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Relato erótico: “La cazadora VII” (POR XELLA)

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Su vida había cambiado. Todo giraba ahora en torno al esas cuatro paredes, casi no salía pero, en verdad, tampoco deseaba salir. 

 

Sin títuloNo sabia realmente como había sucedido todo, pero si sabia que había sido gracias a ella. Ahora era libre. No tenía preocupaciones y lo único que tenia que hacer era algo que deseaba enormemente, así que no suponía ningún tipo de esfuerzo.

 

Desde que abandonó su antigua vida, Alicia era feliz. Su nueva jefa era un encanto y se preocupaba por su bienestar. Le había dado un trabajo y un lugar donde dormir, puesto que ya no volvería jamás a su antiguo hogar. 

 

Compartía residencia con algunas compañeras y con Lissy, su antigua señora “¿asistenta?” que también trabajaba allí, aunque ella lo hacia de camarera. También había una mujer, Eva, que creía conocer de algo, aunque no sabia muy bien de que. 

 

Ups, un cliente. Actúa correctamente, eso es… Abre la boca, inclina la cabeza… Muy bien, recibelo todo, que no se derrame nada… Estupendo. Ahora limpiala, hay que dejarla reluciente… 

 

Al principio le resultaba muy difícil. Demasiada cantidad y demasiado rápido, a parte de su amargo sabor, pero ya había cogido práctica y era capaz de no derramar nada. 

 

Los primeros días los clientes se quejaban de que al usarla, como se le derramaba, acababan salpicados. Tuvo que venir la jefa incluso a reprenderla, pero se esforzó. Vaya que si se esforzó. Pedía ayuda a sus compañeras fuera del horario de trabajo y ellas accedieron encantadas, eran unas grandes amigas… 

 

Todas las noches actuaba como su baño portátil y, aunque era algo distinto hacérselo a una mujer que hacérselo a un hombre, cogio soltura rápidamente. Compartían vivienda con dos chicas más, Rachel y Christie, al parecer eran hermanas y hacían un espectáculo en el escenario. El resto de empleados dormían en sus respectivas casas. 

 

Alicia disfrutaba de los momentos de intimidad con sus compañeras. Nunca lo había hecho antes, pero comenzaron a practicar sexo lesbico entre ellas. Normalmente las hermanas se entretenían solas, y ella lo hacia con Eva y Lissy, la negra solía llevar la voz cantante y ordenaba. Pero había veces que las hermanas se les unían y organizaban auténticas orgias, en las que Eva, ella y una de las dos hermanas (solían turnarse) eran sometidas por las otras dos participantes. 

 

Todos los días transcurrían igual. Desde que comenzaba su jornada de trabajo hasta que acababa estaba arrodillada en los servicios, completamente desnuda, esperando que entrase algún cliente. Entonces ella se situaba con la boca abierta, dispuesta a recibir el orín de los hombres. La mayoría introducían su rabo hasta dentro y después comenzaban a orinar, lo que la facilitaba la tarea de tener que tragar. Otros sólo introducían el glande, o meaban desde la distancia, apuntando. Así era más difícil. Había algunos también que directamente meaban sobre ella, sin siquiera molestarse en apuntar, lo que hacía que todos los días acabase empapada y maloliente. Esa era una de las razones por las que no la usaban para nada más. Es cierto que había algunos hombres que la obligaban a chuparsela hasta correrse en su boca, lo que aceptaba con la misma profesionalidad que los meados, pero su olor y su higiene hacían que prefiriesen usar a las demás empleadas para esos menesteres. 

 

Y en eso Eva era la estrella. 

 

Eva y Lissy eran las camareras del lugar, mientras la negra se ocupaba de la barra, Eva atendía las mesas.  Ambas trabajaban desnudas normalmente o, por lo menos, con muy poca ropa, lo que propiciaba que los clientes se fijaran en sus preciosos y esculturales cuerpos. Podían usar a ambas cuando quisieran y ellas tenían que obedecer todas las órdenes pero, al estar Eva más próxima a los clientes, era más frecuentada. 

 

Habitualmente podía vérsela arrodillada bajo una mesa, chupando la polla de algún hombre, o inclinada sobre una mesa, con sus bamboleantes temas oscilando debido a las embestidas que estaba recibiendo. Y eso le encantaba. Era su propina. La encantaba que se la follasen como a una puta (“¿Cómo a una puta? ERA una puta. Todas lo eran. “) delante de todo el mundo. Se sentía vejada y humillada y eso la volvía loca. 

 

A los clientes les encantaba jugar con sus tetas. La jefa, en una hábil decisión viendo su popularidad, había hecho que se las anillada, provocando que fuesen más reclamadas todavía por los clientes. 

 

Les encantaba tirar de los anillos haciendo sufrir a la camarera, aunque a ella le encantaba… Tanto que algunos días se ponía una pequeña cadena que unía un pezon con el otro, para facilitarles la tarea. 

 

A Lissy por el contrario se la follaban menos, pero eso no significaba que no tuviese menos peticiones. Normalmente, la pedían que se subiera a la barra y allí se pusiese a bailar o a masturbarse delante de todo el mundo. Entonces cogia un botellín y comenzaba a introducirselo por alguno de sus agujeros. Los tenia realmente bien entrenados. Algunas veces incluso le pedían beber desde la botella introducida en su coño o en su culo. 

 

Algunos días Diana venía a saludarlas. Entraba en el local, subía al despacho de la jefa y pasaban varias horas allí. Después, siempre se acercaba al baño de caballeros a ver que tal estaba. Parecía satisfecha de ella y eso era bueno, Alicia tenía mucho que agradecer a aquella mujer, había hecho que su vida fuese completa, le había dado un sentido. 

 

Ahora era feliz. 

 

—————-

 

Diana entró por la puerta del local. Hacía tiempo que no iba, puesto que después de completar su venganza se había tomado un tiempo para reflexionar. 

 

Había pasado el tiempo en su lujoso apartamento, disfrutando de las atenciones y los juegos con Missy y Bobby. Día a día les obligaba a ir un poco más lejos en su comportamiento y ya eran casi totalmente unos perros. Andaban a cuatro patas, comían de un cuenco y se comunicaban a base de ladridos y gruñidos. Excepto cuando tenían que salir a hacer una tarea para su ama, entonces se comportaban de la manera más normal que ésta les permitía. 

 

Mientras estaban en casa, no era extraño verles follar a cuatro patas, como los animales que eran puesto que Diana había modificado su comportamiento para que estuvieran continuamente calientes. 

 

Pero había llegado el momento de hablar con Tamiko. 

 

Nada más entrar vio como sus presas se habían adaptado perfectamente a su nueva vida. Lissy estaba desnuda sirviendo unas cervezas en la barra mientras que Eva estaba siendo sodomizada en el borde del escenario. Se acercó para ver en detalle el hipnotizante vaivén de sus tetas. No se molestó en buscar a Alicia con la mirada pues sabia cual era su puesto de trabajo. Luego tendría tiempo de disfrutar con su destino. 

 

Llamó a la puerta de Tamiko y entró sin esperar respuesta. No estaba sola. 

 

A su lado había un hombre perfectamente trajeado, de mediana edad. Las canas empezaban a aparecer en su negro cabello. 

 

– Buenas tardes. – Saludó al ver entrar a Diana. 

 

– Buenas tardes. – Contestó ésta. Se quedó mirando al hombre, había algo extraño en él, pero no sabía decir qué. 

 

Miró a Tamiko, que la saludó con un movimiento de cabeza, y entonces se dio cuenta: ¡No podía leerle la mente! 

 

Se acercó con precaución y el hombre le tendió la mano. 

 

– Diana, te presento a Marcelo Delgado. 

 

La cazadora le estrechó la mano. 

 

– Tienes mucho que agradecerle, puesto que gracias a su corporación posees la casa que tienes, el coche que tienes y… tu cuerpo, por supuesto. 

 

– ¿Xella Corp? – Preguntó con curiosidad. 

 

– Veo que Tamiko ya te ha contado algo. Efectivamente, pertenezco a la cúpula directiva de Xella Corp. Justamente le estaba comentando que estaba muy interesado en conocerte y, casualmente, has aparecido por aquí. 

 

– Pues aquí me tiene. – Replicó a la defensiva. 

 

– Parece que no te sientes cómoda. ¿Te pone nerviosa no poder leerme la mente? 

 

Diana guardó silencio. 

 

– Comprenderás – Continuó el hombre. – que debido a mi posición tengo que mantener alguna seguridad con respecto a mi libre albedrío. Pero que te sientas incomoda está bien, eso significa que te has adaptado perfectamente a tus nuevas habilidades… 

 

– Estaba contándole a Marcelo lo duro que has trabajado para prepararte. – Añadió la asiática. –  Y que tu rendimiento hasta ahora ha sido fabuloso. Ya nos has proporcionado tres presas por tu cuenta, y las tres han venido perfectamente condicionadas. 

 

Diana pensó en como las dos camareras actuaban de una forma tan natural ante su nueva situación y sonrió, henchida de orgullo. 

 

– Te hemos estado observando. – Dijo Marcelo. 

 

La cazadora le miró con aprensión. 

 

– ¿Observando? 

 

– Si. Ten en cuenta que hemos hecho una fuente inversión en ti, teníamos que asegurarnos de que no estábamos tirando el dinero. Pero no te preocupes, todo lo que hemos visto nos ha complacido enormemente, a la vista está que los resultados han sido estupendos. 

 

El hombre hizo una pausa mientras observaba a Diana. 

 

– Lo único que nos ha resultado extraño es – Continuó. – que aún pudiendo romper la mente de alguien en segundos, te has entretenido en ir mellando su pensamiento poco a poco, alargando el proceso. ¿Has tenido complicaciones? 

 

– No se equivoque, – Respondió Diana. – podría hacer que su mujer estuviese ladrando a mis pies en segundos. – El hombre apartó la mano izquierda de la mesa, en la que llevaba una alianza de oro. – Pero no lo encuentro gratificante, y menos en las mujeres que he traído hasta ahora. Disfruto viendo como poco a poco degeneran, viendo como muta su forma de pensar hasta algo que hace unos días habrían aborrecido, haciendo que lo deseen y que, en el fondo, se sientan sucias por ello. 

 

Tamiko y Marcelo se quedaron mirándola, en silencio. 

 

– ¿Lo ves? Te dije que esta era la persona que necesitábamos. – Rompió el silencio la asiática. 

 

– Me gusta tu forma de pensar, Diana. Nuestra corporación no es una fábrica vacía y sin sentimiento, es un lugar en el que los integrantes disfrutamos con lo que hacemos y deseamos seguir haciéndolo. Sigue así y llegaras lejos. 

 

Diana estaba complacida por las palabras del hombre. 

 

– Y ahora, hablemos de trabajo. 

 

Mientras decía eso, sacó un enorme sobre del maletín que portaba, entregándoselo a la mujer. 

 

– ¿Qué es esto? – Preguntó sacando el contenido del sobre. Dentro había gran cantidad de fotos de una mujer madura y algunos folios con datos sobre ella. 

 

– Es un objetivo nuevo. Eres libre de trabajar a tu ritmo y de apresar a quien quieras pero, de vez en cuando, tendrás que hacer algún trabajo para nosotros. Dentro del sobre vienen los detalles de la víctima, algunos hábitos, lugares que frecuenta… Lo necesario para acercarte a ella. El resto queda en tus manos. 

 

Diciendo esto se levantó de la silla. 

 

– Ha sido un placer conocerte, creo que ha sido una gran fortuna haberte elegido a ti. – Tendió su mano a modo de despedida y, sin más, salio de la sala. 

 

– ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Tamiko. 

 

– Es… Extraño. Ahora me resulta raro no ver la mente de los demás… Solo me había pasado contigo.

 

– Hay ciertas maneras de “evitarnos” pero todas ellas requieren gran disciplina y entrenamiento y poca gente lo sabe. La cúpula al completo de Xella Corp es como un muro de hormigón para nosotras, así que no te molestes en intentarlo. 

 

– Y… ¿Esto? – Preguntó, levantando el sobre. 

 

– Justo lo que ha dicho. Un trabajo. No tienes por qué hacerlo ya, tómate tu tiempo, pero tampoco lo dejes pasar… Nos conviene tenerlos contentos, igual que a ellos les conviene tenernos contentas a nosotras. – Diciendo esto le guiñó un ojo. – Podrás pedirles cualquier cosa que necesites y si esta en su mano te lo proporcionarán. 

 

– Esta bien, pero, antes de esto me gustaría hacer otra cosa. Había pensado una manera de expandir nuestro nuevo negocio.

 

– Soy toda oídos. – Dijo la asiática, interesada. 

 

 

————

 

– ¿Qué le ha parecido? 

 

– Perfecta para el puesto. 

 

– ¿Cree que está preparada? 

 

– Por lo que he visto y lo que me ha dicho la señorita Aizawa, es la elección perfecta. 

 

– Entonces… ¿El trabajo está asegurado? 

 

– No se preocupe, dele algo de tiempo y conseguirá que esa zorra claudique enseguida. ¿Cómo va la otra parte del plan? ¿Estará a tiempo? 

 

– ¿Cuando le he decepcionado , señor Delgado? 

 

– Jamás, por eso seguimos colaborando. Espero recibir noticias suyas. 

 

Y diciendo eso, Marcelo colgó el teléfono y lo guardó en su chaqueta, mostrando una amplia sonrisa en sus labios. 


Relato erótico:”Jane IV” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 24

Sin títuloJane despertó, vio una cara oscura, arrugada y curiosa, reculó asustada a toda velocidad, perdió pie y cayó fuera del nido. Un segundo después notó un tirón en el tobillo y quedo suspendida boca abajo a quince metros del suelo con el corazón en la boca. Levantó la vista y vio la cara del chimpancé asomándose por el borde del nido enseñándole su dentadura con una mueca sardónica.

-¡Joder! –dijo Jane por primera vez en su vida.

Respiró profundamente dos veces y reuniendo las fuerzas que le quedaban, logró doblarse sobre sí misma y agarrar la liana de la que estaba suspendida. Poco a poco fue trepando los cinco metros de liana que le separaban del nido bajo la atenta mirada del chimpancé que sonreía y se hurgaba la nariz disfrutando del espectáculo. Tras un par de minutos de agónico esfuerzo logró agarrarse al nido e izándose en un último esfuerzo logró pasar la cabeza por encima del borde. Ver la cara de un hombre blanco de pelo largo y enmarañado y sonrisa salvaje le hizo perder el equilibrio de nuevo cayendo otra vez al vacío.

-¡Joder! –Dijo Jane por segunda vez en su vida mientras escuchaba furiosa las risas provenientes de arriba –me estoy empezando a cansar de hacer el idiota.

Jane se dobló de nuevo pero no pudo repetir la hazaña anterior y solo logró ver como hombre y mono la observaban y parecían compartir algún tipo de broma. Jane cada vez más enfadada les hizo señas para que la izasen, pero ellos divertidos se lo tomaron con calma y estuvieron viéndola balancearse un rato antes de empezar a tirar de la liana.

Cuando llegó arriba la cara de Jane estaba como la grana, más por el enfado que por haber estado suspendida varios minutos boca abajo. El chimpancé se apartó instintivamente al ver el gesto de ira de la joven, pero el hombre la miraba con descaro y curiosidad infantil. Era un hombre joven, alto, vestía un minúsculo taparrabos de cuero con lo que Jane pudo admirar su cuerpo musculoso, sus hombros anchos y su pecho profundo. Tenía el pelo largo y negro atado con descuido y los ojos marrones, unos ojos que la escrutaban como si fuese una especie de jeroglífico que aquel hombre intentaba desentrañar. Sacando los labios hacia fuera y emitiendo un sonido parecido a un suspiro acercó la mano al rostro de Jane y le tocó la melena. Jane primero intentó apartarse pero como solo percibió un gesto de curiosidad le dejó hacer. Parecía no haber visto una persona de su raza en toda su vida. Cogió un mechón de pelo y se lo llevo a la nariz olisqueándolo ruidosamente.

-¡Hey!, ¡Cuidado! –grito jane cuando el salvaje tiro del pelo para que la mona también lo oliera.

La chimpancé no fue tan comedida y después de aspirar el perfume del champú de Jane empezó a dar gritos y saltos y acabó encaramada en una horquilla dos ramas por encima de ellos. El salvaje observó las evoluciones de la mona unos segundos y luego continuó examinando a Jane. Palpó su ropa e intento tirar de ella para ver lo que había dentro pero Jane se lo impidió con una sonora palmada.

-¿Hablas mi idioma? –Le preguntó Jane esperanzada.

-¿Parlez-vous français? –repitió en francés recibiendo el mismo silencio por respuesta.

-¿tu parli italiano?

-¿Sprechen du deutch?

El salvaje se dedicó a mirarla sin decir una palabra. Jane, maldiciendo su suerte suspiró y empezó por el principio:

-Yo Jane, -dijo señalando su pecho con el índice –¿y tú? –dijo tocando su pecho.

El hombre respondió con una mirada interrogativa así que armándose de paciencia repitió otras dos veces hasta que finalmente el hombre respondió:

-¡Jane! –dijo señalándose no muy convencido.

-No, no, no –dijo ella perdiendo la paciencia y pensando que aquel tipo era más tonto que una piedra –Yo Jane, tú…

-¡Tarzán! –dijo con una sonrisa de iluminado.

-Tú Jane –dijo el salvaje hincando su dedo dolorosamente en una teta de Jane –yo Tarzán, tu Idrís –dijo señalando a la mona que seguía observándolos desde arriba.

-No, -dijo sacudiendo la cabeza –ella Idrís. Yo Jane, tú Tarzán, ella Idrís.

-Yo Tarzán, tu Jane, el-la Idrís. -Dijo el señalando correctamente con una sonrisa de satisfacción.

-Ahora sigamos con la lección –dijo arremangándose la blusa –tu y yo dijo señalándose a ambos -humanos, ella –dijo señalando a Idrís – mono.

-Tú, yo, humanos, ella mono.

-Yo, nosotros –dijo señalando a ambos –humanos. Idrís mono…

Cuando se dio cuenta el sol estaba alto en el cielo y un rugido de sus tripas le recordó que no tenía ni idea de cuando había comido algo por última vez. Moviendo su mano sobre su estómago y haciendo el gesto de echarse algo a la boca le pidió algo de comer. El salvaje pareció entender, se irguió, se golpeó varias veces el pecho con los puños y desapareció en la espesura. Mientras volvía y siempre bajo la vigilante mirada de Idrís se sacó la bota para examinarse el tobillo que le había salvado la vida. Estaba magullado y tenía una pequeña escoriación en él pero podía moverlo con libertad y apenas le dolía. Probó a ponerse de pie pero toda la frágil estructura del nido se estremeció y con mucho cuidado volvió a dejarse caer en el lecho de hojas. Cuando miró por el borde vio que el suelo estaba a más de veinticinco metros de altura y por primera vez fue consciente de la fuerza que debía tener aquel hombre para haber logrado subirla hasta allí.

Mientras el hombre volvía Jane se dedicó a observar a Idrís, jamás había estado tan cerca de un animal salvaje y su ausencia de miedo ante su presencia le desconcertaba un poco. Con una señal inequívoca le animó a la chimpancé a que se acercase. Idrís pareció dudar unos momentos pero luego pudo más la curiosidad y se bajó de la rama en la que estaba encaramada dejándose caer con habilidad sobre el nido. Por su aspecto con pelos blancos en la barbilla y algunas calvas distribuidas por todo el cuerpo daba la impresión de ser bastante anciana, pero sus ojos grandes y verdes expresaban vitalidad y curiosidad.

Con deliberada lentitud para no sobresaltar al animal fue acercando una mano hasta poder acariciar la mejilla de la mona. Idrís se giró un poco y olfateó la mano de Jane mientras emitía unos cortos suspiros. Jane sonrió por la calidez y la inteligencia con la que se expresaba el animal sin tener que decir una sola palabra. Durante unos instantes Jane consiguió olvidarse de su precaria situación; perdida en la selva, sin armas ni pertrechos y a merced de los caprichos de un salvaje incivilizado. Cuando Tarzán llegó con una selección de frutas entre los brazos Idrís estaba espulgando amorosamente el largo y rizado pelo de Jane.

Diez minutos después Jane estaba tumbada en el nido sintiéndose atiborrada de plátanos y unos frutos amarillos y blandos que le dieron una ligera sensación de mareo. Ante la atenta mirada del salvaje se quedó rápidamente dormida.

Cuando despertó, el sol empezaba a caer y atendiendo a los gestos de Tarzán se levantó y se puso en movimiento tras él. Durante unos doscientos metros no le pareció tan difícil moverse por la bóveda forestal a pesar de que su ropa se enganchaba y sus botas resbalaban en la corteza húmeda constantemente. Al igual que en el suelo, los animales tendían a moverse siempre por los lugares más accesibles y hacían pequeños senderos en el ramaje. Sin embargo, cuando llegaron al final del sendero y sus dos acompañantes se lanzaron con naturalidad al vacío para agarrar una liana y poder acceder al árbol siguiente se quedó congelada mirando al suelo treinta metros más abajo. Desde el otro lado Tarzán le hizo señas y la llamó por su nombre para que hiciese lo mismo pero rápidamente se dio cuenta de que Jane no era capaz, saltó de nuevo a la liana y con una naturalidad asombrosa, se acercó a ella la cogió por el talle y la deposito en el otro árbol. Fueron unos pocos segundos pero la sensación de ingravidez y el fuerte brazo del hombre ciñendo su talle contra el despertaron en Jane una punzada de deseo. Durante todo el viaje se repitió la situación. Ella avanzaba a trompicones entre un ramaje más o menos espeso y cuando llegaban a un obstáculo que a Jane se le antojaba insalvable, él la cogía por la cintura y ella entrecerraba los ojos, se dejaba llevar y humedecía su ropa interior con el deseo. Cuando volvía a poner el pie en un lugar más o menos seguro recordaba a Patrick y su compromiso y la culpabilidad y la vergüenza se apoderaban de ella.

Al llegar a su destino las botas sucias, la ropa ajada y el pelo revuelto merecieron la pena. A su derecha una cascada de veinte metros de altura desaguaba en un estanque de aguas frescas y cristalinas. En el claro que lo bordeaba una familia de gorilas remoloneaba entre la hierba verde y frondosa junto con un par de elefantes y unos antílopes parecidos a las jirafas pero con rayas blancas y negras en las ancas como las cebras. Por los árboles que rodeaban al claro, jugaban, peleaban y gritaban los compañeros de Idrís ahogando los trinos de miles de pájaros.

Sin mirar a Jane Tarzán no se lo pensó y con el alarido que había escuchado cuando estaba en manos de los bandidos se lanzó al estanque desde lo alto del árbol. Jane ayudada de una liana bajo hasta el suelo, se quitó la ropa sucia detrás de un pequeño arbusto bajo la atenta mirada de los dos elefantes y con un movimiento furtivo se metió en el agua disfrutando de su frescor.

Al darse la vuelta vio como Tarzán observaba con curiosidad su cuerpo distorsionado por las ondas del agua. Jane se tapó los pechos y el sexo con las manos con una sensación de vergüenza pero también de emoción al ver el deseo en los ojos del hombre.

Llevaban días buscando y se les acababa el tiempo. Cada hora que pasaba las posibilidades de Jane disminuían y cada hora que pasaba sus ánimos decrecían. Con las primeras tormentas el suelo se embarró y los rastros, de haber existido, habrían desaparecido, así que tuvieron que retirarse derrotados antes de que la temporada de lluvias los dejase aislados. El padre de Jane parecía haber envejecido diez años de repente .Cuando llegaron a la aldea, Patrick estaba tan furioso que mató a los dos guías y aunque no cumplió su promesa de matar a todos los habitantes de la aldea, le dio una soberana paliza al jefe jurándole que si volvía a enterarse de que le tocaban un pelo a otro hombre blanco volvería para cumplir su promesa.

El viaje de vuelta a Ibanda fue triste por la ausencia de Jane y penoso por la lluvia que no dejaba de caer empapándolo y embarrándolo todo.

-Lo siento Avery –dijo Patrick con el refugio de caza ya a la vista –debí ser fuerte y negarme a llevarla conmigo. Es mi culpa, soy su prometido y debí imponer mi criterio.

-No te culpes Patirck, -respondió Avery –ambos sabemos que si adorábamos a Jane, en parte era por su atrevimiento y su independencia. Nada en el mundo le habría disuadido de acompañarnos.

-Yo… la amaba sinceramente. No sé qué voy a hacer ahora sin ella. –dijo Patrick hundido.

-Debemos seguir adelante, volver a Inglaterra y continuar con nuestra vida, aferrándonos a su recuerdo. –replicó el anciano con la voz temblando.

-No, -dijo con una mueca de tristeza –no me iré de aquí sin encontrar al menos su cuerpo. Eso se lo debo. Cuando termine la estación de lluvias volveré y la encontraré.

En el refugio les esperaba Lord Farquar lo bastante recuperado para poder viajar gracias a los cuidados de Mili, aunque la mirada esperanzada que lanzó a los dos compañeros se veló rápidamente ante el gesto de tristeza y derrota que portaban los dos hombres cuando traspasaron el umbral.

A la mañana siguiente cogieron el tren con destino a Kampala y llegaron a la mansión de Lord Farquar ya avanzada la noche.

El ánimo en la mansión era el de un funeral. La casa permanecía en un silencio sólo roto por los ocasionales sollozos de Mili. Henry y Avery permanecían en el salón, sin hablar, fumando puros y bebiendo una copa de coñac tras otra. Patrick se dedicó a disparar su rifle practicando su puntería hasta que dejo de pensar en nada, cargar, apuntar, disparar, extraer el casquillo, cargar… continuó bajo la lluvia hasta perder la noción del tiempo. Cuando oscureció se retiró a su habitación totalmente indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

Avery se sentía totalmente vacío, su hija y única heredera, a la que amaba hasta el punto de dedicarle toda su vida, había desaparecido y ni siquiera tenía un cuerpo que llorar. Estaba bebido, pero el coñac tampoco ayudaba. A las dos de la madrugada Henry se disculpó y poniendo su mano vacilante sobre el hombro de Avery y apretándolo suavemente se retiró a sus aposentos. Avery siguió bebiendo y fumando en la oscuridad hasta que se sintió lo suficientemente borracho como para caer inconsciente en la cama.

Una vez en su habitación se quedó sentado con la cabeza dándole vueltas pero incapaz de pegar ojo, los ojos verdes de Jane le miraban acusadores desde el fondo de su mente. Se acercó al equipaje y revolviendo entre las armas sacó su revólver, el viejo Colt Peacemaker le había acompañado fielmente por todo el mundo. Acarició el cañón y con los ojos llorosos se lo metió en la boca. El sabor a hierro y lubricante invadió su boca. Apretando los dientes amartillo el arma y puso el pulgar en el gatillo… Unos suaves toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos y acabaron con su determinación. Con un suspiro apartó el arma y lo puso bajo la cama.

-Adelante –dijo Avery con la voz entrecortada mitad por efecto del alcohol, mitad por la emoción.

-Hola señor –dijo Mili atravesando el umbral con pasos vacilantes. –he oído ruidos en mi habitación y pensé que podría necesitar ayuda.

-Gracias, eres muy amable, pero no necesito ayuda –replicó Avery arrastrando las palabras. –nada puede ayudarme ahora.

-Entiendo perfectamente por lo que está pasando señor. He sido la doncella y confidente de Jane desde su juventud y la quise como como a una hermana. He sacrificado todo, incluso parte de mi felicidad por ella y nunca me he arrepentido. Jane era la criatura más valiente y generosa que nunca conocí.

-Lo sé y sé que ella también te quería y valoraba tu amistad y tus consejos. En fin, estoy convencido de que ahora está en un lugar mejor.

-Yo también, -dijo ella mientras se acercaba y le ayudaba a Avery a quitarse las botas. –Ahora debe acostarse e intentar dormir un poco. Yo le ayudaré.

Con manos hábiles fue quitándole la ropa a un Avery ausente hasta que este quedó en ropa interior. Le ayudó a acostarse en la cama y se tumbó junto a él.

-¡Oh! Avery cuanto lo siento –dijo Mili apretándose contra él procurando que el hombre sintiese la tibieza de su cuerpo a través del tenue camisón.

Avery se removió pero no se apartó de aquel cuerpo generoso, cálido y acogedor. Mili alargó el brazo y rozó los calzoncillos con sus manos regordetas. La polla de Avery reaccionó ante el contacto pero lentamente por el alcohol que corría por sus venas. Mili introdujo sus manos bajo la tela y empezó a sacudir el pene de Avery con suavidad notando como crecía poco a poco. Avery gimió y se revolvió de nuevo pero no apartó a la doncella.

Con una sonrisa, Mili apartó el calzoncillo, se metió el pene semierecto de Avery en la boca y comenzó a chuparlo con fuerza. Poco a poco el pene de Avery fue creciendo en la boca de Mili hasta llenarla por entero. En ese momento empezó a acariciarlo con su lengua con más suavidad, haciéndole disfrutar y embadurnándolo con su saliva, Avery gemía suavemente y acariciaba el pelo de la mujer con torpeza.

Mili se irguió y se quitó el camisón mostrando al hombre su cuerpo blando y generoso con unos pechos grandes y unos pezones rosados e invitadores. Avery alargó la mano y la introdujo en el triángulo de oscuro vello que había entre las piernas de Mili. La mujer se estremeció ligeramente al notar los dedos de Avery acariciar su clítoris y penetrar en su húmedo y cálido interior. Excitada y deseosa por acoger el brillante miembro de Avery en su interior se agacho y le dio al hombre un largo y húmedo beso. Su boca sabía tan fuerte a una mezcla de Whisky y tabaco que le hicieron vacilar pero rápidamente se puso a horcajadas y sin darle tiempo a Avery a reaccionar se metió su polla hasta el fondo. Había dedicado tanto tiempo a Jane que hacía años que no yacía con un hombre. La sensación de tener de nuevo un miembro vivo, caliente y palpitante en su interior fue tan deliciosa que no pudo evitar un grito de placer y satisfacción. Las sensaciones irradiaban desde su vagina y se difundían por todo su cuerpo despertándolo de un largo sueño. Comenzó a moverse con movimientos lentos y profundos mientras dejaba que Avery manoseara y pellizcara sus pechos y sus pezones volviéndola loca de deseo. Cuando se dio cuenta estaba saltando con furia sobre el hombre empalándose con su miembro duro y ardiente. El orgasmo interrumpió el salvaje vaivén unos segundos mientras Mili jadeaba con su cuerpo crispado y sudoroso pero inmediatamente siguió subiendo y bajando por su pene con su coño aun estremecido hasta que notó como Avery se corría dentro de ella inundando su vagina con su semen espeso y caliente.

Mili se derrumbó agotada sobre Avery y sintió el miembro del hombre decrecer lentamente en su interior. Cuando recuperó el resuello depositó un beso en la frente del hombre que ya roncaba ligeramente, se levantó de la cama y salió sigilosamente de la habitación.

Se tumbó en su cama agotada pero satisfecha. Alargo su mano y recogió un poco de la leche de Avery que había escurrido por el interior de sus muslos. La observó a la luz de la luna y la acarició entre sus dedos. En ella residía su futuro, aunque sabía perfectamente que no era una jovencita, aún era fértil y pretendía aprovecharlo.

“La esposa de un amigo me pide que la ayude” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Mi vida se ve alterada cuando un buen día Patricia, la esposa de un amigo, acude a mí pidiendo mi ayuda y me cuenta que quiere divorciarse porque Miguel la ha pegado. Viendo las marcas de la paliza en su cara, me creí su versión pero al ir a recriminar a su marido su comportamiento, esté me confirmó que era cierto pero que si le había puesto la mano encima había sido por ser infiel.
No sabiendo a qué atenerme, la pongo bajo mi protección sin tener claro si esa rubia buscaba en mí a un protector o a un sustituto de su ex.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B076HBSFXY

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba sonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
― Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara. Esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
― Pati, ¿en qué te puedo ayudar?― pregunté extrañado al escuchar su tono preocupado.
― Necesito hablar contigo― en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza― ¿me puedes recibir?
― Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?― respondí tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre. No me pude concentrar en los temas, continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio y siendo una niña empezó a salir con Miguel. Todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol quien tuvo el valor de pedirla salir y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en la terraza para así poder fumar y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludó con un beso en la mejilla. Todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco más tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
― Manu, necesito tu ayuda― me dijo entrando directamente al trapo ― Miguel lleva unos meses bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega.
No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero. Nunca he aguantado el maltrato y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga. Eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común. Les conocía a la perfección y por eso era más duro para mí el aceptarlo.
― ¿Quieres que hable con él? ― le indiqué sin saber que realmente que decir. Esa situación me desbordaba.
― No, nada que haga me hará volver con él― me dijo echándose a llorar ― no sé dónde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco! Si voy con ellos es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta.
― ¿Me estas pidiendo venir a mi casa?― supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
― Serán solo unos días hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado.
En sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con más de un metro noventa y cien kilos de peso cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio sí se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel. Quería que fuera por mí como se enterara que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
― He comido con Patricia, y me ha contado todo― le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio sí había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera. Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto llevaba más de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective, el cual en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
«¡Qué hija de puta!», la muy perra no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él.
Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras. Al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreír como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
― Esto te ocurre por ser buena persona― mientras me acompañaba a la puerta― pero ahora el problema es tuyo. Lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca más.
Cuando me subí en el coche todavía no sabía qué carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar. Lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, donde justamente yo había colocado en la mesilla una foto de su ex. Al verla me hirvió la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente.
Se iba a enterar.
La encontré en la cocina. En plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la víctima me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
― Pobrecita― le dije cogiendo su mano― no sé cómo pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada más despertarnos, cogimos carretera y manta. Patricia esa mañana se había vestido con unos pantalones cortos y un top. Parecía una colegiala. Los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural. Sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos. Se mantenían erguidos, duros como una piedra y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa y lo sabía.
Durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada más salir se descalzó poniendo sus pies en el parabrisas con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas.
Poco después, se tiró la coca cola encima y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara más remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el frio de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto. A lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad. Ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “El averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, seca y caliente, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño mientras yo daba las órdenes oportunas al servicio.
Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini que difícilmente lograba esconder sus areolas pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, qué decir del tanga rojo que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que me imaginaba como bien rasurado sexo.
Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendola encima. Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina. Durante unos minutos estuvo dando unos largos pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela.
Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que contuvo momentáneamente el ardor que sentía pero no sirvió de nada porque al salir, esa zorra infiel me susurró que le echara crema por la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano. Sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros. Su piel era suave y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no manchara su parte de arriba, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras.
Teniendo claro que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar.
Esa fue la señal que esperaba. Sin ningún pudor masajeé su trasero sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar y abriendo sus piernas, me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas. Con mis dientes empecé a mordisquear sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias.
Siguiendo sus dictados, mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer derramándose en mi boca.
Patricia estaba satisfecha pero yo no. Me urgía introducirme dentro de ella y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada mientras colocaba sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo.
Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta máquina. Una puta de las buenas que en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas.
La ex de Miguel seguía pidiéndome más acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así pero muy a su pesar tuvo que reconocer que le encantaba y aullando de gozo, me pidió que siguiera montándola pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía.
Su sumisión me excitó en gran manera y clavando cruelmente mis dientes en su cuello, sembré con mi simiente su útero. Eso desencadenó su propia euforia y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo. Solo quedaba por complacer mi sed de venganza. Sabiendo que tenía una semana, decidí dejarlo para más tarde. Patricia por su parte tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró de decirme lo mucho que me había deseado esos años y que solo el respeto a su marido se lo había impedido. Es más en un alarde de hipocresía, se permitió el lujo de decirme que ahora que nos habíamos desenmascarado, quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de qué. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
― Menudo espectáculo le hemos dado al servicio― y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir porque no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara.
«Coño, esta celosa», pensé sin sacarlas de su error. Error de María y error de Patricia. Mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario porque quería la cercanía de la cocina permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación y convencido que no se iba a perder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo, buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada y que Patricia se confiara.
Nada más terminar la comida, le propuse salir a cazar diciendo que me apetecía pegar un par de tiros de pólvora antes que por la noche mi otra escopeta tuviera faena. Aceptó encantada. Nunca en su vida había estado en un rececho por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land―rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado.
Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo.
Al girarme, en los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre. Su expresión me hizo comprender que era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal y recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo. Aterrada, no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Ya a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenía que hacerla novia y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho.
Su reacción no se hizo esperar. Estaba asqueada por el olor y la sangre pero la cosa no quedó ahí y obligándola a abrir la boca, le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda la hizo vomitar. Solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estómago se revolvió echando por la boca todo el alimento que había ingerido.
Yo solo observaba.
Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba por lo que no me fue complicado el detener su mano e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo. Tras lo cual dándole un tortazo le dije:
― Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara― mentira me lo había tragado por completo― es más, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante decidí convertirte en mi perrita.
Dejó de debatirse al sentir cómo con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa. El miedo la tenía paralizada al recordar cómo había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando.
«Realmente, esta zorra está buena», medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
― Patricia, hay muchos accidentes de caza― le dije con una sonrisa en los labios― no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti.
Tomó la decisión más inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lágrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto. Saber que todavía era virgen analmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
― Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días― me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.

Relato erótico: ” Las tortuosas vacaciones de una inocente jovencita “. (POR GOLFO)

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Este relato lo escribi junto con una de mis lectoras (E.R.)
El día que salí de Tuxtla rumbo a Houston no me esperaba que ese viaje cambiara para siempre mi vida. Mi idea era disfrutar de semana de compras y descansar. Agotada de tanto estudiar, el pasarme siete días sin tener que ver un libro era una especie de paraíso.
«¡Podré hacer lo que me venga en gana!»,  pensé mientras pasaba el control de pasaportes ya en Texas.
Para una joven de veinticuatro años como yo, esas vacaciones eran un breve paréntesis antes de volver a la universidad.  Habituada a estudiar como una mula, había decidido que me iba a tomar el sol y vaguear durante una semana. Por yo nada mas inscribirme en el hotel, me cambié de ropa y me puse el bikini que me había comprado exprofeso para ese viaje. Como no podía ser de otra forma, en cuanto me lo hice busqué en el espejo de mi habitación el comprobar cómo me quedaba.
-¡Me queda de miedo!- exclamé al verificar que ese traje de baño realzaba mi ya de por sí exuberante pecho. Dando media vuelta, miré mi trasero y sonreí también satisfecha por la firmeza de mis nalgas.
Desconociendo el efecto que causaría mi joven culito en los otros huéspedes, agarré una toalla y me dirigí a la alberca del hotel. Ya en el pasillo, las miradas que me echaron un par de  gringos me incomodaron por el brillo asqueroso de sus ojos:
«Son unos viejos verdes»,   sentencié y deseando huir del deseo que exteriorizaban  ese par de maduros, salí corriendo meneando mi trasero al ritmo de la  música que oía a través de los cascos de mi iPod.

Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó  porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador  por mis nalgas.

Estaba terminando cuando sentí una presencia a mi lado y al girarme, comprobé que un hombretón enorme se había sentado en una mesa cercana y desde allí me observaba. Me puse colorada al notar sus ojos recorriendo mi trasero y por eso dejé de inmediato el bote de crema en el suelo y me giré para que no me siguiera mirando el trasero.
Fue entonces cuando escuché que me decía mientras tomaba un sorbo a su cerveza:
-Cómo no te eches crema en el pecho, esas tetitas blancas van a ponerse muy rojas.
No me digné a contestar y agarrando todas mis pertenencias, me cambié de lugar para evitar su cercanía. Lo que no me esperaba fue que ese tipo soltara una carcajada y mientras huía por segunda vez en menos de una hora, me soltara:
-¡Tienes un culo precioso! ¡Quién fuera su dueño!
«¡Menudo cerdo!», maldije en silencio al dejar mis cosas sobre la nueva hamaca, «¿Quién se cree que soy? ¡Una de sus putas!».
Todo mi ser seguía molesto con ese individuo y quizás por eso, de vez en cuando me giraba a ver que narices hacía. Afortunadamente, se había olvidado de mí y estaba charlando amigablemente con el empleado del bar. Observándolo de lejos, sospeché que debía de tener dinero por la forma de actuar pero lo confirmé cuando vi que una rubia con pinta de secretaria se sentaba junto a él y le empezaba a dar papeles para que firmara.
Durante cinco minutos, estuvo ocupado firmando  como el típico ejecutivo pero algo me decía que el respeto que le mostraba su empleada era excesivo y qué había algo raro entre los dos. No fue hasta que hubo terminado y la muchacha se hubo levantado, cuando comprendí que les unía algo más que una relación de trabajo porque antes de irse la rubia le beso una mano, la misma con la que dio un sonoro azote mientras le decía:
-Espérame en la cama desnuda, zorrita mía.
En ese momento, me indigné tanto con él como con la mujer. Con el tipo por el modo humillante con el que la había tratado y con ella, por permitírselo.
«Esa chava es idiota», pensé, «si tuviera un poco de dignidad, le mandaría a la fregada».
Encabronada sin motivo, decidí irme y no queriendo pasar por delante de ese cerdo, di la vuelta a la alberca entrando por una puerta lateral al hotel.
Ya en mi habitación, me desnudé y me metí a la regadera sin parar de pensar en esa pareja y en el extraño modo en que la mujer lo miraba:
«¡Parecía una perrita rogando el cariño de su dueño», dije escandalizada.
Aunque había leído 50 sombras de Grey, siempre lo había visto como literatura e increíblemente, esos dos me hicieron saber que ese tipo de relaciones enfermizas eran más comunes de lo que mi mente inexperta creía hasta entonces.
Continúe con mi baño, disfrutando el agua helada caer por mi cuerpo. Después de quince minutos disfrutando, salí a mi cuarto y comencé a buscar algo para salir a comer, hacia un día hermoso como para quedarme encerrada en mi cuarto así que busqué entre mi ropa algo para salir a comer.
Mientras me cambiaba miraba en el espejo toda mi anatomía, aunque soy una chica de estatura baja (154 cm) tengo una lindas piernas y un abdomen plano, a pesar de solo salir a correr por las tardes, mi piel es de color claro y resalta mi cabello rizado de color rojo y por ultimo mis pechos, que son un poco grandes resaltan muchas veces con la ropa que utilizo, además de mi estatura que también ayuda a que resalten.
Para salir a comer me recogí el cabello y me puse una camisola un poco holgada, unas mallas de color negro junto con un short corto por encima de ellos y para finalizar unas botas de color café.
« ¡Estoy esplendida! » me dije mirándome al espejo. Y salí directo a uno de los restaurantes de la ciudad. A pocas calles del hotel había uno agradable y decidí comer ahí, mientras esperaba a que me atendieran una chica se me acercó y me pidió permiso para sentarse junto conmigo. Cuando la miré, me quedé sorprendida. Era la chica que vi con aquel tipo asqueroso de la alberca.
Tartamudee un poco por la petición pero al final acepté que se sentara conmigo. 
 Hola, antes que nada quisiera disculparme por la actitud de mi jefe contigo esta mañana yo…
-No se preocupe, no le tome importancia – le dije interrumpiendo en eso llegó la camarera, que nos preguntó que queríamos tomar. -Una piña colada por favor – ordené-
La rubia ordenó lo mismo que yo pero al hacerlo noté que le tiró una mirada a la camarera y pensé que de seguro algo quiere con ella.
Seguimos hablando, pero no había mucho tema de conversación, sentía que ella quería hacerme su amiga, pero yo no se lo permitía, me incomodaba su presencia. De pronto se me quedó mirando y me dice:
-Sabes, tienes bonitos pechos.
Al oírla, me quedé con cara de “¡¡¡what!!!”.
-Eres muy hermosa, tienes un cabello fantástico y de color rojizo y tu piel parece muy suave.
En eso llego la camarera con las bebidas y agradecí que lo hiciera porque me estaba incomodando mucho. No espere a que me la sirviera y tomé mi bebida dando un gran trago.
Los próximos 3 minutos fueron de silencio y se me hicieron eternos, decidí que tenía que salir de ahí. Me puse de pie pero de forma inmediata me sentí muy mal y la vista se me empezó a oscurecer.
Cuando desperté estaba en un cuarto muy arreglado y sobre una cama muy cómoda, me dolía un poco la cabeza y no sabía dónde me encontraba. Durante unos instantes, traté de recordar cómo había llegado a ese lugar pero mi último recuerdo era en ese restaurant. Mi sorpresa no acabó ahí porque al fijarme en cómo iba vestida, me encontré que llevaba un uniforme de colegiala.
Os reconozco que me empecé a asustar y levantándome, busqué infructuosamente mi ropa mientras intentaba saber quién me había desnudado y vestido con ese disfraz. El convencimiento que me habían secuestrado iba creciendo en mi mente.
«Ha sido esa rubia», pensé y tratando de huir, fui hasta la puerta pero no se abrió. « ¡Estoy encerrada!», concluí muerta de miedo.
Durante una hora y a pesar que voz en grito llamé  a la causante de mi retención, nadie hizo acto de presencia. La soledad incrementó mi miedo y estaba ya francamente aterrorizada cuando se encendió una televisión que estaba colgada en la pared y empezó a mostrar diferentes partes de una finca. Sabiendo que mi futuro dependía de esa pantalla, me senté sobre el colchón y seguí atenta la evolución de la filmación.
En un momento dado, la imagen se mantuvo fija mostrando un elegante despacho. De improviso, el hombretón de la piscina entró a esa habitación y mientras se servía una copa, se dirigió a mí diciendo:
-Buenos días, jovencita. Antes de nada quiero presentarme, soy Alfonso Cisneros y estás en una de las fincas que poseo en Texas. Ayer cuando nos conocimos, tendrás que reconocer que te comportaste de un modo muy maleducado y por eso he decidido educarte.
Dando un sorbo a su bebida, esperó a que asimilara la noticia antes de proseguir diciendo:
-Considérate mi alumna porque dependiendo de tu evolución serás premiada o castigada. A partir de este momento, comienza tu educación y por eso te pido que abras el cajón que tienes a la derecha y enciendas el iPad que encontrarás en él.
Tan asustada estaba que no pude más que obedecer. Al encender  la tableta, apareció en ella el hombretón que sonriendo maléficamente, me pidió que con ella en la mano abriera la puerta. En esta ocasión no tuve problemas al girar el pomo y saliendo del cuarto donde había permanecido encerrada, observé que había un salón con amplias ventanas. Corriendo hacia ellas buscando averiguar que había en el exterior, observé con disgusto que alrededor de la casa se extendía una especie de desierto y que no había ningún signo de civilización.
-Tienes razón- dijo mi captor leyendo mis pensamientos- estás a veinte kilómetros de la primera carretera y a cincuenta del primer pueblo. Y por si fuera poco, verás que hay una verja que circunda la casa. Está ahí para protegerte porque fuera de ese límite, empieza mi parque zoológico particular. Lo creas o no, estás en medio de una reserva natural de cien mil hectáreas donde he recreado la fauna de la sabana africana. Si intentas huir, caerá en las garras de los leones o de las mandíbulas de alguna hiena.

Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:

-Todo y nada. Eres mi experimento. Tus necesidades estarán plenamente cubiertas pero para conseguirlas tendrás que pagar un precio.
-No entiendo- respondí con el sudor ya recorriendo mi frente.
-Ya lo entenderás. Ahora quiero que salgas al jardín para que te vayas familiarizando con tu hogar- contestó cerrando la comunicación.
Con mi moral por los suelos, salí fuera de la casa y allí me encontré con un maravilloso vergel al que no le faltaba nada. Parecía el sueño de cualquier humano pero no pude  disfrutar de su belleza al saber que era mi jaula, de oro pero mi jaula.
« ¡Maldito perturbado!», exclamé mentalmente temiendo que de exteriorizarlo, ese hombre me oyera y me castigara.
Mi desazón se incrementó al recorrer la verja y descubrir a lo lejos a una leona con sus cachorros bebiendo de un pequeño riachuelo que cruzaba esa zona. Al verificar que ese hijo de puta no me había mentido, comencé a tiritar de miedo al saber que de algún modo ese tipo quería poseerme tanto física como mentalmente. Actuando como una autómata recorrí el resto del jardín. Tras lo cual volví al interior de la mansión y mecánicamente fui grabando en mi cerebro las diferentes habitaciones sin atreverme a tocar nada.
«Ese loco ha pensado en todo», sentencié al verificar que exceptuando un teléfono y un ordenador, esa casa disponía de todas las comodidades.
Al cabo de media hora deambulando sin rumbo fijo, decidí encender la televisión del salón pero entonces el iPad comenzó a sonar y al mirarlo, apareció en la pantalla:
“Para ver la televisión, deberás quitarte el jersey y la corbata”.
« ¡Maldito cerdo!», protesté en silencio y aunque esas prendas realmente me sobraban, no quise complacerle y por eso preferí quedarme sin ver la jodida tele.
Lo peor no fue eso sino que confirmé de esa forma las palabras de mi secuestrador cuando me dijo que tendría que pagar un precio. Tratando de saber cuál era el costo que tendría que asumir para cubrir mis necesidades, fui a la cocina y al intentar abrir la nevera, en la tableta pude leer:
“Quítate la falda y mastúrbate”.
Ese mensaje me trastornó y con todos los vellos de mi cuerpo, fui probando cada uno de los aparatos, descubriendo que cada uno encerraba un mensaje y que estos cambiaban cada vez que repetía esa acción. Así la primera vez que quise abrir el grifo del agua fría, leí que debía tocarme un pecho mientras que a la siguiente vez, ese cabrón me pedía que me descalzara.
Hundida en la miseria al saber que ese malvado me tendría como rata de laboratorio y que gobernaría cada uno de mis pasos, no pude soportar la angustia y me tiré en la cama a llorar. Durante dos horas no hice otra cosa que berrear y arrepentirme de haber iniciado ese viaje hasta que habiendo agotado todas mis lágrimas, comprendí que aunque no me gustara y hasta que averiguara el modo de huir tendría que obedecer si no quería fallecer de inanición.
«Obedeceré para que se confíe y en cuanto pueda: ¡Le mataré!», me dije en silencio declarando abiertas las hostilidades contra ese malnacido.
Lo avanzado de la hora y el tiempo que llevaba sin comer, me hicieron volver a la cocina y  que fuera por comida el primer pago. Al intentar abrir nuevamente la nevera, pude leer el siguiente mensaje:
“Abre el primer cajón de la derecha y bébete uno de los frascos que encuentres. Aviso es un potente afrodisiaco”.
La certeza de que ese loco nunca exageraba y que por tanto con ese líquido quería forzar mi excitación, me hizo dudar pero asumiendo la inutilidad de mis esfuerzos y creyendo que al estar sola en ese lugar el estar bruta no sería para tanto, decidí obedecer y abriendo el puñetero cajón, me bebí el contenido de uno de los botes.
En un principio, solo sentí  su sabor excesivamente dulzón por lo que abriendo la nevera, me puse a revisar los estantes:
« ¡Hay de todo!», mascullé entre dientes y sacando una bandeja con lasaña, quise calentarla en el microondas.
“Enciende el equipo de música”, con disgustó leí al comprobar que no servía.
Al seguir sus instrucciones comenzó a sonar  una canción que conocía de Jane Birkin, su Je t´aime. Curiosamente me hizo gracia que ese capullo creyera que me iban a afectar los gemidos que esa cantante daba a lo largo de esa melodía y muerta de risa me puse a tatarearla mientras se calentaba mi comida. No me percaté del modo subliminal que esa canción me fue preparando y tranquilamente me puse a comer cuando de pronto empecé a sentir calor.

Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.

«Agua, un vaso de agua», suspiré ya con el rubor cubriendo mis mejillas.
Al intentar abrir el grifo y ver que estaba bloqueado, con angustia giré mi cabeza para leer la pantalla de la tableta:
“Abre el primer estante de la izquierda, saca el arnés y póntelo”.
Sin conocer realmente el significado del mensaje, fui a ver qué era lo que quería ese maldito. Al abrir la puerta de ese estante, descubrí entre sus baldas una especie de cinturón de castidad que llevaba adosado un pene.
-¡No pienso ponerme esa mierda!- grité a las paredes sabiendo que mis palabra serían escuchadas por mi captor. Sudando copiosamente pero decidida a no colocarme ese instrumento, me desabroché un par de botones de la camisa y usando un plato como abanicó, intenté refrescarme.
Desgraciadamente, el estimulante sexual que había tomado lentamente se iba apoderando de mi cuerpo y sufriendo lo indecible, noté como mi clítoris se empezaba a hinchar en mi entrepierna.
-No. ¡Por favor!- rogué al vacío mientras la calentura se incrementaba a tal grado que el mero roce de mis bragas contra ese botón ya erecto me producía espasmos de placer.  Sin dudarlo, me quité el tanga traidor  y liberada momentáneamente de esa tortura, recordé que había una piscina. En ella, creí encontrar la solución:
«Un capuzón es lo que necesito”, sentencié bastante segura que con eso podría apaciguar el incendio que en ese momento calcinaba mi cuerpo.
Desgraciadamente al intentar salir de la cocina,  la puerta se negó a abrirse y con un sonido, el iPad  me informó que tenía instrucciones. Desesperada, leí el mensaje:
“Para salir, ponte el arnés”.
-¡Maldito hijo de puta! ¡Te odio!- chillé mientras descargaba mi ira cogiendo una silla y estrellándola contra el suelo una y otra vez.
Histérica por el conjunto de sensaciones que se iba acumulando en mi entrepierna, intenté tirar la maldita puerta de un empujón pero solo conseguí hacerme daño.
-¡Nunca me lo pondré!- aullé derrotada al notar la calidez de mi flujo goteando por mis piernas.
Todo mi cuerpo me pedía lo liberara llevando mis dedos hasta mi sexo pero reuniendo la poca voluntad que me quedaba, continué luchando con todas mis fuerzas contra mi captor que seguía manteniéndose invisible pero que sabía que me miraba a través de las innumerables cámaras.
La certificación que ese maldito seguía atentamente la evolución de su experimento llegó a modo de ola de calor. Trabajando al cien por cien, el fan-coil del aire acondicionado escupía fuego.
-¡No me atormente más!- lloré tirada sobre el suelo de la cocina.
Un nuevo “vip” de la tableta me informó que mi secuestrador me mandaba un mensaje:
“Ponte el arnés. Si lo haces, funcionará toda la casa durante doce horas”.
-¡Hijo de puta!- grité al leerlo porque comprendí que lo quisiera o no, tenía que ponerme ese instrumento. Aun así, durante cinco minutos batallé contra la idea de sucumbir mientras mi cuerpo sufría el acoso de la sustancia que me había hecho beber.
Con mi camisa casi totalmente desabrochada, el sudor campeando por mi escote y mis pezones inflamados por el mismo ardor que sacudía mi sexo, me levanté y cogí el arnés. Tratando de averiguar cómo se colocaba leí su etiqueta y me eché a llorar:
“Aviso: una vez se cierre, este cinturón no podrá abrirse hasta el día siguiente”.
Mi pataleta debió de hacer gracia a mi captor porque se aminoró el calor que salía del fan-coil. Esa migaja de piedad me encolerizó porque no quería agradecerle nada a ese maldito y mirando a una de las cámaras, chillé mientras me ponía ese siniestro artilugio:
-¡Nunca me vencerás!
Para colocármelo, tuve que incrustar el pene que llevaba adosado en mi sexo y aunque no me costó que entrara gracias a lo lubricado que lo tenía, en mi interior me sentí violada y odié cada uno de los veinte centímetros que tenía de longitud. Con mi conducto atiborrado hasta límites impensables, cerré su hebilla sabiendo que no podría quitármela hasta que hubiesen pasado veinticuatro horas.
-¡Ya está maldito!- grité mientras me encaraba con mi oculto enemigo cuando de improviso ese enorme consolador empezó a vibrar y a moverse dentro de mi coño.
La intensidad con la que mi cuerpo recibió esas indeseadas caricias me dejó paralizada y ni siquiera había llegado a la puerta cuando pegando un berrido me corrí por primera vez.
«¡Aguanta!», me rogué a mi misma mientras gateaba rumbo a la cama en la que había despertado,«¡ No le des el gusto de ver tu orgasmo!”.
Lentamente y con mi cuerpo presa de un placer desconocido por mí, fui arrastrándome hasta esa habitación mientras me mordía los labios intentando que de mi garganta no saliera un ruido que confirmara a ese cabrón lo que realmente estaba sucediendo en mi cuerpo.
«¡Ya falta poco! », pensé al cruzar la puerta y ver que apenas un metro me separaba de las sábanas en las que pensaba ocultar mi gozo de ese sujeto.
Esos pocos palmos de distancia me parecieron una montaña insalvable porque a cada movimiento de cualquier parte de mi cuerpo, mi cerebro recibía una sacudida de placer que me hacía parar durante muchos segundos hasta que me relajaba.
Tras un buen rato e innumerables orgasmos, al fin conseguí escalar ese colchón y usando la manta como escudo ante sus miradas, mordí la almohada y liberando la tensión que se iba acumulando clímax tras clímax,  sucumbí de placer mientras mi mente lloraba de vergüenza e ignominia.
Los espasmos y orgasmos siguieron llenando todo mi cuerpo hasta que sin darme cuenta me quedé profundamente dormida. Durante toda la noche tuve sueños muy extraños, sueños donde yo me encontraba en situaciones sexuales y que las sentía de forma real, producto de los efectos de aquella bebida que tomé.
A la mañana siguiente el vibrador que aún seguía dentro de mi comenzó a vibrar con todo su poder y eso me despertó de mi letargo, aun con algo de sueño trataba de sacármelo pero era imposible. Me tomó algunos minutos poner mis pensamientos en orden y comprender de nuevo la situación en la que me encontraba.
Me senté en la cama sintiendo mi interior vibrar y miré a una de las cámaras que había en mi habitación.
– ¡Ya deja de torturarme! – le grité y casi de forma inmediata dejé de sentir las vibraciones en mi conchita.
Me puse de pie y lo primero que hice fue entrar al baño, como no quería que me espiara, tapé con una toalla la cámaras que había en las paredes y de forma inmediata me saqué el asqueroso uniforme de colegiala que tenía puesto desde ayer. Ya desnuda, lo único que tenía puesto era ese maldito arnés. Observé mis piernas cubiertas de mis juguitos secos de anoche y pude notar que mi sexo estaba muy rojo y sensible.
Comencé a llorar en silencio hasta que me quedé un poco más tranquila y me tomé una ducha.
Después de salir del baño me sentía mejor y con más fuerzas, me envolví en una toalla y salí al cuarto. En la cama había un conjunto y una nota que decía:
“ Para hoy, usa esto”.
Miré el conjunto y decidí probarlo.  No era nada del otro mundo, era un camisón azul un poco transparente que dejaba ver un poco el brasier blanco que venía, unos short cortos que realzaban mis piernas y unas botas cafés.
« Maldito pervertido, al menos esta vez no me veré como colegiala».
En eso sonó la Ipad dejando un mensaje:
“Dirígete al comedor para desayunar “.
Me dirigí hacia el comedor y al parecer todo estaba como ayer, solo y bien acomodado, incluso el desorden que dejé ayer en la cocina estaba acomodado.
«Hay alguien en la casa», comprendí mientras todos los vellos de mis brazos se erizaban.
En la mesa había servida una charola con algunos huevos, pan tostado, jugo y un poco de tocino, al solo verlo mi estómago comenzó a gruñir pero como a mi captor le hacía gracia, tenía que darle algo para poder comer. Mire la tableta:
“Para poder  disfrutar de tu desayuno sácate el brasier”.
« ¡Desgraciado! », maldije pero no me importo sacármelo, ya que mi blusa me cubría un poco, al instante que me lo saqué, la bandeja se abrió y pude por fin disfrutar de mi desayuno.
Una vez terminado, me puse de nuevo el brasier y revise la Ipad:
“ Si quieres deshacerte de mí regalito de anoche, dirígete hacia el sótano”.
 « Y ahora, ¿Qué pretende?», pensé con desánimo.
Tras lo cual y durante quince minutos busqué la puerta del sótano hasta que la encontré. Con una mezcla de miedo y desesperación,  bajé por las escaleras. Iba por el segundo escalón cuando a mi espalda, la puerta  se cerró de golpe dejándome completamente a oscuras.
“Continua bajando”, decía la IPad y así lo hice.
El corazón me latía muy fuerte y estaba en alerta contante, de pronto llegué a una mesa iluminada por una lámpara y encima de ella había una caja con una jeringa de vidrio.
“Bueno preciosa, esta es tu sorpresa”, leí en la pantalla, “si quieres salir de aquí inyéctate el contenido de esa jeringa”.
Me quedé estupefacta con su petición. Aunque sabía que era su peculiar rata de laboratorio, la idea de inyectarme otro químico me enervó y a oscuras grité:
– De ninguna manera me voy a inyectar algo que tú me pidas.
Un ruido me hizo mirar el iPad:
“Sabía que dirías eso, así que si no haces lo que te digo mis amigos se van a divertir contigo”.
Nada más terminar de leer esa amenaza,  dos luces se prendieron detrás de mí. Al girarme descubría que tras de unas rejas había dos tipos altos y descuidados, con pinta de locos, que para colmo de males empezaron a piropear mis pechos mientras en sus bocas babeaban lujuria.
Fue entonces cuando la reja que los contenían se empezó a abrir lentamente. Los sujetos al advertir que en pocos segundos podrían cruzarla, comenzaron a golpear los barrotes mientras chillaban dando gracias a mi secuestrador por el bombón que les regalaba.
Desesperada, sabiendo  que iban a violarme si no hacía algo, grité:
– ¡¡¡Esta bien, tu ganas!!!-  y sin pensarlo dos veces, me inyecté todo el contenido de la jeringa en mi pierna.
“Demasiado tarde preciosa”, escribió ese maldito antes de apretar el botón que abrió de golpe esa reja.
Los dos tipos salieron disparados hacia mí. Al verlo, comencé a correr por la oscuridad, recordando los pasos por los que había llegado ahí y mientras lo hacía, el consolador que se encontraba dentro de mi comenzó a vibrar muy fuerte ocasionando que mis piernas flaquearan. Sin mirar atrás, me puse de pie y seguí corriendo, Subí las escaleras, sintiendo los gemidos de mis persecutores muy cerca de mí cuando de pronto algo me toma de mi tobillo y me hace caer.
Afortunadamente el terror me repartir patadas al aire, algunas de las cuales debió de acertar porque sentí que dieron en algo blando y de inmediato me soltó. En eso la puerta detrás de mí se abrió y salí de ese infierno inmediatamente.
“Te has librado por poco”, leí, “esto te enseñara a obedecer a la primera. Recuerda que soy tu dueño y mientras sigas mis indicaciones, nada malo te pasara“.
Tirada en el suelo del hall, lloré mi desgracia durante más de una hora, hasta que ya con mis lagrímales secos, empecé a sentir una comezón en mis pechos. Asustada me quité el sujetador sin importarme que ese voyeur me viera para descubrir que se me habían hinchado y que mis pezones estaban extrañamente erectos:
-¡Cerdo!, ¿Qué me he inyectado?- chillé enfrentándome a uno de las cámaras.
“No te preocupes, no es peligroso. ¡Solo es un estimulador usado para la producción de leche!”. No me costó comprender cuál era la fantasía que ese fetichista quería ver cumplida porque el mismo me lo dijo al escribir: “Tu tarea esta mañana es ser mi vaca lechera, si quieres comer tendrás que ordeñarte y rellenar un vaso para que yo me lo beba”. Tras lo cual me envió una serie de instrucciones que harían más llevadera esa láctea función.
«¡Maldito degenerado!», pensé al leer que si no quería sufrir dolor debería masajearme tanto los pechos como mis areolas durante horas  y que además podía acelerar  mi producción lechera por medio del placer: «¡Quiere que me masturbe para él».
Tontamente, creí que la fama de buenas amas de cría que tenían las mujeres de mi familia me evitaría sentir los rigores de esa estimulación y por eso en vez de hacerle caso, me puse a leer un libro tirada cómodamente en el sofá del salón.
A la media hora, me di cuenta del error que había cometido al sentir una  dolorosa punzada en mis senos. Mi captor debió observar eufórico como me doblaba en el suelo presa de una agonía sin par. Sabiendo que ese sufrimiento se aminoraría amasando mis tetitas, me quité ese incómodo camisón y usando mis manos comencé a darme un masaje.
-¡Dios! ¡Como duele!- exclamé descompuesta al sentir como si unas agujas se estuvieran clavando en mis más que abultados pechos.
Durante largos minutos, sufrí los embates de mi estupidez hasta que mi sufrimiento físico fue menguando gracias a la acción de mis dedos pero por contrapartida, el psicológico  se vio incrementado al advertir que contra mi voluntad mi sexo se estaba encharcando.
-¡No quiero!- grité en cuanto sentí los primeros síntomas de un cruel orgasmo.
Incapaz de parar de masajear mis pechos y de estirar de mis pezones al conocer el destino que de dejar de hacerlo sufriría, la calentura se fue incrementando en mi entrepierna a pasos agigantados. Sabiendo que no tardaría en correrme, me puse a pensar que razones tendría mi secuestrador para torturarme de esa forma y entonces comprendí que en su perversa mente, era un objeto de estudio y que tanto el arnés como esa inyección cumplía un propósito:
« ¡Quiere lavarme el cerebro a través del sexo! Con el arnés me indujo un placer mecánico, con esta inyección me está obligando a buscarlo con mis manos… ¡Me está preparando para que me entregue a él!”.
Ese descubrimiento lejos de aminorar la excitación que ya nublaba mi entendimiento, la incrementó y gimiendo de vergüenza, llevé una de mis manos a mi entrepierna y escarbando entre los labios de mi vulva, busqué mi clítoris con ardor. Nada más posar una de mis yemas en ese botón, todas las neuronas de mi cerebro explosionaron y pegando un berrido, me corrí.
-¡Te detesto!- llegué a gritar antes que con renovada pasión mis manos reanudaran los pellizcos sobre los sensibles pezones de mis tetas y la dulce tortura sobre mi sexo. Pronto la leche empezó a emanar de mis pechos y mis manos se empaparon del líquido blanco que producía.
“Eso es preciosa, mastúrbate para mi” – escuché que desde unos altavoces me decía mi captor.
Todavía no me había repuesto de oír su voz cuando me ordenó:
-Ahora, sé una buena cría y llena el recipiente de vidrio que está en la mesa con esa rica leche que produces.
Humillada escuché sus órdenes mientras el placer de los orgasmos invadía mi cuerpo por completo. Luchando contra las sensaciones que asolaban mi cuerpo, tomé el camisón y cubrí mis pechos mientras trataba de ponerme de pie. Cuando lo logré un fuerte espasmo seguido de un orgasmo intenso me hizo caer de rodillas.
-Mmmm…. Aaaahhhh…. Uuuummmm…. –gemí sin reprimirme por primera  vez y desconociendo que esos ruidos eran el inicio de mi claudicación.
Gateando conseguí llegar al sofá y allí di rienda suelta a mi calentura mientras mi secuestrador me azuzaba a masturbarme mientras seguía ordeñando mis pechos.  Uniendo un orgasmo con el siguiente la lujuria me dominó y por eso no caí en que el tipo que me mantenía cautiva allí se había presentado ante mí cuando me hizo entrega de un vaso donde depositar mi leche.
-Dame de beber- ordenó con tono duro.
Abducida y sin voluntad, rellené ese envase al tiempo que todo mi cuerpo colapsaba por el placer hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, todo el cuerpo lo sentía entumecido y no sabía que había pasado conmigo. El terror me paralizó al descubrir frente a mí al tipo observándome. Durante un minuto, reuní los pocos arrestos que me quedaban para preguntar:
-¿Qué quiere de mí?

 

Mi grito hizo gracia a mi captor que con una cruel sonrisa en sus labios contestó al tiempo que acercándose, hundía sus dedos en mi melena:
-Jajajaja, excelente pregunta, princesa.  Lo quiero todo de ti- y soltando una carcajada prosiguió diciendo: -Muñequita, quiero tu odio, quiero tu miedo, tu desesperación, tu placer y tu cuerpo.
La excitación que leí en sus ojos me aterró y más cuando al descubrir una gota de leche brotando de uno de mis pezones, se acercó y la recogió entre sus dedos para acto seguido llevársela a la boca.
Al ver el modo que se relamía saboreando el producto de mis pechos, sollocé aterrada más que por el miedo que ese tipo me producía, por el latigazo de placer que experimenté entre mis piernas.
-¡No me haga nada!- rogué tapando mis pechos con mis manos.
El siniestro sujeto sonrió y disfrutando de mi angustia, se sentó junto a mí mientras me decía:
-Eso no lo decides tú. Aunque no lo aceptes todavía eres mía y te usaré cuando y como me venga en gana.
No había todavía asimilado sus palabras cuando haciendo realidad su amenaza, me atrajo hacía él y retirando mis manos, se puso a admirar mi cuerpo sin importarle la vergüenza y el asco que se reflejaban en mi cara.
-Tienes unas tetas excelentes- susurró en mi oreja mientras me tocaba los pechos y jugaba con mis pezones sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Fue entonces cuando agarró el camisón que todavía llevaba puesto y lo bajó por mis hombros, dejándome totalmente desnuda. Indefensa y consciente que estaba en su poder, dos lagrimones recorriendo mis mejillas fueron el acicate que ese perverso necesitaba para sacando la lengua, comenzar a lascivamente lamer mi cara mientras yo tenía que refrenar las ganas de vomitar.
Obviando mi sufrimiento, me puso encima de sus rodillas. Tras lo cual se dedicó a satisfacer sus necesidades magreando mi trasero y restregando su miembro contra mi vulva mientras su boca se deslizaba por mi cuello.
-Por favor, ¡No me viole!- sollocé sabiendo que nada que dijera le iba a convencer.
Mis palabras lejos de hacerle apiadarse de mí, incrementaron el morbo que sentía y pegando un gemido, se apoderó de uno de mis pezones con su boca. Al notar sus labios mamando de mis pechos, experimenté una vergüenza doble, porque a la angustia de esa caricia forzada se sumaba la desesperación de sentir  que mi sexo se encharcaba.
Ajeno a lo que ocurría entre mis piernas, me obligó a ponerme a cuatro patas sobre el sofá y mientras sus yemas iban recorriendo todos los puntos sensibles de mi cuerpo, se desabrochó su pantalón y sacando su pene, se puso a juguetear con su glande en mi clítoris. Al descubrir la humedad de mi vulva, soltó una carcajada y pegándome un azote, el muy cerdo me preguntó:
-¿Qué prefieres que use antes? ¿Tu coño o tu culo?
Sabiendo que inevitablemente ese sujeto iba a violarme, creí que era menos humillante que me follara a que me sodomizara y por eso, reteniendo las ganas que tenía de arañar su cara, contesté:
-Mi coño.
Malignamente, mi captor soltó una carcajada y aprovechando que en esa posición tenía mi culo en pompa, cambió de objetivo y poniendo su glande en mi ojete de un golpe, me clavó todos sus centímetros en mi interior.
-Maldito- grité al sentir mi esfínter desgarrado.
El dolor que experimenté con ese maromo destrozando mis entrañas fue brutal y por eso intenté zafarme tirándome sobre el sofá pero el cabrón agarrándome de las caderas lo impidió. Os juro  que nunca en mi vida había sentido una invasión tan masiva. Era tanto mi sufrimiento que me costaba hasta respirar.
-¡Me duele!- grité paralizada por el martirio al que estaba siendo sometida cada vez que sentía su pene estrellándose una y otra vez contra mi culo.
El instrumento con el que me acuchillaba era tan enorme que cada vez que me forzaba el ojete pensaba que no era posible tanto dolor. Chillando con todas mis fuerzas imploré que dejara de sodomizarme pero cuanto más me quejaba mayor era la violencia de su asalto. Con cada estocada me faltaba el aire y solo cuando lo sacaba, mis pulmones podían respirar. No sé las veces que rogué que  cesara mi castigo, de lo único que soy consciente es que ese indeseable siguió con su falo castigando mi maltrecho ojete hasta que pegando un aullido me informó que se corría.
Al hacerlo, me mordió el hombro mientras su miembro explotaba dentro de mi culo. El copioso semen que se desparramaba por mi interior al menos sirvió como lubricante y por eso recibí con gozo cada una de sus explosiones. El desalmado malinterpretó mi suspiro y penetrando por última vez mi esfínter, se dejó caer a un lado mientras me decía:
-Esto solo ha sido un aperitivo. En cuanto me reponga, ¡Me harás una mamada!
Conociendo de antemano que siempre cumplía sus amenazas, lloré en silencio mi desgracia…..
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (32)” (POR ADRIANRELOAD)

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Pensé advertirle a Vane de las intenciones de Guille, pero no sabía cómo reaccionaría ella, me creería o no… de hacerlo podía acusarlo con su padre que no dudaría en mandar a darle una golpiza dejándolo mal, hasta invalido, si no es que lo mandaba desaparecer…

No creía exagerar, había escuchado historias de líderes de sindicato en sus empresas que terminaban en el hospital y alguna exageración de un tipo que lo tuvieron que armar como rompecabezas… no podía permitir que eso le pase a mi amigo… Entonces hice lo más decente que se me ocurrió…

– Alo Sra… Ud. es la abuela de Vane ¿verdad?…

Al otro lado de la línea telefónica, una anciana de voz dulce me respondía, uno no podría sospechar que tras esa delicada voz se escondía una persona de carácter…

– Si… soy abuela de Vane… ¿con quién hablo?…

– No me conoce… soy amigo de Vane…

Le conté que había visto a su nieta en un club, compartiendo una cabaña con un mestizo, que eso no se veía muy bien… apelando al racismo de la señora, que casi le da un infarto al saber que su nieta se juntaba con la chusma, más aun del que creían que su familia se hizo rica contrabandeando drogas.

Evidentemente exagere las cosas, le metí miedo a la señora, no era la mejor manera pero logre mi objetivo… al día siguiente llegarían los padres de Vane y quizás se la llevarían de vacaciones para alejarla de sus malas juntas o que se yo… el tema era que se la llevaran hasta que las aguas se calmaran…

Al menos así podría estar tranquilo… de esa manera creí haberle pagado el favor que le debía a Vane… pero solo que corte la cadena entre Vane y nosotros… pero formaría una nueva cadena entre Guille y yo, de alguna manera intuiría que intercedí para alejar a Vane de él, evitar su venganza y no me lo perdonaría fácilmente… pero aun así me arriesgaría a hacer lo correcto para evitar desatar más locuras…

Había que sumar también que Javier me la tenía jurada. También sabía que al enterarse Guille me llamaría o buscaría para ajustar cuentas… y fue más rápido de lo que creí que recibí una llamada…

– ¿Quién diablos te crees para meterte en mi vida?… me grito una voz ofendida.

– Hey… intento hacer lo correcto… le explique.

– Lo correcto para mí o para ti… ¿por qué me quieres alejar? ¿acaso sientes algo por mí?… repuso Vane apelando a su ego femenino.

Tuve que desarmar su castillo donde según Vane yo estaba enamorándome de ella y la quería alejar para que no interfiera con mi relación con Mili. Solo quedaba la verdad, era momento de dejar de esquivar cosas que al final se complicaba más todo, le conté que Guille supo lo del club y que lo tenía desquiciado, planificando cosas absurdas y peligrosas.

– Yo se cuidarme sola… me grito ella.

– Esto es diferente… lo has llevado al borde la locura… no reconozco a Guille.

– Está bien… dijo reflexionando ya algo asustada, tal vez entendió sus acciones generaron esto.

– Hasta que al fin entendiste… repuse aliviado.

– Solo te pido algo… me dijo compungida,

– Si claro… lo que sea… respondí, quizás quería que le dé un mensaje a Guille antes de irse.

– En realidad… aún me debes un favor… lo que quedamos en el club… me dijo maliciosa.

– ¿Es en serio?… replique atónito, uno preocupado por su integridad física y ella excitada tal vez por la situación o entendiendo que sus padres la alejarían mucho tiempo.

– Si quieres que me vaya para protegerme, solo te pido eso… sino me puedo escapar y evitar irme con mis padres, Guille me podría encontrar y terminaría mal… me dijo inocente la chantajista.

Diablos… esta chica es el demonio… me hacía responsable de lo que sucediera, si es que no cumplía con su deseo de romperle el culo una vez más y esparcir mi leche sobre su rosto como había visto que hacía con Mili… no sabía si ella estaba loca por pedírmelo o yo por negarme…

En ese momento pensé que si bien me había cogido 2 veces a Vane, había sido circunstancial y confuso… la primera vez ella me amarro y pensé que era Mili… la segunda vez medio ebrio entre a su habitación y la poseí nuevamente pensando que era Mili… nunca fue porque ambos quisiéramos, ella lo sabía y justamente deseaba eso… un encuentro consentido, sin confusiones ni errores…

– Bueno… esta… bien… replique resignado, mientras pensaba… A la mierd… no hay otra solución.

Quizás ese era el punto final que necesitaba todo esto… quizás esto debí hacer desde el inicio para evitarme todos estos líos… total sus padres se la llevarían a Europa posiblemente, tal vez hasta la cambiarían de universidad para evitar malas juntas o que recaiga en su gusto por los mestizos…

Así que tal vez sería la última vez que vea a Vane y si era para alejarla de mi relación con Mili, que me quedaba… sin más engaños, ni más revanchas podría continuar con Mili en paz… bueno, con Javier y con Guille queriéndome matar por meterme en sus asuntos… pero prefería eso al juego de Vane… me puedo liar a golpes con ellos, pero lo de Vane era psicológico y desgastante, no sabías con que te iba a salir, era como una guerra de guerrillas…

Puse mis condiciones: con esto quedaba saldado todo, no habría más venganzas, chantajes, tampoco amenazas de contarle las cosas a Mili o Guille para provocar otro encuentro intimo entre nosotros. A su vez ella me puso sus condiciones: debía ser esa noche porque al día siguiente llegaban sus padres, debía ir a recogerla a su casa porque tras lo que le conté a su abuela no la dejaría salir fácilmente.

Así lo hice, me aliste rápido y bueno, con la conciencia remordiéndome, llame a Mili pero me dijeron que dormía, al menos no me llamaría tras todas las cogidas y cansancio por lo sucedido en el club. Me puse mis mejores fachas y enrumbe a la casa de Vane sumido en mil pensamientos.

Su casa era una mansión, mucho más grande y mejor decorada que la de Guille, pero me mostré indiferente, si quería impresionar a la abuela, no podía andar con la boca abierta como turista. Converse con la señora, algo de su veneno racista soltó, pero tuve que disimular mi incomodidad.

Hasta que bajo Vane, sin dudas era una hermosa mujer, con poco maquillaje y no lo necesitaba para resaltar, un vestido negro ceñido, algo escotado y terminaba en una minifalda… aquí si me quede con la boca abierta… cosa que la abuela miro complacida de que su nieta fuera tan admirada.

Hubo una pequeña platica, para entrar en confianza, y que la señora sepa con quien dejaba a su nieta, más bien el que debía temer era yo… tras saber mis logros académicos, deportivos y laborales, la abuela le dio a entender a la nieta que chicos como yo deberían visitarla más a menudo.

Al final la abuela nos dejó ir, con toque de queda a medianoche, los padres de Vane llegaban de madrugada y debían encontrarla en cama. Salimos raudos en su auto, enrumbe a un hotel bonito donde había desvirgado a mi ex Viviana… pero al final no quise manchar ese recuerdo, y entre a otro cercano, más caro, supongo que Vane esperaba un detalle así para este supuesto encuentro consentido…

En realidad casi ni hablamos en el camino… ella quizás presa de la ansiedad, yo en mis pensamientos hacia Mili, Guille, Javier y hasta Vivi… en como todo había ido degenerando de mal en peor… tal vez mi ansiedad iba más por el lado de que las cosas terminaran esa noche de una vez por todas…

Al entrar y hacer la reserva, sude al pagar, para evitar estar acartonado y guardar apariencias en el hotel, intente ser cariñoso con Vane, que también estaba algo rígida… en el ascensor también intente abrazarla pero cuando no hay esa empatía y confianza, todo se siente forzado… atracción física había y era evidente… pero tras todo lo sucedido no había enamoramiento, sabíamos que íbamos a tener sexo…

– Y… ¿cómo lo quieres?… pregunte entre frio y nervioso, no me sentía de ánimo.

– Obviamente… con esa actitud… no… respondió decepcionada.

– Bueno… y ¿qué esperabas?… repuse abrumado, me sentía obligado.

Quizás Javier en esta situación ya estaría con el pantalón abajo y la verga en ristre… pero yo estaba aturdido por todo, por Vane y las locuras que nos llevó a esto… por Mili de la cual creía haberme enamorado… también por mi soldado, no sabía si con esta situación de estrés se pararía…

– Bueno… quizás solo debamos conversar… me dijo apenada.

Me puse mis mejores fachas, ella estaba muy sexy y deseable, pague el hotel más caro de mi vida… para conversar… bueno… al menos mi conciencia respecto a Mili estaría tranquila, pero mi bolsillo lloraba…

Comenzamos a conversar de tonteras de universidad, burlándonos de los profesores y de quienes nos caían mal. Para esto, Vane ya había descubierto el minibar de la habitación… empecé a sudar porque la cuenta engrosaría… afortunadamente dado su buen ánimo, ofreció pagar al menos eso… chica liberada.

Cuando entre en esa habitación pensé que tras un rato empezarían a escucharse gemidos… pero solo se oían risas salir de ahí… más aun animadas por las cervezas y botellitas de otros tragos que ingeríamos… hasta que… la puerta sonó abruptamente…

En ese instante la incipiente embriaguez se me disipo momentáneamente ¿Quién sería?… Vane ¿habría llamado otra vez a Javier a tomarnos fotos?… ¿nos habría seguido Guille haciéndole la guardia a Vane?…

– Servicio de cuarto… dijeron al otro lado de la puerta al ver que no abríamos la puerta.

Me pareció raro, no llamamos para pedir nada… al abrir efectivamente era un mozo del hotel que nos traía una botella de champagne. Nos contó que era una cortesía del hotel que venía incluida con la suite matrimonial… obviamente si te regalan algo, no pones objeciones…

Con la mezcla de tragos, entre botellas de cerveza, botellitas de ron, vodka, etc… aunado ahora con el champagne todo se hacía un chiste, cualquier cosa era risible, llegue a pensar que nos votarían por el ruido que hacíamos. Nos dio ganas hasta de cantar y pusimos un canal musical.

Con los cantos desafinados, en los dúos, sin querer nos fuimos pegando, en los coros estábamos mejilla con mejilla, en los solos bailábamos casi como baladas… hasta que entre juego y juego hubo más frotación, miradas, amagues de besos… en lo poco que me quedaba de conciencia, decidí cambiar de canal, mucha música romántica no era buena idea…

Más bien Vane entre juegos me disputaba el control, lo que termino por hacer que apretemos varios botones y canales, hasta que el control salió volando y se detuvo en un canal pornográfico…

Ambos nos miramos seriamente y luego nos reímos de las imágenes… luego nos quedamos mirando la pantalla, era sexo duro, sexo fuerte, un chico jaloneando y penetrando brutalmente una chica, por donde él quisiera y ella loca de la excitación se dejaba manipular y maltratar, hasta pedía más.

– Eso… eso quiero que me hagas… me dijo Vane tras un silencio algo incómodo.

De repente en su embriaguez, le excitaron esas imágenes, que debo confesar que a mi también… y no me dio tiempo de protestar tampoco… si ya estábamos cerca, solo opto por empinarse y jalar mi cuello hacia ella y brindarme un jugoso beso con lengua…

Mientras yo intentaba reaccionar a esta avalancha, ella ya tenía su mano en mi verga, pajeandola y a decir verdad no necesito mucho, con las imágenes y su reacción… ya la tenía dura y algo goteante de líquidos… sentí una risita de felicidad entre sus jadeos y besos…

No le dije nada… ella sola, bruscamente se arrodillo y jaloneando mi verga del pantalón para que salga, se la termino metiendo en la boca… excitada, casi no respiraba por meterse todo en la boca…

– Te vas a ahogar… uy carajo… mierd… exclame sintiendo que hacían efecto sus caricias.

Ella nuevamente sonrió mirándome de abajo… y deteniendo un poco sus maniobras para contemplarme… yo con un atisbo de culpabilidad, no quería ver su rostro en el lugar que le pertenecía a Mili… así que hice lo más decente que pude…

La tome de los cabellos a ambos lados de su rostro y la obligue a mamármela con más vehemencia, ya no me importaba si se ahogaba o no… no vería su rostro manipulador… total, quería sexo fuerte… quería ser sometida, me desquitaría todas las que me hizo pasar esta pendeja…

Una vez que sentí que era suficiente, nuevamente la jalonee de los cabellos y la lleve al sillón frente a la televisión… la recosté a la mala, boca abajo contra uno de los brazos del sofá… con una mano apresaba sus dos muñecas en su espalda y con la otra, a la mala le subí la mini negra e hice a un lado su diminuta tanga negra…

– Ohhh… si al finnn… gemía ella previendo que se venía la clavada que tanto ansiaba, sus piernas temblaban.

