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Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 3” (POR GOLFO)

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No me podía creer que en menos de tres días en Oviedo me encontrara en esa situación.Sé que si habéis leído los capítulos anteriores, es normal que penséis que es una paja mental de un salido y digo que es normal porque si, a mí, alguien me hubiese prometido que sin comerlo ni beberlo me encontraría en la cama con una preciosa madura y su hijita todavía virgen, ¡Lo hubiese llamado loco!
Joder, ¡reconozco que suena a fantasía adolescente!
Nadie en su sano juicio se creería que nada más llegar a esa ciudad, dos magníficas hembras se hubiesen entregado a mí y menos se tragarían que ambas quisieran formar parte de un harén, en el que yo fuera su amo y ellas dos, mis sumisas.
Por ello y a pesar que corro el riesgo de ser tomado por un chiflado, he tenido que escribirlo para que yo mismo en un futuro no piense que ha sido un sueño…

Como ya habéis leído, Azucena acababa de entregarse a mí cuando María se unió a nosotros en la cama. Os confieso que al principio estaba un tanto cortado por la situación, ya que jamás en mis años de vida había actuado como amo en ninguna relación y aunque si había compartido lecho con dos mujeres, nunca estas habían sido madre e hija. Por ello mientras descansaba después del polvo que había echado a la mayor, dudé sobre cómo actuar.
No en vano, María además de ser mi secretaría era todavía virgen y no quería cagarla antes de empezar. Afortunadamente, Azucena debió comprender la situación en que me encontraba y pidiéndome permiso, me informó que se iba a preparar la cena. Sin nada que decir, esperé a que desapareciera de la habitación. Al quedarnos solos, mi asistente levantando su mirada sonrió mientras me preguntaba qué tal se había portado su vieja.
-¿A qué te refieres?- contesté cortado por su interés.
La joven entendió perfectamente mis reparos y soltando una carcajada, insistió:
-Mi madre necesitaba que le dieran un buen repaso, la pobre llevaba dos años sin que nadie se la follase. ¿Qué te parece? Por sus gritos, sé que ella estaba encantada pero me gustaría saber tu opinión.
-Está muy buena- respondí no queriendo ser muy concreto.
María sin dar su brazo a torcer, pegó su cuerpo al mío y cogiendo mi pene todavía dormido entre sus manos, reiteró:
-Quiero saber si te gusta lo suficiente para aceptar mi oferta. En esta casa hace falta un hombre y desde que te conocí y me diste la primera orden, supe que eras tú el que estábamos esperando.
Para entonces la sutil forma en la que esa cría me estaba masturbando ya había despertado mi lado oscuro y mi entrepierna lucía una brutal erección. Aun así pudo más mi curiosidad y en vez de lanzarme sobre ella, le solté:
-Me parece que me has sobreestimado. ¿Qué viste en mí para querer ser mía?
Muerta de risa, contestó:
-Al oír tu voz autoritaria casi me corro y recordé el modo en que mi vieja se alteraba cuando escuchaba la de mi padre. Lo creas o no, supe que tú eras mi destino.
-Pero ¡niña!- respondí escandalizado- Si jamás has estado con un hombre, ¿cómo sabes que deseas ese tipo de relación y no otra?
Para explicarme sus sentimientos, se levantó de la cama y terminando de desnudarse, me soltó:
-Mira mis pezones. ¡Los tengo duros solo de saber que me estás mirando! – y recalcando su posición, separó sus rodillas y mostrándome su depilado coño, insistió: -¿Te parece que no sé lo que quiero? Tengo el chocho encharcado desde antes que vieras como enculabas a mamá pero ahora lo tengo al rojo vivo.
Lo gráfico de su respuesta me azuzó a ser despiadado y llamándola a mi lado, pensé:
«Si quiere probar lo que siente una sumisa, este es el momento», pensé mientras recogía la corbata que había dejado tirada en el suelo y sin pedirle su opinión, comencé a atarle las muñecas contra el cabecero de la cama.
Os tengo que confesar que mi intención era asustarla pero María en vez de mostrar miedo o cualquier otro tipo de reacción, se dejó maniatar con una sonrisa mientras todo su cuerpo temblaba.
«Coño con la chavalita, parece que le gusta», sentencié parcialmente decepcionado porque me esperaba que ante ello recapacitara y me pidiera que lo dejara. Convencido que pronto se iba a arrepentir, no solo le até las manos sino que, usando mi camisa, inmovilicé sus piernas dejándolas bien abiertas.
Nuevamente me impresionó la actitud de María porque gimiendo de placer, me rogó que la tomara.
«Esto es una locura», me dije realmente alarmado del modo en que se lo estaba tomando y todavía suponiendo que se iba a echar marcha atrás, pasé mis manos por su los pliegues de su juvenil chocho y confirmé que lo tenía totalmente mojado.
-Ummm- suspiró al notar la acción de mis yemas pero no se quejó.
Reconozco que para entonces ya estaba como una moto pero lo que verdaderamente me volvió loco fue cuando metiéndome el dedo en la boca, saboreé su flujo.
«Dios, ¡está riquísimo!», tuve que reconocer y traicionando mis principios, decidí que no había nada malo en probar esa delicia directamente de su envase.
Asumiendo que era un cerdo y que estaba actuando mal al aprovecharme de su inexperiencia, me agaché y hundí mi cara entre sus piernas. Aun antes de sacar la lengua y acercarme a mi meta, a las papilas de mi nariz llegó su penetrante aroma.
«Aunque me arrepienta, no puedo dejar pasar la oportunidad», me dije mientras separaba los labios de ese rosado chochete.
La cría pegó un pequeño grito al sentir mi boca en su coño. Por su tono comprendí que no era de angustia sino de gozo y eso me indujo a seguir explorando el virginal terreno que había entre sus piernas.
En ese momento todo mi ser me pedía dejarme de remilgos y usarla del modo que ella pedía, pero la poca cordura que todavía mantenía me hizo jugar con sus labios mientras uno de mis dedos se apoderaba del pequeño botón que se escondía entre ellos.
-¡Que gozada!- aulló la niña más entregada si cabe.
Con la mirada, María me pidió que culminara pero reteniéndome las ganas, busqué en el interior de su almeja una prueba palpable que era virgen. Creyendo que de no encontrarla, sería menos bochornosa mi actuación.
Desgraciadamente, encontré una especie de telilla casi traslúcida que reconocí al instante y entonces comprendí que no había mentido. Nuevamente, las dudas volvieron a mí y mientras mi secretaría se corría sobre las sábanas de una forma que me dejó impactado, comprendí que era incapaz de follármela.
Aún sí sabiendo que al menos tenía que dejarla gozar, seguí disfrutando del sabor de su sexo mientras mi víctima se retorcía presa de un continuado orgasmo.
«No puedo hacerlo», a disgusto refunfuñé cuando ella me rogó casi llorando que la tomara de una puñetera vez.
En vez de cumplir sus deseos y bajo el parapeto del papel que ella me había dado, comencé a desatarla. María creyendo que por fin iba a desvirgarla quiso coger mi erección entre sus manos pero retirándola de un empujón, le solté:
-Por hoy ya has tenido suficiente. Si quieres que te folle, tendrás que ganártelo.
Convencida que era su dueño el que le hablaba y no un tipo acojonado por tamaña responsabilidad, con lágrimas en los ojos, asumió mi decisión y mirándome fijo a los ojos me soltó:
-¿Qué es lo que quiere mi amo?
Sin saber hasta cuándo podría mantener esa mentira y temiendo que la excitación me hiciera traicionar mis principios, contesté:
-Cenar…
Azucena acude en mi ayuda.
Siguiendo mis instrucciones, María me dejó solo y se fue a ayudar a su madre con la cena. Aprovechando el momento, me puse a organizar mis ideas porque estaba todo menos tranquilo.
Antes de nada y a pesar de mis años, ¡no sabía cómo actuar! Estaba metido en un lío y por mucho que intentaba buscar una forma de proceder que no causara daño a esa criatura, no encontré ninguna en la cual saliera indemne. Si la rechazaba, era tal la fijación que tenía acerca de su carácter sumiso que a buen seguro seria presa de un desalmado. El problema era que pensar en actuar al revés me resultaba todavía más duro. Me parecía impensable meter a una neófita en el sexo en ese oscuro camino.
«No soy tan hijo de puta», mascullé entre dientes, «debería buscarse un novio y no un amo».
Por otra parte y aunque me costara reconocerlo, me daba respeto fallarles a las dos. Y es que en mi interior, tenía bastante con aprender a ser el dueño de una mujer tan impresionante como la madre. No es que la hija no me pareciera un bombón, al contrario, me parecía una tentación imposible de rechazar.
«¡Hay que joderse! ¡Toda la vida soñando con algo así y cuando me llega, me acobardo!».
Estaba todavía intentando acomodar el desbarajuste que tenía en mi cabeza cuando escuché que alguien tocaba a mi puerta. Al levantar mi mirada, me encontré con Azucena entrando al cuarto y sin que yo tuviese que contarle nada, se sentó en el borde de la cama y me dijo:
-Amo, sé lo que le ocurre y lo comprendo.
Tan preocupado estaba que no caí en que nadie mejor que ella podía ayudarme y por eso viendo mi embarazo, la rubia me soltó:
-No quiere aprovecharse de María.
Como aceptaréis, me quedé cortado al verme descubierto y sin nada que perder contesté que así era, que no me sentía capaz de pervertirla de esa forma.
La respuesta de esa madre me dejó impresionado porque bajando el volumen y con una ternura infinita en su voz, respondió:
-María es mayor de edad y es consciente de lo que significa ser cómo yo. Es más, se equivoca cuando habla de perversión y aunque no se haya dado cuenta, usted es nuestro complemento. Si nunca se percató que ha nacido para ser dueño se debe a que no tuvo nadie que le abriera los ojos- y entonces arrodillándose a mis pies, adoptó la postura de esclava de placer y me dijo: -¿Qué siente cuando me ve así?
Bajo mi pantalón mi pene reaccionó al instante al verla de rodillas apoyada en sus talones y con sus manos sobre los muslos, mientras mantenía su espalda recta.
-Me excitas- reconocí anonadado por lo rápido que me había puesto cachondo y es que no era para menos porque los pechos de Azucena permanecía extrañamente erguidos, como pidiendo un buen mordisco.
La cuarentona, lejos de cortarse y separando sus rodillas casi imperceptiblemente, insistió:
-¿No es cierto que cuando me observa en esta postura le viene a la cabeza darme un pellizco en los pezones?
-Sí- a disgusto reconocí.
No me había todavía recuperado de esa pregunta cuando echando el cuerpo hacia adelante y separando aún más sus muslos, dejó su culo en pompa y con su respiración entrecortada volvió a la carga diciendo:
-¿Ahora que le provoco?
-Joder, se nota que estás pidiendo guerra y que quieres que te folle.
Sonriendo, me miró y dando por sentado que tenía razón en todo, me soltó:
-A esta postura se le llama el beso de la esclava y una sumisa la adopta para que su amo la tome- y sin dejar que asimilara la información que me acababa de dar, muerta de risa, prosiguió con su clase diciendo: -Don Manuel usted es dominante por naturaleza y debe aceptar su condición.
Impelido por mi propio instinto, me puse en pie y sin dar tiempo a que esa hembra cambiase de postura, me bajé la bragueta y de un solo empellón, hundí toda mi extensión dentro de ella. Su coño parecía hecho a mi medida y ese húmedo conducto me recibía ejerciendo la presión justa sobre mi verga, su dueña aullando de placer, gritó:
-Lo ve, es y será siempre ¡un amo!
Esa afirmación fue el detonante de mi transformación y agarrando su melena a modo de riendas, dejé que la lujuria me llevara en volandas mientras una y otra vez, descargaba a base de duras embestidas mi frustración en el coño de esa mujer.
-¡No pare!- chilló encantada con la violencia de mi asalto.
La humedad de su cueva facilitó mi penetración y cabalgando sobre ella, me impactó la forma en que mi glande chocaba contra la pared de su vagina mientras esa zorra se retorcía de placer. Azuzado por sus gritos, incrementé mi ritmo al notar que era tanto el flujo que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, salía disparado mojándome las piernas.
-¡Muévete puta o tendré que castigarte!
Ni siquiera pudo responder a mi burrada. Dominada por el deseo, fue su cuerpo quien me contestó y convirtiendo sus caderas en una batidora, descompuesta y feliz al sentirse una marioneta en manos de mi lujuria, buscó mi placer. Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo cogiéndole de los pechos y ya afianzado en sus ubres, azoté sus nalgas mientras le exigía que me hiciera gozar.
-¡Muerda a su guarra!- aulló con pasión.
Instintivamente y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, quise complacerla y agachándome hacia ella busqué incrementar su entrega, mordiendo su cuello con fuerza.
-¡Me corro!- chilló con todo su cuerpo asolado por el placer al sentir la acción de mis dientes sobre su yugular.
Su orgasmo me hizo saber de su total entrega y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era una puta sin remedio. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo desplomada sobre el suelo, convulsionó de gozo. Esa postura incrementó mi calentura al provocar que su coño se contrajera y apretara con mayor fuerza mi pene. Alucinado con mi estado e incapaz de retenerme, totalmente desbocado y cabalgué ese espectacular cuerpo en busca de mi propio placer.
Usando por primera vez a esa zorra como un objeto, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior. Para entonces, parecíamos parte de una escena bélica donde yo era el soldado que acuchillaba sin parar a mi indefenso enemigo mientras esté no podía hacer otra cosa que gritar.
De improviso, exploté dentro de ella, regándola con mi semen. Azucena al notar como su coño recibía una tras otra esas húmedas explosiones en su interior, siguió moviéndose hasta que ya exhausto, me dejé caer sobre ella, entonces y solo entonces, girando su cabeza, me dijo:
-Al contrario que usted, María y yo nacimos para ser sumisas. Si usted la toma bajo su amparo, no la estará pervirtiendo sino haciendo realidad sus sueños.
La seguridad con la que hablaba me hizo saber que no mentía y por eso entrando al trapo, me atreví a explicarle que aunque tuviese razón, yo era un novato en esas lides y por ello, en vez de hacerla feliz podía hacer una desgraciada a su hija.
Sonriendo mientras se acomodaba el uniforme de criada, esa imponente rubia contestó:
-Por eso no se preocupe, sé que lo hará bien y si acaso necesita de ayuda, estaré ahí para brindársela.
Agradecido pero no por ello menos nervioso, respondí:
-¿Y ahora qué hago?
Descojonada, esa manipuladora mujer me miró y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, replicó:
-Ser usted mismo y hacer lo que le dijo… cenar.
Tras lo cual me ayudó a vestirme y caminando tras de mí, me acompañó al comedor donde María nos esperaba con la mesa puesta.
Mi primera cena en esa casa.
Nada más entrar en esa habitación, supe por la careta que puso esa cría que sabía de dónde veníamos y que no tenía ninguna duda que su madre me había hecho probar las delicias de su cuerpo. Cabreada hasta decir basta y sin importarle mi presencia, le echó en cara a su madre haber disfrutado por segunda vez de mis caricias mientras ella seguía a dieta.
Su altanería y el modo en que María me estaba criticando abiertamente, despertó mi ira y sacando a la luz mi lado más dominante, me senté en una silla y le ordené que se acercara. La chavala no fue consciente de lo que se le avecinaba y tuvo el descaro de casi gritando enfrentarse a mí:
-Era mi turno, ¡era a mí a quien debías poseer!
Sin mediar palabra, la cogí de la cintura y poniéndola sobre mis rodillas, levanté su falda y le solté una docena de duros azotes. Mi cabreo provocó que no midiera mis fuerzas y por ello, no llevaba ni tres nalgadas cuando esa nena ya me rogaba que no siguiera. Sus lamentos lejos de menguar mi enfado lo acrecentaron e incrementando la dureza del escarmiento, no paré de castigarla hasta que llorando y con su culo rojo, esa muchacha me pidió perdón.
Al escuchar su suplica, paré de martillear su trasero y estaba observando horrorizado los efectos de esa tunda cuando Azucena, susurrando, me dijo:
-Un buen amo cuida de sus sumisas- tras lo cual me hizo entrega de un bote con crema.
No tuve que ser ninguna lumbrera para entender que quería decir y abriendo ese recipiente, cogí entre mis dedos una buena cantidad y comencé a esparcirla por la adolorida piel de la muchacha. El efecto fue inmediato, los llantos de María cesaron al notar el frescor de esa pomada para unos segundos después escuchar que se habían convertido en suaves gemidos de satisfacción que brotaban de su garganta.
«No me lo puedo creer», sentencié mentalmente, «¡se está poniendo cachonda!».
Aunque no os lo creáis, me costó caer en la cuenta que la cuarentona sabía que iba a ocurrir cuando me trajo la crema:
“Tras el castigo sufrido, el consuelo de mis caricias sería interpretado por su hija como una especie de recompensa y como buena sumisa, no podría evitar el excitarse”.
Ajeno a las intenciones de su madre, la novedad que esa cría pudiese pasar del dolor al gozo en tan corto espacio de tiempo me intrigó y deseando averiguar hasta donde llegaría su calentura, poniendo sobre sus glúteos otra dosis de ese potingue, seguí reconfortándola.
-Amo, he sido mala- sollozó con la respiración agitada al experimentar la ternura con la que mis yemas recorrían los cachetes de su trasero.
-Lo has sido y por eso tuve que castigarte- respondí mientras la curiosidad por saber cuánto tardaría en llevarla hasta el orgasmo, me hizo incrementar el erotismo con el que amasaba sus posaderas.
La tensión sexual de la muchacha creció exponencialmente cuando notó que mis caricias se bifurcaban y mientras una mano dirigía sus mimos al inhiesto botón que se escondía entre los pliegues de su sexo, la otra hacía lo mismo con los bordes de su cerrado ojete.
-Dios, ¡cómo me gusta!- aulló de placer la morena mientras involuntariamente intentaba forzar ambos contactos con rítmicos movimientos de cadera.
Azucena viendo que la pasión iba dominando poco a poco a su retoño, sonrió y sin decir nada nos dejó solos en el comedor para desaparecer rumbo a la cocina. Yo, por mi parte, estaba obsesionado con mi nuevo poder y haciendo uso de él, seguí torturando el clítoris de María cada vez más rápido.
-No puedo más, ¡me voy a correr!- gritó descompuesta el objeto de mi experimento.
Su confesión marcó un antes y un después, y mientras aceleraba el martirio de su coño, violé la virginidad de su esfínter con una de mis yemas. Ese doble estímulo desbordó las defensas de la morena y aun sabiendo que no le había dado permiso, todo su cuerpo se vio sacudido por un brutal orgasmo.
-¡Siento que estoy en el cielo!- declaró con un chillido.
Hoy sé que actué como un novato y que un amo experimentado debía de haberla castigado pero en vez de ello, sin pausa seguí masturbándola y completamente satisfecho pensé al ver el modo en que se retorcía sobre mis rodillas:
«Tengo que reconocer que me gusta tener a esta putilla temblando como un flan».
Sin asumir que mi forma de ver el sexo iba cambiando y que paulatinamente el dominante que había en mí, iba emergiendo al ir cayendo los tabúes que lo tenían preso, disfruté de la entrega de María mientras en mi entrepierna se alzaba sin control mi lujuria. Estaba pensando en obligarla a hacerme una mamada cuando vi en la puerta a Azucena trayendo una bandeja.
-Amo, su cena esta lista- y dirigiéndose a su pequeña, riendo le pidió que le ayudara con el resto de las cosas.
La cría esperó mis instrucciones y viendo su cara de angustia al no saber qué hacer, con un suave azote la ordené que se levantara y que colaborara con su madre. La alegría que demostró esa morena mientras corría a la cocina por la sopera me dejó confuso y nuevamente tuvo que ser la cuarentona la que acudiera en mi auxilio diciendo:
-Mi hija está contenta porque acaba de aprender que su dueño pude causarle daño pero que también puede darle mucho placer…- tras lo cual, me informó: – … y usted ha demostrado nuevamente que es un amo innato, tras castigar la impertinencia de su sumisa, la ha compensado buscando el goce de ella antes que el suyo.
Aprendiendo a comportarme, me guardé para mí que había estado a punto de hacer lo contrario y viendo que esa mujer me podía servir de profesora, directamente pregunté:
-Si al final decido aceptar a tu hija como mi pupila, ¿cuál sería mi siguiente paso?
Soltando una carcajada, Azucena contestó:
-Si lo supiera, sería dominatriz en vez de sumisa… pero quizás lo que yo hubiese necesitado después de esto, hubiera sido que mi dueño me preguntara por mis sentimientos.
La forma evidente en que estaba manipulándome no me pasó inadvertida y reconociendo que tras esa cuarentona se escondía una mujer inteligente que sabía reconducir las situaciones buscando un fin, decidí que iba a seguir sus consejos.
«Además de guapa y de zorra, ¡es astuta!», sentencié y riendo en mi interior, esperé que madre e hija se sentaran a la mesa y me sirvieran la cena.
Ya había decidido quedarme en esa casa como amo y señor, sabiendo que solo tenía que dejarme llevar por las enseñanzas de Azucena para que ¡su hija se convirtiera en mi más fiel putita!


Relato erótico: “La fábrica (31)” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FÁBRICA

Aun entre todas las situaciones humillantes que me había tocado vivir, puedo asegurar que pocas tuvieron parangón al hecho de que ambas hablaran de mí como si yo fuera un mero objeto sin decisión alguna o, como mucho, un simple animal. Evelyn dejó en su casa a Rocío y sentí un enorme alivio cuando la rubia se bajó del auto; de todos modos, no hace falta decir que no desaprovechó la oportunidad para saludarme y sonreírme con sorna.

“Portate bien – me recordó varias veces, apoyando un dedo índice sobre el párpado inferior -. No hagas enojar a Eve…”

Desapareció por la puerta de la casa al momento en que alguien le abrió, en tanto que Evelyn puso el auto nuevamente en marcha e iniciamos el camino que, supuestamente, nos llevaba a su hogar. Yo seguía en el asiento de atrás, pues casi resultaba absurdo pensar que ella pudiese invitarme a pasar hacia la butaca del acompañante una vez que Rocío se hubiera bajado. No habló palabra durante todo el trayecto y, de hecho, viéndola en el espejo, hasta la noté con la mirada algo ausente; parecía con su silencio transmitirme que no tenía nada que hablar conmigo pues yo no era su par. Llegamos a una zona apartada de la ciudad y nos detuvimos a la entrada de lo que, en principio, debía ser su casa: a juzgar por la fachada, se trataba de una vivienda más que aceptable, pero sin lujos. ¿Por qué debía ser de otra forma, de todos modos? Yo me había acostumbrado a verla como algo tan superior a mí que hasta parecía haber olvidado que, en definitiva, era una empleada administrativa de fábrica y, como tal, difícil era esperar que llevase una vida ostentosa. Lo que sí encajaba con su espíritu arrogante e independiente era el hecho de que viviese sola; me costaba imaginar a Evelyn viviendo con sus padres, por ejemplo, o incluso con una pareja, no sé por qué.

Se bajó del auto para abrir un bajo portón de madera y luego recorrer un corto trecho hasta la puerta de la cochera propiamente dicha. Un súbito frío me invadió cuando quedé sola en el auto: la calle estaba oscura y, de manera maquinal e inconsciente, miré hacia todos lados para comprobar que nadie me estuviese viendo llegar de ese modo. No sé por qué me preocupaba tanto: aquél era, después de todo, el vecindario de Evelyn y no el mío; por ende, ¿quién iba a conocerme? Creo que las experiencias de ese día habían sido tan fuertes que terminaron produciendo en mí una fuerte paranoia, al punto de sentirme todo el tiempo observada por alguien e, ineludiblemente, humillada.

Una vez que Evelyn volvió a apearse al vehículo y lo condujo hacia el interior de la cochera siempre conmigo a bordo, descendió del mismo y me abrió la puerta trasera. Noté en ese momento que tenía en sus manos el collar que Rocío había comprado para mí y su actitud era, claramente, de espera:

“Vamos – me dijo -: poniendo tu lindo cuellito aquí dentro”

Me deslicé como pude hacia el exterior del auto; me dolía el trasero por llevar el consolador inserto en mi cola y, además, en posición expandida tal como Rocío lo había dejado. Una vez fuera del auto, Evelyn me dirigió una mirada tan gélida que me hizo estremecer:

“Inclinate hacia delante – me ordenó -: y apartá el cabello a un lado”

Sabiendo una vez más que la opción de no acatar sus órdenes no existía, me incliné y bajé la cabeza apartando mi cabellera tal como ella me ordenaba. Una vez que lo hice, pude al instante sentir cómo el collar rodeaba mi cuello y se cerraba. Evelyn tironeó del mismo hasta ceñirlo lo suficiente como para hacerme sentir asfixia pero ni aun eso la detuvo, pues jaló de la anilla cada vez con más fuerza hasta quedar, en apariencia, conforme. Me resulta imposible poner en palabras la expresión de su rostro, pues aun cuando no sonreía en absoluto, su semblante irradiaba un pérfido y sádico placer. Acercó su rostro al mío:

“Te queda bien” – me dijo, en tono claramente burlón pero, siempre sin sonreír. Luego procedió a colocarme la cadena que Rocío me había comprado.

“Perfecto – dictaminó -; ahora, a cuatro patas como corresponde a una perrita. Es lo que sos, ¿no?”

Bajé la vista con vergüenza y ello fue motivo suficiente para que ella jalase de la cadena y repitiera su pregunta:

“Es lo que sos, ¿no?”

“S… sí – balbuceé, temblando de la cabeza a los pies -; s… sí, s… señorita Eve… lyn: es lo q… que soy”

“A cuatro patas entonces” – me espetó al tiempo que, avanzando por sobre mi flanco derecho, me propinaba un rodillazo en el muslo para impelerme a cumplir con la orden. Demás está decir que no tuve más remedio que hacerlo.

Quedé, por lo tanto a cuatro patas con la vista en el suelo y, ahora sí, llegó claramente a mis oídos la risita de Evelyn.

“Así me gusta – dijo, en tono aprobatorio -. Vamos”

Jaló una vez más de la cadena y me hizo marchar tras ella a través de la cochera y por el costado del auto. Era increíble que, aun cuando no había nadie allí, yo me sintiera tan humillada como si tuviera mil pares de ojos encima. Fueron sólo unos metros los que tuve que recorrer tras sus pasos hasta llegar a una puerta que, aparentemente, comunicaba la cochera con el resto de la casa. En ese momento se me paró el corazón pues, claramente, escuché ruidos al otro lado de la misma: supuestamente Evelyn vivía sola y no pudo sino provocarme un inmenso terror la posibilidad de que no fuera así o bien de que hubiera alguien de visita. Sin embargo, en la medida en que fui escuchando mejor, pude notar que, quien fuera que estuviese al otro lado, estaba gruñendo y arañando la puerta, lo cual me hizo caer en la cuenta de que Evelyn debía tener una mascota. La noticia, sin embargo, lejos estaba de ser alentadora pues poco halagüeña era la posibilidad de encontrarme con un impaciente mastín al abrir la puerta, del cual, por supuesto, no tenía forma de adivinar cómo iría a comportarse.

Evelyn abrió la puerta mientras no dejaba de lanzar imperativas voces de calma y fue entonces cuando noté que no era un perro lo que había al otro lado, sino dos… Para mi fortuna, no eran demasiado grandes pero tampoco demasiado pequeños: imposible determinar la raza, parecían ser ambos mestizados. En un principio, se dedicaron a saltar con sus manos hacia su dueña y festejar así la llegada de ésta pero no tardaron prácticamente nada en advertir mi presencia y venírseme al humo. Vi las fauces de uno de ellos tan cerca de mi rostro que temí recibir una dentellada de un momento a otro, razón por la cual cerré mis ojos; el animal, sin embargo, sólo se limitó a olisquearme mientras Evelyn insistía en calmarlo con voz cada vez más enérgica. Mientras ello ocurría, sentí que algo húmedo se apoyaba por detrás de mí, justo entre las piernas y allí donde mi tanga cubría mi sexo; no fue difícil imaginar que el otro perro estaba, seguramente, hurgándome por detrás. El cuerpo se me puso tenso y, como para terminar de confirmar que me estaba convirtiendo en una absoluta enferma, me excité.

“¡Chist! ¡Fuera! – no paraba de echarlos Evelyn -. ¡Dejen en paz a la chica que está preñada! ¡Déjenla, calentones!”

Poco a poco, los animales fueron apartándose de mí aunque no del todo. Por suerte, Evelyn terminó por echarlos fuera y recién entonces me sentí relativamente aliviada o, al menos, todo lo aliviada que podía estar en casa de ella. Siempre a cuatro patas y jalada por la cadena, caminé tras los pasos de Evelyn hasta llegar al centro de una sala de estar que, tal como el resto de la casa, lucía correcta pero no ostentosa. Ella me quitó la cadena del collar y la dejó caer sobre un sillón; caminó luego con rumbo indefinido mientras yo, cabeza gacha y de soslayo, la seguía con la mirada sin moverme de mi lugar puesto que no había recibido orden alguna al respecto. Unos instantes después escuché el sonido del depósito del agua corriendo, de lo cual deduje que la colorada habría ido al baño; era una locura, pero experimenté un profundo alivio de que no se le hubiera cruzado por la cabeza utilizarme como toilette humano. Y a la vez, una extraña sensación se apoderó de mí y hormigueó en mi sexo al recordar cómo Rocío me había orinado encima aquella noche de la despedida en la fábrica. Qué sucia e inmunda me sentía…

Cuando regresó Evelyn, se descalzó y arrojó sus sandalias a lo lejos mientras se echaba sobre un sofá y recogía las piernas para, luego, tomar el control remoto y encender el televisor. Yo seguía a cuatro patas, con la mirada en la alfombra aun a pesar de los ocasionales vistazos que, con disimulo, echaba por debajo de mis cejas. Evelyn se dedicó a pasar canales comportándose como si me ignorara o bien diese por sentado que la postura en que yo me mantenía era exactamente la que correspondía a mi condición. Su semblante adoptó una expresión aburrida y, de pronto, tomó su teléfono celular. Instantes después hablaba con alguien:

“Sí, Mica – decía -; venite, ya estoy en casa… Dale, dale… Veamos un capítulo de Game of Thrones, aunque si te digo la verdad, ya casi no me acuerdo nada del último. Te espero, besito…”

En cuanto cortó la comunicación, el terror volvió a invadirme. ¿Iba a venir alguien? ¡Dios! Me asaltó una angustiante necesidad de huir de aquel lugar, pero la realidad era que no podía hacerlo. ¿Tan sádica podía ser aquella mujer de invitar a alguien para así exhibirme? ¿O simplemente se manejaba del modo en que lo haría cotidianamente pues yo, de todos modos, era lo mismo que si no existiese? Súbitamente, y para mi sorpresa, se acordó de mí, aunque siguió sin mirarme:

“¿Cómo está ese culo?” – preguntó, con voz fría y átona.

La pregunta me sobresaltó pues yo ya había asumido mi silencio como algo natural y acorde a mi posición en esa casa. Me aclaré la voz varias veces antes de responder:

“B… bien, s… señorita Evelyn…; est… está bien”

“¿Duele?”

Bajé la cabeza aún más de lo que ya la tenía.

“S… sí, señorita Evelyn, la verdad es… que… duele un poco”

“Y sabés por qué, ¿no?”

“S… sí, señorita Ev… elyn, p… porque no me porté bien y m… me quité el consolador de la cola…”

“¡Muy bien! – aprobó Evelyn, siempre con la vista en la pantalla del televisor -. ¿Y te lo quitarías nuevamente?”

Titubeé. Me sentía acorralada y confundida pues era más que probable que la colorada me estuviera poniendo a prueba. Si no quería hacerla enfadar debía, por supuesto, responder negativamente.

“No, señorita Evelyn – dije, en tono derrotista -; n… no lo haría”

“¿Ni aunque te lo dejara contraído?” – preguntó y, por primera vez, me miró.

Una lucecita de esperanza se encendió en mi interior. Si ella confiaba en mí y asumía que yo había optado, finalmente, por comportarme de manera obediente y sumisa, bien podría apiadarse y, tal vez, girar la posición de la llave para que el consolador en mi trasero no doliera tanto.

“¡No! – dije, con los ojos encendidos y sin poder evitar que mi voz delatase un cierto entusiasmo -. ¡No, señorita Evelyn, no lo haría!”

Por un momento temí que mi súbita esperanza fuera vana. Eran, después de todo, numerosas las oportunidades en las cuales Evelyn se había complacido en preguntarme algo para, simplemente, hacer luego exactamente lo contrario al deseo evidenciado en mi respuesta. Sin embargo, no fue así: los ojos le brillaron y alzó su mano enseñándome la llave. Una ligerísima sonrisa se le dibujó en los labios.

“Acercate” – me dijo, en tono siempre frío.

Era tanto mi entusiasmo que hasta hice un amague por ponerme de pie: torpeza de mi parte, pues ella nada me había ordenado al respecto y, de hecho, me reprendió con voz enérgica:

“A cuatro patas. Nadie te autorizó a pararte”

Me sentí avergonzada por mi estúpida ingenuidad e incluso temí haberlo arruinado todo, pues bien era posible que, tras mi desliz, Evelyn optara por, simplemente, mantener el consolador expandido como estaba.

“P… perdón, señorita Evelyn” – dije y, de inmediato, me dirigí a cuatro patas hacia el sofá sobre el cual ella se hallaba tendida de lado. Lucía como la señora de la casa que, en definitiva, era, pero al marchar yo hacia ella de ese modo, la terminaba por ver casi como a una reina amazona o, peor aún, una diosa.

Llegué ante ella como la más sumisa de las perras y hubiera tenido las orejas gachas de haberlo sido realmente. Trazando con un dedo índice un semicírculo en el aire, Evelyn me instó a girarme. Así lo hice, de tal modo que quedé, siempre a cuatro patas, enseñándole mi culo que, por debajo de la corta falda, se dejaba ver exhibiendo el depravado objeto inserto en mi entrada. Pude oír el sonido de la llave introduciéndose en la base del consolador para, a continuación producir un clic que significó para mí un indescriptible alivio. Era increíble que, aun cuando hubiera un objeto tan grande dentro de mi ano, yo tuviese, sin embargo, la sensación de que mi conducto real estaba vacío. Hasta tenía la tentación de tocarme para ver si el consolador realmente seguía allí o no pero, claro, no tenía autorización de Evelyn al respecto, así que me abstuve: estaba claro, por otra parte, que, aunque contraído, el objeto debía seguir en su lugar pues de lo contrario ya Evelyn me lo hubiera hecho notar. Mis músculos se aflojaron y hasta sentí que entraba más oxígeno en mis pulmones.

“Gracias, señorita Evelyn – dije -: es usted muy amable”

“¿En qué pensabas cuando te lo quitaste?” – preguntó Evelyn a bocajarro.

Siempre a cuatro patas y sin mirarla por tenerla a mis espaldas, me encogí de hombros.

“No sé, señorita Evelyn – dije, en tono lastimero -: fue… una tontería que se me ocurrió…”

“Al hacerlo fuiste desleal a Rocío y a mí” – me imprecó.

Sin saber por qué, sentí un fugaz hormigueo cuando mencionó a la rubia.

“S… sí, señorita Evelyn – acepté, resignadamente -; fue… muy desleal de mi parte y… ni usted ni Rocío se lo mer…”

“¿Qué te pasa cuando nombrás a Rocío?” – me interrumpió.

Fue una estocada por la retaguardia que no esperaba. ¡Dios! ¿Tan hija de puta podía ser esa reverenda desgraciada como para darse cuenta de esas cosas?

“¿P… perdón, señorita Ev…?” – comencé a preguntar, haciéndome la tonta.

“No te hagas la estúpida – me replicó y, de manera extraña, el epíteto terminó de contribuir a traerme la imagen de la rubia, que era, justamente, quien más me lo solía enrostrar -. Se nota de lejos que te ponés cachonda cada vez que te insulta…”

Me quería morir. No podía dar el brazo a torcer ni reconocer semejante cosa pero, por otra parte, ya estaba suficientemente claro que a Evelyn no se le escapaba detalle alguno: un nuevo aditamento para considerar que mi vida ya no era mía pues resultaba ahora que ni mis sensaciones internas escapaban a su percepción. Mis rodillas comenzaron a temblar y supuse que Evelyn lo estaría advirtiendo; abrí la boca despaciosamente como para hablar pero no llegué a decir palabra alguna y lo peor del asunto era que podía perfectamente adivinar a mis espaldas la tan perversa como divertida expresión de Evelyn, ávida de oír mi respuesta. De pronto pude sentir que su mano se apoyaba sobre mi sexo por encima de la tanga y me fue imposible evitar dar un respingo.

“Estás mojadita, perrita – dictaminó Evelyn, llevando así mi vergüenza a límites indecibles -. A ver, gírate hacia mí”

Yo no sabía dónde meterme: sólo deseaba que la alfombra se abriera y me tragase, no obstante lo cual hice lo que me ordenaba y, sobre palmas y rodillas, fui girando hasta quedar enfrentada con ella. No me atreví, sin embargo, ni mínimamente a alzar la vista sino que la mantuve dirigida al piso, no por mucho tiempo a decir verdad, ya que Evelyn me tomó por el mentón y me obligó a levantar la cabeza para mirarla.

“Podés hablar en confianza conmigo – me dijo, sonriendo en un gesto que, falsamente o no, quería mostrar confidencialidad -. No le voy a contar nada a Rocío, pero me gustaría saber qué es lo que te pasa”

Desesperadamente, miré de manera alternada a un lado y a otro como si quisiese escapar del campo visual de sus ojos aun cuando tal cosa fuera imposible. Ella, notando mi actitud huidiza y esquiva, me zamarreó por el mentón obligándome a mirarla nuevamente.

“¿Qué es lo que te pasa?” – insistió, cada vez más marcada una maliciosa sonrisa en sus comisuras.

No me quedaba más que contestar, pero… ¿decir la verdad? Era una locura y además yo ni siquiera estaba segura de mis reales sensaciones pues todo era muy nuevo y contradictorio para mí, pero los ojos de Evelyn, clavados sobre mí, eran más que una invitación a ser honesta: más bien evidenciaban que yo no tenía otra alternativa. De hecho, ya había quedado suficientemente claro que Evelyn me leía el pensamiento bastante seguido y, considerando eso, de poco podría servirme el mentirle.

“N… no lo sé – respondí y, en verdad, estaba siendo sincera -. No… lo sé, señorita Evelyn: m… me cuesta mucho definirlo o explicarlo”

“¿Qué es lo que te excita en ella?” – preguntó a bocajarro y sin darme la más mínima tregua ni margen alguno para la vacilación.

Quise mover la cabeza a un lado y a otro pero ella me sostuvo aprisionada la barbilla con tal fuerza que me impidió hacerlo.

“No… l o sé, s… señorita Ev… elyn; es la pura verdad: no lo sé”

“¿Te excita cuando te insulta?” – me espetó.

No podía ser de otra manera: ella, evidentemente y tal como yo había temido, ya lo percibía todo. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

“A… a veces sí, señorita Evelyn…” – reconocí, llorosa.

Su sonrisa se amplió una vez más hasta exhibir sus dos hileras de blancos dientes, a la vez que los ojos se le iluminaron con una iridiscencia en la cual se mezclaban el placer del triunfo con el más mórbido sadismo.

“¿Qué más te excita en ella?” – continuó interrogándome, cada vez más inquisidora.

Yo no sabía qué tenía que decir o qué no. La presencia de la colorada ante mí era tan avasallante que me convencía a priori de que ella ya sabía todas las respuestas antes de que yo las dijera. Rebusqué en mi mente tratando de identificar otros momentos en los cuales, con sus actitudes, Rocío me hubiera hecho excitar en contra de mi voluntad. Me vino nuevamente a la mente aquella despedida en la fábrica y el momento en que me orinó encima: lo había recordado hacía bastante poco y, como tal, estaba bastante fresco, pero… ¿admitir eso? ¿Podía llegar tan bajo como para reconocer ante Evelyn que me calentaba el recuerdo de su amiga meándome encima? Sonaba terriblemente desquiciado y, sin embargo, sentía que tenía que decirlo; creo que yo no siquiera tenía ya control de mis propios labios:

“Hace un momento, se… ñorita Evelyn, mientras usted estaba en el baño…” – comencé a decir, en un balbuceo.

“¿Sí?” – su rostro se contrajo en una mueca de profunda intriga.

Otra vez vacilé y me volví a debatir internamente entre decirlo o no. Pero ya era tarde…

“B… bueno, señorita Evelyn: m… mientras usted estaba en el baño, me vino a la cabeza el recuerdo de cuando… Rocío me orinó encima, la noche de… la despedida”

Su rostro adoptó de pronto una expresión evocativa, como si tratase de hacer memoria. Sólo bastaron unos pocos segundos para que, finalmente, abriera enormes los ojos y el semblante se le tiñera de incredulidad; soltó una carcajada.

“¿Eso… te excitó???”

Bajé la vista lo más que pude, pero sólo sirvió para que ella volviera a tironearme del mentón. Evelyn quería una respuesta… y yo debía darla.

“Sí, s… señorita Evelyn – admití, más degradada que nunca -. Es decir… no ocurrió en aquel momento pero ahora, al recordarlo…”

“Ahora te calienta” – cerró ella misma la frase, guiñándome un ojo.

“S… sí, señorita Evelyn” – reconocí, mientras las lágrimas volvían a acudir a mis ojos.

Ella permaneció mirándome en silencio, lo cual contribuyó a hacerme sentir todavía más indefensa y desvalida ante su presencia. Su expresión parecía ser de diversión pero a la vez de sorpresa ante mi enferma confesión.

“No sé cómo tomarlo…” – dijo, al cabo de un rato, alzando una ceja y frunciendo la boca.

“N… no comprendo, señorita Evelyn” – dije, confundida.

“Claro. Es como que… no sé; ja… Me siento un poco celosa: Rocío es algo así como mi ahijada, mi protegida, je… Yo soy quien le ha enseñado cómo comportarse ante seres inferiores como vos, pero resulta que ha aprendido demasiado rápido la guachita. Y ahora, el hecho de que te excites más con ella que conmigo, hmm, en fin, es como que me produce un cierto celo…”

A pesar de su histrionismo, no lucía ofuscada al decir tales palabras; más bien divertida. Sin embargo, la posibilidad de que fuera a sentirse despechada me sobresaltó de inmediato.

“N… no, seño… rita Evelyn – dije -; no… es así”

“¿Qué es lo que no es así?” – me indagó, frunciendo el entrecejo.

¡Dios! Cada vez me metía en un callejón peor que el anterior. ¿Cómo salía de aquello? ¿Tenía que decirle que también me excitaba con algunas actitudes suyas? Yo me sentía un ratón y ella era el gato que jugaba conmigo.

“No… es cierto que… usted no me excite, señorita Evelyn” – dije, sin sonar demasiado convencida ni convincente. Me arrepentí de mis palabras apenas las dije.

Ella volvió a fruncir la boca, alzó una ceja y ladeó un poco su rostro para mirarme con una expresión de picardía.

“¿Yo te excito, nadita?” – preguntó, incisiva.

“S… sí, señorita Evelyn, usted… también me excita”

“¿Y quién es más linda de ambas? ¿Rocío o yo?” – me preguntó mientras, siempre teniéndome tomada por el mentón, zamarreaba mi cabeza de un lado a otro como si yo fuera un estropajo.

Cuando finalmente dejó de sacudirme, nuestras miradas volvieron a quedar enfrentadas y sus ojos evidenciaron que quería una respuesta rápido: ya.

“Us… usted, señorita Evelyn” – mentí, esperando que mi respuesta diera por terminado todo el asunto.

Se mostró reconfortada, desde luego, aunque no tenía yo forma de determinar si ella realmente tomaba en serio mis palabras o era parte de su juego el disfrute de saber que era ella quien me arrastraba a mentir por obligación. Por lo pronto, se quedó en silencio y mantuvo sus ojos clavados en los míos, lo cual me intimidó aún más. De pronto vi su rostro algo más cerca y advertí que se inclinaba hacia mí; sus labios se ubicaron sugerentemente a escasos dos o tres centímetros de los míos y me puse muy nerviosa.

“¿Te gustaría besarme?” – preguntó, en un tono bajo y sugerente que estaba cargado de sensualidad.

“S… sí, señorita Evelyn, me gus… taría mucho” – respondí, más acorralada que nunca.

Sus labios se acercaron aun más y ya prácticamente podía sentirlos sobre los míos. Yo no sabía bien cómo actuar pero sí me daba cuenta fácilmente de que la situación exigía una conducta lo más pasiva que fuera posible, así que, simplemente, supe que debía entregarme y dejarla hacer; cerré mis ojos y esperé el ya inminente contacto…

Sin embargo, sus labios nunca terminaron de apoyarse sobre los míos. Antes de que siquiera pudiese yo darme cuenta de algo, Evelyn soltó mi mentón y me estampó una bofetada a palma abierta que impactó contra mi rostro con tal fuerza que me hizo perder el equilibrio y caer sobre uno de mis hombros contra la alfombra.

“¡Torta de mierda! – me espetó, con desprecio -. ¡Me das asco! Además de puta, lesbiana asquerosa… No te queda una a favor…

Para rematar sus palabras, escupió contra mí y pude sentir el escupitajo estrellarse contra mi cuello; imposible describir lo rebajada que me sentí. En ese momento sonó el portero eléctrico, cosa por la cual no supe si alegrarme o preocuparme.

“Ahí llegó Mica – dijo Evelyn, aun con el desprecio presente en su voz -. Levantate y andá a lavarte un poco, sobre todo esa cara… y más te vale que dejes de llorar, atiendas bien a mi amiga y no me hagas pasar papelones porque te juro que te hago dormir afuera con los perros”

Su tono era tan imperioso que me hizo salir rápidamente a cuatro patas en dirección del baño o, al menos, adonde suponía que estaba por haber antes visto a Evelyn dirigirse hacia allí. Cuando estaba a mitad de camino, la voz de la colorada atronó a mis espaldas:

“Ah, y cuando vuelvas, te quiero desnuda, perrita”

No puedo expresar en palabras cómo me sentí una vez en el baño mientras trataba de enjugarme las lágrimas, lavarme el rostro y tratar de lucir lo más presentable posible ante una invitada de la cual, por cierto, nada sabía. La oí entrar, de todos modos, y no tardaron en llegar hasta mis oídos fragmentos sueltos de la charla que sostenían ella y Evelyn en la sala de estar.

“¿Y cómo sigue el forro ése de Di Leo? ¿Y el recontrapelotudo del hijo? ¿Y el pajero de Luis?”

Cada una de esas preguntas surgía, al parecer, de boca de la recién llegada, de lo cual cabía suponer que lo sabía todo sobre la vida de Evelyn o, al menos, que ésta la tenía bien al tanto de los avatares del trabajo. Una vez que me sentí en condiciones me quité la poca ropa que llevaba encima y así quedé, sintiéndome patética al mirarme al espejo en mi desnudez y dispuesta a marchar a cuatro patas para atender a Evelyn y a su amiga. No era fácil, desde luego, y me costó decidirme; si finalmente lo hice fue porque me llegó un enérgico grito de Evelyn reclamando mi presencia. Imposible describir lo que significó para mí ir hacia la sala de estar a cuatro patas; la invitada, que se hallaba sentada al sofá junto a Evelyn, giró su cabeza hacia mí y no pude hacer otra cosa más que bajar la mía con vergüenza; no conocía a esa chica ni la había visto en mi vida, y sin embargo quería morir allí mismo…

“Nadita, ella es mi amiga Micaela: Mica para los íntimos” – me la presentó Evelyn, quien volvía a sonar amable en el trato hacia mí, aun cuando siempre estuviera presente esa fuerte aureola de ironía en cada uno de sus tonos y modulaciones.

Levanté la vista hacia Micaela: era una chica atractiva; parecía algo menor que Evelyn: no parecía tener más de veintiuno o veintidós años. De cabello castaño claro casi rubio e impactantes ojos verdosos cuyas bien marcadas pupilas parecían conferirles un aspecto gatuno. Cuerpo agradablemente proporcionado y armónico sin ser escultural; atuendo muy informal, de jeans y zapatillas. Insisto: nunca la había visto; ni en la fábrica ni en ninguna otra parte. Sin embargo, su nombre no me sonaba del todo desconocido al ser pronunciado en labios de Evelyn y me daba la sensación de que ya se lo había escuchado en alguna oportunidad.

“Mica, ella es nadita – me presentó la colorada del modo más denigrante posible -; en realidad se llama Soledad pero ya para esta altura la hemos rebautizado con Rocío”

Así que también conocía a Rocío. La tal Mica no salía de su sorpresa al verme desnuda y en tal postura. Yo, sin saber bien qué hacer ni cómo comportarme, apenas hice con mi cabeza algo así como una reverencia y pronuncié un tímido saludo sin saber cuán adecuado pudiera llegar a ser.

“Ho… hola, s… señorita Mic…aela”

Fue lo mejor que me salió. Ignoraba si debía mantener hacia ella el mismo trato que tenía para con Evelyn y Rocío, pero desde el momento en que Evelyn no me corrigió ni dijo nada al respecto, interpreté que había saludado correctamente.

“¿Sabés quién es ella?” – preguntó, de sopetón, la colorada, dirigiéndose a su amiga y haciendo clara ilusión a mí.

La invitada frunció el ceño y sacudió la cabeza, algo confundida.

“Hmm, creo que nunca me la nombraste- dijo, finalmente -; por el nombre, al menos, no… creo que no me suena”

“¡Es la que nombraron en tu lugar en la fábrica!” – disparó, a bocajarro, Evelyn…

De pronto entendí todo… y Mica también, a juzgar por el malicioso brillo que destelló súbitamente en sus ojos…

CONTINUARÁ

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 4” (POR GOLFO)

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4.
Nada más probar los platos que habían preparado, comprendí que además de estar buenas y ser muy putas, esas dos mujeres me iban a conquistar por el estómago.
-¡Coño! ¡Está cojonudo!- exclamé impresionado.
Azucena que había llevado el peso de la cocina, sonrió al escuchar mi exabrupto y mirando a su hija, la ordenó que sirviera el vino. La joven obedeció al instante y descorchó un reserva, para acto seguido airearlo en un decantador de cristal que tenían preparado. Tras unos minutos en lo que se mantuvo oxigenando, lo probé y confirmé que ese tinto podía competir de tú a tú en calidad con la cena.
-¿A qué se debe este homenaje?- pregunté extrañado que en esa casa se cenara con ese tipo de caldo.
-Estamos celebrando la primera sesión de María como sumisa- contestó su madre, dando por sentado que era firme mi decisión de ser su dueño.
Recordando el consejo que me había dado y mientras saboreaba el vino, pregunté a la aludida que es lo que había sentido. La muchacha, bajando su mirada y poniéndose totalmente colorada, susurró:
-Me he sentido plena.
Azucena asumiendo que debía forzarla a ser más elocuente ya que como amo novato, yo sería incapaz, le dijo:
-¡Explícate! ¡Dile al amo lo que has experimentado en cada momento!- y alzando la voz, insistió:-¡No te guardes nada!
Muerta de vergüenza, María nos describió como la habían reconcomido los celos al escuchar cómo me volvía a tirar a su vieja, cuando creía que era su turno de disfrutar.
-Sé que no tengo derecho- casi llorando comentó- pero no lo pude evitar. Menos mal que usted me puso en mi lugar y me enseñó la primera regla de una sumisa, que es saber esperar.
Inconcebiblemente al recordar el castigó al que la sometí, esa morena no pudo evitar que sus areolas se vieran afectadas y contra su voluntad, pude comprobar a través de su camisa que se le habían puesto duras.
Su progenitora no ocultó sus ganas de dirigir ese interrogatorio al decir:
-Fue entonces cuando nuestro amo te corrigió.
-Sí – contestó la cría. – aunque miles de veces había soñado con que mi dueño me aleccionara ante un error, para mí fue una sorpresa que me pusiera en sus rodillas y más que levantando mi falda, me regalara una tunda de azotes.
-¿Te dolieron?- actuando como un investigador avezado la cuarentona preguntó.
-Mucho pero aún más el saber que había fallado.
Ya intrigado quise saber más y con voz sería le pedí que se explayara:
-Al principio no puedo negar que me escocieron mis nalgas con los golpes pero tras el tercero o el cuarto me di cuenta que me los tenía merecido y fue entonces cuando empecé a sufrir por si usted no me aceptaba a su lado.
«¡Qué cosa tan curiosa!», medité en silencio, «me está diciendo que le dolió más el haberme enfadado que esas duras nalgadas».
Todavía no había tardado en asimilar tan extraña información cuando Azucena exigió a su retoño que nos narrara lo que había pasado por su mente cuando olvidado su afrenta, había comenzado a untar crema sobre su adolorido culito.
-¡Que no me lo merecía! Es más todavía ahora, sé que fue un regalo inmerecido y que solo la bondad de nuestro amo explica que en vez de dejarme tirada cual sucia puta, me consolara con sus caricias- respondió mientras la mera evocación del placer que había experimentado provocó que juntara sus rodillas en un intento de ocultar su excitación.
Mi bisoñez en esos temas era total y por ello os tengo que reconocer que me confundió el hecho que tanto el dolor como el placer estuvieran tan unidos en la mente de esa muchacha.
«La excitan de igual manera», pensé.
Menos mal que la rubia, más experimentada que yo en esos temas, me sacó de mi error al preguntar a su chavala que era lo que había sentido con mis toqueteos.
-Amor, confianza, cuidado, entrega y libertad- respondió con lágrimas en los ojos – sentí que mi dueño me acepta como soy y sabe lo que deseo. Supe que siempre estaría allí para apoyarme y que junto a él, aprendería a dar.
-No te entiendo- intervine diciendo.
La morenita, arrodillándose ante mí y llorando a moco tendido, contestó:
-Me enseñó que, a pesar de mis fallos, reconocía en mí a una mujer necesitada y tras castigarme, no dudó en complacerme sin buscar su placer…- os confieso que no comprendía nada, por desconocimiento creía que eso era una función única de las sumisas y no de los amos. Pero entonces ella misma me lo aclaró diciendo: -Le agradezco haberme mostrado el camino y ahora que sé que puedo confiar en que mi dueño no vacilará en hacerme feliz.
Satisfecha por la elocuencia de su hija, Azucena se acercó a mí y murmurando, me dijo:
-Amo, creo que esta putita está lista para aceptar su regalo.
Debí de preguntar qué era eso del regalo pero esa manipuladora no me dio oportunidad de hacerlo y sacando de un cajón un collar de esclava, me lo puso en las manos. A pesar de mi sorpresa no pasé por alto la desfachatez de esa mujer y atrayéndola hacia mí, mordí su oreja mientras le decía:
-Recuérdame que esta noche te ponga el culo rojo.
La muy cabrona, riendo a carcajadas, respondió:
-No dude que se lo recordaré. Desde que vi como azotaba a mi niña, estoy deseando que lo haga.
Su descaro me hizo gracia y aunque en ese instante me apeteció dar inicio a su castigo, comprendí que primero tenía que ocuparme de María.
Revisando el collar, me satisfizo leer que llevaba grabada la siguiente inscripción:
“Propiedad de mi amo Manuel”.
Al levantar mi mirada y fijarme en la que lo iba a usar, vi que se había desnudado completamente y que todavía arrodillada, llevaba sus manos a la espalda mientras depositaba en mis rodillas una rosa que llevaba en la boca. A mi espalda, su madre me comentó:
-La rosa es la señal de su inocencia.
-Ahora ¿qué digo?- pregunté en voz baja.
La mujer sin perder ni pizca de solemnidad, susurró:
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad.
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad- repetí.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega- coreé.
María respondiendo a su parte en ese ritual, alargó su cuello y dejó que cerrara el collar a su alrededor. Os juro que viendo el brillo de felicidad con el que recibió esa argolla, me arrepentí de no haberlo hecho con anterioridad.
Acto seguido y siguiendo con la ceremonia, la muchacha me soltó:
-Usted es mi señor, mi amo y mi dueño. Yo soy su esclava, su amante y su puta. Mi cuerpo, mi boca, mi sexo son suyos. Mi corazón, mi placer y mi voluntad dependen de mi amo. Daré placer a su cuerpo, obedeceré sus palabras y eternamente le serviré.
Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al escucharla. Indignado comprendí que la guarra de su madre me había engañado y que el significado real de ese ritual era más profundo de lo que me había imaginado.
«¡Es una especie de enlace nupcial entre amo y sumisa!», exclamé para mí.
Quizás en ese instante tenía que haber rechazado esa unión pero viendo la felicidad de María no pude y anotando esa afrenta en el cuaderno de castigos a dar a su madre, la agarré entre mis brazos y sin decir nada la llevé hasta mi cama. Depositándola sobre las sabanas, me la quedé mirando: con su pelo recogido y con ese collar en su cuello, esa preciosa mujercita no parecía haber cumplido los dieciocho.
«¡Que belleza!», dije para mí sin darme cuenta que inconscientemente ese adorno con el que declaraba ser de mi propiedad la hacía estar más bella.
La mirada expectante de la muchacha me confirmó que tras esa máscara, María no era más que una niña inexperta deseando convertirse en mujer y por eso sentándome a su lado, la abracé diciendo:
-Estás preciosa.
Confundida por mi piropo, buscó mi boca con sus labios. Decidido a que esa primera vez fuese inolvidable, dejé que me besara mientras mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron en virtud de la excitación que comenzaba a nacer en su interior y deseando incrementarla, acerqué mi boca hasta uno de ellos.
-Quiero que me haga mujer, necesito ser suya- suspiró con la respiración entrecortada.
La belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó sus miedos y sabiendo que ya era parte de mi vida, me rogó que fuera bueno con ella.
-Lo seré- respondí mientras empezaba a acariciar su cuerpo.
Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla. Tiritando de placer y sumida en la pasión, nuevamente me imploró que la desvirgara.
Tanteando el terreno, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. María creyó que había llegado el momento pero en vez de forzar su virginidad, acariciando los duros cachetes que formaban su culo incrementé su turbación a base de lentos y suaves besos. Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero.,
-Ummm- gimió presa del deseo.
Convencido de su entrega y mientras toqueteaba los bordes de su ojete, hundí mi cara en su sexo, tomando al asalto ese último reducto con mi boca. La morenita al experimentar como la punta de mi lengua se entretenía jugando con su clítoris, sintió que su cuerpo colapsaba y sin esperar mi permiso, se corrió.
-Lo siento- masculló asustada al darse cuenta que podía castigarla.
Entendiendo sus miedos, sonreí y mirándola a los ojos, le dije:
-Córrete todas las veces que quieras, hoy es tu día- tras lo cual proseguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse me gritó que no aguantaba más y que la follara. Para entonces, el sabor juvenil de su coño ya impregnaba mis papilas y olvidando que debía ser suave, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. Esa ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, María buscó moviendo sus caderas que me percatara que estaba lista.
-Amo, lo necesito- imploró mientras intentaba asir mi pene con sus manos.
Complaciéndola, acerqué mi glande a su excitado orificio. La mujercita, ya totalmente excitada, me pidió nuevamente que la tomara. Decidido a que esa noche disfrutara como nunca, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla.
-¡Fólleme!- rugió olvidando su papel mientras como una perturbada se pellizcaba los pezones.
Al verla tan entregada, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi pene en su interior. María gritó al sentir como su tela se rompía y que de pronto, mi pene la llenaba por completo. Yo, por mi parte, estaba ansioso de comenzar a moverme pero antes de hacerlo, le di tiempo para que se relajara.
-¡Madre mía!- sollozó de gusto cuando su cuerpo vibró al notar que lentamente iba metiendo y sacando mi pene de su interior.
La muchacha que hasta entonces se había mantenido expectante, me pidió que acelerara el paso mientras con su mano, acariciaba su botón del placer. Su urgencia por ser tomada y sus gemidos de placer me hicieron incrementar la velocidad de mis embestidas y sin piedad, comencé a apuñalar su interior con mi estoque.
El dolor por su pérdida había desaparecido, sustituido por el placer. María al verse zarandeada de esa manera, sintió que su cuerpo colapsaba y disfrutando cada uno de los asaltos de mi pene, se corrió dando gritos mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.
Apabullado por su devoción, lo que terminó de excitarme fue verla pellizcando sus pezones sin misericordia.
-¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, putita?-, pregunté al sentir que por segunda vez, la muchacha llegaba al orgasmo.
-Sí- aulló alegremente – me encanta ser toda suya.
Deseando culminar, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones.
La exclamación de la que ya consideraba mi sumisa provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza a esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, alborozada me soltó:
-Amo, voy a correrme por tercera vez.
-Hazlo pero antes dime, ¿quién eres?
-¡Su puta!- respondió echa una loca.
Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior, a la vez que le decía:
-No solo eso, eres mi puta, mi amante y mi mujer- tras lo cual caí rendido sobre las sábanas.
María, sonriendo, me abrazó y poniendo su cabeza en mi pecho, esperó que descansara en silencio porque aunque ese momento no lo supiera al desvirgarla y hacerla mía, por fin, se sentía una mujer.
Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios, pregunté cómo se sentía.
-Feliz-, respondió y ejerciendo el papel que había buscado a través de los años, me soltó: -¿Qué tal se ha portado su esclava?
-Muy bien-, contesté sin caer en la cuenta que con ello aceptaba totalmente que pasase a ser de mi propiedad.
Mi amada sumisa, poniéndose a horcajadas sobre mí y soltando una carcajada, murmuró un tanto indecisa:
-¿Lo suficiente para que mi adorado amo me rompa el culito?
Descojonado por su descaro, acaricié ese trasero, que tanto deseaba estrenar mientras le decía:
-Te juro que lo haré pero ¡primero tengo que castigar a tu madre!
María no pudo evitar un leve gesto de disgusto pero recordando la lección aprendida y que debía saber esperar, imprimiendo un tono pícaro a su voz, replicó:
-¿Necesita ayuda para aplicar los ánimos de esa zorra?…

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (15)” (POR ALFASCORPII)

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15

Durante unos días no volví a tener ningún contacto con Alicia o Pedro. Después de su encuentro, ambos me dieron las gracias por haberles preparado aquella aventura y se marcharon precipitadamente de mi casa, tenían mucho que asimilar y hablar.

El perder contacto con Pedro era una decisión que yo misma había tomado para mi futuro. Por todas las circunstancias que rodeaban nuestra amistad, y puesto que ya no me necesitaba como profesora, era mejor que cada uno siguiese su camino y yo sólo quedase en su vida como una amiga de su madre.

Sin embargo, necesitaba saber algo de Alicia. Se había convertido en alguien muy importante para mí, una amiga del alma, y el no tener noticias de ella me hacía temer que lo que yo había hecho pensando que era lo que ambos querían, en realidad había destruido sus vidas.

Finalmente, conseguí quedar con mi amiga para tomar un café en una terraza tras varios días de incertidumbre. Cuando volví a verla la encontré radiante, estaba guapísima, alegre y juvenil, mis temores se disiparon al instante. Tras pedirle los cafés a la camarera que nos atendió en la mesa, me invitó a un cigarrillo, se disculpó por no haber dado señales de vida en varios días, y enseguida comenzó a contarme cómo había cambiado su vida en tan poco tempo.

– Pedro es un cielo- me dijo exhalando el humo de su cigarrillo con satisfacción-, aún más de lo que ya era…

– ¿Ah, sí?.¿Entonces las cosas no se han enrarecido entre vosotros?

– ¡Ni mucho menos, Lucía!, ¡están mejor que nunca!. Estamos juntos en todos los sentidos, y por eso no he tenido tiempo ni para llamarte.

– Entonces no quedó la cosa en esa noche…

– Pues claro que no, y tú ya te lo imaginabas. Aquella noche no hablamos cuando llegamos a casa, sólo nos dejamos llevar por lo que habíamos estado tanto tiempo reprimiendo, y mi chico es mucho chico…

– Ya me imagino –contesté con una sonrisa y viendo que ella seguía sin saber que yo ya lo había catado antes.

– Total, que hablamos al día siguiente y decidimos probar a continuar con ello. Nos queremos, nos deseamos y ambos los sabemos. Así que vamos a seguir con esta aventura hasta donde llegue…

– Y viendo lo feliz que estás, no hay duda de que está yendo bien, pero eso de “hasta donde llegue”…

– Lucía, no soy tonta. Soy consciente de mi edad y de la de Pedro, y sé que un día conocerá a alguna chica y esto tendrá que acabarse. Es tan joven que tiene toda la vida por delante, y no se la puede pasar conmigo… Pero mientras tanto, vamos a disfrutar del momento.

– Veo que lo tienes muy claro.

– Le he dado muchas vueltas a la cabeza y he llegado a la conclusión de que, cuando llegue el momento, tendré que dejarle ir, e incluso, incitarle a ello. Su felicidad es lo más importante para mí y no puedo negar que nuestra relación se podría tachar de enfermiza, pero es que… Es un cielo, me tiene enamorada como una colegiala. Es amable, cariñoso, atento, encantador…

– Y guapo… -añadí entre risas siguiendo la conversación como si ambas fuésemos adolescentes.

– ¡Guapísimo! – contestó siguiendo el tono de forma natural-. Y está tan bueno… Y es tan apasionado…

Su tono de voz cambió, pasando del de una adolescente enamorada al de una mujer en plena liberación sexual:

– Parece que sólo piensa en poseerme, ¡y me encanta!. Me hace sentir más viva que nunca.

– ¡Pues claro que sí, mujer!. Tienes que vivir el ahora. Eres preciosa, estás estupenda y te mereces disfrutar…

– Y es lo que estoy haciendo. No dormimos juntos, cada uno sigue teniendo su espacio, pero, ¿sabes?, no me da un respiro, cada mañana me lleva el desayuno a la cama…

-¿Ah, sí?. ¡Qué romántico!.

– Bueno, no es romanticismo exactamente –contestó con una pícara sonrisa-. Ya te he dicho que parece que sólo piensa en poseerme… Así que el desayuno que me trae cada mañana es una buena ración de leche calentita…

-¡Uf!, ¡no me digas!. Cuenta, cuenta…

– Me despierta cada mañana presentándose en mi habitación desnudo, con la polla más tiesa que he visto nunca, y claro, no me puedo reprimir, me la como con ganas hasta que me termino el biberón –contestó entre risas.

– Joder, Alicia, qué morbazo…

-¡Uf!, ¡y tanto!, porque luego me corresponde con una comidita de escándalo, y así todas las mañanas. Te juro que nunca había ido tan contenta y relajada a trabajar…

– Jajajaja, ¡no me extraña!.

– Y lo mejor es que es un no parar. Ahora viene todos los días a comer a casa, y en cuanto entra por la puerta, me echa un polvazo.

– Vaya, veo que lo habéis cogido con ganas –contesté sintiéndome excitada-. Si es que los chicos de su edad es lo único que tienen en la cabeza.

– Ni te imaginas, no había estado tan satisfecha en toda mi vida. Mi chico es una máquina de darme placer, y en cuanto hay ocasión, me lo da. Ahora también me espera a que llegue de trabajar por las tardes, y casi no me da tiempo ni a dejar el bolso, se me echa encima en cuanto cierro la puerta y me desnuda en el mismo pasillo.

– Sí que estáis calientes, sí…

– Jajajaja, demasiado tiempo reprimiendo nuestros deseos. Cuando quiero darme cuenta, ya me tiene a cuatro patas y me monta hasta que no podemos más.

-¡De solo imaginarlo me estoy poniendo malísima!.

Mi amiga rio con ganas, y echó una mirada hacia el pub al que pertenecía la terraza en la que estábamos.

– Pues creo que, si quieres, puedes aliviarte. El camarero que está en la barra está muy bueno, y no nos ha quitado el ojo de encima…

Giré ligeramente la cabeza y miré en la dirección que Alicia me indicaba. Hasta ese momento, no me había dado cuenta del truco que había realizado mi subconsciente al quedar con mi amiga en aquella terraza, ¡era el pub de aquel moja-bragas!. Al ver que le miraba, esbozó una amplia sonrisa, y cayendo en lo cautivadora que era, se la devolví.

– ¡Vaya chulazo, nena! –dijo Alicia-. No es mi tipo, pero creo que es exactamente el tuyo. Voy a pagarte parte del enorme favor que te debo…

Y para mi asombro, Alicia se levantó y fue hacia la barra dejándome sola para observar cómo hablaban mirándome. Al poco volvió con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¡Resulta que te conoce!. Dice que ahora no puede salir de la barra, pero que si vas para allá, estará encantado de darte lo que quieras.

– ¿Estás loca?, ¿pero qué le has dicho? –pregunté atónita.

– Que mi amiga estaba muy caliente y deseando echar un polvo… Te está esperando.

– Joder, Alicia, se te ha ido de las manos… Ya tuve un “encuentro” con ese tío, y es un moja-bragas prepotente…

– Bueno, tampoco tienes que hablar mucho con él. Anda, ve y quítate el calentón, que está bien bueno.

– No me lo puedo creer, Alicia… Voy a ir, pero para decirle cuatro palabras bien dichas a ese prepotente.

– Tranquila, tómate el tiempo que necesites, yo te espero aquí, no tengo prisa…

Fui hacia aquel que me esperaba en la barra del pub con una sexy sonrisa.

– Irina, guapa –le dijo a la camarera que nos había servido en la mesa-, controla esto y deja la terraza en autoservicio, que tengo que hacer un negocio.- Añadió saliendo de la barra antes de que yo llegara a él.

Me fijé en la camarera a la que anteriormente no había prestado ninguna atención, la famosa Irina, la novia de Carlos, ¿habrían cortado?. Era una jovencita muy atractiva, de rasgos eslavos y mirada felina, cabello dorado y más bien bajita, pero muy bien proporcionada, una muñeca rusa. Al instante vino a mí el recuerdo de aquella frase dicha por aquel a quien me dirigía: “Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de 18 años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas”, y justo después acudió a mi mente el sonido de sus gemidos a través de los altavoces del ordenador de Pedro. Me calenté aún más, hasta el punto de sentir mis braguitas húmedas.

El dueño del pub me recibió abriéndome la puerta de la oficina con un arrogante: “Sabía que volverías”. En ese momento tuve ganas de darle un tortazo y soltarle cuatro verdades sobre su chulería y prepotencia, para marcharme dejándole con un palmo de narices, pero en cuanto la puerta se cerró tras nosotros, su innegable atractivo se grabó en mi retina y me descubrí mirando hacia su paquete. Una versión resumida de su frase se repitió en mi mente: “…a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas”, y acto seguido rememoré unas palabras de Alicia: “…y claro, no me puedo reprimir, me la como con ganas hasta que me termino el biberón”. Sentí el coñito encharcado, y los labios secos.

– Quiero comerme tu polla –me sorprendí diciendo mientras me relamía.

– Toda tuya, preciosa – me contestó desabrochándose el pantalón.

En contra de mí misma y mis principios, cediendo a la excitación y dejándome llevar por mi auténtico vicio, me puse sumisamente de rodillas y rodeé la rosada cabeza de aquella verga que aún no había tenido tiempo de alcanzar todo su esplendor. La succioné hacia el cálido interior de mi húmeda cavidad, y la degusté acariciándola con toda mi lengua mientras se endurecía y crecía dentro de mi boca. Me encantaba esa sensación, y el haber sucumbido al deseo ante aquel hombre cuya actitud despreciaba, me confirmaba como una verdadera adicta.

Chupé la polla con ganas, recreándome en sentir su dureza y longitud con mis labios recorriéndola de dentro a fuera, saboreando su piel y succionando glotonamente con mis carrillos hundidos para envolverla por completo mientras él gemía de gusto, haciéndome sentir poderosa, pues yo era la dueña de su placer. Quería comérmela más y más, degustarla entera, llevar a aquel moja-bragas al límite y hacerle explotar en mi boca regalándome el premio a mi destreza y dedicación, hasta dejarle seco. Me entregué a hacerle la mejor mamada de su vida, con la que jamás me olvidaría entre sus múltiples conquistas, la mamada a partir de la cual el resto le parecerían insuficientes, pero cuando ya estaba casi a punto de correrse para mi deleite, su fanfarronería le condenó.

– ¡Joder, cómo la chupas!. Te vas a ganar mi mejor corrida… Uuuufffffff… Y luego te vas a traer a esa amiguita tan rica, que creo que se ha quedado con las ganas, y os voy a dar bien a las dos…

Aquello me despertó de mi irracional vicio, y me sobrepuse a él detestando tanta soberbia. Hice una profunda y poderosa succión con la que casi hago que se corra, pero calculada para que faltase rematar, y me saqué la polla de la boca para ponerme en pie y mirarle directamente a su boquiabierto rostro.

– Ni dos, ni una, cabronazo. Esto te lo terminas tú solito pensando en mí.

Y sin darle tiempo a reaccionar, abrí la puerta de la oficina de par en par y salí de allí con la cabeza bien alta, permitiendo a todos los clientes que en aquel momento estaban dentro del pub, ver al dueño con los pantalones bajados, la verga tiesa, y cara de gilipollas.

– ¡Qué rápido! -dijo Alicia al verme aparecer.

– Vámonos –le contesté-, estamos invitadas. Ahora te cuento…

Mi amiga me entendió perfectamente tras contarle toda la historia con sus precedentes, aunque omití que la camarera era la novia de un amigo de su hijo, y confirmó y aplaudió mis actos con un “Bien, hecho. Ese tipo de tíos se merecen una lección”.

