.

Sabiendo que es una encerrona, voy a la fiesta.

En ese momento agradecí saber que uno de mis primos tenía un smoking de mi tamaño y sin soltar el móvil, lo llamé para que me lo prestara. Como vivía cerca tuve tiempo de ir por él y de prepararme para la evidente encerrona de esa arpía.

«No debes seguirle el juego», repetí continuamente mientras anudaba la pajarita alrededor de mi cuello al sentir que lo que realmente estaba anudando era la soga con la que Aurora iba a ejecutarme.

Al no hacer asistido nunca a una fiesta de la alta sociedad, excesivamente toqué el timbre de la mansión donde vivía tanto Don Arturo como mi jefa. Lo que no me esperaba fue que fuera la propia rubia quien me abriera la puerta y menos que al verme de pie en el porche de su casa sorprendida me soltara:

-¿Qué coño haces aquí?

La expresión de su rostro me dejó confundido y por vez primera sospeché que ella no tenía nada que ver con el tema. Por otra parte también tardé en responder porque sin querer mis ojos recorrieron su cuerpo enfundado en un impresionante traje negro de raso. Ver a esa hermosura con su metro setenta y cuervas de escándalo, me había impactado y balbuceando le expliqué que su viejo a través de su secretaría me había invitado.

-Pues no puedes quedarte- me soltó todavía cabreada por la forma que después de besarla la había dejado plantada y me hubiera ido si no llega a ser porque en ese instante Don Arturo hizo su aparición y cogiéndome del brazo me introdujo dentro de su chalet.

Como no conocía a nadie, ejerciendo de anfitrión el gran jefazo me fue presentando a los presentes, dándome una importancia que a todas luces no me merecía. La incomodidad que sentí en ese momento, se fue diluyendo con el paso del tiempo y poco a poco fue cogiendo confianza, entablé conversación con varios de los miembros de tan selecta fiesta mientras buscaba a mi alrededor al ogro rubio de Aurora.

«¿Dónde se habrá metido?», me pregunté al cabo de un rato de no verla. Su cabreo y su desaparición no cuadraban con la idea de la encerrona.

Todavía me confundió más el hecho que a la hora de tomar asiento, me sentaran a la derecha del viejo mientras su hija lo hacía en otra mesa.

«No entiendo nada», mascullé al verlo.

Durante la cena, tuve un montón de trabajo al tener que responder un montón de preguntas sobre la empresa que sin parar me hizo Don Arturo. Afortunadamente, conocía bien los entresijos de la compañía y pensando que al día siguiente esa zorra me iba a despedir, fui sincero y le conté errores que veía y que a buen seguro sus subalternos nunca le habían expresado. Curiosamente mi franqueza fue del gusto de ese hombre de negocios y ganándome un respeto que hasta entonces no tenía, pasó a preguntarme sobre mi vida.

Mientras le explicaba donde había estudiado y a qué se dedicaban mis padres, desde la mesa de al lado escuché las risas de Aurora y de reojo observé cómo tonteaba con uno de sus acompañantes. Mi examen no le pasó desapercibido a su viejo que riendo a carcajadas, intentó sonsacar que tenía con su chavala.

-Nada, es solo mi jefa- respondí sin poder apartar mis ojos de ella al percatarme que el tipo en cuestión había pasado la mano por su cintura.

Descojonado al ver los celos reflejados en mis ojos, ese astuto financiero me soltó señalando a la rubia:

-Esa que ves ahí, no es ella. Está actuando para sacarte de las casillas. La conozco bien y desde que vi su mirada mientras nos contabas el desfalco en mi despacho, supe que sentía algo por ti.

Esa confidencia me perturbó porque en cierta forma el sesentón estaba dando su conformidad a nuestra supuesta relación y por eso durante el resto de la cena me quedé callado pero al terminar y dar inicio el baile, Don Arturo sin pedirme opinión llamó a su hija y le pidió que bailara conmigo. En un principio, se negó pero ante la insistencia de su padre me tomó de la mano y me llevó hasta la pista.

Una vez allí, me impresionó verla desenvolverse al ritmo de la música porque no solo era una experta bailando sino porque sus curvas de infarto dentro de ese vestido escotado eran una tortura. Cayéndoseme la baba, observé cómo sus senos seguían el ritmo de la música y por mucho que me esforcé en dejar de mirarlos, continuamente mis ojos volvían a su canalillo.

Mi calentura se exacerbó hasta límites insospechados cuando dieron inicio las lentas. No deseando bailar pegado a ella, le pedí volver a la mesa con su padre pero ella se negó y tomándome de la cintura empezó a bailar. Al notar sus pechos clavándose en mi camisa y sus caderas restregándose contra mí, sentí que no iba a poder soportar mucho sin que mi excitación hiciera su aparición bajo mi bragueta. Tratando de evitarlo, me separé de Aurora pero al notarlo, comprendió mis razones, Satisfecha al descubrir una debilidad en mí, se pegó aún más y sin que nadie se diera cuenta rozó con sus dedos mi extensión mientras me preguntaba:

-¿Qué tanto hablabas con mi padre?

-De lo puta que es su hija- respondí mientras una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y retiraba su mano de mi entrepierna.

Sabiendo que mi insulto tendría respuesta preferí que no fuera en medio de la pista y por eso sin darle tiempo a reaccionar, la llevé hasta el baño. Al cerrar la puerta, la ira acumulada la hizo intentar darme un tortazo pero previéndolo, paré su golpe y cogiendo su cabeza, la besé. Durante unos segundos pataleó e intentó zafarse de mi beso pero sujetándola, evité que huyera hasta que rindiéndose a lo inevitable, respondió con pasión a mi lengua y sin mediar palabra, como una perturbada comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. Pero decidido a que supiera quien mandaba, no se lo permití y girándola sobre el lavabo, le bajé las bragas y cogiendo mi verga, la ensarté violentamente.

Aurora gritó al experimentar quizás por primera vez que alguien le mandaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus manos para no caerse, mi jefa se dejó follar disfrutando de cada acometida. Si en un principio, mi pene se encontró con que su coño estaba casi seco, tras unas breves envestidas, este campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.

Olvidando donde estaba y que los demás asistentes a la fiesta podían oírla, esa niña mimada se corrió dando gritos cuando yo apenas acababa de empezar. Tras lo cual, encadenó un orgasmo tras otro mientras me rogaba que no parara de hacerla mía. Como bien imagináis, la hice caso e incrementando mi ritmo conseguí convertir su sexo en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

-¡Dios mío!- aulló al sentirlo y ya totalmente entregada, rugía descompuesta cada vez que mi mi pene se incrustaba hasta el fondo de su vagina.

El ardor que había tomado posesión de su cuerpo, me permitió seguirla penetrando con mayor intensidad hasta que dominada por el placer se desplomó sobre el lavabo mientras toda ella se estremecía, presa de la lujuria. Habiendo compensado sus afrentas, me dejé llevar y llenando su aristócrata conducto con mi semen, me corrí sonoramente mientras ella sufría los estertores de su orgasmo.

Agotado, me senté en el wáter y fijándome en ella, observé que mi jefa sonreía con los ojos cerrados. “La fierecilla está domada” pensé erróneamente creyendo que había dejado atrás sus ínfulas de niña bien. Pero entonces, abrió sus parpados y mirándome fijamente, me dijo:

-Se nota que mi padre te ha ofrecido algo. ¿Qué te ofreció por hacerme caso? ¿Un puesto?

-¡Eres idiota!- contesté indignado porque creyera que su viejo me había comprado. Sin esperar a que terminara de acomodar su ropa, la saqué arrastrándola del brazo y llevándola donde Don Arturo, le entregué a su hija diciendo: -¡Dimito! ¡Aguántela usted que yo no puedo!

Tras lo cual saliendo de la mansión, cogí mi coche y sin nada mejor que hacer, me fui a ahogar las penas en un bar cerca de mi casa, pero ni la presencia de unos amigos ni el whisky que me pedí, consiguieron hacerme olvidar a Aurora. Cuanto más lo pensaba, mayor era mi cabreo al darme cuenta que estaba colado por esa mujer y sabiendo que había tomado la decisión correcta al renunciar a mi trabajo, saber que no volvería a verla me impidió hasta beber y tras dos horas, removiendo mi copa volví a casa.

Al salir del lugar tuve que agenciarme un paraguas porque  estaba lloviendo, quizás por eso no me percaté de su presencia. Estaba abriendo mi portal, cuando escuché desde un rincón:

-Perdóname, lo siento. Fui una tonta al creer que mi padre  te había convencido.

Al girarme para soltarle una fresca, la vi empapada, borracha y semidesnuda. Su vestido mojado se transparentaba dándole un aspecto todavía más desvalido. Compadeciéndome de ella, la tomé en mis brazos y cargando con ella, entré en el edificio. Aurora al sentir que la cargaba, posó su cabeza sobre mi pecho y llorando  me pidió que la dejara quedarse conmigo esa noche.

Todavía no sé lo que me empujó a contestar:

-Si te quedas hoy, tendrás que quedarte para siempre.

Mis palabras la sorprendieron pero tras pensárselo unos segundos, levantó su mirada y con una sonrisa que no pudo enmascarar sus lágrimas, respondió:

-Mañana traigo mis maletas.

Para comentarios, también tenéis mi email:
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«El culo de mi tía, la policía» LIBRO CENSURADO POR AMAZON PARA DESCARGAR

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LIBRO QUE CENSURÓ AMAZON POR CONSIDERARLO DEMASIADO PORNOGRÁFICO. Por ello, mi editor ha tenido que publicarlo en BUBOK.

Sinopsis:

Desde niño, la hermana pequeña de su madre fue su oscuro objeto de deseo. El origen de esa obsesión por Andrea no era solo por su belleza, también radicaba en que era agente de policía.

Nuestro protagonista, un joven problemático se enfrenta a sus padres y ellos buscando reformarlo, ven en esa inspectora la única solución. Por ello durante un incidente con la ley, piden a esa mujer ayuda, sin saber que al obligar a su hijo a vivir con su tía desencadenarían que entre los dos nazca una relación nada filial.
Escrito por Fernando Neira (Golfo), verdadero fenómeno de la red cuyos relatos han recibido mas de 12.000.000 de visitas.

Bajátelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/240894/El-culo-de-mi-tia-la-policia

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

Desde niño, la hermana pequeña de mi madre fue mi oscuro objeto de deseo. Hasta hoy no me atreví a contar la historia que compartí con Andrea, mi tetona y culona tía. Diez años menor que mi progenitora, recuerdo la fijación con la que la veía. El origen de mi obsesión era variado por una parte estaba su monumental anatomía pero también radicaba en que esa monada era agente de policía.

Era observarla vestida con ese uniforme que le apretaba sus enormes melones y que pensara en ella con sentimientos nada filiales. Para mí, no había nada tan sensual como verla llegar a casa de mis abuelos y que se dejara caer agotada sobre el sofá con su indumentaria de trabajo.

¿Cuántas veces me imaginé siendo detenido por ella?…..Cientos, quizás miles.

¿Cuántas noches soñé con disfrutar de esa bella agente?…. Incontables.

¿Cuántas veces me acosté con ella?…. Ninguna y jamás creí que pudiera darse el caso.

El carácter de esa morena era tan agrio como lo bella que era. La mala leche proverbial con la que mi tía Andrea trataba a todos, hacía imposible cualquier acercamiento. Y cuando digo cualquier, ¡era cualquier! Siendo una divinidad de mujer, nunca se le había conocido novio o pareja. Según mi padre eso se debía a que a que era tortillera pero según mamá, la razón que no había encontrado un hombre era por mala suerte.

―  Ya encontrará un marido y tendrás que comerte tus palabras―  le decía siempre defendiendo a su hermanita.

Mi viejo reía y como no quería  más bronca, se callaba mientras yo en un rincón, sabía que ambos se equivocaban.  En mi mente infantil, mi tía era perfecta y sin nunca había salido con nadie, era porque a ella no le interesaba.

« Cuando lo deseé, los tendrá a patadas», pensaba sabiendo que esa noche tendría que masturbarme con la foto que me regaló en un cumpleaños.

Han  pasado muchos años, pero aún recuerdo esa instantánea. En ella mi tía Andrea estaba frente a un coche azul con la porra en la mano.  La sensualidad de esa imagen la magnificaba yo al imaginar que ese instrumento era mi polla y que ella la meneaba cuando en realidad eran mis manos las que me hacían la paja.

En mis horas nocturnas, mi imaginación volaba entre sus piernas mientras me decía a mí mismo que tampoco me llevaba tantos años. Lo cierto es que eso si era cierto, por aquel entonces yo tenía quince años y mi tía veinticinco pero a esa edad,  esa brecha la veía como insuperable y por eso me tenía que contentar con soñar solo con ella.

Profesional eficiente y sin nadie que le esperara en casa, Andrea subió como la espuma dentro de la policía y con veinticinco años ya era inspectora jefe de la comisaría de Moncloa en Madrid. Ese puesto que hizo menos frecuentes sus visitas, fue a la postre lo que me llevó a cumplir mi sueño desde niño……

Toda mi vida cambia por un maldito porro.

Acababa de empezar la carrera de derecho y como tantos muchachos de mi edad, estudiaba poco, bebía mucho y fumaba más. Y cuando digo fumar, no me refiero a los Marlboro que hoy en día enciendo sino a los canutos con los que me daba el puntito cada vez que salía a desbarrar.

Llevaba un tiempo causando problemas en casa, discutía con mis viejos en cuanto me dirigían la palabra, sacaba malas notas y lo peor a los ojos de ellos, mis nuevas amistades les parecían gentuza. Hoy desde la óptica que dan la experiencia, los comprendo: a mí tampoco me gustaría que los amigos de mi hijo tuvieran una estética de perroflautas pero lo cierto es que no eran malos. Eran…traviesos.

Hijos de papa como yo y con sus necesidades seguras, se dedicaban a festejar su juventud aunque de vez en cuando se pasaban.

Lo que os voy a contar ocurrió una madrugada en la que habiendo salido hasta el culo de porros de una discoteca, mis colegas no tuvieron mejor ocurrencia que vaciar los contenedores de basura en mitad de la calle Princesa. Para los que no conozcan Madrid, es una de las principales vías de acceso a la ciudad universitaria, por lo que aunque era muy tarde, había suficiente tráfico para que rápidamente se formara un monumental atasco.

La policía no tardó en llegar y viendo que éramos un grupo de diez los culpables del altercado, nos metieron a golpes a una patrulla. Envalentonado con el hachís y cabreado por la brutalidad que demostraron, fui tan gilipollas de encararme con ellos. Los agentes respondieron con violencia de modo que al cabo de los veinte minutos, todos estábamos siendo fichados pero en mi caso la foto que me hicieron era una muestra clara de abuso policial.

Con los ojos morados y el labio partido, me dediqué a llamarles hijos de puta y a amenazarles con ir al juzgado. Fue tanto el escándalo que monté que el inspector de guardia salió de su despacho a ver qué ocurría.

La casualidad hizo que mi tía Andrea fuera dicho superior. Al reconocerme, pidió a uno de sus subalternos que me encerrara en una celda a mí solo.   Conociendo la mala baba que se gastaba su jefa, el agente no hizo ningún comentario y a empujones me llevó hasta esa habitación.

Yo, todavía no sabía que mi tía estaba allí por eso cuando la vi aparecer por la puerta, me alegré pensando ingenuamente que mis problemas habían terminado y alegremente, la saludé diciendo:

― Tía, tienes unos matones como subordinados, ¡Mira como me han puesto!

Mi  tía sin dirigirme la palabra me soltó un tortazo que me hizo caer y ya en el suelo me dio un par de patadas que aunque me dolieron no fue lo que me derrotó anímicamente sino el oírla decir a esos mismos que había insultado:

― Todos habéis visto que he sido yo quien se ha sobrepasado con el detenido, si hay una investigación asumo la responsabilidad de lo que pase.

Los policías presentes se quedaron alucinados que asumiera la autoría y si ya tenía a su jefa en un pedestal a partir de esa noche, para ellos no había nadie más capacitado que ella en toda la comisaría. Solo yo sabía, el por qué lo había hecho.

« ¡Nunca me dejarían mis padres denunciar a mi tía!».

De esa forma tan ruda, la hermana de mi madre cumplió dos objetivos: en primer lugar me castigó y en segundo, libró al personal bajo su mando de un posible castigo. Humillado hasta decir basta, me acurruqué en el catre del que disponía el calabozo y usando las manos como almohada, dormí la borrachera. 

Debían ser sobre las doce, cuando escuché que la puerta de mi celda se abría. Al abrir los ojos, vi entrar a mis viejos con mi tía. Mi estado debía ser tan lamentable que mi madre se echó a llorar. Mi padre al contario, iracundo de ira, comenzó a soltarme un sermón.

― ¡Vete a la mierda!―  contesté intentando que se callara. Sus gritos se clavaban como espinas en mis sienes.

Al no esperárselo y ser además un buenazo, se quedó callado. Fue entonces cuando la zorra de mi tía me agarró de los pelos y obligándome a arrodillarme, me exigió que les pidiera perdón.

Asustado, adolorido y resacoso por igual, no tuve fuerzas para oponerme a su violencia y les rogué que me perdonaran.

Mi madre llorando como una magdalena, se repetía con lágrimas en los ojos que no sabía que podía hacer conmigo. Mientras ella lloraba, Andrea se mantuvo en un segundo plano.

― ¡No ves lo que nos estás haciendo!―  dirigiéndose a mí, dijo―  ¡Vas camino de ser un delincuente!―  os juro que no lo vi venir, cuando creía que estaba más desesperada, dejó de llorar y con tono serio, preguntó a su hermana: ― ¿Serías tú capaz de enderezarlo?

Mi tía poniendo un gesto de contrariedad, le contestó:

― Déjamelo un mes. ¡Te lo devolveré siendo otro!

Mi padre estuvo de acuerdo y por eso, esa tarde al salir de la comisaría, recogí mis cosas y me mudé con mi pariente.

Me mudo a casa de mi tía.

Recuerdo el cabreo con el que llegué a su apartamento. Mi padre me llevó en coche hasta allí y durante el trayecto tuve que soportar el típico discurso de progenitor en el que me pedía que me comportara. Refunfuñando, prometí hacerlo pero en mi fuero interno, decidí que a la primera oportunidad iba a pasarme por el arco del triunfo tanto sus consejos como las órdenes que la zorra de mi tía me diera.

« ¡Ya vera esa puta! ¿Quién se creé para tratarme así?», pensé mientras sacaba mis cosas del maletero.

Mi pobre viejo me despidió en el portal y cogiendo el ascensor, fui directo a enfrentarme con esa engreída.

« ¿Cambiarme a mí? ¡Lo lleva claro!», me dije convencido de que aunque lo intentara no iba a tener éxito.

Tal y como había quedado con su hermana, Andrea me esperaba en el piso y abriendo la puerta, me dejó pasar con un sonrisa en la boca.

Supe al instante que esa capulla me tenía preparada una sorpresa pero nunca anticipe lo rápido que descubriría de que se trataba, pues nada más dejar mi maleta en el cuarto de invitados, me llamó al salón.

― Abre la boca―  ordenó―  quiero hacerte una prueba de drogas.

Os juro que al verla con el bastoncito en la mano, me llené de ira y por eso le respondí:

― Vete a la mierda.

Mi tía lejos de enfadarse,  con un gesto de alegría en su boca, me pegó un empujón diciendo:

― ¡Te crees muy machito! ¿Verdad?―  y sin esperar mi respuesta, me soltó un bofetón.

Su innecesaria violencia, me terminó de enervar y gritando le contesté:

― Tía, ni se te ocurra volver a tocarme o….

― ¿O qué?―  me interrumpió―  ¿Me pegarías?

Sobre hormonado por mi edad, respondí:

― Nunca pegaría a una mujer pero si fueras un hombre te habría partido ya tu puta cara.

Descojonada escuchó mi respuesta y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, me volvió a soltar otro guantazo. Fue entonces cuando dominado por la ira, intenté devolverle el golpe pero esa mujer adiestrada en las artes marciales, me paró con una llave de judo tirándome al suelo.

― ¡Serás puta!―  exclamé y nuevamente busqué que se tragara sus palabras.

Con una facilidad que me dejó pasmado ese bombón de mujer fue repeliendo todos mis ataques hasta que agotado, me quedé quieto. Entonces luciendo la mejor de sus sonrisas, me soltó:

― Ya hemos jugado bastante, ¿Vas a abrir la boca o tendré que obligarte?

― ¡Qué te follen!―  respondí.

Ni siquiera vi su patada. Con toda la mala leche del mundo, esa zorra me golpeó en el estómago con rapidez y aprovechando que estaba doblado, me agarró la cabeza y abriendo mi boca, introdujo el maldito bastoncito.  Una vez había conseguido su objetivo, me dejó en paz y metiéndolo en un aparato, esperó a que saliera el resultado del análisis:

― Como pensaba, solo hachís―  dijo y volviendo a donde yo permanecía adolorido por la paliza, me dijo: ― Se ha acabado el fumar chocolate. Todos los días repetiré esta prueba y te aconsejo que no te pille. Si lo hago te arrepentirás.

No me tuvo que explicar en qué consistiría su castigo porque en esos instantes, mi cuerpo sufría todavía el resultado de la siniestra disciplina con la que pensaba domarme.   Si ya estaba lo suficiente humillado, creí  que me hervía la sangre cuando la escuché decir:

― Tu madre me ha dicho que en  mes y medio, tienes los primeros parciales y le he prometido que los aprobarías. Ósea que vete a estudiar o tendrás que asumir las consecuencias.

Completamente derrotado, bajé la cabeza e intenté estudiar pero era tanto el coraje que tenía acumulado que con el libro enfrente, planeé mi venganza.

« Esa zorra no sabe con quién se ha metido».

Estuve dos horas sentado a la mesa sin moverme. Aunque me cueste reconocerlo, me daba miedo que mi tía me viera sin estudiar y me diera otra paliza. Afortunadamente, llegó la hora  de cenar y por eso tuvo que levantarme el castigo y llamarme. Ofendido hasta la médula ocupé mi sitio y en silencio esperé que me sirviera. Cuando llegó con la cena, descubrí en ella a una siniestra institutriz que no solo me obligó a ponerme recto en la silla sino que cada vez que me pillaba masticando con la boca abierta, me soltó un collejón.

« Maldita puta», mascullé entre dientes pero no me atreví a formular queja alguna no fuera a ser que decidiera hacer uso de la violencia.

Al terminar, le pedí permiso para irme a la cama. La muy hija de perra ni se dignó a contestarme, por lo que tuve que esperar a que ella acabara.  Fue entonces cuando me dijo:

― Somos un equipo. Nos turnaremos en lavar los platos y en los quehaceres de la casa… Así que hoy te toca poner el lavavajillas mientras yo acomodo el salón.

Sintiéndome su puto criado, levanté la mesa y metí los platos en el electrodoméstico. Ya cubierta mi cuota, me fui a mi habitación y allí cerré la puerta. Ya con el pijama dejé que mi mente soñara en cómo castigaría la insolencia de mi pariente.

Lo primero que hice fue imaginármela dormida en su cama. Aprovechado que dormía, ve vi atándola con las esposas que llevaba al cinto cuando salía de casa. Al cerrar el segundo grillete, mi tía despertó y al abrir los ojos y verme sonriendo sobre ella, me gritó:

― ¡Qué coño haces!

De haber sido real, me hubiera cagado en los pantalones pero como era MI sueño, le respondí:

― Voy a follarte, ¡Puta!―  tras lo cual empecé a desabrocharle su camisón.

Mi tía intentó zafarse y al comprobar que le resultaba imposible, me dijo casi llorando:

― Déjame y olvidaré lo que has hecho.

Incrementando su desconcierto, le solté un guantazo mientras le terminaba de desabotonar. Con esa guarra retorciéndose bajo mis piernas contemplé  sus pechos al aire y sin poderme aguantar, me lancé sobre ellos y los mordí. Su chillido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación.

« ¡Menudas tetas!», me dije recordando sus pezones. Ese par de peras dignas eran de un banquete pero sabiendo que lo mejor de mi pariente era ese culazo, deslicé mentalmente su camisón por las piernas.

Hecha un flan, tuvo que soportar que prenda a prenda la fuera desnudando. Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de una navaja por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:

― ¿Te arrepientes del modo en que me has tratado?

Mi tía, cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, se orinó sobre las sabanas. Temiendo que le hiciera algo más que no fuera el forzarla,  con voz temblorosa, me respondió:

― No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!

Satisfecho al tenerla donde quería, bajándome la bragueta, saqué mi miembro de su encierro y  la obligué a abrir sus labios para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su sobrino.

― ¡Mámamela!

Tremendamente asustada, se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Al experimentar la humedad de su boca y tratando de reforzar mi dominio, en mi sueño, le ordené que se masturbara al hacerlo. Satisfecho, observé como esa estricta policía cedía y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.

― Te gusta chupármela, ¿Verdad?―  le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.

Unas duras arcadas la asolaron al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo llevarme la contraria,  en mi mente, se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos.

Tras lo cual me quedé dormido…

 

 

Mi primer día en casa de mi tía.

― ¡Levántate vago!

Ese fue mi despertar. Todavía medio dormido miré mi reloj y descubrí que todavía era de madrugada. Quejándome, le dije que eran las seis de las mañana.

― Tienes cinco minutos para vestirte. Me vas a acompañar a correr―  contestó muerta de risa.

Cabreado, tuve que levantarme y ponerme un chándal mientras mi tía me preparaba un café. La actividad de esa zorra en la mañana me desesperó y más cuando urgiéndome a que me tomara el desayuno, me esperaba en la puerta.

« Hija de puta», la insulté mentalmente al ver que empezaba a correr y que girando la cabeza, me pedía que la siguiera.

Curiosamente al correr tras ella, comprendí que tenía su lado bueno al observar el culo de esa zorra al trotar. Mi tía se había puesto un licra de atletismo, por lo que pude admirar sin miedo a que se diera cuenta esa maravilla. Os juro que disfruté durante los primeros diez minutos, mirando las dos preciosa nalgas subiendo y bajando al ritmo de su zancada.

El problema vino cuando me empezó a faltar la respiración por el esfuerzo. Sudando a raudales, tuve que pedirle que descansáramos pero esa puta soltando una carcajada me contestó diciendo:

― Necesitas sudar toda la mierda que te metes―  tras lo cual me obligó a continuar la marcha.

Para no haceros la historia larga, a la hora de salir a correr, volví a su casa absolutamente derrotado mientras esa mujer parecía no notar ningún tipo de cansancio. Dejándome caer sobre un sofá, tuve que aguantar sus bromas y chascarrillos hasta que, olvidándose de mí, se  metió a duchar.

El sonido del agua de la ducha cayendo sobre su cuerpo me hizo imaginar lo que estaba pasando a escasos metros de mí y bastante excitado me tiré en la cama, pensando en ello. Mi mente me jugó una mala pasada por que  rápidamente llegaron hasta mí imágenes de ella enjabonándose. 

« Está buena esa maldita», me dije y reconociendo que le echaría un polvo si pudiera, me levanté a ordenar mi cuarto.

A los diez minutos, la vi entrar ya vestida pero con el pelo mojado. Al observar que tenía la habitación ordenada y la cama hecha, sonrió y me mandó a duchar. La visión de su melena empapada, me excitó y antes de que mi pene se alzara traicionándome, decidí obedecer.

Cuando salí del baño, mi tía ya se había ido a trabajar y viendo que todavía no habían dado ni las ocho, decidí hacer tiempo antes de irme a la universidad. Como estaba solo, aproveché para fisgonear un poco y sabiendo que quizás no tendría otra oportunidad, fui a su cuarto a ver cómo era.

Nada más entrar, me percaté de que al igual que su dueña, era pulcra y que estaba perfectamente ordenada. Abriendo los cajones, descubrí que su pasión por el orden era tal que agrupaba por colores sus bragas. Deseando conocer su gusto en ropa interior, me puse a mirarlas sin tocarlas no fuera a descubrir que no estaban tal y como ella, la había dejado.

Como en trance, pensé que quizás hiciera como su hermana y tuviera un bote de ropa sucia en el baño. Al descubrirlo en un rincón, lo abrí y descubrí un coqueto tanga de encaje rojo y más nervioso de lo que me gustaría reconocer,  lo saqué y me lo llevé a la nariz.

― ¡Dios! ¡Qué bien huele!―  dije en voz alta al aspirar su aroma.

Mi sexo reaccionando como resorte, se alzó bajo mi pantalón.  Dándome el gustazo, me senté en el suelo y usando esa prenda, me pajeé. Solo tuve cuidado al eyacular para no mancharla con mi semen. Una vez saciado, devolví el tanga a su lugar.

 Al ser ya la hora de irme, cogiendo mis bártulos, salí del apartamento imaginándome a mi tía usando esas bragas.

« Definitivamente…. Esa puta tiene un polvazo».

 Ya en la universidad la rutina diaria me hizo olvidar a mi tía y solo me acordé de ella cuando entre clase y clase, un amigo me ofreció un porro. Estuve a punto de cogerlo pero recordando su amenaza, me abstuve de darle una calada, pensando:

« Es solo un mes».

Aunque ese día no caí en ello, mi transformación empezó con ese sencillo gesto. Mitad acojonado por ser cazado en un renuncio pero también deseando complacer a esa mujer, tomé la decisión acertada porque al volver a su apartamento, lo primero que hizo  al verme fue obligarme a abrir la boca para comprobar que no había fumado.

Esa vez, obedecí a la primera.

Mi tía muy seria introdujo el puñetero bastoncito y al igual que el día anterior, se puso a analizar la saliva que había quedado impregnada en ese algodón. A los pocos segundos, la vi sonreír y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla como premio.

Si bien de seguro no lo hizo a propósito, al hacerlo sus enormes pechos presionaron el mío. El placer que sentí fue indescriptible, de modo que el desear que se repitiera esa  recompensa me sirvió de aliciente y desde ese momento, decidí que haría lo imposible por no defraudarla.

Tras lo cual, me encerré en mi cuarto y me puse a estudiar.  La satisfacción de mi tía fue evidente cuando pasando por el pasillo, me vio concentrado frente al libro  y viendo que me empezaba a enderezar, se metió a hacer la cena en la cocina.

Debían de ser casi las nueve, cuando cansado de empollar, me levanté al baño. Al pasar por el pasillo, vi a mi tía Andrea bailando en la cocina al ritmo de la música. Sintiéndome un voyeur,  la observé sin hacer ruido:

« ¡Está impresionante!», me dije sorprendido de que supiera bailar sin dejar de babear al admirar el movimiento de su trasero: « ¡Menudo culo!», pensé deseando hundir mi cara entre esos dos cachetes.

Fue entonces cuando ella me sorprendió mirándola y en vez de enfadarse, vino hacia mí y me sacó a bailar la samba que sonaba en la radio. Cortado por la semi erección que empezaba a hacerse notar bajo mi bragueta, intenté rechazar su contacto pero mi tía agarrándome de la cintura lo impidió y se pegó totalmente  a mi cuerpo.

Aunque mi empalme era evidente, no dijo nada y siguió  bailando. Producto de su danza, mi sexo se endureció hasta límites insoportables pero aunque deseaba huir, tuve que seguirle el paso durante toda la canción. Una vez acabada y con el sudor recorriendo mi frente, me excusé diciendo que me meaba y me fui al baño.

Como sabréis de antemano,  me urgía descargar pero no mi vejiga sino mis huevos y por eso, nada más cerrar la puerta, me pajeé con rapidez rememorando la deliciosa sensación de tener a esa morena entre mis brazos.

Tan llenos y excitados tenía mis testículos que el chorro que brotó de mi polla fue tal que llegó hasta el espejo.

« ¿Quién se la follara?», y por primera vez, no vi tan lejos ese deseo.

Aunque parecía imposible, esa recta e insoportable mujer cuando la llevabas la contraria, se convertía en un ser absolutamente dulce y divertido cuando se le obedecía.

 

 

Mi segundo día en casa de mi tía.

Deseando complacerla en todo y que me regalara otro beso u otro baile como la noche anterior, puse mi despertador a las seis menos cuarto, de forma que cuando apareció en mi habitación para despertarme la encontró vacía.

Sé que pensó que me había escapado porque me lo dijo y hecha una furia entró en la cocina para coger las llaves de su coche e ir a buscarme. Pero entonces me encontró con un café. Sin darle tiempo a asimilar su sorpresa, poniéndoselo en sus manos, le dije:

―  Tienes cinco minutos para vestirte.

La sonrisa de sus labios me informó claramente que le había gustado mi pequeña broma y  sin decir nada, se fue a cambiar para salir a correr. Al poco tiempo, la vi aparecer con unos leggins aún más pegados que el día anterior y un pequeño top que difícilmente podía sostener el peso de sus pechos.

« Viene preparada para la guerra», me dije disfrutando del profundo canalillo que se formaba entre sus tetas.

Repitiendo lo ocurrido el día anterior, mi tía iba delante dejándome disfrutar de su culo. El único cambio que me pareció notar es que esta vez el movimiento de sus nalgas era aún más acusado, como si se estuviera luciendo.

« ¡Ese culo tiene que ser mío!», exclamé mentalmente sin perder de vista a esa maravilla.

Esa mañana resistí un poco más pero aun así al cabo del rato estaba con el bofe fuera y por eso no me quedó más remedio que pedirle que aminorara el paso. Mi tía se compadeció de mí y señalando un banco, me dijo que me sentara mientras ella estiraba.

Agotado como estaba, accedí y me senté.

Fue entonces cuando sucedió algo que me dejó perplejo. Aunque el camino era muy ancho, se puso a hacer sus estiramientos a un metro escaso de donde yo estaba.  Os juro que aunque esa mujer me volvía loco, me cortó verla agacharse frente a mí dejándome disfrutar de la visión de su sexo a través de sus leggins.

« ¡Se le ve todo!», pensé totalmente interesado al comprobar que eran tan estrechos que los labios de su coño se marcaban claramente a través de la tela.

Durante un minuto y dándome la espalda, se dedicó a estirar unas veces con las piernas abiertas dándome una espléndida visión de su chocho y otras con las rodillas pegadas, regalando a mis ojos un panorama sin igual de su culo.

Si de por sí eso ya me tenía cachondo, no os cuento cuando sentándose en el suelo se puso a hacer abdominales frente a mí. Cada vez que se tocaba los pies, el escote de su top quedaba suelto dejándome disfrutar del estupendo  canalillo entre sus tetas.

Olvidando toda cordura, incluso llegué a inclinarme sobre ella para ver si alcanzaba a vislumbrar su pezón. Mi tía al verme tan interesado, miró el bulto que crecía entre mis piernas y levantándose, alegremente, salió corriendo sin decir nada.

Mi calentura se incrementó al percatarme que no le había molestado descubrir la atracción que sentía por ella y por eso, con renovadas fuerzas, fui tras ella.

Al igual que la mañana anterior, nada más llegar a casa, mi tía se metió a duchar mientras yo intentaba serenarme pero no pude porque por algún motivo que no alcanzaba a adivinar, mi tía dejó medio entornada la puerta mientras lo hacía.

Al descubrirlo, luché con todas mi fuerzas para no espiar pero venció mi lado perverso y acercándome miré a través de la rendija. Mi ángulo de visión no era el óptimo ya que solo alcanzaba a ver su ropa tirada en el suelo. Debí de haberme conformado con ello pero al saber que mi tía estaba desnuda tras la puerta me hizo empujarla un poco. Excitado descubrí que el centímetro que había abierto era suficiente para ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

« Menuda mujer», totalmente cachondo tuve que ratificar al ver el modo tan sensual con el que se enjabonaba.

Tal y como me había imaginado, sus piernas eran espectaculares pero fueron sus pechos los que me dejaron anonadado. Grandes, duros e hinchados eran mejores que los de muchas de las actrices porno que había visto y ya dominado por la lujuria, me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme mirándola.

― ¡Qué pasada!―  exclamé en voz baja, cuando al darse la vuelta en la ducha, pude contemplar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como su coño. Desde mi puesto de observación, me sorprendió que mi tía llevara hechas las ingles brasileñas y que donde debía haber un poblado felpudo, solo descubriera un hilillo exquisitamente depilado: « ¡Joder con la tía! ¡Cómo se lo tenía escondido!», pensé.

Mi sorpresa fue mayor cuando la hermana de mi madre separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que su sobrino se recreara con la visión de su vulva. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que sabía que la estaba observando y que  se estaba exhibiendo.

Completamente concentrado, tardé en percibir en el modo en que se pasaba el jabón por su sexo que se estaba masturbando. La certeza de que mi tía se estaba pajeando me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio. Asustado limpié mi estropicio mientras intentaba olvidar su espectacular anatomía bajo la ducha. Por mucho que lo intenté me resultó imposible, su piel mojada y la forma en que buscó el placer auto infringido se habían grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería.

Ya en mi cuarto, mi imaginación se volvió a desbordar y no tardé en verme separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior. Solo el hecho de que mi tía saliendo del baño me descubriera, evitó que me volviera a masturbar pensando en ella.

Estaba tan caliente que decidí que tenía que irme de la casa y cogiendo mis libros, me despedí de ella desde el pasillo. Mi tía Andrea que ya había terminado, me contestó que esperara un momento. Al minuto la vi salir envuelta en la toalla y pegándose como una lapa, me dio un beso en la mejilla mientras, como si fuera casual, su mano se paseaba por mi trasero.

Os juro que todavía no comprendo cómo aguanté las ganas de quitarle esa franela y follármela ahí mismo. Hoy sé que quizás fuera lo que estaba deseando pero en aquel entonces, me dio miedo y  comportándome como un crio, salí huyendo.

Durante todo el día el recuerdo de su imagen en la ducha pero sobre todo la certeza de que esa última caricia no había sido fortuita me estuvieron torturando.  En mi mente no cabía que esa frígida de la que todo el mundo hablaba pestes, resultara al final una mujer necesitada de cariño  y que esa necesidad fuera tan imperiosa que aceptara incluso que fuera su sobrino quien la calmara.

Al ser viernes, no tuve clases por la tarde por lo que sin nada que hacer, decidí dar a mi tía una nueva sorpresa y entrando en la cocina, me puse a preparar la cena para que cuando ella llegara del trabajo, se la encontrara ya hecha.

Debió llegar sobre las nueve.

El coñazo de cocinar valió la pena al ver la alegría en su cara cuando descubrió lo que había hecho. Con cariño se acercó a mí y me lo agradeció abrazándome y depositando un  suave beso cerca de la comisura de mis labios. Fue como si me lo hubiese dado en los morros, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe al sentir sus pechos presionando el mío, mientras me decía:

― Es agradable, sentirse cuidada.

De haber sido otra y no la hermana de mi madre, le hubiese demostrado un modo menos filial de mimarla. Sin pensármelo dos veces la hubiese cogido en brazos y la hubiera llevado hasta su cama pero, como era mi tía, sonreí y tapándome con un trapo, deseé que no  hubiese advertido la erección que sufría en ese instante mi miembro.

Sé que mis intentos fueron en vano porque entornando sus ojos, me devolvió una mirada cómplice, tras la cual, me dijo que iba a cambiarse porque no quería cenar con el uniforme puesto. Al cabo del rato volvió a aparecer pero esta vez el sorprendido fui yo. Casi se me cae la sartén al verla entrar con un vestido de encaje rojo completamente transparente.

Reconozco que me costó reconocer en ese pedazo de mujer a mi tía, la policía, porque no solo se había hecho algo en el pelo y parecía más rubia sino porque nunca pensé que pudiese ponerse algo tan corto y sugerente. El colmo fue al bajar mi mirada, descubrir las sandalias con tiras anudadas hasta mitad de la pantorrilla.

Para entonces, sabiendo que había captado mi atención, me preguntó:

― ¿Estoy guapa?

Con la boca abierta y babeando descaradamente, la observé modelarme ese dichoso vestido. Las sospechas de que estaba tonteando conmigo se confirmaron cuando poniendo música se empezó a contornear bajo mi atenta mirada.

Dotando de un morbo a sus movimientos que me dejó paralizado, siguió el ritmo de la canción olvidando mi presencia. El sumun de la sensualidad fue cuando con sus manos se empezó a acariciar por encima de la tela, mientras mordía sus labios mirándome.

Estaba a punto de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos, cuando apagó la música  y soltando una carcajada, me dijo:

― Ya has tenido tu premio, ahora vamos a cenar.

Mi monumental cabreo me obligó a decirle:

― Tía eres una calientapollas.

El insulto no hizo mella en ella y luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

― Lo sé, sobrino, lo sé―  tras lo cual se sentó en la mesa como si no hubiese pasado nada.

Indignado con su comportamiento, la serví la cena y me quedé callado. Mi mutismo lo único que consiguió fue incrementar su buen humor y disfrutando como la zorra que era, se pasó todo el tiempo exhibiéndose como una fulana mientras, sin darse cuenta, bebía una copa de vino tras otra.

Si en un principio, sus provocaciones se suscribían a meras caricias bajo la mesa o a pasar sus manos por su pecho, con el trascurrir de los minutos, bien el alcohol ingerido o bien el morbo que sentía al excitar a su sobrino, hicieron que se fuese calentando cada vez más.

― ¿Te gustan mis pechos?―  me soltó con la voz entrecortada mientras daba un pellizco sobre ambos pezones.

La imagen no podía ser más sensual pero cabreado como estaba con ella, ni me digné a contestar. Mi tía al ver que no había resultado su estratagema y que me mantenía al margen, decidió dar un pequeño paso que cambió mi vida. Levantándose de su silla, se acercó a mí y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:

― ¿Mi sobrinito está enfadado?

― Sí, tía.

Poniendo un puchero en su boca, pegó su pecho contra mi cara mientras me decía:

― ¿Y puede tu perversa tía hacer algo para contentarte?

Su pregunta hizo que mi pene se despertara del letargo y tanteando,  acaricié una de sus tetas para ver como reaccionaba. Mi caricia no fue mal recibida y sonriendo nerviosa, me preguntó:

― Verdad que lo que ocurra entre nosotros, no tiene nadie porque enterarse.

― Por supuesto―  respondí mientras le bajaba los tirantes a su vestido.

Bajo la tela aparecieron los dos enormes pechos que había visto en la ducha. El hecho de que los conociera lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a chupar mientras la hermana de mi madre no paraba de gemir.

― Me encanta como lo haces―  masculló entre dientes totalmente entregada.

La excitación que asolaba a mi tía me dio la confianza suficiente para bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis. Al tocarlo, la mujer que apenas dos días antes me había dado una paliza, pegó un respingo pero no intentó evitar ese contacto.  Ansiando llevar a la locura a esa mujer, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo mientras  la excitaba a base de pequeños mordiscos en sus pezones.

No tardó en mostrar los primeros indicios de que se iba a correr. Su respiración agitada y el sudor de su escote, me confirmaron que al fin iba a poder cumplir mi sueño y  disfrutar de ese cuerpo.  Tal como había previsto, mi tía llegó al orgasmo con rapidez y afianzando mi dominio, le metí otros dos dentro de su vulva.

― Necesito que me folles―  sollozó con gran amargura y echándose a llorar, gritó: ― ¡La puta de tu tía quiere que su sobrino la desvirgue!

La confesión que ese bombón de veintiocho años, jamás había estado con un hombre me hizo recordar mis pensamientos de esa mañana:

« Aunque exteriormente sea un ogro, en cuanto arañas un poco descubres que es una mujer necesitada de cariño».

El dolor con el que reconoció que era virgen, me hizo comprender que desde joven había alzado una muralla a su alrededor y que aunque fuera policía y diez años mayor que yo, en realidad era una niña en cuestión de sexo.

Todavía hoy no sé qué me inspiró pero cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cama y me tumbé junto a ella.   Tratándola dulcemente, no forcé su contacto y solo abrazándola, abrazándola, la consolé dejándola llorar:

― Tranquila preciosa―  le dije al oído con cariño.

Mi ternura la fue calmando y al cabo de unos minutos, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:

― ¿Me harías ese favor?

Supe enseguida a qué se refería. Un suave beso fue mi respuesta. Mi tía Andrea respondió con pasión a mi beso pegando su cuerpo al mío. Indeciso, llevé mis manos hasta sus pechos. La que en teoría debía tener  más experiencia, me miró con una mezcla de deseo y de miedo y cerrando los ojos me pidió que los chupara.

Su permiso me dio la tranquilidad que necesitaba y por eso fui aproximándome con la lengua a uno de sus pezones, sin tocarlo. Estos se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada. Cuando mi boca se apoderó del primero, mi pariente no se pudo reprimir y gimió, diciendo:

― Hazme tuya.

Sabiendo que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta. Mi tía, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión del hasta entonces inaccesible tesoro.

Pero en vez de ir directamente a él, pasé de largo y seguí acariciando sus piernas. La estricta policía se quejó odiada y dominada por el deseo, se pellizcó  sus pechos mientras me rogaba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo.

Usando mi lengua, seguí acariciándola cada vez más cerca de su pubis. Mi tía, desesperada, gritó como una perturbada cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón. No tuve que hacer más, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.

Como era su primera vez, me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su coño y jugando con su deseo. Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me rogó nuevamente que la desvirgara pero contrariando sus deseos,  seguí en mi labor de zapa hasta que pegando un aullido me confirmo que la última de sus defensas había caído.

Entonces y solo entonces, me desnudé.

Desde la cama ella me miraba. Al girarme y descubrir su deseo comprendí que en ese instante no era mi tía sino mi amante. Cuando me quité los calzoncillos y me di la vuelta, observó mi erección y sonriendo, me rogó que la tomara.

Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que,  separando sus rodillas, aproximé mi glande  a su sexo y jugueteé con su clítoris mientras ella no dejaba de pedirme excitada que la hiciera suya.

Comportándome como el mayor de los dos y deseando que su primera vez fuera especial, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Sabiendo que le iba a doler, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.

La hermana de mi madre pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y aun doliéndole era mayor el lastre que se había quitado al sentir que mi pene la llenaba por completo, por eso susurrando en mi oído, me pidió:

― Dame placer.

Obedeciendo gustoso su orden, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. Mi tía que hasta entonces se había mantenido expectante, me rogó que acelerara mientras con su mano, se acariciaba su botón con satisfacción.

Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y cuando  llegaron, me hicieron incrementar mis embestidas. La facilidad con la que mi estoque entraba y salía de su interior, me confirmaron más allá de toda duda que mi tía estaba disfrutando como una salvaje  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. Mi hasta esa noche virginal pariente no tardó en correrse mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.

― ¿Le gusta a mi tita que su sobrino se la folle?― , pregunté al sentir que por segunda vez, esa mujer llegaba al orgasmo.

― Sí― , gritó sin pudor―  ¡Me encanta!

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de esa mujer me volvió a sorprender al pedirme que la usara sin contemplaciones. Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior a la vez que le informaba que me iba a correr, tras lo cual caí rendido sobre el colchón.

Satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza sobre mi pecho,  se quedó pensando en que esa noche no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus traumas y por fin, se sentía una mujer aunque fuera de un modo incestuoso.

Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  le dije:

― Tía, a partir de esta noche, esta es también mi cama. ¿Te parece bien?

― Si pero por favor, no me llames Tía, ¡Llámame Andrea!

― De acuerdo, respondí y sabiendo que en ese momento, no podría negarme nada, le dije: ― ¿Puedo yo pedirte también un favor?

― Por supuesto―  contesto sin dudar.

Acariciándole uno de sus pechos, le dije:

― Mañana le dirás a tu hermana que te está costando educarme y que piensas que es mejor que me quede al menos seis meses contigo.

Muerta de risa, me soltó:

― No se negara a ello. Te quedarás conmigo todo el tiempo que tanto tú como yo queramos…―  y poniendo cara de puta, me preguntó: ― ¿Me echas otro polvo?

Solté una carcajada al escucharla y anticipando el placer que me daría,  me apoderé de uno de sus pechos mientras le decía:

― ¿Me dejarás también desflorar tu otra entrada?

COPYRIGHT © LFSB

Relato erótico: «EL LEGADO (15): Esclavitud determinante» (POR JANIS)

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Esclavitud determinante.

Sin título Nota de la autora: Mi más profundo agradecimiento a Germán_Becquer, Chronos, Jubilado, Shadow, Falowar y todos los o las demás que me han escrito y comentado. Sin vosotros, Sergio no estaría vivo. Gracias. Podéis contactarme en janis.estigma@hotmail.es

 

Siento una presencia en el dormitorio. Abro los ojos y reconozco a Dena en la penumbra. Debe de ser muy temprano. Me imagino lo que debe de estar mirando. Aparta la ropa de la cama, suavemente, descubriendo que su hija está tan desnuda como yo. La chiquilla aún tiene mi polla abrazada entre sus piernas. Se quedó dormida después de haberme ordeñado, usando todo su cuerpo, sin importarle el semen que la cubría.

Se sobresalta al descubrir que estoy despierto. Le señalo la puerta y ella sale del dormitorio, yo la sigo, desnudo. La veo retorcer sus manos, ansiosa de saber qué ha ocurrido. Le pido que prepare café mientras me doy una ducha rápida. Está a punto de decirme algo, pero lo piensa mejor y, asintiendo, conecta la cafetera.

Diez minutos más tarde, estamos los dos sentados a la pequeña barra de la codina, sorbiendo sendos cafés. Me he puesto mi viejo chándal y le pregunto por su padre. Por lo visto, se está recuperando bien y su hermana mayor se va a llevar al anciano matrimonio a su casa, para cuidarles. Es un alivio para Dena. No soporta más su inquietud.

―           ¿Qué ha ocurrido, Amo?

―           Bueno, las cosas han ido muy bien, ¿sabes? Patricia acabó confesándome su amor y, también, sus celos hacia ti.

Dena levantó sus cejas, sorprendida.

―           Si, así es. Al parecer, se muere cada vez que nos escucha follar, e incluso castigarte. Desearía ser ella la que reciba mis atenciones…

―           ¿La has desflorado, Amo? – musita, las manos contra su pecho.

―           No, Dena. Solo la dejé hacer sexo oral. Patricia comprende que aún no puede entregarse completamente. Es inviable.

Noto el suspiro de alivio de Dena. No sé si porque su hija sigue siendo aún virgen, o bien por no haberse perdido aún esa ocasión.

―           Patricia es muy especial, Dena, más de lo que puedes llegar a suponer. Es tan ardiente como tú, o incluso más, cuando asuma su sexualidad por completo. Pero no es una sumisa. Nada de eso. Aunque se haya entregado a mí y me haya ofrecido su cuerpo y su alma, creo que ha sido por amor o pasión, no por esa necesidad que tú puedes sentir de liberarte de tus actos, de las decisiones.

Asiente, indicándome que comprende lo que quiero decirle.

―           Quiero que seas muy conciente de que no sé dónde acabará esto, una vez comience. Patricia tomará sus propias decisiones y pueden hacerte daño, Dena.

Coge mi mano libre y me la besa, intentando sonreír.

―           Lo comprendo, Amo. Será lo que tenga que ser…

―           Te prometo que, ocurra lo que ocurra, procuraré que sintáis todo lo mejor de mí.

―           Con eso me basta, Amo – acerca su taburete y me ofrece sus labios.

La beso con largueza, intensamente, pero la aparto. Aún debo decirle más.

―           Patricia acabó confesándome lo que la hizo cambiar de actitud – los ojos de Dena mostraron su interés. – Todo se debe a su nueva amiga, Irene. La madre de esta chica es una mujer profundamente religiosa, que achaca cualquier cosa que ocurra a su alrededor a la presencia de Dios. Es una fanática religiosa, en otras palabras. Lleva varios años castigando a su hija, primero con castigos psicológicos, pero, a raíz de la muerte de su esposo, los castigos se han vuelto físicos. Creo que Irene se ha convertido en una dependiente de todo esto, como la única forma de cariño que obtiene de su madre. Según Patricia, llega a hacer las cosas mal solo para que madre le imponga un par de castigos a la semana.

―           ¡Por Dios, que fuerte! Es una niña…

―           Las marcas en el cuerpo de Irene atrajeron la atención de Patricia, su curiosidad, y trabaron amistad. Marcas de fusta, de varas de madera, de espinos… Por lo visto, la madre la fustiga con cualquier cosa…

―           Así que Patricia relacionó mis propias marcas con las de su amiga…

―           ¿Quién puede saber lo que pasa por la cabecita de tu hija? Pero, eso le hizo comprender que tú te entregas por amor, al igual que Irene… amores dañinos y extraños, pero que, por el momento, son su único referente real…

―           ¡Ay, Dios! ¿Qué estoy haciendo? – Dena comprendió dónde quería llegar.

―           Si, es lo que Irene le ha explicado a Patricia. Que el dolor que experimenta, es una muestra de afecto y que puede llegar a ser muy placentero. Tu hija parece estar tomando una actitud dominante con respecto a su amiga. Le cuenta lo que hacemos y la pone cachonda, y se meten el dedo, escondidas en ese cuarto del colegio, sobre las colchonetas. Se comen sus sándwiches mientras se cuentan lo que sucede en sus casas. Tienen buen cuidado de no hacerlo nunca por teléfono, ni por la red, para que no la descubramos, pero, a diario, intercambian estas historias.

Dena se lleva una mano a la boca, pero no sé si es por indignación, sorpresa, o si se ha puesto más caliente de lo que está. Ya no sé qué pensar de esta familia.

―           ¿Comprendes de dónde procede ese cambio que nos traía locos?

―           Si. Patricia ha encontrado en su amiga, el desahogo que necesitaba para calmar sus ansiedades.

―           Algo así, pero, ahora, Patricia ha ido un paso más lejos y le he dejado muy claro que esto no es un tema a compartir con Irene.

―           ¿Cómo puedes estar seguro de que no le dirá nada?

―           No lo hará, confía en mí.

―           Está bien, Amo.

―           Ya no necesita usar a Irene, pues ha conseguido lo que ansiaba, a mí…

―           ¿La dejará?

―           No lo sé, pero si cambiará de actitud. Creo que se acabaron las reuniones en el cuarto de las colchonetas, pero también puede traerla a casa… ¿no?

―           ¿Aquí, para desahogarse? – se asombra.

―           ¡Es broma, tonta! – me río al ver su rostro. – Pero cualquier cosa puede surgir de la mente de tu hija. Tenlo en cuenta, Dena.

La dejo rumiando el asunto. Subo a preparar el desayuno de mis chicas. Elke aún no ha probado mis famosas tortitas.

A media mañana, recibo una llamada de Víctor. Se interesa por mi salud y cuando le contesto que estoy mejor, me invita a almorzar a su mansión. “Es mejor que vengas solo”, me dice.

¿Qué voy a decirle? Pues, si, señor, y lo que mande usted, por supuesto. Maby se irrita, pensaba pasar el día conmigo.

―           Al menos, podrías llevarme contigo a casa de Víctor – se enfurruña, los brazos cruzados, mientras me peino ante el espejo del baño.

―           El jefe ha dicho que vaya solo, textualmente.

―           Ya, para disfrutar de las golfas que tiene en esa mansión – bufa, cada vez más molesta.

Me giro rápidamente, sorprendiéndola. La atrapo por uno de los brazos, sacándola del cuarto de baño, casi a rastras.

―           ¿Esto va a ser así cada vez que tenga que ir a casa de mi jefe? ¿Una escenita pueril de celos?

―           Sergi, yo…

―           ¡Eres mi sumisa! ¡Tú no me recriminas nada!

La tiro sobre el sofá. Elke y Pamela, que están repasando un catalogo sobre la mesa de la cocina, nos miran, sorprendidas.

―           ¡Pam!

―           ¿Si, Sergio?

―           Quiero que tengas a esta golfa todo el día en cueros, haciendo cosas en la casa. Cuando no tenga nada más que limpiar o arreglar, la pones a que os haga las uñas a Elke y a ti, o que os lama los pies, u os coma el coño… Lo que queráis, ¿entendido?

―           Si, Sergio.

―           ¡Pórtate severamente u ocuparás su lugar cuando regrese!

―           Si, Sergio, así lo haré.

Maby me mira con lágrimas en los ojos, suplicante. No se atreve a decir nada, pero le gustaría tirarse a mis pies, e implorar mi perdón. He sido demasiado blando con ellas, es hora de que aprendan. Cuando me marcho del piso, Maby está desnuda, barriendo el comedor. No osa levantar la cabeza para despedirse.

Antes de llegar a la mansión, el cielo se ha cerrado en nubes oscuras y ominosas. Empieza a llover, de manera furiosa, como si hubiera un tío cabreado, de pie sobre las nubes, arrojando cubos y cubos de agua fría sobre los pobres mortales. Los limpias de la camioneta no dan abasto y veo menos que un gato de escayola, aún siendo la una del mediodía.

Uno de los chicos de Víctor está esperándome en el aparcamiento, empuñando un gran paraguas negro, para acompañarme. Todo un detalle, si, señor. Víctor me saluda en el gran vestíbulo. Me palmea la espalda, me coge por los hombros y mira mi rostro. El moratón ya está casi difuminado, pero mi nariz está aplanada.

―           ¡Ouch! Aún no comprrendo cómo te caíste por esas escalerras…

―           Es que soy un patoso, señor Vantia.

―           Respecto a esa cosa en la que has venido…

―           ¿La camioneta?

―           Si, esa cosa… no vuelvas a traerla – me sonríe, empujándome pasillo adelante.

