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Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 5” (POR GOLFO)

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11

Sobre las nueve de la mañana, sentí que Paloma se despertaba, que sigilosamente se levantaba y abriendo el armaría, cogía unas cuantas corbatas. Supe de inmediato cual era su intención y acomodando mi cabeza en la almohada, me quedé mirando mientras con mucho cuidado para no despertarla, tomaba el brazo derecho de mi esposa y lo ataba al cabecero.

        «Lo de ayer iba en serio», me dije al ver que repetía la misma operación con el izquierdo.

        No contenta con limitar los movimientos de sus manos, mi vecina hizo lo mismo con los tobillos de María y solo después de comprobar que le iba resultar imposible el liberarse, se puso encima de ella y mirándome a los ojos comentó:

        ―Observa y disfruta, pero no intervengas.

        Tras lo cual, la empezó a besar. Como resulta lógico, mi esposa no tardó en despertar y al darse cuenta de que estaba atada, sonrió:

        ― ¿Y esto?

        Obviando la pregunta, Paloma sacó su lengua y bajando por su cuello, comenzó a lamer cada centímetro de su piel con la intención de ir derribando poco a poco sus defensas.

―Te has levantado traviesa― suspiró mi mujer al sentir que su amiga se apoderaba de sus pechos.

Nuevamente nuestra vecina se abstuvo de contestar y siguió su andadura, dejando un húmedo rastro con su lengua en su camino hacia el sexo de su inmóvil víctima.

―No seas cabrona, suéltame― le pidió María al sentir que los dedos de la morena separaban sus labios.

La ausencia de respuesta lejos de molestarla le hizo gracia y cerrando los ojos, decidió al sentir que la lengua de Paloma jugueteaba entre sus pliegues mientras buscaba su clítoris.

Mi vecina no pudo reprimir un suspiro al saborear ese sabroso coño y poseída de un fervor casi religioso, buscó con su boca el placer de mi esposa. Contraviniendo sus órdenes, acaricié los pechos de María y mientras le regalaba un pellizco en sus pezones, la besé.

Para mi sorpresa, mi amada pareja de tantos años debía de estar muy necesitada porque necesitar más prolegómenos, se corrió sobre las sabanas.  Paloma al notarlo no se sintió satisfecha y queriendo prolongar el éxtasis de su amiga, metió un par de dedos con el propósito claro de follársela mientras con la otra mano se empezaba a masturbar.

―Sigue comiéndome las tetas, cabrón― me soltó totalmente desaforada María.

Alucinado, la hice caso mientras era testigo de cómo su cuerpo convulsionaba sobre la cama al verse presa de un renovado, pero no por ello menos prodigioso orgasmo.

―Se nota que le ha gustado su despertar a la zorra de tu mujer― me comentó nuestra vecina mientras seguía atacando con firmeza y decisión el coño de mi señora.

Deseando que su amiga profundizara el contacto, mi mujer buscó moviendo sus caderas presionara la morena, pero lo único que consiguió fue elevar su calentura.

―Necesito que me folles― me rogó gritando.

Sus chillidos se convirtieron en alaridos de placer cuando cambiando de postura, Paloma entrelazó sus piernas con las de ella mientras le restregaba el coño contra su indefensa vulva. 

Para entonces deseaba unirme, pero no lo hice quizás porque hasta entonces nunca había presenciado algo tan erótico. Lo único que me permití fue acariciarlas mientras ellas disfrutaban como lobas en celo al sentir la humedad de la otra mezclándose con la suya en una arcaica danza de fecundidad.

Comprendí lo cachonda que se había puesto mi mujer al observar que, dominada por un frenesí asombroso, al percibir los síntomas de un nuevo placer, forzó aún más su postura y viendo que no podía usar sus manos, se metió los dedos del pie de Paloma en la boca mientras la oía explotar dando puñetazos contra el colchón.

―Joder, cariño. ¡Qué forma de correrte! ― comenté descojonado.

Su entrega provocó que nuestra vecina decidiera dar un paso más y desprendiéndose de sus piernas, se alzó sobre ella para acto seguido, acercar su coño a la boca de María.

 ―Trabaja puta, ¡lame mi sexo! ― exigió con tono seco.

Mi mujer no quiso o no pudo negarle ese capricho y sacando su lengua comenzó a devorar ese mas que encharcado chumino. Incapaz de seguir al margen, me puse detrás de nuestra vecina y mientras María daba buena cuenta de su flujo, posé la cabeza de mi glande entre sus nalgas.

Paloma al sentir el contacto, me rogó que la tomara. No pude desoír su pedido y de un solo empujón, rellené su conducto. El grito que pegó al ser sodomizada de ese modo azuzó todavía más a mi mujer e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, recogió hambrienta el maná que brotaba del coño de la morena.

―Hijo de puta― gimiendo en arameo, mi vecina se corrió al sentir ese doble y certero ataque.

Y es que mientras María se hacía fuerte en su sexo con la boca, mis embestidas se volvieron salvajes y con mis huevos rebotando en su sexo, la besé.

Paloma recibió mis labios con alegría y moviendo su trasero, me imploró que acelerara aún más.

―Te voy a destrozar― comenté preocupado.

―Me da igual― insistió chillando.

Complaciendo su petición, incrementé mi velocidad. No me extrañó escuchar sus aullidos, pero no por ello me compadecí de Paloma y usando mis manos como garras, me aferré a sus tetas decidido a terminar de romper el carnoso y duro trasero que la naturaleza le dio.

Al poco tiempo, noté su flujo recorriendo mis muslos y preso de una lujuria sin par al comprender que se acercaba mi propio orgasmo, mordí su cuello. Ese brutal sobre su piel fue la gota que le faltaba para rendirse y desplomándose sobre el rostro de María, explotó dejándose llevar por el placer.

―Baña mi culo con tu semen― rugió todavía insatisfecha.

Aceptando su sugerencia, me cogí de sus caderas y forzando cada una de mis embestidas, no paré hasta derramar mi simiente en el interior de trasero. Tras lo cual, exhausto pero contento me tumbé en la cama junto a mi esposa que seguía atada al cabecero.

―Libérame― susurró esta.

Con voz tan seca como autoritaria, Paloma contestó:

―Te equivocas si piensas que esto se ha acabado― y poniendo cara de viciosa, continuó: ―Me ha encantado que tu marido me encule en tu presencia, pero ahora necesito sentir que siento al follarme a una puta como tú.

María, que no entendía todavía las intenciones de su amiga, tardó en reaccionar y Paloma aprovechó el momento para darle una sonora bofetada.

―Me has hecho daño, zorra― se quejó tocándose la adolorida mejilla.

Nuestra vecina soltó una carcajada:

― ¿No te gustó? Pues eso no es nada en comparación con el que te voy a hacer si no me obedeces.

He de confesar que me excitó ver la indefensión de mi pareja y por eso mantuve un silencio cómplice, mientras la morena se levantaba de la cama y sin esconder sus intenciones, se ajustaba un arnés a la cintura.

― ¿No pensaras meterme esa cosa? ― preocupada chilló mi mujer al ver el tamaño del pene que llevaba adosado.

Sonriendo, Paloma se permitió el lujo de pasar uno de sus dedos por los pliegues del sexo de su víctima antes de contestarla:

―No te quejes tanto. Las dos sabemos que te pone cachonda saber que voy a follarte.

María buscó mi apoyo con su mirada, pero al ver mi sonrisa, comprendió que no iba a defenderla y por primera vez se empezó a preocupar. Nuestra vecina al darse cuenta cogió los pechos de mi mujer y me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene tu perra― y aumentando la vergüenza de María, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra.  

Mi señora gimió de deseo al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus areolas y sin dejarme de mirar, nuevamente me pidió ayuda. Si pensaba que iba a ir en su auxilio, se equivocaba porque haciendo caso omiso de sus ruegos, me senté en una silla para contemplar su rendición.

―Separa tus rodillas, puta. Quiero que el cerdo de tu marido disfrute de la visión de tu coño mientras te follo―, ordenó mientras con las manos, le abría las piernas.

Desde mi posición, pude observar que María se estaba excitando por momentos. No solo tenía los pezones erectos, sino que se notaba que la humedad estaba haciendo aparición en su sexo.

La morena al notarlo metió dos dedos en el interior del coño de mi amada mientras torturaba sus pezones con los dedos. María, luchando contra el deseo y con la cara desencajada, comenzó a llorar implorando que la dejara. Sin apiadarse de sus lágrimas, nuestra vecina murmuró en su oído:

― ¿Qué sientes al saberte en mis manos? Estás cachonda, ¿verdad? ¡Guarra!

Tras lo cual y viendo que mi señora había dejado de combatir su dominio y que aceptaba que la estuviese masturbando con dos dedos, le preguntó si estaba lista para ser follada por ella.

―Nunca― respondió mientras intentaba soltarse.

Paloma, al oír su respuesta, sonrió y acercando a la boca de mi esposa el enorme glande de plástico que tenía entre sus piernas, le soltó:

―Harías bien en embadurnarlo con saliva, si no quieres que te lo incruste totalmente seco.

Con resignación en su mirada y temiendo que nuestra vecina cumpliera su amenaza, María separó los labios y se lo metió en la boca con la intención de lubricarlo. Lo que no previó fue que Paloma viera en ello su oportunidad y dando un pequeño empujón, se lo clavara en la garganta.

Sorprendida, chilló de dolor, pero no intentó huir y sacándoselo de la boca, lo comenzó a lamer como si de mi pene se tratara. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, observé la cara de lujuria que nuestra vecina al contemplar la entrega de su amiga al cambiar la boca por el interior del coño de mi amada. Tras varios intentos fallidos, por fin, completó su objetivo y una vez conseguido ni siquiera esperó a que su víctima se acostumbrara y comenzó a machacar su vagina con sadismo.

― ¡Te lo ruego, déjame! ― chilló en busca de su compasión.

―Todavía no te enteras de lo mucho que me pone el follarte― respondió y recalcando su dominio, le mordió en los labios.

Esa dura caricia espoleó la faceta sumisa de mi mujer y ante mi pasmo contemplé que, cambiando de expresión, pedía a su captora que siguiera castigándola porque había sido muy puta.

―Suéltala― me pidió sin dejar de machacar su interior con ese trabuco de plástico.

Por alguna razón no pude negarme y tras liberarla, fui testigo de que, cambiando de postura, la ponía a cuatro patas sobre la cama y sin decir ni agua va, volvía a empalarla mientras dándole una serie de azotes le castigaba sus nalgas.

― ¡Sigue! – gritó al sentir ese sádico correctivo sobre su trasero.

Incapaz de hacer nada por defenderla, admiré como nuestra vecina azotaba una y otra vez a mi mujer mientras le perforaba el coño sin compasión. Ya con el culo de su víctima casi en carne viva, paró y mirándome, me preguntó si me apetecía darle por culo mientras ella seguía follándosela.

Temiendo que fuese demasiado el castigo, me me negué, pero entonces escuché que mi señora me decía:

―Mi trasero te espera.

Sin llegar a creer lo que había oído, la miré y al observar que sonreía, pedí a Paloma que me dejara encima. Nuestra vecina no se lo pensó dos veces y tumbándose en la cama, exigió a María que se volviera a meter el pene artificial.

Sin esperar a que esa puta sádica repitiera su orden, mi esposa se empaló y acto seguido separó sus nalgas con sus dos manos, dándome a entender que estaba lista.

Habituado a sus gustos, supe que debía lubricarla y por ello, estaba recogiendo parte de su flujo para untarle el ojete cuando Paloma me gritó que parara porque no se merecía ser tomada con muchos miramientos.

―Obedece a esa zorra― gritó mi mujer.

Su autorización junto con las risas con las que Paloma recibió el insulto aguijoneó mi calentura y forcé la entrada trasera de mi esposa con mi pene. Gracias a su ano estaba acostumbrado a ser usado sexualmente, no la desgarré porque si no, a buen seguro, la violencia que usé hubiese tenido consecuencias.

― ¡Dios! ― aulló al sentir su ojete mancillado.

La morena se rio al comprobar la cara de sufrimiento de María, producto del salvaje modo en que la estábamos cabalgando:

― ¿Te ha dicho tu marido que eres una buena yegua? ―  disfrutando de su entrega, preguntó.

―Me encanta― sin contestar estrictamente la pregunta mi mujer confesó para acto seguido decirle que estaba a punto de correrse.

Creyó que había cometido un error al decírselo porque al oírla, Paloma tiró de su melena y mordiendo con saña sus labios, le prohibió correrse.

―Por favor, no aguanto más― respondió llorando.

Supo que la había malinterpretado porque saliendo de su coño, nuestra vecina me pidió que la sustituyera en el sexo de María, diciendo:

―No podemos desperdiciar tu simiente, es hora de que preñes a tu parienta.

No hizo falta que me lo repitiera, y tras ensartarla con una certera cuchillada, la cogí de sus pechos y reinicié la cabalgada. Contagiada por la lujuria, mi señora me rogó que la tomara sin compasión y disfrutando de la cadencia con la que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreó como una loca pidiendo más.

 Que exteriorizara así su rendición fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi semilla su fértil útero mientras se desplomaba sobre la cama.

Cuando ya satisfecho saqué mi verga de su interior, Paloma se tumbó a nuestro lado y besándonos a ambos, comentó:

―Dile a la puta de tu señora que en cuanto descanse, se ponga el arnés porque quiero recibir el mismo tratamiento.

La respuesta de mi amada María no pudo ser más genuina por que pegando un grito de alegría contestó:

―Estaré encantada de hacerlo.

Tras lo cual hundió su lengua en el rosado esfínter de Paloma, nuestra fiel amiga, nuestra despechada vecina, pero ante todo nuestra ardiente y calentorra amante.

12

El resto del verano no volvimos a ver al ex marido de Paloma. En un principio pensamos que, molesto por compartir lugar de veraneo con ella, había cogido a su nueva, joven y preñadísima mujer y se la había llevado a otro pueblo. Lo cierto es que no fue así. Por motivos de trabajo tuvo que volver a Madrid, dejando a la que había sido su secretaria disfrutando de la playa.

        La primera vez que nos dimos cuenta de que la muchacha estaba sola fue cuando una mañana mi esposa comentó porque no llevábamos a Paloma a conocer una coqueta cala que había a unos kilómetros.

―Es preciosa pero no tiene chiringuito― respondí poco dispuesto a perder todo un día en un sitio sin bar.

María y nuestra vecina debían haberlo hablado porque callaron mi boca al enseñarme una nevera repleta de cervezas. No tardé en dar mi brazo a torcer al prometer mi señora que si no teníamos compañía me compensaría gratamente.

―Tenéis razón, puede estar bien― repliqué imaginando a ese par en plan calentorras.

Paloma me pidió que llevara una cámara de fotos. Al preguntarle porqué, con tono pícaro, respondió:

―La zorra de tu mujer no tiene fotos bañándonos en el mar en pelotas.

― ¿Y tú?

Soltando una carcajada, confesó que tampoco.

La perspectiva no podía ser más interesante. Por eso recogiendo todos los bártulos, nos subimos al coche y una hora después de haberlo decidido, llegamos en compañía de mis dos mujeres a esa recóndita playa.

La elección de sus trajes de baño no podía ser casual, eran un ejemplo de indecencia que dudo que ninguna de las dos hubiese atrevido a ponerse si en vez de esa cala totalmente desierta, hubiese estado atestada.

 «Serán unas golfas, pero están muy buenas», sentencié mentalmente al admirar sus cuerpos maduros dentro de esos escuetos bikinis que resaltaban la perfección de sus formas.

Nuestra vecina se percató de mi mirada y sonriendo cogió de la mano a mi mujer para acto seguido salir corriendo. Con la cámara de fotos colgada en mi cuello, la puta sombrilla, la nevera y demás utensilios playeros a cuesta, llegué diez minutos más tarde a donde ese par de cabronas habían colocado las toallas.

 ―Me habéis dejado con todo― protesté más cabreado que una mona.

 Sonriendo de oreja a oreja, María se acercó a Paloma y tumbándose sobre ella, la besó. Juro que no me esperaba que empezaran tan fuerte y menos que mirando mi entrepierna y con tono divertido me dijeran que si con tan poco me había puesto cachondo.

―Sois un par de pervertidas― respondí mientras me fijaba en que los pezones de ambas se habrían erizado bajo la ropa.

Lejos de molestarles el insulto, se rieron e incluso María me reconoció que me habían llevado ahí porque querían que les hiciese un book erótico. He de decir que, aunque ya tenía en la cabeza hacerle fotos picantes, nunca me imaginé que me pidieran que les tomara unas de claro carácter porno y por ello con tono extrañado, pregunté a Paloma si estaba de acuerdo con mi esposa.

―Claro― respondió: ― La idea me parece buenísima. Así tendremos el mejor y más cachondo recuerdo de este verano.

Estaba preparando ya el trípode cuando de pronto escuchamos que llegaba alguien y maldiciendo por el retraso que eso supondría, les pregunté si no tenían calor.

―Tengo el coño al rojo vivo― en plan bestia comentó la morena.

 Desternillada por la burrada, María tomó de la mano a nuestra amante y salió corriendo hacia el agua mientras decía tonto el último. Deseando acompañarlas, me entretuve ocultando la cámara no fuera que me la robaran durante el baño y eso me permitió reconocer a la mujer que estaba entrando a la playa.

 «¡No puede ser! Es la chavala por la que dejaron a Paloma», dije para mí al ver que dejaba caer su bolso al lado de nuestras toallas.

Habiendo tanta arena, me extraño que se plantara tan cerca de nosotros y por ello me la quedé mirando mientras se despojaba del vestido que llevaba puesto, dejando al aire su embarazo. Estaba pensando que esa niña aún con panza estaba más que apetecible cuando dirigiéndose a mí, susurró si no me importaba que se colocara ahí, pero es que había tan poca gente que le daba miedo tomar el sol tan sola.

―No hay problema― respondí un tanto cortado al saber que no nos había reconocido.

Mirandola de reojo, concluí que embutida en ese traje de baño tan pegado, esa rubia de ojos verdes estaba más que buena.

«¡Menudos melones!», mentalmente exclamé al revisar el tamaño de sus hinchados pechos. Eran tan enormes en proporción con su cuerpo que involuntariamente mi miembro se endureció solo con pensar en que se sentiría teniéndolos en la boca.

El repaso que di a sus desmesuradas ubres tampoco le pasó desapercibido pero la joven, en vez de enfadarse, al ver que me la comía con los ojos sonrió. El destino quiso que en ese momento desde la orilla María me preguntara si iba a tardar mucho en acompañarlas y aproveché ese comentario para salir huyendo de ahí sin que se me notara mucho.

La erección que lucía al llegar hasta ella, la intrigó y descojonada me pidió que le explicara lo que había pasado justo en el instante que Paloma se nos unía.

―No os lo vais a creer. ¿Sabéis quien es la cría que se ha puesto junto a nosotros? ― sin anestesia solté.

Mirando hacia la playa, ambas comprendieron quien era al observar la prominente curvatura de su estómago.

― ¿No fastidies que es la nueva? ― contestó con evidente cabreo la despechada.

―Así es. Pero no busques a tu ex, porque no vendrá. Me ha dicho que viene sola al pedirme permiso para ponerse tan cerca.

Justo entonces, mi esposa comentó a nuestra amante que con ella ahí era imposible hacer el book y que por qué no se acercaban a decirle a la recién llegada quien era para que se fuera. Sorprendiéndonos como tantas otras veces, Paloma se negó de plano y con una sonrisa malévola, nos pidió que la acompañáramos de vuelta a nuestras toallas.

He de confesar que no sabía lo que se le había ocurrido y por eso me resultó extraño que nada mas tumbarse en su toalla, nuestra vecina lanzándome el bote de la crema me pidiera que si la ayudaba. No me esperaba ni el tono meloso con el que lo pidió y menos que se quitara la parte de arriba del bikini.

― ¿Qué te pasa? ¿No quieres meterme mano? ― soltó al ver que no comenzaba.

Comprendí que lo había dicho en voz alta para que la pareja de su ex lo oyera. Asumiendo que lo que quería era escandalizarla, me eché un buen chorro en la mano y tanteando el terreno, comencé a esparcirla por sus hombros esperando que me diera instrucciones

―Te dejo que seas más atrevido― susurró al sentir mis dedos dando un suave masaje a los músculos de su cuello.

Curiosamente, la embarazada no parecía en absoluto escandalizada con la actitud de Paloma. Muy al contrario, cualquiera diría que le divertía No sabiendo a qué atenerme, decidí seguir untando la crema y bajando por su cuerpo, empezando casi en el cuello, fui recorriendo su espalda hasta llegar cerca de su trasero.

La morena suspiró al notar el frescor sobre su piel y sin que yo se lo tuviese que pedir se quitó la braguita del bikini.

―Échame también en el trasero. Piensa que, si se me quema, luego no vas a poder jugar con él.

Muerto de vergüenza al ser consciente que la joven había tenido que escucharla. Antes de complacer su deseo, me quedé mirando el culo que tenía que untar y devolviendo la burrada le dije que me iba a resultar imposible no ponerme bruto si tenía que echarle crema a esa maravilla.

Muerta de risa, Paloma contestó:

―A pesar de mis años, lo tengo cojonudo.

 Hasta ese momento, mi esposa había permanecido al margen, pero al ver que por no parecer demasiado ansioso estaba embadurnándoselo con las yemas sin apoyar la palma, intervino y dando un sonoro azote sobre el trasero de nuestra amante, me exigió que usara toda la mano para que no le quedara marca.

Creí que el gemido de Paloma al experimentar esa inesperada caricia iba a escandalizar a la muchacha, pero haciéndome ver lo equivocado que estaba, sin dejar de espiarnos, la chavala sonrió:

«¿De qué va esta tía? Cualquiera diría que se está divirtiendo», me pregunté al ver que ni se marchaba indignada de la playa, ni tampoco cogiendo su toalla se cambiaba de sitio

Obedeciendo a mi señora, me puse a untar el trasero de nuestra amante con una friega descontrolada sobre sus nalgas. Fue entonces cuando, di un pasó más cogiendo el bote y echando un buen chorro sobre su raja. La bestia de Paloma al sentir el bronceador acercándose a su ojete, separó sus cachetes con las manos y poniendo su culo en pompa, me soltó:

―No te cortes.

Comprendí que me daba vía libre para recorrer los bordes de su ojete. Lo que no me esperaba fue que en ese momento María usará uno de sus dedos para horadar el culo de nuestra amante.

―Dios, ¡cómo me gusta! ― suspiró su víctima mientras se quedaba mirando a la pareja de su ex.

La embarazada ni siquiera se inmutó y siguió observando la escena sin perderse detalle. Convencido de mi papel, me puse ya sin reparos a disfrutar de ese trasero. Y magreando con descaro sus nalgas, las abrí en dirección a la joven para que pudiera contemplar por vez primera el ojete de Paloma.

«Esta tía no se va ni echándola un cubo de aceite hirviendo», pensé asumiendo por su mirada que se estaba excitando.

Queriendo verificar este extremo, crucé la frontera de lo moralmente aceptable, comenté en voz alta que se notaba que lo tenía ya dilatado y eso que decía que últimamente le había dado uso.

―Para el idiota de mi ex, el culo no existe sexualmente. Siempre decía que era solo para cagar― respondió casi gritando. 

Juro que me pareció escuchar un gemido proveniente de nuestra vecina de playa de placer y debió ser así porque María me pidió que la ayudara.

― ¿Ayudarte a qué? ― pregunté.

Su respuesta consistió en volver a introducir una yema en el trasero de nuestra amante mientras me cogía la mano y la ponía sobre su sexo.

―Mira que sois putas― sonreí y lanzándome en picado, comencé a masturbarla mientras ella hacía lo propio con Paloma.

Mirando de reojo, observé que la embarazada no perdía detalle de la escena. Fue entonces cuando señalando la cámara se me ocurrió decirle:

― ¿Te importaría sacarnos unas fotos?

Mi intención había sido que se ofendiera con la pregunta, por eso me sorprendió que con las mejillas totalmente coloradas la joven rubia accediera. Pero aún mas que cogiendo la cámara comenzara a sacar primeros planos del modo en que mi esposa hundía su yema en el trasero de Paloma mientras la masturbaba.

«Joder con la preñadita», pensé al ver el interés con el que inmortalizaba el momento en el que María sumergía un segundo dedo en el rosado esfínter de nuestra amante.

―Dios, ¡cómo me gusta! ― aulló la morena ya totalmente cachonda por el doble estímulo al que la estaba sometiendo.

Sabiendo que no tardaría en correrse, pedí a mi mujer que incrementara la velocidad de sus incursiones mientras me acomodaba de forma que la joven tuviese el mejor ángulo y quitándome el bañador, separé las piernas de la mujer.

―Saca una buena foto mientras se la empotro― comenté riendo.

Tras lo cual, cogiendo mi pene, me puse a juguetear con el sexo de Paloma.

―Fóllame― imploró con su rostro transformado por la lujuria al experimenta el modo en que mi glande se iba abriendo paso entre sus pliegues.

El morbo de saber que nos estaban fotografiando me puso a mil y con un duro movimiento de caderas hundí mi verga hasta el fondo de su coño.

― ¡Hazme sentir mujer! ― rugió la morena al notar que lo tenía encharcado por la facilidad con la que mi verga entró hasta chocar con la pared de su vagina.

La embarazada no pudo evitar soltar una carcajada al escuchar a mi esposa pedir que le sacara una foto de la lengua de Paloma lamiendo su sexo:

―Lo haría encantada pero primero debería vuestra putita estar comiéndotelo.

 ―Eso lo arreglo en un segundo― respondió María cogiendo la cabeza de nuestra vecina y llevándola a su entrepierna.

Paloma al escuchar que la nueva se refería a ella como vuestra putita se volvió loca y mientras se ponía a devorar el chumino de mi mujer con un ansia brutal, moviendo su trasero, se empezó a meter y a sacar mi pene de su interior a una velocidad inusitada.

―Se nota que la tenéis bien educada― sacando una foto de sus pechos, comentó la joven dejando entrever que suponía en vez de nuestra amante era nuestra sumisa.

Que su sustituta la rebajara a vulgar esclava, la indignó y sin poder reprimirse, le contestó diciendo que no era más que una mujer cuyo ex la había desatendido y que ahora que era libre, había encontrado la felicidad con una pareja amiga.

―No tienes porqué dar explicaciones, ¡puta! ― soltó María y desmontando sus argumentos, le exigió con un doloroso azote que siguiera chupando.

 Humillada hasta decir basta y sintiéndose una zorra, Paloma imprimió a sus caderas una velocidad tal que en su afán por ser tomada me hizo daño:

―Tranquila ― me quejé, pero viendo que no respondía y que seguía descontrolada, le regalé una nueva nalgada diciendo: ― ¡Te he dicho que más despacio!

Paloma sollozó al saber que la novia de su ex jamás se creería que no era nuestra sumisa después de esos dos azotes, pero eso lejos de cortarla curiosamente la excitó y voz en grito, me pidió que no parara de follarla. Al comprobar su entrega, decidí ir en busca de mi placer y cambiando de postura, la agarré de la melena y renovando mis azotes, la azucé a incrementar su ritmo.

Que siguiera castigando sus nalgas mientras su sustituta no paraba de inmortalizarlo, la enervó y todavía con más ardor me exigió

― ¡Sígueme follando como nunca me follaba el inútil de mi marido! ― aulló con su respiración entrecortada por el placer.

Riéndome de ella y susurrando en su oído lo puta que era seguí cabalgando a nuestra amante mientras la embarazada dejaba para la posteridad grabado en la memoria de la cámara.

Asumiendo que la joven estaba encantada siendo la fotógrafa, incrementé el ritmo de mis cuchilladas para conseguir que se grabara en su cerebro la escena y ejerciendo una autoridad que nadie me había dado, la exigí que se masturbara al mismo tiempo que hacía fotos.

Mi esposa se rio al ver que la embarazada se empezaba a pellizcar uno de sus hinchados pechos para cumplir mi orden mientras fotografiaba el sometimiento de la ex de su pareja.

―Parece que la rubita es tan puta como tú― señalando a la joven, murmuró en el oído de nuestra amante.

 La morena al verlo no pudo más y pegando un brutal berrido, se corrió empapando mis piernas con su flujo. El orgasmo de Paloma ejerció de imán y sin poder refrenar ese influjo, haciendo una foto tras otra, la joven se acercó. Momento que aproveché para decirles a ambas que yo no había acabado y cambiando de objetivo, de un solo arreón incrusté mi pene hasta el fondo de su culo.

― ¡Cabronazo! ― gritó al experimentar su ojete invadido.

Sus lamentos lejos de hacerme retroceder me dieron alas para forzando hasta lo indecible su esfínter, comenzar a machacar sus intestinos con mi verga mientras su sustituta nos miraba alucinada.

Los pezones de la rubia marcándose bajo el traje de baño de embarazada me confirmaron que se estaba viendo excitada por la escena. Su calentura tampoco pasó desapercibida a mi mujer que, fijándose en la mancha oscura de su entrepierna, sonriendo le comentó que si necesitaba ayuda para relajarse solo tenía que decirlo.

La chavala estaba tan concentrada enfocando la cámara para tomar un primer plano del momento que no intuyó que María, acercándose por detrás, tomara sus pechos entre las manos mientras le decía que su marido era un imbécil por dejarla sola.

―Todavía no nos hemos casado― contestó sin rehuir el contacto.

Contemplar que María acariciaba a su rival fue demasiado intenso para Paloma y más cuando lamiendo una de sus ubres, escuchó que le decía:

―El mío estaría encantado de consolarte.

Aceptando su derrota, la embarazada dio un gemido al sentir la boca de esa desconocida mamando de ella y y sin darse cuenta empezó a disfrutar mientras a un metro escaso la ex mujer de su novio se debatía inmersa en un mar de sensaciones que nuevamente la impulsaban al placer.

 ―Fóllate a esa perra también― dijo cabreada al ver que se andaba besando con María: ― Se nota que está en celo.

Al escucharla, la joven soltó una carcajada y separándose de mi señora, devolvió la cámara mientras me decía:

―Hoy tengo prisa, pero no lo descarto. Si mañana volvéis a esta playa y me veis llegar, ya sabéis a lo que vengo.

Tras lo cual, acomodándose los pechos dentro del traje de baño, muerta de risa, cogió su toalla y se fue…



Relato erótico: “La fabrica (24)” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FABRICA 24

Sin títuloEl dolor me hizo retorcerme y enroscar una pierna sobre la otra mientras mi rostro se contraía en un rictus indefinible y mi sexo, por contraste, se iba humedeciendo; en parte, a eso último apuntaba al cruzar mis piernas: no quería por nada y por nada que Rocío o Evelyn advirtiesen mi excitación. De ser así se reirían a carcajadas haciendo mi humillación infinitamente mayor.

“Duele. ¿Verdad, linda?” – preguntó burlonamente Rocío junto a mi oreja; como pude y mientras jadeaba quejosamente, asentí con la cabeza pues, en la condición en que me hallaba, no había forma de que surgiera de mis labios palabra alguna.

“Pero ya lo tuviste adentro y te acostumbraste – continuó la rubia, tras propinarme un muy suave beso junto al lóbulo -: y tuviste adentro otras cosas también, así que no te preocupes que tu culito tiene memoria; de acá a un par de horas ni siquiera te vas a dar cuenta de que lo tenés adentro”

Presa del estupor, abrí grandes los ojos. Fue como volver en mí.

“¿Un… par de horas?” – pregunté, con la voz entrecortada por el dolor.

“Así es. ¿O acaso pensabas quitártelo apenas llegues a tu casa? No, no es la idea; tenemos un pacto y queremos que lo tengas presente en todo momento”

Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Me estaba diciendo que debería marcharme de allí con ese objeto insertado en mi retaguardia.

“Pero… ¿du… durante cuánto t… tiempo?” – balbuceé.

“El que nosotros dispongamos que sea necesario y conveniente” – respondió la rubia, en un tono que mezclaba gélida frialdad con cruel burla. Me dio una veloz lamida por detrás de la oreja como corolario a sus palabras.

“Ro tiene razón – me susurró sobre el otro oído Evelyn -: queremos que te acuerdes de nosotras siempre; no sólo estando en la fábrica”

Justo en ese momento sentí que el objeto me era empujado aún más adentro, lo cual me arrancó un nuevo alarido sin siquiera llegar a determinar cuál de ambas lo había empujado. Quienquiera de las dos que fuese, me lo enterró a tal punto que lo sentí dentro de mí en su totalidad a sola excepción de la base del consolador, que había quedado a flor de mi entrada anal. Como para terminar de coronar tan perversa obra, alguien (supongo que Rocío) subió nuevamente la tanga hasta calzármela bien adentro de la zanja, con lo cual, obviamente, el consolador viajó aún más adentro, si eso era posible, y quedó allí prácticamente aprisionado.

“Bien – dictaminó la odiosa rubia -. Ya lo tenés bien metidito, jiji… Ahora, cuando Eve lo disponga – se puso súbitamente seria y blandió un dedo índice muy cerca de mi rostro, vas a volver a tu lugar de trabajo y pobre de vos con que se te salga”

Terriblemente confundida, me estremecí ante tales palabras y, como pude, me sobrepuse al dolor para preguntar:

“¿Q… qué ocurre s… si se sale?”

“Hugo se entera de tu pancita – terció Evelyn, con voz fría y átona -. Y nadita se queda en la calle: pobrecita”

Me removí de terror y sacudí mi cabeza en implorante señal de negación.

“N… no, por favor, s… señorita Evelyn – dije, suplicante y al borde del llanto -. S… se lo ruego”

“’¡Tranquila! – dijo la colorada mientras me acariciaba una nalga con fingida ternura -. Nadie dijo que vayamos a hacerlo: sólo te estamos diciendo lo que te va a ocurrir SI NO CUMPLÍS CON TU PARTE”

Acercó su boca a mi oído izquierdo para decirme la advertencia del final. Yo, impotencia pura, estaba ganada por la angustia y no podía dejar de temblar.

“P… pero… ¿qué pasa si se m… me sale… in… voluntariamente?”

“A los efectos, querida – dijo Rocío, volviendo a acercarse a mi oído derecho – no hace diferencia alguna el que te quites el consolador o que simplemente se te caiga; en ambos casos, la responsable sos vos: por deslealtad o por negligencia… O por estupidez”

“Mejor dicho imposible” – dictaminó Evelyn.

“Es… tá bien – acepté, con voz extremadamente débil -. P… pero… ¿cómo voy a…?”

“¿Hacer caquita?” – me cortó Evelyn.

Cuánta humillación. Cuánta vergüenza. Todo era una gran pesadilla de la que deseaba despertar. ¿Cómo era posible que estuviese tratando con ellas las condiciones para poder defecar?

“S… sí, eso mismo” – asentí.

“La buscás a Ro o a mí para que te lo saquemos. Cualquiera de ambas es lo mismo para el caso” – respondió Evelyn, en tono seguro y concluyente.

“P… pero… no entiendo…” – comencé a protestar débilmente.

“Ay, qué mina estúpida – terció Rocío, irritada y con la voz cargada de menosprecio -. ¿Qué mierda es lo que no entendés, pelotuda? ¿Se puede saber?”

“Chist, chist – la calmó Evelyn mientras me acariciaba la cabeza -. Tengámosle paciencia, Ro: es un poco lenta. ¿Qué es lo que no entendés, nadita?”

Por una vez sentí que Evelyn salía en mi defensa; tal sensación, sin embargo, fue fugaz. Me di cuenta rápidamente que lo que quería era seguir hablando el tema para degradarme aun más. La muy perra se debía estar divirtiendo a más no poder con el contenido de la charla.

“Es que… – musité -: ¿qué pasa si, estando en casa, tengo ganas de…?”

“¿Hacer caquita…?”

“Sí, eso… Tengo ganas y estoy en casa. ¿Qué hago?”

“Casa de Luis – me corrigió Evelyn -. Creo que seguís allí, al menos de momento”

“Sí, c… casa de Luis. ¿Q… qué pasa si me vienen ganas estando allí?”

“¿Ganas de qué?” – indagó cruelmente Evelyn; estaba obvio que sólo quería oírlo de mis labios.

“B… bien: eso q… que u… usted ha d… dicho, señorita Evelyn” – dije, muerta de vergüenza mientras oía a Rocío soltar una sádica risita”

“¿Qué?” – dijeron ambas prácticamente al unísono.

Cómo se divertían a sus anchas las muy perras. Cerré los ojos para evitar llorar y junté fuerzas para hablar. Sólo me salió un susurro muy bajito.

“Hacer… caquita”

“No te oigo” – dijo Evelyn.

“Yo tampoco” – agregó Rocío en tono fingido; sentí el roce de su cabellera contra mi hombro derecho: era evidente que estaba acercando su oído para oír mejor o, al menos, fingía hacerlo pues me había oído más que bien.

Llené de aire los pulmones; me aclaré la garganta.

“Hacer… caquita” – repetí, esta vez bastante más alto.

“¡Ah, eso! – exclamó Evelyn dando una palmada en el aire -. Bien: supongamos que estás en casa de Luis o en cualquier otro lado y tenés ganas de hacer cacona; bueno, en ese caso, no hay nada diferente: simplemente nos llamás a Rocío o a mí para pedirme autorización”

“Obvio, linda – intervino la rubia -. Primero me llamás a mí – intervino la rubia -. No molestes a Eve innecesariamente. Sólo si no te contesto o no estoy disponible, podés llamarla a ella”

“No… tengo su número, señorita R… Rocío” – musité.

“Ahora mismo lo vas a agendar”

“¿Y… p… puedo llamar a cualquier hora?” – pregunté, ingenuamente.

“No, estúpida. ¿Acaso te pensás que Eve o yo vamos a estar allí disponibles cada vez que te vengas ganas de hacer caca? Ni se te ocurra llamar después de las diez de la noche”

“¿Y… q… qué hago en ese caso?”

“¡Aguantás, estúpida!” – vociferó Rocío junto a mi oído derecho al punto de casi taladrármelo.

“Bien dicho, Ro” – apostilló Evelyn entre risas -. Bueno, basta de palabras. ¡A su escritorio, vamos!”

Propinándome una fuerte palmada en las nalgas que me hizo gritar, me tomó por los cabellos y jaló de ellos obligándome así a incorporarme. Luego, prácticamente a empujones me llevó hasta la puerta y me arrojó al corredor como si fuera un desecho. La analogía, sin embargo, no alcanza para describir en su exacta magnitud mi sentir en ese momento: al menos un desecho es arrojado a la basura para no volver a ser utilizado nunca más; muy por el contrario y aunque sonara paradójico, yo era para ellas una “basura útil”, un desecho a su disposición para ser reciclado y divertirse con él a gusto.

Una vez en el corredor, me sentí terriblemente sola, lo cual venía a constituir una nueva paradoja: esas dos hijas de puta me sometían a tal punto que terminaban generándome dependencia y bastaba con que ellas no estuvieran para que, extrañamente, me sintiera desprotegida. Pensé unos instantes sobre el asunto y me dije a mí misma que era una locura, que estaba enferma. De manera resuelta y tratando de alejar esos locos pensamientos de mi cabeza, eché a andar hacia mi escritorio tal como me había sido ordenado que hiciera. Recién entonces recalé en el no menor inconveniente que me acarrearía el tener que pasar por delante del resto; una vez más, un súbito temblor me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies pues yo no sabía si el objeto que tenía instalado en la retaguardia sería o no visible para ellas. Decidí desviarme y fui en busca del toilette a los fines de chequear y así despejar toda duda al respecto. Una vez ante la hilera de lavatorios, me giré para verme y, por supuesto, no llegué a ver nada pues nadie instala un espejo a una altura como para mirarse el trasero; tuve entonces que alejarme un par de pasos para luego girarme sobre mis espaldas y así mirar por encima de mi hombro. La curva inferior de mis nalgas se apreciaba justo por debajo de las hilachas que Rocío me había dejado colgando de la falda pero no llegaba a distinguirse, al menos por lo que llegaba a ver, el consolador inserto bajo la línea de mi tanga. Sin embargo, apenas me incliné un poco, ya fue suficiente para que el depravado objeto se mostrase a la vista: tragué saliva y cerré los ojos; no me quedaría más opción que mantener mi espalda lo más recta posible.

Salí nuevamente hacia el corredor y retomé el camino hacia mi sitio de trabajo. Me envaré lo más que pude para caminar bien erguida: cualquiera que me viera me hubiese juzgado como petulante o altanera. Me vino a la cabeza que yo misma, cuando veía caminar a alguien de ese modo, solía bromear diciendo que caminaba “como si tuviera un palo en el culo”. Triste y patético resultaba pensar que, en ese momento, el comentario no hubiera sido desatinado para referirse a mí. Por otra parte, la marcha se me hacía harto difícil con tan molesto objeto dentro de mi cola; me dolía horrores y, además, tenía que tensar cada músculo a los efectos de evitar que el mismo tendiese a salirse con el movimiento. Traté de disimular y poner la mejor cara posible, pero algo debieron haber advertir las chicas cuando pasé ante ellas porque, claro, mi modo de caminar distaba de verse natural o, por lo menos, no se parecía al que era común en mí. Mirando de soslayo, pude notar que la mayoría clavaban sus ojos por debajo de mi cintura, lo cual me llenó de espanto: ¿se estaría viendo el objeto? Quizás yo no había llegado a verlo en el toilette debido a que el espejo no me proporcionaba un buen ángulo, pero ellas, que estaban sentadas, bien podían gozar de una mejor perspectiva.

No, Soledad, me dije. Tranquila. No seas paranoica. Si te miran no es porque el consolador esté a la vista sino porque la falda ha quedado convertida en una ignominia luego de haber sido masacrada por Rocío. Buscando calmar mis pensamientos, recorrí el pasillo entre los escritorios fingiendo mostrarme serena pero, en cuanto llegué al mío, cobré conciencia de que no iba a ser nada fácil sentarme sin que se me notara el intruso. Por fortuna para mí, sin embargo, mi escritorio era el último del fondo contra la pared, lo cual, por un lado, me exponía a la desventura de tener que hacer el recorrido completo por delante de todas para llegar, pero, por otro, me libraba de la paranoia de ser espiada desde atrás al sentarme. La única que hubiera estado en condiciones de verme, en caso de haber estado, era Floriana, ya que su escritorio era contiguo al mío, pero, para mi alivio, su lugar permanecía aún desocupado y a la espera de que la nueva empleada apoyase su atractivo culo sobre esa silla en escasos días más.

Así y todo, espié por debajo de mis cejas y noté que algunas de las chicas seguían atentas a mí e incluso habían girado sus cabezas por sobre sus hombros. Un ataque de ira me hirvió por dentro, pugnando por estallar: sólo quería explotar y mandarlas a la mierda; ¿por qué no se ocupaban de sus cosas? Sin embargo, me contuve: no debía llamar la atención. Me senté despaciosamente, lo cual no evitó que, al apoyar mi trasero sobre la butaca, el consolador se me enterrara como una estaca: sé que sólo fue una sensación, pero me pareció como si me subiera por dentro hasta alcanzarme la garganta. Aun cuando intenté reprimirlo, solté un quejido que, infortunadamente, sirvió para llamar la atención de algunas otras que, curiosas, sumaron sus miradas a las que sobre mí ya estaban clavadas; decidí que lo mejor sería disimular y mostrarme enfrascada en mi trabajo, así que, fingiendo dirigir la atención hacia mi monitor, me desentendí del asunto o, al menos, eso quise aparentar. La realidad, sin embargo, era que no podía estar sentada; tuve que tensar las piernas y levantar mi cola unos centímetros a los efectos de que el objeto no se me enterrase tanto: no era fácil, desde ya. Levanté la vista cada tanto por debajo de mis cejas para escudriñar cuál era la actitud general y noté que, poco a poco y para mi alivio, iban dejando de mirarme y volvían a sus labores. De pronto mi vista se posó tristemente sobre el escritorio de al lado y lo noté insoportablemente vacío: cuánto extrañaba a Floriana; la necesitaba horrores ahora que, en aquel demencial lugar, me sentía prácticamente sola…

Al rato apareció Rocío, taconeando orgullosamente y luciendo esa sonrisa petulante que se había enseñoreado de su rostro desde hacía algún tiempo. Era definitivamente otra: marchaba altiva y envarada, colocando al caminar un pie por delante del otro casi como lo haría una modelo profesional. Me ignoró, por suerte: yo había temido que, con tal de humillarme ante el resto, se valiera de alguna excusa para hacerme ir hasta su escritorio a fin de que las demás vieran su nueva “obra”, pero, contrariamente a ello, el tiempo simplemente transcurrió sin novedad hasta la llegada del sonido de la chicharra.

Por razones obvias, me quedé esperando a que el resto se retirara aun cuando no tenía en claro cómo diablos haría para marcharme de allí discretamente. No sé si habrá sido para fastidiarme o qué, pero Rocío fue, además de mí, la única que no se retiró; tampoco lo había hecho Evelyn, a quien no había visto salir de su oficina: al cabo de algunos minutos, apareció y fue directamente hacia Rocío. Hablaron algo mientras, de tanto en tanto, miraban y señalaban el monitor; agucé el oído para escuchar y por lo poco que llegué a captar, la charla giraba en torno a ese bendito pedido que la rubia había entregado a Luciano en mano. Luego parecieron desentenderse del asunto y, primero Evelyn, luego Rocío, se giraron y clavaron la vista en mí, lo cual me obligó a desviar nerviosa la mirada, aunque seguí dirigiéndoles fugaces miradas de reojo sólo para constatar si persistían en su actitud y la verdad era que sí: sonreían cada tanto y estaba más que obvio que hablaban de mí. Evelyn se puso súbitamente de pie y comenzó a avanzar a grandes zancadas hacia mi escritorio siendo seguida por Rocío. Muerta de miedo y de vergüenza, me hice la distraída y clavé la vista en mi monitor.

“¿Qué vas hacer, nadita? – preguntó, de sopetón, la colorada -. ¿Pensás quedarte acá? Te aviso: hay sereno nuevo. No sé, pensalo: por las dudas te recuerdo que la última vez que quedaste en la fábrica con un consolador adentro del culo, te terminaron cogiendo”

Las palabras eran dagas envenenadas: todo en ellas era humillación; no se conformaba con hacerme notar mi situación actual sino que además se regodeaba en recordarme episodios desagradables de un pasado nada lejano que, de hecho, me había dejado lo suficientemente traumada y ella bien lo sabía. Rocío, por su parte, se cubría el rostro para ocultar (innecesariamente) su risa. La imagen que ambas daban al verlas, era la de haber pasado a ser las dueñas de la fábrica o, al menos, se comportaban como tales; se movían a sus anchas en un mundo que, de pronto, había pasado a estar a sus pies. Hasta se me hacía difícil reconstruir el camino a través del cual eso había terminado por suceder.

“No… lo sé aún, s… señorita Evelyn. Supongo que me iré sola” – dije, siempre nerviosa.

“¿Así como estás? – inquirió Evelyn con los ojos enormes -. No, queridita, estás loquita… Yo te puedo llevar hasta tu casa o a la de Luis o adonde sea. De hecho, siempre llevo a Ro”

La cabeza me daba vueltas. La idea de subirme a un auto con esa dupla de arpías no me gustaba y la de quedarme allí con el nuevo sereno tampoco. Me quedaba la posibilidad de que Luis estuviera aún en el lugar y se ofreciera a llevarme; miré, casi involuntariamente, en dirección hacia su oficina y ello fue suficiente para que Evelyn me leyera el pensamiento.

“Luis no está – dijo, en tono concluyente -; se marchó al mediodía”

Golpe certero: me estaba dejando cada vez menos opciones, pero yo no podía por nada y por nada subirme a ese auto con ellas. Además, en la medida en que las ideas, con gran esfuerzo, se me iban aclarando un poco, me preguntaba ahora por qué diablos tendría que seguir con ese objeto en la cola cuando ellas ya no estuvieran allí o bien me hubiese marchado de la fábrica. Suponiendo que me lo quitase, ¿cómo iban ellas a darse cuenta al día siguiente, cuando me vieran? Qué estúpida había sido. Recién ahora caía en la cuenta de que, en mi paranoica turbación, no había recalado en el hecho de que la orden de no extraer el consolador era imposible e impracticable: bastaría con estar fuera del ámbito de influencia de Evelyn y Rocío para poder hacer lo que quisiera; en todo caso, al otro día podía perfectamente mentir y decir que no me había quitado el objeto de la cola en ningún momento. Lo mejor que podía hacer, entonces, era zafar de ellas lo antes posible.

“Es… tá bien, s… señorita Evelyn. No… había pensado en el s… señor Luis de todas formas – mentí, con una sonrisa fingida en mi rostro -, pero de todos modos… me voy sola; lo prefiero así”

“A menos que te ordenemos que vengas con nosotras” – terció Rocío, manos a la cintura y con la más antipática sonrisa dibujada en el rostro.

La putita tenía razón. Después de todo, ¿qué tanto podía yo decidir en la situación en que me hallaba? Si Evelyn, como parecía, me dejaba elegir era sólo porque estaba jugando conmigo como el gato con un ratoncito. Sabía perfectamente que bastaba una orden suya para que yo tuviera que acompañarles.

“En… ese caso… las… acompañaría, señorita Rocío” – acepté, en tono conformista.

Evelyn sonrió y los ojos le brillaron. Se sentía claramente una triunfadora cada vez que yo me veía obligada a admitir mi inferioridad. Se intercambiaron una mirada cómplice con Rocío.

“Estás aprendiendo bien y rápido – me felicitó irónicamente mientras me acariciaba la cabeza -. Así me gusta. Como quieras, nadita. Te AUTORIZO – remarcó bien esa palabra, como marcando territorio – a que te vayas por tu cuenta si ése es realmente tu deseo”

“Pero sólo porque EVE TE AUTORIZA” – enfatizó Rocío mientras, apoyando las manos contra el borde de mi escritorio, se inclinaba hacia mí y me dedicaba un odioso movimiento de hombros y de tetas a mitad de camino entre la sensualidad y la burla.

“Así es” – aprobó Evelyn, asintiendo con la cabeza.

“¿Y cómo se dice?” – inquirió Rocío, revoleando los ojos para luego clavarme una mirada expectante.

“G… gracias, m… muchas gracias, s… señorita Evelyn – balbuceé y rápidamente miré a Rocío con expresión culpable -. G… gracias a ambas en realidad. A us… ted también, s… señorita Rocío”

Las dos sonrieron, ampliamente satisfechas. Había realmente que tener estómago para soportar la situación pero consideré que si lograba que se fueran, ya sería para mí un logro, pues el objeto en mi ano me estaba ya entumeciendo por dentro y no veía la hora de extraerlo de allí. Se me hizo eterna la espera y, de hecho, Rocío me dictó su número de teléfono para que lo incluyera en mi agenda; luego se quedaron un rato mirándome en silencio no sé por qué, siempre luciendo sendas y amplias sonrisas; finalmente se miraron entre sí con un aire entre cómplice y satisfecho y se marcharon; agradecí al cielo cuando escuché cerrarse la puerta.

Ése era el momento: me puse en pie y, rápidamente, me bajé la tanga; me incliné hasta apoyar mi vientre contra el escritorio para, luego, tomar el objeto con las puntas de mis dedos y tirar del mismo hacia afuera. Estaba casi encastrado; era como si se hallara cómodo allí o nunca hubiera estado en otro sitio: me di cuenta entonces de cuán iluso había sido de mi parte el pensar en que pudiera caérseme accidentalmente. Rocío lo había instalado como para que no se saliera más y, en la medida en que fueron pasando las horas, el objeto se fue convirtiendo casi en parte de mi cuerpo, tanto que al tirar de él para extraerlo, sentí que me estaba arrancando alguna parte de mi anatomía y, de hecho, una vez con el consolador extraído y en mano, lo revisé detenidamente para comprobar que no le había quedado adosado nada mío. Lo miré durante largo rato: me costaba creer que algo de ese tamaño podía alojarse en mi cola, pero el dolor en mi retaguardia y mis plexos dilatados eran la mejor muestra de que había sido así; de hecho, podía sentir que a mi orificio le costaba volver a cerrarse y, de haber contado con algún medio para poderme ver allí, estoy segura de que hubiera visto una ancha y profunda caverna en proceso de cerrarse muy lentamente. Me erizaba la piel el pensar que al día siguiente tendría que volver a colocarme ese objeto que ahora tenía ante mis ojos y, al cual, si yo quería, podía en ese mismo momento arrojar a un cesto de papeles y mandar todo a la mierda. Pero, claro, apenas lo pensaba, acudían a mi mente cuestiones tales como el trabajo, mi embarazo, mi situación económica, etc. Definitivamente ese objeto tan intimidante era, en ese momento, casi un candado para mis actos e incluso para mi vida.

“Es verdaderamente grande” – resonó, repentinamente, la voz de alguien en las cercanías.

Di un salto hacia atrás y quedé con mi espalda contra la pared. El impacto de haber oído una voz masculina tan cerca me sobresaltó al punto que dejé caer el consolador, que rodó por el piso hasta llegar casi a los pies de quien me había hablado: se trataba de un joven que tendría mi edad o quizás algo más pero no mucho; viendo el overol que llevaba puesto, no hacía falta ser demasiado adivina para darse cuenta de que debía ser el nuevo sereno.

Quedé muda, aterrada, inmovilizado cada uno de mis músculos y agitadísima mi respiración mientras el corazón parecía pugnar por salírseme del pecho, que no paraba de subir y bajar. El joven me miró y sólo atinó a dibujar una muy ligera sonrisa sobre la comisura de su boca. Definitivamente, no se parecía a Milo ni en aspecto ni en actitud. Era, había que decirlo, muy atractivo: de rostro delicado pero a la vez muy varonil, ojos verdes, cabello corto y prolijo más una barba incipiente de dos o tres días. Lo que menos parecía ser, por cierto, era el sereno de una fábrica y sólo la indumentaria lo delataba como tal: más bien daba el porte de un promotor de viajes o algo por el estilo. Y si algo faltaba para diferenciarlo claramente de Milo era la actitud segura y autosuficiente que lucía. Bajó la vista hacia el suelo y clavó sus ojos en el objeto que se había detenido casi a sus pies; siempre sonriente, volvió a alzar la vista por un instante hacia mí y no pude menos que sentir una intensa y poderosa vergüenza. Su sonrisa se amplió un poco más pero seguía sin decirme más palabra: yo estaba muerta de miedo.

Volviendo a bajar la vista, se hincó y tomó el objeto entre sus dedos. Se incorporó sosteniéndolo frente a sus ojos como si lo analizara minuciosamente.

“Es demasiado grande – insistió, en tono de dictamen y meneando ligeramente la cabeza -. ¿Le va bien? Yo creo que tendría que comenzar por algo más pequeño”

Otra vez silencio. Nos quedamos mirándonos mutuamente mientras yo aplastaba cada vez más contra la pared mis espaldas y las palmas de mis manos.

“El mío es más pequeño – dijo, sonriendo y guiñando un ojo -, pero no crea que mucho eh, jajaja”

¡Dios! Quería huir de allí pero estaba paralizada. La triple combinación de sorpresa, vergüenza y terror era un cóctel que me inmovilizaba cada fibra. El comentario que el joven acababa de hacer era, por supuesto, de lo más guarro: ¿y qué podría haber esperado yo de todos modos? La primera impresión que yo le había dado era la de ser una mujer que se consolaba introduciéndose en el culo objetos en forma de falo. ¿Qué esperaba yo entonces? ¿Qué me tratara como a una dama de la corte británica? A sus ojos, estaba más que obvio que yo era una chica fácil y desesperada sexualmente: casi el sueño ideal para un tipo al que le toca permanecer horas y horas dentro de una fábrica sin más entretenimiento que su teléfono celular o, tal vez, la autosatisfacción.

Extendiéndome el consolador en mano, comenzó a avanzar hacia mí y ése fue el momento en el que mis músculos, casi por obligación, se soltaron por completo. No sé de dónde saqué fuerzas pero, aplastándome aún más contra la pared, tomé impulso para prácticamente salir disparada y pasar junto a él tratando de evitar que me capturase, lo cual, para esa altura, consideraba ya como una más que inminente obviedad. La realidad, sin embargo, fue que logré pasar a su lado sin mayor problema, salvo por el hecho de llevarme puestos un par de moretones al chocar contra alguno de los escritorios, pero no detecté que él hiciera el mínimo ademán para detenerme a la pasada.

Corrí hasta la puerta y salí a la acera, presa de la angustia y la desesperación; en ese momento, yo sólo imaginaba al sereno corriendo detrás de mí, lo cual, viéndolo hoy, era posiblemente más fantasía que realidad pero, claro, estaba paranoica a partir de episodios similares ya vividos dentro de esa fábrica. Una vez fuera, miré nerviosamente en todas direcciones, mientras mi pecho seguía en su frenético movimiento ascendente y descendente en la medida en que no lograba recuperarme del momento vivido: se me dio por pensar que el sereno bien podría salir en mi persecución e interpreté, por lo tanto, que tenía que desaparecer de allí lo antes posible, aun ataviada como estaba y con parte de mi trasero a la vista. Pero, al salir afuera, me encontré con dos sorpresas: una fue que Daniel estaba allí… Luego de varios días y de haber pensado yo que ya se habría resignado o se habría olvidado de mí, allí estaba una vez más, sin que supiera yo qué le había dado por aparecerse en la puerta de la fábrica así como así. Ni siquiera había recibido mensajes suyos en mi celular luego del episodio en la parada del colectivo. Seguramente habría pensado, en su ingenuidad, que lograría impresionarme gratamente al caer allí de sorpresa y sin previo aviso. Lucía en su rostro una amplia sonrisa que se estiró aun más al verme pero que rápidamente se borró y trocó en gesto de preocupación al notar mi evidente estado de conmoción y, por supuesto, el largo de mi falda.

Rápidamente, bajó del auto y vino presurosamente hacia mí. Huir de allí para caer en manos de Daniel no era seguramente la mejor opción, así que, llena de nervios, busqué con la vista tratando de descubrir algún otro modo de largarme de allí y fue entonces cuando me topé con la segunda sorpresa. Sobre la mano de enfrente y saliendo del estacionamiento, divisé el auto de Evelyn, quien, desde luego, estaba al volante con su amiga como copiloto. No sabía yo por qué cuernos no se habían marchado antes pero no era ése el momento de averiguarlo y tampoco me interesaba. Le hice señas desesperadamente pero no me vio: tanto ella como su amiga miraban hacia la calle, atentas al momento en que dejaran de circular autos para, entonces sí, hacerse a la misma

“Sole – me dijo Daniel, que ya para ese entonces estaba frente a mí y me miraba con ojos desencajados -. ¿Qué… te pasó? ¿Por qué… estás así?”

No le contesté. Volví a mirar hacia el auto de Evelyn y decidí que debía correr a toda prisa hacia el mismo, pero apenas amagué dar el primer paso, Daniel me tomó con fuerza por la muñeca.

“¡Sole! – exclamaba desesperadamente, a la vez que me zamarreaba -. ¿Qué pasa? ¡Decime! ¿Adónde vas?”