Aquella noche, aunque inicialmente avergonzada por haber caído arrodillada ante aquel tipo, me sentí orgullosa de mí misma por haberme levantado y haberle dejado plantado sobreponiéndome a un vicio que parecía superior a mí. En adelante tendría que controlar mis impulsos sexuales, por muy atractivo que me pareciera tío, no debía sucumbir siempre a mi cóctel hormonal, tenía que ser capaz de dominarme a mí misma para no perder las riendas de mi propia vida. Y si necesitaba desahogarme, un poco de autosatisfacción de vez en cuando podía ser muy relajante, por lo que antes de acostarme, me di un buen homenaje yo solita metida en mi jacuzzi.

Unos días después, en mi cada vez menos periódica visita al hospital para ver y hablar con Antonio, coincidí allí con Pedro. Al igual que su madre, me expresó su agradecimiento por aquella treta con la que había urdido que ambos satisficieran sus ocultos deseos, e igual que ella, me expresó lo feliz que era. Pero ahí quedó la cosa. Su antiguo deseo por mí estaba totalmente apaciguado, sin duda, dejaba toda su joven fogosidad en casa, y aunque en su lenguaje corporal descifré que seguía resultándole atractiva, ya no sentía la necesidad de tenerme. Era completamente fiel a su madre.

Se marchó pronto, dejándome a solas con Antonio. Para mí, aquel cuerpo tumbado ya no representaba la evidencia física de mi anterior vida. Ya nada tenía que ver con él, salvo las visitas que le hacía, y que lo habían convertido en un fiel amigo que siempre escuchaba, el único al que podía contarle todos y cada uno de mis secretos, con la confidencialidad que puede suponer el escribir en un diario. Tras cuatro meses descubriendo a Lucía, mi versión de Lucía, de una forma tan intensa, no quedaba nada de aquel veinteañero en mí.

La verdad es que era feliz con la vida que ahora tenía. En el trabajo me iba bien, era eficiente y resolutiva, ya no necesitaba echar mano de recuerdos ajenos, pues todo cuanto necesitaba podía obtenerlo por mí misma. Y era capaz de tener contento a Gerardo, el Director General de la empresa, a pesar de tener que darle continuamente capotazos ante sus insinuaciones para acostarme con él.

Y en el terreno personal mi felicidad era aún mayor. Tenía una nueva familia, con la que había superado una dura prueba sin más daños colaterales que unos buenos y excitantes recuerdos. Podía verles todas las semanas, sin necesidad de forzar nada, y aprender de mi hermana, que era como una madre para mí. Tenía a Raquel, con quien sólo hablaba por teléfono, pero que seguía siendo una maravillosa amiga con la que bromeaba sobre cómo dejaríamos seco a su chico entre ambas cuando volvieran a visitarme. También estaba Eva, con la que confraternizaba en las pausas del trabajo y con quien, de vez en cuando, quedaba para ir juntas de compras. Y por encima de todos, estaba Alicia, quien se había convertido en una auténtica amiga del alma, aquella con la que podía hablar de lo que fuese y con quien compartía opinión sobre todas las cosas importantes de la vida. Teníamos nuestras diferencias, por supuesto, pero eso también enriquecía nuestra amistad, y el que fuera mayor que yo, y la gran madurez que su vida le había hecho adquirir, la convirtieron en una imprescindible consejera. Y lo mejor de todo, nos reíamos muchísimo juntas, nos divertíamos y nuestra complicidad parecía no tener límites. Y como muestra de ello, lo que me preparó una tarde de sábado:

Me llamó para que fuese urgentemente s su casa, diciéndome que tenía una sorpresa para mí. Cuando llegué, me dijo que Pedro se había ido de fin de semana con unos amigos, y que enseguida llegaría mi sorpresa. Yo no pude reprimir mi curiosidad, y finalmente tuvo que confesarme lo que me había preparado. Había llamado a Luis, el amigo de Pedro con el que ambas habíamos fantaseado una vez, para que fuese a su casa con la burda excusa de que le instalase unos programas en el ordenador.

– Yo ya estoy cumpliendo mis fantasías con Pedro, y no necesito nada más –me dijo-, así que es el momento de que tú realices aquella que imaginamos juntas con el protagonista de la misma, el yogurín salido.

– ¡Venga ya! –le dije- me estás tomando el pelo…

En ese momento sonó el telefonillo del portal, y antes de dirigirse a abrir, me indicó:

– Métete en la cocina y deja la puerta entreabierta. Tú podrás vernos pero nosotros a ti no. En aquella ocasión te dije que ese chico me desnuda con la mirada, así que déjame disfrutar un rato calentándole para ti antes de que te muestres.

– Pero, Alicia –le repliqué-. ¡Es que no me apetece nada!.

Y era cierto, el plan de mi amiga habría sido magnífico si no hubiera habido ya unos precedentes que ella no conocía. La experiencia con Luis, Carlos, y por supuesto, Pedro, había sido muy satisfactoria, pero no tenía ninguna gana de repetir con ninguno de ellos con el fin de que aquella pequeña orgía quedase como un gran recuerdo en mi memoria. Y me había propuesto el firme propósito de no ceder siempre a mis poderosos impulsos sexuales.

– ¡Pero, Lucía! –dijo mi amiga poniendo gesto contrariado-, si es un regalo para ti, lo tengo todo previsto… -añadió descolgando el telefonillo para pulsar el botón de apertura.

Luis ya subía por las escaleras, lo que me obligó a confesar de forma precipitada.

– Es que ya me lo tiré una vez, y no necesito complicaciones con un crío.

– ¡Qué zorra!, y no me lo habías contado…

– Lo siento, ocurrió antes de conocernos tú y yo, y es complicado…

– Bueno, tú sabrás… ¿y ahora qué hago con él?. Lucía, estoy a tope, pero yo no puedo…

Sonó el timbre de la puerta.

– Pues o le echas o le dejas pasar, y preferiría que no me viera –contesté.

– Métete en la cocina como te he dicho, improvisaré algo…

Fue a abrir la puerta y yo, aún sorprendida y apenada por desbaratar los planes que mi amiga había preparado para mí con toda su buena intención, me metí en la cocina dejando la puerta tal y como me había dicho.

Al momento, entró Alicia en el salón caminando delante de Luis, y mi privilegiada perspectiva me permitió ver cómo este le miraba el culo sin perder detalle.

– Siéntate y tómate algo conmigo, no hay prisa –le dijo ante el evidente nerviosismo del joven.

Me dio la impresión de que Alicia quería ganar tiempo.

– Un café estará bien –dijo él.

– Espérame, que lo preparo.

Mi amiga vino a la cocina y cerró la puerta tras de sí.

– Ahora que le tengo ahí sentado –me dijo susurrando mientras preparaba el café-, no puedo dejar de darle vueltas a aquella fantasía. Lucía, estoy excitada, y creo que voy a jugar un poco con él…

– Tú verás lo que haces… –le contesté también susurrando-. Pero ten en cuenta que quien juega con fuego se acaba quemando…

– No te preocupes, lo tengo todo bajo control. Ahora debo volver con mi invitado.

Se desabrochó dos botones de la blusa guiñándome un ojo y evidenciando un más que generoso escote, y con una deslumbrante sonrisa, Alicia salió de la cocina llevándose la bandeja con los cafés, dejando la puerta entreabierta para que yo pudiera mirar sin ser vista.

Colocó la bandeja sobre la mesa y le ofreció a Luis una de las tazas reclinándose hacia él. Al chico sólo le faltó meter la cabeza por la abertura de la blusa, con los ojos abiertos de par en par observando el buen par de tetas que aquel escote le mostraba. Mi amiga se tomó su tiempo sirviéndole el café de la jarra, la leche, e incluso el azúcar para permitir al joven regalarse la vista con sus encantos, y observé cómo Luis se relamía con su mirada perdida en aquel balcón.

Después, mi amiga se giró de forma algo exagerada, ya que realmente no le hacía falta, para servirse su café igualmente reclinada y arqueando ligeramente la espalda, de tal modo que le ofreció una privilegiada panorámica de su culito mientras repetía el pausado proceso de servir todos los ingredientes. Cuando al fin se sentó, pude volver a ver a Luis con auténtica cara de pervertido y un evidente abultamiento en su entrepierna.

Alicia sabía perfectamente cómo provocar a un hombre y, por supuesto, su postura al sentarse fue de lo más sensual. Cruzó la pierna más alejada del chico sobre la otra para mostrar el terso muslo a través de la raja de su falda, y giró su torso hacia él pasando un brazo por encima del sofá para que sus pechos se alzasen. Bebió de su taza llevándosela suavemente a la boca, y contemplé cómo el chico no perdía detalle de sus labios, indagaba en su pronunciado escote, y recorría el muslo desnudo con su mirada. La potente erección que Alicia le había provocado marcaba un llamativo paquete que mi amiga también miró sonriéndole.

– ¿Qué tal Pedro en la playa? –preguntó el chico casi sin voz tratando de desviar la atención.

– He hablado con él por teléfono. Está encantado. Supongo que te dará pena no haber podido irte con ellos…

– Pues sí, pero es que ando un poquillo justo de pasta, y quiero comprarme un nuevo disco duro portátil.

– Entiendo. Lo bueno es que eso ha permitido que estés aquí conmigo… A solas…

Luis sonrió con nerviosismo, y Alicia se encendió un cigarrillo exhalando sensualmente su humo hacia el muchacho.

– Con eso le vas a matar, nena- dije para mis adentros-. Ese es el mayor fetiche de ese chico.

– No te molesta que fume, ¿verdad?- le dijo mi amiga con una seductora caída de pestañas.

– No, no, todo lo contrario. En realidad… me fascina.

– Ya veo… – contestó Alicia recreándose al exhalar el humo en una fina columna blanca-. No eres el primer tío que conozco con esa… predilección.

Luis no perdía detalle de cómo la madre de su amigo se llevaba, con un grácil movimiento de mano, el cigarrillo a sus bonitos labios para darle una calada hundiendo sus carrillos y después soplar el blanquecino humo suavemente, poniendo “morritos”. Se la estaba comiendo con la mirada.

– ¿Quieres uno? –le ofreció ella indicándole el cigarrillo.

– No, gracias, no fumo- contestó el con una sonrisa-. No es nada sano…

– Lo sé, es un mal vicio, y yo debería dejarlo… Pero no quiero, debe ser que soy muy viciosa.

El chico resopló tirando inconscientemente de la cintura de su pantalón, como si quisiera aflojarlo.

– ¿Estás bien? –le preguntó Alicia captando el gesto y mirando con descaro el abultado paquete del chico-. Creo que no estás muy cómodo.

– Sí, sí… estoy cómodo…

– Pues a mí no me lo parece -dijo ella soplando el aromático humo hacia él- . Parece que te aprieta el pantalón… -añadió con una sonrisa de picardía-. ¿Puedes ponerte un momento en pie?.

– Yo… -dijo él poniéndose colorado.

– Por favor… -añadió Alicia con un tono de voz de lo más sugerente.

El chico se puso en pie ante ella, tratando de disimular inútilmente su patente erección que, al levantarse del asiento, se evidenciaba delineando la forma de su miembro hinchado prolongándose hacia su pierna derecha ante la imposibilidad de alzarse por la opresión de la ropa.

– Mmmmm… Eso está mejor. Veo que realmente esos pantalones te aprietan mucho, ¿no?- le dijo acariciándose el cuello.

– Uf, Alicia…

– Y supongo que lo que ahí guardas –continuó- no es una pistola, aunque parece que está bien cargada…

Reclinándose hacia delante hasta que su cara casi topa con la entrepierna de Luis, apagó su cigarrillo sin ninguna prisa, dándole a él tiempo para que su imaginación volase viéndola en esa posición, y después volvió a echarse hacia atrás hasta apoyarse en el respaldo del sofá subiendo ambos brazos por encima del respaldo. Sus pechos se elevaron ensalzándose aún más, y la blusa se abrió mostrando un precioso y excitante busto. Él, ante la evidencia de que mi amiga no estaba en absoluto escandalizada, se quitó la inicial vergüenza de encima y dio un paso lateral para quedarse justo ante ella. Ya estaba seguro de que aquella situación había sido buscada intencionadamente por la ardiente y sexy madurita que tenía ante él, la madre de su amigo a la que ya sólo le faltaba descruzar las piernas para sellar la invitación a que la tomara allí mismo.

– ¿Te refieres a esto, Alicia? -le dijo recorriéndose la longitud de su abultamiento con la palma de la mano.

– Exactamente a eso. Pobrecito, si hasta te tiene que doler.

Mi amiga estaba yendo muy lejos, hasta yo me sentía seducida humedeciéndose mis braguitas. Estiró la pierna que tenía cruzada sobre la otra, y la puntera de su zapato de tacón alcanzó con suavidad el paquete del chico para recorrer la forma cilíndrica que se marcaba en el pantalón.

– Joder –dijo el joven- me estás poniendo cardiaco.

Alicia se mordió el labio inferior con un gesto de deseo contenido, y metió su pie entre las piernas del excitado chico hasta llegar a su culo y tirar de él, obligándole a quedarse pegado al sofá con las piernas abiertas, y entre ellas, las rodillas de mi amiga.

– Creo que deberías liberar esa presión y dejarme ver lo cardiaco que te estoy poniendo –le indicó encendiéndose otro cigarrillo.

A Luis le faltó tiempo para cumplir con la sugerencia.

– Por supuesto, me va a reventar el pantalón por ti –contestó el muchacho desabrochándoselo y bajándose el calzoncillo para que su polla dura y congestionada saltara como un resorte,

– Mmmmm… -dijo Alicia dándole una profunda calada a su cigarrillo y soplando el cálido humo blanco hacia el trabuco que le apuntaba-. Esto está mucho mejor… Veo que el pantalón te ha provocado una hinchazón –añadió con sonrisa pícara

– Uffff… -resopló él-. Esta hinchazón me la has provocado tú, que tienes un polvazo.

– No me digas… ¿Tengo un polvazo?.

Alicia recorrió su sensual cuerpo con la mano libre, partiendo de la rodilla que mostraba desnuda, subiendo por su abdomen, colándola por la abertura de la blusa acariciándose, y llegando hasta sus labios.

-¿Y tú quieres echarme ese polvazo?.

– Joder, Alicia… -contestó él con las manos en las caderas-. Mira cómo me tienes, quiero follarte salvajemente, empezando por meterte la polla entre esos labios que me están torturando…

– ¿Quieres que te la bese?- preguntó ella pasándose la lengua por los labios- Tienes la punta húmeda…

– Uuufffff… Claro que sí, me vuelven loco tus labios… Ahora no puedo pensar en más que en follármelos…

– ¿Entonces quieres meterme la polla en la boca?. Mmmmmm… -gimió besando la boquilla de su cigarrillo-. Lo que quieres es que te haga una mamada –sentenció soplando el humo hacia él.

– Dios, lo estoy deseando, me duelen los huevos ya…

– Pobrecito… Y con lo que me gusta comerme cosas bien duras… Creo que los dos queremos lo mismo. Te voy a mamar la polla hasta que te corras en mi boca. Quiero que me la llenes con tu leche para que me la trague toda.

– Diossssss… -contestó el muchacho apretando los dientes.

Alicia volvió a llevarse la boquilla del cigarrillo a los labios y dio una profunda calada con la que sus carrillos se hundieron de forma evocadora; lo apagó en el cenicero que había dejado a su lado, y exhaló reclinándose hacia delante, envolviendo aquella estaca en neblina mientras sus labios se acercaban lentamente a ella formando una “o”.

– ¡Se la va a comer!- pensé. ¡Ha jugado tanto que al final ha caído en su propio juego!.

A escasos centímetros de alcanzar el húmedo glande que le esperaba, mi amiga se detuvo un instante para mirar a los ojos al joven, colocándose un mechón de cabello tras la oreja para que Luis pudiese ver su expresión de puro vicio, y reanudó su avance manteniendo la mirada.

– ¡¡¡Oooooooooooooohhhhhhh!!! – gimió el chico.

Un borbotón de espeso líquido blanco salió disparado de la punta de su polla y se estrelló contra los rosados labios de Alicia, quien en lugar de mostrar sorpresa, cerró la boca para recibir el resto de eyaculación sobre sus labios, cuello y escote hasta que el muchacho terminó de correrse.

– ¡Vaya con la experta en yogurines!- pensé-. ¡Es mi heroína!.

Alicia había sido capaz de calentar tanto a Luis, que había conseguido que se corriera sin tocarle más que con un ligero roce de zapato. Le había llevado hasta tal punto, que le había provocado un orgasmo espontáneo y en el preciso instante que ella había querido. Había cumplido la fantasía de que Luis se corriera sobre ella sin que él llegase a tocarla ni a masturbarse, y lo había conseguido con su capacidad de seducción y provocación, hasta culminar con una última y magistral maniobra. Admiré a mi amiga más aún de lo que ya la admiraba, y reí para mis adentros pensando en que ese chico debería convertirse en actor porno, dado su historial de correrse en la cara de sus parejas.

– Joder, Alicia… -dijo Luis cuando concluyó su polución con la punta de su verga aún goteando.

Mi amiga se relamió los labios, y se echó hacia atrás con un gesto de sorpresa e indignación.

– Chico, ¡te me has corrido en la cara antes de que pudiera hacerte nada!.

– Yo… es que… Me has puesto a mil…

– Ya, ya lo he notado bien. ¡Mira cómo me has puesto!- contestó Alicia mostrando los regueros de semen de su barbilla, cuello y escote-. Pues hasta aquí hemos llegado.

Levantándose desairada, mi amiga se fue ante el aparador donde guardaba la cristalería, justo al lado de la puerta de la cocina. Miró su reflejo en los cristales de la vitrina, y le vi sonreír demostrándome que aquello era puro teatro.

– Será mejor que te marches –le dijo cruzando los brazos de espaldas a él.

– Pero… esto no puede quedar así…

El miembro del chico aún seguía tremendamente erecto, y por experiencia propia, yo sabía que aún tenía mucho más que ofrecer. Para él eso sólo había sido un precipitado prólogo.

Sin darse la vuelta para mirarle, marcando cadera ladeándola, y tratando de aparentar auténtico enfado a pesar de apenas poder ocultar su sonrisa, Alicia le espetó:

– ¿Te parece poco haberte corrido en la cara de la madre de tu amigo?. Enfunda, pistolero, y márchate. Ya no puedes follar conmigo, Billy El Niño…

Vi cómo el muchacho cogía sus calzoncillos para subírselos, pero las palabras de Alicia le hicieron mella y levantó la cabeza para mirarla. Vi cómo le brillaron los ojos al contemplar la marcada curva de su cintura y cadera, y en lugar de subirse la ropa, se la bajó del todo deshaciéndose de ella con su mirada fija en el redondo culo de la madre de su amigo. Con dos rápidas y largas zancadas alcanzó a Alicia para tomarla por las caderas apretando su inhiesto miembro contra sus nalgas. Ahora estaba tan cerca de mí, que incluso podía escuchar su excitada respiración.

– No voy a marcharme, mira cómo me tienes–le susurró a mi amiga-. Todavía tengo mucho para ti

Alicia fue cogida por sorpresa, y tuve la impresión de que aquello no entraba en sus planes. Yo pensé que, tras correrse de forma tan impetuosa y tras el rechazo de mi amiga, el chico se marcharía avergonzado. Pero no era así, sentía su orgullo herido, quería más y ya estaba preparado para obtenerlo.

– Luis… -dijo ella tomando sus manos y moviendo sus caderas para liberarse.

Pero fue en vano, el chico la tenía bien sujeta, y lo único que consiguió fue restregar su trasero contra la dura polla del muchacho. Vi cómo se mordía el labio y un gemido inconsciente se le escapaba. Mi amiga estaba excitada, tanto como él, y su fachada estaba a punto de desmoronarse.

– No deberías hacer esto… -añadió moviéndose y sintiendo aquella pértiga aún más.

– Tú no deberías haberme puesto así… -contestó él subiéndole la falda para agarrarle con fuerza el culo desnudo-. Con que Billy El Niño, ¿eh?. Ahora te vas a enterar…

– No, Luis, por favor… Soy la madre de tu amigo… y… tengo pareja…

La verga de Luis presionaba la tira del tanga entre sus glúteos, y vi cómo eso derretía a mi amiga, que apretaba con más fuerza las manos del chico, pero no para apartarlas, sino para que volviese a sujetarla por las caderas. Estaba teniendo la misma lucha interna que yo había tenido en una ocasión, la lucha entre hacer lo correcto o ceder al deseo.

– Que tengas novio y que seas la madre de Pedro me pone más bruto aún- contestó él bajándole el tanga-. Te voy a follar ahora mismo.

– ¡No, suéltame!- exclamó ella.

– ¡Te la voy a clavar!.

Aquello fue más que suficiente para mí, Alicia iba a ser forzada y yo no lo podía permitir. Di un paso saliendo de la cocina, preparada para abalanzarme sobre el joven, pero mi amiga me vio, y negó con la cabeza.

– ¡No lo hagas! – exclamó guiñándome un ojo.

Apoyó sus manos sobre el aparador y se reclinó lo suficiente como para facilitarle la maniobra a aquel que la tenía sujeta por detrás. Yo retrocedí sorprendida, entrando nuevamente en la cocina, y saliendo de su ángulo visual.

– Tu boca dice una cosa y tu cuerpo la contraria –contestó Luis empujando con su pelvis.

– Uuuuummmm- gimió mi amiga cuando el glande del chico se deslizó entres sus glúteos llegando hasta su húmedo coñito-. No me metas toda la polla… Aaaaaaaaaahhhhhh—gritó de placer cuando esa redonda cabeza se coló entre sus labios vaginales y penetró en su cueva de las delicias.

Escuchando cómo ella había disfrutado de la penetración, Luis se afianzó tirando de sus caderas para metérsela a fondo, y gruñó triunfalmente con ella.

– Diossssss qué caliente estás –le dijo subiendo sus manos recorriendo las femeninas curvas para llegar a los pechos y estrujarlos-. Te voy a follar como nunca te han follado.

Le abrió la blusa haciendo saltar los botones que quedaban abrochados, y Alicia, completamente entregada, se la sacó. Luis se echó un poco hacia atrás, y volvió a empujar con fuerza, arrancándole un exquisito gemido a su sometida. Le desabrochó el sujetador, y ella se deshizo de él para que Luis pudiera sujetarla de los pechos desnudos, apretándoselos mientras, golpe a golpe, le metía su joven polla a aquella seductora madurita.

Alicia gemía disfrutando del ímpetu del chico. Era más que evidente que estaba tan excitada que en cualquier momento alcanzaría el orgasmo, aquel muchacho le ponía tanto como ella a él. Mi amiga le había llevado tan al límite, que a pesar de acabar de correrse sobre ella, Luis había permanecido tan excitado como para sentir el impulso irrefrenable de tomarla de inmediato.

Escuchando sus gemidos y viendo cómo gozaba de la forma en que el joven la estaba poseyendo, tuve una revelación. Alicia no había sido cogida por sorpresa, ella esperaba esa reacción porque ella la había provocado. No se había marchado rápidamente para limpiarse, se había quedado mirando el reflejo en la cristalera del aparador, pero no el suyo, sino el de Luis para vigilar sus reacciones, dándole la espalda en una postura que subrayase sus formas para que este no pudiera dejar de desearla. Y la forma en que le había dicho que se marchara, no había sido más que otra provocación. Mi amiga era más manipuladora de lo que yo había imaginado, y no es que él hubiera ido a forzarla y ella acabase rindiéndose, sino que esa había sido su intención desde el primer momento, había jugado con su juventud y excitación para obtener exactamente lo que quería.

Y entonces tuve una revelación aún mayor: lo que a Alicia realmente le gustaba era seducir y gozar con jovencitos, ser su musa. Todas las piezas encajaron en mi mente. Recordé cómo me había desvirgado cuando yo aún era un adolescente llamado Antonio, y entonces me di cuenta de que aquel encuentro no había sido fortuito, ella lo había preparado. Y entonces estuve casi segura de que la historia con su hijo Pedro no había surgido por casualidad. Ella le había moldeado y seducido desde que había alcanzado la pubertad para convertirse en su fantasía adolescente, y el chico había sido presa fácil para sus encantos. Sólo había necesitado un detonante para tenerle sin remordimientos por dar el último paso, y ese detonante había sido yo.

Ahora, añadía una nueva conquista a su currículo, Luis. Llegué a la conclusión de que su historial con jovencitos no acababa en los tres que yo sabía; había descubierto la verdadera inclinación de mi amiga, y cuando en su día me dijo que pretendientes no le faltaban, y que tenía “cosillas por ahí”, se refería a algunos cuasi-adolescentes a los que había desvirgado, o por lo menos, dado un buen repaso.

Por un momento me sentí utilizada por Alicia como una pieza más en su juego por conseguir tirarse al jovencito que vivía con ella, su propio hijo, y como una excusa para conseguir, también, al jovencito con el que en aquel momento se estaba desfogando. Pero enseguida dejé aparcado ese sentimiento, centrándome en la maravillosa amistad que me había unido a ella., Esa amistad era verdadera e inquebrantable, aunque cada una tuviese sus propios secretos, a cada cual más turbio. Y si su preferencia era acostarse con jovencitos inmaduros, yo no podía juzgarle por hacer todo lo posible por conseguirlo sin sentirse culpable. Hasta donde yo sabía, sus conquistas siempre habían superado los 18 años, por lo que era muy libre de hacer lo que quisiera con ellos. Así que me deleité observando cómo obtenía lo que había buscado.

Con las manos sobre el aparador, seguía aguantando los envites de Luis, que empujaba una y otra vez sin dejar de estrujarle los pechos. Los jadeos femeninos iban aumentando de intensidad, y pronto comenzaron a convertirse en aullidos de placer, hasta que con uno de esos aullidos, más largo y profundo, mi amiga nos hizo saber a su amante y a mí que había alcanzado el orgasmo.

– ¿Lo ves?- le dijo él deteniendo sus acometidas-. Tanto negarte y lo estabas deseando, te has corrido enseguida.

– Eres un cabrón – le contestó ella mirando aún hacia arriba y recuperando el aliento, aunque yo le vi sonreír-. Me has obligado… Y seguro que no te conformarás con que me haya corrido una vez…

Me quedé fascinada con la facilidad con que ella le manipulaba.

-¡Pues claro que no!. Yo aún tengo para rato, y no pienso parar de follarte hasta llenarte con mi lefa…

Luis la obligó a agacharse aún más, y sujetándole firmemente las caderas, siguió metiéndole la polla más y más, mientras en la cara de mi amiga se dibujaba una sonrisa de satisfacción.

El polvo se volvió más intenso. El chico montó a mi amiga como si fuera un yegua salvaje, embistiéndola desde atrás mientras ella misma se movía ensartándose en el pétreo miembro del joven, con sus pechos colgando y bailando al ritmo de sus caderas. El constante golpeteo de la pelvis masculina en el culito de mi amiga se convirtió en un redoble de tambor por su fiereza y velocidad, siendo acompañado por los gruñidos de placer y esfuerzo del macho, y los gemidos y aullidos de la hembra.

Como una perra en celo por lo que veía y escuchaba, miré desesperada a mi alrededor. Necesitaba liberar mi propia tensión sexual, y ansiaba tanto el ser penetrada, que mis dedos no me parecían suficientes. Sobre la encimera de la cocina vi un frutero de decoración, con piezas de cristal macizo. Sin dudarlo, cogí un evocador plátano y me lo llevé a la boca para comprobar su posible utilidad. Lo chupé sintiendo la frialdad del cristal, pero también su suavidad, No pude aguantar más y me lo introduje en mi encharcado coñito para masturbarme con él siguiendo el hipnótico ritmo del balanceo de la pareja y el compás de sus gemidos, gruñidos y choque pelvis-culo. Aunque un poco frío al principio, el traslúcido plátano enseguida cogió temperatura con mi calor interno, y el suave tacto de su pulida superficie lo hacía deslizarse dentro de mí sin ninguna dificultad. Aunque su grosor no era cuanto me hubiese gustado, sí era el suficiente como para estimular mis paredes internas y que estas se contrajesen apretando el duro material, lo cual, añadido a la suficiente longitud como para meterme un buen trozo sin dejar de sujetarlo, y la ligera curvatura de su forma, lo convirtieron en el juguete casi perfecto.

Luis había bajado la velocidad de sus envites, y recorriendo la sinuosa cintura de Alicia con sus manos, le obligó a incorporarse para volver a estrujarle las tetas mientras ella marcaba un nuevo ritmo de penetración más pausado y profundo, reculando y disfrutando del masaje en sus pechos.

– Qué maravilla de tetas tienes- oí que el chico le decía-. Llevo mirándotelas y deseándolas desde secundaria, nunca pensé que podría tenerlas en mis manos… Todo el mundo debería tener un amigo con una madre como tú…

– No hay madres como yo…

Desde mi perspectiva, podía ver cómo una mojada porción de la polla del chico aparecía y desaparecía en la entrepierna de mi amiga, y volvía a acelerarse haciendo que mi propia mano cobrase más velocidad para que el plátano de cristal me hiciese jadear en silencio. Ver toda la tensión en el cuerpo del muchacho, y el goce de Alicia, me hicieron desear alcanzar el orgasmo para mi propia relajación, así que me saqué el improvisado juguete del coño y me lo metí suavemente por el culo, provocándome un repentino orgasmo que me hizo gemir sin poder evitarlo.

Tuve suerte, Luis no pudo oírme, porque en ese preciso instante él se corrió de forma explosiva derramando su cálida esencia en el interior de Alicia, gruñendo como un animal, y eso provocó un nuevo clímax de mi amiga que le hizo aullar hasta quedarse sin aliento. Entre ambos ensordecieron mi propio éxtasis.

Me saqué el plátano y lo dejé en el fregadero, ya le explicaría a mi amiga la maravillosa utilidad que le había encontrado. Mientras, la pareja se separó y, por fin, mi amiga se dio la vuelta para darle un tórrido beso al jovencito que acababa de poseerla salvajemente.

– Este será nuestro secreto –le susurró-. Si lo guardas bien, tal vez podamos repetir…

– Ufffff, Alicia- resopló-. Nada me gustaría más…

– Ahora sí que tienes que marcharte.

Mi amiga recompuso su ropa como pudo, quedándose con la blusa abierta, y él se vistió y se marchó cumpliendo sus deseos.

– Se te ha ido un poco de las manos, ¿no?- dije saliendo de la cocina-. Sólo ibas a calentarle un poco y jugar con él…

– Sí- contestó ella entre risas-, pero es que estos yogurines son mi debilidad… Están tan ricos, y tan salidos… Se corren enseguida, pero si sabes manejarlos, son unos amantes incansables.

De esto ni “mú” a Pedro… -me advirtió.

– Pues claro que no, somos amigas –le contesté con una amplia sonrisa y aceptando el cigarrillo que me ofrecía-. Por cierto, tengo que decirte algo de la fruta de adorno que tienes en la cocina…

Durante un buen rato charlamos y reímos juntas sobre lo que acababa de ocurrir y mi encerramiento en la cocina. Le expresé a mi amiga mi admiración por cómo había sido capaz de provocar al chico hasta conseguir lo que había conseguido, y ella no le dio ninguna importancia argumentando que los chicos que apenas llegaban a los 20 eran muy fáciles. Omití que había descubierto su marcada preferencia en cuanto a sus parejas, puesto que sospechaba que era el resultado de haber sido abandonada tan joven por un chico de esa edad, y haber visto hipotecada su juventud haciéndose cargo del hijo de ambos. Y por supuesto, por el bien de la amistad con la que tan a gusto me encontraba, no le dije que había llegado a la conclusión de que en realidad había moldeado a su hijo desde su despertar a la sexualidad para que deseara a su propia madre. Aquello me lo quedaría para mí como nota mental. No quise juzgarle, y opté por apoyarle, puesto que ambos eran felices. La confianza y complicidad entre mi amiga y yo, a partir de aquel día, alcanzó su grado máximo.

Fruto del descubrimiento de los verdaderos deseos de Alicia, empecé a pensar que mi transformación en Lucía no había sido únicamente para cambiar drásticamente mi vida y darme la oportunidad de ser feliz con una completamente distinta, sino que, si cuanto había ocurrido tenía algún sentido trascendental, ese sería el hacer feliz a las personas con las que me encontrase en mi camino, actuando como catalizador para provocar una reacción en cadena que les llevase a cumplir sus deseos, al menos en el terreno sexual, uno de los pilares de la vida.

CONTINUARÁ…

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“Herederas de antiguos imperios” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Durante milenios, las antiguas familias reinantes han sido presa de una maldición. A pesar de tener un poder mental con el que edificaron imperios, sus miembros una y otra vez caían en manos de la peble, que recelosa de su autoridad se rebelaba contra la tiranía.
Gonzalo de Trastámara, descendiente del último rey godo, descubre su destino trágicamente. La muerte de su primera amante en manos de hombres celosos de su poder, le hace saber que el poder conlleva riesgos y cuando todavía no ha conseguido hacerse a la idea, le informan que debe reunir bajo su autoridad al resto de las antiguas casas reinantes.
En este libro, se narra la búsqueda de las herederas de esos imperios y cómo consigue que formen parte de su harén.

MÁS DE 235 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1: El despertar

No sé si deseo que las generaciones venideras conozcan mi verdadera vida o por el contrario se sigan creyendo la versión oficial tantas veces manida y que no es más que un conjunto de inexactitudes cercanas a la leyenda. Pero he sido incapaz de contrariar los deseos de mi hija Gaia. Su ruego es la única razón por la que me he tomado la molestia de plasmar por escrito mis vivencias. El uso que ella haga de mis palabras ni me incumbe ni me preocupa.

Para que se entienda mi historia, tengo que empezar a relatar mis experiencias a partir de un suceso que ocurrió hace más de sesenta años. Durante una calurosa tarde de verano, estaba leyendo un libro cualquiera cuando la criada me informó que mi padre, Don Manuel, le había ordenado que fuera a buscarme para decirme que tenía que ir a verle. Todavía después de tanto tiempo, me acuerdo como si fuera ayer. Ese día cumplía dieciséis años por lo que esperaba un regalo y corriendo, fui a su encuentro.

― Hijo, siéntate. Necesito hablar contigo― dijo mi padre.

Debía de ser muy importante para que, por primera vez en su vida, se dignara a tener una charla conmigo. Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores. La gente decía de él que era un genio de las finanzas pero, para mí, no era más que el tipo que dormía con Mamá y que pagaba mis estudios, ya que jamás me había regalado ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.

― ¿Cómo te va en el colegio?― fueron las palabras que utilizó para romper el hielo.

― Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase― en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.

― Pero, ¿Estudias?― una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos para hacerlo, lo que le permitió seguir hablando ― Debes de ser el delegado, el capitán del equipo y hasta el chico que más éxito tiene, ¡me lo imaginaba! y lo peor es que ¡me lo temía!

Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso por su afirmación, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.

― ¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?― le solté con mi orgullo herido.

― Sí, hijo― en sus mejillas corrían dos lágrimas― porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara.

― ¿Tara?, no sé a qué te refieres― si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura y por la tristeza que vi en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.

― ¡Te comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela. Es más, creo que estaba sentado en ese mismo sillón cuando me explicó la maldición de nuestra familia.

Mi falta de respuesta le animó a seguir y, así, sin dar tiempo a que me preparara, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja; que durante generaciones y generaciones nunca había sufrido la pobreza; que siempre durante más de mil trescientos años habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber más de un hijo con nuestros genes y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo error que se había saldado con miles de muertos.

― Eso ya lo sabía― le repliqué. Desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.

― Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole―

― No― tuve que reconocer muy a mi pesar.

― Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver el escaso predicamento del rey con los nobles y que estos desobedecían continuamente los mandatos reales, supuestamente, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo. Como todo pacto con el maligno, tenía trampa. Individualmente fue cierto, ninguno de los nobles fue capaz de levantarse contra él pero, como la historia demostró, nada pudo hacer contra una acción coordinada de todos ellos. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo hasta que sus súbditos, molestos con él, llamaron a los musulmanes para quitárselo de encima. Eso significó su fin.Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición. ―Esa tara se ha heredado de padres a hijos durante generaciones. Yo la tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido.

― Pero, Papá, partiendo de que me es difícil de aceptar eso del pacto con el maligno, de ser cierto, eso no es una tara, es una bendición― contesté, ignorante del verdadero significado de mis palabras.

― La razón por la que tenemos esa tara es irrelevante, da lo mismo que sea por una alianza de sangre o por una mutación. Lo importante es el hecho en sí. Cuando uno adquiere un poder, debe también asumir sus consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad han muerto violentamente. Por eso, le llamo Tara. El tener esa herencia te condena a una vida solitaria y te abre la posibilidad de morir asesinado.

― ¡No te creo!― le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.

― Te comprendo― me contestó con una tristeza infinita. ― Pero si no me crees, ¡haz la prueba! Busca a alguien como conejillo de indias y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra. Ten cuidado al hacerlo, porque recordará lo que ha hecho y si advierte que tú fuiste el causante, puede que te odie por ello.

Y poniendo su mano en mi hombro, me susurró al oído:

― Una vez lo hayas comprobado, vuelve conmigo para que te explique cómo y cuándo debes usarlo.

Pensé que no hacía nada en esa habitación con ese ser despreciable que me había engendrado y como el niño que era, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas.

« Tiene que ser mentira, debe de haber otra explicación», pensé mientras me calmaba. Supe que no me quedaba otra, que hacer esa dichosa prueba aunque estuviera condenada al fracaso. No había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo. Por eso y quizás también por que las hormonas empezaban a acumularse en mi sangre debido a la edad, cuando entró Isabel, la criada, a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.

La muchacha, recién llegada a nuestra casa, era la típica campesina de treinta años, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía, no tenía novio y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura del pueblo en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciese, al recordarlo no debía de ser yo el objeto de sus iras.

Fue durante la cena cuando se me ocurrió como comprobarlo. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no sólo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Mi calentura de adolescente decidió que debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo Sebas, hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. En cambio Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente. Nunca he llegado a comprender como podía haberse enamorado de semejante patán. Sonriendo pensé que, de resultar, iba a matar dos pájaros de un tiro: por una parte iba a comprobar mis poderes y por la otra iba a castigar la insolencia de mi querido pariente. Esperé pacientemente mi oportunidad. No debía de acelerarme porque cuando hiciera la prueba, debía de sacar el mayor beneficio posible con el mínimo riesgo personal.

Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, como ese capullo quiso echar un billar, bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión.

Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina donde me encontré a Isabel. Decidí que era el momento y mientras de mi boca, esa mujer solo pudo oír como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era un hombre irresistible y que con solo el roce de su mano o su voz al hablarle, le haría enloquecer y no podría parar hasta que sus labios la besasen.

Ya no me podía echar para atrás. No sabía si mi plan tendría resultado, pero previendo una remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio la llamaba por lo que, junto a ella, bajé por las escaleras.

La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado a la perfección. Sobre la mesa, mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.

Su novia no se lo podía creer y durante unos segundos, se quedó paralizada sin saber qué hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse y bajar del billar. Pero luego, Ana explotó y como una loca desquiciada se fue directamente contra Sebastián, tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Mi pobre y sorprendido primo solamente le quedó intentar tranquilizar a la bestia en que se había convertido la que parecía una dulce e inocente muchacha.

Todo era un maremágnum de gritos y lloros. El escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.

No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito o a una orden inconsciente pero el hecho real es que los tres se callaron y expectantes me miraron:

― ¡Sebas!, vístete. Y tú, Isabel, será mejor que te vayas a la cocina― la muchacha vio una liberación en la huída por lo que rápidamente me obedeció sin protestar― Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, te pido que te tranquilices.

― Tienes razón― me contestó, ―pero dile que se vaya, no quiero ni verlo.

No tuve que decírselo ya que, antes de que su novia terminara de hablar, el valeroso hidalgo español salía por la puerta con el rabo entre las piernas. Siempre había sido un cobarde y entonces, no fue menos. Debió de pensar que lo más prudente era el escapar y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.

― ¡No me puedo creer lo que ha hecho!― me dijo su novia, justo antes de echarse a llorar.

Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío y su tristeza se me contagió por lo que, al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella o por mí. Había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.

― ¿Por qué lloras?― me preguntó.

― Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos― le respondí sin confesarle mi responsabilidad en ese asunto, porque solo tenía culpa del comportamiento de Isabel ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.

― ¡Qué dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú― me dijo, dándome un beso en la mejilla.

Al besarme, su perfume me impactó. Era el olor a mujer joven, a mujer inexperta que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza. Al notarlo ella, no hizo ningún comentario. Cuando me separé de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero, tras breves instantes, me regaló una mirada cómplice que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.

Aterrorizado por las consecuencias de mis actos, busqué a Isabel para evitar que confesara. Ya lo había pactado con Ana, nadie se debía de enterar de lo sucedido por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.

―Isabel, ¿puedo hablar contigo?― pregunté.

―Claro, Gonzalo― me contestó sollozando.

Sentándome a su lado, le expliqué que la novia de mi primo me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo. Debía dejar de llorar porque sólo sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logré calmar a la pobre criada pero aún necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo y por eso, para asegurarme, le pregunté que le había ocurrido.

― No sé qué ha pasado pero, al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara, deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones, insinuándome como una puta. Don Sebas, al verme, empezó a besarme. Lo demás ya lo sabes. Es alucinante, con solo recordarlo se me han vuelto a poner duros.

― ¿El qué?― pregunté inocentemente.

―Los pechos― me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.

― ¿Me los dejas ver?― más interesado que excitado―nunca se los he visto a una mujer.

Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes y duros, con unos grandes pezones que ya estaban erizados antes de que, sin pedirle permiso, se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:

―No sigas que sigo estando muy cachonda.

Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano izquierda seguía apretando el otro.

―¡Qué rico!― me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.

Esa reacción me calentó y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi otra mano se deslizaba por su trasero.

―Tócame aquí― me dijo poniendo mi mano en su vulva.

La humedad de la misma, en mi palma, me sorprendió. No sabía que las mujeres cuando se excitaban, tenían flujo, por lo que le pregunté si se había meado.

― ¡No!, tonto, es que me has puesto bruta.

Viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca me había magreado con una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo.

― Ósea, ¡Qué eres virgen!

La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba. Nada más atrancar la puerta, coquetamente, se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y poniendo voz sensual, me pidió que la despojase de la falda y la braga. Obedecí encantando. No en vano no era más que un muchacho inexperto y eso me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo. Mientras me explicaba las funciones de su clítoris, me animó a tocarlo.

En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose a mis deseos, lo sacó de mis calzoncillos y dirigiéndolo a su monte, me pidió que lo cogiera con mi mano y que usando mi capullo, jugara con el botón que me había mostrado.

Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y, como si de un pincel se tratara, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.

― ¡Así!, ¡Sigue así!― me decía en voz baja mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.

Más seguro de mí mismo, separé sus labios para facilitar mis maniobras y con el glande recorrí todo su sexo teniendo los gemidos de placer de la muchacha como música de fondo. Nunca lo había tenido tan duro y, asustado, le pregunté si eso era normal.

― No, ¡lo tienes enorme para tu edad!― me contestó entre jadeos, ―vas a ser una máquina de mayor pero continua ¡así!, que me vuelve loca.

En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer y de un solo golpe, se lo introduje entero.

+―¡Ahh!― gritó al sentir como la llenaba.

Sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración. Cuando notó como la cabeza de mi sexo había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio incrementando poco a poco mi ritmo. Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir como cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo y cómo el flujo que emanaba de su coño iba facilitando, cada vez más, mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que éste entraba, mi creciente confianza me permitió acelerar la velocidad de mis movimientos mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.

Isabel, ya completamente fuera de sí, me pedía que la besara los pezones pero que sin dejar de penetrarla cada vez más rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como con su respiración agitada me pedía más y como su cuerpo, como bailando, se unía al mío en una danza de fertilidad.

― Soy una guarra― me soltó cuando, desde lo más profundo de su ser, un incendio se apoderó de ella, ―pero me encanta. Cambiando de posición, se puso de rodillas y dándome la espalda, se lo introdujo lentamente.

La postura me permitió agarrarle los pechos y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua. Gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete y ella mi montura, por lo que me pareció de lo más normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez más mojado sexo obligándome a continuar.

― Pégame más, castígame por lo que he hecho― me decía y yo le hacía caso, azotando su trasero.

Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración. El sudor empapaba su cuerpo cuando como un volcán, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de magma mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades. Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber qué ocurría, pero mi criada me exigió que continuara. Gritó que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene y sobretodo sus gritos, provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueñó de mi cuerpo y antes que me diera cuenta de lo que ocurría, exploté en sus entrañas llenándolas de semen. Desplomado del cansancio caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer y por vez primera, había experimentado lo que significaba un orgasmo.
Tras descansar unos minutos a su lado, Isabel me obligó a vestir. Alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran. Me dio un beso antes de despedirse con una frase que me elevó el ánimo:

― ¡Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar.

Salí del lavadero y sin hacer ruido, me fui hacia mi cuarto. No quería encontrarme con nadie ya que, solo con observar el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota de los mortales hubiese descubierto a la primera que es lo que me había pasado. Ya en el baño de mi habitación, me despojé de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes:

« El viejo tenía razón. Algo ha ocurrido, conozco a Isabel desde hace seis meses y nunca se ha comportado como una perra en celo». Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder. Para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.

No me había dado cuenta lo cansado que estaba hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas, un antepasado mío era el protagonista y curiosamente la secuencia que más se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, desperté sobresaltado.

― Tranquilo, soy yo― me decía Ana acercándose a mi cama.

― ¡Qué susto me has dado!― le contesté todavía agitado.

― Quiero hablar contigo― me dijo.

Tenía la piel de gallina por el miedo de la decisión que había tomado pero yo en mi ingenua niñez pensé que, como venía en camisón, tenía frío por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor. La novia de mi primo no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera calentándola. Lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó en la boca y abriendo mis labios, su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó más a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.

― ¿Y esto?― le pregunté, alucinado por mi suerte.

― Sebastián no merece ser el primero― me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama.

Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando sin saber el porqué. Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos desgarrándole el camisón, el deseo todavía no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad de la experiencia que me había dado Isabel retiré los tirantes de sus hombros, dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados, con dos rosados pezones, que me gritaban que los besara.

― ¿Estás segura?― le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar.

Por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí. Ana no era como mi criada. Todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando, mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos a la par que su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por el cuello y por los hombros hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea. Como si le hubiese dado vergüenza, su aureola se contrajo de manera que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.

Pero fue cuando al repetir la operación en el otro, los débiles suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón. Al levantarle las piernas, me encontré con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la basta braga de algodón de Isabel.

Me recreé, unos momentos, disfrutando con mi mirada de su cuerpo. Era mucho más atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas. La brevedad de su pecho estaba en perfecta sintonía con las curvas de su cadera y la longitud de sus piernas.

Ella sabiéndose observada me preguntó:

―¿Te gusta lo que ves?

Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos pero, esta vez, no se detuvo ahí sino que, bajando por su piel, bordeó su ombligo para encontrarse a las puertas de su tanga. Hablando sola sin esperar que le contestase, me empezó a contar que se sentía rara; que era como si algo en su interior se estuviera despertando; que no eran cosquillas lo que sentía, sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triángulo, su vértice señalaba mi destino por lo que me fue más sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.

Ana que, en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando. El deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias por lo que, gimiendo descontrolada, me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer. No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo por lo que, sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso, probé de su contenido mientras ella se retorcía de placer. No quería ni debía desperdiciar una gota, lo malo es que cuanto más bebía, más manaba de su interior, por lo que prolongué sin darme cuenta cruelmente su placer ,uniendo varios clímax consecutivos hasta que, agotada, me pidió que la dejara descansar sin haber conseguido mi objetivo. De su sexo seguía brotando un manantial inacabable que mojó, por entero, las sabanas.

― ¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado!― me dijo en cuanto se hubo repuesto.

Estaba tan radiante y tan feliz por haberse metido entre mis brazos sin que yo se lo hubiera pedido, que me preguntó si ya tenía experiencia.

― Eres la primera― le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto. Al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.

― ¿Entonces eres virgen?― me volvió a preguntar y nuevamente la engañe, diciéndole lo que quería escuchar.

Le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche bajo la apariencia de una mortal llamada Ana. Se rio de mi ocurrencia y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar ya que, sin medir las consecuencias, tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada. Le explique que iba a hacerse daño y que eso era lo último que quería ya que, en mi mente infantil, me había enamorado de ella.

Refunfuñando me hizo caso, dejándome, a mí, la iniciativa. Esa noche había follado con una mujer pero, en ese momento, lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa. Mi princesa. Como un caballero, la tumbé en la cama boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido pero recordé que la primera vez marcaba para siempre y por eso, introduje lentamente la cabeza de mi pene hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento pero ella, sin poder esperar y forzando con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.

Gritó de dolor al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro para posteriormente empezar a moverme muy despacio. Mientras le decía lo maravillosa que era, no deje de besarla. Ana se fue relajando paulatinamente. Su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se fueron transformando en sonrisa al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente, la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo.

Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizara mis movimientos y ella, al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido. Su orden fue tajante y cual autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me regalaba con un pequeño gemido cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando, como un escalofrío, el placer partió de sus ingles recorriendo su cuerpo. Sentí como el flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.

― Es maravilloso― me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía más mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior mientras nuestros gritos de placer se mezclaban en la habitación. Fueron solamente unos instantes pero tan intensos que supuse que esa mujer era mi futuro.

― Te amo― le dije nada más recuperarme el aliento.

―Yo también― me dijo con su voz juvenil, ―nunca te olvidaré.

― ¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia?― le pregunté asustado por lo que significaba.

― Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo― me contestó con dulzura pero, a mis oídos, fue peor que la mayor de las reprimendas.

― ¡Pero creceré! y entonces seré tu marido― le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lágrimas infantiles anegaban mis ojos.

Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida, que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama y tras vestirse velozmente, se fue de mi habitación.

uando ya se iba le grité, llorando:

― ¡Espérame!

No me contestó. Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Isabel fue la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombi mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.

Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar, salía la mujer con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo por lo que, cogiéndola del brazo, la metí conmigo.

― ¿Qué querías?― le pregunté.

Ella, sonriendo, me contestó:

― Estás hecho una fichita, pero no te preocupes. Nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo. Yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas.

«¿Sangre?», pensé por un momento que era lo único que me quedaba de esa noche. No podía perderlo. Por eso, le pregunté:

―Te puedo pedir un favor― y muy avergonzado continué ― necesito quedarme un recuerdo. ¿Podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?

Entendió por lo que estaba pasando y guiñándome un ojo, con mirada cómplice, me replicó:

―Voy a hacer algo mejor. Luego te veo― y sin decirme nada más, se fue a continuar con su trabajo.

Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome:

― ¡Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado sino que ha aceptado casarse conmigo.

Mi mundo se desmoronó en un instante. Comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física; a cada acción sobreviene una reacción. En mi caso, la reacción fue extremadamente dolorosa. Con dieciséis años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre. Mi viejo tenía razón: no era una bendición, el estar dotado de esa facultad era una arma de doble filo y yo, al haberla esgrimido sin prudencia, me había cortado.

Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana. La criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia el despacho de mi padre. Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada más verlo y con lágrimas en los ojos, le dije:

― Papá, ¡Tenemos que hablar!

Me estaba esperando. Tal y como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo:

― ¿Verdad, que duele?― no había reproches, solo comprensión. ― Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra comparten este dolor. Esos dos desgraciados somos tú y yo.

Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses pero necesité años para aceptar que, nada podía evitar que ese pacto firmado hacía más de trece siglos, me jodiera la vida.

Capítulo 2: El aprendizaje.

― Hijo, al igual que hicieron nuestros antepasados necesitamos un plan de trabajo con el que desarrollar tu mente. El primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas de inducción mental y si para ello hay que desarrollar a la par que las sexuales, lo haremos. Es una cuestión de practicidad, piensa que mientras la obediencia obligada crea resentimiento, la dependencia por sexo no, por lo que es más seguro zambullirte en este mundo por la puerta trasera de la carne.

― Pero Papá, solo tengo dieciséis años― le contesté avergonzado.

― ¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel?― me respondió tranquilamente sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, ― O me crees tan tonto para no ver en los ojos de Ana, la certeza de haberse equivocado.

Lo sabía todo. En ese momento, supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.

― Tu madre no debe saber nada― me ordenó.

Nadie excepto nosotros dos, debía de conocer nuestras capacidades y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro.

― He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados. A partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa qué clase de enseñanzas vas a recibir.

Lo que mi viejo no me dijo en ese momento, era que otra de las razones, por la que había tomado esa decisión, consistía en que debía acostumbrarme a vivir solo. Tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común.

― Ahora quiero que des una vuelta por el pueblo y que te sientes en la plaza. Con la excusa de tomarte una Coca―Cola, debes observar a la gente y practicar tus poderes con ellos. Cuanto los uses, te darás cuenta que, aunque no te percatabas de ello, te han acompañado desde la cuna, solo que ahora al hacértelos presentes, estos se irán incrementando a marchas forzadas, pero ten cuidado. Sé que puedo resultar pesado pero es mi deber recordarte el peligro: debes de ser prudente.

―No te preocupes, tendré cuidado― le respondí agradecido doblemente; por una parte no me apetecía seguir en la casa y por otra, tenía verdadera necesidad de practicar mi don.

Desde niño crecí con moto. En el campo es la mejor forma de moverse y por eso desde una edad muy temprana aprendí a conducirlas. Ese año había estrenado una vespa roja de 75 cc. con la que me sentía como Rossi, el gran campeón de motociclismo. Aunque ese scooter no estaba fabricado con la idea de usarlo en campo, para mí era lo mismo y como si llevara una verdadera enduro, volé por los caminos rurales de salida de la finca.

Oropesa, un pueblo toledano bastante más grande que la pequeña aldea que bordeaba los confines de mi casa, estaba a escasos veinticinco kilómetros. La media hora que tardé en recorrerlos, me dio tiempo a meditar sobre mis siguientes pasos e incluso a disfrutar de ese paisaje duro y férreo, plagado de encinas y alcornoques, que ha sido cuna de tantos hombres tan adustos y estoicos como la tierra que les vio nacer. Qué lejanas me parecen hoy en día esas tierras abulenses limítrofes con Toledo. El Averno, la finca de mi familia, con sus montes y riachuelos son una parte amada de mis años de infancia que nunca se borrará de mi memoria. Tengo grabados cada peña, cada vereda, cada árbol de sus doscientas hectáreas. Sus gélidos inviernos y sus tórridos veranos siguen presentes incluso después de tantos años.

Ya en el pueblo, me dirigí directamente a la plaza Navarro. Allí, frente al actual ayuntamiento, estaba El rincón de Luis. La terraza estaba vacía por lo que pude elegir en que mesa sentarme. Me decidí por la más cercana a la calle para aprovechar la sombra que daba su toldo amarillo y de esa forma, apaciguar el calor de esa mañana de agosto.

― Buenos días, Gonzalo― me saludó María, la rolliza camarera. Con sus cuarenta años y más de ochenta kilos formaba parte de la plaza, casi tanto como torre mudéjar del Reloj de la Villa. ― ¿Qué quieres tomar?

Sin pensar, le pedí una cerveza. La mujer, que debía de haberse negado a servir alcohol a un menor de edad, no protestó y al cabo de tres minutos me trajo una mahou, como si eso fuese lo más normal del mundo. Ese pequeño éxito me dio moral para seguir practicando. Mi siguiente objetivo fue el dueño del mesón que estaba situado a la izquierda de la plaza. Don Sebas era famoso por su perfeccionismo militante y su estricta manera de llevar a cabo todas las rutinas de su negocio. Da igual que llueva o haga sol, a las diez de la mañana abre las sombrillas del balcón y no las cierra hasta las nueve de la noche. Sabía a ciencia cierta que si lograba que romper ese automatismo de años, habría logrado una victoria todavía más apabullante que la obtenida con Isabel.

― Don Sebastián― le grité, ―hace viento, será mejor que cierre las sombrillas, no se le vayan a volar. Ante la ausencia total de aire mi argumento era ridículo pero, en contra de sus principios, el hombre, tanteando el viento, se mojó un dedo con su saliva, asintió y empezó a bajarlas.

No me podía creer lo fácil que había resultado. Si un tipo tan estricto había cedido con premura, eso significaba que mi poder de persuasión era enorme. Contento y entusiasmado, busqué a mi próxima víctima. Los treinta grados de temperatura no me lo iban a poner sencillo. Por mucho que esa fuese una de las plazas más transitadas del pueblo, esa mañana no había nadie en sus aceras, todo el mundo debía de preferir mantenerse al abrigo del sol y sus recalcitrantes rayos. Cabreado por la espera, me bebí la cerveza de un trago y me aproximé a pagar a la barra.

Los tertulianos de la tasca, enfrascados en su habitual partida de tute ni siquiera levantaron su mirada, cuando entré.

― ¿Cuánto es?― pregunté.

María, que estaba distraída, me preguntó qué era lo que había tomado, al contestarle que una cerveza, me miró diciendo:

― Menos guasa, ¡Luis!, ¡cóbrale una coca―cola!

Así fue como aprendí otra lección. Los sujetos, objetos de inducción mental, cuando se les obliga a hacer algo que vaya contra sus principios tienden a adulterar la realidad, creando una más acorde con sus pensamientos. María se había engañado a sí misma y creía que me había servido un refresco.

Acababan de dar las doce, por lo que mi pandilla de amigos debía de estar frente a nuestro colegio. Cogiendo mi moto me dirigí hacia allá. Nada mas doblar la calle Ferial, les vi apoyados en uno de los bancos de madera. Fue Manuel, el primero en verme:

― Capi, ¿Qué haces por aquí?― me dijo usando mi mote.

Desde que íbamos a Infantil, todos los chavales de la clase me llamaban así. Pero esa vez, me sonó como si fuese la primera al percatarme que el respeto con el que me trataban, así como su continua sumisión a mis caprichos, podían ser productos nuevamente de mi poder.

Me pareció oír a mi viejo diciendo: « Jamás tendrás amigos, serán meros servidores».

La abrupta confirmación de sus palabras me dejó paralizado. Pedro, Manuel, Pepe, Jesús… esos críos a los que consideraba mis iguales, no lo eran. Eran humanos normales y entre nosotros siempre había existido y existiría una brecha infranqueable que no era otra que la tara que llevaba a cuestas mi familia durante los últimos catorce siglos.

Mi padre me había mandado al pueblo a practicar y con el corazón encogido, decidí que eso era lo que iba a hacer:

― Me aburría en la finca― le contesté quitándome el casco, ―¿y vosotros?

―Ya ves, de cháchara….

Todos me miraban como esperando mis órdenes, los largos años de roce conmigo les había acostumbrado a esperar y acatar mis deseos. No podía creer que jamás me hubiese dado cuenta. Ahora que sabía el motivo, no podía ser más cristalina su completa sumisión.

―Vamos a dar una vuelta por el castillo, a ver si nos topamos con algún turista del que reírnos.

Esa era una de nuestras travesuras más comunes. Solíamos meternos con los guiris que, en busca de historia medieval, llegaban con sus estrafalarios atuendos a esas empedradas calles. Sé lo absurdo de nuestro comportamiento, pero también tengo que reconocer que añoro ese comportamiento gamberro de mis años de niñez. La rutina siempre era la misma, esperábamos a nuestras presas a la sombra del viejo magnolio que crecía a escasos metros de la entrada de la muralla y tras observarlas, dedicarnos a mofarnos del aspecto más risible de los indefensos excursionistas. Todo acababa cuando los guardias del recinto salían en defensa de su inagotable fuente de ingresos. Tonto, pueril pero igualmente divertido e inofensivo.

Éramos cinco y contábamos con tres ciclomotores, por lo que contraviniendo las normas de tráfico, Miguel y Pedro sin casco se montaron de paquete. En una gran ciudad, cualquier policía, que nos viera de esa guisa, nos pararía para extendernos una dolorosa multa pero eso era un pueblo y los municipales eran como de nuestra familia, nos conocían y aunque no aplaudieran nuestro proceder, jamás nos detendrían por algo tan nimio.

Las calles, ese mañana entre semana, estaban desiertas, por lo que no nos cruzamos con ningún vehículo. Cuando ya estábamos próximos a nuestro destino, nos topamos con una densa humareda que salía de una vetusta casa de piedra.

― ¡Un incendio!― soltó Jesús, parando la moto en seco.

Las llamas cubrían completamente el segundo piso, saliendo enormes lenguas de fuego por las ventanas. El crepitar de la madera era ensordecedor, nada que ver con el relajante crujir de una chimenea ni con el festivo estrépito de una falla ardiendo. Desde la acera de enfrente donde prudentemente aparcamos nuestras scooters, nos convertimos en voyeurs involuntarios. El poder destructivo del fuego estaba desbocado, hipnotizando a los pocos viandantes a los que la pecaminosa curiosidad les había obligado a parar para deleitarse con la desgracia ajena. No era un fuego anónimo. Personas de carne y hueso, vecinos nuestros, estaban perdiendo sus escasas posesiones con cada llamarada. Muebles, ropa, fotos, los recuerdos de una vida, los ahorros de una mísera existencia, se estaban volatizando en humo y ceniza ante nuestros ojos. Con la fascinación de un pirómano, no podía retirar mi vista de esa desgracia. Debería haber corrido a llamar a los bomberos pero ni siquiera se me pasó por la cabeza. Algo me retenía allí. Mis pies parecían anclados al cemento de los adoquines. Necesitaba observar como el maltrecho techo empezaba a fallar y oír las tejas desmoronándose al chocar contra el asfalto.

― ¡Capi!, ¡hay alguien en la casa!― me chilló Manuel, justo cuando detrás de una oscurecidas cortinas divisé un brazo de una niña.

― ¡Mierda!, ¡Tenemos que sacarla de allí!― solté cruzando la estrecha calle.

La puerta del portal estaba cerrada. Traté infructuosamente de abrirla, lanzándome contra ella. Mi bajo peso y mi pequeña estatura no fueron suficientes para derribarla. Buscando el auxilio de mis amigos, me percaté que asustados se mantenían al lado de nuestras motos.

― ¡Necesito ayuda!― les grité pero el miedo les había paralizado.

No en vano en ese preciso instante, las teas que caían del tejado ardían a mis pies. Sacando fuerzas del terror que para entonces ya me había atenazado, les ordené que me apoyaran. Sentí el impacto de mi mente en sus cuerpos pero sin importarme las consecuencias, insistí:

―Venid a ayudarme.

El primero en reaccionar fue Jesús, el más corpulento de los cuatro y gritando como un loco se abalanzó contra la puerta, tumbándola de un golpe. No esperé a los demás, internándome en el denso humo, subí las escaleras. El calor era sofocante, cada paso era un suplicio y andando a ciegas, llamé a la niña. Nadie me contestaba, estuve a punto de desistir pero la sola idea de abandonar a una muerte segura a la dueña de ese brazo, me hizo seguir y a gatas, buscar en la habitación.

Bajo la misma ventana desde donde la vi pidiendo ayuda, se encontraba acurrucada en posición fetal. La pobre criatura se debía de haber desmayado por lo que, haciendo un esfuerzo sobre humano, la alcé entre mis brazos. Menos mal que cuando el humo, el calor y la ausencia de oxígeno flaquearon mis piernas, acudieron en mi ayuda mis cuatro amigos y entre todos, conseguimos bajarla y alejarla de las llamas. Al salir a la calle y aspirar aire puro en profundas bocanadas, escuchamos los aplausos de la ya nutrida concurrencia. Los vítores y palmadas de aliento se sucedían, mientras yo no dejaba de aborrecer esa animosidad. Minutos antes había sentido en mi mente como un cuchillo, la cobardía de toda esa gente.

« Malditos hipócritas, si llega a ser por ellos, esta niña estaría muerta», pensé sentándome al borde de la acera.

Curiosamente mis amigos se alejaron de mí, en vez de juntos disfrutar juntos de nuestra heroicidad. En sus ojos, advertí que el miedo no había desaparecido sino que continuaba creciendo en una espiral aterradora.

― ¿Qué os pasa?― pregunté, sin obtener respuesta.

La razón de esa actitud tan esquiva y rara no podía ser otra que saberse usados. Contra su voluntad, les había forzado y aunque ahora tenían el reconocimiento inmerecido de sus vecinos, no podían olvidar la violación que habían soportado y sin ser al cien por cien conscientes que el causante era yo, un resquemor cercano al odio les hacía apartarse de donde me había sentado.

«Sé prudente», las palabras de mi padre volvieron a resonar cruelmente en mis oídos, « no nos entienden y lo que no se entiende, se odia».

Enojado pero sobretodo incrédulo por tamaña injusticia, cogí mi vespa alejándome del lugar. Mi padre me estaba esperando en las escaleras de entrada. Supe que de algún modo se había enterado de mi aventura y por su cara, no estaba demasiado contento con el hecho de que su hijo se hubiese puesto voluntariamente en peligro.

―Gonzalo, me acaban de llamar de Oropesa. Era el alcalde y un agradecido padre. Por lo visto, en vez de practicar tus poderes, acabas de salvar a una niña.

Sin poder soportar su mirada, bajé mi cabeza, avergonzado. Cuando mi viejo estaba realmente encabronado, sus broncas eran duras e inmisericordes, nunca dejaba ningún resquicio sin tocar y con un afán demoledor, asolaba cualquier defensa que el autor de la afrenta intentara esgrimir en su favor. Por eso, ni intenté defenderme y esperé pacientemente que empezara a machacarme.

― ¿Cuéntame que ha pasado?

Entre todos los posibles escenarios que había previsto, el que mi padre, antes de opinar, pidiera oír mi versión, era el que menos posibilidades de hacerse realidad y por eso, y quizás también por mi inexperiencia, pensé que me había librado. Dando rienda suelta a mi ineptitud, le fui dando todos los detalles de lo que había pasado. Le hablé del incendio, del brazo pidiendo ayuda, de cómo había tenido que obligar a mis compañeros a ayudarme y su posterior rechazo. Cuando hube terminado, levanté mi mirada buscando su consuelo.

― ¡Eres idiota!, ¡En qué cabeza cabe hacer uso de tus poderes en público!, ¡Qué clase de imbécil he criado!― me gritó.

Tratando de defenderme, le repliqué que me vi obligado por las circunstancias y que de no haber obrado así, una niña hubiera muerto abrasada. No esperaba comprensión de su parte, pero tampoco su avasalladora regañina.

―Quizás si fuera humano, me sentiría orgulloso de que el insensato de mi hijo arriesgara su vida para salvar la de un inocente, pero resulta que no lo soy y la vida de una niña es insignificante en comparación con la de uno de nosotros. ¿No te das cuenta que de haber muerto, hubiese desaparecido sin remedio uno de los más grandes linajes que hayan pisado la tierra? Tu vida no te pertenece, debes crecer, madurar y procrear a tu reemplazo antes de que sea realmente tuya.

Las venas de su cuello, inflamadas hasta grotesco, no dejaban lugar a dudas, estaba cabreado.

―Y encima, no has tenido ni la precaución más elemental de pasar desapercibido. Tus cuatro amigotes saben que han sido manipulados de alguna forma. Si sigues actuando tan a la ligera, no solo te pondrás en peligro sino que pondrás a toda la casa en la mira de la plebe. Ahora, vete a comer y recapacita sobre lo que has hecho. Esta tarde deberás cambiarte al refugio, no te quiero aquí poniéndonos en peligro. Debemos extremar al máximo todas las precauciones, mientras te alecciono en tus poderes.

Mi padre me había echado de casa. Según él, allí habría menos testigos de mis meteduras de pata al estar apartado. Toda esa tarde estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio situado en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero al alcance de mi padre. En el refugio, podría seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos.

Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor: su razón de ser fue la de disponer de un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura y allí, docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuvo que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, la verdadera portadora de nuestro gen, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido y cogiendo una pistola, se suicidó en el salón. A raíz de todo ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.

Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera. Bajo ningún concepto iba a admitir que la separaran de su hijo. Solo aceptó al ordenárselo mi padre haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era una muñeca en sus manos, ella nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es cómo mi viejo había influido en su elección y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no fueron más que teatro ya que había dispuesto que la criada me enseñase todo lo que debía saber sobre sexo.

Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. El traspié de esa mañana y el rapapolvo de mi viejo se me antojaban muy lejanos. Mi mente infantil no era consciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos aún, de la responsabilidad intrínseca que suponía el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí. Veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.

La cocina del chalet era tipo americana, con el salón―comedor incorporado, por lo que esa noche y mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema: tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.

Cuando la cena estuvo lista, me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar. Me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.

La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado para que así fuera. Nunca había podido demostrar sus dotes de cocinera en la casa de mis padres pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos, porque esa noche ella tuvo el descaro de cenar conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:

― Hoy por ser una ocasión especial y si no se lo dices a tus padres, abrimos una botella de cava para celebrar tu primera noche aquí.

No me dio tiempo de contestar ya que, sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores caldos que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos. El vino era nuevo para mí, nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco mientras ella daba buena cuenta del resto.

La curiosidad de la mujer le indujo a preguntarme sobre los motivos que habían llevado a mi padre a mandarme allí. Ante la ausencia de una respuesta clara por mi parte, Isabel dedujo que por algún motivo mi padre se había disgustado conmigo.

―Eso debió pasar― sentencié, intentando cambiar de tema.

En el postre, el alcohol ya había hecho su efecto y, su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. Decidí complacerla. En silencio, escuchó de mi boca, como Ana se había metido en mi cama buscando vengarse de mi primo y como siguiendo sus enseñanzas, la había desnudado. Su cara no pudo de dejar de reflejar la satisfacción que sintió cuando mintiéndole le dije que, después de haber visto su cuerpo, el de la muchacha me había parecido sin gracia.

― ¿Por qué dices que te resultó insulso?― me preguntó medio excitada por mis palabras.

― Era el cuerpo de una niña, el tuyo, en cambio, es el de una mujer― contesté dorándole la píldora. ― Tú fuiste la primera, mi maestra.

Poco a poco estaba llevándola donde quería. Sus pezones se empezaron a marcar bajo su vestido mientras, atenta, me escuchaba.

― Y teniéndola desnuda, ¿qué hiciste?―

― ¿Recuerdas cómo me enseñaste a excitar tu sexo? ¿Recuerdas cómo me dijiste que usara mi pene?― sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.

― Claro, que me acuerdo― me contestó.

Observé que, siguiendo un acto reflejo involuntario, se estaba acariciando los pechos.

― Pues usando la misma técnica, separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón.

― ¿Le comiste allí abajo?― me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.

― Sí y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca mientras yo pensaba en ti. Deseé que en ese instante hubiera sido el tuyo el que hubiese estado en mi boca.

Era consciente de estar mintiéndola pero al ver cómo le estaba afectando mi relato, no dejé de hacerlo. Isabel, totalmente cachonda, lo trataba de disimular cerrando sus piernas pero hacer eso, lejos de tranquilizarla al oprimir su cueva lo que estaba haciendo era excitarla aún más.

― ¿Y después?― me pidió que continuara.

Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.

― No te sigo contando si no prometes hacérmela― le solté de improviso, confiando en que estuviera lo suficiente caliente para no negarse.

― ¿Hacerte qué?

― Una mamada.

― ¡Niño! ¿Estás loco? ¿Te crees que soy tu puta y que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje?― me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud pero creo que también por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.

― Tú te lo pierdes― le contesté dejándola sola y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.

Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto temperatura esa noche por lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido. Me había adelantado. Si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento hubiese sido objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, salí congelado con la piel de gallina. Quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.

― Déjame que te seque me rogó con voz apenada― siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego.

Sin decirme nada más, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda. Seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes y al llegar a mi trasero, se sentó en el suelo. No pudo reprimir darme un beso en las nalgas mientras secaba esmeradamente mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedó a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.

― Cuéntame cómo la desvirgaste― me pidió, metiéndoselo en la boca.

Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande y a una mano que no fuese la mía, masturbándome. No podía negarme a complacerla por lo que, retomando el relato, le expliqué como Ana quiso que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó su ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mí, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos se los introdujo en la boca mientras su mano seguía masajeando mi extensión.

Pero fue cuando le intenté expresar con palabras lo que había sentido esa noche cuando Ana me abrazó con sus piernas lo que provoco que se rompiera ella misma el himen, Isabel, fuera de sí, llevó sus dedos a su propio sexo y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba. Sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana no había dejado de gemir mientras su coño empapaba mi pene. Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos la estimuló más aún si cabe y retorciéndose como la puta que era, se corrió sobre el mármol del baño.

Nada más recuperarse, se levantó del suelo y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía pero, al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado por eso me extrañó que, dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme. Quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada más cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido…

Descansé profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre el que, al abrir las persianas de mi habitación, me despertó diciendo:

― Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando.

El hecho de que mi padre , el cual nunca se había ocupado de mí, me levantase, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Manuel, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que, aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor, me lo encontré tomándose un café.

― Buenos días, Papá.

― Buenos días, hijo. Siéntate que quiero hablar contigo― se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las últimas veces. ―Hoy tenemos un día bastante ajetreado. Debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia, hará que tu vida no acabe antes de tiempo.

― ¿Qué quieres que haga?― le pregunté.

― Lo primero cuéntame cómo te fue ayer en la noche.

Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.

Mis mejillas debían de estar totalmente coloradas y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cuál era mi conclusión de mi experiencia.

No supe que contestarle.

― Mira, Gonzalo. La diferencia de edad, entre Isabel y tú, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval pero, por otra parte, le excita ser tu maestra. La idea de ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo es algo superior a sus fuerzas. Debes de explotar este aspecto. Lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla: Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso para que te acune en sus brazos y si es necesario chantajéala, lo importante es que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero siempre, ¡ten tú el control!, haz que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella.

