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“Millonario y dueño de un harén, gracias a un ladrón” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Nuestro protagonista estaba con un amigo y dos mujeres cuando la madre de una de ellas le abofetea al considerarlo como el causante de todos sus males. En un principio, no reconoce a su agresora y eso le enfurece. La propia hija es la que le informa que años antes y durante una auditoría, había sido él quien acusó al marido de esa loca de haber hecho un desfalco y creyendo en la inocencia de su padre, le pide que descubra quien había sido el verdadero culpable.
Intrigado por el asunto e interesado en la muchacha, investiga y descubre que no se había equivocado en acusarlo pero lo que realmente trastoca su vida es descubrir veinte millones de euros a nombre de la cría en un paraíso fiscal.
Esa situación les pone en un dilema, él sabe donde está ese dinero pero no puede tocarlo y la muchacha es millonaria pero desconoce como hacerse con su herencia.
Entre los dos llegan a una solución….

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B078RN7N83

 

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO EL PRIMER CAPÍTULO:

 
CAPÍTULO 1

La ausencia de papeles amontonados sobre la mesa de mi despacho, engaña. Un observador poco avispado, podría suponer falta de trabajo, todo lo contrario, significa que 14 de horas de jornada han conseguido su objetivo, y que no tengo nada pendiente.
Contento, cierro la puerta de mi despacho y me dirijo hacia el ascensor. Son la 9 de la noche de un viernes, por lo que tengo todo el fin de semana por delante. El edificio está vacío. Hace muchas horas que la actividad frenética había desaparecido, solo quedaban los guardias de seguridad y algún ejecutivo despistado. Como de costumbre, no me crucé con nadie y mi coche resaltaba en el aparcamiento. En todo el sótano, no había otro.
El sonido de la alarma al desconectarse, me dio la bienvenida. Siguiendo el ritual de siempre, abrí el maletero para guardar mi maletín, me quité la chaqueta del traje, para que no se arrugara y me metí en el coche. El motor en marcha, la radio encendida, el aire acondicionado puesto, ya estaba listo para comerme la noche. Durante los últimos diez años, como si de un rito se tratara, se repetía todos los viernes: ducha, cenar con un amigo y cacería.
Iríamos a una discoteca, nos emborracharíamos y si había suerte terminaría compartiendo mis sabanas con alguna solitaria, como yo.
Las luces de la calle, iluminan la noche. Los vehículos, con los que me cruzo, están repletos de jóvenes con ganas de juerga. Al parar en un semáforo, un golf antiguo totalmente tuneado quiso picarse conmigo. Sus ocupantes, que no pasaban los veinte, al ver a un encorbatado en un deportivo, debieron pensar en el desperdicio de caballos; una piltrafa conduciendo una bestia. No les hice caso, su juventud me hacía sentir viejo. Quizás en otro momento hubiere acelerado, pero no tenías ganas. Necesitaba urgentemente un whisky.
Las terrazas de la castellana, por la hora, seguían vacías. Compañía era lo que me hacía falta, por lo que decidí no parar y seguir hacia mi casa.
Mi apartamento, lejos de representar para mí el descanso del guerrero, me resultaba una jaula de oro, de la que debía de huir lo más rápidamente posible. Además había quedado con Fernando y con dos amigas suyas, por lo que tras un regaderazo rápido salí con dirección al restaurante.
El portero de la entrada sonrió al verme. Me conocía, o mejor dicho conocía mis propinas y solícito, me abrió la puerta. Mi colega ya estaba esperándome en la mesa.
―Pedro, te presento a Lucía y a Patricia
Todo era perfecto. Las dos mujeres, si es que se les podía llamar así ya que hace poco tiempo que habían dejado atrás la adolescencia, eran preciosas, su charla animada y Fer, como siempre, era el típico ser que aún en calzoncillos seguía siendo elegante y divertido.
No habíamos pedido el postre, cuando sin mediar palabra, apareció por la puerta una mujer y me soltó un bofetón:
― ¡Cerdo! No te bastó con lo que me hiciste a mí, que ahora quieres hacerlo con mi hija.
Estaba paralizado. Aunque la mujer me resultaba familiar, no la reconocía. Fernando se levantó a sujetar a la señora y Lucía, que resultó ser la hija, salió en su defensa.
― Disculpe pero no tengo ni idea de quién eres― fue lo único que salió de mi garganta.
―Soy Flavia Gil. ¿No tendrás la desvergüenza de no reconocer lo que me hiciste?― contestó.
Flavia Gil, el nombre no me decía nada:
―Señora, durante mi vida he hecho muchas cosas y siento decirle que no la recuerdo.
La sangre me empezó a hervir, estaba seguro que estaba loca, si hubiera hecho algo tan malo me acordaría.
―¡Me destrozaste la vida!― respondió saliendo del brazo de su hija y de su amiga.
Fernando se echó a reír como un poseso. Lo ridículo de la situación y su risa, me contagiaron.
― ¿Quién coño es esa bruja? ― preguntó ― Ya ni te acuerdas de quien te has tirado.
―Te juro que no sé quién es.
―Pues ella sí y te tiene ganas― replicó descojonado ― y no de las que te gustaría. ¿Te has fijado en sus piernas?
―No te rías, cabrón. Esa tía está loca― respondí más relajado pero a la vez intrigado por su identidad.
Decidimos pagar la cuenta. Nos habían truncado nuestros planes pero no íbamos a permitir que nos jodieran la noche, por lo que nos fuimos a un tugurio a seguir bebiendo…

Estaba sonando un timbre. En mi letargo alcoholizado, conseguí levantarme de la cama. Demasiadas copas para ser digeridas. Mi cabeza me estallaba. Mareado y con ganas de vomitar, abrí la puerta. Cuál no sería mi sorpresa, al encontrarme con Lucía:
―¿Qué es lo que quieres?― atiné a decir.
―Quiero disculparme por mi madre― en sus ojos se veía que había llorado―nunca te ha perdonado. Ayer me contó lo que ocurrió.
No la dejé terminar, salí corriendo al baño. Llegué a duras penas, demasiados Ballantines para mi cuerpo. Me lavé la cara. El espejo me devolvía una imagen detestable con mis ojos enrojecidos por el esfuerzo. Tenía que dejar de beber tanto, decidí sabiendo de antemano la falsedad de esa determinación.
Lucía estaba sentada en el salón. Ilógicamente había abrigado la esperanza que al salir ya no estuviera. Resignado le ofrecí un café. Ella aceptó. Esta maniobra me daba tiempo para pensar. Mecánicamente puse la cafetera, mientras intentaba recordar cuando había conocido a su madre pero sobretodo que le había hecho. No lo conseguí.
―Toma― dije acercándole una taza: ― Perdona pero por mucho que intento acordarme, realmente no sé qué hice o si hice algo.
―Hermenegildo Gil― fue toda su contestación.
Me quedé paralizado, eso había sido hace más de 15 años. Yo era un economista recién egresado de la universidad que acababa de entrar a trabajar para la empresa de auditoria americana de la que ahora soy socio cuando descubrí un desfalco. Al hacérselo saber a mis superiores, estos abrieron una investigación, a resultas de la cual, todos los indicios señalaban al director financiero pero no se pudo probar. El directivo fue despedido y nada más. Su nombre era Hermenegildo Gil.
―Yo no tuve nada que ver― le expliqué cuál había sido mi actuación en ese caso, cómo me separaron de la averiguación y que solo me informaron del resultado.
―Fue mi madre, quien te puso bajo la pista. Ella era la secretaría de mi padre. No te lo perdona, pero sobretodo no se lo perdona.
―¿Su secretaria?― por eso me sonaba su cara ― ¡Es verdad! Ahora caigo que todo empezó por un papel traspapelado que me entregaron. Pero no se pudo demostrar nada.
―Mi padre era inocente. Nunca pudo soportar la vergüenza del despido y se suicidó un año después― contestó llorando.
Jamás he podido soportar ver a una mujer llorando, como acto reflejo la abracé, tratando de consolarla. E hice una de las mayores tonterías de mi vida, le prometí que investigaría lo sucedido y que intentaría descubrir al culpable.
Mientras la abrazaba, pude sentir sus pechos sobre mi torso desnudo. Su dureza juvenil, así como la suavidad de su piel, empezaron a hacer mella en mi ánimo. Mi mano se deslizó por su cuerpo, recreándose en su cintura. Sentí la humedad de sus lágrimas al pegar su rostro a mi cara. Sus labios se fundieron con los míos mientras la recostaba en el sofá. Ahí descubrí que bajo el disfraz de niña, había una mujer apasionada. Sus pezones respondieron rápidamente a mis caricias, su cuerpo se restregaba al mío buscando la complicidad de los amantes. La despojé de su camisa, mis labios se apoderaron de su aureola y mis dedos acariciaban sus piernas. Éramos dos amantes sin control.
―¡No!― se levantó de un salto― ¡Mi madre me mataría!
―Lo siento… no quise aprovecharme― contesté avergonzado, sabiendo en mi interior que era exactamente lo que había intentado. Me había dejado llevar por mi excitación, aun sabiendo que no era lo correcto.
Se estaba vistiendo cuando cometí la segunda tontería:
―Lucía, lo que te dije antes sobre averiguar la verdad es cierto. Fue hace mucho pero en nuestros almacenes, debe de seguir estando toda la documentación.
―Gracias, quizás mi madre esté equivocada respecto a ti― respondió dejándome solo en el apartamento. Solo, con resaca y sobreexcitado.
Por segunda vez desde que estaba despierto entré en el servicio, solo que esta vez para darme un baño. El agua de la bañera estaba hirviendo, tuve que entrar con cuidado para no quemarme. No podía dejar de pensar en Lucía. En la casualidad de nuestro encuentro, en la reacción de su madre y en esta mañana.
Cerré los ojos dejando, como en la canción, volar mi imaginación. Me vi amándola, acariciándola. Onanismo y ensoñación mezcladas. Sentí que el agua era su piel imaginaria, liquida y templada que recorría mi cuerpo. Mi mano era su sexo, besé sus labios mordiéndome los míos. Nuestros éxtasis explotaron a la vez, dejando sus rastros flotando con forma de nata.
Al llegar a la oficina, solo me crucé con el vigilante, el cual extrañado me saludó mientras se abrochaba la chaqueta. No estaba acostumbrado a que nadie trabajara un sábado:
«Algo urgente», debió de pensar.
Lo primero que debía de hacer era localizar el expediente y leer el resumen de la auditoría. Fue fácil, la compañía, una multinacional, seguía siendo cliente nuestro por lo que todos los expedientes estaban a mano. Consistía en dos cajas, repletas de papeles. Por mi experiencia, rechacé lo accesorio, concentrándome en lo esencial. Al cabo de media hora, ya me había hecho una idea: la cantidad desfalcada era enorme y el proceso de por el cual habían sustraído ese dinero había sido un elaborado método de robo hormiga. Cada transacción realizada, no iba directamente al destinatario, sino que era transferida a una cuenta donde permanecía tres días, los intereses generados que operación a operación eran mínimos; sumados eran más de veinte millones de dólares. Luego, esa cantidad desaparecía a través de cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La investigación, en ese punto, se topó con el secreto bancario imperante a finales del siglo xx pero hoy en día, debido a las nuevas legislaciones y sobre todo gracias a internet, había posibilidad de seguir husmeando.
El volumen y la complejidad de la operación me interesaron. Ya no pensaba en las dos mujeres, sino en la posibilidad de hacerme con el pastel. Por ello me enfrasqué en el tema. Las horas pasaban y cada vez que resolvía un problema aparecía otro de mayor dificultad.
Quien lo hubiera diseñado y realizado, debía de ser un genio. Me faltaban claves de acceso y por primera vez en mi vida, hice algo ilegal: utilicé las de mis clientes para romper las barreras que me iba encontrando. Cada vez me era más claro el proceso. Todo terminaba en una cuenta en las islas Cayman y ¡sorpresa! El titular era Lucía.
¡Su padre era el culpable! Lo había demostrado pero tras pensármelo durante unos minutos decidí que no iba a comunicar mi hallazgo a nadie y menos a ella, hasta tener la ventaja en mi mano.
Reuní toda la información en un pendrive y usé la destructora de documentos de la oficina para que no quedara rastro. Las cajas de los expedientes las rellené con informes de otras auditorias de la compañía. Satisfecho y con la posibilidad de ser rico, salí de la oficina.
Eran ya las ocho de la tarde y mientras comía el primer alimento sólido del día, rumié los pasos a seguir: al menos el 50% de ese dinero debía de ser mío y sabía cómo hacerlo.
Cogí mi teléfono y llamé a Lucía. Le informé que tenía información pero que debía dársela primero a su madre, por lo que la esperaba a las nueve en mi casa. Ella, por su parte, no debía llegar antes de las diez.
Preparé los últimos papeles mientras esperaba a Flavia, la cual llegó puntual a la cita. En su cara, se notaba el desprecio que sentía por mí. Venía vestida con un traje de chaqueta que resaltaban sus formas.
No la dejé, ni sentarse:
―Su marido era un ladrón y usted lo sabe.
Por segunda vez, en menos de 24 horas, me abofeteó pero en esta ocasión de un empujón la tiré al sofá donde había estado retozando con su hija. Me senté encima de ella, de forma que la tenía dominada.
―¿Qué va a hacer?― preguntó asustada.
―Depende de ti. Si te tranquilizas, te suelto.
Con la cabeza asintió, por lo que la liberé:
― He descubierto todo y lo que es más importante, donde escondió su dinero. Si llegamos a un acuerdo, se lo digo.
―¿Qué es lo que quiere?― replicó con la mosca detrás de la oreja.
Su actitud había cambiado. Ya no era la hembra indignada, sino un ave de rapiña ansiosa hacerse con la presa. Eso me enfadó .Esperaba de ella que negara el saberlo pero por su actitud supe que había acertado.
―Antes de nada, me voy a vengar de ti. No me gusta que me peguen las mujeres― y desabrochándome la bragueta, saqué mi miembro que ya estaba sintiendo lo que le venía: ― Tiene trabajo― dije señalándolo.
Sorprendida, se quedó con la boca abierta. Cuando se dirigía hacia aquí en lo último que podía pensar era en que iba a hacerme una mamada pero, vencí sus reparos, obligándola a arrodillarse ante mí. Su boca se abrió, engullendo toda mi extensión.
Ni corto ni perezoso, me terminé de quitar el pantalón, facilitando sus maniobras. Me excitaba la situación, una mujer arrodillada cumpliendo a regañadientes. Ella aceleró sus movimientos cuando notó que me venía el orgasmo, e intentó zafarse para no tener que tragarse mi semen. Con las dos manos sobre su cabeza, lo evité. Una arcada surgió de su garganta pero no tuvo más remedio que bebérselo todo. Una lágrima revelaba su humillación pero eso no la salvó que prosiguiera con mi venganza:
―Vamos a mi habitación.
Como una autómata me siguió. Sabía que habían sido dos veces las que me había abofeteado y dos veces las que yo iba a hacer uso de ella:
― Desnúdate― exigí mientras yo hacía lo mismo.
Tumbado en la cama, disfruté viendo su vergüenza. Luego, la muy puta, me reconocería que no había estado con un hombre desde que murió su marido. La hice tumbarse a mi lado y mientras la acariciaba, le expliqué mi acuerdo.
―Son 20 millones, quiero la mitad. Como están a nombre de Lucía, me voy a casar con ella y tú vas a ser mi puta sin que ella lo sepa: tengo todos los papeles preparados para que ella los firme en cuanto llegue.
―No tengo nada que decir pero tendrás que convencer a mi hija― contestó.
Mis maniobras la habían acelerado. De su sexo brotaba la humedad característica de la excitación. Sus pechos ligeramente caídos todavía eran apetecibles. Sin delicadeza, los pellizqué, consiguiendo hacerla gemir por el dolor y el placer. Era una hembra en celo. Sus manos asieron mi pene en busca de ser penetrada. La rechacé, quería probar su cueva pero primero debía saborearla. Mi lengua se apoderó de su clítoris mientras seguía torturando sus pezones. Su sabor era penetrante, lo cual me agradó y usándola como ariete, me introduje en ella con movimientos rápidos. Para entonces esa madura estaba fuera de sí. Con sus manos sujetaba mi cabeza, de la misma forma que yo le había enseñado minutos antes, buscando que profundizara en mis caricias. Un río de flujo cayó sobre mi boca demostrándome que estaba lista. Con mi mano, recogí parte de él para usarlo. Le di la vuelta. Abriendo sus nalgas observé mi destino y con dos dedos relajé su oposición.
―¿Qué vas a hacer? ― preguntó preocupada.
―¿Desvirgarte? Preciosa.
Y de un sola empujón, vencí toda oposición. Ella sintió que un hierro le partía en dos y me pidió que parara pero yo no le hice caso. Con mis manos abiertas, empecé a golpearle sus nalgas, exigiéndole que continuara. Nunca la habían usado de esa manera, tras un primer momento de dolor y de sorpresa se dejó llevar. Sorprendida, se dio cuenta que le gustaba por lo que acomodándose a mi ritmo, me pidió que eternizara ese momento, que no frenara. Cuando no pude más, me derramé en su interior.
― Déjalo ahí― me pidió: ―Quiero seguir notándolo mientras se relaja.
No le había gustado, ¡le había encantado!
―No, tenemos que preparar todo para que cuando llegué tu hija, no note nada― dije satisfecho y riendo mientras acariciaba su cuerpo: ―¿Estás de acuerdo? Suegrita.
―Claro que sí, Yernito.


Relato erótico: “EL LEGADO (17): Otra vez Pepito Grillo” (POR JANIS)

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Otra vez Pepito Grillo.

 

 

Sin títuloNota de la autora: se agradecen todos los comentarios recibidos de los lectores, si alguien quiere comentar algo, opinar, simplemante charlar sobre El Legado, aquí les dejo mi dirección  janis.estigma@hotmail.es

 

Hoy se cumplen cuarenta días que mi nueva vida como esclavo de Katrina. Me he acostumbrado algo a su rutina, controlando cada vez mejor mis impulsos. Sin embargo, mis pequeños juegos de desahogo han aumentado en rudeza, y, lo que es peor, los utilizo con cualquiera que esté a mi alcance. Maby y Pam los han sufrido en carnes propias, así como Sasha, en un par de ocasiones. Pero no solamente ellas se han visto arrastradas por esa rabia que debo expulsar. Estampé contra la pared a un vecino que me había quitado la plaza de garaje. Destrocé a patadas la moto de un niñato que piropeó de mala manera a Elke, al salir del cine, y casi maté a ostias a uno de los hombres de Víctor, por una tontería.

Estoy muy irascible, en ocasiones. Rasputín no se conforma apenas con ese daño menudo y controlado. Quiere sangre y vísceras. ¡Quiere a la perra de Katrina, por encima de todo! Creo que no le importaría morir de nuevo, con tal de tenerla, una sola vez, entre sus manos. Pero mi voluntad es cada vez más fuerte, sujetando con mano férrea sus primarias tentaciones.

He tenido una larga charla con las chicas. Son las que mejor me conocen, las que pueden darse cuenta si mi personalidad cambia demasiado, cayendo en manos del Viejo. Yo no dispongo de perspectiva para ello, me pierdo en mis propias elucubraciones, pero ellas si pueden alertarme. Las utilizo como mecanismo de control, como alarmas que me pueden alertar de que estoy cruzando una línea intolerable.

Con todo, creo que estoy mejorando, acostumbrándome a la rutina de Katrina, la cual, todo hay que decirlo, no deja de usarme y humillarme. Eso le viene bien a Sasha y Niska, a las que molesta muchísimo menos. Las usa para vestirse, bañarse, para que la acaricien por las noches, antes de dormir, y para pequeños servicios domésticos. Todos sus otros caprichos, por muy sucios que sean, los reserva para mí. Sus esclavas están muy contentas, por ello, y eso se traduce en numerosos piquitos y achuchones, que me ofrecen a la mínima ocasión. Niska me tiene en un pedestal, como si fuera el héroe del pueblo, el salvador de todo su universo, oculto aún tras un velo de esclavo, que solo espera el momento adecuado. Demasiado infantil, pienso, pero, si le pidiera que matara por mí, creo que lo haría, sin dudarlo.

Con mis niñas, la cosa va mucho mejor, ahora que Elke me ha aceptado totalmente. Se sigue definiendo como la novia de Pam, sobre todo para el público, en general, pero… me llama “mitt skjold”, con reverencia, su escudo… Según Pam, no aceptaría a otro hombre en su vida, ni en su cama. Sigue desconfiando de todos ellos, pero yo me muevo en otra dimensión para ella. Es como si hubiera surgido de un cuento, de una leyenda, para ser su brillante caballero, el paladín que siempre esperó.

En una palabra, no soy un hombre para Elke, sino un icono, un estereotipo de su imaginación, en el que puede confiar siempre. Eso la tranquiliza y la fascina, al mismo tiempo. No siente que engaña a Pam conmigo. No solo soy su hermano, sino un valor moral al que ella se puede aferrar siempre.

Complicado, lo sé, pero así está la cosa, y a mí me vale.

Hemos vuelto a tener varias sesiones de cama múltiple, jejeje… Así es como lo llaman mis niñas

Por otra parte, he dejado de ver a Dena. Se ha convertido en la más sumisa de las madres. Me sigue llamando Amo cuando bajo a ver a Patricia, pero no ha mostrado la mínima actitud sexual hacia mí, ni yo se la he reclamado. Vive totalmente pendiente de los deseos de su hija. No sé si es algo muy bonito, o insólitamente depravado, pero Patricia está muy a gusto con todo esto. Aún jugamos algunas tardes, los dos, a solas. Al parecer, sigue sin gustarle que su madre me toque, ¿o puede ser al revés? De todas formas, me ha hecho prometerle que la desfloraré para su cumpleaños, este verano.

Pero lo que me preocupa, en sobremanera, es otro de mis frentes abiertos, Anenka.

Desde un principio, sé que es peligrosa y ambiciosa, y que, posiblemente, tiene sus propios planes, pero sabe utilizarme y enredarme en sus diabólicos juegos. Siempre me digo que puedo alejarme de ellos cuando quiera, pero… ya no estoy tan seguro. Bajo su apariencia de entrega, de falsa dependencia, la mente analítica de la agente del KGB, me sonsaca muchos datos de los herméticos negocios de su esposo. A veces, soy consciente de ello, pues una parte de mí es tan zorro como ella, pero, en otras, caigo en su juego con demasiada facilidad, empujado por la pasión, por el deseo, y por su maravilloso cuerpo.

Sniff… ¿Qué le voy a hacer? Nosotros, los hombres, somos así de débiles. Me pone cantidad informar a mi jefe y subir a follarme a la puta de su esposa.

Ah, otra cosa de la que tengo que hablaros… mi cuerpo. ¡Pienso que lo he conseguido! Parezco uno de esos chicos de póster. A veces, me quedo embobado mirando el espejo al vestirme, recordando como era y como soy, ahora. Cuido de mi pelo, bien cortado y aseado. Me veo guapo, con una mandíbula fuerte y una nariz agresiva (por la rotura), y, en este momento, peso ochenta y siete kilos. He modelado mi cuerpo, machacándolo a ejercicios de pesas y flexiones, disciplinándolo con artes marciales, y llevándolo al límite mil veces. Me veo muy definido, con los músculos como esculpidos por un artista. Según Maby, estoy igual de bueno que Taylor Lautner, el chico lobo de Crepúsculo, pero más alto, jeje.

Mis estudios de rinoshukan van muy bien. Mi sensei alaba mis reflejos y mi sangre fría. Según él, no ha visto muchos alumnos como yo, que siendo aún novatos, realicen las katas con tanta precisión. Le parece algo innato. En verdad, imitó cada movimiento que el viejo brasileño realiza, incluso cuando no está enseñando. Hay momentos, en que nos cuenta anécdotas, o relata una leyenda japonesa, o nos habla de su familia, allá en Brasil, yo sigo mirando sus fluidos movimientos, como controla su respiración, la mínima expresión de su rostro, todo me sirve para meterme en su piel. No trato de aprender su mecánica, ni comprender el por qué de ese giro o de ese golpe. Simplemente, le imitó y el movimiento surge, bello y perfecto, y queda fresco en mi memoria, con lo cual, me permite seguir realizando todos esos movimientos en todo momento. En la ducha, en el trabajo, corriendo por las calles, en casa… Esto me hace aprender y perfeccionar muy rápidamente, pues estoy a todas horas entrenando.

He instalado un makiwara – un poste de madera, clavado al suelo y recubierto de cáñamo, para golpear como un saco, pero mucho más duro – en la azotea del piso. Le dedico media hora todos los días, sin vendarme ni manos, ni pies. Contacto directo con la madera y el cáñamo. Los secos golpes resuenan en casa secamente, por lo que no suelo hacerlo cuando están allí las chicas. Hay días que me pasó por casa, solo para darle unos cuantos golpes y así soltar rabia y tensión.

Víctor me llama para desayunar con él, en el invernadero. Estamos a solas, bebiendo café y comiendo tostadas con mermelada, cosa fina. Me mira fijamente y deja la taza sobre la mesita de hierro forjado.

―           Es hora de que vuelvas al Años 20, Sergio – me dice. – Hemos dejado que las cosas se tranquilicen…

―           Si, señor Vantia. ¿Sigo haciendo lo mismo?

―           Si. Hay que empezar por abajo, pero te daré más control sobre las chicas. Hay rumores entre ellas.

―           ¿Qué rumores?

―           Están asustadas por algo, pero Pavel no consigue nada. Temo que alguna se vaya de la lengua.

―           Sería interesante poder hacer un par de favores, señor Vantia.

―           ¿A qué te refieres?

―           Antes de mi… accidente, una chica me pidió que ayudara a su madre y a su hermana, atrapadas en una red local. Ayudarla podría significar disponer de informadoras entre ellas, sin alertar a nadie… ni a Pavel, ni a Konor…

Me mira, sonriendo como un lobo. Asiente.

―           Si necesitas material o ayuda, llama a Basil. Te atenderá personalmente.

―           Gracias, señor Vantia – Basil es el “mayordomo” personal de Víctor, el mismo que me entregó toda mi documentación el primer día que llegué a la mansión.

―           ¿Algún problema con mi hija? – preguntó, de sopetón Víctor, acariciándose la oscura barba.

―           Los propios de cualquier chica universitaria. Nada complicado, señor – respondo rápidamente.

No voy a decirle que, últimamente, Katrina abusa de mis lamidas. Todos los días, antes de dejarla en el campus, debo alegrarle el día, comiéndole el coño. Una finura de chica. Gracias a Dios, aún no se ha interesado por más partes de mi cuerpo. No quiero ni pensar en que pasará cuando averigüe las dimensiones de mi querido miembro.

 Mi regreso al Años 20 pasa casi desapercibida. He pasado varias semanas fuera, y muchas de las chicas no me conocen, pues han llegado nuevas. Mi camarera favorita también ha desaparecido. Una lástima, la tenía anotada en Asuntos Pendientes…

Como siempre, Konor ni da señales de su presencia. Subo a saludar a Pavel, el cual si se alegra de verme, aunque deba soportar unos pocos de pellizcos en el trasero.

―           Eres un tipo duro, ¿eh?

―           Lo intento, aunque soy muy bisoño aún – me encojo de hombros.

―           ¿Bisoño? – es una palabra nueva para él.

―           Joven, novato… — le explico.

―           Ah…

Se me queda un rato mirándome. Parece rumiar algo en su interior.

―           Sergei… yo… lamento muchísimo lo que te sucedió…

―           No te preocupes, Pavel. Tú no fuiste el culpable.

―           No, pero sabía que iba a ocurrir – me dice, bajando los ojos al suelo. El viejo homosexual parece arrepentido de verdad. – Sabían que iban a por ti, pero me amenazaron con dejarme baldado si te avisaba. Intenté que te dieras cuenta… haciéndome el borde…

―           Tranquilo, Pavel – le digo, colocando mi mano sobre su brazo. – Todo ha pasado. Estoy vivo y de vuelta. Lo demás no importa…

Asiente y me aferra del antebrazo, de la misma forma que un gladiador saludaba a un compañero. Es mi turno de hacerle unas preguntas. Con discreción, le refiero si ha notado algo raro en las chicas, últimamente. 

―           No, pero están más reservadas que nunca. Apenas chismorrean y eso siempre es malo.

―           Bueno, tendré la oportunidad de darme cuenta por mí mismo. Desde ahora, somos socios, con respecto a las chicas.

―           ¿Socios?

―           Me han ascendido un peldaño más. Tengo que controlar las necesidades de las chicas y calibrar sus peticiones. Hablaré con ellas, escucharé sus quejas y sus sugerencias, y estudiaré todo ello.

―           ¿Y yo? – me pregunta, preocupado.

―           Tú seguirás como siempre. Te ocupas de hacer que las cosas funcionen y que ellas reciban lo que piden. Yo mismo te pasaré lo que haya decidido conceder o aumentar, y lo conseguirás, como siempre.

―           Me parece bien – afirma, sonriendo.

―           Ah, otra cosa. Puede que necesite una habitación en el club, en esta planta, si puede ser.

―           Mañana la tendrás dispuesta.

―           Perfecto… ¡Oye! Mariana, la bielorusa… ¿Está aún en el club?

―           Si, habitación 23 – me informa.

―           Gracias. Hasta luego, Pavel.

Mariana se queda contemplándome al abrir su puerta. Sus serenos ojos celestes recorren mi figura, como si se aseguraran que aún estoy vivo. Viste con una bata gruesa y lleva el pelo rubio suelto. Puedo comprobar que es muy largo, casi llega hasta su trasero.

―           Hola, Mariana.

―           Hola, señor – balbucea.

―           Sergio o Sergei, como gustes, pero no soy señor de nadie – le hablo en su idioma natal, cosa que ella no espera, en lo más mínimo.

―           ¿Cómo sabe…?

―           Sssshhh… es un secreto – le digo, empujándola al interior de su habitación. Cierro la puerta, al entrar. – Nadie debe saber que hablo bieloruso.

Ella asiente, llevando una mano para cerrar su bata. Se sienta en la cama y me señala la silla. Me siento, con las piernas abiertas, y acomodo mis codos sobre mis rodillas, inclinándome hacia ella y mirándola intensamente. Mariana se lame los labios, de repente secos.

―           No pude ayudarte, Mariana. He estado un tanto… impedido.

―           Lo sé, Sergei. Todas lo sabemos. Una mala caída…

―           Sí, algo así. Pero ya estoy recuperado y me gustaría saber si aún necesitas mi ayuda.

Mariana asiente fervientemente, sus ojos azules enviando señales desesperadas, sin despegarse de los míos.

―           Bien. ¿Siguen en la misma situación?

―           Si, Sergei, y en el mismo lugar.

―           Necesitaré una fotografía de ellas, así como un poco más de información…

Mariana busca con la mano bajo la cama, sacando una pequeña caja metálica, donde guarda los escasos recuerdos que sacó de su patria.

―           ¿Sabes montar a caballo? – me pregunta Anenka, acariciando el testuz de una blanca yegua.

Nos encontramos en las caballerizas de la enorme finca. Es fin de semana. Me he encontrado con la esposa del jefe al bajar de los aposentos de Katrina. La puta de mi ama aún está durmiendo tras una noche de locura en Kapital. La tuve que sacar borracha y durante todo el trayecto me pidió mil veces que le comiera el coño. ¡No me salió de los cojones poner mi lengua en ese coño borracho!

El caso es que Anenka, con una sonrisa de complicidad encantadora, me pidió que la acompañara hasta los establos.

―           Aprendí en la granja. Tuvimos un par de caballos, pero se cansaban rápidamente de mí.

―           ¿Por qué?

―           Pesaba ciento treinta kilos.

Anenka me mira, sorprendida, y se ríe, como si fuese una de mis bromas. ¿Qué importa?

―           Ensilla aquel y saldremos juntos – me señala un pinto robusto.

Aún recuerdo como se ensilla y se ciñe un caballo, creo. Es como montar en bici… Anenka se pone rápidamente en cabeza, alzando su trasero de la silla de montar, exhibiéndolo para mí. Tengo que decir que está realmente estupenda con aquellos pantalones, color crema, tan ceñidos que parece que se los ha metido con crema lubricante. Su trasero es realmente de primera.

Me hago pronto con el paso del caballo y con la silla. Ahora peso mucho menos y puedo colocarme como se debe. Es agradable. Anenka me lleva hasta un bosquecillo con una serie de peñas y rocas sueltas, entre los árboles. Escoge una de las más grandes y se oculta tras ella. La sigo, intrigado.

―           Este es uno de mis rincones secretos. Suelo venir aquí cuando cabalgo. Ato mi caballo y le dejo pastar a su gusto. Nadie puede verlo desde el camino, ni desde el aire, ni a mí tampoco – dice subiéndose a otra roca, plana y ancha.

―           ¿Te gusta esconderte?

―           No – contesta, con una sonrisa, mientras se desabrocha la chaqueta de montar. – Me gusta masturbarme…

La sonrisa se me petrifica en la cara. No esperaba la respuesta.

―           Me encanta hacerlo en la naturaleza, sentir la brisa sobre mi cuerpo caliente… pero no soporto los mirones – me reclama, al quitarse la camisa y mostrarme sus senos, libres de sujeción alguna.

No me deja desnudarme, sino que me tumba sobre la piedra. Noto la superficie dura y fría en mi espalda. Anenka termina quedándose totalmente desnuda y me desabrocha el pantalón.

―           ¿Tienes esa maravilla ya preparada?

―           Aún no… me has tomado por sorpresa…

―           ¿Qué pensabas? ¿Qué te había invitado a recoger setas? – se ríe.

―           No, pero veo que tú necesitas un gran champiñón.

―           Todos los días – me susurra al oído.

―           Podrías reclamarme, como ha hecho Katrina.

―           Lo he intentado – me dice, mirándome a los ojos. Lo dice en serio, la tía… –, pero Katrina no deja de poner impedimentos.

Claro, como no. De ella y de nadie más, ese es su lema.

―           Bueno, ahora soy tuyo – sonrío.

―           Si… todo mío – se frota contra mi miembro, que aún no ha cobrado toda su rigidez.

Atormento sus senos y sus caderas, tal como le gusta. Ella no deja de frotar su entrepierna, arriba y abajo, dejando mi polla húmeda de sus flujos. Ya está medio rígida, pero ella la desea totalmente dura.

―           Dime, Sergei… ¿Te acuestas ya con las chicas del club?

―           No – gruño.

―           Pero lo harás… seguro… son muy bellas.

―           Si, lo son. Las mujeres eslavas sois bellísimas – la adulo.

―           Parte de mis antepasados eran mongoles… cosacos… así que no soy totalmente eslava…

―           Bueno, serían de los cosacos más guapos – ironizo.

―           Si – se ríe y me coge la polla, acariciándola con ambas manos. — ¿Y tú? ¿De dónde has sacado este particular gen?

―           Oh, ese. Es de Rasputín. No sé como llegó a nuestra familia.

Mi comentario la pilla en el justo momento de empalarse en mi pene. Se queda quieta, mirándome, sin poder distinguir si lo he dicho en broma o en serio. Puede que, como buena rusa, sepa del tamaño del perdurable miembro del Monje.

Se deja caer lentamente, acomodando mi polla en su interior, con esa increíble capacidad que dispone su coño.

―           Yo vi el miembro cortado de Rasputín en el viejo museo del ministerio de Sanidad – me dice, muy bajito. – Es monstruoso, hinchado por el formol, y degradado por una mala conservación.

―           Yo la vi por Internet. Se parece a esta, ¿verdad? Tiene una disposición parecida… un glande pequeño, un tallo que se ensancha en la base…

¿Soy yo el que habla? Las palabras son mías, la voz también, pero no estoy seguro de que la intención sea la mía. El movimiento de Anenka es lento, casi forzado. No responde, pero no deja de mirarme. Los pequeños signos del placer aparecen en su rostro.

―           No me había… dado cuenta… tienes sus… ojos… — jadea.

―           ¿Los ojos de quien? – la incito a seguir.

―           Del Monje Loco…

―           ¿Crees en la reencarnación? – bromeo, mientras le aprieto los pezones.

―           Puede… una vez me llamaste… zarina… — se abandona a la sensación de calor que la embarga.

―           Si, lo sé. En verdad que mereces serlo, toda una zarina.

―           Aaaah… dímelo otra vez…

Se abraza a mí cuando me quedo sentado sobre la piedra. Ambos abrazados y pegados, como una frágil escultura de carne sobre una base de piedra. Una obra viviente expuesta en plena naturaleza. Anenka jadea roncamente. Me muerde un pezón.

―           ¿Serás… mi Rasputín? – me susurra, antes de entregarme su lengua.

―           ¿Es que deseas que… te controle?

No contesta pero devora mi boca al mismo tiempo que aumenta el ritmo de sus caderas. Cabalga hacia su inminente orgasmo.

―           No, deseo que… conspires… conmigo… tú y yooooo… aaaaahh… si… siiiii… Sergeiii… tú yo… zaressssss…

Su boca se abre más, pero ya no surge ningún sonido. Se corre en silencio, los ojos cerrados, las aletas de su nariz venteando, como una fiera. ¡Que hermosa es!

A medio recuperarse de su orgasmo, se tumba sorbe mí, aferrando mi polla con las manos y otorgándome una intenso masaje labial que acaba como ella desea, con una ducha de semen en su cara. Dos minutos más tarde, la ayudo a limpiarse con unos pañuelos, y nos vestimos.

Regresamos a los establos, ella con una trote alegre, siempre delante de mí, girándose a cada instante y sonriéndome; yo, algo meditabundo, pensando en lo que me ha querido decir ella, cuando se corría.

¿Ella y yo, zares?

No me cuesta demasiado dar con la comuna de bielorusos, en Griñón, una pequeña ciudad de la comarca sur de Madrid, a unos veintisiete kilómetros. Estaba fuera del núcleo urbano, en una extensa vega. Una treintena de cabañas prefabricadas y un par de naves industriales formaban el núcleo habitado. A su alrededor, diversos cultivos extensivos y un par de zonas de árboles frutales. Según me habían dicho, podía vivir allí algo más del centenar de personas.

Dejo el coche algo retirado, en un ancho camino de tierra asentada, y me acercó andando. Repaso de nuevo la fotografía que me ha dado Mariana. La mujer se llama Juni y la niña Lena. En la foto están abrazadas, la madre toma a Lena en brazos. Una mujer joven y fuerte, de rostro ancho y simpático, franca sonrisa. Tiene el pelo rubio como su hija y los ojos más oscuros. Mariana le ha dicho que no tiene aún cuarenta años. Su hermana Lena, de seis años, es un calco de Mariana.

Varios chiquillos están jugando bajo la atención de un anciano, que teje una canasta de mimbre. Meto la mano en el bolsillo y reparto unos pocos de chicles. Los niños alborotan, contentos. El viejo me mira con mala ostia, como preguntándose que hago yo allí. Me acerco a él y le pregunto, en su lengua.

―           ¿Dónde está la gente?

Me mira con el seño fruncido. Quizás intenta situar mi acento.

―           Trabajando en los campos – me responde.

―           Estoy buscando a una mujer, Juni, y su hija Lena – le digo, mostrándole la foto.

Niega con la cabeza, pero sé que miente. Me vuelvo hacia los niños, los cuales me observan atentamente. Saco más chicles y se acercan prestamente. Enseño la foto y dos de ellos se marchan. En menos de un minuto, traen a Lena ante mí. Acabo de repartir las golosinas de mi bolsillo.

―           Me envía Mariana, tu hermana – le digo a la niña, enseñándole la foto y dándole una piruleta que guardo para ella.

―           ¡Mariana! – sus ojos brillan, contentos.

―           ¿Dónde está tu mamá?

―           Recogiendo nabos. ¿Te gustan los nabos?

―           No – digo, riéndome.

―           A mí tampoco. Sopa de nabos… ¡Buag!

―           ¿Sabes dónde recogen los nabos?

―           Si, allí – me dice, señalando la llanura. Puedo ver tractores y gente. Siento la mirada del anciano, a mis espaldas.

―           Vamos a ver a mamá – le doy la mano.

Retrocedemos hasta el 4×4. Puede que lo necesitemos para salir rápidos. Cuando llegamos, puedo contar una docena de mujeres sacando matas del suelo, y cinco o seis hombres cargando los remolques. Le digo a Lena que salga fuera, subida al escabel del coche. Al rato, veo a una mujer llevarse una mano de visera y mirar un largo minuto hacia nosotros. Viene hacia nosotros, perfecto.

Mi presencia ya ha llamado la atención de los hombres. Se preguntan entre ellos, decidiendo qué van a hacer.

―           ¿Es aquella tu mamá? – le pregunto a Lena, llamándola de nuevo al interior.

―           Si, ya viene.

―           Bien. Espérala sentada aquí dentro, ¿vale?

―           Si, señor.

Salgo fuera. Remango los puños de mi camisa. Es probable que tenga mi prueba de fuego y me preparo para ello. Juni se acerca ya corriendo. No sabe lo que pasa y está preocupada por su hija. Los hombres también se acercan. Al menos, no traen herramientas.

Juni llega antes y se asoma a la ventanilla del coche.

―           ¿Lena? ¿Lena?

―           Toma esto – le digo, entregándole la foto. – Me envía Mariana. Entra en el coche, voy a sacaros de aquí.

Su rostro se demuda, comprendiendo por qué se acercan los hombres, pero sube rápidamente al coche. Dos de los hombres arrancan a correr hacia mí. Hay que actuar, sin dudas, sin miedo. Desconcentra a tu enemigo, no le dejes pensar. No espero a que lleguen a mí, sino que también salgo a su encuentro. El primero se lleva una patada en la rótula que no se esperaba, en lo más mínimo. Le dejo que caiga a mi lado, revolcándose de dolor, y me despreocupo de él. Espero a su compañero con los pies bien plantados. No dispongo ni de un segundo. Aguanto su encontronazo y expongo mi cadera mientras tiro de su brazo. Parece emprender un incomprensible vuelo hacia el Toyota. El sonido de su cabeza contra la chapa no es agradable.

Los otros tipos se frenan y se abren. Han visto que no soy un peso pluma. Sonrío, no solo para darme confianza, sino la acojonarles. Un tío como yo, que se enfrenta a todos ellos, con una sonrisa, no es como para cantarle villancicos. Además, saco un juguetito que llevo metido en los pantalones. En la parte de atrás, coño, que mal pensados sois… una porra con núcleo de plomo, fina y extensible… la caña de España.

Al primero que se pone al alcance le vuela casi una fila de dientes, al completo. Visto y no visto. Golpe en los dedos de la mano al siguiente, lo que me da el tiempo suficiente para darle una buena patada en el bajo vientre. El tercero se tira en plancha, aferrándose a mi cintura. Me hace retroceder hasta el coche. Fútil y vano, lo único que ha conseguido es que tenga la espalda cubierta, apoyada contra el vehículo. El codazo que se lleva en los omoplatos hace daño solo con escucharlo. El último se lo piensa mejor, y decide buscar refuerzos. No sabía yo que un bieloruso podía correr tanto…

Miro a mi alrededor. Nadie rechista, solo se escuchan quejidos de dolor. Mola esto de las artes marciales. Me subo al Toyota y le digo a Juni, que está abrazando a la pequeña para que no mire la masacre:

―           Nos vamos.

―           ¿Quién eres? ¿Nos llevas con Mariana?

―           Si. Dentro de un rato, os veréis…

Durante el viaje, consigo sacarle que sus propios compatriotas tienen a la mayoría de las mujeres de la comuna esclavizadas. Las hacen trabajar en los campos y las usan por las noches, para calentar sus camas, o bien prostituirlas. Han cambiado un amo por otro, se lamenta. Me jode no poder ayudar más, pero cuando es su propia gente quien abusa de estos desgraciados, ¿qué puedo hacer yo?

Saco a Mariana del club. No quiero que su madre vea donde trabaja. He dejado a Juni y a la niña tomando café y bollos en una cafetería. El reencuentro me arranca un par de lágrimas. ¡Joder! ¡Que soy un tío sensible! Le entrego un teléfono de prepago a la madre. Así podrán estar en contacto.

―           ¿Dónde las llevas, Sergei? – me pregunta Mariana.

―           El jefe se ocupará de ellas. No te preocupes, estarán bien. Puede que le convenza de actuar contra esos esclavistas. Ya veremos.

―           Gracias, Sergei. Estoy en deuda contigo – me dice ella, dándome un beso en la mejilla.

―           Vale, vale. Venga, despediros, que nos vamos.

Es cierto. Víctor también posee un corazoncito, aunque solo sea a la hora de ver Sonrisas y Lágrimas. Lo estuvimos hablando y ha decidido dar comienzo a su recogida de huérfanos. Hay obras de acondicionamiento en marcha, en la segunda planta de la mansión. Al saber que iría a por una joven madre y su hija pequeña, Víctor ha pensado en convertirla en gobernanta de los huérfanos que pronto llegarán. De esa forma, puede criarles al mismo par que su hija.

Bueno, no sé si es corazoncito o no, pero no me podréis negar que tiene una vista comercial de primera, ¿eh? Lo que no me ha dicho aún es que piensa hacer con esos niños… Tendré que estar atento. ¡Joder, se me acumula el trabajo!

Pam emprende una campaña que la tendrá fuera de casa casi dos meses, una especie de gira a toda España, presentando un nuevo tipo de bebida isotónica. Maby tiene también algunas sesiones intermitentes, que la sacan de la cama a horas intempestivas. Elke es la única que queda en casa, lo cual me viene bien, porque, últimamente, Katrina está muy insoportable. Apenas me deja en paz, ni siquiera puedo irme a casa algunos días.

Hoy, la he notado especialmente fría, como nunca la he visto. La he recogido en el campus y no me ha dicho nada en todo el trayecto. Solo ha hablado por teléfono. Al llegar a la mansión, me ha dicho, antes de bajarse:

―           Quiero verte en mis aposentos en diez minutos. Si llegas tarde, mejor será que desaparezcas para siempre.

Claro y explícito, ¿verdad? Así es Katrina. Me presento a los nueve minutos y algunos segundos, todo por joder, claro. Sasha y Niska están presentes, con sus mini uniformes de doncellas, de pie, a un lado de la cama. Puedo ver el miedo en sus ojos. ¿Qué ocurre? Katrina está ante su comodín, en ropa interior, como siempre que regresa de la uni.

―           Ven, acércate, perro – me dice, mientras se pinta los labios.

Echo a andar hacia ella, cuando se gira, el ceño fruncido.

―           ¡A cuatro patas, como el perro que eres! – me chilla.

Suspiro y me pongo de rodillas, avanzando hacia ella, mirándola.

―           ¡No oses mirarme! – se acerca y me suelta una tremenda bofetada. No creo que uno de sus matones me hubiera soltado una hostia así, con tanta fuerza. — ¡No te has ganado el privilegio de mirar a tu ama, perro!

Me da un par de patadas en el costado. Apenas me hace daño. No sabe pegar, pero mi parte loca se inflama, de repente. Aprieto los dientes y me obligo a seguir a cuatro patas, sobre la alfombra.

―           ¿Por qué, Ama? – pregunto, sin levantar la cabeza.

―           ¡Porque me da la gana! ¡Porque me sale de mi precioso y real coño! ¿Te enteras, perro?

―           Si, Ama Katrina, soy tuyo para sufrir, para ser humillado – le respondo, muy suave.

Sin embargo, en mi interior se está originando una erupción que tengo que contener. Esta puede ser la prueba decisiva de mi voluntad. Puede que salga sobre mis pies, o dentro de una caja. Todo depende.

―           ¡Sasha, trae la fusta larga!

La esclava abre el armario y escoge entre la colección que se guarda dentro. Una fusta de cuero, de casi un metro, usada para domar caballos. Me digo que esto va a doler.

―           ¡Niska! ¡Quítale la camisa! – noto como la romaní titubea. No quiere hacerlo. Tengo que indicarle que lo haga, con un gesto. — ¡Esclavo! ¡De rodillas, los brazos en cruz!

Adopto la postura. Sentado sobre mis talones, los brazos alzados, extendidos desde los costados. La fusta zumba al cortar el aire y cae sobre mi pecho. Rompe la piel, macera mi carne, y duele. El segundo fustazo duele aún más, pues los nervios están alterados y sensibilizados, pero me niego a moverme, ni gritar.

―           Eres un perro orgulloso y altivo, ¿verdad? Eso me gusta… te voy a domar de una vez…

Dos fustazos en mi espalda que me hacen cerrar los ojos.

―           Me voy a divertir arrancándote la piel…

Uno más cae sobre mi muslo izquierdo. Aún con el pantalón, la sensación es angustiosa.

―           ¡Vas a llorar sangre, puto esclavo!

Me cruza el bíceps con una fuerza imprevista, que me hace creer que una voz, en mi interior, me ha gritado que la mate. El suplicio sigue. Ella me insulta y me azota, con frenesí. Me está destrozando y no permito moverme. No puedo ceder. Está destrozando mi torso, mi espalda, mis brazos, y mi cintura, pero no ha tocado mi cara ni una sola vez. La puerca está jugando, a pesar de sus aires furiosos.

Un nuevo golpe hace surgir sangre de mi espalda y, entonces, vuelvo a escuchar, como si viniera de muy lejos, una voz que suplica que pare, que la detenga. ¡Mátala!, exclama con maldad.

La fuerte carcajada brota de mis labios, de repente, haciendo que Katrina me mire, sudorosa y asombrada.

―           ¿Te ríes, perro? ¿Te has vuelto loco con los golpes?

Pero no puedo pararme. La risa ha surgido con fuerza, inquebrantable, indisoluble. Una risa que hace brotar lágrimas, que provoca calambres en el estómago. Una risa que no transmite alegría alguna; una risa que es un mal agüero.

―           ¡CÁLLATE, MALDITO HIJO DE PUTA! – grita Katrina, poniendo toda sus fuerzas en cada golpe.

Caigo al suelo, derribado por el dolor. La risa afloja, pero no cesa. Es el momento de poner condiciones. “Ya sabes lo que debes hacer si quieres escapar al dolor y a la humillación… Rasputín”. La voz distante, que parece llegar rebotando en cada ángulo de mi mente, se niega.

―           ¡Ama Katrina! ¡No te merezco, soy indigno de tus atenciones! – jadeo, aún sacudido por algunas risotadas. — ¡Debes castigarme con más rigor! ¡Usa el látigo y las tenazas!

―           ¿TE BURLAS DE MÍ, ASQUEROSO DESGRACIADOOOO?

Debo tener cuidado. Como siga así de furiosa, puede darle una apoplejía, o algo de eso. Me río de nuevo, pero, esta vez, por ese pensamiento ridículo. Deja caer la fusta y corre hacia el armario, sus esclavas, se apartan, muertas de miedo. Tiene los ojos enloquecidos y está totalmente despeinada, el pelo pegado por el sudor. Vuelve a mi lado, aferrando una pica eléctrica que no duda en aplicarme. Eso si que me corta la risa y me deja tirado, contrayéndome espasmódicamente.

“¿Te gusta esto más, viejo?”, preguntó mentalmente, mientras intento recuperar el aliento.

―           No, Sergio – esta vez, la voz suena más cerca y más clara.

“Puedo estar así mucho tiempo. Creo que sabes el aguante que mi cuerpo tiene, ¿verdad?”

―           Si, lo sé. Ya me he soltado…

“Bien. Tendremos que estipular un nuevo trato para nosotros, viejo. Ahora tengo que calmar esta perra, o moriremos, de una forma u otra”.

Sé que lamiéndole los pies, la calmaré. Es su punto débil. Una lengua entre sus pequeños dedos y sonríe como un Buda feliz. Pero hay un pequeño problema. Katrina no me deja acercarme. La pica no deja de pincharme y dejarme tirado, jadeante. Me estoy quedando sin fuerzas

Creo que se ha vuelto totalmente loca. Ahora es ella la que ríe. Acerca las dos púas a mi cuerpo y se ríe cuando salto sin control.

―           El grande y poderoso Sergio… jajaja… mírenlo… es una marioneta, un títere… ¡Salta, Sergio, salta!

Solo me queda una carta por jugar y puede que haga empeorar todo. Aprovechando que se sigue riendo, tironeo de mi pantalón, medio rompiéndolo, medio bajándolo. Katrina ríe con más fuerza.

―           ¿Ahora quieres ponerte desnudo, perro?

Consigo bajarme el boxer hasta las rodillas y mi polla aparece en todo su esplendor, tiesa por las descargas eléctricas. Durante un segundo, puedo ver el desconcierto en el rostro de Katrina.

―           ¡Ama… Katrina! ¡Ama, mira… como me… tienes…! ¡Te deseo como… nunca, mi Ama…! – jadeo antes de quedar inconsciente sobre la alfombra.

Cuando despierto, Niska está curándome las marcas de fustas. Me sonríe con esa mueca tan peculiar suya, que la hace mordisquearse el labio inferior.

―           ¿Cómo te sientes, Sergei?

―           Tengo todo el cuerpo…tieso. ¿Qué me has puesto?

―           Un spray cicatrizante. Impide que entre polvo y se te peguen cosas, mucho mejor que las vendas.

―           Gracias, Niska. ¿Qué pasó?

―           Que te desmayaste. Aguantaste mucho, pero ese pincho eléctrico hace mucho daño. Pero Ama Katrina, cuando vio… eso… — dice la joven, señalando hacia mis piernas – dejó de hacerte daño, inmediatamente.

―           Vaya, funcionó.

―           Nos ordenó, a Sasha y a mí, que te pusiéramos aquí, sobre el sofá, y que te cuidáramos.

―           ¿Dónde está ella?

Se encoge de hombros.

―           Ahora, busca a Basil, que te de algo de ropa para mí.

―           Si, Sergei – contesta, poniéndose en pie, pues se encuentra de rodillas, al lado del sofá.

―           Ey, ¿y mi beso? – la reclamo.

―           No hay beso. Ama Katrina ha dicho que matará a quien te toque…

Ya sabía yo que me iba a costar caro enseñarle la polla…

―           Esa jovencita es terrible – me sobresalta la voz.

―           Creía que te había soñado, Rasputín. Pensé que no volvería a oír nunca esa voz cascada. ¿No te habías fundido conmigo?

―           Algo así.

―           Si, si. Algo así. ¡Pretendías adueñarte de mi cuerpo! ¡Usurparme y vivir a través de mí! ¿No es eso? – casi escupo.

―           Si, Sergio, pero me has obligado a soltarte. Hemos vuelto donde lo dejamos.

―           ¿Y no es mejor así? Tenemos agradables conversaciones, das tu opinión, me aconsejas…

―           ¡Pero no puedo sentir! ¡No dispongo de terminaciones nerviosas!

―           Y, claro, en vez de pedir las mías gentilmente, intentabas quitármelas.

Esta vez, no contesta. Sabe que ha perdido.

―           Está bien. Veamos si este nuevo trato te parece aceptable, aunque… bueno, es igual… Te quedas así, tal y como estamos ahora mismo. Me susurras, me aconsejas, y yo, a cambio, te dejo participar de ciertos “banquetes”, con la condición de que, al acabar, vuelvas a esta posición de nuevo. Podrás paladear de nuevo la vida, Rasputín, pero con restricciones. Es mucho mejor que nada, ¿no?

―           ¿Y si no acepto?

―           Bueno, solo decirte que, en estos días, he descubierto cual es mi límite para el dolor, y está bastante lejano en el horizonte, viejo chocho. Puedo hacerte la vida imposible durante mucho tiempo. Al final, mi cuerpo no lo resistiría y moriría, y se acabaría el chollo para los dos.

―           Comprendo. Acepto tus términos.

―           Bien, perdona que no te de la mano, jejeje…

―           ¿Qué va a pasar con Katrina?

―           Depende de ella, ¿no crees? Tiene la última palabra. Es la hija del “boss”, pero, me da en la nariz que se está obsesionando…

―           ¿Con nuestra…?

―           Posiblemente, pero la otra posibilidad es que se le hayan fundido los plomos y haya ido a comprar un látigo de nueve colas. Y, la verdad es que no mola.

―           No, no mola…

―           Una preguntas, Ras… ¿Por qué te jode tanto Katrina? Nunca te había sentido tan rabioso como cuando me humillaba.

―           Hay algo en ella que me enciende como una mecha de dinamita. Me excita, me enerva, me hace desearle daño y lágrimas, pero, en el fondo, la furia procede más de la humillación que me hace sentir. Nunca he sido dominado, ni humillado, por nadie. Que una chiquilla apenas convertida en mujer lo haga, me… Bueno, he matado por menos, Sergio.

―           Comprendo, pero, por ahora, seguirá siendo así. Espero haber conseguido algo, al enseñarle nuestro pene…

Pero cuando Katrina regresa, trae ropa para mí (se ha encontrado con Niska) y se comporta de una forma extrañamente dulce. Mira de reojo mi pene, que sigue estando al descubierto, y se muerde el labio.

―           ¿Qué tal estás, Sergei? – pregunta suavemente.

―           Me duele todo el cuerpo, Ama – me quejo, con algo de exageración.

―           Se me fue la cabeza. no quería hacerte tanto daño, Sergei – me acaricia la mejilla, mirándome esta vez a los ojos.

―           Eres mi dueña, Katrina, puedes hacer lo que quieras conmigo.

―           Sergio, cuidado…

“¡Ssssh! ¡Tú ahora, de mirón!”.

―           Pero ya no razonaba. Podía haberte matado… ¿Sabes que para estos casos, se pacta una palabra y, cuando se pronuncia, se debe parar todo?

―           Si, pero eso es para la gente que se toma eso como un juego. Yo no juego. Me he entregado a ti, totalmente.

―           Oh, perrito mío, que maravilloso eres… ahora, descansa, y, cuando te sientas mejor, vete a casa… Si lo prefieres, Basil puede prepararte una habitación.

―           Lo preferiría, Ama…

―           Mañana te lo tomarás libre. Cura esas heridas y entonces, hablaremos.

―           Si, mi Ama.

Antes de marcharse, le echa otro vistazo a mi péndulo, y, con un suspiro, se aleja.

Al día siguiente, aparezco por el despacho de Pavel, con una buena botella de vodka. Bebemos y hablamos, sobre todo de chicas. No conozco a otro gay que hable tanto sobre chicas… Le pregunto por Erzabeth, la rumanita, pero me dice que la enviaron a otro club, y no sabe a cual. Últimamente, hay mucho descontrol con los destinos, desde que Konor mete las narices en los transportes. Envía a sus hombres a sacar las chicas de sus dormitorios, sin comunicarles sus destinos, casi por sorpresa.

Eso me escama, Víctor no suele hacer las cosas tan chapuceramente. Voy a la habitación de Mariana, quien me saluda con alegría. Con mucho tacto, le comento lo que pienso y lo que quiero que haga. Lo pilla todo a la primera. Chica lista.

Esa noche, me encuentro, por primera vez desde la paliza, con Konor. Lleva una nueva chica del brazo y, como siempre, le acompaña un matón. Me mira y me saluda con una inclinación de cabeza. Cuando se aleja, le dice a su matón, en búlgaro:

―           Ahí lo tienes, totalmente domado. Ahora, su ama le deja salir de casa por las noches.

Los dos hombres se ríen, con fuerza. Si supiera que le he entendido perfectamente, creo que se le cortaría esa risa petulante. Acabo con mis tareas y decido irme a casa. Quiero descansar.

El piso está demasiado callado, ocupado solo por Elke. Está sentada en el sofá, viendo la tele y vistiendo un camisón que tendría que estar codificado por indecente. Sonríe y se pone en pie, casi de un salto. Me da un dulce y largo beso. Apoya la cabeza en mi pecho, como si tratase de escuchar mi corazón, y me dice:

―           Hay asado frío en el horno, ¿quieres que te haga un sándwich?

―           No, déjalo, Elke. Prefiero darme una ducha. Ya veré después. ¿Qué estás viendo?

―           Una peli vieja.

―           Bueno, ahora me la cuentas.

―           Vale – me voy, dándole un pico.

Tengo que quitarme todo ese spray que me puso Niska. Es como si llevará una venda rígida invisible. Me siento pegajoso y tieso. Las marcas cárdenas se han rebajado. Las que sangraban ya están cerradas. Ya es más aparatoso que grave. Bendita sea mi constitución.

Salgo solo con los boxers. Elke ya está acostumbrada a verme así, sin que me afecte el frío. En ocasiones, dice que debo tener algo de ascendencia finlandesa. Me siento a su lado. Se acurruca contra mí, aferrándose a mi brazo y, con curiosidad, sigue una de las marcas de la fusta con el dedo.

―           ¿Te han hecho daño, kongen av min sjel? – me pregunta, sin espantarse.

―           ¿Qué significa eso?

―           “Rey de mi alma”.

―           Es bonito. Parece que te van mucho los términos medievales…

―           A tu lado, me siento como una de aquellas mujeres vikingas, o quizás, una valquiria – se ríe. — ¿Qué te ha pasado?

―           Una mujer me ha azotado – la digo, seriamente.

―           ¿Te has dejado azotar?

―           Si, pero era necesario. He hecho volver a Rasputín…

Ahora si se sobresalta. Por lo que las demás le han contado, Rasputín puede ser peligroso.

―           ¿Sabes lo que estás haciendo? – me pregunta, sus grandes ojos clavados en mí.

―           No, pero… ¿Quién lo sabe? – emito una risita que la calma.

Pasa sus manos por mi cuello, acurrucándose como una niña, nuevamente. Mordisquea uno de mis hombros.

―           ¿De qué va la peli?

―           Qué importa… llévame a la cama, min prins jævelen…

¿Cómo puede uno sustraerse a tal petición y, además, hecha con un susurro tan erótico? Me encanta Elke, la forma en que se entrega, en que deposita toda su confianza en mí, para lo bueno o lo malo. Esas mejillas tiñéndose de rojo, aflorando más pecas sobre la piel…

―           Sergio… ¿puedo?

―           Únete a mí, viejo, y disfruta.

Katrina está inusualmente callada esta mañana, camino del campus universitario. A través del retrovisor, la pesco mirándome la nuca, como si estuviera sopesando su próximo paso. Hoy va vestida de diferente forma, algo no habitual en ella. Lleva pantalones jeans de fina pana, de color claro, remetidos en unas botas peludas, negras. Un grueso y amplio jersey de lana, tejido a mano, oculta su pecho. En verdad, es un día frío, pero no para tanto.

Detengo el Toyota en el sitio de siempre, bajo el árbol. Aquí suelo “alegrarle” la mañana. Pero hoy no hace ningún gesto, solo me mira.

―           ¿Me paso atrás, Ama?

―           Si, perrito – contesta ella, suave y dulce.

―           Allá vamos.

Pero no deja que me arrodille, como hago siempre. Me sienta a su lado y me mira a los ojos.

―           ¿Por qué no me dijiste nada? – me pregunta.

―           ¿Sobre? – quiero que lo diga.

―           Sobre esto – pasa un dedo por mi entrepierna.

―           Porque, entonces, nuestra relación no hubiera sido la misma. Yo quiero ser su esclavo, Ama, pero… con esta “pieza” hubiera sido al revés.

Ni siquiera contesta. Creo que he dado en el clavo, pero me da una seca bofetada. Se humedece los labios.

―           No seas engreído. Sácala…

―           Es que la odio… tan altiva, tan perra y tan joven…

“Pues yo no la odio. Más bien, me estimula. Saca lo peor de mí, me hace más fuerte”. Ahora tengo la seguridad de donde venían esos sentimientos furiosos. Obedezco y me desabrocho los pantalones. Expongo mi pene ante sus ojos, en su mínima expresión. Ni siquiera está morcillón. Aún así, se extasía, pues no mide menos de quince centímetros en su tamaño mínimo. Extiende sus dedos y lo toca, casi con miedo.

―           ¿Cuánto te mide? – pregunta, casi en un susurro, sin dejar de acariciarlo.

―           Supera los treinta centímetros, Ama.

―           Diossss… ¡Esto no cabe dentro de una mujer!

―           Esta tía es virgen, te lo digo.

―           Si cabe, Ama. Al principio cuesta, pero todo dilata…

―           ¡Escúchame bien, esclavo! Esta polla es mía y de nadie más, ¿entiendes?

―           Si, Ama.

―           No vuelvas a follarte a ninguna puta… ¡Ninguna!

“¿Qué es lo que sabe? ¿Me ha visto con Anenka?”

―           Seguramente.

―           Si, Ama, ninguna.

―           No estoy hablando en broma, Sergio – sus ojos chispean, peligrosos. Ha regresado la zorra. – Si me entero de que me engañas, no me contendré.

―           Si, Señora, se hará como diga – cabeceo, mirando como mi polla va endureciendo y creciendo, bajo su mano.

―           Deberás tener cuidado en la mansión. Esta mala puta es capaz de hacer una locura.

“Más control. Sigue y suma”.

―           Pero dejémonos de recriminaciones. Voy a saborear esta maravilla…

Me estremezco, pensando que esos sensuales y perfectos labios, hoy rosas por el carmín, van a posarse sobre mi polla. La zorra es lo más bonito que he visto jamás, con total perfección, y, lo peor, es que ella lo sabe. Echa su pelo rubio hacia un lado. Lo lleva suelto y no quiere que le estorbe. Es como si quisiera que le viera la cara mientras se dedica a la tarea.

―           Mala pécora…

“Calla y disfruta”.

―           No, me niego a sentirla, ni a verla.

No sé lo que ha hecho, pero no vuelve a interrumpir de nuevo. Creo que se ha enquistado de nuevo. Ya reaparecerá, de eso no tengo dudas. Es como la mala hierba…

Katrina se ha entretenido en llenar mi pene de pequeños besos, recorriendo toda su plenitud con los labios y la punta de su rosada lengua, casi con timidez. Aferra mis testículos, sopesándoles. De pronto, se inclina más y desliza su lengua por mi escroto.

―           Que suave – murmura.

Gracias a los pocos besos que me ha dado, he descubierto que Katrina posee una lengua voluble y bastante ejercitada, pero no sabía hasta que punto. Es larga y ágil, dotada de fuerza y pericia, como si estuviera muy acostumbrada a comer coños y pollas. De hecho, me hace una de las mejores mamadas de mi corta vida. Podría competir perfectamente con Anenka, en ese arte.

Consigue poner mi polla totalmente erecta, usando solo su boca y una mano para sostener mi herramienta. Eso ya es un éxito. Usa un delicioso juego bucal, consistente en pequeños mordiscos y en largas pasadas de su lengua, muy mojada. Pero sus labios son los que consiguen hacerme acabar. Esos labios pulposos y definidos, tremendamente sensuales, siempre húmedos, siempre incitantes… Verles fruncidos en un delicioso mohín, dispuestos para servir de colchón a mi glande… Ese es el último juego de Katrina. Balancea mi polla para que mi glande golpee sus labios, usados como freno. Una y otra vez, sin prisas. Sus manos de seda acarician el tallo de mi polla, mientras el capullo golpea sin cesar sus labios y, en algunas ocasiones, su barbilla y sus mejillas.

Los ojos de Katrina están clavados en los míos, por lo que puedo ver la increíble cara de vicio que pone. Si tuviera una cámara para inmortalizarla…

―           Ama Katrina… no siga… voy a… voy a soltarlo…– la aviso.

Sonríe, sus ojos se achinan, tan celestes como el cielo de esta mañana.

―           Hazlo, perrito… hazlo en mi cara… — susurra.

Llevo una mano a su rostro. Uno de mis dedos busca entrar en su boca, al mismo tiempo que mi espalda se arquea. Ella lo acepta. Su lengua atrapa mi dedo corazón y su boca se abre ante mi primera emisión. Ha calculado mal, o bien, no esperaba que eyaculara tan fuerte, porque los dos primeros pulsos de semen caen sobre su pelo. Katrina se afana en atrapar los dos siguientes, para degustar mi esperma.

―           Así, así, perrito… Vacía tus huevos – me dice, agitando mi pene con una mano, dispuesta a no dejar ni una sola gota.

Me la deja completamente limpia y, luego, busca con los dedos los goterones que han caído sobre su pelo, para llevarlos a su boca. Esta chica ha chupado más de una polla y más de dos…

―           Recuerda, perrito. Tu polla es mía y de nadie más – me dice, al bajarse del coche.

―           Si, mi Ama – la contemplo caminando hacia el grupo de chicas que la espera cada mañana a la entrada del campus.

Tras dejar a Katrina en la universidad, me dirijo al Años 20. Tan temprano, no hay nadie de la gente de Konor vigilando su oficina. Mariana, a la que he llamado por teléfono minutos antes, me está esperando, junto a otra chica, menuda y esbelta, con el pelo cortado como un chico, erizado en sus puntas y negro como la noche. Hace las presentaciones. Se llama Irma y trabajaba para una banda de ladrones. Puede abrir cualquier cerradura. No hay nada como disponer de los hábiles dedos de una ladrona para fisgonear en unos archivadores cerrados.

Mientras Mariana vigila fuera, examino carpeta tras carpeta, pero no hay nada relevante, nada que implique algo sucio. Me desespero. Debo conseguir algo como prueba…

―           Sergei – musita Irma, que está revisando los cajones del escritorio, buscando algo que ratear – ¿qué hay en Machera?

―           ¿Machera? Ni siquiera sé donde está eso – le digo, encendiendo el ordenador que hay sobre la mesa.

―           Pues hay unas pocas de facturas de una gasolinera de ese sitio. Al menos quince, todas de la misma gasolinera – me sonríe la chica, mostrándome los recibos.

Conecto con el Google Map y pronto averiguo que es una población española fronteriza a Portugal. ¿Por qué van los hombres de Konor a echar gasolina allí? Ya me enteraré. Copio los datos que me interesan y procuramos dejar todo tal y como está.

Subimos a la última planta y, tras darles las gracias a las chicas, le hago una pregunta a Pavel, mucho más al día con la intendencia del club.

―           Pavel, ¿por qué se guardan los recibos de una gasolinera? Me refiero al club.

―           Pues para desgravar, si son vehículos de la empresa, o bien para las dietas. Si algún empleado llena el tanque con su dinero, pide el recibo para ser reembolsado.

Me río cuando mi cerebro encuentra la conexión.

―           ¿Algo gracioso?

―           Puede que si, pero aún no estoy seguro.

Necesito ver a Basil y esto tiene que ser cara a cara. Nada de teléfonos. Llamo a la mansión al subirme al coche. Tengo suerte, el jefe está presente y le digo que puede que tenga algo importante.

―           Esperarré a que llegues, Sergio.

Menos de una hora más tarde, Víctor me mira con el ceño fruncido. Como yo esperaba, no tiene asunto alguno en Machera, ni tampoco en Portugal. Basil tampoco sabe que pueden hacer allí esos hombres.

―           ¿Así que Konor es tan rata y tan avaro que lo hemos trincado por unos recibos de gasolinera? – digo, riendo.

―           ¿Cómo? – Víctor no cae, en ese momento.

―           ¿Por qué cree que Konor ha guardado estos recibos, si no tienen nada que ver con el club?

Basil si me ha entendido, y también sonríe.

―           Suponga que envía a sus hombres a hacer algo tras la frontera de Portugal. A su regreso, echan gasolina en Machera por alguna razón. Quizás es más barato, o es más cómodo, o, seguramente, están de acuerdo con alguno de los empleados para sisar al jefe unos cuantos euros en los recibos de carburante – empiezo.

―           Al llegar al club, entregan sus recibos para que les paguen lo que se supone que han abonado ellos de su bolsillo – continua Basil.

―           Y el cabrón de Konor, en vez de destruirlos, los ha guardado para pasármelos con los gastos conjuntos del club, porque sabe que no los miraremos apenas – atrapa la idea Víctor.

―           Se ha delatado por miserable – suelto la carcajada.

―           Típico de Konor – me secunda Víctor.

―           Bueno. Ahora tengo que afinar la puntería y ver dónde van realmente. Me voy a quedar a dormir en el club.

―           Me parece bien. ¿Cómo va tu red de chicas? – me pregunta el jefe.

―           Activada. Pronto tendré jugosos comentarios.

―           Bien. Si necesitas algo, solo tienes que pedirlo.

―           Señor Vantia, ¿ha leído mi informe sobre la comuna bielorusa?

―           Si, me parece una propuesta interesante, pero tengo que posponerlo hasta que solucione el orfanato.

―           Por supuesto, señor.

―           Sigue así, Sergio. Estás demostrando tener mucha iniciativa.

―           Gracias, señor Vantia.

Tengo que decir que junto con la madre y la hermana de Mariana, le entregué un informe sobre la coacción y proxenetismo de ese lugar y de otros de su misma condición. Ya que esas extensiones de terreno eran arrendadas para cultivo y que casi se autofinanciaban, ¿por qué no utilizarlas para traer a los familiares de las chicas de la organización? Se podrían establecer colonias rentables que servirían para lavar una buena parte del dinero negro que se generaba con la prostitución, además de tener muy contentas y agradecidas a las chicas.

Sin duda, Víctor habría visto aún más ventajas que yo no conocía, pues no estaba metido en ese mundo, pero las ventajas eran muchas. Solo había que arrancar la mala hierba.

Es casi la hora de recoger a mi Ama.

Anenka insiste en que me quede a almorzar. Víctor ha marchado a una reunión importante. Sin embargo, no nos quedamos solos. Parece que Katrina se ha olido el asunto, y se une a nosotros, como una diva. Con la ayuda de Rasputín, quedo como el más encantador de los invitados, sacando temas interesantes que las involucra. No se tragan, pero, al menos, se portan civilizadamente.

Por la cara que pone Anenka, estoy seguro que tenía previsto uno de sus encuentros, pero no puede proponerme nada con su hijastra delante. Al final, Katrina, con una tonta excusa, consigue arrancarme del lado de su madrastra y llevarme a sus aposentos.

Debo decir que su intención es buena. Se interesa por mis heridas, aunque sea ella la que las ocasionó. Me ordena que me desnude y le pide a Sasha y Niska, que traigan agua, esponja y apósitos para curarme. Intento decirle que no hace falta, que ya están mucho mejor, pero no me hace caso. Cuando las tres se inclinan sobre mí, examinando las heridas, que casi han desaparecido, sus ojos no hacen más que posarse sobre mi pene desplegado.

―           Tienes razón. Ya están casi curadas – me dice Katrina, acariciando mi glande con el dedo gordo de su pie, pues está sentada a mi lado en el sofá, descalza. — ¿Qué pensáis vosotras, perras?

―           Si, Ama.

―           Mucho mejor, Ama – asiente Niska. – Y se está poniendo dura…

Katrina se ríe del comentario de la impresionada romaní.

―           ¿Te atrae, Niska? – le pregunta.

―           Si, Ama. Nunca he visto una así.

―           ¿Sabes que Niska es aún virgen? – me comenta Katrina.

―           Parece que aquí abundan, aunque no sé cómo, ni por qué…

“Ni yo. Katrina parece tener mucha experiencia en otros asuntos”.

―           No, mi Ama, no lo sabía.

―           ¿Te gustaría que fuera mi perrito el que te desflorara? – le pregunta Katrina a la joven.

―           Será quien desee usted que sea – contesta ella, astutamente.

―           Buena respuesta. Pero, ¿si tuvieras que elegir…?

―           Me da un poco de miedo. Es muy gorda y larga, Ama, pero también sé que Sergei es un buen chico y que no me haría daño – se sincera la chica morena.

―           Puede que me decida alguna tarde de estas. Sería interesante dejarte preñada…

Niska agacha la cabeza. No puede tener opinión en ese asunto, pero pienso que es muy joven para eso.

―           Podéis marcharos. Que nadie me moleste – las despide, agitando la mano.

―           Si, Ama.

Katrina me sonríe, demostrando su lujuria. Se inclina y aferra mi rabo, con ganas. Me mira y se relame.

―           ¡Te voy a sacar todo el jugo, perrito mío!

―           Como desee, Ama… pero puede utilizarme como quiera… puede que le guste penetrarse – propongo con sutileza.

―           ¿Esa cosa dentro de mí? ¡Ni hablar! No profanaré el interior del templo de mi cuerpo.

―           Excúseme, Ama… no sabía que siguiera un credo de pureza – le beso la mano libre.

―           Pelotas.

―           Pronuncié unos votos cuando cumplí los doce años. Reservaré mi pureza para un individuo que sea absolutamente digno de mí, que demuestre poseer el auténtico poder que rige el mundo. No importa que sea hombre o mujer, solo me entregaré a esa persona – me confiesa, levantando mi pene con sus caricias.

―           Espero que encuentre a esa persona muy pronto – la halago.

―           Si, yo también – se ríe – pero, mientras, te tengo a ti, polla maestra… jajaja… un buen apodo…

Y se inclina para metérsela en la boca. En esta ocasión juega de forma distinta. Tras un rato de chupar, lamer, y morder, se sienta sobre mi regazo, frotando su clítoris y sus labios mayores contra mi polla, sin dejar de besarme con ahínco. Cuando ya no puede más, se pone en pie y coloca su coño en mi boca, gritando:

―           ¡Cómetelo! ¡Oh, por Dios Bendito, cómetelo todo, pedazo de perro con picha! ¡Te voy a ahogar en mis jugoooos!

No sé, pero me parece un poquito desquiciada esta tarde, por la manera en que se corre, soltando tacos y flujo por doquier. Y, revoloteando dentro de mi cabeza, como una mosca cojonera, los irritantes comentarios despectivos de Rasputín, ese nuevo Pepito Grillo que comparte mi vida.

                                                               CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Mi tia, el celador y yo” (POR WALUM)

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Mi tia, el celador y yo.

Sin títuloCon mis 18 años, era una chica excepcional, me gustaba que todos me miraran y debo admitir que tenia con que, mi altura 1.75 con mi cabellos rubios lacios, unos pechos muy erguidos medianos, una cintura estrechísima y mi cola bien paradita y menudita. No me podía quejar, llamaba mucho la atención.

Esto sucedió en el transcurso del ciclo escolar, yo iba a un colegio normal, me divertía mucho hacia lo que quería, entre todo lo que hacia, me hacia muchos amigos, por ejemplo el celador del colegio, un tipo de unos 45 años, gordo sucio y enorme, re baboso, pero conmigo era buenísimo, yo me reía mucho viendo la cara de bobo con la que me miraba todo el tiempo. Siempre me decía que le presentara a mi tía, que era la profesora de matemáticas, pero yo me reía y lo tomaba como un chiste, ya que mi tía lo odiaba, decía que era un baboso asqueroso y que iba a hacer todo lo posible para echarlo.

Mi tía, Roxana, tiene 33 años, linda por donde se la mire, castaña oscura con el cabello apenas pasando los hombros, unos pechos medios grandes bien parados, una cintura diminuta, era como de avispa y terminaba en esa cola tan salida para afuera y redonda y bien parada que es lo que mas llamaba la atención, ella siempre se viste muy sexy, con pantalones bien ajustados o polleras ceñidas al cuerpo que marcan su curva posterior.

Todos los días la saludaba en la escuela, baja la atenta mirada de Mario, el celador.

Un día al llegar a mi casa, mis padres me comunicaron de que les había salido un viaje a Europa y que se irían el lunes, siendo yo tan chica me dijeron si no tenia problema en quedarme en lo de mi tía, yo triste por no ir, pero feliz por quedarme libre de padres, acepte sin dudarlo aunque fuera por un mes aproximadamente, estaba acostumbrada a estar con mi tía y salir a divertirme con ella.

Con el correr del tiempo Mario me preguntaba mas sobre mi tía, me preguntaban si estaba casada, cuantos años tenía, si salía con algún tipo, si le gustaba salir. Yo le contestaba sinceramente y teniéndole un poco de lastima, ya que mi tía en su vida se fijaría en el, siendo que lo odiaba.

Luego en uno de los recreos me fui a hablar con ella, ese día llevaba puestos unos pantalones negros que le marcaba mucho la cola, apuntaba directamente al cielo, mientras hablábamos, miré para el lugar de Mario y ahí lo vi mirándola, babeando casi, estaba como segado.

Al otro día en el recreo como siempre me fui a hablar con el, estaba mas insoportable que nunca con el tema de que le presentara a mi tía y yo no sabia como decirle que mi tía no se fijaría en el ni por un millón de dólares, sin que lo tomara a mal, pero bueno después de darle unos rodeos, pude salir de la situación sin tener que decirle la verdad.

Al llegar la salida, el se acerco a mi y me dijo –Flor, le voy a mandar un mensajito al cel a tu tía, me voy a hacer el anónimo, después decime que dijo.

Al llegar a la casa de mi tía, ella estaba en el baño, así que con muchísima curiosidad, decidí ir su cuarto y tomar el celular, rápidamente entre a los mensajes y leí el mensaje, eran pocas palabras y directas, decía “No puedo parar de mirarte todo ese cuerpazo que tenes, me gustaría probarlo y ver si me resiste”, yo deje el celular donde estaba y salí de su cuarto pensando en lo desubicado que podía ser Mario. Me daba vergüenza preguntarle a mi tía e iba a quedar más que evidente que yo tenía algo que ver, así que no le pregunte nada, y ella tampoco me dijo nada. Al otro día Mario me dijo “Le llego?? Te dijo algo?? Yo con nervios, le dije que no, el puso cara de disgusto, entonces me dijo “A la salida le voy a mandar otro”, yo sonriendo y ocultando la incomodidad le dije que bueno.

Al llegar a casa, repetí la misma formula, y leí el nuevo mensaje que decía “Un fin de semana te aguantaras?” Yo sin saber que hacer, salí del cuarto callada, mientras almorzábamos ella y me comento de un admirador anónimo, así me dijo y que si yo no sabia quien podía ser. Yo le dije que no tenia ni idea, y ella me dijo “-Bueno si mañana me vuelve a escribir, le voy a contestar”

Al otro día en el recreo Mario me volvió a preguntar, yo le dije lo que me había dicho mi tía textualmente, el sonrió de oreja a oreja, bueno a la salida le escribo.

Cuando llegue a casa, no perdí tiempo y fui directamente a leer lo que había escrito abrí y leí, decía -“Te aseguro que nunca probaste algo como lo que yo tengo, hasta duele un poco” Yo lo deje rápidamente, pensando en que estaba enfermo con lo que decía.

Mi tía no me dijo nada hasta el almuerzo cuando se sentó frente a mi y me dijo “Flor, este sábado que vos salís con tus amigas, yo quiero conocer al admirador del celular, así que vos salí y yo lo conozco”. Yo no dije nada, solo afirme la opción y no pensé en nada mas, cuando me fui a dormir no entendía como una mujer como mi tía le gustaba recibir esos mensajes tan directos y desubicados, pero bueno, tal vez era todo un juego y cuando viera que era Mario lo iba a dejar tirado.