Casi por instinto quería hacerla sufrir, que espere, me di maña para quitarme el pantalón, y deje mi ropa interior a la mano… mire su blanco y enorme trasero, bien formado, atlético…

– A la mierd… todo… que esto termine aquí… dije enloquecido de excitación y deseo de venganza…

– Oh mi god… exclamo Vane temblando, preparándose para recibirme…

No quería oír sus absurdos gemidos en inglés, suficiente tenía con tirármela y bloquear el recuerdo de Mili… así que le metí mi bóxer en su boca, para no escucharla… cosa que al parecer la excito más… la sumisión era completa….

Sin miramiento y para no arrepentirme o pensarlo mucho, solo opte por clavarle mi verga por el ano, viendo que tenía momentos de contracción por la excitación, seguidos de relajamiento, aproveche uno de esos paréntesis de soltura y sin dejar de sujetar con una mano sus brazos y muñecas en su espalda, con la otra mano a la mala intente abrir su ano…

Tuvo una contracción de espalda, adivinando que se la metería por el ano, quizás esperaba que fuera más gentil y empezara por su vagina súper mojada… pero no… un palmazo y dejo de forcejar y en esa relajación, en esos segundos… le clave unos centímetros de mi verga en un su poco lubricado anillo…

Comenzó a patalear, vi su rostro enrojecido y lagrimeante, por momentos sus ojos salían de sus orbitas solo dejando un color blanco mientras ahogaba sus gritos y quejas en mi ropa interior en su boca…

– ¿Esto querías no?… ahora lo vas a tener… le increpe, febril…

Deje que mi propio peso fuera haciendo su trabajo, y fui ingresando bruscamente mi verga en su ano… por momentos contraía los glúteos, pero cuando se dio cuenta que era en vano… solo los intento relajar y dejarme entrar… sentía mi verga adolorida por el forcejeo… pero igual, continúe, quería castigar a esa perra caprichosa, insidiosa, manipuladora… etc…

Era incomodo sujetar sus brazos y penetrarla, así que en un descuido, le solté las manos y solo me apoye en su cintura para evitar que escape, mientras la estampaba contra el mueble… Vane en vez de forcejar, solo opto por aferrarse al respaldar del mueble y arañarlo mientras soportaba mis embestidas…

– Uggg…. Uhmmm… ouuu… oía sus gemidos ahogados entre su garganta mi ropa interior.

Estaba enrojecido su rostro, igual que sus nalgas que eran golpeadas por mi ingle, igual que su ano al rojo vivo por la fuerte fricción… esa posición me estaba cansando, el equilibrio era difícil… así que decidí aplicar lo que vi en el video.

Sin sacarle mi verga metida a fondo, procure ponerme de lado, poniendo una pierna entre las suyas y al lado del mueble, mientras mi otra pierna buscaba que apoyarse en la parte alta del mueble… en esta maniobra nuevamente sus ojos se tornaron blancos… le estaba entornillando mi verga en su hasta hace poco virgen ano…

– Ouuu… uhmmm…. Se quejaba Vane pero me daba igual.

– Cállate perra… le espete dándole otro palmazo en sus musculosas y blancas nalgas.

Al hacer esto, mi pierna apoyada en el mueble trastabillo un poco y termine pisándole la cabeza, y a mi parecer, en esta posición, tenía mejor equilibrio, así que no me moví, más bien comencé a moverme nuevamente… clavándola sin piedad…

Ante mi sorpresa, en esos minutos que ella tuvo las manos libres, nunca se quitó mi ropa interior de la boca, creo que esa sensación de ahogarse, o el olor de mi intimidad le gustaban… más bien uso sus manos de otra manera, viéndome febril y sabiendo que no cedería al castigo que le daba… Vane opto por usar sus manos para abrirse las nalgas…

Le estaban dando la paliza anal de su vida, solo le quedo no oponerse, más bien entendió que debía facilitarme las cosas… ahora más bien entre jadeo y jadeo se le iba saliendo mi bóxer de la boca…

– ¿qué me haces?… uhmmmm…. gimió mientras sentía mi verga doblada empalándola y mi pie sometiendo su cabeza.

Yo ya estaba me ido, en sus quejidos oía dolor y mezclado con algo de placer… y yo no quería que Vane lo disfrutara… quería hacerla sufrir, padecer, por todo lo que nos hizo… así que le saque mi verga, la tome nuevamente del cabello, ella deshecha en lágrimas y sudor me seguía como una zombi… la empuje contra un espejo…

– Uhmmm… ¿Qué?… se quejó sorprendida, casi rebotando frente al espejo.

Por suerte puso sus manos que evitaron un impacto mayor, con la violencia del jaloneo, fácil pudo romper el espejo… en ese momento no lo pensé mucho, solo la empale nuevamente contra el frio vidrio… haciendo nuevamente una mueca de dolor, esta vez contrajo la espalda…

– Ouuu… Ahhh… nuevamente sus ojos fuera de órbita y un lagrimeo.

Con la vehemencia de mis embistes contra sus bien formadas y ahora rojas nalgas… sus senos iban rebotando, mientras su ceñido vestido de a pocos se fue deslizando… dejando a la vista el encaje de su delicado y translucido brasier… el cual jalonee dejando sus pezones al aire y sus senos a medio salir…

Con sus senos rebotando, sus manos contra el espejo y mis manos en su cintura, apresando sus gordas nalgas, su ropa interior jaloneada a un lado para permitirme someterla… por la manera en que la trataba, si alguien se quejaba por el ruido y entraban… cualquiera pensaría que era una violación…

– Ayyy… Ahhh… más despaciooo… ouuu… se quejaba ella entre jadeos.

Peor aún no le hice caso a sus suplicas, se la enterré violentamente hasta la raíz, casi estampándola contra el espejo… nuevamente contrajo la columna, sus senos se hincharon conteniendo el aire y soportando esa brutal incursión… contrajo el cuello y la cabeza hacia atrás… dejándome sus cabellos a disposición… la tome de un mechón hacia atrás… para poner su oído cerca de mi boca…

– ¿Querías esto no? Ahora te aguantas por pendeja… le susurre sin dejar de embestirla.

Por primera vez desde que estaba frente al espejo, Vane abrió tímidamente los ojos al inicio, antes había soportado todo el castigo con los ojos entrecerrados, como disfrutando… ahora más bien tenía una expresión de sorpresa… al ver su imagen como el de una ramera… si, aquella niña rica siendo tratada como una vulgar prostituta callejera, siendo violada frente a un espejo…

Con el maquillaje corrido, el rostro colorado y gotas de llanto y sudor corriendo por su delicado rostro, su fina ropa interior casi deshecha, su vestido ceñido levantado en los muslos dejando su pubis a medio ver por su tanga jaloneada, sus rosados pezones apuntando al espejo mientras sus senos apenas eran contenidos por un maltrecho brasier y el vestido escotado que ya no escondía nada…

Sus bien formados senos rebotando a mi cruel ritmo, sus nalgas enrojecidas por el golpeteo contra mi ingle… mientras detrás suyo estaba yo, también colorado de la excitación, con una expresión entre morbosa y vehemente, tomándola del cabello con una mano y manteniendo su columna arqueada con la otra mano en su cintura… cabalgándola…

– ¿Soy una puta?… se preguntó entre absorta y excitada aquella niña caprichosa, viendo como sus senos vibraban hasta casi tocar el espejo…

– Nooo… eres una perraaa… le brame enfurecido.

Nuevamente la jalonee… esta vez para ponerla de lado, apoyo las manos contra el armario al lado del espejo… quería mostrarle como la poseía como a una perra, no era un acto de cariño o amor, era un acto salvaje de venganza, mezclado con morbo y placer… era un castigo…

Esta vez perdiendo toda timidez, en vez de quedarse mirando el mueble, nuevamente su mirada se fijó en el espejo… contemplando su silueta abultada en su pecho y trasero, delgado en su cintura… el vestido negro era casi una faja en su cintura, sus abultadas y firmes nalgas vibraban con mi golpeteo continuo, sus senos esta vez libres saltando con cada embestida….

La jalonee un poco más hasta poner de lado su trasero, que veas sus pulposos y blancos glúteos marcados y enrojecidos por tanto golpeteo con mi ingle… para que viera el reflejo de mi verga martillando su rosado ano… más bien ahora rojo y algo húmedo…

– Ayyy Danyyy… ¡me rompiste el culo!… ouuu… exclamo al ver un hilo de sangre salir de su arrugado anillo.

– Así se trata a las perras chantajistas como tú… le increpe febril…

Desde su posición volteo el rostro para verme llorosa y quejosa… creo q esa imagen en vez de inhibirme, me excito más… mientras ella volvía el rostro contra el mueble, al parecer sollozando por su culo reventado… por un segundo sentí lastima, la estaba tratando como a una cualquiera…

En un momento Vane volteo al espejo, los ojos cerrados, el rostro enrojecido y con lágrimas, el maquillaje corrido… resoplando y resistiendo… y luego comenzó a sonreír gustosa… y a pesar de los jaloneos en su cabellos, los palmazos en sus nalgas… ella comenzó a culearme, se unió a mi ritmo…

– ¿Ves?… te dije que me lo harías… uhmmm…. me dijo medio sarcástica, contrayéndose por lo que parecía un vibrante orgasmo.

Tras un breve sollozo o actuación para enardecerme más, Vane más bien parecía disfrutarlo… parecía haberme incentivado para castigarla más… con ella no podía ganar… a mayor maltrato, mayor gozo de su parte… en ese instante de flaqueo de ánimo, flaqueo mi sensibilidad también… Después de todo la imagen que me ofrecía Vane, que era hermosa, más aun sometida como una prostituta de lujo…

– Mierd… se me viene… dije por instinto, acostumbraba advertir a Mili, mierd… Mili… pensé, pero ya estaba hecho todo.

– Nooo… la quiero en mi boca… me reclamo.

Se liberó rápidamente y se arrodillo… yo sin querer le di tiempo, como un tonto ahorque mi verga para que no salga la leche, pensando que si no salían mis líquidos no había infidelidad… pero tonto al fin, era inevitable, iba explotar mi verga si seguía apretándola… solo me quedo liberar mi verga y mi leche salió hirviendo a borbotones…

Mientras Vane soporto un torrente de leche en su cara, abriendo la boca, tragando lo más que pudo… tras el salpicón inicial que derramo líquidos en sus mejillas y hasta parpados, resbalando por sus senos… luego apreso con un mano mi verga, que parecía una manguera de bomberos desbocada, una vez que la tuvo bajo su control, se dedicó a succionar las ráfagas de semen tibio que mi pene escupía…

– Asuuu… tantooo… se quejó sorprendida, casi ahogándose.

En un último arrebato de ira, a pesar del cansancio, nuevamente tome del cabello a Vane y la obligue a tragarse mi verga… en realidad algo de culpabilidad empezaba a invadirme y no quería ver su rostro… ella más bien obediente, no opuso resistencia y se dejó llevar por el maltrato que le había impuesto.

Más bien, cuando agarro ritmo, se dio maña para respirar entre mi verga y el poco espacio que le dejaba para maniobrar a su cabeza hacia atrás… y en realidad con su lengüeteo y succión logro exprimirme unos chorros más, creí que me estaba orinando… eso si no lo aguanto y forcejeo para liberarse, yo no la retuve más debido a mi cansancio…

– Cofff…. Cofff… ayyy… exclamo medio ahogada, desparramando líquidos.

Cuando pudo respirar, nuevamente se aboco a limpiar mi verga… esta vez solo atine a acariciar su cabeza, después de todo… había soportado todas las vejaciones que le hice, el peor maltrato… en un momento me desconocí porque no recordaba haber tratado tan bruscamente ni siquiera a Mili que me sacó de quicio un par de veces….

Vane me miro gustosa desde su posición arrodillada… estaba exhausto, respirando apenas… colorado y sudoroso… no quise verla… solo sentí un mareo y parecía que solo me sostenía la mano de vane agarrando mi verga y sus labios limpiando los líquidos de la cabecita de mi pene… una vez q los soltó… yo me caí a un lado, apoyándome en el piso y un lado de la cama que nunca usamos…

Ella hizo un gesto de querer ayudarme al verme desvanecerme, pero luego se tapó la boca, creo que sintió los líquidos en su cuerpo y comenzó a observar sus blanquecinos senos manchados por mis restos de semen que se le habían escapado.

Mira absorta todo lo embarrada que estaba, casi feliz… comenzó a recoger con sus dedos los líquidos que se le escaparon, y casi por instinto se los fue llevando a la boca… tragando al principio y luego saboreando… era como una especie de limpieza al estilo de los gatos…

– ¿Así sabia esto?… uhmmm… decía Vane curiosa.

A mí solo me quedaba mirar embobado como esa niña caprichosa se tragaba mis líquidos, Vane finalmente se había salido con la suya y a costa mía… Por momentos tenia flashes de Mili en mi cabeza, procuraba bloquearlos, estaba adolorido y cansado, casi agarrotado y me sentía derrotado, sin ganas de moverme… parecía que el ultrajado había sido yo…

Tras ese shock, tuvimos que acicalarnos e irnos, si hubiera sido Mili me hubiera exprimido un par de veces más en la ducha y donde pudiera, pensé… pero con Vane, no quería más… yo estaba como zombi mientras Vane feliz se portaba cariñosa conmigo… la deje en su casa, suerte q su vestido no se manchó y que su abuela no hizo preguntas confiada en que era un “buen chico”…

Ese día los padres de Vane llegaron y se la llevaron de viaje… creyeron que la dejaron sola mucho tiempo y que por llamar la atención se había hecho de malas juntas… la alejaron de la ciudad y de la ira furibunda de Guille… al menos la aleje del peligro y corte la cadena de revanchas… pero…

– Guille me conto todo… escuche la indignada voz de Mili al teléfono.

– Por la put… madr… suspire.

Continuara…

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Relato erótico: “La cazadora VI” (POR XELLA)

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Ding Dong.   

 

Sin títuloLlegaba tarde. Había quedado en llegar hacía una hora. A Alicia no le gustaba que nadie la hiciese esperar. Mandó rauda a la asistenta para que abriese la puerta e hiciera pasar a su instructora, esperaba que tuviese una buena excusa para llegar tarde.   

 

La asistenta entró a la sala de estar y, haciendo una ligera reverencia presentó a su acompañante.   

 

– La señorita Diana Querol ha llegado, señora.   

 

– Esta bien, Lissy, puedes retirarte.   

 

Lissy era una jovencita de color que habían contratado hacía poco tiempo. Se ocupaba de todas las tareas de la casa, limpiar, comprar, hacer la comida… No le pagaban mucho, pero le daban un techo donde dormir y eso le bastaba. Durante su jornada tenía que llevar un uniforme de criada francesa y, durante su tiempo libre, pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, lejos de cualquier represalia de su jefa.   

 

La asistenta obedeció, dejándolas a solas. No tenía ganas de ver como su señora echaba la bronca a aquella mujer. Cuando se enfadaba daba bastante miedo…   

 

Alicia observó detenidamente a la que iba a ser su profesora de tenis. Tenia una figura espectacular, definida seguramente gracias a su trabajo como entrenadora personal. El pelo negro estaba recogido en una coleta y unos preciosos y profundos ojos verdes llamaban la atención más que cualquier otra parte del cuerpo. Iba ataviada con un uniforme perfecto para el tenis, faldita plisada y cortita, un ligero top blanco, muñequeras y una banda para sujetarse el pelo. Llevaba una bolsa de deporte donde presumiblemente estaría la raqueta.   

 

– ¿Tiene alguna razón para justificar su tardanza? – La espetó sin miramientos.   

 

– Ninguna.   

 

Alicia no se esperaba una respuesta tan seca y directa. No intentaba excusarse y eso la desconcertó.   

 

– Entonces, ¿Esto va a ser la tónica general? ¿Piensa llegar así de tarde todos los días? Por que no pienso admitirlo.   

 

– ¿Quiere que la enseñe a jugar al tenis? ¿O prefiere estar toda la mañana de cháchara?   

 

“¿Cómo? ¿Cómo se atreve a hablarme así?” Pensaba Alicia. Estaba acostumbrada a quedar por encima de la gente, no iba a permitir que aquella mujer que acababa de conocer la insultase de aquella manera.   

 

Pero… Antes de pensar ninguna respuesta, estaba cogiendo los utensilios y dirigiéndose a la nueva pista de tenis que habían construido en el jardín de atrás.   

 

“Bueno, al final del día le dejaré las cosas claras” Se decía.   

 

– ¿Qué nivel diría que tiene? – Comentó Diana. – Podemos empezar con un peloteo suave, para ver como se desenvuelve.   

 

Alicia, aunque la pista fuese nueva, llevaba tiempo jugando al tenis y solo quería una entrenadora para pulir su técnica. Quería sorprender a aquella mujer tan engreída, que pensaría que no sabría ni darle a la pelota.   

 

– De acuerdo, a ver que tal me manejo. – Dijo con una falsa sonrisa.   

 

Saco con toda la fuerza que podía, y Diana restó con facilidad. Alicia devolvió la bola, comenzando una larga serie de idas y venidas.   

 

Alicia se estaba exasperando. Diana le estaba mandando bolas fáciles, todas de tal manera que pudiese devolverlas bien. Tenia todo el tiempo del mundo para pensar sus golpes, la hacia cruzar la pista de un lado a otro, la hacia subir a la red para intentar colarse alguna volea,  pero Diana siempre iba un paso por delante. Parecía que sabía exactamente lo que iba a hacer a continuación, como si leyese su mente.   

 

La última bola se le escapó a Alicia por puro agotamiento.   

 

– ¡Lissy! – Gritó.   

 

La asistenta acudió servil.   

 

– Traemos algo fresco de beber.   

 

– Veo que se maneja bien con la raqueta. – Comentó Diana mientras tomaban la bebida. – Ahora acabaremos con el peloteo y jugaremos un pequeño partido.   

 

Alicia la miraba con odio, ¡Ni siquiera había estado jugando en serio! ¿Cómo podía ser tan engreída? Era tan… tan… ¿guapa? Desechó esa idea de su mente, era una zorra, eso es lo que era. Volvieron a coger las raquetas y se colocaron en sus puestos. Alicia no tuvo ninguna opción, Diana era abrumadoramente superior. Además, estaba comenzando a fijarse en sus movimientos, en como la falda se levantaba levemente cada vez que hacía un cambio de dirección. En como sus pechos se bamboleaban al compás de sus carreras y sus giros.   

 

“¿Qué me esta pasando?” Se preguntaba.   

 

Lissy observaba desde el lateral de la pista como aquella mujer apalizaba a su señora y sentía una punzada de satisfacción en la humillación que la estaba dando.   

 

– ¡Basta! – Gritó entonces Alicia. – No puedo más, necesito un descanso.   

 

– Esta bien, ¿Por qué no nos sentamos y charlamos un poco?   

 

– Me parece bien. – Dijo la señora de la casa, señalando una pequeña mesita en el jardín.   

 

Alicia intentaba recuperar el aliento mientras Diana, en silencio, la observaba. Ese hecho la hacia sentirse incómoda, le daba la impresión de que aquellos ojos podían ver a través de ella… eran tan verdes… tan vívidos… No podía apartar la mirada de ellos. Su respiración, en vez de calmarse con el descanso, comenzó a acelerarse.   

 

– ¿Vive usted sola? – Preguntó Diana.   

 

– No, vivo con mi pareja.   

 

– Qué está, ¿trabajando? Debe tener un buen trabajo para mantener una casa como esta.   

 

– No… Esta… En el gimnasio… – ¿Qué le importaba a esa mujer? ¿Porque se lo contaba?   

 

– ¿Y como pueden mantener esto?   

 

Ya está. Acabaría la conversación ahora mismo, aquella mujer estaba metiéndose donde no la llamaban.   

 

– Mi ex marido. Me dejo una buena pensión.   

 

– Aaaaa pues vaya imbécil, ¿No? Pagando una casa para que su mujer se tire a otro.   

 

Alicia sonrió, pero una extraña sensación de odio le llegó desde su instructora, una sensación que le heló la sangre… Se sentía oprimida, los ojos de aquella mujer la escrutaban, notaba que penetraban en cada rincón de su mente. Se sentía expuesta, abierta como un libro ante ella. Estaba completamente paralizada, con la boca entreabierta, quería contestarla pero las palabras no acudían a su boca. 

 

– ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? – Preguntaba DIana. 

 

– S-Si, es sólo que… – ¿Qué? ¿Que iba a decirle? ¿Que la intimidaba? 

 

Alicia se sorprendió a si misma con la mirada fija en el pecho de la mujer. El sudor del ejercicio hacía que la camiseta se le pegara al cuerpo. Se le notaban los pezones a través de ella. Intentó apartar la mirada pero no podía, era hipnotizante ver como se transparentaban aquellas aureolas a través de la tela. No sabía que le pasaba. Es verdad que alguna vez había fantaseado con otra mujer, pero nunca había pasado de ser eso, una fantasía. Pero ahora, aquella mujer… 

 

Se estaba calentando. Comenzó a frotar sus muslos, intentando aplacar esa sensación, pero era inútil. Se levantó de golpe. 

 

– A-Ahora vuelvo. – Y sin más se dirigió al cuarto de baño a mojarse la cara. 

 

Entro apresuradamente y cerró la puerta. Abrió el grifo y se empapó la cara con el agua helada que caía de él.  

 

“¿Qué cojones me pasa? Parezco una quinceañera…” Pensaba. Pero seguía teniendo el cuerpo inflamado. Notaba como sus pezones endurecidos rozaban la tela del polo que llevaba. En su mente resonaban los eróticos gemidos que soltaba Diana cada vez que devolvía una pelota.  

 

Llevó una mano debajo de su falda y, efectivamente, notó la abundante humedad de su entrepierna. El roce de sus dedos la hizo estremecer, comenzó a frotarse lentamente. La imagen de su profesora de tenis venia a su cabeza una y otra vez, su cuerpo perfecto, sus preciosos ojos… ¿Qué le estaba pasando? No podía controlarse… Se reclino sobre el lavabo mientras se masturbaba, su cara estaba a centímetros del espejo que le devolvía la imagen de una cara desencajada de placer. Comenzó a jadear. Su mente se inundaba de pensamientos obscenos con Diana. Se veía de rodillas ante ella, apartando aquella minúscula faldita y descubriendo un hermoso pubis depilado. Notaba el aroma de su sexo y eso la excitaba más todavía, parecía que realmente lo tenia delante. Su masturbacion se tornó vigorosa y desenfrenada, no quería ni podía parar. En su mente, su lengua recorría el color de Diana de arriba a abajo, no dejaba un rincón sin explorar.  

 

– Señora, ¿Se encuentra bien?  

 

La voz de Lissy la sobresaltó.  

 

– ¡S-Sí! – Respondió azoradamente, dejando escapar un pequeño gallo debido a la excitacion. – E-Enseguida salgo.  

 

No estaba dispuesta a quedarse a medias pero, cuando volvió a su tarea, la imagen en su cabeza cambió. Ya no era Diana la destinataria de sus atenciones. Era Lissy. Estaba desnuda frente a ella, de espaldas y algo inclinada hacia delante. Con las manos se separaba las nalgas, dándola pleno acceso a su zona íntima. Alicia recorría su entrepierna con avidez, sin dejar un rincón sin lamer, desde su pequeño botoncito hasta su rosado agujero trasero. Extrañamente eso la excitaba un montón, cuando nunca antes le había atraído llevar su lengua a aquella zona del cuerpo. Lo más raro de todo es que era ella la que, de rodillas en el suelo, llevaba puesto el uniforme de asistenta…  

 

Esa última visión, la hizo llegar a un intenso orgasmo. Se quedó tendida sobre el lavabo unos instantes, cogiendo aire, se lavó la cara de nuevo, recompuso su ropa y salió del servicio, acalorada todavía.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Lissy la esperaba en la puerta del baño.  

 

– Sí. ¿No tienes otra cosa que hacer? – La reprendió, más por vergüenza que por otra razón. No podía ni mirarla a la cara, por que recordaba lo que había sucedido en su mente…  

 

Cuando salió al jardín, pudo ver como Sebas, su pareja, había llegado y estaba hablando con Diana.  

 

– Hola. – Saludó Alicia. – Qué pronto has llegado.  

 

Diana la miró fijamente, sonriendo, lo que hizo que Alicia se sonrojara y apartara la mirada.  

 

“Lo sabe” Pensó. “No se cómo pero sabe lo que acabo de hacer” Era imposible, pero tenia la extraña sensación de que era verdad.  

 

– Sí, he acabado pronto los ejercicios. Estaba presentándome a nuestra nueva instructora de tenis. Diana, ¿Verdad?  

 

– Correcto. – Contestó la mujer, con una agradable sonrisa.  

 

– ¿Por qué no se queda a comer y nos conocemos algo mejor? – Dijo el hombre.  

 

Alicia sintió una sensación extraña. Mezcla de celos y odio por un lado, y de alivio y deseo por otro. No aguantaba a esa mujer, pero era agradable tenerla cerca.  

 

– Oh no, no quiero molestar…  

 

– No es molestia mujer, a Lissy no le cuesta nada…  

 

Alicia se imaginó a si misma con el uniforme de la criada, haciendo la comida y volvió a excitarse.  

 

– Además, no llevo ropa apropiada…  

 

– No pasa nada, es una comida informal. Si quieres Alicia te enseña donde te puedes dar una ducha y así te quedarás como nueva.  

 

– Bueno, si insiste tanto… Me quedaré.  

 

– Estupendo, Alicia ¿La acompañas?  

 

Alicia salió de su ensimismamiento, y saco de su cabeza las escenas de Diana en la ducha que se habían generado en un momento.  

 

– S-Sí, por supuesto.  

 

La llevó al baño de su cuarto, y espero sentada en la cama, luchando por que el pensamiento de esa escultural mujer duchandose en su baño, frotándose desnuda no la obligase a masturbarse de nuevo.  

 

———– 

 

Diana estaba contenta. Disfrutaba de los chorros de agua caliente resbalando por su piel,  del aromático jabón que aplicaba suavemente por su cuerpo y, sobre todo, disfrutaba del trabajo que estaba haciendo con la zorra de su ex mujer. Desde que ocurrió el cambio, había aprendido a disfrutar de una buena ducha o de un buen baño, era tan relajante… La ayudaba a pensar. Y sus pensamientos estaban centrados en el devenir de los habitantes de aquella casa tras la comida.  

 

——– 

 

La vio salir envuelta en la pequeña toalla que la había prestado y se quedó sin habla.  

 

– No te importa, ¿Verdad? – Dijo Diana mientras se despojaba de la toalla.  

 

– N-No… – Pudo balbucear Alicia, observando con deseo la suave piel de su instructora.  

 

Diana se puso un diminuto tanga, unas mallas de ciclista negras y un top rosa. El pelo se lo dejó suelto, para que se secase mejor. Alicia todavía no había podido apartar la mirada de su cuerpo, estaba ensimismada en su belleza.  

 

– ¿Qué pasa? – Preguntó la entrenadora.  

 

Alicia no contestaba. Sus ojos estaban fijos en los pechos de Diana,  no se había puesto sujetador.  

 

– ¿Te gusta lo que ves? – Se acercó a ella. Acarició a la mujer lentamente, lo que hizo que se estremeciera. Le plantó un beso en la boca, metiendole la lengua de tal manera que Alicia no tardó en contestar con la suya. –  Tenemos que bajar a comer. – La recordó, separándose de ella. Metió los dedos debajo de su falda buscando su empapada rajita, después, se llevó éstos a su boca, saboreando el flujo de Alicia.  

 

– Ya te puedes duchar tú. – Le dijo a la señora de la casa.

 

Cuando acabó, fueron al comedor donde la mesa ya estaba preparada. Alicia iba con la mirada en el suelo, cachonda y avergonzada.  

 

Diana se sentó presidiendo la mesa.  

 

– Espero que te guste lo que ha preparado Lissy.  – Dijo Sebas.  

 

– Seguro que está para chuparse los dedos. – Replicó la mujer, mirando directamente a Alicia.  

 

Durante la comida, la señora de la casa se estremecía cada vez que Lissy pasaba por su lado. La fantasía que había tenido en el baño copaba su mente y la turbaba. Pasó toda la cena sonrojada y caliente, hecho que no pasó desapercibido a la asistenta.  

 

Mientras tanto, Sebas no paraba de tirarle los tejos a Diana.  

 

– ¿Trabajas muchas horas al día? Para mantener ese cuerpazo debes hacer mucho ejercicio.  

 

– Tengo varios clientes, pero suelen ser horarios variables.  

 

– Uff, que hambre tengo, hoy el gimnasio me ha dejado exhausto… – Dijo Sebas, mostrando descuidadamente sus bíceps. – Lissy, ¿Puedes traer otro plato de esto?  

 

– Enseguida. – Contestó la asistenta. Y salió directa a la cocina.  

 

Cuando iba a salir de la cocina, se encontró de sopetón con la señora de la casa tras ella y del susto se le cayeron los cubiertos.  

 

– Disculpa. – Dijo Alicia. – Yo sólo…  

 

– No se preocupe, ya lo recojo yo. – Lissy dejó el plato sobre la mesa y se agachó a recoger los cubiertos. Había visto como la miraba la señora y, no sabia por qué, pero le daba bastante morbo la situación. Estaba siendo un día un poco extraño, para empezar, su jefa nunca se había disculpado con ella por nada…  

 

Se agachó doblando su cuerpo, sin doblar las rodillas. Su uniforme era lo suficientemente corto para que en esa posición se viese el final de las medias y el inicio de su culo.  

 

Se sobresaltó cuando notó como una mano se posaba en sus nalgas, aunque no podía negar que lo estaba esperando.  

 

– ¿Qué cree que está haciendo? – Dijo, incorporándose y dando una sonora bofetada a su señora.  

 

– Yo… Yo…  

 

Alicia no se lo podía creer, ¿Qué le estaba pasando? Vio su culo allí, expuesto y no pudo resistirse…  

 

– ¿Cómo se atreve a tocarme el culo?  

 

Lissy estaba furiosa, no iba a permitir ese comportamiento. Su señora llevaba extraña todo el día, pero esto era la gota que colmaba el vaso. Algo en su cabeza, una vocecita desde muy adentro, le decía que tenia que cortar de raíz, que si no lo hacia así se volvería a repetir.  

 

– ¿No quiere contestar? Pues no senpreocupe que me encargaré de enseñarla modales.  

 

Diciendo esto agarró a Alicia del pelo sin miramientos y la arrastró hasta hacerla apoyar en la mesa de la cocina.  

 

– ¿Q-Qué haces? – Preguntó la señora, asustada.  

 

– Darla lo que merece.  

 

Y sin más, comenzó a azotar fuertemente el vuelo de su señora. Cada azote venia seguido de un pequeño grito por parte de esta.  

 

Lissy no se reconocía a si misma, siempre había sido comedida y respetuosa, y ahora estaba allí, azotando a su señora. Pero se lo merecía. Claro que se lo merecía.  

 

Alicia por su parte, independientemente del castigo recibido, se estaba poniendo cachonda. MUY cachonda. Cada golpe era un poco más excitante que el anterior.  

 

– Y ahora… – Continuó Lissy, deteniendo el castigo. – ¿Espera que me apache a recoger esto?  

 

– N-No… L-Lo recogeré yo…  

 

– Eso es… Las cosas van a cambiar aquí…  

 

La señora la miraba, atenta.  

 

– Hasta que no aprendas modales y mejores tu comportamiento, no volverás a ser la señora de la casa.  

 

Alicia bajó la cabeza, como aceptando las palabras de Lissy.  

 

– Y si no lo eres, no podrás ir vestida como tal. – De un tirón arrancó los botones de la blusa de Alicia, dejando a la vista el sujetador de encaje que se había puesto.  

 

– ¡Ah! – Gritó sorprendida, pero no hizo nada para evitarlo.  

 

– Vamos, quítate la ropa.  

 

Mientras obedecía, Lissy comenzó a quitarse la ropa también. Su ropa interior era bastante más discreta, blanca y de algodón.  

 

– Ponte esto. – Dijo, tendiendola el uniforme. – Sí os gusta que la criada vaya uniformada, tu no vas al ser menos.  

 

Alicia hizo lo que le mandaba. Cada vez más excitada comenzó a ponerse el uniforme de criada, no sin esfuerzo puesto que Lissy era más pequeña que ella. El resultado era un uniforme ajustadisimo que parecía que se iba a romper solo con la presión de las tetas, y que no cubría lo suficiente, ni por arriba ni por abajo.  

 

– Y ahora recoge esto y llevale el plato al señor de la casa.  

 

La mujer se agachó con cuidado, intentando que no se le viera más de lo necesario y recogió los cubiertos. Agarró el plato y salió de la cocina. Con Lissy detrás, en ropa interior.  

 

Sebas se quedó mirando a las mujeres que entraban en el comedor unos segundos pero, extrañamente no dio impresión de sorpresa ninde notar algo extraño, sino que recibió su plato, que devoró al instante, pidió otro más y siguió cortejando a Diana.  

 

– ¿Tantas flexiones puedes hacer? – Dijo esta, siguiendo el juego al hombre. – ¿Me lo puedes enseñar?  

 

Sebas, que no podía estar más henchido de orgullo, se echó al suelo. Las flexiones eran pan comido, hacia varias series al día pero, cuando fue a hacer la primera, un intenso dolor de estómago le abordó. Haciéndole caer al suelo.  

 

– ¿Estas bien? – Preguntó Diana, con falsa sorpresa.  

 

– S-Sí… No se que ha pasado…  

 

Lo intentó de nuevo con idéntico resultado, así que acabo desistiendo. Se levantó y se dispuso a comer el tercer plato que le habían servido.  

 

– Entonces, ¿Le parece bien dos horas al día de clases? ¿Por la mañana? – Dijo Diana, dirigiéndose a Lissy como sin fuera la verdadera señora se la casa.  

 

– Estupendo, así me despejare un poco y abriré el apetito. – Contesto ésta.  

 

A nadie parecía extrañarle la situación, incluso Alicia dudaba lo que estaba oyendo era correcto o no… Su mente estaba confusa.  

 

– P-Pero… – Balbuceo.  

 

“¡Haz que se calle!” Resonó la voz en la mente de Lissy. “Qué aprenda cual es su lugar”  

 

La chica se levantó y, agarrandola del pelo la obligó al inclinarse.  

 

– ¡Cállate! ¿Quien te dio permiso para hablar?  

 

De un rápido movimiento apartó la falda de la mujer y le bajó el tanga, obligadola a levantar las piernas para quitárselo. La agarró de pelo y se lo introdujo en la boca.  

 

– No se te ocurra escupirlo, así aprenderás a estar callada.  

 

Alicia quedó inmóvil, con su tanga en la boca, notando el sabor de su calentura. Sebas estaba observando en silencio, sin parar de comer. Diana por su parte sonreía.  

 

– Así es como se tiene que tratar al servicio. – Dijo. – Qué aprendan cual es su lugar.  

 

“Debe aprender su lugar.” Oía Lissy. “Debes demostrarle cual es su lugar.”  

 

La nueva criada de la casa se estaba calentando por momentos, no lo podía explicar, estaba vestida de criada, con sus bragas en la boca y sometiéndose a su verdadera criada “La señora de la casa” Resonaba en su mente. 

 

No se quitó el tanga de la boca hasta que terminó la comida, momento en que la nueva instructora de tenis se despidió hasta el día siguiente, a la misma hora. 

 

La tarde fue extraña en esa casa. Alicia hacia las tareas que le correspondían como sirvienta mientras Lissy disfrutaba de su nueva posición. Mientras tanto, Sebas no paraba de ir al picotear a la nevera una y otra vez. 

 

El hombre durmió en el sofá, mientra sque Lissy lo hizo en la habitación principal. Alicia, que ocupó el cuarto que pertenecía a la sirvienta, estuvo masturbandose más de la mitad de la noche, intentando aplacar el morbo que le daba la nueva situación. 

 

– Buenos días. – Saludó Diana al llegar al día. – ¿Comenzamos? 

 

– Por supuesto. – Dijo Lissy, ataviada con ropa deportiva. 

 

– ¿No has ido al gimnasio? – Preguntó la instructora a Sebas, que estaba tomando un opiparo desayuno. 

 

– Sí… Pero me resulta imposible hacer cualquier tipo de ejercicio… Debo estar enfermo… Tendré que ir al médico… 

 

Diana se dirigió sonriendo satisfecha al jardín trasero, donde se encontraba la pista de tenis. 

 

Estuvieron un par de horas jugando y,  mientras tanto, Alicia esperaba a un lado de la pista, solicita. 

 

– ¿Qué tal trabaja la nueva asistenta? – Preguntaba Diana. 

 

Lissy se quedó pensando, la verdad es que para no haberlo hecho nunca, Alicia había trabajado bien. 

 

“No” ¿No? 

 

“Era una vaga, no obedecía correctamente las órdenes” Ahora que lo pensaba… Es verdad… Tardaba demasiado en obedecer y lo hacía todo torpemente… 

 

– Es… Es algo vaga. – Contestó. – No obedece como debería. 

 

– Pero lleva poco tiempo, ¿No? Ya aprenderá… 

 

Era verdad, con el tiempo cogeria soltura. “No es excusa. Su comportamiento es inaceptable” ¿Inaceptable? “Debe cumplir su deber como sirvienta de forma perfecta” 

 

– No es excusa. – Replicó a Diana. – Una asistenta debe hacer sus tareas correctamente. Si no, debe ser… – “Castigada” – castigada. 

 

Alicia levantó la cabeza, asustada, ¿iban a castigarla? 

 

– ¿Y como la vas a castigar? Ayer la azotaste y le dio igual… 

 

Lissy no se dio cuenta de que Diana no la había visto azotar a Alicia, no pensó de que manera podía saber eso. En su mente solo aparecían imágenes de castigos que podría aplicar, y uno de ellos sobresalía ante todos los demás. 

 

– Voy a cambiar sus tareas. Si no sirve como asistenta le buscaré un trabajo para el que valga. 

 

Alicia miraba atentamente a su señora, ¿Qué trabajo tendría que hacer? Lissy se acercó al ella, se situó a escasos centímetros de su cara. 

 

– Sí no vales ni para limpiar baños… – “Solo sirve para eso. Es una inútil. Debe obedecer”. – Entonces serás un baño. 

 

– ¿C-Cómo? – Replicó Alicia. 

 

Pero Lissy no contestó. La agarro del pelo y la condujo hasta el servicio a la fuerza, obligandola a arrodillarse. 

 

Alicia no podía oponerse, algo en su cabeza le decía que tenia razón, que no sabía hacer un simple trabajo de asistenta, que debía ser castigada. 

 

“Debo cumplir con mi cometido” Resonaba en su mente. “Obedece a tu señora, acepta el castigo.” 

 

Lissy se bajó las bragas y se sentó sobre la cara de su sirvienta. Alicia miraba con ojos de terror a su señora, pero en el fondo no estaba esperando, sabia lo que vendría ahora y se esforzaria por cumplir. 

 

El amargo y caliente chorro de orín inundó su boca, desbordandose y cubriendo todo su cuerpo, era un sabor asqueroso pero tenia que tragarlo, tenía que hacer bien su trabajo. 

 

– ¡Limpiame! – Exigió Lissy cuando terminó. 

 

La lengua de Alicia recorrió cada recoveco del coñonde su señora. El sabor a orín se mezclaba con el de sus flujos: estaba cachonda. MUY cachonda. El sabor era exactamente igual a como lo recordaba de su fantasía. 

 

Cuando terminó Lissy se apartó, Alicia estaba empapada pero, extrañamente, estaba satisfecha. Le daba la sensación de que había encontrado su lugar en el mundo, que había andado perdida todo este tiempo sin saber lo que realmente deseaba. 

 

Cuando levantó la mirada allí estaba Diana, en la puerta, observándola con esos preciosos ojos verdes que tanto llamaban la atención. No supo decir por qué, pero veía que estaba satisfecha. Estaba bien. Eso significaba que estaba haciendo bien su trabajo. 

 

El resto del día se olvidaron de Alicia. Sólo acudían a ella para orinar y limpiarse. Sebas también pasó por allí y, aunque la escena le ponía cachondo, no consiguió ni siquiera una erección. 

 

– ¿Qué vas a hacer ahora? – Preguntó Diáfana Lissy, al final del día. 

 

– ¿Cómo? 

 

– Qué cómo te vas al mantener. Tendrás que pagar esta casa de alguna manera, y tendrás que pagar a tu sirvienta. 

 

-… 

 

– El haberte convertido en la señora de la casa ha hecho por lógica que pierdas tu trabajo de asistenta. 

 

En la mente de Lissy habían cosas que no encajaban, ¿Ahora era la señora de la casa? ¿De pleno derecho? No estaba a su nombre… No tenía por que tener problemas, si no pagaba, a quien buscarían era a Alicia… Pero, igualmente, veía el problema que Diana le presentaba y lo sentía auténtico. No. No podría mantener eso. 

 

– Lo primero será echar a la criada. 

 

– Correcto. – Contestó Diana. 

 

– Y después… ¿Buscar trabajo? 

 

– Exacto. ¿Qué sabes hacer? 

 

Lissy pensó. No sabía hacer nada más que limpiar “Pero ahora eres la señora de la casa, no puedes rebajarte” en sus recuerdos, comenzó a aparecer una imagen de ella trabajando de camarera, no sabía donde, no sabia cuando, pero allí estaba. 

 

– Puedo trabajar de camarera. 

 

– ¡Estupendo! Si quieres, conozco un sitio en el que buscan gente. 

 

– ¿En serio? ¡Muchas gracias! – Exclamó, cogiendo la tarjeta que le ofrecía Diana, entusiasmada. 

 

Pensando en su nuevo trabajo, se acercaron al servicio, nuevo hábitat de Alicia. 

 

– Recoge tus cosas y largate. – Dijo Lissy con desprecio. 

 

– ¿Qué? – Replicó la criada sorprendida. – ¿Me despides? 

 

– ¿Qué no entiendes de largate? – Y se dio la vuelta y la dejó allí, asustada y confusa. 

 

– ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a vivir? Ahora que había encontrado una formando vida que me completaba… 

 

Levantó los ojos y vio una tarjeta, Diana estaba ante ella, sonriente, teniendole la flamante tarjeta de un bar. 

 

– Diles que vas de mi parte. – Dijo sin más. Y la dejó sola, arrodillada ante su breve y feliz último puesto de trabajo. 

 

 

———-

 

Diana llegó a su casa satisfecha, todo había salido perfecto e, incluso, mejor de lo que esperaba. Había hundido la vida de Alicia, a partir de ahora trabajaría como váter portátil en el 7pk2, pasaría el resto de su vida bebiendo meados, limpiando pollas y culos con su lengua, ¡y había conseguido que le gustase! 

 

Se había vengado también del chulito que le había robado a su mujer: Sebas no podría volver a hacer ejercicio bajo pena de fuentes dolores en el estomago y, por si era poco para perder su escultural cuerpo, le había hecho adicto anla comida. No tardaría más que un par de meses en convertirse en una bola de grasa. 

 

Y de regalo, Lissy. Una belleza de ébano que ayudaría a Eva sirviendo mesas en el burdel. La pobre chica no tenia culpa de nada pero… Ahora Diana era una cazadora. 

 

Ahora Diana quería tomarse un tiempo para reflexionar, para pensar la estrategia que debía seguir para hacer que la idea de Tamiko se convirtiese en realidad. 

 

La cazadora estaba suelta, y todo el mundo podía convertirse en su presa… 

Relato erótico: “La fabrica (23)” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FABRICA 23

Sin títuloEvelyn tomó un bolígrafo de encima del escritorio y se quedó jugueteando con él entre sus dientes; me miraba de un modo que era escrutador y también calculador: ya no había en su rostro ninguna sonrisa sino que, por el contrario, parecía estarse tomando muy en serio lo que fuese que su enferma mente estuviera tramando. Yo, que seguía arrodillada, comencé a temblar de la cabeza a los pies, como si súbitamente cobrara conciencia de los posibles alcances del “pacto” celebrado: no había modo alguno de prever con qué se iba a salir la colorada perversa ahora que sabía que disponía de mí por completo.

“Quiero tu cara en el piso. Ya mismo” – me ordenó de repente, con voz fría y carente de toda emoción.

Yo sabía que, de acuerdo al trato no firmado por escrito que teníamos entre ambas, no me quedaba demasiada opción, así que, apoyando las palmas de mis manos en el piso, me incliné hasta tocar el mismo con mi frente. Bastó que lo hiciera para sentir enseguida el taco del zapato de Evelyn clavándose en mi nuca y comprendí al instante que ella me estaba usando sólo como apoyo para descansar su pie. Por dentro , yo hervía de odio pero también de impotencia pues bien sabía que no podía objetar nada y, por otra parte… sé que cuesta entenderlo y es hasta difícil de explicar para mí, pero eso que hizo, en algún punto, me calentó… Y me odié aun más por ello…

“¿Y de quién será el bebé?” – preguntó a bocajarro, siempre con el taco sobre mi nuca.

“N… no… no lo sé, s… señorita Evelyn” – respondí desde el piso y con la voz algo ahogada.

“Pero supongo que sabés hacer cuentas, ¿no? Sos estúpida pero no creo que tanto y sino, en fin, se entiende el porqué de tus errores en la facturación…”

Cómo le gustaba herirme, humillarme, socavarme… Y yo me lo tenía que tragar todo con la más sumisa y condescendiente paciencia.

“C… creo que es de la noche de la despedida, señorita Evelyn, no la de la boda, pero… es difícil decirlo con exactitud habiendo tan pocos días de diferencia”

“La noche de la despedida – repitió Evelyn, lentamente y en tono pensativo, como cavilando sobre el asunto -; o sea que… hay dos posibles papás. A uno de los strippers lo descartamos porque no pudo embarazarte por el culo; nos queda el otro, el más morocho…y, por supuesto, Milo…”

Soltó una risita al pronunciar el nombre del sereno despedido; era obvio que le causaba gracia la posibilidad de que me hubiera preñado un deficiente mental que nunca había cogido en su vida.

“Rezá para que el padre sea el stripper – apostilló, jocosa -: al menos te va a hacer un hijo lindo, je…”

No dije palabra; ella permaneció un rato en silencio mientras jugueteaba haciendo círculos con el taco sobre mi nuca; parecía como si quisiera cavarme un hoyo: dolía, desde luego, pero yo no tenía más opción que tragarme el dolor. Con mi rostro contra el piso y oyendo su voz bajando hacia mí, sentía una insoportable (aunque a la vez excitante) sensación de inferioridad: era como si la voz de una diosa bajara hacia mí…

“El próximo fin de semana ya se nos viene encima el evento del hotel, ¿lo recordás? – preguntó, cambiando el tema abruptamente -. Y si lo recordás, supongo que no olvidaste que tenemos un trato al respecto”

El evento… La verdad era que, con tanta conmoción, casi lo había olvidado, pero sí: ella tenía razón; yo me había comprometido de palabra a representar a la empresa en ese lujoso hotel de capital y, aun de no mediar compromiso alguno, difícil se me hacía ahora la sola idea de pensar en rehusarme a la vista del nuevo giro que habían tomado los acontecimientos a partir de mi embarazo. Y menos todavía con el taco de Evelyn clavado sobre mí: ella no necesitaba en absoluto recordarme mi “compromiso” para contar con mi presencia en ese evento; si me lo recordaba era sólo por el hecho de refregármelo en la cara y, así, practicar una vez más su pasatiempo favorito: humillarme.

“Sí, señorita Evelyn, lo recuerdo” – respondí sumisamente, con voz apagada y resignada.

“Vas a necesitar una falda más corta que ésa” – soltó, con tono de dictamen.

“¿M… más corta? No creo que tenga…”

“La vas a conseguir; y, en última instancia, siempre están las tijeras, je… ¿Te acordás lo fácil que lo resolvió Estela en su momento? Pobre, se la extraña, pero, bueno… hay secretaria nueva en la fábrica: más joven y más eficiente, jaja. En fin, a lo que voy es a que puedo pedirle a Rocío que te la corte”

Aun estando contra el piso y bajo su zapato, me sentí como si hubiera recibido un puñetazo en plena boca del estómago. Rocío: esa maldita putita; ¿por qué tenía que ser ella? La respuesta, de todos modos, era bastante obvia: entre todas las opciones posibles, Evelyn siempre iba a elegir para mí aquella con la cual yo me sintiera más a disgusto… y más degradada, por supuesto.

“La… falda no es mía” – esgrimí angustiada; aunque era cierto, se trataba de mi parte de un manotazo de ahogado en busca de alguna excusa salvadora para escapar a las tijeras.

“¿De quién es?” – preguntó Evelyn, con tono intrigado.

“De Tatiana”

“¿Tatiana?”

“La novia de Luis”

Evelyn resopló y soltó una risita.

“Ah, esa puta, je… Estás viviendo con ellos, ¿verdad?”

“Provisoriamente… sí”

“Imagino los festines que se debe estar dando ese depravado; le complace más ver a dos mujeres practicar lesbianismo que hacerle el amor a una mujer: un enfermito. De todos modos y volviendo al tema de la falda, poco me importa de quién sea; de hecho, creo que ahora la voy a hacer cortar aun con más ganas que antes, pero… más allá de eso: estaba pensando que tenemos que solucionar esa cuestión de alguna forma”

“¿S… solucionar q… qué cuestión, señorita Evelyn?” – pregunté, confundida.

“Eso de que estés viviendo con ellos – sentenció -. No me gusta”

Un frío gélido me recorrió la columna vertebral. Por primera vez caí en la cuenta de que esa perversa mujer no sólo pretendía gobernar sobre mí dentro de la fábrica sino incluso fuera de la misma: en ningún momento había contemplado yo esa posibilidad al aceptar ponerme a su disposición en canje por su silencio. Definitivamente, empezaba a pensar que el pacto tenía, para mí, implicancias mucho peores que las que había imaginado inicialmente.

“¿Y… qué debería hacer? – pregunté, aún más confundida que antes y con tono de aflicción -. No… tengo adónde ir, señorita Evelyn y, de hecho… todas mis cosas siguen en casa de Daniel”

“Eso ya lo veremos – respondió ella secamente y de manera desdeñosa -; por lo pronto, no quiero que estés ahí y te doy una semana para irte”

No sé si fue mi imaginación pero al mismo momento de darme tal orden, sentí su taco hundirse aun más en mi nuca; era como si marcara territorio sobre mí en cada palabra y en cada acto.

“S… sí, señorita Evelyn – musité, con resignación, al cabo de una prolongada pausa -. Es… tá bien, lo haré”

“Nunca te pregunté si lo harías – me refrendó, con aspereza -; sólo te ordené que lo hicieras. Ahora: volvamos a esa falda…”

“¿Por qué tiene que ser tan corta?” – pregunté, a bocajarro.

Mi pregunta sonó algo insolente para el contexto y me percaté de ello sólo después de haberla hecho. Evelyn debió haber notado lo mismo, pues entró en un marcado silencio que decía mucho más que cualquier palabra, al tiempo que hundía aún más su taco en mi nuca provocando que las comisuras de mi boca se contrajeran en un gesto de dolor. Me dio la impresión de que amagó a ponerse en pie usándome como apoyo, pero no lo hizo. Estaba suficientemente claro que yo, de acuerdo a su óptica, me había sobrepasado: ella no decía nada sino que, seguramente, esperaba alguna disculpa de mi parte o bien una reformulación de la pregunta. Opté por hacer ambas cosas:

“P… perdón, señorita Evelyn. Mi pregunta sólo era…”

“Por qué tiene que ser tan corta” – se adelantó la colorada.

“S… sí, seño… rita Evelyn, eso mismo”

“Porque vas a estar en un evento en el cual tenemos que publicitar la empresa y, en buena medida, mi prestigio depende de cómo salga eso y de la imagen que demos. Para que lo veas más claro, tontita, yo necesito que la empresa dé una imagen de seriedad, eficiencia y confiabilidad; en cuanto a vos… sólo necesito que te vean el culo”

La respuesta fue tan contundente que, prácticamente, no dejó margen a agregar nada. Evelyn no parecía dispuesta a dar muchos más fundamentos a su afirmación y, de todas formas, ya todo estaba bastante claro: la empresa podía verse confiable, eficiente, etc., pero si me veían a mí con el culo al aire, las posibilidades serían todavía mejores.

Otra vez el silencio reinó en la oficina. Holgaban, por cierto, las palabras después de semejante sentencia. Evelyn aflojó la presión de su pie y me lo retiró de encima; no me atreví a despegar el rostro del suelo pero sí lo levanté un poco librándome así de una cierta asfixia. La nuca, en tanto, me dolía horrores: era como si el taco siguiera clavado allí.

“Ya es hora de irse – dictaminó, poniéndose de pie y propinándome un ligero puntapié en la cadera -. Hace rato que sonó la chicharra; por ahora tenés permitido ir a casa de Luis pero la semana que viene, una vez pasado el evento, veremos tu destino”

Los días que siguieron fueron traumáticos para mí. A medida que repensaba y le daba vueltas a la situación, se me hacía tanto más difícil creer que todo eso estuviese ocurriendo. Le transmití a Luis y a Tatiana que me iría a más tardar la semana entrante; ninguno de ambos se mostró sorprendido y, después de todo, no tenían por qué: yo misma había ya antes anunciado que me marchaba de allí y si no había cumplido, era sólo para no dejar más espacio a la chica nueva. Sí debo confesar que había abrigado la esperanza de que me rogaran encarecidamente que no me fuera; nada más lejano: lo aceptaron cordialmente.

Para colmo de males, se aparecieron con la chica en casa a la noche siguiente; era casi como si me estuvieran reemplazando sin siquiera haberme marchado. No puedo describir la furia que sentí; por mucho que quisiera disimular mi enojo, no podía: caminaba nerviosamente, pateaba el suelo, crispaba los puños y me encerraba en el baño para llorar. ¿No podían, siquiera, haber esperado un poco más? ¿Acaso había alguien en el mundo que no se complaciera en hacerme sentir humillada? Nunca como entonces me lamenté por seguir allí y, de hecho, me maldije a mí misma por no haberme realmente ido cuando lo anuncié. De todas formas y más allá de mi sentir al respecto, debo decir que la intención de Luis, así manifestada, fue que yo me sumara a los juegos de ambas mujeres pero, claro, había algo en mí que se sublevaba y se resistía al hecho de tener que compartir a la rubia beldad con alguien más. Muy distinta hubiera sido la situación si, por ejemplo, yo hubiera caído de la nada y por primera vez en esa semana: de haber sido así, no me cabe duda de que me hubiera sumado con gusto y poco me hubiera importado el pasar a formar parte de un trío… o de un cuarteto. Pero la situación, al menos como yo la vivía, era enteramente otra: yo había ahora convivido con ellos durante varios días y, en mi ingenua estupidez, había creído que Tatiana era sólo mía o, como mucho, también de Luis; por ende, el tener de pronto que compartir tal suerte con otra muchacha sólo podía antojárseme como una resignación… o una derrota: ella, a mi modo de ver, era una “intrusa” en esa historia.

De todos modos, hay que decir que la forma en que Luis y Tatiana me humillaban al traerla distaba de parecerse en espíritu a la de Evelyn, por ejemplo: no me daba la impresión de que ellos fueran conscientes de estar dañando mis sentimientos aun cuando la realidad era que lo hacían. Ellos siempre habían tenido, al parecer, todo en claro: allí no había involucradas otras cosas más que lujuria y pasión. Si yo no estaba y en “mi lugar” había otra chica, a ellos les sería diferente: la idiota, en todo caso, había sido yo por pensarlo de otro modo y, de todas formas, quizás no debía juzgarme tan duramente a mí misma por eso, pues Tatiana era una mujer tan sensualmente irresistible que hacía imposible no sentir hacia ella sentimientos de posesión. Quizás, a la larga, a la recién llegada le terminaría ocurriendo lo mismo en algún momento; o no, pero lo cierto era que, en ese momento, era ella quien gozaba de Tatiana y no yo.

Quizás fui algo maleducada al rechazar el ofrecimiento de Luis y marcharme a la habitación, pero eso fue lo que me salió del alma y no pude evitarlo. De todos modos, fue peor el remedio que la enfermedad, ya que desde el cuarto tuve que escuchar los lésbicos gemidos de Tatiana apoderándose de la casa mientras era atendida por la chica nueva. Hundiéndome entre las sábanas, me apoltroné y me tapé los oídos para no oírlos; era inútil: los ecos del placer y la lujuria parecían rebotar en todas partes, entremezclarse y amplificarse hasta convertirse en una tortura para mis oídos… Hiciera lo que hiciera por evitarlos, me llegaban de todas formas y se clavaban en mis tímpanos como finas y dolorosas agujas. A la larga, terminó ocurriendo lo que era lógico: el deseo me venció y tuve que masturbarme en la cama…

Amén de mis vivencias de mis últimos días en casa de Luis, las cosas, como no podía ser de otra manera, se pusieron muy calientes en la fábrica. Evelyn había manifestado que quería ver mi falda más corta y, cuando al otro día de nuestro “trato”, me citó a su oficina, volvió a llamarme la atención sobre ese punto. Yo me disculpé como pude pero ella no pareció oírme; no lucía disgustada ni colérica pero sí decidida a resolver la cuestión lo antes posible. Se me paró el corazón cuando tomó el conmutador y se comunicó con Rocío. Pude oír que requería su presencia en oficina y, apenas hubo cortado la comunicación, me miró con gesto imperativo y me hizo seña de arrodillarme: estaba bien claro que quería impresionar a su blonda amiga haciendo alarde de su poder sobre mí. Apenas unos instantes después, Rocío estaba allí, sonriente, y si bien su rostro pareció evidenciar una súbita sorpresa al hallarme de rodillas sobre la alfombra, rápidamente su sonrisa se estiró aun más al comenzar a comprender cuál era la situación. Evelyn chasqueó los dedos para reclamar mi atención.

“Nadita – me espetó -. Saludá a Rocío”

Se trataba, desde ya, de una orden sin demasiado sentido. Rocío y yo compartíamos el mismo ámbito de trabajo y, por lo tanto, habíamos estado juntas hasta hacía escasos minutos; ya nos habíamos saludado a la entrada aun cuando, como cada mañana, lo hiciéramos muy parcamente.

“Hola, Rocío…” – musité.

“No, estúpida – me corrigió Evelyn -. Besale los pies”

La orden, desde luego, me sorprendió. Confundida, miré a Evelyn y en lo severo de su talante pude advertir que no se trataba de una broma, cosa que, en mi ya incurable ingenuidad, había llegado a suponer por un momento. No, no había broma alguna: en su rostro se advertía burla, pero no jocosidad. Miré luego a Rocío, cuya sonrisa se había ampliado el doble. Y entendí que lo que se esperaba de mí era bien claro y que, una vez más, no tenía opción. Caminé sobre mis rodillas hacia la rubia ya que di por sentado que no podía ponerme de pie; ella, siempre sonriente y con las manos a la cintura, me miró gatear durante todo el trayecto; al llegar, le besé primero una sandalia y luego la otra: la muy puta levantó el pie un poco para recibir cada beso; no se trataba de una cuestión de cortesía ni de facilitarme las cosas sino más bien todo lo contrario. No en vano era amiga de Evelyn y, como tal, se complacía en humillarme: en el acto de despegar un poco el pie del piso para acercarlo a mis labios dejaba implícito que mi obligación era besarlos.

“Qué obediente que estás, nadita. Me encanta” – se mofó la rubia al tiempo que se inclinaba ligeramente para acariciarme la cabeza como si yo fuera un perrito. Me tragué mi rabia y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no escupirle el rostro.

“Es que con la criatura que tiene en la pancita, no le queda otra más que portarse bien – agregó Evelyn, con tono algo más serio pero no por eso menos burlón -. A propósito de eso, Rocío: no tengo palabras para agradecerte esa información”

Si quedaba alguna remota duda de que era esa zorra quien me había delatado, las palabras de Evelyn terminaban de despejarla. Rocío se sonrió ampliamente y sacudió la cabeza de un lado a otro:

“No, Eve, no fue nada. Simplemente pensé que esa data podía serte útil”

“NOS puede ser útil – apostilló Evelyn levantando un estirado dedo índice y remarcando bien el plural -; a propósito, Ro, te llamé para que encargues de esa falda que lleva puesta: la quiero más corta”

“Lo que digas, Eve – dijo Rocío, quien seguía inclinada hacia mí, aunque dejó de acariciarme la cabeza para tomarme por el mentón y obligarme a mirar su rostro, sonriente de una oreja a la otra; me guiñó un ojo y frunció la boca en simulación de un beso -. Va a ser un placer dejársela bien cortita”

“Y tenerla cortita” – agregó Evelyn en claro sarcasmo que provocó, esta vez sí, la risa de ambas.

“Vamos, linda – me dijo Rocío acariciándome la mejilla -. En mi escritorio tengo unas tijeras que van a servir”

Abrí los ojos enormes; el pavor se apoderó de mí. ¿En su escritorio? ¿Pretendía llevarme hasta allí para que todo el resto del personal viera cómo me cortaba la falda? Con espanto ante la idea, miré desesperadamente a Evelyn, una vez más con la ilusa esperanza de que desautorizara a su amiga o bien la hiciera cambiar de plan… y una vez más, me equivoqué.

“”Vamos, nadita – me dijo, por el contrario, y también guiñándome un ojo -. Ponete de pie y acompañá a Ro, que se va a encargar de ponerte linda para el evento”

Sin más lugar ya para mi incredulidad, me incorporé y, luego de pedir permiso a Evelyn para acompañar a Rocío, eché a andar tras los pasos de la rubia a través del corredor y en dirección hacia la zona de escritorios. Yo trataba de caminar lo más sigilosamente que fuera posible; llevaba mi cabeza gacha y trataba de no apoyar los tacos sobre el piso sino sólo la punta de mis sandalias de tal modo de no llamar la atención con el ruido. Rocío, no obstante, se encargó de destrozar mi plan de perfil bajo pues, deliberadamente, caminó clavando sus tacos casi como estacas contra el piso, mucho más de lo que lo hacía habitualmente, dejando bien en claro que su intención era llamar la atención de las empleadas. Por cierto, lo logró, ya que, al detenernos junto a su escritorio, espié disimuladamente por debajo de mis cejas y me quise morir al comprobar que no había una sola que no nos estuviese mirando. La dupla, por cierto, debía sorprender a más de una por lo poco habitual ya que era bien conocido que Rocío era una de las compañeras de trabajo con quien yo menos onda tenía. Mi vergüenza pareció no conocer límite en el momento en que la odiosa rubiecita extrajo unas tijeras del cajón de su escritorio y, en tono lo suficientemente alto como para que todas oyeran, me exigió que me girara.

Yo obedecí y, al hacerlo, quedé, obviamente, de cara al resto. ¡Dios! ¿No tenían acaso nada que hacer o que controlar en sus monitores? Parecía que no, pues no había una sola que no tuviese sus ojos sobre mí. La vergüenza me hizo bajar la cabeza nuevamente en el exacto momento en que sentí la mano de Rocío apoyarse sobre el borde de mi falda y, casi de inmediato, el chasquido de las tijeras. Girando en torno a mí y poniéndole al acto un celo profesional propio de una modista, fue recortándole a la falda de Tatiana una sección de unos diez centímetros. Si a ello se le sumaba que la falda, ya de por sí era corta, y aun cuando yo no podía ver a mis espaldas, no hacía falta calcular mucho para darse cuenta que tanto mis bragas como mis nalgas debían estar asomando por debajo del borde inferior. Rocío levantó la mano de la cual pendía el trozo de tela, al cual exhibió casi como un trofeo de guerra haciéndolo danzar por delante de mis ojos antes de dejarlo caer en el cesto de papeles que tenía junto a su escritorio. Roja por la humillación, no pude resistir la tentación de echar un vistazo a las demás para comprobar que, tal como cabía esperar, sus rostros iban desde la más incrédula sorpresa hasta la más cruel risita por lo bajo y no tan por lo bajo; algunas, divertidas, se cubrían la boca y se miraban entre sí.

“A ver: hagamos un girito” – me dijo Rocío mientras, tomándome una mano y alzándomela como si fuéramos compañeras de baile, me hacía girar sobre mí misma, exponiendo así su obra ante los ojos de las demás aun cuando fingiera ser ella la interesada en ver cómo había quedado. El coro de murmullos y risitas acompañó, por supuesto, mi movimiento rotatorio. Rocío me soltó la mano y se alejó un par de pasos para contemplarme mejor; su rostro iluminado evidenciaba que estaba más que conforme con su obra.

“¡Perfecta! – exclamó, saltando en el lugar y llevándose ambas manos al pecho; parecía una chiquilla y, en buena medida, lo era -. ¡Vamos a mostrarle a Eve cómo quedaste!”

Tomándome por la mano nuevamente echó a andar hacia el corredor prácticamente a la carrera sobre sus tacos, lo cual me obligó a imitarla y seguirle el paso; no puedo describir lo vergonzante que la situación era para mí. Cuando ya estábamos muy cerca de la puerta de la oficina de Evelyn, la rubia se detuvo:

“Uy, me había olvidado – dijo, poniéndose súbitamente seria y acariciándose el mentón -; tenía que llevarle un pedido a Luciano en la planta…”

Soltándome, se giró para regresar hacia su escritorio en busca de lo que había mencionado. El pulso se me aceleró: ¿estaría esa putita maliciosa pensando en llevarme con ella a la planta? ¿Con qué necesidad? La premura de la situación y la descabellada pero nada desdeñable posibilidad me pusieron en alerta; miré hacia la puerta de la oficina de Evelyn y, antes de que Rocío se hubiera alejado lo suficiente, le pregunté a viva voz:

“¿Espero adentro, señorita Rocío?”

Me salió así: señorita Rocío. Ni Evelyn ni ella me habían impuesto tratamiento alguno al respecto pero la situación parecía exigirlo: no podía, después de todo, tutear a una persona a quien saludaba besando sus pies.

“¡No, no! – dijo ella agitando una mano en gesto desdeñoso y girándose por un instante hacia mí sin detener su marcha -. Esperá que entramos juntas: quiero estar ahí cuando Eve te vea, jeje…”

La espera fue de unos pocos segundos pero se me hizo eterna. Al regresar Rocío, siempre acelerada, agitó en el aire la hoja con el pedido que, según había dicho, debía entregar a Luciano.

“Vamos…” – me instó y, pasando junto a la oficina de Evelyn, echó a andar en dirección a la planta con su rubia cabellera bailándole sobre los hombros.

“S… señorita Rocío…” – intervine yo, que seguía prácticamente clavada al piso junto a la puerta de la oficina de Evelyn.

Se detuvo y se giró hacia mí con gesto extrañado.

“¿Nadita…?”

Tragué saliva; me mantuve en silencio durante algunos instantes, lo cual le hizo fruncir el ceño.

“¿Ocurre algo, nadita?” – insistió, frunciendo el entrecejo y cruzándose de brazos con la hoja en mano; ya no sonreía.

“Es que… no puedo volver a entrar a la planta. Allí intentaron violarme en una oportunidad y fui violada en otra. Comprenderá, s… señorita Rocío que… no es fácil para mí ir allí y, de hecho, no lo he vuelto a hacer después de la despedida. Ese lugar está lleno de recuerdos que… son muy traumáticos para mí”

Ladeó la cabeza sobre un hombro, en una actitud entre maternal y conmiserativa. Frunció los labios imitando un gesto infantil:

“Ay, nadita… – dijo mientras volvía caminando hacia mí -. Tenés que superar esas cosas y la manera es afrontándolas. No hay nada que temer: ¡vas a estar conmigo! Vamos…”

Me tomó otra vez la mano y, ya sin darme más chance, me llevó con ella a lo largo del corredor que desembocaba en la planta. No puedo describir lo que significó para mí volver a entrar allí; la cabeza se me llenó de imágenes. Como no podía ser de otro modo, absolutamente todos quienes allí estaban trabajando abandonaron momentáneamente lo que fuera que estaban haciendo y volvieron sus miradas hacia mí. No podía esperarse otra cosa considerando la falda escandalosa que yo llevaba pero, además, noté en algunos ojos recelosos y resentidos: había algún odio oculto que pugnaba por salir. No era difícil relacionar ello con el operario que había sido obligado a renunciar luego de haberme intentado violar. Aun cuando yo no había vuelto a la planta, sabía bien, por las habladurías que corrían de boca en boca, cuál era la postura generalizada entre los obreros al respecto de ese episodio: me culpaban a mí por lo ocurrido. En sus mentes, era yo la que, con mis atrevidas ropas y provocativas poses había incitado a que pasara lo que pasó. No era sorprendente, desde ya, que lo viesen de ese modo: tal es ni más ni menos que la postura que gran parte de la sociedad suele tener cuando es violada una chica que viste o se comporta de un modo no muy santo. Para ellos, yo era exactamente eso. Y, además, claro, el obrero involucrado en el incidente era su ex compañero y, como tal, era previsible que se solidarizasen con él y no conmigo: yo era la culpable; él la víctima.

Siempre llevándome por la mano, Rocío llegó hasta Luciano, el cual, por supuesto, no paraba de mirarme con ojos que pugnaban por salírsele de las órbitas; más allá de que ello tuviera que ver con mi indecente y brevísima falda, lo cierto era que él siempre se incomodaba ante mi presencia pues estaba obvio que le removía alguna cosilla del pasado y, para ser sincera, a mí también. Le dirigí, de hecho, una mirada de hielo en la cual era imposible que él no advirtiese un deje de recriminación por viejas acciones.

“Éste es el pedido que tiene que quedar embalado esta noche para ser entregado mañana – le explicó Rocío mientras le agitaba la hoja delante de los ojos para llamar su atención -. Controlá bien las medidas para que no ocurra lo de la vez pasada. No queremos tener más devoluciones de cortinas”

Sorprendía ver y oír a Rocío en uso de tanta confianza y seguridad: casi estaba regañándolo. ¿Desde cuándo le hablaba al hijo de Di Leo de esa manera? Cabía suponer, sin embargo, que siendo éste desde hacía algún tiempo un mero juguete pasivo en manos de Evelyn, se habría también resignado a que la más entrañable y querida amiga de su “dueña” se dirigiese a él con una altanería que no cuadraba con las aparentes jerarquías en la fábrica. Era increíble cómo la pelirroja, perversamente inteligente, lo había impregnado todo con su presencia; daba ahora la impresión de que la fábrica completa respondiese a sus órdenes e incluso hasta el papel de Hugo había quedado difuso: las órdenes más importantes salían de la oficina de ella y no de la de él. Sólo Luis escapaba algo a su influencia ya que controlaba, en los papeles, una empresa distinta, pero en todo el resto del establecimiento era Evelyn quien mandaba. Y si Evelyn mandaba, no hacía falta decir que Rocío, siendo con ella como carne y uña, pasaba también a ocupar un rol de privilegio; de hecho, en los últimos días hasta se la había notado lucir cierto aire de superioridad entre sus propias compañeras: a algunas daba impresión de molestarles en tanto que a otras les parecía resbalar, pero lo cierto era que la detestable rubiecita, paradójicamente la más joven de entre todas, se había encargado de que el resto notara que, siendo ella amiga de Evelyn, gozaba de ciertas atribuciones y excepciones que las demás no. Bastaba con oír la forma altanera en que taconeaba entre los escritorios para darse cuenta de ello así como la cantidad de veces que, por día, pasaba en dirección a la oficina de Evelyn. A veces, incluso, se quedaban largo rato conversando allí dentro y hasta se oían, cada tanto, risotadas y carcajadas.

Luciano tomó la hoja y la miró de arriba abajo, aunque alternaba con miradas de reojo hacia mi corta falda. Asintió varias veces, fingiendo estar en tema, y ni siquiera se mostró molesto por el aire petulante con que Rocío se había dirigido a él: su cabeza y sus ojos estaban en otra cosa; me miraba sólo a mí y, desde luego, ese detalle no escapó a ella al estar, como se la veía en el último tiempo, más avispada que nunca.

“¿Te gusta cómo le quedó la falda?” – preguntó sonriente y, otra vez, con ese deje de chiquilla malcriada que permanentemente le salía por los poros haciendo recordar que, en definitiva, lo era. En todo caso, se la veía más liberada.

Luciano se mostró algo estúpido, lo cual no le costaba mucho. Fingió bajar la vista hacia la hoja y sorprenderse con la pregunta de Rocío. Me miró, achinando los ojos.

“Sí, sí… Le queda muy… bien – dijo, entrecortadamente y con el tono de alguien que ha sido pillado en falta -. Va… a ir al evento, ¿no?”

“Por supuesto – enfatizó la rubia -. Evelyn la ve como una buena estrategia de marketing. ¿Vos qué pensás?”

Otra vez esa expresión estúpida en su rostro. Ladeó la cabeza de un lado a otro como si evaluara:

“Eh… sí, sí… Estoy de acuerdo – dijo, sin dar impresión de estar pensando por cuenta propia -. Si lo dice Evelyn, está bien: ella sabrá.

Arrastrado de mierda. Pobre y patética era la imagen que daba, convertido prácticamente en un títere sin control de sí mismo. Ni siquiera se atrevía a mirar a la cara a Rocío, quien sí lo miraba luciendo una sonrisa tan amplia que hasta se le cerraban los ojos de tanto que estiraba las mejillas. Pero si lo que yo estaba viendo y oyendo era ya suficiente para vencer los límites de mi incredulidad, lo que siguió fue directamente como para pellizcarme a los efectos de comprobar si en verdad estaba despierta. Rocío, de pie junto a él, llevó una mano hasta apoyársela sobre las nalgas; él dio un respingo, pero siguió sin mirarla: más bien bajó la vista al piso.

“Si armás bien ese pedido – le dijo ella acercándole la boca al oído, aunque yo la escuchaba perfectamente -, Evelyn tendrá seguramente en su oficina algún regalito para ese culo tuyo”

Él no dijo palabra alguna; se mostró avergonzado y nervioso. En cuanto a ella, lo suyo no se limitó a un mero roce contra la cola del hijo de Di Leo sino que mantuvo su mano allí durante algún rato. Eché un vistazo en derredor y pude comprobar que los obreros habían desviado de mí sus miradas para posarlas, como no podía ser de otro modo, sobre Rocío y Luciano; sus ojos, desde luego, lucían atónitos sólo con lo que veían ya que no creo que sus oídos pudieran captar las palabras de la rubia por estar más lejos que yo.

“¿Es cierto que Evelyn te está haciendo putito con tanto juguetito? – indagó Rocío, incisiva y lacerante, mientras yo seguía sin salir de mi perplejidad -. ¿Viste qué buenas pijas tienen algunos de los operarios? ¿Hay alguno que te guste? Si es así, no dudes en decirle a Evelyn. Eso sí: no quiero perderme ese espectáculo, así que espero que tu DUEÑA te invite”

Remarcó bien la palabra “dueña” y, en un gesto que él no vio por no poder mirarla al rostro, ella le guiñó un ojo y lo besó delicadamente en la mejilla, a la vez que le propinaba una palmadita sobre las nalgas. Acto seguido se giró hacia mí:

“Vamos, nadita – me dijo, doblando un dedo índice en señal de que la siguiera mientras echaba a andar en dirección hacia el corredor -. Dejemos a Luciano hacer su trabajo. Evelyn nos está esperando”

Ya de regreso a la oficina, Rocío abrió la puerta intempestivamente y sin llamar: otro gesto que evidenciaba sus privilegios dentro de la fábrica. Dando un saltito casi adolescente sobre sus tacos, me tomó por la mano y me llevó ante al escritorio de Evelyn en clara actitud de exhibirme.

“Ta taaaan” – musicalizó el gesto con aire triunfal.

La colorada abrió los ojos enormes y aplaudió.

“¡Rocío, sos una artista! – exclamó a viva voz -. ¡Sabés entender muy bien qué es lo que quiero! ¡Así es como me gusta! ¿A ver ese culito?”

Una artista… Al bajar la vista hacia mi falda, sólo se veían unas cuantas hilachas cayendo desprolijamente; si tanto le complacía la “obra” de su amiga no era por cierto por la prolijidad que había puesto en ella sino más bien por lo degradante que era para mí. Rocío, siempre teniéndome por la mano, me hizo girar hasta dar a Evelyn mi espalda o, mejor dicho, mi trasero.

“Mmmm… ¡Una belleza, Ro! ¡Te felicito! Definitivamente se va a hablar de ese encuentro por mucho tiempo, jaja… Y, en particular, de esta empresa”

“¿Cuántos clientes nuevos creés que nos puede sumar esto? – preguntó, socarronamente, Rocío mientras me palmeaba suavemente en la parte inferior de mis nalgas, justo por debajo del borde de la tronchada falda.

“Muchos… no te quepa duda. Hmm, Ro, una cosa…”

“¿Sí, Eve?”

“Nadita ya se comprometió a hacer lo que yo le diga a cambio de mi silencio – explicó Evelyn, a mis espaldas -. Ya sabés a lo que me refiero: Di Leo no tiene que saber que está preñada, así que te rogaría que…”

“Perdé cuidado, tonta – la interrumpió Rocío -; de esta boca no va a salir una palabra. Será un secreto compartido entre las tres… y vamos a sacarle todo el jugo posible al hecho de que sea así”

Al decir las últimas palabras, Rocío acercó su rostro al mío y pude sentir su aliento sobre mi oreja. No supe interpretar cuán lejos llegaba el sarcasmo en sus dichos pues no terminaba de creerme que, realmente, no fuera a contar nada a nadie o que no lo hubiera hecho ya. Al hecho de ser mujer había que agregarle el de ser poco más que una adolescente y con comportamientos propios de alguien de esa edad; y si a ello se le sumaba su malicia, difícil era creer que fuera realmente a celar un secreto tan jugoso como el que atesoraba. Evelyn, no obstante, pareció quedar conforme con sus palabras, pues no agregó nada y, de hecho, se produjo un momento de silencio del cual interpreté que la colorada me seguía escrutando por detrás y calculando, en su mente, los inmensos beneficios que esa cola mía podría deparar para la empresa en el evento ya próximo.

“Eve…” – comenzó a decir Rocío.

“¿Ro?”

“Creo que… si nadita tiene un acuerdo con nosotras, sería importante que, de alguna forma, lo tuviera siempre presente”

“Hmm, no te entiendo, Ro”

“Claro: lo que quiero decir es que necesitamos algo para que recuerde a cada segundo lo que ha pactado”

“¿Por ejemplo?”

Rocío se separó de mi lado. Oí sus tacos por detrás de mí e, instintivamente, giré un poco la cabeza por sobre mi hombro para ver hacia dónde se dirigía. Para mi estupor, la vi abrir uno de los cajones del escritorio de Evelyn y sacar de adentro… el consolador. Ahogué un gritito de espanto y trastabillé; hasta me giré un poco. Rocío lucía el objeto en alto como si se tratara de un emblema. A Evelyn los ojos se le salían de las órbitas:

“¡Ro! ¿Vos decís?” – preguntó, maliciosamente sabedora de la respuesta.

“¡Obvio, tarada! – le espetó la rubiecita siempre su con aire de diversión adolescente -. ¿Qué mejor modo de que tenga presente su compromiso que poniéndole, hmm… un recordatorio en el culito”

En un acto cargado de histrionismo, Evelyn se agitó en su silla y se llevó una mano a la boca como si pretendiera ahogar una risa. Sobreactuando o no, lo cierto era que celebraba con ganas la perversa ocurrencia de su amiga.

“¿De dónde sacás esas ideas, nena? – preguntó, una vez que recuperó el habla -¿Qué tenés en esa cabecita enferma? Jaja… ¡Me parece que me estás no sólo copiando sino también mejorando! Un consolador en el culo como recordatorio: ¡es genial! ¡La alumna supera a la maestra!”

“Aprendí con usted – dijo Rocío, envarándose y adoptando una falsa postura de seriedad y formalidad -. Así que no se me haga la inocente…”

“Jaja, sos una hija de re mil putas, Ro… Hmm, veré cómo lo conformo a Luciano cuando venga después a buscar su dosis, je. Tendré que conseguirle uno nuevo, pero bueno, por hoy que se la aguante”

“A mí me parece que Luciano ya está para otra cosa” – sugirió Rocío manteniéndose seria aunque, al parecer, ya no de modo tan fingido.

Evelyn la miró con el ceño fruncido.

“¿Perdón…?”

“Luciano ya pasó, digamos, hmm… cómo decirlo… ¡La primera etapa, eso es! Ya le diste demasiado consolador por la cola; es hora de que pruebe otra cosa”

“Ro, estás tan perversa últimamente que no sólo me cuesta reconocerte sino también seguirte. ¿Qué te pasó después de esa fiesta de despedida? Jaja, ¡sos otra! Hmm, a ver, decime: ¿qué me querés decir con eso de que tiene que probar otra cosa? ¿Ejemplo?”

“Una pija de verdad” – soltó Rocío con la mayor naturalidad del mundo; se comportaba como si estuviera diciendo una obviedad absoluta.

Evelyn se echó atrás en su silla, mirando a su amiga aún con más confusión que antes.

“En la planta hay unas cuantas – agregó Rocío, volviendo a dibujársele en el rostro la sonrisita mordaz que la venía caracterizando -. Que se lo coja algún obrero…”

Evelyn no salía de su asombro. Y yo tampoco. Era increíble la transformación que había experimentado Rocío: difícil era creer que ese “costado oculto” que ahora mostraba fuera algo nuevo, pero la realidad era que, si lo tenía realmente escondido, ahora lo había claramente liberado, seguramente envalentonada y estimulada por las perversiones de su amiga Evelyn. En lo particular, yo no coincidía con esa visión de que la odiosa rubiecita hubiera pasado a ser otra después de la fiesta de despedida; su espíritu pervertido se había ido liberando a partir del momento en que Evelyn pasara a ocupar la secretaría… y desde entonces sólo había ido en aumento.

Mi mirada, girada siempre mi cabeza por encima del hombro, iba alternadamente de una a otra mientras ellas parecían comportarse como si yo no estuviese allí o, más bien, como si mi presencia poco les importase: lo que yo oyera o no oyera, viera o no viera, era realmente de poca importancia puesto que ocupaba en aquella oficina el mismo lugar que cualquier mueble.

Evelyn apoyó el mentón en sus manos entrelazadas y sus ojos se movieron danzarines mientras su mente, de seguro, recreaba los planes sugeridos por su amiga. Cualquiera que la viese en ese momento, sólo podía dictaminar que estaba absolutamente loca, fuera de sus cabales…

“Tengo que decir que una vez más me dejás sorprendida, Ro – dijo, finalmente, asintiendo en gesto aprobatorio -. Muy interesante… Ahora: primero lo primero”

Me dirigió una mirada voraz, propia de un ave rapaz y yo, nerviosa, desvié mis ojos en señal de culpabilidad por haber estado espiándolas.

“Dame eso, Rocío” – dijo, con total frialdad, Evelyn; y no hizo falta adivinar mucho para darse cuenta que estaba reclamando para sí el consolador que su amiga sostenía aún en mano.

“¿Puedo ponérselo yo?” – preguntó alegremente ésta, lo cual me llevó a girar nuevamente la cabeza en gesto mecánico: uniendo sus puños cerrados sobre su pecho, el rostro de Rocío, perversamente iluminado, exhibía una expresión deliberadamente aniñada.

“Adelante – concedió Evelyn con un encogimiento de hombros -. ¿Por qué no?”

Rocío dio un saltito de alegría en su lugar y se inclinó para estamparle en la mejilla un ruidoso beso a su amiga en señal de agradecimiento por la concesión que le hacía. Luego, a saltitos, vino hacia mí y, tomándome por los hombros, me obligó a girarme para, luego, guiarme hacia el escritorio de Evelyn.

“Inclinate, linda” – me susurró al oído al tiempo que me apoyaba una mano entre mis omóplatos para impelerme a obedecer la orden.

Una vez que quedé con mis tetas contra el vidrio del escritorio, apoyé también mi mentón sobre el mismo y, al mirar hacia adelante, me encontré con la vil sonrisa de Evelyn.

“Pensá en cosas lindas” – me dijo, frunciendo los labios.

