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Relato erótico: “El consuelo de mi suegra 2” (POR JULIAKI)

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Los siguientes días transcurrieron dentro de la normalidad, salvo que Sofía y yo seguíamos teniendo nuestros encuentros sexuales de lo más variopinto, cuando estábamos solos, en el laboratorio y sino buscábamos encontrarnos en algún parque o en cualquier sitio apartado, intentando siempre que nadie nos viera juntos. Parecíamos amantes que mantienen sus encuentros en la clandestinidad. Seguíamos siendo de todo menos una pareja normal y atendiendo a las instrucciones de su padre para mantenerlo en secreto, resultaba cada vez más complicado.

Por otro lado yo no podía quitarme de la cabeza a Mónica, su madrastra, esa mujer que había conseguido hacerme ver entre sus brazos, sin importarme la diferencia de edad, ni que fuera la esposa de mi jefe o la madre de mi novia, pero es que toda ella era algo incontrolable. Naturalmente esto solo era en mi imaginación y en mis pensamientos.

A los pocos días recibí una llamada de la secretaria del jefe para que me personara de nuevo en su despacho.

− ¿Te ha llamado otra vez mi padre? – me preguntó Sofía al ver que me llamaban de las oficinas.

− Sí.

− ¡Qué pesadito!

− Mujer, él quiere lo mejor para ti y para la bodega. Seguro que quiere saber cómo va todo – dije.

− No empieces tú también con la charlita.

− Vale, cariño.

− Bueno, tú niégalo todo. No quiero una bronca con mi padre. – añadió dándome un beso con toda la pasión.

Llegué al despacho del jefe y su secretaria no me hizo esperar esta vez. Nada más entrar el jefe me recibió sorprendentemente de otra manera mucho más distendida y amable que la primera vez, algo que agradecí.

− Hola Víctor. – me dijo dándome la mano de forma cordial.

− Hola Ernesto – respondí.

− Hablé con mi hija sobre el asunto y está encantada, se la ve muy contenta y animada últimamente, supongo que en gran parte gracias a ti.

− No sé…

− Sí, seguro. Me ha dicho que está muy enamorada.

Lo cierto es que me sorprendió que mi chica le hubiera soltado eso a su padre y no porque no pudiera ser verdad, pero no me había dado cuenta hasta entonces, ni tampoco me lo había dicho nunca ella directamente. De momento solo habíamos jugado a nuestros “temas sexuales”, charlas, chistes y demás, pero no como el de una pareja enamorada, sino más bien sexualmente activa. En el fondo aquella chiquilla me estaba gustando cada vez más y era lógico que ambos nos fuéramos sintiendo más unidos en todos los sentidos. Ernesto continuó con su charla:

− Está claro que os necesito a los dos, por eso no me parece nada mal este noviazgo, al contrario, me gusta saber que es con alguien conocido y responsable como tú, pero siempre y cuando no os distraiga del trabajo.

− Por supuesto. – añadí.

Me quedé pensando en la palabra noviazgo y me sonó bastante fuerte, porque no me lo había planteado hasta entonces así, incluso la forma en la que lo soltó mi jefe sonaba a boda, banquete y todo lo que ello conllevaba.

− No había imaginado cómo podría ser mi yerno, porque he pensado que Sofía era muy joven todavía, aunque Mónica me ha hecho verlo de otra manera. – añadió Ernesto.

Evidentemente la conversación de hija y padre tuvo sus frutos, pero creo que la que hizo cambiar radicalmente el concepto de Ernesto sobre su pequeña fue la versión de su despampanante esposa.

− Yo respeto mucho a su hija, Ernesto. Me parece una chica fantástica. – dije envalentonado.

− Me alegro. Espero que ella se centre por fin y empiece a madurar contigo. Hasta ahora lo ha tenido todo muy fácil, le he dado todos los caprichos, pero necesita hacerse mayor, con alguien a su lado que le dé un buen asesoramiento, consejos… ya me entiendes.

− Claro. – respondí aunque por mi mente pasaron las veces que me metía mano o me masturbaba directamente en el laboratorio haciéndome estremecer. Para eso no necesitaba ningún tipo de consejo precisamente.

− Es importante que la parte vuestra se desarrolle en conjunto. Ella será mi sucesora en este negocio, eso está claro, pero supongo que necesitará un apoyo continuo por eso he pensado que tú eres el más adecuado a compartir esa responsabilidad.

Lo que podía sonar a charla por parte de mi jefe, no era otra cosa que un gran halago hacia mí, pues aunque me esforzaba, no sabía que mi labor y mis avances iban por tan buen camino, no solo con lo que respectaba a su hija, sino con mi formación técnica. La siguiente orden o consejo de mi jefe era la de formarme más. Me ordenó que empezara en la biblioteca de la bodega para empaparme con libros sobre el tema, enfocando mi profesión de “co-enólogo” junto a su adorada hija. Me entregó la llave y me indicó que no olvidase devolvérsela cuando hubiera terminado.

Quise complacerle y me colé en la biblioteca en cuanto salí de su despacho. Al entrar en aquella gran sala me quedé pasmado. Nunca había estado en aquel lugar repleto de libros, carteles, menciones, premios… y una enorme mesa, junto a varios ordenadores. Me puse a buscar en las estanterías para saber por dónde empezar aunque aquello se veía harto difícil. Me vi alucinando entre libros que hablaban sobre química, fundamentos de la enología, tratados de viticultura, manuales de cata, etc…. cuando de pronto unos pasos marcados por unos zapatos de tacón sobre la madera noble del suelo me hicieron volverme.

Era la preciosa Mónica que había entrado en aquella sala y se acercaba sonriente hacia donde yo estaba. La estancia era enorme lo que me permitía observar ese acercamiento durante un buen rato y disfrutar de aquella sensual imagen de nuevo. Mónica vestía una camisa sin mangas con un gran escote y con sus brazos morenos al descubierto adornados con unas cuantas pulseras, un vaquero claro muy ceñido y sus zapatos de ultra tacón. Aquellos muslos bien redondeados, sus prominentes caderas y sus adorables andares hicieron que tuviera otra erección al instante.

− Hola Víctor – dijo al llegar a mi altura, apoyando su mano sobre mi hombro y dándome un beso casi en la comisura de mis labios. Sus grandes pechos hicieron contacto con mi tórax, algo que hizo que mi polla creciera algo más bajo el pantalón. No sé si llegó a notarlo.

− Hola, Mónica. – respondí intentando no demostrar mi nerviosismo, pero ella lo debía de percibir

− Hoy te veo sin la bata – dijo mirando a continuación al bulto prominente que marcaban mis pantalones. – Estás muy guapo.

No sabía dónde meterme, pero ella lo trató con total normalidad, sin dejar de sonreír, seguramente orgullosa de haber conseguido ese efecto doble de vergüenza y empalme en un joven como yo.

− Veo que Ernesto te quiere machacar con libros. – dijo sin apartar la mano de mi hombro.

− Sí… bueno, no sé.

− Me alegro que por fin piense en alguien con cabeza.

Supongo que aquello iba por su hijastra, pero no quise contradecirla, solo podía observar el movimiento de aquellos gordezuelos labios hablándome y el intenso brillo de sus ojos, por no hablar del precioso canalillo que ofrecía su camisa.

− ¿Has pensado en algún título? – me preguntó.

Me giré y volví a mirar hacia arriba a aquella inmensa estantería repleta de libros sin saber por dónde empezar.

− Estoy un poco perdido, la verdad. – dije

− ¿Quieres que te ayude?

En ese momento apoyó sus tetas en mi espalda de una forma provocadora, pero yo no rechistaba, como si realmente no tuviera a aquel pibón pegado detrás de mí. Podía notar su calor, su olor y todo su cuerpo adherido a mi espalda.

− Déjame que te aconseje ese de ahí arriba.

Puso su cara pegada a la mía con la intención de señalarme un libro entre miles. Podía notar el calor de su carrillo izquierdo contra mi derecho, esa tersura de su piel, hasta el olor de su pintalabios muy cerca de mi boca. Aquello era demasiado. Mi polla seguía creciendo inconmensurable bajo mi pantalón.

− No sé cual me comentas. – dije sin apartar mi cara de la suya.

− Allí arriba, ¿no lo ves? – añadió pegando aún más su cara a la mía y sus tetas a mi espalda. Podía notar su pelvis pegada a mi culo y sus muslos entrelazados con los míos. ¡Dios!

− No sé cual. – respondí nervioso y excitado, embriagado con el olor de aquella mujer.

− Ese: “Prácticas enológicas”

Señaló uno de la tercera estantería y a continuación empujó una de las sillas hasta ponerla justo enfrente de la fila de libros que me había indicado.

− ¡Ven ayúdame! – me dijo sosteniendo mi mano y alzando uno de sus pies hasta la silla.

Esa pose, con su largo tacón sobre la silla y el otro en el suelo, era una invitación al paraíso del pecado. La imagen de ver sus piernas abiertas con aquellos jeans tan ceñidos, era algo que impactaba de lleno. Esa mujer era una provocación continua. Mis ojos fueron subiendo desde sus pies hasta sus pantorrillas, subiendo por los muslos hasta llegar a su entrepierna, donde se podía ver que los vaqueros se hundían ligeramente marcando su rajita. Mi polla dio otro de sus avisos. ¡Joder como me ponía mi suegra!

Se ubicó encima de la silla ayudado con mi mano, girando lentamente para ofrecerme un show de su cuerpo subido en un pedestal, donde sin duda debía estar aquella bellísima señora. En esa ocasión podía ver toda su figura desde abajo, sus piernas al completo y especialmente su redondo culo. Se sostuvo agarrada a mi mano tambaleante hasta que protestó.

− ¡Sostenme, hombre!… No quisiera matarme.

Mis manos se aferraron a sus pantorrillas viendo como los tacones estaban inseguros y tambaleantes sobre la silla.

− Agárrame más arriba o me caeré. – ordenó.

Subí las manos hasta sostener sus robustos muslos por encima de la rodilla, pero ella seguía estirándose sin poder alcanzar el libro deseado y yo temía que se cayera, por lo que subí mis manos más arriba, hasta casi el comienzo de su culo.

− Empújame un poco, que casi llego. – me animó.

La única forma de ayudarla era poniendo las manos sobre su grandioso culo y tras unos segundos de indecisión por mi parte, me lancé a empujar esa maravilla de trasero.

− Así mejor. – dijo sonriéndome desde allá arriba.

No sé cuánto tiempo transcurrió, ni lo que ella quería hacer durar ese momento, pero lo cierto es que yo me sentía feliz de poder estar así, aguantando el monumental culo de mi suegra, para que alcanzara no sé qué libro, ni tampoco me importaba demasiado el título. Cuando por fin dio con él, mis manos no querían abandonar su trasero.

− Ya lo tengo. Ayúdame a bajar- me dijo girándose sobre la silla.

Le entregué mi mano, pero ella dudaba y me indicaba que así no podría bajar con esos taconazos tan inestables sobre la silla. Subí mis manos por sus caderas hasta llegar a su estrecha cintura. Al verse más segura, ella se dejó caer y agarré aquel cuerpazo con todas mis fuerzas. Yo creo que ella también quería hacer más largo ese momento o al menos eso me parecía, cuando apoyó sus tetas de nuevo en mi cara y fue bajando lentamente con su cuerpo completamente pegado al mío. Por fin estuvo a mi altura y su boca estaba a poquísimos centímetros de la mía. La hubiera besado en ese instante, ¡Estaba preciosa!

− Estás fuerte – dijo acariciando mis brazos lentamente sin separar su cuerpo del mío.

− ¿Has encontrado algo? – era la voz de su marido que hizo aparición de repente en la biblioteca en el peor momento para mí.

Me separé como si esa mujer me hubiera quemado. No sé si él se percató, pero ella sí que se fijó en el bulto que mostraba mi pantalón. Rápidamente me tapé con el libro, muy apurado, disimulando mi erección.

− “Prácticas enológicas”, buena elección, Víctor. – dijo Ernesto quitándome el libro de forma brusca de las manos.

Por un momento, dudé sin saber qué responder, pues me imaginaba que ese hombre estaba enfadado conmigo, tras verme allí pegado literalmente al cuerpazo de su adorada señora. Pero ella, una vez más, sabía cómo manejar a su marido y me sacó del apuro.

− Bueno cariño, dejémosle solo.

A continuación ella se abrazó a la cintura de su esposo y llevándole con ella fueron abandonando aquella enorme sala. Esa mujer conseguía lo que quería de los hombres, en un abrir y cerrar de ojos, incluyendo a su marido. Yo no quité la vista de aquella diosa y su extraordinario culo, además de sus hipnotizantes andares. A última hora se volvió y me lanzó un guiño.

Tengo que confesar que no pude concentrarme en absoluto en la lectura de aquel libro, pues solo recordaba los momentos vividos con la madrastra de mi chica.

Tras media hora más o menos de lectura improductiva, cerré la biblioteca con la llave y me dispuse a devolvérsela al jefe. La secretaria ya se había marchado y llamé con los nudillos pero no recibí respuesta. Al abrir la puerta la escena que me encontré era asombrosa. Ernesto estaba sentado en su silla y su esposa a horcajadas sobre él, besándose desenfrenadamente mientras las manos del hombre sobaban aquel redondo culo embutido en unos ajustados jeans. Él abrió los ojos al verme.

− Perdón – dije descolocado.

− ¿Qué quieres? – preguntó el hombre en tono seco.

− No,… solo devolver la llave…

− Claro. Déjala ahí y cierra la puerta.

Posé la llave sobre una mesa y me giré dispuesto a abandonar su despacho aunque antes observé la mirada que me lanzaba ella subida frente al cuerpo de su marido y sus dos muslazos rodeándole. Me sonrió y me pareció ver como se relamía, no sé si para darme envidia, bien porque estaba cachondísima o por ambas cosas a la vez.

Tuve que meterme en el baño para hacerme una paja monumental en honor a aquella rubia alucinante, deslumbrante y descarada. Era difícil quitarse de encima la imagen de esa mujer sobre su esposo besándose desenfrenadamente, refregándose con ansiedad sobre la silla… sin duda además de preciosa, debía ser toda una bomba sexual.

Los siguientes días, después de mi jornada de trabajo acudía al despacho del jefe para pedir la llave de la biblioteca. A él parecía gustarle mi entusiasmo, mi profesionalidad y mi dedicación a esa lectura en la biblioteca, fuera de mi jornada de trabajo, pero lo que yo realmente ansiaba era volver a encontrarme con su mujer, sentirla de cerca y admirarla…

Mis deseos no tardaron en cumplirse cuando en una de mis lecturas aquella rubia hizo aparición, con otros pantalones ceñidos negros, una blusa blanca y sus siempre interminables tacones, para pegar sus tetas en mi nuca y abrazar mi pecho.

− ¿En qué andas metido hoy? – me preguntó con total confianza pudiendo notar su aliento ardiente junto a mi oreja.

A ella tampoco parecía importarle mucho el título del libro que estudiaba, sino más bien provocarme continuamente y jugar conmigo. Imagino que para una mujer madura, verse así de deseada por un joven, debía hacerla sentir más bella de lo que ya era. Para mí era todo un honor, ya que esa mujer me parecía inalcanzable (en todos los sentidos). En cada encuentro no podía evitar tampoco pensar en Sofía, pero luego me decía a mi mismo que no hacía nada malo al desear a su madre. Desear no es infidelidad, ¿verdad?

Ni que decir tiene que yo repetía mis visitas a la biblioteca siempre que podía, alegrando cada vez a mi mentor, jefe y casi suegro. Por otro lado, mi novia también seguía sorprendida por mi entrega y dedicación al tema, pero nunca se olvidaba de darme un repaso de los suyos cuando regresaba al laboratorio o los fines de semana cuando hacíamos nuestra escapada como dos amantes secretos. El resto de los días nos veíamos cada vez menos, ya que ella viajaba más de continuo a la ciudad para asistir a las clases en la universidad, momentos que aprovechaba yo para ir a la biblioteca donde sabía que tendría la visita de mi adorada y maciza rubia. Mónica y yo nos fuimos haciendo más y más cómplices, nuestra confianza era mutua, aunque lo cierto es que nunca me atreví a comentarle lo mucho que me atraía, incluso llegué a pensar que yo también era para ella algo más que el novio de su hijastra. Nos encontrábamos en la aquella gran sala de lectura a diario y a ella le gustaba exhibirse, mostrarme su sensualidad en sus gestos, sus andares, su vestimenta, sus piernas con cortas minifaldas o con su generosísimo escote. Unas veces me pasaba las tetas por la nuca, otras se apretaba contra mi espalda o hacía el truco de que la sostuviera en la silla para alcanzar un libro en una estantería que me quería mostrar, cuando lo que realmente quería era mostrarme todos sus atributos. En otras ocasiones me besaba con cierta efusividad en mis mejillas, pegando su cuerpo al mío y percibiendo mi más que considerable erección. Eran besos aparentemente fraternales, como los de una madre a su hijo, pero ambos sabíamos que eran algo más. Yo temía ser descubierto por su marido, ya que tantas veces juntos era un motivo por el que se pudiera sentir celoso. Se lo recordé a Mónica con cierto tacto y ella me dijo que no, que su marido confiaba en ella, además no pasaba nada realmente y ella sabía satisfacerle en todo Yo imaginaba que aquello de “sentirse satisfecho” con esa mujer debía ser grandioso.

Una de mis muchas tardes en la biblioteca, yo estaba frente a un ordenador buscando información de botellas de la competencia y se acercó Mónica por detrás, como tantas otras veces. Recuerdo que era un día caluroso de verano y esa preciosidad llevaba un vestido veraniego floreado, de mucho vuelo y finos tirantes, corto por encima de la rodilla y como remate en sus preciosos pies unas sandalias de tacón de color rojo.

− Hola Víctor, ¿Cómo estás? – dijo acercándose con sus salerosos andares hasta donde yo estaba.

Colocó sus manos sobre mis hombros, pegando sus tetas en mi espalda. La fina tela del vestido me permitía sentir su pecho más intensamente que otras veces. Además, el olor que emanaba aquella mujer me hacía creerme en otro mundo. Feliz y dichoso de tenerla tan cerca y con eso me conformaba, aunque ella siempre me regalaba algo más.

− Estoy buscando botellas de la competencia, de las más importantes para saber un poco su historia, ya sabes. – le comenté señalando el monitor.

− Claro. Déjame que te ayude, que eso también lo he buscado yo muchas veces y te enseño unas páginas.

Mónica se puso a mi lado y apoyando sus manos sobre la mesa se acercó para ver la pantalla pero mis ojos no separaban de sus tetas que en aquella pose parecían quererse salir por encima del escote. Tampoco pude evitar ver cómo el vestido se había subido ligeramente dándome una panorámica inédita de la parte trasera de sus muslos.

En ese instante, sin tiempo a que yo reaccionara, mi musa rubia se sentó sobre mis rodillas como si fuera la cosa más natural del mundo y empezó a teclear varias direcciones en el ordenador. Yo me quedé petrificado, alucinado al ver como aquella mujer me había cogido tanta confianza como para aterrizar su hermoso culo sobre mis rodillas y poder así admirarla desde tan cerca, tener su melena rubia rozando mi cara, su estrecha cintura a un palmo de mí, su trasero perfecto apoyado en mis piernas, ver a tan pocos centímetros la fina piel de sus hombros y la de sus piernas que al estar sentada ofrecían más porción de muslo. Tenerla encima era un sueño imposible.

− ¡Uy qué torpe soy! – me decía intentando escribir una dirección en el teclado.

− ¿Quieres que te ayude?

− Sí, Víctor, por favor, es que tengo las uñas tan largas que no escribo bien en este teclado tan pequeño. – dijo girando su cara y su gran sonrisa que me deshacían.

Era cierto que tenía unas uñas muy largas y preciosas por cierto, pintadas de un rojo intenso, pero me sonaba más a disculpa que otra cosa, pues otras veces la había visto teclear en su portátil sin ningún tipo de complicación.

− Dime qué dirección escribo – le pregunté.

− www… – comenzó a darme una dirección url, pero yo no llegaba al teclado.

− Uf, no llego contigo encima, Mónica. – dije pasando mis brazos por sus costados sin poder ver nada y sin alcanzar a la mesa con mis dedos, aunque no me incomodaba tenerla encima ni tampoco su peso, para mí era tener el mejor premio sobre mis rodillas..

− Ah, sí, espera.

En ese instante Mónica levantó el culo y pensé por un instante que se iba a apartar, pero lejos de eso, se volvió a sentar salvo que esta vez imprevisiblemente lo hizo ubicando su redondo culo directamente sobre mi paquete, que ya estaba bastante abultado. Unió su espalda pegándola a mi pecho y mi erección creció irremediablemente. No había duda de que ella lo había notado, pues mi pantalón fino de verano y su vestido igualmente fino no dejaban nada a la imaginación, podía notar el calor de su entrepierna contra mi cada vez más erguido pene.

− Perdón – dije tímidamente al saber que ella notaba esa dureza incrustada contra su sexo.

− No te preocupes. ¿Peso mucho? – dijo quitándole importancia.

− No, Mónica. – respondí mientras ella pegaba su espalda más contra mi pecho y removía sus muslos para ubicar bien mi polla que ya estaba entre ellos rozando directamente su abultada vulva que me parecía sentir palpitar.

− Adelante, escribe… – añadió y lo hizo con un ronroneo que me pareció cargado de excitación.

No acertaba a escribir la dirección, pero esta vez no por no llegar, sino que no podía concentrarme al tener a aquella diosa sentada sobre mis piernas, más bien con su coño directamente sobre mi verga. Al fin acerté a escribirla y ella se giró ligeramente para que pudiera leer en la pantalla, pero lo que yo veía era su hermoso rostro y su adorable escote que tenía a apenas cinco centímetros de mi boca. Me agarré a su estrecha cintura y disfrute de ese contacto casi directo de su piel, tan solo separado por la tela del fino vestido.

− Buenas tardes, don Ernesto quiere que vayan a su despacho. – nos anunció la secretaria que hizo su aparición en la biblioteca de repente.

Yo me llevé un susto de muerte y no sabía dónde meterme, pero en cambio Mónica ni se inmutó permaneciendo allí sentada sobre mí, sabiendo que la discreción de la otra mujer estaba asegurada. Madre mía, lo tenía todo controlado y en cambio yo hecho un flan, que no mi polla, que no había bajado ni un ápice.

̶ Dígale que ahora vamos. – añadió Mónica a la mujer que abandonó la sala meneando la cabeza.

Después de un rato, esa impresionante belleza que tenía sobre mí, se fue levantando lentamente sin que yo pudiera soltar su cintura ni dejar de admirar su espalda, su pelo, su olor y toda la energía que había depositado en mi regazo. Precisamente cuando se hubo levantado hacia allí dirigió la mirada.

̶ Creo que deberías bajar eso, antes de ir a ver a mi esposo. – dijo entre risas y desapareció con sus movimientos felinos dejándome con aquella tremenda empalmada.

Ya no cabía ninguna duda de que ella había notado la erección y todo el tiempo se había hecho la tonta, pero su juego era más que premeditado, consiguiendo llevarme al límite. Tras unos segundos de indecisión allí sentado como un pasmarote, pensé que no era buena idea hacer esperar mucho tiempo a Ernesto y me metí en el baño mojándome la cara y la nuca consiguiendo que la erección no fuera tan evidente aunque sí lo era una mancha húmeda en mi entrepierna, puede que debido a mis fluidos o posiblemente a los de ella también.

Acudí al despacho del jefe totalmente acojonado. Conociendo a aquel hombre, seguro que sospechaba que su mujer y yo estábamos teniendo demasiados encuentros en la biblioteca y ese último contacto fue realmente el sumun. Puse la carpeta delante de mí para ocultar en lo posible la humedad que había en mi entrepierna y me dispuse a acudir al encuentro de mi jefe y su esposa.

Al llamar y asomar mi cabeza, la imagen que vi era más que increíble: Ernesto sentado en su sillón y su esplendorosa mujer subida sobre su regazo de espaldas a él, justo en la misma posición en la que yo me había encontrado segundos antes con ella frente al monitor, pero en esta ocasión moviendo las caderas rítmicamente de una forma lasciva y sonriéndome maliciosamente al mismo tiempo. Él se removía en su sillón y ella parecía menear su culito rozándose con lo que ese hombre debía tener a tope debajo. Estaba a punto de darme la vuelta cuando ella me habló sin levantarse de los muslos de su marido.

̶ Pasa, Víctor.

̶ Si, pasa, y siéntate – añadió él manteniendo las manos en la estrecha cintura de aquella increíble criatura.

̶ Gracias – respondí aturdido y no viendo precisamente en su cara el enfado, sino de un enorme placer que le estaba proporcionando su esposa subida sobre él.

Me acerqué a la silla que estaba frente a su mesa intentando ocultar en todo momento la mancha que tenía en mis pantalones, así como el crecimiento de mi miembro que volvió a despertar de su letargo sorprendido por tenerles allí enfrente con aquellos movimientos, una sobre el otro, mirándome como si nada. Una cosa era ir cogiendo confianza y otra bien distinta era que estuvieran de esa guisa frente a mí. Mónica me sonreía de forma perversa balanceando su cuerpo sobre el de Ernesto que de vez en cuando cerraba los ojos, disfrutando… Me imaginaba su situación y la comprendía pues minutos antes había estado yo en esa pose y aunque su mujer no se movía tanto, me había trastornado tanto o más que a él. Envidié mucho a mi jefe en ese momento, pues quería ser yo el que estuviera debajo de ese cuerpazo y sentir de nuevo ese coño caliente y palpitante sobre mi polla.

̶ Veréis, os he hecho llamar porque quiero que hagamos una cena especial. – intervino Ernesto interrumpiendo mis lascivos pensamientos.

̶ ¿Una cena? – preguntó ella mordiéndose un labio y restregando su culo aun más contra el paquete de su esposo que ya debía estar a tope.

̶ Sí, dentro de unos días es el 20 cumpleaños de Sofía y quiero hacer una fiesta en casa para celebrarlo.

̶ ¡Qué buena idea! – añadió ella suspirando, pues se le notaba cachonda.

̶ Sí, creo que será el momento de daros mi bendición como pareja, veo que estáis muy unidos, por lo que ella me va contando… – sentenció él, dando un suspiro.

Su mirada lo decía todo y parecía muy seguro en lo que nos exponía. Lo de estar unidos su hija y yo era cierto, sobre todo enganchados cuando follábamos como conejos, aunque también era verdad que cada vez estábamos compartiendo más momentos aparte de los laborales y sexuales. Poco a poco se iba fraguando una unión de pareja. Ernesto tras esperar mi reacción continuó sin soltar la cintura y caderas de su señora, soltando un pequeño gruñido antes de continuar con su charla sin importarle demasiado que yo estuviera presente en su extraña y descarada postura.

̶ Quisiera que fuera tu presentación en casa. Con pocos invitados pero sí los más importantes. Mis padres, los abuelos maternos de Sofía, sus tíos, y el personal directivo de la bodega, puede que algún cliente, también.

̶ ¿Has pensado en algo? sólo quedan dos días para el cumple de Sofía – le comentó Mónica girando su cabeza y dándole un tierno beso a su esposo sin dejar de botar sobre él.

̶ No, se me ha ocurrido hace un rato, pero ya sabes que no soy muy bueno organizando eventos. ¿Os podéis encargar vosotros? Sé que os lleváis muy bien y eso es algo que agradezco, pues también puede que eso nos una más a todos.

Mónica miró a su marido y luego a mí que seguía inmóvil en mi asiento, recibiendo más y más sorpresas sin tiempo a poder asimilarlas. Ella tras mojarse de forma lasciva los labios, dio un par de saltitos sobre su esposo, me miró y luego añadió.

̶ Claro, Víctor y yo nos encargamos de todo. La fiesta, el catering, los regalos… ¿Verdad?

Mis ojos alucinaban al ver cómo saltaban sus tetas bajo el aprisionado escote de su vestido cada vez que ella botaba sobre su esposo.

̶ Perfecto, entonces, lo dejo en vuestras manos. ¿Estás de acuerdo, Víctor? – me interrogó Ernesto.

La pregunta del jefe me hizo carraspear y contestar casi con afonía:

̶ Sí, claro.

̶ Muy bien. Pues haced una bonita fiesta y por supuesto Sofía no puede saber nada. ¿De acuerdo?

̶ Claro. – contestamos ella y yo al unísono.

̶ Ah y quiero que le regales un anillo de compromiso. – apuntó el gran jefe con sus ojos clavados en los míos.

Eso último volvió a dejarme totalmente descolocado. Si ya tenía un montón de impresiones, aquella aumentaba aún más mi sorpresa.

̶ ¿De compromiso? – pregunté alucinado.

̶ Sí, claro. ¿Vas en serio con mi niña no? Me gustaría que le dieras la sorpresa de pedirle la mano delante de todos.

El tío iba súper lanzado y no niego que era cierto que yo estaba muy a gusto con su hija, cada vez más involucrados en nuestra relación y era una chica fantástica, no lo niego, pero no se me había ocurrido lo del compromiso todavía.

̶ ¿Y? – me inquirió impaciente Ernesto que al parecer ya tenía todo pensado por mí…

̶ Sí, esto… claro – añadí con un hilo de voz.

̶ Bueno, no digo que os caséis la semana que viene, pero si realmente quieres a mi hija como ella dice, podemos ir planeando algo más que un noviazgo y que vayáis intimando una pareja normal sin tener que esconderos.

Cuando dijo “intimar” indicaba que aquel hombre seguía sin sospechar todo lo que ya estaba haciendo su hija conmigo, pero lo de dejar de tener nuestra relación a escondidas me atraía más, eso era cierto. No sé ni cómo acepté, ya que todo estaba pensado en mi nombre, sin haberlo digerido, ni medio planificado, pero no quise hacerle el feo.

En ese momento Ernesto se quedó inmóvil, como si estuviera pensando algo, porque cerró los ojos, aunque más bien parecía estar disfrutando de lo lindo al tener el ardiente sexo de su esposa sobre el suyo, como yo lo tuve unos minutos antes. Luego abrió los ojos y tomó aire, para añadir.

̶ Está decidido entonces.

̶ ¡Qué bien! – dijo Mónica levantándose alegre, dando pequeños aplausos y dirigiéndose hacia mí.

Apoyó sus manos en mis hombros y me plantó dos de sus adorables besos en las mejillas, permitiéndome de paso, ver una vez más, la maravilla de su escote en toda su intensidad. Se mantuvo así, ligeramente doblada y apoyada sobre mis hombros, sin que yo pudiera moverme de la silla, permitiéndome durante unos cuantos segundos, aquella panorámica del valle de sus senos, tan fantástica.

̶ ¡Felicidades yerno! – me felicitó, dándome una caricia con el dorso de su fina mano sobre mi mejilla.

̶ Gracias – respondí todavía con el aturdimiento de todo lo que estaba sucediendo.

̶ Ahora pasas a formar parte de la gran herencia. – añadió la imponente rubia, pero esta vez para que no lo oyera su esposo, lo hizo pegando sus labios en mi oreja, en un sensual susurro dejando a la vista algo más de su pecho en esa postura semi doblada.

Reconozco que ese comentario podía resultar molesto en un principio, porque yo no veía mi relación con Sofía como la de un “braguetazo” precisamente, incluso recordaba las palabras de mi novia cuando hablaba de su madrastra como una arpía cazafortunas. Yo no quería verme así, pero pensándolo así en caliente, no era tan mala idea la convertirme en un rico heredero de gran un imperio. Además, teniendo a su madre ahí agarrada a mis hombros y viendo su delantera a escasos centímetros no me permitía razonar.

Mónica entonces se quedó muy cerca de mi cara, viendo mi reacción mostrándome un brillo de sus ojos, que parecía estar diciéndome “Fóllame”. Estaba tan cerca que hasta me pareció notar el calor de esos labios. Me removí en la silla, bastante incómodo por tener a su marido enfrente observando toda la operación. De pronto, cuando ella se incorporó lentamente para ponerse erguida, noté que algo caía sobre mi regazo. Bajé mi vista unos segundos y pude ver que eran unas braguitas negras hechas un gurruño sobre mis muslos. Levanté la vista, miré a su esposo que pareció no darse cuenta y luego a ella que me sonrió sibilinamente. En un acto reflejo oculté esa prenda con mi carpeta. ¿Fue un accidente fortuito?, ¿Realmente se le cayeron las bragas sobre mí y ella no se dio cuenta? No, aquello no era posible, ¿Quizás las dejó caer a propósito? Pero ¿Por qué? ¿Con tanto descaro?, ¿Cuando se las quitó?

Ernesto me hablaba, pero yo no hacía caso, tan solo intentaba ver alguna respuesta en los ojos de Mónica, que seguía metida en la charla como si tal cosa. Yo seguía pensando, incomprensiblemente, que quizás ella realmente no se había dado cuenta de que se cayeron sus braguitas sobre mis muslos. Durante unos segundos estuve desorientado. Decírselo no podía… ¿pero callarme?

̶ ¿Me escuchas, Víctor? – preguntó Ernesto

̶ Oh, sí claro. – respondí sin entender todo lo que había dicho.

̶ Pues eso, el anillo de compromiso corre por mi cuenta. – añadió firme.

̶ Pero yo… – protesté sin mucho ímpetu pues lo cierto es que no disponía de mucho capital para un anillo que pudiera estar a la altura de la familia, pero intenté luchar por mi orgullo durante unos segundos.

̶ Nada que discutir, Víctor. Déjalo también en manos de Mónica que sabrá encontrar algo bonito, ¿verdad cariño?

Me levanté todavía aturdido y fui a estrechar la mano de mi “casi” suegro, al que noté incómodo, porque al mirar su entrepierna vi el pantalón medio desabrochado. Entonces me di cuenta de todo… Al llegar al despacho de su marido antes que yo, ella debió quitarse las bragas que seguramente mojó estando conmigo. Luego cuando me los encontré al entrar, ella se había sentado sobre su esposo directamente sobre su polla y habían estado follando o sino casi… al menos restregando sus sexos delante de mí, sin cortarse absolutamente un pelo. Incluso recordé el momento en el que él se detuvo y cerró los ojos, que fue cuando debió correrse bajo ese volcán rubio. Cuando ella se levantó a darme la enhorabuena por mi compromiso, debió dejar caer la prenda, para que yo la ocultara… o como un regalo, vete a saber, porque todo era un lío y demasiado alucinante como para que tuviera una lógica.

Ella me sonrió al darse cuenta de que yo había sospechado lo sucedido y después le dio un beso en la boca a su marido. A renglón seguido me miró de arriba a abajo sabiéndose victoriosa en el aturdimiento mío y en el de su marido con su endiablado juego.

̶ Mañana quedamos para ir a la joyería. – añadió sonriendo pletórica.

̶ Vale.

̶ Yo te llamo. – añadió y me guiñó un ojo a espaldas de Ernesto.

Salí del despacho tapando con la carpeta el bulto que había formado bajo el pantalón, además de la mancha y por supuesto las diminutas braguitas de Mónica.

Me metí en los servicios y allí pude sacar esa pequeña prenda. La inspeccioné detenidamente. Era un pequeño tanga negro medio transparente con encajes de flores, muy pequeño y que apenas unos momentos antes había estado en la parte más íntima de esa impresionante mujer. La prenda estaba húmeda, sobre todo en la parte que debía tapar su rajita. Llevé el tanga a mi nariz y me quedé extasiado al embriagarme con su adorable aroma.

Esa noche, evidentemente la pasé prácticamente en vela, sin poder quitar a Mónica de mis pensamientos y aspirando el olor de sus braguitas que me quedé conmigo sobre mi almohada como uno de los mejores trofeos de ese día. En mi enésima paja pensando en la madurita de mis sueños, debí quedarme dormido

Juliaki

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “La casa de los horrores” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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El frio me despierta y al hacerlo aunque entre brumas, me doy cuenta de que estoy en una postura muy forzada. Estoy casi doblada por la cintura, mis piernas levantadas y los pies apoyados sobre algo que no tardo mucho en darme cuenta de que son los hombros de alguien, y que ese alguien tiene su verga metida en mi vagina. Me están follando!.

Poco a poco me voy dando cuenta de mas cosas, que una gruesa polla no para de entrar y salir de mi vagina, siento algo extraño pero no puedo revolverme, y aunque ahora tenga los ojos abiertos, no reconozco el cuerpo que siento sobre el mío; siento sus envites pero no me siento excitada en modo alguno, tampoco me repugna ni hay ningún rechazo por mi parte, como si fuera lo mas normal del mundo el despertar o soñar, no se muy bien lo que es real o es un sueño, con alguien que no se quien es y que me esta follando.

Pasa el tiempo muy despacio, tampoco tengo prisa, ni siquiera en abrir los ojos, pienso que todo es normal, no saber quien está sobre mi, hasta que viniendo de muy lejos, mi cuerpo va llenándose de sensaciones. No se si es esa verga que siento metida hasta mi matriz,  unos dedos que titilan mi clítoris o el mismo golpeteo de la verga, pero mis caderas empiezan a moverse por  si solas, al encuentro de la polla que me excita. Se acelera el golpeteo y cambia todo, ahora son chorros y chorros de esperma los que me van llenando y es al sentirlos cuando todo mi cuerpo reacciona y me sobreviene un orgasmo tal que grito y me aferro con las uñas sobre la espalda del cuerpo que me cubre. He perdido el sentido por unos minutos, y ahora cuando lo estoy recuperando y mis ojos se abren reconozco al violador y recuerdo todo lo que ha pasado. Sin brusquedad él me ayuda a sentarme sobre el sofá en el que estábamos, le miro a los ojos que me sonríen y no entiendo nada aunque rapidísimas imágenes van apareciendo ante mis ojos mientras recupero lentamente mi consciencia, todo ello bajo la mirada de Tony, así se llama, igual desnudo que yo y una de cuyas manos sigue acariciando uno de mis senos. Me pone entre mis manos una copa que bebo con verdadera ansia, es Jerez y sabe que me gusta, al tiempo que me pone en la boca una pastilla un poco amarga y que trago con el alcohol-

No siento ni malestar, ni rabia ni extrañeza; soy consciente de que me acaba de follar sin que mi voluntad estuviera puesta en ello, que acabo de tener un fuerte orgasmo y que su semen desborda de mi vagina; tan solo siento una extraña laxitud que me hace aceptar las cosas sin verme afectada por ellas.