Al otro día en el colegio, Mario se acerco rápidamente a mi en el colegio y me dijo en tono feliz -¡Mira lo que me escribió tu tía! Yo agarre su celular escépticamente y leí, decía “Hay que ver para creer, el sábado próximo si queres vení a cenar a las 10 y vemos”

Al llegar el sábado como a las 8 de la noche, mi tía se había bañado y perfumado, al salir de su cuarto como a las 9, vi que se había puesto un pantalón ajustado blanco y un top ajustado también blanco, junto con unos tacos altísimos de unos 10 cm. mas o menos, la verdad que se veía increíble, cuando se daba vuelta se le veía mucho la cola a través de la delgada tela del pantalón. Yo rápidamente me fui a juntar con mis amigas y al no encontrarlas no sabia que hacer, si volvía que iba a hacer, iba a molestar y hasta tal vez mi tía me regañara enfrente de Mario y nos mandara a los dos bien lejos, por no decir otra cosa. Quedarme dando vueltas por ahí, de noche, tampoco era buena idea, así que decidí volver y entrar por el garaje hasta mi pieza y acostarme sin que ella lo notase.

Ya estaba adentro cuando sonó el timbre a las 10 en punto y llego. Ella fue a atender y se quedo callada un rato, supuse que al verlo, lo insultaría y lo echaría a volar, pero no fue así, hablaron no se que, porque estaba yo muy lejos y no podía escucharlos, y entraron, luego de comer, casi callados todo el tiempo, se pararon y fueron para el cuarto de mi tía. Entraron rápidamente y dejaron la puerta junta, yo tarde unos minutos hasta escuchar unos sonidos raros, en acercarme, cuando me asome por la junta de la puerta, vi a mi tía en los brazos de Mario, el le tocaba el culo con las dos manos, abriéndole los cachetes.

Ella bajaba su mano hasta la cremallera de el, una vez que le desabrochó el pantalón se lo bajó y le bajo el calzoncillo y apareció un miembro muy gordo y largo, muy grande y venoso, ella no perdió el tiempo y lo agarró y lo acariciaba con una mano.

Mario le metió un dedo en la raya del culo a mi tía y ella comenzó moverse como meneando su cola, incitando a que le tocara mas el culo.

Mario, con un movimiento rápido soltó la cola de mi tía y saco el top de ella, para comenzar a apretar sus grandes pechos, los estrujaba fuertemente mientras que le decía que estaban muy ricos y grandes, luego se los llevo a la boca, metiendo toda su cabezota entre ellos, mi tía levantaba la cabeza gimiendo y le decía que siguiera. Yo estaba boca abierta observando y poco a poco sintiendo una sensación rara atravesando todo mi cuerpo.

Paso poco tiempo así, cuando mi tía voluntariamente se puso de rodillas, agarro ese miembro enorme y comenzó a pasárselo por la cara mientras que lo miraba a Mario y le preguntaba si le gustaba eso, el gemía y le decía que se la tragara toda, ella rápidamente lo hizo, pero solo entraba hasta la mitad, ella succionaba fuertemente, parecía estar obsesionada por ese miembro, lo acariciaba, besaba y recorría entero con su lengua.

Al parecer Mario no aguanto mas el deseo y con un movimiento violento levanto a mi tía del cuello, y le bajó de un solo tirón su pantalón blanco, dejándola casi totalmente desnuda, solo tenia una minúscula tanga blanca y sus tacos, el la miro diciendo “Que putita sos, mira las tanguitas que te pones, te gusta que te la pongan, por eso las usas” mi tía en lugar de contestar solo gimió o dio un si gimiendo, Mario se recostó en la cama dejando su gran estaca apuntando al techo y le dijo a ella “Vamos putita, vení y cabalgame” mi tía con una caminada bien exagerada se acerco hasta la cama, se sacó la tanga y se puso sobre el, poco a poco fue metiendo ese miembro enorme en su interior, al copas de sus gritos de placer y dolor, hasta que se la metió entera, se quedo un rato quieta y luego comenzó a moverse sobre el, primero despacio y luego con toda la furia que parece que tenia, clavándose todo ese enorme aparato en su ser, mientras gritaba de placer, estaba sacada totalmente, sus pelos se sacudían para todos lados, Mario también gozaba mientras que sus dos manotas se habían aferrado a la hermosa cola de mi tía y la movía contra su miembro a su antojo. Mi tía no paraba de gemir y moverse, al poco rato Mario le dijo “Me vengo putita!!”, mi tía lejos de decir algo, acelero sus movimientos y Mario gimió fuertemente acabando dentro de ella, mientras que ella también parecía que acababa y se desvanecía sobre el cuerpo de el. Ambos estaban bastante sudados y cansados parecían, mientras que Mario le decía “Sabia que tarde o temprano ibas a ser mía, sos la mujer mas exquisita que me he cogido”.

Yo pensé en lo que el decía y era un poco obvio, el no era un tipo atractivo, en realidad estaba muy lejos de serlo, pero mi tía había accedido totalmente a el, siendo que ella tiene un cuerpazo y puede tener al hombre que quiera, lo había elegido a el y se le notaba feliz. No lo podía entender mucho.

No paso mucho tiempo y ahora ambos hablaban muy bajo, así que solo veía que movían los labios, de pronto ambos se levantaron, Mario entonces la tomo por el cuello a mi tía y la giró indicándole la cama, ella puso cara de desaprobación primero, pero luego accedió y luego el le decía “Vamos acomódate como lo perrita que sos” mi tía sonreía ante el insulto y obedecía como si estuviera feliz, al estar en cuatro patas, se podía notar aun mas la tremenda cola de mi tía, era perfecta, bien redonda y pulposa, Mario se puso detrás suyo y se escupió la cabezota de su miembro, para luego apoyarla en la entrada de la cola de mi tía. Ella no tardo en reaccionar y grito “Ahhhh, no para” el no hizo caso y siguió entrando en su hermosa cola. Ella se quejaba mas fuerte a medida que ese moustroso miembro le seguía entrando, de pronto Mario la metió mas, lo que hizo que ella levantara la cabeza gritando “Ahhhhhhyyyy no, por favor, sacala noooo ahhhhh” pero el la sujetaba de las caderas fuertemente y le decía “Falta poco, aguanta putita, después vas a pedirme que no te la saque”, en realidad faltaba bastante entrar, así que Mario se inclinó un poco sobre la espalda de ella y empujo un poco mas, metiendo otro pedazo. Ella se inclinó, quedando casi su cabeza sobre las sabanas y tomo mucho aire y lo soltó. Mario empujó más y ya casi la tenía toda adentro. Ella volvió a gritar “Nooooo, bastaaaa, sacalaaaa ahhhhhhyyy!!” Y movía la cabeza para los costados negando. Pero Mario empujo lo ultimo de su enorme miembro y termino metiéndosela toda en el interior de su hermoso culo, ella se quejaba y seguía gritándole “¡¡¡Sacala, basta, por favor ahhhhhyyy, me duele mucho!!!”, pero no era la intención de Mario obviamente, el se la dejó adentro y le decía “Aguanta un poco perrita, que ahora se viene lo bueno”, ella había dejado su cabeza ya sobre las sabanas y respiraba hondo y soplaba fuerte soltando el aire, era obvio que le dolía mucho. Tardo bastante, hasta que su respiración se hizo normal, Mario al darse cuenta, ahí empezó a bombearle el culo sacando y metiendo su miembro primero lentamente, pero igual mi tía volvió a sentir dolor y gritó “¡¡Mas despacio cabrón!! El paro un poco y de a poco iba subiendo el ritmo, el gemía cada vez mas y empezó a darle mas duro, ahora los golpes eran fuertes en cada embestida y mi tía se iba cada vez mas para adelante dejando su culo mas y mas parado, Mario cada vez aceleraba su ritmo, al tiempo que ella seguía gritando pero con algunos gemidos en cada metida, de pronto ella se puso de nuevo firme y colocándose en cuatro patas nuevamente, entonces Mario sin perder el tiempo se subió un poco sobre ella y rodeándola con sus brazos, le agarro sus tetas mientras que la seguía cogiendo fuertemente, en realidad el le daba muy duro y mi tía gritaba “¡¡Mas despacio te dije, por favor!!” “¡¡Me duele mucho!!” Pero él debía estar muy caliente teniendo la posibilidad de romper ese hermoso culo, lo agarraba fuertemente de los glúteos, se los abría bien y se la enterraba cada vez con mas fuerza, chocando sus huevos con el cuerpo de ella, de pronto comenzó a gemir cada vez mas fuerte y grito “¡¡Ahhyyy ya acabo, te voy a llenar este rico culito de mi leche puta!!” Y le dio con todo hasta que acabó, haciendo gritar más a mi tía por la fuerza del empuje. Luego de estar quietos unos cuantos minutos, yo estaba con la boca abierta sin poder creer lo que acababa de ver, como podía ser que mi tía que lo odiaba hubiera estado con Mario y se dejara hacer todo eso que se dejo hacer, pero de pronto mi tía le dijo a Mario que se saliera de encima, que quería ir al baño, yo rápidamente y en silencio me fui para mi habitación pensando en acostarme y esperar que no me descubriera.

No se cuanto tiempo habrá pasado que yo estaba acostada, tal vez media hora, eran como las 3 de la mañana cuando escuche un fuerte grito de mi tía, mas fuerte que ninguno, rápidamente me levante para ir a ver que sucedía, cuando llegue al mismo lugar a donde había estado viendo hace unos minutos, escuche el fuerte ruido de la cama, parecía que se estaba por quebrar, miré detenidamente y vi a mi tía boca abajo con las piernas juntas y a Mario dándole por el culo con una velocidad tremenda, era terrible como le daba y en cada enterrada ella gritaba “¡¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhggggg!!” pero él disfrutaba cada vez mas y tomaba mas envión para clavarla de nuevo, la cama parecía que se caería haciendo un ruido espantoso, Mario estaba transpirado totalmente y colorado y le gritaba a mi tía “¡¡Vamos, pará bien el culo carajo, que te lo quiero romper putita!!”, ella lejos de enfadarse por la forma en que el la trataba, levantaba mas su cola.

La tuvo mucho tiempo embistiéndola fuertemente contra su culo, hasta que acabó de nuevo y la sacó, gimiendo fuertemente, mi tía gemía aliviada, no se como resistía.

Mario se levanto y se empezó a vestir, yo supuse que para irse, pero cuando el lo estaba haciendo, mi tía se levanto, con algo de dificultad y le dijo “Ya te vas??, no sos tanto como decías?? Esa pijita no aguanta mas??” Mario sonrió maliciosamente pero enfadado al haber tocado su orgullo, y dándose vuelta rápidamente, tomó a mi tía de los pelos y la tiró sobre la cama, para luego sujetándola de los pelos dejarla en cuatro patas, sin nada de preámbulos, metió todo su miembro en su interior y empezó a moverse salvajemente, haciendo crujir increíblemente la cama, mi tía intentaba mantenerse y paraba aun mas su cola, mientras que gritaba desaforadamente y buscaba aire, sus manos comenzaron a intentar manotear a Mario, como intentándoselo sacar de arriba mientras que le decía “Pará, pará, basta cabrón” “Mas despacio, me estas partiendo” pero Mario estaba enceguecido con su culo y parecía que se lo taladraba, ella temblaba y su cara de dolor era apreciable, ella gemía y lloraba del dolor a la que la sometía “agggghhhhhhh” “Ahhhhggyyyyyy” Mario seguía transpirando y acelerando cada vez mas su ritmo, lo que hacia que el cuerpo de mi tía fuera y viniera a un compás salvaje, sus pechos se sacudían fuertemente y Mario se subió un poco mas arriba de ella para alcanzarlos con sus manos a la vez que seguía montándola, mientras que le gritaba casi al odio “¡¡Esto es lo que querías puta, es esto ¿no?!!” “¡¡Te voy a destrozar este rico culo, puta de mierda, sos mi puta ahora!!” y aumentaba el ritmo de su bombeo, mi tía no paraba de gritar y entre sus gritos decía casi gimiendo “¡¡Siii, soy tu puta, sigue por favor, voy a dejarte que vengas a mi casa a cogerme cuando quieras y como quieras, seré tuya y haré lo que me digas, además dejare que te cojas a mi sobrina si queres!!” yo me quede helada al escuchar eso de mi tía, pero una sensación de intriga y excitación atravesó todo mi cuerpo, algo que nunca había sentido, curiosidad de porque mi tía hacia eso, que se sentiría, porque estaba fuera de si, tanto le gustaba?? Realmente no lo podía entender, pero mi cuerpo sentía mucha curiosidad.

Seguí observando, y mi tía gritaba ante cada embiste brutal de Mario, el la agarraba de los pelos y la hacia atrás, los gritos y gemidos de mi tía debían oírse en toda la cuadra casi, sudaba mucho también y se aferraba a las sabanas con fuerza, resistiendo la brutalidad de la penetración que sufría, porque Mario casi saltaba arriba de ella, haciendo que la cama hiciera unos ruidos infernales, entraba y salía su miembrote de ese hermoso culo y ella lo paraba mas, para recibirla mejor, no se cuanto tiempo estuvieron así, hasta que Mario no pudo aguantar mas y acabó dentro de ella gimiendo descontroladamente “Ahhhhhhhhuuhhhhh”, luego la sacó y se la puso en la boca, ella como pudo, totalmente desvanecida chupó para limpiar los restos de semen que tenia su gordote miembro, el gemía levemente, con aires de grandeza y de pronto sentí que miraba para donde yo estaba, era imposible que me viera, imagine yo, pero su mirada tan directa me hacia sentir una sensación extraña de miedo e intriga imposible de entender.

Cuando llego el lunes, estuve hablando con Mario, el se veía muy contento realmente, casi no me pregunto por mi tía, yo me reía por dentro, sabiendo que el creía que yo no sabia nada, pero era todo lo contrario.

Al otro fin de semana, supe que ambos se iban a volver a ver, ese fin de semana salí a bailar, así que no se que pudo pasar, pero se que el estuvo ahí, mi tía también estaba muy eufórica y simpática, mas que de costumbre, no podía entender como al gordo baboso, como ella decía, ahora lo quería tanto. Esa duda me recorría por dentro con ánimos de preguntar, pero no podía decirle que había visto, así que pensé en intentar preguntárselo a Mario.

No sabia como hacer para preguntárselo, ni como encarar el tema, era muy prohibido para mi, un jueves como cualquier otro, mi tía me dijo que el fin de semana se iba a una convención y que me dejaba sola, que tuviera cuidado, yo lo vi perfecto para poder citar a Mario y que el me contara todo.

Llego el sábado y a Mario le dije que fuera a eso de las 7 de la tarde, como siempre me vestí muy bien, pero me puse ropa un poco provocativa, unas botas altas, un pantalón blanco ajustado que se traslucía un poco mi tanguita blanca también, una remerita blanca también ajustada con una escritura, y mi pelo bien suelto, así generalmente me visto para salir a bailar, pero ese día me vestí así para ver la reacción de Mario.

Rápidamente se hizo la hora y Mario llego puntualmente, pude sentir su mirada en todo mi cuerpo, me miro detenidamente mis pechos y cuando me di vuelta para que pasara, gire y puede ver como se quedo mirándome fijamente la cola, yo me sentí muy bien al ver que había llamado su atención y tal vez competía con mi tía en atractiva. Luego se sentó, y empezamos a hablar de cosas sin sentido, yo me paraba de vez en cuando y sacaba cola para ir a buscar algo, o me pasaba cerca de el, jugaba al ver que el me desvestía con la mirada. De pronto, sonó el teléfono, yo fui a atenderlo y como esta en una mesita chiquita, me agache en ángulo de noventa grados para atenderlo, sacando mi cola más y dejándola bien a la vista de Mario. Yo me sorprendí al saber que era mi tía, y me gire para ver a Mario cuando decía que era ella, el de pronto cambio la cara y se le hizo una gran sonrisa. Yo no entendí pero me ríe también y luego mi tía me despidió.

Volví a sentarme y yo entonces le dije que ya venia, me pare y cuando me estaba yendo hacia la cocina, el me tomó del brazo y luego sentí un cachetazo fuerte, yo grité de dolor y me asuste y entonces Mario me tomo de la cara y me dijo -¡¡Quedate quieta y tranquila gatita, que estoy acá porque tu tía me dejo que te cogiera toda la noche!! ¡¡Me tenés más caliente que tu tía, yegua, te quiero romper el culo!! Yo temblaba de miedo y no lo podía creer, cuando fui a gritar el me puso la mano en la boca y me empujó contra la pared, y luego me dijo amenazantemente -¡¡Quedate callada, y no te preocupes que este pedazo te va a comer por todos lados!! Y luego me punteo con su entre pierna sobre la mia, yo comencé a llorar, pensando en mi tía y en como me podía haber entregado, aunque al mismo tiempo sentía mucho calor interno al sentirme sometida igual que ella. El me tomó mis manos con una sola mano de el y las puso sobre mi cabeza, luego con su mano libre me empezó a manosear violentamente mi cola, mientras que su boca me besaba y yo intentaba oponerme, eso pareció no gustarle porque se separó de mi y con su mano libre me sacó a la fuerza mi remerita y mi corpiño rompiéndolo a los tirones, yo quede con mis pechos al aire, yo intente soltarme, pero el me dijo -¡¡Quedate quieta!! Y luego me comenzó a tocar mis tetas de forma desesperada, los apretaba, juntaba y separaba y lamía por ahí, era realmente muy asqueroso, de pronto su otra mano me soltó y se fue directamente a seguir manoseando y apretando los cachetes de mi cola. Yo no sabia que hacer y me quedaba quieta, llorando. De pronto me sujeto fuerte, tomándome por la cintura y me dio un beso muy fuerte y asqueroso, apoyando su bulto contra mi.

Luego, me agarro los pelos con una mano y con la otra se bajo el pantalón y su slip, dejando ver su miembro enorme completamente duro frente a mi, yo me quede helada, nunca había visto un miembro en vivo y en directo, y menos tan gordo, el sujeto aprovechando mi asombro, rápidamente se puso contra la pared, y tirandome del pelo me hizo arrodillar, tomó su gran pene con la mano y comenzó a luchar para ponerlo en mi boca, yo lo esquivaba como podía, y no abría la boca, pero el sujeto me pasaba su miembro por la cara, ya el gozaba con esa humillación, pero luego me grito y tiró de mi pelo fuerte hacia arriba -¡¡Vamos abrí la boca o te dejo pelada pendeja!! Yo medio que intente abrir la boca y el aprovecho rápido para meter por lo menos la gigante cabeza de su miembro, el sabor y olor eran repugnantes, quería vomitar me sentía demasiado humillada, lloraba desconsoladamente esperando que la pesadilla terminara pronto. Luego de moverse un poco intentando hacer entrar un poco su miembro en mi boca, me levantó y me agarró de la cintura, y me llevó a la cama. Yo estaba muerta de miedo, pero sabia que no había vuelta atrás, estábamos los dos solos y el aprovecharía muy bien la oportunidad, cuando estuvimos parados frente a la cama, el me giró y quedando de espaldas a el, pude sentir como me apoyaba vilmente sobre mi pantalón, luego sus manos se las ingeniaron para rápidamente despojarme de el, quedando solo con mi pequeña tanguita blanca de algodón, yo temblaba al sentirme completamente desnuda y teniendo detrás a ese sujeto que había estado haciéndole un montón de cosas a mi tía, a el debió gustarle lo que vio, porque rápidamente se puso atrás mío y me punteo fuertemente, y sus manos me sujetaron por delante de mis pechos, su aliento agitado en mi nuca me hacia sentir presa de su incontrolable deseo y morbo al tenerme absolutamente impotente entre sus gordas manos, luego me dijo al oído con tono meloso -¡¡Vamos bebe, subite a la camita y ponete en cuatro!! Yo lagrimeando, pero sin protestar lo hice, mientras que él, se acomodaba atrás y seguía apoyándome hasta el cansancio, luego bajo mi tanguita dejándola a la altura de mis rodillas y paso su mano por mi vagina, la cual estaba húmeda, pero virgen todavía, poco a poco sentí como su miembro se acercaba mas a la entrada de mi ser, entonces me voltee y le dije -¡Suavecito, por favor! Y volví a darme vuelta sonrojada por lo q acababa de decir, sintiéndome una puta, de pronto sentí un fuerte dolor en mi vagina, el sujeto acaba de meter la cabezota de su miembro de un golpe, con mucha fuerza, y seguía metiendo el resto lo que me provocó un fuerte dolor y grite bien fuerte -¡¡Noooooo, hijo de puta, soltame!! Pero el lejos de hacerme caso me dijo -¡¡Tu tía siempre dice lo mismo y significa que quiere mas!! Y riéndose, me penetró el fondo y comenzó a gran velocidad a penetrarme, yo no paraba de llorar y gritar, las lagrimas me desbordaban y el dolor era intenso, mientras que sentía como el gemía y estaba agitadísimo por la violencia de sus movimientos, no se cuanto tiempo el sujeto me tuvo así, creo que perdí la noción del tiempo, solo pensaba en el dolor, hasta que de pronto el gimió fuerte y sentí como acababa dentro mío. Yo me sentí muy mal, humillada completamente, y llore desconsoladamente sin parar, el se salio de mi y se quedo parado al costado de la cama, yo no podía moverme del dolor que sentía, y solo lloraba sin parar. El estaba parado y me dijo:

-¡¡No llores tanto, que ahora viene lo mejor, le toca el turno a tu rico culito!! ¡¡Me va a costar metértela, pero como sea te la voy a meter!! Y luego se rió a carcajadas, yo no podía imaginarme nada, solo lloraba y me sentía usada y abusada, entonces el me dijo -¡¡Volvé a ponerte en cuatro!! Yo temblando lo hice, tal vez después se iría rápido, luego el se coloco atrás y con una mano me apretó fuerte sobre la espalda, haciendo quedar mi cara contra el colchón y con su otra mano empezó a dirigir su gordo miembro hacia mi cola, poco a poco empezó a empujar, hasta que sentí que me empezaba a romper mi orificio y grité aullando -¡¡Nnnnnooooo, pará hijo de puta, Nooo entra!! ¡¡Ahhhhhhhhhhhgggggggggggg!! ¡¡Sacala hijo de puta degenerado aaaahhyyyyyy!! El mundo estalló a mi alrededor, era brutal, bestial, indescriptible el dolor, no imaginable, por dentro la presión seguía y yo sentía que el maldito quería perforarme hasta los intestinos. Como podía movía la cabeza para los costados desesperada. Mientras lloraba sin parar, el gozaba y gritaba -¡¡Este es el culo más estrecho y pequeño que me he cogido!! Yo gritaba desesperada y golpeaba el colchón, entre lagrimas, mientras que abría la boca buscando desesperadamente aire, no se cuanto tiempo fue, pero sentí como su ingle se apoyaba sobre mi cola, entonces el se puso sobre mi y con su boca en mi nuca me dijo -¡¡Sentila bien pendeja rica, que te voy a dejar este culito mas abierto que el de tu tía jajajajajaaj!! Y luego comenzó un vaivén violentamente contra mi, yo gritaba de dolor y buscaba aire ante tanto dolor, me embestía fuertemente, como queriéndome partir, y yo solo lloraba, cuando empecé a acostumbrarme al sufrimiento instintivamente intente parar mi cola en cada empujón, no se cuanto tiempo paso, hasta que de pronto él con un nuevo grito acabó -¡¡Ahhuuuugggggg!! Y lleno mi cola de su asqueroso liquido. Luego se acostó al lado mío y me dijo -¡¡Voy a esperar un rato y te la voy a volver a poner en el culo, me ha encantado!! Yo me quede tirada, no podía moverme del dolor que sentía, y lloraba desconsoladamente.

Después de un rato de estar acariciarme el pelo, me dijo -¡¡Vamos es hora de volver a gozarte pendeja!! Y con un movimiento rápido, me levanto y me acomodó de rodillas con las manos apoyadas en el respaldo de la cama, quedando mi cola a su disposición, rápidamente él se puso detrás, se escupió un poco la mano, y se paso la saliva por la cabeza de su hinchado miembro, luego casi gritando apoyó la cabeza en mi cola y empezó a presionar, volví a sentir ese terrible dolor que instintivamente tiré una mano para atrás para intentar frenarlo, pero el me agarró la mano y mi dijo con un grito -¡¡Nada de manotazos, no te pongas histérica y empezá a sentirla que te voy a volver a partir!! Y empujó mas fuerte y me penetro completamente, yo di un alarido de dolor -¡¡Aaaagggggggggggyyyyy!! Era brutal el dolor y me retorcía del dolor, mientras él me decía -¡¡Sentila adentro de tu hermoso culo pendeja!! Y comenzó un vaivén salvaje que duro unos interminables y dolorosos 10 minutos creo, hasta que se quedo quieto, con su miembro todo clavado en mi, después empezó a sacarla casi toda y empujar con todo para adentro, sus huevos golpeaban contra mi cola y yo gritaba en cada embiste, hasta que se puso casi encima mío y tomándome de los pechos me bombeo en movimientos cortos y termino nuevamente en mi cola aullando de placer y yo gritando de dolor, humillación y un poco de placer prohibido.

Desde ese momento empecé a entender porque mi tia se sumía a el, y desde ese momento el comenzó a venir seguido a vernos a ambas.

 

Relato erótico: “Mi cita a ciegas resultó muy puta 2” (POR GOLFO)

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portada narco3

Sin títuloTal y como os comenté en el capítulo anterior, una cita a ciegas me permitió conocer a un monumento de origen panameño que se desveló como una amante sin par. Su dulzura solo era equivalente al fuego que recorría su interior cada vez que hacíamos el amor.
Esa mañana llegamos puntualmente a la finca de mi amigo y eso que durante el trayecto habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión en mitad del campo.
Beatriz, su mujer, nos esperaba en la entrada y cogiendo del brazo a mi acompañante, empezó a presentárselas a todos los presentes como mi novia. Curiosamente al contrario que la noche anterior, ya no me molestaba que se refirieran a Maite con ese apelativo porque aunque por entonces no me daba cuenta, esa castaña me estaba conquistando con su modo de ser.
Estaban repartiendo los puestos cuando Manuel se me acercó un tanto inseguro porque se había presentado sin avisar una antigua amiga y no sabiendo donde meterla había pensado en colocarla con nosotros.
-No hay problema- contesté sin medir las consecuencias que tendría tener a esas dos mujeres juntas durante tres horas.
Reconozco que no se me pasó por la cabeza que Maite viera en Alicia una contrincante ni que Alicia asumiera que Maite era una caza fortunas sin escrúpulos que quería mi dinero. Lo cierto es que al explicarle el anfitrión que iba a estar en el mismo puesto que yo, esa rubia de pelo corto y ojos claros se acercó a agradecerme el detalle.
Desde que la vi acercarse a mí con esa delantera tan enorme supe que no era algo natural sino producto de la cirugía porque antes tenía unos pechos pequeños. Sé que a ella tampoco le pasó inadvertido el repaso que di a sus melones porque poniendo cara de putón desorejado, me los modeló diciendo:
-¿Te gusta la nueva Alicia?
Aunque esas dimensiones era exageradas para lo flaca que era, tengo que confesaros que se me hizo la boca agua pensando en que se sentiría estrujando esa silicona mientras oía gritar de placer a su dueña.
Desgraciadamente, Maite llegó justo en el momento en que con la mirada estaba repasando esas bellezas y por eso desde un principio, catalogó a Alicia como una guarra que quería quitarle su hombre.
-¿Me presentas?- preguntó la panameña mirando fijamente a la rubia.
-Alicia, Maite. Maite, Alicia- respondí percatándome que entre ellas saltaban chispas.
Como si fuera un combate de sumo, las dos mujeres se retaron con la mirada antes de educadamente darse dos besos en la mejilla. La hipocresía de ambas era evidente pero no queriendo echar más leña al fuego, me abstuve de hacer ningún comentario. Su enemistad quedó de manifiesto cuando la panameña pasó su mano por mi espalda mientras susurraba en mi oído:
-¿Quién es esta puta?
«¡Está celosa!» pensé al advertir su enfado y queriendo provocar a esa castaña, contesté:
-Alicia y yo fuimos novios.
Al enterarse que entre nosotros había existido algo más que amistad, se puso tensa y ya con un cabreo del diez, me preguntó si nos íbamos a nuestro puesto. Asumiendo que se iba a enfadar, le expliqué que teníamos que esperar a que el anfitrión nos avisara. Fue entonces cuando se enteró que Alicia iba a compartir la espera con nosotros. Sus ojos reflejaron la ira que consumía su cuerpo y tratando de cambiar la distribución fue en busca de Beatriz.
Para terminar de empeorar la situación, la rubia aprovechando su ausencia me pidió que la acompañara a su coche porque se le había olvidado el bolso dentro. Confieso que no vi nada extraño en ello y por eso tontamente la seguí rumbo al aparcamiento.
Ni siguiéramos habíamos llegado al mismo cuando Alicia pegándose a mí, me dijo que estaba muy guapo con la cabeza rapada y antes de que me diera cuenta, me estaba besando mientras pasaba su mano por mi entrepierna.
Si bien en un momento rechacé su contacto, al sentir esas dos ubres presionando mi pecho al tiempo que mi verga era liberada de su prisión fue más de lo que pude aguantar y levantándola entre mis brazos, la apoyé contra un árbol y usando un matorral como parapeto, de un solo golpe se la ensarté hasta el fondo.
-Sigue cabrón, ¡echaba de menos lo cerdo que eres!- chilló la rubia descompuesta al notarse llena mientras mis dientes se apoderaban de sus pezones.
Los gemidos de Alicia me impidieron oír el sonido de mi móvil cuando Maite viendo que no estaba dentro de la casa, me llamó. Os juro que no lo escuché aunque a buen seguro si lo hubiera hecho, tampoco lo hubiese contestado porque en ese preciso instante estaba ocupado dándome un banquete con esas tetas de plástico.
Usando mi verga como ariete, golpeé su coño repetidamente sin parar cada vez más caliente al sentir la cálida humedad que envolvía mi miembro al penetrarla.
-¡Me encanta! – aulló descompuesta mi presa sin impórtale que a cada empujón su pelo se llenara de las hojas que caían del árbol contra el que la tenía apoyada.
El destino quiso que fuera tanta la calentura de ambos que conseguimos corrernos rápidamente y por eso cuando ya satisfechos, salimos de detrás de ese matorral y nos topamos con la celosa panameña, esta no pudo echarme en cara que me la hubiese tirado aunque por sus ojos supe que lo sospechaba.
-¿Qué estabas haciendo?- preguntó echa una fiera al ver la melena despeinada de mi acompañante.
-Alicia había perdido su móvil –contesté aun sabiendo que no me iba a creer.
Maite que no era ninguna tonta, se mordió los labios para no gritar lo que opinaba de mi amiga y anotándolo en su libreta de agravios, decidió esperar a un mejor momento para vengarse tanto de esa rubia como de mí por haberla traicionado. A punto de darme una cachetada, prefirió darse la vuelta y acudir ante Beatriz, buscando su amparo.
«¡Está que muerde!», sentencié al verla irse enfadada pero contra toda lógica me gustó porque en ese estado Maite era todavía más atractiva.
Ya de vuelta, vi descojonado que la panameña se había agenciado a un incauto alemán para tratar de darme celos, olvidando que gracias a mi tamaño pocos eran los hombres que se atrevían a enfrentarse conmigo. Muerto de risa, me acerqué a ellos y posando mi mano en el trasero de Maite, la acerqué a mí diciendo:
-Cariño, te echo de menos.
La cara del pobre extranjero se transmutó al ver que su conquista era abrazada por un tipo más alto que él y despidiéndose nos dejó solos a esa castaña y a mí.
-Eres un maldito. ¡Te has tirado a esa puta!- me gritó dando por sentado que la gente a nuestro alrededor lo oiría.
En ese momento, solo tenía dos salidas o buscar el enfrentamiento o huir de él y por eso cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé sus labios con mi lengua mientras ella trataba de patearme. Durante cerca de un minuto, Maite intentó zafarse de mi abrazo hasta que viendo la inutilidad de sus actos se relajó vencida. Fue entonces cuando mordiendo su oreja, comenté:
-Zorrita mía, tú eres mi única princesa.
Mi deliberado insulto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de mi acompañante dos pequeños bultos la traicionaron, dejando patente que le excitaba mi dominante modo de ser y sabiéndolo, la cogí de la mano y la llevé rumbo al puesto que nos habían adjudicado.
Con Maite y Alicia en el puesto de caza.
El azar quiso que el lugar donde íbamos a apostarnos para esperar, fuera una pequeña peña donde se divisaba una buena porción de monte bajo.
«Es cojonudo», sentencié que ese sitio era ideal al tener una buena visión de un camino hecho por jabalíes. «Al ser su salida natural, debo estar atento».
Alicia que era una cazadora experta, al revisar el puesto también supo que esa pequeña vereda podía ser por donde salieran las presas y haciéndose la sabionda, me lo dijo en voz alta con el único propósito de molestar a mi acompañante.
-¡Será zorra!- escuché a Maite maldecir en voz baja.
Decidida a no dejarse amilanar por mi amiga, decidió aprovechar su inexperiencia con las armas para pedirme que le enseñara como apuntar. Estaba a punto de levantarme de la roca en la que me había sentado cuando escuché que la rubia me decía:
-¡Déjame a mí! Eres bueno como amante pero pésimo como profesor.
La panameña buscó mi ayuda con los ojos pero con gran disgusto, se dio cuenta que su jugada había salido mal al ver que no me movía y no queriendo descubrir su animadversión por Alicia, tuvo que aceptar que ella le mostrara como hacerlo.
-Lo primero que tienes es que saber cómo encarar el rifle- dijo la mujer al tiempo que pegaba su cuerpo al de la castaña tras lo cual le mostró la forma de colocarse la culata contra el hombro mientras aprovechaba para darle un buen magreo por su pecho.
Maite se quedó petrificada al sentir el descarado manoseo de su contrincante pero creyendo erróneamente que era inocente, dejó que la colocara en la posición correcta. En cambio yo si me di cuenta que ese toqueteo era una forma de venganza pero queriendo ver como salía de ese aprieto, no dije nada.
-Ponte recta y mete el culo- volvió insistir la rubia dando un sonoro azote en las nalgas de la panameña –debes de relajarte antes de apuntar.
«Se está pasando», me dije muerto de risa al ver la expresión de sorpresa de Maite al notar el duro correctivo sobre su trasero. Ya interesado, me quedé mirando como Alicia seguía metiendo mano a mi pareja ante el total asombro de ella pero lo que realmente me dejó pálido fue descubrir en los ojos claros de esa rubia una especie de deseo animal que sintiéndolo mucho, reconozco que me excitaba.
«¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé al observar la ira que se iba acumulando en Maite y esperando que en un momento dado, la panameña explotara.
Por su parte, Alicia aprovechando la inacción de su víctima se dio el lujo de recorrer con sus manos los pechos de Maite con todo lujo de detalle, llegando a pellizcar uno de sus pezones aludiendo a un supuesto bicho que tenía sobre la camisa.
-¡Ya entendí!- protestó la castaña al saber que la otra estaba abusando pero justo cuando ya iba a encararse con la mujer, un ruido proveniente de la espesura le hizo apuntar hacia allí.
La cornamenta de un venado fue lo único que vio antes de cerrar los ojos y presionar el percutor del arma. Contra toda lógica habiendo hecho todo mal, el ciervo cayó en el acto porque la casualidad quiso que el tiro le entrara por el codillo, rompiendo en dos su corazón. La sorpresa de ver que había cazado por primera vez, hizo que Maite dejara caer el arma y se lanzara a mis brazos en busca de mis besos sin saber que Alicia quería su ración y que aprovechando lo feliz que estaba la muchacha, abrazándola la rubia la besara también en la boca. La panameña no hizo ascos a esos labios creyendo que era una muestra de cariño pero al notar la forma en que esa mujer la agarraba del trasero, se percató que era deseo lo que sentía esa mujer.
-¿Qué coño haces so puta? Déjame en paz. ¡No soy lesbiana!- le gritó a la vez que de un empujón la echaba a rodar por la pendiente.
La desgracia hizo que el empujón la hiciera caer entre zarzas y que los pinchos de esas plantas se le clavaran cruelmente en los prominentes pechos operados de la flaca. Maite al escuchar sus chillidos llenos de dolor en vez de compadecerse de su desgracia, desde lo alto de la pena le soltó:
-Zorra, ten cuidado. ¡No vaya a ser que se te exploten!- y con una sonrisa de oreja a oreja se volteó hacia mí diciendo: -Ya sabes lo que le ocurrirá a cualquier putita que mires estando yo presente.
La violencia de sus ojos me impidió siquiera socorrer a la pobre Alicia y tuvo que salir sola de entre las zarzas y volver al puesto no fuera que otro cazador la confundiera con una presa.
Como comprenderéis a partir de ahí, el estar con esas dos encerrado encima de la peña no fue un plato de mi gusto y por eso cuando al cabo de dos horas, escuché el aviso que la montería había acabado recibí con agrado el mismo a pesar que no había disparado un solo tiro…
La comida y el posterior festejo en la finca de Manuel.
La humillación y el cabreo de Alicia le impidieron cruzar palabra mientras volvíamos a la casa donde iba a tener lugar el recuento de las presas y el posterior almuerzo.
«Está planeando como vengarse», pensé al verla con el gesto fruncido.
Los hechos me dieron la razón porque ya en el cobertizo donde estaban acumulando los cuerpos de los venados y jabalíes que se habían cazado esa mañana, la rubia comenzó a extender la noticia que Maite era “novia”.
La panameña al recibir las primeras felicitaciones, me preguntó extrañada que era eso y dando por sentado lo que iba a ocurrir, riendo le dije:
-Se llama así a un cazador que abate su primera presa.
Lo que me callé fue el ritual al que se le sometía al incauto que reconocía en público que era un novato y por eso disfruté malignamente cuando esa mujer empezó a pavonearse de haber matado de un solo tiro a ese venado.
Por eso cuando Manuel actuando como anfitrión juntó a los cuarenta cazadores que habíamos tomado parte en esa montería supe en qué consistiría la venganza que había planeado la rubia. Valiéndose del privilegio de haber estado en el mismo puesto y quejándose que si no se hubiese adelantado la otra ella hubiera abatido a ese ciervo, exigió que le dejaran a ella ser el maestro de ceremonia de ese ancestral ritual.
Maite fue realmente consciente de lo que se le avecinaba cuando Alicia pidió un cuchillo y sajó el estómago del pobre bicho mientras el resto de la concurrencia aplaudía. Al ver los intestinos sangrantes esparciéndose por el suelo, la castaña estuvo a punto de vomitar pero entonces y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, la rubia la agarró de la cabeza y le hundió la cara dentro de las entrañas del animal.
Asqueada y soltando hasta la primera papilla que le había dado de comer su madre, Maite se separó de su agresora mientras todos los presentes se reían de su expresión de desagrado.
-Serás hija de puta- dijo volteándose contra la mujer pero entonces los abrazos de la gente le impidieron dar una respuesta a modo de bofetada sobre la rubia que a carcajada limpia se reía de su desgracia.
Balbuciendo improperios a diestro y siniestro, la castaña llegó hasta mí y de muy malos modos, me pidió que le acompañara a una habitación porque necesitaba quitarse la sangre y los excrementos de encima. Llamando a mi amigo, le pedí me indicara cual era nuestro cuarto.
-El de siempre- respondió escuetamente porque estaba ocupado en reírle las gracias a un potentado que estaba en la fiesta.
Sabiendo que me había escogido una junto a la suya, volví con Maite y viendo sus fachas, no pude más que echarme a reír al comprobar el estado de su melena. El enfado de mi acompañante se magnificó y por eso en cuanto entramos al cuarto, cogió su maleta y se encerró en el baño sin darme opción a disculparme. Temiendo que una vez limpia, esa preciosidad me exigiera que la llevara de vuelta a Madrid, decidí aprovechar el poco tiempo que me quedaba para alternar con los amigos y tomarme una cerveza.
Llevaba al menos dos jarras ingeridas cuando un silbido de admiración me hizo darme la vuelta para encontrarme de frente con Maite. Con su pelo todavía mojado y embutida en un traje negro que magnificaba más si cabe su belleza, me quitó la cerveza de la mano y tomándosela de un trago, sonrió mientras me decía:
-Esa puta no sabe con quién se ha metido.
El rencor que vislumbré en el brillo de sus ojos me informó que pensaba responder con creces al ataque y supe al verlo que tarde o temprano esa panameña se vengaría. Por eso no me resultó raro, observar como miraba a su rival con ojos iracundos durante largo rato y que justo en el momento de tomar asiento, buscara colocarse a su lado.
«La va a putear todo lo que pueda», pensé al verlas juntas.
Sin demasiadas ganas, me senté en la misma mesa para intentar aminorar los daños una vez esas dos se enzarzaran en una pelea. Curiosamente, Maite cambió de actitud durante la comida y se puso a reír las gracias de Alicia con una intensidad que me hizo saber que estaba simulando. Los otros comensales resultaron ser un matrimonio y un conocido del anfitrión cuyo único atractivo era su cuenta bancaria porque además de pesar los ciento cincuenta kilos, Ricardo era el típico putero que acostumbrado a contratar prostitutas creía que todas las mujeres debían de plegarse a sus caprichos.
Tras varios comentarios machistas, la panameña me susurró:
-¿No crees que este idiota es perfecto para ella?
Más que una pregunta era una afirmación y por eso cuando todavía no nos habían retirado el primer plato y estaba charlando con el gordo, comprendí que algo extraño ocurría al ver que el tipo se ponía rojo mientras intentaba disimular.
«¿Qué le pasa a este?», me pregunté al ver que miraba de reojo a las dos mujeres que tenía enfrente totalmente sorprendido.
Al comprobar que Maite sonreía mientras estaba charlando con la rubia, supe que algo estaba haciendo y haciendo que recogía mi servilleta del suelo comprobé que mi acompañante estaba acariciando el paquete del Ricardo con su pie.
«¿Qué se propondrá?», mascullé al tiempo que me incorporaba.
El obeso que había visto mi maniobra, al verme otra vez incorporado me preguntó al oído cuál de las dos era quien estaba cachondeándolo. No queriendo delatar a Maite, contesté:
-La rubia.
Al observar la satisfacción del tipo y a modo de confidencia, le solté:
-Debe de andar caliente. ¡Lleva mucho tiempo sin que nadie se la folle!- la dicha que leí en sus ojos, me hizo seguir diciendo: -Te lo digo de buena fuente, no en vano hace años fuimos novios.
Mis palabras hicieron que como un resorte, su pene se alzara entre sus piernas y ya inmerso en la lujuria, me preguntó si iba en serio.
-Por supuesto. Alicia siempre anda en busca de un hombre que la domine.
Al creer que esa mujer compartía sus gustos sexuales, provocó que se mostrara interesado en ella y adueñándose de la conversación, comenzó un notorio coqueteo. La rubia ajena a los planes de Maite, se dejó tontear sin conocer a donde le llevaría su coquetería. La morena habiendo conseguido su objetivo, dejó al gordo en paz y riendo me dijo en voz baja:
-Esta noche, esa zorra será aplastada por esa tonelada de carne.
Aunque me extrañó su seguridad no pude más que soltar una carcajada al imaginarme a Ricardito echando un polvo a mi ex. Eso sí os reconozco que en ese momento, no creí que eso fuera a ocurrir y olvidándome de ello, me puse a disfrutar de la tarde.
Al terminar de comer, un pequeño grupo nos quedamos tomando copas mientras el resto de los comensales salían rumbo a sus localidades y como no podría ser de otra forma, Alicia y su supuesto galán se quedaron. Mientras la mayoría de los hombres jugábamos al póker, las mujeres se entretuvieron charlando y bebiendo en la sala de estar. Por eso cuando al cabo de una hora, vi a la panameña muerta de risa con la rubia, ratifiqué lo hipócrita que era mi acompañante. Pero lo que realmente me confirmó la mala uva de Maite fue cuando en un inter entre partidas, las dos mujeres se me acercaron y llevándome a un lado, me informaron que habían hecho las paces.
-Me parece bien- contesté sin creerlo.
Fue entonces cuando la morena pegándose a mí y de acuerdo con la otra, dijo mientras pasaba su mano por mi entrepierna:
-No bebas mucho, esta noche tendrás que complacer a dos.
Alicia que para ese momento ya llevaba unas copas, quiso confirmar las palabras de mi acompañante, acariciándome el pecho. El disgusto que se reflejó en la cara de la panameña fortaleció mi impresión que era una trampa y por eso cuando, en plan putón Maite me preguntó si se iban adelantando, supe que no tardaría en saber si era así:
-Perfecto, termino la partida y subo.
Al verlas subir abrazadas por las escaleras, me hizo dudar de sus intenciones y soñé con la posibilidad que esa tarde terminara gozando de un trío con esas bellezas. Por eso durante los siguientes quince minutos, no di con bola en las cartas y habiendo perdido más de doscientos euros, decidí subir a ver que hacían.
Cuando ya estaba abriendo mi habitación, vi salir del cuarto de al lado a la morena. Maite al verme, sonrió y pidiéndome silencio, dejó que entreviera el interior del aposento del que acababa de salir.
«¡Qué hija de puta eres!», descojonado, murmuré al ver a la rubia atada a los barrotes de la cama. La cosa no quedaba ahí porque no solo estaba totalmente desnuda y con un antifaz, sino que la había amordazado para evitar que gritara.
Sacándome de allí, Maite esperó a que estuviéramos en el piso de abajo para decirme:
-Esa zorra se creyó mis mentiras y está esperando a que te lleve hasta ella para que te la cojas.
Tras lo cual, sin darme tiempo a reaccionar, se acercó a Ricardo trayéndolo donde yo estaba, le dijo que Alicia le estaba esperando atada a la cama.
-¿Qué has dicho?- exclamó alucinado el susodicho.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Maite contestó:
-Mi amiga lleva años soñando con que alguien la viole y me ha pedido que la atara para ti.
El gordo se puso a sudar con solo oírlo y dejando su copa en la mesa, acudió raudo a cumplir el supuesto sueño de esa rubia. La panameña decidió que no podía perderse el observar como culminaba su venganza y cogiéndome de la mano, fuimos tras el tipo. Ya arriba, descubrimos que fueron tantas las prisas de Ricardo que ni siquiera cerró la puerta antes de bajarse los pantalones y por eso fuimos testigos de cómo saltaba con el pito tieso entre las piernas de su víctima.
Esta se dio cuenta de inmediato que no era yo quien se la estaba follando y retorciéndose sobre las sabanas intentó zafarse del acoso de su agresor. El obeso por su parte creyó ver en esa reacción parte de su fantasía y sin dejar de penetrarla, llevó sus manos hasta los pechos de la indefensa mujer y comenzó a morderle los pezones.
-Te gusta, ¿verdad puta?- escuchamos que decía al tiempo que machacaba el sexo de Alicia con su pene.
Mientras tanto y bastante más motivado de lo que debiera, pegué mi verga al culo de la panameña. Maite al sentir mi dureza contra sus nalgas, me rogó que la llevara a nuestra habitación pero entonces y para su desgracia ya estaba suficientemente excitado y por eso sin hacer caso a sus ruegos, le bajé las bragas mientras con la otra mano me afianzaba en sus tetas.
-¿No iras a follarme en mitad del pasillo?- protestó al ver mis intenciones.
Sin dirigirle la palabra, saqué mi instrumento y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, se lo hundí hasta el fondo de su vagina.
-¡Serás cabrón!- aulló molesta.
La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior me confirmó que estaba cachonda aunque no lo quisiese reconocer y por eso sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé a meterlo y a sacarlo con rapidez.
-Llévame a la cama- rogó al sentir mi ataque.
Obviando sus deseos y mientras en la alcoba Ricardo seguía violando sin saberlo a Alicia, incrementé mi ritmo. Era tan brutal el compás de mis penetraciones que Maite tuvo que apoyarse con los brazos en la pared para no caer al suelo.
-Cabronazo, ¡me encanta!- gritó por fin asumiendo que le gustaba ser usada por mí.
Su entrega facilitó el contacto y ya inmerso en la lujuria, me agarré de sus pechos para seguir follando. La panameña al sentir mis manos apretando sus tetas, bramó como loca y moviendo sus caderas, colaboró conmigo buscando su placer.
-¡Así me gusta! ¡Muévete!- ordené al notarlo.
Mi acompañante supo que no pararía hasta descargar mi simiente en su interior y queriendo acelerar mi orgasmo, comenzó a chillar como loca que la embarazara. Lo creáis o no al escuchar de sus labios que quería quedarse preñada de mí, me dio morbo y cogiéndola de la cintura, llevé al límite mi ritmo.
La nueva postura provocó que mi verga chocara contra la pared de su vagina justo en el momento en que desde la habitación escuchamos a Alicia gritarle al obeso que no parara. No sé si los gritos de esa rubia contribuyeron pero en ese preciso instante, Maite empezó a convulsionar presa de un gigantesco orgasmo.
-¡Lléname con tu leche!- aulló descompuesta mientras brotaba de su sexo un torrente de cálido flujo que salpicaba mis piernas con cada penetración.
La idea que esa tarde podía inseminar a esa preciosidad me obligó a cogerla en brazos y sin sacar mi verga de su interior, la alcé y la llevé hasta el cuarto que nos tenían reservado. Una vez allí, la tumbé en la cama y reanudando mi asalto, le pregunté si era cierto que quería que la embarazara.
-¡Si quiero!- contestó con un ardor que no dejó lugar a equívoco… ¡Esa mujer deseaba ser preñada por mí!
Sabiendo que era más que una fantasía, aceleré y fui descargando mis cargados huevos dentro de esa mujer mientras ésta gritaba satisfecha de placer al tiempo que intentaba ordeñar hasta la última gota de mi cuerpo.
Agotado me dejé caer sobre ella y Maite lejos de incomodarle mi abrazo, se dio la vuelta y comenzó a besarme con pasión renovada mientras me decía:
-¡Júrame que me vas a hacer un hijo! Desde que me hablaron de ti, supe que el destino nos uniría….
Reconozco que lejos de molestarme, su fijación me alegró al percatarme que lo único que me faltaba para ser feliz en mi vida era un hijo, pero no queriendo perder la ventaja que me confería le dije:
-Si quieres un hijo, ¡lo tendrás! Pero antes, ¡me darás tu culito!- y sin esperar a que se lo pensara otra vez, le di la vuelta y pegando un largo lametazo en su ojete, me dispuse a tomar posesión de la última frontera que me quedaba por sortear.
Increíblemente, Maite sonrió y separando con sus manos sus dos blancas nalgas, me soltó:
-¡Es todo tuyo!
Al por oírla, comprendí que no dejaría a esa mujer volver a su país porque la quería junto a mí el resto de la vida….

Relato erótico: “La delgada linea rosa. (4)” (POR BUENBATO)

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LA DELGADA LINEA ROSA 4

Sin títuloLa puerta terminaba de cerrarse; el sonido del metal golpeando el suelo retumbó en los oídos de la nerviosa chiquilla. Marco comprendió, con un dejo de ternura, la situación en la que se encontraba su aprendiz de atletismo que ahora se hallaba sin escapatoria. Y se hallaba sin escapatoria por que ahora, a juicio de él, no se iría con las manos vacías; no saldría de aquel lugar sin haberse follado a esa negrita que tanto se lo había insistido. Era muy tarde para arrepentimientos y se lo hizo saber tocando con los nudillos los vidrios de la ventanilla de los asientos traseros del automóvil.

– Sal – dijo con firmeza Marco ante el espasmo de Carolina, quien tuvo que despertar de sus pensamientos y dudas.

Segundos después la chica bajó; lentamente abrió la puerta y sus piernas temblaban visiblemente. Se abrazó a su mochila de entrenamiento y esperó parada e inmóvil mientras su entrenador se cercioraba de que el auto quedara asegurado.

– Sube – escucho Carolina decir a Marco desde su espalda.

La mulata miró hacia la puerta abierta que se encontraba frente a ella; caminó con la mayor firmeza y fluidez posible mientras su entrenador la seguía de cerca tras sus espaldas. Al llegar a la puerta se dio cuenta de que esta daba paso a una escalera de no más de veinte escalones que, supuso, iban a dar al cuarto. Empezaba a hacer frio adentro, o al menos sentía su piel enchinarse a cada escalón que subía.

Tras ella, Marco se deleitaba observando el manjar que le esperaba. La luz de las escaleras iluminaba sus lycras blancas que revelaban el color blanco y forma inocente de sus bragas. Su culo firme y joven se movía graciosamente a cada escalón que subía. Su cintura y espaldas delicadas, de casi una niña,  se movían con lentitud a cada momento. Era una diosa, una criatura perfecta que seguramente no se repetiría en toda su vida. La verga del hombre estaba más que lista, ansiosa por deshacerse en aquel cuerpo angelical de su, hasta hacia unos minutos, simple alumna de atletismo.

La chica llegó al final de las escaleras pero se detuvo ante la oscuridad que imperaba en el cuarto. Busco con la mirada un interruptor pero no lo halló. De pronto sintió las manos gruesas de Marco posarse sobre sus caderas; su cuerpo recibió el golpe electrizante de un nerviosismo que estalló entonces. El hombre la empujó suavemente hacia el interior del cuarto y enseguida encendió la luz. La chica se dirigió entonces a lo primero que apareció a su vista: la cama. Se sentó y quedó ahí, inmóvil.

El nerviosismo de la chiquilla era tan evidente que resultaba cómico para aquel hombre. Era obvio que pasaría un buen rato para que la chica terminara por relajarse, pero algo era seguro para él: se la follaría, desde luego que se la follaría. El hombre se recostó, con fingida tranquilidad, sobre la cama y encendió el televisor. Comenzó a jugar con los canales; pasaba por la programación común para detenerse de vez en cuando en los canales pornográficos. Las escenas y los sonidos recordaban a la chiquilla sus propios gemidos; pero permanecía inmóvil en la misma esquina de la cama.

Carolina paseaba por su mente. Se preguntaba acerca de dos asuntos contradictorios: cómo empezar y cómo salir de ahí. La idea de estar a punto de fornicar con su entrenador de atletismo, por quien tanto había suspirado tanto, la tenia completamente nerviosa e impaciente. Le asustaba la sola idea de pensar en eso, de estar a punto de hacer algo inevitable. Se preguntaba, de un momento a otro, una sola cosa: cómo será esa verga, de qué tamaño.

Impaciente, Marco decidió comenzar con la faena. Se puso de pie e inmediatamente comenzó a desatar las cuerdas de sus pants deportivos. Carolina, que miraba aquello de reojo por el espejo, comenzó a temblar. Los pants de Marco cayeron al suelo, dejando sus gruesas y musculosas piernas y su abultada entrepierna cubiertas con un calzoncillo largo y pegado de algodón. Inmediatamente se quitó su playera, dejando ver el musculoso cuerpo que Carolina ya tenia idea.

Así, vestido solo con sus pegados calzoncillos, el musculoso físico de Marco se colocó sobre su aprendiz de atletismo. Las diferencias de tamaño eran clarísimas. Él, con su metro ochenta de altura y su fornido cuerpo, parecía doblar en tamaño a la negrita tanto como la doblaba literalmente en edad. Sin despojo alguno y lleno de libido, Marco se paró frente a la negrita, quien podía ver sorprendida cómo sobre su frente la verga de su entrenador se endurecía bajo los calzoncillos.

Inmóvil, la chica no puso la menor resistencia cuando las manos de aquel hombre la alzaron. Ya de pie, Marco la despojó de su blusa deportiva. La prenda azul fue lanzada al otro lado del cuarto. Temblorosa e indefensa, la delicada chica no supo que hacer cuando las palmas de su entrenador se posaron sobre su precioso culo. Marco cerró los ojos por el simple placer de poder tocar aquel tesoro. Sus manos se empaparon de la ternura que provocaba apretujar el suave y firme culo de la negrita.

Las manos del hombre no tardaron en colarse bajo la lycra blanca de su alumna. Se arrodilló frente a ella, y aun así seguía pareciendo enorme en comparación con el frágil cuerpo de Carolina. La piel de las nalgas de la mulata se erizó con aquel contacto.

Marco, segundos después, desvistió a la chica de sus lycras blancas. Las lanzó también y se volvió a imponer frente a la chiquilla. Dio un paso atrás para contemplarla; era una imagen preciosa. Su joven alumna estaba frente a él, vestida solo con su sostén, sus bragas infantiles y sus zapatillas deportivas. Los ojos de la negrita estaban absortos a lo que tuviera que suceder. Sus labios se habían secado de la incertidumbre. Su metro y medio de altura y su inocente desnudes provocaron que la verga del hombre no pudieran más. Sin pensárselo dos veces, el hombre llegó al momento cumbre con el que iniciaría su placentera faena sexual con aquella suculenta mulatita: se bajó los calzoncillos y su verga se impuso frente a la chica.

Sin ningún cuidado o respeto, empujó hacia abajo a Carolina que se dejó caer sin la menor de las resistencias. Arrodillada, la muchachita alzó la mirada y tuvo que tragar saliva ante la monstruosa verga de veinte centímetros que yacía sobre su cabeza. El hombre acarició suavemente la barbilla de su aprendiz, sobó sus mejillas y peinó con sus dedos los cabellos enchinados.

– Chúpamela – dijo.

Carolina cerró los ojos, tomó con su mano derecha el grueso tronco de aquél falo, estiró su cuerpo lo más que pudo y, abriendo suavemente la boca, llevó a su boca la punta de aquella verga. El solo glande ya era proporcionalmente grande frente a la boquita de la adolescente. Nerviosa, pero entregándose poco a poco al torbellino de placer que le atraparía, Carolina comenzó a variar el movimiento de sus labios para el regocijo de Marco.

Si bien apenas podía meter dentro de su boca la totalidad del glande, la negrita hacia esfuerzos admirables por tragarse lo más posible aquel pedazo. Cuando engullirlo no podía ser una opción, la chica usaba su creatividad para recorrer con su boca y labios la totalidad de aquel falo. Se entregó de lleno a tal actividad que parecía encontrarse ella sola frente a aquella verga, como si la presencia humana de Marco no tuviese importancia.

La negrita lanzaba miradas fugaces a Marco, que desde muy arriba la miraba atento a cada movimiento de labios, manos y boca. Las delicadas manos de la muchacha engrandecían desproporcionalmente el tamaño de su miembro. Marco acariciaba la pequeña cabeza y frente de la mulata mientras esta permanecía impávida en su actividad.

Sus carnosos labios de negra masajeaban el tronco y el glande de aquella verga. Liberaba la saliva suficiente para que su boca pudiera tragar de vez en cuando la mayor cantidad posible de aquel falo. Completamente entregada, y sin pensar ni una sola vez más en salir de ahí, la muchacha chupaba el glande como si de un caramelo se tratara. Lo sacaba de su boca para recorrer con sus labios húmedos la extensión de aquel pedazo de carne.

La chica devoraba con gusto su verga con tal intensidad que se preguntaba donde había aprendido todo eso. De pronto, cuando la negrita se encontraba besando el inicio del tronco, la mano firme del hombre empujó con suavidad la nuca de la chica y le obligó a colocar su rostro frente a sus testículos. Marco tomó su verga con su mano derecha y comenzó a masturbarse lentamente mientras su mano izquierda seguía presionando suavemente la cabeza de la chiquilla. Comprendiendo la situación; la chica cedió a los deseos de su entrenador y abrió las quijadas para llevarse a la boca la primera bola peluda. La saboreó durante algunos segundos; tratando de acostumbrase a la textura velluda. Haciendo caso omiso de los vellos que le quedaban pegados en la lengua, continuó con el siguiente testículo hasta que tomó el ritmo suficiente para pasear sus labios con maestría entre las bolas de aquel hombre.

Si bien no tenía ningún inconveniente en seguir lamiendo los testículos de su entrenador, Carolina se preguntaba en qué momento podría continuar mamándole el falo que, en el fondo, era a lo que más le estaba agarrando el gusto. No pasó mucho tiempo cuando un ligero jalón de cabellos la obligó a sacar de su boca las bolas de su entrenador; en seguida, las sustituyó por el glande de la larga verga que ansiaba seguir comiendo. Cuando estaba a punto de sacar de su boca la punta de aquel falo, la mano de Marco la detuvo. Carolina en realidad deseaba tomar algo de aire, pero en vez de eso tuvo que esperar pues un chorro de semen y esperma estalló dentro de su boca y la obligó a respirar más rápido y más hondo para soportar el ahogo de los cálidos fluidos de Marco. Un impulso la obligo a tragar parte de aquellos líquidos y otro más la hizo apartarse para respirar. Todavía un ultimo chorro manchó su rostro y cuando por fin sus pulmones se llenaron de oxigeno, regreso atenta a lamer los restos que aun goteaban desde la punta del falo.

Marco la acariciaba como si se tratara de una mascota mientras la chica chupaba lenta y dulcemente. Estaba bastante sorprendido con el nivel de fogosidad con el que la aparentemente inocente alumna se comportaba. Ni siquiera Clara, su espectacular novia, se le llegaba a comparar. Si bien Clara era intensa en la cama, esta negrita parecía tenerlo en la sangre; actuaba como una verdadera puta con tal naturalidad que el hombre no se lo explicaba. No se imaginaba que hacia menos de una semana la chica había perdido la virginidad; mucho menos las condiciones en que esto había sucedido. Pero como fuera, Marco comenzaba a darse cuenta del nivel de impudicia de su alumna. Por su mente comenzaban a correr las múltiples formas en que deseaba y pensaba follarla. Habría que aprovechar, pensaba; aprovecharla al máximo.

El pene recobró su flacidez, y no fue hasta que la mano de Marco se lo ordenó que la chiquilla sacó de su boca la verga. Parecía un pequeño animal insaciable. Marco la alzó con facilidad, la cargo como una novia y la recostó con delicadeza sobre la cama. La mirada antes perdida e imperturbable de la negrita fue poco a poco sustituida por una sonrisa inocente y apenada. Marco la miró con ternura y recordó que la pequeña fiera sexual también era, al fin de cuentas, su joven e inocente alumna. Se colocó sobre ella; evitando aplastarla con su fornido cuerpo. Llevo su cara al de la niña y besó suavemente su mejilla. Después saboreó la suavidad de sus pómulos. En seguida, dirigió sus labios a la boca de la chica, que lo recibió con un húmedo y cálido beso. Se besaron todo lo que pudieron y de las muchas formas que la pasión les daba a entender; unieron sus lenguas y mordieron su piel y labios.

El calor se elevó y el hombre abandonó el rostro de la mulata para perderse más abajo, en sus pechos pequeños pero redondos. Suaves, pero firmes. Desabrochó con rapidez el pequeño brassiere que cubría unos pechos que ya no eran de su talla, pues la muchacha se desarrollaba con velocidad.

Los labios del entrenador se desbordaron sobre la piel suave y estremecida de su alumna; lamió todo lo que pudo de aquellos senos y su boca se agotó intentando mamar los delicados pezones rosados de la muchacha. Estos se endurecieron como botones ante aquella sensación; los movimientos apasionados de los labios del hombre sobre las tetas de la chica cobraron efecto y esta comenzó a gemir lentamente mientras su excitación se elevaba.

Aquello no pasaba desapercibido para Marco, cuya verga se había endurecido ya y se hallaba impaciente por penetrar a aquella criatura. Separó su boca de los senos de su alumna, ensalivados por la animalesca pasión que le había apresado. Levantó a la esbelta mulata con facilidad y la colocó de rodillas sobre la cama. La abrazó y volvió a unir sus labios a ella mientras sus manos recorrían el cuerpo escultural de la chiquilla.

Las manos grandes de aquel hombre invadieron casi por completo las redondas y grandes nalgas de la negrita. Sus dedos jugaron con la suavidad de las bragas de Carolina. Se trataban de unas bragas infantiles, blancas y con dibujos de flores rosadas; no era la ropa interior acorde a aquella situación erótica en la que se encontraban pero sin duda acentuaban aun más la inocencia que la negrita inspiraba.

Las telas del calzón cubrían gran parte de aquel hermoso culo, pero el hombre lo resolvió canalizando toda la tela entre las nalgas en una especie de tanga ocasional. Ahora podía apretujar los glúteos firmes y aterciopelados que sus manos tenían la fortuna de poseer. Su verga erecta chocaba con el vientre de la chiquilla que decidió tomarla y masturbarla lentamente con ambas manos mientras su entrenador terminaba de manosear su culo. Como loco, el hombre regresaba constantemente a besar sus labios y su mejilla; como si no pudiera dejar de agradecer cada segundo de todo aquello.

Relato erótico: “La huésped del hotel. Una tarde sin parar de follar” (POR GOLFO)

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Sin títuloLas malas lenguas siempre adjudican una moral un tanto relajada por no decir una fogosidad sin control a los que trabajamos en turismo pero por lo menos en mi caso, no es cierto. Llevo veinte años como director de hotel y solo en una ocasión me he enrollado con una clienta y si tomamos en cuenta que los hoteles que he dirigido tienen una media de doscientas habitaciones, durante un año son varios miles las mujeres que pasan por sus instalaciones. Eso sí, reconozco que una vez caí prendado de una de ellas cuando me creía inmune a sus encantos. También es cierto que a raíz de ese affaire, no me quedaron ni ganas ni posibilidades de repetirlo.

Para mí el viejo dicho de “donde tengas la olla, no metas la polla” era una ley no escrita que cumplía a rajatabla al considerar poco profesional andar liándome con las personas cuyas abultadas carteras me daban de comer.

Pero todo cambió a raíz de una llamada del gran jefe. En ella, Don Arturo me informó que al día siguiente iba a hospedarse en el hotel la hija de uno de los mayores accionistas de la cadena y por tanto, me exigió que me ocupara personalmente que disfrutara de su estancia en Lanzarote.

-No se preocupe, me aseguraré que no tenga ninguna queja del servicio- contesté creyendo que eso era lo que el viejo deseaba.

-Eso lo doy por descontado- respondió mi interlocutor de bastante mala leche. –Su padre me ha pedido que le busque alguien que la saque a pasear para que se olvide de un desengaño amoroso y sabiendo que eres soltero, he insistido en que se aloje allí y no en otro de la cadena.

Extrañado por semejante petición y no sabiendo el terreno que pisaba, bajando la voz, me atreví a preguntar:

-¿Me está pidiendo que intente consolarla?

El viejo cazando al vuelo el significado oculto bajo mis palabras, bastante contrariado contestó:

-El cómo no me importa. Pero consigue que mi ahijada recuerde estas vacaciones como las mejores de su vida.

Incapaz de negarme solo pude preguntar en qué vuelo llegaba y colgando a mi jefe, no me costó asimilar el que me había metido en un problemón sin comerlo ni beberlo.

«No es una huésped normal, es casi de su familia», pensé al recordar que para colmo, era una de las dueñas de la corporación.

Desconociendo a ciencia cierta el alcance de mi misión, miré mi reloj y viendo que quedaban apenas dos horas para que esa mujer aterrizara en la isla, decidí darme una ducha para estar presentable cuando la recogiera.

 

Recojo a Susana en el aeropuerto.

Como comprenderéis, esa tarde me vestí con mis mejores galas para recibir a la niña rica a la que me habían asignado. Como el objetivo de mi jefe era que la entretuviera y me hiciera amigo de ella para ayudar a que se olvidara de su novio, me quité la corbata y me puse de sport, más acorde con el papel que me tenía reservado en esa pantomima. Aun así os tengo que reconocer, que estaba nervioso en la sala de espera aguardando la salida de esa pija.

«No me jodas, a buen seguro que es un cardo”, mascullé al suponer que si ese sujeto la había dejado sabiendo del dinero de su familia, la chica debía ser “poco agraciada”, por no decir “fea como un mandril”.

Curiosamente al conocerla, la susodicha resultó ser una morenita de buen ver a pesar de tener los ojos hinchados de tanto llorar y de venir sin gota de maquillaje.

«Debe de ser imbécil», sentencié sorprendido al comprobar que bien arreglada, esa mujercita podía ser una monada. «Siendo rica y guapa, la razón debe ser su carácter», reconozco que recapacité en plan machista.

Más interesado de lo que nunca la he reconocido, aproveché el trayecto hacia el coche para fijarme en su culo.

«No está mal de ancas», valoré a pesar que el vestido holgado no me dejaba más que intuir sus piernas.

Susana imbuida en sus problemas creyó que yo era únicamente el chofer que la llevaría hasta el hotel y no fue hasta ver que el automóvil en donde metía las maletas era un deportivo cuando se percató que algo no cuadraba. Por eso y a pesar que ya se lo había dicho, me preguntó tanto mi nombre como a qué me dedicaba. Muerto de vergüenza y parcialmente desilusionado porque mi aspecto impoluto no la hubiera afectado, contesté sonriendo hipócritamente:

-Me llamo Alberto y soy el director del hotel donde se va a hospedar.

La morena mirándome con desgana, preguntó:

-¿Te ha llamado Don Arturo? -ni siquiera tuve que contestar, por mi cara comprendió que así era por lo que casi llorando, prosiguió diciendo: -No hace falta que lo niegues, te ha pedido que me vigiles.

Su afirmación me descolocó y con tono inseguro, respondí que no había sido eso lo que me había pedido sino que me asegurara que recibía un trato exquisito durante su visita. No sé si me creyó pero hundiéndose en un mutismo total, se sentó en el coche y no habló hasta llegar al hotel. Una vez ahí, no me dejó que le acompañara hasta su habitación y por eso, me tuve que conformar con verla subir en el ascensor.

«¿Cómo narices me voy a hacer su amigo si se cierra en banda de esa forma?», me pregunté bastante contrariado.

No queriendo adelantar mis pésimas oportunidades a mi gran jefe, solo le mandé un sms informándole que la había recogido en el aeropuerto. Para mayor presión, el puñetero viejo contestó:

-Perfecto. Confío en ti.

«¡Mierda!», exclamé tras leer tan lacónico mensaje al conocer que su contenido iba más allá de esas cinco palabras. «¡Ese confío en ti es un no me defraudes!». La certeza que mi propio puesto estaba en peligro, me hizo llamar a Elena, una amiga experta en estas lides.

Os preguntareis porqué la consideraba así. La razón en bien sencilla, esa rubia hacía gala de su capacidad para seducir a todo hombre que le interesara y la mejor prueba era su marido actual, un millonario inglés que la fortuna quiso poner en su camino.

Tras explicarle el problema, mi amiga se comprometió en ayudarme diciendo:

-Cuando esa incauta salga de su habitación, llámame.

Sin nada que perder, me comprometí en avisarla en cuanto la viera deambular por el hotel y por eso obligué al personal de su piso que me notificaran en cuanto pusiera un pie fuera de su cuarto pero no fue hasta la hora de comer cuando bajó al comedor. Nada más saberlo, llamé a Elena y le conté donde estaba.

Mi amiga riendo, me soltó:

-Baja en diez minutos y siéntate alejado de ella.

Sin comprender como quería que entablara amistad colocándome lejos, accedí. Al cabo de un rato, salí de mi despacho y entré al restaurant. Allí me llevé la sorpresa que estaban sentadas juntas. Verlas charlando renovó mis ánimos y siguiendo sus instrucciones, busqué una mesa pegada a la piscina. Una vez en mi mesa, disimulando las espié de reojo y por la cara de sufrimiento de la ricachona, comprendí que se estaba desahogando con Elena.

«¿Cuál será el plan?», pensé desconcertado: «Se supone que debe de olvidarse de su ex novio».

Escamado pero extrañamente confiado, decidí dejar el asunto en manos de la “experta” y por eso llamando al camarero, pedí de comer mientras observaba al público que estaba chapoteando en el agua. Como cualquier otro día, la clientela era heterogénea y aunque predominaban las familias, en ese momento, un grupo de veinteañeros trataba de ligar con dos rubias despampanantes.

«¡No me extraña!», me dije: «Si no trabajara aquí, yo también trataría de llevármelas al huerto».

Las nada sutiles maniobras de esos chavales me hicieron gracia y olvidándome de Susana, me concentré en el modo en que intentaban engatusarlas. Lo evidente de sus maneras les iba a llevar al fracaso y reconozco que no pude evitar sonreír cuando una de ellas dejando a un crio con la palabra en la boca, se lanzó a nadar huyendo de su acoso:

«Estaba claro», sentencié al haber anticipado el resultado, «ha ido demasiado directo».

Fue entonces cuando comprendí parcialmente los métodos de mi amiga:

«No seré yo quien la ataque, de alguna forma, Elena hará que sea ella quien lo haga».

Más tranquilo, di rienda suelta a mi imaginación tratando de anticipar cómo conseguiría que esa niña despechada buscara consuelo entre mis brazos pero os tengo que confesar que por mucho que lo intenté y aunque de vez en cuando echaba un vistazo en busca de una pista, no conseguí adivinar el método. Por eso al terminar mi café, me levanté con la intención de volver a mi oficina pero justo cuando pasaba por enfrente de ellas, Elena me llamó diciendo:

-Alberto, siéntate con nosotras.

Mi sorpresa me hizo dudar pero entonces la rubia cogiendo mi mano, me obligó a sentarme entre ellas.

-Creo que conoces a Susana- afirmó y cambiando de tema, dijo con voz dulce. –Me ha contado que le encanta navegar y sabiendo que tienes una motora preciosa, me he tomado la libertad de invitarnos esta tarde a dar una vuelta en ella.

La morenita, muerta de vergüenza, intentó disculparse pero negándome a aceptar sus disculpas, contesté:

-Me encanta la idea. ¿A qué hora nos vemos en el muelle?

Con la desfachatez que la caracteriza, Elena respondió:

-Yo llevo ya el bikini- y mirando a su compañera de mesa, prosiguió diciendo: -En diez minutos nos recoges en el hall.

Tras lo cual, sin darla tiempo a reaccionar, cogió a Susana del brazo y se la llevó a la boutique del hotel. Esta por mucho que protestó diciendo que tenía uno en su maleta, tuvo que aceptar la propuesta de la rubia, de forma que las vi alejarse sin haber digerido el encuentro.

La vuelta en el yate con ellas dos.

Como miembros del sexo femenino, llegaron tarde a la cita. Exactamente quince minutos después pero os tengo que confesar que no pude quejarme porque cuando aparecieron, me quedé obnubilado por la belleza de ambas. Si de por sí Elena era un monumento de mujer, llegó con un modelito distinto de bañador que no ocultaba sus más que evidentes atributos sino los realzaba. Pero a lo que no estaba preparado fue ver a Susana embutida en un escuetísimo bikini que apenas conseguía tapar unos exuberantes pechos que hasta ese momento me habían pasado desapercibidos.

«¡Dios! Está para comérsela», no pude más que exclamar mentalmente al disfrutar del grosor y la dureza de esas tetas.

Lo peor fue que Elena cazándome al vuelo, se rio y coquetamente me espetó:

-¿Verdad que estamos impresionantes?

Cortado y con el rubor cubriendo mis mejillas, fui incapaz de contestar. Al no hacerlo, la rubia incrementó mi embarazo diciendo a su recién estrenada amiga:

-Ves lo que te dije. Alberto es tan tímido que resulta ¡irresistiblemente dulce!

La morena que hasta entonces se había comportado de modo discreto, soltó una carcajada y añadiendo más desconcierto a mi mente, le contestó:

-Solo espero que sea un caballero y no se atreva a abusar de dos indefensas damas.

Alucinado por sus palabras, me quedé callado pero entonces Elena siguió con la guasa añadiendo:

-Le conozco hace tres años y jamás le he conocido una novia. A veces me pregunto si continua siendo virgen.

Ante semejante despropósito tuve que reaccionar y de muy mala leche, respondí señalando directamente a la que me había acusado:

-No lo soy pero tampoco ando de flor en flor como otras.

Muerta de risa, mi amiga me cogió del brazo y haciéndome una carantoña, buscó mi perdón diciendo.

-Lo sé cariño, lo sé- pero entonces cuando ya creía que habíamos hecho las paces, me soltó: -¿Eres gay?

-Tampoco- ya francamente cabreado respondí al haber puesto en duda mi virilidad.

Las risas de la morena ante mi vergüenza me hicieron comprender que de algún modo los planes de la “experta” consistían en hacerme quedar como un buenazo incapaz de albergar malas intenciones. Aun así, confieso que de camino hacia mi motora, estaba que me llevaban los demonios y no fue hasta que ya en el muelle con una alegría contagiosa, Susana soltó:

-¡No me puedo creer que es una Bayliner de ocho metros!

Extrañado de que supiera de barcos, contesté:

-Tiene solo siete con siete.

Pero ya no me escuchaba, subiendo con agilidad a la embarcación fue directa a ver el motor fuera borda y con un brillo de envidia en los ojos, exclamó:

-¡Cuatrocientos caballos!- tras lo cual como si fuera una niña chiquita me preguntó: -¿Me dejas sacarla del puerto?

Nunca en mi vida había dejado que nadie pusiera sus sucias manos sobre mi joya pero al verla tan feliz y sobre todo al descubrir que bajo su bikini sus pezones se habían puesto duros por la emoción, no pude negarme. Nada mas aceptar me arrepentí pero ya era tarde y por eso ejerciendo de grumete, liberé a mi amor mientras Susana se ponía a los mandos. Elena por su parte, se acomodó a tomar el sol en la plataforma.

Afortunadamente, la morenita demostró ser una navegante experta y no solo sacó a la perfección la motora entre los diversos canales sino que ya fuera del puerto, ni siquiera preguntó y acelerando puso en acción toda la capacidad del motor.

-Tranquila, vas demasiado rápido. Espera a estar ya en mar abierto- protesté un tanto celoso de la facilidad con la que se había hecho con la embarcación.

Lejos de aminorar la marcha, le dio más gas mientras me preguntaba hacia donde quedaba la cala a la que íbamos. Desmoralizado le indiqué en el radar donde quedaba y sin nada que hacer, me acerqué donde estaba la rubia.

-Todo va según lo planeado. Esta boba estará besando tu mano mañana mismo- comentó en voz baja al verme a su lado.

-¿Tú crees?

-No lo creo, lo sé. Esta niña está necesitada de alguien al que aferrarse y que mejor que un hombre al que una zorra dejó por honesto-

-¿Eso le has dicho?- pregunté impactado por su invención. –Nunca me han dejado.

-Ya pero ella no lo sabe y cuando se entere ya estará dentro de tus sábanas- respondió entre risas.

Tumbado en la proa, me quedé mirando a Susana mientras nos llevaba a nuestro destino sin que ella se percatara de mi examen.

«Realmente está buenísima», sentencié valorando en su justa medida a la mujer. Con su melena al aire, esa cría tenía un aspecto de pantera que me hizo olvidar a la niña traumada de la mañana. Todo en ella era impresionante. Su pequeño cuerpo escondía una sensualidad que no me pasó inadvertida y sin darme cuenta, me extasié observando los duros pechos y el sabroso culito con los que la naturaleza le había dotado. Mi fijación debió ser tan intensa que Susana se dio cuenta pero en vez de quejarse y pedirme que me cortara, sonrió mientras dos pequeños bultos hacían aparición debajo de su bikini.

La certeza que aceptaba de buen grado la caricia de mi mirada me confundió porque eso significaba que todavía tenía esperanzas de cumplir con el encargo de Don Arturo.

«¿Será posible que le atraiga?», me pregunté mientras inconscientemente permití que mi pene se alzara inhiesto entre mis piernas.

Reconozco que debía de haber caído en la cuenta de la erección que llevaba pero justo en ese momento, la morena viendo que nos acercábamos a la cala me pidió consejo sobre la mejor ruta con la que entrar en ella. Sin pensármelo dos veces, me puse detrás de ella y señalando unos arrecifes que conocía, le pedí que aminorara la marcha porque el nivel del mar descendería rápidamente.

Al frenar bruscamente, me vi lanzado hacia adelante con tan mala suerte que no pude evitar que mi sexo presionara contra su trasero. Susana al sentir mi dureza se quedó pálida durante unos instantes, instantes que aproveché para retirarme.

Justo cuando creía que esa niña me iba a montar un escándalo, soltó una carcajada y señalando mi traje de baño, gritó a Elena:

-Me has mentido. Alberto no es un caballero, ¡es un caballo! ¡Fíjate como calza!

Semejante burrada en sus labios me hizo trastabillar y tratando de no caerme, me agarré a su brazo. Mi peso provocó que Susana no pudiese mantenerse en pie y perdiendo el equilibrio cayera sobre mí.

Totalmente cortado, le pedí perdón mientras mi mente se ponía a cien al notar sus tetas presionando contra mi cuerpo y que ella no hiciera ningún esfuerzo por separarse. Todo lo contario, evidenciando que se encontraba a gusto sintiéndose pegada a mí, la cría se permitió el lujo de rozar mi paquete con su mano mientras muerta de risa me susurraba:

-Aunque guapo, eres poco confortable- tras lo cual e incrementando mi vergüenza, mordió mi oreja al decir en voz baja: -Me estás clavando tu pajarito y eso que todavía no me lo has presentado.

Os juro que si no hubiese sido la ahijada de mi jefe, Susana no hubiese escapado viva en ese momento pero recordando que la rubia estaba con nosotros y que si la cagaba mi puesto correría peligro, preferí levantarla y sin comentar sus susurros tirarme directamente al mar, intentando que el agua fría calmara el incendio que asolaba toda mi piel.

«Esta tía: ¿de qué va?», mascullé entre dientes mientras nadaba: «¿Se creé que puede tontear conmigo sin tener consecuencias?».

Para colmo al salir a la superficie me encontré a las dos mujeres muertas de risa comentando lo ocurrido y a la morena sin cortarse en absoluto explicar a Elena el tamaño de mi miembro. Si bien con total descaro y falta de decoro estaba alabando mis partes, os he de confesar que me creí morir de vergüenza.

«¡Joder con la mojigata! ¡Se suponía que estaba destrozada por el desengaño!», maldije en silencio y con un cabreo enorme, salí del agua y me tumbé sobre la cubierta sin ganas de hablar.

El incuestionable enfado que sentía no solo nos las retrajo sino que uniendo sus fuerzas en mi contra, ambas mujeres siguieron cachondeándose de mis atributos con mayor énfasis hasta que ya harto de sus alusiones me bajé el pantalón y mostrando mi verga en su plenitud, les solté que si tantas ganas tenían de vérmela, ahí la tenían.