Yo seguía forcejeando pero era inútil; mis tacos rechinaban contra las baldosas de la acera e, inclusive, perdí un zapato en el intento por liberarme. Pero, por alguna razón, parecía en los últimos tiempos que había un salvador en los momentos críticos y esa vez no fue la excepción. De pronto noté que alguien tomaba a Daniel como si fuera prácticamente una bolsa y me lo sacaba de encima arrojándolo contra la pared de la fábrica. Inesperadamente libre, eché a correr como no podía ser de otra manera, pero ni siquiera la urgencia por alejarme cuanto antes logró vencer la tentación por girar la cabeza y echar una fugaz mirada hacia atrás por encima de mi hombro. Con sorpresa, descubrí que quien me había quitado de encima a Daniel no era otro que el sereno, no Milo esta vez sino el nuevo, para quien la escena presenciada no podía ser otra cosa más que una tentativa de abuso o violación, ante lo cual acudió en mi auxilio: no dejaba de ser paradójico si se consideraba que apenas minutos antes yo había huido de él con ese mismo temor. Como fuese, por alguna razón parecía que los serenos de aquel establecimiento, aun cuando fueran muy distintos entre sí en aspecto y comportamiento, siempre terminaban por ser mis salvadores y, de todos modos, lo cierto era que el sereno no había intentado violarme ni nada por el estilo sino que todo había estado en mi imaginación: él tan sólo se había limitado a hacer algún comentario guarro y a levantarme el objeto que se me había perdido. Viéndolo forcejar con Daniel, me dije que la escena no podía ser más bizarra: el sereno mantenía a mi esposo contra la pared valiéndose de una sola mano mientras en la otra sostenía todavía el objeto en forma de falo: de haberse tratado de una película, sólo podría haber sido una parodia…

Volví a concentrarme en lo mío: escapar… y alcanzar el auto de Evelyn. No estaba claro si yo estaba más segura en manos de ella, de Daniel o del sereno, pero en ese momento y en mi desesperación, vi que la odiosa colorada era mi más rápida escapatoria. ¿Por qué diablos tenía que haber tanto tránsito ese día? Esa calle era, por lo general, de lo más tranquila y, sin embargo en ese momento no dejaba de pasar un auto tras otro; corrí por entre ellos: no me quedaba otra opción. Un vehículo estuvo a punto de embestirme y si no lo hizo fue porque el conductor estuvo presto en frenar a tiempo aunque, por supuesto, no se privó de insultarme, tanto él como la mujer que iba como acompañante. Desde algún otro auto también me gritaron cosas procaces y no era para menos considerando cómo iba yo vestida. Alcancé el auto de Evelyn en el exacto momento en que comenzaba a bajar hacia la calle. Desesperada, le golpeé la ventanilla y fue recién entonces cuando advirtió mi presencia: me miró con ojos inmensos ganados por la súbita sorpresa y Rocío hizo lo mismo; de pronto no se las veía sonrientes ni autosuficientes sino preocupadas y, hasta se diría, atemorizadas al no entender la situación. Con todo, Evelyn captó mi gesto de que liberara el seguro de la puerta trasera y así lo hizo, tras lo cual me zambullí de cabeza dentro del auto.

“¿Q… qué mierda…?” – comenzó a decir la colorada pero no la dejé terminar e incluso olvidé todo tratamiento jerárquico al dirigirme a ella.

“¡No importa! ¡Vámonos de aquí! – aullé -. ¡Vámonos!”

Mi nerviosismo y mi premura fueron suficientes, por supuesto, para convencer a Evelyn de pisar el acelerador y desaparecer rápidamente de allí. Ya habría tiempo para explicar. Recién cuando pusimos un par de cuadras de distancia con la fábrica mi respiración fue recuperando, poco a poco, su ritmo normal. Rocío, girada la cabeza, no hacía más que mirarme con ojos que eran un interrogante en sí mismos en tanto que Evelyn hacía lo mismo desde el espejo retrovisor. Supongo que aguardaban alguna explicación de mi parte; ya llegaría el momento de darla. Me acomodé en el asiento trasero: me sentía como si hubiera zafado de un gran peligro aunque, claro, se trataba de una sensación exagerada y alimentada por mi paranoia: probablemente ni Daniel ni el sereno habían constituido en momento alguno un peligro real y tangible pero, en ese momento, yo lo veía como que sí.

Al acomodarme en el asiento trasero, me di cuenta de que me sentía cómoda, demasiado cómoda… De pronto los ojos se me abrieron a más no poder, llenos de estupor. ¡El consolador! ¡No tenía en mi cola el consolador que tanto Evelyn como Rocío me habían ordenado mantener allí! Ellas, al parecer y con la repentina conmoción, no daban visos de haberse percatado, pero, ¿cuánto más tardarían en hacerlo? ¿Cómo iba yo a lograr que no lo hicieran? Me hundí en el asiento, desconsolada (en cualquier sentido que se quiera interpretar esa palabra), y me sentí morir. Tuve la sensación de que el asiento me tragaba, me engullía… o que yo me hundía…

Es extraña, de todos modos, la mente de las personas. A mi cabeza acudía una y otra vez la imagen del sereno extendiéndome el consolador para devolvérmelo y, mientras me devanaba los sesos pensando en cómo mierda lo recuperaría, no pude evitar hacer una analogía con el cuento de la cenicienta y el príncipe que se quedaba solo en la escalinata con el zapatito de cristal en la mano. Insólitamente para la situación en que me hallaba, se me escapó una risita ante la imagen. Y, de hecho, también a mí me faltaba un zapato…

CONTINUARÁ
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“EL ELEGIDO DE KUKULKAN, sexo en la selva” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

Durante una expedición arqueológica a lo más profundo de la selva en el sureste mexicano, José Valcárcel, un estudioso de la cultura maya, descubre una estatua de KuKulKan y para su sorpresa, esa deidad le nombra su elegido y le exige su compromiso para que esa civilización florezca con todo su esplendor. Al aceptar, caen bajo su poder todas las miembros del equipo mientras el pueblo Lacandón le nombra su rey,
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1
Introducción

Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar una antigua profesora de arqueología nos trae desnuda a mi esposa y a mí el desayuno hasta la cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado.
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José Valcárcel y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva en el sureste mexicano. Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Yalit Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir; vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Yalit en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca, mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar, ya que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.
Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión y lo pasó realmente mal.
Queriendo ser concienzudo a la hora de narraros mi historia, me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio. En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa, que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces. Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.

Capítulo 1

Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Yalit ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
―Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayaks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayak varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
«¡Menudo par de tetas!», pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún más al llegar a la orilla porque sin importarle que estuviéramos presentes, ese esptáecculo de mujer se despojó de la camisa empapada para ponerse otra.
«¡Joder! ¡Qué buena está!», exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Yalit estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilómetro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener más que cuatro kayaks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada más entrar en la tienda, la morena me soltó:
―No sabes cómo me alegro de dormir contigo― mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: ―¿Te fijaste en cómo Yalit me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
―Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando el terreno:
―Yo también te miré así.
―Sí, pero tú eres hombre― contestó y recalcando sus palabras, me confesó: ― No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
―Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara respondió:
―Te vas a hartar porque duermo en tanga― tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: ―Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
―Eres mala― siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: ―¿cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
―¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
―¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
―¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
―¡Me encanta cabrón!― gimió sin dejar de mirarme― ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
―Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
―Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
―Te voy a dejar seco esta noche― tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
―Dios, ¡qué gusto!― exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
―Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
A la mañana siguiente, nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Yalit y Luis se nos habían adelantado y habiendo desayunado, nos azuzaban a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
―Joder, ¿qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?― contestó con sorna ―¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
«¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado», pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
―Menudos cabrones― murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
―Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado― tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
―Gracias― respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
―Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
―Mira que eres bestia, no les llames así― recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
―El más alto de ellos, no me llega al hombro― y entornando los ojos, me soltó: ―De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
―A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Yalit no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
―Tienes razón― contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: ―Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar. El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Yalit la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
«Menos mal», me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
―Voy a darme un baño a la laguna, ¿te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
―Tienes un culo precioso― dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
―¿Qué esperas?― gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
―Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
―Muérdelos, ¡hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
―Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
―¡Me tienes ensartada!― gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
―¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
―¡Maldito!― gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
―¡Mas rápido! ¡Puta!― chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco. Aullando a voz en grito, me rogó que siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
―¡Dale duro a tu zorra!― me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna. Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
―¿Qué pasa?― le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
―¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones― tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
―Ha sido Luis― dije nada más verlas.
―Te equivocas― me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: ―¡Ha sido Yalit !
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
―Será zorra― indignada se quejó y clamando venganza, dijo: ―Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.

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Relato erótico: “En mi finca de caza (1.-con la ex de mi amigo)” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba Sin títulosonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
-Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal-.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara, esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado, por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
-Pati, ¿en qué te puedo ayudar?-, le pregunté extrañado por su tono preocupado.
-Necesito hablar contigo-, en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza, ¿me puedes recibir?-.
-Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?-, le dije tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema, sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre, no me pude concentrar en los temas, ya que continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio, siendo una niña empezó a salir con Miguel, todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol, quien tuvo el valor de pedirla salir, y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en una mesa de fumadores, y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludo con un beso en la mejilla, todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco mas tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
-Manu, necesito tu ayuda-, me dijo entrando directamente al trapo, -Miguel lleva unos meses, bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega-. No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero.
Nunca he aguantado el maltrato, y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga, eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común, les conocía a la perfección y por eso era mas duro para mí el aceptarlo.
-¿Quieres que hable con él?, le indiqué sin saber que realmente que decir, esta situación me desbordaba.
-No, nada que haga me hará volver con él-, me dijo echándose a llorar, -no sé donde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco!, si voy con ellos, es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta-.
-¿Me estas pidiendo venir a mi casa?-, supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
-Será solo unos días, hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado-, en sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con mas de un metro noventa, y cien kilos de peso, cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio si se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida, y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel, quería que fuera por mi, como se enterara de que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
-He comido con Patricia, y me ha contado todo-, le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio si había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera.
Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto, llevaba mas de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective. El cual, en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
“¡Que hija de puta!”, la muy perra, no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él. Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras, al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreir, como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
-Esto te ocurre por ser buena persona-, mientras me acompañaba a la puerta,-pero ahora el problema es tuyo, lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca mas-
Cuando me subí en el coche, todavía no sabía que carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar, lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo, por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, colocando en la mesilla una foto de su ex, al verla me hervía la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente. Se iba a enterar. Me la encontré en la cocina, en plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la victima, me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
-Pobrecita-, le dije cogiendo su mano,-no sé como pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura-.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada mas despertarnos, cogimos carretera y manta. Iba vestida con unos pantalones cortos y un top, parecía una colegiala, los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural, sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos, se mantenían erguidos, duros como una piedra, y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa, y lo sabía, durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era, pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada mas salir se descalzó, poniendo sus pies en el parabrisas, con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas. Poco después, se tiró la coca-cola encima, y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara mas remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el hielo de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto, a lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad, ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “el averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, calor seco, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño, mientras le daba las ordenes oportunas al servicio. Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini, que difícilmente lograba esconder sus aureolas, pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, que decir del tanga rojo, que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que se imaginaba como bien rasurado sexo. Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendo encima.
Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina, manteniéndose unos minutos dando largos, pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela. Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente, mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que me contuvo momentáneamente el ardor que sentía, pero no sirvió de nada por que al salir, la muchacha me pidió que le echara crema en la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano, sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa, pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros, su piel era suave, y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no lo manchara, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras. Sabiendo que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar. Fue la señal que esperaba, sin ningún pudor se lo masajeé sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete, pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar, y abriendo sus piernas me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios, y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris, mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas, con mis dientes empecé a mordisquearle sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa, y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias. Mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer, derramándose en mi boca, ella estaba satisfecha, pero yo no, me urgía introducirme dentro de ella, y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada, poniéndole sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión, me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo. Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta maquina, una puta de las buenas, pero en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas, me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas. Ella seguía pidiéndome mas acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así, pero le encantaba, y aullando me pidió que siguiera montándole pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía. Su sumisión me excitó en gran manera, y clavándole cruelmente mis dientes en su cuello, la sembré con mi simiente. Eso desencadenó su propia uforia, y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo, solo me quedaba mi venganza, sabiendo que me quedaba una semana, decidí dejarlo para mas tarde. Ella por su parte, tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo, pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró, diciendo lo mucho que me había deseado esos años, pero que el respeto a su marido se lo había impedido, y que ahora que nos habíamos desenmascarado quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de que. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha, pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella, y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
-Menudo espectáculo le hemos dado al servicio-, y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir, que no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío, y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada, para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama, y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara. “Coño, esta celosa”, pensé sin sacarla de su error. Error de María y error de Patricia, mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario, por que quería la cercanía de la cocina, permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación, y convencido que no se iba a peder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo. Buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada, y que Patricia se confiara. Nada mas terminar la comida, le propuse salir a cazar, me apetecía pegar un par de tiros de polvora, antes que en la noche mi escopeta tuviera faena. Aceptó encantada, nunca en su vida había estado en un rececho, por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land-rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana, comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros, en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado. Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle, y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo. En los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre, era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer, le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto, y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal, por lo que recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo, por lo que no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Teniéndola a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenia que hacerla novia, y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho. Estaba asqueada por el olor y la sangre, pero la cosa no quedó ahí, y obligándola a abrir la boca le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda le hizo vomitar, solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estomago se revolvió y echando por la boca todo el alimento que había ingerido. Yo solo observaba. Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba, por lo que no me fue complicado el detener su mano, e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara, y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y dándole un tortazo le dije:
-Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara-, mentira me lo había tragado por completo,- es mas, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante, decidí convertirte en mi perrita-.
Dejó de debatirse al sentir como con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa, se paralizó de miedo al recordar como había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando. Realmente, estaba bien hecha medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
-Patricia, hay muchos accidentes de caza-, le dije con una sonrisa en los labios,-no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti-.
Tomó la decisión mas inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lagrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto, saber que todavía era virgen análmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
– Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días-, me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.

«Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 6” (POR GOLFO)»

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13

Paloma, la vecina, tenía un cabreo de narices al saber que la pareja de su ex se nos haya escapado viva por muy poco. Recordando su comportamiento, mi esposa decide darle un escarmiento y la ata contra el cabecero.

Al llegar al apartamento, Paloma tardó en tranquilizarse. Aunque había disfrutado y mucho esa mañana en la pequeña cala, no podía dejar a un lado que la novia de su ex se había escapado viva.

        «Faltó muy poco para que claudicara», pensó al recordar a María mamando de sus pechos.

        Aunque en un principio su intención era escandalizar a la joven para que se marchara, una vez metida en faena se había excitado y realmente pensó en que nos la terminaríamos follando entre los tres.

        ―Me hubiese encantado tener una foto de esa niñata comiéndome el potorro― en plan vulgar se había quejado a María.

Mi media naranja no se lo pensó dos veces y a carcajada limpia, le replicó que tal y como se habían desarrollado las cosas, tenía suerte que esa criatura no hubiese aceptado la oferta:

―Estabas tan excitada que no dudo que te hubieses lanzado tú antes que ella y la foto que tendríamos sería la tuya devorando su coño.

Nuestra vecina y amante supo que mi esposa tenía razón y por eso en vez de insistir, nos sacó la promesa de que si al día siguiente la embarazada se dejaba caer por esa playa le daríamos la oportunidad de ser ella la primera en atacarla.

―Pensad en el morbo que me provoca que esa putilla esté embarazada de Juan.

Al escucharla, me quedé pensando en que nunca me había tirado a una preñada y menos a una que estuviera de seis meses. Al imaginar la postura que tendría que adoptar para que su panza me permitiera tirármela, me puso a cien.

«Mas vale que no digas nada», dije para mí al saber que ni a María ni a Paloma les haría ninguna gracia que saber que esa jovencita me ponía también cachondo.

Se que hice bien al quedarme callado cuando mi esposa comentó que a ella lo que realmente le excitaba de ella era la leche de sus tetas.

―Nos estas tomando el pelo. Es imposible que sin haber dado a luz ya la produzca― comenté seguro de lo que decía.

Desternillada de risa, replicó:

―Te equivocas, Raúl. Es muy normal que a partir del segundo trimestre de embarazo las embarazadas segreguen calostro. Y te puedo asegurar que al menos el de esa putilla está delicioso.

Juro que hasta ese momento siempre había supuesto que el calostro comenzaba a segregarse a partir del parto y al saber que María ya lo había probado, elevó mi calentura hasta límites nada razonables.

Preso de una lujuria sin par, contesté:

―No sé si se me hará probar las de esa incauta, pero lo que tengo claro es que, cuando os preñe a cualquiera de las dos, pienso ponerme las botas ordeñando vuestras tetas.

 Mi salvajada lejos de molestarlas las azuzó y mientras Paloma se arrodillaba en la cama con la intención de provocarme, mi esposa susurró en mi oído:

―Te ayudo a preñarla si luego me permites a mí mamar de ella.

Que le diese o no permiso daba igual, si nuestra vecina se embarazaba de mí, su producción láctea sería para ambos. Por ello, muerto de risa, respondí que si me ayudaba solo me podía comprometer a que ella también se quedara en cinta.

Mi respuesta incentivó mas si cabe su natural lujuria y mientras me desnudaba, no sé cómo convenció a Paloma de que se dejara atar al cabecero.

― ¿Queréis jugar duro? ― comenté.

Para entonces nuestra amante yacía inmovilizada y por eso nada pudo hacer cuando acercándome a ella me entretuve acariciando su sexo.

―Por favor, no me violes― dijo haciéndose la damisela en peligro.

Sonreí al escucharla y dando una sonora nalgada en sus ancas, la contesté:

―Solo vamos a tomar lo que es nuestro, ¿verdad cariño?

María estuvo de acuerdo y por eso en cuanto le hice una seña, separó las piernas de la morena y comenzó a besarla sin importarle los gritos que empezó a dar su víctima. Descojonado y mientras María cumplía mis deseos, me dediqué a torturar los pezones de Paloma.

 ―Pienso denunciaros― la escuché decir, pero no la creí porque era evidente su calentura.

En plan capullo, decidí morderlos suavemente con mis dientes.

―De hoy no pasa que te quedes preñada.

―Ni se te ocurra, te he dicho que no quiero― contestó con la respiración entrecortada.

Mi mujer estaba besuqueando el interior de sus muslos cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero, comentando que me gustaba su culo.

Nuestra vecina asumió lo que la iba a hacer incluso antes de sentir que uno de mis dedos se hacía fuerte en su ojete y por ello nos rogó que la dejásemos.

―Ni de coña― contestó María mientras aprovechaba para meter la lengua en su vagina.

―Dejadme, no estoy de broma― gritó descompuesta al sentir que iba a ser incapaz de resistir mucho tiempo sin correrse.

Durante un minuto, dejé que mi señora comiese de su coño hasta que pegando un grito no pudo evitar sufrir un largo e intenso orgasmo mientras derramaba su flujo sobre el colchón.

―Ves lo pronto que cambias de opinión― comenté al oír su gozo y sin dejarla descansar, le informé que iba a cumplir mi promesa: ―Aunque me apetece romperte el culo, creo que ha llegado la hora de hacerte madre.

Curiosamente fue María la que más se excitó con mis palabras y dando un sonoro azote a una de las nalgas de Paloma le comentó que no se quejara por haber sido elegida la primera en ser inseminada.

―Si quieres me pongo a bailar de alegría― respondió ésta todavía actuando.

―Bailar no sé, pero mover el trasero seguro― dije interviniendo. Tras lo cual, le levanté las piernas posándolas sobre mis hombros y antes de que pudiera reponerse de la sorpresa, la penetré.

La morena pegó un largo gemido al ir absorbiendo mi verga en su interior:

―Por favor, desatadme.

 Mi esposa que hasta ese momento había permanecido al margen, comprendió, dado que nuestra amante estaba entrando en calor, que podía aprovechar que seguía atada. Por eso y mientras yo comenzaba a machacar su cuerpo con mi pene, ella le puso el coño al alcance de su boca y sin cortarse un pelo la ordenó que se lo empezara a comer.

― ¿Y si me niego? ― se atrevió a decir.

Supo de su error al ver que María no solo se sentaba sobre su cara, sino que a la vez que le regalaba sendos pellizcos sobre las tetas.

―Hija de perra― chilló por primera vez enfadada.

Arrepentida de haberse dejado maniatar, se quejó de la actitud de mi mujer, pero en cambio a mí la escena me excitó e incrementando el ritmo de mis caderas continué a lo mío.

―Cabrones― chilló al sentir que entraba en calor y que contra su voluntad estaba empezando a gozar.

― ¿Qué coño esperas para usar tu boca? ― reclamó María colocándole nuevamente su sexo en la boca, pero esta vez sin forzarla.

 Sin ser consciente de que eso significaba su entrega, Paloma sacó su lengua y la introdujo lentamente en la vulva de mi esposa, la cual gritando su victoria a los cuatro vientos buscó con ardor que la penetrara por completo.

 Su rendición no por esperada resultó menos total y tirando de sus brazos forcé su entrada una y otra vez cada vez más rápido mientras María gozaba presionando la cabeza de nuestra vecina contra su sexo. Ese fue el instante en que todo se desencadenó y Paloma, olvidando su papel de víctima, hizo que su lengua se apoderara del clítoris mientras yo seguía erre que erre barriendo sus últimas defensas con mi miembro.

Nuestra estimada y calentorra vecina no tardó en correrse, y con ella, mi esposa. Los jadeos y gemidos de ambas mujeres fueron la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer y agarrándome firmemente de los hombros de Paloma, reinicié la cabalgada.

Mi pene apuñaló su cuerpo impunemente mientras ella se retorcía gritando de placer mientras María se masturbaba como una loca usando dedos de las dos manos.

El cúmulo de sensaciones nos lanzó hacía un orgasmo compartido y explotando derramé mi simiente en su interior mientras mis dos mujeres berreaban su gozo. Víctima de una sobredosis de sexo caí desplomado sobre el colchón.

 La profundidad e intensidad de mi clímax provocó que tardara un buen rato en recuperarme y cuando lo hice, vi que mi esposa estaba desatando a Paloma, la cual todavía permanecía con la mirada perdida.

― ¿Qué ha pasado? ―, pregunté viendo su estado.

―Nuestra zorrita no ha aguantado tanto placer ― contestó María y sonriendo, me preguntó si estaba listo para hacer uso de la que siempre sería mi favorita.

―No creo poder― contesté muerto de risa.

Confiada en sus dotes “mamatorias” y abriendo su boca, no hizo caso de mis palabras y se puso a reanimar mi alicaído miembro…

14

Dando por sentado que iba a ser la protagonista de esa jornada, la novia del ex de Paloma llegó puntual a la cala y suspiró aliviada cuando nos vio tirados en nuestras toallas. Mientras bajaba por las escaleras hasta la arena, no pudo dejar de sentir un escalofrío al recordar lo bruta que se había puesto el día anterior. Todavía no se lo podía creer que hubiese permitido que una mujer hubiese mamado de sus pechos y lo que incluso era peor, que le había encantado sentir como se apoderaba de sus pezones con los labios y succionaba de ellos.

Siempre había sabido que bajo la fachada de dulce y tierna jovencita escondía una sexualidad desacerbada, pero aun así nunca había sentido inclinaciones lésbicas y menos había participado en una orgía.

«Todo eso va a cambiar hoy», pensó recordando las veces que esa noche se había tenido que masturbar imaginando el momento en que se entregara a esos tres maduros que había conocido en la playa y mientras se acercaba a nuestro campamento no dejaba de darle vueltas a porque no se había negado de plano cuando le pedí que cogiera la cámara de fotos e inmortalizara el momento en que sodomizaba a Paloma.

―Desde niña mi mayor fantasía siempre ha sido que alguien me rompiera el culito― confesó sin turbarse en absoluto.

Pero volviendo la historia, he de decir que ni siquiera me había dado cuenta de su llegada cuando a mi derecha escuché decir:

― ¿Puedo tumbarme con vosotros?

―Claro― respondió mi señora: ―Te estábamos esperando.

Abriendo los ojos, sonreí al ver que se presentaba a mis dos acompañantes de beso y al comprobar que no me levantaba, se agachó hacía mi diciendo:

―Me llamo Bea.

Al oír su nombre caí en la cuenta de que no nos habíamos preocupado por saber cómo se llamaba. Por eso hasta entonces y para los tres, esa rubita era la nueva putita de Juan, la zorrita del ex de Paloma o la vaquita lechera que íbamos a ordeñar.

―Soy Raúl― dije mirándola a los ojos: ―No estábamos seguros de que vinieras.

Sin levantar su mirada, la joven me admitió que ella tampoco y que solo después de desayunar había tomado la decisión de acudir a la cita. Teniéndola tan cerca me percaté de que, aunque no lo quisiera reconocer la idea de pasar la mañana con nosotros la traía sobreexcitada.

«Tiene los pezones duros como piedras», me dije al contemplar los dos montecillos que se formaban bajo su traje de baño.

Paloma, ejerciendo de anfitriona, la ayudó a colocar su toalla sobre la arena y mientras lo hacían pude recrear mi mirada en el profundo canalillo que formaban sus tetas llenas de leche.

«Me está entrando hambre», pensé anticipando el sabor que tendría su calostro. La prueba de que ese líquido blanquecino estaría delicioso la tenía al lado y es que, desde su sitio, María, que ya lo había probado, no paraba de lamerse los labios pensando en repetir.

El interés que nuestra vecina estaba poniendo para que la recién llegada se sintiera bien acogida me dio que pensar porque no en vano esa mujercita no solo la había sustituido en el corazón de su marido, sino que por su culpa el tal Juan la había abandonado.

«Esta cabrona quiere algo», sentencié.

Al comprobar que se ponía a charlar con ella como si fueran buenas amigas, supe que la joven desconocía completamente que Paloma era la ex de su pareja. De no ser así, la tal Bea sería una geta o una hipócrita de lujo.

«Ninguna de las dos sabe como actuar ni cuando dar el primer paso», sentencié al observar que los minutos pasaban y que nadie se atrevía a perder las formas.

Por ello, decidí ser yo quien lo hiciera y quejándome del calor, me quité el traje de baño mientras preguntaba si alguien me acompañaba a darme un baño.

―Yo voy― dijo María y sin que yo se lo tuviera que decir se despojó del bikini para acompañarme.

 Beatriz no quería ser la única en quedarse en la toalla y venciendo la vergüenza de que la viésemos desnuda dado su estado, comentó a Paloma si estaría demasiado ridícula bañándose en pelota picada con esa panza. La morena comprendiendo sus motivos, les quitó importancia al contestar:

―Ridícula, no. ¡Fascinante!

Y para demostrar que hasta ella se sentía se sentía atraída por su cuerpo germinado, sacando uno de los pechos de la rubia del traje de baño, lo lamió. Bea creyó que esa húmeda caricia era un intento de darle confianza y poniendo un puchero, le soltó:

―Gracias, pero hasta mi pareja piensa que parezco una ballena.

Esa confidencia indignó a Paloma, la cual sin medir sus palabras y recordando las veces en que la había menospreciado, cargó las tintas contra él diciendo:

―Juan siempre ha sido un cretino. No le hagas ni puto caso. Lo que tiene de agradable fuera de casa, lo tiene de imbécil dentro.

Con la boca abierta, Bea preguntó cómo era que lo conocía. Cayendo en su metedura de pata, la morena respondió:

―Creí que lo sabías…

― ¿Qué sabía el qué? – insistió la joven.

Colorada como un tomate y sabiendo que en cuanto se lo dijera, esa cría saldría corriendo, contestó:

―Que soy Paloma… su ex.

Tal y como había anticipado, esa bomba era de tal calibre que nada mas reponerse de la sorpresa, la joven cogió sus cosas y desapareció rumbo a su coche, dejando a nuestra vecina jodida doblemente. Primero porque, nuevamente, Bea se le escapaba viva y en segundo, porque se sentía culpable de haberla hecho sentirse mal.

Por ello, con el ánimo por los suelos, se acercó renqueando a donde María y yo nos estábamos bañando. Al verla llegar sin levantar los pies de la arena, supe que algo había pasado    

«Esa criatura no se merece que el mismo que la embarazó la rechace por gorda», se dijo cada vez de peor humor y necesitando liberar la mala baba que traía, nos explicó lo ocurrido.

―No comprendo cómo has podido vivir con ese hijo de perra tantos años― murmuró mi mujer tan cabreada como ella al escucharla.

Por mi parte y aunque estaba de acuerdo, no intervine. No fuera a ser que la internacional femenina en plena actividad me viera como un saco de boxeo al cual golpear. Por ello, esperé a que terminaran de ponerlo a parir para dejar caer como si nada:

―No lo comenté antes porque no era interesante. Pero si creéis conveniente hacer una visita a esa preciosidad, sé dónde se aloja.

Como no podía ser de otra forma, mis palabras levantaron sus suspicacias. Solo tras contarles que, al día siguiente de nuestro primer encuentro con Juan, le había visto salir de un chalecito, se tranquilizaron y me preguntaron mi opinión al respecto.

―Yo personalmente mandaría a María de avanzadilla para que la invite a cenar en el restaurant que hay en la esquina de su casa. Si sigue mínimamente interesada, el quedar en un lugar público y conocido hará que se sienta cómoda y aceptará.

Tanto mi esposa como nuestra amante aceptaron mi plan cómo el único posible y por eso al volver hacia casa, nos desviamos un poco para que María tocara en la puerta de esa joven.

― ¿Crees que aceptará? ― me preguntó Paloma mientras esperábamos.

Iba a contestar que no, cuando de pronto, vi que mi señora volvía sonriendo y cambiando sobre la marcha mi respuesta, contesté:

―Por supuesto, ¡soy irresistible!…

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (33)” (POR ADRIANRELOAD)

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Sabía que en algún momento seria descubierto, como y cuando eran las incógnitas… siempre creí que el “cómo” no importaba y deseaba que el “cuándo” fuera temporalmente muy pero muy lejos, de tal manera ya no signifique nada para Mili o para mi… aunque era muy ingenuo, porque las mujeres rara vez olvidan fácilmente y todo cuenta para ellas, incluso las ex, peor los deslices…

Dolía saber que el “cómo” había sido a través de Guille, a quien consideraba mi amigo, siempre había pensado que el “cómo” sería por Vane o hasta Javier, pero ¿Guille?… a tanto llego su sed de venganza, su ansia de revancha, que al ver que no podía desquitarse con Vane decidió desquitarse con Mili y conmigo… si él no era feliz (con Vane o vengándose de ella), nadie debía serlo…

– Amor… explícate que no te entiendo… repuse, tragando saliva.

– Nada de Amor… no me llames así… después de lo que hiciste… continuo molesta.

– Pero ¿Qué hice?… dime… respondí, mientras pensaba que excusa poner.

En esos segundos estaba en la encrucijada, no sabía que inventar en caso que me dijera que sabe lo de Vane… por un lado lo que le conté a Guille fue que me amarro, no pude hacer nada… pero si le conto lo que planifique con él en su depa… ¡diablos!… o me quedaba la otra táctica históricamente usada por mi genero… “niégalo todo”… hasta que Mili decidió continuar…

– Como es posible que le hayas hecho eso Guille… me recrimino.

– ¿Qué cosa?… dije sin entender.

– Alejar a Vane diciéndole a su abuela que sale con un narco, solo por ser mestizo… entonces que pensaras de mi o de mi padre… me dijo abrumada.

Suena hasta cierto punto risible, pero cuando los rumores van de una persona a otra se matizan. Guille llamo a casa de Vane, contesto la abuela que había escuchado de el por los amigos de Vane, entonces fue fácil asociar los rumores con el… y la señora le dio una reprimenda, casi lo amenazo con la policía si se volvía a acercar a su nieta… luego fácilmente Guille asocio eso con mi intervención…

Parece que después Mili llamo para preguntarle cómo iba con Vane… o quizás para saber si es que yo lleve a Vane a su casa, recuerden que mi enamorada andaba en guardia con Vane. El asunto es que Guille en despecho le fue a Mili con el chisme… dentro de lo bueno de esto es que… al menos Guille respeto el secreto entre ambos sobre lo sucedido conmigo y Vane…

– Oyeee… no fue así… me excuse.

– Entonces como… insistió Mili, quería una explicación.

Como explicarle que tuve que alejar a Vane para protegerla de Guille, de su venganza, de esa revancha porque Vane me amarro y me ultrajo en la cabaña… como justificar mi accionar, sin relacionarlo con Vane a quien Mili a pesar de tener cierta empatía también la tenía como rival… quizás tenía una oportunidad más para confesarle la verdad…

– Vane… abuso de… dije en voz baja.

– ¿Abuso? ¿De quién?… agrego intrigada.

Era vergonzoso hasta cierto punto confesarle que me sometió… pero tampoco no sabía cómo reaccionaría Mili al enterarse, no fue mi culpa… pero ella diría que por provocar a Vane si lo fue…

– De… de… nuestra amistad… dije prolongando mi agonía.

– ¿Cómo así?… replico Mili, que no me soltaría hasta saber la verdad.

– En el baile… ella… se me insinuó… luego en el auto… invente lo primero que se me ocurrió.

– Yo la matooo… esa regalona… dijo furiosa Mili.

En parte era cierto, Vane en el baile me insinuó que tendría otro encuentro con ella, y en el auto me insinuó que le debía un favor. Le dije a Mili que Guille lo había notado, que me confronto y le conté la verdad, porque no quería que siguiera engañado por ella… pero que él no lo tomo tan bien… y que por su cuenta estaba planeando vengarse de Vane hasta pensando incluir a Javier en eso.

Mili se horrorizo al oírlo, no daba fe que Guille pudiera reaccionar así… o que una insinuación fuera tan grave como para llegar a eso… Mili se quedó con la duda de que si le decía toda la verdad o le ocultaba algo más… y yo me quede con la duda, de que si Guille no llegaría a decir más de lo que paso…

Le explique qué Vane ya estaba rumbo al extranjero, que se tranquilice, que Guillermo estaba dolido y exagero las cosas, que en realidad lo hice por su bien, que Vane con sus cosas no era para él, no porque fuera rica sino porque estaba medio tronada, inestable, cambiaba de opinión a cada rato y lo iba hacer sufrir y desconcentrar de los estudios.

Al fin, Mili se tranquilizó, pero según ella aun no me perdonaba… ¡mujeres!, cuando se engríen buscan que uno pague por las cosas que uno no entiende que ha hecho, pero para ellas está claro que algo hicimos y debemos resarcirlas… en fin, aunque yo si estaba con la conciencia movida.

Sacando cuentas había estado con Vane 3 veces, quizás las 2 primeras no contaban (para mí al menos), porque la primera vez me amarro y la segunda estaba muy ebrio… pero ¿la tercera?… esa si fue en mi juicio no muy sano, pero a voluntad, igual podría decir que cedi ante su chantaje.

El tema es que ¿Mili lo entendería así?… lo dudaba, más bien me mataría, basta recordar que después de sospechar que me tire a Vane no me quiso ver y tuve que buscarla en el club, y ahí, luego de un coqueteo de Vane en la pista de baile, me armo tremendo berrinche. Si se entera de esto, sería peor.

Mientras tanto, al recordar imágenes de lo sucedido… mi ego se sintió en las nubes al recordar que había poseído a los traseros más apetecibles de la facultad, quizás de la universidad. El moreno y carnoso trasero natural de Mili, así como el musculoso y bien trabajado trasero blanco de Vane.

Pensaba en todo eso cuando me quede dormido satisfecho de que todo, al menos hasta el momento, se había resuelto bien. Me desperté horas después con el sonido de mi laptop, había recibido un correo electrónico… era de Vane… abrí el correo y vi una foto suya a manera de postal de algún lugar de Europa, España al parecer. Decía a grandes rasgos:

– Gracias por la despedida, me acorde de ti todo el viaje, no me pude sentar bienJ… Besos, Vane.

Supongo que Vane hacía referencia al maltrato anal que le di el día anterior, se fue satisfecha pero adolorida. Me percate que había otro archivo adjunto, comprimido quizás para que no se vea a primera vista, ¿será un virus?, pudo más mi curiosidad y al abrirlo…

– Asu… esta mujer está loca… exclame en la privacidad de mi cuarto.

Vanesa había adjuntado una foto de su blanco y bien formado trasero, mientras se abría con ambas manos las nalgas para mostrarme su enrojecido ano. Por el entorno de la foto, que apenas se apreciaba, intuí que se lo había tomado en el baño del avión. Quizás lo hizo para que yo aprecie la magnitud de los destrozos que mi verga causo en su ano, y el motivo por el cual ella no se podía sentar bien. Luego de apreciar esa locura, me reí… aunque mi pronto se me acabaría la suerte.

– Danny… te buscan… escuche la voz de mi madre tras la puerta.

– ¿Quién es?… pregunte, cerrando los archivos por instinto.

– Yooo… dijo abriendo la puerta.

Mierd… era Mili, me quede helado, pálido, sin voz. Solo atine a cerrar la laptop casi sobre mis propios dedos, cosa que a ella no le pareció sospechoso sino gracioso, para mi suerte.

– ¿Qué?… ¿no te alegras de verme?… pregunto entre resentida y caprichosa.

– Pobrecito, se acaba de levantar… intervino en complicidad mi madre.

Yo seguía mudo y sorprendido, ¿de cuándo acá se llevaban bien Mili y mi madre?… Al parecer Mili se sintió culpable por las cosas que me dijo y vino a visitarme, como yo aún dormía, mi madre la invito a pasar para conocer a su posible futura nuera. Se entretuvieron conversando hasta que oyeron ruido en mi cuarto, que las alerto que estaba despierto, entonces subieron a verme.

– Claro amor… feliz de verte… que sorpresa… respondí medio tartamudo.

– Bueno chicos, los dejo, pórtense bien… dijo mi mama sonriendo.

Creo que era la primera vez que mi madre me escuchaba decirle “amor” a una chica, ella estaba feliz, y Mili también por reconocerla así, como mi enamorada, frente a mi madre. Mi madre salió de la habitación no sin antes hacer gestos de aprobación como diciendo “Bien hijo, Mili está muy linda”.

Era cierto, Mili había venido muy linda, quizás previendo encontrarse con la suegra, llevaba un vestido claro, un poco ceñido en el pecho y suelto en la falda apenas sobre las rodillas. Poco maquillaje, no necesitaba mucho, su sonrisa de enamorada que se siente culpable lo completaba todo.

– Pensar que aquí me… me lo hiciste por primera vez… dijo sonriendo algo nostálgica, recordando cómo meses atrás se lo había metido por atrás en aquella cama mientras “estudiábamos”.

En ese momento no sabía que quizás ese mismo lugar seria donde tal vez se lo haría por última vez. Mili se sentó al borde de mi cama, observando todo el lugar y recordando como a manera de juego había empezado todo, entre copas de vino y la calentura de las historias… y las ganas que nos teníamos.

– Solo quería disculparme por lo que dije… entiendo que lo hiciste buscando el bien de Vane y de Guille… agrego Mili al ver que no respondía.

Quizás pensaba que estaba molesto con ella, por la llamada que me hizo furibunda, cuando en realidad yo estaba aturdido por lo que hice con Vane el día anterior, por el correo que recibí con esas fotos y por la sorpresiva visita de Mili… que no sabía cómo reaccionar…

– Ahhh… si bueno… a veces eres muy explosiva… atine a decir.

– Si lo se… herede el carácter de mi madre… ¿Qué puedo hacer para que me perdones?… dijo apenada como niña regañada.

A estas alturas los papeles se habían invertido, era Mili la que buscaba mi perdón, lo que me hacía sentir más culpable aun. Debía quitarme ese sentimiento, debía dejar de pensar en lo que le hice a Vane, en como abuse salvajemente de ella y le gusto… y solo se me ocurría una manera de olvidarlo…

– Que tal… sexo de reconciliación… me atreví a decir medio en serio medio en broma.

– Ay Dany, lo sabía, solo piensas en eso… me reprocho graciosamente.

Entonces deje mi escritorio y me fui a sentar a su lado, en la cama, mientras Mili fungía de la chica tímida e inocente que no sabe qué hace en el cuarto de un chico, cosa que en parte me excitaba más. Le acaricie el rostro, aparte algunos cabellos y empecé a besarla, Mili me correspondía.

– No… tu mama se dará cuenta… me decía entre jadeo y jadeo que denotaba que Mili también se estaba excitando.

– No te preocupes… está viendo su novela… me excuse, mientras mis manos hurgaban sus senos.

– Uhmmm… que terrible eres… dijo zafándose de mí.

Se levantó y paseo unos instantes por el cuarto para que se le bajen las hormonas, acababa de entablar relación con su suegra y no quería dar mala imagen. Cuando Mili paso cerca de mí, la atraje, ella estaba de pie frente a mi mientras yo seguía sentado en la cama, de manera tierna la abrace por la cintura mientras mi cabeza se apoyaba en su plano abdomen. Mili me acariciaba los cabellos.

Una vez que se sintió cómoda con esa situación, mis manos instintivamente fueron bajando de su cintura, acariciando sus sobresalientes nalgas por encima del vestido. Ella movía su cabeza nerviosa, con los ojos cerrados, disfrutando de esas caricias… hasta que llegó el momento de arriesgarme, metí mis manos por debajo del vestido y empecé a estrujar sus carnosos glúteos, lo que la hacía estremecer…

– Vamosss… le susurre, viendo que su cuerpo no resistiría más esos incentivos.

– Uhmmm… está bien… pero que sea rápido… me respondió cediendo.

Ella estaba recontra caliente, pude tantear su pequeña ropa interior que estaba húmeda, ella tembló al sentir mis manos pasar por ahí. Acto seguido, se arrodillo y empezó a jalonear mi pantalón, hasta que descubrió mi verga erecta y sin chistar se la metió a la boca, la comenzó a mamar como poseída.

Seguramente quería asegurarse que ese encuentro fuera rápido como ella lo había pedido, para evitar que mi madre nos sorprenda, por ese motivo succionaba y pajeaba con gran pasión para tenerme al borde de la eyaculación.

– Ya, ya… le dije apartándola, entonces agregue… Vamos a la cama.

– Nooo… mucho ruido… se excusó ella.

Esa vez que le inaugure el ano, hicimos ruido, pero era de madrugada y mis viejos roncaban así que no se dieron cuenta. Ahora que aún no anochecía, y con mi vieja en la sala, debíamos ser más discretos.

– Ven… me dijo Mili y me jalo hacia la silla de mi escritorio, estaba súper excitada.

Me hizo sentar en la silla mientras ella misma apartaba su vestido, hacia a un lado su pequeña ropa interior, se puso de espaldas a mí, yo la ayude a apartar la falda, mientras ella tomo con confianza mi verga y se la apunto donde más lo deseaba, en su ano.

– Uyyy… siii… exclamo al sentir que mi verga hacia diana en su goloso ano.

Yo embobado la veía maniobrar, solo atine a tomarla de la cintura, mientras ella iba insertándose centímetro a centímetro mi tieso pene. Parecía disfrutarlo, por momentos un temblorcillo nervioso la recorría y la hacía perder el equilibrio y metérsela más rápido. Hasta que al fin estuvo completamente ensartada, sentía su arrugado anillo palpitar complacido sobre mi verga.

– Ayyy amorrr… como me gusta tenerte dentro… suspiro satisfecha.

Tras unos segundos de disfrutar el empalamiento que ella misma se prodigo, Mili dejándose llevar nuevamente por su excitación, comenzó a menear su enorme rabo en mi ingle. Mi verga cual plastilina la seguía mientras mis manos mantenía presionado su inflado trasero en mi entrepierna.

Hasta que llegó el momento en que sintió que debía satisfacerse ella misma, y comenzó a brincar sobre mi verga armónicamente, primero despacio y luego aumentando el ritmo. Mis manos en su cintura no hacían mucho, así que pase mis manos a sus henchidos senos, jaloneando el vestido para liberar sus deliciosos melones y jugar con sus pezones.

– Uyyy… siii… así amor… asiii… exclamo ella, sin dejar de brincar sobre mi verga.

Cada vez sus gemidos eran más sonoros, Mili se daba cuenta y volteaba de lado a verme si no me quejaba, ella procuraba morderse los labios para no emitir sonidos, pero ni así, cada vez era más evidente lo que hacíamos, sobre todo porque la silla empezaba a tambalearse también.

Yo estaba extasiado viendo esos dos globos canelas que tenía por nalgas saltar y vibrar en mi ingle, pero debía cambiar de posición, Mili hacia mucho ruido. La hice levantarse, esta vez se sentaría frente a mí, con sus senos a mi disposición, con su boca cerca de mi… intentaría acallar sus gemidos con mi lengua.

Nuevamente Mili con confianza de sentirse dueña de mi verga, la apreso con su mano, pensé que cambiaría de agujero… pero otra vez la dirigió a su ano, esta vez no fue lento, sino ella se introdujo mi pene violentamente, no lo quiso tener fuera mucho tiempo y decidió clavárselo rápidamente.

– Ouuu… uhmmm… se quejó ella, mientras yo le tapaba la boca.

Tras unos segundos de asimilación, ella me miro y asintió, como dándome el ok para empezar nuevamente. Mili empezó a saltar otra vez sobre mi verga, cada vez más fuerte, cada vez más poseída, mientras sus senos vibraban frente a mí, de cuando en cuando engullía un pezón y ella me abrazaba con fuerza, soportando ese castigo auto infringido.

Llego el momento en que Mili comenzó a flaquear de su esfuerzo y yo tome como pude sus enormes nalgas y la ayude a empalarse ella misma. Sentía que me faltaban manos para estrujar y cubrir esos gordos glúteos, mientras Mili ahogaba sus gemidos entre mi lengua y la suya, hasta que se detuvo. Creí que ya había llegado, porque estaba muy agitada… pero no…

– Quiero terminar así… me pidió mientras se paraba y me invitaba a hacer lo mismo.

Luego Mili fue a arrodillarse, apoyando el abdomen sobre la silla, al igual que los codos, mientras sus manos se asían de las barras del respaldar de esa silla, como preparándose para soportar otra embestida en su inflado trasero. Mili quería que la posean como le gustaba, en 4 patas, como una perra.

Al ver que no reaccionaba ante tal espectáculo, Mili empino más el trasero, quebrando la espalda como para que viera sus atributos a plenitud. En esta maniobra sus nalgas se fueron abriendo dejando ver a su complaciente y torturado ano, que pedía más.

Solo le quedo voltear suplicante y ansiosa para que le atore el ano de nuevo. No me hice de rogar y la fui penetrando rápidamente, su esfínter ya se había acostumbrado a dejarme ingresar.

– Siii…. Hasta la raizzz… suspiro complacida.

Era cierto, en esa posición, mi verga la atravesaba por completo, solo faltaba que le metiera las bolas, mientras Mili se retorcía ansiosa. No la hice esperar más y comencé a estamparla contra la silla. Por momentos jaloneaba sus gordas nalgas, y luego la tomaba de su estrecha cintura, haciendo más presión, quebrándola más mientras su enorme trasero vibraba al chocar con mi entrepierna…

– Uyyy siii… promete que me vas a coger siempre así… uhmmm… me pidió al borde del orgasmo con cara de poseída.

– ¿Cómo así?… pregunte desvariando, embobado por su jugoso rabo.

– Como a una perra… como tu perra… exclamo en el éxtasis de su morbo.

A estas alturas ya no nos importaba el ruido que hacíamos, la silla saltaba, sus gemidos eran sonoros, estábamos al límite….

– Ouuu uhmmm…. se quejó finalmente Mili estremeciéndose de pies a cabeza.

– Ufff…. se me viene… ufff… exclame.

– No, no… vennn… en mi cara… me suplico, apurándose en darse la vuelta.

Mientras Mili abría la boca, mi verga escupía semen en su rostro, algunos chorros hicieron diana en su garganta mientras otros en sus labios, mejillas, barbilla, frente y hasta parpados, mientras ella sonreía complacida, como si de yogurt se tratara, no le importaba, estaba satisfecha y sabía que esa excitante imagen me encantaba.

Cuando mi verga dejo de descargar su leche, Mili sin limpiarse el rostro empezó a mamarme la verga, a limpiarla. El agradecimiento que tuvo hizo que su lengua jugara con mi sensible verga, incentivándola, logrando extraer una segunda pequeña descarga de semen. Sentí que me orinaba, me quise alejar, pero más bien Mili me tomo de las caderas para evitar que huyera… estaba dispuesta a tragárselo todo… y así lo hizo, respirando dificultosamente pero lo logro….

– Uy caraj…. Mili…. eres la mejorrr… exclame agradecido, mientras me deje caer sentado al borde de la cama.

Ella sonrió complacida, como puntillazo final procedió a tragarse las gotas de semen que quedaron esparcidas… esa imagen hizo que mi verga goteara más… y ella al darse cuenta, me siguió de rodillas y se engullo por última vez mi verga para limpiarla con su lengua.

Tras eso, exhausto me deje caer sobre la cama. El resto de lo que recuerdo fueron chispazos, vi entre sueños que Mili entro a mi ducha a bañarse, se acicalo y se acurruco a mi lado. Yo estaba muerto por los últimos sucesos: lo del campamento, la trama entre Vane y Guille, mis suegros, etc.

Sentí que Mili salió de mi lado en la cama, yo me acurruque de lado, unos minutos más y estaría renovado, listo para llevarla a su casa, le dije feliz en mi desvarió… grave error… Ella me dio un beso en la frente, luego sentí que mi cuarto se ilumino, afuera ya estaba oscureciendo, pensé que estaba viendo tele, esperando que me recupere… pero no fue así…

– ¿Que mierd… es esto?… exclamo una voz furiosa con gran indignación.

Me senté rápidamente, prácticamente salte… ¿Qué paso?, ¿temblor? ¿Fuego? ¿Mis viejos?… intentaba dilucidar mientras mi adormecido cuerpo intentaba despertar y ponerse en alerta, buscando el peligro que acechara en mi cuarto para defender a Mili de lo que sea… excepto de mí mismo.

Hasta que mi mirada se centró en el rostro desencajado Mili, que me veía desde el asiento donde minutos antes la poseí con gran pasión… a su lado mi laptop abierta… con la imagen del blanco trasero de Vane y su enrojecido ano… más aun con el sugerente mensaje detrás, en el correo que me envió.

Por la put… madr… se jodio todo… me dije.

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 22. El Corazón de Afrodita.” (POR ALEX BLAME)

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QUINTA PARTE: PANDORA

Capitulo 22: El corazón de Afrodita.

Afrodita se apresuró por los pasillos de la mansión a recibirle. No sabía por qué, pero estaba ansiosa por verlo. Le recibió con una sonrisa y le felicitó por haber salvado la vida a la joven hija del cónsul.

Hércules tenía un aspecto cansado, pero por debajo podía percibir su excitación después de varios días observando a una pareja hacer el amor constantemente y de mil maneras distintas.

De repente, una intensa necesidad de reconfortarle la envolvió. No pensó en nada más. La lujuria hizo presa en ella y no pensó en las consecuencias. Se acercó a su hermanastro con los movimientos elásticos y sensuales de una pantera.

Los ojos cansados de Hércules se reavivaron y chispearon de excitación mientras alargaba una mano y acariciaba el sedoso cabello de la mujer.

Afrodita suspiró y cogiéndole la mano tiró de ella y se lo llevó a su habitación. En ningún momento pensó lo que Hércules opinaría de tener contacto carnal con su hermana, ya pensaría como contárselo más tarde, ahora solo pensaba en satisfacer la imperiosa necesidad de tener el miembro de su hermano dentro de ella.

Hércules entró en la habitación de la mujer. La misma habitación y la misma mujer que había estado espiando hacia pocos días. Aun tenía marcada a fuego en su mente aquella noche, aquellos pechos grandes y turgentes, aquellas piernas esbeltas y brillantes que deseaba acariciar y besar a toda costa.

Aquella noche se había tenido que retirar alertado por unos pasos, pero ahora nada le impediría hacer suya aquella belleza. Afrodita le soltó la mano y se adelantó hasta el espejo de nuevo exponiéndose con coquetería. Llevaba un vestido de fino algodón blanco de falda corta y profundo escote en “v” que ensalzaba unos pechos grandes y tiesos, libres de la prisión de un sujetador.

Hércules se acercó y abrazó por detrás a la mujer, besando con suavidad su cuello. Con lentitud desplazó sus manos desde la cintura hasta sus pechos, apretando su cuerpo contra la espalda de la joven. La sensación al estrujar aquellos pechos grandes, suaves y erguidos fue tan placentera que su polla se erizó instantáneamente. Afrodita respiró profundamente y dejó que los sopesase, los acariciase y metiese las manos dentro del escote para acariciar y pellizcar suavemente sus pezones.

Con un gemido de excitación Afrodita se giró y poniéndose de puntillas se colgó del cuello de su hermano y empezó a darle suaves besos hasta que Hércules reaccionó y abrió la boca respondiendo con intensidad, explorando la boca de la mujer con violencia mientras apretaba su cuerpo contra el de él.

Tras unos segundos… ¿O habían sido años? Afrodita se separó y le quitó la ropa, aprovechando para dejar que sus manos tropezaran y acariciaran el duro cuerpo de su hermano. Cuando lo tuvo totalmente desnudo, fue ella la que se colocó tras él y poniéndose de puntillas observó el reflejo de su cuerpo en el espejo de plata por encima de su hombro, acariciando sus músculos y cogiendo con una manos cálidas y suaves el congestionado miembro de su amado hermano.

Con una sonrisa traviesa sacudió su polla con suavidad haciendo que Hércules suspirase cada vez más excitado hasta que no pudo más y dándose la vuelta empujó a Afrodita sobre la cama. Su hermana cayó sobre la cama con el vuelo de la falda levantado, dejando a la vista el pubis totalmente depilado. Hércules se agachó y separó las piernas de la mujer, observando la piel suave y pálida del sexo de Afrodita con los labios hinchados y ligeramente enrojecidos, incitándole.

Sin pensarlo más, enterró la cara entre los cálidos muslos de la joven y envolvió su sexo con la boca. Un sabor dulce e intenso como nunca había percibido en una mujer, invadió su boca. Hambriento, acarició su clítoris y la entrada de su coño haciendo que su hermana se agitara presa del placer y expulsase nuevos y sabrosos jugos que Hércules no se cansaba de libar.

Fue Afrodita, la que hundiendo los dedos en su melena y tirando con fuerza de él logró separarle de su coño. La boca de Hércules subió por su cuerpo apartando la tenue tela del vestido para besar y chupar a medida que Afrodita tiraba hasta que estuvo tumbado sobre ella.

Hércules la besó de nuevo mientras ella, ansiosa bajaba las manos para guiar aquella polla caliente como el averno a su coño mientras soltaba un largo gemido de placer.

Hércules sintió como su polla resbalaba con suavidad, abriéndose paso en el estrecho conducto que no paraba de estremecerse provocándole un intenso placer. Agarrando la nuca de su hermana comenzó a penetrarla con suavidad, disfrutando y haciendo disfrutar. Los gemidos de la joven se hicieron más intensos y los labios gruesos y entreabiertos le llamaban constantemente haciendo que interrumpiese sus empujones para darle largos besos.

Afrodita se sentía tan excitada que apenas podía controlarse. Lo que realmente deseaba es llevarse a aquel hombre al Olimpo y follar en una bañera llena de ambrosía, pero sabía que no era el momento, no aun…

Hércules volvió a moverse en su interior, esta vez con más energía a la vez que estrujaba con fuerza uno de sus pechos.

Los relámpagos de placer eran intensos y cada vez más frecuentes. Afrodita se separó y poniéndose de pie, se quitó el vestido, quedando totalmente desnuda frente a su hermano, dejando que la admirase y la desease. Lentamente se dio la vuelta y se apoyó contra el espejo. Hércules se levantó y separándole sus piernas la penetró. Afrodita observó su reflejo en el espejo, la expresión de satisfacción cada vez que la polla de su hermano entraba profundamente en sus entrañas, las pequeñas perlas de sudor resbalando por su cuello, sus pechos bamboleándose…

Hércules la agarró por las caderas y comenzó a follarla con golpes más rápidos y bruscos haciendo que los pies de la diosa apenas tocasen el suelo hasta que incapaz de aguantarse eyaculó en su interior.

El calor y la fuerza de los chorros de semen golpeando el fondo de su vagina desató una incontenible oleada de placer que la paralizó por completo. Sus dientes se clavaron en sus labios y sus uñas arañaron el espejo haciendo pequeñas muescas en la plata.

Afrodita se despertó, el aroma de hércules sobre su cuerpo le desató una oleada de sensaciones excitantes. Se giró y le observó, dormido a su lado, oliendo a deseo satisfecho. Habían hecho el amor un par de veces más antes de simular estar exhausta. Sintió un intenso deseo de despertarle y contarle toda la verdad sobre los dos, pero las órdenes de Zeus eran categóricas, no debía saber nada sobre su identidad antes de cumplir con su misión. Aun así, casi no podía contenerse, así que se montó encima y le hizo el amor de nuevo con desesperación, sin decir palabra…

Hércules se despertó al día siguiente, dolorido por primera vez en su vida. Nunca había conocido a una mujer que se entregara de aquella manera. Era realmente insaciable.

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que tropezó literalmente con el director antes de darse cuenta que estaba ante él.

—¿Mala noche? —dijo el anciano con un gruñido— Deberías dormir un poco más, jovencito. No se puede andar por ahí como un zombi, sobre todo cuando estas pendiente de comenzar la misión más importante que te he encomendado hasta ahora.

—Ah, ¿Pero tengo una misión? —preguntó Hércules intentando despejarse totalmente.

—Sí y comienza esta misma noche. Vamos, te contaré los detalles. —respondió el director posando una mano sobre su hombro y guiándole a la biblioteca.

Hércules se sentó en un sofá orejero mientras su anciano jefe servía dos generosos vasos de whisky con manos temblorosas. Mientras observaba y se deleitaba con el liquido ambarino, le explicó la misión con detalle, incidiendo en la importancia de recuperar la caja intacta y evitar que Arabela la abriese.

Esta vez no hubo dosieres, se limitó a encender un plasma que había en una esquina de la biblioteca. El hombre presionó una tecla del mando a distancia y una mujer apareció en la pantalla. Era de mediana edad, pelirroja y muy atractiva. Hércules la reconoció al instante; Arabela Schliemann, la presidenta del conglomerado industrial más importante del país, que desde hacía unos meses había descubierto su nueva pasión, la arqueología.

La mujer respondía a las preguntas de la periodista con entusiasmo, sin reparar en alabanzas a sus colaboradores, mientras anunciaba que pronto iniciaría una nueva expedición, la que definitivamente le pondría a la altura de Howard Carter o Indiana Jones.

—Arabela Schliemann, rica, bella, famosa, implacable… —dijo el anciano cuando hubo terminado el video— Es la persona más peligrosa para la humanidad en este momento y tú la vas a parar. Afortunadamente tiene un punto débil. Adora tener una buena polla entre sus piernas y mientras más joven mejor. Ahí es dónde entras tú.

—Ya veo, yo soy el semental que va a montar a la yegua desbocada…

—Y por eso esta noche vas a ir a la opera. —dijo Zeus recordando con placer aquella noche tan lejana en la que concibió al hombre que tenía ante él.

—¿La ópera?

—Sí y deja de repetir todo lo que digo como si fueras un loro. —replicó el anciano— Arabela va a todos los estrenos a hacer acto de presencia y mezclarse con las élites, aunque no le gusta demasiado y se escurre al final del segundo acto por una puerta lateral que da a un callejón de la parte trasera del edificio. He contratado a unos sicarios para que la asalten en él, así tú podrás acercarte a ella. Afrodita se encargara de entretener a los dos guardaespaldas. Buena suerte.

—¿Y una vez haya accedido a ella? —preguntó Hércules.

—Harás que te invite a ir con ella a la expedición y la observarás de cerca. Si consigue la caja tendrás que arrebatársela por todos los medios a tu alcance. Es vital que la recuperes intacta. ¿Lo has entendido?

—¿Qué pasaría si llegase a abrir alguien esa caja? —preguntó el joven.

—La muerte se desataría y camparía a sus anchas sobre el mundo arrasándolo todo a su paso.

—Ahora me vas a decir que tiene una maldición como la de la tumba de Tuthankamon. —dijo Hércules con una mueca excéptica.

—No es cosa de risa. —rugió el anciano con violencia— Si esa caja llega a abrirse, la humanidad puede darse por acabada, tú incluido.