La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por segunda vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre eran poco más que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada más terminar me llevó a dar una vuelta a la finca. No quería que nadie nos interrumpiera.

Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Mi padre iba a montar a Alazán y yo, mi favorita, una yegua llamada Partera. Comprendí que esa iba a ser mi primera lección del día.

―Gonzalo, los animales están acostumbrados a que los humanos les manden, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti.

No se me había pasado por la cabeza que pudiéramos usarlos de la misma manera que a los humanos pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor aunque existiera la dificultad de su irracionalidad.

Me resultó sencillo llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.

―Fíjese, jefe. Su hijo ha heredado su facilidad con los bichos― comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.

Sin más preámbulo, salimos trotando de las caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, me fue explicando que lo importante era que aprender a utilizar métodos indirectos para conseguir que me obedecieran. Cuanto más sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Me dio un ejemplo práctico; sin que me diese cuenta, me había obligado a quitarme la bota para rascarme el pié en marcha.

―Analiza la burrada que te he hecho hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte que te picara el pie. Tú mismo, sin mi intervención, te la has quitado para rascarte.

Estaba alucinado por la forma en que había sido objeto de su manipulación pero cuando realmente me di cuenta de su poder, fue cuando de improviso frené de golpe al caballo y saliendo despedido, choqué abruptamente contra el suelo.

― Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado― me dijo riéndose a carcajadas― esa es la diferencia entre una orden bien dada y una orden abusiva. Debes evitar practicar esta segunda.

Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando al intentar vengarme, intenté hacer lo mismo, es decir, obligarle a caerse de su caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.

― Eres todavía demasiado débil para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado― me informó con una sonrisa en sus labios y una expresión orgullosa en sus ojos, ―sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte.

La jaqueca me duró más de media hora, siendo un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara. Como dice el viejo refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica. El resto de la mañana fue inolvidable, mi viejo me enseñó diversas técnicas y mañas que yo fui asimilando. Echando la vista atrás, esa mañana lo que verdaderamente hice fue comprender su extraña forma de ser. Los esfuerzos, que me obligó a realizar durante esas pocas horas, consiguieron que a la una del mediodía, terminara realmente agotado. Por eso nada más llegar a la casa de invitados, me fui directamente a la cama.

Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer pero, entre sueños, le dije que me dejara descansar que estaba cansado. Cuando empezó a preocuparse fue al darse cuenta sobre las seis de la tarde que todavía no había bajado. Al entrar en mi habitación me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, Isabel, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, porque mi viejo al oírla le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, quizás por eso le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Mi padre fue inflexible, se negó de plano y además aprovechó para prohibirle que molestara a mi madre:

―Si mi esposa se entera, va a querer que Gonzalo vuelva a la casa― contestó.

La criada, temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió más. Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yendo a la cocina, me preparó un consomé. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más y ya empezaba a delirar; cuando entró la confundí con Ana y tratándola de besar, le pedí que nunca me volviese a abandonar.

Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también por el significado de mis palabras, me dijo:

―Mi niño, como puedes pensar que te dejaría― y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas y sin ser realmente consciente de lo que hacía, empecé a besárselos. ―Son tuyos― me dijo separando mis labios de su escote, ―pero ahora estás enfermo y no debes fatigarte.

Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para preparar algo de cenar. Al volver con la bandeja de la comida me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.

― ¡Menudo susto me has dado!― y dándome un beso en la boca, me dijo― ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo

Le comenté que no me acordaba de nada y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.

― Sigo helado― le dije guiñándole un ojo al terminar.

― Eres un pillín― me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor… calor del bueno.

Nada más tumbarse, me apoderé de sus pechos. Sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.

― ¡Déjame a mí!― me pidió y sin esperar mi respuesta, me fue desabrochando los botones de mi pijama a la vez que me cubría de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo. ―Un buen amante debe saber que el órgano sexual más grande, no es éste― me dijo cogiendo mi pene entre sus manos― sino su piel.

― Sí, ¡maestra!― contesté.

Mi respuesta le satisfizo y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a sus enormes cantaros, diciéndome:

― Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer y para ello, debes de recordar primero que al nacer son tu alimento. Quiero que te imagines que soy madre y que tú eres mi bebé.

Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado. Decidí entonces que ya me había cansado de hacer lo mismo por lo que, en vez de chupárselo, se lo mordí. Ella, al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:

― No pares, mi niño, no pares.

Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si esa fantasía la ponía así, debía explotar la faceta recién descubierta por lo que, siguiéndole la corriente, le susurré al oído:

― ¡Qué rica está la mamá más guapa del mundo!

Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase y que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias, espoleó mi curiosidad e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, tratando de verificar su aguante procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió pero conseguí hacerlo. Cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigió más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la tenía sometida El sexo de la muchacha, ya dilatado, permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera y para ello, le ordené que separara aún más sus piernas.

Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfruté de la visión de sus labios hinchados y sin saber porqué, me apoderé de su clítoris mordisqueándolo mientras mi mano se iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar pero como no me pidió que los sacase yo no lo hice. Todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a tantear la pared de su vagina como si de un saco de boxeo se tratara.

― No, por favor, ¡para!― gritaba pataleando.

Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas al intentar zafarse de mi ataque pero, tras unos segundos, el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos, se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, se desmayó en la cama. Nadie se había desmayado jamás en frente mío por lo que me costó un mundo, el reaccionar. Al principio creí que la había matado pero pegando mi cara a su pecho, oí con júbilo que su corazón seguía latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar, me levanté al baño a por un vaso de agua y espolvoreándosela en la cara, conseguí reanimarla.
Isabel salió, de su trance un tanto desorientada y tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo me dijo:

―El alumno ha superado a su maestra.

Al preguntarle por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación nunca alcanzadas y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.

― Entonces, ¿Soy un crío?― le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.

― No, un crío no puede ser mi dueño― me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad y que estaba totalmente entregada a mis deseos.

― ¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra?― le repliqué poniéndome encima y tratando de penetrarla.

― Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa― me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por los bordes e interior de su ano.

Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuáles eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal pero ella, viendo mi indecisión, alargó su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo. Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño pero, analizando mis impresiones, decidí que me gustaba. Ella, por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover mientras se acostumbraba sin moverse apenas a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé moverme en su interior. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer mientras mis huevos chocaban contra ella.

― Más rápido― me pidió, frotándose con descaro su clítoris.

La postura no me permitía incrementar mi velocidad por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites. Su conducto me ayudó relajándose.

― Más rápido― me volvió a exigir, al notar que la lujuria recorría su cuerpo.

Seguía sin sentirme cómodo. Soltándome de sus pechos, usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua y recordando el modo como me mostró le gustaba que la montara y que se volvía loca cuando le azuzaba mediante certeros golpes en su trasero, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre, azotando sus nalgas.: ―Vas a aprender lo que es galopar―

No se lo esperaba. Al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó, buscando desesperada llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara yo también, inundando con mi simiente su interior.

Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora. Tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:

― Gonzalo, si se enteran tus padres, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer por eso te doy permiso a tomarme cuando desees.

― ¡Qué equivocada estás!― le repliqué, ―No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca. Si no estás de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!

Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado, me pidió perdón. Acariciándole la cabeza, la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo, le expliqué:

― Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra y espero que sigas así enseñándome.

Nada más acurrucarse a mi lado me preguntó:

― ¿Qué es lo que te gustaría probar?―

Soltando una carcajada, le respondí:

― ¡A dos mujeres!

Me miró divertida, como única respuesta, se introdujo mi pene en su boca asintiendo…

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herederas3

Relato erótico: “MI DON: Zeus- Mi inicio en la prostitución (20)” (POR SAULILLO77)

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Mi inicio en la prostitucion

Retomemos la historia, estaba secándome con unas toallas mugrientas en el baño de la habitación del hotel, esa habitación en la que acababa de ganarme la entrada en el selecto club de compañía de Madamme Bubie, mi objetivo era ganar dinero rápidamente para un piso, y así poder tener un sitio para mi y Ana, mi prima que no era tal, y pese a algunas dudas y miedos, terminé desatando un bestia de mi interior para ganarme ese puesto, Zeus era mi seudónimo pero descubrí que dentro de esa vorágine de sexo, tenia un punto animal que ninguna mujer podía soportar, ni la pobre Púrpura, que se vio engullida, ni Madamme que terminó pidiendo auxilio, y ni siquiera Eli, que me había enseñado todo, no se si fue el coraje de no fallar a mi gente, la excitación del momento, el hecho de mi frustración con Susana, la socorrista, o quizá simplemente había rozado mi techo, a estas alturas, con 19 años, me había tirado a mas mujeres y durante mas tiempo que muchos hombres en toda su vida, y lo había hecho en apenas en 1 año. La ducha cumplió su función, aquel engendro de mi interior volvió a su cueva y volví a ser yo, Raúl, el buen tipo, afable, desvergonzado y cariñoso, el tipo que siendo gordo aprendió a ser buena gente, y que no quería perder una vez transformado en un chico atractivo.

Volví a la habitación donde estaba Eli en la cama, dormida, recuperándose con una sonrisa de oreja a oreja, me tumbé a su lado, sin tocarla, solo quería descansar, aquella Madamme me había obligado a un esfuerzo al que no estaba acostumbrado, y cerré los ojos, no se cuanto paso en realidad, me despertaron unos nudillos en la puerta, era el conserje, se había acabado el tiempo y teníamos que irnos, desperté a Eli y nos vestimos, recogí el papel con la dirección y la hora acordada por Madamme, con indicaciones de llevar el documento de identidad y algunos papeles legales . Eli se apoyaba en mí, estaba débil pero encantada. Era ya de madrugada cerrada, nos pasamos pro el bar donde había tenido que “pasar la pruebas”, ya no había nadie, así que acompañe a su casa, me asegure de dejarla en la puerta.

-ELI: esa chica no sabe la suerte que tiene.

-YO: no se por que, pero su llegada me hace sentir que el afortunado soy yo.

-ELI: jajajjaa pues entonces aprovéchalo cada instante, esa sensación es lo mejor del mundo.

-YO: mañana tengo que cerrarlo todo aun, y te lo debo todo a ti.- la di un suave beso en los labios seguido de otro en la mejilla y la abracé, como me gustaba despedirme de mis chicas, luego cuando se dio la vuelta para subir las escaleras de su casa no me pude resistir y la di un cachete en el culo, mas que por lo sexy o bonito que era, fue por como se movía, totalmente abierta, escocida, reventada.

Me fui a mi casa paseando, eran un par de kilómetros, según llegue me acosté, tenia unas 5 horas para descansar si quería llegar puntual, me sonó el despertador, y lo apague, pero mi madre lo oyó desde la otra unta de la casa, debía estar atenta por mi llamada de ayer, y entro como siempre, abriendo cortinas, pegando gritos y recogiendo la ropa sucia.

-MADRE: venga para arriba so vago, que así no vas a encontrar piso.

-YO: 5 minutitos mas….

-MADRE: ni 5 ni 2, ya te estas despertando y contándome de que iba lo de anoche.- remoloneaba, para despertrme y contestarle sin mentirla pero sin decirla la verdad.

-YO: nada, que me dio un bajón por lo del piso, pero creo que ya lo tengo solucionado, me tengo que ir, anda elígeme algo de ropa decente mientras me ducho.

Refunfuño mientras recogía y yo me fui derecho al baño, me di una ducha rápida y al salir tenia algo de ropa en la cama, al ponérmela me quedaba bien, yo no tengo ni idea de moda, pero mi madre sabia a ojo como conjuntar las cosas, me vestí para luego ir a donde la cita con Madamme, era en pleno centro, no se que me esperaba al llegar, pero no un edificio de oficinas, subí por el ascensor hasta la ultima planta, Now Servies s.a, mientras en cada planta que subía leía nombres de importantes empresas de seguros, bolsa o marketing, al llegar nada mas abrir el ascensor había una recepcionista detrás de una mesa enorme con el nombre de la empresa y un logo, con flores, plantas, sillones para hacer una sala de espera, tv con imágenes de trabajadores de limpieza, o seguridad, y una mesa con revistas de medicina o economía, vamos una oficia en toda regla, como una de tantas que había ido para buscar trabajo.

-RECEPCIONISTA: hola muy buenas tardes, bienvenido a Now Servies, ¿en que puedo ayudarle?

-YO: veras, me llamo…….¿Zeus?, tenia una cita con la señora Bubie.- no sabia muy bien como actuar, la voz era la misma que me cogió el teléfono al llamar a la tarjeta, pero su actitud era demasiado profesional.

-RECEPCIONISTA: a si, claro, teníamos cita en 10 minutos, espera aquí unos minutos y aviso de tu llegada, encantada de saludarte, soy la recepcionista.- me miro de arriba abajo, con cara de no creerse que yo hubiera llegado a entrar, poca cosa.

-YO: hombre, eso ya lo veo.

-RECEPCIONISTA: jajjaja no, te digo que mi nombre es La Recepcionista.- entendí que era su sobrenombre, ¿también trabajaría sexualmente o solo daba la cara?

-YO: peus encantado, aquí espero.

Me fije en ella, no se como describirla así que pensar en una secretaria mona, una con la que os hayáis cruzado en una entrevista, era perfecta, encajaba en el papel. Pasaron unos minutos y sonó el ascensor, aparecieron las moles de la noche previa, y detrás Madamme, quitándose las gafas de sol y el abrigo, tirándoselos a la cara a la recepcionista que se puso tensa ante su llegada.

-MADAMME: toma bonita de cara, a ver si haces algo útil, ¿donde esta mi nueva estrella?- me habia visto de sobra, pero ya no era aquella mujer semi humillada de hacia unas horas, había vuelto a su papel de dominatriz, de jefa implacable. Me levante de la silla donde la estaba esperando.- ah aquí esta, anda sígueme, y vosotros aquí.- las moles se cuadraron en la puerta del ascensor, pero solo había 2, ¿y el 3º? No estaba el que se tiro a Eli.

Me dirigió por entro, a una sala de reuniones, los despachos, con una carpeta en la mano, las mesas daban el pego, pero allí no había nadie. Entramos en la sala y allí encontré a un tipo, muy arreglado y formal, con traje.

-MADAMME: a ver siéntate ricura, te presento a Jaime, es nuestro……. director de recursos humanos, el te explicara un poco todo lo que te comente ayer.

-YO: buenas, soy…Zeus.- se río en mi cara.

-JAIME: jajaja tranquilo, yo seré el único que sepa tu verdadero nombre, has triado los documentos que te pidieron.

-YO: si aquí los tengo, pero me gustaría saber un poco como funciona esto.

-JAIME: es justo, mira, como entenderás, esto es un empresa, de 1º nivel en el sexo, pero una empresa, lo hemos montado de tal manera que nuestros empleados queden contratados, de forma legal, vas a cotizar, y si cobras lo suficiente, tendrás paro cuando lo dejes, en cada caso es distinto, pero viéndote creo que darás el pego como seguridad privada, así tendrás excusa real para cualquiera que te pregunte, como tal, se te pagara en función del “riesgo” que corras, por lo tanto se te puede pagar directamente por banco, mas o menos cantidad, y justificarla legalmente. Normalmente no trabajamos así, solemos dar un teléfono de empresa y es el único contacto que se tiene contigo, se te da hora, foto del objetivo a defender, con indicaciones claras de tus deberes, pero por lo visto le has entrado por el ojo a Madamme –se me escapó una risa que el no entendió, pero Madamme si- y quiere llevarte ella personalmente, así que harás lo que ella te diga, no estas obligado a nada, pero cuanto mas hagas mas ganaras – frase casi calcada a la de Madamme ayer, seguramente estaría preparada – en ti queda si aceptar o no determinados encargos. Tendrás que firmarme estos papeles y dejarme esos documentos, puedes mandárselos a un abogado para que los revise antes pero ya te digo que te dirá que sin ser fraudulentos, tiene lagunas, tienen que ser así.- pensé unos segundos mientras fingía leer, era una sola hoja con bastante pinta legal, podía meterme en un lío, y no era lo que yo quería, pero lo necesitaba.

-YO: quiero que quede claro una cosa, esto es momentáneo, necesito dinero ya, y cuando tenga lo que necesito, me iré.

-MADAMME: así empezamos todos, cariño.

-YO: pero yo no soy como los demás, si aceptáis eso no habrá problemas.

-JAIME: no lo habrá, como ves es por obra y servicio, por lo tanto no te podemos obligar a nada legalmente si tu no quieres, puedes dejarlo cuando querías, y quedaras en la base de datos, así, si quieres volver, puedes hacerlo, no queremos mas problemas con gente descontenta que se va de la lengua.- no estaba del todo seguro, pero no estaba pensando en mi si no en el piso. Cogí los papeles y los firme, entregándoselos con los documentos pedidos, los metió todos en una carpeta, dándome la mano y dejándome un copia del contrato, se fue.

-MADAMME: tú quédate tranquilo, otros han tenido peores inicios de los que vas a tener tú, te voy a llevar de la mano personalmente. Lo 1º es explicarte como solemos proceder, normalmente vamos progresivamente, el 1º mes solo compañía, sin sexo, para que vayas conociendo a la clientela mas normal, luego algún encargo esporádico para asegurarnos de que des la talla ahí fuera, y en 6 meses estarás a pleno rendimiento aceptando lo que tu quieras hacer.

-YO: pero yo necesito mucho dinero, ya.

-MADAMME: ¿cuanto es mucho dinero y cuando es ya?

-YO: puffff –me puse a sumar mentalmente, unos 5.000€ para el piso, quería tener una par de meses mas de margen hasta encontrar trabajo, sumándole gastos de mudanza, dinero que quería dar a mis padres, o para tener dinero en mano por si había mala suerte, y ya puestos a ganar dinero- 20.000€ antes de 3 semanas.

-MADAMME: jajajajajajajajjajja amor, eso solo lo ganan los mejores y pese a lo de anoche, dar la talla con los clientes es otra cosa.

-YO: puedo ganármelos, y lo sabes, era solo una cifra, seria idóneo para mí.

-MADAMME: ¿y que seria aceptable?- si bien todo eso eran cábalas, para arrancar solo necesitaba los 5.000€ de la entrada del piso, era lo mas urgente.

-YO: si no saco al menos 5.000€ en esas 3 semanas, me largo de aquí ya.

-MADAMME: eso ya es mucho mas factible, aunque lo otro……no se, si me haces caso en todo lo que te diga, podemos llegar a los 20.000€.

-YO: este bien, dime como lo haremos.

-MADAMME: voy a enseñarte el catalogo, con fotos, descripción y gustos, una especie de muestrario que le damos a los clientes, luego pasaremos atrás, y haremos el tuyo, luego nos vamos a una clínica de aquí cerca de que te hagan el chequeo. Ve mirando el catalogo.

Lo hice y entendí el nivel de la empresa, era muy profesional fotos de todo tipo, descripción detallada del trabajador y observaciones sobre lo que esta dispuesto a hacer o gustos personales, mujeres y hombres, desde los que solo van de acompañantes, a solo sexo oral, los que follan, los que le dan al sexo anal, las especialidades como tetas o culos, los fetichismos, travestíes, operados o sin operar, transexuales, sado, orgías, maduras, jovencitas, roles……..etc etc allí vi a Matahari, a la Recepcionista, así titulada, y la de Púrpura.

-YO: vaya, Púrpura esta, y la recepcionista, muy….detallado.

-MADAMME: ofrecemos de todo, menos menores, y si te pillan con una menor estas fuera y te denunciaremos, he pasado por eso de pequeña y no lo acepto a mis órdenes. A púrpura la tengo que quitar unos días, la has dejado ida, de hecho esta en la clínica.

-YO: lo siento, no pretendía….

-MADAMME: nada, ella se lo busco, oyó a Matahari hablar de ti y me suplico ser ella la que te probara, pobrecilla. Como veras, dentro de todo, tu eres de los chicos mas……normales, tenemos a ex modelos y gente de mucha calidad, realmente mucho mas agradable a la vista que tu, que engañas mucho vestido, eres mono pero mira a este – señaló el catalogo- Yuri, un ruso cachas que parece bajado del cielo, rubio, ojos azules, guapo a rabiar y folla de maravilla.

-YO: entiendo, y para acompañante puedo perder, pero tengo labia con las mujeres, aun más con las maduras y si toca follar me atrevo a decir que les dejo en ridículo a todos.

-MADAMME: pues casi, lo de anoche no lo pueden hacer mas de 2 o 3 de esta lista, y cobran 10.000€ la noche, para ellos, 20.000€ se le cobra los clientes, pero eso es especial, si llegas ya te diré como. Por ahora ya tengo a 3 de mis mejores y mas viejas clientes, las encanta probar a los novatos, solo acompañante en fiestas y bailes, serán 500€ cada una, si las tratas bien harán correr el bulo de ti entre los clientes, y ya me encargare yo de que tengas trabajos de sexo pronto, allí puedo ponerte a 1.000€ para ti la noche, algo caro para un novato, pero en cuanto te vean la polla pagaran encantadas, de ahí en adelante ya depende de ti, de lo rápido que corra el rumor y de lo que estés dispuesto a hacer.

-YO: pues empecemos

-MADAMME: como ves los listados incluyen foto en 1º plano, foto de cuerpo entero, vestido y desnudo, y en el caso de los chicos, foto del pene, flácido y erecto, tengo al fotógrafo allí detrás si estas listo, vienes lo suficientemente mono como para dar el pego.- se lo agradecí a mi madre mentalmente.

Me acerco a una zona con un fondo blanco, había un fotógrafo preparado, me saludo y mientras Madamme se sentaba, trasteando con el móvil, el fotógrafo me iba poniendo en situación, me arreglo un poco el pelo y me dio algo de colorete en la cara, foto de 1º plano y luego de pie, me iba diciendo posturas, a mi me hacia gracia parecía un profesional, un modelo, hizo unas 20 para asegurarse tener alguna buena y luego me pidió que me desnudara, yo estaba en modo payasete así que lo hice sin mas, miraba a Madamme que al ver algo colgando dejo el móvil un segundo, admirándome, sin duda recordando el polvo de la noche anterior, casi ni oí el “joder” del fotógrafo, cambio de lente la cámara y se me puso tan cerca que notaba el calor de la luz del flash al hacer las fotos. Llego el momento de la foto de mi miembro tieso, y a mi no se me ponía, ya no era un niño al que con pensar en tetas se le ponía dura. Mire a Madamme.

-YO: ¿me hechas una mano?- sonreí pícaramente.

-MADAMME: a mi no me mires carbón, aun me duele el culo.- pensé una solución, y en mi cabeza se paso la Recepcionista, si de inicio n me llamo mucho la atención, al verla en el catalogo desnuda se me ocurrió una idea.

-YO: ¿y si me traes a la chica de fuera? La recepcionista…..- sonrío, y llamo por teléfono a una de sus moles.

-MADAMME: traedme a la recepcionista. -a los pocos segundos apareció una mole con la chica colgando, agarrada de un brazo aun con los cascos puestos.- tu, ayúdale a empalmarse.- la mirada de la chica se clavo en mi polla.

-RECEPCIONISTA: pero….- una mirada fulmínate de Madamme la cayo, y un empujón de la mole la hizo andar hacia mí.- ¡¡virgen santa!!!

-YO: ¿Qué, ahora no te parezco tan poca cosa?, anda chúpamela un rato a ver si se endurece.- según lo dije la pegué a mí apretando su culo.- he leído que eres especialista en eso.- miró a Madamme de nuevo.- no la mires a ella, aquí ahora mando yo.- la di un azote que la hizo reaccionar.

Se doblo de piernas quedando de cuclillas, se quito los cascos y al ir a quitarse las gafas la pare, entendió que me daban morbo, agarró mi polla con firmeza y sabiduría, pero su cara era de asombro, y aun no estaba tiesa, la manoseo hasta ver sus proporciones y una vez medidas, chupo el glande como una profesional que era, echando hacia atrás toda la piel y engullendo lentamente, estando flácido le entraba bastante polla y sin arcadas, realmente no mentía, se le daba muy bien, tanto que las miradas de todos se posaron en su trabajo, Madamme, el fotógrafo y la mole estaban deleitándose, me concentre en no ponerme muy caliente, para no ponérselo fácil, tuvo que tirar de repertorio, lametones en los huevos incluidos, se metía uno mientras chupaba mi escroto, para luego repasar la polla desde la base a la punta y allí engullir rabo repetidamente, en una de esas ya no podía mas y mi polla creció a su tamaño natural, pero me asegure de que no pudiera sacársela apretándola la nuca, y noto como progresivamente mi polla flácida iba creciendo hasta convertirse en una estaca que casi la parte la mandíbula.

-YO: déjala limpia para la foto.

Se esmero en ello una vez que la solté, había hecho su función, así que la empujé hasta dejarla de culo en el suelo, y el fotógrafo con medio rabo fuera de haberse estado masturbando, hacia las fotos, al acabar se fue a preparar el álbum.

-YO: ¿y ahora que hago yo con esto tieso?

-MADAMME: ¿tu sabrás?, ya te he dicho que a mi no me mires, que ya me tienes caliente.

-YO: ¿me puedo follar a esta?- señale a la recepcionista que se encajaba la mandíbula.- miro el álbum y vio que si- toda tuya.- eso horrorizo a la Recepcionista, no la di tiempo ni de suplicar- anda sigue chupándola y si mi corro rápido no te follaré, pero date prisa, Zeus es muy ansioso.- Madamme se reía de mi comportamiento.

La chica quiso esmerarse, entendiendo que se podía librar de mi polla, se arrodilló ante mi y retomo donde lo había dejado, si antes se esmeraba ahora estaba desesperada, dios realmente estaba muy concentrada, sus 2 manos no pararon de pajearme en todo el tiempo que estuvo trabajando el glande con la boca, no le entraba mucho mas, a los 15 minutos me harté.

-YO: has tenido tu oportunidad, ahora te voy a abrir el coño- quiso aferrare a mi rabo para ganar tiempo en su mamada, pero la levanté de los brazos y la desnude, no me acuerdo ni de lo que llevaba, chaqueta de traje y vestido hasta las rodillas creo, se lo quite todo, bragas incluidas ante su afán de seguir pajeándome rápido por si me corría de una vez, podía haber estado 1 hora, no lo lograría.

Para mas, la puse de espaldas y la levante una pierna apoyándola en la mesa que estaba al lado Madamme, colocándome detrás de ella y llevando mi mano a su coño, se lo abrí y metí un dedo, me lleve una sorpresa, no estaba nada mojada, pero la abrí bien de piernas y la masturbé hasta que lo estuvo, con su concha mirando a Madamme, que fingía ver el movil, pero sus miradas iban a aquella chica abierta de piernas siendo violada por mi mano, la mole quiso sacarse el rabo y pajarease, pero Madamme le interrumpió diciéndole algo de la 3º mole de ayer, y le mando fuera, no atendí por que la mujer de mis brazos estaba ya muy caliente, paso de intentar evitarlo a desearlo, mis dedos mojados así lo atestiguaban, su respiración se agito hasta sacarla gemidos, mis ahora 2 dedos la estaban matando el coño mientras jugaba con su cuelo con la boca, estaba totalmente desnuda, solo con unos tacones y las gafas de pasta, mi otra mano iba a su pechos de tamaño mediano, con sus pezones ya duros, cuando la note preparada la empuje contra la mesa, de forma que su cara quedara a unos 20 centímetros de Madamme, con el torso vencido sobre la mesa y el culo ofrecido, pense en comerle el coño pero ya estaba muy mojada y yo solo quería desahogarme, así que la empalé con algo de cuidado, oyendo su gritos de presión, allí me sorprendí de nuevo, pese a su terror inicial le entraba bastante polla, así que sin mucha presión comencé a follar, a un ritmo normal para mi, con cada estocada la hacia vibrar el cuerpo entero, terminando en un aullido de dolor placentero, Madamme miraba la cara de la muchacha a pocos centímetros de la suya, y luego a mi sonriendo. Eso me motivo mas y le aumente el ritmo, tanto que a los 10 minutos la empalaba entera, mis golpes de cadera sonaban en su trasero por toda la oficina, la agarre de la coleta y de un de sus tetas para mayor sujeción en el tris final la note curvarse antes de correrse y eso me acelero mas el ritmo, cuando la note que iba a bañarme, pare en seco. Todo, desde abrirla de piernas y tirarla en su dirección estaba destinado a excitar a Madamme, quería jugar con ellas, medir que nivel de poder tenia realmente.

-RECEPCIONISTA: ¡¡ ¿pero que haces, sigue?!!

-YO: ruégalo.

-RECEPCIONISTA: ¿que?- Madamme me miraba sorprendida.

-YO: que lo ruegues, grita a pleno pulmón que deseas que te siga abriendo el coño con mi enorme polla y quizá entonces, siga.

-RECEPCIONISTA: ¡¡mamón de mierda, no me dejes así!!- comenzó a moverse ella contra mi, la pare levantándola y agarrándola por la cintura, susurrándola al oído mientras miraba a los ojos a Madamme.

-YO: o haces lo que te digo o te dejo tal como estas y me largo, grítalo y di mi nombre.

-RECEPCIONISTA: “FOLLAME EL PUTO COÑO ZEUS, ÁBREME CON TU GIGANTESCA POLLA, TE LO RUEGO, PERFÓRAME HASTA QUE ME REVIENTES, HAZLO YA, ZEUS”- Madamme rompió a reír.

Según como estaba, con ella erguida, la di un minuto a lo bestia todo lo que Raúl podía dar, eso la hizo retorcerse y dar patadas de cabra con una pierna mientras mi pelvis no paraba de golpearla, su corrida fue abismal, llevaría tiempo sin follar de verdad, la saque de ella y la deje caer rendida en la mesa. Me coloque de pie delante de Madamme apuntándola con la polla.

-YO: ¿y tú crees que no soy de 1º nivel?, como no tengas a otra del catalogo por aquí vas a tener que terminar su trabajo.- sonrío mordiéndose el labio, mas que por mi polla, por como había dejado a aquella chica en menos de 30 minutos.

-MADAMME: esta bien, pero solo te la chupo, tengo el coño irritado y el ano escocido.

-YO: si haces que me corra y te lo tragas, te perdono.- me sonrío moviendo su lengua en la boca.

-MADAMME: eres el novato, no deberías de hablarme así.

-YO: soy Zeus, y haré lo que me de la gana, si no quieres no lo hagas, me seguiré tirando a esta hasta que me corra y me dará igual que se desmaye como Púrpura, tu veras cuantas chicas quieres perder por mi culpa.

Fui convincente, dejo el móvil y me atrajo hacia ella , agarrándomela con ambas manos y chupándola sin parar, aun llena de los fluidos de la Recepcionista, hasta que me la dejo limpia, para luego llenarla de babas y carmín, eso era un mamada de verdad, en sus tiempos debió de ser la mas caras del país, en 10 minutos de maravillas con su lengua logró sacarme una corrida de campeonato, al notar mis huevos duros cero la boca y dejo que eyaculara dentro de su boca, alguna arcada, sin dejar caer una sola gota, y sin dejar de masturbar, cuando se aseguro, se la saco, me miro abriendo la boca dejándome ver la abundante corrida en su paladar, saco un bote y dejo caer cierta parte de semen, y cerrándolo se lo guardo, luego cerró la boca y tragó, para volver a abrir y demostrar que no quedaba nada.

-MADAMME: ¿así le gusta a mi dios griego preferido?

-YO: no esta nada mal.- no se si lo tenia planeado, pero la di la sensación de que solo ella podía conmigo, era mentira pero me gustaba que pensara así, para tenerla feliz, y en el fondo, a mis pies.

-MADAMME: jajja eres duro de roer, dios, si no estuviera tan dolida te echaba el 2º asalto, pero tenemos que ir a la clínica, ya llegamos tarde.

Nos fuimos a un baño cercano a adecentarnos, y al salir de pasada vi como el fotógrafo se lo estaba montado con aquella mujer rendida sobre la mesa. Me cogió del brazos como si fuéramos pareja, y ordeno a las moles que nos siguieran, bajamos en el ascensor, y fuimos andando hasta la clínica, hablando de alguna tontería, me gustó esa sensación de poder, de tener a esas moles cubriéndonos, de ver a la gente mirándonos como si fuéramos alguien importante, al llegar se quedaron las moles en la sala de espera mientras nos hicieron pasar a una sala, allí un par de médicos y una enfermera me hicieron el chequeo, pude notar deseo en los ojos de la enfermera al verme desnudo. Yo fui precavido y le lleve una copia del informe del hospital de mi operación, y de la vasectomía, lo archivaron y me extrajeron sangre para luego pedirme el semen, Madamme saco el bote y les explico el proceso de “extracción”, no pusieron pegas.

-MADAMME: bien, ahora mientras esperamos los análisis nos vamos a ir a comer, allí te haré un entrevista, rellenaré un formulario de tus gustos y roles.

Igual que antes, agarrados del brazo y las moles siguiendo fuimos caminado a un restaurante cercano, por el camino pregunte por la 3º mole, me dijo que le había echado por no estar atento a su protección y si mas a mi amiga, me pregunto si ella estaría interesada en trabajar para ella, pero la dije que no, tenia su propia empresa y le iba bien, solo era una de mis tantas amantes. Quiso sonsacarme más sobre mi vida privada pero mantuve cautela y no le dije nada para que pudiera usar contra mí. Legamos al restaurante, de esos caros en que hay que pedir reserva, pero según la vieron un camarero nos acompaño a una mesa reservada.

-YO: nunca he estado en un sitio tan elegante.

-MADAMME: bien, cariño, déjame pedir a mi, camarero, lo de siempre, pero para 2, bien, mientras comemos vamos hablar de ti, de tus gustos de lo que te gusta hacer y de lo que crees que se te da bien, de que roles o papeles puedes interpretar, vamos todo lo que se nos ocurra. Ya vi que el sexo oral no es tu punto débil, sabes trabajarte a las mujeres, sexo anal sin reparos, ese punto de soberbia puede ser algo a sumar si no te pasas, y me di cuenta de que follas a diferentes velocidades y fuerzas, puedes pasar de sexo normal a sexo fuerte, a sexo duro y luego ya, lo del final, pufff eso no lo había visto casi nunca.

-YO: estoy bien enseñado y adiestrado.

-MADAMME: ¿te va el sado?

-YO: no, vamos, no me pone, tampoco es que lo haya intentado, tengo varias relaciones de dominación, no esclavas pero si relaciones donde mando yo y ellas obedecen por placer, eso me gusta, mas el trayecto que el logro en si, pero no soy violento, no me gusta pegar a las mujeres, aunque sea sexual y con su consentimiento.

-MADAMME: esta bien, ¿y sexo gay?

-YO: no, ni de coña, vamos, que no es que tenga nada en contra, pero no soy gay, he probado lo del dedo en el culo y si bien me he corrido no es una sensación que me agrade, menos que me follen.

-MADAMME: orgías no te veo mal, aunque aun no te he visto con varias a la vez, pero me da que se te dan bien, la cuestión es que hasta ahora te he visto con chicas guapas, ¿que pasara si toca un vieja arrugada y fea?

-YO: pues sinceramente no lo se, supongo que tendré que averiguarlo.

-MADAMME: eres sincero, eso me gusta, aun así entenderás que las mujeres normalmente si son guapas y jóvenes no necesitan de nuestros servicios, a no ser que tengan necesidades especiales. En fin, creo que me hago a la idea, pero necesito saberlo, ¿puedes parar de follar sin correrte? Es decir, si a 2 de mis chicas las has dejado idas y luego he tenido que terminar yo, una clienta que se corra lo mismo no desea continuar, tendrás que parar.

-YO: puedo hacerlo, ya lo he hecho antes, hace poco en realidad, una chica que la dolía mucho y me saco de sus casa a patadas, si luego puedo desahogarme en casa con alguien no habrá problemas, al menos para la clienta jejeejeje

-MADAMME: y tienes la vasectomía hecha, ummm eso puede ser muy útil, muchas clientas odian los condones y no quieren tomar pastillas, eres un joya.

La comida siguió por esos derroteros, indagando en mis gustos, si bailaba, si haría streptease, si me disfrazaría de policía o bombero ¡¡o de muñeco de peluche o de bebe!!, comimos, bueno, ingerimos algo, yo me quede tieso de hambre con la mierda de comida que nos pusieron y luego la cobraron casi 2000€, nada mas salir de allí me metí en un hamburguesería de estas de cadena, y por 8€ me pedí un menú como dios manda, me hacia gracia ver a las 2 moles vigilando sin parar aquel local y a Madamme totalmente fuera de lugar. Regresamos a la clínica varias horas después, no paraba de recibir llamadas de clientes o de trabajadores consultándola problemas, era un hacha, directa, concisa, resolutiva.

Al darnos lo resultados certificaron que estaba hecho un toro, hablaban de un ligero excedente de grasa corporal, pero que era normal después de la operación que sufrí, por el resto di sobresaliente en pruebas de esfuerzo, analítica perfecta salvo que notaron la mierda Africana que me metió Pamela hacia ya 5 meses, explique el caso, no bebía, no fundaba, no tomaba drogas.

-MADAMME: esta bien, esta semana empiezas, toma, este móvil es desechable e ilocalizable, solo yo tengo su numero, llévalo siempre encima y cargado, pero ya te digo que el 1º tabaco será pasado mañana, acompañaras a una vieja amigo a un cóctel, no me falles, simplemente haz que se sienta bien y se divierta, se amable, cortes y educado, si alguien te pregunta eres su chofer o su seguridad personal, me llamara para decirme como fue así que no hagas tonterías, por favor, no arruines esto, si todo va bien al día siguiente tendrás el dinero en tu cuenta. Ahora me marcho – me dio un beso en los labios – y a por ellas, Zeus, te mandaré un mensaje con el lugar y las indicaciones.

Se subió a un coche con las moles y se fue, yo me fui contento a casa, tanto que quede con mi Leona, había vuelto de vacaciones y me recibió encantada, follar con ella era diferente, se dejaba hacer, no dominaba la situación, lo note claramente al compararlo con los polvos de la noche anterior, por eso duraba tanto, no había fuerza opositora, era yo y mi ritmo, aun así me encantaba estar horas perforándola, y mas cuando llevaba tiempo sin ella y sin las colombianas, que se habían ido con el marido/padre a dar una vuelta a Sudamérica.

Por no alargar esto mas, la 1º cita fue genial, la señora era un encanto, acudí a la dirección del mensaje, un bar, con el traje de Eric y con un pañuelo gris en la solapa, indicativo para ser reconocido, en el mensaje iba la foto, y pese a que no era fea, era una señora mayor de unos 59 o 60, años, Sonsoles, muy educada pero se fue soltando toda la noche, como siempre, me era fácil tratar con mujeres de esas edades, la saque a bailar y gastaba bromas inocentes sin pasarme de la raya, nos despedimos unas horas después con una sonrisa cómplice.

Al día siguiente recibí la llamada de Madamme, encantada con mi trabajo, el dinero ya esta ingresado, 500€ menos para el objetivo, a los poco días otro mensaje dirección y foto, esta vez si, Milagrosa, era un señora mayor, fea y arrugada, aun así fue un fiesta en casa de un ricachón, y se reprodujo exactamente igual a la 1º, fue de cine, era incluso mas atrevida en sus comentarios y gestos que la Sonsoles, aun así me lo pase bien y cuando me lo pasaba bien contagiaba al resto a mi alrededor. Me volvió a llamar Madamme contenta de nuevo, otros 500€ menos, 1000€ ya en 4 días, pero era muy poco, la 3º fue un calco, Antonia, esta vez era mas joven, de unos 49 años, mas lucida, pero nada atractiva para mi, era un baile en una discoteca, era muy mandona, yo solo seguí ordenes, era educado y amable y ella me arrastro a bailar durante horas, cuando noto mi polla se calentó, intento meterme mano, yo la deje un poco por no cortarla, pero cuando metió la mano y me la agarro, me separe, pidiéndola calma, y que si quería algo mas hablara con Madamme. Eso la enfado un poco, pero paró sus manos, temí al día siguiente que hubiera hablado mal de mi a Madamme, pero al llamarme se sintió orgullosa, era un pequeña prueba, quería ver si había entendido que tenia que ponerle los pies a las que se pasaran sin pagar, y lo había echo, y por ese extra me dio los 1000€, ya tenia 2.000€ en menos de una semana, en 3 podía tener 6.000€ mas que suficiente para la entrada del piso. Me llamo Madamme, quería quedar en un sitio en concreto, un piso cerca de mi casa en al zona de los chalets, me pido que fuera preparado para todo y rápido, y allí fui, me estaban esperando fuera, Madamme, las 2 moles y un chico, me sonaba su cara, del catalogo.

-YO: ya estoy aquí, he venido lo más rápido posible.

-MADAMME: bien por que te necesito, este imbécil ha venido a hacer un trabajo, y para ello ha tenido que beber y se ha puesto borracho, ahora no se le levanta y tengo a una buena clienta dentro, muy enfadada, quería ir mas despacio contigo pero es una urgencia y eres el que esta mas cerca, necesito que entres y arregles esto.

-YO: ¿y como sugieres que lo haga?

-MADAMME: no lo se, prueba con algún truco de los tuyos en la discoteca, logra calmarla, y después regálale una buena follada, son 3.000€ limpios, sin el 50%, para ti si lo arreglas en 1 hora.- joder, era mucha pasta, pero mis trucos en la discoteca me costaron horas, días o semanas con aquellas mujeres, no 1 hora.

-YO: esta bien, ¿que puedes decirme de ella?

-MADAMME: es una clienta asidua, Azucena, tiene mucho dinero e influencias, es joven de unos 35 años, y no es fea, pero esta gorda, morena de ojos azules, algo alta y acomplejada a mas no poder.- me calme, era mas o menos mi descripción de hacia 1 año, y eso sabia manejarlo- anda entra a ver que puedes hacer, tranquilo si no logras nada, no es culpa tuya, es de este carbón al que voy a echar a la puta calle- le dio una colleja fuerte- pero si lo logras te deberé una.

-YO: ¿y no se asustara al entrar solo yo?- se dio cuenta de que eso podrá ser pero, así que me acompaño.

Llamo a la puerta, estaba entre abierta, y se oía a una mujer dentro llorando y rompiendo todo.

-MADAMME: ¿Azuzena?, ¿estas aquí?

-AZUCENA: ¿que coño quieres?, ¿vienes a reírte tu también de mi?

-MADAMME: no por dios, mujer que ya me conoces, solo vengo a arreglar esto.

-AZUCENA: ¿que vas a arreglar? ¿A esta gorda de mierda que no logra que se le ponga dura ni a gígolo? ¡¡¡Pégame un tiro en la cabeza y acabamos antes!!!- estaba muy cabreada, la vimos al final detrás de su sofá entre cristales de una mesa rota, semi desnuda, arañando un cojín con un cristal en la mano, con un templo muy similar a si lo hiciera sobre su brazo. Eso me tensó, vaya estreno, Madamme al verlo me agarro del brazo y me apretó de tensión.

Lo 1º era clamarla, y decirla que se calmara solo la enfurecería mas, eso lo aprendí bien de pequeño, de mi hermana mayor, en realidad según la veía, se parecía bastante aunque mi hermana era mas delgada y joven, el enfado también era similar a alguno de los suyos, desmesurado, desproporcionado al agravio cometido, y sabia manejarlo, no tenia que calmar, si no desahogar.

-YO: hola, ¿Azucena, verdad?- me miro levantando su vista del cojín rasgado, ojos preciosos azules, pero bañados en lagrimas y rojos.- me llamo Ra…Zeus –puto lapsus- , estoy aquí para saber que ha pasado, ¿me lo cuentas?- me fui agachando dejas atrás a Madamme, poniéndome a su nivel.

-AZUCENA: ¿que que ha pasado? ¡¡¡Que llevo toda la puta semen trabajando como una negra, con los proveedores dándome por saco y con los de hacienda fastidiando con inspecciones, llega el puto viernes y lo único que quiero es relajarme, un poco de compañía, pago un puto dineral – miró a mi espalda- si Madamme, un dineral – se centro en mi de nuevo- por tener un buen tío al que follárme, para destensarme, hacerme olvidar el estrés y sentirme bien y deseada, le invito a un par de copas y cuando me desnudo a ese capullo no se le levanta, me dice que se la chupe para probar, se la como media hora y nada, soy un gorda fracasada que no sabe ni chuparla, eso es lo que pasa, Zeus!!!- después de eso, su respiración fue cayendo, había soltado su rabia y yo ya sabia que ocurría.

-YO: siento que haya ocurrido esto, te juro que no has hecho nada malo y que la culpa al 100% es nuestra, somos personas, como tu o yo, cometemos errores, solo podemos intentar solucionarlos y seguir adelante.

-AZUCENA: si, pero no solo es eso- su tono bajo varios peldaños- pro que no puedo tener una relación normal, pro que tengo que acudir a vosotros, no soy fea, y se que soy buena mujer, no me quieren por mi aspecto, por que estoy gorda, pero cuando hay problemas acuden a mi la 1º.

-YO: esta bien, te entiendo perfectamente, estas harta de que te traten como un objeto, que solo te llamen o te presten atención cuando hay problemas y dependan de ti para que después te dejen de lado cuando las coses van bien- me escuchaba atenta, sin duda estaba dando en el clavo, que era mi clavo hacia no mucho- estas harta de todo eso, sabes que vales mas que eso y solo esperas que alguien se de cuenta, que te llame y quede contigo solo por el placer de tu compañía, no por que te necesiten.

-AZUCENA: exacto, ¿por que no puedo tenerlo?- me senté enfrente suya, con Madamme mirando muda con miedo a interrumpir.

-YO: bueno, sin duda eres la jefa en tu trabajo, eso genera sus beneficios y sus desventajas, sabes, leí en algún sitio que no se puede tener éxito en el trabajo sin desmerecer al amor, que aveces si quieres algo, para poder mantenerlo, tienes que prescindir de otras cosas, ¿no crees? ¿Tú eres feliz con tu trabajo?

-AZUCENA: cada día menos.

-YO: replanteo la pregunta, si todos acuden a ti cuando hay problemas es por que eres un gran mujer, y has llegado a serlo gracias al trabajo que te ha llevado a este momento, ¿renunciarais a todo eso?

-AZUCENA: no, ni loca, me ha costado un mundo llegar aquí, es mi vida.

-YO: pues te diré algo, un día de estos, llegará un hombre, te mirara, vera lo especial y lo dulce que eres, y tu lo notaras en su mirada, entonces no habrá impedimentos, los 2 lo sabréis en ese instante, da igual que estés enterrada bajo miles de folios, despeinada, sudando y manchada de tinta de un boli medio gastado, el te vera y le dará igual que seas alta, baja, gorda, delgada o de otro planeta. Hasta ese momento, no puedes renunciar a tu vida por ir prestándole mas atención a hombres que solo se fijaran en ti por tu esfuerzo, y no por tu interior, cuantas horas malgastadas, y cuando esfuerzo derrochado para algo tan pequeño como el sexo esporádico.- me miraba atenta, yo no sabia de donde me salían las palabras, solo trataba de trasmitir seguridad.

-AZUCENA: ¿y que puedo hacer hasta entonces?

-YO: haz tu vida, decide que quieres hacer, puedes malgastar tu trabajo y tu vida en intentar atraer a hombres que no saben apreciarte, o seguir siendo la mujer todo terreno que eres, un mujer que se ha hecho a si misma y que no necesita de halagos ni de tonterías de críos para sentirse bien, disfruta con tu trabajo y cuando lo necesites aquí estaremos, no para hacerte feliz y no para darte una falsa sensación de bienestar, si no para divertirnos y pasarlo bien hasta que llegue ese hombre, y no se lo dirás pero por dentro te reirás de lo inútil que habría sido ir rebajándote ante otros hombres, cuando el llegue recordaras este momento con nostalgia, y pensaras lo tonta que fuiste al pensar que cualquier hombre merecía tu cariño, cualquier idiota puede fijarse en un cuerpo bonito, pero solo los mejores ven mas allá del físico.

-AZUCENA: y que sabrás tu, eres delgado y guapo.

-YO: lo soy ahora, mira, saco el móvil, y te enseño una foto mía de hace 1 año a cambio del cristal que tienes en la mano.- extendí mi mano con firmeza mientras buscaba la foto.

-AZUCENA: ¿y que me vas a enseñar, una foto tuya con unos granos o un peinado raro?

-YO: solo lo sabrás si me das el cristal, eres una mujer de negocios, no se da nada a cambio de nada.- se quedo pensativa, miro su mano y se dio cuenta de golpe de lo que estaba haciendo.

-AZUCENA: esta bien, toma, pero no me engañes.

-YO: aquí tienes la foto, a la de 3 te doy el móvil, y tu el cristal, una dos y tres- lo hice rápido para que no pensara, me dio el cristal con prisa por agarrar el móvil.

-AZUZENA: ¡no! Este no puedes ser tú.

-YO: el mismo soy, ¿ves la peca de la mejilla?, aquí la tienes- señale mi cara.

-AZUZECA: ¡ ¡¿pero si estas enrome?!!

-YO: exacto, y ahora mira el cambio jejejeje, por eso se de lo que hablo, por que me he tirado muchos años pensado como tu, el por que no me ven tal como soy por que no son capaces de ver mas allá de la superficie.

-AZUZENA: ¿y cual es la respuesta?

-YO: no hay respuesta, o si la hay no la conozco, solo que ahora, me da igual lo que vean o no en mi, lo que importa no es lo que opinen los demás de ti, si no lo que opines tu de ti mismo, yo soy el mismo que hace 1 año y ahora se me tiran encima mujeres que antes ni me tocarían con un palo, ¿y sabes lo que siento?, lastima, lastima por ellas, por que podrían haberme tenido, cualquiera de ellas, podrían haber sido felices igual conmigo, y no , quisieron ser infelices con otros solo por eran mas monos o delgados que yo, ahora que afronten su decisión, que sean infelices el resto de su vida cargando con esa decisión. Bien, ¿tu que decides? ¿Quieres ser feliz o no? La decisión empieza aquí.

-AZUCENA: quiero ser feliz, ¿que hago?

-YO: para empezar déjame que te ayude a levantarte y te saque de ahí, esta lleno de cristales – me puse en pie y estire mi mano, ella la cogió y de un tirón me la cargue encima, pesaba, pero yo era muy fuerte y no se me tenía que notar. La lleve a un silla y acaricie sus piernas, asegurándome de que no quedaran cristales.- bien, ahora vete a poner algo de ropa encima, que estas muy descocada para nuestra 1º cita jejejejeje, ponte algo en los pies y vamos a recoger esta casa, no se puede quedar así. Madamme, gracias por venir, creo que ya se puede ir, ya me ocupo yo de todo. – estaba con la boca abierta.

-MADAMME: esto, si, vale, gracias, hablamos Azu…..

-AZUCENA: si si, vete tranquila, ¡dios!, los siento, que boba soy.- Madamme la miraba perpleja, no solo la había clamado si no que se estaba disculpando, me miro feliz, yo la hice un gesto para que se fuera de aquí.

-YO: adiós, y cuando eches a ese mierdecilla, dile que da lastima, y que se vaya a hacer infeliz a gente mas débil que nosotros.

-AZUCENA: eso.- levantó la mano para chocarla al irse a un cuarto a ponerse algo encima, estaba en sujetador y bragas, y le sobraban bastantes kilos, pero por algún motivo, me atraía bastante, sus pechos era muy llamativos y supongo que ella lo noto.

Madamme se fue, y quedamos los 2 en al casa, yo empece a recoger los cristales de la mesa, para cuando volvió iba con unas zapatillas y un camisón, sexy y escotado, me quede deliberadamente mirándole las tetas un par de segundos, antes de seguir recogiendo, y masculle un “mira que hay que ser tonto para no empalmarse”, de nuevo, deliberadamente alto, para que lo oyera. Eso la puso una sonrisa amplia y trajo trastos para limpiar, bayetas, cubos de basura, fregonas, recogedores, había montado un buen circo en casa, y lo aproveche, empece a hacer bromas por la tv de plasma de 50 pulgadas, con unas tijeras de costura clavadas.

-YO: ¿pero como ha llegado esto ahí?

-AZUCENA: yo que se, quería clavar algo jajajajaja

-YO: joder pues un cojín, no un tv de 50 pulgadas, hija mía, con lo que se tenia que ver de bien.- ponía cierto tono de madre, eso siempre funcionaba con mi hermana para rebajarla los cabreos o desviar su atención a mi y no al problema.

La limpieza iba rápida, en realidad no era limpiar, sino recoger basura y tirarla, yo aprovechaba y me la comía con los ojos, de forma clara y evidente, pidiéndola ayuda para coger cosas que no necesitaban de ayuda solo para ver como sus tetas se movían ante mi, ella no era tonta y lo noto pero se dejaba, le gustaba el juego. Aveces me rozaba con ella, de lado o de espaldas, aposta, haciendo el torpe, y pregúntala por su trabajo y a que se dedicaba, todo para que no fuera evidente el juego, pero sin dejar de jugar. Al final todo quedo mas o menos recogido, solo faltaba la TV, podía de sobra con ella yo solo, pero la pedí que la lleváramos juntos a la basura, ella de un lado y yo del otro, como si fuera una camilla, paralela al suelo ella de espaldas y yo de cara, maquine para que fuera ella la que quedara de espaldas a la basura.

-YO: anda levántala, es alto el cubo de basura de la calle, levantamos los 2 a la vez y la ponemos por encima de la cabeza y así yo voy empujando para tirarla y tu la mantienes para que no se me caiga.- lo entendió pero vio el fallo del plan, fallo que no era tal. Lo levantamos y según ella iba pasando las mano por todo el plasma, yo me acercaba a ella, casi rozándonos.

-AZUCENA: deja que me quito y ya la tiras.

-YO: no, no, por dios aguanta que se me cae- mentira llevaba medio plasma aguantado yo solo.

Cuando me pegue a ella baje el plasma despacio, atrapándola en el hueco de mis brazos y bajando la mirada a su cara y su escote, era alta pero menos que yo, y estaba tan pegado que su respiración se notaba en mi pecho.

-YO: vale, ya esta dentro, pero no termina de entrar, déjame que la mueva.- había una caja o lago y hacia tope así que menee el plasma y a ella con mis brazos, ella reía pidiéndome, sin énfasis, que parara, yo disfrutaba de sus tetas pegándose una con otra. Eso fue suficiente para que me empalmara, y entonces di un golpe final y cayo el plasma en la basura y yo sobre ella, pegándome bien y dejando que se notara mi erección en su vientre.

-AZUCENA: uffff, parece que a ti si te la he puesto dura.

-YO: yo que se, solo quería clavar algo- al ser sus mismas palabras rompo a reír, medio excitada, medio avergonzada- ¿ves como no era culpa tuya?, esas tetas se la pondrían dura a cualquiera.

-AZUCENA: calla por dios, que me vas a poner la cara roja.- se ocultaba la cara sin ponerse mover atrapada entre mis brazos.

-YO: mírame.- se resistía- por favor mírame.- levanto la mirada ante mi insistencia.- te pondría rojo el cuerpo entero si tú me dejaras.- la bese, la situación lo pedía a gritos, se relamía a escasos milímetros de mi boca.- dios que bien sabes.

-AZUCENA: ¿y que sabor es ese?

-YO: ¿ahora mismo?

-AZUCENA: si

-YO: a basura, dios, que peste, huele fatal el cubo jajajajaj- ella rió ante la ocurrencia.

-AZUCENA: pues alejémonos.

-YO: por mi no hay problema, me quedaría así todo el día, prefiero oler mal y tenerte así atrapada, que no tenerte y oler a rosas.

-AZUCENA: jajja calla tonto, vamos dentro.

-YO: solo si me prometes que te seguir tenido en mis brazos, déjame que te compense, una mujer como tu se merece lo mejor, y para eso estoy yo aquí,- la volví a besar, y ahora ella correspondió.- estaba muy excitada, se lo notaba

.AZUCENA: vamos dentro y hazme tuya.- baje a su cuello y lo trabajaba entre suspiros de ella, la metí mano en el culo, era grande, aun así logré alcanzar el punto de apoyo y me la subí encima, tan arriba que mi cabeza era una teta más.

Mientras reía y pedía que la bajara, que podían vernos, me di la vuelta y la metí de nuevo en sus casa, llegué cansado pero ella no lo noto, al entrar la deje resbalar sobre mi, con sus tetas apretadas contra mi, siendo besadas suavemente por mis labios, ya no reía , anhelaba al sentir mi polla levantarla el camisón. Al dejarla en el suelo la bese otra vez, ahora ya de forma pasional, abriendo la boca y metiendo mi lengua en la suya, mientras le levantaba y quitaba el camisón, me quede admirando sus tetas y sus ojos, ambos eran llamativos, la quite el sostén entre besos a su hombro y su pecho, para después llevar mis manos a sus pechos, eran enormes y caídos pero los trabaje gustoso, lamiendo sus pezones, grandes y erizados entre mis manos, metí mi cara en ellos, me amasaba la cara con sus tetas, para ir atacando indistintamente un pezón u otro, eso la hizo empezar a gemir, eso y el roce de mi polla tiesa debajo de la ropa en su vientre, me levanto la cara para besarme de nuevo, ahora ella era quien me perforaba con la lengua, me quito la camiseta que llevaba, y se separo lo justo para acariciar con sus manos mi bulto en los pantalones, sin dejar de besarme, aveces se separaba un poco y me miraba fijamente abriendo la boca y mordiéndose el labio de forma lasciva, al notar lo grande y dura que estaba, la di la vuelta y me pegué a su espalda, mientras la besaba el cuello lleve mis dedos a su boca para que los chupara, mientras mi otra mano se aseguraba de no sepárala lo mas mínimo de mi, apretando uno de sus pechos, cuando lamía mis dedos baje mi mano a su entre pierna, metiendo mis dedos debajo de sus bragas, hasta llegar a su coño, estaba muy, muy, mojada, no me fue difícil acariciar e iniciar una penetración con mis dedos, mientras a ella se le cerraban los ojos, buscaba con sus manos mi miembro aplastado en su trasero.

-AZUCENA: vas ha hacer que me corra.

-ZEUS: voy a hacer que te corras varias veces.- acelere mi mano en su interior sacándola lamentos de gusto, mientras caminábamos hacia un cuarto.

Al llegar la tumbé quitándola las bragas con delicadeza, besando su piernas, y admirando su cuerpo, estaría gorda pero me ponía a 100, tenia algo de bello, la abrí bien de piernas para dejar que mi cabeza se clocara entre sus muslos, y allí lamer sus labios mayores, chupando y jugueteando con la lengua mientras ella me agarraba y me apretaba al cabeza contra si, estuve un buen rato comiéndoselo sin parar, sacándola gemidos continuos al elevar el ritmo de mis labios y al introducir mis dedos en ella, termino corriéndose con grito sobre humano, cerro tanto las piernas que me presionaba la cabeza.

-AZUCENA: ¡¡joder, que bien lo comes!!

-ZEUS: pues ahora tú decides, puedes chupármela o te follo ahora mismo, me tienes loco.- subí por su cuerpo centrándome en un pecho.

-AZUCENA fóllame ya, ya se la he chupado al otro, ahora quiero que me penetres como un animal, haz que me olvide de todo.

Me puse en pie mientras ella seguía se masturbando rebajando la explosión de sensaciones que la había provocado, mirándome mientras se chupaba un dedo, me desnude dejando mi rabo tieso ante sus ojos azules totalmente abiertos.

-ZEUS: tu lo has querido.

Me coloque entre sus piernas, jugueteando con mi glande, abriendo los labios y frotándome, sin penetrarla, localice la entrada limpia y de un hábil gesto se la metí hasta la mitad, una alarido sacudió la habitación, era mía, no se por que pero me estaba poniendo muy cachondo, noté como se abría un poco pero estaba tan mojada que seguí empujando hasta meterla entera, allí grito ella, peor ni rastro de dolor o impresión, solo placer, me puso tan nervioso esa sensación de plenitud que agarrándola con firmeza arranque la perforación, quería darle pausa al inicio, pero ella no me dio pie, sus tetas y el bamboneo de sus carnes sobrantes me estaban calentado demasiado, y le metí ritmo a la cadera, presionando tan fuerte que su vibrar se clamaba con cada golpe de mi pelvis, me deja caer sobre ella apoyándome en la cama y allí hacia flexiones, sacándola entera y volviendo a percutir, nunca había penetrado toda con tanta facilidad a una mujer, eso me enloqueció un poco y acelere bastante, sacándola otro orgasmo sin parar de pedirme mas, de vez en cuando relajaba el ritmo para coger aire mientras le lamía un pezón, para al minuto volver a arrancar embestidas sin parar, al 3º orgasmo estaba cansado de la postura, la tumbé de lado y me puse detrás, abriéndola de una pierna y penetrándola con fuerza, haciendo un movimientos de culebra continuo que la saco el 4º orgasmo y de su tesón y aguante note que me corría.

-ZEUS: estoy por reventar preciosa, me tienes loco perdido, dime donde quieres que acabe.

-AZUCENA: sácala, dios, déjame que me la trague toda.

Deje de percutirla y ella se salió de mi, tumbándome boca arriba y agarrando mi polla con tal desenfreno que casi no le da tiempo a meterse el glande en la boca antes de que me corriera, la manché toda la cara, la boca y parte del cuerpo, ella masturbaba con mucha energía y eso hacia difícil dirigir mis últimos chorros, cuando ya no salía mas fue clamado el ritmo según se me desinflaba, dándole un par de lametones finales, mirándome con sus ojos azules y riendo.

-ZEUS: espero que te haya gustado por que a mi me ha encantado.

-AZUCENA: no me has gustado, me has matado, me has calentado como a una perra.- se tumbo boca arriba dejando que su cuerpo descansara, repasándose la cara con los dedos, buscando las gotas de semen y chupándoselos para tragarlos.

-ZEUS: para eso estoy, ahora ya sabes que siempre que quieras podrás disfrutar de un buen polvo, sin necesidad de perder el tiempo.

-AZUCENA: joder así da gusto, ahora dúchate si quieres y vete, como sigas aquí voy a tener que pagar otra sesión jajajajaja.- me recosté dándola un beso magreando uno de sus pechos como despedida, me levante y salí de allí sonriente, había cumplido con creces, había levantando a situación y le había sacado un polvo de calidad, tanto que hasta yo lo había disfrutado.

-ZEUS: esta bien, pero háblale bien de mi a Madamme si quieres que vuelva.

-AZUCENA: por descontado.- me dio un ultimo beso de despedida.

Me di una ducha rápida para quitarme el sudor mas que nada, y volver a ser yo, abandonando el papel, me había costado y me había encantado aquel cuerpo obeso que recibió mi enorme polla sin problemas, me vestí y me volví a casa feliz y orgulloso. Al día siguiente me llamo Madamme, encantada quería quedar para hablar, asi que fuimos a una cafetería.

-MADAMME: eres increíble, no me creo aun como llevaste la situación, delante de mí.

-YO: no ha sido tan difícil, y además me la folle encantado, lo disfrute.

-MADAMME: ya me dijo, me llamo esta mañana encantada, disculpándose por la bronca que montó, me pregunto por ti y cuando estarías disponible de nuevo.

-YO: pues si pagas tan bien, cuando quiera, ya he visto el ingreso de los 3.000€, ya tengo los 5.000€ que quería como mínimo, pero ya que estoy, vamos a por los 20.000€.

-MADAMME: deja que pasen un par de días, no es bueno que sepa que estas disponible siempre, y eso la hará desear aun mas, aparte de que pudo negociar el precio viendo como la dejaste de contenta.

-YO: esta bien, tu mandas.

-MADAMME: la verdad es que no solo quería hablar contigo por lo de ayer, los rumores de ti empiezan a llegar a oídos mas importantes, y tengo un trabajo para ti, pero no se si te gustará, eso si, es un cliente que si dejas contento, puede darte el paso al 1º nivel, a ganar dinero de verdad. Antes de eso, tengo otro trabajo para ti, esta tarde y ya es sexo, no acompañante, veras, por culpa del imbécil de ayer que esta en la calle ya, ahora tengo un agujero en la agenda, y hoy le tocaba trabajar, es una pareja, lo típico, a el le encanta ver como se tiran a su mujer, y a ella el sexo, necesito que cubras su lugar, el resto de sus trabajos ya están cubiertos

-YO: ¿y tengo que hacer algo especial?

-MADAMME: tu solo preséntate, en esta dirección a esa hora- me dio un papel- y te recibirá el marido, no hables ni digas nada, les gusta ese rollo, te llevará a un cuarto donde estará su mujer, serás como un regalo, un juguete, cuando y como te digan, te follarás a la mujer, por lo que se le encanta el sexo, colócala siempre mirando al marido, y si quieres, con sexo anal pagan mejor, son buenos clientes y les va un poco el sexo duro, el marido no participa, solo mira y se masturba, si lo haces bien son 6.000€, 3.000€ para ti. Ella es mona, creo que tengo un foto suya.- me la enseño, era guapa, algo mayor, de unos 43 años, pero lo que se veía era agradable.

-YO: pues la voy a destrozar, y delante de su marido.

-MADAMME: recuerda echar el freno, no quiero perderlos.

-YO: ya viste que ayer le deje feliz, no rendida, puedo controlarme, solo tu me obligaste a sacar mi lado salvaje- quería que continuara sintiéndose especial, aunque no fuera cierto.

-MADAMME: cumple con esto y ya te hablaré de los siguientes pasos, recuerda que te debo una.

Nos despedimos con un beso caliente en los labios, me fui a casa a prepararme, me puse algo decente, siempre según los dictadas de mi madre y me fui a la dirección a la ahora que el papel ponía. El camino fue raro, mi cabeza pensaba en que ya tenia el dinero, ¿por que seguir?, si, me vendría muy bien ese excedente de dinero, pero no quería cruzar la línea de quedarme enganchado, me ayudaba pensar en Ana, en mi objetivo, mi meta. Una vez con ella todo habrá valido la pena. Me presente en la dirección, respire profundamente, y tome el papel de Zeus, llame a la puerta, abrió el marido.

-MARIDO: hola, muy buenas ¿eres el…nuevo?- asentí con la cabeza.- perfecto, pasa, esperaba algo mas…. bueno da igual.- pase acompañado por el hasta un salón, sin hablar salude con al cabeza a un señora muy bien vestida, con un vestido de flores, sentada en el sillón, el marido me puso de pie delante de ella y se sentó a su lado.- mira lo que nos han mandado, tendrá que valer.

-ESPOSA: bueno, ya sabes que me gustan las sopesas.- se acariciaban las piernas el uno al otro, mirándome.

-MARIDO: esta bien, ¿por donde quieres empezar?

-ESPOSA: anda, desnúdate a ver que tenemos.- lo hice como si ellos no estuvieran delante, me di la vuelta para que al quedar desnudo y girar me vieran la polla por 1ºvez, por sorpresa, funciono a al perfección, se les quedo la misma cara de bobos a los 2, el marido fue el 1º en reaccionar, metiendo la mano entre las piernas de su mujer, por debajo de la falda del vestido, frotando su pubis.

-MARIDO: vaya, eso si que es una sorpresa verdad querida.- su mano cogía ritmo mientras le sacaba suspiros a su mujer sin apartar la mierda de mi miembro.

-ESPOSA: madre mía, esta vez vamos a disfrutar de verdad.

-MARIDO: ¿por que no empiezas chupándosela?- se mordió el labio por la excitación de esa sugerencia, mi visión y los movimientos de la mano de su marido bajo la falda. – el marido se recostó dejándose un 1º plano de la situación, la esposa me llamo con el dedo y me puse a enfrente, me agarro la polla con una mano admirando y mirando a su marido.

-ESPOSA: no me merezco el marido que tengo.- llevó sus dos manos a mi polla y la levanto, aun estaba en reposo.

Comenzó a darle besitos al glande cuando echaba la piel hacia atrás, sus manos era suaves y cariñosas, y su boca grande, metiéndose el glande del tirón y chupándolo hasta sacarlo, era muy guapa y lo hacia bien así que no tardo en coger cuerpo mi miembro, ella lo iba trabajando con clama notando como cada vez le costaba mas metérsela en la boca, yo ya disfrutaba de sus labios, y de la situación , el marido se frotaba la polla por encima de la ropa mientras veía a su mujer tragarse una polla enorme, ella cogía aire lamiendo cada rincón y apretando con su labios de forma lateral todo el mástil que tenia entre las manos, ya la tenia bien dura, en su esplendor, y ella dejaba su boca rozando el glande mientras masturbaba con pasión.

-MARIDO: creo que va siendo hora de que le devuelvas el favor, cómela el coño, desnúdala rompiendo la ropa.

Obedecí, la puse en pie y le rompí con facilidad los tirantes del vestido, que cayo al suelo, no llevaba sujetador y si un tanga bastante provocativo, la agarré por detrás metiendo mi polla entre sus muslos y la masajeaba de cara a su marido, al palpar el tanga lo note mojado, no había otra, gemía de gusto cuando la baje la prenda y la di la vuelta para sentarla y bien abierta de piernas, me di cuenta de su cuerpo, en su dio había sido espectacular, pero tenia las tetas algo caídas y piel de naranja por todo el culo y el vientre, aun así tenia un buen polvo, con algo de ejercicio y cirugía podría ser una MILF de cuidado, me arrodillé entre sus piernas y la abrí bien para que el marido observara todo, le separe los labios y jugué con mi lengua repasando cada recoveco, tirando de los labios mayores con mi boca para penetrarla después con la lengua, buscando encontrando y trabajando su clítoris, ella se retorcía con cada lametón, mientras mis dedos jugaban por su exterior, no los metí por que no era lo que habían pedido, así que le estuve comiendo el coño generosamente, el marido se saco el rabo y se lo acariciaba, pese a mis prejuicios, no es que la tuviera pequeña y necesitaba que otro domara a su yegua, si no que le excitaba que otro lo hiciera, sin mas.

-ESPOSA: fóllame ya mamón, que me voy a correr.

Era mi deber, así que la saque la cadera un poco del sillón, la agarre jugos abundantes del coño y me moje la polla en ellos, apunté y penetré, sacándola gritos de gozo, me costo un poco pasada media polla, no entraba mas por ahora, la deje así acostumbrándose a mi, notando como se hacia sitio en su interior, mientras le comía la tetas, se las tenia que levantar un poco para quedar a mi altura, ella no dejaba de frotarse el clítoris mientras estaba dentro, noté menos presión en su interior y allí aceleré la pelvis, con movimientos amplios y rápidos, sacándola un gemido con cada penetración, la agarré y le aguanté la piernas por delante, estirándolas sin dejar de percutir, eso genero mas fricción y a los pocos minutos la 1º corrida de aquella mujer, se agarro a la pierna de su marido , disfrutando de aquello, pero no me habían dicho que parara, así que volví a subir el ritmo, ¾ dentro ya, era un río de fluidos bañándome el miembro, el marido se masturbaba ya velozmente, buscando ángulo para ver claramente como la abría con cada embestida, se corrió por 2º vez un rato mas tarde, se abrió de piernas para, entre suspiros, frotarse el clítoris de nuevo, esparciendo sus líquidos por todo el sofá.

-MARIDO: joder como me pone, métesela por el culo, dala la vuelta y pónmela encima mientras te la follas por detrás.

Así lo hice, la di la vuelta y la coloqué sobre las piernas de su marido, lleve mi mano a su coño y recogiendo fluidos me trabaje su culo, hasta meter un dedo, lo tenia abierto y no de hacia mucho, le metí el 2º y el 3º, ella temblaba de placer, tenia la polla de su marido en la cara pero no la tocaba, solo se miraban a los ojos. Estando ya preparada la penetré de un fuerte golpe el culo, eso la elevó, se quiera salir pero el marido la empujo hasta que la empale toda, notando como la fricción era enrome, la deje así unos segundos, mientras la acariciaba el coño por delante de sus piernas, la saque un poca para volver a meterla, ella se resistía mucho, así que la di un buen azote sonoro, que la saco un gemido de gusto, el marido le gustó, y me ordeno seguir azotándola sin moverme, hasta que fuera ella la que se empalara mi polla. Fue como los primeros días con mis colombianas, la daba azotes mas fuertes hasta que aprendió a moverse conmigo dentro, se corrió de tanto azote y caricias, eso la relajo un poco el ano y lo noto subiendo y bajándose de de mi, usaba a su marido de apoyo mientras este se corrió en su cara debido a la paja que se hacia, creo mas por la mirada de su mujer al ser penetrada que por la situación en si.

-MARIDO: anda termina ya, y córrete dentro de su culo.- le mire pidiendo permiso para acelerar, me entendió y asintió.

Cogí el mando la agarre de las caderas y me la empece a folla de verdad, dándola fuerte y duro por el culo, golpeando su pelvis y sus glúteos rojos de mis golpes, sacándola alaridos de placer, eso le volvió a poner dura la polla al marido, y esta vez su mujer se la engulló, aprovechaba mi inercia para chupársela, solo la sacaba para respirar al correrse, mi mano seguía acariciándola el clítoris, eso la ponía loca, y yo note que me corría, acelere aun mas hasta que los 3 nos corrimos, ella en mi mano, yo en su culo y el marido en su boca., tuvo que bajarse un poco para que no se le escapara una gota de semen de su marido, mis embestidas la habían elevado sobre el.

-ESPOSA: dios, como me gusta que me den por el culo fuerte, me ha abierto mas que nadie.

-MARIDO: parece que siguen mandándonos buen material, tú puedes irte ya.- me señalo.