Mi exhibicionismo aunque cortó a la rubia, hizo gracia a la muchacha y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, se recreó en mi anatomía al tiempo que sin disimulo se mordía los labios con deseo. La manera tan descarada con la que Susana me estaba comiendo con los ojos me fue excitando y contra mi voluntad, mi pene que al salir del agua estaba morcillón fue poniéndose duro y levantándose ante su mirada.

Cada vez más interesada, la morena se fue acercando y obviando la presencia de Elena, se sentó junto a mí. Sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, fui objeto indefenso de su lujuria cuando con una lentitud exasperante llevó su mano entre mis piernas y agarrando mi pene se puso a acariciarlo.

«¡No puede ser!», medité alucinado al comprobar que sin mediar palabra me empezaba a masturbar.

Mi amiga al comprobar cómo se estaba desarrollando los acontecimientos, decidió dejarnos solos y tomando su bolso, bajó al camarote para no ser un estorbo. Para entonces mi erección era máxima y por eso no pude negar que me gustaba cuando con un extraño brillo en sus ojos, esa morenita me soltó:

-Elena me ha comentado que tuviese cuidado contigo porque eras bueno y estabas muy solo. ¿Te importa ser mío mientras dure mi estancia aquí?

Sin llegármelo a creer, respondí que eso no estaba bien y que mejor lo dejara. Mi negativa no consiguió que parara y son con mayor ilusión reflejada en su rostro, Susana insistió diciendo:

-Sé lo que sientes porque a mí también me han dejado.

La ternura e incluso la tristeza que leí en ella me desarmaron y por eso no pude rechazarla cuando agachando su cabeza, sacó su lengua y dio un primer lametazo en mi glande.

-¡No soy segundo plato de nadie!- protesté inmerso en mi papel.

Aunque os parezca ridículo en ese momento era ella quien me estaba consolando y no al revés. Quizás por eso y sintiéndose por primera vez al mando, esa mujer profundizó sus caricias a base de besos mientras me respondía que la dejara hacer. Tras lo cual acomodándose entre mis piernas, usó sus labios para recorrer mi tallo y abriendo su boca, tiernamente se fue introduciendo centímetro a centímetro por completo en su interior. La lentitud con la que engulló mi sexo permitió que notara la tersura de su húmeda garganta con un placer que me hizo suspirar.

-Disfruta y no pienses en la otra- comentó creyendo que sollozaba por la presunta novia que me había abandonado. –Quiero que te relajes y comprendas que hay vida después de una decepción.

Al oírla asumí que no estaba hablando conmigo sino con ella. De alguna extraña manera, Susana estaba combatiendo sus demonios usándome mi cuerpo como instrumento de su propio exorcismo. La certeza que era así me tranquilizó y dejando en manos del destino lo que pasara, me puse a gozar de la mamada.

Susana al notar mi entrega, me miró satisfecha y poniéndose roja, sacó mi pene de su boca mientras me decía:

-Necesito hacer el amor.

La urgencia de sus palabras no me permitieron objetar nada cuando poniéndose a horcajadas sobre mí, llevó con sus manos mi glande hasta los pliegues que daban entrada a su gruta y menos cuando dejándose caer suavemente, usó mi pene como ariete con el cual empalarse. De algún modo, se me contagió su calentura y no pudiendo aguantar más sin tocarla, llevé mis manos hasta sus pechos. Recreándome en sus pezones, disfruté de esas dos maravillas mientras su dueña no paraba de gemir cada vez más alto.

-¡Ámame!- chilló al sentir que había conseguido introducir todo mi pene dentro de su vagina,

Era tanta su urgencia que al sentirse invadida ni siquiera esperó a relajarse y tomando apoyo en mis hombros, comenzó un lento vaivén con su cuerpo. Los gemidos y aullidos de esa heredera se sucedían al ritmo con el que izaba y acuchillaba su diminuto cuerpo con mi estoque.

Os parecerá una exageración pero en pocos segundos, sentí su cálido flujo recorriendo mis piernas mientras su dueña se arqueaba sobre mí con los ojos en blanco, mezcla de placer y de pasión. Siendo testigo mudo de su necesidad, admito que me resultaba insólito que esa pequeña mujer pudiese ser una amante tan ardiente y tratando de prolongar su gozo, busqué retrasar mi eyaculación.

«Su lujuria compensa con creces por su tamaño», pensé mientras ella, usándome como montura, aceleraba su galope hasta adoptar una velocidad de crucero a todas luces excesiva.

Hipnotizado por el rebotar de sus pechos al compás con el que se empalada, no quise dejar de disfrutar de sus dos rosadas areolas e incorporándome sobre la cubierta, los cogí con mi mano y me los acerqué a la boca. Susana aulló desesperada cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones y totalmente entregada, me clavó las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura.

El dolor junto a sus gritos incrementaron mi libido y sin dejar de estar dentro de ella, la cambié de postura y ya sobre ella, comencé a martillar su sexo con mi verga. Al hacerlo, olvidé toda precaución e imprimiendo a mi ataque de una velocidad sin igual, forcé su interior una y otra vez con tal fiereza que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo.

-Me encanta- escuché que chillaba.

Azuzado por sus palabras, elevé aún más mi ritmo mientras de su boca se le caía la baba incapaz de soportar tanto placer.

-¡Me corro!- aulló descompuesta al experimentar que cada una de sus neuronas colapsaban a la vez y uniendo un orgasmo con el siguiente, se vio sumida en un estado de éxtasis del que solo salía para pedirme que no parara.

Todavía hoy no comprendo porque fui capaz de prolongar durante tanto tiempo mi ataque sin correrme pero lo cierto es que imbuido en el placer, seguí machacando su pequeño cuerpo hasta que completamente derrotada me rogó que derramara mi simiente en su interior diciendo:

-Lléname con tu leche.

Ese deseo expresado en voz alta y escuchado solamente por mí y por una bandada de gaviotas que aleteaban sobre nuestras cabezas fue el detonante que hizo que pegando un gemido explotara dentro de su vagina. Susana al sentir mi líquida rendición llenando su conducto, se unió a mí en un postrer orgasmo que la dejó agotada pero feliz y cerrando sus ojos, me obligó a abrazarla. La expresión de plenitud que leí en su rostro me dejó anonadado sobre todo al darme cuenta que en contra de lo que me había imaginado cuando la conocí, esa muchacha había conseguido en una sola tarde abrirse un hueco en mi alma.

Seguíamos todavía desnudos cuando saliendo del camarote, Elene nos preguntó:

-¿Vais a seguir follando? Os lo digo porque me apetece darme un baño.

Muerta de risa y sin taparse, mi recién estrenada amante contestó:

-Te acompaño pero te aviso que al volver: ¡Pienso echarle otro polvo!…

 

 

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente” (POR GOLFO)

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En todos los edificios hay una mujer buenorra que levanta el ánimo de sus vecinos cuando la ven pasar por el portal. Si por casualidad la comunidad tiene piscina, su mera presencia tomando el sol provoca que aumente el número de hombres que por casualidad bajan a darse un chapuzón. Parece algo connatural a los  tíos, sabiendo que es peligroso acercarse a ella, olvidan que su esposa puede pillarlos y se pavonean metiendo tripa por el borde del jardín, con la inútil esperanza que se fije en ellos.

Así era Paloma. Una impresionante hembra de enormes senos y mejor culo. Todo lo que os diga es quedarse corto. Con sus treinta años y su melena morena era todo un espectáculo el verla andar al ser dueña de un trasero grande y duro que excitaba y estimulaba las mayores fantasías de todos aquellos que teníamos el privilegio de observarla.
Era tanto el morbo que producía entre los casados del bloque que corrió como la pólvora la noticia que se había divorciado de su marido. Curiosamente, esa buena nueva me llegó antes que por los amigotes por mi esposa cuando en una cena, me soltó como si nada ese bombazo diciendo:
―¿A que no sabes de lo que me he enterado en la peluquería?
Harto de chismes de vecindad seguí comiendo sin preguntar, pensando que iba a contarme una historia sobre un hijo de algún vecino, pero entonces poniendo cara de asco me reveló que el marido de esa belleza la había dejado por su secretaría. Reconozco que ya interesado, le pregunté cómo había sido.
Satisfecha de que le hiciera caso, me explicó:
―Por lo visto, le pilló una factura de un hotel e investigando descubrió que le ponía los cuernos con una jovencita que resultó ser su empleada.
Aunque me parecía inconcebible que alguien dejara a ese monumento, me quedé callado no queriendo hablar de más y que mi mujer se enterara que la encontraba irresistible.  María ya envalentonada, prosiguió diciendo:
―Ya le he dicho que el que pierde es él porque siendo tan guapa, no le costará encontrar alguien que le sustituya.
En ese momento, mi mente trabajaba a mil por hora al imaginarme a mí remplazando a ese cretino en su cama y por eso casi me atraganto cuando sin darle mayor importancia, me dijo que había invitado a esa preciosidad a nuestra casa en la playa.
Tratando de mantener la cordura, pregunté únicamente cuando había pensado que nos acompañara:
―La pobre está tan sola que le he dicho que puede pasarse con nosotros todo el mes.
« ¡No puede ser!», pensé al comprender que se refería a nuestras vacaciones.
Asustado por tener esa tentación tan cerca, protesté diciendo que con ella en el chalet nos limitaría nuestras entradas y salidas pero entonces, insistiendo me respondió de muy mala leche:
―Seguro que ahora me dirás que si su marido la ha abandonado es por algo. Tú verás que haces pero ella viene.
Reculando di mi brazo a torcer temiendo que de insistir mi esposa sospechara que indudablemente me sentía atraído por nuestra vecina y como quedaban dos meses para el verano, lo dejé estar suponiendo que llegada la hora, Paloma no nos acompañara.
Tan desolada se había quedado esa monada con el divorcio que, buscando compañía, se convirtió en habitual de mi casa. Rara era la noche que al llegar de trabajar, no me encontraba a María y a Paloma charlando en el salón de mi casa. Afortunadamente en cuanto yo aparecía por la puerta, nuestra vecina se excusaba y desaparecía rumbo a su apartamento. Tan cotidiana era su huida que con la mosca detrás de la oreja, pregunté a mi mujer si Paloma tenía algo en contra de mí.
―¡Qué va!― contestó riendo― lo que pasa es que es muy tímida y se corta en tu presencia.
Aun pareciéndome ridículo que se sintiera cohibida ante mí, no dije nada porque me convenía que María no se percatara de lo mucho que me gustaba esa mujer.  Lo que no pude evitar fue pensar que difícilmente aceptaría acompañarnos a la playa si llevaba tan mal el verme.
Contra todo pronóstico una semana antes de salir de vacaciones, mi mujer me confirmó que la vecina iba a acompañarnos. Confieso no sé si esa noticia me alegró o por el contrario me molestó, porque sentía una sentimiento ambiguo. Por una parte una pequeña porción de mi cerebro deseaba que viniera soñando con que el roce entre nosotros la hiciera caer entre mis brazos mientras el resto temía con razón que mi esposa me pillara mirándole el culo o algo peor.
«Tengo que evitar que se me note», sentencié viendo que era inevitable que esa morena tentación pasara treinta días en nuestra casa.
Reconozco que el lavado de cerebro al que me sometí durante esos días no sirvió de nada y quedó en buenas intenciones en cuanto vi aparecer a Paloma el día que nos íbamos.  Ajena a la atracción que provocaba en mí, ese mujerón llegó vestido con un top y un short que más que tapar realzaban la rotundidad de sus formas. Babeando y excitado por igual tuve que retirar mi mirada de sus tetas para que bajo mi pantalón mi apetito no creciera sin control:
« ¡Está buenísima!», sentencié mientras trataba de descubrir de reojo el tamaño y el color de sus pezones.
El destino o la suerte quisieron que ni ella ni mi mujer advirtieran el sudor que recorría mi frente mientras intentaba evitar la excitación que me nublaba la mente, de forma que en un cuarto de hora y con todo el equipaje en el coche emprendimos la marcha hacia nuestro lugar de vacaciones.
Ya frente al volante y mientras María y Paloma charlaban animadamente, usé el retrovisor para recrearme la vista con la belleza de esa mujer.
«Es perfecta», admití tras notar que todas mis hormonas estaban en ebullición por el mero hecho de observarla.
Sus ojos negros y sus carnosos labios eran el aditamento necesario para que esa mujer fuera el ideal de una hembra. Para colmo hasta su voz era sensual, dotada de un timbre grave casi varonil con escucharla era suficiente para que cualquier hombre soñara con que ella te susurrara al oído que te deseaba.
«Estoy jodido», maldije mentalmente al darme cuenta que mi atención no estaba en la carretera sino en las dos piernas y en el pantaloncito de Paloma.
Las cuatro horas que tardamos en llegar a nuestro destino me resultaron un suplicio. Por mucho que intentaba olvidar a nuestra pasajera, continuamente mis ojos volvían a quedar fijos en ella. Tantas veces, la miré a través del espejo que la morena se percató e involuntariamente se puso roja.
«Estoy desvariando», pensé al ver que bajo su top dos pequeños bultos habían hecho su aparición y creer que se había sentido excitada por mi mirada. «Ni siquiera me soporta, en cuanto me ve sale por piernas».
La confirmación de mi error vino cuando charlando entre ellas, María le preguntó porque no se echaba un novio:
―Estoy bien así, no necesito un hombre que me vuelva a hacer daño― contestó mientras fijaba sus ojos en los míos.
El desprecio con el que se refirió a todos los de mis género fortaleció mi primera impresión y comprendí que sintiéndose una víctima, odiaba a todo el que llevara un pene entre sus piernas.
« ¡Qué desperdicio!», mascullé entre dientes al sentir que no existía posibilidad alguna de poner mis manos sobre esas dos nalgas.
Al llegar al chalet entraron hablando entre ellas, dejándome solo para subir las maletas. Cabreado subí primero las nuestras y fue al volver a por las de Paloma cuando localicé un consolador en una de sus bolsas.
―¡Qué calladito se lo tenía la muy puta!― reí tras asimilar la sorpresa de hallar ese enorme aparato entre sus cosas.
Ese descubrimiento me abrió los ojos e intuí que su supuesto desprecio por los hombres era una fachada con la que luchar contra su sexualidad, por eso mientras recorría el jardín rumbo a la casa decidí que haría todo lo posible por excitarla sin que mi mujer se diera cuenta…

Inicio mi acoso.
Como era temprano María y Paloma decidieron darse un baño en la piscina. La morena ignorando lo que se le venía encima tuvo a bien plantarse un bikini azul tan provocativo que temí no poder aguantar semejante provocación y lanzarme sobre ella sin importarme que mi esposa estuviera presente.
Os puede parecer una exageración pero si hubieseis contemplado como yo cómo la tela de su parte de arriba apenas conseguía ocultar de mi vista sus pezones estaríais de acuerdo. Sabiendo que de quedarme cerca María hubiese adivinado mi excitación, resolví dar una vuelta por la urbanización corriendo para borrar de mi mente su cuerpo.
Desgraciadamente por mucho que me esforcé tanto física como mentalmente, al volver todo sudado por el ejercicio seguía pensando en su culo y sus tetas.
Ya de vuelta me acerqué a la piscina y al saludarlas, el modo en que esa morena se quedó mirando a mis pectorales llenos de sudor me hizo ratificar que su desdén por los hombres era ficticio.
« ¡Está bruta!», con alegría asumí el exhaustivo examen al que me sometió y queriendo forzar su calentura, me acerqué a donde estaban y me lancé sobre mi mujer a darle besos.
―¡Para!― gritó muerta de risa por esa muestra de afecto― ¡Eres un guarro! ¡Estás empapado!
Obviando las quejas de María, la besé mientras miraba fijamente a los ojos de nuestra invitada. Esta sintió la lujuria con la que mi mirada recorrió su anatomía y mientras se ponía roja, involuntariamente cerró sus piernas para que no descubriera que había incitado su calentura. Desgraciadamente para ella, no dejé de comerla con la vista mientras descaradamente acariciaba los pechos de mi mujer por encima de su bañador. Al verlo, no pudo evitar morderse los labios exteriorizando su deseo.
―¡Vete a duchar!― me echó María de su lado sin que nada en su actitud demostrara enfado por mi exhibición ante su amiga.
Satisfecho, me despedí de las dos y subí a mi cuarto de baño. Ya bajo el chorro de agua, el recuerdo del brillo de sus ojos me hizo desearla aún más y sintiendo una brutal erección entre mis piernas, me puse a pajearme mientras planeaba mis siguientes pasos para conseguir hundir mi cara entre las tetas de la morena.
Lo que nunca preví fue saliendo de la ducha y mientras me secaba en mi habitación que mi esposa llegara y sin hablar, se arrodillara ante mí en ese momento  y que viendo mi pene estaba lo suficiente erecto, sin más prolegómenos,  se lo metiera de un golpe hasta el fondo de su garganta.
―¿Te ha puesto cachonda que te tocara frente a Paloma?― pregunté descojonado al comprobar la virulencia con la que me hacía esa mamada.
Azuzada por mis palabras, usó su boca para imitar a su sexo y gimiendo, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada. Era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión cada vez más rápido, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de su bikini y ya totalmente excitada, gritó en voz alta:
―¡Necesito tu leche!
Al exteriorizar su deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca. Andrea, al sentir mi semen chocando contra su paladar, se volvió loca y sin perder ni una gota, se puso a devorar mi simiente sin dejar de masturbar.
―¡Qué gusto!― la oí chillar, mientras  su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies.
Absorta en su gozo, no le preocupó el volumen de sus gritos. Berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme y aún seguía masturbándose sin parar. Al ver que se comportaba como una ninfómana en celo, me excitó nuevamente y levantándola del suelo, la llevé hasta la cama.
Desde el colchón, me miro llena de lujuria y quitándose la braga se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara. Ver a mi mujer en esa postura, fue motivo suficiente para que mi verga recuperara todo su esplendor y acercándome hasta ella, jugueteé con mi glande en su entrada antes de que de un solo empujón se lo metiera hasta el fondo.
María, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a la cama, me pidió que la tomara sin piedad. Justo en ese momento percibí un ruido y al levantar mi mirada descubrí a nuestra vecina espiando desde la puerta. Mirándola a los ojos, agarré la melena de mi mujer y usándola como si fueran mis riendas y María, mi montura, la cabalgué con fiereza. Sin dejar de verla de pie en mitad del pasillo, mi pene  empaló una y otra vez a mi esposa mientras Paloma se tocaba uno de sus enormes pechos ya excitada.
Sabiendo que la morena no perdía ojo de nuestra pasión,  pregunté a  mi mujer dejando caer un azote en sus nalgas:
―¿Te gusta?
―¡Sí!― aulló y levantando todavía más su culo, chilló: ―¡Me encanta que me folles como un animal!
Sé por la cara de sorpresa que lució Paloma al oír a su amiga que nunca se le pasó por la cabeza que pudiera ser tan zorra y por eso, deseando azuzar la calentura de mi vecina, incrementé  mis embistes sobre el sexo de mi mujer siguiendo el ritmo de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui derribando las defensas de ambas hasta que María aulló de placer con su trasero enrojecido mientras se corría. Paloma viendo que íbamos a acabar, se tuvo que conformar con huir con una inmensa calentura hasta su cuarto.
Ya solos sin espías, cogí a mi mujer de sus pechos y despachándome a gusto, dejé que mi pene se recreara en su interior pero con mi mente soñando que a la que me estaba tirando era a la morena que se acababa de ir. El convencimiento que Paloma iba a ser mía, fue el acicate que necesitaba para no retrasar más mi propio orgasmo. Y mientras María aullaba de placer, sembré con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba pensando en la otra. Mi mujer al sentir las descargas  de mi verga en su vagina se desplomó agotada contra el colchón.
Contento y queriendo ahorrar fuerzas no fuera a ser que nuestra vecina cayera antes de tiempo en mis brazos, me acurruqué a María y mientras le acariciaba tiernamente me pareció escuchar el ruido al encenderse de un consolador. Sonriendo, pensé:
«Ya falta menos».
Pasado un rato y viendo que mi mujer se había quedado dormida, decidí levantarme e ir en busca de una cerveza fría. Al llegar a la cocina, me topé de frente con Paloma que al verme bajando su mirada intentó huir pero reteniéndola del brazo, le pregunté si le había gustado.
―¿El qué?― contestó haciéndose la despistada y sin querer reconocer que ambos sabíamos su pecado.
Me hizo gracia su amnesia y acercándola a mí, llevé su mano hasta mi entrepierna mientras le decía:
―Conmigo cerca no tienes que usar aparatos eléctricos.
Asustada, intentó retirar sus dedos de mi pene pero queriendo que sintiera una polla real, mantuve presionada su muñeca hasta que bajo mi pantalón pudo comprobar que mi miembro crecía. Cuando ya había alcanzado un tamaño decente la solté y susurrando en su oído, le dije:
―Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.
Indignada me recriminó mi comportamiento recordando que María era su amiga. Siendo cruel, acaricié su pecho  al tiempo que le contestaba:
―Eso no te importó cuando te quedaste mirando ni tampoco cuando ya excitada te masturbaste pensando en mí.
Esa leve caricia provocó que bajo su bikini, su pezón la traicionara irguiéndose como impulsado por un resorte y viéndose acorralada intentó soltarme una bofetada. Como había previsto tal circunstancia, paré su golpe y  atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua. Aunque en ese instante, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya, rápidamente se sobrepuso y casi llorando se apartó de mí diciendo:
―Por favor ¡No sigas!
No queriendo violentarla en exceso, la dejé ir pero cuando ya desaparecía por la puerta, riendo le solté:
―Soy un hombre paciente. ¡Tengo un mes para que vengas rogando que te haga mía!
Consciente que esa zorrita llevaba más de cuatro meses sin follar y que su cuerpo era una bomba a punto de explotar,  sabía que solo tenía que tocar las teclas adecuadas para que Paloma no pudiese aguantar más y cayera entre mis piernas. Para hacerla mía, debía conseguir que sus reparos se fueran diluyendo a la par que se incrementaba su calentura y curiosamente, María se convirtió esa noche en involuntaria cómplice de mis planes. Os preguntareis cómo. Muy sencillo, al despertar de la siesta, decidió que le apetecía salir a cenar fuera de casa y eso me dio la oportunidad de calentar esa olla a presión  sin que pudiese evitarlo.
Cuando mi mujer me comentó que quería ir a conocer un restaurante que habían abierto, me hice el cansado para que no me viera ansioso de compartir mantel con ellas dos. Mi vecina al escuchar que no me apetecía, vio una escapatoria a mi acoso y con gran rapidez, aceptó la sugerencia.
―Si crees que te vas a escapar de mí, ¡Estas jodida!― susurré en su oído aprovechando que María había ido a la cocina mientras con  mi mano acariciaba una de sus nalgas.
La morena no pudo evitar que un gemido saliera de su garganta al sentir mis dedos recorriendo su trasero. Me encantó comprobar que esa mujer estaba tan necesitada que cualquier caricia la volvía loca y sin ganas de apresurar su caída, me separé de ella.
―¡Maldito!― masculló entre dientes.
En ese instante, no estuve seguro si el insulto venía por haberle magreado o por el contrario por dejar de hacerlo. De lo que si estoy seguro es que esa mujer tenía su sexualidad a flor de piel porque ese leve toqueteo había provocado que sus pitones se pusieran duros como piedras.
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche.  Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión.
Ajena a la agresión a la que estaba sometiendo a nuestra vecina, María le comentó que estaba muy pálida.
―No me pasa nada― respondió mordiéndose los labios al notar que mi pie había vuelto a las andadas pero esta vez con mayor énfasis al estar acariciando su sexo por encima de su tanga.
La humedad que descubrí al rozar esa tela ratificó su calentura y por ello, olvidado cualquier precaución busqué con mis dedos su clítoris y al encontrarlo, disfruté torturándolo mientras su dueña disimulaba charlando con mi señora.
«Está a punto de caramelo», me dije al notar su coño totalmente encharcado, « ¡No tardará en correrse!».
Nuevamente, Paloma llevó su mano bajo la mesa pero en esta ocasión no retiró mi pie sino que empezó a acariciarlo mientras con uno de sus dedos retiraba la braga dándome acceso a su sexo. Como comprenderéis no perdí la oportunidad y hundiendo el más gordo en su interior, comencé a follarla lentamente.
« ¡Ya es mía!», pensé y recreándome en su mojada cavidad, lentamente saqué y metí mi dedo hasta que en silencio la morena no pudo evitar correrse por primera vez.
Satisfecho, volví a ponerme  el zapato, al saber que ese orgasmo era su claudicación y que no tardaría en pedir que la follara. Habiendo conseguido mi objetivo, me dediqué a mi esposa dejando a Paloma  caliente e insatisfecha.
Al terminar de cenar, María estaba cansada y por eso nos fuimos a casa. Y allí sabiendo que la morena nos oiría, hice el amor a mi esposa hasta bien entrada la madrugada….
 

 Ella misma cierra el nudo alrededor de su cuello.

A la mañana siguiente me desperté sobre las diez totalmente descansado y sabiendo por experiencia que María no iba a amanecer hasta las doce, me levanté sin levantar las persianas y me fui a desayunar.  En la cocina me encontré a Paloma con cara de haber dormido poco y sabiendo que yo era el causante de su insomnio, la saludé  sin hacerle mucho caso.
―¿Dónde está tu mujer?― preguntó dejando traslucir su enfado.
―Por ella no te preocupes. Seguirá durmiendo hasta el mediodía― respondí dando a entender que podía entregarse a mí sin miedo a ser descubierta.
La superioridad que encerraba mi respuesta, la cabreó aún más y llegando hasta mí, se me encaró diciendo:
―¿Quién coño te crees? ¡No voy a ser tuya!
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y pegando mi boca a la suya, forcé sus labios mientras mis manos daban un buen repaso a ese culo que llevaba tanto tiempo volviéndome loco. Durante un minuto, forniqué con mi lengua el interior de su boca mientras mi vecina se derretía y empezaba a frotar su vulva contra mi muslo. Habiendo demostrado a esa zorrita quien mandaba, le solté:
―Ya eres mía, solo falta que lo reconozcas.
Tras lo cual, la dejé sola y café en mano me fui a la piscina. Llevaba solo unos minutos sobre la tumbona,  cuando la vi salir con un bikini azul aún más diminuto que el del día anterior con el que parecía completamente desnuda. Interesado en saber que se proponía, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar.
―Reconozco que tienes un par de buenas tetas― solté sonriendo al ver que arrastraba su tumbona junto a la mía
―Lo sé― contestó mientras dejaba caer la parte superior de su bikini.
Girando mi cabeza, la miré. Sus pechos eran tal y como me había imaginado:  grandes, duros y con unos pezones que invitaban a ser mordidos. Sabiendo que si me mantenía calmado la pondría aún más cardiaca, me reí en su cara diciendo:
―¿Me los enseñas para que te los coma o solo para tomar el sol?― fingiendo un desapego que no sentía al contemplarla.
¡Paloma era perfecta! Su escultural cuerpo bien podría ser la portada de un Playboy. Si de por si era bellísima, si sumábamos su estrecha cintura, su culo de ensueño, esa morena era espectacular. Sonriendo, se acercó a mí y pegando su boca a mi oído, dijo con voz sensual:
―No me sigas castigando. Sabes que estoy muy bruta― Tras lo cual, sacando una botella de crema bronceadora de su bolso, se puso  a untarla por sus tetas mientras me decía: ―¿Qué tengo que hacer para que me folles?
Su cambio de actitud me divirtió y mostrando indiferencia, le ordené:

―¡Pellízcate los pezones!

La morena sonrió y cogiendo sus areolas entre sus dedos, se dedicó a complacerme con una determinación que me hizo saber que podría jugar con ella.
―¡Quiero ver tu coño!― le dije mientras bajo el traje de baño mi pene iba endureciéndose poco a poco.
Bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, esperé a que esa zorrita se desprendiera de esa prenda. Paloma al comprobar mis ojos fijos en su entrepierna, gimió descompuesta mientras se bajaba la braga del bikini lentamente.
―¡Acércate!― pedí.
Rápidamente obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un largo lametazo mientras mi vecina se  mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista, separé mi cara y con voz autoritaria, ordené:
―Mastúrbate para mí.
Por su gesto supe que esa zorrita había advertido que no iba a poseerla hasta que todo su cuerpo estuviera hirviendo. Esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y separando sus rodillas dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mirándome a los ojos, preguntó:
―Si te obedezco, ¿Me vas a follar?
―Sí, putita― respondí descojonado por la necesidad que su rostro reflejaba.
Mis palabras la tranquilizaron y con sus mejillas totalmente coloradas por la calentura que sentía,  deslizó lentamente un dedo por su intimidad. El sollozo que surgió de su garganta ratificó mi opinión de que Paloma estaba hambrienta y gozoso observé que tras ese estremecimiento de placer, todos los vellos de su cuerpo se erizaron al sentirse observada.
―Date placer― susurré.
En silencio, mi vecina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en el polvo con el que le regalaría después. La imagen de verse tomada tras tantos meses de espera provocó que toda su vulva se encharcara a la par que su mente volaba soñando en sentir mi verga rellenando ese conducto.
―Eres un cerdo― protestó necesitada al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba.

Lo quisiera reconocer o no, Paloma comprendió que nunca había estado tan excitada y por eso decidió dar otro paso para conseguir que yo la complaciera. Sabía que en ese instante, estaba  mojando la tumbona con su  flujo y que desde mi lugar podía advertir que tenía los pezones duros como piedras. Decidida a provocarme, llevó sus dedos empapados a la boca y me dijo mientras los succionaba saboreando sus propios fluidos.

―¿No quieres probar?
Asumiendo que sus comentarios subidos de tono iban destinados a calentarme aún más, me negué y poniendo un tono duro, le exigí que se metiera un par de dedos en el coño. Al obedecer, esa zorrita notó que el placer invadió su cuerpo y gimiendo  de gusto, empezó a meterlos y sacarlos lentamente. La calentura que asolaba su cuerpo la obligó a aumentar el ritmo de su masturbación hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡Me voy a correr!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
Pero entonces, levantando la voz le prohibí que lo hiciera y recreándome en el poder que tenía sobre ella, le solté:
―Ponme crema.
Reteniendo las ganas de llegar al orgasmo, cogiendo el bote de protector, untó sus manos con él y me obedeció. Sus ojos revelaban la lujuria que dominaba toda su mente cuando comenzó a extender con sus manos la crema sobre mi piel.
―¡Necesito que me folles!― murmuró en mi oído mientras acariciaba mi pecho con sus yemas.
Cerrando los ojos, no me digné a contestarla al saber que con solo extender mi mano y tocar su vulva, esa morena se correría sin remedio. Envalentonada por mi indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas. Al  acreditar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me rogó que le diera permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad la crema bronceadora:
―¡Tú misma!― contesté al saber que era lo que esa guarrilla buscaba.
No tardé en comprobar que estaba en lo cierto porque sin pedir mi permiso y poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó el bulto de mi entrepierna en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No quise detenerla al saber que eso solo la haría más susceptible a mi poder ya que a tela de mi bañador impediría que culminara su acto, eso solo la haría calentarse aún más. Muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Paloma se frotaba con urgencia su clítoris contra mi pene.
―Me encanta― berreó mientras se dejaba caer sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel.
Sus primeros gemidos no tardaron en llegar a mis oídos. La temperatura  que abrasaba sus neuronas era tal que buscó mis labios con lujuria. Sin responder a sus besos pero deseando dejar esa pose y follármela ahí mismo, aguanté su ataque hasta que pegando un grito se corrió sobré mí dejando una mancha sobre la tela de mi bañador.
Entonces y solo entonces, le ordené:
―Ponte a cuatro patas.
Mi vecina no necesitó que se lo repitiera para adoptar esa posición. Su cuerpo necesitaba mis caricias y ella lo sabía. Verla tan dispuesta,  me permitió confesar:
―Llevo años deseando follarte, zorra.
Mi confesión fue el acicate que necesitaba para entregarse totalmente y por eso aun antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Paloma ya estaba berreando de  deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor dulzón al llenar mis papilas incrementó aún más si cabe mi lujuria y separando con dos dedos los pliegues de su sexo, me dediqué a mordisquearlo mientras la morena claudicaba sin remedio. Su segundo orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo por sus piernas, mi vecina me rogó que la tomara.

―Todavía, ¡No!― respondí decidido a conseguir su completa rendición. Para ello, usando mis dientes torturé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Al notar que su cuerpo convulsionaba sin parar, vi llegado el momento de cumplir mi fantasía y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué hasta su entrada. La morena al advertir que me eternizaba jugando con su coño sin metérselo chilló descompuesta:

―¡Hazme tuya! ¡Lo necesito!
Paloma era un incendio sin control. Berreaba y gemía sin pararse a pensar que mi esposa podría oír sus gritos. Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi verga disfrutó de los pliegues de su sexo mientras la empalaba. La estrechez y la suavidad de su cueva incrementaron mi deseo pero fue cuando me percaté de que entre sus nalgas se escondía un tesoro virgen y aun no hoyado cuando realmente me volví loco. Mi urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada provocaron que de un solo empujón se la clavara hasta el fondo:
―¡Házmelo como a tu esposa!― gritó al notar su sexo lleno.
Su grito me hizo recordar la tarde anterior e imitando mi actuación de entonces, la cogí de la melena y dando un primer azoté en su trasero, exigí a Paloma que empezara a moverse. Mi vecina al oírme se lanzó en un galope desenfrenado moviendo sus caderas sin parar mientras se recreaba con mi monta.
―¡Sigue!― relinchó al sentir que me agarraba a sus dos tetas y empezaba a cabalgarla.
Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina. Para entonces, su calentura era tal que mi pene chapoteaba cada vez que forzaba su vulva con una nueva penetración. Contagiando de su pasión, agarré su a modo de riendas y con una nueva serie de azotes sobre su trasero, le ordené que se moviera. Esas nalgadas la excitaron aún más y comportándose como una puta, me pidió que no parara.
Disfrutando de su estado de necesidad, decidí hacerla sufrir y saliéndome de ella, me tumbé en la tumbona mientras le decía que se sirviera ella misma.
―Eres un cabrón― me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras paraba de quejarse, se puso a horcajadas sobre mí y cerrando los ojos, se empaló con mi miembro. No tardó en reiniciar su salvaje cabalgar pero esta vez mi postura me permitió admirar sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
―¡Chúpate los pezones!― ordené.
Desbocada como estaba, mi vecino me obedeció y estrujando sus tetas, se los llevó a su boca y los lamió. Ver a esa zorra lamiendo sus pechos fue la gota que necesitaba para que el placer se extendiera por mi cuerpo y derramase mi simiente en el interior de su cueva. Paloma al sentir que las detonaciones que bañaron su vagina aceleró los movimientos de sus caderas y mientras intentaba ordeñar mi miembro, empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, saltó una y otra vez usando mi pene como eje hasta que ya agotada, se dejó caer sobre mí mientras me daba las gracias diciendo:
―Me has hecho recordar que soy una mujer.
Viendo su cara de alegría, acaricié su culito con ganas de rompérselo pero entonces miré el reloj y me percaté que mi mujer debía estar a punto de despertar. Sabiendo el riesgo que corría si María veía a su amiga tan feliz porque podría sospechar algo, le pedí que desapareciera durante un par de horas. Paloma comprendió mis razones pero antes de irse y mientras sus manos jugueteaban con mi entrepierna, me rogó:
―Espero que esto se repita. ¡Me ha encantado!
Muerto de risa, contesté:
―Dalo por seguro. ¡Estoy deseando estrenar tu pandero!
Mi vecina sonrió al escuchar mi promesa y cogiendo su ropa, se fue a vestir mientras yo subía a despertar a mi esposa. Ya en mi habitación me tumbé a su lado y pegando mi cuerpo al suyo, busqué sus pechos.  María abrió los ojos al notar mis manos recorriendo sus pezones. Por su sonrisa comprendí que debía cumplir con mis obligaciones conyugales para que no sospechara y sin más prolegómeno, me desnudé mientras ella se apoderaba de mi sexo. Al contrario del día anterior, esa mañana mi mujer y yo hicimos el amor lentamente, disfrutando de nuestros cuerpos y solo cuando ambos habíamos obtenido nuestra dosis de placer, me preguntó por Paloma:
―Se ha levantado pronto y ha salido― contesté con más miedo que vergüenza que algo en mí hubiese hecho despertar su desconfianza.
Pero entonces, María soltando una carcajada comentó:
―Tenemos que buscarla un novio.
Su pregunta me cogió fuera de juego y deseando saber por qué lo decía pero sin ganas de mostrarme muy interesado, pregunté por qué:
―Ayer nos estuvo espiando cuando hacíamos el amor. La pobre lleva tanto tiempo sin un macho que está caliente- respondió en voz baja creyendo que podía enfadarme.
Haciéndome el despistado me reí y sin darle mayor importancia, contesté:


―Te lo juro: ¡No me había fijado!
 
 

Para comentarios, también tenéis mi email:

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Relato erótico: “La fábrica 21” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA 21

Sin títuloEl resto del domingo discurrió sin mayor novedad y, de hecho, lo pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.  Tatiana, un amor, me llevó a la cama lo que no supe si era una merienda, una cena o bien el desayuno del lunes pues yo ya había perdido noción del tiempo.  Mis padres volvieron a llamarme un par de veces porque, claro, los rumores seguían circulando y vaya a saber qué era lo que les había llegado y de qué forma.  Le pedí a Luis, por lo tanto, que me llevara a verlos así se tranquilizaban; previo a ello, obviamente, me vestí de tal forma de no dejar visible ninguna de las marcas de los golpes de cinturón aun cuando éstas, por fortuna, ya comenzaban a atenuarse.

El lunes no me presenté a trabajar, lo cual, de todos modos, supuse que era para todos un hecho.  Ya antes había aclarado que no me tomaría la semana que me habían concedido para la luna de miel sino que la dejaba para más adelante (se hacía ahora difícil pensar que eso fuera a ocurrir en algún momento) pero, más allá de eso, era difícil pensar que en la fábrica hubiera una sola persona que no estuviera al tanto de lo ocurrido más allá de la versión que les pudiese haber llegado: en tales circunstancias, mi ausencia no podía sorprender a nadie.  Hasta Evelyn me llamó; la noté preocupada y me hizo llegar un beso de parte de todas las chicas.  Ese día, además, estaba citada para la comisaría: otro motivo más para faltar al trabajo.

Se me tomó declaración y, una vez más, no di información fehaciente sobre nada.  Insistí en que esa noche estaba borracha y que, como tal, no recordaba mucho de lo que pasó sino que sólo tenía flashes fugaces.  Me enteré que los dos muchachos detenidos aún no habían sido liberados: al parecer, la fiscal interviniente se las había arreglado para hacer constar su peligrosidad y lograr que fueran mantenidos en reclusión al menos hasta ser identificados.  Fui, en efecto, a la ronda de presos y allí me crucé con Daniel, quien aguardaba afuera y sería, de seguro, el siguiente en pasar.

Vi a los dos chicos del Chevy blanco.  Pobrecillos, me dieron mucha pena.  Se los veía demacrados y sin encajar en absoluto junto a tipos que sí daban miedo.  Negué que fueran ellos; me volvieron a preguntar varias veces si estaba segura y otras tantas volví a negar.  Al salir del lugar, mi mirada se cruzó con la de Daniel y él me tomó por el brazo para hablarme al oído:

“Sole… – me dijo, en tono implorante y lastimero -; volvé a casa, por favor”

Lo miré fijamente y, al igual que me ocurriera en relación con los chicos durante la ronda, sentí lástima.  Daniel siempre me había tratado bien y la realidad era que me quería, pero, claro, los acontecimientos (y mi comportamiento) lo habían superado y hecho colapsar.  Sólo así podía entendérsele el haber cedido a los perversos designios de su madre en esa noche en que ella decidió castigarme con el cinto.  No dije nada, de todos modos: bajé la vista y, con suavidad, me solté de su mano para seguir mi camino.  Horas después me enteré que los dos muchachos recuperaron su libertad: era lógico pues, claro, no había forma alguna de que Daniel reconociera en alguno de ellos al autor de mi secuestro cuando él bien sabía que no era ninguno de ellos.  Ante tal panorama y como no podía ser de otra manera,  la policía y al juez interviniente comenzaron a cerrar el cerco sobre el supuesto ex sereno de la fábrica que algunos de los testigos habían mencionado, Daniel incluido.  No tardaron demasiado en pedir su detención, con lo cual al otro día fui convocada nuevamente a la ronda de presos y, esta vez vi, mezclado entre macilentos rostros de tipos curtidos en la delincuencia, a ese pobre ángel tan lleno de infantilismo como de nobleza.  Se lo notaba angustiado; era obvio que no sabía bien qué hacía allí.  No lo identifiqué como mi secuestrador, por supuesto; se me insistió al respecto y reiteré que no era él: parecían tan decididos a obtener esa respuesta de mi parte que, incluso, la fiscal me preguntó más de una vez si no había sido amenazada.  Mi respuesta, claro, fue siempre negativa; sí admití conocerlo y confirmé que, en efecto,  era un ex sereno de la fábrica al que habían echado por robo, pero les dejé bien en claro que no se trataba del sujeto que esa noche había irrumpido en casa de Daniel para huir de allí conmigo al hombro.  No me dieron la impresión de quedar convencidos (la fiscal menos que menos) pero no tuvieron más remedio que dejarme ir. 

Le tocó el turno luego a Daniel, pero para ese entonces yo ya no estaba en la comisaría sino camino a casa de Luis.  Mi celular sonó y, obviamente, era mi marido (al que, por cierto, no sabía si seguir llamando de ese modo):

“No lo reconocí – me dijo -, muy a mi pesar pero no lo hice”

“Está bien – dije -, es lo mejor para todos: él no quiso hacerme mal, sólo… me oyó o me vio en peligro y buscó salvarme.  A propósito de eso, falta el testimonio de tus padres: ellos seguramente serán citados a ronda de presos y…”

“No lo reconocerán tampoco – me cortó Daniel, tajante pero a la vez tranquilizador -: ya hablé con ellos.  Mi madre insistía en identificarlo pero le dejé en claro que, de seguir con esto, ella sería juzgada por privación de la libertad, agresión física y tortura.  No es poca cosa”

“Sorprendente – dije, sonriendo -: me alegra que vayas aprendiendo a manejar a tu madre.  ¿Y los vecinos?”

“No sé si los citarán.  Una vez que ni vos, ni mis padres ni yo hayamos reconocido al sereno como agresor, ¿tiene sentido que sigan citando testigos?”

Asentí con la cabeza, cosa que, por supuesto, él no podía ver.

“Ojalá tengas razón – dije, quedamente -.  Gracias por todo, Dani…”

“¿No vas a venir a casa?” – me espetó él de manera apresurada al notar que yo estaba dando por terminada la conversación y cortaría de un momento a otro.  Claro, probablemente considerara que había hecho bien sus deberes para conmigo y que me había hecho caso en cuanto a no culpar a Milo; no era extraño que tal pensamiento le diera esperanzas de que las cosas entre nosotros volvieran a reencaminarse y hasta reconstituirse.  Yo no lograba entender cómo seguía tan obsesionado conmigo a pesar de lo mal que me había portado con él.

“Por favor, Dani, basta con eso” – dije, de manera conclusiva, y corté.

Una vez en casa de Luis, Tatiana me atendió con sus bondades de siempre.  Aun a pesar de lo mucho que disfrutaba de su compañía, yo empezaba a pensar que no podía seguir demasiado tiempo allí: tanto Luis como ella se habían portado muy servicialmente conmigo pero, aun cuando no dijeran nada al respecto, yo entendía como algo tácito que no podría permanecer como huésped indefinidamente.  Quizás ahora que las marcas de mi cuerpo estaban desapareciendo, sería hora de ir a casa de mis padres, lo cual parecía presentarse como la mejor opción.  Aguardé a que Luis llegara de la fábrica para transmitírselo y lo aceptó sin demasiada protesta aun cuando insistió y me recordó varias veces que no había inconveniente alguno en que yo me siguiera quedando con ellos.

“Soledad… – me preguntó, cambiando el tema de repente -.  ¿Sigue firme en su decisión de no aceptar ese puesto?”

Me encogí de hombros.

“Sí… ¿Por qué?”

“Es sólo que tengo a alguien en vista y quiero, previamente, estar seguro de que usted rechaza el ofrecimiento”

“Se… lo agradezco, Luis – dije, cortésmente -, pero vuelvo a repetirle que no puedo… ocupar un lugar que ha sido dejado vacante por la renuncia de Floriana.  Ella es… o era mi mejor amiga”

Al otro día regresé al trabajo; podría haber seguido faltando ya que los hechos del fin de semana lo ameritaban suficientemente, pero la realidad era que quería volver.  No iba, obviamente, a ser nada fácil entrar nuevamente allí y mirar a las caras al resto, pero en algún momento tenía que hacerlo y, después de todo, ya empezaba a tener una cierta experiencia pues en su momento tampoco me había sido fácil la vuelta al trabajo tras la fiesta de despedida.  Consideraba, además, que en la medida en que me enfrascara en mis tareas, estaría más entretenida y no pensaría tanto en lo sucedido y sus implicancias.  Tuve que ir, obviamente, con ropa prestada por Tatiana, lo cual, como solía ocurrir, me reconfortó al sentir el contacto contra mi piel: era casi como sentir el roce de ella.  Me dio la falda más corta que tenía aunque, a decir verdad, no lo era tanto como la que yo llevaba habitualmente al trabajo.  A propósito de ello, en algún momento, y por mucho que me pesara, no iba yo a tener más remedio que pasar por casa de Daniel ya que todas mis cosas estaban allí y, hasta ahora, no había logrado hacer acopio de valor para ir a buscarlas; claro, la cuestión en tal sentido era que, de hacerlo, ello implicaría toparme con Daniel, quien, inevitablemente, reflotaría su propuesta de volver allí y reanudar nuestro flamante matrimonio como si nada hubiese ocurrido.

En general, las chicas se mostraron afectuosas o, al menos solidarias; me saludaron amablemente y, si bien evitaron hacer preguntas acerca de los hechos de la noche del sábado, exhibieron actitud de acompañarme y de alegrarse por mi regreso.  Evelyn, de hecho, me llamó todo el tiempo “Sole” y evitó el odioso apelativo de “nadita”.  También Hugo me requirió, en un momento, en su oficina y no fue para pedirme que le lamiera el culo ni nada por el estilo sino simplemente para mostrarme su preocupación y consternación por el episodio del rapto e incluso insistió varias veces en querer saber si quien había irrumpido en casa de Daniel era o no Milo, a lo cual siempre respondí que no; además de eso, se disculpó por su conducta durante la fiesta aunque, por otra parte, se le notó un destello de alegre picardía al recordar el episodio del baño, lo cual no pudo evitar hacerme mirar al piso con vergüenza.

Terminada la jornada me dirigí hacia la oficina de Luis, más que nada para saber a qué hora se iría, si lo esperaba o si me iba sola ya que esa noche, y quizás por última vez, aún dormiría en su casa.  Como siempre, golpeé y esperé a que se autorizara mi ingreso, lo cual ocurrió al instante; una vez dentro, me hallé ante el más insólito espectáculo que podría haber esperado encontrar.  Luis estaba reclinado en su silla y, como era habitual, al otro lado del escritorio; noté que, con una mano, se estaba masajeando la verga, lo cual, por cierto, para esa altura y por acostumbramiento, ya no podía sorprenderme.  Tampoco debería haberme sorprendido el hecho de encontrar a Tatiana apretujándose, toqueteándose y besándose con otra chica, lo cual, en definitiva, fue la escena ante la que me hallé.  Se las veía abstraídas en lo suyo y ni siquiera parecieron notar mi presencia pues siguieron como si nada.   Mi primera reacción fue desviar la vista, cubrirme el rostro y, tras pedir disculpas, anuncié que me retiraba.

“¡No, Soledad, aguarde! – me detuvo Luis -.  Me alegra que haya venido pues quería presentarle a la nueva chica que he tomado en lugar de Floriana…”

La noticia, por supuesto, no pudo menos que provocarme un fuerte impacto si bien no tenía por qué; yo había declinado la oferta que él me había hecho y, como tal, no tenía por qué sorprenderme el encontrar una chica nueva allí; pero, aun así, era inevitable sentir algo de celo por dentro al saber que esa jovencita, fuera quien fuese, estaba de algún modo recogiendo un beneficio que, originalmente, iba a ser para mí.  Me volví despaciosamente para mirar a la pareja de mujeres, quienes, recién entonces y siempre abrazadas, giraron sus cabezas hacia mí.  Tatiana estaba tan radiante como siempre: pura belleza y sonrisa seductora.  La otra era una joven de cintura generosa y de formas muy armoniosas sin llegar a ser, en ningún momento, exuberantes: el pervertido de Luis, como no podía ser de otro modo, había elegido bien.   Un nuevo impulso de celos me recorrió por dentro al verla en brazos de Tatiana y esta vez el celo no tenía que ver con lo laboral sino con el irrefrenable deseo lésbico que la deslumbrante novia de Luis me provocaba; traté, no obstante, de disimular y de mostrarme lo menos conmocionada que fuera posible: hasta ensayé una sonrisa que la chica me correspondió.

Pero lo peculiar del asunto era que ese rostro estaba lejos de resultarme desconocido; por el contrario, lo veía tremendamente familiar: ojos pequeños, cutis delicado con alguna que otra peca, cejas algo juntas, boca casi dibujada con pincel.

“Hola, Sole…” – me saludó, con cortesía.

No pude evitar dar un respingo porque al reconocer la voz y fue recién en ese momento cuando caí en la cuenta de por qué ese rostro me resultaba tan familiar.  Esa joven me acababa de llamar “Sole” no por oír un instante antes a Luis pronunciar mi nombre sino porque… me conocía… y  yo la conocía a ella, sólo que, al primer impacto, me costó reconocerla en un ámbito enteramente diferente a  aquél en que siempre la veía: no era otra que la empleada de la tienda de ropa de la cual yo fuera asidua clienta antes de renunciar a mi anterior trabajo y a la cual el mismo Luis me llevara en un par de oportunidades por diversos accidentes relacionados con mi indumentaria.  No podía creerlo: no cabía en mí del asombro; me quedé helada y muda, teñido mi rostro con una estúpida expresión.  ¿Qué hacía ella allí?  Mi frente se estrujó en una única arruga de incomprensión y estuve a punto de preguntar algo, pero no llegué a hacerlo; el propio Luis se me adelantó:

“La convencí de renunciar a su trabajo en la tienda – dijo, en tono explicativo y sin dejar en ningún momento de masajearse la verga por encima del pantalón -.  Dígame, Soledad: ¿cómo la ve?   ¿Es una buena opción para reemplazar a Floriana?”

Los celos me carcomían por dentro a la misma velocidad que la confusión.  ¿Así de rápido se había resuelto todo?  ¿Ya estaba ella trabajando allí?  Y lo que más me irritaba era que yo conocía muy bien sus artes lésbicas ya que, empujada por Luis, las había demostrado en su presencia y nada menos que conmigo.  Si se pensaba el asunto fríamente, no podía sorprender a nadie el hecho de que, al momento de tener que escoger una nueva empleada, Luis hubiera pensado en ella cuando, justamente, tanto disfrutaba con el fetiche voyeur de ver a dos chicas hacerse “cosas” entre sí.  Pero yo bien sabía que la llegada de esa joven me podía significar a mí el verme relegada en alguna forma, sobre todo en lo concerniente a Tatiana: no era producto de la casualidad el que hubiera hervido por dentro al verlas abrazadas.  Si Luis se satisfacía viéndolas a ellas, entonces quizás ya no necesitaría de mis “servicios”.  Y, en el supuesto caso de que lo siguiese haciendo, debería seguramente resignarme a que todo sería más compartido de allí en más.  Qué extraños pueden llegar a ser los sentimientos de posesión.  ¿En qué momento y por qué llegué a pensar que Tatiana era, de algún modo, “mía”, o que yo era de ella?  Había asumido, tácitamente y sin que hubiera nada acordado al respecto, que la única persona con quien la compartiría era con Luis, quien, de todas formas era un novio muy particular. 

“S… sí – tartamudeé -.  Es… una buena idea, señor Luis.  ¡Qué alegría verte por aquí! – dije, luego, con falsa felicidad, mirando hacia la, ya ahora, ex empleada de la tienda -.  ¿Y… ya está?  ¿Así de sencillo?  ¿Ya estás trabajando aquí?”

“Comienza la semana que viene – se apresuró a responder Luis, quien parecía arrogarse el derecho a hablar por ella y, prácticamente, no le daba espacio a hacerlo por cuenta propia -; pero, bueno… je, le estamos haciendo una pruebita, jaja”

Me mordí el labio inferior con rabia y busqué, de inmediato, reprimir ese gesto para que no fuese advertido.  Otra vez volví a ensayar mi falsa sonrisa, esta vez más amplia que la anterior.

“Me alegro mucho – dije, con impostada alegría -: de verdad, me alegro mucho por los tres.  En fin, los dejo: me tengo que ir”

Luis intentó detenerme nuevamente pero yo ya me había girado sobre mis tacos y estaba saliendo de la oficina.  Qué paradójico todo: era increíble que, en medio de las situaciones de promiscuidad que me había tocado vivir dentro de aquella fábrica sintiera, sin embargo, sentimientos de posesión; ya me había ocurrido con Daniel tras enterarme de lo suyo con Floriana y antes me había pasado con Luciano cuando dejara de ocuparse de mí para caer en garras de Evelyn…  Ahora, una vez más, me volvía a ocurrir con Tatiana. 

Pero si con eso no era ya suficiente la sorpresa, aún me restaba encontrarme con Daniel esperándome en el auto a la salida.  No era algo tan imprevisible si se consideraba lo obsesionado que se había mostrado conmigo en los últimos días; no obstante, y aun así, la posibilidad no se me había cruzado por la cabeza.  Ya para esa altura yo consideraba a nuestro matrimonio roto apenas iniciado, o bien podía decirse que nunca había comenzado salvo, claro, en los papeles y en el indemostrable “compromiso ante Dios”: para mí, quedaba esperar que se cumpliera el plazo legal para deshacer el vínculo y  así dar paso al divorcio; ésa, al menos, era la idea que yo tenía en mente y que daba por sobreentendida pero, al parecer, ello no entraba en la cabeza de Daniel.  Le mantuve durante algunos segundos una mirada severa y recriminatoria; él intentó sonreír, aunque de modo tímido: sabía que, en cierta forma, estaba cometiendo una “infracción” con su presencia allí. 

Sin decir palabra, desvié la vista y eché a andar hacia la parada del colectivo, distante de allí unas cinco cuadras.  Él, obviamente, no había ido allí sólo para verme salir del trabajo así que, como no podía ser de otra manera, intentó detenerme: primero me chistó pero lo ignoré; luego, mirando por el rabillo del ojo, lo vi sacar medio cuerpo por la ventanilla y gritar mi nombre varias veces.  La situación, desde ya, era embarazosa y bochornosa; nerviosamente miré de soslayo en derredor para determinar si había vecinos mirando la escena y, en efecto, los había.  Opté por seguir caminando. 

Una vez que Daniel tomó conciencia de que yo ya no volvería atrás, puso en marcha el motor y, maniobrando sobre la entrada del estacionamiento de la fábrica (ubicado frente a la misma) se alineó conmigo y marchó a paso de hombre junto al cordón de la acera.

“Sole… – no paraba de repetir -; vamos a casa”

“Basta… – dije, entre dientes; trataba de hablar lo suficientemente alto como para que me oyese pero a la vez lo suficientemente bajo como para que no escucharan los vecinos curiosos -; basta con esto, Daniel.  Ya está: ahora te pido, por favor, que me evites este papelón”

“Están todas tus cosas en casa” – repuso; debí sospechar que usaría eso como mecanismo de extorsión.

“Ya iré a buscarlas.  O enviaré a alguien” – respondí secamente.

“¿Enviar a alguien?  ¿Y a quién vas a enviar?” – se lo notaba desencajado, fuera de sí; hacía esfuerzos sobrehumanos por sonar simpático pero no había forma de que ocultara un deje de locura que parecía haberse apoderado de él en los últimos días.  Me daba pena pero lo que me estaba haciendo era terriblemente incómodo.  Ya bastante tenía yo con la súbita fama conseguida tras los episodios durante y después del casamiento, como para seguirme agregando dolores de cabeza que siguieran haciendo pública mi vida.

“No sé – respondí, tratando de mostrar el mayor desinterés posible -.  A Luis tal vez.  A Hugo.  A Luciano.  No sé”

Yo sabía que estaba siendo hiriente y, en realidad, ése era el objetivo: irritarlo al punto de que, ya perdidas sus esperanzas, acelerara de una vez y se marchara de allí a toda velocidad; pero no: se mantenía firme a la par y, aunque yo no lo miraba, no era difícil imaginar que debía estar haciendo grandes esfuerzos para no acusar recibo de mis lacerantes dichos.

“Sole, por favor te lo pido – seguía repitiendo mientras fingía no oír -: podemos reintentarlo; todo esto que pasó fue una locura… para los dos.  Y yo sé que las cosas que hiciste las hiciste porque… no estabas bien”

“¡Basta! – insistí, tajante -.  No voy a seguir hablando de esto.  ¿Está claro?”

Lejos de rendirse, siguió con su repetitiva diatriba hasta llegar a la parada del colectivo; rogué que el mismo llegara pronto, pero la espera se me hizo eterna.  Él seguía y seguía hablándome desde el auto y no se iba: la situación me fastidiaba sobremanera, más aún cuando yo venía del golpe sufrido por lo de Luis, Tatiana y la chica nueva.  ¿Era que no se iba a ir nunca?  Ya no sabía qué hacer para terminar de ahuyentarlo; nada de lo que había dicho parecía convencerle de alejarse de mí definitivamente.  Quizás habría que pasar a la acción…

Clavé la vista en un muchachito que, auriculares en los oídos, esperaba el colectivo en la parada: bastante más joven que yo, tendría unos diecinueve o veinte años; no estaba mal pero tampoco era muy buen mozo a decir verdad… No importaba: lo único que me interesaba era provocar en Daniel el mayor rechazo posible: por lo tanto, dando la espalda a mi esposo, me encaré con el joven, quien se mostró claramente perturbado por lo penetrante de mi mirada; además y como no podía ser de otra forma y más allá de los auriculares, estaría perfectamente al tanto de la situación ya que Daniel llevaba varios minutos prácticamente gritando a viva voz.  Sin más trámite, le apoyé al muchacho una mano sobre el bulto y se lo masajeé; sorprendido, intentó dar un paso atrás y miró con terror hacia el auto desde el cual Daniel, seguramente con ojos atónitos, observaba la escena.  Yo no lo dejé recular ya que prácticamente lo capturé por el pito y lo atraje hacia mí para estamparle un intenso beso en la boca e, incluso, le mordí el labio hasta casi hacerlo sangrar. 

Había otra gente en la parada y pude oír el coro de azorados murmullos que de entre ellos se levantaba, pero no llegaba a mis oídos insulto alguno por parte de Daniel ni, como hubiera esperado, el sonido del auto acelerando.  De pronto escuché claramente que la puerta del vehículo se abría y, aun sin verlo, pude imaginar a Daniel descender del mismo y venir hacia mí hecho una furia.  Ya para esa altura y no habiéndose él marchado, se caía de maduro lo que ocurriría a continuación y, en efecto, ocurrió: Daniel tomó con fuerza al joven por los hombros hasta prácticamente arrancarlo de mi boca; el chico profirió un grito de dolor puesto que yo lo tenía tomado por el pene y debió, por lo tanto, sentir un fuerte tirón.  Daniel estrelló su cerrado puño contra esos labios que yo acababa de besar y, de hecho, hizo trastabillar al joven, quien, no obstante y con gran esfuerzo, logró a duras penas mantenerse en pie para luego contraatacar con un potente puñetazo en plena mandíbula de Daniel, quien sí cayó de espaldas contra la acera.  Alrededor, la gente de la parada se abrió como formando un abanico y, lejos de intervenir o de separar, miraban la escena con estupor; había incluso un par de hombres entre ellos pero mantuvieron idéntica actitud pasiva que las mujeres, tal vez superados por la sorpresa del momento. 

Miré a Daniel, sentado en el piso: sus ojos estaban inyectados en rabia y era una fiera salvaje a punto de saltar de un momento a otro; definitivamente, yo no había conseguido el efecto que buscaba: no se la había tomado conmigo sino con el pobre muchacho, quien, sin comerla ni beberla, se hallaba súbitamente envuelto en una escena de celos conyugal.  El joven, sin embargo, parecía haber superado su sorpresa inicial y, ahora, aguardaba con los puños cerrados a que Daniel se incorporase; éste ya había comenzado a hacerlo cuando, de pronto, una estruendosa bocina sonó en el lugar: el colectivo había llegado y, desde arriba del mismo, el chofer instaba a Daniel a mover su auto de la parada que ocupaba; el resto de los pasajeros, por supuesto, aplastaban sus narices contra las ventanillas atentos a la inesperada escena de pugilato callejero con la que se habían topado.  Daniel miró al colectivero; luego, con odio, al joven y, finalmente, a mí: sin decir palabra, se dirigió hacia el auto para sacarlo de la parada.  Mientras yo subía al colectivo, llegué a escuchar que me gritaba algo, pero yo ya no lograba entenderle… o bien no quería.  En cuanto al jovencito, y como era de esperar, no pude quitármelo de encima en todo el trayecto pues, claro, creyó ilusamente que mi avance hacia él había sido auténtico o, dicho de otra forma, que se le había dado y que esa noche iba a cogerme.  Con seca amabilidad y palabras parcamente esquivas, respondí a sus preguntas hasta  que, finalmente y para su decepción, bajé en la parada a dos cuadras de la casa de Luis sin siquiera haberle dado un número de teléfono…

                                                                                                                                                                              CONTINUARÁ


Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (1)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

 

Sin títuloSiempre he tenido la mala costumbre de dejar los relatos a medias. Ya sea por falta de tiempo, por la saturación de ideas para otros relatos o simplemente la falta de atención. Mi intención es que eso ya no suceda; creo que esta serie – que no espero que pase de las cinco partes – será la primera de muchas que escribiré con la firme intención de empezar-terminar. Es decir, no comenzar otra historia hasta que no termine otra.

 

Es obvio, lo sé, pero a veces se me han dificultado esa clase de cosas.

 

Junto con este relato, he creado una “portada” con los personajes de la historia (este lo pondré en Comentarios, una vez que se publique la historia). Simple ocurrencia, pero que servirá de algo para quienes quieren guiarse acerca del aspecto fisico de los personajes que aparecen en la historia. Quienes prefieran dejarlo a su imaginación, excelente, simplemente ignoren el link con la imagen.

 

Espero les guste, personalmente creo que es una historia buena y que he cuidado en redactar lo mejor posible. Cualquier error o desacuerdo, por favor haganmelo saber, siempre es bueno mejorar.

 

Pasenla bien, saludos.

 

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO

 

Ayer había sido su cumpleaños y, a pesar del desvelo del festejo, se había levantado temprano para nadar. Quizá la piscina era lo que más disfrutaba de aquel lugar. Adentro, su madre y su hermana debían seguir dormidas; eran apenas las 8 de la mañana, pero Mireya había madrugado como muy comúnmente solía hacerlo.

El agua estaba fría, pero el sol comenzaba a salir, y el calentador de piscina, aún en su nivel más bajo, era suficiente para que aquel baño fuera disfrutable. Nadaba de un lado a otro, avanzando principalmente con la fuerza de sus piernas.

Ya llevaba casi una hora nadando, pero el desayuno – pan y un vaso de leche – que había ingerido hacia unas horas tuvieron su efecto. Sintió ganas de cagar, y salió de la alberca para dirigirse al baño del patio, un cuartito en medio del pasto del jardín.

Entró e hizo sus necesidades, mientras tarareaba una canción. Sintió como si alguien estuviese afuera, pero pronto comprendió que, si alguien era, se trataría de su madre o su hermana. Terminó, se limpió el exterior de su esfínter con papel higiénico, bajó la palanca del inodoro, se subió el bikini de su traje de baño y salió del cuarto de baño.

Caminó de vuelta hacia la piscina, pero sintió una presencia extraña. Apenas iba a voltear hacia atrás cuando una mano la rodeó por la cintura y otra más le tapó su boca y rostro.

Arriba, su hermana mayor, Sonia, apenas despertaba. Como toda muchacha de su edad, lo primero que hizo fue revisar su celular. Como cada verano, estaba pasando las vacaciones de verano con su familia, y como cada verano, su padre no estaba presente. Era de entender, trabajaba en cruceros caribeños, de modo que aquella época era la que más le mantenía ocupado. Ella iba a la universidad desde hacia un año, y aquel era su primer verano como universitaria.

Pero en realidad se aburría en aquel lugar, no era la ciudad capital donde solía vivir antes, sino la casa de verano que sus padres habían comprado desde hacia cinco años y donde había pasado, para su desgracia, los últimos cinco veranos.

Era una casa de verano colocada sobre una pequeña colina, en un apacible pero pequeño pueblo al interior del país, lejos de las costas. Ni siquiera tenia vecinos, la casa más cercana estaba a doscientos metros y era ocupada principalmente por turistas extranjeros. El pueblo, una ciudadela de menos de cinco mil habitantes, se hallaba a cinco minutos en auto, y era tan aburrido como quedarse en casa.

Pero al menos había internet, y con eso era suficiente para mantenerse en línea durante todo el día, planeando las cosas que pensaba hacer una vez que terminara aquel infierno de vacaciones. Pero sintió calor, y entonces comprendió que, de nuevo, Mireya había apagado el aire acondicionado.

Aquello irritó a Sonia, por que detestaba amanecer sudada; se quitó la bata de dormir y salió del cuarto en bragas y con las tetas al aire. Entró al baño, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta una fuerza la detuvo.

– ¡Me voy a bañar! – se quejó, intentando cerrar la puerta – ¡Mireya!

Pero de pronto, las cortinas de baño a su espalda se movieron y una figura salió de estas, tapándole el rostro con un trapo y haciéndola perder el conocimiento en menos de un minuto.

Ya eran las nueve de la mañana cuando Leonor despertó; hacia frio, por que el aire acondicionado se había quedado encendido toda la noche. Salió de entre las sabanas, con pantalones de pijama y las tetas desnudas, y corrió a ponerse la cálida bata de dormir. Se hubiese vuelto a arrojar a la cama, para dormir más, pero ya era demasiado de día para eso.

Se acicaló un poco frente al espejo, y salió de la recamara. Se dirigió al cuarto de sus hijas, pero no las encontró ahí. Tampoco en el baño había nadie, así que bajó las escaleras. Aun no llegaba a la planta baja cuando un sonido, como gemido, la alertó. Venía de la sala, y ahí se dirigió de inmediato. Su corazón pareció detenerse cuando se encontró con sus dos hijas.

Ambas se encontraban atadas, sentadas en las sillas del comedor. Pero estas estaban sentadas al revés, de manera que sus pies habían sido atados a las patas delanteras de la silla, en tanto que sus manos habían sido esposadas abrazando el respaldo de las sillas. Estaban alejadas a dos metros una de otra.

Mireya, la menor, llevaba aun su traje de baño y una playera de su padre. Aun llevaba el cabello húmedo por la piscina. Sonia, la mayor, vestía sólo con sus bragas y con una blusa blanca. Les había dejado cubrirse la parte superior de sus cuerpos.

Más que estar sentadas, parecían mantenerse recargadas a duras penas sobre la silla, con el culo volando en aquella incomoda posición que provocaban sus ataduras. Les podía ver sus rostros asustados; y parecía que intentaban decirle algo, pero no podían debido a la mordaza acallaba sus bocas.

Los gemidos aumentaron más, como si sus hijas quisieran decirle algo. Intentó acercarse a ellas, para auxiliarlas, pero una fuerza la detuvo por la espalda. Rápidamente fue rodeada por unos fuertes brazos; intentó zafarse, pero era inútil.

– ¡Será mejor que se tranquilice! – dijo una voz, que provenía de la cocina.

Segundos después, un segundo sujeto de camisa amarilla entró a la sala desde la cocina, con el rostro cubierto por un pasamontañas y con una pistola en sus manos. Debía tener, a juzgar por su voz y su complexión, unos 25 años. Hizo un movimiento, quitándole el seguro al arma y preparando aparentemente un disparo.

– No queremos que ocurra una desgracia – dijo, mientras jalaba una silla que después arrastró hasta ponerla en medio de las sillas donde estaban atrapadas las hijas de Leonor.

– ¿Q…qu…qué es lo que quiere? – preguntó Leonor, aterrorizada

– Muchas cosas – dijo el hombre, sentándose en la silla – pero eso lo iremos viendo sobre la marcha. Por lo pronto necesito que se tranquilice.

– Suelte a mis hijas y me tranquilizo. – espetó Leonor, tratando de verse fuerte

– No estamos aquí para seguir su ordenes señora, primera lección.

– ¿Entonces qué quiere?, dígame

– Lo que queramos nos lo darán, por las buenas o las malas, segunda lección.

Leonor no entendía nada, pero aquello le aterrorizaba en toda proporción. Temía por la seguridad de sus hijas, pero no se le ocurría algo que pudiera hacer.

– Déjenos ir, y quédese con lo que quiera – ofreció.

El hombre le sonrió, maliciosamente. Tomó el arma con su mano derecha y con la izquierda pasó su mano sobre la espalda de Sonia, recorriéndola con la yema de sus dedos. Tras esto, tomó el arma con la mano izquierda, y con la derecha hizo lo mismo sobre la espalda de Mireya. Las muchachas temblaron, y Leonor sentía que perdía el conocimiento de sólo ver aquello.

– Ahí si se equivoca, doña Leonor, no venimos por otra cosa que no sea usted y sus hijas.

La mujer intentó comprender lo dicho, pero de pronto el hombre que la sostenía por detrás la soltó, pero sólo para empujarla y hacerla caer sobre el suelo boca abajo. Ella intentó aprovechar esto para alejarse a rastras, pero el pesado pie del hombre la detuvo dolorosamente. Escuchaba sollozar a sus hijas a través de las mordazas, pero por más que intentaba levantarse aquello se le volvía imposible.

Dejó de intentarlo cuando los zapatos del hombre que estaba sentado entre sus hijas aparecieron frente a ella; alzó la vista y lo vio sonriendo, mientras parecía desabrocharse sus pantalones. Aquello aterró a Leonor, que no era incapaz de comprender a qué iba aquello.

– ¡No! – imploró – ¡No por favor!

– ¿De verdad? – dijo burlón el hombre – Bien, si no es contigo será con alguna de ellas… – giró y comenzó a avanzar hacia las hijas de la mujer.

– ¡No! – dijo esta desde el suelo, haciéndolo detenerse – ¡Por favor! Lo que quiera menos esto.

El hombre regresó hacia ella, mientras terminaba de sacarse el cinturón.

– Ya le dije señora, no tiene más opción que colaborar. Lo que queramos lo conseguiremos, por las buenas o por las malas.

Se acercó, y bajó el cierre de su bragueta. Parecía a punto de sacarse el miembro cuando una gruesa voz interrumpió.

– Yo primero – dijo el hombre que pisaba sobre Leonor – Acuérdate que yo primero.

Sólo entonces Leonor prestó su atención al sujeto que la había mantenido forzadamente sobre el suelo. Volteó lo que pudo, era un hombre fuerte y alto, y su voz le parecía extrañamente conocida, pero fuera de ello también llevaba un pasamontañas y una camisa azul.

Dejó de pisarla, y entonces Leonor vio cómo el sujeto de la camisa amarilla regresaba a la silla, junto a sus hijas. Se acomodó haciéndose hacia atrás, de manera que podía tenerlas en la mira; o al menos esas creyó que eran sus intenciones, pues el hombre no dejaba de apuntarles amenazadoramente.

– Le voy a explicar lo que hará – dijo la gruesa voz del hombre de azul, que le quitó de encima su pesado pie – Usted obedece lo que le digamos o nos cobramos cualquier tontería que se le ocurra con la dignidad o la vida de sus hijas. ¿Estamos?

Leonor se levantó, parecía diminuta frente a aquel hombre que parecía mucho mayor que su compañero; debía tener la misma edad que ella, y eso que ella tenía 42 años de edad. Pero además de todo eso, debía medir un metro y ochenta centímetros de altura. Y si no era más alto, sería por el ancho de sus hombros y la grandeza general de su complexión. Todo eso la hizo sentirse definitivamente impotente, y pareció quedarse sin opción.

– Está bien – dijo con una voz queda – Pero por favor, no le haga nada a mis hijas, se lo ruego.

El hombre pareció no escucharla, la tomó groseramente de los cabellos y la arrastró hacia uno de los sofás de la sala. Leonor tenía 42 años, pero aun conservaba bastante la belleza de su cuerpo; era de complexión bajita, pero tenía unas curvas que apenas comenzaban a tener el desgaste de los años. De su último embarazo, hacia apenas catorce años, no parecían quedar muchas secuelas.

La forma de sus glúteos aun se antojaba apetecible bajo las telas de su pantalón de pijama, y la bata de dormir mostraba parte de sus aun bien formadas tetas con las que contaba.

Su cabello era largo y negro, lo que le iba bien con la tez clara de su piel. Tenía un rostro sonriente, que no era evidente en ese momento, con una boca grande, dientes alineados y labios carnosos. Su mirada era inquietante, en un sentido erótico, pues tenía unos ojos ligeramente rasgados que le daban cierto aire exótico.

Pero en aquel momento, recién levantada de la cama, tenía más características de un ama de casa que de modelo; pero en realidad aquello poco importaba, por que, fuese como fuese, era fundamentalmente bonita. Parecía una niña castigada frente a aquel hombre; y todo lo que sucedía podían verlo sus hijas, amarradas a las sillas, soportando los constantes manoseos del hombre de la camisa amarilla.

Pero Leonor no se podía enterar de aquello, por que el enorme hombre de azul la arrojó pesadamente sobre el sofá grande. Ella creyó que se la follaría ahí mismo, frente a sus hijas, pero se sorprendió al ver cómo aquel hombre se sentaba al extremo del sofá.

Entonces comprendió; él comenzó a sacarse el cinturón y bajarse la bragueta. Ella, arrodillada al otro extremo del sofá, parecía adivinar su destino cercano. Él se bajó los pantalones y calzoncillos hasta sus pies, dejando ver por fin la forma de su verga.

Eran 21 centímetros de una verga venosa y gruesa; tan morena como la piel de aquel hombre. Ya estaba en pleno proceso de erección, y bastó una sencilla sobada para que se parara completamente.

– Ven acá – dijo el hombre, golpeando pesadamente el asiento del sofá con la palma de su mano

– ¡No! – imploró Leonor

– ¡Lucas! – gritó al muchacho de amarillo, que en seguida se levanto.

El tal Lucas se colocó detrás de Sonia, la hija mayor de Leonor y, jalándole de los cabellos, la hizo doblar el cuello hacia atrás. Apunto el arma a su sien, pero no pasó mucho cuando Leonor pidió perdón e imploró que la dejaran en paz.

– Suéltala – dijo el hombre de azul – Creo que Doña Leonor está entendiendo de qué se trata esto.

En efecto, Leonor supo entonces que en realidad no había escapatoria. Con aquel individuo apuntándole a sus hijas, lo menos que podía hacer era obedecerlos, evitando lo más posible que abusaran de sus hijas. De ella dependería que no hicieran daño a sus hijas, y ahora estaba consiente de eso.

No tuvo aquel hombre que repetirlo; ella se acercó gateando hasta la altura de la entrepierna de aquel sujeto. Sabía que sus hijas miraban, y que vería todo lo que sucedería, pero no pensaba quejarse. Obedecería con tal de que no hubiera alguna represalia contra ellas.

Quedó a un lado del hombre, como si se tratará de su mascota. Él la miraba a través del pasamontañas, y no terminaba de parecerle familiar aquel sujeto. De pronto el abrió la boca.

– Chúpamela – dijo

Y no tuvo que insistir, la mujer bajó la cabeza y se llevó aquella verga a su boca. No era la primera vez que mamaba una verga, ni de esas características ni en aquella posición; pero por dentro quería morir sólo de pensar que sus hijas la miraban con angustia.

Comenzó a mamar aquel falo; primero trató de acostumbrarse al sabor. Nunca le había gustado el sabor de una verga, pero junto a su marido había ido acostumbrándose al fuerte sabor – y olor – que conllevaba realizar sexo oral. De manera que, por ese lado, no había mayor diferencia.

Lo hizo bien, por que, a pesar de todo, las felaciones se le facilitaban bastante gracias a su amplia boca y sus labios carnosos. El hombre no podía quejarse; pero tampoco pudo evitar colocar su mano sobre la nuca de la mujer y comenzar a pujarla; esto provocaba en ella pequeños atragantos que parecían gustarle a aquel cruel sujeto.

Leonor comenzaba a fastidiarse con aquella fuerza sobre su nuca que por poco y le provocaba el vomito; de modo que se atrevió a imponer fuerza en su cuello para evitar aquello. Pareció funcionar por un momento, pero, cuando menos se lo esperaba, la mano del hombre cayó sobre su cabeza y la mantuvo durante casi cinco segundos tosiendo con su verga entera atragantando a la pobre mujer.

Cuando por fin la liberó, la pobre Leonor tuvo que respirar profundamente mientras un rio de saliva corría por sus mejillas. Miró asustada a aquel hombre.

– Vas a ser mi puta, y como tal me obedecerás – dijo, para después volver a dejar caer su mano sobre Leonor, haciéndola regresar a su tarea.

Por fortuna, él ya no volvió a atragantarla; ella pudo seguir con la felación tranquilamente. De vez en cuando recordaba a sus hijas, y volteaba a verlas de vez en cuando. Ellas trataban de no mirar, llevando sus ojos hacia el suelo; pero de vez en cuando sus miradas se entrecruzaban en una especie de terror y apoyo de ánimos.

El sujeto no sólo recibía la felación; sus asquerosas manos la acariciaban por todo el cuerpo. A veces las tetas, a veces su espalda, su vientre, a veces su cabello o sus nalgas; durante un momento que pareció eterno, se instalaron bajo su pijama y sus bragas para acariciar con la palma su culo, y para recorrer con su dedo índice la línea que dividía sus nalgas.

Ella continuó con aquel estremecedor trabajo, soportando todo aquello, hasta que de pronto el hombre la detuvo. La hizo a un lado, cómo si se tratara de una perra, y se puso de pie. La colocó en cuatro sobre el sofá, y él se colocó detrás de ella, mientras la sostenía por las caderas. De pie, las dimensiones de su verga parecían evidenciarse aun más.

Leonor no tenía que ser adivina; sabía que aquel hombre la penetraría. En efecto, las manos del sujeto la desvistieron de un solo y violento movimiento de sus pantalones de la pijama, y lo mismo con sus bragas. No se las quitó completamente, sino que las arrinconó hasta sus pies.

Ella se estremeció al sentir la desnudez en la parte baja de su cuerpo, y de sus nalgas brotaron sus poros, enchinados por aquella sensación. Él le acarició, atraído por aquella situación; y concluyó las caricias con una suave nalgada. Aprovechó también para manosear el coño velludo de Leonor; eran unos vellos recientes, que evidenciaban la costumbre de ella de rasurárselos. Pero era evidente que, a falta de su marido, no había mucha necesidad; de pronto que los alrededores de su concha se hallaban rasposos.

Estaba claro qué era lo que seguía. Pensaba oponerse, pero no soportaba la idea de que, el otro sujeto, volviera a hacerle daño a alguna de sus hijas. Aceptó con resignación su destino, y espero el momento en que la verga de aquel hombre la atravesara.

Y no tuvo que esperar mucho; pronto el sujeto colocó la punta de su falo en la entrada del coño, y lenta pero progresivamente, la penetró hasta el fondo. Aquello consterno a Leonor, por que, aun con todo su pesar, se dio cuenta de que estaba excitada y de que su coño estaba completamente lubricado. Se sintió culpable, pero la verdadera vergüenza vino cuando el hombre abrió la boca.

– ¡Que fácil entró! – ladró – ¿Vieron a la puta de su madre? La muy zorra esta completamente mojada.

Las niñas ya ni siquiera lloraban, por que sus lágrimas se habían agotado; pero evidentemente aquellas palabras le dolían más que cualquier cosa. Era evidente: su madre no había podido evitar excitarse con aquella situación.

– ¿Te gusta perrita? – continuó humillándola el sujeto – ¿Te gustó cómo te la metí?

Leonor no contestaba, hasta que sintió un pellizco en su teta, a través de la tela de su bata de dormir. El hombre repitió.

– ¿Te gusta o no?

– Si – dijo ella, al fin

– ¿Si qué, putita?

– Si me gusta – repitió ella, la voz de aquel sujeto no dejaba de resultarle conocida

– ¿Te gustó chuparme la verga? ¿Eh? ¿Te gustó que tus niñas te vieran mamándomela como una zorra?

Leonor tardó en contestar, las lágrimas volvían a recorrer su rostro y su garganta se había ennudecido. Detestaba aquella situación; detestaba tener la verga de aquel sujeto clavada totalmente en su coño.

– Si – dijo, tras unos segundos – Si me gustó.

Él ya no dijo nada; comenzó a bombearla. Metía y sacaba su verga del humedecido coño de Leonor. A ella le causaba dolor y una evidente molestia; pero conforme avanzaba aquello, no pudo evitar comenzar a sentir placer. Primero su respiración se aceleró, pero al poco rato comenzó a gemir sin posibilidad de evitarlo.

Aquel pene era, de entrada, más grande y grueso que el de su marido; pero no había querido admitirlo hasta que no sintió el placer de tenerlo dentro de ella. Se comenzaba a sentir culpable, por disfrutar de aquello cuando se suponía que era lo peor que le podía haber pasado en la vida. Gemía de placer, lloraba de culpa.

El sujeto de la camisa azul, por su parte, parecía interesado en dar placer a la mujer de la que se aprovechaba; variaba velocidades, lanzaba embestidas repentinas que provocaban gritos en Leonor. Y todo aquello daba resultado entre las piernas de aquella mujer que no paraba de morderse los labios ante las arremetidas.

Ni siquiera habían cambiado de posición; y Leonor parecía haber olvidado su situación puesto que en ningún momento intentó detener aquello. Con sus bragas y pijama en sus pies y su culo alzado, no paró de ser penetrada por aquel desconocido; sintió el primer orgasmo, pero intentó no evidenciarlo, aunque las contracciones de su coño lo demostraban, al menos para el hombre que la penetraba.

– ¿Te viniste, perrita? – murmuró aquel hombre en su oído

– No – mintió Leonor

– No me engañas, Leonor, te has venido como una verdadera zorrita.