Se pone en pie a mi lado y hace que su polla acaricie mi cara, también lo acepto y hasta abro mi boca para que la ponga en ella, pero en un momento me retiro y él toma asiento nuevamente a mi lado. Me ofrece otra copa, que bebo, me hace apoyar mi espalda en su pecho para con sus manos agarrar mis tetas y me habla al tiempo que juega con ellas y pellizca mis pezones.

Me dice haber llamado por teléfono a mi casa e inventado una excusa cualquiera para que le recibiera, como le invité a tomar un café y mientras lo serví, hizo caer una pastilla, igual a la que acababa de tomar, en mi taza y yo la tomé sin darme cuenta, lo que provocó mi total perdida de consciencia en un par de minutos, y una vez inconsciente me desnudó y me folló hasta el despertarme.

Me explica ahora que las pastillas son de corto efecto, aunque la primera vez que las tomas te hacen un efecto fulminante y la inconsciencia, mientras que ahora, con la segunda, el efecto que logra es la perdida de la voluntad, pero no de la consciencia. Al llegar a este punto y como para corroborar sus palabras, se levanta nuevamente y se pone frente a mi, con su verga a pocos centímetros de mi cara, y sin tocarla siquiera con mis manos y sin que él dijera una palabra, abrí la boca para dejarla entrar aunque no mucho tiempo, pues enseguida me hace acostar sobre el sofá y abrir las piernas para meterse entre ellas, clavarme su polla y comenzar a bombear cada vez mas fuerte. Me está llegando hasta los ovarios y su roce con mi clítoris me excita progresivamente, siento próxima la llegada de un orgasmo, pero él frena de golpe sus envites, saca su polla de mi vagina empapada y la apoya sobre la entrada de mi culo; así cambia de sitio varias veces hasta conseguir que también mi culo esté empapado, y es entonces cuando apoya la cabeza de su polla sobre el y comienza a hacer presión hasta meterla totalmente. Me duele un poco, al principio, pero enseguida ese mismo dolor se convierte en placer. Me ordena que me mueva, y mis caderas responden siguiendo su cadencia, y así durante largo rato, cada vez mas fuerte y mas rápido; está ocurriendo algo que no hubiera pensado nunca, me están follando por el culo y lo estoy disfrutando, hasta el extremo de que echo mis nalgas hacia atrás y lo hago con violencia, es el momento de mi orgasmo y del suyo; le he sorprendido con tan salvaje movimiento y no puede evitar correrse nuevamente dentro de mi, y después le cuesta separarse, aunque al hacerlo lleva de nuevo su polla hasta mi boca y esta vez si, respondo a su invitación y le tomo por entero en mi boca mientras mis manos acarician y juegan con sus testículos. Su polla va creciendo, recobra su vigor y la hago entrar hasta el fondo de mi boca, hasta la misma garganta, soy yo ahora quien le está follando, la dejo salir hasta que mis labios solo apresan su glande, la trago entera nuevamente y así repito y repito el movimiento, hasta que nuevamente se corre dentro de mi boca y le limpio con mi lengua y mis labios.

Descansamos, aunque con los dedos de una de sus manos no cesa ni un momento de masturbarme. Fumamos y bebemos una copa. Le pregusto, puesto que soy consciente de ello, por que me ha drogado, por que no ha parado de violarme, y lleva horas haciéndolo, pero no me responde con palabras, atrae mi cabeza de nuevo hacia su sexo y otra vez me lo mete en la boca, no mucho rato, tiene ganas de ensayar nuevas cosas y me tumba de nuevo, esta vez para meter su cabeza entre mis piernas y con su boca comer de mi vagina, me mordisquea el clítoris y ahí siento que me muero, no me ha hecho daño pero todo mi cuerpo se convulsiona y mis muslos se cierran sobre su cabeza para retenerle allí donde está, pero se me escapa para ahora jugar con su polla en mi vagina, para metérmela despacio o fuerte, a su entero capricho porque no se si será por el efecto de la droga que me ha dado, o por la cantidad de orgasmos que me ha provocado y él ha tenido dentro de mi, que ahora siento que soy suya por entero, que estoy dispuesta para todo lo que él quiera. Ya casi ni le quedan fuerzas, solo las necesarias para dejarse llevar hasta mi cama en la que le acuesto boca arriba, le masturbo con mi boca y con mis manos para que recupere su rigidez o una parte de ella, y cuando lo hace me siento sobre ella y la hago entrar, pero no por mi vagina, sino directamente por el culo y de esa manera me vuelco sobre él y nos quedamos dormidos, agotados.

No se cuanto tiempo habíamos pasado durmiendo, pero continuaba teniendo la misma sensación de pasividad que antes de dormirme, pese a sentirme ahora totalmente despierta. Sencillamente esperaba ordenes, que alguien me dijera lo que debía hacer, y asi que, cuando me dijo que tenía que revisar mis armarios, le llevé al vestidor y permanecí a su lado mientras revisaba toda mi ropa. Seleccionó algo muy sencillo, un vestido tipo camisa, de lino negro y cerrado en el frente por botones; junto con el seleccionó una escueta tanga del mismo color, y me dijo que me lo pusiera y maquillase en consecuencia con el color del vestido. Una vez hecho y calzada con sandalia de tacón alto, del mismo color negro me ordenó ponerme frente a él para revisar el conjunto al que dio su aprobación, no sin antes desabrochar los tres primeros botones lo que le permitió abrir bastante mi escote, de hecho me dejó el vestido abierto hasta casi mostrar las tetas en un escote en V mas que revelador, sobre todo porque mi talla de sostén es la 95, con lo que mis tetas pese a mi silueta estilizada se veían exageradamente. Con esa vestimenta, los ojos pintados de un negro intenso y un toque de rojo en mis labios salimos de la casa y caminando me llevó hasta un pub lleno de hombres centroeuropeos de todas las edades y casi todos los ojos de los presentes se volvieron a mirarnos. Lo primero que hizo al sentarnos fue recordarme que nada podría hacer para revelarme contra su autoridad y sus ordenes y, como para probarlo, desabrocho el cuarto botón de mi vestido si que yo opusiera la menor resistencia y a sabiendas de que mis tetas iban a estar mas tiempo fuera que dentro del vestido.

Sentado en un sofá tomamos mas copas de Jerez, notando cada vez que nos servían que ya mis tetas estaban desnudas, por las miradas del camarero que no me perdía de vista y que se quedó de piedra cuando vio como Tony, con total descaro me mordía los pezones, me subía el vestido hasta casi la cintura, en primer lugar, para seguir después hasta quitármelo  enteramente y  dejarme tan solo con la tanga.

Estaba claro que el camarero iba a montar un número impresionante, pero Tony le llamó y sacando un importante fajo de dinero, se lo entregó y con ello cerró su boca,  y no solo su boca porque vimos como se alejaba un momento para volver con un biombo que colocó de forma que nos ocultase a las miradas de los clientes mas cercanos. Como premio, además del dinero que ya le había dado, Tony le llamó para que yo a mi manera también le diera las gracias, lo que quería decir que yo abriese la bragueta de su pantalón, le sacase la verga y me la metiera en la boca unos minutos; era un juego para él y me refiero a Tony, estaba disfrutando mas que nunca en su vida con el poder que había adquirido sobre mi, se había convertido en mi dueño y maestro gracias a las pastillas que me había hecho tomar, y allí estaba yo, sin importarme nada, tan solo obedecerle y aceptar ahora que el camarero se corriera en mi boca, que tragase su semen y enjuagase mi boca con el champagne de una de las botellas.

Llegó después el turno de quitarme la braga, cosa que me ordenó de hacerlo lentamente, como lo haría una verdadera profesional, pero sin indicar a que clase de profesión se refería, aunque tampoco era muy complicado imaginarlo. Tambada sobre un sofá jugaba con su verga sobre mi clítoris, la metía y la sacaba en mi vagina, me excitaba y mas aún cuando sentí sobre mi otras manos diferentes a las suyas, me dio la vuelta para ponerme boca abajo, levantando mis caderas hasta casi ponerme de rodillas y de espaldas a él, todo para ponerse tras de mi y meterme su verga hasta el fondo de mi vagina y acariciando mi clítoris con sus dedos; cuando me encontró suficientemente mojada a su gusto, sacó su polla y la puso sobre mi esfínter, presionando hasta haberse colocado enteramente dentro de mi. Otra polla se metió en mi boca y como aún había candidatos, ambos se retiraron para buscar nueva postura. Primeros me sentaron sobre la polla de él, que se metió enteramente en mi vagina y sentí que me llegaba hasta los mismos ovarios, su guardaespaldas presionó para hacerme inclinar hacia adelante y poder metérmela por el culo, y el tercero, el camarero, hizo que se la tomase con mi boca hasta que los tres reventaron dentro de mi y me dejaron llena de su semen.

El resto… la rutina que habían instaurado, fueron llamando gente que directamente me follaron, yo no se cuantos fueron, pero fueron muchos.

Era ya tarde cuando salimos del bar, teníamos hambre y encontró abierta una especie de taberna, bastante llena de gente del Este, es en una zona donde conviven mucha gente de países eslavos de distintas nacionalidades pero con varias cosas en común, grandes, ciclados, jóvenes y rapados en su mayoría. Tony, antes de entrar en la taberna, había desabrochado nuevamente varios de los botones de mi vestido, con lo cual mis tetas lucían casi a la vista, lo que hizo que al entrar nosotros, la mayoría de los clientes se volvieran a mirarnos. Nadie hizo comentario que pudiéramos entender, pero las sonrisas en las caras de los presentes ya lo decían todo. Avanzamos hacia una mesa vacía, con un brazo de Tony sobre mis hombros, su mano desabrochando un nuevo botón y abriendo el frente de mi vestido hasta la cintura, su mano ahora apretando uno de mis pechos, y cuando nos sentamos, subiendo la falda hasta descubrir la tanga que portaba.

Se acercó uno de los hombres, no era un camarero, se veía que posiblemente fuera el dueño o al menos un gerente, muy sonriente le preguntó a Tony por el significado de nuestra aparición, cuando este le respondió que era para el disfrute de todos, soltó una sonora carcajada, se acercó a mi y me agarró las tetas tirando de mi hasta hacerme levantar de la silla. Debía esperar alguna respuesta de mi parte y su cara se tensó cuando vio que no la había, que yo alzaba mis manos para ponerlas sobre las suyas y aumentar así la presión sobre mis pechos; aún así reaccionó rápidamente y le preguntó a Tony que tipo de droga me había hecho tomar y sin  esperar respuesta, me cogió en sus brazos para tenderme sobre una mesa de billar, en la que terminó de desnudarme. Directamente sacó su polla para meterla sin miramientos en mi vagina y en ella estuvo bombeando durante mas de media hora hasta que se corrió en mi interior. Después de decirme que me vistiera, lo hizo él también y se sentó con nosotros en uno de los sofás que había en un rincón del local. Parecía creer que yo era un regalo que Tony le hacía, no se por que motivo y ahora le hablaba con bastante soberbia, se dedicaba a mi casi exclusivamente, haciéndome preguntas sobre quien era yo, que había ido a hacer allí junto con Tony. Había comprendido que yo actuaba así, como lo hacía, condicionada por la droga que Tony me había hecho tomar, quería saber cual era y donde la había conseguido, y a pesar del tiempo transcurrido desde la última pastilla, estaba decidido a saber todo sobre ella, el efecto que hacía y cuanto duraba, hasta donde llegaría yo bajo sus ordenes y, sobre todo, el efecto que pudiera hacer no relacionado con el sexo. Le ordenó a Tony que le entregase todas las pastillas que llevase encima, estaba claro que no saldríamos de allí hasta que él lo decidiera, así es que una vez que hubo recibido varias pastillas, envió a Tony a la trastienda acompañado de uno de sus ayudantes, y me dedicó a mi toda su atención.

No se había molestado ni en mandar cerrar las puertas del local, era evidente que él era la autoridad suprema en la zona, y todos se dirigían a él bajo el nombre de Vodia. Seguía entrando y saliendo gente del local, que se guardaban mucho de mirarnos fijamente o de hacer comentarios, pero Vodia quería saber mas sobre el poder de la droga; me puso en pie y desde el centro del local ordenó poner música y que yo bailase para ellos, colocaron varios focos de luz para hacer que mi vestido fuese aún mas transparente, mientras un par de sus acólitos salían del local para vigilar desde fuera. La música era sensual, aunque yo no la conocía para nada, y comencé a bailar lentamente, envuelta en la melodía y moviéndome con toda la sensualidad de la que soy capaz. Por momentos, alguno de los presentes, obedeciendo las instrucciones de su jefe, se dirigía a mi para acompañarme en el baile, al mismo tiempo que hacía descender el escote de mi vestido y desnudaba y acariciaba mis pechos; otros me abrazaban con fuerza y me besaban metiendo su lengua en mi boca, subían el bajo de mi falda hasta por encima de mi tanga, o acariciaban mi vulva bajo ella. Después me dio la orden de continuar bailando al mismo tiempo que hiciera un striptease para todos ellos, y cuando estuve desnuda, apareció alguien con una colchoneta inflable, había llegado el momento de pasar a mayores, aunque antes vi como Vodia sacaba su verga del pantalón y me llamaba a su lado, era para que me sentase sobre sus piernas y así clavarme su polla en mi vagina. La sentía llegar muy alto y no paraba de moverse, la metía hasta los mismos ovarios para luego sacarla casi por completo, no paraba en su juego, ni cesaban sus besos ni la presión de sus manos sobre mis tetas, mordía mis pezones y yo respondía con igual intensidad a todo lo que me daba. Me levantó en volandas, solo quería hacer avanzar mi cuerpo y que su polla, ahora fuera de mi vagina, estuviera en contacto con mi esfínter anal, y ahí sentí por primera vez en mi vida como si me desgarrasen enteramente cuando me dejó caer libremente y me metió todo lo largo y ancho de su verga en mi culo. Grité de dolor, por supuesto, pero no hizo caso de mis gritos, ni de las risas de sus amigos, parecía que deseaba entrar enteramente en mi, en ese momento todo era poco para sus deseos y si la sacó de golpe, fue para hacer que uno de sus amigos se desnudara y tendiera sobre la colchoneta. El mismo me llevó hasta empalarme sobre su polla tiesa, hizo que me tumbase al tiempo que él lo hacía encima de mi y esta vez no buscaba mi culo sino mi vagina ocupada por la polla del otro; buscaba meterme la suya al mismo tiempo, que tuviera las dos pollas dentro de mi vagina y, después de forcejear un tiempo lo consiguió y mi vagina se abrió como nunca antes lo había hecho. No me atrevía casi ni a moverme, ya no sentía el dolor y mi cuerpo reaccionaba a la excitación del momento, los dos pugnaban por lograr meterse mas adentro, por descargar mas cantidad de semen, por meterse enteros en mi vagina si hubieran podido, y en medio de aquella orgía salvaje, Vodia metió en mi boca otra de aquellas píldoras de Tony, y en pocos minutos, el tiempo desapareció por completo, todo era sexo violento, sin limites ninguno, era el tiempo de repetir la entrada de dos pollas pero directamente en mi culo ya dilatado al máximo, de que una tercera se metiera en mi boca, que varias otras descargasen su semen sobre mi cuerpo, de que su violencia fuera también la mía, y cuando ellos cedieron, derrengados, otros tomasen el puesto abandonado y todo continuase con mas fuerza si eso era posible, y sí lo era, porque en el tercer lote mi cuerpo ya no tocaba el colchón siquiera, me mantenían en el aire las manos de todos los que me acariciaban, los que me penetraban por todos los lugares posibles. Fueron mas de veinte los que me poseyeron, y muchas mas corridas las que cubrian mi cuerpo y llenaban mi vagina y mi culo que chorreaban como manantiales sin que yo me sintiera satisfecha y fue de nuevo Vodia el que tomándome en sus brazos me sacó de aque local por una puerta disimulada en el muro, y me llevó hasta un coche que hizo arrancar velozmente mientras se oían sirenas policiales. No nos cruzamos con ninguna patrulla, supongo que por milagro, hasta que paró el coche frente a una casa modesta en la cual entró y volvió a salir rápidamente con un bulto de ropa que puso sobre mi para que me cubriera; no era exactamente un vestido sino una falda y una blusa de color rojo; tampoco era mi talla, la 95 de pecho, con lo que era imposible abotonar la blusa y tuve que improvisar un cierra anudando los panes de la blusa a la altura del ombligo. La verdad es que no me servía de mucho porque era imposible tapar mis pechos que quedaban por entero descubiertos, aunque en el coche solo estuviera él para verme. Salimos de la ciudad y no tardó en salir también de la autorruta para desviarse por una carretera de tierra, sobre la que debió rodar un par de kilómetros, hasta llegar a una gran casa de campo discretamente iluminada pero con varios guardias armados que se movían ante la puerta principal, rodeamos la casa y al fin detuvo el coche en una cochera cuya puerta se cerró detrás de nosotros. Me hizo salir del coche para llevarme a una habitación con una gran cama y llena de espejos por todos los lados; abrió una puerta y me hizo entrar en un baño ordenándome que me duchara y arreglase mi maquillaje del que ya no quedaban restos, y así lo hice, allí había todo tipo de lápices, rimel y maquillaje de las más famosas marcas, lo mismo que ropa femenina en un gran armario de pared. Hizo llamar a dos mujeres para que me ayudaran, y ellas fueron las que me maquillaron y  peinaron, las que me vistieron con una soberbia túnica que dejaba mis pechos al descubierto y se abría largamente al andar, mostrando que bajo ella estaba totalmente desnuda. De esta manera me llevaron hasta un gran salón soberbiamente decorado e iluminado, lleno de gente elegantemente vestida, me subieron a una especie de pista de baile elevada para presentarme a todos los presentes ya que todos los presentes se habían vuelto a mirarme. A mi lado se colocó un hombre, elegantemente vestido, que comenzó a hablar a través de un micro que llevaba oculto y fue en ese momento en que me di cuenta de que todo aquello formaba parte de una casa de subastas ilegales, y que el objeto de la subasta era yo misma. Hubo pujas, varias y bastante elevadas, hasta que terminó la subasta y me llevaron ante un hombre de unos 60 años, en extremo elegante pero con ojos claros y helados, sin expresión alguna lo que le daba un aspecto terrorífico. El hombre, mi nuevo propietarios me recorrió con su mirada de arriba abajo, abrir enteramente la túnica que llevaba, darse por satisfecho y entregarme  a quien supuse, sería uno de sus ayudantes, diciéndole que me divirtiera, que él se ocuparía mas tarde de mi.

El hombre joven me dijo le llamase Ivan, me tendió su brazo y me llevo a otra sala, una especie de gran bar con luces tamizadas y donde alternaban butacas u sofás de piel, mesitas para depositar bebidas etc. Casi todas las mesas estaban ocupadas, por hombres y mujeres en distintos grados de desnudez, que se acariciaban y bebían mientras reían y conversaban. Nos sentamos por fin en una mesa en torno de la cual había varias parejas, chicas bastante jóvenes vestidas tan ligeras como yo, y hombres todos ellos reflejando dinero a espuertas en sus trajes. El ambiente era alegre y todos me acogieron como si yo fuera una habitual del lugar. Ivan les dijo que yo era una nueva adquisición y esa sería mi primera noche entre ellos. Fue quizás eso lo que cambió las cosas, a partir de ese momento todos en la mesa, hombres y mujeres, parecían tener el derecho de tocarme y acariciarme, en un par de minutos ya mis tetas estaban a la vista, si bien cubiertas por bocas y manos que mordisqueaban y besaban mis pezones, otras manos me habían despojado de la túnica y las mías abierto varias braguetas y sacado las respectivas pollas a tomar el aire, el aire y mi saliva, porque la mayor parte de ellas pasaron por mi boca. Nuevamente estaba desnuda totalmente, y nuevamente hubo un primero que llegó con su polla hasta mi alma mientras otro follaba mis tetas y llegaba a correrse entre ellas. Otro después, con una polla gigantesca, tan grande que hasta le costó trabajo conseguir meterla en mi vagina, aunque no paró hasta conseguirlo; el tercero se corrió nada mas metérmela en la boca, cuarto y quinto al unísono, mientras una la tenía clavada en mi vagina, el otro me la había metido por el culo y, ahora como un perro, tenía dificultades para sacarla, pese a que, estoy segura, de que hubiera preferido no sacarla y habérmela dejado metida para siempre. Puede parecer ahora que todo era metódico, ordenado, pero la realidad fue todo lo contrario era una rebatiña en la que todos participaban como podían, manos que me sostenían en el aire o sobre algún apoyo, vergas que buscaban todos mis huecos para meterse por ellos y eyacular sobre o dentro de mi.

Vinieron a buscarme para llevarme con el hombre que me había comprado, tuve que pasar por la ducha, nueva sesión de maquillaje y arreglo de pelo, me vistieron ahora con una larga y preciosa falda de seda tan fina que parecía una tela de araña, y una especie de chaleco de estilo torera adornado con piedras y perlas maravillosas  pero, claro está, los 95 centímetros de mi pecho impedían que la torera pudiera cerrase de forma conveniente y hubo que abrocharla por debajo de mis pechos y a los cuales servía de soporte, cosa que realmente no necesitaba por su misma dureza y rigidez.

Tal como he dicho me condujeron a otra estancia en la que se encontraba mi amo, repantingado en una gran butaca y rodeado de sus amigos o sus fieles; todos aplaudieron mi entrada, sobre todo cuando el Amo tomó mis tetas en sus manos y las mantuvo así como si de un ofrenda a sus súbditos se tratase. Después no hubo preliminares, directamente me despojaron de la ropa para tenderme sobre almohadones, desnudaron al Amo y le condujeron en volandas hasta colocarlo directamente sobre mi, oficiando incluso de mamporreros, ya que fueron las manos de algunos de los presentes quienes oficiaron sobre su polla, tanto para infundirle mas virilidad como para, cuando estuvo preparado, meterle su polla en mi vagina, y parece que a partir de ahí él recobraba su total virilidad porque comenzó a crecer en mi interior mientras no cesaba de moverse y en lo que hacía era terriblemente hábil porque me estaba excitando de una manera impresionante. Me puso boca abajo para poder meterme su polla por detrás en la vagina, con lo que además, sentía el golpeteo de sus huevos contra mis nalgas, humedecía sus dedos para tratar de dilatar mi culo, y aún no lo había conseguido  cuando comenzó a hacer presión sobre mi esfínter y de un fuerte golpe me la metió hasta dentro. Así estuvo durante mas de una hora, alternando de un sitio para otro, sin parar ni un momento pese a las dos o tres veces que se corrió dentro de mi, pese a las veces que yo me corrí debajo de él, y cuando se hartó o ya no le quedaron fuerzas, me dejó sola para ir a jugar una partida de póker.

Ya no podía con mi alma, y aún vinieron para asearme, para bañarme y cambiarme nuevamente de ropa, esta vez era la misma de antes pero de diferentes colores y con una blusa mas holgada para que, ahora si, pudiera tapar mis tetas que llevaban horas descubiertas. Me llevaron hasta el salón de juegos, ruletas, mesas de bacarrá, de póker, todo lleno de gente y de humos de los cigarros. La mesa en la que jugaba mi amo era para un póker de 7, en la que las fichas llenaban el centro de la mesa, así como papeles, luego me di cuenta de que se trataba de talones de banco. Mi amo no pareció ni darse cuenta de mi presencia, ni de las reacciones de los demás jugadores al verme, sin embargo y con un solo gesto ordenó que me sentara a su lado y volviéndose hacia mi desabrochó mi blusa, tres o cuatro botones, lo justo para que a cada movimiento que yo hiciese, por pequeño que fuera, se salieran mis pechos y quedaran a la vista de todos los presentes. Todo me pareció muy claro en un momento, mi presencia allí y la manera en que me habían vestido,  formaba parte de una estrategia calculada. El amo era un tramposo que pretendía usarme para ganar en la partida, se trataba de que los jugadores estuvieran pendientes de mi y no de las cartas de juego que manejaban. A medida que avanzaba la partida aumentaba también el tiempo que mis pechos permanecían descubiertos, pero así y todo la partida parecía complicarse porque el amo ordenó que me quitase la blusa; parecía que con ello la partida se aclaraba, pero había un jugador recalcitrante al cual no parecía impresionarle lo que yo pudiera mostrar. El amo intentó todo, quitarme la falda y dejarme totalmente desnuda ante todos, agarrarme las tetas a dos manos, hacer que me sentase a su lado con las piernas totalmente abiertas mientras él metía sus dedos en mi vagina y me masturbaba, abrir su pantalón y que le hiciera una felación ante todos los presentes, sentarme a caballo sobre sus piernas para que me metiese su polla y ahí llegó el momento sorpresa, el jugador impávido hablo para decir que apostaba todo el dinero que había sobre la mesa a una sola jugada y con las pujas puestas antes de comenzarla. Si él perdía, el amo se llevaría todo el dinero, si ganaba, se quedaría con todo, incluyéndome a mi, y había otra condición, que durante el juego yo estuviera debajo de la mesa haciéndole una mamada y si se corría, tomase todo su semen en mi boca.

El amo no lo dudó un instante, aceptó el envite, me ordenó meterme debajo de la mesa y que hiciese todo lo que su oponente pedía. Jugaron y en la sala solo se oía el ruido que yo hacía chupándole la polla. Jugaron la mano y perdió el amo, en el momento justo que a su oponente le llegaba un orgasmo, descubrieron las cartas y pasé a tener un nuevo amo, mientras el anterior se retiraba soltando maldiciones.

Al nuevo amo, a todos había que llamarles igual, comenzó siendo un poco mas discreto que el anterior, y en vez de empezar su fiesta particular a la vista de todos, mandó que me llevaran a una suite privada en la que nos quedamos con la sola compañía de uno de sus guardaespaldas, y nos sirviesen una espléndida cena, regada con vinos de verdadera calidad. Dijo querer preservar mi intimidad, decía, algo verdaderamente irónico cuando llevaba horas en aquel lugar, y durante la mayoría de ellas había estado desnuda totalmente y no menos de una veintena de hombres diferentes me habían metido sus respectivas pollas y todos se habían corrido en mi interior, tanto por la vagina, el culo o la boca. También era mas sofisticado y parecía no tener demasiada prisa en montarse encima de mi. Hubo largos preliminares, comenzando por comerse mis tetas y lamer todo mi cuerpo, haciendo especial hincapié en mi clítoris que estaba hiper sensible, los juegos con mis tetas tratándolas como si fueran caramelos, el hacer que le masturbase con mis tetas, jugar con mi vagina metiéndome los dedos, sustituyéndolos por su polla mientras que a sus dedos les daba otras funciones, las de dilatarme el ano para poder sodomizarme a su capricho, jugar a caballito, y era él quien me montaba o era yo misma la que lo hacía, para dar comienzo a tareas mas sofisticadas, como llamar a otra pareja para que participase en nuestros juegos, para repetir la hazaña de meterme dos pollas en la vagina o en el culo de forma simultanea. Yo lo aceptaba todo, como si todo aquello fuera natural, y para mi lo era; las pastillas infernales que me habían dado seguían haciendo efecto, diría que cada vez mas acusado y sin que mi voluntad interviniese para nada, llegó un momento en el que ya era un cuerpo totalmente insensible, llegaban uno tras otro, me montaban como querían, eyaculaban y otro ocupaba su lugar de inmediato para continuar con lo mismo.

No se que mas hicieron, perdí el conocimiento aunque supongo que no por eso pararían, ya que al recobrarlo estaba completamente desnuda sobre una cama, y junto a mi había dos tíos desnudos y dormidos, uno de ellos el ultimo amo que me ganó en una partida de póker.

Con dificultad puede levantarme sin despertarlos, y entrando en el baño me zambullí directamente en el jakuzzi, en cuya agua encontré un poco de alivio para todo mi cuerpo que estaba verdaderamente dolorido. El agua y las burbujas me aliviaron lo bastante para dejarme ir en ella y cerrando los ojos recuperarme. Tampoco demasiado porque no tardé en sentir como alguien entraba en el agua y al abrir los ojos me encontré con los del ultimo amo que avanzaba hacia mi y me fue empujando hasta una de las paredes de jakuzzi y una vez allí buscó con sus dedos mi vagina para meterme varios de un solo golpe y al mismo tiempo me di cuenta de que alguien mas había entrado en el agua, alguien que me levantó en vilo para ponerme horizontal en la superficie y permitir que el nuevo amo abriera mis piernas y se colocase entre ellas, que con su verga hiciera presión sobre mi vagina y nuevamente me la metiera sin contemplaciones aunque ya, pese a su golpeteo, no consiguió tener respuesta por mi parte y ni sentí como otra vez mas mi vagina albergaba una nueva corrida.

Después, alguien me sacó de allí. Tan solo se que me desperté en un hospital en el que he pasado casi un mes internada y después de varios meses continuo en tratamiento psicológico.

Relato erótico: “Maremoto” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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Un importante personaje me ha hecho una propuesta indecente, me ofrece 30.000 € por acompañarle, como única pasajera, en un crucero de tres semanas, para visitar todas las islas del Mediterráneo.

Tiene un velero y el capricho, por llamarlo de alguna manera, de tenerme a toda costa, quizás incrementado por las muchas proposiciones que me ha hecho en los dos últimos años, sin haber nunca conseguido nada.

En esta ocasión se ha pasado y no cabe duda de que la oferta es tentadora, ese dinero me permitiría cancelar todas mis deudas que, en realidad no son tantas, pero agobian, y comprar un montón de pequeñas cosas que necesito. Por otro lado, la idea de recorrer las islas del Mediterráneo no es menos seductora, es una oportunidad única.

Hay sin embargo un pero…, y es lo que me preocupa. Su barco requiere una tripulación de cuatro personas, incluido el Capitán, y esto es lo que me preocupa. La idea de ser la única mujer en el barco, con cinco hombres, no solo es una idea inquietante, sino la preocupación por una posible tragedia. De un barco no hay escape posible y no soy tan ingenua como para no darme cuenta de que existe un peligro y que el factor riesgo es importante; todo ello, por supuesto, sin conocer en absoluto a esas personas…

El Importante, es un hombre de unos 56 años, norteño y con pinta de bruto, es robusto, medirá 1,70 – 1,75, relativamente culto y educado. Está casado y tiene un par de hijos ya mayores. Es un canalla, de eso no me cabe duda, y su obsesión conmigo no la esconde, creo que su virtud es que habla muy claro, aunque eso también sea prepotencia. Su plan consiste en todo sexo, así como suena, otra cosa es que creo debe llevar las bodegas del barco llenas de Viagra, por lo que se promete, pero voy a hacer un recapitulativo porque estoy hecha un lío.

Días antes de iniciar el viaje y para conocernos, tendríamos un encuentro en un piso de su propiedad. Me facilitaría las llaves, previamente, y yo deberé esperarle vestida solamente con un delantal.

Realmente todas sus indicaciones están copiadas de un texto mío, La Secretaria, según parece se ha convertido en un texto fetiche para él, y quiere recrearlo al pié de la letra.

Cuando él llegue, tendré que recibirle como si estuviera realmente enamorada de él y hacer exactamente lo que sigue:

(Fernando, tan apuesto y elegante como siempre, aprieta el botón del timbre. Espera impaciente algunos segundos y la puerta se abre. Sus ojos expresan asombro y admiración. Sonríe. En el dintel de la puerta aparece Sonia. Está radiante y completamente desnuda. Sólo la cubre un gracioso delantal de cocina. Esboza una sonrisa sensual y terriblemente seductora).

SONIA:

        ¡Hola!

FERNANDO:

        Hola.

SONIA:

        Pasa.

 

(Fernando traspasa el umbral y la puerta se cierra tras él, absolutamente fascinado, contempla a Sonia. La recorre de arriba abajo con la mirada).

FERNANDO:

(Sorprendentemente tímido).

Vaya… estás… estás preciosa. Jamás pude imaginar que me recibieras así.

SONIA:

(Sensual).

¿Quieres que te diga la verdad? Yo tampoco.

(Hay música de fondo. Sting).

FERNANDO:

(Totalmente entregado).

¿Bailas?

(Sonia asiente. Él la toma por la cintura y, bailando, atraviesan el lujoso hall y desembocan en el salón).

Siguen bailando suavemente, totalmente entregados. Penetran en el amplio salón).

SONIA:

(Susurrándole al oído).

He preparado una cena exquisita… te chuparás los dedos. Me he tomado el día libre.

(Pícara)Quiero experimentar en la cocina.

FERNANDO:

He cenado ya. Te cuesta tanto cenar conmigo que pensé que era inútil invitarte. Pero no importa. La noche es larga y mi apetito también. Probaré tu cena. Por cierto… además de en la cocina…

(La despoja lentamente del delantal).

… ¿te apetece experimentar en algún otro sitio?

SONIA:

(Muy sugerente).

Puede… ¿por qué no pruebas?

FERNANDO:

(Besándola suavemente entre la oreja y el cuello).

Por ejemplo… ¿qué te parece si experimentamos esta zona?

(Ella ronronea con placer al tiempo que cierra los ojos y ladea la cabeza).

FERNANDO:

Ahora creo que debemos experimentar por esta otra…

(Fernando va descendiendo la cabeza y comienza a besar los senos de Sonia. Se arrodilla y aprieta el armonioso cuerpo de ella contra el de él. Besa su vientre y consigue la máxima excitación. Es un recorrido muy sabio. Sonia le habla con los ojos cerrados y voz entrecortada. [Plano muy corto del rostro]).

SONIA:

Debería… debería ser yo quien te pagara a ti…

FERNANDO:

Te quiero, Sonia. Eres mi locura.

SONIA:

(Entregada).

Yo… yo también te quiero.

(Fernando se yergue de nuevo y ambos se besan repetida y ansiosamente en la boca.)

Aparte de esta escena que desea recrear, se supone que durante el resto del día y de la noche, se lo va a pasar poniendo en práctica conmigo, todo lo que pueda saber sobre sexo, aunque también supongo que vendría con cajas repletas de Viagra.

Después de esa sesión continua de sexo, iniciaríamos el viaje en avión, teniendo como destino Marraquech, donde iríamos a un palacete propiedad de unos franceses, amigos suyos. Por supuesto, su idea es que durante el tiempo que estemos con ellos, tengamos sesiones de sexo a cuatro, y que toda nuestra estadía allá, no sea otra cosa que una permanente orgía. Dice haberle encargado a su amiga, la compra de diversas túnicas de seda natural y trasparentes, que será la única ropa que debo usar durante todo el viaje, por supuesto, cuando se le antoje. Todo esto me confirma la idea de que pretende pasemos los días de estancia en Marraquech como si de un maratón de sexo se tratase, así como lucirme por las calles y a su lado, para que todo el mundo me vea desnuda.

No es esto todo, el crucero en el barco es altamente preocupante, sola, única mujer en el barco, con cinco hombres como tripulantes y pasajero, significa que piensa en que los cinco me follen a destajo, porque nadie podría convencerme de que toda la tripulación, Capitán incluido, van a permanecer inmutables mientras hace que esté a todas horas desnuda y ante todos. Imagino la escena, o al menos una de ellas.

Pasear desnuda por cubierta, sentarme a su lado y comenzar a acariciarme será todo uno, pero no es lo mismo hacerlo a solas en un camarote y en privado, que hacerlo ante la tripulación, eso es una clara provocación, una invitación a que todos participen y que yo me convierta en el alimento de las fieras….

Han pasado diez días, estamos anclados en la bahía de Nápoles,  el barco se mece sobre el agua y yo aprovecho para descansar un poco de las largas sesiones de sexo de los últimos días. Todo muy normal, salvo el hecho de que soy la sola mujer a bordo y que permanezco todo el día desnuda, siento sobre mí, y cada vez más, las miradas de la tripulación, todos hombres de entre 30 y 50 años que tiene el Capitán.

Debo haberme quedado dormida, me despierta el frío de una copa que Chema acaba de posar sobre uno de mis senos, abro los ojos y efectivamente, está de rodillas a mi lado y, junto a él, sosteniendo un par de botellas de champagne está Paolo, el más joven de los tripulantes. No tengo apenas tiempo de beber un sorbo cuando Chema me quita la copa de las manos, su boca se apodera de la mía, juega con mi lengua mientras sus manos me recorren entera. Su boca abandona la mía y desciende hasta mis pezones y mientras los mordisquea siento que su mano abre los labios de mi sexo, me acaricia, titila mi clítoris que se humedece rápidamente, sus dedos me penetran… Abro los ojos y me encuentro con los de Paolo fijos en mi, está sudando y sus manos que sostienen la botella tiemblan. Chema, inconsciente de esa mirada, le ordena que descorche la botella y que la vierta lentamente sobre mi, desde la cabeza a los pies. El frío del vino me hace estremecer. Chema con su boca va bebiendo sobre mi, siento que sus manos separan mis piernas, pero sus manos están sobre mis senos. ¡No son sus manos!, ni es tampoco su boca la que ahora se apodera de mi sexo, es Paolo quien me corta el reflejo de cerrar fuertemente las piernas. Intento hablar, decir que no quiero, pero la boca de Chema cierra mis labios y su lengua penetra en mi boca; la de Paolo hace estragos, ha encontrado mi clítoris que mordisquea tratando de excitarme, y lo está consiguiendo; la presión de su cuerpo entre mis piernas impide que las cierre, deja sus manos libres para que con sus largos dedos me penetre, sin dejar por ello de que su lengua paladee mi clítoris.

Las caricias combinadas de los dos hombres hacen que mi vagina comience a segregar, qué en un momento, mis jugos vaginales inunden la cara de Paolo. Todo se precipita, siento que en oleadas todos mis músculos se tensan, espasmo tras espasmo hasta que un formidable orgasmo sobreviene dejándome agotada, totalmente indefensa.