―           ¿Ah, no? ¿Uso el transporte público? – intento no parecer demasiado mordaz.

―           No. Más tarde, antes de marcharte, te llevarás uno de los coches de mi garaje.

―           Señor Vantia, yo no… — me deja sin habla.

―           Nada, nada, tengo muchos y sin moverse del sitio. No pienses que te vas a llevar un Lamborgini o el Aston Martin, eh. No, uno más normalito – se ríe como un niño grande.

Me conduce hasta el invernadero, donde destaca Anenka, de pie entre hileras de macetas llenas de orquídeas, petunias y rosas, como la reina de todas ellas. Apura una copa de Martini con elegancia y va vestida de forma sencilla: una rebeca Burdeos, un polo de cuello vuelto y manga larga, en un beige roto, y unos pantalones de montar oscuros, con las adecuadas botas. Al girarse hacia mí, brilla en su cuello una costosa pieza de orfebrería. Me sonríe más con los ojos que con los labios.

―           Sergei, querido, que alegría verte tras esa horrible caída – se dirige hacia mí, alzando su mano con un gesto natural y aristocrático.

No me queda más que inclinarme y besar su dorso. Una agente del KGB con maneras aristocráticas, ¡que ironía!

―           Espero que te encuentres bien – me dice, cogiéndose de mi brazo y caminando hasta donde se encuentra su marido, que me está sirviendo una copa.

―           Si, madame, totalmente recuperado. Solo fue un mal tropiezo…

―           Sin embargo, no es eso lo que he escuchado. Una fractura en el brazo, costillas rotas, daño interno, la nariz…

Nos giramos hacia la nueva voz. Katrina ha hecho su entrada y mis tripas se retuercen al verla. La perra viene más hermosa que nunca, joder… Su pelo rubio le cae divinamente a los lados de su preciosa cara, brillante y lacio, dispuesto como casual y algo despeinado. Sus ojos, hoy más oscuros, como si reflejaran el estado apático del día, brillan, divertidos. Su piel luce un poco más bronceada que hace unos días y… bufff… ¿Qué puedo decir de su sonrisa? Sé que es una mala puta y todo eso, pero su sonrisa me derrite, como si irradiara simpatía y donaire con solo curvar aquellos labios. Viste un floreado vestido, más primaveral que de invierno, que deja sus bien torneados y bronceados brazos a la vista. Calza una botas vaqueras, de caña alta, que terminan justo sobre el dobladillo del vestido.

Hago una breve inclinación para que no pueda ver la mirada asesina que le echo. Víctor la toma de la mano.

―           ¿Almorzamos? – nos pregunta.

No he comido nunca langosta, pero es lo que hay, junto a otros moluscos y crustáceos. Comida de ricos, supongo. Las salsas que nos sirven con las colas de langosta están riquísimas, unas saladas, otras dulces, picantes y ácidas, o cremosas y edulcoradas. Anenka se ríe cuando me ve mojar pan en la salsera.

¿Qué pasa? Soy de campo…

―           He pensado incorporarme ya al Años 20 – dejo caer.

―           ¿Te sientes recuperado? – pregunta Anenka.

―           Me aburro en casa. No es un trabajo pesado y con tener un poco de cuidado… – respondo.

―           Mientras no vuelvas a bajar al sótano – bromea Katrina, alzando su copa y pidiendo más vino.

―           Si, claro – sonrío con una mueca.

―           Bueno, tenía pensado algo distinto, más relajado – interviene su padre. – Me gustaría que, durante unos días, acompañaras a mi hija, como protector, ya sabes.

Katrina me sonríe abiertamente cuando la miro de reojo.

―           Debe hacer un rápido viaje a Barcelona y será bueno que la acompañes.

―           Por supuesto, señor Vantia.

―           No hay prisa por volver al Años 20. Konor está al cargo, ¿no?

Es todo un sutil mensaje de mi jefe. Me hace comprender que hay que darle un poco de cancha al gerente.

―           Claro. Me encantará ir a Barcelona, nunca he estado en la ciudad condal.

―           ¿Contenta, cariño? – se gira Víctor hacia su hija.

―           Si, papi, mucho – responde sin quitar sus ojos de mí. Dios, que loba…

―           Todo ha sido sugerencia de ella, Sergei – suspira Anenka. – Por lo visto, se siente fatal por como te trató cuando os conocisteis y piensa compensártelo.

―           No era necesario, señorita Vantia – la muy puta, ¿qué tiene pensado?

―           Katrina, por favor, somos más o menos de la misma edad, ¿no? – responde, con un tono de lo más encantador.

“¡Estoy atrapado!”

Media hora más tarde, gracias a todos los santos del cielo, Víctor me acompaña al garaje, para hacerme entrega de uno de los coches pertenecientes a Staxter, el holding tapadera de Vantia.

―           Mira, Sergio, sé que la cosa no empezó con buen pie, pero debes entender a mi hija – me dice, mientras caminamos por una de las galerías, a solas. – Katrina ha crecido sola, siempre rodeada de doncellas y ayas, prestas a obedecer cada uno de sus caprichos.

―           Soy conciente de ello, señor.

―           Incluso en la residencia estudiantil, en Paris, le permití llevarse una chacha, como ayuda de cámara. No sabe vivir sin esas compañías que cuidan de sus detalles cotidianos, ¿comprendes?

Me limito a mover la cabeza mientras descendemos unas estrechas escaleras, medio ocultas el fondo de la galería. Se trata de un paso subterráneo, surcado por varios grandes tubos en el techo.

―           Ahora, debido a circunstancias imprevistas, no dispone de nadie que la sirva. Mis doncellas están habituadas a mis preferencias y las de Anenka, y no satisfacen, de ninguna manera, a Katrina.

―           Una lástima – mascullo.

Me mira y sonríe levemente.

―           En Barcelona, dispongo de una casa de acogida para chicas inmigrantes, donde permanecen mientras arreglamos su estatus legal en el país y las educamos en ciertas cuestiones. Quiero que la acompañes hasta allí, que la cuides y protejas, con tu vida si es necesario. Katrina elegirá una o dos chicas de su agrado, y os volveréis inmediatamente. ¿Entendido?

―           Perfectamente, señor Vantia. ¿Es cierto que Katrina me eligió personalmente?

―           Algo así. Me comentó que quería disculparse contigo, el mismo día del incidente. Le prometí que arreglaría un encuentro contigo, pero después, sucedió el accidente. Por eso ella misma sugirió que fueras su acompañante en este viaje.

Miedo me da esa idea. El subterráneo nos lleva, directamente, al garaje. Fuera, sigue lloviendo con intensidad. Al subir una corta rampa, Víctor abre los brazos, mostrando su orgullo.

―           Bienvenido a mi pequeña colección – exclama al encenderse numerosos tubos fluorescentes en el alto techo.

Aquello no es un garaje, no, señor… es un maldito hangar para aviones. Debe de estar enterrado en el suelo, porque no se ve nada que se parezca a una estructura así, al lado de la mansión. Es una nave industrial, con soportes metálicos para el techo, al no disponer de pilares centrales. En su interior, sobre un suelo de ferro gres, color chocolate, descansan más de una treintena de vehículos.

Hay un poco de todo. Dos Porsche y un Lamborgini, el ya mencionado Aston Martin, un Hammer, amarillo y negro, un par de Harley, dos Ferrari, un lujoso Roll’ s Royce, un par de Jaguar, relucientes, y varios 4×4 de varias marcas. En el extremo más alejado, como relegados a otra dimensión, se encuentran varias furgonetas y coches de alta gama. Cerca de las tres grandes puertas de entrada, una gran limusina, color crema, tiene las puertas abiertas. Un hombre está revisando su equipamiento.

―           ¡Ostia bendita! – dejo escapar. — ¡Es un sueño!

―           Una de mis pasiones. Hay coches aquí que no han pisado jamás una carretera…

―           Que desperdicio – bromeo.

―           Bien. Puedes llevarte uno de aquellos – dice, señalando los más lejanos, de alta gama – o bien, una furgoneta, si te viene mejor.

―           Preferiría mejor uno de esos 4×4 japoneses, si no le incomoda.

―           Llévate el Land Cruisier de Toyota, está falto de kilómetros – me indica.

Contemplo el monstruo oscuro, casi tan alto como yo. Está reluciente y nuevo.

―           ¿De verdad? – pregunto, acercándome al vehículo.

―           Por supuesto, Sergio. Los 4×4 los utilizan más mis hombres que yo. ¡Yadia! – el hombre que se ocupa de la limusina alza la cabeza. – Comprueba si el Toyota tiene el seguro activado, ¿vale?

―           Si, señor Vantia – responde, dirigiéndose a un terminal, dispuesto en una de las paredes.

―           Bien, hecho. Ahora, volvamos con las damas- Yadia, deja el Land Cruisier delante de la entrada principal de la casa, por favor.

―           Enseguida, señor.

―           Señor Vantia – le pregunto, mientras nos dirigimos de nuevo hacia el paso subterráneo. — ¿Qué pasará con mi camioneta?

―           Bueno, puedes darle un besito ahora y despedirte de ella. Va a emprender un largo sueño de descanso – se ríe a carcajadas.

¡Que jefe más cabrón!

Anochece cuando regreso al piso. Maby está sentada en el suelo, sobre la alfombra, desnuda y con la espalda apoyada en el asiento del sofá. Pam y Elke la flanquean, una a cada lado. Maby sopla sobre los dedos de ambas, alternativamente, secando la laca de las uñas.

―           Veo que os habéis entretenido – digo, al saludarlas.

―           ¿Un buen almuerzo, Sergi? – me pregunta Pam.

―           Demasiado marisco. No me gusta mucho la langosta – confieso.

―           ¡Coño, que nivel! – se ríe.

―           ¿Ha dado problemas? – pregunto, señalando con la barbilla a Maby, la cual me mira, suplicante.

―           No, ninguno. Se ha portado como una buena perrita. Ha limpiado el piso, nos ha pintado las uñas de los pies y nos ha comido el coñito dos veces a cada una, ¿verdad, Elke? – informa mi hermana, mostrando que no lleva bragas bajo su camisón.

―           Si, si, dos veces – sonríe Elke.

―           Mírala – señalo a Elke. — ¡Que bien se aclimata la noruega!

Las dos se ríen, tapándose la boca con la mano.

―           ¡Vamos, perrita! ¡En pie y tirando pa la cama! A ver si sabes hacer que te perdone – le digo, con un gesto.

Maby se levanta de un salto, con una gran sonrisa, y corre al dormitorio.

―           No preparéis cena – les digo a las chicas sentadas. – Hoy vamos a salir a cenar. Vamos a mojar mi nuevo coche.

―           ¿Tienes un nuevo coche? – se sorprende Pamela.

―           Regalo de mi jefe.

―           No te estarás acostando con él, ¿no? – me suelta, con una carcajada.

―           Envidiosa – le escupo, alzando la nariz y dirigiéndome al dormitorio.

Maby me está esperando, totalmente abierta y metiéndose un dedo. Está muy encharcada, toda la tarde sometida a la humillación y caprichos de sus compañeras, sin poder tocarse. No quiere preliminares, solo mi polla en su interior. ¿Cómo negarse?

Se corre al segundo punterazo, mordiéndome el hombro. La acabo de ensartar, sin demasiados miramientos. Jadea y chilla, agitándose como una mariposa traspasada por el alfiler de un entomólogo. Baja su mano y atrapa mi polla, intentando empujarla para meterla del todo, pero eso detona un nuevo y largo orgasmo.

Jadeando, me susurra al oído, mientras casi mastica mi pabellón auricular.

―           Ahora por el culito, amor mío… toda por el culito… hasta el fondo…

En verdad, no sé decir que no a una mujer tan hermosa…

Las chicas quedan encantadas con el Toyota. Incluso mi hermana, ante su novia, me informa que pretende probar conmigo los amplios asientos traseros. Elke ni se inmuta por ello. La cosa va cada vez mejor. Maby se sube delante, pero cuando todas están a bordo, se me ocurre una travesura.

―           Niñas mías… hay que estrenar este vehículo como Dios manda… ¡Quitaros las bragas! ¡Las tres! – impongo con voz de mando, mirando a Elke.

Se miran un segundo y luego obedecen. Todas llevan falda. Les digo que las pongan en la cajonera que hay bajo el asiento trasero y los tres tangas quedan allí sepultados.

―           ¡Que vuestras nalgas toquen el cuero! – y ellas alzan sus falditas, dejando las piernas completamente al aire. – Muy bien. Estáis preciosas.

Se ríen, excitadas. Las llevo a cenar a Casa Lucio, cerca de la plaza San Andrés, un sitio exclusivo que Víctor me ha recomendado. Con solo deslizar su nombre, obtenemos una mesa, un sábado por la noche. Cosa de magia. Las chicas están embobadas con la carta. Esta noche, lo mejor de lo mejor, me digo.

Casi en los postres, recibo un mensaje. Es la confirmación de los billetes de avión para Barcelona, el lunes a las nueve de la mañana. Les cuento lo que me ha pedido mi jefe y que no sé cuanto tiempo voy a estar en Barcelona. Puede que un par de días, por lo que sospecho.

Me hacen preguntas sobre Katrina, pues según les ha dicho Maby, es una belleza malcriada.

―           Si, una perra bien alimentada, eso es lo que es – se miran al comprobar que no me cae nada bien.

―           ¿Te ha pasado algo con ella, Sergio? – pregunta Maby.

―           No, en absoluto – niego enseguida. – Solo que es un poco borde y engreída. Aún no sé como nos vamos a llevar en ese viaje.

―           Solo tienes que sonreírle como sabes hacer – sugiere Pam.

―           Ya… ya.

Sigue lloviendo. La lluvia golpea contra la balconada del piso de Dena, en suaves ráfagas, mientras follamos en la cama. Es domingo, de mañana y temprano. La he despertado en silencio para retozar. En este momento, estamos desnudos, yo boca arriba, ella cabalgándome; yo azotándole los senos con una mano, ella gimiendo como una perra.

La puerta se entreabre despacio. Patricia aparece, con los ojos brillantes, vestida con su pijama infantil, de dos piezas y ositos.

―           ¿Puedo mirar? – pregunta dulcemente.

Los ojos de Dena muestran pánico, pero no dejo de azotarlas y ni siquiera puede responder.

―           Súbete a la cama, canija – le digo, palmeando a mi lado.

Se tumba de bruces, los codos sobre el colchón, las manos en las mejillas. Levanta un pie, que se balancea al mismo ritmo que su madre se deja caer sobre mi polla.

―           ¿Te duele, mami?

―           No… ya no…

Tras un par de minutos, abandona su pose y repta hasta mí. Me da varios besos en los labios, y se gira, quedando recostada contra mi hombro y mirando a su madre, de costado.

―           Dale más fuerte – me susurra.

Los pechos de Dena ya están enrojecidos. El nuevo azote, más duro, arranca un gemido de los labios de la mujer, que coloca sus manos en la nuca para ofrecer mejor sus pechos.

―           ¿Le gusta? – se sorprende Patricia.

―           Mucho – le digo, pellizcando fuertemente un largo pezón.

―           ¡Que largos son! – comenta Patricia, fijándose en ellos. — ¿Se lo has puesto tú así?

―           No, ya los tenía…

―           Mami, ¿puedo tirar de uno? – pregunta con tal candor que me pone malo.

―           Si, cariño…

Dena casi no puede hablar, entre el placer que le estoy dando y la vergüenza de tener a su hija delante. Sus ojos están turbios, su rostro sofocado, y la boca entreabierta. No sé qué es lo que le está dando más placer de cuanto siente, en este momento.

Patricia se arrodilla y palpa suavemente el pezón, comprobando su dureza. Tira de él con algo más de fuerza y, finalmente, lo retuerce, imitándome. Al parecer, le gusta escuchar gemir a su madre. Se apodera del otro también, y trata de juntarlos. Dena cierra los ojos.

―           Muérdelos – sugiero suavemente. La chiquilla me mira, con mirada traviesa. Con un movimiento de cabeza, le indico que puede hacerlo.

Patricia se mete uno en la boca y, tras succionarlo un poco, lo mordisquea. Su madre se estremece totalmente. Debe de estar sintiendo un morbo total, por su expresión.

―           ¡Puta, desnuda a tu hija! – le exijo, tomándola por sorpresa.

Patricia, con una risita, levanta los brazos para dejar que su madre le saque la camiseta del pijama, dejando sus tetitas al aire.

―           Dena, te llamaré puta y a ti, Patricia, putilla, pues eres la más pequeña.

―           Si… si – palmotea la chiquilla.

―           ¿Si, qué? – pregunto, dándole un azote sobre el pantalón del pijama.

―           ¿Amo? – levanta una ceja.

―           Para ti, aún no… solo Señor… con respeto, de usted…

―           Si, Señor…

Dena pone a su hija de pie para bajarle el pantalón del pijama. Aprovecha para besar el vientre plano de su hija y deslizar un dedo por las bragas.

―           Patr… putilla, ya estás mojada – se sorprende Dena.

―           Si, puta mayor. Hace rato que os escucho – le sonríe Patricia.

―           ¿Quieres besarla? – dejo caer la pregunta, sin indicar para quien va. La niña recoge el testigo.

Abraza el cuello de su madre y se inclina lentamente. Se miran a los ojos, hasta que Dena, con un ronco suspiro, cierra los párpados y abre la boca, aceptando la de su hija. Patricia se hunde entre aquellos labios, evidentemente, con ganas de probarlos. Me salgo de Dena y me incorporo sobre mis codos. La escayola del brazo derecho me molesta. Contemplo como se devoran mutuamente las bocas, hasta que Patricia va empujando la cabeza de su madre hacia abajo, hasta conseguir colocarla a cuatro patas. Entonces, se vuelve hacia mí y me pregunta:

―           ¿No piensas pegarle en el culo hoy?

―           ¿Por qué debería castigarla? – me río flojamente.

―           Da igual el motivo, ¿no? Quiero azotarla yo…

Observo como los ojos de Dena, quien me está mirando, apoyada sobre los codos, pierden la compostura por un momento. Creo que ha experimentado un micro orgasmo de un solo segundo, al escuchar esas palabras. Para una mentalidad de esclava como la que ha asumido Dena, que su propia hija se convierta en su dominante, o en su dueña, tiene que ser realmente morboso.

―           ¿Quieres azotar a tu madre?

―           No, quiero machacar las nalgas de esta puta. ¿No hemos quedado que ella es una puta y yo una putilla? – dice, riéndose.

―           Si.

―           Pues eso. ¿Puedo?

―           Si lo deseas – agito una mano, como desentendiéndome. – Hay una fusta en el armario.

Patricia salta de la cama y abre el armario. Es como una gacela.

―           ¡No te muevas de ahí, puta! – le grita a su madre.

Encuentra el flagelo de cuero y la prueba con la palma de su mano. Se nota que le duele porque aparta la mano con viveza, y sonríe ladinamente.

―           ¿Cómo vas a compensarme?

―           No lo sé – se detiene, mirándome. – Pídeme lo que quieras.

―           No, debe salir de ti.

―           Déjame pensarlo un rato, pero te aseguro que será algo de lo que no te olvidarás fácilmente.

―           Está bien. Veinte golpes, ni uno más, y la compensas de alguna forma…

Patricia asiente, comprendiendo. Se coloca ante su madre y le obliga a poner la cabeza sobre la ropa de cama, las nalgas bien levantadas.

―           Así, puta, muy bien. Los vas a contar tú, ¿verdad?

―           Si – musita Dena.

―           ¡Empieza! – exclama Patricia, sin darle tiempo a otra cosa. Deja caer la fusta con fuerza sobre la nalga izquierda.

Dena gime roncamente y dice, en voz alta:

―           Uno, gracias, putilla.

Patricia sonríe y apunta a la nalga derecha.

―           Dos, gracias, putilla…

Al de dieciocho, sus nalgas están muy rojas y Patricia jadea, pues no ha mantenido ningún ritmo. Su rostro está tan rojo como el culo de su madre.

―           ¡Diecinueve! – aúlla Dena. – Gracias… mi putilla…

El de veinte cae sobre sus riñones, consiguiendo que su espalda se rinda y caiga de bruces en la cama.

―           Veinte… gracias… Patricia…

La jovencita cae de rodillas, sollozando y besando las marcas cárdenas de las nalgas.

―           ¡Perdona, mamá, perdóname! Te he hecho daño…

―           Cálmala – le digo.

―           ¿Cómo? – se gira hacia mí y puedo ver su congoja.

―           Pasa tu lengua por su coño, suavemente. Ayúdala a olvidarse del dolor…

―           No… no hace falta… cariño… estoy bien, de verdad – musita Dena, llevando una mano hacia atrás y acariciándole el pelo.

―           No, mamá… he querido hacerte daño… castigarte… lo siento ¡No era yo! ¡De veras! No era yo… — sus disculpas son casi histéricas.

Introduce su nariz entre las nalgas de su madre, intentando acceder a la hinchada vagina materna. Se ayuda de sus dedos para apartar los glúteos, para disponer de más espacio para su boca. Finalmente, hunde su rostro entre las nalgas, con voracidad, con verdaderas ansias. Es como si quisiera volver al sitio de donde procede, volver al útero.

Dena ya está gritando como una loca, corriéndose con pasión y descontrol. Creo que sentir la lengua de su hija en su interior ha activado una cadena de orgasmos que no desea parar.

Patricia no deja de lamer y succionar, como si se fuera a acabar el mundo, como si se tratase de su tabla de salvación.

Me levanto de la cama y tomo mi ropa. Yo no pinto nada allí, en ese momento; mejor me voy…

Buen madrugón para el lunes. Me levanto a las cinco y media de la madrugada. Ducha y café, antes de ponerme en marcha para recoger a Katrina. La zorra debe de tener un mal despertar porque no cesa de gruñirle a la pobre criadita que lleva su maletita. Eso si, está deslumbrante, a pesar del madrugón. Perfecta hasta el mínimo detalle.

―           ¿Billetes, pasta, documentos? – recito antes de que se suba al Toyota, en una cantinela que me enseñó mi madre para viajar.

Me sonríe y me enseña más de media pierna al subirse al coche.

―           ¿Esos son tus buenos días? – bromea.

―           Buenos días, Katrina. ¿Billetes, pasta, documentos? ¿Los llevas? – vuelvo a repetir, sin importarme.

―           Que si, pesado.

―           Bien.

El navegador me da instrucciones para encontrar el camino del aeropuerto. Cuando tomo la autovía pertinente, le pregunto:

―           ¿Tienes idea de cuanto tiempo vamos a estar en Barcelona?

―           El que sea necesario, Sergei. No tenemos billetes de vuelta, así que no te preocupes. Tú conduce.

La miro de mala manera, con un reojo que mata. Estoy a punto de soltar el volante y saltar sobre ella, rajarle el vientre y follarme sus tripas. ¡Os lo juro! Creo que lo veo todo rojo. Reacciono cuando un claxon me llama al orden. Me he despistado. Cuando la miro de nuevo, ella me sonríe con sorna.

No debo sucumbir a esa rabia que me invade. Me deja un regusto a bilis en la boca y el cuerpo lleno de adrenalina. Mis manos y mis rodillas tiemblan. Nunca me he sentido así; nunca nadie me ha llevado a esos límites. Comprendo, finalmente, que Katrina vuelve loco de rabia a Rasputín. ¿Por qué?

―           ¿Te pasa algo, Sergei? – pregunta ella con su clásico retintín.

―           Nada, nada… he dormido mal, eso es todo.

―           ¿Pesadillas?

―           Nervios. No he volado nunca – digo como excusa, aunque es cierto. No he subido nunca a un avión.

―           Vaya. Hoy vas a tener una experiencia gratificante – se ríe.

―           Eso espero – “O puedo cometer un crimen, zorra”.

No hablamos nada más hasta llegar a la puerta de las instalaciones. Katrina se baja y dejo el Toyota en el aparcamiento por días. Cuando me reúno con ella, tiene una expresión de fastidio que tira para atrás.

―           ¡Vamos! ¡No puedo estar esperando entre tanto…! – busca la palabra adecuada. Menos mal que no la encuentra.

Ella es quien me guía en los pasos necesarios. Yo estoy más perdido que Tarzán en una zapatería. Pasamos el control de equipaje y Katrina me conduce a la sala VIP, donde nos sirven café y nos entregan la prensa.

¡Si, hombre! ¡Como que la perra va a viajar en turista! ¡Clase Business y con todo el peloteo necesario!

Se anuncia nuestro embarque por megafonía y Katrina se pone en pie. Con lentitud, estiraza su traje sastre sobre su cuerpo. El traje, de inmejorable manufactura, en un color avellana, se le pega como una segunda piel, atrayendo las miradas de muchos de los pasajeros. Katrina se pone en marcha, dejando su maletita atrás. Cuando voy a llamar su atención, caigo en lo idiota que soy. ¡No la ha olvidado! ¡Quiere que yo se la lleve!

“Si, bwana. Negrito lo hará”.

Recorremos el pasillo neumático que nos lleva hasta la puerta del aparato y una bonita azafata nos indica nuestros asientos. Por supuesto, la ventana para ella. Coloco mi bolsa y su maleta en el hueco sobre nuestras cabezas y me siento. Ella me mira de arriba abajo, como si se diera cuenta, en ese momento, de la forma en que voy vestido.

―           Podrías haberte puesto un traje – me dice, arrugando un poco su deliciosa nariz.

Tengo que decir que llevo un jersey verde oliva Heritage que me ha costado un pulmón, sin estrenar, y debajo un polo beigeLa Martinaque me ha regalado mi hermana. Unos vaqueros Lois y unos Castellanos complementan el conjunto. ¡Estoy hecho todo un pijo, joder! Pues a la señora no le gusta. ¡Que va!

―           No sabía que iríamos a la ópera – gruño.

―           Para ser mi acompañante, siempre tienes que ir bien vestido. Si tu guardarropa no dispone de lo necesario, te lo compraré. ¿Está claro?

¡A ver si no es pa matarla! Me guardo la pulla en la garganta, tragándomela con esfuerzo, y asiento, dándole la razón. Es bonito pensar que solo con alargar la mano, puedo romperle ese maravilloso cuello en un par de segundos.

Me aferro a la butaca y compruebo que llevo abrochado el cinturón de seguridad cuando el aparato empieza a vibrar a moverse lentamente. Ella se ríe de mi impresión, con una risa clara y jodidamente preciosa, que atrae la atención de los demás pasajeros. Cuando el avión se lanza por la pista, incrementando la velocidad, me siento como un niño en su primera atracción de feria.

―           ¡Genial! – exclamo con demasiada emotividad, lo que atrae hasta mí a una de las azafatas, una rubita que parece estar rodando un spot de clínica dental. Coño, con la deslumbrante sonrisa.

―           ¿Ocurre algo, señor?

―           Si. Por favor, dile al capitán que vuelva a despegar otra vez – le digo, guiñando un ojo. – Me ha hecho cosquillitas en la barriga.

Katrina ahoga un bufido por mi ordinariez, pero la azafata me devuelve el guiño. Más simpática ella…

―           ¿Sabes a qué vamos a Barcelona? – me pregunta mi diva rubia, tras servirnos una bandeja con un mini desayuno, solo apto para modelos famélicas.

―           Algo me dijo tu padre sobre elegir damas de compañía – yo mismo alucino con lo bien que me ha quedado.

―           Si, exactamente. Necesito un servicio permanente.

―           Pero, ¿si te lo hacen todo? Debes pasar buena parte del día en el gimnasio, para quemar calorías – os juro que lo pregunté con buena fe.

―           ¿Me estás llamando gorda, imbécil?

―           No, no, por Dios… ¡Que gorda, ni que narices! Lo que digo es que algo tienes que hacer para mantener ese cuerpo perfecto, ¿o es un regalo divino?

Mi lisonja hace efecto y me toca la rota nariz con un dedito.

―           Tenemos un gimnasio muy adecuado, una piscina de primera, caballos y un entrenador personal. Además, siempre he tenido una figura esbelta.

―           No, si ya se ve…

―           Así que tienes diecisiete años, ¿cierto? – me pregunta bebiendo su zumo de piña.

―           Pues si.

―           No comprendo por qué mi padre me ha dejado en manos de un tipo que es más joven que yo. ¿Tanta experiencia tienes?

―           Tu padre no es quien me ha escogido – digo, saliéndome por la tangente.

―           La verdad es que no parece que tengas esa edad, en absoluto. Das la impresión de tener veintitantos – sigue, como si no me hubiera escuchado.

―           Medir dos metros ayuda mucho.

―           Tener la nariz partida también – sus ojos chispean, divertidos.

―           También. Gracias sean dadas al genio de las escaleras.

Una nueva carcajada nos anima los oídos.

―           Eres un tipo gracioso – me palmea en el hombro.

“Y tú la mayor guarra de Madrid”.

―           Gracias, pero no hay color a tu lado. Yo podría desnudarme ahora mismo aquí, delante de todo el pasaje, y solo me mirarían para tirarme por la portezuela. En cambio, tú… solo tienes que reírte y todos te busquen con los ojos.

―           Buenos genes, buena educación, buena ropa… las tres Bes – recita ella, levantando los dedos. No, si no tiene ni chispa de vanidad, que va…

Por muchos parabienes que ella hiciera o que yo disimulara, la única sensación que recorre mis dedos, como calambres, es la de estrangularla. Tengo que aflojar las mandíbulas porque, a poco que me distraigo, mis dientes se aprietan como un cepo para osos, amenazando con romperse.

En vez de buscar temas de conversación, mi mente se empeña en repasar las cien formas de asesinar a una mujer. Me extasío con imaginarme humillándola, violándola, torturándola, destrozándola… Si ella fuera la salvación dela Humanidad, yo sería un nuevo Poncio Pilatos.

Tales son mis sentimientos, las ansias que asaltan mi cuerpo. Tengo que combatir duro para mantener mis manos quietas sobre mi regazo, intentando disimular la erección que me asalta, debido a las imágenes creadas en mi mente. Debo frenar a Rasputín hasta que salgamos del avión; hasta que pueda respirar aire fresco y puro. No puedo dejarle dirigir mi destino. Katrina no puede morir, ahora que estoy empezando a caerle bien a su padre.

En ese momento, la voz del capitán resuena sobre nosotros, anunciando que sobrevolamos Barcelona y que, en breve, aterrizaremos. La maniobra de descenso es aún más apreciada que la del despegue, y me calma totalmente. Después, todo se vuelve frenético. Maletas, desembarco, pasillos, cintas transportadoras…

Un tipo de grandes patillas velludas y cabello castaño demasiado largo, nos espera, con un pequeño cartel sobre su pecho que solo dice: “Katrina”.

Tampoco viste traje.

―           Soy yo. Él es Sergei – dice Katrina, en búlgaro, creo. Aún no distingo bien los idiomas eslavos.

―           Dynos – se presenta, en la misma lengua. – Tengo el coche fuera.

Prefiero hacerme el tonto. Siempre viene bien guardarse algo en la manga. Katrina me tira de la manga cuando sigue al subordinado. Cargado con mi bolsa y su maletita roja, la sigo, silbando por lo bajo. De la que se ha librado, Dios.

El barrio dela Barceloneta. Eso ha dicho Dynos al aparcar. Un barrio recuperado al mar, en el siglo XVI, habitado por pescadores y comerciantes. Un barrio pegado al gran puerto de Barcelona. El sitio ideal para mantener una casa de chicas traídas ilegalmente.

Nuestro guía nos introduce en un edificio de cinco plantas, con la pintura de la fachada algo deteriorada. En la portería no hay ninguna señora barriendo, con una bata y un pañuelo en la cabeza, no, señor. Hay dos tipos sentados, uno bajo las escaleras, en una silla, leyendo el periódico. El otro está de pie, apoyando un hombro contra el habitáculo de los contadores. Ambos visten chaquetillas holgadas para cubrir sus armas. Ambos tienen bigote, y ambos hablan transilvano o lo que sea.

Presumo que todo el edificio pertenece a la organización.

―           ¿Podremos quedarnos aquí o tendremos que ir a un hotel? – pregunta Katrina, abriendo el antiguo ascensor central, de hierro colado. Sin duda, el edificio tiene más de cien años.

―           La última planta es para usted. No duerme nadie allí, solo las visitas importantes – contesta Dyno, pulsando el cuarto botón.

―           Perfecto. Mi guardaespaldas dormirá en una habitación cercana.

―           Si, señorita Vantia.

El ascensor nos deja ante unas cristaleras por las que puede ver un amplio estudio de danza, con espejos en las paredes, barras fijas para sostener a las bailarinas, y suelo de madera pulida. ¿Esa es la tapadera? ¿Una escuela de danza? Ingenioso.

Una señora de mediana edad, empuja una silla de ruedas, que transporta a un tipo realmente momificado. Tendrá sesenta años o más, delgado y muy tieso contra el respaldo. Viste un elegante traje de raya diplomática, con fondo azul clásico y raya amarillenta. Detrás de unas antiguas gafas de recia montura, unos ojos absolutamente vivos nos miran, curiosos. Dynos le presenta. Es el señor Alexis, el gerente.

―           Es un honor atender la petición de una Vantia – el hombre momia se expresa en un perfecto castellano, con solo un pequeño acento, tomando la mano de Katrina.

―           La fama de sus caballerizas le honra, señor Alexis – responde ella. — ¿Cuántas tiene, en este momento?

―           Tenemos una veintena, pero algunas son desechables, por embarazo o deterioro.

―           ¿Puede reunir a las mejores en esa aula de danza? Les diré unas palabras.

―           Por supuesto. Enseguida las traen. ¿Desea algo entre tanto?

―           No, gracias, estoy perfectamente por el momento.

Katrina entra la sala de baile y la sigo. Se sienta en la banqueta del piano y me quedo detrás. Estoy intrigado. ¿Va a ser una subasta, un muestreo, un show para que ella escoja? ¿Quién sabe?

En diez minutos, llega una docena de chicas. Es evidente que las han pedido que se peinen, pero no más. No están maquilladas, tampoco visten ropas adecuadas. Son como amas de casa, solo que ninguna supera los veinticinco años, por lo que puedo ver.

Katrina, con aplomo, se pone en pie y avanza hasta el centro de la sala. Las mira atentamente.

―           ¿Habláis el español? – pregunta en voz alta, utilizando el castellano.

Hay gestos de duda en algunas. Sin duda, aún están aprendiendo el idioma.

―           ¿Inglés? – casi todas asienten.

Entonces, Katrina empieza a hablar, mirándolas y moviendo secamente sus manos. Las chicas tienen la vista clavada en ella. Parece que lo que les está diciendo es importante y decisivo, pero mi inglés es pésimo. No entiendo más que algunas palabras. “trabajo, duro, cinco años» y poco más. Cuando termina, vuelve a sentarse en la banqueta. Las chicas se miran, unas a otras, nerviosas. Veo como algunas se lamen los resecos labios.

―           ¿Qué les has dicho? – pregunto, inclinándome un poco sobre ella.

―           ¿No sabes inglés?

―           No.

Katrina me mira, el ceño fruncido.

―           ¿Qué clase de acompañante he escogido? No importa. No es de tu incumbencia lo que le haya dicho a esas perras.

―           Está bien, señorita – ya no quiero demostrarle confianza.

―           Si, es mejor que demuestres respeto, al menos hasta que te eduque como debe ser.

―           Si, señorita Vantia.

―           De todas formas, para que lo sepas, les he prometido que no pasaran hambre, ni frío, ni tendrán que abrirse de piernas para ningún hombre. También les he dicho que soy muy estricta y que las cosas se hacen como yo las digo, esté o no equivocada.

―           Entendido, señorita.

―           Se lo están pensando. Las que estén dispuestas a probar, darán un paso adelante, y yo escogeré a dos de ellas.

―           Que fácil…

―           Eres muy irónico, Sergei, y la ironía suele cansarme.

Toque de atención de la perra. Directo y elegante. Otra cosa no, pero Katrina tiene mucha clase, a pesar de su corta edad.

Dos chicas dan un paso al frente, con timidez. Veo como sus hombros tiemblan, inseguros. Sin duda, no quieren acabar como putas y se aferran a esta oportunidad. No sé yo qué es peor. Finalmente, otras tres más, se ofrecen. Cinco en total. Katrina vuelve a ponerse en pie y avanza hacia sus voluntarias.

Pasea por delante de ellas, luego por detrás. Las palpa y las examina, como si fuera ganado. Incluso comprueba sus dientes y encías. Al cabo de un rato, señala a una chica alta y rotunda, de cabello rubio, no muy largo. Parece ser de las mayores del lote, quizás veinticuatro años. La chica se coloca al lado del piano. No osa levantar los ojos del suelo. Su barbilla no deja de temblar.

Con un dedo sobre los labios, Katrina hace una última ronda de inspección y señala a una chica morena, de semblante gitano, con largos cabellos negros rizados. Es esbelta y bajita, pero muy joven. Para mí que ni siquiera ha cumplido los dieciocho.

―           Las demás, podéis marcharos – dice Katrina, con un par de secas palmadas. Las chicas salen por la doble puerta de la sala de danza.

Aún no sé cual es su criterio para haberlas escogido. Son jóvenes porque todas las que estaban presentes eran jóvenes. No son demasiado atractivas, pero tampoco feas. Una morena, otra rubia, una bajita y flaca, la otra alta y opulenta. No sé lo que busca.

―           ¿De qué país venís? – pregunta en un idioma eslavo que las chicas comprenden, y, lo mejor de todo, yo también.

―           Republica Checa – contesta la rubia.

―           Hungría – la morena.

Katrina sigue con su interrogatorio. La checa tiene veinticinco años y era secretaria de un político que estafó a muchos ciudadanos. Cuando le metieron en la cárcel, ella se quedó sin trabajo, ni posibilidad de encontrar alguno. Siendo una mujer con estudios universitarios, decidió emigrar a Europa, en busca de una oportunidad.

La húngara tiene mi edad y, efectivamente, es una Romaní de las llanuras. Está orgullosa de su raza y solo un compendio de casualidades la ha traído a España. Tiene una educación muy básica.

Dynos está esperándonos cuando salimos de la sala. Nos acompaña al piso superior, a nuestros aposentos. Las chicas caminan detrás de nosotros, como corderos que se dirigen al matadero. Un gran y lujoso dormitorio para Katrina, con baño propio, y un buen escritorio. Una cama individual y raquítica para mí, en una habitación contigua, que parece más un armario que otra cosa.

Katrina me llama a su habitación.

―           Quiero que te quedes aquí. Voy a empezar a educarlas y, al principio, pueden ponerse ariscas y rebeldes – me dice.

Así que me siento en la silla del escritorio y contemplo el espectáculo.

La primera orden de Katrina es “¡Toda la ropa en el suelo!” Las chicas obedecen con rapidez, quedándose desnudas, intentando tapar sus desnudeces con las manos. Entonces, Katrina mete la mano en su maleta y saca una corta fusta de cuero, con la que aparta, de forma contundente, las manos femeninas.

“Una zorra preparada”.

Las revisa minuciosamente. La checa tiene unos senos formidables, seguramente operados. Parecen obuses a punto de dispararse. Posee unas caderas anchas y un trasero imponente. Sin duda, fue la amante de ese político caído en desgracia, y su puesto de secretaria una mera falacia. La joven húngara parece más un potrillo asustado, en cambio. Tiembla asustada, sin estar acostumbrada a estas cuestiones, y sus tensos músculos se mueven bajo la morena piel. Su nariz resopla demasiado rápido.

Me levanto de la silla y me acerco, como si quisiera mirarlas más de cerca. Katrina está inspeccionando sus pubis. Ninguna de ellas va arreglada. La húngara tiene una selva completa allí abajo, con sus monos y todo.

―           Cerdas – musita Katrina.

“Encima que son poco más que esclavas, quieres que estén arregladitas para ti. Esto es la monda…”. Atrapo en el aire a la húngara cuando salta sobre Katrina, en respuesta a un seco fustazo en el muslo. Sabía que estaba cerca del límite. Intenta revolverse en mis brazos, pero es inútil.

―           ¡Tenemos una fierecilla! – se ríe Katrina. hablándome en castellano.

―           Ha sido por el golpe, señorita – digo, mientras inmovilizo a la gitana.

―           ¿Es que no va a soportar un simple golpecito?

―           Los romaníes son orgullosos por naturaleza.

―           ¿Cómo sabes de los romaníes? – Katrina me mira con curiosidad.

―           Leo mucho, señorita Vantia – se ríe.

De repente, encara a la húngara y, usando su lengua, la conmina a postrarse de rodillas. La joven obedece, aterrada.

―           ¡Tú también! – le grita a la checa, que cae postrada, a su lado. — ¡A ver, putas! ¡Os voy a comentar como será vuestra vida a partir de este momento! No tendréis más objetivo que servirme a mí, a todas horas, todos los días. Me vestiréis, me bañaréis, me peinaréis, cuidaréis de mis ropas, me serviréis en todo, y, cuando me acueste, dormiréis a los pies de mi cama… ¿Entendido?

―           Si, señorita – contestan las chicas arrodilladas.

―           ¡Mi título es de Ama! ¡Ama Katrina! – grita, soltándoles un par de fustazos.

―           Si, Ama Katrina – sollozan.

―           A cambio de todo eso, os vestiré, os alimentaré y os protegeré. Pero tenéis que cumplir todas mis órdenes, si no os degradaré a sucios animales de compañía.

―           Si, Ama Katrina.

―           Ahora, gatead por la habitación, que vea como os movéis.

Las chicas, sorbiendo sus lágrimas, avanzan sobre pies y rodillas. Katrina les golpea suavemente en las nalgas para hacer que contoneen más sus traseros.

―           Así, muy bien, perritas – su tono es jocoso. Se lo está pasando bien. – Venid aquí, limpiad mis zapatos con vuestras lenguas.

La húngara se lleva otro azote, cuando no se mueve rápidamente. Cada una se ocupa de un zapato, pasando sus lenguas, las cabezas amorradas, los culos expuestos.

―           A ver, puta tetona, ¿cómo te llamas?

―           Sasha, Ama – contesta educadamente cuando Katrina le levanta la barbilla con la fusta. Esta parece que ya ha pasado por algo parecido a esto, porque se amolda muy rápidamente.

―           Sasha, está bien… me gusta. ¿Y tú?

―           Bereniska… — un fustazo cae sobre su hombro. — ¡Ay! ¡Bereniska, Ama!

Katrina sonríe.

―           Ese nombre no me gusta. Te llamaré Niska.

―           Si, Ama Katrina – responde la gitanilla.

―           ¡Suficiente, perras! – exclama la joven, apartando sus pies de las lenguas limpiadoras. – Cuando lleguemos a Madrid, os pondré collar de perras y os marcaré mi inicial a fuego…

Las pobres chicas se echaron a temblar y a llorar, mientras Katrina se reía.

―           Tiene que darles algo de esperanza, señorita Vantia — le susurro en español.

―           ¿Qué dices? – se vuelve hacia mí, los ojos fulgurantes.

―           No debe quitarles de golpe sus pocas esperanzas…

―           ¿Qué sabrás tú de esclavos? – y me llevo un fustazo en el pecho.

―           Sé que una persona no puede vivir sin soñar, sin esperanza – no me he movido ni un milímetro con el golpe y compruebo que eso no le ha gustado.

―           ¡A mí que me importa si no tienen! ¡Cuando se rompan, pediré otras a papá! – y me da otro golpe, al que tampoco expreso dolor.

―           Pero, entonces, no será una buena Ama, ya que no gozará de su sumisión, de su control… — le digo con mucha suavidad.

―           ¿De qué hablas? – se planta debajo de mis narices, con voz sibilante.

―           Todo Amo debe conseguir que su esclavo se entregue completamente, y si es por su propia voluntad, mucho mejor. Es la esencia del arte. Machacar un esclavo hasta convertirle en un zombi que solo obedece por la inercia de los golpes, no es nada divertido, ¿o no?

―           ¿Qué sabrás tú, patán? Jamás has sido Amo…

―           No… pero me siento esclavo… — musito, en un intento de frenar los impulsos homicidas de Rasputín.

Ella da un paso hacia atrás, mirándome a los ojos.

―           ¿Esclavo? ¿Esclavo de quién?

Mi garganta se colapsa, impidiendo que exprese lo que pretendo. Es un tiro a ciegas para tomar a Rasputín por sorpresa, pero noto que he enfadado tanto al Viejo, que me quiere dañar. Creo que voy en la dirección correcta. Algo parece estar arañando mi pecho desde el interior, intentando salir con fuerza. Quiere devorarla a toda costa. Trato de impedirlo de cualquier forma y solo puedo caer de rodillas, atrapando mis manos bajo mis muslos.

Katrina malinterpreta este acto, pero me viene de perlas.

―           ¿De mí? – se asombra. — ¿Quieres ser mi esclavo?

Asiento con un murmullo. Mis tripas rugen ante esa afirmación. Mi espalda se comba en un esfuerzo de levantarme, pero me quedo de rodillas. Katrina es un ama en ciernes, pero, por ahora, tiene más pajaritos que experiencia. Lo único que sabe es humillar y lo hace sin freno, sin control. Es lo que intento aprovechar en mi beneficio. Creo que es la única forma de someter a Rasputín.

Debo doblegar sus deseos, sus ansias, y no puedo aprender a llevar ese control sin someterme yo mismo a una adecuada sumisión. Sin embargo, al mismo tiempo, debo controlar a mi posible Amo… Por eso creo que Katrina es la indicada. Es dura y cruel, pero carece de una experiencia adecuada para someterme completamente. Tengo que domarme a mí mismo, utilizando la la vanidosa autoridad de Katrina.

―           Si, mi Señora – agacho la cabeza cuanto puedo. – Me ofrezco como su esclavo. Me ha hechizado con su belleza y su autoridad. Acépteme y conviértase en mi Ama, por favor…

Casi puedo escuchar el alma de Rasputín gritar como un poseso dentro de mi cabeza. Se niega a entregarse; él debía doblegarla, no al revés.

“No puedo permitírtelo, Viejo. Si tú la dominas, me dominarás también a mí, y no pienso perder ni mi mente, ni mi cuerpo”.

―           ¿Es por la paliza? – Katrina me coloca la fusta sobre un hombro, como si fuera el remedo de un caballero medieval.

―           Si… — susurro. – Me dí cuenta de que la amaba desde el momento en que entró en la biblioteca. Su autoridad me impactó, Señora – la presión de Rasputín comienza a disminuir, como si se enquistara en mi interior, huyendo de aquello que le repudia.

―           ¿Te ofreces como mi esclavo? ¿Sin condiciones? – aún no se lo cree.

―           Sin condiciones, Ama Katrina. Suyo para siempre – me inclino y beso sus zapatos.

                                                                      CONTINUARÁ.

Relato erótico: «Circunstancias» (POR SARAGOZAXXX)

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CIRCUNSTANCIAS

Sin títuloLlevaba ya varios meses que no dormía bien por las noches. Por circunstancias de la vida llevaba mucho tiempo en paro, sin derecho ya a ninguna prestación, y con una hipoteca que reducía a más de la mitad los ingresos de mi marido. Debíamos varios recibos y no dejaba de hacer cuentas tratando de encontrar la manera de llegar a final de mes con el sueldo de mi esposo. Aquel fin de semana mi marido se encontraba fuera por motivos de trabajo. Él no sabía nada de la situación económica en casa. Se mataba a trabajar y a pesar de todo no lográbamos afrontar con todos los gastos. Esa noche de sábado, como tantas otras no lograba conciliar el sueño.

Para evadirme temporalmente, algunas veces me tocaba y me acariciaba, más con la intención de desviar mis pensamientos y dejar de preocuparme, que por el placer en sí. Eso sí, lograba relajarme y aliviar mi tensión. Y tras mi “pequeño triunfo”, solía caer agotada por el esfuerzo físico y mental.

Aquella noche no sería distinta, recuerdo que me acaricié como tantas otras veces para evadir mis pensamientos de la angustia. Alcancé mi pequeño climax, pero aún así no era suficiente, no lograba dormir. Me levanté varias veces tratando de leer algo y distraerme, pero nada. Aquella noche estaba especialmente sensible.

Serían las doce de la noche cuando encendí el ordenador. No recuerdo cómo ni porque me conecté en aquel chat. Supongo que una página me llevo a otra, esa a otra y así sucesivamente. No soy muy dada a visitar este tipo de páginas. Era la primera vez que lo hacía. Nada más darme de alta con el pseudónimo de “saragoza” comenzaron a invadirme notificaciones de contacto. Eran muchas las invitaciones a chatear en privado.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara, tengo treinta y dos años, y estoy felizmente casada desde hace varios años con quien hasta hace poco ha sido el único hombre en mi vida. Si quieres saber más sobre mí puedes consultar mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión que hicieses:

saragozaxxx.blogspot.com.es

Allí puedes ver alguna foto mía y algún que otro reportaje. Pero a lo que estaba contando…

Recuerdo que alguien que respondía al nombre de Bounty me envío un mensaje que enseguida cautivo mi atención.

Bounty: “Recompenso económicamente” pude leer en el mensaje de cabecera.

¿A qué se refería?. Era la primera vez que entraba en un chat y no entendía muy bien porque podía recompensar, pero desde luego un poco de dinero no me vendría nada mal. ¿Quizá me diese algún trabajo?. Cuidar enfermos, trabajos nocturnos, limpieza,… al menos eso anhelaba. ¿Sería posible?. No, no podía ser nada bueno.

Perdí un poco la noción del tiempo frente a aquel mensaje. Tal vez estuviese ahí la solución a mis problemas. Me pregunté un millón de cosas. Mi cabeza comenzó a darle vueltas al asunto. ¿Cuánto? y ¿porqué?, me preguntaba una y otra vez. ¿Qué es lo que tendría que hacer?, ¿qué pretendía exactamente?. Quise salir de dudas y contesté:

Saragoza: “¿Por?” le pregunté casi instintivamente.

Bounty: “Depende”.

Saragoza: “¿de qué?”. Insistí yo en preguntarle.

Bounty: “Ja, ja, ja,…del idioma” escribió él.

Ahora sí que no entendía nada de nada al leer su mensaje. ¿Pagaría por traducir textos en otros idiomas?. Creí que todo era una broma.

Saragoza: “No entiendo” le respondí inocentemente.

Bounty: “¿Eres nueva?, nunca te había visto por este chat” cambió de tema.

Saragoza: “Sí, es mi primera vez en esta sala”le confesé.

Bounty: “Se nota, eso está muy bien”

Saragoza: “Gracias”.

Bounty: “¿Cuántos años tienes?”

Saragoza: “32 ¿y tú?”.

Bounty: “Estupendo, yo 53”.

Saragoza: “Al menos eres sincero”.

Bounty: “Estoy dispuesto a ayudarte”.

Saragoza: “¿Cómo?”

Bounty: “Podríamos quedar ¿no crees?”

¡¡Caray!!, no había pensado en eso. Creí que me pediría que nos conectásemos a través de la web cam como hacían el resto de invitaciones y cosas por el estilo. Nunca hubiera imaginado al responderle a su primer mensaje que lo que pretendía era tener una cita conmigo.

Bounty: “No dices nada, ¿no te interesa?” leí tras un tiempo de espera.

Saragoza: “No sé, no me había planteado lo de quedar”

Bounty: “¿Cómo quieres que te recompense entonces?”

Un largo silencio se hizo de nuevo en la conversación. Pero tenía razón.

Bounty: “¿Qué ocurre?, ¿Cuál es el problema?”

Saragoza: “No sé,no te conozco de nada”.

Bounty:”Es lo normal ¿no crees?”.

Saragoza:  “Tengo que pensarlo.”

Bounty: “¿Pasa algo?”

Saragoza: “No, no sé qué decirte.”

Bounty: “Sólo tienes que decir si.”

Saragoza: “No sé, estoy casada, pueden vernos y comprometerme.”

Bounty: “Tranquila yo también estoy casado.”

Saragoza: “¿Tu mujer lo sabe?.”

Bounty: “Que tiene que ver. ¿Quedamos?”.

Saragoza: “Ni tan siquiera sé cómo te llamas”

Bounty: “Mi nombre es Roberto”

Saragoza: “Lo ves. Eso está mejor. Ya sé algo más de tí”

Bounty: ”Me alegro. Pero…¿Quedamos o no?”

Saragoza:” Antes dime cuánto”.

Bounty: “¿Cuánto qué?”

Saragoza: “Cuanto piensas darme por quedar contigo.”

Bounty: “¿Cuánto quieres?”

Saragoza: “No sé”

Bounty: “Dime una cifra”

Saragoza: “Es que no sé qué decirte”.

 

Bounty: “¿Qué te parecen doscientos?”.

Saragoza: “¿Sólo por quedar?”

Bounty: “Y lo que tú quieras”

Saragoza: ”Te advierto que  es solo por quedar”

Bounty: “Tranquila, estoy solo y aburrido en la ciudad, busco algo de compañía. El dinero no es problema para mí”.

Saragoza: “Ok. Acepto” tecleé en mi ordenador sin pensarlo dos veces al ver la cifra.

Bounty:  “Ok. “Paso por tu casa. ¿Dónde vives?”

Saragoza: “No, por casa no.”

Bounty: “¿Dónde paso a recogerte entonces?”

Saragoza: “Déjame que lo piense”

Bounty: “¿Dime al menos por dónde vives?”

Yo tardaba en responderle, no me hacía gracia que supiese dónde vivo, y por otra parte los nervios no me dejaban pensar con claridad. De repente se sucedieron mensajes suyos a toda velocidad…

Bounty: “Escucha, tengo a otras chicas en el chat esperando”

Bounty: “Me has caído muy bien”

Bounty: “Pero ya me has entretenido bastante”

Bounty: “Si no te interesa se lo propongo a otra chica y punto”.

Bounty: “Es una lástima que no nos veamos”

Bounty: “Chao”.

Los mensajes se sucedían rápidamente sin darme tiempo a pensar.

Saragoza: “ok” tecleé con miedo a perderlo.

Saragoza: “Esta bien, acepto” escribí de nuevo sin pensar.

Saragoza: “Vamos a quedar”.

Durante unos segundos no hubo cambios en mi pantalla. Pensé que  Bounty o el tal Roberto había abandonado el chat aunque su nick todavía figuraba en mi conversación. Seguramente se habría arrepentido.

Bounty:  “Te paso a buscar dentro de una hora. Dime la dirección”

Mi corazón dio un vuelco al leer sus mensajes.

Saragoza: “Te espero en…”. Y acto seguido le escribí el nombre y el número de mi calle.

Bounty:  “Ok”

Bounty:  “Espérame en la esquina de  al lado de tu casa. Hay un Banco Santander creo.”

Bounty:  “Acudiré con un mercedes negro”

Saragoza: “Ok. ¿Cómo me reconocerás?”

Bounty:  “No te preocupes, la experiencia me dice que sabré encontrarte”.

Bounty: “Tú tan sólo preocúpate de estar guapa”.

Y nada más leer estas palabras en mi pantalla su nick desapareció del chat.

¡¡Dios mío!! ¿Que acababa de hacer?. ¿Había quedado con un desconocido?, ¿Qué pasaría si se enterase mi marido?, ¡¡y por dinero!!. En qué me había convertido, ¿en una señorita de compañía?. Eso sonaba como a puta cara. La palabra puta resonó en mi mente. ¿Qué tipo de personaje está dispuesto a pagar doscientos euros tan solo por quedar?. Seguro que buscaba algo más. Empezaba a arrepentirme de lo que acababa de hacer. No podía ser nada bueno. “Tranquila Sara, lo has dejado bien claro, es solo por quedar” trataba de consolarme yo misma. “Además, el dinerito te vendrá muy bien, por fin podrás ponerte al día con tus recibos y comprar algún que otro caprichito”. Trataba de encontrar un motivo por el que hacerlo.

En esos momentos era todo un manojo de nervios. No sabía qué hacer. Tal vez me había pasado. Por unos momentos pensé en darle plantón. Aquello era una locura. Por otra parte pensé en los doscientos euros acordados. Me vendrían muy bien, no era mucho pero algo ayudarían a nuestra maltrecha economía. De todas formas necesitaba salir un rato y distraerme. “Total”, pensé, “son sólo doscientos euros por una cita, no tiene nada de malo”.

Acto seguido recordé las palabras del otro día en el café de una amiga del cole de mi hijo, algo más joven que yo, divorciada, y que hace ya un tiempo me confesó estar apuntada en una página de contactos, de esta forma conocía a gente y quedaba con ellos de forma muy parecida. Siempre decía que la mayoría de tipos a los que conoce son aburridos y poco interesantes, y que lo único que quieren es acostarse con ella sin más, pese a que ella siempre deja bien claro que el propósito de quedar es buscar pareja estable.  Ella continuamente me detallaba como les tenía que rechazar.

Me consolé pensando que seguramente sería una noche parecida a las que me contaba mi conocida, de lo más aburrida, y que por el contrario me reportaría algún dinerito. Desde luego no tenía mucho tiempo, no podía quedarme sentada a pensar, debía actuar y estaba nerviosa.

Corrí a meterme en la ducha. Dejé caer mi ropa de casa por el pasillo de camino al baño. No tenía mucho tiempo. Nada más notar caer el agua por mi cuerpo, me fijé en mi “jardincito”. Estaba bastante descuidado, desde el verano que no lo repasaba, claro, mi marido no me pedía guerra y así estaba. “Nunca se sabe” pensé. Tal vez el tal Roberto sea un chico apuesto y rico, y esté como para que me haga un favor, pues además de necesitar dinero, necesitaba otras cosas en mi vida. Y es que también necesitaba un poco de atención como mujer. Comencé a sopesar la posibilidad de que mi acompañante fuese un hombre atractivo, y poco a poco fantaseé con la idea de una aventurilla.