– Nooo… – insistió Leonor, antes de perder la voz ante la respiración entre cortada que le provocaban las embestidas.

El hombre se mantuvo inclinado sobre ella, y aprovechó para tomarle las tetas con las palmas de sus manos. Las apretujó y manoseó todo lo que quiso, y no tardó en deslizarlas bajo la bata de dormir para poder apretujar las tetas desnudas de la mujer. Pero aquello no fue suficiente, y no tardó en detenerse un momento para desvestir de plano el torso de la mujer.

Ella ya no opuso resistencia alguna; de alguna forma, en su interior, deseaba continuar siendo bombeada de inmediato, y así lo fue una vez que sus tetas quedaron al aire, a merced total de aquel hombre que no las desaprovechó, sino que se agasajó de lleno magreándolas con sus grandes manos.

De pronto se acordaba de sus hijas, de sus pobres hijas que tenían que ver aquella terrible escena. Ya no volteaba a verlas, porque le dolía la idea de que supieran que estaba disfrutando de aquello. Había tratado de que sus gemidos parecieran de dolor, y no quería que fueran sus ojos los que delataran el placer que recorría su cuerpo y su mente.

Pero sus hijas no la estaban pasando muy cómodo; el sujeto de la camisa amarilla hacía rato que se entretenía con sus cuerpos. Los tocaba, las lanzaba suaves nalgadas y apretujaba lo que se podía de sus expuestos culos. Apretujaba sus tetas y pellizcaba suavemente sus pezones; les besaba sus mejillas. Había comenzado a hacerlo sólo con Sonia, la mayor, y la que más tenia formas de una mujer; pero con el tiempo comenzó a perder toda moral e inició también los manoseos contra Mireya, casi una niña.

En una de esas, el sujeto se había puesto de pie; se había colocado tras Sonia, masajeándole primero la espalda, pero bajando lentamente. Así siguió hasta que terminó por deslizar su pervertida mano por debajo de las bragas de la muchacha, recorriendo con sus dedos el canal que se formaba en medio del culo de la muchacha. Ella lloró, ya sin lágrimas, y comprendió que de ninguna forma estaba a salvo.

Después, y contra todo pronóstico, el sujeto sacó su mano y se dirigió tras de la pobre Mireya. Ella comenzó a temblar desde el primer contacto, y comenzó a gritar como pudo pese a la mordaza, pero fue inútil. Nadie más que su hermana mayor miraba la forma en que aquel hombre metía sus manos por debajo de su bikini, hasta magrear con sus dedos su coño virgen y tierno. También comenzó a imaginar lo que en aquel día le esperaría.

Ambas habían estado llorando por aquello, y por la horrible escena de su madre siendo abusada por aquel desconocido. Habían tratado de mantenerse fuertes, especialmente cuando su madre había tratado de calmarlas con la mirada; pero habían terminado por perder, al igual que ella, toda esperanza. Estaban a merced de aquellos sujetos, y ya no podían engañarse.

– ¡Ya! – comenzó a decir Leonor, de pronto, en un aparente recuerdo de la verdadera naturaleza de los hechos – ¡Por favor! ¡Ya déjeme!

Pero el hombre parecía no escucharla, parecía inmerso en aquello, y sus movimientos acelerados recordaban la imagen de un perro montado. Las nalgas de Leonor estaban húmedas de sus jugos y sudores combinados.

– ¡Por favor! – repitió Leonor, con la voz entrecortada, en un evidente reinicio de su llanto.

Entonces el hombre paró; pero parecía evidentemente molesto. La jaló de una pierna y la hizo caer de bruces sobre el suelo. Cuando ella se intentó incorporar, él la jaló terriblemente de los cabellos, obligándola a arrodillarse. Entonces el hombre comenzó a masturbar furiosamente su verga y, cuando la madre de las muchachas comenzaba a recuperar la compostura, un chorro de esperma y semen salpicó sobre su rostro. No podía alejarse, porque el hombre la mantenía con fuerza de su cabello, de modo que tuvo que soportar aquella humillación de la que sus hijas eran espectadoras.

Finalmente la soltó, con la cara completamente matizada de semen y esperma que se le había metido hasta en los ojos. Lloraba, humillada y agotada, mientras seguía rogando que las dejaran en paz.

– ¡Por favor! – insistió, llorando de lleno – Sólo déjennos ir. ¿Qué más quiere de mí?

– Por el momento de ti nada – dijo el hombre, que sacudió los últimos restos en su verga sobre la mujer; al tiempo que sonreía maliciosamente.

CONTINUARÁ…

Relato erótico: ” La huésped del hotel me entregó su culo”. (POR GOLFO)

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La huésped del hotel 2.

En el capítulo anterior, os narré como mi jefe me pidió hacerme cargo de una huésped muy especial y como queriendo consolarla, resultó que Susana fue a mí a quien animó. En este, mi idea es profundizar en su personalidad y los motivos que llevaron a su ex novio a dejarla.

Os confieso que estaba confuso cuando atraqué la motora porque Susana me había dejado apenas respirar y olvidándose de la presencia de Elena, había aprovechado que nadie nos podía ver en esa cala para echarme todos los polvos que pudo hasta que mi maltrecho instrumento se negó a seguir siendo usado.

No tengo ni idea de cuantas veces follamos, jodimos o hicimos el amor porque comportándose como una transformer, esa morenita cambió de actitud a lo largo de la tarde y mientras a veces parecía una mujer ardiente y me exigía que la tratara duramente, en otras era la dulzura hecha mujer y lo único que me rogaba era que le diera cariño.

Todavía se incrementó aún más mi desconcierto cuando al echar amarras, esa morenita cogió su bolso y sin mediar palabra, salió corriendo hacia el hotel.

-¿Esta tía de que va?- pregunté a Elena que sin moverse de su asiento, sonreía al ver mi cara.

Tras unos segundos en los que parecía que estaba analizando lo ocurrido, la rubia muerta de risa me soltó:

-Se ha debido ir a echar crema en el chochete. Con el meneo que le has dado en estas cuatro horas ¡lo debe tener totalmente escocido!

Su burrada me hizo sonreír pero poniéndome serio insistí en saber su opinión porque no comprendía nada. Fue entonces cuando cayendo en que estaba preocupado, Elena contestó:

-No tengo ni idea. Yo tampoco comprendo su actitud. Se ha pasado toda la tarde pidiendo que la follaras para al llegar a tierra salir corriendo. Lo único que puedo suponer es que se arrepiente de lo que ha ocurrido.

-Y ¿Qué hago? ¿La llamo?- pregunté totalmente destrozado.

-Eso ¡jamás! Déjala a ella que marque el ritmo. Si quiere volverte a ver, que sea Susana la que dé el paso.

A regañadientes comprendí que tenía razón y despidiéndome de mi amiga, dediqué la siguiente media hora en baldear la motora. Al terminar, cansado, acalorado pero sobre todo desilusionado recogí todos mis enseres y emprendí la vuelta.

Aunque no os lo he contado, por aquel entonces vivía en un apartamento dentro del hotel, por lo que después de preguntar cómo había ido la tarde, directamente me dirigí hacia ese pequeño oasis al que llamaba hogar.

«Mierda, le he fallado a Don Arturo», pensé con disgusto al abrir la puerta. «Se va a cabrear cuando se entere que me la he tirado».

Mis temores tenían base y no era descabellado que esa semana terminara con mi despido porque mi jefe me había encargado que me ocupara de su ahijada durante toda la semana y había sido incapaz de retenerla siquiera unas horas.

«Voy jodido», me dije tirando mis cosas sobre la cama y cabreado, me desnudé deseando que con la ducha mis temores se fueran por el desagüe junto con la sal.

La certeza que con seguridad tendía que explicar a ese hombre que me había aprovechado de la mujercita que había puesto en mis manos, me tenía apesadumbrado y tratando de olvidar aunque fuera momentáneamente mis problemas, decidí que en vez de la ducha me daría un baño en el jacuzzi. Por eso, abriendo el grifo del agua caliente, aproveché a ponerme una copa mientras esperaba a que se llenara la bañera.

«Joder, ¡la he cagado!», exclamé mentalmente mientras me ponía un whisky, «si ese viejo cuenta en el sector porque me ha despedido, no conseguiré trabajo en ningún hotel».

Inmerso en una espiral autodestructiva, vacié mi copa y rellenándola volví al baño. Al entrar casi dejo caer el vaso porque arrodillada sobre el mármol, me encontré a Susana vestida como si fuera la camarera encargada de asear las habitaciones de ese piso. Mi sorpresa se vio incrementada cuando incapaz de mirarme, esa morenita me extendió una toalla a mis pies mientras me decía:

-Señor, me llamo “Zorrita” y me han encomendado la misión de servirle mientras dure su estancia entre nosotros.

Os juro que estuve a punto de levantarla del suelo y de exigirle que dejara de jugar conmigo como si fuera un pelele, pero algo en su tono me convenció de esperar para descubrir cuál era la verdadera intención de ese juego. Por eso, actuando como un hacendado de siglos atrás ante una de sus esclavas, me metí en el jacuzzi sin mostrar ninguna sorpresa por su comportamiento.

Susana al ver que le seguía en esa travesura, sonrió mientras me decía:

-Señor, ¿le apetece que su “zorrita” le enjabone?

Ni que decir tiene que accedí y sin darle importancia, permití que esa millonaria se comportara como una pornochacha. Cerrando los ojos, disfruté de la tersura de sus manos mientras extendía el jabón por mi cuerpo. Sintiendo sus dedos recorriendo mi pecho, me puse a analizar las razones que le habían llevado a mi habitación pero por mucho que intenté sacar una conclusión, solo pude comprender que me había dejado solo baldeando la lancha para de algún modo agenciarse con ese uniforme y con mi llave. Estaba todavía pensando en ello cuando sentí que excediéndose en su petición inicial, Susana había llevado su mano hasta mi entrepierna y que sin disimulo, estaba masajeando mis huevos sin que su cara reflejara otra emoción más que una fría profesionalidad.

«Quiere ponerme bruto», confirmé al percatarme que habiendo dejado bien enjabonados mis testículos, esa morenita había extendido su palma sobre mi miembro y ya sin recato, me estaba masturbando. Mas excitado de lo que me hubiese gustado estar, saqué mi brazo del jacuzzi y metiendo mi mano bajo su falda, descubrí que esa putita no llevaba ropa interior.

Susana al notar mi caricia sobre sus nalgas, no pudo reprimir un gemido y reiniciando la paja con la que me estaba obsequiando, me soltó:

-Señor, esta zorrita no se merece que la mime.

Asumiendo que debía preguntar el por qué no quise satisfacerla e incrementando la acción de mis dedos, recorrí con ellos la raja que unía sus dos cachetes mientras le decía:

-Zorrita: ¿Qué es lo que te mereces?

Moviendo sus caderas pero sin hacer intento alguno para que dejara de sobar su entrada trasera, Susana suspiró antes de contestar:

-Me he portado mal. He entrado en su cuarto sin permiso- respondió y justo cuando creía que había acabado, prosiguió diciendo: -Merezco unos azotes para que otra vez recuerde quien es mi dueño y señor.

Sus palabras me dejaron alucinado porque no solo se mostraba abiertamente como sumisa sino que me reconocía a mí como su amo. Ejerciendo del poder que voluntariamente me había concedido, le pedí que retirara sus manos de mi miembro y colocándola a mi lado, seguí masturbándola sin parar mientras pensaba en cómo sacar partida del papel que estaba representando y tras unos minutos metiendo y sacando mis dedos del interior de su sexo, me levanté y saliendo de la bañera, le exigí que me secara.

La cría que para entonces estaba a punto de correrse creyó al verme con la polla tiesa que lo que realmente deseaba era que me la comiera y por eso, arrodillándose a mis pies, comenzó a besarla con una ardor que me impidió durante unos segundos rechazarla.

«Debes averiguar que le ocurre. Mientras siga actuando como tu sumisa no podrá ocultarte nada», pensé y por eso lanzándole una toalla, le solté:

-Sécame, zorrita. ¡No te he dado permiso para mamármela!

La expresión de su rostro ratificó su disgusto pero obedeciendo de inmediato, se puso a retirar las gotas de agua que caían por mi cuerpo mientras entre sus muslos se acumulaba la excitación por saberse mi sierva. No tardé en verificar que su cuerpo temblaba de deseo al pasar la toalla por mis muslos y ver a escasos centímetros de su cara una erección que le estaba vedada.

«Le pone cachonda el no poder chupármela», certifiqué al observar la dureza de sus pezones.

Deseando incrementar su calentura al terminar, le exigí que me acompañara a mi habitación y dejándola de pie frente a la cama, me tumbé totalmente desnudo en ella. Una vez allí y mirándola a los ojos llevé mi mano hasta mi pene y lentamente comencé a masturbarme.

-¿Te gustaría mamármela?- pregunté con tono jocoso.

Susana cerró sus rodillas al sentir que su entrepierna se licuaba y saberse objeto de un extraño juego y tras unos segundos mordiéndose los labios contestó:

-Sí. ¡No sabes cómo lo deseo!

Muerto de risa y sin dejar de meneármela, contesté:

-Puede que te deje hacerlo pero antes debes de responderme unas preguntas.

Dando un paso hacia mí, la morenita mostró involuntariamente su urgencia al aceptar diciendo:

-Pregunte y su zorrita le contestará.

Os reconozco que me encantó tenerla en mi poder y recreándome en ello, le permití que me diera un lengüetazo como anticipo. Susana al escuchar que le daba permiso se sentó a mi lado y acercando su boca hasta mi glande, recorrió todos sus bordes con la lengua para acto seguido decir:

-¿Qué es lo que quiere saber?

La seguridad de la muchacha era tal que sin pensármelo dos veces, le pregunté a bocajarro:

-¿Qué has visto en mí?

Al escuchar la pregunta, sonrió y me dijo:

-A un hombre del que fiarme y que me dará mucho placer.

Su sonrisa era tan genuina que comprendí que de algún modo ese interrogatorio estaba espantando sus temores y dejándola que durante unos segundos se metiera mi miembro en su boca, insistí:

-Dime zorrita, ¿por qué te dejó tu novio?

Sabiendo que ese era el quid de la cuestión, no me importó que se tomara un momento para responder. Se le notaba tensa cuando casi llorando contestó:

-Mario no podía soportar mi exacerbada sexualidad.

La sinceridad de sus palabras me enterneció pero queriendo saber realmente a que me enfrentaba le pedí que me contara en qué consistía su problema sin darme cuenta que no le había ofrecido su premio. Al ver que no respondía comprendí lo que pasaba y pasando mi mano por sus pechos, regalé a sus pezones un suave pellizco.

-Ummm- gimió descompuesta para acto seguido contestar: -Necesito correrme varias veces al día.

-¿Cuántas?

Avergonzada y con voz temblorosa, bajó su mirada al confesar:

-Al menos cuatro.

Cómo comprenderéis no me esperaba esa respuesta porque si abiertamente reconocía ese número la realidad es que debían de ser más. Sin saber si podría estar a la altura, supe que valía la pena intentarlo y subiéndola a la cama, la obligué a ponerse a cuatro patas. Ya en esa postura, llevé mi mano hasta su sexo y recorriéndolo con mis dedos, me entretuve toqueteando tanto sus pliegues un buen rato como su clítoris hasta que noté que estaba a punto de llegar al orgasmo.

-Ya me has contado tu problema, ahora quiero que me expliques porque te has vestido de esa forma.

Reteniendo el placer que se iba acumulando en su cuerpo, Susana respondió:

-Quería que supieras qué clase de mujer soy y hasta donde estoy dispuesta a llegar.

Intrigado e interesado por igual, premié a esa zorrita metiendo un par de yemas en su interior. Susana al experimentar la intrusión de mis dedos, colapsó sobre las sabanas y mientras de su coño brotaba un ardiente geiser de flujo, se corrió. Dejándola que disfrutara del placer, metí y saqué mis falanges con rapidez, dándome tiempo de acomodar toda esa información en mi mente.

Como una perfecta yonqui del sexo, la morenita al haber obtenido su dosis de placer sonrió y sin que yo se lo preguntara, me dijo:

-Si me aceptas como soy, seré tu fiel zorra. Podrás usarme como te venga en gana y siempre estaré dispuesta para que me tomes.

Esa promesa era irrechazable y deseando comprobar si era cierta, me puse detrás de ella y abrí sus dos nalgas para inspeccionar su ojete. Curiosamente al hacerlo descubrí que lo tenía cerrado y que al menos exteriormente parecía no haber sido usado.

-¿Me entregarás tu culo? – le espeté mientras entre mis piernas mi pene reaccionaba a esa belleza consiguiendo una erección de caballo.

Aunque lo suponía, el sexo anal era una sus metas a conseguir y por eso con una felicidad desbordante, ella misma usó sus manos para separar sus cachetes al tiempo que me decía:

-Lo he estado reservando para ti.

Esa afirmación era a todas luces falsa porque conociéndola, la virginidad de su entrada trasera se debía deber a las reticencias de sus antiguos amantes. Sabiéndolo, pasé por alto ese pecadillo y abriendo un cajón de mi mesilla, saqué un bote con crema. Sus ojos brillaron al verlo y posando su cabeza sobre la almohada, alzó aún más su trasero para facilitar mis maniobras.

Su entrega me permitió coger una buena cantidad de lubricante y esparciéndolo por su esfínter, metí una de mis yemas en su interior diciendo:

-Relájate, no quiero hacerte daño.

Mis palabras le hicieron reír y dejándome impactado, me contestó:

-Llevo años soñando que me den por ahí y si para ello debo de sufrir, no te preocupes y hazlo.

Que asumiera que iba a dolerle no me tranquilizó y no queriendo hacer demasiado destrozo al romper ese culito, seguí relajándoselo durante un minuto antes de introducir el segundo dedo. Ella al notar esa nueva incursión aulló como una perra antes de decirme:

-No esperes más, ¡lo necesito!

Desde mi posición pude observar que los muslos de esa morena temblaban cada vez que introducía mis falanges dentro de su trasero y por eso me permití dar un azote a una de sus nalgas antes de introducir una tercer yema en ese orificio.

-Ahhhh- berreó ya completamente entregada a la lujuria y demostrándola con hechos, se llevó las manos a los pechos y pellizcando sus pezones, buscó afianzar su excitación.

Contra todo pronóstico, no había acabado de meterle los tres dedos cuando mordiendo la almohada se corrió sonoramente. Considerando su placer como banderazo de salida, no esperé a que cesara su orgasmo y mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas, embadurné mi órgano con la crema antes de posar mi glande en su virginal entrada: 

-¿Estás segura que quieres que lo haga?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 

Susana me respondió dejando caer su cuerpo hacia atrás lentamente. Al hacerlo mi pene fue empalándola poco a poco. La morenita sin gritar pero con el dolor reflejado en su rostro, siguió presionando sobre mi verga hasta que la sintió rellenando su conducto por completo. Solo entonces, se permitió el lujo de quejarse diciendo:

-Duele pero me gusta.

En ese momento mi mayor deseo era disfrutar de ese trasero pero sabiendo que esa primera vez era importante para que en el futuro siguiera gustosamente entregándomelo, esperé que fuera ella quien decidiera cuando estaba lista. No queriendo que mientras tanto se enfriara, acaricié con mis yemas su clítoris mientras se relajaba. Ese doble estímulo permitió a la muchacha relajarse en menos de un minuto y levantando su cara de la almohada, me rogó que comenzara. 

La expresión de deseo que leí en su rostro terminó de barrer mis temores y con ritmo pausado, fui sacando mi sexo de su interior. Todavía no lo había terminado de extraer cuando Susana con un breve movimiento de caderas se lo volvió a embutir hasta el fondo.

-Fóllame, ¡por favor!- chilló mientras dabamos inicio a una ancestral danza en la cual yo intentaba recuperar mi verga y ella lo evitaba al volvérsela a clavar hasta dentro.

De esa manera poco a poco fuimos incrementando el ritmo, trasformando nuestro trotar inicial en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar que la tomara y yo la hacía caso, apuñalando sin parar el interior de sus intestinos.

-¡Me estás volviendo loca!- aulló aceptando de buen grado que me asiera a sus pechos.

Sus gritos eran tan fuertes que temí que fueran escuchados desde el pasillo pero eso lejos de cortarme, me excitó y por eso comportándome como un experto jinete, solté un azote sobre una de sus ancas mientras le exigía que se moviera.

Mi montura al sentir mi mandoble rugió de placer y olvidando cualquier recato, me confesó que le había gustada tan duro trato y riendo me rogo que le diese más. Como comprenderéis, no tuvo que repetir ese deseo y alternando de un cachete al otro, fui marcándole el ritmo de mis penetraciones con sonoras nalgadas.

-¡Qué placer!- aulló como loca al notar que esos azotes le estaban azuzando de una manera que nunca había sentido y ya con su culo por entero rojo. Se dejó caer sobre la cama y empezó a estremecerse al saberse presa de un orgasmo brutal.

-¡No dejes de follarme! ¡Maldito!- bramó al experimentar que todas sus neuronas eran asoladas por la mezcla de dolor y gozo que desgarraba su trasero. 

Sus gritos fueron el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su estrecho culo como frontón. Disfrutando de ese pellizco, perdió el control y agitando sus caderas se corrió dando berridos. Habiendo conseguido mi objetivo, me concentré en mí y forzando ese ojete cruelmente, lo fui rebanando usando mi pene como cuchillo jamonero y rebanada a rebanada, asolé sus últimas defensas mientras mi presa aullaba desesperada.

-¡Soy tuya!- consiguió balbucear antes de caer agotada sobre las sábanas.

Mi orgasmo coincidió con sus palabras y uniéndome a su gozo, vertí mi simiente en sus intestinos. Susana al notarlo, puso sus caderas en modo batidora y no paró hasta que consiguió que vertiera hasta la última gota de esperma en su interior. Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. La morenita me recibió con los brazos abiertos y llenándome con sus besos, me agradeció el placer que le había regalado diciendo:

-Siempre te seré fiel.

Os parecerá extraño pero viendo su felicidad comprendí que al romperle el trasero también había arrancado de cuajo las cadenas que aún la unían con su antiguo novio y queriendo confirmar ese extremo, le solté:

-Quiero que dejes tu habitación y te traslades aquí.

Su respuesta fue inmediata y aceptando mi propuesta, lució una enorme sonrisa al preguntar:

-¿Crees que mi padrino se enfadará cuando se entere que soy tu puta?

Fue entonces cuando me eché el lazo sin darme cuenta porque dando por olvidada mi soltería, contesté:

-No eres mi puta sino la mujer con la que quiero compartir el resto de mi vida.

Susana riendo a carcajada limpia, me corrigió diciendo:

-Te equivocas, de puertas afuera seré tu mujer pero entre tus sabanas seguiré siendo tu “zorrita”- y reafirmando sus intenciones, cogió mi pene entre sus manos y lo empezó a menear con alegría.

 

Relato erótico: “MI DON: Alex – La dependienta de la piscina (16)” (POR SAULILLO77)

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Veo que lo del prólogo se esta haciendo pesado así que lo elimino, cualquiera que quiera seguir la historia puede leer algún relato previo.

Respecto a los errores ortográficos trato de que no haya muchos pero ya no se que mas hacer, le paso varios correctores, y releo bastante, así que siento si no puedo mejorar mas.

Os agradezco a todos los comentarios positivos y negativos, pero oye, los positivos me suben en ánimo.

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Sin títuloAl final del instituto, llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mis años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne a usar, y aquello,  que antes me  parecía genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial. Así que aquí cerrando la serie de relatos de mi época del Instituto, inicio la del verano. La 1º fue la denominada  mi 1º novia, Irene,  el 1º mes largo  me lleno de gozo y me sentía genial con ella, pero a raíz de iniciar el sexo se convirtió en una mas y la deje, antes incluso de enterarme que Ana volvería a mi vida en unos meses al venir a la universidad, tenia barra libre y un objetivo, así que era feliz.

El día de mi 19 cumpleaños fue un momento agridulce, por un lado lo empece con tristeza por la forma de actuar de Irene, a la que deje ese día, y luego por saber que Ana regresaría a la ciudad , esta vez para quedarse, después de la sesión con mi Leona volví a mi casa y hable con mi madre por la mañana, me dijo que si, que se lo habían comentado hace un par de días, que estaban pendientes de si la aceptaban, que a finales de septiembre se vendría a vivir con nosotros, hasta que encontraran un piso de estudiantes compartido, me lleno de alegría, saberlo, tenia una idea en la cabeza naciendo, pero ya os contare.

Me libre de un peso de encima, sabía que tenia mi oportunidad con Ana dentro de 2 meses y hasta entonces tenia toda la intención de divertirme, 1º y siempre que quería tenia sesiones duras con mi Leona, pero llevaba 4 meses encerrado en pleno verano por culpa de Irene, pasaron unos días en que ella me llamaba y hablábamos pero mi decisión era irrevocable, y mas aun sabiendo lo de Ana, Irene me había absorbido de tal manera que iniciado agosto aun no había pisado una piscina, ni con la familia ni con los amigos, dios,  llevaba como 2 meses sin ver a ninguno de ellos, y retome relaciones,  acompañe de nuevo a mi madre a aquel parque en el que solíamos quedar y dejándola con el grupo de madres me fui a la zona donde solíamos quedar, allí estaban , joder, los echaba de menos, me recibieron como uno que volvía de la guerra, se habían enterado de mi romance y mi ruptura, me trataban como a crío recién destetado, pese a que había sido duro y me trataban con mas cariño del habitual, pronto volví a ser yo, aquel joven desvergonzado y alegre, tenia que aprovechar el tiempo. Quería nuevas piezas de caza,  y active el modo depredador, hubo varias en poco tiempo, y casi todas con el elemento en común de la piscina, así que tratare de resumir

Alex, La dependienta

 

Lo 1º que hice fue salir con mi familia a la piscina publica, necesitaba  aquello, evadirme y refrescar mi cuerpo, andábamos ya por 43 grados en Madrid capital, y era domingo, así que preparamos el macuto como hacíamos siempre, temprano para coger sitio ya que se llenaba de gente,  con nuestras neveras y bolsas llenas de comida en tupperwares, cubiertos desechables y botellas de refrescos con hielos y aquellas gelatinas azules especiales,   para pasar allí todo el día, el 1º problema fue al intentar ponerme los bañadores míos, de antes de la operación, tipo bermudas, mira que son elásticos pero era ridículo, entraban casi 2 como yo, no creía que antes  ocupara tanto volumen, aun así apretándolo con los cordones parecía que aguantaba, el 2º problema fue que no había forma humana de que mi polla y mis huevos quedaran sujetos por aquella redecilla blanca interior, era mas una molestia,  así que lo arranque, tenia buena pinta en el espejo y la ser tan amplios me la disimulaban bien,  así que fui convencido de que me serviría, fuimos solo la familia, pero mi madre invito a algunas amigas suyas,  y por ende a sus hijos e hijas de mas a menos edad, algunas  chicas de la edad mía,  otras menores,  hasta niñas de 7 años,  y otras mayores que no llegaban a los 25, ya lo había echo antes, estando gordo, así que no me importaba , era mas quería ver sus caras ante mi nueva figura, al quitarme la camiseta pude notar como todas las miradas de aquellas mujeres se clavaron en mi, y las de mi madre y hermana en ellas, sonriendo sabiendo lo que todas pensaban, “joder que cambio”. A mi me gustaba según llegar a las 10-11 irme al agua mientras montaban el campamento base cogiendo sillas y mesas de por allí, así que así lo hice, gracias a mis clases extra escolares era un buen nadador antes, y sin tanto peso encima ahora era aun mejor, aunque debo decir que perdí flotabilidad, fueron llegando las demás, siempre con sus trajes de baño o biquinis según su físico se lo permitiera, me fije en varias de mi edad o mayores, algunas estaban realmente buenas y enseñaban bastante carne, antes solo eran apreciaciones, ahora eran análisis objetivos de posibilidades, pero andaba peleado con el bañador, había mucha tela sobrante y se inflaba con el agua, se me salía el rabo por las perneras, eso no lo tenia pensado, aun si pude colocármelo y estando mi cintura por debajo del agua no se notaria nunca, como siempre empezábamos con un paseo en grupo y riéndonos de las mayores que se acercaban y los críos le tiraban agua desde la piscina y de cómo se metían por las escaleras despacio, templando el cuerpo y no del tirón como hacíamos los jóvenes, la cantidad de veces que estando como una bola me tiraba en plan bomba a su lado para empaparlas jjajjjaa,  luego en grupo paseábamos mientras los niños jugaban alrededor y las mas pequeñas eran sujetadas por sus madres en zonas mas profundas, era aun domingo, aquello estaba desierto al llegar pero al pasar 2 horas era un río de gente, a estas alturas ya muchas se habían salido, para ir a cuidar las cosas y otras , las mas  cercanas a mi edad, salían a secarse al sol en las toallas, bajándose los tirantes de los biquinis y remangando la parte de abajo,  dejando mas cantidad de piel al sol y a la vista. Yo las miraba y luego miraba a las típicas tías buenas que siempre pululan por allí, y notaba como algunas me miraban a mi, en el agua, era una sensación nueva, hasta hora me miraban si quería reírse o se asombraban de lo gordo que estaba,  ahora me miraban como cuando yo las miraba a ellas hacia 1 año largo, decidiendo cuan mono o apetecible era. Llego la hora de comer y pese a que andábamos aun unos chicos y una chica en el agua, nos llamaron a filas, estabamos jugando con una pelota, según se iban saliendo nos las iban tirando y la ultima quedo entre la chica y yo, cuando fui a por ella  apareció buceando y la cogió, pelee con ella por cogerla, de forma realmente inocente, pero estaba muy buena y el frote hizo que se me hinchara un poco la polla, debió notarlo por que se le corto la risa de golpe me miro y tiro la pelota lejos, yo la solté pensando que se había rendido o algo, fui a por la pelota mientras ella salía, llego mi madre con una cuchara para servir en la mano llamándome la atención delante de todos para que saliera ya, como era ella y como era yo , nos gustaba montar numeritos, con todo el grupo mirándonos y riendo,  y media piscina igual, salí del agua del tirón, se corto el bullicio, oí hasta algún suspiro de asombro, me quede pensando, ya me habían visto sin camiseta, ahora solo estaba mojado, todas las tías de la zona me miraban llevándose la mano a la boca, y las que no,  eran avisadas por otras y todos los tíos miraban disimuladamente, aquello solo podría significar una cosa.

-MADRE: anda quédate quieto y deja que te traiga tu hermana una toalla- se puso en medio tapándome e hizo gestos a mi hermana, que leyéndola la mente,  ya venia con una.- toma, sécate y tápate el bañador.

Mire hacia abajo y caí de golpe, aquellos bañadores eran de tela fina  e impermeables, pero cuando se mojaban se pegaban a al piel, como si fueras envasado al vacío, y yo no llevaba la redecilla blanca, se me marcaba la polla algo morcillona en toda la pernera izquierda, trate de estirar la tela pero eso solo llamaba mas la atención sobre el hecho. Llego mi hermana todo roja y riéndose, me tape y me la puse atada a la cintura muerto de vergüenza, pero con un poco de humor y orgullo tire hacia delante, haciendo el saludo final de una actuación de teatro. El tema de la comida no fue otro que yo y mi operación, con mis cambios físicos incluidos, no nombraban directamente mi polla pero si hacían alusiones a ella, sobretodo la chica con la que me había peleado en el agua, se genero una atmósfera rara pero divertida,  de esas en al que me desenvolvía bien. Al terminar de comer ya estaba seco, yo solía  meterme en el agua para cortarme la digestión,  pero aun si, mi madre me dio mi monedero y me dijo que me fuera a la entrada de la piscina, que había una tienda de bañadores y me cogiera algo mas……discreto. Iba a salir en dirección a la puerta, con el bañador y la camiseta puesta,  pero estaba llena de gente, algunas me miraban, y otras me saludaban cariñosamente, oía al grupo reírse por ello de fondo, me canse de esperar y para hacer la gracia ya que soy un payasete, cogí el camino corto, me tire al agua y cruce por la piscina con el monedero y una toalla en alto para que no se mojaran, con el grupo tronchándose de fondo, mi madre roja y mi hermana casi sin poder respirar de la risa, al salir del agua se repitió la escena,  algún tío me vitoreaba otros me llamaban chulo,  y algún grupo de mujeres también, me di una vuelta para dejar que todos me vieran, y salí orgulloso colocándome la toalla en la cintura. Es lo mismo que hacia con mi barriga antes, usarla como objeto cómico para sobrellevar el complejo, pero ahora era mi pene.

Deje atrás la piscina hasta llegar a la entrada, allí había una tienda de ropa de baño,  objetos y juguetes para la piscina, a esas alturas de agosto yo debía ser el único que necesitaba algo de allí por que estaba algo retirada,  sin gente y totalmente abandona pero abierta, entre preguntando sin recibir respuesta, mirando que podía ponerme, hasta que apareció al rato un muchacha, vestida con el polo de la piscina, con su chapa de identificación,  y una caja en las manos, debía pesar y me ofrecí a llevársela.

-YO: hola buenas, deja que te eche una mano…..-miré la chapa-…..Alejandra, ¿no?

-DEPENDIENTA: si, Alex si quieres, pero no hace falta- no la deje responder y se la quite de las manos.

-YO: ¿donde te la dejo?

-ALEX: allí,  en ese estante de arriba, muchas gracias.- la deje allí.

-YO: de nada mujer, es mas no hace falta que me las des, necesito tu ayuda.- note como me comía con los ojos, gran parte de la camiseta se me había mojado y se me pegaba al cuerpo, joder y era un tío mono, me gusto.

-ALEX: ¿pues dígame en que puedo ayudarle?- repasé su cuerpo, era joven,  de unos 24 años, algo baja, de 1,65, coleta rubia  que le caía hasta los hombros, la camiseta de la piscina le quedaba algo ajustada y le hacia buenas tetas, de echo al chapa le colgaba como si fuera un piercing en el pezón, y llevaba unos shorts cortos,  marrones, enseñando bastante pierna, en zapatillas, estaba buena.

-YO: veras Alex, lo primero es que me llames Raúl, y no me trates de usted por dios que me sacas 4 años  – asintió sonriendo, – he venido hoy por 1º vez a la piscina desde hace mucho y había perdido bastante peso, aun así me he atrevido a venir con un bañador viejo, pero…….

-ALEX: pero se te cae, pasa mucho al inicio de verano, ¿pero a estas alturas?

-YO: bueno, digamos que mi ex me tenia algo ocupado,  pero no, no es que se me caiga, aunque ahora que lo dices también , veras……….- no sabia si contárselo,  pero si quiera ayuda tenia que decírselo, y  me estaba gustando como me miraba aquella mujer así que…- me he metido en el agua y al salir…..

Me quite la toalla, su mirada fue la misma que la de todas, clavada en mi polla,  totalmente marcada bajo la tela, se mordió el labio de inmediato, sus ojos casi se le salen de la órbitas y estuvo un minuto así.

-YO: veras Alex, a mi me da igual, de hecho ya me ha visto así media piscina, pero resulta que le da reparos a mi familia, me preguntaba si podrías echarme una mano para evitar esto.

-ALEX: bueno…esto…tenemos…dios…..varias tipos, digo varios tipos de bañadores……pero no se…..no se me ocurre anda especial para……ocultar……eso.

-YO: pues por eso necesito tu ayuda, tengo que probarme cosas y comprobar que en mojado no se me marque tanto.

-ALEX: eso no hay problema tenemos ahí detraes un probador con desagüe y manguera para casos así, pero, no me refería a poder ayudarte, es que no creo que tengamos nada para poder…..tapártela.- su mirada no se elevo en ningún momento, le hablaba a mi entre pierna, quería jugar con ella y ya la tenia ganada.

-YO: mira yo me voy para allí atrás, y me voy desnudando, tu tráeme bañadores y me los voy probando,  me mojas y me vas diciendo que tal, ¿de acuerdo?- asintió encantada.

-ALEX: voy a cerrar, no vaya a ser que entre otro cliente y te vea.- jajajaa si,  claro.

Lo hice tal cual, me fui a la parte de atrás mientras ella echaba el cierre, la oía coger prendas mientras yo me desnudaba entero, no se si ella esperaría que me hubiera dejado la toalla y me fuera cambiando con ella puesta, pero al volver cargada de bañadores, se el cayeron al suelo al verme de pie en pelota picada delante de ella, se puso roja al agacharse a recogerlos, mirando de reojo, me los medio tiro y se iba  salir de allí.

-YO: ¿Dónde vas?, quédate aquí y coge la manguera,  así me los voy probando mientras me mojas y no andas entrando y saliendo todo el rato,  si ya no puedes ver mas, ¿no? Jajajaj- dudó, pero haciendo como que no miraba mientras cogía la manguera, miraba obscenamente.- ¿por donde empezamos?

-ALEX:   no se, tu veras.

Me puse un calco del que tenia puesto pero mas de mi talla, me agarraba la polla mientras me los ponía y luego la colocaba.

-YO: nada, se me sale por los lados, es igual que el mío, por eso le quite la redecilla. A ver, mójame por probar.- encendió al manguera y me enchufo gustosa, aparte de no sujetármela se me marcaba casi igual.

-ALEX: si que como para que no se te salga -murmuro- no hemos avanzado mucho, venga,  quítatelo y prueba otro.- entraba al trapo, lo estaba disfrutando.

Me lo quite y me probé otros, iguales, en todos pasaba lo mismo.

-ALEX: a ver, si con esto sujetamos un poco mas, son los turbo paquete.- eran casi slips.

Me lo puso y era obsceno sujetar sujetaba pero se me marcaba una barbaridad y cuando me mojó ya era un evidencia.

-YO: pues no creo que eso ayude mucho.

-ALEX: no no, pero te quedan genial jajajajajjaja.- reía de nervios, y ya jugaba mojándome cuando no tenia por que hacerlo- a ver, pruébate uno de los normales con ese puesto.

-YO: ¿como?- sabia lo que quería decir, pero pretendía atraerla.

-ALEX: si, que te pongas uno encima del otro, anda déjame –  se acerco resuelta ante mi incompetencia, supongo que sabia que era una trampa pero cayo de todas formas.

De forma clara y evidente me puso la mano encima de la polla y fingía colocarme bien el bañador, cuando se canso del paripe, se agacho ante mi y cogiendo una de las bermudas me la fue poniendo, yo no tenían la mas mínima intención de ayudarla, lo estaba haciendo muy bien sola, pegándose a mi cuerpo mientras me los ponía, termino volviendo a re-colocar lo que ya estaba colocado. Se separo y miro orgullosa de su trabajo, cogió la manguera y me empapo entero.

-ALEX: ¡¡eureka!! Mira, la llevas bien sujeta y no se te nota nada empalmado, digo empapado……. es una lastima a mi entender,  pero lo hemos logrado- levanto la mano para chocar los 5, no la iba a dejar colgada pero al chocar las manos la abrace con fuerza pegándola a mi agradeciéndoselo, estaba empapado y mi polla se rozo con su vientre, la deje allí lo suficiente como para al separarse tuviera la camiseta empapada y pegada al cuerpo.

-YO: uy perdona, no me di cuenta.

-ALEX: no pasa nada,  ahora me cambio, tengo mas aquí- y sin mas se quito la camiseta delante de mi, dejándome ver su torso, y sus tetas, con la parte de arriba de un biquini.

-YO: vaya, ¿tú también llevas biquini aquí?

-ALEX: claro, así cuando no hay trabajo y aprieta el calor nos damos un chapuzón, ainnns mira me he mojado también el pantalón- y diciendo eso se lo quito de espaldas a mi sin doblar las rodillas regalándome una visión de su trasero espectacular, el biquini era azul y tapaba lo justo, lo mejor fue ver como al agacharse la parte de su coño del biquini ya estaba mojada, y no era agua,

-YO: vaya, no estas nada mal, eres una preciosidad, lo sabes ¿no?

-ALEX: muchas gracias, aunque tengo algo de complejo en las tetas – se dio la vuelta apretándoselas -, ¿tu que opinas?

-YO: que como no dejes de hacer eso no existe bañador que me disimule la erección.

-ALEX: JAJAJAJAJJA que majo eres, jajaja, ¿así que aun no estaba erecta?

-YO: que va, esto crece aun mas.- sabia por donde iba desde hacia tiempo.

-ALEX: ¿y que puedo hacer para ayudar a comprobar si estando tiesa se te nota?- dios, vaya joyita me había encontrado, se acerco a mi dejado que su tetas me rozaran.

-YO: no se, yo te he hecho de modelo, ¿que tal si tu haces lo mismo?- la rodee con la cintura pegando su cuerpo al mío, mirándola hacia abajo, hacia sus ojos.

-ALEX: que buena idea.

-YO: pero hay que ser justos, las condiciones serán las mismas, te desnudaras por completo, y te iras probando biquinis delante de mi mientras te voy mojando. ¿De acuerdo?- asintió y salió disparada a por biquinis.

Volvió cargada, y con algún reparo se quito el que llevaba puesto, las tetas era cierto que se le habían ciado un poco, pero tenía un polvo  de la leche, no tenia nada de bello y unos pezones pequeños que estaban durísimos y erectos. Se fue probando un montón, bañadores, triquinis, biquinis y otros solo la parte de abajo,  cada vez de formas mas sugerentes o pidiéndome ayuda para atarse algunos, luego la mojaba, cada uno mas pequeño que el anterior, el ultimo ya no era un biquini, eran hilo con pedazos de tela sueltos en los pezones y en el coño, tipo tanga.

-ALEX: bueno, si ya con este no te la pongo dura no se que mas hacer.

-YO: me la has puesto dura desde el 1º.

-ALEX: que malo ¿y por que me has dejado seguir?

-YO: por que tienes una preciosidad de cuerpo, y te voy a folla aquí y ahora.- se sorprendió de la rudeza pero era lo que quería oír- ¿pero dime se me nota o no? Por que la noto a reventar.

-ALEX: pues en realidad no, soy buena dependienta. jejejejeje- se le quito la sonrisa cundo me quite los 2 bañadores y vio mi polla en erección apuntándola, así impresionaba mas.

Me acerque a ella y cuando la alcance doble mi polla para no atravesarla el estomago, seguí avanzando hasta dejarla cara a un pared y allí la bese, el 1º de tanteo, y el 2º ya fue arranque de pasión, mientras ella se sujetaba contra la pared la arranque le biquini y la masajeaba las tetas, la calenté tanto que llevo su mano a mi polla y se deslizó hacia abajo, quedando su cara a su altura, y moviéndola,  con los ojos fuera de si, comenzó a masturbarla con fuerza, para después llevársela a la boca, la chupaba de cine, lamía el glande como una experta, me encendió y pase al ataque, la cogí de los brazos y de un tirón la levante por los aires apoyándola contra la pared, ella se agarro a una barra del techo y quedo con su pelvis a la altura de mi cabeza, conmigo de pie, la pase la piernas por mis hombros y le comí el coño como mejor sabia hacerlo, cuando estaba empapada metí mis dedos buscando su interior,  ya gemía poseída, la baje con cuidado y la puse de espaldas, baje mi cintura y busque su coño con la punta de mi miembro, cuando localice la entrada apreté y entro fácil, estaba mojadísima, pero eso no evito que se pusiera de puntillas al ir clavándole toda mi estaca, di gracias a dios por que a la 2º embestida le entraba toda, y allí acelere la marcha, acariciaba su cuerpo aplastado contra la pared mientras no paraba de bombear, a los 15 minutos me regaló su 1º corrida pero seguí, con cada golpe de cadera ella se elevaba del suelo y volvía a caer, notaba como su fluidos caían por mi pelvis y facilitaban aun mas la entrada en ella, cuando busque su cuello para besarle,  se derritió y cayo el 2º orgasmo, esta vez pare el ritmo, y la deje descansar, se la saque y la di la vuelta, besándola, la volví a subir por los aires, a medio cuerpo y dejándola apoyada contra la pared, la volví a  hundir , ahora de cara, me rodeo con la piernas y yo la agarraba de  las tetas, pellizcando sus pezones, me hipnotizaban como botaban delante de mi, y mientras me agachaba para besarla ella gemía de placer, mis embestidas ya eran totales y profundas, la golpeaba contra la pared haciéndola rebotar, a la hora ya sentía correrme y ella flaqueaba debido a los múltiples orgasmos, acelere el ultimo minuto para cavar pronto y  la saque de ella dejándola caer, medio ida me la chupo mientras me corría en su cara.

-YO: vaya, tendré que pasarme por aquí más menudo, el trato es exquisito.

-ALEX: cuando quieras, búscame, ya te ayudare como pueda.

La levante del suelo y nos moje a los 2 para quedar aseados, me costo no volver a trincármela cuando se metió la manguera en el coño para limpiarse por dentro, pero andaba diciéndola lo de la vasectomía.

-YO: bueno, al final me tender que llevar los 2, ¿no?, ¿por cuanto me va a salir?

-ALEX: nada, llévatelos, has hecho que el día me cunda jjajaja.

-YO: ¿seguro, no te meterás en líos?

-ALEX: los jefes ya ni se pasan a estas altura de verano, se la suda, ya han hecho caja, tu tranquilo, y ya sabes, ven a  verme.- me dio otro beso de escándalo antes de volver a vestirnos y abrir para salir.

Salí de allí con lo 2 bañadores puestos y en una bolsa todos mis enseres, regrese cuando estaban ya terminado la partida de cartas típica antes de volver al agua.

-MADRE: ¿vaya, mira quien se digna, donde estabas?

-YO: pues comandemos el bañador que me has dicho, mira como me queda.- me quite la  toalla y aparte de no notárseme nada, quedaba bien.- ¿yo me voy al agua ya, quien se apunta?- todas las tías en edad de procrear,  incluida alguna madre,  me siguió, también algunos chicos, pero una vez en el agua ellos se desperdigaron y me vi rodeado pro al menso 5 mujeres queriendo jugar a ahogarme, me cuesta recordar un momento en mi vida en el que tantas mujeres me estuvieran metiendo mano a al vez.

Era grande y fuerte y no era fácil tirarme, ya juzgábamos a eso antes, pero ahora los agarres y los intentos eran diferentes, ya no buscaban meterme debajo del agua, si no frotarse contra mi, una de las madres me puso las tetas en la polla directamente agarrándose a mi culo como si el fuera la vida en ello, yo me databa hacer hasta ese momento, otras 3 se aprovecharon y me metieron debajo del agua, una vez allí note como al menos 5 manos me sobaron la polla, cuando salí me tuve que recolocar el bañador, mientras ellas reían.

-YO: ahora es mi turno.

Me lance a por todas ellas, si quieran jugar,  íbamos a jugar todos, al inicio solo de una en una, las cogía de la cintura y haciendo fuerza con la pelvis las hundía repetidas veces, metiéndolas mano de forma clara, luego quisieron hacer fuerza entre varias, pero yo estaba desatado, tenia a una colgada de cada brazo y otra intentando tirarme y aun así las hundía a todas sin compasión, agarrando teta y culos, a una le quite la parte de arriba y todo, y lejos de taparse luchó por recuperar la prenda pegando sus tetas  desnudas a mi , pasaron los minutos y ya solo quedábamos una chica y yo, casualmente la de la pelota de la mañana, ella estaba agotada pero no se rendía, lanzaba ataques blandos, siempre la daba la vuelta y la apretaba el culo contra mi polla, que estaba como un  piedra, la metía mano en las tetas, ya no de forma accidental, sino agarraba y apretaba, ella se quejaba diciendo que si no me daba vergüenza, yo la contestaba que era ella la que estaba restregándose desde hace una hora contra mi. Los ataques cesaron y la fui llevando a la zona mas alejada y profunda, donde no nos veían los demás, allí ya directamente pegue contra la pared de la piscina y la bese, ella al inicio no quería, pero me rodeaba con las piernas para sujetarse ya que no hacia pie y yo si, notaba mi bulto palpitando en su pelvis, la metía mano por debajo del biquini y dios la libró de que hubiera mas gente allí, si no,  la hubiera quitado el biquini y me la hubiera tirado en el agua, y según se movía ella, lo estaba deseando. Nos separamos un poco cuando note que se acercaba el grupo de nuevo, la metí las tetas de nuevo en el biquini y me fije en un par de mirones que babeaban por allí, mujeres incluidas.

Al regresar a casa éramos tantos que alguna debía ir sentada encima mía, casi se matan por hacerlo, pero gano aquella joven de la pelota, al llegar a casa la invite a salir a dar una vuelta, y la lleve a casa de mi Leona, que andaba fuera, allí me desnude por completo nada mas entrar, me di la vuelta para que me la viera, y la invite al dormitorio, entro desnuda y se me abalanzo encima, la regalé unas 2 buenas horas de sexo animal, hasta que se medio iba, lo tenia muy cerrado y no le entraba ni la mitad, pero fue suficiente. Llego mi Leona y viendo a aquella muchacha abierta, rota e ida, se me tiro encima también,  y a ella le di sus 4 horas de sexo duro con al otra durmiendo al lado.

El depredador había vuelto, en menos de 12 horas había pasado  7 follándome a 3 mujeres distintas.

CONTINUARA…..

Relato erótico: “Duelo de divas en la gran manzana” (POR GOLFO y VIRGEN JAROCHA)

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Duelo de divas en la gran manzana

Sin títuloAl despertar esa mañana, la conductora de Televisión Sara Aspen abrió las cortinas de su habitación y descubrió que a pesar de las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió dar un paseo por el Central Park.
Aun así y en contra de la costumbre de los urbanitas que pueblan la gran manzana, decidió ponerse guapa en vez de ponerse un chándal porque aunque no estuviera en México, tenía una reputación que mantener. No en vano durante los últimos años, su nombre siempre había estado entre las mujeres mejor vestidas de su país. Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba se quedó mirando en un espejo.
Con satisfacción se fijó que a pesar de sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo de tantos compatriotas y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que estoy buenísima”, pensó mientras se ponía el gorro de ducha para evitar echar por tierra el trabajo de su peluquero favorito.
Ya bajo la regadera, se puso a pensar en el maravilloso amante que le estaría esperando a su vuelta y mientras se enjabonaba dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaron sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones se lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el vestido que ponerse, se fue tranquilizando y por eso al salir hacia el restaurante, volvía a ser la mujer segura y exitosa de la que estaba tan orgullosa.
Las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima y por eso cuando se sentó en la mesa y un grupo de señoras vinieron por sus autógrafos, las recibió con una sonrisa y pacientemente les fue regalando una foto firmada que tenía en su bolso:
«Me debo a mi público»
Una vez acabada esa rutinaria función publicitaria, llamó al mesero y le pidió un café con una tostada. En su fuero interno hubiese deseado saciar su apetito con un par de huevos y unos chilaquiles pero haciendo un esfuerzo, se dijo:
«Para ser bella hay que sufrir», y mojando sus ganas en el café, terminó ese frugal almuerzo sintiendo más hambre que antes de empezar.
Al salir nuevamente tuvo que firmar un par de fotos pero en contra de la vez anterior, lo hizo con desgana. Todos los días le pasaba lo mismo, se ponía de mal humor por no poder saciar a su estómago para que la grasa no se le acumulara en el trasero.
Molesta por la dureza de su régimen, salió a la calle y se puso a pasear por ese enorme parque. Siempre que recorría los caminos empedrados del Central Park, no podía dejar de sorprenderse del número de personas que todas las mañana hacía ejercicio por sus veredas…

Mientras eso ocurría, a pocas millas de allí, Ivanna se había despertado, había levantado a sus hijos y les había acompañado a desayunar como tantas madres en este mundo. Daba igual que fuera una rica heredera, propietaria de muchas empresas y con una marca de joyería con su nombre, en cuanto se había quedado embarazada del primero decidió que por nada del mundo permitiría que una nana se ocupara de su retoño.
Todavía recordaba con dolor su infancia donde ante la ausencia de sus padres habían sido unas criadas las que realmente se habían ocupado de ella.
“Con mis hijos, eso un nunca ocurrirá”, se dijo ese día y aunque sus ritmo de trabajo a veces lo hacía imposible, cuando estaba en la gran manzana era ella quien se ocupaba de llevarlos al colegio.
Por eso en cuanto se terminó de vestir y se echó unas gotas de Rosa de Alejandría en su cuello, agarró su maletín y metiéndose en la limusina, esperó a que los niños se subieran para pedirle al chofer que los llevara. Ya de camino a la escuela, como era habitual en ella, se puso a repasar su agenda y con desagrado, cayó en la cuenta que tenía un evento promocional en la quinta avenida, muy cerca del Central Park.
« ¡Qué pesadez!», mentalmente se lamentó sin que de sus labios saliera una queja no fuera a ser que la oyeran y sus hijos pensaran que a mamá no le apetecía trabajar.
Ser Ivanna Truly tenía sus deberes y desde bien cría, su padre se lo había dejado claro:
-Eres una figura pública y millones de ojos te vigilaran esperando tu tropiezo.
Por nada del mundo pondría en peligro el buen nombre de su familia, al contrario de lo que hacían algunas de otras herederas de emporios aún más grande que el suyo. Ella era y sería siempre, un ejemplo para los neoyorkinos. Y si alguna vez decidía permitirse un flaqueo, lo haría en su casa fuera de los focos de la prensa.
Dos horas más tarde y habiendo cumplido con sus compromisos profesionales, Ivanna decidió tomar un café en la tienda de Ralph Lauren aprovechando que estaba cerca. Por eso tras avisar a su equipo de seguridad , se bajó de su automóvil y entró en el local. Como siempre se vio asediada por los fans y tuvo que ser uno de sus guardaespaldas quien le abriera pasillo hasta la cafetería.
Una vez allí, observó con disgusto que todas las mesas estaban ocupadas y ya se iba cuando de pronto oyó a su espalda que alguien la llamaba. Al darse la vuelta, descubrió que era una locutora de la televisión mexicana que hacía dos meses le había hecho una entrevista y sabiendo que debía mantener buenas relaciones con la prensa, decidió acercarse a ver que quería.
-¿Te apetece acompañarme? Estaba a punto de pedirme un café.
Aunque no le apetecía mucho la idea, recordó que esa rubia le había caído simpática y por eso accedió a compartir con ella la mesa. Como en México la plática de esa mujer resultó entretenida y hablando de moda y de diseño se les pasaron las horas hasta que recibió una llamada de su marido preguntando donde estaba. Al comentarla que estaba tomando un café en ese local, Harry le dijo que estaba enfrente y que le esperara allí.
No habían pasado diez minutos cuando apareció por la puerta mirando hacia el local en busca de Ivanna. Al encontrarla en una esquina se acercó hasta ellas y con una sonrisa en su rostro preguntó sin darle antes el beso con el que tenía acostumbrada a su mujer:
-¿No me vas a presentar a tu amiga?
La rica heredera antes de responder se percató que su hombre estaba devorando con la mirada a la mexicana, por eso de muy mala gana, se la presentó diciendo:
-Sara te presento a mi marido.
La locutora que lo había reconocido de las revista, se levantó para saludarle de un beso con tan mala fortuna que tropezó con el bolso de Ivanna y solo la ayuda de Harry evitó que cayera de bruces al suelo.
«Esta zorra lo ha hecho a propósito», pensó su mujer molesta de que Harry al hacerlo, la cogiera de la cintura.
Sara por su parte, se puso colorada al percatarse que se había excitado al notar los músculos de los brazos de su salvador y por eso sentándose de inmediato, no notó que un botón de su blusa se le había desabrochado.
Semejante exhibición involuntariamente despertó el interés del tipo y recreándose en el sugerente canalillo de la mexicana, saludó con la mano a su mujer.
«¿De qué va? ¿No se da cuenta que estoy presente?», exclamó mentalmente su esposa ya francamente cabreada.
Como el don Juan que había sido antes de conocer a Ivanna, Harry comenzó a charlar con la mexicana sin dejar de mirar su escote y mientras a su lado, la ira de su mujer iba tornándose cada vez mayor. Decidida a darle una lección, llamó al camarero y mientras este llegaba, se desabotonó su blusa sabiendo que esa mañana no se había puesto sujetador.
« Ahora verá», se dijo y justo cuando el empleado llegó con la bandeja, se echó hacia adelante dejando al descubierto sus pechos.
El pobre sujeto no se esperaba tal exhibición y poniéndose nervioso derramó las bebidas sobre la rica heredera sin que su marido se enterara del motivo de tal torpeza.
-Señora, lo siento.
Asustado hasta la médula el latino, intentó secar el estropicio con un trapo pero solo consiguió manosear los senos de la rubia que enfadada, se levantó y pidió a su marido que la acompañara fuera.
Harry que estaba embelesado con la rubia locutora y que quería hablarla de sus planes de lanzar una cadena de televisión para hispanos, sin pensárselo bien y antes de acompañar a su mujer, la invitó a cenar esa noche en el edificio Truly.
-¿A qué hora?- contestó la mexicana.
El gringo que no se había fijado en la cara de cabreo de su mujer, contestó:
-A las ocho y media.
Tras lo cual, se despidió y juntos salieron hasta la limusina que les esperaba en la calle.
Ya en el coche, Ivanna estaba que se subía por las paredes mientras Harry ajeno a lo que su esposa estaba sintiendo, no paraba de hablar de la locutora. Lo peor para la heredera fue cuando sin mala intención le preguntó que le parecía contratar a esa monada para que fuera la cara bonita del canal:
-Piénsalo, Sara es muy popular en México y podremos aprovechar su popularidad para crecer como la espuma entre los inmigrantes.
Celosa hasta decir basta, Ivanna no pudo más que reconocer que era una buena idea mientras en su interior planeaba su venganza.
«Esa putita y este patán sabrán que no es bueno tenerme de enemiga», masculló entre dientes en la soledad de su cuarto de baño mientras se preparaba para la cena.
Al salir y entrar en su cuarto, como quien deja caer la cosa, dijo a su marido:
-Harry, prefiero cenar en casa. Porque no llamas a Sara y le dices que un chofer pasará a recogerla.
El bobo no vio la encerrona que suponía el hecho de recibirla en casa lejos de las miradas de terceros y creyendo en la buena fé de su mujer, cogió su teléfono y llamó a la rubia a su hotel. La locutora al enterarse que cenaría en la mansión de ese matrimonio, vio la oportunidad de comentar a su vuelta a México que era de las pocas compatriotas que había tenido ese honor y por eso, con tono meloso, aceptó de inmediato.
Ivanna no pudo más que sonreír discretamente al saber que esa guarrilla no saldría indemne de la cena, tras lo cual eligiendo sus mejores galas, esperó su llegada.
A cinco kilómetros, Sara estaba desesperada porque la ropa que había traído del DF no era lo suficientemente elegante y por eso, cogiendo su bolso se lanzó escaleras abajo en busca de alguna boutique donde comprar algo acorde.
La suerte le acompañó porque en el hall encontró una todavía abierta y sin pensárselo dos veces, llegó a la dependienta y le dijo:
-Necesito algo sexy y elegante.
La encargada dudó unos instantes y sacando un vestido de su percha se lo dio diciendo:
-Pruébeselo, le aseguro que con él su pareja caerá entre sus brazos.
Aunque el color vino no era uno de sus favoritos, la locutora confió en el buen gusto de la mujer y pasando a un probador, se lo puso. Al mirarse en el espejo, le gustó la imagen que se reflejaba porque el escote en forma de corazón de ese traje maximizaba la belleza de sus pechos sin resultar vulgar. El único problema era que al mirar que apenas le llegaba a medio muslo, pensó que quizás era demasiado atrevido pero al girarse y comprobar el trasero que le hacía, decidió quedárselo….

La mansión Truly.
La limusina llegó puntualmente a la cita y no queriendo llegar tarde Sara se introdujo en su interior. Ya acomodada en el asiento, no pudo más que admirar la elegancia que transpiraba todo el vehículo y deseó que algún día ella también tuviera el dinero suficiente para ser la propietaria de uno y recordando que ambos componentes del matrimonio que iba a ver estaban forrados, muerta de risa pensó:
-Como se apendeje esa rubia, le vuelo a su marido.
Aunque en ese momento no lo pensaba en serio cuando el coche entró en el jardín de esa mansión y sabiendo que el tal Harry se la había regalado a su esposa como regalo de boda, se tuvo que morder los labios para no gritar:
¡YO LO QUIERO!
Si el jardín era espectacular, la casa lo era aún más. No solo era enorme, era francamente impresionante. En su imaginación ya era ella la dueña de todo cuando la verdadera propietaria rompió su encanto esperándola encima de las escaleras.
Embutida en un traje de seda rojo sangre estaba sublime. Era tanta la clase y belleza de la mujer que comparándose con ella, se vio en desventaja. El colmo fue cuando subiendo hasta ella, Ivanna la recibió con una sonrisa diciendo:
-Bienvenida a mi territorio.
Sara se percató del reto velado con la que esa mujer la saludó pero no queriendo enturbiar desde el inicio la velada, se quedó callada y respondió con un beso en su mejilla diciendo:
-Es un honor.
Al contrario que su mujer, Harry se mostró cordial en exceso y dándole un abrazo, dejó que su mano por un segundo recorriera el trasero de la mexicana. Esa rápida caricia provocó que sus pezones se pusieran duros de inmediato e Ivanna al descubrirlo pensó que esa zorrita iba a por su marido:
« No tardará en arrepentirse», pensó mientras entraban al salón donde tenía preparado el aperitivo.
Una vez dentro, le molestó ver que su marido agarraba a la mexicana de la cintura mientras le enseñaba orgulloso los diferentes reconocimientos que había conseguido su mujer pero la gota que hizo explotar a la rubia heredera fue a su rival diciendo:
– ¿Y cuál de ellos no ha comprado?
– ¡No he comprado ninguno! ¡Son gracias a mi esfuerzo!- gritó enfrentándose cara a cara con ella.
Sara disfrutando de esa pequeña victoria, soltó una carcajada diciendo:
-Era broma. ¡No te enfades que se te hacen arrugas!
Instintivamente, Ivanna sacó un espejo de su bolso y miró su rostro sin darse cuenta que eso era exactamente lo que quería esa arpía. La certeza de su derrota llegó de la forma más cruel que no fue otra que oír a Harry reírse con la ocurrencia.
« ¡Ella se lo ha buscado! ¡Pienso humillarla tanto que tenga que volver con el rabo entre las piernas a su subdesarrollado país!», sentenció mentalmente mientras pedía al mayordomo que abriera una botella de su mejor chardonney.
Con ganas de saltarla al cuello, la heredera tuvo que aguantar durante el aperitivo que su marido propusiera a la locutora el hacerse cargo de los informativos de la nueva cadena y que Sara haciéndose de rogar, le contestara que tenía que pensárselo.
« ¡Será puta! ¿Qué tiene que pensar? ¡Si es una muerta de hambre!», cada vez más cabreada, pensó para sí.
Harry, que no había advertido ni el cabreo de su mujer ni que era una pose la actitud de la mexicana para negociar mejor, se desvivió para convencer esa rubia a base de halagos, piropos y demás galanteos.
Celosa y humillada, cuando el servicio le avisó que la cena estaba lista, decidió pasar al ataque y disimulando ya en la mesa, entabló una cordial conversación con esa mujer mientras esperaba la oportunidad de devolver multiplicados sus desplantes. Aunque Sara se percató de ese cambio pero no dijo nada sino como le había enseñado una estructura como televisa, decidió esperar con las uñas preparadas el siguiente ataque.
En cambio, Harry con los ánimos insuflados al ser el objeto de atención de esas dos bellezas y sin dejar de coquetear con ninguna, se relajó y siguió bebiendo a un ritmo pausado pero constante de forma que las dos primeras botellas cayeron antes de que terminaran el segundo plato.
Al pedir la tercera, el mayordomo se disculpó con su señora diciendo:
-Se nos han acabado aquí arriba. ¿Me puede dar la llave de la bodega y subo otras dos más?
Aunque le molestó esa falta de previsión, vio en ella la oportunidad que estaba buscando y dirigiéndose con voz melosa a su marido, dijo:
-Cariño, sabes lo poco que me gusta que entren donde guardo mi colección de vinos, ¿Te importaría bajar tú?
Ya con la voz tomada, Harry no puso inconveniente y pidiendo perdón dejó a las dos rivales solas, una frente a la otra mirándose a los ojos.
Se podía cortar con un cuchillo el ambiente. Las dos divas sabían que se avecinaba un duelo del que solo una de ellas saldría triunfante mientras la perdedora se sentiría humillada de por vida. Retándose en silencio, durante unos interminables segundos amabas mujeres fueron midiendo sus fuerzas con la mirada, intentando que la otra se sintiera intimidada.
Como anfitriona, Ivanna decidió que ella debía de iniciar las hostilidades y por eso con tono suave para que no la oyeran desde la cocina, dijo a su rival:
-Mira zorrita, sé lo que pretendes…
Con una sonrisa cargada de desprecio, la mexicana la interrumpió diciendo:
-No tienes ni idea.
Elevando su tono, la norteamericana contestó:
-¿Crees que con tu vulgar coquetería me puedes quitar a mi marido? ¡Te falta clase y estilo!
La locutora soltó una carcajada y retando directamente a su rival, con voz baja, contestó:
-No te engañes, frente a mí, solo tu dinero me hace sombra. Si no fuera por él, Harry sería un cachorrito en mis manos.
La mención a su riqueza fue el detonante de la ira de Ivanna que sin medir las consecuencias, espetó:
-¡Soy mucho más mujer que tú!- y producto de su enfado, llevando las manos hasta sus pechos, le soltó: -Te apuesto un millón de dólares y mi marido a que pudiendo elegir, Harry me prefiere a mí.
Muerta de risa, Sara contestó:
-¿Y si pierdo?
-Renuncias al puesto que te ofrece y te vas como la ilegal que eres derechita a la frontera y desapareces de nuestras vidas.
-Aceptó- contestó tras pensarlo unos segundos al percatarse que en el peor de los casos, se quedaba como hasta ahora y disfrutando de antemano, preguntó: -¿Cómo quieres hacerlo? ¿Cómo piensas darle libertad para elegir entre nosotras? No sería un duelo justo si tu marido cree que puede tener consecuencias el elegirme a mí.
¡Ivanna no había pensado en ello!
El contrato prenupcial que su padre le había obligado a firmar era claro: Si Harry era infiel, ¡Perdería hasta la camisa! Tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que en sus labios se dibujara una sonrisa y convencida que ese papel desnivelaría la balanza en caso de duda, mintió a su enemiga diciendo:
-Por eso no te preocupes. No somos tan pueblerinos como los mexicanos. Ya hemos hecho antes intercambios de pareja.
La locutora no la creyó pero el premio era tan inmenso que sabiendo que esa mujer llevaba las cartas marcadas, decidió asumir el riesgo al confiar en sus encantos. Aun así insistió:
-¿Cómo empezamos?
La heredera sin llegarse a creer lo tonta que era esa zorra, respondió:
-Después de la cena, tontearemos entre nosotras poniendo cachondo a Harry y cuando quiera unirse a la fiesta, le obligaremos a elegir a una. Con la que se vaya primero, ¡Habrá ganado!
Todavía estaban discutiendo los términos del acuerdo cuando hizo su aparición Harry con las botellas. Ajeno a la red que esas dos iban a tejer a su alrededor durante su ausencia en su mente se había imaginado un trio con ellas dos. Aunque sabía que en la universidad Ivanna había tenido un desliz lésbico con su compañera de cuarto, este no pasó de unos besos y un par de achuchones.
«¿Y si las emborracho?», se preguntó sin darse cuenta que era el alcohol que llevaba ingerido el que hablaba.
Tan caliente le había puesto la idea que decidió intentarlo. Por eso nada más volver al comedor, abrió la primera y rellenando las tres copas, brindó con ellas diciendo:
-Por el resultado de esta noche.
El iluso no supo reconocer el significado del brillo de los ojos de ambas mujeres al hacer dicho brindis y creyó que aunque pareciera imposible cabía la posibilidad que se cumpliera su deseo. Ese espejismo se vio reafirmado durante el resto de la cena al percatarse que su esposa no ponía peros ante el tonteo descarado de la extranjera.
« ¡Esta noche será memorable!», continuamente se decía mientras sin parar vaciaba las botellas una tras otra en las tres copas.
Incluso la tirantez que notó en un principio entre las damas había desaparecido y tanto Ivanna como Sara reían sin control cada una de sus sugerencias. Estaba tan envalentonado cuando ya habían acabado el postre, se le ocurrió decir:
-Os lleváis tan bien que parecéis novias.
Ese fue el momento que eligió su esposa para que diera inicio el enfrentamiento con la locutora y poniendo voz melosa mientras por encima de la mesa agarraba la mano de la mexicana, le respondió:
-¿Te gustaría?
El tono de su mujer incrementó sus esperanzas pero no sabiendo qué tipo de terreno pisaba, contestó:
-No estoy seguro.
Ivanna no pudo evitar soltar una carcajada al comprender la prudencia de su marido y despidiendo al servicio para que nadie fuera testigo, levantándose de la mesa fue hasta la rubia y dándole un beso en las comisuras de sus labios, miró a su marido diciendo:
-Vamos al salón. Ocúpate tú de las copas, mientras pongo música.
Harry no supo reaccionar al ver esa muestra de cariño y se quedó paralizado de pie junto a la mesa. Tuvo que ser Sara quien le sacara de ese estado: Pasando junto a él abrazada a su esposa, le soltó un suave azote en el culo mientras le decía:
-Date prisa, Don Juan. Tus mujeres tienen sed.
Nervioso ante la perspectiva de poseer a esas dos bellezas, el tipo sirvió una primera copa y se la bebió de golpe antes de poner las demás, de forma que cuando terminó en los altavoces ya sonaba un tango. Harry no tuvo tiempo de sentarse porque retirando los vasos, su mujer lo sacó a bailar.
Si ya eso fue una sorpresa mas lo fue notar que mientras bailaban su mujer pegó su pubis contra su sexo y sin importarle la presencia de la locutora empezaba a restregar su coño contra él.
« ¡No puedes ser!», exclamó mentalmente al notarlo y no queriendo excitarse antes de tiempo, intentó retirarse pero Ivanna se lo impidió llevando la mano hasta su trasero.
Sara mientras tanto se iba encabronando al saber que su rival estaba haciendo trampas y por eso, simulando una sonrisa, decidió unirse a la pareja.
«Esta puta estirada no sabe quién soy yo» y cogiendo una mano del marido, se la colocó en su trasero mientras abrazaba a los dos.
La heredera sonrió al ver la burda maniobra de la mexicana e imitándola llevó la otra a sus nalgas, pensando:
«Menudo error ha cometido, Harry se dará cuenta que el mío es mejor», sin saber que en ese momento, su marido estaba disfrutando de ambos por igual.
Al bailar el tango, obligó a su pesar que las dos enemigas pegaran sus pechos una contra la otra y aprovechándolo, Sara murmuró en el oído de la otra:
-Estás plana. ¡Pareces un hombre!
Que menospreciara sus senos, indignó a Ivanna que queriendo darle una lección usó un requiebro para propinarle un pellizco en mitad de una teta.
-¡Me has hecho daño! ¡Puta!- recriminó a su agresora en la siguiente vuelta y no queriendo ser menos, agarró entre sus dedos una de las areolas de la heredera y apretó.
Mientras ese duelo ocurría, el marido no se enteraba de nada al ir alternando de una a la otra con su pene completamente erecto, bastante tenía el pobre sujeto con disimular el bulto de su entrepierna.
El que esa locutora de tres al cuarto le hubiese devuelto la agresión sacó de sus casillas a Ivanna y queriendo castigar su osadía, desgarró la camisa de su rival dejando al descubierto sus pechos.
-No estás mal dotada- reconoció al comprobar lo que escondía esa mujer.
La mexicana ni siquiera hizo el intento de ocultarlos y disimulando su cabreo, bajó los tirantes de su agresora liberando su delantera.
Al ver supuesto don Juan a las dos mujeres semi desnudas, creyó que era un juego y aplaudiendo se sentó con su copa en el sofá, diciendo:
-Estáis preciosas haciendo que estáis cabreadas. ¡Bailad para mí las dos juntitas!
Ya bastante borracho, no se percató de la mirada asesina que le dirigió su mujer ni tampoco que cuando obedeció cogiendo a Sara entre sus brazos, le dijo al oído:
-No sé qué ven tantos millones de mexicanos en ti. Para no tener no tienes ni nalgas.
Muerta de risa, al notar la impotencia de la heredera, la mexicana agarró con sus manos el trasero de Ivanna y pegándole un buen magreo, respondió:
-Debería hacer más ejercicio, tienes el culo caído.
Aunque ese insulto hizo mella en la heredera, mas vergüenza le provocó sentir un pinchazo en su entrepierna producto de ese toqueteo y rechazando ese pensamiento, tomando la iniciativa quiso jalar de los vellos púbicos de su enemiga con tan mala suerte que sus dedos lo único que se encontraron fue con un sexo totalmente depilado. Recuperada de la sorpresa y no queriendo perder la oportunidad de humillarla, murmuró uniendo sus cabezas mientras metía una de sus yemas entre esos pliegues:
-No me imaginaba que una mojada tuviese el buen gusto de no parecer un mono.
Sara abrió los ojos al notar la agresión pero pensando que si el marido veía a su mujer metiéndole mano se iba a excitar con la idea de poseerla él también, no tardó en separar sus rodillas y enfrentándose a la otra rubia, dijo:
-¿Te calentaste? ¡Putilla!- y muerta de risa, le soltó: -Creo que no tardaré en tenerte a mis pies.
Las palabras de la locutora recordaron a Ivanna lo que se jugaba y por eso respondió:
-Te equivocas. Eres tú la que no tardará en berrear como una puta ante mí. Le demostraré a Harry que soy mucha más mujer que tú- mientras aprovechaba para acariciar con sus yemas el clítoris de su enemiga.
Tal era el cabreo de las dos que ninguna se percató que el objeto de su enfrentamiento se había quedado dormido en el sofá y que ocurriera lo que ocurriese, iba a dar igual.
Sara no se esperaba esa reacción pero no le costó comprender las intenciones de esa arpía y mientras notaba que no era indiferente a la forma en que la estaba masturbando, decidió cambiar de estrategia y fingiendo una calentura que todavía no tenía, llevó sus labios a los de su rival mientras pensaba:
«Si crees que me vas a poner bruta, estás confundida».
Al sentir el beso, Ivanna creyó iba camino a la victoria y que esa rubia no tardaría en correrse. Por ello, forzó la boca de su rival con su lengua mientras seguía torturando su botón. La locutora dejó que la heredera jugueteara un rato en el interior de su boca antes de llevar una de sus manos hasta el pecho de la otra acariciándolo y al encontrar su pezón erecto, vio la oportunidad de devolverle la calentura que ya se acumulaba en su entrepierna. Decidida a no dejarse vencer, la fue besando por el cuello con la intención de apoderarse de ese rosado trofeo. Al llegar a su meta, lamió esa maravilla antes de mordisquearla suavemente.
En cuanto la americana sintió la acción de los dientes de la otra, no pudo reprimir un gemido mitad placer mitad vergüenza por saber que lo había provocado una mujer y encima mexicana. Con la respiración entrecortada, Ivanna se sintió indefensa y por eso buscó con la mirada el apoyo de su marido. Pero desgraciadamente, descubrió pasmada que Harry se había quedado dormido con su pene en una mano y su copa en la otra.
« ¡Está K.O.!» exclamó mentalmente al percatarse que producto del alcohol estaba inconsciente.
Ese descubrimiento curiosamente la tranquilizó al saber que no iba a perder la apuesta pero también porque él no sería testigo de su calentura. La situación la había puesto cachonda y sin el riesgo de romper su matrimonio decidió aprovechar la apuesta para experimentar por primera vez que se sentía al estar con una mujer. Para evitar que Sara conociera el estado de su esposo y diera por cancelada la apuesta, la giró de forma que este quedara a su espalda.
Ya segura que la locutora no se iba a percatar que el tipo había caído en los brazos de Morfeo, ofreció a su rival sus pechos como ofrenda, esperando que cayendo en su juego los tomara nuevamente entre sus labios mientras incrementaba las caricias de sus dedos sobre el ya erecto botón de la mujer.
“Me estoy poniendo cachonda”, muy a su pesar reconoció la hispana al sentir que un calambrazo recorría su cuerpo al ritmo con el que esa zorra la estaba pajeando.
No queriendo perder la iniciativa, Sara cogió uno de los pezones de la heredera entre sus dientes y pegándole un suave mordisco, buscó que su enemiga se contagiara de la misma calentura que ya la atormentaba. El gemido de placer que brotó de su garganta le dio los ánimos suficientes para atreverse a aprovechar la ventaja para obligar a esa mujer a rebajarse a lamerle los pechos.
Ivanna azuzada por una lujuria que hacía años que no sentía se lanzó como una posesa a chupar los duros senos de la mexicana, olvidando por primera vez el verdadero objetivo de ese duelo. Las rosadas areolas de la rubia al recibir esas atenciones obviaron que eran producidas por otra mujer y traicionando a su dueña, reaccionaron con una celeridad tal que la hizo boquear y reconocer en voz alta:
-Sigue puta. ¡Me encanta!
La heredera vio en esa súbita debilidad una oportunidad de dejar zanjada quien era más mujer y disfrutando de los aullidos de placer de su contendiente, incrementó la velocidad con la que su lengua recorría los pezones de la hispana. Lo que no se esperaba la nacida en los Unites fue que en ese momento, Sara dejara caer sobre una de sus nalgas un sonoro azote.
Al sentirlo lejos de indignarse, se notó azuzada en su lujuria y antes que se diera cuenta se vio desgarrando lo poco que le quedaba de la ropa a su rival. Con Sara únicamente portando un coqueto tanga se tomó un segundo para valorar el cuerpazo que tenía su rival, antes de sufrir su carísimo traje el mismo destino.
-Me costó diez mil dólares- protestó al ver hecho trizas ese exclusivo modelo y llevando sus dedos al tirante que unía el encaje del escueto calzoncito de la hispana, echa una furia lo rasgó dejando totalmente en cueros a su enemiga.
La locutora al verse desnuda no quiso darle esa ventaja a su oponente y aprovechando un descuido usando una llave de judo, la tumbó contra su voluntad sobre la costosa alfombra persa y tirándose sobre ella, la despojó de la blanca braguita que todavía lucía sobre su sexo. Al hacerlo, las yemas de la mexicana rozaron los pliegues de la americana descubriendo que esa zorra estaba al menos tan cachonda como ella. Viendo que Ivanna todavía no se había repuesto de la sorpresa, decidió aprovechar esa revelación para obligarle a separar sus rodillas mientras ella hundía la cara entre las piernas de su indefensa víctima.
“¿Qué estoy haciendo?”, recapacitó durante un instante al saborear el fruto prohibido que la gringa escondía entre sus piernas.
Alucinada y sorprendida por igual, tuvo que reconocer que el aroma agridulce que manaba del pubis de esa mujer le estaba trastornando e incapaz de contenerse, recogió entre sus dientes el ya erecto clítoris que el destino había puesto en su camino y con un celo enfermizo, se puso a disfrutar de su sabor mientras escuchaba los gemidos con la satisfacción de un depredador.
“Esta puta no va a tardar en correrse”, pensó pasando por alto que su propio cuerpo se estaba viendo afectado en demasía con el roce de la tersa piel de su oponente.
En ese instante, Ivanna estaba aterrorizada no solo porque estaba gozando como nunca sino porque veía cercana su derrota. Sacando fuerzas de la desesperación, consiguió despejar su mente y retomando la iniciativa, introdujo dos yemas dentro del coño de su agresora mientras ésta continuaba asolando sus defensas a bases de lengüetazos. La humedad que empapó sus dedos y el aullido de placer que oyó al penetrarla le dieron nuevos ánimos y con toda la celeridad que pudo comenzó a pajearla sin saber si llegaría a tiempo.
“¡Aguanta nena!”, se dijo, “¡No debes perder!
Por su parte la mexicana, que ya se creía ganadora, al experimentar las uñas de la americana entrando y saliendo del interior de su sexo, palideció al sentir un placentero escalofrió que surgía de sus entrañas.
“¡Un minuto más!”, pidió a su cuerpo que esperara y recordando que ella misma se volvía loca cuando se acercaba el clímax y le mordían el clítoris, cerró sus dientes sobre el hinchado botón de la mujer.
Ese mordisco fue una carga de profundidad en la mente de la heredera que desesperada empezó a azotar el culo de sus rival en un postrero intento de evitar el orgasmo.
“¡No aguanto más!”, lloró en silencio al notar el latigazo de placer que recorría su cuerpo y ya derrotada se dejó llevar por las explosivas sensaciones sin darse cuenta que al mismo tiempo que ella se corría, la arpía que tenía entre las piernas hacía lo mismo quizás con mayor énfasis.
Los gritos de ambas retumbaron en las paredes del salón al ritmo que sus cuerpos convulsionaban sobre la alfombra mientras el objeto de la apuesta roncaba su borrachera ajeno al resultado. Sin saber a ciencia cierta quien había ganado y quien había perdido, las dos mujeres disfrutaron de la belleza de Lesbos olvidando temporalmente sus desavenencias.
Sus labios sellaron una paz momentánea dejando que sus lenguas juguetearan en la boca de su rival mientras sus cuerpos se volvían a entrelazar en una danza tan ancestral como prohibida. Una vez liberadas de sus prejuicios, Ivanna y Sara se vieron inmersas en un prolongado gozo del que solo salieron cuando escucharon que Harry soltaba la copa que todavía mantenía en su mano.
Muertas de risa, unieron sus bocas con renovado ardor durante unos segundos hasta que con una sonrisa la americana susurró en el oído de su rival:
-Zorra, te he ganado.
Lejos de ofenderse, la locutora soltó una carcajada diciendo:
-Eso es mentira, ¡has sido tú la primera en correrse!
De buen humor ambas discutieron durante un rato de quien era la victoria mientras no se dejaban de acariciar y viendo que no llegaban a un acuerdo, entornando los ojos, Sara propuso a su rival:
-La noche es larga. Veamos quien consigue mas orgasmos de la otra.
Ivanna, ayudando a la mexicana a levantarse del suelo, contestó mientras pasaba su brazo por la cintura de la otra mujer:
-Acepto aunque solo sea para demostrarte que eres una zorra y tengas que volver a tu país con la cola entre las piernas.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la aludida le respondió:
-Puta, serás tú la que pierda y el puesto será mío.
Ya estaban saliendo del salón rumbo a la habitación cuando volteándose la invitada miró al despojo de hombre que yacía alcoholizado sobre el sofá y riendo preguntó a su rival:
-¿Qué hacemos con tu marido?
-Déjale durmiendo, ¡esto es entre tú y yo!….