Recogí y me fui dejando a la esposa levantando la polla de nuevo a su marido a base de mamadas, pense en repetir pero no me habían dicho nada, me fui directo a casa de mi Leona, estaba caliente, y lo pagué con ella durante mas de 3 horas. Al día siguiente me llamo Madamme, como siempre encantada de mis aciones.

-MADAMME: ya esta listo para ir más allá, es tontería estar teniéndote haciendo trabajos de poco monta, vamos a quedar en un sitio en unos días, te dejó descansar, ya te mandaré un mensaje.

Eso me dejo abstraído pero al ir al banco vi los 8.000€, ya tenia de sobra y aun quedaba mas de 1 semana y media para Ana y su llegada, si seguía así llegaría a los 20.000€ antes de tiempo y podría dejarlo y centrarme en ella, ¿pero que seria lo que quería Madamme?……

CONTINUARA………

Relato erótico: “Necesito consejo” (POR AMORBOSO)

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Hola, me llamo Jorge, tengo 55 años y estoy casado, sin hijos. Trabajo como jefe de ventas en una importante multinacional del bricolaje, gano un buen sueldo y, a pesar de lo que pueda parecer, tengo un problema o más bien situación, por culpa de un despiste, que no sé cómo resolver por mi falta de experiencia. Les cuento lo que me ocurrió y ustedes me dan su opinión.

Mi vida sexual nunca ha sido gran cosa. A principio, cuando despertó mi sexualidad, la dormía a base de masturbaciones a razón de una a la semana más o menos. Más tarde, cuando tuve que ir a terminar mis estudios a la ciudad, un compañero me convenció para irnos de putas, pero esa historia la tendré que contar en alguna página de humor, porque hice el ridículo más espantoso. Después de hacernos un par de pajas, porque dijo mi amigo que así aguantaríamos más, me metí con una de las mujeres, algo gorda y poco agraciada, que cuando se metió la polla en mi boca, la puso dura en un segundo y al siguiente me estaba corriendo. De hecho, cuando salí, mi compañero me preguntó que “si no había hecho nada”.

Luego conocí a María y la frecuencia de pajas aumentó a tres o cuatro semanales. En el pueblo donde vivíamos no teníamos otras posibilidades de desahogo, las putas me daban vergüenza y María provenía de una familia de profundas raíces católicas, por lo que no pasábamos de castos besos y alguna pasada, como casual, de mi mano sobre sus tetas bien cubiertas. Hasta el matrimonio nada de nada.

Para colmo, al terminar los estudios, encontré un buen trabajo en la ciudad, compré un piso donde vivir y solamente nos veíamos los fines de semana, pero por lo menos perdí la vergüenza y podía irme de putas alguna vez, eligiendo mujeres de mejor calidad, que me enseñaron como tratar a una mujer.

Nos casamos y llegó a la noche de bodas, que pasamos en el hotel donde había sido el banquete. Fue un desastre. Primero entró ella al baño para cambiarse, pidiendo que le esperase con la luz apagada. Cuando salió, no pude verla porque la puerta del baño no se veía desde la cama y la luz que se filtraba del exterior no me lo permitía, pero me enteré cuando, después de colocar algo, se metió en la cama. Llevaba un camisón hasta la rodilla. La describo porque creo que no tiene desperdicio.

Intenté encender la luz, pero no lo consintió y quedó apagada. Nos estuvimos besando y diciendo palabras cariñosas largo rato, mejor dicho, era yo el que más le hablaba. Acaricie sus piernas pegadas, yo diría que con algún cianocrilato, si no fuese porque entonces no existía tal producto.

Subía su camisón poco a poco, pero si cambiaba la mano para acariciar su cuello cuando la besaba, ella se lo volvía a bajar. Si metía la mano por su estrecho escote para alcanzar alguna de sus tetas, me pedía que la sacase porque la ahogaba. Por fin, después de un buen rato de caricias, conseguí subir su camisón hasta por encima de sus tetas, pudiendo entonces besarlas, lamerlas y acariciarlas, al igual que sus pezones. También pude llegar a su coño que, si bien no estaba seco como un desierto, tenía muy poca humedad.

Caricias sobre la piel, esperando que se abriese excitado, ataque a sus tetas y pezones y todo lo que se me ocurría para excitarla, no dieron ningún resultado.

Dispuesto a humedecerla bien, me coloqué entre sus piernas, ignorando la tensión a la que sometió su cuerpo, bajé hasta su coño, dejando un reguero de besos por su estómago, ombligo y tripa. Escasamente me dio tiempo para dar dos rápidas pasadas de arriba abajo y de abajo arriba, cuando levantó mi cabeza, recogió sus piernas y me puso las rodillas en el pecho.

-Pppero… ¿Qué haces? Eres un guarro. ¿Cómo se te ocurre pasarme la lengua por ahí? ¿Cómo se te ha ocurrido eso? …

Y un montón de frases de reproche y acusación, que aunque me quitaron las ganas de follar, no fueron suficientes para bajarme la erección. Al principio, intenté convencerla de que no era nada malo, pero me cansé, me separé de ella y me senté al borde de la cama, reflexionando. Este gesto la hizo quedarse callada y mirarme. Al fin, decidí ir al baño a meneármela y calmar mi calentura.

-¿A dónde vas? –Me preguntó como con miedo.

-Al baño. Estaré un rato, así que tú duérmete.

-¿Qué ocurre? ¿No vamos a hacer el amor? ¿Qué he hecho mal?

-Mira, María, no puedo estar horas y horas intentando excitarte y tú poniéndote cada vez en mayor tensión. ¡Quitas las ganas de follar a cualquiera!

-¿Follar? ¿Desde cuándo te has vuelto tan basto? Nunca te había oído esa palabra.

-Pues sí, María, mucha gente lo llama “follar”, pero si a ti te gusta más, quitas las ganas de hacer el amor al más salido.

-Por favor Jorge, no me hagas esto. Estoy ya muy excitada. Necesito que me… folles… ya.

Volví a la cama no muy seguro, pero cuando me senté, me abrazó y me colocó sobre ella, separando ligeramente las piernas.

-Follaje ya. –Me dijo.

Separé más sus muslos y me coloqué bien entre ellos, mientras con la mano me ensalivaba bien la polla para colocarla seguidamente en su raja. Estuve un rato recorriéndola en toda su longitud, sobre todo sobre su clítoris, hasta que, viendo que no adelantaba, volví a ensalivarla bien y la coloqué en la entrada. Le estuve dando pequeños empujoncitos para ir abriendo camino, pues, a pesar de sus palabras, la única humedad era la de mi polla. Le dada pequeños empujones, como si la estuviese follando, pero con muy pequeños avances o incluso ninguno.

-Ah, ah, ah… -Decía ella coincidiendo con mis empujones. No era placer, no era excitación, solamente la molestia de la penetración.

Con estos movimientos, conseguí ir abriéndola hasta llegar a su himen, donde me detuve.

-¿Ya he perdido la virginidad?

-No tengo mucha experiencia, pero creo que sí. –Le respondí para tranquilizarla, lo que, efectivamente, hizo que se relajara en parte.

La saqué despacio y completamente, para volverla a ensalivar y meterla de nuevo hasta el límite. Entonces di un fuerte empujón metiéndola hasta el fondo, dejándola un momento dentro para que se acostumbrara, mientras ella emitía un gemido de molestia.

En ese momento, sentí que venía mi orgasmo sin que pudiese contenerme. Intenté sacarla para correrme fuera, pero el primer chorro quedó dentro y el segundo en el recorrido de salida, quedando el resto sobre el bello de su pubis. Me dejé caer a su lado para seguir acariciándola y hacerle alcanzar su placer, pero retiró mis manos, me dio un beso y se levantó, recogiendo la prenda que había dejado en la cama y me dijo.

-Cariño, estoy muy feliz de ser tu esposa. Voy a lavarme. Ahora vuelvo.

Luego, al día siguiente, viaje de novios de noche, llegada de madrugada y cansados, al otro día tengo molestias, etc. No volvimos repetir hasta cuatro días después. A pesar de todo, todas las noches acariciaba su cuerpo, consiguiendo que me permitiese besar y acariciar sus pechos y pasar mi mano por su coño con suavidad, hasta conseguir que se mojase. Por eso, a la cuarta noche, fue ella la que me pidió la repetición.

Luego siguieron años de casi una vez por semana y poco a poco, se fue alargando hasta casi una vez cada quince días o un mes si coincidía con la regla.

No hemos tenido hijos. Ella nunca ha querido que nos hiciésemos pruebas. Imagino por miedo a que la repudiase si era ella la culpable. Manías como la de la prenda blanca en la cama para recoger la sangre de su virginidad y así no poder decir que no era virgen o que nuestro matrimonio no se había consumado. Creo que son historias de mi suegra.

Siempre hemos hecho el amor en la postura del misionero, nunca sexo oral o anal. Como mucho, hemos llegado a hacer el amor con una lamparita encendida. Siempre sábado noche. No por la mañana, no por la tarde, no en el sofá, no en la mesa, no de pie, no en la ducha… Pero la quiero y nunca se me ha vuelto a ocurrir el ir de putas, ni siquiera tener una aventura con otra.

Hace poco, vimos una película de la historia de amor de un matrimonio durante toda su vida. Por la noche, en la cama, mi mujer me preguntó si yo estaba feliz con nuestro matrimonio o me hubiese gustado estar casado con otra mujer, a lo que respondí que sí y no. Si porque la convivencia con ella era maravillosa, llenaba mi vida de amor y que creía que no podría encontrar otra mujer mejor.

-¿Entonces, cuál es la parte que no te gusta?

-El sexo.

-¿El sexo? Yo pensaba que disfrutabas.

-Sí, pero el sexo es algo más. Es imaginación, es variaciones, es experimentar posiciones y nuevas formas de placer. Lo nuestro es aburrido, es… como una masturbación.

La conversación duró mucho tiempo. Luego hicimos el amor, pero con una variación: conseguí que ella se colocase encima. El poder controlar los movimientos y roces con sus puntos de placer, le hizo alcanzar dos orgasmos antes de que yo me derramase junto a ella en un tercero.

Cayó rendida sobre mí, mientras yo acariciaba su espalda y culo.

-¿Crees que aún estamos a tiempo de disfrutar? –Me preguntó cuándo se recuperó.

-Yo cada vez tengo menos potencia, pero creo que todavía nos quedan algunos años para disfrutar, si quieres.

-Estoy haciendo el propósito de cambiar y experimentar nuevos placeres. Desde hoy empezaremos de nuevo, te lo prometo.

Me vino a la mente algo que había oído en el trabajo, y le dije:

-¿Qué te parece si pasamos la noche vieja en un crucero por el Báltico para marcar el cambio y celebrarlo a la vez?

-¡Oh! Me encantaría. Has tenido una idea magnífica. Yo misma iré a sacar los billetes y organizar el viaje.

Y así lo hicimos. Preparó billetes y escogió destino y el día 28 de diciembre subíamos al barco y un amable marinero nos acompañaba a nuestro camarote, donde nos instalamos cómodamente.

-Me gusta. Me gusta mucho. –Le dije

Era un camarote amplio, con un baño chiquitín y un gran ventanal al costado del barco.

-¿De verdad te gusta?

-Sí, sobre todo el ventanal. Esperaba un oscuro camarote con un ojo de buey por ventana.

Una vez colocadas nuestras cosas, salimos a recorrer el barco, justo a la vez que la pareja del camarote contiguo. Eran aproximadamente de nuestra edad, ella menos agraciada que mi mujer y algo más llenita. Él un poco más alto que yo, cuadrado y muy varonil. Nos saludamos cortésmente y nos fuimos uno por cada lado.

Un barco enorme, con varios comedores, algunos abiertos 24 horas, tiendas, sala de espectáculos enorme, piscinas climatizadas y no sé cuántas cosas más nos explicaron. El barco partió y nosotros fuimos de un lado para otro haciéndonos al lugar, pues teníamos que pasar dos días en él, antes de llegar a nuestro primer puerto.

Al anochecer, volvimos al camarote para cambiarnos de ropa, escuchando una discusión apagada en el camarote contiguo. Salimos cuando estuvimos preparados coincidiendo con nuestros vecinos, que también salían. Yo les dije un simple “Hola” pero él enseguida preguntó si íbamos a cenar.

Al responder afirmativamente, comentó de ir juntos y aceptamos. Cuando se presentaron, resultó que éramos de la misma ciudad, aunque vivíamos en extremos opuestos. En el comedor, nos colocaron en una mesa para 6, donde ya había otro matrimonio o pareja sentados.

Nos presentamos nosotros, María y Jorge, los vecinos Sofía y Julián y los nuevos Conchi y Alejandro.

La cena fue agradable, buena conversación salpicada de comentarios muy machistas, sobre todo por parte de Alejandro, del estilo.

-Mira que está buena la de aquella mesa. La tumbaba encima y le reventaba el culo a pollazos.

-Mira que eres bruto, Alejandro, que estas personas no te conocen bien. –Le decía su mujer

-Es igual, ¿a que os parece que está para reventarle el culo?, ja, ja, ja.

-El culo, el coño y la boca, ja, ja, ja.

-Y somos tres, para poder hacerlo por todos los sitios a la vez, ja, ja, ja.

Algunos comentarios eran muy subidos de tono, a pesar de que nuestras mujeres nos estaban reprochando constantemente casi todos, y riendo algunos de ellos.

Cuando dimos por terminada la cena, fuimos a una discoteca a petición de Julián. Yo no sé bailar, por lo que simplemente los acompañaba. Julián tenía interés en bailar con mi mujer, cosa que no era recíproca, pero consiguió sacarle un par de bailes. Conchi ya dijo desde el principio que a su marido no lo movían ni los terremotos.

Tras un rato y alguna copa, nos salimos a una cubierta acristalada, donde seguirnos la charla de más mujeres, fútbol y política, mientras nos tomábamos más copas. Mi mujer no bebe, y yo poco, así que me dijo que se iba al camarote.

-¿Llevas llave? – Me preguntó.

Tengo que decir que, así como en mi trabajo soy responsable y cuidadoso, cuando salgo de él soy el hombre más torpe y despistado. Siempre olvido las cosas, me confundo de planta en mi casa, me dejo luces encendidas, olvido dónde aparqué mi vehículo,… y un largo etc. Por eso, la respuesta lógica fue:

-Ay! No. Se me ha olvidado cogerla.

Quedamos en que no cerraría la puerta, que solo pondría algo para sujetarla y que entrase sin hacer mucho ruido ni encender la luz para no despertarla. Mientras hablábamos, las otras dos mujeres también se despidieron de sus maridos, pero no oí sus comentarios.

Marcharon todas y nosotros seguimos hablando hasta que terminé mi copa y decidí irme a dormir también, mientras los otros pedían otra más y llevaban intención de seguir, pues algún otro pasajero se había sumado al grupo, salieron las canciones mejor o peor cantadas y la situación se presentaba larga.

Al llegar al camarote, empujé la puerta, que cedió con facilidad, entré y me desnudé a la escasa luz que entraba del exterior y que permitían las cortinas. No me puse mi pijama por no hacer más ruido y encender luces. Muchas noches duermo desnudo.

Mientras me desnudaba, se oían los gritos apagados de alguna mujer que estaba disfrutando de una buena follada. Cuando me metí en la cama y acerqué mi mano a su cuerpo, excitado de solo pensar que en alguna habitación alrededor, estaban follando como locos. Me llevé la sorpresa de encontrar a mi mujer con un camisón corto, cuando su costumbre es dormir con pijama también, por lo que las manos se me fueron a recorrer su cuerpo, observando que no llevaba nada debajo. Al parecer, empezaba nuestra nueva época de sexo.

Estuve recorriendo sus muslos con mi mano, pasando por su tripa y subiendo cada vez más su camisón. Cuando sus pezones estuvieron al descubierto, lancé mi boca sobre ellos para chuparlos y lamerlos.

-Mmmmmmm. –Exclamó bajito.

Estaban ya duros y grandes. Movió su mano hasta tocar mi polla, que se había puesto dura ya desde el principio.

-Mmmmmmm. Todo esto es para mí? – dijo entre susurros.

-Todo y más. –Respondí también entre susurros, mientras dejaba sus pechos y bajaba con besos a su coño.

Noté un nuevo cambio cuando al acercarme a su pubis, ella separó las piernas para darme mejor acceso. No me hice esperar, me puse de rodillas, casi en formato 69 y ataqué su raja que estaba encharcada. Al poner mis labios sobre su clítoris, estaba hinchado como nunca. Lo estuve masturbando entre ellos, dando suaves chupadas y leves movimientos de cabeza arriba y abajo, a la vez que le daba pasadas con la lengua, mientras ella acariciaba mi polla con una mano y gemía, eso sí, siempre en susurros.

-Ufffff. Ooooooooh. Siiiiiii. Sigueeee. Siiii. Sigueeee.

Probé a meter un dedo en su coño que se encontraba ya abierto húmedo. Nuevos gemidos acompañaron mi gesto.

-Ooooooh.

Detuve mis movimientos sobre su clítoris para centrarlos en mi dedo.

-No pareees. Por favor, ahora noooo. Estoy a puntooo.

Continué con mi trabajo sobre su clítoris al tiempo que frotaba mi dedo en su interior, lo que propició su orgasmo.

-Me corrooooo. Aaaaaaaaaaaaah. Aaaaaaaaaaaaaah.

Detuve mis movimientos mientras se recuperaba, pero sin sacar mi dedo ni retirar la boca, dispuesto a seguir más tarde. Quedó relajada un momento, pero enseguida me hizo girar para quedar bocarriba y se metió mi polla en la boca. No me podía creer el cambio que se había producido en ella. No era muy buena, pero ponía interés. Me chupaba y lamía el glande, mientras me masturbaba con su mano.

Tuve que poner mis manos sobre su cabeza e ir guiando sus movimientos para que penetrase más en su boca, al tiempo que le pedía que la acariciase y presionase con la lengua. Sólo de pensar en el tiempo que estaba esperando eso multiplicaba mi excitación por mil. La tenía como una piedra y estaba casi apunto, y así se lo dije.

-Si sigues, me correré.

-Todavía no. Necesito sentirla dentro.

Y se subió sobre mí y se empaló ella misma, empezando a moverse en todas las direcciones, buscando de nuevo su placer.

-Me estaba haciendo un dedo cuando has venido. Has sido de lo más oportuno. Oooooohh.

Pensé “Vaya con la mosquita muerta. No quiere follar pero se hace pajas”. Pero no dije nada.

Inclinada sobre mí, movía culo atrás y adelante haciendo que el roce de mi polla fuese intenso, parando cuando avisaba de que me iba a correr, aprovechando para darnos profundos besos. Al principio, se detenía con mi polla dentro, pero al notar que hacía movimientos de entrada y salida, optó por dejar el culo atrás con mi polla solamente con la punta en la entrada.

Jamás había disfrutado tanto. Ni las mejores putas me habían hecho pasar un rato tan excitante y lujurioso. Decidí preguntarle después dónde había aprendido todo eso.

No tardamos mucho hasta que ella dijo.

-Yo estoy apunto ya.

-Y yo hace rato. Llevas casi desde el principio cortándomelo.

-Pues prepárate.

Y empezó a moverse con rapidez. Yo intentaba aguantar para no correrme antes que ella, pero llegó un momento que no pude más.

-Me corrooo. Aaaaaaaaaaaaaaaa. Aaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Ella se la metió hasta dentro y estuvo moviéndose en círculos. Yo le solté mi carga en su interior, mientras ella alcanzaba también su propio placer.

-Yo también me corrooooo. Siiiiiii. Aaaaaaaaaaaaaa.

Cayendo sobre mí, que la abracé agradecido, acariciando su cuerpo.

-Ha sido mejor que nunca. –Me dijo. Y continuó – ¿Te has tomado las pastillas?

Tomo unas pastillas de vitaminas desde hace un par de meses.

-No. Se me han acabado y no me he acordado de comprar antes de venir.

-Menos mal que estoy en todo y he comprado yo.

Se separó de mi pecho, al tiempo que noté que mi polla se salía de su coño y mi esperma y su flujo caían sobre mi pelvis. Me pasó dos pastillas que metió directamente en mi boca, que yo tragué inmediatamente, no sin antes notar que su formato era distinto. Las anteriores eran redondas y estas como romboidales o casi cuadradas.

-Voy a traerte agua. –Me dijo.

-No hace falta, me he acostumbrado y las trago sin agua ni nada. Pero.. ¿Estás segura de que eran mis pastillas?

-Claro que sí. Fui con la receta del médico a buscarlas. Cariño, si hemos empezado así, va a ser una noche memorable. –Me dijo siempre hablando ambos en susurros.

Seguidamente, se bajó hasta mi polla, machada por mi semen y sus flujos y volvió a chupármela, y no solo no hizo ascos, sino que emitió gemiditos de placer.

-Hummmm.

Conseguí una erección en un tiempo record, volviendo a empalarse nuevamente y follándome con movimientos frenéticos. Solamente oía su susurro coincidente con cada movimiento.

-Ah! , ah! , ah! , ah! , ah! , ah! La siento como nunca. –Me decía.- No sé qué habrás hecho antes de venir, pero la tienes más grande y dura que las otras veces.

Y era verdad. Me la sentía dura como el cemento armado y más gruesa que de costumbre. Su coño aprisionaba mi polla en su trayecto y yo la sentía como si estuviese follándome a una virgen.

Su propio desenfreno la llevó a alcanzar un orgasmo intenso, que le hizo detenerse unos segundos para disfrutarlo.

-Ah! , ah! , ah. Me corrooooo. Ooooooooooooh qué fuerteee.

A mí me costaba alcanzar mi placer, a pesar de la potente erección que llevaba. Con mi polla dentro todavía, comenzó a moverse de nuevo, acelerando paulatinamente. Yo me agarré a sus tetas, también hinchadas y frotaba sus pezones, los pellizcaba suavemente y la obligaba a inclinarse para llevarlos a mi boca y chuparlos con fuerza.

Algo después de continuar, empezó a bajar el ritmo, señal de que se cansaba, por lo que la puse a cuatro patas y fui yo el que la folló por el coño, mientras ensalivaba el pulgar y se lo metía en el culo.

Le pasaba la polla por toda su raja una vez y se la clavaba hasta el fondo la siguiente. Cada vez que me echaba para atrás, escupía en su ano y metía los dedos. Primero uno, luego dos, tres y tres con el pulgar en medio.

-Oooooohh ¡Cómo me gusta!, sigue, sigue, no pares.

Y seguí dándole fuerte. Después de mi primera corrida, estaba aguantando muy bien, además de tenerla totalmente dura. En todos mis años de matrimonio y los anteriores con las putas, jamás había disfrutado tanto. Poco a poco sentía que me iba acercando a mí placer. Mis fuertes envestidas me tenían al borde, pero quería esperarla a ella.

Pronto anunció un nuevo orgasmo, lo que también hizo que me dejase llevar y alcanzase el mío.

-Sigue, sigue, más rápido, que me corro, que me corrooooo, Aaaaaaaaaaaaah.

-Siiiii. Yo tambieeeeén.

Y volví a llenar su coño de lefa.

Caí rendido a su lado, pensando que ya no seguiríamos, pero me equivocaba. Volvió a chupármela hasta ponerla dura de nuevo, cosa que me extrañó mucho, pues nunca he sido un hombre potente, pero tampoco había pasado por unas circunstancias como aquellas. Solamente de sentir a mi mujer haciéndome una mamada me subía la excitación al máximo.

Cuando estuvo dura nuevamente, ella misma se puso a cuatro patas y me dijo:

-Fóllame el culo.

Me coloqué tras ella y me puse a recorrerlo con mi lengua. Se lo estuve ensalivando bien antes de entrar en ella. Alternaba penetraciones con mi lengua con uno dos y hasta tres dedos, para ir recuperando la dilatación anterior. Ella gemía despacito. Le gustaba y me pedía que continuase. Cuando calculé que mi polla entraría bien me coloqué pegado a ella y froté la punta de mi polla por su coño, recogiendo toda la humedad que pude. Luego la coloqué en su ano y fui presionando ligeramente pero sin parar hasta que pasó toda la punta.

Emitió un suave quejido de dolor y yo detuve mi avance. Unos segundos después, la saqué, volví a mojarla en su coño y la volví a introducir un poco más rápido. Esta vez aguantó bien, por lo que seguí penetrando hasta que mis muslos chocaron con sus nalgas. Entonces esperé a que se acostumbrase empecé a moverme lentamente, para ir acelerando poco a poco. La hice caer de lado para seguir metiéndosela, a la vez que acariciaba con una mano su coño y con la otra sus tetas, con total comodidad.

Pronto se puso a gemir, siempre bajito y a decirme que se iba a correr, pero que no parase. Al poco se corrió señalando su orgasmo con un largo estertor.

-aaaaaaaaaaagggggggggggggggggggggg. No pareess.

Cuando su orgasmo termino, se apartó de mí, quedando un rato en silencio, mientras mi polla seguía enhiesta.

De repente, se lanzó sobre ella y me hizo una mamada rodeando el glande con los labios y moviéndose como si su boca fuese un coño al que me follaba con la punta, mientras su mano agarraba mi tronco para masturbarme con rapidez.

Ya no pude aguantar más y solté la poca carga que me quedaba en su boca, que ella tragó sin rechistar, limpiándome la polla después.

Yo quedé rendido en la cama, ella se metió en el minúsculo baño al tiempo que se quitaba el corto camisón que rodeaba su cuello. No me di cuenta de más. Me quedé dormido y ni siquiera supe si se acostó o qué hizo.

No sé el tiempo que llevaría durmiendo, cuando me despertaron unos golpes en la puerta. Prácticamente dormido me levanté y la abrí, encontrándome con Julián. Los dos nos quedamos momentáneamente parados, hasta que dije:

-Hola Julián. ¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?

-Maldito cabrón. Hijo de puta. ¿Qué haces con mi mujer?

Mientras decía eso, vi su puño dirigirse hacia mí, y al no poder evitarlo, sentí el impacto en mi mandíbula seguido de otro en mi cara y dejé de sentir y pensar. Caí en un negro pozo y no me enteré de nada más.

Cuando desperté entraba poca luz por el ventanal (Luego resultó que era una lámpara de mirar radiografías que mantenía la habitación en penumbra). Intenté moverme, pero un agudo dolor en mi costado lo impidió al tiempo que unas grandes náuseas atenazaban mi garganta y estómago. Mover la cabeza también resulto imposible por el dolor. Solamente pude mirar lateralmente con un solo ojo, pues el otro no lo podía abrir. En la habitación estaban mi mujer, nuestros vecinos Sofía y Julián y el oficial médico del barco.

Al principio me encontré desorientado, sin saber que pasaba, ni reconocía el lugar, por lo que pregunté:

-¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy así?

El primero en hablar fue Julián:

-Perdona Jorge, pero fue un gesto impulsivo. Cuando te vi abriendo la puerta de mi camarote desnudo, pensé que mi mujer y tu estabais follando y poniéndome los cuernos, y mi primer impulso fue partirte la cara, pero con la mala suerte que caíste hacia atrás y te golpeaste en la cabeza con alguna parte de la cama.

-¿Y por qué me duele el costado también?

Mi mujer se puso a llorar desconsolada. Entonces continuó el oficial médico.

-Al parecer, con el alboroto que se armó, se despertó su esposa y se acercó. Cuando le vio en el suelo desnudo, pensó lo mismo que su vecino y le dio algunas fuertes patadas en su costado, dando gritos de hijo de puta Infiel y cabrón, que fue el momento en que llegué yo, que me encontraba haciendo una ronda por el barco.

Y continuó.

Al parecer, se equivocó de habitación y se metió en la de su vecino. Su esposa estaba durmiendo y no se enteró de nada, hasta que llamaron a la puerta, abrió usted y sucedió todo.

Mi mujer se lanzó hacia mí, llorando y me abrazó pidiendo que la perdonase. Mis gritos debieron sonar en todo el barco. El dolor en mi cabeza y costado fue terrible. La retiraron mientras seguía pidiendo perdón. No se ya si por las patadas o por el daño actual.

Me informaron de que estaba en la enfermería del barco y que me mantendrían 24 horas en observación y reposo. La tarde paso entre breves intercambios de frases y largas cabezadas de sueño.

A todo esto, se hizo la hora de cenar y les pedí que se fueran ellos, que yo me quedaba solo, pero mi esposa no quiso y acordaron que Julián se iba a su camarote a descansar un momento, pues no había dormido nada, mi esposa a buscar algo de comida para ella y algo ligero para mí y Sofía insistió para quedarse mientras tanto por si necesitaba algo.

No hicieron nada más que salir, cuando ya estaba metiendo mano bajo la ropa de cama y agarrando mi polla, que increíblemente se encontraba en estado de semierección, y empezó a masturbarme, consiguiendo en segundos una nueva y completa erección.

-Perdona, -le dije- me equivoqué de habitación y como habíamos decidido mejorar nuestra relación sexual, pensaba que mi mujer, en contra de su costumbre habitual de dormir con pijama, se había puesto ese camisón para excitarme. Empecé a acariciarte y como respondiste rápidamente, ya no se me ocurrió pensar que eras otra, además, al hablar bajito, tampoco pensé que la voz pudiera ser extraña.

-Tú también deberías perdonarme a mí. Mi marido tiene problemas de erección. Tiene que tomarse dos viagras para que se le ponga casi dura y podamos follar. Anoche me calentaron las conversaciones que tuvisteis vosotros y los gemidos de los que estaban follando cerca. Me puse el camisón “de guerra”, porque yo también duermo con pijama. Cuando entraste me estaba haciendo un dedo, y cuando noté tu polla más dura que nunca, tenía que aprovechar la ocasión. Luego, cuando me dijiste que no te habías tomado las pastillas, pensé en que tenía otra oportunidad, por eso te las di. ¿No te extrañó?

-Sí, porque su formato era distinto, pero como tomo unas vitaminas y dijiste que las habías comprado tú, pensé que serían de otro laboratorio, como me pasa a veces. Ahora tengo claro por qué se me ponía dura tan pronto y tantas veces. Todavía no se me han pasado los efectos, por lo que veo.

-Eso te lo voy a arreglar en un momento.

Apartó la ropa de cama y empezó a lamer mi polla con placer pero no con técnica. Cuando llegó al capullo se lo metió en la boca, mientras cogía el tronco con una mano, se metía y sacaba el glande de la boca como si estuviese follándosela con él, al tiempo que su mano subía y bajaba pajeándome.

Intenté tomar la cabeza con mis manos para guiarla, pero el dolor al moverme me hizo desistir, por lo que tuve que darle alguna indicación.

-Ooooooh. Métetela entera, chúpamela bien.

Ella lo intentaba, pero escasamente se metía algún centímetro más.

-Mmmmmmmm. Los huevos, chupa y acaricia mis huevos…

Con buena voluntad, acarició mis huevos, pero ni la postura ni mi situación eran propicias para colocarse bien. La mujer hizo lo que pudo, que para mí, comparado con lo que tenía de antes que era nada, fue muchísimo, por lo que no tardé mucho en correrme.

En ningún momento retiró el glande de su boca, y se tragó todo lo que salió. Cuando ya no quedaba nada y la había dejado limpia, fue al baño a lavarse y yo me quedé dormido.

Me despertó mi mujer suavemente, avisando de que ya estaba la cena, que debía tomarla ahora que estaba caliente y que debería tomar un calmante para pasar la noche tranquilo. Así lo hice. Cenamos cada uno lo de su bandeja. Ella me ayudó a tomar un poco de caldo y la pastilla, dejándome una tortilla y un yogurt sin tocar, y luego cenó mientras la miraba, después de insistir mucho en que fuese al restaurante con los vecinos.

Luego puso un silloncito junto a mi cama, se sentó, apoyó su cabeza y sus brazos sobre la cama y se quedó mirándome en silencio.

-Duérmete. –Me dijo.

-Llevo durmiendo toda la tarde. ¿Por qué no me la chupas un poco para relajarme y dormir mejor?

-No cambiarás nunca. Eres un cerdo y lo seguirás siendo.

Yo no tenía ganas, pero quería tantearla, así que lo dejé y me dediqué a dormir.

Al día siguiente lo pasé en la cama acompañado alternativamente por mi mujer, Sofía y Julián, que me hacían compañía a ratos. No ocurrió nada en especial. Con Sofía aclaramos más puntos sobre lo que había pasado, Julián, lo mismo. Me pidió nuevamente perdón, y tuve que decirle que yo habría hecho lo mismo si me encuentro a un hombre desnudo que abre la puerta de nuestra habitación, estando mi mujer dentro. Mi mujer también me pedía perdón. Que no había pensado en lo despistado que soy y que me iba a compensar. Etc. Etc.

A media tarde pude levantarme un rato y aprovecharon para llevarme a nuestro camarote, donde descansaría mejor. Ya a última hora de la tarde conseguí levantarme nuevamente y sentarme para cenar algo y tomar los calmantes. Lo que fue celebrado por mis vecinos, que pasaron a verme antes de ir a cenar. La noche igual, pero sin intento de mamada ni meter mano.

Al día siguiente, al despertar, estábamos ya atracados en el primer puerto de destino. Mi mujer y Julián cogieron la documentación del viaje y del seguro y fueron a preparar nuestro regreso a España. Sofía se quedó para cuidarme.

No deberían haber salido todavía del barco cuando ya estaba totalmente desnuda abriendo la cama y sacando el pantalón de mi pijama, que era la única prenda que llevaba. Se colocó entre mis piernas, tomó mi polla y se puso a hacerme una de sus particulares mamadas, consiguiendo que se me pusiese lo suficientemente dura en poco tiempo.

-¡Qué maravilla, hace años que no conseguía tener a mi disposición erecciones así!

Y al tiempo que lo decía, se colocaba de rodillas sobre mí y, tras decirle “con cuidado, por favor”, se la fue metiendo poco a poco hasta que nuestras pelvis chocaron, entonces comenzó a moverse atrás y adelante, haciéndola resbalar por toda su raja y llenándola de flujo.

Yo no podía moverme, pues cada intento me producía dolores, por lo que mi excitación mental subía por momentos, mientras que los pausados movimientos sobre mi polla me hacían desear mayor acción sobre ella.

-Me gustaría acariciarte, pero no puedo.

Ella se inclinó sobre mí, sin apoyarse, y comenzó a frotar sus tetas por mi pecho, sin dejar de mover su culo.

-Ya venía caliente pensando en lo que te iba a hacer, pero esto me está llevando al límite. No sé si podré esperarte. –Me dijo.

-Córrete cuando estés lista, no te preocupes por mí.

-Ooooooh. Me estoy aguantando.

Yo sentía la fuerte presión de su coño y el roce sobre mi polla, pero la lentitud de los movimientos me impedía alcanzar mi propio orgasmo. De repente, se la sacó, se dio la vuelta y volvió a metérsela de nuevo. En esa posición yo sentía menos roce, pero para ella debía ser más intenso.

– Oooooops. Oooooops. Oooooops. Oooooops. ¡No puedo más! Me corrooooo.

– Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh.

Su orgasmo tuvo que ser intenso. Se dejó caer sobre mis piernas y estuvo un rato quieta, moviendo muy despacio su culo, dejando salir algún centímetro mi polla para volver a meterlo seguidamente de nuevo.

Poco a poco fue acelerando de mientras volvía a gemir de placer. Su coño volvía a soltar gran cantidad de flujo, que caía sobre mis huevos. Estaba a punto de correrme, cuando se la sacó, volvió a darse la vuelta y siguió follándome nuevamente sobre mí, rozando mi pecho con sus pezones una y otra vez, además de mover su culo atrás y adelante.

Ver mi polla cómo iba entrando y saliendo en su coño, sentir el roce de todo mi tronco contra su raja y su clítoris me acercaba al climax, pero cuando intentaba moverme para acelerarlo, el dolor en mi cabeza, costado o ambos a la vez me bajaban varios puntos la libido. La beneficiada era Sofía pues se corrió dos veces más, antes de sentirse cansada y decirle “termíname con la boca”, cosa que consiguió rápidamente, a pesar de su pésima técnica, gracias a la excitación que ya tenía.

Fue un orgasmo memorable. Mientras me corría le cogí la cabeza con ambas manos para clavársela hasta lo más profundo y soltar allí todo lo que llevaba, en una corrida larga e intensa. Cuando terminé, no había ninguna parte de mi cuerpo que no me doliese.

Ella tosió, soltó algunas babas mezcladas con esperma, pero se limpió la boca con la mano y, sonriendo, se fue a lavar al baño.

Cuando salió me dijo:

-Esto hay que repetirlo más a menudo.

Y cogiendo mi teléfono se puso a introducir su número en la agenda, mientras decía:

-Este es el número de mi casa. Puedes llamarme sin problemas entre las 8 y las 14 horas, pero ¡no te equivoques! Ja. Ja. Ja. Ja. Ja. Ja. Solo en ese horario. El resto puede estar mi marido en casa.

-Pon como nombre TRABJO DEPTO. PUBLICIDAD. Así podré decir que es el teléfono del departamento de publicidad del trabajo. No existe y siempre puedo decir que es una empresa externa. Con lo despistado que soy, mi mujer puede enterarse antes de que empecemos.

Un rato después, vinieron nuestros cónyuges con todo preparado. Una camilla y una ambulancia me trasladaron hasta el aeropuerto y un avión Jet, preparado para ello, nos trasladó a España, donde me hicieron una nueva revisión médica y me enviaron a casa con reposo absoluto.

Ayer salí solo un momento y pude comprarme un teléfono de prepago. En la prensa localicé un apartamento barato, cerca de mi trabajo y bien comunicado con la vivienda de ella, que puedo mantener, pues mis ingresos no son fijos todos los meses por las comisiones añadidas, pero todavía no sé qué hacer. Me afligen innumerables dudas.

¿Y si se entera mi mujer? La quiero y no querría separarme de ella, pero anoche le dije de hacer algo, aunque solamente fuera tocarnos y me contestó que esperase un poco, que todavía no estaba preparada.

¿Y si no estoy a la altura de lo que ella espera? Durante aquellos días follamos varias veces, pero… ¿Podré repetirlo?

¿Y si nos pilla el marido? Tiene la fuerza de un caballo. Si me pilla, seguro que me mata.

Usted que me está leyendo, ¿Qué opina? ¿Qué haría en mi lugar? Espero y agradezco sus comentarios.

Relato erótico: “Ejecutiva y Puta” (PUBLICADO POR SR-G)

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La historia que e voy a relatar es 100% real; aviso que no soy escritor pero me excita volver a rememora estos momentos y hechos que  sucedieron hace ya 8 años. En esa época era yo consultor de empresas en Montevideo. Mi trabajo consiste en estudiar la situación general y estudiar posibles alternativas para sacar adelante el negocio de mis clientes, ya sea reflotando la egresa, vendiéndola o ver de que manera se pierde menos.

 

En uno de estos casos fue que conocí a Clara. Era ejecutiva en una de las empresas con quienes mis clientes tenían negocios y me toco intervenir en las negociaciones de venta.

Físicamente no era muy atractiva, 40 años, mas bien delgada, pelo lacio y muy negro, cejas tupidas con ojos grandes, senos pequeños pero firmes al igual que su cola.

Desde el principio ambos teníamos claro que era mi cliente quien necesitaba vender, por lo que a ella se la veía muy segura en la negociaciones y hasta bastante intransigente. Ya llevábamos 3 o 4 reuniones, las que generalmente realizábamos en la oficina que me habían destinado temporalmente.

 

La reunión en cuestión estaba siendo particularmente difícil ya que sus exigencias eran tales que no veía un final feliz a mis negociaciones por lo que iba a perder más de 2 meses de trabajo y bastante dinero. Me encontraba bastante frustrado por ese motivo por lo que con la excusa de pedir un café. Salí de la oficina a consultar con mis clientes quienes me dijeron que en esas condiciones el negocio no salía y que se iba todo al carajo.

Volví entonces con ambos cafés para ver que odia rescatar pero sin ninguna esperanza de lograr algo y ya medio encabronado con la situación.

Al entrar repare en que Clara se encontraba estirada sobre el escritorio por lo que se le marcaba la tanga por encima de la pollera, me dio un poco de morbo, luego repare también en que estaba husmeando en mis documentos que había dejado sobre el escritorio a lo que le reclame  ¡¿que haces?! Y la pobre tuvo tal sobresalto que tiro gran parte de lo que había sobre el escritorio y replico totalmente avergonzada –perdón solo estaba tomando un bolígrafo- me respondió colorada de cara.

 

Ahora era yo el dueño de la situación y me percate de ello inmediatamente y decidí intentar sacar provecho. Me senté cómodamente en mi sillón y comencé a escrutarla sin ningún tipo de pudor, a lo que ella se sentía cada vez mas incomoda y nerviosa.

Seguimos conversando pero estaba cada vez mas convencido que no llegaríamos a un acuerdo y el negocio se caería por lo que ya no le estaba prestando casi atención al negocio y si a la “chica”; en cierto momento con ella aun visiblemente turbada fue a dejar el pocillo sobre el escritorio cuando accidentalmente (jeje) le moví una carpeta y todo el contenido fue a dar sobre el escritorio y mis pantalones. A lo que me pare como un rayo e inconscientemente  le grite ¡estúpida que haces! Y ella rápidamente tomo un pañuelo y comenzó a tratar de limpiar el desastre jajaja eran papeles que ya eran totalmente inútiles.

Me retire del escritorio para dejarla hacer mientras la seguía observando y se deshacía en disculpas

 

C – perdón, fue un accidente, en un momento se lo arreglo-

Yo – Y mis pantalones, también se ensuciaron.

 

A lo que sin pensarlo se dio vuelta y comenzó a pasarles el pañuelo para tratar de quitarles la mancha y yo enseguida a marcar el bulto sin poder evitarlo.

La muy zorra se percato de eso pero continuo con su tarea como si nada y en determinado momento al verla arrodillada ante mi e intentando limpiar mis pantalones  decidí jugármela el todo por el todo y tomándole la mano la puse sobre mi verga le dije

 

Yo -acá también tenes que limpiar-

C- pero que te crees-

Yo- limpiá te digo-con la cara desencajada.

 

Ella dudo un instante que me parecieron horas y luego comenzó a refregarme la verga sobre el pantalón sin miarme a los ojos a lo que le ordene – sacala- y ella como un autómata bajo el cierre y busco hasta tomar mi verga con su mano y comenzó a pajearme siempre sin mirar y arrodillada ante mi.

Sin que se diera cuenta tome mi celular y comence a filmarla en su tarea hasta que sin previo aviso eyacule frente a ella manchándole su blusa y parte del pelo.

 

C-que haces, no me avisaste, mira como me dejaste-

Yo –ja si estas preciosa

C –tarado y ahora como me limpio

Yo – mira te tengo filmada en el celular si no queres líos te limpias y te vas calladita que sino subo este videito a la web.

 

Se abalanza sobre mi para intentar arrebatármelo y diciendo que eso la arruina y que su carrera y no se cuantas cosas mas.

La tomo de la muñeca y le miro fríamente a los ojos y digo en voz muy baja

 

Yo- tranquila si te seguís portando bien mañana lo borro y estamos en paz y ahora vete y luego hablamos.

 

A lo que tomo sus cosas y salio hecha una fiera.

Al otro día me manda un mensaje que decía “buenos dias espero que ya lo hayas borrado”

A lo que contesto “aun no, me lo estoy pensando” 

Y enseguida le escribí “venite en 1 hora a la oficina y terminamos nuestros negocios”

 

A la hora exacta me anunciaron su llegada y la hice pasar sin levantarme de mi escritorio simplemente dije

Yo – toma asiento

C – buenos días, aquí estoy

Yo – déjame terminar.

 

Cinco minutos después levanto la vista y le sonrío pero me quedo observándola detalladamente y veo que nuevamente se ruboriza y baja la vista

 

C – quiero que borres la grabación y todas las copias que hayas hecho, lo de ayer fue un error, no se que me paso etc,etc

 

La deje hablar para luego interrumpirla con un ademán.

   

Yo – lo hecho ya esta hecho ahora debes hacerte cargo de tus actos y terminar lo que hemos empezado.

C – ya te hemos pasado nuestras condiciones y ahora tu me debes dar una respuesta

Yo – no te hagas la tonta que sabes a que me refiero.

 

Ahora observé que si estaba muy nerviosa e incluso se le notaban sus pezones duros debajo de la blusa.

Camine hacia ella y la tome por los hombros y la hice darse vuelta para tenerla frente a mí y mirando sus senos dije

Yo- hay cosas que no podemos ocultar, ya sabes que vas a ser mía lo estas deseando.

 

Le comienzo a acariciar su pelo y desciendo mi mano hasta sus pezones que cada vez se le marcaban más se los aprieto suavemente con una mano y con la otra le tomo la suya para colocarla sobre mi verga ya dura.

 

Yo – ahora podes seguir donde quedamos ayer

Se lo piensa un momento y me dice

C – después borras el video

 

Y comienza a acariciarme de nuevo y a masturbarme.

La tomo por la nuca y la empujo hacia la verga, al principio pone un poco de resistencia pero al final afloja y la comienza a chupar lentamente.

 

Yo – asi, asi mmm

 

Y me la comienzo a coger por la boca lentamente, en un momento para y me dice –tranca la puerta-

 

Yo – calláte y seguí, deberías haberlo pensado antes

C – dale por favor hago lo que me pidas

Yo – ok, como tu quieras

Y luego de trancar la puerta

 

Yo – desnúdate.

C – ¿Qué estas loco?

La tome del pelo firmemente y le digo- desnudate te dije- la pollera y la tanga ahora-

Se saca la tanga y la tomo por la cintura para que se incline sobre el escritorio y sin aviso se la meto entera a lo que ella responde solo con un –BUFFF-

 

Yo – Ah puta estas empapada y te haces al difícil, esto es lo que querías Puta-le digo al oído.

C – siiii, dale mas fuerte hmmm. Que lindo cojeme duro.

Yo – callate y concentrate solo en tu concha que esta bien apretada y jugosa.

 

En tres minutos ya estaba corriéndose como una yegua en ese momento le apreté fuertemente los pezones y si no es que la tenia agarrada se cae al suelo.

No paré de metérsela y cuando estoy por correrme la doy vuelta y se la meto en la boca nuevamente.

Yo – Tragate todo y que no se caiga nada al suelo que sino vas a tener que lamerlo PUTA

 

Se la metí hasta que topo su nariz y comencé a eyacular hasta que me quede seco.

Yo – dejala bien limpita

 

Después que terminó le digo

Yo- vestite y andate que luego hablamos, el tanga se queda en mi escritorio.

Se vistió se arreglo y salio sin decir palabra.

 

 

CONTINUARA con otros encuentros que tuvimos

 

Les dejo mi email para recibir sus comentarios e intercambiar opiniones amosdt@gmail.com

 

Julio


Relato erótico: “De otra etnia” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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De otra etnia

Un vestido muy especial, sin duda, con una muy corta, falda de vuelo, salen de la cintura hacia arriba dos bandas de tela en forma de triangulo, cuyo vértice superior se prolonga convirtiéndose en una simple cinta que se anuda en la parte trasera del cuello, para unirse por la espalda de nuevo a la falda, pero casi al principio del coxis. Todo ello conformando lo que se denomina escote en V, pero en una enorme V que parte casi diez centímetros debajo del ombligo, y con brazos tan abiertos que, si ya normalmente dejan ver gran parte de los senos, si se ahuecan a cualquier movimiento, dejan ver no solo parte, sino el pecho entero.

Aquella noche lo estrenaba para ir a una discoteca que no conocía y de la que me habían mandado una invitación. Me lo puse, a pesar de que iría sin pareja, lo cual no dejaba de ser casi una locura puesto que el vestido era tremendamente atrevido, aunque me hacía ver realmente espectacular, y esa impresión se confirmó desde el momento mismo en el que hice mi entrada en el local, puesto que las miradas de todos los hombres se volvieron hacia mi. Busqué con la mirada una mesa libre, y la había, casi al fondo de la sala y a solo dos filas de la pista, aunque al mismo borde del pasillo que daba acceso a ella, lo cual me situaba plenamente a la vista.

Sentarme y llenarse la zona de tíos solos fue todo uno, todos esperando una mirada mía, una invitación con los ojos, para acercarse. Ignoré a todos los mirones que, no por ello se alejaban de mi mesa; su espectáculo ya no estaba en la pista de baile, sino en mi cuerpo, todos se habían dado cuenta de las posibilidades y esperaban a que cualquier movimiento mío hiciese aparecer mi pecho desnudo para deleite de sus ojos. Así fue en efecto, al inclinarme hacia la mesa para tomar un cigarrillo, lo que esperaban se produjo, mi escote se abrió por completo mis pechos saltaron a la vista de todos y, al momento, tenía una docena larga de encendedores ofreciéndose para prender mi cigarrillo, mas aún, para ver mis tetas mucho mas de cerca y, al mismo tiempo hacerme un montón de proposiciones de copas y de bailes. No era aún el momento, así que los rechacé a todos, aunque los mas porfiados se quedaron cerca rondando a la que creían su presa.

Bebí mi copa tranquilamente ignorando las miradas hambrientas, fumé un par de cigarrillos con toda calma, mientras recorría con los ojos mi parte del local, antes de decidirme a salir sobre la pista de baile, seguida por la corte de mirones, la mayor parte de los cuales se quedaron al borde de la pista y algunos otros comenzaron a bailar solos, tratando de aproximarse a mi e invitarme a bailar con ellos. Respondí a alguno, siempre bailando suelta, sintiendo sobre mi las miradas quemantes de cuantos nos rodeaban, cada vez que uno de mis pechos, o ambos hacían su aparición; en un momento dado, el mas atrevido de todos ellos me tomó de la cintura, no me rebelé y dejé que juntos iniciáramos un baile cada vez mas cercano, mas lento y mas pegado, sintiendo las manos de mi pareja iban descendiendo por mi espalda hasta llegar al borde del vestido, hasta atreverse a meter las manos bajo él y llegar hasta mis nalgas cubiertas solo por una pequeña tanga. Hasta ese punto le había dejado llegar, era el momento de interrumpir el baile y regresar a mi mesa. A él no le quedaba mas remedio que aceptarlo, y a mi aceptar su invitación a beber una nueva copa, que vino acompañada por una de sus manos abriendo mi escote para llegar hasta mis pechos y acariciarlos. Pretendía que yo llevara mis manos hasta su pantalón y las posara sobre la notoria “tienda de campaña” que se había formado bajo ellos; trataba de trepar con sus manos por mis muslos, de levantar con sus dedo el borde de mi tanga, de llegar con ellos hasta mi sexo que a esas alturas, era cierto, estaba ya bastante babeante, y por ello no le detuve con mis manos cuando llegó a su objetivo, cuando sus dedos abrieron mi vagina y me penetraron, sabía lo que hacer y lo hacía bien, en unos pocos minutos ya me había llevado al borde del orgasmo, y fue lo que tuve en cuanto me senté a caballo sobre sus piernas, mas directamente sobre su polla que admití en mi vagina y tener el orgasmo deseado nada mas sentirla en mi interior. El no había tenido el suyo y trató de continuar para lograrlo, pero allí recuperé mi sangre fría y corté la situación a pesar de que él ya estaba bastante “entusiasmado” y a punto de correrse en mi interior en el momento del parón, de modo que no le sentó nada bien y se levantó enfadado, no sin antes dedicarme algunas expresiones poco amables.

Pasó un rato hasta que me di cuenta de que, en la barra mas cercana, había aparecido un grupo numeroso, en el que destacaban dos personas muy distintas. Todos eran Selenitas, utilizo este término para no especificar ninguna etnia conocida, se veía de lejos, y una de esas personas mas notorias era, desde luego el mas anciano, el que debía ser el cacique o jefe de la tribu, un viejo arrugado, de gesto torvo y con una cara de mala persona impresionante. El otro, por contraste, era sin duda un hombre interesante, de treinta a cuarenta años, impecablemente vestido de blanco, rasgos finos y pelo muy negro atado formando una cola de caballo, alto, un autentico tipazo y además guapísimo.

No tardaron en apercibirse de mi presencia y todos se volvieron para mirarme, para después comentar entre ellos sobre lo que veían. Se agruparon todos en torno al viejo patriarca, que sin dejar de mirarme fijamente parecía darles instrucciones sobre algún tema; bebían y reían agrupados, si bien algunos elementos del grupo se iban disgregando. Vi como algunos se dirigían hacia la puerta saliendo del local, otros tomaban nuevas copas o se acercaban a mujeres que se veían solas, para invitarlas a bailar, solo permanecía en la barra el mas viejo de todos, con un par mas que podrían ser sus guardaespaldas, dado su pinta de matones.

Había perdido el interés por ellos cuando una sombra se proyectó sobre mi mesa y una voz agradable, viniendo de detrás de mi, me saludó con un “hola belleza”. Me volví sorprendida para encontrarme con el hombre de blanco, que exhibía una sonrisa que le hacía parecer mas guapo aún, y bastante mas joven de lo que me había parecido desde lejos. Me dijo que le gustaría conocerme, hablar conmigo, y preguntó si le permitiría sentarse e invitarme a tomar una copa de champagne, cosa que pareció llenarle de satisfacción cuando acepté, y me sorprendió de nuevo con su educación, forma de hablar y tono de su voz, sobre todo cuando inició la conversación hablándome de mi País, cuando supo que soy irlandesa; lo conocía por haber pasado en el largas temporadas, y metidos en esa conversación, no me di cuenta de que habíamos vaciado la botella y un camarero nos servía otra. Tampoco le había prestado mucha atención a mi vestido, y menos a mi escote que, ahora me di cuenta, lucía abierto al máximo, y mis pechos totalmente descubiertos. Pensé en cerrarlo, pero sus manos me lo impidieron con suavidad cuando traté de hacerlo, aprovechando para hacerme una caricia sobre ellos. Sus manos eran cálidas, agradables al tacto y era un experto en hacerte sentir, porque en pocos momentos me sentí totalmente excitada, mas todavía cuando aproximó su cara a la mía para darme un beso impresionante. Le abracé como si de un salvavidas se tratase y me estuviera ahogando, le sentía en todo mi cuerpo mientras mis brazos rodeaban su cuello y me pegaba a él, sentí el calor y la musculatura de su pecho al aplastarlo contra el mío, sus manos subiéndome la falda, tropezando con el hilo de mi tanga, haciéndolo a un lado para buscar mi vagina y mi ano con sus dedos expertos. Como en medio de un sueño sentí que algo extraño sucedía en torno nuestro, y así era en efecto, otra mano subía por mis muslos y él solo tenía dos; abrí los ojos volviendo a la realidad y allí estaba, uno de sus amigos, le había visto formando parte de su grupo, se había sentado a nuestra mesa y con todo descaro me estaba acariciando hasta que aparté su mano con disgusto y tiré del hombre de blanco para llevarlo hasta la pista de baile y separarnos del otro que reía a grandes carcajadas. En la pista me hablaba para tranquilizarme, excusó a su amigo alegando que estaba bebido, me abrazaba con fuerza y, sin dejar de bailar, se colocó a mi espalda para abrir totalmente con sus manos el escote de mi vestido y agarrar mis pechos con ellas, las apretaba, pellizcaba mis pezones que se habían vuelto duros como piedras. Yo me sentía como en una nube, de la cual me hizo bajar la presión de otro cuerpo sobre el mío, el mono rijoso que había venido a nuestra mesa y ahora que su amigo me tenía agarrada por la espalda, aprovechaba con toda su cara para abrir mi escote por entero y subirme la falda hasta la cintura; reaccioné propinándole un furioso empujón con mis manos, al tiempo que trataba de volverme hacia mi pareja de baile; lo conseguí, para encontrarme que su boca se pegaba a la mía y su lengua la penetraba, me abrazaba con fuerza sin dejar por ello de besarme. Estábamos en medio de la pista y en absoluto se cortaba en lo que hacía, y ahora sentí como sus manos hacían algo detrás de mi cuello, no caí en ello hasta darme cuenta de que, lo que había hecho era desatarme la lazada de la cinta que sostenía mi vestido; no había realmente peligro de que se viera nada, en la medida de que mi pecho estaba apretado contra el suyo, era cuestión tan solo de no separarme, cosa en la cual tampoco él parecía tener mucho interés, ya que sus besos eran cada vez mas apasionados. Inmersa en esa euforia, tampoco me di cuenta de que otra vez el rijoso se había pegado a mi, esta vez a mi espalda, y que con una navaja había cortado las cintas de mi tanga y me la quitaba, tan solo lo noté cuando sentí unos dedos que separaban mis nalgas y los labios de mi sexo, cuando algo grueso presionaba sobre ellos abriéndolos, cuando sin poder evitarlo por la tenaza con la que me tenía sujeta el hombre de blanco, la verga del rijoso me penetró de un golpe. Grité y me debatí, pero era inútil, el ruido de la música elevado al máximo impedía que mi voz se oyera. Tampoco nadie podía verme, en torno nuestro había formado un apretado circulo el grupo entero de Selenitas que reían y jaleaban a sus amigos mientras uno de ellos me mantenía en vilo y el otro con su polla bombeaba en mi interior hasta correrse, siendo lo mas extraño y salvaje que pasados los primeros minutos de sentirme violada, mis sentimientos cambiaron, de alguna manera y siendo la situación tan extraordinariamente morbosa, me empezaba a sentir cada vez mas excitada; el de blanco continuaba besándome con pasión, jugaba con mis tetas, me acariciaba sin parar, mientras su compañero estaba aferrado con sus manos a mis caderas y con su polla entrando y saliendo a gran velocidad en mi vagina, y cuando el que me estaba penetrando se corrió dentro de mi, me fue imposible contener el brutal orgasmo que me sobrevino.

Entre aplausos y vítores por su hazaña, deshicieron el circulo que había en torno nuestro y entonces me di cuenta de que el local estaba totalmente vacío, a excepción del grupo de Selenitas y yo. No se como habían hecho para echar a todo el mundo, pero así era, todo lo habían dispuesto para disfrutar ellos solos y a tope, por lo que me imaginaba seguiría, y así era, en efecto, pues entre varios me llevaron hasta un sofá en el que me acostaron y mantuvieron mientras veía como el hombre de blanco se desnudaba; yo ya lo estaba, de modo que al momento sentí como separaban mis piernas mientras el hombre metía su cabeza entre ellas para llegar con su boca hasta mi sexo comenzando a lamerlo y buscando mi clítoris con la lengua. Lo encontró, que duda cabe, y con sus lametones yo me iba excitando por momentos, había olvidado el lugar y la gente que nos rodeaba, solo sentía cada vez con mas fuerza, que mi cuerpo me ardía, que se me contraía en espasmos violentos, en un brutal orgasmo que me dejó sin fuerzas, aunque para él no fue lo mismo puesto que sentí como su boca me abandonaba, que su cuerpo entero se pegaba al mío y que su verga implacable se clavaba en mi, me penetraba hasta lo mas profundo y yo respondía avanzando mis caderas hacia él, siguiendo el compás que me marcaba, queriendo devorarle con mi sexo para conseguir que nunca terminase. Una vez, dos, tres, no se la cantidad de orgasmo que pude sentir ni los que él tuvo, su semen rebosaba de mi, el sofá estaba empapado, como lo estábamos ambos y a tenor de lo que veía y sentía, los dos teníamos ganas de mas, aunque a él le costó un poco mas trabajo poder continuar, ahora era yo la que había atrapado su polla con mi boca y la hacía entrar literalmente hasta mi garganta, lamí sus testículos, la cabeza y todo el tronco de aquella verga que me encantaba cada vez mas, y pronto me di cuenta de que en muy poco tiempo estaría dispuesta para entrar de nuevo en acción. Al momento sus manos levantaron mis piernas, haciendo reposar mis talones sobre sus hombros, y en aquella postura comenzó a presionar mi esfínter que, empapado como el resto de mi, le permitía la entrada sin ningún esfuerzo y hasta hacerme sentir que estaba llena de él.

Tampoco sus amigos estaban inactivos, varios de ellos acercaban sus vergas desnudas a mi cara tratando de meterlas en mi boca, cogí dos sin saber a quienes pertenecían, y alternativamente las iba chupando al tiempo que les masturbaba con mis manos. Sabía que no debía hacerlo, que con ello todos querrían follarme y aquello se iba a convertir en una enorme orgía, mas todavía de lo que ya era, y sin embargo, acariciaba y lamía con ansias aquellas dos vergas que tenía en mis manos, hasta hacer que casi al mismo tiempo se corrieran descargando su semen, uno sobre mi cuerpo y el otro dentro de mi boca que lo tragó sin perder una gota. Los dos se retiraron, como también el que me había follado y, de inmediato otros ocuparon sus lugares, siguiendo sin parar hasta un rato después, en el que aparecieron unas cuantas chicas, con lo que dejé de ser la única mujer y pude descansar un rato.

Me había quedado medio adormilada sobre un sofá, cuando me despertaron para continuar la fiesta, y la persona encargada de hacerlo fue una de las chicas que habían llegado. Lo hizo a su manera, porque lo que realmente me hizo recobrar la consciencia, fue precisamente el sentir que estaba a punto de perderla, con un nuevo orgasmo  provocado esta vez por el juego de su lengua en mi clítoris, y sus dedos entrando y saliendo en mi vagina.

Todo el local se había convertido en una monumental orgía, ya nadie debía saber con quien o a quien follaba, cuando alguien a gritos pidió silencio y habló desde el centro de la pista para proponer mas morbo aún del que ya había. Decidió que seríamos las mujeres las que elegiríamos pareja entre los hombres, y tendríamos que llevar la iniciativa para hacer con él lo que cada una quisiera, sin límites de acción o tiempo. A su señal comenzó el juego y yo elegí al mas bello, aquel que había llegado vestido totalmente de blanco y dado origen a que me violara el primero. Aquel hombre tendría que pagar y penar por todo lo que estaba pasando aquella noche, y para ello tendría que utilizar las mismas armas que ellos habían utilizado contra mi, el sexo, pero llevándolo a extremos que ellos ni siquiera habían soñado.

Pedí habilitaran con almohadones, una especie de cama en el centro de la pista, que se vistiera con su traje blanco y me devolvieran el vestido que tiempo atrás habían hecho desaparecer. Vestida, maquillada de nuevo, con los cordones que cierran el vestido casi sueltos, haciendo que aún el leve peso de la tela abriese un enorme escote, por el que a cada movimiento aparecían mis tetas volviéndose a ocultar a mi capricho comencé a bailar alrededor de la cama improvisada que ocupaba el centro de la pista. Mis movimientos, cada vez mas sensuales, eran acompañados por las caricias de mis manos sobre mi cuerpo y, poco a poco, estaba consiguiendo que se hiciera un silencio general, solo se oía la música, y todas las miradas estuviesen pendientes de mis movimientos. Así fui recorriendo el circulo formado, me detuve ante todos y cada uno de los presentes, hombres o mujeres; cada uno de ellos recibió sus caricias, un beso, una caricia sobre su cara, su pecho o su pantalón a la altura de la bragueta. A otros, atraía sus manos hasta llevarlas a mis pechos abriendo mi escote. Todos participaron, todos menos el hombre de blanco, al cual simulé ignorar por completo, al tiempo que se hacía mas denso el ambiente.

Di el paso siguiente, sin cesar de bailar me fui quitando la braga lentamente, y dejándola caer al suelo, continué acercándome a cada uno de los machos expectantes, tomaba sus manos para posarlas sobre mi sexo, les incitaba a que me acariciasen, a que con sus dedos me penetrasen, pero evitando la brusquedad y la violencia.

Al fin me dirigí al hombre de blanco que intentó decir algo, no sé qué, puesto que le tapé la boca con mi mano. Con toda calma le fui desnudando completamente, le conduje a la cama improvisada en el centro de la pista, e hice que se tumbara en ella boca arriba.

Me dirigí entonces a una de las mujeres, la mas llamativa y espectacular de entre ellas, y tomándola por la mano la conduje a la cama. La desnudé completamente e hice que se sentara sobre el cuerpo del hombre, sobre su verga erguida, que debió estar enorme, viendo la cara de dolor que puso la chica, aunque tampoco debió ser demasiado, porque enseguida comenzaron los dos a moverse como poseídos. Había llegado el momento de animar las cosas, así que hice que, entre varios de ellos me desnudaran y me sentaran sobre la cara del hombre de blanco, estableciendo el contacto de su boca con mi sexo que, de inmediato, comenzó a lamer y tratar de penetrarme con su lengua. No me dediqué a él, sin embargo, sino a la chica que tenía empalada; tomé sus senos con mis manos y los llevé a mi boca, lamí y mordisqueé sus pezones, besé sus labios y penetré su boca con mi lengua, con lo que ella se volvía loca al contacto mío y de la verga que no cesaba de bombear dentro de ella.

También yo me estaba volviendo loca, la lengua del hombre de blanco no había cesado ni un segundo de lamer mi clítoris, mi sexo chorreaba y de pronto me sentí totalmente empapada, chorreando jugos vaginales mientras me retorcía sobre él al sentir la llegada de un fortísimo orgasmo que nos atrapó a los tres al mismo tiempo.

El juego o la batalla no había terminado por mi parte, aun que tardé unos minutos en recuperar las fuerzas, mientras que el hombre y la mujer parecían haberse quedado secos, por lo que modifiqué mi postura y me volqué sobre él para tomar su sexo con mi boca y hacerlo penetrar hasta lo mas profundo de mi garganta al tiempo que con las manos le masturbaba y mordisqueaba sus testículos. A los pocos minutos, su verga había recuperado toda su dureza, había llegado el momento nuevamente de cambiar de postura, y esta vez fue mi ano el que coloqué sobre su polla; me dejé caer bruscamente sobre ella quedándome sentada literalmente sobre sus huevos y el efecto fue impresionante porque no pudo hacer el menor intento para contenerse y nuevamente su semen desbordó de mi cuerpo.

Hice señal a varios de los hombres que rodeaban la cama, todos estaban desnudos y cada uno se masturbaba o masturbaba al hombre o la mujer que tenía mas cerca. Su primera intención fue la de meterme sus pollas en la boca, pero fueron mis manos las que las tomaron, las que comenzaron a masturbar a varios, las que dirigieron sus pollas hacia la boca del hombre que había estado vestido de blanco, las que hicieron que varios se corrieran sobre él, la que hice que uno de ellos viniera sobre mi y me penetrara acostada sobre el ex hombre de blanco, la que recibió el semen de aquel hombre para, a continuación, dejarlo caer de mi vagina sobre la boca abierta y jadeante de ese hombre de blanco, para después hacer que entre varios de sus compañeros le pusieran en la cama boca abajo y uno detrás de otro le sodomizaran durante horas, mientras yo follaba con todos y cada uno de los presentes, hombres y mujeres.

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 5” (POR GOLFO)

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Había decidido que esa noche no pasara sin castigar la insolencia de Azucena. Por ello, dejé a María descansando y me acerqué al cuarto donde en teoría, su madre debía de estar durmiendo sin esperar mi llegada.
¿Dormida? ¡Mis huevos!
En cuanto crucé la puerta, supe que esa zorra sin escrúpulos estaba más que lista para recibir mi visita, al encontrármela en mitad de la habitación, atada a unas cadenas que colgaban del techo y con una venda que le tapaba sus ojos.
A pesar que debía saber que había llegado, la cuarentona no hizo ningún movimiento que la delatara sino que se mantuvo inmóvil, mientras con todo detenimiento me ponía a juzgar el tipo de hembra que la casualidad había querido que cayera entre mis manos.
«Hay que reconocer que sabe cómo poner bruto a un hombre», me dije al valorar la escena y no era para menos porque además de la postura en que la encontré, esa mujer se había puesto un camisón de encaje transparente que realzaba el erotismo de su indefensión.
Durante un par de minutos, me abstuve de hacer ruido mientras recreaba mi mirada en el estupendo culo con el que la naturaleza había dotado a esa puta.
«Tiene unas nalgas dignas de un mordisco», sentencié ya excitado y sin que nada ni nadie me lo impidiera, me agaché ante ese monumento y acercando mi boca, con mis dientes le hice saber que estaba en presencia de su amo.
Azucena ni siquiera se quejó al sentir el duro bocado con el que la regalé sino que luciendo una sonrisa de oreja a oreja, alzó su trasero dando muestra que estaba encantada con ese tratamiento.
La entereza de esa mujer me permitió mordisquear a placer los recios cachetes que formaban su trasero hasta que con mis ganas de venganza ya apaciguadas, renació en mí el dominante que llevaba oculto tantos años y es que las señales de mis dentelladas sobre su blanca piel aguijonearon mi lado perverso, haciéndome disfrutar como nunca de la sumisión de una mujer.
Más tranquilo, me puse a inspeccionar el artilugio al que voluntariamente se había atado. Fue entonces cuando me percaté que esas cadenas estaban unidas a una polea y que si hacía girar una manivela, la morena se vería suspendida en el aire.
El deseo se acumuló en su rostro en cuanto oyó que me acercaba a la pared y aun antes de notar que sus brazos se alzaban por efecto de ese aparato, sus pezones se contrajeron y se me mostraron listos para ser usados.
-Te gusta el juego duro, ¿verdad?- pregunté sin dejar de izar a mi sumisa.
Azucena, con total entrega y mientras sus pies dejaban de estar en contacto con el suelo, contestó:
-Mi amo informó a su puta que iba a castigarla y quise que supiera qué clase de juguetes tenía a su disposición en esta casa.
Su cara reflejaba una lujuria sin par y por ello, esperé a tenerla totalmente suspendida en el aire para examinar la mercancía de la que era propietario. Haciéndola girar como una peonza, disfruté de su sorpresa y sin esperar a que dejara de balancearse, desgarré su picardías dejando a la vista las preciosas tetas que iba a torturar.
-Pareces una vaca lista para ser sacrificada- comenté al tiempo que pellizcaba con ambas manos sus rosados pezones.
La dureza de mis caricias la hicieron boquear pero en vez de quejarse y haciendo gala de un exquisito entrenamiento, replicó:
-Mi destino es servirle, el de usted usarme.
De esa sencilla pero inapelable forma, la morena entregó su vida en mis manos con una rotundidad que por mucho que le pusiera mil collares podía igualar. Alucinado pero satisfecho, la volví a hacer girar mientras revisaba a conciencia los diferentes artilugios que permanecía perfectamente ordenados sobre la cama para que hiciera uso de ellos.
Tras hacer un recuento, comprendí que había muchos cuya función desconocía y no queriendo preguntar para no parecer demasiado novato, elegí entre otras una fusta que me pareció lo suficientemente elástica para estrenar con ella el culo de esa mujer.
Parándola nuevamente y sin dejarla que se habituara, descargué sobre su culo un par de duros zurriagazos que esta vez la hicieron gritar.
-¿Te duele?- pregunté casi arrepentido.
-Sí pero me gusta- respondió en voz baja.
Sus palabras avivaron el morbo que sentía y repitiendo ese doloroso castigo conseguí que su garganta enronqueciera de tantos gemidos que dio. Al revisar la adolorida piel de su trasero comprendí que me había pasado y recordando lo que me había hecho hacer con su hija, comencé a untar con crema las rojas señales que mi perversión había dejado sobre sus cachetes.
Ni siquiera había terminado de esparcirla cuando pegando un berrido, esa cuarentona se corrió ante mi incrédula mirada y tras asimilar esa información comprendí que había estado reteniendo su calentura para no hacerme saber que en su extraño modo de amar, cada latigazo era una muestra de cariño y que al dejar de atormentarla, no había podido aguantar dejando brotar su orgasmo.
«¡Es alucinante!», pensé sin conocer en profundidad las motivaciones de esa cuarentona pero entonces Azucena me sorprendió nuevamente al lanzarse sobre mi pene con una voracidad a la que no estaba habituado, diciendo:
-Necesito el pene de mi amo.
Tras lo cual, engulló mi extensión todavía morcillona. Ni que decir tiene que en pocos segundos y gracias a la experiencia de esa morena, una erección sin par creció entre sus labios y ella al notarlo, se la incrustó hasta el fondo de su garganta mientras con sus manos masajeaba mis testículos.
Aunque la mamada era escandalosa, decidí darla por terminada y tumbándome en la cama, sonriendo, señalé:
-Quiero ver tu cara de puta mientras te empalas.
Azucena comprendió la orden y ronroneando se acercó a mí con la felicidad reflejada en su rostro. Todo en ella era dicha y recreándose en la satisfacción de su dueño, usó mi ariete para apuñalar su sexo mientras decía:
-¿Desea que su guarra se pellizque los pitones?- tras lo cual y sin esperar mi permiso, comenzó a mover sus caderas con mi pito en su interior al tiempo que cruelmente retorcía sus pezones.
Tal y como le había pedido, su rostro fue un caro reflejo de la excitación que sentía al usar mi verga como montura e imprimiendo una lenta cadencia a sus movimientos, martilleó sin pausa su vagina.
-¡Dios! ¡Cuánto necesitaba un amo!- gimió descompuesta al notar que su coño se anegaba.
Complacido con su obediencia, aguijoneé su amor propio al decirle muerto de risa:
-O aceleras o tendré que llamar a tu hija para que te enseñe como hacerlo.
Mi evidente escarnio cumplió su objetivo ya que incrementando la velocidad con la que su vulva era apuñalada por mi ariete, convirtió su suave trote en un galope desenfrenado.
-¿Así le gusta a mi amo?- chilló con la respiración entrecortada producto del esfuerzo y del placer que sentía.
No queriendo dar mi brazo a torcer, con rítmicos azotes sobre su pandero, azucé a esa morena a saltar una y otra vez sobre mi pene sin importarle que chocara dolorosamente contra la pared de su vagina.
-¡Más rápido!- insistí al adivinar que en breve Azucena no iba a poder soportar tanto castigo y que se iba a correr.
Tal y como había previsto, su cuerpo colapsó y derramando su placer sobre mis muslos, la madre de María aulló presa de la lujuria. Momento que aproveché para coger uno de sus pechos entre mis dientes y mientras su flujo empapaba las sábanas, con severidad lo mordisqueé.
Ese nuevo correctivo elevó su excitación a límites pocas veces experimentados y demostrando el gozo que la tenía subyugada, me rogó que me derramara dentro de ella. Su petición fue el incentivo que mi cuerpo necesitaba y abriendo la espita de mi propio placer sembré su cuerpo todavía fértil con mi simiente.
Azucena al sentir las detonaciones de mi verga en su interior, buscó aprovechar cada gota convirtiendo sus caderas en un torbellino de lujuria que sin pausa y mientras unía un climax con el siguiente, ordeñó mis huevos hasta dejarlos completamente vacíos.
Solo cuando se aseguró de haberlo conseguido, se dejó caer sobre mí, llorando de alegría. Si para entonces me creía vacunado a nuevas sorpresas, esa mujer me sacó de mi error al decirme mientras seguía convulsionando sobre mí:
-¿Puedo llamar a Maria para que sea testigo de mi entrega?
-No te entiendo- respondí al no saber a qué se refería.
Entonces, soltando una carcajada, abrió un cajón y sacó un collar igual al que esa misma noche había cerrado en torno al cuello de su hija y mostrándomelo, me soltó:
-Tengo reservado este para mí.
Descojonado, la besé y pegando un cariñoso azote en su trasero, acepté su sugerencia diciendo:
-Llámala… a ver si después, ¡me dejáis dormir en paz!
Irradiando alegría, salió en busca de María mientras en la comodidad de esa cama, me estiraba a mis anchas sabiendo que entre esas paredes ¡había encontrado el paraíso!