Así que cuando vi la cuchilla de afeitar desechable de mi esposo en la estantería de dentro de la ducha, decidí arreglármelo en un momento.

Anhelaba un príncipe azul que viniese a rescatarme de la torre del hastío en la que había caído prisionera.

Las prisas no son buenas consejeras, y menos cuando este tipo de cuchillas nunca las he controlado muy bien, así que tratando de definir las líneas de mi monte de venus, entre la falta de precisión del instrumento y las ligerezas, en un acto de desesperación opté por rasurármelo por completo. No era la primera vez que lo hacía, en otras ocasiones ya lo había llevado bien afeitadito, aunque de eso hacía ya mucho tiempo, cuando mi vida sexual con mi marido era mucho más activa. Lo malo es que al no usar más que el jabón del cuerpo, la zona afeitada me ardía y picaba ligeramente.

Me aclaré el cuerpo a toda velocidad, y me sequé en un periquete. Me di cremitas por todo el cuerpo, y sobre todo por mi pubis tratando de aliviar el picor producido al pasar la cuchilla.

Cuando terminé del baño, me dirigí a mi dormitorio. ¡Pasaría a buscarme en menos de una hora!. ¿Qué podía ponerme?. Sopesé la ropa de mi armario. ¿A dónde iríamos?, me pregunté. Tras tirar un montón de vestidos sobre la cama decidí ponerme una minifalda negra con motivos estampados, y una blusa negra lisa de esas tipo gasa semitransparente. Reconozco que soy un desastre a la hora de programar las lavadoras de casa, y el problema es que no tenía limpios sujetadores negros. Ni negros ni de otro color, ¡Dios mío que desastre!. Sopesé no ponerme sujetador, no sería la primera vez. Temí porque se transparentase la blusa, aunque pensé que de cara a la noche podría pasar desapercibido y tampoco le dí mucha más importancia. Menos mal que al final encontré rebuscando en el cajón, un sujetador de color negro que me venía algo pequeño y que aplastaba mis tetas en plan wonder bra forzado. “Aleluya” pensé al encontrarlo: “Problema resuelto”.

Tampoco tuve mucho tiempo para mirarme en el espejo. En la parte inferior opté por un tanguita  tipo seda también de color negro que bien podía ir a juego. Hubiese preferido unas braguitas normales de algodón en vez del tanga, pero a decir verdad tampoco tenía otras muchas donde elegir, en la lavadora estaban las braguitas más cómodas de uso diario. Recuerdo que el tanga me lo regaló mi marido en un viaje que hicimos por Italia, cuando nuestra economía iba mucho mejor. Decidí ponérmelo con doble motivo, porque a pesar de ser un tanga me era relativamente cómodo y porque me acordaría de mi marido durante la noche.

En cuanto al tiempo, estaba avanzada la primavera, hacia buen tiempo. No necesitaría abrigo. Dudé si ponerme medias o no. Me miré en el espejo y creo que como a todas las mujeres frente a un espejo, solo pude fijarme en los defectos de mi piel. Así que decidí ponerme unas medias para disimular. Por último me puse unos zapatos de tacón muy cómodos que me hacían parecer más alta de lo que realmente soy. Un pequeño collar y un cinturón de cuerda entrelazado terminaban por decorar mi cuerpo.

Lo cierto es que me miré en el espejo del dormitorio y no estaba del todo mal para haber improvisado. Miré el reloj. ¡Dios mío apenas me quedaba tiempo!.

Todavía faltaba maquillarme, darme crema, repasar la manicura, perfumarme, los labios, los ojos, peinarme…. Debía darme prisa.

Me hice las uñas a toda prisa. Base, maquillaje, sombra de ojos, colorete, todo en pocos minutos. Cuando volví a mirar al reloj era ya la hora. Me enfundé los tacones a toda prisa, y cambié de bolso sin pensar muy bien lo que metía dentro. Pasaban tan solo unos minutos y decidí bajar a la calle.

Hacía algo más de fresco de lo que pensaba y nada más salir del portal mis pezones se pusieron de punta debido a la sensación de frío en mi cuerpo. Para colmo aún me tocó esperar un rato. El reloj marcaba más de diez minutos de la hora acordada. Pensé que no vendría nadie. ¿Qué tipo de hombre iba a pagar  por una cita?. Era una tonta. No tenía sentido. Pensé en subir a casa y parar aquella locura.

De repente vi llegar de lo lejos un mercedes negro con las lunas tintadas, y que al llegar a mi altura puso los cuatro intermitentes en marcha. Un ataque de nervios recorrió mi cuerpo de arriba abajo. Sobre todo cuando pude comprobar que se bajaba la ventanilla más cercana a mi posición, la del lado del copiloto, en señal de espera a que me acercase.

Me dirigí con paso firme al coche, disimulando en lo posible mis nervios. Tuve que reclinarme para ver al tipo de dentro. Al asomarme por la ventanilla pude contemplar a un señor algo mayor, de cincuenta años más o menos, bien vestido, con traje y chaqueta a pesar de ir conduciendo, y sin corbata. Era más bien obeso y con poco pelo. Vamos, daba la pinta del típico empresario entrado en años, al que le gusta comer bien sin preocuparse por su forma física. Me desilusioné al verlo. Había imaginado un apuesto muchacho  y se había presentado una especie de Torrente elegante. Me aferré en pensar en el dinero acordado para continuar con la pantomima.

.-“Hola, ¿Eres Roberto?” pregunté nada más asomarme por la ventanilla en tono jovial tratando de disimular mis nervios a través de la voz. Fue al mirarlo a los ojos, cuando me percaté de que al inclinarme para saludarlo por la ventanilla, mi blusa caía y se abría ofreciéndole una visión más que generosa de mi escote.

.-“Encanto, tú debes de ser Sara” respondió sin dejar de mirarme los pechos.

Asentí con la cabeza avergonzada al comprobar con su mirada que me repasaba de arriba abajo, sobretodo porque en mi descuido debía mostrarle una visión más que generosa de mis tetas bien prietas.

.-“Sube preciosa” dijo abriendo la puerta del coche.

Obedecí como una autómata y me senté en el asiento del copiloto preocupada porque mi falda no mostrase más de lo debido al acomodarme. En ningún momento me atreví a mirarlo a los ojos. Él en cambio me observaba detalladamente cómo me colocaba en el asiento del copiloto sin perderse ningún detalle, atento al más mínimo descuido por mi parte y examinando meticulosamente mis gestos.

Sabía que estaba nerviosa y trató de romper el hielo.

.-“¿Qué te apetece hacer?” me preguntó tratando de ser amable.

.-“No sé, lo que quieras” le respondí sin apenas levantar la mirada del suelo.

.-“¿Siempre dices eso?” preguntó en un tono de voz que me desconcertó.

Esta vez lo miré a los ojos intentando averiguar que había querido decir.

.-“¿Qué te parece si vamos a tomar una copa?” me preguntó acto seguido esperando mi respuesta y tratando de dejar pasar el comentario anterior.

.-“Puede estar bien” respondí tímidamente.

Roberto puso el coche en marcha y arrancó tratando de impresionarme acerca de la potencia del vehículo. Nunca he entendido esa actitud de los hombres al volante.

.-“Conozco un sitio aquí cerca, espero que te guste” dijo al tiempo que se giraba para mirarme descaradamente las piernas. A mí no me hacía ni pizca de gracia que apartase la vista del frente mientras conducía.

.-“Ya verás, preciosa como no te arrepientes de haber quedado conmigo” pronunció mientras nos deteníamos en un semáforo. Yo apenas pronunciaba alguna palabra, temerosa de tener un accidente por su conducción imprudente. Sólo podía concentrarme en un pequeño roce que tenían mis zapatos, en esos momentos el pequeño defecto de la piel del calzado parecía ser el mejor refugio para mi vista.

Un silencio algo incómodo se apoderó del interior mientras esperábamos a que la luz cambiase de color.

.-“Sabes, eres muy hermosa” me piropeó Roberto al tiempo que descuidaba su mano sobre mi rodilla más cercana a su posición y al cambio de marcha como quien no quiere la cosa.

Yo contemplé atónita como su mano me acariciaba sutilmente la pierna. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien que no era mi marido me tocaba en una zona tan personal. Sentir su mano en mi pierna me produjo un escalofrío. Sabía nada más verlo por la ventanilla que trataría de ligar conmigo a lo largo de la noche, pero no me lo esperaba ni tan pronto ni tan directo. No supe que pensar, por una parte me parecía un gesto que debía esperar de un tipo como él, aunque por otra parte me preguntaba cuándo le había dado permiso a ese hombre para acariciarme la pierna. Por suerte el semáforo se puso verde enseguida y tuvo que apartar su mano para cambiar de marcha antes de que yo tuviese que decirle nada.

El trayecto fue relativamente corto y prácticamente un monologo por su parte, que si era empresario, que si le iba bien, que si tenía esto y lo otro, no me dio tiempo a fijarme dónde me había llevado pues apenas levanté la mirada del suelo en el recorrido muerta de vergüenza. Me sorprendí cuando nos adentrábamos en lo que parecía un garaje subterráneo y estacionábamos en una plaza dónde se leía el cartel de reservado.

.-“Ya está, ya hemos llegado. Puedes bajar”. Nada más escuchar sus palabras traté de bajar del coche, pero un descuido torpe por mi parte hizo que se me viese hasta el límite de lo decente. A poco se me ve el tanga y lo que no es tanga. Roberto clavó sus ojos en la parte final de la lycra, allí donde se desnuda mi muslo, nada más comprobar que llevaba medias, por supuesto una leve sonrisa se dibujó en su rostro regocijándose por mi torpeza.

.-“Estas preciosa” dijo al incorporarse a mi paso tratando de rodearme con su brazo. Yo me dejé acompañar.

Me guió hacia el ascensor de salida del garaje, parecía un parking público, y sin embargo nada más entrar en el ascensor me percaté que era uno de esos garajes que aunque público, es compartido con un hotel. Por un momento tuve algo de miedo, pues el parking estaba oscuro y relativamente vacío. Respiré aliviada cuando comprobé que paramos en la planta calle, en el hall del hotel. Roberto en todo momento me abría las puertas caballerosamente y ambos nos dirigimos hasta lo que parecía la cafetería del hotel.

Era todo muy elegante, maderas nobles, mármol italiano, cuadros cuidadosamente iluminados, todo acorde con la decoración y estilo del hotel de cinco estrellas.

.-“¿Qué quieres tomar?” me preguntó Roberto al tiempo que se sentaba en un rincón en unos amplios sillones de piel y me hacía indicaciones para que me sentase a su lado.

.-“No sé, ¿qué vas a tomar tú?” le devolví la pregunta.

.-“Me apetece un whisky” dijo al tiempo que le hacía señales a un camarero para que nos atendiese en la mesa.

.-“Yo tomaré un gin tonic” le respondí al tiempo que me sentaba a su lado y dejaba mi bolso a la vista en la pequeña mesita que teníamos delante. Roberto se fijó que se trataba de un bolso de la marca Guess.

Me di cuenta al sentarme que los sillones eran un poco bajos, así que me acomodé en el borde cruzando las piernas tratando de que no se me viese nada desde delante, sabía que por más que  tratase de estirar mi minifalda, ésta quedaba recogida por los laterales enseñando gran parte de mis muslos. Por suerte apenas otras cinco o seis mesas estaban ocupadas a esas horas en lo que parecía una cafetería bastante amplia.

.-“¿Te gustan las cosas caras?” me preguntó Roberto mirando el bolso.

.-“¿A quién no?” le respondí mientras observaba como Roberto no le quitaba ojo a mis piernas.

.-“Suele merecer la pena” pronunció con cierto aire de insuficiencia en sus palabras.

Enseguida vino el camarero.

.-“Yo tomaré lo de siempre, y la señorita tomará un gin tonic” le ordenó al camarero gesticulando que marchó presto a preparar las consumiciones.

.-“¿Te puedo hacer una pregunta?” dijo observándome mientras se reclinaba cómodamente en el respaldo del sofá casi a mi espalda.

.-“Uhm, uhm”,  asentí con la cabeza desde mi posición en el borde del asiento sabiendo que me observaba desde detrás.

.-“¿Tu verdadero nombre es Sara?” preguntó al tiempo que apoyaba su mano sobre el asiento de piel justo detrás mío. Yo me giré sobre el torso sorprendida por su pregunta.

.-“Si, claro” dije al tiempo que me sentaba hacia atrás tratando de acomodarme un poco más sobre el respaldo trasero. No ví su mano apoyada detrás mío, y en la torpeza de mi maniobra, me senté sobre la mano de Roberto justo detrás en el  asiento. Por suerte la retiró galantemente al notar el contacto.

.-“Simple curiosidad” dijo convencido por mi respuesta y mis gestos. Sin embargo a mí me intrigó su pregunta. ¿Y él?, ¿realmente se llamaba Roberto?. Estaba convencida de que me ocultaba algo.

.-“¿Porqué lo preguntas?” cuestioné no muy convencida de su respuesta.

.-“Vamos preciosa, ya sabes que llegados estos casos lo habitual es ocultar la verdadera identidad e inventarse algún nombre falso” pronunció al tiempo que me tocaba el brazo, para acto seguido posar su mano sutilmente, como el que no quiere la cosa, otra vez sobre mi rodilla mientras me daba las explicaciones.

De nuevo pude sentir el contacto de su mano sobre mi pierna. En mi cabeza se amontonaban un montón de pensamientos. ¿Porqué debía tratar de ocultar yo mi nombre?, ¿por qué iba a mentirle?, ¿qué es lo que quería decir con eso de llegados estos casos?, ¿acaso era habitual en él tener citas de esta manera?, ¿no me dijo que estaba casado en el chat?. Debía salir de dudas, lo mejor era aclararlo cuanto antes.

.-“¿Y tú?, ¿verdaderamente te llamas Roberto?” le pregunté reclinándome sobre el respaldo del asiento del sillón imitando su posición.

.-“En realidad me llamo Antonio” me dijo algo más serio en su voz. Y nada más decir esto el camarero regresó con nuestras consumiciones en una bandeja.

Mi acompañante retiro su mano de mi rodilla para repartir las copas que el muchacho iba dejando sobre la mesa. Y procedió a extraer su billetera del bolsillo interior de su chaqueta para abonar las bebidas.

No pude evitar fijarme en su cartera. Tenía un fajo de billetes que inevitablemente llamaron mi atención. Sin duda era mucho dinero, entre otros pude advertir varios billetes de color rojo, de esos de quinientos euros que yo hacía tiempo que no tenía entre mis manos. Bounty, Roberto, Antonio o como quiera que se llamase dejó un billete de cincuenta sobre la mesa para pagar las consumiciones. Mi mirada seguía fijamente absorta en semejante manojo de billetes.

Sé que el camarero le entregó las vueltas al instante, como si ya supiera de antemano el tipo de billete que le iba a dar mi acompañante y agradecido por la propina se despidió efusivamente:

.-“Que tenga una buena velada señor Antonio, y si me lo permite, la compañía  de esta noche es realmente hermosa” dijo el camarero educadamente al despedirse.

Ambos nos miramos y nos reímos tras escuchar el nombre en boca del muchacho que se alejaba. Mi rodrigón le dio un buen trago a su vaso de whisky, y yo procedí por imitación a darle un sorbo a mi gin tonic.

.-“¿Por qué lo haces?” le pregunté tras dejar mi copa en la mesa “¿porqué no me dijiste tu verdadero nombre?”.

Antonio me miró sopesando sus palabras, a la vez que extrañado por mi aparente inocencia.

.-“Es evidente ¿no crees?, estoy casado, los negocios me van bien, mucha gente me conoce, y no parece muy sensato dejar mi nombre en el primer chat al que me conecto” respondió. Luego enseguida me devolvió la pregunta:

.-“¿Y tú?, ¿por qué lo haces?” me preguntó apurando un nuevo trago a su consumición.

.-“Estaba aburrida, sola,… además…no tiene nada de malo quedar con otra persona” respondí algo nerviosa. Antonio se dio cuenta de que evité una respuesta directa, y de mi nerviosismo por el tema de conversación. Decidió investigar más.

.-“Me dijiste que estabas casada,” dijo cogiéndome de la mano en la que lucía mi alianza dando a entender que se había fijado.

.-“Oh, no, no te vayas a pensar nada extraño” le dije al tiempo que le retiraba mi mano de la suya.

.-“Entonces… ¿porqué quedas con desconocidos?” insistió mirándome fijamente a los ojos.

Yo bajé la cabeza, me daba vergüenza reconocer la verdad. Apuré un trago a mi gin tonic. Antonio continuaba mirándome esperando una respuesta. Un silencio incómodo se apoderó de nuestro alrededor. Necesitaba reaccionar. Apuré un segundo trago al gin tonic y muerta de  vergüenza pronuncié sin mirarlo a los ojos:

.-“Estoy aquí por qué necesito el dinero” y tras pronunciar estas palabras le dí un tercer trago casi seguido a los anteriores a mi gin tonic.

.-“No te preocupes” dijo Antonio en tono comprensivo, “en eso estoy dispuesto a ayudarte” dijo al tiempo que recorría mi espalda con su mano en señal de complicidad, mientras que con la otra me invitaba a realizar un brindis chocando su copa con la mía. Me ví obligada a imitarlo y beber un nuevo trago a mi gin tonic.

.-“Porque esta noche valga la pena” dijo al brindar, y ambos bebimos de nuestras copas hasta  casi el final.

.-“¿Pedimos otra?” me preguntó tras apurar en este último trago su whisky, y antes de que pudiera decir nada ya estaba realizando señales al camarero para que nos sirviese más de lo mismo.

Dada la situación apuré en un último trago mi consumición para que el camarero retirase las copas de la mesa. Me había bebido el primer gin tonic más aprisa de lo que estoy acostumbrada.

.-“¿Sigo sin entenderlo muy bien?” le pregunté algo inquieta. El me miró extrañado.

.-“¿El qué?” me preguntó ahora algo molesto por mi insistencia

.-“¿Por qué lo haces?, ¿Por qué darme doscientos euros tan solo por quedar?, ¿estabas casado no?, ¿entonces?, ¿por qué lo haces?” pregunté de forma rápida y confusa.

.-“Sólo por quedar” pronunció en un tímido murmullo, y a poco se atraganta mientras me examinaba de abajo arriba detenidamente.

Antes de que ninguno de los dos dijese nada se acercó el camarero para servirnos las nuevas consumiciones. Un silencio se apoderó entre los presentes mientras el camarero mezclaba el gin tonic y procedía a retirar la vajilla sobrante en su bandeja.

Antonio le dio un nuevo trago a su whisky mientras me miraba atento. Yo intimidada por su mirada lo esquivé concentrándome en saborear los matices de mi nuevo combinado. “Estoy bebiendo demasiado aprisa”, me dije a mi misma.

.-“Sabes, conozco muchas señoritas que cobran simplemente por su compañía” pronunció con segundas intenciones al tiempo que posaba de nuevo su mano sobre mi rodilla esperando mi reacción. Yo lo miré algo aterrorizada por su comentario.

.-“¡Qué estás insinuando!, No, no…¡No iras a pensar que yo!” exclamé indignada “oye que yo soy una mujer felizmente casada” le dije visiblemente molesta por su insinuación.

Antonio se echó a reír tras observar mi reacción como decente esposa, y entre sonrisas dijo:

.-“¿Y quién te ha dicho que las señoritas que ofrecen su compañía a cambio de dinero no están también felizmente casadas?”  me contestó poniendo cierto rin tin tin en eso de “felizmente casadas”.

Mi silencio evidenció mi estupefacción por su comentario.

.-“Mira preciosa …” me dijo esta vez acariciando mi pierna con la mano que antes descansaba en mi rodilla “la gran mayoría de señoritas que cobran por su compañía lo hacen porque necesitan el dinero. Hoy todo el mundo necesita el dinero porque tiene deudas. Te puedo asegurar que el chat en el que coincidimos está repleto de mujeres y fieles esposas que ofrecen su compañía y algo más a cambio de dinero. Sábado si, sábado no, quedo con la mujer de alguien, y como puedes ver esta noche tampoco es distinta. Solo espero no haberme equivocado con la compañía” y tras pronunciar estas palabras le dio un nuevo trago a su whisky esperando mi reacción.

Me quedé boquiabierta como una boba. He de reconocer que para nada me había imaginado que pudiera ser todo de esa manera. En esos momentos pude entenderlo todo. Seguramente el muy cabrón se aprovechaba de la necesidad de todas esas mujeres para tratar de acostarse con ellas. Seguro que les ofrecía más dinero a cambio de yo que sé qué tipo de barbaridades. Por eso llevaba tantos billetes en la cartera. Seguro que su propósito era acostarse con todas y cada una de ellas.

Pero estaba claro que Antonio se había confundido conmigo. Yo no estaba tan necesitada. No sé como lograría engatusar a las otras, pero yo tenía más que claro que cobraría los doscientos euros pactados y no sucedería nada más. Mis pensamientos llevaron a preguntarme cuando estaba dispuesto a pagarme, o en qué momento debería yo dar por concluida mi compañía. Debía matizar algunos puntos.

.-“Quedamos que serían doscientos euros solo por la compañía” dije tratando de dejar bien claro que no sucedería nada más.

Antonio como adivinando mis pensamientos me dijo:

.-“Tranquila mujer, soy un hombre de palabra, te daré lo acordado. Aunque no te lo creas ya estoy disfrutando mucho con tu compañía” dijo mientras continuaba acariciándome la pierna alrededor de mi rodilla esta vez sin miramientos, “pero te advierto que puedes ganar algo más de dinerito si me acompañas” dijo creando cierto suspense en sus palabras.

“¿Pero qué es lo que acaba de decir?” pensé mientras contemplaba su asquerosa mano acariciando mi pierna, absorta en mis pensamientos. “Y lo qué es peor… ¿qué es lo que me iría a proponer”.  No sé si estaba dispuesta a escuchar ninguna grosería. Me entraron ganas de levantarme y despedirme. Incluso llegué a pensar en la posibilidad de irme sin reclamarle los doscientos euros. Me dije mentalmente una y otra vez que mi dignidad no tenía precio.

Y sin embargo otra parte más perversa de mí, como mujer, me decía que debía exprimir aún más a ese capullo, que debía sacarle el máximo de dinero posible, para luego dejarlo bien jodido y con las ganas. El muy cabrón se lo merecía, se merecía un escarmiento por tratar así a las mujeres, y desde luego yo estaba dispuesta a dárselo. En esos momentos me alcé en paladín de todas las mujeres con las que había estado ese cretino arrogante. Además, no me había vestido así y salido en mitad de la noche de mi casa para nada, exigía mis doscientos euros.

Lo miré desafiante. Debía andarme astuta. En cierto modo estaba intrigada en saber qué es lo que pretendía realmente y en cómo trataría de conseguirlo. Seguramente me diría que quería acostarse conmigo o algo por el estilo a cambio de dinero. El muy cerdo ya conocía mi debilidad. Yo misma se lo había confesado, poniéndoselo en bandeja. Me pregunté si estaba dispuesta a escuchar una oferta siquiera o cualquier otro tipo de barbaridad al respecto, y me respondí a mi misma que sí, que estaba dispuesta a ello con tal de hacerlo quedar como un gilipollas si creía que yo sería capaz de hacer algo semejante. Estaba preparada para darle una buena patada en sus partes allí en medio de aquel elegante restaurante, con la intención de que se retorciese de dolor delante de todos haciendo el ridículo. “Cabrón” pensé, se merecía todos los males por aprovecharse así de las mujeres. Conforme más le daba vueltas, más aumentaba mi cabreo.

.-“¿A dónde quieres que te acompañe? Le pregunté apartando meticulosamente con dos de mis dedos su mano en mi pierna, y preparada para lo peor. Creí que me propondría subir a una habitación o algo por el estilo, pero me equivoqué…

.-“Es muy sencillo, conozco un pub aquí a la vuelta de la esquina, me gustaría que vinieses conmigo. ¿No te apetece bailar un poco?” dijo apurando su whisky de un solo trago como esperando mi negativa.

.-“¿Y ya está?, ¿eso es todo?” pregunté sorprendida.

.-“Mujer…¿qué te creías?” exclamó medio burlándose de mí por mis prejuicios.

.-“¿No vas a pedirme nada más?” le pregunté desnudando mis pensamientos.

.-“¿Acaso quieres que hagamos alguna otra cosa?” me preguntó con una sonrisa maliciosa.

.-“¡Nooooh!” exclamé haciéndome la indignada.

.-“¿A saber qué es lo que estarías pensado de mi?. Ya te lo he explicado, estoy de paso en la ciudad, me aburría y quería conocer a alguien. El dinero no es problema… además, créeme si te digo que me estás alegrando la noche” me dijo esta vez en un tono mucho más amigable relajando la tensión. Luego se puso en pie haciendo evidente que quería llevarme a bailar, y me hizo indicaciones para que apurase mi copa.

.-“Vamos, salgamos de aquí” dijo como con prisas porque terminase mi copa.

Reconozco que no me esperaba para nada aquella respuesta, incluso me hizo sentir mal conmigo misma por haber pensado perversamente acerca de él. Consiguió que dudase positivamente hacia su persona. Después de todo, tal vez fuese todo cierto y se conformase simplemente con estar acompañado. Mi marido siempre me decía lo duro que era estar lejos de tu casa de hotel en hotel.

Obedecí sus indicaciones y me bebí de un solo trago mi gin tonic para salir del bar con él.

Al levantarme, me di cuenta de mi error por beber de esa manera, nada más ponerme en pie empezaba a notarme algo mareada. Todavía confíe en mi tolerancia al alcohol, en peores circunstancias me las había visto, aunque hacía tiempo que no bebía ginebra y se me había subido a la cabeza. Sobre todo ese último trago apurando una copa casi llena.

.-“¿Te gusta bailar?” me preguntó mientras me abría la puerta de salida a la calle.

.-“Si estaría bien” dije al tiempo que me dejaba llevar.

.-“Ya verás, ponen muy buena música y el ambiente es increíble” dijo cogiéndome de la cintura y guiándome por las calles.

Durante la caminata me rodeó todo el tiempo con su brazo agarrado a mi cintura, aprovechando cualquier excusa para dejar caer su mano y acariciarme diplomáticamente  el culo, siempre como por descuido o accidente, de tal forma que no podía recriminarle nada. Vamos el típico tío tocón, pero nada más. Estaba claro que yo le gustaba, y en cierto modo eso me hacía sentir alagada. De alguna manera realzaba mi ego de mujer. Era como si por algún recóndito motivo me alegrase de saber que todavía era capaz de seducir y de gustar a un extraño. Sensación que recuperé del olvido. Así que casi sin quererlo me dejé llevar por el camino del coqueteo.

Entre otras cosas durante el trayecto, también pude apreciar el olor de su colonia. De hecho pude reconocer el inconfundible aroma de su marca. Se trataba de Egoist de Channel, pues en alguna ocasión se la había regalado a mi marido. Supongo que por eso, y a pesar de todo, de invadir mi espacio interpersonal y de tratar disimuladamente de tocarme el culo al menor descuido, no resultaba del todo desagradable su “forzada” proximidad. Pensé que podría ser peor, y poco a poco me fui acostumbrando al contacto físico entre ambos. Apenas en un par de calles, y tras un monólogo por su parte acerca de tonterías, llegamos al bar que me había indicado.

Lo cierto es que el pub estaba abarrotado. Parecía estar bastante de moda. Yo hacía tiempo que no salía por la noche. La música estaba a todo volumen, sonaba dance, disco, tecno y cosas así. Me gustaba. Luces y focos iluminaban una especie de pista de baile central en la que apenas podías moverte de la gente que había. A decir verdad costaba moverse en todo el pub. El contacto, los roces y los apretujones eran inevitables. Además yo estaba un poco entonada por los gin tonics anteriores, y me encontraba con mucho ánimo y ganas de mover el esqueleto. A pesar del gentío logramos hacernos un huequito para bailar los dos frente a frente. Alrededor se veía gente de todas las edades, eso sí, todo gente guapa y elegante.

Antonio se movía realmente mal en la pista, se notaba que ese tipo de música y de pubs no eran para un hombre de su época. Desentonaba algo allí en medio con la americana y todo puesta. Me sonreí al verlo bailar tan patéticamente, sabía que al menos lo estaba intentando por mí, que me había llevado allí con la intención de agradarme, y entendí que era de corresponder de alguna forma por mi parte.

Yo me puse a bailar enfrente, mientras él me observaba y repasaba con la mirada de arriba abajo. Literalmente, se me comía con los ojos, y de nuevo esa extraña sensación en mi cuerpo. La gran mayoría de los presentes eran hombres, había muy pocas chicas. Sé que muchos de los muchachos que estaban a nuestro alrededor me miraban preguntándose qué hacía una chica como yo con un viejo como Antonio. Tengo que reconocer que en cierto modo me gustó ser el centro de atención de miradas llenas de envidia, todas ellas clavadas en mi cuerpo, y me puse a bailar de lo más sexy provocando a los presentes. Los gin tonics ingeridos a toda prisa ayudaron lo suyo a comportarme de esa manera tan desinhibida. Por unos momentos me alegró no tener que dar explicaciones a nadie de ningún tipo. Desde luego nunca hubiera bailado de esa manera en presencia de mi esposo o de mis amigas. Porque no admitirlo, me sentía bien conmigo misma.

Antonio, que es un tipo listo, se dio cuenta de mi euforia, y del jueguecito que me traía entre manos con el personal masculino de alrededor. En un momento dado me agarró de la cintura por detrás y me dijo elevando la voz en mi nuca debido al volumen de la música, que se iba a pedir un par de copas más a la barra.

.-“¿Quieres otro gin tonic?” Me preguntó al tiempo que agarrado a mi cintura por la espalda, y dadas las circunstancias y los meneítos, entre apretujones y roces, su bragueta se estrellaba contra mi culo en cada vaivén de forma casi inevitable para ambos.

Yo asentí con la cabeza a su invitación, sin darle mayor importancia al contacto que se producía entre nuestros cuerpos fruto de las circunstancias, aunque estaba claro que Antonio estaba disfrutando del bailecito, porque se demoró un tiempo en marchar a por las bebidas. En el fondo todo se trataba de una absurda pelea de gallos, pues considero que mi acompañante se cuido mucho de marcar su territorio al abandonarme en medio de la pista.

Reconocí varias canciones de David Guetta mientras bailaba sola en el transcurso del tiempo hasta que mi acompañante regresó con las consumiciones, entre ellas el “Shot me down” que tanto me gusta.

 Al regreso de Antonio con las copas, le dí un largo trago al nuevo gin tonic para aliviar el calor y la temperatura que aumentaba por momentos en mi cuerpo. Recuerdo que pensé otra vez en mi cabeza, que estaba bebiendo más de la cuenta. Aunque también pensé que en esos momentos me lo estaba pasando bien, y además estaba ganando un dinerito a costa de Antonio.

Se produjo la típica situación en la que a mí me molestaba el vaso en la mano para bailar, y en cambio Antonio no sabía estar en la pista si no era con una copa entre sus manos. Yo me bebí el gin tonic relativamente rápido, mientras Antonio apuraba lentamente su whisky,  su principal aliado en  la excusa por no bailar. Creo que eso es lo que hizo que yo me pusiese  algo más mareada de la cuenta, mientras él aún seguía impertérrito a los efectos del alcohol.

He de reconocer que entre las luces, el alcohol, el baile, y las miradas lascivas de los chicos de mi edad revoloteando alrededor mío, lograron que me encontrase pletórica en todo momento. Quise moverme sexy, bailar provocando, menearme excitando al personal, sentirme libre como hacía tiempo que no me sentía al salir una noche de marcha. Siempre asumiendo el papel de recatada esposa y decente amiga. Pues ¡no!, al menos durante esos momentos quería liberarme de todas mis ataduras sociales. Era mi oportunidad. Tengo varias lagunas en mi memoria de esos momentos, pero recuerdo que incluso en más de una ocasión pude apreciar el contacto y los roces con Antonio mientras bailábamos apretujados, y no importarme en absoluto. En el fondo no me parecía un mal tipo. Yo estaba disfrutando, y me lo estaba pasando bien y el tenía la compañía perfecta que buscaba. Además tenía la situación controlada ¿no?.

Yo también provoqué algún que otro roce con alguno de los muchachos de la pista. Quise saber en qué medida lograba encelar a mi acompañante. Es más, podía apreciar las miradas de muchos de los chicos a mi alrededor envidiando la suerte Antonio. Resumiendo, que me gustó, me hizo sentir deseada. En mi estado, también me dí cuenta que provocaba la envidia de Antonio y que eso a él le gustaba. Estaba claro que es de esos tipos a los que les encanta presumir, en este caso imaginando que yo era su conquista y pavoneándose delante del resto de machitos, por lo que decidí seguirle el juego, ¿era por lo que estaba pagando no?. Quién sabe porque me presté a colaborar en el juego de Antonio.

Antonio terminó su copa y me dijo que se acercaba a la barra a por otra. Pobrecillo, me dio pena. No sé cuánto tiempo había aguantado estoicamente en medio de la pista de baile. Por mi parte había perdido la noción del tiempo y empezaba a estar cansada. Los tacones me estaban matando.

Cuando se giró para alejarse en dirección a la barra yo estaba ya algo agotada de bailar, así que lo agarré por el brazo y le dije:

.-“Espera, te acompaño” su mirada lo dijo todo, estaba contento por mi decisión. Sabía que mi disposición lo complacería, y en cierto modo yo también me sentí mejor conmigo misma.

 Una vez en la barra del bar tuvimos que esperar a que nos atendieran entre toda la gente. Por suerte una pareja a nuestro lado dejó libre un taburete. Parecía imposible hacerse con un asiento en ese pub, y sin embargo la suerte acompañaba a Antonio. Me cedió galantemente el taburete, y se lo agradecí enormemente pues estaba algo cansada de los tacones y de bailar. Tuve que sentarme cruzando las piernas, y mi minifalda se recogió ocultando lo justo y mostrándolo todo. No le dí la importancia que le hubiese dado en otras circunstancias, y simulé ser un descuido. Quedé situada entre la barra y mi acompañante, que me ocultaba con su cuerpo a la vista de todos.

Desde esa posición Antonio gozaba de una visión privilegiada de mi escote y de mis piernas, y a la vez me ocultaba del resto de miradas indiscretas. Me hizo gracia comprobar cómo se le iba la vista. Reconozco que fui un poco mala y le mostré hasta donde se puede mostrar y un poco más. El pobrecillo me devoraba con la vista y yo disfrutaba a mi manera.

.-“Bailas muy bien” me gritó al oído mientras esperábamos que nos atendiesen.

.-“Gracias” respondí tratando de recuperar el aliento.

.- “¿Se te veía a gusto bailando?” trató de insinuarme que se había percatado de mis jueguecitos y travesuras con los chicos de mi alrededor, y de que no me importaron los roces y los contactos físicos que hubo en la pista mientras bailábamos.

.-“Me gusta mucho bailar y hacía tiempo que no lo hacía” le dije tratando de evitar tener que dar explicaciones respecto de mis sentimientos de hace unos momentos. Antonio dedujo que no quería hablar de ello y astutamente desvió el tema.

.-“¿A qué te dedicas, Sara?” preguntó mientras le hacía señas a una camarera de detrás de la barra para que lo atendiese.

.-“Oh, ahora mismo estoy en el paro” pronuncié algo avergonzada por mi situación. No sé porqué, pero de repente me sentí mal, toda mi euforia de hace un rato se vino abajo.

.-“¿Llevas mucho tiempo?” insistió.

.-“Más de dos años” le dije apenada.

.-“¿Entonces ya no cobras nada?” preguntó esta vez sorprendido mientras miraba el bolso de Guess en mi regazo.

.-“Efectivamente, según el gobierno ya no tengo derecho a nada” dije bajando el tono de voz, apenas perceptible entre el sonido de la música.

.-“¿Las cosas no van bien últimamente, verdad?” preguntó tratando de obtener más información.

.-“Así es, a pesar de que mi marido trabaja nos cuesta llegar a final de mes” quise dar una respuesta contundente a su curiosidad.

.-“¿Tienes deudas?” insistió por su parte.

.-“Digamos que alguna que otra” no quise darle más información. Antonio se dio cuenta que mi estado de ánimo había cambiado.

.-“Mujer, no creo que sea mucho, estoy seguro que una mujer tan guapa y tan lista como tú encontrará una forma de sacar el dinero” dijo como si nada.

Esta vez logró irritarme por su actitud. No sería nada para él, para mí cierta cantidad era todo un mundo. No tenía muy claro lo que se pretendía. Por unos momentos pensé que trataba de hacerme sentirme culpable de mi situación intencionadamente, pero opté por evitar el enfrentamiento y hacerme la despistada.

.-“Para mí en estos momentos lo es, es mucho dinero” pronuncié bajando mi mirada al suelo.

.-“¿Cuánto necesitarías para tirar adelante?” me preguntó expectante.

.-“No es asunto tuyo” dije evidentemente molesta por el temita de conversación que comenzaba a irritarme notoriamente.

.-“Tranquila mujer, sólo pretendía ayudarte” dijo ahora más condescendiente, y  cambiando de tema. En eso era todo un maestro.

.-“¿Cuánto tiempo llevas casada?” me sorprendió ahora con su pregunta por cambiar de asunto tan de sopetón.

.-“¿Que tiene que ver?” De pronto la conversación no me estaba gustando, estaba preguntando cosas demasiado personales y no venían a cuento.

.-“Digamos que nada, pero tengo curiosidad ¿Qué tiene de malo?” se defendió de mis acusaciones.

.-“Supongo que nada” le respondí tratando de hacer las paces.

En esos momentos la camarera nos acercó las consumiciones que le habíamos pedido antes.

.-“No te gusta que hablemos de tu vida privada ¿eh?” preguntó insistiendo.

.-“No” dije algo más seca.

.-“Pero a mí sí que me gustaría conocerte un poquito más afondo” recalcó lo de afondo con un estúpido tono de voz. “Entre otras cosas por eso te pago” quiso dar a entender sus condiciones. “Pero sabes…estas de suerte, preciosa. Te propongo algo que nos complacerá a ambos. Una especie de juego…” dijo creando cierto suspense después de darle un buen trago a su whisky.

.-“¿En qué estás pensando?” le pregunté temerosa de lo que pudiera proponerme.

.-“¿Recuerdas jugar de pequeña a acción o verdad?” me preguntó alternando su mirada de mi escote a mis piernas y de mis piernas a mi escote.

.-“Si, claro. Todos hemos  jugado alguna vez, pero dime… ¿en qué consiste exactamente tu juego?” le pregunté esta vez llena de curiosidad.

.-“Sencillo, yo te voy haciendo preguntas, si las respondes todas te daré … digamos que cien euros más, así te llevas trescientos. Si no quieres responder a alguna pregunta a cambio puedes hacer una acción. Te puedes plantar cuando quieras, pero si decides continuar y no cumples tu parte lo pierdes todo ¿de acuerdo?” dijo al tiempo que dejaba descansando como quien no quiere la cosa, su mano sobre el muslo de mi pierna cruzada superiormente.

.-“¿Y si no quiero responder alguna de ellas?” traté de hacerle ver que las reglas propuestas no me parecían muy estudiadas.

.-“Si es después de aceptar, puedes continuar compensándolo con una acción o también puedes perder lo acumulado” dijo Antonio esta vez muy serio “piénsalo bien, puedes ganar un dinerito sólo por ser sincera conmigo” dijo invitándome a dar un nuevo trago a nuestras copas.

.-“Está bien”, acepté “no tengo nada que perder” me dije a mi misma. En esos momentos no me pareció mal trato. Pensé que la conversación transcurriría más o menos por los mismos cauces. ¿Qué quería saber?. Mi vida era pura rutina y para colmo aburrida, y además me reportaría algo más de dinero por total cuatro preguntas estúpidas.

Antonio empezó con su cadena de preguntitas.

.-“No me has contestado antes…¿cuánto tiempo llevas casada?” preguntó de nuevo.

.-“Seis años” le respondí ahora mirándolo desafiante aceptando el reto.

.-“Ves es fácil” me dijo al tiempo que deslizaba su mano por mi pierna. “Ahora dime, ¿Cómo conociste a tu marido?” me preguntó al tiempo que bebía un nuevo trago a su whisky.

.-“Fue a los 18 años, en la universidad” le dije orgullosa de recordar esos días.

.-“Con esa edad, ¿habrá sido el único hombre en tu vida con el que te has acostado?” quiso saber.

.-“Si” no dudé en responderle.

.-“¿Eras virgen cuando te conoció?” preguntó con todo su descaro mirándome a los ojos.

.-“Así es” dije orgullosa de mi matrimonio y algo molesta por su pregunta.

.-“Entonces….¿nunca has estado con otro hombre?” preguntó como extrañado.

.-“Te estás repitiendo” le informé  tratando de hacerle ver que se redundaba.

.-“¿Lo quieres?” me preguntó al tiempo que observaba su mano en mi pierna.

.-“Pues claro” le respondí tajantemente.

.-“Me refería a si lo quieres verdaderamente ¿o estás con él por costumbre?” quiso explicarse y matizar su pregunta.

.-“Lo quiero” respondí sin pensar.

.-“Y él. ¿Crees que te quiere? ¿O está contigo por costumbre?” preguntó acto seguido, como si ya tuviese preparada de antemano la cuestión en concreto.

.-“Supongo que sí” le respondí.

.-“¿Tiene detalles contigo?. ¿Me refiero a si te regala flores?, ¿se acuerda de vuestro aniversario y cosas por el estilo?” se explicó en su pregunta.

.-“Siii” respondí tímidamente. Pero lo cierto es que dudé en responderle, puede que tuviese razón, la verdad es que hacía un tiempo que me había resignado a mi marido. Antonio había dado en el clavo, mi matrimonio era pura rutina. Ya no había pasión ni imaginación, ni tan siquiera cuando mi marido me hacía el amor. Entre las veces que debía fingir y  los gatillazos de mi marido, el caso es que me costaba tener relaciones satisfactorias. Seguramente continuaba con él por la fuerza de la costumbre y por mi hijo. Sobre todo mi hijo, pensé que el dinerito que estaba ganando en esta noche me permitiría al menos comprarle alguna de las muchas cosas que siempre le posponía.

Pero no, Antonio no tenía porque enterarse de nada de todo esto. Mis miserias son mías y de nadie más.

.-“Lo quiero con todo mi corazón” dije tratando de hacérselo creer a mi acompañante tras mi breve silencio. Antonio hizo un gesto de desaprobación.

.-“Y él. ¿Crees que te es fiel?” me preguntó alzando la vista para mirarme a los ojos.

.-“Eso creo” respondí muy segura.

.-“¿Dónde está ahora?” quiso saber.

.-“De viaje” dije tratando de mostrarle mi seguridad en él.

.-“Y si te dijese que he dado contigo en el chat porque quería mostrarte unas fotos comprometidas de tu esposo” dijo esta vez muy serio poniendo cara de detective. Creo que puse cara de pánico tan solo de pensar que podía ser verdad. Dude, pero aún con todo le respondí:

.-“No me lo creo” pronuncié aunque mi rostro reflejase verdadero temor.

.-“Tranquila mujer” dijo en tono de guasa, “era una broma” rectificó al ver mi cara de pócker. Pero lo cierto es que había logrado sembrar la duda.

.-“Y tú…” enseguida quiso retomar la conversación “¿Te has preguntado alguna vez como sería estar con otro hombre?” dijo extendiendo el recorrido de su mano por mi pierna.

.-“Nooo” dije seca y tajante.

.-“Me estás mintiendo” dijo algo más serio “eso no vale” argumentó mirándome fijamente a los ojos.

.-“¿Por qué dices eso?” le pregunté temiendo que fuese una estratagema para no pagarme lo ganado.

.-“Simplemente, no es verdad lo que me has dicho” me dijo muy serio.

.-“Que siiií, que es verdad” le dije con cara de niña buena.

.-“Mentira. No me lo creo. Todo el mundo piensa en acostarse con alguien que no es su pareja en algún momento. Aunque luego no lo materialice, pero pensar lo pensamos todos” dijo mirándome de nuevo a los ojos.

.-“Lo dices porque no quieres pagarme” le increpé algo enfurecida temiendo que no cumpliese su palabra. Me estaba defraudando.

.-“No es eso, el dinero no me preocupa, pero no me gusta que me mientan” dijo algo enfadado por mi concepto de él. Y mirándome fijamente a los ojos continúo hablando:

.-“Está bien continuemos. Te voy a demostrar que me mientes” dijo siguiendo con nuestra particular conversación, y de repente preguntó:

.- “Dime… ¿te masturbas?” soltó de golpe y porrazo.

Yo abrí la boca como una pasmarota, para nada me esperaba una pregunta tan atrevida, de ese tipo. Además había logrado irritarme, me había llamado mentirosa.

.-“¿Qué tipo de pregunta es esa?” le respondí indignada por su osadía.

.-“¿Quieres el dinero o no?” me dijo al tiempo que daba un trago a su whisky y me observaba el escote desde su posición.

.-“Esta bien” dije conocedora de que ahora era yo la que estaba infringiendo las reglas del juego, Antonio había jugado muy bien sus cartas, “sí, alguna vez” le respondí.

.-“Y ¿cuándo lo haces….  Siempre piensas en tu marido?” dijo mirándome fijamente a los ojos saboreando su victoria dialéctica.

Un silencio se hizo entre los dos. El muy cerdo me tenía acorralada, yo trataba de pensar la forma en que salir airosa de la pregunta sin tener que reconocer ante ese cabrón que como todas las mujeres en este mundo, tenía mis propias fantasías.

“No quieres responder porque sabes que te he pillado mintiéndome. Vamos reconócelo, no hay nada de malo en ello. Todo el mundo fantasea alguna vez  que lo hace con otra persona que no es su pareja. Yo sólo quiero que seas sincera conmigo, no quiero que me mientas” me dijo sabiéndose triunfador.

.-“Digamos que no quiero responder a esa pregunta” le dije tratando de buscar una salida honrosa.

.-“Lo sabía” dijo orgulloso de sí mismo. “Si no me equivoco llevabas un dinerito ganado, pero si quieres seguir jugando tendrás que pagar con una acción” dijo con una pícara sonrisa dibujada en su rostro, “o eso, o lo pierdes todo” dijo sabiendo que no me daría por vencida.

.-“¿Qué tipo de acción?” pregunté tratando de adivinar lo que se proponía.

.-“No sé” dijo dudando mientras miraba a nuestro alrededor tratando de pensar en algo.

.-“Ya sé” dijo de repente, “tienes que conseguir que alguien te invite a una copa, ¿lo harás?” me preguntó inquieto.

Me sorprendió algo su propuesta, pero no me pareció descabellada ni difícil de conseguir. Esta vez fui yo quien miró a nuestro alrededor, vi a un chico de mi edad no muy agraciado que se acercaba a pedir a la barra, pensé que podía ser la víctima perfecta para inventarme una excusa y lograr que me invitase. Miré a Antonio aceptando el reto, le entregué mi bolso y le dije:

.-“Esta bien, espera y verás” y nada más decir estas palabras me acerqué al muchacho decidida. Antonio me observaba desde su posición.

.-“Hola, ¿te conozco?” le dije a mi victima situándome a su lado en la barra “Yo soy Sara” me presenté descaradamente al tiempo que le daba dos besos en las mejillas.

.-“Encantado Sara pero…¿de qué nos conocemos?” me preguntó el chaval aturdido por mi efusividad.

.-“Estabas a punto de invitarme a una copa ¿recuerdas?” le dije guiñándole un ojo y retorciendo mi collar entre mis dedos a la altura del escote para que se fijase en esa zona de mi cuerpo.

.-“¿Y porque iba a hacerlo?” me preguntó sorprendido mientras me repasaba con la vista de arriba abajo.

.-“¿Acaso no quieres invitarme?” le pregunté poniendo carita de niña mala y jugando con mi mano en la solapa de su camisa en el pecho.

.-“Lo que no llevo es más dinero encima” dijo encogiéndose de hombros “¿tal vez puedas invitarme tu?” dijo con una caradura increíble.

Debí poner cara de cuadro, lo que aún debió de agradar más a ese sinvergüenza. ¡Quién se había creído el muy canalla!, la última coca cola del desierto. Menudo idiota. Estaba claro que me había salido mal la jugada. Decidí no perder más el tiempo con ese chulo engreído y regresar con Antonio.

.-“¿Qué ha pasado?” me preguntó Antonio a mi regreso cabizbaja jactándose de mi derrota.

.-“No llevaba dinero encima” le respondí con cara de pocos amigos

.-“Je, je, je. Algo bastante habitual en estos días ¿no crees?” Se sonrió Antonio.

.-“Bueno, es una pena” dijo dando un trago a su whisky, “me temo entonces que aquí termina nuestro juego” dijo saboreando su destilado y su victoria.

.-“Dame otra oportunidad” le dije enfadada conmigo misma al ser tan estúpida de jugármelo todo tan a la ligera, pero sobre todo por haber sido rechazada de esa manera por un autentico gilipollas.

.-“¿Por qué iba a hacerlo?” me preguntó “No sé si te has dado cuenta…, pero ese chaval no  ha tenido la decencia ni de invitarte a una copa a pesar de habértele insinuado. ¿Por qué iba a darte yo entonces trescientos euros?” añadió mientras me miraba de nuevo el escote.

.-“Porqué él era un imbécil,  y tú un tipo listo al que le gusta apreciar la buena compañía” le respondí poniéndome exageradamente fingida en plan mimosa con él.

.-“Aprendes rápido, y en eso tienes razón” dijo sujetándome la barbilla con su mano libre. “Está bien, te daré una nueva oportunidad, tienes suerte que me lo estoy pasando bien contigo” me dijo acariciándome mi rostro con la palma de la mano, y dándome esperanzas de continuar con el juego.

.- “Pero esta vez tendrá que tratarse de una prenda” concluyó tajantemente.

.-“Me parece bien” dije ilusionada con la posibilidad de recuperar mi dinerito. Sorprendí a Antonio mirándome descaradamente el escote, esta vez aprecié una mirada un tanto extraña en él que me inquietó hasta conocer sus intenciones.

.-“Te toca pagar con una prenda” repitió como dudando de lo que yo estaría dispuesta a hacer.

.-“Bueno, ¿qué tipo de prenda?” pregunté pensando que se trataría de otra acción similar a la anterior.

.-“Ve a los baños y quítate el sujetador. Luego me lo enseñas en tu bolso y prueba superada” dijo como si nada expectante una vez más a mi reacción.

Yo lo miré estupefacta por sus palabras, cayeron como un jarro de agua fría a mis expectativas.

.-“¿Y si no quiero?” le pregunté desafiando sus intenciones.

.-“Entonces nada” dijo agarrando su vaso de whisky dándome a entender que apuraría su copa y marcharíamos de allí dando por concluida la velada.

.-“¿Si lo hago?, ¿seguiremos jugando?” le pregunté temerosa de que no sirviese de nada desprenderme de mi prenda.

.-“Si me traes la prenda yo no tendré inconveniente en darte tu dinero y seguir jugando, pero dudo que te atrevas con este tipo de cosas… y eso que me ahorro” soltó la última coletilla con la clara intención de picarme.

.-“No es justo” le argumenté tratando de convencerlo porque cambiase de tipo de propuesta.

.-“La vida no es justa, pero no he sido yo quien no ha logrado superar la prueba de antes” concluyó dándome a entender que no cambiaría de opinión.

.-“Esta bien” dije algo confusa “de momento tengo que ir al baño. Ya me lo pensaré mejor” dije descendiendo del taburete y marchando hacia los aseos.

Cuando llegué a los baños, tuve que esperar un par de turnos para poder acceder a un habitáculo. Una vez dentro era todo un manojo de nervios. ¿Quitarme el sujetador?. ¿Qué es lo que quería?. Estaba claro. Llevaba toda la noche mirándome el escote, lo que pretendía es poder verme las tetas en cada descuido. Además, seguramente se transparentaría la tela de la blusa. Me planteé salir de dudas en el espejo colectivo de fuera. Quise pensar que no se transparentaría mucho y que no había motivo para preocuparse. De todas formas ya me había planteado salir de casa de esa manera, aunque eso fuese cuando imaginaba que sería un príncipe azul y no un viejo baboso el que vendría a recogerme. Tras mucho dudar me quité el sujetador, introduje mis manos a la espalda y separé los corchetes de detrás, luego me deshice de la prenda por una de las mangas. No me lo podía creer pero acababa de desprenderme de mi sostén y de guardarlo en el bolso tal y como me había pedido. Sentí cierto alivio al liberar mis pechos de la opresión, y estaba nerviosa, muy nerviosa. Para ser sincera estaba confundida, neurasténica, perturbada, liada, excitada, bebida, animada, fuera de control, alterada… y un sin fin de sensaciones difícil de controlar.

Salí del habitáculo dispuesta a examinarme en el espejo. Muy a mi pesar la tela de gasa de la blusa se transparentaba algo más de lo que yo esperaba, pero seguramente mucho menos de lo que se esperaba Antonio. Recuerdo que miré mi sujetador en el bolso por última vez antes de decidirme a salir, y me consolé a mi misma pensando que con la oscuridad de las luces apenas se vería nada.

“Total, verá pero no catará”, me repetí a mí misma varias veces antes de decidirme. Incluso llegué a pensar que si lograba tenerlo “calentito” durante toda la noche el tío aflojaría más dinero, y ese era mi propósito, sacarle más dinero. Estas palabras me dieron fuerza para continuar, yo sólo me repetía mentalmente una y otra vez: “sácale más dinero, sácale más dinero”. Respiré profundamente y armándome de valor decidí salir al encuentro con Antonio.

De regreso pude comprobar la libertad de mis pechos al andar. Fue una sensación extraña para mí. Una vez fuera de los baños, tenía la impresión de que todo el mundo me miraba, aunque no fuera así. Regresé dónde estaba Antonio, y sin mediar palabra le abrí el bolso ante su atenta mirada. Pudo comprobar que mi prenda aguardaba en el interior.

Me sorprendió que ya no estuviera el taburete en el que me sentaba antes, y decidí preguntarle. Me dijo que se lo había cedido a una chica guapísima que se lo había pedido, y pensando en que nos iríamos a casa se lo había dejado. Todo esto lo dijo claramente con la intención de picarme.

.-“¿Apuesto a que nunca  has hecho algo parecido?” me preguntó retomando nuestra particular conversación y sin dejar de mirarme a los pechos tratando de averiguar la figura de mis aureolas tras la tela de la blusa.

.-“A partir de ahora mi sinceridad te costará otros cien” le advertí antes de contestar.

.-“Por supuesto” me confirmó relamiéndose mientras me miraba de nuevo los pechos.

.-“Alguna vez ya he ido por la calle sin sujetador” le respondí algo avergonzada por sus miradas, pero tratando de hacerle creer que no era tan mojigata como se pensaba.

.-“Ah siiih, ¿cuándo?” me preguntó.

.-“En la playa, por ejemplo” le respondí triunfante.

El asintió con la cabeza reconociendo que había salido airosa de su pregunta. En esos momentos tuve clara su táctica, pretendía encerrarme dialécticamente para que tuviese que cometer forzosamente otra acción.

.-“¿Practicas top less?” me preguntó como sorprendido y por tendencia a mi respuesta anterior.

.-“No” dije esta vez algo más seca.

.-“¿Porqué?” insistió él.

.-“Pues porque me da vergüenza delante de mi marido y mi hijo” le respondí sin temor.

.-“¿Te gusta que te los chupen?” me preguntó en un intento más agresivo por salirse con la suya, mirándome descaradamente al escote y algo más.

.-“Oye… ¿qué tipo de preguntas son esas?” le dije haciéndole ver que se estaba pasando un poco.

.-“Vamos responde… ¿tú marido te los chupa cuando hacéis el amor?” me susurró de nuevo en la oreja.

El caso es que comenzaba a estar algo acalorada por sus preguntas. Mi mente me decía que no debía responderle a ese tipo de preguntas, en cambio una parte más instintiva de mi ser me decía que debía seguirle el rollo, mejor responder que no tentar otra acción.

.-“Si claro, le encanta” le dije siguiéndole ahora el juego como si fuera lo más normal del mundo, con voz algo más sensual y tratando de provocarlo al máximo según me había propuesto a mi misma en los baños.

.-“¿Y a ti?, ¿te gusta?” me preguntó de nuevo a media voz en el cuello.

.-“¡A quien no!. Me encanta que me los chupe mientras me hace el amor” dije al tiempo que me chupaba un dedo provocativamente subiendo la temperatura ambiente,  “me vuelve loca” pronuncié con la voz más sexy que pude.

.-“Y tú…,¿se la chupas a él?” me preguntó al tiempo que se tocaba disimuladamente el paquete entre sus piernas con una mano. Una no es tonta y sabe que en esos momentos Antonio estaba teniendo una erección.

.-“Nooooh” dije cambiando radicalmente mi actitud ante su pregunta, y evidenciando mi repulsa respecto de practicar sexo oral con nadie.”¿por quién me has tomado?” gesticulé mostrando mi rechazo y haciéndome la tontita.