 

“Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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portrait of a young student hidden behind a chalkboard

Sinopsis:

A nuestro protagonista lo nombran delegado en Oviedo. Al llegar toda la organización se pone en su contra excepto María, una administrativa a la que nombra su secretaria sin saber que tras esa cara de niña buena se escondía una hembra hambrienta de sexo y menos que esa cría deseara que fuera él quien hiciera realidad sus fantasías.
María no tarda en confesar que desde el momento que desde niña supo que su destino era convertirse en sumisa y que cuando lo vio entrar por la puerta, comprendió que él era el amo que estaba esperando. Para colmo, le reconoce que su madre está de acuerdo.
Tras la sorpresa inicial que una mujer tan joven quiera tenerlo como dueño, Manuel está convencido que su vieja es una zorra que la tiene dominada y decide ir a su casa para enfrentarse a ella. Lo malo es que allí descubre que esa mujer tiene las mismas fantasías que su hija y que en vez de tener que cuidar solo de la chica, también tendrá que ocuparse de esa madura.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

 

Como no podía ser de otra forma, el día en que tomé posesión de mi nuevo puesto estaba lloviendo. No penséis que una ligera llovizna, os juro que parecía el diluvio universal. Para que os hagáis una idea, en el breve tramo entre salir del taxi que me llevó y las oficinas, me empapé y por ello mi entrada triunfal resultó bastante patética.
Calado hasta los huesos, por no decir hasta los huevos, mis primeras palabras fueron para pedir una toalla con la que secarme.
―Existe algo llamado paraguas― respondió muerta de risa la jovencita que me abrió la puerta.
―Menos cachondeo― respondí molesto por la guasa, no en vano yo iba a ser su jefe― soy Manuel Giménez y he quedado con Alberto Torres.
La cara de la cría palideció al darse cuenta de quién era y roja como un tomate me trajo la toalla que le había pedido, diciendo:
―Disculpé pero pensaba que era un turista y no el nuevo director. Ahora mismo llamo al gerente― tras lo cual, salió corriendo en busca del interlocutor que me iba a presentar al resto del equipo.
Mi llegada había empezado mal pero empeoró cuando al cabo de diez minutos, la misma chavala volvió y sin haber conseguido encontrarle, se inventó la excusa que el ejecutivo en cuestión estaba en mitad de un atasco.
―¡Ni que estuviéramos en Madrid!― contesté con muy mala leche mirando mi reloj y ver que llevaba al menos media hora de retraso.
No tuve que ser un genio para comprender que la relajación era la norma general en esa delegación. Decidido a que eso sería lo primero que tenía que cambiar, le pedí que me enseñara mi despacho.
La muchacha supo que no la había creído y con la cara desencajada, me llevó hasta el lugar que en teoría estaba reservado para mí.
«Menuda mierda de sitio», pensé al ver el oscuro cubículo en el que tendría que pasar tantas horas del día.
Cabreado, le pedí que me mostrara el resto. La niña, obedeciendo, me enseñó las distintas dependencias entre las que se encontraba la oficina del impresentable que me había dejado plantado. Al ver que era un despacho el doble que el mío y con una espléndida vista, me apropié del lugar diciendo:
―Llama al conserje para que se lleve las cosas del señor Torres al otro despacho, ¡me quedo con este!
La morenita no sabía dónde meterse pero asumiendo que no le convenía contrariar al que iba a ser su superior, obedeció de forma que cuando, después de cuarenta y cinco minutos, llegó el susodicho se encontró que le había arrebatado su mesa, su silla y hasta su ordenador.
Por supuesto que intentó protestar pero me mantuve firme en mi decisión y pasando por alto sus quejas, le solté la primera de las muchas broncas que a partir de ese día le echaría hasta que cansado de mí, dimitió.
El segundo problema con el que tuve que lidiar fue con Beatriz, la secretaria que me habían asignado, la cual acostumbrada al ritmo de sus antiguos jefes, no aceptó de buen grado la carga de trabajo que le encomendé y de muy malos modos protestó diciendo:
―Nunca nadie me ha tratado así.
Decidido a dar un escarmiento a toda la oficina, le contesté:
―Ya se ve que no y así va esta delegación― y luciendo la mejor de mis sonrisas, le espeté: ―Como no voy a cambiar, ahora mismo decida. O trabaja a mi modo o tendré que buscarme otra secretaria.
Creyendo que los cinco años que llevaba en la empresa eran una salvaguarda a su puesto, la muy boba se atrevió a decirme que buscara a otra. Sin hacer aspavientos, dejé que volviera a su mesa para llamar a María, la joven que me había servido de guía y le pedí que entrara al despacho.
Una vez sentada, le comenté:
―Me han encomendado salvar esta delegación, para ello necesito a mi lado personas con ganas de trabajar, que me obedezcan y sin limitaciones de horario. ¿Puedo contar contigo?
―Por supuesto― contestó.
―Bien, entonces a partir de ahora serás mi asistente. Tu primera tarea, será redactar el despido de Beatriz. ¿Algún problema?
―Ninguno, en cinco minutos lo tendrá sobre su mesa.

Desde esa misma tarde, comprendí que había acertado eligiendo a esa cría como ayudante. Encantada con su nuevo puesto y sus nuevas responsabilidades, María se concentró en cumplir mis órdenes y ya cerca de las ocho de la tarde, tuve que mandarla a descansar diciéndola que podía terminar al día siguiente.
―No se preocupe― respondió― váyase usted, ya casi acabo― la seguridad de sus palabras me hizo creerla y cogiendo mis cosas, salí rumbo al hotel donde me hospedaba.
No fue hasta el día siguiente cuando al volver a mi despacho y me encontré con todo la información que le había pedido encima de mi mesa, cuando me percaté del volumen de curro que le había encomendado. Estaba todavía alucinando con lo que había elaborado en solo un día cuando escuché que tocaban a mi puerta. Al levantar mi mirada, la vi entrar sonriendo:
―Buenos días, jefe. Le he traído un café, espero que le guste con azúcar.
Reconozco que me gustó su tono servicial y mientras removía con una cucharilla la bebida, pregunté a qué hora había terminado la noche anterior.
―A las once y media― respondió sin que su rostro reflejara queja alguna.
No sabiendo que decir, le ordené que me preparara una reunión con los vendedores para ese mismo día. La chavala asintió y saliendo de mi despacho, se puso a organizarlo todo mientras me ponía a revisar los informes que ella había elaborado.
«Esta niña es una joya», medité al comprobar la calidad de su trabajo. No habiéndoselo pedido, María había desarrollado de manera rudimentaria pero eficaz un pormenorizado análisis de las fortalezas y debilidades de los distintos clientes. «Me ha ahorrado una semana de estudio», sentencié satisfecho.
Estaba todavía revisando esos papeles cuando entrando nuevamente en mi despacho, María me informó que ya había contactado con todos los vendedores y que la reunión tendría lugar a las seis de la tarde.
―¿No es un poco tarde?
Muerta de risa, contestó:
―Son una pandilla de vagos, ya es hora que se enteren que ha llegado un “líder” que les va a hacer trabajar.
La entonación con la que pronunció la palabra “líder” me hizo vislumbrar en ella una especie de adoración que nada tenía que ver con alguien que acababa de conocer. María, confirmó mis sospechas cuando sentándose frente a mí, me dijo:
― Apenas me ha tratado pero desde que me otorgó su confianza, siento que su éxito será el mío y por eso quiero que sepa que puede contar conmigo para todo. Seré su herramienta y jamás discutiré sus órdenes. Llevo soñando desde que entré a trabajar en esta empresa, con que el día que llegara un jefe que supiera valorar en su justa medida mis capacidades― y haciendo una breve parada, sin importarle lo exagerado de sus palabras, prosiguió diciendo: ―Sé que usted es ese guía que necesitaba y que junto a usted, creceré como persona.
Si ya de por sí esa declaración de intenciones era desmedida, lo que realmente me impresionó fue observar en sus ojos que era sincera. Por eso, medio cortado, quise quitar hierro al asunto diciendo en son de guasa:
―Ten cuidado, no vaya a tomarte la palabra y exigirte algo que seas incapaz de dar.
Sorprendiéndome nuevamente, esa morenita respondió con una dulce sonrisa en sus labios:
―Cuando le he dicho que puede contar conmigo para todo, es ¡para todo!― tras lo cual, se levantó dejándome pensando en el significado de sus palabras.
«¿Se me ha insinuado o solamente quería dejar clara su fidelidad como trabajadora?», pensé mientras la veía alejarse rumbo a su mesa. A pesar que de esa conversación no podía deducirse nada fuera de un ámbito profesional, por su tono, deduje que había algo más.
Sin tiempo que perder, dejé de pensar en ello y me puse a preparar mi reunión con los agentes. Estudiando el tema, de nuevo los informes que había preparado esa cría me sirvieron de gran ayuda y antes de las dos, ya me había hecho una idea de todos y cada uno de esos tipos. La mayoría de ellos tenía una buena base comercial pero tras años dejados a su libre albedrío, se habían apoltronado en su puesto y estaban cometiendo el peor de los pecados en un buen vendedor: ¡habían perdido el hambre de nuevas operaciones!
«A partir de hoy, deben saber que eso de quedarse en la oficina, se ha terminado», me dije mientras tomaba el paraguas para salir a comer.
―¿Ya se va?― preguntó María desde su mesa.
Fue entonces cuando hice algo que nunca había hecho hasta entonces, olvidándome que era mi secretaria y mirándola a los ojos, contesté:
―Coge tus cosas que te invito a comer.
Tras la sorpresa inicial, aceptó y cerrando su ordenador, me pidió un minuto para pasar al baño. Ese minuto se convirtió en un cuarto de hora pero os tengo que reconocer que no me importó la espera cuando la vi salir.
«Joder, ¡menudo cambio!», mascullé para mí al darme cuenta por primera vez que, tras esa cara de niña buena, se escondía un pedazo de mujer.
Si os preguntáis por qué la respuesta es muy sencilla, María había aprovechado ese tiempo para maquillarse y sintiéndose guapa, hasta su caminar había cambiado. Dejando atrás a la cría, la María que salió del servicio era una hembra deslumbrante, sabedora de su atractivo.
―¿Nos vamos?― preguntó con alegría.
Más afectado de lo que debería estar, sonreí y abriéndole la puerta, la dejé pasar delante para así poder valorar su trasero.
«Tiene un culo cojonudo», sorprendido confirmé, que a pesar de no haberme fijado antes, era dueña de unas preciosas y duras nalgas.
Si de por sí ese descubrimiento me había alterado las hormonas, mi zozobra se incrementó cuando debido a la lluvia, María se refugió bajo el paraguas que acababa de abrir. Obviando que yo era su jefe, esa bebita pasó su mano por mi cintura mientras se pegaba a mí.
«Tranquilo, macho», tuve que repetir al darme cuenta que me estaba excitando su cercanía.
Aun así, inconscientemente la abracé cuando de reojo un taxi se acercaba. Mi asistente, lejos de molestarle mi gesto, parecía encantada y levantando su mirada, me preguntó dónde la iba a llevar a comer.
«Dios, ¡qué buena está!», exclamé en mi mente al ver su boca a escasos centímetros de la mía.
Juro que estuve tentado de morder esos carnosos labios pero afortunadamente, pude contener mis instintos animales y aprovechando que el taxista había parado, abrí la puerta del coche. María entró en su interior pero en vez de moverse hasta el otro lado, se sentó justo en la mitad del asiento, de forma que nuestros cuerpos quedaron uno junto al otro al sentarme.
―No me has contestado, ¿dónde vamos a comer?― susurró en mi oído sin separarse y tuteándome por primera vez.
Mi pene se despertó de inmediato al sentir su aliento sobre mi piel y dejándome en ridículo se alzó bajo mi pantalón. Fue tan evidente mi erección que no le pasó inadvertida y al advertirla, la pobre criatura no sabía dónde meterse. Totalmente colorada, se movió hacia la ventana mientras haciendo como si no pasara nada, le contestaba que me habían hablado muy bien de la Casa Fermín.
―Es un sitio carísimo― respondió incapaz de girarse.
Cabreado y molesto por mi torpeza, alzando la voz, contesté:
―¡No discutas! Lo he dicho yo y basta.
Mi exabrupto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de María como por arte de magia aparecieron dos pequeños montículos señal que esa orden tajante la había puesto cachonda. Mi extrañeza se multiplicó exponencialmente al oírla murmurar:
―Lo siento, te juro que no era mi intención llevarte la contraria.
«No es normal la actitud de esta chavala», medité al descubrir una especie de satisfacción al sentirse recriminada, «es como si le gustara que la dirijan».
Asumiendo que tendría tiempo de sobra de indagar en ello, pasé página y me concentré en sus rasgos. Su pelo negro y corto relazaba la palidez de su piel pero no conseguía endurecer sus facciones porque la dulzura de sus ojos oscuros lo impedía
«Es una monada», sentencié enfadado al darme cuenta que al menos le llevaba veinte años, «puedo ser su padre».
Estaba rumiando nuestra diferencia de edad cuando el taxista nos informó que habíamos llegado y tras pagar la carrera, salimos del coche. Esta vez, María mantuvo las distancias y siguiendo mi paso, entramos al restaurante. El maître debió de pensar que éramos familia y que ella era menor porque al pedir una botella de vino, educadamente me preguntó qué era lo que iba a beber mi hija.
Al escuchar esa metedura de pata en boca de alguien que se le supone profesional, solté una carcajada pero entonces María muy molesta, contestó:
―El señor no es mi padre. Mi padre ha muerto.
El dolor que manaba de sus palabras me hicieron compadecerme de ella y cogiendo su mano entre las mías, le dije que lo sentía mucho.
―No hay problema― respondió al tiempo que se echaba a llorar como una magdalena.
Os juro que no me esperaba esa reacción y enternecido la abracé. Ella al sentir ese cariñoso gesto, hundió su cara en mi pecho mientras me decía:
―Le echo mucho de menos. Con él me sentía segura.
―Tranquila― respondí acariciando su pelo― conmigo tampoco tienes nada que temer.
La tristeza de la cría se transformó en alegría al escuchar esa frase y levantando su mirada, preguntó:
―¿Eso quiere decir que quieres protegerme o lo dices por decir?
Alucinado por la pregunta contesté, sin saber bien a que me comprometía, que mientras me obedeciera siempre cuidaría de ella.
Mi respuesta la satisfizo y con genuina felicidad, esa morenita:
―Si te obedezco en todo y no discuto tus decisiones, ¿me aceptarías como tu pupila y serías mi tutor?
Fue entonces cuando caí en la cuenta que la propuesta de María iba más allá de lo profesional y no queriendo asumir un compromiso sin tenerlo claro, quise antes conocer en profundidad a que se refería. Al preguntárselo, contestó:
―Mi madre fue inmensamente feliz mientras mi padre vivía. Nunca se arrepintió de plegarse a sus deseos y que él decidiera lo que había que hacer.
―¿Me estás diciendo que quieres que yo sea una especie de mentor y que deseas formar parte de mi vida fuera de la oficina?― impresionado insistí.
―Sí. Siempre he soñado con maestro al que seguir y creo que tú puedes ser el hombre indicado. Me entregaría a ti en cuerpo y alma― el brillo excitado de sus ojos ratificó sus palabras mientras involuntariamente sus pezones adquirían un desmesurado tamaño.
Ya convencido que María era una sumisa sin dueño y que lo que realmente buscaba era servirme, contesté:
―Pensaré en tu oferta― y llamando al camarero, le informé que comeríamos el menú de degustación mientras frente a mí y sentada en su silla, la morena no dejaba de sonreír asumiendo quizás que era cuestión de tiempo que aceptara su extraña oferta.
Durante la comida ninguno de los dos hizo referencia al tema pero cuando nos trajeron el café, mi asistente dio un nuevo paso en su entrega al decirme:
―¿Tienes visto algún piso donde vivir?
―Todavía no. Sigo viviendo en un hotel porque no he tenido tiempo de buscarlo― acepté.
Nuevamente esa criatura me sorprendió diciendo:
―Te lo digo porque si quieres le pregunto a mi madre si te alquila la habitación de invitados. A ella le vendría bien el dinero y estoy segura que le gustaría el tener de nuevo un hombre en casa.
Tanteando sus verdaderas intenciones, muerto de risa, le solté:
―No lo creo y más si termino aceptando tu oferta.
En ese instante, María me terminó de descolocar al poner un gesto de extrañeza mientras me decía:
―No entiendo, ¿por qué lo dices?
Tanteando el terreno comenté sin ser muy preciso no fuera a ser que hubiese malinterpretado los términos de su propuesta:
―Joder, María. No creo que le guste saber que su inquilino es el “mentor” de su hija.
―Al contrario― contestó― me ha educado para eso y estaría encantada de saber que tengo un amo que me cuida y enseña. Pero antes tiene que aceptarte.
Con una naturalidad increíble, me acababa de confirmar su naturaleza sumisa y eso fue el empujón que necesitaba para decidirme. Ya convencido respondí, al tiempo que cogía su mano entre las mías:
―Si no quiere, tendrás que buscar otra casa donde vivas conmigo.
Tardó unos segundos en comprender que estaba aceptando su oferta y entonces, con un júbilo desbordante, se levantó de la silla y sentándose sobre mis rodillas, me besó mientras me decía:
―Nunca dejaré que te arrepientas de hacerme tuya.
Usando mi poder recién adquirido, dejé caer mi mano por su cintura y por primera vez, acaricié su trasero. María al sentir mis dedos recorriendo sus nalgas, susurró en mi oído:
―Solo espero que mi madre también te acepte como maestro.
No entendí la insinuación que me hizo y creyendo que insistía en la necesidad de permiso de su progenitora, contesté:
―Me da igual lo que diga― y dando un suave azote en ese culito que deseaba desflorar, descojonado, comenté: ―Serás mía cuando y como quiera.
Mis palabras lejos de preocuparla, le hicieron gracia y con un tono pícaro en su voz, respondió:
―Entonces, pronto tendrás dos mujeres que te cuiden y yo no tardaré mucho en cumplir mis deseos.
Tras lo cual, cogió su teléfono y marcando a su vieja, esperó a que contestara para sin ningún tipo de rubor decirle:
―Mamá, como te anticipé anoche, mi nuevo jefe ha aceptado quedarse con nosotras.
Aunque no lo oí, su vieja debió de aceptar porque colgando el móvil, sonriendo, me espetó:
―Después de la cita con los vendedores, mi madre nos espera en casa.

Como imaginareis con razón, durante el resto de la tarde, mi mente estuvo dando vueltas al tema y cuanto más pensaba en ello, más extraño me parecía todo. No en vano según María, su madre no solo no pondría reparo alguno a su sumisión sino que la vería con buenos ojos.
«¿Qué tipo de mujer será?», me preguntaba una y otra vez.
Al terminar la reunión con los representantes de Asturias, os tengo que confesar que estaba confuso y por ello cuando nos quedamos solos, la llamé a mi despacho.
―Cierra la puerta― le pedí al no querer que nadie nos interrumpiera.
La cría obedeció de inmediato y tras pasar el pestillo, se acercó con un peculiar brillo en su mirada. Sus movimientos reflejaban nerviosismo pero también la satisfacción de saber que tenía dueño y por ello no pudo reprimir su felicidad cuando le ordené que se sentara en mis rodillas.
Al satisfacer mi deseo, suspiró y confirmando su disposición, susurró en voz baja:
―¿Qué es lo que desea mi dueño?
No siquiera la contesté y llevando mi mano hasta los botones de su camisa, me puse a desabrochar uno por uno mientras intentaba descifrar su reacción. El silencio de María fue total pero su cuerpo mostró involuntariamente una calentura sin igual y por ello cuando terminé de soltar el último botón, esa criatura tenía los pezones erectos.
―¿Te pone cachonda que te desnude?― pregunté al menos tan excitado como ella.
―Mucho― consiguió mascullar presa del deseo.
Su sometimiento me permitió soltar el cierre de su sujetador, liberando por fin sus pechos.
―Tienes unas tetas preciosas― comenté admirado por el tamaño y la forma de esas dos maravillas que tenía a mi disposición.
Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su juvenil cuerpo. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de cualquier mujer, esa jovencita era todo lujuria. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres. María al advertir el efecto que provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.
―Reconoce que me deseas― susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.
Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque todo me indicaba que era una mujer fogosa, rápidamente comprobé que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. La chavala lo absorbió sin dificultad e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Ella al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:
―Llevo años soñando con sentir una verga en mi boca.
Queriendo devolver parte del placer que me había brindado, llevé mi boca hasta una de sus rosadas areolas y sacando la lengua, me puse a recorrer los bordes mientras ella empezaba a sollozar.
―¿Qué te pasa?― pregunté sorprendido.
Casi llorando de felicidad, mi asistente contestó:
―Mi madre no mentía cuando me avisó de lo mucho que me gustaría que mi dueño mamara mis pechos.
Atónito comprendí que María jamás había disfrutado de la compañía de un hombre y que era la primera persona con la que estaba. Por ello, tuve que preguntarla si era virgen.
―Sí― respondió orgullosa― sabía que algún día te conocería y por eso me he reservado para ti.
Lleno de dudas, mi excitación desapareció al instante y tratando que no notara mi turbación, ordené a María que se tapara. La niña que no comprendía nada, me miró desconsolada y preguntó en que me había fallado.
―En nada, preciosa― contesté al no poderle reconocer que estaba indignado y que echaba la culpa de todo a su progenitora: ― La primera vez de una mujer es importante y quiero que sea inolvidable.
Mis palabras consiguieron calmarla y creyendo a pies juntillas mi mentira, la felicidad volvió a su rostro. Cabreado por el tipo de educación al que había sido sometida esa morena, decidí encararme con la autora de semejante aberración cuanto antes y disimulando la ira que me consumía, le dije:
―Quiero conocer a tu madre.
Confiada, María sonrió y tras plantarme dulce beso en mis labios, se levantó de mis rodillas y recogió sus cosas sin saber que en ese momento, su supuesto amo no podía comprender como alguien podía aleccionar a su retoño con semejantes ideas.
«Tengo que separarla de su vieja. Si la dejo allí y sin mi cuidado, María será presa fácil de cualquier desalmado».

Relato erótico: “EL LEGADO (18): La liberación” (POR JANIS)

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La liberación.

Sin título Nota de la autora: comentarios y opiniones más extensas o personales, pueden enviarlas a Janis.estigma@hotmail.es

Termino de hablar, por teléfono, con Maby, quien está en casa tras una larga sesión de modelaje. Me encuentro en la habitación que Pavel me ha preparado, en el club. Se encuentra casi al final de las habitaciones de las chicas, por lo que no está al paso de ninguna. Maby se queja de que estoy muy distanciado estos días. Le cuento que son cosas del trabajo, que es temporal.

―           Lo que tienes que hacer es meterte en la cama con Elke. Ella también lo está pasando mal, Pam está lejos y lleva más tiempo ausente que yo. Es bueno que la consueles…

―           Tienes razón, cariño. Es que soy muy egoísta cuando se trata de ti – escucho su tono y me imagino el puchero que está haciendo. Esa chiquilla es capaz de arrancar un suspiro de la estatua de Stalin.

―           Venga, iros a la camita, niñas. Hasta mañana, bonita…

―           Hasta mañana. Te quiero, nene.

Llevo dos noches durmiendo aquí, y no sé cuantas más tendré que hacerlo, pero es la única forma que conozco de vigilar los pasos de Konor. Llaman discretamente a la puerta. Es Mariana. Asoma su cabecita rubia y sonríe, casi con timidez.

―           Pasa, pasa – la invito, dejando el móvil sobre la mesita de noche. Estoy metido en la cama, desnudo, pero tapado por la ropa de cama.

Mariana viste un pantaloncito de pijama, no mucho más grande una braga, y una camiseta que deja su ombligo al aire. Calza unas casi planas chinelas, con plumas de fantasía.

―           Vas a pillar frío, preciosa. Métete aquí debajo – le digo, alzando mis mantas y haciéndole un hueco en la estrecha cama.

Mariana sonríe, agradecida por la confianza y el interés que le demuestro y, descalzándose, se desliza a mi lado, buscando mi calor.

―           He estado hablando con algunas chicas – susurra, apoyando una mano sobre mi pecho. – Existen varias teorías sobre las desapariciones, pero, la mayoría está de acuerdo que están traficando con chicas, sea como esclavas o como sacos de órganos.

―           Bufff… eso es ponerse en lo peor – trato de quitarle hierro al asunto, más que nada, para no asustarla, pero son las mismas conclusiones a las que he llegado.

―           He preguntado por Erzabeth, como me dijiste. Nadie la escuchó decir que tuviera un nuevo destino. Vinieron a por ella, de madrugada, y desapareció.

―           El Años 20 es un club con mucha demanda, un club de paso. Necesita muchas chicas nuevas, por lo que no hay habituales. Todas son movidas de uno a otro club – mi explicación es realista, pero no convence a ninguno de los dos.

―           Así es. Estamos acostumbradas a que una amiga ya no esté al día siguiente, movida a otro lugar con urgencia, pero siempre llaman o escriben, buscando despedirse o que le enviemos algo que, seguramente, han dejado atrás con las prisas. Estas no lo hacen. Ni siquiera responden a nuestras llamadas. Han desaparecido, Sergei. Lo sabemos.

Tiene razón. No puedo discutirle ese punto.

―           ¿Estáis seguras de que son hombres de Konor, quienes se las llevan?

―           Las chicas los han visto en, al menos, tres ocasiones – me dice, trazando círculos sobre mi pecho desnudo, con su dedo. Ya no me mira a la cara, pendiente de cómo se eriza mi pezón. – Las chicas se están poniendo histéricas.

―           No es para menos, coño.

―           Sergei… ¿puedo dormir contigo? Estoy asustada – me implora con voz casi infantil.

―           Es una cama estrecha para dos, Mariana.

―           Pero podría dormir sobre ti – susurra, tumbándose sobre mi pecho y abarcándome con sus piernas. Su sonrisa es juguetona, sus ojos claros y limpios me transmiten la alegría que siente en este momento.

―           Pero, te podrías caer durante la noche – le digo, con una sonrisa.

―           No, si me abrazas fuerte – bromea, a su vez.

―           Es una opción, pero también podría meter esta barra de carne en tu coñito y dejarte anclada sobre mí – mi mano mueve mi pene para hacerlo rozar contra sus nalgas, bajo las mantas.

Ella se ríe y se contorsiona. Me besa, lamiendo mi labio.

―           Haz lo que quieras… soy tuya.

Me encantan esas palabras. No hay nada que me ponga más cachondo que la entrega incondicional de una mujer. No tardo demasiado en dejarla desnuda, entre besos y caricias. Mariana no deja de frotarse contra mi cuerpo, de rozar su cálida y mojada entrepierna contra mi tieso miembro.

―           Deja que me la meta yo – jadea sobre mi boca.

La dejo hacer a su manera. Mariana aparta las mantas y lleva su mano atrás, aferrando mi polla con su manita y empalándose lentamente. Introduce solo que la punta, el glande, y se recuesta de nuevo sobre mí, besándome dulcemente.

―           Déjame acostumbrarme a esa cosa, Sergei… es lo más grande que me han metido nunca…

―           Te la has metido tú, chiquilla – la sermoneo en broma.

―           Sergei…

―           ¿Si?

―           Cállate – e introduce su lengua hasta mi paladar.

Mueve sus caderas lentamente, con pericia, contrayéndolas para deslizarse sobre mi glande. Sus rodillas aprietan mis flancos. La noto auparse unos centímetros y luego descender sus nalgas para empotrarse contra mi pene, todo sin moverse ni un ápice del lugar que ocupa sobre mi pecho.

Con cada contracción, introduce un poco más de polla en su interior, jadeando de placer y tensión. Le está costando. Parece mentira que sea prostituta, siendo tan estrecha, pero recuerdo que ella tiene un rol que atrae a muchos hombres. Representa una colegiala victoriana, una chiquilla virginal y sin noción de sexo, que sus amantes deben educar y pervertir.

Me pregunto si esa estrecha vagina será una disposición natural o bien un órgano bien entrenado…

―           ¿Entrará toda? – le pregunto en un susurro.

―           Lo hará… aunque… me salga por la… boca – contesta con voz entrecortada.

―           Una chica valiente…

“El que faltaba. Cállate y únete”.

―           Es una puta angelical, Sergio.

Tiene razón, como siempre. Esa es la definición, una puta angelical. Todo en ella es suavidad y dulzura, con una pizca de inocencia, pero folla con pericia y conocimiento. Sin duda, tendrá buenos clientes.

―           Uuuuhhh… Sergei… no puedo… mássss… — jadea, separándose de mi boca, dejando un hilo de baba uniendo nuestros labios. – No he… conseguido entrar…la toda… y… estoy… es…stoy a punto… de… de…

Correrse, por supuesto, cosa que hace con el estremecimiento más grande de caderas que haya visto jamás. Hace temblar mi polla y mis muslos, por contacto. Gime largamente a escasos centímetros de mi boca, echándome su cálido aliento a la cara. Huele a manzana. Contemplo como sus párpados tiemblan con un espasmo, sin cerrarse del todo, acusando el orgasmo.

―           No te muevas, descansa – musito, peinando sus largos cabellos rubios. – Respira y tómate tu tiempo. No empezaré a moverme hasta que me lo digas.

―           Gracias, Sergei… eres muy atento conmigo…

Sin embargo, no pasa de un minuto cuando es ella misma la que está friccionándose conmigo, de nuevo. Esta vez, su sonrisa es traviesa, de niña consentida. Parece disponer de nuevas fuerzas que la empujan a clavarse más y más, entre gemidos desaforados, nada contenidos.

Llega un momento en que no dispone de impulso para empalarse más profundamente. Me lo hace saber con un gemidito que incendia mi mente. Con un rugido, la aferro de las nalgas y con un brusco movimiento, la coloco debajo de mí, abriéndola al máximo.

No es miedo lo que leo en su mirada, sino la más pura aceptación, el enorme deseo de entregarse, de fundirse con mi cuerpo. Empujo con fuerza y urgencia. Los últimos centímetros horadan su coñito, golpeando su cerviz, cortándole el aliento.

―           ¿Toda? – musita con voz de pajarillo.

―           ¡Toda, putilla! ¡Te la has tragado toda con ese coñito de princesa de cuento!

Ella sonríe, orgullosa. Me mira a los ojos, y siento sus manos sobre mis mejillas.

―           Sergei… no puedo moverme… me aprisionas… totalmente… traspasada… quiero que me… folles duro… lo más duro… que puedas…sin pararte… aunque grite… ¿Comprendes?

―           Te haré daño, Mariana.

―           No importa… es lo que deseo… ¿lo harás?

No contesto. Tomo retroceso con mi pene y empujo con fuerza.

―           Ooouch… — se queja, pero sin dejar de sonreírme.

La embisto de nuevo, sin dejar de mirarla. Otra vez. Con más fuerza. Mariana llora, pero sus ojos no se apartan de los míos, y su sonrisa parece eterna. Incremento el ritmo, más rápido y más profundo; más fuerte, más brutal… Mariana ya está gritando, pero sus piernas se enroscan a las mías, manteniéndose unida.

¿Por qué las mujeres gustan del dolor cuando se entregan totalmente? ¿Es algo escrito en sus genes, desde los albores dela Humanidad? ¿Eso que Dios dijo de que vivirás para sufrir? ¿O era lo de parirás con dolor?

Desvarío mientras la desfondo. Le tapo la boca para que no despierte a toda la planta. Ni siquiera habla, solo aúlla como una sirena, sus uñas clavadas en mi espalda. Tiene la misma expresión de éxtasis total que una de esas monjas beatas arrodilladas en el patio del convento, con las rodillas llenas de sangre de arrastrarse sobre las piedras.

Verla así incrementa mi morbo, lo que me lleva a estallar de gozo. Me corro en su interior sin que ella abandone ese estado. Creo que está encadenando tantos orgasmos que no la dejan bajar de la cresta de la ola. Se la saco, algo asustado. Podría darle algo malo si sigo. La escucho tomar aire con desesperación y se pasa casi un minuto jadeando, bajando sus niveles a un estado más normal.

―           ¿Estás bien? – le pregunto.

―           Oh, Sergei… como nunca antes… — me abraza la nuca, besándome una y mil veces. – Si pudiera… si me atreviera…

―           Puedes decirlo, Mariana.

―           ¡Te entregaría mi vida! – estalla, entre lágrimas.

―           Sssshhh… lo sé, pequeña, lo sé, pero tu vida no es tuya. Tienes a tu hermana y a tu madre, que dependen de ti, que cuentan contigo… Debes pagar tu deuda.

―           Si, si – afirma ella, moviendo la cabeza.

Paso un brazo debajo de ella, acomodándome en el colchón y atrayéndola contra mi pecho. Se acurruca allí, como una gatita feliz, pues casi ronronea. Murmura un buenas noches casi ininteligible, y se duerme. Contemplo su hermoso rostro mientras hago planes.

Según Basil, el jefe ha salido de viaje para Francia, tardará un par de días en volver. Últimamente, Víctor está haciendo muchos viajes a ese país. No es asunto mío, pero hay algo que no me gusta.

―           Parecen reuniones secretas de estado. El zar Alejandro III era muy aficionado a ellas…

¿Por qué Ras tiene siempre razón? Me pone de los nervios. Parece como si Víctor estuviese participando en una conspiración. Una de las criadas me comunica que la señora me invita a desayunar en el invernadero. ¿Cómo resistirse a eso? Por lo menos, Katrina está en el campus.

La temperatura es ideal en el interior del invernadero. El sol primaveral atraviesa los grandes paneles de cristal, creando un clima interior suave y agradable. Anenka está sentada a una mesa de jardín que sustituye al velador de hierro forjado en el que desayunamos Víctor y yo unos días atrás. La hermosa mujer viste un kimono de seda tan liviano que sus grabados son casi transparentes. El butacón en el que me siento, está forrado con una tela clara, y es bastante cómodo.

―           Sergio, querido, ¿cómo estás esta mañana?

―           Bien, señora, ¿y usted? – pregunto mientras una de las criadas nos sirve café en las tazas.

―           Divina, como siempre – se ríe, mientras mira a la criada alejarse.

Escojo uno de los bollos que se exponen en la bandeja.

―           ¿Qué tal Katrina? – me pregunta.

―           Bien, dentro de lo que cabe. Una persona de sus características supone siempre unos esfuerzos…

―           ¿Lo dices por su vanidad y egocentrismo… o bien, por tu faceta de esclavo?

El bollo se detiene a un milímetro de mi boca abierta.

―           Anenka lo sabe.

“¿De verdad?”, ironizo mentalmente.

―           Por ambas cosas.

―           ¿Cómo has podido caer en sus garras, Sergio? – sus ojos me miran con lástima.

―           Katrina es muy bella y autoritaria, Anenka.

―           Pero… ¡No te ofrece nada, en absoluto! ¡Solo dolor y miseria! Sé como destroza a la gente, a las criadas, a los sirvientes,… ¡Destruye por placer!

Tiene razón. Katrina no tiene límite, ni objetivo, es puro vicio, pura destrucción… la pura perversión de anular, controlar, y dominar, mueve su vida. Claro que no puedo explicarle los motivos de haberme puesto bajo sus agudos tacones.

―           ¡Ni se te ocurra!

―           Sergio, – murmura Anenka, tomando mi mano a través de la mesa, como una pareja de enamorados – te he ofrecido veladamente muchas cosas, pero ahora lo voy a hacer de forma clara. Deja a esa niña y vente conmigo. Ella te absorberá, te anulará, y no puedo permitirlo.

―           ¿Quieres que sea tu amante? – pregunto, alzando una ceja.

―           Mucho más que eso, Sergio. Las cosas no van bien últimamente. Víctor anda metido en problemas, y los bandos se van definiendo. Pronto, todos tendremos que elegir con cual quedarnos. Quédate conmigo, a mi lado… juntos podemos hacer grandes cosas…

―           Pero… yo no soy nadie… tengo diecisiete años… no cuento para nada – muevo las manos, las palmas abiertas. Aparento más inocencia que nunca.

―           Eso es lo que me gusta de ti – repone ella, poniéndose en pie y acuclillándose a mi lado. Su mano acaricia mi mejilla. – Deja que yo me ocupe de las cosas difíciles. Tú solo tienes que estar a mi lado, atento a nuestro amor y necesidad. Serás mi fuerza interior, mi motivo de conquista.

―           Bueno, aquí parece que se está gestando una usurpación de poder. Puede que te lo esté pidiendo por amor o pasión, pero ésta tiene un peligro que quema.

“Siempre lo he sabido. Anenka es muy peligrosa, porque no muestra nunca sus cartas.”

―           ¿Qué piensas hacer?

“Cubrirme las espaldas”.

―           Tengo miedo, Anenka – musito, bajando los ojos.

―           ¿Miedo? ¿Tú? – se asombra la agente. — ¿De quién?

―           De Katrina. No me perdonará que la abandone. Tiene gente a sus órdenes. No me caí por unas escaleras hace un mes…

―           Lo sé.

―           ¿Lo sabes? – me asombro.

―           No son sus hombres, son los míos. Ella no dispone de efectivos. Cuando me pidió que le diera una lección a un chico, pensé que era alguien de su entorno, un amigo, un antiguo novio… no a ti. Pero, ya estaba hecho.

Empiezo a ver donde llegan los garras de esta mujer, y, de paso, empiezan a encajar ciertas piezas.

―           Así que tienes a tu propia gente, entre las filas de los efectivos de tu marido…

―           No soy la única. Existen más facciones. De hecho, Víctor ha ido a entrevistarse con una de ellas. Pero, más que una facción, me decanto por una protección. Erijo muros defensivos, en prevención de la guerra que se avecina – su mirada es dura, calculadora.

―           Comprendo. Te quedas atrás, atrincherada, y contemplas como los demás se hacen pedazos. Al final, saldrás y aniquilaras a todos tus enemigos, ya debilitados.

―           Veo que entiendes de estrategia, querido – me besa suavemente, antes de ponerse en pie. — ¿Qué decides, Sergio?

―           No me queda más remedio que arriesgarme – murmuro.

―           ¿Dejaras a esa malcriada de Katrina y te unirás a mí?

―           Si, señora – contesto, mirándola intensamente.

―           ¿Me juraras respeto y lealtad?

―           Si, señora.

―           ¿Me servirás atentamente? – me pregunta, subiéndose a horcajadas sobre mi regazo.

―           Si, señora.

—           ¿De verdad se lo cree?

“Creo que si. Es algo egocéntrica.”

―           ¿Me harás el amor todos los días? – sus manos se atarean en mi bragueta.

―           Si, señora.

―           ¿Me amarás solo a mí, cariño?

―           Si, señora…

Sus labios cubren los míos, con una pasión invasora, con un empuje que arrastra cualquier duda, cualquier oposición. Solo existe esa hembra y su boca, y sus senos, y su trasero… y…

Esa misma noche, de madrugada, Pavel me despierta. Normalmente, le habría escuchado al entrar en mi cuarto, pero los excesos se pagan. Me he pasado todo el día atrapado por las exigencias de Anenka y Katrina; de una a otra, como una máquina de millón…

Así que estoy en pleno sueño de los benditos, cuando los dedos de Pavel se clavan en mi hombro.

―           Despierta, Sergio, despierta…

―           ¿Qué pasa? Pavel… ya te he dicho que no follo… — respondo, aún dormido.

―           ¡No, payaso! ¡Los hombres de Konor!

―           ¿Qué? ¿Dónde?

―           Se llevan otras dos niñas.

―           ¿A quienes? – ya estoy vistiéndome a toda velocidad.

―           Dos nuevas, ucranianas. Ni me han despertado para comunicármelo. Esto se está poniendo feo si actúan tan impunemente…

―           Tienes razón. Es hora de pararlos. Pavel…

―           ¿Si?

―           No me has visto. No sabes donde estoy.

―           Entendido. Ten cuidado, Sergio.

Lo bueno de tener la habitación cerca de la escalera de incendios, es que estoy abajo, metido en el Toyota, mucho antes que ellos. Hay una furgoneta, con el motor en marcha, cerca de la puerta trasera del club. Cinco minutos más tarde, tres tipos salen por la puerta; dos de ellos con sus manos sobre los hombros de las dos chicas, que parecen preocupadas, y el otro porta sus bolsas de viaje. Se suben todos a la furgoneta y se ponen en camino.

Les sigo sin prisas. No hay apenas tráfico. Tengo el Toyota preparado desde hace días, cargado de gasolina y efectos necesarios. Pronto tomamos la carretera hacia Talavera de la Reina. Sin duda, nos dirigimos a Machera. Efectivamente, luego dirección Cáceres, y después, un par de carreteras secundarias, hasta Cedillo y Machera. Cruzan la frontera al amanecer, cerca de una localidad portuguesa llamada Perais. Después se desvían a una camina secundaria y, más tarde, a un camino rural. Tengo que dejarles más espacio para que no me vean, pero no pienso perderles. He estado cinco horas siguiéndoles.

Finalmente, me llevan hasta una gran finca, con un enorme cortijo solariego, de paredes encaladas y un enorme patio de piedras romas. Tomó mis binoculares y me instaló cómodamente en las ramas de una vieja encina. No tengo que esperar mucho para contar los hombres que puede haber allí. Veo, al menos a seis. Estos no son campesinos, van armados.

―           ¡Ni lo pienses, idiota! Ya sabes que hay diferentes facciones en la organización. ¿Cómo sabes que estos hombres no pertenecen a Anenka?

―           Joder…

―           Ahora no puedes ponerte en evidencia. Tienes que nadar entre las aguas. Llama a Basil y deja que se ocupen de esto los hombres de Víctor. Ni siquiera tienes que llevarte el mérito, si no quieres.

Es un buen consejo. Nadie debe saber que los he seguido. Siempre tendré tiempo de contárselo todo a mi jefe, en persona. Mientras dilucido lo que voy a hacer, uno de los hombres saca a una docena de chicas al patio, para que tomen el sol y hagan un poco de ejercicio. Doy un respingo cuando me parece reconocer aquel cuerpo menudo. Apuro al máximo los binoculares y los apoyo en la rama para detener el tembleque de mi pulso.

¡Es Erzabeth! ¡No hay duda!

Saco mi móvil y llamo a Basil. En tres palabras, le informo de donde estoy, de lo que he visto, y de lo que hay que hacer. Me dice que no me mueva del sitio y que le comunique cualquier cambio que ocurra. Estos tíos son profesionales, coño.

Una docena de chicas, sacadas poco a poco del club y reunidas en aquel sitio olvidado. ¿Qué pretenden hacer con ellas? descarto el tráfico de órganos, porque sin duda ya estarían muertas y despedazadas. ¿Un burdel? No, demasiado alejado. ¡Para follar no hay que conducir hasta el lugar donde Cristo perdió el mechero!

Mucha vigilancia, chicas muy controladas, eso equivale a muchos beneficios. ¿Trata de blancas? Podría ser. ¿Estarían reuniendo una partida para subastarla?

¡Que cabrones! Todo son beneficios. Las chicas ya eran traídas a España por la organización de Víctor. Solo tienen que sacarlas lentamente y venderlas. Sin denuncias por desaparición, sin gastos, sin apenas riesgos. ¿Cuánto tiempo habrían estado haciendo esto?

Decido desayunar mientras espero. Menos mal que esos tipos decidieron parar antes de cruzar la frontera… Estoy famélico.

He tenido que esconder el Toyota. ¡Patrullan el perímetro! ¿Dónde quedaron aquellos matones que se entretenían viendo los dibujos animados? Han pasado dos veces por donde estoy escondido, desde entonces. Al principio, creí que me habían descubierto, pero no, es algo rutinario. Al parecer, su patrón no les deja aburrirse.

Me vibra el móvil. Es la hora del almuerzo. Son los refuerzos. He quedado con ellos a un kilómetro de la finca, para que no nos puedan ver. Vienen en dos 4×4 como el mío, diez tipos que parecen que saben lo que tienen que hacer.

El cabecilla sube conmigo a echar un vistazo. Le indico donde creo que hay vigilancia y la frecuencia de la patrulla. El tío es una máquina militar. Desarrolla la estrategia al paso. Nos reunimos con los demás, y él les explica, en búlgaro, lo que tienen que hacer.

Lo primero es ocuparse de la patrulla, para no dejar nadie a sus espaldas. Van montados en un Jeep militar, bastante viejo, pero robusto. Queda poco para la siguiente pasada. Uno de ellos se tumba en medio del camino, sin armas. Los demás toman posiciones.

La emboscada es rápida y perfecta. El jeep se detiene ante el caído. El acompañante desciende, apuntando con su AK47. No se fía, pero no le sirve de nada. Los disparos con silenciadores los siegan. Estos tíos sienten poco respeto por la vida.

Dos de los hombres se suben al vehículo y continúan con el recorrido, como si no hubiera ocurrido nada. Los demás se despliegan hacia el cortijo, tomando rutas ya preestablecidas.

Media hora más tarde, todo ha acabado. He sido un mero espectador. No han dejado ninguno con vida. No les hacía falta, las pruebas son palpables, pero solo conducen a Konor. Me gustaría estar seguro de quien está detrás.

Estoy escuchando como el líder ordena, a cuatro de sus hombres, utilizar la furgoneta y otros vehículos que se encuentran en el patio el cortijo, para desplazar a las chicas de nuevo a Madrid, cuando mi móvil vuelve a vibrar. Le echo un ojo. Es Patricia. ¿Qué querrá ahora?

―           Dime, canija – bromeó.

―           Sergio, ¿Dónde estás? – su voz suena rara.

―           Estoy fuera de Madrid, ¿por qué?

―           Algo pasa en el ático.

―           ¿A qué te refieres? – mi piel se eriza.

―           Se escuchan gritos y voces. ¿Es que se están peleando?

Solo están Maby y Elke. Jamás se pelearían entre ellas…

―           Está bien. Ya me ocupo yo, pero si la cosa se pone peor, llama a la poli.

―           Vale, Sergi. Ven pronto… no me gusta esto…

―           Está bien.

Cuando cuelgo, llamo a los móviles de mis chicas, pero no hay respuesta. A la cuarta intentona, salta el mensaje de que el número marcado está desconectado. Joder, joder…

―           ¿Es grave?

―           No lo sé, Ras, pero me da mal rollo. Salimos ya para Madrid.

Acabo de cruzar la frontera cuando recibo un mensaje. Tengo que aparcar en la cuneta porque me tiemblan las manos cuando veo que es una foto.

―           Lo ha hecho. Te lo dije…

Katrina está sentada en nuestro sofá, sonriendo a la cámara. Tiene las piernas cruzadas y lleva un elegante vestido. A sus pies, desnudas, maniatadas y amordazadas, se arrastran Elke y Maby. Tienen marcas de fustazos en sus cuerpos.

―           ¿Qué vas a hacer?

―           No lo sé. El único que puede controlarla es su padre y está en algún sitio del suelo galo. No queda más remedio que encomendarse a los dioses y apretar el pedal – golpeo el volante.

―           Tienes que calmarte. Ahora mismo, eres la única posibilidad de las chicas. Así que tienes que llegar entero a la ciudad.

―           Si, si… me calmo… — inspiro lentamente, controlando la respiración. Un par de minutos así y mi tensión se relaja.

Arranco de nuevo y sigo camino. Llamo a Patricia. Le digo que olvide lo de la policía, que ya he hablado con ellas.

―           ¿Qué pasaba?

―           Una pelea entre modelos – le comento, quitándole importancia.

―           Menudo susto – se ríe.

―           Llegaré en un par de horas. Tranquila.

―           ¿Cuándo vas a venir a verme? Llevas días sin asomar.

―           Trabajo, canija. Pero te prometo que muy pronto.

―           Está bien…

¿Qué ha inducido a Katrina a dar ese paso?, pienso al colgar. Hace días que no estoy en casa. ¿Será por Anenka? ¿Lo habrá descubierto? La última vez no fuimos muy discretos, que digamos.

―           Eso es una represalia. No puede tocar a Anenka y te castiga con tus chicas.

―           Pues ha ido demasiado lejos. Se acabó – murmuro, con los dientes apretados.

―           ¿De verás? – Ras parece alegrarse un montón. — ¿Dejaras que me encargue de ella?

―           Aún no sé qué voy a hacer, pero te garantizo que podrás domarla durante un rato.

―           Aprieta ese pedal, coño… no seas marica…

A pesar de mi preocupación, tengo que reírme, aunque sea histéricamente.

La última foto que Katrina me envía, llega cuando me encuentro a cinco kilómetros del ático. En ella, Maby es violada por uno de los gorilas de Konor. Mi chica sigue con la mordaza de bola puesta. Es la treceava fotografía que recibo, y juro que va a pagar por cada una de ellas. No sé lo que se piensa esa loca. Se creerá intocable por quien se papaíto, o por los matones que tiene a su alrededor… ¡Que equivocada está! Tendría que pensar en otras posibilidades, pero, cuanto más me acerco al piso, más cabreado estoy. Ya no discurro fino, solo quiero pegarle a alguien, a ella si puede ser…

He tardado algo menos de cuatro horas en regresar, arriesgándome a todo, pero he arañado casi una hora al camino. Me he dado cuenta que Katrina debe de saber que estoy fuera, seguramente hasta el lugar exacto, y por eso se ha atrevido a meterse en mi casa. Puede que ni siquiera me espere tan pronto. Mejor. Le voy a meter un puño por ese coñito virgen y va a parecer un polo de Frigo.

No soy tan tonto como para aparecer como el Séptimo de Caballería. No sé quien hay en el ático, por lo que tomo un camino secundario. Primero, a la azotea de la comunidad, situada más baja que la nuestra propia, y en un lateral del edificio. Pero, desde allí, siendo un poco ágil, se puede llegar a la nuestra, y, ahora, yo soy ágil, ¿no?

Bien, no hay nadie. Desciendo las escalerillas del lavadero en silencio. Arriesgo una mirada. Hay un tipo cocinando algo, de espaldas a mí. ¿Dónde están los demás? ¿En el dormitorio? No lo pienso más, es mi oportunidad. Cuando el matón nota mi presencia, estoy a tres pasos de él. Incrusto mi pie en sus costillas, en un aplastante mae geri, que le lanza contra la nevera. Debe de pesar sus buenos noventa kilos, pero lo he desplazado con facilidad, pues no reprimo mi fuerza en lo más mínimo. Ni siquiera hemos hecho mucho ruido, salvo el salvaje encontronazo contra el frigorífico, que le ha hecho rebotar de nuevo hacia mí. Aferró lo primero que tengo al alcance y que resulta ser el mango de la sartén donde el tipo estaba friéndose un par de huevos. Mala suerte para él. El aceite hirviendo jode bastante.

Le parto la sartén en la cabeza, con un seco golpe, derramando todo el aceite sobre él. Yo también pillo repaso, pero me da igual. Ahora si hemos hecho ruido y la puerta del baño se abre. Otro matón eslavo surge con prisas, abrochándose el pantalón. Es el que estaba violando a mi niña. ¡Que gusto me voy a dar!

Echa su mano a la espalda y sus ojos se abren con sorpresa. Os apuesto lo que queráis a que se ha quitado la pistola para cagar y la ha olvidado allí. Lo siento, baby. Recurre a los puños. Es grande y fuerte, pero yo tengo mucha mala leche. Freno sus dos primeros golpes y le piso los dedos del pie derecho, mejor dicho, se los aplasto. No le doy tiempo ni a gritar. Con su pie aún bajo el mío, empujo con fuerza su pecho, desequilibrándole totalmente. Escucho crujir el empeine. Uuy, luxación de tobillo, lo siento.

La patada que recibe en la boca, ya en el suelo, le deja más quieto que un gato ante una jaula de canarios.

―           ¿Qué coño estáis haciendo, imbéciles? – resuena la voz de Katrina desde el dormitorio. – Estaba durmiendo…

―           Oh, puedes seguir haciéndolo, Ama. Estos ya no harán ruido en un rato – trato de ser irónico al entrar en el dormitorio, pero mi cara parece haberse congelado en una mueca.

―           Sergei… ¿Cómo…? – se asombra ella.

Katrina está tumbada en la gran cama, entre mis dos chicas, las cuales, desnudas, tienen las manos y pies atados a los cabeceros, en X. Maby está de bruces y Elke boca arriba. Katrina, vestida con una negligée que creo que es de mi hermana, trata de ponerse en pie. Jamás ha visto una mirada como la que yo tengo en este momento. Nunca me ha visto enfadado, de hecho, nunca ha visto a nadie enfadado como yo.

―           ¡No se te ocurra tocarme, perro! – exclama, quedándose a gatas en la cama. — ¡Te ordené que no te acostaras con nadie!

Me río de lo histérica que suena. La aferro de su largo cabello y la saco de la cama, de un fuerte tirón. Chilla y patalea, pero la sostengo ante mí, a pulso, como si no pesara nada. Un par de suaves guantazos la aquietan. Me mira, los ojos chispeando de furia.

―           ¿De quien ha sido esta sutil idea?

―           ¡¡MIA!! – me grita. Al menos es valiente.

Siento como una insana alegría recorre todo mi cuerpo, saturando mi cerebro con imágenes de dolor y sangre. Rasputín se retuerce de placer en mi interior, queriendo comenzar. “Aún no, aún no, Ras”.

Mis chicas me miran, cohibidas por mi expresión. Ni siquiera chistan, esperando a ver lo que sucede. La siento en el suelo, de forma brusca.

―           ¡Te han estado siguiendo, espiando! ¡Os grabaron… a Anenka y a ti! ¡Le has jurado lealtad! ¡Me has abandonado! – me grita, mirándome, la barbilla levantada.

―           ¿Y te extraña, zorra? Eres una puta miserable y cobarde… no te mereces tener a nadie sirviéndote… ¿Por qué no te has enfrentado a tu madrastra? No puedes con ella, ¿verdad? Es una hembra demasiado dura e inteligente para ti, curtida como agente del KGB… — casi escupo las palabras.

―           ¿KGB? – se le abren los ojos.

―           Jajaja… ¿No lo sabías? Ah, olvidaba que a ti, no te cuentan nada… solo eres una niña malcriada, un pedazo de carne mimado, que solo sirve siquiera para la adoren.

―           Pero… pero… si ella me dijo…

―           ¿Si? ¿Qué te dijo Anenka? ¿Te animó a castigarme? ¿Te prestó sus hombres para que te sintieras poderosa? ¿Te hizo partícipe de un poco de su poder? Pobre criatura… ha estado jugando contigo desde el principio.

Katrina aprieta los labios, tragándose las recriminaciones. Le estoy restregando lo que aún no puede asimilar. Si tuviera láser en los ojos, nos habría achicharrado a todos.

―           No te apures – le digo, apartándome de ella y desatando a mis chicas, que se abrazan a mí, entre lágrimas y gemidos. – También me engañó a mí, al principio.

Me siento en la cama, consolándolas, sin quitar la vista de Katrina, quien contempla, despectiva, nuestras muestras de cariño.

―           ¿Estáis bien, vidas mías? ¿Os ha hecho daño esta puta rubia?

―           He pasado mucho miedo… Sergi… nos han… han… — Maby no puede acabar la frase.

Elke ni siquiera me habla, solo llora, el rostro escondido en mi pecho. Lo ha tenido que pasar muy mal, conociendo su fobia a los hombres.

―           Nenas… nenas… necesito que recuperéis los ánimos. Vamos, chicas. Esos tíos están tumbados afuera y no van a estar inconscientes mucho tiempo. Tengo que atarlos… ¿Podéis vigilar a esa puta?

Maby cabecea, secándose las lágrimas, y aferra la cabeza de Elke, acariciándole la cara.

―           Cuidado con ella, está loca y desesperada.

―           Si, Sergi, ya no me va a sorprender – frunce el ceño la morenita.

―           Así me gusta. Elke, vístete y tráele algo de ropa a Maby. ¿Puedes?

―           Si, si… ahora mismo – y sale disparada hacia el vestidor.

Utilizo unas cuantas bridas, que me sobraron del bricolaje del vestidor, para atar pies y manos de los dos hombres, aún inconscientes. Escucho los reniegos de Elke y me asomo al vestidor. Toda la ropa está tirada por el suelo. Hay zapatos, bragas, calcetines, vestidos y camisetas, pantalones y blusas, por todas partes. Algunas tablas están arrancadas y rotas.

―           ¿Qué ha pasado aquí?

―           Tu amiga entro en fase de destrucción aquí dentro – me dice Elke, rebuscando entre el caos. – Solo gritaba que no teníamos derecho a esto y golpeaba todo. Sergi, ¿Quién es esa loca?

Me río al ver su mirada inocente.

―           La hija de mi jefe.

―           Dios… ¿Ella fue la que azotó?

―           Si. Me ofrecí como su esclavo… hasta hoy…

Volvemos al dormitorio. Me acuclillo ante Katrina.

―           Ah, Katrina, Katrina… ¿Qué voy a hacer contigo?

―           ¿Soltarme? Imbécil, ya te has divertido bastante. Le diré a papá que te de un cheque y te irás de casa – está recuperando su arrogancia.

―           Si, si… eso después… quiero ver si he comprendido bien tus pasos. ¿De qué conoces a Konor?

―           ¿Qué Connor? ¿Un americano?

―           No lo conoce.

―           Los tipos que enviaste a darme una paliza… ¿Quién te los prestó?

Katrina gira la cara, negándose a hablarme. “Ras, pégale”. Comparto su alegría en el momento en que conecta con mi cerebro para adueñarse de mi brazo. La bofetada es de aúpa. La saliva de su boca salta por el aire. Ni siquiera atina a quejarse, aturdida. Mis chicas miran la escena atentamente, mientras se visten.

―           Anenka, fue Anenka… — contesta, escupiendo algo de sangre.

Esto cuadra con lo que me contó la esposa traidora. Así que por una regla de tres, si utiliza a hombres de Konor, éste o es socio de ella, o trabaja para ella.

―           Te lo dije…

―           ¡A la mierda con tanto “te lo dije”, Ras! – estallo.

Me jode que tenga siempre la razón, y me jode aún más haber hecho el gilipollas con Anenka.

―           Posee un entrenamiento que ni tú, ni yo, superamos.

―           Vale, sigamos.

―           ¿Le pego otra vez?

―           Espera a que por lo menos le formule la pregunta, ¿no? – Katrina me mira como si estuviera loco, hablando solo. — ¿Has dicho que me has estado siguiendo y espiando?

―           ¡Vete a la mierda!

La nueva bofetada me toma por sorpresa, aún siendo mía la mano. Los ojos de Katrina ya no desprenden tanta ira. El miedo está ganando. Esa princesa nunca ha recibido daño, solo lo ha causado. Se derrumbará muy pronto.

―           Eso significa que ya sabias que tenía otros asuntos con mujeres, antes de mi declaración a Anenka, que fue ayer mismo.

Katrina aparta la mirada. De nuevo, Rasputín es más rápido que yo. Esta vez es un golpe seco sobre un seno, que la retuerce en el suelo. Espera unos segundos y la pone de nuevo sentada, recurriendo a un buen tirón de pelo.

―           ¡Me lo dijo Anenka! – exclama, tras jadear un tanto.

―           Coño con la zorrona de Anenka. ¿Es que todo lo que dijo era mentira?

―           Todo, todo, no, pero casi… Katrina, ¿Anenka te contaba cada vez que yo estaba con ella?

―           ¡Si! ¡Venía a regodearse! Me ponía enferma escuchándola, pero sabía como despertar mi interés… puta rusa… se burlaba de mí, de que no sabía controlar a mi esclavo – Katrina escupe su ira y su frustración. – Me decía cómo debería castigarte… que te cediera a ella para castigarte… pero no podía… no podía dejar que ella te hiciera daño…

Vaya, eso no me lo espero. Prácticamente, es una declaración de amor en una niña tan malcriada como Katrina. Sin embargo, ahora comprendo el típico doble juego de espías. Anenka es una maestra en todo eso. Usaba a Katrina para alterarme, para enfurecerme, mientras ella procurarme atraerme. Todo un acicate. Pero lo que me pregunto es ¿por qué me quiere a su lado? ¿Qué tengo yo de especial? ¿Le gustaré de verdad?

―           Bien, Katrina. Aquí se acaba nuestra relación ama/esclavo. Lo comprendes, ¿verdad?

Katrina asiente, el pelo sobre la cara y sorbiendo sus lágrimas.

―           Pero debo castigarte por todo esto. Ya verás que bien te lo vas a pasar, a partir de ahora. ¡Quitadle ese trapito y ponedle unas bragas a esta puta! No quiero que se me resfríe – le digo a mis chicas. – Vamos a tener una linda esclavita en casa…

Katrina casi se pone en pie de un salto, mirándome enloquecida. Un nuevo guantazo la envía directamente sobre la cama. Miro a mis chicas y veo en sus ojos que no les hace mucha gracia la noticia, al menos hasta que les explico cómo va a ir la cosa.

―           La quiero en bragas todo el día. Tiene que arreglar todo lo que ha destrozado, además de la limpieza del apartamento. No la pongáis a hacer de comer que os envenena. No sabe ni untar una tostada con mantequilla.

Maby se ríe.

―           Pero se puede escapar – aventura Elke, aún novata en estos menesteres.

―           No se escapará. Pienso hacer que su padre me la entregue.

―           ¿QUÉ? – casi grita la búlgara, tumbada y sangrando por la nariz.

―           Vosotras os encargaréis de su educación – les dije a mis chicas.

―           ¿De toda su educación? – puntualizó Maby.

―           De toda. Pam se incorporará también cuando llegue.

―           Guay – dice Maby, dándole un codazo a su compañera, que enrojece por cuanto ello implica.

―           ¡SERGEI! – grita Katrina, histérica. — ¡No puedes hacer esto! ¡Eres mío! ¡Mi esclavo!

―           Perdiste ese derecho con tus locuras. ¡Venga, que empiece por el vestidor! – Me acerco a la cama y pongo a Katrina en pie.

―           ¿Y ya está? ¿Qué hay de mí?

―           Después, Ras – le digo, contemplando como Maby le quita el veleidoso camisón, dejándola desnuda.

Busco mi móvil y llamo a Basil. Me informa que todos los hombres de Konor han caído, pero no hay señal de él por ningún lado. ¡Mierda! Eso no es bueno. Casi seguro que Konor es el único que puede atestiguar que Anenka está metida en el ajo. No creo que esa perra inteligente cometa errores de ese calibre. Si no encontramos a Konor, no tendré pruebas para incriminarla. Le pregunto si sabe cuando regresa el jefe y me alegra saber que a media mañana llegará.

―           Tengo a dos de los hombres de Konor en mi apartamento, junto con Katrina. ¿Podrías mandarme a alguien que se los llevara? No, Katrina se quedará conmigo hasta mañana, al menos. Bien. Les espero, la dirección es…

Bueno, ha sido un día interesante, me digo. Me dirijo al vestidor. Pienso darme una ducha y cambiarme de ropa, si es que encuentro algo que ponerme. Katrina está recogiendo pares de zapatos y colocándolos en su sitio. Maby está a su lado, indicándole a quienes pertenecen y dónde se sitúan. La rubia perfecta tiene las nalgas enrojecidas. Sin duda se ha negado a recoger y Maby tiene la mano larga, lo reconozco.

―           ¿Qué vamos a hacer con ella?

―           Tengo ciertos caprichos.

―           Cuenta… cuenta.

―           Sabemos que es virgen, ¿no? Y que espera a su príncipe…

―           Jajaja… en vez de un príncipe, ¿qué tal un campesino?

―           Piensa tú en algo que te guste, pero no la quiero muerta… tengo que hacer un pacto con su padre…

Elke gira el cuello y me mira, con la ceja levantada.

―           ¿Si? – le pregunto.

―           ¿Hablas con él?

―           ¿Con Rasputín?

―           Si.

―           Así es.

―           Antes no lo hacías.

―           No, se había fusionado conmigo, pero hemos vuelto a la fase de piloto y copiloto – me rió.

―           Es… escalofriante… es como si estuvieras poseído.

―           No, para mí es como… — sigo tras pensarlo. – ¿Sabes esa imagen de un demonio pequeñito sobre un hombro y un angelito en el otro?

―           Si.

―           Pues imagina que el demonio, harto de tanta discusión, ha violado y devorado al angelito, y, ahora, solo le llevo a él, gordo y lujurioso, sentado sobre mi hombro. Así es como me siento – le digo con una gran sonrisa.

Aún no ha amanecido y ya estoy despierto. Tengo muchas cosas en que pensar. Maby y Elke están aferradas a mí, tan desnudas como yo bajo las mantas. Antes de dormirnos, curé sus golpes y las mimé adecuadamente. Katrina está durmiendo en el suelo, a un lado de la gran cama, sobre una alfombra y con una manta. Le he atado un tobillo a uno de los pies de la cama. Ese va a ser su lugar, de ahora en adelante.

Suena mi móvil, sobre la mesita. Me inclino para cogerlo y Maby se despierta.

―           Mmmm… Sergio, ¿qué…?

―           Ssshhh… duérmete, cariño… ¿Si?

Es Basil. Me comenta que ha hablado con el jefe y quiere que vaya a recogerlo al aeropuerto. Me dice el vuelo y la hora de llegada. Me parece genial. Así seré el primero en hablar con él, sin que nadie le cuente milongas, a no ser que Anenka ya le haya llamado.

―           ¿Y si no acepta tu trato?

―           ¿Te refieres a Katrina?

―           Si.

―           Ya veremos.

Me levanto, incapaz de dormir más. Me calzó las deportivas y mi viejo chándal, y salgo a la terraza. Comienzo a hacer rutinas de ejercicios: abdominales, dorsales, flexiones y estiramientos. Realizo varias katas, aumentando progresivamente la velocidad de los movimientos.

¡Je! Es como en las pelis de Van Damne, entrenando mientras sale el sol… ¡pero yo soy más guapo!

Una hora más tarde, me ducho y hago el desayuno. Despierto a las chicas con un par de palmadas y le doy un golpe de talón a la nueva perrita, que ya estaba despierta y mirándome con ojos asesinos.

―           Venga, dormilonas, a desayunar, que me tengo que ir al aeropuerto a por el jefe. Traed a Katrina para que coma algo.

Las chicas se envuelven en sus batas y desatan el tobillo de Katrina, que está solo con sus braguitas. No le permiten ponerse nada más, y sus pezones se erizan con el frío.

―           ¿Vas a ver a mi padre? – me pregunta Katrina, nada más entrar al salón cocina.

―           ¡A callar, esclava! – la sermonea Maby. – Responde cuando te lo pida el amo.

Desmenuzo un par de tostadas en un bol y añado café y leche. Lo coloco en el suelo y la miro fijamente.

―           Ese es tu desayuno, Katrina.

―           ¿En el suelo? – gime. – No, gracias. No desayunaré.

―           Está bien. No tomaras otra cosa hasta el almuerzo, y se te volverá a servir en el suelo, de nuevo. Tendrás un bol con agua siempre a tu disposición, pero tendrás que tomarla como todos los alimentos, de rodillas y con las manos a la espalda.

―           ¡Jamás! – exclama, llena aún de orgullo.

―           Entonces te debilitaras y caerás enferma, y no me resultaras placentera, así que te entregaré a los mendigos del parque, para que se caliente por las noches.

―           ¡No te atreverás, perro!

Esta vez, la bofetada se la arrima Maby, dejándole los dedos bien señalados.

―           ¡Aquí la única perra que hay eres tú, cacho puta! – la zarandea de los pelos, con fuerza. – Sergi nos ha contado a lo que le has sometido y te aseguro que nos ha dado unas ganas locas de educarte, guarra.

―           Si, espera a que venga Pam y se lo contemos – sonríe Elke.

―           ¡Y ahora, come! – Katrina es obligada a arrodillarse ante el bol de plástico. La mano de Maby le impulsa la cabeza hacia abajo, metiéndole la nariz en el café con leche.

Pero Katrina se niega. Alzo los hombros, aún es pronto para domar su orgullo, pero no tengo prisa. Me siento a desayunar, las chicas me imitan. Katrina queda a cuatro patas en el suelo, las manos a los lados del bol. Su cuerpo se estremece, aterrido.

―           Voy a recoger a tu padre al aeropuerto. Le contaré ciertos manejos tuyos. Tu destino se trazará hoy, de la forma que sea.

No me contesta. Se limita a sentarse sobre sus talones y mirarnos.

―           Mantened la calefacción en veintidós grados. No quiero que se muera de frío. Una muda de bragas al día. Si tiene que ir al baño, que mantenga la puerta abierta. Ponedla a hacer faenas, aunque tendréis que enseñarla a realizarlas. No sabe hacer ni una “O” con un canuto.

Las chicas se ríen.

―           Ah, y, sobre todo, mano dura – recomiendo.

El 747 de Air France se detiene frente a los cristales de la alta galería dela T4. Espero ante la puerta de desembarque. Detrás de mí, otro chofer espera para hacerse cargo del equipaje y de los otros miembros de la comitiva del jefe. Tras unos minutos, Víctor Vantia aparece por la puerta, elegante y altivo. Tiene el semblante serio. Detrás de él, un par de guardaespaldas y un consejero. Me saluda con un apretón de manos.

―           Sador, tú con nosotros. Los demás, recoged el equipaje y seguidnos con Iván – les indica. – Parece que has destapado una pequeña olla de grillos, Sergio…

―           Si, así parece.

Caminamos hacia los aparcamientos.

―           Basil me ha puesto al corriente. La culpabilidad de Konor ha quedado demostrada – me dice.

―           Si, señor, pero… ha huido.

―           Ya aparecerá.

―           Señor, no sé como decirle esto – me giro hacia el guardaespaldas que nos sigue. El jefe capta mi intención.

―           Sador, déjanos más espacio, por favor – le ordena, y el matón deja varios metros de distancia entre nosotros y él.

―           Konor está asociado a alguien de la mansión. En un principio, creí que era Katrina, pues recibí una paliza a indicación suya y…

―           ¿Tus famosas escaleras del sótano? – enarca una ceja.

―           Si.

―           ¿Solo por aquellas palabras en la biblioteca?

―           Así es.

―           Dios, ¿Qué voy a hacer con ella? – se lamenta, poniendo su mano en mi brazo.

―           Ya llegaremos a eso – le digo, saliendo de la terminal. – Allí está el Toyota… El caso es que ella no es la culpable.

Le miro a los ojos y él me entiende enseguida.

―           Mi esposa, ¿verdad?

―           No tengo pruebas, señor Vantia, pero todas las evidencias apuntan a que es así. Katrina le pidió unos hombres para que me dieran aquella paliza, y eran hombres de Konor. Siempre han sido hombres de Konor… y, finalmente, me ha ofrecido un puesto a su lado, pero es su palabra contra la mía.

Nos detenemos junto al 4×4. El guardaespaldas sube atrás por indicación de su patrón.

―           No dispones de pruebas, pero se agradece la advertencia. Hace tiempo que vengo sospechando de algo así. Anenka adquiere poder en la sombra. ¿Sabías que fue agente del KGB? – me pregunta.

―           No, señor, ¿una espía? – me hago el tonto. No puedo decir que me lo confesó a la primera de cambio.

―           Si, aunque no llegó a trabajar en operaciones de campo. El KGB se disolvió con la caída de Rusia. Habrá que vigilarla de cerca.

―           Si, señor Vantia.

―           Lo has hecho muy bien, Sergio. Me siento muy agradecido. Has descubierto un agujero en el negocio y puesto en jaque a una facción disidente.

―           Gracias, señor, era mi obligación.

―           Me diste muy buena impresión cuando Maby te presentó. Me dijiste que eras un chico resolutivo y es cierto.

―           Señor Vantia, eso no es todo…

Me mira, intrigado y aturdido. Demasiadas cosas han pasado en su ausencia. Le cuento cuanto ha sucedido con su hija, desde el día en que la conocí. Veo como su rostro se transmuta, pasando por diferentes fases: enfado, ira, decepción, y hasta vergüenza. Le dejo empaparse de todo, respetando su silencio, hasta que llegamos a la mansión.

―           ¿Dónde está ahora? – me pregunta, poniendo una mano sobre mi hombro.

Estamos en el aparcamiento. El guardaespaldas se marcha, dejándonos solos. Basil nos espera, en las escaleras de entrada.

―           En mi casa, controlada por Maby y una amiga.

―           No sé qué decirte, Sergio. No he sabido educarla, solo la he mimado, entregándole cuanto me pedía. Últimamente, me estaba preocupando por su manera de tratar al servicio. No debí acceder a que trajera esas chicas de Barcelona…

―           Son sus esclavas, señor.

―           ¿Dices que está limpiando los desperfectos que organizó en tu casa? – aún se asombra.

―           Si. Señor Vantia, me gustaría educar a su hija, durante una temporada. Enseñarle respeto y obediencia, mostrarle el valor de las cosas, ya sabe.

―           Me parece que ya es muy tarde para ella. Su orgullo es desmedido – suspira mi jefe, al llegar ante las escaleras.

―           No se preocupe. Creo que puedo hacerlo. Descubrí muchos de sus puntos débiles bajo sus órdenes.

Se queda un momento mirando la fachada de la mansión, meditando mi propuesta. De repente, se gira hacia mí y me sonríe. Casi queda a mi altura, puesto que está subido a un escalón. Me abraza y me palmea la espalda.

―           Sergio, nunca conseguí que mi hija inclinara la cabeza y reconociera uno solo de sus errores. Haz lo que tengas que hacer, te lo debe – me dice, mirándome a los ojos.

―           Entonces… ¿ahora podré tenerla para mí?

El comentario de Ras enciende mi sangre. Katrina es, oficialmente, nuestra esclava…

                                                                CONTINUARÁ…

Relato erótico: “La fábrica 22” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA 22

Sin títuloEsa noche era, en teoría, la última que yo pasaba en casa de Luis; sin embargo, los últimos acontecimientos de la fábrica en relación con la llegada de la nueva empleada me hicieron rever mi postura.  Los celos y la paranoia hicieron presa de mí al punto de la angustia, pues yo suponía que, en caso de marcharme, estaría allí dejando otra plaza libre para ser ocupada por esa chica.  Viéndolo hoy, la mía estaba lejos de ser una estrategia acertada ya que corría riesgo de atosigar con mi presencia, pero en esos momentos la mente de una trabaja de una forma distinta y se deja llevar por impulsos y sentimientos obsesivos.  Apenas Luis y Tatiana estuvieron en casa me arrojé, por supuesto, en brazos de ella y, casi literalmente, le comí la boca: creo que nunca le había llevado la lengua tan adentro de su boca como lo hice en esa oportunidad.  Temí incluso, por un momento, que ella me rechazara, pero no fue así: me dejó hacer y se dejó penetrar por mi lengua casi tomándolo como un acto sexual en sí; quizás, me dije, mis temores con respecto a un cambio en su actitud hacia mí serían infundados…

Hubo, no obstante, algo distinto, de lo cual me di cuenta al espiar de reojo a Luis, quien no nos devoraba con perversos ojos como hubiera cabido esperar sino que, por el contrario, parecía desentendido del asunto; de hecho, se dirigió hacia la cocina con la aparente intención de rescatar algo de la heladera.  Aquella sí que era para mí una señal de alarma: era evidente que su espíritu voyeur estaba ya lo suficientemente satisfecho con las escenas que habría presenciado en su oficina entre Tatiana y la chica nueva; con rabia, lo imaginé masturbándose una y otra vez al contemplarlas o bien haciendo que ambas le lamieran el pene hasta hacerlo acabar tal como alguna vez nos había hecho hacer a Tatiana y a mí.

La desesperación se apoderó de mí nuevamente: sentí que estaba perdiendo interés de parte de Luis.  Una vez más, opté por el peor camino: perseguir y asfixiar.  Tomando a Tatiana por el talle, prácticamente la arrastré hasta la cocina, en donde, efectivamente,  Luis hurgaba en la heladera.  Buscando absurdamente recuperar un terreno que consideraba estar perdiendo, empujé a Tatiana por los hombros hasta hacerla apoyar sus espaldas contra la mesada.  De un solo tirón, le abrí la blusa rosada haciendo saltar varios de sus botones; consideré que cuanta más salvaje pasión le pusiera al asunto, más fácil sería reactivar a Luis: el objetivo, desde luego, era arrancarle una erección.  Eché una hambrienta mirada a los ojos de Tatiana y me mordí el labio inferior al verla tan hermosamente entregada y desvalida.  La imagen me excitó: zambulléndome rápidamente de cabeza entre sus senos, capturé con los dientes la parte media del sostén y tirando del mismo, se lo llevé arriba hasta dejar a la vista sus maravillosas tetas.  Una vez que sus pezones estuvieron al descubierto, elegí al azar uno de ellos y me le arrojé encima: empecé por aplicarle rápidos y alocados lengüetazos que pusieron a mil a Tatiana al punto que pude sentir cómo su pezón se endurecía más y más a cada pasada de mi lengua.  Miré de soslayo a Luis: parecía haber, al menos de momento, abandonado su búsqueda en la heladera y, ahora sí, nos miraba.  Tuve, sin embargo, la fugaz sensación de que sus ojos revelaban más sorpresa que excitación…

Haciendo aro con mi boca, atrapé el pezón y succioné con toda mi fuerza, lo cual hizo a Tatiana lanzar un largo y profundo gemido.  “Te tengo, nena” , me dije para mis adentros, alegrándome por saber que su excitación traería aparejada la de Luis como obvia añadidura.  No debía desaprovechar el momento ni lo que estaba consiguiendo, así que hundí mis dientes en el apetecible y ya rígido pezón, lo cual, como no podía ser de otra manera, le arrancó a Tatiana un salvaje gemido que viró rápidamente hacia un alarido de placentero dolor.

Fue extraño, pero en ese momento, me sentí casi como un hombre: tomándola por las caderas, la alcé hasta dejarla casi acostada sobre la mesada.  Liberé durante un instante su pezón pero sólo para ocuparme en hundir mis manos por debajo de su corta falda hasta atraparle la diminuta tanga y jalar de ella haciéndosela deslizar por las piernas.  Una vez que tuve la prenda en mis manos, dirigí a Luis una mirada de lascivia pura y, en un acto quizás algo sobreactuado e innecesario, arrojé la tanga a su rostro; tras el impacto de la prenda, él la atrapó cuando, justamente, ésta comenzaba a deslizarse hacia el piso.  Yo no sabía cómo interpretar su mirada: había una leve sonrisa dibujada en su rostro y mi sensación era que se lo notaba algo divertido.  De hecho, le escudriñé fugazmente el bulto y no noté que estuviera teniendo erección alguna.

Las cosas iban, al parecer, a estar difíciles, pero, internamente, me negué a rendirme.  Ignoraba, por cierto, en qué caldera lo habrían arrojado esa tarde Tatiana y la nueva empleada ni qué tanto hubieran dejado ya satisfecho su perverso apetito voyeur, pero estaba dispuesta a reconquistar el terreno que creía estar perdiendo.  Siempre mirando a Luis, enterré mi mano en la concha de Tatiana y mis dedos, como tentáculos, reptaron y juguetearon dentro de ella.  Un profundo jadeo inundó la cocina y yo me zambullí nuevamente hacia sus pechos, atacando ahora el otro pezón.  No cesé de succionar ni por un segundo como tampoco de penetrarla bien profundo con mis dedos hasta que supe que ella ya no tenía control de sí: desparramada sobre la mesada, extendía sus brazos en toda su longitud y arrojaba desesperados manotazos hacia los costados dando cuenta de todo utensilio que se hallase más o menos cerca: el ruido de trastos rodando por la mesada y luego por el piso resonó en el lugar…

Una vez que supe que Tatiana había alcanzado el orgasmo, decidí no darle tregua: con prisa la volví a tomar por las caderas y la giré por completo, de tal modo de dejarla con los pechos aplastados contra el mármol.  Hincándome por detrás de ella, tuve ante mis ojos una fantástica visión de su hermoso culo y, sin perder más tiempo, me abrí paso con mi lengua por entre sus nalgas recorriéndole primero la zanjita cuan larga era para después, sí, dedicarme a su tentador agujerito.  Fue entonces cuando tomé conciencia de lo útiles que podían serme algunas de las habilidades que había adquirido lamiéndole el culo a Hugo Di Leo.  La penetré analmente con mi lengua tan profundo como pude e incluso mucho más allá de donde realmente creía poder llegar.

No necesito decir lo mucho que disfruté tan intenso momento como tampoco cómo lo estaba gozando Tatiana, pero mi gran preocupación, sin embargo, era Luis.  En un momento y mientras tenía aún mi lengua hundida en el orificio de Tatiana, miré de reojo por sobre la curvatura de su perfecta nalga para descubrir que Luis estaba hurgando nuevamente dentro de la heladera, aparentemente desinteresado del asunto.  Para recuperar su atención pasé una mano por entre las piernas de Tatiana y, una vez más, le enterré un dedo en la raja; su gemido cortó el aire y, así, penetrándola con mi lengua por el ano y con mi dedo por la vagina, consideré que era imposible no captar la atención de Luis.

“Interesante” – le oí decir; su voz sonó algo ahogada como si tuviera algo en la boca.

Sacando por un instante mi lengua del agujerito de Tatiana, desvié la vista hacia él y comprobé que, en efecto, lo que llevaba en la boca era una porción de pizza fría.  Asentía con la cabeza en forma aprobatoria al vernos pero no daba muestras de estar excitado en absoluto.  ¡Dios!  ¿Cuánto tenía que esmerarme y qué tanto debía hacer gritar a Tatiana?  ¿Era posible que en la oficina lo hubieran dejado satisfecho a tal punto?  ¿O sería que la nueva empleada había demostrado para con su novia artes bastante más estimulantes que las mías?  Me atacó una cierta angustia al ver que Luis, siempre con su porción de pizza entre los dientes, cerraba la heladera y pasaba a mis espaldas como saliendo de la cocina.  Me desesperé: no podía dejar que se fuera.  Abandonando a Tatiana por un instante, me lancé hacia él en el preciso momento en que pasaba por detrás de mí; arrodillándome, lo atrapé a la pasada y quedé con una de mis mejillas aplastadas contra su trasero en tanto que mis manos, por delante, le buscaban el bulto hasta encontrarlo para notar, tristemente, que no daba señales de nada.  Sorprendido, Luis detuvo su marcha y, girando la cabeza por sobre su hombro, me miró desde arriba con gesto intrigado; yo sabía que no podía perder tiempo, por lo cual, sin más trámite, le desprendí y bajé el pantalón.  Sin soltarle la cadera ni por un instante, caminé sobre mis rodillas de tal modo de rodearlo hasta ubicar mi rostro frente a su miembro y, de un solo bocado, capturárselo con mi boca: lo tenía, por cierto, aún bastante fláccido, así que me esmeré en lamerlo y lamerlo hasta notar, con satisfacción, que se le comenzaba a poner duro.  Pero cuando comenzaba a paladear mi triunfo, Luis me tomó por los cabellos y, con suavidad, jaló mi cabeza hacia atrás.