“Eso –se sumó Rocío, a mis espaldas -. Pensá en la pija de alguien que te guste: no te va a costar mucho, jiji”

Evelyn hurgó dentro del mismo cajón del cual su amiga había extraído el consolador y, luego de rebuscar durante unos segundos, dio con lo que al parecer buscaba: un pote sin etiqueta que le tendió a Rocío, el cual, inferí, contendría vaselina o algún lubricante. Rocío, entretanto, me dejó de un solo manotazo la tanga por las rodillas y luego, sin más trámite, se dedicó a empastarme bien el agujerito que estaba a punto de ser visitado una vez más: fue inevitable que me volvieran las imágenes de la fiesta de despedida y, sobre todo, del momento en que me habían dejado atada, desvalida y con un consolador en el culo mientras ellas se iban de juerga. Mi lucha interna, la batalla entre las Soledades, recrudeció una vez más: porque recordar ese momento me provocaba temblor en las rodillas y me llenaba de espanto, pero, a la vez, estando así, inclinada sobre el escritorio de Evelyn y a punto de ser penetrada analmente con ese demencial objeto por Rocío, sentía que, en algún secreto lugar de mi interior, había extrañado esa sensación e, inconscientemente, tenía ganas de revivirla. Fue por ello que, en el momento en el cual Rocío comenzó a juguetear sobre mi entrada anal con la punta del consolador para luego penetrarme sin piedad, solté un gemido ambivalente que era perfecta muestra de la batalla que en mí libraban el dolor y el placer, la resistencia y la sumisión, la ya mancillada dignidad y el irrefrenable deseo de sentirme humillada. De hecho, la excitación se apoderó de mi cuerpo y pude sentir que me mojaba; en un gesto casi reflejo, doblé y levanté una pierna hacia atrás mientras el objeto, empujado por la rubiecita más detestable del planeta, se abría paso dentro de mí…

CONTINUARÁ

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Relato erótico: “Mi tía, su transformación en puta y su amiga” (POR GOLFO)

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Tercera parte de  LAS ENORMES TETAS Y EL CULO DE MI TÍA, LA POLICÍA
La obsesión de mi tía con el sexo, lejos de apaciguarse con el tiempo, se iba incrementando con el paso de los días. Si en un principio había sido reacia hasta para probar una postura nueva, eso quedó en el pasado. Una vez había dejado atrás los fantasmas de su niñez, esa en otra hora agría mujer se fue convirtiendo en la amante mas exigente.
La mujer reacia a cualquier contacto con un hombre, había dejado de existir. Desde que amanecía solo tenía una cosa en mente:
“Follar”
Si antes nada mas levantarse, se obligaba a salir a correr. Ahora en cuanto abría los ojos, miraba si estaba a su lado y cogiendo mi pene entre sus manos, me despertaba para que le hiciera el amor.
Su fijación por el tema había llegado hasta tal grado que muchos días me sacaba de la universidad para que me la tirara, aduciendo que estaba aburrida. Durante la época en que viví con ella, mínimo teníamos sexo tres veces al día y eso sin contar los fines de semana, que por lo menos se multiplicaba por dos esa cantidad. 
Un primer indicio de su futura transformación:
El primer síntoma de su cambio se produjo un miércoles en el que debido a un examen, llegué tarde a su casa. Nada más entrar me olí que algo pasaba porque no estaba la cena lista en la cocina.
-¿Andrea?- pregunté extrañado.
-Ven, cariño- me llamó desde el salón.
Al llegar a la habitación donde estaba, me quedé petrificado al encontrarme a la hermana de mi madre vestida de colegiala. Si bien contaba solo con veintiocho años, nunca esperé verla disfrazada de esa forma. Su “uniforme” consistía en una blusa blanca anudada al ombligo, minifalda escocesa de cuadros rojos y unas medías a medio muslo.
-¿Estoy guapa?- me soltó poniendo cara de puta.
-Preciosa- contesté y acercándome a ella, descubrí al levantarle la faldita que se había puesto unas bragas rojas haciendo juego.
Mi tía al sentir mis manos en su trasero, se rio pícaramente y me dijo:
-¡Quiero que me saques a bailar!
-¿Así?- respondí sin llegármelo a creer porque lo quisiera o no, tenía pinta de zorrón desorejado.
Supe que tenía ganas de marcha en seguida, pues me contestó diciendo:
-¿No me has dicho que estoy cañón?
Sin argumentos, tuve que dar mi brazo a torcer y solo le pregunté donde quería ir:
-A Malasaña- respondió.
Eso me tranquilizó porque en ese barrio de Madrid, se reúnen los especímenes y la fauna más extraña de la capital.
“Ahí pasará desapercibida”, pensé de camino a su coche.
Ya en el automóvil, al sentarse frente al volante, observé que  la diminuta prenda dejaba al aire toda la braguita y tratando de incomodarle, le empecé a tocar las piernas mientras ella conducía. Mi atrevimiento no fue mal recibido y rápidamente me percaté que bajo su blusa, sus pezones le traicionaban informándome de la calentura que en ese momento poblaba su cuerpo. Por eso, muerto de risa, subí por sus muslos dirección a su sexo mientras le preguntaba que le pasaba:
-Llevó bruta desde la mañana- contestó separando sus rodillas.
Su clara invitación no la desaproveché y llevando mis dedos hasta su tanga, empecé a acariciarle sin que mi tía diera señal alguna de enfado. La humedad que sentí en cuanto mis yemas rozaron ese encaje, me recalcó que no mentía cuando decía que estaba cachonda.  Para entonces mi tía estaba claramente excitada pero seguía como si nada ocurriera, poniendo atención a la conducción. Su innecesario disimulo me dio el valor de meter uno de mis dedos bajo el tanga y rozar con él, su clítoris.
-Me encanta- gimió sin mirarme.
Más convencido, me valí de un semáforo para bajarle las bragas hasta la mitad de los muslos. Andrea sonrió al ver mis intenciones y levantó un poco el culo para facilitar mi maniobra. Una vez lo había conseguido, me quedé mirando la imagen de esa belleza, casi treintañera, disfrazada de niña y con la ropa interior a medio quitar.
-Sí que estás caliente- le solté mientras me recreaba en los pliegues de su sexo con mis dedos.
No me contestó. En vez de ello, separó sus piernas, acelerando por la Castellana.  Convertida en una perra ansiosa de sexo y con un gesto de puro vicio en su cara, siguió rumbo a nuestro destino mientras yo le acariciaba su sexo desnudo. Decidido a vencer ese poco convincente mutismo, le metí un par de dedos en el coño:
-¡Dios!¡Sigue!¡No sabes cómo me estás poniendo!- gritó rompiendo el silencio.
Claro que lo sabía. El caudal de flujo que manaba de su entrepierna me lo había anticipado mucho antes de que su dueña lo hiciera.  Siguiendo a rajatabla sus palabras, estuve masturbándola hasta que pegando un chillido se corrió.
-Gracias, lo necesitaba- dijo en cuanto se hubo repuesto del placer.
La casualidad hizo que hubiésemos llegado y tras aparcar el coche, cogiendo su bolso, salió del vehículo. Al hacerlo, sus ojos brillaban por la excitación y quejándose de mi lentitud, me dio la mano llevándome a rastras hasta el primer pub. El bar estaba a rebosar por lo que tardamos varios minutos en llegar hasta la barra. En el camino pude observar el modo tan poco disimulado con el que los hombres que se cruzaban con ella le miraban el culo y por eso, tengo que reconocer que llegué bastante cabreado:
-¿Qué quieres tomar?- me preguntó alegremente.
Haciéndome el machote para que los de mi alrededor se dieran cuenta de que esa mujer venía conmigo, la tomé de la cintura y pegándola a mí, la besé mientras le contestaba que un whisky. Mi primer arrumaco con ella en público la cogió desprevenida y por eso intentó separarse de mí. Se lo impedí bajando mi mano hasta su trasero y forzando su contacto, la obligué a pedir las consumiciones pegada a mi cuerpo.
Forzando su sumisión, le acaricié las nalgas mientras muerta de vergüenza miraba de un lado a otro, buscando a alguien conocido. Todavía no sé si se tranquilizó al no conocer a nadie o por el contrario que mis caricias la llegaron a convencer, pero lo cierto es que dejándose hacer ella misma me empezó a tocar el paquete disimulando:
-Eres un cabroncete- me dijo relamiéndose los labios.
-Y tú, un poco ninfómana- respondí al notar que poniendo su bolso en mi entrepierna, me bajaba la bragueta.
Ocultando sus maniobras al resto de la gente, agarró mi miembro y empezó a pajearme sin que ni siquiera hubiera llegado el camarero con las bebidas. La expresión de su rostro tenía un brillo que no tardaría en ser habitual el ella. Totalmente verraca,  imprimió a su mano de un ritmo pausado mientras me miraba con los ojos llenos de lujuria.
-¿Te gusta?- preguntó.
-Mucho.
Mi respuesta fue el banderazo de salida para que ella acelerara el movimiento de su muñeca en busca de mi placer. No culminé en mitad de la barra porque desgraciadamente, el empleado del bar llegó con las copas. Mi tía al verlo aparecer, guardó mi pene en el pantalón y con una sonrisa, pagó al camarero. Ni siquiera se había alejado dos pasos cuando susurrando en mi oído, me dijo:
-Sígueme.
A través del local, la seguí sin ser consciente de lo hambrienta que estaba esa mujer. Os juro que no me esperaba era que, pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres. Cuando intenté protestar, Andrea me pidió que me callara y nada más atrancar la puerta, se arrodilló a mis pies. Tras lo cual y actuando como una posesa, me abrió la bragueta.
-¡Qué bello es!- exclamó al sacarlo de su encierro.
Y sin más prolegómenos,  se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus sed por mi semen le hizo ir en su busca con autentico frenesí. Usando su boca como si de su sexo se tratara, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada. No contenta con meter y sacar mi extensión cada vez más rápido, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas. Al sentir la tortura de sus dedos sobre su clítoris, chilló de placer diciendo:
-Córrete en la boca de tu tía.
Sus palabras elevaron mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Andrea, al sentir mi semen chocando contra su paladar, se volvió loca y sin perder ni una gota, se puso a devorar mi simiente sin dejar de masturbar.
-¡Qué gusto!- la oí chillar, mientras  su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies.
Absorta en su gozo, no le preocupó el volumen de sus gritos. Berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme y aún seguía masturbándose sin parar. Uniendo un orgasmo con el siguiente, mi tía colapsó en el suelo. Alucinado tuve que obligarle a levantarse de suelo cuando cayó como en trance. Sin fuerzas, tuve que cogerla en mis brazos y llevarla hasta la mesa.
Ya repuesta, nos tomamos las copas, bailamos un poco y volvimos a casa a hacer el amor…
Segundo indicio, una película porno:
Creo que fue como a la semana de lo que os acabo de narrar cuando durante el desayuno, mi tía me preguntó si me gustaban las películas porno. Haciendo honor a mis antepasados gallegos, le contesté repreguntando:
-¿Y a ti?
-No lo sé- respondió- nunca he visto una.
La cuestión quedó ahí, ni ella siguió con la conversación ni yo le reconocí que durante años, me había atiborrado viendo al menos cuatro por semana a través de internet. Temiéndome que me viera como un cerdo, me callé y seguí como si nada. Ya en el autobús que me llevaba a la Facultad, recordé la plática y pensé en alquilar una. Pero lo cierto es que soy un desastre y nunca fui al video club; sinceramente porque se me olvidó.
Esta tarde me llamó a mi móvil, diciéndome que iba a pasar por mí en una hora. Por el tono de su voz, comprendí que tramaba algo pero no fue hasta que ya habiéndome recogido aparcó frente a un videoclub, cuando supe de sus intenciones.
Descojonado, entré de su mano y directamente le pregunté al encargado donde estaba la sección de adultos. Mi desfachatez la hizo sonrojar y totalmente colorada, me siguió por los pasillos. Una vez en lo porno, me puse a mirar los títulos en silencio sin coger ninguno.
-¿Cuál te apetece?- preguntó mi  tía al ver que solo curioseaba.
-Es tu momento- contesté dándole directamente la responsabilidad.
Asumiendo que no iba a ayudarla, Andrea empezó a leer de qué iban las diferentes películas y sin darse cuenta, se empezó a calentar. Cómo lo supe, os preguntareis. La respuesta es muy sencilla, bajo la blusa de mi tía dos pequeños botones hicieron su aparición delatándola.
-Te estas poniendo cachonda- me reí de ella y para recalcar mi guasa, le di un pellizco a uno de sus pezones.
-No seas tonto- respondió cogiendo tres películas sin darme tiempo a revisar su elección.
No fue hasta que tuvo que dárselas al empleado cuando  leí sus títulos. Mi sorpresa no pudo ser mayor al comprobar que mi tía había elegido dos con temática de sumisión cuyas protagonistas eran mujeres policías y que la última de las tres era claramente lésbica.
“Joder con la mojigata”, pensé sin decir nada.
Entusiasmado en mi interior, hice como si me olvidara del asunto cuando salimos del local. Andrea por su parte, también se mantuvo callada quizás avergonzada por que hubiese descubierto parte de sus fantasías. No fue hasta que terminamos de cenar y mientras colocaba los platos en el lavavajillas cuando mi tía dijo:
-Ahora vuelvo- y saliendo del comedor, me soltó: -Vete poniendo la película.
-¿Cual quieres?- pregunté.
-Ya está en el dvd- respondió sin aclararme el asunto.
Intrigado, comprobé cual estaba vacía y me quedé estupefacto al ver que la que había puesto era “Una policía en apuros”. Como comprenderéis, inmediatamente le di la vuelta y leí el argumento.  Sin llegármelo a creer, leí que iba sobre una mujer policía que al intentar detener a un delincuente, este la secuestraba y la obligaba a diferentes tipos de vejaciones.
“¡La madre!”, exclamé mentalmente bastante confuso porque no me cuadraba a mi tía le gustara ese tipo  de situaciones.
El colmo fue verla llegar vestida con su uniforme pero en vez de pantalón, llevaba una minifalda de lo mas provocativa. No pudiéndome retener solté una carcajada y cogiéndola en brazos, la deposité sobre el sofá de enfrente de la tele.
Totalmente nerviosa, me rogó que pusiera la película. Obedeciendo, di al mando y me relajé a su lado. Ella al percatarse de que ya empezaba, me dio un beso en la mejilla y apoyó su cabeza en mi regazo para verla tumbada.
-¿Sabes que es la primera que veo?- susurró sin apartar su ojos de la tele.
En la pantalla, la protagonista  estaba siendo atendida por una espectacular morena en una peluquería. Por lo visto, se iba a ir de vacaciones y por eso necesitaba que le hicieran las ingles, de esa forma el guionista dio verosimilitud a que la primera escena fuera que la actriz afeitara el sexo de su clienta.
-Tócame- me pidió sin retirar su mirada de la tele.
Sus palabras fueron más que una declaración de guerra, mi tía quería que le  diese caña mientras disfrutaba de la película. Con cuidado fui desabrochando uno a uno sus botones mientras en la pantalla, la policía se desnudaba. El gemido que pegó cuando le pellizqué un pezón coincidiendo con el que sufría la interprete, me hizo saber que quizás su fantasía fuera hacer lo mismo que la actriz.
Decidido a probar mi teoría, seguí el guion marcado y le pellizqué el otro.
-Ahh.. – gimió descompuesta al notar la ruda caricia.
Azuzado por su respuesta, le dije al oído:
-Eres tan puta como esa policía.
Mis palabras la llevaron al borde del orgasmo y sin poderse aguantar la muchacha me rogó que siguiera acariciándola. Como en la tele, La peluquera estaba besándole los pies a su clienta, me arrodillé y cogiendo uno de los suyos, usando mi lengua fui recorriendo cada uno de sus dedos antes de metérmelos en la boca.
-Dios- aulló totalmente entregada.
Al igual que en la pantalla, subiendo por su tobillo, fui embadurnando de saliva sus piernas mientras mis manos apresaban sus pechos, magreándolos. La respuesta de mi tía no se hizo esperar y empezó a mover sus caderas, anticipando el placer que mi boca le daría.
Su excitación se fue incrementando producto de mis caricias. Al acércame a mi meta, comprobé que tenía su braguita totalmente empapada de flujo y tratando de forzar el morbo pasé mi lengua por la tela que lo cubría a duras penas. Ella al notarlo, me imploró que no parase que necesitaba sentirla en sus labios.
-Tranquila zorrita- respondí y sin hacerla caso, ralenticé mi acercamiento, recorriendo nuevamente la piel de uno de sus muslos.
Cada vez más caliente, mi tía se retorcía en el sofá pidiendo que me comiera de una puta vez su sexo. Sabiendo que debía incrementar su excitación para que fuese inolvidable, aprovechando que en la película la escena había terminado, me levanté y me senté nuevamente a su lado.
-Eres un cabrón- protestó al ver que, desobedeciendo claramente sus deseos, había vuelto a mi sitio.
Sonriendo, ni siquiera le contesté.
En la siguiente escena, la policía de ficción llegaba a comisaría y le daban un encargo rutinario. Debía de ir a un domicilio a entregar una multa a un tipo. Quizás recordando sus primeros años en el cuerpo, mi tía me confesó que al principio de su carrera, ella también lo había tenido que hacer. Fue entonces cuando me di cuenta que mi tía quería verse representada por la actriz.
Volviendo a la película, la protagonista al llegar a la calle donde tenía que entregar la sanción, veía a un ladrón robar el bolso a una anciana y sin pensárselo dos veces, corrió en su captura. Desgraciadamente  para la pobre mujer, el delincuente la había visto y escondiéndose detrás de una esquina, la golpeó en su cabeza, dejándola sin conocimiento.
-Pobre, eso duele- alcancé a oír a mi tía.
Al despertar, la morena se encontró que estaba con las manos atadas con sus propias esposas. Decidido a cumplir con lo que creía que era su fantasía, le dije:
-¿A qué esperas?.
Viendo su confusión, no esperé que me contestara y cogiendo los grilletes que tenía en su cinturón, los cerré cruelmente sobre sus muñecas. Tras unos instantes, la cara de mi tía mostró su satisfacción y con una sonrisa me pidió que le quitara la falda diciendo:
-No la lleva en la tele.
Lo que no se esperaba mi tía fue que tras despojarle de esa prenda, le diese un duro azote en una de sus nalgas, mientras le decía:
-Esta noche voy a disfrutar de una zorra- mi insulto lejos de fastidiarla, le emocionó y poniendo su cabeza nuevamente en mi muslo, esperó a ver qué pasaba.
En ese momento, el ladrón llegó a la habitación donde mantenía retenida a la policía y sin mediar una palabra la obligó a abrir la boca y a embutirse su miembro. Para entonces, Andrea estaba como loca y sin que yo se lo tuviese que pedir, se bajó del sofá y sentándose en el suelo, sacó mi pene de su encierro y se lo introdujo en la boca.
-Así me gusta, ¡Una puta dispuesta!- repetí la frase que acababa de escuchar del actor mientras metía mi pene hasta el fondo de su garganta.
Desgraciadamente para ella, en la película el delincuente sacando su polla de la boca de la policía, la sodomizó de un golpe. Fue entonces cuando sacando mi propio miembro, me dijo implorando:
-Por favor, ¡No lo hagas tan a lo bestia!
Actuando como en el filme, le solté un tortazo y le obligue a ponerse a cuatro patas mientras lo acercaba a su entrada trasera:
-¡No quiero!- gritó justo cuando de un solo golpe le introduje toda mi extensión en su interior -¡Mamón! – chilló al sentir como se abría camino en sus intestinos.
Sus quejas me enervaron y usando sus pechos como agarre, empecé a montarla sin misericordia. Mi ritmo loco iba acompañado de sus gritos de angustia y dolor. Tras un minuto donde cabalgué sin parar sobre el culo de mi tía, decidí descansar y dándole un fuerte azote en su trasero, le ordené que se moviera.
-¡Para!- me pidió.
Al recibir la segunda palmada sobre sus nalgas, respondiendo como ganado aceleró el ritmo de sus caderas. Pero fue cuando sufrió el tercero cuando ya sin poderse dominar, me rogó que siguiera azotando su trasero. Inmerso totalmente en mi papel y al igual que el actor en la pantalla no le hice ascos a seguir castigando ese culo mientras mi tía  ya berreaba sin control.
Al escucharla decir que se corría, acelerando mis maniobras busqué sincronizar mi placer con el de ella. Cogiendo su pelo, lo usé como riendas y me lancé desbocado en busca del orgasmo. Con mi pene solazando libremente en sus intestinos y mis huevos rebotando contra su coño, escuché su climax mientras su flujo me empapaba ambos muslos:
-¡No pares! ¡Mi amor!- aulló al sentir que se licuaba por entero.
Agotada se dejó caer, mientras todo su ser sufría los estragos de  su placer. Sus berridos fueron el acicate que me faltaba para dejándome llevar derramar mi simiente en el interior de su culo y con feroces explosiones diseminé mi esperma por el hasta hace escasas fechas virginal conducto. Ya satisfecho, saqué mi pene y tirando de sus esposas, la llevé hasta la cama.
Esa noche, la hermana de mi madre, la estricta policía, mi tía,  fue mi sumisa. La usé como me vino en gana hasta que conseguí quedarme dormido…
Tercer y definitivo síntoma de su transformación:
Durante las siguientes dos semanas, mi tía y yo profundizamos en nuestro juego. Antes de llegar a casa, Andrea pasaba por el videoclub y alquilaba la fantasía que quería desempeñar. Imaginaros que deseaba sentirse una criada que era abusada por su patrón, pues esa noche se disfrazaba de sirvienta y disfrutaba sirviendo a su infernal amo. Si por el contrario, tocaba una película donde la protagonista era una monja que era tomada contra su voluntad por el párroco del convento, mi tía se ponía un hábito y crucifijo en mano, me rogaba que respetara su virginidad.
Durante esa época, la vi disfrazarse de azafata, de médico, de enfermera, de puta barata e incluso se atrevió a representar el papel de una pony girl. Todavía recuerdo con añoranza esos días pero cuando creí que era imposible que mi estancia en su casa mejorara, una mañana me preguntó:
-¿Te importaría que invitara a otra persona a nuestro juego?
Pensando que se refería a otro hombre, me negué de plano diciendo:
-Ni de coña. Eres mía y de nadie más.
Andrea que no era tonta, se acercó a mi lado y dando un beso en mi oído, me susurró:
-¿Y si es una mujer?
Mi sorpresa fue total porque no me lo esperaba. Mi tía entonces aprovechó mi turbación para decirme:
-Mira hace dos días, Laura, mi ayudante te vio cuando me recogías en la comisaría y como le pareciste un yogurcito, me preguntó si podía presentarte.
Recordando que la susodicha era un espectáculo de rubia con grandes tetas, no pude dejar de estar complacido y viendo que pisaba un terreno peligroso, decidí que ella fuera la que continuara:
-Te reconozco que al principio ayer me negué de plano porque me cabreó que esa zorra te mirara, pero esta noche lo he pensado mejor y puede que sea la mujer idónea con la que ambos hagamos nuestro primer trío.
 Solo imaginar el estar con dos pedazos de mujeres como aquellas, me excitó y ya sin más acepté su sugerencia. La puta de mi tía se rio por lo fácil que había resultado convencerme y dándome un beso, me explicó su plan:
-Aunque Laura es un zorrón desorejado, dudo que acepte si directamente le planteo que se acueste con nosotros, por eso creo que lo que debemos hacer es que sienta que te ha seducido y ya en la cama aparezco sin mas.
-Estás loca- respondí, tras lo cual me puse a mi como ejemplo y le expliqué que si me enrollaba con una chavala y en mitad de la noche aparecía un tipo y quería meterse en la cama con los dos, le mandaría a la mierda.
-Tú quizás, pero ella no- contestó muerta de risa – en la comisaría se cuenta que esa cría le da a los dos palos.
Esperando que tuvieran razón esos chismes, accedí pero antes acordé con ella que para asegurarnos, yo le avisaría si debía intentarlo o por el contrario, decirle que era mejor dejarlo para otra ocasión.
-De acuerdo- aceptó, quedando conmigo que ese viernes la iba invitar a salir a tomar unas copas.
Como faltaban dos días, me olvidé del asunto y agarrando a Andrea por la cintura, nos fuimos directamente a la cama…
La cita se va al traste y eso fue mejor
Os reconozco que desde que me desperté ese día, andaba como una moto pensando que esa noche, si las cosas  se daban bien, disfrutaría de mi primer trío y encima con dos auténticos bombones, mi tía Andrea y Laura, su amiga. Obsesionado con la cita, me fue imposible concentrarme en la facultad y por eso el día se me estaba haciendo eterno.
Debía de ser las cinco cuando decidí que estaba perdiendo el tiempo en la biblioteca. Con los nervios a flor de piel, cogí el autobús y me fui a casa. Una vez allí, me metía a duchar con tranquilidad. Al salir, me estaba vistiendo cuando recibí la llamada de mi tía informándome que la cita no iba a tener lugar:
-¿Y eso? –pregunté.
-Me acaba de llamar Laura llorando, por lo visto el imbécil de su exnovio le ha montado un espectáculo en mitad del trabajo. Voy a ir a verla, no me esperes.
Cabreado, me tumbé en el salón y encendí la tele.  Como la programación era una mierda, sin darme cuenta me quedé dormido. Ya eran las nueve de la noche cuando el sonido de la puerta abriéndose me despertó. Todavía medio atontado vi entrar a Andrea acompañada de su amiga. La cara de ambas reflejaba disgusto. Al tratar de averiguar el motivo, mi tía me soltó:
-No te lo vas a creer, estábamos tomando un café en un bar cuando llegó ese cretino y la empezó a insultar…
-¡No me jodas!, ¿Y qué hiciste?- la interrumpí.
-Traté de calmarle y que se fuera- me contestó- pero en vez de tranquilizarse, ese idiota nos intentó pegar.
La tranquilidad con la que me informó del percance era tanta que pensé que no había pasado a mayores pero justo en ese momento, intervino su amiga diciendo:
-Menos mal que estaba Andrea y le puso en su lugar, sino no sé qué hubiera sido de mí.
No me tuvieron que decir nada más, conociendo las habilidades de mi tía en el cuerpo a cuerpo, comprendí que había respondido a su violencia con violencia:
“¡Qué se joda!”, me reí mentalmente sin exteriorizar que me alegraba de que  ese capullo hubiera salido calentito.
Cómo afortunadamente todo había salido bien, pregunté:
-¿Queréis que salgamos a cenar?
-No, mejor nos quedamos. No vaya a ser que ese idiota lo vuelva a intentar- respondió mi tía, visiblemente alterada y mirando a la rubia, dijo: -Tú te quedas a dormir hoy aquí.
La admiración que leí en los ojos de su amiga, me confirmó mis sospechas. Su novio debía haber recibido una buena paliza y ahora veía en Andrea a su salvadora, no a su jefa.  Tratando de desdramatizar el momento, les pregunté que querían de cenar.
-Cualquier cosa, lo que tengáis- Laura contestó.
Fue entonces cuando participando, mi tía propuso que pidiéramos la cena a un chino y celebráramos que nada había pasado. La solución nos pareció bien a los demás y mientras llegaba nuestro pedido, pusimos la mesa. No me costó observar que la actitud de la rubia con Andrea rayaba en la sumisión, antes de hablar o hacer cualquier cosa, le pedía permiso con anterioridad. Para que os hagáis una idea, un ejemplo: cuando me estaba sirviendo una cerveza, les dije si querían algo de beber y en vez de contestarme directamente, miró a su jefa y preguntó:
-¿Crees que puedo beber alcohol en mi estado?
Mi tía la miró y riendo, me pidió que abriera una botella de vino, diciéndola:
-Hoy nos vamos a emborrachar.
Aunque no me pareció entonces que tuviera una doble intención, lo cierto es que tras la primera cayeron otras dos antes de que termináramos de cenar. Poco a poco el vino fue diluyendo el malestar de ambas mujeres y ya en el postre, se reían a carcajadas recordando la última patada que le había soltado Andrea a ese sujeto.
-No creo que se le ocurra volver a molestarte- soltó mi tía.
Laura, mirándole directamente a los ojos, puso su mano encima de la de su jefa y respondió:
-Y todo gracias a ti.
La fascinación que escondían sus palabras provocó un silencio incómodo que solo se rompió cuando pregunté si poníamos música. Ambas mujeres acogieron con alegría mi sugerencia y fue la propia Andrea, la que se levantó a poner una canción. Inmediatamente, las dos se pusieron a bailar en mitad del salón mientras yo terminaba de recoger los platos.
Al volver, mi tía tiró de mí y me obligó a bailar con ellas. Usando como pista improvisada el salón, me vi atrapado entre ellas dos. Formando un sándwich con  sus cuerpos, sentí como poco a poco los roces a los que era sometido se iban incrementando. Con mi tía a mi espalda, podía sentir sus manos sobándome el trasero mientras su amiga miraba alucinada lo que hacía su jefa. En un momento dado, Andrea pasó sus brazos por mi cintura y agarró a Laura, pegándola a mí. Si bien en un principio se quedó cortada, al oír nuestras risas se relajó.
Yo, al sentir los pechos de la rubia clavándose contra el mío, bromeé diciendo:
-Me vais a poner bruto.
-Eso es muy fácil- contestó mi tía y riéndose, le dijo a su amiga: -¿Te apetece que pongamos a mi sobrino a cien?
Antes de que la contestara, vi que la cogía entre sus manos y la atraía hacia ella. La rubia, descojonada, se pegó a su jefa y sin quejarse, empezó a bailar. Si ya creía que ver a esos dos bellezones así era el sumun del morbo, más lo fue observar que Andrea susurraba algo en el oído de Laura y que esta le decía que sí.  Mi tía me guiñó un ojo y acariciando la mejilla de su amiga, acercó su boca a los labios de la otra.
Como si fuera algo pactado de antemano, el suave beso que se dieron se convirtió en un morreo apasionado. La pasión con el que se lo dieron me excitó aún antes de ver como Andrea deslizaba los tirantes que sostenían el vestido de la otra.
“¡Dios que tetas!”, pensé al verlas por primera vez al natural.
Todavía no me había recuperado de la impresión cuando con un coqueto movimiento mi tía despendió los que mantenían el suyo.
“No puede ser”, babeé al contemplar que reiniciaban su baile.
Sabiéndome convidado de piedra me mantuve al margen, cuando bajando por el cuello de Laura, la lengua de mi tía se aproximaba a uno de sus pechos. La sensualidad del momento se multiplicó cuando con la boca de apoderó del ya excitado pezón de la muchacha.
-Ahhh- oí que gemía la rubia al sentir que su jefa mamaba de ella como un bebé.
Siguiendo las enseñanzas de las películas porno que había disfrutado viendo conmigo, la lengua de Andrea siguió bajando por el cuerpo de la cría hasta que no le quedó mas remedio que arrodillarse. Hincada en el suelo, mi tía toqueteó por encima el coño de su amiga hasta que sus aullidos le informaron de su entrega. Ya convencida, con ternura, le bajó el mojado tanga:
-¡Y eso que solo querías poner bruto a tu sobrino!- Laura exclamó destornillada de risa.
-Cállate y abre las piernas- le contestó su jefa.
Sabiendo que las reticencias de su ayudante eran solo de palabra, mi tía metiendo su cara entre sus muslos, se apoderó del sexo de la rubia. Los gemidos de Laura se incrementaron por mil cuando Andrea, con suavidad retiraba con la lengua sus hinchados labios para concentrarse en su botón.
-¡Sigue!- aulló ya sin disimulo.
El placer sacudió su cuerpo cuando mi tía a base de pequeños mordiscos, comenzó a torturar su clítoris y se corrió sin remedio en cuanto sintió la lengua de su jefa explorando el interior de su vulva.
-¡Dios!-  chilló presionando la cabeza de la mujer para que sorbiera su líquido deseo.
Laura para entonces ya estaba desbordada y olvidándose que la otra mujer era su jefa, la obligó a tumbarse en el suelo mientras ella se arrodillaba entre sus piernas.
-Eres preciosa- le dijo antes de hundir su cara en el coño de su superiora.
En cuanto vio que la rubia se arrodillaba, mi tía me guiñó un ojo dándome entrada. El morbo de ver a la rubia comiéndole el chocho a Andrea y saber que para la morena era su primera vez, me terminó de convencer y mientras Laura degustaba con gozo del sabor agridulce de su jefa, me terminé de desnudar.
-Fóllate a esta puta- ordenó mi tía nada más ver mi pene erecto.
Sin nada que objetar, me acerqué a ellas y poniéndome a la espalda de la rubia, disfruté brevemente de la visión de su trasero.
“Menudo culo”, pensé.
La firmeza de sus nalgas quedó más que confirmada cuando usando mis manos, le acaricié sus cachetes. Se notaba que al igual que su jefa, Laura hacía ejercicio porque los tenía duros y sin gota de celulitis. Seguía tanteando el terreno cuando escuché que la rubia me gritaba:
-¿No has oído a tu tía? ¡Fóllame!
Sus palabras escondían una súplica bajo el disfraz de una orden y saber que esa zorrita necesitaba sentir mi verga en su interior espoleó mi deseo. Colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, me entretuve jugueteando con sus pliegues hasta que sin avisarla, se la fui metiendo lentamente.
-¡Qué gozada!- chilló mi nueva amante al sentir  el paso de mi  tranca a través de sus adoloridos labios.
Mi tía exigiendo su dosis de placer, tiró del pelo de la rubia para que siguiera comiendo su coño. En cuanto la lengua de Laura penetró en el chocho de Andrea, aceleré mis movimientos. Era tanto el ritmo que imprimí a mis cuchilladas que mis huevos empezaron a rebotar contra los labios exteriores de la rubia.
-Más rápido- gritó la hermana de mi madre cuando experimentó los primeros síntomas del orgasmo.
Tanto Laura como yo interpretamos que la orden iba dirigida a nosotros, por eso mientras la rubia incrementaba la velocidad con la que su lengua y sus dedos se estaban follando a su jefa, yo incrementé aún más el compás de mis caderas.
Formando un equipo, mis embestidas obligaban a Laura a penetrar más hondo en el interior de Andrea, y los gritos de esta al sentir que se derretía en la boca de su ayudante, forzaban a un nuevo ataque por mi parte.
Mi tía fue la primera en correrse; retorciéndose en el suelo y mientras se pellizcaba sus pezones, nos ordenó que la acompañáramos. Al escucharla, aligeré aún más mi galope lo que provocó que me corriera regando el vientre  de Laura con mi semilla. El orgasmo de la rubia, siendo el último, fue bruta y  sintiendo que cada oleada de mi semen corroía su interior, aulló como una cerda a la que estuvieran sacrificando.
-¡No pares!- imploró mientras su sexo se licuaba.
Terminando de vaciar mis huevos en su coño, me quedé helado por la forma en que retorciéndose sin parar, esa mujer unía un orgasmo con el siguiente sin para de gritar a los cuatro vientos su placer. Pegando un último berrido se dejó caer junto a su jefa.
Fue entonces cuando sin dejarla descansar, mi tía la obligó a levantarse y abriendo el camino, nos llevó hasta su cama. Una vez allí, se tumbó con su ayudante a un lado y su sobrino al otro. Y satisfecha, nos dijo:
-Tengo que comprar una cama más grande.
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “El liante” (POR RUN214)

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portada narco2EL LIANTE
Sin títuloQuizás no he oído bien o a lo mejor este sol que me achicharra me hace alucinar. Miro a mi hijo por encima del periódico y levanto mis gafas de sol sorprendido.

-¿Qué has dicho?

-Digo que menudas tetas se le han puesto a Nuria.

Está sentado en la toalla frente a mí, con la barbilla descansando en sus manos y los codos apoyados en sus rodillas. Contempla absorto a las 2 mujeres que se alejan caminando por la arena hacia el mar.

Yo también estoy sentado. Utilizo una de esas sillas plegables que te dejan el culo casi a ras de suelo cuyo respaldo puedes inclinar lo necesario para leer o echar una siesta. Desde mi posición podría estirar una pierna y patearle el hombro como a una cucaracha.

Giro la cabeza hacia la izquierda. Las olas del mar mueren en la arena por la que caminan ambas mujeres y señalo hacia ellas con el pulgar.

-¿Te refieres a tu hermana?

-¿A cuántas Nurias conoces? –contesta con descaro- Seguro que tiene unos pezones de la hostia. Grandes y oscuros, buf.

Le miro con desconcierto sin saber exactamente si se está refiriendo a su hermana de la manera que yo creo que lo está haciendo.

-¿Cómo crees que tendrá el coño? –continúa diciendo- Yo creo que lo tiene peludito y arreglado con unos labios grandes como a mí me gustan.

-¿C…Cómo?

-Ese cabrón de Nacho se la tiene que estar follando todos los días. Al menos es lo que yo haría si fuera su novio.

-¡Gabriel! Ya está bien. ¡Estás hablando de tu hermana!

Me mira con suspicacia y levanta una ceja.

-A ver si me vas a decir que tú no te habías fijado en los melones que tiene.

-Oye, un respeto que soy tu padre.

-¿Y eso que tiene que ver? Como si tú no te hicieras pajas con ella.

Golpeo con fuerza mis rodillas con el periódico.

-¡Basta ya! Pero ¿qué estás diciendo?

-¿Qué pasa? ¿A ver si ahora me vas a decir que nunca has fantaseado con ella mientras te estás tirando a mamá?

-¿Q…Qué?

-La oscuridad lo cubre todo, hasta la propia vergüenza. De noche, bajo las sábanas, cuando deslizas la polla por el coño de mamá seguro que piensas que es a Nuria a quien se la metes.

Parpadeo sin comprender. Me parece estar viendo un alienígena.

-Además juegas con ventaja porque Nuria es el vivo reflejo de mamá así que no te costará nada imaginar que te corres en ella cuando estás encima de mamá.

Hace una pausa mientras le veo cavilar.

-Yo también me la imagino cuando me estoy follando a Estela –continúa- pero no es lo mismo, mi novia no tiene las peras de Nuria, ni su cuerpo.

-¿Que… que tú…?

-¿Como tiene mamá el coño? ¿Le gusta correrse en tu boca? Tiene que ser una pasada ¿eh?, pensar que es el coño de Nuria el que te estás comiendo mientras mamá se corre en tu boca sin saber lo que estás imaginando.

-¿Qué? Yo… yo no… nunca…

-¿Tienes fotos de mamá en pelotas?

-¿F…Fotos de tu madre desnuda? Nooo, no, no. Que va, nada. Nunca. ¿En mi móvil? Ni hablar, que va. Nada, yo nunca tendría fotos de tu madre desnuda, nunca.

-Joooder, papa. Qué mal se te da mentir. Anda saca el móvil y enséñamelas, venga.

-Que no, que no, que no tengo yo de esas cosas. Además, que no están en mi móvil y no te las voy a enseñar. Será posible el niño este. ¡Que estamos hablando de tu madre! Anda cállate de una vez y déjame en paz que estás enfermo.

Estoy sudando. En menos de un minuto el mocoso éste me ha puesto el corazón a 200 por hora. Sin abrir la boca me ha acusado de incestuoso, me ha faltado al respeto a mí y a su madre y encima ahora me acosa con fotos íntimas de su madre.

Me recuesto sobre mi silla de playa, estiro el periódico frente a mi cara de un manotazo y me oculto tras él dando por zanjada cualquier conversación entre nosotros.

Nunca hubiera imaginado que mi propio hijo pudiera hablar así de su madre y de su hermana, es asqueroso. Lo peor de todo es que me ha hecho sentir sucio a mí mismo. Debo mantener una charla muy seria con este chico uno de estos días. Tanto internet y tanto amigo friki no puede ser bueno.

Tras unos minutos, cuando las pulsaciones de mi corazón vuelven a ser las mismas de siempre, me percato del sospechoso silencio en el que ha entrado el degenerado de mi hijo. Inclino el periódico y oteo sobre sus páginas. Gabriel está concentrado en algo que tiene en la mano, ¡mi móvil!

-¿Qué haces con eso? Trae aquí.

Se lo arranco de un zarpazo y miro la imagen de la pantalla entre el desconcierto y el terror. Una mujer desnuda saliendo de la ducha ocupa toda la pantalla. Mi hijo ha estado viendo las fotos personales que tengo de su madre desnuda y que he jurado con mi vida que no vería nadie. Aprieto el móvil contra mi pecho y cierro los ojos intentando no desmayarme.

-¿¡Pero qué cojjjones estás haciendo con mi móvil!?

-Joe, como te pones. Solo estoy mirando las fotos de mamá. Anda que menudo coño más “de puta madre” tiene. Joooder, y qué polvazo. Ya me la follaba yo bien follada.

-¿Pero tú te estás oyendo? ¡QUE ES TU MADRE!

-¿Y qué? No te pajeas tú con tu hija pues yo lo hago con mi madre.

-¡QUE YO NO ME HAGO PAJAS CON TU HERMANA, JODER!

Me asusto de mi elevado tono de voz. No estoy solo en la playa. Levanto la cabeza y miro hacia los lados temeroso de que alguien hubiera podido oírnos. Solo me faltaba eso. Acerco mi cara a la de mi hijo, frunzo el ceño enfadado y bajo la voz.

-Yo-no-me-pajeo-con-tu-hermana. Y tú tampoco deberías hacerlo con tu madre, enfermo de mierda. Además, estas fotos son privadas y…

-¿Mamá sabe que las tienes?

-Pues, pues, pues claro.

-¿Y sabe que las vas enseñando por ahí?

-¿¡Qué!? Yo no las voy enseñando por ahí. Has sido tú que te gusta hurgar en la propiedad de los demás. Además, ¿cómo has dado con ellas?

-Buf, fácil. Las tienes a la vista, en una carpeta dentro de la galería de imágenes, sin esconder ni nada.

-P…pero si yo las metí en, en… un momento, ¿qué es esta flechita que parpadea…?

Levanto la vista del móvil y le miro fijamente a los ojos haciendo esfuerzos para no mearme encima.

-Gabriel, ¿has enviado algo desde mi móvil?

-Claro, las fotos, a mi correo.

-¿L…las fotos de tu madre desnuda?

-Sí, todas.

¿Todaaaas? Pero, pero… ¡serás cabrón!

-Oye, oye, sin insultar que no es para tanto. Que solo me voy a pajear con ellas.

Si Pilar se entera donde han acabado sus fotos y de qué manera se van a emplear voy a tener el mayor problema de mi matrimonio. Este puto enfermo mental me acaba de buscar un problema de la hostia. Estoy en la cuerda floja y el muy capullo está sujetando uno de los extremos. Estoy en las manos de un tarado sexual.

-¿Que te vas a…? ¡Bórralas inmediatamente, cerdo!

-Ni loco, vamos.

-Esas fotos son de uso privado, son mías, MIAAAS.

-Si es por eso no te sulfures. Te paso las de Estela en pelotas y en paz. Así yo tengo las fotos de mamá y tú tienes las de mi novia, empates.

Se hace el silencio. Me ha dejado descolocado. No sé si he entendido bien lo que me acaba de proponer pero yo no quiero sus fotos, quiero las mías. Quiero que las borre pero, por otra parte, mis fotos están comprometidas. Ya nunca podré estar seguro de que no existan copias por mucho que las borre o me jure hacerlo. Piensa rápido, piensa.

Me tiene cogido por los cojones. Si tuviera las fotos de su novia desnuda igualaría nuestras posiciones. Podría amenazarle con enviárselas a Estela de manera anónima si se le ocurriese traficar con mis fotos.

Gabriel echa mano de su mochila y saca su móvil con parsimonia, lo enciende y comienza a navegar por él. Pasan los segundos y sigo paralizado esperando algo que no sé qué es. Pilar y Nuria volverán pronto del paseo que han ido a dar juntas por la orilla del mar y entonces ya no tendré oportunidad de matar con tranquilidad a mi hijo.

-Mierda.

-¿Qué?

-Me he quedado sin batería.

-¿Qué? ¿Cómo es posible?

Le arranco el móvil de las manos y pulso con energía la tecla de encendido sin que suceda nada. Desmonto el móvil. Quito y pongo de nuevo la batería. Coloco la tapa que la cubre e intento de nuevo encender el puto aparato. Nada.

-Eso es por estar todo el día… chapeando y… chismeando.

-Se dice…

-¡Me da igual como se diga! Ahora tú tienes todas mis fotos y yo no tengo nada tuyo, joder. ¡JODER!

-Tranquilo hombre, tranquilo. Si es por eso te dejo unas bragas de Estela que llevo en la mochila. Te las dejo como “prenda” y cuando te pase las fotos me las devuelves.

-¿Llevas unas bragas de tu novia en tu mochila?

-Sí, aquí están. Mira.

Veo aparecer unas braguitas blancas colgando de la punta de sus dedos. Este tío está fatal de la cabeza. ¿Quién va por ahí con unas bragas de su novia encima?

-Pero… ¿y qué coño voy a hacer con unas bragas de tu novia?

-Anda el otro. Pues olerlas. Como hago yo con las bragas de mamá y Nuria.

-¿Utilizas las bragas de tu madre y tu hermana para…? bueno, es igual –digo dando manotazos frente mi cara-. Lo que quiero decir es que esto no me sirve para nada, no me garantiza que me vayas a pasar las fotos de tu novia.

-En realidad sí. Tengo que devolverle las bragas a Estela antes de esta noche. Si no lo hago se va a preguntar qué he hecho con ellas y tendré un gran problema. Así que a ambos nos interesa hacer el canje.

La explicación de Gabriel tiene sentido además son el único aval contra el mal uso que este puto chaval pueda hacer de las fotos de Pilar hasta que me pase las suyas.

-Cuando lleguemos a casa conecto el móvil al cargador, te paso las fotos y me devuelves sus bragas. Entonces ambos tendremos fotos guarras del otro y estaremos en paz.

Le miro con recelo y asco. Quiero pensar que todo va a ir bien y al final me haré con sus fotos con las que le amenazaré si se pasa de listo. Esas fotos van a ser las únicas que garanticen mínimamente que Pilar no acabe en internet o vete a saber dónde.

-No te vayas a hacer una paja con ellas mientras las tienes, ¿eh? –susurra con una sonrisa de oreja a oreja mientras balancea las bragas delante de mi cara.

En ese momento veo aparecer de soslayo la figura de dos mujeres que se acercan a paso lento. Tomo las bragas con celeridad e intento esconderlas en el bolsillo de mi bañador. Por desgracia, los putos nervios no me dejan ser dueño de mis músculos y me impiden esconder con prontitud la prueba del delito que se atasca a medio camino y queda colgando de mi pantalón.

-¿Qué tal chicos, cómo estáis? –pregunta mi mujer al llegar hasta nosotros.

“Jodido”. Hubiese querido decir. Pero solo puedo sonreír con una mueca de pánfilo mientras abro el periódico sobre mis piernas para que tapen las bragas a medio salir de mi bolsillo a la vez que el hijo puta de Gabriel muestra una cara de alegría mientras se coloca sus gafas de sol.

-¿Qué tal el paseo mamá?

Regala a su madre una sonrisa de hiena mientras escucha atento sus explicaciones como si le interesaran. Pilar no sabe que tras esas gafas oscuras, el pervertido de su hijo, está concentrado en su coño y en sus tetas, observando atentamente el balanceo de sus melones.

Puedo sentir como babosea, como se recrea con la forma de su coño, como estruja y manosea las tetas de su madre con la mirada. Solo le falta babear. Qué contento se debe sentir ahora que guarda su imagen desnuda en su retina.

-¿Vienes al agua papá? –mi hija me devuelve a la realidad.

-¿Qué? eeh, no, gracias. Es que… quiero acabar de leer –y esconder por completo las bragas que cuelgan de mi bolsillo.

-Deja el periódico de una vez. Ya lo seguirás leyendo después –dice mientras intenta arrancármelo de las piernas.

-Que no, que no, de verdad, no me apetece. Luego si eso.

Su rostro se muestra contrariado. No esperaba mi negativa pero enseguida vuelve a sonreír dirigiéndose hacia su hermano esta vez.

-Qué, Gabri, ¿te vienes?

-Eeeee, paso.

-Venga anda –suplica arrodillándose tras su espalda y abrazándole el cuello desde atrás.

-Luego si acaso. Ahora mismo no me apetece mojarme y pasar frío.

Los cojones. Lo que le pasa es que tiene una erección de mil pares de pelotas desde que ha llegado su madre. Y ahora, con su hermana frotándole las tetas a la espalda no tiene valor para levantarse y que todos vean lo marrano que es.

-Venga hombre, chapoteamos un poco y venimos.

-Vaale, está bien.

Dicho esto, se levanta de un salto y se quita la camiseta mostrando un bulto en el pantalón que bien podría ser la torre de Pisa en versión porno. La punta de su polla aprieta contra el pantalón de baño haciendo que éste forme un cono hacia adelante tan grande como vergonzante.

Sonrío al ver lo tonto que es. Ese error táctico le va a hacer perder muchos puntos dentro del sector femenino familiar. Le está bien empleado por cerdo y por ladrón.

Sin embargo, para mi sorpresa y desazón, nadie ve su tienda de campaña. Su hermana ha salido corriendo hacia el agua sin percatarse del bulto obsceno de su hermano, y su madre, que hasta hace un instante se encontraba frente a él, se ha girado de espaldas y está de rodillas sobre la toalla alisándola y quitando los restos de arena.

Para mayor pesadumbre, el muy crápula, aprovechando que su madre tiene apoyadas las manos sobre la toalla, simula cogerla por la cintura y finge follarla a cuatro patas mirándome con esa eterna sonrisa de hijo de puta enfermo sexual.

Hecha la gracia, comienza a caminar hacia el agua donde su hermana se encuentra adentrándose pasito a pasito en el mar.

Giro la cabeza a un lado y a otro sorprendido de que nadie en la playa parezca percatarse de la escena con su madre y del empinamiento de su pantalón de baño. Seguro que si fuera yo el que va con una erección, un roto en el pantalón o la bragueta abierta se enterarían hasta en el polo norte.

– · –

Pilar está tumbada junto a mí recibiendo los rayos del astro sol en su cuerpo. Descansa relajada y feliz, ajena a la realidad que vive en su casa y en su familia. No llega ni a imaginar que su hijo se menea la polla con sus bragas o que, peor aún, posee las vergonzantes fotos que con tanto trabajo y sudor he ido recopilando durante el matrimonio. Me mareo solo con pensar lo que ese mal nacido de Gabriel pueda hacer con ellas.

Apenas distingo a mis hijos chapotear en el agua. Seguro que Gabriel no desaprovecha ninguna ocasión para frotarse con su hermana el muy marrano. ¿Notará Nuria su erección? Ruego por que así sea y le monte un buen pollo.

Mientras tanto intento seguir leyendo el puto periódico pero no consigo pasar de la primera línea. Ya la he leído 12 veces y sigo sin enterarme de nada. Las putas bragas de Estela, la novia de mi hijo, me están quemando en el bolsillo. No veo el momento de sacármelas de encima y esconderlas hasta que se las pueda devolver a Gabriel. Eso si me pasa sus fotos claro, porque si me la intenta jugar pienso putearle dejándole sin ellas. El cisco que le montaría Estela si Gabriel le va con el cuento de que no las tiene sería de campeonato.

Parece que Gabriel y su hermana se han cansado de jugar en el agua y vienen para acá. No espero más. Me levanto y comienzo a recoger mis cosas del suelo.

-¿Qué haces? –Pregunta Pilar.

-Ya he tomado suficiente sol. Me voy a casa.

-¿Ya? Espera a que lleguen estos dos y nos vamos todos juntos.

-Tengo prisa. Os espero en casa.

Con una mano tapando el bulto del bolsillo recorro a paso ligero la playa hasta salir de ella y encamino la acera por la que transito hasta llegar al bloque de pisos donde pasamos el verano.

Llamo al ascensor pero parece que no llega nunca. Seguro que está estropeado o algo. Me canso de esperar una eternidad y subo todas las escaleras lo más rápido que puedo hasta llegar a mi planta que está en el infinito. Saco las llaves y abro la puerta de mi casa con el poco resuello que me queda por culpa de la caminata. Al cerrar la puerta, una vez dentro, siento el alivio de la salvación. Ahora sé qué sentían los soldados que recorrían las playas de desembarco hasta ponerse a cubierto.

Dejo las llaves de casa y el periódico en la mesilla de la entrada, me descalzo las chancletas saco las bragas y las sostengo en mi mano. ¿Dónde las esconderé?

Tengo muchas opciones pero ahora no se me ocurre ninguna buena. ¿La cocina, mi dormitorio, algún cajón del armario…?

Oigo unas llaves en la entrada y veo abrirse la puerta. Por acto reflejo vuelvo a meter las bragas en el bolsillo. Veo con estupor la silueta de Pilar apareciendo en el pasillo a la que le siguen mis dos hijos.

-Podías habernos ayudado a traer las cosas. Qué rápido te has ido –dice ella.

Rápido no, he venido a toda hostia y aun así, solo os he sacado 20 segundos de ventaja, increíble. Me llevo la mano a la frente y me seco el sudor con ella.

-¿Pero… cómo habéis subido tan rápido? -pregunto.

Me mira como las vacas al tren.

-Pues en ascensor como siempre. Cuando hemos llegado nos estaba esperando abajo. ¿Comemos?

-Eh, v…vale, ve haciendo la comida… me voy a duchar. –y a esconder estas putas bragas de adolescente.

– · –

Me he duchado, he comido y ahora estoy sentado junto a mi familia en el sillón viendo la tele y sigo con las putas bragas en el bolsillo de mi bañador sudando como un condenado.

Gabriel se levanta y se dirige hacia la puerta del salón.

-¿Has cargado ya tu teléfono, Gabriel? –pregunto con disimulado desinterés.

-Nop.

-¿Qué? ¿Y por qué no? ¿Se puede saber?

Mi mujer y mi hija me miran extrañadas.

-Ejem… quiero decir –continúo-, que no puedes andar incomunicado por ahí. Imagínate que necesitara llamarte para algo urgente. Carga el teléfono, anda.

-Luego.

-¡Ahora!

-No puedo.

-¿Por qué no?

-No he traído el cargador.

-Te dejo el mío.

-No me vale. Además tengo prisa. He quedado con Estela. Adiós.

-¿C…cómo que has quedado con Estela? ¿Y vas a ir así, sin más?

-¿Y cómo quiere que vaya, con frac?

-¿No tienes que llevarle nada a Estela? ¿…Gabriel?

-Eeeee, no.

Se gira, coge un libro de la estantería cercana y se va hacia la salida.

-Vendré tarde –grita desde el quicio de la puerta.

Me sorbo los mocos y me tomo el pulso con 2 dedos sobre la muñeca. Con este mocoso no llego a la jubilación. Se está choteando de mí. Miro a mi mujer que vuelve a estar absorta en el televisor y pienso en cómo sería mi vida después de la muerte.

No entiendo por qué cojones Gabriel no cumple con su palabra y me pasa sus fotos de una vez para que al menos pueda estar medianamente tranquilo. Sigo mirando la tele absorto en la boba de María Teresa Campanillas presentando su programa de mierda. Nuria se va a su habitación dejándome solo con Pilar. Me encuentro muy mal, como con ganas de vomitar.

Me levanto con lentitud y me dirijo al baño a paso de zombi. Necesito un rato de soledad. Cierro la puerta del baño y me miro al espejo. Me seco el sudor con un pañuelo. Me mareo solo de pensar que este mal nacido de Gabriel me la vaya a jugar. Me tiene cogido por las pelotas pero si hace algo con mis fotos juro por Dios que voy a enviar una cajita a estela con sus bragas y una nota que diga que su novio anda repartiendo su ropa interior a la gente.

Separo el pañuelo de mi cara y lo miro. Me acabo de dar cuenta de que me estoy limpiando el sudor con las bragas que tenía en el bolsillo. Qué asco. Las aparto de mi cara y las miro con detenimiento.

Esas bragas han estado cubriendo el coñete de Estela, la novia pija de mi hijo. La típica chica a la que no se le cae un pedo. El prototipo de supermujercita, supermodelo, superguapa a la que todos los hombres mortales y plebeyos quieren meterle la polla por su culito de estirada. Y yo me acabo de limpiar la cara con ellas.

Me llevo las bragas a la cara de nuevo. Cierro los ojos y aspiro su olor. No sé muy bien por qué pero se me acaba de poner dura. Destapo mi polla y la miro desde arriba. Tengo un buen ciruelo. Acaricio mi falo lentamente con una mano mientras sostengo las bragas en mi cara con la otra. Vuelvo a mirar las bragas y ahora me parecen preciosas. Dejo caer el pantalón de bañador hasta los tobillos, las coloco alrededor de mi polla y sigo acariciándome con ellas. Si mi polla está tocando las bragas y estas bragas han estado en el coño de Estela es como si mi polla estuviera tocando su coño. Se me está poniendo más dura todavía.

Me la meneo con más brío. No soy del todo consciente de que me estoy haciendo una paja con las bragas de la novia de mi hijo. Eso no está bien pero que se joda Gabriel. No me ha pasado sus fotos, tal y como prometió, así que no tengo por qué sentir remordimientos por lo que hago.

Sigo con los ojos cerrados pensando en Estela y en cómo sería desnuda. Esa chica está buenísima y sin ropa estaría todavía mejor. Imagino que soy yo el que la desnuda y la tumba en el suelo. Le lamería sus pezones y su coñete de niña rica y después se la metería. Me follaría a la novia de mi hijo. Sí, me la follaría bien follada. Me siento mal por desearlo pero me da igual.

Estoy tan excitado que me empiezo a correr. Tengo que morderme los labios para no gemir de gusto. Noto salir mi semen que empapa mi mano y las bragas. Ya no hay tiempo para retirarlas así que termino por correrme en ellas. Ya las limpiaré después. Abro la boca y comienzo a tomar aire a bocanadas. El placer y el deseo dejan paso lentamente a la relajación y el agotamiento.

Pasan los segundos con los ojos cerrados y empiezo a sentirme mal por lo que he hecho. No debí manchar las bragas de Gabriel. No debí meneármela con ellas. Ni tan siquiera debí pensar en su novia de esa manera. Cómo puedo ser tan cabrón.

Abro los ojos y me miro al espejo. Lo que veo ya no es a un hombre maduro y culto sino a un crápula y un mal padre. Enfoco la vista en el cristal y me percato de que la puerta del baño que está justo tras de mí está abierta y Pilar está bajo el quicio con la cara horrorizada.

-Te estás masturbando…

Pego un bote de la hostia y me giro encarando a mi mujer e intentando esconder las bragas tras mi espalda, algo bastante inútil teniendo en cuenta el espejo que tengo detrás.

-Eeee…, ha sido un calentón…, no sé que me ha pasado. El calor… supongo.

-Te estás masturbando… -repite como un autómata- con las bragas de tu hija.

-¿¡QUÉ!? Nooo, no, no. Que va. Para nada.

-Te has hecho una paja con sus bragas. – se lleva las manos a la cara.

-Que no, que no. Que no son suyas, de verdad.

Intento subirme el pantalón de bañador que se me ha enredado en los tobillos mientras sigo intentando esconder inútilmente las bragas totalmente pringadas dentro del puño tras mi espalda.

Pilar me toma del brazo y me las arranca de un tirón. Las toma entre sus manos y las despliega mirando con horror todo el semen esparcido.

-Son las bragas que se le han perdido en la playa. Hemos estado un rato buscándolas y mira quien las tenía. ¿Por eso tenías tanta prisa en venir a casa? ¿Para meneártela con ellas?

Abro la boca hasta tocar el esternón con la barbilla. “qué cabróóóón el Gabriel de los cojones”. Me ha dado las bragas de su hermana. El muy cerdo hijo de puta le había robado las bragas a su hermana y me las ha dado diciendo que eran de su novia. Ay Dios, voy a desmayarme.

Pilar me mira con la cara encendida. Sus ojos rojos no anuncian nada bueno para mis próximos 1.000 años.

-Nunca imaginé que fueras tan cerdo. ¿Cuántas veces te la habrás meneado con sus bragas? Seguro que cuando follamos te imaginas que es a Nuria a quien te estás tirando ¿verdad?

-¿Qué?

-¿Y cuando me lames el coño, seguro que piensas que es ella quien se corre en tu boca verdad?

-Pero, pero… -¿está todo el mundo igual de enfermo?

-Ni pero ni leches. ¿Cómo puedes vivir con la conciencia tranquila?

-Yo… yo… pensaba que eran tuyas.

-No vengas con bobadas y afronta la verdad. Eres uno de esos padres que fantasea con sus hijas.

-E…Espera, espera, aquí ha habido un error… -intento retenerla de un brazo.

-¡No me toques! –Grita-. Qué decepción Abelardo, Qué decepción.

-¿Qué pasa aquí, por qué gritáis?

La que faltaba, Nuria aparece por detrás de su madre. Ha salido de su cuarto al oír las voces. Su madre se gira y le muestra sus bragas pringadas de semen.

-El cerdo de tu padre se ha hecho una paja con tus bragas. –Dice casi gritando.

Me tapo la polla y los huevos con una mano mientras continúo intentando subir los putos pantalones que se me han enredado en los tobillos.

-¿¡Qué!? –exclama mientras se hace con las bragas poniendo unos ojos como platos- ¿Las tenías tú? ¿Me habías robado tú las bragas en la playa para pajearte con ellas? ¡JODER!, qué asco.

-Q…Que no, que no, que no es eso lo que ha pasado…

-Dios- continúa al borde del llanto- eres uno de esos padres que se pajea pensando en su hija. Seguro que cuando estás en la cama con mamá fantaseas conmigo mientras le lames el coño. Y seguro que en la playa no paras de mirarme las tetas y el coño detrás de tus gafas de sol.

-Jamás, te lo juro.

-La de veces que hemos chapoteado juntos en el agua. Anda que no habrás frotado bien tu nabo conmigo. Estarás contento papá, estarás contento.

-Pero ¿me quieres escuchar?

-Eres uno de esos asquerosos viejos verdes que se excitan con muchachitas. Como os odio, nunca he podido soportaros. Me das asco papá, asco. No te quiero volver a ver en la vida.

-Pero si yo… -balbuceo.

-¿¡Cómo has podido Abelardo, cómo has podido!? -dice Pilar abrazando a Nuria mientras ambas se alejan de mí odiándome y poniendo cara de haber lamido caca de perro.

Me quedo apoyado en el lavabo con la polla colgando. Tengo la cara desencajada y estoy a punto de echarme a llorar. Trago saliva y mastico con la boca seca. Con toda probabilidad mi mujer se divorciará de mi dejándome en la ruina y mi hija me odiará el resto de mi vida por hacerme una paja con sus bragas, ole mis huevos.

Y toda la puta culpa es de ese hijo puta engendro del infierno satánico del demonio que es mi hijo.

Camino hacia la ducha a paso de pingüino con los pantalones aun en mis tobillos. Me meto tal y como estoy y me pego un buen chorro de agua helada que empapa mi camiseta, mis pelotas y mi orgullo. Bienvenido al final de su matrimonio, señor Abelardo.

– · –

He cenado solo y ahora estoy viendo la tele en el salón sin ningún interés. Mi mujer y mi hija han estado todo el día lejos de mí en la casa, evitándome. No hay mayor soledad que estar junto a alguien y sentirse solo.

A las tantas de la madrugada me canso de mirar la tele a la que no hago ni caso y voy a dormir. Al intentar meterme en la cama mi mujer me frena en seco.

-Abelardo, preferiría que esta noche durmieras en el sofá. Mañana Nuria y yo nos volvemos a casa. Tú te puedes quedar aquí, en el piso de la playa, de momento.

Me quedo helado pero no rechisto. Vuelvo al salón y me tumbo en el sofá con los ojos abiertos. No pego ojo en toda la noche.

– · –

Me despiertan unos ruidos en la cocina. Al parecer he conseguido conciliar el sueño de madrugada y el sopor me ha mantenido dormido hasta bien tarde.

Me levanto y al ir hacia el pasillo veo cruzar a Nuria delante de mí hacia la puerta principal tras la que desaparece. Ni me mira. Me desprecia haciendo como que no existo. Cabizbajo llego hasta la cocina donde está Pilar terminando de recoger algo.

-Pilar, escucha…

-Cállate Abelardo, cállate. De ahora en adelante comunícate conmigo a través de mi abogado.

-¿Cómo? Pero, mujer…

-Ni mujer ni porras. Me voy a divorciar y no quiero saber más de ti. Te voy a dejar en la ruina y le voy a decir a todo el mundo el pervertido que eres.

Intento decir algo pero solo balbuceo. Me desplomo en una silla. Con los ojos rotos por el sueño y el dolor la veo salir por la puerta de la cocina al pasillo y desde allí hacia la puerta principal por donde instantes antes ha pasado su hija. Hundo mi cara entre las manos sin fuerzas para llorar.

Al cabo de un tiempo indeterminado oigo de nuevo la puerta y levanto la cabeza esperanzado de ver la cara de Pilar pero para mi desgracia, bajo el quicio de la puerta, aparece el crápula de mi hijo. Me levanto como un resorte.

-¡Tú! –digo señalándole con el dedo.

Levanta una ceja y mira hacia atrás por si me dirigiera a otra persona.

-Tú, maldito cabronazo. Por tu culpa tu madre se va a divorciar de mí y tu hermana no me va a hablar en la vida.

-¿Y eso? –contesta.

Me pongo rojo de ira, con la vena del cuello inflada como un neumático de bicicleta y con las palabras llenas de reproches acumulándose en mi boca. Comienzo a resoplar a la vez que me tiembla el dedo acusador que sigue apuntando a la cara de Gabriel. Sin embargo pasan los segundos y no acierto a emitir ningún sonido. A ver cómo le explico que me han pillado meneándomela con las bragas que me dio justo cuando me corría en ellas.

Me vuelvo a sentar derrotado y dejo caer mi cabeza de nuevo entre mis manos. Sollozo impotente. Gabriel se acerca, coge una silla y se sienta junto a mí.

-No te lo vas a creer –dice cuchicheándome al oído-. Tengo fotos de Nuria desnuda.

-¿Qué? –este tío es imbécil-. Acabo de decirte que tu madre y yo nos vamos a separar ¿y me vienes con guarrerías de las tuyas? ¡Y ENCIMA CON FOTOS DE TU HERMANA!

-He hecho un intercambio con Nacho, su novio. Menudas fotacas que he conseguido. Éstas dan para 1.000 pajas.

Parpadeo intentando comprender qué anomalía genética cerebral padece este perturbado. Su cara irradia felicidad y triunfo. No me puedo creer que no se dé cuenta de la realidad que le rodea. Pero entonces un “click” suena dentro de mi cabeza.

-Gabriel, ¿qué tipo de intercambio has hecho con nacho?

Se recuesta en la silla y sonríe.

-Le ofrecí fotos de su futura suegra desnuda a cambio de las de su novia –contesta ufano.

-¿Qué has hecho qué?

-Le he pasado las fotos que me diste de mamá. A cambio él me ha dado las fotos que tiene de Nuria. Incluso fotos que Nuria se había sacado a sí misma con su móvil y que no sabe que las tiene Nacho.

-Pero… pero… ¿¡cómo puedes ser tan cabrón!? Esas fotos no puede verlas nadie. YO TE MATO.

-Bueno, bueno, tranquilo hombre, no te sulfures tanto. Si no querías que las viera nadie no sé para qué me las diste.

-¡Yo no te di las fotos! ¡TÚ ME LAS ROBASTE! -Grito agarrando a Gabriel por el cuello.

Me mira como las vacas al tren. No es consciente de lo que ha hecho y si lo es le da lo mismo. Le suelto y me llevo la mano a la frente. Creo que me voy a desmayar.

-Juré a tu madre que nadie vería esa fotos y por tu culpa van a acabar en manos de un montón de gente. Todos, incluido su futuro yerno se van a pajear con ella.

-Y qué más da. ¿No has dicho que os vais a divorciar?

Touché. Menudo sentido de la síntesis.

-Aun así… le sigo debiendo respeto. Y todavía guardo esperanzas de que no me deje.

-Pues quizás sea mejor que lo haga. Creo que mamá no te conviene.

Levanto una ceja. No sé qué hacer. Si matarle ahora o matarle luego.

-Verás –dice sacando el móvil-. Antes del verano estuve trasteando en el ordenador de mamá. Ya sabes –dice giñándome un ojo- para ver si encontraba alguna foto suya desnuda que tuviera escondida.

Pongo cara de asco pero eso a él le da igual. Comienza a toquetear la pantalla del móvil.

-Por desgracia mamá es muy reservada en ese sentido y no encontré ninguna foto que alegrara mis pajas así que tuve que seguir imaginando que me la follaba mientras me la meneaba con sus bragas o mientras…

-Gabriel, por favor. No sabes el asco que me estás dando.

-A lo que iba –continúa como si no me hubiese oído- es que en su gestor de correo electrónico encontré esto en la bandeja de “mensajes eliminados”.

Me ofrece el móvil y comienzo a leer lo que parece son correos entre Pilar y un tal “Felipe V”. Al principio no entiendo o no quiero entender el tema que tratan pero, a medida que avanzo por las líneas descubro una de las peores y más crueles realidades de un matrimonio. La infidelidad continuada.

-Será… puta.

-Ya te he dicho que quizás el divorcio no sea tan mala opción.

Me levanto furioso. La ira me corroe. Mi mujer, tan casta y tan santa es una puta y una mentirosa. Voy de un lado a otro por la cocina resoplando. ¡Venganza! Que enciendan las hogueras. A mí la legión.

Mientras bramo para mis adentros y camino nervioso Gabriel me mira atento.

-¿Quieres ver las fotos de Nuria en pelotas?

-No Gabriel, no quiero ver las fotos de Nuria en tu móvil. ¿Es que no eres capaz de entenderlo?

-Ah… prefieres que te las pase a tu móvil.

-¡¡¡QUE NO QUIERO VER FOTOS DE MI HIJA DESNUDA, JODER!!!!

Por primera vez la luz se hace en el hueco donde una vez estuvo su cerebro y parece comprender. Se pellizca el labio inferior, frunce el ceño y entrecierra los ojos. Por fin ha entendido mi relación con Nuria.

-Ya lo entiendo. No quieres las fotos de Nuria en tu móvil. Mira, te las paso en un pendrive y tú las ves cuando quieras. Cuenta conmigo.

Me rindo. Me giro y salgo de la cocina en dirección a mi cuarto para ducharme e ir en busca de Pilar.

-¿O prefieres un CD? –grita desde detrás cuando abandono la cocina.

– · –

He tenido que coger un autobús hasta casa porque Pilar y Nuria se han llevado mi coche. A mitad de camino recibo un mensaje, es de Gabriel. “He pensado que te envío las fotos y tú luego las guardas donde quieras”.

La puta madre que parió a este degenerado. De repente empiezo a recibir, una tras otra, imágenes de Nuria. Cada cual más subida de tono que la anterior. Miro asustado a mi alrededor temeroso de que alguien me vea viendo fotos guarras o peor aún, fotos guarras de mi hija. Intento borrarlas pero no paran de llegar. Apago la pantalla del móvil con la imagen en la retina de Nuria con las tetas y el coño al aire.

Por fin llego a mi casa. Subo y abro la puerta. Aparece en el pasillo Pilar que se queda de piedra al verme.

-¿Qué haces aquí?

-Tenemos que hablar.

-Sí, pero a través de mi abogado. Lárgate.

-Déjalo ya Pilar. Tú eres la primera que tiene mucho que callar.

-Que yo… -entorna los ojos incrédula- ¡serás crápula! Te pajeas con las bragas de tu hija a la que soñarías con follarte y me dices a mí que…

-Sé lo de “Felipe V”.

Se calla de de sopetón y su cara cambia de color.

-N…No sé de qué me hablas.

-He leído tus correos con el tal Felipe.

-Imposible. Los he ido borrando todos.

Se da cuenta de su error nada más terminar la frase. Se lleva las manos a la boca.

-Mierda, joder, n…no es lo que parece.

-Qué decepción. Y te atreves a juzgarme a mí.

En ese momento Nuria entra por la puerta principal y arruga la cara nada más verme.

-Qué haces aquí papá. Deberías mantenerte alejado de nosotras, sobre todo de mí.

-He venido a hablar con tu madre.

-Pues hazlo por teléfono cuando yo no esté. No soporto a los viejos que se la menean conmigo. Sobre todo si están casados. Seguro que…

-Tu madre me ha estado engañando con otro durante meses. Solo he venido a hablar con ella.

Me mira a los ojos unos segundos.

-Ah, pues… me voy. Os dejo solos.

Se da la vuelta y abre la puerta para irse.

Sin embargo algo dentro de mi cabeza cruje. Algo no cuadra. ¿Qué está pasando aquí?

-Un momento –alzo la voz a la vez que sostengo la puerta para que Nuria no se vaya-. Esa no es la actitud de alguien que se acaba de enterar de que su madre le ha estado siendo infiel a su padre.

Nos miramos fijamente. Sé que guarda un secreto.

-Tú lo sabías. Sabías que tu madre se acostaba con otro.

Nuria mira a su madre pidiendo ayuda.

-Ella no sabía nada -intercede Pilar sin convicción.

-Y una mierda –digo sin apartar la mirada de Nuria-. Consientes que a tu madre se la folle otro como si nada después de me repudiarme a mí por menearme la minga con unas bragas usadas.

Obtengo silencio por toda respuesta. Mi mente cavila a toda máquina.

-¿Qué te ha ofrecido tu madre a cambio de tu silencio?

-¿A mí? No, nada, no –nuevas miradas furtivas a su madre.

-Vaya par de víboras que sois las 2. No merece la pena luchar por este matrimonio ni por esta familia de locos. Me vuelvo al piso de la playa. Ya nos veremos frente al juez.

-Espera Abelardo. Hablemos primero, por favor.

– · –

Estoy tumbado en mi cama con los brazos detrás de la cabeza. Junto a mí, Pilar dormita plácidamente aunque los 20 centímetros que nos separan sean como un océano de distancia. Ella y yo hemos hablado y hemos llegado al acuerdo de darnos un par de días de tregua. Trataremos nuestros problemas en los próximos días. Ahora, al amparo de la noche, no paro de cavilar sobre todo lo ocurrido.

Son las tantas de la madrugada y llevo toda la noche sin parar de pensar. He intentado dormir pero no consigo conciliar el sueño. Pasan horas hasta que por fin parece que el cabrón de Morfeo viene a visitarme. Ya noto como empiezan a pesar los ojos y mi cuerpo se aplasta contra la cama.

Y de repente, zas. Algo golpea dentro de mi cabeza. Me incorporo y me siento en la cama. La madre que me parió.

Me levanto de un salto y salgo al pasillo. Lo recorro en la penumbra de la noche hasta llegar a la mesita que tenemos bajo el espejo de la entrada. Allí, justo donde lo dejé, encuentro mi móvil. Enciendo la pantalla e inicio la aplicación de mensajería instantánea. Tengo 25 mensajes de Gabriel. No me hace falta mirarlos para saber que son fotos de Nuria.

Pulso en la primera de las fotos. Está desnuda, muy desnuda, pero no es eso lo que he venido a comprobar. Paso con rapidez las fotos hasta llegar a la última que vi en el autobús, justo después de apagar la pantalla. Allí está, lo sabía.

Voy encendiendo todas las luces hasta plantarme delante del dormitorio de Nuria. Toco a la puerta con brusquedad y entro. Doy la luz del cuarto justo cuando Nuria se incorpora en su cama.

-¿Qué pasa?

-Esto.

Le planto frente a ella el móvil con la foto en la que aparece tumbada en un sofá de cuero blanco sobándose una teta con una mano y el coño con la otra. Arruga la cara al verla. Una mezcla de asco y enfado torna su semblante. La veo comenzar a hervir. Me odia, va a estallar.

-¿Cómo tienes tú esa puta foto mía?

-¡Cállate! Conozco ese sofá. Sé donde está sacada. Sé con quién estabas.

Su cara se congela en el acto. Ya no hierve. Ya no hay enfado. Ya no me odia, me teme.

-¿Qué pasa? –pregunta su madre entrando en la habitación.

-Tu hija. Vuestro secreto.

Pilar palidece y se mantiene en silencio dubitativa.

-Nuria callaba tu infidelidad porque tú callabas su relación con mi hermano. Mi hermano mayor. 10 años mayor que yo.

Me vuelvo hacia Nuria que se tapa la boca con las manos y tiene los ojos de cordero degollado.

-Follabas con tu tío que casi tiene edad para ser tu abuelo. Sus hijos, tus primos, son entre 11 y 15 años mayores que tú. Si ellos ya son mayores para estar con una chica de tu edad no digamos su padre.

-Papá…

-Cállate –me aguanto un grito o un puñetazo a la pared-. Follas con un viejo, un hombre casado y con hijos pero te sientes violada por mí por unas putas bragas usadas. Menudo par de zorras que sois las 2. Cuando pienso en la bronca que me habéis echado y lo mal que me habéis hecho sentir.

-Eso… con el tío Andrés… fue hace mucho.

-Pues más a mi favor. Más joven eras entonces.

Salgo de la habitación como un disparo. Entro en mi cuarto donde me visto y me preparo para volver al piso de la playa. Quiero estar solo y quizás lo esté para el resto de mi vida.

Al dirigirme a la puerta principal me topo con Pilar y Nuria que están esperándome en la puerta. No atiendo a razones, no quiero saber nada de ellas y abandono la casa. Me subo al coche, arranco y piso el acelerador. Comienza a amanecer cuando por fin llego al piso de la playa.

– · –

Llego al piso de la playa. Después de 2 días sin pegar ojo estoy agotadísimo pero mi cabeza no deja de pensar y de dar vueltas. Me voy a volver loco. No subo todavía al piso y camino por la playa durante toda la mañana. Cuando me harto de caminar y de sentirme observado por los cientos de bañistas subo al piso para comer algo. A media tarde vuelvo a la playa. Camino por la orilla de punta a punta. Una y otra y otra vez.

Se hace tarde. El sol se acerca al horizonte y la luz comienza a desaparecer. Ya no queda nadie en la arena. Subo a casa a paso de caracol. Al llegar al ascensor me paro frente a él y decido subir por las escaleras para alargar aun más mi agonía. Subo una a una, sin prisa, sin ganas de llegar a casa, sin ganas de enfrentarme a mi puta realidad.

Llego mucho antes de lo que hubiese querido. No me importaría subir 500 pisos más. Meto la llave en la cerradura, empujo la puerta y… allí están, las dos.

Mi mujer y mi hija me esperan de pie en mitad de la sala. Juntas, serias, tristes. Me miran esperando mi reacción que no se hace esperar.

-¿Qué coño hacéis aquí? Había quedado claro…

-Espera Abelardo. Escucha lo que tenemos que decir.

Mi hija da un paso adelante y pone su mano en mi pecho para tranquilizarme y hacerme callar.

-Papá, solo escucha lo que te voy a decir, por favor.

Intento mantener la calma. Respiro despacio y profundo.

-No puedo deshacer lo que he hecho pero si puedo resarcirte por ello –comienza Nuria.

-A estas alturas dudo mucho que puedas…

-Mira papá. He tenido un comportamiento deplorable. Tanto fuera de casa como después contigo. Y mamá tampoco lo ha hecho mejor que yo.

Aprieto los dientes hasta hacerlos crujir.

-No –esputo-, desde luego que no.

-Pero mira, la realidad es que tú, en el fondo y después de todo, deseas follarme ¿no? Vale, pues follemos.

-Eh… ¿qué? –se me ha debido meter agua al oído o algo. Acabo de oír a mi hija decirme para follar.

-Folla conmigo. Así te compenso por lo de las bragas y por lo del tío Andrés.

Pilar se acerca por detrás a Nuria y posa sus manos en sus hombros.

-Así de paso también te estarías resarciendo por mi infidelidad –añade Pilar-. Ambos habremos follado fuera de nuestro matrimonio. Lo único destacable es que yo lo hice con otro hombre y tú con tu hija.

Miro a ambas, una por una. No sé a cuál de las dos matar primero. A lo mejor es parte de una broma. Me dan ganas de preguntar si tengo la bragueta abierta o algo.

Contraigo mi cara como si estuviera sufriendo un ataque hemorroidal pero antes de que pueda decir nada, Nuria se levanta la camiseta debajo de la cual solo lleva dos tetas como dos carretas con un par de pezones que me miran a los ojos de tú a tú. Dejo escapar todo el aire de mis pulmones.

-Venga, en el fondo lo deseas –espeta Nuria-. Y todos quedaríamos en paz, ¿qué nos dices?

-Hemos hablado en casa y las 2 estamos de acuerdo en que folléis todas las veces que quieras –apostilla Pilar.

Junto las puntas de los dedos de una mano con los de la otra, apoyo mis labios sobre los índices, cierro los ojos e inspiro profundamente. Ya está bien. Ha llegado el momento de aclararlo todo de una vez por todas. Abro los ojos y dejo escapar el aire suavemente.

-Vamos a ver, Nuria. Yo soy tu padre y te respeto como tal.

Bajo la mirada hasta su busto.

-Tienes un cuerpo bonito, en serio. Aunque sea tu padre también sé apreciarlo.

Apoyo una mano en una de sus tetas para corroborar mis palabras.

-Es tan bonito y perfecto que no dudo de que vuelves loco a mucha gente. Ahora bien. Yo nunca he querido que pienses que te veo de otra manera –continúo.

Apoyo la otra mano en su otra teta.

-Por culpa del incidente del otro día entiendo que creas que anhelaría otro tipo de relación contigo o con tu madre.

Aprieto con suavidad cada teta dándoles un pequeño masaje.

-Se ha creado una confusión que han hecho estos 2 últimos días has sido muy duros para mí.

Acaricio los pezones con los pulgares.

-Tanto mi matrimonio con tu madre como mi relación contigo como padre han quedado en una posición muy delicada. Éste es el momento de aclarar todo este entuerto para resolver el malentendido creado por mi culpa.

Jugueteo con sus pezones que ahora pellizco ligeramente entre el pulgar e índice de cada mano.

-Por lo tanto…

Zas. Me quedo helado. En silencio. Sin articular palabra. Acabo de darme cuenta que durante todo el tiempo que hablaba he estado mirando fijamente las tetas de Nuria en lugar de mirarle a los ojos. Idiota de mí.

Levanto la mirada ruborizado y poso mis ojos sobre los suyos.

-…eh… lo que quiero decir… es que ha habido una confusión enorme con el tema de tus bragas. Nada es lo que parece. Yo… siempre te he visto como una hija, nada más. No sabía que eran tus bragas cuando me pajeé con ellas.

Nos quedamos en silencio. Pilar con sus manos sobre los hombros de Nuria. Nuria con las manos en su camiseta que aun mantiene levantada. Yo con las manos extendidas masajeando sus tetas.

Zas. Otra hostia en mi sentido de la realidad. ¿Qué coño hago sobándole las tetas? Aparto las manos con presteza y las coloco a los costados de mi cuerpo rezando para que nadie se haya dado cuenta. Me pongo colorado y carraspeo antes de volver a hablar.

-Ejem, no sé si entiendes lo que estoy intentando decirte.

Nuria baja la mirada hasta mi paquete. Tengo la polla tan dura que mi bañador forma una tienda de campaña. La punta de mi polla estira tanto la prenda que el elástico del pantalón está despegado de mi cintura un par de centímetros.

Nuria introduce los dedos por ese hueco y tira de la prenda hacia si dejando mi polla, dura como una piedra, al aire, apuntando directamente a su cara. Con la otra mano me coge la polla y la desliza con suavidad arriba y abajo. Mis pelotas se encogen como dos coalas abrazados a una rama.

-Papá, no tienes por qué intentar retroceder en el tiempo hasta los momentos donde éramos una familia modélica. Lo que pasó, pasó y no se puede cambiar.

Me gustaría interrumpirla y empezar la conversación de nuevo pero esta vez de manera convincente. Desgraciadamente no me llega el aire a los pulmones, no tengo voz. Una mano acaricia mis pelotas mientras otra sube y baja por mi polla.

-Tú estás enfadado conmigo por haber follado con el tío Andrés y después haber utilizado una doble moral contigo, pero por otro lado también quieres follarme ¿no? Pues follamos y quedamos en paz.

-L…los, los padres no follan con sus hijas –balbuceo.

-Los buenos padres, sí.

-Precisamente esos son los que no follan.

-Si las hijas lo desean, sí –dice aumentando el ritmo de la paja-. Estoy muy arrepentida y necesito sentirme en paz contigo. Déjame hacer esto por ti, por favor. Deja que me redima.

-Vamos Abelardo, folla con ella. A ella le hará sentirse bien y a mí me aliviará saber que tú también has disfrutado de una relación extramarital.

Miro a Pilar con los ojos casi en blanco. La veo lejana.

-Follar con mi hija –me digo incrédulo mientras poso de nuevo mis manos sobre sus 2 perfectas tetas y las masajeo con suavidad y lascivia.

Sin saber muy bien cómo, sigo a Nuria hasta su habitación y nos plantamos de pie junto a su cama. Se quita la camiseta y deja caer su pantaloncito quedando únicamente en bragas. La miro durante un buen rato de arriba abajo entreteniéndome constantemente en ese par de tetas que no sé porqué me vuelven loco.

Me deshago de mi camiseta y de mi traje de baño quedándome completamente desnudo con la polla más dura que la pata de un santo. Tengo el corazón a 1.000. Siento un vacío en el estomago y los pulmones. Me tiemblan las piernas y el cuerpo entero.

Nuria se baja las bragas despacio. Comienza a asomar vello púbico y mis pupilas se dilatan con cada centímetro que asoma tras ellas. Cuando caen al suelo hago esfuerzos por no arrodillarme ante ella y besarla entre lo más oscuro de su cuerpo.