—Vale, lo siento, ya he captado la importancia de la misión. No se preocupe, tendrá la caja.

—Preferimos no llamar la atención y que la consigas sin violencia, pero como comprederás, si no tienes más remedio, estas autorizado a hacer todo lo que consideres necesario.

—Entiendo, no le fallaré señor. —dijo Hércules sin saber si creer realmente aquella historia o no.

—Entonces en marcha. No hay tiempo que perder. —dijo el anciano apurando el resto de Whisky de un trago.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La cazadora VIII” (POR XELLA)

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Ding Dong.

Sin títuloPor fin. Seguramente sería el paquete que estaba esperando.

Elisa se dirigió rauda a atender al timbre y al abrir allí estaba el mensajero con el paquete.

“Menos mal” Pensó Elisa. “Ya creía que no iba a llegar nunca”

Firmó la orden de entrega, dio una pequeña propina al mensajero y fue al salón a dejar el paquete.

Llevaba toda la mañana nerviosa, esperando. Lo más raro es que no sabía muy bien por qué… El paquete ni siquiera era para ella…

Pero ya había llegado, ya podía estar tranquila y olvidar esa extraña tensión que tenía en la cabeza, dejó el paquete sobre la mesa y se dirigió al su habitación.

Tenia que estudiar, al día siguiente había un examen bastante importante en la facultad y no había conseguido concentrarse en todo el día. Pero ya está, el paquete había llegado.

Abrió el libro y comenzó a leer el temario. Cuando había leído tres páginas sacudió la cabeza, frustrada, ¡No le entraba nada! Volvió a empezar pero seguía sin enterarse de nada.

Se recostó sobre la silla a tomar aire, ¿Qué le estaba pasando? Quería aprobar ese examen…

“Lo que quieres es…”

Volvió a sacudir la cabeza, como intentando despejarse. Tenia que olvidarse de ese paquete de una vez si quería continuar con sus obligaciones.

Se puso de nuevo delante del libro, pero no se concentraba en las páginas, una y otra vez el paquete aparecía en su cabeza.

“¿Qué será?”

“¿Qué más te da? No es tuyo”

No se imaginaba que podía haber dentro.

Por la mañana, temprano, había llamado a su timbre la nueva vecina. No había hablado nunca con ella más allá de saludarla en el ascensor, pero tenía algo que producía en Elisa un enorme desasosiego “Son imaginaciones tuyas” Se decía, pero no podía evitarlo. A pesar de ello, cuando le pidió por favor si podía recoger el paquete puesto que no iba a estar en toda la mañana, no pudo negarse. “Hay que ser buena vecina, nunca sabes cuando serás tú la que necesite algo”.

Desde ese momento no podía sacarse de la cabeza. Pensaba que al recibirlo se calmaria, se olvidaría y podría seguir estudiando. Pero no era así.

Se hallaba de pie, en la puerta de salón. Y allí estaba. Un pequeño paquete, no muy grueso, envuelto en papel marrón. Se fijó en la etiqueta y se sorprendió al ver que venía su nombre y no el de su vecina.

“¿Es para mi?”

Pero, cuando volvió a mirar, se dio cuenta de que se había equivocado. Diana Querol, Ático B. Rezaba claramente en el destinatario.

La curiosidad la estaba matando, ¿Por qué la interesaba tanto? Ni siquiera la conocía… Aunque a lo mejor era eso… Quería conocerla mejor, ver que tipo de persona tenia viviendo en la puerta de enfrente…

Comenzó a romper el envoltorio. “¿Qué haces? ¡Para!” pero no paró. En ese momento no pensaba en que le diría a la vecina cuando le entregase su paquete abierto. Necesitaba ver el contenido.

Cuando lo abrió se quedó mirando, sin saber muy bien que pensar. Era un uniforme. Un uniforme de asistenta.

“¿Era para ella?” No creía que quisiese hacer las tareas de su propia casa vestida de asistenta… Seguramente quisiese contratar a una y hubiese comprado el uniforme antes.

Ya había satisfecho su curiosidad, iba a guardarlo pero en vez de eso se encontró sacándolo del paquete para verlo bien. Y eso la descuadró más todavía.

Era minúsculo. Más que un uniforme de asistenta parecía un disfraz sexy, de los que te pones para sorprender a tu pareja. No creía que nadie se pusiese eso para trabajar…

A su mente acudió la imagen de su vecina con el pequeño uniforme puesto. Nunca le habían atraído las mujeres, pero tuvo que reconocer que era una imagen extremadamente sexy. Las largas piernas enfundadas en las delicadas mediaz, el cabello moreno cayendo sobre los hombros desnudo, coronado con la pequeña cofia blanca, los pechos, mostrándose obscenamente ante quien tuviese el privilegio de mirar, aquellos ojos verdes, tan inevitablemente atrayentes…

“¿Qué me está pasando? Me estoy poniendo cachonda…” Dejó el uniforme tan doblado como pudo y volvió a su cuarto, a estudiar.

Pasaba las hojas una tras otra sin ver su contenido. “Joder, voy a suspender, ¿Por qué no me consigo concentrar?”

Una y otra vez la imagen de su vecina asaltaba su mente. Comenzó a frotar los muslos uno con otro, intentando calmar su calentura.

– ¡A la mierda! – Dijo en voz alta, apartando el libro.

Se fue a tumbar a su cama y llevó la mano a su sexo. Estaba chorreando. No era la primera vez que se masturbaba, ni mucho menos, pero nunca lo había hecho con tal ansiedad. Normalmente lo hacían para relajarse, olvidarse de las tensiones, ahora lo necesitaba. Su cuerpo le pedía un orgasmo a gritos así que se afanó en complacerle.

No podía sacarse a su vecina de la cabeza, la imaginaba completando el atuendo con unos altos zapatos de tacón, un plumero y una solicita sonrisa. Estaba tan caliente…

Pero la explosión llegó de otra manera. Estaba a punto de correrse y su mente la brindó una imagen que la hizo estallar de placer. Era ella. Ella misma vestida con el diminuto disfraz de asistenta. En ese momento convulsionó entre oleadas de placer, se le erizó la piel, las piernas le temblaban mientras sus dedos se hundían una y otra vez en su coño, haciéndola encadenar un orgasmo tras otro.

Se quedó tendida sobre la cama, sin aliento. Nunca había sentido algo semejante, ni siquiera en otras ocasiones en las que había tenido múltiples orgasmos. Decidió darse una ducha aun jadeante y caminando con dificultad, pensó que eso la relajaria pero, en lugar de eso, la calentó aun más. Notaba el agua tibia recorrer su cuerpo, sus pezones, todavía erizados, estaban tan sensibles que el simple roce de la esponja la hacia estremecer.

No podía quitarse de la cabeza aquel uniforme, el resto le daba igual. Salió de la ducha y, tras secarse, caminó desnuda hasta el salón. Allí estaba, tal como lo había dejado, parecía que la esperaba.

“No es tuyo, ¿Recuerdas? No deberías ponértelo”

“Solo será un momento, ya lo he sacado de la bolsa, no habrá diferencia si me lo pongo”

Su mente intentaba resistirse pero la decisión estaba tomada. Primero cogió las medias y empezó a deslizarlas por sus piernas. Siempre le había gustado el tacto de ese tipo de ropa, pero esta era incluso más agradable. Las medias llegaban hasta sus muslos y se ajustaban perfectamente. Entonces se fijó que todavía quedaba algo que no había sacado del paquete… Unas pequeñas bragas. Eran negras, casi transparentes menos por la parte de atrás, en la parte de atrás no tenían nada…

El morbo de imaginarse con ellas puestas era enorme, se veía vestida con el uniforme, arrodillada limpiando el suelo con una balleta mientras su culo en pompa era perfectamente accesible gracias a esa prenda.

“Oh, dios. ¿Qué me está pasando?”

Comenzó a ponerse el vestido, dejando las bragas para el final, le quedaba algo ajustado, pero le iba bien. Sus tetas asomaban en el escote dando la impresión de que cualquier movimiento las liberaría de su prisión. Se ajustó la cofia y se puso las braguitas, disfrutando del tacto de las mismas en su húmedo sexo.

“Falta algo…”

No sabía que era, pero sabía que tenía razón. Empezó a buscar en el envoltorio roto del paquete pero no había nada más. Comenzó a sentir una extraña sensación de desazón, como si el no encontrar ese “algo” su pusiese fracasar. Entonces se le ocurrió. Salio disparada hacia su cuarto, abrió el armario y extrajo unos preciosos zapatos de tacón de aguja, negros, a juego con el uniforme.

Nada más ponérselos sintió un agradable alivio. Ahora necesitaba verse. Se situó frente al espejo y se quedó sin habla, lucía espectacular.

El uniforme parecía ser más de su talla que de la de su vecina, aun estando ajustado. Su pelo castaño estaba perfectamente en marcado por la cofia, y sus rizos caían sensualmente sobre sus hombros desnudos. Sus pechos se mostraban obscenamente a cualquiera que se quisiese asomar a aquel balcón, y sus piernas…

La falta minúscula acababa un poco por encima del inicio de las medias, dando una imagen bastante sensual. Entonces se dio la vuelta. Su culo, perfectamente expuesto gracias a las braguitas, asomaba por debajo de la falda ante cualquier movimiento.

Llevó de nuevo la mano a su entrepierna, buscando aliviar una calentura que se estaba convirtiendo en un verdadero infierno pero, al igual que antes, notó que faltaba algo.

Rápidamente fue al servicio, y allí comenzó a desplegar un arsenal de productos de cosmética. Se empolvó la cara, se maquilló los ojos con sombra oscura y se pintó los labios de rojo pasión.

Volvió a mirarse, parecía una furcia, y eso la volvió loca.

Ahora sí, viéndose en el espejo comenzó a acariciarse con ansia. Una mano directa a su coño y la otra a sus tetas, que salieron con facilidad de su encierro. Pellizcaba sus pezones mientras sus dedos se empapaban de sus jugos. Se bajó las bravas hasta las rodillas, después debería lavarlas: Estaban empapadas. Pero eso ahora no la preocupaba, en un acto irracional, que nunca antes había hecho, ni siquiera se lo había planteado, llevó sus dedos a la boca, chupándolos como si fuesen el caramelo más delicioso. Notó por primera vez el sabor de sí misma, y no le desagradó en absoluto.

Repitió ese gesto varias veces, incluso el pintalabios llegó a correrse por su cara. Ahora si que tenia pinta de furcia.

“¿Te gusta verte así? Eres una puta” Se repetía una y otra vez.

Sus piernas comenzaron a temblar cuando sobrevino el primero de los orgasmos y se dejó caer al suelo. Allí, sin parar de masturbarse le asaltaron varios orgasmos más, hasta que quedo exhausta y jadeante.

“¿Y ahora que vas a hacer con el uniforme?”

——————-

Diana acababa de llegar al casa. Como todos los días, Missy y Bobby salieron a saludarla, alegres de su llegada. Permanecían todo el tiempo desnudos solamente con su collar de mascota al cuello y, cada uno, con su complemento: Bobby llevaba un aro que sujetaba sus huevos y su polla, y Missy un plug anal con una cola de animal sobresaliendo. Esta semana la cola era de conejita. Había decidido que cada uno tendría su función definida en casa, así que si ellos eran mascotas, serían mascotas, nada de hablar, nada de limpiar, nada de hacer cosas de humanos. Solamente jugaban, comían y follaban, entre ellos o con Diana. También había habilitado una sala para que pudiesen hacer ejercicio, quería que estuvieran en forma.

Esa decisión había hecho surgir un pequeño problema, ¿Quien iba a limpiar a partir de ahora? Pero rápidamente había encontrado una solución…

Entró en el salón y dejó caer en la mesa los papeles que le había dado Marcelo. En ellos se podían ver las fotos de una mujer rubia cogida desprevenida, comprando, paseando, tomando un café… Había estado observándola todo el día, preparándose para el asalto. Entonces sonó el timbre.

– Ya está aquí la solución a mi pequeño problema.

Y cuando abrió la puerta, allí estaba Elisa, enfundada en el diminuto traje de asistenta, con la cabeza gacha.

– B-Buenas tardes… – Balbuceó. – T-Traigo su paquete.

Diana la miró de arriba a abajo, excitada por la visión de la chica, y satisfecha por el resultado de sus planes.

– Pasa. – Dijo sin más.

Parecía que no le extrañaba el hecho de que hubiese dos personas desnudas en la casa, actuando como mascotas.

Diana se quedó mirando su precioso culo al aire mientras caminaba. Hasta se había puesto las bragas. Nunca había hecho algo como lo de hoy, y no estaba segura de sí funcionaría. Había reprogramado el cerebro de Elisa para que se fuese adaptando a sus deseos ante un disparador, el uniforme, que ni había llegado ni estaría Diana presente cuando pasara todo eso. Cada vez se asombraba más de las capacidades de sus poderes…

– ¿Qué haces aquí? – Preguntó la cazadora.

– Y-Yo… He abierto su paquete… Lo siento…

– Lo has abierto y te lo has puesto. ¿Qué voy a hacer ahora con el uniforme ya usado?

Elisa guardaba silencio, abochornada.

– Podemos hacer una cosa… ¿Qué tal si te lo quedas tú? – A Elisa se le iluminó la cara – Pero… Era un uniforme para mi nueva asistenta…

– Y-Yo puedo ser su nueva asistenta… – Susurró Elisa, comenzando a ponerse caliente por la idea.

– ¿Estás segura? En esta casa trabajarás de forma… peculiar.

– Sí. Estoy dispuesta a enmendar mi error.

A Diana le encantaba ese juego, hacía creer a sus víctimas que todas las decisiones las tomaban ellas, aunque realmente no tuviesen elección.

– Está bien, si tu ocupas el puesto de asistenta no buscaré más. Missy, trae el regalo de bienvenida de nuestra nueva amiga.

La chica salió de la sala, y Elisa no pudo evitar mirar la pequeña cola de conejo que sobresalía del culo de la chica. No se dio cuenta de que Diana se acercó por detrás y llevó la mano a la accesible entrepierna de la chica, acariciando su coño sin ningún reparo.

– Mmmhh – Gimió la asistenta.

Missy regresó con un objeto pequeño y negro que Elisa no alcanzó a ver. Diana la empujó ligeramente por los hombros, indicandola que se inclinase, se arrodilló tras ella y comenzó a lamer su sexo. Elisa iba a explotar de placer “¿Cuantas veces van ya hoy?” nunca había estado con una mujer, pero no le desagradaba. Sentía la delicada lengua recorriendo cada recoveco de su sexo, deteniéndose con atención en cada rincón de placer, incluso comenzó a hacer incursiones hacia su ojete.

Cada vez se detenía más tiempo en ese pequeño agujero, hasta que de pronto apartó la cara de allí. Elisa notó algo, primero una ligera presión, luego algo que intentaba abrirse paso, ¡intentaba abrirse paso en su culo!

“¿Qué hago? ¿Qué me está metiendo?”

“Cállate, ahora solo tienes que servir, nada más hacer lo que te pidan, sin objeción”

Notaba como aquel aparato forzaba las paredes de su recto, suave pero implacablemente. Ahora entendía por que la había estado lamiendo ahí, y lo agradeció internamente.

Un último empujón hizo que el plug entrara hasta el fondo, quedando sujeto por la propia presión que ejercía el culo de Elisa. Diana la propinó un sonoro azote.

– Ahora ya estás preparada para el trabajo. – Dijo. – Quiero que estés aquí todos los días nada más salir de la universidad, ya vestida. Y no te olvides de tu nuevo juguetito.

“¡La universidad! Al día siguiente tengo un examen y no he estudiado nada” Se acordó la chica. Pero realmente, en el fondo le daba igual. Ya había encontrado su sitio.

——————-

Cómo habían hablado, todos los días acudía después de la universidad a hacer su trabajo. Acabó por mudarse a casa de Diana, y ésta se apropió de su piso, tiraron un muro y unieron los dos, haciéndose una auténtica mansión.

Elisa no podía explicarse como continuaba aprobando, si no tenia ni tiempo ni ganas de estudiar. Poco sabia que Diana tenia mucho que ver en eso.

Por su parte, Diana, había conseguido varios objetivos, por un lado una preciosa asistenta que le hiciera las tareas de la casa y aportase más variedad a sus juegos con Missy y Bobby, y por otro, una universitaria que le serviría de anzuelo para conseguir más trabajadoras para el burdel, y nuevos clientes entre sus compañeros y profesores.

Ahora se centraría en el trabajo que le habían pedido. Esa rubia no se le iba a escapar.
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Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 4” (POR AMORBOSO)

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Los guardias: “¿Podemos venir mañana con los compañeros del otro turno?”

Viendo el estado en que se encontraba Silvia, les dije de quedar para el jueves dejando un día de descanso y así darle tiempo para que se recuperase.

Y quedamos todos para el jueves siguiente, con el añadido de los guardias del otro turno. Cuando se fueron, después de múltiples agradecimientos y felicitaciones a Silvia, la mandé doblarse sobre el respaldo de una silla, con la cabeza hacia el asiento, atando sus pies a las patas traseras y las manos a las delanteras, quedando totalmente ofrecida.

Su tenía coño y ano inflamados, por lo que procedí a darle pomada antiinflamatoria y calmante, dejándola en esa postura toda la tarde.

Sentado a su lado, estuve repasando las lecciones con Vero, añadiendo las explicaciones no dadas por la mañana y solucionando sus dudas, mientras mi mano acariciaba sus muslos y llegaba a su chorreante coño, para acariciarlo sin permitirle correrse.

Más tarde, mientras Vero seguía estudiando, me dediqué a hacer algo de limpieza de la casa, sobre todo la cocina, dándole una fuerte palmada en el culo cada vez que pasaba por su lado. También dediqué, como todos los días anteriores, un tiempo a la ampliación de la casa.

Al anochecer, comprobé el nivel de aprendizaje de Vero, que estuvo acertada en todas las preguntas y estuvimos un rato comentando las dudas de las asignaturas, mientras volvía a acariciar las piernas, coño y tetas de Silvia. Al terminar…

-Bueno, Silvia, ahora es tu turno. Hoy has disfrutado como la gran puta que eres, y ahora toca el castigo. Normalmente el castigo es de cinco, pero como has disfrutado mucho, te voy a dar el doble. Ve contando.

-ZASSSSS. –Por puta, le dije.

-UUUno.

Acaricié su raja

-ZASSSSS.

-DDDosss.

Acaricié su clítoris por encima. Evitando la parte que sobresalía.

-ZASSSSS.

-DDDiez.

Terminé mis caricias, pero no la dejé llegar al orgasmo.

Entonces la desaté y preparamos la cena entre los tres. Silvia cenó de pie, junto a la mesa y Vero y yo sentados una frente a otro. Ella, vestida con la bata de trabajo, levantó la pierna hasta poner su pie sobre mi polla, que ya llevaba todo el día casi al punto.

-Eso que estás haciendo, no te lo permito. Solamente te lo consentiré cuando yo te lo diga. Luego tendrás el castigo correspondiente.

Quitó su pie y terminamos la cena con tranquilidad, hablando de Paco, de los guardias y cosas variadas. Silvia comentó que seguía dolorida y que además de escocerle el coño y el culo, le dolía la mandíbula. Cuando terminamos de cenar, ellas recogieron y limpiaron la mesa, mientras yo tomaba una pomada del botiquín.

Cuando terminaron dije:

-Silvia, posición de castigo.

-¡No, por favor, Jóse! Me duele todo el cuerpo después de la sesión de esta mañana. –Dijo con voz llorosa.

-¡En posición!

Se colocó sobre la mesa y yo, separando sus piernas, repetí la aplicación de la pomada antiinflamatoria y calmante en su culo, ano y coño, con un suave masaje para su absorción, que la hizo gemir nuevamente.

-MMMMMMM. Qué gusto. Sigue un poco más.

Luego, la hice tomarse unos analgésicos y la mandé a dormir.

-Vero, posición de castigo.

Se quitó la bata, quedando totalmente desnuda y se colocó sin rechistar. Yo me desnudé también y me coloqué tras ella. Le metí directamente la polla en el coño.

-AAAAAAAAYYYYYYYYYYY. –Se quejó, a pesar de que estaba bien lubricada.

-Me estabas esperando ¿Eh? Puta. –Le dije mientras empezaba a bombear.

-Siiii. Llevo todo el día pensando en este momento. Estoy casi a punto de correrme ya.

Eso me hizo bajar el ritmo y darle algunas palmadas en su culo cuando sacaba mi polla.

Me gustaba sentir la estrechez de su coño. Me absorbía, presionaba y luego facilitaba la salida. No sé donde aprendió la técnica, pero la dominaba y resultaba muy placentera.

-MMMMMMMMMMMMM -Gemía sin parar

-¿Te gusta esto?

-Siiiii. No pares. Dame más fuerte. Quiero correrme.

-¿Te has estado tocando?

-No, pero desde aquí oía como gritaba de placer mi madre y los golpes de cuerpo con cuerpo y me ha excitado mucho.

Aceleré el ritmo de nuevo para llevarla al orgasmo.

-SIIIIIIII. ASIIIIIIIIIII. Sigueeee.

No tardó mucho a venirle.

-AAAAAAAAAHHHH Me vieneeeee. Me corrooo. SIIIIIIIIIIIIIIIII. AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH.

Me detuve para que se recuperara pero …

-¡No te detengas! ¡Sigue! ¡Más fuerte!

No me hice derogar. Continué con más fuerza si cabe. Ella siguió gimiendo y gritando, hasta que le sobrevino un nuevo orgasmo, con el que me dejé llevar y provocó el mío.

-NO PAREES. Me viene otra vez. ME CORROOOOOOO.

-SIIIII y yo tambiéeeeen. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH

Mi orgasmo fue largo, después de todo el día excitado. Le solté toda la carga dentro, que fue abundante. Después de eso, tuve que sentarme un momento, mientras Vero quedaba sobre la mesa, desmadejada. Cuando se recuperó, se puso en pie y vino a mí, separó mis piernas y se arrodilló entre ellas, metiéndose la polla en la boca y comenzando una espectacular mamada para ponérmela en forma nuevamente.

Después del excitante día y, a pesar de haberme corrido y no ser tan joven, pronto estuvo totalmente dura otra vez. En ese momento, se la sacó de la boca, la cogió abarcándola con su mano y me arrastró a la mesa tirando suavemente de ella.

Se colocó en posición, sin soltarla, y la apuntó a su ano. Yo, puse un poco de la crema antiinflamatoria en la punta, terminé de afinar la puntería y fui metiéndola poco a poco. Fue una nueva follada a lo salvaje. Llevé mi mano hasta su clítoris y la estuve acariciando hasta que se corrió. Las contracciones de su pelvis me dieron el punto para correrme yo también.

Tuve que volver a sentarme, hasta que me recuperé y procedí a darle el castigo correspondiente.

El miércoles transcurrió normalmente, estudios de Vero, azotes mañana y tarde a Silvia, pomada a ambas y trabajos habituales.

El jueves a las diez de la mañana, casi a la vez, llegaron los cuatro guardias y Paco. Éste último, repartió viagra para todos y no se las que se tomaría él. Se organizaron rápidamente. Apilaron dos balas de paja rectangulares, colocaron encima una vieja manta que tenía por allí. Hicieron colocarse encima a Silvia, que quedaba con la cabeza colgando ligeramente por un lado, y las piernas por otro. Decidieron hacer primero una rueda. Uno la follaría por el coño, mientras otro se dedicaba a un pecho, otro le follaba la boca , otro el otro pecho y el último le lamería el clítoris mientras era follada.

Se repartieron los puestos por sorteo y comenzaron.

Cuando ya llevaban un rato, oímos llegar un vehículo. Yo salí a recibir a quien fuese y desde la puerta dije:

-Paco, es tu mujer. –Y fui a recibirla, mientras él sacaba la polla de la boca de Silvia y empezaba a vestirse a toda prisa.

-¿Qué tal Elena? Cuánto tiempo sin verte. ¿Qué te trae por aquí?

-Vengo a buscar a Paco. Tenemos una vaca de parto y creo que no va bien. Hay que ir a avisar al veterinario y no podemos dejarla sola mucho rato. Así que siento decirte, que hoy no podrá echarte una mano.

-Pasa un momento a la casa que Paco estará aquí enseguida.

No comprendo a Paco. Tiene una mujer bandera. Sin ser una Miss Universo, es una mujer guapa, con cara alargada y morena de pelo. Un buen par de tetas y un culo espectacular, que junto con unas buenas curvas, completan una figura que no pasaba desapercibida. En mi opinión, mejor que mi cuñada. Solamente los cuidados que mi cuñada se prodigaba y de los que Elena no disponía, marcaban la diferencia.

Entramos en la casa, donde se encontraba Vero estudiando, vestida con una camisa anudada bajo las tetas, sin sujetador y unos pantalones cortos que dudo si se podían llamar así de lo cortos que eran. La miró largamente, entrecerrando los ojos, pero sin decir nada. La invité a un refresco que rechazó.

-Mi madre, todavía sigue… -Dejó en el aire el resto de la pregunta, pero casi pareció que la cortaba al decir.

-Sí, aún sigue con lo suyo.

-Elena, te presento a Vero. Ella está pasando una temporada conmigo, y su madre está por ahí, ocupada, otro día te la presentaré…

En ese momento, entró Paco, con un bulto en el pantalón que no podía disimular con nada.

-Joder, Paco, vas empalmado. ¿Qué has estado haciendo?

-Pueeeess. Es queeee. El toro está cubriendo a la vaca y me ha excitado.

-Ahora te excita ver follar a las vacas y no se te levanta conmigo?

-Verás, es porque esta mañana me he tomado una viagra para cuando vuelva poder hacerte los honores y quitarte el disgusto de ayer y antes de ayer, y debe estar haciendo efecto ya.

-Pues ve corriendo a buscar al veterinario mientras vuelvo a casa ¡Y no se te ocurra follártelo! –Esto último en broma.

-Tranquila, que sabes que es viejo y no me gustan los hombres. Solo tengo ojos para ti.

Ella sonrió, pero su cara reflejaba el recelo.

Cuando volví al pajar, ya habían recompuesto el equipo uno la follaba, otro dedicado a las tetas, otro a la boca y el último al coño.

Si no hubiese tenido la boca ocupada, la hubiésemos oído berrear. Los largos gemidos:

-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM.

Se oían sin parar. Sus orgasmos no se contaban. Recibió la leche de los cuatro en su coño dos veces de cada uno. Con el último pidió cambiar, pues su coño estaba en carne viva. Ellos aceptaron y repitieron una vez más por el culo.

Pasado el mediodía, preparamos algo para comer y marcharon todos, después de quedar para el domingo siguiente.

En los días siguientes todo fue igual que en los anteriores, Silvia solamente se dedicó a descansar y a recibir mis masajes con la pomada. El viernes pasó Paco con su mujer camino del mercado, sin que pudiesen ver a Silvia, que todavía dormía. Vero y yo fuimos a la ciudad, a unos 60 km., donde compre unos collares de cuero, correas largas y cadenas para ellos, unas pollas de goma, plugs anales, tres vibradores en forma de polla de varios tamaños y un par de fustas. También me ofrecieron, y compré, dos bolas en forma de huevo, con mando a distancia, cuyo uso y funcionamiento tuvieron que explicarme, pues no los había visto nunca.

El domingo, día previo a su regreso, no vino Paco, pues su mujer estaba recelosa y discutieron, según me contó después, hasta que consiguió retenerle. Los guardias tuvieron el detalle de follarla sólo una vez cada uno por todos sus agujeros y dejarla para que volviese a su casa con normalidad.

El lunes marchó a su casa en la ciudad, prometiendo volver pronto, pero antes tuvo oportunidad de conocer a Elena, pues desde ese día, acompañó siempre a Paco al mercado. La cara que puso cuando la conoció, no me pareció que fuese a beneficiarlo mucho.

Las ocho semanas siguientes fueron prácticamente iguales, si exceptuamos una pequeña incidencia, Silvia venía el viernes, pasaba el sábado y domingo follando a tope y volvía el lunes con cara de felicidad total. Con Vero probé, y me gustó tanto hacerlo que repetí a menudo, una de las bolas con mando a distancia. Al estar a cielo abierto, tenían buen alcance, por lo que, mientras ella estudiaba y yo trabajaba, me dedicaba a activar y desactivarla cuando me apetecía, teniéndola todo el día en constante excitación. Cuando me preguntó por qué le hacía eso, le contesté que era para que viese que me acordaba de ella.

La incidencia fue que, un par de semanas después del parto de la vaca, se presentó en casa Elena, la mujer de Paco, con la sana intención de saber si su marido venía a follarse a mi cuñada y si había algo entre ellos.

-¿Y por qué me preguntas eso? –le dije.

-Porque desde que estamos casados, hemos follado todas las noches, pero cuando tu cuñada está aquí, viene a ayudarte y cuando vuelve está tan agotado que no se le levanta, pese a los esfuerzos que hago. Cosa que no ocurre entre semana, y dudo que el trabajo en tu granja, que es más pequeña, sea mayor que en la mía.

-¿Y qué te dice él?

-Que ya se está haciendo mayor, y tiene 40 años, y que ya empieza a fallarle. Yo le digo que es curioso que sea cuando viene aquí, coincidiendo con la estancia de tu cuñada.

-Creo que eso tendríais que hablarlo vosotros, sin interferencias de terceros…

-¿Tú crees que estoy bien o mal? –Me interrumpió. Sorprendido por una pregunta que no esperaba, contesté con la verdad.

-Mira Elena, eres la mujer de mi mejor amigo en estos momentos, y si te digo esto es por el bien de los tres. Físicamente eres una mujer preciosa. No sobra ni falta nada en tu cuerpo para ser muy deseable, a eso hay que añadir que tu cara acompaña al resto, resultando una mujer guapa y excitante, capaz de hacer volver la cabeza a cualquier hombre con el que te cruces. En resumen, me resultas muy guapa y deseable.

-¿Me harías el amor?

-No. Yo no hago el amor. Yo solamente te follaría. Pero entramos en un terreno peligroso. Por el bien de todos, será mejor que lo dejemos aquí.

En ese momento salió Vero de casa, dirigiéndose hacia el huerto.

-Y a esta, ¿te la follas?

-Sí, pero es una situación peculiar que no te voy a contar.

-¿Y a su madre?

-También. –Dije con voz tajante.

No preguntó más, dio media vuelta rápidamente, subió a su coche y se fue. Desde ese día, todas las semanas pasaba por mi casa, alegando que iba a comprar, para ver si necesitaba que me trajese algo, a pesar de que mi casa no le venía de camino. Alguna vez lo agradecí porque me ahorró un viaje

Una de las semanas de mitad del otoño, vino Silvia, como siempre, pero acompañada de su hermana Marta, mi ex. La recibí con normalidad, procurando que no se me notase la impresión de verla tan cambiada. Había engordado demasiado, estando entre el límite de gorda y obesa, no sabría en cual ponerla.

La respuesta a la pregunta no formulada fue que estaba deseosa de volver a ver a su sobrina y que si no tenía sitio para ella, podía dormir en cualquier rincón. “Total, un fin de semana se pasa de cualquier manera”. Por supuesto que podía alojarla. Durante el verano y otoño había rehabilitado otra habitación de la casa, por lo que disponía de tres dormitorios, incluido el mío.

El que durmiésemos juntos Vero y yo, era lo normal, pues no tenía sentido dormir uno en cada habitación, después de haber follado en la cocina y haberle proporcionado el consiguiente castigo.

Esa noche lo celebramos abriendo una botella de buen vino, que me habían regalado los guardias, y tras la cena, dimos buena cuenta de ella los cuatro. En un momento dado, Silvia anunció que estaba cansada y que quería irse a dormir.

-Recoged la mesa. –Dije, sin especificar quién.

Al momento, se levantaron Vero y Silvia, empezando a recoger toda la mesa, pero dejando la botella y las copas de Marta y mía. Al terminar, Silvia se desnudó, ante los ojos espantados de su hermana, y se colocó en posición de castigo sobre la mesa. Vero me trajo todo lo necesario y procedí a tomar la paleta y darle su ración de golpes en el culo, alternados por las caricias a lo largo de su coño, ante una alucinada Marta, que pensaba que eso no podía estar ocurriendo, mientras miraba con la copa de vino en la mano, sin beber, como paralizada.

Al terminar, la envié a la cama y mandé a Vero colocarse en su lugar, follándola por el coño hasta que nos corrimos. Después le di su tanda de azotes y la envié también a dormir.

Me serví una nueva copa de vino y quedé mirando a Marta, sin decir nada, mientras bebía cortos sorbos de vino, hasta que ella pareció salir de su ensimismamiento y me dijo:

-¿Qué has sentido cuando me has visto?

-Nada. ¿Por qué lo preguntas?

Ella ignoró mi pregunta y siguió:

-¿No queda nada de lo nuestro en tu corazón?

-El tiempo y las nuevas formas de vida ayudan a cambiar muchos sentimientos. A tu hermana la odiaba y ya ves… La tengo aquí, disfrutando como nunca. A su hija la ignoraba y ahora la estoy reeducando, a ti te amaba y ahora me resultas indiferente.

-¿Es porque estoy gorda? –Sus ojos estaban llorosos

-Todas las mujeres sois iguales. Cuando nos enamoramos, nos da igual que sea alta, baja, gorda, delgada, guapa o fea. Lo mismo os pasa a vosotras. Es indudable que nos fijamos antes en una guapa que en una fea, pero no es ese el problema. Tú y yo tuvimos una vida juntos que no resultó satisfactoria para ambos y decidimos separarnos. El amor que sentía por ti, se fue enfriando y en este momento no queda más que un agradable recuerdo.

-Son palabras muy bonitas, pero yo sé que nadie me elige porque estoy gorda, y si lo hacen es solamente por follar y calmar la calentura. Después nadie vuelve a llamarme, si no es para follar otra vez, cuando no tienen con quién.

-Y por qué no adelgazas. Siempre has sido y lo sigues siendo, una mujer preciosa. Si te sientes mal así, busca poner remedio.

-Pero no tengo voluntad. Cuando decido seguir un régimen, siempre hay alguien que me usa y me deja, quedando deprimida y vuelvo a comer…

-(Vaya por dios, otra con problemas. Una de atención, otra de sexo y esta de autoestima) – Pensé yo.

-Se hace tarde, si quieres, seguiremos hablando mañana … -Y entonces me di cuenta.

-Sube y llama a esas dos putas que bajen INMEDIATAMENTE y a toda velocidad. Y DESNUDAS. ¡YA!

Marta, salió corriendo asustada por mi explosión de mal humor, mientras yo preparaba lo que iba a utilizar. Cuando aparecieron delante de mí, totalmente desnudas, les lancé los collares para que se los pusieran, sin darles tiempo a decir nada.

-PONEOS ESTO Y EN POSICION DE CASTIGO ¡YA!.

Asustadas, obedecieron a toda velocidad y se colocaron rápidamente sobre la mesa. Me acerqué y sujeté una cadena a cada collar con un candado, pasándola bajo la mesa y sujetándolas con unas vueltas a sus piernas. Luego tomé una de las fustas y me lié a darles golpes con toda la mala leche que me dominaba.

– ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS.

Un golpe a cada una alternativamente, por espalda, culo, muslos. Ellas gritaron como nunca.

-AAAAAAAAAYYYYYYYYYY. BASTAAAAA. POR FAVOOOOO.

-NO NOS PEGUES MÁAAAAS. NOOOOOO. BASTAAAAAA.

Ni les contesté. Seguí dándoles por todos los lados hasta que mi ira se calmó

– ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS. ZASSS.

Marta vino a mí, corriendo y, agarrando mi brazo, intentó detenerme, diciéndome entre un mar de llanto:

-Para, por favor, no les hagas más daño. Dormiré en cualquier rincón, en el suelo, donde digas, pero no les hagas más daño.

La aparté de una fuerte bofetada que la tiró al suelo, desde donde se alejó arrastrándose a un rincón y siguió llorando mientras se tapaba la cara.

Cuando por fin conseguí calmarme, tenían todo el cuerpo cruzado de marcas rojas por todos lados. Entonces les pregunté:

-¿De quién fue la idea? –Al no contestar, repetí la pregunta nuevamente cabreado- ¿DE QUIÉN FUE LA IDEA?

-Mía. Ha sido mía. –Dijo Silvia.

-Ha sido mía. –Dijo Vero a la vez.

-O sea, que es una confabulación de ambas…. –Y volví a darles una nueva serie de golpes.

-ZASSS. ZASSS. ZASSS, ZASSS

Mientras les fui diciendo:

-Aquí soy yo quien decide qué hago, cómo lo hago, dónde lo hago y con quién. No sé qué intención tenías al pretender que me acostase con Marta ni me importa. Lo que habéis conseguido es que no lo haga y que me plantee el futuro con vosotras.

En este punto, ya les había dado como unos diez golpes más. Ya no protestaban, solamente lloraban.

-Esta noche dormiréis ahí, en esa posición. Mañana veremos vuestro futuro en esta casa. Tu Marta, sube arriba y elige la cama que quieras. Esta noche están ambas libres.

Coloqué otro candado en la parte de cadena que rodeaba sus piernas, por si a Marta se le ocurría intentar soltarlas y me despedí para irme a dormir.

-Me voy a la cama. Si se os ocurre despertarme por cualquier cosa, vendré y os daré otra paliza igual. Y me dará lo mismo si ha sido una o las dos.

Seguidamente, tome las pollas de goma y el plug anal, los aceité bien y se los metí a ambas.

-Esto por si no podéis dormir. Para que disfrutéis mientras tanto. Hasta mañana.

Antes de dormir, pude escuchar algunos susurros, pero no quise salir a cumplir mi amenaza, quedando dormido al momento.

Al día siguiente, cuando me levanté, pasé por delante de ellas, camino del establo y huerto. Ambas estaban semidormidas, mientras Marta dormía sentada con los brazos sobre la mesa y la cabeza apoyada en ellos.

Cuando volví, sobre las nueve de la mañana, estaban todas despiertas. Marta había encendido fuego, preparado café, tostadas y estaba lista por si quería unos huevos.

Lo primero que hice, sin dar los buenos días ni decir nada, fue soltar a ambas. Ellas también me miraban en silencio y con cara asustada. Empecé por las piernas, dándome cuenta de que las pollas de goma estaban cambiadas de posición. Una era blanca y se la había metido a Silvia y la otra negra y se la había colocado a Vero, y ahora estaban invertidas. Terminé de soltarlas calladamente, les quité los juguetes y les dije:

-Tenéis dos opciones: una, largaros fuera de aquí inmediatamente y olvidaros de mí. O dos: quedaros aquí y aguantar mi nuevo trato, que será con mayor dureza que hasta ahora. Limpiad bien la mesa y desayunaremos. Tenéis hasta que termine para decidir, y no quiero oír nada hasta entonces. La decisión puede ser individual y, en cualquier caso, definitiva. Ahora, todo el mundo a desayunar.

Rápidamente limpiaron la mesa y colocaron todo para desayunar, sin darme tiempo para hacer nada. Hasta me sirvieron el café como yo lo tomo habitualmente.

Cuando terminamos, me las quedé mirando. Vero fue la primera que habló.

-A mí no es que me gusten todos los aspectos de la vida que llevo aquí, pero me he dado cuenta de que aquí estoy mejor que antes. No me apetece volver con mis antiguos amigos, ni con mi novio. Tampoco quiero volver a la vida anterior. Ahora me gusta estudiar, me gusta hacer algo, ser útil, y el trato que recibo es cariñoso, con un punto de morbo que me gusta. El resto, no importa. Yo me quedo contigo. Perdóname. No volveré a intentar manipularte.

-Yo también me quedo. –Dijo Silvia.- Necesito estas visitas de fin de semana para relajarme y disfrutar. Cuando vuelvo el lunes al trabajo, llego renovada y con nuevas ganas. Tú me das lo que siempre había buscado, sin saberlo, y que nadie sabía darme.

-Yo también me quedo… -Dijo Marta, pero la interrumpí.

-No. Tú te vas. No tienes nada que hacer aquí. Tu hermana te devolverá a la ciudad.

-Anoche me dijiste que te resultaba indiferente. ¿Era mentira y es que realmente me odias?

-No. Lo que ocurre es que no estoy dispuesto a pasar mi tiempo viéndote llorar y compadeciéndote, no sé cómo ayudarte, y menos a distancia. Tú tienes tu vida en la ciudad y yo aquí. ¿Qué harás? ¿Venir los fines de semana a llorar en mi hombro? Lo siento, pero yo no quiero. Ve a un médico nutricionista para que te ponga a régimen y a un sicólogo para que te enseñe a confiar más en ti.

-A mi hermana y a mi sobrina les has cambiado la vida. ¿Por qué no me ayudas a cambiar la mía? Aquí la alimentación es sana y sé que contigo recuperaría la confianza.

-Por favor, Jóse, ayuda a mi hermana, aunque sólo sea por lo que vivisteis una vez. –Dijo Silvia.

-Si, Jóse, a mí me estás ayudando mucho. Confío en ti y sé que la puedes ayudar. –Dijo Vero.

-¿Y tu trabajo? ¿Qué vas a hacer con él?

-Trabajo en una editorial. Corrijo libros y galeradas que me envían por internet y devuelvo los resultados por el mismo medio. Donde haya un acceso a internet y un teléfono tengo mi puesto de trabajo.

-Aquí no hay ninguna de las dos. Me temo que no puede ser.

-Pero puede contratarse por satélite…

Para no alargar la historia innecesariamente, ella se encargó de solicitar la cobertura por satélite para su trabajo y trajo su propio equipo y a la semana siguiente, estaba instalada en mí casa. Paco estaba alucinando. ¡Tres mujeres a mi disposición en mi casa! Su mujer ya no lo soltaba ni de noche ni de día.

Silvia seguía viniendo los fines de semana, follando sin parar con los guardias y recibiendo sus castigos por la noche. Vero, igual. Ayudaba hasta media mañana con las tareas de la granja, pasando luego a estudiar y ser castigada si no sabía la lección.

Para Marta, pensé que lo primero era que recuperase su figura, por lo que la obligué a seguir un régimen que solicité a un dietista, y horarios de comidas fijos. Durante el día, realizaba su trabajo y al atardecerla obligaba a andar largas caminatas. Por la noche, durante la semana, seguía con mis acciones con Vero. Se había acostumbrado a follar o mamar todas las noches y a recibir su castigo con orgasmo, y no hice ninguna variación.

Al principio, los primeros días, Marta se subía a la habitación cuando empezaba con Vero, pero cada vez tardaba más a subir, hasta que dejó de hacerlo, permaneciendo presente durante todo el tiempo.

Un día tuve que viajar a la ciudad para entregar al gestor la información que me solicitaba para la declaración de impuestos. Aproveché el viaje y entré en una tienda de sexo para comprar nuevos juguetes y me encontré con una camilla adaptable a distintos usos.

Estaba dividida en tres partes. Una en cabecera, que podía levantarse, dejarse horizontal o bajarse, una central fija y otra a los pies, dividida en dos mitades, que podían abatirse. Incluía unas adaptaciones para convertirla en camilla ginecológica y correas y amarres para sujetar cuello, brazos manos cintura, piernas, etc. También un libro sobre masajes en una tienda especializada.

Volví con ella al pueblo y la instalé en el pajar, para uso y disfrute con Silvia. Cuando vino, se volvió loca de placer. Los guardias la ataron como camilla ginecológica, bajando la cabecera, y la follaron por boca, culo y coño hasta que no les quedó ni una gota de leche en los huevos.

Cuando se fueron, aproveché la posición y le di su castigo correspondiente. Me quité el cinturón y, aprovechando que estaba abierta de piernas, le apliqué unos buenos correazos en la parte interior de los muslos, coño y tetas.

-AAAAAAAAAAAYYYYYYYYYY No. Por favor, no me pegues maaaaaaassss. Duele muchooooo.

No lo hice caso. Luego tuve que ayudarla a levantarse y llevarla hasta la cama. Aún quería que la follara. Según parece, la paliza la había excitado. Me limité a colocarle unas esposas con las manos atrás y otras en los tobillos, separando sus piernas a ambos lados de la cama, meterle la bolita en el coño y activarla en el modo automático con alternancia entre rápido y lento, además de una braga para que no se saliese.

Cuando volví, media hora después, estaba histérica. No podía correrse con ese ritmo y se encontraba super excitada.

-FOLLAMEEEE. NECESITO QUE ME FOLLEEESSS,. QUIERO CORRERMEEE. –Me gritaba presa de los nervios.

Le saqué la bolita por el costado de la braga y metí la almohada bajo su tripa para levantarle culo y coño. Tras ponérmela dura, volví a apartar su braga y se la clavé en el coño recostándome sobre ella y moviendo mi pelvis a toda velocidad.

-SIIII. SIGUEEEE CABRÓOOON. YA ME VIENEEEE.

Un momento después gritaba como una posesa, en medio de un fuerte orgasmo.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHH

Seguí dándole un buen rato más, hasta que me corrí dentro. Entonces me di cuenta de que estaba dormida. No sé cuánto tiempo la estuve follando dormida. La solté, la coloqué bien y la tapé, sin que llegase a despertar.

El lunes siguiente, llevé la camilla a la casa. Llamé a Marta, la mandé desnudar y colocarse sobre ella (ya montada como camilla).

-Vas a follarme ahí. –Me dijo.

-No, voy a darte un masaje para drenar tu cuerpo y que adelgaces más rápido y uniformemente. Colócate boca abajo. –Le dije mientras colocaba una sábana por encima.

Empecé un masaje desde sus hombros a sus pies, siguiendo las instrucciones que había leído en el libro y que consultaba de vez en cuando, y aceitándola bien. Después de 15 minutos, ya estaba harto de hacerlo, por lo que cambié a algo más estimulante, bajando mis manos por los lados hasta los pechos, siguiendo hasta su culo, separando sus cachetes y llegando hasta la base de su coño, para bajar por el interior de sus muslos, subir por encima hasta su cuello y volver a bajar.

Al principio, estaba en silencio, pero pronto empezaron a escapársele suaves gemidos.

-mmmmmmmmmmm.

Otros 15 minutos más tarde, la hice darse la vuelta. Lo hizo, pero cruzó un brazo sobre sus tetas y puso la otra mano en su coño. Yo tomé el frasco del aceite y me la quedé mirando. Despacio retiró sus manos y yo le eché aceite sobre su tripa.

Estuve masajeando su tripa, estómago y alrededor de los pechos hasta subir al cuello y bajaba de nuevo hasta el límite marcado por los rizos de su coño. Contenía los gemidos, pero se la oía resoplar. Otros 10 minutos en esa parte y cambié a las piernas. Abatí un lado de la mitad inferior y coloqué su pierna sobre mi hombro, masajeando las pantorrillas y los muslos, llegando peligrosamente a su coño, pero sin tocarlo.

-mmmmiiiiiii

La mezcla de gemido y grito de decepción se oía claramente, a pesar de que quería ocultarlo.

Cuando terminé de hacer lo mismo con la otra pierna, tenía el coño goteando y más abierto que un girasol.

Me separé, le puse por encima una gran toalla que tenía preparada y le dije:

-Voy a lavarme. Quédate relajándote durante 15 minutos y luego ducha y a cenar.

-NNNNOOOOOOO.

-SIIIIII. Relájate para que el masaje haga efecto y luego a cenar. Que no te lo tenga que repetir.

Su negación fue a causa de la decepción por dejarla excitada, que era lo que yo quería mientras me hacía el tonto.

Esta escena se fue repitiendo día a día, excepto los fines de semana, que la camilla tenía otro uso.

Desde el segundo día, Marta ya no se cubría cuando estaba boca arriba, y se ponía en posición de rana cuando estaba boca abajo y las piernas abiertas cuando estaba boca arriba, teniéndole que estirárselas yo.

El invierno se echó encima rápidamente y pronto los caminos estaban intransitables, por lo que las caminatas de Marta empezaron a acortarse. Entonces decidí cambiarlas por subidas por el bosque hacia la cabaña de los guardias, para compensar la menor distancia con mayor esfuerzo en la subida y bajada. Yo la acompañaría para que no se perdiese por el bosque.

El primer día subimos y bajamos con rapidez para soportar bien en frío. Había poca nieve y regresamos cansados pero en buenas condiciones. Tras el masaje de rigor, ella se duchó primero, pero cuando fui a ducharme yo, me quedé sin agua caliente a mitad. Más tarde, Vero tampoco pudo hacerlo bien por no estar suficientemente caliente.

Esa noche nevó fuerte, y al día siguiente, por la tarde, se había helado, por lo que la subida y bajada se hizo más penosa, y llegamos a casa ya anochecido, sudorosos y con las prendas interiores totalmente empapadas.

Comencé a desnudarme en la misma cocina, mientras le pedía que se duchase rápido para que quedase algo de agua caliente.

-Si quieres, podemos ducharnos juntos. A mí no me importa. –Mientras ella también se desnudaba

-A mi menos, como comprenderás.

Terminé de desnudarme, añadí leña al fuego y pedí a Vero que mantuviese el fuego bien fuerte. Entonces me dirigí al cuarto de baño. Estaba preparando las toallas cuando entró ella. Desnuda, con las manos cubriéndose tetas y coño, mostrando un poco de su pelambrera rizada, como si fuese la primera vez que la iba a ver. Abrió los grifos para ajustar la temperatura y se metió cuando estuvo a su gusto, seguida por mí.

A pesar de sobrarle algunos kilos, tengo que reconocer que era muy excitante el verla, hasta el punto de que se me puso dura casi al instante. Como estaba de espaldas a mí, no se dio cuenta. Cada uno procedió a mojarse y a darse jabón por delante.

-¿Me enjabonas la espalda? –Le pedí.

-Ssssi. CCClaro.

De reojo vi que se daba la vuelta tapándose, pero yo ya me había girado y no vio mi excitación. No bajó de mis riñones.

-¿Quieres que te enjabone yo ahora?

-NNNo es necesario. NNNo te molestes. Yi yi yia lo hago yo hago yo.

-No es molestia, mujer. Es corresponder a tu favor.

Tomé el jabón, eché una buena cantidad en mi mano y luego la extendí por ambas. Seguidamente me puse a enjabonarla, empezando por los hombros. Su pelo corto me permitió dar un masaje jabonoso por su cuello, luego su espalda, también hasta los riñones, para subir de nuevo y bajar por el exterior de sus brazos hasta la altura de sus tetas, grandes por cierto, y empezar a enjabonarlas. La sorpresa la hizo echarse hacia atrás, encontrándose con que mi polla, durísima como nunca, se le clavaba en el culo. Si no la hubiese agarrado de las tetas, se hubiese golpeado contra la pared de la ducha.

Me quedé pegado a ella, haciéndole sentir mi dureza, mientras acariciaba ambas tetas y frotaba sus pezones.

-MMMMMMMMMMMMMM –No pudo evitar gemir.

-¿Piensas que se me ha puesto dura porque no tengo a quién follarme?

-No. Tú no eres de esos.

-¿Te gusta esto? ¿Quieres que siga?

-SSSi. Por favor.

Yo no dejaba de sobar sus tetas y pezones a dos manos

-Te voy a follar como nunca te ha follado, pero no quiero que pienses que es porque no tengo a quien follar, ni que creas que va a significar algo más que una follada. Me has excitado con tu cuerpo y ahora voy a calmar mis deseos contigo.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM -Gemía ella

Y continué sobando sus tetas con una mano, mientras bajaba la otra hasta su coño, que también enjaboné por fuera, junto a la pelambrera que lo rodeaba. Sus gemidos pasaron a grititos de placer.

-AAAAAAHHHHHH. AAAAAHHHHH

Presioné mi polla contra su culo.

-MMMMMMMMM Este culo nos va a dar mucho placer.

-¡NOOO por favor. Me dolió mucho. Sólo sentí dolor. –Dijo aterrada.

-Ya hablaremos de esto. Ahora, apoya las manos en la pared y abre y echa las piernas bien atrás.

Cuando lo hizo, mi polla resbaló por su culo y recorrió toda su raja de abajo arriba

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH. –Un fuerte gemido de placer fue su respuesta.

Inclinado sobre ella, besé su nuca y su cuello. Ella volvió la cabeza y nos besamos con pasión. Más que cuando estábamos casados. Mordisqueé el lóbulo de su oreja, sin dejar de acariciar sus tetas. Abrí el grifo del agua, retirando el jabón de su cuerpo, pero deteniéndome más en las tetas y coño, que ya estaba encharcado y no era por haberle entrado agua.

Una vez estuvimos sin jabón, volví a recorrer su raja varias veces con mi polla, sin dejar de acariciar sus tetas ni besarla.

-Por favor, métemela ya. –Me dijo

No le hice caso, siguiendo con mi recorrido por sus tetas, bajando a su clítoris, rodeándolo con mis dedos y aprisionando su pelvis contra mí, para que mi polla se frotase más y mejor. Su coño ya totalmente abierto, succionaba mi polla queriendo llevársela dentro, obligándome a esforzarme en saltar su entrada.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM. La necesito dentro ya. No puedo más. No me hagas esto.

No me compadecí de ella sino que seguí con mis caricias y aproximaciones un buen rato. Cuando su coño era una fuente goteante sobre el suelo de la ducha, aproveché uno de esos frotamientos para dejarme llevar y clavársela hasta lo más profundo.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH ¡Dios mío, me estoy corriendo! OOOHHHHHHHHH Qué fuerteeeeee.

La mantuve sujeta por la cintura para que no cayese, esperando hasta que se recuperó. Cuando noté que sus piernas ya la sostenían, comencé un movimiento de entrada y salida, así como frotaciones alrededor de su clítoris con una mano y acariciando sus pechos con la otra.

Estuve unos veinte minutos con estos movimientos. Se corrió dos veces y yo, segundos después que ella. Tuve el tiempo justo de sacarla y correrme sobre su espalda. En tres largos churretes que llegaron hasta su cuello, espalda y riñones.

Ya más tranquilos, terminamos de limpiarnos, nos secamos y pusimos los albornoces para salir a la cocina. Ella fue directa a su habitación, yo, antes de dirigirme a la mía, le dije a Vero que había sobrado mucha agua caliente y que podía ducharse también ella.

Relato erótico: “En mi finca de caza (2.- María la consuela)” (POR GOLFO)

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herederas3Aparqué el todoterreno en la puerta del caserio, Patricia se quedó sentada cuando abrí la puerta. Sin títuloEstaba como ida, por su mente pasaban imágenes de cómo había abusado de ella en la cacería, y temía entrar en la casa, sabiendo que su escarmiento no había hecho mas que empezar. No me importó que se quedara, el estar sola le serviría para que asimilara lo ocurrido, asumiendo el papel que le tenía reservado.
María, la criada, me abrió al ver que me dirigía a la entrada. Llevaba conmigo seis años y me conocía perfectamente, sabía por el brillo de mi mirada que algo había pasado en el campo. Sus sospechas quedaron confirmadas en cuanto vio que la muchacha no salía detrás de mi corriendo, por eso no le extrañó el oirme decir que se ocupara de ella, que la quería bañada y peinada en una hora.
Obedientemente, sacó a la mujer del coche, y ayudándola a caminar, la subió al cuarto de invitados, dejándola en la cama, mientras preparaba la bañera. Desde el baño, no paraba de escuchar los lamentos de la mujer que solo dos horas antes ya se creía la dueña de la finca. Aunque entonces le había caído mal, no pudo mas que apiadarse de su situación, ella también había pasado por ello, por lo que conocía en carne propia lo que significa el ser usada.
Comprobando que el agua estaba a la temperatura ideal, fue a por la muchacha, y tiernamente empezó a desnudarla, comprobando que estaba llenas de arañazos, como si se hubiera tropezado, y las zarzas tan comunes en esa zona, le hubieran ocasionado esos cortes, pero en su interior supo que eran producto de mi lujuria. La muchacha se dejó hacer, era una muñeca rota, la altanería con la que le había tratado anteriormente, había desaparecido totalmente, y solo se quejó cuando la sumergió en la bañera, al escocerle las heridas con el agua caliente.
Patricia era una belleza, tuvo que reconocer al quitarle con una esponja los restos de tierra. Sus pechos, aun maltratados, seguían siendo imponentes, y las aureolas rosadas de sus pezones pedían a gritos ser besados. Pero lo que mas le impresionó fue la belleza de su monte, perfectamente depilado, en sintonía con la perfección de sus piernas. Se tuvo que contener cuando lavándole su entrepierna, la oyó gemir, al no saber si era de deseo o de dolor. María se había convertido en bisexual durante esos años de trabajo y placer en mi casa, y aunque me era fiel, esta hembra que estaba bañando le había excitado, por lo que solo el convencimiento de que iba a compartirla conmigo y el miedo a mi disgusto, evitó que ansiosamente se lanzara a devorar ese sexo, que estaba tan cerca, y que era tan apetecible.
La muchacha ajena a estos pensamientos, estaba disfrutando del baño, siempre había tenido la fantasía que una mujer la masturbara en el agua, pero el terror a su reacción evitó que se lo pidiera cuando como una descarga eléctrica sintió como la mano de ella recorría su sexo, al enjabonárselo. La temperatura del agua había conseguido calmarla, relajarla, pero el contacto de las manos de María había avivado su deseo, se volvía a sentir la mujer que había sido, con sus apetitos y sus deseos, una mujer que usaba y disfrutaba del sexo. En su imaginación la mujer se entretenía con sus pechos, antes de acomodarse entre sus piernas, pero María era distinta, mas sensual, bajo la profesionalidad con la que la bañaba, se escondía una sensualidad encubierta que solo lo erizado de sus pezones, dejaba entrever. Soportó como un suplicio, esconder su excitación mientras la secaba, la suavidad de la toalla al recorrer su piel, el aliento de la criada al agacharse entre sus piernas, hizo que la humedad inundara su cueva. Lejos quedaba la humillación sufrida, diluida por su deseo, por su necesidad de ser tocada, de ser amada por esos labios gruesos que la consolaban.
Las dos deseando el contacto, las dos temerosas de dar el primer paso, sin darse cuenta se estaban preparando para lo que les tenía reservado.
Con Patricia ya seca, María no podía prolongar el placer que sentía viéndola y acariciándola desnuda, por lo que cogiendo de un cajón un camisón de la muchacha, se lo empezó a poner. La muchacha levantó los brazos para facilitar su maniobra, pero sin querer su pecho golpeó la cara de la criada al hacerlo, que al sentirlo tuvo que cerrar sus piernas, para que su deseo siguiera siendo algo privado. La suavidad de sus senos sobre su mejilla era una prueba, no podía defraudarme, aunque lo que le pedía su cuerpo era abalanzarse sobre ella, y tumbándola en la cama, como loca, apoderarse de su sexo, venció la cordura, reservándose para lo que seguro se avecinaba.
Con el sudor recorriéndole la piel, la sentó en frente de un espejo, y empezó a peinarla. El cristal le devolvía la imagen de una mujer en celo, cuyo escote mostraba orgulloso la rotundidad de sus formas, transparentando el color oscuro de sus areolas que se marcaban indiscretas sobre el raso. Solo el escuchar su llanto, la devolvió a la realidad.
-¿Por qué lloras?-, le preguntó sin esperar respuesta, porqué sabía perfectamente que le ocurría, que provocaba su llanto.
-Le odio-, contestó la muchacha, comparando el trato que había recibido de mí, y el que le estaba dando mi criada.
No llores, mi jefe es estricto, pero es bueno. Le conozco y aunque sus maneras sean rudas, jamás se me ocurriría buscarme otro-.
“Debe de estar loca, Manuel es un verdadero hijo de puta, me ha tratado peor de lo que se trata a un perro, y encima le defiende”, pensó Patricia sin atreverse a exteriorizarlo. Pero haciendo honor a su género, le venció la curiosidad y no tuvo mas remedio que preguntar:
-¿Desde cuando lo conoces?-
La pregunta encerraba trampa, pero María decidió ser honesta con la mujer, al fin y al cabo, ambas iban a compartir un destino común aunque ella no lo supiera.
Si por conocerle te refieres a cuando empecé a trabajar con él, fue cuando tenía diecisiete años, pero si lo que quieres saber es cuando intimé con él, fue el día en que cumplí dieciocho-.
Patricia, la miró desconcertada, era una pregunta retórica, para nada había sospechado que Manuel estaba con la criada, siempre le había conocido novias de la alta sociedad, pero fijándose bien en la mujer, comprendió la razón, Maria era una monada de veintitrés años, dulce, prudente y cariñosa. Sus movimientos recordaban los de una pantera al caminar, sus caderas estaban rematadas por un estrecha cintura que prologaban unos firmes senos, pero lo mejor era sus manos, pensó recordando el placer que había experimentado al sentir como recorría su cuerpo al bañarla. No lo pudo evitar y nuevamente la humedad invadió su hambriento sexo. Cortada, pero excitada le dijo:
Sé que es personal-, bajando los ojos por la vergüenza,-pero ¿me puedes contar como ocurrió?-.
-¡Claro!, si no te lo cuento yo, te enterarás tarde o temprano-, le contestó encantada, siempre le gustaba rememorar esa primera vez.
“Por aquel entonces, yo no era mas que una niña de pueblo que tuvo la suerte de ser contratada para el servicio del caserío, y que compartía sus labores con Luciana, una señora muy mayor que había criado al señor. No debía llevar mas de tres meses en la casa cuando la viejecita se cayó en la cocina, rompiéndose la cadera, por lo que me quedé sola ayudando a Manuel”.
“La vida en la finca era muy agradable, de lunes a viernes la casa era para mi sola, solo teniendo trabajo los fines de semana que el señor venía a cazar. Te puedes imaginar lo que era sentirse la dueña de todo esto, para una cría cuya familia difícilmente llegaba a fin de mes, esto era el cielo. Manuel desde el primer momento fue muy agradable conmigo, otorgándome toda la confianza, el era el jefe y yo su empleada, nada mas pero eso cambió el fin de semana en que cumplí los dieciocho”.
“Ese viernes en contra de lo que era su costumbre, vino solo, sin los amigotes que normalmente le acompañaban, y durante la cena, le pedí si el domingo me podía ir temprano a casa de mis padres, por que me habían preparado una fiesta, para celebrar mi cumpleaños. Manuel me felicitó y me preguntó que quería de regalo, yo le dije que no hacía falta que me comprara nada, que en su casa estaba feliz y que con eso me bastaba. Pero él insistió preguntándome si tenía vestido para la fiesta, y yo que era bastante tímida le respondí que no. Ahí quedó la conversación, y al día siguiente, salió muy temprano y no volvió hasta bien entrada la tarde. Cuando llegó, lo primero que hizo fue decirme que preparara la mesa para dos, yo que seguía siendo tonta, pensé que iba a tener compañía. Estaba molesta por que no se había acordado de felicitarme, pero cual fue mi sorpresa cuando le pregunté que cuando iba a llegar su amigo, contestándome que no lo había, que era yo la invitada”.
 