Los dos hombres se retiran de mi, con un paño limpian entre mis piernas cuidadosamente, con delicadeza. Sin decir palabra, Chema me tiende una copa de champagne que bebo ávidamente, me sirve una segunda y me acerca la suya en un brindis mudo, mientras Paolo se aleja y en mi cabeza las ideas se entrechocan. Me pongo en pié y aún desmadejada desciendo al camarote, necesito descanso y poner en orden mis ideas.

Cuando subo a cubierta lo hago vestida con una gruesa bata de esponja, Chema, recostado sobre una tumbona sostiene entre sus manos una copa y me mira expectante, yo tampoco digo una palabra. Frente a él, desanudo la bata y la dejo deslizar hasta el suelo, estoy desnuda, y al verme su cara se ilumina con una sonrisa. Me tiende su copa, de la que tomo un sorbo y al devolvérsela toma mi mano y me atrae hacia él haciéndome sitio a su lado, sobre la tumbona.

Estaba inquieto, me dice, y es su sola frase porque su boca se adueña de la mía, y sus manos me recorren entera. Yo comienzo a besarle, recorro su torso con mis besos y mis manos encuentran su sexo erecto. Lo tomo, lo acaricio, sin dejar de recorrerle con mi boca, levanto la mirada hasta fijarla en sus ojos, y de allí la desciendo hasta su sexo. Lentamente desciendo hasta él y lo acaricio con mis labios, lo apreso con mi boca, es bastante grueso pero lo hago entrar hasta tocar con mis labios sus testículos, inicio un movimiento de vaivén mientras se deja ir, acaricio su vientre, y sus caderas comienzan a moverse, mete y saca su verga de mi boca, cada vez está más excitado. Al cambiar de postura, siento, otra vez, una presencia extraña, es Paco, el Capitán que nos observa desde cerca, en el mismo momento, a Chema le sobreviene su orgasmo, trago apresuradamente su semen para no ahogarme, mis ojos fijos en los del Capitán que avanza un par de pasos sin dejar de mirarme. Me pongo en pie, con calma enjuago mi boca con el champagne que queda en la copa, lo escupo por la borda y avanzo hacia la estatua de sal en que se ha convertido. Le agarro de la mano y es cuando reacciona, como puestos de acuerdo iniciamos una carrera por la cubierta, hasta su camarote.

Nada mas entrar, sin tiempo apenas para cerrar la puerta, me toma entre sus brazos, me cuelgo de su cuello y con mis piernas abrazo su cintura, siento que sus manos desabrochan su pantalón, y de pronto el roce de su sexo erguido; colgada como estoy voy resbalando mi cuerpo en busca de su falo, no necesita ayuda, húmeda como estoy, rápidamente encuentra su sitio y me quedo totalmente empalada sobre él. Es una unión violenta, ambos nos agitamos como si quisiéramos exprimir completamente al otro, caemos sobre la litera, rodamos sobre ella, él arriba o debajo, yo lo mismo.

Alguien ha entrado, me sorprenden otras manos que desde atrás agarran mis senos, no quiero mirar, tan solo siento el peso de otro cuerpo sobre los nuestros, algo caliente que pugna entre mis piernas desde atrás. Sigo clavada sobre la verga de Paco y con otra que busca mi ano, me contraigo, trato de razonar y ya no puedo, sintiendo esa presión violenta. Quien sea, detiene el movimiento, se vuelve lento, trata con suavidad de penetrarme hasta que lo consigue, y a partir de ahí es la locura, ya no hay control que valga, los tres nos agitamos violentamente, un orgasmo, dos, tres, son incontables, sus descargas me llenan, ríos de semen corren por mis piernas, estoy agotada y me sorprendo a mi misma, no me siento en absoluto arrepentida.

El barco ha fondeado en una pequeña cala de Mikonos, nos preparamos para ir a tierra. Mientras la tripulación apresta la lancha en que lo haremos, me miro al gran espejo que ocupa toda la pared del camarote. Me satisface lo que veo, la túnica  me cubre desde el cuello hasta los tobillos, es casi completamente transparente y a través de ella, veo todo mi cuerpo totalmente desnudo; me pregunto como van a acabar los caprichos de Chema, no creo que, pese a su fijación,  las respuestas de la gente cuando me vean pasear desnuda totalmente bajo esta bata de seda, sean indiferentes, eso puede que pase, como ya ha sucedido, en la casa de sus amigos de Marraquech, pero no creo ocurra lo mismo en las calles estrechas de Mikonos.

Y así es, como me imaginaba, todos los hombres de la isla están revueltos, todos quieren verme mas de cerca, tocarme, poseerme allí mismo, en la calle o sobre la mesa de un bar. Los hombres de la tripulación forman un círculo protector alrededor mío. Y al verlo, los hombres de la isla, jóvenes y viejos, se mantienen expectantes, haciendo comentarios entre ellos mientras Chema, feliz me acaricia descaradamente abriendo los botones del frente de la bata. Ahora ya no es que se vea mi cuerpo desnudo a través del tejido semitransparente, ahora el aire cálido acaricia mis senos enteramente descubiertos, como lo hacen también las manos de Chema erizando mis pezones.

Se ha colocado en pié detrás de mi, y tomando los bordes del escote lo abre enteramente, lo desliza de mis hombros, estoy con todo el torso descubierto y frente a mi tengo a una docena de hombres que me miran hambrientos. A una señal suya Paolo se aproxima, sin mirarme a los ojos, se arrodilla ante mi y pone sus manos sobre mis rodillas. Quiero evitar lo que imagino va a seguir, pero mis fuerzas no llegan a tanto y un instante después mi sexo descubierto recibe la visita de la lengua del joven marinero; bastan unos segundos para que esté mi sexo desbordando, jamás me había sentido tan excitada, con mis manos aprieto su cabeza contra mi, le apreso con mis piernas para no dejarle escapar, su lengua me penetra por unos instantes, enseguida me abandona y se pone en pié para tomar mis piernas y colocarlas en torno a sus caderas. No se como lo ha hecho, pero siento como su verga me penetra de un golpe, el choque de su pubis contra el mío es violento. Alguien me sostiene por la espalda para evitar que caiga, mientras las manos de Paolo sujetan mis caderas y me aprietan contra él, otras manos se adueñan de mi cuerpo, las hay sobre mis pechos que aprietan sin mesura, sobre mi vientre, sobre mis nalgas tratando de abrirlas, consiguiéndolo y, de pronto, un ariete brutal que me penetra. Mi grito de dolor solo se inicia, como si lo estuvieran esperando, otra verga penetra en mi boca y llega hasta mi garganta, pierdo la consciencia de los actos, siento tan solo que si una verga sale del lugar que ocupa, otra ocupa de inmediato su puesto hasta descargar su semen que me inunda por todas partes y corre libremente desbordando de mi boca, de mi ano y mi sexo, semen de  todos los hombres del poblado mezclado con mis propios jugos producto de innumerables orgasmos.

Semi-inconsciente siento que me transportan, que me sumergen en un medio líquido, manos que limpian mi cuerpo, que extienden sobre él cremas balsámicas, que me ayudan a caer en un profundo sueño.

Han pasado varios días, seguimos navegando, desnuda sobre la cubierta y con los ojos cerrados, juego conmigo misma a adivinar de quien es la mano que acaricia mis senos, los dedos que me penetran, los cuerpos que me cubren. Las vergas que siento en mi interior y que tanto placer me producen. Vivo casi en un permanente orgasmo, y no me explico cómo antes de empezar este viaje, pude vivir sin ello.

Pertenece a Paco, el Capitán del barco, la lengua que titila mi clítoris, el dedo con el que me penetra dilatándome, dos, tres dedos. Para de pronto y tomando mis caderas me da la vuelta y me coloca en posición de perrito. No cabe duda, es el capitán por el tamaño de su verga, su ancha cabeza no encuentra resistencia alguna cuando me penetra, estoy empapada y aprovecha para mojar sus manos, para extender esa humedad hasta mi ano y colocar su verga a la misma entrada sin cesar de hacer presión. No le cuesta demasiado, gracias a la dilatación previa, en dos o tres movimientos se abre camino, y de un potente envite la hace entrar hasta su misma raíz. Ambos nos movemos al unísono, despacio, más deprisa, vertiginosamente, hasta que siento un potente chorro de semen que inunda mi interior y mi orgasmo acompaña al suyo.

Algo ha debido tomar porque no se detiene, apenas lo justo para darme la vuelta y colocarme boca arriba, con mis talones apoyados sobre sus hombros. En esta posición mi sexo queda completamente abierto y a su merced, su inmensa verga penetra mi vagina con envites secos y profundos, Por momentos parece que va a salirse enteramente, para penetrarme una y otra vez; el roce de su sexo contra mi clítoris me produce espasmos, contracciones que no me es posible dominar, siento un orgasmo tras otro, como antes jamás había sentido.

Cambiamos de postura nuevamente, me toma en pié, con mis brazos rodeando su cuello, mis piernas en torno a su cintura y su verga clavada hasta lo mas profundo, sus manos?. ¡Otra vez!, otras manos aprisionan mis pechos, pellizcan mis pezones y la presión de ese cuerpo me aprieta aún mas contra el cuerpo de Paco, siento otro sexo que intenta poseerme como este lo hace. No es posible!, me doy cuenta de pronto que tengo al mismo tiempo, alojadas dos vergas en mi vagina hiper-dilatada. Acompasan su ritmo aunque les debe resultar difícil mantenerlo, porque siento que la presión del segundo disminuye y se retira. Sin embargo y como si se hubieran puesto de acuerdo previamente, esa retirada es solo una estrategia para tomar impulso, esta vez es mi ano el que se abre para darle cabida. Los tres nos movemos furiosamente en una carrera en busca del supremo orgasmo, y los tres llegamos casi en el mismo segundo. Después, descabalgados, reconozco a mi último invasor, es Chema el que me sonríe mientras descorcha una botella de Champagne y a gollete, nos la da a beber y la rotamos entre los tres hasta vaciarla.

Se acaba el viaje, han sido quince días en una casi permanente orgía, días en los que he aprendido entre muchas cosas, mi propia ansia de placer, que antes desconocía. Vamos a desembarcar y ya estoy preparada, visto mi preciosa túnica de seda transparente y bajo ella mi cuerpo entero está desnudo; cuando subo a cubierta, Chema y su tripulación me miran admirados. Como has cambiado, dicen, mientras los cinco me acarician y me besan. Yo me despido de ellos, a mi manera, claro, me agacho en medio del circulo formado por los cinco, desabrocho sus pantalones y voy tomando en mi boca, una tras otra, las cinco vergas pero sin darles tiempo a que se corran. Ahora tengo que cuidar mi aspecto, y escoltada por los cinco hombres que no quieren soltarme, llegamos hasta el coche de Chema, que nos espera. Al chofer, al abrirme la puerta, falta poco para que se le salgan los ojos de sus orbitas.

Chema pregunta, donde te llevamos?. A tu casa, respondo, mirando a los ojos del chofer a través del espejo retrovisor….

 

P.S. No he contado los cinco días pasados en Marraquech, esa es otra historia.

 

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Steven) parte13” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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Como era de esperarse José llamo a eso de las 7 pm para avisar que solo podían ir Dana y su esposo, Leandro y su esposa Marcela y el solo ya que su novia no podía ir quedo de pasar por nosotros a eso de las 10 pm Diana se metió al baño que hay en la habitación del primer piso que es en la que dormíamos a bañarse yo espere para tomar mi turno, cuando salió entre al baño me quite la ropa cuando lo hice note que Diana había dejado su ropa en una esquina la tome y observe su Shorcito blanco en el interior por la parte de la cola tenía unas manchas secas luego vi su diminuta tanga de hilo blanca cuando la tome el pequeño triangulo que cubre su coño estaba húmedo pude ver un gran manchón en el eran los restos de sus fluidos y de todo el semen de su primo que se le había salido, al instante la verga se me paro no me pude aguantar y me empecé hacer una paja recordando cómo se la cogía frente a la iglesia mientras llevaba esa pequeña tanga a mi nariz aspirando ese olor a perra y a macho no aguante mucho casi a los 3 minutos lleve esa diminuta prenda sobre mi pene lo cubrí con ella y empecé a masturbarme como loco hasta que descargue borbotones de mi semen sobre ese diminuto triangulo de tela quedando untado de mi leche luego puse la ropa de Diana como la encontré y me bañe. Cuando salí Diana estaba sentada frente al espejo alisándose el cabello yo empecé a vestirme me puse un pantalón zapatos una camisa seria manga larga con botones me peine un poco y salí a la sala con el resto de la familia a esperarla mientras Diana terminaba de maquillarse, pasados 45 minutos salió a la sala nuevamente quedamos todos con la boca abierta Diana venia enfundada en un micro vestido rojo oscuro straple que pasaba por debajo de sus asilas, solo cubría la mitad de sus grandes senos y llegaba 5 cm más debajo de su culazo redondo y perfecto el vestido le quedaba ceñido al cuerpo mostrando su voluptuosa figura en forma de guitarra dejando ver esas piernas macizas de piel suave y torneadas mostrando un cuerpo digno de la más sensual y deseada representante de la mujer latina un cuerpo que solo despierta lujuria y deseo en sus pies portaba unos tacones de aguja negros altos que le hacían estilizar esa figura lujuriosa y hacían que ese precioso y bien formado culazo quedara más levantado de lo que estaba, su bello y angelical rostro llevaba unos labios pintados de rojo intenso esos preciosos labios invitaban a probarlos sus ojos bien delineados que antes guardaban una mirada de ternura angelical ahora solo dejaban ver coquetería, deseo y con su cabello castaño oscuro alisado hacia el lado izquierdo la hacía lucir como una mujer fatal creo que todos pasamos saliva al verla, pude ver como mi suegro don Jesús sin disimulo se la comía con la mirada y se le formaba un bulto en el pantalón el cual se empezó a apretar y a sobarse mi suegra Doña Silvia se dio cuenta de cómo su marido miraba a su hija y se sobaba el bulto, haciéndole una seña disimuladamente a su marido hizo que este volviera en si dejando al lado el manoseo de su paquete por suerte sus otras dos hijas no se dieron cuenta de lo que hacía su padre y yo me hice el que no se dio cuenta, Diana se dirigió a mí y me dijo con vocecita de niña buena…. Amor como me veo, me veo linda. En mi mente pensaba tremendo puton con que me voy a casar…. Si amor te vez preciosa. Me dio un besito y nos sentamos en la sala a esperar a su amigo.

José llego por nosotros como es lógico le dio una repasada con la mirada a mi novia sin ni siquiera disimular que yo estaba ahí le dio un abrazo mientras le daba un beso cerca de los labios luego Diana me lo presento subimos al auto yo atrás ella en el asiento del copiloto mientras hablábamos recordando el pasado contando que había sido de sus vidas ella le decía que estaba muy contenta de verlo otra vez que lo extrañaba mucho, fuimos a la discoteca que quedaba a las afueras de la ciudad el sitio se veía muy bien y muy concurrido al llegar Diana se llevó el show no pasó desapercibida entramos conseguimos una mesa cerca de la pista estuvimos tomando una cerveza esperando a los demás que como a los 10 minutos aparecieron Dana con su esposo Enrique ella venía con una blusa blanca y una minifalda negra a medio muslo que dejaba ver unas torneadas y lindas piernas con unos tacones negros de aguja debo decir que ella es muy bonita y tiene un cuerpo como de modelo muy estilizado lindas piernas un culo redondo y respingón sus senos son pequeños con cara de ángel su cabello negro lo lleva algo corto hasta los hombros el cual le queda muy bien y le da un toque de sensualidad. Leandro venía con Marcela blanca de 29 años bajita de 1.60 mts con unos senos enormes 110 cm y un culo grande 98 cm algo gordita que traía puesto un jean negro que le marca ese culote con unos tacones negros altos y una blusa roja con un escote en v grande que dejaba ver ese par de melones grandes que tiene su rostro no es tan agraciado pero tampoco es fea su cabello de color castaño lo lleva largo como hasta la mitad de su espalda.

Nos pusimos a tomar, hablar entre baile y baile en la discoteca ponían música merengue, salsa, reggaetón, salsa choque, bachata todos salían a bailar, yo no soy buen bailarín y no soy mucho de baile así que de vez en cuando salía a bailar con Diana un merengue o una salsa pero torpemente gracias a mis escasas habilidades en la salsa así que la mayor parte del tiempo me la pasaba sentado tomando mientras tanto José y Leandro sacaban cada vez que podían a bailar a Diana entre la multitud podía ver como aprovechaban para meterle mano la agarraban del culo disimuladamente le restregaban sus paquetes en medio de ese par de nalgas que se gasta Diana se veía muy contenta con eso y ellos con unos bultos bien formados que veía cuando se acercaban para sentarse en la mesa así pasaron las horas yo ya estaba muy tomado, borracho los demás también se encontraban mareados por los efectos del alcohol aunque se encontraban en mejor estado que yo gracias a que salían a bailar y no se quedaban sentados bebiendo solamente, las mujeres estaba algo eufóricas y más desinhibidas por el alcohol el único que no consumió casi alcohol fue José que como escusa tuvo venir manejando su coche y que él era responsable los de más habían tomado taxi, yo le dije a Diana que mejor ya nos íbamos que no estaba bien ya eran alrededor de la 2 am ella me dijo que nos quedáramos un ratico más y nos íbamos yo acepte, pasado un momento las mujeres decidieron ir juntas al baño iban tambaleando, riendo, alcoholizadas , 5 minutos después José dijo que también iba para el baño, un par de minutos después de tanto que había bebido yo me empecé a sentir mal, sentí que iba a vomitar rápidamente, sin avisar a Enrique y Leandro que se quedaron tomando media botella de ron, me dirigí al baño lo más rápido que pude este estaba en un pasillo junto al de mujeres al entrar a este se veía los lavados con espejos detrás de la pared donde quedaban los lavados estaban los sanitarios con orinales en si el baño tenía forma de una letra C así que me dirigí rápido al final de los lavados di la vuelta entre en el primer sanitario y empecé a vomitar hasta que ya no pude más.

Salí del cubículo donde estaba el sanitario me dirigí a los lavados me lave me refresque un poco ya calmado me di cuenta de que el baño estaba vacío revise en la parte de los sanitarios y cubículo tras cubículo vi que no había nadie entonces me pregunte donde esta José el debería estar ahí prácticamente había salido detrás de el salí del baño mire hacia la puerta del baño de mujeres y me dije no puede ser entre con cuidado este baño tenía la misma forma que el de hombres pero invertida estaban los lavados con espejos y detrás de la pared los sanitarios la parte de los lavados estaban vacíos me acerque al final de ellos y mire con cuidado hacia los sanitarios, al fondo de estos afuera del ultimo cubículo pegadas a la pared las encontré, encontré a las tres mujeres estaban arrodilladas y no estaban solo ellas estaba José ahí parado apoyado de espaldas con la pared del fondo con el cierre de su pantalón abajo con su polla totalmente erecta gruesa llena de venas con una cabeza rosadita grande de 23 cm de largo y un par de huevas grandes como unas pelotas de golf, toda esa masa de carne junto a sus pelotas salían por entre su cremallera y las mujeres arrodilladas frente a esta la miraban sorprendidas.

Dana: por Dios si está muy grande Diana.

Diana: si vez yo te lo dije.

Marcela: mi marido la tiene más grande jijiji.

Diana: si Leandro la tiene más grande es enorme.

Dana: oiga y usted como sabe.

Marcela: si usted como sabe que mi marido la tiene más grande.

Diana: eehh no es que dicen que los negros la tienen más grande yo supongo que es así.

Marcela y Dana: aaaaaa.

Diana: cógela Dana mira lo dura que la tiene.

Dana: nooo yo no se la voy a coger.

Diana: aaa tan boba dale no desaproveches la oportunidad que no todos los días podes coger una polla asi mira.

Acto seguido mi prometida le cogió el enorme pene a José y le empezó hacer una paja Dana como Marcela se quedaron sorprendidas pero no dejaban de mirar esa enorme verga como hipnotizada luego Diana soltó esa verga y rápidamente tomo la mano de Dana la puso sobre la verga haciéndola rodear ese grueso tronco con su mano guiándole la pajeada cuando Dana empezó hacerle la paja sola tomo la mano de marcela y la puso en las gordas pelotas de José para que las acariciara Marcela instintivamente se las empezó a sobar José solo apoyaba su cabeza en la pared con los ojos cerrado sintiendo placer, momento después mi mujer dijo hay que aprovechar y no tenemos mucho tiempo le retiro las manos a Dana y a Marcela agarro esa barra de carne con una mano la apunto a su bello rostro y se la metió a la boca le empezó hacer una mamada con maestría se metía todo lo que podía a la boca le pasaba la lengua de la base de su carnudo trunco hasta la punta de su pene para luego metérsela en la boca y hacerle un mete y saca tanto Dana como Marcela miraban sin poder creerlo entonces Dana le dijo…. Por Dios Diana que haces…. Slurrp aaa esto, respondió Diana. Sacándose la verga de su boca con una mano todavía en ella, puso la otra detrás de la cabeza de Dana y guiándola hacia la polla de José hizo que se la metiera a la boca y agarrándola del cabello le empezó a guiar el mete y saca forzado de esa polla a la pobre Dana que hacia un gran esfuerzo por tragar esa enorme barra de carne cuando vio que Dana ya se acostumbró a la mamada la soltó, luego repitió el proceso con marcela tomándola de la parte de atrás de su cabeza la guio a la entrepierna de José y la acomodo en la base de su larga verga haciendo que esta le pasara la lengua por todo su tronco.

Las dos mujeres empezaron a pelearse la verga ambas la chupaban y alternaban una se la metía a la boca mientras otra le pasaba la lengua por el tronco o se iban hasta sus gordas pelotas y se las metían a la boca las chupaban, Diana no se hizo esperar y también fue por ese pedazo de carne ahora las tres se la compartían hambrientas de polla de la cabeza a el tronco hasta los huevos se empezaron a besar entre ellas jugando con sus lenguas o con la polla de José en medio de sus bocas, veía como la mano de mi mujer se perdía en su entrepierna dándose un dedo luego la saco y fue e la entrepierna de Dana metiéndose por debajo de su falda y la empezó a masturbar la pobre gemía luego con la otra mano empezó a apretarle las enormes nalgas a Marcela quien al ver como Diana masturbaba a Dana se desabrocho el pantalón bajándoselo un poco para que Diana tuviera un acceso fácil a ella, Diana al ver esto no espero y le metió la mano en la concha por dentro de la ropa interior de Marcela y le empezó a meter los dedo haciéndola gemir así estuvieron 5 minutos hasta que Diana le dijo a José…. Métemela no aguanto más.

Mi prometida se puso de pie subio su vestido hasta la cintura dejando ver esas redondas y voluminosas nalgas se apoyo en la pared que da de frente al ultimo cubículo con una mano quedando de perfil hacia donde yo estaba escondido y con la otra tomo el hilo de su diminuta tanga haciéndolo a un lado dejando expuesta su carnosa y mojada conchita puso ese culazo en pompa mirando con cara de puta a Jose en ese momento en un momento de cordura Dana le dijo…. Por dios Diana que vas hacer te la van a meter toda…. Lo siento pero no puedo resistir necesito una buena verga mi cuerpo me la pide. Dijo Diana.

José se puso detrás de mi mujer con una mano apunto su polla y con la otra le abrió una nalga, puso la cabeza de su verga en la entrada de la vagina de Diana y empezó a empujar lentamente sin detenerse pude ver como toda esa masa de carne se perdía en el interior de mi prometida mientras ella daba un largo gemido de placer cuando José ya estuvo en el interior de mi mujer empezó un mete y saca lento hasta que alcanzo un buen ritmo…. Aaahhh puta que rica estas como extrañaba meterte la polla Diana que buena hembra sos…. Siii papi aaahh mi macho mmnnn como te extrañaba ooohhh aaaahhh ooohhh mi primer amooorrrr aaahhh…. Si y por qué no fuiste mi novia a zorrita…. Porque ooohh tu te pusiiisste de aahhh novio de Alejandra y aaahhh me toco conformarme cooon Antonio aaahhh. José acelero la embestida chocando violentamente su pelvis contra el culazo de Diana haciendo que estas se movieran de forma espectacular y generando el típico sonido de palmadas plas, plas, plas, plas. Dana y Marcela miraban el espectáculo maravilladas metiéndose los dedos en sus conchitas apretándose las tetas, Marcela con una tetaza enorme más grande que las de mi mujer afuera del escote de su blusa con un pezón café grande parado en punta pellizcándoselo ambas gimiendo mientras tanto Diana no aguanto y tuvo un orgasmo que la hizo chorrear sus jugos fuera de su vagina y que estos empezaran a deslizarse por el interior de sus gruesas y bien torneadas piernas.

Dana le Dijo…. Que puta eres amiga…. Si pero ahora te toca a ti ser la puta. Le respondió Diana. Quien la tomo la puso de pie contra la pared haciéndola poner ambas manos en ella la inclino le levanto la falda hasta la cintura, le bajo su tanguita hasta medio muslo, Dana quedó con su culo redondo respingón y bien parado en pompa voltio a mirar a su cola vio como José le acercaba esa enorme barra de carne y dijo…. Nooo Diana eso no me va a entrar es muy grande me va a partir en dos…. Tranquila vas a ver cómo te la tragas toda. Diana tomo las preciosas nalgas de Dana y las abrió para facilitarle la tarea a José que le puso la punta de su pollon en la entrada de su tierna y babosa vagina empezando hacer fuerza y metiéndola lentamente a medida que entraba esa barra de carne la pobre Dana se empezó a quejar…. Aaaahh por Dios me está partiendo aaahhh siento que me desgarraaaaa por dentro aaahhh…. Puta que apretada sos Yo creí que Diana a pesar de tener un hijo tenía la concha apretada aahhh pero la tuya Dana parece que estuviera nueva oohhh puton es que acaso Enrique no te da verga aaahh…. Siii aaahhh pero el oohh la tieneee pequeñitaaaa aaahhh maaassss aahhh. José se la enterró toda y se quedó un breve momento quieto…. Aaahhh por Dios aaah la siento en el estómago uuufff. Dijo Dana. José se rio y empezó a sacar y a meter lentamente la verga del interior de Dana quien se quejaba hasta que momentos después empezó a gemir al ver esto José tomo más confianza y le imprimió más velocidad Dana blanqueaba sus ojitos y gemía de placer hasta que empezó a tener un intenso orgasmo que la hizo perder sus fuerzas y casi se cae no lo hizo porque José reacciono y pego su cuerpo contra la pared pegando su rostro y sus tetas contra el azulejo y le siguió dando verga hasta que el Orgasmo de Dana fue pleno haciéndola venir a chorros que mojaron sus piernas y el suelo del baño…. Que buena puta eres Danita vamos a tener que repetir vas a ver cómo te abro bien esa concha…. Siii, dijo ella. Tomo la boca De Dana y la empezó a besar intensamente pero fueron interrumpidos por Diana cuando les dijo…. Bueno ya paren que me voy a poner celosa. Diana tomo a Dana y la puso sentada en el suelo contra la pared para que se recuperara luego dijo…. Marce no nos olvidamos de ti ahora te toca.

Marcela se puso de pie José al verle ese tetón afuera de la blusa se acercó y le saco la otra teta por el escote dejando ese par de tetas masivas paradas afuera con unos pezones cafés grandes en punta…. Que putas tetas tan grandes Son más grades que las tuyas Diana tengo que probarlas. José se las empezó a manosear, apretarlas chuparlas le pasaba la lengua por esos pezones se los metía todo lo que podía a la boca y los chupaba con fuerza como queriéndosela arrancar estirando toda esa tetaza hacían que Marcela gimiera, dejándole de chupar la teta le dijo…. Debo confesarte Marcela que cada vez que te veo no puedo dejar de mirarte ese par de tetas siempre vas con grandes escotes y uno no puede dejar de mirarlas. Luego José continúo con la chupada que le hacía a su teta derecha…. Si Marce tienes unas tetas muy obscenas uno no puede dejar de mirarlas son demasiado grandes increíble que sean naturales dan ganas de metérselas a la boca. Acto seguido mi mujer le empezó a apretar la teta izquierda para después empezarla a lamerla pasarle la lengua por su pezón erecto y después empezarla a chupar con devoción, Diana y José se pegaron a ese par de tetazas como unos corderitos amamantándose y Marcela no tuvo más opción que empezar a gemir.

Mientras le Chupaban las tetas a Marcela ella les dijo nos estamos demorando mucho mejor terminemos ya Diana y José se retiraron de sus tetas ambas lucían coloradas enrojecidas con los pezones brotados por el trató que habían recibido…. Si tienes razón hay que hacerle rápido, dijo José. Quien la tomo y la puso de frente contra la pared como habían estado las otras mujeres, Marcela capto el mensaje rápidamente se terminó de bajar la tanga quedando a medio muslo junto con su jean apoyo las manos en la pared y puso ese culote gordo y redondo en pompa, José solo se puso detrás le tanteo con la vergota la entrada de la vagina y se la dejo ir toda con fuerza…. Ufff puta te entro sin esfuerzo…. Aaahhh si dale seguila metiendo duro ooohhh aaahh, le decía Marcela. José se aferró de sus nalgas y le empezó a dar con violencia después de un rato que la estuvo clavando y mirando cómo le entraba la verga a marcela José le dijo…. Marcela veo que tienes ese culote algo abiertico…. Aaahhh siiii la culpa oohh la tieneee el aaahhh hijo de putaaaa de mi esposo aaahhh tu amigo la tiene ooohhh muy grande aaahh descomunal y me tiene todaaa abierta ooohh aaahh, dijo Marcela…. Aaa siii bueno entonces no te importara puta, respondio José. Quien le saco la verga y sin preguntar se la apunto al culo que sin miramientos se la dejo ir toda chocando sus enormes pelotas con la concha de Marcela abriéndoselo todo la pobre solo pudo gemir al verse sorprendida…. Aaaaayyyyy aaaahhh hijo de puta me abriste el culoooo…. Jajaja ya estaba abierto puton jajaja…. Malparido seguimela metiendo. José le empezó a dar por el culo a toda velocidad solo se escuchaba plas, plas, plas y los gemidos de Marcela pidiendo más que le diera más duro la tuvo así 5 minutos dándole con un ritmo infernal Diana y Dana solo miraban con cara de pervertidas como enculaban a Marcela quien empezó a tener un orgasmo que la hizo gritar y caer arrodillada…. Uuufff puta casi me vengo dijo José…. Bueno yo sé dónde te puedes venir, le dijo Diana que se volvió a apoyar en la pared con la falda del vestido en la cintura, el culo en pompa y la tanga a un lado José no la hizo esperar y le clavo esa enorme masa de carne sin misericordia y la empezó a bombear con violencia como si se estuviera cogiendo a la puta más barata le bajo el escote del vestido dejándolo como un cinturón quedando esas redondas y gordas tetas al aire con sus pezones rozado bien parados, bien brotados moviéndose sin control por las metidas de verga que le daban mi dulce prometida solo gemía como una puta le decía que se la metía rico que le diera como una verdadera puta que la haga sentir mujer, 5 minutos después José le anuncio que se venía…. Aaahhh puta me vengo te voy a llenar esa cuca…. Aahhh si súrteme de leche ooohh que yo también me vengooooo aaaahhhhh.

Ambos se vinieron en un orgasmo intenso mi mujer se le blanquearon los ojos y se empezó a estremecer José solo temblaba y le decía que sentía que su vagina lo estaba ordeñando que sentía como se contraía con su verga adentro, la cantidad de semen fue impresionante cuando le saco la verga le empezó a escurrir gran cantidad de leche por entre sus tiernas y algunos goterones cayeron al suelo…. Que golosa eres Diana querías todo el semen para ti solita que puta, le dijo Marcela. Mi prometida apoyo las manos en la pared miro hacia atrás viendo a Marcela abrió un poco sus piernas y puso ese culazo en pompa ofreciéndolo mostrando ese coñito rosa abultado baboso escurriéndole semen…. Yo no tengo problemas en compartir la lechita si la quieren tómenla le dijo Diana. Marcela se acercó y se arrodillo detrás de ese culazo gran y redondo que tiene mi mujer miro a Dana que estaba sentada en el suelo mirando esta sonrió se fue gateando hasta el culo de Diana quedando junto a Marcela se miraron rieron y empezaron a acariciarle las nalgotas a darle besitos para después pasar a pasarle la lengua por el interior de sus piernas cada una en una pierna recogiendo el semen que le escurría por entre sus piernas comiéndoselo hasta llegar a su concha donde la empezaron a lamer y chupar Marcela le abrió las nalgas empezándole a lamer y meterle la lengua luego le dejo abierta las nalgas con sus manos y se lo ofreció a Dana quien no se resistió, se lo empezó a comer le metía la lengua se lo chupaba y así se iban repartiendo la concha y la vagina de mi mujer, la pobre solo gemía de placer por la comida que le estaban haciendo sus dos amigas cuando le dejaron la concha bien limpia y las dos se habían alimenta do de la leche que le dejo José a mi mujer se dieron un beso intenso en sus bocas y rieron pícaramente…. Que rica estaba esa lechita, dijo Dana…. Y que rico estaba ese culo, respondió Marcela…. Jijiji si Diana tenes un culote muy rico y provocativo, dijo Marcela…. Bueno ya comieron es hora de irnos. Más repuestos todos por el intenso placer que habían compartido José les dijo…. yo voy a salir afuera de la discoteca y ustedes les dicen a los demás que se encontraron conmigo cuando salía del baño y me dijeron que ya se querían le dicen a los demás que fui por el carro es mejor irnos si preguntan por qué se demoraron es porque el baño estaba lleno…. No te preocupes nosotras los convencemos ve por el carro y ten cuidado que no te vean, le dijo Diana.

Mientras empezaba acomodarse sus ropas salí rápidamente como pude tambaleándome por la borrachera con una erección que me dolía dentro del pantalón cuando llegue a la mesa Enrique y Leandro estaban borrachos totalmente solo reían y hablaban, la botella de ron estaba completamente vacía me preguntaron dónde estaba les dije que en baño preguntaron por José les dije que no sabía en ese instante llegaron las mujeres algo mareadas por el alcohol pero con buena coordinación lo disimulaban bien lo que no podían disimular era la cara de salidas que tenían las 3, en eso Enrique le pregunta a su esposa…. Dana amor por que se demoraron…. Nooo bebe es que el baño estaba lleno y no fue mucho tiempo, Nos encontramos con José mientras hacíamos fila en el baño, él está afuera esperando para irnos…. Aaa bueno vamos que ya estamos muy borrachos y ya son las 2:50 am, le respondió. Yo solo veía a Leandro y a Enrique pensando que putas son nuestras mujeres nos acaban de meter los cuernos en el baño estuvieron como 45 minutos cogiéndose a nuestras mujeres y ustedes ni idea tienen, pensar eso y recordar cómo se las cogieron me tenía con la verga re dura salimos de la discoteca José estaba en frente con el auto pararon dos taxis Enrique y Dana tomaron uno y Marcela y Leandro el otro se despidieron y se fueron José nos llevó a casa a mí y a Diana en el trayecto quede dormido.

Cuando llegamos eran como las 3:30 am entramos con cuidado sin hacer ruido todo estaba oscuro en eso bajo mi suegro vio que ve veníamos tomados yo más que Diana nos salido dijo que bajo a tomar algo de agua, entramos a nuestra habitación me quite la ropa quede en boxers y caí en la cama Diana dijo que iba a tomar también algo de agua solo recuerdo que la vi salir con su mini vestido y sus tacones de aguja negros por la puerta cuando se me cerraron los ojos 20 minutos después desperté entre dormido pude ver que estaba solo en la cama mire el reloj eran las 4 am como pude me levanté y salí a buscar a Diana, la habitación en la que dormimos queda atrás de la cocina más adelante queda el comedor y después la sala que da a la entrada de la casa en la sala en la parte izquierda hay unas escaleras que dan al segundo y tercer piso, cuando llegue a la cocina encontré el mini vestido rojo de Diana junto con su tanguita tirada en el piso, se me hizo un nudo en el estómago, como todo estaba oscuro me acerque hacia el frente de la casa cuando llegue al comedor pude ver algo que hizo que se me parara la verga de inmediato mi mujer estaba en tacones como una actriz porno con las piernas abiertas en medio del sofá de la sala y en medio de ellas estaba mi suegro enterrándole una verga gruesa de 20 cm agarrándola de los tobillos con las piernas flexionadas y empujándole con todas sus fuerzas ese pedazo de carne que entraba y salía del coño chorreante de Diana a quien se le escapaban unos gemidos suaves conteniéndolos, rápidamente me escondí bajo la mesa del comedor que tenía un mantel largo me saque la verga empezándome hacer una paja y me dedique a observar como mi mujer me ponía nuevamente los cuernos con su padrastro, don Jesús estaba extasiado clavando a su hija y le decía…. Que puta nos saliste Dianita, que puta…. Aaahiiii papi aaahhiii que puta salí mmmnnn ooohh. Jesús se acostó sobre ella y la empezó a besar ella le correspondió y lo hacía con verdadera pasión y gusto después Diana tomo con sus manos ese enrome par de tetas lechudas con esos pezones rosados empitonados totalmente brotados las junto ofreciéndoselas…. Que par de tetas te mandas mi bebe…. Chúpalas papi. Mi suegro no se hizo esperar las empezó a lamer y a chupar se centró en su teta derecha y empezó a chuparla sacándole la leche amamantándose sacándole la leche de mi hijo mientras la seguía clavando la cara de Diana era un poema era puro placer así estaban hasta que una vos perturbada pero manteniéndose baja se escuchó diciendo.