Se sienta en la cama y se recuesta hacia atrás apoyando los codos y abriendo las piernas ligeramente. La miro con deseo antinatural. Yo no debería estar aquí, nunca he querido estar aquí. Cierro los ojos intentando recordar en qué momento ha pasado de ser mi hija a convertirse en el cuerpo más follable que he visto en mi vida.

Cuando los abro Nuria está tumbada en su cama como la maja en pelotas. Me espera con las piernas abiertas. Subo a la cama y me arrodillo entre ellas. Al mirar hacia abajo veo mi polla gritando guerra. Bajo ella me espera el coñete de Nuria con sus labios cubiertos por un fino vello.

Me paso la lengua por los labios secos.

-¿Puedo besarte el coño?

-Claro –dice abriendo las piernas un poco más-. Seguro que esto es lo que has estado deseando siempre que le comías el coño a mamá, ¿a que sí?

Acerco mi cara hasta sentir su vello en mis labios y me detengo unos segundos.

-Sí. Siempre.

No sé en qué momento paso de los suaves besos y los leves roces con mi lengua a la salvaje comida de coño que le estoy dando. No puedo evitarlo. Cada vez necesito más y más. Mis manos recorren sus piernas, su cadera y suben hasta sus tetas continuamente.

Cuando ya no puedo resistirlo más llevo mi boca hasta sus tetas y devoro uno de sus pezones. Lo meto dentro de mi boca hasta el fondo. Mientras tanto mi polla se desliza por encima de la raja de su coño. Al principio suavemente después con fuerza.

En uno de los envites, la punta de mi polla encuentra la entrada de su coño. Aprieto despacito, un leve empujón, luego otro y otro. Cuando la tengo completamente dentro me levanto y miro entre mis piernas. Nuestros pubis están unidos a través de mi polla que ha desaparecido por completo dentro de su coño. La miro a los ojos.

-T…te la he metido.

Ella asiente y posa sus manos en mi cadera.

-Nuria… te he metido la polla… en tu coño.

-Sí, hasta adentro. Lo veo, y eso que es enorme.

-Nuria, soy tu padre… tengo mi polla… -¿qué cojjjones estoy haciendo?

Estos son los típicos momentos en los que hay que mantener la mente fría y no perder la perspectiva de la realidad. Por desgracia yo nunca he sido muy bueno en nada de esto y por eso me encuentro en esta bochornosa situación, desnudo, encima de mi hija y apuntito de follármela.

Nuria pasa las yemas de sus manos por mis nalgas y un placentero cosquilleo recorre mi cuerpo hasta la nuca. Cierro los ojos y siento sus manos acariciar mi espalda. Noto el calor de su cuerpo bajo el mío y me gusta. Me dejo llevar por el placer y el sosiego unos momentos más al cabo de los cuales ya he decidido no continuar con esto ni un segundo más. Esto se me ha escapado de las manos. Ya hemos ido demasiado lejos, nunca lo debí consentir.

Cuando abro los ojos me encuentro respirando agitadamente, excitado, con mis manos amasando sus tetas. Mi cadera lanza continuados envites hacia ella que recibe mi polla una y otra vez. Joder, me la he estado follando inconscientemente casi desde que se la he metido.

Vuelvo a cerrar los ojos dolorido. Me siento tan ruin. Pero esto sabe tan bien. Intento convencerme de que esto no está mal, que hay cosas peores. Al fin y al cabo todas las partes implicadas estamos de acuerdo. Todos somos personas responsables y cabales. Lo hacemos porque queremos.

A tomar por culo. Me canso de cavilar sobre el bien y el mal. Llegados hasta aquí no hay marcha atrás así que de perdidos al río. Acelero mis envites y golpeo con más fuerza sobre su cadera. Mi polla entra y sale salvajemente y Nuria la recibe con agrado.

Sonríe, está feliz. La misma felicidad de aquel que ve disfrutar a su hijo pequeño de un juguete o del que ve reír a un ser querido. No goza físicamente ni se correrá conmigo pero disfruta resarciendo nuestras deudas pendientes. Feliz de hacerme feliz.

-Me voy a correr.

-Bien –sonríe.

-Me voy a correr…dentro.

Baja las manos hasta mi culo para masajearlo y agarrarlo y terminar empujándome hacia ella al compás de mis envites.

-Joder… mi semen… tu coño… hija… me corro…

No puedo aguantar más y descargo todo el semen de mis pelotas que ahora ella se encarga de masajear con una mano. Aprieta mis huevos con suavidad alargando el placer. Acaricio sus caderas, su culo y sus tetas con suavidad durante los últimos estertores de mi corrida para, al final, desplomarme sobre su cuerpo caliente.

Estoy rendido. Dos días sin dormir me han agotado. Sin embargo, por fin me encuentro en paz con todo el mundo incluida mi mujer a la que ya no odio. Mis labios muestran una sonrisa boba antes de caer en un profundo sueño.

– · –

Amanece. El sol matutino riega mis párpados. Estoy en la cama de Nuria. Ella se ha levantado y ahora me encuentro solo. He dormido una noche completa u 800 años. Me siento en la cama, feliz. No me remuerde la conciencia por lo de Nuria ni me carcome el odio hacia Pilar, bien. Voy hacia el baño que hay en mi cuarto. El mismo fatídico baño donde unos días antes tuve el más bochornoso incidente de mi vida.

Allí, frente al espejo encuentro a Nuria y su madre cepillándose los dientes. Me apoyo en el marco de la puerta observándolas desde atrás. Tan iguales, tan distintas.

Ambas me saludan escuetamente a través del reflejo del espejo. Yo sigo comparando sus cuerpos. Nuria, con sus carnes duras y apretadas, tiene un culo perfecto dentro de esas braguitas. Lleva una camiseta corta que deja ver la parte inferior de su abdomen y a través del cual se aprecian unos bonitos melones.

Pilar lleva un camisón algo ceñido hasta la cintura. Inclinada sobre el lavabo sobre el que se apoya, también se le ven las bragas por atrás. Sus caderas son algo más anchas y sus tetas algo más caídas. Aun así, pese a su madurez, sigue manteniendo un cuerpo espléndido.

Pilar escupe la pasta de dientes en el lavabo y me pregunta mirándome a través del espejo qué tal he pasado la noche. Levanto las cejas y cojo aire dubitativo.

-Bien. He follado con Nuria. Me he corrido. Me he corrido mucho.

-¿Dentro?

-Sí. Me corrí en su coño. Ella me dejó.

Poso la mirada en el culo de Nuria, en sus bragas, e imagino que mi semen sigue ahí dentro. Dentro de ella, de su coñete negro. Sonrío.

Nuria, que también me observa a través del espejo, se percata de donde tengo puesta la mirada.

-Si quieres volver a follar me dices y…

Me ruborizo y levanto la vista. Las dos me miran con curiosidad. Pilar esboza una sonrisa de complacencia. Nuria también esboza ese gesto. Me doy cuenta de que estoy completamente desnudo y tengo la polla dura apuntando al techo. Miro a mi polla, las miro a ellas, vuelvo a mirar a mi polla, levanto las cejas y los hombros.

-Si quieres podemos follar ahora –dice Nuria.

Miro a Pilar dubitativo.

-Te prepararé el desayuno. Tendrás hambre cuando acabes –dice Pilar apoyando una mano en mi hombro mientras sale del baño.

-¿Quieres follarme en mi cama o vamos a la tuya que es más grande? –dice Nuria nada más salir su madre.

-¿Podemos follar aquí?

-¿Aquí, en el baño?

-S…sí. ¿Te importa que follemos de pie? ¿Apoyada en el lavabo?

Nuria se gira, pone sus manos sobre el lavabo y me mira a través del espejo.

-Claro, como tú quieras.

Acaricio su culo duro y deslizo sus bragas hasta hacerlas caer a sus tobillos. Poso mi polla contra sus nalgas y la deslizo dentro de ellas mientras atrapo sus tetas entre mis manos bajo su mini camiseta. Nuria se inclina ligeramente para facilitar mi tarea.

Ya no tengo ni pizca de remordimientos. Solo sé que quiero follármela. Se la meto despacito hasta alojarla dentro por completo y comienzo a follarla. Pienso en pilar preparándome el desayuno. Yo aquí follando con su hija y ella en la cocina sabiendo lo que estoy haciendo.

Agarro sus caderas y veo mi polla entrar y salir entre sus nalgas.

-Dios qué culo tienes, y qué tetas.

-Aprovecha todo lo que quieras. Disfrútame.

Se inclina un poco más. Apoya los codos sobre el mármol sin apartar la mirada de mí. Su ano está a la vista y lo toqueteo con mi pulgar. Pequeño, rosado, precioso. Juego con él e introduzco la yema con suavidad.

-¿Puedo hacértelo por el culo?

La pregunta le pilla por sorpresa. Levanta las cejas mientras coge aire despacio.

-Bueno… Si quieres.

Saco la polla de su coño y pongo la punta en el agujerito. Empujo con cuidado. Entra la puntita. Empujo un poco más. Poco a poco, centímetro a centímetro la meto entera. Pongo a Nuria de pié, pegada a mí, sintiendo su espalda en mi pecho.

La follo con cuidado. Meto y saco la polla con suavidad. Disfruto con cada empellón. Nuria me mira a través el espejo un tanto desconcertada. Aumento el ritmo de manera constante. Le quito su camiseta para poder ver a sus tetas botar arriba y abajo.

-¿Lo has hecho antes por el culo? –pregunto.

-Sí.

-¿Te gusta?

Se toma su tiempo en responder.

-Sí, me gusta.

-¿Te gusta que te folle yo?

Sonríe tiernamente.

-Me gusta si a ti te gusta follarme por el culo.

No puedo evitar poner los ojos en blanco. Empiezo a correrme.

-¿Con mamá también follas por el culo? –pregunta.

-Sssí –contesto como puedo.

-¿Y también pensabas en mí?

Qué cabrona.

-Sssí.

-¿Te imaginabas follándome aquí, en tu baño?

-Sssí, sí, sí -jadeo.

-¿Metiéndomela por el culo?

-Sí… por el culo…

-¿Y qué más te imaginabas?

Casi no la oigo, no tengo suficiente riego sanguíneo cerebral.

-Me corro, Nuria. Me corro. Jod-der.

Apoyo mi frente en su nuca mientras le doy los últimos estertores. Mis pelotas se vacían en su culo. La mantengo pegada a mi cuerpo unos momentos más mientras termino de coger aire.

Saco la polla lentamente. Noto como se desliza hacia a fuera. Doy unos pasos atrás hasta tocar la pared con mi espalda. Me apoyo en ella. Está fría.

Nuria se da la vuelta y apoya su trasero en el lavabo. Me mira de frente, con curiosidad. Mantengo la mirada mientras recupero el resuello. Llevo 2 días son apenas comer y eso se nota en mi forma física. Estoy empapado en sudor. Tanto observarme me hace sentir incómodo.

-Voy a ducharme antes de ir a desayunar.

-Yo también –dice Nuria-. Utilizaré el otro baño.

Me meto en la ducha y dejo correr el agua helada por mi cuerpo. Me tomo mi tiempo antes de salir y secarme. Busco entre los cajones de mi cuarto ropa cómoda para ponerme antes de desayunar.

Al entrar en la cocina las veo allí a las dos. Nuria sentada junto a la mesa bebiendo un vaso de agua. Pilar de pie, terminando de prepararme el desayuno. Me siento enfrente de Nuria e inmediatamente después Pilar se sienta a mi lado.

-¿Bien? –pregunta.

-Pues… la verdad, sí. La he follado por el culo.

La respuesta deja a las dos un tanto perplejas, quizás por mi sinceridad. Pilar mira a su hija y ésta, por toda respuesta, levanta levemente los hombros.

-¿Y…? ¿Te ha gustado? –continua Pilar.

-Joder, sí. Me he corrido como nunca.

De nuevo se hace el silencio solo interrumpido por Nuria.

-Bueno, pues yo os dejo, que me tengo que ir. Vendré a la hora de comer.

-Yo también –apostillo-. Voy a pasear por la playa.

Beso a mi mujer que responde a mi gesto con complacencia. Me levanto, cojo las llaves de casa y voy hacia la puerta principal. Pilar me para antes de salir.

-Esta noche…

-¿Sí?

-¿Vas a dormir con Nuria o dormirás conmigo?

No lo había pensado. Nuria, que nos ha oído, toma la palabra.

-A mí puedes follarme cuando quieras. No tienes porque follarme siempre a la noche. Si quieres dormir con mamá… yo duermo mejor sola.

En ese momento la puerta principal se abre y entra Gabriel, el maldito liante Gabriel. Dejamos la conversación para otro momento. Nuria aprovecha para despedirse de su madre y salir de casa. Yo me quedo unos instantes en el pasillo recogiendo mi móvil y el reloj del mueble del espejo mientras Pilar se mete de nuevo en la cocina.

El camisón y las bragas de Pilar no pasan inadvertidas para Gabriel que le mira el culo con descaro. Me devuelve la mirada y hace el mismo gesto que hizo en la playa. Simula follársela desde atrás poniendo cara de salido.

Le pongo cara de asco y salgo al descansillo donde está Nuria esperando al ascensor que justo acaba de llegar. Sin embargo hoy decido bajar por las escaleras, le he cogido el gusto a recorrer el millón de pisos hasta la planta baja.

Nuestro bloque de pisos está en primera línea de playa. Solo tengo que cruzar la calle y ya estoy pisando la arena. En cuanto siento la arena bajo mis pies una sensación de paz me invade. Comienzo a caminar.

– · –

Gabriel entra a la cocina donde se encuentra su madre lavando los platos en la fregadera. Apoya su trasero en el mármol, junto a ella. Muerde una manzana mientras observa a su madre fregar.

-Fuiste tú quien le dio mis correos a tu padre –dice Pilar sin apartar la mirada del fregadero.

-¿Qué correos?

-Tu padre no sabe ni encender un ordenador y tú eres la única persona con acceso a mi portátil capaz de recuperar unos correos borrados.

Si se suponía que Gabriel debía sentir miedo lo disimuló muy bien.

-Te has buscado un problema hijo. Vas a tener que empezar a despedirte de muchas cosas.

El silencio no disimulaba la tensión entre los dos.

-Oye mamá ¿tú le has visto la polla a Nacho?

-¿Cómo?

-Cada vez que Nuria va su casa se tiran horas. Para mí que se pasa las tardes follándosela.

Pilar mira a su hijo perpleja, intentando asimilar lo que acaba de oírle decir.

-¿Has oído lo que acabo de decirte, Gabriel?

Sin inmutarse, Gabriel continúa hablando.

-Su polla es gorda. Su glande sobresale cuando se le pone dura –continúa Gabriel.

-Pero… ¿de qué me estás hablando?

-Seguro que el muy cabrón le pide a Nuria que se la chupe hasta correrse en su boca.

-Gabriel, por favor.

-¿Tú te lo tragas?

-¿Qué?

-El semen, digo. Que si te lo tragas cuando la chupas.

Pilar parpadea perpleja.

-Estela no lo hace. Si al menos tuviera las tetas de Nuria me correría en ellas a gusto.

-¿Las…las tetas de Nuria?

-O las tuyas. ¿Me enseñas las tetas?

Pilar retrocede un paso como si estuviera oliendo a mierda. Frunce el ceño y la vena de su cuello se hincha. Se avecina tormenta.

-Y el coño. ¿Me enseñas el coño? Quiero vértelo.

-Mira niñato, en cuanto vuelva tu padre te vas a ir de patitas…

-¿Sabe papá que “Felipe V” no es el nombre de tu amante sino la dirección de un portal a través del cual contactas con diferentes personas?

Los nubarrones sobre la cabeza de Pilar desaparecen y su cara palidece. Abre los ojos como platos y se lleva las manos al estómago.

-Revisando tus correos –continúa Gabriel- he contado no menos de 14 personas, ¡14! Todos ellos contactados a través de “Felipe V”.

-¿Has estado husmeando…?

-Te gusta follar, ¿eh?

-No es lo que parece…

-Enséñame las tetas, venga. Que tienes unas peras de la hostia, igual que Nuria. Y el coño. También quiero verlo. Negro, peludito, mmm.

-Pero… ¿qué dices?

Pilar se sienta en una silla para no caerse desmayada.

-Digo que has estado follando con todo el mundo y que yo también quiero follar contigo.

-Pero… soy… tu madre.

-Más a mi favor. Si follas con los de fuera con mayor razón puedes follar con los de casa.

-Gabriel, por favor, ¿me estás haciendo chantaje para mantener sexo conmigo?

-Sí, eso es. Tú follas, yo callo.

– · –

Camino por la arena. Me siento feliz. Silbo una canción mientras saludo a la gente por la orilla del mar a la que, por otra parte, apenas conozco. Si alguno de ellos supiera mi secreto…

Suena una señal en mi móvil. Tengo un mensaje instantáneo. Es de Gabriel. ¿Qué querrá ahora este imbécil? Lo abro y veo una foto. Parece una foto porno o algo parecido. Se ve a una mujer madura de espaldas a 4 patas en una cama mientras alguien se la folla desde atrás. La foto la ha tomado el mismo que la está follando. Se ve la barriga del chico y parte de su polla entrando en el coño de la mujer. A ella solo se le ve la parte superior del culo y la espalda. Menuda mierda me envía este enfermo.

Sin embargo encuentro algo familiar en ella. Esa mesilla de noche es como la mía. La sobrecama sobre la que están también lo es. Y la chica… Reconozco su cabello. La última vez que la he visto ha sido hace 10 minutos.

¡Pilar!

No puede ser. Se me para el corazón. Este cabrón se la está follando, a mi mujer, a su madre. Me giro y alzo la vista hasta ubicar mi piso en el edificio justo detrás de mí. Lo identifico por el toldo que tengo en la terraza.

Allí mismo, en este mismo instante, el malnacido de Gabriel se está follando a su madre. ¡CABRON!

Si vuelvo corriendo les puedo pillar en el acto. Abrir la puerta de golpe y liarme a leches. Puto Gabriel y sus malditos teje manejes. Chanchullero, macarra.

Recapacito. Si él tiene un secreto capaz de obligar a su madre a dejarse follar por él quizás no me interese saberlo. ¿A caso no es mejor vivir en la ignorancia?

Conocer la infidelidad de Pilar pudo hacerme más sabio pero no más feliz. Cierro los ojos. Me seco el sudor de la frente. Me tomo el pulso e intento relajarme y pensar rápido. Apago la pantalla del móvil que tengo pegada a mi pecho y lo guardo en mi bolsillo.

Giro la cabeza y fijo la vista en la orilla de la playa. En el lado opuesto está mi piso con mi mujer y mi hijo dentro, follando. Doy un paso, luego otro y otro. Continúo mi camino hasta la punta opuesta de la playa, ignorante, feliz.

Antes de avanzar 20 metros suenan varios mensajes en el móvil. No me molesto en mirarlos. Ya sé de quién son y lo que envía. Ya basta de fotos por hoy.

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Nota: Comentarios, insultos y demas apostillamientos serán siempre bien recibidos.
SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

 

 

Relato erótico: “La cazadora VII” (POR XELLA)

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POLICIA portada3LA CAZADORA VII

Sin títuloSu vida había cambiado. Todo giraba ahora en torno al esas cuatro paredes, casi no salía pero, en verdad, tampoco deseaba salir.

No sabia realmente como había sucedido todo, pero si sabia que había sido gracias a ella. Ahora era libre. No tenía preocupaciones y lo único que tenia que hacer era algo que deseaba enormemente, así que no suponía ningún tipo de esfuerzo.

Desde que abandonó su antigua vida, Alicia era feliz. Su nueva jefa era un encanto y se preocupaba por su bienestar. Le había dado un trabajo y un lugar donde dormir, puesto que ya no volvería jamás a su antiguo hogar.

Compartía residencia con algunas compañeras y con Lissy, su antigua señora “¿asistenta?” que también trabajaba allí, aunque ella lo hacia de camarera. También había una mujer, Eva, que creía conocer de algo, aunque no sabia muy bien de que.

Ups, un cliente. Actúa correctamente, eso es… Abre la boca, inclina la cabeza… Muy bien, recibelo todo, que no se derrame nada… Estupendo. Ahora limpiala, hay que dejarla reluciente…

Al principio le resultaba muy difícil. Demasiada cantidad y demasiado rápido, a parte de su amargo sabor, pero ya había cogido práctica y era capaz de no derramar nada.

Los primeros días los clientes se quejaban de que al usarla, como se le derramaba, acababan salpicados. Tuvo que venir la jefa incluso a reprenderla, pero se esforzó. Vaya que si se esforzó. Pedía ayuda a sus compañeras fuera del horario de trabajo y ellas accedieron encantadas, eran unas grandes amigas…

Todas las noches actuaba como su baño portátil y, aunque era algo distinto hacérselo a una mujer que hacérselo a un hombre, cogio soltura rápidamente. Compartían vivienda con dos chicas más, Rachel y Christie, al parecer eran hermanas y hacían un espectáculo en el escenario. El resto de empleados dormían en sus respectivas casas.

Alicia disfrutaba de los momentos de intimidad con sus compañeras. Nunca lo había hecho antes, pero comenzaron a practicar sexo lesbico entre ellas. Normalmente las hermanas se entretenían solas, y ella lo hacia con Eva y Lissy, la negra solía llevar la voz cantante y ordenaba. Pero había veces que las hermanas se les unían y organizaban auténticas orgias, en las que Eva, ella y una de las dos hermanas (solían turnarse) eran sometidas por las otras dos participantes.

Todos los días transcurrían igual. Desde que comenzaba su jornada de trabajo hasta que acababa estaba arrodillada en los servicios, completamente desnuda, esperando que entrase algún cliente. Entonces ella se situaba con la boca abierta, dispuesta a recibir el orín de los hombres. La mayoría introducían su rabo hasta dentro y después comenzaban a orinar, lo que la facilitaba la tarea de tener que tragar. Otros sólo introducían el glande, o meaban desde la distancia, apuntando. Así era más difícil. Había algunos también que directamente meaban sobre ella, sin siquiera molestarse en apuntar, lo que hacía que todos los días acabase empapada y maloliente. Esa era una de las razones por las que no la usaban para nada más. Es cierto que había algunos hombres que la obligaban a chuparsela hasta correrse en su boca, lo que aceptaba con la misma profesionalidad que los meados, pero su olor y su higiene hacían que prefiriesen usar a las demás empleadas para esos menesteres.

Y en eso Eva era la estrella.

Eva y Lissy eran las camareras del lugar, mientras la negra se ocupaba de la barra, Eva atendía las mesas. Ambas trabajaban desnudas normalmente o, por lo menos, con muy poca ropa, lo que propiciaba que los clientes se fijaran en sus preciosos y esculturales cuerpos. Podían usar a ambas cuando quisieran y ellas tenían que obedecer todas las órdenes pero, al estar Eva más próxima a los clientes, era más frecuentada.

Habitualmente podía vérsela arrodillada bajo una mesa, chupando la polla de algún hombre, o inclinada sobre una mesa, con sus bamboleantes temas oscilando debido a las embestidas que estaba recibiendo. Y eso le encantaba. Era su propina. La encantaba que se la follasen como a una puta (“¿Cómo a una puta? ERA una puta. Todas lo eran. “) delante de todo el mundo. Se sentía vejada y humillada y eso la volvía loca.

A los clientes les encantaba jugar con sus tetas. La jefa, en una hábil decisión viendo su popularidad, había hecho que se las anillada, provocando que fuesen más reclamadas todavía por los clientes.

Les encantaba tirar de los anillos haciendo sufrir a la camarera, aunque a ella le encantaba… Tanto que algunos días se ponía una pequeña cadena que unía un pezon con el otro, para facilitarles la tarea.

A Lissy por el contrario se la follaban menos, pero eso no significaba que no tuviese menos peticiones. Normalmente, la pedían que se subiera a la barra y allí se pusiese a bailar o a masturbarse delante de todo el mundo. Entonces cogia un botellín y comenzaba a introducirselo por alguno de sus agujeros. Los tenia realmente bien entrenados. Algunas veces incluso le pedían beber desde la botella introducida en su coño o en su culo.

Algunos días Diana venía a saludarlas. Entraba en el local, subía al despacho de la jefa y pasaban varias horas allí. Después, siempre se acercaba al baño de caballeros a ver que tal estaba. Parecía satisfecha de ella y eso era bueno, Alicia tenía mucho que agradecer a aquella mujer, había hecho que su vida fuese completa, le había dado un sentido.

Ahora era feliz.

—————-

Diana entró por la puerta del local. Hacía tiempo que no iba, puesto que después de completar su venganza se había tomado un tiempo para reflexionar.

Había pasado el tiempo en su lujoso apartamento, disfrutando de las atenciones y los juegos con Missy y Bobby. Día a día les obligaba a ir un poco más lejos en su comportamiento y ya eran casi totalmente unos perros. Andaban a cuatro patas, comían de un cuenco y se comunicaban a base de ladridos y gruñidos. Excepto cuando tenían que salir a hacer una tarea para su ama, entonces se comportaban de la manera más normal que ésta les permitía.

Mientras estaban en casa, no era extraño verles follar a cuatro patas, como los animales que eran puesto que Diana había modificado su comportamiento para que estuvieran continuamente calientes.

Pero había llegado el momento de hablar con Tamiko.

Nada más entrar vio como sus presas se habían adaptado perfectamente a su nueva vida. Lissy estaba desnuda sirviendo unas cervezas en la barra mientras que Eva estaba siendo sodomizada en el borde del escenario. Se acercó para ver en detalle el hipnotizante vaivén de sus tetas. No se molestó en buscar a Alicia con la mirada pues sabia cual era su puesto de trabajo. Luego tendría tiempo de disfrutar con su destino.

Llamó a la puerta de Tamiko y entró sin esperar respuesta. No estaba sola.

A su lado había un hombre perfectamente trajeado, de mediana edad. Las canas empezaban a aparecer en su negro cabello.

– Buenas tardes. – Saludó al ver entrar a Diana.

– Buenas tardes. – Contestó ésta. Se quedó mirando al hombre, había algo extraño en él, pero no sabía decir qué.

Miró a Tamiko, que la saludó con un movimiento de cabeza, y entonces se dio cuenta: ¡No podía leerle la mente!

Se acercó con precaución y el hombre le tendió la mano.

– Diana, te presento a Marcelo Delgado.

La cazadora le estrechó la mano.

– Tienes mucho que agradecerle, puesto que gracias a su corporación posees la casa que tienes, el coche que tienes y… tu cuerpo, por supuesto.

– ¿Xella Corp? – Preguntó con curiosidad.

– Veo que Tamiko ya te ha contado algo. Efectivamente, pertenezco a la cúpula directiva de Xella Corp. Justamente le estaba comentando que estaba muy interesado en conocerte y, casualmente, has aparecido por aquí.

– Pues aquí me tiene. – Replicó a la defensiva.

– Parece que no te sientes cómoda. ¿Te pone nerviosa no poder leerme la mente?

Diana guardó silencio.

– Comprenderás – Continuó el hombre. – que debido a mi posición tengo que mantener alguna seguridad con respecto a mi libre albedrío. Pero que te sientas incomoda está bien, eso significa que te has adaptado perfectamente a tus nuevas habilidades…

– Estaba contándole a Marcelo lo duro que has trabajado para prepararte. – Añadió la asiática. – Y que tu rendimiento hasta ahora ha sido fabuloso. Ya nos has proporcionado tres presas por tu cuenta, y las tres han venido perfectamente condicionadas.

Diana pensó en como las dos camareras actuaban de una forma tan natural ante su nueva situación y sonrió, henchida de orgullo.

– Te hemos estado observando. – Dijo Marcelo.

La cazadora le miró con aprensión.

– ¿Observando?

– Si. Ten en cuenta que hemos hecho una fuente inversión en ti, teníamos que asegurarnos de que no estábamos tirando el dinero. Pero no te preocupes, todo lo que hemos visto nos ha complacido enormemente, a la vista está que los resultados han sido estupendos.

El hombre hizo una pausa mientras observaba a Diana.

– Lo único que nos ha resultado extraño es – Continuó. – que aún pudiendo romper la mente de alguien en segundos, te has entretenido en ir mellando su pensamiento poco a poco, alargando el proceso. ¿Has tenido complicaciones?

– No se equivoque, – Respondió Diana. – podría hacer que su mujer estuviese ladrando a mis pies en segundos. – El hombre apartó la mano izquierda de la mesa, en la que llevaba una alianza de oro. – Pero no lo encuentro gratificante, y menos en las mujeres que he traído hasta ahora. Disfruto viendo como poco a poco degeneran, viendo como muta su forma de pensar hasta algo que hace unos días habrían aborrecido, haciendo que lo deseen y que, en el fondo, se sientan sucias por ello.

Tamiko y Marcelo se quedaron mirándola, en silencio.

– ¿Lo ves? Te dije que esta era la persona que necesitábamos. – Rompió el silencio la asiática.

– Me gusta tu forma de pensar, Diana. Nuestra corporación no es una fábrica vacía y sin sentimiento, es un lugar en el que los integrantes disfrutamos con lo que hacemos y deseamos seguir haciéndolo. Sigue así y llegaras lejos.

Diana estaba complacida por las palabras del hombre.

– Y ahora, hablemos de trabajo.

Mientras decía eso, sacó un enorme sobre del maletín que portaba, entregándoselo a la mujer.

– ¿Qué es esto? – Preguntó sacando el contenido del sobre. Dentro había gran cantidad de fotos de una mujer madura y algunos folios con datos sobre ella.

– Es un objetivo nuevo. Eres libre de trabajar a tu ritmo y de apresar a quien quieras pero, de vez en cuando, tendrás que hacer algún trabajo para nosotros. Dentro del sobre vienen los detalles de la víctima, algunos hábitos, lugares que frecuenta… Lo necesario para acercarte a ella. El resto queda en tus manos.

Diciendo esto se levantó de la silla.

– Ha sido un placer conocerte, creo que ha sido una gran fortuna haberte elegido a ti. – Tendió su mano a modo de despedida y, sin más, salio de la sala.

– ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Tamiko.

– Es… Extraño. Ahora me resulta raro no ver la mente de los demás… Solo me había pasado contigo.

– Hay ciertas maneras de “evitarnos” pero todas ellas requieren gran disciplina y entrenamiento y poca gente lo sabe. La cúpula al completo de Xella Corp es como un muro de hormigón para nosotras, así que no te molestes en intentarlo.

– Y… ¿Esto? – Preguntó, levantando el sobre.

– Justo lo que ha dicho. Un trabajo. No tienes por qué hacerlo ya, tómate tu tiempo, pero tampoco lo dejes pasar… Nos conviene tenerlos contentos, igual que a ellos les conviene tenernos contentas a nosotras. – Diciendo esto le guiñó un ojo. – Podrás pedirles cualquier cosa que necesites y si esta en su mano te lo proporcionarán.

– Esta bien, pero, antes de esto me gustaría hacer otra cosa. Había pensado una manera de expandir nuestro nuevo negocio.

– Soy toda oídos. – Dijo la asiática, interesada.

————

– ¿Qué le ha parecido?

– Perfecta para el puesto.

– ¿Cree que está preparada?

– Por lo que he visto y lo que me ha dicho la señorita Aizawa, es la elección perfecta.

– Entonces… ¿El trabajo está asegurado?

– No se preocupe, dele algo de tiempo y conseguirá que esa zorra claudique enseguida. ¿Cómo va la otra parte del plan? ¿Estará a tiempo?

– ¿Cuando le he decepcionado , señor Delgado?

– Jamás, por eso seguimos colaborando. Espero recibir noticias suyas.

Y diciendo eso, Marcelo colgó el teléfono y lo guardó en su chaqueta, mostrando una amplia sonrisa en sus labios.

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Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente” (POR GOLFO)

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En todos los edificios hay una mujer buenorra que levanta el ánimo de sus vecinos cuando la ven pasar por el portal. Si por casualidad la comunidad tiene piscina, su mera presencia tomando el sol provoca que aumente el número de hombres que por casualidad bajan a darse un chapuzón. Parece algo connatural a los  tíos, sabiendo que es peligroso acercarse a ella, olvidan que su esposa puede pillarlos y se pavonean metiendo tripa por el borde del jardín, con la inútil esperanza que se fije en ellos.

Así era Paloma. Una impresionante hembra de enormes senos y mejor culo. Todo lo que os diga es quedarse corto. Con sus treinta años y su melena morena era todo un espectáculo el verla andar al ser dueña de un trasero grande y duro que excitaba y estimulaba las mayores fantasías de todos aquellos que teníamos el privilegio de observarla.
Era tanto el morbo que producía entre los casados del bloque que corrió como la pólvora la noticia que se había divorciado de su marido. Curiosamente, esa buena nueva me llegó antes que por los amigotes por mi esposa cuando en una cena, me soltó como si nada ese bombazo diciendo:
―¿A que no sabes de lo que me he enterado en la peluquería?
Harto de chismes de vecindad seguí comiendo sin preguntar, pensando que iba a contarme una historia sobre un hijo de algún vecino, pero entonces poniendo cara de asco me reveló que el marido de esa belleza la había dejado por su secretaría. Reconozco que ya interesado, le pregunté cómo había sido.
Satisfecha de que le hiciera caso, me explicó:
―Por lo visto, le pilló una factura de un hotel e investigando descubrió que le ponía los cuernos con una jovencita que resultó ser su empleada.
Aunque me parecía inconcebible que alguien dejara a ese monumento, me quedé callado no queriendo hablar de más y que mi mujer se enterara que la encontraba irresistible.  María ya envalentonada, prosiguió diciendo:
―Ya le he dicho que el que pierde es él porque siendo tan guapa, no le costará encontrar alguien que le sustituya.
En ese momento, mi mente trabajaba a mil por hora al imaginarme a mí remplazando a ese cretino en su cama y por eso casi me atraganto cuando sin darle mayor importancia, me dijo que había invitado a esa preciosidad a nuestra casa en la playa.
Tratando de mantener la cordura, pregunté únicamente cuando había pensado que nos acompañara:
―La pobre está tan sola que le he dicho que puede pasarse con nosotros todo el mes.
« ¡No puede ser!», pensé al comprender que se refería a nuestras vacaciones.
Asustado por tener esa tentación tan cerca, protesté diciendo que con ella en el chalet nos limitaría nuestras entradas y salidas pero entonces, insistiendo me respondió de muy mala leche:
―Seguro que ahora me dirás que si su marido la ha abandonado es por algo. Tú verás que haces pero ella viene.
Reculando di mi brazo a torcer temiendo que de insistir mi esposa sospechara que indudablemente me sentía atraído por nuestra vecina y como quedaban dos meses para el verano, lo dejé estar suponiendo que llegada la hora, Paloma no nos acompañara.
Tan desolada se había quedado esa monada con el divorcio que, buscando compañía, se convirtió en habitual de mi casa. Rara era la noche que al llegar de trabajar, no me encontraba a María y a Paloma charlando en el salón de mi casa. Afortunadamente en cuanto yo aparecía por la puerta, nuestra vecina se excusaba y desaparecía rumbo a su apartamento. Tan cotidiana era su huida que con la mosca detrás de la oreja, pregunté a mi mujer si Paloma tenía algo en contra de mí.
―¡Qué va!― contestó riendo― lo que pasa es que es muy tímida y se corta en tu presencia.
Aun pareciéndome ridículo que se sintiera cohibida ante mí, no dije nada porque me convenía que María no se percatara de lo mucho que me gustaba esa mujer.  Lo que no pude evitar fue pensar que difícilmente aceptaría acompañarnos a la playa si llevaba tan mal el verme.
Contra todo pronóstico una semana antes de salir de vacaciones, mi mujer me confirmó que la vecina iba a acompañarnos. Confieso no sé si esa noticia me alegró o por el contrario me molestó, porque sentía una sentimiento ambiguo. Por una parte una pequeña porción de mi cerebro deseaba que viniera soñando con que el roce entre nosotros la hiciera caer entre mis brazos mientras el resto temía con razón que mi esposa me pillara mirándole el culo o algo peor.
«Tengo que evitar que se me note», sentencié viendo que era inevitable que esa morena tentación pasara treinta días en nuestra casa.

Reconozco que el lavado de cerebro al que me sometí durante esos días no sirvió de nada y quedó en buenas intenciones en cuanto vi aparecer a Paloma el día que nos íbamos.  Ajena a la atracción que provocaba en mí, ese mujerón llegó vestido con un top y un short que más que tapar realzaban la rotundidad de sus formas. Babeando y excitado por igual tuve que retirar mi mirada de sus tetas para que bajo mi pantalón mi apetito no creciera sin control:
« ¡Está buenísima!», sentencié mientras trataba de descubrir de reojo el tamaño y el color de sus pezones.
El destino o la suerte quisieron que ni ella ni mi mujer advirtieran el sudor que recorría mi frente mientras intentaba evitar la excitación que me nublaba la mente, de forma que en un cuarto de hora y con todo el equipaje en el coche emprendimos la marcha hacia nuestro lugar de vacaciones.
Ya frente al volante y mientras María y Paloma charlaban animadamente, usé el retrovisor para recrearme la vista con la belleza de esa mujer.
«Es perfecta», admití tras notar que todas mis hormonas estaban en ebullición por el mero hecho de observarla.
Sus ojos negros y sus carnosos labios eran el aditamento necesario para que esa mujer fuera el ideal de una hembra. Para colmo hasta su voz era sensual, dotada de un timbre grave casi varonil con escucharla era suficiente para que cualquier hombre soñara con que ella te susurrara al oído que te deseaba.
«Estoy jodido», maldije mentalmente al darme cuenta que mi atención no estaba en la carretera sino en las dos piernas y en el pantaloncito de Paloma.
Las cuatro horas que tardamos en llegar a nuestro destino me resultaron un suplicio. Por mucho que intentaba olvidar a nuestra pasajera, continuamente mis ojos volvían a quedar fijos en ella. Tantas veces, la miré a través del espejo que la morena se percató e involuntariamente se puso roja.
«Estoy desvariando», pensé al ver que bajo su top dos pequeños bultos habían hecho su aparición y creer que se había sentido excitada por mi mirada. «Ni siquiera me soporta, en cuanto me ve sale por piernas».
La confirmación de mi error vino cuando charlando entre ellas, María le preguntó porque no se echaba un novio:
―Estoy bien así, no necesito un hombre que me vuelva a hacer daño― contestó mientras fijaba sus ojos en los míos.
El desprecio con el que se refirió a todos los de mis género fortaleció mi primera impresión y comprendí que sintiéndose una víctima, odiaba a todo el que llevara un pene entre sus piernas.
« ¡Qué desperdicio!», mascullé entre dientes al sentir que no existía posibilidad alguna de poner mis manos sobre esas dos nalgas.
Al llegar al chalet entraron hablando entre ellas, dejándome solo para subir las maletas. Cabreado subí primero las nuestras y fue al volver a por las de Paloma cuando localicé un consolador en una de sus bolsas.
―¡Qué calladito se lo tenía la muy puta!― reí tras asimilar la sorpresa de hallar ese enorme aparato entre sus cosas.
Ese descubrimiento me abrió los ojos e intuí que su supuesto desprecio por los hombres era una fachada con la que luchar contra su sexualidad, por eso mientras recorría el jardín rumbo a la casa decidí que haría todo lo posible por excitarla sin que mi mujer se diera cuenta…

Inicio mi acoso.
Como era temprano María y Paloma decidieron darse un baño en la piscina. La morena ignorando lo que se le venía encima tuvo a bien plantarse un bikini azul tan provocativo que temí no poder aguantar semejante provocación y lanzarme sobre ella sin importarme que mi esposa estuviera presente.
Os puede parecer una exageración pero si hubieseis contemplado como yo cómo la tela de su parte de arriba apenas conseguía ocultar de mi vista sus pezones estaríais de acuerdo. Sabiendo que de quedarme cerca María hubiese adivinado mi excitación, resolví dar una vuelta por la urbanización corriendo para borrar de mi mente su cuerpo.
Desgraciadamente por mucho que me esforcé tanto física como mentalmente, al volver todo sudado por el ejercicio seguía pensando en su culo y sus tetas.
Ya de vuelta me acerqué a la piscina y al saludarlas, el modo en que esa morena se quedó mirando a mis pectorales llenos de sudor me hizo ratificar que su desdén por los hombres era ficticio.
« ¡Está bruta!», con alegría asumí el exhaustivo examen al que me sometió y queriendo forzar su calentura, me acerqué a donde estaban y me lancé sobre mi mujer a darle besos.
―¡Para!― gritó muerta de risa por esa muestra de afecto― ¡Eres un guarro! ¡Estás empapado!
Obviando las quejas de María, la besé mientras miraba fijamente a los ojos de nuestra invitada. Esta sintió la lujuria con la que mi mirada recorrió su anatomía y mientras se ponía roja, involuntariamente cerró sus piernas para que no descubriera que había incitado su calentura. Desgraciadamente para ella, no dejé de comerla con la vista mientras descaradamente acariciaba los pechos de mi mujer por encima de su bañador. Al verlo, no pudo evitar morderse los labios exteriorizando su deseo.
―¡Vete a duchar!― me echó María de su lado sin que nada en su actitud demostrara enfado por mi exhibición ante su amiga.
Satisfecho, me despedí de las dos y subí a mi cuarto de baño. Ya bajo el chorro de agua, el recuerdo del brillo de sus ojos me hizo desearla aún más y sintiendo una brutal erección entre mis piernas, me puse a pajearme mientras planeaba mis siguientes pasos para conseguir hundir mi cara entre las tetas de la morena.
Lo que nunca preví fue saliendo de la ducha y mientras me secaba en mi habitación que mi esposa llegara y sin hablar, se arrodillara ante mí en ese momento  y que viendo mi pene estaba lo suficiente erecto, sin más prolegómenos,  se lo metiera de un golpe hasta el fondo de su garganta.
―¿Te ha puesto cachonda que te tocara frente a Paloma?― pregunté descojonado al comprobar la virulencia con la que me hacía esa mamada.
Azuzada por mis palabras, usó su boca para imitar a su sexo y gimiendo, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada. Era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión cada vez más rápido, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de su bikini y ya totalmente excitada, gritó en voz alta:
―¡Necesito tu leche!
Al exteriorizar su deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca. Andrea, al sentir mi semen chocando contra su paladar, se volvió loca y sin perder ni una gota, se puso a devorar mi simiente sin dejar de masturbar.
―¡Qué gusto!― la oí chillar, mientras  su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies.
Absorta en su gozo, no le preocupó el volumen de sus gritos. Berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme y aún seguía masturbándose sin parar. Al ver que se comportaba como una ninfómana en celo, me excitó nuevamente y levantándola del suelo, la llevé hasta la cama.
Desde el colchón, me miro llena de lujuria y quitándose la braga se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara. Ver a mi mujer en esa postura, fue motivo suficiente para que mi verga recuperara todo su esplendor y acercándome hasta ella, jugueteé con mi glande en su entrada antes de que de un solo empujón se lo metiera hasta el fondo.
María, al sentir su interior hoyado por mi herramienta, gimió de placer y sujetándose a la cama, me pidió que la tomara sin piedad. Justo en ese momento percibí un ruido y al levantar mi mirada descubrí a nuestra vecina espiando desde la puerta. Mirándola a los ojos, agarré la melena de mi mujer y usándola como si fueran mis riendas y María, mi montura, la cabalgué con fiereza. Sin dejar de verla de pie en mitad del pasillo, mi pene  empaló una y otra vez a mi esposa mientras Paloma se tocaba uno de sus enormes pechos ya excitada.
Sabiendo que la morena no perdía ojo de nuestra pasión,  pregunté a  mi mujer dejando caer un azote en sus nalgas:
―¿Te gusta?
―¡Sí!― aulló y levantando todavía más su culo, chilló: ―¡Me encanta que me folles como un animal!
Sé por la cara de sorpresa que lució Paloma al oír a su amiga que nunca se le pasó por la cabeza que pudiera ser tan zorra y por eso, deseando azuzar la calentura de mi vecina, incrementé  mis embistes sobre el sexo de mi mujer siguiendo el ritmo de los azotes. Nalgada tras nalgada, fui derribando las defensas de ambas hasta que María aulló de placer con su trasero enrojecido mientras se corría. Paloma viendo que íbamos a acabar, se tuvo que conformar con huir con una inmensa calentura hasta su cuarto.
Ya solos sin espías, cogí a mi mujer de sus pechos y despachándome a gusto, dejé que mi pene se recreara en su interior pero con mi mente soñando que a la que me estaba tirando era a la morena que se acababa de ir. El convencimiento que Paloma iba a ser mía, fue el acicate que necesitaba para no retrasar más mi propio orgasmo. Y mientras María aullaba de placer, sembré con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba pensando en la otra. Mi mujer al sentir las descargas  de mi verga en su vagina se desplomó agotada contra el colchón.
Contento y queriendo ahorrar fuerzas no fuera a ser que nuestra vecina cayera antes de tiempo en mis brazos, me acurruqué a María y mientras le acariciaba tiernamente me pareció escuchar el ruido al encenderse de un consolador. Sonriendo, pensé:
«Ya falta menos».
Pasado un rato y viendo que mi mujer se había quedado dormida, decidí levantarme e ir en busca de una cerveza fría. Al llegar a la cocina, me topé de frente con Paloma que al verme bajando su mirada intentó huir pero reteniéndola del brazo, le pregunté si le había gustado.
―¿El qué?― contestó haciéndose la despistada y sin querer reconocer que ambos sabíamos su pecado.
Me hizo gracia su amnesia y acercándola a mí, llevé su mano hasta mi entrepierna mientras le decía:
―Conmigo cerca no tienes que usar aparatos eléctricos.
Asustada, intentó retirar sus dedos de mi pene pero queriendo que sintiera una polla real, mantuve presionada su muñeca hasta que bajo mi pantalón pudo comprobar que mi miembro crecía. Cuando ya había alcanzado un tamaño decente la solté y susurrando en su oído, le dije:
―Si necesitas algo, ya sabes dónde estoy.
Indignada me recriminó mi comportamiento recordando que María era su amiga. Siendo cruel, acaricié su pecho  al tiempo que le contestaba:
―Eso no te importó cuando te quedaste mirando ni tampoco cuando ya excitada te masturbaste pensando en mí.
Esa leve caricia provocó que bajo su bikini, su pezón la traicionara irguiéndose como impulsado por un resorte y viéndose acorralada intentó soltarme una bofetada. Como había previsto tal circunstancia, paré su golpe y  atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua. Aunque en ese instante, abrió su boca dejando que mi lengua jugara con la suya, rápidamente se sobrepuso y casi llorando se apartó de mí diciendo:
―Por favor ¡No sigas!
No queriendo violentarla en exceso, la dejé ir pero cuando ya desaparecía por la puerta, riendo le solté:
―Soy un hombre paciente. ¡Tengo un mes para que vengas rogando que te haga mía!
Consciente que esa zorrita llevaba más de cuatro meses sin follar y que su cuerpo era una bomba a punto de explotar,  sabía que solo tenía que tocar las teclas adecuadas para que Paloma no pudiese aguantar más y cayera entre mis piernas. Para hacerla mía, debía conseguir que sus reparos se fueran diluyendo a la par que se incrementaba su calentura y curiosamente, María se convirtió esa noche en involuntaria cómplice de mis planes. Os preguntareis cómo. Muy sencillo, al despertar de la siesta, decidió que le apetecía salir a cenar fuera de casa y eso me dio la oportunidad de calentar esa olla a presión  sin que pudiese evitarlo.
Cuando mi mujer me comentó que quería ir a conocer un restaurante que habían abierto, me hice el cansado para que no me viera ansioso de compartir mantel con ellas dos. Mi vecina al escuchar que no me apetecía, vio una escapatoria a mi acoso y con gran rapidez, aceptó la sugerencia.
―Si crees que te vas a escapar de mí, ¡Estas jodida!― susurré en su oído aprovechando que María había ido a la cocina mientras con  mi mano acariciaba una de sus nalgas.
La morena no pudo evitar que un gemido saliera de su garganta al sentir mis dedos recorriendo su trasero. Me encantó comprobar que esa mujer estaba tan necesitada que cualquier caricia la volvía loca y sin ganas de apresurar su caída, me separé de ella.
―¡Maldito!― masculló entre dientes.
En ese instante, no estuve seguro si el insulto venía por haberle magreado o por el contrario por dejar de hacerlo. De lo que si estoy seguro es que esa mujer tenía su sexualidad a flor de piel porque ese leve toqueteo había provocado que sus pitones se pusieran duros como piedras.
―Estás cachonda. ¡No lo niegues!― contesté sin sentir ningún tipo de piedad.
La vuelta de María evitó que siguiera acosándola pero no me importó al saber que dispondría de muchas otras ocasiones durante esa noche.  Paloma por el contrario vio en mi esposa su tabla de salvación y colgándose de su brazo, me miró retándome. El desafío de su mirada me hizo saber que se creía a salvo.
« ¡Lo llevas claro!», exclamé mentalmente resuelto a no darle tregua.
Desgraciadamente de camino al restaurante, no pude atacarla de ninguna forma porque sería demasiado evidente. Mi pasividad le permitió relajarse y por eso creyó que si se sentaba frente de mí estaría fuera del alcance de mi hostigamiento. Durante unos minutos fue así porque esperé a que hubiésemos pedido la cena y a que entre ellas ya estuvieran charlando para quitarme el zapato y con mi pie desnudo comenzar a acariciar uno de sus tobillos.
Al no esperárselo, pegó un pequeño grito.
―¿Qué te pasa?― pregunté mientras iba subiendo por su pantorrilla.
Mi descaro la dejó paralizada, lo que me permitió continuar acariciando sus muslos camino de mi meta. Su cara lívida mostraba su angustia al contrario que los dos botones que lucía bajo su blusa que exteriorizaban su excitación. Ya estaba cerca de su sexo cuando metiendo la mano bajo el mantel, Paloma retiró mi pie mientras con sus ojos me pedía compasión.
Ajena a la agresión a la que estaba sometiendo a nuestra vecina, María le comentó que estaba muy pálida.
―No me pasa nada― respondió mordiéndose los labios al notar que mi pie había vuelto a las andadas pero esta vez con mayor énfasis al estar acariciando su sexo por encima de su tanga.
La humedad que descubrí al rozar esa tela ratificó su calentura y por ello, olvidado cualquier precaución busqué con mis dedos su clítoris y al encontrarlo, disfruté torturándolo mientras su dueña disimulaba charlando con mi señora.
«Está a punto de caramelo», me dije al notar su coño totalmente encharcado, « ¡No tardará en correrse!».
Nuevamente, Paloma llevó su mano bajo la mesa pero en esta ocasión no retiró mi pie sino que empezó a acariciarlo mientras con uno de sus dedos retiraba la braga dándome acceso a su sexo. Como comprenderéis no perdí la oportunidad y hundiendo el más gordo en su interior, comencé a follarla lentamente.
« ¡Ya es mía!», pensé y recreándome en su mojada cavidad, lentamente saqué y metí mi dedo hasta que en silencio la morena no pudo evitar correrse por primera vez.
Satisfecho, volví a ponerme  el zapato, al saber que ese orgasmo era su claudicación y que no tardaría en pedir que la follara. Habiendo conseguido mi objetivo, me dediqué a mi esposa dejando a Paloma  caliente e insatisfecha.
Al terminar de cenar, María estaba cansada y por eso nos fuimos a casa. Y allí sabiendo que la morena nos oiría, hice el amor a mi esposa hasta bien entrada la madrugada….
 
 

 Ella misma cierra el nudo alrededor de su cuello.

A la mañana siguiente me desperté sobre las diez totalmente descansado y sabiendo por experiencia que María no iba a amanecer hasta las doce, me levanté sin levantar las persianas y me fui a desayunar.  En la cocina me encontré a Paloma con cara de haber dormido poco y sabiendo que yo era el causante de su insomnio, la saludé  sin hacerle mucho caso.
―¿Dónde está tu mujer?― preguntó dejando traslucir su enfado.
―Por ella no te preocupes. Seguirá durmiendo hasta el mediodía― respondí dando a entender que podía entregarse a mí sin miedo a ser descubierta.
La superioridad que encerraba mi respuesta, la cabreó aún más y llegando hasta mí, se me encaró diciendo:
―¿Quién coño te crees? ¡No voy a ser tuya!
Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y pegando mi boca a la suya, forcé sus labios mientras mis manos daban un buen repaso a ese culo que llevaba tanto tiempo volviéndome loco. Durante un minuto, forniqué con mi lengua el interior de su boca mientras mi vecina se derretía y empezaba a frotar su vulva contra mi muslo. Habiendo demostrado a esa zorrita quien mandaba, le solté:
―Ya eres mía, solo falta que lo reconozcas.
Tras lo cual, la dejé sola y café en mano me fui a la piscina. Llevaba solo unos minutos sobre la tumbona,  cuando la vi salir con un bikini azul aún más diminuto que el del día anterior con el que parecía completamente desnuda. Interesado en saber que se proponía, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar.
―Reconozco que tienes un par de buenas tetas― solté sonriendo al ver que arrastraba su tumbona junto a la mía
―Lo sé― contestó mientras dejaba caer la parte superior de su bikini.
Girando mi cabeza, la miré. Sus pechos eran tal y como me había imaginado:  grandes, duros y con unos pezones que invitaban a ser mordidos. Sabiendo que si me mantenía calmado la pondría aún más cardiaca, me reí en su cara diciendo:
―¿Me los enseñas para que te los coma o solo para tomar el sol?― fingiendo un desapego que no sentía al contemplarla.
¡Paloma era perfecta! Su escultural cuerpo bien podría ser la portada de un Playboy. Si de por si era bellísima, si sumábamos su estrecha cintura, su culo de ensueño, esa morena era espectacular. Sonriendo, se acercó a mí y pegando su boca a mi oído, dijo con voz sensual:
―No me sigas castigando. Sabes que estoy muy bruta― Tras lo cual, sacando una botella de crema bronceadora de su bolso, se puso  a untarla por sus tetas mientras me decía: ―¿Qué tengo que hacer para que me folles?
Su cambio de actitud me divirtió y mostrando indiferencia, le ordené:
 

―¡Pellízcate los pezones!

La morena sonrió y cogiendo sus areolas entre sus dedos, se dedicó a complacerme con una determinación que me hizo saber que podría jugar con ella.
―¡Quiero ver tu coño!― le dije mientras bajo el traje de baño mi pene iba endureciéndose poco a poco.
Bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, esperé a que esa zorrita se desprendiera de esa prenda. Paloma al comprobar mis ojos fijos en su entrepierna, gimió descompuesta mientras se bajaba la braga del bikini lentamente.
―¡Acércate!― pedí.
Rápidamente obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un largo lametazo mientras mi vecina se  mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista, separé mi cara y con voz autoritaria, ordené:
―Mastúrbate para mí.
Por su gesto supe que esa zorrita había advertido que no iba a poseerla hasta que todo su cuerpo estuviera hirviendo. Esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y separando sus rodillas dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mirándome a los ojos, preguntó:
―Si te obedezco, ¿Me vas a follar?
―Sí, putita― respondí descojonado por la necesidad que su rostro reflejaba.
Mis palabras la tranquilizaron y con sus mejillas totalmente coloradas por la calentura que sentía,  deslizó lentamente un dedo por su intimidad. El sollozo que surgió de su garganta ratificó mi opinión de que Paloma estaba hambrienta y gozoso observé que tras ese estremecimiento de placer, todos los vellos de su cuerpo se erizaron al sentirse observada.
―Date placer― susurré.
En silencio, mi vecina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en el polvo con el que le regalaría después. La imagen de verse tomada tras tantos meses de espera provocó que toda su vulva se encharcara a la par que su mente volaba soñando en sentir mi verga rellenando ese conducto.
―Eres un cerdo― protestó necesitada al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba.

Lo quisiera reconocer o no, Paloma comprendió que nunca había estado tan excitada y por eso decidió dar otro paso para conseguir que yo la complaciera. Sabía que en ese instante, estaba  mojando la tumbona con su  flujo y que desde mi lugar podía advertir que tenía los pezones duros como piedras. Decidida a provocarme, llevó sus dedos empapados a la boca y me dijo mientras los succionaba saboreando sus propios fluidos.

 
―¿No quieres probar?
Asumiendo que sus comentarios subidos de tono iban destinados a calentarme aún más, me negué y poniendo un tono duro, le exigí que se metiera un par de dedos en el coño. Al obedecer, esa zorrita notó que el placer invadió su cuerpo y gimiendo  de gusto, empezó a meterlos y sacarlos lentamente. La calentura que asolaba su cuerpo la obligó a aumentar el ritmo de su masturbación hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡Me voy a correr!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
Pero entonces, levantando la voz le prohibí que lo hiciera y recreándome en el poder que tenía sobre ella, le solté:
―Ponme crema.
Reteniendo las ganas de llegar al orgasmo, cogiendo el bote de protector, untó sus manos con él y me obedeció. Sus ojos revelaban la lujuria que dominaba toda su mente cuando comenzó a extender con sus manos la crema sobre mi piel.
―¡Necesito que me folles!― murmuró en mi oído mientras acariciaba mi pecho con sus yemas.
Cerrando los ojos, no me digné a contestarla al saber que con solo extender mi mano y tocar su vulva, esa morena se correría sin remedio. Envalentonada por mi indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas. Al  acreditar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me rogó que le diera permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad la crema bronceadora:
―¡Tú misma!― contesté al saber que era lo que esa guarrilla buscaba.
No tardé en comprobar que estaba en lo cierto porque sin pedir mi permiso y poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó el bulto de mi entrepierna en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No quise detenerla al saber que eso solo la haría más susceptible a mi poder ya que a tela de mi bañador impediría que culminara su acto, eso solo la haría calentarse aún más. Muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Paloma se frotaba con urgencia su clítoris contra mi pene.
―Me encanta― berreó mientras se dejaba caer sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel.
Sus primeros gemidos no tardaron en llegar a mis oídos. La temperatura  que abrasaba sus neuronas era tal que buscó mis labios con lujuria. Sin responder a sus besos pero deseando dejar esa pose y follármela ahí mismo, aguanté su ataque hasta que pegando un grito se corrió sobré mí dejando una mancha sobre la tela de mi bañador.
Entonces y solo entonces, le ordené:
―Ponte a cuatro patas.
Mi vecina no necesitó que se lo repitiera para adoptar esa posición. Su cuerpo necesitaba mis caricias y ella lo sabía. Verla tan dispuesta,  me permitió confesar:
―Llevo años deseando follarte, zorra.
Mi confesión fue el acicate que necesitaba para entregarse totalmente y por eso aun antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Paloma ya estaba berreando de  deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor dulzón al llenar mis papilas incrementó aún más si cabe mi lujuria y separando con dos dedos los pliegues de su sexo, me dediqué a mordisquearlo mientras la morena claudicaba sin remedio. Su segundo orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo por sus piernas, mi vecina me rogó que la tomara.
 

―Todavía, ¡No!― respondí decidido a conseguir su completa rendición. Para ello, usando mis dientes torturé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Al notar que su cuerpo convulsionaba sin parar, vi llegado el momento de cumplir mi fantasía y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué hasta su entrada. La morena al advertir que me eternizaba jugando con su coño sin metérselo chilló descompuesta:

 
―¡Hazme tuya! ¡Lo necesito!
Paloma era un incendio sin control. Berreaba y gemía sin pararse a pensar que mi esposa podría oír sus gritos. Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi verga disfrutó de los pliegues de su sexo mientras la empalaba. La estrechez y la suavidad de su cueva incrementaron mi deseo pero fue cuando me percaté de que entre sus nalgas se escondía un tesoro virgen y aun no hoyado cuando realmente me volví loco. Mi urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada provocaron que de un solo empujón se la clavara hasta el fondo:
―¡Házmelo como a tu esposa!― gritó al notar su sexo lleno.
Su grito me hizo recordar la tarde anterior e imitando mi actuación de entonces, la cogí de la melena y dando un primer azoté en su trasero, exigí a Paloma que empezara a moverse. Mi vecina al oírme se lanzó en un galope desenfrenado moviendo sus caderas sin parar mientras se recreaba con mi monta.
―¡Sigue!― relinchó al sentir que me agarraba a sus dos tetas y empezaba a cabalgarla.
Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina. Para entonces, su calentura era tal que mi pene chapoteaba cada vez que forzaba su vulva con una nueva penetración. Contagiando de su pasión, agarré su a modo de riendas y con una nueva serie de azotes sobre su trasero, le ordené que se moviera. Esas nalgadas la excitaron aún más y comportándose como una puta, me pidió que no parara.
Disfrutando de su estado de necesidad, decidí hacerla sufrir y saliéndome de ella, me tumbé en la tumbona mientras le decía que se sirviera ella misma.
―Eres un cabrón― me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras paraba de quejarse, se puso a horcajadas sobre mí y cerrando los ojos, se empaló con mi miembro. No tardó en reiniciar su salvaje cabalgar pero esta vez mi postura me permitió admirar sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
―¡Chúpate los pezones!― ordené.
Desbocada como estaba, mi vecino me obedeció y estrujando sus tetas, se los llevó a su boca y los lamió. Ver a esa zorra lamiendo sus pechos fue la gota que necesitaba para que el placer se extendiera por mi cuerpo y derramase mi simiente en el interior de su cueva. Paloma al sentir que las detonaciones que bañaron su vagina aceleró los movimientos de sus caderas y mientras intentaba ordeñar mi miembro, empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, saltó una y otra vez usando mi pene como eje hasta que ya agotada, se dejó caer sobre mí mientras me daba las gracias diciendo:
―Me has hecho recordar que soy una mujer.
Viendo su cara de alegría, acaricié su culito con ganas de rompérselo pero entonces miré el reloj y me percaté que mi mujer debía estar a punto de despertar. Sabiendo el riesgo que corría si María veía a su amiga tan feliz porque podría sospechar algo, le pedí que desapareciera durante un par de horas. Paloma comprendió mis razones pero antes de irse y mientras sus manos jugueteaban con mi entrepierna, me rogó:
―Espero que esto se repita. ¡Me ha encantado!
Muerto de risa, contesté:
―Dalo por seguro. ¡Estoy deseando estrenar tu pandero!
Mi vecina sonrió al escuchar mi promesa y cogiendo su ropa, se fue a vestir mientras yo subía a despertar a mi esposa. Ya en mi habitación me tumbé a su lado y pegando mi cuerpo al suyo, busqué sus pechos.  María abrió los ojos al notar mis manos recorriendo sus pezones. Por su sonrisa comprendí que debía cumplir con mis obligaciones conyugales para que no sospechara y sin más prolegómeno, me desnudé mientras ella se apoderaba de mi sexo. Al contrario del día anterior, esa mañana mi mujer y yo hicimos el amor lentamente, disfrutando de nuestros cuerpos y solo cuando ambos habíamos obtenido nuestra dosis de placer, me preguntó por Paloma:
―Se ha levantado pronto y ha salido― contesté con más miedo que vergüenza que algo en mí hubiese hecho despertar su desconfianza.
Pero entonces, María soltando una carcajada comentó:
―Tenemos que buscarla un novio.
Su pregunta me cogió fuera de juego y deseando saber por qué lo decía pero sin ganas de mostrarme muy interesado, pregunté por qué:
―Ayer nos estuvo espiando cuando hacíamos el amor. La pobre lleva tanto tiempo sin un macho que está caliente- respondió en voz baja creyendo que podía enfadarme.
Haciéndome el despistado me reí y sin darle mayor importancia, contesté:

 

―Te lo juro: ¡No me había fijado!
 
 

Para comentarios, también tenéis mi email:

golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
 
 
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 2” (POR GOLFO)

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5

Sabiendo que debía tener cuidado para que mi esposa no sospechara que me había acostado con su amiga, no toqué el tema de buscarle un novio a nuestra vecina. Cualquier interés por mi parte ya fuera a favor o en contra de hacer de celestino, haría despertar sus alertas y me sería más difícil, repetir la experiencia, pero sabiendo que debía avisar a Paloma que María me había pedido ayuda para conseguirle pareja, esperé a que volviera y aprovechando que mi mujer se estaba duchando para contárselo.

Esa morena al verme entrar en el salón solo creyó que mi presencia se debía a mi interés por ella y saltando a mis brazos, me besó mientras frotaba mi sexo con el suyo intentando animarlo. Durante unos segundos mis manos recorrieron su trasero, deleitándose con su dureza al recordar la promesa que me había hecho de darme su virginidad como regalo. Mi vecina por su parte me demostró que el polvo que habíamos echado esa mañana no le había resultado suficiente y metiendo sus dedos dentro de mi pantalón empezó a pajearme mientras me preguntaba cuando la haría nuevamente mía.

―Tenemos un problema― contesté –Mi mujer te vio espiándonos mientras le hacía el amor.

― ¿Se ha enfadado? ― avergonzada preguntó.

Muerto de risa, le contesté que, al contrario, que le había dado pena descubrir su calentura y que me había pedido que le ayudara a buscarle un novio.

―Pero…― dudó antes de contestar― …si yo no quiero. ¡Soy mujer de un solo hombre!

Sus palabras y la confesión que encerraban me hicieron saber que Paloma asumía que era mía y que, teniéndome como amante, no necesitaba a nadie más.  Tratando de mantener una cordura que no tenía porque esa confesión había hecho que mi pene se pusiera erecto, le hice ver que al menos tenía que mostrarse de acuerdo cuando María se lo propusiera:

―Así no sospechará de nosotros.

Mi vecina se quedó pensando unos instantes y volviéndome a sorprender, me soltó:

― ¿Y si me busco una novia?

Un tanto desubicado le pregunté si era bisexual a lo que, sonriendo, me respondió:

―No, pero, por ti, lo sería. 

―Entonces, no entiendo.

Sin dejar de sonreír y poniendo cara de puta, me explicó:

―Tu mujer al verme espiándoos, pensó con razón que me había puesto bruta… ¿Y si le digo que fue por ella? ― hizo una pausa antes de seguir: ―Piénsalo… si cree que soy lesbiana, no desconfiará de ti y nuestro máximo riesgo es que intente seducirme.

Partiéndome de risa al imaginarme la escena, susurré en su oído mientras pellizcaba uno de sus pezones:

― ¿Y qué harías? ¿Te acostarías con ella?

Con una determinación que provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran, ese monumento de mujer contestó:

― ¡Por supuesto! Pero le exigiría que me tomará frente a ti. Recuerda que para ella fui abandonada por un marido infiel, comprenderá que no quiera repetir sus errores.

― ¿Me estás diciendo que le propondrías un trio?

―Claro, ¡tonto! –y con un extraño brillo en sus ojos, prosiguió diciendo: ―No creo que ocurra, pero no me importaría pagar el precio de comerle el coño a tu mujer por la felicidad de tener tu compañía.

Os reconozco que, en ese momento, la hubiera desnudado y me la hubiese follado contra la mesa del comedor porque me calentó de sobre manera el imaginarme una sesión de sexo entre los tres, pero haciendo acopio de cordura, me separé de ella y mientras iba a por una cerveza que me enfriara, contesté:

―Bien pensado. Creyéndote de la otra acera, se fiará de mí.

La carcajada que soltó mientras me iba retumbó en mi mente durante horas. Tuve que reconocer que más que tener una esposa y una amante, lo que realmente me apetecía era ampliar mi matrimonio y que ese bombón se integrara en él….

6

No sabiendo a qué atenerme ni cómo iba a resultar el plan de mi vecina, no me quedó más remedio que esperar y observar cómo se desarrollaban unos acontecimientos que, aunque me interesaban no debía intervenir en ellos.

Mi espera no fue larga porque al salir del baño, mi mujer nos preguntó si nos apetecía ir a una cala cercana a tomar el sol. Paloma alabando como le quedaba el bikini que llevaba puesto, se acercó a mi mujer y susurrando en su oído, le dijo:

―No me extraña que traigas loco a Raúl. ¡Eres bellísima!

María abrió los ojos escandalizada por el tono sensual con el que la alabó, pero creyendo que había malinterpretado a su amiga no dijo nada.

Al ver la reacción de mi esposa y riendo en mi interior, las azucé a salir del chalé. Ya en el coche, por el retrovisor, descubrí que la zorra de Paloma sonreía en plan putón y aprovechando que solo la podía ver yo, se pellizcó uno de sus pezones mientras le preguntaba a mi mujer como era la playa a la que íbamos.

―Es un pequeño saliente que conocemos y que nunca hay gente. No creo que nos encontremos con nadie, estaremos solos― contestó María sin saber que nuestra vecina usaría la soledad de esos parajes para iniciar su ataque.

La determinación que descubrí en el rostro de Paloma me terminó de poner nervioso al suponer que de lo que ocurriera entre esas dunas, dependería no solo ese verano sino el resto de nuestras vidas.

«Si la aborda en plan bestia, la mandará a Madrid y tendré que esperar a septiembre para tirármela», sentencié menos preocupado al saber que eso solo supondría un retraso pero que luego María nunca sospecharía de mí al creer que la morena era lesbiana.

Ya en la cala y mientras bajábamos hacia la arena, mi vecina aprovechando que mi esposa se había adelantado unos metros me preguntó si María tenía algún punto débil:

―Le pone como una moto que le acaricien en culo― respondí en voz baja.

Su pícara sonrisa me informó de antemano de lo que iba a hacer. Por eso, aguardé con interés sus siguientes pasos. María involuntariamente colaboró en su caída cuando extendiendo la toalla, me pidió que le echase crema. Antes de que pudiera decir algo, Paloma sacó un bote de su bolso y sentándose junto a ella, comenzó a esparcirla por sus hombros mientras le decía:

―Tienes mucha tensión acumulada. ¿Quieres que te dé un masaje?

Mi esposa no quiso o no pudo negarse y asintiendo con la cabeza, permitió que la morena se recreara poniéndose sobre ella. Usando sus dos manos, comenzó a masajearle los músculos de su cuello sin que nadie pudiese observar nada erótico en ello. Hundiendo sus yemas en los trapecios de su amiga fue relajándola lentamente mientras desde mi toalla no perdía detalle.

― ¡Qué gozada! ― gimió María al sentir que los nudos de su cuello se iban disolviendo con la acción de los de su amiga.

Guiñándome un ojo, Paloma me anticipó el inicio de su ataque y poniendo un tono despreocupado, le dio un azote en el trasero:

― ¿Estás mejor? ¿Si quieres te relajo las piernas?

―Por favor― susurró su víctima inocentemente.

Cogiendo el bronceador fue dejando caer un hilillo de crema por las piernas de mi mujer con la intención de extenderla a continuación. Al hacerlo, observé que María se mordía los labios al sentir derramarse ese líquido por sus nalgas y por vez primera empecé a albergar esperanzas que el plan de Paloma tuviese éxito.

Actuando en plan profesional, nuestra vecina comenzó por los tobillos de mi mujer y presionando con sus dedos duramente los gemelos, fue subiendo por sus piernas mientras desde mi sitio me empezaba a calentar al ver la cara de placer que María ponía al notar las manos de Paloma relajándola. Con los ojos cerrados, estaba disfrutando del masaje sin saber que ese era el plan.

Mientras tanto, Paloma estaba esperando a que se confiara para terminar amasando su trasero con oscuras intenciones.

― ¿Te he dicho que tienes un culo precioso? ― preguntó mientras sus manos ya recorrían los muslos de mi esposa.

Esa pregunta hubiese sido inocente si no fuera porque en ese momento estaba acariciando con sus yemas el inicio de las duras nalgas de María.  La cara de sorpresa de mi mujer al notar que esa caricia se prolongaba más allá de lo normal me divirtió y no queriendo que se cortara al descubrirme mirándome, desvié mi mirada y me puse a observar las olas, aunque de reojo seguía atento a lo que ocurría en la toalla de al lado.

Paloma obviando la tirantez de su amiga, siguió masajeando dulcemente su culo con caricias cada vez más atrevidas. Si en un principio María creyó que estaba equivocada y que ese masaje de nuestra vecina era inocente y por eso no se levantó al sentir esos dedos amasando sin parar sus nalgas, cuando los notó recorriendo los bordes de su ojete por encima de su bikini ya estaba tan mojada que no pudo evitar un gemido de placer.

Al oírlo, la morena le dio un nuevo azote y levantándose, nos avisó que tenía calor y que se iba a dar un chapuzón al agua. Acababa de irse corriendo hacia la orilla cuando incorporándose María me preguntó:

― ¿Te has fijado?

Haciéndome el despistado y aunque la humedad que lucía mi mujer en su entrepierna era evidente, contesté:

  • No, ¿a qué te refieres?

Durante unos segundos, mi esposa dudó si decirme que Paloma le había metido mano teniéndome a un escaso metro de ella, pero tras pensárselo bien, decidió no hacerlo y en vez de ello, me pidió que la acompañara a pasear por la playa. Su calentura me quedó patente cuando al pasar por unas rocas, tiró de mi brazo y sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a frotar su sexo contra el mío mientras me rogaba que la tomara.

―Tranquila― le dije riendo: – Paloma puede vernos.

Su respuesta me convenció de que las maniobras de esa morena le habían afectado de sobre manera porque pegando un grito, me respondió:

―Si nos espía, ¡qué se joda!

Tras lo cual, me obligó a tumbarme sobre la arena y me bajó el traje de baño mientras me decía que iba a hacerme una mamada que nunca podría olvidar. Como comprenderéis no me quejé cuando mi mujer cogiendo mi sexo entre sus manos, lo acercó a escasos centímetros de su boca y relamiéndose los labios, me soltó antes de antes de metérsela en la boca:

― ¡Te voy a dejar seco!

De rodillas sobre la arena, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos recogiendo mis huevos con ternura los acariciaba. Desde mi posición, vi como mi esposa abría sus labios y pegando un gemido, se introducía la mitad de mi rabo en la boca. Con una expresión de lujuria en su rostro, sacó su lengua y lamiendo con ella mi glande, se lo volvió a enterrar, pero esta vez hasta el fondo de su garganta.

― ¿Por qué estás tan cachonda? ― con recochineo pregunté al sentir la urgencia de sus actos.

En vez de contestarme, siguió a lo suyo y ya con mi verga completamente embutida en su boca, comenzó a sacarla y a meterla a un ritmo constante. Comprendí al notar la presión que ejercía su garganta sobre mi glande que mi esposa estaba desbocada y por eso presionando con mis manos sobre su cabeza, hice que esa penetración fuera total y que la base de mi pene rozara sus labios.

―Eres una mamona de lujo― sentencié al notar que María incrementaba la velocidad de su mete saca mientras llevaba una de sus manos entre sus piernas y dejándose llevar por la calentura, metía los dedos dentro de su tanga, se empezaba a masturbar.

La excitación que se había acumulado en su cuerpo durante el masaje provocó que, a los pocos segundos de torturar su clítoris, mi esposa pegando un grito se corriera. No contenta con ello se sacó mi polla de la boca, para acto seguido, usándola como pica, empalarse con ella mientras aullaba pidiéndome que la tomara.

La belleza de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás con el que su dueña acuchillaba su sexo con mi miembro, me obligó a cogerlos y llevando sus pezones hasta mis labios, ir alternando en ambos mordiscos y lametazos. Los berridos de mi mujer fueron muestra elocuente de la lujuria que la consumía y mientras no paraba de galopar sobre mí, fue uniendo un clímax con el siguiente.

― ¡Sigue! ¡No pares! ― aulló descompuesta.

El enorme riachuelo de flujo que brotaba de su entrepierna y que empapaba mi cuerpo cada vez que mi estoque se hundía en su interior, elevó mi calentura hasta que agarrando sus nalgas con mis garras presioné su vulva contra mi cuerpo mientras con una serie de explosiones de mi pene, me derramé en su interior. María al notar en su intimidad la calidez de mi semilla, se dejó caer sobre mí y retorciéndose obtuvo y mantuvo su enésimo orgasmo mientras todo su cuerpo temblaba de placer.

Abrazada a mí, con mi pene todavía incrustado en su coño, mi mujer apoyó su cabeza en mi pecho y sin levantar su mirada, me preguntó:

― ¿Sabes que te amo?

―Lo sé― respondí mientras con mis dedos acariciaba su melena.

Fue entonces cuando me reconoció que ese masaje la había puesto bruta y casi llorando, me pidió que la perdonara. Conmovido, la consolé diciendo que era lógica su reacción porque en su interior quería ayudar a su amiga:

― ¿Tú crees que ha sido eso? ― insistió.

―Claro― con ternura contesté: – Sabiendo lo sola que está, tu cuerpo ha reaccionado cómo reaccionaría el mío. Piensa que Paloma es una mujer muy bella…

No me dejó terminar y plantándome un beso, buscó reanimar nuestra lujuria justo cuando escuchamos que gritando nuestra vecina nos llamaba. No queriendo que nos pillara en pelotas, acomodamos nuestras ropas y fuimos a su encuentro. Al llegar a su lado, nos explicó que algo le había picado en el pie.

Preocupada, mi mujer se agachó y al comprobar que se le estaba hinchando, me pidió que cogiera a Paloma en brazos porque teníamos que llevarla a la cruz roja para que la atendieran. Mientras la llevaba hacia el coche, mi vecina aprovechó que María se había quedado recogiendo sus cosas para preguntarme si su masaje había conseguido excitarla.

―Sí― reconocí.

Fue entonces cuando ella respondió con una sonrisa:

―Aunque no me lo esperaba, a mí también. Me he puesto brutísima al meterla mano frente a ti.

Al analizar brevemente sus palabras comprendí que ambas compartían un mismo sentimiento y que solo tenía que conseguir que ambas lo aceptaran para cumplir mi fantasía de compartir con ellas un trio permanente. Dando por seguro la aceptación por parte de mi vecina, supe que me tenía que concentrar en mi esposa y por eso, una vez en el hospital y mientras hacían la cura a Paloma traté de tantear el terreno, diciendo:

― ¿Recuerdas cuando en la playa, me has reconocido que te excitaste cuando te tocó?

―Sí― respondió muerta de vergüenza.

Con la imagen de ese masaje en su mente, le confesé que a mí me había ocurrido lo mismo y que en ese momento, me hubiese encantado follármela mientras Paloma la tocaba.

―Eres un pervertido― contestó soltando una risotada.

Al no haberse enfadado por mi indirecta, concebí esperanzas que durante ese mes se hiciera realidad y dando tiempo al tiempo, cambié de tema no fuera a ser que al insistir mi mujer se encabronara. Como a la media hora, Paloma salió de la consulta y nos comentó que estaba bien pero que le había recomendado que no pisara con el píe enfermo.

―Te toca cargarme― soltó con una pícara sonrisa en sus labios.

“La guardaespaldas y el millonario” (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Cuando el General Jackson contactó con Sara Moon para que se reincorporara al servicio activo, no sabía como esa misión iba a cambiar la vida de esa ex marine. Acostumbrada a la vida militar,no le gustó el tener que proteger la vida de un playboy pero sabiendo que era el único modo de volver a sentirse una soldado, aceptó como mal menor el convertirse en guardaespaldas de un sujeto que pensaba con y para su bragueta.
Tal y como había previsto al conocer a su protegido, saltaron chispas porque no en vano David Carter III representaba todo lo que ella odiaba.
La opinión del millonario sobre ella tampoco era mejor porque el disfraz de muñequita oriental no le engañaba y la veía como un espía del gobierno…

Louise Riverside y Golfo se unen para daros a conocer este libro que sin duda os subirá la temperatura.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Al despertar esa mañana, la Comandante retirada de los marines, Sara Moon abrió las cortinas de su habitación y descubrió que pese a las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió ejercitar su cuerpo por el Central Park.
Desde que la habían invitado a abandonar voluntariamente su carrera militar, se había impuesto un régimen de ejercicio que haría palidecer a cualquier deportista de élite. Todas las mañanas corría diez kilómetros, nadaba otros dos y terminaba con una dura sesión en el gimnasio porque no quería perder la forma física que obtuvo por su paso en esa fuerza de la armada americana. No en vano durante esos años, su nombre siempre había estado asociado a las mejores marcas en la mayoría de las disciplinas.
Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba, se quedó mirando en un espejo. Con satisfacción comprobó que pese a sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo del género masculino y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que para ser una vieja, estoy buenísima”, pensó recordando que tras el fracaso de su última acción de combate sus superiores la habían acusado que había perdido los reflejos y el instinto que la habían hecho famosa en esos círculos.
« ¡Hijos de perra! La incursión estaba mal planteada desde el principio y fue gracias a mí que pudimos salir de ese infierno con pocas bajas», refunfuñó cabreada al rememorar el consejo de guerra del que había sido objeto y del que su porvenir en el ejército había quedado maltrecho aunque hubiera salido exonerada de todos los cargos.
Bajo la regadera, se puso a pensar en los buenos momentos. Involuntariamente a su mente acudió el recuerdo del Capitán Stuart y deseó que se estuviera pudriendo en algún lugar.
« Ese cabrón me dijo que me amaba y tres meses después se casó con otra», masculló para sí mientras se enjabonaba.
Aun despechada, dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaran sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el top y las mallas que se iba a poner, se fue tranquilizando y por eso al salir a la calle, volvía a ser la mujer segura de la que estaba tan orgullosa.
Su diminuto apartamento estaba a cinco manzanas del parque Central y mientras corría hacía allí, las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima.
« ¡Qué les follen a esos gerifaltes! ¡Hay vida tras la Navy!», murmuró sin llegárselo a creer al entrar por la puerta que daba a Columbus Circle, más conocida por Merchants’ Gate.
Acababa de empezar a estirar cuando se fijó que un gigante de raza negra no le perdía ojo mientras disimulaba calentando a cincuenta metros escasos de ella. Nada más verlo comprendió que cincuentón tenía entrenamiento militar por el modo en que se movía.
« Aunque se ponga un smoking, no puede disimular que es un soldado», sentenció mientras intentaba centrarse en el ejercicio.
Esa idea le preocupó, temiendo que su pésimo balance afectivo se debiera a parecer una gladiadora en vez de una mujer Era consciente de tener un cuerpo atlético producto de entrenamiento pero siempre había pensado que no había perdido su femineidad sino todo lo contrario y que estaba dotada de un par de pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos cualquier hombre desea hundir la cara en su canalillo.
«Menos mal», suspiró aliviada al mirar hacía su alrededor y comprobar que al menos media docena de corredores la miraban embelesados.
Su lado coqueto la hizo exhibirse ante sus admiradores y aprovechando que estaba haciendo una serie de sentadillas, les lució la perfección de su trasero. Los tipos en cuestión se quedaron apabullados al contemplar los duros glúteos de la exmilitar, convencidos que pocas veces tendrían la oportunidad de admirar algo tan espectacular.
« Babosos, me ven como una presa y sin saber que podría matarlos usando solo mi mano izquierda», ventiló justo cuando se daba cuenta que el enorme afroamericano miraba divertido la escena.
Tratando de olvidarlo pero sobretodo de liberarse de su examen, salió corriendo por una de las veredas. Inicialmente imprimió a su paso un trote lento, sabiendo que a cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites.
« Joder, las veces que pillé a un recluta mirándome las tetas», mientras incrementaba su velocidad, rememoró que gran parte de los problemas que había tenido en su unidad se debían a su belleza. Belleza de la que ni siquiera sus mandos habían sido inmunes. Aunque tenía muchas virtudes, era incapaz de reconocer que podían tener razón.
Sabía que era políticamente incorrecto siquiera el mencionarlo pero también que no era menos cierto que en su presencia sus subalternos se esmeraban en impresionarla por la atracción física que sentían hacia ella. Solo hubo un superior que tuvo el suficiente valor para abordar el tema y su reacción fue mandarle al hospital con una nariz rota.
« Se lo merecía el cretino», no dudó en sentenciar cabreada justo cuando se dio cuenta que el militar que la había estado observando seguía su estela.
Ese descubrimiento no le preocupó al creer que ese sujeto era un admirador con ganas de entablar contacto por lo que incrementó la cadencia de su marcha, convencida que no aguantaría el ritmo. Durante media hora, su acosador se mantuvo a escasos cincuenta metros de ella pero quizás por agotamiento o quizás porque se había ya aburrido de perseguirla, al dejar el camino principal y adentrarse en una senda secundaria le perdió de vista.
« Otro inútil», murmuró más tranquila al verse corriendo sola.
Mandando al negrazo al baúl de los recuerdos, durante hora y media, dejó salir su frustración bajo el amparo de los árboles hasta que ya sudada decidió que era suficiente y que se merecía un buen desayuno. Cumpliendo con su rutina diaria se acercó a un restaurante italiano que había en la calle 68. Una vez allí, pidió al camarero un café y un par de huevos con los que reponer fuerzas.
Ni siquiera había podido siquiera probar lo que había pedido cuando de improviso vio entrar por la puerta al enorme militar que la había seguido por el parque. Su sorpresa se incrementó al comprobar que venía vestido de uniforme y que por sus galones no era el soldado raso que había supuesto sino un almirante.
« ¡Qué coño hace aquí!», exclamó mentalmente al darse cuenta que se dirigía hacia ella, luciendo una sonrisa. Su mal humor alcanzó cuotas insospechadas cuando sin pedir su permiso, ese sujeto se sentó en su mesa.
― Estoy esperando a mi marido― mintió molesta al ver invadido su espacio vital.
― Nunca ha estado casada y su última relación conocida fue hace más de tres años― respondió el sujeto mientras acomodaba su trasero frente a ella.
La ex Comandante Moon comprendió que esa visita no tenía nada de casual y sin permitir que ese hombre pudiera darse cuenta de su nerviosismo, decidió tomar el toro por los cuernos y directamente le soltó:
― Ya que ha decidido joderme la mañana, al menos podría tener la educación de presentarse.
Su exabrupto no tuvo el efecto deseado y en vez de cabrear a su interlocutor, muerto de risa, este contestó:
― Soy el Almirante Jackson. Me habían avisado que no me dejara engañar por su fachada de niña buena porque en realidad era una impertinente pero he descubierto que se quedaban cortos.
Aunque esa respuesta la dejó desconcertada, rápidamente se recuperó y mostrando que quien se lo dijera se había quedado corto, dando a su voz un tono lleno de desprecio, comentó:
― Ahora me va a decir que soy su dulce princesa y que está dispuesto a bajarme la luna.
El ataque desesperado de esa mujer le hizo gracia y soltando una sonora carcajada que enmudeció al resto de los presentes, respondió:
― Por nada del mundo me pondría en peligro echándole los tejos porque a pesar de sacarle más de cincuenta kilos, me consta que en un enfrentamiento directo me haría papilla.
― ¿Entonces a qué ha venido?― preguntó más intranquila de lo que le gustaría reconocer.
El gigantesco almirante sacó de su maletín unos papeles y poniéndoselos en la mesa, contestó:
― A sacarla del retiro…― y dándole unos papeles prosiguió diciendo: ―lea a qué se va a comprometer y si acepta la misión, volverá al servicio activo con el grado de capitán.
Volver a la Navy era lo que más deseaba en el mundo, pero aun así leyó el documento con recelo.
« No parece una broma», pensó ilusionada.
Cómo no era tonta, supo que tras esa oferta tenía que haber trampa. Aunque en un principio dudó si aceptar ese ofrecimiento, la franqueza que ese militar demostró cuando le interrogó sobre los motivos que le hacían a ella candidata a ese puesto, Jackson ahuyentó sus reticencias. Ya que sin andarse con lindezas ni otras florituras, ese alto funcionario le espetó:
― Necesitamos un arma letal, bajo el disfraz de una belleza indecente.
― ¿Me está llamando indecente?― protestó la mujer.
― Para nada, usted ha demostrado siempre una lealtad inquebrantable a su país. Lo que es indecente son los pensamientos que provoca entre los que la ven― refutó tranquilamente e insistiendo en la idea, prosiguió sin cortarse: ―Señorita Moon, trabajará infiltrada en un ambiente lleno de mujeres bellísimas. Queremos que nadie se pueda imaginar que tras ese cuerpo se esconde una agente del gobierno.
Que no tuviera reparos en hablar así de ella, le satisfizo al comprender que no se andaba por las ramas y que pese a ser hombre, no se veía afectado por ella. Por ello, antes de dar su brazo a torcer y enrolarse en esa locura, únicamente preguntó quién era el objetivo pensando que le estaban encomendando eliminar al alguien molesto para el gobierno.
― Se equivoca― le corrigió el que ya se consideraba su superior al leerle los pensamientos― su misión no consiste en matar a nadie sino en proteger a dos sujetos cuyas vidas son vitales para los intereses de nuestro país.
Aunque no se veía como guardaespaldas, esa novedad en su carrera le interesó y como eran dos, supuso que era un matrimonio las personas cuyo bienestar debía de salvaguardar. Por ello no esperó a que su interlocutor terminara para interrogarle por su identidad.
― Nuevamente se equivoca, uno es un potentado pero el otro es su hija, una preciosa niña de siete años.
Si ya estaba alucinada por el tipo de misión que le estaba ofreciendo, su zozobra se incrementó cuando, en un papel que el almirante le pasó, leyó el nombre del magnate que necesitaba protección:
― David Carter III.
Estuvo a punto de negarse al conocer que una de las personas a la que debía de cuidar era ese consumado Don Juan cuyas fotos llenaban los tabloides de medio mundo, pero entonces el avispado jefazo se anticipó a ella diciendo:
― Antes que conteste, quiero que sepa que ese hombre no ha dudado en poner en peligro la vida de su hija y la de él, colaborando con el presidente para revelar una conspiración que quiere apropiarse de los secretos militares de nuestro país.
Sara no esperaba que ese playboy se sacrificara por nada que no estuviera relacionado con su bragueta por lo que asumiendo que si un ser tan detestable como él era capaz de dar ese paso, decidió que ella dejaría al lado sus prejuicios y aceptaría el puesto. Por lo que haciendo caso omiso a la opinión que tenía de los de su especie, cerró el trato con el militar diciendo:
― Quiero que antes de ser infiltrada, mi ascenso sea firme y cualquier mancha sea borrada de mi expediente.
― Así será― respondió dando por cerrada esa reunión.