Relato erótico: “El cambio de Susana, su despertar” (PUBLICADO POR ALEX)

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El cambio de Susana, su despertar

Llevo años trabajando a su lado, somos compañeros, y la verdad que todos estos años juntos han hecho que nos fuéramos cogiendo confianza, algo bastante normal. En nuestras pausas solemos hablar de todo un poco, aunque últimamente nuestras charlas son diferentes, tienen un tema en concreto, Susano que así se llama, es una chica normal, seria, responsable, madre de familia y casada.

Hace un par de meses en una de nuestras pausas/charlas con varios compañeros y compañeras mas estábamos charlando sobre los orgasmos femeninos, las opiniones eran variados y de todo tipo, desde el machito que lo hacia 5 veces cada día y cuando le preguntaban ¿y tu mujer cuantos? se quedaba con cara de no entender a que se referían, las que les solía costar, las que eran multiorgásmicas, hasta la cara de Susana que solo escucha muy atentamente sin apenas decir nada. Fue una charla interesante la verdad, oír la opinión de todos los chicos y chicas que estábamos allí. Al día siguiente, valiéndome de la confianza y estando solos le pregunte sobre el tema, pues había observado el día anterior que solo escuchaba y no decía nada sobre el tema.

Su respuesta me dejo sorprendido, “nunca he sentido eso” tenía 38 años, casada desde hacía años y no había experimentado nunca un orgasmo!!

Me quedé de piedra, no supe que decirle, ella se había sonrojado al contármelo y tenía la mirada perdida en su café. Intente no darle demasiada importancia, diciéndole que había muchas mujeres a quién les costaba mucho llegar, a lo que ella me interrumpió “no es que me cueste, es que nunca he llegado” me atreví a preguntarle si se solía masturbar, negándome con la cabeza, me comento que conoció muy joven a su marido y que suponía que por la educación que había recibido nunca le atrajo la idea de masturbarse. Al terminar nuestra pausa volvimos a nuestras mesas de trabajo.

Mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que me había contado, tenia preguntas que me gustaría hacerle, pero la confianza que teníamos no era tanta, como para indagar sobre su vida sexual, lo que hice fue empezar un correo con todo lo que se me ocurría sobre el tema. Al día siguiente le pregunte si dejaba que le enviase un mail con preguntas sobre el tema, y que si no quería que no lo respondiera, al que de inmediato me dijo que se lo enviara.

Hola,

No se por dónde empezar, y no me respondas lo que no quieras, comprendo que serán preguntas muy directas e íntimas.

En primer lugar quería darte las gracias por confiarme eso, ojala pudiera ayudarte en ese problema.

¿Tu marido sabe tu problema?

¿Te atrae el sexo, deseas tener sexo, te gusta?

¿Te sueles poner cachonda?

¿Tienes fantasías sexuales?

¿Cada cuanto soléis hacerlo?

Un abrazo

Al cabo de unos minutos recibí su respuesta al correo

Madre mía, para que te abre dicho nada.

¿Tu marido sabe tu problema?

El solo piensa en el, cuando el está satisfecho ya esta …

¿Te atrae el sexo, deseas tener sexo, te gusta?

Cada día me atrae menos la verdad, no me llena tener sexo y por ese motivo intento evitar siempre que puedo tener relaciones.

¿Te sueles poner cachonda?

Esta pregunta es difícil de respondértela, si me preguntas si alguna vez me suelo mojar la respuesta es sí, pero en contadas ocasiones, viendo alguna película, leyendo algo morboso, etc.

¿Tienes fantasías sexuales?

Cosas que me gustaría hacer y nunca las hare jejejejeje, a veces suelo leer cosas por internet, y luego cuando me acuesto tengo sueños con lo que he leído, se puede considerar eso fantasías?

¿cada cuanto soléis hacerlo?

Un par de veces al mes

.-Respuesta a su mail:

Susana, por lo que me cuentas tu si tienes deseo sexual, pues te excitas cuando lees, piensas en lo que has leído, etc. ¿puedo preguntarte que temática sueles leer?

No se chica, creo que el problema no es tuyo, si más bien de tu marido que no sabe satisfacerte, y creo que deberías empezar a descubrir tu misma a tu propio cuerpo, creo que deberías jugar con él, cuando te sientas excitada, deberías aprender a tocarte, a disfrutar tu misma, a intentar encontrar ese puntito que te lleve hasta el orgasmo, creo que algo así deberías plantearte.

Un abrazo

De nuevo acabamos de coincidir en la pausa, nos miramos fugazmente, y me dice en voz baja .- me da vergüenza contarte que me excita mas

.- anda Susana, ya puestos…

.- me atrae la lectura sobre dominación, no sé porque pero me gusta imaginarme cosas así

.- nunca me lo hubiera imaginado, a mí también me gusta esa temática, y siempre que puedo la    suelo practicar.

Casi se atraganta con el café, me miro, y se fue como asustada a su mesa, dejándome allí solo, durante el resto del día no coincidí mas con ella, ni intercambie ningún mail tampoco, pensaba que no debía de haberle contado mis gustos, pues quizás la había asustado.

Al día siguiente recibí un correo de ella diciéndome que le perdonara por lo del día anterior, que me tenía como una persona buena, cariñosa, amable y amiga, y que no podía encajar en ese mundo, que por lo que había leído yo no cuadraba con eso, vaya que nunca lo hubiera adivinado.

Preferí no responderle, e intentar coincidir nuevamente con ella en la pausa, cuando la tuve a mi lado le dije:

Una cosa es mi vida social, y otra mi vida privada, en mi vida social debo comportarme como una persona normal, pero en mi vida privada me comporto como deseo, y como me gusta ser.

Me miro, y me dio la razón, diciéndome que no le hiciera caso, pero que le extraño esa faceta de mí.

Antes de irme por la tarde, le mande un nuevo mail tipo telegrama.

Susana, mañana quiero que vengas con ese vestido que tienes a flores verdes.

Ya saliendo en la puerta me dijo que si estaba tonto, que como se me ocurría decirle como debía venir vestida a trabajar, que ella no buscaba nada. A lo que le respondí que ya lo sabía, pero que al día siguiente quería verla como le había pedido, que lo hiciera y no lo pensara.

Al día siguiente cuando llegue ella ya estaba en su mesa, llevaba el vestido que le había pedido, y note como me buscaba con su mirada cuando yo entraba, la salude con la cabeza dándole mi aprobado, bajando ella su mirada y dibujando una sonrisa en su cara.

Antes de la pausa le envié un mensaje diciéndole que pasara por el baño antes del café y que se quitara las bragas, levante la vista buscando su reacción al leer el mensaje, rápidamente ella me busco a mi también negándome con la cabeza, y yo afirmando con la mía, a lo que cogió su bolso y se fue dirección al baño, y yo detrás de ella a por un café y esperarla, cuando llego a mi lado venia un poco sofocada, me miro y me dijo que estaba loco, a lo que me puse a reír, sentándole un poco mal a ella mi reacción, tomamos el café junto a otros compañeros y luego cada uno a su puesto.

Al rato le envié un nuevo mensaje preguntándole como estaba, ella me respondió que “bien” replicándole yo que esa no era respuesta a mi pregunta, a lo que me respondió ahora “me siento desnuda, y me siento mojada, estarás contento supongo” le dije que hoy estaría así todo el día, y que antes de irse debía darme esa prenda, que la quería y además quería que hoy volviese a su casa sin ella puesta, le pedí que cuando se duchara o bañara esa noche en su casa que jugara con su clítoris, y que pensara en lo ocurrido en el día, también le indique como debería venir vestida el día siguiente, y que cuando llegara a la oficina por la mañana lo primero que quería que hiciera era escribirme para contarme todas sus sensaciones del día anterior.

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 6

Ese viernes, me desperté abrazado por María y por su madre. Con una a cada lado, el calor de sus cuerpos desnudos terminó de avivar los rescoldos de la lujuria que me había dominado esa noche. Cada una a su estilo era una mujer bellísima por lo que mientras las admiraba no pude decidir cuál me parecía más atractiva. La madurez de Azucena era tan apabullante como sus pechos y no tenía nada que envidiar a la juventud de su chavala. Viéndolas dormidas ya resultaba complicado entender que ese par hubieran voluntariamente accedido a entregarse a un hombre sin exigir nada a cambio pero me resultaba todavía un misterio que además lo hicieran en condición de sumisas.
«De desearlo, podrían esclavizar al que les apeteciera», medité preocupado por si realmente esa era su intención última conmigo.
Recordando la noche anterior en la que se habían entregado a mí, rechacé ese pensamiento y viendo que tenía una hora antes de ir a trabajar, decidí comprobar si después de tantas horas de pasión todavía les quedaba fuerzas.
Usando ambas manos, comencé a acariciarlas el trasero para irlas sacando del sueño lentamente. El tacto de sus pieles era también diferente: mientras la de María era tenía la delicadeza del terciopelo y la elasticidad del cuero, la de su madre te dejaba impresionado por su suavidad.
«Tienen unos culos preciosos», pensé para mí mientras las estudiaba con la mirada.
La primera en despertar fue Azucena que abriendo los ojos me miró sonriendo al comprobar que eran mis yemas las que estaban recorriendo sus nalgas.
-¿Desea algo mi amo?
El cariño de su tono azuzó mi calentura y mordiendo sus labios, respondí:
– ¿Todavía no sabes lo que me gusta?
Satisfecha, la cuarentona deslizó su boca por mi cuerpo y al llegar a su meta ronroneó diciendo mientras tomaba mi pene entre sus manos:
-Su gatita tiene sed.
Interpretando a una dulce felina, olisqueó a su alrededor como si buscara su sustento y ya a escasos centímetros de mi entrepierna, susurró:
-¿Mi dueño me regalaría su leche?
Muerto de risa, contesté que sí pero Azucena se quejó que estaba fría y con un brillo pícaro en sus ojos, me soltó.
-¡Voy a calentarla!
Sabía que estaba usando sus mejores armas para ponerme bruto y aunque tengo que confesar que para aquel entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad, decidí no ponérselo fácil:
-Me apetece un baño, ¡prepáramelo!
-¿Yo sola o despierto a esta dormilona?- contestó señalando a su hija que seguía dormida.
«Quiere jugar con su retoño», me dije y accediendo a sus deseos, repliqué:
-Despiértala e ir juntas.
Reconozco que me dio morbo ver que aceptando mi mandato, la rubia empezó a restregarse contra la espalda de su hija mientras le decía:
-Putita, necesito tu ayuda.
La chavala tardó en reaccionar y eso permitió a su vieja adelantar su despertar con sendos pellizcos sobre sus tetas.
-¡Me haces daño!- protestó María todavía medio dormida.
Sin compadecerse, aumentó la presión de sus dedos, diciendo:
-Nuestro dueño está despierto y debemos ocuparnos de él.
-Ya voy, ¡joder!- contestó bastante enfadada.
La morenita no se esperaba que su madre respondiera a su insolencia con un bofetón que la hizo caer de la cama.
-¿A ti qué te pasa?- chilló llena de ira desde el suelo.
Obviando su cabreo, Azucena me dijo:
-Siento no haber sabido educar a esta zorra, ¿cómo puedo subsanar mi error?
Asumiendo que a esas horas, no me apetecía dar personalmente el correctivo que mi joven sumisa necesitaba pero tampoco contemplarlo, respondí:
-Prefiero compensarte a ti mientras ella se ocupa de todo.
La rubia sonrió y olvidando a María, me ofreció sus pechos como ofrenda. Aunque había disfrutado de sus cantaros con anterioridad, a la luz del día me parecieron aún más maravillosos. Grandes y de color oscuro estaban claramente excitados cuando, forzando mi calentura, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus areolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo.
Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.
-Esta gatita está bruta- maulló en mi oreja.
Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y la terminara de desnudar pero antes de hacerlo decidí azuzar a María a obedecer diciendo:
-Si sigues en esa actitud rebelde y no cumples mis deseos, me quedaré solo con tu madre.
El terror que leí en sus ojos me confirmó que esa cría aborrecía la posibilidad de quedarse sin dueño y por ello no me extrañó que se levantara corriendo a prepararme el baño.
Para entonces Azucena llevaba un tiempo frotando su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.
-¡Me encanta despertar junto a mi amo!- me exclamó y mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad creciente.
Lo que en un inicio consistió en un juego se fue convirtiendo en una necesidad y sus débiles gemidos con los que quería provocarme rápidamente dieron paso a aullidos de pasión. Mi antiguo yo no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela pero imbuido en mi papel me mantuve impertérrito y con cara de póker, observé su excitación.
-Puedes correrte- murmuré al ver que era inevitable.
-¡Dios mío!- gritó al sentir que convulsionando sobre mis muslos su sexo vibraba incapaz de retener más el placer. No me hizo que me informase de su orgasmo porque chillando de gozo la cuarentona empapó con su flujo mis muslos.
Durante un minuto que me pareció eterno, siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un caos, por una parte estaba orgulloso de haber mantenido el tipo pero por otra estaba contrariado pensando que me había comportado como un novato.
Menos mal que Azucena me sacó del error, diciendo con una sonrisa:
-No puedes negar que has nacido para dominarme, permites a tu zorra unas migajas de placer sabiendo que ella deberá compensarte.
Sus palabras adquirieron su verdadero significado cuando se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi paquete y alegremente soltar:
-¡No hay nada mejor para una mujer como yo que el pene erecto de su amo.
Al oírla pensé que se estaba exagerando pero aun así no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Es más, separando mis rodillas mientras me acomodaba sobre el colchón, la dejé hacer. La viuda al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios, pero ella haciendo caso omiso a mi sugerencia, incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar mi miembro, me dijo:
-Tengo sed, dame de beber.
Estaba a punto de satisfacer su deseo cuando de pronto comprobé hasta donde llegaba su necesidad al ver que bajando la mano que le sobraba entre sus piernas, mi sumisa cogía su clítoris entre sus dedos y lo empezaba a torturar.
-Mi anciana zorra está cachonda- concluí al admirar el modo en que nos masturbaba a ambos pero viendo que estaba a punto de alcanzar un segundo clímax se lo prohibí: -pero ahora es mi turno de gozar.
Dando la vuelta a esa mujer, comencé a jugar con mi glande en su sexo. La rubia estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, apoyó su cabeza sobre la almohada mientras intentaba no correrse.
Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso coloqué sin más mi glande en su entrada. No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Azucena moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
-Fóllese a su puta- gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, poco a poco, mi pene se hizo su dueño mientras la cuarentona hacía verdaderos esfuerzos para no gritar.
-Me encanta- resopló con la respiración entrecortada al sentir como su coño empezaba a segregar gran cantidad de flujo.
Contra mi idea preconcebida de que esa mujer era capaz de controlar sus orgasmos, adiviné que estaba fuera de sí y queriendo hacerla fallar con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
-Ni se te ocurra correrte.
-No lo haré- chilló descompuesta
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y ya asaltando su cuerpo con brutales penetraciones, seguí azotando su trasero con nalgadas. La rubia al sentir mis rudas caricias anticipó que la iba a pifiar pero aun así me gritó que no parara mientras no paraba de decirme lo mucho que le gustaba el sexo duro.
Asumiendo que tras años de obligada dieta esa viuda necesitaba que le dieran caña, aceleré mis caderas convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Azucena al experimentar los golpes de mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
-¡Lo siento!- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el colchón.
Al correrse, en vez de avergonzarse, con voz necesitada me rogó que continuara cogiéndomela sin descanso aunque luego la castigara. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y sin la urgencia de satisfacer a esa madura, derramé mi simiente en su interior.
-¡Gracias!- aulló al comprobar que su conducto se llenaba con mi semen y moviendo sus caderas, consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos.
Tras unos minutos durante los cuales descansé, miré el reloj y comenté que iba a bañarme. Azucena me regaló una sonrisa mientras me decía:
-Creo que suficiente castigo ha tenido mi hija al no poder disfrutar como yo- y señalando a María que había estado observándonos desde la puerta, me pidió que fuera ella la que me enjabonara.
-No se lo merece. Debe aprender a levantarse de mejor humor.
-Le juro que he aprendido la lección- protestó entre dientes al ver su esperanza truncada.
Sin dar mi brazo a torcer, me levanté y ya desde la ducha, informé a mis sumisas que debían pensar en que castigo tendría la otra afrontar por haberme fallado…

Relato erótico: “El club (9)” (POR BUENBATO)

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EL CLUB 9

Salieron de casa de Eliseo entre discusiones y amenazas. Una vez vestidos, Santino había exigido los videos, que se borraran, pero Eliseo le dijo que los videos ya se encontraban alojados online. Fue Sarah quien tuvo que calmarlo y, entre empujones, hacerlo salir. Los padres de Eliseo y sus hermanastras llegarían pronto, y no podían seguir ahí, aunque Santino amenazó inútilmente con revelarles a ellos la verdad. Del trabajo de ciencias sociales, ni siquiera existía una introducción.

Llegaron a su casa, Santino entró refunfuñando, directamente a su recamara. Ni siquiera saludo a su madre, que los miró extrañados.

– Es por el trabajo final de ciencias sociales, no salió muy bien – le mintió Sarah – Y en parte fue su propia culpa.

– Está molesto consigo mismo – aseguró su madre, sin imaginar las verdaderas razones.

– Supongo que hablaré con él – le tranquilizó Sarah – Bajamos en unos minutos.

– Apenas estoy terminando la cena – dijo su madre, con un ademán de brazos extendidos que señalaba el gran trabajo que quedaba por delante en la cocina – Yo les llamo.

Sarah subió al segundo piso; dormían en recamaras separadas, aunque durante el día normalmente compartían en el cuarto de Sarah. Se dirigió a la recamara de Santino, que estaba con seguro.

– ¡Abre! – gritó Sarah, golpeando la puerta.

– ¡Largo! – dijo Santino

– No seas ridículo – dijo Sarah, girando los ojos, era casi gracioso ver a su hermano así de molesto – Ábreme.

Tuvo que insistir un par de minutos más antes de que Santino abriera.

Ella entró, procurando colocar de nuevo el pestillo del seguro, el cuarto era ordenado y limpio, como Santino, miró la computadora encendida. Se acercó a Santino, que escribía rápidamente en el navegador.

– Así que piensas demandar a tu mejor amigo – dijo Sarah, sonriendo, en el navegador estaban abiertas varias páginas web sobre violaciones a la privacidad.

– No es mi amigo.

Sarah se mojó los labios, sentía como si estuviese hablando con un niño.

– Debe considerarte su amigo si te incluyó en esto.

Santino dejó el ordenado, fastidiado.

– ¿Qué es “esto”? ¿Qué es lo que Eliseo y tú llaman “esto”? Es que de verdad no lo entiendo.

Sarah giró los ojos, ¿de verdad era tan complicado entenderlo?

– Creo que es como un grupo de amigos…

– Aja…

– Que se reúnen…

– ¿A follar?

Sarah lo miró, pensativa.

– Es como un grupo de swingers.

– ¿Y te parece correcto?

– Salvo por el hecho de que él lo hizo em…obligatorio, no le veo realmente lo malo.

Santino hizo la cabeza hacía atrás, rendido.

– De verdad que debes estar bromeando.

– Santino, dime entonces qué tiene de malo.

– Que está mal.

– ¿Qué está mal?

Santino no pudo responderle de inmediato.

– Son cosas que están prohibidas.

– Nadie ha prohibido las orgias.

– ¡Ahora le llamas orgias!

– ¡Eso es lo que son! Santino, ¿tienes cinco años?

– ¿Cuántos chicos de nuestra edad se ponen a pensar en orgias?

– Creo que muchos, pero pocos se atreven a hacerlo.

Santino descompuso su rostro, horrorizado.

– A ver, ¿o sea que crees que toda esta mierda es parte de tu “liberación sexual”?

– Que idiota eres Santino.

– Es que eso parece.

Sarah se sentó en la orilla de la cama; su hermano regresó al teclado de la computadora. La chica se mojaba los labios, pensativa. Sentía temor de revelarle a su hermano que, personalmente, ella estaba de acuerdo en pertenecer a lo que fuera que estuviera creando Eliseo. Entre los nerviosismos y los gritos intercambiados hacía horas, parecía haber entendido la intención del muchacho: crear un club, un grupo de amigos sin inhibiciones, sin tabúes, dispuestos a disfrutar hoy para siempre de la vida sexual normalmente reprimida. Eliseo y sus hermanastras lo habían conseguido, ¿por qué no podrían ellos?

Pero Santino era obstinado, prefería sentirse aturdido por la supuesta traición de su amigo que ver el beneficio que se hallaba detrás de aquella trampa: una oportunidad única, que cualquier muchacho de su edad moriría por tener. Sabía que nadie podría hacerlo entrar en razón, excepto ella.

Se puso de pie, se acercó a su hermano. Miró la pantalla, sonrió, le causaba gracia ver cómo Santino seguía investigando sobre cómo demandar a tu amigo. Se inclinó, detrás de él.

– No puedes demandar a tu amigo sólo por invitarte a petenece…

– ¿A pertenecer a qué, Sarah, caramba? ¿Crees que podremos ir, tomar una taza de café y follar entre todos? ¿Crees que de eso se trata?

– Es precisamente de eso de lo que se trata.

– Eliseo está forzando a sus hermanastras a hacer eso, siempre lo odiaron y él siempre las odio. ¿Crees que no intenta hacer lo mismo con nosotros?

Sarah se desesperó. Su tono de voz cambió.

– ¿A qué le tienes miedo Santino? ¿Tienes miedo de llegar a casa de Eliseo y que Blanca te chupe la verga? – aquello hizo saltar de su asiento a Santino, quien giró la vista hacia su hermana, con una mirada atónita; pero la chica continuó, sin inquietarse con sus propias palabras – ¿Tienes miedo de que te sobe las bolas mientras Pilar te besa? Mientras le tocas el culo, mientras me miras desnuda saltando felizmente sobre la verga de Eliseo. Dime qué tiene de malo eso, porque yo soy capaz de ir, pero sólo me pregunto si tú serás lo suficiente aguafiestas para negarte a participar.

Santino intentaba responderle, pero nadie puede hablar fácilmente con las mandíbulas temblándole.

– Dime entonces, Santino, ¿qué es exactamente lo que te hace enfadar? Te están invitando a vivir el sueño de cualquier adolescente y te pones a llorar como si alguien te hubiese obligado a meter tu verga en Pilar. Además, yo también disfruté con Blanca, no me cuesta admitirlo, y tengo muchas ganas de volver a repetirlo.

Santino raras veces era capaz de contradecir el fuerte carácter de su hermana. A fin de cuentas, nadie lo conocía mejor que él, y aunque siempre habían sido distintos en su manera de ser, ahora Sarah estaba dispuesta a sorprenderlo. Miró a su entrepierna, y sonrió satisfecha al ver cómo su hermano trataba de ocultar su erección. Llevó sus manos a los hombros de su hermano, quien reprimió sus deseos de salir corriendo de ahí. Estaba temblando, por lo que Sarah decidió continuar.

– Quizás te de miedo hacer algo que siempre has deseado – dijo, mientras sus manos se deslizaban sobre los pechos de Santino – A mi me sucedía eso, pero estoy dispuesta a cambiarlo.

Un último impulso hizo que sus manos cayeran sobre su entrepierna, faltaba poco para que sus manos apretaran la verga de Santino bajo la tela, pero decidió mantener el suspenso.

– ¿Hoy tienes miedo?

– Sarah…

– No quiero que me digas otra cosa, sólo dime si debo continuar o regresar al pasado.

– Sarah esto no tie…

– Sólo responde.

– ¿Qué quieres?

– ¿Qué crees?

– Está mal.

– Yo no le veo lo malo.

Las manos de Sarah desabotonaron el pantalón de su hermano, él intentó detenerla, pero bastó un poco de esfuerzo para que cediera. Entonces pudo bajarle la bragueta, permitiéndole a su mano deslizarse bajo los pantalones y apropiarse del endurecido falo del muchacho.

– Qué tenemos aquí – murmuró Sarah, masajeando suavemente la verga de su hermano a través de sus cálidos calzoncillos – Creo que Pilar no terminó bien su trabajo.

– Sarah… – repitió Santino, idiotamente.

Pero la chica no cesó, deslizó la silla giratoria hacía ella, quedando de frente a su hermano. Sin dejar de mirarlo, descendió hasta caer de rodillas ante él. Santino aprovechó aquello para intentar incorporarse, pero bastó que Sarah le colocara las manos en las rodillas para detenerlo.

– El seguro de la puerta – dijo él

Ella sonrió.

– Ya está puesto – dijo, mientras sus manos deslizaban los pantalones de su hermano hacía abajo.

Aquello no relajó del todo al muchacho, su respiración se intensificaba conforme Sarah dejaba escapar su endurecida verga entre la ranura de sus calzoncillos. Se sentía completamente incomodo con aquella situación, pero no podía salir de ahí, el hecho de que la cálida mano de su hermana rodeara el tronco de su falo lo mantenía pegado a su asiento.

Ni siquiera sintió realmente cuando la boca de Sarah engulló por completo su glande. Era como si simplemente estuviera sintiendo el viento de una mañana fresca sobre su verga desnuda. Fue sólo cuando la lengua de su hermana rozó la punta de su verga que pareció entender lo que estaba sucediendo.

Su hermana, Sarah, le estaba chupando el pene. Una incomodidad total invadió la mente de Santino. No se atrevió a decir nada, ni pudo moverse. Sarah parecía completamente segura, como la de un ladrón de tiendas que sale del supermercado seguro de no haber sido visto por las cámaras. Ella no se atrevía a detenerse a mirarlo ni a decir nada, únicamente se limitó a seguir chupándole la verga a su hermano.

Sarah se había llevado una buena sorpresa; no sólo lo largo sino lo grueso de aquel falo la sorprendió. Excitado y desde aquella perspectiva, el pene de su hermano era mucho más grande de lo imaginado. Pero no importaba, necesitaba convencerlo, si él insistía en aquello, podría echar a perder lo que Eliseo había construido. Y ella deseaba mucho a Blanca, y a Pilar.

– Saarraaah – alcanzó por fin a balbucear Santino, aterrorizado como si ella le estuviese arrancando el falo.

Pero ella no respondió; sacó la verga de su boca y deslizó sus labios hacia abajo, besando una tras otra vez el tronco de Santino antes de llegar a sus bolas. Ahí el muchacho sintió la cálida sensación de los labios de Sarah chupándole las bolas.

Ella se sacó el testículo de su boca, miró hacia arriba, directamente encontrándose con los ojos del muchacho.

– Quiero que me folles – dijo

Santino iba a decir algo, pero Sarah no quiso arriesgarse y salió.

– No quiero una sola palabra más. No quiero escuchar tus estupideces. Di “sí”, y me recuesto en tu cama para que me la metas todo lo que gustes. Di “no” y nos olvidamos de esto para siempre. Así que déjate de lloriqueos y responde.

Santino la miró, estupefacto. Y, apretando sus labios, tomó una decisión.

– Está bien.

Sarah encendió el reproductor de música de su hermano, a un volumen medio. Lentamente, comenzó a desnudar por completo a su hermano, quien permaneció impávido mientras su endurecida verga señalaba a su hermana. No se atrevía a tocarla, parecía esperar su autorización para follarsela.

Sarah le regaló una sonrisa, mientras comenzaba a desvestirse la blusa y el pantalón de mezclilla. Buscaba provocarlo, y por eso cuando terminó de deslizarse sus bragas hasta el suelo, se lanzó sobre la cama de su hermano, boca abajo y con las caderas alzadas, ofreciendo su culo al excitado falo de Santino.

Aquello funcionó, por supuesto, y Santino se colocó tras la muchacha. Rozó suavemente sus piernas, hasta llegar a la zona de sus glúteos y tomarla por las caderas.

– Sarah…

– ¡Basta ya Santino, y hazlo!

Santino creía estar soñando cuando su verga se perdió entre las nalgas de su hermana, deslizándose lenta pero firmemente entre los labios vaginales de Sarah. Penetrarla fue lo más extraño que había sentido nunca; comparado con aquello, parecía que lo de Pilar jamás había sucedido. Por un momento pensó en esperar alguna indicación de Sarah, pero, al no escuchar nada de ella, decidió comenzar a embestirla suavemente.

Una tras otras, los lentos mete y saca de Santino comenzaron a tener su efecto en Sarah. Su entrecortada voz le pedía que continuara, y Santino decidió que obedecería. Entonces fue aumentando la intensidad de aquellos embates, Sarah giró el cuello para mirarlo con unos ojos que el muchacho no supo cómo interpretar. Y entonces comprendió: su hermana estaba disfrutando aquello, y él también.

Poco a poco, la tensión fue diluyéndose por el placer que emanaba. Santino se sintió libre de saborear con sus manos las curvas de su esbelta hermana. Sus dedos apretujaron sus nalgas sin dejar de follarla, y después se deslizaron hacia adelante, sobre su espalda, antes de bajar a conocer las duras y firmes tetas de Sarah. Buscó los pezones de la chica, antes de caer en la cuenta de que ya los tenía entre sus dedos, y que se trataban de suaves espacios de piel lisa y rosada.

Se sentía en el cielo, mientras Sarah se dedicaba a hacer de aquello lo más excitante posible para su hermano. Su coño apretaba la verga de su hermano, mientras ella misma trataba de soportar aquellas embestidas sin aumentar demasiado sus cada vez más escandalosos gemidos.

Pero era difícil, Santino estaba desatado. Su hermano, hasta hacía unos minutos moralista y retrógrado, ahora se la estaba follando intensamente. Sarah comprendió que no iba a aguantar mucho aquellas arremetidas sin empezar a gritar como una loca; la verga de su hermano no era nada pequeña, y su coño no era tan experimentado como para soportar aquel placer tranquilamente. Su respiración estaba agitada, y la de Santino, respirando sobre su espalda, aún más.

La embestía como si fueran un par de perros callejeros, y aunque lo disfrutaba, decidió que era mejor no arriesgarse. Detuvo como pudo a su hermano. Este, la miró asustado, cómo si esperara que ella le dijese que aquello había sido un terrible error.

No fue así; Sarah sólo quería tomar un poco el timón de aquello. Lo recostó sobre la cama, y se colocó sobre él. Sería mucho más fácil coger sin gemir tan fuerte si era ella quien llevaba el ritmo.

Aquello le dio la oportunidad a Santino de divertirse con sus tetas, cosa que a Sarah le agradó. Se inclinó hacia él para que su boca pudiera alcanzar sus pezones. Siguió saltando sobre su verga, mientras las manos de su hermano se deslizaban, dibujando el perímetro de sus curvas desde sus tetas hasta su culo.

Llegando ahí, las manos de Santino parecieron olvidarse de todo, y apretujaron con firmeza las nalgas de su Sarah, como un hambriento defendiendo el último jamón. Las puntas de sus dedos rozaban peligrosamente la arrugada zona de su esfínter, y la piel de la chica se estremeció.

Dio un gran salto sobre la verga de su hermano, con tal de los dedos de este se alejaran un poco de aquella zona. Si bien se estaba tirando a su propio gemelo, eso no la hacía sentirse menos incomoda con el tema de su ano.

Santino pareció no notar aquello, y siguió disfrutando los hábiles sentones con los que Sarah se clavaba su falo. Parecía haberse relajado lo suficiente como para comenzar a sonreír. Aquello alegro a Sarah, que le respondió de la misma manera.

De pronto, un fuerte sonido hizo saltar los nervios de ambos. Era el tono de llamada entrante de Sarah. El teléfono estaba en su blusa, y lo alcanzó rápidamente. Pidió a Santino que guardara silencio, colocándole su mano sobre su pecho, y contestó. Temía que fuera su madre, llamándoles a la comida.

– Sarah

Sarah reconoció la voz, pero no parecía buena idea hablar con Eliseo en ese preciso momento. Santino intentó incorporarse de nuevo, pero la mano de Sarah lo detuvo, y sus caderas volvieron a menearse sobre él.

– Estoy un poco ocupado Vero – dijo Sarah

– ¿Estas con Santino? – preguntó extrañado Eliseo.

– Si, pero dime rápido que necesitas – su hermano se había recostado de nuevo, más tranquilo, mientras ella se encargaba de mover lentamente sus caderas, tratando de reprimir sus gemidos y respiraciones aceleradas.

– Bueno, más que nada una disculpa. Y saber cómo están.

– Creo que no hay ningún problema. Espero verte pronto. – dijo, esperando que entendiera la indirecta.

– Entonces, ¿has platicado ya con él?

– Sí, creo que no hay problema con la profesora sobre eso.

A Sarah se le estaba dificultando realmente hablar tranquilamente con la verga de su hermano dentro de su coño. Tenía ganas de suspirar por el placer provocado por su lentos aunque profundos movimientos. Estaba a punto de colgar, pero Eliseo se adelantó.

– Entiendo. Quizás sería bueno vernos, todos, y platicarlo.

– Yo también estoy de acuerdo en eso. – aquella frase llamó la atención de Santino, pero ella lo tranquilizó guiñándole un ojo y cayendo de nuevo sobre su erecto falo.

– Bueno, entonces te dejo.

– Sale Vero, nos vemos.

Colgó, y lanzó el celular lejos. Era hora de terminar con aquello. Estaba demasiado caliente, y sabía que Santino también.

Tenía ganas de correrse, de modo que aumentó los movimientos y fuerza de sus caderas. Aquello tensó el cuerpo del muchacho, que la tomó por las caderas tratando en vano de detenerla. El mismo no pudo evitar aumentar el tono de su agitada respiración, debido al ajetreo que su hermana estaba provocando sobre su verga.

Pudo ver los dientes de Sarah apretándose, en un intento de soportar el tremendo placer de aquello, hasta que de pronto, como si hubiese sentido un disparo por la espalda, la chica se detuvo tensa antes de dejarse caer rendida sobre el muchacho.

Casi se desmaya cuando sintió los movimientos de Eliseo. Ella se había corrido ya, pero él no, de modo que Sarah tuvo que soportar las nuevas embestidas del muchacho. Aquello era demasiado, y Sarah ahogaba como podía los gritos de placer que deseaba dejar escapar. Rogó por que aquella avalancha de delicia terminara, y sus deseos parecieron ser escuchados cuando sintió el caliente semen de su hermano escapando dentro de su coño.

Ambos parecieron desinflar sus pulmones, agotados y sudorosos. Las tetas de Sarah se unieron al pecho de su hermano cuando cayó desplomada sobre él, estaban agotados. Se mantuvieron más de un minuto así, mientras recuperaban el aliento.

Entonces Sarah se incorporó, sólo un poco, lo suficiente para tomar el rostro de su hermano y besar sus labios.

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7

Mientras me duchaba, traté de asimilar el hecho innegable que me sentía cómodo siendo el dueño de mi secretaria y de su madre. Pero esa certeza me llevó a analizar sobre la dificultad de mantener dos mujeres bajo el mismo techo sin que terminara siendo una pesadilla.
Rumiando aún el tema, me vestí y bajé a desayunar. Al entrar en la cocina, percibí el mal rollo que había entre ellas y eso confirmó mis temores. No queriendo hurgar en ello, me tomé el café mientras observaba de reojo las miradas de odio que se echaban entre ellas.
-¿Qué coño os pasa?- pregunté molesto.
Tomando la palabra, Azucena protestó:
-¿Recuerdas que nos has pedido que pensemos en que castigo se merece la otra?
-Sí- lacónicamente contesté.
-Pues esta zorra me ha dicho que ha decidido que me pase todo el día con un consolador metido en el coño para según sus palabras, mi dueño pueda comprobar si a mi edad soy capaz de soportar esa tortura.
Descojonado por dentro, solo quise saber que era lo que ella había planeado para su hija.
-La anciana ha decidido que vaya a la oficina vestida de colegiala y sin bragas para que todo el mundo pueda comprobar lo puta que es la secretaria del jefe- respondió de muy mala leche María.
-Ya veo- contesté.
Tras pensar durante un minutó, tomé una decisión salomónica. Ambas irían vestidas de colegialas, las dos llevaría incrustado en sus cochos sendos consoladores y ninguna de las dos podría llevar bragas durante todo el día.
-No es justo mientras yo tendré que soportar las miradas de toda la oficina, esta vieja se quedará en casa sin que nadie la vea.
-Tienes razón- razoné. Y cambiando mi decisión las informé que liberaba a Azucena del castigo mientras debido a su insubordinación incrementaba el de su hija.
Asustada por las consecuencias de su acto, María intentó que también la perdonara a ella, echándose a llorar pero aleccionado del poco resultado que había tenido el ser prudente con ella, la ordené que se fuera a vestir y que no bajara sin parecer una quinceañera. Ya solo con Azucena, le pedí que sacara del armario donde tenía todo el instrumental un consolador con mando a distancia.
La cuarentona sonrió y desapareciendo de mi vista fue por ellos mientras terminaba de desayunar. Mi sorpresa fue que a los cinco minutos vi a mis dos sumisas bajando por las escaleras con el mismo uniforme.
Riendo comprendí que pasaba al ver que ambas llevaban camisa blanca, falda escocesa y su pelo recogido en dos coletas.
-Amo, lo que me ha pedido- solemnemente declaró la mayor al darme los aparatos.
Ya en mi mano comprobé que además del que había pedido había otro que llevaba temporizador y sin hacer mención alguna a ese cambio, obligué a la madre a ponerse a cuatro patas sobre la mesa.
-Se pondrán a vibrar cada media hora- señalé antes de meterlo en el coño de la madura- ¡tienes prohibido correrte en todo el día!
A María no hizo falta que le dijera nada e imitando a “la vieja” puso su sexo a mi disposición.
-En cambio, tú cada vez que sientas que se pone en funcionamiento, deberás correrte y si no lo consigues por medio del consolador, quiero que te masturbes sin importar el lugar donde te encuentres.
-Así lo haré, mi dueño- comentó ilusionada la cría sin saber lo que se le avecinaba.
Azucena más experimentada en esas lides, esperó a que su hija no pudiese oírla para decirme:
-No te pases mucho con ella. Sé que tiene que aprender pero piensa que para ella todo es nuevo.
Soltando una carcajada, besé a la rubia y cogiendo a la morena del brazo, salimos a tomar un taxi que nos llevara a la oficina. Acababa de dar la dirección de la oficina y María apenas había aposentado su trasero en el asiento cuando puse en funcionamiento el consolador de su coño.
La cría ilusamente sonrió al sentir esa vibración y cerrando los ojos, se puso a disfrutar convencida que le daría tiempo para conseguir el orgasmo pero entonces dando por suficiente ese breve estímulo, me la quedé mirando.
Su cara reflejó la sorpresa y viendo la sonrisa de mis labios, comprendió el alcance de su condena. Totalmente colorada, miró a su alrededor y tapando sus maniobras del taxista, se abrió y se puso a masturbar temiendo en cada momento que algún transeúnte la viera.
-Mi dueño es un cabrón- susurró en mi oreja mientras con sus dedos buscaba su placer.
Confieso que estuve tentado en ayudarla pero manteniéndome al margen, me quedé observando como poco a poco la temperatura y el ritmo de sus caricias iban subiendo mientras el conductor se quejaba del tráfico de esa mañana en la ciudad.
«Dudo que le dé tiempo a correrse antes de llegar», pensé al comprobar que al menos exteriormente el coño de María seguía seco.
Ella debió pensar lo mismo porque dando un salto salvaje en su educación como sumisa empezó a sacar y a meter el huevo que tenía alojado en su interior mientras torturaba sin pausa su ya hinchado clítoris entre sus dedos. Esa decisión fructificó casi de inmediato y con la respiración entrecortada, bajo su culo desnudo, no tardó en formarse un pequeño charco.
Compadeciéndome de ella, metí mi mano entre la tapicería y su piel para acto seguido recoger un poco del flujo que brotaba de su sexo. Maria pegó un gemido al ver que, llevándome los dedos impregnados a la boca, sacaba la lengua y me los ponía a chupar.
-Córrete putita mía- ordené en voz alta sin importarme que el taxista pudiese oírme.
El morbo que sintió al comprobar que el conductor usaba el retrovisor para entender mis palabras y el tono autoritario de mis palabras hicieron el resto y dando un aullido se corrió justo en el momento que parábamos frente a la oficina.
-Bien hecho- comenté mordiendo el lóbulo de su oreja mientras se acomodaba la ropa.
Tras pagar al alucinado tipo, entré en la empresa con mi secretaria que completamente avergonzada era incapaz de levantar su mirada al saber que en ese momento su flujo caía libremente por sus muslos.
Ya en mi despacho, me puse un café mientras María desaparecía corriendo rumbo al baño. Al verla, mi única duda fue si esa guarrilla iba a secarse o a volverse a masturbar porque le había parecido poco.
Tardó en salir por lo que supuse que había optado por lo segundo y satisfecho me sumergí en el día a día olvidando momentáneamente que en bolsillo de mi pantalón descansaba ese mando.
Media hora después la vi sentada en su silla conversando relajada con dos compañeras. Su cara ya había recuperado su color natural y nada en su actitud podía hacer suponer que llevaba un instrumento entre sus piernas. Observándola a través del cristal, encendí el vibrador a la máxima potencia y esperé.
Al experimentar la acción del mismo, María no pudo evitar mirarme ni ponerse roja al comprobar que no le quitaba el ojo de encima. Es más disimulando siguió charlando mientras sentía que su sexo se iba anegando paulatinamente sin que pudiera hacer algo por evitarlo.
El primer signo de calentura que pude advertir fue su nerviosismo pero lo que me dejó claro que estaba a punto de caramelo fue comprobar que era incapaz de mantener sus piernas quietas. Muerto de risa, esperé a su segundo orgasmo de la mañana para llamar por medio del interfono a la muchacha y pedirle que se acercara a mi despacho.
Alisándose la falda, se levantó y vino a verme luciendo una sonrisa en su cara.
-¿Qué desea?
Llamándola a mi lado, comprobé que se había corrido metiendo mi mano entre sus piernas al sacarla totalmente empapada. Descojonado, le pregunté cuántas veces se creía capaz de correrse en un mismo día.
-Las que mi querido amo me permita – contestó alegremente.
Su respuesta me satisfizo y permitiéndome una muestra de cariño, di un suave azote sobre su trasero desnudo mientras le decía:
-Si te portas bien a lo mejor a la hora de comer te permito descansar.
Con una picardía poco habitual en ella, María contestó:
-Prefiero que si mi dueño está contento conmigo, me permita hacerle una mamada.
Su descaro me hizo gracia y poniendo en funcionamiento el vibrador, le pedí que me trajera un café. Mordiéndose los labios, salió corriendo rumbo a la cocina con mi carcajada retumbando en sus oídos.
Fue entonces cuando me acordé de Azucena cuyo castigo, siendo diferente, era igual de duro porque al contrario que María, ella tenía prohibido correrse y deseando conocer de primera mano su estado, la llamé. Cuando me contestó, supe por el ruido de ambiente que no estaba en casa y al preguntar, la rubia me contestó que estaba en el mercado.
-¿Irás sin bragas?- quise saber.
-La duda ofende querido amo… su perrita lleva el coño al aire como usted ordenó.
-¿Y te has corrido?
-Todavía no pero no le aseguro que consiga no hacerlo porque el aire pegando en mis labios mojados me tiene como una moto.
-¡Solo eso?- insistí.
Poniendo voz de puta, replicó:
-No, lo peor es sentir que las miradas de los dueños de los puestos y pensar que saben que voy a pelo. Eso me tiene como una cerda en celo.
-Perfecto- respondí mientras cortaba la comunicación.
Justo en ese momento María apareció por la puerta y por su color de sus mejillas, supuse que acababa de disfrutar del tercer orgasmo de la jornada pero lo que nunca me imaginé fue que acercándose se diese la vuelta y levantando su minifalda, me mostrara orgullosa que así había sido.
La belleza de su trasero y el brillo de su coño azuzaron mi lujuria y totalmente dominado por el deseo, me dirigí a la puerta y tras cerrarla con llave, me giré diciendo:
-Voy a follarte.
Obedeciendo se agachó sobre la mesa dejando su culo en pompa. Al llegar a su lado, sustituí el artefacto por mi glande entre sus lubricados labios y de un solo golpe, le clave todos sus centímetros en su interior. María gimió descompuesta al experimentar como ese maromo entraba en sus entrañas llenándolas por completo. Nunca en su vida había sentido una invasión tan masiva de sus genitales y aun así no se quejó.
-¡Qué gusto!- sollozó al ser penetrada por mi estoque y temiendo que alguien en la oficina escuchara sus gritos, le tapé la boca mientras ella comenzaba a berrear como una loca.
Podía doblarla en edad pero esa mañana le demostré que podía someter su fogosidad juvenil acuchillando con mi verga una y otra vez las paredes de su vagina. Su sobre estimulado sexo no estaba preparado para ese asalto y con cada estocada noté que a esa muchacha le faltaba el aire. No sé las veces que se corrió ante mis ojos, de lo único que soy consciente es que se comportó como una perra deseosa de ser montada cuando viendo que se aproximaba mi propio orgasmo, la cogí de las tetas mientras la alzaba entre mis brazos.
Dominada por el placer, me rogó que no dejara de empalarla y mientras mi miembro llenaba con su semen el interior de su vagina, mordí su cuello dejando la marca de mis dientes sobre su piel. El dolor multiplicó su gozo y reteniendo las ganas de chillar a los cuatro vientos que su dueño la había tomado, se desplomó sobre la mesa con su sexo anegado de leche.
Viendo su cansancio, la dejé reposar unos segundos antes de volver a introducir el vibrador dentro de ella. María se abstuvo de protestar al sentir la nueva invasión y acomodándose la ropa, me soltó mientras salía por la puerta:
-Estoy deseando que llegue la hora de comer.
Soltando una carcajada, encendí el aparato y olvidándome de ella, me puse a trabajar pensando que todavía no habían dado las doce…

“Herencia Envenenada” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:
No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño. Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.
O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras. 
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

INTRODUCCIÓN

Inmerso en el día a día de la oficina, mi secretaria me preguntó si podía recibir a mi abogado. Conociendo al sujeto, comprendí que esa visita no programada debía ser urgente, de no ser así, Manuel hubiese pedido cita. Sabiéndolo, pedí a Lara que lo hiciera pasar.
― ¿A qué se debe este placer? –pregunté nada más verle.
Bastante nervioso contestó que venía a cumplir el deseo póstumo de un cliente y antes que pudiera reaccionar, me informó que mi padre había fallecido.
No supe qué decir ni qué hacer porque a la sorpresa de la noticia se unía un total desprecio por esa figura paterna que nos había abandonado a mi madre y a mí, siendo yo un niño. El rencor que sentía por él no menguó al saber que había muerto y por ello esperé sentado a que me informase de su encomienda.
―Tu viejo me contrató hace dos años para servir de albacea porque se temía que una vez supieras que te había nombrado su heredero renunciaras por despecho.
―Y tenía razón, no quiero nada de ese hijo de perra. Cuando lo necesité, no estaba y ahora que soy rico, no lo necesito― respondí con ganas de soltarle un guantazo por tener la osadía de haberle aceptado como cliente.
―Lo sé y además comparto tu punto de vista― contestó consciente del odio visceral que sentía por mi padre porque no en vano además de mi abogado, Manuel era un buen amigo― pero creo que antes de tomar cualquier decisión debes saber las consecuencias de ese acto.
Por su tono supe que era mejor escuchar qué tenía que decirme y deseando acelerar ese trámite, le pedí que se explicara:
―Aunque teóricamente don Ricardo os dejó cuando tenías apenas seis años y que según tú muchas veces me has comentado nunca hizo nada por ti ni por tu madre, tengo documentos que demuestran que eso no es cierto. Tu padre no solo financió tu educación, sino que sus compañías fueron las que te apoyaron cuando necesitabas un inversor para hacer realidad tus sueños.
―Desconozco que te traes entre manos, pero puedo asegurarte de que no tuvo nada que ver. Estudié con una beca de una farmacéutica suiza que fue la misma que entró como accionista cuando fundé esta empresa.
―Dolbin Farma, ya lo sé― replicó y sacando unos papeles de su maletín, me soltó: ―Aunque no era del conocimiento público, él era el dueño y se aseguró que recibieras toda la ayuda que necesitaras de su organización sin que nadie te revelara quien estaba detrás de ese conglomerado.
― ¿Me estás diciendo que ese malnacido era millonario y que maniobró a mis espaldas para que nunca me enterara?
―Así es… no me preguntes sus motivos porque no los sé, pero lo que si tengo claro es que también era el propietario de Manchester Investment, la compañía con la que te acabas de fusionar.
Impresionado por esas noticias, me tomé unos segundos antes de contestar:
―Aun así, no quiero nada, que se meta por el culo su herencia.
Tomando un sorbo de agua, Manuel respondió:
―Será mejor que estudies antes su testamento. Si te niegas a aceptar lo que te deja, Antonio Flores será su heredero y con ello se convertirá en el accionista mayoritario de todo lo que has creado.
«Nadie más que un ser retorcido podría haber planeado algo así», pensé al escuchar que mi mayor enemigo, el tipo con el que llevaba en guerra casi diez años se convertiría en mi jefe si me negaba a aceptar su herencia y con un cabreo de narices, arrebaté el testamento de las manos de Manuel.
«No puede ser», exclamé en mi mente al leer todos los bienes que poseía ese indeseable, pero también al comprobar que mi abogado no había mentido cuando me hizo saber que, en la sombra, mi viejo había sido mi mayor socio desde que fundé mi empresa.
Enfrentado al dilema de aceptar algo de ese maldito o verme en la calle, seguí leyendo y casi al final descubrí que había puesto como condición necesaria para heredar que me comprometiera a vivir durante seis meses en un rancho en el suroeste mexicano y hacerme cargo de por vida de su mantenimiento, ¡con la prohibición expresa de venderlo!
Asumiendo que era una especie de trampa de ese cretino, pregunté a Manuel si sabía algo de esa finca.
― Solo sé que tu viejo vivía ahí, pero nada más.
― ¿Cuándo tengo que contestar? ― pregunté asumiendo que no me quedaba más remedio que viajar allí en cuanto pudiera.
― Tienes de aquí a un año, pero antes que transcurra ese plazo si al final aceptas, debes cumplir la condición de vivir ahí el periodo estipulado. Mientras tanto seré yo quien administre todo en su nombre― dijo mi amigo mientras guardaba todos los papeles en su maletín…

CAPÍTULO 1

Soltero y sin cargas personales, un mes después había organizado mi partida hacía la trampa urdida por mi progenitor y digo progenitor porque me niego a catalogarlo como padre porque nunca ejerció como tal. Mi ausencia tan dilatada me había obligado a dejar todos los asuntos de mi empresa bajo la dirección de mi mano derecha y eso me incomodaba.
La noche anterior a mi viaje, me fui con un par de amigos de juerga y suponiendo que en el “exilio” tendía pocas ocasiones de disfrutar de los placeres de la carne, tras la cena insistí en ir a un tugurio de mujeres alegres.
Mis acompañantes apenas pusieron objeción a mi capricho, de forma que directamente fuimos a uno de los puteros más famosos de Madrid. Lo malo fue que ya una vez dentro del burdel, perdí todo el interés al preguntarme uno de ellos cómo me había afectado lo del difunto.
―Ese capullo no existía para mí― respondí.
Pero lo cierto fue que por mucho que las meretrices intentaron vaciar nuestras carteras, al menos con la mía no lo consiguieron. Ya en el avión que me llevaría a cruzar el charco, me puse a pensar en mi destino y tengo que reconocer que odiaba todo lo referente a mi viaje. Incluso el nombre que el difunto había elegido para el rancho me escamaba y me jodía por igual.
«Solo a un imbécil se le puede ocurrir poner “el futuro del hombre” a una finca», murmuré mientras revisaba el itinerario que me llevaría hasta allí.
La información que había podido recolectar sobre esa hacienda no era mucha, aparte de unas fotos sacadas de Google Maps donde aparecía una mansión típicamente indiana y de la descripción de las escrituras, no sabía nada más.
«¿Qué se le habrá perdido ahí?», me preguntaba.
Me resultaba difícil de entender su importancia, algo debía tener para que un hombre tan rico como había sido ese cretino lo pusiese como condición indispensable para aceptar su herencia.
Me constaba que no era el valor económico porque ciento cincuenta hectáreas de selva montañosa no era algo representativo del total de su dinero, por lo que debía ser otra cosa. Y considerando que ese malnacido era incapaz de albergar sentimiento alguno en vida, tampoco creía que tuviese un valor afectivo.
«Una puta encerrona, eso debe ser», sentencié cabreado al saber que no me podía escabullir, pero también que iba preparado para no caer en ella.
«Seis meses, acepto su herencia y vuelvo a Madrid», me dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad de mi asiento.
Durante las once horas de viaje apenas pude dormir porque, cada vez que lo intentaba, el recuerdo de las penurias que ese cabrón había hecho pasar a mi madre volvía a mi mente. Por ello, al bajarme del avión, tenía un cabreo de narices y dado que Manuel había organizado que una persona de su confianza me recogiera en el aeropuerto, tuve que hacer el firme propósito de no demostrar de primeras mi disgusto por estar en ese país perdiendo el tiempo cuando tenía mucho trabajo en España.
Acababa de pasar la aduana mexicana cuando de pronto escuché mi nombre. Al darme la vuelta, me encontré de frente con una impresionante morena que reconocí al instante por haber asistido a un par de conferencias suyas.
―Doña Guadalupe… ¡qué casualidad encontrarme con usted! ― exclamé bastante cortado por el hecho que esa eminencia en terapias génicas me hubiese reconocido, no en vano solo había cruzado un par de palabras con ella.
Para mi sorpresa, Guadalupe Cienfuegos respondió:
―No podía ser de otra forma. En cuanto me enteré de que el hijo de don Ricardo venía a comprobar el estado de nuestras investigaciones, insistí en recibirle en persona.
Totalmente fuera de juego, me la quedé mirando y molesto por haber mencionado mi relación de parentesco con ese capullo sin alma, contesté:
―No sé de qué habla. Mi intención en este viaje es cumplir con las directrices del testamento y me temo que eso no tiene nada que ver con sus investigaciones. Vengo a una finca que fue de él y que por alguna causa quiere que conozca antes de aceptar o no ser su heredero.
Con una enigmática sonrisa, ese cerebro con tetas replicó:
―El futuro del Hombre no es una finca. Es el laboratorio de ideas que su padre creó con la intención de explorar nuevas técnicas, alejado del foco de los periódicos y de la lupa de los gobiernos.
― ¿Qué tipo de estudios o ensayos hacen ahí? ― pregunté sintiéndome engañado.
Mirando a su alrededor como si comprobara que no había nadie escuchando, contestó:
―No estamos en un área segura. Espere a que estemos en el helicóptero para ser más explícita. Solo le puedo decir que de tener éxito la empresa ¡usted cambiará la historia de la humanidad!
Por lógica que envolviera sus estudios en tanto misterio me debía de haber preocupado, pero lo que realmente me sacó de mis casillas fue enterarme que íbamos a usar ese medio de transporte para llevarnos a nuestro destino. Hoy seguramente me hubiese negado, pero la vergüenza a reconocer mi fobia ante esa mujer fue mayor que el miedo cerval que tenía a ese tipo de aparato. Por eso dejé que me condujera sin decir nada a un helipuerto cercano mientras interiormente me llevaban los demonios.
Aun así, mi nerviosismo no le pasó inadvertido y al ver las suspicacias con la que miraba el enorme Eurocopter posado en tierra, comentó:
―Está considerado el más seguro de su especie.
Si intentó tranquilizarme con su sonrisa no lo consiguió y cagándome en el muerto por enésima vez, me subí al bicharraco aquel. Una vez dentro, tengo que reconocer que me impresionó tanto el lujo de su cabina como la sensación de solidez que transmitía, nada que ver con las cajas de zapatos en las que había montado con anterioridad.
Más calmado me senté en uno de los asientos y deseando que el mal rato pasara pronto, pregunté cuanto iba a durar el viaje.
―Casi dos horas― comentó Guadalupe mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Ese sencillo gesto provocó que me fijara en ella y contra todo pronóstico me puse a admirar su belleza en vez de estar atento al despegue. Y es que no era para menos porque esa mujer además de tener un cerebro privilegiado poseía otros dones que eran evidentes.
«Está buena la condenada», me dije mientras recorría disimuladamente sus piernas con la mirada.
Morena de ojos negros y pelo rizado, la señorita Cienfuegos era una preciosidad de casi uno ochenta muy alejada del estereotipo que tenemos los europeos de las mexicanas porque a su gran altura se le sumaba unos pechos generosos, una cintura estrecha, con la guinda de un trasero duro y bien formado, todo lo cual la hacía ser casi una diosa.
«No me importaría darme un revolcón con ella», pensé mientras intentaba recordar quien me la había presentado en el congreso farmacéutico de Londres.
«¡Fue Manuel!», exclamé mentalmente al percatarme que era demasiada casualidad que mi abogado fuera también el de mi padre y que encima conociera a esa mujer.
Asumiendo que mi amigo me debía otra explicación al resultar que no había sido algo casual, sino que premeditado, me abstuve de comentarlo y en vez de ello le pedí que me explicara qué hacían en nuestro destino.
―Consciente que el futuro de la industria estaba en el estudio de los genes y sus aplicaciones en el ser humano, su padre reunió un conjunto bastante heterogéneo de científicos con los que buscar sin ninguna cortapisa las soluciones que siempre han acosado al hombre― contestó en plan grandilocuente.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí en que fuera más concreta y entonces fue cuando esa mujer dejó caer la bomba en forma de pregunta:
― ¿Ha oído hablar de la “Turritopsis Nutricula”?
―Cualquiera que trabaje en la industria farmacéutica conoce esa medusa― respondí con los pelos de punta al saber por primera vez cual era el objeto de tanto secretismo.
―Entonces sabrá que es el único animal que no muere de viejo y que es técnicamente inmortal porque es capaz de revertir su envejecimiento.
«No puede ser que gastara su dinero en esa entelequia», sentencié convencido de que era imposible reproducir en el ser humano ese proceso en el que, al llegar a su madurez sexual, en vez de originarse un deterioro irreversible, los miembros de esa variedad se ven afectados por una adolescencia al revés y comienzan un proceso de rejuvenecimiento hasta que el sujeto vuelve a ser una especie de bebé.
Resumiendo, en mi cerebro lo que sabía de la medusa, pensé:
«De una forma similar en que una serpiente pierde su piel sin dejar de ser ella misma, los Turritos se renuevan completamente, ¡manteniendo su identidad como individuo!».
La expresión de mi rostro, mitad estupefacción y mitad recochineo, la hizo reaccionar y adoptando un tono defensivo, me soltó:
―Como comprenderá no queremos llevar al límite ese proceso, pero queremos aprender de él para alargar la vida humana.
―En pocas palabras quieren conseguir la inmortalidad.
Sin cortarse en lo más mínimo, esa doctora en medicina replicó:
―Ese es el fin último, pero nuestros objetivos son más humildes. Nuestra prioridad es ralentizar el deterioro neuronal y conseguir la regeneración de miembros amputados o enfermos.
Que reconociera el buscar esa quimera sin ruborizarse, me extrañó. De decirlo en un entorno académico hubiera sido tachada irremediablemente de charlatana o lo que es peor de estafadora.
Aun así, insistí en el tema:
―Me imagino que están estudiando como consiguen transformar sus células a través de la transdiferenciación, pero como sabrá en la naturaleza solo se da en animales que pueden regenerar órganos o extremidades.
―Así es y la razón de centrarnos en esas medusas se debe a que los Turritos son los únicos que lo aplican invariablemente a todo su cuerpo al alcanzar determinado punto de sus ciclos.
―Personalmente no creo en ello― confesé midiendo mis palabras― pero no puedo emitir una opinión hasta estudiarlo.
Guadalupe estaba tan acostumbrada a que la tildaran de loca que tomó mi rechazo como un triunfo al darle la oportunidad de mostrarme sus hallazgos y con una alegría fuera de lugar, contestó:
―Don Ricardo me dijo antes de morir que no tendría problemas en continuar mis experimentos porque si de algo se vanagloriaba era de que su hijo poseía una mente una mente abierta, no anquilosada por prejuicios morales. Desde ahora le aseguro que no se arrepentirá… no sé cuánto tardaremos en tener éxito en humanos. Quizás tardemos años, pero al final demostraremos a la comunidad científica que estaba equivocada y usted aparecerá en los libros de historia como el salvador de la humanidad.
Esa perorata destinada a ensalzar mi figura no cumplió su objetivo de elevar mi ego porque fui capaz de vaciarla de palabras inútiles y caer en la cuenta del desliz que había cometido: Al decir que tardarían años en tener éxito con humanos, implícitamente estaba reconociendo que habían tenido éxito con otras especies.
Espantado por las consecuencias que podría acarrear ese descubrimiento de ser cierto, me quedé callado y mientras rumiaba toda esa información no pude más que aceptar que la sonrisa de ese cerebrito era hasta pecaminosa.
«No me importaría hacer con ella un ejercicio de anatomía comparada», mascullé mientras me preguntaba cómo sería en la cama…

CAPÍTULO 2

Desde el aire, nada podía hacer suponer que esa finca no fuera la típica hacienda productora de café y por mucho que busqué señales que delatara su verdadera función me resultó imposible.
«El camuflaje es perfecto», pensé al ver que el helicóptero tomaba tierra en una explanada cercana a la mansión y que incluso la pista de aterrizaje podía ser confundida con un vulgar prado.
Un automóvil nos esperaba y decidida a que no perdiéramos el tiempo, Guadalupe ni siquiera esperó a que recogieran el equipaje para ordenar que nos llevaran hasta el edificio principal.
«Se nota que tiene prisa por enseñar sus logros», pensé cuando ya en la escalinata de la mansión me tomó del brazo para forzar mi paso.
Tal y como había previsto, no se paró a mostrarme el lujoso salón por el que pasamos, sino que directamente me llevó a un ascensor escondido tras una cortina. Tampoco me extrañó que como tuvieran como medida de seguridad un escáner de retina, pero lo que realmente me dejó acojonado fue que antes de abrirse la puerta, ese cerebrito me informara que como éramos dos también tenía que pasar yo el examen de esa máquina.
―No tienen mi registro― contesté.
―Se equivoca, su padre insistió en grabar su pupila cuando instalamos este sistema.
Asumiendo que era verdad y que de alguna forma habían conseguido escanearla acerqué mi ojo al sensor. La puerta abriéndose confirmó sus palabras y con un cabreo del diez, entré junto a la morena.
«Llevan años preparando este momento», comprendí molesto por haber sido manipulado de esa forma y no haberme percatado de ello.
Mi desconcierto se incrementó exponencialmente al llegar a nuestro destino porque al abrirse el ascensor me encontré con un enorme laboratorio instalado bajo tierra donde pude observar que al menos trabajaban allí unas cuarenta personas.
«Debió de tener claro que debía mantener el secreto, para asumir la millonada que debió costar escarbar estas instalaciones», refunfuñé para mí mientras trataba de calcular cual sería el precio de mantenerlas abiertas y operativas tal y como mi progenitor establecía en su testamento.
Guadalupe aprovechó mi silencio y haciendo uso nuevamente de su arrebatadora sonrisa, comentó:
―He concertado una reunión con las máximas responsables para presentártelas.
En ese momento no caí en el género que había usado y por eso me sorprendió que fueran tres, las jóvenes científicas que estaban esperándonos en la sala a la que entramos.
―Alberto, te presento a Lucienne Bault, experta genetista de la universidad de Lausanne.
La aludida se levantó de su silla y llegando hasta mí, me saludó con un beso en la mejilla. Ignoro que fue más perturbador si esa forma de presentarse o que esa francesa me dijera medio en guasa que habían salido ganando con el cambio de jefe porque yo era mucho más guapo que mi padre.
―Gracias― alcancé a decir totalmente colorado antes que Guadalupe me introdujera al siguiente cerebrito señalando a una increíble hindú de ojos negros.
―Trisha Johar es nuestra heterodoxa bióloga y una de las culpables con sus teorías de que estemos aquí.
Al oír su nombre y su apellido caí en la cuenta de un artículo que había leído hacía años donde se criticaba con violencia unos enunciados teóricos de una doctora del Delhi Tech Institute en los que sostenía que era posible forzar la protógina en los mamíferos.
―Conozco sus estudios sobre el cambio de sexo en los animales― contesté francamente escandalizado por el tipo de investigación que me debería comprometer a mantener si aceptaba esa herencia.
«¿Qué coño esperaba ese cabrón obtener de estas locas?», pensé mientras observaba que al contrario que su predecesora esa morena se abstenía de acercarse a mí y desde su sitio me hacía la típica genuflexión de su país.
La tercera y última especialista resultó ser una candidata a premio nobel de la universidad de Chicago por sus investigaciones en la reproducción basada en el desarrollo de las células sexuales femeninas sin necesidad de ser fecundadas, la llamada partenogénesis.
A ella no hacía falta que la presentaran porque no en vano la conocía desde que, hacía casi diez años, habíamos coincidido en un curso impartido en Tokio donde presentaba el nacimiento de una rata engendrada sin necesidad de padre.
―Julie, me alegro de verte― comenté mientras esta vez yo era quien la saludaba de beso.
La treintañera se mantenía en plena forma y a pesar del tiempo transcurrido seguía con el mismo tipo exuberante que había intentado sin éxito conquistar. Alta, rubia y dotada de dos enormes ubres había sido la sensación de ese simposio, pero enfrascada en su carrera no conocía a nadie que se vanagloriara de habérsela llevado a la cama, a pesar de que fueron muchos los que al igual que yo lo habían pretendido.
Manteniendo las distancias, contestó tomando la palabra en nombre de sus compañeras:
―Estamos deseando mostrarte los avances que hemos conseguido en nuestras áreas. Te aseguro que te van a sorprender.
Durante un segundo temí que se pusieran a exponer sus locuras en ese instante, pero afortunadamente Guadalupe saliendo al quite comentó que era casi la hora de cenar y que todavía no me había instalado. Tras lo cual las informó de que esa noche la cena se retrasaría media hora para dar tiempo a que me diera una ducha.
― ¿Dónde vamos a cenar? ― pregunté inocentemente al no haber visto ningún restaurante por las cercanías.
―En la casa― y sin dar importancia a la información, me soltó: ― No te lo he dicho, pero durante la reforma de la hacienda, tu padre se reservó la parte noble de la mansión para alojar tanto a él como a sus más estrechas colaboradoras y así no perder el tiempo con los desplazamientos.
― ¿Me estás diciendo que viviré con vosotras? ― pregunté alucinado.
Con una sonrisa pícara, la mexicana contestó:
― ¿Tan desagradable te parece la idea? Piensa en el lado práctico, nos tendrás a tu disposición a todas horas.
Podía haber malinterpretado sus palabras si no se refiriera a ella y a los otros tres cerebritos porque tomándolas literalmente me estaba ofreciendo compartir algo más que sus conocimientos. Rechazando esa idea por absurda, tomé su frase desde una óptica profesional y contesté:
―Normalmente suelo separar el trabajo de los momentos de esparcimiento, pero lo tendré en cuenta si me surge alguna duda.
Lucienne soltó una carcajada al escuchar mi respuesta y deseando quizás acrecentar mi turbación, se permitió el lujo de intervenir diciendo:
―Por eso no te preocupes, hemos prohibido hablar de trabajo en casa. Bastantes horas trabajamos en este zulo, para llevarnos tarea a la cama.
Nuevamente al mirarlas, mi impresión fue que de algún modo estaban tanteando el terreno y que sin desear ser demasiado explicitas, se estaban ofreciendo como voluntarias a sudar conmigo entre las sábanas.
«O bien llevan tanto tiempo encerradas aquí que andan cachondas o bien han decidido darme la bienvenida tomándome el pelo», mascullé para mí.
Asumiendo que era la segunda opción, decidí seguir con su broma y sin cortarme, respondí:
― En eso estoy de acuerdo… en la cama se duerme o se estudia anatomía comparada.
Mi andanada lejos de reprimir a la francesa, la azuzó y riendo mi gracia, replicó:
―Ten cuidado con lo que dices. Somos cuatro y tú solo uno para comparar. No vaya a ser que te tomemos la palabra.
Sin pensar en las consecuencias, respondí mirándola a los ojos:
―Mi puerta siempre estará abierta para el estudio.
Si esperaba ver algún signo de vergüenza en ella, me equivoqué porque lo único que conseguí fue que, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me regalara la visión de su perfecta dentadura.
Guadalupe debió pensar que había que cortar esa conversación no fuera a ser que se despendolara y llamando a la calma, me recordó que todavía no me había mostrado la oficina que iba a ocupar a partir de ese día.
―Soy todo tuyo― respondí mientras teatralmente le ofrecía mi brazo.
La mexicana aceptó mi sugerencia y tras despedirse de sus compañeras, me llevó por los pasillos del laboratorio hasta una puerta con el mismo sensor que el ascensor y por segunda vez tuve que escanear mi retina para que el puñetero chisme se abriera.
―Resulta raro entrar aquí sin tu padre― murmuró la morena con tono apenado.
Me resultó extraño que alguien pudiese echar de menos a mi viejo, pero no queriendo indagar en sus sentimientos pasé a su interior con una mezcla de desconfianza e interés porque no en vano ese sujeto era un completo desconocido para mí.
Juro que me sorprendió descubrir lo mucho que se parecía a mi propia oficina. El mismo tipo de decoración, muebles muy semejantes pero lo que realmente me dejó impactado fue comprobar que al igual que ocurría en la mía, una de sus paredes lucía llena de pantallas.
―Se nota que os habéis inspirado en la reforma que hice en mi empresa― comenté al ver las semejanzas.
Guadalupe me preguntó porque lo decía y al explicarle lo mucho que se parecía a la oficina que había estrenado hacía unos seis meses, contestó:
―Debiste contratar al mismo decorador que don Ricardo porque lleva así al menos tres años que es cuando empecé a trabajar aquí.
No dije nada y me quedé pensando:
«Es imposible, yo mismo la decoré».
Que esa mujer me mintiera en algo tan nimio, despertó mis suspicacias y para no provocar que se pusiera a la defensiva, me puse a chismear el resto del despacho mientras mi cicerone se quedaba sentada en una de las sillas de cortesía.
«El cabrón de mi progenitor quiso que me sintiera cómodo trabajando aquí», deduje al no aceptar que fuese fortuita tanta similitud.
Habiendo satisfecho mi curiosidad, volví donde estaba la morena y le dije si nos íbamos.
―Todavía no. Tu padre me dejó instrucciones de traerte aquí ― replicó y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, se encendieron los monitores y la figura de mi odiado ascendiente apareció en ellos.
―Hola hijo. Gracias por estar aquí― fue su entrada.
― ¿Me dejó un mensaje grabado? ― escandalizado pregunté a la mujer.
En vez de ella fue la voz de mi padre quién contestó:
―Sí y no. Lo que estas escuchando es un programa resultado de años de desarrollo con el que he querido anticiparme a las dudas que te surjan sobre este proyecto en el que embarqué mi vida. Se puede decir que es un compendio de mis vivencias y opiniones.
Por si fuera poco, acto seguido esa especie de inteligencia artificial pidió a mi acompañante que nos dejara solos. Me disgustó ver que Guadalupe obedecía como si realmente hubiese sido su antiguo jefe quien le hubiese ordenado desaparecer de escena.
Tomando asiento, esperé a ver qué era lo que esa condenada máquina quería decirme. Nada más cerrar la puerta la mexicana, escuché que me decía:
―Antes de nada, nunca os abandoné, sino que fue tu madre la que me prohibió todo contacto bajo la amenaza de hacer público la que considero que es la obra de mi vida.
Indignado porque metiera a mi santa en la conversación, espeté a su imagen:
―No te creo. Fuiste un maldito egoísta toda tu vida… ¡me alegro de que estés muerto!
Nada más soltarlo, caí en la cuenta de que estaba enfadado con un programa de ordenador y que, al gritarle, me había comportado exactamente igual que su subalterna. Si ya de por sí eso era humillante, más lo fue cuando con tono monótono, ese personaje virtual me contestó:
―No creo que sea la mejor forma de empezar nuestra relación, pero te puedo ofrecer pruebas de qué no miento.
Ni siquiera aguardé a que terminara de imprimirse, en cuanto escuché que la impresora se ponía en funcionamiento, salí de su despacho jurando no volver jamás…


Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Steven) parte11” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Stevens: pasaron un par de días desde que nos reunimos en casa de Fabián y confesé lo que había ocurrido con mi mujer Diana y ellos hablaron de sus experiencias con ella cuando fueron sus novios mientras tanto nos dimos a la tarea de buscar un cura y hacer las vueltas para ver si lográbamos casarnos con tan buena suerte que logramos encontrar uno así que debíamos hacer las vueltas buscar el sitio de recepción, la preparación del matrimonio todo estábamos en una carrera contra reloj para lograr que a final de mes pudiéramos tener nuestra ceremonia, nos citamos con el padre teníamos que ir a una pequeña iglesia que estaba casi saliendo de la ciudad fuimos con el niño estábamos muy contentos y emocionados el padre era un hombre de alrededor de 50 años 1.75 mts de altura algo robusto con una pequeña barriguita una cara que inspiraba tranquilidad y paz muy calmado cachetón con mirada tierna, dulce, cabello gris por las canas abundante aunque lo llevaba corto hacia un lado y tal como se veía así era su personalidad muy amable, alegre, educado nos atendió bien y nos dijo que debíamos hacer y de que trataba el curso matrimonial agendamos unas series de citas para la preparación y nos despedimos. Aprovechamos el día fuimos a un centro comercial almorzamos de repente una mujer se acercó nosotros… Diana eres tú. Mi novia quedo sorprendida sin saber qué hacer cuando por fin reacciono su voz tembló un poco y dijo… Lucia do ña Lulu cia hola como esta… Hola hermosa yo bien y tu como estas mírate tan hermosa como siempre creo que aún más hermosa, cuanto tiempo ha pasado como 10 años… Gracias usted también se ve muy bien mírese tan conservada y bella, si como 10 años desde la última vez que nos vimos yo tenía como 22 años… Ay gracias uno haciendo el esfuerzo para cuidarse ya con todos estos 51 añitos encima jajaja… No, pero doña lucia usted se ve muy bien todavía está muy joven está como la recuerdo, mire que pena le presento a mi prometido Steven… Mucho gusto señora respondí… Mucho gusto joven… Mira Steven ella es la mamá de Adrián mi ex suegra jajaja Dijo Diana. Cuando dijo eso entendí por qué el Nerviosismo de Diana al encontrase con su antigua suegra. Y este pequeñín tan hermoso dijo lucia… Es nuestro hijo dijo Diana… Por Dios Dianita esta hermoso y tú ya eres mamá no puede ser y mira lo bien que te vez la maternidad te ha sentado muy bien mira la mujersota que estas hecha. Pude notar como esta señora miraba de arriba abajo a mi mujer recorría cada centímetro de su cuerpo, sus piernas, sus caderas ese irresistible culo enfundado en ese jean, sus grandes senos abultados dentro de su blusita se la estaba comiendo con la mirada, Diana se dio cuenta de cómo la miraba, se puso incomoda e intentando disimular le dijo… Steven y yo nos vamos a casar a finales del mes… Enserio felicitaciones. Se acercó a Diana y le dio un abrazo donde aprovecho para tratar de sentir todo el cuerpo de mi prometida apretándola fuerte estimulándose con él para después soltarla… Amor me alegro por ustedes le dijo Lucia. Diana totalmente sonrojada le respondió… Gracias doña Lucia… No me diga doña que me hace sentir vieja más bien no se olvide de enviarme una invitación… Cla claro yo no me olvido de usted y le mando la invitación… Bueno voy a estarla esperando, ahora me tengo que ir pero por que no te pasas por la casa nos ponemos al día sigo viviendo en la misma unidad ojala vinieras sola porque este par de muchachones se podrían aburrir escuchándonos hablar mejor que sea una tarde de chicas jajajaja… Si podría ser voy a ver cuándo tengo tiempo y le aviso… Ok preciosa pero no me vaya a dejar esperando eeehh, fue un gusto conocerlos son una familia preciosa y Joven se sacó la lotería con esta mujer, mi hijo que pecado que tonto fue al dejar ir una mujer así… Gracias señora si soy muy afortunado y fue un placer conocerla. Nos despedimos y seguimos cada cual por su camino no sin antes voltear a mirar y ver como Lucia mira hacia atrás y le clavaba la mirada ese buen culo que se gasta mi prometida mientras se mordía el labio inferior y continuaba su camino, quede sorprendido con esa mujer tan bien vestida toda una dama con la actitud de esa.