.-“¿Por qué no?” quiso saber más.

.-“No me gusta y punto” dije haciéndole ver que me enojaba dar explicaciones.

.-“Esta bien, está bien…” dijo tratando de rebajar la tensión “¿Cuéntame alguna locura que hayáis hecho juntos?” preguntó con una sonrisa lasciva en su cara cambiando el tema. Era un especialista en desviar la atención.

.-“No sé, no recuerdo” le respondí.

.-“Eso no es una respuesta, y ya me has evitado varias veces” me dijo esperando algo más por mi parte, al tiempo que le hacía señas a una camarera para que nos sirviese otras dos copas de lo mismo.

.-“En una ocasión, de novios, lo hicimos en un parque” respondí lo primero que se me vino a la cabeza tratando de salir del paso.

.-“¿Eso es lo más, de lo más que has hecho?” me preguntó mostrando asombro.

.-“Si” respondí algo incómoda por su tono de voz.

.-“¿Siempre le has sido fiel?” me preguntó relamiéndose con la mirada.

.-“Eeeh, pues claro” dije titubeando.

.-“¿Por qué dudas?” me preguntó intrigado.

.-“Bueno… en una ocasión” comencé a decir dubitativa por continuar  “serían las fiestas de mi pueblo…, yo tendría veinte años o así. Ya sabes… estaba borracha, mi marido…, que entonces era tan solo mi novio no estaba…, y otro chico me besó” dije a trompicones y avergonzada por mi confesión. Aún no logro entender porque le conté eso.

Justo en ese momento la camarera se acercó hasta nosotros para servirnos dos nuevas copas. Yo me apoyé contra la barra y Antonio se situó detrás de mí, mientras la camarera procedía con el ritual de preparación.

.-“Apuesto a que ese chico te tocó el culo” me susurró en la oreja desde detrás, y me agarraba al mismo tiempo por la cintura, mientras ambos contemplábamos como la camarera servía las copas. Yo continuaba de cara a la barra impasible antes sus palabras, tratando de disimular frente a la camarera.

.-“Fue sólo un beso” le respondí tratando de aparentar una conversación normal.

.-“Y yo…” me susurró de nuevo aproximándose a mí por la espalda “¿Puedo besarte?” Se pegó tanto a mi espalda que pude apreciar su aliento a whisky en mi nuca y su miembro clavado entre mis nalgas.

.-“Noooo” traté de zafarme de él dándole un culetazo. Pero casi fue peor el remedio que la enfermedad pues al hacerlo aprecié toda su dureza  golpear contra mis nalgas. ¡Estaba empalmado!. No me lo esperaba de un hombre tan mayor como Antonio que podía ser mi padre. No me agradó el contacto, es más, aunque me pareció repulsivo traté de disimular dada la presencia de la camarera.

.-“¿Puedo tocarte el culo al menos?” me preguntó descaradamente como quien no quiere la cosa. Yo aparentaba normalidad como buenamente podía, pues dudaba que la  chica que nos servía las copas no estuviera escuchando nuestra conversación.

.-“No” dije yo esperando a que la camarera terminase y tratando de evitar cualquier contacto por mi espalda.

.-“Sabes… tienes un culo precioso” me susurró en la oreja apartándome el pelo a un lado e insistiendo en rozarme con sus partes.

.-“Que no. No insistas” dije zafándome de él de nuevo con un culetazo tratando de quitármelo de encima. En esos momentos tan solo pensaba en que la camarera terminase de atendernos para acabar con esa situación tan vergonzante para mí.

.-“Te doy cien euros más si me dejas tocarlo” dijo sacando su billetera para pagar las consumiciones al tiempo que volvía a arrimar su cebolleta.

.-“Noooo” dije yo haciéndole ver que era un pesado y que no me agradaba en absoluto la conversación.

.-“Solo tocarlo” insistió al tiempo que trataba de sobármelo con las manos.

.-“Que no, pesado” dije yo apartándole las manos, rezando por que la camarera se diese prisa en acabar y a la que por su cara le divertía el espectáculo.

.-“Seguro que se lo has dejado tocar a otros en más de una ocasión y no has puesto inconveniente” preguntó volviendo a rozarse una vez más con sus partes por mi trasero. Me era imposible esquivarlo, me tenía atrapada contra la barra.

.-“Escucha, aún no me has dado nada de lo acordado. No trates de aprovecharte” dije tratando de hacerle ver que comenzaba a desconfiar de sus promesas.

.-“Hagamos un trato” dijo depositando un billete de quinientos euros desde detrás mío encima de la barra para que cobrasen las consumiciones, “cuando la camarera traiga las vueltas te las quedas, así son cien euros más de lo acordado y algo de propina” insistió a la vez que alargaba la mano para alcanzar su whisky y exhibir ante mis ojos un billete de quinientos euros antes de dejarlo intencionadamente descuidado sobre la barra del bar.

Opté por hacer caso omiso a su propuesta y me giré lo antes posible para saborear el gin tonic recién servido, pero sobre todo para dejar de darle la espalda a mi acompañante e impedir que arrimase su cebolleta a mi culo.

Debía reconocerlo, estaba ya algo mareada por el alcohol ingerido a lo largo de toda la noche, y a la vez confundida por sus intentonas. En otras circunstancias le hubiese arreado un buen bofetón por la grosería de sus preguntas y el atrevimiento de sus caricias, pero supongo que en esos momentos y aunque no me gustase, me parecía todo bastante inherente a la situación. Estaba claro que en algún momento iba a intentar algo conmigo, se había puesto un poco pesado, pero de momento no lo estaba llevando del todo mal. Desde luego no había sido nada agradable notar su entrepierna y su barriga restregándose en mi culo, pero pensaba que ya había pasado.

Ambos dimos un largo trago a nuestra consumición mientras nos mirábamos a los ojos, él tratando de alargar el silencio producido hasta que la camarera regresase con las vueltas, y yo tratando de retomar la situación con naturalidad.

Bailamos tímidamente al lado de la barra, nos miramos, sonreímos,… hasta que la muchacha regresó con un puñado de billetes y alguna moneda suelta que dejó en una bandejita sobre la barra.

Yo me giré instintivamente al ver el dinero sobre la barra. Juro que no pude apartar la vista ante tanto billete para mí en ese momento. Las vueltas eran casi todo en billetes de cincuenta y veinte euros, que sin querer llamaban la atención allí, tan fácil, tan dejado, tan descuidado, tan…tentador.

.-“Anda cógelo” me susurró Antonio a mi espalda contemplando victorioso como miraba embobada el dinero depositado en la bandejita.

Lo cogí. Pero lo cogí con la intención de comprobar que estaban bien los cambios ante la pasividad de Antonio por recoger las vueltas. Me era imposible llegar a entender que nadie descuidase tanto dinero de esa manera. Alguien debía comprobar el cambio y contar los billetes. Nada más tenerlo entre mis manos y comenzar a contarlo, pude sentir la palma de la mano completamente abierta de Antonio  examinando con descaro la firmeza de mi trasero.

.-“Eso es, es para ti, guárdatelo en tu precioso bolso, te lo has ganado”, y como si supiera con premeditación que necesitaba mis dos manos para proceder, descuidando así mi retaguardia, aprovechó para sobarme, acariciar y repasarme mis nalgas sin dejarse ni un solo punto por explorar, al tiempo que balbucía insistente en mi nuca:

.-“Este culito ya es mío” y aún aprovechó para pinzarme un par de veces más cada nalga entre su pulgar y su índice a su antojo, mientras yo me guardaba el dinero.

Nada más meter el dinero en mi bolso me volteé para impedir que continuase con su descarada metida de mano. El se sonrió de verme enfadada, y acto seguido se apresuró a entregarme mi copa en una mano antes de que pudiera decir nada, para luego chocar la suya contra la mía a modo de brindis:

.-“Por nosotros” dijo mirándome a los ojos en señal de paz pero disfrutando de mi enfado.

.-“Por nosotros” dije yo brindando  aceptando su tregua. En el fondo me consolaba pensando que tan poco había sido para tanto y que tenía cerca de quinientos euros en el interior de  mi bolso. ¡Quinientos euros!, ya estaba pensando qué hacer con ellos. Había sido un momento desagradable, pero merecía la pena. Me propuse sonsacarle algo más de dinero.

.-“Te han dicho alguna vez que tienes un culo precioso” me dijo mirándome a los ojos.

.-“No es para tanto” dije tratando de quitarle hierro al asunto.

.-“Ni te imaginas lo que haría yo en ese culito…” dijo sosteniendo mi mirada mientras bebía de su copa.

.-“Creo que me hago una idea” pronuncié picarona generándole falsas expectativas tratando de salir airosa.

.-“¿Me dejarías verlo?” preguntó sorprendido por mi respuesta.

.-“Ya sabes la respuesta” le dije mirándolo a los ojos mientras bebía otro trago de mi copa.

.-“¿Continuamos jugando?” me preguntó con una sonrisa en su cara haciendo referencia a nuestro particular juego de preguntas.

.-“¿Por qué no?” dije ansiosa por sacarle más dinero.

En el fondo no había sido para tanto, vamos, que no me pareció tan mal. Total, tan solo me había dejado tocar el culo y responder a sus preguntas por cerca de quinientos euros en mi bolso. Vamos chicas seamos sinceras, ¿quién de vosotras no se dejaría?. Visto así quería más dinero.

 .-“¿Te ha gustado?” me preguntó sin que lo entendiese muy bien debido al ruido de la música.

.-“¿El qué?” le pregunté sin saber muy bien a qué se refería.

.-“Si te ha gustado que te tocase el culo” me preguntó mirándome  a los ojos.

Yo puse cara de desacuerdo y le dije:

.-“No lo vuelvas a hacer” le dije algo reticente a su maniobra.

.-“Esta bien…” pronunció recobrando su corrección, y en su habitual táctica por cambiar de tema de repente se reclinó sobre mi y me dijo…  “¿de qué color llevas las braguitas?” me preguntó sorprendiéndome de nuevo con su habilidad para saltar de tema.  

Creí adivinar lo que se pretendía, y con mi única intención de sacarle más dinero aún, decidí picarlo un poco. Sé que estaba jugando con fuego y aún así no me importó. Puse cara de niña mala y le dije:

.-“No llevo bragas” me acerqué para susurrarle en la oreja. Su cara fue todo un poema, y antes de que pudiera decir nada me apresuré a aclararle…

.-“Es un tanga” le expliqué con una pícara sonrisa dibujada en mi cara. Disfruté jugando con él sabiendo que podía tomar la iniciativa si me lo proponía.

.-“No me lo puedo creer” dijo escéptico a mi respuesta con cara de sorpresa.

.-“Pues créetelo” dije dándole la espalda situándome de cara a la barra del bar y bailando tímidamente en mi posición. Mi intención era sacarle más dinero.

Sabía que me estaba mirando el culo en esa posición. No sé porqué, me sentía segura de mi misma, jugaba con él, llevándomelo a mi terreno. Tenía ganas de provocarlo. Él me sujetó desde mi espalda rodeándome con un brazo por delante amarrado a la altura de mi estómago como no dejándome escapar, impidiendo que me moviese.

.-“Quiero comprobarlo” me susurró en la nuca al tiempo que la palma de su mano se posaba abierta descaradamente de nuevo sobre mi culo.

.-“¿El qué?” pregunté sorprendida por su pregunta apartándole la mano de mi falda al tiempo que miraba a un lado y a otro preocupada por comprobar que nadie había visto su descarada maniobra.

Por suerte no veía ninguna cara conocida. Lo que más temía en esos momentos es que alguien pudiera verme. Amparados por la oscuridad, dada la hora, y que todo el mundo en el pub estaba a lo suyo, tuve la sensación de tener cierta intimidad con Antonio aún a pesar de estar rodeada de gente en medio de la barra de aquel garito.

.-“Te propongo una cosa…” me susurró de nuevo en la nuca desde mi espalda. Esta vez pude sentir claramente su miembro en erección rozándose entre mis nalgas. Yo lo tenía claro, estaba en el bote.

Sabía que en esos momentos me ofrecería la luna por tocarme de nuevo el culo. Pero…,¡madre mía!, lo que notaba rozándose por mi trasero no estaba nada mal. Así a bulto, me pareció una barbaridad lo que tenía ya ese hombre entre las piernas. Hasta la fecha sólo mi marido se me había arrimado así, y desde luego aquello que notaba entre mis nalgas tenía muy buenas proporciones. Nunca había tenido una experiencia semejante, además estaba decidida a sacarle todo el dinero que pudiera, así que no me importó ser yo quien provocase el roce entre ambas partes.

.-“Soy toda oídos” asentí tratando de escuchar su propuesta, al tiempo que movía mi culito de lado a lado apoyada en la barra del bar animándolo a que continuase por explicarse.

.-“Demuéstrame que de verdad llevas tanga”. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir su aliento en mi cuello y sus palabras en mi oreja. No me lo podía creer, ese tipo no dejaba de sorprenderme.

.-“¿Por qué dices eso?” le pregunté de nuevo inquieta mirando de lado a lado, para asegurarme de que nadie nos había escuchado.

.-“No me creo que lleves tanga. Tu eres de las que usan braguitas de algodón, ¡y de colorines!” me dijo como burlándose de mí y retirándose de mi espalda.

Sus palabras lograron enojarme.

.-“Tú que te sabes” le respondí algo mosqueada porque pensase que era tan mojigata.

.-“Pues déjame averiguarlo” me dijo al tiempo que me aplastaba de nuevo con su vientre contra la barra del bar, provocando el máximo contacto de sus partes contra mi culo.

Yo puse carita de niña mala haciéndole entender que estaba notando su excitación en toda su dureza. Recuerdo que pensé para mí misma: “pero mira que eres golfa, Sara. Si te viese tu maridito”, y me sonreí al pensar en el numerito que montaría al verme comportar de esa manera. Mis pensamientos detenían mi movimiento, y ante mi impasibilidad Antonio decidió tomar la iniciativa.

El pobre no se aguantaba más. No podía resistirse a mis provocaciones. Así que hizo caso omiso a todas mis palabras, deslizó su mano por mi espalda pasando su mano abierta de par en par por encima de la falda.  Traté de esquivarlo, pero no pude, al contrario, empeore las cosas. Al estar de espaldas solo logré que su mano alcanzase  la parte más baja de mi falda y llegase a contactar con las medias de mis piernas.

 La excitación se apoderó de mi cuerpo y esto le permitió que no reaccionase de mala manera.

.-“¿Pero qué haces’” le pregunté haciéndole ver que no me estaba haciendo caso.  Miré de nuevo de lado a lado de la barra para asegurarme que nadie nos veía.

.-“Quiero comprobarlo” me susurró en la nuca al tiempo que deslizaba su mano hacia arriba y acariciaba por debajo de la tela de mi falda la piel desnuda de mi muslo hasta alcanzar la parte baja de mi cachete.

.-“Eso te costará caro” le dije dejándome hacer porque no me importaba su caricia dada mi calentura, pero estaba dispuesta a sacarle mucho dinero por su osadía.

.-“Uhm, uhm” asintió recreándose en comprobar la suavidad de mi piel bajo la falda. Después pude notar el contacto de su mano acariciando la parte de mis nalgas desnudas.

“Ya está” pensé para mí al escuchar sus palabras. “Ya lo ha dicho”. Sabía que me diría algo así y que le sacaría aún más dinero.

.-“¿Te gusta?” le pregunté en un susurro dejándome hacer, y pensando en sacarle cerca de otros doscientos euros como en la vez anterior. Y también para que nos vamos a engañar, porque había logrado ponerme cachonda.

.-“Es muy suave” me dijo a la vez que no dejaba ni un solo milímetro de piel por explorar en mi trasero. Esta vez incluso levantó levemente la tela de mi falda en su maniobra.

.-“Cuidado pueden vernos” le advertí mientras me dejaba manosear a su antojo.

.-“Me da igual que nos vean” dijo totalmente fuera de sí disfrutando de su caricia totalmente indiferente ante posibles miradas indiscretas.

Por mi parte, en esos momentos no pensaba en otra cosa que no fuera ponerlo cachondo hasta tal extremo que no pudiera negarse a pagarme lo que le pidiera, así que en un arrebato de calentura por mi parte, y sin dar crédito a lo que hacía, comencé a acariciar su virilidad con la palma de mi mano por encima del pantalón.

.-“Ya veo, ya, que te gusta” le dije al tiempo que sopesaba su paquete entre mis manos. Ni yo misma podía creerme lo que estaba haciendo.

A todo esto yo siempre contra la barra, y Antonio a mi espalda ocultando con su cuerpo nuestras caricias indiscretas.

Nunca olvidaré como me sentí en esos momentos. Recuerdo que tuve pensamientos del tipo “joder Sara, que calentorra estas hecha”, “pero qué fácil es manejar a un tío” y “cuando te pones eres más puta que las gallinas”. Pero en esos momentos un montón de cosas me daban igual. En otras circunstancias hubiese pensado que era imposible que me comportara de esa manera, “como una guarrindonga cualquiera” pensé mientras él me manoseaba y yo lo acariciaba. Pero lo único cierto es que estaba disfrutando al comprobar lo fácil que era sacarle dinero a ese tipo.

De repente, la mano de Antonio se deslizó hacia la parte delantera de mi tanga, su mano recorría ahora mi bajo vientre por debajo de la falda tratando de alcanzar el elástico superior de mi prenda más íntima. Estaba claro que había intentado acariciarme el coñito con su repentina maniobra.

.-“Eh, eh, eh, no te pases” le dije zafándome de él y dándome la media vuelta deteniendo de ipso facto su maniobra. Sus caricias me parecían ahora demasiado descardas y evidentes en medio de aquel pub.

Antonio me miró a los ojos, alcanzó su vaso de whisky que estaba encima la barra detrás de mí y apurándolo de un trago dijo:

.-“Vámonos” me dijo con la respiración entrecortada aún por la excitación.

No sé porqué le hice caso, pensé que quería pagarme mucho dinero por lo que acababa de hacer y que ese no le parecía el lugar adecuado. Dado mi estado tampoco razonaba con mucha claridad, así que inconscientemente lo seguí.

Salimos del pub junto a un tumulto de gente. Tuvimos que andar unos metros y retirarnos un poco de la multitud que se agolpaba en la puerta para poder hablar entre los dos con cierta discreción.

De repente al salir a la calle tuve frío, no sabría precisar si era porque refrescaba la noche, o por  el contraste con la temperatura de dentro.

.-“¿Dónde vamos?” le pregunté “Tengo algo de frío” le dije abrazándome yo misma y frotándome los brazos. Lo cierto es que el soplo de aire frio de la calle produjo un estallido de sensaciones en mi cuerpo. Era como si de golpe y porrazo pudiera comprobar que me encontraba algo más que mareada por los gin tonics.

.-“No sé, cambiemos de garito”, respondió él  e instintivamente ambos nos dirigimos en dirección al garaje en el que estaba su coche.

.-“Aún no me has pagado lo que acabas de hacer” le dije pensando en mi dinero una vez nos alejamos del pub y quedamos solos en medio de la calle.

.-“Esta bien”, dijo él como molesto por hablar del tema, “¿Cuánto quieres?” me preguntó al tiempo que echaba mano a su billetera.

.-“Ya sabes la tarifa…”, le dije sonriendo “son doscientos euros”, concluí al tiempo que ponía la palma de la mano esperando recibir mi recompensa.

.-“Doscientos euros ¿por qué?” preguntó ahora él contrariado.

.-“Por comprobar que llevaba tanga” le dije dando por supuesto que debía pagarme.

.-“¡¿Pero qué coño estás diciendo?!” pronunció Antonio burlándose por mis palabras, “eso es mucho dinero por tocar un culo” pronunció haciéndome ver que no estaba dispuesto a pagarme lo que le pedía.

.-“Serás cabrón” le dije al tiempo que trataba de darle un puntapíe en la espinilla.

.-“Hey, hey, hey espera, tranquilízate mujer, seguro que podemos llegar a un acuerdo” dijo al tiempo que esquivaba mi patada sujetándome de los hombros, “entenderás que es una pasada lo que pretendes”, dijo tratando de poner paz.

.-“Ese es el precio” dije sin meditar lo que decía. Antonio me miró fijamente mientras me retenía de los hombros y entonces me preguntó:

.-“Entonces, eran ciertos mis temores, ¿no?, ¿eres una profesional?” me preguntó totalmente confuso por mis palabras.

.-“Nooooh” le respondí yo ofendida por su duda.

.-“Entonces… ¿por qué me has dicho que ese era el precio?” insistió en preguntarme.

.-“No soy ninguna puta. Eso es lo que me diste antes por tocarme el culo, quiero que ahora me des lo mismo” le espeté tratando de explicarme.

En ese mismo instante ambos nos dimos cuenta que estábamos alzando la voz y que seguramente alguien se asomaría por el balcón tratando de averiguar quién propiciaba semejante escándalo a esas horas de la noche, y bajando el tono de voz continuamos andando hacia el garaje.

.-“Me has engañado toda la noche” dijo Antonio enfadado de camino al garaje “tú eres una profesional en esto, y me has mentido” pronunciaba haciéndose la víctima.

.-“¡Que soy ¿una qué?” le repetí cabreada.

.-“No eres más que un puta que trata de jugármela. Vas de mujer decente y todo el rollo ese tan sólo para sacarme más dinero” repitió enfadado.

.- “Y tú un cabrón que no quiere pagarme lo acordado” le grité tratando de detenerlo.

.-“Espera, espera” dijo deteniéndose “¿cuándo lo habíamos acordado?” me preguntó enfadado “te di una buena propina y tu aceptaste” dijo mirándome a los ojos enojado. Sus palabras me hicieron reaccionar.

.-“Pero no de esa manera” le grité enfadada.

.-“¿Cuándo me lo dijiste?, nunca pusiste objeción” trató de justificarse

.-“Está bien, está bien, puede que tengas razón”, le dije bajando el tono de voz reconociendo mi error, “pensé que me darías otros doscientos euros” argumenté tratando de sonsacárselos por las buenas. Tenía que hacerme la víctima, debía lograr hacerlo sentir culpable, me iba mucho dinero en ello. Decidí cambiar de estrategia astutamente.

Sin darnos cuenta ninguno de los dos, nos detuvimos a discutir debajo de una farola. Antonio me miraba los pechos que ahora sí, bajo la luz de la farola, se transparentaban a través de la fina tela de mi blusa, evidentemente me observaba desconcertado en medio de un silencio inquieto. Yo debía reaccionar.

.-“Me había hecho mucha ilusión, los necesito tanto, que pensé que un hombre tan bueno y generoso como tú me los daría. Dijiste que me ayudarías ¿recuerdas?” gimoteé fingiendo tratando de sonsacarle mi parte.

Antonio al verme medio llorar me abrazó entre sus brazos. Comencé a pensar que mi nueva táctica era mejor, y que estaba dando resultados. Comencé a sollozar fingidamente agarrada contra su pecho. Mis pechos que por cierto al quedar aplastados contra su torso, agradecieron su calor corporal.

.-“No creas que me dejo tocar el culo por cualquiera. Si mi marido se enterase de lo que estoy haciendo, yooo, yo nunca pensé que haría algo así, y sin embargo…, necesito tanto ese dinero” le lloriqueaba abrazada entre sus brazos.

.-“Vamos, vamos no llores” trató de consolarme ahora Antonio, “seguro que llegamos a un acuerdo, vayamos a tomar esa copa que tenemos pendiente y lo arreglamos, ¿te parece?” pronunció al tiempo que me ponía su chaqueta y me pasaba las manos por la espalda en señal de consolación.

.-“¿En serio?” le pregunté con carita de niña buena.

.-“Pues claro mujer, no quiero que la noche se acabe así entre los dos. Me lo estaba pasando muy bien contigo, ¿tú no?” me preguntó al tiempo que me daba una palmada en el culo y me cogía de la cintura en dirección al coche.

Yo asentí con la cabeza y me dejé llevar.

Durante el trayecto poco a poco el frío se apoderaba de mi cuerpo, y para colmo me entraron unas ganas de orinar repentinas que no podía controlar. Claro, tanto gin tonic tenía que pasar factura tarde o temprano, así que cuando ví que Antonio habría una puerta de acceso al parking en la planta calle para acceder al garaje se lo hice saber.

.-“Antes necesito ir al servicio” le dije con cara de urgencia informando a Antonio de mi necesidad.

.-“Tranquila, vamos a otro garito y haces allí” me dijo al tiempo que abría la puerta de acceso al garaje y me cedía el paso.

.-“No sé si aguanto tanto” pronuncié tratando de que me ayudase a encontrar una solución a mi angustia.

.-“Pues no sé. En el parking no he visto servicios. Como no quieras que vayamos al hall del hotel” pronunció expectante a mi reacción.

.-“No, al hall no” dije temerosa de que alguien nos viese.

.-“Pues como no quieras que subamos a mi habitación…”  sugirió con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.  

Supo por la cara que puse que no me hacía la menor gracia, pero tal vez era la única propuesta aceptable. Algo me decía que no debía subir y a pesar de todo solo acerté a decirle:

.-“Gracias, te lo agradezco muchísimo. No aguanto más”. Dije cruzando las piernas como una niña pequeña que se lo hace encima. Supongo que en esos momentos era incapaz de pensar con claridad, tan solo pensaba en evacuar y relajar mis esfínteres.

Antonio cambió el rumbo, y en vez de dirigirnos a la puerta de acceso al parking de coches se dirigió rumbo a lo que eran los ascensores del hotel. Sacó la tarjeta que hacía de llave y enseguida vino el elevador. Apenas recuerdo cómo llegamos a su habitación pues tengo las primeras lagunas en la memoria de esos instantes. El alcohol y los tacones me estaban matando.

Nada más abrir Antonio la puerta de su habitación me apresuré a entrar corriendo al baño. Cerré la puerta del pestillo tras de mí y me bajé el tanga a toda velocidad. A poco me muero de gusto cuando pude sentarme sobre la taza del water a orinar. Tenía bastante líquido retenido y me costó algo de tiempo hacer mis necesidades. El tiempo suficiente para escuchar cómo. Antonio llamaba a recepción para pedir que subieran una botella de champagne al dormitorio.

No me gustaba para nada lo que estaba escuchando, Antonio tenía la escusa perfecta para retenerme en su habitación. Aliviada la tensión de mi vejiga sólo pensaba el modo en el que salir de allí. Me pude ver en el espejo al tiempo que me subía el tanga por mis piernas y tenía una pinta horrible, así que decidí retocarme un poco el maquillaje y aprovechar para pensar la forma en la que salir de allí con el dinero que me debía.

Una vez frente al espejo, constaté que no tenía muy buena cara. Me fijé que según como me daba la luz se transparentaba toda mi blusa. Antonio se había fijado tanto durante toda la noche, que a esas alturas sabría perfectamente cómo serían mis pechos.

Me sorprendió el poco tiempo que tardaron en llamar a la puerta del servicio de habitaciones con la solicitud de Antonio. También escuché como Antonio le hacía indicaciones al garzón para que dejase la champanera. Me alegré de estar en el baño y no tener que soportar las miradas del camarero de turno, al que deduje que Antonio le obsequió con una buena propina por el número de veces que este le dio las gracias antes de despedirse. Probablemente el muchacho del hotel se pensaría muchas cosas de mí al verme, todas ellas equivocadas.

Salí del aseo una vez escuché que el empleado del hotel abandonaba la estancia. Pude ver como Antonio me esperaba a los pies de la cama con dos copas de champagne en la mano. Cuando me acerqué hasta él, y como en otras veces a lo largo de la noche, antes de que pudiera ponerle ninguna excusa me tendió una de las copas en mi mano y me dijo:

.-“Espero que no te importe, me he tomado la molestia de pedir que nos suban una botella de champagne a la habitación. No sabía si te gustaba el champagne” pronunció al tiempo que chocaba su copa con la mía a modo de brindis.

Desde luego que me gusta el champagne, lo malo es que se me sube enseguida a la cabeza. Yo miré hacia la champanera que estaba en pie en medio de la salita tratando de averiguar la marca. Aunque no pude leerlo, entre la servilleta envuelta alrededor de la botella y los hielos de la champanera pude ver que se trataba de la inconfundible etiqueta de Don Perignon.

Recuerdo que pensé: “Caray, cualquiera le dice que no a un Don Perignon”. Y es que hacía ya mucho tiempo que no degustaba un buen caldo como ese.

También pensé que no estaría tan mal aceptar esa copita aunque fuese allí, en la habitación de un hotel, con aquel tipo del que apenas sabía nada, salvo que no pensaba en otra cosa que no fuese acostarse conmigo.

Lo cierto es que nada más probar el caldo en mis labios saboreé de un solo trago la primera copa y Antonio se apresuró a llenarme la segunda. Estaba reseca por dentro, supongo que de los nervios, y el champagne entraba como el agua.

Contemplé como Antonio se quitaba la chaqueta, se desabrochó un par de botones por la parte superior, y se remangaba los puños de su camisa. Acto seguido se quitó los zapatos y luego se sentó al pie de la cama. 

.-“No sé tú, yo estoy reventado. ¿Por qué no te sientas un rato?” me sugirió Antonio haciéndome indicaciones para que me sentase junto a él.

Yo lo miré dubitativa. Una parte de mi me decía que no debía seguirle el juego, que debía poner fin a toda esa locura y marcharme a mi casa. Pero otra parte más siniestra de mi me decía que debía de hacer todo lo posible por sacarle más dinero. Los quinientos euros sabían a poco teniendo tan cerca la posibilidad de sacarle más.

.-“Anda ven, siéntate” dijo al tiempo que repetía sus gestos para que me sentase a su lado sobre la colcha de la cama “¿Tú no estás cansada?” me preguntó.

Aunque no quisiera aceptarlo tenía razón, tenía los píes hinchados, y los tacones hace un buen rato que me estaban matando. Así que muy a mi pesar accedí a sentarme a su lado, aunque lo hice a cierta distancia de dónde él estaba acomodado. Marcando un espacio prudencial.

Yo lo miraba como una colegiala castigada en el despacho del director. Mi cabeza no dejaba de preguntarse en un bucle que hacía yo allí, una y otra vez. “Deberías irte” me decía a mí misma “estás borracha, muy borracha” me repetía mentalmente, “esto se te está escapando de las manos”, redundaba una y otra vez por mi cabeza.

Antonio como adivinando mis dudas y mis temores, desplegó de nuevo todo su arte en manejar los tiempos.

.-“¿Te gustó el champagne que pedí?” me preguntó para mi sorpresa.

.-“Sí, me gusta mucho” le dije tratando de relajarme.

.-“Tienes gustos refinados” observó.

.-“Hubo una época en que podía permitirme este tipo de caprichos…ufh” suspiré al recordar otros tiempos.

.-“¿Ya no?” preguntó.

.-“Es evidente que ya no” afirmé resignada.

.-“Bueno, no te preocupes, al menos por esta noche yo pagaré tus caprichos “ dijo al tiempo que posaba aprovechando mi descuido, y como tantas otras veces en la noche, su mano en mi rodilla.

.-“Yo también soy caprichoso” me dijo al tiempo que bebía de su copa y continuaba acariciándome la pierna. “Me gustan las cosas caras” y de repente comenzó a contarme anécdotas de cuanto le había costado esto y lo otro.

Yo por mi parte permanecía callada, me dediqué a observarlo. Por primera vez en la noche me percaté que me estaba contando su vida sin que se lo pidiera, y lo que es mejor, sin hacerme preguntas molestas. Antonio hablaba mientras me acariciaba la pierna en la rodilla, y bebíamos pequeños sorbos a nuestras respectivas copas sentados los dos en el borde de la cama. Yo le dejaba hablar y me dejaba acariciar en la rodilla con la única intención de que transcurriese el tiempo. Ya no me esperaba nada, tan sólo quería descansar. “Descansar y que pasase el tiempo, descansar y que pase el tiempo” repetía en mi mente. Recuerdo el único momento en que la conversación se torno algo tensa…

.-“Por suerte me van bien los negocios, ya sabes lo que eso significa… “ dijo dejando cierto suspense mientras acariciaba mi pierna “puedes conseguir muchas de las cosas que te propones” continúo su monologo alternando su mirada de mi escote a mis piernas. Yo lo miraba al igual que antes sin apenas decir nada, y él continuaba hablando.

.-“¿Qué tipo de cosas?” le pregunté tratando de hacerme la interesada, y con la intención de qué siguiese hablando de sí mismo.

.-“De todo, relojes, coches…, lujo…, mujeres, por ejemplo” dijo sonriendo.

.-“¿Habrás estado con muchas mujeres?” le pregunté sabiendo que quería presumir de ello.

.-“¿Créeme unas cuantas?” dijo al tiempo que rellenaba nuestras copas una vez más.

.-“¿Tu mujer lo sabe?” le pregunté movida por la curiosidad.

.-“Digamos que lo acepta” dijo dando un nuevo trago a su copa. Yo lo mire estupefacta por sus palabras, sin llegar a entender la situación.

.-“No puede quejarse, vive como una reina, que si chacha, niñera, peluquería, bingo,… le pago todo de cuanto se encapricha… además nada tienen que ver el amor y la convivencia con el sexo” dijo tratando de explicarse.

.-“¿Siempre pagas por sexo?” le pregunté esta vez intrigada.

.-“A veces si, a veces no” me respondió “eso depende de cada mujer” continuó explicándose.

.-“No lo entiendo” le dije después de dar otro trago a mi copa.

.-“En mi caso, no te negaré que al principio me acostaba con putas buscando la satisfacción y el placer. Ibas a un club, veías una chica joven y guapa, y pagaba lo que pidiese por acostarme con ella. Con el paso del tiempo te das cuenta que todo eso es muy frío, fingido, e incluso te diría que algo patético. Es cuando te das cuenta que la naturaleza humana está hecha para desear lo que tiene el otro. Somos envidiosos, siempre queremos lo de los demás, nunca estás contento con lo que tienes. Así que comienzas acostándote con la secretaria, la mujer de un compañero y así sucesivamente, hasta que te das cuenta que lo que realmente te gusta siempre es la mujer de otro, y bueno…, el resto ya puedes imaginártelo” y dicho esto apuró de un trago su copa.

.-“¿Cuánto?” le pregunté ensimismada por sus últimas palabras.

.-“¿Cuánto qué’” me respondió sin saber lo que estaba pensando mi cabecita.

.-“¿Cuánto has llegado a pagar por acostarte con una mujer?” le pregunté.

.-“En serio, ¿quieres saber cuánto?” me preguntó extrañado.

.-“Si” le respondí movida por la curiosidad.

.-“No sé, es difícil de calcular” trato de evitar una respuesta concreta.

.-“Dime una cifra” le insistí.

.-“¿Cómo calcular lo que vale una cena, una velada, un viaje, un hotel…, no sé un montón de cosas?. Lo que me importa es la seducción. Resumiendo, digamos que mucho dinero”. Tras responderme me miró fijamente a los ojos y me dijo…

.-”¿Acaso tu estarías dispuesta a …?” dejó cierto suspense en sus palabras al tiempo que su mano avanzaba acariciando mi pierna en dirección a mi falda, “porque estoy seguro de que me sorprenderías mucho como mujer” continuó pronunciando llegando con su mano hasta el límite de mi falda.

.-“Siento desilusionarte” dije cerrando mis piernas impidiendo el avance de su mano “estoy aquí sólo por la compañía, ¿recuerdas?”.

Aunque en el fondo me complació saber que todavía quería acostarse conmigo, y me alegré de rechazarlo una vez más en la noche. De momento todo cuadraba con mis planes. Llegados a ese punto pronto intentaría algo y aflojaría más pasta.

Antonio como en otras veces desvió el tema. En eso era todo un experto. Y continúo contándome su vida en el punto en el que lo habíamos dejado.

De esta manera el tiempo transcurrió rápidamente para mí, Antonio no dejaba de hablar de sí mismo, cosa que agradecía. A cambio me acariciaba la pierna, me miraba descaradamente los pechos, y rellenaba las copas de vez en cuando. Vamos…, como venía haciendo toda la noche.

No sé en qué momento concreto, mientras escuchaba su voz, me percaté de que la habitación me daba vueltas sentada, como para tratar de ponerme en píe y salir de allí. No debí mezclar el gin tonic con el champagne. Por mi parte no tuve mayor intención que dejar pasar el tiempo tratando de recuperarme, mientras Antonio alardeaba de sus logros. Esperaba entre sorbo y sorbo el momento en que me pagase lo acordado y marchar a mi casa. Apenas era capaz de seguirle la conversación en mi estado, y a decir verdad apenas recuerdo nada más. Asentía con monosílabos y le seguía la conversación de forma automática. La situación se vio interrumpida cuando Antonio se disculpó diciendo….

.-“Perdona, ahora soy yo el que tiene que ir al baño” dijo Antonio bien entrada la noche, y dicho esto se incorporó para encerrarse en el aseo. No sabría precisar qué hora sería.  

Recuerdo que me recosté sobre la cama mareada y cansada en cuanto escuché cerrarse la puerta del baño. Incluso me quedé adormilada encima de la colcha mientras esperaba que Antonio saliese del aseo. Pero éste se demoraba bastante en salir.

Lo siguiente que recuerdo es que me desperté alertada por el sonido del whatsapp de un móvil. Varios mensajes entraban seguidos a pesar de la hora. Cuando abrí los ojos tenía la falda arrugada en mi cintura, mientras Antonio consultaba tumbado a mi lado sobre la cama, los mensajes que acababan de entrar en su móvil.  Me dí cuenta que con la falda arrugada a la cintura se me veía el final de las medias, e incluso parte de la tela de mi tanguita. Me desperté frotándome los ojos, y empecé a sentir los comienzos reveladores de una resaca de dolor de cabeza Me pregunté cuanto tiempo había estado así, y miré a Antonio buscando explicaciones. Él estaba tumbado a mi lado terminando de contestar los mensajes sin prestarme mucha atención. Olía bien, deduje que había tenido tiempo de asearse un poco mientras dormía, de nuevo su colonia se me hizo reconocible: Egoist, la misma que le regalé a mi marido por nuestro aniversario.

La cabeza me daba vueltas, estaba evidentemente borracha tumbada sobre la cama.

.-“¿Qué haces?” le pregunté al comprobar cómo dejaba su móvil a un lado y me acariciaba las piernas desde la rodilla hasta la parte del muslo donde terminan mis medias y mi piel se desnuda.

.-“Eres preciosa” dijo al tiempo que jugueteaba con la lycra del final de mis medias.

.-“¿Qué ha pasado?” quise saber aturdida por el mareo.

.-“Te has quedado dormida” dijo sonriéndome.

Yo me incorporé sobre los codos para tomar conciencia de la situación. Así pude comprobar con mis propios ojos que efectivamente mi falda era un rebullo a la altura de mi cintura. Antonio podía contemplar perfectamente el final de mis medias, e incluso  mi tanguita.

.-“Sabes Sara…” me dijo “me alegro que estés aquí” pronunció al tiempo que su mano se deleitaba comprobando la suavidad de mi piel, acariciando el trozo de pierna desnudo entre el final de la media y el elástico de mi tanga. Sin duda alguna que ese pedazo de carne desnuda entre mis medias y mi tanga era lo que más llamaba la atención al hombre que tenía recostado a mi lado.

En esos momentos no me sentía con fuerzas para recriminarle sus caricias tan osadas, y sin embargo me ví obligada a rebatirle sus palabras.

.-“Ya, eso se lo dirás a todas las mujeres con las que te acuestas” le dije con una mueca de desaprobación en mi rostro. Lo único que quería tras despertar en su cama, era poner fin a toda esa locura cobrando mi parte para marchar cuanto antes a mi casa.

.-“Supongo que no servirá de nada si te digo que tu eres especial para mí” argumentó continuando con sus caricias en tan comprometida zona de mi cuerpo.

.-“Tienes razón, no servirá de nada. Debo irme a casa, es muy tarde y me gustaría regresar.” Pero a pesar de mis palabras caí tumbaba de nuevo boca arriba sobre la cama tratando de evitar sus miradas, pero sobretodo tratando de evitar que la habitación girase a mi alrededor tan deprisa.

.-“Sara, ¿no dirás enserio eso irte a casa ahora?, ¿por qué no te quedas esta noche conmigo?” pronunció al tiempo que su mano jugaba con el elástico inferior de la goma de mi tanga a la altura de mi ingle observando mi reacción. Yo me mostré impasible ante su caricia, y eso a pesar de las ganas por salir de allí corriendo, la cabeza me daba vueltas sin parar, no tenía fuerzas ni voluntad para resistirme de verás, y sin embargo debía reaccionar.

.-“¡¿Qué haces?!” le recriminé en clara alusión a su maniobra tan descarada dándole a entender que no me gustaban sus caricias en zona tan íntima de mi cuerpo.

.-“Sólo pretendo ayudarte” me dijo al tiempo que retrocedía intimidado por mis palabras para acariciarme de nuevo el trozo de piel desnudo al final de la media.

No me hacía ni pizca de gracia que sus manos me acariciasen tan cerca de mi  coñito, era la segunda vez en la noche que intentaba tocarme la parte más prohibida de mi cuerpo, pero juro que no tenía energía ni arrojos para resistirme físicamente a su intentona. Agradecí que Antonio me hiciese caso, desistiese de su intento, y cambiase de tema una vez más en la noche.

.-“¿Ponemos algo de música’” me preguntó esta vez al tiempo que se giraba en dirección a la mesilla de noche a su espalda.

.-“¿Por qué no?. Puede estar bien” dije recomponiéndome las ropas a la vez que permanecía tumbada sobre la cama.

Antonio estiró su mano para coger de la mesilla el mando a distancia de la tele. Sintonizó la MTv, y ambos pudimos reconocer el inconfundible estilo de Madonna sonar en el ambiente. No podía ver la tele pero no me hacía falta para conocer el título de la canción,  en concreto tocaban el Justify my love, y sin querer me puse a tararear las notas.

.-“¿Te gusta Madonna?” me preguntó mientras se tumbaba a mi lado observándome detenidamente.

.-“Si, me gusta” dije mientras cantaba mirando al techo de la habitación.

.-“A mí también” dijo algo entusiasmado por coincidir en gustos musicales mientras se tumbaba de nuevo a mi lado.

.-“A un tipo como tú… ¿le gusta Madonna?” le pregunté sorprendida también por su respuesta.

.-“Me encanta, siempre pone un toque de contenido sexual en todo lo que hace. Sabe como provocar al personal. Además se conserva muy bien para su edad, ¿no crees?” me respondió.

.-“Eso es cierto” le respondí mientras contemplaba el techo tratando de evitar su mirada.

.-“¿Has visto alguno de sus últimos conciertos?” me preguntó.

.-“Si, he visto algo por youtube” le hice ver que estaba al corriente de sus giras.

.-“Hay que tener valor para hacer un striptease y desnudarse delante de cincuenta mil espectadores, ¿no crees?” preguntó Antonio. Deduje que sus palabras buscaban una segunda intención.

.-“Supongo” respondí al tiempo que alternaba miradas entre Antonio y el techo.

La canción terminó mientras Antonio me acariciaba con un dedo la piel de mi brazo que reposaba a su lado. Por la famosa cadena comenzó a sonar música de Shakira, en concreto la canción de “Rabiosa”.

.-“¿Te gusta como baila?” me preguntó esta vez haciendo alusión al hilo de la música.

.-“¿A quién no?”  le devolví la pregunta.

.-“¿Viste el videoclip de esta canción?” Me preguntó ahora él.

Intuía que me preguntaría algo así, y asentí con la cabeza dejándome acariciar el brazo.

.-“Es muy excitante ¿a que sí?” insistió con sus preguntas. Estaba claro que quería hablar acerca del tema.

.-“Lo es” le respondí.

.-“Sabes, tal vez estas artistas ganen todo ese dinero porque se atreven hacer cosas que otras no están dispuestas  a hacer ¿no crees?” me preguntó como haciéndose el despistadillo.

Yo me quedé pensativa sin querer responderle. Puede que tuviese razón, o no. En esos momentos me daba igual si tenía razón o no, lo que ganasen esas artistas o lo que dejasen de ganar, tan sólo quería descansar. Podía sentir la sangre bombeando en la planta de mis pies, la marca en mis muslos por la opresión de la lycra de mis medias, y el terrible dolor de cabeza que comenzaba a ser presente. Para colmo podía notar los pezones duros, sensibles a cualquier roce y las lentillas resecas en mis ojos al quedarme dormida con ellas puestas. Como se suele decir, estaba hecha unos zorros.

.-“Has visto la película “¿Batalla en el cielo?” me preguntó antes de que le respondiese siquiera a la pregunta anterior.

.-“No, ¿de qué va?” me alegré porque al fin parecía que había desviado el tema como en otras ocasiones.

.-“No tengo ni idea del argumento, pero saltó a la polémica porque al parecer la iba a protagonizar Paulina Rubio, y el guión le exigía unas escenas de sexo oral con un viejo” trató de explicarme el porqué de su pregunta.

.-“No me extraña que se negara” le respondí yo “yo tampoco rodaría esas escenas” concluí.

.-“El caso es que se dice que Paulina Rubio llegó a rodar parte de la peli, incluidas las escenas de sexo que el director Carlos Reygadas le exigió en el guión, pero que la discográfica al verlas rompió el contrato y la película se tuvo que rodar de nuevo con otra actriz”. Concluyó en su argumentación.

.-“No me lo creo” dije algo escéptica por ese tipo de propaganda.

.-“Eso es porque tú no lo harías” dijo muy serio.

.-“Tienes razón”, le dije “yo no lo haría” le di la razón sin discutir.

.-“¿Estás segura?” me preguntó.

.-“Completamente” le respondí.

.-“Suponte que te dieran mucho dinero solo por desnudarte ¿No lo harías?” me preguntó de nuevo.

.-“No” le dije tajantemente.

.-“Hay un montón de mujeres que están dispuestas a desnudarse por dinero” dijo ahora tratando de convencerme.

.-“Bueno, pues yo no” dije haciéndole ver que no estaba dispuesta a ello y haciéndole ver que no insistiera.

.-“Seguro que muchas pensaban como tú antes de tener una buena oferta sobre la mesa. Dime sino… ¿por qué crees que muchas famosas aceptan a salir desnudas en revistas como interview?” me preguntó.

.-“Eso es distinto” le rebatí.

.-“¿Por qué es distinto?” quiso saber.

.-“Esas fotos son en papel, todo el mundo sabe que están retocadas” dije tratando de rebatir sus argumentos.

.-“Esta bien, pero en algún momento la modelo ha tenido que desnudarse, aunque sea delante del fotógrafo” me rebatió.

.-“Supongo que si” dije aceptando que realmente debía ser así.

.-“¿Y por qué crees que lo hacen?” preguntó de nuevo expectante.

.-“Supongo que por dinero, mucho dinero” le respondí, dándole la razón.

.-“Exacto” exclamo Antonio. “¿Qué me dirías si yo te ofreciese mucho dinero tan solo por desnudarte?” me preguntó mirándome fijamente a los ojos.

.-“¡Que no!” dije incorporándome de la cama sobre los hombros.

.-“¿Qué cantidad sería para ti mucho dinero?” me preguntó observándome meticulosamente. Dudé en responderle.

.-“No insistas que no” repetí dándole a entender que estaba siendo un poco pesado, aunque debo reconocer que por unos momentos me sentí tentada de pedirle una cantidad desorbitada.

.-“¿Y si te doy mil euros por desnudarte aquí y ahora para mí?” dijo Antonio tratando de desabrocharme un botón de mi blusa.

.-“Nooo” dije instintivamente apartándole las manos de encima, aunque mi cabeza se quedó pensando en la cifra…

Voces en mi mente comenzaron a decirme que la oferta desde luego era muy tentadora. “Mil euros Sara, mil euros. Solo por desnudarte.  Eso es una barbaridad” me susurraba el pequeño demonio de mi hombro derecho. “No Sara, no aceptes” me alentaba el ángel de mi hombro izquierdo. “Mil euros, mil euros, Joder Sara que son mil euros, eso puede ayudarte mucho este mes” insistía mi pequeño demonio. “Sara no, no lo hagas, estas casada. Piensa en tu marido” rebatía el pequeño angelito.

Antonio una vez más contemplaba expectante mis dudas, y como adivinando mis pensamientos se llevó la mano a la cartera para extraer un par de billetes de quinientos euros  y mostrármelos justo enfrente de mi vista.

No sé porque mi mirada se detuvo a contemplar los billetes. Efectivamente era mucho dinero para mí y el muy cabrón lo sabía.

.-“Piénsalo bien, Sara, sé que es mucho dinero para ti. Yo sólo quiero verte desnuda, nada más, luego si quieres te vas. Te lo prometo”  dijo depositando maliciosamente los dos billetes sobre mi vientre, que resaltaban sobre la blusa negra de gasa.

En esos momentos era incapaz de prestar atención a cualquier otra cosa que no fueran los dos billetes de color rojo destacando sobre mi cuerpo expuestos intencionadamente. El mundo dejó de girar para mí en esos instantes. No podía controlar mis propias emociones. Era todo un manojo de nervios. Mi respiración se notaba agitada en mi vientre, los billetes subían o bajaban al ritmo de mis pulsaciones. ¡La cosa iba en serio!.

.-“Vamos no seas tonta, cógelos. Todo por la estupidez de representar un papel que no es el tuyo” argumentó tratando de convencerme, e insistía probando argumentos y argumentos. “Vamos Sara, sabías desde el principio de la noche que pasaría esto, y por eso has llegado hasta aquí. No lo tires ahora todo por la borda. Solo verte desnuda, nada más, te lo prometo”. Esta vez continúo desabrochando otro botón de mi blusa ante mi falta de reacción, de no impedirlo mis pechos quedarían inevitablemente expuestos con el siguiente botón.

Tenía la surte de su lado, ya que en esos momentos me daban igual los botones de mi blusa, tenía una cuestión más importante que resolver en mi cabecita. Solo tenía ojos para el dinero que estaba en mi vientre.

Era incapaz de renunciar a tanto dinero para mí en esos momentos, y lo cogí, lo cogí con la intención de entregárselo y hacerle entender que no me pidiera lo que me estaba pidiendo. Pero en cuanto me incorporé sobre los codos con el dinero en mi mano para devolvérselo, cerró mi puño con sus manos atrapando los billetes entre mis dedos y me dijo:

.-“Eso es, buena chica” y una vez se aseguró que tenía los billetes atrapados en mis puños y era incapaz de soltarlos, comenzó a desabrocharme el siguiente botón de la blusa.

Yo contemplé como hipnotizada el dinero sobresalir entre los dedos de mi mano, durante el tiempo justo para que Antonio desabrochase otro botón de mi blusa y tratase de descubrir mis pechos. O se dio mucha prisa o yo pensaba muy despacio. Pero el caso es que al no llevar sujetador mis tetas quedaron expuestas ante su vista.

Reaccioné cuando alargó su mano introduciéndola por entre la blusa para dibujar con la yema de su dedo índice la aureola que rodeaba uno de mis pezones, lo hizo con suavidad y ternura aprovechándose de mi estado. Reaccioné, reaccioné  incorporándome casi de un salto de la cama impidiendo que continuase acariciándome y dejando su sucio dinero y su ego sobre la colcha de la cama.

.-“No” dije mirándolo desafiante a los píes de la cama indignada por lo que Antonio acababa de intentar, mientras trataba inútilmente de abrocharme los botones de la blusa y salir de allí a la mayor brevedad posible.

Lo que pasó a continuación fue mucho más allá de mi comprensión, pero lo cierto es que sus últimas palabras lograron retenerme.

.-“Vamos Sara, no es para tanto, llevas enseñándome las peras toda la noche, y además ya te he visto el culo” y dicho esto tiró los billetes al suelo como despreciando el dinero. El destino quiso que los billetes fuesen a caer entre mis pies, junto a mis zapatitos de tacón.

Dejé de abotonarme la blusa casi instintivamente al ver de nuevo los billetes de color rojo en el suelo. Era como si de repente todo cuanto me rodeaba se hubiese teñido en blanco y negro y únicamente existiese el rojo chillón de esos billetes. Además, en una cosa le daba la razón, ya sabía perfectamente como era mi anatomía.

Puede que efectivamente no fuese para tanto. En alguna ocasión había fantaseado con la posibilidad de desnudarme frente a otros hombres. Claro que eso era en mi intimidad y no cómo ahora se me proponía, pero… ¿por qué no intentarlo?.  Ese dinero me vendría muy bien para salvar las deudas acumuladas. Puede que para él solo fuesen mil euros, pero para mí era mucho dinero en esos momentos de mi vida. En otros tiempos se los hubiese tirado a la cara y le hubiese dado una patada en los huevos hasta que se retorciese de dolor. Pero ahora… lo necesitaba. Precisaba ese dinero.

Tan sólo debía encontrar un pensamiento que transformase mi mente y me diese el motivo para armarme de valor e intentarlo.

En mi cabeza dejó de resonar el inamovible “no” que se repetía una y otra vez con anterioridad, para empezar a maquinar una forma en la que hacerme como fuese con ese dinero. “Mil euros Sara, mil euros”.

.-“Esta bien” dije mirándolo desafiante a los ojos “acepto” dije al tiempo que me agachaba a recoger mi dinero.

.-“No sabes cuánto me alegro” dijo relamiéndose de impaciencia al comprobar que aceptaba el trato recogiendo los billetes.

Me apresuré a guardarlos en mi bolso que había dejado sobre el escritorio justo enfrente de la cama. Agradecí darle la espalda mientras me guardaba el dinero en su interior. Todavía tenía mi blusa abierta de par en par.

“¿Pero qué coño has hecho Sara?” me pregunté a  mi misma mientras cerraba las cremalleras de mi bolso.”¿Qué coño acabas de hacer?” me repetía una y otra vez en mi mente, y decidí correr a esconderme en el aseo, para poder pensar con más claridad.

.-“¿Dónde te crees que vas?” me retuvo Antonio por el antebrazo temeroso de que huyese al comprobar que me dirigía en dirección a la salida de la habitación con mi bolso entre las manos y el dinero en su interior.

.-“Al baño” le respondí preocupada de que su mano dejase marcas en mi piel debido a la fuerza con la que me sujetaba.

Nunca olvidaré la mirada tan amenazante de ese hombre en aquel instante. Comprendí en sus ojos que sería mejor no contrariarlo y cumplir lo pactado.

Una vez cerré la puerta del baño casi rompo a llorar en silencio. Estaba desesperada y nerviosa por lo que estaba a punto de suceder. Las lágrimas hicieron que se corriese el rímel de mis ojos. Me miré en el espejo y recobré algo de valor. Tenía una pinta horrible. “Vamos Sara, lo que tengas que hacer hazlo cuanto antes”. Decidí ganar algo de tiempo y maquillarme. Mientras me corregía los ojos y la pintura pude acelerar mis pensamientos. “¿Qué has hecho Sara?, ¿qué has hecho?, ¿por qué coño has aceptado?” me preguntaba una y otra vez, y cuánto más lo repetía en mi cabeza más ganas de llorar me entraban. “¡¡¡No!!!”, grité mentalmente para mis adentros. “No le des la satisfacción de verte llorar, no te humilles de esa manera” mi lucha interna quiso que mis pensamientos culminasen en una mayor determinación. “Vamos Sara, sales te desnudas, te das la media vuelta y te vas” me dije a mi misma tratando de darme ánimos. Y envalentonada con ese tipo de pensamientos dejé de maquillarme para quitarme la ropa “cuanto antes mejor”, me repetía una y otra vez tratando de no pensar en lo que hacía.    

Me deshice definitivamente de la blusa a toda velocidad, dejé caer mi falda al suelo y deslicé las medias por mis muslos sentada en la bañera sin apenas meditar en lo que estaba haciendo. Lo que más me costó sin duda, fue deshacerme de mi prenda más íntima: mi tanguita. De nuevo me asaltaron las dudas. 

Pensé en mi marido, mi dignidad y mi orgullo, y me consolé pensando que nadie tenía porque saberlo, sólo yo y ese cerdo de ahí fuera. A ambos nos convenía que fuese así. Estaba nerviosa, pero también resuelta y decidida. Traté de consolarme, “seguramente ese cabronazo habría viso desnudas a un montón de chicas jóvenes, ¿por qué tanto interés en verme desnuda a mí?” me preguntaba. Un montón de inquietudes absurdas revoloteaban por mi mente, hasta que un arrebato por demostrarme a mi misma que era capaz de eso y mucho más, hizo que me envolviese en una toalla mientras me miraba en el espejo dispuesta a salir. “Vamos Sara, tú puedes” me dije por última vez antes de abrir la puerta del baño.

Nada más regresar a la estancia pude ver que Antonio estaba de espaldas a mi posición rebuscando en el mueble bar de la habitación. Ya había preparado un gin tonic que reposaba sobre el escritorio junto a la televisión, y mientras me acercaba pude ver como terminaba de verter una botellita de whisky sobre un vaso con hielos que seguramente había sacado de la champanera.

Antonio se sorprendió al notar mi presencia en su espalda, no me había escuchado salir del baño pues caminé descalza sobre la moqueta del suelo. Nada más verme se apresuró a coger la copa con el gin tonic para tenderla hasta mi mano como en tantas otras ocasiones a lo largo de la noche. Nada más aceptar la copa en mi mano me miró a los ojos y me dijo:

.-“Pensé que te ayudaría a pasar el trago” dijo chocando una vez más su vaso con el mío brindando por la situación. Yo solo acerté a decir…

.-“Gracias” pronuncié tímidamente a la vez que le daba un buen trago a mi combinado. A poco se me resbala la copa por el sudor en mis manos. Por suerte el gin tonic estaba fresquito y alivió el calor interno de mi cuerpo.