Una semana había pasado desde que el almirante le había abordado en un restaurante para proponerle que entrara en una unidad secreta bajo su mando y que dependía jerárquicamente del secretario de defensa sin ningún otro intermediario. Semana que le resultó un infierno porque una vez había accedido a proteger a David Carter y antes siquiera de conocer a su protegido se había tenido que someter a un entrenamiento que dejaba en ridículo al régimen que tuvo que soportar para convertirse en marine.
Aunque el propio Jackson le había anticipado que debía de aprender a comportarse como un miembro de la alta sociedad para que su presencia al lado de ese tipo pasara desapercibida, nada de su pasada formación le había preparado para soportar las exigencias de Emmanuel Valtierre, su maestro en esas lides.
Todavía recordaba su llegada al estudio de ese modisto. Como la mayoría de los días, ese día al levantarse se puso un chándal y unas zapatillas. Ese fue su primer error porque el estilista al comprobar que su alumna había aparecido vestida así, puso el grito en el cielo, diciendo:
― Me prometieron que me mandaban un diamante en bruto y me encuentro una mezcolanza de rollito de primavera con salsa teriyaki― si ya fue bastante bochornoso que aludiera sus orígenes orientales al criticarla, más lo fue escucharle decir: ― Por favor, desnúdese. Su indumentaria ofende mi vista.
Aguantando las ganas de saltar sobre su cuello, la flamante capitán olvidó sus recién estrenados galones y sin gracia alguna se despojó de su indumentaria deportiva. El amanerado cuarentón teatralmente se tiró de sus escasos pelos al observar la lencería de su supuesta pupila y en plan histérico, le espetó:
― Nunca he visto algo tan basto, sus bragas parecen estar hechas de esparto. Señorita, ¿acaso compra su ropa interior en el mercado de segunda mano?
Indignada con el que se suponía que le iba a enseñar buenos modales, la militar se tuvo que morder la lengua para no mandarle a la mierda y con un tono sumiso que hasta ella le sorprendió, le prometió que al día siguiente vendría equipada con otro clase de lencería.
Emmanuel al oírla, abrió un cajón y sacando un conjunto de su interior, se lo dio diciendo:
― A partir de hoy, olvídese de lo que tiene en su armario. Soy un profesional y no puedo soportar que alguien que está bajo mi mando, lleve prendas que no se las pondría ni a mi perro.
Durante unos segundos, Sara no supo que decir. Para ella, ni una puta se pondría algo tan provocativo como el sujetador y el tanga que tenía en sus manos.
― ¿A qué espera?― la azuzó chillando histéricamente el modisto.
Con sus mejillas coloradas por la ira, la treintañera se despojó rápidamente del top deportivo que llevaba y eso en vez de complacer al histriónico sujeto, lo encolerizó y acercándose a su lado, le gritó:
― Parece un camionero. Una dama se desnuda siempre como si tuviera enfrente a un hombre que desea seducir, sin importar si está sola o frente a una multitud. Vuélvaselo a poner y ahora por favor, piense que soy alguien al que quiere llevarse a la cama.
― Antes de acostarme con usted, me tiro a su perro― ya fuera de sí, le contestó: ―pero si quiere que me comporte como una stripper, sé hacerlo.
Sin sentirse ofendido, el sujeto la contestó volviendo a hacer referencia a su raza:
― En eso me parecemos, yo me haría el harakiri antes de permitir que una paleta como usted, me pusiera la mano encima.
― Mi apellido es chino, no japonés― refutó la mujer tratando de poner en cuestión la cultura de su mentor.
― Todos los amarillos sois iguales, quitando a Miyake, no conozco a nadie de ojos rasgados que tenga el mínimo gusto.
No queriendo que el racismo militante de ese capullo entorpeciera su misión, Sara se abstuvo de contestar y ante el escrutinio del homosexual, dejó caer los tirantes del sujetador mientras comenzaba a menear su trasero. Impávido a sus encantos, Emmanuel siguió con atención el modo en que se desabrochada por delante los corchetes de esa prenda. Pero una vez, la militar se había quedado desnuda de cintura para arriba, se atrevió a decir:
― Mejor… ahora al menos, sé que es capaz de calentar a un agricultor.
Tras lo cual, le ordenó que se terminara de desvestir y que se pusiera el conjunto que él le había dado. Convencida que la razón de ese comportamiento era ponerla a prueba, casi bailando dejó caer sus bragas y tratando de dotar a sus movimientos de toda la sensualidad que pudo se engalanó con esa escandalosa ropa interior.
― Va mejorando― indicó sin demasiado entusiasmo el estilista y cogiéndola del brazo, la llevó frente a un espejo – pero tiene mucho que aprender.
Tras lo cual y sin mediar una advertencia por su parte, Emmanuel metió sus manos dentro de su sujetador y le colocó los pechos mientras le decía:
― Ya que tiene una delantera aceptable es importante que aprenda a sacarle provecho. Para empezar, debe usar las copas para maximizar el canalillo entre sus miserias porque eso es lo primero que mira un hombre.
Estaba a punto de protestar por ese manoseo cuando de pronto, ese cerdo le regaló sendos pellizcos sobre sus areolas.
― ¡Qué coño hace! ¡Me ha hecho daño!
Sin perder la compostura, contestó:
― Enseñarle un truco. Las modelos para estar más atractiva se aprietan los pezones o bien se echan un gel con efecto frio.
― Podía haber usado la crema en vez de pellizcarme las tetas― replicó encolerizada.
― Lo sé pero hubiera sido menos divertido― muerto de risa, el antipático sujeto contestó mientras descargaba un azote sobre una de sus nalgas: ―Ahora vamos con tu postura.
Soñando con descerrajarle un tiro entre los ojos, Sara no dijo nada al ver que ese tipejo se agachaba a sus pies y con ningún tipo de tacto, la obligaba a adelantar unos centímetros su pie derecho.
« Porque es marica, si no pensaría que este malnacido está aprovechando para meterme mano», pensó al sentir como con las manos le rectificaba la postura separándoles las piernas, poniéndole la espalda recta e incluso forzando sus hombros hacia atrás para que sacara pecho.
― Aunque eres un poco sosa, podré convertirte en una puta guapa― la espetó tras examinarla nuevamente.
Ese insulto en vez de contrariarla, la alegró porque escondía un piropo. Si alguien tan perfeccionista como ese modisto creía que tenía suficiente materia prima para trabajar, de manera implícita estaba alabando su belleza. Aun así no se pudo contener y demostrando su proverbial mala leché, contestó:
― Si quiero vender mi cuerpo, no creo que usted sea mi cliente.
Esa andanada no surtió los efectos deseados porque alejándose un par de metros, Emmanuel contraatacó diciendo:
― Evidentemente, lo último que haría sería gastar mi dinero contigo… sobre todo después de haber visto la selva que luces en la entrepierna. Para esta tarde, quiero verlo recortado casi por completo. Una pelambrera así puede estar bien vista en un cuartel pero no en mis círculos.
― ¡Váyase a tomar por culo! ¡Gilipollas!
― Lo haré, bonita, en cuanto consiga hacer que parezcas presentable.
Sara, con gran disgusto por su parte, comprendió que el estilista había conseguido en media hora sacarle de las casillas:
« No es posible que me haya dejado alterar así por este mamón», pensó mientras intentaba tranquilizarse. No entendía como habiendo soportado el durísimo adiestramiento de la base Pendleton sin perder el control, en apenas treinta minutos, había caído tan bajo de insultar a su instructor. « Si esto llega a ocurrirme allí, hubiese terminado con una mancha en mi expediente».
Por ello, muerta de vergüenza, pidió perdón. Emmanuel Valtierre se tomó la disculpa con sorna y haciendo como si nada hubiese ocurrido, preguntó a la militar si sabía andar con tacones. Aleccionada por la pasada experiencia Sara respondió que creía que sí, al no estar segura que su manera de moverse gustara al tipo aquel.
― Ahora lo comprobaremos― contestó poniendo es sus manos unos impresionantes zapatos de aguja con más de diez centímetros de tacón.
Si la primera fase había sido insoportable, esta segunda le resultó más complicada porque a la vergüenza de caminar sobre esos zancos casi desnuda, se incrementó al verse obligada a mostrar sutileza en cada paso.
― Olvídese de su pasado, tiene que parecer delicada para diferenciarse de la plebe. Una dama es más peligrosa cuanto más indefensa parece.
Esas ideas chocaban frontalmente con su adiestramiento y por ello le resultó en extremo complicado, aparentar lo que no era. Desde la adolescencia Sara había tenido que luchar para reprimir su faceta femenina para que le tomaran en cuenta y ahora el modisto le exigía que meneara su pandero como una furcia.
― Coloca un pie delante del otro y camina dando pasos largos…imagina que estás caminando sobre una cuerda― le gritaba Emmanuel desde una silla― mantén un pie delante del otro para hacer que tus caderas se balanceen.
« Le parece fácil al cretino», murmuró para sí al sentir que perdía el equilibrio.
― Muéstrate coqueta. Cuando la gente piense que eres una fulana inalcanzable, se lanzarán a tus pies. Mantén el cuerpo relajado y los hombros hacia atrás, ¡no es tan difícil!
Para entonces, Sara había asumido que debía obedecer a su maestro y casi sin darse cuenta se empezó a percatar que se sentía más segura haciéndolo.
« Coño, funciona. Ya no parezco un pato mareado», se dijo incrementando el ritmo de las zancadas.
Emmanuel debió de pensar lo mismo porque interrumpiendo esa etapa de la instrucción, hizo que la capitana le acompañara a una habitación anexa. Ante su sorpresa, la hizo pasar a una enorme estancia que parecía una tienda de prêt―à―porter por la barbaridad de vestidos.
― Estás viendo mis joyas, las prendas que llevo atesorando durante años y que solo presto a mis más íntimas amigas.
No se había repuesto todavía de la impresión de ver toda esa ropa cuando el modisto comenzó a revisar las perchas para acto seguido lanzarle en los brazos todo tipo de vestidos.
― ¿Y esto?― preguntó.
― William quiere que parezcas una modelo y viendo la ropa que has traído, la única forma que lo consigas es eligiendo personalmente tu vestuario.
A Sara le resultó inverosímil que ese tarado se refiera al almirante Jackson usando su nombre de pila pero se abstuvo de hacer ningún comentario y con creciente incredulidad fue sosteniendo el ajuar que tendría que lucir durante su misión…

CAPÍTULO 2.―

Esa mañana los rayos de sol matutino colándose por la ventana de su apartamento despertaron a Sara antes de tiempo. Era demasiado pronto para comenzarse a preparar por lo que intentó volver a conciliar el sueño. La importancia de la entrevista que tendría ese día no la dejaba dormir y por eso se dedicó a pensar en el tipo de instrucción que había tenido que soportar.
« Quieren que convertirme en una muñeca de porcelana», protestó para sí al recordar las enseñanzas de Valtierre.
Seguía indignada por la humillación que sufrió al negarle ese hombre cualquier tipo de atractivo. Hasta conocerle se sabía atractiva pero los menosprecios que había recibidos habían hecho tambalear su autoestima.
« Ese desgraciado se equivoca, puedo seducir a cualquier hombre y ¡no solo a aldeanos!», murmuró mientras buscaba otra postura.
Su irritación era mayúscula, le molestaba sobretodo la dureza con la que había valorado su femineidad.
« Una marimacho se esconde los pechos», sentenció al tiempo que a modo de auto confirmación llevaba sus manos hasta ellos, «yo estoy orgullosa de los míos».
Queriendo reafirmar sus pensamientos, introdujo sus dedos bajo el top del pijama y se los empezó a acariciar mientras se decía:
« Todos mis amantes babeaban al verme desnuda».
Sin buscar voluntariamente que su mente empezara a divagar, se puso a rememorar una de tantas noches que había pasado con Anthony, otro capullo egoísta pero magnífico amante.
« Él sí sabía valorar mis tetas», refunfuñó al recordar la capacidad amatoria de ese italoamericano y en las horas que se podía pasar mamando de ellas.
Su relación había sido corta pero intensa y aunque habían terminado mal, todavía echaba de menos el ansia con el que ese hombre mordisqueaba sus pezones. Los mismos pezones que en ese momento se estaba pellizcando sin darse cuenta.
« Me volvía loca la forma en la que usaba su lengua», rememoró.
Al sentir que entre sus piernas comenzaba a sentir calor, por un momento su mente luchó contra la creciente excitación de la que ya era plenamente consciente.
« Estoy cachonda», sentenció al comprobar que su respiración se agitaba y que no podía dejar de acariciarse los pechos.
Su cerebro le mandaba órdenes contradictorias. La parte racional le impelía a levantarse mientras que el resto le suplicaba ceder y entregarse al placer. Sabiendo que al terminar se sentiría mal, comprendió que su cuerpo había optado por lo segundo al darse cuenta que involuntariamente había juntado sus piernas y decidiendo por ella, sus muslos habían empezado a rozarse uno contra otro.
« Tengo que relajarme, estoy muy tensa», se justificó mientras dejaba que una de sus manos calmara el escozor que sentía en esa zona.
El mimar con sus dedos sus labios por encima de las bragas, lejos de ahuyentar su calentura, la incrementaron y a consecuencia de ello, surgió el primer gemido de su garganta. Lo que en un principio había sido un pequeño fuego se convirtió en un feraz incendio que amenazaba con carbonizar su cuerpo.
― ¡Dios!― aulló descompuesta al saber que no había marcha atrás y que irremediablemente terminaría masturbándose.
Durante un instante pensó en darse una ducha pero comprendió que era tal su ardor que de nada serviría y que lo único que conseguiría sería usar el mango de la alcachofa para aliviar su deseo. Convencida que debía quedarse en la cama y darse prisa en correrse, se quitó la braguita que tanto le estorbaba para a continuación aumentar la presión de sus dedos sobre el erecto botón que emergía entre sus pliegues.
Anticipando el placer que iba a sentir, su espalda se arqueó mientras la mano que conservaba libre se aferraba al gurruño que ya eran sus sábanas, dando inicio a un lento baile en el que su cuerpo buscaba asimilar las sensaciones que le llegaban de sus neuronas.
« Tengo calor», sentenció al notar que le sobraba toda la ropa y a pesar que esa mañana hacía fresco en su habitación se quitó el pijama y ya desnuda reinició sus caricias.
Abriendo los ojos, se quedó impresionada con la dureza que mostraban sus pezones. Queriendo comprobar hasta donde estaban de excitados se dio un pequeño pellizco en el izquierdo.
― Ummm― sollozó al experimentar entre sus piernas un hachazo de placer que la dejó todavía más insatisfecha.
Mordiéndose los labio, incrementó la presión de sus dedos sobre la areola, sintiendo que en su interior se iba acumulando la tensión y que no tardaría en explotar. Mientras esa mano estrujaba su pecho sin piedad con la otra sometió a su sexo a una dulce pero intensa tortura que solo podía tener un final.
― ¡Me corro!― gritó al ver su cuerpo sacudido por unas virulentas descargas eléctricas que naciendo en su vulva se extendían hacia arriba convirtiendo su mente en un torbellino de placer.
Saboreando cada una de esas andanadas, Sara siguió forzando la integridad de su sexo con sus yemas hasta que derrotada y satisfecha, su cuerpo le informó que no podía más.
Entonces y solo entonces, con un leve sentimiento de culpa, la oriental se metió a duchar con el convencimiento que desgraciadamente una vez había abierto la espita, le resultaría difícil de cerrar.
« Necesito un hombre en mi vida, esto no puede continuar así», decidió abochornada mientras abría el grifo del agua caliente…

Frente al edificio donde Jackson le presentaría al magnate, la capitana Sara Moon se sentía fuera de lugar en el elegante traje de ejecutiva que Valtierre había seleccionado para la ocasión. Demasiado estrecho para su gusto, no podía negar que el tejido era primoroso ni que le sentaba como un guante. Lo que le jodía realmente era haber accedido a que el amanerado le eligiera también un tanga que se le clavaba entre las nalgas.
« No entiendo qué necesidad tengo de llevar algo tan incómodo», protestó en el ascensor que le llevaba a la oficina del almirante, recordando lo tentada que estuvo esa mañana de ponerse un culotte.
En la intimidad de ese cubículo y aprovechando que nadie podía verla, se acomodó la molesta prenda con la mano. Al hacerlo, sonrió al pensar en la bronca que el estilista le echaría si la hubiese pillado y de mejor humor, informó a la secretaria de ese mandamás que tenía una cita con su jefe.
― Señorita, ¿a quién anuncio?
Para Sara fue una novedad que esa sargento, más que acostumbrada a ver desfilar por su puerta a cientos de militares al día, no identificara en ella a un miembro de la armada, porque de haberlo supuesto jamás le hubiese llamado señorita sino señora.
« Ha pensado que soy una civil», se dijo mientras la informaba que era la capitana Moon.
La asistente al darse cuenta que había metido la pata y que la mujer que tenía frente a ella tenía un rango superior al suyo, se cuadró al tiempo que le pedía disculpas.
― Descanse sargento― murmuró satisfecha porque una vez lo había asimilado, comprendió que su disfraz funcionaba y que si una experta había sido incapaz de reconocer a una colega, el resto de los mortales tampoco lo haría.
Constató que estaba en lo cierto al entrar en el despacho de gigante porque al contrario que la primera vez, su superior no pudo dejar de recorrer su anatomía con su mirada.
― Sara, está usted guapísima. ¡Me ha costado reconocerla!― comentó mientras disimuladamente le echaba una última ojeada.
Impresionada porque alguien tan adusto como William Jackson se permitiera por unos segundos que el hombre que había en su interior sustituyera al funcionario, lo saludó marcialmente mientras en su mente achacaba ese comportamiento a las extensiones que el día anterior un carísimo peluquero había colocado sobre su corta melena. El modisto había sentenciado que llevaba un peinado anticuado y pensando que su obra estaba incompleta sin esa última pincelada, la había llevado al local donde trabajaba un artista, especializado en dotar a las estrellas de cine de espectaculares cabelleras.
― Gracias, mi almirante― contestó lacónicamente no queriendo parecer complacida pero sin que le hubiese molestado ese piropo.
Llamándola a su mesa, Jackson olvidó esa momentánea flaqueza al ponerse a revisar con ella los detalles de la misión donde ella debía de aparentar ser una de las últimas conquistas del mujeriego para que su presencia pasara desapercibida.
― Esta noche se presentará con él en una fiesta y hará creer a todos que David la ha seducido porque a partir de mañana, será vox populi que vive con él en la mansión Carter― informó el gigantón poniendo fecha de inicio a su tarea: –Como no tenemos la seguridad de quién puede estar involucrado en el complot contra él y su hija, solo David sabrá de usted y de su función.
― Almirante, me imagino que el sr. Carter debe de contar con personal de seguridad. De ser así, se enterarán que no soy una de sus pilinguis. Es imposible que no se den cuenta― discrepó la capitán.
― Por eso no se preocupe, es lo suficientemente bella para qué cuando empiecen a sospechar ya hayamos detenido a los culpables― comentó mencionando nuevamente sus atributos― su deber es estar siempre a su lado para que si surgen problemas, pueda resolverlos sin poner en cuestión su tapadera.
«Para que no se mosqueen, tendrían que verme dormir en su cama», masculló interiormente, sin decirlo de viva voz no fuera a ser que Jackson le obligara a hacerlo.
Otra cuestión que le incomodó fue el tema del armamento que iba a disponer porque pese a que tendría en su habitación todo un arsenal, cuando saliera con el magnate, solo podría llevar una Glock 26.
― ¡Si eso es un juguete!― protestó conociendo perfectamente que era una pistola de diez tiros y medio kilo de peso― ¡necesito mayor potencia de tiro!
Su superior se sacó su pistola reglamentaria, una Beretta M9A1 y poniéndosela en la mano, preguntó:
― ¿Me puede explicar donde se escondería esta pistola en un traje de fiesta?
No pudo y por ello, no le quedó otra opción que aceptar las órdenes sin rechistar y guardarse el orgullo.
« Será insuficiente si algún día la saco», murmuró justo cuando la secretaria estaba informando a su jefe que la visita que esperaban, habían llegado.
― ¡Qué pase!― replicó el gigantón.
Creyendo que su tiempo había terminado, Sara se levantó para irse cuando vio que el hombre que entraba era el sujeto al que iba a proteger.
« Es Carter», dijo mentalmente mientras examinaba al recién llegado con interés. «No está mal», tuvo que reconocer al comprobar su atractivo.
El recién llegado también la miró pero en su caso con auténtica lascivia, no dejando un centímetro de su piel sin auscultar.
« Será idiota», sentenció al sentirse violada por Carter.
Cumpliendo con la idea que tenía preconcebida de él, el recién llegado no se cortó a la hora de recrear su mirada en el pecho de la capitana. El cabreo de Sara se incrementó exponencialmente cuando escuchó que Carter decía a su jefe:
― William, cacho mamón, ¿dónde te has agenciado a esta muñequita oriental?
El almirante soltó una carcajada al escuchar como se había referido a su subalterna y señalando a la aludida, contestó mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
― David, te presento a la capitana Moon, tu futura guardaespaldas.
Por primera vez en mucho tiempo, esa respuesta dejó sin palabras a David Carter, el cual durante un momento pensó que le estaba tomando el pelo porque la mujer que tenía enfrente parecía una modelo de lencería.
― No te creo. Es imposible que esta preciosidad sea lo que me has prometido.
Sacando su expediente, Jackson empezó a leer:
― Sara Moon, nacida el 23 de febrero de 1987. Misiones realizadas: 43. Bajas confirmadas: 25. Experta en kárate, kendo y taekwondo. Mejor disparo homologado: 2.633 metros. Idiomas…
― ¡Para! ¡Para! Ya es suficiente― interrumpió el magnate y mirando a la militar, dijo a su amigo: ―porque tú lo dices pero jamás hubiese supuesto que esta belleza era capaz de usar algo que no fuera el secador de pelo.
Herida en su orgullo y rompiendo su silencio, Sara comentó:
― Señor Carter, he contado en esta habitación treinta y dos objetos mortales con los que podría matarlo sin tener que acercarme a usted.
La incredulidad que mostró al oír esa advertencia tuvo su justo castigo al momento, porque de pronto vio volar un objeto a escasa distancia para inmediatamente escuchar un ruido sordo muy cerca de su propia oreja. Al girarse para ver qué había ocurrido, horrorizado, descubrió uno de los zapatos de la mujer clavado en el respaldo de su silla.
― De haber apuntado a su frente, en este momento habría un imbécil menos sobre la tierra― murmuró mientras con una sonrisa lo recogía y se lo volvía a poner.
El almirante que desconocía las intenciones de Sara gritó hecho una furia:
― Capitán, ¡modere su lenguaje!
La oriental sabía que se había pasado dos pueblos y que su superior tenía toda la razón para reprimirla por su comportamiento. Cuando estaba a punto de reconocer su error y pedir perdón, el agredido se puso a reír a carcajadas mientras decía:
― No recuerdo cuantos años hace que una monada no consigue sorprenderme y no me avergüenza reconocer que me has cogido desprevenido― tras lo cual y dirigiéndose al marino, comentó descojonado: ― William, he estado a punto de cagarme en los pantalones.
Que ese hombre se tomara ese altercado en plan de guasa, en vez de montar un escándalo, tranquilizó al militar pero aun así y clavó sus ojos en su subordinada, exigiendo una rectificación. La capitana decidió que su misión era proteger a ese individuo por lo que debía de disculparse y mostrando un arrepentimiento que no sentía, se excusó diciendo:
― Señor Carter, mi intención no fue molestarle sino hacerle ver de una forma gráfica que estoy suficientemente preparada para responder ante cualquier ataque dirigido contra usted o contra su hija.
El magnate aceptó las razones esgrimidas con una sonrisa y dejando el tema aparcado, quiso saber cuándo Sara iba a empezar a hacerse cargo de su seguridad.
― Hemos pensado que se traslade hoy mismo a tu casa y para hacer creíble su presencia a tu lado, que te acompañe esta noche a la recepción del St. Regis como si fuera una de tus amigas.
Sonriendo y mientras recogía su maletín, David Carter contestó:
― Señorita, espero que si algún día quiere mostrarme algo, no sean sus cualidades en el combate sino otras…
Ante semejante sandez, la capitana quedó con él que se verían directamente en su casa.

Sara Moon traspasó las puertas de la finca donde se hallaba situada la mansión Carter a las cuatro de la tarde a bordo de una lujosa limusina. Mientras recorría el camino que daba acceso a la casa, iba haciéndose a una idea del lío en que se estaba metiendo.
« Es imposible garantizar la seguridad de este sitio con un bosque tan denso rodeándolo», se dijo impresionada por que alguien privado fuera el propietario de una superficie así a tan pocos kilómetros de Manhattan. La carrera de una familia de venados cruzando la carretera por delante del vehículo donde iba, confirmó sus temores por la dificultad extra que entrañaba el que hubiese animales salvajes en su cercanía: « Los sensores volumétricos no servirían de nada porque saltarían con esos bichos y se producirían falsas alarmas».
Este hecho despertó su interés y decidió que en cuanto pudiera, se pondría a estudiar el detallado informe de los sistemas de vigilancia que llevaba entre sus papeles y que no le había dado tiempo a revisar porque se lo habían hecho llegar dos horas antes.
Pero fue al llegar al claro que daba entrada a la mansión propiamente dicha cuando se quedó anonadada al descubrir que todo lo que se había imaginado se quedaba corto y que el lugar donde iba a vivir esa temporada era un palacio.
« No me extraña que esté siempre rodeado de jovencitas», pensó recordando la fama de playboy que tenía su protegido.
La certeza que gran parte de su atractivo se debía a su cuenta corriente se vio magnificada cuando el chófer paró a los pies de una gran escalinata.
« Este lugar ofrece un tiro limpio», masculló colocándose el pelo y tal como requería su papel, cogió su bolso dejando que su supuesto empleado recogiera las seis maletas de su equipaje.
Los veintiún escalones afianzaron su primera impresión al comprobar que de ser ella el francotirador contratado para matar a Carter, sin lugar a dudas, elegiría ese punto para cometer el atentado.
« No sabríamos de donde disparan», resolvió anotando que debían evitar esa entrada.
Estaba todavía pensando en ello cuando desde el interior de la mansión vio salir a una joven con aspecto de alta ejecutiva que andaba hacía ella.
« Debe ser Laura Michelle», pensó al recordar que la ayudante personal de ese sujeto iba a ser la encargada de recibirla.
Con disgusto observó que esa rubia parecía sacada de un desfile de modas y que el Cannel azul que llevaba, debía superar con creces su salario mensual.
« Además de su secretaria, esta zorrita debe cumplir otras funciones», supuso al advertir que tras esa sonrisa a esa mujer se le notaba que estaba disgustada por tener que ser ella su anfitrión.
― Miss Aisin Gioro, supongo― fue su saludo.
Al oírla, Sara no pudo dejar de sonreír al recordar que entre el almirante y ese pedante habían elegido ese apellido porque teóricamente la enlazaba con la última dinastía china.
― Kumiko, por favor― respondió la capitana dando el nombre de pila que usaría mientras viviera en ese lugar y que en realidad era como su madre la llamaba en casa.
― Como usted desee, Kumiko. El señor Carter me ha pedido que le sustituya y que le pida perdón por no ser él quien la reciba en su casa.
― Algo me comentó― respondió perdonándole la vida mientras entraba en la casa sin esperarla.
Según el modisto, se debía comportar como una arpía prepotente para que todos creyeran que era una caza fortunas que buscaba un marido millonario. Es más, Valtierre le había aconsejado que actuara como si el servicio fuera una molestia que los de su clase tenían que soportar.
Para Sara fue evidente la mirada de odio que le dirigió esa veinteañera cuando ya en el hall de esa residencia, comentó en voz alta que la decoración era demasiado recargada para su gusto, tras lo cual y mientras veía el rencor en el rostro de la muchacha, le exigió que le mostrara donde estaba su habitación.
― David ha dispuesto que se aloje en la antigua habitación de su esposa― informó Laura mientras le abría paso por las rutilantes escaleras de mármol que daban acceso a la planta superior.
Que tuteara a su jefe, sorprendió a la militar quizás por deformación profesional ya que a ella jamás se le pasaría por la cabeza referirse al almirante como William, pero se abstuvo de hacer ningún comentario fue tras ella. El lujo de las estancias por las que pasaban no fue óbice para que se fuera haciendo una idea preliminar de los puntos fuertes donde podría guarecerse ante un ataque y en cuales era mejor no parapetarse.
« Joder, esto es un laberinto», juzgó sin tener claro todavía si eso era bueno para sus intereses.
Al llegar al que se suponía era su cuarto, Sara se quedó sin saber qué decir al percatarse que las habitaciones que habían reservado para su uso eran en realidad un piso enorme.
« ¡Qué exceso! ¡Aquí podrían vivir dos familias!», meditó en su mente mientras exteriormente escudriñaba críticamente esos aposentos diciendo: ―No esta tan mal para ser diseño americano.
Que se metiera con su país cabreó a la asistente, la cual no queriendo chocar el primer día con la invitada de su jefe, se dirigió a uno de los armarios y abriendo sus puertas, enseñó a esa odiosa oriental que ocultaban la entrada al baño de la suite. Sin dignarse a entrar, le echó una rápida ojeada:
« ¡Parece una piscina!», exclamó para sí al ver el jacuzzi.
Acababa de terminar de mostrarle esa estancia cuando recibieron la visita del chófer y de dos criadas trayendo su equipaje. La señorita Michelle aprovechó su llegada para huir de allí y despidiéndose cordialmente desapareció rumbo a la salida.
« Menuda estúpida es la última conquista de David», dictaminó al verse libre de esa petarda.
Entre tanto, el servicio había comenzado a sacar la ropa de las maletas y a distribuirla en los diferentes armarios siguiendo las indicaciones de la militar. Esta comprendió que debían estar habituadas a que las visitas del magnate trajeran gran cantidad de equipaje al verlas actuar con total naturalidad mientras distribuían el gigantesco ajuar que le había prestado el modisto.
« Si supieran que nada esto es mío. Hasta los perfumes que me pondré mientras dure esta misión han sido seleccionados para la ocasión», con disgusto recordó rememorando la extensa explicación sobre el uso de fragancias que había tenido que soportar.
Una vez habían acabado la mayor de ellas cayó en que a los pies de la cama quedaba un baúl y al preguntar si le ayudaba a vaciarlo, Sara contestó que no diciendo:
― Ya lo hago yo, son mis cremas.
En cuanto la dejaron sola, la capitana abrió ese maletón y revisó que además de la pistola había un rifle de asalto y dos metralletas de mano, con toda la munición que necesitaría en caso de un enfrentamiento. Tras lo cual, lo escondió tras unos vestidos de fiesta.
Acababa de cerrar el armario cuando escuchó tras de sí:
― ¿Quién eres?
Al girarse se encontró frente a frente con una niña rubia con rizos. Sara identificó a su interlocutora como Linda Carter, la hija del potentado y una de las dos personas que tenía que proteger. Sabiendo que era importante llevarse bien para facilitar su misión, se agachó a su altura y con la voz más dulce que pudo, murmuró:
― Soy Kumiko, una amiga de tu papá.
La chavalita la miró con interés al enterarse que conocía a su padre y con la inconsciencia de la infancia, le soltó:
― Debe quererte mucho porque es la primera vez que invita a alguien a casa.
Esa confidencia cogió desprevenida a la oriental porque había supuesto que esa mansión había sido testigo de un desfile continuo de modelos, no en vano era raro el mes que su viejo no salía en las revistas con una nueva adquisición. Al pensar en ello, se percató que esa noche a buen seguro habría paparazis en la recepción a la que iba a ir y fue cuando se dio cuenta que no había avisado a su madre sobre la naturaleza de su nuevo trabajo.
« Mierda, no sabrá que decir a sus amigas», se dijo recordando lo aficionadas que eran a esas publicaciones.
No pudiendo hacer nada mientras esa niña estuviera ahí, decidió dejar apartado el tema y como quería revisar el resto de la casa, con una sonrisa, le preguntó a Linda si se la enseñaba. La cría se sintió importante y cogiendo su mano, contestó:
― Vamos a mi cuarto que es el más bonito…
La visita con Linda no pudo ser más productiva porque a nadie le extrañó verla recorriendo los diversos pasillos de ese palacio de la mano de su diminuta propietaria. Junto a ella y durante casi una hora, la marine escudriñó las tres plantas del edificio sin despertar las suspicacias del personal e incluso se permitió el lujo de revisar la habitación personal del playboy.
« Para qué quiere una cama tan grande si no le da uso», pensó al ver ese colchón de dos por dos y acordarse que según su hija, Carter no llevaba a sus conquistas a esa casa, «debe tener un picadero en el centro».
La menor se mostró tan encantada en su papel de Cicerone que no escatimó esfuerzos e incluso le enseñó, con gran disgusto de los guardas, la cámara acorazada desde la cual se vigilaba toda la casa mientras la militar iba anotando las fortalezas y debilidades que se encontraba a su paso.
« Le debe haber costado millones», meditó al comprobar in situ el funcionamiento de las cámaras térmicas instaladas en el exterior de la mansión, «es la única forma de controlar la foresta que circunda la casa».
Más tranquila al saber que en teoría era difícil que un desconocido pudiera acercarse al edificio sin que el servicio de seguridad lo descubriera, pidió a la niña que le llevara de vuelta a sus aposentos.
― ¿Te apetece que juguemos a la cocinitas?― inocentemente preguntó la nena una vez ahí y al ver la cara de asombro de Kumiko, su nueva amiga, insistió diciendo: ―Nunca tengo nadie con quién jugar.
La petición de la chavalita enterneció a la adusta militar y sabiendo que todavía tenía mucho tiempo antes de tenerse que empezar a arreglar para la recepción, decidió que ya que entre sus responsabilidades estaba el cuidar de Linda, podía matar dos pájaros de un tiro: mientras cumplía sus deseos de jugar, estaría protegiéndola.
― ¿Me puedes preparar un pastel de fresa?― contestó la mujer mientras se sentaba en un sofá ante el alborozo de la mocosa…

Esa tarde al salir de la oficina, David Carter recordó que su hogar había sido invadido por una agente del gobierno cuya función en teoría era protegerle a él y a su hija de un supuesto complot.
« Sigo sin creer que alguien de mi empresa esté vendiendo nuestros secretos militares al extranjero», sentenció mientras trataba de calmarse, «y menos que quieran desembarazarse de mí».
Estaba plenamente seguro que en realidad era el gobierno el que quería sonsacar información acerca de sus actividades.
« No confían en mí», pensó apenado que, después de los múltiples servicios que había prestado a su país, todavía se dudara de su lealtad.
A pesar de saber que era una encerrona, cuando le llamó el secretario de defensa no pudo negarse por la cantidad de asuntos que podrían peligrar si rechazaba ese ofrecimiento.
― Encima han seleccionado una Matahari para mí― murmuró mientras encendía su ferrari – deben creer que soy tan inepto de dejarme seducir por ella.
Ya de camino estaba tan furibundo que de habérsela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de su vida sin más contemplaciones. Afortunadamente, la media hora que tardó en llegar le sirvió para tranquilizarse y por eso al aparcar su coche, en lo único que pensaba era en el modo en que podría zafarse de su vigilancia durante la recepción.
« Joder, Kim va a estar en el St. Regis pero, con esa rambo, no voy a poder ni echar un polvo», se quejó recordando el susto que le había dado esa misma mañana al usar un zapato como arma mortal.
La idea de estar bajo continua supervisión no le hacía gracia porque tendría que alterar su modo de actuar si quería tener vida privada. Estaba pensando en eso cuando al entrar en su casa escuchó unas risas que provenían del salón. Ese sonido tan normal por otros lares, le resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido su hogar desde que su mujer falleció.
« Es Linda, jugando», pensó al reconocer la risa de su hija.
Extrañado e incrédulo por igual, se acercó a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrió a la niña chillando de gusto y a la ruda oriental haciéndole cosquillas. Esa escena tan usual mientras vivía su madre pero que había desaparecido de su vida, en vez de enternecerle, le dejó paralizado al ser su guardiana la mujer que estaba jugando con la cría.
« No es posible», rumió entre dientes sin atreverse a intervenir en el juego y actuando como un auténtico voyeur, se quedó observando desde la puerta.
Su sentimiento era doble. Mientras una parte de él se alegraba que su pequeña fuera capaz de reír después de dos años, por otra le cabreaba que fuera una desconocida y no él quien consiguiera hacerla olvidar su soledad. Para terminarla de fastidiar, en un momento dado, la Comandante absorta en el juego se agachó sobre la alfombra poniendo su culo en pompa.
Desde su ángulo de visión, el pegado pantalón de la mujer no solo magnificaba la belleza de sus duras nalgas sino que dejaba a la luz el coqueto tanga azul que llevaba puesto. Esa clase de prenda siempre había sido su perdición y al descubrirlo en ella, comprendió que de alguna forma el almirante Jackson se había enterado de su fetiche.
« Ese cabrón conoce mis gustos», se quejó mientras babeaba admirando ese trasero.
Ajena a lo que ocurría a su espalda, la capitana seguía jugando con su hija sin percatarse del extenso escrutinio al que estaba siendo sometida. Sabiendo que iba a terminar excitándose si seguía sin intervenir, alzando la voz, llamó a su hija:
― ¿Nadie me viene a dar un beso?
Linda al escuchar que su padre había llegado, se levantó del suelo y corriendo saltó sobre él. La marine decidió saludar también al recién llegado como si realmente fuera amiga suya y acercándose a donde estaba el padre con la hija, le dio un suave beso en la mejilla mientras le decía que la cría era un encanto.
― Lo sé― contestó rojo de ira al verla de pie y descubrir que su camisa estaba semi abierta y que su tremendo escote dejaba ver sin disimulo un sujetador de encaje a juego con su tanga.
Haciendo verdaderos esfuerzos para no quedarse allí mirándole las tetas, cogió a su bebita y retomando camino hacia su habitación, le informó que llevaba la blusa desabrochada diciendo:
― Aunque siempre es agradable que una mujer guapa me reciba casi desnuda, será mejor que te tapes un poco.
Ese comentario la dejó paralizada al comprobar que al menos eran dos los botones que tenía abiertos de más y con el rubor decorando sus mejillas, se giró para que no viera como se abrochaba.
« Ese cerdo me estaba comiendo con los ojos y encima se ha creído que lo he hecho a posta», rumió para sí mientras lo hacía, ya que solo se entendía el cabreo del magnate si consideraba ese hecho fortuito como algo intencionado: «acostumbrado a las putillas que pululan a su alrededor, me ha tomado por una de ellas».
David Carter, por su parte, estaba fuera de sí al darse cuenta que aunque no quisiera reconocerlo, la dudosa distracción de esa militar había conseguido excitarle como hacía tiempo que no le pasaba y achacando su calentura a un plan urdido desde las altas esferas para seducirle, decidió que debía andarse con cuidado.
« Esa zorra es un peligro. No solo es letal en el combate, lo peor es que ha sido cuidadosamente escogida para satisfacer mis gustos sexuales y si no me ando con cuidado, terminará en mi cama», sentenció dando por sentado que ese era el objetivo marcado por sus superiores.
La ira del potentado se convirtió en rabia cuando su niña le comentó:
― Papá, me gusta tu amiga. Ha estado jugando toda la tarde conmigo y me ha dicho que soy muy guapa.
Tratando de mantener el tipo y que Linda no se enterara de su disgusto, preguntó a su hijita qué es lo que habían hecho. Al responder que le había enseñado la casa, David confirmó sus temores al explicarle la cría que incluso habían entrado en su habitación.
« Seguro que esa perra ha distribuido micrófonos y cámaras por toda la casa», murmuró mentalmente, « pediré a mi gente que haga un barrido. No quiero que en Washington sepan hasta el color de los calzoncillos que uso».
El dilema en el que estaba era muy difícil de resolver. Aunque se sentía traicionado por el gobierno, no podía rechazar esa ayuda porque los contratos firmados con el departamento de defensa eran vitales para su compañía. Pero tampoco podía soportar que le menospreciaran con una maniobra tan burda.
« ¿Me creerán tan idiota para suponer que no me daría cuenta?», se preguntó mientras dejaba a la niña en el suelo.
Pese a su fama Carter siempre había considerado que su afición por las damas era eso, una afición, y que esos tipos juzgaran que era adicto a las faldas, le jodía profundamente.
« La única mujer que fue capaz de controlarme ha sido Diana y está muerta», sentenció recordando lo enamorado que había estado de la madre de su nena.
Ese doloroso recuerdo se hizo insoportable cuando desde la alfombra escuchó que Linda preguntaba:
― Papá, ¿te vas a casar con Kumiko?
Alucinado por tamaña insensatez, se sentó a su lado y acogiéndola entre sus brazos, no dijo nada porque no quería ni podía explicarle la verdadera razón de la presencia de esa muchacha. El problema fue que malinterpretando su silencia, la chavalita prosiguió diciendo:
― A mí no me importa… así no seré la única huérfana de la clase.
Carter intuyó que esa pregunta era una llamada de auxilio. Con su ánimo destrozado, se dio cuenta por primera vez que no era suficiente el tiempo que la dedicaba, que su hija necesitaba alguien que se ocupara de ella y que no fuera una niñera.
« He estado tan cegado por mi dolor, que no me he dado cuenta que Linda también la echa de menos y ha tenido que venir esa arpía a restregármelo en la cara».
Limpiando con su mano unas lágrimas que escurrían por sus mejillas, David Carter tomó la decisión que una vez esa emergencia hubiese pasado y su vida volviera a la normalidad, tendría que buscar, más que una pareja para él, una madre para su hija. Para ello, lo primero que tenía es que liberarse de alguna forma de esa oriental.
« En solo un par de horas, esa puta ha engatusado a mi hija», amargamente concluyó, sumando eso a la lista de los agravios que voluntariamente iba confeccionando contra esa mujer.
Estaba enfrascado en buscar una solución a sus problemas cuando se dio cuenta que Linda no estaba en la habitación y que se había marchado sin decirle adiós.
« Es extraño, siempre se despide. ¿Habré hecho algo mal?», se torturó momentáneamente pero al salir tras de su pista, escuchó unas risas provenientes del cuarto donde había alojado a la militar.
Cuajado de celos, estuvo a punto de entrar y sacarla de allí, pero justo cuando ya tenía el picaporte en su mano, se lo pensó mejor y decidió no cometer ese error. Si ese engendro del demonio creía que se podía apoderar de sus tesoros sin luchar, estaba muy equivocada. Sabiendo del efecto que tenía en las mujeres resolvió que iba a hacer honor a su fama: la seduciría y cuando la tuviera comiendo de su mano, ¡la echaría de su lado! Fue al planear su venganza cuando se percató que enamorar a su guardaespaldas tenía otros efectos prácticos; por una parte Sara estaría pensando más en él que en espiarle y por otra con un poco de mano izquierda podría enterarse de los motivos por los cuales sus jefes la habían mandado allí.
« Esta noche pondré las bases y en un par de días, esa putita caerá, yo también soy un especialista en el cuerpo a cuerpo», se dijo y mientras abría el grifo de la ducha decidió: «A la “Terminator” puede que le hayan enseñado muchas técnicas de exterminación pero nunca a defenderse del ataque de un hombre como yo».
Ya debajo del chorro, la confianza en sí mismo le hizo imaginar a esa oriental llegando a su lado, a través de la espesa niebla que desbordando los límites de la ducha, llegaba a la puerta del baño. Lo primero en lo que se fijó fue en ojos. Negros, oscuros como el alma de una tigresa o el plumaje de un cuervo, le parecieron inusitadamente atractivos. Luego en su cuerpo, en sus sandalias, en sus pies, en sus piernas… todo en ella era peligrosamente fascinante.
― ¿Puedo pasar?― preguntó esa imaginaria mujer,
Sorprendido porque hasta en su sueño ella tomara la iniciativa, estuvo a punto de negarse.
― No quiero ser una muesca en su revólver― Carter exclamó en la soledad de su baño.
Sara sin esperar su respuesta, le empujó con una suavidad contra la que no pudo actuar. La mano de la muchacha estaba helada, gélida, creando un seductor contraste con la temperatura de la ducha.
« Esto es el colmo. Yo debo ser el depredador y ella mi trofeo», pensó pálido por su reacción al imaginarse su silueta.
El magnate intentó reconducir el discurrir de su mente pero se dio por vencido al seguir el vaivén de sus pechos mientras la camisa de esa oriental se empapaba en la ducha. Tras la delgada tela, visualizó unos pezones lascivos y se revolvió inquieto intentando abrir los ojos.
El sueño de Carter se convirtió en pesadilla cuando esa idílica mujer se pegó a su cuerpo y sin importarle sus quejas, comenzó a restregarse contra él. Su propio brazo le traicionó y presionando sobre la espalda de Sara, la atrajo todavía más.
La arpía de su mente se dejó llevar mientras soltaba una carcajada. Su blanca dentadura y su sonrisa le parecieron perversas al playboy, ya que por efecto de la bruma, creyó entrever los largos colmillos de una vampiresa letal.
Se percató que estaba bajo un hechizo a y que esa bruja lo manejaba como a un pelele, al sentir las pechugas de esa belleza contra su pecho mientras con la mirada Sara le exigía que la tomara.
Esta vez es él quien la empuja contra la pared y con la lengua sus labios, fuerza su boca.
Mas risas sacuden su cerebro mientras se imagina que los dedos de esa zorra recorren su entrepierna, exacerbando su excitación. Incapaz de contenerse, la levanta y sin esperar su beneplácito, la penetra usando los azulejos de la ducha como apoyo. La bella militar clava sus uñas en la espalda de su amante al sentir la invasión.
Dolor, deseo. La boca de Carter se apodera de la de ella mientras con brutales embestidas, trata de someterla. El magnate no se puede creer lo bella que es esa inexistente mujer.
Gemidos, placer. Contra su voluntad, acelera al sentir el flujo de esa china templando sus muslos.
Excitación, rendición. Sara le abraza con sus piernas, incrementado la pasión que le domina y no contenta con ello, siente como esa tigresa se aferra con los dientes a su cuello mientras la cueva de la oriental se vuelve líquida.
Comunión, descarga. Explota dentro de ella, regándola con su simiente y con terror descubre que no está satisfecha y que quiere más, al verla arrodillarse a sus pies
Usando toda su fuerza la rechaza:
― ¡Ya basta!― exclama abriendo los ojos y descubriendo que no está en el baño sino en su cama.
La realidad le consuela al saber que todo había sido un sueño.
« Menos mal que no ha sido verdad», suspira sonriendo, «nunca dejaría que esa zorra me domine»…

Relato erótico: “EL LEGADO (19): Una tarde de sodomía” (POR JANIS)

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SOMETIENDO 5Una tarde de sodomía.

Sin títuloNota de la autora: Comentarios más extensos u opiniones, dirigidlas a: Janis.estigma@hotmail.es

Pam sube las escaleras del inmueble con rapidez y agilidad. Yo me habría ya matado con unos tacones como los que lleva. Admiro ese apretado culito que mi madre sacó al mundo. ¡Como lo he echado de menos!

He ido a recogerla a la estación de Atocha, donde se ha bajado de un tren que venía de Murcia. Cuando la vi descender, se me removieron las entrañas, os lo juro. Pam viene aún más hermosa de lo que se fue. Su pelo es algo más rizado y, quizás, más corto, pero atrajo la mirada de todos los hombres con los que se cruzó. Viste un traje de chaqueta y falda tubular, de estilo clásico, imitando a los años 50, que le hace una figura despampanante.

La alcé en brazos, girando y riendo. Ella me besó largamente, haciendo que los que nos miraban se murieran de envidia. En cuanto llegamos al coche, me estuvo preguntando por Katrina. Elke le había contado, por teléfono, todo cuanto había ocurrido y estaba excitada por conocerla.

― ¿Está en casa, no?

― Si, Pam.

― ¿Desnuda?

― Siempre está desnuda – contesté, conduciendo.

― ¡Dios, que morbo! – dijo, con una risita. — ¿Obedece en todo?

― Aún está aprendiendo. Tenemos que castigarla a menudo.

― ¿Azotes? – lo dijo con un suspiro.

― Azotes y castigos.

Se mordió una uña, nerviosa y miró por la ventanilla.

― ¿Pam?

― ¿Si?

― ¿Eso te pone nerviosa? ¿Te excita?

Asintió en silencio.

― No habías demostrado nada de eso con Maby…

― No, con Maby no, pero si con Elke. Decidí hacerte caso y me he ido imponiendo sobre ella. Tenías razón, tiene alma de sumisa, y enseguida se ha plegado a mis deseos y órdenes. No me hace falta ser dura con ella, solo un tanto autoritaria. Sabe cual es su sitio y lo acepta con mucho gusto y placer – me explicó.

― ¿Y con Katrina? ¿Qué sientes?

― No lo sé, solo lo estoy imaginando, porque no la conozco. Pero estoy muy excitada y deseosa. Pensar que tenemos una esclava que no conozco de nada, a la que no tengo que rendir cuentas alguna de amistad, de sentimientos… que está a nuestra disposición, desnuda y arrodillada… esperando una sola palabra nuestra, un solo deseo… ¡Joder! Mira como estoy…

Pam tomó mi mano y la llevó bajo su falda. Toqué sus braguitas y estaban muy mojadas. Me reí y ella mi imitó.

― Ya llegamos, hermanita.

Ahora, sube las escaleras con prisas, deseosa de ver y de conocer a nuestra nueva perrita. Ha pasado una semana desde que la instalamos en casa. Ni siquiera abre con sus llaves, sino que llama con los nudillos. Elke abre inmediatamente, pues ha estado esperándola con impaciencia también. Las dos se fusionan en un emotivo abrazo en el mismo descansillo. Pam la besa, la muerde, sumerge las manos en su frondosa cabellera…

― ¡Ya vale, coñonas! ¡Vamos a tener que sacar la cama al pasillo, como sigáis así! – bromea Maby, saltando sobre ellas.

Pam la abraza, manosea su culito, la besa y la comparte con Elke, todo en diez segundos. Como sigan así, no sé si me dejaran meterme en la cama. Puede que tenga que dormir en la azotea…

Finalmente, entran en el piso y me dejan espacio para meter las maletas. Pam se queda quieta, mirando a Katrina, la cual está arrodillada en medio del salón, las manos a la espalda, llevando tan solo unas braguitas de fina lencería casi transparente.

Mi hermana tiene la boca abierta, admirándola. Katrina, a pesar de sus maneras despóticas, de todo cuando me ha hecho, y de su crueldad innata, ha deslumbrado tanto a Maby como a Elke. Su belleza y su elegancia consiguen sobresalir, a pesar de ir casi desnuda y forzada a realizar los trabajos más pesados y humillantes, que tampoco es que sean muchos en un ático como el nuestro.

― ¿A qué es bellísima? – le pregunta Maby.

― Si que lo es – contesta Pam, avanzando hacia ella.

Katrina no tiene la mirada baja. Aún no hemos conseguido hacer que humille la mirada más que algunos segundos y según en que situación. No nos mira directamente, sus ojos están clavados más allá, como si no existiéramos. Aún muestra, en sus nalgas, las marcas de los últimos azotes que se ha ganado. Pamela se acuclilla ante ella y le levanta la barbilla con un dedo, mirándola a los ojos. Pupilas verdes contra celestes.

― Hola, Katrina. Me llamo Pamela y soy hermana de Sergio.

― Bienvenida, Pamela – musita Katrina.

― Ese no es mi título.

― Bienvenida, Ama Pamela – repite Katrina, con un leve fruncimiento de ceño.

― Mejor así. ¿Cuántos años tienes, Katrina?

― Dieciocho, Ama.

― Eres muy bella.

― Gracias, Señora, usted también…

― Muy amable, zorrita – Pam se pone en pie y nos mira. — ¿Decís que duerme a un lado de la cama?

― Si, por si queremos llamarla durante la noche – responde Maby. – Le hemos apañado un colchón de catre y unas buenas mantas. Aún no es muy feliz con eso, pero ya se acostumbrará.

― ¿Y tenemos permiso para adiestrarla?

― Exactamente – me toca a mí responder. – Podemos entrenarla durante el tiempo que haga falta.

― ¿De verdad has sido su esclavo, Sergi?

― Ajá, y es un ama muy dura, te lo digo, aunque inexperta.

― ¿Por qué te dejaste? – se cuelga de mi cuello, mordisqueándome el labio. – Tú eres un Amo…

― Tenía que domar a Ras. Se estaba apoderando de mi alma. La utilicé para aprender a controlarme…

Mi hermana me mira intensamente, intentando buscar un atisbo del Monje en mis ojos.

― ¿Y?

― Estoy bien. Ras y yo hemos hecho un nuevo pacto.

― Bueno, me tranquilizas.

― Venga, cuéntanos todo lo que has hecho en esa gira – la toma Maby del brazo, llevándola al sofá.

Nos sentamos todos, ellas tres en el sofá más grande, yo en uno de los sillones individuales, que sitúo a su lado. Llamo a Katrina con un gesto. Se acerca gateando y se instala a mis pies, sobre el parqué. Mi mano acaricia su cabello dorado mientras que ella recuesta su cabeza sobre la cara interna de unos de mis muslos, escuchando lo que Pam nos cuenta. Es casi una escena idílica, pero falsa. Noto como el cuello y la espalda de Katrina se estremecen, y no precisamente de placer.

Así pasa la tarde, entre anécdotas de unos y otros. Por mi parte, debo contar todo el asunto de Konor y de Anenka, otra vez. Esta vez, Katrina gira la cabeza hacia mí, en un par de ocasiones. Ella no sabe toda la historia y empieza a comprender como se ha visto arrastrada por los planes de esos dos.

Sin embargo, las chicas están dispuestas a ir más allá. Pam, quien lleva abrazando a Elke todo el rato que lleva sentada, ya no resiste más las sutiles caricias que su novia está otorgándole desde hace casi una hora. Dejando a Maby con la palabra en la boca, se inclina sobre Elke y la morrea con pasión. Para excusarse con Maby, desliza una mano entre sus piernas casi desnudas, pues ésta viste un pantaloncito corto de pijama. Maby acepta la caricia con alegría. Yo sonrío. Ha pasado la hora de las palabras. Acaricio la mejilla de nuestra perrita, que se estremece levemente. No quita los ojos de mis chicas. Me inclino un poco sobre ella, lo justo para musitarle:

― ¿A qué mis niñas son guapísimas?

No responde hasta que le presiono un hombro.

― Si, son muy bellas, pero…

― ¿Pero?

― Pero dices que te pertenecen, pero no las tratas como esclavas – me dice muy bajito.

― Porque su entrega es voluntaria. Se han ofrecido a mí, en cuerpo y alma. No necesito castigarlas, todo lo más, reprenderlas cuando se les olvida que me pertenecen. Tú castigabas por placer, perra…

― Un esclavo debe saber, en todo momento, que pertenece a su amo – responde ella, casi con fiereza.

― Así solo obedecerá por temor, pero ya te dije que no conseguirías lo más excelso de la sumisión, la total entrega.

Alza los hombros, como si eso no le importara, y sigue mirando a las chicas, que ya se muestran mucho más animadas entre ellas.

― ¿Quieres unirte a ellas? – le pregunto.

No me contesta. Le tiro del pelo para que me mire.

― Dime, ¿quieres estar con ellas?

Sus ojos me atraviesan como puñales.

― Eres tú el que quiere que vaya con ellas – me dice, con orgullo.

― No, estás equivocada. Solo tengo que ordenártelo, si lo deseara, para que fueras hasta ellas, arrastrándote. Te he preguntado si deseas saborearlas y que usen tu cuerpo en sus juegos. Tu voluntad ya no existe, eres mía…

Bajo mi mano hasta su braguita. Ella intenta cerrar las piernas para que no la toque, para que no descubra lo terriblemente mojada que está. Le pellizco dolorosamente un muslo y palpo su entrepierna a placer.

― Joder, niña, podrías ir hasta ellas solo deslizándote sobre los fluidos que estás soltando – me río levemente. – Venga, acércate a Pam y prueba su coñito. Es de locura. Seguro que no has probado algo tan exquisito…

Le doy un empujoncito a la cabeza y ella se rinde con un suspiro. Avanza a cuatro patas y las chicas detienen sus juegos, contemplándola. Se detiene ante Pam, quien ya tiene la falda remangada. Lentamente, Katrina le baja la cremallera del costado y desliza la falda por sus piernas, hasta quitársela. Después, la descalza con suavidad para, finalmente, bajarle las braguitas. Pam abre sus piernas, indicándole, sin palabras, que lleve la lengua a su sexo. Katrina hunde su lengua en aquel palpitante coño que aún no conoce. Intuyo, sin ninguna base concreta, que la orgullosa Vantia lleva mojada desde que mi hermana entró por la puerta.

― Ummmm… jodeeerr… ¡que lengua! – gime Pamela, pasando sus dedos por los suaves cabellos rubios.

― Siiii – se ríe Maby. – Come el coño de puta madre, amiga mía.

Katrina, sin que nadie se lo indique, levanta sus manos, llevándolas a las entrepiernas de Maby y de Elke, uniéndolas así al placer. Contemplo un rato como se mueven, como Katrina se hace lentamente con el control. Es muy lista, tengo que reconocerlo. Me pongo en pie.

― ¡Que no se corra hasta que las tres estéis satisfechas! – las advierto.

Ni me contestan, perdidas en los mundos de Yupi. Así que me pongo a hacer la cena. Esta noche, me tocará a mí. Tengo que darle la bienvenida como se merece a mi hermana, ¿no?

Llevo aplazando la doma de Katrina toda la semana, esperando el regreso de Pam. Estoy ansioso, pero hoy es sábado, al fin. Me levanto el primero, como siempre, o eso creo. Katrina me mira desde el suelo, ni siquiera finge dormir.

― Buenos días, mi perrita rubia – la saludo con un susurro. – Hoy es el gran día. ¿Te sientes preparada?

No me contesta. Se gira sobre su delgado colchón y me da la espalda. Me río y salgo del dormitorio. Me voy un rato al gimnasio para liberar tensión. Ras no deja de susurrarme barbaridades. Creo que está aún más ansioso que yo. Mientras manejo máquina tras máquina, me sumerjo en cuanto le he impuesto a la hija de mi jefe, desde que la llevé a casa. Las chicas la han humillado, haciéndola fregar el suelo de rodilla. Ha realizado todas las tareas domésticas, aunque tuvieron que enseñarle a todo, antes: fregar platos, lavar ropa, tenderla, plancharla, hacer la cama… Katrina era absolutamente virgen en estos procesos. ¿Qué me esperaba?

Pero siempre hay que estar ordenándole que haga algo. Obedece por impulso, por temor a la caña de bambú que Maby trajo el segundo día de su esclavitud. Nada de fustas, ni cosas que dejan marcas. Un buen bejuco de bambú es ideal, flexible, liviano, barato, y no deja huellas permanentes. Realmente, Katrina teme esa caña. Sus ojos se agrandan cada vez que ve a Maby empuñarlo, y no es que mi morenita la azote todos los días, no, que va. Suele darle un par de cañazos en las nalgas o en los muslos, cuando su carácter se rebela; con eso es suficiente.

El truco que ha adoptado es comunicarle cada orden, sujetando la caña en la mano y tocándola con ella, en cualquier parte de su cuerpo. Katrina reacciona al instante, sin necesitar de dolor. Las veces que Maby no porta la caña, se ha rebelado contra la orden.

Elke, por su parte, no sirve para tomar la caña de bambú. Es incapaz de golpearla. Sin embargo, como ferviente servidora, es capaz de arrastrarla de los pelos por todo el piso, o bien negarle la comida, si no acata lo que yo disponga. Por si misma, no es una buena entrenadora. Pero, ahora, Pam ya ha regresado, y, en ella si confío.

Veréis, no es que mis chicas sean dominadoras, no. Ellas mismas son sumisas a mí, pero, precisamente por ello, son capaces de mostrarse duras y agresivas con Katrina. Les he dejado bien claro que la rubia pija no es ninguna sumisa, ningún otro miembro de nuestra pequeña comunidad. Katrina es mi perra, la puta que tiene que tragar con todo lo malo que se me ocurra, para purgar su culpa. Es una simple esclava, sin más derechos que el de seguir respirando para poder sufrir aún más. Y, al parecer, es un concepto que todas ellas han acogido con verdadero placer.

Incluso Patricia, cuando le conté algo de lo ocurrido, me ha pedido subir alguna tarde, para participar en la doma.

― ¿Es que no tienes suficiente con tu madre? – me reí.

― Una esclava nueva siempre es excitante, ¿no? – me respondió, muy seria.

Ha esclavizado tanto a su madre que apenas reconozco a Dena. La envía desnuda a la compra, con solo una gabardina y unas botas. En casa, la tiene vestida de chacha sexy todo el día, y su amiga Irene pasa, por lo menos, tres tardes a la semana con ellas. Patricia se ha revelado como una pequeña pervertida, en el momento en que ha comprendido la esencia del sexo. Que yo sepa, no deja de gozar doce o quince veces en el día, haciendo que su madre le lama el coñito en cualquier parte del piso, en cualquier momento, y por cualquier motivo.

Por otra parte, Irene bebe los vientos por ella, realmente excitada por su vena masoquista. Con esto, quiero decir que Patricia vive en un mundo que ha sabido edificar, sensual y seguro, y que ya no me necesita.

Eso si, sigue en pie la promesa de desflorarla en su cumpleaños. La verdad es que, a mí, me hace también ilusión…

Me ducho en el gimnasio y vuelvo a casa. Despierto a las chicas y hago el desayuno. Pam y Maby se meten en la ducha, mientras. Las dos llevan aún mi semen reseco en el pelo. Elke lleva a la perrita a hacer sus necesidades. Parecemos una familia feliz, ¿no?

Un poco más tarde, contemplo, mordisqueando una tortita, como Katrina lame las últimas gotas de su café con leche, en el bol de plástico que tiene bajo la mesa. Lo hace cada vez mejor, con las manos a la espalda, inclinando la cabeza y usando solo que su lengua. Elke corta pedacitos de tortita, que le ofrece en la punta de sus dedos. Katrina los toma con delicadeza y los engulle, relamiéndose. Está hambrienta. Ayer no comió en todo el día.

― ¿Para qué debo estar preparada hoy? – pregunta de repente, mirándome.

Maby alza la mano, pero la detengo.

― Hoy… tu culito va a ser mío, Katrina – le digo, con una sonrisa.

Su rostro se demuda, quedando blanco.

― No… no puedes… — balbucea.

― Si puedo.

― No podré… soportarlo… Sergio… por favor, te lo suplico – solloza, tirándose a mis pies, bajo la mesa.

― No te preocupes, te ensalivaremos bien – le dice Maby, dándole unas palmaditas en la cabeza y guiñándome un ojo.

― ¿No ha intentando escaparse? – pregunta Pam, cambiando de tema.

― No tiene donde ir. No puede volver a casa, sin ropa, ni dinero, ni tarjetas… Nadie le ha contestado desde su casa cuando ha llamado, no puede confiar en nadie. Está sola. Solo nos tiene a nosotros y sabe que tiene que pagar – le contesto.

Pam asiente, comprendiendo lo atrapada que está. Una chica acostumbrada a vivir al estilo de Katrina, y dejada sin recursos, es poco más que una impedida en la calle.

― Sergio, necesito bajar al centro. ¿Me llevas? – me pregunta Maby.

― Por supuesto. Yo también tengo que hacer unos recados.

Una vez vestidos y en el interior del Toyota, Maby me confiesa:

― Anoche, cuando estábamos todos en la cama…

― ¿Si?

― Ya sabes, Pam se estaba dando una alegría, cabalgándote, y Elke la ayudaba…

― Si – digo, sonriendo al recordar.

― Bueno, pues yo estaba al otro lado de la cama, sola. Me estaba tocando y saqué los dedos de la otra mano fuera de la cama, buscando a Katrina. La escuchaba respirar fuerte a mi lado, en el suelo. No sé, fue como un impulso. Le metí los dedos en la boca, jugando, y ella me los chupó con ganas.

― ¡Vaya! – exclamo, mirándola.

― Sergio… ¡Se estaba masturbando, escuchándonos!

― No me extraña, Maby – le comento, deteniéndome en un semáforo. – Katrina es muy sensual, una calentorra acostumbrada a tener desahogo constante. Lleva una semana sometida a nosotros, observando como nos amamos, como gozamos… La puteamos y la esclavizamos constantemente. Sus emociones y sus sensaciones están a flor de piel. En el momento en que está fuera de nuestra vista, debe contentarse. Es lo que creo.

― Si, parece lógico, pero… ¿Y si disfruta con lo que le hacemos? ¿No le has prohibido gozar?

― La dominación y la sumisión se compenetran mucho más de lo que creemos posible. Algunas veces, no puedes distinguir de donde empieza una y acaba la otra. Se dice que no existe amo, sino que es una simple extensión de la voluntad del sumiso. Todo está dentro de los mismos límites… ofrecer, tomar… ordenar, contentar…– repito la puntilla de Ras.

― Entonces, ¿crees que cederá a nuestros deseos?

― Katrina acabará entregándose a nuestra voluntad, de una forma o de otra, no lo dudes – afirmo, reemprendiendo la marcha.

Mis chicas se lo toman como si estuvieran participando en el ritual de una misa negra. Según ellas, sienten tanto morbo por lo que tienen que hacer, que dejan caer gotas de lefa en el parqué, sin ni siquiera tocarse. Empiezan a organizarlo todo sobre las seis de la tarde. Visten unos largos camisones, muy livianos y transparentes, que han comprado para la ocasión. Tras ponerle un buen enema – y evacuarlo –, suben a Katrina, de bruces, sobre la gran mesa del comedor. Le atan los tobillos a las macizas patas torneadas, y las rodillas a las otras patas delanteras, con lo cual, Katrina queda abierta, con las piernas flexionadas, pero con los brazos libres, apoyados sobre la madera. Tanto su ano como su vagina están expuestos, muy cerca del borde de la mesa. Un trabajo de primera.

Sentado en uno de los sillones, lo contemplo todo, con ojos ávidos.

― Parece que se va a realizar un sacrificio.

― Si. En cierta manera, va a serlo. Vamos a sacrificar su orgullo…

Sin hacer caso de las protestas de Katrina, que las maldice en, al menos, cuatro idiomas, las chicas repasan el vello de Katrina con una cuchilla, dejándola lisa y suave. Después, untan toda su espalda, nalgas y piernas en aromático aceite. Suavizan su piel, friccionan su carne, la pellizcan y amasan lentamente.

Maby es la primera en coger la caña de bambú. Katrina, mirándola de reojo, se calla y estremece. Teme demasiado la caña.

― Cuenta y no te equivoques, Katrina – le dice.

El primer golpe, con una fuerza controlada, cae sobre su espalda.

― Uno – cuenta Katrina, tras un pequeño quejido.

El siguiente cañazo cae sobre sus riñones.

― Dos.

Nadie le pide que pronuncie una fórmula de respeto, ni que agradezca los golpes. No buscamos eso, solo queremos hacer desaparecer ese orgullo que parece que mamó con la leche materna, que empapa todos sus poros, que respira en su aliento. ¡Hay que domarla!

Maby se ocupa de toda la espalda, desde los omoplatos hasta los riñones, una docena de golpes, medidos y precisos. Mientras, Pam ha colocado sus ojos en la línea de visión de Katrina, arrodillada ante su rostro. Con una mano aferrándole el pelo, consigue que Katrina no aparte sus ojos de ella. Cuando cierra los ojos con cada golpe, Pam la obliga a abrirlos y mirarla. Pam tiene mucho cuidado de no sonreír, ni de gesticular. Solo la mira, de forma serena y plácida.

Al acabar, Maby le pasa la caña a Elke, la cual, tras darle unos minutos de descanso a Katrina, se ocupa de sus nalgas temblorosas. Maby se sitúa al lado de Pam, en la misma posición. La búlgara ya está llorando, pero las contempla, a las dos, a través de sus lágrimas.

― Cuatro – Elke no golpea con fuerza, no es su naturaleza, pero, aún así, los glúteos van enrojeciendo.

Soy el único que puede ver como la mano de Maby se ocupa de la entrepierna de mi hermana, que se abre mansamente ante la caricia.

― Diez…

Ahora, Pam imita a su compañera, devolviendo la caricia, pero ambas intentan no mostrar su placer a Katrina.

― Dieciocho – las nalgas están cárdenas, y Katrina ya no gime, sino que chilla.

Al llegar a veinte, Elke se detiene y camina hasta su novia. Le entrega la caña y ocupa su lugar, al lado de Maby. Automáticamente, la mano de la morena busca su coñito. Pam se ocupa de golpear las piernas de la rubia pija, que se lleva otros doce azotes severos, que la acaban ya de retorcer. Al mismo tiempo que cuenta los golpes, suplica e implora para detenerlos.

― ¡Aaaay! Nueve… por favor… ya basta… ¡Iaaah! Diez… Sergiooo… dile que pareeeen… ¡Aaaaaaah! Once… ¡Haré lo que queráis…! piedad… Pamelaaaa… ¡Aaaaaaaah!

Una vez terminados los azotes, mis chicas rodean a Katrina, que solloza ya sin fuerzas. Acarician sus nalgas heridas y enrojecidas. Elke las abre con sus dedos. Maby y Pam llevan sus dedos a sus propios coños, mojándolos con sus efluvios para juguetear con el esfínter de Katrina. Me río. Las muy cabronas piensan en dilatarla usando la humedad de sus vaginas.

No tienen prisa. Incluso Pam mete sus dedos en la vagina de Elke para utilizar su lefa. Maby añade, de vez en cuando, un hilo de saliva. Katrina ya no se queja. Tiene los ojos cerrados y mueve las caderas lo poco que le dejan las ligaduras. Pero se la escucha gemir por lo bajo, un gemido constante y sensual, que hace vibrar mi pene.

― ¡Le voy a partir ese maravilloso culo!

Maby me mira y sonríe, indicándome que ya está preparada. Ya no dilatará más, simplemente con los dedos. Es hora de meterle rabo a presión. Me levanto del sillón y rodeó la mesa. Me bajo el boxer delante de sus narices. Me mira de reojo. Le acerco el dedo índice a la boca, el cual se traga sin mediar protesta, ensalivándolo a conciencia.

― Escúchame bien, perrita. Voy a respetar tu virgo – leo la pregunta en sus ojos. – Respeto tu criterio. Dices que lo reservas para alguien que disponga del poder y ambición que deseas. Bien, te dejaré que lo reserves.

― Gra…cias…

― Pero te voy a desfondar ese culito, a cambio, ¿lo comprendes?

― Si… pero me rasgaras entera… eso es demasiado… grande… — musita, mirándome la polla.

― Ya lo veremos. Puede que te guste tanto que me pidas que sea yo quien te desflore – me río.

― ¡Eso… nunca! ¡No te daré jamás mi virginidad! – me grita.

Elke me ha traído el taburete del cuarto de baño y me subo a él para disponer de la altura necesaria. De esta forma, el culito de Katrina queda perfectamente a mi alcance. Las chicas se reparten para ayudarme en la tarea. Elke se queda abriendo las nalgas de Katrina, Pam se está ocupando de su clítoris, y Maby de añadir saliva, si hiciera falta.

Puedo escuchar el jadeo de la respiración de Katrina, asustada. Maby me lubrica el glande con su boquita.

― Déjate de tantas tonterías. ¡Vamos a clavársela ya! – Ras se impacienta.

Debo sujetarlo. Por mucho que la odiemos, no puedo dejarme llevar y destrozarla. Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. ¡Que estrecha es, la muy puta! Entre quejidos, consigo meterle el glande. Pam ha tenido que pellizcarle el clítoris unas cuantas veces para que relajara el esfínter. ¡No me dejaba entrar! Eso no es un culo virgen, es el maldito polvorín de Cerro Muriano, ¡coño!

Los gritos comienzan en cuanto empiezo a empujar, aún suave. Maby escupe en el ano, hasta llenarme la polla de saliva, pero, aún así, Katrina aúlla, dolorida. Miro a Pam. Ella encoge un hombro. Está machacándole el clítoris. ¡Es demasiado estrecha!

― ¡No te eches atrás! ¡Atraviésala de una vez!

“¡La reventaré!”

― ¡ES IGUAL! ¡QUIERO JODEEERLAAAA!

No puedo ceder a lo que quiere Ras. Katrina debe seguir viva. Respeto mucho a Víctor. A ver si…

― No tenemos ninguna prisa, niñas, tenemos toda la tarde y toda la noche para hartarnos de esta perra, ¿verdad, Katrina? – le digo, contemplando su rostro sudoroso.

― ¡Me dueleeee, hijo de puta! – exclama, apretando los dientes. — ¡Sácala ya!

― ¿Quieres que acabe?

― Siiiii…

― Entonces relaja el culito todo lo que puedas, para que entre… Por ser la primera vez, solo meteré la mitad de mi polla… vamos, sé valiente… solo la mitad…

Trata de respirar más calmadamente. Noto que intenta relajar sus músculos, su recto. Lo intento muy despacio. Algunos centímetros cuelan, sin dejar de escuchar como se queja. Creo que haría enrojecer un camionero ucraniano.

― ¿Ves? Casi estamos, putita… ahora, te dejaré que te acostumbres a tenerla dentro – le digo.

― Sergei… por favor… es como un parto…

― No te preocupes, es solo por ser la primera vez… después sigue doliendo, pero algo menos… pero cuando te la meta cinco o seis veces al día, te acostumbrarás… te enloquecerá… ya lo verás – le digo con sarcasmo.

― ¡No seas tan blando! ¡Fóllala! Dale duro… vamos… ¡FOLLATELAAAA!

“Un minuto más, espera. ¿Qué prisa hay?”. Me río con el bufido mental que me suelta. Las chicas me miran, esperando a que me mueva. Maby se ha colocado delante del rostro de Katrina, acariciándole la mejilla.

Vamos al asunto. Me muevo despacio, retrayéndome. Katrina gruñe como una bestia. Elke sujeta las nalgas, bien abiertas. “Así, que no haya fricción”. Empujo para meter cuanto he sacado. Pam titila sobre el clítoris con dos dedos. Repito el movimiento. Un nuevo quejido. Maby le acaricia el pelo, tranquilizándola.

― Así, así… dale a esa puta… más fuerte…

“¿Qué haces animándome? ¿No quieres sentir como la traspaso?”

― ¡Por los cojones de Stalin! ¡Claro que quiero!

“Pues únete a mí, monje tonto”, me río, consiguiendo que las chicas me miren, extrañadas.

Me muevo más rápido, profundizando tanto como me deja el recto de Katrina. Sigue quejándose, pero ahora son sonidos más largos, casi suspiros.

― ¿Estás mejor, perrita?

― No… maldito…

― Yo diría que si – sonríe Maby, metiéndole un dedo en la boca, que Katrina lame enseguida.

― Eso pensaba – incremento un poco más el ritmo. Podría estar follándome ese culito un día sin parar.

Pienso que, en cuando lo use a diario, me dará un endemoniado placer. ¡Es mío! ¡Dios, si! ¡Encularla y ver su rostro contraerse a cada embiste! ¡Divino! Aún no sé como he resistido tantas semanas bajo su yugo…

Al pensar en ello, he empujado más fuerte. Katrina grita. Me obligó a concentrarme en la tarea. Con lentitud y buen tino. Así. Katrina se recupera en un par de minutos.

Ya no hay más gritos, solo gemidos, pues sigue chupándole los dedos a Maby. Le soplo a Pam que reduzca sus caricias al clítoris. Quiero que Katrina me sienta plenamente. La búlgara alza sus caderas, casi de forma imperceptible, cada vez que desciendo en ella. Le está gustando a la guarra; tantas protestas y mira tú…

Contemplo a mis chicas. Pam, que ha dejado de acariciar íntimamente a la rubia pija, se acerca a la otra rubia, su novia, para acariciarle las caderas, remangándole el liviano camisón. Elke jadea, tan caliente como un radiador de coche en verano. Casi le muerde la lengua a mi hermana cuando se la ofrece. Maby desliza sus caderas por el borde de la mesa, sin sacar sus dedos de la boca de Katrina, y me ofrece la suya, la cual perforo con mi lengua, solo inclinándome un poco.

El contoneo de caderas de Katrina es ahora más pronunciado. Le están entrando, holgadamente, unos buenos dieciocho centímetros. Le digo a Maby que la vuelva a acariciar, y ésta le saca los dedos de la boca y los lleva a su temblorosa vagina. Sentir de nuevo que le acarician el clítoris, la hace jadear, manchando la madera de babas. Ella misma lleva sus manos a las nalgas, abriéndolas.

― Ahora si te gusta, ¿eh, perrita? – le dice Maby, con toda ironía.

No contesta, pero niega con la cabeza, demasiado orgullosa para confesarlo. Sigue con los ojos cerrados y la boca abierta, jadeando como una asmática. Por su parte, Elke se ha hincado de rodillas y le ha abierto las piernas a mi hermana, que apoya sus firmes nalgas contra el borde de la mesa. Sujeta su camisón enrollado sobre su vientre y le susurra bajito, a su amorcito, toda clase de guarradas. Me entra la risa y sacó mi pene de su estuche de carne. Katrina gruñe, no sé si es por la fricción o por que le he quitado el juguete. Observo su dilatado ano, que boquea y se estremece, enrojecido. Tengo sangre en el pene, pero no demasiada. No parece que le haya hecho demasiado daño.

― ¿Ya? – pregunta bajito, levantando la cabeza y mirando por encima de su hombro.

― No, perrita… solo es un pequeño descanso – le digo, rodeando la mesa hasta colocar mi erguido miembro ante sus ojos. – Límpiamelo bien, putita.

Observo como recompone su rostro en una muestra de asco. No huele precisamente a rosas, pero tampoco es para tanto. Las niñas le pusieron un enema perfumado, ¿no? Froto mi rabo por su rostro, unas cuantas de veces, hasta que abre la boca y saca la lengua. Al poco, se entrega a lamer y chupar cuanta carne puede. Sin duda, su saliva se ha llevado tanto el mal sabor como el olor.

No puede remediarlo. Sé que está colgada de mi pene, me lo ha demostrado antes. Succiona como si fuera la última vez que lo fuera a hacer, con ansias.

― Ahora – le digo muy suave mientras le acaricio sus cabellos. Ella sigue manteniendo mi glande en su boca. – me lo tienes que pedir… pídemelo…

Alza sus ojos y me mira. Casi consigo ver la lucha interna que libra. Le quito la polla de la boca y aparto el pelo que le cae sobre los ojos.

― Pídemelo, Katrina… pídeme lo que deseas en este momento…

― Métemela… en el culo… por favor… — jadea, los ojos encendidos por el deseo.

Esta vez, apoyo mi pecho sobre su espalda, cubriéndola como una manta. Mi miembro entra suavemente, como si lo estuviera esperando, hasta la mitad de su envergadura. Ella gime largamente, en una total aceptación. Se estremece y sigue agitándose, encontrando su propio ritmo.

Siento las manos de Maby acariciándonos desde atrás. Soba mis nalgas y las de Katrina, se entretiene sobre mis testículos y en su vagina, con unos movimientos muy sensuales, muy lentos. Tras unos instantes, cambia sus dedos por su lengua, haciéndome empujar más profundo.

― ¡Me paaaarteeees! – ulula Katrina, abandonándose a un orgasmo jamás conocido.

Sus caderas se descontrolan, agitándose desenfrenadas. Su vientre ondula sobre la madera de la mesa, dejando marcas de sudor. Estira sus manos hasta aferrarse al borde de la mesa y, finalmente, con el último estertor placentero, lame la bruñida caoba.

― Ooooh… que pedazo de putaaaa – no puedo evitar gemir al ver tal escena, corriéndome a mi vez en su interior.