Al día siguiente llamo Leandro para ver si queríamos ir a nadar también invito a Fabián su esposa y su hijo quedamos en ir a la tarde así también aprovechábamos y les damos la noticia de que nos íbamos a casar, llegamos al apartamento nos recibió Leandro y Marcela su esposa junto con sus dos hijos (Felipe, Diego), Fabián, su esposa e hijo ya estaban ahí, muy acogedor el sitio quedaba en un cuarto piso con 3 habitaciones amplias la principal quedaba en el fondo de un pasillo con baño, 2 habitaciones más en el pasillo con un baño en él una sala amplia con comedor y cocina abierta muy bonito lo único malo era que no tenía ascensor, conversamos un poco les contamos la noticia de nuestra boda nos felicitaron les dijimos que pronto les enviaríamos las invitaciones, procedimos ahora si a ir a la piscina por ser semana la piscina se encontraba solo para nosotros nos pusimos nuestro traje de baño pero quien no pasó desapercibida que a pesar de usar un traje de baño enterizo negro fue el centro se atención ese traje parecía una segunda piel en su voluptuoso cuerpo resaltando sus curvas y dejando ver la suavidad de su piel pude notar como Fabián y Leandro trataban de disimular en frente de sus esposas cada vez que miraban a Diana, pese a todo nos divertimos mucho sobre todos los niños jugando en el agua por lo menos el hijo de Fabián y el nuestro abrazados de sus madres por ser aun bebes, nuestro hijo empezó a tocar las tetas de su madre buscando comida así que Diana decidió darle de comer pidió el favor a Leandro de ir al apartamento para alimentarlo aprovechar y vestir al niño de una vez, se secó un poco se enrollo la toalla en su cuerpo tomo un bolso con nuestras cosas y salió hacia el apartamento junto con Leandro que se ofreció a acompañarla para que el resto siguiera disfrutando de la piscina, sé fue descalzo sin vestirse solo con la bermuda que usaba para bañarse yo los acompañe también me fui igual que él, llegamos Leandro le ofreció la habitación principal ya que tiene baño por si quería duchar al niño yo aproveche para entrar al baño cuando salí Leandro me dijo… Steven por que no nadas un rato más aprovecha mientras Diana le da de comer al niño y lo baña… Si amor aprovecha un ratico más que yo me demoro unos 30 minutos más o menos, dijo Diana… No lo sé amor bueno voy un rato y vuelvo en 30 minutos Leandro vamos, respondí yo… Vete adelantando que yo voy a entrar al baño ya te alcanzo, dijo Leandro. El entro en el baño que quedaba en el pasillo, yo me retire pero deje la puerta abierta ya que Leandro no demoraría.

Baje los 4 piso y recordé que Diana tomo el bolso con todo lo que trajimos y necesitaba una toalla así que volví a subir entre en el apartamento pase por el pasillo donde estaba el baño se encontraba vacío como iba descalzo no hice ruido al llegar a la habitación la puerta estaba casi cerrada pero daba una buena vista al interior de ella antes de entrar mire y encontré a mi prometida con cara de preocupación su traje de baño hasta la cintura con sus grandes y preciosas tetas afuera en sus brazos mi hijo amamantándose de una de ella a su lado sentado se encontraba Leandro con una cara de degenerado y sonrisa perversa agarrando, apretando y manoseando su otra teta jugando con su bello pezón rosa que ya estaba en punta.

No Leandro que haces no ves que estoy amamantando a mi bebe… Shiiii tranquila hermosa, tranquila no te exaltes que puedes asustar al bebe además yo ya he visto como mi mujer alimentaba a mis hijos así que esto es normal… Normal esto me estas agarrando un teta y además no soy tu mujer suéltame por favor… Jejeje si ojala fueras mi mujer estas por años luz muchísimo más buena que ella y una mujer como tu merece estar llena de verga que te tengan satisfecha todo el día y yo tengo la herramienta perfecta para ti me imagino que tu prometidito no te dará la talla… Que le pasa Leandro que atrevido eres y suélteme la teta de una vez o grito… No mi amor tu no vas a gritar porque de casualidad me entere que ni tus ex novios Antonio y Adrián te daban la talla no te sabían satisfacer. Mi novia quedo con cara de confusión y yo detrás de la puerta también… A a a que te te refieres dijo Diana… Sé que eres toda una putita Dianita que a esos pobres les pusiste los cuernos más grandes que pudieran existir. Vi como Diana se puso blanca… Que que e e eso no no es cierto respondió Diana… Jajaja por que tan nerviosita mira cómo te pusiste seguro no te ponías así cuando te acostabas con tu tío o tu primo aaa y con tu papi mejor dicho padrastro o también cuando te prostituyeron. No podía ser Leandro nos escuchó la otra noche cuando estaba hablando con Antonio y Adrián, el hijo de puta se estaba aprovechando de eso, del rostro de Diana cayeron unas lágrimas y le respondió… Usted como sabe eso usted no tiene pruebas… Vez que si es cierto me lo acabas de confirmar… Por favor Leandro no le diga a nadie si, le suplicaba mi mujer… Si no sería bueno que tu prometido se enterara de la zorrita que va a tomar por esposa… No por favor Leandro yo le doy dinero si quiere… Yo no quiero tu dinero… Entonces que quiere… Lo que muchos deseamos darte bastante verga mira como me tenes. Diana miro y yo también en su entre pierna se vio un bulto que le hacía una carpa descomunal era impresionante… Por Dios Leandro que es eso… Lo que te voy a dar bonita. Yo tenía ganas de entrar a golpear al negro de mierda de Leandro pero el hecho de hacerlo haría que se descubriera todo y dejara la reputación y el nombre de la madre de mi hijo como una verdadera puta y a mí como el hombre más estúpido sobre la tierra.

Diana intento calmarse y ordenar su cabeza mientras continuaba dando de comer a nuestro hijo Leandro dejo de jugar con su teta y se paró frente a Diana con su enorme bulto frente a ella le acaricio el rostro con su mano y le dijo… Que linda eres Diana y que buena madre eres amamantando a tu hijo por eso creo que también mereces amamantarte. Acto seguido dejo caer su bermuda al suelo liberando una polla negra descomunal como nunca había visto era realmente monstruosa circuncidada totalmente depilada debía medir 28 cm con una cabeza en punta pero a medida que iba recorriendo el tronco hacia la base se iba engrosando de una forma descomunal casi como el antebrazo de un adulto alcanzando su máximo ancho en la mitad para volver adelgazarse un poco hasta la base debajo de aquella masa de carne amorfa estaban dos huevotes gigantescos un poco más grandes que un par de pelotas de golf, Diana al ver aquello se asustó… No Leandro que es eso por favor nooo… Vamos puta no seas tan grosera y despreciarme este teterito que sé que te gusta de hecho entre más grandes más te encantan además no tenemos mucho tiempo pronto vendrá tu prometido… No Leanugh glugh glugh mmnnn slurgh mmmnn. No le dio ni tiempo a responder vi como cogía a mi mujer de la parte de atrás de su cabeza y le clavaba la verga en su boquita haciendo un verdadero esfuerzo al meterse ese mastodonte negro dentro de su boca sin poder defenderse mientras en sus brazos sostenía a nuestro hijo que se alimentaba de su madre, como pudo Diana se adaptó y empezó a chuparle la verga al negro que le metía y sacaba casi la mitad del pene después se quedaba quieto y mi novia seguía chupándosela se la sacaba le pasaba la lengüita le daba lengüetazos trataba de meterle la lengüita por el huequito de la verga le chupaba la cabecita y volvía a meter y sacar esa verga dentro de su boca casi hasta la mitad Leandro solo gemia y le decía… Si Diana siii que buena eres realmente eres todo lo que escuche de ti que mamadas haces culiando debes ser una profesional mnnn siiii sigue asi… Leandro slurg glugh mnnn la tenes mmmnn glugh muy glugh grande mnnnm.

En ese momento Diana se despegó del pene del que se amamantaba y miro a su regazo nuestro hijo se despegó de su teta quedando está chorreando leche… Él bebe se quedó dormido dijo Diana… Rápido acuéstalo en la cama no tenemos mucho tiempo dijo el negro. Diana lo dejo con delicadeza en la cama mientras lo hacía quedo en cuatro dejando el culo en pompa, ofrecido totalmente expuesto Leandro no espero y le pego esa enorme verga entre las nalgas haciéndole sentir toda su hombría Diana emitió un gemido al verse sorprendida rápidamente Leandro le corrió el traje baño hacia un lado ya que este seguía a medio quitar dejando vulnerable esa concha rosadita e hinchada que tiene y sin miramientos cogió esa masa de carne que tiene por pene y se la enterró hasta la mitad gracias a la forma de estaca que tenía le fue fácil encontrar el camino Diana dio un gemido ahogado para no despertar al niño que estaba debajo de ella y miro a Leandro con los ojos llorosos… Aayy aiiiiyyy Lean dro no no no nunca en mi vida me aayyy me habían metido aauuuiii una tan grande como la tuya aayyy me estas partiendo aauuu la concha sacala por favor aaayyyy… Pero todavía no te la he metido toda mami solo va la mitad intente meterla toda pero como que se trabo en la mitad jejeje… Queee solo la mitad aauuu no no siento que me partiste por dentro ay no me metas más por favor… Ya cálmate tranquila vas a ver que después me vas a estar pidiendo que te la meta toda al principio marcela también era así ahora se mete mi verga como si nada.

Leandro puso sus piernas a cada lado de las caderas de Diana se subió sobre ella que continuaba a cuatro patas quedando los dos casi sobre mi hijo mando una mano a una de las tetas de Diana apretándola y la otra a la concha donde empezó a estimular su clítoris moviendo su mano rápida mente mi mujer empezó a gemir evitándolo hacer fuertemente para no despertar a su hijo cuando Leandro vio que ella se relajó empujo su verga clavándole la totalidad de sus 28cm de gruesa carne Diana no pudo contener el grito haciendo que nuestro hijo despertara siendo lo primero que ve el rostro de su madre aguantando un gesto de dolor y pegado junto a el rostro negro lleno de satisfacción de Leandro el cual le regalaba una sonrisa… Hola bebe te gusta lo que vez si cierto que si mira a tu linda mami está haciendo muy feliz a tu tío Leandro como esta de buena tu mami siii le decía Leandro a mi pobre bebe. El que no entendía y no se daba cuenta que se le estaban cogiendo a su madre frente a sus narices de repente empecé a escuchar gemidos de Diana ya no de dolor sino de placer… Siiii miii amooor tu mami aaahhh estaaa aahhh es ta haciendo aaahhh fe liz aaa tu tio mmnnn Le an dro y tu comooo ni ño buuueenoo aaahhh no le vas aaahhh decir aaa papiiii mmmnn siiii. Yo escuchaba horrorizado lo que su madre le decía a nuestro hijo de 10 meses con una tremenda erección en mi bermuda mientras Leandro le seguía metiendo y sacando media verga de las entrañas a mi mujer la cual tenía la vagina totalmente estirada.

Leandro se irguió dejando a Diana todavía en cuatro aun con toda la verga adentro la tomo de sus caderas y empezó a bombearla sacando casi toda la verga y volviéndosela a meter entera Diana empezó a gemir ya sin importarle nuestro hijo que la miraba con curiosidad y veía como sus enormes tetas llenas de su lechita se movían hacia adelante y hacia atrás la culeada cogió un buen ritmo y ambos empezaron a sudar Diana continuaba gimiendo y regalándole sonrisas y caritas de placer a nuestro bebe después el negro de mierda le dejo clavada toda la polla a mi mujer se inclinó agarrándola de sus enormes tetas y halándola de ellas la levanto quedando ambos arrodillados con la espalda de Diana pegada al pecho de Leandro y sus rostros uno al lado del otro, mi hijo quedo con una visión completa de su madre arrodillada con sus piernas un poco abiertas con la verga enorme de un negro abriéndole la chochita a mas no poder con sus tetas paradas y los pezones brotados botando algunas góticas de leche mientras un par de manos negras se las apretaba y sobaba, mi pobre hijo era testigo de la infidelidad de su madre sin saberlo la miraba con curiosidad e inocencia totalmente concentrado al ver a su madre haciendo algo que nunca la había visto hacer mientras Leandro le seguía percutiendo su enorme polla… Leandro el niño mmnnn nos esta aaahh viendo aahhmmnn esta viendoooo to do aahh puede ser malo aaahh para eeelll… No mamasota ya verás aahhh que así aprende como tratar mmnnn a una verdadera hembra porque de su papá no va aprender nada uuufff perraa. Luego Diana inclino su rostro buscando los labios de Leandro y empezaron besarse suavemente juntando sus lenguas mientras mi mujer se movía para penetrarse la gruesa verga de su actual amante… Ojala mmnn aprenda mmmnn bien no como su padre, decía Diana mientras se besaban, mi hijo solo los veía y veía como besaba de la manera más sensual a un hombre que no era su padre.

Leandro le saco la verga de golpe ocasionándole a Diana un gemido profundo la tiro en la cama a lo ancho le termino de sacar el traje de baño lo lanzo al suelo y le dijo tenemos que acabar rápido le abrió las piernas y le empezó abrir la concha con su gorda y larga verga Diana dio un gemido largo mordiendo su labio inferior sonriendo de placer y empezaron un mete y saca a toda velocidad mi prometida gemía y gemía sin importarle nada ni su hijo ya que la cama se mecía con el encima de ella las enormes gordas y lecheras tetas de mi mujer se movían sin control de la manera más obscena y provocativas, Leandro no aguanto las cogió con sus manos y las empezó a chupar y a chupar con fuerza pasaba de una a otra hasta que se quedó pegado de su teta derecha succionándola podía ver como se la estiraba también note como tragaba, la estaba ordeñando sacándole la leche de mi hijo se la estaba tomando toda… Aaahhh si dame duro aaaahh siiiii sácame todaaaa la lecheeee aaaaahh siiii. Vi como mi mujer mi prometida mi futura esposa se convulsionaba se le volteaban los ojos quedando casi en blanco en ese momento Leandro libero su boca de la enorme teta de mi mujer quedando esta enrojecida con la marca de un fuerte chupetón en su pezón, brotado en punta botando leche materna… Aaahhh putaaa me vengoooo me vengooo me estas apretando la vergaaa puton como me ordeñas toma toda mi lechitaaa aaahhh. Pude ver como esos enormes huevos se contraían con cada lechazo que le daba a mi prometida podía ver los espasmos de esa enorme y gorda verga dentro de la concha pulposa y totalmente abierta de mi mujer y como los fluidos de ella y Leandro combinados brotaban de entre ellos, viendo los movimientos de los huevos de Leandro conté 8 lechazos que le surtió a mi mujer directos en su útero y por cómo le chorreaba la vagina a mi prometida eran abundantes.

Leandro le saco la poya toda morcillona totalmente untada de fluidos se la puso en la cara a mi novia que estaba toda ida sin saber lo que pasaba se la metió a la boca y se la restregó por toda la cara dejándole su bella carita toda untada, babosa llena de semen y fluidos vaginales luego la levanto y le dio una fuerte nalgada dejándole toda su nalgota izquierda colorada haciéndola reaccionar y gritar… Vamos puton arréglate rápido que ya van a venir ya pasaron 25 minutos dijo Leandro… Aaayyy Leandro usted es un bruto animal mire todo lo que me hizo y me va aquedar la nalga toda roja, usted se aprovechó de mi… Jajaja si claro mamita creo que no lo disfrutaste jajajaja… Que estúpido eres tuve que hacerlo me chantajeaste ya tuvo lo que quiso esto no va a volver a pasar… Que no va a volver a pasar jejeje no lo creo y tenía que aprovechar desde que te conocí te tenía unas ganas lástima que no me pusiste atención antes hubieras podido disfrutar más de mi verga jajaja… Ummm de haber sabido que tenías esa vergota tal vez la historia hubiera sido diferente jijiji… Bueno arréglate que ya van a venir… No pero marcela se va a enterar mira como quedo la cama con manchas de leche, semen, y mis fluidos… Tranquila yo le invento algo no te preocupes mejor báñate que estas toda sudada y con la cara llena de semen y fluidos como buena perra jajajaja… A tan tonto me voy a bañar con el niño mientras tú vas y los distraes uno minutos más… Ok dijo Leandro.

Yo detrás de la puerta con una erección que me dolía y con el corazón partido con una sensación extraña en mi cuerpo de amor decepción y una excitación extrema que se me salía por todo el cuerpo salí lo más rápido que pude mientras Diana recogía al niño en sus brazos con su rostro untado de semen tomaba el bolso entraba al baño y Leandro buscaba su bermuda y se la ponía, al llegar a la escalera entre el segundo y tercer piso no me aguante me saque la verga y me hice una paja no dure ni 5 segundos y en una esquina contra la pared me vine a chorros 5 trallazos con abundante semen quedaron en esa esquina chorreando hacia el suelo me guarde el pene y fui a la piscina donde me preguntaron por Diana y Leandro les mentí diciendo que nos quedamos hablando de cosas de la maternidad esperando que no hicieran más preguntas y gracias a Dios así fue a los 5 minutos llego Leandro muy feliz y mirándome como si se burlara de mí y cada vez que lo hacía me sentía humillado e impotente, nos sentamos en unas mesitas a hablar el tomo al pequeño Dieguito lo sentó en su regazo, mientras hablábamos de cualquier cosa yo por dentro repasaba lo ocurrido y maldecía al maldito negro quien me miraba con si hijo menor encima abrazándolo de su barriga y regalándome la sonrisa más falsa que me han podido dar en mi vida, pasados 10 minutos Fabián y su esposa decidieron que se iban a ir así que nos levantamos de la mesa para dirigirnos al apartamento cuando Leandro bajo a su hijo de su regazo pude notar un bulto debajo de su bermuda su verga estaba algo morcillona él se dio cuenta que le estaba viendo me miro a la cara y se rio silenciosamente para continuar camino hacia el apartamento.

Llegamos al apartamento la habitación principal estaba con la puerta cerrada así que Leandro les ofreció a Fabián y a su esposa una habitación de uno de sus hijos para que se cambiara mientras tanto espere a que saliera Diana 5 minutos después Fabián y su esposa ya se habían vestido y se estaban despidiendo al rato se abrió la puerta de la habitación principal nos acercamos todos a ella salía Diana totalmente bañada con su cabello húmedo suelto y vestida con un jean y una blusita azul ceñida al cuerpo y el niño en brazos me dio un besito en los labios y me dijo… Hola amor que tal la pasaste… Bien y que tal tu baño respondí… Relajante ya quede bien limpiecita jejeje y el niño también. Decía eso mientras le daba una fugaz mirada a Leandro y se reía… bueno aprovecha báñate y arréglate para irnos… No creo que solo me visto y en la casa me baño… Bueno la ropa está en el bolso sobre la cama al mirar todos Marcela se percató de unas manchas de humedad y otras blanquecinas sobre los tendidos y pregunto… que paso aquí. Diana se puso nerviosa no sabía que responder en eso intervino Leandro… No amor lo que pasa es que Diana me conto que tuvo un accidente con el niño ya sabes mientras le daba de comer se le rego un poco de leche y de repeso cuando le estaba sacando los gasecitos se vomito un poquito por eso ese manchón yo le dije que no se preocupara que yo lavaba eso… Ay si perdón Marcela que pena contigo mira si quieres yo pago la lavandería dijo Diana… se vomito un poquito ese manchón esta como grande, pero no tranquila no te preocupes eso se quita fácil es solo leche y además ya mi esposito se ofreció a lavarla jejejeje dijo Marcela. En mi mente solo pensaba si supiera que ese manchón es pura leche de su marido no se estaría riendo.

Me dejaron ahí me vestí rápido nos despedimos y nos fuimos a casa de los suegros que es donde nos estábamos quedando Diana se comportó conmigo como si nada pendiente de mí, del bebe se le veía muy animada aunque lograba notar que al sentarse tenía cierta incomodidad, llego la noche se acurruco en mi pecho y se quedó dormida yo cerré los ojos y pensé por fin termino este maldito día mañana será uno mejor… espero.

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Relato erótico: “Los veinticuatro minutos de Le Mans” (POR ALEX BLAME)

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Los veinticuatro minutos de Le Mans.

La Camila corría por el estrecho camino vecinal levantando una nube de polvo, gravilla e insectos muertos. El calor de Junio convertía el cacharro en un horno, pero Julio se negaba a perder cinco caballos de los pocos que le quedaban a la vetusta Peugeot.

Cuando llegó a su destino, entregó el último paquete y miró al reloj satisfecho. Había tardado treinta y cinco minutos en llegar a su último destino, una hora más y estaría en casa duchado y preparado para ver la sesión de clasificación.

—Hola cariño ¿Qué tal el día?

—Bien, bien. La Camila se ha portado y he terminado el reparto temprano. Adiós al trabajo hasta el lunes.

—¿Puedes dejar de llamar Camila a ese cacharro? Parece que en vez de ir a trabajar, vas a ir a cepillarte a tu amante. —dijo Mila poniendo Morritos— “Voy a darle un poco de cera a la Camila…” “Hoy se me calentó demasiado la Camila”…

—No te enfades mujer, no lo puedo evitar. Esos ojos pequeños, ese culo grande y blando, ese aire a la vez regio y campesino, es inevitable no llamarla de otro modo que Camila Partner Bowles.

—Puff, eres un imbécil.

—Tienes toda la razón, soy tu imbécil. —dijo Julio sacando una cerveza de la nevera y cogiendo a su novia por la cintura.

Mila se apretó contra él y le dio un beso largo, húmedo y profundo. Durante unos segundos Julio se olvidó de todo y se dedicó a saborear a su novia. Un intenso aroma a fresas y yogurt invadieron su boca.

—Voy al salón, empieza la sesión de calificación —dijo Julio separándose y dejando a Mila jadeando en la cocina.

Encendió el televisor, la cerveza estaba fresca y la presentadora estaba buena. Todo estaba preparado en el circuito de La Sarthe. Los primeros en salir a calificar fueron los de la categoría GT. Desde el principio 911s Corvettes y Aston Martins se pegaban unos a otros tratando de cogerse el rebufo en las tres largas rectas del circuito y ganar unos pocos kilómetros por hora.

Cinco minutos después empezaron a salir los LMP-1 y LMP-2 y se dedicaron a arrancarles las pegatinas a los GT1 y GT2. Ver correr a los prototipos y adelantar al resto de participantes a 350 por hora en las largas rectas hacia que los Porsches y los Ferraris se pareciesen a su Camila.

—Cariño deja eso y vístete, hemos quedado con mi hermano para cenar.—Dijo Mila desde la habitación.

—¿Qué coños? —dijo Julio sorprendido.

—¿No te lo dije? Vamos a ir a cenar. Me llamó esta tarde.

—Pero…

—¿Algún problema?

—No, claro. Dame veinte minutos.

—Tienes diez .

Su cuñado era divertido y un fiestero, pero tenía el gran defecto de que los deportes no le interesaban lo más mínimo, así que era casi imposible para Julio ver un partido de fútbol o una carrera de coches si coincidían en fin de semana. Tragándose uno cientos de juramentos suspiró y vio como una rubia de largas piernas acercaba la alcachofa a Nick Strong, el actor de cine:

—Hola Nick. —saludó la joven de ojos grandes y azules — ¿Cómo te sientes en tu primer contacto con el asfalto de Le Mans?

—Bien Gisselle. Estupendamente, tengo un equipo competitivo…

—…que has conseguido gracias a tu último taquillazo “Amor de Segunda División” —dijo Julio a la televisión.

—…Mis compañeros han demostrado ser unos grandes profesionales y tengo que darles las gracias por contribuir de manera determinante al ajuste de los reglajes del vehículo.

—Dicen que tus reglajes son los más conservadores de la parrilla para que tu coche sea más sencillo de conducir a altas velocidades y que eso te hará perder unos pocos kilómetros por hora de velocidad punta.

—Sí, pero creo que con el pronóstico meteorológico que manejamos para el domingo estos reglajes pueden suponer una gran ventaja en mojado.

—¿Cuál es tu objetivo para tu primera participación en un Le Mans?

—La verdad es que no me lo he planteado.—respondió el actor con falsa modestia— Es mi primera participación, pero creo que tenemos equipo suficiente para igualar el segundo puesto de Paul Newman, en nuestra propia categoría claro.

—¿Y qué tal tu primera experiencia conduciendo por la noche? —dijo la joven evitando por muy poco poner los ojos en blanco ante la presuntuosa respuesta.

—Excitante y aterradora a la vez. El hecho de no saber si se te acerca un 911 o un Audi E-tron hace que estés en permanente tensión. Afortunadamente he pasado el test sin problemas.

—Buena suerte. —dijo despidiéndose la joven con una risita tonta.

—Gracias Gisselle —replicó Nick con una sonrisa traviesa que no presagiaba nada bueno.

—¡Vamos Julio! ¡Mueve el culo de un puñetera vez!

—¡Voy joder! —respondió Julio levantándose del sofá.

***

Nick Strong se metió en su caravana jurando en arameo. Por mucho que se esforzase, la diferencia entre sus vueltas y las de sus compañeros no bajaba de los cinco segundos y se multiplicaba por dos durante la noche. Además no podía mantener un ritmo constante debido a los continuos fallos y cuando veía venir algún prototipo se acojonaba y perdía demasiado tiempo al dejarlo pasar.

Tiró el casco que Tina Bergkamp había decorado en exclusiva para él y se bajó el mono hasta la cintura. Abrió la nevera y bebió un poco de zumo de frutas deseando poder tomar algo más fuerte que calmase su frustración.

Apenas se había tumbado en el cómodo sofá italiano cuando unos suaves golpes sonaron en la puerta de su caravana.

—Hola, Nick. —dijo la rubia reportera de los tetones de goma cuando él abrió la puerta.

—Hola, Gisselle. Pasa, por favor. ¿Qué te trae por aquí?

—¡Oh! Verás, estoy muy interesada en tu participación. —dijo la joven mientras se estiraba nerviosa su fino y ajustado vestido de lana— He pensado que quizás pudieses concederme una entrevista en profundidad. Ya sabes, o sea, que me gustaría que alguien acostumbrado a expresarse con claridad pudiese explicar a los profanos este mundillo tan complicado.

—Mmm, estupendo. —dijo Nick dirigiéndose a la nevera— Solo tengo Zumo de frutas, leche y barritas energéticas.

—Un poco de zumo de arándanos, por favor. —dijo la joven a sus espaldas.

El aire acondicionado estaba a tope y cuando Nick se dio la vuelta no pudo evitar fijar sus ojos en los pezones de la joven haciendo relieve sobre el fino tejido del vestido. Nick cogió dos copas y sirvió un poco de zumo en ellas mientras la reportera permanecía de pie con la mirada expectante.

Nick se acercó dominándola con su estatura y le dio la copa. Sus dedos se rozaron y una descarga les atravesó. Acostumbrado a coger lo que quería, Nick no se lo pensó y asiendo a la joven por la cintura besó aquellos labios gruesos y húmedos.

La joven refunfuño unos segundos pero no tardó en devolver el beso con su lengua juguetona y sabrosa.

Con un empujón Nick acorraló a la joven contra la pared y sobó sus pechos grandes y firmes. La reportera gimió y se retorció sin dejar de besarle.

—No deberíamos —dijo la joven suspirando con la voz ronca de deseo.

Nick la ignoró y con la sangre hirviéndole, bajó las manos para arremangarle la falda del vestido. La joven suspiró y rodeó el cuello del actor con sus brazos largos y bronceados.

Nick acarició los muslos tersos y cálidos de la joven que gimió y separó ligeramente sus piernas. La besó de nuevo, con violencia, intentando llegar hasta lo más profundo de su boca mientras acariciaba su pubis a través de la fina tela del tanga y la empujaba aun más contra la pared de la caravana.

La joven gimió y se retorció de nuevo al sentir como los dedos del actor apartaban el tanga y penetraban en su sexo húmedo y anhelante.

Sin dejar de besarla ni magrearla con la mano libre, Nick le acarició el sexo con rudeza disfrutando de la mezcla de deseo y temor en los ojos de la joven.

Tras unos segundos se apartó y desabrochándole el cinturón le sacó el vestido por la cabeza dejando a Gisselle desnuda salvo por un minúsculo tanga que en esos momentos no tapaba el triángulo de bello rubio que adornaba su pubis.

Nick se desembarazó rápidamente del mono ignífugo y de la ropa interior y dando la vuelta a Gisselle la penetró sin contemplaciones. La reportera gritó y arañó la pared de la caravana. Nick agarró a la joven por la caderas y empezó a empujar con fuerza volcando toda su frustración en aquel cálido y resbaladizo agujero. Gisselle gemía y jadeaba separando sus piernas para conseguir que el actor la penetrara más profundamente.

Nick, a punto de correrse, se tomó un respiro y admiró el cuerpo de la joven. Acarició su espalda y penetrándola con suavidad junto las piernas y se puso de puntillas. La joven tensó las suyas intentado mantener inútilmente el contacto con el suelo a pesar de los largos tacones. Nick le acarició las piernas mientras la joven giraba la cabeza y le sonreía y comenzó a follarla de nuevo.

Los salvajes empujones eran respondidos con gritos de placer de Gisselle que excitaron al actor hasta eyacular dentro de ella. Nick se separó y la joven aun hambrienta le cogió de la mano y le llevó a la cama que había al fondo de la caravana. La joven le sentó en el borde y cogiéndole la polla que ya empezaba a retraerse le dio un suave lametón al glande. Nick jadeó y cerró los ojos mientras la joven le chupaba la polla y volvía a ponérsela dura como un canto.

Nick agarró a la joven con rudeza y la tiro boca arriba en la cama. Gisselle abrió sus piernas con el tanga descolocado y el semen de Nick escurriendo entre sus piernas. Arrebatado por un deseo violento y primitivo agarró a la joven por las piernas para separárselas al máximo y la penetró con todas sus fuerzas. No hubo tregua y la joven no la pidió gimiendo y aullando como loca mientras Nick cubierto de sudor la follaba con fiereza y pellizcaba y mordisqueaba sus pechos y sus pezones hasta que la joven se contorsionó presa de un monumental orgasmo. Sus pechos grandes y artificiales bailaron estremecidos por los movimientos involuntarios de la mujer hasta que pasaron los relámpagos del orgasmo .

Gisselle se fijó en como Nick miraba sus pechos magullados y deliciosamente doloridos y sentando al actor sobre la cama, se arrodilló y metió la polla entre ellos acariciándola con suavidad.

Nick creyó estar por un momento en el cielo mientras los deliciosos pechos de la joven acariciaban su glande.

El actor escupió el canalillo de la joven que se limitó a apretar las tetas entorno a su polla mientras Nick comenzaba a empujar con furia de nuevo hasta que súbitamente se separó para cogerse la polla y eyacular dirigiendo los chorros de semen a la cara de la reportera.

Cuando terminó Nick observó satisfecho como su leche corría por las mejillas de la joven y velaba sus bonitos ojos azules.

***

—Hola, cuñado —saludó el hermano de su novia entrando en tromba.

—Hola —dijo Julio mientras se terminaba de vestir delante de la tele.

—¡Coño! ¿Qué es eso? ¿Un consolador con ruedas?

—No, es el Nissan ZEOD RC.

—Pues para ser una polla japonesa parece bastante grande…

Despertó al mediodía con una resaca enorme. Entre Julio y el cuñado habían bebido dos botellas de vino durante la cena y de madrugada habían caído varios cubatas más.

Mila ya se había levantado y había salido a correr. Con las piernas aun temblando se tomó un par de paracetamoles y se sentó en el sofá frente a la tele.

El Warm up fue bastante aburrido. Los equipos no arriesgaban lo más mínimo reservando su mecánica lo más posible para la carrera. El único que le dio un poco de emoción fue el Nissan, la polla rodante, cuando consiguió dar un vuelta a los trece kilómetros del circuito de La Sarthe usando solo la energía eléctrica y un poco más tarde alcanzar los trescientos por hora con el motor de gasolina apagado.

Mientras el dolor de cabeza amainaba, Mila llegó, se quitó el Mp4 y la ropa y se metió sudorosa en la ducha.

Iba a desnudarse y meterse con su novia bajo el agua cuando sonó el teléfono.

—Hola Julio.

—Hola Lino —respondió Julio sabiendo lo que venía a continuación.

—¿Vamos a tomar algo al Salgari? —le preguntó el suegro.

—Dame media hora —respondió Julio suspirando consciente de que ya no vería la salida.

Al vermut en el Salgari le siguió la comida, el café y la partida en la casa de los suegros.

A punto de volver a casa, el cuñado llamó a Mila y le invitó a tomar otro café en su chalet de las afueras. Julio intentó resistirse pero unos morritos y un guiño de sus irresistibles ojos color miel le bastaron a Mila para acabar con su determinación.

Cuando terminaron con el segundo café eran ya las ocho de la tarde, justo la hora en la que empezaba el concurso de tapas en el barrio antiguo. Cuando terminaron y llegó a casa eran más de las doce.

Julio se derrumbó en el sofá agotado y le dio al mando del televisor. Los coches corrían rasgando la oscuridad con sus potentes faros y manteniendo la velocidad como si estuvieran a plena luz del sol. Tras unos minutos se enteró de que el Nissan había conseguido aguantar cinco vueltas antes de tener que retirase y que dos de los equipos favoritos también habían tenido que abandonar por distintas causas.

Al fin había conseguido relajarse y estaba viendo al Audi encarar por centésima vez, en cabeza, las curvas Porsche, cuando la cabeza de Mila asomó por la puerta.

—¿No vienes a la cama? —pregunto ella mordiéndose la punta de la lengua con una sonrisa pícara.

—Estoy viendo las veinticuatro horas de Le Mans, voy dentro de un rato.

—¿Seguro? —replicó Mila asomando una pierna enfundada en una media de fantasía y unos tacones largos como un día sin pan.

Julio dudó un momento pero las largas piernas de su novia y las trabillas plateadas de su liguero favorito hicieron que mandase a los coches al cuerno.

La joven tiró de él satisfecha mientras Julio se hacía el remolón y aprovechaba para contemplar el culo respingón y las largas piernas de su hembra.

En cuanto entraron en la habitación Julio abrazó a Mila por detrás haciéndole sentir su erección mientras estrujaba sus pechos a través del sujetador. Su novia suspiró y restregó su culo contra la polla erecta de Julio volviéndole loco de deseo.

Mila se dio la vuelta y se colgó del cuello dándole a Julio un largo beso. Julio se olvidó por unos segundos de los pechos de su novia y la abrazó apretándola contra él, disfrutando de su carne tersa y cálida.

—No te preocupes. — le susurró al oído mientras Julio le besaba el cuello— Enseguida te olvidaras de esos malditos coches.

—Seguro que no son tan malditos cuando sepas que uno de esos trastos lo conduce tu querido Nick Strong. —replicó Julio mientras le quitaba el sujetador.

—¿No te parece un poco arriesgado recordarme a Nick justo en este momento? Mmmm.

—No me importa que pienses en él si eso te pone más cachonda. —dijo él chupando uno de los pezones de Mila.

—Pues yo te prohíbo que pienses en Angelina Jolie. —respondió ella estrujando el paquete de Julio solo un pelín más fuerte de lo necesario.

—¡Auu! Trátalos un poco mejor si no quieres dejarme nenuco*

Julio cogió a Mila por los hombros y la tiró sobre la cama. Agarró a su novia por los tobillos y se los beso con suavidad. Poco a poco sus labios y sus manos fueron recorriendo el interior de sus piernas y sus muslos mordisqueando y tironeando de las medias sin llegar a romperlas.

Mila comenzó a gemir y movió sus pubis excitada. Julio lo vio y besó suavemente su sexo. Mila suspiró y tiró del pelo de Julio para hundir su cabeza aun más entre sus piernas. La lengua de Julio se introdujo en su interior, acarició sus labios y su clítoris provocando nuevos gemidos de placer y empezó a subir por su vientre y sus pechos hasta llegar de nuevo a su boca.

Mila no esperó y cogiendo el miembro de Julio se lo metió ansiosa en su coño. Julio comenzó a moverse lentamente dentro de su chica sin dejar de mirarla a los ojos. Acarició su mejilla y sin dejar de empujar en su interior la besó con ternura.

—Más deprisa —dijo Mila ciñendo sus piernas en torno a las caderas de Julio.

Julio aumentó la velocidad y la profundidad de sus penetraciones disfrutando del calor y la suavidad de la vagina de su novia.

—Déjame encima —Le pidió ella.

Julio obedeció y se sentó en el borde de la cama mientras ella se sentaba en su regazo y rodeando el cuello de Julio con sus brazos se empaló con su polla. Julio tiró del pelo de Mila para poder besarle el cuello mientras ella gemía y se movía en su regazo.

Pronto los movimientos de Mila se hicieron más rápidos y amplios hasta que con un grito, su cuerpo se arqueó arrasado por el orgasmo. Julio se movió ligeramente y le acarició con ternura mientras admiraba el cuerpo esbelto de su novia contraerse y jadear.

Mila se separó y con una sonrisa pícara acaricio la polla de Julio con su labios.

—¡Oh! ¡Sí, nena! —dijo Julio pensando inmediatamente que parecía un mal imitador de un actor porno.

Mila sonrió divertida, se metió la polla de Julio en la boca y empezó a chuparle el miembro con energía.

La muy puñetera le conocía tanto que antes de que le advirtiese, ella se sacó el pene de la boca y lo pajeó unos segundos hasta que Julio terminó corriéndose abundantemente sobre sus pechos.

La noche no terminó ahí sino que la sesión de sexo se alargó hasta que cayeron rendidos ya bien entrada la madrugada.

Julio volvió a despertarse tarde el domingo. Desayunó y se fue directamente a la tele. Los coches seguían rodando y la situación parecía haberse estabilizado en las categorías de prototipos mientras que en las de GT seguían pegándose casi tan igualados como al principio.

Las cámaras dejaron a los dos Audis y al Porsche y se centraron en el “gran” Nick Strong que se sentaba por fin a los mandos de su Porsche 911 con una sonrisa y el dedo pulgar levantado dispuesto a hacer el último relevo.

***

El polvo con la reportera le había relajado y había conseguido que volviese a recuperar la confianza en sí mismo. Además, sus compañeros habían hecho un trabajo espléndido y se encontraban terceros aunque con poco margen sobre sus perseguidores.

Nick aceleró tras salir de boxes y se incorporó a la carrera. El coche era noble y fácil de conducir y la relativa lentitud en las rectas la compensaban en parte cuando llegaban a la zona más virada del circuito. Las primeras tres vueltas transcurrieron sin tráfico y fueron bastante fáciles, pero a partir de la cuarta la cosa se complicó.

El calor y los nervios hicieron que notase como todo su cuerpo se bañara en sudor y empezara a picarle horrorosamente. Al fin, después de otras dos estresantes vueltas pudo relajarse un poco y ese fue su error. En una de las curvas Porsche abrió un poco más de gas de lo debido e hizo un trompo quedando parado en el medio de la pista. Fastidiado puso la primera marcha y comenzó a rodar de nuevo sin darse cuenta de que un LMP-2 se le echaba encima como una flecha. El impacto fue tan violento que el morro del prototipo se deshizo en pedazos y los mil doscientos kg del 911 quedaron tumbados de lado en la pista.

La aventura de Nick en Le Mans había terminado tras veinticuatro minutos al mando de su Porsche 911.

***

El Safety Car salió a la pista mientras Nick trepaba para salir de su coche, se quitaba el casco y lo pateaba con saña ante la mirada divertida de Julio.

En las siguientes dos vueltas los comisarios limpiaron los desperfectos y justo cuando estaban preparándose para reiniciar de nuevo la carrera, las negras nubes que habían estado amenazando con descargar su contenido sobre el circuito durante parte de la noche y toda la mañana se abrieron y la lluvia cayó con inusitada violencia.

Julio vio impotente como la carrera se paraba mientras el agua caía sin interrupción durante las tres horas siguientes hasta que pasadas las veinticuatro horas reglamentarias, los comisarios dieron por finalizada la carrera.

—¿Qué tal el fin de semana? —preguntó Juan en el almacén mientras cargaban las furgonetas.

—No preguntes. Lo tenía todo preparado para ver todo el fin de semana las 24 Horas de Le Mans y entre mi cuñado, mi suegro mi novia y la lluvia logré ver como media hora. A veces me gustaría vivir en el Desierto del Gobi.—respondió Julio cerrando el portón de la furgoneta y poniéndose tras el volante.—Afortunadamente tu nunca me fallas, Camila. —dijo arrancando la furgoneta y dando un suave golpe al salpicadero.

*Juego de palabras entre eunuco y la famosa marca de colonia para bebes.

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 8” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 8

No sé a ciencia cierta cuantas veces María llegó al orgasmo en la oficina pero he deciros que por la tarde esa morena estaba derrengada, sin fuerzas siquiera para coger el teléfono. Por ello cuando su madre me llamó para ver si pasaba por nosotros, no me importó que fueran antes de las seis y accediendo a su ruego quedé que nos recogiera en la puerta de la empresa. Y cuando digo ruego, es ruego porque tras una jornada durante la cual había sido sometida a una continua estimulación sin poder culminar, Azucena estaba francamente nerviosa y necesitada.
-Prepárate que nos vamos- comenté saliendo de mi despacho.
Mi secretaria y sumisa agradeció el adelanto y cogiendo a duras penas su bolso, me acompañó al ascensor. No tuve que agudizar mucho mis sentidos para certificar su cansancio, todo en ella revelaba su agotamiento.
Con la cara desencajada, le costaba un mundo permanecer de pie a mi lado y por eso al entrar en ese estrechó habitáculo permití que se apoyara en mí aunque eso pudiera crear habladurías entre sus compañeros.
-¿Te apetece que al llegar a casa te eche un polvo?- pregunté con mala leche ya en la calle.
-Siempre estoy dispuesta a satisfacer a mi amo- respondió mientras cerraba los ojos, demostrando que había aprendido la lección. Su respuesta me satisfizo y por ello no me encabroné cuando advertí que se había quedado dormida entre mis brazos.
Afortunadamente, su madre no tardó en llegar. La cual viendo el estado de su retoño, me abrió la puerta para que la pudiera meter más fácilmente en el coche. Una vez con María despanzurrada sobre el asiento de atrás, muerta de risa susurró mientras se ponía al volante:
-¿No le da vergüenza repartir tan mal su cariño? Mientras a ella se le nota que ha tenido una sobredosis, yo estoy que me subo por las paredes.
Su animado reproche me dio alas y nada más sentarme a su lado, me la quedé observando sin decir nada. Ese inocuo examen provocó que bajo su camisa de colegiala emergieran dos bultos que me corroboraron la excitación reprimida de esa mujer.
-Levántate la falda.
No hizo falta que se lo repitiera porque tras tantas horas de masturbación, esa rubia era con lo que soñaba y retirando la tela escocesa, me mostró que una densa y pegajosa humedad envolvía su coño, derramándose por sus muslos.
-¡Estas cachonda!- exclamé escandalizado.
-No es cierto, querido amo. ¡Cachonda es poco! Ahora mismo soy capaz de dejarme follar ¡por un perro!
Asumiendo que era una exageración, una forma de hablar, decidí incrementar la presión sobre ella y con tono serio le pregunté dónde estaba la perrera municipal. Sus ojos mostraron la angustia que esa posibilidad le provocaba pero reponiéndose al instante, contestó:
-Está fuera de la ciudad pero si es lo que quiere, le llevo.
Reconozco que me impactó la fidelidad y obediencia que Azucena mostró en ese momento y aunque por unos instantes dudé si seguir con la broma, la expresión desolada de esa mujer me hizo reír mientras le decía que nos llevara a casa. Mis carcajadas la permitieron respirar y recobrando el buen humor, me preguntó cómo se había comportado su hija durante su castigo.
-María salió igual de puta que tú- contesté mientras dejaba caer mi mano sobre su pierna.
La felicidad que leí en su rostro fue suficiente emotiva para merecerse un premio e iniciando un leve recorrido por sus muslos, decidí dárselo sin esperar a llegar al que ya era mi hogar. Tal y como había previsto, Azucena al notar mis yemas sobre su piel, separó sus rodillas sin afectarle en lo más mínimo que alguien pudiera reparar en su falta de ropa interior.
-Desde ese camión pueden verte- susurré acercando mi boca a su oído.
Mi aliento azuzó su calentura y pegando un gemido, me rogó que la permitiera correrse.
-Todavía no- respondí- quiero que lo hagas mientras te lo como atada a mi cama.
Estuvo a punto de fallarme solo pensando en esa imagen y casi llorando me imploró que dejara de tocarla.
-¿Por qué lo dices?- cruelmente pregunté- ¿Acaso no te gusta que tu amo se recree en su putita?
Temblando por entera, contestó:
-Muchísimo pero lo último que quiero es desobedecerle y sé que si sigue tocándome, me terminaré corriendo.
El sufrimiento que destilaban sus palabras, me convenció y separando mi mano, la ordené que se diera prisa porque tenía ganas de follarme a mi fiel esclava. Que usara el adjetivo de fiel, la derrumbó por completo y sin que yo se lo pidiera, la cuarentona me confesó que jamás había estado tan urgida de ser tomada.
-¿No crees que exageras? Me imagino que con el padre de María alguna vez debes haber estado tan caliente.
Con lágrimas en los ojos y sin soltar la mano del volante, replicó:
-Alberto fue un buen dueño pero nunca consiguió llevarme a este estado.
La seguridad de su tono me hizo saber que no mentía y si no llega a ser porque quería que fuese una ocasión especial, le hubiese pedido que aparcara a un lado para gratificarla con un buen meneo. En vez de ello, le prometí que esa noche no la dejaría dormir. Al escuchar esa promesa, Azucena se estremeció y descubriendo sus sentimientos, me suplicó que si algún día me cansaba de ella no la echara de mi lado, que estaba dispuesta a ser solo mi criada pero que no sería capaz de vivir sin mí. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al oír tamaña revelación y acariciando su rubia melena, le pregunté qué era lo que sentía por mí.
-Sé que una esclava no debería albergar sentimientos pero no puedo evitar amarlo- contestó y reiterando lo dicho, repitió mientras se hundía en llanto: ¡Lo amo! ¡Lo adoro! Sin usted, no soy nadie.
Hasta entonces siempre había sido renuente a demostrar mis afectos pero, al escuchar su dolor, me sentí profundamente conmovido y creí que se merecía saber que yo también las quería:
-Nunca os dejaré. No comprendo cómo es posible porque os conozco desde hace poco pero no concibo mi futuro sin vosotras.
Por fortuna ya habíamos llegado a casa porque obviando cualquier tipo de prudencia, soltó el volante y se lanzó a mis brazos, buscando mis besos. No tengo que decir que no se topó con un rechazo sino todo lo contrario y respondiendo con pasión a su urgencia, la besé como si fuera nuestra primera vez.
-Amo, le prometió a esa zorra atarla y no está bien defraudar a una mujer que le acaba de reconocer su amor- escuchamos que muerta de risa María nos decía desde el asiento de atrás.
El descaro de la chiquilla me hizo gracia y más cuando nos había engañado haciéndose la dormida. Por ello, mientras lamía las lágrimas directamente de las mejillas de su madre, le pregunté desde cuando llevaba despierta.
Con la cara colorada, respondió:
-Desde que le rogó que dejara de tocarla.
«¡Había oído la opinión de Azucena sobre su padre y no está cabreada!», medité extrañado porque no en balde, siempre había supuesto que lo tenía en un altar.
Anotando ese detalle en la libreta de asuntos a tratar, preferí cumplir con mi promesa e involucrando a mi secretaria en ella, le pedí que preparara a mi sumisa.
-¿En qué cama prefiere que la ate?- preguntó con una total disposición.
La contesté que en la mía y mientras se llevaba a su madre escaleras arriba, me puse una copa haciendo tiempo. Aunque no me hacía falta su ayuda y hubiese podido prepararla yo mismo, elegí que fuera ella porque dependiendo del comportamiento de esa muchacha comprendería mejor la relación entre ellas:
«Solo debo preocuparme si es cruel con ella porque sería una muestra de celos que no debo ignorar si quiero mantener la paz en esta casa».
Con mi whisky en la mano, recordé que María me reconoció que desde la muerte de su viejo ella había tenido que suplirlo y que durante dos años había tenido que ejercer de jefa de ese hogar pero no me especificó en qué había consistido ese papel ni hasta qué grado había usado a su temporal sumisa.
«Tendré que averiguarlo», me dije mientras apuraba mi copa e salía rumbo a mi habitación.
Ya por el pasillo me resultó raro no escuchar ruido alguno y eso me hizo suponer que María ya había cumplido con su cometido pero juro que nunca me imaginé que lo hubiese hecho de forma tan eficiente y es que al entrar por la puerta, me encontré con su madre atada al estilo japonés y a ella también desnuda con el collar que le había regalado, sentada en la cama.
Durante un minuto, me quedé admirando la perfección estética de esa soga recorriendo el cuerpo de Azucena y cómo los conjuntos de nudos la mantenían totalmente inmovilizada.
«Joder con la niña», pensé impresionado al comprobar que siguiendo las enseñanzas de ese antiguo arte oriental, había conseguido colocar a mi sumisa en una postura que me daba acceso a cualquiera de sus tres agujeros sin tener que moverla.
-¿Quién te ha enseñado Shibari?- pregunté mientras recorría con mi mano el lomo desnudo de su madre.
-Internet- reconoció: – cuando nos quedamos solas, mi madre cayó en una depresión y tuve que informarme para calmar sus ansias de ser dominada.
Aunque estaba intrigado por saber hasta donde habían sido capaces de llegar, decidí cumplir primero mi promesa y llamando a María, le pedí que me desnudara.
-Amo, no puedo hacerlo sin antes soltarme- susurró mirando al suelo.
Fue entonces cuando caí en la cuenta que del collar de su cuello pendía una cadena que limitaba sus movimientos a lo que era la cama.
«Éstas dos no dejarán nunca de sorprenderme», rumié mientras empezaba a desabrochar mi camisa.
Madre e hija no perdieron detalle de mi striptease pero fue Azucena la que mostró mayor excitación con cada prenda que caía al suelo. La sensación de ser el objeto de deseo de esas dos provocó mi calentura y por ello al dejar caer mis bóxers, regalé a ambas con la visión de mi pene erecto.
Desde las sabanas, escuché el gemido de la rubia al ver que me acercaba. La urgencia que sentía por ser tomada la hizo removerse incómoda pero entonces su retoño la llamó al orden con un duro azote sobre su ancas.
-No te muevas hasta que nuestro dueño te autorice.
Solo con esa caricia, Azucena estuvo a punto de correrse y deseando lo hiciera en mi boca, hundí mi cara entre sus muslos con urgencia. Tal y como había sospechado, en cuanto esa madura sintió mi lengua recorriendo sus pliegues comenzó a gemir como una loca.
-Espera un poco- murmuré con una insólita dulzura en un dominante.
María, que estaba al quite a mi lado, descargó otra nalgada sobre su madre mientras rectificaba mi orden diciendo que ni se le ocurriera correrse hasta que yo diese mi permiso. Curiosamente esa intervención no me molestó y obviándola, concentré mis esfuerzos en el hinchado clítoris de la atada sumisa.
El morbo de estar comiendo ese chumino mientras su hija permanecía atenta azuzó mi lujuria y dominado por el sabor agridulce que manaba de ese botón, lo comencé a mordisquear al tiempo que introducía un par de yemas en su interior.
-¿Cómo estás zorra?- preguntó la morena a nuestra víctima mientras le pellizcaba un pezón.
-¡En la gloria!- chilló descompuesta manifestando el grado de excitación que recorría su cuerpo.
La colaboración de la morena permitió a mi lengua lamer su coño sabiendo que María estaba controlando la excitación de su madre. Con una tranquilidad pasmosa, me apoderé nuevamente de su clítoris mientras lo humedecía con mi saliva. Esta vez, el gemido fue más profundo y surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, me rogó que la dejara correrse.
-Nuestro amo te avisará cuando- insistió su pequeña sin añadir mayor suplicio a la indefensa mujer.
Envalentonado, estaba mordisqueando esa deliciosa fruta con mis dientes cuando en mi boca recibí la primera oleada de su flujo y eso me avisó de la cercanía de su orgasmo. Sabiendo que era imposible que Azucena aguantara mucho más, le pregunté que le apetecía antes de dejarla llegar.
Resolviendo mis dudas acerca de los límites que se habían impuesto mientras estaban solas, respondió:
-Me gustaría comerle la almeja a su otra puta.
Que obviara que eso era incesto con tanta facilidad, me confirmó que no iba a ser la primera vez que lo hiciera y mirando a María descubrí que a ella también le apetecía. Aun así mi secretaria quiso escaquearse inicialmente en cumplir ese deseo, pensando quizás que me escandalizaría y tuve que ordenárselo.
La rapidez con la que apoyándose en el cabecero de la cama esa muchacha puso a merced de su vieja su despoblado coño fue prueba suficiente que no me había equivocado y viendo que mis dos sumisas estaban satisfechas con ese cambio, decidí usar mi verga para terminar de calmar la hambruna de la rubia.
Posando mi glande en su entrada, la liberé diciendo:
-A partir de este momento, puedes correrte tantas veces como quieras.
No esperé su respuesta y de un solo empujón de mis caderas, incrusté hasta el fondo mi herramienta. Azucena regaló a mis oídos con un largo y potente aullido de placer, aullido que percibí como el banderazo de salida para montarla brutalmente mientras ella se atiborraba con el flujo de su retoño.
-¡Fóllese a su guarra como se merece!- gritó María más excitada de lo que el poco tiempo que llevaba la rubia comiéndole el coño hacía suponer.
El entusiasmo de esas dos con el hecho que por primera vez las permitiera compartir conmigo las delicias de ese amor lésbico e incestuoso, me indujo a pensar que debía seguir explorando esa faceta de mis sumisas y por ello exigí a la madre de mi secretaria que la siguiera comiendo el coño mientras aceleraba el compás de mis caderas.
Todavía dudo hoy si me calentó más los gritos de placer de Azucena al ser tomada o la expresión de satisfacción de su hija cuando comprobó que azuzaba el intercambio de caricias entre ellas dos. Lo que sí puedo confirmar es que a partir de ese momento no me medí y tomando a la cuarentona de los hombros, profundicé la amplitud de mis penetraciones mientras María me jaleaba a hacerlo:
-No la deje descansar, esa zorra necesita todo su cariño.
Azuzado por ellas dos, convertí en frenético mi ritmo mientras la rubia se corría una y otra vez al experimentar el martirio de mi glande contra la pared de su vagina y el golpeteo de mis huevos contra su sexo.
-¡Me estás matando!- gimió al sentir la intensidad de mi asalto.
Con su chocho convertido en un manantial, Azucena se corrió nuevamente sin entender cómo era posible que todavía deseara que el pene de su dueño continuara machacando su interior cuando con su marido tras un par de orgasmos se consideraba contenta.
El caudal de gozo que le caía por las piernas potenció mi lujuria y mientras María percibía que no iba a tardar en unirse a su progenitora, intensifiqué mi ataque agarrándome a los pechos de la rubia. Esta al sentir ese nuevo estímulo aulló embriagada por la pasión mientras mordía el clítoris de su retoño.
-¡No puedo más!- chilló la morena al comprobar lo cerca que estaba su clímax.
La confesión de la hija sirvió como excusa a su vieja para echarla en cara lo puta que era y María al escuchar ese reproche, explotó en su boca derramando su placer por las mejillas de su madre. Para entonces, mi propia excitación me tenía fuera de mí y aprovechando que ambas sumisas estaban temblando sobre las sábanas presas del júbilo de sus cuerpos, rellené con mi semen el estrecho conducto de la mujer.
Azucena cerró los ojos al sentir que descargaba la carga de mis testículos en su coño y convirtiendo su sexo en una ordeñadora exprimió mi verga hasta que consiguió que vertiera hasta la última gota de esperma en su interior, entonces y solo entonces, girándose me soltó:
-No sé si hago mal o bien en decírtelo porqué a mi edad es difícil que me quede embarazada, pero llevo años sin tomarme la pastilla.
No tuve que comerme mucho el coco para entender que tras esa disculpa se escondía un deseo y mirándola a los ojos pregunté a la mayor de mis sumisas si le gustaría quedarse preñada por mí. Estaba a punto de responder afirmativamente cuando su retoño se le adelantó diciendo:
-Si ella no quiere o no puede, ¡siempre me tendrá a mí!
La seguridad de María despertó mis suspicacias y con la mosca detrás de la oreja, me di cuenta que mientras la madre era complicado que se preñara, no era el caso con la morena y por eso quise saber si tomaba algún tipo de anticonceptivos. La muchacha con una alegría que me dejó desconcertado contestó:
-No, mi querido amo. ¡Usted no me lo ordenó!…

Relato erótico: “Cómo seducir una top model en 5 pasos (03)” (POR JANIS)

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Placeres para el ojo.

Nota de la autora: si desean comentar, opinar, o simplemente charlar sobre el relato, pueden hacerlo en janis.estigma@hotmail.es

Pasaba de las tres semanas, la estancia de Cristo en Nueva York, y, a cada día que contaba, se sentía mejor en aquel Nuevo Mundo. Como buen gitano, ya se había recorrido todo el barrio, analizando sus pros y contras, así como un par de rutas de escape, prácticamente como deformación de su educación. Mantenía clasificados, en su cabeza, por orden de importancia, todos los chollos que había descubierto. No tenía un propósito definido para ellos, pero era algo que siempre hacía. Cada solar vacío, cada casa abandonada o cerrada, cada negocio, e, incluso, un par de garajes estratégicos, se catalogaban en su prodigiosa memoria.

Cuando Cristo tuvo constancia de que poseía una mente privilegiada, lo primero que destacó para él mismo, fue su memoria. Cada cosa que leía, que visionaba, o que experimentaba, quedaba almacenada en su memoria. Pronto descubrió que debía compartimentar esa memoria, para acceder más rápidamente a los recuerdos. No es que funcionase así realmente, pero Cristo lo sentía de esa manera. Lo mentalizó así, y así se quedó.

Los datos más usuales y cotidianos se agolpaban en la memoria superior, o memoria rápida; ambos nombres, por supuesto, eran términos acuñados por él. Allí guardaba números de teléfono, direcciones, recados, conversaciones cotidianas, encargos, y otros datos que podían ser reciclados fácilmente. Uno de sus juegos preferidos era repasar, cada noche, en su cama, cada una de las chicas que habían llamado su atención durante la jornada. Allí estaban todas, atrapadas en un movimiento, en una sonrisa, o pronunciando alguna frase, sujetas por su poderosa memoria, desfilando para él, una y otra vez. Ese era un buen ejercicio recomendado para el Alzheimer.

Luego estaba la memoria media, en un estrato más profundo y amplio, perfecto para almacenar todo cuanto iba a necesitar en un plazo medianamente corto: sus nociones de idiomas, sus elaborados proyectos, la información que necesitaría en los próximos meses, y, por supuesto, todos los datos relativos a su inmediato entorno. Junto a todo esto, estaba almacenando – cada día añadía una cuadrícula más – un completo mapa de Nueva York. De hecho, ya tenía todo Manhattan recopilado, y ahora estaba liado con Queens.

Y, finalmente, estaba la memoria profunda, o el Pozo. Allí tiraba cuanto leía y aprendía, y no tuviese una importancia relativa. Almacenaba conocimientos, aún invalorados, como el avaro guarda céntimos para el futuro. Había un poco de todo, como en una antigua botica, desde arte a albañilería, pasando por motores eléctricos, o sociología aplicada. Recurrir a esta sapiencia era un poquito más complicado. Necesitaba desplegarlos y buscar lo que necesitaba, casi como si buscara hojeando en un libro.

Si Cristo hubiera hablado alguna vez con psicólogo de todo esto, quizás… pero, ¡que coño! ¿Habéis visto alguna vez a un gitano en la consulta de psicólogo?

El hecho es que había visitado, por su cuenta y riesgo,la Cocinadel Infierno (donde le habían chorizado el reloj y cincuenta dólares), el Madison Square Park, el Lincoln Center y todo el Upper West Side, y, finalmente, había entrado un par de veces en el Central Park, pero de forma somera y superficial.

Pero no solo había visitado barrios de Manhattan, sino que había conocido también a mucha gente nueva, gracias a la jornada de actividades que el centro de jubilados promovió, con su ayuda. Tal jornada se llevó a cabo seis días atrás, y, aprovechando una mañana magnífica, ocuparon parte del parque Dewitt, para sus actividades. Se presentó más gente de la que se esperaba, pues actividades de ese tipo no eran frecuentes en el barrio. La gente se reunió en el parque, charlando al sol, tomando cañitas de cerveza. ¡Cerveza gratis! Un concepto que el estadounidense medio no conocía, en absoluto. ¡Menudo marketing!

Para cuando la gran paella estuvo terminada, había ya mucha gente esperando. Cristo felicitó a los tres ancianos que cocinaron la paella, – uno era murciano y los otros dos latinos, de Honduras y Argentina – pues, la verdad es que salió bastante buena para ser la primera de ese tamaño que elaboraban. La gente se repartió en pequeños grupos, charlando, picoteando de sus platos de plástico con tenedores del mismo material.

“Buen rollo. Todo distendido, relajado.”, pensó Cristo.

Siguiendo con su consejo, la barraca de la tómbola ya estaba preparada y se escuchaba acoplarse el micrófono, preparándose para empezar a emitir la cháchara habitual de un buen feriante, aunque, en este caso, era uno de los ancianos, el encargado de hacerlo. Eddy Barnusso no tardó en presentarse como voluntario. Había estado a cargo de una pescadería cuarenta y dos años y quería ver si aún se acordaba de cómo se pregonaba.

El comité designado para vender los boletos de las rifas, – Cristo aconsejó que estuviera formado por los ancianos más conocidos del barrio – se preparó para entrar en acción, apenas los visitantes dejaran los platos. Se sorteó una cesta de productos naturales de belleza, muy atractiva para las señoras, que donó una empresa homeopática del Village, y un bono válido por un mes gratuito en uno de los lujosos gimnasios del Upper East Side.

La jornada resultó ser todo un éxito. Después de depurar los gastos, el recuento dejó un saldo, limpio de polvo y paja, de once mil cuatrocientos doce dólares. Todo un record, según la viuda Kenner.

Como se ha dicho, esta jornada procuró bastantes nuevos conocidos para Cristo, quien acudió acompañado de su tía y de su prima, por supuesto. A pesar de lo que le gritaba su vena gitana y contrabandista, se obligó a estrechar manos y repartir sonrisas a cuantos le presentaban. Tanto Elizabeth, como Ambrosio, e incluso su propia tía Faely, le presentaron a reconocidos comerciantes del barrio, a varios propietarios de puestos comerciales del gran mercado, a una de las autoridades portuarias, así como al teniente Gatter, detective dela Brigadade Homicidios de la prefectura 22 de Harlem.

Y, por supuesto, conoció a Spinny.

Richard Spencer III no era una de las personas más reconocidas del barrio, pero, si seguramente, una de las mejores informadas. Hijo del dueño de una gran chatarrería de la ribera de Brooklyn, vivía en Clinton, – por fin Cristo conocía el verdadero nombre del distrito – con su abuela paterna. Spinny, apodo infantil que le pusieron sus hermanos mayores, no había crecido siendo demasiado listo. A sus veinticinco años, era infantil, ingenuo, muy emotivo, y más despistado que un hippie en un sembrado de marihuana. Su padre, siguiendo la tradición de la familia, bautizó al menor de sus hijos con el nombre de su abuelo, por eso de continuar la saga familiar. Pero pronto se dio cuenta que Spinny nunca llevaría las riendas del negocio. Así que cuando la abuela Jenna se quedó sola en casa, el señor Spencer envió a su hijo menor para que cuidara de su madre. Desde entonces, Spinny y su abuela vivían juntos y felices; todo había que decirlo.

Su padre le reclamaba tres veces en semana, para que no olvidara como manejar las grandes máquinas del inmenso patio de chatarra, o repasara las facturas del mes, pero no era más que un puro formulismo. Sus hermanos mayores se encargaban de todo, junto con su padre. Enviaban a las achaparradas gabarras, armadas de brazos articulados, que se ocupaban de dragar y limpiar los accesos portuarios y el delta del Hudson, sobre todo. Pero, también disponían de una pequeña flotilla de camiones que recorrían todo el interior, recolectando metales y diversos restos, que almacenaban celosamente.

A lo que mayormente se dedicaba Spinny era a deambular. Se conocía todos los distritos y barrios de Manhattan, y era el mayor especialista en el Central Park de toda la ciudad. Si alguien necesitaba saber de algún rincón perdido en el parque, o a que hora se realizaban los ejercicios de aerobic de La Charca, cerca de la 59th, Spinny le informaba con mucho gusto. Conocía los horarios de los diferentes espectáculos que se organizaban, de los museos, y de diversas actividades. Incluso, se ufanaba de conocer los nombres de todas las prostitutas que aparecían en Central Park West, al atardecer. Se pasaba gran parte del día recorriendo los senderos, tomando el sol en el césped, tocando la guitarra, y viendo a los visitantes pasar. Era habitual verle, sentado en un banco o sobre la hierba, meciendo sus largos y rizados cabellos pelirrojos, al compás de la música. Poseía un rostro que inspiraba confianza y candor, con sus ojos verdosos, sus pecas sobre la nariz y mejillas, y los dos grandes paletones que mostraba cuando sonreía. Siempre vestía con pantalones holgados y camisetas heavys, con leyendas más o menos agresivas.

Spinny tenía realmente una buena vida.

Enseguida, Cristo y él hicieron muy buenas migas. Nuestro gitanito se dio cuenta, casi al instante, de que aquella mente simple y confiada le llegaba como caída del cielo. Podría utilizar a Spinny como explorador e informante. ¡Ni siquiera el Séptimo de Caballería había tenido un Spinny, en las Guerras Indias! Solo tenía que camelarlo…

… y a camelar, nadie ganaba a Cristo.

El chico explorador llevó a su nuevo amigo a conocer sus lugares preferidos, en un gesto totalmente puro y desinteresado. Un día le llevó al Met – el museo metropolitano de arte – y, tras contemplar con ojos maravillados las piezas egipcias y el arte medieval, Spinny le subió a la planta superior, donde descansaron y Cristo pudo contemplar la maravillosa vista de Nueva York, que se perfilaba desde allí. Sin embargo, bordear más tarde toda la orilla del lago reserva de Jacqueline Kennedy Onassis, acabó destrozando los pies de Cristo. Una cosa por la otra.

En otra ocasión, entraron por el lado oeste, y visitaron el museo de Historia Natural, puesto tan de moda por las disparatadas películas que se han hecho sobre lo que sucede en su interior. Desde allí, fueron andando hasta la 72th, donde se levanta el edificio Dakota, lugar en el que vivía John Lennon y a cuyas puertas fue asesinado. Le llevó a ver, cerca de allí, Strawberry Fields, que es una parte del parque en homenaje al célebre Beatles asesinado.

Finalmente, en una maravillosa mañana soleada, Spinny le animó a seguirle. Llegaron a Columbus Circle, en la 59th, donde se alza la estatua de Colón, y entraron en el parque, tomando un sendero de peatones sombreado, que les llevó hasta la preciosa pradera de Sheep Meadow.

Allí, sobre la mullida hierba, varios grupos de gente – ancianos mayoritariamente – hacían suaves ejercicios físicos.

― Este sitio sale en un montón de películas – dijo Spinny, tumbándose en al hierba y desenfundando su guitarra.

― Si, lo he visto. Gente de picnic, parejas tumbadas sobre mantas…

― Todo eso ocurre los domingos. Hoy es martes. La gente trabaja y solo hay viejos y turistas – se encogió de hombros Spinny.

― Yo soy un turista – ambos se rieron.

Cristo se sentaba a su lado, escuchando los rasgueos de guitarra. No era flamenco, ni siquiera se parecía a las animadas rumbitas que sus primos solían tocar, cuando se reunían en el patio, o en la puerta de alguna de sus casas, pero era buena música. Spinny versionaba, de un modo simple y acústico, a grandes artistas americanos, como Bruce Springsteen, Gun’s & Roses, o Bon Jovi, y otros no tan americanos, pero muy conocidos. Cristo estaba descubriendo nuevas tendencias musicales en las que nunca se interesó. No todo tenía que ser Camarón dela Islay jolgorio de taconeo…

Una chica cruzó parte de la pradera y se acercó a ellos, con una sonrisa en la cara. Cristo, podríamos decir, la miró con interés. Mediría el metro setenta y llevaba el largo cabello rubio recogido en una cola de caballo, la cual se balanceaba, a cada paso, entre el cierre de una negra gorra de los Yankis de Nueva York. Vestía unas mallas de lycra oscura que se amoldaban perfectamente a sus largas y preciosas piernas, así como a sus pequeñas nalgas. Una camisa de algodón, holgada y larga como un karate-gi, aunque de color crema, cubría una corta camiseta que dejaba su ombligo al aire. Los faldones caían sobre su pelvis, atrapados por un estrecho cordón de cuero. Sus botas deportivas, de gruesa suela, aplastaban la hierba con firmeza. Se detuvo ante ellos.