Por Dios Jesús, Diana que hacen otra vez nooo Dios mío. Era mi suegra doña Silvia que se encontraba bajando el último escalón…. Jesús me dijiste que no ibas a volver a tocar a mi hija…. Lo siento pero tu hija es muy puta y no le basta con una verga necesita muchas y yo te cumplí con mucho esfuerzo la deje de coger cuando iba en el colegio pero vez como en los últimos días se viste como toda una puta, lo siento pero no me pude aguantar…. No puedo creer que esto esté pasando otra vez Jesús…. Más bien guarda silencio Silvia para que no se vayan a despertar los demás y pueda terminar de cogerme a la puta de tu hija. Mientras decían todo eso Jesús no dejo de bombear a su hija quien gemía suavemente conteniéndose lo más que podía para no hacer ruido, a mi suegra no le quedó más que sentarse en el último escalón en silencio a ver como su marido se terminaba de coger a su hija.

Jesús estuvo usando a mi prometida como 10 minutos en esa posición cuando se cansó la volteo poniéndola en cuatro Diana puso sus manos sobre el espaldar del sofá y por instinto paro su cola poniendo su espectacular culazo en pompa entregándolo a su padrastro…. Mira ese culote que se gasta tu hija como me lo ofrece vez que puta te salió Silvia uno no se puede resistir. Mi suegro se arrodillo en el piso quedando a la altura de ese par de nalgas redondas las abrió y le empezó a pasar la lengua la empezó a pasar por ese anito rosadito que tiene a clavarle la lengua a dilatarlo sacándole gemidos suaves a Diana mientras su madre los miraba en silencio con impotencia después Jesús tomo un dedo lo lleno de saliva y lo introdujo en el culo de mi mujer haciendo movimientos circulares luego de mete y saca así estuvo un rato para después meter dos y luego 3, cuando ya la tuvo bien dilatada se paró detrás de ella apunto su garrote al ano de mi mujer y la penetro de un solo golpe sacándole un grito que intento contener Silvia a ver eso le dijo a Jesús…. Jesús por favor no me lastime a la niña como se le ocurre penetrarla por detrás y así tan salvaje…. Cállate perra aquí el macho de esta familia soy yo y como macho yo decido como se coge en esta casa además a esta puta hay que cogerla así como lo que es puta ella está acostumbrada…. Bueno mi amor, dijo Silvia en tono sumiso.

Jesús se aferró a las curvadas caderas de su hijastra y la empezó a bombear de forma rápida disfrutando de la enculada que le estaba metiendo debes en cuando le daba una nalgada en sus bien formadas nalgas, Diana solo gemía suavemente cerraba sus ojitos y pasaba su lengua por sus labios como saboreándolos disfrutando la cogida que su papi le daba por el culo después Jesús cambio el ritmo y le empezó a dar más duro podía ver como su pelvis chocaba con las nalgotas de mi mujer haciéndolas temblar y sonar plas, plas, plas, plas Diana solo gemía ya casi no podía contener sus gemidos en un tono bajo…. Jesús por favor no le de tan duro a la niña la va a lastimar y están haciendo mucho ruido, le decía Silvia…. Cállate que ya casi termino de cogerme a tu hija aahhh.

Jesús empezó a darle clavadas profundas a mi mujer y le anuncio…. Puta me voy a venir te voy a llenar el culo de leche aaahhhhh toma puta tómala toda aaaahhhh…. Si papi siiiii aaahhh lléname con tu lechita que yo también me vengooo ooohhh aaahhh. Vi como mi suegro le lleno el culo con su semen a mi prometida yo no aguante y me vine también dejando mi semen en el piso, Jesus cayó encima de mi mujer donde la empezó a sobar y a cogerle las tetas a besar su cuello para después buscar su boca y besarse.

Jesús se levantó sacándole la polla morcilluda del interior del ano de su hija que estaba tirada desfallecida sobre el sofá y le dijo…. Estuviste estupenda como siempre mi niña. Le dio una buena nalgada en ese culazo que tiene que la sorprendió sacándole un aaayy para luego buscar la pantaloneta con que dormía para ponérsela y subir al segundo piso e ir a su habitación, Silvia quedo ahí mirando a su hija y le pregunto…. Estas bien…. Si mami estoy bien…. Necesitas que te ayude…. No mami tranquila ve a dormir…. Hija quiero pedirte que no me vuelvas hacer esto…. Está bien mami lo voy a intentar…. Ok, que descanses te quiero…. Yo también te quiero. Silvia se dio vuelta para ir con su esposo yo salí sigilosamente y volví a mi habitación 5 minutos después entro Diana desnuda con sus ropas y tacones en las manos yo me hice el dormido ella entro al baño luego salió busco un shorcito de algodón y una blusita de tiritas que usaba para dormir y se acostó en la cama quedando profunda.

Al siguiente día desperté como a las 11 am todo lucia como si nada Silvia y Jesús se comportaban como siempre me preguntaron cómo estuvo la rumba si bailamos mucho que si pude descansar en fin todas esas cosas a medio día despertó Diana de veía cansada así que me dijo que por que no descansábamos todo el día en casa y veíamos algunas películas en la tele le dije que sí y así paso el resto del día ella actuando como si nada dándome cuenta que mi suegro era el macho en esa casa y mi suegra una sumisa que por temor a perderlo y por su dependencia a él sigue ordenes permitiéndole hacer lo que él quiera y yo completamente enamorado al igual que mi suegra guardando sus secretos.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

bostmutru@hotmail.com

Relato erótico: “El cambio de Susana, su despertar 3” (PUBLICADO POR ALEX)

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Ya de nuevo en la oficina, estube pensando sobre ella, le habia dicho que me atraia y me gustaba, pero la verdad y aunque estaba de muy buen ver, Susana no me atraia mucho, y no sabia si realmente yo queria avanzar con ella, bufff, era bastante complicado despues de haberme metido en ese fregado, como ya era viernes y suelo terminar a medio dia, solo me quedaban un par de horitas de trabajo, asi que me dispuse a terminar el trabajo.

Casi a la hora de terminar, me puse a redactarle un mail para el fin de semana, este decia así:

Deberes para el Fin de Semana

No quiero que tengas relaciones con tu marido en todo el fin de semana, inventate lo que quieras, pero no dejes tocarte.
Vas a estar todo el fin de semana sin ropa interior, tanto si estas en casa, como si sales de ella.
En cualquier momento del fin de semana debes buscar quedarte sola en casa al menos una hora, durante esa hora quiero ya tengas preparado y que hagas lo siguiente:
.- Tendras hervido y preparado un huevo duro.

.- Un par de zanahorias limpias y de tamaño medio.

.- Unas 10 pinzas de tender la ropa.

.- Un cepillo del pelo con la base plana.

.- Quiero que vayas al baño, te desnudes y te pongas un sujetador.

.- Sacate los pechos por encima del sujetador, ponte enfrente del espejo

quiero que te te mires en el, que te observes mientras hagas el juego.

.- Ahora con una mano empezaras a tocarte abajo, y con la otra quiero que te pellizques los pezones, primero uno y luego el otro, quiero que estes así al menos 5 minutos.

.- Ahora quiero que con la mano que te estas tocando abajo, empiezes a meterte dos dedos en el coño, que los saques y te acaricies el ano para lubricarlo, que vuelvas a follarte el coño, y vuelvas a tu ano, esta vez quiero que intentes meterte al menos uno de los dedos en el, quiero que hagas esto hasta que te puedas follar tambien el culo con los 2 dedos, durante todo esto debes seguir con tuspezones.

.- Supongo que a estas alturas estaras muy caliente y cachonda, quiero que te pongas una pinza de la ropa en cada pezon, si de verdad te has estado pellizcando, a estas alturas no deberia dolerte, solo alguna molestia, luego coges el huevo, y apoyas tu espalda en la pared del baño, quiero que sientas ese escalofrio del azulejo frio en tu cuerpo, y con una mano juegues con el huevo en tu clitoris, y en tu coño, que le metas la puntita y la saques de tu coño, y a la mano libre que te queda le pongas crema y te folles el culo, notaras desde los dedos de tu culo el huevo al entrar y salir de tu coño, quiero que intentes empujar el huevo hacia fuera con la punta de los dedos que tienes metidos en tu culo, quiero que sigas haciendo esto al menos 10 minutos y que te mires en el espejo constantemente, quiero que veas lo caliente que estas, tus expresiones …

.- Ahora dejaremos el huevo, quitaremos las pinzas, y cogeremos el cepillo, te apoyaras en el lavabo medio inclinada, quiero que con una de tus manos empiezes a tocarte el coño y a follartelo, y con la otra mano te folles el culo con la zanahoria, te quiero así al menos durante otros 5 minutos, luego te dejas la zanahoria metida en tu culo y con la parte plana del cepillo te des golpecitos en las nalgas, mientras sigues follandote el coño, haz esto hasta que te consigas correr o tu misma decidas parar. 

4. Siempre que vayas al baño durante este fin de semana quiero que te pellizques los pezones.

5. Por las noches cuando te acuestes quiero que cuando tu marido se duerma, te pellizques nuevamente los pezones y te toques y folles el coño con tus dedos, al menos durante 1hora.

6. Díme el numero de tu mobil y la dirección de tu casa.

Feliz Fin de Semana

Al cabo de unos minutos, leyo el correo, a medida que lo hacia se giraba hacia mi nerviosa para verme, cuando acabo de leerlo tecleo sus datos de telefono y direccion y me los hizo llegar, nuevamente se giro hacia mi y algo sonrojada me negaba tímidamente con la cabeza, a lo que yo le respondía afirmativamente mientras me dirigía a la salida, dejándola allí de pie en medio de la oficina sin reaccionar.

Cuando llegue al parking de la empresa quedaban ya pocos vehículos en este, y vi que si coche estaba aparcado casi al final del aparcamiento, por lo que en vez de irme a casa me fui con mi coche y aparque al lado del suyo, en ese momento y supongo que por el mail con las instrucciones que le habia enviado a Susana estaba bastante necesitado, por lo que opte esperar a que llegara, bajo con varios compañeros y compañeras mas al parking, se despidio de ellos y se dirigio a su coche, a lo que yo le abri la puerta del acompañante y la invite a entrar, quedandose ella sorprendida por verme allí en ese momento, luego de comprobar que nadie nos miraba se metio en el coche, le hize subirse el jersey, y empeze a tocarle y sobarle las tetas, los pezones empezaron a endurecersele de inmediato, los tenia grandes, al igual que sus pechos, me separe de ellos y le levante la falda, dejando al descubierto su sexo, con los dedos la acaricie, estaban muy mojados, húmedos, sus labios vaginales eran generosos y permitian perfectamente darles pequeños pellizcos, Susana a esta altura estaba con la cabeza apoyada en el sillon, gimiendo, suspirando, le di un par de cachetes en su sexo haciendo estos que volviera a la realidad.

Cuando nuevamente abrio los ojos le pedi me sacara mi polla de los pantalones, girandose hacia mi y haciendo lo que le habia pedido, una vez fuera le dije que se la metiera en la boca, dudando ella en hacerlo o no, por lo que la cogi por la cabeza y le ayude a metersela en su boca, dejando al principio que fuera ella la que me comiera, pero me parecio que nunca lo habia hecho por lo que cogiendola por el pelo me dedique a follarme su boca, necesitaba decargarme de la calentura que tenia en ese momento, sin aflojar mi marcha le llene la boca con mi leche, Susana se ahogaba, intentaba sacarsela de la boca por lo que decidi dejarla respirar un poco advirtiendola que no debia dejar caer ni una gota, Susana no paraba de dar arcadas, aun tenia casi todo el contenido en su boca, por le pedi que se lo tragara, cosa que muy a disgusto suyo hizo, pues aun despues de hacerlo su cara era un poema, y seguia con las arcadas, y le mande nuevamente chuparme la polla, una vez termino de dejarla limpia, le dije que ya podia irse a su coche, pero con el jersey levantado y sus tetas fuera de este, que no podia bajarselo hasta que saliera del parking.

Por la tarde recibi un mail de ella, os lo pongo a continuación:

Hola,

Hoy me he sentido como una cualquiera, como una prostituta, me has hecho quitar las bragas en medio de toda la oficina, y luego tenerlas todo el día en el cajon, me has masturbado en el ascensor con todo el riesgo que ello conlleba, luego me has hecho hacer algo que nunca antes habia hecho, y ademas me lo he tenido que tragar, y para colmo me has hecho andar medio desnuda hasta mi coche, ¿estas loco? no estoy segura de querer seguir con esto, siento como si toda mi vida y mi persona se estuvieran desmoronando y no se si vale la pena.

Sobre tus instrucciones para el finde, que te digo, no se si lo voy a cumplir, todo esto me esta dando miedo y por cierto para que quieres saber donde vivo? mi telefono vale, pero donde vivo? espero que no me metas en ningun follon.

Susana

Mi respuesta a su mail fue tajante, decidi jugarmelo todo a una sola carta, no valia ni para mamarla, ademas de yo tampoco estaba seguro de querer ir mas alla con ella.

“Pensaba que en mail vendrian tus sensaciones del día, y mirandolo por encima he visto que no es así, me da igual lo que tu hagas, y me da igual lo que tu quieras, yo te avise esta mañana, si quieres dejarlo aquí perfecto, pero si no quieres espero tu mail de las sensaciones de hoy antes de que acabe el día, y por supuesto el lunes quiero el del fin de semana, con todo lo que te he pedido en el.”

Como siempre estoy a vuestra disposición tanto en el mail como en el msn, para lo que deseéis y sois bienvenid@s.

mar.lex.bcn@gmail.com

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 3” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 5. AUNG ME ENTREGA A MARÍA.

A pesar de haber desvirgado a una de las chavalas, todavía no me había hecho a la idea de ser el dueño y señor de las birmanas y por ello me quedé mirando cuando María me hizo gala del poder que tenía sobre ellas y más en particular sobre la que percibí como su favorita. Y es que con todo lujo de detalles mi esposa comenzó a explicarme cómo había descubierto durante el baño que esas criaturas daban por sentado que sus labores irían más allá de la limpieza.
―No te imaginas mi sorpresa cuando este par de zorritas se pusieron a lamer mis pezones – dijo mientras acariciaba a la mayor de las dos que permanecía abrazada contra su pecho.
Aung que hasta entonces se había mantenido apartada de mí, sintió que había llegado su momento y mirando a mi señora, dijo en un correcto español:
―Debe entregarme a mi amo.
Me sorprendió ver un atisbo de celos en María al oírla como si no quisiese desprenderse de su juguete antes de tiempo y por ello, muerto de risa, comenté que tenía hambre y que me dieran de cenar.
Mi esposa que no es tonta comprendió mis motivos, les pidió que se fueran a calentar la cena. Las dos orientales se levantaron a cumplir sus órdenes, dejándonos solos en el cuarto, momento que María aprovechó para pedirme un favor diciendo:
―Sé que te puede molestar pero no me apetece que la tomes todavía. Quiero disfrutar un poco más de Aung siendo su única dueña…¿te importa?
La angustia de su tono multiplicó exponencialmente mis sospechas pero como quería a mi mujer y encima tenía a Mayi para jugar, accedí poniendo como condición que me entregara su culo tanto tiempo vedado.
―Será tuyo cuando lo pidas― contestó con una mezcla de miedo y deseo que me hizo preguntarme si después de estar con esas muchachas el sexo anal había dejado de ser un tabú para ella.
Cerrando el acuerdo, respondí:
―Te juro que no tocaré a esa zorrita hasta que tú me la pongas en bandeja.
La expresión de alegría de su rostro ratificó mis suspicacias e interiormente decidí que buscaría seducir a esa morenita para amarrar a María a través del afecto por ella.
«Debe ser un capricho pasajero», medité al constarme que mi esposa nunca había sido lesbiana.
Olvidando mis crecientes recelos, le pedí ir a cenar mientras le daba un pequeño azote. Contra todo pronóstico María pegó un gemido de placer al sentir esa caricia contra sus nalgas. Al darse cuenta de ello de su grito, se puso colorada y huyendo de mi lado, salió de la cama.
«¿A ésta que le ocurre? ¡Parece como si le hubiese excitado!», exclamé para mí mientras me vestía.
El comportamiento de mi señora me tenía desconcertado. No solo había confesado su lésbica predilección por una de las birmanas sino que había puesto cara de puta al sentir mi azote. Tras analizar ambos hechos, concluí que la irrupción de esas crías en su vida había despertado la sexualidad de mi pareja sin tener claro el alcance de ese cambio.
Arrinconando esos pensamientos en un rincón de mi cerebro bajé a cenar. Eran demasiadas novedades para asimilar en un mismo día y preferí no aventurar un juicio hasta tener la seguridad que no me equivocaba.
Lo que no tenía discusión era el fervor que sentía Mayi por su dueño ya que al verme entrar en el comedor, me dio un buen ejemplo de ello. Dejando los platos que llevaba en sus manos, buscó mi contacto mientras tomaba asiento en la mesa.
―¡Qué empalagosa eres!― reí al sentir que me colocaba un mechón de mi pelo mientras presionaba su juveniles senos contra mi cara.
A pesar de su poco conocimiento de nuestro idioma, esa morenita captó que no me molestaban sus mimos y acercando su boca, me informó con dulzura lo feliz que era siendo de mi propiedad susurrando en mi oído:
―Amo no arrepentir comprar Mayi, ella servir toda vida.
Reconozco que ¡me la puso dura! Nunca había pensado que una habitante de ese paupérrimo tuviese la virtud de provocar mi lujuria de ese modo, pero lo cierto es que olvidando la presencia de mi mujer premié la fidelidad de esa cría con un breve beso en los labios sin prever que ese gesto la calentara de sobremanera hasta el límite de intentar que volviera a tomarla ahí mismo.
María al ver que la oriental se subía la falda mientras se ponía de horcajadas sobre mis piernas soltó una carcajada y muerta de risa, me azuzó:
―Ya te dije que esta guarrilla está enamorada y no parará hasta que te la folles otra vez.
A nadie le amarga un dulce y menos uno tan hermoso pero, sacando fuerzas de quién sabe dónde, me negué a sus deseos para no revelar lo mucho que me apetecía disfrutar nuevamente de ese diminuto cuerpo y mordiendo uno de sus lóbulos, insistí en que quería cenar antes.
Descojonada, mi pareja de tantos años me señaló el dolor con el que la oriental había encajado mi rechazo y llamándola a su lado, la acogió entre sus brazos diciendo:
―Ven preciosa, tu ama te consolará ya que tu amo no quiere.
Tras lo cual ante mi perplejidad, la sentó en la mesa y sin preguntar mi opinión, se puso a comerle el conejo.
«¡No me lo puedo creer!», pensé al contemplar la urgencia con la que María se apropiaba con la lengua de los pliegues de la cría mientras esta me miraba desolada.
He de confesar que estuve a un tris de sustituirla y ser yo quien hundiera mi cara entre los muslos de Mayi pero cuando ya estaba levantándome, escuché a mi esposa decir:
―Nuestro dueño tiene que repartir sus caricias entre tres y no es bueno que quieras ser tú sola la que recibe sus mimos.
Alucinado por que se rebajara al mismo nivel que la oriental, decidí no intervenir directamente y llamando a Aung, exigí a esa morena que ayudara a María pensando que así terminarían antes y me darían de cenar. Lo que nunca preví fue que en vez de concentrarse en su compañera, le bajara las bragas a mi esposa y separando sus cachetes, se pusiera a lamerle el ojete.
El grito de placer con el que mi mujer recibió la lengua de la morenita despertó mi lujuria y sin perder detalle de esa incursión esperé a que lo tuviese suficientemente relajado para por primera vez en mi matrimonio tomar lo que consideraba mío.
La birmana al verme llegar con el pene erecto sonrió y tras darle un último lametazo, echándose a un lado, me lo dejó bien lubricado para tomar posesión de él. Ver ese rosado y virginal agujero listo para mi ataque enervó mis hormonas y sin preguntar qué opinaba María, lentamente pero con decisión usé mi glande para demoler esa última barrera que había entre nosotros.
Inexplicablemente, mi señora no trató de escabullirse al notar cómo su culo era tomado al asalto y únicamente mostró su disconformidad gritando lo mucho que le dolía. Fue entonces cuando saliendo al quite, su favorita acalló sus lamentos besándola. Los labios de la birmana fue el bálsamo que María necesitó para aceptar su destino y sin siquiera moverse, esperó a tenerlo por completo en el interior de sus intestinos para decirme con voz adolorida:
―Espero que recuerdes tu promesa.
Asumiendo que me obligaría a cumplir lo acordado, esperé a que se acostumbrara antes de moverme. Durante ese interludio Mayi se bajó de la mesa y metiéndose entre sus piernas, se puso a masturbar a mi víctima en un intento de facilitar su doloroso trance mientras la otra oriental la consolaba con ternura.
Reconfortada por los mimos de las muchachas no tardó en relajarse y todavía con un rictus de dolor en sus ojos, me pidió que empezara. Temiendo que en cualquier momento, se arrepintiera de darme el culo, fui sacando centímetro a centímetro mi instrumento y al sentir que faltaba poco para tenerlo completamente fuera, lo volví a introducir por el mismo conducto sin que esta vez María gritara al ser sodomizada.
Azuzado por el éxito, repetí a ritmo pausado esa operación mientras mi esposa mantenía un mutismo lacerante que me hizo pensar en que de alguna forma la estaba violando. Iba a darme por vencido cuando su favorita tomó la decisión de intervenir descargando un sonoro azote sobre sus ancas mientras le decía:
―Ama debe disfrutar.
La reacción de María a esa ruda caricia me dejó helado y es que con una determinación total comenzó a empalarse ella sola usando mi verga como ariete. Si ya de por sí eso era extraño, más lo fue comprobar que Aung le marcaba el ritmo a base de una serie de mandobles que lejos de molestarle, la hicieron gritar de placer.
―Ama tan puta como yo― murmuró la puñetera cría en su oído al ver la satisfacción con la que recibía sus mandobles e incrementando la presión sobre su teórica dueña se permitió el lujo de retorcerle un pezón mientras me decía que le diera más caña.
No sé si fue esa sugerencia o si fue sentir que la diminuta había cambiado de objetivo y con su lengua se ponía a lamerme los huevos pero lo cierto es que olvidando cualquier tipo de recato, me puse a montar a mi esposa buscando tanto su placer como el mío.
―¡Me gusta!― exclamó extrañada al sentir que el dolor había desaparecido y que era sustituido por un nuevo tipo de gozo que jamás había experimentado.
La confirmación de ese cambio no pudo ser más evidente porque de improviso su cuerpo se estremeció mientras una cálida erupción de su coño empapaba de flujo tanto sus piernas como las mías.
―Ama correrse por culo― comentó su favorita alegremente y llenando sus dedos con el líquido que corría por sus muslos, se los metió en la boca diciendo: ―Ama mujer completa.
María firmó su claudicación lamiendo como una loca los deditos de la chavala mientras sentía que un nuevo horizonte de sexo se abría a sus pies. El brutal sometimiento de mi mujer fue suficiente estímulo para que dejándome llevar rellenara su conducto con mi semen y olvidando que era mi esposa y no mi esclava, con fiereza exigí que se moviera para terminar de ordeñar mis huevos.
La sorpresa al conocer el perfil dominante del su marido la hizo tambalearse pero reaccionando a insistencia se retorció de placer pidiendo que fueran mis manos las que le marcaran el ritmo. Complací sus deseos con una serie de duras nalgadas, las cuales provocaron en ella una serie de pequeños clímax que se fueron acumulando hasta hacerle estallar cuando notó que sacando mi verga liberaba su ano.
Ante mi asombro al destapar ese agujero, María se vio sacudida por un orgasmo tan brutal como duradero que la mantuvo revolcándose por el suelo mientras las dos chavalas la colmaban de besos.
«Es increíble», sentencié al comprender que jamás la había visto disfrutar tanto durante los años que llevábamos casados.
Pero fue su propia favorita la que exteriorizó lo que había sentido al consolar a su exhausta ama diciendo:
―María correrse como Aung y Mayi. María no Ama, María esclava.
Ante esa sentencia, mi mujer salió huyendo con lágrimas en los ojos por la escalera. Anonadado por lo ocurrido, me levanté para ver qué le pasaba pero entonces la morenita me rogó que la dejara a ella ser quien la consolara. Sin saber si hacia lo correcto, me senté en la silla mientras trataba de asimilar la actitud de María esa noche. Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Mayi llegó ronroneando y cogiendo mi pene entre sus manos mientras susurró en plan putón:
―Mayi limpiar Amo. Amo tomar Mayi.
¡Mi carcajada retumbó entre las paredes del comedor!…

CAPÍTULO 6. MARÍA SE DEFINE

Esperé más de media hora que María volviera y cuando asumí que era infructuosa, me levanté a buscarla con Mayi como fiel guardaespaldas. Ya en la primera planta del chalet, el sonido de sus llantos me llevó hasta ella y entrando en nuestro cuarto, la hallé sumida en la desesperación al lado de Aung que cariñosamente intentaba tranquilizarla.
―¿Puedo pasar?― pregunté sin saber si mi presencia iba a ser bien recibida.
Con lágrimas en sus ojos, levantó sus brazos pidiendo mi consuelo. Por ello, me lancé en su ayuda y con la certeza de que de alguna forma yo era responsable de su angustia, la abracé. Mi esposa al sentir mi apoyo incrementó el volumen de sus lamentos y con la voz entrecortada por el dolor, me preguntó qué debía de hacer.
―Perdona pero no sé qué te ocurre― repliqué totalmente perdido.
Mi respuesta provocó nuevamente que se echara a llorar y durante casi un cuarto de hora, no pude sacarle qué era eso que tanto la angustiaba. Increíblemente fue su favorita la que viendo que no se calmaba, comentó con dulzura:
―No pasa nada. Amo aceptar usted esclava de corazón.
A pesar de ese español chapurreado, su mensaje era tan claro como duro; según esa muchacha, mi esposa, mi pareja de tantos años se sentía sumisa y le daba vergüenza reconocerlo. Impactado por esa revelación y sin llegármela a creer, acaricié sus mejillas mientras le decía:
―Sabes que te amo y me da igual si resulta que me dices que eres marciana o venusina. Soy tu marido y eso no va a cambiar.
Secando sus ojos, me miró desconsolada:
―No entiendes lo que me ocurre y dudo que lo aceptes.
Como antes de la afirmación de la birmana ya sospechaba que la llegada de esas dos mujercitas había provocado un maremoto en su interior al dejar aflorar una bisexualidad reprimida desde niña, repliqué:
―Lo entiendo y lo acepto… para mí sigues siendo la María de la que me enamoré. Además lo sabes, no me importa compartirte con ellas siempre y cuando me des mi lugar.
Incapaz de mirarme, comenzó a decir:
―No quiero eso… lo que necesito es…
Viendo que no terminaba de decidirse a confesar lo que la traía tan abatida, traté de ayudarla diciendo:
―Lo que necesites, ¡te lo daré! Me da igual lo que sea, pero dime de una vez que es lo que quieres.
Sacando fuerzas de su interior, levantó su mirada y me soltó:
―Quiero que no me trates como tu esposa sino como tu…¡esclava! – para acto seguido y una vez había confesado su pecado, decir: ―hoy he disfrutado lo que se siente al ser sometida y no quiero perderlo. Necesito que me poseas como las posees a ellas, ¡sin contemplaciones!
―No te entiendo, eres una mujer educada en libertad y me estás diciendo que quieres te trate como un objeto.
No pudiendo retener su llanto, buscó el consuelo de las muchachas pero Aung levantándose de su lado se plantó ante mí diciendo:
―María conocer placer esclava y querer Amo no esposo. Si no poder, ¡véndala!
La intervención de esa morena me indignó pero al mirar a mi mujer y ver en su cara que era eso lo que deseaba, mi ira creció hasta límites indescriptibles y alzando la voz, le grité:
―Si eso es lo que quieres, eso tendrás― y creyendo que era un flus pasajero quise bajarle los humos diciendo: ―Hazme inmediatamente una mamada y trágate hasta la última gota.
Mi exabrupto consiguió el efecto contrario al que buscaba porque, tras reponerse del susto, sonriendo se acercó a mí que permanecía de pie en mitad de la habitación y bajando mi bragueta, comenzó a chupar con desesperación mi verga.
Dando por sentado que si quería que recapacitara debía humillarla, mirando a Mayi por señas le pedí que se colocara el mismo arnés con el que mi esposa había sodomizado a su compañera. La birmana no puso reparo en ceñírselo a la cadera y sin avisar penetró a mi mujer mientras ésta me la mamaba. El grito de María ante tan salvaje incursión en su coño me hizo creer que iba por buen camino y por eso tirando de su favorita, la exigí que diera un buen repaso a los pechos de la que había sido su dueña.
Aung comprendió al instante que era lo que esperaba de ella y tumbándose bajo nuestra víctima, se dedicó a pellizcar cruelmente sus negros pezones.
Para mi sorpresa, mi querida esposa no se quejó y continuó lamiendo mis huevos mientras su sexo era tomado al asalto por una de las sumisas y sus pechos torturados por la otra.
«No me lo puedo creer, ¡le gusta!», dije para mí al observar en sus ojos el mismo brillo que cuando disfrutaba al hacerle el amor.
Intentando a la desesperada que volviera a ser ella y viendo que mi pene ya estaba erecto, la obligué a abrir los labios para acto seguido incrustárselo hasta el fondo de su garganta. Fui consciente de sus arcadas pero no me importaron porque tenía la obligación de hacerla reaccionar y sin dar tregua a María, usé mis manos para marcar el ritmo con el que me follaba su boca.
Obligada a absorber mi extensión mientras Mayi penetraba con insistencia su coño, se sintió indefensa y antes que me diera cuenta, ¡se corrió!
«¡No puede ser!», exclamé en mi interior y mientras trataba de asimilar que hubiese llegado al orgasmo, comprendí que no había marcha atrás y que debía profundizar en su humillación aunque eso la hundiera aún más en ese “capricho”.
Por eso sacando mi verga de su boca, llamé a la morenita de la que estaba prendada. Al llegar Aung a mi lado, la hice arrodillarse ante mí y poniéndola entre sus labios, ordené a mi mujer que aprendiera como se hacía una buena mamada. Tras lo cual, dulcemente, rogué a la birmana que fuera su maestra.
Mientras esa muchacha se dedicaba a cumplir mi deseo, vi caer dos lagrimones por sus mejillas y eso me alegró creyendo que había conseguido mi objetivo, pero entonces con tono sumiso María, mi María, me dio las gracias por enseñarle como debía hacerla para que la próxima vez su amo estuviera contento.
Juro que me quedé helado al escucharla.
Dándola por perdida, saqué mi polla de la garganta de su favorita y antes de huir de ese lugar, ordené a las orientales que usaran a su nueva compañera como a ellas les gustaría que yo las tratara. Destrozado y sin saber qué hacer, todavía no había abandonado la habitación cuando observé a través del rabillo del ojo a Mayi arrastrando del pelo a mi señora hasta la cama. Pero lo que realmente me dejó acojonado fue comprobar ¡la ilusión con la que María afrontaba su destino!

 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Las profecías se cumplen? 2” (POR AMORBOSO)

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El día siguiente lo pasé entre reuniones con el consejo y entrevistas con los presos recuperados, me informaron de que el gobernador de la ciudad y varios oficiales se habían rendido y eran interrogados por el consejo.

Fui informado de que habían obtenido toda o casi toda la información del funcionamiento de las ciudades, sus tropas y administración. Lo que nos vendría muy bien en el futuro.

Pasé un momento por los almacenes que hacían de hospital, donde se encontraban encerrados en sendos barracones los esclavos y esclavas recuperadas para que no saliesen vagando por el campamento. Solo eché una ligera mirada, con la que pude apreciar que estaban todos desnudos, llevaban la cabeza rapada y en ella podía apreciarse la cicatriz de la intervención que los convertía en dóciles.

Me comunicaron que, a falta de hacer más comprobaciones, habían visto que la operación les había anulado la voluntad, pero no sus conocimientos. Al parecer, uno de los médicos, mientras comprobaba el estado de un herido, mandó que se le cambiase el vendaje, sin mirar a nadie en especial. Uno de los esclavos que estaba en una cama al lado, se puso a cumplir la orden con gran maestría, por lo que el médico impidió que lo interrumpiesen y mandó que le facilitasen material.

Al final verificaron que había hecho una cura perfecta y querían comprobar si todos podían realizar trabajos relacionados con sus antiguas profesiones. Yo los dejé con su labor y marché a comer.

En casa tenía la comida preparada, pero ni rastro de Eva. Por la tarde volví a reunirme con el consejo, donde nos interrumpió uno de los mensajeros que diariamente viajaban entre el sitio uno y sitio dos (les dimos esos nombres para identificarlos, hasta que se convirtiesen en asentamientos definitivos y les diésemos otra denominación. Mientras tanto, decidimos darles un número según el orden de reconquista).

El mensajero de sitio dos, nos informó de los problemas que se habían presentado con un grupo de esclavas. Concretamente con 19. Cuatro del harén del gobernador, cinco de las reservadas a oficiales y diez de la tropa. Al parecer las esclavas de los harenes estaban condicionadas para excitar y follar a todos los hombres que veían, sintiéndose mal, con fuertes dolores si no lo conseguía ninguna. Solamente con que el hombre eligiese a una o varias para follar, las demás se calmaban. Cuando alguna llevaba varios días siendo rechazada, le empezaban los dolores, y no se les calmaba hasta que alguien se la follaba. Eso hacía que cada vez se pusiesen más ansiosas y provocadoras.

Era una forma de tenerlas ansiosas para quien quisiera follarlas y poder hacer con ellas lo que quisiera. Nuestros hombres, la mayoría viviendo en pareja, no querían hacer nada con ellas. (O no lo querían decir). De cualquier manera, eran seis contra diecinueve.

Hubo que traerlas al campamento, donde estuvieron unos días sedadas para que, por lo menos mientras dormían, no tuviesen dolores. Para luego ser atendidas únicamente por mujeres.

Los tres días siguientes fueron iguales, reuniones, comida yo solo, más reuniones, cena solo y a dormir.

Al cuarto día, me despertó una extraña sensación en mi polla. Me había acostado de madrugada y no tenía prisa por levantarme. Una boca le estaba dedicando su atención, y lo hacía con ganas, y parecía que hasta con experiencia. No me resultó difícil imaginarme que era Eva la que lo hacía. Al final era ella la que se había rendido primero.

Seguí con los ojos cerrados, en un intento de parecer dormido, que no engañaba a nadie, entre otras cosas, porque lo hacía con gran maestría y era difícil permanecer impertérrito ante sus acciones.

Sentía su lengua recorrer mi polla desde los huevos al glande, deteniéndose en el para darle rápidos toques de lengua en el borde, meterse la punta y volver a bajar haciendo el recorrido inverso por otro lado hasta llegar de nuevo a mis huevos. Repetía el proceso con su lengua y boca, mientras su dedo recorría mi perineo con una ligera presión.

“¡Mira que es puta!, pensé. El otro día se hacía la estrecha y hoy parece una profesional”

No podía evitar mi fuerte respiración y algún que otro gemido, que hacían más increíble mi simulación de sueño, pero ella siguió recorriéndola con la lengua por todos los lados y chupando mi glande con toques de la punta para seguir lamiendo hasta tenerla toda bien ensalivaba.

Cuando estaba dispuesto a correrme otra vez en su boca, la muy puta se separó de mí, dejándome con el rabo tieso y las ganas, pero solamente fue algo temporal. Al momento noté que se subía, montándose a caballo, sobre mí y manipulaba mi polla para empalarse en ella. Supe por los roces con mi cuerpo y la posición de sus manos, que estaba dando la espalda.

No sentí los pliegues de su coño antes de entrar, mientras la apoyaba en su agujero, sino que la sensación era de dos masas carnosas que luego separaba con sus manos antes de empezar a presionar para penetrarse. Eso, unido a la estrechez del agujero por donde la estaba metiendo, me hizo deducir que no era el coño por donde entraba sino por el otro agujero cercano.

“Ni chuparla ni por el culo” Me había dicho y no solo la chupaba de maravilla, sino que le entraba por el culo despacio, pero la más mínima preparación. ¡Cómo me había engañado!

Abrí los ojos un poco, solo para ver el espectáculo, pudiendo contemplar su hermoso culo y sus redondeces. Estaba inclinada hacia adelante, por lo que veía su espalda y algo de su pelo rapado, que debía haberlo recortado recientemente.

Movía su culo arriba y abajo a buena velocidad, al tiempo que su mano, al parecer colocada sobre su coño, se movía a ritmo frenético.

Volví a cerrar los ojos para dedicar toda mi atención a sentir los movimientos que su culo hacía con mi polla, subía y bajaba, se movía adelante y atrás, era capaz de cerrar más su ano para ejercer mayor presión y todo ello me estaba llevando al camino sin retorno del orgasmo.

-Siiiiii. Me corroooooo.

Y le llené el culo de leche. Nada más salir mi primer chorro de leche, empezó a contraer y soltar su ano exprimiéndome como si me ordeñase, al tiempo que gritaba su propio orgasmo.

-AAAAAAAHHHHHH.

Durante un rato quedó plegada sobre sí misma, recuperándose de lo que tuvo que ser un intenso orgasmo. Luego quedó ligeramente incorporada, con mi polla en el culo, supongo que mientras esperaba que se me bajase la erección y se saliese.

Le di dos palmadas en el culo con suavidad, lo que le arrancó un gemido de placer. Al no seguir, se retiró de encima de mí, quedando de pie junto a la cama, mirándome. Yo la miré y…

¡No era Eva! El pelo rapado por detrás y sus formas más o menos parecidas, además de no esperar a nadie más, me habían confundido. Se trataba de una de las esclavas rescatadas. Era mayor, aunque tenía un cuerpo muy bien formado. Pechos grandes, poco caídos, caderas redondeadas sin ser gordas, culo amplio, sin depilar coño ni axilas, la cabeza con el pelo recortado corto y una cara que me resultaba conocida…

-¡Coño! ¡Si es mi madre! ¡Mamá!

Exclamé al reconocerla. No me lo podía creer. ¡Le había dado por el culo a mi madre! En mi defensa podía decir que no la había conocido, que creía que era otra persona, pero… ¡Había enculado a mi madre!