Antonio me observaba expectante mientras yo bebía de mi copa. La tensión podía cortarse en el aire. Era como si él no tuviese ninguna prisa, y en cambio yo estuviese ansiosa por terminar de una maldita vez con toda esa pantomima. Mientras estaba en el baño pensé que sería salir, desnudarme y regresar al baño rápida y velozmente a vestirme, pero estaba claro que Antonio lo tenía pensado de otra forma. Decidí seguir con mis planes adelante y acabar con eso cuanto antes.

Dejé mi copa en el escritorio, lo miré desafiante a los ojos, y armándome de valor desanudé mi toalla lentamente para mostrarme enteramente desnuda ante él.

 Antonio dio un nuevo trago a su whisky mientras contemplaba como dejaba caer la toalla al suelo. En ningún momento nos perdimos el contacto visual. Ambos nos mirábamos desafiantes. Esperaba que dijese algo, no sé, un gesto, una expresión, algo…, algo con lo que dar por cumplido el trato tácitamente. Pero el silencio reinante fue su mejor aliado en la batalla, y el tiempo quiso que comenzase a sentir pudor y vergüenza. La mirada inquietante de Antonio impedía que regresase corriendo al baño. Quise cubrirme los pechos con una mano y mi pubis con otra. Casi al unísono escuché la voz seca de Antonio decir:

.-“Date la vuelta” y obedecí encantada por tener que darle la espalda y refugiarme de su asquerosa y depravada mirada.

Pude ver por el espejo en la pared que Antonio se acercó hasta mí por la retaguardia y posó su mano sobre uno de mis hombros a la vez que me dio un pequeño pico en el otro. Luego deslizó su mano lentamente por la espalda acariciándome con la yema de los dedos hasta tocarme el culo con toda la palma abierta de su mano.

Mi respiración se aceleró al instante nada más sentir su mano examinando mis cachetes. Mis piernas comenzaron a temblar, estaba insegura, muerta de vergüenza y aterrorizada. Mi cuerpo estaba a su merced, sin ninguna protección. Temblaba como una gatita abandonada.

.-“Ya está, ya me has visto desnuda. Ahora déjame ir” le imploré mientras me giraba de cintura para arriba tratando de cruzarme con su mirada. Pero tan sólo pude comprobar cómo disfrutaba acariciándome el culo.

.-“Estas muy buena” dijo como no dando importancia a mis palabras y concentrado en acariciarme con una mano, mientras con la otra daba un trago a su whisky impasible ante mis súplicas.

Yo me giré definitivamente para mirarlo a la cara.

.-“Bueno ya vale, ya he cumplido con mi parte” pronuncié desafiante. Estábamos frente a frente, solo que él vestido y yo desnuda.

Antonio me miró sorprendido por mi nueva actitud. Seguramente se preguntaba de dónde había sacado los arrojos necesarios para enfrentarme a él en esa situación. De algún modo deduje que no se lo esperaba. Alargó su mano libre hasta el gin tonic que yo misma había dejado sobre el escritorio y de nuevo me lo ofreció para que lo tomase. No me quedó otra que cogérselo, comprendí que usaba ese gesto como una estrategia psicológica para conseguir de la otra persona lo que quería. Como si al ofrecerte algo tu tuvieras que ofrecerle algo también, y te vieses incapaz de negarte a su propuesta. Pues no, estaba muy equivocado, conmigo no le iban a valer sus sucios trucos para doblegarme. Así que esta vez no quise darle ningún trago, quise mirarlo a los ojos desafiante a pesar de mi desnudez. Quise pensar que como en los cuentos infantiles mi belleza dominaría la bestia que tenía enfrente.

.-“¿Por qué estás aquí, Sara?” me preguntó repasando mi cuerpo una vez más de abajo arriba hasta detenerse a mirarme a los ojos.

Yo me encogí de hombros. Sus palabras detuvieron mis encorajinados pensamientos. De nuevo parecía cambiar el tema y revertir la situación. Lo cierto es que no entendía a que venía a cuento esa pregunta. En esos momentos me sentía ridícula, desnuda delante de un hombre al que apenas conocía y con una copa en la mano como única defensa.

.-“Yo te lo diré” dijo ahora mirándome fijamente a los ojos “Sé que desde hace trece meses traspasas deudas que acumulas en la cuenta corriente a tus tarjetas de crédito, aplazando de esta manera el pago de ciertas facturas porque no vas llegando a final de mes” dijo de forma enérgica y para continuar diciendo contundentemente: “Pero tu problema es que este mes ya has superado el riesgo de tus tarjetas. Ya no puedes traspasar más. Tres mil euros de la tarjeta de tu marido, y otros tres mil de la tuya si no me equivoco ¿verdad?” interrumpió su exposición para regocijarse en mi nerviosismo al escuchar sus palabras. Era evidente que mis manos comenzaron a temblar. Todo mi cuerpo tiritaba por sus palabras.

Yo lo miraba estupefacta. ¿Cómo podía saber todo eso?. Ni siquiera mi marido era consciente de ello. Guardaba mis cuentas como si fuese un secreto de estado tratando de aparentar normalidad frente a mi esposo y mi familia. Pero tenía razón, había logrado demorar así el pago de ciertas facturas durante el tiempo que dieron de sí mis tarjetas de crédito, pero la situación económica ya era desesperada. El sabía perfectamente que accedía más o menos dócilmente a todo cuanto me pedía, debido a las cantidades que me ofrecía. 

.-“¿Cómo sabes todo eso?” le pregunté conteniendo la rabia interior.

.-“No importa” dijo repasando una vez más mi desnudez de abajo arriba hasta mirarme de nuevo a los ojos. “Lo que importa es que estoy aquí para ayudarte ¿recuerdas?” preguntó ahora algo inquieto.

.-“¿Ah siii?, ¿y cómo piensas  ayudarme?” le pregunté expectante “es mucho dinero” Me temblaban los labios al hablar.

.-“Efectivamente lo es, es mucho dinero. Por eso espero que merezca la pena” dijo tras apurar su vaso de whisky.

.-“¿Qué quieres decir?” pregunté ahora sin creerme lo que trataba de sugerirme.

Antonio dejó su vaso sobre el escritorio que venía haciendo de mesa toda la noche, para reclinarse sobre el bolsillo interior de su chaqueta que  estaba en el respaldo de la silla, y extraer de su interior un sobre que se apresuró a entregarme en las manos.

.-“Toma cuéntalo” pronunció al tiempo que yo abría el sobre sorprendida ante la cantidad de billetes que veía en su interior. “Dentro hay seis mil euros, son tuyos si aceptas” dijo observando mi reacción.

.-“Si acepto ¿el qué?” pregunté como una tonta mientras contaba el dinero.

Estaba tan nerviosa que en mi intento por contar los billetes de me equivoqué torpemente, y tuve que empezar varias veces de nuevo.

.-“Vamos Sara, eres una chica inteligente. Ya sabes lo que busco” pronunció al tiempo que se acercaba hasta mi expectante.

.-“Y si no quiero” le dije desafiante dejando de contar el dinero y mirándolo a los ojos.

.-“Sabes mejor que yo que mañana te arrepentirías de ello. Tal vez no mañana exactamente, pero si cuando llegué el momento de hacer frente a los pagos el mes que viene. Estoy seguro de que entonces cambiarías todo cuanto pudieras en tu vida por tener de nuevo esta oportunidad” dijo mientras me acariciaba con ternura casi paternal en uno de mis brazos. “Pero sabes que ocurre Sara, que tienes que decidir aquí y ahora” pronunció ahora expectante a mi respuesta.

.-“Yo no soy ninguna puta que puedas comprar con dinero” dije arrojando el sobre sobre la mesita del escritorio en una desesperada muestra de orgullo por escapar de allí.

.-“Sabes, me encantan esos arrebatos de suficiencia que tienes. Sin duda provocan mi deseo por saber cómo serás en la cama, y por eso estoy dispuesto a darte todo ese dinero. Pero piénsalo bien Sara, sé que pensarás en este momento cuando el banco proceda al alzamiento de tus bienes” Antonio dejó en suspense sus palabras para coger de nuevo el sobre del escritorio y ofrecérmelo una vez más en una segunda oportunidad.

.-“¿Qué harás cuando te saquen de tu casa?, ¿llorarás?, ¿entonces te arrepentirás?. Piénsalo bien Sara, no hay más oportunidades” dijo entregándome el sobre en las manos.

El muy joputa tenía razón, de ir a peor y dadas las circunstancias me arrepentiría gran parte de mi vida de no aceptar el trato que se me ofrecía. Así que cogí el sobre.

.-“Eres un maldito cabrón, hijo de puta….” Quise golpearlo con mis puños en el pecho con sobre incluido, pero Antonio me sujetó fuerte por las muñecas reteniendo los brazos a mi espalda. En esa posición le fue fácil acariciarme el culo a dos manos a la vez que me daba un beso a la fuerza.

.-“A partir de ahora para ti seré señor hijo de puta. Y será mejor que comiences a hacer bien tu trabajo sino quieres que llame a seguridad del hotel” dijo provocando dolor en mis muñecas mientras tiraba de mí hacia abajo, obligándome a ponerme de rodillas a sus pies.

El sobre cayó al suelo y los billetes de su interior decoraron el suelo mientras Antonio me retenía por el pelo arrodillada ante él.

.-“Vamos Sara, ya sabes lo que tienes que hacer” pronunció al tiempo que me daba un par de manotazos a un lado y al otro de mis mejillas, más con la intención de humillarme que con la intención de hacerme daño. Y era verdad, en esos momentos me dolía más en mi orgullo de verme desnuda postrada a sus  píes que los molestos manotazos que me daba.

Lo miré encolerizada desde mi posición, pero lo único que pude comprobar fue su regocijo al ver mi voluntad doblegada a sus expectativas. “Vamos Sara, lo que tengas que hacer hazlo cuanto antes” me repetí una vez más en la noche.

Así que resignada le bajé la cremallera de su pantalón. Antonio estaba que no se lo creía mientras se deshacía de la camisa. Se le salían los ojos de sus orbitas contemplando la escena. Desabroché su cinturón y tiré de sus pantalones hacia abajo. La visión de Antonio, su peluda barriga, con los pantalones a los pies, los calzoncillos blancos de pantaloncito que marcaban una desesperada tienda de campaña, y sus peludas piernas, era del todo una situación esperpéntica.

Fue Antonio quien impaciente se apresuró a dejar caer sus calzoncillos. A mí me sorprendió cuando aún estaba bajándole los pantalones, y su polla se rozó por mi cara sin querer.

Era realmente repugnante, un olor nauseabundo me llegó a la nariz, sus partes olían a una mezcla vomitiva entre meados y sudor reconcentrado. Era asqueroso. Me pareció sucio y repugnante. Sin quererlo aparté mi mirada de sus peludas pelotas que colgaban ante mis ojos, y me llevé las manos a la nariz tratando de evitar la respiración. Solo podía ver pelo por todas partes. Dudaba si sería realmente capaz de hacer lo que me pedía. Antonio adivinó mi repulsa por mis gestos y sujetándome de la cabeza por el pelo con fuerza me obligó a introducirme su miembro en mi boca.

A poco me muero de asco al notar como su miembro llenaba mi boca. Me la introdujo hasta el fondo, golpeando varias veces mi campanilla provocándome arcadas a punto de vomitar.

Un irreconocible sabor a salado inundaba mi boca. Mejor no pensar a qué podía deberse. Por suerte con cada movimiento ese horrible sabor salino fue desapareciendo para pasar a reconocer poco a poco el sabor de mi propia saliva.

Antonio rebajo la presión que ejercía al sujetarme en la cabeza y pude tomar la iniciativa. A pesar de toda la aversión que sentía, pensé que si me esmeraba un poco todo podía acabar de esa manera. Debía esmerarme al chupársela para hacerlo venirse cuanto antes. No veía a Antonio capaz de aguantar dos corridas en la misma noche. Así que me tragué mi orgullo, mi repulsa y mi estima personal para hacerlo lo mejor que podía.

Aprisioné su prepucio entre mis labios, y jugueteé con mi lengua en la zona de su pellejo donde se le une la piel al glande. Sin duda le gustó mi caricia y aflojó aún más la presión de sus manos en mi pelo. Incluso me permitió deshacerme de algún molesto pelillo que se cruzaba por mi lengua.

.-“No está nada mal como la chupas para ser un ama de casa” pronunció entre gemidos contemplándome orgulloso como procedía de rodillas a rodear su miembro entre mis manos.

Le lancé una mirada llena de rabia al escuchar sus palabras, y él me aguantó la mirada todo el rato. Estoy segura de que era capaz de adivinar mis pensamientos a través de mis ojos.

.-“Eres un maldito cabrón e hijo de puta” le decía con la mirada.

.-“No eres más que otra puta cualquiera” podía leer en la suya.

Por suerte no pasó mucho tiempo desde que acompasara mis manos con mi boca, cuando pude apreciar los primeros espasmos de su polla entre mis labios, me alegré de saber que pronto terminaría aquella tortura. Recé por que se corriese cuanto antes y traté de que así fuera.

Pero fue Antonio quien se salió repentinamente de mi boca. Me alzó en volandas levantándome por debajo los brazos, y me arrojó sobre la cama, caí de espaldas, dominada, entregada y expuesta a cualquier perversión.

.-“Ven putita, quiero saber si vales lo que he pagado” dijo al tiempo que tiraba de mi hacia él por los tobillos. Estaba claro que no quería correrse tan pronto.

No me quedó otra opción que situarme como él quiso al borde de la cama con los pies en el suelo. Cerré los ojos con fuerza. No quería saber qué es lo siguiente que sucedería, lo que ese pervertido me tenía preparado. Sentí las manos de Antonio en mis rodillas, y como hizo fuerza para que estas se abriesen de par en par exponiendo mi sexo ante su vista. Abrí los ojos para comprobar que se había arrodillado a los píes de la cama y estaba entre mis piernas. Cerré los ojos de nuevo cuando comenzó a darme tímidos besitos por mis piernas. Comprendí lo que se pretendía. Alternaba de una pierna a otra cada vez un poco más arriba.

.-“¿Siempre lo llevas así?” preguntó tras darme un primer pico por el pubis.

.-“No” pronuncié airada conmigo misma por cuanto me estaba dejando hacer resignada.

.-“Huele muy bien” dijo apretando su barbilla contra mis labios vaginales y besándome la zona. El sabor ácido de su saliva no hacía más que aumentar el picor en mi zona rasurada avivando el manojo de nervios que era yo en esos minutos.

Antonio pudo sentir mi tensión corporal cuando sus labios tocaron los míos despertando sentimientos contradictorios en mi cuerpo. Su lengua se movía lentamente arriba y abajo entre mis labios más íntimos. Apretó la lengua y abrió mi coñito, en ese momento supe que estaba tan mojada por dentro como lo estaba ya por fuera. Una mezcla entre su saliva y mis fluidos encharcaban su cara. Me prometí a mi misma que de ninguna forma lo disfrutaría pese a que mi cuerpo reaccionase en contra de mis pensamientos por naturaleza. Pero… ¿qué tipo de naturaleza consentiría que una mujer gozase en esas circunstancias?.

Antonio por su parte estaba saboreando cada instante. Sin duda le parecía exquisita y me quería disfrutar, y lo cierto es que a mí tampoco me habían devorado nunca de esa manera.

Di un grito ahogado al notar como su lengua se insertó en el interior de mi coñito y comenzaba a moverse adelante y atrás. A la vez Antonio tiró y retorció uno de mis pezones, lo cual me hizo chillar.

.-“Aaaaah” grité de dolor. Me incorporé sobre los codos para mirarlo. El me devolvió la mirada. Sin duda le gustaba mirarme a los ojos.

.-“Sabes…” pronunció Antonio desde su posición “me encanta comer coños, por no puedo hacerlo con putas. A saber lo que te pueden pegar. En cambio tu Sara, estás riquísima” terminó de decir antes de volver a hundir su cara entre mis piernas.

Mi culo continuaba en el borde de la cama y mis pies en el suelo. Yo estaba hirviendo por dentro. Debo reconocer que el tipejo lo hacía realmente bien. Supo estimular mi clítoris correctamente. Nunca me lo habían comido de esa manera, de no ser porque realizaba verdaderos esfuerzos mentales por no disfrutar de su cunnilingus, porque de dejarme llevar me hubiese corrido inevitablemente.

Tenía las piernas cruzadas alrededor del cuello de ese extraño que estaba devorando con entusiasmo mi coño. Podía notar sus orejas en mis muslos, y su barba irritar la piel más sensible de mi cuerpo, cuando de repente Antonio se paró de golpe. En apenas un segundo, se incorporó en píe y seguidamente se tumbo encima mío sin darme prácticamente tiempo a nada.

.-“Vamos a ver qué tal follas” dijo al tiempo que se acomodaba encima de mi cuerpo y trataba de besarme en la boca. Yo me resistía moviendo mi cabeza de lado a lado, a la vez que trataba de quitármelo de encima. Pero pesaba demasiado. En esa posición su polla buscaba inútilmente penetrarme.

Un inevitable forcejeo se produjo durante unos segundos entre ambos. Yo por tratar de salir de la posición como fuese, y el por tratar de metérmela.

.-“Vamos puta”, dijo lamiendo mi cuello de abajo arriba “métetela” me ordenó tajantemente. Estábamos frente a frente y pude sentir su aliento en mi cara

Su rostro era enfermizo, parecía un lunático, su arrugado rostro delataba un placer morboso. Mientras, su lengua subía hacia mi cuello y luego a mi cara donde inclusive se atrevió a besarme asquerosamente en la boca. Tras muchos intentos lo consiguió. Su lengua rebuscaba en cada rincón de mi boca. Me sentí sucia y ultrajada. Una angustia incesante abordaba mi cuerpo.

Me faltaba el aire con su peso oprimiendo mi cuerpo y su boca tapando la mía. Me costaba respirar, creí morirme por dentro, tal vez por eso seguí sus instrucciones e introduje como pude mis dos manos entre ambos cuerpos para agarrar su miembro y guiarlo hasta mis labios vaginales. Abrí mis piernas lentamente, doblando mis rodillas, expuse por completo mi intimidad, ofreciéndome como una puta.

Fue sentir su instrumento rozándose en mis partes y comenzar a transformarse mi mente. Por unos instantes me pregunté cómo sería tener otra polla dentro de mi cuerpo. Había fantaseado con circunstancias parecidas en la soledad de mi intimidad, pero esto nada tenía que ver con lo imaginado. ¿Pero qué es lo que estaba insinuándome a mi misma con ese tipo de preguntas?, ¿Qué debía disfrutarlo?. La sola idea me parecía despreciable. Enseguida quise desterrar ese tipo de pensamientos de mi cabeza. La situación, aunque más llevadera de lo que pensaba en un principio, tenía que ser desagradable.

Abrí unos ojos como platos cuando sentí que su miembro se abría camino entre mis labios más íntimos. Antonio me comía la boca en esos momentos.

.-“Uuuuhhhhmmmm”. Mi grito quedó ahogado en su boca.

En esos momentos agradecí que me hubiese comido el coño a conciencia con anterioridad, de lo contrario me hubiese desgarrado por dentro. Mi cuerpo se relajó al comprobar que no dolía tanto como me esperaba. Levanté la cabeza tratando de ver cómo su cuerpo se encajaba en el mío, pero lo único que pude ver es una espalda gorda y peluda como la de un orangután, así que abandoné mi cabeza de nuevo contra la cama para cruzar por unos instantes mi mirada con la de Antonio.

Hubiese sido mejor que no se encontrasen nuestras miradas, me hizo sentir fatal y a partir de ese momento cerré con fuerza los ojos. Antes pude leer en los ojos de Antonio que estaba dispuesto a hacerme disfrutar. Lo puse en duda.

Pero lo cierto es que la vida moral que me había propuesto desapareció cuando hundió su polla hasta el fondo, en mi interior. Yo nunca había engañado a mi marido antes. Su miembro friccionaba en zonas desconocidas para mí. Me tenía completamente dilatada y eso provocaba que mi cuerpo se dejase llevar a pesar de mis reticencias. Pensé que debía convertirme en otra, debía encontrar la forma en que sobrellevar la situación.

Tuve que reconocerlo, debía encontrar la excusa con la que justificarme a mi misma porque mi cuerpo respondiese a los estímulos a los que estaba siendo sometida. Quise pensar que la situación era similar con las que siempre había fantaseado. Alguien que estaba destinada a satisfacer los deseos de un extraño. Usar mi cuerpo, solo sexo, nada de amor.

Mientras se hundía dentro de mí, sentí caer su barriga sobre mi esbelto vientre y su lengua recorrer mi oreja. Me chupó varias veces por el lóbulo, jugueteando con mis pendientes. Eso me provocó un placer indescriptible. Lo rodee con mis piernas en señal de aceptación, su fofa contextura me recordaban la diferencia de edad. Debía abrirme tanto de piernas que comenzaba a hacerme daño en mis caderas en sus arremetidas, y muy a mi pesar eso me excitaba aún más. Su velluda y arrugada piel se aplastaba ante la presión de mis muslos. Él era la bestia y yo la bella. Su respiración era pesada y ansiosa, parecía un perro desesperado.

.-“Eso es, así, fóllame, fóllame cabrón” gimoteé para su regocijo.

La idea de que me dejara follar por un viejo me parecía a la vez tan repulsiva como morbosa. Una vez más traté de no pensar en donde estaba o lo que estaba haciendo, abandonándome a las sensaciones de mi cuerpo. Antonio por el contrario arremetía en cada embiste con furia. De vez en cuando abría mis ojos para contemplar un techo blanco con apenas imperfecciones donde distraer mi mirada y disimular mi pequeño gozo interior. De no impedirlo Antonio acabaría corriéndose en mi interior. De repente pensé que podía quedar embarazada.

.-“¿Has traído preservativos?” le pregunté tratando de detenerlo en sus movimientos en un evidente cambio en mi estado de aceptación a rechazo.

Antonio se detuvo mosqueado por mi nueva actitud, para mirarme a los ojos.

.-“No uso de eso” me dijo al tiempo que se tiraba a devorarme un pecho y se movía de nuevo.

.-“No por favor, no te corras dentro” supliqué al ver que no tenía intención de detenerse. Mis ojos comenzaron a llorar, sentí lagrimas brotar de mis ojos y recorrer mis mejillas. Las lagrimas eran por un sentimiento de culpa, de culpa por no poder decirle que “no” a aquel viejo que se saciaba conmigo y al que le consentía. Le pedí perdón mentalmente a mi marido, volví a apretar con mis piernas el cuerpo de mi poseedor; lo abracé; acaricié su peluda espalda; busque su jadeante boca y lo besé tratando de encontrar  su comprensión.

 

-.“No siguas por favor, para, no tomo nada, puedo quedar embarazada” gemí suplicante mirándolo a los ojos, pegada a sus labios, atrapando su cara entre mis manos para forzarlo a contemplarme y aún con lagrimas recorriendo mis mejillas. Antonio me secó una lágrima en mi mejilla con su dedo pulgar, percibió mi tristeza, lo que le provocó una risa burlona.

.-“Con que eso es todo ¿eh?” dijo al tiempo que se salía de mi vagina y me daba la vuelta. Me tumbó boca abajo en la cama, y se tumbó a mi espalda.

Advertí que con una mano en su polla y otra abriéndome los cachetes del culo intentaba metérmela por el culo sodomizándome por primera vez en mi vida. No me estaba gustando para nada su nueva actitud.

.- “¿Qué piensas hacerme?” le pregunté al principio pensando que se estaba equivocando.

.-“¡¡¡Nooooh!!!.  No por ahí no, ni lo sueñes”, le grité una vez entendí su propósito, pero lo vi demasiado decidido en sus intenciones. Una nalgada que debió ponerme el culo rojo me hizo gritar de nuevo.

.-“Aaaaayy”  me giré para mirarlo recriminándole esa acción. En esos momentos se esfumaron cualquier atisbo de satisfacción por mi parte. Las palmadas en mi trasero empezaron a sonar y sentí cosquillas de dolor en mis nalgas cuando el vejete gozaba golpeándolas; este dolor me hacía sentir más abusada. A merced del animal que ahora iba a saciar sus más sucias y degeneradas perversiones con mi cuerpo.

.- ¿Vas a chillar como gritan las putas, o acaso tu marido no te folla por el culo?”. Pronunció con furia en sus labios. Y nada más decir esto, guiando su polla hasta mi esfínter me la metió por el culo sin la menor compasión.

.- “Noooh” chillé ahora del verdadero dolor. “No por ahí no, para por favor, detente”. Pero él hacía caso omiso.

Con el forcejeo yacía tumbada completamente larga sobre la cama boca abajo, con su cuerpo opresor encima del mío, me agarró del pelo con una mano impidiendo cualquier señal de resistencia, y con su cara en mi nuca me dijo:

.- “Que culito más prieto tienes Sara, he querido follarte este culito tan tierno que tienes desde el primer momento en que te vi” dijo babeando a mi espalda. Mi rostro estaba apoyado contra la cama, mis ojos cerrados y la fuerte respiración delataban mi pasividad. Mi único control se basaba en dejar que abusara de mi cuerpo, con tal de que siguiera gozándome.

Apenas podía escucharle pues el dolor no me dejaba concentrarme en sus palabras. Yo quería que aquello acabase cuanto antes, que se corriese de una vez por todas y cesase el dolor, por eso a pesar del daño articulé a decirle…

.- “¿Te gusta ehhh? ¿te gusta mi culito?. Pues vamos cabrón, dame fuerte.” Le sorprendí tratando de aguantar la humillación. Estaba haciendo realidad los sucios deseos de aquel viejo y no tenía fuerzas para evitar que abusara de mi cuerpo. Me volví a mirarlo, nuestras miradas se encontraron, su sonrisa malévola me hacía sentir dominada y descontroladamente poseída.

.- “Eso es, así me gusta, quiero oírte suplicar que te rompa el culo.” Me dijo aplastándome la espalda sin dejar de besarme en la nuca. Pude sentir su barriga sobre la parte baja de mi espalda cuando se inclinó para agarrarse de mis tetas; estaba sobre mi follándome salvajemente.

.- “Vamos cabrón, reviéntame el culo”, le dije ahora enojada. “¿no es eso lo que querías?”. Podía sentir como mis nalgas se pegaban a su ingle cuando mi culo se clavaba bajo su barriga. Me movía sintiendo el roce de su miembro dentro de mí, para luego volver a clavármelo y sentir su peluda piel en mis muslos y nalgas.

.- “Oh Dios, ¡que culito más suave!, ¡Me corrro, me corrrooooh!” Por fin escuché  gritar a Antonio encima de mí, sobre mi espalda. Y mientras decía esto sacó la polla de mi culo derramando parte de su esperma sobre mi espina dorsal. Su orgasmo me pareció infinito.

Por suerte nada más correrse en mi espalda y una vez recobró el aliento, Antonio me propinó un último par de nalgadas que resonaron por la habitación, y después corrió a meterse en el baño, supongo que a limpiarse pues escuché correr el agua del bidé.

Yo por contra me senté sobre la cama y cubrí mi desnudez con las sabanas. Me llevé las manos a la cara y lloré; de vergüenza; de rabia; de alegría, no lo sé, solo sé que llore desnuda sentada sobre la cama. Lloré porque por breves momentos lo había disfrutado y no quería reconocérmelo a mí misma. ¿Cómo podía haberme excitado siquiera?. No me lo perdonaría nunca.  Las lágrimas escapaban por entre mis dedos para mojar las sabanas que me cubrían al tiempo que sentía secarse el semen sobre mi piel, y arder mi ano.

Pensé que lo mejor sería salir de allí cuanto antes, así que sudada, reseca y dolida, me vestí a toda prisa para salir corriendo de aquella habitación sin la intención de despedirme siquiera de Antonio. No hubiera aguantado ni una sola palabra suya.

Me estaba vistiendo cuando pude escuchar el sonido de un wahtsapp en la habitación. Creí que era mi móvil pero ni fue así. Luego me pregunté quien podría ser a esas horas de la madrugada. El iphone 6 de Antonio estaba tirado sobre la cama. Decidí alcahuetear. Me llamó mucho la atención por la hora que era. Nada más abrirlo pude ver que los mensajes correspondían bajo el pseudónimo de “agente de bolsa”. Entré en el chat.

“Hola Antonio, soy Miguel tu consultor de Smith & Poors”

“Te adjunto documentación en pdf de la titular Sara Goza XXX”

“En resumen te diré que tiene las cuentas en el Santander, casada, un hijo, en paro..etc.

“Lo que más te interesa: debe cerca de 6.000 euritos”

Por la hora pude ver que estos mensajes entraron a media noche. Me quedé de piedra cuando seguí leyendo…

“De verdad que no entiendo tus caprichos. Es mucho dinero por tirarte a una tía. Tú verás si merece la pena”

Pude ver lo que Antonio le respondía:

“Esta zorra esta miedo. Pagaría hasta 15.000 euros por tirármela”.

“Me alegro que cueste menos”

“Creo que esta cae. Ya te contaré”

La respuesta de Antonio coincidía con la hora en que quedé dormida.

“Hola Antonio, soy Miguel”

“¿Qué tal ha ido?”

No pude leer más, quise salir pitando de allí, ya había visto demasiado.

Salí huyendo del hotel, sin mirar a nadie en mi camino, por suerte no me costó mucho tiempo encontrar un taxi en la calle que me llevase a casa. Cuando llegué a casa me duché durante horas, me froté con piedra pómez hasta despellejarme viva. Dormí de tirón. Al día siguiente me dolía todo, incluido mi culo, pero al menos tenía el dinero suficiente en mi bolso como para tirar una larga temporada.

Lo peor de todo es que me he tenido que tocar varias veces pensando en lo sucedido. Esa sensación de suciedad, vejación y humillación, estimulaba inesperadamente mi mente hasta límites desconocidos para mí.

Sabía que mi marido nunca me llevaría a esos extremos, y yo en cambio quería volver a experimentar…

Besos,

Sara.  

Relato erótico: «Descubrí a la ingenua de mi tía viendo una película porno». (POR GOLFO)

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La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años  y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba  al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, « y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.
Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado,  a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte.  Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía,  Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
« Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
« ¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».
        
Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
― Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
― Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
― ¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
― No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
― De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.

 

― ¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
― He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
― ¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
― Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla.  Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
― ¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
 « No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
― Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
― Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
― ¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
― Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
« Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
« ¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
― Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
« ¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron  como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras.  Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
« ¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
« Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
« ¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. « ¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
« Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, « está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
 

 

― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi  tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando  la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
« Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.

 

Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
« Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…
Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
« ¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
― Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
― No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
― Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:

 

― Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo:―  ¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
« ¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino. 
« ¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
― Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
― ¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
― No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
― A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
― ¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
― Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.

 

Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome,  sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
« ¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: « Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
« Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual  bamboleo de esas dos maravillas.
― ¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
« Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡Es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
― ¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
« ¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón.
Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y  esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
« ¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel.

 

Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
« ¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado.
Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro  y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
― ¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene  en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz,  preguntó:
― ¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ― ¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
― Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
― ¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
― Te deseo, Elena― susurré en su oído.
― Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
― Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
― No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
― ¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas. 
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
― ¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. 
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
― Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
 Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
― Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
― Júrame que no te vas arrepentir de esto.
― Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria,  convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene  a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
― Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
― Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos,  respondió:
― ¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
― ¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:

 

― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 

Relato erótico: «La delgada linea rosa. (2)» (POR BUENBATO)

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me darías 2LA DELGADA LINEA ROSA 2

Sin títuloLos gemidos de la película pornográfica del televisor se empezaban a entremezclar con los de las dos chiquillas cuyos primerizos coños estaban siendo taladrados por aquellos rufianes. Las manos de estos recorrían las suaves curvas de las chiquillas; sus manos se precipitaban sobre sus caderas, sus delicadas cinturas, sus tiernos pechos y sus duros y redondos culitos.

Mauricio se cansó de aquella posición y puso de pie a la negrita. Carolina era simplemente preciosa, parecía ridículo que durante años se hubiese menospreciado tanto a si misma. Había envidiado siempre la belleza de su amiga Jade cuando dentro de su holgado uniforme escolar que acostumbraba vestir se encontraba el cuerpo divino de cualquier diosa africana. Carolina tenía un cabello largo bastante enchinado que escondía siempre en una coleta; tenia además unos ojos negros y grandes y una nariz refinada de negra que, junto con unos labios gruesos le daban el aspecto de ninfa tribal.

Pero era su cuerpo el que definitivamente eclipsaba hasta a la belleza indiscutible de Jade; un cuerpo delgado y delicado en la cintura que destacaba la redondez y altanería de sus preciosas nalgas, también unos pechos jóvenes pero firmes que profetizaban ya un cuerpo demasiado tentador para pasar desapercibido por las calles.

Mauricio levantó fácilmente a la mulata con sus brazos y la llevó cargando hasta otra habitación donde se encontraban dos camas individuales que enseguida junto una con otra para crear una especie de cama king size improvisada. Se acostó sobre sus espaldas mientras atraía a la negrita hacia él; esta se acomodó sobre él y se dejó acomodar hasta que la verga del muchacho ya empujaba de nuevo para introducirse en su concha. La excitación era tal que la misma mulatita trataba de impulsarse saltando sobre aquel erecto falo pero su inexperiencia la hizo detenerse y entregarse de lleno a los movimientos del muchacho. Las tetas de la negrita eran manoseadas hasta el cansancio mientras su coñito era embestido una y otra vez por los movimientos de Mauricio. Sus nalgas rebotaban una y otra vez sobre el aire, y de vez en cuando caían en manos del muchacho que las apretujaba como al tesoro más preciado.

La suavidad de los cabellos de Jade eran acariciados por las manos de Samuel mientras su vagina era invadida a un ritmo constante por el pedazo de carne del muchacho. Seguía en cuatro pero ya no podía sostenerse con sus frágiles brazos y cayó rendida sobre el respaldo del sofá. Cada movimiento de aquella verga dentro de su coño la hacia desear morder y destrozar aquel mueble pero solo le quedaba apretar los dientes y gemir con fuerza ante aquel remolino de placer. Un jalón en sus cabellos la acercó a las manos de su acompañante quien de inmediato se apropió de sus pechos que apenas continuaban retoñando. Mientras pellizcaba suavemente los pezones de la muchacha, Samuel aumentó la velocidad de las embestidas mientras movía agitaba el cuerpo de la chiquilla como si se tratara de una muñequita de trapo. El sudor era liberado por aquellas pieles, mientras la morocha jadeaba de placer y agotamiento. De pronto una punzada en su coño recorrió todo su cuerpo y una avalancha de gozo recorrió todo su cuerpo como el que unas noches antes disfrutó en su acto de masturbación. Pero Samuel, que poco se enteró de esto, siguió abalanzándose sobre aquella conchita que no podía soportar más placer. Las lagrimas escaparon de los ojos de Jade que volvió a caer rendida sobre el sofá. Samuel se apiado un momento y sacó su falo de aquel castigado coñito.

– Perdón – dijo el infame – te lastimé.

– No – respondió la vocecilla – solo poquito.

El silenció les hizo escuchar lo que sucedía en la recamara. Samuel acercó a Jade hacia el otro cuarto, llevándola de la mano mientras la muchachita se secaba las lágrimas de sus mejillas. Lo que descubrieron era una escena apasionante, definitivamente. El cuerpo de diosa de su amiga mulata se alzaba y caía sobre el erecto pene de un Mauricio agradecido de aquella delicia. Bastaron unos minutos para que la negrita aprendiera a satisfacer una verga con su cuerpo. Lenta pero con una sensualidad natural, Carolina se movía con habilidad mientras masajeaba el falo entre su coñito. Su compañero disfrutaba tranquilo, alargando el cuello para alcanzar a mordisquear los pezones de la negrita que se doblaba para que su pareja tuviera alcance.

Sin cortesía alguna, Samuel lanzó una sonora nalgada sobre el culo y dirigió a empujones a la chiquilla hacia el otro extremo de aquella cama. Se acostó de espaldas y colocó a la chiquilla en la misma posición que la otra pareja. Jade lucia hermosa, quizás su cuerpo no podía compararse al de la negrita pero su rostro y su facha de niña buena la volvían un tesoro; una verdadera putita dentro de aquel empaque era algo simplemente soñado.

La chiquilla se acomodó como pudo, volteó hacia un lado para ver cómo y en que posición Carolina se restregaba sobre la verga de Mauricio. Un poco exasperado y sin la menor consideración, Samuel apretó la nalga derecha de Jade y casi entierra la uña de su dedo índice en el ano de la muchacha en su ansiedad por que esta se colocara correctamente para recibir su excitado pene. Finalmente, con tal brusquedad, la verga de Samuel penetró el inexperto coñito que no tardo en comenzar a castigar de nuevo con movimientos violentos que hacían lanzar gemidos y gritos a la chica que trataba de consolarse apretujando las sabanas de la cama.

Como si se tratara de alguna especié de competencia, los gritos de Jade fueron eclipsados por la repentina euforia de Carolina, había detenido sus movimientos pero ya Mauricio se encargaba de mantener el ritmo mientras se apoyaba con sus manos sobre el culo de la negrita para cada embestida. La mulata hubiese querido detener aquello pero no se atrevía; de pronto una avalancha de goce invadió su entrepierna y explotó recorriendo todo su cuerpo. Era, desde luego, otro orgasmo.

Cuando la negrita recobró la cordura de aquel arrebato de placer se sintió de pronto desnuda al recordar que su amiga, justo al lado, estaba siendo follada también. Ni siquiera se habían visto desnudas una con otra y, de un día para otro, ya participaban en una sesión de sexo grupal.

Pero el sexo grupal se transformaría en una autentica orgía; Mauricio sacó su verga del coño de la negrita y se incorporó, sosteniendo a Carolina para que se mantuviera en aquella posición. El muchacho toco ligeramente los pies de su amigo Samuel y este, comprendiendo, se incorporó también y mantuvo de la misma forma la posición de Jade.

Sin cruzar palabra alguna, los muchachos cambiaron de lado y cada uno se colocó detrás de una chica distinta. Ese evidente cambio de parejas congeló la sangre de las dos chiquillas; tragaron saliva ante la tremenda barbaridad que se avecinaba.

– No…por favor. – alcanzó a articular la negrita con una voz temblorosa que daba lastima.

– Cómo estábamos, hay que seguir como estábamos – imploró con el mismo tono Jade, a quien la situación ya no le parecía tan divertida.

Pero los muchachos ignoraron aquellas inocentes voces y rápidamente cada uno se encimó sobre cada una de las cándidas muchachas, como temiendo que aquellas chiquillas huyeran. Pero las pobres estudiantes no pudieron hacer nada; la negrita intentó apartarse pero inmediatamente su coño fue invadido de golpe por la carne excitada de Samuel, el más salvaje y desconsiderado de aquel par de rufianes. También Jade recibió una verga distinta y sus gemidos se reanudaron con los movimientos más metódicos de Mauricio. Ambas vergas seguían embarradas de los fluidos vaginales de las chiquillas lo que, de algún forma, facilitó aquel ultraje.

La negrita sufría con los movimientos toscos de Samuel, su rosado coñito era castigado con brutalidad y una nueva y extraña definición de placer se grababa en su memoria mientras se mordía sus labios inferiores para soportar el doloroso goce de aquellas arremetidas contra su vientre. Las manos del muchacho estaban alocadas y solo parecían tranquilizarse al apretujar los senos de la mulata que no sabia que hacer con el placer proveniente de su coño y sus pezones que se iban endureciendo con aquel manoseo.

La verga del muchacho parecía desesperada en penetrar una y otra vez el inexperto coño de la mulata. Su pene se perdía en la oscuridad de la piel suave y tersa que cubría los labios vaginales de la muchachita. Las manos de Samuel pasaron a jalonear los hermosos rizos de Carolina que tuvo hacer su nuca hacia atrás ante los arrebatos violentos de aquel muchacho. Gritaba de dolor, de angustia y de placer; un coctel de sentimientos que por primera vez había sentido. La simple idea de encontrarse ahí, follada entre engaños y abusos por dos malandros, al tiempo que también su mejor amiga era penetrada justo a un lado, era simplemente algo que no había planeado para aquel día. Mucho menos el pensar que la verga que hace unos momentos salió mojada del coño de Jade ahora se encontraba castigando el interior de su vagina. Pero lo más vergonzoso, sin duda, era que ya ni siquiera se sentía tomada, el efecto del alcohol pasó y ella permaneció ahí, en silencio, aceptando todas las atrocidades que, en el fondo, estaban terminando de gustarle. El placer sexual, sin duda, era un manjar exquisito que ambas chiquillas estaban probando por primera vez y que les estaba marcando la vida para siempre.

Los pensamientos de la negrita fueron despertados por una sensación que no pudo describir de forma inmediata; a continuación, se dio cuenta de lo sucedido: la verga de Samuel estaba empujando con dureza la entrada de su ano. No era algo que Carolina no entendiera pero si algo que no iba a aceptar, más por impulso que por dignidad alejó y arrebató su precioso culo de las manos de aquel muchacho. La frustración del muchacho le hizo enojar y jaloneó las piernas de la mulata en una actitud animalesca por satisfacer sus bajos deseos.

– ¡Suéltame! – gritó realmente furiosa

El muchacho no pudo más que obedecer y soltarla; aquel grito provocó que Jade dejara de mover sus nalgas y que Mauricio sacará su verga del coño de la muchacha, asustado por las consecuencias que pudiera traer aquella situación. Pero Carolina no hizo más que salir corriendo de ahí,  se fue a la sala y tomó su uniforme escolar y buscó rápidamente algo que pareciese un baño. Lo encontró y se dirigió velozmente al baño donde se encerró y se sentó en el escusado: el peso de la vergüenza le cayó de pronto y no pudo evitar llorar desconsoladamente en aquel baño, se lamentaba haber permitido aquello y se sentía culpable.

En el cuarto, sentado como un imbécil quedó Samuel. Jade, en cuatro, intentó seguir a su amiga pero las manos de Mauricio sobre sus nalgas la detuvieron e inmediatamente fue penetrada de nuevo, obligándola a olvidarse de lo sucedido y a seguir navegando en las aguas del placer. Mauricio, a su parecer, tenia más estilo en su manera de follar; no era salvajemente rápido como Samuel pero movía su verga con tal maestría que podía sentir el goce que cada centímetro de aquel pedazo de carne provocaba en su interior.

Molestó y frustrado, Samuel golpeó el colchón y, como si fuera una venganza, se dirigió sobre el colchón hasta colocarse frente a Jade. Esta se asustó al tener frente a su cara la verga de aquel muchacho que recobraba su erección.

– Chúpamela – ordenó tajantemente Samuel

– No empieces – dijo Mauricio – no es su culpa que hayas asustado a Carolina.

– Que se joda esa puta negra – ladró Samuel – ¡chúpamela!

Jade por primera vez estaba realmente asustada, la actitud violenta de Samuel volvía demasiado pesado aquel ambiente. En realidad no quería llevar a cabo aquella tarea pero por el miedo y por simple dejadez se prestó a los deseos de aquel muchacho.

– Esta bien – interrumpió la vocecilla de Jade – lo haré, no hay problema.

Sonrió, como la más bella de las criaturas. Pero ni siquiera esa sonrisa tan preciosa supo respetar Samuel, que de inmediato abalanzó su verga contra la boca de la chiquilla que no supo como recibirla. Samuel se movía de atrás para adelante mientras Jade intentaba hallar la manera de respirar bien con semejante trozo de carne en su boca.

– ¡No metas los dientes! – vociferó Samuel

Pero era difícil para Jade, que no tenia ni idea de como manejar en su boca a aquel pedazo de carne. Pensaba que seria fácil pero le era difícil evitar meter los dientes y, más aun, con los movimientos salvajes de Samuel que apenas le daban tiempo de respirar. Para empeorar la situación, tenía que soportar la verga de Mauricio que no se tomó la molestia de tomarse una pausa y seguía taladrándole su coño.

La pobre chiquilla se empezaba a arrepentir de aquello pero al mismo tiempo se sentía responsable de darle placer a aquel par de muchachos. De pronto un nuevo golpe de placer comenzó a inundar el interior de su vientre; tuvo que sacar el pene de Samuel de su boca para gemir y gritar del placer que se acumulaba en su coño. Mauricio notó esto y aceleró de lleno sus movimientos, volviendo loca a la chiquilla que reventó en un orgasmo fenomenal. El muchacho sacó su verga de la vagina de Jade y la acercó al rostro de la chica mientras se masturbaba; estaba cercano a eyacular y quería hacerlo dentro de aquella boquita. Con suavidad levantó el rostro de la muchacha y acercó gentilmente su verga que Jade recibió en su boca con suavidad; como si estuviera agradecida por aquella actitud completamente distinta a la de Samuel. No masajeó ni diez segundos el glande del pene con sus labios cuando de pronto un chorro cálido de semen salpicó sobre su boca y se esparció por toda su lengua. El sabor salado de aquel líquido y su textura pegajosa le parecieron desagradables, y sintió el impulso de escupirlo.

– Trágalo – le pidió Mauricio

La chica lo miró desde abajo, con ojos deseosos de piedad. Mauricio insistió en aquella petición y Jade, sin saber que contestar, no tuvo mayor elección que tragar aquel líquido. Segundos después de pasárselo, Jade tuvo la ocurrencia de mostrar su boca y lenguas vacías de semen; acto que dio a Mauricio la mayor de las satisfacciones.

La situación fue interrumpida por un nuevo jalón de cabellos que arrastró a Jade hasta el suelo; se trataba de Samuel que aun excitado como un perro colocó a la chica de rodillas en el suelo y le impuso su verga frente a su terso rostro. Sin más opción, la chica abrió su boca para masajear como pudiera aquel glande. Poco a poco la chica iba aprendiendo a satisfacer aquella verga a través del sexo oral, por lo que Samuel se tranquilizó y la comenzó a tratar más suavemente. Aquel cambio de actitud alivió también a Jade, que por primera vez se pudo dar a la tarea de mamar con tranquilidad.

Aquella escena había provocado una nueva erección en Mauricio, que sin consultar a nadie acercó su falo a la boca de la chiquilla. Al principio, con la verga de Samuel metida en su boca, Jade no sabía como reaccionar por lo que se limitó a tomar con su mano el pene de Mauricio y masajearlo suavemente. Así se mantuvo unos segundos hasta que, ansioso, la mano de Mauricio sobre su cabeza la hizo sacar la verga de Samuel de su boca y la dirigió hasta la suya. Ahora Jade chupaba la verga de Mauricio mientras su mano masturbaba el pene de Samuel. Los dos muchachos habían aceptado en silencio compartir aquella boquita, y la misma Jade había aceptado también, sin cruzar palabra alguna, la responsabilidad de satisfacer aquellas vergas con su inexperta boca. De aquí para allá, de uno a otro pene. Jade iba alternando su boca; ambos muchachos acariciaban de vez en cuando los suaves cabellos de la chica, la cual contestaba aquellos gestos de dulzura con una bella sonrisa de sus labios que enseguida eran deformados para tragarse el glande de alguna de esas vergas.

Fue un evento lento en el que durante más de diez minutos; los labios de la chica se compartían de uno a otro muchacho para permitirles entrar en la calidez de su húmeda boca. Por primera vez, Jade había domado a aquellos dos chicos, e incluso Samuel se tranquilizó para dejarse llevar por aquel placer. La bella chica había aprendido, sobre la marcha, el arte de chupar y masajear una verga. Y había aprendido rápidamente pues de vez en cuando sus labios se detenían en cada glande y, junto con su lengua, había aprendido a provocar tanto placer que aquellos muchachos tenían que empujar la frente de la chica para alejar sus penes de aquella boca que parecía insaciable; no sabían soportar tanto placer. Aquello le estaba encantando a Jade, y mucho.

Tras otros minutos los dos penes no pudieron más; Samuel presintió que eyacularía pronto y comenzó a masturbarse; no pasaron diez segundos cuando Mauricio también se percató de la cercanía de un nuevo orgasmo y, sacando su verga de la boca de la muchachita, se masturbó también. Jade estaba confundida, arrodillada frente a ellos solo miraba como estos bombeaban sus penes con sus manos. La chica pensó en incorporarse pero de pronto un chorro de semen expulsado por Samuel embarró todo su rostro; la muchacha solo se quedó ahí, inmóvil, mientras las últimas gotas caían sobre su ojo al tiempo que aquel viscoso liquido recorría sus mejillas y se precipitaba en parte hacia su boca. No pasó mucho tiempo cuando un nuevo chorro de leche, esta vez de parte de Mauricio, manchó todo el lado izquierdo de su cara, dejándola casi ciega pues la mayor parte de esta impactó sobre su ojo.

Por primera vez la muchacha sentía una profunda humillación, imperdonable, por parte de aquellos dos muchachos. Sin embargo, trato de no enojarse y, simulando una sonrisa estúpida, salió de aquel cuarto hacia la sala, guiándose con lo poco que podía ver con su ojo derecho. Busco algo con que limpiarse y cogió un trapo con el que trato de limpiarse aquella cantidad enorme de semen que cubría como una mascarilla su rostro. Se sorprendió avergonzada al descubrir que aquel trapo no era más que las bragas de su amiga, Carolina. Ahora aquellos calzoncitos estaban embarrados de semen, pero al menos había alcanzado a limpiarse buena parte de la leche que le impedía ver. Los muchachos la habían seguido, como un par de idiotas tratando de pedir disculpas. La pobre chica solo se limitó a sonreír, con sus mejillas y sus labios forrados de semen.

– No se preocupen – dijo, con la voz engarzada y con aquella sonrisa estampada en su rostro manchado – ¿donde esta el baño?

Mauricio le señaló la puerta del baño y Jade avanzó hacia ella, despidiéndose con la misma sonrisa estúpida que solo retenía sus ganas de echarse a llorar. Su desesperación aumentó cuando, al intentar entrar al baño encontró la puerta con seguro.

– Carolina, soy yo – dijo, con su temblorosa voz – ábreme.

Pasaron algunos segundos y de pronto la negrita abrió lentamente la puerta; Jade entró y cerró con seguro. Adentro, se dio cuenta de que la negrita tenía los ojos enrojecidos por el llanto. Sin embargó, se dirigió rápidamente al lavamanos y comenzó a enjuagar su rostro para retirar todo el semen que lo cubría. Mientras el agua recorría su rostro, sus lágrimas habían empezado a brotar. Cuando terminó de lavarse el rostro no podía terminar de secarlo pues su llanto no paraba. Carolina se dio cuenta de esto y no pudo más que acercarse a Jade y abrazarla. La chica lloraba mientras la mulata la abrazaba y acariciaba sus cabellos. No les importaba encontrarse completamente desnudas y solo se limitaban a abrazarse y lamentar aquella desgracia en la que ellas mismas se habían metido.

– Perdón – alcanzó a decir Jade con la voz entrecortada por el llanto.

Carolina sabia que Jade era la responsable de todo lo que había sucedido, pero se sentía incapaz de culpar a la pobre chica que ahora se lamentaba después de ser, al igual que ella, ultrajada por aquellos dos desconocidos. Sabía que, finalmente, ambas era victimas. La abrazó más fuerte, intentando contener el llanto de Jade, como una muestra de que, finalmente, no la consideraba culpable de nada.

El llanto de Jade cesó por fin; se sentía tranquila en los brazos de Carolina. La abrazó con la misma calidez con la que la negrita la tenía entre sus brazos. Y así, en medio de aquello y sin darse cuenta el como, sus rostros se miraron, se atrajeron y se juntaron en un beso que pareció lento y eterno. Esta vez era Carolina quien, sorprendentemente, había tomado aquella iniciativa. Ella atrajo el rostro de su amiga y fue ella quien la abrazó más fuerte aun para que aquel beso no fuera interrumpido por la sorpresa de Jade. Pero Jade no se rehusó, acepto con agrado el gesto y se dejo llevar con sus labios sobre los de su amiga.

Se besaron largamente, y cuando el beso concluyó Carolina miró el rostro estupefacto de su amiga. Pasó su mano sobre el rostro vejado de Jade y sonrió cálidamente. Entonces su rostro desapareció de la vista de Jade. Carolina se arrodilló ante Jade, y esta apenas pudo cerciorarse de aquello cuando de pronto una humedad repentina invadió su entrepierna.

Era increíble; de pronto Carolina besaba el coño de su amiga. Esta vez Jade si intentó alejarse, pero Carolina se lo impidió apretujando con sus manos las nalgas de su amiga y atrayendo su coño hacia ella. Besaba y lamia aquellos labios con tal ímpetu que el placer no tardó en llegar a la cabeza de Jade, quien terminó cediendo al placer y se recargó sobre el lavabo para soportar aquello.

La negrita besaba aquel coño con la misma pasión con la que hacia unos momentos besaba la boca de su amiga; la temperatura de sus cuerpos aumentó y la humedad del cuarto de baño hizo su efecto y pronto ambas muchachas comenzaron a sudar. Era algo nuevo para ambas, era algo prohibido también; pero su nivel de excitación ya era tal que difícilmente iban a poder detenerse. Las manos de Jade se posaron sobre los cabellos de la negrita; mientras sus dedos acariciaban su nuca, ligeramente atraía el rostro de la negrita hacia su ansioso coño que parecía exigirle más placer. La mulata cedía a aquel empuje con aparente gusto mientras su cara se forraba sin pudor de los líquidos vaginales de su amiga.

Aquellas caricias cobraron factura y, tras un par de minutos más, un chorro de líquido claro reventó del interior de Jade; la cara expuesta de la negrita fue salpicada de aquellos jugos mientras el cuerpo de Jade parecía desmayar ante aquel placer. La chica no tuvo más remedio que ceder a aquel debilitamiento y sucumbió de rodillas; Carolina la recibió con un abrazo y ambas se entregaron, de rodillas una frente a otra, a un largo y apasionado beso que les hizo vibrar de temor y deseo.

No supieron cuanto tiempo estuvieron ahí; pero aquel festín de pasión fue interrumpido con los golpes a la puerta y la voz de Mauricio, preocupado por la tardanza de las chicas en el baño.

– ¿Están bien? – preguntó – les traje su ropa.

Escuchó murmullos dentro del baño que le tranquilizaron; segundos después la puerta se entreabrió y la mano de la mulata salió ligeramente y recibió la ropa. Tras esto cerró de nuevo la puerta. Ambas se enjuagaron rápidamente en la regadera; habían recobrado la lucidez y tenían ahora una prisa urgente por irse. Debían estar de regreso en su escuela, pues faltaba menos de una hora para que tocara la campana de la salida y a ambas las recogían sus padres. Si no llegaban a tiempo tendrían que inventarse una muy buena explicación, y esa no era la mejor opción.

Apuradas, salieron del lugar sin el menor interés de despedirse siquiera de los dos muchachos; los odiaban, y se lo dieron a entender dejando una nota escrita con labial en el espejo del baño: “los denunciaremos”. Evidentemente no tenían el interés de denunciarlos, pero esperaban al menos dejarles un buen susto.

Tomaron un taxi y se sentaron juntas en el asiento trasero. Ninguna era capaz de hablarse; no por que no se sintieran en confianza ni por que su amistad se hubiese visto en peligro de desaparecer, era simplemente que ambas pensaban profundamente en todo lo que habían realizado ese día. Beber, follar por primera vez con un par de desconocidos y, por si fuera poco, terminar teniendo sexo entre ellas mismas, con toda la lucidez del mundo. Llegaron a una cuadra de su escuela y antes de dirigirse ahí, Jade dijo:

– Será mejor que compremos algo para el aliento, no se si mis padres noten que tomamos alcohol.

– A ver, sóplame – dijo Carolina

La chica sopló y Carolina hizo un gesto de aprobación; no olía tan fuerte después de todo. Jade le movió sus manos para que Carolina soplara también. Carolina se acercó apenas su rostro al de su amiga cuando esta, juguetonamente, le robó un ligero beso en la boca que hizo que la negrita se ruborizara. Jade rió para aligerar la situación.

De todos modos, se dirigieron a una tienda y compraron chicles de menta. Llegaron justo a tiempo a la escuela y en unos minutos se confundieron con los alumnos que salían de sus clases. Como si hubiese sido un día normal, ambas se dirigieron a sus respectivos hogares.


Relato erótico: «MI DON: Marta – LA QUE IBA PARA MONJA (13)» (POR SAULILLO77)

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Hola, este es mi 11º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Sin títuloMi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, «las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta», solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a ls escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de institulo tirándome a todo lo que veía.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Inicio una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

 Bien , una vez relatado todo lo que merecía la pena respecto a las alumnas,  y  aunque pueda quedar un poco pesado en el tiempo y no avancemos, los siguientes 2-3 relatos serán de relaciones en el instituto,  en ese marco temporal de los últimos 5 meses de instituto, pero con profesoras o mujeres no alumnas, al menos no como tema central,  me estoy planteando si hacer  3,  si hacer 2    poniendo la guinda con el relato de mi graduación al final de curso como 3º, o si hacer 3 y aparte el de la graduación, aquello no se si guardármelo para mi disfrute personal. Os informare.

Vamos a jugar con el marco temporal un poco, entre otras cosas por que ya ni recuerdo en que orden ocurrió.