― Hola, Spinny – saludó.

― Hola, bella Chessy – respondió el chico de la guitarra. — ¿Preparada para tu Tai Chi?

― Por supuesto, rojo. ¿Quién es tu amigo? – preguntó ella, mirando a Cristo, con una ceja medio alzada.

― Es Cristo. Llegó hace poco.

― ¿Ahora haces de babysitter? – se rió la rubia.

Cristo la miró con más atención. Tenía los ojos más azules que había visto jamás, y una nariz bella y respingona, que le prestaba un aire de de picardía.

― Creo que tengo más años que tú, querida – le dijo el gitanito, mirando el enrevesado piercing que la chica portaba en su ombligo.

Chessy entrecerró los ojos al escuchar el extraño acento gaditano en el inglés utilizado.

― ¡Wow! Eso ha sonado a británico, pero con un acento extraño. ¿Dela India?

― No, de Cádiz, España.

― Vaya, tengo entendido que es un sitio con verdadero pasado. Hubiera jurado que eras hindú, por el tono de tu piel y tus ojos.

― Nop, soy gitano – dijo Cristo, sonriendo.

― ¿Gitano? – esta vez fue Spinny, quien preguntó, gran desconocedor de esta raza.

― Caló o calé, una raza nómada que procede de Centroeuropa, de Rumania y Bulgaria, los Romaní…

― ¿Los mismos que salen en las pelis de Drácula? – preguntó con un rasgueo.

― Los mismos, Spinny.

― ¡Vaya pasada!

― La verdad es que en Nueva York, se pueden encontrar todas las razas del globo – bromeó Chessy. – Bueno, voy a unirme al grupo. Nos vemos otro día, chicos.

Cristo contempló aquel culito que se alejaba. Le pareció realmente trabajado, duro y apretado. La chica dejó su pequeña mochila sobre la hierba, una veintena de metros más allá, y se quitó la amplia camisola, revelando las protuberancias de unos senos menudos y pujantes. Pronto estuvo haciendo estiramientos y arabescos, todo muy lento, acoplándose al ritmo de sus compañeros. Era como una coreografía a cámara lenta, en la que participaban tanto personas mayores como jóvenes, de uno y otro sexo.

― Me gusta – musitó Cristo.

― ¿Quién? ¿Chessy o el Tai Chi?

― Las dos cosas. Parecen interesantes.

― No sé mucho del Tai Chi, pero te garantizo que Chessy es muuuuy interesante.

― Cuéntame sobre ella.

― Nanay – negó Spinny con la cabeza. – Si quieres conocerla, le preguntas a ella. Yo no quiero responsabilidades.

― ¡Pero, quillo… dime algo! ¿Sale con alguien? ¿En que trabaja? ¿Cuántos años tiene?

― No creo que salga con alguien en especial. Al menos, no la he visto nunca – se mojó los labios Spinny, al contestar. – Sé que trabaja en la zona del Village, pero no sé en qué… En cuanto a su edad, no sé. ¿Tú cuanto le calculas?

― Sobre los veinte. ¿De qué la conoces?

― Del parque, de verla por aquí machacando ese cuerpo. Le gusta mi música, eso es todo.

Cristo siguió mirando aquel cuerpo grácil y hermoso, que se flexionaba con armonía y elegancia. Decidió que probaría esa gimnasia algún día, para ver como le sentaba a su flojo cuerpo.

—————————————————————————————–

Cristo sacó el móvil del bolsillo y comprobó la hora. Aún le quedaban unos minutos para llegar con puntualidad. Dejó atrás la Biblioteca Pública y se dirigió hacia el apartamento de la viuda Kenner. Se sentía más nervioso que una virgen en un burdel.

La madura mujer le había llamado un par de horas antes, justo al acabar de almorzar en la cafetería del campus universitario Fordham, en el Lincoln Center. Cristo había descubierto ese sitio, al acompañar a su tía al trabajo. El Centro Lincoln era una pasada, todo lleno de artistas jóvenes y excéntricos, con cafeterías estudiantiles de buena calidad, y, sobre todo, lleno de tías macizas y desenfadadas.

La viuda Kenner respondía, con esa llamada, a una conversación que tuvieron días atrás, en la cocina del centro de jubilados. Cristo, en aquella ocasión, deseoso de repetir encuentro con la viuda, le tiró los trastos a la primera oportunidad, pero, asombrosamente, la mujer le dio las gracias por sus sutiles consejos, con lo cual, a Cristo se le quedó una cara de capullo integral que daba pena.

Elizabeth le contó entonces lo ocurrido con la chica de compañía de su tía, la hermosa y callada Emily. Le confesó como había ocurrido el encuentro y de cómo se había aprovechado de la mentalidad entregada y sumisa de la joven. Ahora, la estaba convirtiendo en su total esclava. Cada tarde, durante la siesta de su tía, la adiestraba en su dormitorio.

Cristo se quedó con la boca abierta. ¡Joder! Eso le pasaba por bocazas. Se podría haber metido la lengua debajo del sobaco, pero, no, él solo vio como Elizabeth la miraba, así que tuvo que aconsejarla… ¡Ahí tenía el resultado! Jamás se hubiera imaginado que brotaría una historia parecida, así, de repente.

Pero la viuda le estaba muy agradecida, tanto por el consejo, como por las ideas que propuso para la jornada del centro. Casi como una broma, Cristo respondió:

― Si de verdad quiere agradecérmelo, invíteme a contemplar una de esas sesiones de doma.

La llamada de teléfono iba precisamente de eso. Con la boca laxa, Cristo escuchó la ronca voz de la viuda diciéndole:

― Lo he hablado con Emily. Aceptamos que nos mires, pero ¡solo mirar!

― Por supuesto, Elizabeth.

― Pásate por casa, a las cinco y veinte. Te estaremos esperando.

A esa hora precisa, se encontraba ante la puerta del apartamento, con los nervios a flor de piel, dudando entre llamar con los nudillos o pulsar el timbre. Mejor con los nudillos. Puede que la vieja esté durmiendo, pensó. Dio dos toques y esperó. La puerta se abrió antes de pasar un minuto. La viuda Kenner le sonrió. Cristo repasó aquel cuerpo rellenito y lujurioso, vestido solamente con un camisón oscuro y semitransparente. Estaba descalza y su pelo parecía alborotado.

― Muy puntual, Cristo – le dijo ella, haciéndole pasar.

― Si, señora.

― Vamos a mi dormitorio – dijo Elizabeth, bajando la voz.

Allí, de pie y desnuda, con las manos encadenadas a una antigua lámpara de dos brazos que colgaba del techo, se encontró con Emily. La chica tenía las piernas bien abiertas, mostrando el sexo mojado y bien depilado.

Con una indicación, la viuda le dijo que se sentara en el butacón que tenía ante un pequeño comodín, lleno de perfumes. Cristo, algo nervioso, se sentó, luciendo una sonrisa bobalicona en sus labios.

― Ezo es carne y no lo que echa mi mare en la olla, coño – murmuró, en español.

Elizabeth se situó ante su esclava y tomó su rostro con la mano, apretando sus mofletitos y mirándola fijamente. Emily jadeó, devolviéndole la mirada, pero ésta era turbia, enfebrecida.

― Estás muy caliente, ¿verdad, Emily?

― Si, señora…

― ¿No te da vergüenza? Tenemos invitado – señaló hacia Cristo.

― Si, señora… mucha vergüenza…

― ¿Y ese es el motivo por el que estás goteando? – le preguntó, pasando una mano por la entrepierna de la latina.

― S-si, señora…

― Sabes que aún te tengo que castigar por la falta que cometiste esta mañana, ¿verdad? – los dedos de la señora estiraron uno de los pezones con fuerza.

― Siiii… señora…

― Te mereces unos azotes y tú misma escogerás el número. ¿Cuántos azotes crees que mereces?

― Veinte, señora… veinte duros azotes en mis nalgas – susurró Emily, atormentada por la mano de su dueña.

― ¿Qué prefieres, fusta o paleta?

― Fusta, señora.

Elizabeth tomó una corta fusta de cuero que estaba tirada sobre la ropa de la cama y obligó a la latina a moverse un poco, para presentar bien sus nalgas, ante ella y a los ojos de Cristo. El primer azote cayó sin aviso y con fuerza. Hizo respingar tanto a Cristo como a Emily, uno por la sorpresa, la otra por el dolor.

― ¿Qué se dice, esclava?

― Gracias, señora, por educarme – contestó Emily, con un hilo de voz.

Elizabeth se tomó su tiempo para dejar caer el segundo azote, como si quisiera que Emily se recuperara del dolor, o bien que se confiara. Cuando lo hizo, el cuero fue a dar con su baja espalda, sobre los riñones. El gemido de la latina fue impresionante, tanto que puso completamente tieso el pequeño pene de Cristo.

― ¡Jesús, María, José, y la Santa Burra! ¡Qué morbazooo! – murmuró, recolocando el paquete.

Elizabeth iba golpeando con mucha dejadez, con relativa maestría, teniendo en cuenta que nunca se había dedicado a tal menester. Era tan neófita como su esclava en el arte de la dominación. Sin embargo, ambas parecían haber nacido para ello, una en cada extremo del arte. Cuando dejaba caer la fusta, la mantenía quieta, asegurándose de que Emily sintiera el dolor en toda su dimensión. Mientras, se acariciaba ella misma la entrepierna o uno de sus erguidos pezones. Al cabo de unos segundos, Cristo comprobaba como los dedos de Elizabeth serpenteaban por las nalgas azotadas, buscando brindar a su sumisa, una brizna de placer que hiciera más llevadero su castigo.

Emily era muy conciente de esa mano, tras cada azote, y se apresuraba a dar las gracias a su señora, para recibir la recompensa de una caricia. Cristo, con los ojos muy abiertos, observaba la mancha de humedad que crecía en el suelo, entre las abiertas piernas de Emily. Una sutil gotera se escapaba de su enrojecida vagina, se deslizaba un tanto por el muslo y acababa cayendo al suelo, desde un poco más arriba de su rodilla, alimentando la mancha de la baldosa.

Cristo sintió el deseo de lamer el charquito, pues su boca se había quedado seca. Había visto fotos sobre esta tendencia sexual en Internet, pero nunca les hizo caso más allá de una valoración más o menos estética. Cuero, mordazas, ligaduras, fustas… parecía cruel y perverso, pero no se había cuestionado nada más profundo. Ahora, a dos pasos de un escenario real, con personajes de carne y hueso, y medianamente conocidos, Cristo sentía nuevas emociones, quizás demasiado empáticas, a lo mejor. Deseaba probar el poder que ostentaba Elizabeth, gozar con la manipulación, con el control, pero, por otra parte, sentía recelo y temor al sonido de cada golpe.

No quería tocarse la pilila, la cual sentía pulsar y tensarse, generando calor y ligeros estremecimientos. Su bajo vientre hormigueaba, como si decenas de hormigas estuvieran de fiesta allí, recorriendo cada centímetro de su piel. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba reaccionando así?, se preguntaba, temeroso de la respuesta.

Por un segundo se imaginó a sí mismo, azotando a Emily… o a Elizabeth. Sonrió por la inconsistente idea. Sin embargo, sintió un largo escalofrío recorrer toda su columna cuando su mente sin control cambió la efigie de la viuda por la de Faely. Su febril cerebro recreó el posible gesto de dolor en su rostro sudoroso, al recibir el estimulante golpe en sus redondas posaderas. Escuchó el tímido gemido que saldría de sus labios, percibió la implorante mirada de sus ojos…

“¿Stás agilipollao o qué? ¡Me voy a correr zin ni ziquiera tocarme, coño!”, se amonestó mentalmente, recuperando una postura más recta para sentarse.

Elizabeth, en ese momento, se ocupaba de liberar las muñecas de su sumisa de los grilletes que colgaban de la lámpara. La joven cayó de rodillas, mostrando las nalgas muy enrojecidas. Algunos de los trallazos destacaban, aún lívidos. La viuda apoyó sus nalgas contra el barandal de los pies de la cama, subiéndose el liviano camisón por encima de sus caderas. Mostraba impúdicamente su bien arreglado pubis, dispuesto ante los ojos de Emily.

― ¡Ven aquí, guarrilla! Vas a comer coño… ¡Las manos a la espalda! – le dijo, cogiéndola del largo cabello y atrayendo su boca contra su vagina.

Emily alzó sus manos hasta aferrarse a los barrotes de la cama, usándolos para arrastrar sus nalgas por el suelo y, así, acercarse más a su señora. Cuando estuvo mejor colocada, llevó las manos a su espalda, tomándose de las muñecas.

Cristo solo tenía ojos para aquel entregado rostro que, con las mejillas arreboladas, se entregaba totalmente a lamer y succionar la vagina de su dueña. No existía otra motivación para Emily. Llevaba la punta de su lengua al interior de la vagina, tensándola y hundiéndola como una daga, mojándola en los fluidos internos que resbalaban hacia la salida. Cuando la sacaba, bien húmeda, buscaba con ella el inflamado clítoris, rozándolo solo con la punta, lo cual originaba grandes temblores de las nalgas y caderas de la señora.

Elizabeth tironeaba cada vez más del oscuro cabello de Emily. Mantenía los ojos cerrados, el rostro moderadamente alzado, la boca entreabierta. Parecía que había rejuvenecido veinte años, debido al inmediato orgasmo. Cristo no pudo resistir ni un segundo más. Apretó su entrepierna con una mano, con decisión. Intentaba captar en su memoria las expresiones de intenso placer de ambas mujeres. El continuado apretón de su mano le llevó a un sublime orgasmo que envaró todo su cuerpo. Se corrió en el interior de su ropa interior, bajo el holgado jeans que llevaba. Elizabeth le siguió al momento, enterrando fuertemente el rostro de su esclava entre sus muslos.

― Diosssss… Emi… ly… mi… puta… mi esclava…

La viuda dejó resbalar sus nalgas por los pies de su cama, quedando espatarrada en el suelo, detrás de Emily, reponiéndose del orgasmo. Cristo estaba comprobando si toda la humedad que sentía en el interior de sus gayumbos, traspasaría la tela del pantalón y sería demasiado evidente. Levantó la mirada y miró a Emily. La chica seguía sentada en el suelo, apoyada en una mano, y también le miraba. Su otra mano estaba atareada en acariciar los senos de su señora, que seguía a su lado, con los ojos cerrados. Emily le sonreía y se relamía los labios, limpiando su boca de los jugos que Elizabeth había vaciado sobre ella.

Cristo se dijo que estaba bellísima e irresistible, sobre todo cuando ella le guiñó un ojo.

Entonces, tomó la decisión de que era mucho mejor largarse de allí.

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Spinny le llamó el sábado, justo después de almorzar. Cristo atendió la llamada, dejando así que su tía y su prima recogieran la mesa.

― ¿Qué paza, pisha? ¿Qué has pensado en hacer hoy? – le preguntó, deseoso de hacer algo nuevo.

― Vamos a ir a Central Park – contestó el pelirrojo.

― ¿Otra vez?

― Esta vez, de noche – le oyó reír.

― Ah… ¿Un espectáculo?

― Algo así, Cristo, ya lo verás. Pasaré a recogerte a las siete.

― Vale, Spinny – y colgó, contemplando el trasero de su prima, cálidamente oprimido por el corto pijamita.

― ¿Has quedado? – le preguntó su tía, desde el fregadero.

― Si, con Spinny. Vamos a ir esta noche a Central Park. Al parecer hay espectáculo de algo.

― Ten cuidado en el parque, primo. De noche es malo – le dijo su prima, en español, limpiando la mesa con un paño.

― Solo ciertas áreas. Spinny sabe donde se mete – quitó hierro al asunto Faely. – Hace años que el Central ha dejado atrás su fama de peligroso.

Spinny parecía algo nervioso cuando se pasó por el centro de jubilados, en donde habían quedado. Cuando Cristo le preguntó, no soltó prenda.

― Ya lo verás cuando lleguemos – se limitó a decir.

Cristo no quiso ir andando y tomó un taxi, el cual les llevó a la pista de patinaje Wollman, cerca de la charca, en la entrada sur. Los focos estaban encendidos y había bastante gente deslizándose sobre el hielo, al ritmo de puro funky. Spinny se acercó al puesto de bebidas y pidió un par de chocolates calientes. Se sentaron en las gradas, mirando las evoluciones de los patinadores.

― ¿Qué hacemos aquí, Spinny?

― Esperar. Los actores se preparan.

― ¿Va a haber espectáculo aquí? ¿Sobre el hielo?

― No. Aquí se iniciará el prólogo… después, habrá que seguir el espectáculo. Mira… aquellos dos, los de las chupas de instituto – señala el pelirrojo, con disimulo.

A una veintena de metros, dos tipos vestían sendas cazadoras del equipo de basket de alguna secundaria. Sin embargo, parecían mucho más mayores. Al menos, uno de ellos tenía cerca de los treinta años y su compañero algo menos, pero, de todas formas, estaba bien metido en la veintena. El más viejo llevaba una pequeña coleta en la nuca y portaba gafas. El más joven estaba rapado casi al cero y lucía una diminuta barbita de chivo. Ambos estaban muy ocupados charlando con unas jovencitas, que apenas se mantenían en pie con los patines, y no cesaban de reírse.

― Se llaman Barney e Gus. Trabajan para mi padre. Gus es el de las gafas – explicó de repente Spinny. – Hoy les oí hablar en el vestuario de la chatarrería. Han quedado con esas chiquillas.

― Parecen muy jovencitas – comentó Cristo.

― Así es como les gustan. No mayores de diecinueve… aún mejor si van al instituto… Ya les he visto otras veces.

― ¡Joder, Spinny, suéltalo ya!

― Jugarán con ellas, las provocarán, y les ofrecerán algún porro o algo así, llevándoselas al abrigo de los árboles. Pero, en este momento, les están dando la puntilla… — comentó, señalando los vasos que uno de ellos trae desde el puesto de bebidas.

― ¿Benzodiazepinas? – preguntó Cristo.

Spinny levantó los hombros.

― Ellos hacen la mezcla. Un poco de todo, pero te aseguro que muy pronto, esas chicas estarán dispuestas a aceptarlo todo.

― ¿Y qué hacemos?

― ¿Nosotros? – se extrañó el pelirrojo. – Nada. Buscaremos un sitio y veremos como se divierten. ¿No te gusta la idea?

― Bueno… es que no me esperaba esto. ¿Y si les hacen daño?

― Estaremos pendientes. Si se ponen agresivos, llamamos a la poli y ya está. Pero no suelen serlo. Solo quieren divertirse. Mira que buenas están – señaló de nuevo Spinny.

Las chiquillas eran dos bombones. Estarían en el umbral de los dieciocho años. Una era alta y morena, la otra más bajita y rubia. Vestían falditas cortas con leggins invernales de colores debajo, así como gruesos jerseys de lana.

― ¿Dices que lo han hecho más veces? – preguntó Cristo.

― Yo los he visto en un par de ocasiones, claro que, otras veces, no vienen al parque y no puedo espiarles… Pero aquí es fácil de quedar y hay muchos sitios para perderse, de noche…

― Ya veo – Cristo se estaba excitando, sin explicación.

No sabía lo que le ocurría. Desde su llegada a Estados Unidos, había cambiado. Sus límites se habían modificado. Las barreras que había alzado en España, se derrumbaban allí, y no sabía el motivo. Nunca había sido un chico demasiado sexual. Las mujeres llamaban su atención más como perfectos adornos, como bellas posesiones, que como compañeras sexuales. Al menos, así era antes de llegar a Nueva York. ¿Por qué había cambiado su percepción? Él no necesitaba ese problema en su vida. No pretendía quedar atrapado en una dependencia sexual, estando limitado físicamente.

Las dos parejas estaban sentadas en la parte más exterior de las gradas y se estaban quitando los patines para devolverlos. Las chicas tenían las mejillas muy coloradas y los dos tipos se reían a grandes carcajadas. Las chiquillas también sonreían, divertidas por los pellizcos y cosquillas que los chicos le hacían. Barney llevó los patines de todos al punto de alquiler y, al regresar junto a ellas, su colega señaló hacia el oeste.

― ¡Vamos! – susurró Spinny, levantándose y poniéndose en marcha. – Van hacia el parque infantil Heckscher.

― ¿Cómo lo sabes? – preguntó Cristo, siguiéndole.

― La última vez fueron allí. Hay un lugar a cubierto y un armario con colchonetas…

Spinny le condujo por un sendero peatonal, entre frondosos árboles que absorbían la luz de las farolas de mercurio, envolviendo todo en susurrantes penumbras que prometían complicidad. De pronto, Spinny se salió del sendero, cortando entre sombras y follaje.

― ¡Quillo, no vayas tan rápido que me escojono aquí!

― ¡Vamos, vamos! ¡Por aquí cortamos! – le apremió el pelirrojo, sin comprender ni una palabra de lo que le había dicho el gaditano.

Casi tomado de la mano, Cristo acabó apoyado en un grueso tronco bifurcado que les cubría casi completamente, sumergidos en un lago de sombras. Frente a ellos, un vasto cenador cuadrado, de tejado rojizo, a cuatro aguas, se alzaba como un refugio entre las zonas infantiles llenas de columpios y parterres de arena. El interior del cenador estaba apenas iluminado por un par de flojas bombillas bajo unos carteles indicadores: “Usen las papeleras” y “No pisen las colchonetas con zapatos”.

― Toma – susurró Spinny, entregándole algo en la mano.

Cristo giró los pequeños binoculares entre sus dedos. No eran más grandes que un paquete de cigarrillos. El cenador se veía perfectamente desde donde estaban, pensó. No necesitaba unos prismáticos…

― Son de visión nocturna – silbó el pelirrojo, como si le leyera la mente.

― ¡Joer con el Rambo este!

Cristo se los llevó ante los ojos y el interior del cenador se reveló totalmente, bañado por una tonalidad verdosa y enfermiza. El gitanito sonrió, al pensar que Spinny estaba demasiado preparado para que aquello fuera algo ocasional. ¿Ese era su secreto? ¿Era un voyeur? ¿Qué importaba?

Escucharon las voces y risitas de las dos parejas, que se acercaban por otro sendero. Spinny se sentó en el mullido suelo de tierra, buscando ponerse cómodo. Sin duda iban a estar allí un buen rato. Cristo le imitó. Barney, con una extrema habilidad, forzó el candado que cerraba la gran taquilla de hierro, encastrada en uno de los pilares del cenador. Sacó varias gruesas colchonetas, parecidas a las que se utiliza en los gimnasios escolares, y las arrastró hasta el extremo más oscuro de la estructura. De esta forma, quedaban todos aún más cerca del escondite donde estaban Cristo y su amigo.

El gitanito se fijó en las chicas y se dio cuenta de que ya no se reían. Estaban calladas, con una sonrisa bobalicona en sus rostros, y los ojos entornados. La droga, fuera la que fuese, estaba actuando ya, entumeciendo sus mentes y sus defensas. Se quedaron de pie, al lado de las colchonetas, mirándolas, hasta que Gus las obligó a sentarse en ellas.

Pronto empezó un húmedo besuqueo que resultó desagradable para Cristo. Las chicas apenas respondían ante los mordiscos y lengüetazos de los dos tipos, demasiado idas para responder a tiempo. Era más bien como si dos perrazos les lamieran los labios, mejillas y cuellos. Sin embargo, las ávidas manos de Gus y Barney recorrían, sin descanso, los tiernos cuerpos adolescentes. Se perdieron bajo los amplios y gruesos jerseys estampados, apretando los pujantes senos; atormentándolos durante un largo momento. Finalmente, Barney optó por sacar el jersey de su chica, la rubia bajita, dejándola tan solo con una camiseta térmica cubriendo su sujetador. La noche no estaba siendo fría, pero tampoco era como para despelotarse. El coctel de drogas debía de ser poderoso para que la chiquilla no se quejase.

Gus imitó a su compadre y también despojó a su chica de su armadura de lana. Sin embargo, fue más lejos, quitándole, además, una blusita y la camiseta interior, dejándola en sostén. Cristo observó como la chica se estremeció, asaltada por la baja temperatura.

Los dos sujetos acostaron a sus chicas, una al lado de la otra, sobre las colchonetas, para emplearse en sus senos, con toda comodidad. Las adolescentes, a pesar de la influencia de la droga, buscaron, a tientas, la mano de su amiga, y la aferraron, temerosas de lo que pudiera suceder.

Sobaban aquellos esbeltos cuerpos sin ningún remordimiento, sin ninguna contención, seguros de su control, de la dominación que les aportaba la droga usada. Ya no eran dos hombres simpáticos y vivaces. Se habían convertido en bestias soeces y depravadas; auténticos depredadores tan solo interesados en satisfacer sus instintos.

Desde donde se encontraban, Cristo podía oír las amortiguadas quejas que surgían de las gargantas femeninas. No creía que eso le excitaría, pero su pene clamaba lo contrario, erguido como un bastoncito.

¿Acaso él también era un pervertido? Se había excitado con la sesión de Elizabeth y, ahora, aquellos gemidos le encendían. ¡Joder, con Nueva York!

Gus, situándose a horcajadas sobre el vientre de la chiquilla morena, se había sacado su miembro y la obligaba a manosearlo, restregando su punta contra sus senos empitonados. Le dijo algo a su compinche y los dos se rieron. Barney estaba mordisqueando los pezoncitos de su rubia compañía, haciéndole quizás daño, porque la blonda cabecita no cesaba de agitarse de un lado para otro, aunque no exhalaba ningún ruido.

De improviso, Barney la obligó a girarse, dejándola de bruces. Alzándole la faldita, le bajó los leggins hasta las rodillas, junto con las braguitas. Las nalgas juveniles aparecieron en todo su esplendor, destacando en el verde visor. Barney se inclinó y dio un lametón, como comprobando el estado de aquel coñito. Sonrió y quedó de rodillas, manipulando su bragueta, hasta sacar un miembro corto pero grueso. No tomó ninguna precaución. Se tumbó sobre la chiquilla, apoyándose sobre una mano, y, sin hacer caso de las débiles protestas de la chica rubia, se la insertó entera, arrancándole un grito.

― ¡Dale, caña, Barney! – exclamó su colega, entre risas, sin dejar de pasar su polla sobre los labios de su chica.

― ¡Es un zorrón! ¡Mira como se mueve! – se burló Barney, dando varias fuertes nalgadas, mientras la rubia intentaba sacárselo de encima.

Gus, sin dejar de reírse, parecía dispuesto a imitarle. Abandonó su posición sobre el vientre de la chica y se arrodilló al lado, donde se entretuvo en quitar completamente las tupidas medias y las botas, dejándola solo con su faldita. Al parecer Gus era de los que les gusta a tener a sus chicas desnudas. La morena parecía totalmente ida. No paraba de chuparse uno de sus pulgares. Gus le alzó los tobillos, hasta situarlos sobre sus propios hombros, exponiendo así su coñito y su culito. Atravesó el primero sin darle tiempo alguno. La chica no pareció enterarse.

― Así… así… ¡Que buenas están! Mira como se retuerce…

Cristo volvió la cabeza, al escuchar el murmullo a su lado. Spinny tenía sus prismáticos en una mano y, con la otra, se estaba haciendo una paja de escándalo. Tenía una buena polla, rígida como una gavilla de hierro, y la friccionaba con fuerza y rapidez.

― ¡Esha pallá la pisha! ¡No vayas a salpicar, cabronazo! – susurró, sin pensarlo.

Pero los gemidos cada vez más desatados de las chicas cubrieron sus voces. Gus y Barney se las follaron unos minutos más y acabaron corriéndose en su interior, sin respeto alguno, sin importarles si podían dejarlas embarazadas. Solo eran carne para ellos y, seguramente, no las volverían a ver más.

Barney le dio un cigarrillo a su colega y se sentaron, sonrientes y con las mustias pollas fuera de las braguetas, a mirar a las chicas, las cuales, muertas de frío, se habían abrazado, buscando consuelo y calor. Casi no se mantenían sentadas. La droga estaba en pleno apogeo y el ritmo acelerado de sus corazones la repartía a todo su organismo. Lo único bueno es que, casi con seguridad, no recordarían nada de ese trago.

Cuando terminaron los pitillos, de nuevo dispuestos, chocaron las palmas e intercambiaron las chicas. Barney tomó a la morena, la tumbó y se la clavó en la postura del misionero. Gus, quizás más escrupuloso que su amigo, no quiso meterla en aquel coñito rubio ya usado. La giró, la obligó a alzar sus nalgas, y escupió en su ano, lubricándolo durante un rato, usando más saliva y los dedos.

Cuando Gus consiguió meterle la polla, su colega Barney ya se había corrido en su correspondiente chica. La arrastró hasta quedar al lado de la otra pareja, abrazándola y contemplando el espectáculo. Animaba a su amigo, quien estaba destrozando el culito de la rubia, la cual gemía sordamente, amordazada por la braguita que Barney le había metido en la boca.

Demasiado excitado, Cristo se sacó la polla y empezó a meneársela. A su lado, Spinny, increíblemente, iba ya por su tercera paja. ¿Cómo podía correrse así?, se preguntaba el gitanito. No descansaba apenas. Retomaba de nuevo el manoseo, aún cuando su miembro estuviera fofo y caído. Lo volvía a poner erecto a base de frotamiento. Finalmente, él mismo sucumbió a la experiencia y acabó corriéndose, casi al mismo tiempo que Gus descargaba sobre las nalgas de la dolorida rubita.

― Llama… a la… poli – jadeó Cristo, limpiándose los dedos contra la corteza del árbol.

― ¿A la poli? – se extrañó Spinny.

― Si. Pronto se irán. Si van a hacer algo chungo, es ahora. ¡Llama!

Spinny sacó el móvil y tecleó el 911. Entonces, se lo pasó a Cristo.

― Servicio de emergencia dela PolicíaMetropolitana…

― ¡Estoy asistiendo a una doble violación en el Central Park!

― Dígame su nombre, señor…

― No puedo hablar más. Estoy escondido y los estoy viendo en el cenador del parque infantil Heckscher. Tienen a dos chiquillas – y colgó. — ¿Cuánto tardarán?

― Si envían a la patrulla del parque, en cinco minutos – contestó Spinny. – Así que es mejor que pongamos tierra de por medio. Lo veremos todo desde aquel sendero.

Mientras se alejaban, Gus y Barney se reían a carcajadas, orinándose sobre las cabezas de las chiquillas. No parecían tener prisas, sintiéndose seguros en la oscuridad. El coche policial tardó aún menos de lo estimado. Cristo y Spinny apenas habían llegado al sendero, cuando las luces azules de la sirena barrieron la noche. Los dos violadores intentaron escapar, pero otro coche les cortó el paso, hacia el norte. Barney fue el primero en caer, debido a un auténtico placaje. Cristo se sintió mucho mejor cuando comprobó que metían a los dos tipos en uno de los coches.

― ¡Tío! Me he quedado sin espectáculo – cayó en la cuenta Spinny.

― ¡No me jodas! Intenta meterla tú en vez de mirar – le dio una palmada Cristo, poniendo rumbo hacia el exterior del parque.

—————————————

Cristo, interesado en la rubia Chessy, empezó a tomar nociones de Tai Chi y, en verdad, disfrutó de aquel desacelerado compás. El monitor le dijo que era un arte marcial, como el karate o el kung-fu, solo que se hacía a muy baja velocidad, pero aportando todo el empuje y fuerza como si se hiciera normalmente, por lo que el ejercicio era duro y de concentración. Una vez aprendido tal movimiento, solo con acelerarlo, se convertía en un ataque o en una defensa.

¡Estos chinos, que no inventarán!, se dijo Cristo, mientras se arranaba y levantaba los brazos. A veces era duro, sobre todo para su poco experimentado cuerpo, pero, en la mayoría de ocasiones, tener delante de sus ojos a Chessy, con aquellas mallas que ponían tan de manifiesto su culazo, ayudaba un montón.

La amistad entre ellos llevaba un buen camino y mantenían largas charlas mientras caminaban hacia sus barrios. A los dos les gustaba caminar, y solían hacerlo juntos. Así, Cristo aprendió que Chessy era un diminutivo de Clementine, que su apellido era Nodfrey, que era descendiente de una rama noruega. Chessy tenía veintidós años y llevaba un año independizada. Vivía en el Village y trabajaba como masajista y fisioterapeuta por su propia cuenta. Hacía visitas a domicilio o en su propia casa.

Había tenido varios novios que no acaban de comprender su trabajo, así que la cosa no había cuajado. Estaba mejor sola, según ella. Sin embargo, Cristo estaba cada día más colgado de ella. Le fascinaban aquellos increíbles ojos azules que parecían traspasarle cuando le miraban fijamente. Se pasaban largas horas haciendo eso, prácticamente, mirarse. Uno frente al otro, sentados en la hierba y escuchando las tonadas de guitarra de Spinny.

Parecían dulces tortolitos, y, en ocasiones, completos gilipollas, porque ninguno de los dos osaba decir lo que sentía al otro.

Un miércoles al mediodía, tras comer algo en una freiduría griega, Chessy le propuso que le acompañase esa tarde hasta Chelsea, donde tenía una cita de masaje. Luego, según Chessy, podrían bajar al SoHo y pasar la tarde de tiendas, los dos solos. Cristo aceptó de inmediato, con una amplia sonrisa que iluminó su cara. Así que, como disponían de tiempo, descendieron Manhattan, andando hasta Chelsea.

Chessy cargó su gran bolsa de lona hasta la dirección en cuestión y Cristo se quedó holgazaneando, mirando escaparates en la octava avenida, con el Madison Square Garden tres manzanas más arriba.

Entonces fue, cuando al doblar una esquina, vio una cabellera conocida cruzando la calle. Destacaba poderosamente de entre las demás cabezas, con todas aquellas oscuras trencitas, rematadas por pequeños objetos que brillaban bajo el sol. Cuando se situó mejor, pudo reconocer el caminar felino de su prima Zara. Con curiosidad, la siguió, dispuesto a saludarla. Seguir aquel culito enfundado en un ceñido jeans era una tentación.

De repente, su prima se detuvo, mirando a través de un escaparate y agitó la mano hacia el interior. Una chica de bandera, blanca y rubia, salió a su encuentro, abrazándose con efusión. A Cristo se le cayó la mandíbula cuando su hermosa prima se morreó largamente con la tremenda rubia aparecida. Desde donde estaba, podía distinguir como sus lenguas se agredían, sin importarle para nada los viandantes que pasaban a su lado.

Aquello no era un amigable saludo… no, que va. Aquello era el muerdo ardiente de dos zorras calentonas, y una de ellas era su prima, pensó Cristo, cerrando la boca con un chasquido

¿Qué tenía Nueva York que le desconcertaba tanto?

CONTINUARÁ…………

Relato erótico: “Rencores IV (La convivencia)” (POR RUN214)

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LA CONVIVENCIA

La casa se había convertido en una cárcel de solo cuatro reclusos. Se podía decir que incluso había dos pandillas diferenciadas dentro de ella. Por un lado el binomio Madre-hijo, que mantenían una frágil relación sujeta con alfileres. Una relación medianamente estrecha pero llena de altibajos debido, por una parte, al carácter inconstante de Marta, que unas veces veía a su hijo como alguien a quien proteger y otras como alguien de quien protegerse y por otra, a cierto tipo de acciones no siempre muy decorosas de Benito.

La segunda pandilla del patio la formaban Fermín y Bea. Padre e hija tenían una relación de conveniencia, más estable quizás que la otra pero todavía menos sólida. Una relación comercial sin tapujos, basada en el intercambio de intereses económico-carnales.

En cualquier caso, cada integrante de la familia hacía su vida por separado intentando, en lo posible, evitarse los unos a los otros.

El único nexo entre ambas bandas eran precisamente Marta y su marido Fermín. Los progenitores no solamente compartían matrimonio. También tenían una empresa heredada del padre de Fermín y ampliada tanto en capital como en tamaño por ambos cabezas de familia. La empresa había crecido en su mayor parte gracias a la incorporación de Marta a la sociedad desde el casamiento de ambos.

Tras un acuerdo tácito, ambos soportaban los excesos del otro por el bien de su futuro matrimonial y empresarial por muy sangrantes que estos fueran.

Y era precisamente de estos excesos, o más bien del futuro empresarial, de lo que Marta quería tratar con su marido que a estas horas de la tarde se encontraría a buen seguro en el salón.

En efecto, Fermín estaba viendo la tele en el salón, repantigado en su amplio sofá, por lo que su mujer, que se acercaba desde el jardín, podía ver su coronilla y una de las mangas de su camisa descansando en el apoyabrazos mientras cruzaba la puerta que unía el salón con el exterior.

Rodeó el sofá para sentarse junto a él y al hacerlo vio algo que la dejó helada y a punto del desmayo.

Su marido estaba desnudo de cintura para abajo. Sus brazos estaban extendidos hacia los lados. En una de sus manos sostenía una cerveza mientras que en la otra sujetaba el mando a distancia a modo de báculo papal disfrutando del partido de fútbol que emitía el televisor.

Pero lo que realmente dejó a Marta al borde del ataque cardiaco fue ver a Bea arrodillada entre las piernas de su padre con la polla de éste dentro de su boca. Le estaba haciendo una mamada.

Marta tenía dos opciones: montar un escándalo o largarse por donde había venido en completo silencio. Tras unos segundos sopesando la situación no optó por ninguna de las dos y se sentó junto a su marido. Si alguien debía avergonzarse de algo, desde luego esa no era ella.

Lo que hacía hiriente este devaneo sexual paterno-filial era la impunidad con la que lo realizaban. No habían buscado la privacidad de otras ocasiones para sus negocios sexuales. No se habían escondido en ningún rincón de la casa ni utilizado el tan manido despacho de Fermín. El que utilizaran el salón para sus cochinadas superaba el insulto hacia el resto de la familia en general y a ella en particular.

Fermín, al notar la presencia de su mujer, desvió su mirada hacia ella en un movimiento lánguido. Su mirada era la de un yonqui recién dopado con los ojos medio cerrados, la boca semi abierta y el brillo de los mocos bajo su nariz. Acercó la cerveza a sus labios con la lentitud de un oso perezoso y dio un largo trago sin mediar palabra ni intentar excusarse por nada.

Solo faltó eructar en su cara cuando retiró la lata de sus labios empapados de licor. Volvió a mirar el partido con los mofletes inflados por la cerveza que le estaba costando tragar, su equipo acababa de meter un gol.

Por toda reacción Fermín puso los ojos en blanco a la vez que tensaba su cuerpo y colocaba una mano sobre la cabeza de su hija. Tragó toda la cerveza retenida en su boca justo a tiempo de lanzar un gemido de placer. Se estaba corriendo.

Su hija, que en ningún momento abandonó su labor y a la que la presencia de su madre le era indiferente, aligeró el ritmo de su felación para acelerar el orgasmo de su padre que se contorsionaba de gusto.

Los jugadores que habían logrado el gol se abrazaban unos a otros, uno de ellos le dio una palmada en el culo a otro. Fermín metió la mano por el escote de Bea intentando tocar una teta.

Cuando el cuerpo de Fermín dejó de convulsionar perdiendo toda tensión y convirtiéndose en un guiñapo derretido en el sofá, Bea redujo la cadencia de sus movimientos mientras terminaba de acumular todo el semen en la boca. Después se apartó de él y lo escupió en un pañuelo. Se limpió todos los restos de su padre, se levantó, se alisó la ropa y extendió la mano.

-Págame.

Fermín, que aun mantenía la sonrisa en sus labios de viejo verde, la miró con pereza.

-¿Eh?, ah, mañana.

-Ahora.

-Ahora no puede ser. Mañana.

-Me has dicho que me pagarías ahora, ese era el trato. Págame.

-No tengo dinero aquí, te digo que mañana te lo doy.

Bea acercó una rodilla a los huevos de su padre mientras insistía en el pago de su deuda. Fermín no era consciente del peligro que corrían sus huevos ni del dolor que Bea le provocaría si continuaba su obstinación deudora.

Marta disfrutaría de la escena si no fuera por lo patética que era en sí misma. Su hija reclamando el pago de una mamada que el crápula de su marido no tenía ni intención ni posibilidad de saldar y su marido intentando dar largas para salir airoso del pago de un trato sin saber, como era costumbre en él, las catastróficas consecuencias que ello iba a acarrearle.

Era típico de Fermín, prometer lo que hiciera falta para conseguir algo que después no podría sufragar. El tipo de cosas que gracias a su mujer se habían corregido en su empresa. Un vía crucis en el día a día de Marta.

Fermín, molesto con la pesada de su hija, empezó a impacientarse con tanta insistencia. Le estaba fastidiando una noche perfecta, mamada, cerveza y victoria de su equipo.

-Qué pesada eres, he dicho que mañana te pago. Déjame en paz, joder.

Bea estaba quedando muy mal delante de su madre. Seguía con la palma de su mano extendida, parecía una buscona cualquiera y su padre tenía la culpa de ello. Tensó la pierna, flexionó la rodilla y preparó el rodillazo.

-Yo te pagaré.

Padre e hija giraron sus cabezas incrédulos hacia Marta que ya sacaba un billete de su cartera.

Marta depositó el billete sobre la blanca mano de Bea que la miraba desconcertada. Su hija miró el billete y volvió la mirada hacia su madre. Para sorpresa de Marta, Bea continuó con la palma extendida.

Colocó un nuevo billete sobre el anterior pero tampoco hizo ademán de darse por satisfecha. Marta enarcó una ceja y miró a Fermín que, encogiéndose ligeramente de hombros, puso cara de inocente.

Un tercer billete se posó sobre los dos anteriores y esta vez su puño sí se cerró. Sin embargo al intentar retirar el fajo se dio cuenta de que su madre aún sostenía el último billete.

-Recuerda que he sido yo la que ha saldado su deuda.

No contestó. En su lugar esperó a que su madre aflojara el billete. Una vez lo hizo, guardó el dinero y abandonó la habitación.

-Ten cuidado –siseó Marta a su hija–. Hay mucha gente rara por ahí.

-Sé cuidarme sola.

Dejó a sus padres a solas con el ruido de la televisión de fondo. Marta y Fermín se miraron.

-Sé que le pago mucho pero te aseguro que merece la pena –trató de excusarse Fermín.

-Sí, le pagas demasiado a tu hija por hacer de puta privada. ¿Es así como te gusta dilapidar el dinero?

-Que conste que utilizo mi dinero privativo. Nunca he gastado el dinero común…

-Solo faltaría eso.

-Mañana te lo devolveré.

-No hace falta que me lo devuelvas. Tómalo como un pago a cuenta.

-¿A cuenta de qué?

-A cuenta de lo que me vas a pagar para que no te denuncie por acostarte con tu propia hija.

-N…No serás capaz –dijo con los ojos como platos.

-¿No lo soy?

-Tú también has follado con tu hijo, ¿ya no lo recuerdas?

-Pero a diferencia de ti yo tengo pruebas que lo demuestran, fotos, videos. Eres muy descuidado Fermín… y no solo con tu vida personal.

-¿A qué te refieres?

Marta tomó aire y se encaró a su marido.

-Hace tiempo que quería hablarte de algo.

– · –

Marta dormía intranquila en su habitación. Hacía bastante rato que el reloj había pasado de la media noche. Su marido roncaba a su lado. Seguían durmiendo juntos pese a que Fermín mantenía una relación sexual manifiesta con su hija y Marta estaba más apegada a los grillos del jardín que a su propio marido. La hipocresía de su relación les obligaba a hacer vida conyugal aunque solo fuera de postín. Un autoengaño que les hacía sentirse menos infelices.

El teléfono de la cocina comenzó a sonar insistentemente a altas horas de la noche, algo que no hacía presagiar nada bueno. Marta, se levantó como un rayo con el corazón en un puño. Bajó las escaleras hasta la cocina, levantó el auricular con un tembleque en las manos y lo pegó a su oído.

-¿Quién es?

La voz que oyó al otro lado del hilo era muy familiar.

-¿Mamá?

-¿Bea?, ¿Qué te ha pasado, donde estás?

-Nada, ¿qué habría de pasarme?

-Pues… no sé. ¿Dónde estás?

-En la esquina norte del parque grande. Ven a recogerme.

Menudo susto le había dado la cabrona. Marta respiró aliviada, pero solo al principio. Su hija había llamado solo para que hiciera de chófer.

-Llama a un taxi.

-¿Crees que te llamaría a ti si no lo hubiese intentado antes? No hay ninguno disponible a estas horas.

-Pues que vaya a recogerte tu padre. Me has dado un susto de muerte llamando tan tarde.

-Tiene el móvil desconectado, igual que tú. Ven pronto, tengo frío.

-Pues otra vez te abrigas más en vez de vestirte como una puta.

-¿Vas a hacer el favor de venir a recogerme o no?

Marta pegó el teléfono a su boca y bajó el volumen de su voz pero no el tono agrio de sus palabras cargadas de hiel.

-Follas delante de mis narices con tu padre al que he terminado por pagar las mamadas que le haces. ¿Pretendes que además haga de chófer para ti? No soy yo la que debe favores a nadie.

Se hizo el silencio durante una docena de segundos.

-Estoy en el quinto pino, helada y sin dinero. Vero está borracha, tumbada bajo la marquesina de un autobús que no llega. No hay taxis ni nadie que nos pueda llevar. Ven a buscarnos. No te lo estoy pidiendo como un favor si no como un pago a cuenta.

-¿A cuenta? ¿Y cómo piensas pagarlo?

-Pon tú el precio pero ver a recogernos, joder.

-Despertarme a las tantas de la noche, sacarme del calor de mi cama y cruzar media ciudad para recoger a dos fulanillas no tiene precio, al menos no uno que tú puedas pagar.

Dicho esto colgó el auricular de golpe y salió de la cocina enfadada hacia su dormitorio donde intentaría retomar el sueño donde lo dejó. Subió las escaleras y cruzó todo el pasillo, sin embargo antes de llegar a su dormitorio percibió algo bajo la puerta del cuarto de Benito. Luz.

– · –

Benito estaba tan absorto en la pantalla de su ordenador, masturbándose con un video porno casero que no se percato de la figura que colaba en su cuarto sigilosamente. Solo cuando tuvo a su madre casi pegado a él fue consciente de su presencia.

Con un rápido movimiento enfundó su polla dura dentro de su pijama para acto seguido apagar la pantalla de plasma.

-M…Mama… me has… no te había visto… estaba… estaba…

-Ya sé lo que estabas haciendo. No hace falta que disimules. Como sigas así te vas a quedar ciego.

-Es que… es que…

-Ni “esque” ni porras. Estás todo el día dale que te pego. Una cosa es que te alivies de vez en cuando y otra que emplees todo tu tiempo en lo mismo. Pareces un mono.

Benito agachó la cabeza.

-Tienes razón. Pero es que no puedo evitarlo, ¡joder! Intento pensar en otra cosa pero siempre acabo pensando en lo mismo.

-¡Pues estudia! Concéntrate en los libros.

-¡Que ya lo intento! Pero siempre estoy en erección y… soy débil. Si tuviera novia sería diferente pero como no la tengo, acabo con la mano dentro del pantalón una y otra vez.

Miró a su madre a los ojos.

-Con una mujer de carne y hueso sería diferente. Con unas tetas y un coño de verdad se me quitarían todos mis complejos de una santa vez.

Marta no estaba segura en qué dirección iban sus palabras pero por si acaso se ajustó la bata y se cerró el escote. Escrutó a su hijo durante media docena de segundos tan eternos como incómodos.

-Vístete, tienes que recoger a tu hermana.

-¿C…Cómo? ¿Recoger a Bea? ¿De dónde?

-De la esquina norte del parque grande.

-¿Del parque grandeee? Pero si eso está en la otra punta del mundo. ¿Por qué no viene ella andando solita?

-Porque está en la otra punta del mundo.

-¿Y por qué yo?

-Porque eres un hermano responsable y porque te lo pido yo

-¿Pero por qué…?

-Porque me da la gana y punto.

Benito cerró el pico, agacho la cabeza y comenzó a vestirse en silencio. Marta se dispuso a abandonar su habitación.

-Llévate mi coche y no conduzcas rápido.

Cuando Marta vio las luces de su coche salir del garaje y alejarse en la oscuridad encendió su móvil, marcó un número y espero a que descolgaran al otro lado.

-¿Bea? Soy yo, tu madre.

– · –

Bea vio llegar el coche de su madre y aparcar junto a la marquesina en la que se encontraba. Por fin su hermano estaba allí, tal y como su madre había dicho.

Cuando Benito se apeó del auto, Bea le hizo señas para que la ayudara a mover a su amiga borracha. Parecía estar muerta. Solamente su respiración profunda indicaba que no iba más allá de una leve inconsciencia etílica.

Con gran dificultad ambos hermanos introdujeron al cuerpo inerte de Vero en los asientos traseros. La arrastraron hasta colocarla y asegurarla con el cinturón. Después, ellos dos se acomodaron en la parte delantera del coche. Benito no pronunció palabra y arrancó sin más dilación.

No habían recorrido ni 20 metros cuando Bea se dirigió a su hermano en tono imperativo.

-Espera, párate ahí.

-¿Por qué?

-Que pares ¡joder!, no me encuentro bien. Quiero apearme.

-Estamos en el culo del mundo, junto a un parque desierto. ¿No prefieres tumbarte atrás mientras te llevo a casa? Ahí fuera hace frío…

-Para de una vez. Necesito que me dé el aire un momento.

Benito obedeció a regañadientes. Introdujo el coche por una de las entradas del parque y paró el motor. Bea se apeó ipso facto.

-Espérame aquí 10 minutos. Solo necesito estar un rato tranquila para tomar el aire ¿está claro?

-Como quieras –“Qué tía más rara”, pensó.

Bea se alejó hasta llegar a uno de los bancos del parque y se sentó en él con aire cansado. Benito puso la radio para matar el rato. En la radio no había nada que mereciera la pena oír y para colmo de males, Vero, la amiga de Bea por la que él tanto había bebido los vientos, estaba tan borracha que era imposible intentar ligar con ella.

Sentado frente al volante, escuchando una radio que le aburría, esperando a una hermana que detestaba y con el reflejo de la cara de Vero medio grogui en el retrovisor, solo podía pensar en el tiempo perdido. Un tiempo perdido que él debía haber estado empleando para dormir después de haberse hecho una buena paja.

Si su hermana no hubiera llamado por teléfono, su madre no le hubiese pillado cascándosela y lo que era peor, no le hubiese obligado a recorrer toda la ciudad a las tantas de la noche.

Varios meses atrás hubiese acudido encantado a recoger a su hermana solo por ver de cerca a Vero con sus grandes melones. Una época en la que se mataba a pajas imaginando momentos imposibles con la amiga de su hermana. Alzó la mano hacia el retrovisor y lo ajustó para poder contemplar su busto. Era tan imponente como lo recordaba. Que envidia sentía del asqueroso de su novio e incluso del imbécil de su hermano. Hasta ese estúpido se había enrollado con ella.

Giró la cabeza para poder contemplarla en directo. Allí sentada inconsciente y con la boca semi abierta, había perdido todo el sex-appeal. Ya no era el bombón de antes, no la veía como ese ángel encantador. Ahora sabía de muy buena mano que era una hija de puta. Un demonio igual o peor que su hermana. Un demonio al que se le veían las bragas bajo su vestido recogido hasta medio muslo.

Benito se asustó del descubrimiento y miró con sentimiento de culpabilidad a través de la oscuridad de la noche hacia su hermana que seguía sentada de espaldas en el banco de madera con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza sobre sus manos.

Benito se acomodó nervioso para disfrutar mejor del espectáculo. Al menos esta noche no sería tan mala. La visión de las bragas de Vero iba a darle para muchas pajas.

Estaba agachado con la cabeza entre los asientos para poder vislumbrar mayor porción de tela. Si Vero o su hermana le veían en una posición tan delatadora iba a tener muchos problemas.

Carraspeó para cerciorarse de la inconsciencia de Vero. Al no obtener respuesta probó con otro tipo de estímulo más eficaz.

-¡Vero! –susurró.

Pero Vero no se inmutó. Estaba profundamente dormida.

-¡Vero, eh, Vero! –Esta vez alargó una mano hasta su rodilla y la zarandeó. Ni aun así consiguió que reaccionara.

-Joder, que pedo tiene la tía.

Benito, cada vez más envalentonado, apartó la pierna que tenía cogida por la rodilla para tener mejor visión de sus bragas. Su excitación iba en aumento. Sin darse cuenta se estaba haciendo una paja por debajo del chándal. La ocasión era propicia para ello. No había un alma en toda la zona y podía ver a Bea desde donde estaba. A la distancia a la que encontraba tenía tiempo suficiente para guardarse la minga si se le ocurría acercarse en cualquier momento.

-¿Pero qué coño estoy haciendo? –Pensó Benito de repente–. ¿Me estoy haciendo una paja mirando las bragas de la amiga borracha de mi hermana? ¿Yo soy estúpido o qué me pasa?

De un salto pasó a la parte de atrás del coche junto a Vero. La zarandeó con energía y la llamó más fuerte.

-Vero, Vero, ¡despierta joder! –Tampoco esta vez hubo respuesta de ningún tipo por su parte, tal y como esperaba.

Con una sonrisa de oreja a oreja apoyó una de sus manos sobre una teta cerró los ojos y palpó suavemente la tela que la cubría.

-Joder, tanto tiempo esperando este momento.

Con la boca seca y el corazón a punto de reventar deslizó los tirantes que sostenían el vestido y tiró suavemente de la prenda hacia abajo. Dos círculos rosados aparecieron ante sus ojos. Eran grandes como dianas coronando dos montañas de azúcar. La mano de Benito tardó poco en volver a posarse sobre su seno desnudo. Lo acarició, lo palpó, lo amasó e incluso lo besó.

Su otra mano seguía meneando su polla dura como una roca.

-Me voy a correr sobre tus tetas, Vero. Perdona que lo haga pero creo que me lo debes. Bueno en realidad tendrías que hacerme tú la paja por cabrona. Entre tú y mi hermana me jodísteis la vida. Bueno y mi madre sobretodo. Pero a ella la perdono, a vosotras no.

Dicho esto cogió la mano de ella, se la puso sobre la polla y siguió masturbándose con ella mientras que con la mano libre no paraba de sobar aquellos melones divinos.

En una ocasión la mano se deslizó hasta su entrepierna donde descubrió la suavidad de las bragas. Y fue en esa ocasión cuando una maldad se reveló sobre Benito.

-¡Hostias!, le estoy sobando las bragas. Le estoy sobando el coño a Vero por encima de sus bragas. Esto ha ido demasiado lejos. Voy a dejarlo ya antes de que me la cargue con todo el equipo.

Benito apartó la mano de las bragas de Vero.

-Pero la paja me la hago con su mano, por lo menos eso me lo debe.

Siguió sin apartar la vista de la blanca prenda mientras miraba de cuando en cuando a su hermana.

-Bueno, si echo un vistazo debajo no creo que pase nada. Solo una miradita rápida sin malicia.

Acercó la mano a la entrepierna de la chica y tiró del elástico de la prenda descubriendo su mata de bello.

-Jod-der, jod-der. Le estoy viendo el coño. El coño de Vero.

A esa altura Benito ya estaba al borde del colapso cardiaco, empapado en sudor frío y con la polla a punto de reventar.

Sin saber lo que hacía ni por qué lo hacía tiró de las bragas hacia abajo, hasta sacárselas por los tobillos. Abrió sus muslos para contemplar el coño en todo su esplendor. Era lo más bonito que había visto nunca. Si su hermana le pillaba le mataría, o algo peor.

Benito hundió la cabeza en el bosque maldito y besó sus labios una y otra vez. Los recorrió con su lengua hasta encontrar el clítoris donde se entretuvo con parsimonia.

-Cuantas pajas te habrás hecho tocándote aquí –Pensó Benito.

Después se incorporó y lamió sus pezones. Primero uno y después otro y vuelta a empezar. Besó su boca e introdujo su lengua en ella mientras amasaba sus tetas con frenesí, se frotaba contra ella.

Benito se había bajado los calzoncillos hasta los tobillos y frotaba su polla contra el coño y el pubis de ella.

-Si yo fuera tu novio te follaría día y noche. Te follaría sin parar, Joder.

Sus cuerpos estaban pegados el uno al otro. Vero tenía las piernas completamente separadas y Benito estaba entre ellas frotando su polla arriba y abajo contra su pubis y sus labios imaginando que follaba con ella. Se restregaba como una culebra hasta que en una de éstas la penetró.

-¡Hostia!, ¿qué he hecho?

Se asustó de verdad. Eso no entraba en el plan.

-¡El plan! –Pensó–. El plan era verle las tetas y hacerme una paja. ¿Qué coño estoy haciendo? Le he metido la polla.

Sin embargo no se dio prisa en sacarla pese al miedo de las consecuencias. Su hermana seguía inmóvil en el banco de madera. Benito volvió la mirada al melonar y después a su negro y empalado coño.

-La dejo un ratito y luego la saco. Esto ya ha ido demasiado lejos. No voy a cometer ninguna estupidez aunque tenga un coño tan suave.

Dicho y hecho, Benito comenzó a salir de ella.

-Buf, suave y calentito. Joder que caliente está.

Y volvió a entrar. Ralentizó el movimiento de su miembro para disfrutar hasta el último instante de la penetración. Miraba obseso su miembro deslizarse a través del coño sin ser consciente de que su polla entraba y salía de nuevo una y otra vez sin terminar de abandonar su coño.

Benito se había olvidado de abandonar su felonía tan rápido como se esfuma el humo de un cigarro en mitad de un vendaval y sin saber cómo, se encontró follando salvajemente a su amiga.

Si a su hermana le hubiese dado por mirar el coche, hubiera visto botar su amortiguación como si estuviera corriendo un rally. La cadera de Benito era un martillo perforador. Sus manos no paraban de amasar sus tetas mientras besaba su boca y lamía su lengua. La embistió una y otra vez disfrutando de ella como si nada más que ellos dos existieran en el mundo. La folló deprisa, después lo hizo despacio. Por momentos la follaba a golpes y por momentos con amor. Ahora con delicadez, ahora con rabia. Cambiaba el ritmo de la follada por cada recuerdo que iba rememorando de ella. La folló mucho rato, tanto como pudo alargar el momento pero al final, se corrió, y se corrió mucho. El mejor orgasmo de su vida. El mejor, más largo y más placentero.

Después se hizo el silencio y llegó la paz… y el horror.

Benito yacía sobre Vero colmado de placer y satisfacción, ajeno a la realidad que le atenazaba. Estaba pletórico de felicidad, se había follado a vero, a la mujer de sus sueños. Le había disfrutado de ella y le había hecho el amor durante un buen rato. Bueno, en realidad la había violado.

¡Había violado a una chica borracha!

Comenzó a ser consciente de su delito paulatinamente, su desazón aumentaba al ritmo que lo hacía su pulso. Una vez más había abusado de una chica aprovechando una situación degradante. Pero lo peor es que no era cualquier chica. Era la amiga de su hermana. La amiga hijaputa de su hermana hijaputa. Era una serpiente cascabel amiga de la madre de todas las serpientes de cascabel.

Se separó lentamente con los ojos como platos.

-¡Mecagüen la hostia puta!, ¿pero que cojjjjones he hecho?

Estaba sobre ella con ambas manos sobre sus tetas y la polla metida en su coño.

Quitó sus manos, saco la polla y se apartó como si tuviera la peste. Contuvo un grito de pánico mientras miraba a su víctima sobre el asiento. Tenía un aspecto lamentable. Despatarrada con el coño al aire, el vestido recogido en la cintura y las tetas y los labios rojos de sus lametones y sobeteos.

Su hermana se levantó del banco de madera.

-Mierda, joder. Todavía no.

Se subió el chándal de un tirón. El corazón bombeaba tan fuerte que en cualquier momento le daría un ataque. Levantó nervioso el vestido de Vero para tapar sus tetas y colocó como pudo los tirantes sobre sus hombros. Después bajó la falda hasta medio muslo y recolocó su cuerpo como pudo en el asiento antes de volver a ponerle el cinturón de seguridad.

Dos martillos golpeaban sus sienes con cada latido de su estresado corazón. No había tiempo para poner sus bragas así que las escondió dentro de su pantalón. Se deslizó entre los asientos hacia la parte delantera y se dejó caer.

Bea abrió la puerta del acompañante cuando intentaba incorporarse y le miró desconcertada.

-E…Estaba intentando tumbarme y dormir pero no, no se puede. La palanca de cambios…

-No me cuentes tu vida, vámonos.

Arrancó sin protestar y salió pitando del lugar.

-¿Que vas a hacer con Vero?

-Hay que llevarla a su casa.

-Pero así como está…

-No te preocupes. No es la primera vez que la llevo así como está.

Benito estuvo sudando tinta todo el camino. Las manos casi no podían sostener el volante. No quitó ojo del espejo retrovisor. Vero tenía el pelo alborotado y vestido de cualquier forma pero lo peor era lo que no se veía, no llevaba bragas. ¿Qué pasaría cuando se despertase y descubriera que le faltaban?

-“¿Por qué tengo que ser siempre tan gilipollas?” –pensó.

Tenía los nervios a flor de piel y las manos le sudaban tanto que iba a terminar estrellándose.

Un momento, esa era la solución, hostiarse contra un árbol y todo el mundo al hospital en ambulancia. Al día siguiente nadie recordaría nada y Vero no sabría si las bragas se las quitaron en el hospital para… ¿pero qué coño estaba diciendo?

Tranquilidad, no había que ponerse nervioso. Vero estaba tan borracha que mañana al amanecer no recordaría donde las perdió. Y con lo guarrilla que es, podría haber sido en cualquier parte, con cualquier chico. Sí, había que guardar la calma.

– · –

El día siguiente amaneció despejado. Fermín había madrugado y se había ido de casa temprano. Marta estaba en el piso superior, vistiéndose. Acababa de ducharse y también se estaba preparando para salir cuando escuchó unos gritos en la parte de abajo. Alguien había entrado en su casa y estaba recorriéndola a voz en grito.

Bajó rauda las escaleras hacia el individuo que avanzaba por cada estancia como un elefante en una cacharrería.

-¿Dónde estás cabrón? ¡Que te mato! –seguía gritando él.

Marta le abordó cuando estaba a punto de entrar en el salón.

-¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que quieres? –le espetó Marta.

-¿Dónde está ese mamón?

La persona que tenía delante era Héctor, el hermanísimo de Verónica, la amiga de Beatriz. Tras él había otro individuo más calmado y de menor estatura, sin duda era el muchacho conocido como “El Pecas”, inseparable amigo de Héctor.

-¿De quién hablas? ¿A quién buscas en mi casa?

-A ese puto enano violador que tienes por hijo.

Marta abrió la boca incrédula. Intentó guardar la compostura.

-Idos de mi casa ahora mismo.

-De eso nada. Tu hijo ha violado a mi hermana y no me pienso ir hasta que le pille.

-¿A tu hermana? Imposible. Lárgate.

En lugar de irse, Héctor apartó a Marta con el brazo y siguió buscando por la casa a Benito con ella y El Pecas pegados a sus talones.

-Voy a llamar a la policía –espetó Marta.

-Soy yo el que va a llamar a la policía como no le encuentre.

-Estás allanando mi casa, chaval. Te estás buscando un lío.

-¿Lío, me estoy buscando un lío? Mi hermana está en el hospital. Acaba de salir de un coma etílico. El médico que la atendió ha realizado una inspección rutinaria, como hace con todas las chicas que entran en ese estado, y ha descubierto que tiene el coño repleto de semen por lo que ha abierto una investigación de oficio ante una posible violación. Es algo que se hace siempre que una chica llega en condiciones parecidas a las de mi hermana.

-¿Y eso qué tiene que ver con Benito?

-Mi hermana jura que anoche no estuvo con nadie, así que he llamado a Bea para preguntarle y ella corrobora la versión de Vero, ahora bien…

Marta tragó saliva cuando la cara del primo de zumosol se acercó a la suya.

-Me ha dicho que el imbécil de tu hijo fue a recogerlas y que se quedo a solas con ella en el coche mientras Bea tomaba el aire fuera.

-Eso no quiere decir…

-Eso quiere decir que se la ha follado, ¡joder! El muy cabrón se ha aprovechado de la infortunada chavala. ¡La ha violado! A mi pobre hermanita.

A Marta le estaba costando digerir las alabanzas de la pulcra fama de la guarra de su hermana pero en el estado de nerviosismo que se encontraba era mejor no abrir la boca para sacarle de su error.

-Dile a tu hijo que aparezca de una vez.

-No está en casa.

Sin previo aviso Héctor avanzó hacia el salón y se plantó dentro como un misil.

-¿Dónde estás cabrón? –gritaba fuera de sí.

-Te he dicho…

-¡En su cuarto! Ahí es donde estará.

Avanzó hacia el piso superior perseguido por Marta que era incapaz de pararlo. Subió las escaleras a zancadas y entro en cada una de las habitaciones rebuscando en armarios empotrados y bajo las camas. Al final llegó frente a la puerta del dormitorio de ella.

-Ni te atrevas. Ese es mi dormitorio. No se te ocurra entrar, chaval.

La amenaza solo sirvió para espolearlo más. Abrió la puerta de un empujón y se coló dentro del habitáculo. La cama estaba deshecha y había ropa esparcida por la habitación. Marta no había tenido tiempo de recogerla y se lamentó por ello.

-No está, sal de aquí.

-Ya lo veo. Así que esta es tu habitación, ¿eh? Lo hubiera descubierto solo. ¿Son esas tus bragas?

Marta las recogió lo más rápido que pudo al igual que el sujetador y el resto de ropa esparcida.

-Estás invadiendo mi casa, quiero que te vayas.

-Tu hijo se ha follado a mi hermana, eso también es una invasión y yo quiero una compensación por ello.

-No sabes si ha sido él. Le estás acusando en falso, además, estás allanando mi casa y mi intimidad ¡lárgate de una vez!

-En cuanto plante la denuncia correspondiente y cotejen el semen del coño de mi hermana con el ADN de tu hijo veremos si mis acusaciones son falsas.

-Bien, hasta entonces aléjate de mi casa, niñato.

-No te estás enterando ¿verdad? Tu hijo va a ir a la cárcel por violador ¿sabes lo que es hacen a los violadores en la cárcel?

Héctor vio la sombra de la duda en la cara de Marta.

-Les rompen el culo. Se van a follar a tu pequeño judas a diario como él hizo con mi hermana.

-¿Y qué les hacen a los mentirosos que acusan en falso?

Héctor se puso aún más serio.

-No sé que les hacen a los mentirosos pero sí sé lo que les ocurre a sus madres. Sobre todo cuando esos mentirosos son además unos violadores ¿Quieres visitar a tu hijo en la cárcel? ¿Has pasado alguna vez un cacheo para tener un vis a vis con tu hijo violador?

El labio de Marta temblaba de rabia y miedo mezclados a partes iguales. No sabía si temía más sus amenazas o el tamaño del muchachote. Además estaba ese otro gusano que le acompañaba, no había abierto la boca pero la desconfianza que le producía duplicaba a la del otro.

-Tu hijo se ha follado a mi hermana. Quiero una compensación –repitió.

Lo que quería este gusano era dinero. Todo se arreglaba con dinero. Después de recibir su parte su hermana ya estaría menos violada. La dignidad habría vuelto a su casa con un buen fajo de billetes. Marta sopesó la situación durante unos momentos de silencio que aprovechó para calmarse.

-Estaría dispuesta a ofrecerte…

-Él se folló a mi hermana, lo justo es que yo me folle a su madre.

-¿¡Quéééééé…!? ¡¡¡ LARGO DE AQUÍ !!!

El Pecas agarró a Marta desde atrás rodeándola con sus brazos. Mientras estaba inmovilizada aprovechó a tocarle las tetas por encima de la ropa.

-¿Me vais a violar? –espetó– ¿Es eso? ¿Tanto cuento para venir a violarme?

-El cerdo de tu hijo…

-Allanamiento de morada, intimidación, violación con uso de la fuerza, violencia machista. Dime una cosa, estúpido. Tú que sabes tanto de leyes, ¿Cuántos años vais a pasar en la cárcel por todo esto? ¿Cuántas veces crees que os van a romper el culo por violar a una mujer que podría ser vuestra madre en su propia casa, en su propio dormitorio?

-Yo no he venido a… el cerdo de tu hijo… ¡suéltala, Pecas!

-¿Por qué? Su hijo se folló a tu hermana, a mi novia. Tenemos derecho a follárnosla a ella, ¿no?

-No seas idiota. Nos estás buscando un problema de la hostia. No es así como íbamos a hacerlo.

El Pecas soltó a Marta a regañadientes. Cuando lo hizo recibió un codazo en el estómago que le dobló por la cintura.

-Si me vuelves a sobar te vas a arrepentir de verdad, niñato. Las tetas se las tocas a tu madre.

Héctor se acercó y la cogió de un brazo. Al lado del musculitos Marta parecía una muñeca.

-Todavía no entiendes nada, ¿eh? Voy a denunciar a tu hijo. Voy a hacer que le metan en la cárcel y cuando salga, dentro de muchos años, va a ser un desgraciado para toda su puta vida. Solo tú puedes evitar que lo haga. ¿Adivinas cómo?

Marta tenía el rictus contraído por el asco.

-¿De verdad has venido con la esperanza de que le abriera las piernas a un mongolito como tú? ¡Pero si podría ser tu madre! –Espetó Marta–. Si la guarra de tu hermana ha perdido las bragas con algún indigente de nombre impronunciable que se la ha follado a cambio de cualquier mierda, te jodes. Busca justicia entre los cubos de basura, seguramente allí estén también sus bragas.

Héctor la sostuvo por ambos brazos. Y la zarandeó.

-¿¡Pero qué coño dices de mi hermana!?

-¡SUÉLTALAAA! –se oyó un grito bajo el quicio de la puerta.

Los tres se giraron hacia la puerta donde apareció Benito con ojos incendiados.

-¡No toques a mi madre, abusón!

-Mira quién está aquí. El pequeño Lucifer ha aparecido por fin.

Héctor soltó a Marta y se abalanzó sobre Benito que no pudo esquivarle a tiempo. Le atrapó por el cuello y lo arrastro dentro de la habitación donde lo tiró al suelo y le propinó una patada en el estómago.

-Has abusado de mi hermana, cabrón. Te has aprovechado de ella y la has violado mientras estaba inconsciente. Seguro que has sido tú quién la dejó en ese estado para poder follarla sin resistencia. A saber si además no la has dejado preñada.

A Benito se le fue toda la furia por el culo. Casi se caga de miedo. Lo sabían, le habían descubierto, por eso estaban aquí discutiendo con su madre. De alguna manera se habían enterado de lo que hizo, joder qué marrón.

-Yo…, yo…, no hice nada, las recogí y las llevé…

-¡Los cojones! Vero no llevaba bragas cuando entró en el hospital…

-¿Hospital? –repitió Benito como un autómata.

-Y tenía el coño lleno de semen. Vero dice que no estuvo con nadie anoche y Bea dice que la única vez que la perdió de vista fue cuando estuvo a solas contigo en el coche.

-Yo…, no sé…

-Yo sí sé. Sé que te voy a matar. Te voy a denunciar y vas a ir a la cárcel para toda tu puta vida.

-¿Mamá? –Benito temblaba.

Miró a su madre con cara de súplica pero el rictus de Marta era de piedra.

-Dejadnos en paz e idos por donde habéis venido, lo que haya que hablar se hablará con tus padres –replicó marta.

-De eso nada –El Pecas se sacó la polla y la mostró a la mujer–. Hemos venido a mojar el nabo y de aquí no nos vamos sin hacerlo.

-O follamos contigo o tu hijo va a la cárcel. Así es el trato –Añadió Héctor.

-U os vais de inmediato de mi casa o llamo a la policía –retó Marta–. Así es el trato.

-Pero… pero… si tienes más que perder que nosotros –dijo El Pecas incrédulo–. Piensa bien tu decisión, estúpida.

-Yo no voy a perder nada. Cada uno es responsable de sus actos y vosotros apechugaréis con los vuestros.

-¿V…Voy a ir a la cárcel? –intervino Benito como un gallina.

-Irás –Sentenció Héctor–. A menos que tu madre se abra de piernas aquí y ahora.

Marta cruzó los brazos y levanto la barbilla pero no hizo ademán de ceder.

-¿M…Mamá? ¿Me van a denunciar? ¿Voy a ir a la cárcel?

-Te van a romper el culo en el trullo chaval. Te van a follar como tú follaste a mi hermana.

Benito empezó a gimotear.

-Mamá por favor, no les dejes. Haz lo que piden, por favor. Ayúdame.

-Cállate, ni se te ocurra pedirme eso. Mi propio hijo.

-Pero es que voy a ir a la cárcel. Déjate hacer, no es para tanto.

-¡ Largo de aquí ! ¡Los tres! –gritó furiosa.

-¿C…Cómo? ¿No vas a follar? ¿Vas a dejar que tu hijo vaya a la cárcel? –inquirió Héctor perplejo.

Su plan no estaba yendo como él pensaba. Esa mujer no debía querer mucho a su hijo.

-No voy a dejar que mi dignidad vaya a la basura –espetó Marta.

-Joder mamá, no seas así. Piensa en mí.

-En ese caso que te follen a ti. No voy a cambiar mi coño por tu culo.

-“Ya lo hice una vez” –Pensó Marta con amargor–. “Y solo sirvió para empeorar las cosas”.

-Eso, eso, que nos haga una mamada el enano –bromeó El Pecas–. Por cabrón.

Pero Héctor no se lo tomó a broma.