Maby está esperando a que la saque para tener el placer de limpiarla con su lengua. No hay que defraudar nunca a una mujer…

Desnudo, me acerco al frigorífico y bebo de un cartón de zumo de naranja, a morro. Las chicas desatan a Katrina y se la llevan al baño, para asearla y cuidarle los azotes.

Me siento en el sofá, rascándome el lampiño pecho. “¿Qué tal, viejo?”

― ¡Que gozada! ¡Está taaan tierna!

Me tengo que reír a la fuerza. “¿Dispuesto a seguir, Ras?”

― Por supuesto. Ya sabes que esa resistencia tuya procede de mí.

― ¡Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita!

Un quejido llega hasta mí, desde el baño. Los azotes escuecen.

― ¿Qué piensas de ella? ¿Crees que cederá?

― Cederá. No está acostumbrada ni al dolor, ni a la presión. Además, tú mismo la has visto entregarse al placer. Es una hembra y, como tal, no tiene defensa ante nosotros.

― ¿Y sobre su virginidad?

― Bueno, ahí no estoy tan seguro. Depende más de ti que de mí. Es una fuerte convicción que mantiene desde muy pequeña. Creo que es algo que afecta más a los sentimientos que a la lujuria.

― ¿Te refieres a amor?

― Es mi opinión. Habla sobre un hombre que contenga todos los valores que ella considera sagrados, un príncipe azul, en suma. Creo que deberá enamorarse antes de entregarse. Quizás tuviste una de mis premoniciones cuando le dijiste a Katrina que ella podría pedirte que la desfloraras…

― ¿Tú crees?

― ¿Quién sabe? Katrina siempre ha estado muy impresionada contigo. De eso al amor, hay solo un paso.

Ras me deja pensativo. Tanto odiamos a Katrina que no he analizado aún mis propios sentimientos y, en ese mismo instante, descubro que yo estoy tan impresionada con Katrina como ella conmigo. Si, ya sé que es una engreída, una pija vanidosa, de gustos crueles, pero, al mismo tiempo, es la criatura más sublime que he conocido jamás. Ese fue uno de los motivos para entregarme a ella… ¿para qué negarlo?

Maby es la primera en aparecer, totalmente desnuda. Avanza hacia mí con una sonrisa picarona. Se sienta en el mullido brazo del sofá, a mi lado, y me acaricia una mejilla con los dedos.

― ¿Has disfrutado de ella? – me pregunta.

― Si. Eso mismo estaba comentando con Ras.

Me mira fijamente, repasando mi rostro.

― ¿Qué? – le pregunto. Sé que algo tiene en la cabecita.

― No me has hablado apenas de Rasputín. Solo que está en tu interior e intentó controlarte. ¿Hablas con él, tal y como lo haces conmigo?

― Algo así. Pero no tengo que hacerlo en voz alta. Pero si tengo que formar las frases mentalmente, como si hablara en voz alta, para que pueda entenderme.

― Bueno, al menos no parecerás un loco que habla solo.

― Claro – me río.

― Pero… ¿Qué te dice? ¿Te propone guarradas de las que él hacía o qué? – me pregunta, pasando ahora sus dedos por mi pecho, jugando con mis pezones.

― Algo así. Es un ser muy morboso, siempre hambriento de sensaciones que experimenta a través de mi cuerpo. Quiere sentir todo cuanto ve, no solamente mujeres, sino experiencias nuevas. Conducir un coche, subir en un ascensor, saborear un helado, ver una película…

Maby asiente y acerca su boca a mi oreja.

― ¿Está siempre despierto? ¿Ahora mismo? – me pregunta en un susurro, mordisqueándome el pabellón.

― Si.

― ¿Qué te dice? – su lengua repasa mi mejilla.

― Que te meta un dedo en el coñito para ver como estás de mojada.

― Déjale que pruebe, no seas malo… — hace uno de sus pucheritos.

Pasó mi dedo corazón por su rajita, recogiendo su humedad y estimulando su clítoris.

― ¿Ves lo mojada que ya estoy, Ras? Soy una perra total…

― Quiere que te la meta ya… ven pequeña, siéntate en mi regazo, mirándome – le susurro.

― No la tienes dura aún – responde ella al levantar el culo del brazo del sofá.

― No importa. Crecerá al meterla – le respondo con una sonrisa.

La verdad es que está bien morcillota, por lo que la puedo empujar bien, deslizándola entre las húmedas paredes vaginales, haciendo que Maby se muerda los labios y mueva las aletas de su naricita.

― Me pasaría horas empalada así – me susurra ella, antes de atrapar mis labios con los suyos.

No contesto porque, en ese momento, llega Katrina, escoltada por Pamela y Elke; las tres tan desnudas como sílfides. Está seria y enrojecida. ¿Vergüenza al mirarme, por haberse corrido de esa manera? Le pido que se gire para ver las señales de la espalda y los muslos. Ningún azote ha roto la piel, solo tiene verdugones que la pomada ya está curando. Las nalgas y los muslos son los sitios más encendidos de su cuerpo.

― No te quedarán marcas – le digo, mientras Maby empieza a cabalgarme lentamente.

Katrina no contesta, solo mira como las nalgas de mi morenita se alzan, tragando mi pene.

― Pam, cariño, – llamo la atención de mi hermana – siéntate en el filo del sofá, entre mis piernas. Apoya la espalda contra la de Maby… así, muy bien. Ahora, abre las piernas para que Katrina te coma bien ese coñito.

Elke empuja a Katrina de los hombros, para que se arrodille. Cae a cuatro patas por su propia inercia y mete la cabeza entre las piernas de Pam. Maby cierra los ojos y se recuesta sobre la espalda de mi hermana, como si frotarse contra ella fuera el mayor placer del mundo.

¡Que bien se entienden!

Pam aferra, con una mano, el liso cabello de la búlgara, apretando su boca contra su sexo. Elke queda en pie, mirando como el rostro de su novia empieza a expresar el placer que siente. Me mira a mí, con un pequeño mohín.

― Súbete a horcajadas sobre el culito de la perrita, Elke – le digo. – No habrás probado nunca un culito tan apretado… frótate bien contra él…

Lo hace y lo disfruta. Me sonríe. Desliza sus dedos por la recta espalda de Katrina. Estamos todos conectados de alguna forma, piel contra piel. Disfruto contemplándolas a todas, escuchando sus gemidos, detectando sus ardientes miradas. El húmedo sonido de sus salivas, de sus fluidos derramándose, el mismo olor a sexo que embarga el salón, el aumento de la temperatura… todo incrementa mis sensaciones, las de todos, haciendo que me entregue cada vez más a este delirante mundo de sentidos. Dentro de mi cabeza resuenan suaves palabras que me animan, que me llenan de gozo, enunciándome, una a una, todo lo que puedo hacer con toda aquella carne tierna y supurante.

Pam se corre mansamente en la boca de Katrina. Sus estremecimientos activan el goce de Maby, que deja de saltar sobre mi pene, para apretarse contra mi pecho, y morderme el cuello. Elke está como loca, derramando lefa sobre las nalgas de Katrina con una prodigalidad increíble, pero no se ha corrido aún.

― Pam, Maby, ocuparos de Elke… está enloquecida – susurro. – Perrita mía…

Katrina levanta los ojos, mirándome, aún a cuatro patas.

― Ven… ocupa el sitio de Maby…

Se pone en pie y me cabalga, sin dejar de mirarme. Abarco su cintura. Mi pene, bien erguido ya, se roza contra su vientre, ansioso. Elke gime fuertemente, tumbada en el otro sofá, el biplaza. Pam está arrodillada a su lado, con la cabeza metida entre las piernas de su novia, lamiendo con ansias. Maby, arrodillada en el suelo, se ocupa del culito de su compañera, realizando así un sándwich oral de primera.

― Voy a follarte ese culito otra vez, princesa – le digo a Katrina, que aparta la mirada por primera vez.

― ¿Otra vez? – se sorprende.

― Oh, no te preocupes. Pienso encularte unas pocas de veces más hoy, las suficientes para que entre toda mi polla, finalmente.

― No… no cabe, Sergei – musita, casi implorando.

― Si cabe, solo hay que estirar y estirar… ahora, ocúpate tú de introducir mi polla.

Comprende que es todo un detalle por mi parte, dejar que se empale ella misma. De esa forma, puede controlar profundidad, velocidad, y fuerza, verdaderos principios físicos del mecanismo sexual. Lleva una de sus manos, la derecha, a su espalda, mientras se levanta sobre sus rodillas. Mi miembro pasa por su entrepierna, rozando su vagina, notando su humedad, y queda apoyado sobre sus riñones. Su mano lo empuña con firmeza y conduce el glande hasta apoyarlo sobre el esfínter.

Cuando se deja caer son algo de fuerza sobre el glande, su músculo anal se abre, relajado y dilatado por el acto anterior. Observó cada mueca en su perfecto rostro, cada pulsación de dolor que recorre su expresión, cada pequeño espasmo delator de su sufrimiento, pero sigue introduciendo rabo, centímetro a centímetro, sin detenerse.

Finalmente, su boca se entreabre, dejando en paz su pobre labio inferior, cuando ya no puede más. Creo que, en esta ocasión, se ha metido tres cuartas partes de mi aparato. Y, cuando se lo digo, una pequeña expresión de orgullo asoma, apenas durante un segundo, a su cara.

Los chillidos de Elke desvían mi atención. Se está corriendo gloriosamente, mojando groseramente las bocas de sus compañeras. Se agita tanto sobre el sofá, que parece que le están aplicando descargas eléctricas en la planta de los pies. ¡Dios, que manera de correrse!

Katrina también la observa, quizás con algo de envidia.

― Pronto también tú te correrás así – le susurro, pellizcándole un pezón.

― Yo… nunca he sentido algo parecido – contesta, sin apartar sus ojos de Elke, la cual se derrumba del sofá al suelo, la conciencia perdida por el placer.

― Porque nunca te has entregado al placer, perrita. Gozas de tus esclavos, pero no abandonas tu pose de princesa. Edificas barreras y límites, sin ser conciente de ello.

― No.

― Si. Ahora solo eres una esclava – la obligo a moverse. – Una perra que solo sirve para el placer… para mi placer. Si yo gozo, tú también lo harás… es así.

― No – repitió, esta vez con los ojos cerrados, con la espalda muy recta.

Una fuerte palmada en una de sus nalgas, la hace respingar. Me mira, desconcertada.

― ¡La palabra “NO” no existe para ti, puta! ¡No te has ganado aún el derecho a pronunciarla! – exclamo, pegando mi nariz a la suya. Mi saliva le salpica la cara.

Katrina gira la cara y escucha las risitas de Maby y de Pam, que han unido sus coñitos sobre el sofá, dejando a Elke dormida en el suelo.

― ¡Muévete! Quiero que seas tú la que haga correrme. Te tendrás que mover, saltar y brincar sobre mi polla para conseguirlo, y, si no lo consigues, seguirás empalada sobre ella, el tiempo que necesites. Las chicas se ocuparán de darme de comer y de beber, como un puto patricio romano, ¿te enteras? Si tengo que orinar, lo haré en el interior de tus tripas, para que resbale hasta fuera… y piensa en cómo te sentirás ya mismo, con ese gran supositorio metido en tu recto. Ya sabes las ganas de defecar que eso da, ¿verdad? Mejor será que hayas acabado para entonces, perra.

El rostro de Katrina se queda sin color. Creo que nada de todo eso, se la ha pasado antes por la cabeza. Sabe que lo haré, y también sabe que es algo que no podrá soportar, así que se deja de mojigaterías y pone toda su alma en el asunto. La verdad es que cabalga muy bien, la zorra. Tiene años de equitación encima, pero no tiene espuelas, así que no puede arrearme como quisiera.

Le atormentó los pezones y ella se muerde los labios para no gemir, para no darme el placer de escucharla. Tiene los senos tan sensibles que solo con darles suaves toquecitos, estremecen todo su cuerpo.

No puede aguantar más, sin exteriorizar su placer, así que cuando le tiro del pelo, echando su cabecita atrás, mostrando su sinuoso cuello, dejar escapar la madre de todos los gemidos. Me pone los pelos de punta, joder…

Retira una de sus manos, apoyadas en mis rodillas, para deslizarla hasta su sexo, deseosa de acariciarse. Se la quito de un tortazo. Me mira, ceñuda.

― Nada de acariciarte. Tienes que pedirme permiso para correrte.

― ¿Por qué? – jadea.

― Porque le digo yo… recuérdalo… si te corres sin mi consentimiento, haré que te arrepientas.

No me contesta y sigue botando, ensartada en mi miembro. Parece que su culito está aceptando muy bien mis dimensiones, porque, esta vez, no se ha quejado lo más mínimo. No deja de mirarme, desafiante y gozosa, al mismo tiempo. La posición de su cuerpo, algo retrepado hacia atrás, hace saltar sus pechitos con cada embestida. Entonces, de improviso, Katrina gira los ojos, mostrando sus blancos globos y su esfínter se contrae fuertemente.

― ¡Maldita puta! – exclamo y, al mismo tiempo, la alzo a pulso y la tiro al suelo.

Katrina sonríe, tirada en el suelo. Se lleva una mano a la vagina, manoseando su clítoris para aumentar el placer que está sintiendo. Se está corriendo sin avisarme. ¡Me ha desobedecido!

Me levanto del sofá, empalmado y cabreado. Contemplo como Katrina se abandona a los últimos espasmos de su orgasmo, contenta por haberme desafiado. Esa puta no lo ha pensado bien. Ras no deja de susurrarme nuevos suplicios, cada uno de ellos peor que el anterior. Recojo las cuerdas con las que atamos a Katrina a la mesa, y que aún están tiradas en el suelo. Aferro una de las sillas por el respaldar y la arrastro hasta donde se encuentra la perra, la cual parece estar contemplándome con interés y curiosidad.

No es conciente del daño que puede llegar a sentir. Lleva toda la vida cubierta por el poder y aura de su padre, que se cree invulnerable. Incluso, tras pasar una semana de privaciones entre nosotros, su desmedido orgullo la vuelve a convertir en una chica desdeñosa e incapaz de aprender.

Coloco el respaldar de la silla en el suelo, sus dos patas delanteras quedan levantadas. Atrapo a Katrina del pelo, obligándola a tumbarse, boca abajo sobre la silla. Chilla y patalea pero mis manos son cepos de acero que la doblegan fácilmente. Ato sus brazos a las alzadas patas de la silla y sus rodillas y tobillos al respaldar, consiguiendo que el desnudo cuerpo quede en una bella pose, de la que no puede escapar.

― Así estás perfecta, puta – le digo.

Es casi una postura de perrita, solo que sus manos no llegan al suelo, pero su cuerpo queda en cuatro, con una altura perfecta para sodomizarla, tanto de rodillas, detrás de ella, como acuclillado sobre su trasero.

Elke ha despertado y contempla lo que hago. Cuchichea con sus compañeras, que han dejado de amarse, para atender lo que está pasando.

― Encended unas velas – les digo y se levantan, raudas y obedientes.

― ¿Me vas a azotar otra vez? – me pregunta Katrina, con una media sonrisa en sus labios.

― Katrina, hasta el momento, he sido un amo complaciente y poco cruel, por respeto a tu padre sobre todo, pero… has colmado mi paciencia.

― ¡No puedes hacerme nada! ¡Mi padre te arrancará la cabeza en el momento en el que sepa todo lo que me estás haciendo!

― ¿Ah, si?

Las chicas han dispuesto una serie de velas sobre la mesa del comedor. Algunos cabos pequeños y gruesos, que usamos cuando hay apagones, una vela aromática, y dos largos cirios que trajo Pam de Sevilla.

― En cuanto esos cabos goteen, colocádselos a esa perra sorbe la espalda – les digo al pasar, moviéndome hacia el dormitorio, donde se encuentra mi ropa.

Tomo mi móvil y regreso ante Katrina. Busco un archivo y lo pulso. Le colocó el móvil ante sus ojos. El rostro de Víctor Vantia aparece, hablando a la cámara.

― Sergio me ha pedido que grabe esto para ti, hija mía. Esta vez, no pienso pagar por tus caprichos insensatos. Debes aprender que, en esta vida, las consecuencias acaban pagándose. No puedo consentir que te cebes en unas chicas inocentes por unos celos perversos. Maby es amiga mía y no pienso consentirlo. Le he dado a Sergio toda la libertad que necesite para enseñarte modales. Desde hoy, vivirás con él, estarás a su cargo todo el tiempo que estime necesario, hasta que aprendas a comportarte. Lo siento, Katrina, tú te lo has buscado – acabó la filmación.

― No… no puede ser… mi padre no… — balbucea ella, rotas sus esperanzas. No le había mostrado esas palabras de su padre antes, y ella no acababa de creerme nunca. Se acabaron las dudas.

― No te lo había enseñado antes, pues no creí que fuera necesario. Hay que ser una criatura realmente obtusa cuando, después de una semana en la que has llamado más de veinte veces a la mansión y no te han respondido, aún crees que te están echando en falta – ironizo.

Maby se acerca con uno de los cabos. Vierte un poco de cera caliente sobre la espalda de Katrina, que grita y se retuerce. Maby, con pericia, coloca la corta y ancha vela sobre la cera vertida, dejándola pegada. Pam se acerca con otro cabo, y vierten más cera sobre el primero, para asegurarlo. Los gritos de Katrina se elevan. Tiene una piel delicada al calor y aún bastante sensible por los cañazos que antes de ha llevado.

― Le dije a tu padre que quería convertirte en mi esclava, en mi perra, mostrarte todas las penurias que puedes vivir como mi puta… y tu padre aceptó, harto de tus infantiles caprichos, de tu orgullo desmedido, de la fatua altivez que arrastras, como si fuera la cola de un vestido. ¿No lo entiendes? Tu padre está harto de resolver y de ocultar tus excesos.

Katrina estalla en lágrimas. Lleva tiempo conteniéndolas y, ahora, el dique finalmente revienta. Es una riada tremenda, que lo arrasa todo, desde el dolor hasta las emociones. Llora e hipa, desmoralizada, dolida, y asustada, realmente asustada, esta vez.

He roto su esperanza, a lo único que se aferraba, a la figura de su padre. Ya no tiene defensa alguna, ni refugio al que acudir. Depende totalmente de mí y eso la desespera.

Casi no se estremece cuando Maby y Pam le colocan más velas en su espalda, otorgándole un aspecto algo dantesco.

― Así… como un pastelito de cumpleaños – me río en su cara. – Vas a estar de dulce como para chuparse los dedos. Elke, trae el consolador azul, el de veinte centímetros. Se lo vas a meter en el culito… y tú, Maby, vas a controlar la “mosca”. La quiero pegada a su clítoris, con esparadrapo. Pero, ojo las dos, que no se corra. Mantenedla al límite.

― Si, Sergio – responde Elke, marchando al dormitorio.

Por mi parte, tengo que desahogarme. Mi miembro ha bajado la cabeza, perdiendo rigidez, pero tengo una fuerte presión en los testículos. Así que tomo a Pam de la mano y la conduzco al sofá. Ella sonríe, contenta de haber llamado mi atención. Me tumbo y le pido que se ataree con mi pene, para devolverle su firmeza.

Contemplo, divertido, como Elke mete el consolador mediano en el trasero de Katrina, sin lubricarla más de lo que ya estaba. La pija rubia sigue llorando y apenas se queja. Al apartarse Elke, Maby coloca la “mosca” contra el clítoris, usando un par de tiras de esparadrapo para que no se mueva. La “mosca” es un pequeño vibrador ovalado, parecido a un huevo de codorniz. Dispone de un núcleo pesado, envuelto en dos capas de líquido oleoso. Un pequeño cable desde un mando a distancia, envía corriente eléctrica que le hace agitarse con diferentes velocidades, produciendo una vibración muy estimulante. Maby se sienta en el suelo, la espalda contra el sofá, al alcance de mi mano, y enciende el aparatito. Primero suave, un par de rayas en el dial. Elke inicia también suaves movimientos con el consolador anal.

Pam se afana sobre mi pene gloriosamente, demostrando que su técnica puede compararse con la de Katrina perfectamente. Le aparto la boca de mi miembro y la obligó a mirarme.

― Te quiero, Pam – le susurro.

― Yo aún más, mi vida – me responde, reptando sobre mi cuerpo hasta hacer coincidir nuestros sexos. Con un movimiento de riñones, cuela el glande en su cálida vagina.

La dejo tragando lentamente más pene y alargo la mano, acariciando los pechitos de Maby.

― Dale más caña – le pido.

Gira el dial un par de grados más. Puedo ver como las caderas de Katrina se disparan. Esconde el rostro de mis ojos, para que no la vea gozar y gemir.

― Elke, méteselo por completo y conecta el vibrador.

― Si, Sergio.

― Ahora, vente aquí, con nosotros, y deja a esa perra sola.

Elke se levanta y se inclina sobre mí. Me da un húmedo beso y después besa igualmente a Pam. A continuación, se sienta al lado de Maby, de la misma forma que ella, y hunde su boca en el cuello de la morenita. Al mismo tiempo, su mano se pierde bajo las piernas flexionadas de Maby, acariciando intimidades.

― Ahora, te permito correrte las veces que quieras, Katrina. Si es que te quedan fuerzas…

Su primer orgasmo concuerda con el nuestro. Mío y de Pam. Mi hermana está más quemada que la pipa de un indio. Sin moverme del sitio, le quito el control a Maby, la cual está más ocupada en mantener la cabeza de Elke pegada a su entrepierna que de manejar el dial. Bajo totalmente la intensidad, dejando que Katrina se recupere. Aún menea las nalgas, pues el consolador estimula aún su recto, con un zumbido apenas audible.

En un par de minutos, aumento poco a poco la intensidad, observando como el rozamiento de sus caderas y la vibración de sus muslos aumenta a medida que giro el dial, hasta llegar al máximo. Ahí, Katrina se descontrola. Solo lo mantengo veinte segundos, pero son eternos para ella. Gime, babea, se estremece, y exclama algo que parece una súplica. Bajo al mínimo, de golpe. Jadea, aquietándose.

Pamela me quita el control. Quiere hacerlo ella. La dejo, con una sonrisa. Alargo la mano y aparto la boca de Elke del coñito de Maby, atrayéndola hasta mi pene. La noruega se relame. Lleva tiempo sin catarlo. Pamela comienza una cuenta atrás desde diez, en voz alta. Al llegar a uno, gira el control rápidamente, aumentando frenéticamente la vibración. Katrina chilla e inicia la misma danza. Sus nalgas son lo único que puede mover libremente, atada a la silla.

― ¡Dios! ¡Ser…geiiii! ¡Páralo! Por Cristo… ¡PARA ESOOOO! – grita la pija, agitando el culo como una loca.

Otros veinte segundos, más o menos, y Pam baja la intensidad. Es un juguetito de lo más divertido, ¿a qué si? Maby se pone en pie y me dice al oído:

― Quiero que me coma el coño, ¿puedo?

Asiento y ella se sienta, con rapidez, sobre las patas de la silla que están al aire, abriendo sus piernas, aposentando sus nalgas sobre los brazos atados de Katrina.

― Lame bien, guarrilla – le ordena, empuñándola del flequillo.

Katrina, aún jadeando, saca la lengua por inercia, hundiéndola en la vagina de Maby, la cual echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, extasiada.

― Dale otra vez, hermanita.

Katrina tiene que dejar de succionar, debido al intenso placer. Esta vez es una larga queja lo que surge de sus labios, como un gemido que va subiendo en escala, hasta convertirse en grito, en el mismo momento en que sus caderas enloquecen, soltando una lluvia de lefa y orina. Maby, súper motivada por lo que ve, frota su mojada entrepierna sobre el rostro de la búlgara, corriéndose a su vez e insultándola sin cesar.

― ¡Joder, que… puta… eres! ¡Eres la más zorraaaaa de todas nosotraaa… aaaaaaahhh… JODER… ME CORRO…!

― Quítale el consolador del culo, que Elke me la ha puesto firme de nuevo – le digo a Maby, en cuanto se recupera.

― ¡Eso, eso! ¡Otra vez por el culito! – se ríe, sacándole el aparato.

― Pienso estar así toda la noche. Mañana es domingo y podemos dormir todo el día – digo entre risas, mientras deslizo mi polla en su ano, ya muy abierto.

― Por… favor… — musita Katrina.

― ¿Si, perra?

― Agua…

― Pobrecita, yo se la traigo. Tú no te muevas – me dice Elke.

Tiro del pelo de Katrina, levantándole la cabeza para que me mire.

― ¿Estás cómoda? ¿Estás bien?

― No… me duele…

― ¡Pues te jodes! Te voy a follar sin parar durante horas. Elke te va a dar agua, y después te darán de comer algo, pero yo estaré aquí, sobre ti, dándote por el culo, perra. Una y otra vez.

― No, por favor… Amo…

― Ah, ¿ahora soy tu amo? Que pronto has reflexionado… no, pedazo de puta, no te vas a librar. Cuando tenga que descansar, te colocaré otro consolador, más grande que el que has tenido, para que tu culo no se detenga ni un minuto.

― Me vas… a matar… Amo…

― No, eres una dura perra. Creo que, al final, me pedirás que te desflore, solo para poder cambiar de agujero.

Me río con saña y sigo con el ritmo. Elke ha tenido una buena idea y trae el botellín de agua con una cañita. Pam sigue jugando con el mando de la “mosca”, y Maby, con una súbita inspiración, prepara unos cubatas para todos.

Dios, que velada me espera…

CONTINUARÁ…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

Relato erótico: “Destructo: Dime esas palabras que matan” (POR VIERI32)

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I

Sin títuloEl cielo de los Campos Elíseos amaneció repleto de oscuros nubarrones y parecía que en cualquier momento caería una lluvia torrencial. Si bien el clima no favorecía las actividades al aire libre, aquello no era excusa para detener a ningún ángel de la legión. Fuera el Serafín Durandal guiando a sus estudiantes hacia el bosque para entrenar esgrima, o el enorme Rigel esperando a sus alumnos en Paraisópolis antes de partir a las lejanas islas, hasta los ángeles del coro que recolectaban frutas en los extensos jardines que rodeaban el Templo sagrado del Trono, ni un ángel tenía descanso, ni mucho menos los pupilos de la Serafín Irisiel que, como todos los días, caminaban el sendero de tierra que lindaba al gran bosque, rumbo a los campos de tiro.

—¡Escuchad! —de espaldas al grupo que guiaba, la Serafín levantó su arco de caza para detener a todos sus estudiantes—. ¡Le recuerdo a cualquier ángel que sea nuevo en mi grupo, que acostumbramos a hacer un bautismo de bienvenida!

—¿Pero de qué está hablando, Irisiel? —preguntó uno.

—Oiga, Irisiel, hace eones que nadie nuevo viene —agregó otro, más al fondo de la larga fila.

—¿Bautismo? —preguntó una muchacha oculta entre el montón de ángeles.

—¡Venga! —casi como si danzara, la hábil arquera se giró grácilmente hacia sus pupilos y señaló hacia donde se encontraba la principiante del grupo—. ¡Recoge alguna manzana, la vas a llevar sobre la cabeza durante todo el entrenamiento, preciosa! Uf, luego pasarás el resto del día besándome los pies y alabándome por mis dotes de caza. Solo de pensar en tener a una esclava a mi merced hace que me tiemble todo el cuerpo, ¡sí!

—Ya está, se ha vuelto loca —murmuró uno.

—¡Por favor, eso te lo acabas de inventar, Irisiel! —protestó la joven novata. Todos se abrieron paso y suspiraron al ver que la muchacha, de larga y lisa cabellera rojiza, adornada con una fina trenza cuyos ramales nacían de sus sienes, de cuerpo estilizado y atlético, no era sino Perla, que tras varios años desde su llegada, se veía tan joven como los demás ángeles de la legión.

—¡Por todos los dioses, es la Querubín! —exclamó uno—. ¡De rodillas, todos!

—¡No, nada de “Querubín”! —chilló ella, viendo cómo todos a su alrededor le rendían respeto. Lejos de aquella niña que abusaba de su condición, ahora su cuerpo había crecido en detrimento de su actitud altanera—. ¡Levántense todos!

—¡Qué bonita, toda colorada! —Irisiel reveló los colmillos de su amplia sonrisa. Pese al desarrollo que acusó la joven, la Serafín nunca dejó de verla como una enviada por los dioses y dueña de esperanzas para la legión—. Si mal no recuerdo, tú ya tienes un maestro. Seguro que te espera en el Río Aqueronte.

—¡Irisiel! —la joven Perla se abrió pasos entre los ángeles arrodillados, plegando sus alas para no golpearlos—. ¡Un consejo, es todo lo que te pido!

—¿Consejo? A ver, a ver, ven conmigo un rato —al llegar junto a ella, la Serafín rodeó con un brazo el cuello de la muchacha, acercándose a su oído para susurrarle—. ¿Es que acaso ese hombre te trata mal? Están asomando redondeces en tu cuerpo. Ese ángel mongol fue humano y de seguro quiere aprovecharse.

—¿Tú crees eso? —preguntó Perla, dando un respingo de sorpresa. ¿Cómo era posible que un ángel, un Serafín además, pudiera llegar a tal conclusión perversa? Salvo Curasán y Celes, nadie más en la legión había demostrado conocimiento o interés en esas índoles.

—Tú dilo y yo disparo.

—Bueno, realmente no sucede algo así, Irisiel. Es… es esa maldita espada.

—¿Aún no la has reclamado?

—Si lo hubiera hecho ya la tendría enfundada en mi espalda y no estaría aquí rogándote un consejo.

—Somos arqueros, Querubín, no nos gustan los combates a corta distancia, así que piensas mal si crees que colándote en mis clases sacarás algo útil que te ayude a reclamarla.

—Supongo que sí —suspiró, agachándose para apartarse de la Serafín—. Siento los inconvenientes que causé… Quiero decir, ¡lo siento, chicos! —gritó, mirando al centenar de ángeles arrodillados. Cuánto detestaba aquello, que la vieran como la portadora de una respuesta que ella sabía perfectamente que no tenía. Deseaba poder responderles las cuestiones sobre quién la había enviado, o si había un mensaje que debía entregar o simplemente si esos dioses de los que tanto le hablaban seguían vivos, pero lo cierto es que no sabía absolutamente nada y en ocasiones se martirizaba por ello.

—¡Escúchame, primor! —Con un cabeceo dirigido a sus estudiantes, Irisiel retomó su sendero para que la siguieran, mientras Perla, ya apartada del camino, la observaba curiosa—. ¡Para nosotros los arqueros, la distancia es crucial! Aléjalo del sable, flanquéalo con una distracción adecuada. Mantén la distancia para que no te tumbe al suelo y ensucie esa linda carita tuya, y corre a por tu espada como si no hubiera mañana. Es lo que yo haría si en vez de un sable fuera mi arco el que estuviera allí en la cala.

—Gracias, Irisiel.

—¡Buena suerte con tu sable, Querubín! —gritó uno de los pupilos.

—Perla —achinó los ojos—. ¡Me llamo Perla!

No muy lejos de allí, se erigía un monumento, un gigantesco ángel de mármol que extendía sus alas en toda su plenitud, sosteniendo una espada de hoja zigzagueante que apuntaba al cielo. Erigida en honor a los ángeles muertos en la última rebelión, se encontraban grabados centenares de nombres de los caídos, tallados tal tatuajes sobre la piel pétrea de la figura.

Las cenizas de la última rebelión celestial ya se enfriaron, aquella que se cobró la vida de los tres arcángeles, anteriores guardianes de los Campos Elíseos y del reino humano, llevándose además consigo a una legión de seiscientos mil ángeles. Pero los susurros aún se oyen para los que no olvidan a los amigos idos; cuentan la triste historia de la rebelión, de los deseos que se niegan a abocarse al olvido, de las promesas sin cumplir, de los lazos que quedaron rotos, y narran con pesar el pecado que cometieron los dioses.

El Serafín Durandal extendió su brazo y acarició la base de la figura, allí donde él talló un nombre especial.

“Bellatrix”, pensó, con un pesar llenándole el pecho de manera asfixiante. “He venido para decirte que tu sueño está por cumplirse”.

Se arrodilló frente al monumento, clavando su radiante espada cruciforme en la tierra, sintiendo sobre sus alas la llovizna que empezaba a caer, recordando épocas lejanas, cerca del inicio de los tiempos. Aquellos días, cuando la sangrienta guerra santa contra Lucifer había concluido. Por decisión de los dioses, los más altos rangos de la angelología: el Trono, los Dominios, los Principados, las Virtudes y los Serafines con su ejército de ángeles, ascenderían a otro plano, atemporal e informe, para desaparecer hasta que su presencia fuera requerida de nuevo, dejando como herederos de los Campos Elíseos a los tres Arcángeles y su legión.

—Durandal —dijo la rubia Bellatrix, una miembro de la legión del arcángel Gabriel, quien, sentada a orillas de un lago en las afueras de Paraisópolis, se acicalaba las alas—. Pensaba que ya te habías marchado.

—El Trono y los demás ya han desparecido —respondió aterrizando suavemente a su lado—. Yo aún tengo algo que hacer, así que le pedí a los dioses que me concedieran un poco de tiempo.

—¿Algo que hacer? ¿Como qué? —preguntó ella, remojándose los labios y empuñando sus manos sobre su regazo.

—Mi espada, necesito que Metatrón la repare, en cualquier momento se resquebrajará —miró a los alrededores del lago—. Pero no lo encuentro, no está en la fragua, ¿no lo habrás visto?

—¿Por qué habría de saber dónde está él? —Bellatrix se cruzó de brazos, mirando para otro lado—. ¡Hmm! Espadas las hay a montones, no sé por qué tienes la manía de blandir siempre la misma. Ya ves lo que pasa por usarla una y otra vez.

—¡Me gusta esta espada! —carcajeó, desenvainándola para clavarla en la arena. La hoja, efectivamente, tenía pequeñas grietas por doquier, y para colmo había perdido un gavilán—. ¿No sabes lo que significa para mí? Fue con la que te protegí de aquellos ángeles insurrectos, quiero que esté reparada antes de marcharme.

—¡Como si me importara esa tonta espada!

¿Pero cómo iba a olvidar ella la primera vez que lo vio, en plena guerra celestial? En medio de la espesura del bosque de los Campos Elíseos, Durandal descendió de los cielos elegantemente, casi como presumiendo de sus seis alas, desenvainando su espada y deshaciéndose hábilmente de tres ángeles de Lucifer que la tenían arrinconada. Bellatrix, contra un árbol y con su arco en sus trémulas manos, observó boquiabierta al Serafín, pues nunca lo había visto tan de cerca. Sabía que, como los arcángeles estaban en desventaja en la guerra contra los insurrectos, los dioses crearon nuevos ángeles para ayudarlos. Tronos, Principados, Dominios, Virtudes, Serafines. Durandal era uno de ellos, y vaya espécimen, pensó, pues tenía un aura especial que hizo que sus alas se descontrolaran en el momento en que se giró hacia ella.

—Yo recuerdo el día que te vi por primera vez —Durandal entró al lago, moviendo a su paso algunas flores de loto—. Cuando cayeron los tres rebeldes, quise limpiar la hoja de mi espada, pero noté que reflejaba a alguien más detrás de mí. Pensé que era otro insurrecto… así que me giré…

Tal y como confesó, el Serafín pensaba que Bellatrix era un enemigo más, pero los cimentos de sus dogmas temblaron cuando observó en realidad a la hembra más bella que había visto. De larga cabellera rubia, de mirada asustadiza, la arquera se veía incapaz de cerrar esa boquita de labios finos pues parecía aterrada; aleteaba torpemente y trataba de que su arco de caza no se le cayera de sus temblorosas manos. Si ella fuera un enemigo, ¿cómo haría Durandal para luchar contra alguien así?

—¡Estaba nerviosa, no te burles de mí! Es por eso que mis alas se descontrolaron cuando me viste por primera vez —suspiró, abrazando sus rodillas—. No todos los días se ve cómo los iguales se matan entre sí. Además, vaya aspecto tenías. Nunca había visto una túnica tan carcomida y tantos cortes por el cuerpo.

—¿Y tú crees que yo no estaba nervioso, Bellatrix? —salpicó el agua del lago hacia ella.

En aquel bosque, el Serafín se acercó a ella, mientras que en su cabeza desfilaban varias preguntas sin siquiera darse tiempo a responderlas. “¿Debería preguntarle su nombre? ¿O tal vez cómo se encuentra? ¿O si está herida?”. Nunca se había sentido como en ese entonces; le costaba respirar y el corazón apresuraba sus latidos conforme avanzaba. Debido a que la veía demasiado asustada, guardó su espada en la funda de su cinturón y plegó sus seis alas, extendiéndole su mano.

—Mi nombre es Durandal, Serafín del Trono Nelchael. Dime que no eres mi enemigo —dijo con toda la seriedad que podría esperarse de alguien de su estatus.

—Bella… ¡Bellatrix! —la hembra aceptó la mano del Serafín. El aura que emanaba Durandal la tenía atontada y nerviosa; esa mirada intensa, esa ferocidad, se veía fuerte como ningún ángel que antes hubiera conocido—. Soy a-arquera de la legión del Arcángel Gabriel.

—Entonces somos aliados —suspiró él, sintiendo como si una tonelada de rocas sobre su espalda hubiera desaparecido de repente.

—¡Claro que sí! —Bellatrix intentó guardarse el arco en la espalda, enredándose torpemente con la cuerda—. ¡Uf! Durandal… gracias por haberme salvado.

—En realidad no sabía que estabas aquí, solo vi a tres ángeles y bajé para comprobar que eran insurrectos —inmediatamente sintió como si esa misma tonelada de rocas se le amontonara, ahora sobre la cabeza. Tal vez debía haberla impresionado y decir que había bajado para rescatarla de los enemigos; de seguro se ganaría más elogios de su parte.

—¡Hmm! —Bellatrix se cruzó de brazos—. Entonces deberías ir con más cuidado, en esas condiciones no deberías volar buscando pelea, urge ir al Templo para que te sanen las heridas.

—Agradezco tu preocupación, Bellatrix —ahora la había enfadado, pensó que sería mejor retirarse cuanto antes para no seguir incomodándola, por lo que extendió sus seis alas—. De hecho, tienes razón. Debería ir al templo para que me sanen.

—¡E-e-espera, Serafín! —por extraño que le pareciera a ella misma, no deseaba que se alejara—. El templo está muy lejos, y quién sabe con qué podrías toparte en el camino.

—¿Y qué sugieres? —preguntó, suspendido en el aire, a la espera de una respuesta.

Bellatrix pasó toda esa tarde curando las heridas del Serafín en el bosque, regañándolo dulcemente por no darse un respiro en la guerra mientras él se excusaba con su espíritu bravo para poder fascinarla. Pero cada tacto, cada palabra de la hermosa hembra parecía funcionar como bálsamo para las heridas y el cansancio que afligían al guerrero.

Una pequeña suciedad cerca de los labios de Durandal, limpiada delicadamente por la hembra, propició el derrumbe definitivo. Un beso bastó para que los dogmas de la angelología volvieran a tambalearse peligrosamente. Y un dedo juguetón levantando la túnica para buscar el sexo contrario, una lengua húmeda palpando el labio del otro; nunca unas simples caricias habían destruido tanto esos credos otrora enraizados en los dos ángeles.

Con los días, los encuentros de la pareja se hicieron más frecuentes; fuera para olvidarse por un breve instante de la cruenta guerra celestial en la que estaban sumidos, fuera para curiosear las sensaciones del tacto de la piel sobre otra piel, de la unión de labios y de cuerpos.

“¿Cómo se siente al luchar contra un ángel que defiende lo que tú y yo sentimos, Durandal?”, solía preguntarle ella. “Porque Lucifer lucha por nociones como libertad y amor, nociones que no nos corresponde comprender. Tú y yo sabemos que si los dioses se enteran de esto que tenemos, seremos tachados de enemigos”.

En el lago, Bellatrix se volvió a remojar los labios pues extrañaba el contacto de su amado, quien siempre le había gustado jugar a ser esquivo. A la hembra le costaba armar frases conforme el tiempo inevitablemente avanzaba; en cualquier momento los dioses reclamarían a Durandal.

—¡Durandal! —se levantó y entró al lago para acompañarlo—. Quería hacer como los otros e ir al Templo para despedirme de todos ustedes, antes de que los dioses os llevaran. Pero… mmm, creo que se vería mal que un ángel llore por tu partida.

—No deberías avergonzarte —susurró, rodeándola con sus enormes alas para abrazarla —. Ahora estamos solos, si lo deseas, puedes llor…

No terminó de hablar cuando Bellatrix hundió su cabeza en el pecho del Serafín, ahogando un llanto casi imperceptible. Aunque cuando sus manos encontraron las de Durandal, cuando sus dedos se enredaron entre los de él, el sollozo se volvió fuerte y desgarrador, mientras que el Serafín ahogó algún llanto. Eran guerreros pero parecían niños; ferocidad en sus cuerpos, fragilidad en sus corazones de cristal.

—Quédate, Serafín —balbuceó.

—No te lamentes, Bellatrix. Los arcángeles os cuidarán bien y los Campos Elíseos serán todo vuestro, disfrútalo. Además, no es que nos vayamos para siempre.

—Pero los dioses os traerán de vuelta aquí solo si hay una emergencia.

—¿Vas a esperar por mí, Bellatrix?

—¡Allí mismo! —señaló la espada clavada a orillas del lago—. No te preocupes por esa tonta espada, la repararé y cuidaré por ti. La haré única, Durandal. Y será la más resistente de la legión.

—Gracias, pero no. Pídele a Metatrón que la repare, él sí que es bueno con la fragua.

—¡Eres un necio!

—Tengo que irme, Bellatrix —respondió mientras su cuerpo adquiría un tenue brillo blanquecino, pues los dioses estaban reclamándolo.

“¿Qué dirán los dioses, Durandal?”, pensó ella, mientras los dedos entre los que enredaba los suyos se volvían etéreos, mientras esos labios que saboreaba, poco a poco se desvanecían del tiempo y del espacio. “¿Cómo me mirarán el día que les pida ser libre para tomarte de la mano? ¿Nos mirarán con desprecio, como han hecho con Lucifer, o se sentirán conmovidos ante lo que tú y yo hemos creado? Llámame ingenua, pero tengo esperanzas. Para cuando regreses, estoy segura de que podremos estar juntos”.

Para Bellatrix pasaron milenios, esperando la vuelta del ángel a quien amaba. Aunque nadie vio venir la rebelión de los tres arcángeles, que cedidos a la locura ante la prolongada ausencia de los dioses, terminaron desatando una cruenta revuelta que acabaría con la totalidad de la legión de ángeles, e incluso destruiría el reino de los humanos. Y los sueños, las promesas y los deseos que quedaron por cumplirse; todo corrió en un río de sangre y locura imperecedera, entre la destrucción y las plumas revoloteando en el fuego.

Pero alguien había invocado de nuevo a los altos rangos de la angelología, alguien los había despertado de su eterno letargo. No pudieron responderse quién había sido, pues no sintieron la presencia de los dioses en el momento que volvieron. Y lo que era peor, todo a su alrededor estaba destruido. El Templo, Paraisópolis y hasta los bosques ardían. El otrora apacible paraíso celestial había quedado convertido en una completa ruina.

Desconocían qué había acaecido durante su larga ausencia. Estaban desesperados, preocupados por la legión de los arcángeles.

Pero en la mente del Serafín solo apremiaba aclarar una duda; necesitaba regresar cuanto antes al mismo lugar donde juró volver, mientras los demás se dispersaban para buscar a sus camaradas. Nunca batió las alas tan rápido, nunca la incertidumbre había ganado tanto terreno hasta el punto de que las alas respondieran erráticamente.

Descendió a orillas del lago en las afueras de la ciudadela; ahora consumido por el paso del tiempo y el olvido, ya sin flores de loto flotando en el agua, ya sin vida. Las puntas de sus alas se doblaron y cayó de rodillas sobre la arena cuando encontró a su amada Bellatrix recostada donde prometió esperar su retorno; su cuerpo yacía cubierto de raíces de los jazmines; inerte y víctima de la violencia de los arcángeles. Y semienterrada cerca, una espada cruciforme con un diseño de alas de oro en los gavilanes.

El dolor del Serafín había destrozado completamente todos sus dogmas. Ni los dioses, ni la angelología a la que se debía, nada se sostuvo en su frágil interior. El dolor se había abierto paso a través de su cuerpo, y un grito de rabia pobló los Campos Elíseos mientras cargaba en sus brazos al único ser a quien aprendió a amar más que a los dioses que lo habían creado.

Muy dentro, el Serafín se sentía como un niño, impotente, huérfano y despreciado por sus creadores; se vio incapaz de perdonarlos por haberle arrebatado aquello que más amaba. Él, y muchos ángeles que volvían para encontrar a sus camaradas caídos a manos de los arcángeles, nunca perdonarían a los dioses el haberlos abandonado y dejarlos a merced de aquella rebelión.

Las cenizas del último Armagedón ya se enfriaron, pero en algunos ángeles la llama aún se agita con fuerza, imposibilitada de morir como el imperdonable pecado que cometieron los dioses. Y los susurros de los caídos aún se oyen; cuentan la triste historia de la rebelión, del abandono, y del ángel más bello de la legión, que esperó a su amado hasta el fin de los tiempos, con la espada más fuerte refulgiendo en la arena.

—Di-disculpa, Durandal —una inesperada visita interrumpió los recuerdos del Serafín. Tras él, la joven Perla había llegado al monumento.

El guerrero se repuso al reconocer aquella voz. Se negaba a mirar a los ojos de la supuesta enviada por los dioses; el clima de una nueva rebelión era palpable en el aire. Ahora, una facción importante de ángeles estaba dispuesta a abandonar por fin el yugo de unos creadores que ya no existían en sus corazones, a reclamar su libertad en honor a los caídos. Y él sería quien los guiaría.

—¿Qué deseas, ángel? —preguntó sin girarse para mirarla.

—Ah… Bueno… —A diferencia de los Serafines Rigel e Irisiel, Perla nunca forjó una amistad con Durandal. Si bien ella desconocía los motivos, tenía sus propias sospechas de por qué se mostraba esquivo. Fue ese distanciamiento lo que despertó ciertos sentimientos dentro de ella, cierto interés por aquel Serafín de aura incógnita. Admiraba esos ojos intensos cuando hablaba con sus estudiantes, ese sensible ritual de ir a rendirle respetos a los ángeles caídos… y también ese cuerpo atlético que observaba de refilón siempre que podía; Perla había desarrollado un inusitado interés por quien menos debía—. Durandal, me preguntaba si deseabas ir al coro de esta noche. Yo… Yo cantaré, pero también estará Zadekiel, realmente tiene una voz preciosa, ¿no lo crees? Se-seguro pasarás un buen rato.

—Lo pensaré, ángel.

Desenterró su espada para guardarla en la funda de su cinturón. Sin siquiera mirarla, pasó a su lado, rumbo a los bosques donde sus alumnos lo esperaban. Esa frialdad que ella recibía de su parte era algo angustiante y estaba dispuesta a cambiarlo. Ya no era aquella niña arrogante que abusaba de su estatus, ya no era la pequeña que odiaba a Durandal por ser el único Serafín que no cedía a sus caprichos. Necesitaba mostrarle la nueva muchacha en la que ahora se había convertido, por lo que se giró, viéndole marchar. Perla jugaba con sus dedos, completamente indecisa pues no encontraba el valor de detenerlo. “Algo… ¡dile algo!”.

—¡Perdón! —gritó, agarrando rápidamente una de sus propias alas, que a esa altura habían crecido incluso más que ella, trayéndola hacía sí para acariciar sus plumas.

—¿Por qué pides perdón? —se detuvo.

—Suelo verte venir por aquí —la Querubín rebuscaba por alguna pluma a punto de desprenderse—. El Trono me contó lo que sucedió hace tiempo. Lo de los arcángeles y lo de vuestros amigos que habéis perdido. Pero yo no sé qué decir al respecto.

—Nadie te pide que digas nada.

—¡Eso no es verdad! Nadie lo dice, pero yo sé que desean que les dé una respuesta acerca de los dioses, ¿no es así? Detesto que me llamen Querubín porque no dejo de sentir este peso sobre mis hombros. Cuando paseo por Paraisópolis, veo los ojos de todos y sé que esperan que yo responda sus dudas, que les diga que hay esperanza, que todo estará bien, que pronto vendrán los dioses, pero no tengo ningún tipo de respuesta para nadie. ¿Es acaso…? ¿Es por eso que siempre me ignoras, Durandal?

Se giró para verla, aunque la muchacha ya había ladeado su rostro hacia otro lado. Su fino labio inferior temblaba y lo mordía para ocultárselo, mientras dulcemente alisaba su ala. En cierta forma le recordaba a Bellatrix; ingenua, demasiado sentimental, sufriendo en el fondo.

—¿Acaso vas a llorar, ángel?

—N-no, claro que no… —balbuceó.

Perla había sido un obstáculo en sus planes de libertad, pero tan obcecado estaba en ello que no había notado el peso de la responsabilidad de ser una Querubín; de niña usaba su estatus altaneramente, por lo que él la veía con prejuicios. Pero ahora notaba que esa joven sufría, y sabía que pese a que en la legión le habían impuesto ese estigma que ella detestaba, deseaba protegerlos a todos de la profecía de Destructo.

—No te aflijas. No tienes la culpa de nada.

Aunque percibió la sinceridad, Perla no dejaba de sentir ese peso sobre ella. Aún era la Querubín a los ojos de muchos. Cargaba consigo todos esos ángeles caídos, cargaba consigo la esperanza de la vuelta de unos dioses que ni ella misma conocía, debía sostener esas miradas angustiadas de los que buscaban en ella un bálsamo. Ahora, su deseo de derrotar a un ángel destructor implicaba más que llevarse la admiración de todos; implicaba darle a la legión un consuelo que como Querubín no podía darles.

Pero al menos había recibido un alivio de quien menos se esperaba, por lo que ese fino labio inferior dejó de temblar.

—Tengo que irme, ángel. Mis estudiantes me esperan.

—¿Pero ve-vendrás al coro, Durandal?

—Deberías resguardarte, pronto la lluvia será torrencial y no creo que le convenga a tu voz. Mi viejo amigo Nelchael me comentó que es muy bonita —dijo mientras se retiraba rumbo a los bosques, arrancando un sonrojo en la joven Querubín—. Supongo que tendré que ir a comprobarlo.

II. 1 de julio de 1260

Sonaron los cuernos cuando el amanecer asomaba tímido en la ciudad de Damasco, llenando las calles y cada rincón de la ciudad con su cargante sonido que zumbaba los oídos de los ciudadanos que estuvieran en las inmediaciones. Y aunque lejos, en una gran yurta armada a orillas del río Barada, también fue inevitable oír la alarma.

—¿Y ese ruido? —preguntó Roselyne, desnuda y sobre su amante, acariciando dulcemente el pecho del guerrero. Era la primera vez, en los casi treinta días conviviendo con los mongoles, que oía aquello; dedujo que sería alguna celebración u ocasión especial, aunque también podría ser alguna advertencia.

—Lo más… —bostezó Sarangerel, rodeándola con un brazo para traer ese vicio de cuerpo contra el de él— lo más probable es que haya regresado el Kan Hulagu. Era de esperar que volviera en estos días.

—Pues menudo momento. Haz como si durmieras —sonrió pícara, acercando su rostro para besarlo y que el guerrero probara de esa lengua tibia y húmeda que gozosa se introducía en la boca. La mano de la francesa, de acariciar el pecho del hombre, pasó a bajar hasta el ombligo, arañando de placer.

—¿Te estás escuchando, mujer? He dicho que podría ser el Kan Hulagu, el mismísimo Kan del Ilkanato de Persia —sentenció. Le apartó un mechón de pelo que le cubría la frente y observó esos ojos atigrados; se hicieron evidente dos cosas al verle la mirada; a ella no le importaba en lo más mínimo quién era su emperador, y que realmente era preciosa, toda suya. Ya podría ser el Dios Tengri el que llegara a Damasco e hiciera sonar los cuernos, qué más daba, aquella mujer merecía un breve rato más. Hasta el mediodía, por qué no, pensó.

—Pues si es tan importante, sal de la tienda y ve a su encuentro. Tú ya sabes cuál es mi opinión sobre los reyes y emperadores —Roselyne se hizo a un lado de la cama, cruzándose de brazos. La tienda era oscura, pues la yurta solo poseía apenas una abertura para la puerta, y una pequeña hacia el techo, pero aun así el guerrero notó el rostro fruncido de la francesa.

—Parece que si salgo de mi tienda tendremos una crisis diplomática con los Seigneurs de Coucy—bromeó, posando sus gruesos dedos sobre el terso vientre, llevándolo hasta aquella fina mata de vello rubio, pasando por alguna cicatriz, pruebas de los tormentos que habrá pasado la joven.

—Pues algo habrá que hacer para apaciguar este conflicto, emisario —separó sus piernas y llevó la mano del guerrero para que acariciara sus muslos, prietos pero suaves al tacto. A la francesa le gustaba gemir, por lo que el guerrero, queriendo evitar que alguien afuera sospechara, acalló cualquier quejido o gemido devorándose ansiosamente su boca. Acarició de paso otra cicatriz hacia el muslo, apenas visible pero fácilmente palpable con la yema de los dedos.

—Has sufrido mucho, mujer —concluyó tras el beso. Nunca quiso ahondar en su pasado, pues ella se había derrumbado frente a sus ojos la última vez que tocaron el tema, aquel día en que reveló su verdadero origen. No obstante, la confianza entre ambos era más que suficiente ahora.

—Pues valdrá la pena el sufrimiento. Cada una de las cicatrices, de las marcas, los recuerdos, todo valdrá la pena —ahora ella tomó de los hombros del guerrero y empujó para acostarlo. Con destreza, se colocó encima para el encuentro de aquella verga totalmente erguida. Acarició el muslo de su amante, comprobando cuánto había cicatrizado aquella herida de flecha que él recibió por protegerla en el Nilo.

—Esa cicatriz que estás tocando también valió la pena —afirmó el guerrero.

—Hmm, emisario, con tan nobles palabras puede que logre solucionar este conflicto. Veo que aquella flecha entró muy profunda, aún no ha cicatrizado del todo… —Mediante unas contracciones pélvicas, se inició el coito. Silencioso pero no menos apasionante. Tal vez el forzarse a no emitir gemidos lo hacía todo más excitante.

—Ya sanará.

—Las mías también sanarán, Sarangerel.

—¿Y qué harás luego de “sanar tus heridas”? —la tomó de la cintura con fuerza—. Cuando se consuma tu venganza, ¿qué buscarás? —Roselyne no respondió, ahora gozaba demasiado para pensar con claridad. Pero apoyó su cabeza en el pecho del guerrero, cobijándose en él y esperando que tras un pronto orgasmo, pudiera tener una respuesta a una incógnita que ni ella misma era capaz de dilucidar.

Pero el ambiente, rayando entre lo tenso y el goce carnal, quedó repentinamente cortado por el sonido de fuertes cabalgatas alrededor de su tienda. Pronto, oyeron la voz de Odgerel quien gritaba desde afuera como si estuviera en medio de una repentina guerra.

—¡Sarangerel! ¡Despierta! Mierda, voy a entrar… ¿¡Me estás escuchando!?

—Impertinente perro de mierda —susurró él. La mujer entendió que apremiaban otras atenciones, por lo que amagó salirse de su amante, no obstante, el guerrero no soltó aquella cintura y la siguió penetrando. No deseaba salir. Ni de la tienda, ni de tan húmedo y apretado cobijo.

—¡Ah! Uf, ¿qué haces, Sarangerel? —rio la mujer.

—¿¡Qué deseas, perro!? —bramó, dando un envión más fuerte de lo que acostumbraba, consiguiendo que la muchacha arquera su espalda y chillara de goce.

—¿¡Estás fornicando, Sarangerel!?

—Deberías… dejarme… y… atender… a tu… amigo —respondió la francesa, gozando de aquella verga.

—¡Apura esa lengua, Odgerel!

—¡Escúchame bien! ¡Han llegado los mensajeros del Kan Hulagu! ¡Su hermano, el Kan Möngke, ha muerto! ¡Todos están movilizándose para volver a Mongolia!

El coito se detuvo inmediatamente. El hombre hizo a un lado a Roselyne para levantarse y hacerse con sus ropas. Ella, acomodándose en la cama, le lanzó sus pantalones y botas. Si bien no estaba demasiado interesada en la situación, comprendía que urgía que él saliera para dialogar, y desde luego lo mejor sería guardar silencio pues aparentemente uno de los líderes del imperio había muerto.

—Repítemelo, Odgerel —fue lo primero que ordenó al salir de la tienda y darse de bruces contra la luz del sol.

—¡El Kan Möngke ha muerto en China! Hulagu y Kublai disputarán con los demás sucesores por el imperio de Mongolia. Este ejército —retrocedió y señaló los cientos de guerreros que presurosos subían a los caballos a lo largo del Río Barada—, prácticamente todos estos que ves, están volviendo a Mongolia pues Hulagu los reclama.

—¿Volvemos a Mongolia? —el corazón de Sarangerel se detuvo por unos instantes. Suurin, Suurin y mil veces Suurin. En pocos segundos, el aire a su alrededor pareció llenarse del olor de los prados de su tierra, el viento fresco y el olor a kumis esperándolo en un cuenco. Y sobre todo, percibió el rostro de su pequeño hijo esperando un ansiado abrazo.

—Mierda… Lo siento, amigo —la mirada de Odgerel mató los primeros atisbos de esperanza de Sarangerel—. Pero diez comandantes se quedan, con sus respectivos ejércitos. Se van más de cien mil de los nuestros, pero… nos quedaremos diez mil para batallar contra Qutuz.

Ahora las palabras acuchillaron sus esperanzas. Sarangerel deseaba más que nadie en todo Damasco volver a Mongolia, aunque su nuevo cargo de comandante lo obligaba a quedarse hasta cumplir su misión de destruir el Sultanato mameluco. Nunca unas palabras tuvieron tanto filo, casi podía sentirlas clavándose en su corazón, en sus deseos, en sus sueños. Dolía el solo pensar en ello.

Desconsolado, ladeó la mirada para ver cómo poco a poco sus jóvenes guerreros iban hasta su yurta, algunos en busca de consuelo, algunos en busca de motivación que acababan de perder, pues ahora estaban condenados a pelear una guerra en clara desventaja numérica. Diez mil mongoles contra probablemente veinte mil mamelucos, que eran los números que manejaban.

—Entiendo cómo te sientes, amigo —Odgerel tomó de su hombro, mientras el ensordecedor sonido de cientos de jinetes cabalgando a paso rápido llenaba toda Damasco. Temblaba la tierra misma, se levantaba el polvo y se notaba un brillo de felicidad en los ojos de los guerreros que volvían a sus lejanas tierras. Cuánto deseaba ser uno de ellos, cuánto deseaba, por sobre todo, mirarle a su hijo, a sus ojillos, y decirle con una sonrisa cómplice “He vuelto a casa, pequeño”, para ver esa expresión de sorpresa y consuelo mezclado en ese rostro inocente. Solo Odgerel sabía cuánto deseaba el corazón del comandante ir allí donde prometió volver.

—Nos… quedamos… a pelear la guerra —a Sarangerel le costaba asimilar la dura realidad.

—¡Escúchame, amigo! —lo zarandeó con fuerza, ahora el comandante estaba ido, y era hora de que el segundo al mando hiciera valer su condición—. Estamos a cargo de estos jóvenes, así que no te atrevas a bajarles los ánimos con esa mirada de perro apaleado, Sarangerel. Muéstrales esa ferocidad de lobo en tu mirada o yo mismo te arrancaré los ojos.

Un cálido viento meció sus trenzas, casi como consolándolo. ¿Cómo era posible que el sagrado cielo al que se debía pudiera ser tan cruel con él? ¿O tal vez era parte del destino que le aguardaba? Pero como todo mongol, no se podía negar a su historia y su sangre; siempre vencieron pese a ser menos. “Tengri”, pensó, mirando hacia el cielo. “Necesito recobrar mi espíritu”.

—¿¡Has perdido la cabeza, Sarangerel!? —miró hacia arriba, gesto imitado por sus jóvenes guerreros que lo habían rodeado—. ¿¡A quién estás mirando!?

—Escúchame, Odgerel —se apartó de sus manos—. ¿Quién… quién queda al mando de los diez comandantes?

—El hombre que te ofreció el comando, el nestoriano Kitbuqa Noyan. Él nos guiará en la batalla.

Quedaban solo un par de meses para la guerra, y un golpe demoledor cayó sobre los mongoles. Los sueños, deseos y anhelos, tanto los de él como los de sus guerreros, y los de los diez mil que quedaban en Damasco y en las inmediaciones, ahora corrían un serio peligro. Y su amigo tenía la razón; esos jóvenes a su alrededor le necesitaban. A él, a su ferocidad de lobo, a sus palabras que iluminaban más que ese sol castigador del desierto.

—¡Escuchad! —ordenó, pasándose la mano por su cabellera, tratando de recobrar su compostura. Ahora miraba a sus pupilos con una ferocidad nunca antes vista—. Al corral, a entrenar. Y no perdáis más tiempo observando a los que se están yendo.

III

Perla se tumbó de espaldas sobre la arena de la cala del Río Aqueronte, mirando el lento paso de las nubes oscuras que, poco a poco, se abrían para dar paso a un fuerte sol. Extendió su mano hacia el cielo, como si pudiera acariciar la cálida luz solar que se colaba entre los dedos. “Espero que Durandal vaya a verme”, pensó, recordando su encuentro con el Serafín.

Repentinamente sintió un intenso cosquilleo en el vientre. Se mordió los labios y utilizó sus manos para calmarse con una caricia; era un calorcillo que últimamente estaba apareciendo en demasía y solo conseguía aplacarlo con sus finos dedos. Metiendo suavemente una mano bajo la falda, recordó la última vez que había descubierto, y espiado por largo rato, a sus dos guardianes teniendo relaciones en el bosque:

Celes comenzaba el encuentro recogiéndose su túnica para revelarle a Curasán sus largas y torneadas piernas, que rápidamente eran objeto de caricias y besos ruidosos. Perla arañó la arena imaginando aquel acto que sabía era prohibido aunque no dejaba de resultarle reconfortante. “Yo podría hacerlo también…”, pensó, recogiendo un poco su falda, remedando a su guardiana desde el suelo. “Mis piernas no son largas como las de ella… pero son bonitas”.

Le fascinaba el ruido húmedo de los besos que se daban; se palpó sus propios labios para preguntarse cómo se sentiría ese contacto de otra boca con la suya. Notaba esas miradas de lujuria que había en la pareja, y se decía a sí misma que ella también quería ser observada así. Cuando admiraba la unión de cuerpos, esa piel sobre otra piel, las puntas de sus alas sufrían una torsión involuntaria conforme un incipiente calor nacía en su entrepierna, preguntándose cómo se sentiría cobijar en su interior a un varón.

Inmediatamente, sin saber cómo, la imagen del severo Serafín Durandal se dibujó en su mente; aquellos brazos fuertes, aquella mirada penetrante, esas grandes y radiantes alas, meneó su cabeza para apartar aquella visión, pero una ligera sonrisa se había esbozado en su rostro sonrojado mientras sus dedos seguían acariciando.

—¿Qué te pasa, granuja? —preguntó su maestro, sentado en un derribado tronco cercano—. ¿Vas a explicarme por qué me has dejado esperándote toda la mañana?

—¡Ah, Da-daritai! —chilló la Querubín, dando un fuerte respingo y retirando su mano bajo la falda tan rápido como le fue posible—. ¡Podrías haberme avisado de tu presencia!

—Ni que debiera pedirte permiso para estar aquí. No eres la dueña de la cala.

—¡Hmm! —se repuso, sacudiéndose la arena sobre su túnica. Acercándose lentamente al tronco donde el mongol la esperaba, miró hacia otro lado, hacia las palmeras, mientras se armaba de valor para saciar una curiosidad que le asaltaba sobre los varones—. Daritai… ¿Tú… tú has tenido hembras? Quiero decir, mujeres, en tu vida como guerrero.

—Varias —dio un mordisco a una fruta.

—¿Y no las extrañas?

—Ninguna me dio un hijo, si es eso lo que quieres saber.

—No es eso… —Se sentó a su lado, acercándose a su cabellera para rehacerle algunas trenzas—. Quiero saber si las extrañas.

—Supongo que sí las extraño —otro mordiscón.

—¿Qué es lo que más extrañas? ¿O… lo que más te gustaba que hicieran?

—No, no, no. ¿Sabes? Me retracto. Mientras más lo pienso, creo que más estoy feliz sin ellas —el mongol solo tenía ojos para la playa—. Hablaban demasiado, y a veces no las entendía del todo. Extraño más a mi caballo que a cualquiera de ellas. La única mujer de la que realmente me enorgullezco de haber conocido es a mi madre. En fin, ¿a qué se debe tu curiosidad, granuja?

—¿En serio? ¿Tu madre y tu caballo? —soltó sus trenzas y se levantó para cruzarse de brazos—. Deja de decirme granuja. He venido para avisarte que no quiero entrenar el día de hoy. Así que ve a tu casona bonita y remodelada para dormir.

—¿Y se puede saber a qué se debe que quieras suspender el entrenamiento de hoy?

—Esta noche cantamos, no me gustaría ir magullada al escenario. Tengo que verme bonita, ¿sabes? Hace una semana, en el templo, las chicas del coro me preguntaron a qué se debía el moretón en mi brazo derecho. No es la primera vez que me ven con un golpe. Ellas hacen barullo hasta cuando se les desprende una pluma, así que imagínate tener a todas ellas encima de mí, casi llorando de pena.

—Son pruebas de tu arduo entrenamiento. Diles que eso demuestra tu valía como guerrera.

—Psss… —suspiró irritada. “Ya decía yo que este no iba a entender”, pensó, alejándose un par de pasos.

Un brillo fugaz llamó su atención; notó el sable que, inamovible durante años, seguía semienterrado en la arena. Aunque ahora refulgía con cierta intensidad, tal vez por un haz de luz del sol que se posó sobre el arma. Achinó los ojos y observó aquella misteriosa inscripción en la hoja del sable.

—Oye, Daritai… ¿Qué significa? Eso que está escrito en la espada…

—¿La inscripción? Como está enterrada, no la puedes leer bien. Déjame que te la traiga.

—¿Vas a desenterrarla?

—No —se levantó del tronco y extendió su brazo. Para sorpresa de la Querubín, un aura dorada lentamente se hizo presente alrededor de la mano del mongol, como si fuera un guante que se ceñía a la perfección.

Antes de que pudiera preguntarle qué estaba sucediendo, quedó boquiabierta cuando el mango del sable tomó forma en el aire, y rápidamente fue agarrado por el guerrero. Poco a poco, la hoja de la espada se materializó junto al resto de la empuñadura.

“¿Acaso es el mismo sable…?”. Perla miró hacia atrás y notó que la espada a lo lejos había desaparecido; era evidente que ahora se encontraba empuñada en las manos de su instructor.

—Está en dialecto jalja —Daritai palpó la inscripción con el dedo.

—¿Qué-qué-qué acabas de hacer, Daritai? ¿Cómo? ¿Pero…? ¿¡Por qué no me lo habías…!? —solo tenía ojos para el sable—. ¡Quiero hacerlo también!

—¡Ja! La he invocado. Esperaba enseñártelo el día que reclamaras tu espada… —sonrió de lado.

—O sea… ¿Me lo enseñarás… cuando la reclame…?

—“Invócame en tu hora de necesidad”.

—¿Qué?

—“Invócame…”. Eso es lo que dice la inscripción, la mandé tallar antes de partir a la conquista de Japón.

“Invócame en tu hora de necesidad”, pensó Perla, apretando los puños que casi temblaban de emoción. Ahora sus ojos volvían a adquirir aquella ferocidad que tanto le gustaba ver el mongol. Sabía que la Querubín no iba a dejar pasar la oportunidad de aprender algo sorprendente como aquello.

“Eso es”, pensó él. “Ya se ha dejado de tonterías”.

—Supongo que el entrenamiento queda suspendido por hoy —cortó el guerrero, des-invocando el arma, que inmediatamente volvió a aparecer enterrada a lo lejos.

—¡No! —ordenó Perla, agarrando las manos de su mentor, tirándolo—. ¡Vamos allá, Daritai! ¡Voy a intentar reclamarla!

—Pero tienes que estar bonita para esta noche —se acarició sus propias trenzas para burlarse.

—¡Basta! ¡No puedes mostrarme lo que acabas de mostrarme y pretender que lo deje para otro día! ¡Si no vienes, iré a por ella de todos modos!

—Atrévete —amenazó.

La joven enganchó su pie al de su mentor para desequilibrarlo, mientras sus brazos tiraban los de él en sentido contrario para así tumbarlo violentamente y tragara cuanta arena fuera posible.

—¡Maldita… granuja!

—¡Deja de decirme granuja!

Perla emprendió una veloz corrida hacia su sable. Aunque el maestro, humillado por su propia pupila, reaccionó rápido. Se repuso inmediatamente y se lanzó a la carrera. Cuando solo quedaba contados pasos para que ella alcanzara su preciada arma, el guerrero se abalanzó a por ella con ferocidad.

—¡Demasiado lenta! —gritó en el preciso momento que la agarró del pie.

“¡Será un…! Siempre me alcanza”, pensó desesperada, cayendo lentamente. “Siempre me toma del pie y tira para tumbarme. Solo necesito… ¡Necesito un par de…!”.

“¿Alas?”, se preguntó Daritai, escupiendo la arena en su boca. “¿Está extendiéndolas? ¿Pero cuándo…?”.

La joven Querubín había extendido sus alas a plenitud para batirlas con fuerza y evitar la caída, ganando con ello un último impulso que la llevara hasta su preciado sable. Si bien aún no sabía volar, pues aún le asaltaba el miedo a las alturas, al menos ya podía usarlas.

“Esta pequeña…”, pensó Daritai, al ver que el plan improvisado de su pupila estaba surtiendo efecto. Una infinidad de infructíferos planes llegó a desarrollar su alumna para escapar de su agarre, pero parecía que ahora había dado en la diana. Inteligencia, velocidad, reflejos, agilidad; todo en uno; lo había conseguido con creces. “Esta niña ha crecido”, concluyó con una sonrisa, siendo arrastrado por la fuerza del aleteo de Perla.

“¡Mía, mía, mía!”, la joven estiraba los dedos para tocar por fin ese mango con el que se había obsesionado, con su corazón saliéndose por la garganta, entrecerrando los ojos puesto que su fuerte aleteo había levantado la arena por doquier. Con el sable, confrontaría a Destructo y alegraría esas miradas angustiadas de los ángeles que la observaban cuando paseaba por Paraisópolis. Sería una guerrera, una salvadora, no una Querubín rota.

Perla cayó sentada sobre una rodilla, con sus alas extendidas en todo su esplendor. Y empuñado en su mano derecha, el sable que por años le había sido esquivo. La desenterró con fuerza, sonriendo entre la arena salpicando y sus propias plumas revoloteando alrededor; el brillo en sus ojos lo decía todo mientras admiraba su nueva espada, levantándola al aire para ladearla y ver la inscripción sobre la hoja.

Daritai, desde el suelo, levantó la mirada para ver a Perla de espaldas; era imposible aseverar qué clase de rostro estaba poniendo la Querubín. Lo más probable, para él, era que una enorme sonrisa se esbozara y que pronto estaría dando la lata acerca de su hazaña. Pero para su sorpresa, la joven soltó el sable y apretó sus temblorosos puños.

El pecho de Daritai se llenó de orgullo cuando ella se giró, pues notó la mirada de determinación de la joven en ese rostro sucio. Su pupila había crecido, aquella mocosa que le regañaba que sus entrenamientos fueran tan exigentes, aquella niña que a veces le rogaba que le dejara dormir en su casona cuando se enojaba con su guardián, aquella Querubín que oía fascinada sus historias de guerrero; esa niña había crecido ante sus ojos, y el sable resplandeciendo en la arena era prueba de cuánto.

—¡Da-daritai! —su voz se estaba quebrando. Se arrodilló sobre la arena y hundió su rostro entre sus manos, sollozando cuan fuerte era posible.

—Por el Dios Tengri —el maestro se levantó cuanto antes para ir junto a ella—. ¿¡Qué te sucede!?

—¡Lo-lo he… lo he conseguido, Daritai! —Ahora, Perla estaba a un paso más cerca de sus sueños; sentía que tenía la fuerza y habilidad para hacerle frente a cualquiera; y por sobre todo, ahora podría deshacerse de esa angustia que cargaba sobre sus hombros. Confortaría a la legión derrotando a Destructo, eso era algo que sí podría ofrecerles. Como Perla, no como una Querubín.

El guerrero suspiró tranquilo, viéndose conmovido por el gesto de la joven. Sabía que su alumna había heredado, en su condición de ángel, varios atributos que habían favorecido su entrenamiento, como la fortaleza y resistencia física propia de esos seres, además de heredar esa inestabilidad emocional e ingenuidad por los que se dejaba llevar, tal como en ese mismo momento en que decidió llorar desconsoladamente, rebuscando torpemente su sable en la arena para abrazarlo contra sus pechos. Esa extraña mezcla de ferocidad física y fragilidad emocional era parte natural de su pupila, y de la prácticamente totalidad de la legión.

—Escucha —Daritai se acuclilló para tomarla del mentón—. Me retracto. Puede que haya una mujer que admire tanto como a mi madre y mi caballo.

IV. 1 de julio de 1260

En el corral de los mongoles, Roselyne volvía a hacerse presente para reclamar el sable ante la mirada perdida de los jóvenes guerreros que se apostaban tras el vallado, presentes más por obligación que movidos por su usual deseo de curiosidad y morbo, en donde poblaban más las caras largas que las acostumbradas sonrisas. A sus alrededores, los demás mongoles seguían cabalgando a paso rápido para reagruparse y volver a Mongolia en grupos de diez. No obstante, los jóvenes en el vallado tenían órdenes de no prestarles atención.

Era demasiado doloroso el mero hecho de verlos partir.

Sarangerel, en medio del corral, tragó saliva, mirando el ambiente infernal a su alrededor. “Voy a necesitar de más de mil historias de guerra para levantarles el ánimo”, pensó preocupado. “Y lo que es peor, tengo que volver a enfrentarme a esta mujer. Si planeo levantarles el ánimo, les demostraré la ferocidad de nuestra raza, eso les hará sonreír al menos. Y ella…”, miró a Roselyne, quien servilmente le entregaba su sable para que él lo hundiera de nuevo en la arena. “Esta mujer no volverá a avergonzarme frente a mis guerreros”, concluyó para sí, sintiendo sobre su espalda la tremenda responsabilidad de no dejarse humillar. Su orgullo y el de los mongoles estaban en juego, ese día más que nunca lo necesitaban.

—¡Deberías al menos saludar! —se quejó un soldado al verla entrar sin mediar ninguna palabra—. Estás ante nuestro comandante. Ignoramos tus costumbres, pero respeta las nuestras.

—Ya le he dado mis buenos días dentro de la tienda —sonrió ella, causando alguna que otra risa suelta en el corral. La francesa sabía lo que estaba sucediendo a su alrededor, entendía que muchos volvían a sus tierras, pero esos jóvenes tras el vallado eran de los pocos que quedarían para batallar una guerra de donde muchos no volverían. Qué menos que ayudar a mejorar el ambiente.

—¿¡Vas a venir a por mí, guerrero mongol!? —gritó Sarangerel, extendiendo ambos brazos, preparándose para recibir a la francesa.

Roselyne respiró profundamente. “Bien, tengo algo que espero funcione. Perdóname, Sarangerel”, pensó mientras el viento se hacía fuerte. Ni ella, ni nadie más allí podían oír la ensordecedora cabalgata alrededor. Ahora estaban completamente solos, listos para observar un nuevo duelo tan extraño como extraordinario entre fuerzas, aparentemente, demasiado dispares. Algunos mongoles tragaron saliva, otros apretaban los dientes; la intensidad en la mirada de la francesa y la del comandante era bastante palpable en el aire. “Necesito ser más rápida, más de lo que fui ayer”, concluyó.

Para sorpresa de todos, Roselyne emprendió una carrera directa hacia Sarangerel.

—¿Pero qué haces, mujer necia? —gritó Odgerel, sentado sobre el vallado y bastante desconcertado—. ¡Embestirlo es fracasar!

“¿Planea embestirme? Es la peor estrategia de todas”, sonrió Sarangerel. “Es mi oportunidad de subirles ese ánimo”.

Fue inevitable que el comandante de los mongoles la tomara de la muñeca tan pronto se acercó, y la tirase contra él para que perdiera el equilibrio, pero en el preciso instante que el guerrero la sostuvo, Roselyne mandó un puñetazo directo al muslo derecho del guerrero, allí donde la herida de la flecha de los mamelucos aún estaba cicatrizando, pues si bien era invisible a la vista, ella ya conocía perfectamente su ubicación.

El grito de Sarangerel fue desgarrador pues se vio arrodillado por el intenso dolor, y soltando la muñeca de la francesa, se quejó a regañadientes del inesperado ataque

—¡Perdón! —se excusó ella—. Esta noche lo resarciré—susurró, volviendo a emprender la carrera por el sable.

“Esta maldita mujer”, pensó enrabiado, sacando fuerzas de donde no había para reponerse y poder perseguirla. Se lanzó a por ella en el momento que la francesa, quien desesperada ante la velocidad del guerrero, también se lanzó a por el sable.

“¡Tan cerca!”, pensó ella, extendiendo sus brazos cuanto fuera posible para tomar del mango. Sarangerel agarró un pie y tiró con fuerza. Roselyne caía lentamente al suelo mientras se martirizaba con la idea de una nueva derrota.

—¡No… no se rinda, comandante! —gritó un mongol del corral, al ver cómo la francesa, antes de caer, se apoyó como pudo de un brazo, evitando la caída, pateando con el otro pie el rostro del comandante para dejarlo atontado.

“En cierto modo, mi corazón se alegra de que no esté el Kan por aquí viendo esta humillación”, pensó Sarangerel, cayendo estrepitosamente al suelo, observando de reojo cómo Roselyne desenterraba el sable, levantándola al aire con orgullo y una sonrisa que, pronto sabría, curaría muchas heridas. Completamente avergonzado ante la derrota y los suspiros de sus jóvenes guerreros, dejó caer su rostro sobre la arena. “Realmente no es el mejor día de mi vida”, concluyó.

—¡Ja, que la diosa Tenri me lleve al cielo! —carcajeaba Odgerel, entrando al corral directo a por la francesa, quien no lo vio venir.

—¡Quién lo diría! —un soldado mongol esbozó una sonrisa entre el montón de rostros estupefactos—. ¡El zorro ha vencido al lobo!

—¡Ah! —chilló la mujer en el preciso instante que Odgerel la cargaba en sus brazos, iniciando un trote alrededor del corral para las risas y el jolgorio de los jóvenes guerreros—. ¿¡Qué estás haciendo, Odgerel!?

—¡Hundiendo a mi amigo en la vergüenza, eso hago! —gritó sonriente.

El corral se había convertido, prácticamente, en un mundo aparte. No se oía el trotar de los caballos que partían a Mongolia, sino solo risas y gritos de júbilo de los jóvenes ante la victoria de, no una extranjera o una mujer, sino de una hermana de escudo. No observaban los rostros felices de los jinetes que volvían a casa, sino que miraban a aquella orgullosa guerrera que había demostrado su valía.

Sarangerel se sentó sobre la arena, sacudiéndose la suciedad sobre su armadura. Miró entonces a esa mujer brava siendo cargada por su mejor amigo. Roselyne, sonrisa imborrable de por medio, levantaba y blandía el sable al aire para regocijo de todos los mongoles que la rodeaban.

“Se hace interesante esto”, pensó reponiéndose. “Ver quién ha venido a levantar la moral de mis guerreros”.

V.

Sentados en el suelo de mármol, o en algunos bancos alrededor de la gigantesca plaza construida en las afueras del Templo, cientos de ángeles se congregaban para escuchar el coro celestial apostado en el escenario principal, guiado por la agraciada voz de Zadekiel, de cabellera dorada, al frente de sus alumnos, una treintena de ángeles entre los que se encontraba Perla.

“Espero que haya venido”, pensó la joven pelirroja, rebuscando entre el público con su mirada. “Prometió venir, o eso me ha parecido. Encima ya me va a tocar cantar…”, se remojó los labios y tragó saliva conforme su momento se acercaba. Si no podía consolar a la legión como una Querubín, al menos, y de momento, algo ayudaría su dulce cantar.

En un balcón del Templo, algo alejado de la plaza donde todos escuchaban el cantar de Zadekiel, el Trono Nelchael intenta disfrutar de la noche, aunque con los problemas enmarañándose en su cabeza era imposible entretenerse. Haciéndole compañía, sentada sobre la baranda de mármol del mismo balcón, la Serafín Irisiel esbozó una sonrisa al notar a la Querubín entre los ángeles del coro, pues ahora ella iba al frente para iniciar su cántico.

—Nelchael, es preciosa, ¿verdad? ¿A que te dan ganas de ir allí y apretarle sus mofletes?

—Perla ha crecido. Diría que al mismo ritmo que los seguidores de Durandal.

—“Los seguidores de Durandal” —murmuró, desdibujando su sonrisa—. ¿El Principado te ha puesto al día? ¿Qué te ha dicho?

—Díselo, Abathar Muzania—ordenó el Trono.

Al lado de Irisiel se materializó un aura blanquecina que poco a poco adquiría la forma de un ángel delgado y de gran altura, también sentado sobre la baranda. De larga túnica y capucha, que hacía su rostro invisible a los ojos de quien lo observara; en su espalda llevaba enfundado un amenazante mandoble. Los Principados fueron creados por los dioses para espiar los asuntos del reino de los humanos, aunque con la prohibición del Trono de intervenir en las cuestiones que atañían solo a los mortales, Abathar Muzania fue encomendado para espiar a Durandal, aprovechando sus dotes de infiltración.

—Rebelión —dijo con voz gutural—. Esta mañana, Durandal ha dado un discurso en las islas ante cuatro mil doscientos treinta y cuatro ángeles. De madrugada vendrán a este templo, desde las islas, pasando por los bosques y luego Paraisópolis, esperando sumar más ángeles a su causa.

—Más de un tercio de los ángeles están de su lado —calculó la Serafín, acomodándose en la baranda—. ¿Durandal va a caer tan bajo como para atacarnos de sorpresa?

—Equivocación. No desean luchar. Si bien se dirigirán al Templo, el último destino es el Río Aqueronte para ir al reino de los humanos. Pero desean hablar con el Trono para convencerlo. Se escaparán de los Campos Elíseos, independientemente de lo que el Trono decida. Pero lo quieren a su lado.

—Es alentador saber que Durandal desea no levantarse en armas contra mí, aunque… pensar que quiere llevar a toda su legión como medida de presión para convencerme de acompañarlos —el Trono apretó los dientes, reposando las manos en la baranda—. Estoy a cargo de cada uno de vosotros, así que mi respuesta es más que clara. Nadie se irá de los Campos Elíseos. Esa situación, de darse, desatará un caos aquí y en el reino de los humanos.

—No sé yo si Durandal se mostrará tan pacífico cuando nos interpongamos en su camino —Irisiel se preocupaba el solo imaginarse tener que enfrentarse a un amigo con quien había peleado juntos en tantas ocasiones, pero ella confiaba ciegamente en la vuelta de sus creadores, y se debía completamente a las órdenes del Trono—. Nelchael, mi legión y yo los detendremos en el bosque, antes de que lleguen a Paraisópolis.

—Ubicación —interrumpió Abathar Muzania—. Bordearán el bosque por el este. Si queréis detenerlo, será el lugar más adecuado. Lejos de Paraisópolis.

—Infórmale al Serafín Rigel, Irisiel —ordenó el Trono—. Cuanto más seáis, más posibilidades habrá de hacerlos entrar en razón. No sé si convenceremos a Durandal de ceder, pero estoy seguro de que algunos ángeles de su facción titubearán al ver a dos Serafines apoyados de sus respectivas legiones.

—Temor. Ellos desearán avanzar, vosotros detenerlos. Hay altas probabilidades de que se desate una batalla cuando vosotros os encontréis frente a frente, cuando los deseos de uno y otro choquen.

—Desde luego, genio, ¿crees que no lo he pensado? —Irisiel estaba tensa solo de imaginar levantar su arco contra otros ángeles—. Si es así como están las cosas, pues bienvenida sea la maldita batalla. Ahora dime, Abathar Muzania, ¿qué es lo que quieren de la Querubín?

—Ignorancia. Desconozco cuál es su plan con la joven Perla. Durandal no la ha mencionado en su discurso. Deduzco que no la ve como alguien importante para la consecución de sus objetivos. Durandal dejó que el crecimiento de la niña sirviera por sí solo como medio que generase dudas entre los ángeles y sumara adeptos a su causa. Para ellos, ya no hay ninguna Querubín, pues Perla ha crecido. Sin Querubín, no hay ninguna prueba de que los dioses sigan existiendo.