“La cena fue estupenda, era la primera vez que me sentaba en el comedor principal, y Manuel se comportó como un maravilloso anfitrión, nos pasamos todo el tiempo charlando y riéndonos, aunque llevaba trabajando con él casi un año, realmente no lo conocía, es mas creo que nunca me había fijado en sus ojos, en lo varonil de sus maneras. Nada mas terminar, se levantó trayendo una enorme caja, que resulto ser mi regalo, al abrirlo descubrí un vestido rojo de fiesta. Nunca había tenido algo tan caro, por lo que cuando me pidió que me lo probara, me faltó tiempo para salir corriendo a ponérmelo. Era precioso, al verme en el espejo me encanto como el raso se pegaba a mi cuerpo y que el escote sin ser excesivo, me hacía un pecho muy bonito. Manuel, al verme, me dijo que era toda una mujer, piropo que hizo que me sonrojara. Poniendo música, me dijo que eso era una fiesta y que no había fiesta sin Champagne. Fue a la cocina, volviendo con una botella y dos copas. Nunca había lo probado, era una bebida de gente bien, pero me gustó el sentir las burbujas en el paladar y su sabor dulce que engancha”.
“No tenía novio, y mi única experiencia con los hombres había sido un par de besos con un muchacho del pueblo, por eso cuando me sacó, me quedé cortada, pero al sentir su abrazo y oler su colonia, algo en mi cambió. No se si fue el alcohol, o la sensación de protección que sentí entre sus brazos, pero el caso es que apoyé mi cabeza contra su pecho, empezando a bailar. No paraba de decirme lo bella que estaba, mientras sus manos recorrían mi espalda, pero yo solo podía pensar en sus labios, por lo que levantando mi cara le besé. Manuel me respondió con pasión y en menos de cinco minutos estábamos en su cama”.
-¿Y que pasó?-, preguntó Patricia,-No me puedes dejar así
-¿Quieres que te dé todos los detalles?-, respondió María, encantada de ver como del camisón dos pequeños bultos resaltaban en la tela , traicionando a la muchacha.
-Sí-, dijo Patricia, avergonzada por que la criada, se hubiese dado cuenta de su calentura pero ansiosa por saber como terminaba.
“Al llegar a la habitación, Manuel me besó tiernamente, mientras con sus dedos me despojaba de los tirantes del vestido, esté cayó al suelo dejándome desnuda con mis braguitas como única vestimenta, y pude sentir como sus labios bajaban por mi cuello lentamente aproximándose cada vez mas a mis pechos mientras que con sus manos me acariciaba mi espalda. Al llegar a mi pecho, se entretuvo jugando con cada rugosidad de mis pezones, sentir su lengua en mis aureolas me excitó, y por primera vez, noté como mi sexo se licuaba dejando una mancha húmeda sobre mi tanga. No pudiendo mas, le pedí que me hiciera el amor, pero que tuviera cuidado ya que era virgen”.
“En mis ojos descubrió mi miedo, pero me tranquilizó diciendo que no me preocupara, y tumbándome, se puso a mi lado sin dejarme de acariciar. Todo era una novedad para mí, era como si por mi piel miles de hormigas caminaran dándome un placer hasta entonces desconocido. Estaba fuera de mí, deseaba sentir que se sentía haciendo el amor, pero Manuel había decidido hacérmelo despacio. Su lengua era una tortura, no me podía creer lo que sentía al notar como bajaba por mi pecho, al bordear mi ombligo, con destino a mi sexo. Fue cruel, durante unos momentos que me parecieron horas, se acercaba a mis labios, retrocediendo sin tocarlos, por eso al apoderarse de mi clítoris, besándolo, chupándolo y mordisqueándole, me corrí como una loca, gritando que era suya, que lo amaba”.
“ Sonriendo se incorporó y abriéndome lentamente las piernas, colocó la cabeza de su glande en la entrada de mi cueva, jugando con el botón de mi placer, prolongó mi orgasmo, el placer me inundaba y rogando le pedí que me estrenara. No se hizo de rogar, y de un pequeño empujón, rompió mi virginidad, esperando mi reacción. Noté que me partía en dos, pero mi deseo era mayor que mi dolor, por lo que volví a pedirle que siguiera, que me hiciera mujer. Empezó a moverse a un ritmo lento, mis labios notaban como su extensión entraba y salía de mis entrañas, como si de un columpio se tratara. Poco a poco fue incrementando la velocidad y la profundidad de sus embestidas, mientras con su boca mamaba de mis pechos. Al sentirme llena, con la cabeza de su pene golpeando la pared, de mi vagina, me corrí por segunda vez”.
“Manuel, ya era un amante experimentado, por lo que recibió la humedad en su sexo, no como una señal de que ya se podía correr, sino como la confirmación que había hallado en mi una hembra caliente. Siguió al mismo ritmo penetrándome, durante minutos que me parecieron eternos, fue tocándome aquí y allá en todos mis lugares de placer. El sudor de su pecho me excitaba, como posesa empecé a lamerle sus pezones, mientras mi cada vez mas mojada vulva era atacada. Ya para entonces su respiración se había acelerado, y anticipándome su venida, le abracé con mis piernas, violentamente obligué a su pene a profundizar en su asalto. Esto provocó que en breves oleadas de placer me inundara con su semen, y esté al mezclarse con el flujo del río que era mi entrepierna, aceleró mi propio climax. No me podía dejar así, y cambiando mi posición y antes que se relajara, subiéndome encima de él, me empalé de una solo golpe, corriéndome”.
“Estaba agotada, y me quedé dormida”.
Había terminado, y saliendo del ensimismamiento de sus recuerdos, vio como Patricia con su mano entre las piernas se masturbaba frenéticamente, afectada por el relato. Decidió ayudarla, sustituyéndola con sus manos, mientras introducía su lengua en la boca de la muchacha, ésta al sentir como jugaba con su clítoris se corrió de inmediato, dejando un reguero líquido en la silla, producto de su calentura.
La muchacha agradecida se levantó tratando de besar a la criada, pero esta la rechazó suavemente, diciéndole que era hora de ir a verme, que ya debía estarlas esperando. Patricia, tuvo que reconocer no solo que tenía razón, sino que el relato de María le había hecho olvidar la humillación sufrida y que curiosamente, deseaba volver a sentir mis labios y mis manos sobre su piel.
 
 

«Relato erótico: “Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 7” (POR GOLFO)»

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15

«Ya debe ser la hora», pensé al oír que Paloma y   María salían del baño. Asumiendo que habían terminado de acicalarse, cogí mi chaqueta y salí del cuarto. Al cruzar la puerta me encontré con que me esperaban embutidas en unos vestidos de noche francamente provocativos. Con grandes escotes y escasez de falda, dejaban al descubierto la mayor parte de sus cuerpos.

Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incómodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, se pusieron a lucir los modelitos.

― ¿Estamos guapas? ― preguntó mi mujer.

―Estáis preciosas― reconocí admirando los muslámenes de ambas.

―Fíjate en María― comentó Paloma: ― Si no fuera porque tenemos prisa, ahora mismo me podría a lamer esos preciosos pechos.

― ¡Coño con la que estaba triste! ― respondió la aludida.

―Siento decirte que tiene toda la razón. Ese vestido te hace un culo formidable― intervine rozando con mi mano su trasero.

Mi señora, sonriendo, nos recordó que teníamos una cita y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que, al entrar en el cubículo, Paloma, mirándola, dijera:

― ¿Te has fijado que se le han puesto duros?

― ¿El qué? ― contesté haciéndome el despistado.

―Los pezones― y antes que María pudiera decir algo, acercando la mano a su pecho, le pellizcó el derecho.  

―Menudo despiste tengo, no me había dado cuenta― respondí e imitando a nuestra vecina, cogí el izquierdo entre mis dedos y expliqué: ―La pena es que nos están esperando porque si no me encantaría mordisquearlos aquí mismo.

María, ejerciendo de víctima, se quejó de esas rudas caricias y nos dijo que como broma ya tenía suficiente. Paloma no quiso soltar a su presa y acercándose a ella, susurró en su oído:

―Si quieres, que tu marido se vaya adelantando mientras tú y yo volvemos al cuarto.

 Cuando iba a contestar, se abrió el ascensor y dos turistas entraron en el estrecho habitáculo y eso hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a mi señora entre los dos.

―Os conozco― poniéndose sería María nos avisó.

Obviando la amenaza implícita de sus palabras, sin pensárselo dos veces, dejando caer su mano por el trasero de mi esposa, Paloma se puso a magrearla.

―Me voy a cabrear― murmuró nuevamente.

Fijándome en ella, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amante y que para evitar que los dos desconocidos notaran su excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.

―Eres una hija de puta― cuando llegamos a la planta baja, dijo al salir.

Y demostrando que no le había molestado ese ataque, nos abrazó mientras íbamos caminando al restaurante donde habíamos quedado con la embarazada. Los cinco minutos que tardamos en llegar nos sirvieron para terminar de pulir los detalles de la velada y el modo en que intentaríamos seducir a esa monada.

En la puerta nos enteramos de que éramos los primeros y dando una generosa propina al maître, pedí que nos pusiera en una mesa tranquila. Ese tipo de petición debía ser algo habitual porque llevándonos a una, un poco alejada y oscura, me guiñó un ojo diciendo:

―Aquí nadie les molestará.

Comprendí al instante a que se refería. Aunque desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y debido al juego de luces, nuestra mesa se mantenía en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a María y a Paloma cada una a un lado, de manera que cuando Bea llegara no le quedaría más remedio que sentarse frente a mí y llamando al camarero, le pedí que nos abriera una botella de vino.

―Ahí viene― nos avisó mi esposa.

Al darme la vuelta, reconozco me quedé sin habla. La jovencísima embarazada estaba preciosa con el conjunto de lino blanco totalmente pegado que había elegido para esa noche ya que entre otras cosas magnificaba tanto sus pechos como su vientre.

Por ello, tardé en reaccionar y tuvo que ser Paloma quien la saludara diciendo:

―Pareces una diosa.

La chavala se puso roja al escuchar el piropo de la madura y acercándose hasta ella, le dio un beso en la mejilla firmando el armisticio de una guerra que ninguna de las dos contendientes quería. Al saludarme, su boca quedó a pocos centímetros de la mía, pero recordando que según nuestros planes yo no era quien debía dar el primer paso, me abstuve de darle un pico e imitando a Paloma, la besé en plan casto.

―Siéntate a mi lado― dijo María tras saludarla.

Bea sonriendo se sentó en la silla que le habíamos asignado sin caer en la cuenta de que en ese sitio nada podría hacer ante un ataque coordinado de mis dos mujeres. Aunque lo cierto es que debió imaginárselo cuando nada mas sentarse, mi señora aprovechó para disimuladamente dejar caer la mano sobre su muslo.

―Siento el malentendido, te juro que pensé que sabías quien era y por eso no creí necesario explicártelo― entrando a saco Paloma le soltó.

Agradeciendo en cierta forma su sinceridad la novia de su ex respondió:

―No tenías porqué saber que no te conocía y menos que Juan te definió como un marimacho sin gracia a la que se le había olvidado hasta follar.

Soltando una carcajada, intervine diciendo:

― ¡Con esa descripción es lógico que no te reconociera!

Cabreada con la imagen que su antiguo marido había dado de ella, pero también conmigo por mis risas, Paloma no pudo más que preguntar a Beatriz que opinaba de ella:

―Eres la encarnación de una WHIP― respondió.

Al ver que la morena no la había entendido el acrónimo, se lo aclaró diciendo:

―Woman who is hot, intelligent and in her prime.

―Me has dejado igual― respondió Paloma debido a su total desconocimiento del inglés.

Muerta de risa, Bea le hizo una carantoña en la mejilla mientras la contestaba:

―Significa mujer ardiente, inteligente y en su mejor momento”.

―En resumen: ¡qué estás muy buena! ― María concluyó.

Radiante tras escuchar el piropo de labios de la que se suponía su rival, devolviendo la lisonja, respondió:

―En cambio tú, eres el morbo hecho mujer. Desde que te vi en la playa sueño con besarte.

― ¿Y a qué esperas?

No había terminado de decirlo cuando Paloma ya estaba cerrando su boca con un beso.  Al ver que sin cortarse le atacaba, recordé que habíamos quedado en que fuera mi señora la que empezara y realmente creí que había metido la pata, pero para mi sorpresa la joven respondió al beso con pasión.

―Se te han adelantado― comenté muerto de risa a María.

Riendo, María y con toda intención se puso a acariciar la pierna de Beatriz mientras esta seguía morreándose con nuestra vecina. Fijándome en la embarazada, descubrí que sus pezones se habían erizado por las caricias de mi mujer.  Su ausencia de reacción espoleó a mi esposa e incrementando la apuesta, subió por su muslo y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:

―Cariño, ¿sabías que esta zorrita no tiene ni un pelo en su coño?

―No― respondí haciéndome el impactado: ―En serio, ¿lo tiene afeitado?

―Completamente― replicó para a continuación empezar a alabar sus pechos diciendo que además de grandes y llenos de leche, los tenía en su sitio.

Interviniendo, Paloma preguntó su los tenía tan bonitos como ella mientras se ahuecaba el escote para que mi esposa y yo disfrutáramos de su visión.

Beatriz, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició la mano que le estaba masturbando mientras separaba aún más sus piernas:

―Sois malos.

Decidido a no comprobar personalmente la calidad de esas ubres, levantándome del asiento, metí mi mano por su escote para acariciarlas y tras masajearlas unos segundos, contesté:

―Diferentes, tus tetitas son un vicio, pero los suyos piden ser mordisqueados.

Mi esposa al ver que con las yemas de mis dedos me dedicaba a pellizcar los pezones de Bea, aceleró las caricias mientras posaba su otra mano en mi entrepierna.

―No seas cabrona, concéntrate en nuestra invitada― le pedí.

 Poniendo cara de no haber roto un plato, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, incrementó la velocidad con la que pajeaba a la joven mientras le preguntaba porque estaba tan callada.

Beatriz no pudo contestar ya que en ese preciso instante se estaba corriendo y Paloma viendo las dificultades de su teórica rival, contestó:

―La pobre está todavía cortada, pero verás que en unos minutos entra en confianza.

― ¡No es eso! ― protestó la cría: ―Estoy pensando en cómo vengarme de vosotras dos. ¡Pedazos de putas!

Nuestras risas incrementaron su cabreo y completamente derrotada, me dijo que necesitaba irse al baño. Momento que aproveché para picar su amor propio diciéndole al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas.

No me respondió, pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme. Mi señora al verla huir se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:

― ¿Te habrás dado cuenta de que he cumplido?

―Tú sí, pero Paloma no― respondí y mirando a nuestra vecina le exigí: ―Quiero que te metas debajo de la mesa y que cuando vuelva, le comas el coño.

Haciéndose la inocente, intentó protestar arguyendo que era un local público, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que disimuladamente introducirse bajo el mantel.

Beatriz al volver solo me preguntó que donde estaba.

 ―Le han llamado al móvil―contesté y mirándola a los ojos, le dije si no me traía algo.

Al oírme, me dio sus bragas mientras se ponía en plan gallito diciendo que fuera la última vez que mandaba a mi esposa a masturbarla.  

Esperé a que terminara de hablar y en vez de disculparme, le pregunté por lo que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:

―Me ha puesto brutísima. Pero eso no es justo porque no he podido ni defenderme.

―Ahora me toca jugar a mí― respondí:  ― Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas.

La joven viéndome al otro lado de la mesa se creyó a salvo y soltando una carcajada, me llamó pervertido.

―Hazlo― insistí.

Haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas:

―No sé qué buscas― dijo.

 Paloma supo que había llegado su momento y poniendo sus manos en las rodillas de la desprevenida joven, llevó la lengua hasta su entrepierna. Asustada por la sorpresa Beatriz gritó, pero al mirar hacia abajo y ver quien acababa de darle ese lametazo, se relajó.

― ¿Te lo han comido alguna vez en público? – bebiendo de mi copa, pregunté sabiendo que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de la embarazada.

―Nunca― replicó sin mencionar lo que estaba ocurriendo bajo el mantel: ― pero siempre hay una primera vez.

 Consciente que debía hacerla hablar de lo que estaba experimentando porque cuanto más largara, más cachonda se pondría, le pedí que me dijera desde cuando sabía que iba a convertirse en nuestra amante.

―Desde que vi como tratabas a tus dos zorras― respondió sin importarle la presencia de María ni la de Paloma.

Viendo que apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo, insistí:

― ¿Y qué pensaste cuando supiste que una de ellas era la ex de tu pareja?

―Al principio, me sentí engañada pero luego al pensarlo, me dio mucho morbo― respondió, tras lo cual, ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de Paloma, disfrutó de las caricias de la morena y por segunda vez, se corrió sobre su silla.

 Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que mi vecina se estaba masturbando mientras hacía lo propio con su rival. Satisfecho al comprobar que todo iba según lo planeado, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.

Al salir de debajo del mantel, los ojos de la morena delataban su excitación y por eso le pregunté que le había parecido, refiriéndome al coño de la joven. Pero entendiendo mal mi pregunta, contestó:

― Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo―contestó.

Despelotada de risa, Beatriz intervino diciendo:

―Serás puta. No sabes el corte que me dio sentir tu lengua en mi coño. Creí que todo el mundo se estaba dando cuenta.

― ¿Y eso te puso cachonda? ― dejé caer interesado.

―Jamás nada me ha afectado tanto― contestó.

 ―Entonces, ¿te ha gustado? ― susurró mi esposa en su oído.

 ―Sí. Estoy deseando que me llevéis a vuestra casa para perderme entre vuestros brazos.

―Todo a su tiempo― interrumpí: ― Antes de entregarte nuestros cuerpos, quiero cenar.

 ― ¿Me lo prometes? ― poniendo un puchero contestó.

Muerta de risa, Paloma contestó:

―Si este no quiere, no te preocupes… ni María ni yo te dejaremos tirada.

16

Después de cenar, nos llevamos a la embarazada a casa. Sabiendo que sería nuestra última oportunidad de seducirla, mi esposa me pide que deje la iniciativa a ella y Paloma. ULTIMO RELATO DE LA SERIE.

La alegría y armonía de la cena se prolongaron de camino a casa. Aun así, me quedó claro que las continuas bromas de Paloma y las exageradas risas de Bea eran una muestra del nerviosismo que cundía entre ellas. Por ello cuando acercándose a mí, María me pidió que mantuviera una actitud tranquila y que no forzara una rápida entrega de la embarazada, acepté.

        Supe también que había hablado con nuestra vecina cuando al entrar en el apartamento, sin que se lo tuviera que pedir y mientras yo me ocupaba de servir unas copas, Paloma puso una canción lenta y melosa en el equipo de música.

        Demostrando para que le habían servido los años de ballet clásico, María se quitó los zapatos y se puso a bailar en el salón.  Beatriz que desconocía esa faceta de mi esposa se quedó absorta siguiendo con su mirada el vaivén que imprimía a sus caderas. El suave ritmo de la música, lo pegado de su vestido y la sensualidad con la que se meneaba la tenían alucinada.

        ― ¿Verdad que es bella? ― Paloma susurró en su oído mientras la sacaba a bailar.

Incapaz de negarse, la joven embarazada la acompañó sin dejar de babear con el erotismo que manaba de María y muy a su pesar, se puso como un tomate cuando mi esposa le pidió ayuda para bajar la cremallera de su vestido.

Temblando como un flan, se la bajó mientras la música y su corazón se aceleraban al unísono.  Sintiéndose liberada María reinició el baile, pero convirtiéndolo en un descarado flirteo y mirando a la joven, lentamente fue bajándose la tela de sus hombros.

― ¡Dios! ¡Qué guapa eres! ― musitó al descubrir que los pechos de mi señora además de grandes eran tan duros que apenas se bamboleaban al bailar.

Mas afectada de lo que le hubiese gustado estar, sus pezones se erizaron bajo la ropa al ver que girándose María dejaba caer su vestido al suelo.

― ¿Qué tipazo tiene verdad? ― comentó Paloma al ver que la novia de su ex era incapaz de retirar su mirada del trasero de mi señora.

―Es increíble― respondió la joven al comprobar que a pesar de tener quince años más que ella, su cuerpo no tenía ni una gota de grasa.

Siguiendo la canción, María se quitó el tanga tras lo cual girando hacía ella con los brazos bajados, lució su cuerpo totalmente desnudo.

― ¡Estás depilada! ― no pudo dejar de exclamar al comprobar que nada le estorbaba la completa visión de su sexo.

Riendo y con una mirada pícara en sus ojos, mi esposa se fue acercando a ella en plan pantera. La sexualidad que emanaba la envolvió y ya presa de la lujuria, suspiró al sentir que sonriendo la empezaba a acariciar. Paloma no quiso perder la oportunidad y uniéndose a María, comenzó a besar a la joven mientras ella me miraba pidiendo ayuda.

―Relájate y disfruta― susurré observando desde lejos la escena.

Estar al margen me permitió admirar la belleza de los germinados pechos de la rubia, cuyo escueto vestido no lograba ocultar.

―Tranquila preciosa, no muerden― insistí mintiendo descaradamente porque si algo tenía claro es que alguna de esas dos pronto andaría mordisqueando esos monumentos.

 Coordinando sus ataques, María cerró su boca con un beso mientras Paloma deslizaba sus tirantes y liberando así sus pechos y los abultados pezones que los decoraban.

―Por favor― alcanzó a sollozar al sentir que los labios de mi esposa comenzaban a recorrer su cuello con dirección a sus pechos.

―Sois unas cabronas― protestó con un gemido al experimentar la respiración de las dos mujeres muy cerca de una de sus areolas.

Esta vez fui yo quien cerró su boca con un beso. Mi lengua se abrió paso entre sus labios, al mismo tiempo que mis manos se deshacían de su vestido. Las pocas defensas que todavía le quedaban desaparecieron cuando totalmente desnuda sintió las manos y los besos de los tres recorriendo su cuerpo.

―Quiero ser vuestra ― suspiró descompuesta casi llorando al verse dominada por una lujuria extrema.

―Lo serás, putita ― contestó Paloma mientras dejaba caer su ropa.

 Con el deseo latiendo en todas las células, Bea se dejó llevar a nuestro cuarto y posando sus labios en los de la morena, susurró:

―Me pone cachonda saber que eras la mujer de Juan.

Para mi sorpresa, la morena replicó mientras la tumbaba sobre las sábanas:

―A mí me ocurre algo parecido, estoy deseando que le pongas los cuernos conmigo y que luego te folle mi hombre.

Haciéndose la indignada, María se unió a ellas diciendo:

― ¿Y yo qué? También quiero probar a esta monada.

 Respondiendo a su queja, Bea se lanzó a sus brazos buscando sus besos mientras desde la puerta me permitía el lujo de ser testigo esa “tierna” escena.

―Seré de los tres― murmuró estrechándola contra su pecho.

Confirmando su interés con hechos, mi señora fue la primera en bajar por su cuello y comenzar a mamar de esos pechos con una determinación que me dejó acojonado. Los suspiros de la rubia no se hicieron esperar y mientras era objeto de los mimos de mis dos hembras, decidí intervenir.

Sorprendiendo a la joven, me deslicé entre sus piernas y separando los pliegues de su sexo, di un largo lametazo en el botón erecto que hallé escondido en los pliegues de su sexo.

― ¡Qué gozada! ― aulló al verse estimulada por todos lados.

Al igual que mi señora, Bea llevaba el coño depilado y gracias a ello, pude mordisquear su clítoris sin que nada me impidiera observar cómo su coño se iba anegando por momentos. Justo cuando iba a comenzar a introducirle dos dedos, Paloma me tomó la delantera y comenzó a follársela con sus yemas.

―Perra― gimió al sentirse desbordada.

Y no era para menos porque mientras la ex de su novio y yo jugábamos en su coño, María se dedicaba a mamar de sus pechos.

―Me corro― aulló la chavala al verse sacudida por el placer.

Sacando los dedos del coño, Paloma se lo prohibió diciendo:

―Todavía no lo hagas, quiero que nos corramos las tres a la vez.

Olvidando mi presencia, las tres se tumbaron en la cama y formando una especie de serpiente que se mordía la cola, puso su sexo al alcance de la boca de la rubia mientras buscaba el placer de mi esposa entre sus pliegues. María cerrando el círculo se dedicó a devorar la vulva de la recién incorporada.

 Recordando que ya dos veces esa monada se había escapado viva, decidí esperar antes de hacerla mía.

«Primero debe entregarse a ellas», pensé mientras en el apartamento se comenzaba a escuchar los suspiros de placer provenientes de sus gargantas.

―Cariño, Juan no te merece ― rugió nuestra vecina al sentir que la novia de su ex introducía una de sus yemas dentro de ella.

Bea se mostró encantada con la expresión de deseo que vio en la morena y sumando otro dedo, comenzó a follársela mientras era objeto del mismo tratamiento por parte de mi esposa. Los primeros síntomas de la cercanía de un orgasmo alertaron a Paloma y comprendiendo que tenía que hacer algo para que María las alcanzara mordisqueó con dureza su clítoris, consiguiendo que de inmediato se le llenara la boca de flujo.

 ―Guarra, ¡me encanta! ― chilló esta con alegría.

Admitiendo que no era mi momento, pero no pudiendo permanecer al margen, me dediqué a jugar con ellas, exigiendo a la que veía más caliente que se calmara mientras que azuzaba a acelerar las caricias sobre la veía más fría. De forma que, al cabo de unos minutos, comprendí que las tres estaban a punto y usando un tono autoritario, ordené a las tres que se corrieran. 

Nunca creí que me obedecieran y aunque parezca cosa de fábula, esas tres bellezas retorciéndose sobre las sábanas fueron presas de un gigantesco orgasmo.

―No me lo puedo creer― exclamé cabreado al ver que seguían ignorándome y que no contentas con el placer que habían compartido, las tres habían intercambiado de pareja de juegos y se habían lanzado sobre la que antes le había devorado el coño.

 Al ver que se volvían a sumergir en la pasión, decidí que era mi turno y separando a Bea, la preparé para ser la primera que follaría esa noche. De inmediato, María protestó diciendo que todavía ella no había sentido la lengua de nuestra nueva adquisición. Descojonado observé que la embarazada asentía con la cabeza y muerto de risa, la cogí de su melena llevando su cara entre los muslos de mi insatisfecha esposa.

―Gracias― respondió esta al experimentar que se reanudaban las caricias de la rubia.

 Aprovechando que la tenía a cuatro patas y sin pedirle su opinión, comencé a jugar con mi pene en el coño de joven preñada.

―Fóllatela― viendo mis intenciones me azuzó Paloma.

No hizo falta que me lo pidiera dos veces y lentamente fui introduciendo mi glande en su interior. Producto de su embarazo y a pesar de la humedad que lo anegaba, su conducto era tan estrecho que me costó entrar.

―Rómpeme― gimió descompuesta al sentir que ya tenía embutido la mitad de mi pene.

La presión que ejercía su coño me encantó e incrementando la fuerza de mis caderas sumergí centímetro a centímetro el resto.  

―Esto si es un pene― chilló al saberse llena.

Sus palabras nos revelaron la insatisfacción que sentía con su actual pareja y no queriendo pecar de indiscreto, me quedé callado. Paloma a ver mi cara se echó a reír y en voz baja, me explicó que el miembro de su ex era más bien escaso.

        ― ¿Eso es cierto? ― pregunté.

Colorada y casi llorando, la aludida confirmó que Juan no estaba bien dotado y que encima era un mal amante.

Soltando una carcajada, respondí:

―Niña, eso no es el fin del mundo. Cada vez que necesites un buen pollazo, nos llamas.

Tras lo cual, y viendo en el rostro de la cría se iluminaba con una sonrisa, le pregunté si estaba lista para que la hiciera mía.

―Ya soy tuya― rugió descompuesta respondió mientras sin pensar en las consecuencias se echaba para atrás empalándose.

Esperando a que se acostumbrara a la invasión me quedé quieto, pero ella obviando el dolor que estaba sintiendo se comenzó a mover sin esperar. Gracias a lo caliente que mis mujeres la habían puesto, sus berridos no se hicieron esperar y mientras Paloma se lanzaba a mamar de sus pechos, Bea me incitó diciendo:

― ¡Fóllame como la puta que soy!

La voz de la embarazada estaba teñida de una inmensa excitación y al percatarme del riachuelo de flujo que caía por mis muslos, la cogí de la cadera incrementando la velocidad de mis incursiones.

  ― ¡Muévete! ¡Guarra! ― exigí.

Mi insulto la enervó, pero aún más sentir mi extensión chocando con la pared de su vagina y poco habituada a un miembro en condiciones, se volvió loca y aullando como posesa, me rogó que continuara.

―Te gusta, ¿verdad zorra? ― pregunté notando que el placer la iba conquistando poco a poco.

Para entonces la humedad de la chavala era completa y tras anegar su coño, se desbordó haciendo que con cada penetración salpicara a su alrededor. Con mis muslos empapados, observé que María y Paloma incrementaban la presión sobre nuestra nueva amante mordisqueando sus pezones mientras la joven era pasto del fuego de un gigantesco orgasmo.

― ¡Necesito sentir esto! ― gritó.

Su chillido azuzó mi calentura al comprender que se refería al tamaño de mi sexo y exprimiendo uno de sus pechos entre mis dedos, hice brotar un hilillo de líquido blanco.

― ¡Tiene leche! ― gritó mi mujer al verlo y antes de que Paloma pudiese arrebatarle el puesto, se lanzó en picado a mamar de él.

Nuestra amada vecina reaccionó apoderándose del otro y pegando un grito de alegría, me informó que también de ese seno manaba ese manjar. Beatriz al notarse ordeñada se vio golpeada por el placer y sin dejar de mover sus caderas, se corrió dando chillidos.

La virulencia de su orgasmo se iba incrementando por momentos y con todas sus neuronas amenazando con achicharrarse de tanto placer, me rogó que la acompañara. Su petición provocó que me dejara llevar y que explotara derramando mi simiente en su útero ya germinado. Ella al sentirlo no dejó de exprimir mi sexo hasta que, con mis huevos ya vacíos, caí totalmente agotado sobre ella.

Las otras dos que habían mantenido en un discreto segundo plano, se abrazaron a nosotros mientras pensaban en lo mucho que le debían al idiota de Juan por haberse vuelto solo a Madrid, dejándonos a esa preciosidad.

Epílogo

Hace ya mas de cuatro meses que volvimos del verano. En este tiempo, los sucesos se han desencadenado a una velocidad de órdago dando al traste con la vida que llevábamos antes.

Bea no solo dio a luz una monada de crio al que contra la opinión del padre le puso mi nombre, sino que abandonó a Juan y para terminar de sellar la desgracia de su antigua pareja, junto con Paloma, se mudó a vivir con nosotros.

        Durante unas semanas, tuvimos las normales tiranteces mientras nos acostumbrábamos a vivir tantos en la misma casa. Ahora lo único malo es que nos vamos a ver obligados a abandonar el piso en que llevamos doce años y la razón no es otra que, en pocos meses, no vamos a caber en él, ya que el puñetero destino ha creído pertinente que aumente nuestra peculiar familia.

María y Paloma, contra todo pronóstico, ¡se han quedado embarazadas!…

Fin

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (2)” (POR BUENBATO)

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Asalto a la casa de verano (2)

Sin título– ¡No! – rogó Leonor, comprendiendo a qué se refería – ¡Por favor! ¡Ellas no!

Pero el hombre no le prestó atención. Llamó a su secuaz, Lucas, y le ordenó que atara a la mujer. Leonor, en su desesperación, trató de salir corriendo de ahí, como último recurso para pedir ayuda. Pero, tan pronto como aceleró, cayó de culo al tropezarse con sus propias bragas, que aún seguían al nivel de sus pies. Lucas la alcanzó y la pateó, evitando que pudiera incorporarse de nuevo; la piso, manteniéndola boca abajo, mientras la esposaba rápidamente y la terminaba de desnudar de la parte inferior, dejándole sólo la delgada bata de dormir, tan corta que apenas le cubría media nalga.

Leonor ya no pudo hacer nada; se sentía agotada y perdida. Ni siquiera pareció enterarse cuando el tal Lucas la sentó sobre la silla, atándola de la misma forma que habían atado a sus hijas. Con los pies atados a las patas delanteras de la silla y ella recargada de pecho sobre el respaldo, con sus manos sostenidas tras su espalda.

Seguía con el rostro cubierto con los restos seminales del sujeto de la camisa azul, pero ya no lo veía. Sólo se encontraba Lucas, con el arma empuñada. Este la miraba lujurioso y con una malicia inmensa; burlón, se acercó hacia las muchachas, sabiendo que Leonor lo miraba. A cada una de ellas les sobó el culo y les magreo las tetas, asegurándose de que Leonor no perdiera detalle, primero a Sonia y luego a Mireya.

Leonor lo miraba con odio, pero al mismo tiempo le imploraba que las dejara en paz. Sólo tras cinco minutos, la figura del sujeto de azul descendió de las escaleras, secándose el área de su entrepierna con una toalla rosa que le pertenecía a Mireya.

– ¡Por favor! – comenzó a implorar, al verlo bajar – ¡No les haga nada! ¡Haga lo que quiera conmigo!

– Amordaza a esta perra escandalosa. – dijo el sujeto de azul

– Ustedes dijeron…

– ¡Nosotros no dijimos nada! – gritó – Sólo le avisamos que haríamos lo que quisiéramos por las buenas, o por las malas; y que no veníamos a seguir ninguna orden.

– ¡Por favor! Por lo que más qui…– insistió Leonor, antes de que Lucas la tomara por el cuello para amordazarla.

La mujer ya no pudo decir nada; y no le quedó más opción que ver cómo aquel sujeto, completamente desnudo a excepción del pasamontañas, se acercaba como una fiera a sus indefensas hijas. De pronto tuvo que observar aquello sólo con un ojo, porque en el otro le había entrado esperma. Lloraba, de impotencia, dolor y humillación.

Miró como se acercaba a sus hijas; lo vio pasear por detrás de ellas, que se encontraban completamente aterrorizadas. Él les desató los pies y las hizo ponerse de pie. Comenzó con Mireya, que se mantuvo de pie frente a su silla; miraba de reojo a su madre, pero mantenía más que nada la vista al suelo.

– Muy bien, muy bien… – murmuraba el sujeto de azul.

Después desató a Sonia; esta si intentó oponer resistencia, pero no duró mucho su arrebato de rebeldía puesto que bastó una patada seca de aquel hombre para hacerla caer de rodillas. Tomó un cojín del sofá y lo tiró a un lado de dónde se encontraba Sonia.

– Arrodíllate ahí – ordenó a Mireya, señalándole el cojín.

Mireya no supo cómo reaccionar. El sujeto perdió la paciencia, se acercó a ella, la tomó de los hombros y la empujó hacia abajo, obligándola a arrodillarse en el cojín. Cuando por fin ambas quedaron de rodillas, las acomodó de manera que quedaran juntas.

Se agachó tras de Sonia, con las llaves de las esposas, pero sólo para volverla a esposar con las manos tras su espalda. Sonia pensó en huir en aquel momento, pero el miedo la había invadido de tal forma que no se atrevió. Después hizo lo mismo con Mireya, quien menos aún pensó en cualquier posibilidad de escapar.

Una vez hecho esto, se colocó de pie frente a ellas, desnudo como estaba, y con la verga levantándose poco a poco hasta llegar a su erección total.

Sonia y Leonor adivinaron de inmediato de qué se trataba todo aquello, pero Mireya parecía no entender mucho, hasta que el sujeto comenzó a hablar.

– Vamos a jugar un juego – dijo – Se llama “Salvando a mamá”. ¿Quieren jugar?

Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

– ¡Respondan! – gritó, asustándolas – ¿Quieren jugar?

– Ss..si – respondieron ambas, temblorosas

– ¿Sí qué?

– Si queremos jugar – respondió Sonia por ambas

– Perfecto. Las reglas son muy sencillas; hacen lo que les ordene y a su madre no le pasará nada. ¿De acuerdo?

– Sss..ss..si.

Sonia y Mireya eran muy similares. Sonia, la mayor, tenía una tez morena, heredada de su padre, y un cuerpo de infarto gracias a su madre. Media unos 165 centímetros, y lo que más destacaba de ella era, sin duda, el redondo y hermoso culo que decoraba su cuerpo. Sus tetas también eran preciosas, redondas y bien formadas.

Tenía un cabello lacio y negro; que caía a veinte centímetros bajo sus hombros. Su cara era más fina que la de su madre, a excepción de la nariz de su padre, pero conservaba sus labios hermosos y carnosos.

Mireya, por su parte, era aún más bonita, quizás por la edad. Era similar a su hermana, pero con los ojos ligeramente rasgados, como su madre. Su boca era pequeña, pero sus labios eran gruesos y carnosos. Su nariz, mucho más bonita que la de Sonia, estaba ligeramente respingada. Sus cejas, afinadas hacia poco en una estética de la capital, eran dos líneas finas y densas que la hacían parecer a su rostro más mayor de lo que en realidad era.

Era una chiquilla, apenas, de modo que en sus pechos no había más que pequeñas tetitas de adolescente. Su culo, sin embargo, ya tenía las formas redondas y voluminosas de cualquier mujer bien dotada; y con su gusto por la natación, no había hecho más que acentuarlas.

Ambas chicas estaban arrodilladas frente a aquel invasor, que les apuntaba con su verga erecta hacia sus rostros. Sus manos, atadas tras su espalda, las ponían en una situación incómoda y de indefensión.

Sonia lloraba, pero Mireya parecía más desorientada que triste. Entonces recordó lo que su madre había sido obligada a hacer, y sólo entonces comprendió lo que le esperaba. Tragó saliva.

– Pues bien, lo primero que tendrán que hacer es besarme aquí – dijo, señalando el glande de su verga – ¿entendido?

Pero sólo recibió un largo silencio. Ambas chicas se miraron, pero ninguna se atrevió a llevar a cabo lo que el hombre les ordenaba. Simplemente era algo que no querían hacer por nada del mundo.

– Que feo – dijo el hombre – eso es no querer a su mamá.

Iba a ordenar algo a Lucas cuando de pronto la voz de una de las chicas lo interrumpió. Era Sonia, la hermana mayor, que lo miraba desde abajo con ojos de cordero.

– Está bien – dijo, con la voz quedita – Lo haré. Pero, por favor, deja ir a mi herma…

Una bofetada cayó sobre su rostro, haciéndola llorar de inmediato. Mireya también lloró al ver aquello, pero se concentró en mirar al suelo. Su madre, amordazada desde la silla en la que estaba atada, también comenzó a llorar; tanto así, que sus lágrimas comenzaron a limpiar parte de su rostro manchado de esperma.

El sujeto de azul tomó con su mano la barbilla de Sonia y la hizo alzar el rostro, llorosa como estaba.

– A mí no me vengas con que qué debo hacer – dijo, con firmeza – A mí sólo me vas a obedecer. Así que vas a besarme la verga en este instante o la siguiente cachetada es para tu madre, y, si insistes, la que sigue es para tu hermanita.

La soltó, pero el rostro de Sonia se mantuvo en alto. Tragó saliva, lo pensó un poco mientras el hombre la esperaba. Entonces, cerró los ojos, apretándolos muy fuerte, y comenzó a acercarse.

Sus labios apenas tocaron el glande del sujeto, alejándose inmediatamente, pero aquello siguió siendo terriblemente repúgnate.

– Ahora es tu turno – dijo el hombre de azul, dirigiéndose a Mireya

– ¡Por favor! – insistió Sonia – Deja…

Otra bofetada cayó sobre ella. Ella intentó, instintivamente, detener aquella mano con las suyas, pero estaba atada, y a veces lo olvidaba. Su rostro se había enrojecido, y sollozaba con la mirada hacia el suelo.

– Repito, es tu turno. – volvió a decir el sujeto, dirigiéndose a Mireya – ¿O también te pondrás necia?

La muchachita alzó la vista, y movió la cabeza negativamente.

– Perfecto – dijo el hombre – Te espero.

Pero no esperó demasiado, Mireya se acercó rápidamente y besó el glande del hombre para después retirarse inmediatamente. Era como si hubiera besado una llama de fuego. Leonor no tuvo más remedio que ver cómo, después de aquellos rápidos besos, el hombre iba exigiendo más y más, y sus hijas iban cediendo más y más.

Pronto les pidió que lamieran la punta de su verga, y ambas se negaron en un principio; pero cuando Sonia volvió a recibir una bofetada, ambas volvieron a acceder a los deseos. Después de aquellas lamidas, el hombre pidió que le chuparan el glande, y esta vez hubo menos resistencia y ninguna bofetada.

El hombre continuó y continuó; a veces, apretaba la quijada de Sonia, cuando esta le hacia alguna mueca. Otras veces empujaba a Mireya por la nuca, obligándola a no pensar tanto sus movimientos. Y las muchachas comenzaron a ceder a cada cosa que el hombre les decía, por que sabían que ninguna opción tenían si no querían ser lastimadas. Eso lo entendió perfectamente Mireya, cuando se detuvo para rogar compasión a aquel sujeto; entonces recibió su primera bofetada, y ya no volvió a desobedecer.

Sonia aun se ganó tres bofetadas más; y cinco pellizcos en sus pezones; y Mireya, en un momento de repugnancia en el que simplemente no quería tragarse la mitad de aquella verga, provocó que su madre recibiera cinco manotazos en el rostro.

La regla se volvió muy simple: someterse, o pagar las consecuencias. Leonor ya no sabía qué era peor; tanto ver a sus hijas siendo castigadas como verla mamándole el falo a aquel sujeto, le dolía verdaderamente en el alma.

Con el paso de los minutos, aquello pareció convertirse en cualquier escena barata de una película porno. Leonor se horrorizó con la facilidad con la que aquel sujeto había terminado por someter a sus hijas. Estas ni siquiera se quejaban ya; se habían rendido, y preferían obedecer las palabras y los movimientos de manos de aquel sujeto a ganarse uno de los castigos.

Su madre comprendía todo esto; y tampoco quería seguir viendo cómo las abofeteaban, pero en el fondo deseaba que se negaran, aunque sea un poco, que no se rindieran a los deseos de aquellas bestias. Pero nada podía hacer, sólo llorar.

Y en verdad que sus hijas ya no se quejaban; aquel hombre jugaba con ellas como si se trataran de un par de títeres. Con la mano derecha, detenía o empujaba hacia su verga la boca de Sonia, y con la izquierda tenía el mismo poder sobre Mireya.

La más chica era la que más injusticias se había llevado; Sonia debía tener cierta experiencia, por que el sujeto jamás la reprendió durante la felación. Pero la pobre Mireya, que no tenía la menor idea de aquello, había cometido los errores comunes de meter dentelladas o atragantarse sola.

Dos bofetadas, y un par de indicaciones ladradas por el sujeto de azul, parecieron suficientes para no repetir aquellos errores, aunque debía concentrarse demasiado, preguntándose si aquella o tal forma era la correcta, a sabiendas de que algún manotazo caería de nuevo sobre ella si se equivocaba.

No habían perdido aun el asco a chupar aquel horroroso y apestoso pellejo; pero si habían perdido la esperanza de cualquier alternativa. Sonia y Mireya, las pobres hijas de Leonor, no tenían más opción que evitar que todo aquello empeorara.

Por si fuera poco, el tal Lucas se acercó tras ella y comenzó a manosearla.

Conforme las hijas de Leonor mejoraban su desempeño, sin embargo, más les exigía el hombretón aquel. Comenzó a lastimarles el cabello; primero a Mireya, a quien jaloneaba de los pelos, atrayéndola hacia su verga, mientras de un empujón en la frente alejaba a Sonia, que sacaba aquella verga de su boca entre saliva y líquido seminal. Entonces la pobre chiquilla abría bien la boca, tomaba aire y cerraba los ojos antes de que aquella verga venuda invadiera su boca.

A veces el sujeto le permitía moverse sola pero, cuando se le antojaba, la mantenía atragantándose con aquel falo dentro de su garganta. Entonces la pobre chica se desesperaba, respiraba lo que podía por la nariz y sentía unas ganas insoportables de vomitar. Sólo cuando comenzaba a gorgotear fuertemente, aquel hombre la liberaba empujándola y entonces tomaba de los cabellos a Sonia y repetía lo mismo con ella, mientras Mireya sollozaba en silencio.

Repitió aquello varias veces, en lo que era lo más humillante que ellas habían tenido que soportar hasta entonces. Pero ya nada las sorprendía, cada cosa que él les hacía se convertía en lo más denigrante jamás vivido. Se preguntaban qué más seguiría después de todo eso.

– ¡Oye! – interrumpió Lucas, que estaba de pie tras Leonor – ¿Ya puedo…?

– ¡Si! – respondió molesto por la interrupción el tipo de azul, mientras mantenía a Sonia tosiendo con su verga dentro – ¡Sólo sabes qué parte me toca a mi!

– Perfecto – asintió el chico de amarillo

Leonor sintió entonces las manos de Lucas sobre su espalda y su culo; la abrazó por detrás para alcanzar a manosear sus tetas bajo la bata, ella intentó poner resistencia, creyendo que aquel sujeto sería suficiente, pero un jalón de cabello la regresó a su triste realidad.

– ¡No hagas tonterías – dijo Lucas, directo al oído de la mujer – maldita zorra!

Y Lourdes ya no hizo tonterías; ni cuando él la siguió manoseando, ni cuando comenzó a pellizcar sus pezones, ni cuando la obligó a besarla en la boca, sintiendo como la lengua del sujeto invadía su boca.

Tampoco hizo tonterías cuando él se agachó tras ella y comenzó a besar sus nalgas; ni cuando aquellos dedos comenzaron a magrear su coño, obligándola a excitarse; ni siquiera cuando la verga erecta de Lucas sobó por sobre la línea de su culo antes de penetrarla por el coño. Los dieciocho centímetros de aquel falo se clavaron en lo profundo de su húmedo coño; pero ella no hizo tonterías porque estaba llorando, había estado llorando mientras miraba a sus hijas siendo sodomizadas por el otro sujeto.

Pronto el muchacho comenzó a bombear su coño, y Leonor tuvo que perder de vista a sus hijas para enfrentarse a su propio destino. Más pequeña que la anterior verga, aquella de todos modos la hizo gemir de placer. El muchacho era joven y ágil; y todo aquello agitaba a aquella mujer que, a sus 42 años, todavía era muy capaz de sentir las delicias de una buena follada.

Se sentía sucia; pero su mente no dejaba de confundirse entre sentir asco o goce. Aquella posición sobre la silla la mantenía con el culo bien abierto, permitiendo el libre paso al pene de aquel ágil hombre. La cogía una y otra vez; hasta el fondo, sacando su verga por completo y volviéndosela a clavar.

Leonor ya gemía escandalosamente, sin poder evitarlo; inundando el silencio incomodo que reinaba en la sala. Se sentía una idiota, pero no quería que aquello se detuviera, no en aquel justo momento cuando su interior se estremeció y un chorro de placer pareció recorrer su circuito sanguíneo. Entonces gritó, porque su mente estaba tan inundada de sensaciones que aquel orgasmo se sentía distinto a cualquier otro.

El sujeto ni siquiera dejó de bombearla, aún a sabiendas del orgasmo de la mujer y, hasta que no descargó su leche dentro del coño de Leonor, no paró de embestirla. Esperó a que su pene perdiera

Cuando Leonor regresó la vista al frente, miró de frente a sus hijas. Cruzó miradas con Mireya y después con Sonia; ambas estaban arrodilladas de frente, con el sujeto de azul detrás de ellas, tomándolas de los hombros y obligándolas a observar a su madre.

Leonor se ruborizó; deseaba estar en otra parte, desaparecer de ahí para siempre. Pero su realidad era otra; un extraño le había provocado un orgasmo, y había chillado como cerda frente a sus propias hijas. Entonces el teléfono sonó.

Sonó una vez, y otra, y ambos sujetos se pusieron alertas, aunque el de azul parecía relajado y el chico que la follaba ni siquiera había sacado su pene de su coño. Siguió sonando, hasta que el tono paró. Leonor comprendió, eran las diez y media de la mañana, y a esa hora su esposo y padre de las niñas marcaba todos los días desde el crucero.

– ¿Es él? – dijo la ronca voz del hombre de azul

Leonor asintió; ya no le sorprendía que aquel sujeto lo supiera.

– Pues va a volver a marcar, seguramente; aquí espérenme putitas – dijo, dirigiéndose a las chicas que seguían arrodilladas, mientras se alejaba hacia la mesita del teléfono.

Tomó el teléfono inalámbrico y se acercó a Leonor.

– Cuando conteste – dijo a Leonor, que lo miraba de reojo – vas a hablarle con toda normalidad. Le dirás que estas bien, que tus hijas están bien y que no existe problema alguno. Cualquier idiotez que cometas – dijo, al tiempo que tomaba una de las pistolas – provocará una situación decepcionante. ¿Me has entendido?

Leonor no contestó de inmediato; la sola posibilidad de provocar que dañaran de esa manera a alguna de sus hijas la hizo estremecerse, porque no estaba segura de guardar las apariencias ante su esposo en aquella situación. Entonces el teléfono volvió a sonar.

– Lo haré – dijo Leonor – No te preocupes.

El sujeto de azul le entregó el teléfono a Lucas, quien contestó y alargó su brazo para que Leonor contestara; ni siquiera sacó su verga de ella, y hasta parecía haber vuelto a ganar dureza.

– Bueno – dijo Leonor, tras una extraña pausa

– …

– Si, lo sé – dijo, tratando de normalizar su voz – Estábamos desayunando y dejamos los celulares en los cuartos.

– …

– Si, todo bien, despertamos a eso de las nueve de la mañana – continuó, y en aquel momento vio cómo el sujeto de azul regresaba hacia donde se hallaban sus hijas

– …

– ¡Ah! Que bien, ¿entonces llegan mañana a Puerto Rico?

– …

El sujeto de azul regresó a sus hijas a la posición anterior y, como si nada estuviese pasando, volvió a obligarlas a chupar su verga. Primero Mireya, quien estuvo obligada a realizarle aquella felación durante medio minuto, y luego Sonia otro rato; para después continuar aquel juego de turnos en que él metía su verga bruscamente en la boquita que más se le antojaba hacerlo.

Leonor escuchaba los relatos de su marido, y agradecía no tener que decir nada, puesto que su garganta se había ennudecido.

– Muy bien – dijo, cuando tuvo que responder – Pues yo creo que las niñas y yo vamos a quedarnos en la casa, a menos que salgamos por la tarde al pueblo.

– …

– Si, me parece bien, si los encuentro los compro – respondió, en el momento en que, por fin, Lucas sacaba su verga de ella, provocando que se le escapara un ligero gemido.

– …

– No, nada, me lastimé la espalda durmiendo, yo creo, y me ha estado doliendo un poco.

– …

– Si, lo haré, no te preocupes. – continuó, con la leche de Lucas corriéndole por los muslos, emanando de su concha.

– …

– Si, yo les digo. Igualmente, cuídate.

Entonces colgó; Lucas le arrebató el teléfono y lo colocó en su lugar.

– ¡Lo ves! – dijo el sujeto de azul, mientras masturbaba su verga frente a los rostros de las hijas de Leonor, a quienes había obligado a pegar sus mejillas una al lado de otra y a mantenerse inmóviles, a la espera de su eyaculación – Eres muy buena actriz a pesar de tener una verga dentro.

Leonor hubiese querido verlo reventar en aquel mismo momento; pero se limitó a bajar la vista, ocultando el dolor de su mirada.

Ya no miró cómo aquel individuo mantenía entre amenazas y groserías los rostros de sus hijas aglutinados, esperando con los ojos cerrados el momento en que aquella verga escupiera semen sobre sus rostros, como hacía unos minutos había sucedido con su propia madre.

La espera era eterna, especialmente porque no querían que nada de aquello sucediera; de modo que, finalmente, el escupitajo de esperma las tomó por sorpresa. El primer chorro cayó sobre la frente de Mireya, y un segundo disparo llegó a la nariz y boca de Sonia. Azotó su pene sobre la cara de Sonia, manchándola lo más posible de su leche, pero ya la mayor parte había caído sobre Mireya, que empezaba a tener problemas con los ríos de semen corriéndole cerca de los ojos hasta comenzar a invadirlos.

– ¡Váyanse a bañar! – les gritó, mientras empujaba a Sonia para que se pusiera de pie, misma cosa que no tuvo que repetir con Mireya, que ya se incorporaba – Lucas, sube con ellas.

Lucas tomó su arma y las hizo subir.

– ¡Lucas! – gritó, mientras el muchacho subía – Acuérdate de lo que te dije.

El hombre de amarillo asintió, y siguió su camino. El individuo de azul se quedó solo con Leonor, quien seguía fija al suelo. No se podía saber si lloraba o si se había desmayado de tantas emociones. Le alzó el rostro, y se encontró con una mirada perdida y desesperanzada.

Se agachó, a un lado de ella, acariciándole la barbilla. El esperma de Lucas aun goteaba desde su coño, cayendo al suelo.

– Mira nada más que desastre – dijo el tipo, asomándose hacia el culo de Leonor – eres tan puta que ya dejaste un charco de mugre acá atrás.

Llevó su dedo bajo la concha de la mujer y una gota cayó en su dedo; se incorporó e impregnó la gota de esperma en la nariz de la mujer, que lo miraba con una extraña combinación de odio y miedo.

– En fin – continuó – Te puedo adelantar que esto es sólo el principio – dijo, agachándose de nuevo frente a ella, acercándose a su oído.

– ¿Qué más quieres? – preguntó Leonor, con una voz destrozada

– Todo, follarte, follarte hasta que me canse. Y follarme a tus hijas también; romperle el culo a Sonia, desvirgar a tu adorada Mireya; lanzarles mi leche sobre sus culos y atragantarlas con mi verga. Eso quiero.

Las lágrimas de Lourdes corrían silenciosamente por sus mejillas. Miraba al suelo, pensativa, mientras escuchaba las sandeces de aquel individuo que no dejaba de parecerle familiar.

– ¿Quién eres? – preguntó

Alzó la vista y mirándole los ojos a través de aquel pasamontañas. El hombre la miró; se quedó pensando un largo rato hasta que, por fin, decidió quitarse el pasamontañas.

– ¿No me recuerdas? – dijo

Ella no lo recordaba; no sabía quién era. Lo miró; y trató de recordar aquel rostro y aquella voz. Pero nunca había conocido a alguien como él. Estaba a punto de preguntar hasta que una idea le cruzó por la cabeza; entonces lo recordó.

– Benjamín – dijo, completamente segura

– El tipo al que le rompiste el corazón.

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “EL LEGADO (20): Nuevas responsabilidades laborales” (POR JANIS)

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Nuevas responsabilidades laborales.

Sin títuloNota de la autora: Gracias a todos por vuestros comentarios y opiniones. Son siempre de agradecer. Pueden escribirme a mi correo si quieren mantener una charla más extensa o una opinión más personal. Gracias. janis.estigma@hotmail.es

Llevo a cabo mi habitual visita de los martes a la mansión Vantia. He dejado a Katrina sola en el piso. Las chicas tienen trabajo. He dudado si atarla al sofá, pero, al final no lo he hecho. La he mirado seriamente, diciéndole que es hora de confiar en ella, en dejarla sola. Tendrá tiempo libre en cuanto acabe con sus tareas, pocas de hecho: hacer la gran cama, limpiar el baño, y barrer. Le doy permiso para coger mi portátil.

Katrina me da las gracias, pero me mira de una manera extraña.

― Espero que no se te ocurra nada raro. No voy a cerrar siquiera la puerta con llave. Si vengo y no estás, te garantizo que no lo pasarás nada bien en los próximos tres meses – la advierto.

― Si, Ser… Amo.

¡No va a aprender nunca!

A medida que me acerco al aparcamiento de la mansión, distingo algunos andamios en las ventanas del último piso y también sobre el tejado. Víctor se ha decidido a empezar con su nuevo proyecto. Bien. Le hace falta algo para distraerse. Esta guerra soterrada, que se le ha declarado, le está minando.

Basil me espera en la escalinata de la entrada. Cada vez tenemos más confianza. Es un hombre prudente y receloso, tremendamente fiel a su patrón. No sé mucho más de él, salvo que es de Jáskovo, al sur de Bulgaria, y que no tiene familia.

― ¡Buenos días, Basil! – le saludo al subir.

― Buenos días, Sergei. El patrón está en el segundo piso, con los obreros. Te acompañaré.

― Bien – es mejor seguirle la corriente. Cuando Basil dice que te acompaña, es por algo.

Las escaleras secundarias, o del servicio, están siendo usadas por los obreros, para su comodidad. Los materiales son elevados por un camión pluma, por un hueco que han hecho, en la parte trasera de la mansión. Me doy cuenta de que todo cuanto están usando son materiales temporales, poco pesados. Paredes de cartón y escayola, mucho aluminio, en imitación a madera, y parqué sintético cuando es necesario subir un poco el piso, recubriendo el original.