Si, con las alumnas era una casanova, y gane mucha experiencia y lo pase bien, pero me llego a resultar demasiado fácil, era  un depredador al que le ponían la carne despedazada y deshuesada en la cara, y yo quería cazar piezas vivas. Eli me enseño a hacerlo, echaba de menos la emoción, así que en determinados momentos fije objetivos de mayor edad, mas complejos. Obviamente no fue tan fácil ni logre, por mucho,  el numero de alumnas, pero ellas eran hamburguesas industriales,  yo quería restaurantes de 5 tenedores, y allí solo se va cuando la ocasión lo merece. Puedo mencionar que fueron 4 las que me folle, antes de la graduación, de las cuales extraigo las mejores, y otras 3 con las que tuve sexo sin penetración, y por miedo a represalias, no encontrareis el relato de mi directora de 62 años, que hacia el final de curso,  me chantajeo, y para no avisar a mis padres de mis andanzas mujeriegas me obligo a dejarme hacer una mamada y se quito la dentadura postiza para ello. Asqueroso, si,  pero una de las mamadas mas memorables, o el de la profesora de ciencias sociales, una feminista de por con la que había discutido durante años por su intención de reeducar en la superioridad de la mujer sobre el hombre, y me la termine zumbando solo por hacerla rabiar.

Esta es la historia de algunas de esas damas.

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Avancemos unos meses en el tiempo, a estas alturas mi fama ya era notoria, y paso en paralelo con los días de quedar con Karin en los descansos. Unos días antes de que la sueca se me tirara encima, y a 2 meses del final del curso. Yo estaba un poco hastiado ya de las relaciones sencillas con mujeres jóvenes, no me cansaba de follar pero si de lo fácil que era, necesitaba un reto, un objetivo difícil, algo que en mi cabeza supusiera un logro, y gracias a una de las profesoras mas mayores, la oportunidad se presento ante mi. Nos aviso que en unos días, vendría a vernos una ex alumna del colegio, Marta,  que estaba de misionera en Sierra Leona, que hacia 4 años que estaba allí, antes  estuvo casi 5  en el Congo, donde había ido con 21 años,  ya tenia 30 y se había dedicado esos 9 años a ayudar y cuidar a enfermos y niños. Nos contó algunas historias bastante feas de sus experiencias y que estaba encantada con que viniera a descansar unos meses, la habían contratado hasta final de curso para explicarnos teología y la vida en Africa. La sorpresa fue el día que nos la presentaron, no era una misionera sin más.

La monja, Marta.

Si, aquella joven que llevaba casi una década por Africa era una monja, con su hábito  y su cofia, solo se le veía la cara y las manos,  ni el pelo ni un triste pie. Al principio no me fije en ella, y estuvimos una hora oyéndola,, historias de superación y ayuda, de cómo los militares y las facciones armadas del gobierno violaban derechos humanos y oprimían al pueblo, de su trabajo, realmente incomible, pasada casi la hora, aquella monja estaba empapada en sudor, iba con toda la ropa de monja a finales de mayo, y en Madrid ya apretaba el calor pero no estaba el aire acondicionado puesto.

-MARTA: chicos, me vais a disculpar pero me tengo que quitar la cofia, o me muero aquí jajajajaja

Al hacerlo su pelo cayo de golpe, era rubia y largo, tardo una eternidad en deshacer el nudo del moño, y le cayo hasta por debajo de su cintura,  con una coleta. Ya con el conjunto de su cara y el pelo, advertí que el sol y el trabajo de África no la habían afectado, era realmente atractiva, de ojos negros, guapa, con una boca diminuta y hoyuelos en las mejillas, el pelo tan tirante por al coleta le estilizaba mas aun. Siguió hasta el final de hora contándonos algunas cosas mas de su trabajo y que estaba encantada por darnos algunas clases hasta final de curso, salió de clase con la profesora y charlaron un buen rato en la puerta, quise adivinar el resto del cuerpo de aquella mujer, pero la ropa era demasiado amplia y la disimulaba la figura,  aparte de un chaquetilla, iba con un jersey de lana enorme, se notaba una camiseta o camisa blanca debajo y una falda enorme desde su cintura hasta los tobillos, todo azul marino.

Me quede con ganas de saber mas de aquella mujer, y por alguna razón la imagen de  su pelo cayendo se paso por mi cabeza mientras una de las alumnas me la chupaba, mi mente hecho a volar intentado imaginarme su vida, ¿por que a los 21 decidió irse a África?, ¿que había pasado antes? ¿y que habría pasado después?, una chica tan guapa y delicada en una zona tan difícil. Llego el día siguiente, y fue clase por clase, dando charlas, daba la misma a todas las clases durante unos días y luego pasaba a otra.

La 1º fue su vida hasta los 21 años, por lo que nos dijo, fue una alumna ejemplar hasta los 15-16 años, una chica normal, sin problemas,  ni nada raro, pero al llegar a esa edad, sus padres se separaron,  quiso llamar la atención,  empezó a salir con chicos, de fiesta, a beber y pronto a drogarse, malas compañías, al principio eran porros o marihuana, pero fue subiendo el nivel, con 18 años era una “yonqui” que no acabó el instituto, se quedaba en casa de un amigo a vivir y allí se metían cocaína o cristal, inhalada o inyectada, la detuvieron un par de veces por escándalo publico y tenencia de drogas, el remate fue a los 19, la detuvieron por agresión con arma blanca, estaba con un noviete intentado robarle a un camello y ante su negativa le apuñalo, paso 4 meses entre un centro de desintoxicación y los juzgados, la condenaron a 2 años y 3 meses de cárcel, fue allí donde conoció a las monjas de un convento cercano a la cárcel, que se pasaban por allí a prestar ayuda y apoyo, charlando, haciendo de puente con las familias, tratándolas bien,   a ella, ese gesto le pareció tan bonito, que cuidaran de ellas pese a sus fechorías, que decidió rehacer su vida. No se metió a monja, si no que según salió se acogió a un programa de misioneros y se fue. Era ahora, cuando al volver de África se metió en el seminario para coger los hábitos, y se le notaba, no hablaba ni actuaba como una monja, si no como un mujer directa, atrevida, con palabras que no usaría una seguidora de Jesús y hablando de temas poco convencionales, como cuando se rogaba como se sentía, o de cómo predio la virginidad de mala manera medio ida por las drogas, y en esa misma noche de fiesta paso pro varias manos. Eso generaba risas en los compañeros, pero ello lo hablaba como medio, para llegar a un fin, no como centro de la trama.

La 2º charla fue sobre sus  primeros años en el Congo, de su adaptación a su nueva vida, de cómo la llenaba de gozo ayudar, termino haciéndose muy amiga de un tribu, que era en parte degradada por el resto del país, no se adaptaban a la era moderna pero eran felices, y ella se erigió como su defensora y como enfermera casi. Sin titulación, pero se aseguraba de que les llegaran su parte de ayudas, alimentos  y medicinas. Era desesperante como a los pocos días, u horas,  de recibir la ayuda, venia el ejercito y le quitaba casi todo, para luego venir facciones armadas, revolucionarios,  para quitarles lo que les dejaban, de cómo maquinaba y engañaba para que eso no ocurriera jugándose la vida en muchos casos. Cada lección terminaba a con una moraleja, con un sonoro aplauso y con una prenda menos, iba apretando el calor, ya no solo se quito la cofia, si no la chaquetilla, luego el jersey, y ya,  en camisa blanca,  se abría algún botón de arriba del todo, y se remangaba.

-MARTA: dios mío, como no ponga en aire pronto lo voy a pasar peor aquí que en África jajajaja.

La 3º y la 4º nos explico la ideología y la teología de aquella zona, nada relevante, salvo verla hacer un ”striptease laico”. Ya de forma inconsciente se levantaba la falda un poco,  dejando ver sus pies.

Para ayudar a ubicarnos durante esas primeras semanas ocurrió mi tórrido romance con Karin, la sueca de tetas enormes, relación que se corto casi de raíz cuando se asusto al ver a alguien mirándonos, según me dijo, yo no vi a nadie.

La 5º charla se puso seria, era ya la 3º semana, nos hablo del ultimo año en el Congo, de cómo estallo una guerra civil,  de cómo la gente se volvía loca, no daban basto para ayudar a todos, de noches en hospitales eternas, llegando gente herida, su cara se fue torciendo, triste, abrumada recordando. El final hizo salir a vomitar a varias chicas y otras salir de allí llorando, algún chico también, (si sois sensible podéis saltar esta parte hasta el final del párrafo, suponer lo peor), los últimos meses decidió refugiarse en la apabile aldea de la tribu amiga, allí no había guerra, estaba al margen de todo, pero el resto del país ardía en llamas, nos relato con un lujo de detalles algo que no debía ser así contado, de cómo un noche se enteraron de que facciones armadas rebeldes iban a ir a masacrar a esa tribu, les culpaban del mal  del país, pero aun así decidieron no huir y quedarse, era su tierra, ella logro sacar a los niños de allí, escondidos en los arboles, vio como aquel poblado fue quemado, como los hombres eran asesinados y descuartizados, no siempre por ese orden, de cómo interrogaban a las mujeres sobre los niños, de cómo las violaban en grupos para luego mutilarlas cortándoles los pechos para que no pudieran alimentar a los hijos, o  los brazos para que no pudieran sobrevivir,  luego a algunas las mataban igual o seguían violándolas después, de cómo la imagen de aquellos machetes se grabo en su retina mientras calmaba  a los niños para que no salieran en auxilio de sus padres o se les oyera llorar y fueran descubiertos. Para cuando llego el ejercito no quedo nadie vivo,  o sin mutilar, la tribu había sido borrada de la faz de la tierra, solo quedaron los niños que fueron rescatados, pero ante el horror de su mirada, fueron reclutados como niños soldado para el ejercito, a ella la encerraron 4 meses en un zulo, “por su seguridad”, puesto que los rebeldes andaban persiguiendo, secuestrando y matando a extranjeros, nos contó que una noche un soldado entro a darla la comida, pero no se la daba, se sacaba el miembro, ella se negó y durante 1 semana no la dieron anda de comer pro que no aceptaba venderse, pero le pudo el hambre, cayo, al inicio solo con el , luego con los guardias pero se resistia, al final los soldados del ejercito la violaron tantas veces que ya no se resistía,  cuando ya deseaba morir, soldados de la ONU  la sacaron de allí,  estuvo 6 meses en un hospital de campaña.  Nos contó todo aquello serena, sin que le temblara la voz, pero con lagrimas cayendo por sus ojos, durante al narración busco con la mirada seguridad para continuar pese a que la profesora le pedía que no hacia falta que continuara, sus ojos se clavaron en mi, que era de los pocos que aun aguantaba entero.

Aquella escena se repitió por cada clase donde lo fue contando, chicas que salían llorando o iban al baño a vomitar, chicos que ante aquello salían despedidos de las clases con las caras desencajadas, si ibas por un pasillo notabas que clase salía de esa charla en la mirada de los alumnos, fue una de semana jodida para mucha gente, al final decidieron que aquellas clases no fueran para todos, y si opcionales, 1 hora después de acabar las clases los que quisieran podían quedarse con ella a escucharla. Entre  todos los cursos, solo unos 20 aceptamos seguir, y después de la siguiente charla donde nos explico sus 6 meses en el hospital y las historias que le llegaban,  se lego a reducir casi a la mitad. A la siguiente clase solo acudimos 4-5, todos chicos, era una falsedad, luego los demás compañeros te rogaban que le contaras lo que te había relatado. En esa última clase al final nos quedamos solos ella y yo, como me gustaba,  la aguantaba la mirada, pero ya no era sexual, sentía que era tierra firme para ella,  y que  necesitaba contárselo a alguien. La cosa se suavizo cuando me contó que se recupero, y que en sierra leona le fue mucho mejor, como antes de la guerra civil en el Congo, difícil pero aguantable, que soporto todo aquello por el amor de aquellas monjas, que si no se habría vuelto loca o se hubiera suicidado con el machete de alguno de  los guardias mientras la violaba. Terminó de relatar su historia, hastiada del mundo  decidido regresar y tomar el camino de los hábitos, había visto suficiente dolor para varias vidas.

-MARTA: te agradezco que te hayas quedado, necesitaba sacarlo de mi- lo dijo secándose las lagrimas, me puse en pie y la aplaudí.

-YO: eres un heroína, no se como lograste aguantar todo aquello.

-MARTA: al final te acostumbras a todo, quiero decir,  que ojalá fuera mi amor a  dios o a la humanidad lo que me dio fuerzas, pero solo quería sobrevivir, para contar mi vida, por que se supiera lo que paso.

-YO: es una pena que tengas que ir dando charlas a alumnos en clases, esto tendría que salir en tv.

-MARTA: es verdad, pero ya ves como ha reaccionado el publico, no puedes salir por la tv diciendo esto, la gente lo rechaza.

-YO: me parece una hipocresía mayúscula, un adoctrinamiento social, ¿esta bien que ocurra pero no que se cuente? Se castiga que te den el  conocimiento del hecho, no el hecho en si, mientras ocurra  y no te enteres seguirás en tu burbuja de felicidad, es el gran logro de la humanidad, deshumanizarse.- me miro sorprendida, no esperaba una reacción  moralista en un chico tan joven.

-MARTA: se puede decir mas alto peor no mas claro.- se levanto a abrazarme, hasta ese momento no había sentido nada por ella, salvo admirar como se quitaba alguna prendas sin enseñar nada, pero al tenerla entre mis brazos,  sabiendo lo que sufrió, lo dolida que estaba, la sentí frágil, necesitada de cariño, vulnerable, y aun siendo una vergüenza reconocerlo, un objetivo deseable, así que se convirtió en mi próxima víctima.

Al oler su pelo en  mi cara apreté mas contra mi y sin darme cuenta tuve una erección, quise disimular doblando la cadera y volviéndome a sentar rápido, ella hizo lo mismo,  habiendo quedado colgada del abrazo, como si aun faltaran un par de segundos por protocolo, o como si quisiera haberse quedado así unos segundos mas, desee que no se hubiera dado cuenta, no tenia ninguna plan ni tenia nada planeado, pero fue tarde, mientras me preguntaba mi nombre y me pedía que la contara un poco de mi vida, note como sus ojos bajaban a mi entrepierna un par de veces, en  la 3º se relamió los labios, podía ser que tuviera la boca seca, pero después se mordió el labio, ya lo sabia, pero juraría que no la había tocado con ella. Trate de ganar tiempo hablándola de mi operación y de mis cambios en la escuela.

-MARTA: algo he iodo por ahí de ti- ¿a que se refería?

-YO: bueno, siempre he sido bastante conocido, soy bastante páyasete y me gusta llamar la atención, pero desde la operación no se que pasa que soy como un faraón, la gente me trata como si hubiera hecho algo, y solo he salido bien parado de una operación , no como tu, una super-heroína jajajajjaa – por 1º vez en las charlas, se rió, habia alejado su cabeza los suficiente de África, su risa , valga el recurso literario, me pareció divina, se llevaba una mano a la boca, medio cerrada y con el dorso de la mano se sujetaba la nariz.

-MARTA: pues no me queda nada para poder volar o levantar coches.- seguía riéndose, pero yo tenía  que pasar al ataque – anda ayúdame a recoger las sillas, lo hacíamos sin parar de charlar, centrados en recoger.

-YO: pocas mujeres hubieran aguantado como tu en aquel zulo, créeme, se de lo que hablo.- se le corto de golpe a risa y me miro intrigada.

-MARTA: ¿Por qué dices que sabes de lo que hablas?

-YO: pues veras, no se si…. sabes, tengo cierta fama en el instituto………..

-MARTA: ya me han dicho……..que vas de galán con las chicas.- ya sabia como conocía mi polla, las charlas de chicas en el foro oficial,  el baño.- y mas te vale tratarlas bien o me enfadare contigo.

-YO: ey, una cosa es que vaya de galán y otra que las trate mal, solo le doy lo que vienen a buscar de mi.- esa frase se me escapo, no estaba bien pensada, fruto de mi orgullo herido.

-MARTA: ya lo vi…….- ¿que? si la mía estaba mal pensada la suya fue un monumental error. Se le noto en la cara y en la voz, corto la frase de golpe, pero no la iba dejar escapar, su lenguaje corporal era claro para mi, sentía vergüenza por lo que estaba rondando por su cabeza.

-YO: ¿como que ya lo viste?- insistí parando de recoger.

-MARTA: nada, ………que te vi con una chica,,,,,,, hace poco ………..por los pasillos, si, muy acaramelados.- sonó a tangente, como si acabará de encontrar esa respuesta en su cabeza.

-YO: ¿si? Y quien era – realmente podían ser varias las candidatas, pero quise saber cuando se había fijado en mi.

-MARTA: pues no se, un alta rubia, con unas…………enormes….tetas- hizo el gesto de grandilocuencia sobre su pecho, Tenia que ser Karin.

-YO: si, la sueca, es muy “cariñosa”.- me extraño, salvo en los descansos donde foliábamos no solía acercarme a ella.

-MARTA: ya te digo, no veas como el botaban ante tus caricias. – se dio cuenta de que aquella frase no era apropiada en una monja, le salió la misionera, o quizá la adolescente rebelde, pero entonces caí, nunca la había acariciado en publico, era muy mojigata en cuento a que se supiera, de golpe pense , y mientras ella seguía recogiendo, yo estaba parado, mirándola,  intentando leerla la mente, apoyado en una silla, ¿seria ella la famosa sombra que vio Karin y aparto sus enormes tetas norteñas de mi?.

Quise indagar más, pero pense que era apretar demasiado, ella me huía la mirada,  así que lo deje correr por ahora, la ayude y terminamos de recoger las sillas.

-MARTA: esta bien, ya hemos  terminado las charlas, no creo que nadie mas quiera venia a oírme.

-YO: ¿y ahora que harás?, por que aun queda 1 mes de clases.

-MARTA: pues tenia pensado algo, pero siendo ya solo tu no se si salara adelante.

-YO: ¿que es?, quizá pueda ayudar.

-MARTA: pues tenía pensado montar una actuación de los alumnos, un día en el patio en el descanso,  como tribus,  hacer cantes y bailes rituales,  vestidos con las ropas típicas, pero solo estas tú.- vi frustración.

-YO: ¿y tu?

-MARTA: yo no puedo, me moriría de vergüenza y además soy la profesora.- muy resuelta ella

-YO: tu déjame a mi, ¿cuanta gente necesitas?

-MARTA: pues unos 6, sobretodo que sean parejas  de chico y chica.

-YO: y si te los traigo, ¿lo arrias con nosotros? eres la que lo vio hacerlo en vivo, nadie los conoce mejor.- argumento valido y lógico pero buscaba otra cosa.

-MARTA: si nos falta alguna chica, si.- sonrío al ver una ventana abierta, una posibilidad.

-YO: mañana después de clase ven aquí.- la di un abrazo rápido y salí corriendo.

Me fui contento, un plan se erigía en mi mente, tenia que tener cuidado, no solo era, o iba a ser monja, si no que podría meter la pata hasta el fondo si no tenia los pies de plomo, aquella chica lo había pasado muy mal en África. Al día siguiente empece el casting, no lograba a ningún chico así que me centre en las mujeres, sin rodeos, fueron Marina, a la que convencí de que aquello subiría nota, y Rocío, para ayudarla en la mejoría de su personalidad usando de ejemplo a Marta. Una vez logrado, al 1º panoli seguidor incondicional de Rocío que pille,  le metí diciéndole que así le metería mano, y me costo un vídeo juego de los buenos meter a un buen amigo mío, me dio igual,  ya no los usaba. Estoy convencido de que si me hubiera puesto, hubiera logrado meter a alguna de las alumnas que me trajinaba en el lote, pero no quería, teníamos que ser impares para que Marta se  pusiera conmigo de pareja. Al aparecer Marta por el aula a ultima hora, se le ilumino la cara al ver mi logro, me recordó que faltaba una, pero la dije que ella supliera su puesto mientras buscaba a otra, ni loco lo iba ha hacer, es mas, pensaba tirar para atrás a aquella que se atreviera, pero no hizo falta, ninguna en su sano juicio,  sin manipulaciones,  acepto. Decidimos quedar un par de martes para ensayar, ya que a nadie le venia mal, siempre nos quedábamos un rato mas todos charlando y riéndonos, ella dirigía la obra, pero el teatro era mío, eran muñecos a mis ordenes sin saberlo,  ella se daba cuenta.

En esas charlas note como ella se acercaba mas a mi, y yo a ella, no en lo físico, aunque también note ciertos roces fuera de lugar, si no en la compenetración, la forma de pensar y actuar, incluso después de salir del ensayo,  íbamos a un café cercano y tomábamos algo mientras charlábamos de su vida y de la mía, la gente alucinaba al verla con al cofia y a un chico joven con ella, pensarían que seria un fanático de la religión un mojigato adoctrinado, ni mucho menso intuían que mi intención era ganarme el coño de esa monja. Descubrí en aquellas charlas posteriores a una mujer divertida, graciosa y con una fuerte intuición, cada intento de mi parte por llevar el tema a algo mas subido de tono,  era desviado rápidamente, aun así logre sonsacarla de su vida de adolescente, de cómo se había echado a perder por un mal chico, de que ciertas cosas malas que nos había contado, no le aprecian tan mal aun hoy en día, y que sin bien no le gustaba hablar de ello, disfruto aquella época de sexo, pero que desde lo del Congo ya no deseaba  nada mas de todo eso, su tono sonó reafirmado en su idea, como si necesitara creérselo ella,  mas que decírmelo a mi.

El 1º ensaño fue divertido, ella nos enseño con el ordenador fotos de las tribus y un vídeo sobre una danza de la lluvia y prosperidad de la tierra, nos comento su idea de la función y como llevarla acabo. Me cogió como su ayudante y en paralelo me hacia poner las poses iniciales, yo la seguía mientras el resto reía y ella mas al verme haciendo el tonto. En la 2º ya nos puso por parejas y ensayábamos movimientos tribales, por separado, luego algunos mas pegados, en los videos se veían realmente gente fuera de si, con mujeres subidas encima de hombres, no llegamos a imitarles pero si para que Rocío se riera del empalme de su compañero pelele, los bailes eran lentos pero sin parar de moverse, así que sudábamos bastante, nosotros nos quitábamos ropa, pero ella no, se queda con la camiseta casi totalmente abrochada,  sudaba igual y  se le pegaba a la piel, por 1º vez puede adivinar su torso, y su pecho, tenia una cintura diminuta, la presión de la falda alta ayudaba a verlo, y debía tener buenas tetas, por que la camisa se el metía todo el rato por debajo de ellas,  se la tenia que sacar de allí todo el tiempo, igual que despegaba de su piel por el vientre los costados o la espalda, se le marcaba el sujetador claramente. Al cavara la clase como de costumbre nos quedamos un rato charlando, para tomar aire, pero tirando de labia los saque a todos de allí para quedarnos solos a recoger.

-MARTA: ya te ha desecho de todos, vaya líder estas hecho jajajaja.

-YO: es que no quiero que esto se “alargue” mas de lo necesario – metía palabras así en las conversaciones todo el tiempo.- además estabamos sudando mucho y aquí ya huele un poco mal jajajaja.

-MARTA: ya te digo, estoy empapada, esta ropa no es muy transpirable, ¿verdad?

-YO: tú sabrás que eres la que la llevas, podrías venir más cómoda.

-MARTA: si me voy a pasar así el resto de mi vida tender que acostumbrarme,  que por cierto, no sudaría si tuviéremos a otra chica ¿como va la búsqueda de mi suplente?

-YO: nada, no se atreven, son todas unas señoritas muy recatadas y no pueden jugarse su “estatus” social por hacer esto, por más que lo intento – me lo inventaba a cada palabra.

-MARTA: ¿Qué hay de tu “estatus”?

-YO: tengo el “estatus” tan grande que podría hacer esto el resto de mi vida y seguiría siendo el más popular, es mas,  hasta puede que lo ponga de  moda. – la frase iba hilada muy fina.

-MARTA: pues me va a tocar hacer a mí el baile final contigo.

-YO: será que al final tendrás que bailar conmigo.

-MARTA: no, si eso esta claro ya, hablo de que al final de esta danza tribal, el jefe y al jefa hacen una ofrenda final, un baile que complazca a los dioses, pero no se si hacerlo.- no se por que, pero la vi venir de lejos, quizá ella también metía palabras ambiguas.

-YO: no queremos ofender a los dioses africanos, o lo hacemos bien o no se hace.- sonrío como logrando su objetivo.

-MARTA: pues podemos ensayarlo ahora, si no te importa, no quiero que los demás lo vean, prefiero ver como queda antes.

Me puso un vídeo que tenia bien guardado en el PC, efectivamente se veía ya el final de la danza general, y llegando un momento, se separaban para dejar paso a un hombre y una mujer engalanados, serian los lideres de la tribu, al principio bailaban como el resto, pero en un momento, se saludaban, y  la mujer entraba en un estado de trance, se le blanqueaban los ojos, y temblaba, convulsionaba mas bien, mientras era agarrada por el líder, giraba sobre si misma,  casi se caía hacia adelante y hacia atrás de los gestos que hacia, en el momento culmen el hombre se agachaba y cogiéndola de las piernas la levantaba como ofreciéndola al cielo, apoyando su hombro en su trasero,  aguantaba así lo que pudiera, el negro se tiro mas de  30 minutos con los brazos extendidos, entrando en trance también, hasta que los brazos le fallaban y dejaba caer a la mujer de espaldas a el,  por delante.

-YO: ¿y quieres que yo haga eso?, joder si casi se le paren los brazos al mamón.

-MARTA: oye, no uses es lenguaje, es un momento divino para ellos y tienes que tener respeto.

-YO: lo siento, pero no creo que sin muchos ensayos eso vaya a salir así de bien.

-MARTA: no intento que salga así, pero si una muestra, un ejemplo, podemos hacerlo en menos tiempo,  solo como final.

-YO: este bien, si es lo que quieres.

Vimos el vídeo un par de veces mas, rebobinando y adelantando, hasta que se nos quedo grabado, ella analizaba las posiciones, y yo en que posiciones podía aprovecharme. Nos pusimos en posición, clavamos la presentación, los saludos iniciales y mientras yo hacia el ritmo y las palmadas ella se iba tomando el papel, botaba y convulsionaba y se reía parando cada vez que me veía la cara riéndome, ella creía que por sus movimientos, pero yo reía por que sus tetas,  con la tela de la camisa pegada por el sudor,  le botaban que era gloria bendita.

-MARTA: no te rías y ven a sujetarme que ahora tengo que hacer los giros del cuerpo y no quiero caerme.

Me acerque con la polla algo morcillona, y la rodee con los brazos tal y como hacia el del vídeo, ella seguía girando y saltando, con mi para cerca de ella, podía divisar parte de su sujetador asomándose por  la camisa, se le había desabrochado un botón del movimiento, ¿o lo había hecho ella?, me daba igual, solo disfrutaba, ella ya tenia el tren inferior quieto y giraba el torso como en el vídeo, casi se caía,  para la tenia agarrada de los brazos, completado el ritual hasta el momento, solo quedaba elevarla a los cielos, se paro para coger aire.

-MARTA: bien, ya esta todo, solo falta que me ofrezcas a los dioses.- clave mi mirada a  una gota de sudor que caía por su cuello, perdiéndose debajo de la camisa,  entre sus pechos, disimule.

-YO: tu tranquila, no te vas a  caer, no se como pero te agarrare antes, como sea, pero tengo mis reticencias.

-MARTA: tranquilo, lo probamos un par de veces, si no sale,  pues nada.- asentí deseoso.

Se puso de espaldas a mi, y yo me agache tal como hacían en el vídeo, lleve mis manos a las zonas donde el líder sujetaba, una a la pierna y otra a la cintura,  metí el hombro en su  muslo y empuje para arriba,  del 1º intento su falda hizo que se resbalara mi hombro y cayo de pie a un metro de mi, yo sin soltarla, se acerco a mi de nuevo, volé a intentarlo, mismo resultado, pero ahora cayo resbalando sobre mi, contento por ello se lo dije.

-YO:   no es posible, no al menos así, la ropa resbala y no te apoyas bien.

-MARTA: jo, venga a ver si sale.- yo encantado, la estaba metiendo mano y con cada resbalón mi hombro se restregaba por todo su muslo y trasero, un par de veces mas y nada, pero a la 4º, esa vez la cogí fuere con la manos, y la levante solo con ellas- ¿ves? , ¡¡¡si sale!!!- pero en cuento la recosté sobre el hombro resbalo de nuevo cayendo hacia atrás pegada a mi, debió notar mi polla seme erecta en su trasero, pero todavía no estaba listo así que desvíe.

-YO: ¿ves?, la tela no deja, míralo en el vídeo –   me fui al PC, y mientras buscaba la parte del vídeo, de reojo veía como se ponía roja y se abanicaba la cara con la mano mientras despegaba a camisa de sus pechos, del calor, seguro…- mira, ves, ella esta solo con el traje tribal, tiene las piernas desnudas,  y así,  al ponerse en el hombro no resbala.

-MARTA: y que quieres que haga, ¿que me ponga desnuda?- la mire sin saber si lo decía en serio o si era una broma, no atine a distinguir, estaba pensativa- espérate,  ahora vengo.

No se a donde fue, pero regreso igual, se aseguro de que nadie quedaba ya por allí y cerro la puerta.

-MARTA: venga vamos a probar otra vez.- lo hice pero asegurándome del mismo resultado y de que mi polla ya erecta fuera notada, en la ultima,  ya al bajarla lentamente, su falda se pillo con mi polla y se le levanto, no se veía nada al ser tan grande la tela pero tirando de ella claramente, la desenganche rápidamente.

-YO: perdona, se ha enganchado con el cinturón- tonto de mí, ni llevaba cinturón, pero ella se aparto un par de pasos con los brazos en jarra sin darse cuenta.

-MARTA: este bien, si ha de ser, que sea, vamos otra vez pero esta vez al agacharte no empujes.

Así lo hice, cuando me agache ella levanto su falda,  sin dejarme mas que intuir entre sombras sus piernas,  apoyo la piel de su muslo en mi hombro, así empuje  así subió perfecta, ella reía y aplaudía de felicidad por el logro, mientras yo la mantenía fácilmente en esa posición,  girando sobre mi mismo y moviéndome por el aula. Temiéndome que se acabara la diversión, maniobre para que la tela volviera a resbalar, y tanto lo hice que se cayo sin control, logre de chiripa agarrarla al caer quedando en mis brazos, la pose era de cuento de hadas, cuando el príncipe recuesta a la princesa sobre el aire después de un baile y la besa, tirando de fuerza de brazos la di la vuelta y la puse en pie, pero sin separarla de mi.

-MARTA: uff que susto, ¡¡¡pero nos ha salido!!!

-YO: no, casi te matas, no pienso seguir así, hemos tenido suerte, si te llegas a dar con la cabeza no me lo perdonaría nunca, o te quitas la falda o no sigo.- mis palabras eran furiosas, tenían que serlo para que mi petición no pareciera sexual.

-MARTA: esta bien peor no se lo digas a nadie, ya he ido a prepararme por si pasaba.- se aparto de mi unos pasos y abriendo la cremallera de la falda la dejo caer al suelo.

Vaya pedazo de piernas, me quede atónito, formadas y torneadas, parecían las de Eli, pero ella no hacia gimnasia, supuse que de tanto andar por África, llevaba unos mini shorts de deporte, de tela, de los que se ponían las crías para hacer deporte en verano, los llevaba de sobra, que muslos, normalmente llevan una abertura lateral para dejar pasar el aire, pero ella los llenaba también, no eran de su talla, los habría encontrado por el almacén al salir antes, dios, le marcaban el pliegue de sus piernas con la pelvis, estaba por reventar la tela.

-MARTA: señor mío, que gusto sentir aire por mis piernas, yo no voy a aguantar esa falda el resto de mi vida, anda ven y vamos a probar así.

-YO: encantado.- sonreí de forma boba.

-MARTA: anda calla, y no se lo digas a nadie- la camisa en una situación normal le tapiara mas, pero estando empapada en sudor y pegada a su cuerpo dejaba adivinar la línea del vientre y los riñones, entre las telas de la camisa y el mini shorts, hasta me pareció ver tinta en su piel, ¿un tatuaje?

No me dio tiempo a ver mas, se puso de espaldas, y de refilón pude ver como la tela de su trasero estaba tensa, le quedaban de cine pero debían de cortarle la circulación, nos pusimos en posición, agarré con una mano su muslo,  piel con piel, luego una m ano a su cadera, sujetadora de la cintura y metiendo el hombro, y la levante sin ningún problema esta ves si, la tenia bien agarrada, no había peligro, o eso creía, la tela del hombro de mi camiseta se movió, así que la baje de inmediato temiéndome un golpe, pero dando gracias  a dios por aquel regalo.

-YO: espera que ahora soy yo- y me quite la camiseta, aparentando que se me atascaba en al cabeza, poniendo el estomago duro, deleitándola,  como os he dicho alguna vez, mi cuerpo era normal, no marcaba tableta aunque si buenos pectorales,  estaba tonificado para que con el brillo de la luz y mi sudor,  fuera atractivo, acere de pleno,  por que al quitármela de la cara, vi sus ojos de pasión y como se mordía el labio con su mirada clavada en mi – ahora si, ven aquí.

Acudió encantada cuando la extendí el brazo, tan energéticamente que al darse la vuelta choco contra mi su espalda, empapando de sudor toda su camisa, cogimos posiciones, y la alce, ya sin impedimento alguno,  era sencillo, y no me pareció tanto esfuerzo la media hora de aquel líder tribal, ella ya gritaba de emoción dando palmas y bromeando con que los dioses la cogieran, hasta daba pequeños saltos que hacían que su culo rebotara en mi hombro y cuello.

-MARTA: dios esta va a quedar genial al final, anda bájame.

-YO: espérate ahí, quiero probarme a ver cuanto duro,  jajajaja pero piensa, esto no lo puedo hacer con otra, tienes que ser tu, ya lo hemos ensayado y no podemos hacerlo con ropa.- me miro entendiendo que era cierto.

-MARTA: pues va  ser divertido, una monja con las piernas al aire encima de un joven alumno con el torso desnudo, como se sepa en mi seminario me echan.

-YO: podemos no hacerlo, pero es una lastima, mírate en el reflejo de la ventana, queda precioso.

Seguimos debatiendo mientras yo la paseaba, a los 7-8 minutos mis brazos empezaron a flaquear, y entendí que realmente era un esfuerzo muy grande.

-MARTA: anda bájame ya que te noto los brazos débiles, pero ya que estamos, hazlo como en el vídeo.- me encanto la idea de restregar su trasero embutido en aquellos shorts diminutos,  apunto de reventar por la presión de su carne,  por mi pecho hasta que mi polla chocara con el, teniendo que agarrarla del torso para seguir bajándola lentamente, aquellos de la tribu sabían como disfrutar y encima que pareciera una ofrenda a los dioses.

Colocándome la polla bien saliente con una mano la avise y la fui bajando según lo comentado, notaba como su trasero hacia de freno, al inicio en mi barbilla, luego por mi pecho,  bajando por el estomago, allí la tuve que meter la mano en su vientre para mantenerla en el aire, y la seguí bajando hasta que mi polla se hundió entre sus nalgas y mi brazo hico tope con sus tetas, dejándola de puntillas en el duelo, y quedándome así unos segundos.

-YO: ¿y dices que esta ofrenda es para la lluvia y la fertilidad de la tierra?- ella no se movía y tardo algo en responder.

-MARTA: bueno…(ummm la oía suspirar)…..en realidad eso era el baile inicial, lo de los lideres…..(ufff), era una petición de fertilidad a la mujer, ofreciéndolaaaaa…..a los dioses para que la bendigan….(dios)….y así en la noche quedar embarazada de su líder…(madre de Jesucristo)…cuando entran  en su cabaña el pueblo entera queda en silencio……. (ahhhh)……solo se oye a la líder gritar………¿puedes ……soltarme ya?

-YO: anda que son tontos, eso cuadra mucho mas, si, si,  anda descansa.- la solté el brazo lentamente dejando que su cuerpo bajara, sus pechos cayeran rozándomelo, y su culo se hundiera un poco mas en mi polla, no veía su cara pero me la imaginaba, se quedo así ella sola una par de segundos.- ¿recogemos ya? Tengo ganas locas de salir de aquí.- vale esta frase no fue tan sutil.

-MARTA: si, si, vistámonos y ya hablamos mañana- yo me moví pero no hacia atrás, sino de forma lateral, tirando de una de sus nalgas con mi bulto hasta que me separe del todo y la deje allí,  rebotando,   debajo del short.

-YO: estoy desando ensayar esto más a profundidad, hasta el martes que viene. – Y me fui de allí con un empalme de narices.

Llame a Rocío para desahogarme, lo necesitaba, pero no me cogió el teléfono, a si que decidí que el universo me hablaba, llame a mi Leona, su macho iba para allá con ganas de hacerla desfallecer, ella ni contesto,  rugió por el teléfono. Como no es su relato no lo describiré, aunque lo mereciera,  pero llame a casa para decir que esa noche no iba, y entube 7 horas follándome a mi Leona, al inicio con la imagen de Marta quitándose la ropa de monja, sus shorts y con la camisa empapada,  en la cabeza, pero después mi Leona  ocupo su lugar en , como no, la lleve a desmayarse  y yo caí rendido, pensando en si todo aquello serviría para que Marta fuera mía, no sin darle su ración de semen y mordidas a mi felina acompañante.

Al día siguiente me cruce con ella y me abrazo encantada, había pensado en ello y decidió que nos quedáramos después del ensayo a perfeccionar la ofrenda final, puesto que iba  hacerla, le daba igual lo que dijeran. No recuerdo una semana mas larga en mi vida, y mira que me tire a Rocío, a la aprendiz y el fin de semana a mi Leona, peor no había manera de  calmar el fuego que aquella monja me producía, no podía ser ni por físico ni por sexo, la Leona cubrió todos esos aspectos, era el morbo, el haber la llevado a ese punto en un mes, de quedarse empalaba por el culo por mi polla,  solo separada por unos mini shorts, y no moverse hasta que fui yo quien al saco de allí, era el morbo, y si ella estaba pensando en aquello la mitad que yo durante esos 6 días, seria imposible que no me zumbara es martes. El ensayo salió a la perfección, y ya solo nos dio unas fotos de las ropas a imitar para que el jueves lo hiciéramos en el descanso. Saque de mala manera a los demás al acabar, para quedarnos a solas, estaba de nuevo empapada en sudor, con la camiseta pegada, yo creo que aun mas ceñida, y abanicándose con unos papeles.

-YO: ya puedes quitarte la falda y respirar un poco que estas roja de congestión- fui directo al grano.

-MARTA: esta bien, pero asegura cerrar la puerta.- era una tontería cerrarla, si solo íbamos a ensayar lo que íbamos ha hacer lo vería todo el mundo, igual que su vestimenta,  en unos días.

-YO: pues si lo vamos ha hacer en publico, ¿que temes?.

-MARTA: es que vamos a probar mas danzas tribales, y esas no quiero que se vean todavía, no son muy……decorosas.- diciendo esto dejo caer la falda dejando de nuevo a la vista los shorts del día anterior, me acerque a ella quitándome al camiseta,  estaba tan empapada en sudor que se me pegaba a la piel, y la pedí ayuda, encantaba metió las manso en mi vientre y fue subiendo por mi torso,  separando la camisa de la piel, embadurnándose de mi sudor los dedos, cuando me la quite la tenia recostada sobre mi con sus manos en mi pecho, sin separarlas.

-YO: pues vamos a ver esas ofrendas tan secretas.- ella reacciono riendo mientras se mordía el labio, estaba punto de caramelo, y yo sabía que posturas me iba a enseñar, o al menos lo intuía.

Nos pusimos de rodillas delante del PC, y me mostró varias danzas de varias tribus distintas, a cada cual mas provocativa que la anterior, en algunas hasta me parecía que había penetración pero la grabación no era muy buena, lo notaba mas pro como se movían y las caras de trance,  ella me iba explicando que todas eran danzas para la fertilidad y los hijos, no hacia falta que lo jurara, practicamos en frío alguna muy suaves, pero fui de listo.

-YO: mira, a mi no m importa probarlas, pero esto no se puede hacer el jueves, nos echan.

-MARTA: a lo se tonto, solo quiero revivir un poco aquellas experiencias.

-YO: pero tú solo gravabas.

-MARTA: que va, le enseñe a unos niños a gravar mira.- me enseño un vídeo donde era ella quien hacia una de las danzas, de las mas sensuales.

-YO: mira a la misionera,  que alegre esta.

-MARTA: calla tonta, solo participaba  las danzas.

-YO: ¿y es cierto?

-MARTA: ¿el que?

-YO: ya sabes, que los negros….la tienen enrome.- estaba en zona de peligro pero no aguantaría otra semana sin tirármela o intentarlo.

-MARTA: que bestia eres, jajaja ya sabes que no me gusta tocar ese tema, pero……- hizo un gesto de distancia grande entre sus dedos índices mientras jugaba con su lengua en la boca.

-YO: vaya con los africanos, con razón son tan felices jajajjajjaa

-MARTA: anda deja de pensar así …..- se cayo algo- ….. y vamos a practicar las mas difíciles.- ponía un vídeo de una,  y lo hacíamos.

Sobra decir que en al mayoría había un frote continuo de nuestros cuerpos, la realidad era que en muchas ocasiones estabamos follando con la ropa puesta, en unas yo arremetía contra ella y en otras era ella la que se restregaba contra mi, siempre evitando el contacto directo con mi polla empalmada, pero no siempre lográndolo, de tanto votar le debió doler algo, o clavarse,   con habilidad se saco el sujetador, dejándose solo con la camisa, y puso una en que ella tenia que quedar de espaldas a mi, yo la sostenía en el aire y ella me rodeaba con la piernas hacia atrás, quedado colgando, como las figuras  de las puntas de los barcos.

-YO: así no me atrevo.

-MARTA: venga,  pero si es muy sencilla, ya me has cargado encima antes.

-YO: no es cuestión de fuerza, mira como la tiene agarrada, no puedo asegurar tu cuerpo, no con la camisa puesta – siendo cierto que podía existir cierto riesgo, me importaba una mierda la seguridad, quería verle las tetas de una vez, ya se le calcaban a través de la camisa empapada, unas buenas tetas con los pezones duros, y le hacia una figura en su espalda de pecado, terminaba en una cintura muy estrecha, en cada moviendo era una delicia ver como , ya sin intentar sepárasela de la piel, su camisa era una 2º piel.

-MARTA: pero no puedo, si me pongo el sujetador…- no la deje acabar.

-YO: mira bien el vídeo, ella no lleva sujetador, es mas,  el la agarra de un pecho para evitar que se le escape, no quiero que te caigas como el otro día.- era una burda mentira y se me notaba, pero dio igual.

-MARTA: este bien- se llevo las manos a los botones.

-YO: así no va a salir, tiene mucho sudor,  déjame que te ayude- me coloque detrás de ella, pegando mi polla a su trasero de forma firme, inclinado léventeme su cuerpo hacia adelante, pero sin rechistar,  se dejo hacer.

Pase mis brazos por debajo de los suyos y la hice levantarlos, dios, que visión de su escote desde arriba por detrás, estaba lleno de gotas de sudor, cogí la parte mas baja, me costo separa de la pile, y cogiendo con fuerza fui subido, metiendo mis dedos como separadores desde sus riñones a su ombligo y de nuevo atrás, de forma circular,  levantando la camisa, se despegaba como el papel de una Magdalena o un bollo aceitoso de la bolsa de papel, notaba su calor corporal y la humedad del sudor en mis dedos, con cada movimiento su cuerpo se balanceaba de adelante a atrás, hundiendo mas o menos mi polla en sus shorts, pero sin decir palabra, cuando llegue a su pecho ella termino de estirar los brazos, y note cada milímetro de tela separándose de la piel de su senos, para cuando ya estuvieran  fuera,  dar el tirón final, dejando su coleta rubia moviéndose en mi cara, oliendo su pelo.

-YO: ya esta, así si puedo agarrar bien, aunque estas muy sudada.- lleve mi mano a su vientre y me moje la mano con su sudor.

-MARTA: si,  ahora podemos hacerlo sin peligro- respiraba profundamente, si tuviera 10 millones los apostaría a que tenia el coño empapado de flujos, que estaba excitada como una perra en celo, se mordía el labio sin parar, se frotaba las piernas una contra otra y tenia uno pezones bien erectos, duros y grandes, cuando bajo los brazos cayeron un poco, pero sin duda tenia unas buenas tetas, pasaría de la talla 90 por poco.

La cogí de una mano, y di una vuelta a su alrededor para admirarla y jugar un poco.

-YO: así al menos vistes como  una mujer africana.- sonrío sin terminar de mirarme a los ojos.

-MARTA: venga empieza ya, antes de que alguien nos vea.- no podía ser,  estaba la puerta cerrada en un aula sin ventanas.

Me puse detrás de ella, la cogí por la cintura y la levante, para con la inercia de bajar soltarla un poco y que pasara sus piernas por detrás, no lo logro  a la 1º ni a la 2º, pero me estaba restregando toda mi polla por su culo, me daba igual,  a la 5º logro firmeza, y ya me rodeó con las piernas entrelazando los pies, mirando la pose del vídeo, agarra de su vientre con firmeza y de su hombro con la otra, y comencé a balancearla, al inicio la postura solo rozaba mi polla cuando la bajaba, pero ella echo los  brazos hacia atrás y me dijo que la cogiera por ellos, cuando lo hice quedo colgada totalmente, con los brazos hacia atrás, el pecho saliendo en dirección al suelo y la espalda arqueada, ahora ya mi polla estaba en contacto permanente con su culo o coño en todo momento, subía y bajaba frotándolo claramente, pero ella solo gemía, al inicio de la posición,  pero ya vi que por donde mi polla pasaba, al apretar al tela contra su vagina, el short se oscurecía debido a la humedad.

-YO: parece que dominamos la posición.

-MARTA: si………que bien…….- respiraba jadeando.

-YO: si quieres paramos a descansar.

-MARTA: !!NO¡¡ …….dios……..que…..bien………uffff……no pares..….es como…… cuando que tiraste……… a la sueca.- pare de golpe. ¡¡lo sabia, la sombra que vio Karin era ella!!, La separe las piernas y la deje caer de rodillas.

-YO: ¿que has dicho?

-MARTA: nada, que se me han cruzado las palabras- se tapaba la cara.

-YO: de eso nada, fuiste tu ¿verdad? La que vio en las sombras, ¿que pasa? ¿te gusto mirar mientras me la follaba?- la daba con un dedo en al cabeza.

-MARTA: basta, no es eso, solo oí de ti en el baño, de cómo hablaban de ti y de tu polla, de cómo las hacías vibrar, yo solo……quería verlo….llevo mucho sin desahogarme, lo pase mal, no se….por favor no se los digas a nadie, pueden echare.

-YO: y que pasa con o que ocurre aquí ahora, tampoco se puede saber que estas aquí casi desnuca frotándote como una osa en celo contra un alumno al que sacas 11 años.

-MARTA: no lo se, yo solo…..quería comprobar, quería ver, lo siento de verdad- rompió a llorar

-YO: pues por tu indiscreción ella ya casi no quiere que la toque, me has jodido a una diosa nórdica que me estaba tirando, y ahora me traes aquí, me dejas que te sobe y te monte como un yegua dejándomela tiesa como una estaca y te crees que pendiendo perdón me vas  a calmar, joder si el otro día casi parto a una en dos del calentón que me diste. – sus ojos eran rojos caían lagrimas de ella, y vi que aquello no llevaba  a nada, cambie de táctica.

Me senté a su lado en el suelo, y la acariciaba la espalda mientras terminaba de llorar, se fue clamando, retomando el control de su serenidad.

-MARTA: oye lo siento de verdad, se que no estuvo bien, y si me dejas te compensare, te haré el amor siempre que quieras, todas las veces que te parezcan, por las veces que no puedas con la sueca.- me miro rogando que aceptara, la muy puritana quería pedirme perdón y para ello ofreció que me la tirara, justo lo que ella quería, no se lo pondría tal fácil.

-YO: no es cuestión de que ahora nos  follémos, eres monja.

-MARTA: aun no, no cojo los hábitos hasta el año que viene, el seminario es largo.- se erigió por la espalda acercándose a mi.

-YO: ya,  pero lo serás, te debes a dios.

-MARTA: no le debo nada a dios,  se lo debo a las monjas, fue su cariño lo que me saco de la cárcel y me llevo a una vida mejor, no el dios que permitió aquella matanza ni el que dejo que me violaran 100 hombres durante 4 meses, me lo debe el a mi. – dio otro paso de rodillas para besarme la mejilla.

-YO: pero ellas tiene un código, y no aceptarían esto.

-MARTA: tampoco querían que os contara mi historia entera, y solo tu me regalaste el placer de oírla entera.- volvió a besarme pero ahora en los labios, yo no me movía, me hacia el duro y resentido cuando estaba deseando calzármela.

-YO: ¿y como nos viste a Krin y a mi?- me hacia de rogar.

-MARTA: os vi en la escalera, vi como se te tiro encima, vi como os quedasteis así un rato, desde entonces en los descansos os seguí, hasta que vi donde os metíais, y ese día fui directa al aula, para entrar antes que vosotros.- todo esto lo decía besándome en los labios cada pocas palabras.

-YO: ¿y que viste?

-MARTA: vi como la besabas, como os desnudabais, como la tratabas, como la acariciabas, como la excitabas, dios, vi como la partías con tu polla, como la abrías el coño y como gritaba de placer – ya no solo me besaba, si no que contoneaba su cuerpo, y se llevaba la mano a sus shorts, frotando por encima.

-YO: ¿y que te pareció?- estaba por arrancarle la poca ropa que la quedaba.

-MARTA: me excitó, note como me mojaba, como hacia mucho que no pasaba, me recordó a mi época en el instituto, cuando aquel mal chico me hacia vibrar, me masturbe tan fuerte que ella me vio, me escondí detrás de un mueble para que no me vieras, me quede allí hasta que acabasteis y os marchasteis, tuve que masturbarme hasta correrme, el sonido de tu polla abriéndola lo tengo grabado en la cabeza.

-YO: ¿y que te gustaría que hiciera ahora?- empece a mover mi boca con ella, acariciándola la espalda.

-MARTA: quiero que me trates igual, con amor, con cariño, quiero que me hagas el amor de forma calmada y con pasión.- ya metía su lengua en mi boca.

-YO: solo si esta segura, no quiero hacerte daño.

-MARTA: ya nada puede hacerme daño.- se me hecho encima tumbándome boca arriba, con ella encima, eso me mato, sentir su cuerpo sudoroso encima del mío,  con mi polla aplastada por sus shorts.

Sin dejar de besarnos, ya los 2 con lengua, ella acariciaba mi pecho y yo su espalda, desde luego seria monja o misionera, pero sabia moverse, encogía su cuerpo para luego estirarlo, de forma lenta, así lograba frotar ni bulto y restregar su tetas contra mi, con su coleta cayendo sobre nuestras caras, aquella posición me sacaba de mis casillas. Me la saque de encima,  la senté en el suelo y la di la vuelta metiendo su culo entre mis piernas hasta hundir mi polla en su trasero, mi pecho contra su espalda,  como una muñeca de trapo, besando su espalda y su cuello, lleve mis manos a su vientre y fui subiendo mis caricias hasta llegar a sus pechos, estaba realmente excitada, arqueaba su espalda para volver a ponerla recta, repasando mi polla con sus nalgas, sus pezones estaban duro y los masajeaba, con cuidado, pero sin dejar de acariciarlos, ella se agarraba las rodillas, así que solo tuve que torcer el cuerpo hacia atrás para tener vía libre, baje mi mano por todo su vientre hasta llegar al shorts, me costo un mundo levantar la tela, estaba realmente tirante, pero una vez dentro,  baje mi mano a su coño, no lleva  bragas ni nada, note bello, pero muy corto y bien cuidado, no esperaba eso, aun así mis dedos se mojaron rápidamente cuando comencé a masturbarla lentamente, pro encima, jugando con las yemas de los dedos, abriendo y cerrando sus labios mayores, con ella gimiendo claramente, metí mi dedo corazón en su interior, no me costo nada, pero ella echo su culo hacia atrás, apretando mas contra mi, lo sacaba , jugueteaba y lo volví a meter, y de nuevo se echaba hacia mi, lo hice tanta veces que ya había ritmo de penetración, mientras mi dedo la penetraba por delante, ella me masturbaba con su culo por encima de la ropa, aguantando un poco logre que se corriera de forma brutal, mancho los shorts y mi mano, gritando de placer, seguí haciéndolo a menos ritmo, besando su cuello.

-MARTA: eres una maravilla, déjame que te compense.- se tiro para atrás hasta tumbarme  para luego incorporarse y andando a gatas hacia atrás, para ponerse haciendo un 69 pero estriados, sin pensarlo mucho besaba y apretaba con la boca mi polla,  por encima de la ropa, mientras yo besaba sus muslos y apretaba por su culo contra mi.

Si a ella le costo sacarme el pantalón y los calzoncillos por la erección que tenia no os cuento el sufrimiento de sacarle los shorts en esa posición, al tirar ella se deslizaba por mi cuerpo pero la ropa no se movía, al final, medio metiendo mi cara entre sus piernas y que ella se agarraba a mi polla con las manos, ya liberada en su cara, usándolo de barra firme, logre que la tela cediera hasta los muslos, de allí ya fue fácil seguir tirando hasta quedar totalmente desnudos, ella encima de mi pero invertidos, para cuando fui a abrirla las piernas y acercar su cadera a mi cabeza, ella ya masturbaba y chupaba mi miembro con gran habilidad, le abrí las nalgas separando su coño y hundí mi lengua en ella,  besando como su fuera una boca,  tirando con mis labios de sus pliegues mayores, estaba empapada, casi goteaba sobre mi cara, y cuando jugueteaba con la lengua en su interior arqueaba la espalda sin dejar de pajearme gritando alabanzas al señor, para después seguir engullendo media polla, era jodidamente hábil, y su forma de mover la lengua no era normal, casi logra que me corra antes que ella, pero notando ya que se acercaban mi semen, metí mis dedos en posición, rozando su punto G, en 2 minutos se volvió a correr, casi coincidiendo con mi corrida en su boca, para mi sorpresa se lo trago y siguió chupando una vez flácida, hasta volver a ponerla dura, ¿quería mas fiesta? se la iba a dar.

-YO: levántate, te la voy a meter hasta donde te entre.- le di una cachetada en el culo.

-MARTA: no tengo condones, ¡dime que tu si!

-YO: me hice la vasectomía a inicio de año, no habrá problemas de mi parte, pero tú……hasta pasado mucho en África.- se puso en pie para sentarse en una mesa mirando hacia mi, y abriéndose de piernas, con cara de lujuria, y se separo los labios mayores.

-MARTA: me hice unos análisis al volver, estoy limpia, así que fóllame de una puta vez.

-YO: a sus órdenes.

Me levante y me puse entre sus piernas, dirigiendo mi glande a su entrada,  mientras ella me agarraba por el cuello con una mano y con la otra se apoyaba para mantenerse erguida, jugué frotando la punta de mi polla en su exterior, hasta que vi suplica en sus ojos, entonces la empale de un fuerte golpe de cadera, entro casi  ¾ del tirón, y no note demasiada dificultad así que aceleré rápido apoyándome sobre la mesa, ella me abrazaba ya sin sujetarse a la mesa, yo era su apoyo y a la vez la fuerza que la hacia moverse, me rodeo con las piernas como una profesional y movía su cadera facilitando mas la penetración, llevando así 10 minutos ya la penetraba totalmente, golpeando pelvis con pelvis, mis huevos rebotaban en su culo mientras mi polla la abría sin parar, cuando me harte de su aguante 10 minutos después, la cogí del culo y la levantaba de la mesa con cada embestida dando golpes con sus nalgas al caer en la mesa,  peor sin dejarla reposar en ella, nuestras frentes estaban pegadas, no nos besábamos, solo nos mirábamos a los ojos, así no aguanto mas y llegó su corrida, la 3º, pero yo no estaba listo aun, así que pase una de sus piernas por en medio, y la deje de espaldas a mi, sin sacarla de ella, y agradeciendo de nuevo por que al arquitecto se le ocurriera atornillar todas las mesas al suelo,  la agarre de las tetas y acelere al máximo mis movimientos hasta correrme, por el camino ella lo hizo otro par de veces, gritando que era como lo había soñado y como me vio con la sueca, que no parara. Debo reconocer que  sin llegar a ser mi leona, me costo mas de hora y media que rogara que parara, y otros 10 minutos al correrme, no había sido buena idea haberme hecho eyacular antes con la mamada, eso alargaba mi 2º corrida bastante.

Para cuando acabe y saque mi polla flácida de ella, se quedo colgada de  la mesa, con las piernas flaqueando y el culo totalmente rojo de los golpes que mi pelvis habían  dado allí. Me senté en el suelo algo agotado admirando mi obra.

-YO: vaya con la monja, me has dejado seco.

-MARTA: dios de mi vida, – se santiguó- pero que bien follas, me has dejado rota, eres un regalo del cielo – me hacia gracia aquella mezcla de alabanzas divinas y palabras sucias – ¡¡¡como no vas tener al instituto entero detrás de ti!!!