—Pues es una preocupación menos —concluyó Irisiel, aunque seguía intranquila.

—Petición. Con vuestro permiso, deseo retirarme por un momento. Me gustaría oír lo que queda del coro.

—Quedas libre, Abathar Muzania —el Trono se retiró a sus aposentos conforme el Principado se deshacía en el aire, dejando a la Serafín sola; sabían que Irisiel necesitaba de privacidad para digerir no solo los planes de Durandal, sino la idea de tener que enfrentar a sus iguales.

La atormentada guerrera levantó la mirada hacia las estrellas.

—Dionisio —susurró, recordando a un dios en particular—. Sería bueno que aparecieras de una vez.

Si bien los más altos rangos de la angelología parecían estar sumidos en la nueva guerra que se asomaba, no se podría decir lo mismo del gigantesco Serafín Rigel, quien se había hecho un lugar cerca del escenario para disfrutar de los cánticos. Aunque, ya terminado el coro, se desperezó para estirar tanto alas como músculos entumecidos.

—¡Rigel! —chilló la Querubín, quien rápidamente bajó del escenario a su encuentro. Si algo no había cambiado desde su niñez, era su estrecha relación con el imponente Serafín.

—¡Pequeña Perla! Has estado fantástica, deberías cantar más a menudo. Alivias al corazón tanto como la voz de Zadekiel.

—¡Ya, eso no es verdad! —lo empujó entre risas—. Rigel, tengo que agradecerte por el consejo.

—¿Por qué? ¿Acaso reclamaste el sable de tu maestro?

—¿El sable de quién? Mi sable, querrás decir. Extendí las alas y funcionó, ahora es mío —dijo, hinchando el pecho orgullosa—. Te la mostraré mañana, es un arma preciosa. La llevaré a la espadería para que me hagan una funda. Pero… no creas que he volado, solo he dado un fuerte aleteo. Aun así me gustaría visitarte de nuevo en otra ocasión, quisiera aprender… ya sabes —imitando a su guardiana Celes, Perla también jugaba con sus dedos al ponerse nerviosa. No se sentía cómoda hablando de una de sus máximas debilidades—. A ver, me gustaría que me enseñaras a volar.

—¡Venga, eso es lo que quería oír! ¡Volar es cosa de lo más sencilla, ya verás! —abrió su mano y dio una fuerte zurra a la nerviosa joven

—¡Ah! ¡Rigel! —se tomó del dolorido trasero, mirando para todos lados, esperando que sus amigas no la hubieran visto—. Uf, ¡es fácil decirlo cuando tienes seis alas!

—No pongas excusas. El que las va a necesitar soy yo, no sé cómo haré para concentrarme en entrenar a volar a una pequeña muñeca como tú.

—Mira, tengo que irme, pero te haré una visita para que me enseñes. Entonces, ¿me lo prometes o solo estás hablando a la ligera?

—Te enseñaré a volar, es mi promesa —se inclinó hacia ella, ofreciéndole su mejilla—. Ya sabes lo que quiero a cambio.

—Puf, nunca vas a cambiar, “Titán” —resopló, resignándose a besarlo, como acostumbraba cada vez que se despedía.

Los cánticos de Zadekiel eran bálsamo para muchos ángeles. Fuera para olvidarse de los amigos caídos, de los arduos entrenamientos, de la angustia por no saber dónde estaban sus creadores, y hasta servían para distraerse por un breve momento de las guerras, tanto pasadas como futuras. Era el caso del Serafín Durandal, quien recostado en un árbol a lo lejos de la plaza, tampoco quiso perderse del espectáculo que ofrecía el coro, ni mucho menos deseaba faltar a la promesa de escuchar la dulce voz de Perla.

—Abathar Muzania, ya ha terminado el coro, puedes hablarme —ordenó.

—Cumplimiento —aseveró con su voz gutural. El aura del Principado tomó forma al lado del Serafín—. El Trono está informado.

—¿Y qué te ha dicho?

—Decisión. No cederá a tu petición, y enviará a los dos Serafines para detener a tu legión antes de que llegues a Paraisópolis.

—Si me encuentro con Irisiel y Rigel habrá batalla. Deseo evitarlos, Abathar Muzania.

—Comprensión. Los esperarán al… oeste… del bosque, por lo que recomiendo ir silenciosamente al este, si deseáis llegar al Aqueronte sin interrupciones.

—Supongo que la idea de hacer una parada al Templo para convencer a mi amigo Nelchael está descartada. ¿Vendrás con nosotros, Abathar Muzania? En el reino de los humanos te necesitaré más que a nadie, tenlo por seguro.

—Honor. Tengo curiosidad por ver cuánto ha cambiado el mundo desde que lo abandonáramos tras la guerra contra Lucifer. Y saber cómo ha crecido desde la rebelión de los arcángeles.

VI. 1 de septiembre de 1260

Al norte de Damasco, en la arenosa ciudad de Baalbek, se reunieron los diez mil efectivos del ejército mongol. Era imponente la sola visión de todos esos jóvenes guerreros sobre sus caballos, desde lo lejos era prácticamente una gigantesca mancha oscura sobre el blanco del desierto, esperando disciplinadamente la orden de partir a la batalla contra los mamelucos. Adelante, los diez comandantes, Sarangerel entre ellos, y el general de los mongoles, Kitbuqa Noyan, quien paseaba en la línea de frente para mirar los rostros de los guerreros, como tradición antes de partir a una batalla.

Recuperar Jerusalén para los aliados cristianos era el objetivo inmediato, y de allí avanzar a través el desierto rumbo a El Cairo, para tomar la cabeza del Sultán Qutuz, destruyendo cuanta ciudad resistiera someterse. Como condición para recuperar Jerusalén, los mongoles acordaron una nueva alianza con los francos de la Cruzada Cristiana, quienes se unirían a ellos al cruzar el Río Jordán, cerca de la ciudad de Acre. Paliar la desventaja numérica era una prioridad.

—Son jóvenes —dijo el general Kitbuqa, cabalgando a paso lento—. Pero hay intensidad en sus miradas. ¿No lo crees, Sarangerel?

—Han adquirido experiencia en estos meses, general —afirmó. Su armadura de cuero, revestida de placas de acero, brillaba con intensidad—. Han dominado con rapidez el arte de disparar sobre caballos, y de rajar con fuerza y velocidad.

—Fuiste emisario, Sarangerel, y dominas las lenguas romanas. Nos acompañarás como un comandante, pero tu camino se desviará en el momento que entremos en el Reino de Jerusalén. Te encontrarás con el ejército franco que ha prometido ayudarnos, en Acre, y los guiarás hasta nuestro encuentro en el Río Jordán.

—Acre —susurró, buscando a Roselyne entre los guerreros. Fue fácil ubicarla debido a su rubia caballera recogida, y era inevitable sentir cierto orgullo al verla llevando una armadura de cuero como la del resto de los mongoles. A su lado, Odgerel, cuya sonrisa destacaba tanto como los revestimientos de acero en su pecho que refulgían con intensidad.

—Deja el comando de tu ejército a alguien de confianza, Sarangerel.

—Me llevaré a mi escudera, su dominio del idioma francés será de mucha ayuda en Acre. Y el segundo comandante de mi ejército no necesita presentación.

—¡Ya era hora! —gritó Odgerel, rompiendo fila para unirse a los líderes—. Me gustaría acompañarte a Acre, a ver si está la reina, pero supongo que no sería propio de un mongol poner a una mujer antes que una guerra.

—Solo los comandarás por un par de días, perro, no te emociones demasiado —carcajeó mientras Roselyne también rompía fila para ir al lado de Sarangerel. En la cabeza de la mujer solo asomaba una idea.

—¿Vamos a Acre, Sarangerel? ¿Junto al Rey Luis?

—Luego hablaremos —en plena guerra, apremiaban otros asuntos antes que venganzas personales—.Tú y yo cabalgaremos tan rápido como sea posible. Cada siete leguas encontraremos puestos en donde cambiaremos de caballo para seguir galopando. Es así como llegaremos rápido.

—O sea que vamos a Acre —concluyó, sin hacerle realmente mucho caso.

—Permíteme, general Kitbuqa—Sarangerel desenvainó su sable.

—Son todos tuyos, comandante —lo invitó a ocupar su lugar—. Dales alas para ganar esta guerra, para que sus voluntades vuelen sobre la arena del desierto.

—¡Escuchad, hermanos! —Sarangerel levantó su sable al aire e inmediatamente llamó la atención del ejército. Su mirada era feroz como la de un lobo, y los que lo conocían bien callaron, pues a sus ojos, era tan líder de los mongoles como el propio Kitbuqa Noyan.

Cabalgando a paso lento frente a la fila, con la brisa cálida del desierto meciendo sus largas trenzas, observaba a los ojos de cuanto guerrero se cruzara en su mirada.

—¡Escuchadme bien, hermanos! ¡He estado en El Cairo y he visto a nuestros enemigos, a esos enormes ojos suyos! ¡He visto a los guerreros del sultanato mameluco! ¡Esclavos de origen turco provenientes del mar Negro, a quienes el Sultán ha subyugado y convertido al islam! “Mameluco”, “poseído”. Están lejos de sus tierras, peleando batallas que no pueden pelear sus dueños. ¡El lazo que les une al sultanato es demasiado débil, lo he visto en sus ojos cuando estuve en el Cairo, lo he notado en cada sablazo que he intercambiado contra ellos!

“Decisión inteligente la de ofrecer el comando a un emisario”, pensó Roselyne, escuchando atentamente. “Conoce al enemigo mejor que nadie, y a sus aliados los conoce como si de hermanos se tratasen”.

—¡Luchamos por un imperio, por una familia que nos espera en Mongolia o que nos observa allá arriba, al lado del Dios Tengri! Este lazo no nos lo romperán fácilmente. He visto al Sultán Qutuz a los ojos, a su general, Baibars. Y la sonrisa no me la quita nadie, hermanos, porque supe que ellos no tienen un ejército como el nuestro. Sus hombres carecen de raíces puras, son simples sirvientes, simples “poseídos” que no merecen ni siquiera tener caballos.

Poco a poco afloraban las sonrisas. Algún que otro bramido de algarabía se oyó perdido entre el tumulto de jóvenes. Su modo de hablar atraía a más guerreros, invitaba a levantar sus sables al aire y aullar. Si antes las palabras lo acuchillaron de dolor hasta casi matarlo, ahora Sarangerel las usaría a su favor.

—Os miro a los ojos, hermanos… ¡Y esta sonrisa no me la quita nadie! ¡Porque veo a cada uno de ustedes, y puedo ver a una familia detrás de ti, a una hermana detrás de ti, puedo ver a una madre tomándote del hombro a ti! Yo tengo un hijo que me espera en Suurin, y planeo sostenerlo en mis brazos cuando termine esta guerra. Esos son los lazos que nos hacen fuertes. ¡Estos lazos son los que nos convierte en el temido ejército invencible!

“Tiene una lengua hábil”, pensó Odgerel con una sonrisa, acariciando a su caballo.

—El sendero hasta nuestras familias es largo, pero soy uno de vuestros comandantes, y lucharé por protegerlo, no lo duden. Síganme hasta el fin del mundo, solo pido eso. Llevemos el reinado del terror hasta sus tierras, como cazadores persiguiendo a un zorro, mostrémosles a qué se están enfrentando. ¡Seamos los demonios de sus peores pesadillas, y los ángeles de los lazos que protegemos, solo pido eso, y prometo hacer honor a la confianza que habéis depositado en mí! —notaba cómo bullía el fervor en los ojos de sus soldados, que ahora levantaban sus sables con gritos de guerra. Querían partir, querían hacer suyo el mundo y desperdigar su bravura sobre la sufrida arena del desierto.

“Discurso bastante distinto al que daría el Kan Hulagu”, pensó el general Kitbuqa. “Él ahondaría en el miedo y el terror, ahondaría en nuestra sangre heroica y feroz. Pero este ha sabido llegarles a sus corazones como el mismísimo Kan”.

—¡El destino nos llama, hermanos! —gritó el comandante, emprendiendo una veloz carrera hacia el desierto, inmediatamente seguida por toda la caballería con gritos de guerra. El suelo vibraba, la tierra misma parecía sucumbir de miedo ante el peso del ejército más temido, que ahora partía rumbo a una nueva batalla.

“Este hombre”, pensó Kitbuqa, apurando la cabalgata para ir a su lado, viendo cómo todo el ejército lo seguía en un ensordecedor griterío que no había escuchado desde hacía años. “Sobrecoge solo estar a su lado”.

El ejército mongol partía de Baalbek para atravesar un cruento desierto que le guardaba sus propios secretos. Pero tupidos de esperanzas, deseos y anhelos entre el cabalgar ensordecedor sobre las castigadas arenas del desierto, los dignos herederos del imperio más poderoso que jamás conoció el mundo partían rumbo a una nueva conquista.

Pronto, el ejército invencible conocería su verdadero destino.

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Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 3” (POR GOLFO)

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Al llegar a casa, las dos me hicieron saber que querían descansar y por eso mientras ellas se quedaban viendo la tele, decidí irme a dar una vuelta por el pueblo. Esa huida era para darles la oportunidad de hablar entre ellas sin tenerme a mí merodeando por la casa. Por eso, antes de salir, cogí por banda a Paloma y le pedí que tratara de sonsacar a mi mujer sin ser muy directa.

―Deja eso de mi cuenta― respondió mientras aprovechaba para dar un buen magreo a mi paquete con sus manos.

Descojonado, la dejé hacer y cuando ya tenía una erección entre sus dedos, le di un azote mientras le decía:

―A mí no hace falta que me persuadas. Es a María a quien debes de convencer.

Mi “orden” le hizo gracia y poniendo cara de puta, contestó:

―Cuando vuelvas, te tendré una sorpresa.

La lujuria de su mirada al despedirse de mí me hizo saber que tenía una estrategia planeada y conociéndolo de antemano, eso no sé si me dio confianza o miedo.

«¿Qué se traerá entre manos?», pensé ya en la acera.

No tenía duda que esa mujer era inteligente, pero, aun así, me fui cabizbajo a tomarme una copa. Tras la barra del bar donde me metí, mis dudas solo hicieron más que crecer y por eso cuando a la hora creí que era el momento de volver, pensé que me encontraría en una situación bastante desagradable. Lo extraño fue que no estaban en la casa y eso me puso todavía más nervioso.

«¿Dónde se habrán metido?», mascullé entre dientes cuando con el paso de las horas no volvían.

Eran cerca de la nueve cuando recibí una llamada de mi esposa avisando que estaban esperando que les terminaran de preparar un pedido en el chino de la esquina y me pidió que fuera poniendo la mesa mientras tanto. El buen humor con el que me habló y las risas de Paloma que pude oír por detrás me confirmaron que todo había ido bien.

Deseando que llegaran, coloqué los platos, abrí un buen vino y esperé. En cuanto las vi entrar me percaté que habían bebido. Su tono desenfadado y el volumen de su conversación eran el de alguien con unas copas y por eso les pregunté que celebraban.

―Pronto lo sabrás― me soltó María y sin importarle la presencia de su amiga, me besó con lujuria.

La manera en que con su lengua forzó mis labios y el modo en que restregó su sexo contra el mío me anticiparon que esa noche iba a dormir poco, pero lo que confirmó que iba a ser así fue cuando uniéndose a nosotros, Paloma unió sus labios a los nuestros. Durante un minuto, dejé que mi lengua fuera de la boca de mi mujer a la de mi vecina mientras ellas no paraban de reír hasta que contagiado de su alegría, pregunté a que se debía tal saludo:

―He hablado con Paloma y hemos llegado a un acuerdo.

Sabiendo el contenido de ese trato, tuve que disimular y preguntar de qué hablaban. Fue entonces cuando mi vecina soltando una carcajada, me soltó:

―Como sabrás estoy divorciada y hace mucho que no hago el amor. Al contarle a tu mujer que soy bisexual y que me siento atraído por ella, me ha explicado que nunca sería capaz de ponerte los cuernos.

―Y ¿qué tengo que ver yo en eso?

Interviniendo, María hizo un puchero y con tono inocente, me dijo:

―Si participamos los dos, ¡no serían cuernos!

Alucinado por su descaro, insistí:

― ¿Me estáis proponiendo un trio?

En vez de contestarme las dos al unísono se arrodillaron frente a mí y sin darme posibilidad de opinar, me bajaron la bragueta.  Mi pene reaccionó al instante y por eso cuando mi mujer metiendo la mano lo sacó de su encierro, este apareció ya totalmente erecto.

Mientras me pajeaba, Paloma comentó:

―Se ve que tu pajarito está de acuerdo― para acto seguido acercar su boca y sacando su lengua, darme un lametazo.

Aunque María fue la que me informó de ese trato, aun así, busqué con la mirada su reacción y en sus ojos descubrí que lejos de enfadarse, mi mujer estaba excitada. La calentura que sintió al ver mi miembro en la boca de su amiga la hizo levantarse y desnudarse para acto seguido poniendo uno de sus pechos en mis labios, preguntar:

― ¿Te gusta la sorpresa?

Sin contestar, mi lengua recorrió el inicio del pezón que puso a mi disposición y al hacerlo, pegó un gemido mientras su areola se retraía claramente excitada.  Paloma al verlo, incrementó su mamada embutiéndose mi falo hasta el fondo de su garganta. Pero entonces, María pidió que siguiéramos en la cama, nuestra vecina a desgana se sacó mi verga de su boca y se quejó diciendo:

― ¿No podías haber esperado a que se corriera?

María ayudándola a levantarse, la consoló diciendo:

― ¿No prefieres ser la primera en ser follada?

La carcajada de Paloma evidenció que el cambio le gustaba y quitándose la ropa, nos guio ya desnuda hasta nuestra habitación. Al llegar a mi cama, las atraje con mis manos y alternando de una a otra, me puse a mamar de sus pechos. El saber que disfrutaría de esos dos cuerpos me hizo avanzar en mis caricias y les pedí que se acostaran junto a mí. Fue entonces cuando escuché que Maria me decía:

―Tranquilo, machote. ¡Tú relájate y déjanos hacer!

La mirada cómplice que descubrí en mi vecina me hizo suponer que ya lo tenía planeado y por eso cuando entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, supe que debía de quedarme quieto.

Paloma fue la que tomó la iniciativa y deslizándose por mi cuerpo, hizo que su lengua fuera dejando un húmedo rastro al ir recorriendo mi cuello y mi pecho rumbo a su meta. Cuando su boca llegó a mi ombligo, sonriendo me miró y al ver que en ese momento estaba mamando de los pechos de mi mujer, pegó un gemido y con sus manos comenzó a acariciar mi entrepierna.

― ¿Te gusta que seamos tan putas? ― preguntó mi esposa al sentir mis dientes mordiendo sus pezones.

―Mucho― respondí más interesado en sentir que en hablar, porque en ese instante mi vecina se había agachado entre mis piernas.

Al disfrutar de la humedad de su boca alrededor de mi pene, gemí anticipando el placer que ellas me iban a otorgar. Mi gemido fue la señal que esperaba mi esposa para unirse a la otra y compartiendo mi pene con su amiga, besó mi glande mientras la morena se apoderaba de mis huevos, introduciéndoselos en la boca.

Su coordinado ataque me terminó de excitar y chillando les grité que se tocaran entre ellas. Curiosamente fue María la que tomó la iniciativa y mientras seguía lamiendo mi polla, llevó una de sus manos hasta el trasero de Paloma.  Nuestra vecina se agitó nerviosa al sentir una mano de mujer recorriendo su culo y tras un momento de indecisión, imitó a Maria usando sus dedos para recorrer los pliegues del coño de mi mujer.

Las dos mujeres compitieron entre sí a ver cuál era la que conseguía llevar a la otra al éxtasis mientras se coordinaban para entre las dos apoderarse de mi falo con sus bocas. Alucinado me percaté que sin buscarlo mi esposa y su amiga se estaban besando a través de mi miembro. Sin darse apenas cuenta, los labios de ambas se tocaban mientras sus lenguas jugaban sobre mi piel.

La visión de esa escena y el convencimiento que esas dos me iban a regalar muchas y nuevas experiencias, aceleraron mi excitación y tanto María como Paloma al notarlo buscaron con un extraño frenesí ser cada una de ellas la receptora de mi placer. Os confieso que era tal el maremágnum caricias que no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene hasta que ejerciendo su autoridad María se apoderó de mi pene para ser ella primera en disfrutar de mi simiente.

― ¡Yo también quiero! ― protestó nuestra vecina.

Compadeciéndose de ella, mi esposa dejó que ambas esperaran con la boca abierta mi explosión, de forma que al eyacular fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron dos manos las que asieron mi extensión para ordeñar mi miembro y obligarlo a expeler todo el contenido de mis huevos.  La lujuria de ambas era tan enorme que no dejaron de exprimir mi pene y de repartirse su cosecha como buenas amigas.

Os confieso que jamás disfruté tanto como cuando ellas iban devorando mi semen recién salido hasta que convencidas que habían sacado hasta la última gota, me preguntaron que si me había gustado.

―Ha sido la mejor mamada que nunca me han hecho― respondí sin mentir en absoluto.

Al oírme alabar sus maniobras, sonriendo se tumbaron a mi lado y se abrazaron besándose. La pasión que demostraron y el modo en que entrelazaron sus piernas me hizo saber que no habían tenido suficiente y que querían amarse entre ellas. Sobre todo, me sorprendió el modo en que mi esposa se comió con los ojos los pechos de nuestra vecina y viendo su indecisión decidí ayudarla:

― ¿No te apetece darle una probadita? ― pregunté mientras pellizcaba los pezones de Paloma.

María se estremeció al verme masajeando esas dos tetas y sin poder aguantar más las ganas que la consumían se acercó y metió una de sus areolas en su boca mientras con su mano recorría el cuerpo de esa mujer.

― ¡Qué gozada! ―, gimió Paloma al notar que mi mujer iniciaba el descenso hacia su vulva.

María, al comprobar que su amiga separaba sus rodillas para facilitar sus maniobras, no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de nuestra vecina, acercó la lengua a su botón de placer. Ella al sentir su respiración cerca de su sexo, sollozó de placer y por eso cuando notó el primer dedo dentro de su vagina, pegó un grito y le rogó que no parara.

― ¡Pídemelo! ¡Putita! – respondió mi mujer al tiempo que usaba sus yemas para torturar el botón erecto de su amiga.

― ¡Fóllame! ― rogó Paloma ya completamente excitada.

Su confesión fue el inicio de una sutil tortura y bajando entre sus muslos, sacó la lengua para saborear por vez primera del fruto de su coño. La humedad inicial que lucía ya se transformó en un torrente que empapó la cara de mi mujer, la cual habiendo dado el paso se recreó lamiendo y mordiendo su clítoris. Al hacerlo, su trasero quedó a mi disposición y sin pensármelo dos veces, cogí mi miembro entre mis manos y la ensarté metiendo en su interior toda mi extensión.

Esa postura me permitió usar a María mientras ella seguía devorando con mayor celeridad el chocho de Paloma, la cual me sonrió al ver como empalaba a mi mujer. Metiendo y sacando mi pene lentamente me permitió notar cada uno de sus pliegues al ir desapareciendo en su interior y disfrutar de como mi capullo rozaba la pared de su vagina al llenarla por completo. Nuestra vecina al verla así ensartada y sentir su boca comiendo de su coño, no pudo reprimir un chillido y llevando las manos hasta las tetas de mi mujer, le pegó un pellizco mientras le decía al oído:

―Eres tan puta como yo.

Al oírlo, María bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse al tiempo que respondía:

―Lo sé― mientras totalmente excitada por ese doble estímulo me pedía que acelerara el ritmo de mis penetraciones.

Al obedecerla e incrementar el compás de mis caderas, gimió pidiendo que no parara para acto seguido desplomarse presa de un gigantesco orgasmo. Paloma al comprobar que mi mujer había obtenido su parte de placer y mientras todo su cuerpo se retorcía como poseído por un espíritu, me obligó a sacársela y actuando como posesa, sustituyó mi polla por su boca.

María al notar el cambio, unió un orgasmo con el siguiente mientras Paloma me pedía que me la follara sin parar de zamparse el coño de su amiga. Demasiado excitado por la escena, la agarré de los hombros y de un solo empujón acuchillé su vagina. No llevaba ni medio minuto zambullido en mi vecina cuando mi pene estalló sembrándola con mi blanca simiente.

― ¡No me jodas! ― protestó al comprobar que me había corrido y buscando obtener su placer antes que mi pene hubiese perdido su erección, me obligó a tumbarme y saltando sobre mí, se empaló totalmente insatisfecha.

Menos mal que mi mujer acudió en mi ayuda y mientras con los dedos la masturbaba, se puso a mamar de sus pechos hasta que pegando un aullido obtuvo su dosis. Agotada cayó sobre mí y con sus últimas fuerzas, rompió el silencio diciendo:

― ¡No me lo puedo creer! ¡Me habéis dejado caliente insatisfecha como una mona!

Sabiendo que era parcialmente mentira, María soltando una carcajada la besó diciendo:

―Tranquila, tenemos un mes para recompensarte.

Paloma, sonriendo, aceptó sus besos mientras me guiñaba un ojo.

8

Aunque esa noche entre María y Paloma me habían llevado al límite, fui el primero de los tres en despertarme y por ello pude contemplar sus cuerpos desnudos sin que se percataran del examen. He de decir que me quedé extasiado al observarlas. Siendo totalmente diferentes, eran dos pedazos de hembra por las que cualquier hombre daría la vida.

«¡Qué buenas están!», murmuré para mí mientras trataba de decidir cuál era más atractiva.

Para mi corazón la elección era clara: ¡mi esposa ganaba de calle! Que prefiriera a María, no era óbice para reconocer que Paloma conjuntaba la perfección de su cuerpo con una poderosa personalidad que la hacía irresistible y por ello seguía sin comprender como el imbécil de su marido la había dejado por otra.

Pensando en su sustituta, me dije:

«Será más joven pero difícilmente la juventud de una chavala puede competir con el pecho, la cintura de avispa y las piernas de Paloma. Con proponérselo, tendría media docena de pretendientes ante su puerta».

Aceptando ese precepto, miré a María. Mi compañera desde la infancia no le iba a la zaga, delgada, pero con unas ubres que te invitan a besarlas, me había hecho feliz muchos años y por nada pensaba en cambiarla.

Mirándolas me di cuenta de que, aunque había disfrutado toda la noche de sus cuerpos, seguía tan caliente como el día anterior. Por ello comprendí que de buen grado aceptaría que ese trío se convirtiera en algo permanente y sin darme cuenta, comencé a acariciarlas.

―Hola cariño― todavía somnolienta susurró mi esposa al ver que estaba despierto.

Cerrándole la boca con un beso le dije:

―Quiero verte haciéndole el amor a nuestra invitada.

María sonrió al escucharme y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus dedos comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de Paloma mientras desde un rincón del colchón observaba

―Es preciosa― me dijo cogiendo un pecho con sus manos.

Los pezones de la morena se erizaron al sentir la lengua de mi esposa recorriéndolos y sé que en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía al escuchar que gimiendo decía mi nombre mientras inconscientemente separaba sus piernas.

Mi señora al ver que le facilitaba su labor usó sus dedos para separarle los labios y acercando la boca se apoderó de su clítoris. Paloma recibió las nuevas caricias con un gemido y ya despierta abrió los ojos.

― ¿Me vas a despertar así siempre? ― susurró al ver que era María la que estaba penetrándola con un par de dedos mientras mordisqueaba el botón del placer que escondía entre los pliegues de su sexo.

―Calla y disfruta― dije pasando mi mano por uno de sus pechos: ―Me gusta ver cómo goza de ti.

Mas excitada de lo que le gustaría reconocer, se concentró en sus sensaciones al ser acariciada. Sabía que le gustaba se nuestra amante, pero alucinada se dio cuenta que le estaba entusiasmando la forma en que mi mujer le estaba haciendo el sexo oral.

―Nadie me lo ha comido nunca así― exclamó al notar que María añadía un tercer dedo a los dos que ya la estaban follando y dando un jadeo, presionó su cabeza para forzar ese contacto mientras le exigía que la hiciera culminar.

Es más, en voz baja, me pidió que me acercara. Al obedecer, cogió mi miembro ya totalmente erecto y, empezó a acariciarlo con su lengua. Ni que decir tiene que una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna.

―Quiero que sepas que para mí eres mi hombre y María, mi mujer― comentó mientras con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo.

Mi señora sonrió al ser tomada en cuenta y con mayor énfasis, siguió devorando el coño de la morena mientras con un gesto me pedía que la ayudara. Separando sus piernas puse la cabeza de mi pene en la entrada de cueva, pero, aunque todo mi ser me pedía el poseerla, no lo hice y usando mi glande, preferí dedicarme a minar su resistencia, jugando con su clítoris.

Mi mujer y mi amante, mientras tanto, se besaban excitadas, y buscando su propio placer se masturbaban una a la otra. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba y con el olor a hembra impregnando por completo la habitación, fueron cayendo en el placer.

 ― ¿Estáis cachondas? ― pregunté al contemplar que sus cuerpos se retorcían entre sí, en un baile sensual de fertilidad.

―Haz el amor a nuestra putita― me exigió María.

Sin medir las consecuencias, le di la vuelta y de un solo empujón le clavé mi estoque.

―Así amor mío, fóllame― rugió la morena.

Por un breve instante temí que mi esposa reaccionara en plan celosa y me la quitase de encima, pero en vez de ello decidió castigarla con una serie de rápidos azotes.

― ¡Qué haces! ― protestó nuestra vecina ya que nunca nadie le había tratado así.

La carcajada de María le hizo saber que debía de someterse o nos perdería para siempre. Consciente de ello, lloró al verse humillada, pero con cada azote en su mente se iba fortaleciendo la certeza de que deseaba entregarse y eso provocó que se empezara a excitar.

Sus lloros se convirtieron en sollozos callados antes de mirándonos a los ojos, pedirnos que no la dejáramos así:

― ¡Necesito tanto la polla de tu marido como tus golpes!

Acto seguido, ya totalmente sometida, se puso a cuatro patas en la cama y mirando a mi esposa, comentó:

―Castígame, pero deja que os ame a los dos.

Esa confesión junto con la hermosura de su cuerpo entregado afectó a mi esposa y dándole un beso, le dijo que siempre que supiera que ella era la primera, tendría un lugar en nuestra cama.

―Tú eres su mujer yo solo la otra― respondió arrepentida.

María al escucharla y sin cambiar de posición me repitió:

― Haz el amor a nuestra putita. Necesita ser tomada mientras la termino de domar.

Tras lo cual, reanudando sus azotes, me marcó el ritmo con el que quería que la tomara. Sin preguntar, recogí parte del flujo que manaba del interior de Paloma y le fui embadurnando su esfínter. María al percatarse de ello, sonrió aceptando que sodomizase a nuestra amante. Paloma al que le ponía mi pene en su entrada, echándose para atrás, se fue introduciendo mi sexo en el trasero.

― ¿Te duele? ― preguntó mi señora al advertir que había conseguido metérselo completamente.

―Si, pero me gusta― la contestó y como muestra de que no mentía, empezó a mover sus caderas mientras pedía que la volviera a azotar.

En un principio, María la dejé acostumbrarse al marcar un compás lento al saber que tanto el esfínter como la voluntad de Paloma se desgarraban con cada embestida y solo al ver que se relajaba, fue incrementando la velocidad con la que golpeaba sus nalgas.

― ¡Dios! ¡Cómo me gusta ser vuestra puta! – chilló descontrolada y ya sin control, me rogó que derramara mi simiente en su interior.

Esta vez no me contuve y penetrándola brutalmente, empecé a galopar con un único destino, el explotar en su trasero. Paloma sollozó al verse empalada nuevamente y cayendo sobre el colchón, me pidió que me corriese.

Al sentir que mi orgasmo era inminente, le dije al oído:

―Hagámoslo juntos― y desparramándome, eyaculé en su interior.

Ella se vio empujada al orgasmo al experimentar que mi semen la llenaba y pegando un berrido, gritó que nos amaba. María al oírla, nos abrazó y besándola dulcemente, la informó que ambos la queríamos.

― ¿Eso es cierto? ― me preguntó Paloma.

Las lágrimas de sus ojos me enternecieron y con una caricia en la mejilla, contesté:

―Tu ex se equivocó cuando te pronosticó una vida de soledad. Con nosotros has encontrado una familia que te desea y que te quiere.

Al escuchar mis palabras, la vecina, nuestra putita y fiel amante, se echó a reír como una histérica…

Relato erótico: “Viviana 2” (POR ERNESTO LÓPEZ)

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SECRETARIA PORTADA2Viviana 3

Sin títuloEmpezó con su relato, un poco desordenado por el alcohol y por el apuro de cumplir con mi exigencia para que la siguiera garchando.

Muy de niña, 7 u 8 años descubrió por casualidad que tocándose la conchita sentía cosas agradables. Fue experimentando y encontrando que era lo que más le gustaba, además de los deditos se empezó a introducir otras cosas: lápices, marcadores, mangos de cepillos.

Su madre, una mujer muy católica y estricta, solía pegarle por la mínima travesura y encerrarla durante horas en un baño de servicio. El padre siempre estuvo ausente, trabajando en su escritorio o los fines de semana visitando algunos de sus campos.

Un día la mamá la encontró en su cuarto con el camisón levantado, sin bombacha, en pleno goce, metiéndose un marcador bastante grueso en la concha, casi la mata, allí mismo la desnudó y le pegó hasta cansarse con la zapatilla. Le dejó todo el culito rojo y la encerró en el baño por un largo rato gritándole que no se le ocurriera tocarse.

Esto sólo logró que se excitara más, al haberse interrumpido su paja y saberse descubierta no sólo no la inhibió, sino que aumentó su calentura; ni bien se fue su madre se volvió a masturbar en silencio, mordiéndose la lengua para no hacer ruido y terminó con lo que habían interrumpido.

A partir de ese día supo que lo que hacía no era original: por todas las barbaridades que dijo su mamá era algo ya inventado, pero prohibido; lógicamente se dedicó con todo su empeño a tratar de averiguar más.

Preguntó a sus compañeritas del colegio de monjas, algunas hacían lo mismo que ella, otras que tenían hermanas mayores estaban mejor informadas, le fueron contando y así obtuvo algunos datos, escuchó por primera vez palabras como coger, concha, paja, poronga, de sólo oírlas se mojaba.

En su búsqueda de conocimiento le preguntó a una monjita joven quien se mostró muy interesada en colaborar, a los pocos días la llevó a su cuarto y tuvo su primera experiencia sexual con otra persona, aun recuerda como disfrutó el sexo oral que recibió pero más el que ella le practicó a la monja siguiendo sus enseñanzas.

Lamentablemente a la monjita la trasladaron al poco tiempo y se quedó sin su amante, tuvo que seguir con sus prácticas solitarias las cuales fue mejorando. Aprendió que también le daba placer tocarse los pezones, meterse un dedo en el culo, sentir su olor y después chuparlo, a veces se aguantaba hasta el dolor las ganas de mear, eso también la hacía gozar.

Su madre seguía con las palizas, por sorprenderla en sus toqueteos o por otros motivos, a veces a mano limpia, a veces con una zapatilla o con una gruesa regla de madera pero no había semana que no recibiera algún castigo. Siempre le sacaba la bombacha antes de pegarle incluso si había otras personas presentes, parecía incluso que prefería hacerlo cuando estaba alguna de sus amigas en la casa.

Viviana lo disfrutaba y precedía a una paja desaforada, muchas veces hacía macanas a propósito para que le dieran una buena tunda. Tanto se acostumbró a esto que si no recibía un castigo de su mamá, ella misma se autoflagelaba de alguna forma para sentir dolor antes y durante la masturbación.

Siguió así durante toda la primaria, ya sabía en teoría lo que era coger y deseaba empezar cuanto antes, pero casi no tenía contacto con varones y se hacía difícil. Así que tuvo alguna otra relación lésbica con alguna compañerita y más que nada disfrutaba los placeres solitarios de infinitas pajas. Eso si, fue probando metiéndose en sus dos agujeros objetos más contundentes, el mango de la escobilla, vegetales apropiados, botellas y frascos, aerosoles de perfume. etc. Nunca supo cuando perdió su virginidad.

La secundaria la hizo en un buen colegio bilingüe MIXTO, por supuesto que se sintió en la gloria, no había transcurrido un mes de clases y ya tenía un noviecito con el cual logró su primer polvo con una verdadera pija.

A los pocos meses ya se había cogido a la mitad de los varones del curso y seguía probando, no era que no le gustaran, pero quería conocer otros, además la mayoría la trataba como a una princesa y eso no la satisfacía, la mayoría de las veces se quedaba con ganas de más.

Por supuesto su fama se fue difundiendo por el colegio y pronto tuvo ofertas de chicos más grandes, de años superiores, allá fue y se encamó con muchos de ellos, algunas veces con varios juntos, tuvo su primera doble penetración antes de ser señorita.

Ya era una experta cogedora cuando llegó la menstruación, se lo comentó a su madre y esta se ocupó, no de contenerla ni ayudarla, sino de asustarla con la posibilidad de quedar embarazada y exigirle llegar virgen al matrimonio, si supiera…

Pero algo de éxito tuvieron sus palabras, disminuyó un poco los encuentros con chicos y se dedicó más otra vez a las pajas y a las mujeres.

Así encontró algo nuevo: dos compañeras que siempre estaban juntas y se rumoreaba que eran tortilleras; se acercó a ellas, al principio no le dieron bola, casi se les regaló, algo la atraía.

Resultaron ser pareja y la aceptaron como su juguete sexual, le hicieron jurar que si quería estar con ellas debía transformarse en su esclava y hacer absolutamente cualquier cosa que le pidieran, aceptó feliz.

Se sentaban las tres juntas, en el mismo banco, a veces le tocaba el extremo que daba al pasillo donde más la veían los profesores, en esos casos la hacían mostrarse de la manera más impúdica, se tenía que levantar la pollera después de que le habían sacado la bombacha, le hacían abrir las piernas y que la vieran así profesores/as y compañeros/as.

Otras veces se tenía que abrir la camisa del uniforme casi dejando las tetas al aire luego de que le habían pellizcado fuerte los pezones para que estén bien parados y le escribían sobre las tetas con marcador al alcohol PUTA, CERDA y otras cosas por el estilo. Antes de volverse a su casa pasaba largo tiempo en el baño tratando de borrar esas leyendas, nunca le devolvían la ropa interior.

Cuando la sentaban al medio de ambas se pasaban toda la clase masturbándola sin compasión, pellizcando sus pezones, metiéndole cualquier cosa en el culo y obligándola a sentarse hasta que se enterrara bien, ella no podía decir nada y debía aguantarse para que no se dieran cuenta los docentes, aun así creía que muchas veces se hacían los distraídos.

Todos los días imaginaban una humillación o un castigo nuevo y ella era la chica más feliz sobre la tierra, sólo se entristecía cuando la ignoraban. A medida que fueron tomando confianza y viendo que Viviana respondía, fueron subiendo el nivel de perversión.

Un día, en el último recreo la hicieron ir al baño, buscaron el cubículo más sucio, mearon ambas y después obligaron a Viviana a tomar el agua del inodoro junto con las anónimas meadas anteriores, mientras le pegaban en el culo y la pajeaban sin parar, quedó hecha un asco pero feliz.

Otras veces la exhibían impúdicamente en público, en el centro comercial, en la calle, hasta en la iglesia, obligándola siempre a mostrar a quien quisiera verla sus tetas, su concha o su culo.

Una vez la desnudaron completamente y la dejaron en un baño de un bar llevándose la ropa, ella se metió en un cubículo dejando la puerta entreabierta para ver cuando volvían, pero pasaron horas, crecía la angustia y no sabía que hacer; a las cansadas aparecieron, se hicieron chupar las conchas antes de devolverle su ropa, Viviana, agradecida, lo hizo con más empeño que nunca y bebió con placer cuando se mearon en su boca.

Más adelante se les ocurrió que podían ganar dinero además de humillarla aun más y la empezaron a alquilar, primero a compañeros del colegio, pero estos a su vez corrieron la bola y se fue ampliando el mercado.

Así tuvo que coger con hombres y mujeres que la trataban como lo que era: una verdadera puta, aunque ella no recibía nada más que la leche de los clientes, la plata era para sus dueñas. En esta época participó de verdaderas fiestas, como las “amigas” eran chicas confiables, su mamá la dejaba quedarse el fin de semana con ellas, estás la obligaban a ser el centro de atracción de verdaderas orgias sadomasoquistas donde era el juguete sexual de pervertidos y degenerados.
De allí se iba el lunes al colegio demacrada, fundida, con todo el cuerpo dolorido, pero feliz,

Eso si, la cuidaban, ellas se ocuparon de conseguirle las pastillas anticonceptivas para que pudiera coger sin forro sin riesgo de quedar embarazada.

Mientras me contaba todo esto alternábamos entre seguir tomando whisky y coger. Me calentaban mucho sus comienzos infantiles y el morbo que la había rodeado toda la vida.

Cuando llegaba a las partes más perversas notaba que le daba cierta vergüenza hablar, una cosa es dejarse llevar por la calentura y otra contárselo a un casi extraño. Yo aprovechaba, le pedía más detalles, que me cuente que había sentido y le exigía que no se le ocurriera ocultar nada.

Terminada la secundaria continuó con sus estudios, ingresó en la universidad, en la carrera de sicología, pero más que nada seguía de joda, ya era mayor de edad y su madre no podía dominarla, tuvo que dejar de pegarle (ya era grande) y Viviana vivía para dar rienda suelta a sus deseos.

Pero la madre encontró la forma de frenar sus bajos instintos, la encaró un día y le dijo que si no terminaba con sus andanzas se tendría que ir de la casa, que ellos no iban a mantener a una puta que andaba todas las noches acostándose con cuanto tipo había.

Viviana lo pensó, por unos días pasó por su cabeza la idea de irse y dedicarse profesionalmente a lo que mejor sabía hacer: coger. Pero no era tan fácil, sabía que tendría que buscar un “protector” el cual se quedaría con un parte importante de las ganancias, tenía que alquilar un departamento, etc

Además estaba muy acostumbrada a vivir bien, su padre era rico y siempre había tenido todo lo que quería, sería muy difícil mantener ese nivel de vida.

Entonces hizo lo más sencillo, juró a su madre que enmendaría su vida, dedicó más tiempo a sus estudios y se ocupó de disimular muy bien cuando lograba encamarse con alguien fingiendo estar en la biblioteca o estudiando con una amiga.

Un día conoció un chico bastante lindo que estudiaba para marino mercante, se pusieron de novios y luego de un tiempo se casaron, en realidad a ella nunca le gusto la idea de estar casada, pero este era el candidato perfecto: cuando se casaron él estaba recién recibido.

Volvieron del la luna de miel que pagó papá en el Caribe (donde cogió por primera vez con un negro bien pijudo) y en poco tiempo el marido partió en su primer viaje, dejándola sola por más de un mes.

Nuevamente en la gloría, ahora su madre no podía ejercer su control, ella supuestamente seguía estudiando, pero lo que realmente estudiaba era la forma ser más promiscua cada día.

Volvió a garchar con todo lo que podía, hombre, mujer incluso algún perro. Cuenta que fue la mejor etapa de su vida porque por fin podía dar rienda suelta a sus deseos sin que nadie la controlara.

Encontró algunos amos y amas que eran sus relaciones preferidas, algunas con mucho dolor y humillación, pero también cogía con cualquiera que pintara, no lo hacía asco a nada.

Así fue que una vez, por una apuesta con una amiga, se cogió a 15 tipos al hilo, terminó llena de leche pero la otra tuvo que pagar la cena.

Otra vez en una quinta armaron una orgía de fin de semana, en pleno verano la estaquearon desnuda al sol todo el día sin darle agua ni comida, sólo de vez en cuando venía alguien, le quitaba la mordaza y la meaba en la boca, ella agradecía. Pasado el medio día la dieron vuelta y las pusieron de espalda para cocinar el otro lado. A la noche la vinieron a buscar, no podía ni caminar, la llevaron entre dos en andas, la colgaron con las manos juntas de la rama de un árbol y azotaron su cuerpo con ortigas, cuenta que fue el dolor más intenso que sintió en su vida, tuvo varios orgasmos muy intensos mientras le pegaban.

Siguió con esta rutina bastante tiempo, el marino viajaba y ella disfrutaba, sólo un semana cada tanto debía portarse bien y hacer de esposa, el resto del tiempo tenía vía libre para disfrutar del sexo más bizarro que conseguía.

Hasta que un día quedó embarazada, no estaba en sus planes, parece que fallaron las pastillas y ante el hecho consumado decidió tenerlo, aunque no estaba segura quien era el padre.

Estando embarazada siguió cogiendo como siempre, aunque se cuidó un poco de las sesiones de sado, sólo aceptaba humillación o castigos suaves.

Nació el nene y por un tiempo frenó sus farras, tenía que ocuparse del niño y no tenía casi oportunidad de salir, aunque recibía muchos llamados de amantes que querían aprovechar que estaba amamantando para beber su leche.

De vez en cuando conseguía dejar al niño con alguien y se hacia una escapada a revolcarse con algún degenerado. Como eran pocas las oportunidades había que aprovecharlas al máximo, así que siempre elegía alguien bien morboso para darle.

Cuando el nene tuvo edad suficiente lo llevo a una guardería, así logró tener algo de tiempo para ella y echarse un polvito rápido o, más a menudo, poder hacerse una buena paja recordando sus andanzas. En estos casos le gustaba autoflagelarse, se pegaba a si misma, se ponía broches de la ropa en las tetas y la concha, se clavaba alfileres, comía porquerías y recién allí se metía algo bien grande para llenarse la concha y gozar como la perra que era.

Cuando el hijo creció empezó a ir al jardín de infantes y ella dispuso de un poco más de tiempo, pero en la mañana no era muy fácil encontrar alguien disponible, así que muchas veces seguía con sus sesiones solitarias.

Y allí llegué yo, no era un adonis pero tenía una pija nada despreciable, mucha energía sexual y lo más importante: podía disponer con bastante libertad de mi tiempo.

Estaba muy claro que, si bien Viviana era la esclava y yo el amo, en realidad siempre llevó ella el control de nuestra relación, ella la buscó, después la llevó para el lado del sado que era su preferencia y me fue demostrando muy explícitamente que le gustaba.

Estaba amaneciendo cuando me fui de su casa, ella quedó medio borracha, agotada de tanto coger, en un rato tenía que llevar el nene al jardín, todo perfecto, yo me fui a descansar.

Continuará

Relato erótico: ” MI DON: Penélope – Crisálida (44)” (POR SAULILLO77)

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Veo que lo del prólogo se esta haciendo pesado así que lo elimino, cualquiera que quiera seguir la historia puede leer algún relato de los primeros, respecto a los errores ortográficos trato de que no haya muchos pero ya no se que más hacer, le paso varios correctores, y releo bastante, así que siento si no puedo mejorar más.

Os agradezco a todos los comentarios positivos y negativos, así mejoro, pero oye, los positivos me suben el ánimo.

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Lo que podría ser un problema, y de hecho lo es para mucha gente desde que empezó la crisis, quedarte sin un trabajo estable en mitad de una “recesión” económica, se había vuelto algo de lo más divertido, se que puede resultar cruel para esas personas pero tampoco voy a disculparme por que me fuera bien las cosas, llevaba casi 2 meses trabajando en la venta de seguros, un empleo de tantos como salían de ese estilo, pero gracias a mi atractivo físico y algo de mis desvergüenza estaba ganándome algo de dinero extra para mis gastos y seguir ahorrando. Como os dije la situación económica en mi casa era holgada, mi padre trabajaba, mi hermana también y mi madre se había montado una pequeña guardería clandestina y las ricachonas del bloque le dejaban a sus hijos cuando no sabían que hacer con ellos, era gracioso oírla hablar diciendo que desde que dejaban a los niños con ella se portaban mejor, y más entretenido era verla meterlos en vereda, era como verme a mi mismo con 5 o 6 años siendo regañado una y otra vez, verla sentada observado como hacían los deberes y hasta los usaba para limpiar la casa si se portaban mal, pobres críos. Así que por esa parte, sin gastos del piso y habiendo vendido el coche antiguo de mi padre, todos ganaban lo suficiente para vivir sin agobios, sin despilfarros, y ahorraban de su dinero.

Por mi parte entre lo que me quedaba de Madamme y lo que ahorré del supermercado tenia 50.000€ para cualquier emergencia, lo ganado ese mes de trabajo me bastó para cubrir mis gastos, no era ideal pero así trabajaba en algo y no tenia que tirar de mis ahorros. Eso, de por si, ya seria bueno, pero lo mejor es que me lo pasaba bien en el trabajo, Alexis, la jefa de ventas mixtas, como prometió, habló con Luis, el jefe de ventas telefónicas y me enterré que supervisor de esa sucursal, para asignarme a su departamento, pero a Luis no le gustaba que los novatos no trabajaran en todas los departamentos, supongo que tenia sentido querer que aprendiéramos de todo antes de asignarnos algo en concreto, así que esos meses me pasaba 2 o 3 días en teléfonos, luego en la calle y otros días en mixto, rotando con mis compañeros, Hugh, el otro varón de mi “promoción”, era un desastre en ventas telefónica pero siempre que era en pwesona, en mixtos o calle, se lucia, imponía un respeto solo con su presencia y su voz grave, Cameron y Pamela demostraron que por teléfono eran muy buenas, sobretodo la voz dulce y acaramelada de Pamela, mientras Cameron desprendía una alegría natural que te enamoraba oír teléfono. A Kate le pasó lo mismo que a mi, Alexis la pidió para su departamento, aunque hacia ventas donde la pusieras, sus ojos verdes arrasaban en las ventas mixtas. A la pobre Jessica la echaron a las 2 semanas, hizo 1 sola venta y no la perdonaron pese a que se rumoreaba que le había tirado los trastos a Luis, y Penélope estaba en la cuerda floja, hacia 1 venta al día, pero muchas veces eran de bajo nivel y estaba por tener un par de días malos y que la echaran.

Yo no hacia tantas ventas por teléfono, hice algunas pero no se me daba bien, necesitaba tener a la persona delante para leer por donde tirar, en la calle con Encarnación me iba mejor, incluso alguna venta mía se la pasé a Penélope para que al menos tuviera 1, era parte de mi plan de tirármelas a todas, no os confundáis, mi Leona y Lara me tenían feliz pero no podía evitar desear a otras, y ya había perdido la oportunidad con Jessica. Penélope era tan tímida que le costaba hablar con gente desconocida, pero me caía bien, así que la ayudaba con la esperanza de que se sintiera en deuda, y aparte por que así mi nº de ventas en calle era inferior a las mixtas, y así me pusieran con Alexis, mi objetivo real. Daba igual con quien fuera en las ventas mixtas, todos eran igual, trabajan a su manera, sin la frialdad de un teléfono o el “abc” de la venta desde 0, ninguno vendía como Alexis, supongo que por eso era la jefa, pero todos eran muy hábiles, usando psicología, sexo, o argumentos, cada uno tenia su manera o improvisaban, y me gustaba aprender un poco de todos ellos, pero siempre era muy liberal, muy anárquico, sin prisas y más como colegas que como trabajo, y me atraía mucho es forma de trabajar desenfadada.

Respecto a mi vida sexual no tenia queja, más tarde o más temprano acudía a comer a casa de mi leona, y follábamos con cada idea depravada que se me ocurría, siempre sacándola mi ración de leche lactante de su pechos, fue un ritual delicioso, volví a ciertas paginas web, incluida esta, en busca de ideas, algunas me parecían demasiado denigrantes pero cuando se quedaba sin que decirla recurría a ellas y mi leona se mostraba encantada, daba igual cuanto la menospreciara, si la mordía el hombro, ya endurecido, podía pedirla lo que fuera, su pobre marido cada día me importaba menos, era un cornudo y un payaso para mi, tener a semejante hembra y no disfrutarla era casi un pecado, una de las pruebas fue que se grabara con una de mis cámaras haciéndolo con su marido, para después imitarle pero siendo yo quien la follaba, la comparación era tan desigual que la humillación a su marido la puso aun más caliente. Después acudía al piso de estudiantes con las chicas, me sentía cómodo allí con ellas, seguía dándolas clases de conducir que ya no necesitaban a Lara y Naira, pero me gustaba, Alicia también se venia, pero últimamente salía con un grupo de chicos de la universidad, y me dijo que andaba detrás de un chico bastante mono, me alegré mucho por ella, aunque en el fondo tenia un sentimiento de sobre protección o recelo, ¿pero quien era yo para negarle seguir con su vida?, así que la di mis bendiciones, aunque no me las pidió ni yo tenia potestad para dárselas. Si estaba despejada la casa, Lara y yo nos dábamos a lo bestia, me tenia que contener cuando la metía por su coño, pera no rozarla la pared del útero, pero en ese mes ya tenia su culo más que dominado, y gozábamos de largas sesiones anales, seguía gritando como un cochinillo pero ni rastro del dolor de antes, o si lo había lo gozaba, además “inventé” una nueva posición con ella a 4 patas metiéndosela por el culo, pero le cogía los brazos como riendas de un carro, teniéndola en vilo, con su enormes senos colgando lo justo para que se movieran pero rozando con los pezones en la cama, lo que la volvía loca y la hacia correrse sin parar. Por motivos obvios, cuando estaba Alicia no hacia nada, pero si estaba Mara me incendiaba con la pobre Lara para que el sonido de sexo, sus gritos y los míos se le metieran en la cabeza.

Esas Navidades pasaron tranquilas, nada a destacar, y fue Lara la que me mantenía cubierto, mi Leona estaba con su marido y su hijo, y la verdad, me estaba cansando de estar a escondidas con ella, si, tenia cierta dosis de riesgo y aventura, pero ni el sexo animal y brutal que manteníamos valía para compensar tener que vernos a escondidas cada vez. Por lo tanto acortaba las visitas a su casa hasta ser casi nulas, y me pasaba gran parte de aquellas fiestas en la casa de estudiantes, salvo las fiestas que por movidos obvios se celebraban en mi casa, o mejor dicho la de mis padres. Fue pasadas las festividades cuando empecé a maquinar como llevarme al huerto a media oficina, como me suele pasar, si no tengo un objetivo me aburro, me siento perdido, necesitaba un estimulo y el mío era que cayeran todas las chicas del trabajo, Jessica ya no estaba, pero aun quedaban Cameron, Penelope, Kate y hasta me daba morbo Pamela pese a su piel arrugada y estirada de la cirugía, más que por ella sola era por ganarle la partida a Hugh que iba detrás de ella según decían, y como no, la guinda del pastel, Alexis, una vendedora implacable, cruel y déspota. Ya os conté que en nuestro 1º flirteo tuve que descubrir mis cartas para que ella dejara de mangonearme y me tomara en serio, fue una buena jugada por que no muchos hombres la hablarían con esa dureza y franqueza, pero me dejaba sin opciones claras, que ella fuera una depredadora era obvio para cualquiera que la viera mas de 5 minutos, pero ahora ella sabia que yo también lo era, o al menos, lo suficientemente fuerte como para no solo no caer en sus juegos, si no tirárselos a la cara.

Pero dejaría a Alexis para el final, seria el último partido de una liga muy larga, el 1º objetivo debía de ser la chica más fácil, a mi entender era Cameron, era la candidez y la dulzura en persona, tan alegre como inocente, sin duda era la mejor opción, si no fuera por que tenia novio, obviamente era muy guapa y con esa personalidad no era raro, así que fui a por la 2º de la lista, Penélope, era muy tímida, y eso la hacia vulnerable pero de difícil acceso, le costaba soltarse pero conmigo tenia un buen rollo natural, se sentía agradecida por las ventas que le cedía, y era de los pocos de la oficina con los que hablaba, además era muy posible que la echaran en cuanto decayera lo más mínimo en las ventas, tenia que darme prisa, tuve que esperar para que en una de las rotaciones me tocara algo con ella, en la calle con Encarnación, nos dividían en parejas y te pateabas una calle, hice pareja con ella, y nos metíamos en los locales o las casa a vender, yo llevaba la voz cantante, gracias a su presencia mi corpulencia no asustaba tanto a una señora que abriera la puerta sola en casa, intentaba, más que vender, meterla en la conversación, pero era monosilábica, apenas participaba, vendí unas cuantas y al tener un numero de ventas decente , y aun quedarnos unas horas para el punto de regreso, la invité a un café para charlar y resguardarnos del frío.

-YO: vas muy elegante hoy……..- se lo dije con sinceridad, un traje de vestir azul marino con zapatos altos, pantalón campana y chaqueta a juego, con una blusa blanca ligeramente escotada, con una coleta de carácter serio en su espesa melena oscura, y con unas enormes gafas que le daban un aire agradable al rostro, con unos profundos ojos negros.

-PENELOPE: gracias….- lo dijo al levantar la vista de la mesa donde se había sentado, estaba algo abrumada – ….tu.. ….tu también…..- pura cortesía, ni se había fijado en mí.

-YO: no te sulfures mujer, ya remontaras…….- la acaricié el codo apoyado en la mesa, algo que le sacó una sonrisa leve.

-PENELOPE: es que no se que me pasa, me lo se todo, recuerdo las técnicas y que cosas decir, pero llega el momento y …y me bloqueo.

-YO: son nervios, le pasa a mucha gente.

-PENELOPE: ya lo se, si en el colegio me pasaba igual, en los orales no daba una, pero no me lo puedo permitir aquí.

-YO: es cuestión de soltarse, tratarles como amigos desde la 1º vez.

-PENELOPE: ya, es fácil para ti, pero a mi me cuesta mucho……

-YO: ¿y por que crees que es fácil para mí?

-PENELOPE: por que eres listo, seguro, impones, no se……eres tan abierto, yo no pudo ser así.

-YO: ¿crees que no eres lista o segura? – torció el gesto.

-PENELOPE: no…..bueno si, soy lista eso lo se….

-YO: y muy guapa – aseveré, ella esbozó una sonrisa.

-PENELOPE: ya, pero no como tu, al hablar se te ve tan tranquilo y tan concentrado, conectas con la gente, y yo no tengo eso.

-YO: eso es por que soy un desvergonzado.

-PENELOPE: ya te veo, y no sabes como te envidio.

-YO: no me tienes que envidiar nada, sacarais más ventas que yo si te mostraras así de abierta, como ahora, con los clientes.

-PENELOPE: pero no es lo mismo, a ti te conozco.

-YO: no habremos pasado ni 1 día juntos desde que empezamos, y ya me tiras piropos y todo – sonrió de forma leve tapándose los labios con la mano a medio cerrar, jugando con la otra mano con la taza de café.

-PENELOPE: no bromees, esto es serio para mí, necesito el dinero.

-YO: no pasa nada, mientras despegas te puedo pasar un par más de ventas, hoy son 4, con eso tiras toda la semana.

-PENELOPE: pero son tuyas……

-YO: nuestras, hemos ido juntos y en la ultima me has ayudado con el tema del seguro de casa que no me lo sabia – era verdad.

-PENELOPE: ya pero tu has hablado con los clientes mientras yo asentía como un loro amaestrado, no es justo para ti.

-YO: son tuyas y así se las voy a pasar a Encarnación, yo ya tengo para cubrir el mes – su mirada era una mezcla de decepción y gratitud, quería seguir negándose, pero realmente necesitaba el dinero.

-PENELOPE: muchas gracias, de verdad que te las devuelvo en cuanto…….puf……no se ni cuando – me cogió de la mano con delicadeza, la acaricié con los dedos.

-YO: no te preocupes, que seria de un caballero si no ayuda a una dama en apuros.

-PENELOPE: jajaja que bobo, pero no puedo aceptarlas sin más, eso es caridad…. ¿y si me enseñas?

-YO: ¿a vender?

-PENELOPE: claro, se te da bien, puedes enseñarme trucos – puso la espalda recta, atenta – dime, ¿que puedo hacer para mejorar?

-YO: no te puedo enseñar a vender con trucos, como dices ya te los sabes, y los seguros los conoces mejor que yo, ya lo has demostrado, no es eso lo que necesitas.

-PENELOPE: ¿y que necesito según tu? – vi la 1º oportunidad de “meterla mano”.

-YO: tienes que hacer el tonto, en público.

-PENELOPE: ¿que?

-YO: así de fácil, te sabes los trucos y las pólizas, lo que te impide vender es tener vergüenza, si dejas de tenerla la información fluirá por tu cabeza y no te quedaras pasmada.

-PENELOPE: ¿pero como, alguna técnica de relajación o……?

-YO: pufffffff no me jodas, eso es de gurús baratos y vende libros de auto ayuda, hacer el tonto, sin más, gastar una broma a alguien, tensar la cuerda, dar vergüenza ajena y que no te importe.

-PENELOPE: ¿eso crees?

-YO: calor que si, venga, empezamos ahora, elige a alguien – señalé el local.

-PENELOPE: ¿pero aquí y ahora?- se agachó hablando en voz baja.

-YO: por que no, es un buen sitio.

-PENELOPE: ¿y para que voy a elegir?

-YO: tu señala a alguien – se ponía amarilla mirando a su alrededor.

-PENELOPE: no se……a ese anciano de ahí – lo señaló con disimulo, un hombre mayor sentado solo.

-YO: esta bien……déjame pensar que podemos hacerle…….- lo tenia claro, pero tenia que parecer natural – ….ya se, tu sígueme el rollo y no te rajes, ¿vale? – sonrió bebiendo del café caliente, escondiéndose tras la taza.

-PENELOPE: ¿pero que le vas ha hacer?

-YO: yo no, los 2, ven dame la mano – me puse en pie y me la dio temblando, la puse en pie, nos “disfracé” yo algo más desenfadado abriendo la camisa y sacándola por fuera de los vaqueros, por inercia la abrí la chaqueta a ella y le quité la coleta azuzándola el pelo, se dejaba hacer, estaba tan nerviosa que la podría desnudar y me hubiera dejado – bien, ahora nos acercamos y nos sentamos , finge que somos novios, cógeme la mano y habla raro, como mascando chicle – no la di tiempo a decir nada, la cogí la mano y tiré de ella andando con zancada amplias y chulescas.

La di un azote en el culo antes de dejarla pasar y sentarse enfrente del señor, para luego sentarme a su lado negándola el paso, la cogí de la mano pasándola por detrás de su cabeza con los dedos entrelazados.

-YO: ¿hey, que pasa abuelo? – mi tono era el justo de payaso tontaina.

-SEÑOR: ¿disculpe?, ¿nos conocemos de algo? – nos miraba perplejo, Penélope tenia la cara seria pero seguía el papel.

-YO: pues no se, churri, ¿nos suena su cara? – la azucé con el brazo para que hablara.

-PENELOPE: pu……pues no se…..su geta no me hace……- sonrió al oírse hablar.

-YO: ya ha oido abuelo, no nos suena de nada su cara, ¿me entiende?

-SEÑOR: no os entiendo, ¿queréis algo?

-YO: pues algo si queremos, pero nos da palo pedirlo sin más, no se, queremos conocerle antes y eso….

-SEÑOR: perdonada pero estoy muy ocupado, y no tengo tiempo para tonterías.

-YO: puffff muy ocupado dice el carcamal…..- reía mientras le daba un beso en la mejilla a Penélope.

-SEÑOR: un poco de respeto chaval.

-YO: cierra la boca viejo, que cuando te diga lo que se nos ha ocurrido te vas a cagar……

-PENELOPE: eso……..que no te enteras yayo – firmó la frase con un gesto con la mano libre.

-YO: pos eso, escucha, a mi nena y a mi nos molan los jueguecitos y tal.

-SEÑOR: ¿y a mi que más me da?

-YO: pos a eso voy, mira al ansioso, es que nos ha dado por lo del…..ya sabe…..probar cosas nuevas y eso, y nos molaria mucho que nos ayudara.

-SEÑOR: no te entiendo……

-PENELOPE: joe con el vejestorio, no se pispa….- esta vez fue ella la que, roja de vergüenza me besó la mejilla casi golpeándome con los labios

-YO: si es…ajuste el sonotone, que no se entera, a mi nena le mola eso de ………los tríos y tal…….- Penélope cerró la mano de golpe apretándome la mía, totalmente asustada, manteniendo la fachada – ………y yo por mi nena mato, ¿entiendes?, si ella quiere polla se la doy, y si quiere droga se la doy, por que la quiero, y si le molan estas cosas…..pues se las doy – daba un golpe sobre la mesa más fuerte que el anterior con cada cosa que decía, llamando la atención de todos en el bar.

-SEÑOR: calmante, no hace falta que des golpes, me parece muy bien que la quieras, pero esto no tiene nada que ver conmigo – la cara del señor era un poema.

-YO: pos si que tiene que ver, a mi no me mola que ningún chorbo se meta en mi cama con la Juani – moví a Penélope para señalar que me refería a ella – pero si meto a otra en mi cama esta me corta las pelotas….así que hemos pensao que un abuelete seria buena idea, para que no nos pongamos celosos, te hemos visto y nos has molao, así que….. ¿que me dices? – casi se le cae la dentadura postiza al suelo al pobre señor, y sentía las uñas de Penélope clavadas en mi mano.

-SEÑOR: ¿pero tu estas mal d ea cabeza? – se encolerizó por que se daba cuenta de las risas de fondo de los demás clientes.

-YO: pero tranqui yayo, a ver si te va a dar algo, ¿que es lo que te molesta?

-SEÑOR: mira…..- suspiró profundamente – ….voy a ser educado y no mandaros a la mierda como os merecéis, a mí no me van esas cosas, gracias por la oferta pero buscar a otro, eso se hace en privado.

-YO: ¿¡¡pero no va y dice que no!!? – miraba a Penélope, mezcla de actuación, mezcla para que metiera baza, pero estaba demasiado congestionada aguantando no reírse – ¿pero tu has visto a mi Jeni?, mírala que cara – le cogía de los carrillos – y que labios – la besé en ellos dejándola blanca – y por dios, ¡mira que tetas tiene! – se las agarré con tanto descaro que hasta a mi me dio apuro – ¿es que la pasa algo a mi jeni? ¿No es buena para ti? – me puse en pie encolerizado.

-SEÑOR: no, por dios, no me mal interpretes, es muy guapa, pero yo no……- se puso en pie dejando el dinero en la mesa mientras las risas del local eran unánimes.

-YO: pero no te vayas tronco, que te lo pido de rodillas – me arrodillé, según se iba le perseguía – ¡¡¡por favor, no me rompas el corazón tío!!! – salió casi corriendo de allí.

Al ponerme en pie alguno hasta seguía grabando con el móvil, yo me estaba tronchando de risa mientras Penélope se tapaba la cara totalmente abochornada, la cogí de la mano, me miró odiándome sin dejar de reírse, la tranquilicé con la mirada y la puse en pie mosteándonos a todo el bar como al finalizar una obra de teatro.

-YO: disculpen si les hemos incomodado, mi nombre es Javier y ella es Lucia, somos actores del teatro Apolo, a la vuelta de la esquina, esto ha sido una mera muestra de lo que podrán disfrutar desde la próxima semana en la nueva obra de teatro que estrenaremos, “Así no se vende”, muchas gracias por su apoyo, y por favor, recuerden el teatro es vida – tiré de su mano para hacer la típica reverencia.

Mientras todos rompían en aplausos y risas, pagué los cafés y salimos de allí doblados de risa, a mi me dolía la tripa de reírme y a Penélope apenas se la entendía al hablar, nos sentamos en un parque resguardados del aire frío hasta tranquilizarnos.

-YO: ahí dios mío….no puedo…….no puedo más……- me costaba respirar y todo.

-PENELOPE:¡¡¡ ¿pero que has hecho pedazo de animal?!!!

-YO: el tonto, lo que mejor se me da………..dios……….no puedo……- lagrimas caían por mis mejillas.

-PENELOPE: ¡¡¿pero como se te ocurre?, pobre hombre, lo que habrá pensado de mi!! – se tapaba la cara doblándose sobre las rodillas.

-YO: ¿y que más da?

-PENELOPE: te has pasado, yo creía…….

-YO: ¿que te creías?, ¿que con pedirle la hora a un señor sin reloj bastaría?, no, tenia que tirar el muro de un solo golpe, ¿que importa que piense de ti? No te conoce seguramente no volverás a verle en tu vida, ni sabe quien eres.

-PENELOPE: pero esta mal.

-YO: ¿el que?, ¿reírnos un rato, bromear?, ¿le hemos hecho algo malo? Ahora se ira pensando que casi se monta un trío contigo, jajajaja – me empezó apegar sin hacerme daño en un brazo.

-PENELOPE: eso, encima metiéndome mano.

-YO: era para el papel – si claro – mira, da igual como o lo que hagas, no puedes vivir, y menos vender, si te pasas todo el rato pensando en que opinaran de ti, eso da igual, engaña, mente, omite, usa tu cuerpo y tu mente para vender, se cruel, dulce, amistosa o sobria, invéntate personajes, lo que sea con tal de vender, y si no vendes, te largas y a por otro.

-PENELOPE: pero eso no esta bien.

-YO: ya, nadie dijo que seria fácil ni honrado, pero no puedes vivir de encontrarte mágicamente a un tío que justo necesite lo que tú vendes, eso no pasa nunca, has de convencerles de que lo desean, aunque sea mentira.

-PENELOPE: nunca lo había visto así.

-YO: puede que ahí este el problema, eres una niña buena, tímida e introvertida, y eso no te va a servir de nada para vender – la cogí de la pierna acariciadora con suavidad – y perdóname si soy brusco, no pretendía ofenderte, ni hacerte pasar un mal rato – me sujetó la mano en su pierna con delicadeza, levantando la mirada, asimilando lo ocurrido.

-PENELOPE: lo se, no pasa nada, y muchas gracias por todo,

-YO: anda ven aquí y dame un abrazo – me lancé a su brazos sin apenas darla tiempo de abrirlos, y nos fundimos en un cálido y duraderos juego de manos antes de separarme.

Nos reunimos en el punto de vuelta y al volver a la oficina ya tenia el número de Penélope en el móvil, durante unos días la dejé tranquila, esperando ver su reacción, me llamaba y me mandaba mensajes pidiendo consejos y se los daba, en una semana subió como la espuma, siempre que me veía corría a darme un abrazo para decirme lo bien que le había ido, y como no, para de decir como la había ayudado, Alexis pensó que podría seguir ayudándola en los mixtos y nos puso juntos al día siguiente para ir a un zona donde había 3 entrevistas, al salir de trabajar insistí en acompañarla a casa con el coche para hablar del día siguiente.

-YO: pues mañana va a ser duro, son solo 3 visitas, tenemos que volver al menos con 1 si no queremos que Alexis nos mate.

-PENELOPE: pufff, ya ves, estoy temblando y todo, no se me dan nada bien las mixtas.

-YO.: ahora vendes mejor.

-PENELOPE: gracias a ti, pero en las mixtas nunca me han dejado hablar.

-YO: es mejor, tu calla y aprende de los buenos, pero va siendo hora de que juegues con los mayores.

-PENELOPE: me alegra mucho de ir contigo.

-YO: y yo contigo – pensaba que nos alegrábamos de formas diferentes, mientras le acariciaba el rostro con el dorso de la mano, cada día aumentaba el roce para ver hasta donde me dejaba.

-PENELOPE: ¿y como lo hacemos mañana?

-YO: ¿son pocas visitas, te paso a recoger a las 10:00?

-PENELOPE: perfecto.

-YO: bien, vamos allí, y nos estudiamos con calma cada caso antes de entrar, una vez dentro pues toca improvisar, no sabes por donde te van a salir, ni quien es el que manda, así que necesito varias cosas.

-PENELOPE: dime.

-YO: la 1º es que estés atenta, y que no te quedes bloqueada, no me puedes dejar tirado, así que no te duermas.

-PENELOPE: hecho

-YO: lo 2º es que abras bien los ojos, y reacciones, si tenemos críos dando por culo juega con ellos y alejados de la discusión, si tenemos a una pareja siéntete a mi lado, si esta sola rodeamos para despistar, ya sabes, trucos.

-PENELOPE: bien, esos me los se.

-YO: y lo ultimo, y más incomodo.

-PENELOPE: no me asustes – la sonreí apretándola en el muslo.

-YO: a ver, puede pasar de todo y ser cualquier tipo de persona, así que tenemos que acudir elegantes y arreglados.

-PENELOPE: ya lo se.

-YO: no………….tenemos que impactar, dejarles sin aliento y aturdirles para que sean manejables, mañana necesito que vayas rompedora, que enseñes carne o que insinúes descaradamente – se tensó un poco.

-PENELOPE: ya les he visto cuando salen, pero no se si…….

-YO: mira, no quiero ser borde, pero si mañana la cagamos nos vamos al hoyo, necesito saber que estas conmigo.

-PENELOPE: esta bien….haré lo que pueda.

-YO: así me gusta, no te resultará difícil, eres preciosa y estas muy buena – lo dije sin mirarla.

-PENELOPE: gracias….

-YO: no es un halago – ahora si la miré – si aciertas vas a tener a cualquier tío más pendiente de tus curvas que de lo que firma, y necesitamos eso, si notas que te comen con los ojos regala algo que puedan admirar, no te pases, no eres un puta, solo insinúa, juega, roza, muestra………..¿entiendes?

-PENELOPE: vale, ok.

Al llegar a su casa la di un fuerte abrazo pasando mi mano por toda su espalda, casi llegando a su culo, luego la acaricié el rostro mirándola a la cara a escasos milímetros.

-YO: esta bien, confío en ti, no me falles.

-PENELOPE: no lo haré – asintió con la cabeza, y la di un beso en la frente, sintiendo un suspiro de decepción en ella, había cerrado los ojos y elevado sus labios, pero la haría sufrir un poco, ya era mía.

Me fui directo a casa de mi leona, ese día necesitaba purgarme, me sentía victorioso, con un arrebato animal, me follé el culo de mi leona son parar mas de 2 horas, hasta ella se rindió a mi ferocidad, me fui a casa a dormir al levantarme me puse bien arreglado con el traje de Eric, eso me recordó que tendría que pasarme por su taller, su 2º me tenia unos trajes nuevos guardados, pero iba arrebatador, fui a buscar a mi acompañante y la encontré puntual, con un abrigo largo de vestir, solo dejando ver unos zapatos de tacón rojos, y un peinado muy bonito con una diadema brillante, algo maquillada, con sombra de ojos y un pintalabios rojo fuego, con sus gafas grandes, estaba preciosa.

-YO: hola guapa, ¿como estas?

-PENELOPE: puff helada – tiritaba mientras ponía las manos cerca de la calefacción del coche.

-YO: perdona, ¿llevas mucho esperando?

-PENELOPE: no que va, si acabo de bajar.

-YO: ¿entonces? – sonrió alegre.

-PENELOPE: es que no llevo mucha ropa – casi se me sale la polla del pantalón, me serené por que iba conduciendo.

-YO: tampoco es ir desnuda.

-PENELOPE: es que no tenía nada tan sugerente y le he cogido la ropa a mi hermana pequeña, y me queda un poco justa.

-YO: esta bien – aparqué por que no quería tener un accidente – enséñamelo – se puso roja mientras se quitaba el cinturón de seguridad.

-PENELOPE: pero no te rías.

-YO: solo quiero ver como te queda.

Asintió desabrochando el abrigo, se puso medio en pie y se abrió la prenda, me tuve que colocar el paquete disimuladamente, era un vestido rojo pasión, al menos 2 tallas menos que la suya, los tirantes nacían en su nuca en un nudo y caían por su pecho en 2 tiras cubriéndola los senos, mientras seguían bajando cruzándose en su vientre terminado en una falda con algo de vuelo por encima de sus mulos, se quitó el abrigo dándome la espalda y mostrándome toda su columna vertebral al aire, sin sujetador por que quedaría horrible y por que era tan ajustado que de por si ya se le mantenían bien colocadas, casi aplastadas, pero con el punto rebosante justo.

-PENELOPE: ¿que tal me queda?

-YO: perfecta, no existe varón que no se quede mirándote pasmado.

-PENELOPE: ¿no me queda algo apretado de pecho? – se las estaba recolocando por que de moverse se salían por el escote, bien apretadas una contra la otra, aproveché descaradamente para meter mis manos en su tetas ajustando mejor, soltándolas antes de que se quejara.

-YO: que va, no se salen pero no puedes dejar de mirar por si acaso, bien jugado – suspire unos segundos mirándola allí encorvada de pie en el coche con ese minúsculo vestido pegado a su cuerpo – anda tápate que si no, no me centro – sonrío cubriéndose, para luego vencerse sobre mi dándome un beso en la mejilla.

Me la iba a follar ese mismo día, no tenia dudas, pero lo 1º eran las ventas, nos quedamos en el coche repasando notas, la primera visita era una venta tirada, una pareja ansiosa por un seguro de hogar, la dije que en este caso se tapara hasta saber si estaba la mujer, eso podría tirarnos la venta abajo por celos, estaban los 2 así que se sentó a mi lado, y me fue ayudando con los temas más técnicos explicando todo con clama y sencillez, la mujer se ofreció a ponernos algo de beber, fui a ayudarla para ver la cocina y venderle que el seguro le cubría tal cosa o la otra, alguna broma simple para hacerla reír y un ligero contando en el brazo para generar confianza, al regresar no se percató de que su marido tenia clavada la mirada en el incipiente muslo que se abría entre las dobleces del abrigo de Penélope, para mi gusto demasiado poco enseñaba, pero lo justo para que un varón mirara. Entre los 2 se lo vendimos sin problemas y al salir saltó de alegría sobre mí, dándome un ligero abrazo.

-PENELOPE: ¡¡¡bien, la 1º!!!- chocamos las manos.

-YO: muy bien, ¿ves como no es difícil?

-PENELOPE: ya, pero te los has ganado enseguida.

-YO: a la mujer, el marido hasta que no te ha visto a pierna no cedía.

-PENELOPE: ya……me he dado cuenta como me miraba y me he abierto un poco el abrigo, ¿se ha notado?

-YO: un poco, pero la venta ha caído, eso se merece un desayuno – sonrió al sentir mis manos en su cintura al caminar.

Fuimos a tomar algo caliente para seguir, ella no se quitaba el abrigo, y aun así muchos hombres se quedaban mirándola, iba hermosa, sencilla pero elegante, charlamos de la 2º visita, esta no me daba buena espina, una señora mayor, de las que quedan para hablar no para comprar, acudimos siendo lo más amables y tiernos posibles, sonriendo y escuchando anécdotas un buen rato, pero pasada media hora yo ya sabia que aquello no iba ningún lado, le tiré un par de bromas subidas de tono que la hicieron reír, pero no había manera.

Nos fuimos algo decepcionados, y estudiamos la 3º visita, eran un pack de seguros de coche, por lo visto un padre quería renovar todo por que su hijo se había sacado el carnet y querían asegurarle, nos paramos en frente de la casa y le abrí el abrigo, metiéndola mano, levantando las tetas y subiéndola aun más el vestido, ella reía pero no se quejaba.

-PENELOPE: para por dios, que me vas a dejar en pelotas.

-YO: cierra la boca y escucha, aunque este la mujer, tienes que exhibir, son seguros de coche, la competencia es brutal y no podemos perder la oportunidad, son padre e hijo mínimo, tienes que dejarles con la boca abierta, si ves la oportunidad ponte entre ellos, apártate el pelo a menudo del escote, y crúzate de piernas con gestos amplios, eso siempre atrae, coquetea apretándoles del brazo para indicar que te diriges a uno en particular, o acaríciales la espalda para que se inclinen a ver los folletos, sobretodo céntrate en el hijo, el convencerá a su padre, y no des precios exactos sin que te los pidan, “somos ligeramente más caros pero compensa proteger a la familia”, cosas así , ¿vale? – asintió riendo nerviosa.

-PENELOPE: ¿y si la mujer esta?

-YO: ella es cosa mía – llamé el timbre.

No abrió el marido, un cuarentón que peinada canas, al vernos nos presenté y nos dijo que pasáramos, Penélope se lució al entrar, dejó caer el abrigo por su espalda y se lo dio para que lo colgara, con una amplia sonrisa sacando pecho, ya se la comía con los ojos al verla caminar por el pasillo, nos invitó a sentarnos en el sofá mientras en se sentaba enfrente nuestra, llamó a su hijo y salió la mujer de la cocina con un bebé en brazos, Penélope se ruborizó al observar como la miraba, cuando bajó el hijo casi se tropieza al sentarse al lado de su padre, un adolescente con granos en la cara y pasado de kilos. Se reunieron todos y ante la frialdad de la situación rompí el hielo con un alegato a la seguridad vial, Penélope se metía entre medias con algún apunte bien metido, pero yo hablaba sin parar, era inútil, o al menos no productivo tenerlos a todos allí, pese a que el adolescente le dedicaba miradas furtivas con la mujer allí no se perderían detalles obvios como que éramos más caros, así que pasados unos minutos de improvisación pura le pedí con la mano en el hombro a la mujer si tenia un vaso de agua, sonrió con el bebé en brazos, y se levantó a acompañándome a la cocina, al menos ya le daba vía libre a Penélope que empezaba a hablar antes de irme, extendí la conversación en la cocina un poco, viendo como al madre dejaba al crío en una cuna, apenas tendría 1 año, y la mujer era bastante mona, unos 37 años y rubia de pelo corto, se notaba que se había arreglado esperando visita, con un blusa de flores estampados apuntando unos senos grandes y una falda negra larga con vuelo hasta los gemelos, con un figura atractiva pero no exuberante.

-YO: ¿y el crío es suyo?

-MADRE: pues si, ¿de quien va a ser?

-YO: no, perdone, es que es tan pequeño que no pensaba que fuera suyo.

-MADRE: ¿por que soy muy mayor para tener hijos?

-YO: no, discúlpeme, por que esta usted muy bien como para haber tenido ya a 2 hijos y uno hace tan poco – sonrió halagada, a mi no me interesaba pero solo tenia que alejarla del salón.

-MADRE: muchas gracias, la verdad es que si, me he recuperado muy rápido con algo de ejercicio, aunque he perdido mi figura….

-YO: no la creo, esta usted estupenda, si eso es cierto antes tenia que ser una autentica rompe corazones.

-MADRE jajja que va – entrecerró los ojos leyendo mi belleza, con el paso de las mujeres en mi vida ya leía en sus rostros cuando me miraban, cuando me veían o cuando me observaban, parece lo mismo pero no lo es- aunque te has confundido.

-YO: ¿en que?

-MADRE: este renacuajo es mío y de mi marido, pero el de fuera es de su ex mujer, no es mío.

-YO: perdóneme.

-MADRE: no pasa nada – acarició mi brazo levemente.

-YO: no, tenia que haberme dado cuenta, es usted demando joven como para tener un hijo de esa edad – su sonrisa no se le borraba, como si nadie la dijera ya cosas bonitas.

-MADRE: ¿volvemos al salón?

-YO: puff……vera……… es que a mi estas cosas de los coches me suenan a chino, no se mucho de eso…..- me recosté sobre la encimera cruzando los brazos marcando bíceps.

-MADRE: ya……ni a mi…..es cosa de estos 2 – se acercó a susurrarme – veras, es que el hijo es un poco cabra loca y no queremos que se meta en líos.

-YO: ya, la entiendo, por eso mejor les dejamos a ellos hablar que saben más del tema, mi compañera iba para mecánico, pero con esto de la crisis……

-MADRE: ¿mecánica? si parece tan…..

-YO: que cosas…….a mi hasta me dicen que es lesbiana – pura mentira, pero así eliminaba el factor celos de la ecuación.

-MADRE: que desperdicio…………vamos, que a mi haga lo que quiera…..

-YO: ya si eso la digo yo, pero en fin, como saben más de estas cosas les dejamos a solas y charlamos aquí amigablemente, dígame, ¿como va con el crío? – decir eso a una madre es ganar mínimo 1 hora de charla.

Fue así, casi 1 hora hablando de cambiar pañales, noches si dormir, del parto, de la vida en casa……hasta me dejó coger a su hijo y ayudarla a cambiar de pañales a su hijo, riendo mientras jugábamos a rozarnos, pero el tema se agotaba, así que la puse la mano en la espalda y la pedí que me acompañara al baño ya que necesitaba ir, salimos al salón y dejó al bebe en un cesto para niños la lado de su padre, sonreí disimuladamente a Penélope, que hábilmente se había encajonado entre padre e hijo y les estaba explicando punto por punto todo, el padre seguía la conversación, no le gustaba nada que fuéramos tan caros, pero el hijo estaba babeando sobre las tetas de ella. Subí detrás del culo contoneándose de la madre, me parecía que en los roces de cambiar pañales estaba sacando el culo para notar mi verga, y aquel vaivén en su caderas denotaba cierta predisposición, por lo que había averiguado, desde que nació el crío su marido no la tocaba y yo era joven y apuesto, lanzándola piropos, algunos más picantes de lo aconsejable, me acompañó a puerta del baño, y entré con prisa, para no dejarla apartarse al encender la luz y rozarme con ella, sus senos, presumí que sensibles como los de mi leona por la lactancia, con mi pecho y mi verga levantando el vuelo de la falda, la sacaron un suspiro leve, ella se quedó en la puerta pero yo no la cerré, tenia claro que en cuanto saliéramos de allí bajaríamos y Penélope aun estaba lejos de ganarse al padre por lo que había escuchado, necesitaba tiempo y se lo iba a dar.