― Ah, Sergio, mi querido amigo – me saluda Víctor sorteando un andamio y abriendo sus brazos para darme un efusivo abrazo. Como siempre, parecía salir de una recepción de gala.

― ¿Qué hay, señor Vantia?

― Llámame Víctor, Sergio. Básicamente, se podría decir que eres mi… ¿yerno? – enarca una ceja, sonriendo. — ¿Cómo está?

― Hoy es su primer día a solas en casa. Tiene la puerta abierta y el teléfono liberado, así que de ella depende.

― ¿Te has atrevido a dejarla sola? – se asombra.

― Algún día tenía que ser, ¿no? Las chicas debían acudir a la agencia. No he querido atarle un pie. Pero, debo decir que ha hecho grandes progresos en este fin de semana.

― ¿Ah, si? ¿Cuáles?

― Por lo pronto, ya me llama amo, dos de cada cinco veces – nos reímos los dos, ¿qué le vamos a hacer? – y humilla la mirada, siempre y cuando no esté enfadada.

― No te lo creerás, pero para no llevar aún dos semanas contigo, es un gran avance. Katrina tiene un genio letal. Mató un hombre con doce años porque atropelló su pony.

― ¡Joder! ¿Cómo lo hizo?

― El hombre traía un tractor de paja fresca para el establo. La culpa fue de ella, que sacó al caballito del corral sin avisar a nadie. En una maniobra, el remolque lo aplastó. Mientras el hombre se lamentaba e intentaba ayudar al agonizante animal, ella le clavó una horca en la espalda.

― ¿Qué le dijo usted?

― ¿Qué le iba a decir? ¡Ya había perdido su pony! No le iba a dar otro berrinche…

¡Dios! ¡Que familia! Después se queja de que su hija no tiene remedio.

― ¿Cómo van los trabajos? – le pregunto, más por cambiar de tema. – Veo que se ha decidido a instalar el orfanato en la mansión.

― Si, bueno… más bien una casa de acogida. Quiero seleccionar los candidatos, tanto en edad como en físico.

Le miro, sin comprender. Él sonríe.

― Ven, déjame que te muestre todo esto.

La otra vez que subí a este piso, se reducía a unas habitaciones enormes, que abarcaban, al menos cada una de ellas, dos ventanas de la fachada. El centro quedaba diáfano, sin luz natural, con el hueco de las dos escaleras que se unían al final.

Ahora, todo parece cambiado. Los obreros han derribado todas las paredes y cortado nuevos habitáculos, de diferentes dimensiones. Hay dormitorios, una amplia sala de estar, un gran comedor, sala de estudio, una sala de recreo.

― Están instalando un gran montacargas para subir la comida desde las cocinas de abajo. Se ha reconducido una de las galerías inferiores, para que desemboque en el gimnasio y las instalaciones de recreo. De esa forma, se pueden compartir varias salas, como la biblioteca o una de las salas de ocio – me explica.

― Bien pensado. Tendrá que poner turnos, no es cosa de tener mocosos rondando por la mansión a todas horas.

― Por supuesto.

Parte del tejado ha sido retirado y se están instalando varias claraboyas, en forma de tiendas canadienses, para iluminar el espacio que queda alrededor de los dos tramos de escaleras.

― El arquitecto ha conseguido recuperar espacio para acoger y criar de quince a veinte chicos, en dormitorios dobles, con todas las comodidades y facilidades para su total integración.

― Ya lo creo. Yo diría que hay sitio para más, incluso.

― Ten en cuenta que sus educadores vivirán aquí también.

― Ah – quien sea el organizador de todo este tinglado, ha pensado en todo. — ¿Y los chicos provienen todos de los países del este?

Víctor me mira durante unos cuantos segundos, que se hacen eternos. Mi pregunta es de lo más inocente, casi rutinaria, pero, al aguantar su mirada, me hace dudar si, inconscientemente, no le he dado alguna entonación. De pronto, echa a andar y me hace una señal de que le siga. Nos dirigimos a una escalera metálica que lleva al tejado, de forma temporal. Salimos al descubierto, por encima de todos los obreros, por encima de cuantos puedan escucharnos. ¿Está paranoico?

Podemos ver los huecos donde se colocaran las claraboyas. Una barandilla de tubos rodea el lugar para impedir que nadie caiga al piso inferior. Víctor se apoya en ella e inspira. Hace viento a esta altura, que mece nuestros cabellos. Sé que se acerca un momento de gran importancia, pero aún no sé para quien de los dos.

― Sergio, me has demostrado que eres una persona en la que puedo confiar. Podría decir que eres casi parte de mi familia. Así que voy a ponerte al tanto de mis negocios y de mis intenciones.

― Víctor… — intento excusarme, pero me calla con un gesto.

― Así ambos nos sentiremos obligados, el uno con el otro. Poseo más clubes como el Años 20, concretamente en Bilbao, en San Sebastián. en Valencia y en Barcelona. Pero son meras fachadas…

― ¿Fachadas? – pregunto, sin comprender.

― Si, tapaderas. No digo que no generen buenos dividendos, pero se han creado para poder lavar parte del dinero que genera el verdadero negocio.

― Me da miedo de preguntar cual es…

Se ríe, palmeándome un hombro.

― Tranquilo, no es nada demasiado diferente. Sigue tratándose de prostitución, pero a un altísimo nivel. Si el Años 20 es para gente de una media y alta burguesía, las mansiones solo se dedican al más alto estrato social, ¿comprendes?

― Si, solo para millonarios.

― Exacto. No son locales abiertos al público, ni disponen de un rótulo luminoso en la fachada. Solo se accede por citación o invitación.

― Discreción total.

― Y garantizada – acuña, levantando un dedo. – Totalmente garantizada. ¿Has visto algún reportaje sobre la mansión Playboy?

― Si.

― Pues yo dispongo de dos en España.

― ¿Dos? – su comentario me pilla totalmente por sorpresa.

― Si, una aquí, en Madrid, la otra en Barcelona. Dos mansiones llenas de chicas de primera clase, entrenadas en todos los vicios, adecuadas a cualquier deseo… ¿Sabes cuanto pagan por una fantasía como esa? Pasar una noche desenfrenada, imitando a Hugh Hefner, sale por la friolera de un cuarto de millón de euros.

Me da por toser, impresionado, pero seguro que hay gente que pagará esa cifra. Vaya, con la sorpresa, yo conozco solo que la punta del iceberg y eso ya genera un montón de pasta, así que la totalidad tiene que ser de órdago.

― Las mansiones tienen su propio servicio de acompañantes por si se requiere y funcionan como un hotel de lujo. Se puede pernoctar, cenar, almorzar, o divertirse en sus instalaciones. Se organizan fiestas y saraos para gente muy selecta.

― Comprendo. ¿Usted está a cargo de todo eso?

― Estos negocios son absolutamente míos, pero, desde el pacto que me hizo salir de Bulgaria, gran parte de mis beneficios se ingresan en el fondo común de la organización. Todos los que pertenecemos a ella, hacemos lo mismo, para luego repartir beneficios, cada año. Quintuplica lo que puedo ganar por mí solo.

― Le creo, seguro – respondo, aún anonadado.

― Cada miembro de la organización se instaló en un país de Europa, digamos creando raíces para el futuro. Yo me quedé España y me ha ido bien. Existen otros miembros que no han conseguido un desarrollo tan rápido o tan exitoso como el mío, frenado por mafias locales, por las fuerzas del orden, u otras circunstancias. Ellos son los insurgentes que han organizado esta rebelión. Tratan de unir fuerzas para arrancarnos nuestros territorios, sin merecerlos.

― ¿Y que hacen para frenarlos?

― Por ahora, hemos cortado amarras con la organización madre. Me he unido a Alemania, Holanda, Reino Unido y Escandinavia. Conformamos el bloque más poderoso. Ahora habrá que ir reconquistando terreno, si queremos mantener nuestra hegemonía.

― ¡Parece que estamos hablando de las guerras napoleónicas! – musito, pasando una de mis manos por la cara.

― Sé que parece algo terrible, pero es más una guerra comercial que física.

― Si, puede ser, pero las puñaladas traperas son de verdad.

― Si, tienes razón. Bueno, con estos datos que te he dado, llegamos a mi idea de la casa de la acogida.

― Me había olvidado de ella – me disculpo, con una sonrisa.

― La gente que me seguía, en Bulgaria, han desaparecido o se han vendido. Han abandonado el pacto. Solo confío en Basil y en la guardia pretoriana que tengo aquí. Son los más antiguos y los más fieles. Pero, después de lo de Konor, ya no me fío de los soldados del Este…

― Por supuesto.

― No dispongo de refuerzos y mis negocios en España peligran, demasiado sujetos a sobornos y alianzas. Necesito convertir estos negocios en legales, para que puedan tener una base firme, ¿ves por donde voy?

― Creo que si. ¿Tiene algo que ver con lo que le comenté de las comunas agrícolas?

― Lo has captado a la primera, Sergio.

Bufff. La cabeza me da vueltas. Esto está poniéndose a un nivel que desconozco.

― Tranquilo, chico. Me encuentro en mi salsa. No te imaginas el puterío que se liaba en la corte de Nicolás II. Se parecía mucho a esto, solo que las chicas no tenían derecho a nada, eran campesinas. Veremos a ver lo que el buen Víctor te ofrece al final.

No creo que pueda explicar lo reconfortante que puede llegar a ser el viejo Ras. Es como tener la mano de tu padre permanentemente en el hombro, dándote la confianza que necesitas.

― Me has demostrado lo agradecida que puede ser la gente en cuanto les ayudas un poco. Gracias a tu iniciativa, he ganado una gobernanta de toda confianza, y una informadora de primera. Las dos darían su vida por mí y por ti, por supuesto.

Por supuesto, se refiere a Mariana y a su madre, Juni. Ya me había comentado estos hechos. Mariana llevaba camino de sustituir a Pavel en unos años, controlando mucho mejor a las chicas que el viejo mariquita.

― Con dos o tres comunas de este tipo, podría tener a todas las chicas con contratos de trabajo, cotizando a la seguridad Social, y con permiso de residencia si lo necesitaran. Podría desgravar sus sueldos, su alimentación y estancia, reduciendo gastos. Podrían pactar el viaje de sus familiares más cercanos, y su deuda conmigo se reduciría considerablemente.

Asiento, comprendiendo su planteamiento.

― Se que si están felices y tienen esperanzas, trabajan mucho mejor, por eso cuido bien de mis chicas, en la medida que puedo. Pero, de esa forma, no tendría necesidad de cambiarlas de país, sino que podrían instalarse aquí, casarse si lo desean, y montar sus propios negocios. ¿Sabes lo que eso significa?

― Eeeh… ¿ampliar la comunidad?

― Casi, Sergio, iniciar una red de contactos… ahora, imagina que a todas esas trabajadoras de última categoría, añadiera, cada seis u ocho años, una veintena de agentes de policía, abogados, trabajadores sociales, y quien sabe que más… sacados de las hornadas de esta casa de acogida – comenta, exultante, señalando hacia abajo.

― Tendría uno montón de colaboradores en todos los estamentos – repongo suavemente. La luz se hace en mi obtuso cerebro.

― Exacto. Todos contentos y felices de ayudarme, porque me deberan lo que son, lo que han llegado a ser. Por eso mismo, quiero elegir cada huérfano personalmente. Quiero comprobar si es buen estudiante, si es hermoso, o puede llegar a serlo, su motivación, y sus capacidades. No los quiero demasiado pequeños, pues tardarían mucho en desarrollarse. Los quiero en edad productiva. Diez años sería lo ideal.

― Traerlos de sus países, asentarlos aquí, y educarles como españoles…

― … para que me lo agradezcan sirviéndome – acaba Víctor la frase.

Debo reconocerlo, es un genio, aunque el plan tiene un pequeño fallo, que es a largo plazo, y la guerra está desatada ahora. Así se lo hago saber.

― Lo sé, lo sé. Por eso mismo estoy haciendo pactos que, de otra manera, jamás habría hecho. Pero espero depurar la situación, al menos, hacerme con una situación de poder que traiga una tregua. En un par de años, tengo pensado blindarme y ya no podrán hacerme daño. Miro al futuro, Sergio. No solo es mi organización, será también el imperio de Katrina, y de sus hijos… Pero olvidémonos de eso ahora. Ya que conoces mis verdaderos negocios, quiero que reemplaces a mi agente contable.

― ¿Yo, contable? No, no, que va…

― Calla. Un agente contable es quien recoge los beneficios – me corta.

¡La hostia! Eso son palabras mayores.

― No quiero dar más oportunidades a esos buitres, pues no confío en ninguno. Quiero savia nueva, gente que sea desconocida para mis enemigos, y tú encabezas la lista. Te adjudicaré un ayudante, el cual ya ha realizado este trabajo con el anterior agente contable. Se llama Maren y él si es de confianza.

― ¿Por qué no le pone a él como agente contable? – le pregunto.

― Porque se está muriendo. Tiene cáncer de próstata y quiero que te enseñe las rutas antes de jubilarle.

Asiento con una mueca. Es de lógica, ley de vida.

― Te presentará a los gerentes y directores. Quiero que inspecciones todos los locales, que veas sus posibilidades. Recoge los informes que te entregaran, tanto del personal, como de la actividad. Fotografías los registros de entrada y recuperas todos los cheques, talones, bonos y joyas que haya en la caja fuerte. No te preocupes por el dinero en efectivo. Eso se recoge en furgones blindados.

― Está bien. ¿Cuándo empiezo?

― Empieza mañana con la mansión de Madrid. Estimo que lo idóneo sería dedicarle uno o días a cada local, para conocerlos en profundidad. Después, podrás hacerlo más rápido.

― Me parece bien.

Víctor se inclina y comienza a bajar la escalerilla metálica. Le sigo de cerca.

― Las opiniones y sugerencias de las chicas de las mansiones son muy importantes. Son las verdaderas protagonistas y saben de lo que hablan. Quiero que charles con ellas, que las presiones, que las adules, que las diviertas, si es necesario, pero deben confiar en ti y confesarse como en misa. ¡Es imperativo! – me dice, antes de llamar al encargado de la obra y empezar a rectificar ciertas medidas.

Entiendo que la entrevista se ha terminado. Me alejo en busca de las escaleras, cuando aún me grita:

― Mañana, a las diez de la mañana. Maren estará aquí, esperándote.

Me despido con un dedo en la sien. Aún me siento temblar por cuanto me ha explicado. Se ha volcado sobre mí, ha depositado toda su confianza, y no es la primera vez que lo hace. ¿Seré capaz de retribuirlo?

¡Joder, agente contable de la organización, y sin haber cumplido aún los dieciocho años! ¡Rockefeller, jódete! Cuatro zonas, una semana dedicada a cada zona. Un viaje de uno o dos días, in situ, y después, el resto de la semana, en Madrid, redactando o analizando. Es un buen trabajo, digno de un tipo como yo, ¿o no? ¡Jajajaja!

― Sergei… — el susurro me toma por sorpresa, perdido en mis ensoñaciones, al llegar al primer piso.

Anenka me espera, la espalda apoyada contra la pared, los brazos cruzados sobre el pecho. Viste un traje verdoso, de falda tubular, hasta la rodilla, y chaquetilla corta. Una blusa de seda, asalmonada, brilla suavemente al respirar. Mantiene uno de sus zapatos de alto tazón, clavado en la pared, en una pose que resulta sensual y tímida, a la vez.

― Hola, Anenka, ¿cómo estás? – le pregunto, recuperándome de la sorpresa.

― En el fondo, la esperábamos, ¿no? No pretendías venir aquí y no cruzártela…

No quiero repetir lo de que siempre tiene razón, pero es que es así…

― Bien, gracias. ¿Podemos hablar en privado?

― Por supuesto, Anenka. ¿En tu boudoir?

― Si – y se retira de la pared para tomar uno de los pasillos.

Parece venir de la calle por su vestimenta, pero no puedo estar seguro. Anenka lo mismo está desnuda que está vestida, sin motivo aparente. La sigo, preparando mis defensas. Con ella, más vale estar preparado, aunque, por el momento, no tiene mucho que recriminarme… salvo que no he abandonado a Katrina.

Me hace pasar, sujetando la puerta de su habitación privada, y me instalo en uno de los sofás. Sorprendentemente, ella se queda en pie, apoyando la cadera contra el alto escritorio. Cruza los brazos y me mira. “¡Cuidado con los láseres!”, sonrío mentalmente.

― Me lo prometiste, Sergei – susurra, pero es veneno lo que escupe.

― ¿Te refieres a Katrina?

― Si.

― Bueno, la cosa cambió cuando se desmadró. Víctor me la ofreció como esclava, como pago por todo lo que me hizo.

Anenka se sorprende tanto que su boca se abre. El bueno de Víctor no le ha dicho nada. Seguro que cree que ha enviado a Katrina a uno de esos lugares exóticos, como recompensa.

― ¿Tienes a Katrina? – la pregunta me confirma que he dado en el clavo.

― Si. Está en mi casa. Mis niñas la están educando cuando no puedo ocuparme personalmente. Como comprenderás, no iba a perder esa oportunidad.

Ella me devuelve la sonrisa, pero absolutamente forzada.

― En cuanto a lo que te prometí… bueno, formaba parte de mi trabajo.

― ¿Parte de tu trabajo es mentirme?

― No, señora, vigilarte.

Enrojece violentamente. Esta vez si la he tomado por sorpresa y la verdadera Anenka ha quedado expuesta.

― ¡Maldito niñato! ¿Cómo te atreves a…? – exclama, dando un paso.

― Yo que tú, me lo pensaría, Anenka. Últimamente, no llevo muy bien lo de soportar que me golpeen.

Se frena a dos pasos de mí, rumiando las palabras. Finalmente, se serena y se gira.

― Entonces, ¿debo considerar que no aceptas mi oferta?

― Exactamente, señora. Solo tengo un patrón, y es su esposo.

― No te preocupes, niño – la palabra es todo un insulto. – Víctor y yo hemos llegado a un pacto.

― ¿Un pacto? – pienso en lo que Víctor me ha dicho en el tejado.

― Si, una tregua. No nos interesa desgastar nuestros efectivos. Hemos acordado defendernos mutuamente de cualquier agresión que venga de fuera. Al menos, hasta que se resuelva este conflicto.

“Por eso mismo estoy haciendo pactos que, de otra manera, jamás habría hecho.” ¿A ese pacto se refería Víctor, o habría algún otro peor?

― Me alegra esa provechosa unión – digo, levantándome para irme.

― ¿Qué hay de nosotros, Sergei? ¿No podemos solucionarlo?

La miro y, finalmente, meneó la cabeza.

― No me fío de ti, Anenka. Me pones en tensión y eso no es bueno para mi presión arterial. Además, tu marido acaba de ascenderme y aumentar mis responsabilidades. No creo disponer de tiempo para una distracción más, Maby y Katrina ya reclaman demasiada franja horaria diaria.

― ¿Eso te lo has estudiado?

Sonrío levemente ante el comentario de Ras.

― ¿Quién sabe, Sergei? Puede que algún día, te tragues esas palabras – me contesta Anenka, apretando tanto los dientes que le marcan las mandíbulas.

― Todo puede ser – digo, abandonando su boudoir.

Sé que le he hecho daño, pero debo ser cruel. No puedo seguir llevando la máscara del niño bueno, no entre lobos como estos. Además, me ha encantado humillarla, ¡que cojones!

Me quedo con la llave en la mano, dudando un segundo ante la puerta del piso. ¿Abro con la llave o llamo para que abra Katrina? Al final, me decido por la llave. La suelto en el pequeño mueble del recibidor y entró en el salón. Me quedo clavado, ¡no es para menos!

Katrina está sentada en el sofá, con solo sus braguitas, como es habitual. Se gira y me mira, al escucharme. A su lado, aún gesticulando en una de sus peculiares expresiones, Patricia también me mira, pero ella me sonríe. Se levanta y salta sobre mí, besándome hasta cinco veces en los labios. Katrina no mueve ni un músculo, pero su mirada se acera, se endurece.

― ¿Qué haces aquí, canija?

― Mamá está haciendo huevos rellenos y se ha quedado sin mahonesa. He subido a ver si tenías.

― Si, hay en la…

― Ya la he cogido y se la he llevado a mami. He vuelto a subir a charlar con Katrina. No nos has presentado, malo… — me corta, eufórica.

― Bueno, Katrina, ella es Patricia, la hija de la vecina del tercero B.

― Lo sé, llevamos hablando media hora larga – responde mi perra.

― ¿Por qué la tienes desnuda?

― No te hagas la tonta, ya te hablé de ella – corto de raíz sus tonterías.

No es un buen día para darme la vara. Hoy me han dado todas las noticias de golpe, las buenas y las malas, y necesito asimilarlas. Saco un cazo.

― ¿Te apetecen unos fideos con crema de queso, Katrina? – le pregunto, rebuscando en la despensa.

― No los he probado nunca, Amo.

― Bien, pues ven y aprende, perra.

Patricia lleva sus ojos de uno a otro, y palmotea, encantada con ese diálogo.

― ¿Así es todos los días? – pregunta.

― A veces – contesto yo. – Depende del humor con el que se levante la perrita.

Le doy a Katrina un suave cachete en el culo, aprovechando que pasa por delante de mí. No se inmuta. Aferra el mango del cazo y espera instrucciones. En contra de lo que me creía, aprende rápido con la cocina, tiene intuición y sabe mezclar sabores. Claro que hay que vigilarla, a la más mínima, te ha vaciado medio salero dentro, a caso hecho, o ha escupido en lo que está cocinando. Pero, en los días que llevamos, ha demostrado que la cocina no le disgusta. Algo es algo.

Le digo que llene medio cazo de agua y la ponga a calentar.

― Un poco de sal, una cucharada de mantequilla, y una hoja de laurel – le digo que añada.

― Pues a mí me cae genial, Sergi. Además, está muy buena – se ríe Patricia.

― Gracias, Patricia – agita las caderas Katrina, con gracia.

― No está aquí para divertirte, Patricia, sino para educarla. No quiero que te lo tomes a la ligera.

― Descuida – me contesta con una sonrisa de suficiencia. Joder, cuanto ha madurado la canija, me digo.

― Tu padre me ha dado recuerdos para ti, perrita – la informo, observándola de reojo.

No me contesta, alzando levemente un hombro.

― Me ha contado que mataste un hombre cuando tenías doce años. Le clavaste una horca en la espalda.

Patricia se queda con la boca abierta. Lo he comentado para que sepa con quien charla alegremente. Katrina vuelve a alzar el hombro.

― Aplastó a mi pony – responde lacónicamente. – Esto está empezando a hervir.

― Pon los fideos. La mitad de la bolsa.

― Bueno, yo me voy – dice Patricia, agitando la mano. – Ya subiré cua… ya llamaré mejor…

Sonrío al verla marchar. Se ha llevado una fuerte impresión. Solo me faltaba que Katrina pudiera confabular con algún vecino, para joder aún más. ¡Que es una psicópata en potencia, coño!

Me dedico a cortar unos tacos de queso Emmental y Gruyère, para añadirlos después a los fideos. Katrina tiene los ojos clavados en el cazo lleno de pasta.

― Te has sorprendido de verme, al entrar, Amo – me dice, de repente.

― Si, es cierto. Venía pensando que estarías haciendo dedo enla M30, por lo menos. ¿Por qué no has aprovechado la ocasión?

Se gira hacia mí y me mira. Ya no queda rastro del pudor de los primeros días, por ir medio desnuda. Ahora se mueve de una forma tan natural que resulta casi erótica.

― No lo sé… puede que no quiera defraudarte…

Es una respuesta que no me espero, la verdad. No consigo saber si lo ha dicho en serio o no.

― ¿Qué has hecho en tu tiempo libre? – le pregunto, intentando salir de esa conversación.

― Aburrirme. Estuve a punto de masturbarme, solo para hacerte enfadar, cuando ha llegado Patricia.

Y me lo dice así, la muy puta, tan campante y ancha. Debo tener cuidado, esta puede darse conmigo, si la dejo.

― Ya puedes jurarlo – se ríe Ras.

― ¿Sabes que tiene a su madre esclavizada? – me comenta, con una ceja alzada.

― Si, yo las uní.

― Vaya, eso no me lo ha dicho, pero si me ha contado de tu promesa de desflorarla – me suelta, mirándome de reojo.

― ¿Qué pasa? ¿Es que estás celosa o qué?

― No, no, Amo… pero… es muy pequeña, la rasgarás…

― ¿Cómo te rasgaste tú? No veo que te pasara nada.

― Pero Patricia tiene catorce años y se la ve muy…

― ¿Niña?

― Si.

― Está bien. cuando suceda, tú te encargaras de lubricarla con la lengua. Si le hago daño, será por tu culpa – y me voy a la ducha, dejándola con cara de preocupación, vigilando los fideos.

Estrecho la mano de Maren cuando Víctor me lo presenta. Ha pasado de los cincuenta años y lleva su enfermedad marcada en la cara. Está pálido y ojeroso, con los rasgos demacrados. Sin duda, ha perdido muchos kilos porque su ropa le está ancha y floja. Sin embargo, parece un tipo locuaz y animado, y suele llevar una gorra escocesa para ocultar los estragos de la quimioterapia.

Nos subimos al Toyota y un par de hombres de Víctor se suben a otro coche, para escoltarnos. No es cuestión de ir por ahí solo, con tanta pasta, y menos siendo nuevo en esto. No tengo ganas de suicidarme.

Maren me indica que ponga rumbo a Aranjuez. Me parece un sitio curioso para colocar una de las mansiones.

― En verdad, está casi a la entrada de la villa, en la avenida del Príncipe, frente a los jardines. Es el palacio de Godoy y Osuna – me confiesa.

Le miro con fijeza y, seguramente, interpreta la pregunta que bailotea en mis ojos.

― El señor Vantia compró el palacio y la manzana entera hace unos seis años. Se han mantenido un restaurante y otro par de negocios, tal y como estaban, para no llamar la atención…

― Joder con el poderío…

Tardamos apenas media hora en llegar y, ante el imponente edificio, circundado por varias calles adoquinadas, se nos abre un portalón, por el cual introducimos los coches, hasta un patio vestibular, sin duda remanente de lo que queda del patio de caballerizas. Puedo dar un vistazo al interior, pero es idéntico a la fachada exterior, lo cual me deprime un poco. Parece más un cuartel que un palacio. Tres pisos, tejado a dos aguas, una fila de balcones con rejas en el primer piso, y feas ventanas cuadradas en los demás; todo pintado en un rosa desvaído, con los huecos en blanco.

Ah, pero el interior cambia… y mucho.

Un hombre vestido de librea nos está esperando, sosteniendo una gran puerta abierta. Nos conduce, en silencio, hasta un despacho tras unas puertas enormes, primorosamente cinceladas. Una mujer de unos cuarenta años se pone en pie, sonriéndonos. Lleva el pelo corto y trasquilado, en un tono rojizo que, evidentemente, no es suyo, pero que le sienta bien. Sigue siendo atractiva y ostenta un cuerpo bien definido y curvilíneo. Me fijo en que arrastra un tanto su pierna izquierda.

― Bienvenido, Maren – saluda, besándole en la mejilla.

― Ella es Marla Stiblinka, directora de la mansión. Marla, te presento al señor Talmión, nuevo agente contable – nos presenta mi ayudante.

― Por favor, solo Sergio – me inclino sobre la señora, besándole la mano.

― Oh, un joven bien educado – me sonríe. Posee ese acento suave y gutural que caracteriza a las mujeres del Este. — ¿Te gustaría conocer la mansión?

― Por supuesto, señora.

― Oh, nada de señora, por Dios. Tú eres Sergio y yo Marla.

― Esta te lleva a la cama, amigo.

― Está bien, Marla. ¿Comenzamos?

Recorrimos los salones de la planta baja, donde se organizaban fiestas y grandes celebraciones, e incluso convenciones. Los salones son enormes, totalmente acondicionados e insonorizados. El mobiliario es elegante y funcional, y se adapta a diversas funciones, desde una boda a una orgía.

La gira incluye las suntuosas habitaciones del primer piso, dónde las chicas reciben los clientes. Algunas de estas suites, están decoradas y amuebladas según ciertos esplendores pasados: la suite Versalles, el ala Buckingham, la suite del Despacho Oval… incluso tienen una suite decorada como un calabozo. Se nota que se han gastado la pasta.

Cada habitación dispone de su cuarto de baño, acabado con los más insignes materiales, y disponiendo de todas las comodidades.

En el segundo piso, están las habitaciones privadas de las chicas, mucho más pequeñas y más íntimas. Disponen de climatización, televisión y equipo informático. Hay una serie de salas comunes, repartidas por el vasto piso: cuatro grandes cuartos de baño, una sala de ocio, un amplio gimnasio con piso para danza, y un pequeño comedor, con un montacargas con capacidad para un carro, que lleva directamente a la cocina del piso bajo. De esta manera, las chicas pueden bajar y subir sin pasar por el piso “comercial”, o bien tomar algún refrigerio sin tener que vestirse y bajar. También disponen de un enorme vestidor, con camerinos integrados.

― Nosotros suministramos toda su ropa y joyas, por lo que no hay nada en propiedad, salvo lo que las chicas se compren particularmente. Para eso disponen de los armarios de sus habitaciones – me comenta Marla.

― Impresionante. ¿Dónde están las chicas ahora? – le pregunto, intrigado. No he visto ninguna en el recorrido.

― Oh, a estas horas estarán tomando el sol. Algunas han pedido permiso para salir.

Me conduce a la zona interior del palacio. Nos asomamos a una ventana, que da a una serie de patios, o plataformas, centrales, totalmente ocultos a cualquier vecino, salvo a un helicóptero, enclaustrados por los cuatro grandísimos costados del edificio. Abajo, desparramadas en varias chaises longues, situadas entre parterres de suave hierba y aromáticas flores, así como plantas exuberantes, languidecen ocho o diez maravillosas hembras. Parecen acumular rayos de sol en sus cuerpos, con avidez. Salvo una o dos que usan las braguitas de sus bikinis, las demás están desnudas. Nadie las va a recriminar, por supuesto.

La primavera está en puertas, y el sol, en un espacio protegido del viento como aquel, calienta suavemente, permitiendo hasta broncearse mínimamente. En verano, puede que sea casi imposible estar allí, sin sombras adecuadas.

En el centro de los pequeños jardines, una gran piscina rectangular permanece cubierta por una lona plastificada, para que su agua no se ensucie.

― Aún estamos acondicionando esta zona para la clientela. Por el momento, solo las chicas la disfrutan.

― Una lástima. Se podrían hacer muchas cosas en un vergel como ese.

― Si, tenemos algunas propuestas, pero nada en firme todavía.

― ¿Podría charlar con las chicas un rato? – pregunto, casi como por descuido.

― ¿Con las chicas? – se extraña Marla.

― Si. ¿No lo hacía mi antecesor?

― No charlaba precisamente con ellas…

― Entiendo. Pues yo si quiero charlar y pedir sus opiniones. Son las directas interesadas de este negocio. Pueden tener nuevas ideas, sugerencias, e incluso tendencias, que deberíamos escuchar y analizar.

Marla se encoge de hombros, pero me conduce hasta una puerta, que oculta una escalera metálica, unas escaleras de emergencia. Conducen a una gran puerta de batientes de presión, que desemboca en el patio vestibular donde tenemos los coches. Al otro lado de las escaleras, una gran cristalera da entrada al enorme patio interior.

― Antes de hacernos con el edificio, éste estaba dividido en viviendas y algunos negocios. Estos patios estaban parcelados, cerrados con vallas y paredes, y teniendo diversas alturas que hemos respetado. Anulamos los muros y plantamos jardines – me explica Marla.

― Es hermoso. Los cambios de niveles permiten pasear sin aburrirse, y disponer de pequeños escenarios naturales. Este patio podría prestarse a nuevos eventos.

Marla asiente, como si ella ya hubiera pensado en ello. Llegamos ante las chicas, las cuales nos miran con curiosidad, pero ninguna hace gesto alguno para tapar sus desnudeces. Marla me presenta.

― Niñas, prestad atención. Este joven es el nuevo inspector contable. Su nombre es señor Talmión, y desea haceros algunas preguntas – se gira hacia mí. – Todas para ti. Te dejaré un rato a solas. Estaré en mi despacho, ultimando los registros para tenerlo todo dispuesto.

― Muchas gracias, Marla. Es usted muy amable – le beso nuevamente la mano.

Las chicas cuchichean ese gesto. Me enderezo y contemplo la marcha de Marla y de Maren. Entonces, me giro y paseo mi inquisitiva sobre cada una de ellas. La mayoría baja la mirada, impresionadas; un par de ellas, quedan enganchadas a mi voluntad.

― Cada vez se te da mejor el golpe de ojos.

“La mirada de basilisco”, le rectifico con humor.

― Más bien pareces un ternero degollado – se ríe.

“¿Cómo lo sabes? No puedes ver mi rostro.” Aún demostrando mi superioridad, puedo escuchar ciertos comentarios musitados entre ellas.

― Es muy joven.

― Al menos es guapo.

― ¿Qué le ha pasado al estirado anterior?

― ¡Que alto es!

― Señoritas – las llamo al orden – mi nombre es Sergio. Supongo que todas hablaréis castellano, más o menos correctamente, ¿cierto?

Asienten e incorporan sus cuerpos, dejando de lado su laxitud bronceadora. Están prestando atención, reaccionando al tono de mi voz y a la gesticulación.

― Soy el nuevo agente contable de la organización. No solo he asumido el papel de mi predecesor, sino que se me ha dejado muy claro que revise y clarifique la opinión personal de cada trabajador.

― ¿Qué significa eso, señor? – me pregunta una exuberante morena, de boquita de piñón.

― Tu nombre, por favor.

― Verónica, señor – responde, cabalgando las piernas más largas que he visto jamás.

― Bien, Verónica. No soy señor, a no ser que seas un guardia civil. Me llamo Sergio, y soy tan joven como vosotras, así que tuteadme, con respeto, claro.

― Gracias, Sergio. Disculpa la pregunta, pero mi noción de español es muy básica. Hay palabras que no entiendo.

― No importa. Estás en tu derecho. En palabras más fáciles, he dicho que la organización quiere conocer vuestras opiniones sobre el negocio. Si se puede mejorar en algunos aspectos, cuales son los fallos que vosotras, como trabajadoras más cercanas a los clientes, habéis detectado… Preguntaros por las sugerencias que podáis tener… ese tipo de cosas. Es como una reunión de trabajo, pero aquí, al solecito, todos relajados – sonrío.

― Vaya… nadie nos había pedido nuestra opinión… jamás – comenta otra chica, con trencitas multicolores.

― Pues ahora va a ser así. Sé que ahora os he pillado de sorpresa y muchas ni siquiera os planteáis abrir la boca, pero me gustaría que para la siguiente visita, tuvierais vuestras ideas y opiniones anotadas en papel, para que no se os olvide nada.

― ¿Y podemos pedir cualquier cosa? – pregunta una tercera, provista de unas tetas impresionantes.

― Cualquier cosa que mejore vuestra vida laboral, o que penséis que se pudiera mejorar en ese aspecto. No tengo que especificar al detalle, ¿no? Si la petición es lógica y asumible, daré parte de ella al jefe. Así es como se hará. ¿Tenéis algo que decir ahora?

― Bueno, tenemos escasez de disfraces – dijo Verónica, mirando a sus compañeras, las cuales afirmaron, apoyándola.

― ¿Disfraces? – pregunto, un tanto despistado con el asunto.

― Ya has visto que muchas suites tienen temática, y nos vestimos según ella. Otras veces, el cliente quiere que recreemos escenas o personajes – explica una rubia de pelo muy corto y percings por todas partes.

― Si, y nunca tenemos suficientes disfraces. Tenemos que improvisar y vestirnos de lechera en vez de pastora – gruñe de nuevo Verónica, arrancándome una risita.

― Es cierto. Nos traen muchos vestidos y ropa de diseño, que está muy bien cuando salimos de acompañantes, pero que, en la mayoría de casos no nos sirve, porque aquí vamos casi siempre en ropa interior. Pero no nos envían apenas disfraces, que es la otra ropa que si funciona en la mansión – se queja otra de ellas.

― Bien. Necesitan más disfraces – comento al grabador del teléfono. — ¿Algo más?

― ¿Cuándo piensan acabar con el arreglo de los jardines y de la piscina? – me pregunta una chica con coletas adolescentes, aunque su cuerpo es de infarto.

― No estoy al tanto, chicas – digo, cogiendo una de las sillas y sentándome entre ellas. Se está genial al sol. – Si me lo explicáis…

Sin duda, no ha sido buena idea. Ellas se arriman y tratan de llamar mi atención sobre cada una. Al final, me rodean y empiezan los toqueteos inocentes, en el hombro, en el pecho, en la pierna. Tengo que llamarlas al orden.

Tienen razón, tal y como yo le dije a Marla. Esos patios interiores están desaprovechados. Muchos clientes, en verano, desean probar la piscina y disfrutar de una velada en los jardines. Se han propuesto fiestas de mediodía para ese lugar, que se han tenido que olvidar. Hay que terminar de adecuarlo. Un mobiliario ibicenco, de teca y bambú vendría bien, y una carpa daría la sombra necesaria. Quizás una cubierta sería genial para el invierno. ¿Piscina climatizada? Porque no.

Tardo casi una hora en reunirme con Marla y Maren, en el despacho. Me están esperando, con los libros abiertos. Marla me pregunta si quiero un aperitivo, pero eso no es lo mío. Nos ponemos a nuestros asuntos. Maren me explica que no tengo que llevar la contabilidad, de eso se ocupa la gente adecuada. Solo debo hacer una serie de fotografías a las páginas del libro, con los meses pertinentes.

Así que las hago de los meses de diciembre, enero y febrero. Tres a la columna del Deber, otras tres a las del Haber. También otras fotos a las facturas más gordas. En las columnas hay mucho dinero anotado, tanto que no puedo sumarlo mentalmente. Maren me hace un rápido desglosamiento.

― El mes de diciembre no suele ser bueno para este negocio. Las fiestas familiares no dejan que la mayoría de los clientes aparezcan por aquí – dice, con una sonrisa.

― Es natural.

― Sin embargo, el ambiente festivo que se respira antes de las fiestas, aumenta el gasto de los clientes habituales. Es una especie de catarsis ante una pronta imposibilidad de regresar. Se celebran cenas de socios, fiestas improvisadas, y alguna que otra reunión, que, a final del balance, compensan con las tres semanas de casi inactividad, durante las Navidades.

― Ajá – digo, asimilando el concepto.

― Luego se vuelve a la normalidad. Hubo un par de convenciones políticas en Madrid, lo que se traduce con una afluencia permanente a la mansión de personajes ilustres e influyentes. Una media de cinco clientes al día, durante mes y medio, da una cifra de doscientos veinticinco clientes. Se estima una media de gasto de dos mil quinientos euros por cada cliente, en concepto de chica, espectáculo, y habitación, lo que hace un total medio de quinientos sesenta y dos mil quinientos euros, para esos dos meses…

¡Jooooder! ¿Cuánto gana Víctor?

― Ahora bien. Esta mansión está acreditada como una sociedad sin ánimo de lucro, dedicada a recuperar usos y costumbres de otros tiempos. Así nadie mete las narices. La contabilidad que hay que presentar, legalmente, es mínima, pero la nuestra interna, es exhaustiva. A esta facturación bruta, hay que quitarle los gastos – me dice, señalando la columna de Débitos. – Electricidad, agua, basura, impuestos locales, sueldos del personal, tanto de las chicas, como el de mantenimiento y servicio, compras de suministros, de bebidas alcohólicas, extras como ropa y productos de belleza e higiene… unos trecientos cincuenta mil euros…

― O sea, ¿que la organización ha ganado en tres meses, unos ciento cincuenta mil euros, libres de impuestos?

― Algo más. solo son números redondos.

― ¡La hostia! – Marla se ríe, al ver mi impresión.

― Estas facturas serán adjuntadas junto al dinero en efectivo, en el furgón blindado que vendrá a recoger todo, y enviadas a los gestores, los cuales se encargan de llevar la verdadera contabilidad – puntualiza Maren.

Marla abre una caja fuerte de mediano tamaño, que se encuentra detrás de uno de los grandes anaqueles llenos de libros, que tiene a su espalda. Saca una cartera metálica, que abre sobre la mesa. En su interior, un legajo de papeles timbrados y varias joyas ostentosas, así como un par de sobres grandes.

― Bonos de estado, al portador y cheques personales – nos dice, levantando los sobres. – Tenemos unas pocas escrituras, debidamente legalizadas por el notario, y joyas valoradas en ciento veinticinco mil euros. Aquí está el listado.

― Compruébalo y fírmalo – me dice Maren, señalando el listado.

Especifica el valor de cada cheque y cada bono, así como los números de registro de las escrituras, y el epígrafe mercantil de cada joya. Todo correcto y legal para manipular esos bienes. Lo firmo y Marla me da una copia.

― Mete la copia del listado en el maletín y ciérralo. Tiene unas esposas por si quieres ponértelo a la muñeca – me susurra Maren.

― Tengo que conducir.

― Como quieras.

— ¿Deseas alguna de las chicas? – me ofrece Marla.

El ofrecimiento me coge desprevenido.

― ¿Chicas?

― Tu predecesor se llevaba siempre un par de ellas a una suite, antes de regresar.

― No, gracias. Nos marchamos ya – les digo, apretando los dientes.

Ya en el patio vestibular, me despido nuevamente de Marla y nos subimos a los coches. Nuestros guardaespaldas se muestran muy atentos a cada rincón. De hecho, salen a comprobar la calle antes de salir mi Toyota, y nos siguen muy de cerca. No es para menos.

― ¿Qué te parece tu trabajo? – me pregunta mi maduro ayudante.

― No es ni duro, ni difícil – me encojo de hombros.

― No, no lo es, pero si tiene mucha responsabilidad. Uno de tus antecesores perdió la cabeza, literalmente, al despistarse una escritura del maletín.

― Ya veo.

― Solo tienes que seguir los pasos adecuados. Forma un protocolo de visita y síguelo a rajatabla. Así no se te olvidará nada y lo tendrás todo controlado.

― Si, suena bien. ¿Qué haremos mañana?

― Subiremos a Bilbao y San Sebastián.

― ¿Debo llevar chapela?

Maren se ríe, haciendo una mueca por el súbito dolor que siente en su bajo vientre.

Al llegar a casa, me encuentro una escena curiosa. Maby está sentada sobre la encimera de la cocina, manteniendo un libro de recetas abierto en sus manos. Su faldita está remangada y sus piernas abiertas. Katrina tiene la cabeza entre ellas, produciendo sensuales ruidos de succión. Maby suspira y tiene los ojos cerrados. Me acerco a ellas, en silencio, y acaricio el trasero expuesto de mi perrita, que aún no se ha quitado sus acostumbradas braguitas. Menea las nalgas, agradeciendo la caricia.

― ¿Qué hacéis? – pregunto suavemente.

Maby abre los ojos y me sonríe.

― Una paella con marisco…

― ¿De verdad? Será una receta nueva.

Maby se ríe y me enseña la página del libro que mantiene asido. Si, señor, una paella, con sus gambas y sus mejillones. Echo un vistazo a lo que tienen sobre la vitrocerámica. Muevo el sofrito antes de que se pegue.

― Ya me encargo yo – les digo.

― ¿Te importa si me la llevo un ratito al sofá? – me pregunta Maby.

― Claro que no, también es tu perra, ¿no?

Maby se baja de un salto de la encimera y se la lleva corriendo, cogiéndola de la mano.

― ¿Pam y Elke vienen a almorzar? – pregunto, levantando la voz.

― Siiii… pero tardarán un poco – contesta Maby, tumbada ya en el mueble y frotando el rostro de la búlgara contra su pubis.

No las molesto más y añado el agua de cocer los mariscos. Pienso que Katrina apenas muestra resistencia con las chicas, solo conmigo. ¿Significará algo?

El primer club que nos encontramos no está propiamente en Bilbao, sino en Basauri, apenas a dos kilómetros de los límites de la gran ciudad. Oculto tras un bosquecillo de arces blancos y cedros, se alza el club, ocupando varios edificios que, un siglo atrás, formaban un extenso caserío. Distingo un buen aparcamiento, con capacidad para, al menos, doscientos coches, y el camino de acceso está bien asfaltado. El club tiene un nombre sencillo:La Villa.

Cuando Maren me lo enseña en toda su magnitud, concuerdo con él en que es alucinante y dispone del sitio ideal. Es una recreación de una auténtica villa romana, llena de lujo y comodidades. Plataformas de teca sobre las losas del suelo para no enfriar el ambiente, divanes por doquier, amplias gradas, medio ocultas por tapices y cortinajes, y un pequeño escenario con anfiteatro para los espectáculos. Las chicas andan con sedosas togas, que dejan entrever sus caderas, e incluso uno de los senos, pues no suelen llevar ropa interior.

El encargado, un tipo vasco, de ascendencia germana, me trata con muchísimo respeto, y me entrega toda la contabilidad. Al contrario que en la mansión de Madrid, aquí no hay bonos, ni escrituras, ni joyas, pero si bastantes cheques, unos al portador y otros personales. Fotografío los activos y pasivos, así como el tocho de facturas. Solo entonces, le digo a Maren que me lleve a charlar con las chicas.

Estas se encuentran en otro edificio, al que llegamos por una galería cubierta por las ramas entrecruzadas de los arces. Al igual que en Años 20, aquí están sus habitaciones privadas. La encargada las reúne y me presento. Les pasa lo mismo que a las chicas de la mansión. No están acostumbradas a ser tratadas así, ni a que se les pida opinión, pero estoy seguro que para la próxima visita, tendrán preparada una buena lista de sugerencias.

Por el momento, tomo nota de que se necesita aumentar la calefacción del edificio principal. La mayoría anda con ropa finísima y escasa, y los inviernos suelen ser duros en la región.

Almorzamos en una antigua casa de postas reconvertida, de camino a San Sebastián. Me gusta el paisaje norteño, tan verde y tan bucólico. Una hora y media más tarde, el navegador del coche me conduce hasta una serie de naves, de espalda al mar. Se trata de una antigua zona industrial, que se ha quedado en desuso. Ahora, se han montado talleres de artesanía, restaurantes, un spa, e incluso, una galería. Camuflada entre ellos, el TNT nos acoge. Este club no cierra nunca. Está abierto veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco días al año. Es uno de esos típicos locales de strip-tease que vemos en las películas, lleno de rincones y barras americanas, e incluso trapecios. Las chicas, vestidas con los conjuntos más sexys y putones que pueden encontrar, deleitan a los clientes, bailan para y sobre ellos, y puedes llevarte a la que prefieras, escaleras arriba, previo pago estipulado, por supuesto.

Como todos los clubes, dispone de servicio de restaurante, cafetería, y bebidas alcohólicas. Este, además, tiene cabinas privadas para poder ver espectáculos, o esconderte con una de las chicas.

La música es genial, escogida especialmente por las propias chicas, y hace mover el cuerpo, nada más entrar.

El gerente, en este caso, es un croata de ojos crueles y mediana edad. Maren me aconseja que tenga cuidado con él; tiene mal talante. Me entrega los libros y las facturas, así como varios cheques. Mi ayudante me susurra que este es el club que más dinero mueve en efectivo. Lógico, si animas a las chicas con billetes de cinco y diez euros… ya me dirás.

Sin embargo, al pedirle hablar con las chicas, el fulano croata me pone mala cara. Escucho carraspear a mis dos perros guardianas, detrás de mí. Se excusa en que la mayoría está descansando, o han salido de compras. No quiero escuchar excusas; debo imponer mi propio estilo de inspección para que se me respete en la siguiente visita.

Maren me informa que las chicas duermen en un edificio adyacente, a la trasera, mirando el mar. No me gustan los ojos del gerente, oculta algo. Nos conduce a la puerta que da a la otra casa. Hay que atravesar una especie de patio techado, lleno de plantas en macetas. Al abrir la otra puerta, me encuentro con un tipo inmenso, sentado a una mesa, jugando al solitario. Tiene un walkie al alcance de la mano, sobre la mesa.

― ¿Es el encargado de las chicas? – le pregunto, algo sorprendido.

― No, se ocupa de avisar a las chicas de que les toca actuar…

― ¿Qué pasa? ¿No habéis escuchado hablar de los intercomunicadores? ¿De un buen programa de horarios? – bromeo, pero él no se ríe. – Me gustaría ver a la persona encargada de los asuntos de las chicas.

― No tenemos a nadie – musita, apartando la mirada. – Madame Costi murió en un accidente y el puesto está vacante.

― Nadie nos ha informado de ello – dice Maren, alzando las manos.

― Bueno, las chicas mismas se ocupan de eso y no creí que…

― ¿Tiene a un tío solamente para llamarlas a escena y no dispone de un encargado de las chicas? ¡Es demencial! Las chicas deben tener a una persona para exponerle sus necesidades y sus problemas. ¡Es imperativo!

― Mañana mismo buscaré…

― Nada de eso. Nosotros lo haremos. Ya le enviaremos a alguien – le corta Maren.

― Si, por supuesto.

No sé por qué, pero me muevo, abriendo puertas. Empiezo a encontrarme fulanos culeando sobre varias chicas, que me injurian y lanzan cosas para que cierre la puerta. Miro a Maren.

― ¿Esto es normal?

― No. Solo pueden traer hombres a sus habitaciones, al final de la noche, para dormir con ellos. Si quieren hacer algún trabajito, disponen de las cabinas.

― ¡Son sus novios! – exclama el croata, asustado.

Entro en la habitación más cercana y aferro al tipo que está tan entusiasmado, dándole por detrás a la chica, por el cuello. Protesta y patalea, pero lo saco a pulso, con una pequeña polla tiesa como una antenita.

― ¡Suéltame! ¡He pagado ya! – chilla, molesto y acojonado de ver a tantos tipos tan grandes.

― Sus novios, eh… ya veo. Supongo que el dinero que están generando las chicas en este momento, no está en la contabilidad, ¿verdad?

― Iba a anotarlo ahora mismo – el tipo está pálido y sudoroso.

― Si, hombre, lo que tú digas…

Un negocio redondo. Sin la encargada de las chicas para rendir cuentas, el croata las prostituye durante las horas más bajas de clientela, y se embolsa un montón de pasta. Señalo al hombretón del solitario.

― ¿Cuánto cuesta un baile?

― Cien.

― ¿Y manosear a la chica?

― Doscientos, con una paja. Trescientos una mamada.

― ¿Tirártela?

― Ellas ponen el precio, pero no menos de cuatrocientos. Son todas chicas de primera – el hombre contesta rápidamente, con la esperanza de salvarse.

― ¿Cuánto has pagado? Quiero la verdad – sacudo al tío que he sacado de la cama y que aún mantengo alzado.

― ¡Doscientos cincuenta! ¡Deje que me vaya! ¡Yo no he hecho nada! Es lo que me han pedido, por favor…

Le dejo en el suelo y le suelto. La chica con la que estaba ya le tiene la ropa preparada, de pie en el quicio de la puerta de su habitación. No he visto nunca a alguien vestirse tan rápido. El croata tiene la vista en el suelo, quizás pensando en cómo va a salir de esto.

― Tienes que dar ejemplo, Sergio. Un buen ejemplo.

“Lo sé.” Hablo de nuevo con el echador de cartas.

― Tráeme un martillo y cinco clavos largos, de quince centímetros al menos. De ti depende que me olvide de tu cara. Si los traes antes de quince minutos, jamás te habré visto.

No he acabado de hablar cuando el tipo ha salido por la puerta. Le indicio a mis sombras que vigilen al croata. Maren y yo empezamos a abrir puertas y a echar a fulanos a la calle. Maren usa una Glok pequeña y siniestra para ayudarse; yo no necesito armas. En cinco minutos, hemos despejado las habitaciones y reúno a las chicas en la bonita sala de ocio, de la que disponen.

Me presento y les digo que la prostitución obligada, a la que han sido sometidas, acaba desde este momento.

― Esta situación no tiene nada que ver con lo que se os pide a cambio del sueldo. No volverá a repetirse. Quería reuniros para preguntar vuestra opinión sobre el negocio; si teníais alguna sugerencia que mejoraría vuestras vidas, o alguna idea para plantear sobre el club.

Están tan agradecidas de haberlas sacado de esa obligación que les mermaba el descanso y las ajaba, que no saben qué decirme. Una de ellas, con timidez, levanta la mano.

― A lo mejor sería conveniente cambiar el sistema de altavoces. a veces suenan cascados – dice, finalmente.

― Si, es cierto – la apoya una compañera.

― En las cabinas, suena estridente – comenta otra.

― Yo creo que se necesitaría diversos canales para ecualizar distintas partes del local…

Sonrío. Se han integrado y ya están buscando propuestas. Maren me avisa de que el hombre del solitario con lo que le he pedido. Les pido a las chicas algunos cordones, o pañuelos largos, algo con los que poder atar. Entre todo lo que me ofrecen, elijo una comba y varios cordones largos.

Compruebo los clavos que ha traído. Están bien, largos y no muy gruesos. Le digo al gerente que se desnude. Me mira como si estuviera loco.

― ¡En cueros! ¡Ya! – le grito y tarda poco en satisfacerme.

Le ato unos cordones a la altura de los codos, apretándolos fuertemente, con la ayuda del mango del martillo. Son torniquetes que le están cortando el flujo sanguíneo. Utilizo la cuerda de la comba para hacer lo mismo debajo de las rodillas.

Tanteó la puerta de entrada al edificio. Es sólida, de recia madera. Pido a mis guardianes que le sujeten a pulso, los brazos extendidos. Sin hacer caso de sus gemidos, coloco un clavo en su antebrazo y con un par de martillazos, traspaso carne y madera. El grito casi me rompe un tímpano. Siento las chicas, detrás de mí, ahogar sus exclamaciones. Repito la misma faena con el otro brazo, dejándole clavado con los brazos extendidos y alzados por encima de sus hombros.

Ahora, le toca a sus tobillos. Estos le duelen más que los antebrazos. ¿Habré pillado el hueso? Peor para él. En unos pocos minutos, queda crucificado sobre la ancha puerta, con sus miembros formando aspas, en X. la sangre ha salpicado mis ropas y la madera, pero apenas gotea, debido a los torniquetes.

― Ahora, el último paso – le digo, cogiéndole la engurruñida polla. – A ver, necesito una voluntaria…

Una de las chicas avanza, empujada por sus compañeras, hasta ponerse a mi lado.

― Tienes que tirar de su polla, para que pueda clavarla sin que se le encoja como un matasuegras – le digo, mirándola a los ojos. — ¿Serás capaz?

Niega con la cabeza.

― ¿Alguna se ve motivada para hacerlo? – pregunto en voz alta.

Una de ellas, una morena de melenita recortada y ojos de gato, camina hacia nosotros, con determinación. Le aferra de la punta de la polla, estirando el pellejo. El hombre no deja de gemir, pues el dolor de sus miembros es muy superior al pellizco que le está dando en la polla.

Coloco el último clavo en el tallo, por debajo del glande. Procuro no dar con ninguna vena, y dejo caer el martillo. Se queja un poco, pero no tanto como creía. Paso uno de los cordones por la base de su pene, frenando la sangría. Me retiro unos pasos, pasando un brazo por los hombros de la voluntariosa morena, y contemplo mi obra.

“¿Te parece un buen ejemplo?”

― Una obra de arte. No me has defraudado en absoluto.

― Bien. Cuando las chicas empiecen el trabajo de la noche, – me dirijo al matón que jugaba al solitario – vendrás aquí y le descolgarás. Le llevarás al hospital y dirás que lo has encontrado así, en la playa.

― Si, señor.

― ¿Has escuchado? – abofeteo el rostro del gerente. – Disfruta de tu estancia en el hospital, por que será lo último que te paguemos. No aparezcas más por aquí, o clavaré también tu cabeza a la madera.

― Si… s…ssi… — jadea, sin fuerzas.

Según Maren, ya es demasiado tarde para salir hacia Barcelona, así que nos quedamos a dormir en un hotel cercano, para salir temprano a la mañana siguiente.

Este trabajo le viene de perlas a mi mentalidad de amo.

Me encanta el poder.

CONTINUARÁ…..

Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

Relato erótico: “En mi finca de caza (3.- El aperitivo)” (POR GOLFO)

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CAZADORMe estaba poniendo un whisky, cuando entraron las muchachas en el salón. Venían charlando Sin títuloanimadamente sobre temas triviales, Patricia se había recuperado gracias a los cuidados de María, y viendo el rubor en las mejillas de ambas, supe al instante el tipo de bálsamo usado. Lejos de ofenderme, el que sin mi consentimiento hubieran compartido algo mas que un baño, estaba contento, mis planes se iban cumpliendo al pie de la letra siguiendo la vieja práctica del palo y la zanahoria. Al verme se quedaron calladas, como esperando mi reacción. La sesión de sexo, que sin lugar a dudas habían disfrutado, les había sentado bien. Son dos pedazos de mujeres, tuve que reconocer al observarlas.
La ex de mi amigo, con sus treinta y dos años, se conservaba estupendamente, el camisón realzaba su silueta, con su profundo escote y la apertura hasta medio muslo desvelaba unos pechos firmes y unas piernas bien contorneadas. Era una mujer elegante, de la alta sociedad, que jamás se había dignado a mancharse las manos con un trabajo manual. Mi empleada en cambio, era una joven de veintitrés años, cuya mirada seguía conservando la lozanía de la niñez que se conjuntaba en perfecta armonía con un cuerpo de pecado, grandes pechos coronaban una cintura estrecha, y todo ello adornado por una piel morena que hacía resaltar sus ojos azules.
Paula rompió el incómodo silencio, preguntándome si deseaba algo mas, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, descubrí que no le apetecía estar presente cuando, con toda seguridad, castigara a Patricia. Le dije que se fuera a cumplir con sus obligaciones, sin sacarla del error, este no era el momento del castigo, tenía una semana para ejercerlo y ahora lo que me apetecía era disfrutar de la mujer, que hasta hace 24 horas compartía el lecho de Miguel.
Patricia, siéntate aquí-, le dije señalando un sillón orejero, -tengo que hablar contigo, pero antes, ¿quieres una copa?-.
Me contestó que si, que estaba sedienta, sin reconocer que lo que realmente estaba era muerta de miedo, al no saber que es lo que le tenía preparado. Haciéndola sufrir, tranquilamente le serví el cacique con coca-cola que me había pedido, tardando mas de lo necesario entre hielo y hielo, mezclando la bebida con una lentitud exasperante, de forma que su mente no podía parar de darle vueltas a que le depararía su futuro inmediato. Cuando terminé, lo cogió con las dos manos, dándole un buen sorbo, mi actitud serena la estaba poniendo cardiaca, no se esperaba este recibimiento. Poniéndome detrás del sillón, apoyé las dos manos sobre sus hombros. Ella sintió un escalofrío, al notar como mis palmas se posaban sobre ella, quizás temiendo por la cercanía de su cuello, que fuera a estrangularla. Esperé a que se relajara, antes de empezar a hablar, todos los detalles eran importantes, si quería que esa mujer bebiera de mi mano, debía antes desmoronar sus defensas. Cuando aceptó mi contacto, sobre su piel, empecé a acariciarle sus hombros, eran unas caricias suaves casi un masaje, nada parecido a como la traté en la dehesa. Patricia no sabía a que atenerse, me tenía miedo pero en ese momento le recordaba, no al salvaje que la había denigrado, sino al amigo que conocía desde que era una adolescente.
Mis carantoñas no cesaron cuando, con voz seria, comencé a hablarle al oído.
Pati, estoy enfadado contigo, por que ayer me trataste de engañar, cuando me mentiste diciendo que tu marido te maltrataba-, intentó protestar al oírlo, pero la corté por lo sano apretando un poco mas de lo necesario su cuello,-no sé que es lo que intentabas con ello, porque tarde o temprano me iba ha enterar. Solo se me ocurre, que tratabas de seducirme antes de que eso ocurriera-, la tensión con la que escuchó mi comentario era la confirmación que necesitaba,-pero quiero que sepas que no era necesario, ya que desde niño me has gustado, y solo el hecho que estuvieras con Miguel, evitó que me declarara-, estaba mintiendo pero ella no lo sabía, y creyéndome se relajó, lo cual lo tomé como señal para profundizar mis caricias, bajando despacio por su escote, -ya sabes y si no te lo digo yo, por que no quiero que haya malos entendidos, que María es mi amante, y que creo que le gustas-, en ese momentos mis dedos jugaban con el borde de sus aureolas,-creo que le gustaría tenerte en mi cama, compartiendote conmigo-, los pezones de la muchacha estaban duros al tacto cuando me apoderé de ellos pellizcándolos tiernamente, la excitación se había extendido ya por su cuerpo ,- somos una pareja abierta, por eso te propongo que te unas a nosotros-.
Sin darle tiempo a responder, la levanté del sillón , abrazándola mientras mis labios rozaban los suyos, Patricia me respondió con pasión besándome mientras me despojaba de la camisa. Sus manos no dejaron de recorrer mi pecho, cuando su boca mordió mi cuello, ni cuando sus caderas se juntaron a mi, buscando la cercanía de mi sexo. Estaba en celo, el relato de María, la atracción que sentía por ella y mis arrumacos se le habían acumulado en su cabeza, y necesitaba desfogar ese deseo. Sin mas preámbulos, se arrodilló abriéndome el pantalón, dejando libre de su prisión a mi pene. Sonrió al ver su tamaño, le hizo sentirse una mujer deseada. No se había dado cuenta de lo que añoraba a un hombre que le protegiera hasta que se lo había oído decir a mi empleada, yo podía ser ese hombre, y no iba a desperdiciar la oportunidad. Su lengua empezó a jugar con mi glande, saboreando por entero, a la vez que su mano acariciaba toda mi extensión.
Era una gozada verla de rodillas haciéndome una felación, notar como su boca engullía mi sexo, mientras su dedos acariciaban mi cuerpo. Pero ahora quería mas, por lo que obligándola a levantarse, la tumbé encima de la mesa, y desgarrándole el camisón, la dejé desnuda. Me miraba con deseo mientras me despojaba del pantalón, y se le puso la carne de gallina cuando bajándole el tanga, empecé a jugar con su clítoris.
-¿Te gusta?, verdad putita-, le dije mientras proseguía con mis maniobras.
-¡Si!-, con la voz entrecortada por la excitación, –¡házmelo ya!.
Estaba en mis manos, con un par de sesiones mas esta mujer sería un cachorrito en mi regazo, y con la ayuda de María la convertiría en esclava de mis deseos, todo en ella me pedía que la penetrara, sus ojos, su boca, el sudor de sus pechos revelaban claramente la fiebre que sentía. Separando sus labios con mis dedos, puse la cabeza de mi glande en la entrada de su cueva, a la vez que torturaba sus pezones con mi boca.
Por favor-, me gritó pidiéndome que la penetrara.
Muy despacio, de forma que la piel de mi sexo fuera percibiendo cada pliegue, cada rugosidad de su vulva, fui introduciéndome en su cueva, en un movimiento continuo que no paró hasta que no la llenó por completo. Patricia entonces empezó a mover sus caderas, como una serpiente reptando se retorcía sobre la tabla, buscando incrementar su placer. Gimió al percibir como mi pene se deslizaba dentro de ella incrementando sus embistes, y gritó desesperada al disfrutar cuando mis huevos golpearon su cuerpo como si de un frontón se tratara. Previendo su orgasmo, la penetré sin compasión, mientras que con mis manos apretaba su cuello, cortándole la respiración, ya que la falta de aire, incrementa el placer en un raro fenómeno llamado hipoxia. Ella no sabía mis intenciones, solo notaba que no podía respirar, por lo que se revolvió tratando se zafarse de mi abrazo, pero la diferencia de fuerza se lo impidió, y aterrorizada pensaba que iba a morir, mientras desde su interior, una enorme descarga eléctrica subía por su cuerpo, explotando en su cabeza. Y como si de un manantial se tratara, su cueva manó haciendo que el flujo de su orgasmo envolviera mi pene. Al sentirlo, descargué dentro de ella toda mi excitación, mientras ella, con sus uñas, desgarraba mi espalda, exhausta pero feliz de lo que había experimentado.
La cena esta lista-, desde la puerta nos informó María, que por el color de su cara y el brillo de sus ojos , debió de ser participe como vouyeaur de nuestras andanzas. “Seguro que había estado mirando, y se le ha mojado su tanga”, pensé al verla.
El camisón estaba desgarrado por lo que se puso una camisa mía, al querer ponerse bragas se lo impedí, todavía no había hecho lo honores a su culito, y aunque había aliviado parte de mi calentura, algo me decía que no era suficiente. Con mi empleada, abriendonos paso, fuimos al comedor donde estaba preparada la cena. Sobre la mesa, tres lugares, sin preguntarme había decidido que ya era un hecho nuestro trío, cosa que me molestó porque aunque fuera verdad, no me gustaba que lo diera por entendido. Si quería jugar, jugaríamos, pero según mis normas y siguiendo mis instrucciones.
María, creo que me debes una explicación-, me miró asustada, sabía que la había descubierto y que se avecinaba un castigo,-¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?-.
Nadie-, me contestó, y sin necesidad de que le dijera nada mas, se fue desnudando con Patricia alucinada por que no entendía nada. Cuando hubo terminado, se arrodilló en la alfombra, dejando su trasero en pompa, de forma que facilitara el castigo. La ex de mi amigo intentó protestar pero al ver mi mirada, decidió callarse no fuera a recibir el mismo tratamiento.
Saqué entonces de un cajón una fusta y cruelmente le azoté el trasero. Recibió la reprimenda sin quejarse, de su boca solo surgieron disculpas y promesas de que nunca me iba a desobedecer otra vez. Las nalgas temblaban, anticipando cada golpe, pero se mantuvo firmemente sin llorar hasta que decidí que era suficiente.
Patricia estuvo todo el rato callada, en su cara se le podía adivinar dos sentimientos contradictorios, por una parte estaba espantada por la violencia con la que había fustigado a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado, ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa, y sus nalgas coloradas por el tratamiento, había humedecido su entrepierna.
Acercándome y acariciando ese trasero que tantas alegrías me había dado, no pude dejar de sentir pena, y agarrando la botella de vino blanco que estaba en la mesa y sirviéndome una copa, pregunté:
Pati, ¿te apetece una copa?-, que le ofreciera de beber, la dejó fuera de juego, pero como tenía la garganta seca por el miedo, me respondió afirmativamente.
Esas nalgas necesitaban ser enfriadas, por lo que derramé una buena cantidad de vino sobre ellas y cogiendo del pelo a la rubia le ordené que bebiera. Obedientemente, empezó a sorber el liquido, que goteaba por su trasero, al principio despacio temiendo el hacer daño a la criada, pero el cuidado con el que pasaba la lengua sobre su atormentada piel, provocó que unos pequeños gemidos de placer surgieran de la garganta de la muchacha. Patricia al escucharlos, sintió como su vulva se alteraba, y sus incursiones se fueron haciendo cada vez mas atrevidas, con sus manos abrió los dos cachetes, para que le resultara mas fácil el obtener con su boca las gotas de vino que se habían deslizado por el canalillo de María. Cuando empezó a recorrer el inicio de su escroto, no se pudo aguantar y sin ningún recato le pedía que siguiera, que le encantaba el notar la humedad de su lengua en su hoyo secreto. Estaban excitadas y listas, una mujer adolorida siendo consolada por otra, me enterneció, por lo que pregunté a mi criada:
-¿Te llegaste a correr antes?-
No, ¡Te lo juro!-, me contestó con la voz entrecortada por el calor que sentía.
-Túmbate-, le ordené, y reacomodándolas, puse su pubis en disposición de ser devorado por la mujer.
Esta se lanzó como una fiera sobre él, y separando con los dedos los labios inferiores, se apoderó del su clítoris, mientras que con la otra mano, le acariciaba los pechos. María estaba recibiendo el premio a su fidelidad, después de su merecido castigo, su amante la recompensaba otorgándole el placer de ser reconfortada en lo mas íntimo, su ojos me miraban con deseo y gratitud, mientras sus piernas se abrazaban a la mujer, sus senos eran acariciados y su sexo se licuaba entre lamida y lamida. La visión del culo de Patricia, mientras proseguía comiéndose a mi criada, me devolvió a la realidad, apeteciéndome ser participe de esa unión.
Busqué algo que me sirviera, sobre la mesa una botellita con aceite de oliva era perfecto, por lo que separándole las nalgas a mi amiga deposité unas gotas sobre el inicio de su trasero. Ella al sentir el contacto de mis manos, levantó su trasero sabiendo que era inevitable. Con mi mano lo extendí, concentrándome en su agujero virgen, aunque se lo mereciera no quería excederme cuando hiciera uso del mismo, de forma que fui relajándolo con un masaje, ella respondió como una loca mis caricias, sus dientes se apoderaron del botón de placer de María, mientras sus dedos empezaban a someter a la vagina de la mujer a una mas que deseada tortura. Con mi criada a punto de explotar, decidí que era hora de romperle por primera vez su escroto, por lo que poniendo mi pene en la entrada trasera de la mujer, de una sola embestida introduje mi extensión dentro de ella. Gritó de dolor, pero no intentó zafarse de mi agresión. Y tras breves momentos en los que dejé que se acostumbrara a mi grosor dentro de ella, comencé con mis embestidas. Completamente llena, se había olvidado que tenía que seguir consolando a María, por lo que esta tirándole del pelo, volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo, manteniéndola en esa posición sujetándole la cabeza con sus dos manos.
Era nuestro objeto de placer, no podía dejar de lamer y mordisquear el clítoris de mi amante, mientras yo estrenaba su culo. Babeando notó que la mujer que se estaba comiendo, estaba cercana al climax, iba a ser la primera vez que una hembra se corriera en su boca, por lo que aumentó el ritmo de sus caricias, al sentir los primeros espasmos de placer de la muchacha. Recibió ansiosa el río ardiente de la mujer, era nuevo para ella el sabor agridulce del flujo, pero tras una sorpresa inicial, como posesa buscó no desperdiciar ni una gota de ese regalo liquido, bebiendo y absorbiendo mientras su propio cuerpo dejaba de sufrir por mis incursiones y mas relajada empezaba a disfrutar de mis movimientos. María, satisfecha se levantó para ayudarme con la muchacha, y poniéndose debajo mío, separó sus labios, introduciéndole dos dedos en su vulva.
Patricia no se podía creer ser sodomizada y follada a la vez, y ya sin ningún recato, gritaba que siguiéramos, que era una puta, pero que no paráramos. Sus caderas se movían sin control, buscando el placer doble que le provocaban los dientes de mi criada sobre su clítoris y mi pene rompiéndole su virgen culo. Tuve que intervenir, sujetándole por la cintura, acomodé sus movimientos a mis penetraciones, no quería que se desperdiciara esa primera vez, por la descoordinación de nuestros cuerpos. Ella no entendió este parón, por lo que me exigió que siguiera, recibiendo un azote como respuesta.
Tranquila-, Volví a recomenzar mis penetraciones, sintiendo como toda mi extensión recorría su ano,- muévete solo cuando te lo ordene-, comprendió que es lo que quería cuando mi mano cayó por segunda vez sobre sus nalgas,-¡Ahora!-.
Era una buena aprendiz, sus caderas se acomodaron al ritmo , siguiéndole marcado por mis manos sobre su trasero. Estábamos en perfecta armonía, empujando al recibir los azotes, recibiendo mi extensión a continuación. Inmediatamente. Poco a poco fuimos incrementando la cadencia, hasta que nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno. María, que no dejaba de introducir sus dedos en ella, cambio el objetivo de su boca, empezando a jugar con mis testículos cada vez que estos se acercaban a su lengua.
Patricia, apoyó su cabeza contra la alfombra, cuando desde su interior como si fuera una llamarada su cuerpo se empezó a convulsionar de placer, y derramándose en un torrente de líquido que recorrió sus muslos, cayó agotada sobre el suelo, mientras ya encima de ella, proseguí introduciendo mi pene en sus entrañas, excitado por sus gemidos. María me besó dejándome que mi lengua se introdujera en su boca, acelerando mi excitación. Era el dueño, tenía a mis dos mujeres donde yo quería, y tras unos breves pero intensos momentos, exploté dentro de la rubia, mientras besaba con pasión a mi criada.
Caí agotado, pero satisfecho, escoltado por dos bellezas, una a cada lado, rubia y morena, diferentes, pero ambas mías. En cuanto me hube recuperado un poco, me puse en pié exigiendo mi comida, las muchachas me dijeron si no me había saciado suficiente, y cabreado les aclaré:
Esto fue un aperitivo-, en sus caras su felicidad era patente,- el banquete será esta noche en la cama, pero ahora quiero cenar-, y viendo que se sentaban en la mesa, agregué mientras cortaba el filete,-¡El servicio come en la cocina!-.

Relato erótico: “Destructo: La herejía más bella” (POR VIERI32)

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I

Sin títuloTras el coro, la noche en Paraisópolis se volvió fría, pero la joven Perla no lo sentía en absoluto mientras caminaba por las vacías calles de la ciudadela. Estaba metida en sus adentros, observando su sombra extenderse por el empedrado del suelo, que variaba de forma y tamaño durante su caminar, transformándose constantemente por la luz de la luna sobre ella.

La sombra había menguado y parecía proyectar a la niña que fue una vez. Aquella Querubín que había traído esperanza con su llegada, que pronto daría una respuesta a los miles de ángeles de la legión, una respuesta que no tenía ni le importaba no tener. Aquella que saboreó el poder que conllevaba ser el ente superior de la angelología, que abusaba de su estatus porque aún no era capaz de percibir la responsabilidad que venía con el cargo. Siempre consentida, siempre altanera.

Dobló una calle y la sombra de su figura, ahora alta y atractiva, se proyectaba en las paredes de las casonas. Creció, pero descubrió que su estatus implicaba un compromiso demasiado grande. Se había convertido en una joven que poco a poco era consumida por el estigma de ser una Querubín sin respuestas, una enviada que ahora sentía el peso de las miradas afligidas de los ángeles.

Pero ahora notaba que en la sombra destacaba la hoja de su sable. Creía fervientemente que se había convertido en un ángel poseedora de la fuerza necesaria para vencer a cualquier enemigo que se le cruzara. Ahora podría derrotar a Destructo, pensaba, y consolar con ello a la legión.

“Cuando Destructo venga, seré quien deba ser”, concluyó.

Perla había llegado a una peculiar fragua montada en las afueras de Paraisópolis, repleta de ángeles yendo y viniendo entre el humo y el olor a acero templado; era extraño tanto movimiento de noche, pero tenía la certeza de que cierta persona estaría allí, seguramente reparando armas o aconsejando a otros sobre el uso de espadas.

—¡Durandal! —gritó, abrazando con fuerza su sable. “Ya sé quién seré”, sonrió para sí. Ahora tenía entre sus pechos un filoso motivo para alegrar a la legión y, por sobre todo, para alegrarlo a él, el esquivo y severo ángel a quien admiraba. Tal vez, pensaba ella, si Durandal notara que ahora Perla era capaz de defenderlos de Destructo, entonces la vería con otros ojos.

En la fragua, en medio del humo y de los estudiantes que se giraron para verla, se encontraba el Serafín. Algunos susurros se oyeron entre sus pupilos, pues no esperaban que alguien como la Querubín, todo un símbolo de la facción contraria, se presentara. No obstante, Durandal hizo caso omiso al murmullo generalizado: Perla no sabía nada de rebeliones ni de facciones, por lo que, apartando a sus propios estudiantes, se acercó al encuentro.

—Buenas noches, ángel —cabeceó como saludo, observando ese sable que abrazaba tontamente.

—Durandal, te busqué por la plaza, ¿acaso no has ido al coro para escucharme? —inmediatamente los murmullos tras él aumentaron. A la joven Perla no le importaba las voces, pero aquella inocente pregunta derrumbó, a los ojos de los estudiantes, un par de mitos acerca de la regia figura del Serafín.

—¿En serio ha ido al coro de esta noche, maestro? —preguntó uno de sus pupilos.

Durandal giró la cabeza para observarlos. Orfeo se encontraba entre ellos, algo disgustado en su gesto; su estudiante más aventajado no comprendía por qué el Serafín dialogaba con la Querubín. Los demás lucían entre divertidos y confundidos, pues no era común ver a adusto maestro charlando amenamente con un ángel, como si no hubiera una rebelión en cuestión de horas.

—¿No tenéis nada mejor que hacer? —protestó el Serafín.

—La verdad es que no, maestro —respondió otro, reprimiendo una carcajada.

—Durandal —insistió Perla, avanzando un tímido paso—. Prometiste que irías.

—¡Oh, lo ha prometido! —clamó otro ángel en la fragua.

—Os estáis tomando demasiada confianza con vuestro maestro, ¿no es así? —Durandal volvió a protestarles.

—¿A qué has venido? —preguntó Orfeo, algo brusco en su tono, mientras posaba una espada sobre un yunque para martillearla con fuerza pero destreza. A diferencia de Durandal, Orfeo aún veía a la Querubín como la causante del retraso de sus planes de libertad. Pero ahora, tras varios años de su llegada, ya poco importaba, esas cadenas que una vez les ligaron a los dioses, pronto se romperían.

Perla abrió la boca, pero se había olvidado completamente para qué había caminado hasta allí; sentirse a merced de aquella dura mirada del Serafín la había superado completamente.

—Esa no es forma de llevar un sable, ángel —Durandal ladeó el rostro, esbozando una ligera sonrisa.

Perla abrió los ojos cuanto pudo y retrocedió un paso; aquello era un gesto idéntico al de Curasán cuando Celes le ofrecía sus pechos durante sus furtivos encuentros en el bosque. Esa media sonrisa, esos ojos pícaros, esos labios que, tal vez, tan pronto la desnudara, aprisionarían fuertemente uno de sus pezones. “Me… ¿me los está mirando?”, pensó entre confusa y vanidosa, pues creía estar resaltando atributos que le atraían al Serafín.

Sus senos, en comparación a los de su guardiana, no eran tan grandes, y ese varón que admiraba no tendría mucho por dónde agarrar. Tragó saliva y meneó su cabeza; era imposible que el Serafín estuviera haciendo algo tan perverso como observarla de esa manera, por lo que en un fugaz destello, recordó para qué había ido hasta la fragua.

—¡Ah! ¡Funda! He venido a por una funda, Durandal —apartó su arma de entre sus pechos para mostrársela.

—¿Acaso es tuya? —la arrebató de sus manos, levantándola al aire, ladeándola para ver la inscripción—. Es una espada preciosa. No hay muchas hembras que blandan una, por no decir ninguna. Todas prefieren la arquería con Irisiel, o se alejan de los combates y prefieren el coro, la recolección de frutas o la jardinería.

—¡Es mía! —afirmó hinchando el pecho, extendiendo ligeramente sus alas en una acto de orgullo—. Con mi maestro he entrenado esgrima, pero hace poco que reclamé ese sable. Durandal… mi deseo es calmar vuestra angustia con esta espada.

—Ya veo. “Destructo”, ¿no es así? —recordó que la joven deseaba derrotar al ángel de las profecías. Pero el peso de proteger a la legión recaía sobre los Serafines y sus estudiantes, no era algo que precisamente le correspondiera a Perla; no obstante, decidió callárselo para no desanimarla, pues estaba al tanto de que ya había sufrido bastante de su estatus de Querubín—. Es un motivo noble. Te buscaré una funda.

Durandal volvió a la fragua con el sable en su mano, rebuscando en la mesa de trabajo alguna funda para espada curva, con correas y asas de sujeción. Fue en ese momento cuando Orfeo dejó sus instrumentos para acercarse al Serafín, apartando a sus compañeros de en medio.

—Maestro, esa hembra es a quienes los otros ángeles llaman Querubín.

—Yo veo un ángel común y corriente, Orfeo —midió una de las tantas fundas con el sable de Perla. Era un arma muy grande, por lo que siguió buscando otra—. ¿O tú no la ves así?

—Maestro, de todos los días que podría haberlo hecho… —insistió en voz baja. A sus ojos, la Querubín era la única en toda la legión que no conocía el dolor que sintieron ellos ante la muerte de sus camaradas en la rebelión de los Arcángeles. Alguien como ella, viva imagen de la esperanza de la vuelta de los dioses que él detestaba, no merecía ningún tipo de atención, menos cuando ya estaban templando las últimas espadas para armarse—. ¿Cree conveniente hablar con ella en una noche como esta?

—Tranquilízate, Orfeo —lo tomó de un hombro para serenarlo—. Solo desea una funda.

Volvió junto a la joven Perla, enfundando el sable frente a sus sorprendidos ojos verdes; era una vaina de cuero de largos lazos de sujeción.

—Hay muy pocas que le queden bien a tu espada, es algo grande, pero esta le va perfecta. Si no te gusta el diseño puedo buscarte otra. Lamentablemente no tendremos tiempo de confeccionarte una.

—Me encanta —dijo agarrándola fascinada, volviendo a abrazarla—. Muchas gracias, Durandal.

—No vuelvas a abrazarla —ordenó, tomándola de los hombros para girarla. Notó que la túnica de la Querubín era distinta a las de diseño entubado que solía ver en los demás ángeles; llevaba una camisa de tiras que desnudaba una espalda atractiva y sugerente. Y enmarcada por una falda de corte diagonal, notaba una cintura de tímidas curvas que por un momento le recordaron a Bellatrix. Entonces, apartó delicadamente sus alas, presto a hacerle un lugar a la funda.

Perla se había paralizado sintiendo la cálida mano del Serafín. Al sentirlas sobre sus hombros dio un respingo de sorpresa, pero cuando esas manos acariciaron suavemente sus alas, la joven fue invadida por ese calorcillo en el vientre que tanto placer le causaba. “¡Mi-mis… mis alas!… ¡Está tocándome mis alas!…”, pensó nerviosa, acariciándose sus labios con la yema de sus finos dedos, con la mirada perdida.

—Esta funda tiene dos correas —Durandal apartó de su mente aquellos recuerdos del cuerpo de su amada, y continuó con la labor—. Esta primera es para llevarla aquí —hábilmente rodeó dicha correa en la cintura de la hembra. Se recreó, contrario a lo que se pudiera esperar, de las curvas de la Querubín, levantando ligeramente el borde de su camisa para rozar esa suave y cálida piel. Solo para recordar, solo para revivir por un breve segundo cómo era aquella sensación de palpar a una fémina.

—Pe-pensarás que soy torpe —susurró suavemente ella, llevándose un mechón de pelo tras la oreja para dejarle ver su cuello, imitando a conciencia a su guardiana Celes.

—Ya te acostumbrarás —atenazó la pequeña cintura con sus brazos para asegurar la correa mediante la hebilla, cerca del vientre. Fue breve, pero bastó para deleitarse del dulce aroma que desprendía su cabellera. “Probablemente…”, pensó Durandal, cerrando los ojos. “Probablemente se bañe en ese lago en las afueras de Paraisópolis”, concluyó, recordando aquel mismo lugar donde se reunía con su antigua amada.

—S-sí… es… cuestión de practicar… —Perla había quedado completamente demolida. Sentía la respiración del Serafín, tibia pero ardiente, sobre su expuesto cuello, y esos fuertes brazos rodeándola, ajustando el cinturón. Ni en sus más tórridas fantasías, en la privacidad de su casona, imaginó posible algo tan tenso y excitante.

—Esta otra correa la debes cruzar sobre uno de tus hombros —Durandal luchaba por aparentar serio. Al cruzarle la correa, la volvió a girar para ajustarlo todo a la hebilla del cinturón. Levantó la mirada y notó esas mejillas sonrojadas, esa sorprendida mirada de ojos verdes, esos finos labios humedecidos que le resultaban atractivos. Para colmo, la correa se hacía lugar entre sus tímidos senos, apretujando la tela y resaltándolas.

Parecía que Perla en cualquier momento encendería aquella mecha que solo Bellatrix fue capaz de despertar en el Serafín.

—¿Has… —Perla acarició su cuello, palpando la zona donde Durandal había entibiado sin querer con su respiración—, has ido al coro o no?

—He ido—susurró, aprovechando el cercano sonido de acero hirviendo entrando al agua, no fuera que sus alumnos lo escucharan.

Pero la sonrisa de la Querubín lo delató a sus pupilos. Se alisó su camisa, ahora demasiado ceñida debido a la correa, avanzando otro tímido paso hacia el Serafín; el ser más esquivo de los Campos Elíseos había cumplido su promesa y parecía que al menos era posible forjar una amistad. Con los ojos cargados de ilusión, Perla preguntó:

—¿Te ha gustado mi canción?

Durandal giró disimuladamente la cabeza para ver a sus alumnos, pues no estaba cómodo con su papel de Serafín sensible. Absolutamente todos escuchaban atentos; desconocían ese lado de su maestro y la curiosidad les carcomía. Aunque, huérfanos de deseos carnales como eran, no podían verle otras intenciones. Orfeo, solo él, seguía trabajando en la fragua, pues no soportaba la sola presencia de Perla.

—Durandal, he estado practicando muchísimo. Yo… incluso sé otras canciones.

—Estoy seguro de que gustarán a la legión. Tienes una gran voz, ángel.

—Llámame Perla —agregó sin poder disimular su sonrisa, doblando las puntas de sus alas—. Practico en el lago, con mis amigas. Podrías… podrías venir una tarde…

Segundos. Lo sabía él. Solo bastaban unos pocos segundos más viendo esos ojos, esa boca entreabierta de labios húmedos, ese aroma de hembra que recordaba su pasado; solo unos segundos y volvería a abrirse esa grieta dentro de su corazón que dejaba colar deseos que despertarían su cuerpo de varón como antaño. Lo sabía él, anhelaba volver a experimentarlo, pero esa noche apremiaban otras acciones más importantes.

—Perla. Tienes una gran voz, y también una funda que te queda perfecta entre tus alas. Pero si me permites, tengo que volver.

La joven había experimentado tantas sensaciones nuevas en tan poco tiempo que no deseaba que él se alejara. No le importaba estar rodeada de ángeles, era la primera vez que se encontraba tan ensimismada que le pareció, durante ese breve lapso junto a él, que los Campos Elíseos habían desaparecido por completo. Deseaba aferrarse a esa sensación que la tenía hirviendo, que exigía que metiera su mano bajo su falda… “O tal vez su propia… su propia mano”, pensó resoplando, imaginándose desnuda a orillas del lago mientras el Serafín palpaba suavemente todos sus secretos.

—¡Durandal! —insistió, avanzando un paso firme hacia adelante—. ¿Vas a algún tipo de entrenamiento nocturno? ¿No… no te gustaría que te acompañe?

Era evidente que ella no estaba al tanto de la rebelión. Esa noche no habría clases de ningún tipo, sino que se reuniría con su legión en las islas para huir juntos de los Campos Elíseos. No obstante, Durandal imaginó cómo sería tenerla en sus filas, a aquella que una vez fue Querubín a los ojos de toda la legión, a aquella a quienes muchos ángeles la seguían viendo como la esperanza de la vuelta de los dioses. Si Perla lo seguía hasta el reino de los humanos, probablemente muchos otros ángeles también se les unirían. “Me ganaría la confianza de otro tercio de la legión, seguramente”, pensó. “Aunque estaría usando ese título de Querubín que tanto desprecia ella”.

—Creo que deberías volver con tu guardiana, Perla.

—¿Mi guardiana?

—Tu guardiana —Durandal se volvió junto a sus alumnos en la fragua, despidiéndose con un gesto de mano al aire—, la que está tras la columna de aquella casona, espiándonos desde que viniste. Te deseo unas buenas noches.

Completamente alicaída por la despedida, se palpó por última vez el cuello, sintiendo esa tibieza que dejó la respiración del Serafín sobre su piel. Suspirando, y algo enrojecida, retrocedió hasta llegar a la columna donde Celes aguardaba pacientemente con un gesto de incertidumbre.

Desde su improvisado escondite, la guardiana había notado los gestos de Perla; el alisarse la cabellera, el mojarse los labios, algún levantamiento rodilla, los susurros y el mostrar cuello; le parecía que su protegida estaba imitando sus propias armas de seducción. Aún desconocía que la Querubín tenía por pasatiempo espiarla en el bosque, durante sus ardientes encuentros con Curasán.

“Debo estar imaginando cosas, ¡es solo una niña!”, concluyó, viéndola acercarse.

—¿Has oído todo, Celes? —preguntó Perla, quien al llegar, buscó la mano de su protectora para enredar sus dedos entre los de ella.

—Bu-bueno, un poco de todo, mi niña —con la otra mano, Celes apartó algunos mechones de su protegida que cayeron hacia la funda—. Es un regalo precioso el que te ha dado, pero creo que va a ser mejor que te corte un poco el cabello. Va a ser molesto sacar y meter el sable si se meten mechones en la funda.

—Está bien. Daritai no dirá nada, pero seguro que le sabrá mal si me quito la trenza, así que se queda.

La guardiana notó que el rostro embriagado de su pequeña hermana no cedía; dedujo que la charla con el Serafín había ido mejor de lo que esperaba. Tirando de su mano, volviendo a Paraisópolis, intentó sacarla de sus adentros.

—Ahora que tienes una funda, ¿por qué no vamos a mostrársela al Trono luego del corte de cabello?

—No es mala idea. ¿Qué crees que dirá Nelchael cuando me vea con este sable?

El líder de la legión nunca había mostrado mucho apoyo a la idea de que la Querubín entrenara desde tan pequeña, pero estaba acostumbrado a consentirle absolutamente todo para martirio de Curasán y Celes. Fuera el entrenamiento, fuera una casona propia cuando había crecido. El viejo Nelchael se excusaba con el hecho de que al ser superior de la angelología no se le podía negar nada, aunque sus guardianes sospechaban que mimarla y contentarla era su debilidad.

—¿Crees que Nelchael aceptaría un duelo contra mí, Celes? —se apartó para desenvainar su sable torpemente, peleando contra la funda y sus alas, pues aún no estaba acostumbrada.

—Esto… —empezó a jugar con sus dedos, viendo que a su pequeña hermana aún le faltaba algo de práctica en el manejo del sable. Además, el Trono no fue creado para luchar, sino para liderar legiones; habilidades de lucha no las tenía en exceso, y menos con un cuerpo como el que poseía el viejo líder—. No creo que el Trono sea ese tipo de ángel, Perla. Pero primero ese corte, que lo llevas largo.

II. 3 de Septiembre de 1260

El viaje fue largo y poco placentero como era de esperar. Soportando el calor abrasador y alguna tormenta de arena, los dos emisarios representantes del ejército mongol llegaron hasta las afuera de la ciudad de Acre, del Reino de Jerusalén, desde donde ya se notaban las mezquitas resguardadas celosamente tras las grandes murallas, además de los francos de la Séptima Cruzada Cristiana quienes patrullaban diligentemente por donde sea que mirasen Sarangerel y Roselyne.

Aunque fueran dos enviados, a la vista de muchos soldados y transeúntes se trataban más bien de un emisario mongol acompañado de una enigmática mujer de cabellera dorada como el sol. Aun en las afueras, cabalgando a paso lento entre las caravanas y comerciantes que iban y venían de la urbe, el guerrero sentía una infinidad de miradas posarse sobre la pareja, pero no le parecía precisamente por tener de compañía a tan llamativa acompañante. Fuera la poca amabilidad en el trato por parte de los francos o los murmullos que oían al pasar, el ambiente no era precisamente el que Sarangerel esperaba.

Tal vez Roselyne hubiera percibido algo si no fuera porque todos sus sentidos estaban enfocados en la reunión con el Rey Luis IX de Francia, que tendría lugar en el Castrum. Estaba consciente de que para lograr su objetivo debía alejarse de Sarangerel cuanto antes, no fuera que su deseo de asesinato, de lograrse, fuera visto como un complot de los mongoles.

Pero tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no notó que Sarangerel había detenido su caballo ya desde varios pasos atrás, con la mirada perdida hacia un costado de las murallas exteriores de Acre.

—¿Qué sucede, Sarangerel? ¿No vamos a entrar a la ciudad?

—Es como si en cualquier momento Odgerel fuera a venir para decirme que el aire está viciado. Aunque no soy de darle la razón porque todo lo exagera, lo cierto es que aquí tengo la misma sensación que tuve cuando fuimos a El Cairo para reunirnos con el Sultán Qutuz.

—Si te preocupan los murmullos de los soldados francos, te confieso que han estado comentando y preguntándose cómo es posible que un guerrero mongol esté acompañando de una occidental. Tierra Santa está llena de necios, haz oídos sordos.

—Escúchame, mujer, la armadura de cuero te sienta bien, pero ahora que tendremos la protección de las murallas de la ciudad sugiero que te la quites.

—¿Acaso ya deseas tocarme? —preguntó haciendo una mueca cómplice.

—No hay motivos de peso para creer que seremos recibidos con hostilidad, es una precaución. Ponte una túnica y guarda distancias conmigo.

—Admiro tu deseo de protegerme, pero creo que estás preocupándote demasiado. La comodidad de la ciudad nos reanimará, estoy segura.

Pero Sarangerel se encontraba intranquilo. Notó una cantidad considerable de tiendas montadas hacia un costado de las murallas exteriores de Acre, de confección beduina: rectangulares, bajas pero extensas, con pelos de camello como cobertores; sin duda pertenecían a los mamelucos puesto que eran visiblemente diferentes a las tiendas que solían montar los francos en las afueras de Damasco, que además no dudaban en engalanarlo todo con los símbolos del cristianismo.

¿Pero cómo era posible ver montado todo un campamento mameluco en las afueras de Acre, cuando sus más acérrimos rivales eran los cristianos que ocupaban dicha ciudad? Aquello debería causar un revuelo entre los cruzados y los ciudadanos, situación que no se daba de ninguna manera. Para colmo, los francos de la Cruzada parecían más bien incómodos ante la presencia del mongol que de aquel asentamiento mameluco.

—Cambio de planes, Roselyne —Sarangerel retomó la cabalgata—. Volvamos a Shomrat.

—¿Ese pueblo? ¿Acaso sospechas de que habrá problemas en el Castrum?

—Te cambiarás de ropa allí y me seguirás desde lejos. Perderemos medio día como mucho. Mejor que perder la vida.

—¿Per…? ¿Perder la vida, has dicho? ¿No estás siendo exagerado? —preguntó, siguiéndole la cabalgata. “Y pensar que ya estábamos por entrar”, se lamentó.

A casi doscientos leguas de distancia, hacia el este de Acre, tras cruzar del Río Jordán, el ejército mongol acampaba en la llanura de Esdrelón, entre las montañas Gilboa y las colinas de Galilea, por orden del general Kitbuqa Noyan, quien percibía en la mayoría de los rostros de su vasto ejército el cansancio, efecto del fuerte sol. La ciudad de Jerusalén estaba a solo dos días, y antes de que cayera la noche ya deberían llegar los francos para unirse al batallón.

Incontables tiendas empezaban a ser armadas a lo largo y ancho del valle de Ain Jalut, y el ajetreo recordaba al de las grandes ciudades.

Acercándose a la reunión de los comandantes y el general Kitbuqa, celebrada en la tienda principal, Odgerel se mostraba intranquilo. Los mongoles se habían forjado una fama en las estepas, donde utilizaban la flora como medio de ocultación, además de aprovechar los espacios abiertos para flanquear al enemigo con sus temidas tácticas de asedio constante, pero en el desierto, terreno principal de batalla, su conocida movilidad estaría más limitada ante enemigos que se desempeñaban mucho mejor con rápidos caballos y hábiles guerreros.

—Os saludo, camaradas. Un campamento gigantesco y estupendo —dijo al llegar a la reunión—. Pero… el aire está viciado, ¿no lo creen?

—Tranquilo, Odgerel —Kitbuqa Noyan se levantó para acercarle un cuenco de kumis, plato que ya había repartido entre los comandantes como tradición—. Tienes el comando ahora, deberías mostrar más temple ante tus guerreros. Guíalos con mano firme, guerrero, te necesitan.

—Yo necesito prostitutas jóvenes, General Kitbuqa. Mal acostumbrado que quedé en Damasco…

—Deja de preocuparte. Si te has fijado, de camino se nos han unido más de quinientos armenios de Cilicia para prestar ayuda. Solo debemos esperar a los francos de la Cruzada. La alianza es la clave para la victoria.

—¿Armenios? Tengri nos ha bendecido, sin duda. No sabes cómo me complace tener a quinientos campesinos de nuestro lado, general —ironizó, bebiendo el kumis.

El trotar de una rápida cabalgata interrumpió la reunión; un jinete atravesó el campamento mongol, levantando polvareda y dudas a partes iguales, sorteando cuanto soldado se interpusiera en su camino, hasta llegar a la gran tienda donde charlaban los altos mandos. Enviado para recibir a los francos y guiarlos hasta el campamento, era raro que se lo viera pasmado como en ese momento pues su ruta carecía de peligros. Sudaba, estaba agitado.

—¡Kitbuqa! —el joven tomó respiración, bajando de su animal y casi cayendo debido a su apuro—. ¡General Kitbuqa!

—Respira, joven —tranquilizó el general—. ¿A qué vienen esas prisas?

—¡General, un ejército de mamelucos viene para aquí! ¡Por la retaguardia!

—¿Mamelucos? —Odgerel dejó el cuenco a un lado y se acercó al mensajero, mientras los mongoles a los alrededores se reponían de su descanso al oír tan sorpresiva noticia.

—¡Están tomando la misma ruta de los cruzados de Acre, general Kitbuqa!

—¿¡Cómo es posible!? —uno de los comandantes se levantó encolerizado. Para llegar por la retaguardia del campamento solo era posible hacerlo atravesando el reino de Jerusalén.

—No tiene sentido que tomen esa ruta —agregó otro comandante—. Los cruzados no permitirían pasar a los mamelucos por su reino.

—¡Callaos! ¿Cuántos guerreros has visto, mensajero? —tranquilizó Kitbuqa, manteniendo temple para no dejarse llevar por aquella desconcertante noticia.

Odgerel notó entonces en los lejanos montes aquellas miles de sombras que asomaban terroríficamente, levantando el polvo y haciendo temblar la tierra conforme se acercaban a velocidad frenética. Decenas de cientos de arqueros mamelucos, montados sobre sus rápidos caballos, galopaban hacia ellos, rumbo a un ataque sorpresa a un campamento que apenas estaba empezando a descansar.

—¿Puedo ser sincero, mi general? —preguntó Odgerel, quien simplemente no salía de su asombro viendo aquel sorpresivo y numeroso ejército.

—Más te vale…

—Que el Dios Tengri nos proteja, pero vamos a necesitar mucho más que quinientos cilicianos.

La situación en el campamento mongol empeoraba a cada segundo, pero lejos de aquel ambiente de guerra, Roselyne se desprendía de su armadura en la privacidad de una habitación alquilada en el pequeño pueblo de Shomrat, ante la mirada de un guerrero demasiado intranquilo que, sentado al borde de la cama, pasaba trapo a su sable. Parecía anhelar un choque de aceros; el guerrero trataba de no pensar demasiado en sus camaradas.

—¿No deseas que te la limpie yo? —preguntó ella, quitándose las botas de cuero.

—Solo apúrate, Roselyne.

En el momento en que la francesa se quitaba los pantalones, Sarangerel levantó la mirada para contemplar aquel trasero redondo y atractivo. Sonrió ligeramente al notar la marca de una mordida que quedó grabada en un cachete, prueba de un breve revolcón que tuvieron de camino. Pero un brillo fugaz lo sacó de su goce, pues notó la espada enfundada en el cinturón de la mujer. “La espada de los Coucy”, pensó al reconocerla.

—¿Dónde está tu sable, mujer?

—Lo está guardando la mujer de Kitbuqa, en Damasco. Me prometió cuidarlo. Prefiero llevar la espada de mi hermano, tiene más significado así, ¿no lo crees?

—Por cómo está el ambiente, parece que tendré que ayudarte a consumar tu venganza. Sigo sin comprender cómo es que hay un asentamiento mameluco en las afueras de Acre.

—No hay nada que más desee que me ayudes a matar al rey Luis, pero si quieres que sea sincera —se acercó desnuda para pasar su mano por la caballera del guerrero, esperando que oliera el perfume de su sexo prácticamente frente a sus narices; jugaba con las largas trenzas con la esperanza de tranquilizarlo—, creo que estás demasiado tenso, te preocupan tus camaradas y lo entiendo, pero relájate un poco. Pensar en que cristianos y musulmanes están aliados es un disparate, si me preguntas.

—Es complicado —la tomó de la cintura y besó su vientre, arrancándole un suspiro—. Ojalá todo se solucionara con un trasero bien formado y unos senos apetecibles —hundió los dedos en el trasero de la mujer, atrayéndola contra sí para que su boca siguiera saboreando de ella, para que su lengua recorriese fuertemente los pliegues de su dulce sexo.

—Sarangerel —suspiró, arqueando la espalda, poniendo en blanco los ojos y tratando de morderse los labios para no gemir, pero es que ni podía siquiera cerrar la boca—. ¡Con-contén un poco esa lengua, las paredes son mu-muy finas!

—No más que la de mi tienda —se apartó del manjar para martirio de la mujer—. Entonces, ¿qué deseas que haga, Roselyne?

—Po-poséeme —susurró, subiendo a la cama para esperarlo. Estaba excitada, pero no podía negar que cierto miedo la invadía con las advertencias de Sarangerel. ¿Y si realmente tuviera razón? ¿Acaso aquella podría ser la última ocasión en la que podrían estar juntos?—. Poséeme… como si fuera la última vez.

Quién diría, viendo el porte del regio guerrero de mirada de lobo, que en la cama era tan dulce. A la francesa la había enviciado en los placeres de la carne desde hacía tiempo, por tratarla como mujer antes que como un objeto o botín de guerra, algo a lo que no estaba tan acostumbrada debido a su duro pasado.

—Ponte la túnica, mujer. Urgen otros asuntos más importantes —ordenó serio, pero al girarse para verla notó que Roselyne ya había comenzado la faena por sí sola, acariciándose con dulzura, retorciendo sus muslos, entrecerrando los ojos y suspirando de su propia masturbación. Con las mejillas enrojecidas por el calor que se expandía en su cuerpo, ladeó ese rostro lascivo y lo observó con deseo.

—¿Acaso no quieres venir, emisario?

—Mujer pérfida —sonrió, subiendo a la cama, agarrando sus piernas para separarlas y degustar con fuerza esa sonrojada fruta. “Supongo que me estoy preocupando demasiado”, concluyó, hundiendo su lengua dentro de ella.

Cerca del Río Jordán, el campamento mongol había quedado diezmado ante el ataque sorpresa. Incontables tiendas ardieron debido a las flechas de fuego que habían lanzado los arqueros del Sultanato, y el sonido de los disparos de los cañones de mano, una invención de los musulmanes cuya existencia desconocían los mongoles, asustó a más de la mitad de los caballos, que huyeron despavoridos y causaron mayor confusión. En medio del caos, una horda de la veloz caballería ligera mameluca había entrado al campamento para diezmarlos con sus mortales cimitarras.

Tras el mortífero ataque, los enemigos galoparon presurosos hasta los montes de donde surgieron, repelidos por las flechas y sablazos de los mongoles, que a duras penas consiguieron defenderse de la violenta y terrible oleada sorpresa.

—¡Kitbuqa! —gritó Odgerel, sosteniendo su sable manchado de sangre en una mano, mientras que con la otra lanzaba al suelo un cadáver mameluco que usó como escudo ante los flechazos enemigos—. ¿¡Dónde están los putos francos!? ¿Cómo es posible que los mamelucos nos estén atacando aquí en nuestro campamento? ¿Quién mierda los ha dejado pasar por territorio cristiano?

—Alguien tiene que rendir explicaciones, pero ahora mismo no hay tiempo para ello… —Kitbuqa, con un hilo de sangre cayéndole de la boca y una seria rajada en el pecho, fue ayudado por sus guerreros para reponerse—. ¡Oídme, comandantes! ¡Preparaos para ir a por ellos! ¡Organizaos y tened listos a vuestros guerreros cuanto antes! Atacaremos mientras se reorganizan.

—¿Tiene la certeza, mi general, de que es seguro ir a por ellos? —preguntó un comandante—. Podrían estar esperándonos.

Con todos los mongoles observando el monte donde los enemigos se habían escondido, solo Odgerel, que percibía algo raro en el aire de nuevo, se giró para notar que, ahora por el otro frente, un nuevo contingente de jinetes mamelucos venía en presurosa galopada hasta ellos. Pronto, al oír el trotar de los veloces caballos árabes, los incrédulos guerreros también cayeron en la cuenta de que no habría tiempo para reorganizarse pues les tocaba enfrentar otra oleada tan violenta como la primera.

“Nos han tendido una trampa…”, concluyó Odgerel, mientras sus temblorosas manos apenas podían sostener su sable. Un comandante no debía poseer sentimientos, palabras del general Kitbuqa, pero aquello era demasiado desgarrador para ser verdad.

—Esta sensación en el corazón… —Odgerel se limpió la sangre enemiga desparramada en su rostro—. Es como si nuestros dioses nos hubieran abandonado…

III

Una fisura irreparable amenazaba hacerse lugar en el cielo del sagrado reino de los ángeles. La rebelión había llegado en una noche oscura y fría en los bosques de los Campos Elíseos, y pronto, los que una vez fueron hermanos de escudo, se enfrentarían el uno contra el otro en mortal duelo.

El Serafín Durandal se elevaba lentamente sobre su imponente legión, más de cuatro mil ángeles reunidos en las islas, quienes esperaban la orden de partir. Su corazón se desbocaba de satisfacción al ver a todos sus pupilos dispuestos a seguirlo hasta un nuevo y desconocido mundo, lejos del yugo de los dioses. Pero si bien la libertad pronto sería de ellos, una cuestión atormentaba al guerrero:

“Orfeo”, pensó, mirando a sus alrededores, buscando a su más hábil estudiante; su mano derecha durante todos esos años. Era el momento más importante desde que volvieran a los Campos Elíseos y su paradero era desconocido. “¿Dónde diantres está?”.

Notó que algunos de sus guerreros extendían y sacudían sus alas, pues el frío amenazaba con entumecerlas. En sus rostros vio reflejado sus propios deseos y voluntad, su propio nerviosismo y miedo, pues ni siquiera él sabía qué encontraría en el reino de los humanos, más allá de su anhelada libertad, más allá de cadenas rotas.

“No puedo seguir retrasándolos, están impacientes por escapar”, concluyó, desenvainando su espada cruciforme, aquella reparada por su amada Bellatrix, quien originó los deseos de libertad del Serafín.

—¡Oídme, ángeles! ¡Vuestros corazones han estado sufriendo demasiado en un mar de recuerdos y sangre agitado por el dolor y la desesperación! ¿Es acaso esta tortura el magnífico plan de los dioses? ¿Existe alguna justificación para todos los errores que han cometido con nuestros camaradas caídos? ¿Dónde veis la Justicia? ¿Dónde veis la Redención? Perdonadme, mis guerreros, pero así no hay quien conserve amor, celo ni fe por nuestros creadores.

Las alas de los miles de seguidores ahora se extendían orgullosas ante su gran adalid, unidos a gritos de júbilo y orgullo. La vía de escape estaba más que planificada: el Principado Abathar Muzania les había facilitado la ruta segura para evitar el encuentro contra los otros dos Serafines. En presuroso vuelo y aprovechando el manto que ofrecía la oscuridad de la noche, la libertad de la legión del Serafín Durandal sería reclamada.

—¡Los pecados de los dioses nunca morirán en nuestros corazones, ellos no pueden limpiar la sangre de nuestros camaradas de sus sucias manos! ¡Abrámonos paso a través de esta jaula que nos han creado, y reclamemos un lugar allá en ese reino libre! ¡Al Aqueronte, guerreros!

Mientras, al este del silencioso bosque, suspendidos en el frío aire, los esperaban los Serafines Rigel e Irisiel, cada uno al frente de sus respectivas legiones, quienes descansaban sobre los árboles aledaños a ambos. Más de ocho mil ángeles esperaban convencerlos de no avanzar hasta el reino de los humanos.

—¡Rigel! —gritó la Serafín, quien no paraba de acariciar las aristas de su arco de caza—. Trata de darle varias oportunidades al diálogo. Lo último que necesito es que tus estudiantes quieran presumir de fuerza antes que cabeza. Recuerda, es un amigo el que tendremos en frente.

—¡Qué conveniente que lo saques a colación, Irisiel! Iba a decirte algo similar. Temo que tus pupilos hayan enloquecido tras tener que sufrirte todos los días y empiecen a disparar para todos lados.

—¡Ja! Son fuertes de espíritu. Vosotros en cambio entrenáis tanto el cuerpo que habéis olvidado la cabeza. El día que Destructo venga nos preocuparemos más en salvaros el pellejo que en atacar al enemigo.

—¿Destructo? ¿Tú no has pensado en Durandal como el ángel de la profecía?

—Por favor —se acomodó la coleta, incapaz de quedarse quieta—. Durandal tendrá todos los deseos de libertad que quiera, pero no es alguien que destruiría los Campos Elíseos, ni mucho menos se levantaría en armas contra nuestro líder. Será muchas cosas, pero no es el ángel destructor.

Rigel compartía la visión de su compañera, aunque el alivio no era suficiente. Desde que fuera informado acerca de la rebelión y se le ordenara estar presente en el bosque para detener la huida, no dejaba de temer una batalla contra Durandal, ese varón frío, calculador y habilidoso, poco expresivo pero que explotaba en los momentos de tensión. “Que los dioses se apiaden de todos”, pensó, cruzándose de brazos, pues si allí en el bosque se desataba una batalla entre Serafines, la rebelión de los Arcángeles sería vista como un juego de Querubines.

—Rigel… ¿estás listo para luchar en caso de que sea necesario?

—Sería más sencillo para mí tener enfrente a Destructo que a Durandal. Mis estudiantes y yo hemos estado entrenando y enfocándonos en ello durante tanto tiempo, pero no hemos ni siquiera pensado en tener que usar la fuerza contra un amigo como él. ¿Acaso tú estás lista?

—Por supuesto que no —suspiró largamente—. ¿Quién podría estar lista para luchar contra sus propios camaradas?

El viento se había detenido, asustado por el encuentro menos deseado del reino sagrado. Ambos Serafines vieron llegar la facción contraria hasta ellos. Pese al manto de la noche, se hicieron reconocibles los rostros de algunos camaradas aliados en la legión enemiga; Israfel, Nuriel, Proción, Sachiel, Altaír, y desde luego, al frente, Durandal. La grieta en el cielo se había resquebrajado más aún, y los corazones de los dos Serafines se habían desgarrado por completo: pensaban que estarían listos, pero no existía entrenamiento alguno que los pudiera preparar para estar allí, frente a frente contra sus iguales.

Los ángeles de Durandal, mediante la señal de su perplejo líder, se posaron sobre las altas ramas de los árboles adyacentes, dejando a los tres Serafines en el aire. En la mirada del regio Serafín había confusión y en su corazón solo cabía la decepción y la rabia; era imposible que la facción contraria supiera de su verdadera ruta salvo que alguien de su legión le hubiera traicionado.

—¿¡Rigel, Irisiel!? —preguntó Durandal, rompiendo el incómodo silencio de la noche—. ¿Cómo… cómo sabíais que tomaríamos esta ruta? ¿¡Quién ha hablado!?

—Despierta, chica, te necesitan —susurró Irisiel para sí misma, meneando la cabeza para centrarse cuanto antes—. ¡Durandal!… ¿Qué tal si conversamos como ángeles civilizados? Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

—¿¡Vosotros dos tenéis algo que ver con la desaparición de Orfeo!?

—¡Nadie ha hecho nada aún, Durandal! —Rigel estaba preocupado. Conocía como pocos al Serafín, y esa mirada intensa no auguraba nada bueno. Poco o nada faltaba para que ese espíritu de guerrero estallara; aparentemente, la desaparición de su estudiante predilecto lo tenía desconcertado—. Tranquilízate, por el bien de tu propia legión.

“¿Acaso?”… pensó Durandal, sin saber dónde posar su mirada, pasando su mano por la cabellera. “¿Acaso he sido traicionado?”. ¿Cómo era posible si el propio Principado le había recomendado cruzar por el este del bosque? ¿Tal vez Orfeo había delatado al Trono sus verdaderos planes y fue por lo que lo abandonó esa noche? ¿Por qué querría su mano derecha traicionarlo? ¿O el propio Abathar Muzania tenía que ver con ello? Ninguno de los dos había mostrado señales que levantaran sospechas. La rabia y desazón se apoderaban del Serafín ante incógnitas que aún no tenían respuesta, y no ayudaba que tuviera a dos legiones frente a él dispuestas a detenerlo.

—¿¡Qué pretendéis, perros de los dioses!? —gritó encolerizado—. ¿¡Detenernos a la fuerza!?

—¿¡Perr… Perros, has dicho, renegado!? —la frágil paciencia de Rigel sucumbió ante el insulto; Irisiel tenía razón en que la cabeza no la tenía muy preparada para confrontaciones verbales—. ¡No me entraría remordimiento alguno en usar fuerza bruta si no desistes de tu ridículo plan!

—¡Cuidad esa boca, los dos! —Irisiel intentaba interceder desesperadamente al ver cómo subían los ánimos—. ¡No habrá ninguna batalla aquí, no en mi presencia! ¿¡Durandal, por q…!?

—¿¡Acaso ya has olvidado tu propio pasado, Rigel!? —Durandal lo fulminó con la mirada, ignorando a la Serafín—. ¿Has olvidado el sacrificio de Betelgeuse? ¿Crees que esto es lo que ella querría para ti?

—¡Suficiente! —A Irisiel no le agradaba la tónica privada de la discusión. El titán Rigel, por su parte, quedó paralizado ante aquellas palabras. “Betelgeuse”, pensó, abandonando por breves momentos la tensa reunión en el bosque—. ¡No vayáis por allí, Rigel, Durandal, estáis hablando de más ante nuestras legiones!

—¡Ninguno de los Serafines estamos libres de pecado! ¡Tú tampoco, Irisiel! —Durandal desenvainó su espada y la apuntó—. ¿No estaría de acuerdo en eso nuestro dios Dionisio?

—¡Ángel pérfido! —gritó, para inmediatamente taparse la boca. Ahora ella entraba en el juego con un asunto demasiado personal—. ¿¡A dónde quieres llegar con esta discusión, Durandal!?

—A donde voy, nadie os juzgará, nadie os culpará por lo que habéis hecho. No seréis vistos como herramientas sin conciencia que pecaron contra sus creadores. Esto que veis —señaló el bosque con ambos brazos extendidos—, ¡esta jaula ya no es mi hogar, ni la deseo para el vuestro! ¡Os consumís poco a poco con vuestros ridículos pecados! ¿¡Es por eso que entrenáis tanto día tras día!? ¿¡Acaso vuestra idea es derrotar a Destructo para redimiros!? ¿¡Para contentar unos dioses a quienes ya no importamos!?

Rigel había vuelto en sí. Venas cruzaban su frente perlada de sudor. Extendió sus seis alas y, contra todo pronóstico, fue directamente a por Durandal con una ferocidad inusitada en sus ojos. Le había tocado un punto débil, una fibra sensible, un recuerdo demasiado doloroso. Le había revivido un pecado inmortal grabado a fuego en su corazón.

—¡Serafín indigno! —gritó, mordiendo cada sílaba, partiendo a velocidad frenética. Su sola velocidad y potencia revolvía el aire; las nubes en el cielo se partieron en dos, revelando una fuerte luna azulada que tiñó el bosque y arrebató el aliento de todas las legiones—. ¿¡Quién te crees que eres para nombrar a Betelgeuse!?

—¡Ven a por mí, Rigel! —respondió Durandal, extendiendo su brazo para que un aura blanquecina lo rodeara como una llama; inmediatamente, un flamante escudo de diamante fue invocado en su mano, mientras preparaba su espada en la otra. De un horizontal sablazo al aire, un fuerte y filoso viento destrozó y levantó incontables árboles para entorpecer la embestida del titán.

Los boquiabiertos ángeles se encontraban aterrorizados y asombrados ante aquel duelo celestial. ¿Quién hubiera pensado que aquella fuera la verdadera fuerza de los Serafines? Estaba más que claro quiénes eran los protectores de los Campos Elíseos; aunque más de uno, tanto de una como de otra legión, se lamentaba por aquella batalla entre camaradas.

—¡Deteneos ahora mismo! —Irisiel sentía cómo su pobre intento de diálogo se había escurrido completamente de sus manos; la batalla era inevitable. Y la legión, otra vez, reiniciaría su ciclo de destrucción, de revolución, de cenizas y sangre cayendo sobre suelo sagrado.

No lo iba a permitir, que el cielo llorase de tener grietas incurables y que dejara caer gélidas lágrimas; preparó su arco y apuntó en dirección a las alas del titán, con la esperanza de hacerlo caer antes de que llegara hasta Durandal, pero eran tantos los árboles, ramas y hojas que caían del cielo como torrencial lluvia que era imposible fijar su objetivo.

Inesperadamente, entre ambos grupos, sobre una rama de un alto árbol sin hojas, se materializó un hálito blanquecino que detuvo a Rigel de continuar su embestida. El aura tomó forma de aquel ángel que conocían como Principado, figura alta, delgado, de larga túnica blanca radiante y capucha que ocultaba su rostro oscuro. Acuclillándose sobre la rama más alta, Abathar Muzania miró uno y otro bando reunidos en la fría noche del bosque.

—Interrupción —la voz gutural del Principado había detenido una inminente batalla. Posándose tal cuervo, desenvainó su gigantesco mandoble y acarició la hoja con sus largos y finos dedos—. Diez mil trescientos cuarenta y dos ángeles. Las tres legiones, los tres Serafines, están reunidos —levantó la mirada hacia la luna, sacudiéndose sus largas alas—. Escuchadme con atención.

Muy lejos, e imposibilitado de pensar en otro asunto que no fuera la probable batalla en el bosque, el Trono Nelchael, sentado en el amplio sillón de sus aposentos, se martirizaba con la idea de perder a cualquiera de sus Serafines, sus más hábiles guerreros. Durandal sería probablemente la baja más segura en caso de surgir una batalla, debido a la clara desventaja numérica, por lo que había exigido a Irisiel, probablemente la más sensata de los tres, que evitara una confrontación a toda costa.

Abriendo las puertas de par en par, la joven Perla entró a los aposentos con una sonrisa y brillo en los ojos como no había tenido hacía mucho tiempo. La Querubín desconocía de revoluciones y batallas, Nelchael no deseaba que la mente de una de sus ángeles preferidas se estresara por ello, por lo que rápidamente cambió su semblante para recibirla.

—¡Nelchael! ¡Uf! No vas a creer lo que vengo a mostrarte.

—Alguien está más contenta que de costumbre —esbozó una ligera sonrisa. Aquello era más de lo que usualmente demostraba a los demás ángeles, pero con Perla cambiaba; una sonrisita, una mirada divertida, y sobre todo, muchas concesiones a la niña que había crecido ante sus ojos—. Tu presencia alegra mi corazón, pero, ¿no deberías estar durmiendo?

—Cygnis me ha dicho que estabas despierto, ¡y yo tampoco puedo dormir!, así que he decidido hacerte una visita —se acercó dando pasos cortos pero apresurados. Acostumbrada a sus beneplácitos, Perla era juguetona y retozona con el Trono. Se sentó en el brazo de su amplio sillón, enredando sus dedos en la blanca cabellera del líder para peinarlo—. Por cierto, ¿has ido al coro, Nelchael?