“Se la ve desesperada, Soledad – me dijo, luciendo una sardónica sonrisa -: se le nota que tiene hambre de verga.  ¿Qué pasó?  ¿Tan excitada quedó después de lo bien que la cogí en el baño de damas durante la fiesta de casamiento?”

Sus palabras eran estocadas mortales contra mi dignidad, pero yo había ya caído a tal punto de bajeza que prefería asimilarlas y extraerle al asunto la parte positiva.

“Sí… – balbuceé -.  Me… calenté mucho”

“Veo… – asintió, soltando mis cabellos -; pero… verá, Soledad.  Hoy… no es la noche para eso.  Estoy… muy cansado.  Y además, jeje, sepa disculpar, pero… no es lo mismo sin el vestido blanco”

Sus palabras, aunque extrañamente gentiles, eran la triste confirmación de que él ya estaba conforme por esa noche y, a la vez, me hacían pensar que, muy posiblemente, las cosas, tal como había temido, fueran a ser muy diferentes de allí en más.  Desvió la mirada hacia su novia:

“Tati – le dijo -.  Ya sabés dónde hay un consolador.  Dale una buena cogida a la señorita Soledad, así se le pasa un poco la calentura”

Siempre sonriente y de pocas palabras, Tatiana se acomodó un poco el desastre que yo había hecho con su ropa para luego tomarme por un brazo e instarme, con cortesía pero decididamente, a ponerme en pie.  Una vez que lo hubo logrado, me guió hasta la sala de estar.  Siempre teniéndome por el brazo, se inclinó para abrir un cajón de mueble y extraer de allí un consolador que nada tenía que envidiarle al que Evelyn le aplicaba en el culo a Luciano.  Sin soltarme ni por un momento me hizo inclinar sobre la amplia mesa de la sala hasta que mis tetas quedaron apoyadas sobre el vidrio que cubría la misma; luego, con mucha habilidad y utilizando una sola mano, me dejó sin tanga de un solo tirón.  Mis ojos, llenos de angustia, seguían a Luis, quien, habiendo ya dado cuenta de la porción de pizza que rescatara de la heladera, caminaba en dirección hacia el dormitorio sin siquiera volverse para mirarnos ni por un instante. 

“Tati…”– balbuceé desesperadamente.

“¿Sí, Sole?”

“¿Por qué no vamos mejor al cuarto y… lo hacemos allí?”

“No, linda – respondió la rubia, tajante pero siempre cortés -.  Dejemos descansar a Luis; ahora quiero que cierres los ojos y te relajes”

Apenas un instante después sentí el objeto entrar en mi vagina y, si bien el placer  era el de siempre, me sentía morir al pensar en que, por lo que parecía, yo ya no formaba parte de la pareja preferida de Luis…

Estuve casi como ausente al otro día en la fábrica; por suerte la nueva empleada no se hallaba aún en funciones porque de lo contrario no sé cómo hubiera respondido.  Pero más allá de eso, un nuevo factor de preocupación se había agregado: con la conmoción de esos días yo había perdido la cuenta de los días de mi período y descubrí, de pronto, que estaba en pleno atraso.  No era mucho, pero atraso al fin.  Rápidamente acudieron a mi cabeza las imágenes de tanta escena de sexo en aquellos días previos: por mi mente desfilaron el stripper, el sereno, Luis, Hugo… ¡Dios!  ¿Era posible que algunos de ellos me hubiera embarazado?  Ya me habían advertido varias veces acerca de la poca fiabilidad de las pastillas que estaba tomando y, sin embargo, me mantuve en ellas amparándome en el débil argumento de que jamás había tenido problema alguno.  Pero los problemas no ocurren hasta que ocurren y el terror me invadía al pensar en la posibilidad de que alguno de todos esos pudiera ser padre de una criatura que, tal vez, yo llevara en el vientre.  Ni siquiera había forma alguna de endilgarle el hijo a Daniel por dos razones: por un lado, hacía rato que no teníamos nada de sexo entre nosotros y, por otro, ¿qué iba a hacer?  ¿Volver con él a decirle que se hiciese cargo de su “paternidad”?

Estaba tan nerviosa que miraba en derredor y me daba la impresión de que todos en el lugar estaban al corriente de mi duda; era mi imaginación, desde luego, pero creía descubrir en las chicas miradas que parecían a veces  cómplices, otras pícaras… otras divertidas.  ¡Dios!  Tenía que controlar mi paranoia además de, por supuesto, tratar de asegurarme lo antes posible de que mi temor era tan infundado como apresurado ya que, después de todo, había tenido atrasos montones de veces.

Por lo pronto, ese mediodía aproveché la hora del almuerzo para salir un momento de la fábrica y comprar un test de embarazo en la farmacia que estaba a unas pocas cuadras.  Mi aspecto, con esa falda tan corta, era de lo más llamativo y en el momento en que la dependienta se giró para ir a buscar lo que le pedía, tuve que soportar que algún libidinoso que esperaba su turno se me acercara al oído para susurrarme:

“Dichoso el que la embarazó.  Cuánta envidia, jeje”

Muerta de vergüenza, bajé la cabeza e hice como si lo ignorara.  Una vez que me entregaron el test y pagué, me giré sobre mis tacos para retirarme del lugar sin levantar en ningún momento la vista hacia el sujeto que tenía a mis espaldas.  Pasé caminando junto a él como si no existiese y, simplemente, me encaminé hacia la puerta, pero cuando estaba llegando una nueva voz me detuvo, en este caso femenina:

“Parece que somos unas cuantas las que andamos con problemas hoy”

Era una voz fresca, juvenil y, a la vez, cargada con un deje malicioso.  Aún antes de levantar la mirada, supe que se trataba de Rocío y, en efecto, en cuanto lo hice, me encontré con la rubiecita frente a mí.

“Ho… hola Rocío” – tartamudeé.

Más vergüenza.  Todo me dio vueltas.  ¿Cuánto llevaba allí esa putita?  ¿Me habría oído pedir el test de embarazo?  El rostro se me puso de todos colores pero supe que tenía que necesitaba disimular en la medida de lo posible.

“Sorpresa encontrarte por aquí.  Vine por un analgésico: se me estuvo partiendo la cabeza de dolor durante toda la semana” – dijo ella, explicando  el motivo de su presencia allí, cosa que, de cualquier modo, no me interesaba.  Lo único que sí me importaba y, más aún, me inquietaba, era qué tanto hubiese llegado ella a escuchar.

“Uy… no me digas – dije, fingiendo preocupación -.  Ojalá te pase: es un bajón trabajar con dolor de cabeza”

No dije nada más.  Sólo saludé con un asentimiento de cabeza y pasé junto a ella en procura de abandonar el lugar cuanto antes; pude sentir sus ojos sobre mí todo el tiempo y, aún sin verlo, podía imaginar su rostro sonriente: pensar que tiempo atrás era una chiquilla sin demasiada iniciativa llevada de las narices por Evelyn; ahora se movía con otra seguridad, posiblemente envalentonada desde que su amiga había subido de jerarquía.  Pero más allá de eso, en ese breve encuentro que tuve con ella en la farmacia sólo me pareció que sus palabras despedían sarcasmo y sus ojos burla.  La paranoia, una vez más, volvía a hacer presa de mí…

Ya en la fábrica, me dirigí al toilette para hacer el test.  Y, en efecto, ocurrió lo más temido: positivo.  Me tomé la cabeza y casi me dejé caer; tuve que aferrarme al lavatorio para no hacerlo.  ¡Dios!  Aquello sí que venía a complicarlo todo y en el peor momento: ¡malditas pastillas!  Casi ni pude prestar atención a mi trabajo durante el resto de la tarde; cometí, de hecho, varios errores y fui dos veces citada a la oficina de Evelyn por errores en los informes de facturación que había enviado.  Eran en verdad errores burdos, de ésos que sólo pueden cometerse cuando una tiene la cabeza en cualquier otra parte. Yo, por un lado, no sabía cómo disculparme y, por otra parte,  comprendía perfectamente que tenía que lucir tranquila como para no generar sospechas: no hacía falta saber demasiado de matemáticas para darse cuenta que los días de trabajo que llevaba en la fábrica desde mi ingreso no me habilitaban para reclamar indemnización en caso de ser despedida.  Y si bien no sabía nada específicamente sobre los antecedentes en esa empresa en particular, mil veces había oído historias acerca de chicas que, al quedar preñadas, fueron despedidas de sus empleos.  Si ellos así lo querían, podían dejarme en la calle con un hijo en camino y sin pagarme absolutamente nada, pues aún no llevaba noventa días trabajados en la fábrica.  Cuando Evelyn me citó por segunda vez para regañarme por un error, insistió varias veces en preguntarme si me sentía bien y no pude evitar pensar si la perrita de Rocío la habría puesto al tanto de algo, en cuyo caso sólo quedaba inferir que, en efecto, me había oído pedir el test de embarazo en la farmacia.  Manifesté una y otra vez que me sentía bien y sólo un poco cansada; me excusé cien veces y volví a lo mío, tratando de concentrarme para hacerlo lo mejor posible… aunque, por supuesto, se me hacía muy difícil.

Pero cuando faltaban sólo quince minutos para la chicharra de salida, Evelyn me citó nuevamente a su oficina.  Temí haber cometido un nuevo error pero no… Al trasponer la puerta la encontré, como era habitual, al otro lado del escritorio, pero parecía exhibir una actitud algo más relajada que la de siempre.  Tenía el mentón apoyado en un puño mientras, cruzada una pierna por sobre la otra, se giraba en su silla alternadamente hacia uno y otro lado.  En la sonrisa que le ocupaba el rostro descubrí esa malicia tan frecuente en ella y temí lo peor:

“Cerrá la puerta, nadita” – me ordenó apenas entré.

No pude evitar sentir el impacto que me provocaba el que, luego de no haberlo hecho durante varios días, volviera a dirigirse a mí con el detestable apodo que ella misma me había puesto.  La orden de cerrar la puerta, por otra parte, no dejaba de inquietarme, pues dejaba traslucir que se venía una charla que requería una cierta intimidad: eso podía ser bueno o malo, pero viniendo de Evelyn, siempre era más probable esperar lo segundo.  Cumplí con lo que me ordenaba y, nerviosa, quedé de pie a la espera de lo que fuera a decirme; se mantenía, sin embargo, en silencio y siempre con la silla haciendo ese movimiento pendular que sólo contribuía a aumentar mi nerviosismo (lo cual, casi con seguridad, debía ser su objetivo); sus ojos, eso sí, lucían ahora algo más agrandados y su sonrisa más radiante.

“¿S… sí, señorita E… velyn?” – balbuceé, entrecortadamente

“Hablame de tu embarazo” – me espetó ella a bocajarro y sin abandonar su relajada postura.

Fue como un golpe en el pecho; reculé incluso un par de pasos por el impacto que me produjo.

“¿Q… qué?” – musité.

“No trates de ocultarme nada.  Ya lo sé todo.  Por cierto: mis felicitaciones”

Fiel a su estilo, se valía de su impostada cortesía para humillarme.

“P… pero… no, señorita Evelyn… No sé quién puede haberle… d…dicho algo así,  p… pero… no, le p… puedo asegurar q… que…”

“¿Por qué fuiste a comprar un test de embarazo?”

Cada pregunta era un dardo envenenado.  Todo estaba más que claro: la putita de Rocío me había escuchado hacer mi pedido en la farmacia y, como no podía ser de otra forma, había corrido a contarle la novedad a su entrañable amiga.  ¿Qué había de sorprendente en ello, después de todo?  La estúpida era yo si realmente pensaba que podía ocurrir algo diferente.

“T… tenía dudas – dije, siempre tartamudeando -, p… pero, n… no: me d… dio n… negativo”

“¿Y si te dio negativo por qué estuviste tan nerviosa durante toda la tarde?”

Miré al piso.  Hice lo imposible por contener las lágrimas.  No podía creer la situación en la que me estaba viendo envuelta y me daba perfecta cuenta de que mis intentos por ocultarle la verdad a Evelyn eran inútiles e infructuosos, además de altamente ingenuos.

“¿Y por qué se te ve tan nerviosa ahora? – insistió Evelyn, volviendo a la carga con el interrogatorio -.  Mirate: ni siquiera sos capaz de mirarme a la cara.  No, no, no – chistó tres veces acompañando la redundante negativa -; ésa no es la actitud de alguien que se acaba de enterar que no está embarazada.  No, nadita, no lo es: a menos que esperara estarlo y, en fin, ahora esté decepcionada.  Pero, hmm… no, no me parece que ése sea tu caso”

Ya no pude más.  Una lágrima me corrió por la mejilla: Evelyn era un verdadero reptil y no me cabía duda de que debía estar gozando por haber logrado hacerme llorar.  Tragué saliva, me aclaré la voz; hablé, finalmente, entre sollozos:

“P… por f… favor, señorita Evelyn, s… se lo r… ruego: no diga nada…”

Sabía que lo implorante de mi tono la estimulaba aun más: en otro contexto, quizás hasta se hubiera masturbado al verme en ese estado.

“Nadita: quiero que me entiendas – comenzó a explicar, adoptando un tono que sonaba entre paciente y maternal -.  Yo soy la secretaria aquí: tengo la obligación de tener al tanto al señor Di Leo de lo que ocurre con las empleadas”

“¡Pero… me van a despedir! – exclamé, con desesperación.

Ella revoleó los ojos y sacudió la cabeza a un lado y a otro, como si hiciera cálculos.

“Muy posiblemente” – dijo.

¡Por favor! – aullé, avanzando hacia ella los dos pasos que antes había reculado; me sentía a punto de arrojarme de rodillas al piso de un momento a otro -.  Necesito… el trabajo.  ¡Por favor, señorita Evelyn! Le ruego que mantenga el secreto…”

“Sería desleal pero además estúpido – dijo ella, con gesto desdeñoso -.  A la larga la pancita te va a crecer, ¿no te parece?  Y entonces todos se van a dar cuenta: yo, por cierto, voy a quedar también muy mal por haberlo ocultado”

“¡No tendrían por qué enterarse de que usted lo sabe! – exclamé, suplicante. -.  ¡Por favor, señorita Evelyn, se lo pido encarecidamente!  Además… – súbitamente recordé a su amiga Rocío -; usted podría también convencer a Rocío de que no…”

“Pero: ¿qué vas a ganar con dilatar el asunto? – me interrumpió -.  Te estoy diciendo que, más tarde o más temprano, tu pancita se va a notar”

“Claro, pero…”

Levantó las cejas, expectante.

“¿Pero…? – me instó a continuar.

Yo no encontraba las palabras justas para contar qué era lo que planeaba; era que, al pensarlo objetivamente, lo que yo elucubraba era terriblemente desleal y, sin embargo, estaba decidida a hacerlo.  Evelyn seguía expectante y yo seguía sin decir palabra hasta que, finalmente, fue ella quien habló:

“Pero para cuando todos lo sepan, ya van a haber pasado los tres meses laborales y, por lo tanto, vas a haber adquirido otros derechos, ¿verdad?  ¿Es así, nadita?”

Qué puta que era.  No me quedaba la menor duda de que en todo momento había sabido que mi plan era ése pero sólo había dilatado el interrogatorio para hacerme sentir aún más humillada.  Avergonzada, asentí con la cabeza gacha.

“Jaja – carcajeó Evelyn, a la vez que palmoteaba el aire.  En ese momento se oyó sonar la chicharra que marcaba la hora de salida aunque, desde luego, ni ella ni yo la registramos en demasía -.  Bueno, bueno: qué zorrita resultaste ser, nadita.  Y bastante más inteligente de lo que yo pensaba.  Eso es muy sucio, ¿sos consciente de eso?  No sólo vas a ocultarle a la firma información personal tuya sino que además me estás pidiendo que yo sea cómplice.  ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo?”

“Por… favor, señorita Evelyn.  Necesito el trabajo… No diga nada, se lo pido; voy a… hacer lo que usted quiera, lo que… usted diga”

Bastó que terminara de pronunciar esas palabras para que tomara conciencia de lo que acababa de decir.  Someterse a “lo que Evelyn quisiese” era casi suicida, sobre todo sabiendo de su alto grado de perversión así como del placer extremo que encontraba en humillarme.  Pero yo estaba absolutamente desesperada y cuando una se encuentra en tal estado, es capaz de someterse a cosas que de otro modo no toleraría. 

Un silencio sobrecogedor se apoderó de la oficina.  Desde el corredor llegaron los pasos del personal retirándose hasta que, en determinado momento, todo volvió a ser calma y sólo se oía el ligero crujido de las rueditas de la silla de Evelyn mientras seguía girándose a uno y otro lado.  Yo seguía con la vista en el piso y sin atreverme a levantarla.

“Lo que yo quiera” – soltó Evelyn, remarcando bien las palabras.

Nueva estocada.  Como no podía ser de otra manera, la pérfida colorada estaba ya imaginando y saboreando los beneficios de acceder a guardar mi secreto.  Yo, tristemente, asentí con la cabeza.

“Sí, señorita Evelyn” – dije, con la voz apenas hecha un hilillo.

Otro silencio.

“Lo que yo diga” – dijo, al cabo de un rato, volviendo a remarcar.

Volví a asentir y, tratando de contener las lágrimas, solté un casi imperceptible “sí”.

“Interesante – dictaminó Evelyn, como si meditara sobre el asunto. –  Trato hecho”

Se produjo entonces la más impensada y paradojal situación.  De algún modo, yo acababa de firmar mi pacto con Mefistófeles y, sin embargo, mi rostro se tiñó de alegría al saber que Evelyn guardaría silencio sobre mi estado de embarazo.  Fue tan irrefrenable mi júbilo que, en un degradante acto que no logré controlar, me arrojé de rodillas ante ella y le besé los pies.

“¡Gracias, señorita Evelyn!  ¡No sabe cuánto se lo agradezco!” – no paraba yo de repetir intercalando mis excitadas palabras con devotos besos sobre su calzado.

“Bien – dijo Evelyn, en tono de fría malicia -.  Tenemos un trato: empecemos a ponerlo en práctica”

                                                                                                                                                                    CONTINUARÁ


Relato erótico: “Women in trouble 03” (POR TALIBOS)

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Women in trouble 3 – Odio al imbécil del novio de mi hermana

Sin títuloUna y media de la tarde, centro de la ciudad. 40o a la sombra. Aunque a mí el calor de la calle me daba igual, sentadito en mi Audi, con el aire acondicionado puesto al máximo, contemplando por la ventanilla cómo la ciudad se derretía a mi alrededor, mientras circulaba a paso de tortuga atrapado en el atasco de cada día.

Aunque, a pesar de los 22o que marcaba el climatizador del coche, mi cuerpo estaba ardiendo. No, no estaba enfermo, se trataba únicamente de la reacción natural de mi organismo cada vez que tenía que reunirme con Ricardo, Ricky para los amigos. El capullo con el que mi hermana llevaba liada 3 años.

Mi hermana, Malena. Como siempre que pensaba en ella, algo se agitó dentro de mí.

Malena.

Por más vueltas que le daba, no me explicaba cómo una chica como ella, linda, dulce e inteligente, había acabado enrollada con un parásito como Ricardo. No había explicación. Era un misterio. Ni Iker Jiménez podía dar respuesta a ese enigma.

– Mierda – exclamé – Hablando del rey de Roma…

Mi móvil había empezado a zumbar e, inmediatamente, la conexión Blue Tooth hizo que conectara con el altavoz del coche, que emitió el tono de llamada. En la pantalla del salpicadero apareció el odioso nombre de mi “cuñado”, provocando el rechinar de mis dientes.

Antes, lo tenía almacenado como “Ricardo el cabronazo”, pero, por temor a que Malena lo leyera y se cabreara, opté por cambiarlo.

– Dime, Ricardo – respondí con desgana.

– Hola, cuñado – dijo él, clavándome un cuchillo en las tripas – Perdona que te llame con tan poca antelación, pero es que me ha surgido un problema y no puedo quedar para comer.

No hay mal que por bien no venga. Me alegraba de no tener que ver a ese tipejo durante el almuerzo, pero, aún así, le solté sin poder contenerme:

– No me jodas, Ricardo. Con todo el por culo que diste para que quedásemos hoy y ahora me dejas tirado. Tío, te juro que si no fuera por mi hermana…

– Lo siento, Lucas, lo siento – dijo el cretino, con voz de plañidera – El coche me ha dejado tirado en un pueblo, donde Cristo perdió el zapato. He hablado con los del seguro y por lo menos van a tardar una hora en venir a por el coche. Y eso con suerte.

– Joder – exclamé mientras me regocijaba por dentro de que se hubiera quedado tirado – Pues entonces, no sé. ¿Por qué no almuerzo con Malena y que ella me vaya poniendo en antecedentes?

– ¡NO! – respondió él con excesiva premura – Verás… tu hermana está… Me ha llamado hace un rato y tampoco va a llegar a tiempo… Hemos quedado, si no te importa, en cambiar el almuerzo por una cena… Esta noche, en casa…

– ¿En casa? – pensé en silencio, sin llegar a pronunciar palabra – ¡En mi casa querrás decir, maldito cabrón!

En cambio, lo que dije fue:

– Vale, vale, como sea. Esta noche entonces. Espero que lo tengas todo bien preparado. Y que conste, no te prometo nada, me da igual que estés saliendo con Malena, si la cosa no me parece interesante, pasaré olímpicamente…

– Sí, sí, claro – dijo él, con voz temblorosa – Tú tranquilo, verás cómo te va a parecer una oportunidad cojonuda de inversión. Tengo todos los papeles listos en casa. Lo tengo todo ordenadito y dispuesto. Esta noche te pongo al día.

– Venga, lo que sea – dije, deseando dejar de escuchar su odiosa voz – Me paso sobre las 9, ¿está bien?

– Perfecto.

– Pues nada. Nos vemos a la noche.

Y colgué sin esperar su despedida.

– A tomar por culo… Cabronazo – le espeté al teléfono ya colgado.

Resoplé enfadado. Menuda mierda. No debería haberme dejado convencer por Malena. Sólo de pensar en prestarle pasta al imbécil ése para que pusiera en marcha un negocio… se me revolvían las tripas.

Pero qué iba a hacer. Malena me lo había pedido y yo era completamente incapaz de negarle nada a mi hermanita. La quiero con locura. Es la mujer más maravillosa del mundo y su único defecto… es Ricardo.

Pero he empezado la historia por la mitad. Ni siquiera me he presentado. Los que hayan estado atentos, sabrán ya que mi nombre es Lucas (por favor, guárdense los chistes de Chiquito, estoy hasta los cojones de ellos) y, aunque de la lectura del texto parezca desprenderse que soy un tío maduro (de edad), lo cierto es que soy bastante joven, 19 añitos tan sólo.

¿Cómo es eso? ¿Cómo un niñato de 19 años tiene pasta para invertir y conduce un Audi? ¿Es heredada? ¿Te tocó la primitiva?

¡Nah! Nada de eso. Yo soy uno de esos hombres hechos a sí mismos. Es sencillo. Seguro que muchos de vosotros tenéis en vuestro móvil alguna de las APPs que yo he diseñado. Venderlas y forrarse es todo en uno.

No quiero caerles mal, no piensen que soy el típico ricachón que mira a los demás por encima del hombro y que por eso odio tanto a Ricardo. Nada de eso. De hecho, cuando empezó a salir con mi hermana, hace ya 3 (largos y dolorosos) años, yo era más pobre que una rata y ya le detestaba entonces. El éxito vino después.

Malena siempre ha cuidado de mí. Es dulce, cariñosa, un verdadero encanto de chica. Y se merece algo mejor que Ricardo, desde luego que sí.

Es mayor que yo, 5 años, o sea que en este momento cuenta con 24, en plena flor de la vida. Y, la idea de que esté pasando sus mejores años al lado de un cenutrio sin oficio ni beneficio, es demoledora. No sé cómo ha acabado con él, quizás sea cierto que las chicas acaban buscando como pareja a alguien que se parezca a su padre.

Papá. Otro elemento bueno. Nos abandonó hace 10 años, al parecer incapaz de sacar a su familia adelante. Buena solución la suya, maricón el último, como se dice vulgarmente. Si hay problemas, lo mejor es largarse y que los resuelva otro.

Por lo menos a ése no he vuelto a verle desde entonces y espero que sea así por siempre jamás. Cuando empecé a ganar dinero, hablé con mamá y contratamos a un abogado, que se encargó de localizarle y conseguir que firmara los papeles del divorcio. Estuvo habilidoso el picapleitos, al parecer lo amenazó con años de pensión alimenticia impagados y el cabrito firmó inmediatamente, sin pararse a pensar el por qué mi madre había decidido divorciarse después de tanto tiempo.

Fácil. Para que así no tuviera ni por asomo la posibilidad de presentarse en casa a pedir pasta, porque, cuando vendí la primera APP, todavía era menor de edad.

Pero he vuelto a hacerlo. Sigo contando las cosas por la mitad.

¿Por qué quiero tanto a mi hermana? Porque es maravillosa.

Como decía, mi padre nos abandonó cuando yo tenía 9 años y Malena 14. Mi madre, la pobre, tuvo que matarse a trabajar para sacarnos a los dos adelante, con lo que apenas tenía tiempo para estar en casa atendiendo a sus hijos y tampoco tenía dinero para contratar a alguien que se encargara de la tarea, así que Malena se encargó de cuidarme.

Yo era un chico debilucho, un tanto enfermizo, blanco seguro de los niñatos del colegio primero y del instituto después. Malena se esforzaba todo lo que podía en protegerme y recuerdo que una vez llegó incluso a salir con Carlos, uno de los garrulos del insti, sólo para conseguir que los de su pandilla dejaran de meterse conmigo. Lo hacía todo por mí.

No hice muchos amigos en esos años, aunque, la verdad, tampoco los eché mucho en falta. No me gustaba el fútbol, ni los deportes, lo que automáticamente te convertía en un bicho raro. Así que, todos los días, en cuanto salía de clase, me iba disparado a casa, a ayudar a Malena en todo lo que podía.

Esos años fueron maravillosos para mí. Estábamos increíblemente unidos. Lo hacíamos todo juntos.

Luego fuimos creciendo y nuestra relación se hizo incluso más estrecha.

Para ese entonces, yo tenía ya 14 años y estaba en plena pubertad y ella, casi 19. Nuestros cumpleaños están muy próximos.

Al acabar el instituto, Malena se puso a trabajar para ayudar en casa. Tuvo suerte y consiguió trabajo como camarera en una cafetería del barrio, la del señor Gómez, un buen hombre que siempre la trató muy bien.

Male trabajaba de lunes a sábado en horario de mañana, pero, por las tardes, estaba conmigo en casa, insistiéndome siempre y apoyándome para que me esforzara en los estudios.

Durante esa época, salió con algunos chicos (como el tal Carlos), pero nunca hubo nada serio, lo que en el fondo me alegraba muchísimo. Sí, es verdad, lo admito, mis sentimientos por Malena no eran los habituales entre hermanos y yo, aún un chiquillo, fantaseaba con llegar a casarme con ella algún día.

Por mi parte, aunque las chicas empezaban a interesarme (y mucho), no obtuve experiencia alguna, pues siempre me faltó valor para pedirle a una chica salir. Pero no me importaba, pues tenía a Malena.

Hacía tiempo que no tenía ojos más que para ella. Gracias a Internet, había descubierto el porno, así que no me faltaban fotos y vídeos de tetas y culos para machacármela tanto como me apeteciera, pero, comparado con las veces que lo hacía pensando en ella… el porno no era nada.

Empecé a fantasear con ella a todas horas. Y no, no eran sólo fantasías de sexo, sino también románticas. Hubiera matado porque fuera mía.

Y Malena lo sabía, se dio pronto cuenta de que su hermanito sentía una fuerte atracción por ella, pero, en vez de afearme mi conducta, decidió simplemente ignorarla, sabiendo que aquellas fantasías eran mi única válvula de escape en la pubertad.

No es que ella hiciera nada para alentarme, simplemente es que no hacía nada… para lo contrario.

Recuerdo el día en que comprendí que ella lo sabía. Esa mañana, en el insti, un capullo me hizo la zancadilla y me caí de boca, haciéndome un esguince en una muñeca y un chichón en la frente. Nunca supe quien fue. Sólo recuerdo las risas de la gente en el pasillo.

Esa tarde Malena me vendó con fuerza la muñeca, tras haberse asegurado de que no era más que una torcedura.

Como no podía apañarme, mi hermana se ofreció para ayudarme en la ducha, a lo que accedí inmediatamente mientras el corazón me saltaba en el pecho. Parecía una de mis fantasías.

No, no voy a contarles una escabrosa sesión de sexo con mi hermana en el baño, ojalá.

Simplemente, pasó lo que tenía que pasar. Lo lógico. Me empalmé.

Recuerdo que, al principio, pasé mucha vergüenza, pero luego, empecé a fantasear con que mi hermana… se animara, así que procuré que mi erección fuera bien patente. Ella la vio, sin duda alguna, pero, como dije antes, se limitó a ignorarlo, dedicándose a asearme, poniendo mucho cuidado en evitar la zona de conflicto.

Fue la última vez que se ofreció a ayudarme en la ducha, aunque nunca me reprochó nada.

Me pasaba la vida babeando detrás de ella, como un perrito faldero. Más de una vez la espié mientras se cambiaba, o en la ducha, hasta que los bíceps del brazo derecho se me pusieron como los de Popeye. Y ella como si nada.

Siempre dulce, siempre atenta, la mujer ideal.

Y entonces llegó Ricardo.

Joder. El hijo de puta ya era conocido en el barrio, un perla bueno como habitualmente se dice. Un chulo de mierda, como digo yo. Al principio, pensé que una chica como Malena no duraría mucho con un tipejo semejante, pero qué va, supongo que es verdad lo del atractivo de los chicos malos.

El tío no duraba ni un minuto en ningún trabajo, siempre acababan por despedirle por no aparecer o por tocarse los huevos de sol a sol.

Y, sin embargo, Malena parecía creer que era una especie de advenimiento de Rodolfo Valentino cruzado con James Dean. De Paquirrín con Berlusconi más bien.

El comportamiento de mi hermana cambió. De pronto, pasaba todo su tiempo libre con Ricardo, ya no pasaba las tardes conmigo. Sí, ya sé que es normal que una joven esté tanto como pueda con su novio, pero les aseguro que no era por eso por lo que odiaba tanto al tipejo.

Fue porque mi hermana se convirtió literalmente en otra persona.

De un día para otro, empezó a discutir con mamá por nimiedades, rebelándose contra todo lo que ella le decía, especialmente cuando a mi madre se le ocurría mencionar a Ricardo.

Hasta la gente del barrio se dio cuenta y pronto empezaron las murmuraciones. Que si los habían visto liándose en el parque, que si los habían pillado en el portal, que si en los servicios de una discoteca…

Y lo peor fue que pude constatar que los rumores tenían fundamento, pues una noche, de las pocas en que salí por ahí un rato a tomar algo, me tropecé al llegar a casa con el coche de Ricardo aparcado cerca del portal. Como me pareció ver movimiento, me acerqué con cuidado y lo que vi dentro… háganse una idea. Sólo les diré que, de haberme acercado a saludar, mi hermana no podría haberme respondido por tener la boca llena.

Esa noche me quería morir.

Con el tiempo, Malena logró introducir paulatinamente a Ricardo en nuestras vidas, convenciendo a mamá de que le invitara a cenar de vez en cuando. Mi madre cedió, aunque creo que lo hizo más bien para que pasaran más tiempo en casa, en vez de andar liados por los rincones del barrio, donde cualquiera podía verlos.

Así que me encontré de pronto con el capullo aquel a todas horas en mi hogar. No lo soportaba.

El muy cerdo, tardó poco en coger confianza, así que se pasaba las tardes allí metido con Malena, mientras mi madre seguía deslomándose en el trabajo. Y no pasó mucho antes de que el cabronazo decidiera que mi presencia no era obstáculo para hacer cositas con su novia.

Y mi hermana no le decía no a nada.

La primera tarde en que la tomó de la mano y la sacó casi a rastras del salón, está grabada a fuego en mi memoria. Yo no podía creerme que fuera a atreverse a follársela conmigo allí. Pero sí que lo hizo.

La llevó a su cuarto, cerró la puerta y pronto empecé a escuchar gemidos y suspiros mucho peores que los de cualquier peli porno.

Y lo peor no era que se la tirara sin importarle que yo les escuchara, no, lo peor era cómo la trataba.

No, no me refiero sólo a que le estuviera dando órdenes constantemente, que si tráeme una cerveza, que si prepárame un bocadillo, que si ponme esta ropa a lavar, con la tonta de mi hermana obedeciéndole en todo con una sonrisa estúpida. No, como ya digo, verla rebajarse de esa forma era malo; pero no era lo peor.

Nuestro piso era humilde, en ese entonces no podíamos pagar nada mejor, así que las paredes estaban hechas de cartón, digo… de pladur de ése (sí, ya sabéis de qué hablo), así que podía seguir con bastante detalle las sesiones de sexo que se celebraban en el cuarto de mi hermana.

Sí, lo admito, reconozco que, al principio, me excitaba mucho cuando escuchaba a Malena gemir y relinchar como una yegua, pero, cuando empecé a escuchar constantemente cómo la trataba Ricardo, me ponía literalmente enfermo.

“Chúpamela, puta”, “trágatelo todo”, “ábrete el coño”, “no derrames ni una gota de leche, zorra”… eran expresiones que escuchaba todos los días, mientras la rabia me consumía por dentro y las ganas de plantarme en el cuarto y abrirle la cabeza con una lámpara se hacían inaguantables.

Traté de hablar con Malena, de hacerle ver que no se merecía que la trataran así, que Ricardo era un cerdo y que no era yo el único que lo decía… Como lavarle la cabeza a un burro. Ni puto caso.

Así que, amargado, opté por la solución más lógica. Dejé de venir a casa por las tardes, refugiándome en la biblioteca para estudiar. Y a trastear con el portátil (que en realidad pertenecía al instituto, ni siquiera era mío).

Mi madre, por su parte, acabó claudicando y aceptando a Ricardo en nuestras vidas, ya que comprendió que seguir enfrentándose a su hija no la llevaba a ninguna parte. Supongo que, en su decisión, influyó el hecho de que desconocía por completo las actividades a que se dedicaba por las tardes su hija en la “intimidad” de su dormitorio.

No las conocía o, simplemente, prefería no conocerlas.

Y la familia también se enteró de cómo estaba la cosa y además, lo hizo de forma bastante espectacular.

Nos invitaron a la boda de mi primo Juan y, queriendo tener las cosas en paz, mi madre accedió a que Malena le llevara como pareja. Craso error.

Durante el convite, eché en falta a mi hermana, lo que no me inquietó demasiado hasta que vi un corrillo de gente cerca de la puerta de los baños, chismorreando entre sí y riendo con disimulo.

El corazón se me paró. Recé para que no fuera lo que estaba imaginándome.

Y un mojón.

Minutos después, un bastante satisfecho Ricardo salía del baño con un aire de suficiencia tal que me dieron ganas de calzarle dos hostias. Mi hermana regresó poco después a la mesa, un poco sofocada y avergonzada.

Aunque ni punto de comparación con la vergüenza que pasó mi madre, cuando se dio cuenta de que su hijita llevaba en el pelo un pegote de cierta sustancia blancuzca y pegajosa.

La pobre tuvo que acercarse a su hija a murmurarle unas palabras al oído que hicieron que Malena enrojeciera hasta la raíz del los cabellos, excusándose para regresar al baño con premura, mientras los chismorreos se disparaban por toda la sala.

Y Ricardo allí, con cara de no haber roto un plato en su vida.

Bueno, ya se hacen una idea de lo mucho que quiero a mi cuñado, ¿no?

Poco después de la jovial celebración de la boda, vendí mi primer programa y empecé a ganar dinero, con lo que los apuros financieros de la familia disminuyeron al entrar tres sueldos en la casa, a pesar de tener que mantener a un parásito.

Pasó el tiempo y todo siguió igual. No soportando el seguir viendo a ese tipejo, alquilé un piso en cuanto cumplí los 18 y me largué, aunque seguí dándole dinero a mi madre.

Hace unos meses, cerré un nuevo contrato que me hizo ganar mucho dinero. Tanto que, siendo hombre de gustos sencillos, decidí invertir en comprar una casa mejor para mi familia. Consideré la idea de adquirir un chalet o casa grande, para volver a vivir de nuevo todos juntos, pero entonces Malena anunció su intención de irse a vivir con Ricardo y ni muerto hubiera consentido yo en compartir techo con él.

El muy capullo había conseguido conservar un trabajo (en la empresa de un familiar) durante unos meses y, contando con cierta seguridad económica, querían irse a vivir solos.

Pero, por mucho que odiara a aquel cretino, la idea de separarme de Malena era enloquecedora, así que encontré una solución ideal.

En un bloque del centro, se vendían tres pisos en una misma planta y yo los adquirí los tres. Uno para mí, otro para mamá y otro (aunque fuera como clavarme un puñal al rojo en las tripas) para Malena y su satélite.

Intenté que mamá dejara de trabajar, pero no logré convencerla, logrando tan sólo que dejara las horas extra. Cabezona como ella sola.

Intenté que Malena mandara a tomar por culo a Ricardo, ofreciéndole un buen fajo de billetes si lo hacía, pero sólo logré que se cabreara y amenazara con no volver a hablarme en la vida. Cabezona como ella sola.

Y así seguimos hasta la semana pasada, cuando Male, sabiendo cómo manipularme a su antojo, me convenció para escuchar la maravillosa idea de inversión que tenía Ricardo, con la que podríamos ganar mucha pasta y tener así el futuro asegurado.

Ya. Y yo me lo creo.

Por más que lo intenté, no logré sacarle prenda a mi hermana, que insistía en que todo era idea de Ricardo y que él me daría los detalles.

Me convenció. Me puso carita de pena y no supe decirle que no. Y ahora, dando muestras de lo extraordinariamente responsable que es el tipo, Ricardo me llama para aplazar la reunión de negocios. Capullo.

¿Y qué cojones querría proponerme? ¿Cuál sería ese negocio tan increíble?

No, no me malinterpreten, no es que quisiera saber si el negocio era bueno o no, era que quería tener argumentos suficientes para echar abajo las estupideces que hubieran podido ocurrírsele al mentecato.

Y entonces se me ocurrió una idea.

La documentación del “proyecto” estaba en su (mi) piso, ¿no? Y yo tenía una llave…

– Bien – me dije, sonriéndole al retrovisor – Vamos a obtener información “privilegiada” y así estaré preparado para rechazar cualquier cosa que haya podido ocurrírsele.

Me sentí bien. La idea me seducía. Si me enteraba ahora de qué iba la cosa, tendría hasta la noche para idear argumentos para mandarle a tomar viento, dijera Malena lo que dijera.

Y no me preocupaba que pudieran notar que alguien había entrado en su piso, ni siquiera tendría que poner mucho cuidado en dejarlo todo como lo encontrara, pues sabía que Ricardo había dado llaves del piso a varios de sus “amigos” que se paseaban por allí como Pedro por su casa.

Justo entonces, la circulación pareció aclararse y me libré por fin del atasco. Pisé el acelerador.

……………………….

Un rato después, estaba en mi piso buscando la llave en un cajón. Me sentía tranquilo, mi plan no tenía fallos.

Si por un casual aparecía Male y me pillaba, le diría la verdad, que quería enterarme de qué coño iba la idea de su novio. Y, si aparecía Ricardo, comprobaría que me había mentido, que no estaba en ningún pueblo tirado con el coche y los mandaría a tomar por saco a él y a su idea.

Estaba deseando que apareciera.

……………………..

A pesar de todo, aun sin saber muy bien por qué, puse mucho cuidado en no hacer ruido cuando abrí la puerta de su piso, entrando con sumo sigilo y cerrando tras de mí.

Me asomé a la cocina, encontrándome con los restos del desayuno abandonados sobre la mesa. Meneé la cabeza, apesadumbrado. Desde luego, mi hermana era otra persona.

Yo sabía que Ricardo había convertido la habitación del final del pasillo en su despacho, lo que en su idioma quería decir, un cuarto donde reunirse con sus amigotes a beber cerveza y a jugar a la consola.

Como allí tenía un escritorio (que seguro no había usado nunca), pensé que los documentos del proyecto estarían allí con seguridad.

Caminé tranquilamente por el pasillo, sin sentirme en absoluto incómodo por la flagrante invasión de intimidad que estaba cometiendo, pues, al fin y al cabo, aquel piso era mío.

Entonces me detuve, súbitamente sobresaltado. Al pasar junto a la puerta abierta del salón, me pareció escuchar una especie de zumbido, un ruidito mecánico que no supe identificar.

Me acojoné un poco. A pesar de lo dicho, en el fondo me daba vergüenza que me atraparan en su casa.

Con mucho cuidado, moviéndome con todo el sigilo de que fui capaz, retrocedí sobre mis pasos y me asomé a salón.

El corazón se me detuvo. Malena estaba allí.

………………………

Antes dije que me pasé la pubertad fantaseando con mi hermana. Sí, lo hice. Soñé con follármela de todas las maneras que se me ocurrieron. Me montaba películas, en las que siempre acabábamos en la cama. Bueno, en la cama o en cualquier parte.

Pero, lo que había en aquel salón…

Sin darme cuenta, absolutamente hipnotizado por la impactante imagen, sin acabar de creerme lo que estaba viendo, di un paso, entrando en la sala.

Malena estaba en el sofá, completamente desnuda, amarrada con una maraña de cuerdas que aprisionaban su cuerpo y le impedían cualquier movimiento, en una pervertida postura de bondage que yo había visto alguna vez en mis correrías por Internet, sin sospechar siquiera que aquello se hiciera en la vida real, fuera de las revistas y las películas porno.. Por fortuna, Malena llevaba los ojos vendados, con lo que no se había apercibido de mi presencia. Además, para impedirle pedir ayuda, estaba amordazada con una pelota roja de goma, sujeta por una correa que se anudaba en su nuca.

La postura en que estaba atada era increíblemente perversa y lasciva. Estaba acuclillada, con los pies encima del sofá, atada de forma que sus piernas permanecieran completamente abiertas y separadas, exhibiendo impúdicamente sus intimidades. Además, sus brazos estaban atados a su espalda, bien sujetos, con lo que era completamente imposible escapar o desatarse.

Para rematar el cuadro, me di cuenta de que asomaban dos consoladores de entre sus piernas, uno gordo, de látex, bien hundido en su vagina y apoyado en el mismo sofá para que no se saliera y otro, un vibrador, introducido en su ano, agitándose frenéticamente de un lado a otro gracias al motor de que estaba dotado, origen obvio del zumbido que había atraído mi atención al pasar por el pasillo.

No podía creer lo que veían mis ojos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas.

Me acerqué un poco, tratando de asegurarme de que aquello era real y no un sueño. Al aproximarme, me di cuenta de que en la piel de Malena se notaban perfectamente las marcas de las cuerdas, que le habían provocado marcas enrojecidas, con lo que comprendí que llevaba un buen rato allí sujeta.

Además, de su boca escapaba un hilillo de saliva por la comisura de los labios, que caía directamente sobre el sofá, manchando el cojín de babas. Mareado, di un pequeño traspiés, haciendo ruido, con lo que Malena, que parecía desmayada, alzó bruscamente el rostro y miró a su alrededor, moviendo la cabeza hacia todos lados, como un pajarillo asustado.

– Mmphfffmmm – farfulló, con la mordaza impidiéndole decir nada inteligible.

Estaba alucinado. Sabía que mi cuñado era un hijo de puta, pero aquello era demasiado. ¿Cómo se le había ocurrido tratar así a mi hermana? ¿Qué clase de mente enferma había podido idear algo así? ¿Qué habría hecho ella? ¿Quemarle la comida? ¿No tener cerveza en la nevera?

Apreté los dientes y me prometí a mi mismo que iba a matar a ese cabrón. Mi pobre hermana…

Mi mente era un torbellino, pensando en mi próximo enfrentamiento con Ricardo; se iba a acordar de aquel día el resto de su vida, lo iba a machacar, lo iba a arruinar, lo iba…

En realidad, lo que estaba haciendo era comerme con los ojos a Malena, recorriendo hasta el último centímetro de su piel con la mirada, incrédulo por tenerla allí, indefensa, a mi alcance…

Sacudí la cabeza, librándome de esos pensamientos. ¿Estaba enfermo? ¡Mi pobre hermana estaba allí, atrapada desde Dios sabía cuándo!

– MPHPPPHHHHFFFF – gimoteó Male, en voz más alta, suplicando.

Estiré la mano y enganché con un dedo la mordaza, tirando para apartarla de sus labios. Al hacerlo, un borbotón de saliva escapó de su boca, impactando en el sofá con un ruido sordo. Malena respiró hondo, llevando aire a sus congestionados pulmones.

Me disponía a quitarle la venda, a ayudarla a librarse de las cuerdas, a ofrecerle mi ayuda para vengarnos del bastardo que le había hecho eso, pero entonces me di cuenta de la situación y que su desnudez podía resultarle embarazosa, así que me detuve y miré a mi alrededor, buscando algo con lo que cubrirla. Bastante vergüenza pasaría la pobre al descubrir que su hermano la había visto en semejantes circunstancias.

Y justo entonces, mi mundo se derrumbó.

– Por fin, mi amor – siseó Male cuando recuperó el resuello – Tu zorrita ha sido muy buena y lleva esperándote toda la mañana. Pero ya no puedo más Ricky, me voy a volver loca, necesito tu polla ya, por favor, te lo suplico, dámela, dame tu gorda y dura verga, necesito besarla, necesito que me la metas en el coño, o en el culo, haz lo que quieras con tu puta, pero, por favor, no me tortures más, fóllame… ¡FÓLLAME!

Di un paso atrás, horrorizado. ¿Quién era aquella mujer? ¿Cómo era posible que se pareciera tanto a Malena? ¿Dónde estaba mi hermana?

– Ricky, por favor, fóllame ya, dame tu verga, la necesito…

No podía creerlo, esa puta… Sin darme cuenta, mi polla empezó a crecer dentro del pantalón, endureciéndose a toda velocidad. La sangre se agolpó en mi cerebro, el corazón me latía en los oídos, dejé de ser consciente de mis actos.

Aquella puta, aquella golfa no podía ser mi hermana, era otra mujer que se le parecía. Y, si no era mi hermana, entonces… no pasaba nada por follármela, ¿verdad?

Sin darme cuenta, llevé una mano hasta su cuerpo y le agarré un pecho, con brusquedad, estrujándolo con ganas.

– Sí, mi amor – gimoteó Malena al sentir mi contacto – Estrújame las tetas, son tuyas…

Le hice caso. Llevé mi otra mano hasta el pecho libre y empecé a apretarlos sin compasión, amasando los exquisitos globos de carne con lujuria, la cabeza completamente ida.

Pellizqué con saña sus pezones, retorciéndolos, queriendo hacerle daño, pero ella, lejos de quejarse, gimoteó de placer y se mordió los labios, con una expresión de golfa tal en el rostro, que jamás imaginé fuera capaz de esbozar.

– Sí, cariño, así, pellízcame. Úsame, soy tuya – gemía Male, enervándome.

Sin pensar, eché las caderas hacia delante y apreté mi ya durísimo bulto contra su cara, frotándolo con fruición; ella, por su parte, en cuanto notó el contacto, apretó el rostro contra mi erección, acariciándola con la mejilla con lascivia, literalmente frotando la cara contra mi entrepierna.

– Qué dura está ya, mi amor, qué dura… por favor, tu zorrita ha sido buena, dámela ya, por favor…

Me aparté de ella bruscamente, jadeando y excitado como jamás antes. Con rapidez, me bajé la cremallera y, tras un frenético forcejeo, logré extraer mi rezumante verga del pantalón, volviendo inmediatamente a estrujarla contra el rostro vendado de mi hermana.

– Sí – gimió ella, al notar la palpitante carne apretándose contra su mejilla – Sí, mi amor, tu polla, dame tu polla…

Mientras frotaba el rostro contra mi verga, Malena, poseída por la lujuria, movía la cabeza intentando atraparla con los labios. Yo, sintiéndome juguetón, me agarré el tronco por la base y empecé a restregársela por la toda la cara, pringándole los labios, la frente y las mejillas de jugos preseminales, mientras ella intentaba, a ciegas, atrapar mi polla con sus libidinosos labios de zorra.

Cuando me cansé del jueguecito y su cara estuvo convenientemente embadurnada de jugos, decidí complacerla y, apoyando mi enhiesto falo en sus labios, presioné ligeramente para deslizarlo en el interior de su boca. Ella, feliz como una niña con un caramelo, lo absorbió lascivamente, echando a la vez la cabeza hacia delante, hasta tragárselo por completo, quedando su cara apretada contra mi ingle.

Permaneció así unos segundos, permitiéndome deleitarme con el calor y la humedad de su boca, sintiendo cómo la punta de mi verga rozaba en su campanilla y se introducía parcialmente en su laringe, rumbo a su esófago. Cuando no pudo más, retiró lentamente la cabeza, apretando con fuerza los labios, deslizándolos así sobre mi estaca de forma enloquecedora.

– Me encanta tu polla – dijo, con gruesos pegotes de saliva y otros líquidos resbalando de su boca – Es deliciosa. Me vuelves loca.

Y eso me pasó a mí. Enloquecí.

Verla allí, desnuda, atada, diciendo obscenidades, el calor de sus labios… No pude más.

Sin poder contenerme, agarré su cabeza con ambas manos y, echando bruscamente la pelvis hacia delante, volví a enterrarle la polla hasta las amígdalas, obligándola a echarse hacia atrás, atrapando su cabeza entre el respaldo del sofá y mi ingle.

– Mpfpppfpfffhhhh – gorgoteó Malena, agitando la cabeza, tratando de extraer mi rígida estaca de su garganta.

– Y una mierda – pensé.

Para afianzarme, aferré el respaldo del sofá con ambas manos, inclinado hacia delante sin perder el equilibrio. Cuando estuve seguro de no caerme, eché el culo un poco para atrás, sacándole una porción de rabo, permitiéndole respirar.

Y empecé a follarle la boca. Usando el respaldo como asidero, empecé a bombear en su garganta, hundiendo una y otra vez la polla entre sus carnosos labios, deleitándome con el contacto de su lengua sobre mi excitado nabo.

Esperaba que Malena se resistiese y que, a pesar de estar atada, forcejeara para escapar de mi presa. Pero qué va, la muy zorra, sin duda acostumbrada a aquel tipo de tratamiento, se limitó a relajarse, permitiéndome hundírsela una y otra vez hasta el fondo.

Cada vez que le sacaba una porción de rabo, un chorreón mezcla de saliva y fluidos salía disparado, resbalando por su barbilla y pringándole las tetas. Además, las arcadas que le provocaba mi verga hacían que fuera incapaz de contener las lágrimas, que formaban un reguero continuo deslizándose por sus mejillas.

Me conmoví. Jamás fui capaz de ver llorar a Malena sin que se me partiera el alma. Me detuve, súbitamente consciente de la locura que estaba haciendo.

Me quedé quieto, jadeante, incrédulo de haber sido capaz de cometer semejante aberración, con media polla dentro de la boca de mi hermana y la otra media fuera, brillante y pringosa por sus babas.

Entonces Male gimió, protestando. Como yo no me movía, ella solita se encargó de volver a tragarse mi polla enterita, echando el rostro hacia delante y hacia atrás, follándose la boca con mi verga de motu propio.

Y ya no tuve más dudas.

Con un rugido de rabia, la embestí de nuevo, con ganas, con ansia, odiándola y deseándola a la vez, a punto de volverme loco.

De repente, sentí un indescriptible placer y mis testículos entraron en erupción. Al sentir cómo la corrida estaba lista para brotar, clavé con fuerza las manos en el respaldo del sofá, hasta que los nudillos empalidecieron y eché las caderas por completo hacia delante, enterrándole la polla hasta el fondo, manteniéndola atrapada contra el respaldo mientras mis pelotas se descargaban a placer.

Con un berrido, me derramé directamente en su garganta, disparando semen en su esófago, en su estómago, como complemento proteínico para antes del almuerzo. Ella no se resistió, ni pareció incómoda por tener que tragarse la corrida, sino todo lo contrario. Cuando quise darme cuenta, noté cómo estaba chupando mi pene, como si fuera un bebé prendido a un pezón, tratando de absorber y tragarse hasta la última gota de lefa.

Cuando acabé de correrme, me retiré jadeante de su boca y ella, nuevamente, apretó los labios con fuerza, deslizándolos sobre mi todavía rígida estaca, dejándola perfectamente limpia y presta para la acción.

Cuando la saqué por completo, mi hermana se relamió los labios, en un gesto tan de putilla satisfecha, que mi polla dio un brinco, azotada por un ramalazo de placer provocado por lo morboso de la situación.

– Tu zorrita ha sido buena y se ha bebido toda la lechita, Ricardo. Estaba deliciosa, pero ahora, por favor, dámela, métemela te lo suplico.

¿Es que aquella puta no tenía límites? Pues, si quería polla… ¡YO SE LA IBA A DAR!

Me recorrían un sinfín de sensaciones distintas, me sentía excitado, por supuesto y deseando que aquello no se acabase, pero también me sentía rabioso, enfadado, sin acabar de aceptar que mi dulce hermana se hubiera convertido en aquella ninfómana lujuriosa y perversa.

Sus palabras lascivas, suplicándome que me la follara, me mantenían loco de calentura, pero, sobre todo, estimulaban mi ira. Me quedé mirándola un segundo, de arriba abajo y me di cuenta de que la muy furcia estaba moviendo las caderas ligeramente, intentando que el consolador que tenía hundido en la vagina se agitara en su interior, mientras su compañero a pilas seguía dando vueltas y vueltas en su ano. La deseé y la odié a partes iguales en ese momento. No quería seguir escuchándola, tenía que hacerla callar o iba a volverme loco.

Con un gruñido, apoyé una mano en una de sus rodillas y, dándole un brusco empujón, la derribé encima del sofá. Ella dio un gritito por la sorpresa, que quedó inmediatamente ahogado por el cojín, ya que cayó boca abajo y, al estar atada y no poder moverse, su rostro quedó aplastado contra el asiento del sofá, sin tener siquiera la posibilidad de respirar.

Malena forcejeaba, tratando de levantar la cabeza y poder llevar así aire a sus pulmones, pero con escaso éxito, pues su propio peso la mantenía pegada al cojín. Yo la miraba, en silencio, acariciándome el falo con aire distraído, pensando en cómo iba a follármela a continuación. Me quedé mirando el vibrador de su culo, que giraba y zumbaba sin parar, lo que resultaba incluso hipnótico.

Por fin, desperté de mi ensoñación y, aferrando a Malena por los cabellos, tiré con fuerza levantando su cabeza, con lo que la pobre pudo por fin respirar profundamente, recuperando el resuello.

Pero ni por esas protestó.

– Lo siento, amor – dijo – He sido mala. No me he corrido mientras chupaba tu polla. Me merezco el castigo, pero es que las cuerdas duelen… llevo atada horas…

Joder. Hasta a que le hiciera esas cosas estaba acostumbrada.

Mi polla volvía a ser una roca, seguía deseando con locura follármela. Y ella no dejaba de suplicármelo, así que me dispuse a complacerla.

Me levanté del sofá, con mi rabo como una lanza agitándose entre mis piernas. Me arrodillé en el asiento, detrás de Malena, que seguía boca abajo. La aferré por las caderas y la atraje hacia mí, sorprendiéndome la facilidad con que la manejaba, pues pesaba muy poco.

Me moría por gritarle que iba a follármela, por decirle lo zorra que era y que iba a tirármela hasta reventarla. Pero el poco juicio que aún me quedaba me lo impedía, no podía permitir que reconociera mi voz, tenía que seguir pensando que era Ricardo quien estaba con ella.

Con una mano, aferré el consolador que rellenaba su coño y, tirando con firmeza, fui extrayendo el trozo de látex de su interior. No era tan grande como esperaba, era de tamaño digamos que estándar, lo que me agradó, pues así su coño no quedó excesivamente dilatado al sacárselo.

Quería sentirla bien.

Con una mano, seguí aferrando el pelo de mi hermana, tirando para evitar que su cara volviera a enterrarse en el sofá; con la otra, me aferré la polla, que estaba al rojo vivo y la situé en posición. Malena, al notar mis maniobras, gemía como una perra y me suplicaba que se la metiera de una vez, moviendo el culo a los lados con el estrecho margen que sus ataduras permitían. Apreté los dientes y empujé, clavándosela de un tirón. Cipotazo al canto.

– ¡SÍIIIIII1 ¡DIOS, CARIÑO SÍ! ¡CLÁVAMELA! ¡FÓLLAME HASTA EL FONDO! ¡NO PUEDO MÁS, FÓLLAME, RÓMPEME EL COÑO!

Con rabia, tiré con más ganas de sus cabellos, haciéndole saltar las lágrimas, pero ella no se quejó, sino que siguió gritándome obscenidades que me excitaban y me enfadaban en idéntica proporción.

Usando ambos sentimientos, inicié un mete y saca demencial, martilleando la vagina de mi hermana con ferocidad, follándomela como una bestia. Su interior era maravilloso, justo como siempre había imaginado que sería, un coñito caliente, jugoso y apretado, que daba realmente gusto de follar.

Y, además, podía sentir sobre mi polla las sacudidas procedentes del vibrador que seguía enfundado en su recto, con lo que el placer se incrementaba todavía más.

El jodido vibrador. No podía evitarlo, pero los ojos se me iban invariablemente hacia el dichoso aparatejo. Yo seguía bombeando en el coño de Malena, hundiéndome en ella una y otra vez, pero el maldito vibrador… ¿Por qué iba a disfrutar él de su culito y no yo?

Le solté los cabellos, con lo que su cara volvió a estamparse contra el sofá, ahogándose sus gemidos y jadeos y aferré el vibrador, que dio un salto en mis manos, sin dejar en ningún momento de clavársela hasta el fondo a mi hermana una y otra vez.

Sorprendido por la intensidad del movimiento del puto chisme, empecé a juguetear con él, moviéndolo dentro del culo de Malena, a la vez que seguía penetrándola sin compasión. Malena, a pesar de tener la cara apretada contra el asiento, empezó a rugir como una leona, moviendo el cuerpo a los lados como loca.

Finalmente, di un tirón y lo extraje por completo, quedándome con el insidioso juguetito moviéndose en todas direcciones en mi mano. Con un dedo, encontré el botón de encendido y lo apagué, dejándolo a un lado sobre el sofá.

Miré entonces el ano de mi hermanita, que muy lentamente, iba cerrándose y recuperando su tamaño habitual, una vez libre del intruso artificial. Decidí impedir el fenómeno, empleando una herramienta más… natural.

Malena dio un gruñido de insatisfacción cuando le saqué la verga de golpe, pero no le dejé demasiado tiempo para quejarse, pues rápidamente, con ansia, ubiqué mi estoque en su entrada trasera y, con un fuerte culetazo, la empitoné hasta las bolas, consiguiendo esta vez sí, que aullara como una bestia.

Y empecé a follarle el culo, con las mismas ganas y bríos que había empleado en machacarle el coño. Y si su vagina era buena… su culito era excepcional.

Joder, lo admito. Era mi primera vez porculizando a una chica. Como dije antes, durante mi adolescencia había tenido pocas (ninguna) experiencia con chicas, pero ahora, gracias al dinero, había adquirido bastante experiencia, aunque fuera de previo pago.

Sin embargo, la sodomización era para mí como un mito. Una meta inalcanzable. Nunca me había atrevido a pedirle a ninguna de mis acompañantes que me permitiera la práctica del griego. Es más, ni siquiera había sido capaz de pedirles presupuesto, ya saben, con factura para desgravar luego a Hacienda.

Y allí estaba yo, follándole con toda el alma el culo a mi propia hermana. Me prometí que, después de aquel día, no iba a dejar puta sin sodomizar en toda la ciudad. Aquello era la hostia.

– ¡Coño, que se ahoga! – dije para mí con alarma, al darme cuenta de que había dejado a Malena un buen rato sin poder respirar.

Y dudaba mucho que, a pesar de no parar de bombearla, eso estuviera llevando aire a sus pulmones.

Volví a tirarle del pelo y a levantar su rostro, un poco acojonado por si estaba medio asfixiada, pero que va, la muy golfa seguía gozándolo al máximo, gritando y aullando como loca que le rompiera el culo.

– ¡SÍ, RICKY, ASÍ CARIÑO, FÓLLALE EL CULO A TU PUTA! ¡MÉTEMELA HASTA EL FONDO, QUIERO QUE ME LLENES EL CULO DE LECHE HASTA ARRIBA! ¡FÓLLAME!

Y lo hice. Vaya si lo hice, me clavé en aquel culo a lo bestia, como si fuera una perforadora buscando petróleo; enrabietado, martilleé el esfínter de mi hermana, queriendo incluso hacerle daño, furioso por haber descubierto por fin la clase de mujer que en realidad era.

Ella seguía gimiendo y gritando barbaridades, lo que, aunque me excitaba un montón, también me enojaba muchísimo. No quería seguir oyéndola.

Pero claro, con lo entusiasmado que estaba sodomizándola, si volvía a dejarla sin poder respirar era capaz de olvidarme del tema y que acabara asfixiándose.

Así que decidí darle la vuelta.

– A ver si soy capaz – dije para mí.

Como un desafío, me propuse voltear el cuerpo de mi hermana sobre el sofá sin sacarle la polla del culo, como si fuera un pollo en un espetón. Una vez más, me sorprendió lo fácilmente que podía manejarla, era ligera como una pluma. Si es que las plumas pudieran ser tan putas, claro.

Lo conseguí con bastante facilidad. Alzándola a pulso, la hice volverse sobre el asiento sin desclavarla en ningún momento, sintiendo en mi polla cómo su ano se retorcía y me mantenía bien sujeto. Cuando estuvo boca arriba, la dejé de nuevo sobre el sofá y, echando las caderas hacia delante, volví a enterrarle en el culo la porción de rabo que había extraído para facilitar mis maniobras.

– ¡SÍIIII, AMOR MÍO, SÍ, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO, QUIERO SENTIR TUS HUEVOS EN MI CULO, MÉTEMELA, MÉTEMELA HASTA EL… PHHHHFFFF!

Enrabietado, ahogué sus gritos simplemente aferrando la mordaza y devolviéndola a su lugar, cerrando su boca de furcia con la pelotita de goma. Aunque eso tampoco la molestó lo más mínimo, pues continuó gimiendo y gritando como loca, aunque al menos logré que no se le entendiera nada de lo que decía.

Seguí follando, bombeé y bombeé. Me sentía pletórico, mi sueño por fin se había hecho realidad. Ahora que no la escuchaba diciendo obscenidades, cerré los ojos e imaginé que, en realidad, estaba tirándome a la dulce Malena que yo tanto quería y no a aquella especie de súcubo sometida por el cabronazo de Ricardo.

Miré a un lado y nos vi reflejados en el cristal del mueble de la televisión. Me encantó lo que vi, me sentí poderoso, importante, un macho aniquilador que estaba convirtiendo a una mujer en su esclava a base de darle placer.

Me fijé en el oso de peluche que Malena tenía en la estantería, que parecía estar disfrutando del espectáculo de ver cómo le rompían el culo a su dueña. Sonriendo, saludé al osito con la mano, redoblando mis empellones en el culo fraterno.

Y me corrí. Como un animal. No importó para nada lo intenso de mi anterior orgasmo. Si era para Malena, mis cojones eran capaces de fabricar litros de leche. La llené hasta arriba, tal y como ella me había pedido.

Resoplando agotado, le saqué el nabo del culo a mi hermana, con lo que un borbotón de semen brotó de su ano, manchando todavía más el sofá. Malena no se movía, parecía haberse desmayado por el placer y su cabeza colgaba a una lado, desmadejada e inmóvil.

Me senté a sus pies, recuperando el resuello. Había sido el mejor día de mi existencia. Reí, feliz y contento, mirando al techo, agradecido por primera vez en mi vida a Ricardo.

Poco a poco, fui serenándome. Malena empezó a despertar, moviendo la cabeza a los lados, sin poder ver por la venda, gimoteando cosas ininteligibles debido a la mordaza. Divertido, aparté nuevamente la bolita roja, para escuchar lo que mi hermana tuviera que decirme.

– Ha sido increíble, amor. Nunca me habías follado así. Creí que me iba a volver loca de gusto.

Mi ego estaba a punto de estallar al oírla.

– Pero ahora suéltame, Ricardo, ya no puedo más. Me duele todo. No voy a ser capaz de preparar nada para comer, tendremos que comer algo precocinado. O mejor, pide unas pizzas…

Y entonces sucedió. Una vez recuperada la calma, al escuchar a Male hablar de cosas tan triviales, las consecuencias del crimen que acababa de cometer se abatieron sobre mí como una tonelada de ladrillos.

Pero, ¿cómo había podido? ¿Me había vuelto loco? ¡Había violado a mi hermana!

Al borde del infarto, me puse en pie de un salto, devolviendo mi completamente mustio pene al encierro del pantalón. El corazón se me iba a salir por la boca. ¿Qué iba a pasar cuando volviera Ricardo y Malena descubriera que no había sido su novio el que se la había follado?

Entonces me detuve. Un momento. Quieto parado. ¿Y por qué iba a sospechar que había sido yo? No había razón alguna. Yo era su hermano. Y ellos no sabían que tenía llave de su piso. Lo lógico era que sospecharan de alguno de sus amigos, de esos a los que el capullo de Ricardo les había dado la llave. Y lo mejor era que no sabrían quien había sido.

Si Ricardo era capaz de tratar así a su novia, no me extrañaría lo más mínimo que, no queriendo implicar a ninguno de sus amigos, no denunciara el suceso a la policía.

Todavía podía salir con bien de todo aquello.

Frenéticamente, volví a colocar la mordaza a Malena, que ésta vez sí protestó extrañada, forcejeando un poco. Tras asegurarme de que la venda seguía en su sitio, fui corriendo al baño a por una toalla, que usé para limpiar lo mejor que pude el desastre que había en el sofá.

Al estar Malena de nuevo en posición erguida, mi semen no había dejado de brotar de su culo, que yo limpié briosamente hasta eliminar la mayor parte, mientras mi hermana protestaba y se agitaba enfadada, quizás pensando en que su novio se disponía a dejarla allí atada un rato más.

Estaba a punto de marcharme, cuando vi el consolador de látex tirado en el suelo. Pobrecito, iba a coger frío. Me incliné y lo cogí, arrodillándome de nuevo frente a los muslos abiertos de mi hermana, deleitándome una vez más con el exquisito aroma de su coñito.

Con una sonrisa diabólica en el rostro, separé bien los labios de su vagina y, colocándolo en posición, retorné el trozo de látex a su ubicación original, mientras mi hermana se retorcía y gimoteaba.

Sin dejar de sonreír, aferré el otro aparatejo, que seguía tirado en el sofá, y, con cuidado de no hacerle daño, volví a metérselo en el culo, para volver a encenderlo a continuación. En cuanto el cacharro empezó a zumbar y a retorcerse, mi sonrisa se hizo todavía más ancha y, sintiéndome completamente satisfecho, me levanté y salí de la sala, abandonando el piso a continuación, mientras Male seguía chillando y forcejeando en el salón.

Me largué del bloque inmediatamente, procurando que nadie me viera y conduje hasta un restaurante en la otra punta de la ciudad, confiando en que todo saliera como esperaba.

Y, si no era así… Al menos me habría follado a mi hermana.

EPÍLOGO:

En cuanto la puerta del piso se cerró tras Lucas, se abrió otra en el interior de la vivienda y Ricardo, tras asegurarse de que no hubiera moros en la costa, caminó tranquilamente por el pasillo, rumbo al salón.

Allí le esperaba su novia, convenientemente atada y empaquetada, con los dos consoladores bien enterrados en sus tiernos agujeritos.

– Fiuuuuu – silbó Ricardo al ver a su chica – Menudo cabronazo está hecho tu hermano. Menuda bestia.

Al oír la voz de su amante, Malena se agitó, indignada. Sonriendo, Ricardo avanzó hacia ella mientras metía la mano en el bolsillo, de donde sacó una pequeña navaja. Con habilidad, usó el instrumento para empezar a librar a la mujer de las cuerdas que la atenazaban, hasta que por fin, sintiéndose libre, la agarrotada chica se derrumbó sobre el sofá, librándose ella misma de la venda y la mordaza.

Tras hacerlo, alzó la vista, encontrándose con la mirada divertida de su novio, que la miraba de pie, junto al sofá.

– Jo, cariño, estoy hecha polvo – dijo Malena – Menudo palizón me ha dado.

– Ya lo he visto – dijo Ricardo sin dejar de sonreír – No esperaba que el julay de Lucas llevara tanto dentro.

– Te lo dije – dijo Malena devolviendo la sonrisa – Ya te conté que lleva toda la vida babeando por mí. No iba a ser capaz de resistirse.

– Punto para ti – dijo él – Lo admito. Todo ha salido como lo habías planeado.

Malena se encogió de hombros, en un gesto condescendiente, mientras su novio hacía el signo de ok con el índice y el pulgar.

– Anda, tráete el aceite para masajes. Estoy hecha polvo.

Obediente, Ricardo salió de la sala, regresando instantes después con la botella de líquido. Acostumbrado a esas cosas, se sentó en el sofá, junto a su novia, que no tardó ni un segundo en tumbarse boca arriba en su regazo, con las tetas apuntando al techo.

– Sé delicado, que me duele todo – dijo Malena.

Sonriendo, Ricardo extendió una generosa capa de aceite sobre el torso de su chica y empezó a extenderlo con las manos, aliviando la piel de las rozaduras de las cuerdas y relajando los músculos tras haber estado tanto tiempo inmovilizados.

Especial atención dedicó a los pechos de la muchacha, que le volvían loco, entreteniéndose en juguetear con los sensibles pezones, como sabía le gustaba a ella. Pronto estuvieron enhiestos, como también lo estaba su polla, que se apretujaba contra la espalda de la chica, que sonreía con lascivia al notar la presión que ejercía la entrepierna de su novio.

– Vaya, vaya, cómo estamos… Se ve que te ha gustado el espectáculo – dijo con voz insinuante la chica.

– No ha estado mal. Pero tu hermano es un bestia.

– Lo sé. Ya te dije que no tiene ni puta idea de mujeres.

– ¿Te has corrido?

– ¿Con él? ¡Ni de coña! Aunque reconozco que el puto vibrador daba un gustirrinín que…

Siguieron charlando un rato, con Ricardo masajeando a su novia, devolviendo la tonificación a sus músculos. Cuando Malena estuvo satisfecha, se dio la vuelta sobre el sofá, permitiendo a su novio masajearle la espalda, el cuello y los hombros, recreándose especialmente en los soberbios glúteos de la muchacha.

– ¿Lo has grabado todo? – preguntó Malena.

– ¿Tú qué crees? Tres tomas diferentes, una cámara ahí y otra ahí – dijo señalando dos puntos de la habitación – Y la última, la de nuestro amigo Teddy.

El oso de peluche pareció devolverle la sonrisa a Ricardo. También se lo había pasado bien con el espectáculo.

– ¿Sabes? Me muero por ver la cara que va a poner esta noche tu hermanito cuando le hablemos de nuestro “negocio”. No sabes la de tiempo que llevo queriendo borrar esa expresión de suficiencia y desprecio con que me mira siempre – dijo Ricardo.

– Tranquilo, que vas a quedar satisfecho.

– ¿Cómo se siente ahora, señorita Malena, al saber que no va a tener que volver a trabajar en su vida?

– Fenomenalmente, señor Ricardo. Y ahora, déjate de tonterías y fóllame de una puta vez antes de que te meta dos tortas. Odio quedarme a medias – dijo Malena con tono imperioso.

– Como usted ordene, mi ama – dijo el chico poniéndose tenso, respondiendo inmediatamente a las órdenes de su dueña.

Y las obedeció al pie de la letra.