-YO: el mundo no sabe lo que se pierde contigo en un convento, tienes mas capacidad y aguante que casi todas con las que he estado.- ella torció el gesto, y dejándose caer al suelo de rodillas, echo a llorar.- perdona, no quería ser insensible…….

-MARTA: no es culpa tuya, es que tienes razón, y lloro por ese motivo, hasta que atacaron el poblado era un mujer sexualmente normal, llegué a hacer el amor con algún chico de África o algún jefe tribal para que me dejara quedarme, y   aunque disfrutara con ello, pero después, después de que me violaran………..no os he contado toda la verdad, al principio si, sufría y me resistía pero era por comida, luego ya me violaban sin nada a cambio y llego un punto en que…….mi mente cambio……pensaba en que no estaba mal, en que podía aprovecharme, en que si era participe me darían cosas………que yo era parte de ellos y ellos de mi.

-YO: ¿Síndrome de Estocolmo?

-MARTA: algo así me diagnosticaron en el hospital,  se dieron cuenta, me resiste a que me sacaran de aquella celda, y las primeras semanas pedía que me devolvieran allí, me tuvieron que sedar y atar cuando trate de escapar, después recibí ayuda, entre psicólogos, sacerdotes   y monjas me hicieron ver que estaba equivocada, que aquello no estaba bien, y me disidí apartar de esa vida cogiendo los hábitos,  pero……al oír de ti, al verte con la sueca, al ver como aguantaste mi historia y como me acariciabas en los bailes, se me ha ido la cabeza, he vuelto a aquella celda.- me di cuenta de que aquella mujer estaba mas jodida de la cabeza de lo que había supuesto.

-YO: te pido disculpas, no pense que fuera tan grave, si quieres me visto y me……

-MARTA: no, fóllame otra vez, eres lo único que me ha hecho sentir algo desde aquella vez- se me tiro encima masturbándome – la tienes mas grande que ellos, me lo abrieron tanto que apenas siento nada, pero a ti si, noto como me llenas.- me la quite de encima, estaba medio poseída, me dio mal rollo.

-YO: mira, vamos a dejarlo aquí, mañana con más clama charlamos.- me vestí y salí pitando de allí.

La tarde y noche pase  lenta, mi cabeza le daba vueltas, ¿que había hecho?, ¿me estaba aprovechando?, ¿no era justo?, decidí cortar de raíz, al día siguiente en cuanto la viera la pediría disculpas y no volveríamos a vernos en esa situación. El problema fue que el descanso la buscarla, me encontró a ella a mi y me metió en un cuarto a solas, se levanto la falda y me llevo su mano a su coño, sin bragas y  encharcado.

-MARTA: hoy después de clase ven a verme al aula.- se bajo la falda y se fue de allí.- sopese si ir o no, pero tenia algo de miedo a que se fuera de la lengua.

Al acabar las clases me asegure de que nadie me siguiera y entre en el aula, allí estaba Marta con el conjunto de monja puesto de arriba a bajo, cofia y rosario en las manos incluidas, de rodillas,  rezando.

-YO: hola ya estoy aquí- salude revisando que no huera nadie mas.

-MARTA: pasa  déjame acabar.- así lo hice, acabó y se sentó a mi  lado en una silla – mira siento si te asuste ayer, como te dije, has sido el 1º que m ha hecho sentir algo, me volví un poco loca.

-YO: un poco, si pero no pasa nada, podemos considerarlo tu despedida de soltera, jajaja ahora te casaras con dios.- aliviado por que parecía mas clamada y serena.

-MARTA: pues la verdad es que me lo estoy replanteando, no solo por ti, si no que puedo seguir ayudando a la gente sin ser monja, pero se que es el camino que quiera seguir hasta conocerte.

-YO: por mi no tomes decisiones, esto has sido un erro………….- me corto para sentase encima mía.

-MARTA: yo no voy a tomar la decisión, no se que hacer,  así que decidirá  dios y tu me vas a ayudar.- me temí lo peor – veras, quiero que me folles aquí y ahora- se levanto la falda y su culo desnudo se apretó contra mi polla- yo rezare a dios mientras me la hundes, y si el me quiere a su lado, no me correré, y si lo hago,  sabré que el quiere que siga con mi vida sin coger los hábitos.

Joder, estaba loca de verdad, pero no un poco,  si no ida de la cabeza, aquello no era un pensamiento racional, pense en sacármela de encima como loco que era, pero os voy a ser sinceros, todos mis reparos morales eran pocos, una pedazo de mujer restregaba su culo desnudo en mi paquete,  vestida de monja,  pidiendo que me la ensartara para entablar un disputa con dios por su futuro mientras ella rezaba, mi mente era adolescente, y le pareció perfecto.

La levante,  me desnude,  masturbándome para coger tono,  mientras ella me miraba juntando las palmas de sus manos rezando, se dio la vuelta y se sentó sobre mi levantando la falda de nuevo, palpando dirigí mi polla, y se la metí, ella muy digna, se dejo meter hasta el fondo mi polla aun morcillona, y sin cambiar el rictus ni separar las palmas de sus manos empezó a subir y bajar follándome ella sola, murmurando cánticos a dios, yo ni me movía, era ella quien hacia todo, pero ver a esa mujer de punta en blanco de monja rezando y ensartándose mi polla me la puso dura, su cara era de congestión, disfrutándolo pero hacia esfuerzos en hacer ver que no, de vez en cuando cambiaba le ritmo y la velocidad gimiendo mientras pedía a dios que la concediera su sabiduría, una hora estuvimos así, cualquier intento de mi parte por cambiar de postura o acariciarla fue en balde, aquello era entre dios y ella, yo solo era una barra de carne, me sorprendí a mi mismo pensando en Rocío o mi Leona, hasta pense en el clásico de fútbol que vendría en unos días, mientras aquella hembra se metía mi falo sin parar, la física no dejo que pasara pero si hubiera parado de moverse seguro que se me hubiera bajado la erección. Media hora mas tarde pasó lo inevitable y con ella botando salvajemente,  se corrió gritando como una posesa, quedo rendida hacia delante aun sin salir de mí.

-MARTA: esta bien señor, si es lo que quieres, así será, ayudare a la gente pero no cogeré los hábitos.- se puso en pie,  se desnudo completamente y es volvió a empalar,  esta vez de cara a mi, besándome, llego la fiesta.

Probamos todas las posturas africanas de danza pero sin ropa y penetrándola, con ella en brazos colgando de mi, estando de pie, ella se alejaba de mi balanceándose y se empalaba, como el péndulo que me enseño Eli, pero sin separar las piernas, cogida carrerilla, se corrió mas de 5 veces en la  siguiente hora, y yo 2, la 2º fue al darla por el culo, si, los soldados también le habían destrozado el ano, y mi polla gozo con su trabajo, después de cada corrida ella me la chupaba de nuevo hasta volver a ponerla dura y volvíamos a follar, a las 3 horas terminamos muertos, ella rememorando aquella celda y yo las sesiones con mi Leona.

-MARTA: venga una ultima vez, ofréceme a los dioses y cuando me bajes métemela por el culo, no me dejes tocar el suelo hasta que te corras.- así lo hice, bajando su culo sudoroso por todo mi pecho y mi vientre y dejándola allí suspendida mientras se la metía por el culo, agarrándola de los brazos,  la inclina hacia adelante apoyándola contra mi y me la tire así mas de 30 minutos hasta correrme, tuve agujetas en los brazos 2 semanas por aquello.

Al día siguiente hicimos la presentación, los chicos con las ropa africanas encima de las suya, pero ella y yo solo con las ropas africanas solo,  o casi, ella se dejo la ropa interior, y yo me tuve que dejar los slips, mientras me vestía,  por que en cuanto me movía,  se me salía la polla, ella al verla colgando  me la chupo sin parar hasta correrme, a 10 minutos de la actuación. La actuación quedo de cine y el ofrecimiento final arranco los aplausos de todos, al bajarla noto mi empalme de nuevo y al ir a cambiarnos me la tuve que volver a tirar, casi delante de los compañeros, y casi contra mi voluntad, al principio.

Después de aquello la vi un par de veces mas por el edificio, no volvimos  a follar,  y antes de acabar el curso nos informaron de que había dejado el seminario y se volvió a África, dijo que a buscar a dios, yo pensaba que a buscar una buena polla que le llenara.

CONTINUARA………

Relato erótico: «En mi finca de caza (Final)» (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7

Ya de nuevo en la comisaría, me fui a ver a Peláez y sin mayor prolegómeno, le solté que venía de ver a la víctima de Garcés y que la había convencido que cuando hiciera su declaración oficial, remarcara la responsabilidad de ese cabrón liberando de toda culpa a mi cliente pero que había un problema:
―¿Qué problema?― preguntó.
―Quiere un millón para ella y como comprenderás yo también quiero mi tajada.
Me esperaba una negativa pero en vez de ello, levantándose de su asiento, contestó:
―Mi benefactor ya había reservado esa cantidad para ella, por lo que no hay problema. Mi acuerdo contigo sigue vigente, ¿verdad?
―Por supuesto― respondí y sacándole además el compromiso que íbamos a desplumar a mi cliente para dárselo a su esposa, sellé con un abrazo nuestro acuerdo.
Ya me iba cuando desde su mesa me preguntó cómo sabía quién era la violada y dónde encontrarla.
―Mejor no indagues― respondí muerto de risa al saber que ese avaricioso policía no iba a poner en riesgo su dinero y acto seguido me fui a ver a mi cliente.
La reunión con él fue mero trámite porque tras detallarle las pruebas que tenían en su contra, le expliqué que estaba jodido y que de no colaborar con la justicia podía caerle la perpetua, mal llamada prisión permanente revisable, porque no solo le acusarían de ser coparticipe de esa violación sino de las otras cinco muertes de las que acusaban a su amigo.
―¿Qué puedo hacer?
―Sinceramente, aceptar lo que te ofrecen y declarar en contra de Pedro.
Pálido y temblando, me explicó que la gente para la que Pedro trabajaba lo mataría y que necesitaba tiempo para vender la casa que era lo único que le quedaba.
―Ni siquiera tienes eso. El fiscal no se cree tu versión y para darte una nueva identidad, al enterarse que estás en trámite de divorcio, ha exigido que le dones todo tu patrimonio a Patricia y que cuando te vayas al extranjero solo te lleves cincuenta mil euros para rehacer tu vida.
―¡No tengo ese dinero!― protestó.
Ejerciendo de buen amigo, le dije que no se preocupara y que yo se los daba. Más tranquilo al ver que tenía un futuro, me dio las gracias sin saber que yo era el que había acelerado su caída.
«Vete a la mierda» pensé para mí y llamando a Peláez, Miguel firmó todos los papeles que le puso en frente sin rechistar.

El desgarro anal que había sufrido mi “nueva novia” la mantuvo en el hospital hasta el día siguiente pero eso no fue óbice para que esa impresionante rumana aprovechara ese tiempo para dar un portazo a su vida anterior. Usando sus múltiples contactos vació su cuenta, regaló sus muebles, dejó su apartamento, vendió su coche, recogió su ropa y ¡todo en unas horas! De forma que cuando a la diez de la mañana le dieron el alta, Cleopatra “la puta cara” desapareció de la faz de la tierra y renació Nadia. Ni siquiera me dejó irla a buscar a la salida y quedé con ella en una cafetería de la Castellana a las doce.
―No quiero que nadie te vea esperándome― dijo sensatamente cuando la llamé.
Sabiendo que era lo más correcto y sobre todo lo más seguro, acepté.
Os reconozco que estaba nervioso porque no sabía cómo se tomaría María y Patricia a Nadia cuando apareciera conmigo en la finca sin avisar. Ella había insistido en que no les contara nada porque era mejor que la conocieran antes de saber que se quedaría indefinidamente con nosotros.
No queriendo empezar mal, llegué quince minutos antes a la cita. Ya había elegido la mesa donde esperarla cuando desde el final del local, escuché mi nombre. Al girarme, me costó reconocer en la discreta pelirroja que me llamaba a mi espectacular novia.
―¿Y ese cambio de look?― pregunté.
―Es mi color natural, ¡jamás volveré a teñirme el pelo!
Tomando asiento a su lado, me quedé observándola fijamente durante un buen rato. De morena, era una “pantera” pero con esa tonalidad, la belleza de sus facciones se dulcificaba y nadie que la viera así, podría suponer su pasado tumultuoso.
―Estás preciosa― sentencié dándole el visto bueno.
Nadia sonrió al oírme alabar su su nueva apariencia y entornando los ojos, contestó:
―Llevó tanto tiempo siendo otra que voy a necesitar tu ayuda para volver a ser quien fui.
―Perdona pero me he perdido.
Con un rictus de tristeza en su rostro, se explicó:
―El personaje que creé era una mujer independiente, dura y que parecía comerse el mundo. Hombres y mujeres suspiraban porque les hiciera caso pero ahora que es un capítulo cerrado te tengo que confesar que no me gustaba. Soy y siempre he sido una mujer vulnerable, familiar, necesitada de cariño y de compañía…¡llevo demasiado tiempo sola!
La tristeza y el significado de esa confesión me sorprendieron porque jamás hubiese supuesto que esa mujer fuera infeliz. Siendo Cleopatra lo había tenido todo, dinero, belleza, éxito pero me acaba de reconocer que se sentía vacía y que quería cambiar. Compadeciéndome de ella, tomé su mano entre las mías y con una ternura que hasta mí me asombró le pregunté que esperaba encontrar en mi casa.
Con lágrimas en los ojos, contestó
―Un beso por las mañanas, dormir abrazada a alguien que me cuida y no tener que permanecer despierta para comprobar que me ha pagado, dedicar mi día a cocinar para los que quiero. Reír cuando me apetezca y un hombro donde llorar si estoy triste.
Impresionado por la sencillez pero a la vez rotundidad de sus deseos, me vi impelido a depositar un beso casto en sus mejillas mientras le decía:
―Te prometo que lo tendrás.

Durante el viaje a mi finca Nadia me fue revelando su verdadero yo. Olvidando en la cuneta al personaje que llevaba ejerciendo durante años, me contó sus años de infancia en Rumanía y como la pobreza la había obligado a dejar la tierra en la que nació.
―Debió de costarte dar ese paso― comenté pensando que todavía echaba de menos su patria natal.
―Así fue pero la muerte de mi madre y el odio que le tenía a mi padrastro aceleraron mi huida. Nunca me he arrepentido. Vivía en un infierno.
Tuve la sensación que el marido de su madre había abusado de ella pero sabiendo que era una herida que debía haber cicatrizado hacía años, me abstuve de preguntar porque de haberlo sufrido ella me lo contaría llegado el momento.
Ya estábamos cerca del Averno cuando le recordé nuestro peculiar modo de vida y quise saber era como veía su incorporación y que esperaba que produjera:
―Será fácil― contestó― siempre he querido pasar desapercibida y que un hombre me cuide por lo que soy y no por mi belleza.
Intrigado por esa respuesta, no pude retener mi curiosidad y la interrogué a qué se refería. Nadia entornando los ojos y totalmente colorada, me replicó:
―Creo que lo sabes…―y sin importarle lo que pudiese pensar de ella, continuó diciendo: ―Las veces que hemos estado juntos, solo me sentí llena cuando te mostrabas tal y cómo eres.
Rememorando nuestras noches de pasión, caí en la cuenta su fijación porque la tratara con una sutil mezcla de ternura y de dureza más propia de una sumisa que de una puta. Por ello, cayendo del guindo, le solté.
―Te encantaba que te dirigiera y que no me comportara como tu cliente sino como tu dueño.
―Así es, siento haberte mentido pero me he arrepentido cada noche de no haber aceptado tu oferta y por eso cuando las circunstancias me han hecho desaparecer, decidí que había llegado la hora de entregarme a ti.
―¿Me estás pidiendo pasar a ser de mi propiedad?
Casi llorando pero curiosamente con una sonrisa, contestó:
―Desde que me enteré de que tenía que esconderme, supe que la suerte me había lanzado en tus brazos y que por fin hallaría la felicidad en cuanto te oyera darme tu primera orden como mi amo.
Nunca me lo hubiera imaginado y mirándola de reojo me percaté que curiosamente estaba esperando esa orden pero la expectación que sentía esa mujer ante su nuevo estatus, me hizo recapacitar y en vez de complacerla, puse mi mano sobre su rodilla y en murmuré:
―Hoy no necesitas un dueño sino un amigo― tras lo cual le pedí que me diera un beso.
Durante un segundo se quedó perpleja pero recapacitando al darse cuenta de mis motivos, presa de alegría, se acercó sus labios a mi cara y rozó con ellos mi mejilla mientras me decía:
―Siempre me has gustado pero ahora sé que terminaré amándote con locura.
La certeza que ese sentimiento sería recíproco me relajó y viendo que la entrada a la finca estaba a quinientos metros, paré el coche para preguntarle qué quería que contara de ella a María y a Patrícia.
―La verdad. Quiero que sepan quien soy y que no vengo a causar problemas.
Me pareció una postura sensata. Por ello le prometí que así lo haría y encendiendo el vehículo, entré a la finca que sería el hogar de la rumana hasta que se aclarara su futuro.
―¿Te dije que los de mi familia eran agricultores y que sembraban trigo?― comentó mientras contemplaba las tierras recién segadas.
Supe que en su interior Nadia veía en esos campos un retorno al hogar al haberse criado en un ambiente campesino y por ello, me atreví a sugerir que podía ayudarme a controlar el cortijo:
―Me encantaría. Llevo años planeando mi “jubilación” y siempre soñé que cuando ya no ejerciera, me retiraría a cuidar una finca― contestó con una alegría desbordante.
Di por finalizada esa conversación al ver que María y Patricia salían a recibirme. En un principio, ni mi antigua criada ni la ex de Miguel se percataron que llevaba compañía y por eso cuando vieron bajarse a Nadia, no pudieron evitar que notáramos su extrañeza.
―Os presento a Nadia, una buena amiga que viene a quedarse con nosotros.
Curiosamente fue Patricia la que en plan celosa, saltó y preguntó que cuánto tiempo.
Decidido a cortar por lo sano cualquier atisbo de rebelión, respondí:
―Indefinidamente y para tu información deberías estar besando el suelo que pisa porque gracias a ella tu marido te ha donado la casa y ha salido huyendo de España.
―¡Es la puta que contrataste!― exclamó.
Estaba a punto de darle una dura reprimenda por su falta de tacto cuando la rumana se me adelantó y con una determinación no exenta de dulzura, le replicó:
―Era esa puta. Ahora solo soy una mujer que busca un sitio seguro lejos del asesino que te violó.
El tono suave pero decidido y el estremecedor significado de sus palabras dejó sin argumentos a la rubia, la cual después de unos segundos de confusión, totalmente abochornada, contestó:
―Disculpa lo bruta que soy… Manuel tenía razón: en vez de preguntar qué hacías aquí, debía estar besando el suelo que pisas.
Mi valoración sobre Nadia subió muchos enteros al oírla contestar con una sonrisa:
―No quiero que beses el suelo pero aceptaría gozosa que me besaras a mí.
Azuzada quizás por la vergüenza, Patricia tomó la iniciativa y respondió:
―Si vamos a ser tres mujeres en esta casa, es mejor que nos llevemos bien― y cogiendo a la pelirroja de la barbilla, depositó un tierno beso en sus labios mientras la decía: ―bienvenida a casa, ¡hermana!
Ese apelativo causó un terremoto en la mente de la rumana porque no en vano una familia era lo que estaba buscando y sin poder retener la emoción, se echó a llorar.
María que hasta entonces se había mantenido al margen, la saludó de un modo que marcaría para siempre la relación de las tres porque, a pesar de su juventud, había captado el carácter sumiso de esa belleza de pelo rojo y sin moverse del lugar donde había contemplado la escena, la soltó:
―Yo no te debo nada. Si quieres que te acepte, ven y da tú el paso.
Aunque Patricia me había hablado del cambio que había dado en mi ausencia, juro que me alucinó contemplar en vivo el lado dominante de la que era mi prometida. Bajando la mirada, Nadia contestó:
―Ama, ya me he comprometido con Manuel en ser su esclava pero, si él me da su permiso, juro desde este momento guardarle respeto y obediencia.
Sin cortarse un pelo, María forzó los labios de la pelirroja con su lengua. Al notar que su pasión era correspondida y que el cuerpo de la rumana se estremecía con sus caricias, riendo me miró:
― Tienes que perdonarme que sin pedirte permiso actué así pero alguien tendrá que hacerse cargo de tu harén cuando no estés en el Averno.
Descojonado, contesté:
― Me parece bien, aunque te tengo que reconocer que estoy celoso… ¿nadie va a darme un beso?

CAPÍTULO 8

Viendo la ausencia de problemas a la hora de aceptar a la recién llegada y mientras Patricia le enseñaba la que iba a ser su casa, cogí a María y mientras me servía un copazo, le pregunté por su transformación. La morena creyó que estaba enfadado y se intentó disculpar diciendo que no iba a volver a pasar pero entonces cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras susurraba en su oído:
―Te mereces que te dé unos azotes.
Al oír mi tono, muerta de risa, puso su trasero a mi disposición:
―Mi culito estaba echando de menos a su dueño.
Su hipócrita súplica no quedó sin castigo y abriendo la mano, inesperadamente le solté una dura nalgada. El sonoro cachete resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo su uniforme no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
«Sigue teniendo alma de sumisa», pensé al no oír ninguna queja de sus labios y cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que le gustaba ese tipo de tratamiento. Justo en ese momento, Patricia llegó a la habitación y olvidando que venía acompañada de Nadia, desgarró con sus manos el traje de la morena y la desnudó violentamente, tras lo cual abriendo un cajón sacó la fusta con la que ella la había martirizado.
Pensé por un momento que debido a la actitud de ambas se iba a desencadenar una pelea pero cuando ya pensaba intervenir me percaté de la sonrisa que lucían en sus rostros y comprendí que estaban actuando.
«Estas zorras quieren jugar», resolví descojonado y sabiendo que debía incluir por primera vez a la rumana, le pedí que se pusiera a mi lado.
―Sois un par de putas― comenté con tono serio para acto seguido en plan sargento ordenarlas que se pusieran firmes en mitad del salón.
Tanto María como Patricia obedecieron de inmediato y mientras permanecían expectantes a que diera yo el siguiente paso, pregunté a Nadia que pensaba que debía de hacer para apaciguar a esas dos arpías.
La pelirroja no se esperaba que nada más llegar a mi casa la pusiera en ese disparadero por lo que tardó unos segundos en contestar:
―Mi señor, no conozco a sus pupilas pero si fuera yo la que me hubiese peleado en su presencia, desearía que me diera una buena tunda de azotes.
Por el brillo de sus ojos comprendí que estaba excitada con la perspectiva de presenciar ese castigo pero queriendo que formara parte del mismo, le pedí que recogiera la fusta del suelo. El nerviosismo de la rumana se incrementó al cogerla y más cuando mirando a las infractoras, las ordené que se desnudaran.
Las dos dejaron caer sus vestidos lentamente. No tuve duda que la manera tan sensual con la que se desprendieron de su ropa tenía la intención de calentarnos pero también de demostrar su entrega a mí.
―¿Qué te parecen mis putitas?― pregunté.
Nadia me miró pidiendo mi autorización y acercándose a ellas las estuvo observando con detenimiento durante un minuto, tras lo cual contestó:
―Mi señor, sus hembras parecen sanas pero si lo que me pregunta es si las encuentro atractivas, la respuesta es sí.
―¿Con cuál de las dos te gustaría estrenarte?―insistí manteniendo un gesto serio aunque en realidad estuviera muerto de risa por dentro.
Esperaba una contestación ambigua y por eso me sorprendió que esa pelirroja, obviando a las dos mujeres desnudas, cayendo a mis pies me respondiera:
―No soy dueña de mi destino desde que mi señor aceptó cobijarme bajo su brazo y si me pide mi opinión, es usted quien deseo que me estrene.
La sumisión que demostró nos sorprendió a todos los presentes pero sobre todo a Patricia que al contrario de María no sabía que semejante bellezón fuera una sumisa de libro.
―Tienes razón― contesté y girándome hacia mis concubinas, ordené: ― llevadla a mi habitación.
María, aun siendo la más joven, era la que más acostumbrada a mis gustos y por eso tomando la palabra me preguntó cómo debían prepararla para la ocasión.
―¡Hoy es su día!― respondí: ―Que sea Nadia la que decida cómo quiere presentarse ante mí.
La satisfacción que leí en el rostro de la rumana me confirmó que había hecho bien y pidiendo que me avisaran cuando estuviese lista, recogí mi copa de la mesa. Con ese gesto les di a entender que confiaba en su criterio y sentándome en el sofá, me concentré en saborear mi whisky.
Llevaba más de cuarto de hora esperando cuando vi entrar a Patricia. La expresión pícara de su cara me reveló mucho más que sus palabras y supe aunque ella no me lo dijera que la elección de la rumana no me iba a defraudar.
―Mi señor, su nueva adquisición ya está lista
Que me hablara usando el apelativo usado por Nadia incrementó mi curiosidad y sin exteriorizar el interés que sentía, la seguí por las escaleras rumbo a mi cuarto.
Al entrar en la habitación me llevé una desilusión al encontrar mi cama vacía porque en mi fuero interno me había imaginado que esa pelirroja aguardaría mi llamada atada y desnuda sobre las sábanas. Acababa de preguntar dónde estaba, cuando María y Nadia hicieron su aparición por la puerta.
Reconozco que me impactó ver a esa morena montada sobre la espalda de la rumana y a esta completamente en pelotas con un collar como única vestimenta.
La alegría de la pelirroja al llegar a mí gateando con María encima afianzó mi seguridad que su presencia en la casa no causaría problemas sino que sería un aliciente más para todos nosotros.
―Amo, le presento a su nueva sumisa para que pase su inspección― declaró solemnemente la morena.
Intrigado Nadia hubiese elegido ese modo tan humillante para su primera vez ni siquiera contesté y únicamente me quedé observando mientras, con expectación no fingida, Nadia esperaba el primer azote.
Este no tardó en llegar, nada más asumir mi aprobación, María cogió el pelo de su montura a modo de riendas y la azuzó como a una potrilla, dejando caer su fusta contra el culo de la rubia. Esa ruda caricia fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, la morena la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo mientras Nadia permanecía en silencio pero con una enorme sonrisa en su cara.
«Realmente lo está disfrutando», me dije al admirar sus pezones totalmente erizados: «Después de tantos años entregándose por dinero, está ilusionada con la perspectiva de hacerlo gratis por voluntad propia».
Cuanto más estudiaba su comportamiento, más convencido estaba de la predisposición de la rumana a ser tratada con dureza. Por eso no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También María se percató de la calentura que atenazaba a Nadia y sintiendo que ya estaba lista para el siguiente paso, con voz autoritaria, le espetó:
―Ponte en pie.
Haciendo caso a su nueva compañera que en esos momentos ejercía de su dueña, se levantó del suelo y permaneció inmóvil junto a la cama.
Patricia que hasta entonces se había mantenido en segundo plano, se acercó a ella y señalando los pechos de la pelirroja, me soltó:
―Mi señor, Nadia nos ha pedido que le hagamos ver que tiene ubres suficientes para que los hijos que la engendre no pasen hambre― tras lo cual y mientras trataba de asimilar sus palabras, la rubia empezó a amasarlos entre sus dedos.
Uniéndose a ella, María se puso a su espalda y tomando las nalgas de la pelirroja entre sus manos, dijo con tono imparcial:
―Mi señor, observe este culo y estas caderas. Esta hembra podrá parir sin dificultad cuantos hijos usted desee porque sabe que ha nacido para servirle.
Muerto de risa por la fijación que tenían en mostrármela como un vientre que debía de sembrar, únicamente abrí la boca para preguntar directamente a la rumana:
―¿Quieres que te deje embarazada?
La aludida que hasta entonces se había mantenido en silencio, contestó:
―Sería el mayor regalo que mi señor podría hacerme.
Esa debía ser una respuesta pactada porque como si fuera el banderazo de salida, Patricia y María se lanzaron al unísono a torturar a esa mujer con sus caricias y mientras una se ponía a mamar de los pechos de Nadia, la otra se dedicaba a masturbarla.
―Tumbadla en la cama y preparadla para mí― comenté al ver las dificultades que tenía la pelirroja en mantenerse en pie.
La rubia no se hizo de rogar y acostándola sobre el colchón, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la pelirroja. Asumiendo que era el día de Nadia y que estaba ahí para ayudarla a ser feliz, Nadia se tumbó a su lado y sin esperar a que le diera permiso, comenzó a acariciar su cuerpo mientras con la boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como ambas habían previsto, la rumana se vio desbordada por tanto estímulo sensaciones y no tardé en escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Para entonces he de confesar que la escena me había excitado y con mi pene completamente erecto, decidí que a pesar de estar deseando unirme a ellas debía de esperar el momento.
Aleccionada por anteriores experiencias, Patricia seguía disfrutando del flujo de la indefensa muchacha hasta que entendiendo sus gritos buscó incrementar el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
―Me encanta ser usada por mi dueño y sus mujeres― sollozó Nadia al sentir su interior vulnerado mientras sus pezones mordisqueados por María.
«No tardará en correrse», pensé al ver que la morena aumentaba la presión con sus dientes sobre las aureolas de su amante.
Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Nadia hizo algo no previsto. Dejando sobre la cama a sus nuevas compañeras, se levantó y arrodillándose ante mí, me bajó la bragueta liberando al cautivo que se escondía dentro.
Extrañado porque tomara esa iniciativa, hice como su no prestara atención a como la pelirroja se introducía mi miembro en su boca porque quería forzarla a descubrir sus planes. Por ello, observé sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes que lentamente se embutiera mi pene hasta el fondo de su garganta.
Me quedé gratamente sorprendido al observar que María y Patricia se colocaban a su espalda y actuando como una sola se ponían ambas a lamer el coño de la muchacha mientras esta seguía absorta en la mamada.
Con mi verga pidiendo acción, decidí que había llegado mi turno y levantando a la pelirroja del suelo, la besé. Nadia, que hasta entonces se había mostrado como una mujer ávida de sexo, se transmutó como por arte de magia en una indefensa damisela y deshaciéndose en mis brazos, casi llorando murmuró en mi oído:
―Mi señor, antes que me tome, quiero que sepa que siempre he estado enamorada de usted y si nunca se lo había dicho fue porque temía que me rechazara por mi profesión.
―No sé de qué hablas― respondí con una sonrisa: ― Lo único que sé de ti es que eres una mujer que acaba de dejar todo por mí.
La expresión de felicidad con la que recibió mi respuesta me indujo a lanzarla sobre la cama. Tras la sorpresa inicial de verse por los aires, soltó una carcajada y desde las sábanas me llamó:
―Esta sierva está preparada para entregarse a su dueño― y sin decir nada más, se giró poniéndose a cuatro patas.
Teniendo la certeza de la entrega de esa monada, asumí mirando a mis otras mujeres que debía hacerles participar en ese momento y recordándoles que íbamos a ser cuatro los miembros de nuestra peculiar familia les pedí que se unieran.
María supo a que me refería e tumbándose bajo ella, se apropió del coño de la pelirroja con la boca. Patricia en cambio prefirió sentarse a su lado, de forma que al acercarme a tomar posesión de mi propiedad me ayudó separando las nalgas de Nadia con sus manos.
Al observar los puntos de sutura en su ojete, certifiqué que sería una barbaridad el usarlo y no queriendo lastimarla, tuve que quedarme con las ganas de sodomizarla. Aun así le demostré que en cuanto su culo se recuperara sería mío, dando un largo lametazo en su adolorido esfínter.
Nadia me dejó claro que no debía dar nada por sentado cuando al sentir mi lengua recorriendo su agujero trasero, me rogó que la tomara analmente.
―Te equivocas― comenté dulcemente― un amo debe cuidar de sus sumisas.
Tras lo cual, acercando mi glande a su coño comencé a jugar con su entrada mientras la lengua de María competía conmigo entre sus pliegues. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, la rumana empezó a convulsionar presa de un orgasmo imprevisto. El placer de mi pupila hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
―Fóllame― contestó
Deje de cuestionarme cómo debía actuar y cogiendo mi pene de un solo arreón se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado y mientras mi sexo se hacía fuerte en su vagina, María se apropió de su clítoris con las dientes.
Ese doble estímulo prolongó y maximizó el gozo que sentía y con un largo chillido de placer, nos informó nuevamente de su entrega cuando Patricia comenzó a marcar nuestro ritmo con azotes sobre sus ancas.
Esos golpes la trastornaron de tal manera que su coño se convirtió en un ardiente geiser que en vez de vapor, exhalaba chorros de flujo sobre mis piernas. En ese instante, intenté recordar si alguna vez se había corrido así cuando era Cleopatra pero tuve que sentenciar que jamás y más cuando esa criatura empezó a perjurar que jamás se había corrido de esa forma.
Al ver esa eyaculación femenina, Patricia no pudo permanecer al margen y llevando su boca hasta el manantial que no dejaba de manar entre las piernas de la pelirroja, luchó por su parte bebiendo de ese manjar.
Sé que puede resultar hasta redundante pero la humedad que empapaba mis muslos, me terminó de excitar y olvidando cualquier precaución, imprimí un ritmo atroz a mis caderas mientras mi querida víctima se deshacía en otro orgasmo.
Por enésima vez, Nadia me sorprendió al pedirme que la marcara. Sin dejar de machacar su coño con mi aparato, le pregunté qué es lo que quería y entonces con la respiración entrecortada por el esfuerzo, me contó que siendo niña, su madre lucía orgullosa la señal de los dientes de su viejo en su cuello y pegando un gritó insistió diciendo:
―¡Necesito que me muerdas para sentirme totalmente tuya!
Ese gesto no me era ajeno puesto que tanto María como Patricia en algún momento habían llevado la impronta de mis dientes y por ello, decidí complacerla mientras le decía:
―Ya eres mía.
Tras lo cual, tirando de su melena, acerqué su cuello hasta mi boca y la mordí con fiereza. La rumana al sentir mis mandíbulas cerrándose sobre su cuello, creyó estar en el paraíso y presa de un extraño fuego interior, se derrumbó ante mis ojos.
Durante unos segundos me preocupó su estado pero justo cuando estaba a punto de sacar mi pene de su interior, girando su cara, murmuró dichosa:
―Mi vientre está dispuesto a recibir la simiente de mi amo.
Reiniciando mi asalto, busqué mi propio placer mientras María y Patricia tan excitadas como su compañera se besaban entre ellas, compartiendo el flujo que empapaba sus rostros. Al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca, no me pude contener y descargando la tensión que atenazaba mis huevos, sembré de blanco semen el fértil útero de la rumana.
Agotado me dejé caer sobre el colchón y abrazado a mi nueva sumisa, me quedé observando como mis otras mujeres se amaban con una pasión desbordante. Durante largos minutos, fuimos testigos del rotundo amor que esas dos sentían una por la otra y solo cuando las vio retorcerse de placer, Nadia se atrevió a preguntarme si algún día María y Patricia la llegarían a querer así.
―Pregúntale a ellas― respondí con una sonrisa en los labios.
María, que tenía un oído de tísica, no esperó a que le hiciera esa pregunta y acercándose, contestó:
―No lo dudes. Estoy deseando que nuestro macho te preñe para disfrutar de la leche de tus pechos.
Esa sensual promesa avivó la lujuria de la pelirroja pero se sintió completa cuando Patricia reafirmó lo dicho por la morena al preguntarme con tono meloso si podían demostrar a esa boba lo mucho que la deseaban.
Destornillado de risa, me levanté de la cama y mientras salía del cuarto, comenté:
―Tengo hambre y me voy a preparar un bocadillo. Cuando vuelva, espero que Nadia me pida que la deje descansar o tendré que castigaros.
Las risas de las tres me hicieron saber que al menos esa noche no tendría que usar mi fusta….

FIN

Relato erótico: «Jane I» (POR ALEX BLAME)

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JANE I


Sin títuloAl salir del tren ni siquiera el intenso sol ecuatorial que caía  de plano sobre la chapa de zinc  que cubría el techo de la estación de Kampala, le obligó a cambiar su sonrisa de satisfacción. Lo había conseguido. En el momento en que se enteró de que su padre y su prometido iban de safari a Uganda comenzó una operación de acoso con el objetivo de acompañarles.

 Jane era la hija única del Conde de Lansing, pelirroja menuda y de tez pálida, a primera vista parecía la típica damisela  frágil y sensible pero la pérdida de su madre a temprana edad le había convertido en una mujer atrevida e independiente. Su padre  le había proporcionado una educación esmerada, pero incapaz de negarle nada,  también le había permitido dar clases de equitación, tiro, esgrima e incluso una exótica arte marcial que le enseñaba un viejo criado chino.  Primero lo pidió educadamente, más tarde lo suplicó y ante la severa negativa de ambos tuvo que recurrir al chantaje; Cuando una semana antes de partir les amenazó con romper el compromiso con Patrick, conscientes de que Jane nunca desafiaba  en vano, tuvieron que rendirse e incluirla en el peligroso viaje.

La noche en que   embarcaron rumbo a Suez, Patrick hizo un último intento de disuadirla. Con su ropa de viaje echa a medida, su fino bigote y sus ojos grises muertos de preocupación por ella, estuvo a punto de convencerla de que se quedara, pero el deseo de correr una última aventura antes de casarse y sentar la cabeza fue más fuerte y se mantuvo firme. Con un “no me pasará nada” y un largo beso a hurtadillas zanjó el asunto y se dirigió a la pasarela del paquebote con paso  firme y sin mirar atrás.

-¡Que calor más terrible! –dijo Mili, su doncella, mientras abría la sombrilla blanca de encaje sobre la cabeza de Jane.

-Vamos Mili no seas quejica, -replicó Jane con su ojos verdes brillando de emoción –ésta va a ser una aventura que no olvidaremos en nuestra vida.

Jane se giró y admiró la multitud de gente de color que se agolpaba a las puertas de los vagones de tercera clase cargados con todo tipo de mercancías desde cabras vivas hasta  tejidos y cuentas de colores. Sus ropas eran sencillas pero de colores vivos y casi todos llevaban anillos brazaletes y pendientes  extravagantes de cualquier material. Su padre la sacó del trance fascinado en el que estaba suspendida y con un ligero tirón le guio fuera de la estación.

A la puerta del desvencijado edificio les esperaba la calesa de Lord Farquar, su anfitrión, un viejo amigo, compañero de su padre en el ejército que tenía una finca a pocas millas de Kampala. Jane y su padre se sentaron a un lado y Patrick en el otro mientras Mili iba sentanda en el pescante cotorreando sin parar con el adusto cochero negro. Estaban al final de la estación seca, el mejor momento para cazar en la sabana ya que los animales se reunían cerca de las fuentes de agua y era más fácil localizarlos. La hierba estaba agostada y el calor hacia que el aire caliente subiese creando torbellinos de polvo y espejismos. Los únicos animales que logró ver fueron una pareja de chacales y un pequeño grupo de gacelas de Thompson que intentaban extraer un poco de comida de aquella desierta extensión.

Nunca se cansaba de mirarla, sabía perfectamente que Jane, debido a su fama de díscola e independiente no había tenido muchos pretendientes, pero cuando descubrió que su interés era correspondido se sintió el hombre más afortunado del mundo. Su piel pálida y suave, su pelo rojo y espeso, suavemente rizado y su figura atlética aunque no carente de curvas a pesar de su baja estatura le volvían loco. Cada vez que podían se escabullían de la vigilante mirada de su futuro suegro para robarse un beso y tenía que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrancarle la ropa y hacerla el amor salvajemente. El calor intenso del mediodía le había provocado un intenso rubor en las mejillas que la hacía aún más adorable a sus ojos.

-Vamos Patrick, no seas necio, tienes un paisaje espectacular a tu alrededor y te dedicas a mírame embobado como si no hubiese nada más en el mundo.

-Querida, no hay nada en este mundo que pueda superarte en belleza. –replicó Patrick satisfecho al ver cómo se intensificaba el rubor de Jane en sus mejillas.

-Afortunadamente pronto estaremos entre fieras salvajes y me quitaras el ojo de encima o morirás arañado, mascado, vapuleado, pisoteado… -dijo ella maliciosamente.

-Tan serena y apaciguadora como siempre hija –dijo su padre intentando cortar la conversación. –no sabes lo que me costó convencerle para que viniese de cacería, así que deja de amedrentarlo. Aquí los únicos que van a morir son las fieras que nos aguardan ahí fuera.

La Mansión de Lord Farquar era pequeña pero no le faltaba ninguna comodidad. Incluso tenía un amplio jardín y un laberinto hecho con arbustos locales que no tenía nada que envidiar a cualquier otro de Europa, si no te acercabas al follaje erizado de unas espinas largas y muy agudas.

Lord Farquar les recibió a la puerta de su hogar. Tenía la misma edad de su padre,  pero el rigor de la vida en los trópicos había pasado factura, se le veía demasiado delgado y su cara estaba amarillenta y  surcada de arrugas. A pesar de todo se mostró  encantado de recibirles y estrecho efusivamente la mano de los dos hombres.

-¡Querido amigo! No te imaginas las ganas que tenía de verte. –dijo lord Farquar. –cuando respondiste positivamente a mi invitación me  hiciste un hombre feliz. Pero pasad, por favor  ahí fuera no se puede aguantar ni dos minutos. Tenéis que contarme todas las noticias de Londres. Los periódicos llegan aquí sin demasiada regularidad, las ultimas noticias que tengo son de hace más de dos meses.

-¡Oh! Me temo Henry, que vivo semirretirado en el campo, apenas voy por la capital si no es por asuntos de negocios y de política me temo que estoy igual de mal informado que tú.

-¿Y quién es esta bella dama que os acompaña? –pregunto interesado el hombre a la vez que besaba la mano de Jane.

-Es mi hija Jane, lamento no haberte avisado de su llegada, pero fue una incorporación de última hora y me temo que no tuvimos tiempo de avisarte.

-Tonterías Avery, hay sitio de sobra en la casa, le diré al  mayordomo que prepare otra habitación más mientras tomáis un refrigerio, el viaje ha debido ser agotador.

-Si te soy sincero –dijo su padre – hacía tiempo que no tenía uno tan malo, tuvimos temporal en el Atlántico, las olas en Gibraltar eran del tamaño de montañas y en Eritrea tuvimos que rechazar un ataque de piratas. Y finalmente el viaje desde Mombasa en tren fue lento, caluroso y apretado. Afortunadamente  hicimos casi todo el trayecto  de noche y dormimos una buena parte del viaje.

Mientras su padre y su anfitrión seguían charlando y poniéndose a l día Jane y Patrick les siguieron haciendo manitas al interior de la casa. El hogar de Lord Farquar era una incongruente mezcla de recargados muebles victorianos traídos de Europa a precio de oro, armas indígenas y trofeos de caza. El ambiente en el interior era oscuro y fresco  y  en el centro del comedor una mesa les esperaba con emparedados, leche fresca, frutas y verduras exóticas.

Hasta que no probó el primer bocado no se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Henry les sirvió vino a los hombres y limonada para Jane sin dejar de hablar nada más que para picar algún que otro minúsculo bocado.

Una vez terminaron, el mayordomo indio de Lord Farquar se presentó para avisarles de que las habitaciones estaban listas. Lord Farquar les dejó tomar posesión de sus habitaciones y refrescarse un poco antes de la cena, cosa que los tres agradecieron. La habitación de Jane no era muy grande pero estaba lujosamente amueblada, la cama era enorme, de madera de nogal y tenía un recargado dosel del que colgaba la imprescindible mosquitera. Un pesado armario, un espejo de cuerpo entero, un sencillo tocador y una butaca de bambú  completaban el mobiliario. Jane se tumbó vestida sobre la cama e inmediatamente se quedó dormida.

Un suave toque a la puerta le despertó indicándole que era la hora de cenar. Apresuradamente se refrescó un poco la cara y las manos con el agua que había en el tocador y se cambió el sencillo vestido de viaje por un vestido de noche color vainilla más apropiado para la ocasión.

Lord Farquar había invitado a varios vecinos, así que lo que Jane creyó que iba a ser una cena más o menos informal, se convirtió en un banquete con más de cuarenta invitados. Todos se mostraron encantados de tener alguien nuevo con quien charlar, las mujeres se mostraron especialmente interesadas en el vestido de Jane y en las novedades que venían de París.

Durante la cena se sentaron al lado de los Swarkopf un joven y simpático  matrimonio alemán que había comprado una propiedad al este de allí. Comieron cebra, pintada, mijo y tortas de maíz y bebieron vino francés de la bodega de Lord Farquar. Cuando terminaron se dirigieron al salón y al ritmo de un cuarteto de nativos que evidentemente hacían lo que podían se pusieron a bailar.

Jane procuró no impacientarse demasiado y atendió todas las invitaciones a pesar de que era con Patrick con la única persona con la que quería bailar. Cuando por fin lograron bailar juntos lo abrazó y colocando su cabeza sobre el amplio pecho de Patrick se dejó llevar por la música con un suspiro de satisfacción.

-¡Oh Dios! –Susurró Jane –estaba deseando abrazarte.  Esto de estar a tres metros de ti y no poder ni tocarte es una tortura.

-Tranquila, dentro de tres meses podrás hacerlo todo lo que quieras… y más que eso –respondió él con una sonrisa pícara.

Cuando levantaron la cabeza se dieron cuenta de que la música había terminado y todo el mundo les estaba mirando divertidos. Antes de que la situación se volviese incómoda Max Swarpkof levanto la copa y brindo por los novios desencadenando el júbilo general.

-Bueno señores, –dijo Henry sustituyendo a la pareja como centro de atención –siento mucho tener que interrumpir esta maravillosa velada pero la temporada de las lluvias se nos echa encima y me temo que nuestros invitados necesitan descansar si queremos salir de caza mañana mismo. ¡Un último brindis por los novios!

El calor de la noche ecuatorial y la excitación que le había producido la cercanía de Patrick en el baile no le dejaban dormir. Llevaba más de una hora dando vueltas bajo la mosquitera, insomne, pensando en su futuro con Patrick. Se incorporó  y encendió la lámpara de petróleo que tenía en la mesita. Su rostro se reflejó en el espejo captando su atención. Se levantó y se miró de cuerpo entero. El fino tejido del camisón le permitía atisbar sus pechos del tamaño de pomelos, su figura delgada y sus caderas rotundas. Estaba un poco preocupada, no sabía mucho de los hombres, Patrick había sido su primer y único novio. – ¿Y si no le gusto? –pensó Jane dándose la vuelta sin dejar de mirarse al espejo. Con un gesto de disgusto se arremango un poco el bajo del camisón dejando a la vista sus piernas firmes y atléticas y su culito, blanco y respingón.

En ese momento  la mujer del otro lado del espejo le devolvió una mirada decidida. Esa misma noche iba a empezar el safari.

Cogió su ligera bata de seda a juego con el camisón y descalza salió en total silencio de la habitación. El primer problema era que no sabía cuál era la habitación de su trofeo, así que tendría que explorar la zona.

El pasillo estaba oscuro y silencioso. Jane se movía como una gata tratando de no hacer ningún ruido, cada vez que una de las viejas tablas del suelo crujía se le cortaba la respiración y el corazón amenazaba con escapársele del pecho. En esa ala había otras tres habitaciones. La del fondo, con una gigantesca y recargada puerta de doble hoja la desechó inmediatamente, tenía que ser la de Lord Farquar. No le hizo falta acercarse mucho a la siguiente puerta de la derecha para identificar los sonidos que provenían de ella como los rugidos de un león particularmente grande o más seguramente los ronquidos de su padre. Siguió a la siguiente habitación y al no oír nada abrió la puerta con mucho cuidado para descubrir… que estaba totalmente vacía. Deshizo sus pasos y se dirigió a la izquierda, un crujido particularmente fuerte la obligó a paralizarse y a aguzar el oído, tras unos segundos de silencio continuó su avance hasta llegar a otra puerta, pegó el oído a la madera y le pareció escuchar algo aunque no estaba segura. La abrió ligeramente y el inconfundible aroma del tabaco egipcio de Patrick la invadió trasladándole unas pocas horas en el tiempo, a los brazos de su novio durante el baile de esa misma noche.

Excitada por el triunfo, se quitó la bata y a la luz de la luna que se colaba por la ventana abierta de par en par se acercó en camisón a la cama donde yacía ajeno a su presencia su futuro esposo. Jane apartó la mosquitera y subiéndose a la cama dónde Patrick yacía semidesnudo rozó sus labios. Patrick abrió los ojos ligeramente en la penumbra simulando estar dormido:

-Mili, ahora no…

-¿Qué demonios? -Dijo Jane  separándose sobresaltada.

-Has picado –dijo Patrick divertido –Estaba despierto leyendo cuando te he oído zascandilear por el pasillo, he apagado la luz y he esperado al acecho.

-¿Cómo sabías que era yo?

-Nadie es capaz de moverse con esa gracia y en casi total silencio, no había ninguna duda. Además nadie aparte de ti tenía motivo para moverse a hurtadillas por la casa.

-Salvo Mili…

-Muy graciosa, el caso es que la astuta cazadora ha sido sorprendida por su presa. –dijo Patrick besando sus labios suavemente.

-Mierda –dijo Jane contrariada –espero ser un poco mejor con los búfalos, si no estoy arreglada.

-¿Por qué has venido? –Le preguntó Patrick –a estas horas deberías estar durmiendo.

-No puedo, estoy nerviosa.

-¿Por el safari?

-Y por otras cosas. Por ti, por la boda.

-¿Has cambiado de opinión con respecto a nuestro enlace? –Preguntó Patrick temeroso.

-No, no es eso. Te amo, pero he leído libros, ya sabes, de ese tipo, a escondidas en casa de mi padre y sé que los hombres le dais mucha importancia a la belleza de una mujer…

-No sólo a eso –le interrumpió Patrick.

-Lo sé,  pero no puedo esperar a la boda para saber si te gusta mi cuerpo –dijo ella quitándose el camisón con un rápido movimiento.

Patrick se quedó helado mirando el cuerpo perfecto de Jane brillando a la luz de la luna como si fuera alabastro. Por unos segundos no supo que hacer aparte de abrir la boca extasiado admirando los pechos firmes con los pezones rosados y erectos por la excitación, su abdomen plano y su pubis rojo como la boca de un volcán en erupción.

-¿No dices nada? –dijo ella malinterpretando la estupefacción de Patrick.

-Eres la mujer más preciosa que he visto en mi vida. ¿Cómo voy a ser capaz de no volverme loco hasta el día de la boda con esta imagen grabada a fuego en mi retina, repitiéndose hora tras hora? Mi amor, esto es muy cruel.

-No tienes por qué esperar hasta la boda –dijo Jane apremiada por el hormigueo y las humedades que comenzaban a invadir su ingle.

-No debemos…

-Vamos Patrick, tienes casi treinta años, estoy segura de que no soy la primera mujer con la que yaces, aunque si espero ser la última así que, supongo que sabrás que hay formas de hacerme el amor sin que yo pierda mi virtud. –dijo ella besándole apasionadamente.

Patrick se rindió y respondió al beso abrazando su espalda desnuda. Estaba caliente y ligeramente sudorosa, Jane se movió y se sentó sobre los muslos de Patrick exhalando un ligero gemido.  Patrick movió sus manos espalda abajo y tanteó su culo como había hecho otras veces solo que esta vez sin cuatro capas de tejido por el medio. Lo estrujó con fuerza y aprovechó para acercar un poco más el cuerpo de Jane hacia él hasta que el pubis de Jane estuvo encima de sus calzoncillos groseramente abultados por su erección.

Jane deshizo su beso  y se irguió excitada dejando sus pechos a la altura de la cara de su novio. Patrick cogió uno de ellos con una mano y acariciándolo con suavidad se lo llevo a la boca. Jane sintió un placer nunca experimentado cuando Patrick comenzó a darle lametones y sonoros chupetones a sus pechos. Mientras, ella frotaba su sexo con fuerza contra el bulto que sobresalía en los calzoncillos de Patrick.

Pasaron unos momentos y Jane se apartó jadeando. Armándose de valor se agachó sobre la entrepierna de Patrick dispuesta a hacer lo que había visto en las láminas de aquel libro escrito en sánscrito que su padre había traído de la India.

Al apartar el calzoncillo no pudo evitar comparar el pene de Patrick con el de las ilustraciones. Parecía igual de grande pero tenía un poco de piel suelta rodeando el extremo y estaba ligeramente curvado hacia arriba. Una gruesa vena palpitaba en la parte superior.

Jane lo cogió y se lo metió en la boca imitando a la muchacha del libro. Se la intentó meter entera  pero se atragantó y tosió. Patrick suspirando de placer la cogió por la melena y le indicó como hacerlo para que ella estuviese cómoda y el disfrutase más.

En pocos instantes Jane ya sabía lo que le gustaba y subía y bajaba por aquella estaca húmeda y caliente, lamiendo y mordisqueando,  arrancando a Patrick roncos gemidos de placer.

Dándose un respiro, Patrick apartó a Jane y la tumbó boca arriba abriéndole las piernas. Jane esperaba expectante con su coño aún virgen las caricias de Patrick. Patrick no se dirigió directamente hacia él sino que se dedicó a besar y mordisquear sus piernas y el interior de sus muslos volviéndola loca de deseo.

Cuando finalmente le envolvió el sexo con la boca, los labios y la lengua experta de Patrick no necesitaron las indicaciones de la joven y la obligaron a doblar su cuerpo con el placer. En ese momento Patrick se giró y poniendo las piernas a ambos lados de la joven dejó su polla a la altura de los labios de Jane sin dejar de explorar su sexo con manos y boca.

Jane cogió el pene con sus manos, lo metió en su boca y comenzó a chupársela. La sensación de tener su coño en la boca de Patrick y la polla de él en su boca empujando y entrando hasta su garganta fue más de lo que pudo resistir y se corrió con un fuerte gemido que afortunadamente quedó enmascarado por las risas de las hienas.

Una vez recuperada salió de debajo de Patrick y  siguió chupando su miembro   hasta que este se corrió soltando varios gruesos chorreones de semen sobre los pechos de Jane.

-¿Te he gustado? –preguntó Jane aún estremecida por el orgasmo mientras jugaba con el esperma que  bañaba sus pechos.

-Sí mucho. Te amo Jane. –dijo él limpiando el pecho de Jane delicadamente con una camisa sucia.

Afortunadamente un primer rayo de sol cayó sobre ellos y despertó a Jane con el tiempo justo  de escurrirse a su habitación sin llamar la atención de nadie.

Relato erótico: «Descubrí a mi tía viendo una película porno 2» (POR GOLFO)

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Después de esa primera vez, mi tía se quedó abrazada a mí con una expresión en su cara llena de felicidad y eso que cuando intenté usar su maravilloso pandero, el dolor que sintió lo hizo imposible.