—No me lo podría haber perdido.

—Pues no recuerdo haberte visto. Y mira que también te he buscado.

—Tal vez debería haberme quedado un rato más, de seguro me habrías encontrado —mintió, dando un par de golpecitos en su propio regazo—. Ven aquí, vamos.

—¿En serio? Creo que ya estoy demasiado grande para sentarme sobre tus piernas, Nelchael…

—No pienso oír otra palabra hasta que mi niña se siente sobre mi regazo.

—¡Hmm! Esto de los chantajes se te da muy bien —resopló, levantándose para acomodarse sobre su regazo. No le importaba actuar como una pequeña ante él, solo él; aun así miró hacia la puerta, no fuera que alguien la pillara en ese momento—. Mira lo que traje…

Plegando sus alas, y arqueando la espalda para alcanzar la funda, logró desenvainar su deslumbrante sable frente a los atónitos ojos del líder de la legión. Perla sabía de las pesadillas acerca de Destructo que a veces lo acosaban, por lo que darle caza al ángel siniestro para que el viejo Nelchael pudiera dormir tranquilo era una de sus tantas motivaciones.

—Dime que no es lo que pienso, mi niña…

—¡Es mi sable! Y la cura para tu insomnio, ¡ja! ¿No es la cosa más hermosa que has visto? —lo volvió a abrazar entre sus pechos—. ¿Quieres… tocarlo? Pero solo un rato.

—Lo que quiero saber es dónde están tus guardianes. Dejarte pasear con semejante arma es…

—¿Podrías tener un poco de fe en mí? ¿O debo desafiarte a un duelo para que veas mis dotes?

—Niña infame, mi corazón no podría aguantar la idea de levantar un arma contra ti, ¿por qué me haces esto? —la tomó de la cintura para zarandearla divertido mientras ella extendía las alas por las cosquillas.

En medio de las risas y el ambiente distendido, notaron que alguien había llegado a sus aposentos. Tras un carraspeo que paralizó del susto a ambos, un joven ángel se arrodilló para presentar sus respetos tanto al líder de la legión como a la Querubín.

—Disculpe la interrupción, Trono.

—¿Orfeo? —preguntó Nelchael, ladeando el ala de Perla que le tapaba la vista. Era el estudiante de Durandal, su mano derecha nada más y nada menos, que misteriosamente estaba presente en el Templo—. ¿Qué haces aquí?

El hecho de que Abathar Muzania se presentara en el bosque sin previo aviso sembró nuevas dudas en Durandal. ¿Acaso fue el propio Principado quien había planeado que ambas facciones chocasen frente a frente? ¿Deseaba que hubiera enfrentamiento? Pero de ser así, ¿por qué interrumpir en el momento que la batalla parecía inevitable? ¿Qué quería de ellos al reunirlos?

—¡Traidor! —gruñó Durandal—. ¡Tienes valor para presentarte aquí!

—Necesidad. Pretendía reuniros lejos del Trono. Lejos de él, no corro peligro. Lejos de él, os diré la verdad oculta entre sus mentiras. Acerca de la herejía, acerca del pecado cometido por vuestro líder.

Irisiel había descendido sobre la rama de un árbol bajo ella, bastante aliviada al ver que el Principado había intercedido. Pero no esperaba que Durandal lo tachara de traidor. “¿Acaso el Principado hizo las veces de agente doble?”, pensó. ¿Pero qué era aquello del pecado cometido por su propio líder? Preguntas que apremiaban respuestas urgentemente.

—¡Explícate, Abathar Muzania! —exigió la Serafín.

—Revelación. Es importante que sepáis qué sucedió mientras vosotros no estabais, mientras los arcángeles y su legión batallaban entre sí. Al suceso que vosotros llamáis “La rebelión de los arcángeles”.

El gigantesco Rigel aterrizó sobre otro árbol alto, tratando de tranquilizarse de su reciente arranque. En cuanto el Principado terminara de hablar volvería al asalto a por Durandal, pensaba. Pero no confiaba del todo en Abathar Muzania, el hecho de que ni ellos ni Durandal esperasen su aparición en medio de la batalla no le despertaba buenas sensaciones. ¿Acaso el Principado pertenecía a alguna especie de tercera y desconocida facción dentro de los Campos Elíseos?

—Legión —el Principado levantó su mandoble al aire con la fuerza de un solo brazo—. Si bien es verdad que los arcángeles asesinaron a casi la totalidad de los ángeles, destrozando los Campos Elíseos, no fue ninguno de ellos quienes llevaron el Apocalipsis al reino de los humanos.

Un fuerte y frío viento se hizo presente. La flameante túnica del Principado se tornó oscura como la noche, y la larga hoja de su mandoble comenzó a resquebrajarse poco a poco, perdiendo brillo, como si de alguna forma estuviera muriéndose en sus manos. Y aquellas alas se ennegrecieron tanto que daba miedo el solo contemplarlas desde la distancia; un espectáculo dantesco que aterrorizó a cada uno de los ángeles, incluso al propio Serafín Durandal, quien descendiendo hasta una alta rama de un árbol, intentó obtener respuestas:

—¿Quién… eres… tú?

Desecho el mandoble, quedó solo una guadaña afilada que violentamente fue clavada al tronco del árbol donde el oscuro ser se posaba tal cuervo. El aire se había enfriado aún más y el viento murmuraba alrededor del extraño ente; no importaba desde qué ángulo o distancia lo vieran los Serafines o cualquiera de los ángeles de las legiones, el asombro y el terror se apoderaron de todos.

—Confesión. Así como los dioses os han creado, yo también soy creación de uno. Fui concebido como ángel espía y celador del infierno, herramienta a disposición de Perséfone, diosa del inframundo.

—¡Segador! —Irisiel tensó su arco. ¿Cómo era posible que alguien que ellos consideraran parte de su legión resultara ser durante todo ese tiempo un ente completamente distinto? ¿Acaso los dioses no tenían total confianza en sus ángeles, que tuvieron que crearlo para espiarlos? Pero por sobre todo, ¿por qué ahora el Principado decidía revelarles su verdadera naturaleza?—. ¿¡A qué ha venido ir de oculto en la legión!?

—Necesidad —el Segador llevó su mano hacia la negrura de su capucha, acariciándose el oscuro rostro con la palma abierta—. Ni siquiera vuestro Trono sabe de mi identidad. Vuestro líder no dudaría en darme caza si supiera que estoy aquí contándoos la verdad. Soy el único sobreviviente del Armagedón que destruyó el reino humano, soy el único testigo de su pecado.

Extendió la otra mano hacia el cielo. Pronto, imágenes del último Apocalipsis se formaron en el aire materializados por sus largos y huesudos dedos. Aquellos recuerdos del fuego extendiéndose por el moderno reino humano, esos dragones revoloteando entre edificios y ángeles luchando entre sí, ese mundo cuyo cielo se había teñido de rojo pues el Armagedón se había desatado. Y en medio de aquel horroroso tormento, un ángel, una hembra, lloraba de rodillas, agarrando el mango de una espada flamígera de hoja zigzagueante clavada en el suelo.

—Dolor. Vosotros creéis que los arcángeles destruyeron el reino humano porque así lo ha contado vuestro Trono. Pero quien lo hizo fue un ángel, de corazón podrido de dolor, dueña de oscuridades que solo podrían equipararse a las de Lucifer, y de cabellera del color de la sangre de sus víctimas.

—¿Quién…? —Irisiel ladeó la cabeza, contemplando a esa misteriosa hembra que sollozaba mientras todo a su alrededor era devorado por un fuego que se levantaba y arrasaba como olas—. ¿Quién es ella?

—Información. Ángel caído. Rubí. Fue ella quien trajo el fin de los tiempos en el reino humano con el solo odio cobijado en su corazón, no un Arcángel.

—¡Quién haya llevado el Apocalipsis al reino humano es indiferente! —Rigel defendió a su líder, pero lo cierto es que por dentro se preguntaba por qué el Trono querría ocultar ese hecho. ¿Qué implicaciones tenía que la portadora del último fin del mundo haya sido ese ángel? Y viendo de nuevo la imagen de aquella hembra llamada Rubí, notó algo en su mirada, en su semblante, en las facciones finas de su rostro. “Esto… se le da un aire a alguien…”, pensó contrariado.

—Herejía. La noche antes del apocalipsis, Rubí se unió a un humano. Obvió la prohibición de los dioses. Pecado mortal. Cuando el Trono bajó a la tierra para buscar ángeles sobrevivientes de la hecatombe, descubrió que no sobrevivió ninguno, pero sí sintió algo en el vientre del cuerpo inerte del ángel caído.

—No… no continúes, Segador —susurró Irisiel, pues viendo a aquella hembra notaba algo que no le estaba agradando en lo más mínimo. Se agarró su propio vientre y clavó sus uñas; la Serafín se estaba dando cuenta, antes que nadie, lo que el espía estaba revelando. “Esto es una maldita broma… ¡Tiene que ser una maldita broma!”, pensó desesperada.

—Anatema. Esa joven a quien llamáis Perla, no es ninguna Querubín ni es una enviada de los dioses. Posee el cuerpo de un ángel pero crece como un humano. Híbrido, producto de la relación de un ángel y un humano, resultado de la unión de quienes no deben unirse. Herejía y prohibición de los dioses.

La grieta en el cielo sagrado se había ensanchado, y de ella surgieron los peores miedos de Irisiel. Nunca hubo una Querubín, nunca hubo una esperanza, nunca recuperaría esos años viviendo una mentira. Su corazón había sido víctima de fríos cuchillazos en forma de una cruenta revelación; sus piernas flaquearon, sus manos temblorosas dejaron caer su arco de caza. Y pronto dos ríos de lágrimas se abrieron paso en un rostro que aún no sabía cómo digerir la dura realidad.

—Que alguien me despierte de esta vil pesadilla…—susurró la Serafín, completamente desconsolada y mareada—. ¿Cómo…? ¿Qué es eso de que no hay ninguna Querubín? ¿¡Cómo es posible que no haya ninguna Querubín!?

—¿Es por eso… que Perla crece? —el enorme Rigel tampoco salía de su asombro. ¿Por qué su propio líder querría ocultar algo tan importante? ¿Acaso temía que Perla fuera excluida de la sociedad angelical si supieran que era hija de un ángel caído? Pero el enorme corazón del Serafín era fuerte. Independientemente de que ella fuera o no una Querubín, nadie podía negar, sobre todo su legión, la alegría que despertaba en él con su sola presencia. “No me importa en lo más mínimo”, pensó, apretando los puños.

—Revelación. Aquella noche en el reino humano, vuestro líder me entregó al híbrido, apenas un embrión, para que lo guardara en un altar en los infiernos. Tanto él como yo concluimos que aquella herejía podría exasperar a los dioses, quienes tal vez regresarían al sentir a la prohibición. Pero mientras reconstruíais los Campos Elíseos y esperabais a los creadores, el híbrido, siempre durmiendo, se desarrollaba y crecía ante mis ojos.

—¡Suficiente, Segador! ¡Esto no cambia absolutamente nada! —bramó Durandal, a quien la historia de Perla no le había afectado en lo más mínimo. Sus objetivos no tenían absolutamente nada que ver con ella ni con los dioses—. Si esa necedad es la que has venido a decir, entonces mi legión y yo seguiremos por nuestro camino.

—Equivocación. Te interesa más que a nadie, Serafín. Con el tiempo, el Trono temía que tú huyeras de los Campos Elíseos, por lo que me exigió que yo trajera al híbrido a los Campos Elíseos y la despertara. La usó como una supuesta señal de los dioses. Necesitaba tiempo, necesitaba teneros a todos controlados con una falsa esperanza. Os ha engañado todo este tiempo.

Irisiel torció el gesto y vociferó con fuerza:

—¡No hables más! ¡No creeré absolutamente nada de ti! Hablaré con Nelchael y juzgaré yo misma. Ya nos has manipulado para reunirnos aquí, ¿¡cómo sabemos que esto no es otra treta tuya!?

—Necesidad. No puedo mentiros. Os necesito. He venido a detener vuestra batalla porque sois mis últimas herramientas si pretendo encontrar a los dioses. Si vosotros morís, pierdo mis herramientas, pierdo mi oportunidad. Yo también fui creado por los dioses, yo también siento esta necesidad de volver a verlos. A ella, sobre todo, Perséfone.

—¡Conmigo no cuentes en tu patética búsqueda de los dioses, Segador! —Durandal estaba harto de estar allí—. Resultas ser tan ingenuo como muchos ángeles. Acepta la realidad, tu diosa o está muerta o te ha abandonado.

—Preocupación. Independientemente de lo que creamos tú o yo, deberíais estar al tanto, todos vosotros, que corréis serio peligro si seguís cobijando al híbrido. Veréis, cuanto más crecía, más se hacía familiar a la epifanía del Trono —se acarició de nuevo el rostro con la mano abierta, mientras la luna, como si se anticipara a la terrible revelación, se ocultaba entre las nubes para oscurecer más la figura del Segador—. El híbrido es Destructo.

El cielo había caído completamente sobre los estupefactos ángeles en el bosque como una gélida lluvia infernal. Miedos, pesadillas, dolor y locura imperecedera se colaron entre las grietas de la noche como una profunda herida sangrante. Parecía imposible que una simple frase pudiera acuchillar de aquella manera tan vil los espíritus de cada uno de los seres; muchos se miraron entre ellos, otros, boquiabiertos, intentaban asimilar lo que acababa de revelar el Segador.

Pero nadie sufría tanto como los dos Serafines más allegados a la joven.

—¿Perla? ¿Destructo? —El Serafín Rigel se tomó del pecho, completamente descorazonado. No le importaba que Perla fuera o no una enviada por los dioses, pero aquella nueva revelación tumbó por completo al ángel más fuerte de la Legión. Y sus recuerdos, su amor por ella, sus tardes jugando con una simple niña que reía y lo admiraba por su fortaleza, hasta incluso esa promesa de enseñarle a volar, absolutamente todo fue agitándose violentamente con sus deseos de protegerla y sus deseos de eliminar al ángel Destructor—. ¡Estás… estás mintiendo, maldito desvergonzado! —apretó sus puños y de un golpe destrozó la gruesa rama en donde se posaba.

—¡Ri… Rigel!—clamó Irisiel, pues notaba que ahora él cedía a la impotencia a su brusca manera—. ¡Basta! Lo… ¡lo estás viendo con tus propios ojos! Es… idéntica a su madre, la portadora del Apocalipsis…

—Pecado. Cuando el híbrido crecía aquí, el Trono también empezaba a sospechar de la naturaleza verdadera de la joven a quien llamáis Perla. Pero ahora se niega a aceptar la realidad. Deduzco que con el tiempo ha desarrollado sentimientos por el híbrido. Probablemente cree que criándola en vuestra legión, Destructo os perdone. Pero no os perdonará a ninguno.

—¡Blasfemo insolente, deja de hablar ya! —Irisiel notaba cuánto sufría Rigel, por lo que invocó su arco en las manos para disparar directo a la cabeza del Segador. El disparo fue potente, se abrió paso derribando árboles y haciendo temblar la tierra del bosque al paso de la saeta como si de una tempestad se tratase. Aunque, para su sorpresa, la flecha lo atravesó como si el ente fuera etéreo, impactando y creando un cráter de estremecedor tamaño en el bosque.

—Error. No tiene sentido atacarme. No pertenezco a este plano. Solo soy una proyección, apenas una sombra que se arrastra en la oscuridad. Si fuera por mí, el híbrido hubiera muerto desde el momento que noté que era Destructo. Pero no tengo presencia, no tengo manos, por eso os necesito. Eliminad al Trono por su alta traición pues no permitirá que matéis al híbrido. Eliminad a Destructo si queréis sobrevivir.

—¡Suficiente, perro del inferno! —Durandal volvió al asalto, ahora preocupado por los dos Serafines quienes, a diferencia de él, estaban completamente destrozados. Aunque ahora caminasen distintos senderos, sentía que ellos seguían siendo sus camaradas, por lo que decidió interceder para tranquilizar tanto a su legión como a la de ellos—. Estás equivocado si piensas que eliminaremos al Trono para paliar tu miedo, subestimas de manera indignante a los nuestros. Me temo que has venido a encontrarte con una decepción.

—Investigación. Os tengo estudiados. A vosotros. A toda la legión. Casi todos los ángeles son incapaces de lastimar a vuestro Trono, por más traición y engaño que haya de por medio. Lo respetáis demasiado. Ya había deducido que hablar aquí solo sería… una pérdida de tiempo… —aunque nadie lo pudiera ver debido a la oscuridad de su rostro, el Segador esbozaba una sonrisa.

En el Templo, un reguero de sangre corría por los aposentos del Trono. El espectáculo era terrible, el líder de la legión yacía tendido sobre el suelo entre las plumas revoloteando, testigos de una breve pero feroz batalla. De rodillas, a su lado, Orfeo clavaba su espada en el corazón de Nelchael. El Trono no tuvo oportunidad de ofrecer lucha pero había hecho lo posible para que aquella joven ángel a quien amaba pudiera huir. Aquella joven a quien veía en sus pesadillas pero que se negaba a ponerle un dedo encima.

—¿Por qué no has huido, Perla? —preguntó un debilitado Nelchael, viéndola temblando de miedo en una oscura esquina.

¿Cómo esa dulce joven sería capaz de algo tan terrible? Esa niña que le llenaba la cara de besos cada vez que le consentía un deseo, que le llevaba ramos de flores, esa joven que le lloraba cuando su cargo de Querubín le pesaba sobre los hombros. Su mayor pecado fue hacer oídos sordos a las súplicas de sus propias pesadillas. Tal vez, se decía a sí mismo, tal vez si le dedicara toda su voluntad y atención, ella aprendería el camino virtuoso. Pero las pesadillas siempre continuaban reclamando la muerte de Perla, a pesar de su afligido corazón.

La joven estaba paralizada de miedo, tratando de entender qué había sucedido en cuestión de segundos. Una embestida, un rápido intercambio de espadazos entre el Trono y el estudiante de Durandal. Y pronto, sangre salpicando y un grito desgarrador llenando los aposentos. Aún no sabía que Orfeo era el único ángel de la legión que había desarrollado un odio tanto por ella como por el Trono, aún no sabía que había un ser, un Principado y celador del infierno, que esa noche había aprovechado esos sentimientos para manipularlo y así poder deshacerse del líder de la legión, el mayor protector de la joven.

No sabía que había un hábil maestro de las sombras que llevó a todos los ángeles guerreros al bosque con el objetivo de distraerlos y así no entorpecer la misión de Orfeo.

Una vez eliminado el líder de la legión, se abría el camino para asesinar a Destructo.

—¡Nel… Nelchael! —gritó Perla, viendo cómo su adalid parecía perder el conocimiento sobre un charco de sangre. ¿Por qué ella no pudo hacer nada? ¿Había entrenado tanto para al final terminar congelada de miedo? ¿Por qué sus manos se negaron a desenvainar el sable para defender al querido Nelchael? ¿Por qué sus brazos no respondían? ¿Acaso era tan difícil? La joven Perla aún no conocía esa sensación de angustia en plena batalla.

—¿¡Cómo pudiste, Trono!? —lloraba Orfeo, hundiendo más la espada—. ¡Engañarnos de esa manera rastrera, cuando hasta Durandal te profesaba un respeto tan grande! ¿¡Qué diantres somos para ti, para que tuvieras que criar a esta niña, que sabías perfectamente que era el ángel de tus profecías!? Ya lo veía, todos te perdonarían, todos me tomarían del hombro y me dirían que me tranquilizara, pero he visto a Perla, el mismísimo Destructo, levantarse contra los Campos Elíseos y contra mis camaradas… ¡He visto a esa puta asesinando a mi propio maestro, en una epifanía demasiado real! Podía…. —soltó la espada para mirar sus temblorosas manos manchadas de sangre—. Podía incluso palpar la sangre de todos con la yema de mis dedos… ¡Ángel pérfido, yo no te lo perdono!

—¿Destructo? —se preguntó Perla, con un frío recorriéndole la espalda. “¿Me ha llamado… Destructo?”. Entonces vio su larga sombra extendiéndose frente a ella. Allí no había una Querubín rota, ni una joven guerrera, ni una hermana, ni una niña consentida, ni una protegida, ni una pupila. Había algo asomando; sus peores miedos, su peor pesadilla, algo que ni siquiera había imaginado como una posibilidad. “¿Por qué me ha llamado… Destructo?”.

—Perdóname, maestro Durandal —susurró Orfeo, como si el Serafín pudiera escucharlo. Retirando la espada del cuerpo del líder, se repuso para dirigirse hacia la muchacha, quien se había quedado inmovilizada ante la revelación; poco ayudaba aquella terrible imagen del envilecido Orfeo caminando lenta y erráticamente hacia ella, con su espada goteando abundante sangre—. Perdóname, maestro, pero frente a mí no veo ningún ángel.

Deshecha la inocencia, se abrió paso el dolor, y en las grietas que generó este en su paso por el corazón, se colaron las interrogantes. Y esas lágrimas, gélidas y abundantes que asomaban en el rostro aniñado de la herejía más bella, serían capaces de conmover hasta a los mismísimos dioses, pero no al corrompido Orfeo.

Quién diría que en los Campos Elíseos caía una helada lluvia del infierno.

Continuará.


“La obsesión de una jovencita por mí” LIBRO PARA DESCARGAR

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LA OBSESION 2Sinopsis:

Todo da comienzo cuando una admiradora de mis relatos me envía un email. Sin prever las consecuencias, entablo amistad con ella el mismo día que conocí a una mujer de mi edad. la primera de veinte años, la segunda de cuarenta. Con las dos empiezo una relación hasta que todo se complica. Relato de la obsesión de esa cría y de cómo va centrando su acoso sobre mí.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:

Hola soy Claudia.

Tus relatos me han encantado.

Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.

Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya.

Estuve a punto de borrarlo. Su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras:

Si quieres ser mía, mándame una foto.

Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.

Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.

Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.

No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.

El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.

― Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?

La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.

Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.

No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla:

Amo:

Espero que no le moleste que le llame así.

Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.

Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.

En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.

Casi sin esperanzas, entré en su página, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.

Contra todo pronóstico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en cómo sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.

Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.

Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.

Soy virgen pero jamás encontrará usted, en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.

Sé que usted podría ser mi padre pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mí, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse».

La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la última ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.

Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.

La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.

Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.

Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.

― No te entiendo― escribí en el teclado de mi ordenador.

Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.

― Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú los instaláis, crearías una línea punto a punto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje.

― Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger.

― Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla.

Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.

La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.

Clarificando mis ideas al final escribí:

Claudia:

Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.

No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.

Tu amo

Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.

Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.

Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.

Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.

Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.

La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.

« ¿Me estará escribiendo a mí?», pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.

Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía:

― ¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que me desnude? ― contestó.

Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.

― ¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?― escribí.

― Amo, es que me excita el que usted me mire.

Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.

No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.

― Tu primer orgasmo conmigo― le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo. ― Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte.

― Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.

― Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo.

Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.

Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.

Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.

― Son preciosos, ¿verdad?― dijo sacándome de mi ensimismamiento, ― la pena es que crecen.

Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.

― Sí― respondí ― cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden.

Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.

Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:

― Fernando Gazteiz y ¿Tú?

― Gloria Fierro, encantada.

Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:

― ¿Me aceptas un café?

Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.

Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:

― Chanel número cinco.

La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:

― Fernando, eres una caja de sorpresas.

Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.

― Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?― me dijo al despedirse.

― Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…― me quedé callado al no saber cómo pedírselo.

― ¿Y?

― Que me des un beso.

Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpos, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.

― ¡Para!― dijo riendo ― deja algo para mañana.

Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:

― No me falles.

Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.

Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en cómo sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.

Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus pósters de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.

Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.

― Guapísima, con un cuerpo de locura― contesté.

― Cabrón, me estás tomando el pelo.

― Para nada― y picando su curiosidad le escribí,― No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam.

― No jodas.

― Es verdad, aunque todavía no he jodido.

― ¿Pero con gritos y todo?

― Me imagino, ¡por lo menos movía la boca al correrse!

― No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha! Si le das habilitas la comunicación oral.

Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:

― ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Es así como espías a tus alumnas?

Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga.

Al cabo de media hora la vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.

Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.

― ¿Por qué lloras?, princesa― oyó a través de los altavoces de su ordenador.

Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.

― ¿Es usted, amo?― preguntó al aire.

― Si y no me gusta que llores.

― Pensaba que estaba enfadado conmigo.

― Ya no― una sonrisa iluminó su cara al oírme, ― ¿Dónde has ido?

― Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde .

Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.

― ¿Te gusta oírme?― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

― Sí― hizo una pausa antes de continuar ― me excita.

Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Sus pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.

― Desabróchate los botones de tu camisa.

El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.

― Enséñamelos― dije.

Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas era el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.

― Ponte de pie.

No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.

― Desnúdate totalmente.

Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.

― Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella.

Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.

Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.

― Imagínate que estoy a tu lado y que son mis manos las que te acarician― ordené sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.

Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.

― Despacio― insistí ― comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final.

Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.

― Mi mano está bajando por tu estomago― le pedí mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo. ― Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo.

Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.

― Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti― ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.

La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imaginó que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.

― Dime lo que sientes― exigí.

― Amo― me respondió con la voz entrecortada,― ¡estoy mojada! ¡Casi no puedo hablar!… 

Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.

Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.

― Ahora, ¿qué te pasa?

― Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue― contestó con la voz quebrada.

Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:

― ¿Cuándo es tu cumpleaños?

― El martes― respondió ilusionada.

― Entonces ese día nos veremos, mañana te diré cómo y dónde.

Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…

Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo, el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.

 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (11)” (POR ALFASCORPII)

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Mi vida social estaba empezando a ser mucho más intensa de lo que la antigua Lucía jamás habría imaginado. Trabajaba tanto como había trabajado ella, pero en poco tiempo había conseguido cultivar más amistades que las que sus recuerdos me mostraban que ella había tenido en años.

Omitiéndolo para siempre como si nunca hubiera pasado, el incidente con mi cuñado y mi hermana había quedado como un excitante y extraño episodio en mis recuerdos. Hablaba a diario por teléfono con ella, y María volvía a ser la hermana cariñosa que siempre había sido con Lucía; estaba encantada de poder hablar todos los días conmigo, lo cual antes era algo esporádico. Yo la quería como si realmente siempre hubiera sido mi hermana.

Con las chicas del café en el trabajo, ya era una más. Definitivamente había dejado de ser “La jefaza”, era, simplemente Lucía. Entablé amistad con Eva, la compañera de mi edad con la que mejores migas había hecho, hasta el punto de quedar con ella fuera del trabajo para ir juntas de compras y asesorarle en el cambio de look que definitivamente ambas habíamos acordado que necesitaba. Incluso, un día, con la excusa de que quería conocer mi ropero, se vino a cenar a casa y pasamos un rato de lo más agradable conociéndonos mejor.

Empecé a darle las clases particulares a Pedro, y aunque la primera semana me resultó difícil centrarle únicamente en los estudios, poco a poco lo fui consiguiendo. Mis rotundas evasivas y negativas a sus continuas insinuaciones, fueron surtiendo efecto, hasta el punto de que acabó asumiendo que sólo seríamos profesora y alumno, y a pesar de que alguna vez noté que me desnudaba con la mirada, comprobé que se tomaba las clases muy en serio.

Alicia, su madre, solía llegar a casa tras la primera hora de clase, pero sólo nos interrumpía un momento para saludarnos y luego nos dejaba con la tranquilidad necesaria para continuar. Cuando la clase terminaba, Pedro solía marcharse a disfrutar del resto de la tarde veraniega con sus amigos, y yo aún me quedaba un par de horas más charlando con mi nueva amiga, hablando y riendo sin parar, afianzando una amistad que se estaba haciendo inquebrantable. Nos tomábamos una cerveza, y entre ambas arreglábamos el mundo. Me encantaba su forma de ver las cosas.

Un jueves, justo antes de empezar mi clase con Pedro, recibí una llamada de mi “vieja” amiga Raquel. Por fin iba a volver a la ciudad, y se iba a traer a su novio para que nos conociésemos, así que quedamos en que al día siguiente, cuando llegasen, irían a visitarme a casa. Empecé la clase con el joven, ilusionada por volver a ver a mi amiga, y con ganas de que llegase el viernes para conocer a ese chico que le hacía tan feliz. De hecho, la primera hora de clase se me pasó volando, y sólo fui consciente del tiempo transcurrido cuando Alicia llamó a la puerta de la habitación de Pedro y asomó la cabeza para saludarnos. Y la segunda hora habría transcurrido igual, pero ocurrió un pequeño incidente que se grabó en mi memoria.

A los diez minutos, Pedro se disculpó para ir al servicio, pero tras un rato de solitaria espera en su cuarto, me extrañé al percibir, en medio del silencio, el sonido de la ducha.

– ¡No puede ser! – pensé-. ¿Se está duchando ahora?, ¡pero si aún nos queda casi una hora para acabar!.

Me levanté y, al acercarme a la puerta, pude escuchar el sonido de la ducha con mayor claridad.

– ¡A este chico se le ha ido la pinza!- dije para mis adentros.

Me asomé al pasillo, y ahí le encontré, de espaldas a mí junto a la puerta del baño. No era él quien estaba en la ducha.

– ¡Pero bueno! – pensé-. En vez de volver a la clase para aprovechar el tiempo en lo que su madre termina de ducharse, ¡se queda ahí esperando!.

Iba a llamarle la atención cuando me di cuenta de un importante detalle: la puerta del cuarto de baño estaba entreabierta, ¡y él estaba mirando a través de ella!. Perpleja, me metí nuevamente en la habitación.

A los dos minutos volvió el chico, y al instante reparé en lo abultado de su entrepierna, aunque a él no se lo hice notar. Durante el resto de la clase, no pude dejar de darle vueltas, tratando de decirme a mí misma que no había visto lo que creía haber visto, y que seguro que esa erección que había notado no era más que un vestigio de la atracción que el chico sentía por mí. Pero incluso después de la clase, mientras me divertía charlando con Alicia, no podía dejar de pensar en ello. Así que disculpándome ante mi amiga, le dije que necesitaba ir al servicio. Me puse en la misma posición en que había estado Pedro junto al baño, y entreabrí la puerta. A través de ella, justo enfrente, vi el enorme espejo del lavabo, y reflejada en él, la ducha de mampara transparente.

– ¡Joder! -pensé-. Ahora sé por qué siempre se refiere a ella por su nombre en lugar de llamarle mamá o madre…

Me guardé aquello para mí, y tras hacer uso del váter mirando la ducha atontada, volví con Alicia para decirle que ya debía marcharme, despidiéndome de ella hasta el siguiente día de clase.

Por fin llegó el viernes, y tras la clásica reunión de situación con los jefes de sección, pude salir antes de trabajar para comprar unas bebidas que poder ofrecer a Raquel y su novio cuando llegasen a casa.

A media tarde llegó Raquel, y al abrir la puerta se me abalanzó encima para darme dos efusivos besos y un emotivo abrazo que correspondí con ganas.

– Pasa, Sergio –dijo tras de sí- ¿no irás a quedarte en el portal?.

Me quedé de piedra al ver a Sergio. Era un treintañero de más de metro noventa, cuerpo atlético y… negro, negro como el chocolate puro.

– Lucía – dijo Raquel riéndose al ver mi sorpresa- Te presento a Sergio, mi chico.

Poniéndome de puntillas, y acalorada de vergüenza por mi evidente sorpresa, le di dos besos e invité a ambos a pasar.

Tomando una copa, ya que yo la necesitaba para reponerme de la primera impresión, Raquel me contó que no me había dicho nada del físico de Sergio para poder reírse conmigo, como así había sido. Mi sorpresa había sido lógica, una pareja interracial era algo muy exótico en mi ambiente habitual, pero yo no tenía ningún prejuicio al respecto y, de hecho, el chico me pareció muy atractivo. Me disculpé por no haber sabido reaccionar, y alabé el gusto de mi amiga, con lo que ambos se partieron de risa.

Sergio me contó que su verdadero nombre era Senghor, y que procedía de Senegal, pero como llevaba viviendo en nuestro país desde que era un niño, por similitud, al final todo el mundo empezó a llamarle Sergio. Era médico, y la pareja se había conocido en urgencias al sufrir mi amiga una torcedura de tobillo y ser él quien la atendió.

– Fue amor a primera vista – dijo Raquel con entusiasmo.

Nos pusimos al día sobre nuestras vidas, y mi amiga, con su habitual desparpajo, me contó lo enamorados que estaban y cómo no podían separarse el uno del otro.

– Por eso no he vuelto antes a la ciudad –confesó-. Necesitábamos que él tuviese un fin de semana libre de guardias.

– Claro, claro –contesté feliz por ella-. Se os ve muy bien juntos, en este rato os he visto súper compenetrados…

– Y tanto –me dijo ella-. ¡Apenas salimos de la cama cuando estamos juntos!.

Los dos se rieron a carcajadas, y vi cómo la mano de Raquel se aferraba al muslo de su novio.

– Aunque esta mañana no nos ha dado tiempo a nada… –añadió Sergio entre risas rodeando la cintura de ella con su largo brazo.

– Es cierto –añadió riendo mi amiga-. ¡Hemos salido tan corriendo que no hemos podido echar ni medio polvo!

-¡Casi veinticuatro horas sin follar! -añadió él con el mismo desparpajo que su novia-, eso sólo nos pasa cuando tengo guardia…

– Sois tal para cual –añadí riendo con ellos sin dejar de observar cómo la mano de ella recorría el muslo de él mientras la de Sergio bajaba por la corta falda de mi amiga para agarrarle del culo.

Hablamos y reímos durante un buen rato, y Sergio me cayó genial. Realmente eran tal para cual, nunca había visto a una pareja reciente tan compenetrada. Parecía que llevasen juntos muchísimos años, salvo por la pasión que ambos me mostraron que les costaba reprimir. No dejaban de toquetearse mutuamente, él con su mano ya metida bajo el culo de ella sin dejar de moverla, y ella recorriendo arriba y abajo la cara interna del muslo derecho de él. Me hicieron sentir acalorada, y la sensación se me hizo insoportable cuando reparé en que lo que Raquel acariciaba no era el muslo propiamente dicho.

-¿Por qué no salimos por ahí a tomar algo? – pregunté tratando de salir de aquella situación.

-¡Uy, Lucía! – exclamó mi amiga-. ¡Sí que estás cambiada!. Creo que es la primera vez que eres tú la que propone salir de copas…

– Aprovechemos que ya ha caído el calor –contesté obviando el comentario sobre mi cambio-. Me doy una ducha rápida, y nos vamos de marcha.

-¡Genial!, aquí te esperamos.

Me di una ducha con agua bien fría que rebajó mi acaloramiento, y me vestí para la ocasión con un fresco vestido de tirantes y falda corta con vuelo, y unos buenos tacones tan altos como los que llevaba mi amiga para compensar la diferencia de estatura con su novio.

Al volver al salón, por encima del respaldo del sofá, vi a Sergio sentado solo. No se había dado cuenta de mi regreso por estar de espaldas a mí, e imaginé que Raquel habría bajado al coche a buscar alguna cosa. Decidí volver a mi dormitorio y hacer tiempo para que volviese mi amiga. Sentada en la butaca que tenía junto a la ventana de mi habitación, eché en falta no tener un cigarrillo para entretenerme.

– No seas tonta –me dije mentalmente-, estás haciendo lo que habría hecho la otra Lucía. Es un tío muy majo, vuelve al salón y siéntate a hablar con él.

Mi conciencia tenía razón, así que cambié de opinión y volví al salón rodeando el sofá con la intención de sentarme junto a mi invitado, pero… ¡oh!, Sergio no estaba sentado solo. A su lado, recostada, estaba Raquel con su cabeza subiendo y bajando lentamente sobre la entrepierna de su chico.

Él sonrió al verme paralizada ante ambos.

– Cariño –le dijo a la melena rubia que subía y bajaba sobre su regazo-, tu amiga ha tardado menos de lo que esperábamos…

Estás espectacular, Lucía…

Raquel se incorporó permitiéndome ver cómo empuñaba una gruesa polla negra, brillante de saliva, asomando por la bragueta del pantalón de Sergio. Tuve que desviar la vista para evitar quedarme mirándola embobada.

– Um, perdona –me dijo-. No te había oído…

Nos quedamos mirando fijamente y por un momento se hizo el silencio. Sus ojos brillaban, al igual que sus labios, más sonrosados de lo habitual. Mis pezones estaban en punta, y ella reparó en lo evidentes que eran en mis voluptuosos pechos cubiertos de finas prendas veraniegas.

– ¿Quieres probar? –me dijo indicándome con la cabeza aquello que aún empuñaba.

No pude evitar que mis ojos siguiesen su gesto, y entonces sí que vi bien la dura polla de Sergio saliendo por la arrugada bragueta del pantalón. La mano de mi amiga la empuñaba casi sin poder abarcarla por su buen grosor, pero lo más impresionante era que, por encima de su puño, asomaba una buena porción de venoso tronco y el redondo glande. Me quedé alucinada.

– ¿Qué? – conseguí reaccionar.

– Que si quieres probar la polla de chocolate de Sergio…

– Pero, pero, pero… -sólo conseguí decir sintiendo cómo el calor recorría todo mi cuerpo y la humedad se hacía presente en mi zona baja.

– Te aseguro que nunca has probado nada igual –siguió incitándome Raquel-. Cariño, enséñale a mi amiga por qué no me puedo resistir en cuanto hay oportunidad –añadió soltando la verga.

Sergio asintió, y cuando su imponente estatura se irguió al levantarse del sofá, me quedé estupefacta con el pedazo de polla que salía por aquella bragueta. Tuve que sentarme en el sillón tras de mí al sentir que me flojeaban las piernas.

– ¡Madre mía! – exclamé resoplando.

– ¿A qué es impresionante? –me preguntó mi amiga.

Asentí con la boca abierta y ella se sentó a mi lado sobre el reposabrazos de mi sillón.

– Espera –intervino Sergio dando un paso hacia mí-. Si te gusta, tendrás que verla mejor.

Se desabrochó el botón del pantalón y se lo bajó junto al calzoncillo para mostrarme con orgullo su imponente miembro.

– ¡Joder!- exclamé.

La bragueta del pantalón aún había mantenido oculta una buena porción de aquel rabo, que se presentó ante mí como la polla más larga que jamás había visto en mis dos vidas. Sí, era gruesa, pero ya había visto y probado pollas con ese grosor, pero de esa longitud… Parecía una auténtica anaconda capaz de llenar de carne una tubería. Además, para deleite de mi vista, tenía la pelvis perfectamente depilada para ensalzar su longitud, y sus dos colgantes testículos acompañaban el conjunto con un tamaño superior al habitual. Sergio era un auténtico superdotado.

– Preciosa, ¿verdad? – dijo Raquel-. Anda, no te cortes– añadió tomando mi mano para ponérmela sobre aquel instrumento.

La agarré de la base empuñándola, maravillándome al comprobar que aunque la hubiese tomado con ambas manos, aún no la cubriría entera. Raquel siguió guiándome, y me “obligó” a recorrer su increíble longitud haciéndome desear tenerla para mí. Inconscientemente me relamí los labios.

– Cariño –le dijo mi amiga a su chico-, creo que Lucía está deseando comerte la polla, ¿quieres dársela?.

– Claro –contestó el con una sonrisa de oreja a oreja-.Tu amiga es aún más guapa de lo que me habías dicho… Me encantaría llenarle la boca…

Con medio paso se acercó aún más a mí poniendo aquella redonda cabeza negra a escasos milímetros de mi alcance.

– Venga, toma chocolate – dijo él con arrogancia poniendo su mano sobre mi cabeza para empujármela suavemente y meter su glande entre mis sensibles labios.

En cuanto mis labios se amoldaron al grosor de la redonda cabeza de aquel falo, mi instinto y excitación hicieron el resto. Succioné tirando de él, haciendo que penetrase más en mi boca, llenándomela de carne mientras acariciaba su suavidad con mi lengua.

– Uuummmm –gimió Sergio-. Eres golosa, Lucía…

Me sentía como borracha, me encantaba aquella enorme polla, me sobreexcitaba su longitud y su exotismo, ansiaba comérmela en toda su extensión… Degusté su carne, envolviéndola y girando sobre ella para que ocupase cada rincón de mi boca, y la medí tragándomela hasta sentir que podía producirme una arcada. Tocó mi garganta, y mis labios aún no habían hecho contacto con mi puño. Apenas pude llegar a engullir poco más de un tercio de aquel oscuro pepino, y esa constatación hizo volar mi imaginación con la posibilidad de que aquella anaconda se introdujese por otros orificios de mi cuerpo. Casi me corro de sólo pensarlo.

– Dan ganas de tragársela entera, ¿verdad? – me dijo Raquel.

Chupando con fuerza, hundiendo mis carrillos, me la saqué para poder contestar.

– Uuuufff, sí, pero no llego ni a la mitad. Nunca había chupado una polla así.

– Ahora entiendes por qué me tiene tan salida, ¿verdad?.

Asentí con la cabeza.

– Es cuestión de práctica –intervino Sergio-. La chupas muy bien Lucía, pero Raquel ya es toda una experta, ¿se lo enseñas, nena?.

Mi amiga asintió, agarró el trabuco para agacharse sobre él, y se lo metió en la boca con ganas hasta hacer desaparecer dentro de ella una porción similar a la que yo me había comido. Me resultó especialmente atractivo el contraste de la oscura piel de Sergio con los rosados labios y pálido cutis de mi amiga. Pero no se quedó ahí. Se acomodó para coger el ángulo correcto, y lentamente siguió engullendo haciendo pasar el glande de Sergio a través de su garganta para seguir entrando como la espada de un tragasables. Alucinada, escandalizada y terriblemente excitada asistí al espectáculo de aquella linda rubia de aspecto delicado tragándose un súper rabo negro hasta que su nariz topó con la pelvis del superdotado.

– Uuuummmmmm- gruñó Sergio-, cada vez la tragas mejor nena, uummmmm…

Raquel se retiró despacio, para acabar succionando con ganas el último tramo de verga dándole un último beso en la punta. Con lágrimas en los ojos por el esfuerzo de dilatación de su garganta, me sonrió.

– Eres increíble –le dije-. Yo no puedo hacer eso…

– Como te ha dicho Sergio –me contestó con la voz quebrada-, es cuestión de práctica, y de desear hacerlo, claro. Yo antes tampoco podía, pero teniendo esto- dijo volviendo a ofrecerme el duro miembro de su novio- en estas semanas he practicado bastante…

Me guiñó un ojo y me colocó la polla entre los labios.

– Come cuanto quieras… –añadió.

– Eso es morena –dijo su imponente novio quitándose la camiseta para mostrarme un torso fibroso perfectamente esculpido-, haz caso a la rubia, que tengo de sobra para las dos…

Aquel dios de ébano estaba tan seguro de sí mismo, que cogió mi cabeza con sus manazas y empujó con su cadera metiéndome la polla en la boca hasta que sintió que hacía tope contra el fondo de mi paladar, justo antes de poder provocarme una arcada. Entonces se movió hacia atrás sacándomela hasta dejarme sólo el grueso glande dentro de la cálida y húmeda cavidad, e inmediatamente volvió empujar con su pelvis mientras sujetaba mi cabeza para follarme a gusto la boca durante un largo minuto, en el que no pude más que tragar mi propia saliva mientras esa tremenda invasora me llenaba la boca deslizándose entre mis labios, arrastrándose sobre mi lengua para incidir repetidamente contra el fondo de mi paladar, hasta que finalmente me la sacó del todo para volver a ofrecérsela a su chica.

– Joder- le dije ya libre de esa casi violación bucal que había hecho chorrear mi coñito-. Quiero comérmela, no hace falta que me la metas así…

– Perdona… uuuuuummmm… -se interrumpió al sentir que Raquel se la succionaba ahora repetidamente-… Es que eres tan guapa… uummmm… Esos ojazos… uuuummmm… Esos labios… uummmm… Tenía que follarte… oooooohhhhh…

Mi amiga volvía a exhibir su profunda habilidad maravillándome y haciéndome sentir envidia de ella. Envidia por ser capaz de hacer algo tan “guarro” y excitante de ver, pero sobre todo envidia por ese novio que había conseguido, idealizado protagonista de los húmedos sueños de muchas mujeres por sus magníficos atributos. No pude resistirme y tomé sus colgantes pelotas con mi mano mientras Raquel se sacaba todo el sable.

– También son grandes, ¿a qué sí?- me dijo volviendo a pasarme la pértiga de ébano-. Mi chico es un auténtico semental…

Me metí la pollaza en la boca, y la chupé con ganas, siendo yo, en esa ocasión, quien controlaba el ritmo de la mamada. La degusté cuanto me cabía, rodeándola con la lengua, succionándola una y otra vez hacia dentro y hacia fuera, y aprovechando su generosa longitud para acompañar los movimientos de mis labios con mi puño masajeando el pedazo de tronco que no podía meterme, escuchando los gruñidos de aquel hombre disfrutando de mi destreza.

– Uuuuufffff- resopló- qué bien se te da comérmela, Lucía… Te gusta el chocolate, ¿eh?.

– Me encanta el chocolate –le respondí pasándosela a su novia.

Raquel se la comió al instante con auténtico ansia, succionando como yo acababa de hacer y metiéndosela entera en la garganta antes de volver a pasármela a mí.

Yo no podía igualar su arte, no estaba físicamente preparada, pero puse empeño en disfrutar aquel manjar demostrándole que, a pesar de ello, era capaza de hacer que su novio viera las estrellas con mi combinación de intensas succiones y pajeo.

Así fuimos alternándonos la magnífica dotación de una boca a otra, viendo cómo aquel poderoso macho disfrutaba de tener a dos golosas hembras para darle placer.

– Joderrrrr, guapa… Vas a conseguir el chocolate con leche… -me dijo tras una potente succión con la que su glande salió de entre mis labios con un “¡flock!”.

– ¿Te vas a correr en mi boca?- le dije poniendo cara de fingida inocencia-. No sé qué opinará de eso tu novia –añadí pasándole a ella el cetro.

– A mí no me importa –contestó ella dándole un lengüetazo a la transparente gota que asomaba de la punta -. Si a ti te gusta…

– Me encantaría probar el chocolate con leche… -contesté sonriendo con picardía.

– Es mi postre favorito y no puedo renunciar a él… Pero tranquila, habrá para las dos- añadió al ver mi cara de decepción-. Ya te he dicho que Sergio es un semental…

Y se metió la verga en la boca para chuparla con fuerza y devorarla varias veces hasta su base. Dejándome atónita con su voracidad y haciéndome desear que llegase mi turno.

Sergio gruñía de gusto, y parecía estar a punto de correrse, pero aún aguantaba. Así que, viendo que su novia había caído en la glotonería con egoísmo, aprovechó su aguante para ser él quien se la sacase de la boca y meterla en la mía volviendo a sujetarme la cabeza con ambas manos. Me folló los labios sin compasión a golpe de cadera mientras yo succionaba su carne tratando de seguir el ritmo de su pelvis. Los golpes de su glande en mi paladar derramaban gotas preseminales que alimentaban con su sabor mi retrogusto, y me sentí como un instrumento de placer utilizado sin remedio, hasta que la sentí palpitar.

Estaba preparada para recibir su corrida, deseosa de sentirla explotando en mi boca, pero para mi sorpresa, me sacó la polla y se la metió a Raquel para, del mismo modo, follarle la boca durante unos segundos. Hasta que con un “¡Ooooohhhh!”, se detuvo y vi cómo los carrillos de mi amiga se hinchaban hasta que tragó. Y él se retiró hacia atrás deslizando la negra anaconda entre los rosados labios para volver a empujarla hacia dentro con otro “¡Oooooohhhh!” que volvió a saturar la boca de mi amiga obligándole nuevamente a tragar. Él repitió el vaivén de cadera, y un nuevo “¡Oooooooohhh!” hizo rebosar la blanca lefa de aquellos labios chorreando por el venoso tronco que los perforaba.

Me quedé embobada observando con la boca abierta, fascinada y envidiosa viendo que, finalmente, sería todo para Raquel. ¡Pero qué iba a hacer!, a pesar de estar en mi casa, en esa situación la invitada era yo, y no le iba a decir a mi amiga que quería que su novio se corriera en mi boca en lugar de en la suya…

Sergio se retiró otra vez hacia atrás y fue Raquel quien, cogiendo la verga con la mano, se la sacó de la boca y la puso rápidamente en la mía. El largo taladro horadó mis labios con un empuje de cadera y, escuchando un “¡Oooooooohhhh!, sentí el músculo palpitar en mi lengua y una cálida explosión de sabor a hombre inundó mi boca pillándome por sorpresa. Tan inesperada fue esa corrida, que sentí cómo todo mi ser vibraba con un pequeño y rápido orgasmo, mientras tragaba el denso elixir de aquel hombre succionando hasta la última gota. Sergio deslizó su rígido miembro por mi lengua sacándolo hasta sólo dejarme dentro la gruesa cabeza y, “¡Ooooooohhhhh!” una nueva eyaculación chocó contra mi paladar llenándome la cavidad bucal de nuevo con hirviente semen. Su sabor saturó mis papilas gustativas, era el más intenso que jamás había probado, y su polla me lo empujó hacia la garganta haciéndomelo tragar.

Abrí los ojos incrédula ante lo que estaba sintiendo, y mientras tragaba vi la dura barra de carne negra brillante saliendo completamente de mi boca. La pálida mano izquierda de Raquel, sujetaba y acariciaba los huevos de su hombre, mientras la derecha masajeaba el tronco, y volvía a dirigir la punta para colocarla nuevamente entre mis carnosos labios.

– ¡Ooooooooooohhhhhhhh!…

Otro cálido chorro embadurnó mis labios y entró a presión en mi boca enlechándomela nuevamente. Viendo que aquello parecía no tener fin, me tragué la corrida y succioné esa deliciosa polla para estrangularla con mi paladar y lengua.

– Eso es- me susurró Raquel- traga, que llega el final…

Palpitando dentro, con vida propia, la verga aún dio dos potentes espasmos con sendos gruñidos de su dueño que me obligaron a seguir tragando mientras parte de la varonil esencia escapaba de entre mis labios mientras mis carrillos permanecían hinchados como los de una trompetista. Esos dos últimos estertores, aunque más seguidos, eran igual de abundantes que su predecesores, así que mi amiga me sacó la polla de su chico de la boca para evitar que me ahogase. El denso líquido blanco rebosó de mi boca abierta resbalando por mi barbilla y garganta, y también goteó directamente sobre la plataforma de mis generosos pechos, acumulándose en el canalillo para colarse lentamente entre mis dos apretadas tetazas, provocándome un escalofrío.

– Pero qué guapa eresssssss…- dijo entre dientes Sergio con su mirada fija en mí.

Su polla, aún ante mi rostro, eyaculó un último borbotón sobre mis labios, y Raquel tomó mi cara entre sus manos acoplando sus labios a los míos, metiéndome su lengua para volver a degustar el orgasmo de su macho de mí. Nuestras lenguas se enredaron compartiendo el intenso sabor del denso líquido que las lubricaba, y devoramos nuestros labios tragando el exquisito elixir.

Sergio dio un par de pasos atrás y se sentó en el sofá observando cómo su chica chupaba mi barbilla y bajaba por mi garganta lamiendo los regueros del licor rebosado. Raquel besó mi escote poniéndome la piel de gallina, y succionó la pequeña laguna blanca que se había formado sobre mi canalillo. Apartó los tirantes del vestido de mis hombros y me lo bajó para besarme los pechos con pasión, dejándomelos limpios de todo rastro de semen salvo por la húmeda mancha que había quedado en la parte media de mi sujetador. Subió y volvió a besarme, quedándose con su frente y nariz pegadas a la mía, mirando en la profundidad de mis azules ojos.

– Delicioso, ¿a que sí? – me dijo.

– Increíble- contesté yo-. ¿Es siempre así de… intenso y abundante?.

– En cuanto tiene unas horas para reponerse, sí. Tiene polla de caballo, cojones de caballo, y se corre como un caballo… ¡Me tiene loca!.

– Joder, no me extraña…

La mano derecha de Raquel se agarró a mi pecho izquierdo, y me lo masajeó con fuerza mientras sus delicados labios volvían a tomar los míos succionándomelos con suaves besos de mujer. La agarré por su estrecho culo y, palpando bajo su corta falda, lo recorrí hasta llegar a su tanga, tan empapado como el mío. Su lengua se enzarzó en combate con la mía, y aprovechando que la tenía bien sujeta por el culo, desabrochó mi sujetador liberando mis senos para ella. Abandonó mi boca y se comió mis tetazas como si se estuviera amamantando de ellas, haciéndome gemir de gusto. Mis manos tiraron de su prenda interior bajándosela por los muslos hasta que se la sacó y tuve paso libre para acariciar su empapada vulva, haciéndole suspirar mientras mordisqueaba mis pezones.

Sergio se había deshecho de las prendas que habían quedado en sus tobillos, y nos contemplaba, desnudo, con una amplia sonrisa. Y mientras su novia me comía las tetas con mis dedos explorando su jugosa almeja, yo no podía dejar de admirar su cuerpazo de dios ancestral, recreándome la vista con cómo acariciaba con suavidad su relajado miembro llegándole hasta casi medio muslo en total reposo. Era impresionante, y él lo sabía, por eso había mostrado tanta iniciativa y confianza en sí mismo follándome la boca de aquella manera. Sabía que sus superdotados atributos podían asustar o podían hacer enloquecer a las mujeres con sus instintos más primarios, y en mi ausencia de prejuicios y rápida aceptación, enseguida había comprobado que yo pertenecía al segundo grupo.

Raquel tiró de mi vestido hacia abajo, y me lo sacó por los pies junto con el tanga para dejarme completamente desnuda, salvo por los taconazos que me había calzado para salir de marcha. Me quedé a su merced, sentada en el sofá con las piernas abiertas mostrando mi mojado coñito de abultados labios. Mi amiga no me hizo esperar y, poniéndose en cuclillas, me agarró del culo y metió su cabeza entre mis muslos para lamer mi concha.

– Uuuummmm- gemí al sentir el contacto de su suave lengua.

Me lamió suavemente, abajo y arriba, permitiéndome ver únicamente sus bucles rubios entre mis piernas. Su escurridizo músculo penetró en mi vulva, con sus labios presionándola mientras entraba en mi calidez retorciéndose dentro de mí.

– Aaaaaahhhhh, Raquel, me mataassssss- dije agarrándome los pechos y masajeándomelos.

Su apéndice sabía perfectamente cómo moverse en mi sexo para deleitarme con un cosquilleo que provocaba que mi espalda se arquease, entrando y saliendo, retorciéndose dentro, lamiéndome la raja mientras su boca me la succionaba… La punta de su lengua alcanzó mi erecto clítoris y lo acarició trazando círculos en él, haciéndolo vibrar mientras un par de dedos se metían en mi humedad profundizando en ella.

– Uuuuummmmmm…

Sus experimentadas falanges estimularon mi rugosa zona interior, y elevó mi placer a un nuevo nivel que me obligó a apretarme las tetas con más pasión, mientras observaba cómo aquel que nos contemplaba se ponía en pie con su imponente virilidad completamente dura apuntando hacia nosotras.

– Levántate un momento –le dijo a su chica agarrándola del culito para sentarse entre sus piernas quedando de espaldas a ella.

Raquel se levantó y me besó dándome a probar de sus labios y lengua el característico sabor de mi propia excitación. Con las grandes manos de su hombre tirando de sus caderas, volvió a ponerse en cuclillas sujetando con una mano la larga pértiga del macho hasta colocarla en su coñito y bajar suavemente ensartándose en ella.

– Aaaaaaaaaahhhhh… ¡oh!- exclamó cuando sintió la gruesa cabeza haciendo tope en su interior.

– Eso es, nena – le dijo él-. Tú cómete bien a tu amiga, que yo controlo la profundidad.

La melena rubia volvió a colocarse entre mis muslos, y sus labios succionaron mi clítoris mientras sus dedos volvían a penetrarme el coñito con decisión, arrancándome un nuevo gemido profundo. Sergio la mantenía en cuclillas, sujetando su peso con sus fuertes brazos, haciéndola deslizarse arriba y abajo por su polla, obligándola a gemir de gusto con mi clítoris en su boca mientras un palmo de negra carne le taladraba hasta el fondo.

Experimentando la deliciosa comida de coño que mi amiga me estaba regalando, observé la cara de placer de Sergio, controlando en cada bajada la profundidad con que se follaba a su novia. Y aunque no podía meterle todo su instrumento, quedándosele fuera una buena parte, se veía que él estaba disfrutando tanto como nosotras dos.

Enseguida percibí cómo Raquel gozaba de aquella verga llenándole las entrañas y golpeándole en lo más profundo de su cueva. No paraba de gemir, haciéndose su comida más lujuriosa y apremiante, devorándome el clítoris con ansia, estimulándolo con rápidas y fuertes lamidas arriba y abajo y poderosas succiones que me arrastraban al borde del orgasmo. Sus dedos, cubiertos de mi flujo, salieron de mí y se colaron en mi culo sin encontrar resistencia. Primero uno, perforando mi agujerito con suavidad a través de mi relajado esfínter, y luego el otro, acompañándole para abrirme el culito y follármelo con ambos, entrando y saliendo, trazando círculos en mi ya acostumbrada entrada trasera para hacerme temblar de puro placer.

Mis gemidos se hicieron tan intensos como los suyos, aunque ella los ahogó metiéndome nuevamente la lengua en la vagina, follándomela con tal pasión y devorándomela con tal intensidad, que me corrí gritando enloquecida por aquella comida y penetración anal, con mi espalda despegándose del respaldo del sillón y mis manos comprimiendo mis tetazas en pleno éxtasis.

Raquel devoró mi orgasmo, y justo cuando éste llegaba a su zenit, ella misma se incorporó sacándome los dedos del culo para agarrarse sus pechos y disfrutar de su propio orgasmo con la polla de Sergio dilatándole las entrañas.

Contemplé cómo mi amiga se retorcía de gusto sobre aquel falo, empalada por él, ensartada en aquella lanza de la que yo aún podía ver medio palmo embadurnado de zumo de hembra, y deseé tenerlo para mí. Deseé que aquella pollaza también me hiciese retorcerme de gusto clavada en ella.

Cuando su chica terminó de correrse, Sergio la ayudó a levantarse deslizándose hacia arriba por aquella estaca. Cuando el conejo liberó la zanahoria, ésta se agitó de un lado a otro cubierta del fluido femenino que aún conectaba ambos sexos con un fino y transparente hilo brillante. Me quedé hipnotizada con aquella visión.

Viendo cómo no perdía detalle, aquel portento de la naturaleza se puso en pie, y agarrando su miembro con una mano se acercó a mí para tomarme de la barbilla y metérmelo en la boca.

– Toma más chocolate, golosa, que lo estás deseando –me dijo.

No me esperaba aquello, pero había adivinado mis deseos, así que degusté los fluidos de Raquel en aquel rígido músculo que volvía a follarme los labios con un suave balanceo de caderas.

– Tu amiga es una cachonda –le dijo a su novia mientras su verga invadía mi cavidad bucal.

– Ha estado reprimiéndose muchos años- le contestó Raquel.

– Joder, pues qué pena, ¿no?. Con lo guapa que es y lo buena que está… Y, ¡uf!, sabe comérmela bien y con ganas…

Yo sólo podía escuchar, sin opción a intervenir, silenciada por aquel manjar que saciaba mi hambre con pétrea carne.

– Bueno, cariño, normal que te la coma con ganas, con esa talla que gastas…A mí me has convertido en garganta profunda por las ganas de comérmela entera…

– Y eres la mejor – contestó sacándome su miembro de mi boca para besar con pasión a su novia.