FIN

PD: Querido lector, si conoces algún otro caso de Woman in trouble, házmelo saber y, si es interesante, podría animarme a contar su historia (aunque no prometo nada). Un saludo y gracias por leerme.
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:
ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer” (POR GOLFO)

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prostituto por error2Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer
Sin títuloFaltaría a la verdad si os dijera que nunca había soñado con tirarme a una de mis primas porque el capullo de mi tío Miguel había tenido no una sino tres preciosidades a cada cual más buena. Pero mis fantasías se hicieron realidad con la que jamás había ocupado las frías noches que pasé en el pueblo y del modo más inesperado.
Muy a mi pesar, he de reconocer que al igual que todos los chavales de mi pandilla durante años había fantaseado con María, la mayor de esa estirpe. Morenaza impresionante de grandes tetas y mayor culo, no solo era de mi edad sino que era de mi pandilla y por eso fue la primera en la que me fijé nada mas salir de la adolescencia.
Pero nuestro parentesco y la férrea vigilancia que ejercen los mayores en las poblaciones pequeñas hicieron imposible que ni siquiera pensara en hacer realidad mis sueños y por eso me tuve que conformar con pajearme en la soledad de mi habitación mientras mi mente volaba imaginando que ella y yo éramos algo más que primos.
A los veinte años, mi fijación cambió de objetivo y fue la segunda, Alicia la que se convirtió en parte de mis ilusiones. Morena como su hermana mayor, la naturaleza la había dotado de unos pechos todavía más enormes y aunque la llevaba tres años, tengo que confesar que con ella tuve un par de escarceos antes de que se buscara un novio serio. Cuando digo escarceos fueron escarceos porque no pasé de un par de besos y unos cuantos tientos a esas dos ubres que me traían loco pero nada más.
En cambio nunca y cuando digo nunca es nunca, posé mis ojos de un modo que no fuera fraterno en Irene, la pequeña. Con una cara dulce y bonita, mi primita era una flacucha sosa y remilgada que además de nuestra diferencia de edad era la mejor amiga de mi hermanita.
Si a eso le añadimos que al igual que una gran parte de los jóvenes del pueblo, salí a la capital a estudiar y ya inmerso en la vorágine de la gran ciudad, nunca me volvió a apetecer volver al pueblo de mis padres, mis visitas se fueron reduciendo poco a poco, hasta terminar por no pisar esas calles de mi infancia más que el día de Navidad.
Con los años, terminé la carrera. Me puse a trabajar en una multinacional donde ascendí como la espuma y con treinta años, me convertí en el director para Costa Rica. Ese país me enamoró y por eso cuando a los dos años de estar ahí me propusieron darme todo Centroamérica solo puse como condición no moverme de San Jose.
Con el apoyo de los jefes de Nueva York convertí esa ciudad en mi base de operaciones y en mi particular trozo de cielo que mi abultada cuenta corriente me permitió. Vivía solo en un chalet enorme al que solo accedían mis conquistas para follar porque escamado que alguna quisiera quedarse a compartir conmigo algo más, al día siguiente las echaba con buenas palabras aduciendo trabajo.
Trabajo, viajes y mujeres era mi orden de prioridades. Por muy buena que estuviera la tipa en cuestión si sucedía un imprevisto, la dejaba colgada y acudía a resolver sin mirar atrás. Lo mismo ocurría si me venían con un destino apetecible, lo primero que hacía era despedir a la susodicha no fuera a intentar pegarse a la excursión.
Por suerte o por desgracia, esa idílica existencia terminó un día que recibí la llamada de mi hermanita pidiéndome un favor. Por lo visto Irene se acababa de separar de un maltratador y el tipejo le estaba haciendo la vida imposible. Huyendo de él, había dejado el pueblo pero la había seguido a Madrid y allí la había amenazado con matarla si no volvía con él.
-¿Qué quieres que haga? pregunté apenado por el destino de la flacucha.
-Necesito que la acojas en Costa Rica hasta que su marido acepte que nunca va a volver- contestó con un tono tierno que me puso los pelos de punta.
-¡Tú estás loca!- protesté viendo mi remanso de paz en peligro.
Sin dejarse vencer por mi resistencia inicial, mi hermana pequeña usó el poder que tenía sobre mí al ser mi preferida para sacarme un acuerdo de mínimos y muy a mi pesar acordé con ella que Irene podría esconderse de ese mal nacido durante un mes en mi casa.
-Pero recuerda: ¡Solo un mes! ¡Ni un día más!- exclamé ya vencido.
La enana de mi familia soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
-Verás que no será tan malo. ¡A lo mejor te acostumbras a tenerla allí! ¡Te quiero hermanito!
-¡Vete a la mierda!- contesté y de muy mala leche, le colgué el teléfono.
Ni siquiera había pasado dos minutos cuando recibí un mail de mi manipuladora hermanita en mi teléfono, avisándome que esa misma tarde mi prima aterrizaba en el aeropuerto de San José.
-¡Será cabrona! ¡Ya estaba cruzando el charco mientras hablábamos!- sentencié mirando el reloj y calculando que me quedaban dos horas para recogerla.
Sabiéndome usado apenas tuve tiempo de avisar a mi criada para que preparara la habitación de invitados antes de salir rumbo a la terminal internacional…
Mi prima Irene llega echa un guiñapo.
Tal y como me había contado eran tales los hematomas y la hinchazón que lucía mi pobre prima en su rostro que me costó reconocerla al salir de la aduana y por eso tuvo que ser ella la que corriendo hacia mí, me abrazara hundiéndose en llanto mientras a mi alrededor la gente nos miraba con pena pero también escandalizada por el estado en el que llegaba.
«¡Dios mío!», pensé al ver su maltrato, «¡No me extraña que haya querido poner kilómetros de por medio!».
Alucinado por la paliza que había recibido, en vez de ir a casa y mientras Irene no paraba de llorar que no hacía falta, llamé a un amigo médico para que la reconociera y me asegurara que no tenía nada que no se curara con el paso del tiempo. Afortunadamente después de un extenso chequeo, mi conocido me confirmó que los golpes siendo duros eran superficiales y que no le habían afectado a ningún órgano interno.
Lo que no hizo falta que me contara fue que lo verdaderamente preocupante era su estado anímico porque durante todo el tiempo tuve que permanecer cogido de su mano dándole mi apoyo mientras por sus mejillas no dejaban de caer lágrimas. Solo me separé de ella cuando la enfermera me avisó que tenía que desnudarla. Aprovechando el momento salí al pasillo y una vez en solo no pude reprimir un grito:
-¡Menudo hijo de puta! ¡Cómo se le ocurra venir lo mato!
No me considero un hombre violento pero en ese momento de haber pillado a ese maldito le hubiese pegado la paliza de su vida. Hecho una furia, cogí el teléfono y desperté a mi hermana, quien todavía dormida tuvo que soportar mi bronca y mis preguntas sobre cómo era posible que nadie hubiese tomado antes cartas en el asunto. Su respuesta no pudo ser más concisa:
-Le tienen miedo. Manuel es un matón y todo el mundo lo sabe.
Indignado hasta la medula, le espeté que no me podía creer que el tío Miguel se hubiese quedado con los brazos cruzados mientras apaleaban a su hija pequeña.
-Es un viejo y nadie se lo ha contado. Los únicos hombres de la familia son los maridos de las primas y están acojonados.
-¡Vaya par de maricones! ¡Les debería dar vergüenza!..
Cortando mi perorata, mi hermana me contestó:
-¿Ahora comprendes porque te la he mandado? ¡Necesita de alguien que la proteja!
Os confieso que en ese instante asumí mi papel de macho de la manada y ya que nadie en la familia tenía los arrestos suficientes para enfrentársele, supe que debía ser yo quien lo hiciera y por eso antes de colgar, me dije a mi mismo que mi próximo viaje iba a ser al pueblo a ajustar las cuentas con ese cobarde.
Dos horas después y con Irene bien asida de mi brazo, la llevé a casa. Una vez allí, llamé a la criada y presentándola como mi prima, le dije que se iba a quedar indefinidamente. Acostumbrada a mi esquivo ritmo de vida sobre todo en materia de faldas, no me costó reconocer en su rostro la sorpresa que le producía que una mujer se quedara más de una noche en ella pero luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la cuarentona la acogió entre sus brazos y separándola de mí, la llevó escaleras arriba dejándome solo en mitad del salón mascullando barbaridades sobre lo que haría si el causante de tanto dolor caía en mis manos…
Poco a poco Irene se va recuperando.
Durante los siguientes días, mi prima hizo poca cosa más que vegetar. Hundida en una profunda depresión, deambulaba por el chalet de un sillón a otro, donde se sumía en un prolongado silencio del que solo salía para llorar. Sin llegar a imaginar el infierno que había sufrido en compañía del perro sarnoso que había escogido como pareja, dejé mi ajetreada agenda y me ocupé en cuerpo y alma en hacerle compañía.
Mi rutina se convirtió en ir temprano al trabajo y al terminar acudir a su encuentro para que sintiera que conmigo estaba a salvo sin darme cuenta que mientras se curaban las heridas de su cuerpo, con esa actitud iba creando una dependencia hacia mí de la que no fui consciente hasta que fue demasiado tarde.
También os he de confesar que una vez superada parcialmente su depresión, su propio carácter dulce y cariñoso hizo que yo me sintiera a gusto en su compañía por lo que las más que evidentes pruebas que Irene se estaba encaprichando conmigo, me pasaron totalmente desapercibidas.
De lo que fui consciente fue que la rubia flacucha de mi infancia había desaparecido dejando en su lugar a un espléndido ejemplar de mujer que de no ser por su delicada situación me hubiera intentado ligar sin dudar lo más mínimo. Os lo digo porque apenas llevaba dos semanas en casa cuando al volver del trabajo la descubrí nadando y sin saber con lo que me encontraría fui a su encuentro con las defensas bajas.
Al llegar hasta la piscina, quién salió del agua no fue mi primita sino una diosa griega de la belleza hecha mujer. Casi boqueando por la sorpresa, me quedé con la boca abierta al observar la perfección de ese cuerpo que hasta entonces había pasado oculto a mis ojos.
«¡No puede ser!», exclamé mentalmente valorando el innegable alboroto que se produjo en mis hormonas al verla salir con ese escueto bikini. «¡Es preciosa!».
Los maravillosos pechos de sus dos hermanas no solo quedaban eclipsados por los de ella sino que la belleza de ambas quedaba en ridículo cuando a la cara de Irene se le sumaba un trasero de ensueño. Incapaz de retirar mi mirada de su piel mojada, mis ojos recorrieron su cuerpo con un insano y nada fraternal interés.
«¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta que es un bombón?», me dije al contemplar sus contorneadas piernas ya sin rastro de moratones, «¡Está buenísima!».
Mi examen fue tan poco discreto que Irene no pudo evitar el ponerse como un tomate al sentir la manera con la que me deleité observándola y completamente avergonzada, cogió una toalla con la que taparse antes de decirme como me había ido en el trabajo y de preguntarme que quería que me preparara de cenar.
Esa pregunta que en otro momento y hecha por otra mujer me hubiese puesto los pelos de punta al ser la típica que se le hace a un marido, me pareció natural y saliendo de mi parálisis, recordé que esa noche tenía una fiesta. Sin pensármelo le propuse que me acompañara y aunque en un inicio se negó aduciendo que no estaba preparada, tras mi insistencia aceptó a regañadientes.
Pidiéndome permiso para irse a su cuarto, Irene salió del jardín mientras me quedaba mirando descaradamente el contoneo de ese culo de campeonato. Sus nalgas duras y bien formadas eran una tentación irresistible de la que no me pude o no me quise abstraer y siguiéndola en su huida, disfruté como un enano de la manera en que lo movía.
«¡Menudo culo!», suspiré tratando de alejar de mi cerebro las ideas pecaminosas que se iban amontonando con cada uno de sus pasos. «¡Es tu prima pequeña y está desvalida!», inútilmente intenté pensar mientras entre mis piernas se despertaba un apetito insano.
Cabreado conmigo mismo, me tomé una ducha fría que calmara o apaciguara la calentura que asolaba mi cuerpo pero por mucho que intenté olvidar esos dos cachetes me resultó imposible y viendo que mi sexo me pedía cometer una locura, busqué la solución menos mala y me puse a imaginar que castigaba a los cobardes de sus cuñados tirándome a sus hermanas. Por ello y mientras el agua caía por mi piel, visualicé a María y a Alicia ronroneando en mi cama mientras sus maridos esperaban avergonzados que terminara desde el pasillo.
Muy a mi pesar y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, cada vez que una de esas dos dejaba sus quehaceres entre mis muslos era la cara de Irene la que me besaba y aunque fueron sus nombres los que grité cuando llegando al orgasmo derramé mi semen sobre la ducha, la realidad que era en la flacucha en la que estaba pensando.
«¡Soy un cerdo degenerado!», maldije abochornado por mi acto y jurando que no dejaría que mi pito se inmiscuyera entre ella y yo, salí a secarme.
Ya frente al espejo, malgaste más de media hora tratando de auto convencerme que no iba a permitir tener ese tipo de pensamientos sobre ella pero todos mis intentos fueron directo a la basura cuando la vi bajando por las escaleras.
«¡Es la tentación en estado puro!», protesté totalmente perturbado al reconocer que me resultaba imposible retirar mi mirada del profundo escote de Irene y que de forma tan magnífica realzaba el vestido rojo que portaba.
Al contrario que en la piscina, mi prima no solo no se cortó al ver el resultado de las dos horas que se había pasado arreglando sino que comportándose como una cría, en plan coqueta me preguntó:
-¿Estoy guapa?
Varias burradas se agolparon en mi garganta pero evitando decir algo que me resultara luego incómodo, tuve el buen sentido de únicamente decir:
-Voy a ser el más envidiado de la fiesta.
Ese sutil piropo la alegró y entornando sus ojos, sonriendo contestó:
-Eres tonto- y olvidando por un momento era de mi familia, me soltó: – Seguro que se lo dices a todas.
Que se equiparara al resto de las mortales me dejó helado y reteniendo mis ganas de salir corriendo sin rumbo fijo huyendo de esa trampa para humanos con piernas, hipócritamente sonreí mientras la llevaba hacía el coche. Durante el trayecto hacia el festejo no pude dejar de mirar de reojo la impresionante perfección de sus tobillos y pantorrillas.
«¡Hasta sus pies son increíbles!», murmuré buscando concentrarme en el camino.
No sé si lo hizo a propósito pero justo en ese instante la abertura de su falda se abrió dejando vislumbrar el edén de cualquier hombre y me quedé tan impresionado con semejante muslamen que estuve a punto de salirme de la carretera.
Muerta de risa, cerró su falda diciendo:
-Deja de mirarme las piernas y conduce.
Que fuera consciente de la atracción que sentía por ella me aterrorizó, no fuera a ser que considerara que mi ayuda era interesada y por ello, haciéndome el gracioso le solté:
-La culpa es tuya por ser tan descocada. No soy de piedra.
Mis palabras lejos de cortarla, la impulsaron a hacer algo que me desconcertó porque acercando su cuerpo hacia mi asiento, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-Siempre has sido mi primo preferido.
El tono con el que imprimió a su voz terminó de asustarme por el significado oculto que escondía. Afortunadamente no tuvimos ocasión de continuar esa conversación porque justo en ese instante llegamos a la fiesta y más afectado de lo que me gusta reconocer, me bajé del coche con un bulto de consideración que a duras penas el pantalón que llevaba conseguía esconder.
Mi erección era tan manifiesta que no le pasó desapercibida pero cuando ya creía que se iba a indignar, pasando su mano por mi cintura Irene me susurró:
-Eres un encanto. ¿Pasamos adentro?
La felicidad de su mirada me debió puesto de sobre aviso pero más preocupado por disimular el estado de mi sexo, no le di mayor importancia al hecho que pegándose a mí, Irene entrara apoyando su cabeza en mi hombro donde nos esperaban mis amigos.
Como no podía ser de otra forma, en cuanto los asistentes al evento nos vieron entrar de ese modo supusieron erróneamente que esa rubia en vez de ser mi adorada primita era la última de mi conquistas. Para ellos debió de ser tan claro el tema que la anfitriona, una antigua compañera de sábanas se acercó y luciendo la mejor de sus sonrisas, me pidió que le presentara a mi novia. Antes que pudiera intervenir, Irene aceptó el papel diciendo al tiempo que se acaramelaba más a mi lado:
-Soy algo más que su novia. Vivo en su casa. Me llamo Irene.
Mi ex amante se quedó de piedra porque sabía de mis reservas a perder la intimidad y asumiendo que lo nuestro iba en serio, solo pudo felicitarla por conseguir cazar al soltero inexpugnable. Su respuesta provocó la carcajada de mi prima y sin sacarla de su error, aprovechó para sin disimulo acariciar mi trasero mientras le decía:
-Edu lleva años queriéndome pero no fue hasta una semana cuando me di cuenta que yo también le amaba.
Cortado y confundido solo pude sonreír mientras ese engendro del demonio se pavoneaba ante mis amistades de tenerme bien atado. Mi falta de respuesta exacerbó su osadía y mordiendo mi oreja, me soltó con voz suficientemente baja para nadie lo oyera
-Lo que he dicho es verdad. Te quiero primito.
Reconozco que esa confesión me terminó de perturbar y como vil cobarde busqué el cobijo de la barra mientras mi familiar se reía de mi huida.
«¿Qué coño le pasa a esta loca?», me pregunté al tiempo que pedía mi copa: «¿No se da cuenta que está jugando con fuego?».
Aun sabiendo que podía ser cierto ese supuesto afecto no por ello me hacía feliz al comprender que debía ser producto de su propia situación afectiva y no queriendo ser segundo plato de nadie, me bebí de un solo trago el whisky que me puso el camarero mientras el objeto de esa desazón tonteaba con mis amigos. Lo que no me esperaba fue que mi corazón se encogiera lleno de celos al observar ese coqueteo y ya francamente preocupado por lo que suponía, me dejé caer hundido en un sofá mirando cada vez más cabreado que uno de los donjuanes de la fiesta posaba sus ojos sobre mi prima.
«Se lo tiene ganado a pulso», sonreí al ver su cara de angustia cuando el desprevenido ligón creyendo que era una presa fácil, le agarraba de la cintura.
El sujeto desconociendo que esa maniobra había avivado el recuerdo de sufrimientos pasados se vio empujado violentamente mientras Irene se echaba a llorar presa de la histeria. Obligado por las circunstancias me levanté de mi asiento al comprobar los malos modos con los que el costarricense se había tomado tanta brusquedad. Mi prima al verme me buscó y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó hecha un manojo de nervios que la sacara de ahí.
-Tranquila, ya nos vamos- susurré en su oído al mismo tiempo que la alzaba entre mis brazos y ante el silencio de todos los presentes, la sacaba al exterior.
Durante la vuelta a casa y mientras Irene no paraba de llorar como una loca, me eché la culpa de haberla forzado antes de tiempo y por mucho que intenté consolarla, todos mis intentos resultaron inútiles. Ya en mi chalet, al aparcar el coche Irene seguía sumida en su dolor por lo que nuevamente tuve que cogerla y cargando delicadamente con ella la llevé hasta su cama.
Al depositarla sobre el colchón, creí más prudente retirarme pero entonces con renovadas lágrimas mi prima me pidió:
-No te vayas. Necesito sentirte cerca.
Conmovido por su dolor, me coloqué a su lado. Momento que esa rubia aprovechó para abrazarme con una desesperación total mientras posaba su cara sobre mi pecho sin darse cuenta que al hacerlo podía sentir como estos se clavaban contra mi cuerpo avivando la atracción incestuosa que sentía por ella. Sin moverme para que mi pene inhiesto no revelara mi estado, esperé que se quedara dormida pero para mi desgracia el cansancio hizo mella en mí e involuntariamente me quedé transpuesto antes que ella.
Tres horas después me desperté todavía abrazado a ella aunque durante el sueño algo había cambiado, una de mis manos agarraba firmemente el generoso pecho de Irene. Sorprendido y excitado por igual sopesé su volumen delicadamente temiendo que si hacía algo brusco mi prima se diera cuenta y me montara un escándalo.
«¡Es impresionante!», sentencié tras valorar su dureza y su tamaño.
El saber que era el seno más perfecto que había tenido en mi poder me hizo palidecer al saber que era un fruto prohibido y no solo por anticuados reparos sino porque sabía que me iba a arrepentir si daba otro paso.
«No soy un cabrón que se aprovecha de una mujer indefensa», me dije levantando mi brazo lentamente liberé mi mano y me marché sin hacer ruido.
Ya en mi cama, el recuerdo de Irene volvió con mayor fuerza y rememorando las sensaciones que experimenté al tener entre mis dedos su pecho y contra mis deseos, mi sexo se levantó con tal fuerza que no me quedó otra que dejarme llevar por mi memoria e imprimiendo un lento vaivén a mi mano comencé a pajearme mientras soñaba que esa criatura venía hasta mi cama ronroneando que la hiciera mía.
En mi mente, mi prima se acercaba  mientras dejaba caer los tirantes de su camisón mientras se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual lentitud. Para entonces Irene se había convertido en una depredadora cuya presa era yo y mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar.
«¡Qué belleza!», maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con esos preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, esa chavala agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a olisquear como si fuera en busca de su sustento y frunciendo la nariz, llegó a escasos centímetros de mi entrepierna tras lo cual metió su mano bajo mi pijama y me soltó con una seguridad que me dejó desconcertado:
-He venido por lo que ya es mío.
Para entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad e impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras esa monada frotaba su cuerpo contra el mío.
-¡Chúpame los pechos! ¡Sé que lo estas deseando!- exclamó poniendo esos manjares a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, rozó con ellos mis labios.
Aunque sabía que era producto de mi imaginación, boqueé al verlos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer forzó mi derrota presionando mi boca sin dejar de ronronear. Forzando mi voluntad retuve las ganas de abrir mis labios y con los dientes apoderarme de sus areolas. Mi falta de respuesta azuzó su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir mientras me decía:
-¡Te he ordenado que me comas las tetas!
Ese exabrupto me sacó de las casillas y aprovechando que mi pene había salido de su letargo, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta bajo el pijama.
-¡No te hagas el duro! ¡Sé que eres un perro que lleva babeando con follarse a una de nosotras desde hace años!- soltó mientras con su mano sacaba mi miembro de su encierro.
Mi subconsciente me había traicionado dejando al descubierto mi fijación por esas hermanas mientras en mi imaginación esa rubia se estaba empalando usando mi verga como su instrumento de tortura. La veracidad de esa acusación no aminoró mi excitación al sentir los pliegues de su sexo presionando sobre mi tallo mientras se hundía en su interior.
-¡Cumple tu sueño cabrón y úsame!- chilló descompuesta.
Su aullido coincidió con mi orgasmo y derramando mi simiente sobre las sábanas, lloré de vergüenza al saber que lo quisiera o no todo lo ocurrido era una premonición de lo que me iba a pasar si no hacía algo para ponerle remedio…

Relato erótico: “Destructo: Te necesito para elevarme hasta aquí” (POR VIERI32)

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I

Sin títuloAunque una rebelión empezara a gestarse en el seno de los Campos Elíseos, se trataba de una realidad solo sospechada por un reducido grupo. El Trono prefería el orden y el control sobre la legión de ángeles antes que desatar el caos y el desconcierto debido a una amenaza que bien podría desvanecerse con las acciones adecuadas, mientras que el Serafín Durandal optaba porlas sombras y el silencio para ganar poco a poco adeptos a su causa de libertad. Ajena a todo, la pequeña Querubín, quien parecía ser la causante de la insurrección de un grupo de ángeles, solo tenía en mente un objetivo: encontrar al guerrero mongol angelizado para que este la entrenara. Ser fuerte era su meta, pero su verdadera motivación aún era un misterio.

La noche caía sobre una cala paradisiaca y en el cielo centelleaba una infinidad de estrellas alrededor de la fulgurante luna llena. Saliendo de un sendero rodeado de palmeras, el joven ángel Curasán llevaba a la Querubín de la mano, quien parecía temer a la oscuridad o simplemente a algo oculto entre los matorrales. Cuánto deseaba subirse de nuevo a la espalda de su protector, se sentía segura allí, aunque también sabía que lo mejor era armarse de valor y aparentar valentía, no fuera que el desconocido guerrero mongol la tomara por débil y rechazara instruirla.

—¿Cuánto falta? —preguntó Perla, apretando fuerte la mano de su guardián.

—Oye, no te preocupes, enana —zarandeó juguetonamente su mano al notar su nerviosismo.

—Pero si estamos el Aqueronte —protestó.

A la vista, el oscuro Río Aqueronte rayaba entre mágico y misterioso, envuelto por completo en una azulada bruma nocturna que a Perla le causaba cierta incomodidad. No era para menos, pues cualquier ángel de la legión sabía que se trataba de uno de los lugares más importantes de los Campos Elíseos. Era, nada más y nada menos, el punto desde donde podían acceder al reino de los humanos con tan solo sumergirse en el agua. Acto, desde luego, prohibido por el Trono.

—Tranquila. Quien vigila este lugar es mi colega.

—Tu colega, el mongol —susurró, tragando saliva—. Y… ¿cómo es ese hombre?

—Algo… extravagante. Se convirtió en ángel al morir, pero aunque respeta al Trono como líder, se recluyó aquí porque sus creencias entran en conflicto con el resto de ángeles, así que no creo que lo veas por Paraisópolis o el templo.

—¿Conflictos?

Una fría brisa recorrió las palmeras tras ellos. En el preciso instante que la peculiar pareja pisó la cala, una figura oscura cayó sobre el dúo y tomó violentamente el cuello de Curasán. Aquella bestia oscura y alada era veloz, de movimientos salvajes como los de un cóndor pero silencioso como un águila. Un batir intenso de alas, manotazos y patadas se hicieron lugar en la negrura de la noche; el extraño enemigo levantó al ángel guardián para inmediatamente tumbarlo en la arena con la fuerza de un solo brazo.

Varias plumas revoloteaban alrededor de ambos, entre el polvo levantado y los quejidos desesperados de Curasán.

—¡Por los dioses! —el protector de Perla se retorcía de dolor en el suelo, arañando la arena—. ¿¡Podrías al menos preguntar antes de atacar como una puta cabra!?

—¡Ja! Débil como siempre. —El desconocido ángel poseía una voz fuerte, casi amenazante. Pisó el pecho del joven, quien en un santiamén, había quedado reducido de manera humillante—. ¡Deshonras a los tuyos!

—Serás un… —Curasán abrió lentamente los ojos y vio ese rostro de facciones duras, los largos mechones de esa cabellera se mecían con la brisa al son de sus alas y túnica; de ojos rasgados e intensos, era el ángel mongol que había estado buscando. En ese preciso instante sintió una fuerte presión en el pecho—. ¡Daritai, por todos los dioses, basta!

—Demasiado tarde para pedir clemencia. Pensé que había quedado claro al ordenarte que no volvieras a pisar este lugar —el mongol angelizado sacudió sus alas para que la arena salpicara el rostro de su presa.

—¡Suéltalo, lo estás lastimando! —gritó la asustada Perla, escondida detrás de una palmera frente a ellos. Era la primera vez que estaba sintiendo en carne propia cómo uno de sus seres más queridos, si no el que más, sufría visiblemente. Sus alitas se extendieron y la piel se le erizó; la impotencia y rabia luchaban en su cabeza, tratando de decidir si ir directamente a por el enemigo, o retirarse para buscar algo puntiagudo.

—¿Quién es ella? —preguntó el guerrero, aumentando la presión sobre el pecho de Curasán.

—Es la… ¡Es la Querubín, Daritai!

—Interesante. ¿Qué es lo que quieres?

—Esto… —Curasán sonrió nerviosamente, luchando por apartar la pisada del ángel—, ¿cómo te lo digo sin que te cabrees, Daritai?

—¿Ese es tu colega?—la pequeña salió de su escondite, bastante aliviada al saber que se trataba de la persona que habían venido a buscar—. ¡Señor Daritai! Hemos venido porque le debes un favor a Curasán, ¡así que suéltalo ya!

—¿Un favor? ¿Eso es verdad? —volvió a pisar fuerte el pecho del joven—. No recuerdo que te debiera un favor. Yo conseguía mi sable, tú te paseabas por el mundo de los humanos en su búsqueda, eso era todo.

—¿¡Podrías dejar de pisarme, por lo que más quieras!?

—¡Entréname para ser fuerte, señor Daritai!

El mongol la observó de arriba abajo, soltando una pequeña y despreciativa risa. En su antigua y lejana vida como guerrero nunca vio a una niña pedirle semejante favor. Fuera una broma, fuera en serio, recordó que los ángeles no estaban del todo acostumbrados a su cultura, así que debía dejarles las cosas claras cuanto antes. Retiró el pie del pecho del atormentado Curasán y se acercó a la pequeña.

—Eres muy graciosa pidiendo que te entrene. Lo cierto es que en Mongolia empezábamos desde pequeños, pero desisto de la idea.

—¿Por qué me rechazas?

—¿Por dónde comienzo? En Mongolia, las mujeres no pensaban en luchar sino en contentar al hombre. Eso deberías hacer tú —se acarició el mentón y achinó aún más los ojos—, o mejor dicho, deberías hacerlo cuando esas pequeñas piernas sean más largas.

—¿Pero de qué hablas? —preguntó confusa, imitando su achinar de ojos.

—A eso me refería con “sus creencias entran en conflicto con la del resto de ángeles…” —masculló Curasán, quien desde el suelo, apenas podía respirar.

El joven ángel conocía a Daritai y cuán hombre de costumbres y cultura era, por lo que tiempo atrás le ofreció un trato irrechazable: si Daritai hacía la vista gorda y permitía que Curasán fuera al reino de los humanos, le conseguiría lo que más extrañara de sus tierras. Tras meses de búsqueda, de idas y vueltas, de descripciones y fallos, el joven ángel volvió con un resplandeciente sable escondido en los montes de Kyushu, Japón, lugar donde el mongol murió a manos de los samuráis, incontables siglos atrás. Obtenida la espada, los escapes diarios de Curasán pasaron a mejor vida.

—Escucha, Daritai —el guardián se levantó con dificultad—, ¡lo dijiste alto y claro cuando la traje impoluta! ¡“Te debo una”!

—¡He cambiado de parecer! —cortó el mongol, agitando una mano al aire—. A diferencia de ti, soy un hombre de honor, haberle fallado a la confianza del Trono permitiéndote ir al mundo humano es algo que prefiero olvidar.

—¡Pero por favor, maldito maniático, qué conveniente que lo digas ya habiendo recuperado tu sable!

—¡Suficiente! ¡El Río Aqueronte está prohibido salvo orden del Trono! ¡La próxima te pisaré el rostro, maldito insolente!

Daritai se alejó caminando hacia la playa, rumbo a una casona de madera añeja que siglos atrás, cuando llegó a los Campos Elíseos, construyó como su particular refugio. Aunque rápidamente fue alcanzado por la pequeña, quien se interpuso en su camino. La Querubín extendió sus alitas y los brazos para que se detuviera, y esta vez, sacando a relucir su peor lado:

—¡Entréname, te lo ordeno!

—¿Me lo ordenas? ¡Ja! Los mongoles tenemos la costumbre de no lastimar ni a mujeres ni a niños. Pero tú —se acuclilló frente a ella—, tú me das ganas de romper las costumbres. Tienes suerte de que yo no derrame sangre en un lugar de descanso como este.

—¡No te tengo miedo! ¡Entréname… —Perla se calló un par de segundos y pensó detenidamente qué iba a decir. Se armó de valor y dejó a un lado su actitud de “ser superior de la angelología”. Era su última oportunidad y casi podía sentir cómo se le estaba escurriendo de entre los dedos; ser la Querubín no le había servido en nada sino para causar gracia. Si pretendía obtener fuerza, tal vez podría intentar una alternativa más humilde—. ¡Te lo ru-ruego, por favor!

Curasán estaba llegando a duras penas hasta donde ambos discutían; conocía a Daritai y temía que castigara físicamente a la Querubín en caso de volverse demasiado irritante. Por un lado, sabía que el mongol no tenía demasiada paciencia, y por el otro, Perla tenía una facilidad asombrosa para ser irritante. “Mala combinación”, pensó, apurando el paso.

—¡Por el Dios Tengri! La verdad es que haces mucho ruido, granuja. ¿Para qué quieres entrenar?

La niña abrazó con fuerza la pierna del mongol, y casi en un tono de llanto, confesó algo que dejó paralizado al guerrero por algunos segundos. Además, en ese instante, él percibió algo en sus ojos. Un chispear. Una declaración de intenciones en forma de un brillo fugaz en esa mirada aniñada. Había algo demasiado familiar en esos ojos verdes que, por unos segundos, cobijaron valor y firmeza.

—¡Proteger! ¡Quiero entrenar para proteger!

—¿Proteger? —se calló por breves segundos mientras se rascaba el mentón—. Oye, pequeña, ¿eres como esos ángeles que han prometido arriesgar su vida para defender a esa humanidad allá abajo?

—¿Humanos? A ellos no.

—Hmm —gruñó con un cabeceo afirmativo. Levantó la pierna y comprobó que Perla lo tenía bien atenazado—. ¿Pero entonces a quién quieres proteger?

—A… a Curasán —le susurró.

—¿A mí? —Curasán, tras ambos, no comprendió la respuesta. No obstante, una sonrisa bobalicona se esbozó en su rostro.

—Sí. Es demasiado torpe. El día que Destructo venga, meterá la pata seguro. Y… también deseo proteger a Irisiel.

—¿Quieres proteger a la Serafín? —insistió Daritai, que estaba tan desconcertado como el guardián de la Querubín—. Escucha, la Serafín no necesita que alguien la proteja.

—¿Lo dice quién? ¿Quién cuidará de los que irán a la batalla? Lo he decidido y no dejo de pensar en ello en cada paso que doy: proteger a los que nos protegerán el día que Destructo se levante contra los Campos Elíseos.

Daritai bajó la pierna y observó por un rato a la Querubín, quien bravamente consiguió no derramar ninguna lágrima pese a que su voz delataba que estuvo, en algún momento, a punto de quebrarse. La nobleza no era algo que pudiera encontrarse fácil, y menos aún en una niña tan pequeña. Pese a su corta edad, era atrevida, tenía un motivo noble y parecía priorizar a sus compañeros antes que a ella misma; la reconoció.

Aun así, disfrazó su admiración con trivialidad.

—Gritas muchas tonterías, pero me gustas. Aunque ya es muy tarde, deberías volver junto a tu guardián.

El ángel mongol volvió a retomar su camino, rumbo a su casona. La pequeña quedó arrodillada allí ante nada, completamente descorazonada. Arañó la arena sin saber qué más debía hacer para que la escucharan; lo que para los ojos de todos era simplemente una tontería producto de una mente aún infantil, para ella representaba una forma de agradecimiento para la legión de ángeles que la acogió. Si bien abusaba de su condición de Querubín, solo deseaba que la dejaran de observar como a una niña frágil y que la reconocieran como algo más; tal vez como al ser superior de la angelología, o tal vez como a un ángel fuerte que los protegería a todos de una amenaza.

“Creo que fue un error haber venido aquí”, pensó Curasán, viendo a su peculiar protegida completamente abatida. Algo le decía que, en esa ocasión, ni un abrazo o algunas bromas servirían para consolarla. Se acercó a ella, plegando sus alas, pensando en alguna frase para levantarle el ánimo.

—Escucha, pequeña —Daritai, sin detener su andar, rompió el silencio de la noche—. Te esperaré mañana de día.

—¿Qué? —la niña levantó el rostro para verlo—. ¿Mañana?

—Mañana —levantó su pulgar al aire en señal de aprobación, cortando la luna—. Para comenzar a entrenar.

II. 8 de junio de 1260

El sol mañanero se asomaba tímidamente en el horizonte y las calles de Damasco empezaban a adquirir vida. Pero lejos del ajetreo y comercio diario, en un rincón alejado de la caballería del Kan, una veintena de jóvenes guerreros mongoles se apostaban tras el vallado de un peculiar corral improvisado para entrenar. Admiraban y temían en partes iguales a su nuevo comandante, quien acababa de tumbar a un soldado al suelo. Risas y quejidos se mezclaban entre el movimiento diario de los jinetes cabalgando a los alrededores.

—Vamos, arriba —Sarangerel ofreció una mano al joven guerrero. En el fondo nunca quiso aceptar el comando, pero hecho lo hecho, tener a un grupo de jóvenes guerreros dispuestos a escucharlo y seguir sus pasos le daba una motivación inesperada. Los entrenaría tal como su padre había hecho, tal como algún día haría con su hijo—. ¿De dónde eres?

—¡Karakórum!—el muchacho se repuso, aunque el dolor en la espalda era bastante evidente por el gesto en su rostro torcido—, soy de Karakórum, comandante.

—¿Ya has combatido alguna vez?

—Aún no, espero hacerlo pronto, comandante.

—Eres demasiado flaco. No es un defecto, lo puedes usar a tu favor contra alguien más grande como yo —sonrió, dándole un coscorrón a la cabeza—. Necesitas ser ágil como una gacela y astuto como un lobo para poder tumbar a alguien que te gana en tamaño —pese a que sus palabras iban dirigidas al muchacho, todos los soldados alrededor lo escuchaban atentamente. Había algo en sus palabras y su mirada cargada de ferocidad que hacía que se ganara rápidamente la atención y el respeto—. Y durante la guerra, cuando el enemigo descanse, necesitarás ser silencioso como un leopardo para asestarles un golpe sorpresa.

—¡Al diablo! Son demasiado jóvenes, demasiado inexpertos —se quejó Odgerel, sentado sobre el vallado, pasando trapo a su sable—. Pierdes el tiempo, Sarangerel.

—Claro que son jóvenes y débiles. Como tú y yo alguna vez fuimos —desenfundó su nuevo sable, un regalo de sus superiores por asumir el comando, y apuntó a su camarada—. Si nuestros predecesoresno nos hubieran bendecido con su sabiduría, hoy ni siquiera tendríamos el don de blandir un sable. Eres el segundo al mando, Odgerel, depónesa actitud salvo que quieras pasar el día ordeñando la mula allá al fondo.

—¿“Depón esa actitud”? Pasaste tantos días con esa francesa que ya tienes una lengua de alta alcurnia. Pero bueno, ¡consígueme una felatriz, amigo, una de muchas curvas, eso haría “deponermi actitud”! —carcajeó, mirando a sus nuevos pupilos—. Escuchen, las prostitutas de los barrios de Gálata no son nada comparadas con las mujeres que pueden encontrar en territorio mameluco, lo dicen los mismos francos. ¿Quieren ganar esta guerra? Piensen en las mujeres que repartiremos como botín. ¿No es eso suficiente motivación, perros?

—¡Menos mujeres, jala-barbas! Vamos, ¿¡quién es el siguiente!? —preguntó Sarangerel, extendiendo los brazos, esperando que alguno de sus nuevos guerreros quisiera probar fuerzas contra él. Aunque, quien se abrió paso entre los mongoles y saltó la valla fue la persona que menos esperaba.

—¿Pero qué…? —se sorprendió Odgerel, desatando una ola de risas entre los jóvenes guerreros—. ¡Ja! ¡Esto alegra el corazón de cualquiera!

Vestida con una añeja camisa, pantalones raídos y botas sucias, Roselyne no lucía precisamente como una dama bañada en agua de rosas. Pero la escudera del nuevo comandante de la legión mongola no necesitaba de preciosas apariencias; su objetivo estaba más que claro desde el momento que entró al corral, con un sable en una mano, y con la espada de su hermano en la espalda, inclinada, sostenida mediante correas.

—¿Qué sucede, escudera?—sonrió Sarangerel—. ¿Has venido para entrenar?

—Sarangerel, aquí tienes tu sable —dijo arrojándolo hacia el mongol, quien hábilmente lo cogió del mango. Podrían pasar todas las espadas por sus manos, pero el guerrero solo quería sostener una, la misma con la que había partido para conquistar el califato abasí y el sultanato mameluco, la misma con la que deseaba volver a Suurin—. Está radiante, como te prometí.

—¿No me diga, comandante, que piensa probar la fuerza de esa mujer? —preguntó un sonriente soldado, en dialecto jalja, esperando que la muchacha no lo entendiera.

—¿Por qué no? —preguntó ella, mirando a los ojos al joven guerrero que ahora ya no sonreía tanto. Desconocían que Roselyne entendía y hablaba jalja, lo cual era un misterio incluso para sus dos habituales compañeros. También ignoraban que una mujer pudiera ser tan altiva—. ¿Vosotros consideráis una mujer como un mísero botín?

—El Kan Hulagu no está presente—interrumpió Sarangerel, adelantándose al pensamiento de todo el grupo—, pero nos ordenó respetar las culturas y costumbres de nuestros aliados. Si alguien quiere probar fuerzas y entrenar, no soy quién para negarlo.Ven, Roselyne, te convertiré en guerrero mongol.

Aún pese a las férreas palabras de su nuevo comandante, era imposible detener las risas de los jóvenes. Pero poco a poco la curiosidad ganó terreno. Una atención y un silencio inusitado cayeron sobre todos los soldados alrededor del corral: no estaban acostumbrados a ver una mujer desafiando a un guerrero; no todos los días se veía a un zorro deseando entablar batalla contra un lobo.

Sarangerel comprobó el brillo de su sable, cabeceando ligeramente en señal de aprobación. Lo enfundó en su cinturón, para luego empuñar en la otra mano aquel sable que le habían regalado. “Es un arma preciosa, más liviana que la mía”, pensó. “Pero no la necesito. Sé quién será la dueña perfecta”. Se alejó hacia el lado opuesto del corral, y acto seguido clavó el arma hasta la mitad de la arena.

—Vosotros os reís, jóvenes, pero la vida me ha enseñado que las mujeres también tienen orgullo. Roselyne, a partir de ahora eres un soldado a mis órdenes, y estos perros alrededor son ahora tus hermanos. Deshazte de esa espada que llevas.

—Es de mi hermano, Sarangerel, lo sabes.

—Pues guárdala en otro lugar. Yo te enseñaré a rajar con un sable, no pienso usar ese juguete que tienes enfundado —las risas volvieron a poblar el lugar, aunque a Roselyne no parecía afectarle en lo más mínimo pues solo tenía oídos para su nuevo y flamante tutor—. Escucha, he decidido regalarte este sable que me han obsequiado mis superiores. Pero tendrás que venir a reclamarlo.

Se acercó a ella y, cruzando los brazos, afirmó tajantemente.

—Pasa sobre mí y reclámala. Si caes al suelo, retrocederás para volver a intentarlo.

—¿Me lo dices en serio?

—Te he hecho una promesa, te enseñaré a blandir un sable. Pero cuando logres reclamarla.

Ella lo entendió en la mirada del mongol. A su alrededor solo había sonrisas y alguna que otra carcajada, pero Sarangerel era distinto; la estaba tomando en serio. Ahora, Roselyne ya no era aquella amante de quien había gozado una noche en el desierto, y varias noches en su yurta a orillas del río Barada, ahora aquella muchachaera una igual, una guerrera. Un soldado a sus ojos.

—¡Debes ser rápida como una gacela! —gritó Odgerel, levantando su sable al aire—, y astuta como un zorro. Solo así se vence al lobo. Mis ojos te reconocen, hermana Roselyne, demuéstrales a estos todo tu talento…

—Bien… —susurró ella, acuclillándose para sentir la arena en sus dedos.

—Usa tus piernas con astucia —aconsejó Sarangerel—. Como es tu primera vez no seré rudo. Muéstrame qué es lo que sabes hac…

Roselyne se levantó y pateó la arena hacia el rostro de Sarangerel, apurándose rápidamente hacia el arma semienterrada. El mongol se repuso a tiempo y la tomó de la muñeca, aunque la muchacha respondió lanzándole un puñado de arena que tenía guardada en la otra mano, y de un rápido manotazo, se soltó del agarre del guerrero.

“¿¡Pero qué mierda acaba de suceder…!?”, pensó Sarangerel en el momento que tragaba tierra y soltaba a su presa; fugaz reflexión similar a la que todos en el corral parecían concluir boquiabiertos.

Pero cuando la francesa se encontraba a solo pocos pasos de agarrar del mango del sable, cayó bruscamente al suelo. Sarangerel había vuelto a extender su brazo para aferrarse al pie de la mujer, tumbándola. Roselyne estuvo cerca de conseguirlo, pero ya lejos de las burlas, de las risas y de las miradas de desprecio, los soldados mongoles observaban sorprendidos cómo una aparentemente sencilla mujer casi había superado el desafío de su comandante en el primer intento.

—¡Mierda! —Roselyne golpeó el suelo. Se levantó a duras penas, limpiándose la arena repartida por su ropa.

“Sí, mierda, esta mujer me acaba de avergonzar ante todos”, pensó Sarangerel, escupiendo la arena metida en la boca.

Roselyne se acercó a Sarangerel, quien aún yacía tirado y perplejo; se acuclilló para limpiarle la arena en la mejilla de manera suave. Estaba más que claro que ahora la francesa había aceptado su rol de soldado, nadie debía tomarla a la ligera pese a sus apariencias. Pero, viendo la dulzura con la que trataba a su comandante, era evidente que tampoco ignoraba su condición de amante.

—Sarangerel —susurró ella, acariciando el labio del sorprendido mongol—. Intentémoslo de nuevo.

III

Sentada sobre un tronco caído cerca de la cala del Río Aqueronte, la joven Celes disfrutaba del ambiente paradisíaco que ofrecía la naturaleza; el sonido del río, la brisa húmeda y los tibios rayos del sol colándose entre las hojas de las palmeras tras ella proporcionaban un gran efecto relajador.

—¡Uf! —se desperezó, extendiendo alas y brazos al aire —. No sé por qué quieren una segunda protectora para Perla, pero me alegra que me hayan nombrado a mí. Aunque la verdad es que me siento mal, verás, creo que estoy fallando a la confianza del Trono…

—¿A qué te refieres? —preguntó Curasán, sentado a su lado. A lo lejos, hacia la playa, la Querubín parecía dialogar con el mongol para iniciar su primer día de entrenamiento.

Habían obtenido el permiso del Trono para estar en el Río Aqueronte, con la condición de que no despegaran la vista de la pequeña. Si bien, al principio, Nelchael se negó a permitir que Perla entrenara debido a los peligros a los que se podría exponer, el viejo líder de la legión parecía haber encontrado cierto gusto en contentar y mimar los deseos de la niña, quien se abalanzaba a por él para agradecerle con besos por doquier.

—No sé… ¿Cómo decirlo? —Celes retorció sus muslos y alas solo de recordar lo que su pareja le había hecho en el bosque, momentos antes—. ¿No crees que deberíamos detener esto que hacemos ya que ahora somos guardianes de la Querubín? Deberíamos ser ángeles ejemplares.

—¿Estamos lastimando a alguien, Celes, solo por meter mi cabeza entre tus piernas? ¿Ves a alguien herido por nuestra culpa?

—Bu-bueno, supongo que no… —balbuceó sonrojada, jugando con sus dedos—. Escúchame, Curasán… estaba pensando que si Perla va a comenzar a entrenar, necesitará una túnica mejor que la que tiene. No creo que le dé mucha movilidad la que ahora viste.

—¿Vas a confeccionarle una túnica nueva a la enana?

—¡Es tu protegida, no deberías llamarla “enana”! Y ahora es la mía también, así que no consentiré que llames despectivamente a la Querubín… —posando sus manos sobre su regazo y doblando las puntas de sus alas, se mordió los labios—. Pero también lo hago porque… a ver, cómo lo digo… esta mañana, ella no pareció muy emocionada cuando le dije que yo también sería su guardiana, así que pensaba que tal vez me gane su cariño si le hago una túnica.

—Lo he notado. No es sencillo ganarse su corazón —meneó la cabeza, mirando a su protegida.

Aunque a Curasán no le gustaba la idea de dejar a Perla sola, pues los cinco años que estuvo con ella a su lado no pasaron en vano, la orden del mongol estaba más que clara. La niña entrenaría únicamente con Daritai y sin interrupción de ningún tipo. Observarla desde la distancia era la única alternativa del ángel protector. De todos modos, Daritai le había dejado las cosas claras al verlo preocupado: “No te alarmes, a diferencia de ti, la niña me cae bien”.

—Bueno, Curasán —continuó Celes—, tú la conoces mejor que nadie, dame una idea para que yo le caiga bien…

—Ya. Puede que sepa algo… —tomó de su mano, levantándose—, pero tendrás que sacármelo en el bosque.

En la playa, la pequeña Querubín observaba con cierto recelo a sus dos guardianes, que ahora volvían a esconderse en la espesura del bosque. Ver a Celes al lado de Curasán le causaba una sensación desagradable en el cuerpo, bastante similar al que había sentido cuando Daritai tumbó a su guardián al suelo la noche anterior. De hecho, verla tan pegada a su protector hacía tensar sus alitas como pocas veces.

Aunque fuera su primer día de entrenamiento y sabía que debía estar concentrada, deseaba que el joven ángel estuviera a su lado en el caso de que algo saliese mal, para animarla, o simplemente confortarla con su sola presencia.

“Definitivamente, están pasando demasiado tiempo juntos”, pensó, achinando sus ojos.

—Oye, pequeña, presta atención —interrumpió Daritai, frente a ella. Había traído su sable, guardado en una funda en la espalda, entre sus enormes alas. A diferencia de la niña, el guerrero mongol sí estaba bastante animado por comenzar el entrenamiento. Más allá de que Perla fuera una niña, se trataba de alguien que depositaba toda la confianza y admiración en la sabiduría y fuerza del mongol. Era un honor, pensaba él, que un ángel, que por lo general se desinteresaban de él, se mostrara entusiasta por aprender de su vasta cultura.

—S-sí, señor Daritai. Anoche apenas dormí de la emoción —empuñó sus manitas—, pero… creo que Curasán debería estar aquí conmigo.

—Yo era un poco más pequeño que tú cuando empecé a entrenar. Ninguno de los niños con quienes compartí mis tardes tenía algo parecido a un ángel protector que nos vigilara. Teníamos a los adultos alentándonos, eso sí. Yo asumiré ese rol.

—Pero Curasán es mi guardián…

—Suficiente. Escucha con atención, no eres varón ni eres mongol, por lo que no eres tan especial como crees. Sería una tontería esperar fuerza bruta de ti —tras desenvainar su imponente espada curva, dibujó una gruesa línea en la arena entre ella y él—. Deberíamos aprovechar otras habilidades que pudieran ser útiles. Tus actividades consistirán en caza, pesca, recolección de frutas y remodelación de mi casona.

—¿Remodelar tu cas…?

—¡Agilidad, velocidad, reflejos, inteligencia! Esas son habilidades que puede desarrollar una niña como tú.

—No hagas como que no me has escuchado, ¿qué fue eso de remodelar tu cas…?

—¡Como regalo por tu primer día, te obsequiaré uno de mis sables!

—¿En serio?

“Esa enorme espada…”. Perla observó fascinada el sable de acero del mongol, que parecía ladearla para deleite de sus ojos. Brillaba e hipnotizaba. Había una inscripción a lo largo de la hoja, pero no comprendía la letra. “Ahora es mi espada…”, concluyó con una pequeña sonrisa. Pero por más que estuviera emocionada por comenzar a blandir su nuevo regalo, era evidente que no tenía la fuerza para sostenerla. “Aunque… no sé cómo…”, se dijo a sí misma, viendo sus manitas, “no sé cómo haré para levantar eso…”.

—¡Mírame a los ojos cuando hablo, pequeña!

—¡S-sí!

—¿Por qué miras tus manos? ¿Ya estás pensando en sostener este sable?

—N-no, claro que no…

—Te diré algo —se alejó varios metros y hundió la espada en la arena hasta la mitad—. Participé en la invasión mongola al imperio japonés, hace incontables siglos. Este sable mató a varios samuráis, unos de los enemigos más feroces contra los que tuve el honor de luchar. El sable es tuyo porque me caes bien, ya que me recuerdas a cuando yo era un guerrero: quieres luchar para proteger a los seres que quieres, no a los seres a quienes se te ha ordenado proteger.

—Bueno, no sé cómo haré para proteger a alguien que está en otro lado… —se quejó, mirando hacia el bosque.

—Escucha, había chicos muy jóvenes en mi grupo, éramos muy unidos y nos considerábamoscomo hermanos. Yo era uno de los estrategas más importantes durante la invasión, pero los japoneses eran muy hábiles, nunca tuvimos oportunidad de conquistar su imperio. Cuando estábamos perdiendo la batalla en la isla de Kyushu, los superiores ordenaron a mis soldados que retrasaran el avance enemigo para que yo pudiera huir hacia las barcazas, pero decidí cambiar de planes. Lo importante a esa altura ya no era la conquista, sino salvar la vida de los más jóvenes. Mis soldados huyeron sanos y salvos, yo perdí la vida retrasando a los samuráis. Pero mi sacrificio valió la pena; es nuestro deber proteger el camino de los seres que apreciamos. Eso es lo que hacen los hermanos.

La niña repentinamente quedó boquiabierta y fascinada. No solo por estar en presencia de lo que parecía ser un héroe, sino porque las palabras del mongol parecían venir cargadas de emociones y vida propia. Como si el sol brillara con más intensidad cuando hablaba; era la primera vez que escuchaba una historia tan emotiva y desde luego le había afectado.

—Continuemos —sonrió Daritai, había logrado su cometido de que la Querubín dejara de pensar en su guardián—. Niña, si bien este sable es tuyo, solo lo llevarás de aquí el día que seas capaz de pasar sobre mí para reclamarlo, y créeme que para eso pasará mucho tiempo. Estoy al tanto de que, a diferencia de los demás ángeles, tú creces, así que será cuestión de tener paciencia contigo.

“¿Qué? ¿Me lo ha dicho en serio…?”, pensó Perla, tragando saliva, viendo al imponente ángel guerrero. Su sola sombra atemorizaba. “¿Cómo voy a pasar encima de él?”.

—Eres libre de usar cualquier método que consideres necesario para pasar sobre mí e intentar agarrar tu sable —avanzó hacia ella—. Pero a la mínima que te tumbe al suelo, deberás volver detrás de esta línea para comenzar de nuevo. Te daré tres oportunidades al día para obtener tu sable, generalmente luego de que termines las actividades de entrenamiento.

—¿Vas a tumbarme? ¿Al suelo?

—¡Será divertido! Al menos para mí… solo necesitaré un dedo para someterte. Tendrás que poner en práctica todo lo que vayas aprendiendo. Planeaba comenzar cuanto antes con las otras actividades, el día es bonito para ir a pescar, pero tengo curiosidad por ver qué es lo que sabes hacer. ¿Por qué no intentas pasar sobre mí para reclamar tu espada?

—¡Puf! ¿Sinceramente? —la Querubín se cruzó de brazos y arqueó los ojos—, esto no es precisamente mi idea de entrenar. Con este tipo de cosas mi túnica se ensuciará e incluso se echará a perder. No tengo muchas, ¿sabes? Encima me pides que remodele tu hogar, el Trono dice que yo estoy en la cima de la angelología, y esta no me parece la forma adecuada de tratar a alguien que es un superior.

—Impresionante. Es tu primer día y ya deseo renunciar —suspiró el guerrero, frotándose la frente. ¿Tal vez se había equivocado con ella? ¿Tal vez no se trataba de alguien tan noble y decidida como había creído? Se alejó gruñendo acerca de haber aceptado entrenar a una completa perezosa y consentida. Aunque, en el preciso instante que se apartaba para buscar a Curasán y reñirle, notó de reojo que la niña en realidad se había apresurado para correr hacia la espada, aprovechando la distracción.

—¡Esa espada será mía a toda costa!

—¡Pequeña granuja!

IV. 8 de junio de 1260

La noche había caído en Damasco, y dentro de una gran tienda de paja, lonas de lana y entramados de madera, armada a orillas del río Barada, Sarangerel se encontraba arrodillado, despojado de su armadura, recibiendo un cálido masaje de una mujer que, durante el entrenamiento de esa mañana, lo humilló frente a todos sus guerreros. Si bien Roselyne no pudo reclamar la espada, pues cayó en todos los intentos, el respeto poco a poco se lo había ganado en el grupo de jóvenes mongoles, probablemente en detrimento del respeto que había perdido Sarangerel.

—¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? —preguntó ella, con sus manos sobre los hombros del guerrero, pegando su cuerpo contra la espalda del guerrero. Con los días la mujer había aprendido a aceptar su nuevo rol de amante de un hombre, lejos de las nociones cristianas a las que había vivido aferrada; se dejaba llevar por su nuevo espíritu, siempre ansiosa de probar los secretos de la carne—. Te noto tenso, Sarangerel.

Si no era un puñado de arena, Roselyne lo había esquivado mostrando una misteriosa velocidad y agilidad utilizadas inteligentemente; incluso propinó golpes y patadas efectivos para dejarlo tambaleando ante la atónita mirada de sus guerreros, y ante la sonrisa y ojos burlones de Odgerel. Pese a que ya habían pasado horas de aquello, en la mente del comandante aún se oía claramente las risas y expresiones de sorpresa al ver que una mujer ponía en aprietos a un mongol.

—Eres fuerte —masculló Sarangerel, mirando el baile del fuego de las velas sobre una mesa. No obstante, le perdonaba a la mujer debido a su habilidad para calmar y destensar sus músculos con sus finos dedos, también ayudaba ese perfume embriagador, su cuerpo pegándose al suyo de una manera sensual y que poco a poco despertaba una erección; un recordatorio constante de los placeres que le aguardaban cada noche—. También eres rápida e inteligente, Roselyne, pero no lo suficiente.

—Es un honor recibir esas palabras del comandante más fuerte de la legión —besó un hombro; sus manos bajaron hasta la cintura, presta a meterlas bajo la tela del pantalón—. Ya tendré otras oportunidades para reclamar ese sable. Si me permites, me gustaría reclamar algo que también es valioso.

—Suficiente con las burlas —cortó secamente. Pese a que Sarangerel estaba disfrutando del momento, no dejaba de sospechar que Roselyne era algo más que lo que realmente aparentaba—. Dominas nociones de lucha y sabes cómo y dónde golpear —se tomó de su quijada, abriendo dolorosamente la boca, recordando el puñetazo que ella le había propinado—.Tú has entrenado en algún lado.

—¿Tanto te duele? —cual zarpa, sus finos y cálidos dedos tomaron de su sexo palpitante bajo el pantalón—. Lo siento, permíteme resarcirme.

—Responde —el guerrero no estaba de humor.

—Bueno… —iniciando un vaivén lento, demostrando que también tenía otras dotes a parte de la lucha, susurró un par de secretos a tan solo centímetros de su oído—. Sarangerel, he aprendido a ser rápida y a saber dónde golpear porque de otra manera, no sobreviviría en este mundo. He estado huyendo los últimos dos años, sufrí muchas penurias pero aprendí a sobreponerme. Puede que no lo aparente, pero la vida me ha hecho fuerte.

—Hmm —gruñó. Suspiro luego, disfrutando de la manualidad—. ¿De qué parte de Francia provienes? Es decir, ¿por qué has tenido que huir?

—De dónde provengo ya no es importante, ahora estoy contigo.

—De dónde provienes es importante. Sabes árabe, jalja, y quién sabe qué más. Responde.

—He aprendido árabe porque los comerciantes de las caravanas con los que he convivido estos años me lo enseñaron para mercadear en tierras musulmanas. También domino jalja porque hacía trueques con los mongoles. ¿Está satisfecha tu curiosidad?

—Aún no —dio un respingo pues la mujer apretó fuertemente su sexo—. Sería humillante para nosotros los mongoles tener que romper un tratado con los francos por tener en nuestras filas a una mujer del reino de Francia, hija de alguna casa importante y declarada como desaparecida.

—¿Hija de alguna casa importante? —rio Roselyne, abandonando la manualidad—. ¿Es eso lo que sospechas de mí? No digas necedades.

—Confiesa. Por algo has tenido que huir, esto no es ningún juego. Nosotros no rompemos tratados por culpa de una mujer.

—¿Es que acaso parezco de la realeza? —la francesa se levantó para arrodillarse frente a él.

Las miradas de ambos chocaban con intensidad; pero dentro de la mente del guerrero había un conflicto intenso; quería arrancarle las ropas a aquella mujer sensual y hacerla suya, pero su orgullo exigía que ella hablara y justificara la paliza que le había propinado esa mañana.

—Parece que cuando pierdes el orgullo también pierdes la cordura —continuó la francesa, acercando una mano para acariciar la mejilla de su amante, mas Sarangerel ladeó la mirada. Él notó entonces, a un costado de la tienda, la espada de la mujer. Observó de nuevo el escudo estampado en el pomo del arma.

“Seis barras, rojas y blancas”, pensó para sí, tratando de recordar dónde la había visto.

—¿Deseas que te traiga algo de beber? —se inclinó para besar en la comisura de los labios del guerrero, acariciando su firme pecho, deseosa de calmarlo cuanto antes para llevarlo a la cama.

—“Coucy” —interrumpió Sarangerel, provocando que Roselyne diera un respingo.

—¿Di-disculpa?

—El escudo que tienes grabado en el pomo de tu espada —lo señaló con un cabeceo—, pertenece a los Seigneurs de Coucy. Son conocidos por sus desavenencias contra el rey Luis; desaprobaban el aumento de los impuestos en vuestro reino. Aumento destinado para reforzar la Cruzada Cristiana.

—¿Pero cómo es que lo sabes, Sarangerel?

—No me subestimes, mujer, soy emisario. He estado presente en casi todos los tratados del Kan Hulagu. Antes de aceptar nuestra alianza con los francos, hemos hecho averiguaciones acerca de vuestro rey, de vuestros conflictos internos y vuestras alianzas con los ingleses. Los Seigneurs de Coucy, representados en ese escudo de seis rayas, fueron los principales detractores del rey Luis.

—S-se la robé a un guerrero moribundo —se excusó.

—Pues sería bueno que recordaras dónde has visto a ese guerrero moribundo. Es información importante para los francos saber que aún andan sueltos enemigos del rey. Estoy seguro que nos darán bastante oro o armas a cambio de tan valiosa…

—De la casa de los Seigneurs de Cousy, me llamo Roselyne de Cousy —interrumpió la francesa, quien rápidamente tomó las manos de su amante—. Mi familia era dueña de grandes extensiones de tierra en Francia, no es que fuéramos como los barones ingleses, pero teníamos poder. La rama a la que yo pertenecía vivía en Périgueux, hasta que el Rey Luis decidió ofrecer toda la ciudad, nuestras tierras incluidas, al reino de Inglaterra.

Cayó el silencio en la tienda. La mujer había confesado ser de una facción rebelde del reino con quienes los mongoles tenían forjada una alianza. Ella representaba un serio peligro para las relaciones del Kan Hulagu con los francos comandados por Luis IX, paradójico por otro lado, pues a los ojos de Sarangerel una mujer no podría tener tal notoriedad o importancia. La guerra era terreno de los hombres; pero de nuevo, él aprendió que con aquella francesa las nociones no eran como en sus tierras.

—He oído de los incidentes. Suena rastrero que el rey entregue sus propias tierras y exponga a sus habitantes a los peligros de otro reino —tomó la mano de la mujer y la besó en los nudillos—, “su majestad”.

—¡No soy de la realeza, Sarangerel! El rey Luis marcó a nuestra familia desde que mi tío, Enguerrand de Cousy, protestara contra los altos impuestos, asesinando a tres de los escuderos de la realeza. El rey ofreció nuestras tierras al reino inglés no solo para calmar el conflicto que mantenía con Inglaterra, sino como venganza contra los Seigneurs de Coucy. Toda… —se mordió el labio inferior, buscando consuelo en la mirada del guerrero—, escucha, toda mi familia cayó muerta defendiendo nuestras tierras de los invasores ingleses.

—¿Toda tu…? ¿Entonces no hay ningún hermano esperándote en Acre? —Por más que Roselyne estuviera abriéndose y mostrándose frágil, varias preguntas asaltaban la mente del guerrero y apremiaban una respuesta rápida—.¿Por qué ibas allí entonces? ¿Estabas buscando al Rey Luis? —soltó las manos de la mujer—.¿Acaso cruzaste medio mundo para vengar a tu familia?

—¡Baja la voz, por favor! —protestó ella, tomándolo de los hombros y acercándose para besar su pecho, aunque rápidamente el guerrero tomó un puñado de su cabellera para apartarla. Pareciera que la rabia contenida en el guerrero haría que la tienda terminase derrumbándose en cualquier momento—. ¿Qué queríais que os dijera a ti y a Odgerel? ¿Qué yo iba a Acre para asesinar al mismísimo rey francés con el que los mongoles tenéis un tratado de paz y cooperación? O se reían de mí o me mataban sin contemplación.

—Así que terminaste tomando el mismo camino que dos emisarios mongoles e incluso te acostaste con uno para tener techo y cobijo aquí en Damasco —soltó su cabellera bastante ofuscado—. Has venido hasta aquí para que te entrenara con la espada, ¿no es así, escudera?

—¡Fui escudera de mi hermano, no creas que he mentido! No creas que cada beso que te he dado ha sido por conveniencia, no dudes de cada caricia que te he dado con todo mi cariño—volvió al asalto, con la voz rota y las manos temblándole, buscando enredarse sus dedos con los del guerrero—.Te he admirado desde el primer día, en el momento que me protegiste, cuando me hablaste de tu hijo, cuando me contaste de tus tierras, cuando me tocaste en el lago y me hiciste disfrutar como ningún otro hombre.

Ahora no fueron las manos sino las palabras quienes relajaron al tenso guerrero. A su pesar, dejó que la mujer se acercara para acariciarle la mejilla, para que volviera a besarlo con intensidad. Pero el sendero de la venganza era un camino que Sarangerel reconocía perfectamente, pues en su vida alguna vez lo recorrió y sabía de sus efectos: angustia, tristeza, noches de contantes pesadillas que amenazan con llevarlo a uno a la locura. Era un sendero en el que ahora Roselyne se encontraba, uno en el que Sarangerel se sentía obligado a advertirle de sus peligros.

Oyó repentinamente una lejana carcajada, probablemente era Odgerel compartiendo tragos con el grupo de jóvenes guerreros en alguna fogata cerca de su tienda. “Ese perro”, pensó él, “si se entera, seguro me preguntará cómo se siente encamarse con alguien de la nobleza”.

—Yo sé que asesinar al rey no me devolverá nada —continuó ella, incapaz de sostener la mirada del hombre a quien había mentido. A Roselyne ya no le quedaban tierras, ni familias, ni dignidad ni honor. Lo había perdido todo en el camino, y había probado los sinsabores de la vida tanto de manos de soldados inglesescomo de comerciantes. Su vida ahora solo era movida por su firme deseo de venganza—. Simplemente… quiero ver a ese hombre sufrir. Así que,¿qué vas a hacer, vas a entregarme?

—¿Entregarte?—tomó del mentón de ella y levantó el rostro para observarla a los ojos. Era una mujer fuerte que había sufrido demasiados castigos. El orgullo del guerrero ahora se sentía culpable al ver los surcos de lágrimas, esos ojos enrojecidos, esa boquita entreabierta de labios que temblaban.

Sarangerel suspiró.

—Escúchame, Roselyne. Frente a mí veo a una persona con tanto orgullo como un hombre, que ha cruzado medio mundo para vengar la muerte de sus seres queridos. Como yo lo hice cuando mi mujer cayó muerta a manos de un clan rival. Me recuerdas a mí mismo. Veo tu sufrimiento y recuerdo el mío propio. Te he cobijado como uno de los nuestros. Los mongoles no entregamos a nuestros hermanos.

Recibió el abrazo y luego el llanto silencioso de la mujer. Susurros de “gracias” llenaron la tienda, en donde poco a poco la calma ganó terreno, permitiendo que tomara relevancia las caricias y luego los besos entre uno y otro. Y otra vez la mano femenina se buscó un camino bajo el pantalón, otra vez las armas se endurecían dispuestas a firmar las paces.

“Supongo que ahora mismo no es conveniente pensar en ella como una hermana”, pensó él, acariciando su cintura, levantando poco a poco la túnica para revelar a sus ojos aquel precioso cuerpo femenino que arrebataba su aliento y la razón.

V

Atardecía cuando, sentada en un tronco caído a orillas del Aqueronte, Perla pasaba trapo a uno de los tantos sables que Daritai le había apilado a un costado. Lo hacía a regañadientes y de forma torpe, pues no estaba acostumbrada a tales labores. A veces, miraba a lo lejos su sable semienterrado en el mismo lugar de siempre, y suspiraba. Habían pasado varias semanas y aún no podía reclamarla.

—Oye, ¡oye!, límpialo con cuidado —ordenó severo su instructor, sentándose a su lado. Había dispuesto una fogata frente a ellos para recibir la noche.

—¡Hmm! —gruñó mientras proseguía con la limpieza.

—Fue divertido cómo te tropezaste sola en el segundo intento —se mofó.

“Se le van a quitar todas las ganas de reírse cuando reclame mi sable”, pensó Perla, girando la espada para limpiar el otro lado de la hoja curva.

—¿Acaso tienes un problema, granuja? —su maestro notó que la Querubín aplicaba una presión excesiva y temió que un desliz lastimara su manita. Extendió su brazo para arrebatarle el arma—. ¡Suficiente por hoy!

—¡Perfecto! —tiró el trapo a un costado—. Porque tengo un montón de cosas que decirte —refunfuñó mientras se levantaba del tronco para pararse detrás de su maestro. Empezó a tomar algunas de sus largas trenzas para arreglarlas, había aprendido a hacerlas y le encantaba recomponerlas; nunca había visto algo similar en ningún ángel de la legión.

—Me pregunto qué desvarío me vas a contar ahora —resopló, frotándose la frente.

—Daritai —la pequeña iba incorporando partes del cabello a la trenza—, cuando estaba persiguiendo a esa liebre en el bosque, encontré a Curasán y Celes… A ver —tensó sus alitas—, no creo que lo que sea que estuvieran haciendo esté permitido.

—¡Ja, no me digas! —carcajeó el mongol. Mil imágenes obscenas desfilaron en su cabeza, esperando que la niña no hubiera visto más de la cuenta—. Ese completo idiota ha sido descuidado al dejarse pillar.

—He estado pensando. Si le informo al Trono de lo que acabo de ver, Celes dejará de ser mi guardiana. Entonces las cosas volverán a ir por el sendero que deben ir.

—¿Podrías repetírmelo? —esbozó una sonrisa—. Creo que tengo arena en el oído. ¿Soy yo o la mismísima Querubín está celosa?

—¡Ya! ¡Curasán ha estado conmigo desde hace cinco años, no solo debería prestarme más atención, es que esa muchacha está robándome a mi guardián!

—A ver… —Daritai llevó su brazo para atrás y tomó de la mano de la Querubín. Lentamente la trajo delante de él para así poder tomarla de sus hombros. Sonrió con los labios apretados; no deseaba dar consejos sentimentales, no era un rol con el que se sintiera cómodo ni con el que tuviera mucha experiencia, ¿pero quién más iba a hacerlo?—. Por cómo suenas no parece que consideres a Curasán simplemente como un guardián.

—¡Claro que no es “solo un guardián”, por el Dios Tengri! —Perla se cruzó de brazos, mirando para otro lado para no revelar su sonrojo; estaba completamente alterada.

—¿Y entonces qué es? ¿Tu mejor amigo? ¿O tal vez lo ves como a un hermano?… ¿O alguien que en un futuro lo quieres a tu lado?

—No responderé a eso, no tiene nada que ver con mi entrenamiento —se sentó sobre la arena, de espaldas a él, ahora era su turno de tener una trenza como las decenas que tenía su maestro.

—Pues será mejor que decidas qué es ese ángel para ti —Daritai tomó un puñado de la cabellera rojiza y empezó a separarla en tres largos hilos—. Noto cómo lo miras cuando se va a caminar con tu guardiana. No estaré siempre para llamarte la atención, así que será mejor que resuelvas esto si no quieres que afecte tu concentración durante los entrenamientos.

—¡Hmm! —gruñó.

—Déjalo respirar, lo cierto es que a veces te vuelves irritante —uno tras otro, los lazos de su cabello se entrecruzaban para crear una larga y fina trenza en la parte posterior de la cabeza, y que iba cayendo como una cascada hasta entre sus hombros—. A diferencia de ellos, no soy un ángel puro, sino que fui humano, pero algo me dice que lo que ellos dos sienten el uno por el otro no es algo muy natural en los de su especie, y por ende, se podría considerar como algo bastante peligroso a los ojos de los demás ángeles de la legión.

—Exacto, alguien debería hacer algo, y pronto.

—No seas tonta. Cuando él camina junto a ella, sonríe y es feliz. Yo no destruiría ese camino que recorre, sino que lucharía por protegerlo también. Eso es lo que hacen los hermanos, ¿o ya no lo recuerdas? Así que madura un poco, granuja, y decídete.

—¡Puf!

—Listo, ahí tienes la trenza que querías.

Perla se levantó, agarrando su recién estrenada trenza. Aunque no podía verla, sentirla a través de sus dedos la hizo sonreír. Ahora era como su maestro, a quien, con los días y sus historias, aprendió a admirar. Después de todo, por más rudo que pareciera, era un héroe que había demostrado tener un corazón de oro.

—Ten, niña, un regalo para ti —apilado a un costado del tronco donde se sentaba, Daritai le entregó lo que parecía ser un cubo hecho de papeles unidos por un aro de bambú en la base.

—¿Ah? ¿Qué es eso?

VI. 8 de junio de 1260

—Es un farol volador —sonrió Sarangerel, entregándoselo en las manos a la francesa. Sentados a una fogata de las miles que se extendían alrededor del río Barada, disfrutaban de la noche, probablemente una de las últimas que se teñía de fiesta, pues la guerra estaba asomándose poco a poco, y pronto los ejércitos empezarían a mover sus efectivos.

—¿Qué? ¿Esto vuela? —rio Roselyne, tomándolo delicadamente.

—Por supuesto. Se enciende la vela que está aquí, en la base. Dale tiempo, y cuando quiera volar, pides un deseo y lo dejas ir.

—Bueno, espero que funcione —lo ladeó curiosa, nunca había visto ni oído hablar de algo así—. Es decir, espero que vuele y que el deseo se cumpla.

—¡No se cumplen, ya te digo! —masculló Odgerel, pichel en la mano, quien se sentó a la fogata de la pareja para hacerles compañía—, en su momento he deseado fornicar con la esposa del Rey Luis. Pero mira que ni siquiera me ha devuelto mi sonrisa durante las reuniones a las que asistí.

—Primero deberías desear dejar de ser tan feo, perro —rio Sarangerel, tomándolo del hombro para zarandearlo.

—¡Ya!, bueno, me pregunto cómo será trincarse a alguien de la nobleza—murmuró, bebiendo del pichel.

A lo lejos, en las otras fogatas repartidas a lo largo del río, los mongoles poco a poco soltaban los faroles para que estos se elevaran al cielo. La sonrisa de Roselyne fue bastante visible cuando vio aquello; tres, cuatro… cinco lámparas que subían a paso lento y rompían la negrura de la noche con su tenue brillo naranja.

—Escucha, Roselyne —Sarangerel acercó una vara de madera a la fogata—. Es una costumbre de los Xin. Utilizamos los faroles para elevar nuestras plegarias y deseos al Dios Tengri. Eres un guerrero mongol ahora, así que él también te oirá.

Acercó la vara a la vela del farol para encenderla, mientras más lámparas escalaban por el cielo, en lo que se había convertido en una lenta y preciosa danza que rompía la monotonía de la noche. Deseos, añoranzas, anhelos subiendo y refulgiendo en la oscuridad de la noche tal estrellas portadoras de esperanzas.

Poco tiempo después, su farol reclamaba un lugar en los cielos, junto a los cientos que ya poblaban la noche de Damasco.

—Sarangerel —susurró ella, imposibilitada de despegar la mirada del farol que se hacía lugar entre los demás—. ¿Has deseado algo? Es decir, ¿has deseado volver a encontrarte con tu hijo, no es así?

—No—sereno, tomó de la mano a la mujer—. Espero que encuentres un mejor motivo para caminar tu sendero. Comprendo tu deseo de vengar a tu familia, aunque será triste el día que consumas tu venganza y no tengas otro motivo para vivir.

“Como siempre, a Sarangerel le gusta sonar bien pidiendo lo imposible”, pensó, apretando sus dedos entre los de él. Desde que perdió a su familia solo había un objetivo en su mente. Los sacrificios que había hecho, luchando contra sus propias creencias arraigadas, marcados por un sendero de sufrimiento y soledad, era algo que no lo podía aparcar de un día para otro; sus deseos de venganza le habían dado la fuerza necesaria, pensaba, y desligarse de aquello no estaba en sus planes.

No obstante, motivada por la nobleza del guerrero, decidió probar un deseo más fácilmente alcanzable.

—Sarangerel, yo he deseado reclamar ese sable cuanto antes. No veo la hora en que me entrenes con el sable.

—Interesante…—cabeceó con una sonrisa forzada, volviendo a torturarse con los recuerdos de las risas de sus pupilos.

—¿Pero habláis en serio? —preguntó un borracho Odgerel—. ¿Tenemos una guerra en ciernes y esto es con lo que salís, par de campesinos?

—¿Y qué es lo que has deseado tú, perro?

El cielo era único. Las estrellas fueron reemplazadas por miles de faroles que se elevaban a paso lento. Odgerel era un caso especial; sabía que tarde o temprano se encontraría con sus seres queridos, por lo que no tendría mucho sentido orar por un deseo de esa índole a su Dios Tengri. Mejor disfrutar la vida, o lo que le quedaba de ella, antes de que la guerra le robara para siempre los días de goce. Era, para él, una obviedad tan clara que ni la borrachera se lo impedía ver.

—He deseado trincarme a la reina de Francia, por supuesto.

VII

—¡Funciona! —se emocionó Celes en el momento en que Perla soltó el farol para que pudiera elevarse sobre el Río Aqueronte. Junto con Curasán, había llegado a la fogata y ayudó a la Querubín tanto a encender la vela como a sostenerlo, aunque la niña quiso hacerlo todo sola.

—No está nada mal, oye —Curasán observaba atentamente el farol—. ¿Y bien, enana? Daritai ha dicho que al soltarlo debes pedir un deseo. ¿Qué has deseado?

—Que me preguntes qué es lo que he deseado, eso he pedido… —los celos de la niña estaban sacando su peor lado.

—Ajá… Se te están pegando unas costumbres de Daritai que no me agradan lo más mínimo. ¿Te estás olvidando de quién tiene que traerte aquí todos los días cargándote en su espalda?

—Ya conozco el camino, sé venir a pie —infló sus mofletes y miró para otro lado.

—¡Buena suerte con eso, ja! —Curasán se alejó visiblemente enfadado.

Celes, aprovechando que estaban solas, vio el momento adecuado para hablar con la pequeña. Tenía un pedazo de tela doblado en las manos, de un blanco radiante. Se acuclilló a su lado, plegando sus alas, observando que la túnica que llevaba Perla, de una sola pieza y de diseño entubado, estaba sufriendo los rigores de los entrenamientos.

—Perla, te he traído un regalo.

—¿En serio? —preguntó, mirándola fijamente, pues la palabra “regalo” robó su atención.

—Es una túnica nueva para ti, la he hecho yo —sonrió, desplegándola sobre su regazo—. Es de dos piezas, a diferencia de tu túnica. Esta es la camisa, de tiras largas para que no molesten tus alas. Es bastante liviana y flexible. Esta otra pieza es una falda —la desdobló frente a su atenta mirada—. Tiene un corte diagonal por accidente… —rio—, pero la verdad es que me gusta cómo queda, así que lo arreglé un poco y lo dejé así, te dará mucha movilidad.

Perla quedó encantada desde el momento en que lo vio y lo palpó con sus manitas. Aquello era bastante distinto a lo que acostumbraba a observar en Paraisópolis, desde luego; fuera el diseño, el bordado o el contacto suave de la tela en su piel, la pequeña inmediatamente se imaginó con ella puesta, en su pequeño mundo de fantasías, en donde ahora, más que derrotar a un ángel corrupto, arrebataba las miradas de toda la legión.

—Cuando soltaste el farol, yo también he deseado algo… —Celes dibujó figuras informes en la arena, luego miró de nuevo aquella lámpara en el aire—. Es difícil explicarlo. Verás, siempre me han fascinado los lazos que forjan los humanos entre ellos. A sí que, ¿cómo lo digo? —preguntó, jugando con sus dedos y mordiéndose los labios—, he deseado tener una hermanita a quien cuidar.

—¿Una hermana? —Aunque Perla manejaba el concepto y tenía vagas nociones acerca de la hermandad, debido a las charlas con su maestro, no era algo con el que ni ella ni nadie en la legión estuvieran muy familiarizados.

—Sí —Celes la miró—, eso me haría muy feliz.

Perla suspiró, mirando detenidamente el precioso bordado de su nueva túnica. Era pequeña pero no tonta, sabía perfectamente que algo había entre ella y Curasán, aunque era evidente que la pareja prefería dejarlo como un secreto, estaba segura que era por miedo, pues como le había advertido su maestro, aquello no era natural ni estaba visto con bueno ojos.

Decidió entonces levantar la mirada para ver la lenta subida de su farol y revelarle a Celes un pequeño secreto.

—Más vale que eso del farol volador funcione, Celes, porque he deseado obtener ese sable cuanto antes.

—¡Oye! Me parece un deseo muy bonito. A Curasán le hubiera gustado oírlo…

—Bueno… quiero obtener ese sable para que en la legión me vean como alguien fuerte —miró para atrás, viendo a Curasán discutir airadamente con Daritai—. Pero por sobre todo quiero hacerlo porque me gustaría proteger el camino por donde tú y Curasán camináis.

—¿Proteger el camino por donde Curasán y yo caminamos? —preguntó, sospechando en el fondo que tal vez ella sabía de la relación secreta.

—Sí —Perla abrazó su nueva túnica—, supongo que eso es lo que hacen los hermanos.

Un repentino viento elevó con más fuerza al farol, que aguantaba estoicamente los embates y seguía su subida. Desde Paraisópolis podía observarse cómo lo que parecía ser una estrella de tonalidad naranja escalaba lentamente por el cielo negro; algunos ángeles detuvieron sus actividades y conversaciones solo para observarlo por un momento y preguntarse qué era aquello.

—Durandal, eres todo un espectáculo aparte —dijo la Serafín Irisiel, en la azotea de una casona de la gran ciudadela—. Me fascina tu manera de ver las cosas, en verdad que sí.

—Solo te he preguntado cuál es tu perspectiva acerca del asunto, Irisiel.

—Llámeme ingenua o como gustes —se acomodó su coleta, mirando de reojo el lejano farol—. Yo sí creo en la vuelta de los dioses y me niego a perderme en fantasías de libertad. Además, tenemos a la Querubín, prueba irrefutable de que están vivos. Gástate toda la perorata que quieras, Durandal, conmigo no va a funcionar.

—Esa niña crece, Irisiel —hizo contacto visual con ella—. Me pregunto cómo será llamar “Querubín” a alguien que pronto será tan grande como los demás ángeles.

—Se te ve un brillo raro en los ojos —se acercó para acariciar la mejilla del Serafín. Eran iguales, o al menos en algún momento lo fueron, luchando lado a lado, pero ahora los senderos de ambos estaban visiblemente separados. Libertad uno, lealtad a los dioses la otra—. Te diré algo, por si acaso —la Serafín extendió sus seis alas y levantó vuelo—. Si le haces aunque sea solo un rasguño a la Querubín, yo seré la primera en la línea de frente para darte caza.

—No pienso hacer nada. Entiendo que muchos ángeles depositan sus esperanzas en ella, como tú, y no planeo poner a nadie en mi contra por ello. Es por eso que resultará interesante ver vuestros rostros cuando la niña crezca. Verás, si ella crece, es más probable que entonces envejezca e inevitablemente muera. Estaré allí para ver vuestra reacción cuando vuestra preciada Querubín y enviada por los dioses se vaya de los Campos Elíseos sin haber dado ninguna respuesta acerca de su procedencia.

—La Querubín nos dirá algún día dónde están los dioses, ya verás que sí lo hará —sonrió, señalando el farol que se elevaba—. ¿Ves ese puntito naranja que sube lentamente? Es una lámpara china, la usan para desear cosas, seguro que es de ese ángel mongol que vigila el Aqueronte.

—No me digas que vas a desear algo, Irisiel.

—Ya lo he hecho —le guiñó el ojo—, acabo de desear que los dioses vuelvan. Preferentemente antes de que Destructo se levante contra los Campos Elíseos.

—Supongo que se te puede llamar ingenua.

—Tú y tu deprimente forma de ver las cosas.

El Serafín esperó a que Irisiel se retirase para fijarse con detenimiento en aquella estrella naranja y flotante. “Farol chino”, pensó. Le parecía una tontería confiarle un deseo a algo tan primitivo, pero no podía negarse a ese lado ingenuo presente en todos los ángeles, en ese lado noble que los hacía ver la luz aún en la oscuridad más absoluta. Que les hacía ver un mínimo resquicio de esperanza allí donde la angustia ha ganado terreno. Durandal tenía ese lado pese a ser un ángel distinto, pues los dioses hacía rato dejaron de ser prioridad en su corazón.

Extendió sus seis alas y levantó vuelo.

—Deseo volver a verte, Bellatrix —susurró, mirando fijamente aquella lejana lámpara.

Continuará

Relato erótico: “Empastada por el albañil” (POR ROCIO)

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EMPASTADA POR EL ALBAÑIL.

Sin títuloEn temporadas de exámenes no hay mucho en qué pensar, me considero estudiante responsable ante todo, y tengo el lujo de contar con una amiga, que puede que le falten dos tornillos a lo sumo pero es la mejor ya que también prioriza la facultad antes que otra actividad. Así que se hacía usual que estudiáramos en mi casa; con música suave de fondo no había quien nos quitara de la concentración.

Digo que le faltan dos tornillos porque a veces se sale por donde uno menos se lo espera. Ella estaba al tanto de que a mi novio, Christian, no le estaba yendo precisamente bien en los exámenes (es de un año superior a mí), así que llegó a la conclusión de que mi chico estaba necesitando una motivación urgentemente. Y aquello no era sino sugerirme que le privara de tener relaciones durante el mes y medio que estaríamos todos enfrascados en los estudios. Y que si las notas eran buenas, podríamos volver a estar juntos.

A mí no me importaba aguantar una temporada sin estar con él, que como dije, cuando hay exámenes suelo estar muy metida en mis estudios, pero estoy segura de que mi chico sí que estaría bastante desesperado.

—Haces bien —me dijo Andrea, dejando sus apuntes sobre mi mesa—. Ya verás que así se va a serenar y concentrarse en los estudios. Se va a volver loquito en algún momento y te va a rogar, pero tienes que ser fuerte.

—Sí, es por su bien —cabeceé decidida.

De repente, alguien tocó el timbre y mi papá, que bajaba por las escaleras, atendió. La puerta de la entrada da a la sala, así que entre los números y libros, me desperecé en el sofá y miré curiosa quién era el que había entrado. Era un chico de tez oscura, bastante lindo, a decir verdad. Se le veía sonriente, alto, con un físico agraciado, algo que desde luego él sabía porque llevaba una camiseta blanca, no sé si decir “ceñida”, pero sí que le destacaba bastante bien sus atributos. Iba con vaqueros y sobre el hombro llevaba una mochila.

Pasó por la sala y nos saludó, a lo que mi amiga y yo respondimos cortésmente; se le notaba un acento brasilero muy bonito. Fue al jardín en compañía de mi papá y desde allí los veíamos dialogar, ya que en la sala tenemos un ventanal bastante amplio que permite ver dicho jardín. Aparentemente iba a hacerle un trabajo porque mi padre le señalaba una esquina, dibujando con sus manos algo, como una construcción que debía realizar, a lo que el chico cabeceaba afirmativamente.

Fue en ese momento que Andrea me codeó:

—¿Viste qué lindo es?

—Ya tienes novio, pervertida —le quité la lengua.

—¡Ah, ya! Por pensar así no se va a caer el cielo. ¿O tú pensaste en tu novio cuando le viste entrar?

—Claro que sí, a mi nene lo tengo todo el rato presente…

—Pero imagínate si tienes a un bombón como ese chico a tu lado todo el rato, ¡yo al menos no lo voy a soltar jamás! Pienso en una aventurilla para probarlo… nadie tiene por qué enterarse. A ti te va bien en los estudios, te lo mereces.

—La verdad es que a veces no sé qué hago contigo. ¡A estudiar!

El resto de la tarde pasó sin muchas complicaciones. Cuando mi papá pasó por la sala le pregunté para qué venía el chico, a lo que me comentó que contrató un albañil para construirle una caseta en el jardín, para guardar sus herramientas y elementos de jardinería, ya que no tenemos sótano, y el garaje donde guarda su coche estaba ya a rebosar de cachivaches. El problema es que el albañil estaba con mucho trabajo y mandó a su hijo.

Cuando terminamos de estudiar, cerca de las seis de la tarde, Andy se despidió de mi papá y la acompañé hasta la parada de bus, aunque durante el camino no me dejó en paz con respecto al chico de piel oscura que trabajaba en mi casa.

Me decía entre risitas que no debía desperdiciar a ese niño, ignorarlo sería un pecado mortal; se notaba que el chico le había caído muy simpático. Pero yo no iba a poder a hacer nada si mi papá rondaba por la casa. O sea, lo digo porque quería llevar a mi novio y mi papá es muy celoso, no porque pretendiera hacer algo con el brasilero.

—¡Mfff! —Andrea estaba completamente enloquecida, no sé cómo describir ese sonido que hace, mordiéndose los labios, casi sonriendo, y emitiendo un gemido ahogado—. ¡Ojalá yo tuviera un bombón así en mi casa construyéndome una caseta en mi jardín! Obvio que no sabes lo que un chico así te puede ofrecer, es algo que ni tu novio ni el mío pueden. Ya te enseñaré, sí señor.

—Qué pesadita con el tema, a ver si viene ya tu bus, loca.

—Me da tanta pena que mi mejor amiga se niegue a disfrutar un poquito —loquilla como es, me tomó de la cintura para remedar el tacto de un hombre, pero me aparté rápido, que estábamos en plena calle. Por suerte vino su bus, ya me estaba poniendo coloradísima con su fascinación sexual.

Sinceramente, me arrepentí de haberla traído a casa; esa misma noche empezó a enviarme fotos de chicos negros con… enormes… “herramientas”, o como quieran llamar a esas enormes aberraciones de la naturaleza que le colgaban de las piernas. Las primeras fotos me asustaron y me repelieron, sinceramente, creo que eran imágenes manipuladas porque me parecía imposible que existieran hombres que pudieran caminar bien con algo así, ¿o no? Como sea, le escribí que cortara con el tema pero siguió insistiendo, enviándome más fotos, ahora con mujeres de pelo castaño (tengo cabello castaño) mostrando infinidad de expresiones al ser penetradas o simplemente observando asustadas al ver aquellos enormes titanes oscuros que colgaban orgullosos.

Uf, tuve que desconectar el internet de mi móvil porque ya estaba sudando debido a la incomodidad, y por más tonto que pueda sonar, hasta me sentí mal por mi novio al estar viendo esas imágenes, por lo que no dudé en llamarlo para saludar y hablarle un rato antes de dormir.

Pero Andrea, sin yo saberlo, ya estaba plantando las semillas de la perdición en mí. O, dicho de manera vulgar, estaba preparando el terreno para que el albañil comenzara a cimentar.

1. Reconociendo el terreno para el cimentado

Al día siguiente, en la facultad, Andrea volvió al asalto. Y lo peor es que no me dejaba siquiera preguntarle un par de temas sobre los cuales yo aún necesitaba reforzar, temas sobre microeconomía, por cierto, pues ella estaba más bien interesada en la supuesta verga que tendría el albañil. Y digo “supuesta” porque en serio no había forma de saber si el chico estaba “dotado”, si había una enorme herramienta de ébano allí entre esas atléticas y fibrosas piernas, ¡que sí!, admito que eran lindas, pero de nuevo, eso no implicaba que sintiera un deseo irrefrenable de tirar por la borda los casi tres años de relación que tengo con mi novio.

En plena clase, con mi profesor muy metido en su temática, Andy se inclinó hacia mí para poner su móvil sobre mi regazo. “¿Pero esta qué hace?”, pensé mientras ella le daba al símbolo del play en la pantalla. La miré de reojo, Andrea estaba entre roja y súper sonriente.