Al tenerla entre mis brazos, me puse a pensar cómo era posible que esa mujer apocada y tímida se hubiese convertido en una ardiente amante en menos de dos días, sobre todo asumiendo que era la hermana pequeña de mi madre.
Al pensar en ella, no pude más que saber que si mi jefa se enterara de nuestra incestuosa relación, pondría el grito en el cielo sin admitir que en parte era culpa suya.
― Fue ella quien insistió que Elena me acompañara― sonriendo murmuré sin percatarme que la aludida podía oírme.
― ¿Qué decías?― levantando su cabeza de mi pecho, preguntó.
Dudé en un principio si revelar mis pensamientos, podría hacerle sentir mal pero al mirarla y ver que sus ojos mantenían ese brillo pícaro de cuando le hice el amor, se despertó mi lado perverso y muerto de risa, contesté:
―Estaba pensando en lo que va a decir mi madre cuando le cuente lo zorra que es su hermana.
En un principio se quedó helada pero entonces comprendió que iba de broma y cogiendo con una mano mis huevos, respondió mientras los apretaba:
―Por tu bien, no te lo aconsejo.
Su nada velada amenaza azuzó mi morbo y siguiendo con la guasa, dije:
―Tienes razón, mejor se lo digo a mi padre. ¿Te imaginas la cara que pondría al enterarse que su tímida cuñada se anda tirando a su retoño?
Descojonada, la muy puta respondió:
―Tú hazlo pero cuéntale también como me encantó mamársela a mi sobrino y así puede que se atreva a intentarlo él también.
Su desfachatez me hizo reír. Saltando sobre ella, le cogí un pecho y mientras me llevaba su pezón ya erecto a mi boca, pregunté:
― ¿Te gustaría que compartiera tus tetas con él?
Fue entonces cuando presionando mi cara contra su seno, mi tía Elena respondió:
― ¿Quién te ha dicho que no las conoce?
El descaro con el que insinuó que mi viejo había disfrutado de esos melones, me puso bruto y usando mis dientes, empecé a mordisquearlo mientras con mis manos separaba sus rodillas. Al pasar mis yemas por su sexo, descubrí que lo tenía encharcado.
―Te he dicho alguna vez que eres una guarra― le solté y llevando mis dedos impregnados con su flujo hasta su boca, forcé sus labios diciendo: ―Fíjate lo mojada que estás y eso que  tu sobrino todavía no te ha comido el coño.
La sola mención de que pensaba hundir mi cara entre sus muslos, la hizo estremecerse y deseando que se hiciera realidad, prefirió jugar conmigo y de golpe cerró sus piernas diciendo:
―Todavía no te lo has ganado. Antes tienes que convencerme. ¡Richard!
Durante unos instantes no comprendí porque me había llamado con ese nombre anglosajón, pero entonces recordé que era el del protagonista de la película porno que había estado viendo.
« ¡Esta zorrita quiere jugar!», comprendí al ver su sonrisa.
Al repasar su argumento, recordé que en ese filme el joven intentaba seducir a la madura pero ella no le hacía caso y que este asumiendo que nunca iba a poder convencerla una noche, usando la violencia,  había conseguido atarla a los barrotes de la cama y con ella indefensa, se había dedicado a calentarla hasta que ya dominada por la pasión, la mujer había cedido.
« ¡Quiere que simule que la violo!», sentencié más excitado de lo que nunca le reconocería.
Decidido a complacerla, me levanté en silencio de la cama y fui al cuarto de baño a por unas vendas. Con ellas en la mano, volví a la habitación pero entonces descubrí que mi tía se había vestido y se había ido. Que hubiese desaparecido justo cuando más caliente me tenía, me hizo desear castigarla de alguna forma:
« ¡Tengo que darle una lección!».
No teniendo nada que hacer hasta la cena, me puse una camiseta y un bañador con los que salir a dar una vuelta. Ya en la calle, estaba paseando con mi mente a cien por hora cuando de improviso me topé contra un sex―shop. Al hacerlo vi en esa casualidad una premonición y sacando mi cartera, entré decidido a comprar los utensilios que necesitaría a mi vuelta.
« Esa zorra no sabe lo que hizo al intentar jugar conmigo», resolví muerto de risa mientras pagaba en la caja.
Con ellos bajo el brazo, volví a la casa a esperar el retorno de mi tía. Mi espera no fue larga porque al cuarto de hora, Elena llegó con una bolsa y saludándome como si nada hubiese ocurrido, me preguntó que quería de cenar.
Acercándome a ella, contesté mientras mis manos se apoderaban de sus pechos:
―El conejo maduro de una madrileña.
Riendo, se trató de zafar de mi acoso justo cuando sintió que cerraba un par de esposas alrededor de sus muñecas.
― ¿Qué coño haces?― exclamó todavía descojonada.
Tomando el mando, la tiré sobre el sofá y ya en él, tras atarla, le coloqué otros grilletes en sus tobillos. La actitud de mi tía seguía siendo tranquila pero cuando le coloqué una mordaza en su boca, noté que se estaba empezando a preocupar.
―No te he contado― comenté― Ayer te pillé masturbándote mientras veías una peli porno y he pensado que te gustaría ser la protagonista de una.
La tranquilidad que había mantenido hasta entonces se disolvió como un azucarillo al oírme y conociendo mis intenciones, intentó liberarse sin conseguirlo. Descojonado, saqué la cámara de fotos y colocándola sobre un trípode, la encendí mientras le decía:
―Con esas dos tetas, a buen seguro me sacaré un buen dinero vendiendo la película.
El sudor que ya recorría su frente, me confirmó que iba por el buen camino y sacando una máscara de latex, me la puse en la cabeza mientras le explicaba que tenía una fama que mantener y no me apetecía que me reconociera al verla en internet. Para entonces los ojos de mi tía ya reflejaban el terror que sentía por verse así expuesta.
Incrementando su turbación, saqué unas tijeras y con parsimonia fui cortando la camisa blanca que se había puesto Elena. Al sentir el filo contra su piel, mi tía se quedó completamente horrorizada y aunque me dio pena, obvié su sufrimiento mientras pensaba en mis siguientes pasos.
Una vez totalmente desnuda y atada de pies y manos, me la quedé mirando y tuve que admitir que asustada, mi tía se veía todavía más guapa. Tanteando el terreno, pellizqué las negras areolas que decoraban sus pechos antes de sacar el siguiente utensilio que usaría. Elena al sentir la ruda caricia de mis dedos sobre sus pezones intentó gritar pero la mordaza que llevaba en la boca se lo impidió y solo surgió de su garganta un suave gemido.
― ¿Te gusta cómo te trata tu sobrino?― pregunté recochineándome de su infortunio.
Indignada, movió de lado a lado su cabeza negándolo. Reconozco que estaba disfrutando y más cuando haciendo como si fuera un mago, saqué de mi espalda un enorme consolador con dos cabezas.
― ¡Chazan!― exclamé y mostrando ambos glandes ante sus ojos, fui recorriendo con ellos su cuerpo hasta llegar a su sexo.
Una vez allí, jugueteé con sus dos entradas antes de embadurnarlos bien con gel porque aunque quería castigar, no me apetecía hacerle sufrir en demasía. Para entonces mi tía lloraba como una magdalena y sus ojos iban de la cámara que estaba grabando a mí continuamente.
―Vas a estar preciosa en todas las televisiones de los pervertidos de este país― le dije mientras incrustaba la cabeza más grande en su coño.
Para entonces, mi tía había dejado de debatirse y mantenía sus ojos cerrados creyendo que así disminuiría su vergüenza pero no pudo evitar abrirlos al sentir que con el segundo forzaba su esfínter.
―No te quejes― me reí obviando que me había resultado imposible usar su culo― ¡Mi pene es de mayor tamaño y bien que me pediste que te lo metiera!
La doble penetración fue solo el inicio porque en cuanto noté que se había acostumbrado a la intrusión de esos dos objetos, encendí ese consolador a la máxima potencia mientras le decía desde la puerta:
―Te dejo sola durante una hora. ¡Qué lo pases bien!― tras lo cual me fui a preparar algo de cenar.
Haciendo tiempo, abrí una cerveza. Con ella en mi mano, me fui a comprobar en mi cuarto como evolucionaba mi víctima a través del monitor de mi ordenador. En cuanto conecté vía wifi con la cámara, me encantó descubrir que mi querida tía se estaba retorciendo de gusto contra su voluntad.
«Tal como preví, le está gustando», mascullé antes de empezar a grabar todo en la memoria de mi pc.
Con Elena gozando y sin nada más que hacer que mirarla, me quedé pensando en cómo había cambiado mi vida en esos días.
« Y yo que creía que mi tía era una estrecha», recapacité más excitado que nunca al comprobar que en la imagen que llegaba desde el salón, esa mujer se estaba corriendo sin parar.
Satisfecho, me terminé mi cerveza y me desnudé antes de volver a su lado. Al llegar, mi tía estaba presa de un gigantesco orgasmo y  decidido a humillarla,  saqué el pene que tenía en el coño y lo sustituí por el mío mientras retiraba la mordaza de su boca.
― ¡Maldito!― gritó al sentir que podía hablar― ¡Pienso denunciarte!
Al escucharla, solté una carcajada y sin hacer caso a sus quejas, comencé a follármela a un ritmo constante. El compás que imprimí a mis caderas, acalló sus maldiciones y paulatinamente se vieron transformadas en gemidos de placer. Una vez se había corrido por enésima vez, saqué mi falo de su interior y chorreando de su flujo, lo acerqué hasta su boca y con tono secó, ordené:
―Cométela ¡Puta!
Incapaz de repeler mi agresión de otro modo, cerró sus labios a cal y canto. Fue entonces cuando le solté:
―Si no me la mamas, tendré que darte por culo.
Mi amenaza cumplió su propósito y de muy mala leche, abrió su boca. Aprovechando el momento, se la metí hasta el fondo y presionando con mis manos su cabeza, evité que intentara sacarla. La violencia con la que la forcé curiosamente provocó que mi zorrita se aviniera a razones y lentamente comenzó a usar su lengua para congraciarse conmigo.
―Así me gusta― comenté mientras acariciaba su melena.

La maestría que demostró en esa mamada aunque no pudiera usar sus manos, fue tal que no tardé en explotar en su interior. Mi tía al saborear mi semen, se comportó como la puta que era y lejos de quejarse me rogaba que siguiera eyaculando en su boca.

― Elena― descojonado le recordé: ―No deberías ser tan zorra, ¡Te estoy grabando!
― ¡Me da igual! ¡Me encanta tu lefa! ¡Regálame más!
La lujuria que demostró consiguió sacar hasta la última gota de mis huevos y ya totalmente ordeñado, la liberé. Sin atadura alguna, lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese intentado huir pero en vez de hacerlo, se acurrucó entre mis brazos diciendo:
―Eres un cabronazo. Realmente pensé que me estabas grabando.
Muerto de risa, me levanté y conectando la cámara a la televisión, le demostré lo equivocada que estaba y que realmente había filmado “su violación”. Acojonada, me preguntó:
― ¿Qué piensas hacer con ella?
Quitando la memoria se la di, diciendo:
― Regalártela para que cuando vuelvas a Madrid, recuerdes los buenos ratos que pasaste con tu sobrino.
Fue entonces cuando realmente descubrí lo puta que era la hermana pequeña de mi madre porque devolviéndomela y con una sonrisa en sus labios, me soltó:
―Todavía le queda espacio para más sesiones― y soltando una risita, prosiguió diciendo: ―¿Qué otras películas tienes en tu biblioteca que podamos ver y luego representar?
Alucinado comprendí que había despertado una bestia y queriendo averiguar sus límites, pregunté:
― ¿Te apetece que veamos juntos una de un trio?
Su respuesta me dejó helado:
― ¡Siempre que sus protagonistas sean dos mujeres y un hombre!
Esa era la opción en la que había pensado pero queriendo conocer sus motivaciones insistí:
― ¿Estas segura?
Con tono pícaro, me contestó:
―Siempre he deseado saber que se sentiría al comerme un coño.
Su confesión me hizo gracia y por eso le pedí que nos sirviera unas copas mientras elegía una.
―Que sea muy morbosa― contestó mientras se levantaba del sofá….
Hacemos realidad su fantasía.
Esa noche, no solo vimos una película sino que ya en la cama reiniciamos lo que habíamos dejado inacabado en la tarde y por fin pude hoyar su trasero con gran satisfacción de su parte. Con su esfínter relajado por la acción del consolador, mi tía no sufrió casi dolor cuando le incrusté mi pene en su trasero. Es más sé que disfrutó como una perra porque al terminar, me informó que al día siguiente y durante el resto de nuestra estancia en Laredo tenía permiso de usarlo.
―¿Entonces ahora te gusta?― pregunté
Elena poniendo cara de puta asintió con una sonrisa y abrazándose a mí,  quiso que le contara con quien pensaba hacer realidad su fantasía.
― ¡Coño! ¡No lo había pensado!― reconocí.
Pero entonces soltando una carcajada y mientras se incorporaba para buscar su móvil, me comentó:
― ¿Recuerdas a Belén? La que fue tu novia hace un par de veranos
― Sí― contesté sin saber a qué venía porque llevaba tiempo sin verla.
Sacándome de dudas, me explicó que se la había encontrado en Madrid saliendo de un tugurio de mala reputación y que al comentarle que iba a pasar el verano en Laredo, le dio su teléfono. Con la mosca detrás de la oreja, pregunté de qué clase de antro salía cuando se topó con ella.
Muerta de risa y mientras agarraba entre sus manos mi pene, respondió:
― Solo puedo decirte que esa niñata me miró las tetas.
Tras lo cual, marcó su número y recordándole quien era, quedó en que al día siguiente pasaríamos a por ella para ir a una cala…
 
A la mañana siguiente, nos despertamos sobre las nueve ya que con buen criterio mi tía había quedado con Belén temprano al saber que tardaríamos tres cuartos de hora en llegar a la playa que habíamos elegido.
Mientras desayunábamos, observé que Elena estaba nerviosa y queriendo averiguar el motivo le pregunté que le pasaba.
-¡Pareces tonto!- contestó: -¡No ves que nunca he estado con una mujer!
En ese momento no quise decirle que por propia experiencia dudaba que esa cría fuera lesbiana y acercándome a ella, pasé mi mano por su trasero mientras le decía:
-Si quieres, cancelamos la cita y nos quedamos retozando los dos solos en el jardín.
Mi tía dejó que le masajeara su culo durante un instante pero viendo que se estaba poniendo bruta, se separó de mí diciendo:
-¿No te estarás echando atrás? ¡Me prometiste hacerlo!
Muerto de risa, le contesté:
-Para nada, ¿Me crees tan idiota de no querer disfrutar en la cama con dos bellezas?
Mi piropo levantó su alicaído ánimo y dejándome en la cocina, me informó que se iba a cambiar. Aprovechando que estaba solo, me puse a recordar la peli porno que habíamos visto la noche anterior y tuve que reconocer que por mucho que mi tía quisiera reproducirlo ese día, veía imposible que pudiéramos seducir a Belén.
«No la veo comiendo la almeja de Elena», refunfuñé preocupado por si además de no aceptar nuestras insinuaciones luego se iba de la lengua y contaba a todo el mundo que me andaba tirando a mi tía.
Mis temores no disminuyeron a pesar que al volver mi pariente estaba impresionante con el bikini que llevaba puesto. Confieso que babeé al admirar sus enormes pechos apenas cubiertos por un triángulo de tela.
-¿Te gusta?- me preguntó mientras modelaba ese conjunto.
-Mucho- reconocí.
Mi cara debió reflejar mi calentura porque riendo esa madura me soltó:
-No te calientes antes de tiempo.
Cabreado me quedé callado mientras salíamos de la casa y solo cuando ya estábamos en el coche, pregunté:
-¿Cómo piensas seducirla?
-No voy a ser yo, ¡Vas a ser tú!- contestó.
-No entiendo- tuve que decir porque aunque fuera hace dos años, yo ya me la había follado y ese día lo que íbamos a intentar era hacer un trio.
Elena viendo mi turbación, me explicó:
-¿Recuerdas que vi a esa morena saliendo de un bar de lesbianas? Pues resulta que la dueña es amiga mía y cuando le pregunté por Belén, me contó que era una cría que todavía no había dado el paso y que aunque cortejó a varias maduras como yo, nunca había culminado por miedo.
-Ya veo- respondí- Como no ha salido del armario, quieres que la seduzca para que luego tú te incorpores.
-¡Tengo un sobrino imbécil!- exclamó: -¡Al contrario! Quiero que le cuentes que descubriste que tu “pobre” tía es calentorra que incapaz de rechazar cualquier insinuación sexual provenga desde donde provenga y que le da lo mismo que sea de un hombre o de una mujer.
-¿Quieres que le cuente que eres una ninfómana?
Partiéndose de risa, me contestó:
-Así es y que te confabules con ella para reíros a costa mía.
-Ahora sí que me he perdido- reconocí.
-¡Estás espeso!– soltó cabreada:- Pídele que te ayude a ponerme bruta. Si mi amiga no me ha mentido, no podrá negarse a hacerlo y ya puestos, nos la tiraremos entre los dos.
Ese plan me parecía un disparate pero Elena parecía tan segura de su éxito que no me quedó otra que aceptarlo y de esa forma, en menos de diez minutos, llegamos hasta el espléndido chalet donde vivía Belén con sus padres.
Al tocar el timbre, fue esa morena quien abrió la puerta y mientras me quedaba sorprendido por el cambio que había dado desde que no la veía (¡Estaba buenísima!), nos hizo pasar diciendo:
-He pensado que, como hasta mañana no vienen mis viejos, mejor tomemos el sol en la piscina.
Estaba a punto de negarme cuando mi tía al comprobar que desde el exterior no se veía el jardín, aceptó diciendo:
-Me parece estupendo.
Tras lo cual, mi antigua novia meneando su trasero nos llevó hasta unas tumbonas donde dejamos nuestras cosas. Mirándola de reojo no me podía creer lo que estaba viendo. Los tres o cuatro kilos que había engordado le sentaban de maravilla sobre todo porque gran parte de ese peso extra se había acumulado en sus tetas. Si de por si Belén era tetona, ahora era una vaca lechera.
Sé que se percató de la forma en que la observaba porque en plan coqueta, me lo recriminó diciendo:
-¿Te parezco gorda?
-En absoluto- respondí- Estás guapísima.
Elena ratificó mi opinión diciendo:
-Tienes un culo precioso. ¿No ves las miradas que te echa mi sobrino?
Me molestó que mi tía me traicionara de ese modo y sin medir las consecuencias, devolví su pulla al contestar:
-Las mismas que tú o ¿Crees que no me he dado cuenta?
Nuestro rifirrafe cogió desprevenida a Belén que tratando de calmar la situación me pidió que le acompañara a la cocina por unos refrescos. Como os imaginareis accedí y la seguí mientras entraba en el chalet.
Estaba abriendo el refrigerador cuando como de paso me dijo:
-Cuando discutías con tu tía, me pareció entender que insinuabas que era lesbiana.
Muerto de risa al saber por dónde iba, contesté bajando la voz:
-Sí y no. Elena tiene un problema…
-¿Qué problema?- preguntó interesada la morena.
Con tono misterioso, contesté:
-Ahí donde la ves, tiene una sexualidad exacerbada. No puede evitar excitarse con facilidad y ya caliente le da igual quien esté cerca, ¡Sea hombre o mujer se lo tira!
-No te creo- respondió: -Me estás tomando el pelo.
Reforzando su interés, me atreví a decir:
-Te lo juro. Si no fuera porque es mi tía, te lo demostraría.
Al oírme, bajo la tela de su bikini aparecieron dos pequeños bultos que me confirmaron su interés por Elena y soltando un órdago, la reté diciendo:
-¿Por qué no lo intentas tú y así nos reímos? – y viendo su cara de estupefacción, insistí: – Estoy seguro que con que la toques un poco, se pondría a gemir como una cierva en celo.
Sus ojos brillando me informaron que la idea le atraía pero creyendo que era broma, contestó a mi burrada diciendo:
-Y mientras la excito: ¿Tú qué harías?
– Ayudarte-contesté.
Al no creerme, no pudo evitar soltar una carcajada y cogiendo los refrescos fue de vuelta a la piscina. Al llegar allí, nos encontramos a mi tía acostada en una tumbona con los ojos cerrados como dormida.
-Tiene unas tetas impresionantes, ¿Verdad?- susurré al oído de Belén al percatarme que no podía apartar sus ojos de ellas: ¿Le pedimos que se ponga en Topless?
Lo lógico hubiera sido que no me hubiese contestado pero para mi sorpresa y mientras se mordía los labios, respondió:
-Me encantaría.
Asumiendo que mi pariente nos estaba oyendo, hice hincapié en la idea diciendo:
-¿Te imaginas que pedazo de pezones debe tener?
Inconscientemente, Belén llevó su mano a su pecho y al notar que los tenía erectos, se puso roja y forzando su calentura, dije:
-Me encantaría hundir mi cara entre ellos.
La cría confirmando las palabras de la dueña de ese bar, cerró sus rodillas intentando que no me diera cuenta que hablar así de esa madura la estaba poniendo cachonda.
« ¡Va a resultar bollera!», sentencié al descubrir una mancha de humedad en su braga.
Que los deseos de Elena fueran posibles, me excitó y poniendo cara de lujuria, me lancé al abismo diciendo:
-Me da vergüenza decírtelo pero no sé qué daría por echarla un polvo.
Al escuchar mi confesión se quedó pensando en ella. Noté su lucha interna. En su mente debía estar debatiendo si me ayudaba con esa increíble madura y de paso ella conseguía su sueño de estar con una mujer. Tras unos segundos de indecisión, en voz baja, me soltó:
-Te voy a reconocer algo que nadie sabe, lleva unos meses rondándome la idea de saber que se siente al estar con alguien de mi mismo sexo.
Justo en ese momento, mi tía hizo como si se despertara y en silencio se levantó y se tiró a la piscina. Mientras nadaba, me acerqué a donde Belén y directamente le pregunté:
-¿Y si la atacamos entre los dos? Ambos haríamos realidad nuestras fantasías.
Turbada por mi pregunta no me contestó inmediatamente sino se quedó mirando a Elena que salía con su bikini empapado. No me costó percatarme en el modo en que admiraba sus pechos.
-¡Fíjate!, el agua fría le ha puesto duros sus pezones- susurré en su oreja.
La morena babeó claramente al oírme e incapaz de mirarme, cogió mi mano mientras me decía:
-Júrame que nunca se le contarás a nadie lo que ocurra.
-Te lo juro- respondí sabiendo que esa zorrita había caído en la trampa.
No queriendo darle tiempo a que cambiara mi idea, le pregunté si tenía crema de broncear y al traérmelo sin pedirle opinión me eché un buen chorro en las manos.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó.
Bajando la voz, le dije:
-Recuerda, mi tía tiene el sexo a flor de piel y estoy seguro que le pondrá como una moto ver cómo te echo crema. De esa forma no corremos riesgos, si no es verdad que sea ninfómana lo único que puede ocurrir es que te haya metido mano un antiguo novio pero si es verdad, ambos disfrutaremos del cuerpazo de esa madura.
Reconociendo el sentido común de mi plan, se acostó en la tumbona diciendo:
-Adelante, ¡No te cortes! ¡Soy todo tuya!
No os tengo que adelantar que le hice caso y haciendo como s mi intención fuera otra,  empecé a untar de bronceador sus piernas. Fue entonces cuando Belén me sorprendió al empezar a gemir al notar mis dedos subiendo por sus muslos.
-¡No exageres!- murmuré: ¡Se va a dar cuenta!
Su respuesta me dejó helado porque mordiéndose los labios, me soltó:
-No estoy exagerando, ¡Me pone bruta que me toques con ella a pocos metros!
Su confidencia me hizo mirar a su entrepierna y allí confirmé sus palabras al descubrir su tanga mojado. Azuzado por sus palabras, mi pene reaccionó bajo mi traje de baño y no queriendo adelantar acontecimientos, seguí untando de crema sus piernas pero ya con un destino fijo que era su coño.
Mientras lo hacía miré de reojo a mi tía y comprobé que seguía atenta mis maniobras. Satisfecho al observar que tenía sus pitones tiesos, murmuré al oído de Belén:
-Elena nos está mirando.
La morena no pudo reprimir una sonrisa al saberse observada y abriendo sus piernas de par en par, me pidió que la masturbara. Desobedeciendo, la besé mientras le decía en voz baja:
-Voy a hacer algo mejor. ¡Veamos cómo reacciona cuando te coma el coño!
Sin preguntar mi opinión, Belén se quitó la parte de debajo de su bikini y dejando su sexo expuesto, contestó:
-¡Te estás tardando!
Descojonado, di por descontado que mi tía se calentaría mientras yo me ponía las botas y por eso, estaba colocándome entre sus piernas cuando tocándome en la espalda, me dijo:
-¿Me dejas hacerlo a mí?
Temiendo la reacción de mi amiga, miré hacía ella pero al contestar con la mirada que la dejara, me hice a un lado y permití que Elena tomara mi lugar. Desde la tumbona de al lado vi que, al contrario que yo, mi tía en vez de abalanzarse sobre su sexo empezaba besando en cuello de Belén:
«Bien pensado, es uno de los puntos débiles de esa zorrita», me dije comprobando también que no se quedaba satisfecha con ello y que mientras lo hacía, llevaba una de sus manos hasta la entrepierna de la morena.
Mi amiga excitada y avergonzada por igual, cerró sus ojos al sentir los dedos de Elena separando los pliegues de su chocho cómo no queriendo saber lo que ocurría. Por su parte, a mi tía la supe nerviosa al observar que una de sus piernas temblaba sin parar.
«Joder, ¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé para mí al comprender que aunque Belén no lo supiera para Elena era también su primera vez.
Como buen mirón no me quedó otra que callar y observar mientras esperaba mi turno. Desde mi sitio, fui testigo del profundo gemido que salió de la garganta de Belén al notar el aliento de la madura cerca de su pezón.
-¡Sigue! ¡Me vuelve loca!– gritó descompuesta cuando recogiendo su areola entre los labios, mi tía empezó a mamar de su pecho mientras comenzaba a torturar su clítoris.
Sin dejar de masturbarla, durante unos minutos alternó de un pecho a otro y con la confianza que le daba los berridos de la cría, Elena decidió que era tiempo de probar el sabor de su sexo. En silencio, con lentos besos fue bajando por su torso mientras su víctima se retorcía sobre la tumbona.
-¡No pares!- aulló cuando tomando un descanso, mi tía cesó de deslizarse. La calentura de esa morena era tal que incorporándose y casi llorando le rogó: -¡Necesito que me lo hagas sentir!
Sonreí al comprobar que le costaba decir abiertamente que deseaba que esa madura le comiera el coño y por eso, interviniendo di un azote en el culo de mi tía mientras le ordenaba:
-¡Comételo de una puta vez! ¡So puta!
No sé si fue el azote, la orden o el insulto pero me da lo mismo, descojonado, observé que había conseguido mi objetivo al ver a Elena recorrer los pliegues de mi amiga con su lengua. El agudo chillido con el que Belén nos regaló al experimentarlo fue suficiente estímulo para que mi pariente perdiera los estribos y se lanzase a devorar ese coño como posesa.
Usando sus dedos para follarla mientras su boca se regocijaba entre los labios y el atormentado botón, no tardé en comprobar que mi amiga se corría dando gritos. No queriendo inmiscuirme todavía pero totalmente excitado, me quité el bañador y me puse a pajearme a la vez que esas dos disfrutaban del amor lésbico. Por su parte, mi tía al saborear el torrente de cálido flujo que salía de la vulva de Belén, descubrió que le gustaba y usando su lengua, se puso a recogerlo para que nada se desperdiciara.
Uniendo un clímax tras otro mi amiga estaba haciendo su sueño realidad pero yo seguía a dos velas y viendo el meneo del culo de Elena al comerse ese coñito, decidí que ya estaba bien de esperar y bajándole las bragas, le incrusté de un solo golpe mi pene en su interior.
El chillido de mi tía al experimentar mi intrusión en su trasero, provocó que Belén abriera los ojos para ver qué pasaba y al comprobar mi maniobra, con voz llena de lujuria, me soltó:
-¡Dale duro a esta guarra! ¡Te lo mereces!
Aunque no me hacía falta su aprobación, me alegró saber que nuestro acuerdo seguía vigente y con mayor énfasis, cabalgué sobre mi montura. El ritmo brutal que imprimí a su trasero junto con la excitación que ya acumulábamos los dos, hizo que no tardáramos en corrernos y mientras derramaba mi simiente en su interior, escuché los aullidos de Elena.
No contento con ello, seguí galopando sobre su grupa hasta que ordeñé por completo mis huevos y mi verga perdió su dureza. Agotado, me dejé caer al suelo mientras sobre la tumbona, mi tía y su recién estrenada amante se besaban sin parar.
Os confieso que creí que ya no me quedaba más que hacer en ese chalet viéndolas cuchichear entre ellas pero entonces Belén cogiendo a Elena de la mano, sonriendo, me soltó:
-¿Nos acompañas arriba?
Intrigado, pregunté para qué.
MI amiga soltando una carcajada, me lo aclaró diciendo:
-Quiero comerme el coño de tu tía… y que al terminar, me des el mismo tratamiento.
Imaginaros mi cara y cuando creía que nada me podía sorprender, muerta de risa, me dijo:
-Este día lo recordaré siempre. No solo habré probado que se siente con una mujer sino que también que tras mi primer trío, un ex novio desvirgará mi culito.

 

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Relato erótico: «La fábrica 19» (POR MARTINA LEMMI)

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SOMETIENDO 4LA FABRICA 19

Sin títuloY entonces, por primera vez, Luis me cogió.  Lo hizo sin el menor cuidado de que fuera a entrar alguien ya que estábamos junto a los lavatorios y no en un privado.  Lo primero que hizo fue tomarme por las caderas y quitarme mis bragas, ésas mismas que yo reservaba para que me las quitara Daniel después de la fiesta.  Palpó mi carne y recorrió luego con detenimiento cada centímetro cuadrado de la tela de mi vestido blanco, el cual, según propias palabras, era uno de sus fetiches preferidos.  Luego pareció tomar conciencia de que urgía la prisa y, tras ensartarme, comenzó a bombearme a la vez que, pasando las manos por delante de mi tórax, me aprisionaba las tetas que, en ese momento, se balanceaban sobre el lavabo.  Lo más increíble del asunto era que a mí tampoco parecía importarme mucho el ser vista en esa situación; más aún: hasta me gustaba la idea de que alguien le fuera a Daniel con el cuento pues se lo tenía merecido.  Creo que allí radicó la clave para sentir placer en ese momento; no era tanto que Luis fuera un gran cogedor: lo que me excitaba sobremanera era el saber que yo me estaba vengando de mi flamante esposo y, en ese momento, poco me importaban las infidelidades por mí antes cometidas o, bien quizás, conformaba a mi conciencia el que él hubiera terminado por no portarse demasiado bien conmigo.  Y, de hecho, me había sido infiel sin saber que yo lo había sido con él.  El razonamiento, desde ya, me venía como anillo al dedo; las mujeres solemos hacer eso: buscamos encontrar en el otro la falta que, de algún modo, nos sirva de excusa para justificar nuestro comportamiento, aun cuando dicho comportamiento sea cronológicamente anterior a la supuesta falta.

El bombeo fue en aumento y mi calentura también: chorros de saliva me caían por las comisuras y parecían ser más propios de una loba rabiosa que de una perra en celo.  Lo sentí acabar dentro de mí y, una vez más, el tibio semen me invadió por dentro.  Luis se dejó caer sobre mí, exhausto y, en cuanto recuperó un poco el aliento, se dedicó a morder y lamer mi vestido blanco, ése que tanto le excitaba.

Ninguno de los dos agregó más palabra.  El, simplemente, se acomodó la ropa y se retiró; viéndolo en el espejo, pude advertirle una amplia sonrisa de satisfacción.  Yo quedé un rato acodada sobre el lavabo y con mis bragas en los tobillos: el peligro de que alguien entrara de un momento a otro volvió a cobrar fuerza y, aun cuando, como ya dije, se trataba de una sensación paradójica, me acomodé la ropa, para luego, recomponer un poco mi cabello y maquillaje.  Volví a la fiesta; estaba furiosa y se me notaba: cualquiera podía darse cuenta con sólo verme caminar.  Pensé en encarar directamente a Daniel en el parque pero me abstuve: deambulé entre las mesas sin rumbo, nerviosa, sin saber qué hacer.  En cada mesa que me detuve, bebí alguna copa de vino que se hallaba sobre el mantel y lo hice, en todos los casos, de un solo trago.  Sólo el alcohol podía, en ese momento, servir como refugio para mi furia y, de hecho, pregunté a una de las camareras cuánto faltaba para que trajeran el champagne.

En una de mis tantas pasadas por las mesas, volví a pasar junto a Hugo, quien ya para ese entonces casi no podía tenerse en la silla y no paraba de decir pavadas y carcajear a todo volumen.  Una vez más, me arrojó un manotazo a la pasada pero no logró capturarme; no obstante ello, me giré hacia él mirándolo fijamente.  Avancé dos pasos hacia su silla y le puse mis tetas prácticamente a la altura de su rostro, lo cual no sólo se notó que lo dejó perplejo sino que además hizo levantar vítores y risas a coro de entre quienes alrededor se hallaban.  Lo tomé por la camisa y lo atraje hacia mí, estampándole en la boca un largo y profundo beso mientras él, absolutamente descolocado, se agitaba como un pez repentinamente fuera del agua; no había esperado jamás tal actitud de mi parte, como tampoco la habían esperado los invitados, cuyo festejo de la situación se volvió aun más ruidoso. 

Contrariamente a lo que podría suponerse, en ese momento disfruté del hecho de captar la atención de todos, pues estaba segura que, en un santiamén, la noticia recorrería el salón y llegaría hasta el parque, donde Daniel platicaba con sus amigos.  Siempre mirándolo a la cara, recogí mi vestido y me senté sobre el regazo de Hugo colocando una pierna a cada lado de él, a la vez que echaba mis brazos en torno a su cuello y llevaba mi lengua bien adentro de su boca, lo cual, con lo borracho que él se hallaba, puedo decir que fue otra experiencia alcohólica, además de desagradable; pero nada me importaba…

Cuando separé mis labios de los suyos, seguí mirándolo a los ojos con una mirada provocadora y hambrienta.

“Luis ya me cogió – le dije, en un tono desafiante desconocido para mí misma -.  ¿Y vos?  ¿O será que sos puto?”

No sé si mis palabras fueron oídas por quienes nos rodeaban, pero lo que sí sé es que el rostro de Hugo lucía totalmente transfigurado; los ojos se le escapaban de las órbitas y saltaba a la vista que no sabía en dónde meter tanta perplejidad.  Bajo el monte de mi sexo podía sentir claramente cómo se le iba poniendo duro el miembro mientras él seguía sin decir palabra alguna y ya no se mostraba tan alegre y jocos como hasta hacía unos minutos.  Hasta parecía que se le hubiera ido la borrachera, no por el olor sino por la actitud…

Poniéndome en pie y, tironeando de su camisa, lo hice levantar de la silla y, prácticamente, lo arrastré conmigo, ante la atónita pero también festiva mirada de los presentes.  Lo llevé en dirección al toilette y varias veces perdió el equilibrio en el camino, ante lo cual yo, en cada oportunidad, lo levanté, simplemente y sin delicadeza alguna, tirándole de la camisa e incluso hasta haciéndole perder un par de botones.  Yo ya no miraba atrás pero, aun así, podía imaginar los rostros desencajados y azorados de quienes, seguramente, no podían creer el vernos entrando en el baño de damas.  Entorné la puerta, no sé por qué… Quizás porque, de todas formas, ya era suficientemente público y conocido que mi jefe estaba a punto de darme una buena cogida.

Volví a adoptar la misma posición que con Luis, es decir, me incliné sobre el lavatorio; la elección de tal postura no era caprichosa ni azarosa: en realidad, era la mejor que podía adoptar para no tener que ver cuán poco atractivo era el tipo que estaba a punto de montarme.  Él estaba tan borracho que se le hizo complicado conseguir una buena erección; se le había comenzado a poner dura en el salón pero le costó llegar a envararla por completo: jugueteó un poco con su pene humedeciéndome por entre las piernas, pero después volcó su atención a mi entrada anal.  No me sorprendió: era el padre de Luciano, después de todo.  Ya para esa altura me quedaba lo suficientemente claro que el puerco quería entrarme por allí y, en lugar de indignarme y ponerlo en su lugar, lo dejé hacer.  Se hizo un poco larga la ceremonia previa puesto que, si ya la erección de por sí se le complicaba, él estaba eligiendo la entrada más difícil en tal contexto.  No obstante y luego de mucho juego previo, lo consiguió y entró en mi culo torpemente: no se parecía mínimamente a la penetración de su hijo.  Podía ser en parte culpa del alcohol, pero la realidad era que Hugo Di Leo no me daba la impresión de ser tipo muy ducho en tal menester; lo suyo más bien, era el “juego sucio” más que el sexo propiamente dicho: las cochinadas de oficina tales como lamidas de culo, mamadas de verga, cosas por el estilo, pero nada que diera muestras de ser un experto en empalar a una mujer.  De todos modos, su rítmico bombeo se fue incrementando poco a poco y, si bien me dolía, yo apretaba los dientes y me la aguantaba.  Para concentrarme, sólo pensaba en Daniel y en Floriana: sólo el odio y la rabia podían ayudarme a mantenerme más o menos íntegra en una situación como ésa.  Más aún: ese odio me excitaba y, por lo que podía sentir, me llevaba hacia el orgasmo.

Y la acabada llegó: su semen caliente invadió mi culo casi al tiempo en que yo también explotaba; en cuanto retiró su verga, pude sentir el líquido viscoso bajándome por las piernas.  Si Luis había terminado extenuado, Hugo estaba casi muerto: no paraba de jadear y no parecía capaz de pronunciar palabra alguna ni aunque se lo propusiese.  Se dejó caer a un costado y quedó allí, de pantalones bajos y sentado en el piso al pie de los lavatorios.  Yo, por mi parte, me acomodé una vez más la ropa y volví a la fiesta; como no podía ser de otra forma, bastó con trasponer la puerta para descubrir una constelación de ojos clavados sobre mí: los había curiosos, otros azorados, otros gozosos, otros divertidos, otros perversos, pero todos me miraban a mí.  ¿Y qué esperaba después de todo?  Hice una recorrida con la vista en busca de Daniel, pues deseaba, por todo y por todo, que estuviese allí, pero no: no se lo veía por el salón, de lo cual inferí que aún seguía en el parque.  Lástima…  A quienes sí pude distinguir fue a sus padres y pude, de hecho, sentir la gélida mirada de la madre sobre mí; no supe, en ese momento, si era debido a ya estar anoticiada de lo ocurrido en el baño de damas o a que, simplemente, no me perdonara, tal vez, el haberme (según ella) prestado a los papelones de Hugo durante la ceremonia de las ligas.  Hice caso omiso y, simplemente, desvié la vista, no con temor o vergüenza sino con desinterés: antes que recriminarme nada, no le vendría mal enterarse algunas cosas acerca de la “conducta ejemplar” de su querido hijo…

Recogiendo los pliegues de mi vestido, retomé mi marcha por entre las mesas y me senté a la primera en que vi una silla libre.  Un rato después se anunciaban la torta y el champagne, y fue entonces cuando apareció Daniel: no se lo veía furioso como yo hubiera esperado, sino más bien compungido; era como si aún no le hubieran dicho.  Ya le llegaría de todas formas: no había posibilidad alguna de que fuera de otra forma.  Hizo un recorrido con la vista como si me buscara pero no me encontró: me hallaba bastante camuflada, sentada a una mesa en la cual él no esperaba verme. 

Un rato después me dirigí hacia el lugar en que se hallaba la enorme torta de la cual pendían un sinfín de cintas mientras las camareras iban haciendo llegar baldes con botellas de champagne.  Recién entonces Daniel recaló en mi presencia y me clavó una mirada de hielo que, interpreté, no tenía nada que ver con que se hubiera anoticiado de lo ocurrido en el baño de damas sino que más bien era una secuela de lo ocurrido con las ligas: bastaba con ver su semblante para darse cuenta que era eso lo que me seguía recriminado.  Pobre idiota… ¿Cómo iría a sentirse en cuanto supiera que, después de semejante bochorno, mi jefe había terminado por cogerme en el baño y que allí todo el mundo lo sabía?  Todo el mundo, claro, menos él, tal como desde hacía rato venía ocurriendo…

Nos sirvieron el champagne y tuvimos que hacer la clásica ceremonia de brindar y beber cruzando mutuamente nuestras copas.  En ese momento nos encontramos cara a cara… y si la mirada de él era del más cortante hielo, la mía, puedo asegurarlo, era puro fuego.

Demás está decir que cuando salimos del salón, ni siquiera lo hicimos tomados de la mano; él no hizo amago en tal sentido y yo tampoco: recién cuando estábamos ya a punto de subir al vehículo le tomé la suya, aun con resistencia, y me giré hacia los invitados tratando de poner la mejor sonrisa.  Las caras lo decían todo: los que lucían más escandalizados permanecían algo por detrás, como guardando distancia al no poder dar crédito a su incredulidad por lo que habían presenciado en la fiesta.  Los que estaban más cerca de nosotros no lucían menos incrédulos, pero sí mucho más divertidos y sacándole, seguramente, el jugo a la situación, ya que no era difícil de suponer que se hablaría por semanas de mi casamiento.  Daniel intentó soltarse de mi mano pero no se lo permití hasta que nos hallamos en el auto y el chofer puso en marcha el motor.

Esta vez fui yo quien lo miró fijamente, aun cuando él pretendió actuar como si me ignorase aunque, claro, deliberadamente.  De talante ofendido, mantenía la vista en el camino como tratando de dejarme bien claro que, al menos de momento, no quería verme.

“Me cogí a Hugo…” – le espeté, de sopetón.

Fue como lanzarle una bofetada en pleno rostro.  Visiblemente sacudido y atónito por lo que acaba de oír, dio un salto en la butaca y se giró hacia mí arrugando la frente al tiempo que el chofer, no menos perplejo, escudriñaba por el espejo con ojos estupefactos.  No me importó.

“¿Qué??? – exclamó Daniel llevando, en un respingo, los hombros a la altura de sus orejas.  Juro que, en medio del odio que yo sentía, me divertía verlo así…

“Lo que oíste – le dije, tratando de que mi voz sonara lo más fría posible -.  Hugo: mi jefe, ¿lo ubicás?  Ese mismo que me sacó la media, ¿te acordás?  Mirá, sigo sin ella…”

Abrí el vestido un poco para mostrarle mi pierna, que aún seguía desnuda tras el episodio de la ceremonia de las ligas.  El rostro de Daniel lucía desencajado; las sienes se le marcaban como si fuesen a punto a estallar de un momento a otro.

“Estás borracha…” – dijo, con tono de dictamen.

“Sí, es cierto: lo estoy, pero también es cierto que Hugo me cogió, jeje… Lo siento.  Bah, lo siento por vos: yo lo disfruté mucho”

Daniel, sin poder salir de su azoramiento, echó un vistazo hacia el chofer; se notaba su vergüenza por la actitud que exhibía su flamante esposa.  El conductor, que desde hacía algún momento, no paraba de mirarnos por el espejo, pareció sentirse pillado en falta, por lo cual, haciéndose el distraído, regresó la vista al camino.

“Estás borracha – insistió Daniel, hablando entre dientes y por lo bajo -.  Ya… vamos a hablar esto en casa”

“¿Qué vamos a hablar?  ¿Qué mi jefe me hizo el orto bien hecho?”

“¡Sole… por favor!” – farfulló mientras abría cada vez más grandes los ojos y me hacía gesto de que me callara.

“¿O preferís que te cuente que Luis me cogió antes?  Te acordás de Luis, ¿no?  El jefe de Floriana, Flo-ria-na: ¿te suena?”

No pareció captar el sentido irónico con el que le remarqué y silabeé el nombre o, al menos, no dio visos de hacerlo: tal vez, superado como estaba por el hecho de que yo estuviera escupiendo todo en presencia de un tercero, simplemente disimulaba.

“Y en la fiesta se dieron cuenta todos, ¿sabías? – continué yo, sin piedad alguna -. ¿No te diste cuenta que te miraban como a un pobre cornudito?  ¿Que se reían todos de vos?”

“Soledad: basta” – remarcó con fuerza la última palabra mientras su rojo se iba tiñendo de rojo.

“¿Nadie te dijo nada? – pregunté, con sorna y adoptando una expresión falsamente ingenua -.  Mirá vos: quién diría… Tal vez tus amigos me vieron fácil y estarían a la espera de una oportunidad para cogerme también ellos, ¿no te parece?”

“Basta…” – su tono era de súplica, pero destilaba veneno.

“Porque si es por enterarse, seguro que se enteraron, como todos en esa fiesta, jeje.  Menos vos, pobrecito, pero bueno, podés estar contento porque ahora también te estás enterando”

“Basta…”

“¿Basta qué?  No es lógico que sólo lo sepas vos; ya todos saben que al cornudito de Daniel lo engañaron… y que su esposa es una…”

Una bofetada me cruzó el rostro.  Dudo que Daniel hubiera visto alguna vez “Gilda” o que reconociera la línea de diálogo, pero descargó su mano sobre mi rostro en el preciso momento en que Glenn Ford lo hacía sobre el de Rita Hayworth.  Sentí un hilillo de sangre correrme por la comisura del labio y lloré, lloré, con más rabia que dolor…

Pronto llegamos a la casa de Daniel, la cual, a partir de ahora, se convertía en teoría en nuestra vivienda conyugal.  Él, tras saludar al chofer haciendo un esfuerzo sobrehumano por verse y sonar cortés, me tomó por la mano y prácticamente me arrastró hacia la acera: era tarde y no había ya transeúntes en la zona pero, aun así, alcancé a distinguir que, en el vecindario, algún que otro cortinado se corría tras los visillos de las ventanas.  Daniel estaba tan alterado que tuvo que hacer varios intentos hasta, finalmente, lograr introducir la llave en el cerrojo; cuando, finalmente, lo logró, abrió la puerta con furia y, una vez que ambos estuvimos dentro, la cerró con un violento portazo que debió haber resonado por todo el vecindario.  Tras ello, me llevó hasta el cuarto y me arrojó de espaldas sobre la cama.

“¿Qué es toda esa mierda que estás diciendo? – preguntó, contraída su frente en una única y gran arruga -.  ¿Por qué hacés esto?  ¿Estás borracha o drogada?”

“Una lástima que nos hayamos ido tan temprano de la fiesta – protesté quedamente y con expresión de tristeza -; tenía ganas de chuparle el pito a alguno de tus amigos.  ¡Hay un par que están bastante buenos, eh!  ¡Y me miraban con ganas!  ¡Y me pareció que tu papá también!”

Daniel permanecía de pie, ante la cama; temblaba por los nervios y parecía una fiera agazapada a punto de saltarme encima.

“Sole, no… te conzco; ¿por qué estás actuando así?  ¿Qué es lo que te pasa?  No entiendo: nunca antes…”

“Nunca antes mi novio había cogido con otra” – le espeté, a bocajarro.

Acusó recibo; hasta pareció retroceder un paso por el impacto.

“P… pero, q… qué estás diciendo?”

“¿Te gustó cogerte a Floriana?”

Su rostro se tiñó de blanco; las manos se le aflojaron como si hubieran perdido fuerzas.

“Sole… ¡Estás totalmente loca!”

“Qué mal gusto que tenés, eh – continué adelante con mi tono irónico sin oír, prácticamente, lo que me decía -.  Igual, qué sé yo: me alegro por Flori, pobre.  Con lo fea que es, jamás se la iba a montar un tipo un tipo en toda  su vida”

Quedó mudo, con el labio inferior cayéndole estúpidamente.  Aproveché la oportunidad para sacarle aun más filo a mi lengua y recrudecer el ataque:

“¿Qué pasó?  ¿Te dio lástima o te gusta de verdad?  Mirá que, si es así, yo no tengo problema en apartarme para dejarlos ser felices, eh”

“Es lo que querrías, ¿no?” – soltó, de repente.

“¿Perdón?”

“Es lo que querrías: que yo saliera de en medio de alguna forma para así poder coger tranquila con quien se te cante”

Su contraofensiva, a decir verdad, me tomó desprevenida y, de algún modo, me tocó.  Yo sabía bien que en mi virulento ataque hacia él por la infidelidad cometida había una fuerte intención de descargar culpas por mis actos.  Permanecí vacilando un momento; luego decidí que no le iba a permitir poner las cartas de su lado:

“Pensá lo que quieras” – dije, con un encogimiento de hombros, a la vez que me ladeaba y me arrebujaba en la cama.

“Entonces… – farfulló -: ¿es… verdad que te dejaste coger por tus jefes en la fiesta?  ¿Una venganza?  ¿Eso fue?”

“Hmm, no… – mentí -: simplemente tuve ganas de pasarla bien porque sabía que con ese pitito tuyo no iba a tener demasiada satisfacción esta noche”

No lograba entender cómo aún no me saltaba encima hecho una furia.  Yo no paraba de darle un motivo tras otro para que lo hiciera y hasta admiré, en ese momento, su entereza para no hacerlo.

“¿Te lo contó Floriana?” – preguntó.

“¿Importa?”

“Sí – asintió -: te lo contó Floriana”

“Nunca pensaste que iba a hacerlo, ¿no?  Pero es mi amiga, no te olvides…”

“Para ser tu amiga no guardó muy bien tus secretos”

Me giré hacia él con los ojos desorbitados; de pronto el estupor se apoderó de mí.  ¿Le había entonces Floriana contado detalles de la despedida?  ¿O bien alguna anécdota de las de la fábrica de ésas de las que, tal vez, fingía ante mí no enterarse?  Lo más lógico de mi parte hubiera sido, en ese momento, no contestar a Daniel y dejarlo que siguiera con su discurso si era que estaba iniciando uno; cuanto más me dejase turbar por sus palabras, más en culpa me mostraría.  Volví a ladearme, con expresión aburrida.  Mi súbita y poco real entereza, sin embargo, me duró muy poco:

“¿Qué secretos?” – pregunté y me arrepentí apenas lo hice.

“¿Necesito decirlos?” – me repreguntó.

Era una jugada sucia de su parte.  Estaba, desde ya, en todo el derecho de hacerla pues yo misma había jugado sucio: su intención era que yo hablase y así, tal vez, mi lengua soltara más de lo que él en realidad sabría o de lo que Floriana le habría informado.

Yo no iba a decirle palabra alguna, desde ya.  En ese momento resonó en la casa un portazo que claramente provenía de la puerta de calle.  Mi rostro se tiñó de preocupación y hasta de terror pues recordé entonces que Daniel, alterado como estaba, no le había echado llave; de hecho, él mismo se mostró sorprendido e inquieto al oír el portazo.  Un instante después, dos siluetas se recortaban contra la puerta de la habitación y pude reconocerlas de inmediato: eran los padres de Daniel…

La expresión severa de la madre lo decía todo; sus ojos se clavaban en mí como dos dagas.  Su esposo, un paso más atrás, también lucía serio, aunque no tanto como ella.

“¿Qué… hacen acá?” – preguntó Daniel, sin poder salir de su sorpresa por lo inesperado y abrupto de la visita.

“La puerta estaba abierta y…” – comenzó a explicar su padre.

“Daniel… – interrumpió su madre -.  ¡Esta mujer es… una puta!”

El mismo veneno que arrojaba su mirada era el que destilaban sus palabras; nunca la había visto en tal estado en mi presencia ni mucho menos referirse a mí de un modo tan peyorativo: no obstante, las fichas se acomodaron rápidamente en mi cabeza y comprendí que, seguramente, se habría ya enterado de lo ocurrido en la fiesta mientras ella hablaba con su hijo en el parque.

“Mamá… – intervino Daniel, tratando de sonar apaciguador -; creo que…no deberías estar aquí.  Por favor, te pido que nos… dejes resolver esto solos”

“¡Se dejó coger en el baño de damas!” – barbotó la mujer, cuyos ojos, llenos de desprecio, parecían hincharse a ojos vista.

“Daniel tiene razón – intervino el padre -: no es algo que nos incumba a nosotros.  Lo mejor sería dejar que ellos…”

“¿No te das cuenta que esta puta insultó a nuestra familia con lo que hizo? – atronó la mujer, aun con los ojos clavados sobre mí -.  ¡Por años se va a hablar de esta boda y sólo para que se rían de nosotros!”

Era tanta la rabia que rezumaba por los poros que, incluso, parecía a punto del llanto.

“Eso lo entiendo – volvió a intervenir el padre de Daniel, con tono contemporizador -, pero…”

“Dame tu cinto” – le espetó ella al tiempo que, sin dejar de mirarme, le extendía su mano abierta.

El terror me invadió y la perplejidad se apoderó tanto de Daniel como de su padre, quienes miraban a la mujer con gesto incrédulo.

“¿Qué… vas a hacer?” – preguntó el hombre.

“Mamá, por favor…” – comenzó a decir Daniel en tono suplicante.

“¡Dame tu cinto!” – volvió a repetir la madre de Daniel girando la vista hacia su esposo para arrojarle una mirada de fuego ; las palabras le brotaban cada vez más cargadas de odio.

Para mi estupor, el hombre, sumisamente, se quitó el cinturón de su pantalón y lo extendió a su mujer, tal como ella reclamaba.  Atónita y aterrada, eché una mirada a Daniel; esperaba en mi ingenuidad que hubiera alguna reacción o resistencia de su parte: por muy disgustado que estuviese conmigo, no me entraba en la cabeza que fuera capaz de avalarle a su madre una atrocidad semejante a la que parecía estar a punto de hacer.  Sin embargo, él no me miró; se mantuvo estático y boquiabierto, con la vista fija en su madre.

Ella tomó el cinto y lo dobló sobre su mano; no fue difícil adivinar en su gesto que estaba a punto de golpearme con él.  Dada la pasividad que demostraban tanto su hijo como su esposo, decidí  que ése era el momento en el cual yo debía escabullirme de aquella casa para no regresar nunca más, pero la maldita bruja adivinó rápidamente mi intención:

“Sosténganla” – ordenó.

Ambos la miraron azorados, lo cual enfureció aún más a la mujer.

“¡Dije que la sostengan! – insistió, mostrando sus dientes -.  ¿Es que no se entiende?”

Remató sus palabras golpeando con el cinto sobre la cama, a escasos centímetros de mi pierna.  Yo me removí aterrada y tuve como impulso hacerme un ovillo, pero la virulenta reacción de la mujer no sólo tuvo efecto sobre mí, sino también sobre Daniel y su padre, quienes, de inmediato, se abocaron a la tarea de tomarme por las muñecas y los tobillos de tal modo de estirarme sobre la cama y, por supuesto, impedirme escapar.  Presa de un pánico indescriptible, proferí un alarido: quizás tenía suerte y algunos de esos vecinos que habían estado fisgoneando tras las ventanas, pudieran oírme y así yo esperar algún tipo de ayuda de su parte.  Mi grito enfureció aun más a la madre de Daniel, quien, acercándose por el costado de la cama, me estrelló una dura bofetada en el rostro.

“¡Silencio, puta!” – me ordenó y pude sentir las gotas de saliva caer sobre mi rostro al gritarme la orden.

Llegó el momento en que el cinto cayó nuevamente, pero esta vez sobre mi humanidad: lo hizo en primer lugar sobre mis muslos para después seguir con mi vientre y luego con mis tetas; no pude evitar que mis alaridos recrudecieran pues el dolor era insoportable hasta cuando golpeaba por sobre la tela del vestido.  Además cada grito mío sólo servía para que ella golpease aun más fuerte a la siguiente oportunidad.

“¡Dije: silencio!” – bramó, mientras arrojaba sobre mí una nueva andanada de golpes.

De pronto dejó de golpear; el dolor me partía en dos, pero tuve la esperanza de que aquella demencial locura hubiese terminado.  Entreabrí el ojo para mirarla y puedo asegurar que lo que vi era un animal: una bestia rabiosa; el pecho le subía y bajaba agitadamente mientras sus incisivos mordían el labio superior.  Incluso se pasó la mano por la comisura para secar algún hilillo de baba.

“Desnúdenla” – dijo, ásperamente.

La incredulidad retornó a los rostros de Daniel y de su padre además de, obviamente, al mío.  Ellos giraron velozmente sus cabezas hacia ella y la miraron con absoluta incomprensión; parecía haber en sus ojos un desesperado llamado a terminar con aquel delirio.

“¡Dije que la desnuden!” – volvió a ordenar la mujer al tiempo que dejaba caer un golpe de cinturón a la altura de mi sexo.

Mi alarido cortó el aire pero ello no disuadió ni a Daniel ni a su padre, quienes, en cambio, se mostraron temerosos de la ira de ella.  Rápidamente se dedicaron a irme quitando todas las prendas aun a pesar de los esfuerzos que yo hacía para liberarme de sus manos y huir de allí; el cinturón, de hecho, cayó un par de veces más sobre mí a efectos de que me quedara quieta.  Cuando me dejaron desnuda por completo, la mujer les ordenó que me dieran la vuelta y ellos, naturalmente, obedecieron tan sumisamente como lo venían haciendo.  Alzándome en vilo como si fuera una bolsa de papas, me invirtieron como a un bifje y me arrojaron boca abajo sobre la cama para, luego, volver a tomarme por muñeca y tobillos.  El cinto volvió a caer sobre mí: comenzó azotándome entre los omóplatos pero luego dedicó su atención a mis nalgas y se emperró con ellas. 

Un golpe… y otro… y otro… Yo no sabía ya cuántos iban y no encontraba forma de reprimir los gritos que salían de mi garganta; tampoco había visos de que ella fuera a cesar el castigo sino que, por el contrario, la violencia del mismo parecía verse incrementada cada vez que yo gritaba.  De pronto, en una de las tantas veces en que el cinto se levantó, cerré mis ojos y quedé a la espera de que cayera nuevamente… pero no lo hizo: pareció, por el contrario, producirse una larga pausa y, casi de inmediato, escuché a la madre de Daniel lanzar una serie de insultos e interjecciones ininteligibles.  Súbitamente, padre e hijo aflojaron la presión sobre mis miembros y, de hecho, me liberaron por completo: la sensación fue que lo hicieron con premura, como si algo más urgente demandase, de repente, su atención.  Apoyándome sobre los codos,  me incorporé un poco y giré mi cabeza para tratar de ver qué era lo que estaba ocurriendo: la situación con la que me encontré fue de lo más inesperada, más aún que el haberse encontrado con los padres de Daniel dentro de la casa…

La razón por la cual el cinto no había terminado de caer nunca sobre mí era porque alguien había atrapado y detenido el brazo de la mujer en el  aire; ese alguien, de hecho, estaba ahora forcejeando con ella, quien era auxiliada por su esposo y su hijo, los cuales hacían ingentes esfuerzos por sacar al intruso de encima de ella. 

¿Quién más estaba allí?  ¿Cuántas visitas inesperadas habría en mi noche de bodas?  El particular cuarteto en lucha se movía tan frenéticamente que yo no podía precisar el rostro de quien forcejeaba con la madre de Daniel, ya que se movía todo el tiempo y, de hecho, su imagen se veía cada tanto eclipsada por Daniel o por su padre.  A pesar de ser, en principio, una lucha desigual, parecía no haber forma de contener al recién llegado, quien no retrocedía un solo centímetro ni soltaba el antebrazo de la mujer; la presión que ejercía debía ser muy fuerte, ya que en determinado momento ella dejó caer el cinto y, recién entonces,  él aflojó.

Se echó un paso hacia atrás y, en ese momento, la luz que venía del corredor le dio en pleno rostro y logré determinar que quien había acudido en mi ayuda era… Milo, el despedido sereno de la fábrica.

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