Yo me quedé inmóvil, paladeando aún el sabor de mujer que aquel macho me había obligado a degustar de su verga respondiendo a mis pensamientos. Y volví a desear tener aquella polla para mí, que me follase como se había follado a mi amiga. Me lo había ganado mamándosela y tragándome la mitad de su leche… Pero no me hizo falta decir nada, ya habían decidido por mí.

CONTINUARÁ…

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alfascorpii1978@outlook.es

Relato erótico: “En mi finca de caza (4.- Patricia se confiesa)” (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2Las esperé en mi cama, esa noche era nuestro estreno, habíamos compartido nuestros cuerpos pero Sin títulosobre mi lecho íbamos a firmar el pacto de unión entre los tres. Patricia, el bellezón de treinta y dos años, que había sido la esposa de mi amigo Miguel, se iba a convertir en parte de nosotros, mediante el ritual ancestral de entregar su cuerpo y su alma plenamente. Debía de sincerarse, y decidir dejar su vida atrás, para convertirse en nuestra hembra. María, mi amante criada, a la cual le había hecho descubrir las delicias del sexo con solo dieciocho años, estaba de acuerdo, no solo la deseaba, sino que comprendía que yo necesitaba a alguien, que se ocupara de mí, mientras estaba en Madrid.
Las vi entrar, agarradas de la mano, a mi habitación, ambas llevaban un camisón de raso que dejaba entrever la perfección de sus cuerpos, Patricia era mas alta, rubia con unos pechos pequeños pero engalanados por unas rosadass aureolas, que pedían a gritos ser besadas, un estómago firme de mujer que no solo ha pasado por el trance de los niños, sino que reflejaban el ejercicio que diariamente realizaba en el gimnasio, Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de la raza mediterránea, con su pelo negro ondulado por los rizos, la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño, sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados, la gravedad todavía no había hecho mella en ellos y su cintura de avispa no era mas que un aviso de lo que se avecinaba mas abajo, unas caderas redondas enmarcadas por un trasero de negra, redondo y respingón que era una delicia acariciar.
-Venir aquí-, les ordené golpeando con mi mano la cama.
Al andar movían sus caderas, provocando como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Al llegar a mi cama se acercaron gateando sobre la colcha, dejando que mis ojos contemplaran a través de sus profundos escotes, la rotundidad de sus curvas, eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María empezó a desabrochar mi pijama mientras sus labios buscaban mis besos, Patricia en cambio se entretuvo bajando los tirantes del camisón de la muchacha y cogiendo sus pechos con la mano me los ofreció como ofrenda. No me pude negar a sus caricias, sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban, y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Ella misma, se bajo también el camisón, dándome de igual forma sus senos, sin dejar de acariciar los de María. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos. La escena no podía ser mas excitante, dos hembras complaciendo a su macho, y éste deseando serlo.
-¡Relájate mi amor!,¡ déjanos hacer!-, me dijo Maria.
Me despojaron de mi ropa, entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas. Patricia tomó la iniciativa, bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de la mujer.
-¿Te gusta?-, me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.
Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.
El sentir, la humedad de la boca de Patricia cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la morena, para unirse a la mujer, y asiendo mi extensión con la mano, jugueteó con mi glande, explorando todos sus pliegues, mientras la otra sin ningún recato se apoderaba de mis huevos, introduciéndoselos en la boca. Estaba siendo atacado por dos frentes, sentía como las dos mujeres competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por sus caricias mutuas. Estaba en el cielo, y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi palo, con sus bocas, era como si se estuvieran besando a través de mi grosor, sus labios se tocaban, sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero espectador privilegiado de sus caricias.
Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi climax, y ellas al sentir que se acercaba, como posesas buscaron ser las dueñas de mi explosión. Sus bocas se convirtieron en una extensión de mi capullo, no podía distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene, eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.
-¿Yo también quiero!-, protestó patricia al ver que María se apoderaba de mi sexo.
Cuando expulsé el liquido preseminal, dos lenguas disfrutaron de su sabor, y ansiosas dos manos asieron mi extensión para buscar mi placer, comenzando a menearla, mientras sus bocas estaban listas para recoger la cosecha. Sentí una descarga, cuando mi semen subiendo por el conducto en potentes explosiones, era devorado por ellas que como buenas amigas compartían alternativamente el chorro que salía de mi capullo, en una perfecta unión. Fue un orgasmo brutal, no dejaron de ordeñar mi miembro, hasta que convencidas que habían sacado hasta la ultima gota de mi semilla, me preguntaron que me había parecido. No les pude mentir:
-Ha sido uno de las mejores mamadas que nunca me han hecho-.
Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado, y acercándose, se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras, y al ver como Patricia se comía con los ojos a mi criada, decidí ayudarla y poniendo a la muchacha entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos, y notar como dos bocas se apoderaban de sus pezones.
-Me encanta-, gimió cuando Patricia inició el descenso hacia su vulva y abriendo le grito que era todo suyo. La rubia no se hizo de rogar y separando con los dedos sus labios inferiores, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que se humedeciera. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina, comenzó a torturarla, la humedad se transformó en río, y el flujo mojo la mano de la mujer, que al percibirlo ansiosamente se llevo la mano a la boca, y provocativamente bebió de su sabor agridulce.
-Manuel hazme el amor, necesito sentirte dentro-, me rogó y subiéndose encima, empezó a ensartarse toda mi extensión, dándome la espalda de forma que su sexo seguía estando a disposición de Patricia. La lentitud con la que se empaló, me permitió notar cada uno de sus pliegues, percibir como fue desapareciendo mi pene en su interior y como mi capullo rozaba la pared de su vagina, llenándola por completo.
 
Verla así, abierta de piernas con mi sexo en su interior, era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y simultáneamente al inicio de los movimientos de María, con la lengua se adueñó del clítoris de la morena, y bajando la mano a su propia entrepierna, empezó a masturbarse frenéticamente tratando de participar de esa forma en nuestra unión.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! -, dijo María, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar cuyo fin no podía ser otro que el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer. Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Patricia se levantó, poniéndole su propio sexo en la boca de la morena, y esta saborear el gustillo a hembra en celo, el momento en que ésta estalló retorciéndose como posesa, y coincidiendo su climax con el mío, mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.
Caímos agotados sobre la cama, mientras Patricia se dedicaba a absorber los restos de nuestra unión, y reiniciando su masturbación consiguió su propio orgasmo, justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestro cuerpos no quedaba ningún huella de nuestro éxtasis.
Fue también ella, quien tras unos momentos de descanso, rompió el silencio:
Gracias, nunca había dado tanto placer, siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir -, dijo antes de echarse a llorar.
Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna después de tanta incertidumbre, dejé que la morena la consolara, mientras bajaba al bar a coger un cava, para celebrar el inicio de nuestro acuerdo. Por fin había conseguido que dos mujeres de bandera, compartieran gustosas mi cama, y que además no solo desearan mis abrazos sino que estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Los tríos son difíciles, por eso deben de al menos tener un buen inicio.
Al volver con la botella y las tres copas, Patricia seguía llorando y María estaba seria, con caras de pocos amigos, me había perdido algo y no tenia ni idea de lo que había sido.
-¿Qué pasa?-, pregunté extrañado.
Tu amigo Miguel es un hijo de puta-, me espetó María mientras su ex no paraba de berrear, Pati, tiene algo que contarte-.
No entendía nada, creía que había aclarado con la mujer, el hecho que me había intentado engañar, pero que su marido me había sacado de su error enseñándome las fotos de los cuernos que le había puesto. Ella no lo había negado, por lo que para mí, todo estaba claro, Miguel era un cornudo, que se había pasado dos pueblos, pero nada mas. Lo que me mosqueaba era que María se pusiera de su lado, era una mujer inteligente y si opinaba eso de mi amigo, al menos debía de escuchar la versión de Patricia.
Tuve que esperar unos minutos a que se tranquilizara, durante los cuales, no dejaba de pensar en lo que me iba a contar, y que consecuencias tendría en nuestra relación. No me gustaban las mentiras, y si iba a ir por ese camino, lo nuestro habría terminado antes de empezar. Cuando por fin pudo hablar, me dijo entre sollozos:
Manuel, te he mentido, pero es que me daba vergüenza que supieras la verdad-, no abrí la boca esperando que terminara, – pero lo que te han contado es falso y las fotos que has visto tienen otra explicación -.
-Pati, no me importa lo que ocurrió, es pasado-, le expliqué tratando de evitar su mal trago y que se tuviera que inventar una mentira para disculpar su error.
-¡Pero yo quiero que sepas la verdad!-, por la ira con la que me respondió, asumí que lo mejor era escuchar toda su versión sin interrumpirla.
-Te escucho le contesté.
-Como sabes, conocí a Miguel siendo una niña, fue mi único novio. Era el hombre ideal, cariñoso, trabajador, con éxito, y encima guapo, por eso cuando me pidió que nos casáramos, me pareció algo natural, mi vida estaba enfocada a ser una esposa y para mí era mas que suficiente-, todo lo que me había dicho era verdad, hacia casi veinte años que los conocía por lo que podía asegurarlo,-durante los primeros años de matrimonio todo siguió igual, el trabajaba y yo le cuidaba, mientras que nuestra situación económica no hacía mas que mejorar. Nos cambiamos de casa, a él le nombraron director de la compañía, de forma que éramos la envidia de nuestro círculo-.
Supe que ahora venía lo realmente importante, todo lo que nos había explicado no debía de ser mas que el prólogo del inicio de el derrumbe de su relación.
Cuando pedí hablar contigo, estaba desesperada, no tenía a nadie mas al que acudir, ya que no solo eras nuestro amigo, sino que sabía en mi interior que te gustaba, y que por tu carácter no ibas a permitir que siguiera con su juego-, la angustia de su mirada, me acongojó, lo que me iba a contar era demasiado cruel, para que soltarlo la primera vez,- lo que no me esperaba era que al cenar contigo esa noche y luego al venir contigo a Extremadura, la atracción que por ti sentía se convirtiera en deseo y que junto con María, termináramos haciendo el amor
Rememoré esa noche, donde ella no paró de coquetearme y el viaje en coche donde ya descaradamente buscaba seducirme, pero nada de eso me aclaraba que es lo que había acudiera a mi, después de que Miguel la echara de casa. Como no quería alargar su mal rato, le pregunté.
Pati, todo eso lo sabemos, ¿ Pero que pasó entre vosotros?, para que llegaras con un matrimonio roto y los ojos morados-.
Totalmente destrozada, me expuso como su marido, al ver que había conseguido el éxito profesional y social, poco a poco se fue distanciando de ella, buscando en otras mujeres la excitación que no encontraba en casa. Ella, que no era tonta, lo sabía pero no le importaba, mientras siguiera manteniendo su status, y siempre que él cumpliera en la cama. Para ella, esa mujeres no eran importantes, ya que ella era la señora de la casa, no era lo que había soñado pero no iba a permitir echar por la borda todos esos años de esfuerzo. Así con un matrimonio de conveniencia estuvieron un par de años, pero todo empeoró cuando Miguel se aficionó a las cartas, y todas las noches iba a garitos donde perdía grandes sumas de dinero en el juego.
“Miguel un ludópata”, sabía que jugaba y que le gustaban la mujeres, pero de ahí a ser un adicto que se arruinaba noche tras noche, había un abismo, pero me hizo recordar que hace tres meses, le había prestado seis mil euros por que según él se había excedido en los gastos.
Patricia tomó aire, antes de continuar:
-Nuestra situación económica iba de mal en peor, al igual que nuestra relación, pero hace una semana llegó borracho, a las tres de la mañana con un amigo. Yo estaba dormida, cuando sentí como me despertaban. Miguel me dijo que le tenía que ayudar, que había perdido mucho dinero, y que no tuvo mas remedio que apostarme en la última jugada-
.
-Como puedes comprender, al oírlo terminé de despertarme, no me podía creer lo que estaba diciendo, cuando entró su colega en el cuarto, y sin mas preámbulo empezó a tocarme y a acariciarme, mientras “tu amigo”, cogía la cámara de fotos. Traté de escapar, pero me agarró de los brazos y tumbándome en la cama, desgarró mi vestido, empezando a violarme. Fue el peor momento de mi vida, cuando sentí como me penetraba ese salvaje, mientras Miguel tomaba fotos animándole sin parar de preguntarle que le parecía yo, de decirle que era una putita que valía el dinero que había pagado. Se estaba riendo cuando noté como se corría dentro de mí-.
-No habían transcurrido mas de tres minutos, desde que entraron a mi cuarto, hasta que se fueron, pero fueron los mas asquerosos de mi vida. Todo en lo que creía se había desmoronado, me sentía vejada, denigrada, y lo mas doloroso era que esa puñalada me la había asestado mi marido-.
-Al día siguiente, estaba todavía llorando, cuando Miguel volvió a casa. Venía con el rabo entre las piernas, pidiéndome que le perdonara, que no sabía por que lo había hecho, que estaba drogado y jurándome que era la ultima vez que se ponía delante de una mesa de cartas-.
De ser cierto, no solo era un hijo de puta, sino poco hombre, al que todos los apelativos le quedarían cortos. Me dolía la cabeza del cabreo, las venas de mi cuello, la tensión de mis hombros no eran mas que un mero reflejo de la ira que sentía en ese momento.
-¿Y qué hiciste?-, le pregunté asombrado por lo que acaba de oir.
Como una boba, le creí, aunque humillada en lo mas íntimo, pensé que no se volvería a repetir-.
¡Pero ocurrió!-, sentenció María, interviniendo por primera vez.
Si, antes de ayer me vino con que todavía debía mucho pero que tenía unos conocidos que se harían cargo de sus deudas, si me acostaba con ellos. Al negarme, se puso hecho una fiera, recriminándome el dinero que se había gastado en mi, y todo lo que me había dado durante esos años. Viendo que no cedía empezó a amenazarme con mostrarle las fotos a mis padres, para que vieran lo puta que era su hija-, la cólera al recordarlo la hizo llorar,- No pude resistirlo, y traté de abofetearlo con todas mis fuerzas, pero no llegué a tocarle, por que él, me tumbó en el sofa, dándome la paliza que viste ese día-
María se abrazó a ella, tratando de consolarla, mientras le decía que no se preocupara que con nosotros estaba a salvo, y que yo no iba a dejar que siguiera con su juego. Eran dos versiones tan diferentes que no sabía con cual quedarme, pero era importante el decidir quien decía la verdad, sino lo hacía jamás podría volver a confiar en Miguel ni en Patricia. Estaba como paralizado, uno acusa de cuernos, y la otra de violación, la gravedad de la versión de Patricia hizo que inconscientemente fuera tendiendo a creer la de Miguel, por que no podía aceptar que mi amigo fuera tan cabrón, pero tratando de recapacitar recordé las fotos que me había mostrado, y de pronto caí que no solo habían sido tomadas en la habitación de ellos, sino que confirmando la historia de la mujer, un camisón desgarrado estaba tirado al lado de la cama.
Todo cuadraba, la pobre decía la verdad, y el que hasta entonces consideraba un amigo, era un mal nacido de la peor especie. Todavía me parecía oír sus palabras cuando le recriminé que hubiera pegado a su mujer, donde me decía “que desde ese momento Patricia era problema mío”, por lo que dándole la razón, ya que el me la había cedido, vengarla era mi responsabilidad.
Decidido me acerqué a las dos mujeres, y levantando a Patricia de la cama, le pregunté:
-¿No eres acaso nuestra mujer?, esperé a que me contestara afirmativamente con la cabeza,- pues entonces como dicen en México “¡No es Hombre, el que no se venga!-, y dándole un beso en los labios, grité:
-¡Brindemos por el sabor dulce de la venganza!-, mientras servía tres copas.
 
 
 

Relato erótico: ” La Cazadora XIX” (POR XELLA)

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LA CAZADORA XIX

Sin títuloElisa llegó a su casa a toda velocidad, dejó sobre la mesa una carpeta que traía y fue directamente a cambiarse a su habitación.

Ya llevaba un par de semanas sirviendo en casa de su vecina y nunca había sido tan feliz. Pasaba el tiempo en la universidad deseando que llegara el momento de llegar al casa y ponerse el uniforme. Se puso unas braguitas de encaje blanco (ahora su colección era mucho más completa) con el culo al aire, al igual que las primeras que había tenido y, inclinándose sobre la cama, se introdujo ella sola el plug anal. Al principio le costaba, tardaba unos minutos y usaba bastante lubricante, pero ahora, para su orgullo, lo colocaba bastante rápido y de forma casi indolora sin tener que usar nada.

Se dispuso a salir por la puerta, pero tuvo que volver porque se le olvidaba la carpeta que había traído. No quería decepcionar a su jefa…

Cruzó el rellano y abrió la puerta con la copia de las llaves que le había proporcionado Diana. En medio del salón se encontró a Missy siendo follada por Bobby a cuatro patas, como dos auténticos perros. Esto no la sorprendió puesto que era bastante habitual, ella misma, al acabar sus tareas, solía “jugar” un rato con ellos, siempre que Diana no la requiriese.

La buscó en su despacho, últimamente estaba bastante tiempo ahí.

Toc Toc.

– Adelante. – Sonó detrás de la puerta.

– Buenas tardes, señorita.

– Buenas tardes, Elisa.

Estaba preciosa. Elisa la miraba embobada, asombrada por como lucia su belleza con una naturalidad aplastante. Hasta los trapitos que llevaba para estar por casa la quedaban genial, y esos ojos, esa mirada…

– ¿Qué querías? – Preguntó, interrumpiendo sus pensamientos.

– ¡Ah! – Exclamó la asistenta, saliendo de su ensimismamiento. – Le traigo lo que me pidió.

Diana se levantó y cogió la carpeta que traía la chica.

– Buen trabajo. – Elisa sonrió, le encantaba mostrar su valía ante ella. – ¿Cuántas?

– Siete. Pero podré conseguir más.

– Siete… Está bien para empezar, mejor se lo que me pensaba.

Dejó la carpeta a un lado y se acercó al la chica.

– Estoy muy contenta de haberte contratado, te has adaptado perfectamente a tus nuevas tareas.

Se acercó tanto a Elisa que esta podía notar su aliento sobre ella. La tenia tan cerca… Un sólo centímetro más, solo pedía eso… No se atrevía a lanzarse ella por mucho que lo desease, no quería contrariar a Diana.

La mano de la cazadora se posó sobre la cadera de la chica, y descendió acariciando el suave uniforme hasta su expuesto trasero. Elisa cerró los ojos de puro deseo. Se encontró de pronto con los labios de Diana, como había deseado, fundiéndose en un lujurioso y húmedo beso.

Las manos de Diana se movían por el culo de la chica, sobandola, atrayendola hacia ella, obligandola a notar el contacto de sus pechos. Comenzó a jugar con el plug anal, moviendolo ligeramente, sacándolo y volviéndolo a introducir. Elisa había aprendido a encontrar el placer de aquella manera, y comenzó a jadear entre beso y beso.

Diana, llevó una mano al sexo de la joven, notando con agrado la humedad del mismo. Jugaban lengua con lengua mientras la cazadora llevaba a Elisa a un intenso orgasmo, como premio por el trabajo bien hecho. El placer fue compartido por las dos, sumergiéndose Diana en una oleada de espasmos gracias a las sensaciones de su asistenta.

– Y ahora, – Dijo, separándose de ella y llevándose los dedos a la boca, saboreando los jugos de la chica. – puedes volver a tus tareas.

Elisa salió de la sala, obediente, y Diana procedió a examinar el contenido de la carpeta que traía.

Siete. Siete nuevas presas.

Elisa había hecho un trabajo bastante completo. Había adjuntado fotos en diversas situaciones de las chicas, su nombre, teléfono, email, Facebook… También las direcciones de las que disponía y las situaciones familiares de cada una de ellas. Esa chica era una joya.

Pero ahora no tenia tiempo para eso, estaba a punto de caer sobre su nueva presa.

Había estudiado el informe que le cedió Marcelo minuciosamente, había observado a la víctima, sus hábitos y sus actitudes y había encontrado el momento perfecto para abordarla. Podía someter su mente en un segundo, pero le resultaba más divertido jugar con ella, ir viendo como se transformaba poco a poco en la zorra que quería de ella. Además, había buscado el momento de estar solas, así no tendría que preocuparse de que alguien pudiese delatarla de alguna manera.

Y ese momento era esa misma tarde.

———————

Siv Helen Olsen era una belleza Noruega incluso a sus 50 años, rubia, alta, estilizada, ojos azules… Parecía un perfecto estereotipo. Siempre había llevado una buena vida, lo que había aprovechado para cuidarse y mantenerse joven, su posición social también la obligaba y la ayudaba a ello.

Había conocido en su juventud a un diplomático español que estaba pasando un tiempo en su país, y de repente llegó el amor. En unas semanas estaban saliendo y en menos de dos años se habían casado. De esa relación habían salido dos preciosas jovencitas que ya tenían 25 y 27 años. Pero su madre no tenia nada que envidiarlas, más a menudo la preguntaban que si eran sus hermanas antes que adivinar que era su madre.

Ahora se estaba tomando un tiempo de descanso y, aprovechando que su marido tenia importantes asuntos que atender había aprovechado para irse de compras. Normalmente era asesorada por, Cintia, su Personal Shopper, pero hoy se encontraba indispuesta, así que le había conseguido a alguien que, según ella, era de su total confianza.

– Buenos días, señora Olsen. – La saludó una joven.

– Buenos días. Tu debes de ser…

– Diana, Diana Querol. Soy amiga de Cintia.

– Encantada. – Dijo educadamente, estrechando su mano.

Observó de arriba a abajo a la chica. Era una preciosidad, y parece que tenia bastante estilo. Llevaba un traje de dos piezas negro con rayas grises, una blusa blanca que dejaba entrever el nacimiento de sus senos e iba peinada con un bonito recogido en la parte alta de la cabeza.

Casi iba mejor que ella. Helen llevaba una falda de tubo color crema y una camisa con encaje. Iba elegante, pero esa chica…

Sintió una punzada de envidia, casi parecía que ella era la señora. Entonces la envidia se tornó en una ligera admiración.

“Sí va así de elegante, quiere decir que tiene buen gusto, y eso es lo que busco en ella.”

– Cintia me ha hablado muy bien de usted, me dijo que era una auténtica belleza y que todo lo que se pruebe la sentaría bien. Creí que exageraba pero ahora veo que incluso se quedó corta.

Helen se ruborizó ante el comentario de la joven, no era la primera vez que la decían algo así ni mucho menos, pero la manera en que esa chica la miraba la ponía… ¿Nerviosa? Parecía que intentaba devorarla con aquellos ojos verdes, tan profundos, tan vívidos…

– ¿Señora? – Diana la sacó de su ensimismamiento. – ¿Se encuentra bien?

– Eh… Si. Si, no te preocupes.

– La estaba preguntando que por donde quería empezar, ¿Tiene alguna preferencia?

– Si, una de mis niñas acaba de terminar la carrera, y habíamos pensado hacerle una fiesta, así que en primer lugar me gustaría mirar un vestido apropiado.

– Estupendo, conozco el sitio perfecto, si me acompaña… – Diana se dirigió hacia su coche, que había aparcado cerca.

“Debe de ser muy buena y ganar mucho para mantener ese coche” Pensaba Helen, asombrada del estupendo deportivo que conducía la chica.

– ¿Cómo le gusta la ropa? – Preguntó Diana mientras conducía. – Para ir haciéndome una idea.

– Me gustan la ropa sencilla y sobria, que marque mis formas pero que no sea vulgar.

– Claro, con la figura que tiene usted no le hace falta llevar ropa rebuscada para estar despampanante… En la sencillez está el buen gusto.

Otra vez, otro piropo y de nuevo Helen notó como el rubor ascendía a sus mejillas.

Cuando llegaron a la tienda y, después de dar una pequeña vuelta por ella, Diana comenzó a recorrerla seleccionando conjuntos que creía oportunos para Helen.

– Creo que con estos podemos ir empezando. – Dijo, ofreciéndole 3 vestidos.

Se dirigieron al probador y la chica se quedó fuera esperando.

“Tiene buen ojo” Pensó Helen mirando los vestidos. “Y parece que ha captado bien mis gustos, son exactamente lo que le había pedido”

Comenzó a desnudarse dispuesta a probarse un vestido verde y ajustado. Cuando se quedó en ropa interior se quedó mirándose en el espejo, observando lo bien que llevaba sus 50 años.

“No tienes nada que envidiarle a esa chica, estás estupenda”

Se giró para ver lo bien que le quedaba el tanga y entonces, se dio cuenta de que la cortina no estaba cerrada del todo. Por una pequeña rendija podía ver como Diana la observaba. Rápidamente apartó la mirada.

“¿Qué cojones hace espiandome?”

No se molestó en cerrar la cortina. Pensaba en salir y echarle la bronca a aquella desvergonzada pero, en lugar de eso, se puso el vestido y salió del probador.

– ¿Qué tal me queda? – Dijo, mostrando el vestido.

– Estupendo, es su talla y además, realza perfectamente sus formas. Sencillo y sobrio, ¿Verdad?

Diana giró alrededor de Helen, comprobando las costuras. La mujer se estremeció cuando las manos de la chica entraron en contacto, recorrieron sus costados, sus caderas y, en un rápido y ligero movimiento le dio la impresión de que había acariciado su culo.

Entró de nuevo al probador pensando en que tenía que cerrar bien la cortina pero, sin saber por qué, la dejó entreabierta de nuevo.

“¿Estas loca? ¡Te puede ver cualquiera!” Se decía mientras se cambiaba de vestido. Podía notar los ojos de Diana clavados en ella, observando cada centímetro de su cuerpo. Recordó el contacto de su mano en su culo y volvió a estremecerse.

Cada vez que se tuvo que desnudar, Helen pasaba más tiempo en ropa interior antes de ponerse el siguiente modelo. No sabía por que razón el hecho de que Diana la estuviese observando la excitaba, la recordaba que todavía era una belleza, que su cuerpo era deseado. Cuando acabó con el último vestido, la Personal Shopper se asomó al probador.

– ¿Qué tal va?

Helen rápidamente se tapó con las manos.

– ¿Q-Qué haces?

– No se preocupe por mí, solo quería traerle un nuevo vestido que creo que le irá bien.

Le tendió una prenda roja y negra y salió del probador.

Helen estaba jadeando de la tensión. ¡Había entrado directamente al probador!

Cuando comenzó a relajarse notó que tenia la piel de gallina y una enorme calentura subía de su entrepierna.

“¿Cómo es posible?”

Se quedó mirando el nuevo vestido, no creía que fuese de su agrado, pero no quería decepcionar a la joven.

Cuando se vio en el espejo se quedó sin habla, era un minivestido ¿Cómo pretendía que se pusiese eso? . La falda no llegaba ni siquiera a medio muslo y tenia la espalda completamente al aire. Era tan ajustado que parecía que sus pechos iban a reventar la tela pero… No podía negar que era sexy, muy sexy.

– ¿Ya se lo ha puesto? – Preguntó Diana desde fuera del probador. – ¿Puedo ver que tal le queda?

Helen salió algo azorada, la tienda no estaba a rebosar pero había gente. Gente que se la quedó mirando en cuando abandonó el probador.

– ¡Está estupenda! – Exclamó Diana, entusiasmada. – ¿Le parece bien el cambio de look?

– Creo… Creo que es demasiado exuberante para mi…

– No diga tonterías, le queda genial. Tiene un cuerpo estupendo y debería ser un orgullo lucirlo.

“Tengo… Si, realmente tengo un cuerpo estupendo”

– Pero, ¿No crees que es excesivo?

– ¿Excesivo? ¡No! Necesitas mostrar al mundo tu belleza, eso te hará feliz.

“¿Mostrar mi belleza? Tengo un cuerpo estupendo… Pero…”

– Mira la gente a tu alrededor, los hombres te miran con deseo, y las mujeres con envidia.

Era verdad, nadie en la tienda apartaba la mirada de ella. Sentía vergüenza, llevaba puesto un vestido que dejaba muy poco a la imaginación, pero también sentía excitacion, ser el centro de atención, que la deseasen, que quisiesen poseerla, era una sensación extraña que nunca había sentido.

– ¿Le gusta, verdad?

– ¿Qué?

– Sentirse observada, sentirse deseada, puedo verlo en sus ojos. Mirese en el espejo, esta despampanante.

Diana se situó tras ella mientras se miraba, agarrandola por la cintura, pegándose a ella. Veía a través del espejo como su mirada parecía capaz de penetrar en ella, se sentía desnuda.

– No puede negarlo… – Continuó la joven. – Dejó la cortina del probador abierta para que yo la viera, para que todo el mundo pudiera verla.

– Yo… Fue… Fue un descuido.

“¿De verdad? La primera vez si, pero, las demás…”

– ¿Por qué se puso si no esa preciosa lencería?

– Me gusta como me queda.

– Te gusta que te la vean.

– No…

“¿O si?”

Las manos de Diana descendían por su cintura y comenzaron a avanzar lentamente por su vientre, descendiendo.

“¡Nos puede ver todo el mundo! Estamos en el centro de la tienda, ¿Qué cree que esta haciendo?” Pero no la detuvo. Cerró los ojos y suspiró, echó su culo hacia atrás, intentando buscar el contacto con la chica, pero entonces, esta se apartó.

– Entonces se lleva el vestido, ¿Verdad?

Helen se quedó paralizada, ¿Qué coño la estaba pasando? ¿Se estaba volviendo loca? Diana ya estaba pagando las prendas. Entró en el probador y volvió a ponerse su ropa para seguir adelante pero, cuando salió, se sintió extraña. La gente la miraba, pero no de la misma forma que antes.

“Ahora me desean… Pero no de la misma manera… Yo sigo siendo la misma… Debo… ¿Mostrarme?”

Siguieron recorriendo tiendas de ropa, pero Diana no volvió a ofrecer la ningún vestido como aquel. Helen estaba algo desanimada, no creía que nada de lo que se estaba probando la quedara bien, vestido tras vestido los iba desechando, uno tras otro. Entonces, en la última tienda.

– No se que más ofrecerla… – Dijo Diana. – ¿Qué está buscando?

“Qué me miren, que me deseen”

– No se… ¿Qué tal esto? – Preguntó cogiendo un vestido que llevaba tiempo mirando.

– Pruebeselo y veamos que tal.

Helen obedeció, seguía dejando el probador entreabierto mientras se vestía. Cuando salió, Diana sonreía.

El vestido era negro, ajustado y con un escote en pico que dejaba ver el canalillo de la mujer. La falda, ya de por sí corta, estaba rematada con una raja en el lateral que dejaba ver el muslo izquierdo casi hasta la cadera.

Los colores volvieron a ascender a la cara de la rubia, los colores y los calores. Volvía a notar la atención de la gente y eso la lleno de orgullo.

“Les encanta verme, me desean” Pensaba, feliz.

Entonces, Diana comenzó a traer vestidos del mismo estilo, uno tras otro, y Helen los elegía todos. Se sentía radiante, feliz y excitada.

– Creo que por hoy hemos acabado. – Dijo Diana.

– ¿Ya? – Helen estaba algo decepcionada, no quería que acabase. Había descubierto una nueva parte de si misma y quería explotarla. – De acuerdo pero, ¿Qué te parece si vamos al tomar algo? Has hecho muy bien tu trabajo y me gustaría conocerte mejor.

– ¡Perfecto!

Se dirigieron a un pequeño bar, algo escondido que conocía Diana.

– ¿Le parece bien este sitio?

– No me trates de usted, ya no estamos trabajando.

– Esta bien, Helen, ¿Te parece bien?

– Perfecto. Siéntate, voy a pedir.

Helen se dirigió al la barra. El sitio estaba vacío, solo se encontraba en él el camarero y un hombre al fondo de la barra.

– Buenas tardes, ¿Me puede poner dos copas de vino?

– Enseguida.

La mujer notó como el hombre la recorrió con la mirada, pero no sintió lo mismo que cuando había estado en las tiendas.

– ¿Qué te ocurre? – Preguntó Diana cuando llegó a la mesa.

– Nada… Es solo que… – No sabia si contárselo, acababa de conocer a aquella chica pero, por alguna razón la inspiraba confianza. La forma en que la miraba la hacia sentir bien, relajada, así que se lanzó. – La forma en que el camarero me miró… Me hizo… Sentir mal… No se como explicarlo…

– ¿De que forma te miró? ¿Con lascivia? ¿Quieres que le diga algo?

– No, ese es el problema.

– ¿Cómo?

– Cuando me probé la ropa que me trajiste, me sentí… (“Me sentí como una zorra”) Bien. No se como explicarlo. Siempre he sido muy sobria, muy cuadriculada (“Muy mojigata”) y al ponerme esa ropa…

– Te liberaste.

– Sí, algo así.

– ¿Y por qué no te la pones?

– ¿Cómo?

– Tengo aquí las bolsas, coge un vestido y vete al servicio.

A Helen se le iluminó la mirada.

“¡Así podre mostrar lo bella que soy! Esos hombres me desearan más que cualquier otra cosa.”

Metió la mano en las bolsas y sacó uno de los vestidos, cogió su bolso y salio disparada.

Diana sonreía. Hasta ahora lo había llevado con calma, no tenía prisa y quería divertirse, pero ahora iba a acelerar un poco las cosas.

Helen tardó bastante en salir y, cuando lo hizo se vio por qué. Se había cambiado el maquillaje completamente. Salió con el vestido rojo, el primero que se había comprado, los labios pintados de rojo, los ojos remarcados con una preciosa sombra negra y el pelo suelto cayendo sobre sus hombros.

Al camarero casi se le cae el vaso que estaba limpiando. Los dos hombres que estaban allí la siguieron con la mirada hasta que se sentó, y lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja.

– Estás impresionante. No te quitan ojo.

– Gracias.

La mujer se sentía bien, comenzó a notar la misma calentura que en las tiendas e, inconscientemente comenzó a frotar sus muslos.

– Se te ve acalorada – Dijo Diana. – ¿Por qué no vas y pides algo más? Seguro que a tu amigo le gustará verte de cerca.

Helen se levantó, avanzó hacia la barra y se apoyó inclinándose ligeramente, dejando sus pechos casi a la vista.

“¿Qué estoy haciendo? Parezco una furcia… Pero, es tan excitante…”

El camarero se acercó y no dijo nada, simplemente se plantó allí y se quedó mirando el escote de la mujer. El otro hombre se acercó disimuladamente a donde estaba ella.

– ¿Me pones otras dos copas de vino?

– Y todo lo que quieras, preciosa.

Helen estaba caliente, muy caliente.

– ¿Os gusta mi amiga? – Preguntó de repente Diana, que se había acercado.

– ¿Y a quién no? Es una belleza.

Esa frase resonó en la mente de Helen.

– ¿Por qué no les enseñas lo bien que te queda tu nuevo vestido?

– ¿Eh? – Helen estaba confusa, ¿Qué quería que hiciera?

“Muestrate, enseñales tu cuerpo, haz que te deseen, quieres que te deseen, NECESITAS que te deseen”

Diana le estaba indicando que se girara y, mientras lo hacía, propinó una sonora palmada en el culo de la mujer. Cuando la miró para recriminarle por su acción se encontró con aquellos profundos ojos verdes…

– Sí que le queda bien. – Afirmó el hombre que estaba a su lado. Se acercó envalentonado por la actitud de las mujeres. – Tienes un cuerpo estupendo… – Mientras decía esto acariciaba a la mujer por la cintura.

“¡Paralo! No puedo hacer esto, ¡Estoy casada!”

“Pero… ¿No es lo que llevo deseando roda la tarde? Que me deseen… Y este hombre me desea…”

El hombre se pegó a ella por detrás.

“¿Eso es su pene? Oh Dios…”

Helen se estremeció de placer al notar como estaba ese hombre gracias a ella, a la sola visión de su cuerpo. Diana la miraba fijamente, escrutaba sus reacciones ante el acercamiento del hombre.

“¿No es esto lo que habías estado buscando?” Se decía a si misma “Vamos, déjate llevar”

Cerró los ojos y, cogiendo aire se dio la vuelta y se arrodilló ante el hombre.

“¿Qué estas haciendo? ¿Estas loca?”

“Oh, venga, ¡está así por ti! ¡Te desea! Complacele, complace a tu hombre.”

Sus manos temblorosas comenzaron a trastear con el cinturón y la bragueta del hombre hasta que una enorme polla salió disparada de los calzoncillos, casi golpeandola en la cara.

Helen se quedó bloqueada. “¡Chupala!” La situación la estaba superando. “¡Lamela!” Se veía a si misma, a la situación, ella, la elitista mujer arrodillada ante aquél desconocido. “¡Abre la boca!” Volvió brevemente en sí y, cuando se dio la vuelta vio a la chica que había conocido hoy. La miraba fijamente mientras sonreía.

Rápidas imágenes comenzaron a aparecer en la mente de Helen. Ella desnuda, en la calle, masturbandose en medio de todo el mundo. Ella otra vez, arrodillada en medio de un restaurante, se la estaba chupando al camarero. Ella de nuevo, en una piscina hacia top less con un minúsculo tanga mientras todos la miraban. Otra escena, bailaba delante de decenas de personas, todos la miraban y la jaleaban mientras se quitaba la ropa.

“Es lo que deseas, solo hazlo”

Un intenso orgasmo la recorrió entera. Su cuerpo era como un cable de alta tensión recorrido por una fuerte corriente eléctrica. Cuando volvió en sí, vio frente a ella la polla de aquel hombre y, sin más, abrió la boca y lentamente comenzó a chuparsela.

“Eso es, chupala, demuestra lo que sabes hacer. Te encanta que te usen. Te encantan las pillas. Eres una zorra.”

Esas ideas la calentaban aún más, tanto que comenzó a aumentar el ritmo de la mamada. Con una mano sujetaba la tranca y la masturbaba, con la otra, acariciaba las pelotas aquel hombre.

“El es tu hombre, tu eres su puta.”

Una mano la tocó ligeramente en el hombro, se dio la vuelta sin dejar de masturbar al hombre y allí estaba el camarero, polla en mano, esperando recibir las mismas atenciones que su cliente.

Diana se había sentado en la mesa en la que estaban y observaba todo desde allí, satisfecha. Estaba fumando un cigarro mientras veía como aquella pija se había convertido en cuestión de horas en una zorra. Estaba arrodillada entre los dos hombres, con una polla en cada mano, turnando su boca de una a otra. Tenia las tetas fuera y los hombres la pellizcaban los pezones.

Diana sacó el móvil e hizo una foto. La envió en un mensaje y, segundos después recibió una llamada.

– ¿Sí? – Contestó.

– ¿Ya está?

– Tu mismo lo has podido ver en la foto. Es nuestra.

– Fenomenal. Tamiko no se equivocó contigo.

– ¿Qué hago ahora con ella?

– Llévala al 7pk2. Nos vemos allí.

– De acuerdo, adiós, Marcelo.

– Adiós, cazadora.

Diana se levantó.

– Tenemos que irnos. – Dijo.

– ¿Ya? – Dijeron los hombres a la vez. – ¡No nos podéis dejar así!

– Lo siento mucho, otra vez será.

Helen estaba decepcionada, no quería que eso acabase, se sentía extrañamente bien consigo misma pero, incluso sin querer hacerlo, obedeció a Diana, soltó las pollas de los hombres y comenzó a levantarse.

– Ni se te ocurra. – Dijo el camarero sujetándola por el hombro. – No voy a permitir que dos calientapollas me dejen así, ahora mismo tu y tu amiguita vais a comernos las pollas hasta que nos cansemos.

Helen estaba asustada, aquellos hombres que hasta hace poco la habían excitado ahora la daban miedo. Se arrodilló de nuevo y comenzó a sollozar. Por su parte, Diana se levantó. Sonreía mientras se acercaba con lentitud al los hombres, mirándolos fijamente. Los dos comenzaron a temblar, la piel se les erizo y quedaron paralizados de un terror inexplicable. Diana se paró ante Helen y no dijo nada, simplemente tendió su mano para ayudarla a levantarse, se dio la vuelta y se fue del local, recogiendo las bolsas de la compra.

Los hombres cayeron de rodillas al suelo en cuanto salió, sudando.

– ¿Q-Qué acaba de pasar? – Preguntó uno.

– N-No lo sé…

Los dos estaban temblando de pavor, pero aliviados de que aquella extraña mujer de los ojos verdes se hubiese ido de allí.

En el coche, Helen ni siquiera preguntó donde iban, su cabeza era un mar confuso de pensamientos, y todos acababan con la misma conclusión.

“Eres una puta, Helen”

Se la había chupado a dos desconocidos en un bar y lo había disfrutado, y si no fuese por Diana quien sabe como habría acabado la cosa.

“Me habrían follado. Me habrían arrancado la ropa y me habrían follado allí mismo.”

Un sentimiento de decepción la recorría, ¿Por qué Diana había cortado la situación?

– ¿Donde vamos? – Preguntó.

– Quiero que conozcas un lugar. No te preocupes, relájate durante el viaje.

“Relájate… Relájate… Relájate…”

Los ojos de Helen se cerraron y la entró algo de sopor.

-… Y disfruta…

Las manos de la mujer comenzaron a acariciar su cuerpo, lenta e inconscientemente recorrían cada curva, cada zona, descendiendo cada vez más, en busca del origen de la extraña calentura que la invadía.

“Déjate llevar, tu cuerpo ha nacido para el placer”

Apartó el vestido con una mano y el tanga con otra.

“Solo obedece y déjate llevar”

Sus dedos penetraban en su húmedo sexo.

“Muestrate, enséñale al mundo lo zorra que eres.”

Los gemidos empezaron a salir de su boca, se revolvía en el asiento.

“Te encanta que te miren, te encanta que te deseen, te encanta que te follen”

Ya llegaba, podía notar como el orgasmo surgía desde lo más profundo de su ser, estaba a punto de llegar al éxtasis.

“Solo eres un objeto, tu misión es servir, tu misión es dar placer, tu misión es obedecer.”

Pellizcaba sus pezones a la vez que escarbaba con violencia en su coño.

“¡CORRETE!”

– ¡Aaaaahhhh!

Su cuerpo estalló en un mar de placer, uno tras otro comenzaron a asaltar los orgasmos, pero dio la cuenta de cuantos había tenido, solo gemia y se retorcía en el asiento.

– Ya hemos llegado.

– ¿Eh?

Abrió los ojos y recordó donde estaba. Diana la había visto masturbarse y correrse como una perra, pero eso no hizo más que ponerla más cachonda.

– Sígueme. – Dijo la joven.

La siguió adentro de aquel nuevo sitio. Estaba muy oscuro y había algo de gente. La música sonaba en toda la sala y en el centro, en un pequeño escenario, una joven bailaba ante la atenta mirada de los clientes. Una camarera, casi desnuda, llevaba una bandeja de un lado a otro, sirviendo las copas.

– ¿Qué sitio es este? – Preguntó asustada pero, en el fondo, deseaba estar en la situación de aquellas mujeres.

Diana no la escuchaba, le dijo algo a la camarera y esta salio de la barra y entro por una puerta lateral. Después de un par de minutos regresó seguida de un hombre trajeado.

– Y aquí está – Dijo el hombre, señalando a Helen. – ¿Está preparada?

– Preparadisima – Contestó Diana, que seguía sintiendo una extraña sensación de desasosiego al no poder leer la mente de Marcelo. – Hará todo lo que la ordenes sin rechistar.

Helen no entendía nada, ¿De que estaban hablando?

– Muy bien… – Marcelo se acercó y acarició la mejilla de la mujer. – Eres una belleza… Nos vamos a divertir mucho contigo.

– ¿Q-Qué está pasando? – Preguntó asustada.

– Desnúdate. – Dijo el hombre.

La mujer obedeció, sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo, solo sabia que necesitaba hacerlo.

“Eres una zorra, tu misión es obedecer”

Comenzó a sentir algo de miedo, miedo y excitacion, todo el mundo la estaba viendo allí en medio, desnuda.

Marcelo se desabrochó los pantalones y mostró su polla erecta ante la mujer. Helen no podía apartar la mirada de allí, la llamaba poderosamente… Y sabia lo que tenía que hacer. Se arrodilló y cogió suavemente la polla con una mano, para dirigirla a su boca. Comenzó a lamerla desde la base hasta la punta varias veces y entonces se la metió en la boca. Marcelo marcaba el ritmo de sus movimientos con una mano puesta en su nuca.

– ¡Vaya! ¡Carne nueva! – Dijo un hombre detrás de ellos.

Estaba bastante borracho y se dirigió a Diana, sacándose el miembro de los pantalones. No había llegado siquiera a rozará cuando ésta dijo:

– Ni en tus mejores sueños, perro. Quítate de mi vista.

Entonces el hombre se apartó, se giró y salió corriendo directo a la pared que había a un lado, dándose un fuerte golpe en la cabeza que le dejó inconsciente.

– Vaya… – Dijo Marcelo. – No querría tenerte nunca como enemiga…

Diana sonrió.

– ¿Se va a quedar aquí en el club? – Preguntó señalando a la rubia.

– De momento no, tenemos otros planes para ella. – Tiró del pelo de la mujer, apartandola de su rabo. – Ya es suficiente, levántate. Nos vamos.

Helen se levantó y Marcelo la puso un collar con una cadena, dio un pequeño tirón y la mujer le siguió, sumisa. El único gesto que hizo fue echar una última mirada a la mujer que había conocido esa misma tarde, que ya parecía tan lejana, y que la había ayudado a descubrir un nuevo modo de vida, una vida dedicada a la servidumbre y al placer.

Jamás volvería la vista atrás. Ahora era feliz.
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Relato erótico: “En mi finca de caza (5) Por fin son 100% mías” (POR GOLFO)

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Capítulo 5

Despertar en brazos de dos bellezas es algo de lo que pocos hombres pueden alardear. Personalmente creo que es una sensación increíble el sentirse amado, deseado por una mujer pero esa mañana eran un par las que abrazadas a mí, dormían exhaustas tras una noche de pasión.
«Me podría acostumbrar a esto», pensé mientras observaba extasiado a esos dos monumentos durmiendo. Eran dos hembras de bandera pero distintas.
Patricia con sus treinta y dos años era un espectacular ejemplo de espectacular rubia que conjugaba un cuerpo perfecto con una fogosidad a explorar. Jamás se me hubiese pasado por la cabeza que esa amiga de juventud escondiera en su interior una amante ardiente, pero ahora que lo había descubierto pensaba explorar esa faceta a fondo. Sus pequeños y duros pechos eran ya de por sí una tentación pero si a eso le uníamos una cintura de avispa y unas piernas bien moldeadas, supe que de dejarla libre no tardaría en conseguir que un hombre que la adorase.
María, mi criada y amante, no le iba a la zaga. Morena de revista y con cara de no haber roto un plato, parecía sacada de un desfile de modas y para colmo durante los años de servicio en mi casa, esa veinteañera de grandes senos se había revelado como una fiera en la cama.
Mirándolas me di cuenta que no podía perder a ninguna de los dos aunque eso supusiera tener que modificar la rutina en la que llevaba instalado tantos años. El tema no era sencillo porque no podía olvidar que Patricia era todavía oficialmente la esposa de Miguel y nuestro entorno no entendería que de primeras esa monada pasara a ser públicamente mía. Y qué decir de mi relación con mi compañera de los últimos cinco años, relación que por su bien mantuve oculta a los ojos de su pueblo para que no sufriera las insidias de la gente.
«Debo de tomar una resolución equitativa para ambas», medité. Sabía que no podía hacer del conocimiento general que habían aceptado voluntariamente formar parte de un trio pero tampoco se merecían que las escondiera como si fueran apestadas.
Estaba todavía pensando en ello, cuando aún somnolienta María abrió los ojos, sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto.
-Buenos días- me empezó a decir.
Pero entonces cerrándole la boca con un beso le dije:
-Quiero verte haciéndole el amor.
La muchacha sonrió al escuchar mi orden y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de mi amiga mientras yo permanecía atento a sus maniobras. Cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Patricia seguía soñando. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al sentir la lengua de mi criada recorriéndolos, y en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía.
Sin abrir los ojos se fue calentando e inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor de la morena. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como ésta le separaba los labios y acercando su boca se apoderaba de su clítoris. La rubia recibió las caricias con un gemido mientras se despertaba. María, al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola y fue por primera vez consciente que quien la estaba masturbando era mi amante.
-Disfruta-dije pasando mi mano por un pecho: -Me encanta ver cómo te posee-.
Un tanto cortada se concentró en las sensaciones que estaba sintiendo en ese momento a estar siendo acariciada por dos personas de distinto sexo. Y es que aunque la noche anterior había participado en un trio por primera vez, no pudo dejar de darse cuenta que le gustaba la forma en que esa jovencita le estaba haciendo el sexo oral.
«Nadie me lo ha hecho con tanta delicadeza», murmuró para sí al notar que la chavala metía el segundo dedo en el interior de su coño.
Esa experiencia jamás disfrutada provocó que el placer empezara a florecer en su interior y con un jadeo, presionó con sus dedos la negra melena contra su sexo exigiéndole que la liberara. María no se hizo de rogar y usando su traviesa lengua, se dedicó a minar la resistencia de la ex de Miguel jugando con su clítoris.
-¡Por favor! ¡No pares!- aulló Patricia experimentar la caricia de una yema recorriendo su ojete.
Mi criada al escuchar que no se oponía sino que deseaba ver su esfínter desflorado, introdujo una primera falange en ese hoyuelo sin anticipar que con ello la mujer estallara en un orgasmo que empapó sus mejillas. Entonces completamente dominada por la pasión y con su propio coño hirviendo de placer, se lanzó en cuerpo y alma a satisfacer a la rubia.
Ese renovado afán llevó a Patricia a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el colchón y justo creía que no iba a poder más, me oyó decir mientras las cambiaba de posición:
-Es hora que le devuelvas el placer.
No hizo falta que le aclarara nada más, en cuanto vio el coño de mi criada, se lanzó como una fiera sobre él y separando con los dedos los labios inferiores se apoderó de su clítoris.
-Ahí tienes el premio a tu fidelidad – dije a María dejándolas solas mientras desaparecía rumbo al baño…

Llevaba diez minutos en el jacuzzi cuando las vi entrar radiantes. La alegría de sus rostros era muestra suficiente de lo satisfechas que les había dejado ese encuentro lésbico por ello no me sorprendió que, sin que yo tuviese que pedírselo, las dos me empezaron a enjabonar con cariño. No tuve que ser premio nobel para advertir en esas tiernas caricias una entrega que rayaba en la devoción y disfrutando del momento, cerré los ojos para que nada empañara el momento.
Durante largo tiempo, permanecí inmóvil mientras me bañaban y curiosamente al salir de la bañera, la más dispuesta para secarme fue la ex de Miguel que melosamente me rogó que la dejara a ella ese honor. Ni siquiera escuchó mi respuesta y cogiendo una toalla, me esperó en mitad del baño con una sonrisa en su boca.
Me hizo gracia su disposición y por eso no me quejé cuando agachándose sobre las baldosas de mármol, me empezó a secar los pies. Sus manos y la tela fueron recorriendo mis piernas sin que nada en ella delatara que sentía incomodidad alguna por mostrarse tan servil e incluso cuando llegó a mi sexo, demostrando una profesionalidad digna de alabanza se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara ningún tipo de disgusto.
Y solo cuando mi pene reaccionó a ese contacto endureciéndose, la treintañera sonrió diciendo:
-Al igual que María, soy y seré siempre tuya.
Esa frase escondía un significado evidente y que no era otro que si en ese momento deseaba una mamada solo tenía que pedírselo. En ese instante comprendí que me encontraba frente a un dilema que no era otro más que definir el tipo de vínculo que me uniría con esa mujer en el futuro. Sabía que si le ordenaba hacérmela, Patricia aceptaría sellando con ello su subordinación a mí pero no sabía si eso era lo que le convenía después de un matrimonio opresivo. Por eso mi respuesta levantarla del suelo y besarla.
La ex de Miguel recibió mis besos con una pasión desconocida en ella y mientras recogía mi verga en sus manos, murmuró:
-Hazme el amor.
La urgencia con la que me lo pidió, me obligó a cambiar de planes y llevándola en brazos hasta la cama, la besé nuevamente. Contra toda lógica era ella la más necesitada cuando apenas unos minutos antes había disfrutado de María y sin esperar que terminara de tumbarme, me ofreció sus pechos diciendo:
-Necesito entregarme a ti.
Comprendí que sus palabras eran mitad suplica y mitad orden. Se sabía hermosa pero necesitaba sentirse deseada y por ello decidí complacerla mordisqueando uno de sus pezones. Patricia, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con su areola. Su mutismo permitió que mis caricias se fueron haciendo cada vez más obsesivas sabiendo que ella estaba disfrutando de ese ataque.
-Eres un cabrón- gimió al sentir que con mis dedos le regalaba un dulce pellizco al pezón libre. Olvidando su recato dejó de disimular y comenzó a gemir como una loca.
Haciendo caso omiso a su turbación, profundicé mi asalto bajando por su cuerpo con mis manos hasta llegar a su entrepierna. No sé qué me resultó más excitante, si oír su aullido o descubrir que llevaba el tanga totalmente empapado.
-¡Quiero ser tuya!- imploró con los ojos inyectados de lujuria al notar que mis yemas se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente desencajada, tuvo que sufrir en silencio la tortura de su botón mientras como un depredador acorralando a su presa, yo disfrutaba al certificar que no poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo.
-Córrete para mí- susurré en su oído.
La rubia que había estado reteniendo sus ganas de correrse al escuchar mi deseo, se liberó dejando que su cuerpo siguiera su instinto y dando un grito se desplomó sobre las sábanas. Me encantó comprobar que también cuando la amaba tiernamente se excitaba y por ello cuando cogió mi sexo con sus manos la dejé continuar.
-Me vuelves loca- exclamó al comprobar mi erección y abriendo sus labios fue devorando mi polla lentamente hasta que la acomodó en su garganta.
Entonces y solo entonces, empezó a meterlo y a sacarlo de su interior con un ritmo endiablado. Su pericia y la tensión acumulada desde que me desperté provocaron que mi cuerpo reaccionara violentamente y exploté derramando mi simiente en su boca.
La ex de mi amigo recibió su regalo con satisfacción y en plan goloso fue devorando mi simiente al ritmo con el que mi pene la expulsaba hasta que habiendo comprobado que ya me había ordeñado, con su lengua limpió los restos y sonriendo, me soltó:
-¿Quieres que llame a María para que me ayude a levantarlo otra vez? ¡Necesito que me hagas tuya!
Supe que me estaba retando y haciendo tiempo para recuperarme, hundí mi cara entre sus piernas. Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, su aroma de mujer inundó mis papilas.
-Para ser tan zorra, tienes un coño riquísimo- comenté muerto de risa al ver lo bruta que estaba y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
Patricia colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me exigió que ahondara en mis caricias diciendo:
-Fóllame y seré eternamente vuestra.
Que incluyera a mi criada y amante en esa promesa me volvió loco y pellizcando sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. Patricia al experimentar esa nueva incursión aulló de placer y casi llorando, me rogó que la tomase. Obviando sus deseos, seguí enredando con mi lengua en el interior de su cueva hasta que nuevamente sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría en mi boca.
Su enésimo orgasmo, azuzó mi lujuria y tumbándola boca abajo sobre las sábanas, de un solo empujón rellené su coño con mi pene. Ella al experimentar el modo con el que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la diera caña. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como apoyo, me afiancé con ellos antes de comenzar un galope desbocado sobre ella.
Lo que no me esperaba fue que berreando entre gemidos, la ex de mi amigo me gritara:
-Júrame que vas algún día vas a preñarme. Quiero que seas el padre de mis hijos.
No lo había pensado pero la idea que mi semilla fertilizara su vientre, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé el ritmo con el que la penetraba. La rubia premió mis esfuerzos chillando que me corriera en su interior porque sentía que le había llegado la hora de ser madre.
Su confesión espoleó mi lujuria y cogiéndola de los hombros, profundicé mis embestidas hasta que completamente descompuesta se corrió nuevamente. Si estar satisfecho, convertí mi galope en una desenfrenada carrera que tenía como único objetivo derramar mi simiente en su útero pero mientras alcanzaba mi meta llevé a mi amante a una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene estaba a punto de explotar, la informé que me iba a correr. Ella al oírlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, obligó a mi pene a vaciarse en su vagina.
Agotado por el esfuerzo, me deje caer a su lado. Patricia me recibió entre sus brazos con alegría y comportándose como la más tierna amante, murmuró dichosa:
-Te tengo que dar las gracias por hacerme tan feliz. Llevaba años sobreviviendo y jamás pensé que volvería a recobrar las ganas de disfrutar de la vida.
Sus palabras me hicieron recordar el suplicio que había pasado en su matrimonio y comprendí que había llegado la hora que lo dejara atrás.
-Tenemos que hablar- respondí y tras lo cual le pedí que llamara a María.
Sin preguntar el motivo y cogiendo una bata, salió corriendo por la muchacha mientras en la cama me ponía a ordenar mis ideas. La morena debía de estar preparando el desayuno porque todavía llevaba el delantal al volver con ella al cuarto. Se notaba en sus rostros que eran conscientes de la importancia de lo que quería decirles y por ello no pusieron objeción alguna a sentarse en el sofá cuando se los pedí.
«Son preciosas», pensé mirándolas y queriendo dar una cierta formalidad, me vestí mientras ellas esperaban en silencio sin quejarse.
Una vez vestido, cogí una silla y tomando asiento frente a ellas, comenté a la que llevaba siendo mi amante desde que cumplió los dieciocho:
-María, me acabo de dar cuenta que he sido injusto contigo…- la cara de la cría empalideció al oírme quizás creyendo que ahora que tenía otra mujer la iba a echar de mi lado, al no querer que sufriera directamente le dije: – Me has dado tu amor sin pedirme nada a cambio y por ello te pregunto si quieres ser mi esposa a todos los efectos.
Lo último que se esperaba era que le pidiera matrimonio y por eso tardó unos segundos en lanzarse a mis brazos respondiendo que sí. Habiendo dado su lugar a la persona que durante años había colmado mis necesidades de cariño, miré a Patricia.
La rubia permanecía hundida en el sillón casi llorando sin decir nada pero temiendo por su futuro porque no en vano había albergado esperanzas en vivir con nosotros. Al notar mi mirada, comprendió que debía felicitar a María y levantándose de su asiento, se acercó a darle la enhorabuena.
Para su sorpresa y su regocijo al hacerlo, la veinteañera la besó en los labios. La ex de Manuel perdió la compostura y se echó a llorar como una Magdalena mientras la felicitaba pero entonces la morena me miró y al encontrar la aceptación en mis ojos, le soltó:
-Cuando llegaste a esta casa, vi en ti una competidora pero después de conocerte sé que eres el complemento que necesitábamos. Por eso te pido en mi nombre y en el de mi futuro marido, si quieres ser nuestra mujer.
Sonreí al escuchar que tal como había previsto María no la iba a dejar en la estacada y confirmando sus palabras, comenté:
-Legalmente, no podremos formalizarlo pero si aceptas entre estas paredes todos tendremos los mismos derechos. María será tu esposa y yo tu marido. Los hijos que te engendre serán de los tres al igual que los que nazcan de su vientre.
Contra todo pronóstico, Patricia salió corriendo sin contestarnos y tuvo que ser María quien la alcanzara en el pasillo. Al preguntarle el motivo de su huida, la rubia contestó que aunque formar parte de nuestra vida era lo que más deseaba en el mundo, no podía porque antes tenía que romper con su pasado y divorciarse de Miguel.
Muerta de risa, la morena contestó:
-Deja eso en manos de Manuel, estoy seguro que no tardará en conseguir que ese cerdo te firme los papeles del divorcio – y girándose hacía mí, me soltó: -¿Verdad que lo harás?
-¡Por supuesto!- y adelantándome a sus deseos, con una sonrisa vengativa, concluí: -Nadie toca a mis mujeres y el primero en saberlo será él. Te prometo que si todavía le queda algo de patrimonio será tuyo…

CONTINUARÁ

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