Oriné con la puerta abierta y ella mirando de reojo en el rebote de un cristal, estaba nerviosa pero la curiosidad y el peligro la atraían, al terminar me aseguré sin mirarla de que me viera la polla en el rebote del espejo, y luego al lavarme las manos salpiqué agua en mi camisa.

-YO: mierda….

-MADRE: ¿pasa algo? – entró deseando ver más de lo que vio.

-YO: nada que me he mojado la camisa al lavarme.

-MADRE: ah, bueno, eso no es nada, se pone en el radiador y listo.

-YO: ains…lo que no sepa una madre……- de inmediato me quité la chaqueta y desabrochaba mi camisa mostrando mi torso trabajando a su alcanze, ahora babeaba la madre ante mí, y la quitarme la camisa se la di – ¿hay algún cuarto discreto donde poder meterme?, no quisiera que su marido pensara mal a verme así.

-MADRE: si, claro, al fondo una….una habitación azul, es un gimnasio que tenia….tengo……- lo decía nerviosa mientras ponía la camisa junto a un radiador pegado al suelo, agachada, la cogí de la cintura y pasé mi polla claramente en su culo al rodearla para salir, y me fui a buscar la habitación, dejándola pensar, escuchaba de fondo a Penélope vendiéndole el seguro al padre, seguía lejos de convencerle por el precio.

La madre salió y me vio dando vueltas por el pasillo, ese acercó cogiéndome del brazo y me metió en un cuarto apartado y muy silencioso, fue a cerrar para irse pero comencé a hablar.

-YO: vaya, es un gimnasio muy completo.

-MADRE: si…..bueno….me gusta…aunque ahora quien tiene tiempo……

-YO: se nota que hace ejercicio, esta usted muy bien.

-MADRE: jajaja gracias……

-YO: ¿y esto como funciona? – señalé una maquina que realmente desconocía.

-MADRE: eso es….bueno, para fortalecer el vientre-

-YO: ¿y como va? – se mordió el labio temerosa pero entró, y disimuladamente echó el pestillo.

-MADRE: es un poco lío va así – se sentó aferrándose a unos asideros haciendo un par de giros.

-YO: jajaja que fácil.

-MADRE: ya bueno, esa es la idea, para no aburrirte.

-YO: ¿y su marido cambien hace ejercicio?

-MADRE: puf….que va, es un vago – se puso en pie y ocupé su lugar, empezando el ejercicio, sin parar seguía charlando dejándola que viera mis músculos trabajar.

-YO: ¿ni siquiera viene a mirarla?

-MADRE: no…..se queda abajo….y no……

-YO: yo me pasaría horas mirándola – empezaba el partido.

-MADRE: jajaja ya…….ahí toda sudada y oliendo mal…. – se giró apartando la vista de mi.

-YO: si, seguro que con ropa ajustada y elástica pegada a su piel, con poses sugerentes en estos aparatos….jajajaja – subía la temperatura pero se podía decir que era broma.

-MADRE: pues si y no has visto la peor – se acercó aun que parecía más un potro de tortura que otra cosa.

-YO: ¿y esa como va?

-MADRE: pues te metes entre estas barras haciendo palanca con las piernas y usas la tabla para doblar el cuerpo…

-YO: no lo pillo.

-MADRE: jajaja ya es que es difícil de explicar….

-YO: pues enséñemelo.

-MADRE: que va, ¿así vestida? que vergüenza, y con la falda me resbalo.

-YO: venga, yo la sujeto.

Sonrió acalorada, se le pensó medio segundo pero se metió entre las barras, levantándose ligeramente la falda para apoyar los gemelos en la 1º y la 2º en la parte delantera de sus muslos, apoyando su pecho en la tabla, me puse detrás agarrándola de la cintura con fuerza y agachó el torso haciendo fuerza contra el vacío, al bajar la tabla la barra de los muslos sobresalía y le obligaba a sacar el culo, tenia razón aquello era obsceno.

-MADRE: ves, y así vas haciendo repeticiones y endureces las piernas – subía y bajaba casi ofreciéndose.

-YO: parece que no le cuesta nada….

-MADRE: la repetición, no es tan fácil al principio.

-YO: a ver…..- me pegué a ella por la espalda, plantado mi verga semi erecta en su culo, y rodeando su vientre con las manos, se tensó de golpe pero no dijo nada cuando apreté mi cuerpo haciendo el mismo ejercicio que ella a la vez.

La cosa no podía ser mas sensual, me la estaba follando con ropa puesta, sacaba el culo entre risas y al volver era yo quien sacaba la cintura para hundir mi rabo en su trasero, las risas eran leves y como ella no paraba yo no lo hacia, mis manos en su vientre no estaban quietas, subían y bajaban, repasando desde cerca de sus senos hasta sus mulos, y ella seguía sin decir nada, suspiraba entre risas, mi polla, ya a punto de reventar, era tan evidente que ella se ajustó sobre mi cintura para que metérmela entre sus nalgas y así no generar molestia, pasaron unos 15 minutos así, en los que estuve tentado de penetrarla, no pondría pegas, seria tan fácil como levantarla la falda y bajarla las bragas, no se molestaría en objetar, ya era demasiado tarde para hacerse la estrecha, me estaba pajeando usando su culo.

-YO: uf…….así da gusto hacer ejercicio….

-MADRE: si.

-YO: me duele todo, sobretodo aquí – sujeté en sus muslos muy cerca del nacimiento de sus piernas – ¿lo nota?

-MADRE: oh si….como para no notarlo – se estremeció con un suave movimiento de caderas.

-YO: bueno creo que mi camisa ya estará – me separé lentamente.

-MADRE: ¿ya?…..bueno si, supongo……- salió del aparato roja, caliente y sudando, intentado despegarse de la piel la blusa floreada, la marca de su cuerpo en sudor sobre la plancha me convencieron de sus 2 senos bien redondos.

-YO: es una pena, que me tenga que ir…….me sequé el pecho con una toalla que había por allí -……me ha caído usted muy bien.

-MADRE: y tu a mi……sabes…..también andamos pensando en……un seguro de hogar…..- sonreí, le importaba poco eso, quería que volviera.

-YO: genial, se me dan mucho mejor que los coches y podría hablar con usted directamente ya que se ve que manda en casa.

-MADRE: si – ilusionada – claro que si.

-YO: pero será difícil que vuelva si no firmamos lo de hoy – mentí poniendo cara de pena.

-MADRE: bueno, aunque no se haga este podríamos hablar del otro.

-YO: ya pero a mis jefes no les gusta que molestemos mucho a lo posibles clientes, si no sale preferimos no insistir, en cambio si hacemos uno nos dejan volver para ver si están interesados en más.

-MADRE: una lastima……aunque….puedo hablar con mi marido.

-YO: no quiero importunarles…..

-MADRE: no es molestia, es un pesado con eso de que sale más caro, bastante que ha pagado con el carnet de conducir de su hijo, 3 veces suspendió…..nada, hablo con el y listo…..- se acercó posando su mano en mi pecho, relamiéndose.

-YO: es usted increíble, si fuera así de amable le debería una, no se ni como se lo agradecería….- sus ojos echaban chispas, ella si se imaginaba como.

Al bajar la madre se sentó al lado del padre y le comenzó a susurrar cosas al oído, tuve miedo por un segundo, pero al final el padre la decía que era demasiado caro, Penélope me miraba sin entender que había pasado, pero mientras la madre se camelaba al padre, ella tenia al adolescente en la mano, rozándole los pechos en el brazo al girarse para hablar con el.

A los 20 minutos salimos de la casa con 3 seguros, de coche, los 2 de carnet de padre e hijo, y con la posibilidad de hablar del seguro de hogar si yo volvía a visitarles, según la madre. Al salir Penélope salto a mis brazos y me besó la mejilla manchándome de carmín.

-PENELOPE: no se que has hecho pero la mujer ha claudicado, el padre no cedía.

-YO: vender hija mía, vender – mis manos se posaron en su culo de forma instituía, se sonrojo.

-PENOLOPE: veras cuando volvamos, se van a enterar.

-YO: te has portado como una autentica depredadora, estoy orgulloso de ti, te besaría aquí mismo – ladeó la cabeza con suavidad, mojándose los labios.

-PENELOPE: muchas gracias, no podría haberlo hecho sin ti – fue ella la que de puntillas busco mis labios, la dejé recrearse en un tímido y largo beso, una sonrisa leve la apartó la cabeza al sentir mi polla dura en su piel, por debajo del vestido sobre su pierna.

-YO: era una forma de hablar……

-PENELOPE: pues parece que te ha gustado – rascó con las uñas en mi pecho la solapa del traje.

-YO: eso no lo niego, ¿pero por que lo dices?

-PENELOPE: detalles…..la forma de besar, que no te hayas apartado, que tengas las manos en mi culo o por eso que esta palpitando en mi pierna, esas pequeñas cosas……- subí mis manos a su cadera, fingiendo algo de vergüenza.

-YO: perdona, es que estas preciosa.

-PENELOPE: no pasa nada, te lo debo – me sujetó la cara y volvió a besarme con lentitud y cariño, esta vez mi lengua se abrió paso entre sus labios.

-YO: aun quedan unas horas, podemos ir a algún sitio más tranquilo a descansar, necesito despejarme.

-PENELOPE: claro – limpió con sus dedos las manchas rojizas en mis labios, y cuando la solté se aferró a mi brazo, aquella inesperada madre me había dejado caliente y con ganas de sexo, y Penélope era mi presa.

A subir al coche felicité sobradamente a Penélope, pasándome en el contacto físico sin que ella se quejara, acariciando con descaro su pierna, me indicó que su casa estaba vacía, así que no hacia falta más, infringí algunas leyes de trafico para llegar a su casa, en el mismo portal, me pegué a su trasero, metiéndola mano sin dejarla ni entrar en el ascensor hasta saber que llevaba tanga, subimos a su casa, parecía un piso alquilado por varias estudiantes, eso me hizo gracia, dejamos un reguero de ropa tras nosotros, al llegar a su cuarto yo ya estaba en calzoncillos y la tenia delante contoneándose con aquel vestido demencial.

-PENELOPE: eres muy bueno conmigo.

-YO: no, no lo soy….

-PENELOPE: ¿por que lo dices?

-YO: por que llevo unas semanas detrás de ti, quizá me haya pasado contigo.

-PENELOPE: ¿te gusto?

-YO: claro que si, mírate eres una belleza – me pareé en seco par que la inercia la pusiera frente a mi, rodeándola con mis brazos.

-PENELOPE: pero somos compañeros….

-YO: somos hombre y mujer, y yo te deseo…- la besé sin más preámbulos, y me devolvió el beso, con ternura y cariño.

-PENELOPE: no podemos salir juntos….

-YO: ¿y si solo nos lo montamos? – asintió mordiéndose un dedo de forma sensual.

La besé metiéndola la lengua muy dentro, dobló la espalda acariciándome la cara con su dedos fríos, me la subí encima abriéndola de piernas y sujetándola por el culo, me senté en la cama con ella encima a horcajadas, metí mis manos por debajo del vestido sintiendo el tacto de la piel de sus nalgas, solo con rozar el nudo de su nuca se deshizo y sus senos salieron disparados, unas aureolas oscuras y duras aparecieron en los pezones, los ataqué con mis labios provocándola gemidos dulces, me saqué el rabo ante ella, contuvo el aliento unos segundos, se lo devolví al meter mis dedos por dentro del tanga, acariciando su clítoris hinchado, empezaba a humedecerse mucho, me quito los slips, cogió mi rabo y descendió para chupármela, no daba a basto con tanta barra de carne, apenas se metía le glande y paco más, pero su manos se movían bien, y usó sus senos de buen tamaño para una cubana bien ensayada, salto sobre mi apuntó de empalarse sola.

-PENELOPE: llevo deseando esto desde que te vi.

-YO: pues no lo demores más –aparté el hilo del tanga a tirones y ella apuntó mi glande a su coño.

Embestí con fuerza metiéndola media polla de golpe, sentí la punta de su pelo en mis rodillas al doblarse por la espalda, después se recostó sobre mi pecho cuando caí al tumbarme, besando mi pecho, mientras seguía percutiendo en su coño, a los pocos minutos ya me cabalgaba violentamente mientras se la metía toda del tirón, tenia buenas caderas, quien lo diría, que bien follaba para ser tan tímida, o quizá fuera el morbo, entre el vestido aun puesto en su cintura, las gafas enormes con aire a estudiante y la forma en que se quitó la diadema del pelo…..me tenían ardiendo……. Me aferraba a sus curvas, mientras acariciada su trasero con las manos, empezó a correrse sin parar, multiorgásmica, casi se desmaya en menos de media hora, pero se mantenía al sentir mis dedos pellizcando los pezones, era colosal verla rebotar sorbe mi, y sus tetas chocar entre ellas, se fue a quitar las gafas por que la molestaban con el sudor, pero se lo negué, y enrabiado solté a la bestia os últimos minutos, haciéndola tener un solo orgasmos durante mas de 3 minutos, me manchó las piernas de sus fluidos, cuando me corrí dentro de ella, comiéndome sus senos, sentí una explosión de sensaciones agradables y placenteras.

-YO: un buen, día, si señor……….

-PENELOPE: madre mía……….que pedazo de polla………y como te mueves…….- permanecía apoyada sobre mi pecho, transpirando y aun con calambres entre sus muslos, la aparté el pelo por detrás de una oreja dejando su espalda al aire y recreándome con los dedos por su columna.

-YO: eres magnifica – sonrió de forma deliciosa, justo antes de besarme.

Nos vestimos entre carantoñas, apestaba a sexo y a hembra, la dejé en su casa, y entregue las ventas a Alexis que sonrió, creo que se me notaba en el rostro, o al menos ella era capaz de verlo, me fui a por Lara de cabeza, y me desahogué como dios manda unas 2 horas, un polvo rápido no me calmaba, Lara y sus senos enormes si, al acabar me quedé dormido en su cama, con ella jadeando retozando a mi lado, sus senos me volvían loco y durante toda la noche tuve arranques de pasión, me la follaba una vez y la dejaba tranquila, pero se me ponía dura al sentir sus senos pegados a mi, y volvía a por ella, a partir de la 3º vez dejé de contar.

Por la mañana me pasé por casa a darme una ducha rápida, y e ir al trabajo, Alexis nos felicitó en persona a Penélope y a mi, sobretodo a ella, según mi informe había sido crucial para las ventas, al salir mi nueva pieza de caza se me abrazó susurrándome cosas muy subidas de tono, pegando sus senos a mi pecho y rozando conscientemente un muslo en mi entrepierna.

-PENELOPE: no vemos, pronto – me dijo con voz acaramelada antes de besar y lamer mi oreja, se alejó contoneando el trasero en unos pantalones de vestir, sonreí al verla guiñarme un ojo antes de perderla de vista, pensé, “la 1º”.

CONTINUARA………….

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Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 4” (POR GOLFO)

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9

Después de desayunar una ración de sexo que nos dejó satisfechos a los tres y dada la hora, nos vestimos con la intención de mostrarle a Paloma nuestro chiringuito preferido antes de ir a la playa.

― ¡No te imaginas qué raciones preparan! ― comentó María con mas hambre que el perro de un ciego.

―Ahora me comería un pollo entero― respondió la morena.

Sé que pude comentarla que esa mañana ya se había comido una polla, pero decidí dejarlo para mas tarde, no fuera a ser que le apeteciera repetir.

«Es capaz de quererme hacer otra mamada», medité acojonado por la mas que plausible posibilidad de dar un gatillazo.

La fortuna quiso que Paloma o bien estuviera suficientemente saciada o lo que es más posible, su apetito físico fuera mayor que el carnal y por ello, se puso un traje de baño y un pareo sin más dilación.

Ya en la calle, mientras caminábamos hacia el chiringuito, en las miradas de los hombres que nos cruzábamos descubrí envidia y eso en vez de cabrearme, me hinchó el orgullo al saber que todos ellos hubiesen intercambiado mi puesto.

«Tengo que reconocer que en bikini todavía están mas buenas», me dije valorando el par de hembras que me acompañaban.

No era para menos, tanto mi esposa como mi recién estrenada amante llevaban con gallardía los años y sus cuerpos no tenía nada que envidiar a los de las veinteañeras.

«Soy un suertudo», pensé mientras caminaba junto a ellas.

Ajenas a todo, las dos se estaban riendo y lucían radiantes cuando entramos en el local, pero ello cambió cuando descubrieron al marido de Paloma pidiendo en la barra.

― ¿Quieres que nos vayamos? ― pregunté.

No pudo contestar porque justo en ese momento, su ex levantó la mirada y la vio. La expresión de estupefacción que vi en su rostro nos informó de que él estaba más molesto que nosotros por ese encuentro y quizás por ello, la morena no quiso que nos fuéramos a otro lado.

― ¿Con quién narices habrá venido este cretino? ― se preguntó en voz alta mientras echaba una ojeada alrededor.

Su cabreo fue in crescendo al reconocer en una mesa a su secretaria y sin cortarse un pelo, la señaló diciendo:

―Ha venido con su zorrita.

Aunque no pude decirlo, la chavala en cuestión era una monada y estaba para hacerla un favor.

―No sé qué le ha visto― comentó cabreada sin dejar de observarla.

«Yo, sí», rumié muerto de risa, «tiene unos melones dignos de meter la cabeza y perderse entre ellos».

Lo quisiera ver o no y aunque personalmente yo no la cambiaba por ella, esa joven era preciosa. Con unos ojos verdes inmensos, parecía no haber roto en su vida un plato.

«Demasiado dulce para mi gusto», sentencié al ver el modo en que sonreía a su pareja.

En cambio, Paloma vio en esa sonrisa un ataque a su persona. Estaba a punto de lanzarse sobre ella del cabreo que tenía, pero afortunadamente mi esposa se dio cuenta fuera y cogiéndola de la mano, le susurró:

― ¿Tanto echas de menos a tu marido?

Girándose hacia ella, la miró sorprendida:

―Para nada. Aunque me lo pidiera no volvería con él.

―Entonces, tranquilízate― le pidió molesta: ―. Pareces una perra celosa que sueña con una caricia de su amo.

Bajando su mano por debajo del mantel, Paloma contestó:

―Las únicas caricias que necesito son las vuestras. ¿Quieres que te lo demuestre?

Supo a lo que se refería en cuanto notó que los dedos de la morena subían por sus muslos. Por eso, su respuesta no fue verbal y separando sus rodillas, María la retó diciendo:

― ¡No tienes valor para hacerlo!

Entornando los ojos, nuestra vecina reinició su ascenso por las piernas de mi mujer mientras por mi parte no sabía donde meterme.

―Os van a ver― comenté temiendo que si Juan, el marido de Paloma, descubría que su ex estaba masturbando a María, al volver a Madrid todo el mundo lo supiera.

―No me importa― replicó la morena mientras bajo la mesa se dedicaba a buscar el placer de mi señora.

―A mí tampoco― la apoyó María con la voz entrecortada.

Dándolas por imposible, decidí que la mejor forma de que la parejita en cuestión no mirara hacía nosotros era observarlos yo a ellos y por eso fui el primero que descubrí que la chavala estaba embarazada.

«Joder, ¡menuda panza!», pensé al ver que se levantaba de la mesa.

Paloma fue más gráfica porque, al verla, exclamó confirmando mis cálculos:

― ¡Será hijo de puta! ¡Está de más de seis meses!

No tuve que ser un genio para comprender las razones de su cabreo: su marido la había dejado preñada cuatro meses antes de irse de casa. María comprendió a la primera el estado de la morena y con un dulce beso en la mejilla, le brindó su apoyo.

―No se merece que le montes un escándalo― murmuró en su oído.

―Lo sé― respondió mientras desaparecía rumbo al baño.

Asumiendo que la necesitaba, mi esposa fue a consolarla. Comprendí lo afectada que estaba Paloma por la futura paternidad de su ex, cuando al cabo de diez minutos ni ella ni María habían vuelto del baño. Por ello cuando el capullo aquel desapareció por la puerta acompañado de su novia, lo agradecí.

«Así no tendrá que verlo», mascullé entre dientes mientras pedía una ración de patatas bravas y otra cerveza.

Si calculamos el tiempo en que tardaron en volver por mi bebida, he de decir que fueron tres cañas y un doble después. Pero lo cierto es que no les dije nada al observar que ambas habían llorado:

«Estás mas guapo callado», pensé para mí viendo en sus rostros una extraña determinación que no supe traducir correctamente, «han tenido bronca entre ellas y vienen cabreadas».

Tratando de calmarlas, llamé al camarero y pedí que les pusieran algo de beber.

―Un cubata, por favor― pidió Paloma.

―Y otro para mí― replicó mi esposa.

Que pidieran una copa antes de comer, confirmó mis temores y reafirmándome en la decisión de no comentar nada al respecto, cambiando de tema, les pregunté qué les apetecía hacer después de comer.

―Volver a la casa y que nos preñes― contestó María.

Como os podréis imaginar, casi me caigo de la silla al escuchar semejante desatino y mas cuando la morena acto seguido soltó sin dar tiempo a que me repusiera:

―Hemos hablado entre nosotras y queremos ser madres.

― ¿Algo podré opinar? ― tartamudeé totalmente desarmado.

―Sí― respondió mi mujer: ―Te dejaremos elegir los nombres.

Sentí un escalofrío al saber que lo que realmente me estaba diciendo era que no iban a admitir discusión al respecto. Por ello, tomando mi vaso me bebí la cerveza de un golpe y pedí un whisky.

―Cojonudo, quince años casado y ahora queréis que sea padre por partida doble― comenté.

Demostrando lo poco que les importaba mis reticencias, las dos brujas se echaron a reír diciendo:

―Piensa que así que los hermanitos se criarán juntos y que de paso te ahorrarás un bautizo…

10

Con toda intención decidí y conseguí retrasar la vuelta. Tres horas y seis copas después regresamos a casa con una borrachera de las que hacen época. Sin duda, la más perjudicada era mi señora. María, del pedo que llevaba, le costaba mantenerse en pie. Por ese motivo al llegar al piso entre Paloma y yo la acostamos mientras ella no dejaba de protestar pidiéndonos otro ron.

―Vamos cariño, duérmete― tuve que insistir al desnudarla.

―Tú lo que quieres es follarte a Paloma sin mí― me respondió mientras intentaba incorporarse.

Su grado de alcohol en sangre debía ser alto porque en cuanto conseguimos que se tranquilizara, se quedó dormida casi de inmediato. Eso me permitió preguntar a la morena si iba en serio con eso de ser madre.

―Al principio me cabreó ver que Juan iba a ser padre, cuando nunca quiso serlo conmigo. Pero ahora sé que deseo tener un hijo y que tú seas su padre― contestó.

―Joder, Paloma. ¿No crees que deberíamos esperar un poco hasta ver si lo nuestro tiene futuro?

―Sería lo lógico― me reconoció, pero haciendo extensiva su respuesta a mi esposa continuó diciendo: – aunque no podemos. María y yo tenemos una edad en la que el reloj biológico manda.  Es ahora o nunca.

Os juro que se me puso la carne de gallina al escucharla y casi tartamudeando hice un último intento:

― ¿No hay marcha atrás?

―No― me replicó: ―Ambas queremos un hijo.

Me tomé unos segundos en asimilar que no tenía salida y entonces, sonriendo, le solté:

―Ya que no hay otra, ¿qué te parece si nos ponemos a ello?

Con una sonora carcajada me informó que le parecía una buena idea y confirmando sus intenciones, se empezó a desnudar mientras me reconocía que no se tomaba la pastilla desde que su marido le había abandonado.

― ¿Te han dicho que además de puta eres una cabrona? ― pregunté.

―Solo tú, mi amor. Los demás solo dicen que soy una hija de perra a la que les gustaría tirarse.

Su descaro me hizo gracia y poniéndola a cuatro patas sobre el colchón, empecé a juguetear con mi glande entre sus pliegues mientras le decía que la iba a dejar el coño escocido de tanto follármela.

―Lo estoy deseando, mi amo y señor.

Desternillado quise saber a qué venía tanta dulzura y tanta sumisión.

―Si mi dueño ha aceptado que mi vientre germine con su simiente, su dulce esclava solo puede dar las gracias― respondió haciéndome ver que deseaba jugar duro esa noche.

Decidido a complacerla, me levanté en silencio de la cama y fui al cuarto de baño a por unos juguetes. Con ellos en la mano, volví a la habitación. Acercándome a ella, le comenté mientras mis manos se apoderaban de sus pechos que la iba a violar.

Riendo, Paloma se trató de zafar de mi acoso, justo cuando sintió que cerraba un par de esposas alrededor de sus muñecas.

― ¿Qué coño haces? ― exclamó muerta de risa.

Tomando el mando, la tiré sobre la cama y tras atarla, coloqué otros grilletes en sus tobillos. La actitud de la morenaza seguía siendo tranquila, pero cuando le puse una mordaza en su boca, noté que se estaba empezando a preocupar.

―He pensado en inmortalizar el momento ― comenté― y ya que no te importa que tu ex sepa que eres nuestra amante, he pensado en mandarle una película.

Por vez primera, Paloma se percató que había jugado con fuego y trato de negociar conmigo que la desatara. Al ver que no le hacía caso, intentó liberarse sin conseguirlo, mientras descojonado, sacaba una cámara de fotos y la ponía sobre un trípode.

―Estoy seguro de que Juan querrá recordar las dos tetas que dejó escapar.

Para entonces, dos lágrimas surcaban sus mejillas y dando un toque melodramático, sacando una máscara de látex, me la puse mientras le explicaba que no me apetecía que su ex me reconociera.

Sé que intentó protestar, pero el bozal que llevaba en la boca se lo impidió y mientras sus ojos reflejaban el terror que sentía por verse así expuesta, incrementando su turbación, saqué unas tijeras y con parsimonia fui cortando la camisa que llevaba puesta.

Una vez desnuda y atada de pies y manos, me la quedé mirando y tuve que admitir que asustada, mi vecina y amante se veía tan guapa como desdichada. Tanteando sus límites, me dediqué a pellizcar los negrísimos pezones que decoraban sus tetas mientras pensaba en mi siguiente paso.

― ¿Quieres que tu marido observe cómo te sodomizo o por el contrario prefieres que te vea ensartada por todos tus agujeros? ― pregunté mientras sacaba de mi espalda un enorme consolador con dos cabezas.

― ¿Te gusta? ― comenté mientras ponía frente a sus ojos el siniestro artilugio para que viera las dos pollas de plástico con las que la iba a follar.

Moviendo la cabeza, lo negó, pero no por ello me apiadé de ella y recorriendo con ellos su cuerpo, llegué hasta su sexo. Aprovechando su indefensión, jugueteé con sus dos entradas. Para entonces Paloma había perdido su serenidad y lloraba como una magdalena.

―Así quedará más claro lo puta que eres― le dije sin dejar de grabar para la posteridad su martirio: ―No me extrañaría que tu ex muestre estas imágenes a todos nuestros pervertidos vecinos para que se pajeen en tu honor.

Dándose por vencida, la morena había dejado de debatirse y seguía mis maniobras con sus ojos cerrados, pero no pudo evitar abrirlos al sentir que le incrustaba uno de los penes en su esfínter.

El ahogado gemido que dio me informó del dolor que había sentido y comportándome como un auténtico cretino, me reí diciendo:

― Deja de llorar. No es la primera vez que uso tu culo.

Metiendo el segundo en su coño, proseguí con su tortura y en cuanto noté que se había acostumbrado a la intrusión de esos dos objetos, los encendí. No tardé en comprobar que mi querida y recién estrenada amante se estaba retorciendo de gusto contra su voluntad.

«Le está gustando», sentencié mientras enchufaba la cámara a mi portátil para así grabar todo en su memoria y con ella gozando como la puta que era, me quedé pensando en cómo había cambiado mi vida desde que ella y mi mujer se había hecho amigas.

Tal y como había previsto, Paloma no pudo aguantar mucho sin correrse y viendo que se retorcía de placer, decidí que había llegado la hora de intervenir, Por eso saqué el sustituto de pene que llevaba en el coño y lo sustituí por el mío mientras le quitaba la mordaza de la boca.

― ¡Maldito! ― gritó al poder hablar: ― ¿Quién te ha dado permiso de tratarme así?

Al escuchar su indignación, solté una carcajada y comencé a follármela a un ritmo constante. El ritmo con el que martilleé sus entrañas aminoró sus quejas y paulatinamente éstas fueron mutando en gemidos de placer.

―Cabrón, te odio― chilló descompuesta al correrse.

Satisfecho, saqué mi verga de su coño y chorreando de su flujo, lo acerqué hasta su boca.

―Empieza a mamar― con tono autoritario, ordené.

Demostrando su carácter, Paloma se negó a hacer esa felación y fue entonces cuando le solté:

―Piensa que, si no me la mamas, tendré que desahogar mis ganas en tu culo.

La amenaza cumplió su objetivo y cediendo a su pesar, abrió sus labios. Momento que aproveché para metérsela hasta el fondo de su garganta. Curiosamente esa brusquedad hizo que mi vecina se derrumbara y emergiendo su faceta más sumisa, comenzó a usar su lengua para obedecer.

―Sonríe para la cámara― comenté mientras Paloma me demostraba su maestría en mamadas sin manos.

―Por favor, no te corras en mi boca. Fóllame, quiero ser madre― suspiró sin poderse mover.

La lujuria de sus ojos me convenció y cambiando de boca a coño, reinicié mi asalto. Paloma agradeció mi gesto con un chillido de placer y ya totalmente entregada, me rogó que la inseminara.

―Tú lo has querido― repliqué dejándome llevar y explotando en su interior.

Al percatarse que estaba regando su fértil vientre, se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, buscó y consiguió extraer hasta la última gota de mis huevos, mientras nuevamente su cuerpo sufría los embates de un renovado orgasmo.

―Me vuelves loca― aulló antes de caer rendida sobre la cama.

Ya totalmente ordeñado, me compadecí de ella y la liberé. Paloma demostrando lo mucho que le había gustado ese rudo trato, se acurrucó entre mis brazos diciendo:

―Eres un capullo. Llegué a pensar que me estabas grabando.

Descojonado, conecté mi ordenador y le demostré que no le había mentido al decirle que había inmortalizado su violación

― ¿No serás capaz de mandársela a mi ex? ― preguntó acojonada.

―No se lo merece. He pensado en ponérsela mañana a María para que vea lo puta que eres cuando ella está indispuesta.

Riendo a carcajadas, la morena me soltó mientras señalaba a mi esposa que permanecía totalmente noqueada sobre las sábanas:

―Me parece bien, pero aún mejor que aprovechando que todavía le queda espacio a la memoria, mañana se despierte atada y que en cuanto se queje, le demos caña.

Alucinado, por el monstruo en que había convertido a esa dulce belleza, pregunté:

― ¿Qué te apetece hacer?

Su respuesta me hizo descojonarme de risa:

― Nunca me he follado propiamente a una mujer y como este consolador tiene dos penes, he pensado en meterle el grande mientras yo me quedo con el pequeño…

Relato erótico: “De crucero con mi papá” (POR ROCIO)

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me daríasDe crucero con mi papá

Sin títuloCuando era pequeña pasaba mucho tiempo de calidad con mi papá. Íbamos al estadio, de shopping, al cine, hasta de paseo en la playa, donde, en las noches más oscuras donde destacaban infinidad de estrellas, nos dedicábamos a trazar constelaciones imaginarias.

Era extraño porque lo normal, pensaría uno, sería que él prefiriera pasar más tiempo con mi hermano porque de seguro entre hombres se entenderían mejor, pero nada de eso se aplicaba en mi caso. Claro que ahora, yo en la facultad y con novio, él con un mejor puesto de trabajo y con novia, ya no pasábamos la misma cantidad de tiempo juntos.

Así que me emocioné muchísimo cuando un domingo entró a mi habitación para despertarme con una gran sorpresa. El siguiente viernes iríamos juntos, en crucero, a Ilhabela, Brasil. Sin novio, sin novia, sin libros ni teléfonos móviles que se interpusieran, solo él y yo. A mí al principio me molestó que gastara tanto dinero para algo que podíamos realizar con menos inversión, pero antes de que se lo reclamara me comentó que fue de luna de miel con mi mamá en su momento, también en crucero, y que quería llevarse ahora a “el amor de su vida, la nena de papá”.

O sea… que ya estaba enamorada de él pero ahora lo quería comer…

El crucero iba zarpar cerca del mediodía, pero ansiosa como estaba arrastré a mi hombre conmigo bien temprano a la mañana. La excusa era que yo no quería esperar mucho para abordar, que entre la gente y el despache de equipaje te puedes tirar una hora, y por otro lado me atraía la idea de disfrutar un rato de un crucero vacío.

Apenas había unas pocas personas a bordo y pudimos almorzar tranquilos, con el paisaje de los edificios como telón de fondo. Todo fue fantástico en el momento que el barco empezó a moverse, rumbo a Ilhabella. No sentí ningún tipo de problemas para navegar, ni mareos ni nada extraño, muy por al contrario, disfruté muchísimo pues el barco parecía desafiar a las olas como si fuese una tabla de surf. Realmente todo me pareció perfecto, ¡mágico!

Lamentablemente el discurso de la “nena de papá” se fue al garete en el momento que una amiga suya, una rubia despampanante, se nos topó en la cubierta y robó la atención de mi padre durante varios minutos. Yo no estaba cómoda yendo detrás de ellos, que conversaban sobre temas que yo ni conocía ni me interesaban, así que agarré la mano de él y tiré para que se acordara que yo también estaba ahí.

—Papá, ¿no quieres prepararte para ir a los jacuzzis?

—¿No ves que estoy charlando? ¿Por qué no vas tú y luego te alcanzo?

—Pero papá… Yo quería entrar a los jacuzzis contigo. Tienen hidromasaje y también tienen sales efervescentes.

—Ya habrá momento, bombón.

Enojada como estaba me volví para irme al camarote, y así cambiarme para luego ir a los jacuzzis. Al menos tenía que recrearme de las comodidades del crucero, tal vez hasta conseguía que se me pasara el enojo por haber sido abandonada. Me puse un bikini bastante bonito, de color cremita y lazos laterales rojos; me quedaba como guante y lucía coqueta. Confieso que pensaba ingenuamente que tal vez podría llamarle la atención a mi papá.

Pero no lo encontré en la cubierta donde lo había dejado, así que concluí que lo mejor sería serenarme y disfrutar del agua tibia de un jacuzzi. Entré en uno relativamente pequeño y desocupado. Estaba calentándome la cabeza y apenas disfrutando de las burbujitas cuando una voz me sacó de mis adentros.

I. Agarrando el timón

—¡Llamen a seguridad, hay una sirena en el crucero! —exclamó un sonriente señor de edad, acuclillado frente a mí. De cabellera canosa, bien afeitado y peinado, se le veía con más edad que mi papá aunque tenía un físico que ya quisiera él. Llevaba un traje blanco radiante, y la gorra plato que llevaba me dio a entender que era miembro de la tripulación del crucero.

—¿Yo? —me señalé. Fue inevitable sonreír porque nadie nunca me había dicho “sirena”. En un santiamén logró cambiarme la cara.

Él tenía los ojos más bonitos y chispeantes que había visto en mucho tiempo. Ya ni hablar de esa sonrisa de galán que hizo que yo retorciera mis pies sin que él pudiera notarlo debido a las burbujas. Me acercó una copa de Margarita que acepté con gusto.

—Me vas a disculpar, pero tendremos que registrarte en la sala de mando, es la primera vez que el crucero recibe una criatura mitológica.

—¡Ya! No soy ninguna sirena —bromeé, levantando un pie para mostrarle que no tenía aletas.

—Pues estoy hipnotizado y enamorado, no encuentro otra explicación.

—¡Exagerado! ¡A otra quien se crea tu cuento! —mordí la pajilla.

—¡Ja! ¿Qué haces aquí sola, niña? Estabas con el rostro serio y quería saber si podía hacer algo al respecto.

—Bueno, no me pasa nada —mentí, mirando para otro lado—. Estoy bien, solo algo aburrida.

—Si tú lo dices. Si estás sola y aburrida, ¿por qué no me haces compañía en la sala de mando?

—¿Sala de mando?

—Claro. Soy el Capitán de la MSC Lírica, Arístides Reinoso, a tu servicio.

—¿El capitán? Ufa, qué honor. Siempre quise ir a una sala de mando y rodar el timón…

—Pues ahora es tu oportunidad. ¿Cómo te llamas, preciosa?

—¡Me llamo Rocío, Capitán Reinoso! —mordí la pajilla, madre mía, ¡el Capitán me estaba invitando a la sala de mando! —. ¿Y puedo manejar el crucero y todo?

—¡Claro que sí, te declaro oficialmente la princesa del crucero!

Me ayudó a salir del jacuzzi y me llevó de la cintura por la cubierta. Charlando amenamente le confesé que mi papá prácticamente me había abandonado en la cubierta y por eso estaba sola. Ojalá él fuera así de atento, allá él si planeaba pasar el resto del día con su estúpida amiga, ni me sentí culpable por irme a otro lado sin avisarle.

En el enorme cuarto de mando estaban dos señores más, todos bien engalanados con sus trajes de marineros, charlando distendidamente entre ellos. Y me dio algo de vergüenza porque yo estaba con un bikini nada más, no es que yo estuviera vistiendo provocativa ni nada de eso pero había un contraste evidente allí, con hombres bien vestidos mientras que yo lucía solo un par de trapitos.

—No te vayas a preocupar por mis colegas, Rocío, pueden ser muy molestos pero son buena gente. Tú dime y yo les pongo en su lugar si te incomodan. Te vi allí triste y pensé que alguien tan linda como tú tenía que sonreír.

—Gracias, don Reinoso, aprecio lo que hace.

—¿Pero quién es esta garota? —preguntó un señor de piel oscura y precioso acento brasilero. Era enorme, tenía un poco de panza y contaba con una preciosa sonrisa, le pondría unos cincuenta y muchos, no sé. Se quitó su gorra plato y se inclinó para besarme la mano—. Me llamó André, Contramaestre de la MSC Lirica. Me Deus, ¿eres la famosa sirena que vimos abordar?

—¡No es verdad, no soy ninguna sirena!

—Esta sirenita se llama Rocío y estaba sola en los jacuzzis. Tenía la cara más triste que cuando André vio en vivo y en directo cómo Alemania le enchufaba siete goles a su selección.

—¡No te pases conmigo, Capitão! —carcajeó don André.

—Pensaba que sería buena idea levantarle el ánimo. No quiero rostros tristes en mi crucero.

—¿Y ya tienes novio? —preguntó el otro señor, probablemente era el más mayor de todos, aunque parecía tener un físico bastante bien cuidado que le daba porte y presencia. De barba fina y elegante, de mirada de ojos claros—. Ya estaba por pedirte tu número telefónico para invitarte a una cita. ¿Me lo vas a dar igual, no? Soy don Cortázar, mi amor, el Oficial de Máquinas a tus órdenes.

—¡Ja! Ya tengo novio, señor.

—Nada de pasarse con la sirena, compañeros, es una invitada especial. Vamos, Rocío, el timón te espera.

El Capitán me tomó de la mano y avanzamos hasta donde destacaba la enorme rueda del timón, hecha de madera y bronce. Lo toqué, pero no lo agarré, tenía algo de miedo, no quería meter la pata pues no sabía cómo funcionaba nada.

—Si le cuento a mi papá que estuve en la sala de mando no se lo va a creer…

—Ah, es verdad —dijo el Capitán Reinoso—, vino con el padre pero parece que la abandonó.

—¡Hay que ser desconsiderado! —bramó don Cortázar—. Rocío, ¿qué dirá tu papá si sabe que estás aquí con nosotros?

—No sé, probablemente me vaya a regañar por irme por ahí sin avisar.

—Aquí estás en buenas manos, tu papá no tiene por qué preocuparse. ¿Por qué no agarras el timón?

—Ah, no sé… ¡Ja! No voy a agarrar el timón frente a todos ustedes, qué vergüenza, voy a volcar el crucero o qué.

—¿Volcar? —carcajeó estruendosamente el Capitán—. Está todo guiado por computadoras, solo usamos el timón para entrar y salir del puerto —se acercó para ponerme su gorro plato, y apartó un mechón de mi cabello para besarme la mejilla ruidosamente—. ¡Mírate, toda colorada! ¡Así me gusta, que sonrías!

—¿Por qué no dejas en paz a la niña, Capitán? —susurró don Cortázar, a mi otro lado, rodeando mi cintura con un brazo, besándome la otra mejilla de tal forma que me dejó boqueando tontamente debido a la sorpresa.

—Ahhh… No soy ninguna n-nena… y tengo n-novio…

—Pues no veo ningún anillo, entonces eres libre como el viento —insistió el viejo Cortázar.

—¡Meu Deus! Déjenla en paz —don André separó a sus colegas de mí—. Rocío, ¡gira el timón unos treinta y cinco grados hacia la izquierda!

Estaba completamente demolida ante el tacto de esos señores. Pero meneé mi cabeza y aparté un poco cualquier pensamiento indecente, ¡ellos podrían ser mis abuelos! Así luego de ajustarme mi diminuto bikini, que entre tanto toqueteo se me querían desprenderse los lazos, agarré con firmeza el timón para darle la tímida vuelta que me ordenaron.

Don André se colocó detrás de mí, poniendo sus enormes manos oscuras sobre las mías. Me imaginé a los cientos de pasajeros que en ese instante estaban a mi merced. Creí que me entraría un pánico o miedo tremendo ante tamaña responsabilidad, pero la verdad es que en ese momento en donde era yo quien les guiaba me sentí súper… ¡poderosa!

—Bom, garota, lo haces muito bom, naciste para agarrar un timón enorme como este.

—Ufa… Me encanta esto, don André. En serio me alegra haber venido.

Estuve largo rato mirando el azulado horizonte. Si no fueran por las olas, ni sabría dónde comenzaba el mar y dónde el cielo, era algo alucinante. El Contramaestre Cortázar me daba órdenes sobre dónde ir, lo cierto es que el señor me estaba volviendo loquita con su insistencia. Obviamente me contenía por dentro pero me decía a mí misma “Está para remojarlo en leche, mamá, a saber cuántos años tendrá”.

—¿Cuándo me vas a decir dónde escondiste tus aletas?

—¡Ya dije que no tengo aletas!

—¿Te gusta el timón, Rocío?

—Me en-can-ta, don Reinoso, estoy pensando en venir a trabajar aquí y todo.

—Eso sería grandioso, ¿pero qué diría tu papá?

—No sé, seguro que no le importaría mucho…

—No seas así, seguro que en su corazón eres la nena consentida de papá. Además, con tus poderes de sirena, puedes encantarlo para que solo se fije en ti, como debe ser.

—¡Basta, deje de decirme “sirena”! —reí de nuevo. ¿Cómo no hacerlo? El lujo a nuestro alrededor, el precioso cielo fundido con el mar, el enorme barco, esos señores tan atentos, ¡y ese timón! Parecía que mi cabeza no podía con tanto; era, literalmente hablando, ¡el paraíso!

La verdad es que cuando el crucero salió del puerto ya no hacía falta usar el timón, pero yo no lo quería soltar, aunque bueno, tuve que hacerlo. Fue entonces cuando el Capitán me tomó de la mano y me llevó de nuevo a la cubierta, para “devolverme” junto a mi papá, con la misión conseguida: la “sirena” de rostro triste ahora estaba a rebosar de felicidad.

II. Preparando los torpedos

No dejaba de sentirme culpable cuando vi a mi papá, bebiendo solo en un bar. Lo había abandonado, sí, aunque él también lo había hecho conmigo. El Capitán Reinoso me acompañó hasta la zona de los jacuzzis pero tuvo que volver a sus labores, así que se despidió de mí con un sonoro y fuerte beso en la mejilla, con la amenaza de que volvería a por mí si me ponía triste.

Me acerqué para charlar con mi padre, ajustándome de nuevo los lazos de mi bikini, que los señores no tuvieron piedad conmigo y juraría que me lo querían quitar disimuladamente entre tanto toqueteo.

Me pidió disculpas porque que la chica con la que hablaba era una vieja a amiga y quería ponerse al día, pero por cómo hablaba de ella y cómo ponía sus ojos, melancólicos casi, yo al menos entendí que se trataba de una antigua novia. Es que ni siquiera se fijaba en mí, era como si estuviera rebuscando por esa mujer entre el gentío.

Repentinamente mi papá miro mi cintura y abrió los ojos como platos. Se me congeló la sangre porque, queridos lectores de TodoRelatos, él aún no sabía que yo tengo un tatuaje de una rosa cerca de mi pubis. No sabía cómo iba a reaccionar mi padre así que siempre se lo ocultaba. Ahora, por culpa de los tocamientos con los señores del crucero, mi bikini cedió un poco y mostró la punta de la rosa asomando sobre el triangulito que me cubría mis partecitas.

—¿Es un tatuaje lo que estoy viendo? —con un dedo bajó un poco más el bikini.

—¡Papá! —dije golpeando su mano, por poco no me dejaba en pelotas en medio del crucero—. ¡Te lo quería mostrar un día, te lo juro! Es… es una rosa, ¿ves?

Tragué saliva y me quedé quieta, aguantando la respiración, mientras él volvía al asalto. Él podía ser capaz de tirarme a los tiburones si se ponía malo, ¡no es broma! Mi colita temblaba de miedo recordando un viejo castigo que me dio cuando era niña, pero él meneó la cabeza con un mohín mientras acariciaba los pétalos de la flor.

—Es bonita. Pero como sigues viviendo en mi casa, espero que la próxima vez que te hagas algo así me pidas permiso, ¿queda claro?

—Sí, perdón, papi, nunca más.

Estaba súper aliviada. Casi hasta me dieron ganas de confesarle que tengo los pezones anillados por barritas de titanio con bolillas en las puntas, pero me contuve, obvio que eso sería algo muy difícil de digerir para él. Me acomodé el bikini mientras él seguía insistiendo.

—¿Qué más tienes?

—Nada más, te lo juro. ¿No estás enojado?

—Eres mi nena, además vinimos para pasarla bien, ¿no? ¿Cómo voy a enojarme?

Cuando caía el sol intenté resarcirme y, en el camarote, me puse una camiseta más que especial que me compré al día siguiente de que me sorprendiera con el viaje en crucero. Era una camiseta rosada que ponía “La nena de papá”, rodeado por un enorme corazón, en letras súper coquetas, además de la foto de él y yo abrazados durante mi último cumpleaños, encuadrada en el centro.

Me hacía ilusión que la viera, para que supiera que siempre tiene un lugar en mi corazón por más que la facultad o mi novio nos hayan separado un poco. Me puse una chaqueta para ocultarla, la idea era que viera la sorpresa mientras caminábamos por la cubierta bajo la luces de las estrellas. Por último me puse un short de algodón blanco, coqueto, sencillito y cómodo.

Nuevamente le tomé de la mano para arrastrarlo y pasear. Eso sí, en el momento que salimos y vimos esas hermosas estrellas empezando a centellear durante la puesta del sol, la maldita rubia volvió a hacerse presente de camino, pero ahora llevaba un coqueto vestido verde manzana de infarto que me dejó boquiabierta hasta a mí. Además ella era muy bonita, y bueno, yo no iba a poder hacer competencia porque no tenía sus largas piernas ni su estilizado cuerpo, ni su súper ajustado y corto vestido atrapa-hombres.

Y sucedió lo que tenía que suceder. De nuevo caminaban juntos por el lugar mientras yo les seguía por detrás; reían, hablaban de viejos tiempos, de viejos amigos y demás tonterías. Juraría que la mujer pretendía reconquistarlo. Yo estaba jugando con el cierre de mi chaqueta, amagando quitármelo para que él viera mi camiseta. ¿O tal vez ni lo notaría? Sinceramente, no iba a soportar estar todo el rato siguiéndolos, así que luego de varios minutos intentando interceder y reclamar a mi padre, me aparté para irme a pasearme sola.

—¿Adónde vas? —preguntó papá.

—Voy a dar un paseo por el crucero.

—No te pierdas, bombón.

—¡Ya!

Estaba sentada en una silla plegable, perdida entre el montón de gente, escribiéndome con mis amigas y enviándole fotos del lugar, cuando se sentó a mi lado el mismísimo Capitán Reinoso, siempre coqueto y galán con su traje de marinero. Supe que era él cuando sentí que me puso una gorra plato.

—Muchos vienen aquí para quitarse de encima el estrés de la vida. Pero tú parece que estás siempre tensa y ofuscada. Sirenita, ¿qué te pasa ahora?

—Buenas noches, don Reinoso. No me pasa nada, ya deje de preocuparse por mí.

—La culpa la tienes tú, tienes que deshacer ese hechizo de sirena con el que me has encantado.

—¡Ya, ya, eso de la sirena seguro que se lo dice a todas sus conquistas!

—¡Claro que no! Escúchame, ¿por qué no me acompañas a un bar privado que tenemos en la tripulación? Tiene una vista hermosa. Te hará bien a ese ánimo decaído que tienes.

—¿En serio? Bueno, dentro de un rato tengo que volver junto a mi papá, así que no sé.

—No me digas. ¿Te abandonó otra vez, sirenita?

—Sí —dije por lo bajo, mirando para otro lado. Recordé a esa mujer, era súper despampanante y me volvió muy celosa. Entonces necesitaba demostrar, no sé si a mi papá o a mí misma, que yo también podría ser atractiva. Y bueno, ese señor no se cansaba de decirme lo guapa que yo le parecía, así que me gustaba la idea de pasarla con buena compañía.

—Yo creo que vas a divertirte más con nosotros que aquí sola.

—¡Ay, qué insistente es usted, don Reinoso! ¡Bu-bueno, pero solo iremos un ratito!

—¡Eso es lo que quería oír!

En la cubierta superior se encontraba el famoso bar del Capitán Reinoso, era espacioso pero oscuro, teñido de luces azuladas. Me fijé que en un sofá al fondo estaban sus dos amigos, el brasilero André y el viejo Cortázar, compartían tragos, dicho sofá tenía forma la letra “C”. A un costado había un jacuzzi y, tras ellos, había un enorme ventanal oscuro que ofrecía una vista hermosa de toda la cubierta, en donde se veía al gentío ir y venir.

—Miren a quién capturé otra vez con la carita triste, colegas.

—¡Rocío, garota preciosa! —exclamó don André, quien inmediatamente se levantó del sofá para tomarme de la mano—. ¡Ya te extrañábamos, meu Deus! ¡Ven, siéntate a mi lado!

—La noche acaba de dar un subidón —dijo don Cortázar cuando me senté. Quedé atrapadita entre él y su enorme colega brasilero. Él me tomó de la cintura, trayéndome hacia él—. ¿Cuántos años tienes, mi amor?

—No soy nena, tengo diecinueve ya.

—¿Cómo?, tienes la edad de mi nieta. Si mi señora se entera de que estoy con una preciosura como tú se desatará una furia como la de Poseidón.

—¡Pues no le diga nada a su señora, don Cortázar! —dije riéndome.

Los elogios empezaron de caer uno tras otro, sacándome los colores y risas varias, seguramente porque me vieron el rostro alicaído. Si no era don André diciéndome piropos en portugués, era don Cortázar comparándome con sus romances de juventud, o el Capitán Reinoso acuclillándose frente a mí para mostrarme su tatuaje de un ancla en su enorme brazo. Con los tres hombres luchando por ganarse mi atención, ¡me sentía como una reina!

—¿Tú tienes tatuaje, sirenita?

—¡Sí!… Es una rosa muy bonita.

—Garota brava, no me digas, ¿se puede ver? —preguntó don André.

—¡Claro que no! Está muy escondido, ¿capisci?

—Sí, capisco. Vamos, ¡solo muéstramelo, aunque sea um pouco!

Siguieron sus embates, incluso don Cortázar posó su mano cálida en mi muslo y me dijo que me llevaría de paseo a Brasil para comprarme todas las ropas que yo quisiera, pero solo si le mostraba mi tatuaje, aunque obviamente le dije que nada de nadita, que yo soy una chica decente.

—Bueno, sirenita, ¿por qué no jugamos a algo para hacer la noche más divertida?

—Supongo… ¿Qué clase de juego?

—Se llama “Verdad o Reto”. No te preocupes, no vas a hacer nada que no te guste, tenlo por seguro.

—¡Bueno, pero no voy a mostrar nada, que conste!

Todos aplaudieron el que aceptara jugar, y yo súper colorada, a saber qué me deparaba, seguro que querrían ver mi tatuaje. Por si acaso, les volví a insistir que ni en mil años iba a mostrárselos, que una cosa es jugar y tal, lo otro ya sería pasarse la línea, no sé, mi tatuaje es privado y no es algo para andar mostrando a cualquiera.

—Venga, Capitán, yo comienzo —dijo don Cortázar—. ¿Cuántas mujeres te esperan por puerto? ¿Verdad o reto?

Todos reímos por la pregunta tan directa, y más aún cuando el Capitán negó al aire con una sonrisa. No lo quería decir, de seguro que eran muchas. Suspiró y dijo “Reto”. El castigo fue simplemente que el Capitán llamara a su señora por móvil, para decirle lo mucho que la amaba, cosa que cumplió de mala gana ya que según él tenía una mujer algo cascarrabias. Puso en altavoz para que todos oyéramos, y vaya que oímos, la señora le riñó por despertarla a mitad de su sueño.

—¡Ya está, ya cumplí el condenado reto! —rugió el Capitán al colgar su móvil—. Ahora es mi turno. Rocío. ¿Cuántos años tenías cuando te dieron tu primer beso? ¿Verdad o reto?

—¡Ja! ¡Verdad! Tenía quince, don Reinoso.

No iba a decir “Reto” ni loca, que seguro querrían ver mi tatuaje. Sabía que ahora me tocaba a mí hacer la pregunta, así que miré a don Cortázar, que estaba a mi lado.

—Hmm… a ver, dígame, don Cortázar, ¿cuántos años tiene usted? ¿Verdad o reto?

—¡Maldita sea, niña! —rio estruendosamente, bebiendo de la tequila. Como parecía el más mayor, tenía curiosidad, no era mi intención ofenderle ni nada de eso, por suerte se lo tomó con humor—. ¡Reto!

—¡El abueliño del barco no quiere decirlo! —carcajeó don André.

A mí me parecía adorable, como dije era el más insistente de los tres y me generaba un poco de ternura, con un poquito de atracción. O sea, era natural, era un hombre guapo y coqueto; concluí que no iba a hacerle cumplir un reto humillante ni nada de eso. Así que me ajusté mi short y le ordené:

—Don Cortázar… cánteme algo.

Me tomó de la mano y enredó sus rugosos dedos entre los míos, me mostró una matadora sonrisa de hoyuelos, clavándome sus ojos claros en los míos. Sus colegas le llamaron aprovechado pero yo me dediqué a oír su dulce voz, que cantaba: “¡Ay! Rocío, caviar de Riofrío, sola entre el gentío, tortolica en celo. Como un grano de anís, un weekend en París, un deshielo.” Al terminar me dio un beso en la nariz que no tenía forma de esquivar, ni quería, sinceramente. ¡Vaya con el señor y su coquetería!

Estaba derretida mirando a Cortázar, no quería soltar su mano. Él había ladeado el rostro para beber un trago, y cuando la devolvió a la mesa, notó que yo aún le observaba como tonta, con la boca entreabierta y sin ser capaz de armar una frase.

—Rocío, va a ser verdad que eres una sirena que hechiza a los hombres, ¡estoy enamorado! —besó mi mano—. ¿Te gustó la canción?

—S-sí, don Cortázar, tiene una voz muy bonita…

—Gracias, mi amor. ¿Te puedo besar?

—No sé…

Entonces sonrió de lado cuando humedecí mis labios, y depositó un besito casto que hizo olvidarme completamente de la situación. Ya podría chocar el crucero contra un témpano de hielo, que no había forma de traerme de vuelta a la realidad. Empuñé mis manos y las llevé hacia mis pechos mientras degustaba esos labios con un ligero sabor a tequila.

Apretujó sus labios con los míos, los de él estaban secos pero luego se humedecieron un poco debido al contacto. Abrí los ojos como platos cuando sentí la punta de su lengua queriendo entrar en mi boca, atravesó la barrera de mis finos labios y palpó mi propia lengua, para luego retirarse fugazmente. Siguió con el jueguito de labios, me puso tan cachondita que decidí buscar su lengua, con la mía, en señal de venganza.

Estuvimos así un rato, solo escuchando cómo nos comíamos la boca, yo gemía un poquito y retorcía mis manos y pies, hasta que el viejo Cortázar decidió dar por terminado el beso más caliente y sensual que había vivido nunca. ¡Y con un señor que podría ser perfectamente mi abuelo!

Sus compañeros lo felicitaron, pero él no les hizo caso, sino que me preguntó:

—Chiquita sabrosa. ¿Tienes labiales de sabor frambuesa?

—S-sí, me lo puse… me gusta… Espero que le haya gustado a usted, don Cortázar.

—Desde luego. Eres única, mi amor. Dime, ¿con cuántos chicos ya has tenido relaciones? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… —respondí atontada. Me puse coloradísima porque uno, no esperaba que me hicieran esa pregunta, y dos, aún tenía ganas de besarme con él—. ¡Re-reto, pero no sean malos!

Todos celebraron al unísono mientras yo hundía mi rostro en mis manos, toda avergonzada.

—Minha garota —dijo don André—. ¿Tanta vergüenza tienes de decirlo?

—No es eso, don André, ¡es que eso no se pregunta, tramposos!

—Tranquila, niña, no voy a ser malo. Allá en el bar dejé los habanos, ¿por qué no nos los traes y nos los enciendes, mi amor?

Mi corazón latía rapidísimo porque no tenía idea de qué me iban a ordenar, pero suspiré aliviada cuando me dijo lo de los habanos. Le dije que sí, que no tardaba. Lo cierto es que mientras buscaba los habanos en el bar empecé a sentir muchísima culpabilidad. Es decir, ¿qué iba a decir mi papá si me pillara así, pasando la noche con tres señores, todos más mayores que él, y para colmo en un lugar tan privado como aquel? Y si supiera que uno de ellos ya me comió la boca como nadie…

Como tenía calor, me quité el abrigo y lo dejé sobre una butaca. Volví al sofá con los tres habanos y un mechero. Cuando me acerqué, los tres señores estaban sentados juntos, y vieron mi camiseta rosada. Me había olvidado completamente que tenía la foto de mi papá y yo, impresa allí, además de la frase de marras.

—“La nena de papá” —dijo el Capitán—. ¡Qué bonito!

—¿Quieres hacernos sentir culpable, mi amor, al mostrarnos esta linda foto? —preguntó don Cortázar.

—¡No, era una sorpresa para mi papá, no para ustedes!

—Como dijimos, tu papi no tiene por qué preocuparse, su nena está en buenas manos —afirmó don Cortázar—. Vamos, ponme el habano entre los labios, mi vida.

Uno a uno se los puse, y sumisamente se los encendí tal y como se me exigió para cumplir con el reto. La verdad es que al encendérselos ellos expelían el humo hacia mi rostro, cosa que me hacía toser y a ellos les hacía reír. Estaba encendiéndole el habano a don Cortázar cuando el Capitán me expelió de nuevo el humo de su habano en mi rostro:

—Rocío. ¿Quién te parece el más guapo de nosotros? ¿Verdad o reto?

—¡Ya! No voy a decir eso, ¡reto!…

Otra vez vitorearon los señores.

—Sirenita, ¡qué mal! La verdad que es estuve todo el día con este uniforme y no veía la hora de quitármelo. Seguro mis colegas piensan igual. Mi reto es que te pongas este lindo bikini que dejó una de las camareras por aquí. Y bueno, nos gustaría que nos acompañes en el jacuzzi que tenemos. ¿Qué me dices?

Inmediatamente sus colegas callaron, mirándome con detenimiento, como esperando mi respuesta. A mí me parecía pasarse un montón, pero los señores me agradaban y no habían hecho nada que yo no quisiera, así que me sentía en buenas manos. Si quisieran propasarse, yo solo debía poner las cosas claras, o eso pensaba.

El Capitán sacó de su bolsillo dos diminutos pedacitos de tela que según él eran un bikini de una de las camareras del Crucero; me puse coloradísima y me arrepentí de haber dicho reto porque a la vista no parecía que eso pudiera entrarme. Además, lo de la camarera me parecía sospechoso, de seguro que yo no era la primera ni la última en entrar en su bar privado.

—¿Qué hacía una camarera por aquí?

—Limpiando —dijo don Cortázar. Reinoso y André rieron.

—¿Vino a limpiar con un bikini tan diminuto puesto?

—Mira, Rocío. Nos harías un gran honor —dijo el Capitán, poniendo en mis manos el bikini—. De estar con la muchacha más hermosa de este crucero.

—¿En serio? ¿M-más hermosa que esa mujer que está con mi papá?

—Niña, te diré con sinceridad —dijo don Cortázar, mordiendo su habano mientras se desprendía de los botones de su traje—. Tú tienes algo que hace que me olvide del resto de mujeres. Por ejemplo, ni siquiera sé de quién me estás hablando, ¡y no me importa! Lo de la sirena va en serio, mi amor, porque nos tienes enamorados, para qué te vamos a mentir a estas alturas.

—Creo que sé de quién hablas, minha garota —dijo don André, desabotonándose también—. ¿La rubia de vestido verde manzana, no? Si me dieran a elegir, tú serías siempre mi elección.

Me súper convencieron, era inevitable sonreír y morderme un dedo ante tanto piropo.

—¡Bu-bueno, voy a cumplir el reto, pero solo porque no quiero que me digan tramposa!

Los viejitos rugieron de alegría mientras me iba al baño. Me quité mis ropas y empecé a colocarme el bañador. Era demasiado pequeño y diametralmente distinto al que yo había usado esa mañana. La parte superior apenas cubría mis pezoncitos pero de igual forma tiraban fuerte y mostraban la generosidad de mis pechos, los realzaban de una manera exuberante que no me lo podía creer. “Si mi papá me viera”, pensé mordiéndome los labios.

Luego me puse la parte inferior; me di cuenta qué era lo que pretendían porque el triangulito que me iba a cubrir mi vaginita era una cosa de lo más pequeña, por lo tanto mi tatuaje de la rosa se veía con claridad. Entonces me sentí súper sentí mal por mi papá ya ahora unos señores iban a verlo completamente antes que él.

Terminé ajustándomelo bien, era tan fino y apretado que sentí un gusto súper rico recorrerme la espalda cuando el hilo se ciñó con fuerza entre mis piernas. Miré para atrás para comprobar cómo el hilito desaparecía entre mis nalgas. Así y todo me miré en el espejo y no me lo podía creer, iba a modelar tamaño modelito para unos sesentones.

Estos son los momentos en los que una sabe que, de seguir, no hay forma de dar marcha atrás. Sin darme cuenta, o tal sí me daba cuenta y solo me negaba a reconocerlo, estaba entrando en una tormenta en medio del mar del que no iba a escapar fácilmente. Tragué saliva, esperando que la tempestad no durase mucho. Y si duraba mucho, qué menos que pedirle que fuera inolvidable.

“Perdón, papi”, pensé, saliendo del baño para ir al jacuzzi, donde ya me esperaban los tres señores.

III. La más putita de los siete mares

Yo avanzaba a pasos tímidos, tapando con mi mano mi tatuaje de forma disimulada, mientras ellos se acomodaban y fumaban. Podía sentir sus miradas comiéndome a cada paso, madre. Pensé que me iban a acribillar a piropos, pero no, ahora estaban más relajados, seguramente porque me veían muy nerviosita, o seguramente porque disfrutaban de las burbujitas del jacuzzi.

—Eres una jovencita muy hermosa, realmente somos hombres muy afortunados —dijo el Capitán, con los brazos reposando fuera del jacuzzi. Miré de refilón su pecho poblado de vello canoso, y como sospechaba, tenía un cuerpo para mojar pan, de seguro que hacía ejercicio como un condenado todos los días.

—Gracias don Reinoso, usted también se mantiene súper bien.

—Antes de que entres, déjanos ver ese tatuaje, Rocío, prometemos que no nos vamos a burlar, si es por eso que no quieres mostrarnos.

Tragué mucho aire antes de mostrarle el tatuaje, pero me sentí bien al hacerlo porque no me hicieron bromas pesadas ni nada de eso, al contrario, suspiraron sorprendidos. Les dije que era una rosa roja que me lo puse hacía tiempo y que muy, pero que muy poca gente lo había visto. De hecho, ni mi papá lo había visto, al menos no completamente. Les encantó porque miraron embobados por largo rato, cosa que me hizo sonreír porque yo no esperaba que unos señores de esa edad quedaran así por mi culpa.

Cuando entré al agua me sentí en el paraíso, entre las sales efervescentes y el hidromasaje que me hacía cosquillas. Eso sí, me aparté un poco de los señores. Ellos tres estaban juntos, uno al lado del otro, pero yo estaba al otro lado del jacuzzi, frente a ellos.

—Rocío —continuó el capitán, en medio de los tres—. ¿Qué es lo que más te excita? ¿Verdad o reto?

—¡Ah! —grité, salpicándole el agua a su rostro—. ¡Era mi turno, tramposo!

—¡Mi barco, mis reglas!

—¡Re-reto, pero me voy a vengar, don Reinoso!

Echó la cabeza para atrás y empezó a carcajear. Con los brazos descansando fuera del jacuzzi, se acomodó y juraría que se abrió de piernas, pero no podía verlo con claridad porque había muchas burbujitas. Mirándome, dio una última calada a su habano antes de decirme:

—Ven aquí.

—Ahhh… ¿para qué?…

—¿Tienes miedo, sirenita? No muerdo.

A cuatro patitas avancé hasta poder sentarme frente a él. Pero él insistía, “Ven más, ven más”. Cuando estuve demasiado cerca, me preguntó si yo estaba bien, a lo que respondí que sí, aunque en realidad estaba excitadísima porque de seguro que me querían merendar ya, que no soy tonta. Todo ese deseo que podía sentir de su parte, de parte de esos tres señores, era algo palpable en el aire y me contagiaba. Eso sí era algo que me mareaba, que me arrancaba sensaciones riquísimas en mi vientre: ¡deseo, eso era! ¡Que me desearan! ¡Que me mostraran que yo podía ser como esa amiga de mi padre que me lo arrebató sin que yo pudiera hacer nada!

—Ven aquí, vamos, no te asustes. Bésame el pecho, sirenita.

—¿Besar su pecho?

—Sí. Eso me gustaría muchísimo. Ven, no tengas miedo.

—S-sí, don Reinoso.

Y lo hice, me acerqué de cuatro patas y di un par de besos, pero él me decía que no parase, así que, todo su pecho repleto de canas fue objeto de besitos, y cuando me puse súper viciosita, le di un par de chupetones y mordiscos. Me decía que chupara sus pezones y así lo hice, que mordiera y jugara cuanto quisiera. Lo hice gruñir, lo hice gemir, me excitó oírle pues yo era la provocadora de sus reacciones, ¡sí!

Estaba mordisqueando su pezón cuando él me agarró de la mano y la llevó para que tocara su verga, ocultada bajo las burbujitas. Suspiré largo y tendido, la tenía súper dura por mi culpa. Cuando lo toqué mi vaginita empezó a picar un montón.

—¿Sigues dudando de lo que te dijimos? Nos tienes locos, pequeña sirenita. Ven, siéntate entre mis piernas, de espaldas a mí.

Me guió para que me sentara sobre él y, luego de ladear mi bikini, pudiera restregarme su verga por mi panochita. Sus colegas se levantaron del agua y, parados como estaban, con sus vergas a tope, agarraron, cada uno, una manita mía, y la llevaron hasta sus grandes trancas para que les pajeara. Don André la tenía gigantesca y negra, mi manita no se cerraba en su tronco, y me guiaba para que le estrujara suavemente su verga. Don Cortázar en cambio era muy bruto y me exigía que se la cascara con violencia y rapidez a esa verga larga, algo curvada, pero no muy gruesa.

Fue en ese momento que me sentí realmente una sirena que domaba a los hombres con sus encantos.

—Don Reinoso… ahhhh… soy muy estrechita… sea ama-amable, por favor…

—Parece que sí eres estrechita, me cuesta encontrar tu agujerito. Maldita sea, ¿ves cómo nos tienes, Rocío? ¿Sabe tu papi que eres así de coqueta?

—¡Ah! N-no es mi culpa. Ustedes estaban haciendo preguntas y retos muy tramposos…

—Si su papá se entera no le va a dejar jugar más con nosotros —picó el Capitán, meciendo la cabecita de su verga entre mis gruesos labios vaginales—.Dime, ¿cuántas veces te han comido tu almejita? ¿Verdad o Reto?

—¡Tra-tramposos, ya es mi turno! —protesté sin ser capaz de soltar las vergas de esos viejos; me encantaba masturbarles y oírles gemir.

—¿Cuándo fue la última vez que vocé… te masturbaste, menina? ¿Verdad ou Reto?

—Ahhh… ¡Re-reto, reto! —gemí cuando la polla del capitán empezó a hacer presión para entrar en mi conchita.

—Rocío, ¿cuántas vergas has chupado? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… Ahhhh… ¡Re-reto… Ahhhh!

El Capitán encontró mi agujerito y penetró un poco, lo cual me hizo retorcer toda. Fue tanto el gustirrín que me olvidé de pajear a los otros dos señores y mis manitas resbalaron, pero rápidamente ellos las recapturaron para que siguiera estrujándoselas con fuerza.

—¡Son unos tra-tramposos! —respondí mientras el viejo empezaba a metérmela. Perdí la vista mientras sentía perfectamente la forma de una verga larga y gruesa entrar en mí de manera suave.

No tardé en retorcerme como si estuviera poseída, cosa que le habrá asustado a los tres señores. Aunque estuviera follando en el agua del jacuzzi, sentía perfectamente cómo derramaba mis fluidos de manera bestial, corriéndome como una cerdita sin que pasaran más que un minuto. La verdad es que cuando me excito mucho no me controlo y no puedo llevar una relación sexual por mucho tiempo, cosa que me da muchísimo corte…

—¿Qué te pasa, sirena? —el Capitán me habrá sentido cómo mis músculos vaginales le estrujaban su verga—. ¿Por qué tiemblas toda?

—¡Ahhh, ahhh!

—No me lo puedo creer, se está corriendo solita. Su coñito me está haciendo fiesta adentro, amigos.

El viejo Cortázar gruñó, seguramente estaba celoso porque quería follarme también, pero eso era privilegio del capitán. Se inclinó hacia mí para hundir sus dedos en mis mejillas, de tal forma que mis labios fueron empujados hacia afuera. Oí una gárgara y el señor escupió en mi rostro, sentí cómo su saliva resbalaba desde mis labios y nariz para adentro de mi boca. Cabeceó satisfecho, y empezó a meter sus gruesos dedos para follarme la boca.

—Se vuelve muy sumisa cuando se excita. Parece que encontramos un tesoro en medio del mar, Capitán.

—¡Mff!…. —dije al apartarme, presta a evitar que los dedos entraran más. Me dio unos segundos para que volviera a tomar aire, mientras hilos de saliva caían de mi boca. Inmediatamente, el enorme brasilero también me agarró del rostro, escupiéndome otro cuajo enorme dentro de mi boca.

—Chupa, vamos, chupa —dijo metiendo sus gruesos y oscuros dedos, desencajándome la cara.

No podía chupar esos dedos con comodidad, ya que por poco no metía el puño completo en mi boca. Pero logré pasar lengua por los dedos como me ordenó, hasta que por fin, tras largo rato, retiró los malditos dedos de mí, todos encharcados y ensalivados.

Repentinamente, el capitán bramó, apretándome la cinturita con fuerza:

—¡Madre de Dios!, me voy a correr dentro de ti, sirenita. ¡Qué muñequita tan linda eres!… eres preciosa y tienes el coño más apretadito que he sentido en toda mi vida.

—¡Men-mentira!…

—¡Es verdad! Luego te la voy a comer hasta que te desmayes de gusto… ¿Por qué no le das tu cola a uno de mis colegas, para que no se queden con las ganas?

—Ahhh… ¡A m-mí nadie me toca la cola!

Entonces sentí la lechita caliente del Capitán; su verga escupía semen sin cesar dentro de mi interior, lo podía percibir con claridad, además que salía en cantidad. No me lo podía creer, en ese entonces me asusté muchísimo. Me imaginaba preñada, paseando por la borda de la mano de esos tres viejos mientras mi novio y mi papá me miraban decepcionados. ¡Qué humillación, todo por ser una cerdita! Pero mientras el Capitán me seguía llenando de su leche, me dijo que ya no podía tener hijos, así que no pasaría nada.

Quedé demolida, sin fuerzas en los brazos y pies, si don Reinoso vaya con el abuelito, me había follado a base de bien. Yo aún estaba sufriendo algunos temblores productos del intenso orgasmo cuando sus dos colegas se masturbaron con fuerza frente a mí para llenarme la cara y los pechos de sus corridas. Un cuajo enorme de semen cayó en uno de mis ojos y me lo cerró durante toda la noche, causando risas varias.

Don Cortázar seguía estrujándose su verga frente a mí. Don André le prestó su habano y el viejo, luego de expeler el humo hacia mí, me dijo:

—Lo estás haciendo muy bien. Tu papá tiene que estar orgulloso de tener a una nena tan obediente.

—No hablen de mi papá ahora mismo —susurré, tratando de limpiarme la cara.

—¿Ves esta verga, Rocío?

No respondí, pero cabeceé tímidamente.

—Esto va a entrar en tu colita. Así que ponte de cuatro y la colita en pompa.

—E-estoy cansada, don Cortázar…

—Ya veo. ¿Crees que esa rubia que está con tu papá duraría más que tú?

—¡N-no, claro que no! Don Cortázar, bueno… pero tenga mucho cuidado o me voy a enojar…

—Excelente, eso es, papi la tiene bien entrenadita por lo que se ve.

Me volví a poner de cuatro patitas y me apoyé del borde del jacuzzi mientras los tres viejos me veían todas mis partecitas. Estaba temblando de miedo, mis colita parecía latir y boquear, como rogando por verga, pero vamos que un poquito más y me orinaba ahí mismo.

—Vaya tesoro tiene escondido. Nunca vi un culito tan pequeño. Seguro que cuando caga salen fideos.

—¡N-no me hable así, don Cortázar!

Escuché una fuerte gárgara y pronto sentí un enorme cuajo de saliva caerse en mi colita, cosa que me dejó boqueando como un pez de lo rico que se sintió. El Capitán me tomó la cabellera y ladeó mi rostro, hizo una gárgara y me escupió en la boca. Luego su colega brasilero hizo exactamente lo mismo, solo que su escupitajo fue más grande. Ambos asintieron de satisfacción al ver lo sumisita que me volvía al estar tan caliente.

—Bendigo a tu papi por haber engendrado este pedazo de hembra —dijo don Cortázar, que parecía que se había arrodillado ante mi cola—. Dime, sirenita, ¿tu novio al menos te come la almejita?

—Mmffsíiii…

—¿Cómo te lo come? O sea… ¿Te gusta cuando lo hace? ¿Trabaja bien con la lengua?

—Ahhh, no sé…

En ese momento don Cortázar metió mano y empezó a estrujarme la conchita. Dos dedos separaban mis labios y uno iba actuando como si fuera una especie de lengua en mi rajita, mojándose todo de mí mientras acariciaba mi clítoris. Era súper caliente y rico, lo hacía súper bien, así que disimuladamente arqueé mi espalda para que siguiera, gimiendo y disfrutando del hábil manoseo.

Luego pude sentir la lengua de viejo recorriendo el anillo de mi ano, boqueé al notar cómo se entraba en mi culito. Primero pareció tantear el terreno, luego fue punzante y parecía que la lengua me follaba mi agujero. Me retorcía todo, es que me gustab un montón cómo ese viejo me chupaba el culo.

—Estás muy rica. ¿Me dejas hacerte la cola?

—Tengo… m-miedo, me va a doler…

—Tranquila, voy a ser muy despacioso.

Me separó las nalgas y empezó a acariciarme el anillo de mi cola. Al meter su dedo, uno rugoso y grueso, empezó a follármelo con rapidez. Di un respingo y arañé el borde del jacuzzi, pero aguanté como pude, apretando los dientes. Mi vista se emborronó y no sé si habré dicho algo pero de seguro fue inentendible, ¿quién iba a poder hablar en esas condiciones?

—Es estrechito, haré lo posible para que no te duela.

—Culo chico, esfuerzo profundo, goce grande —dijo don André—. Me gustaría darte por culo también, pero será mejor que lo haga cuando tu colita esté más acostumbrada a tragar vergas. Esto que tengo aquí te va a dejar el culo como la bandera de Japón durante semanas.

—No cierres el ano, relájalo —Cortázar se apartó y escupió de nuevo en mi agujerito.

Tragué todo el aire que mis pulmones me permitían cuando el señor empezó a meter su verga. Primero fue la cabeza de su polla; me invadió un dolor terrible pues estaba estirando el anillo del ano más de lo que su dedo o su boca habían hecho. Grité fuerte y desencajé mi cara de dolor. El señor, pese a su edad, tenía vigorosidad, y me sostuvo de mi cinturita, no fuera que me escapara.

—Tranquila, tranquila, la cabecita ya está adentro, mi amor. ¿Te sientes bien?

El abuelo se mantuvo un rato así, dejándome casi al borde del desmayo. Yo estaba temblando de miedo, podía sentir perfectamente la forma de la cabeza de su verga ensanchando mi agujerito. Cada vez que parecía que me iba a desmayar, recordaba a esa maldita rubia de vestido verde manzana y me decía que yo tenía que ser mejor que ella.

—Aguanta. Seguro que te va a encantar y vas a querer hacerlo todos los días.

Era un señor mentiroso porque no me encantó en ningún momento. El dolor cuando entró toda la cabeza en mi cola fue terrible, tanto que creía que el crucero se había metido en medio de una tempestad. Arqueé las plantas de mis pies, también mi espalda, apreté los dientes pero don Cortázar me sostenía fuerte de la cintura por lo que su tranca seguía partiéndome en dos.

—Parece que la verga me va a reventar por la presión, cómo cuesta meter. Se nota que no está acostumbrada. Venga, aquí viene más, Rocío, tú puedes tragar, se nota que eres una niña con ganas.

Dio un envión fuerte que me hizo blanquear la visión debido al dolor. En ese entonces me oriné completamente, ya no podía controlar ni mi vejiga y de mi boca salieron insultos varios dirigidos a ese viejo cabrón, pero babeando no me habrá entendido nadie. Si el abuelito me soltaba, me caería

—Afloja, Rocío, afloja el culo y disfrutarás. Créeme. Yo estoy disfrutando como un condenado. Es más, creo que me voy a quedar así para siempre, se siente muy bien. Al héroe que quite mi verga de tu culo lo van a llamar Rey Arturo.

Pero mintió otra vez, no se quedó así, dio un empujón terrible que casi me hizo reunir con mis ancestros, en serio creía que iba a morir de dolor pues entró otra porción más que me partió en dos y vació mis pulmones.

Aunque la verga no estaba toda dentro de mí, sí podía sentir claramente la forma de la punta y el tronco curvado dentro de mis intestinos. Estaba temblando de miedo y de hecho pensaba en renunciar si la cosa seguía así de dolorosa.

—No creo que entre más, por más que empuje. En mi vida encontré un culito tan estrecho. Venga, afloja, niña, afloja y déjate gozar, ¿quieres?

—Ahhh… Ahhh…

—¡Cuidado, un témpano de hielo! —gritó el brasilero.

Me súper asusté, tanto que di un respingo y mi culito aflojó debido al pánico; abrí el ano y los ojos como platos. Pero solo fue una broma para asustarme porque se rieron un montón, y parecía que el truco funcionó porque mi cola empezó a tragar más y más de aquella tranca vieja pero hábil. Y así, boqueando como un pez y arqueándome toda, empecé a disfrutar poco a poco mientras mis intestinos eran ocupados por toda la verga del viejo.

—¡Men-mentirosos… Ahhh… Ahhh!

—Madre mía, este culo está tragándose por sí solo toda mi verga. ¿Qué pensará tu papi si sabe que te estoy partiendo el culito, mi amor?

—Ahhh… Ahhh… me va a ma-matar…

—¿Sabe papi que tienes un culito tragón? ¿Sabe que su hija es la putita viciosa de los miembros de la tripulación?

—¿¡Cómo va a saber eso, cabrón!? ¡Ahhh… Ahhh!

Debo decir que me empezaba a gustar la sensación de tener a don Cortázar dentro de mí. De hecho, él también creo que lo notó porque mi cola tragó casi naturalmente lo que quedó de su verga y, según él, no quedó nada afuera. Vaya salvajada de hombre, ya estaba por desfallecer del gusto y del dolor pero él empezaba a menear su cintura, golpeando sus huevos contra mis nalgas. Chapoteaba el agua, gemía yo como una cerdita, más aún cuando mi colita se ensanchó y se acostumbró al tamaño de su tranca, permitiéndole ir y venir a gusto.

El placer era tan apabullante que quería seguir siendo enculada por ese pervertido durante toda la noche. Pero me acaricié mi perlita para terminar rápido pues que ya era hora de volver junto a mi papá; al instante empecé a mear descontroladamente más jugos, mojando más aún el jacuzzi.

Chillé de placer, arqueando el cuerpo sin que mi vaginita dejara de salpicarlo todo de manera descontrolada mientras la verga de don Cortázar poco a poco abandonaba mi culito.

Me quedé temblando toda y súper sonriente. No podía ser, había gozado toda una orgía con hombres más viejo que mi papá, uno de ellos incluso me hizo la cola de una manera ruda pero experta, que supo vencer mis miedos y a mi propio cuerpo.

Al final de la noche, todo el jacuzzi estaba literalmente encharcado en mis juguitos, los de los señores, un poco de orina y algo de… bueno, no voy a decirlo pero básicamente el mini bar privado de los viejos no quedó como el lugar más higiénico del crucero.

Yo ya estaba agotada, mi garganta me escocía de lo mucho que chillé y me dolía todo el cuerpo, pero ninguno de ellos menguó, al contrario, los abuelitos me habían estado follando durante horas y parecía que no había quién los parase. Cuando don André tomó mi cabello para levantar mi rostro y darme de comer su verga, supe que la noche iba a ser muy larga.

IV. La nena de papá

Así fue como la sirenita volvió sonriente a la cubierta, en compañía de los tres marineros, orgullosos de haber contribuido con mi felicidad. Comprobé que mi short tapara cualquier evidencia de mi noche salvaje con los abuelos, que me llenaron las nalgas de besitos y mordiscones, lo mismo con mis pechos, ahora resguardados por la camiseta rosada de “Nena de papá”.

—Me alegra que estés de nuevo con la carita sonriente, sirenita —dijo el Capitán—. Misión cumplida.

—¡Ya dejen de decir que soy una sirena!

—Cuidado, si te vemos triste, te llevaremos de nuevo a la sala de mando o al bar privado —amenazó don Cortázar.

—En Illhabela incluso tenemos un lugar muy bonito y privado, garota —sugirió don André—. Es de mi propiedad, con hermosa vista al mar. Tú harás que la vista sea más hermosa.

—¡Ya, qué exagerados!

Pero yo no podía olvidarme de mi papá, así que me despedí de ellos con la idea de reunirnos una vez más, que nos quedaban tres días muy largos. Pero no les podía prometer nada, pues como dije, tenía que pasar tiempo de calidad con el hombre de mi vida.

Mi papá me tomó de la mano cuando llegué hasta él. Me quiso quitar el short entre bromas, dijo que quería ver otra vez mi tatuaje ya que le gustó mucho, pero le dije que no, el solo pensar que me pillaba los mordiscones y chupetones me hizo marear.

—¿Me disculpas, bombón, por haberte abandonado? Te lo compensaré.

—Más vale que sí, papá. Al menos no estuve aburrida.

Entonces me dijo algo que me desarmó por completo:

—Mi amiga es camarera de este crucero, sirve al Capitán y todo, aunque hoy se tomó el día libre. Me dijo que él y sus colegas unos rompecorazones de cuidado, ¿te lo puedes creer? Si deberían estar jubilados a esta altura, ¡ja!

Me quedé blanca por un rato pero meneé la cabeza.

—Algún día vas a ser viejo también, ¡no te burles! —le golpeé el brazo.

Pero cuando nos paseábamos por la cubierta, bajo las luces de las estrellas, tiré de su mano y le pregunté:

—Papá, ¿tú crees en las sirenas?

Muchísimas gracias a los que llegaron hasta aquí.

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