-¿Mamá? ¿Eres tú? ¿De dónde has salido? ¿Dónde has estado?

Mientras hablaba, ella se dejó caer de rodillas, con las piernas bien abiertas, la cabeza pegada al suelo y las manos apoyadas a ambos lados de la cabeza, con los dedos apuntando al frente.

-Estoy lista para el castigo, señor.

-¿Qué castigo?

-Llevo tres días sin satisfacer a los hombres y hacerles conocer el paraíso.

-Es igual, no pasa nada. Pero contéstame ¿Dónde has estado?

-¡Pero señor, me duele todo mi interior! ¡La ley dice que tiene que castigarme!

Y se puso a llorar. Fuertes espasmos sacudían su cuerpo, mientras repetía “Señor, tiene que castigarme”. Yo me quedé paralizado. No entendía nada. Por fin pregunté:

-¿Qué castigo debo aplicarte?

-Los 15 azotes, cinco por cada uno de los hombres que, como mínimo, no he llevado al paraíso cada día.

-¿y cómo debo dártelos?

-¿Tengo su permiso, señor?

-Sí, claro.

Entonces se levantó, fue hacia donde estaba mi ropa y tomó el cinturón, volvió a mi lado, se arrodilló y me lo ofreció con la mirada baja, sobre sus manos abiertas y situadas por encima de su cabeza. En cuanto lo retiré de sus manos, volvió a la postura anterior y a sus súplicas.

Doblé el cinturón por la mitad y le di un golpe en las nalgas, sin fuerza. Ella siguió con su petición y espasmos. Volví a darle otro algo más fuerte sin que se callara. Por fin, harto ya de la cantinela, le di un golpe con fuerza que dejó una marca sonrosada sobre sus nalgas y parte del muslo.

-Uno, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Le di un segundo golpe

-Dos, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

En mis ojos hicieron aparición las lágrimas, mientras azotaba con fuerza su culo y espalda, hasta completar los 15. Al terminar, con su culo totalmente rojo y cruzado por líneas rojo intenso, se incorporó a cuatro patas y se acercó a mí para levantarse hasta mi polla, que se encontraba medio enhiesta, y besarla.

-Gracias, señor. La comida está preparada. Si lo deseas te serviré ahora.

Asentí con la cabeza y se levantó en dirección a la cocina. No me lo podía creer. Azotar el culo de mi madre y ver su color rojo, las cintas oscuras que lo cruzaban y haber vuelto a sentir su boca, me habían excitado. Volvía a tener la polla dura otra vez. Solamente se me ocurrió decir:

-Mamá…

Ella se giró y me miró. Inmediatamente vino corriendo hacia mí, con una enorme sonrisa en los labios y con cara de gran alegría, haciéndome recostar de nuevo en la cama y saltando sobre mí para metérsela polla entera en la boca. Pero no era eso lo que pretendía.

-Ponte a cuatro patas.

Ella se colocó sobre mi como le había dicho, dejando que eligiese el agujero por dónde meterla. Una gota cayó desde su coño a mi pubis. Yo tampoco quería eso. Salí de debajo de ella y me coloqué detrás. Ella bajó la cabeza y se puso como en la posición de castigo. Sus dos agujeros quedaron disponibles y ofrecidos para seleccionar el que quisiese. Sin más dilación, se la clavé en el coño con la intención de lubricarla bien antes de atacar el objeto de mi interés.

Comenzó a emitir gemidos de placer cada vez más fuertes.

-Te gusta eh!

-Sí, señor. Me follas muy bien. Estoy disfrutando como nunca. Me tienes apunto ya.

-Pues córrete ya, cuando quieras.

-AAAAAAHHHH. Siiiii. Maaaaasssss

Cuando terminó su orgasmo siguió pidiendo más y más. Seguía chorreando y parecía que se iba a correr, pero no lo alcanzaba. Volví a preguntar.

-¿Estás apunto otra vez?

-Siiii.

-¿Y por qué no te corres?

-Porque usted no se ha corrido ni me ha dado permiso para hacerlo.

-Pues córrete cuando quieras.

Y nuevamente, en menos de tres minutos, volvió a correrse sin dejar de pedirme que siguiera. Quise hacer una prueba y antes del medio minuto le dije: ¡Córrete! Y volvió a tener un nuevo orgasmo, que por sus gritos debió de ser mayor y más intenso que el anterior. Me pareció que cada vez que alcanzaba un nuevo orgasmo, era más intenso que el anterior.

Con la polla empapada de sus líquidos, la saqué y la puse a la entrada de su ano, haciendo presión. Entró con mucha facilidad hasta que mi pelvis chocó contra sus glúteos y mis huevos contra su coño. Ella hizo presión con sus músculos, haciéndome sentir su estrechez. Se la saqué hasta la punta, le di una palmada en cada cachete mientras admiraba su culo y se la volví a meter hasta el fondo. Ella gemía de placer con todo esto. Decidí probar nuevamente:

-¡Córrete!

-AAAAAAAAAAHHHHHHH Siiiiiiii No pare, no pareeeee.

La cantinela era siempre la misma, pero mis huevos ya goteaban de los líquidos que escurrían de su coño, lo que me hacía pensar que sus orgasmos no eran fingidos.

Seguí un buen rato metiendo, sacando y dándole azotes. Mi polla estaba dura como nunca y a punto de reventar. Cada medio minuto la hacía correrse, lo que hacía cada vez con más agotamiento, hasta que ya no pude más y me vacié de nuevo en su interior. Mi orgasmo precedió al suyo, sin que le hubiese indicado nada.

Yo me dejé caer sobre la cama a un lado y ella se desplomó en el sitio. Me despertaron unas suaves manipulaciones en mi polla. Cuando abrí los ojos, allí estaba mi madre acariciándomela.

-La comida está en la mesa.

Me levanté, me lavé un poco, me vestí, saboreé una estupenda comida (mi madre era muy buena cocinera) y me fui directo al hospital.

Antes de salir, volví a preguntarle dónde había estado, de dónde venía.

-Estaba en un hospital, nos han sacado a la calle un rato y luego nos han dicho que volviésemos a la casa, y yo he venido.

-¿Y por qué te has puesto a chupármela y me has follado con el culo?

Con una cara de total extrañeza por mi ignorancia, me respondió

-¡Es mi obligación, señor! Tengo que hacer la comida para los señores y hacerles disfrutar para que conozcan el paraíso. Lo dice la ley.

-¿Y tiene que ser por el culo?

-Principalmente sí. La ley dice que tengo un buen culo, pero me pueden pedir y debo ofrecer cualquier parte de mi cuerpo.

Después de esto, salí rápidamente de casa, no sin antes advertirle que no se moviese de allí, y me dirigí al hospital.

No la habían echado de menos, no lo harían hasta la noche, al contar las camas. Me reuní con médicos, enfermeras y personal que no estaba ocupado en ese momento, preguntando cómo estaba la situación con las mujeres.

Teníamos 32 mujeres, 31 quitando a mi madre, más las 19 del harén Éstas últimas no daban problemas estando encerradas solas y atendidas por mujeres, pero no ocurría lo mismo con las otras. Me contaron que todas tenían fuertes dolores de vientre que las hacían ir dobladas, a pesar de ser atendidas solamente por mujeres también, las dos doctoras que las habían mirado, no encontraron nada y que la situación se les estaba yendo de las manos.

Esa mañana las habían separado en tres grupos, a uno de ellos, diez jóvenes se habían acostado con ellas, calmándoles los dolores durante unas cinco horas, a otro grupo las estuvieron masturbando sin conseguir que alcanzaran su orgasmo y no solamente eso, sino que se encontraban peor todavía. El tercero lo habían dejado de control.

Expliqué lo que había pasado en mi casa y cómo lo había solucionado. Hubo algunos comentarios por ser mi madre, pero fueron acallados al haber conseguido una solución, independientemente de la forma de conseguirlo.

Mandé llamar a 31 hombres voluntarios y solteros, los mandé desnudar y que retuviesen en sus manos los cinturones. Luego mandé a las mujeres situarse en posición de castigo, una delante de cada hombre y ante la cara de asombro de todos, incluyendo el personal del hospital, tomé el lugar de uno de ellos y le di cinco fuertes azotes en el culo, con la consabida respuesta de la azotada. Luego dije que les diesen los quince azotes a cada una, con fuerza, pero procurando no causarles grandes daños y que luego se las follaran, pidiéndoles, de vez en cuando, que se corrieran.

Volví una hora después y ya estaba el problema solucionado. En una nueva reunión con los médicos y personal, hablamos mucho en busca de soluciones, pero no podíamos tener a los soldados follándose a las mujeres todos los días, así que se me ocurrió traer a 183 esclavos o más, de la última ciudad para que colaborasen en el mantenimiento del campamente y que cada día, 31 de ellos se las follasen hasta que las fuésemos colocando en algún lugar.

Al día siguiente solicité el permiso del consejo e hicimos un nuevo ataque a otra de las poblaciones de cierta importancia que nos rodeaban. Había muchos más soldados y estaban más nerviosos y alerta. Luego nos enteramos de que era porque los mensajeros que habían salido en dirección a las ciudades y campamentos conquistados, no habían regresado y no había noticias de ellos y eso los ponía nerviosos.

Desconocedores de ello, esperamos a que saliese un mensajero, que fue interceptado fuera de la vista de la ciudad. Por la noche, los hombres se fueron camuflando cerca de la puerta de la ciudad, para lo que cortamos el agua que bajaba por los canales de riego para que pudieran esconderse.

A la mañana siguiente, apenas asomado el sol, volvió el mensajero al galope, al que unos guardias cansados y somnolientos, después de una noche de guardia, abrieron las puertas inmediatamente. Cuando pasó por ellas a toda velocidad, dejó caer dos bombas que explotaron un momento después, cuando empezaban a cerrar, sacando las puertas de sus goznes y matando a los que las cerraban.

Inmediatamente después, los hombres salieron de sus escondites y entraron en la ciudad, que todavía no había despertado, eliminando a todos los soldados que encontraban y que habían salido al oír el ruido.

En una acción coordinada, las delta bombardearon los cuarteles, creando una gran confusión. Mis hombres llevaban las ropas de los soldados capturados, y se identificaban por un trocito de tela en las mangas. Cuando se encontraban con grupos numerosos, los dirigían hacia la zona donde había más de los nuestros gran parte como soldados y unos cuantos más sin uniforme, pareciendo que luchaban entre ellos. Los recién llegados se incorporaban a la lucha, donde eran masacrados sin piedad al quedar totalmente rodeados.

Por suerte, en los primeros minutos de lucha, dimos con una prisión que se encontraba a la entrada y donde se hacinaban cientos de hombres y mujeres a la espera de ser procesados. Cuando abrimos las puertas y les explicamos quienes éramos, como nos identificábamos y lo que hacíamos, se incorporaron a la lucha tomando las armas de los caídos, palos, piedras y lo que encontraron a mano.

He de reconocer que si no hubiese sido por ellos, creo que no hubiésemos vencido. Al finalizar la tarde, los que no habían muerto eran prisioneros. Hubo que organizar varias piras para quemar los muchos cientos, quizá miles, de cadáveres, pero gracias a los liberados, los esclavos y nosotros, conseguimos deshacernos de ellos.

Entre otras muchas cosas, conseguimos hacernos con un equipo completo, incluyendo el personal, para lobotomizar personas y convertirlos en dóciles corderitos. Nada más informarme de ello, vino uno de mis oficiales y preguntó.

-Hay cerca de 800 soldados prisioneros. ¿Qué hacemos con ellos?

Estuve pensando en ello, reuní a los oficiales que pude y tuvimos un intercambio de ideas y pros y contras de cada una de ellas, al final, resumí todo ello y di la orden:

-No podemos almacenar prisioneros. Eso nos quitará personal y aumentará el riesgo de ser derrotados, por tanto, el equipo capturado se dedicará a convertir a los prisioneros en obedientes esclavos.

Cuando volví a casa, habían pasado tres días. Mi madre daba vueltas encorvada y dolorida, pero se le alegró la cara al verme. Mientras entraba, ya iba desabrochándome los pantalones, dejándolos caer pero retirando el cinturón.

Mi madre, desnuda como era su obligación en lugares cubiertos, se situó inmediatamente a mis pies en situación de castigo. Mi polla ya empezó aponerse dura antes de empezar.

-Uno, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Dos, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

– …

-Ocho, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Su culo ya empezaba a tener una tonalidad roja y mi polla amoratada de la presión.

-Diez, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

Y estaba rojo, con tiras bien marcadas. Mi polla goteaba.

-Córrete.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH.

Hice la prueba y funcionó. Tuvo un orgasmo brutal, incluso en medio de un castigo. Su condicionamiento era impresionante…

-Catorce, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Quince, gracias señor, que alcances la gloria y el paraíso.

-Chúpamela ya, rápido. Venga.

Se incorporó rápidamente y se la metió en la boca. Sujeté su cabeza con ambas manos y empecé a follarla con furia. Escondía los dientes y la presionaba entre la lengua y el paladar. Era algo súper excitante. Sentía mi polla entrar resbalando por su lengua y rozando su paladar, hasta alcanzar su garganta y sentir la contracción de su arcada perfectamente controlada, la volvía a sacar despacio, recreándome en el roce, para volverla a meter con rapidez.

Viéndome a punto de vaciarme, le di la orden de ir a la cama y de acostarse de espaldas. Me arrodillé entre sus piernas y coloqué la almohada bajo su culo para levantarla poder metérsela por el coño desde abajo, pero teniendo el cuerpo erecto, como si estuviese de pie. Eso me dejaba su clítoris disponible para manipularlo.

Sabiendo que no podía correrse hasta que lo hiciese yo o que se lo ordenase, me dediqué a follarla despacio, haciendo que mi polla, por la postura, recorriese bien su punto G, al mismo tiempo que aumentaba el rozamiento de mi glande.

Con una mano, alternaba caricias en sus pezones y con la otra, recogía con dos dedos sus pliegues dejando en medio el clítoris, para moverlos alternativamente, imprimiendo un sentido de cuarto de giro, además de masturbarlo ligeramente.

-AAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG

Ya no gritaba. Berreaba. No podía correrse, pero eso no significaba que no se excitase. Es más, su condicionamiento la sobreexcitaba. Se puso como loca, como fuera de sí. Grataba, gemía, bufaba, hacía de todo. Me compadecí y le ordené:

-¡Córrete!

-AAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHhhhhhhhhhhhhh

Su fortísimo grito se perdió en la afonía, para terminar en una relajación total. Yo seguí follándola un poco más y me corrí en su coño, soltando toda mi carga en un orgasmo de los más largos que recuerdo. Me extrañó que no se volviese a correr, pero tenía una causa justificada, había perdido totalmente el sentido.

Me preocupó momentáneamente, pero al ver que su respiración era normal, la dejé descansar y me fui a comer algo. Cuando se recuperó, tuve que volver a castigarla porque, según me dijo, había cometido dos pecados, el dormirse y no atenderme en mi comida. Evité un tercero al decirle que me había corrido a la vez que ella, porque también tenía que correrse conmigo.

Recuerdo que mi pensamiento fue: ¡Hay que joderse. Lo que hacen esos condicionamientos!

Por otro lado, Eva no me había dicho nada sobre sexo desde el día de la mamada. Seguía viniendo para dar las instrucciones a mi madre sobre la comida que tenía que hacer y organizar y mandarle las tareas de limpieza. Por supuesto, estaba al tanto de la situación, pues había entrado mientras estaba con mi madre, tanto durante los castigos como las folladas, aunque eso sí, discretamente, sin manifestarse directamente. De esto me enteré después.

Al día siguiente, no había salido de casa cuando llegó ella. Había mandado a mi madre que hiciese limpieza, no tenía nada urgente y estaba relajándome con la lectura del viejo libro de Nostradamus, lleno de anotaciones mías de los últimos años. En sus páginas descubrí que había llegado gracias al eclipse de luna y desde ese día me acostumbré a recitar el poema todas las noches.

-¡Qué solo estás!

Me sorprendió la voz. Cuando levanté la vista, pude ver a Eva apoyada en el marco de la puerta.

-Ah! Hola Eva. No te he oído llegar. ¿Qué tal estás? Para venir todos los días, hace mucho que no coincidimos ni nos vemos.

-De salud, bien, de sexo muchísimo peor que tú.

-¿Peor que yo? ¿Qué sabes tú?

-Porque desde que está tu madre contigo, o llego cuando estás en plena faena o estoy en otra habitación y me tengo que retirar discretamente.

-Ah! Ya te has enterado.

-Y quién no. Dais unos gritos que os oye todo el vecindario. Cuando vienes tú, creo que todos en este barrio se ponen a follar de lo calientes que los ponen vuestros gritos.

-Vaya. ¿Y a ti, también te pone? ¿Agotas a los otros cuatro que te compartimos?

-Eres un cabrón. Sabes que ni estando con ellos un mes entero disfrutaría tanto como una hora contigo.

-Eso tiene solución, siempre puedo sacar tiempo para ti. ¿Por qué no me la chupas un poco para ponerla en forma y estrenamos tu culo? –Quise tensar un poco la situación

-Hijo de puta. Te dije que ni te la chupaba ni te daba el culo. Me jodiste la otra vez llenándome la boca con tu corrida, pero no volverá a pasar más. –Saltó con furia.

-Mira Eva, no te hagas la estrecha, que se te notó que te enfadabas para quedar bien, pero que no te había disgustado tanto. Verás como también disfrutas lo mismo o más que por el coño.

-Eso no lo verás nunca.

-Muy bien. Cuando estés dispuesta puedes venir a mi cama. Te estaré esperando.

Y dio media vuelta, y se marchó bufando y murmurando en busca de mi madre para organizar las cosas.

Esa noche, le di cinco azotes de castigo a mi madre porque me apetecía y luego la follé con calma por el coño. Me corrí pronto y ella me acompañó con otro orgasmo, como era su obligación, y me fui a la cama pronto.

Aquel día organizamos un ataque a una pequeña guarnición, de unos 20 hombres, que era un puesto avanzado de vigilancia, y custodiaba un paso entre las montañas un poco alejado de nosotros.

La incursión fue un paseo. Sin noticias de los puestos, pueblos y ciudades cercanas, no sabían lo que ocurría y se encontraban totalmente relajados. Se veía que carecían totalmente de disciplina. De noche, solamente cerraban la puerta, sin dejar vigilancia la mayoría de ellas. Tampoco se molestaban en izar y arriar la bandera. Además había 22 mujeres de harén para ellos 20. Cuando llegamos, solamente había un soldado en la puerta, con una mujer desnuda arrodillada a sus pies, haciéndole una mamada.

Camuflados entre la maleza cercana esperamos el momento oportuno. Cuando cogió la cabeza de la muchacha con las dos manos y cerró los ojos, uno de mis hombres se desplazó hasta la empalizada y se acercó pegado a ella, sin hacer ruido.

Cuando clavó la polla hasta el fondo para correrse, no solamente soltó la leche en la garganta de la muchacha, sino que la bañó en sangre cuando le cortó el cuello sin que se diese cuenta. Rápidamente, la mano de mi hombre sustituyó a la polla del muerto para tapar la boca de ella y que no gritase. Algo inútil porque era una de las esclavas y ni gritan, ni huyen, ni nada, si no se les ordenas.

Entramos en silencio y recorrimos estancia por estancia degollando a los que dormían, estaban borrachos, jugaban o follaban.

Desde que vi a la muchacha haciendo la mamada, con la cabeza rasurada y desnuda, no pude evitar pensar en mi madre, poniéndoseme dura al instante, y creo que fue esa distracción, el estar pensando en ella, lo que hizo que uno de los defensores, además borracho, descargase su espada e hiciese un corte en mi pantalón de cuero, desde la ingle a la rodilla, toda la parte delantera. El roto del pantalón me daba problemas. Tenía dos opciones, quitarme los pantalones o sujetar el roto. Opté por atarme un pañuelo para mantener todo junto.

Ni que decir tiene que su cabeza duró pocos segundos más sobre su hombro.

Acabada la lucha, con casi todos los soldados muertos, procedimos a quemar sus cadáveres, como siempre, enviamos a los pocos prisioneros para someterlos, después de interrogarlos concienzudamente, y partimos hacia casa. Como a la vuelta de las batallas íbamos bañados en sangre de nuestros enemigos, no me di cuenta de que la espada no solo había cortado mi pantalón, sino que me había hecho una herida, aunque no muy profunda, pero muy larga.

Llegué a casa, me desnudé y vi la herida. El pañuelo la había mantenido bastante cerrada con un sangrado bajo, pero al quitarlo volvió a abrirse. Envié a mi madre a buscar a Eva, que había trabajado en un hospital hasta que se casó, y estuve lavándome. La herida no era grave, pero sangraba mucho y en cantidad por su longitud. Tuve que hacerme un torniquete y acostarme porque no podía mantenerme en pie.

Eva limpió y desinfectó todo, me vendó la herida y se quedó parada un momento mirándome. Increíblemente, con las manipulaciones entre mi ingle y rodilla me la habían puesto dura. Se arrodilló entre mis piernas, me sonrió y se la metió en la boca. No tenía nada que ver su mamada con las de mi madre, pero ponía interés. Al poco rato consiguió que me corriese, sin que se retirase, a pesar de haberle avisado que lo iba a hacer. Se tragó todo, incluyendo unas gotitas que salieron a sus labios y que recogió con su dedo para chuparlo sensualmente, me sonrió otra vez y se fue.

A partir de ese momento, caí en un sopor que me mantuvo dos días en semi-inconsciencia. Dijeron que era por la pérdida de sangre y la infección que sobrevino, a pesar de la experta cura de Eva.

En ese periodo oía hablar a varias mujeres, una de ellas mandaba y se enfadaba. Creo que alguien me la estuvo chupando, pero no sé si llegué a correrme. Hubo más gritos, pero tampoco sé si todo eso fue consecuencia de la fiebre.

Desperté al segundo día, cuando Eva terminaba su cura y comenzaba a volver a vendar la herida.

-¡Por fin despiertas! Llevas dos días con fiebre de caballo. Tenía ganas de que lo hicieses para darte una sorpresa: ¡Está aquí tu hermana!

-¿Mi hermana? ¿De dónde ha salido?

-Estaba en el último campamento que asaltasteis. Por lo visto, era un sitio de paso y descanso de tropas y tenían más concubinas para atenderlos. Una de ellas era tu hermana. En cuanto la reconocieron, la trajeron aquí y lo primero que hizo fue ponerse a chupar tu polla. Por lo visto, está condicionada para hacerse elegir por cualquier hombre que vea y su pecado es el no ser aceptada por ninguno.

Y continuó

-He tenido que llamar a los cuatro abuelos que tengo (eran cincuentones) para que las entretengan y no se lancen como locas a por ti. No sé si estos sobrevivirán a una semana con ellas. –Esto último lo dijo riéndose.

Dos días después tenía la herida lo bastante bien como para levantarme y poder acudir a las reuniones del consejo. Y desde ese momento y durante los días siguientes planeábamos los ataques, estudiando todas las posibilidades, para que luego Darío, el hijo de Eva, actuase en mi lugar dirigiendo a la gente, consiguiendo en todos ellos nuevos éxitos.

Eva tenía a María encerrada en una habitación, por lo que, entre eso y que no estaba muy despierto cuando me lo dijo, no volví a acordarme de ella.

Ya esa primera salida marcó el cómo iba a ser el futuro. Cuando termine la jornada de mañana, fui a casa a comer, mi madre me sirvió la comida. Seguidamente, se metió bajo la mesa, me desabrochó los pantalones y me los bajó, junto a calzoncillo, hasta los talones, obligándome a levantar el culo de la silla para ello.

No había llegado excitado pero, solamente de bajarme los pantalones, mi hasta entonces minimizada polla empezó a crecer. Se la metió en la boca todavía reducida y floja y empezó a aspirarla e ir sacándola y estirándola poco a poco, echando la cabeza hacia atrás, hasta que se salía de su boca. Ese gesto iba llenándola de la sangre necesaria para conseguir una potente erección en pocos minutos.

Una vez alcanzada, comenzó a metérsela hasta la garganta y sacarla hasta la punta, con lamidas en el glande y vuelta a repetir.

-Hazlo despacio. Tómate tu tiempo.

Ella cambió. Se la sacó y empezó a recorrerla con la lengua, tanto en su longitud como en circunferencia. Acariciaba mis huevos y su dedo presionaba la base de mi polla en el perineo. Cuando había lamido toda mi polla, se la metía entera en la boca y la volvía a sacar, mientras estrechaba el cerco de sus labios.

Lo hacía tan bien, que pronto me tuvo a punto de correrme y no lo consiguió por mis esfuerzos en contra. Por suerte, pronto terminé mi plato de comida y le hice ir a buscar el segundo. Eso me dio el tiempo de recuperarme y bajase mi excitación. A su vuelta la hice seguir con la mamada, volviendo a empezar. Nuevamente lamidas a lo largo y ancho, penetraciones profundas y problemas para mantenerme sin llegar al orgasmo.

Como en los combates de boxeo, cuando estaba a punto de caer, sonó la campana. Terminé mi plato y le pedí algo de postre. Me sacó fruta y eché de menos los plátanos. En esta zona no se producen, siempre son de importación y los negocios no estaban muy por la labor, pero la hice acostarse boca arriba sobre la mesa, con los pies sobre dos sillas y traje de la cocina un buen pepino.

Le hice ensalivarlo bien para metérselo por el coño, haciéndole sentir sus rugosidades y bultos. Empecé a moverlo entrando y saliendo, al tiempo que masturbaba su clítoris con la otra mano. No tardó en gemir de placer y retorcer su cuerpo para aumentar las sensaciones.

Me detuve un momento masajeando mi polla, para luego escupirme en ella y metérsela por ese culo que tanto me ponía. Le estuve machacando durante un buen rato, al tiempo que movía ligeramente el pepino insertado en el coño, sin dejar su clítoris desatendido.

El trabajo anterior sobre mi polla y el angosto espacio que dejaba su coño lleno, presionándomela con fuerza, haciéndome sentir con intensidad el placer de la enculada, hizo que no aguantase y me corriese como un burro dentro de su culo, lo que hizo que ella se corriese también.

Gracias a su condicionamiento no quedé mal, pues estoy seguro que si en lugar de ser mi madre hubiese sido Eva, ella se hubiese quedado con las ganas.

Cuando termine, le hice limpiarme la polla, me vestí y me fui realizar mis tareas.

Cuando volví por la noche, había una muchacha joven, con la mirada perdida, sentada en un sillón. Nada más entrar, se le iluminó la cara y saltó hacia mí, directa a mi cuello, que envolvió con sus brazos mientras clavaba sus labios en los míos y su lengua entraba hasta lo más profundo. A la vez, pegó su cuerpo al mío, haciéndome sentir, a pesar de la ropa, sus pechos grandes y duros, que se clavaban como estacas, su coño restregado por mi entrepierna y sus piernas que se intercalaban con las mías y me aprisionaban como un cepo.

Puse mis manos en su culo. Un culo redondo y duro, pero menos que lo que se había puesto mi polla al sentirla. Ella misma hizo los movimientos que la liberaron, soltando y dejando caer pantalones calzoncillos, para seguidamente arrodillarse ante mí y empezar a metérsela en la boca.

Fue muy excitante. Empezó lamiendo el glande por todas partes. Solamente con eso ya pensaba que iba a correrme. Luego puso sus labios rodeándolo y fue metiéndoselo despacio. Lo metía un par de centímetros más o menos y lo sacaba uno aproximadamente, para volver a meter otros dos y retroceder uno. Así hasta que se la metió toda entera.

Para alguien que estaba ansioso desde el primer momento, eso fue un auténtico martirio, que no mejoró con sus siguientes atenciones. Todavía estuvo un rato sacándolo hasta la punta, lamiendo el glande y volviendo a meterla hasta la garganta, despacio pero sin pausa.

Por fin comenzó a aumentar la velocidad del vaivén, combinando con acciones que no sabría definir en su totalidad. Creo que era combinación de succión y movimientos de lengua, en cadencias rápidas.

No se cómo detectó que estaba a punto de correrme, pero momentos antes, se la sacó y me hizo agacharme hasta quedar tumbado en el suelo. Montó a caballo sobre mí y ella misma se empaló.

Estuvo un momento detenida, con ella dentro, mientras realizaba contracciones con los músculos dándome un masaje que me tenía a instantes de mi orgasmo pero que no era suficiente para contrarrestar mis esfuerzos por dilatarlo y hacerme llegar.

Cambió a movimientos con la pelvis adelante y atrás. Adelante la clavaba completamente y masajeaba, hacia atrás, mantenía compresión hasta llegar a sacársela y dejarla recorrer su coño rozando su clítoris, tanto cuando salía como cuando volvía, hasta iniciar una nueva penetración. Había momentos en que pensaba que pasaría de largo, sin entrar, pero con habilidad conseguía la suficiente desviación para que entrase y pudiese llegar hasta el fondo.

La situación se me hizo inaguantable. Yo no gemía, daba auténticos gritos de placer mientras sentía sus movimientos

-OOOOOOHHHH. Siiiiii. Muévete asíiiiii.

Llegó a mover sus piernas hasta ponerse en cuclillas sin sacársela completamente, siguiendo una serie de botes sobre mi polla que más parecía una estación de bombeo de petróleo que una follada, por la cantidad de líquido que bajaba por mis huevos al suelo.

-¡Quiero correrme en tu boca YA! –Grité poco después.

Saltó hacia atrás hasta que quedó a la altura conveniente y se lanzó a una mamada que me hizo ver el cielo y lanzarle toda mi carga directa a su garganta, donde desapareció convenientemente engullida. También ella tuvo su orgasmo en cuanto sintió mi corrida.

Si bien había disfrutado como nunca, aunque mi experiencia sexual era escasa, no terminaba de gustarme que se corriesen solamente porque lo hacía yo, pero mis reflexiones fueron cortadas por la entrada de Eva.

-Veo que, por fin, has conocido a tu hermana. ¿Qué te ha parecido?

Gracias por sus comentarios y valoraciones.

“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.


Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 27. Capitulación.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 27. Capitulación.

A la mañana siguiente Arabela se despertó en la misma postura. La fresca brisa del mar entraba por el ojo de buey poniéndole la piel de gallina. Se tapó con la sabana y el movimiento despertó a Hércules por un instante, que medio en sueños la acogió entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y trasmitiéndole su calor. Se volvió a dormir hasta que unos suaves golpes sonaron en su puerta y la voz de la capitana se filtró preguntándole si se encontraba bien.

Arabela se despertó y poniéndose una bata de seda se acercó a la puerta y abrió. La capitana entró en la estancia flanqueada por dos fornidos marineros que portaban sendos bicheros. Bela intentó disuadirlos pero los hombres entraron en la habitación dispuestos a reducir a Hércules.

—Tranquila, Hansen y Jensen se ocuparan de él. —dijo la capitana Goldman—¿Te ha hecho daño ese animal? Le voy a hacer pagar caro…

—No hay ningún problema, Mary y será mejor que retires a tus chicos. —le interrumpió Arabela.

Antes de que pudiese terminar la frase se oyeron dos golpes no muy fuertes y en pocos segundos salió Hércules totalmente desnudo y agarrando a cada uno de los marineros por un brazo que llevaba retorcido a sus espaldas.

—A sus órdenes capitana, —dijo Hércules dando un empujón a aquellos dos inútiles de forma que cayesen de bruces a los pies de las dos mujeres.

La capitana observó con asco el cuerpo desnudo y la sonrisa despectiva de aquel estúpido muchacho y no pudo evitarlo:

—No sé qué te crees, gilipollas, pero has infringido las leyes del mar. Has agredido al capitán de un barco, la máxima autoridad en esta lata de sardinas mientras nos encontremos en aguas internacionales. Una orden mía y estarías colgando del mástil.

—¿Y quién iba a colgarme? ¿Serías tú? ¿O serían estos dos inútiles? —replicó Hércules dando una ligera patada al costado a Jensen o de Hansen.

—¡Basta! ¡Los dos! —les interrumpió Bela— Nadie va a hacer nada. Yo soy la que paga los sueldos de todo el mundo así que vamos a volver todos a nuestras respectivas tareas y vamos a olvidar todo lo que ha pasado aquí. ¿Entendido?

—Pero… —intentó protestar débilmente la capitana.

—¿Entendido? La misión de este barco es lo primero y no quiero absurdas rencillas entre los componentes de la expedición. Si alguien tiene algún problema podemos atracar en el puerto más cercano y podrá abandonar el barco. Yo me encargaré de conseguirle un sustituto.

Las duras palabras de Arabela acabaron con la resistencia de la capitana que se tragó su orgullo y se retiró consciente de que si renunciaba a su trabajo perdería un sustancioso sueldo.

El resto del día transcurrió sin incidentes. Hércules empezó a desempeñar sus tareas que básicamente eran ser el chico para todo. Gracias a sus conocimientos prácticos y su fuerza, tanto podía arreglar el brazo robótico de un minisubmarino, como llevar un montón de cajas de provisiones de la bodega a la cocina. El incidente de la noche anterior había sido la comidilla de la tripulación. La capitana con sus ademanes secos y sus maneras autoritarias no caía muy bien a nadie, así que se encerró en el puente de mando y dejó de tener contacto con nadie que no fuese miembro de la tripulación.

Arabela apenas vio a Hércules en todo el día, pero por lo que le decían los miembros de la expedición, había sido un excelente fichaje. Era simpático y un manitas y las mujeres, ante el fastidio de Arabela, no paraban de opinar sobre sus bíceps, sobre su sonrisa o sobre lo que escondía bajo sus bermudas.

Para la hora de la cena ya se había ganado a todo el equipo y todos reían escuchando sus anécdotas y las bromas pesadas que intercambiaba con sus compañeros del equipo de rugby.

La velada terminó rozando la medianoche. Todos los componentes de la expedición se fueron retirando uno a uno hasta que solo quedaron ellos dos. Arabela se levantó charlando con el doctor Kovacs unos instantes antes de terminar y separarse para dirigirse a sus respectivos camarotes.

Al girarse vio que Hércules la seguía sin disimulo. Irritada, aceleró el paso e intentó cerrar la puerta en sus narices, pero él fue demasiado rápido impidiendo que se cerrase del todo. De un empujón abrió la puerta haciéndola retroceder y cogiéndola de un brazo la empujó contra la puerta, cerrándola con el empujón.

Hércules la observó durante un momento y acarició su cabello rojo durante un instante antes de besarla. Sus labios se fundieron y las lenguas de ambos se tantearon con suavidad saboreándose el uno al otro mientras las manos de Hércules se deslizaban por su cara hasta rodear su cuello. En ese momento apretó su cuello cortando su respiración.

—Nunca vuelvas a intentar cerrarme la puerta. —dijo él apretando un poco más— ¿Me has entendido?

Gruesos lagrimones corrían por las mejillas de la mujer haciendo que se corriese el rímel en gruesos churretones por su cara. Arabela sentía como el oxígeno se iba agotando, pero hipnotizada por aquella profunda mirada no hizo ningún gesto de rebeldía. Estaba dispuesta a morir si era lo que Hércules deseaba y se lo demostró quedándose quieta, esperando pacientemente a que su amante decidiera sobre su vida. Finalmente, él aflojó un poco la presa, permitiendole coger una bocanada de aire antes de volver a recibir sus besos.

Hércules la avasallaba con su fuerza y su lujuria desarmándola con caricias y besos, pero sin dejarla en ningún momento tomar la iniciativa. Jamás se había sentido tan excitada e indefensa a la vez. Las manos del joven sacándole la ropa a tirones la devolvieron a la realidad.

Apenas tuvo tiempo de sorprenderse y Hércules ya estaba sobre ella manoseando su cuerpo, besando, chupando y mordiendo hasta dejar su pálida piel llena de marcas y chupetones.

Con una ligera presión la obligó a arrodillarse y le puso la polla en sus manos. Bela la acarició obediente, sintiendo como crecía y se endurecía con sus caricias. Agarró el miembro palpitante con más fuerza y empezó a masturbarle.

Las manos de Bela eran cálidas y suaves y sus gestos experimentados. En cuestión de segundos estaba totalmente excitado. La mujer levantó la vista un instante e interrumpió los movimientos de sus manos para besar suavemente su glande. Hércules sintió un escalofrío recorriendo su columna. Cogiendo su melena en llamas, le introdujo el miembro poco a poco en la boca, disfrutando del calor y la humedad de su boca. Con un último empujón se la alojó en el fondo de su garganta.

Arabela contuvo una arcada. Su boca se llenó de saliva y se vio obligada a retirarse para poder respirar. Hércules la dejó coger un par de bocanadas y volvió a penetrar su boca esta vez con más suavidad, moviendo ligeramente las caderas y dejando que ella fuese la que decidiese hasta dónde quería que llegase su glande. Arabela a su vez chupaba con fuerza y acompañaba con su lengua cada retirada de la polla del joven.

Estaba tan excitada que apenas puso oposición cuando la levantó y la maniato con las manos por delante. Antes de que se diese cuenta estaba con los brazos colgando de una viga del techo del camarote, de forma que solo tocaba el suelo si se ponía de puntillas.

Hércules se paró y observó el cuerpo de la mujer. Los músculos de sus muslos y sus pantorrillas estaban contraídos por el esfuerzo de mantener el contacto con el suelo. Dio una vuelta en torno a ella y acarició su espalda antes de acercarse y taparle los ojos con un pañuelo oscuro.

Arabela no veía nada y apenas podía moverse. Podía olerle y oírle dando vueltas a su alrededor como una pantera hambrienta. Se sintió como una presa, como un sacrificó para aplacar la ira de un Dios. Un roce en su cadera bastó para sobresaltarla y hacer que toda su piel se pusiese de gallina. Levantó una pierna para descansar un poco y ese fue el momento que eligió el para cogerla pasando sus brazos por debajo de sus muslos y penetrarla.