-¿Te gusta chupar pollas chaval?

-¿Qué?

-Uno de los dos me la va a chupar o juro por dios que de aquí voy directo a comisaría. Caiga quien caiga.

-Mamá, tú eres mujer…

-Y tú eres imbécil. Ya sabes cómo se hace eso. Si tanto miedo le tienes a la cárcel, adelante.

Benito miró asustado la entrepierna de Héctor y éste sonrió. ¿Le chuparía la polla el hermano de Bea? ese pequeño bastardo alcahuete.

De dos pasos se puso sobre Benito que permanecía sentado en el suelo. Se sacó la polla y la puso frente a su cara.

-¿Te gusta mi polla?

Benito comenzó a temblar. No, no podía ser. No podía chuparle la polla a un tío, eso era de maricones.

-Cógela con la mano, que no muerde, vamos. Y menéamela que eso seguro que lo sabes hacer bien, ¿eh? Palillero de mierda.

Benito simplemente no podía moverse.

-¡Que la cojas te digo! –gritó Héctor a la vez que lanzaba un sopapo.

Benito, con lágrimas en los ojos y cagado de miedo, comenzó a levantar la mano hacia el pene del gorila. Lo agarró con asco y separó su prepucio hacia atrás. La expresión de hielo de Marta se tornaba lentamente en incredulidad.

Héctor disfrutaba más con la reacción de asombro de la mujer que con la caricia de Benito. Sonreía jocosamente.

-Así, pequeño bastardo, menéamela delante de tu madre para que te vea bien.

La polla estaba tomando dimensiones considerables. La mano de Benito no cubría la totalidad del miembro que poco a poco se endurecía entre sus dedos.

-Chúpamela.

-¿Q…Qué?

-Ya me has oído, chúpame la polla.

-Pero…, pero…,

-¡ CHÚPAMELA YA, HOSTIAAAA ¡ -Apretó su cuello con una mano y puso el otro puño frente a su cara.

A Benito se le escapó un gritito de terror. Ese Gorila le daba mucho miedo, su corazón latía a toda velocidad aunque no debía llegarle suficiente sangre a la cabeza porque se sentía mareado. Se sorbió los mocos y miró a su madre que le observaba incrédula.

-Está bien, está bien.

Los tres le miraban con expectación. El Pecas disfrutaba como espectador de lujo una función de primera mientras Marta permanecía absorta ante los devenires de los turbios acontecimientos.

Por otro lado Héctor, el cretino y crápula hermano de Vero, vivía con verdadera pasión lo que estaba a punto de suceder. En el fondo, lo de su hermana había sido un golpe de suerte. Sus vecinos eran una familia de cretinos, por eso estaba tan convencido de que conseguiría hacerse con esa mujer, la madre de Bea, con la que deseaba follar desde el mismo día en que la conoció. Tan estirada, tan señora, tan diga.

Desgraciadamente las cosas no estaban resultando como planeó por lo que una mamada del pequeño judas frente a la gran señora sería un pequeño premio de consolación. La madre de Bea sería testigo principal de la mamada que su propio hijo iba a hacerle delante de sus narices.

Benito tragó saliva antes de abrir la boca, cerró los ojos y se echó hacia delante con la cara contraída en una mueca de asco. Avanzó lentamente hasta que sus labios tocaron el glande de Héctor. Después tuvo que abrir su boca aun más para conseguir introducirse la polla dentro.

-Joder –dijo El Pecas–. Se la va a chupar. Le va a chupar la polla.

Benito formó una “O” con sus labios y comenzó a recorrer el pollón de ese déspota adelante y atrás, cada vez más adentro.

-Lame mi capullo con la lengua, maricón. Lámeme bien o te juro que te arrepientes.

-Ya estoy…

-Con la lengua, como si fuera un helado. Chúpame bien el capullo, ¡capullo!

Benito cogió la polla por la base y, mientras le pajeaba, lamió todo su glande utilizando la lengua en toda su extensión. Héctor disfrutaba, El Pecas disfrutaba, Marta contenía el vómito.

-Acaríciame los huevos, cógemelos –ordenaba–. Que tu madre vea lo bien que me la chupas. ¿Te gusta? ¿Te gusta como el pervertido de tu hijo me come la polla?

Héctor sudaba de placer. El placer de ver a una mujer madura mirar a su hijo comiéndole la polla dura. Lástima que no hubiera conseguido follársela. Follársela delante de su hijo. Que le viera metiendo su polla en su negro coño. Se la follaría a cuatro patas. Y después le daría por el culo. Esa puta se enteraría de lo que es follar de verdad.

-Deberías ser tú la que me chupara la polla –le dijo a Marta–. Tú tienes la culpa de que tu hijo sea un pervertido. Deberías pagar por ello.

Marta no contestó, se limitó a mirar con aterrado desprecio. A Héctor le excitaba ver su cara. ¿Qué cara hubiera puesto su hijo si fuera ella quien se la chupara? ¿Sentiría tanto asco como su madre?

¿Y si se la follara delante de él? ¿Se excitaría al verla desnuda? ¿Le gustaría verle el coño y las tetas como cuando se folló a su hermana?

Por otra parte, El Pecas tenía una erección de campeonato. No aguantó más, se acercó a ella por detrás y le tocó el culo por encima de la falda. La mujer no reaccionó.

El Pecas comenzó a sobarle el culo cada vez con más descaro. Metió la mano bajo la falda hasta tocar su muslo. La piel era suave, caliente, tersa. El Pecas estaba a reventar de placer.

Su hijo seguía masturbando a su amigo mientras se la chupaba y ella permanecía como una estatua en estado de shock. Quizás había sucumbido al chantaje o quizás no era consciente de que la estaba metiendo mano. En cualquier caso, se dejaba hacer y él no iba a desaprovechar ni un segundo.

Sus dedos ascendieron por el interior de la falda hasta el culo. Lo agarró lo mas suavemente que sus nerviosas manos le permitían. Acarició sus bragas, recorrió el borde de la prenda hasta colarse ente sus piernas y apretó con suavidad para notar el mullido bulto que componían sus labios y vello púbico. Su polla iba a reventar.

Héctor se dio cuenta de que su amigo estaba pegado a la mujer y que sus manos estaban bajo su falda y ella ni se movía. Mostró una sonrisa de triunfo. Había sucumbido. La muy zorra estaba acojonada y se estaba dejando meter mano. Por fin, qué ganas tenía de estar con ella. Ya pensaba que no lo iban a conseguir pero ahí estaba, con unos ojos como platos y los puños apretados pero plegada y complaciente como una puta.

El Pecas pasaba sus manos por todo el culo y las caderas de Marta hasta que decidió traspasar la siguiente barrera. Su mano se deslizó por delante hasta su vientre y comenzó a descender por dentro de las bragas hasta tocar el coño.

Lo primero que sus dedos tocaron fue el vello púbico. Más abajo notó la abertura de sus labios, gruesos y suaves. Sus dedos hurgaron entre los pliegues de la mujer hasta encontrar el botón mágico, su clítoris. Comenzó a masturbarla suavemente.

Marta tenía los labios apretados y los ojos fijos en su hijo que seguía chupando la polla de aquel abusón con mucho músculo y ningún escrúpulo. Éste, por su parte, estaba cada vez más excitado con la mamada aunque era en Marta en quien pensaba todo el tiempo.

El Pecas metió los pulgares por el elástico de las bragas a cada lado de sus caderas y tiró de ellas hacia abajo. Cuando Héctor vio caer las bragas hasta sus tobillos abrió la boca de asombro y la abrió más aún cuando su colega de fechorías levanto el vuelo de la falda dejando su negro y poblado coño a la vista.

Héctor estaba fuera de sí, con la frente empapada de sudor y la polla a punto de reventar. Cogió a Benito por el pelo y sacudió su cabeza aumentando el ritmo de la mamada. Respiraba como un toro desbocado.

Benito se dio cuenta entonces de la situación en la que se encontraba su madre. La veía de reojo pues ella estaba situada a su izquierda. Fue en ese momento cuando se hizo consciente de la degradación a la que la había llevado. Hubiese llorado pero no tenía fuerzas ni para eso.

El Pecas, que se había bajado los pantalones, restregaba su polla contra el culo de Marta mientras acariciaba su coño a la vista de su amigo. Pasó su polla, tan dura como la tenía, entre las piernas de ella. Héctor, vio asomar la punta del capullo de su amigo entre las piernas bajo aquella mata de vello púbico. Su amigo acariciaba los labios de su coño con su polla.

Las manos de El Pecas subieron hasta meterse bajo la blusa, sus tetazas eran el siguiente objetivo y Héctor vio como su amigo las amasaba. Era demasiado, empezó a correrse.

Benito notó de inmediato el primer chorretón de semen caliente en su boca e intentó apartarse. Desgraciadamente para él, Héctor ya lo había previsto y le sujetó con más fuerza del pelo y de la nuca.

-No pares cabrón, no pares si no quieres que me cabree.

Benito acumuló en su boca todo el semen que iba saliendo de la polla del orangután que para colmo, la empujaba hasta la garganta en sus últimos estertores de placer, lo que le producían arcadas incontenibles.

Por fin, después de un tiempo que se le hizo eterno, el pene en semi erección abandonó su boca e intentó escupir el semen caliente pero una manaza tapo su boca y su nariz.

-Trágatelo, cabrón. Trágatelo o te asfixio.

¿Cómo podía ser tan hijoputa? Meneó la cabeza para deshacerse de sus tenazas pero fue imposible. Intentó apartar sus manos e incluso morderlas pero no podía abrir la boca. Se ahogaba. Se ahogaba y ese chulo engreído no le soltaba. Miró a su madre con cara de súplica pero bastante tenía ella con lo suyo.

Los dedos de El Pecas jugueteaban con los pezones de la mujer mientras seguía restregando su polla entre las piernas de ella. Estaba tan absorto en su masaje a aquel par de melones que no pudo reaccionar cuando Marta se giró y le arreó un bofetón que le cruzó la cara de lado a lado. El golpe fue tan fuerte que El Pecas pensó que le acababa de estallar el oído y un ojo.

Se llevó la mano a la parte dolorida sin comprender lo que estaba pasando justo cuando una patada golpeaba sus testículos. Un dolor sordo le subió desde los huevos a través de la base de la columna hasta la nuca.

Los pantalones en sus tobillos le hicieron perder el equilibrio y cayó al suelo como un peso muerto. No gritó. No tenía fuerzas. El dolor era tan intenso que no podía ni aullar. Le faltaba el aire en los pulmones. Pegó su cara contra el suelo, se dobló por la cintura con las manos en la entrepierna y emitió un quejido sordo poniendo los ojos en blanco.

-Te he dicho que le toques las tetas a tu madre, niñato.

-¿Qué cojones haces? –Gritó Héctor soltando a Benito y dirigiéndose hacía Marta–. Él también va a follarte.

-Pues ahí tiene. ¿No quería joder?, pues ya está jodido.

Benito escupió el semen en el suelo. Se puso a cuatro patas sobre la alfombra y vació los restos de saliva entre vómitos y arcadas.

-Te estás pasando de lista. A mí no me vas a tocar los cojones.

-No, esos ya te los ha tocado mi hijo.

-Ja, el chupapollas de tu hijo. Menudo maricón está hecho.

-Eres tú al que se le ha puesto dura mientras se la chupaba un tío. ¿Quién es el maricón?

Touché.

De dos zancadas y con los ojos encendidos en sangre, Marta alcanzó la mesita de noche donde se encontraba su móvil.

-Quieta ahí zorra –Gritó Héctor subiéndose los pantalones–. Esto no acaba aquí. Vas a follar con los dos ¿está claro?

-Por supuesto que acaba aquí –respondió Marta pulsando tres números y mostrando el móvil–. Cuando pulse el botón de llamada se activara una señal de emergencia en la central de seguridad que tenemos contratada. Va a aparecer la policía en menos de lo que tardas en abrocharte los pantalones.

-¿Y qué? Púlsalo y les cuento que tu hijo es un violador –cogió la cortina y se limpió la polla en un claro desdén hacia la mujer.

-Pero ahora también lo eres tú. Y soy yo la que os va a meter en la cárcel.

-Que te crees tú eso –dijo soltando la cortina y enfundándose los pantalones.

-Mi alfombra está llena de rastros de tu semen –dijo señalando el lugar en el que había escupido Benito–. Por no hablar de mi cortina. Podrán demostrar que es tuyo después de que presente la correspondiente denuncia por violación.

Un atisbo de duda cruzó la cara del matón.

-No debiste hacerlo –continuó Marta–, no debiste entrar en mi casa ni debiste abusar de mi hijo pero sobre todo –puso la voz grave–, no debiste limpiarte la minga con mi cortina, violador.

-¿Qué bobadas dices? Yo no he violado a nadie. Él es el violador. Lo que hemos hecho ha sido bajo vuestro consentimiento.

-Eso es chantaje, idiota. Obediencia bajo chantaje, intimidación, violencia. Os vais a cagar.

-T…Tu hijo también va a ir a la cárcel si yo hablo. ¿Es que ya no te acuerdas?

-Tú irás primero, pero a una de maricones. Verás cuando se enteren en el barrio que eres un maricón que le gusta que se la menee otro tío. Seguro que tu amigo y tú os lo pasáis muy bien chupándoosla el uno al otro. En la cárcel habrá más como vosotros.

Levanto el móvil y colocó su dedo pulgar sobre el botón de llamada.

-Será tu palabra contra la nuestra, lo negaremos todo…

-Las cámaras de seguridad del exterior os han grabado entrando en mi casa a golpes como un par de vulgares atracadores. El semen de la alfombra y la cortina demostrará que además sois dos inmundos violadores, imbécil. Y una cosa debes tener bien clara: el allanamiento es una cosa pero la violación…

A estas alturas Héctor ya estaba cagado de miedo.

-¿Cámaras? Pero… pero ¿y serás capaz de enviar a tu hijo a la cárcel solo para verme a mí también en ella?

Marta sonrió con rabia contenida.

-Muchacho, no tienes ni idea de lo que soy capaz.

Esta mujer no era ninguna estúpida sino una hija de puta como su hija.

-N…No hay por qué llamar a nadie. P…Podríamos llegar a un acuerdo –Héctor, nervioso, se estaba mareando.

-Mamá, ya le he chupado la polla. Estamos en paz. Déjalo, ¡que se vayan!

Acosador y acosado hacían piña para no acabar con los huesos de ambos en el trullo.

Marta mantuvo la mirada fija en el musculitos y levantó el mentón.

-Muy bien, negociemos.

– · –

Marta y su hijo permanecían en silencio sentados en el borde de la cama de su habitación en la cual, hacía unos momentos, había ocurrido una de las mayores humillaciones en su familia.

-¿Eres consciente de lo que esos dos me han hecho por tu culpa?

-Yo he tenido que chuparle la polla a un tío –dijo Benito en un susurro a modo de réplica.

-Y tú querías que la chupase yo.

-Pues, pues,… a ver, tú eres mujer. Para ti es distinto.

-Qué coño va a ser distinto, no digas bobadas.

Se hizo un silencio tras el cual Benito volvió a hablar.

-Estabas dispuesta a mandarme a la cárcel solo por defender tu dignidad.

-Nos estaba defendiendo a los dos, idiota, y tú no dejas de comportarte como un gallina.

-Yo… yo… me iba a mandar a la cárcel. Tenía miedo.

-No lo tuviste ayer cuando te follaste a su hermana.

Benito se arrugó y no volvió a abrir la boca. Continuó mirando el centro de la habitación en silencio. Ambos, madre e hijo, contemplaban la misma escena.

El Pecas estaba en pie, desnudo de cintura para abajo, con las piernas semi abiertas. Héctor, completamente en pelotas, se encontraba de rodillas frente a él. Con la polla de su amigo en la boca.

-Joder, tío –dijo El Pecas– La chupas mejor que tu hermana.

Héctor clavó los dientes en su miembro.

-AAAAAYYYY, joder, hijoputa, que era solo un comentario.

Héctor y su amigo habían terminado por sucumbir al chantaje de Marta a la que habían aprendido a temer de la manera más cruel. La habían cagado, habían metido la pata hasta el zancarrón. Su plan se había ido a la mierda y ahora, muy a su pesar, el bobalicón de él y su amigo se habían resignado a probar de su propia medicina.

Benito miraba a ambos amigos con desgana y tristeza. Marta los miraba con odio y rabia. Esa rabia superlativa de una leona, reina de la manada, que ha sido herida por dos hienas en su propia morada y devuelve los zarpazos en una lucha a muerte. Luchar para matar y matar con dolor.

La desgracia se cebaba con Héctor. Llevaba mucho tiempo lamiendo la polla de su amigo pero a éste le costaba mantener la erección y no digamos llegar al orgasmo, condición fundamental para saldar su deuda. Lo peor es que no tenía visos de mejorar.

-Ya hemos pedido perdón varias veces y llevo un buen rato chupándosela, mucho más del que estuvo él conmigo. Joder, ¿no se da cuenta de que no se va a correr?

-Utiliza la lengua, sóbale los huevos. Contigo funcionó cuando te la chupó mi hijo.

-Pero si…

-Lámeselos como si tu vida dependiera de ello o te juro que vas al trullo, maricón.

No replicó. Agachó la cabeza y con lágrimas en los ojos comenzó a pajear y a lamer las pelotas de su amigo que, con los ojos cerrados, trataba de concentrarse para acabar cuanto antes.

-Ya llevan un buen rato –dijo Benito a su madre por lo bajo–. Que se vayan de una vez.

-No.

-No se va a correr, está cagado de miedo.

-Y más que se van a cagar. No creas que esto termina aquí. Se van a enterar de quién soy yo durante toda su puerca y miserable vida.

Incluso Benito estaba acojonado. Su madre no perdía de vista a los dos amantes.

-Métete un dedo por el culo mientras se la chupas y otro se lo metes a él. Quiero veros bien jodidos, maricones.

Solo podían seguir padeciendo la humillación hasta que pasado un buen rato El Pecas empezó a contraer la cara y a gemir. Por fin se corría. No estaba siendo la mejor mamada de su vida ni tampoco estaba siendo una gran corrida pero para habérsela chupado un tío mientras le metía el dedo por el culo era lo mejor que podía esperar.

-Y te lo vas a tragar todo –sentenció Marta.

Héctor, convertido en un ratón acomplejado, la miro con la boca llena de semen y tras derramar dos lágrimas en cada ojo tragó la lefa con angustiosa cara de asco.

-Y ahora largaos.

Recogieron su ropa, se la pusieron aprisa y desaparecieron como el humo. El silencio inundó la casa durante casi un minuto durante el cual nadie se movió.

-No es que no me alegre de lo que has obligado a hacer a esos bobalicones –Comenzó a decir Benito– pero… ¿Hacía falta tenerles casi una hora chupándosela todo el tiempo solo para ver como se corría en su boca?

Marta levanto el móvil que había llevado en la mano todo el tiempo y visualizó varias imágenes en su pantalla.

-Hacía.

– · –

Pasada la tarde Marta se encontraba de pie en el salón mirando por el ventanal que daba al jardín que rodeaba la piscina en la parte trasera de la casa. Tenía la mandíbula y los puños apretados. Ese fulano del Pecas le había bajado las bragas, la había sobado y había frotando su polla contra ella. Si hubiera esperado un poco más hubiese acabado metiéndosela. Contrajo la cara de asco.

Héctor se corrió en el momento justo para que El Pecas no hubiese ido más lejos. Lo sentía por Benito pero esa mamada fue lo mejor que pudo pasarle. Con la amenaza de una contradenuncia las cosas se equilibraban en el caso de la violación de Vero. Además su móvil guardaba fotos y videos de Héctor y su amigo más demoledoras que la propia cárcel.

El gran perjudicado había sido el propio Héctor. Su afán por intentar aprovecharse de ella o de Benito había sido el mayor error de su vida. Le tenía cogido por los huevos, a él y a su puñetero amigo Pecas. Ese mal nacido le había hurgado entre las bragas, el muy cabrón. Le iba a cortar la minga.

Unas voces en el pasillo la sacaron de sus pensamientos. Eran de su marido que entró en el salón alterado.

-Ah, estás aquí. Tenemos un problema, ven a mi despacho ahora, por favor.

– · –

Ya en el despacho de Fermín se sorprendió al ver a Juanito, el amigo de su marido, sentado nervioso en uno de los sillones.

-Tú eres la culpable por malcriarle –espetó éste nada más entrar ella.

-¿De qué hablas Juanito? –contestó Marta.

-Que no me llames así, me llamo Juan. Haz el favor de recordarlo.

-¿Qué quieres? ¿A qué has venido?

-¿Que qué quiero? ¿Que qué quiero? Ver a tu hijo en la cárcel, eso es lo que quiero.

-“Ya empezamos“ –pensó Marta– ¿Y eso por qué?

-Por violador, por abusar de nuestra confianza, por follarse a mi pobre hija después de drogarla.

-No te pases Juanito, que te veo venir.

Fermín intentó terciar.

-A ver no perdamos los nervios, seguro que encontramos una explicación y todo esto no es más que un desafortunado incidente que podemos arreglar.

-¡Los cojones! De incidente nada. Tu hijo a drogado a mi hija, la ha violado y seguro que ahora está preñada de él.

Marta sabía hacia donde terminaría yendo la conversación.

-Deja ya de hacer teatro. Sabes de sobra que eso no ha sido así. ¿Qué quieres?

-Ya te lo he dicho, a tu hijo entre rejas ¡Justicia!

-Si quisieras ver a Benito en la cárcel ya lo habrías denunciado hace horas y sin embargo estás aquí molestándome.

-Marta por favor –intercedió Fermín.

-Cállate Fermín. Y tú, dime de una vez qué es lo que quieres.

-Pues, pues… una compensación.

-Acabáramos. Al final todo se reduce a eso. ¿Y de qué compensación estaríamos hablando?

-Pues… a ver… tu hijo ha violado a mi hija. Lo justo sería…

Juanito miró a Fermín un instante antes de continuar pero se le atragantaban las palabras.

-¿Sería? –instó Marta frunciendo el ceño con la mirada clavada en él.

-L…La ha violado… –Balbuceó Juanito–. Eso es algo gravísimo. Gravísimo.

-Veras Marta –Terció Fermín pasándose la lengua por los labios secos y limpiándose el sudor de la frente con la palma de la mano–. He estado hablando con Juan de todo este asunto y estaría de acuerdo en no denunciar a Beni si…, si…, bueno…

-Quieres follar conmigo a cambio de no denunciar a Beni. ¿No es eso Juanito?

-Yo no he dicho eso… Y me llamo Juan.

Un silencio embarazoso inundó la habitación hasta que fue roto de nuevo por Juanito.

-Pero dadas las circunstancias y teniendo en cuenta el daño hecho a nuestra familia…

-Si te dejo follar conmigo ¿quedaría todo olvidado?

-Pues… sí, eso es, sí. Entendería que habéis actuado de buena fe y por lo tanto la paz volvería entre nosotros.

-¿Y tú, Fermín? ¿Estás dispuesto a consentir que tu amigo se folle a tu mujer?

-Bueno, teniendo en cuenta la gravedad de las circunstancias… y por el bien de Benito… creo que una solución pactada a este problema…

-Ya, entiendo. ¿Y si no me apetece follar? ¿Te conformarías con una mamada?

La expresión en la cara de Juanito cambiaba paulatinamente.

-Bueno, mujer, no es lo mismo. A ver, que no digo que no quiera pero…

-Una mamada, nada de follar. Lo tomas o lo dejas.

-Vale, vale, está bien, no insisto más. Que no se diga que no quiero arreglar este problema.

-De acuerdo entonces. Bájate los pantalones y acabemos de una vez.

Juanito miró a su amigo después a Marta y tras dudar unos instantes se soltó el pantalón que cayó hasta sus tobillos. Una estampa un tanto ridícula que era observada por una Marta impasible en una situación aparentemente bajo control.

Como Marta no se movía, Juanito deslizó sus calzoncillos hasta que éstos cayeron sobre los pantalones. Tenía la polla dura asomando bajo la camisa. Su respiración era agitada y su frente estaba perlada de sudor. No paraba de mirar a Marta mientras se relamía los labios.

En contra de lo que cabría esperar, Marta retrocedió un paso, se apoyó en el escritorio de su marido y le dijo a éste:

-Vamos Fermín, arrodíllate y chúpale el pito a tu amigo Juanito, no se vaya a enfriar.

La cara de ambos hombres se congeló.

-Pero… pero ¿Qué es esto? ¿Me estás tomando el pelo? –Balbuceó Juanito nervioso y enfadado.

-¿De verdad habías venido con la esperanza de follar conmigo, miserable?

-Pero, tú me has dicho… yo creía…

Completamente colorado, se subió los pantalones como pudo.

-Se acabó. Voy a denunciar a tu hijo.

-Muy bien.

-Le voy a meter en la cárcel –Apuntaba mientras salían motitas de saliva de su boca.

-Adelante, ve.

Pero Juanito no acababa de dirigir sus pasos hacia la puerta y salir por ella. En su lugar, caminaba a zancadas por la estancia gritando y haciendo ademanes con sus brazos, herido en su honor y en su orgullo, amenazando con denunciar en las más altas esferas los más terribles crímenes.

Marta callaba. No decía nada ni se movía de donde estaba, apoyada en el escritorio. Rostro gélido, semblante impertérrito.

Al cabo de un rato, Juanito pareció calmarse y se paró frente al matrimonio respirando agitadamente, como si hubiera llegado de una carrera de fondo. Miraba nervioso a Fermín que a su vez le miraba nervioso a él.

-Cariño –comenzó a decir Fermín–, no querrás que denuncie a Benito, ¿no? Juan ha accedido amablemente a encontrar una solución solo por la amistad que tiene conmigo…

-¿Pero vosotros DOS sois IMBÉCILES? –Bramó Marta.

Fermín cerró la boca de súbito y se secó el sudor de la frente con la palma de su mano temblorosa mientras Juanito, rojo como un tomate, se metía la camisa en los pantalones.

-¿Consideras amigo a este timador que no hace otra cosa que aprovecharse de ti?

-No te consiento… –intervino Juanito.

-¡TÚ CÁLLATE! ¿Tanto dinero le debes a este estúpido –dijo volviéndose a su marido– que eres capaz de prostituir a tu mujer para saldar tus deudas?

Fermín dio un paso atrás y se puso colorado. Juanito quiso hablar pero Marta se adelantó.

-Me importa una mierda si la guarra de tu hija ha perdido sus bragas en un burdel o si una docena de inmigrantes ilegales se la han follado por el culo por un gramo de droga. Mi hijo no va a ir a la cárcel por ella pero tú sí.

-¿YO? ¡Lo que faltaba!

-Tú, puto pervertido, te follabas a mi hija cuando todavía era menor de edad. Eso es corrupción de menores. Te caerán varios años de cárcel.

-N…No puede ser…, es mentira, no tienes pruebas.

-Eres tan idiota que hasta te sacaste fotos mientras estabas con ella.

-Tú… ¿tienes las fotos? –preguntó perplejo.

-Fotos en su habitación, en vuestra cama de matrimonio… –hizo una pausa– sobre la cama de tu hija…

-¡¿Te follabas a mi hija!? –protestó Fermín– ¡Pero serás hijoputa!

Marta fulminó con la mirada a su marido que comprendió en el acto sus pensamientos. Él también se follaba a su propia hija y para más INRI lo hacía en sus propias narices.

Juanito estaba blanco. Sus pantalones, mal abrochados, volvieron a caer hasta los tobillos. Marta avanzó unos pasos hasta colocar su cara tan cerca de la de Juanito que éste era capaz de masticar su aliento.

-Te has aprovechado de mi familia toda la vida. Has chupado la sangre de mi marido hasta llenarle de deudas contigo a base de trampas. Y ahora vienes a mi casa con la intención de montarme como a una vulgar fulana. Te vas a cagar, cabrón.

-E…Espera Marta, seguro que podemos hablarlo.

-Oh, sí, seguro que sí. Pero primero quiero verte de rodillas, quiero verte suplicar y sobretodo quiero verte chupándole la polla al idiota de mi marido.

-Pero eso… es de maricones.

-Sí, lo es.

– · –

Los dos hombres estaban completamente desnudos frente a Marta.

-No, no voy a hacerlo –decía Fermín–. Yo me vuelvo a vestir.

-Tú te quedas ahí quieto si sabes lo que te conviene. Recuerda la conversación que tuvimos anoche. Y tú, arrodíllate y empieza de una vez –Ordenó Marta.

Juanito estaba tan asustado por la que se le venía encima que no tenía fuerzas ni para protestar. Malditas fotos. Se arrodilló lentamente frente a su amigo y le miró con ojos de cordero degollado.

Fermín apartó con desgana las manos con las que se cubría sus vergüenzas mostrando el pene a su amigo que mostró una mueca de asco. Dio dos pequeños pasos con aire vacilante con lo que la polla quedó a escasos centímetros de su cara.

Juanito miró a Marta por última vez esperando que ella se ablandara pero por su rictus y su ceño fruncido dedujo que no obtendría clemencia.

-Chúpasela hasta que se corra.

Fermín enarcó las cejas.

– Es imposible, no voy a llegar. No voy a poder ni empalmarme por mucho que me la chupe.

Marta rodeó el escritorio, abrió un cajón y sacó una cajita con varias pastillas azules. Le ofreció una a su marido.

-Problema resuelto. Y tú tómate otra.

-¿Qué? No, yo no. Nunca tomo pastillas –protestó Juanito.

-¿Por qué? ¿Acaso están adulteradas, son un placebo o es que son de importación ilegal china?

Juanito apartó la mirada de las pastillas que él mismo había proporcionado a su colega y dijo en un susurro casi inaudible.

-Por todo ello junto.

-¡Serás cabrón! –bramó Fermín que acababa de tragarse la suya–. Me decías que venían de Estados Unidos. Me cobrabas diez veces más que unas normales. Decías que era lo último. ¿Me has estado vendiendo una mierda china adulterada?

-Lo suponía –dijo Marta–. Trágate las que quedan.

-¿Cómo?, ¿las tres?

-¡Trágatelas y no protestes, hijoputa! –Bramó Fermín que le puso la polla sobre su cara– y empieza a chupármela, maricón.

– · –

Los dos hombres llevaban un buen rato con sus pollas duras como pata de santo pero era Juanito el que se llevaba la peor parte.

-Joder, tengo escalofríos. Me suda todo el cuerpo y me duele la polla de lo dura que la tengo. No tenía que haberme tomado las tres pastillas de una vez. Tengo que ir al médico.

-Pues te jodes, cabrón –contestó Fermín–. Yo me las he estado tomando como caramelos todo este tiempo por tu culpa. Así que calla y sigue chupando.

-Joder, pero es que llevo así media hora. Ya es suficiente ¿no?

-No, no lo es –intervino Marta–. Sigue hasta que se corra.

Un rato después Fermín se corría en la boca de su, hasta entonces, amigo. Desgraciadamente, las piernas y el cuerpo entumecido de Juanito no le permitieron moverse con rapidez suficiente y la lefa que brotó de su polla fue a impactar directamente dentro de su boca dejando restos en los labios, nariz y ojos.

Al final consiguió levantarse. Se apartó y escupió mientras se limpiaba la cara con la camisa.

-Joder, no hacía falta que fueras tan cerdo –dijo escupiendo–. Me has llenado la boca y la cara de semen. Qué asco.

Fermín se desplomó sobre uno de los sillones.

-Te jodes. Tampoco a mí me ha hecho gracia. Ha sido la mamada más desagradable de mi vida.

-Como la que le vas a dar tú a él –sentenció Marta.

-¿Cómo? ¿Yo? ¿Por qué?

-Por querer hacerme pasar por esto. Date prisa y aprovecha que todavía la tiene dura.

A Juanito le asomó una leve sonrisa en los labios. Se acercó a él y entre abrió un poco las piernas.

-Ya has oído a tu mujer. Te toca, maricón.

– · –

Esa misma noche, iluminada con la tenue luz de una lámpara de pie, Marta miraba por los ventanales del salón. Jugueteaba con el móvil, con la mirada fija en la inmensidad de la noche con su fría luna coronándola.

La puerta del salón se abrió y Beatriz entró a través de ella. Se acercó a su madre por detrás a pasos lentos.

-Estaba a punto de salir ¿Querías hablar conmigo?

-Hicimos un trato –dijo Marta sin volver la cabeza.

-¿De eso querías habar? Yo ya he cumplido mi parte.

Marta se giró y clavó los ojos en Bea.

-No, no lo has hecho. Tenías que dejar a Benito a solas con Vero en el coche. Si te hubieras limitado tan solo a eso, tu hermano se habría quedado contento de pasar un rato en compañía de la chica de sus sueños. Puede que él se haya propasado pero ella ni se habría enterado por culpa de la borrachera. Al día siguiente nadie se enteraría del asunto y todos contentos. Pero no, tú tenías que destapar el asunto y volverlo contra mí.

-No sé de qué me hablas. Hice lo que acordamos –dijo Bea escupiendo cada sílaba–. Le dejé a solas con Vero. Dejé que se follara a mi amiga.

-¿Amiga? No me hagas reír. Vosotras dos no paráis de de putearos la una a la otra. Todavía no llego a comprender por qué extraña razón seguís saliendo juntas. A ti te da igual que a Vero se la folle Benito una y mil veces. Lo que pasa es que has visto en nuestro trato un imaginario ataque contra ti por mi parte.

-Eso no era un trato, era un chantaje. Me obligaste a dejar que Benito se aproveche de ella solo por venir a recogernos…

Marta levantó una ceja y Bea se calló. Ambas sabían que a Bea le traía sin cuidado lo que le pudiera pasar a vero con tal de sacar buen partido de ello. En este caso, de ahorrarse un montón de kilómetros caminando hasta casa con un frio del demonio.

-Has querido vengarte de mí. Por eso le confesaste a su hermano que Benito fue el último que estuvo con ella. Sabías que ese gañán llegaría a mí a través de él. Un gañán con poco seso y mucho temperamento. Como no consiguió nada fuiste donde su padre al que le calentaste la cabeza haciéndole creer que podría resarcirse conmigo. Eres una víbora.

Su hija la miraba impasible.

-A estas alturas ya sabrás que ninguno de los dos consiguió su propósito –dijo Marta.

-Vaya –dijo con fingida sorpresa–, qué fastidio.

La media sonrisa que mostró Bea reconocía que había sido derrotada en una batalla en la que no había perdido nada. Qué fácil es enviar a otros a morir por ti.

-Borra esa mueca de estúpida. No te vas a ir de rositas. ¿Acaso no sabes lo que les pasó a los dos que enviaste a por mí?

-¿Debe importarme?

-Por supuesto que debería, si supieras lo que tuvieron que hacer como castigo por su intento de chantaje.

Marta se sentó en el sofá en el mismo lugar donde la noche anterior, Bea, le hizo una mamada a su marido. Al sentarse abrió la bata que cubría su cuerpo dejando ver el suave salto de cama que vestía. Una bonita prenda que dejaba al descubierto unas largas piernas que cruzó despacio mientras se recostaba hacia atrás.

-Tú eres la artífice de todo esto así que tú llevarás la peor parte –prosiguió Marta.

-No pienses que te debo nada.

-Lo pienso –dijo poniéndose tensa y descruzando las piernas con la voz endurecida.

-No pienso hacer…

-Harás lo que yo te diga –cortó Marta separando ligeramente las rodillas al incorporarse hacia adelante.

Entonces se remangó ligeramente el pequeño camisón dejando a la vista los muslos al completo y separó las rodillas un poco más. Bea se puso en alerta sin comprender aún cuales eran las intenciones de su madre.

-¿Saben Héctor o su padre que fuiste tú la alcahueta que permitió que se follaran a Vero?

Bea sonrió.

-Si piensas que vas a hacerme chantaje con eso, vas lista. No te creerán.

Marta mostró el móvil que llevaba en la mano y manipuló en la pantalla. Comenzó a escucharse una voz metálica. Era la voz de Bea.

“…dejaré a Benito a solas con Vero en el coche para que le meta mano o se la folle, si quiere.”

-¿Grabaste nuestra conversación? –preguntó Bea atónita.

-Te lo preguntaré de nuevo ¿Sabes lo que les pasó a los dos que enviaste a por mí, lo que tuvieron que hacer como castigo por su intento de chantaje?

Marta se recostó separando las rodillas casi completamente. Bea se fijó entonces que su madre no llevaba bragas.

-¿Qué estás tramando, qué coño les has hecho? –se estaba asustando mucho.

Marta remangó un poco más su prenda de noche destapando su pubis por completo. Abierta de piernas, desnuda de cintura para abajo, en el mismo lugar donde hace menos de 24 horas Bea la había estado mamando la polla a su padre…

-Joder, ¿no pretenderás…? –se llevó una mano a la boca conteniendo una arcada.

-¿A cuanta gente le puede interesar esta información? –Cavilaba Marta–, ¿a sus padres, a su hermano… a ella misma? Hum, cada uno ha pasado por un calvario. Cuando se enteren que ha sido por culpa tuya…

Bea cerró los ojos y se puso a temblar. Sabía sobradamente que había pasado algo muy gordo entre esos dos imbéciles y su madre. Había pasado todo el día preguntándose qué pasó entre ellos y por qué ninguno de los dos, tanto Héctor como Juanito, había querido hablar con ella. La rehuyeron durante todo el día. Si se enteraran ahora de que todo lo que había pasado, fuera lo que fuese, había sido por su culpa…

-No creo que tenga que explicarte lo que debes hacer para que esto no llega a malas manos.

-No me puedo creer lo que pretendes que te haga –replicó Bea.

-¿Ah, no?

Bea seguía inmóvil, atónita ante la imagen de su madre abierta de piernas para ella.

-¿Quieres que te lama el coño solo para vengarte de mí?

-¿Vengarme? No, bonita, quiero que aprendas. Que aprendas a no intentar joderme.

-Pero, pero… si te das más asco que a mí.

-Me quedaría tuerta si con ello pudiera verte ciega. Lame.

Marta la miraba en silencio, esperando con las piernas abiertas y el odio dibujado en su cara. Bea no apartaba la vista al pubis de su madre, horrorizada. Estaba petrificada. Ni en un millón de años hubiera imaginado que su madre llegara exigirle tal cosa.

-Arrodíllate.

-No –respondió Bea en un susurro con las lágrimas a punto de aflorar.

-Hace menos de 24 horas estabas en este mismo lugar de rodillas lamiéndole la polla a tu padre. Ahora quiero que me comas el coño a mí. Lame.

Bea se arrodilló frente a ella, titubeante pero temblando de miedo pero no para obedecer sino para implorar.

-Por favor, te lo pido de rodillas. Eso me da mucho asco.

-Lame.

Avanzó hacia su madre arrastrando las rodillas. Se colocó frente a ella. Junto las manos como si fuera a rezar e imploró de nuevo.

-Te lo pido por favor, te lo ruego. He aprendido la lección. No volveré a intentar nada contra ti, perdóname.

La cara de Marta se ablandó. Tomó a su hija de las manos y mostró lo que parecía una tímida sonrisa. Ambas mantuvieron la mirada. Marta de ternura, Bea de esperanza y desazón. Al cabo de unos segundos Marta colocó las manos de Bea en cada una de sus rodillas, las cuales todavía mantenía separadas.

-Así, justo en esta posición estabas ayer. Lame.

La tímida esperanza que empezaba a mostrar Bea se esfumó quedando en su lugar la visión de un coño negro rodeado de un triángulo de piel blanca frente a su cara. Miró aquel coño durante largo rato. El pavor y el asco se mezclaban a partes iguales. No podría hacerlo.

-N…No puedo hacerlo. No puedo lamerte el coño.

-Otros hicieron cosas peores. Ah, y te advierto, quiero correrme como lo hizo tu padre. Así que pon empeño en tu tarea.

-Pero… es diferente.

-Si a él se la chupas a mí también, puta.

El labio inferior de Bea temblaba. Las lágrimas en los ojos estaban a punto de caer. Cerró los ojos y sopesó las consecuencias de una retirada. Serían catastróficas.

En esta vida Bea había hecho muchas cosas que le hicieron arrugar el gesto de la boca días después de realizarlas pero nada parecido a lo que su madre le exigía ahora. Deslizó una mano desde la rodilla hasta el pubis de su madre y lo acarició con la punta de los dedos. La había visto desnuda muchas veces pero nunca jamás la había tocado ahí. Era suave, fino y lo tenía corto. No era de esas que van con una horrible mata de pelo. Aun así la repugnancia era enorme.

No había opción. Tomó aire, cero los ojos, abrió la boca y sacó ligeramente la lengua mientras acercaba su cara al coño de su madre. Lo primero que notó fue la suave caricia del vello púbico en su nariz. Acto seguido, al levantar la barbilla, notó los labios de su madre con su lengua. Los recorrió con la punta, casi sin tocarlos, hasta llegar al final, donde debería quedar el clítoris. Hundió la lengua entre los pliegues para llegar hasta él y cuando lo encontró comenzó a acariciarlo lentamente. Al principio daba suaves pases con la lengua sobre él, más tarde comenzó a hacer círculos en derredor, cada vez más intensos, cada vez más húmedos.

– · –

Su nariz se aplastaba contra el vello púbico, su boca albergaba gran parte de los labios de su madre mientras con su lengua recorría su interior intentando que sus húmedas caricias al clítoris fueran lo suficientemente placenteras como para provocar un orgasmo.

Puso todo el empeño posible en su tarea. Recorría con su lengua el coño de su madre arriba y abajo, dando suaves pasadas sobre su clítoris. Con sus manos acariciaba suavemente las ingles y los muslos de su madre. En un desesperado intento por aumentar o, mejor dicho, iniciar su excitación, introdujo un dedo en su coño pajeándola. Más tarde, vistos los escasos resultados, introdujo un segundo dedo y continuó su masaje vaginal mientras lamia con determinación sus labios respirando por la nariz el aire filtrado a través del vello púbico.

De repente, se separó como un muelle llevándose las manos a la boca como si con ello pudiera evitar que nada de lo que había hecho hubiera ocurrido.

-No puedo, de verdad. No puedo seguir. Me da mucho asco.

Marta miró a su hija unos instantes y se levantó mientras recolocaba sus prendas.

-De verdad mamá, no puedo. Lo he intentado pero no puedo.

Sin decir palabra se ató la bata y se giró hacia la puerta dejando a su hija de rodillas y con las manos frente a la cara suplicando. Ésta, al ver a su madre irse enfadada, se levanto disparada a detenerla. La paró justo cuando llegaba a la puerta.

-Espera mamá. Seguro que hay alguna forma de llegar a un acuerdo.

-Claro que sí. Una forma en la que tú acabas de rodillas, lamiendo.

-Por favor, mamá. A ti esto te da tanto asco como a mí.

-¿Seguro? –dijo Marta levantando una ceja.

Efectivamente a ella le daba mucho más asco. Bea tomó aire.

-Llevas haciéndome la vida imposible desde hace mucho tiempo. Me puteas con todo lo que tienes a mano y todo ¿por qué?

Su madre la miraba fría y cortante. Se giró de nuevo para abandonar el salón.

-Esta vez ha sido distinto –continuó Bea–. En realidad no querías putearme haciendo que Benito se follara a mi amiga. Lo hiciste por él, por Benito. Querías que follara, no para putearme, sino como un premio, como un favor hacia Beni.

Marta, que tenía sido el pomo de la puerta, no se movió. Su mirada estaba fija en el pomo. Cavilaba o esperaba algo.

-¿Pero por qué? ¿Por qué lo haces si Beni es un pervertido sexual?

-¿Y quién tiene la culpa? ¿Quién ha conseguido que sea un reprimido y un inadaptado social?

-¿Yo, crees que soy yo?

Marta puso una mueca de disgusto. Se apartó de la puerta y se masajeó las sienes.

-No. Al menos, no tú sola.

Bea vio a su madre cavilar y se preguntó qué se le pasaba por la cabeza. Se acercó por detrás y colocó las manos en los hombros de su madre.

-Mira, si me crees culpable y piensas que puedo hacer algo follando con él, lo haré si con eso queda saldada nuestra deuda. ¿Es lo que quieres, que folle con mi hermano?

Su madre no contestó.

-Puedo follar con él de vez en cuando. Una vez cada mes, por ejemplo. Puedo hacer que disfrute de una chica como nunca lo ha hecho. Le voy a enseñar…

-LO QUE QUIERO ES QUE DEJES DE FOLLARTE A MI MARIDO, ¿ENTIENDES?

Click.

-Todavía es mi marido. No es ni tu novio ni tu amante, es mi marido, mío.

-Yo… no creía que…

-Me consume veros follar a cada momento, por la mañana, por la tarde, después de la siesta. Folláis en su despacho, en el jardín, en mi cama, MI CAMAAAA.

Bea encogió varios centímetros. Su madre, enfadadísima, respiraba a bocanadas mientras continuaba a gritando.

-Hasta tenéis la osadía de follar delante de mí sin ningún pudor. Como si no estuviera más que harta de soportar vuestros jadeos por toda la casa. ¿O es que crees que las paredes de esta casa están insonorizadas?

Bea miraba a su madre como una chuleta mira a un león. Marta se acercó hasta su hija y pegó su cara hasta poder olerle el aliento.

-No, bonita –siseó–. No quiero que te folles a tu hermano. Lo que quiero es que dejes de follarte a mi marido.

Adiós a su fuente de financiación inagotable. Esto era lo peor que le podía pasar. Arrugó la cara de fastidio. Casi tenía ahorrado para el coche, un gran coche. Y tenía otros muchos planes de compra que se acababan de hacer añicos. Por otro lado, no tenía opción.

-Yo… está bien. No volveré a acostarme con papá.

Marta se recompuso. Había perdido el control lo cual era algo poco habitual. Perder el control hace de uno un ser vulnerable y a Marta no le gustaba parecerlo. Se alisó la ropa, se atusó el pelo y se dirigió a la salida. No sabía si sentir alivio o desgracia. Bea, aunque atemorizada, en el fondo sintió lástima por su madre. No había imaginado que ella, esa gran bruja con corazón de hielo, pudiese estar tan dolida por verla follar con su marido.

-Si quieres –abordó Bea– que yo a Beni…

-No te acerques a Benito –zanjó–. Sus problemas son mi responsabilidad.

– · –

Después de dejar a Bea en el salón subió a acostarse. Al pasar frente a la puerta de Benito vio luz bajo la rendija y suspiró. Sopesó la idea de pasar de largo pero al final dio unos toques en la puerta y, tras esperar unos instantes para no encontrarse con escenas indeseadas, entró.

-Ah, h…hola mamá. ¿Qué haces levantada a estas horas?

Marta no contestó inmediatamente. Se acercó hasta su hijo, que se encontraba sentado frente al ordenador, y puso las manos en sus hombros. Miró la pantalla extrañada.

-E…Estaba… en internet.

-No hay ningún programa abierto. ¿Mirabas el escritorio de tu ordenador?

-Es que justo acababa de cerrar el explorador cuando has entrado.

Marta tomó el ratón y lo desplazó hasta la parte inferior de la pantalla. Apareció la barra de tareas que permanecía oculta. En ella había cuatro pestañas de sendas páginas de internet. Marta clicó en cada una de ellas y con cada clic fueron apareciendo, una a una, las páginas web que Benito estaba viendo antes de entrar su madre.

-¿Sabes que estas chicas no son reales, verdad Beni?

-S…Sí, bueno…

-Ver tanto porno no te hace ningún bien.

Benito hundió la cabeza.

-Es que no puedo evitarlo. Cuando llevo un rato leyendo o haciendo cualquier otra cosa empiezo a pensar en sexo. Intento cambiar de actividad jugando con algún videojuego o viendo la tele pero… al final siempre termino en el mismo sitio, viendo porno y pajeándome.

Marta bajó su mano desde los hombros a lo largo del pecho hasta posarla sobre el pantalón de dormir. Notó el bulto bajo la tela y apretó suavemente. Benito infló los pulmones y contuvo el aire mientras su madre tanteaba su polla.

-Y por lo que veo –dijo Marta– aún no has llegado al final de la última parte.

-B…Bueno, estaba en ello cuando has entrado.

-Pero –continuó Marta– después de lo que ha pasado esta mañana todavía tienes ganas de…

Hizo el gesto con la mano delante de su cara como de hacer una paja.

-Mientras pienso en mujeres desnudas y me pajeo me evado de todo y consigo olvidarme de lo que me rodea, incluido lo asqueroso que es tener una polla en la boca.

Una punzada de dolor provocó una mueca de disgusto. El bochornoso pasaje de esta mañana casi pudo haber acabado en tragedia. Un garrulo con una sola ceja le había bajado las bragas y a punto había estado de meterle la polla a ella también. Masajeó a su hijo en los hombros, revolvió su pelo y le dijo en tono neutro:

-¿Y qué tal si, para variar, te metes en la cama e intentas dormir sin pensar en nada?

-C…Claro, claro. Si ya iba siendo hora.

Benito utilizó el ratón para apagar el ordenador y arrojarse dentro de su cama antes de que a su madre le diera por seguir indagando en su vida. Dos matones habían allanado la casa y habían intentado propasarse con su madre y todo por culpa suya y de su obsesión por el sexo. Maldita la hora que decidió meter mano a Vero.

-¿Puedo dormir contigo hoy? No me apetece estar cerca de tu padre esta noche.

-“Esto no sé si es bueno o malo” –pensó–. Eh, vale, sí, claro.

Marta se abrió la bata y la dejó caer por los hombros hasta el suelo. El salto de cama dejaba ver unas esbeltas piernas. Bajo la prenda, que dibujaba toda su silueta realzando su cintura y su cadera, se apreciaba un precioso y generoso busto. Sin duda alguna su madre era una mujer cuya definición más acertada sería la de “hembra”, con todas las connotaciones que ello conlleva.

Marta se metió en la cama y se arrimó a su hijo. Benito, que estaba tumbado boca arriba, sintió el calor de su madre cuando apoyó la cabeza en su hombro y puso la mano sobre su pecho. Con un poco de suerte se limitaría a dormir y no tendría que enfrentarse a “La Charla”.

-Estás ardiendo. ¿Tienes fiebre, Beni?

-No, no, que va.

-Pues noto el sudor a través de la tela –dijo mientras palpaba el pecho de su hijo.

-Será… bueno… he estado con el ordenador…

La mano de su madre descendió hasta el pantaloncillo de noche sobre el que palpó el bulto aún en erección.

-Entiendo.

Su madre no retiró la mano inmediatamente y estuvo manipulando el miembro de su hijo por encima de la tela con la punta de sus dedos.

-Esta mañana has tenido un comportamiento un tanto… incorrecto, cuando han entrado esos dos imbéciles.

Benito tragó saliva. “La Charla”.

-Ha sido horrible cuando esos cerdos han entrado en mi dormitorio, invadiendo mi intimidad con la oculta e insana intención de conseguir sexo conmigo.

-Sí, ¿verdad?

-Pero les estaba parando los pies. Los muy idiotas pensaban que sería fácil bajarme las bragas.

Deslizó los dedos por el borde del pantaloncillo, junto al elástico que sujeta la prenda a la cintura, recorriendo su vientre de un lado a otro. En el centro, el elástico estaba ligeramente separado de la piel por culpa de la prominente erección de Benito que tensaba la prenda en esa zona. Las yemas se paseaban peligrosamente cerca del hueco amenazando con entrar a su interior.

-Dos mastodontes frente a una indefensa mujer y sus bravuconadas apenas pasaban de unas amenazas y algún agarrón –continuaba Marta.

Introdujo un dedo por el hueco, luego otro y otro. En cuanto quiso avanzar con su exploración, se encontró con la punta de la polla de Benito. Éste comenzó a coger aire como cuando te vas sumergiendo en la piscina y el frio del agua te hace respirar más y más hondo.

-El idiota del Pecas quería montarme como un perro en celo. El bobo de Héctor le ha parado los pies porque hasta él tenía miedo de pisar terreno cenagoso. No se atrevía a sobrepasarse conmigo porque temía las consecuencias.

Los dedos recorrieron el pene desde la punta hasta la base y continuaron descendiendo hacia los huevos. Entonces Benito empezó a exhalar el aire contenido en sus pulmones en un largo y placentero suspiro. El placentero roce de sus dedos en sus genitales junto con el agradable contacto de su cuerpo que descansaba parcialmente sobre su costado derecho hacía levitar a Benito.

-Cuando tú llegaste, aunque parecía que estaba intimada por ellos, era yo quien tenía la situación controlada.

Los dedos de Marta abarcaron las pelotas de su hijo en su totalidad y Benito creyó estar en el cielo. Abrió las piernas para facilitar el toqueteo de su madre.

-Te asustaste al verme y tu primera reacción fue la de ayudarme, gritándoles. Quisiste salvarme.

Su madre tenía cogidas las pelotas con la mano produciendo en éste un enorme placer. Apretó ligeramente los huevos lo que hizo gemir a Benito de excitación. Además notaba la presión de sus tetas sobre su brazo inmovilizado bajo el peso de ella. Las recordó grandes y duras.

-Pero en cuanto la situación se hizo difícil para ti perdiste todo atisbo de compostura y te comportaste de la manera más deplorable posible.

Benito borró de un plumazo la sonrisa de bobalicón dibujada en su cara y abrió los ojos de golpe.

-Bueno mamá, yo…

-Por tu culpa esos dos malnacidos se hicieron dueños de la situación.

-Sí, pero… u-f-f-f-f-f.

Marta apretó los huevos con fuerza y todo el aire que aún quedaba en los pulmones de Benito salió en un sordo aullido.

-Tú, mi propio hijo, aquel al que yo trataba una vez más de defender y ayudar, me instaba a dejarme violar por el “Masca-Chapas” de Héctor y su amigo el “Caraculo”.

-Yo solo…. Joddddder.

Su madre apretaba sus huevos como una tenaza haciéndole ver las estrellas.

-Te comportaste como un gallina y, más aún, me arrojaste al foso para salvarte tú.

-P…Perdona.

-Tu presencia y, en mayor medida, tu actitud, me pusieron en una situación muy desfavorable.

Benito se mordía los labios de dolor.

-Estuve en peligro por tu culpa. No solo por tu actitud sino por las consecuencias de lo que hiciste la noche anterior. Al dejar a Verónica sin sus bragas y con tu semen dentro de ella pusiste tus huevos en bandeja de plata a ese par de imbéciles.

-L…Lo siento.

-Nunca pongas tus huevos en manos de nadie –decía mientras tiraba de sus testículos–. No pierdas el control de tus pelotas. ¿Sabes lo que pasa si pones tus huevos en manos de otra persona? ¿Sabes lo que podría hacer con ellas?

-Perdona mamá, lo siento, perdóname, soy un cobarde, es verdad, lo siento mucho.

Benito cerraba los ojos con fuerza y apretaba los dientes como si eso sirviera para mitigar el dolor. Entonces su madre aflojó la presión de sus dedos y le soltó.

Benito respiró de alivio pero inmediatamente y cerró las piernas. Marta utilizó la misma mano para cogerlo de la cara. Lo hizo de la misma manera que las abuelas cogen a sus nietos cuando les quieren hacer carantoñas. Apretó la mandíbula de su hijo haciendo que éste pusiese morritos de pez. Pegó su cara a la de su hijo tanto que sus narices casi se rozaban.

-Y sobre todo, nunca, repito, nunca pidas perdón o implores por nada en este mundo, aunque tus pelotas dependan de ello.

Las uñas de Marta se clavaban en su mandíbula. Tenía los labios tan apretujados que las comisuras casi se tocaban entre sí. Benito miraba asustado a su madre y asintió con la cabeza. Pasados unos interminables segundos su madre continuaba apretando su cara sin dar muestras de soltarle.

El dolor de sus uñas clavándose en sus mofletes empezaba a ser tan doloroso como el de sus huevos. Ya había entendido la lección.

-For fafor, mamá, fueltamé –farfulló.

-Jamás implores, Beni, nunca jamás.

Benito creyó notar sangre recorriendo desde su mejilla hasta su cuello. El dolor era insoportable. No aguantaba más. Con la mano libre, la que no quedaba atrapada debajo del cuerpo de su madre, agarró su muñeca y tiró con fuerza de ella arrancándola de su cara.

-Que me sueltes, ¡joder!

Glups. ¿Qué había hecho? ¿Se había enfrentado a su madre? Insensato.

Las uñas de su madre, afiladas como garras, todavía estaban muy cerca de su cara. Por no hablar de su pierna que, al incorporarse, su madre había colocado entre las suyas y podía soltarle un rodillazo en cualquier momento. A estas alturas ya sabía que es a su madre a quien debía temer por encima del mismísimo demonio.

-L…Lo sien…

-Nunca pidas perdón, Beni.

Benito se dio cuenta, entonces, de que su madre no estaba enfadada. Tenía la eterna expresión inerte de siempre.

-Beni, hijo –dijo su madre apoyando la palma de la mano sobre su cara. Esta vez con ternura–, no sabes el dolor que siento por lo que te ha ocurrido esta mañana, eso tan horrendo que ese imbécil te ha obligado a hacer. Pero lo que realmente me apena, lo que me rompe el corazón, ha sido verte reducido a un miserable guiñapo, a una marioneta.

Se me desgarra el alma cada vez que te veo gimotear. Como esta mañana cuando implorabas a ese subnormal que no te hiciera daño. Debiste decirle que le arrancarías la polla de un mordisco si te la ponía cerca de la boca en lugar de suplicarle. Lo mismo que ahora, te estaba apretando los huevos y no has sido capaz de defenderte.

-¿Y cómo iba a hacerlo?

-Pues haciéndome daño a mí también. Podías haberme cogido del cuello y amenazarme con asfixiarme si no te soltaba o me podías haber pellizcado un pezón. O simplemente intimidándome. Desafiándome con producirme el peor y más horrendo de los tormentos si no cesaba de hacerte daño. Haciéndome sentir miedo, Beni.

Reposó la cabeza en el cuello de Benito y puso su mano en su pecho sintiendo de nuevo los latidos y la respiración de su hijo.

-Yo no tengo tu carácter, mamá. No heredé nada de ti.

-Sí, Beni. Has heredado mucho de mí pero aún no lo sabes.

-No mamá no soy como tú.

-Sí lo eres. Lo fuiste aquella noche en la que nos violaste a tu hermana y a mí. Nos trataste con odio y perversión. Fuiste un autentico hijo de puta que nos humilló a las dos con inquina y nos hizo temblar de terror. Sacaste el demonio que heredaste de mí, aunque solo fuera durante un periodo muy corto.

-Eso fue diferente, no fueron tus genes.

Marta acariciaba a su hijo el pecho con la punta de los dedos. Dibujaba círculos sobre la camiseta con el índice. Poco a poco la trayectoria que seguía su apéndice fue descendiendo hasta su vientre.

-Tu problema nace de tu inseguridad y yo soy la responsable de eso. Si no te hubiera estado machando desde pequeño…

El pene de Benito ya no estaba en erección y el elástico no se separaba de su cuerpo formando un hueco así que Marta no tuvo más remedio deslizar la palma de la mano bajo la prenda con una ligera presión para conseguir introducirla dentro. Cuando Benito notó de nuevo los dedos de su madre alrededor de su pene se puso en alerta.

-La represión sexual a la que te he sometido ha hecho que pierdas los papeles por esa fulanilla de Verónica y te obsesiones con ella. La que ha hecho de ti un obseso. La que ha hecho que te dejes violar por el tonto-berzas de Héctor. Todo por mi culpa.

Toqueteó a su hijo con delicadeza mientras su miembro comenzaba a tomar mayor volumen. Benito abrió las piernas para facilitar las caricias maternales pero con la profunda cautela del que ha pasado un episodio trágico en esa zona.

-Soy yo la que debería pedirte mil perdones. La que debería suplicar. Por eso debo ser yo la que subsane todo lo malo que hay en ti y que no he sabido corregir a tiempo.

Benito no sabía qué decir. Marta se pegó más a él como cuando un niño se apega a su osito de peluche. Su madre tenía su polla cogida con la mano y le masajeaba arriba y abajo muy despacio en una lenta y constante paja. Aquella iba a ser una noche extraña.

-Sin el carácter suficiente para enfrentarte a la vida, tu futuro se ve comprometido por tu obsesión. La mejor manera de acabar con una obsesión es conseguir aquello que se anhela. Tú ya me lo habías dicho muchas veces, necesitas una mujer, necesitas follar.

La erección era enorme y el mensaje bastante claro. Benito puso su mano libre sobre la pierna ubicada entre las suyas y la acarició con trayectoria ascendente masajeando su tersa piel. Acarició su muslo, su glúteo y su cadera donde se percató de que su madre no llevaba bragas.

-“No llevaba bragas y tiene su entrepierna pegada a mí, dios. Su coño… me está tocando la pierna con su coño“

-¿Te gusta así? ¿Te gusta cómo te pajeo?

-Sí, sí me gusta. Me gusta mucho –dijo casi sin fuerzas.

Benito exploró bajo la prenda de su madre. Masajeó su culo llenándose la mano con él. Acarició su espalda, sus hombros y, por fin, su teta. Era tal y como la recordaba de la última vez, grande, dura con un pezón enorme.

Entonces Marta bajó los pantaloncillos de su hijo sacándolos por los pies y se colocó a horcajadas sobre él. Se sacó el salto de cama por la cabeza quedando desnuda sobre su hijo. Benito hizo lo propio con su camiseta quedando, tal y como estaba su madre, completamente desnudo.

La visión era maravillosa. El pelo de su madre, levemente alborotado después de haberse sacado la prenda por la cabeza, le daba un toque de leona fiera. Sus dos melones pendulando sobre su cara junto con su poderosa cadera y sus largas piernas le daban ese aire de “Hembra” que habían hecho de ella la diana de muchas de sus pajas.

La polla de Benito, en completa erección y reposando sobre su vientre, quedó bajo el coño de su madre atrapada entre sus labios como si fuera un perrito caliente. Marta se incorporó separando sus sexos y dejando un hueco entre sus piernas y la polla de su hijo. A Benito el hueco que queda entre las piernas de las mujeres siempre le pareció precioso y atrayente. Ahora, al ver ese hueco tan de cerca y con la visión del coño negro de su madre enmarcado en un triangulo de piel blanca, quedó estupefacto. Si pudiera guardar esa imagen para el resto de su vida…

Marta observaba a su hijo deleitarse con la visión de ella desnuda y mantuvo la posición para que pudiera disfrutar todo cuanto quisiera. Al pobre de Benito le faltaban ojos para disfrutar de todo su cuerpo a la vez. Los pezones, grandes y oscuros que coronaban el par de tetazas que sus manos no paraban de amasar. El coño, aquel coño que le volvía loco desde la primera vez que lo vio. Sus piernas, su culo, todo en ella era tan disfrutable a la vista y al tacto.

Cuando por fin sus ojos se fijaron en los de su madre, éste pudo ver la sonrisa de complacencia de ella.

-Disfruta lo que quieras Beni. Tenemos tiempo. Mírame, tócame, mámame las tetas, haz lo que te plazca conmigo. Esta noche soy tuya, completamente tuya.

Benito se mordió el labio inferior y deslizó sus manos desde las tetas hasta las caderas y el culo. Posó su mirada de nuevo en el coño, ese negro coño y se recreó en él. Acarició su vello púbico y sus labios con la punta de sus dedos hasta llegar a su clítoris. Lo palpó con el pulgar y sintió ganas de lamerlo, de comerle el coño a su madre y sentir como se corre en su boca. Se preguntó quién habría sido la última persona en comerle el coño a su madre y sintió envidia. Seguramente habría sido su padre, maldito suertudo.

De nuevo Benito se fijó en el hueco entre las piernas, ese espació tan atractivo y sensual. A través de él veía parte de los cachetes. Su madre le cogió la polla y la masajeó. Colocó la punta cobre la entrada de su coño presionó suavemente con su cuerpo haciendo que tanto la polla como el hueco comenzaran a desaparecer. Lo hizo despacio pero de forma suave, como si su coño estuviera ensalivado.

Benito puso mostró una “O” de sorpresa mientras llenaba sus pulmones de aire sin poder apartar la vista de su falo engullido en la negrura de aquel coño. Cuando su madre volvió a quedar sentada de nuevo sobre él, comenzó a moverse en un suave vaivén.

-¿Así Beni? ¿Te gusta así?

-S…Sí –respondía con los ojos en blanco.

Marta aumentó un poco más la cadencia de sus envites.

-Sí, así. Más rápido –apremió Beni.

Su madre sonrió y aceleró la cadencia y la fuerza de los golpes un poco más. Benito abrió los ojos sorprendido. Le gustaba como le cabalgaba su madre, le gustaba mucho.

-Más mamá, fóllame más rápido, más fuerte –dijo entre farfullos y soplidos.

Ella le miraba a los ojos con determinación. Obedeció a su vástago y aumento la velocidad.

-Más, más –repetía Benito.

Tuvo que poner las manos sobre los hombros de su hijo para sujetarse mientras le follaba con mayor ritmo, casi con brusquedad. Le estaba galopando como una loca y su hijo todavía le pedía más brío. Frunció el ceño. La última vez que galopó de aquella manera fue la noche que la violaron aquellos malnacidos.

-¿Así, Beni? ¿Te gusta así?

Las tetas de Marta botaban sin control y Benito las sujetaba con ambas manos, a la vez que mamaba de ellas. Una de sus manos fue hasta su culo. Lo acarició, lo masajeo y después deslizó un dedo hasta su ano.

Marta se puso tensa pero no dejó de galopar a su hijo con frenesí. El dedo de Benito se fue colando en el culo de su madre milímetro a milímetro hasta quedar dentro por completo.

-¿Q…Qué haces Beni? Tu dedo…

-Sigue mamá, sigue. Más rápido, más rápido.

Benito gritaba más que hablaba. Marta se estaba asustando. Su hijo estaba perdiendo el control. Sus manos en lugar de acariciar su cuerpo lo fregaban. El muchacho había empezado a mover las caderas al mismo ritmo que ella con tal fuerza que hacía que casi saliera despedida con cada envite por encima de su cabeza. Abrió las piernas todo lo que pudo y apoyó sus manos a ambos lados de la cabeza de él intentando conseguir mayor estabilidad.

-Galópame, fóllame, más rápido, más rápido –repetía Benito.

La cama se movía y los crujidos indicaban que en cualquier momento aquello se venía abajo. Su coño recibía decenas de pollazos mientras su culo era violado por un dedo que la taladraba sin compasión. Respiraba a bocanadas mientras el sudor comenzaba a empapar su cuerpo. Tenía los brazos entumecidos y su vientre empezaba a sentir calambrazos del esfuerzo.

El ritmo de la follada era endiablado. Si su hijo no se corría pronto acabaría desfalleciendo. Pero lo que le preocupaba más era el hecho de que su hijo disfrutara de la misma manera que lo hicieron sus violadores la noche en que sus vidas cambiaron para siempre.

-Gime.

-¿Qué? –respondió Marta atónita.

-Gime para mí. Córrete conmigo.

-Pero… tu padre nos va a oír –“si es que ha podido pegar ojo con el ruido que estamos haciendo.”

-Por favor, mamá –casi gritaba de la excitación.

Y marta empezó a gemir.

-Más fuerte, más alto. Quiero oírte gritar.

-Pero…

-¡GRITA MAMÁ, GRITAA!

La escena era dantesca. Marta brincaba como nunca lo había hecho en su vida. Gritando con toda la fuerza de sus pulmones como si estuviera sufriendo la madre de todos los orgasmos. Galopaba a su hijo con tal fuerza que la patas de la cama se movían varios centímetros adelante y atrás. Su coño y su culo eran violentamente penetrados por la polla y el dedo de Benito que, acompasando los aullidos de su madre con los suyos propios, no cesaba de proferir obscenidades y guarrerías a su madre.

Por requerimiento expreso de su hijo, y repitiendo al pie de la letra cada frase que su hijo le pedía, Marta empezó a gritar salvas de diferentes tipos. Ampliando su repertorio de gemidos y gritos orgásmicos para satisfacción de su retoño.

-FOLLAME EL COÑO, VAMOS FÓLLAMELO. FÓLLATE EL COÑO DE MAMÁ.

-CÓRRETE ZORRA, PUTAAA.

Las tetas de Marta botaban tan fuerte y con tanta velocidad que Benito apenas era capaz de atrapar alguna con la mano libre para mamar de ella.

El esfuerzo era extenuante. Su cara enrojecida y totalmente empapada en sudor había perdido parte de su señorial rasgo. El pelo que circundaba su rostro estaba pegado a la piel debido a la traspiración, cegando sus ojos ya de por sí castigados con el sudor que se metía dentro de ellos.

Entre sus tetas y por su espalda caían sin cesar un mar de gotas de sudor que iban a dar contra el pecho y las pelotas de Benito. Le dolía la garganta de tanto gritar. A estas alturas no había ninguna duda de que su marido les estaría oyendo desde hacía mucho rato. No era eso lo que más le preocupaba sino que, además de él, algún vecino noctámbulo pudiese estar escuchándolos.

-VAMOS CABRÓN, FÓLLAME. FÓLLAMEEEE.

-TE VOY A LLENAR EL COÑO DE SEMEN, ZORRA. TE VOY A PREÑAR, PUTAAA.

-FÓLLAME POR EL CULO. DALE POR EL CULO A MAMÁ.

Ya no podía más. Respiraba a bocanadas con la boca abierta de par en par. Este muchacho era incombustible. Cerró los ojos y se concentró en un último esfuerzo con la esperanza de un cercano orgasmo de su hijo.

Y entonces, sin previo aviso, el cuerpo de Benito se tensó. Apretó su dedo contra su culo, echó la cabeza hacia atrás y empezó a correrse, por fin.

Desgraciadamente la corrida no fue rápida. Al parecer su hijo debía tener unos orgasmos tan intensos como largos. Todavía hubo de cabalgar unos momentos más antes de que su hijo se agotara.

Cuando Benito se relajó tras unos largos estertores, Marta cayó rendida sobre él. Ambos respiraban a bocanadas. Marta se despatarró sobre su hijo mientras apoyaba la cabeza en su cuello aún con la polla dentro. Benito sacó lentamente el dedo del culo de su madre y dejó caer sus brazos en cruz, rendido por el esfuerzo. El sudor de ambos se mezclaba a lo largo de sus cuerpos haciendo que ambos resbalasen sobre el otro cada vez que alguno trataba de moverse.

Marta extendió las piernas y los brazos, cerró los ojos extenuada y le dijo a su hijo:

-Dios mío, Beni. Estoy muerta. ¿Te follaste a Verónica de la misma manera?

-No –dijo entre bocanadas–, ni por asomo. Fue rápido, corto y estresante.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Al final Marta volvió a preguntar a su hijo.

-¿Te arrepientes de haberla follado?

-Por supuesto. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir…

-No te lo pregunto por las consecuencias sino por ella. Te aprovechaste de una chica en estado de embriaguez, la violaste. Pudiste dejarla embarazada o algo peor. ¿No sientes remordimientos?

A Benito le costó responder y ser sincero a la vez.

-No. En el fondo no. Y si la encontrara borracha de nuevo –hizo una pausa–, creo que lo volvería a hacer.

Marta sopesó las palabras de su hijo.

-Cuando estabas follándotela ¿Te sentías culpable o, por el contrario, pensabas que en el fondo ella se lo merecía? Que la follabas porque te debía algo.

Benito quedó muy sorprendido por la pregunta.

-Pues sí, lo pensé. En el fondo creía que la víctima era yo y ella era una mala pécora. Pensé que ella era una de las culpables de mis complejos –dijo– la follé porque… me lo debía, porque se lo merecía.

Marta se incorporó apoyándose sobre los codos. Limpió el sudor de la frente de Benito y le acarició la mejilla. Después tomó su cara con ambas manos.

-¿Lo ves, Beni? ¿Ves como has heredado algo de mí?

A Benito aquel descubrimiento le dejó de piedra. Siempre odió a su madre por tener un corazón de hielo. Ahora se daba cuenta de que él era igual. Se había pasado todo el día lamentando las consecuencias de lo ocurrido con Vero pero en ningún momento pensó en lo que le había hecho a ella o lo que sentiría. Hasta ahora no se había percatado de que había violado a una chica y no sentía ningún remordimiento por ella sino por las consecuencias que aquel acto podría traerle a él mismo. Alguien con una actitud tan egoísta y falta de empatía y escrúpulos solo podía tener un nombre.

-Dios santo, soy un psicópata, un monstruo.

Marta sonrió con malicia y siseo al oído de Beni.

-Sí, lo eres.

Benito miró horrorizado a su madre.

-Así que cuando vuelvas a enfrentarte al idiota de Héctor o a cualquier otro energúmeno caraculo –continuó Marta– recuerda quién es el monstruo y quién es el borrego.

Marta apoyó de nuevo la cabeza en el hombro de Benito y cerró los ojos, cansada.

-Estoy agotadísima. Me has dejado hecha polvo. ¿Te importa si me duermo encima de ti?

Benito volvió a la realidad de la que estaba absorto y sonrió de oreja a oreja. Su polla, aún en semi erección, continuaba dentro de su madre. Sus manos recorrieron el cuerpo de ella desde los hombros hasta sus caderas donde palpó de nuevo su culo antes de abrazarla.

-“Por supuesto, puedes quedarte toda la noche” –pensó.

Cerró los ojos él también y aspiró el aroma que emanaba el cuerpo de su madre. Era suya y solo suya pensó mientras la abrazaba entre sus brazos con deseo y amor.

– · –

-Déjalo estar Héctor, ya ves lo mal que salió la última vez.

-Que te calles de digo, Pecas. Me las va a pagar. Esa zorra me las va a pagar, lo juro.

FIN

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