Cuando miré el vídeo, quedé boquiabierta y tuve que taparme la boquita que si no se me escapaba un grito de sorpresa. Era un hombre de tez negra llevando de las manos a dos chicas, una rubia y una chica de, para mi martirio, pelo castaño, que tenía cierto parecido a mí. No sé si el vídeo me lo estaba mostrando por esa similitud o simplemente porque ese hombre llevaba colgándole entre las piernas algo asombrosamente monstruoso. ¡Podría decir que era hasta criminal llevar un pene así! O sea, que no me lo esperaba.

Si bien hice una mueca de asquito para disimular, arrugando mi nariz, no voy a negar que en el fondo me quedé algo asombrada con la visión de ese precioso ejemplar de hombre. Pero claro, era solo un pensamiento, como una fantasía que es placentera para la mente pero en la realidad la cosa es muy distinta; seguro que cobijar dentro de una a un hombre así te deja secuelas y agujetas hasta en el alma, ya ni decir que dudaba seriamente que una mujer podría disfrutar de tamaño armatoste.

—Tienes algo así en tu casa, Rocío —susurró.

—Claro que no, marrana, ya deja de molestar con eso.

—¿Pero no te da curiosidad saber cómo la tendrá?

—Ay, querida, deja ya de insistir que me voy a enojar —puse mi dedo sobre su pantallita para detener el vídeo.

A veces estudiamos en el jardín pues es bastante relajador hacerlo al aire libre. Volvimos juntas de la facultad y continuamos revisando los apuntes allí, aunque yo más bien no diría “estudios” sino “acoso” a sus constantes arremetidas. Que mira este vídeo, que mira esta foto, que por cuánto trabajaría horas extras ese albañil; ¡no sentí culpa alguna al lanzar su móvil al suelo, total, que la caída lo amortiguó el césped!

Eso sí, tuve que pasar varios minutos rebuscando por la tapa, la batería y el chip. Este último era una tortura el solo buscarlo. Andy se acomodó en su asiento, sirviéndose un vaso de jugo de naranja, sonriendo más que de costumbre mientras yo, de cuatro patas, apartaba pacientemente el césped con la esperanza de encontrar una de las piezas.

—¿Sabes a qué hora vendrá el albañil, Rocío? —preguntó, bebiendo de la pajilla.

—Cabrona, pesada, no sé qué hago estudiando contigo…

—Buenas tardes, menina —un repentino acento brasilero me hizo dar un respingo. Con mis manos prácticamente empuñando el césped, me giré como pude y, cortando el sol, noté al albañil cargando unos cuantos ladrillos detrás de mí. Los depositó sobre el césped mientras yo prácticamente seguía allí, tal perrita que mira a una persona con curiosidad, mostrándole mi cola enfundada en un short bastante pequeño, era uno que no usaba desde que era niña. Es decir, estaba en mi casa, no iba a andar vestida de gala…

No pude evitar fijarme fugazmente en él. Llevaba esa camiseta ajustada sin mangas y se le notaba esos brazos largos y fibrosos, así como un pecho bien formado. ¡Era como el hombre de la peli porno, solo que en versión jovencito!

—¡Qué fuerza tienes, niño! —exclamó Andy.

—Gracias, señorita.

—Me llamo Andrea, soy amiga de Rocío —de reojo noté que ella jugaba con la pajilla del vaso—. ¿Sabías que a ella le gustan los chicos fuertes como tú?

—¡A-a-andrea! —chillé, arañando el césped—. No, no es verdad… Quiero decir… Ho… Hola, nene —respondí absorta.

El chico se acuclilló divertido:

—¿Estás buscando algo?

—U-un chip —respondí, acariciando torpemente el césped—. A mi amiga se le cayó su chip.

—¿No será este? —lo encontró inmediatamente y se levantó para dármelo.

—Ufa, muchas gracias.

Me levanté torpemente. Inmediatamente me ajusté mi short y limpié mis rodillas. Cuando me lo dio, noté que lo primero que miró fueron mis senos, que sin darme cuenta destacaban bastante debido a mi camiseta ajustada de Hello Kitty, cosa que casi me arrancó un sonrojo porque no era mi intención calentar al personal. Inmediatamente me miró a los ojos y quedé paralizada porque en serio tenía una mirada hermosísima de color miel.

—¿Tú estudias? —le preguntó Andy, dándome un respingo.

—Sí —el brasilero volvió a agacharse para agarrar los ladrillos, pues debía apilarlos en otro lado—. Estoy en el último año de secundaria, ¿y ustedes?

—Ah, pero si eres un nene todavía —respondí sentándome al lado de mi amiga.

—Tengo dieciocho, me Deus, voce si parece una menina chiquita —sonriendo, me señaló con el mentón.

—¡Ja! Yo estoy en mi segundo año de la facultad, chico listo, estudio económicas. De chiquita nada.

El jovencito se levantó el montón de ladrillos, y de reojo observé su entrepierna… O sea, ¡fue algo inevitable! Andrea me había acosado con sus traumas con chicos negros y bien dotados por dos días seguidos que, ¡lo admito!: ahora yo tenía cierta curiosidad. El paquete del muchacho, si bien disimulado por el vaquero, se notaba bastante relleno. Es decir, nunca he comparado paquetes ni nada de eso, pero alguna imagen mental se quedó de cuando estaba en intimidad con mi novio, y no sé… supongo que sí tenía algo grande alojado allí…

Agarré mi vaso de jugo y mordí la pajilla. Creo que Andrea me pilló, por lo que dijo alto y claro, como para que el brasilero lo escuchara:

—La tienes que estar pasando mal sin tu novio, Rocío.

Me puse colorada como un tomate. En cierta forma era verdad, y la culpa la tenía también ella, que fue su idea la de privarme de tener relaciones con mi novio. Ahora, era yo quien empezaba a sentir la falta de contacto sexual.

—¡Leny! —gritó el chico, ya en el fondo del jardín, apilando los ladrillos.

—¿Qué? —me giré para verlo.

—Me llamo Leny, menina.

—Ahhh… yo me llamo Rocío, nene —le sonreí, jugando tontamente con la pajilla.

Cuando el chico volvió a salir para traer más ladrillos, Andy puso su vaso sobre la mesa y me confesó algo bastante perturbador. Aparentemente, Leny aprovechó que yo estaba ocupada buscando las partes de su móvil para mirar mi cola por un rato, antes de presentarse, cosa que yo no podía saber desde mi posición. Lo cierto es que me sonreí por lo bajo. No se lo iba a decir a Andrea, pero la autoestima me subió un montón; miré de reojo al chico cuando volvió con más ladrillos y me mordí los labios.

No era mi intención, vaya por delante, calentar al albañil de papá. Al bueno, atractivo y simpático albañil de papá… pero era simplemente inevitable sonreír.

—Eso me pareció —dijo bebiendo de su pajilla pero esbozando una sonrisa de labios apretados—. O puede que solo haya visto mi chip en el césped, tal vez no haya visto realmente tu cola.

—S-sí, pudo haber sido solo eso… —mascullé, ajustándome el pantaloncillo.

2. Eligiendo las herramientas adecuadas

Al día siguiente, en la facultad, Andrea se sentó a mi lado antes de que las clases comenzaran e hizo algo que sencillamente nunca olvidaré. Claro que en ese momento me asusté muchísimo.

—Rocío, buenos días, te traje un regalo. Lo tengo en la mochila —subió la mencionada mochila y la dejó sobre su regazo.

—¿Un regalo? ¿Para mí? —me súper emocioné. A mí es que la palabra “regalo” me gana completamente.

—¡Sí! —mirando para todos lados de la clase, comprobando que nadie nos observara, abrió su mochila y sacó una bolsa negra, que inmediatamente la guardó en la mía.

—¿Droga? —bromeé.

—No, es mucho mejor. Es una polla de goma, de veintidós centímetros. Es de color negro.

—¿Me estás jodiendo? ¿En serio me…? —pregunté, abriendo mi mochila y comprobando esa gigantesca polla guardada en la bolsa. No sabía dónde poner mi cara, de seguro colorada, mi mejor amigaba acababa de regalarme un pene de goma.

—Si tu novio está prohibido, y si no te vas a acostar con ese albañil, entonces con esto al menos te vas a tranquilizar y además vas a saber más o menos cómo sería estar con él…

—Como sigas bromeando con eso yo misma te voy a meter esta polla en la boca, guarra.

—¿Pero aceptas mi regalo o no? —se mordió la lengua.

—¿Y qué más voy a hacer, loca?—me encogí de hombros—. Lo tiraría al basurero pero es de mala educación tirar un regalo.

Esa tarde, al volver a casa, me senté al borde de mi cama y saqué ese enorme consolador de su bolsa negra. Mi habitación está en el segundo piso y desde mi ventana puedo ver mi jardín; se oía a Leny trabajando allí. “¿Cómo será… andar con algo así entre las piernas?”, pensé, ladeándola para verla mejor. ¡Tenía hasta venas! “Es exageradamente más grande que la de mi novio”, concluí con una sonrisita, blandiéndola tal espada.

Pero lo cierto es que pronto empecé a sentir un cosquilleo en mis partes privadas… “¿Me entraría todo esto?”, pensé fugazmente, y sentí, por todos los santos, cómo inmediatamente mi vaginita empezó a calentarse y humedecerse de solo imaginarme empalada por una estrella porno de ébano, como los hombres de los vídeos que me enviaba Andy. Tragué saliva y meneé mi cabeza, ¡qué pervertida! Pero lo cierto es que la cosa abajo me estaba ardiendo y picando demasiado hasta que llegó un momento en el que, toda colorada, abracé la polla de goma contra mis pechos.

“Tal vez podría… practicar… no sé…”.

Lo llevé al baño y lo lavé bien. Frete al espejo, sostuve aquel juguete como si de una antorcha se tratara, tratando de calcular cuánto de eso entraría no solo en mi boca, sino hasta dentro de mis partes más privadas. Le di un beso en la punta, pero me reí en seguida pues no era necesario darle un besito. Luego le di un lametón allí en la cabecita, pero tuve que taparme la boca para que mi papá no me escuchara reírme. “Nah, pero qué estoy haciendo”, pensé, ocultándolo bajo mi franela para volver a mi habitación.

Dormí abrazada a él, pues me era imposible jugar seriamente. Era tan ridícula la sola idea de chupar una polla de juguete que la risa me ganaba.

A la mañana siguiente estaba tan excitada durante las clases que sentía una picazón ardiente en mis partecitas. Tuve que pedir permiso para ir al baño y tranquilizar esa bestia que estaba despertando dentro. Entré a un cubículo y me senté sobre el retrete; tras colocarme los auriculares, puse en marcha uno de los tantos vídeos que me mandó Andy, subiendo el volumen para oírlo todo, todo, ¡todo! Uf, y apareció el negro, que tenía un aparato tan grande que la angustiada chica no podía tragarla toda. Me remojé un poco los labios, ¿cómo olería, qué gusto tendría? Madre, pobre hombre, seguro que sufría mucho por tener algo tan enorme.

Y la escena terminó con la chica mostrando su rostro desfigurados de dolor o placer, no sabría decir, pero sí que estaba muerta sobre la cama mientras el hombre agarraba un puñado del cabello de la chica, y trayéndola hacia sí, se corrió sobre su rostro, luego insertando la verga para que ella chupara lo que quedaba de su… “leche”…

¡Rudísimo!

Me quedé toda colorada, boquiabierta, sorprendida, indignada por esa última escena, decepcionada conmigo misma, y sobre todo, muy muy muy excitada. Me desprendí el cinturón y metí mano bajo mi vaquero para acariciarme, sintiendo la humedad impregnada en mi braguita, mientras que con la otra temblorosa mano luchaba para volver a darle al play.

“¡Ay, mamá, quiero ser esa actriz, que un monstruo de ébano me haga torcer el rostro de placer!”, pensé mientras me metía un par de deditos en mi mojada conchita. Estaba loquísima ya, imaginando cómo sería tener a alguien así de grande dentro de mi tan apretado refugio, sentir sus labios unidos a los míos, abrigar su sexo dentro de mi húmeda boca también, que él gozara de mis pequeños pezones adornados con piercings, que disfrutara tocando mi puntito, de mi vaginita hinchada y hecha agua, que me mordiera mis nalgas, incluso… lo llevaría a mi habitación… y lo cabalgaría… no sé…

Me llegué y mojé más aún mis braguitas. No me importó gruñir como un animal salvaje porque fue un orgasmo delicioso que me dejó toda temblando y viendo borroso. Pasados los segundos, levanté mi mano y vi humedad en mis temblorosos dedos; pensé que a partir de ese entonces sería imposible ver a Leny, el único chico de tez oscura a la redonda, con los mismos ojos.

¡Maldita pecadora! ¡No me merecía a mi novio, pero por Dios, algún día se lo confesaría, que me encerré en un cubículo para ver un vídeo porno de un negro dándole durísimo a dos chicas! “Perdón, Christian, por ser pésima novia. Perdón, papá, por no ser la princesita que crees que soy. Perdón, Leny, porque estoy empezando a ver como un objeto sexual antes que un chico amable y risueño que seguro eres”…

De tarde, de nuevo Andy y yo estábamos estudiando en el jardín de mi casa. Sinceramente, no veía la hora de que entrara Leny a trabajar a pocos metros de allí. Y… ¿hablarle? ¿limitarme a mirarle? Tal vez… podría levantarme y llevarle un vaso de jugo, total, que con el calor reinante sería criminal no llevarle algo de beber. Estaba rascándome una manchita en mi short cuando Andrea repentinamente cerró su libro y me miró seriamente.

—Rocío —dijo, inclinándose hacia mí—. ¿Estás pensando en el albañil, no?

—Si vas a volver a molestar con eso te saco a patadas de mi casa, Andy.

—No podrías ponerme un dedo encima. No tienes músculos suficientes —se encogió de hombros—, lo único que tienes bien desarrollado en tu cuerpo son esas nalgas regordetas que tienes…

Y así terminamos rodando por el césped en una pelea de manotazos y chillidos varios. Puedo decir que tengo cierto complejo y me molesta cuando hablan de mi cuerpo de esa manera tan indignante. ¡Furia! Lo cierto es que Andy es mucho más alta que yo y, bueno, fuerte, lo era. Al menos más que yo. Pero logré someterla sentándome sobre ella, aunque ella me tomó de las muñecas fuertemente para evitar manotazos míos. Lo que hacía segundos era una situación que me había hecho poner colorada de rabia ahora me empezaba a hacer gracia, y de hecho Andy empezó a reírse, quitando su lengua, gesto que le devolví.

—Para ser pequeñita usas muy bien tu cuerpo —dijo, soltándome las manos y agarrándome de la cintura.

—¡Uf! Si no existieras te inventaría, loca —respondí, sintiendo cómo sus dedos ahora jugaban con el borde de mi short.

—Oye —susurró—, hace rato que Leny nos está mirando. Está sentado sobre la pila de ladrillos detrás de ti.

En ese momento se me congeló la sangre cuando oí que Leny se aclaró la garganta. Ni siquiera me daba cuenta que Andy me estaba bajando el pantaloncito y la braguita para mostrarle mi cola; no sé cuánto habrá visto de mí, pero de seguro vio más de lo necesario, ¡madre! Cuando sentí un aire de brisa caliente colarse entre mis nalgas, me desperté del trance e intenté luchar para salirme de encima de Andrea, quien inmediatamente me tomó de las muñecas.

—¡Ah! ¡Lo hiciste a propósito, cabrona! —como no podía usar las manos, tenía que menear mi cintura para, de alguna manera, el short subiera un poco y cubriera mis vergüenzas. “Nalgas regordetas”, según palabras de Andy, cosa que me acomplejaba más.

—Zarandéate como gustes, Rocío —susurró de nuevo—, ahora te quitaré la remera y no tendrás fuerza para impedírmelo. ¡Sí!

—¡No, no, no! —grité desesperada. Saqué fuerzas de donde no había y logré liberarme de su yugo. Inmediatamente me ajusté el short para levantarme y sacudirme los pedacitos del césped que se pegaron a mis rodillas y mi camiseta.

—Estás hecha toda una fiera viciosa —dijo Andy de una manera vergonzosamente fuerte, reponiéndose—. No hay dudas de que tu novio estará loquito por volver junto a ti, ¡ja!

—Ho-hola, Leny —dije sin prestar atención, acomodándome la cabellera—. No le hagas caso, mi amiga no tomó su medicina.

El chico dio un respingo cuando le hablé. Esa carita era impagable, asustado, como si le hubieran pillado; ¿qué pensamientos le habré irrumpido? Miró de reojo mis piernas, y lentamente subió hasta encontrarse con mis senos, apenas contenidos por la camiseta.

—Hola, Rocío y Andrea —se levantó de la pila de ladrillos, pasándose la mano por la cabellera—. Mejor me pongo a la labor, me Deus, que tu papá me cuelga si no cumplo con la fecha, ¡ja!

De noche, acostada como estaba, no podía quedarme quieta, recordando el insulto de Andrea a mi cola y el extraño actuar de Leny durante toda la tarde que trabajó en el jardín. Podía sentir cómo ponía sus ojos en mí cada vez que yo iba a la sala a traer agua o me levantaba para traer otros libros. No ayudaba que Andy jugara conmigo, hablándome alto acerca de mi novio o simplemente picándome alabando mis supuestas… nalgas… regordetas… Entonces, ese deseo que podía percibir en la mirada del chico se estaba extendiendo por mi cuerpo. ¡Yo quería carne, lo sabía bien! Así que, enredada entre las mantas, estiré mi mano hacia la mesita de luz y agarré la polla de goma.

Apagué mi teléfono porque mi novio me llamaba una y otra vez sin cesar, estaba desesperado por la pinta. Me senté sobre mi cama, sosteniéndola con ambas manos. Sabía que era una tontería pero prefería darle un beso antes de metérmelo en la boca; como para acomodarme en la atmósfera pérfida que yo misma estaba creando.

Metí la cabecita y mis labios lo abrigaron con fuerza. Me tuve que esforzar un poco para seguir metiéndola porque era muy ancha, de hecho me dolió tener la boca completamente estirada para poder cobijar la cabeza. Empujé de nuevo y la parte gruesa entró, aliviando mis labios. Me sentía tan pervertida haciendo aquello, pero no iba a detenerme, cuando mi cuerpo pide guerra no hay forma de detenerlo. Así que empujé para meter otra porción de la verga. Lo cierto es que no había tragado casi nada, había mucha polla por delante, pero ya me estaba incomodando y si tuviera un espejo frente a mí de seguro vería mi rostro todo enrojecido.

Otro envión y ya tocó mi campanilla, cosa que me hizo retorcer el rostro y acusar una falta de aire. Pero la dejé adentro para ver cuánto tiempo podría aguantar con ella. No habré llegado a los diez segundos cuando mi cuerpo me exigió que lo retirase de mi boca cuanto antes porque, uno, ya quería respirar, y dos, me entraron una nauseas terribles. Salió completamente humedecido de mi saliva y terminó rodando por mi cama.

Tosí varias veces, lagrimeando y mareada, incluso mi papá preguntó al otro lado de la puerta si me encontraba bien.

—Ahhh… —abracé la polla contra mis pechos, recogiéndome los hilos de saliva que me quedaron colgando de mis labios—. ¡E-estoy bien, no es nada!

3. La broca más grande para la caseta más especial

Era sábado de tarde cuando volvía de mis prácticas de tenis, estaba sacando la llave de mi casa del bolso cuando vi venir a Leny, listo para otra tarde de trabajo. Noté que mi novio me dejó varios mensajes de Whatsapp, en todos ellos me rogaba que nos juntáramos esa tarde, incluso en el último texto me dijo que haría lo que yo deseara, pero por más que insistiera, lo mejor para él era seguir enfocado en sus estudios. Meneé mi cabeza para despejarme los pensamientos y me senté en las escalerillas de mi pórtico.

Como si fuera una espada, agarré mi raqueta y la golpeé contra el suelo cuando Leny se acercó.

—¡Prohibido avanzar! —bromeé.

Parado como estaba podía verme el escote que me hacía la camiseta de tenis; es decir, podría haberme cambiado en los vestidores pero mi papá me apuró para que llegara cuanto antes a casa ya que el albañil iba a trabajar y no había nadie que le abriera la puerta. Allí en el club aproveché para quitarme el sujetador… ¿¡Qué!? Nadie me podría reprochar por no llevarlo bajo mi camiseta, ¡el pórtico es parte de mi casa, ando como me dé la gana!

Pensé que tal vez… podía seguir calentándolo… mostrándole mi canalillo… ¡Era divertido! Y mi novio de seguro agradecería tenerme tan ansiosa y viciosita para el día que nos reencontráramos… O sea, que lo hacía por un bien mayor, o eso me decía a mí misma.

—Menina, ¿cómo andas? ¿Está tu papá?

—Se fue al súper, o eso creo —me encogí de hombros y le hice un lugar a mi lado—. Puedes esperar a que venga ya que no te voy a dejar entrar. No puedo dejar pasar extraños sin su permiso —bromeé.

—¡Ja! Pero ya sabes mi nombre.

—Solo sé eso —junté mis piernas para plisar mi faldita—. Y… hmm… sé que estás por terminar secundaria.

Y se sentó a mi lado para charlar. Por un momento largo olvidé que estaba vestida como para cazar a cuanto hombre se apareciera, entonces conocí al chico, hijo de un albañil, que mi papá había contratado para hacerle la caseta del jardín. Brasilero pero con cuatro años viviendo en Uruguay, que tal vez volvería a su país tras terminar sus estudios. Y, además, sus amigos, y paisanos míos, solían burlarse por la goleada de Alemania contra Brasil en el Mundial aunque a él no le gustaba tanto el fútbol sino la arquitectura.

—¿Y ya echaste novia por aquí? —pregunté, risita de por medio, raspando una mancha en el mango de mi raqueta.

—Tengo una, sí, es una muito bonita… —se mordió los labios—. Pero, ¿cómo decírtelo? Tengo ciertos problemas con ella.

—¿En serio?

—No quieres saberlo, Rocío —echó la cabeza para atrás y carcajeó.

—¡Ya! ¿Qué es ese gran problema?

—No creo que debería decírtelo, me Deus —rio, negando con la cabeza.

—En este país —dije señalándole la calle con mi raqueta—, es de mala educación insinuar que tienes un problema y no decirlo.

—No le gusta tener relaciones sexuales conmigo —me miró, probablemente vio mis ojos abiertos como platos, y como anticipándose a otra pregunta mía, continuó inmediatamente—. Le duele mucho.

—¿Por… por… por qué le va a doler? —pregunté con un escalofrío en la espalda, abrazando mi raqueta contra mis pechos. Mi vaginita me traicionó y empezó a latir, ¡madre, tal vez Leny tuviera algo impresionante entre las piernas!

—Ah, bueno… No sé. Se queja y entonces yo me aparto, es lo usual.

—Ya veo —tragué saliva—. Seguro que es una chica sin experiencia, probablemente tiene miedo más que dolor. Dale… dale una nalgada, a ver si aviva, ¡ja!

—Claro que no, si le doy una nalgada, se va a girar para darme un puñetazo.

—¿En serio? No parece una novia muy agradable, nene, sinceramente. Esos son juegos… O sea, no me refiero a nada rudo, por una palmada suave no te va a decir nada, no sé.

—Te lo digo por experiencia, ya me regañó. Le di una caricia, así, suave —remedó en el aire esa nalgada, pero yo di un respingo, como si me lo hubiera dado a mí—. Se enojó, así que no he vuelto a darle uno.

—Uf, nene, ¿te gusta dar nalgadas o qué?

—Ah, ¿por qué lo preguntas?… ¡Jaja!

—No tengas miedo, Leny, estamos en confianza.

—Bueno, un poquito, sí. Es como tú dices, es un juego, algo simple para entrar en la situación. Pero respeto que a las chicas no les guste.

—A mí no me molestaría… —dije con mi corazón en la garganta, apretando más y más mi raqueta contra mí.

—Ojalá mi novia fuera como tú, entonces, parece que no tienes límites.

—Hay cosas que estoy dispuesta a hacer con mi novio, pero sí tengo mis límites —fue inevitable recordar los ruegos de mi novio para hacerme la cola, cosa que no dejo. A mí la cola no me la toca nadie, ¡nadie! Golpeé el suelo con mi raqueta sin que él entendiera el porqué.

—¿Y qué cosas estás dispuesta a hacer? Digo, con tu novio.

—Claro, con mi novio —dejé la raqueta a un lado y me abracé las piernas. Leny me había confesado un poco de su vida sexual, yo no quería traicionar esa confianza privándole de contarle algún secreto íntimo, y en un tono bajo, casi como si tuviera vergüenza de decírselo, le confesé—. Pues… no sé, salvo una cosa, no le he negado prácticamente nada a mi chico… no sé si me entiendes.

—Rocío, ¿dónde puedo encontrar una novia como tú, me deus?

—¡Ya! Me apena que tu chica te niegue tantas cosas.

Y seguimos conversando por largo rato antes de que le dejara pasar para trabajar; habíamos conectado de alguna manera. Pero había una barrera que ni él ni yo estábamos dispuestos a romper. Yo amo a mi novio, y él… no sé si amaba, pero sí que le tenía mucho respeto a su chica (demasiado, diría yo), así que ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más esa tarde. Y eso que si él se lo proponía, y yo vestida con un par de trapitos poca resistencia iba a ofrecerle si se abalanzaba a por mí.

Pero de nuevo, ni soy una loba, y él parecía carecer la experiencia o confianza necesaria para dar un paso. Así como estaban las cosas, parecía que iba a tener que conformarme con dejarlo todo como una bonita relación platónica y poco más.

4. Estrenando la caseta

Y así, un día, la caseta que construía estaba casi a punto. Es decir, ya tenía su techo, la puerta, es verdad que aún le faltaba instalar el marco de una ventana, y claro, pintarla y ponerle los estantes. Pero tiempo, lo que se dice tiempo, no tenía mucho. De hecho, ya estaba dando por descartada la idea de tener algo con él; creo que hay cosas que mejor tenerlas como fantasías; no voy a negar que me gustaba tener a un chico con quien conversar de temas picantes. De todos modos, conociendo a Leny, seguro hasta me rechazaba. No conocía a su novia, pero bonita seguro era por lo que me contaba, y yo no sé si yo sería “competencia”.

Una tarde, tras la facultad, llegué a casa y encontré a Leny en el jardín.

—Hola, menina —dijo con los brazos en jarra; admiraba su primer trabajo con orgullo.

—Leny, felicidades, ahora es una simple caseta, mañana te pedirán una casa, y pasado quién sabe.

Entré para curiosear. Era horrible, uf, le faltaba pintura, se veían los ladrillos, y claro, herramientas por doquier. Apenas una mesita de trabajo destacaba, con un montón de herramientas apiladas. El chico entró y vio mi rostro desganado. Lo cierto es que no me estaba gustando la idea de tener allí una caseta, para mí arruinaba un poco el jardín que teníamos, pero bueno, era cuestión de acostumbrarse.

—Menina, te quería decir algo —dijo Leny con manos en los bolsillos de su vaquero.

—Dispara, nene —probé un interruptor de luz, que por cierto no funcionaba, así que solo entraba la luz por la puerta y la ventana.

—Desde hace días que ya no estoy con mi chica. Yo sé que tú tienes novio, así que no me malinterpretes, pero quería agradecerte porque siempre has dejado entrever que yo merezco alguien mejor que ella. Esa chica es buena amiga, pero quiero una pareja… ¿cómo decirte, menina? Buscaré a alguien que sea como tú.

Me derretí.

—Leny, no te puedo creer. Yo nunca insinué que terminaras con tu novia, solo decía que tenía que ser una chica más abierta y dejarte disfrutar a ti también.

—Lo sé, pero… —se pasó la mano por la cabellera—. Me Deus, ¿crees que debería llamarla y pedirle disculpas?

—¡No, mamón! Es decir, tu futura novia tiene que ser lo que tú quieras. ¿Qué quieres?

—A… alguien… Quiero a alguien como tú…

—¿Y dónde ves a alguien como yo?

Uf, daban ganas de darle capotes a la cabeza, vaya lelo, sinceramente. Pero bueno, a buenas horas decidió tomarme de la muñeca y traerme contra su fornido pecho, que desde luego no dudé por fin en tocar mientras sus dulces labios se unían a los míos. Y mis manos, ay, mis malditas manos, fueron directo a ese culito duro y apetitoso que tantas tardecitas de imaginación me hizo pasar. Las suyas se metieron bajo mi vaquero para apretar mi cola, cosa que me hizo suspirar, luego las apartó y me dio una fuerte nalgada por sobre el vaquero; el sonido rebotó por la caseta.

—¡Ah! —grité, porque fue muy duro el cabrón.

—¡Perdón, menina!

—¡No! —chillé, saboreando su saliva en mi boca—. Ehm, ¡no pidas perdón! Si eso es lo que te gusta… hazlo. ¿Qué más te gustaría hacer, Leny?

—¿En serio, Rocío? Me Deus… tu cola… esta preciosa cola —hundió sus dedos en mis nalgas y me dejó boqueando como un pez—. ¡Déjame hacerte la cola!

—Ahhh…

—Todos los días te veo enfundada en un short, o una faldita, me Deus, ¡cómo no desear comérmelo, tienes un culo que ya quisieran las brasileras!

—¡Ah! ¡No! ¡Eso no! ¡Nadie me toca la cola! ¡Otra… otra cosa!

—Bueno… ¿Qué tal si me besas, menina, mientras pienso en algo?

—Bu-bueno, vaya con el albañil, pero solo un ratito…

Así que allí estaba yo, comiéndole la boca al albañil novato al que mi papá le pagaba hasta horas extras como aquella, y me sentía liberada porque el cuerpo completito estaba gozando de estar, por fin, saboreando y palpando esos labios tanto soñados, ese cuerpo tanto fantaseado. Mis sentidos se magnificaron, mis pezones se sentían duritos y mi vaginita se estaba haciendo agua por todos lados.

Y es que hasta mi cola parecía latir, pero no iba a dejar que NADA entrara por allí…

Aunque había algo que definitivamente quería comprobar por sobre cualquier otra cosa, así que entre los besos y mordidas iba quitándole el cinturón, luego el pantalón y la ropa interior. A ver, no es que quisiera follar con él, era simple curiosidad lo mío, para ver cómo la tenía y por qué su novia se quejaba, pero entiendo ahora que el chico perfectamente pudo haberlo malinterpretado…

Lo palpé con mis manitas, no podía verlo porque el chico estaba dale que te como toda la boca como un poseso. Efectivamente era algo grande, agarré el tronco y me asusté cuando no pude cerrar mi puño, así que a la fuerza me aparté de él, golpeándome contra la mesita de herramientas, viendo con los ojos abiertos aquella verga negra como la noche que, sinceramente, parecía un cañón de guerra.

—Leny… ¿Cómo haces… para que eso le entre a alguien? —pregunté; di un respingo cuando pareció apuntarme.

—Suenas como mi novia… —dijo con una cara de cordero degollado. El cabroncito me estaba dando pena. Que sus amigos se burlaban, que su novia no lo contentaba, que su trabajo como albañil era pesado. Si no estuviera excitada creería que el chico me estaba engatusando para ensartármelo y hacerme llorar de dolor.

—No, Leny… no es eso… Ven, acércate —dije, agarrando su verga con ambas manos y tirándolo suavemente hacia mí.

Siendo sincera, si esa cosa entraba dentro de mí, me iba a dejar rengueando y llorando de dolor cada vez que me sentara o hasta incluso cada vez que caminara. Pero no quería decepcionarlo, engullida en la culpa y el éxtasis como estaba, así que decidí por algo más sano y menos destructivo. Me arrodillé frente a él, clavando mis ojos en los suyos.

—Uno rapidito, para tranquilizarte, si sales así mi papá te mata —dije, agarrando su verga con mis dos manitas, empezando a pajearlo.

—Minha mae, no puedo creer que la hija de mi patrón me la va a comer…

—L-lo haré rápido, que tengo novio…

Así que le di un beso a la punta, causándole un respingo de placer. Su enorme verga se zarandeó para un lado y otro producto de ello, pero rápidamente lo volví a sujetar con mis manitas. Cuando le di un lametón en la base de la cabeza hasta la cima, por fin pude paladearlo. No sabía mal, para nada. Es decir, iba a hacer uno rápido, pero me pareció agradable el sabor, tanto que me dije “Un… un minuto y no más…”.

Cuando llegué a la cabecita y metí un poco la punta de la lengua en la uretra, el pobre dobló las rodillas y gimió fuertemente, pero como dije, su aparato estaba firmemente sujeto y no lo iba a dejar ir a ningún lado. Y es que su sabor pasó de “No está mal” a “Esto se está volviendo bastante rico…”.

Una vez que retiré mi boca, lo ladeé para un lado y otro, mirando asombrada todo ese montón de venas que surcaban el tronco. No tenía tantas como mi polla de juguete. “Debería dejarlo, pero otro ratito más no va a matar a nadie…”, pensé mientras le hacía una paja tímida que luego se volvía más y más violenta.

Mis finos labios abrigaron por largo rato la herramienta del albañil prodigio. Tenía que retirarme a veces para retomar la respiración y luego volver al asalto; en cierta manera me desesperaba tener algo titánico entre manos y no poder hacer mucho ya que mi boca es pequeña, o mejor dicho, su verga era demasiado larga y además ancha. No había dudas que su ex novia quisiera evitar posiciones peligrosas.

Cuando estaba tomando respiración, y secándome las lágrimas y saliva que me cubrían la cara, Leny tomó de mi cabeza con ambas manos, y contra todo pronóstico, empujó su cintura para penetrarme la boca. Mi primera reacción fue abrir mis ojos como platos porque aquella verga estaba acercándose hasta la campanilla, ¡madre!, y desde luego clavé mis uñas en su cintura para que parase con aquello, ya me gustaría haber protestado pero con toda esa carne llenándome la boca solo salían gemidos ahogados.

Empecé a lagrimear más cuando tocó el fondo de mi boca. ¡Me faltaba aire, me mareaba, y la quijada me dolía horrores! Se detuvo unos instantes, y yo aguantaba la respiración como podía porque era la única forma de que no me invadiesen ganas de vomitar. En cualquier momento me faltaría aire, sería capaz de arrancarle las pelotas con tal de que me soltara, pero supe que la experiencia de ahora era diferente a la polla de goma porque, en ese instante en el que ya me iba a desmayar, el olor de macho que desprendía su carne pareció tranquilizarme.

—¡Mbbff! —protesté apenas, toda llena de verga.

Eso sí, Leny tomó impulso y metió más carne, traspasando la barrera de la campanilla y metiendo directamente por mi esófago, o eso creía yo, a saber. O sea, que empezaba a follarse mi garganta. Mi cuerpo se arqueó solo, ya no podía ver bien, de hecho mis manos cayeron sin fuerzas mientras sonidos de gárgaras poblaban la caseta. Era… algo… terriblemente… fuerte…

—¡Ah! Qué bien se siente —susurraba él, meneando como un cabronazo—. Se desliza en tu garganta como en el cielo, podría follarte la boca todo el día, tan apretadito.

Empezó a arremeter como un toro, follándose mi boca y gozando de lo prieto de mi interior. En el momento que ya era evidente que me faltaba aire y pretendía salirme de aquella salvaje montada bucal, el chico bufó y sentí claramente cómo su verga escupía todo directo hasta mi estómago, cosa que me hizo dar arcadas ya que detesto el semen y por norma no permito que nadie se corra en mi boca.

Vaya cabroncito, sinceramente, no creo que mi papá le pagara esas horas para que me asfixiara con su polla y escupiera leche por mí de esa maldita forma…

Y cuando retiró su verga, el “semento”, que brotaba sin parar, terminó saliéndose no solo hacia la comisura de mis pobres labios, sino hasta por mi nariz. Mucho fue a parar en mi ropa, incluso un cuajo cayó sobre mi ojo izquierdo, cegándomelo, y evidentemente me desesperé porque así, toda lefada, mi papá me pillaba. La suciedad, el olor a sexo, ¡si es que hasta percibí que mi aliento tenía tufo a verga! ¿¡Cómo no me iban a pillar!?

Con perdón, mis lectores, pero si quieren saltar este párrafo pueden hacerlo. Es que vomité. ¡Sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Estaba de cuatro patas, totalmente vencida, tratando de tomar respiración, tosiendo semen, saliva y llorando salvajemente. Pensaba, mientras mi vaginita aún rogaba que alguien entrara dentro de mí, que me iba a pasar toda la maldita noche limpiando el estropicio que había hecho en la caseta.

¿Esa era la única solución para estar junto con él sin que mi vaginita fuera destruida? ¿Solo sexo oral?

—Rocío, ya oscurece y tengo que irme. Tu padre sospechará si me ve a estas horas —se empezó a vestir mientras yo aún trataba de recomponer mis pensamientos desde el suelo. Mi carita no habría sido muy bonita, repleta de fluidos—. Mejor aprovecho y me retiro. ¿Continuaremos mañana?

—Ahhh…

—Vendré mañana, ¿podremos continuarlo?

Se me acabó la voz. Ni siquiera un besito, o un “Perdón por hacerte todo este desastre en tu preciosa cara, ¿te ayudo a limpiar?”, pero parecía que el albañil temía que mi padre le pillara. Así que reuniendo fuerzas logré asentir allí sobre el suelo, respondiendo a su pregunta. Total, ya me hacía hecho casi de todo, qué más daba.

—Rocío, entonces, ¿vas a ser mi putita?

—¿Putit…? —arañé el suelo—. Si tuviera mi raqueta te daría un remate a la cara, desalmado… —mascullé.

—¿Cuándo me darás tu culito?

—Nunca… cabrón…

—Por cierto, ¿te ayudo a limpiar?

5. Revestimiento y empastinado final

Y así me convertí en la putita del joven albañil que mi papá contrató; en cierta forma me sentía culpable porque fui la causante de que el chico terminara con su novia y saliera a la búsqueda de la chica de sus sueños, esa que le pudiera cumplir todas sus fantasías. Y de momento no había otra más que yo, así que la culpabilidad me obligaba a que, mientras mi papá veía la tele en la sala o dormía en su habitación, tuviera que apañarme para escurrirme hasta el jardín, donde me encerraba con Leny en la caseta que él construía.

—Buenas tardes, Leny —dije una vez, cerrando la puerta de la caseta detrás de mí y recostándome contra ella. Llevaba puesto ese shortcito blanco de algodón que lo tenía loquito. Lo único que me molestaba de la caseta era el fuerte olor a pintura reciente.

Y que no tenía cama…

—Menina, he estado esperando por ti para que me ayudes a terminar de pintar —rio, quitándose la remera.

—B-bueno, es de mala educación hacerle trabajar a la patrona —dije jugando con el borde de mi short mientras levantaba una rodilla—. Además, se te paga bien, hazlo tú.

—Pero tú no me pagas, el patrón es tu padre —siguió bromeando, acorralándome primero, apretándome contra la puerta. En el momento que sentí su verga erecta pero contenida a duras penas por su vaquero, di un respingo de sorpresa mientras mi vaginita latía por sí sola.

—¡Ah! Nene, hoy no. Aún… todavía no creo que esté lista —murmuré mientras él me levantaba la blusita.

Cuando me desabroché el sostén mientras nos besábamos, mis senos cayeron con todo su peso contra el suyo; dio un respingo porque seguro habrá sentido un par de arañazos que no se esperaba. Me tomó de los hombros y me apartó suavemente; a mí daba un poco de corte que me mirase los senos, era la primera vez que me los vería, no sabía cómo los tenía su novia pero esperaba que le gustaran los míos, tengo pezones pequeños en comparación al tamaño de mis senos, son rosaditos y aparte de ser extremadamente sensibles, tienen una particularidad.

Se quedó embobado cuando comprobó que el par de suaves arañazos los habrían producido mis piercings, que son una barritas de titanio que atraviesan mis pequeños pezones. Bastante atractivas, he de decir, incluso destacaban más ahora que los tenía duritos. Así que, aprovechando su atontamiento, recuperé terreno y fui empujándolo hasta la mesita de herramientas para que se pudiera sentar. Yo quería hacer algo, lo que fuera para paliar su evidente estado, ni qué decir del mío, aunque aún no me sentía lista para recibir su herramienta; la noche anterior había practicado mentalmente, pero es que fue estar allí y arrepentirme, no por estar engañando a mi novio o porque mi papá estuviera a pocos metros de distancia, nada de eso, era porque en serio su verga tenía un tamaño descomunal.

Así que, arrodillada ante el albañil, mientras mis senos abrazaban con fuerza su largo, venoso y monstruoso instrumento, empecé a subir y bajar lentamente conforme me las apretaba y pudiera ofrecerle un cobijo lo más apretadito posible. Levanté la mirada: Leny, completamente absorbido por el placer, entrecerraba los ojos y se tapaba la boca para no emitir gemido alguno, no fuera que nos escucharan. Me sonreí por estar dándole placer, pero, tras aclararme la garganta, detuve la cubana.

—Mi papá no te paga para que te quedes quieto, nene.

—Ja, lo siento, menina. A veces creo que por cosas como estas, mi chica me dejó. ¿Qué haría tu novio en esta situación?

—Cabrón, no menciones a mi chico ahora… pero bueno… —tragué saliva—, mi novio me acaricia un poco la cabellera y me dice cosas bonitas. ¿Po-por qué no lo intentas tú? Ya sabes, tienes que tener contenta a la patrona…

Y pasaban los días; las posiciones que probábamos eran variadas, con el simple objetivo de encontrar una en la que yo pudiera sentirme cómoda. Hacerlo en suelo se volvió a una posibilidad desde que trajera toallas (almohadas o algo más sería sospechoso…). Fue otro sábado, nada más regresar de mis prácticas de tenis, cuando logré escabullirme para ir junto a él y así encerrarnos en la caseta, que ya estrenaba estantes y ventanas. El olor a pintura había cedido pero había otro tipo de aroma ahora, como de sexo…

—Ojalá esto funcione, Leny —dije, acostándome sobre él.

—Eres increíble, menina, un ángel caído del cielo —Al menos ya sabía decirme cosas lindas. Me sujetó de la cintura, remangó mi faldita de tenis y notó que yo ya me había quitado la malla. Se detuvo un rato para jugar con el piercing de anillo que atraviesa el capuchón de mi clítoris.

—¡Ah! —cerré los ojos—. Oye, con mucho cuidado, no lo olvides —susurré mientras él por fin tomaba la verga y la restregaba por mi rajita. Tragué aire y empuñé las manos, como esperando para ser destruida por una fuerza mayor.

—¿Estás segura? —preguntó, presionando su húmeda polla contra mí.

—Sí… —respondí insegura, mi almejita estaba bañando su verga de jugos, es que a mí lo de friccionarse me vuelve loquita y prefería pasar toda la tarde haciéndolo de esa manera—. Pero te pasas y te juro que te araño la cara, cabrón.

—Solo déjame meter un poco —Su verga estaba restregándose más y más fuerte; me quitó los sentidos, lo cierto es que quería decirle que continuara frotándose contra mi panochita porque era riquísimo pero a esa altura ya me dedicaba solo a boquear como un pez.

—Ahhh… Ahhh…

—Estás asustada, menina, tal vez debería dejarlo…

—¿En serio?

Vacié los pulmones, completamente aliviada, pero el cabrón mintió porque metió la cabecita un poco.

—¡Ahhh! —chillé, pero hundí mi rostro en su pecho para morderlo porque no quería que mi papá me escuchara.

—Lo siento, tu cara fue impagable, menina.

—¡Bast… Ahhh… Bastardo!

—¿La quito?

—No… no… déjala… —susurré, reposando mi cabeza contra su pecho, besando allí donde mordí—. Solo… no te muevas….

Pues mis deseos fueron órdenes. Porque la dejó allí un ratito, como esperando que mi agujerito se acostumbrara. Se dedicó a acariciarme la caballera para tranquilizarme y ser yo quien decidiera probar cuánto de su verga podría cobijar. Vacié de nuevo mis pulmones y, de un movimiento de cadera, logré que otra porción entrara en mi ya de por sí sufrida conchita.

Arqueé la espalda e hice lo posible para no gemir.

—Ahhh, madre, madre, no va a entrar nunca, mierda… —de reojo lo miré y gotitas de sudor de mi rostro caían sobre él.

—La tienes más estrechita que mi novia. No estás disfrutando, se te nota en tu cara. Puedo salir, menina.

Negué con la cabeza y volví a pegar mi frente contra la dureza de su pecho, volviendo a menear mi cintura para que entrara un poco más. Pero como si él prefiriera no hacerme sufrir, sacó su verga lentamente, dándome un vergonzoso orgasmo que hizo que prácticamente desparramara una cantidad ingente de mis juguitos sobre él, para luego terminar desfallecida; ¡madre! Me quedé rotísima además de avergonzada, el tufo a de mis fluidos era evidente y para colmo estábamos allí, abrazos y encharcados de placer, tal vez él sentía asco, no lo podría saber, pero a mí en ese instante no me importaba nada.

—¡Mfff! —mi conchita seguía derramando sus juguitos—. ¡Per-perdón, Leny, soy una puerca!

—¡Me Deus! ¿Y cómo voy a limpiar todo esto? —dijo riéndose, palpando mi húmeda vagina con dulzura.

—¡Ahhh! —me quedé ciega de placer—. Es… t-tu culpa, cabrón, la tienes demasiado grande…

—¿Te imaginas si tu padre golpea la puerta ahora mismo? —preguntó, tomando el piercing de mi capuchoncito para tironearlo un poco y así darme otro orgasmo, cortito pero no menos intenso.

Variábamos de posiciones pero nada funcionaba. Si no era friccionándonos, eran cubanas, y si no eran estas, solo me dedicaba a pajearlo para que se corriera completamente en un pañuelo que siempre tenía preparado por si acaso. Otro día, mientras él me apretaba contra la pared de la caseta, pensaba en confesarle que ya no podía seguirle el ritmo. Era un chico demasiado grande para mí. Me bajó mi short de algodón hasta medio muslo y se dedicó a restregar esa herramienta infernal por entre mis nalgas regordetas.

—Hoy viniste sin ropa interior—dijo mientras la cabeza de su miembro forzaba su lugar dentro de mí.

—Ahhh… si traigo braguitas me las robas, Robinho… —protestaba yo, empuñando mis manitas y pegando mi rostro torcido de dolor contra la pared.

—¿Estás bien, menina? Me voy a quedar quieto un rato, para que te acostumbres —decía, y estático, mandaba su mano a mi boca para que yo ensalivara sus dedos. Acto seguido la llevaba hacia mi puntito para darme riquísimas estimulaciones vaginales que hacían, por un breve rato, que me olvidara del titán que alojaba mi sufrida panochita.

Estaba hartita de salir rengueando de la caseta toda magullada, con mi short y camisa arrugadas y manchadas de su leche. Naturalmente, ahora mi boca era la que sufría de dolores de pasar tanto tiempo forzada al máximo y recibiendo embates. Y yo en el fondo me sentía súper mal cuando, luego de ser “oralmente montada” por ese salvaje semental, conversaba con mi papá en la cocina, o con mi novio por teléfono, sintiendo perfectamente el agrio semen pegajoso del albañil entre mis dientes, o bajando lentamente hasta mi estómago.

Eso de tener relaciones con un chico por culpabilidad no estaba funcionando como parecía…

—Rocío —dijo Leny una tarde en donde yo estaba sentada sobre la mesita de herramientas, y él arrodillado ante mí. Sus labios estaban húmedos de mis juguitos cuando se apartó de mi sexo y me miró con sus preciosos ojos—. ¿Aún sigues hablando con tu novio?

—¡Shh! —puse un dedo sobre sus labios para que se callara, que mi novio aún me hablaba por teléfono. Mi chico me decía que la idea de no tener sexo no funcionaba, pues ahora estaba más y más excitado que nunca, lo cual no le permitía concentrarse en sus estudios. Quería que le quitara el calentón al menos un par de veces a la semana, pero me mantuve firme en mis convicciones. Si no mejorabas esas notas, no habría nadita conmigo.

Me colgó la llamada, todo cabreado, pero no pude pensar mucho más porque Leny sopló en mi vaginita para quitarme de mis pensamientos.

—Rocío, debo confesarte que mi garota me ha estado llamando muchísimo estos días. Quiere volver conmigo. Dice que está dispuesta a ser más abierta. ¿Tú qué dices?

La caseta ya estaba terminada, y a esa altura de nuestra aventura había que detenerse un rato a pensar cómo íbamos a seguir. Leny era un buen chico, pero… no creo que yo fuera compatible con él, al menos no físicamente. Si metía demasiado, yo lloraba de dolor, pero me quedaba frustrada por no poder alojar su miembro y, desde luego, por no poder darle tanto placer como pareja.

—Bu-bueno, yo tengo novio y realmente lo quiero mucho —respondí metiendo de nuevo su cabeza entre mis piernas. Cerré los ojos y continué disfrutando. Lo cierto es que el chico succionaba muy fuerte y era buenísimo dando sexo oral, no pocas veces me dejaba el coñito hinchado, húmedo y enrojecido, bien que lo comprobaba yo luego en mi baño—. Leny, tú sabes que lo nuestro es solo un pasatiempo muy bonito pero sin futuro.

—Pero… —se apartó otra vez de mí, aunque un dedo se dedicó a jugar con mi piercing—, no me gustaría perder esto que tú y yo tenemos.

—Gracias, Leny, pero te sugiero que vuelvas con ella si está dispuesta a darte lo que deseas. Yo solo te puedo satisfacer con… mamadas y pajas… Porque con lo otro me dejas destruida y llorando en medio de un charco de mis fluidos. Esto no es ni medio normal —suspiré, empujando su cabeza otra vez hacia mi entrepierna—. Yo creo que va a ser mejor que cada uno vaya por su lado.

Dicen que los últimos besos son muy especiales. ¿Qué dirían de las últimas felaciones? Esa tarde fue extrañamente especial; no fue una ruda follada a mi boca como era de esperar, sino que Leny se dedicó a acariciarme la cabellera mientras yo abrigaba con mis labios por última vez a aquella maravilla de la naturaleza. Pensaba yo, mientras mordisqueaba un poco la punta de su verga jugosa de semen, que tal vez debía invitar a mi novio a un paseo por la playa y darnos un gustito, lo cierto es que lo estaba extrañando un montón.

Me despedí de Leny, sentada en las escalerillas que dan a la entrada de mi casa, mientras él se ajustaba su mochila en la espalda y mi papá le preparaba el último pago. No hubo besos, obviamente no podríamos porque estábamos a la vista de todos, sino un simple cabeceo con sonrisa, para sellar esa promesa de dejar en secreto todo lo que tuvimos. Tras darse un apretón de manos con mi papá, se alejó y miré por última vez ese trasero suyo enmarcado en el vaquero, para luego sacudirme la cabeza y entrar a casa.

Era lo más sensato eso que yo le había aconsejado, de continuar nuestras vidas. Por un lado ya no podía sostener esa espiral de sexo duro en la caseta; yo tenía una relación de varios años con mi novio, y aquello con Leny era solo una aventura para probar de algo rico y delicioso, que sí, al final resultó ser muy doloroso para mi cuerpo, supongo que es el castigo que me merecía por ir de curiosita.

Entonces me conforté con la idea de que, para los tiempos de oscuridad y soledad, tengo un precioso consolador de goma que podría hacerme compañía. Además de mi chico… claro… en algún momento tendríamos que estar juntos de nuevo… si es que sacaba buenas notas… que no sé yo…

Hoy día mi papá no sabe que a veces voy a la caseta, ya terminada y bien pintada, repleta de cachivaches, y me siento sobre la mesa de herramientas para besar y engullir ese enorme pene falso, solo para recordar un poco; es que aún hay cierta esencia flotando en el aire que recuerda a esa pequeña aventura que tuve, que aparte de las agujetas, dejó muy buenos recuerdos.

Mi amiga Andrea a veces me mira a los ojos y sonríe de lado. Nunca se lo dije, sobre mi fugaz amante, pero es como si ella lo supiera. Tal vez porque me conoce como ninguna, o tal vez porque a veces yo gruñía de dolor al sentarme en el pupitre. De hecho, el día que íbamos a tomar el examen, se sentó a mi lado y me susurró:

—Rocío, se te ve muy contenta últimamente.

—Bu-bueno, es porque me haces reír cuando no te tomas tus medicinas, Andy —bromeé.

—¿Sabes? A mí me dices “loca” por mis ideas, pero en realidad nunca me atrevo a dar el paso… Pero tú… —me guiñó el ojo—. A veces te envidio.

Muchas gracias a los que han llegado hasta aquí.

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Relato erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 7 FIN” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2Con este capítulo finalizo mi serie más leída. Gracias a todos por esas 500.000 lecturas.
Sin títuloEsa noche al escuchar a mi tía narrarme como había emputecido a la madre de Belén comprendí que, habiéndose despojado de todos sus complejos, había llegado la hora para que volase ella sola.
Elena todavía no se había dado cuenta pero me dejó claro que estaba obsesionada con su nueva faceta dominante al decirme:
―Nunca pensé que esa puta se plegara tan rápido a mi autoridad y menos que sería tan excitante.
Con esa frase, dio por finalizado nuestro idilio porque involuntariamente olvidó que en teoría éramos cuatro: Aurora, su hija, ella y yo.
Supuse que acabado el verano tomaríamos rumbos diferentes, por eso decidí colaborar con ella en la completa sumisión de la madura, asumiendo que una vez rota nuestra sociedad nos repartiríamos nuestros activos:
«Mi tía se quedará con la madre mientras que yo tendré a la hija», pensé disgustado porque, no en vano, junto a ella había descubierto que la sexualidad no tenía límites.

A la mañana siguiente, Elena confirmó mis sospechas cuando me despertó sin mi acostumbrada mamada. Cabreado porque no me hubiese regalado con ella, me quejé y entonces, esa zorra me soltó:
―Tienes que ahorrar fuerzas para esta tarde.
―¿Qué tienes planeado?― pregunté todavía molesto.
Muerta de risa, contestó mientras me sacaba a rastras de la cama:
―Vas a llamar a tu sumisa para que venga a casa y antes que llegue quiero tenerlo todo preparado.
Que me diera la propiedad exclusiva de Belén era otro síntoma porque hasta ese momento, en teoría, éramos los dos los dueños de mi novia, por eso no queriendo profundizar en el tema únicamente insistí en que me contara cual era el plan completo:
―He pensado que Aurora y yo os espiemos mientras te la follas sin que lo sepa. Con ello espero incrementar en su madre el deseo de ver cumplida su fantasía.
Dando por sentado que mi tía aprovecharía el momento para emputecer aún más a esa zorra, le pedí que me contara como tenía previsto hacerlo.
Soltando una carcajada, me explicó:
―He pensado en ir a un sex―shop y comprar una serie de artilugios con los jugar. Habrá algunos para que tú los uses con la cría y otros que me reservaré para su madre.
La imagen me quedó clara. Elena quería que Aurora fuera testigo de la sumisión de su retoño para poder reforzar su entrega. Lo que no sabía exactamente era las herramientas que me iba a brindar para experimentar con la sumisión de Belén.
No queriendo anticipar acontecimientos, ayudé a mi tía a mover una de las camas al salón para que les resultara más fácil el observarnos sin que notáramos su presencia, tras lo cual y mientras ella salía de compras, me puse a pensar que era lo que realmente me convenía.
«Como nuestros caminos se separarán hoy, tengo que decidir qué es lo que voy a hacer con la morena», sentencié al percatarme que el único interés de Elena era el poner bruta a Aurora antes de emputecerla.
Asumiendo que debía velar por mis intereses, decidí ir por libre y modificar los planes de mi tía. Por eso nada más quedarme solo, llamé a Belén y quedé con ella en vernos en un café.
Mientras iba adonde habíamos quedado, repasé mi relación con ella, como habíamos empezado a salir, como lo habíamos dejado pero sobre todo en nuestro reencuentro gracias a Elena y que gracias a él, había descubierto su exacerbada sexualidad y su inclinación por la sumisión y el exhibicionismo.
«Me gusta mucho esta Belén», mascullé.
La certeza de mis sentimientos quedó patente en cuanto la vi y me encontré babeando totalmente embobado con ella. Vestida con un traje de cuero, esa morena era todo lo que un hombre podía desear de una mujer. Su lento caminar hacía de ella, una hembra sensual y excitante.
«Es el sumun del erotismo», decidí al percatarme del efecto que producía en mí.
Bajo mi pantalón, la erección que lucía mi sexo era una prueba irrebatible de lo que sentía por ella. La naturaleza de esa atracción me quedó clara cuando al saludarme, pegó su cuerpo al mío, mientras me decía:
―Tengo ganas que me hagas el amor.
La expresión de deseo de su rostro era tan genuina que no me cupo duda que estaba excitada.
―Yo también― contesté al tiempo que le confirmaba esa afirmación dando un suave magreo a su culo.
Belén al sentir mis manos en su trasero, no pudo reprimir un suspiro. Inmediatamente afloraron en su camisa dos reveladores botones y restregando su sexo contra mi bragueta, me rogó que nos fuéramos a mi casa.
―No podemos, mi tía te está preparando una encerrona― confesé.
―¿Qué tipo de encerrona?― preguntó sorprendida.
Tomándola del brazo, la obligué a sentarse y llamando al camarero, pedí dos cervezas. Aproveché el tiempo que tardó en traerlas para que ordenar mis ideas y cómo de nada servía andar con paños calienta, una vez solos, le solté:
―Quiere que tu madre vea como te domino para así conseguir emputecerla aún más― dije dando por sentado que sabía que tanto Elena como yo nos andábamos tirando a su vieja.
Al enterarse de esa forma tan poco sutil del desliz de su progenitora, se cabreó y me exigió que le explicara cómo había sido. Por ello, no me quedó otra que narrarle que se me había insinuado en la playa y que a raíz de eso, no solo nos la habíamos follado entre los dos sino también le conté como las había sorprendido en mi casa.
―¡No me jodas! Sabía que mi madre es una puta, pero nunca me imaginé que lo fuera de esa manera― exclamó tras conocer los escabrosos detalles de la escena en la que hallé a su madre atada y a mi tía sodomizándola mientras la grababa.
Intentando tranquilizarla, le comenté quitando hierro al asunto que ella había heredado los mismos gustos.
―No exageres. A ti también te gusta ser sumisa.
Mi respuesta lejos de tranquilizarla, la exasperó y de muy mala leche, me exigió que quería ver esa película. Aunque traté de escaquearme, ella se mantuvo en sus trece y dando mi brazo a torcer, le reconocí que Elena me la había mandado al móvil.
―¿La tienes aquí?― al comprender por mi cara que era así, insistió en que se la mostrase.
―Tú misma― respondí y creyendo que había jodido nuestra relación para siempre, le di mi teléfono.
Nada más tenerlo en su poder, buscó el video y le dio al play. Durante unos minutos, fui testigo de su reacción al comprobar que no le metía. Si al principio mi novia estaba escandalizada al observar lo mucho que su madre disfrutaba con los latigazos de Elena, poco a poco su indignación fue menguando siendo sustituida por una extraña determinación.
La gota que colmó su paciencia fue cuando la oyó decirle a mi tía que su fantasía secreta consistía en comerle el coño a su retoño. Invadida por una ira sin límite, apagó el móvil y me dijo:
―Quiero hacerlo.
―¿El qué?― pregunté francamente preocupado al observar el brillo intenso de sus ojos.
Soltando una gélida carcajada, contestó:
―Si esa puta quiere ver cómo mi amo me domina, no podemos negarle ese capricho…
La encerrona.
Al llegar a casa estaba nervioso. No en vano había traicionado a mi tía al revelarle a Belén sus planes pero, como teoría había conseguido sacar a esa morena su compromiso para actuar como si no supiera nada, decidí ser hipócrita. Por eso cuando me la encontré en mitad del salón, le pregunté por sus compras.
―Te van a encantar― muerta de risa contestó y sacando una bolsa con diferentes aditamentos de dominación, me los fue enseñando uno a uno.
A ese arsenal, no le faltaba de nada. Había esposas, látigos, cuerdas, cadenas e incluso una docena de pinzas para pezones.
―¡Cómo te pasas!― descojonado solté al hallar un arnés al que estaba adosado un descomunal falo más propio de un burro que de un humano.
La desmesura de su tamaño hacía imposible que la anatomía de una mujer pudiera absorberlo. Al hacerle ver ese detalle, Elena con una pícara sonrisa respondió:
―Yo haré que le quepa.
No queriendo siquiera conocer cual eran sus planes, me metí a duchar mientras ella terminaba de organizar la velada. Bajo el chorro, os he de confesar que estaba nervioso por el resultado de esa noche y por ello sin casi secarme, me vestí y bajé a ver lo que con tanto sigilo había preparado mi tía.
Ni que decir tiene que me quedé alucinado al encontrar en mitad del salón un poste de tortura.
«Joder, nunca había visto algo parecido», pensé y recorriendo la superficie de ese mástil tan usado en dominación, descubrí unas esposas adheridas a la altura de mis ojos.
Solo imaginarme a Belén atada a esa madera, me puso verraco. Gracias a ello y aún sin tenerlas todas conmigo, esperanzado deseé que al entrar en esa habitación pudiesen más sus inclinaciones sumisas que el cabreo que tenía y que me dejara hacer uso de ese medieval instrumento de tortura con ella de protagonista.
Estaba todavía admirando esa artilugio, cuando entrando en la habitación, mi tía preguntó:
―¿A qué hora has quedado con la putita?
No sé si fue por la sorpresa o por la vergüenza de ser pillado espiando sus preparativos, pero solo pude contestar que mi novia llegaría sobre las siete.
―Estupendo, así tendremos tiempo para que me ayudes con su madre.
―¿Cuál es tu plan?
Elena me anticipó que era bastante perverso y soltando una carcajada, me explicó:
―Pienso estrenar esto con Aurora y dependiendo de cómo se comporte, dejaré que vea como tú lo usas con su hija.
No estaba muy seguro de querer participar porque no en vano, el sado me iba poco. Una cosa era dar unos azotes y otra cosa bien distinta era ser parte activa de un cruel suplicio. Conociendo el temperamento de Elena, no me cupo duda alguna que esa tarde iba a castigar duramente a su sumisa.
―¿Cómo quieres que te ayude?― insistí.
―Quiero que esa guarra sepa quién es su dueña. Para ello necesito que vea que está a mi merced.
―No me has contestado. ¿Cuál será mi función?
Muerta de risa, contestó:
―Yo daré las órdenes y tú serás mi verdugo.
―¿Me estás pidiendo qué sea yo quien la torture?
―Esa es la idea― con tono tranquilo, contestó.
El papel que me tenía reservado me escandalizó. Ni me gustaba ser quien provocara dolor y menos me apetecía ser un perrito faldero que se limitara a obedecer. Por ello, alzando la voz, me negué en rotundo.
―¡Lo haré yo!― escuché que alguien decía desde la puerta.
Al girarme me encontré a Belén mirándonos. Tras la sorpresa inicial de verla ahí, noté que seguía enfadada. Sus ojos, la expresión de su cara, todo su ser radiaba odio. La propuesta aun así me pareció una locura y por ello, cogiéndola del brazo me la llevé a otra habitación. Una vez solos, le prohibí participar pero entonces con lágrimas en los ojos, la morena expuso los motivos que tenía para hacerlo diciendo:
―No te enfades pero si llegué antes fue únicamente para pedirte que me ayudaras a vengarme de esas dos zorras. Se lo merecen: mi madre por puta y tu tía por cabrona.
Supe que tenía razón, tanto Aurora como Elena eran acreedoras a un escarmiento pero lo que no tenía tan claro era que participar en ese juego, le sirviera de venganza. Al exponerle mis reparos, me contestó:
―¡Me lo debes! Yo te he prometido ser totalmente tuya y tú juraste protegerme. ¿Qué clase de amo serías si no me defiendes?
El brillo de sus ojos y esa respuesta me desarmaron. Tras pensármelo durante unos segundos, accedí y de su brazo, volví donde mi tía nos esperaba. Una vez allí, le dije:
―Seremos los dos quienes te echemos un capote.
Elena, que desconocía por completo nuestra conversación, aceptó de inmediato y detallando los pormenores de su plan, nos dio una serie de instrucciones antes de irse a prepararse para la sesión.
Nada más verla desaparecer, mi novia y mientras empezaba a acariciar mi entrepierna, susurró en mi oído:
―No sé cómo agradecerte lo que vas a hacer por mí― su expresión enamorada y la sensualidad de sus caricias despertaron mi sexo y antes de darle tiempo de bajar mi bragueta, este ya estaba totalmente erecto.
Belén sonrió satisfecha al sacar mi erección y demostrando lo mucho que había aprendido desde que nos habíamos reencontrado, me pidió que me sentara en el sillón.
―Mi dueño necesita relajarse― murmuró.
Sin más prolegómenos, se arrodilló y acercó sexo hasta sus labios. La urgencia con la que se puso a devorar mi extensión, me informó de su entrega. Belén obviando que en menos de media hora a buen seguro tendría que usar esa herramienta, se la fue introduciendo lentamente en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
―Me vas a dejar seco― mascullé divertido mientras presionaba su cabeza con mis manos, forzándola a proseguir su mamada.
Sin quejarse, se entregó a cumplir mis deseos y no pasó mucho tiempo para que gruñera admirado al disfrutar de la forma en la que mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron el resto y excitado por sus maniobras, todo mi cuerpo comenzó a sentir las primeras trazas de placer que poco a poco lo iban dominando.
Saber que Belén me estaba ordeñando por propia iniciativa y sentir que ponía todo su interés en ello, hizo que me corriera brutalmente en sus labios. Mi novia, recalcando su obsesión, no le hizo ascos a mi semen y prolongando su mamada, consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su traje.
El deseo que descubrí en su rostro al terminar, me calentó nuevamente y levantándome de mi asiento, la obligué a apoyar su pecho sobre el sofá. Al hacerlo, su culo en pompa se convirtió en una tentación lo suficientemente atractiva para que nadie en su sano juicio, pudiera no caer en ella. Por eso bajándole las bragas, usé mis manos para separar esas dos duras nalgas y con la música de sus gemidos en mi mente, comencé a recorrer con mi glande los pliegues de su sexo.
―Me vuelves loca― aulló la morena al sentirlo. A punto de correrse, sin mediar palabra, extendió su mano hacia atrás y agarrando mi pene, lo colocó en su entrada.
Belén dejó clara su necesidad de ser tomada cuando usando un lento movimiento de caderas comenzó a introducírselo en su interior. Al escuchar sus gemidos, supe que era el momento y de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―¡Fóllame! ¡Lo necesito!― gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces y usándola como una lanza con la que machacar su coño, mi extensión se hizo su dueña mientras esa morena hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Me encanta― exclamó a sentir como todo su ser hervía con cada penetración.
Su calentura se me contagió y con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló descompuesta.
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y mientras asaltaba su cuerpo con mi verga, seguí azotando su trasero con nalgadas. Disfrutando de esas rudas caricias, esa muchacha se las ingenió para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
―¡Disfruta de tu sierva!― pidió dando un aullido.
Fue entonces cuando comprendí que necesitaba sentir mi dominio y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Al experimentar el modo en que mis huevos estaban rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Me corro― chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el sofá.
Al correrse, la humedad de su coño facilitó mis incursiones y azuzado con sus gritos, seguí cogiéndomela sin descanso. La entrega que demostró, aceleró mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo e incapaz de retener más mi orgasmo, me dejé llevar derramando mi simiente en su interior.
Una vez saciada nuestra sed de placer, durante unos minutos nos estuvimos besando como si esa hubiese sido nuestra primera vez. Viendo que se acercaba la hora en la que teóricamente Aurora iba a hacer su aparición, nos acomodamos la ropa y subimos a la planta superior porque tal y como habíamos quedado con mi tía, no debía vernos hasta que, ya atada, nos avisara.
Curiosamente al llegar a mi habitación, el rostro de mi novia mostraba una extraña desazón. Al preguntarle que ocurría, contestó:
―Quiero hacerte una pregunta pero me da miedo tu respuesta.
Intuyendo a lo que se refería, la besé y le dije:
―Pase lo que pase, nada podrá separarnos.
La sonrisa y la cara de alegría con la que recibió mis palabras, me informaron que había acertado pero aún así, esa morena no pudo dejar de insistir diciendo:
―Sé que es tu tía pero… ¿dejarás que sea yo quien la castigue?
Si saber a qué atenerme, contesté imitando su pregunta:
―Sé que es tu madre pero… ¿no te molestara ver cómo la enculo?
Soltando una carcajada, respondió:
―Al contrario, estoy deseando que sodomices a esa puta en mi presencia…

Aurora llega a la casa.
Ignorando que iba a ser la protagonista principal de esa velada, la madre de Belén aterrizó puntual en el chalet. Mientras subía por las escaleras de la entrada, no pudo dejar de sentir un escalofrío al recordar su entrega el día anterior. Todavía no se lo podía creer:
“Se había comportado como una obediente sumisa en manos de una mujer y lo que menos le cabía en la cabeza, ¡le había gustado!”
Sabía que bajo esa fachada de esposa fiel, se escondía una sexualidad desacerbada pero aun así le resultaba complicado reconocer no solo que tenía inclinaciones lésbicas sino también que su mayor fantasía siempre había consistido en ser dominada.
Por ello cuando Elena la abordó, no pudo reaccionar ya que en lo más hondo de su mente, siempre había deseado que alguien la violara.
«¿Cómo pudo descubrir esa faceta en mí?», se había repetido desde entonces. Si ya de por si eso fue grave, lo peor era que cada vez que recordaba la forma en que había abusado de ella, no conseguía evitar excitarse.
Incluso en ese momento, le costaba reconocer que tenía los pezones duros como piedras y que bajo las bragas de negro satén que Elena le había ordenado portar su sexo estaba húmedo. Por eso dudó un segundo antes de tocar el timbre de esa puerta y solo el saber que tras ella, iba a obtener una nueva dosis de placer, le dio los ánimos suficientes para llamar.

Mi tía estaba esperándola desde hacía rato. Llevaba toda la tarde preparando ese momento y por eso al abrir, Aurora se quedó con la boca abierta al verla vestida con un corsé negro y una fusta en su mano.
―¿A qué esperas? Lame mis botas― ordenó con tono duro.
La madre de Belén no se esperaba ese recibimiento pero tras un instante de vacilación, se agachó frente a ella y sacando su lengua se puso a relamer el brillante cuero de sus zapatos.
Desde nuestro puesto de observación, no me cupo duda de la excitación de esa cuarentona al hacerlo porque bajo su blusa, dos enormes bultos fueron la prueba incontestable de su calentura.
―Mira lo zorra que es mi vieja― susurró mi novia en mi oído –se nota que viene dispuesta a todo.
No pude contradecirle porque era verdad. La pasión con la que se entregó a tan humillante papel, revelaba su predilección por lo sumiso. Tampoco le comenté que ella había heredado esa misma vocación, lo que en cambio sí hice fue acercarla con mi brazo y mientras espiaba a esas dos, comenzar a acariciarle el trasero.
―No seas malo― me dijo en voz baja sin rechazar mi magreo.
Entretanto, Elena había colocado en el cuello de su esclava un collar y obligándola a ir a gatas, la llevó hasta el salón. Una vez allí, le ordenó que se desvistiera diciendo:
―Las perras no llevan ropa.
La que algún día pudiera terminar siendo mi suegra, obedeció al instante e iniciando un lento striptease, fue desabrochando uno a uno los botones de su camisa mientras su dueña la miraba embelesada. Esa mirada de deseo no pasó desapercibida a Belén y pegando sus pechos a mi cuerpo, murmuró:
―Fíjate, tu tía también está bruta.
Era cierto. Para entonces Aurora se había despojado de la blusa y sensualmente estaba poniendo sus tetas al alcance de su ama. Para Elena, eso resultó una tentación imposible de repeler y olvidando su papel, comenzó a mamar de ellos en plan golosa.
―¡Será puta!― gruñó enfadada mi novia al ser testigo de la cara de placer que ponía su madre mientras la otra mujer le chupaba las negras areolas― Estoy deseando darles un buen escarmiento a esas dos.
No me expliquéis el por qué pero en ese instante comprendí que gran parte de su cabreo era porque interiormente esa escena la estaba excitando. Aprovechándome de ello, levanté su falda y comencé a manosear su culo desnudo mientras ella no dejaba de espiar lo que ocurría en el otro cuarto. Obviando mis caricias mi novia, al ver que su madre se había desprendido de sus bragas, comentó:
―¡Tiene el coño totalmente depilado!
Sonreí al saber la razón de esa desforestación, ¡mi tía le había obligado a rasurárselo! Estuve a punto de contárselo, pero justo cuando lo iba a hacer, Elena la puso a cuatro patas y ante la mirada escandalizada de su hija, le incrustó un dildo por el culo mientras le decía:
―Si te portas bien, esta noche tendrás un premio que no te esperas.
Lejos de quejarse por la profanación de la que estaba siendo objeto, la cuarentona gimió descompuesta de placer y aún más cuando mi tía comenzó a descargar sonoros azotes en cada una de sus nalgas. Entre tanto, mis dedos se habían hecho fuertes en el coño de Belén y sin ningún disimulo, la estaban masturbando mientras ella no perdía de vista lo que ocurría en la otra habitación.
«Está jodidamente cachonda», sentencié al advertir lo encharcado de su coño.
Intentando retrasar lo inevitable, mi novia juntó sus rodillas sin darse cuenta que eso iba a acelerar las cosas. Por ello y mientras los pezones de su vieja eran objeto de pellizcos, no pudo contener más la excitación y con lentos movimientos de su pubis, se corrió entre mis dedos.
―¡Dios!― susurró al ver que mi tía se volvía a sentar y que separando las piernas, ordenaba a la otra que le comiera el chocho ― ¡Necesito que me folles!
Mientras Aurora hundía su cara entre los muslos de su dueña, me desabroché el pantalón y saqué mi extensión de su encierro. Tras lo cual, coloqué a Belén ligeramente hacia delante y me dediqué a juguetear con mi glande en los pliegues de su sexo sin metérsela.
―Se nota que no es su primer coño― protestó al ver la maestría con la que su madre daba los primeros lengüetazos en la vulva de mi tía.
Para mí, lo que ocurriera a pocos metros ya me traía al pairo y concentrándome en la mujer que tenía entre mis piernas, fui sumergiendo mi verga lentamente en su interior. A pesar de la cantidad de flujo que anegaba el coño de mi novia, me pareció gratamente estrecho. Hoy sé que cuando Belén está sumamente excitada, sus labios vaginales se le hinchan de tanto que reducen el diámetro de su conducto y se incrementa así la presión sobre mi pene.
Lo cierto es que fue ella la que forzó la penetración con un movimiento de caderas de forma que al mismo tiempo que la lengua de su vieja se follaba a mi tía, Belén sintió mi verga chocando contra la pared de su vagina.
―Eres una mamadora excelente― rugió Elena al sentir la cercanía de su orgasmo y presionando la cabeza de la sumisa contra su coño, forzó aún más el contacto.
Las palabras de esa mujer lejos de humillar a Aurora, la azuzaron a seguir mamando con mayor ansía y mientras su duela se retorcía de placer, aprovechó para comenzarse a masturbar ella misma.
―Es todavía más puta de lo que me decías― rugió su hija al verlo y comportándose de un modo parecido a su progenitora, incrementó el ritmo con el que sus caderas estaban ordeñando mi miembro.
―De tal palo, tal astilla― comenté divertido en su oreja.
Que la comparara con ella, encabronó a mi novia y tratando de zafarse de mi ataque, intentó darme una patada pero apoyando mi mano sobre sus hombros, no solo evité que se largara sino que aceleré el compás de mi follada. Mis duras penetraciones sí consiguieron su objetivo y pegando un chillido, se volvió a correr mientras oía que en el otro cuarto, su madre preguntaba quien estaba ahí.
―Tu premio, querida esclava― respondió Elena obligando a la mujer a reanudar lo que estaba haciendo y llamándonos a su lado, me dejó insatisfecho y con la polla tiesa.
Al entrar en el salón, fuimos testigos del modo en que Aurora se corría mientras era descubierta por su hija.
―¡Menuda guarra tengo por madre!― le espetó mi novia al ver a su ascendiente retorcerse en el suelo cual vil fulana y sin esperar a que mi tía le diera la orden, agarró a mi futura suegra del pelo y la ató al poste mientras le decía:―He visto el video donde reconoces que te gustaría follarme. Tendrá que ser otro día, porque hoy será otro el que te encule.
Belén no se apiadó de las lágrimas de la mujer y quitando la fusta de las manos de Elena, soltó un primer golpe sobre las nalgas desnudas de su vieja. La cuarentona intentó liberarse pero las esposas de sus muñecas se lo impidieron y viendo que era inútil, buscó que fuera la propia muchacha quien la desatara, diciendo:
―Quítame estos grilletes, ¡soy tu madre!
El tono imperioso con el que dio esa orden consiguió el efecto contrario, cabreada, su retoño le soltó una serie de mandobles sobre sus cachetes mientras a su lado, mi tía observaba satisfecha.
―Sigue, dale duro. ¡Qué aprenda!― ordenó creyendo todavía que la cría estaba siguiendo sus instrucciones. La mirada de desprecio que le dirigió mi novia debió de ponerle de sobre aviso pero Elena estaba tan absorta en su papel de ama que solo tenía ojos para el adolorido culo de Aurora.
Ya lanzada, Belén siguió castigando ese trasero con gran violencia. Su intento de descargar todo su resentimiento fracasó porque al cabo de un buen número de golpes, el dolor que sentía su víctima se transformó en placer y disfrutando como la perra que era, le pidió que no parara.
Al comprobar mi tía el estado febril de su sumisa, sacó de una bolsa un arnés que llevaba adosado un enorme pene y mirando a mi novia, le preguntó si quería ser ella quien lo usara.
―Me encantaría― contestó la muchacha y quitándoselo de las manos, se lo empezó a ajustar a la cintura.
Os reconozco que la imagen de esa cría con semejante aparato entre las piernas, me impactó. A quien también sorprendió pero de otro modo fue a Elena, que acercándose a Belén y mientras acariciaba uno de sus pechos, le dijo:
―Estás preciosa.
Mi novia vio en esa caricia la oportunidad de vengarse y llevando su boca hasta los labios de mi tía, la besó. Elena, en ese momento, creyó acertado demostrar a su sumisa quien mandaba y restregando su culo contra ese enorme falo, se lo fue introduciendo en su sexo mientras observaba la reacción de la que estaba atada:
―Zorra, mira cómo me folla tu hija.
Aurora se vio abrumada por el deseo y retorciéndose en el poste, rogó a su dueña que me ordenara hacer uso de ella. No hizo falta que me dijera nada, azuzado por tanto estímulo, ya estaba bruto. Por eso, arrimándome a mi suegra, usé mis manos para separar sus duras nalgas y cogiendo mi falo, se lo incrusté de un solo golpe.
La cuarentona al experimentar la brutal manera con la que la estaba rompiendo el culo, comenzó a chillar rogando que me apiadara de ella.
―Disfruta zorra― respondió Elena― una esclava está hecha para sufrir― y recalcando su dominio, arrimándose hasta el poste, pellizcó duramente una de sus areolas.
Ese acto fue su perdición porque al ver lo cerca que estaba de las otras esposas, Belén se aprovechó de ello y con un movimiento rápido, consiguió cerrarlas alrededor de las muñecas de mi tía.
―¿Qué coño haces?― protestó su víctima.
Mi novia, soltando una carcajada, le respondió:
―Tengo ganas de romperte ese culito maduro.
Acto seguido recogiendo del suelo la fusta, descargó toda su ira sobre ella mientras Elena no paraba de gritar que la dejara. Belén, lejos de obedecer, reaccionó incrementando la dureza de sus golpes mientras, a su lado, yo seguía sodomizando a su madre.
―Sobrino, ¡haz algo!― dijo pidiendo mi ayuda.
Muerto de risa, contesté:
―Ya lo hago, ¿no me ves enculando a tu zorra?
Mi respuesta la paralizó al comprender que estaba indefensa. Sin darse cuenta, se había quedado quieta y fue entonces cuando Belén consiguió hundir el enorme pene que llevaba adosado en su culo.
―¡Aaahhhh!― gritó al sentir su ojete desgarrarse.

―Ama, ¡me corro!― aulló mi víctima y sintiendo que estaba traicionando la confianza de su dueña, buscó el consuelo de sus labios.
Mi tía que estaba siendo objeto de un sufrimiento atroz, vio en ese beso una forma de olvidar su ignominia y respondió con pasión mientras a su espalda, Belén seguía metiendo y sacando ese enorme instrumento de plástico de su culo.
―Relájate y disfruta― la comenté, sonriendo, al ver ese lésbico beso con el que nuestras cautivas nos regalaron.
Queriendo incrementar la humillación a la que la tenía sometida, Belén llevó las manos a los pechos de Elena y cogiendo esos negros pezones entre sus dedos, los comenzó a retorcer con saña.
―Ummmm― gimió mi familiar al notar que esa caricia era de su agrado y contra todo pronóstico, notó cómo su coño se le encharcaba.
Qué estuviera gozando, desarboló a mi novia al no conseguir humillarla sino hacerla disfrutar y tratando de evitarlo, recomenzó los azotes sobre el culo de su montura.
―¡Muérdeme los pechos!― ordenó a su sumisa y dejando claro que estaba saboreando cada uno de esos golpes, en cuanto notó la boca de Aurora en sus pezones se corrió.
―¡Será puta!― rugió Belén todavía más cabreada al comprobar que, retorciéndose agarrada al poste, mi tía no paraba de gritar presa de la lujuria mientras la cuarentona mamaba de sus pechos y la hija de esta martilleaba su trasero.
Viendo que ya había sido un castigo suficiente y que todavía no había conseguido correrme, liberé a ambas y acercándome a mi novia, le quité el arnés mientras se quejaba amargamente de su fracaso.
―Vámonos a mi cama― le pedí al tiempo que la agarraba en mis brazos.
Belén apoyando su cara en mi pecho, comenzó a llorar desconsoladamente al ver que en el suelo, mi tía y su madre olvidaban lo sufrido y entrelazando sus piernas, se buscaban una a la otra…

Epílogo
De esta historia han pasado ya diez años. Durante un tiempo, Belén y yo fuimos novios y disfrutamos del sexo en todas sus variantes pero al final cada uno se fue por su lado y aunque seguimos siendo amigos, nuestra relación quedó en el olvido.
En cambio, Aurora dejó a su marido y junto con Elena, formó un nuevo hogar. Autoproclamadas lesbianas buscaron afianzar su unión con un retoño y por medio de la inseminación, se convirtieron en madres.
Un par de veces al año, me reúno con las tres y recordamos ese verano con añoranza.

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