La mujer suspiró excitada y dejó aliviada que Hércules cargara con su peso. Aquel joven la levantaba como una pluma y unas veces la penetraba con suavidad y otras la dejaba caer con todas sus fuerzas ayudándose de la gravedad. La polla de Hércules se abría paso en su interior provocándole un intenso placer y se imaginaba su sonrisa burlona cada vez que ella gemía sorprendida.

Hércules apartó sus brazos para poder acariciar su cuerpo. Arabela perdió el pie un instante y las ligaduras mordieron sus muñecas haciéndole soltar un grito, pero reaccionó rápido y rodeó las caderas de Hércules con sus piernas mientras este se comía literalmente su cuello y sus labios.

Durante unos instantes siguió besando y estrujando su cuerpo y ella no podía hacer otra cosa que abrazar su cuerpo con sus piernas y frotar su sexo anhelante contra su polla.

Con un empujón volvió a dejarla sola en la oscuridad y el silencio. La gruesa moqueta ahogaba todo los sonidos. Le pareció oír algo a su izquierda y se volvió. Una ligera caricia y nada más. Levantó la pierna e intentó barrer el espacio circundante pero no encontró nada. Cuando volvió a apoyar los dos pies en el suelo un par de dolorosos cachetes en el culo hicieron que pegase un alarido. Notó el intenso escozor y la sensación de ardor. Debería estar dolorida y aterrada pero en realidad se sentía aun más excitada.

Se puso de puntillas y retrasó su culo. Las ligaduras volvían a apretar sus muñecas, pero le daba igual. Solo deseaba una cosa, deseaba tenerle dentro de ella. Hércules se tomó su tiempo, pero finalmente la penetró. Las manos de Hércules eran dos serpientes que rodeaban su cuerpo y atacaban sus lugares más sensibles con rapidez y habilidad, produciendo instantáneos relámpagos de placer que intensificaban la gratificante sensación de tener la polla del joven moviéndose dentro de su coño.

Sin dejar de gemir y jadear, Arabela le pedía con insistencia que siguiese y le diese cada vez más fuerte. Cuando esto no fue suficiente comenzó a dar pequeños saltos para intensificar su placer, en ese momento Hércules volvió a agarrarla del cuello y lo apretó con fuerza pero ella ya no podía parar, todo le daba igual, solo importaba el placer que aquel miembro le estaba dando.

El orgasmo le llegó intenso y profundo. Todo su cuerpo se agitó incontenible recorrido por un placer que la arrasaba y se negaba a abandonarla. Hércules se apartó dejándola al fin respirar. Sin ocultar sus movimientos se puso frente a ella y la besó mientras se masturbaba. Le suplicó que la dejase hacérselo ella, pero por toda respuesta solo escuchó un sordo gemido antes de que él eyaculase derramándose sobre su vientre y sus muslos.

Con un último beso el joven la desató y dejó que se quitase la venda de los ojos. Hércules sonreía satisfecho, tal como se lo había imaginado. Arabela se quedó allí, dejando que la observase mientras hacía dibujos con la leche que cubría su vientre.

El resto de la travesía la paso en una nube. Durante el día Hércules la trataba con respeto y deferencia. A medida que el sol avanzaba en su recorrido hacia el ocaso Arabela se sentía más y más excitada hasta el punto de que cuando llegaba la cena solo pensaba en arrastrar al joven a su camarote, pero Hércules alargaba la sobremesa y la torturaba con una sonrisa mientras jugaba a las cartas o contaba chistes a los compañeros de expedición.

Cuando finalmente la llevaba al camarote, totalmente mojada y rendida dejaba que Hércules la follara a su antojo y ella disfrutaba cumpliendo todos su deseos sabiendo que cuando lo hacía siempre era recompensada.

Cinco días después estaban a la vista del desértico islote. Apoyados en la baranda, a apenas cinco millas de la costa, observaron la nubes que se arremolinaban en el horizonte, perfilando la isla. Hércules aspiró profundamente, podía oler la tormenta que se preparaba.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO : PARODIAS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :

alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 4” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7. MARÍA ME ENTREGA A LA PEQUEÑA AUNG.

Cómo no podía soportar la idea de no haber sabido que mi esposa albergaba en su interior una sumisa, intenté que una copa me diera la tranquilidad que me faltaba. Y bajando al salón, fui al mini bar y me puse un whisky. Para mi desgracia ese licor que tanto me gustaba, en aquella ocasión me resultó amargo.
«¿Por qué nunca me habló de ello?», me pregunté y revisando nuestra vida en común, traté de hallar algún indicio que me hubiera pasado inadvertido y que a la vista de lo sucedido diera sentido a ese cambio radical.
Haciendo memoria nada en su comportamiento me parecía en consonancia con lo que me acababa de revelar porque a pesar de ser una mujer abierta en lo sexual, nunca había mostrado preferencia por el sexo duro y menos por la sumisión.
Al no hallar respuesta en nuestra convivencia, solo había dos opciones. O bien antes de conocerme había contactado con ese mundo, cosa que me parecía extraño, o bien al ejercer como dueña y señora del destino de las birmanas se había visto sorprendida por el placer que esas crías obtenían al saberse cautivas de unos extraños.
Esa segunda posibilidad era la que mayores visos de verdad pero después de mucho cavilar comprendí que a efectos prácticos me daba igual cuál de las dos fuera la cierta porque el problema seguía ahí:
¡María se sentía sumisa y yo no sabía cómo afrontarlo!
Esa realidad me colocaba nuevamente en una disyuntiva: o la dejaba por no ser capaz de aceptar, como decía Aung, que mi esposa se hubiese convertido en una esclava de corazón, o apechugaba con el nuevo escenario y complacía sus deseos ejerciendo de su dueño. Como divorciarme no entraba en mis planes, asumí que tendría que aprender a controlar y a satisfacer no solo a ella sino también a las dos orientales. Para ello y dada mi inexperiencia preferí informarme en internet pero toda la información que saqué me parecía cuanto menos aberrante al no ver exigiendo algo que no estuviera yo dispuesto a probar en carne propia.
Abatido y con la enésima copa en la mano, volví a mi cuarto con la esperanza que todo hubiese sido una broma pero en cuanto asomé mi cara por la puerta comprendí que lejos de ser algo pasajero, era algo que había llegado para quedarse.
―¿Qué es esto?― quise saber al ver a las tres desnudas arrodilladas al lado de mi cama.
Actuando de portavoz de tan singular trio, Mayi me soltó:
―Nosotras querer vivir juntas vida con Amo. Amo no poder hacer diferencias y Aung quejarse Amo no tomar.
El alcohol me hizo tomarme a guasa ese paupérrimo español y recordando la promesa que le había hecho a mi esposa, repliqué imitando su habla:
―Amo no poder follarse a Aung porque María no poner en bandeja.
Dudo que las birmanas entendieran mi respuesta pero por supuesto que mi mujer sí y demostrando nuevamente que quería que la tratara como a ellas, contestó:
―Esa promesa se la hizo a alguien que ya no existe por lo que no tiene que cumplirla.
Cabreado, repliqué:
―Me da igual que sus viejos puedan reclamarla, o me la entregas tú o me niego a desvirgarla.
Aceptando que estaba dándole su lugar, mi mujer no se tomó a mal mi negativa y cogiendo de la mano a la oriental, dijo con voz segura:
―Aunque no soy nadie para entregarle lo que ya es suyo por derecho, aquí está esta hembra para que la haga suya.
No sé qué me impactó más, si la expresión de angustia de la oriental por temer que la rechazara o la resignación de María al depositarla en mis manos. Afortunadamente en ese instante algo me iluminó y ejerciendo la autoridad que ella misma me había dado, me tumbé en la cama y exigí que Mayi y María se mantuvieran al margen mientras la tomaba.
Ninguna de las nativas entendieron mi orden y tuvo que ser mi esposa la que dando un postrer beso como su dueña a la morena, le dijera:
―Nuestro amo te espera.
Aung no entendió que con ese breve gesto María le estaba informando que había aceptado desvirgarla y con ello romper el último lazo que le ataba a su pasado. Aterrorizada por mi posible rechazo, permanecía de pie en mitad de la habitación casi llorando.
Lo cierto es que estuve tentado de mantener su zozobra pero como de nada me iba a servir, dando una palmada sobre el colchón, la llamé a mi lado.
―Ve a él― insistió María a la muchacha.
Enterándose por fin que iba a hacer realidad lo que tanto tiempo llevaba esperando, la birmana se agachó ante mí y con la voz entrecortada por la emoción, sollozó:
―Nunca antes hombre, Aung tener miedo.
Reconozco que me pareció rarísimo que esa chavala se mostrara temerosa de entregarse a mí cuando yo mismo había sido testigo de la forma en que mi esposa la había sodomizado y mientras se acercaba a mí, decidí que al igual que había hecho con su compañera, esa primera vez debía de ser extremadamente cuidadoso para que evitar que una mala experiencia la hiciera odiar mis caricias y levantando mis brazos, le pedí que se acercara.
Con paso timorato, cubrió los dos metros que nos separaban. Viendo su temor, no pude menos que compadecerme de ella al saber que había sido educada para entregarse al hombre que la comprara sin poder opinar y sin que sus sentimientos tuviesen nada que ver.
«Pobre, lleva toda vida sabiendo que llegaría este día», medité.
Ajena al maremágnum de mi mente, Aung se tumbó junto a mí sin mirarme. La vergüenza que mostraba esa criatura me parecía inconcebible y más cuando apenas media hora antes, no había tenido problema en hacerme una mamada.
«No tiene sentido», me dije mientras tanteaba su reacción pasando mis dedos por su melena.
Ese pequeño y cariñoso gesto provocó una conmoción en la birmana, la cual pegó un gemido y ante mi asombro se pegó a mí diciendo:
―Aung no querer volver pueblo, Aung querer amo siempre suya.
La expresión de su mirada me recordó a la de Mayi y cayendo del guindo, aprehendí algo que había pasado por alto y que era que para ellas era algo connatural con su educación el enamorarse de su dueño porque así evitaban el sentirse desgraciadas.
Queriendo comprobar ese extremo, acerqué mis labios a los suyos y tiernamente la besé. El gemido que pegó al sentir ese beso ratificó mis sospechas al percibir que con esa caricia se había excitado y con el corazón encogido, pensé:
«Mientras mi esposa quiere que la trate como una esclava, ellas se engañan al entregarse a mí soñando que son libres».
Conociendo que se jugaba su futuro y que debía complacerme, buscó mis besos mientras su pequeño cuerpo temblaba pensando quizás que podía rechazarla al considerarla culpable del cambio de María.
«Parece una niña», maldije interiormente sintiéndome casi un pederasta al verla tan indefensa y saber que su futuro estaba en mis manos.
―¿No gustar a mi dueño?― preguntó al ver que no me abalanzaba sobre ella como siempre había supuesto que haría el hombre que la comprara.
―Eres preciosa― contesté con el corazón constreñido por la responsabilidad. Aunque conocía su urgencia por ser desvirgada y evitar así que sus padres volvieran a venderla, eso no me hizo olvidar que realmente no se estaba entregando libremente sino azuzada por el destino que le habían reservado desde que nació.
Al escuchar mi piropo como por arte de magia se le pusieron duros sus pezones haciéndome saber que con mi sola presencia esa morenita se estaba excitando. No queriendo asustarla pero sabiendo que debía de poseerla sin mayor dilación, decidí que al igual que hice con su compañera iba a tomarla dulcemente. Y olvidándome de comportarme como amo, pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que la besaba. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, susurró en mi oído:
―Aung siempre suya.
La seguridad de su tono y la aceptación de su futuro a mi lado me permitieron recrearme en sus pechos y con premeditada lentitud, fui acariciando sus areolas con mis yemas. La alegría de sus ojos me informó que iba por buen camino y más cuando sin esperar a que se lo pidiera se sentó sobre mis muslos mientras me volvía a besar.
Su belleza oriental y el tacto templado de su piel hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Ella al sentir esa presión sobre sus pliegues cerró los ojos creyendo que había llegado el momento de hacerla mía.
―Aung lista.
Pude haberla penetrado en ese instante pero retrasándolo delicadamente la tumbé sobre las sábanas. Ya con ella en esa posición, me quedé embobado al contemplar su belleza casi adolescente tras lo cual se reafirmó en mí la decisión de hacerlo tranquilamente mientras María y la otra birmana observaban atentas como me entretenía en acariciar su cuerpo.
Que tocara cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos, en vez de usar mi poder para violarla fue derribando una tras otras las defensas de esa morena hasta que ya en un estado tal de excitación, me rogó con voz en grito que la desvirgara. Su urgencia afianzó mi resolución y recomenzando desde el principio, la besé en el cuello mientras acariciaba sus pantorrillas rumbo a su sexo. El cuerpo de la oriental tembló al sentir mis dientes jugando con sus pechos, señal clara que estaba dispuesta por lo que me dispuse asaltar su último reducto.
Nada más tocar con la punta su clítoris, Aung sintió que su cuerpo se encendía y temblando de placer, se vio sacudida por un orgasmo tan brutal como imprevisto. Sus gritos y las lágrimas que recorrían sus mejillas me informaron de su entrega pero no satisfecho con ese éxito inicial, con mi lengua seguí recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse la muchacha forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
Para entonces ya no me pude contener y olvidando mi propósito de ser tierno, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. La ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, esa morena buscó mi pene con sus manos tratando que la tomara. Su disposición me permitió acercar mi glande a su entrada mientras ella, moviendo sus caderas, me pedía sin cesar que la hiciera mía.
―Tranquila, putita mía – comenté disfrutando con mi pene de los pliegues de su coño sin metérsela.
Sumida en la pasión rugió pellizcándose los pezones mientras María me rogaba que no la hiciera sufrir más y que me la follara.
―Tú te callas― cabreado contesté por su injerencia― una esclava no puede dar órdenes a su amo.
Mi exabrupto hizo palidecer a mi mujer y sollozando se lanzó en brazos de Mayi, la cual la empezó a consolar acariciando sus pechos. La escena me recordó que entre mis funciones estaba satisfacer a la tres y por eso, obviando mi cabreo exigí a esas dos que se amaran mientras yo me ocupaba de la morena.
Volviendo a la birmana, ella había aprovechado mi distracción para cambiar de postura y a cuatro patas sobre las sábanas, intentaba captar mi atención maullando. Al verla tan sumida en la pasión, decidí llegado el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior. Aung gritó feliz al sentir su virginidad perdida y reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas para acto seguido volver a correrse.
La humedad que inundó su cueva facilitó mis maniobras y casi sin oposición, mi tallo entró por completo en su interior rellenándola por completo. Jamás había sentido el pene de un hombre en su interior y por eso al notar la cabeza de mi sexo chocando una y otra vez contra la pared de su vagina, se sintió realizada y llorando de alegría chilló:
―Aung feliz, Aung nunca más sola.
Sus palabras azuzaron a mi cerebro a que acelerara la velocidad de mis movimientos pero la certeza que tendría toda una vida para disfrutar de esa mujercita me lo prohibió y durante largos minutos seguí machacando con suavidad su cuerpo mientras ella no paraba de gozar. La persistencia y lentitud de mi ataque la llevaron a un estado de locura y olvidando que como debía comportarse una mujer de su etnia, clavó sus uñas en su propio trasero buscando que el dolor magnificara el placer que la tenía subyugada mientras me exigía que incrementara el ritmo.
Esa maniobra me cogió desprevenido y no comprendí que lo que esa muchacha me estaba pidiendo hasta que pegando un berrido me rogó:
―Aung alma esclava.
Conociendo la forma en que esas mujeres se referían al sexo duro, no fue difícil traducir sus palabras y comprender que lo que realmente me estaba pidiendo es que fuera severo con ella. Desde el medio de la habitación, su compañera ratificó el singular gusto de la muchacha al gritar mientras pellizcaba los pechos de mi mujer:
―María y Aung iguales. Gustar azotes.
No sé qué me confundió más, que Mayi se atreviera a aconsejarme sobre cómo tratar a su amiga o la expresión de placer que descubrí en María al experimentar esa tortura. Lo cierto fue que asumiendo que esa noche debía complacer a la birmana, tuve a bien tantear su respuesta a una nalgada.
Juro que me impactó la forma tan rápida en la que Aung ratificó que eso era lo que deseaba y es que nada más sentir esa dura caricia se volvió a correr pero esta vez su orgasmo alcanzó un nivel que creía imposible y mientras su vulva se convertía en un géiser lanzando su ardiente flujo sobre mis piernas, se desplomó sobre el colchón.
María, que hasta entonces había permanecido callada, me incitó a seguir aplicando ese correctivo a la que había sido su favorita al decirme:
―Recuerdas un documental que vimos sobre el modo en que los leones muerden a las hembras mientras las montan, ¡eso es con lo que esa zorra sueña!
Asumiendo que era verdad dada su actitud, la agarré de los hombros y mientras llevaba al máximo la velocidad de mis embestidas, mordí su cuello. Mi recién estrenada sumisa al disfrutar de mi dentellada se vio sobrepasada y balbuceando en su idioma natal, se puso a temblar entre mis brazos.
Fue impresionante verla con los ojos en blanco mientras su boca se llenaba de baba producto del placer que la tenía subyugada y fue entonces cuando supe que debía de eyacular en su interior para sellar mi autoridad sobre ella. Por ello, llevé mis manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, busqué mi placer con mayor ahínco.
Mayi desobedeciendo dejó a María tirada en el suelo y acercándose a donde yo estaba poseyendo a su amiga, murmuró en mi oído:
―Aung fértil, Amo sembrar esclava.
No me esperaba que entre mis prerrogativas estaba el fecundar a las chavalas pero pensándolo bien si como dueño podía tirármelas, era lógico que se quedaran preñadas y con la confianza que ese par de monadas iban a darme los hijos que la naturaleza me había negado con María, sentí como se acumulaba en mis testículos mi simiente y dejándome llevar, eyaculé desperdigándola en su interior mientras la oriental no paraba de gritar.
Habiendo cumplido con su destino Aung se quedó transpuesta y eso permitió a la otra birmana buscar mis brazos y llenándome con sus besos, me dijo en su deficiente español mientras intentaba recuperar mi alicaído pene:
― Mayi amar Amo, ¡Mayi primera hijos Amo!

CAPÍTULO 8, PROMETO HACER MADRE A MARÍA

La terquedad de ese par ofreciendo sus úteros para ser inseminados apenas me dejó dormir al asumir que, si les daba rienda libre, esas birmanas me darían un equipo de futbol.
¡Me apetecía tener un hijo pero no una docena!
Pensando en ello, me levanté a trabajar sin hacer ruido para no despertar ni a mi esposa ni a las birmanas pero cuando siguiendo mi rutina habitual entraba al baño para ducharme, María se despertó. Y entrando conmigo, abrió el agua caliente y me empezó a desnudar.
―¿Qué haces? ¿Por qué no sigues durmiendo?― comenté extrañado.
Luciendo una sonrisa, contestó:
―Me apetecía ser la primera en servir a mi dueño.
No pude cabrearme con ella por seguir manteniendo esa farsa al comprobar la alegría con la que había amanecido, ya que normalmente mi esposa no era persona hasta que se había tomado el segundo café. Por ello haciendo como si no la hubiese oído, iba a quitarme el calzón cuando de pronto María se arrodilló frente a mí y sin esperar mi opinión, me lo bajó sonriendo.
La expresión de su rostro fue suficiente para provocarme una evidente erección, la cual se reafirmó cuando en plan meloso me obligó a separar las piernas mientras me decía:
―Por esto me levanté antes que ellas. Tu leche reconcentrada de la noche será para mí.
Y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión al mismo tiempo que con sus manos acariciaba mis testículos. Impresionado por esa renovada lujuria, no dije nada y en silencio observé a mi mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca.
A pesar de haber disfrutado muchas veces de su maestría en las mamadas, me sorprendió comprobar que ese día su técnica había cambiado haciendo que sus labios presionaran cada centímetro de mi miembro dotando con ello a la maniobra de una sensualidad sin límites. Y comportándose como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Para acto seguido empezar a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar mi verga dentro de su boca.
No contenta con ello fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en ingenio de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial.
Viendo lo mucho que estaba disfrutando, extrajo mi polla y con tono pícaro, me preguntó si me gustaba esa forma de darme los buenos días:
―Sí, putita mía. ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, con mayor ansia se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
―¡Dios!― exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y sabiendo que no se iba a mosquear, le avisé que quería que se lo tragara todo.
La antigua María se hubiese cabreado pero para la nueva ese aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa.
No tardó en obtenerla y al notar que mi verga lanzaba las primera andanadas en su garganta, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca. Era tal la calentura de mi esposa esa mañana que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
―¡Estaba riquísimo!― y levantándose, insistió: ―Esas dos putitas no saben lo que se han perdido por seguir durmiendo.
Muerto de risa, repliqué:
―Déjalas dormir, ahora quiero hablar contigo.
Por mi tono supo que no iba a reprocharle nada y totalmente tranquila, me pidió que charláramos mientras me ayudaba y dándome un suave empujón, se metió conmigo bajo el chorro de la ducha. Sus pechos mojados me recordaron porque me había casado con ella y mientras bajaba por su cuello con mi boca, le recordé una conversación que habíamos tenido hace unos meses sobre la conveniencia de contratar un vientre de alquiler.
―Me acuerdo que eras tú quien no estaba convencido― comentó con la respiración entrecortada al notar mi lengua recorriendo sus pezones.
Asumiendo que cuanto mas cachonda estuviera menos reparos pondría a mi idea, la di la vuelta y separando sus nalgas, me puse a recorrer los bordes de su ano. Ella nada más experimentar la húmeda caricia en su esfínter, pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse mientras me decía:
―¿Por qué me lo preguntas?
Sin dejarla respirar, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
―¡Qué delicia!― chilló apoyando sus brazos en la pared.
Cambiando de herramienta, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo mientras dejaba caer:
―Ya no somos unos niños y creo que es hora que seamos padres, ¿qué te parece?
El chillido de placer con el que contestó no me dejó claro si era por la pregunta o por la caricia y metiendo mi dedo hasta el fondo, comencé a sacarlo al tiempo que insistía en lo de tener un hijo.
―Sabes que yo no puedo― respondió temblando de placer.
Dando tiempo a tiempo, esperé a que entrara y saliera facilidad, antes de incorporar un segundo dentro de ella y repetir la misma operación. El gemido de mi esposa al sentir la acción de mis dos dedos en el interior de su culo me indujo a confesar:
―Tenemos a nuestra disposición dos hembras fértiles que no pondrían problemas en quedarse embarazadas.
Durante un minuto se lo quedó pensando y con su cabeza apoyada sobre los azulejos de la pared, movió sus caderas buscando profundizar el contacto mientras me decía:
―¿A cuál de las dos preñarías antes?
La aceptación implícita de María me hizo olvidar toda precaución cogiendo mi pene en la mano comencé a juguetear con su entrada trasera.
―Me da igual, pienso que lo lógico es que tú la elijas― contesté mientras forzaba su ojete metiendo mi glande dentro.
Al contrario que la noche anterior, mi esposa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me soltó:
―¡Dejemos que la naturaleza decida!
Intentando no incrementar su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara a esa invasión y mientras le acariciaba los pechos, insistí:
―Imagínate que se quedan las dos, ¡menuda bronca!
Pero entonces María, al tiempo que empezaba a mover sus caderas, me contestó:
―De bronca nada, ¡sería ideal!― y con la cara llena de felicidad, gritó: ― Esas putitas me harían madre por partida doble.
Impresionado con lo bien que había aceptado mi sugerencia, deslicé mi miembro por sus intestinos al ver que la presión que ejercía su esfínter se iba diluyendo y comprendiendo que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer para ser sustituido por el placer, comencé incrementar la velocidad con la que la empalaba.
―Ahora mi querida zorrita, calla y disfruta― y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como por arte de magia, el dolor de su cachete la hizo reaccionar y empezó a gozar entre gemidos:
―¡Quiero que mi amo preñe a sus esclavas!― chilló alborozada ―¡Necesito ser madre!
Como la noche anterior, mi señora había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. María, dominada por una pasión desbordante hasta entonces inédita en ella, esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de una estocada por mi parte.
―Si así lo quieres, ¡te haré madre! Pero ahora, ¡muevete!
Mis palabras elevaron su calentura y dejándose llevar por la pasión, me rogó que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas sensaciones pero sobre todo la perspectiva de tener un hijo terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. Al escuchar cómo me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces mi esposa se incorporó y empezó a besarme mientras me daba las gracias:
―¡No sé qué me ha dado más placer! Si el orgasmo que me has regalado o el saber que por fin has accedido a darme un montón de hijos.
―¿Cómo que un montón? Solo me he comprometido a intentar embarazarlas una vez y eso a no ser que tengamos gemelos, son dos.
Descojonada, María contestó:
―Esas pobres niñas son jóvenes y sanas, ¿no crees que sería una pena desperdiciar sus cuerpos preñándolas una sola vez?…

golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (18 y final)” (POR ALFASCORPII)

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18

Lucía despertó de su sueño y me miró con sus preciosos ojos azules con la misma incredulidad con la que yo la miraba a ella.

– ¿Qué ha pasado? –preguntó sorprendiéndose al escuchar su voz.

– No tengo ni idea –contesté confuso y agobiado-, acabo de despertarme y me he encontrado con esto…

– ¡Vaya!. Se acabó esta locura… se acabó la magia…

Noté decepción y tristeza en su voz.

– Se acabó la magia… -repetí con la misma tristeza.

Ambos habíamos asumido el cambio de sexo y de vida hasta el punto de llegar a creer que era lo que habíamos necesitado para ser más felices. En el caso de Lucía porque, antes del accidente que había puesto nuestros mundos del revés, a pesar de ser una mujer de éxito, era completamente infeliz con el muro que se había construido alrededor. Y en mi caso porque, a mis veintiséis años, me había estancado en una vida relativamente cómoda, sin metas ni ambiciones, simplemente viviendo el día a día sin ningún reto por delante.

Nos quedamos en silencio, mirándonos mientras los interrogantes fustigaban nuestras mentes.

– No entiendo cómo ha pasado esto -dijo ella pensando en voz alta-, pero creo que es una lección de la que debemos aprender.

– Creo que tienes razón –contesté en un susurro-. Yo he aprendido mucho… Ahora, después de lo vivido, será muy duro retomarlo todo desde donde lo dejé, pero tengo claro que no volveré a ser quien era.

– Al menos tú has tenido tiempo de descubrir y disfrutar, pero yo…

A Lucía se le quebró la voz y vi cómo sus bellos ojos se llenaban de lágrimas. Se giró dándome la espalda, y la oí sollozar.

– Lucía… Lo siento muchísimo… -le dije poniéndole una mano en el hombro.

El tocar su piel volvió a transmitirme aquella poderosa sensación que había sentido en nuestros anteriores contactos, y supe que ella también la sintió porque se encogió con un escalofrío, haciéndose un ovillo. Toda la fortaleza que siempre había mostrado, la imagen de la dura y poderosa mujer capaz de aplastar a cualquiera con su dedo, se disolvió como un azucarillo en café recién hecho, haciéndome ver su verdadera vulnerabilidad, aquella que sólo yo conocía por haber atesorado sus recuerdos como propios. No pude contener mi impulso de abrazarla, y ella aceptó mi sincero abrazo tomando mis manos con las suyas para que la rodease sin reservas.

– Gracias –respondió obligándome a estrechar aún más el abrazo, quedando nuestros cuerpos completamente pegados.

Sentí el calor de su piel en la mía, pues ambos seguíamos desnudos, y a pesar de la amargura del momento y la ternura del gesto, mi naturaleza involuntaria respondió con una sensación que hacía medio año que no tenía. Con un cosquilleo, noté cómo mi hombría crecía y se ponía dura, muy dura, hasta ser inevitable que contactara con las nalgas de Lucía.

– ¿Mmmmm…? -gimió ella levemente.

Mi corazón se aceleró. En el tiempo en que había sido una mujer, todos mis sentimientos masculinos habían ido quedando paulatinamente enterrados, y lo que en ese momento estaba experimentado había quedado tan atrás, que me parecía increíble volver a sentirlo tan rápidamente y en un momento tan poco apropiado.

– Lucía… -dije suspirando sin poder evitar que todo mi cuerpo clamase por ella.

– Ya lo noto… -contestó suspirando ella también-. Tranquilo, te entiendo perfectamente…

Se movió acomodándose, consiguiendo que mi verga quedase longitudinalmente encajada en la raja de su delicioso culo, excitándome aún más.

– La noche del accidente te deseaba, y ahora te deseo aún más… -susurró-. Vuelvo a ser yo misma, y mi cuerpo no hace más que pedirme sentirte…-añadió aflojando la sujeción de mis manos mientras sus glúteos presionaban mi dureza.

Sin necesidad de pensar en ello, como un acto reflejo, mis manos se aferraron a sus magníficos pechos. Por fin pude deleitarme con su suave tacto, generosidad y turgencia con mis manos de hombre, por fin pude hacer realidad mi utopía de amasar los hermosos dones de mi jefa siendo yo mismo. Sin duda, eran las más excitantes tetas que había acariciado jamás.

– Me gustas tanto desde que te vi por primera vez –le dije al oído-, siempre me has parecido tan sexy e inalcanzable…

– Tú también me gustaste desde el primer momento – me contestó dejándose hacer-. Por eso aquella noche quería parar en un hostal …

– Creo que es evidente que nos atraemos como imanes de polos opuestos, da igual que seamos hombre o mujer –le susurré hincando mi polla entre sus nalgas.

– Uuuuummmm… cómo me gusta sentir eso… -dijo meneando sus caderas-. Me parece increíble que hace tan sólo un rato deseara meterte mi recién estrenada polla en este culo… Y ahora lo que deseo es que tú me metas esa misma polla a mí…

– Antes de que todo esto pasara esa era mi mayor fantasía –contesté loco de excitación-. Deseaba dar por el culo a mi severa y sexy súper jefa, y ahora que lo tengo al alcance, lo deseo más que nunca…

– Nunca llegué a probarlo, pero sé que tú lo has gozado con mi cuerpo… Enséñame cómo es…

Moví mi pelvis frotando toda la longitud de mi pértiga en su redondo trasero. Con mi mano derecha, recorrí el sinuoso camino de su cintura y cadera sujetándola bien, y dejé que mi miembro llegase hasta su coñito, que ya estaba húmedo por mis caricias y la evidente excitación que nuestro contacto producía en Lucía. Sin ningún esfuerzo, y gracias a que ella tenía sus rodillas recogidas quedando en posición fetal, mi glande penetró entre sus labios y se introdujo en la calidez de su vagina haciéndonos a los dos suspirar.

– Voy a echar de menos lo que sé que estás sintiendo –le susurré mordisqueándole la oreja-. Pero poder follarte, aunque sólo sea una vez, lo compensará…

– Eso essss… Yo apenas he tenido tiempo de disfrutar de tener polla, así que hazme disfrutar llenándome con la tuya…

Empujé con mi pelvis tirando de su cadera, y enterré todo mi duro músculo en su cuerpo comprobando que encajaba en él de forma maravillosamente placentera.

Lucía gimió, y con mi otra mano pellizqué su duro pezón arrancándole un agudo grito de pura excitación.

Me retiré sacándosela entera, embadurnada de su cálido fluido vaginal, y apunté para que la cabeza de mi ariete penetrase entre sus suaves y tersos glúteos hasta llegar a su ojal.

– Uuuuuuuuuhhhhh… -aulló ella sintiendo la punta de mi polla presionando y dilatando su estrecha entrada trasera.

Su femenina lubricación envolviendo mi herramienta, su excitación y el entrenamiento al que yo había sometido aquella parte de su anatomía en los últimos meses, permitieron que mi glande se deslizase a través de la abertura ampliándola hasta que toda la gruesa cabeza estuvo dentro, haciéndome gruñir con la presión que su esfínter y músculos ejercían.

– ¡Dioooooooooosssssssss! –gritó ella-. ¡Es brutaaaaaaaaal!

– Espera, que ahora va el resto –añadí apretando los dientes.

La posición de su culo era magnífica para acceder a él, y ella encogió aún más las piernas sintiendo que la horadaba. Con un poco más de empuje, mi dura barra de carne fue invadiendo su recto.

– Uh, uh, uh, uh, uh –jadeaba Lucía por cada milímetro de sus entrañas que sentía abriéndose.

Sus nalgas contactaron con mi pubis, y mi mente se desquició de lujuria con esa sensación, obligando a mis caderas a empujar para apretar con fuerza esas bellas redondeces, empalando a Lucía hasta la máxima profundidad posible.

– Uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuhhhhh –volvió a aullar quedándose sin aliento.

Con toda mi polla metida en su culo, se lo apreté una y otra vez con mi pelvis, rebotando contra sus carnes, sintiendo cómo su cuerpo estrangulaba mi virilidad. Oprimiéndola tanto, que me proporcionaba una gloriosa mezcla de placer y dolor que me obligaba a no dejar de empujar, como si pudiera atravesar completamente aquel precioso cuerpo femenino.

Lucía gemía y sollozaba de puro gusto, siendo incapaz de controlar las contradictorias sensaciones que le producía el sentir por primera vez una polla taladrándole el culo y abriéndola en canal.

Yo apenas podía moverme, limitado por estar los dos tumbados de costado, así que a pesar de que se la podía clavar a fondo, sentía la necesidad de deslizarme con más recorrido dentro de ella para experimentar las contracciones y relajaciones de su interior.

Se la saqué del todo, sintiendo cierto alivio al salir de aquella estrechez, pero a la vez deseando volver a sentir esa poderosa presión.

-¿Por qué me la sacas? –me preguntó girando su rostro hacia mí-. Me estaba gustando mucho, me arrepiento de no haberlo probado antes… Antonio, métemela otra vez…

– Ponte a cuatro patas, que te vas a enterar de lo que es bueno –le dije verbalizando las palabras que tantas veces había repetido en mis ensoñaciones con mi jefa.

Lucía sonrió y obedeció deseando volver a sentir aquella intensa experiencia que acababa de descubrir. El ver en esa postura a aquella poderosa deidad dueña de mis fantasías, con su culito en forma de corazón ofreciéndoseme, se grabó a fuego en mi mente desquiciándola de lujuria.

– ¡Móntame! –ordenó con su tono de jefa y la cara de vicio más provocativa que había visto nunca.

No lo dudé ni por un segundo, agarré sus caderas y embestí su retaguardia para penetrarle el culo hasta el fondo con un potente empujón.

– ¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh! –gritó extasiada-. ¡Me ¡revientas!.

– ¡Dioooossssssss, Lucía! –grité yo enajenado por la presión que sus entrañas ejercían en mí-. Tengo que reventarte…

Tirando de sus caderas para evitar que cayese de bruces por el ímpetu de mis embestidas de macho embravecido, empecé a bombear a la magnífica hembra haciendo que toda la longitud de mi polla se deslizase dentro de ella, profundizando al máximo y sometiendo a sus nalgas a un duro castigo a base de azotes de mi pubis.

Sus gritos de placer compusieron una lasciva sinfonía, nunca había sentido nada tan intenso, y yo me sumé a al concierto coreando su júbilo con alardes de barítono que convirtieron aquella cama en el escenario de La Scala de Milán.

La fuerza que las paredes internas de Lucía ejercían en mí era soberbia. Me apretaba de tal modo que, cuando yo empujaba, tenía que vencer la resistencia natural de su cuerpo a ser penetrado por aquella vía. Ese poderoso masaje y fricción en mi polla, me hacían sentirla palpitando atrapada en el estrecho conducto, más congestionada e hinchada que nunca, a punto de correrme pero sin poder hacerlo. Aquello me obligaba a darle con toda mi alma, follándola salvajemente, castigando sus nalgas con mi cuerpo para alcanzar la liberación de tanta tensión acumulada. Pero aun así, no podía alcanzar el orgasmo.

Lucía se dejaba hacer totalmente entregada a mí, permitiéndome mover su maravillosa anatomía a mi antojo, gozando de mi potencia explorándola por dentro, extasiándose de mi pasión azotando su culo a golpe de cadera, disfrutando al límite de cómo la estaba montando sin darle cuartel… Hasta que sus brazos flaquearon y su bello rostro acabó sobre la almohada. Ese cambio en su postura inclinando su cuerpo, tiró de mi pértiga dentro de ella, flexionándola y estrangulándomela hasta hacerme sentir que reventaba con una furiosa corrida que noté cómo nacía palpitando en mi próstata, recorriendo en oleadas el interior de mi férreo miembro, hasta liberarse inyectándose en las profundidades de mi magnífica montura.

– ¡¡¡Oooooooooooooooohhhhhhhh!!! –grité sintiendo que descargaba en ella hasta la última gota de mi excitación, con mis glúteos apretados imprimiendo más ímpetu a la corrida.

Mi jefa estalló en una carcajada de satisfacción al sentir mi eyaculación en su interior, quedándose inmóvil para experimentar la exquisita sensación de mi espesa y cálida esencia derramándose en sus entrañas hasta morir con un último estertor que anunció el final de mi visceral orgasmo. Sintiéndose llena de mí, Lucía empujó hacia atrás con su culo obligándome a sentarme sobre mis talones, empalándose con mi lanza para alcanzar su propia gloria.

– ¡¡Aaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuummmmmm!!! –aulló como una loba en noche de luna llena, quedándose sin aliento sentada sobre mí.

Su poderoso orgasmo me exprimió sin piedad, permitiéndome volver a agarrar sus exuberantes pechos para estrujarlos intensificando aún más el placentero delirio de mi aullante hembra. Cuando toda su energía se consumió, sintiendo cómo mi miembro perdía consistencia y empezaba a ser vencido por las contracciones de su recto tratando de expulsarlo, levanté a la indómita loba cogiéndola por la cintura. Mi decadente músculo salió de ella y, tras él, el blanco líquido de mi orgasmo regando mi zona pélvica.

– Me has dejado como a una muñeca de trapo –me dijo tumbándose con su cara aún colorada por el clímax alcanzado-. Me ha encantado…

– Y tú me has exprimido como a una naranja -le contesté resoplando-. Es increíble la fuerza que tienes, por un momento he pensado que me arrancabas la polla.

Los dos nos reímos a carcajadas, hasta que se fijó en cómo había quedado mi entrepierna.

– Creo que deberías darte una ducha –me dijo-. Tienes toda la corrida encima.

– Sí –contesté observando cómo mi esencia se había condensado alrededor de mi verga-. Ahora que esta vuelve a ser tu casa… ¿Te importa si uso el jacuzzi?. Es que me encanta.

– Pues claro que no. Si fueras otro tío y esto hubiese ocurrido antes del accidente, te habría pedido que te marcharas. Pero eres tú… Y a pesar de haber recuperado mi cuerpo, yo ya no soy la misma Lucía que era… Me has abierto las puertas hacia nuevos horizontes, me has hecho descubrir nuevas sensaciones… Siéntete en tu casa y disfruta de un buen baño. Yo voy a beber algo.

Me di una rápida ducha y me metí en el relajante baño de hidromasaje, disfrutando de aquel pequeño lujo sabiendo que, probablemente, sería la última vez que lo hiciera. Sentado y sumergido hasta la línea por debajo del pecho, pensé en que todo lo que había ocurrido en mi vida en el último medio año, había quedado atrás como un sueño. Tenía que volver a la realidad, a mi realidad, en la que seguía siendo Antonio, un chico de veintiséis años, con unos padres que le querían, con buenos amigos, con buenas aptitudes e ideas, una persona inteligente y con un futuro prometedor… Pero había conocido otra vida, otro mundo, otras experiencias, y atesoraría lo aprendido en ese extraño sueño que dejaba atrás para ser más feliz sacándole todo el jugo posible a mi existencia.

¿Y Lucía?, ¿cómo encajaría en mi vida?. Ella seguía siendo mi jefa en el trabajo, en un escalafón que en mi realidad actual quedaba lejos de mi alcance… aunque ahora había mucho más entre nosotros. Había llegado a conocerla mejor de lo que ella misma se conocía, y ella también me conocía a mí mejor que cualquier otra persona sobre la tierra. Ahora que sabía cómo era realmente tras la dura fachada que mostraba al mundo, y que estaba dispuesta a derribar, me sentía fascinado por ella. Además, era imposible negar que entre nosotros había algo realmente mágico que había desencadenado todo cuanto había ocurrido desde aquel accidente, y a pesar de haber vuelto ambos a la normalidad, seguíamos sintiéndonos irremediablemente atraídos el uno por el otro.

– ¿Qué vamos a hacer? –me pregunté en voz alta.

– Retomar nuestras vidas y reconducirlas –contestó Lucía entrando en el cuarto de baño y quedándose ante mí con los brazos cruzados bajo sus hermosos pechos desnudos.

Con sólo verla, sentí cómo mi polla se movía sumergida bajo el agua caliente, como una anguila que buscase a su presa. A través del agua, la verdadera dueña de aquel jacuzzi observó mi reacción ante ella, y se mordió el labio. ¡Era tan increíblemente sexy!. Me llené los ojos grabando en mi cerebro su belleza: el brillante color de su sedosa y azabache melena, la profundidad de sus espectaculares ojazos azules, la sensualidad de sus rojos y carnosos labios, la generosidad y redondez de sus turgentes senos de erizados pezones, las maravillosas curvas de su estrecha cintura, la anchura de sus poderosas caderas, el erotismo de su vulva de hinchados y sonrosados labios, la longitud y tonicidad de sus firmes muslos… Mi verga terminó de erguirse bajo las aguas apuntándola con su ojo ciego.

– ¿Y entre nosotros? – pregunté con la garganta seca.

– Ahora vuelvo a ser tu jefa – contestó metiendo un pie dentro de la amplia bañera-. Y deberás hacer cuanto te diga –añadió metiendo el otro pie.

– Ya, pero no tratabas muy bien a tus subordinados –contesté sintiendo cómo mi corazón volvía a acelerarse.

– Eso ahora va a cambiar, y tú no serás sólo mi subordinado…

Dando dos pasos dentro del agua se situó sobre mí con sus piernas abiertas. Percibí el penetrante aroma de su excitado sexo, que ya se humedecía por y para mí.

– Tú tendrás tus privilegios –me dijo cogiéndome la cabeza para acercarla a su jugosa fruta.

Abrí mi boca y besé sus labios vaginales succionándolos con verdaderas ganas.

– Uuuummmmm –gimió-. Essso esssss…

Con la lengua me abrí camino entre ellos y degusté su ardiente coño, lamiendo suavemente el delicioso sabor de su zumo de hembra, haciéndola suspirar. Yo ya había probado el sabor de mi propia excitación cuando era Lucía, pero ahora, con mis papilas de hombre, aquel coñito me pareció el manantial del más exquisito néctar que jamás había probado.

Tanto tiempo había fantaseado con aquella diosa inalcanzable, y tanto había clamado por ella mi hombría sepultada en el rincón más oscuro de mi mente, que todo mi ser se entregó sin reservas a aquel cunnilingus. Me comí su almeja introduciendo mi lengua cuanto fui capaz, explorando con ella cada ínfimo detalle de aquella cueva celestial, apurando el cáliz de su cuerpo como si aquel fuera el último trago previo al cumplimiento de mi mortal destino.

Entre suspiros, Lucía revolvió mi cabello disfrutando de mi excelsa gula más allá de lo que tenía en mente. Se apretó contra mi boca gimiendo y, de pronto, tirándome inconscientemente del pelo, alcanzó un precipitado orgasmo que hizo las delicias de mi paladar saciando mi sed de ella.

– ¡Joder, cómo me pones! –me dijo dejándome respirar-, esa no era mi intención…

– Pues a mí me ha encantado –le contesté con una amplia sonrisa-. Tenía tantas ganas de comerte entera… Estás tan deliciosa por dentro como por fuera.

Lucía rio con una cantarina carcajada, y yo volví a besar su vulva con pasión. Ella sujetó de nuevo mi cabeza y fue descendiendo para que mi lengua subiese por su vientre, mientras mis manos tomaban su redondo culito y le ayudaban a bajar poniéndose de rodillas sobre mí. Inclinándose y apoyando sus manos en el borde del jacuzzi, puso sus tetazas ante mi rostro, y me sentí como un hambriento ante el escaparate de una pastelería.

– Como te estaba diciendo hasta que me has hecho correrme –susurró con su tono más sugerente-, podrás reclamar tus privilegios siempre que quieras… ¡Reclámalos! –añadió imperativamente con su autoritario tono de jefa.

Mis manos recorrieron sus prietas nalgas y, ascendiendo por la curva de su espalda, la abracé mientras atrapaba con mi boca su seno izquierdo succionando su duro pezón. Lucía emitió un gemido de satisfacción.

Tomé sus encantos con ambas manos y los acaricié, presionándolos y disfrutando de cómo se amoldaban a mis manos; pellizcando suavemente los rosados pezones para después lamerlos y besarlos; terminando con toda mi boca abierta para comerme cuanto era capaz de esos dulces melones.

– Uuuuuufffff… -resopló bajando aún más para que mis besos le provocasen escalofríos recorriendo su cuello-. Así es como debes reclamar tus privilegios…Creo que tendré que llamarte muy a menudo a mi despacho…

Sus labios fueron al encuentro de los míos, y su cálido aliento se hizo mío en un beso pausado con el que nuestras bocas jugaron a atraparse la una a la otra. Su coñito alcanzó el extremo de mi erección bajo el agua y, acomodándose, fue tragándola poco a poco, haciéndome estremecer con la incomparable sensación de percibir su vagina más caliente que el agua del jacuzzi.

Lucía se metió mi polla entera, abriéndose de piernas hasta que su culo se apoyó sobre mis muslos y nos quedamos fusionados. Volví a maravillarme al comprobar cómo nuestros sexos encajaban a la perfección. Estaban hechos el uno para el otro, para que ambos pudiésemos gozar del más sublime de los placeres al unirnos. Jamás mi sable había sido enfundado con tal perfección, ni en tan hermosa vaina.

– Uuuuuummmmm –gemimos al unísono.

Mi amazona tomó las riendas pasando sus brazos alrededor de mi cuello, y yo le ayudé a colocarse bien sobre su montura sujetándola de su divino culo. Sin apenas esfuerzo por la flotación, la alcé deslizándola por mi pértiga, y la solté para que suavemente se volviera a ensartar en ella hasta que sus caderas empujaron clavándosela bien a fondo.

– Qué ricoooohhh… –susurró-. Nunca había usado así el jacuzzi…

– Yo nunca lo había hecho en el agua –contesté con sinceridad-. Es tan cómodo… Aunque creo que podría follarte incluso metido en aceite hirviendo.

Una carcajada se le escapó, y todos sus músculos se contrajeron haciéndome gruñir de gusto.

Del mismo modo, con la misma suavidad, ayudé a mi diosa guerrera para que siguiera montándome, sintiendo cómo su ardiente vagina masajeaba mi verga tirando de ella mientras yo profundizaba en su interior hasta incrustarle mi glande es sus entrañas. Era una sensación maravillosa, y podíamos disfrutarla con tranquilidad, dejando que el placer se fuese acumulando lentamente en nuestros cuerpos sin la necesidad de precipitar el final por el exceso de excitación. La pasión arrebatada era genial, pero el pausado goce también lo era, y eso sólo se podía conseguir con la confianza que se había establecido entre ambos.

Habiendo detenido los chorros del hidromasaje, el oleaje era producido por nuestros movimientos, y el sonido del manso chapoteo acompañaba los gemidos de Lucía mientras la excitación seguía creciendo.

– Será sospechoso que llames a un subordinado de nivel tan bajo a tu despacho –le dije sin parar de clavarla en mi polla- No soy más que uno de los muchos Jefes de Equipo.

– Ummm, puede ser… Entonces, tendré que proponerte para un ascenso.

– Eso sería genial, pero no quiero ganármelo sólo por follarme a la Subdirectora de Operaciones –le dije con total sinceridad.

-¿Ah, sí? –preguntó deteniéndose y haciendo fuerza con sus caderas y paredes internas, estrangulando mi músculo y engulléndolo hasta hacerme gruñir de gusto-. ¡Pero es que es la Subdirectora de Operaciones la que te folla a ti!..

– Uuuufffffff, sí, ahora mismo sí –contesté apretando los dientes, sucumbiendo a su poder.

Mis manos volvieron a subir para que ella llevase el ritmo, contoneando sus caderas sobre mí como si estuviese manejando el joystick de una antigua máquina de videojuegos. Cogí esos portentosos pechos que me fascinaban, y con los que tanto había disfrutado cuando eran míos, y se los apreté y amasé para su disfrute y el mío, estimulándoselos del mismo modo que a mí me había encantado que me hicieran.

– Aaah… Sabes que no propondría tu ascenso sólo por eso… uuummm –me dijo entre gemidos sin parar de bailar con mi polla dentro de ella-. Tengo muy buenos informes sobre ti de tus mandos más directos… uuuuuummmm… Y es por eso que te llevé a aquella reunión… ah, ah, aaahhh… Aunque también me parecieras atractivo… uuuuffffff….

– Mmmm… Entonces aceptaré encantado ese ascenso… uuuummmm –contesté entre gruñidos y gemidos yo también-. Ahora que conozco bien tu trabajo… uuuufff… podré ayudarte y aconsejarte si te dejaassssssss…

Comencé a besar sus senos, con suavidad, aumentando paulatinamente la presión de mis labios en ellos. Lamí sus pezones, delineando lentamente su areola con la punta de mi lengua y haciendo vibrar su agudo ápice con ella. Los chupé y succioné, abriendo cada vez más la boca, y alternando de uno a otro mientras mis manos los estrujaban con verdadero entusiasmo.

– Aaaaaauuuuuummmm… Por los nuevos que recuerdos que ahora tengo del tiempo que has estado en mi lugar –me dijo cambiando su movimiento de caderas de atrás hacia delante-… uuuummmm… Sé que has estado haciendo un buen trabajo… uuuuuuffff… Me serás de mucha ayuda para quitarme estressssss…

La intensidad de las sensaciones seguía en aumento. Toda mi polla era estimulada por el enérgico masaje de su cueva de placer, y el deslizarme por ella me proporcionaba un delicioso y potente cosquilleo en el glande que me hacía acompañar sus movimientos con mi propia cadera, sintiendo vigorosamente cómo mi ariete se incrustaba en su interior, dándonos a ambos una gran satisfacción.

– Estaré encantado de quitarte todo el estrés –dije soltando sus pechos para volver a coger la redondez de sus nalgas y clavar mis dedos en ellas atrayéndola hacia mí.

Lucía jadeó con cada potente estoque en sus entrañas.

– Y esta es la mejor manera de quitar el estrés –añadí metiéndole un dedo por el culito.

– ¡¡¡Uuuuuuuuuuuuhhhhhhhh!!!. Sin duda… Sé que es lo que has estado haciendo tú… (Diossss, esssse dedo por detráaaaasssss)… Follando sin parar… hasta a mi mejor amiga y mi cuñadoooohhh…

Me detuve sacándole el dedo, obligándole a detener su cabalgada. Clavé mis ojos en el océano de los suyos, y me disculpé sinceramente.

– Lo siento, Lucía. Pensé que mi situación era irreversible y… No era capaz de dominar mis impulsos y emociones… Quería descubrir mi nueva condición y… Era todo nuevo y excitante, y cuanto más descubría, más quería… Siento haber puesto tu vida patas arriba, creía que ya era mía.

– No tienes que disculparte –contestó tomando mi rostro entre sus manos con dulzura, una dulzura que sólo yo conocía-. Esos impulsos que dices que sentías, también los tengo yo, solo que yo tenía el interruptor apagado para ignorarlos. Tengo treinta años, y mi reloj biológico tiene la alarma puesta. Es normal que tú no supieras desconectarla y aprovechases cualquier oportunidad para hacer lo que mi cuerpo te pedía…

– Entonces, ¿no me guardarás rencor por lo que he hecho?.

– Pues claro que no, tonto. Lo hecho, hecho está, y mi vida necesitaba un revulsivo. Si ahora la retomo habiendo tenido cambios ya, mucho mejor. Y no dudes ni por un segundo que, si cuando yo tenía tu cuerpo hubiese tenido más tiempo tras la rehabilitación, también habría explorado mi sexualidad.

– Eres increíble, Lucía –le dije totalmente deslumbrado por ella.

– Soy racional y práctica, demasiado racional, y eso va a cambiar… Me habría encantado continuar siendo un tío y poder experimentar como has hecho tú… Pero de nada sirve lamentarse, ahora estamos así y… ¡Joder, tengo tu polla dentro!, ¿y quién ha dicho que te pares?. ¡Venga, sigue follándome para que vuelva a correrme!.

Se me escapó una carcajada y Lucía se retorció de gusto sobre mí sintiendo mis espasmos, devolviéndome su placer para hacerlo también mío con una reacción en cadena.

Nuestras miradas volvieron a encontrarse. Vi fuego, deseo, pasión y lujuria en sus ojos de zafiro, lo mismo que yo sentía. La tomé por su sensual cintura, y levantándola hasta que sólo mi glande quedó dentro de ella, empecé a manejar su cuerpo clavándolo con salvaje lascivia en mi lanza. Horadando su vagina y apuñalando sus entrañas con mi bayoneta, obligándole a gritar:

– ¡¡¡Aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh, aaahhh…,!!!

Mi pasión desenfrenada y el agua del jacuzzi me permitieron hacerla saltar sobre mí con la habilidad con la que manejaría una almohada de plumas. El oleaje se convirtió en marejada, con la marejada llegó la tormenta, y la tormenta se convirtió en huracán.

Sentía mi propio órgano más poderoso que nunca, como una tuneladora taladrando el espectacular cuerpo de Lucía, dándome tanto placer que mantenía todos mis músculos en tensión, transmitiéndome cada fibra de mi cuerpo el goce que se originaba en mi falo. Mis ojos se deleitaban con la esplendorosa imagen del rostro de Lucía, ensalzándose su belleza con rubor en sus mejillas, auténtica luz en sus celestiales ojos, brillo en sus carnosos labios, y lujuria en su expresión. Al bajar la vista, por unos instantes, me embebí del excitante movimiento de sus pechos botando libres, haciéndome entrar en un estado de trance del que solo salí cuando oí que mi diosa me pedía un momento de tregua.

– Dame un segundo – me dijo casi sin respiración, quedándose con toda mi verga dentro-. Necesito tomar aliento o creo que me desmayaré…

Así llegamos al ojo de la tormenta perfecta, recuperando la cordura de nuestras respiraciones.

– La Subdirectora de Operaciones soy yo –afirmó con su respiración más pausada-, así que volveré a ser yo quien dirija esta operación.

– Tú mandas –le contesté con una sonrisa.

Lucía se levantó y, haciéndome un guiño, se dio la vuelta para volver a bajar. Sujetando mi miembro sumergido con una mano, volvió a metérselo por su acogedor coñito hasta que todo el Nautilus llenó aquella cálida gruta subacuática, arrancándonos a ambos un suspiro. Con una privilegiada vista de sus divinas posaderas apretándose sobre mi cintura bajo el agua, disfruté de cómo comenzó a moverse suavemente sobre mi arpón con un vaivén de caderas de arriba abajo, mientras se sujetaba apoyándose en los bordes del jacuzzi.

– Uuummmm, uuummm, uuummm… -gemí sintiendo cómo su vagina me succionaba con voracidad.

Aquella forma de moverse hacía la penetración extremadamente placentera. El recorrido por su interior era corto, con mi sensible glande incidiendo continuamente en sus profundidades, pero tal y como me estaba follando Lucía, todo el placer se concentraba en la fuerza de sus músculos masajeando mi barra de carne, tirando de ella y apretándola como si pudieran aplastarla, era magnífico.

Escuchaba los gemidos de mi Afrodita, recorriendo su espalda y culo con mis manos para terminar rodeándola con mis brazos y aferrarme a sus pechos, estrujándolos como su coño estaba estrujando mi polla.

Nuestro goce seguía en aumento, y yo ya empezaba a sentir que no aguantaría mucho la gula con la que ese conejito se estaba comiendo mi zanahoria.

Bajé una de mis manos hasta su vulva y, metiendo mi dedo corazón entre sus labios mayores, hallé su clítoris justo por encima de mi carne devorada por su sexo. Lo acaricié y froté, y los gemidos de Lucía se transformaron en una especie de sollozos suplicantes por el puro disfrute de sentirse doblemente estimulada. Incrementó la velocidad de sus movimientos pélvicos, acompasándolos con mi dedo frotando su perla, y las aguas volvieron a encresparse desatándose nuevamente la tormenta.

Yo ya no podía controlar mis actos, la excitación era tan extrema y el placer tan intenso, que tenía la necesidad de penetrar a Lucía con todas mis fuerzas, de empalarla sin compasión, de hacerle sentir toda la potencia de mi hombría. La tomé de la cintura levantándola y empecé a empujarle con ímpetu, subiendo y bajando mis caderas para que mi polla recorriese toda su gruta y se clavase con furia, una y otra vez, en sus entrañas.

– Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh… -gritó de forma continuada mientras mi verga entraba y salía de ella con endiablado frenesí.

Mantuvimos el ritmo buscando el desfallecimiento de nuestra resistencia, arrastrándonos el tifón de la bañera hasta el borde de la locura. Nuestros corazones latían al galope, armonizados con el mismo trepidante tempo; mi polla palpitaba, a punto de estallar; su coño se contraía, al límite de sus fuerzas, y nuestras almas se elevaron hasta alcanzar el jardín de las delicias.

-¡¡¡Oooooooooooooooooooooooohhhhhhhhhh…!!! –gritamos al unísono.

Mi leche regó a presión sus profundidades, escaldándolas con furia mientras Lucía se contorsionaba sobre mí en pleno éxtasis. Llegamos al orgasmo en perfecta sincronía, alcanzando la sinergia de nuestras glorias compartidas para enaltecer nuestro placer en una dimensión desconocida. Nos fundimos en un único ser superior, corriéndonos con todos nuestros sentidos colapsados por tan increíble arrebato liberador, sintiendo en nuestros corazones que aquel era el momento de felicidad absoluta que daba sentido a nuestras vidas, haciéndonos desear que jamás tuviera fin.

Con mi toda mi esencia ya entregada para llenar a Lucía, prolongando su particular paraíso de sensaciones, sentí que me iba, que la oscuridad me envolvía y todo desaparecía a mi alrededor.

Desperté sintiendo frío, con los pezones duros como carámbanos de hielo. La temperatura del agua del jacuzzi había descendido considerablemente, y sólo el calor del cuerpo pegado al mío impedía que tiritara.

Apenas tuve un vago sentimiento de sorpresa al descubrir que estaba abrazada a Antonio y que, por lo tanto, yo volvía a ser Lucía. En la vorágine del más sublime de los orgasmos, había percibido cómo ambos habíamos alcanzado una mística unión en la que nuestras almas entraban en resonancia para intercambiar nuestras realidades.

Antonio me miró y, al verme abrazada a él observándole con mis claros ojos azules, un destello iluminó la oscura profundidad de los suyos. Sonrió encantado:

– Hola, preciosa, volvemos donde empezamos.

Y así descubrimos que la irresistible atracción que sentíamos el uno por el otro, y la mágica compenetración que experimentábamos cuando estábamos juntos, se expresaba en su máxima extensión en el momento en el que llegábamos juntos al orgasmo, alcanzando la gloria a la vez. En ese momento nos mezclábamos convirtiéndonos en un solo ser, y cuando el sobrenatural clímax se desvanecía, volvíamos a separarnos intercambiándonos los papeles.

Pasamos toda la semana de mis vacaciones indagando en esa fantástica posibilidad, follando apasionadamente, entregándonos el uno al otro sin reservas. Confirmando, orgasmo tras orgasmo, que aquella magia que nos envolvía provocaba que nuestro máximo placer casi siempre fuera alcanzado simultáneamente, haciéndonos dueños del cuerpo del otro. Y también aprendimos, conociendo nuestros cuerpos, a disfrutar del regalo de gozar de largas sesiones de sexo, siendo hombre o mujer, sin dejar que se produjese el cambio.

Tras aquella húmeda semana, tomamos conjuntamente la decisión de continuar con nuestras nuevas vidas recién iniciadas, siendo yo Lucía y él Antonio, dándonos total libertad para hacer con ellas lo que quisiéramos.

Durante los meses siguientes, le apoyé y aconsejé sobre su nueva condición, ayudándole a entender lo que significaba ser un hombre, con sus defectos y virtudes. Incluso, a pesar de que secretamente me hería, también le animé para que tuviera aventuras con otras mujeres, con el fin de que explorase su nueva sexualidad más objetivamente, tal y como yo había hecho antes de que él despertara del coma. En todo ese tiempo, ambos reprimimos nuestros impulsos por entregarnos al otro para asegurarnos de qué era lo que realmente queríamos, manteniendo únicamente una verdadera y sana amistad. Una amistad tan sana, que me vi obligada a saciar mis apetitos con el monitor del spinning de mi amiga Alicia, un par de ligues de discoteca, y las visitas de Raquel y su novio, mientras Antonio daba buena cuenta de mi amiga Eva del trabajo, algún ligue, y una de “sus” exnovias.

El día de nuestro cumpleaños, porque ambos cumplíamos el mismo día, los dos decidimos afrontar lo que era innegable: estábamos hechos el uno para el otro, sólo yo podía hacerle feliz a él, y sólo él podía hacerme feliz a mí. Antonio me confesó que estaba locamente enamorado de mí, y yo le correspondí declarándole mi amor incondicional. El sexo de aquel día fue apoteósico.

Desde entonces, vivimos juntos como una pareja normal a los ojos de cualquiera, aunque en la intimidad, seguimos disfrutando del sobrenatural privilegio de gozar de la cara y la cruz de la moneda del sexo.

FIN

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Relato erótico: “El consuelo de mi suegra 3” (POR JULIAKI)

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Al día siguiente traté de pensar en todo lo acontecido, intentando poner cierta racionalidad al asunto, pero eran demasiadas sensaciones para digerirlas sin apenas tiempo, primero por estar metido en un lío del que casi no había podido escapar, como tampoco el hecho de tener a mi suegra en mi cabeza continuamente. Era algo que cuanto más pensaba en hacerla desaparecer de mis pensamientos, poniendo incluso la cara de mi novia en mi mente, volvía otra vez la de su madrastra. Era algo incontrolable. Todo resultaba extraño, prohibido, morboso… nada más cachondo que sentir la atracción de la mujer de mi novia.

Mónica vino a buscarme a casa muy temprano para empezar a preparar el cumpleaños especial de Sofía, que además sería nuestra presentación familiar y la petición de mano, todo un pack, que sin comerlo ni beberlo tendría en menos de 24 horas.

El deportivo negro de mi jefa era espectacular, como ella. Uno de esos coches que solo ves en las revistas y muy pocas veces por la calle, sabiendo que difícilmente podría tener uno algún día. De pronto pensé que eso podría suceder si realmente me casaba con Sofía.

Mónica se bajó del coche y volví a alucinar al verla. Estaba preciosa con una minifalda de cuero negro muy ceñida, dejando a la vista unos torneados muslos morenos. Su camiseta roja, igualmente ceñida, ofrecía un grandioso escote y sus zapatos de tacón, rojos también, realzaban la figura de aquella hermosísima mujer.

− ¡Qué guapa! – dije inconscientemente.

Ella se acercó a mí, dando pequeños pasos pues sus tacones eran de vértigo. De pronto se abrazó a mí y me plantó dos besos en las mejillas, no sin antes pegar su enorme busto contra mi cuerpo y volviendo a notar la dureza de mi polla contra su cuerpo. Nuestros abrazos y besos se habían convertido en cotidianos, de dos buenos amigos, pero mi pene no parecía acostumbrarse a eso y volvía a ponerse durísimo.

− Gracias, eres un cielo, Víctor. – respondió muy halagada supongo que tanto por mi piropo como por la dureza de mi miembro bajo el pantalón.

De pronto soltó el llavero de su mano y dejó colgando la llave invitándome a conducir aquel deportivo negro de gran cilindrada.

− ¿Puedo? – pregunté cómo un niño con zapatos nuevos.

− Claro, ya sabes que lo mío es tuyo. – añadió pegando sus tetas a mi brazo para acariciar mi nuca y el comienzo de mi pelo por detrás de forma cariñosa y fogosa a la vez.

Se puede decir que me quedé temblando no sólo al sentir su roce sino al oírle decir aquellas palabras “lo mío es tuyo”. Me subí al volante de aquel coche y empecé a disfrutar de su potencia, de su frenada, de su agarre… intentando no distraerme demasiado teniendo en cuenta que mi copiloto era una rubia de ojos inmensos, blanca sonrisa, piernas interminables y una delantera de alucinar. Puedo asegurar que conducir así es algo realmente complicado. Ella notaba mis miradas y se removía en el asiento de forma coqueta y sensual, poniéndome aún más nervioso. Yo cada vez disimulaba menos observando a mi nueva amiga, porque así quería considerarla y nada más, pero mi polla seguía pensando otra cosa y estaba en posición de “firmes” una vez más. Ella miraba aquel bulto de vez en cuando y sonreía triunfal.

Visitamos varias empresas especializadas en organizar eventos y fiestas. Al final contratamos no el presupuesto más barato precisamente, sino una empresa que prácticamente lo ponía todo: La comida, las mesas, sillas, orquesta, globos, payasos, lo que hiciera falta. No reparamos en gastos, como nos había ordenado Ernesto, al fin y al cabo era la fiesta especial para su hija y Mónica extendió un cheque desorbitado para esa fiesta especial para Sofía en su 20 cumpleaños.

Luego pasamos por la joyería donde saludaron a Mónica con confianza, pues debía ser una de sus clientas VIP. Escogimos varios modelos de sortija pero ella concretó una que le gustó desde el principio y no pude negarme pues estaba más atento al cruce de sus muslos que a las piedras que brillaban en aquel anillo. El precio de la joyita en cuestión superaba con creces mi sueldo de todo un año. No puse peros, sabiendo que a ella le había encantado y yo evidentemente no podía discutir ni pagar semejante suma. El hombre que nos atendía tampoco podía quitar su vista del escote y las piernas de Mónica, que sabiéndose observada hacía los movimientos más lentos y premeditados. ¡Era toda una artista!

− No le digas a Sofía que lo elegí yo – me dijo de pronto ella.

− De acuerdo, no te preocupes, diré que fui yo. – añadí sabiendo que a Sofía le iba a encantar el anillo, pero sobre todo ocultándole que lo había elegido su madrastra.

Después recorrimos diversos centros comerciales, en los que yo aproveché para elegir algo de ropa para la fiesta mientras Mónica hacía lo propio en otras boutiques. De camino a casa, mientras yo conducía el precioso deportivo, me pidió curiosear las bolsas para dar el visto bueno a mi vestimenta y se alegró mucho al ver mi traje, mi corbata y mis zapatos, pues escogí prendas caras sabiendo que allí tenían cuenta mis futuros suegros.

− ¿Quieres ver lo que me compré yo? – me preguntó con ese aire tan sensual.

Asentí y ella abrió sus bolsas, enseñándome sus compras: un vestido corto, marrón de lycra que aparentaba ser muy ceñido. Luego me enseñó lo que contenía otra de las bolsas y era un conjunto de lencería de lo más sexy. Casi pierdo el control de aquel coche al ver un diminuto tanga negro, un sujetador igualmente negro, casi transparente, medias, ligueros y un body-corset color burdeos.

− Esta es una sorpresa para Ernesto. Espero que le guste – dijo poniéndose el sostén sobre su camiseta ubicando provocadoramente la punta de su lengua en el labio superior.

Mi polla palpitaba bajo mi pantalón figurándose como le quedaría aquella ropa a mi amada suegra que sin duda sería de alucinar.

Al final llegamos a casa. No había estado nunca allí y me quedé nuevamente impresionado. Una enorme mansión con una gran piscina, un jacuzzi, una cancha de pádel y varios coches aparcados fuera. Sin duda la bodega daba mucha pasta y si nada lo impedía yo podría convertirme en un heredero más de esa gran fortuna. No sonaba nada mal.

Mónica me estuvo enseñando la enorme casa, con innumerables habitaciones y me quedé especialmente asombrado con la de matrimonio que era más grande que mi piso entero, con una gran terraza y vistas al jardín y a la piscina. Volví a imaginar a esa rubia retozando en la gran cama con su marido y mi polla dio otro de sus respingos. Guardamos a buen recaudo el anillo en una caja fuerte que tenían en el salón y después me comentó:.

− ¡Uf, estoy agotada! ¿Quieres tomar algo?

− Si, algo fresco. Te lo agradezco.

− ¿Unas cervecitas?

− Vale.

Me senté en una de las tumbonas del jardín después de una mañana tormentosa y se agradecía recibir los rayos del sol allí sentado. MI preciosa mamá política volvió con dos enormes copas de cerveza muy fría. Charlamos animadamente, uno en cada tumbona disfrutando el momento y comentando los detalles del evento.

− ¡Qué bien lo hemos hecho todo juntos! – dijo dándome la mano.

− Sí – contesté de nuevo halagado por sentirme así de arropado por mi preciosa suegra. Me encantaba estar así, agarrado de su mano.

− Eres un encanto.

− Tú también – contesté sin vacilar.

Mónica apoyó sus labios en el dorso de mi mano mirándome como una gatita mala, para después comentarme:

− ¿Sabes? Me apetece darme un baño, hace calor y así me refresco. ¿Te animas?

− Yo… pero es que no tengo bañador. – dije apurado.

− No importa, con la ropa interior que compraste, seguro que parece que es tu bañador. Tenemos confianza y estamos solos. – añadió ella pasando su lengua por los labios.

− Es que…

− No hay más que hablar, cámbiate aquí y yo voy a casa a por el mío.

Me quedé descolocado pero al fin pensé que podría ver a esa mujer con menos ropa y eso me animó realmente a hacerle caso. Me dije a mi mismo que podría ser mi madre y que debería verla como tal, pero mi otro yo, en forma de pene duro, parecía decir lo contrario. Pensándolo bien, no había pasado nada y se podía considerar todo ¿normal?

Me quité la ropa, quedándome desnudo, acaricié mi polla que estaba durísima y saqué uno de los bóxers que había comprado en la tienda y efectivamente no parecía un calzoncillo, metí una pierna, la otra… cuando oí una voz a mi espalda.

− ¡Qué culito! – dijo Mónica, lo que hizo ponerme nervioso y casi me caigo en la maniobra de terminar de calzarme mi pequeña prenda.

Sin duda había visto mi cuerpo desnudo de espaldas y pareció disfrutar. No pensé que me hubiera estado observando. Coloqué mi verga lo mejor que pude y cuando me giré me quedé petrificado:

Mónica llevaba un bañador fucsia de una pieza, completamente adherido a su piel haciendo resaltar su preciosa y aterciopelada piel morena, tanto la de sus brazos, sus hombros, escote y piernas de una forma digna de enmarcar. Su enorme busto parecía querer salirse por la parte superior e incluso por los costados de esa pequeña prenda de lycra. Su figura se dibujaba divina bajo ese traje de baño, pero lo mejor es que al ser tan fina la tela, se revelaba cada relieve, desde sus pezones abultados, pasando por el agujerito que se adentraba en su ombligo o el bulto de su monte de venus en el que parecía entreverse el vello que debía adornar su pubis. Me quedé boquiabierto con mi erección de caballo.

− Ya puedes cerrar la boca – me dijo sonriendo y dando un trago a la cerveza.

− Perdóname Mónica – me disculpé tapando con mis manos mi evidente erección bajo mis bóxers.

− No, hombre, es un halago para mí que te guste mi bañador y veo que otro se ha alegrado también. – añadió señalando traviesa hacia mi polla que apenas podía cubrir con mis manos.

− Gracias Mónica.

− De nada, además yo también me siento muy bien viéndote a ti. Tienes un cuerpo precioso y hay que lucirlo.

− Gracias.

− No, gracias a ti. Por cierto, ¿te gustó mi regalo? – dijo sentándose en la tumbona y haciendo un cruce de piernas asombroso.

Me quedé sorprendido cuando me hizo esa pregunta y tardé en reaccionar hasta que ella me aclaró.

− Sí, hombre, mis braguitas. Las que te quedaste ayer en el despacho de Ernesto.

Casi me da algo al oírle decir eso y respondí azorado sin saber exactamente qué contestar.

− Esto… yo… no sabía…

Comprendí por fin, que el tema de las bragas no había sido accidental ni mucho menos y que todo era premeditado.

− Tenía pensado devolvértelas. – comenté al fin.

− No te apures hombre, somos amigos y me hiciste un gran favor. Por mí te las puedes quedar… si es que te gustan.

− Sí, esto…

− Mira, cuando llegué al despacho de Ernesto estaba mojadísima, porque es que después de estar encima de ti en la biblioteca, me excité mucho, tanto que por eso tuve que darle un buen repaso a mi marido, cómo pudiste comprobar, de modo que puedes quedártelas como recuerdo y como regalo, ya que te las has ganado.

Así que resultaba que yo había conseguido ponerla cachonda y tuvo que desquitarse con su esposo. No sé si eso era bueno o malo. El caso es que esa mujer conseguía asombrarme en cada momento y aunque yo pensara que en el fondo estaba haciendo algo malo, mi otro yo disfrutaba de esas sensaciones, de esos juegos y esa provocación continua de mi futura suegra.

A continuación, Mónica abrió ligeramente las piernas sin duda para que siguiera disfrutando de ese panorama que ofrecían sus muslos y la braguita que se remetía por sus ingles. Ella comenzó a hacerse una coleta con su cabello, estirando su espalda y remarcando su busto, sabiendo que yo no le quitaba ojo. A continuación se levantó, avanzando lentamente… hizo un largo recorrido por el borde de la piscina y yo seguí su trayectoria detenidamente, observando cómo aquel bañador por detrás apenas podía cubrir su enorme culazo. Casi me muero viendo aquellos andares electrizantes.

Ella dio un saltito y se metió en la piscina de cabeza como toda una nadadora profesional. Tras unos segundos emergió del fondo de la piscina mostrando su cabello completamente mojado y su cara resplandeciente llena de gotitas que acentuaban su hermosura. Me acerqué a aquel monumento mientras observaba cómo nadaba alegremente por la piscina.

− ¡Vamos, métete! – me animó desde abajo. – ¡Está buenísima!

“Tú sí que estás buenísima” – pensé. Después salté de la misma forma en que había hecho ella segundos antes, zambulléndome en aquel agua fresquita para quedar casi pegado al cuerpo de mi preciosa rubia. Estar tan cerca de ella allí metido en el agua, me hacía sentirme dichoso y ella parecía disfrutar jugando y provocándome, salpicando mi cara, haciéndome cosquillas o rozándose al principio en aparentes accidentes y mucho más descaradamente después. Me animé y también le di unos cuantos toques, roces y cosquillas que fueron en aumento, incluyendo un buen sobeteo de su culo y de sus tetas con cierto disimulo pero sin desaprovechar aquella magnífica ocasión. Todo era un juego aparentemente inocente… pero de inocente nada.

Salió juguetona por la escalera de la piscina. Observarla salir del agua no fue menos estimulante, advirtiendo que su pequeño bañador se ajustaba más a sus curvas y además mostraba más transparencias de las soñadas, como un par de redondos pezones marrones que se manifestaban erguidos claramente llamando al pecado y unos pelitos oscuros a la altura de su sexo.

Allí permaneció un rato de píe al borde de la piscina para que yo pudiera admirarla de lleno. Al mismo tiempo, yo cada vez me cortaba menos y le miraba descaradamente todo su cuerpo, la transparencia de sus pezones y el difuminado vello de su pubis bajo esa prenda mojada. Estaba a tope viendo a aquella mujer tan sensual. A continuación se sentó en una de las tumbonas y se fue secando con la toalla, muy despacio pero de una forma tremendamente lasciva, mirándome de reojo, sabedora de su tremendo atractivo y de su extremado potencial exhibicionista.

− Ven siéntate conmigo y seguimos planificando la fiesta. – me dijo dando palmaditas a su lado para que saliera de la piscina para acompañarla en la tumbona.

− Es que…

− No pasa nada porque tengas una erección, cariño. – añadió sonriente para tranquilizarme.

Lo de llamarme cariño era algo nuevo que me encantó, pero lo mejor, la naturalidad a la hora de hablar de mi tremenda empalmada, aunque claro, ella era la culpable de todo. Al salir de la piscina sus ojos se clavaban en mi polla que con la prenda mojada se formaba en auténtico relieve. Era un rollo de carne envuelto en mi mojado calzoncillo, dispuesto a lo que fuera.

− Vaya Víctor, tienes que tener muy contenta a Sofía – dijo descaradamente señalando mi bulto

Me ofreció una toalla y comencé a secarme sin que ella perdiera detalle de mi cuerpo. Lo cierto es que me gustaba esa forma en cómo me miraba, de arriba abajo, desde mis pectorales, mis abdominales, mis brazos y mi abultado miembro bajo mis pequeños calzoncillos. Yo también jugaba a eso de exponerme de forma aparentemente casual, aunque mis movimientos eran calculados para que ella también se divirtiera examinando mi cuerpo.

Me senté junto a ella, charlamos de cada detalle, como dónde ubicar las mesas, las sillas y la orquesta que amenizaría el evento. Mónica se levantó y fue señalándome los sitios donde iba cada cosa, pero yo estaba más atento a sus movimientos, al acompasado vaivén de sus tetas bajo la apretada pieza de baño, por no hablar de cómo quedaba a la vista el resto de su anatomía, desde sus caderas, su cintura, sus muslos… Ella se sabía admirada y exageraba más sus movimientos haciendo que mi empalmada no bajase ni un milímetro.

− Aquí se podría poner la orquesta – dijo desde el fondo del jardín.

− Un poco apartada. – comenté.

− No, así se puede bailar en toda esta zona.

− ¿Habrá baile? – pregunté.

− Claro. ¿No me digas que no sabes…?

Se acercó hasta mí y tirando de mi mano me hizo levantarme de la tumbona para quedar de pie junto a ella. Esta vez no me importó que observara mi bulto, es más, me gustó mostrárselo. En ese momento colocó cada una de mis manos en su cintura y las suyas abrazando mi nuca.

− ¡Pégate hombre, que no muerdo! – me ordenó.

Obedecí como un niño bueno y me pegué a su maravilloso cuerpo. Esta vez casi sin ropa, nuestros cuerpos quedaron unidos en aquel baile, donde la única separación era una fina tela. Percibía claramente sus dos globos contra mi pecho, su sexo abultado contra mi muslo y mi polla aprisionada a la altura de su bajo vientre. Sentir su piel, su olor y toda su anatomía pegada a mí, era un auténtico sueño hecho realidad.

− Mmmm, ¿Te gusta? – me preguntó con su mejilla pegada a la mía y su boca en mi oreja.

− Sí, mucho.

− Me encanta bailar… – añadió casi en un lamento – y por cierto, no lo haces nada mal.

Bueno, desde luego aquello era de todo menos baile. Para empezar no había música, íbamos medio desnudos y nuestros movimientos eran más de frotarse que de otra cosa. Mónica se dio la vuelta y yo volví a abrazarla pero esta vez por detrás sintiendo cómo su culo se ubicaba abrazando mi polla que no dejaba de tensarse, mientras ella giraba su pandero de forma lujuriosa. Casi me da algo. Sin embargo no solté su cintura sino que me agarré más fuerte a ella, imaginando como podría ser estar así con ella, pero completamente desnudos.

− No lo haces nada mal, Víctor – insistía restregando su culo contra mi erguida verga sin cesar, al tiempo que mis manos dibujaban sus caderas y su cintura.

En ese instante sonó su móvil que estaba sobre una mesa y nos separamos fulminantemente, fue algo que en principio me molestó, pues yo estaba realmente en la gloria, pero casi era de agradecer que aquello se detuviera, pues era la madre de mi novia y la mujer de mi jefe y ambos sabíamos que la cosa podía acabar mal, al menos yo estaba seguro de eso. Era Ernesto el que llamaba. A ella pareció incomodarle también. Me senté en mi tumbona y le di un buen trago a mi copa de cerveza observando como mi suegra se movía por el jardín hablando con su esposo por teléfono. Disfruté una vez más de su cuerpo embutido en aquel fino bañador fucsia. Era una mujer increíblemente sexy.

Tras colgar el móvil pude notar sus pezones más erectos de lo normal, sin duda estaba muy cachonda, tanto como yo, supongo.

− Era Ernesto. Me ha dicho si lo hemos comprado todo y que tiene que ser una buena sorpresa.

Desde luego para mí, no dejaban de ser todo un cúmulo de sorpresas, no sé si su marido podría sospechar algo, pero era claro que esa mujer era toda una bomba.

− ¿Le gustará todo este regalo a Sofía? – me preguntó.

− Sí, desde luego. – dije yo recolocando mi incómoda polla bajo el slip.

− A su padre también le encantará todo, ¿No te parece?

− Claro.

− ¿Crees que le gustará el conjunto de lencería que me compré?

− Estoy seguro, Mónica. – afirmé sabiendo lo bien que le quedaría en ese cuerpazo.

− Espera, mejor me lo pruebo y me lo dices de primera mano

− ¿Cómo? Pero… yo…

No me dio tiempo a decirle nada más, pues mi rubia suegra se metió en la casa a toda prisa, dispuesta a probarse el conjunto y no me acababa de creer que me lo fuera a mostrar a mí antes que a su esposo. ¡Era todo alucinante!

Agarré mi polla por encima de mi calzoncillo pues seguía pletórica. No era para menos, teniendo a aquella rubia danzando, provocando… excitándome con sus juegos. Me giré y me di unos cuantos zumbazos a la piel de mi miembro, viendo mi glande completamente inflamado y morado, se veía casi a punto de estallar. No era de extrañar, esa mujer me estaba volviendo loco. De pronto, no sé por qué, me sentí mal y ubiqué mi miembro dentro del slip de nuevo. Me maldecía por excitarme continuamente con mi suegra, por estar salido como un perro… En cierto modo había abusado de la generosidad de mi jefe por un lado y de la confianza de Sofía, que ahora estaba lejos y de seguro no sospechaba que estaba medio desnudo restregando todo mi cuerpo con el de su madre. Estaba decidido a darle cualquier excusa a Mónica para irme de allí y no ir más allá de lo que me temía podría pasar si continuaba más tiempo junto a esa impresionante mujer.

Justo cuando me disponía a recoger mi ropa tirada por el suelo, apareció la preciosa Mónica, esta vez ataviada con el conjunto de lencería que anteriormente había visto sacar de las bolsas, pero que puesto sobre su cuerpo era más sexy y arrebatador de lo que pudiera imaginar. El body de color granate se aprisionaba contra su cuerpo desbordando unas tetas por encima, apenas tapadas por un diminuto sostén semitransparente ofreciendo la imagen de unos pezones rosados preciosos adornando esos enormes globos. Unas braguitas diminutas tipo tanga, como las que me quedé de regalo el día anterior, apenas podían cubrir su sexo y esta vez se veía claramente el pelo recortado de su pubis. Sus muslos estaban pletóricos enfundados en unas medias negras con su correspondiente liguero, y para rematar sus zapatos negros de tacón fino. ¡Impresionante visión de una diosa!

Avanzó hacia mí de forma parsimoniosa moviendo exageradamente sus caderas a cada paso. Se detuvo, poniéndose a poca distancia de mí y se giró mostrando su culo apenas tapado por la fina tela del tanga que se colaba por sus prominentes glúteos.

− Bueno, sé sincero Víctor ¿qué tal? – me preguntó mirando a mi polla que ya asomaba la punta por encima de la cinturilla del calzoncillo.

− ¡Preciosa! – fue lo único que alcancé a decir prácticamente babeando…

− Gracias. Es bonito este conjunto, ¿Verdad? – añadió girando sobre sí misma.

Yo apenas podía articular palabra, tan solo ver cada resquicio de piel que asomaba por cada una de aquellas pequeñas y ceñidas prendas, flipar con sus grandes pechos, la rotundidad de un pandero de película y esos muslos de largas piernas enfundadas en negras medias que harían las delicias hasta del menos fetichista de los mortales.

− ¿Crees que es mejor con el corsé o sin él? – me preguntó acariciando sus caderas y observando sonriente la cabeza de mi polla asomando por la tirilla del slip.

− Yo… no sé… ¡Estás preciosa, Mónica! – dije impulsivamente.

− Gracias, cariño. Mejor me lo quito y opinas. – sentenció decidida.

Yo es que no me lo podía creer, cuanto más me ponía a mi mismo el freno, ella más se me lanzaba y me dejaba totalmente K.O. Mónica se echó las manos a la espalda y moviendo sus muslos como si bailara, se fue quitando la lazada del corsé que oprimía su cuerpo.

− ¿Puedes ayudarme Víctor?, yo sola no puedo.

− Claro. – dije levantándome de inmediato.

Mónica se giró quedando de espaldas a mí y me volvía loco de tenerla así, tan cerca, aquella maravilla andante, me estaba regalando el mayor placer de contemplación y no solo eso, sino que me pedía que le quitara ese apretado body. Bajé la vista para ver ese redondo culo a unos centímetros de mi polla. Ella giró su cabeza para sonreírme sabiendo que yo estaba alucinando. Movió su trasero para darle un golpetazo a mi tiesa verga que estaba a punto de estallar. Unas gotas de líquido pre seminal salieron por la punta.

− Vamos, Víctor, quítamelo. – me inquirió pero de forma sugerente.

Con mis dedos temblorosos fui soltando la lazada que oprimía su espalda y su cintura con aquel body granate, hasta que lo pude desatar y quedarme con la prenda en la mano. Ella quedó solo con su pequeño sostén, su tanga, su liguero y sus medias. Se giró para quedar delante de mí mostrándome su cuerpo ataviado con esas pequeñas prendas tan sexys.

− ¿Y bien?, ¿Mejor? – preguntó girando de nuevo sobre sí misma y dibujando sus curvas con las manos…

− Si, estás increíble Mónica – dije con total sinceridad totalmente impresionado.

− Siéntate y me observas bien.

Tras decir aquello, estaba claro que a ella le gustaba dominar ese juego de la seducción, de la provocación y de la lascivia hasta grado sumo. Yo me senté y seguí admirando el cuerpo de mi suegra medio desnuda. Ni en mis mejores sueños lo hubiera imaginado. La preciosa rubia comenzó a hacer un baile sensual, de movimientos circulares y oscilantes, dejando a la vista sus mejores dotes de “show girl”.

− ¿Te parezco sexy con mi conjunto?

− ¡Muchísimo!

− Jajaja, veo que sí – dijo señalando la cabeza de mi polla que asomaba de nuevo por encima del slip.

− Perdona…

− No, no seas bobo, es tu mejor opinión sincera y sin palabras… con solo verte, sé que este atuendo va a hacer las delicias de mi marido cuando se lo muestre la noche de la fiesta.

− Quedará impresionado. – le confirmé.

− Sí, a él también le excita. ¿Sabes lo que más le gusta? Que me quite las medias bailando. ¿Quieres verlo?

Asentí tragando saliva. En ese momento Mónica sin pensarlo dos veces se fue acercando hasta donde yo estaba sentado y puso su pie entre mis piernas girando su tobillo colocando la punta de su tacón casi rozando mis huevos. Luego, de forma seductora se fue desatando el liguero hasta tirarlo sobre la hierba y poco a poco sin dejar de mirarme fijamente a los ojos se desenrolló la primera media y al estirar su cuerpo hasta llegar a sus tobillos, ofrecerme al mismo tiempo la panorámica de sus tetas casi saliéndose por encima del pequeño sostén.

− Ayúdame. – dijo señalando su zapato de tacón de aguja.

La descalcé, saqué su media, no sin antes acariciar la suave tersura de su pantorrilla y volverle a colocar el estilizado zapato esta vez sin medias. Luego puso el otro pie entre mis muslos, haciendo la misma operativa y consiguiendo que me estremeciera con cada uno de sus gestos tan exhibicionistas.

− ¿Te gustó el show? – preguntó acariciando sus caderas y moviéndolas como si fuera una serpiente cimbreante

− ¡Increíble!

No podía creerme la suerte que tenía de haber sido el espectador de excepción de aquel maravilloso y extraordinario show, digno de una mujer tan impresionante como ella.

Mónica se fue acercando hacia donde yo estaba sin que yo pudiese retirar la vista de su cuerpo, hasta que de pronto abrió sus piernas y se sentó a horcajadas sobre mí. Hubo un momento en el que pensé que me iba a desmayar, teniendo a mi adorada suegra medio desnuda sobre mí. Fue moviendo sus muslos rozándose piel a piel con los míos hasta que nuestros sexos entraron en contacto de nuevo, como lo hicieran en la biblioteca el día anterior, salvo que esta vez, frente a frente y con nuestras prendas aún más finas y nuestro contacto más directo. Ella soltó un pequeño gemido cuando nuestros sexos se juntaron y yo debí soltar otro. No hablamos nada, tan solo nos mantuvimos así, ella subida sobre mi polla que notaba claramente los labios de su dilatada vulva y sus brazos cruzados tras mi nuca, mientras mis manos acariciaban su cintura. Sus ojos brillaban y mi polla palpitaba allí abajo sintiendo el calor de una raja que la abrazaba y la exprimía. El pecho de Mónica oscilaba en cada respiración, sus ojos brillaban y su boca estaba entreabierta. Se humedecía los labios con su lengua…

Veo que te alegras de verme, dijo con su boca escasos centímetros de la mía y frotando su sexo contra el mío de forma que mi polla se restregaba directamente con su rajita palpitante. Sus tetas se movían acompasadas casi pegadas a mi cara, con cada movimiento de su pelvis y mis manos se aferraron de nuevo a su cintura, sintiendo el cuerpo de esa mujer como si me la estuviera follando.

− Tengo pensado subirme así sobre Ernesto. Sé que le encanta ¿A ti? – preguntó con aire inocente.

Sin contestar, me limité a acariciar su cintura e incluso bajar mis manos hasta tocar directamente la piel de su redondo culo únicamente tapado por el pequeño tanga.

− Seguro que se pone así de excitado, como tú. ¿No crees? – insistía ella.

De pronto, un remordimiento interno me invadió. Pensé en Sofía y de lo deshonesto que estaba siendo con ella, que seguramente estaría estudiando en la universidad, ajena totalmente a lo que estaba sucediendo en su propia casa, de manos del depravado de su novio y nada menos que con su madrastra. Traté de poner racionalidad a la locura que estaba entre mis manos, nunca mejor dicho, que no era otra que mi futura suegra convertida en una diablesa deliciosa, de curvas vertiginosas que ahora estaba abrazada a mí. Seguramente la oportunidad no se me volvería a presentar jamás y posiblemente debía ser un idiota por estar pensando en esos momentos en seriedad, responsabilidad, fidelidad… pero no podía hacerle eso a Ernesto y mucho menos a Sofía, mi novia, era toda una traición teniendo en cuenta la animadversión que sentía por su mamá postiza. Empujé a Mónica para que se separara de mí y a continuación me levanté azorado y nervioso.

− ¡Basta, por favor!

− ¿Qué ocurre, Víctor? – preguntó alarmada sin entender mi brusco y cortante comportamiento.

− Esto no puede ser, Mónica.

Allí de pie, con mi polla medio salida del calzoncillo y esa grandiosa mujer medio desnuda delante de mí, podía ser el mejor de mis sueños y en el fondo debí ser un estúpido al no aprovecharme de esa gran ocasión. Cualquiera en mi caso, se hubiera lanzado ante semejante hembra y la hubiera dado toda la caña que necesitaba. Sin embargo yo me sentía mal y si había realmente un momento de parar todo aquello, era ese.

− Pero… ¿Qué ocurre? ¿No te ha gustado?

− ¿Gustarme? Mira, Mónica, eres preciosa, la mujer más impresionante que he conocido, pero no, por favor, no me lo pongas tan difícil,

− Pero, ¿por qué?

− Yo estoy con tu hija y no quiero…

− ¿Serle infiel? – terminó ella la frase.

− ¡Sí! – dije seguro de mi mismo.

− ¡No ha pasado nada!

Noté cierto enfado en la cara de Mónica, pues supongo que no esperaba mi reacción, pero lo de no haber pasado nada, no me quedaba del todo claro, porque estar así medio despelotada, yo en calzoncillos, después de haberse restregado contra mi cuerpo tanto en el baile de lo más sensual y excitante, como el hecho de haber estado sentada sobre mi erguida polla, era de todo menos normal. Además, era más que claro que la frontera del bien y del mal ya había quedado varios kilómetros atrás.

− Prefiero que no pase nada más – le dije dirigiéndome a donde estaba mi ropa, dispuesto a recogerla, vestirme y marcharme de allí antes de que fuera demasiado tarde y eso que mi polla no había bajado ni un centímetro.

− Pero no te vayas así… siento si…

− No, Mónica, tú no tienes la culpa. Pero me gustas mucho y…

− ¿Te gusto? – preguntó sonriente y sorprendida.

− ¿Acaso lo dudas? Eres preciosa.

− Tú también me gustas a mí.

Hubo un silencio largo en el que ambos permanecimos mirándonos allí de pie, ataviados únicamente con nuestra ropa interior. Por un momento dudé entre el bien y el mal, teniendo a Mónica así, delante.

− No puedes irte así. – me dijo.

− Por favor… Mónica.

− ¿Crees que estás traicionando a Sofía?

− Si te parece…

− Tú no sabes lo que está haciendo ella ahora mismo. – dijo sentándose en la tumbona en un aspecto más serio y preocupado.

− Pues está en la ciudad… en la universidad y además de no saber nada de la sorpresa de la fiesta, no creo que le haría gracia que su novio estuviera con su madre. Una cosa es ocultarle la sorpresa y otra…

− Quizás ella también te oculte cosas. – respondió ella cortando mi frase.

− No te entiendo.

− ¡Con Jorge!

− Sí, es su compañero pero…

No sé por qué pero hasta entonces no había sentido nada raro con Jorge, un tipo guapete que siempre iba con Sofía a la universidad. Sofía me habló siempre de él como un buen amigo y compañero, sin embargo, Mónica parecía querer decirme algo más.

− Verás, no sé por dónde empezar, pero ya que seguramente vas a ser su futuro marido… pues deberías saber…

− ¿Qué me quieres decir Mónica? – pregunté sentándome a su lado.

− Yo, es que quiero ser sincera contigo y Sofía y ese chico… ya sabes.

− ¿Están liados? – pregunté atónito.

− Si.

− No me lo creo. Eso no puede ser, no sé por qué dices eso, Mónica – dije con seguridad aunque por dentro lleno de dudas. Notaba cómo mi polla se iba desinflando por momentos bajo mis bóxers.

En ese instante Mónica, muy seria, recogió su Smartphone y estuvo buscando algo, hasta que lo giró y me mostró una foto que me impactó de forma increíble: Mi chica, Sofía… estaba completamente desnuda sobre el asiento posterior de un coche y su compañero Jorge, también desnudo, le estaba haciendo una comida de coño espectacular.

Por más que lo miraba, no podía ni quería creerlo. Miré a Mónica que asintió confirmando que la foto era completamente real. Mi chica estaba más que liada con su compañero Jorge sin que yo lo hubiera sospechado en lo más mínimo. Mis ojos no se apartaban de aquella impresionante foto.

CONTINUARÁ…

Juliaki

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juliaki@ymail.com

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 5” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9, LES OFREZCO LA LIBERTAD

Estaba terminando de vestirme cuando las dos morenitas se despertaron y al comprobar que se habían quedado dormidas, se levantaron de inmediato con cara de asustadas. Reconozco que me hizo gracia la vergüenza de esas niñas al saber que no solo no me habían ayudado a bañarme sino que en pocos minutos iba a bajar a desayunar y que no habían preparado nada.
―Perdón amo― repetían al unísono mientras se ponían la ropa.
Mi esposa no pudo soportar la risa al verlas tan preocupadas y tratando de tranquilizarlas, les dijo que ella se había ocupado de mí. Sus palabras lejos de aminorar su turbación, la profundizó más y prueba elocuente de ello fue cuando cayendo de rodillas frente a mí, Aung me pidió que no las vendiera.
El temblor de su voz al hablar me recordó el siniestro destino al que las mujeres pobres de ese país estaban acostumbradas. Personalmente me parecían inadmisibles tanto la esclavitud como que ante el mínimo fallo temieran por su futuro. Cuando ya no corrieran riesgo, tendría que sentarme con ellas y decirles que eran libres pero mientras y quitando hierro al asunto, comenté:
―Si algún día dejáis de ser mías no será porque os he vendido sino porque os habré liberado.
Por su mentalidad medieval al escucharme las muchachas se vieron de vuelta a su pueblo. La mera idea de retornar a la pobreza les provocó un terror quizás superior al de ser vendidas y entre lágrimas me rogaron que antes las matase.
«¿Ahora cómo les explico que jamás las dejaría desamparadas?», murmuré para mí al ver su angustia.
Menos mal que mi esposa, más conocedora de sus costumbres, intervino gesticulando mientras les decía:
―Nuestro amo debería azotaros por dudar de su bondad. Cuando dice liberaros, no significa echaros de su lado porque está pensando en daros la oportunidad de engendrar uno de sus hijos y no quiere que tengan una madre esclava.
Me entró la duda de si habían entendido al verlas discutiendo entre ellas en su idioma pero entonces Mayi, sin levantar la mirada del suelo, preguntó:
―¿Nosotras dar hijo a Amo, nosotras libres, nosotras vivir con Amo y María?
―Así es― respondí y observando que no decían nada, les aclaré: ―Sí, seréis libres pero viviréis conmigo.
Mi respuesta impresionó a esas mujeres, las cuales sin llegárselo a creer volvieron a hablar acaloradamente entre ellas.
«¿Ahora qué discuten?», me pregunté al comprobar que a pesar de estar alegres había algo que no comprendían.
Tras un intercambio de palabras, Aung respondió:
―Nosotras felices dar hijo amo. No cambiar Amo. Aung y Mayi amar Amo. Nosotras no querer libres.
«¡La madre que las parió!», exclamé mentalmente al comprobar la dificultad de cambiar una educación y unos valores que habían mamado desde crías. Como suponía que que tardaría años para hacerlas pensar de otra forma, pegando un suave azote en el trasero de Aung, le pedí que se fuera a prepararme el desayuno.
Con una alegría desbordante, la morenita salió corriendo rumbo a la cocina. Mayi se acercó a mí y poniendo su culo en pompa, me soltó sonriendo:
―¿Amo no querer Mayi?
Descojonado comprendí que deseaba ser tratada de la misma forma que a su amiga pero entonces poniéndolas sobre mis rodillas, le solté el primero mientras le decía que era por no haberme preparado de desayunar y un segundo por ser tan puta.
La risa con la que esa birmana recibió mis rudas caricias me confirmó que para ellas era una demostración de cariño y lo ratificó aún más cuando desde la puerta, girándose hacia mí, afirmó:
―Amo bueno con Mayi, Mayi dar mucho amor y muchos hijos Amo.
Estaba todavía traduciendo al español esa jerga cuando escuché a María comentar:
―Esas dos putitas están enamoradas de ti… ¿me debo poner celosa?
Esa pregunta en otro tiempo me hubiera despertado las alarmas pero en ese momento me hizo reír y cogiendo a mi mujer del brazo, la coloqué en la misma postura que a la oriental y con una cariñosa nalgada, le informé que para mí siempre ella sería mi igual aunque en la cama la tratara como una fulana.
―Siempre te he amado pero todavía más al comprenderme, mi deseado y malvado dueño― contestó luciendo una sonrisa de oreja a oreja: ―Seré tu esposa, tu puta y lo que tú me pidas pero nunca, ¡nunca! ¡Me dejes! ¡Y menos ahora que hemos incrementado la familia con dos monadas!
Me extrañó oír que ya consideraba a esas chavalas parte de nuestra familia y meditando sobre ello, comprendí que si interpretábamos de una forma liberal nuestra relación con Mayi y con Aung, al comprarlas habíamos unido su destino al nuestro con todo lo que eso conllevaba. Por eso medio en guasa, medio en serio, repliqué:
―Amor mío. Lo queramos creer o no, esas dos son nuestras mujeres y tanto tú como yo somos de ellas.
Insistiendo en el tema, me soltó:
―¿Quién te iba a decir que a tu edad ibas a tener tres mujeres deseando hacerte feliz?
Descojonado, respondí:
―¿Y a ti? No te olvides que mientras esté en el trabajo, las tendrás solo para tu gozo y disfrute.
Tomando al pie de la letra mi respuesta, radiante, contestó:
―No te prometo no aprovecharlo pero primero que limpien la casa. ¡No puedo ocuparme de ella yo sola!
―No me cabe duda que hallarás un término medio― de buen humor recalqué y tomándola de la mano, bajamos juntos a desayunar con nuestras dos mujercitas…

CAPÍTULO 10, LAS BIRMANAS TRAEN BAJO SU BRAZO UN TESORO

Esa noche al volver del trabajo, me topé con un montón de novedades. La primera de ellas fue cuando las orientales me recibieron luciendo la ropa que María les había comprado. Aunque estaban preciosas por lo visto había sido una odisea el conseguir que aceptaran que mi esposa se gastara ese dineral en ellas (una minucia en euros) pero aún más que se la probaran en la tienda y no en casa.
―No te lo imaginas― me contó― ¡les daba vergüenza entrar en el vestidor ellas solas!
Bromeando, contesté:
―Pobrecita, me imagino que las tuviste que desnudar.
Viendo por donde iba, contestó:
―No te rías pero ese par de putas creyeron que buscaba sus caricias e intentaron hacerme el amor tras la cortina.
La escena provocó mi carcajada y al preguntar cómo las había hecho entrar en razón, María murmuró en voz baja:
―¡No me hacían caso! Ya me habían sacado los pechos y no me quedó más remedio que amenazarlas con que iban a dormir una semana fuera de nuestra cama para que me dejaran en paz.
Desternillado de risa, me imaginé el corte que pasaría al salir y por ello acariciando su trasero, la respondí:
―Yo también lo hubiese intentado.
María rechazó mis caricias y haciéndose la cabreada, me soltó:
―Pero eso no fue lo peor. Saliendo de ahí, las llevé a un médico para que les hiciera un chequeo para confirmar que están sanas. Lo malo fue que se negaron de plano a que un hombre que no fueras tú, las tocara. Como en ese hospital no había una doctora, ¡tuvimos que buscar otro donde la hubiera!
Dado que ese reparo era parte de su cultura no me pareció fuera de lugar su postura y pasando por alto ese problema, la pregunté por el resultado.
―Quitando que les faltaba hierro, ese par nos enterraran. Según la doctora que les atendió las mujeres de su zona son famosas por su longevidad y…― haciendo una breve pausa, exclamó: ―… ¡la cantidad de hijos!
La satisfacción que demostró al informarme de ese extremo me preocupó y más cuando al mirar a las orientales, verifiqué que me miraban con una adoración cercana a la idolatría. Temiendo las consecuencias de ese conclave femenino, me acerqué al mueble donde teníamos las bebidas para servirme una copa.
Fue entonces cuando mi futuro con esas arpías quedó en evidencia porque mientras casi a empujones Aung me llevaba hasta el sofá, su compañera ayudada por mi esposa me puso un wiski.
―Nosotras cuidar― murmuró la morena en mi oído.
Decididas a hacerme la vida más placentera, la tres se sentaron en el suelo esperando a que les diera conversación. Viéndome casi secuestrado en mi propia casa, no me quedó más remedio que hablar con ellas y recordando que apenas conocía nada de las birmanas, les pregunté por su vida ante de llegar a nuestra casa.
Así me enteré que provenían de una zona remota del país que durante centurias había sido olvidada por el poder y donde la pobreza era el factor común a sus habitantes. Curiosamente en el tono de las dos no había rencor y asumían el destino de sus paisanos como algo natural.
Sobre su vida personal poca cosa pude sacarles, excepto que habían dejado la escuela para ir a trabajar al campo a una edad muy temprana. Al escuchar sus penurias y que tenían que recorrer a diario muchos kilómetros para ir a trabajar, María las comentó si consideraban que su vida había mejorado desde que estaban en nuestra casa.
Tomando la palabra, Mayi contestó:
―En pueblo, no saber que ser de nosotras. Amo y María buenos. Con Amo felices, Amo dar placer, Amo no pegar y cuidar.
Esta última frase me indujo a pensar que al menos la más pequeña de las dos había sufrido abusos físicos e intrigado pregunté:
―¿Qué pensasteis cuándo os dijeron que dos extranjeros iban a compraros?
Bajando su mirada, se quedó callada y al comprobar que no se atrevía a contestar, miré a su compañera.
Aung, con sus mejillas coloradas, contestó:
― Temer burdel como amigas pueblo. Nunca ver hombre o mujer blanco, nosotras pensar tener cuernos.
La confirmación que los prostíbulos eran un destino frecuente en la vida de sus paisanas me conmovió pero como describió con gestos la supuesta cornamenta de los europeos me hizo gracia y rompiendo la seriedad del asunto me reí.
Mayi al comprobar que nos lo habíamos tomado a guasa, señalando los pechos de mi esposa, añadió:
―María dos cuernos enormes.
La aludida poniendo sus tetas en la cara de la pícara muchacha, me recordó que el día que llegaron a nuestro hogar se habían quedado impresionadas por su tamaño. El gesto de mi mujer fue mal interpretado por la birmana y pensando que María quería que se los tocara, empezó a desabrocharle la camisa.
―¡Cómo me gusta que estas zorritas estén siempre dispuestas!― rugió mi señora al sentir los pequeños dedos de Mayi en su escote.
Mi sonrisa animó a la birmana, la cual sin dejar de mirarme, sacó su lengua a pasear y se puso a mamar de esos cántaros mientras me decía:
―Mayi amar María ahora, Amo hacer hijo después.
La devoción y el cariño con la que esa cría buscaba mi aprobación a cada uno de sus actos me corroboraron la felicidad con la que aceptaba ser mía y queriendo premiarla, acaricié su mejilla mientras le decía:
―No hay prisa, tengo toda la vida para embarazarte.
Haciéndose notar, Aung llevó sus manos hasta mi bragueta y mientras buscaba liberar mi sexo, susurró en plan celosa:
―Amo olvidar Aung pero no preocupar, yo mimar Amo.
Descojonado la tomé entre mis brazos y levantándola del suelo, forcé sus labios con mi lengua. El enfado de esa morena se diluyó al sentir mis besos y pegando su cuerpo al mío, me rogó que la tomara al sentir que la humedad anegaba su cueva.
El brillo de sus ojos fue suficiente para hacerme saber que esa niña se sabía mía y que obedecería cualquier cosa que le pidiera. La sensación de poder que eso me provocaba no fue óbice para que dándola su lugar, le preguntara cómo quería mimarme.
Sin responder, me bajó los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, susurró ruborizada:
―Beber de Amo.
Tras lo cual se arrodilló frente a mí y cogiendo mi sexo en sus manos, lo empezó a devorar como si fuera su vida en ello.
―Tranquila― repliqué al notar la urgencia con la que había introducido mi pene en la boca.
No me hizo caso hasta que con los labios tocó su base. Entonces y solo entonces, presioné con mis manos su cabeza forzándola a continuar con la mamada. Su rápida respuesta me hizo gruñir satisfecho al advertir la humedad de su boca y la calidez de su aliento. Su cara de deseo me terminó de calentar nuevamente y recordando que debía preñarla, la di la vuelta y al subirle la falda, advertí que no llevaba bragas.
«¡Venía preparada!», reí entre dientes mientras comenzaba a jugar con mi glande en su sexo.
La birmana estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el sofá. Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso decidí que no hacían falta más prolegómenos.
No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Aung moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―Fóllatela mi amor y hazme madre― gritó fuera de sí María al observar la violencia de mi asalto.
Girándome, comprobé que Mayi estaba devorando su coño y sin tener que preocuparme por ella, empalé con mi extensión a la morena, la cual tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Dale caña, sé que le gusta― me azuzó mi esposa mientras los dedos de la otra oriental acariciaban el interior de su coño.
Mi mujer estaba fuera de sí pero como tenía razón la obedecí y con un pequeño azote sobre las nalgas de Aung, incrementé la velocidad de mis ataques. La reacción de la muchacha fue instantánea y moviendo sus caderas, buscó con mayor insistencia su placer.
―Ves, a esa putilla disfruta del sexo duro― María chilló descompuesta.
Sus palabras me sirvieron de acicate y sin dejar de machacar el pequeño cuerpo de la birmana con brutales penetraciones, fui azotando su trasero con sonoras nalgadas. Aung al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de gritar en su idioma lo mucho que le gustaban.
Aunque no me hacía falta traducción, escuché a Mayi decir:
―Querer Amo más duro.
Mirándolas de reojo, sonreí al reparar en que se había puesto un arnés con el que se estaba follando a mi esposa.
«Aquí hay varias a las que le gusta el sexo duro», sonriendo sentencié mientras aceleraba la velocidad de mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope.
Aung sentir mis huevos rebotando contra su sexo se corrió. Pero eso en vez de relajarla la volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Mucho placer― chilló al sentir que su cuerpo colapsaba y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre sillón.
Al correrse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejarla escapar viva, descargué toda la carga de mis huevos en su interior.
A nuestro lado y como si nos hubiéramos cronometrado María llegó al orgasmo al mismo tiempo, dejando a la pobre Mayi como la única sin su dosis de placer.
La diminuta oriental no mostró enfado alguno y quitándose el arnés, se acercó a mí buscando mis caricias. Desgraciadamente, mi alicaído pene necesitaba descansar y aunque esa mujercita usó sus labios para insuflarle nuevos ánimos, no consiguió reanimarlo.
―Dame unos minutos― comenté al comprobar su fracaso y no queriendo que nadie hiciera leña de mi gatillazo, le pedí que me hiciera un té.
La muchacha al escuchar mi orden, parloteó con su compañera en su lengua tras lo cual salió corriendo rumbo a la cocina. No habían pasado ni cinco minutos cuando la morenita volvió con una tetera y mientras me lo servía, me informó que iba a probar un té muy especial que solo se encontraba en su pueblo.
Juro que antes de probarlo tenía mil reticencias porque no en vano me consideraba un experto en ese tipo de infusiones. Pero resultó tener unos delicados aromas frutales que me parecieron exactos a una variedad que había probado en China, llamada tieguanyin, y que por su precio solo había podido agenciarme unos cien gramos.
«No puede ser», exclamé en mi interior y sin querer exteriorizar mi sorpresa, la pregunté si le quedaba algo sin usar.
―Una bolsa grande. Pero si querer más, yo conseguir― contestó.
―Tráela― ordené y mientras ella iba a su cuarto, fuí al mío a buscar el lujoso embalaje donde guardaba mi tesoro.
«Es imposible», me repetí ya con ese carísimo producto bajo el brazo, « en el mercado minorista de Hong Kong se vende a mil euros el kilo».
Cuando Mayi volvió con esa bolsa papel, puse un puñado del suyo y uno del mío sobre una mesa. Os juro que comprobar que el aroma, la forma, la textura y el sabor eran el mismo, se me puso dura y ¡no figuradamente!
Asumiendo que esas crías conocían a la perfección el té que sus paisanos producían no quise influir en ellas y señalando las dos muestras, les pedí su opinión. Las birmanas ajenas al terremoto que asolaba mi mente, tras probar el té que yo había traído con cara triste se lamentaron que hubiese comprado a algún desalmado un producto tan malo.
―¡Explicaros!― pedí desmoralizado.
Aung con voz tierna me informó que siendo de la misma variedad, el mío estaba seco y que debía hablar con el que me lo había vendido para que me devolviera el dinero.
―Está seco― repetí y sin llegarme a creer que la fortuna me sonriera de esa forma, pregunté a las muchachas a cuanto se vendía el kilo.
―Caro, muy caro. Tres mil Kyats la bolsa.
Haciendo el peor cambio posible, eso significaba dos euros por lo que metiendo gastos exagerados y pagando aranceles, puesto en Hong Kong saldría a menos de veinte euros.
―¿Me darías un poco? Quiero enviárselo a un amigo― deje caer como si nada pensando en mandárselo a un contacto que había conocido en mi viaje.
Poniendo la bolsa en mis manos, Mayi contestó:
―Lo nuestro es suyo.
Para entonces Maria se había coscado que algo raro pasaba y en voz baja me preguntó qué era lo que ocurría. Abrazando a las dos birmanas, respondí:
―Si tengo razón, ¡el valor de esa bolsa es mayor a lo que pagaste por estas monadas!
No hace falta comentar que al día siguiente y a primera hora mandé por correo urgente doscientos gramos de ese té al mayorista que conocía porque de ser la mitad de bueno de lo que decían las dos muchachas podía hacer millonario, ya que según ellas la finca que lo producía era de un noble venido a menos y que debido a su mala situación económica era fácil engatusarle que me vendiera unas dos toneladas al mes de ese producto.
Dando por sentado que de estar interesado, el capullo de mi conocido iba a aprovecharse de mí, pensé:
«Si me ofrece trescientos euros por kilo y me cuesta veinte, ganaríamos más de medio millón de euros al mes».
Siendo miércoles, no esperaba que lo recibiera antes del viernes y eso me daba tiempo para desprenderme de los trescientos mil euros en acciones que había comprado cuando antes de volar a ese país vendí mi casa en Madrid. Reconozco que me resultó duro dar la orden a mi banco por si mis esperanzas eran un bluf y todo eso resultaba ser el cuento de la lechera. Aun así las vendí y esa misma mañana, mi agente me confirmó que tenía el dinero en mi cuenta.
Mientras tanto me ocupé de investigar la precaria situación del dueño de esa finca y por eso antes de recibir la llamada del Hongkonés, sabía que ese tipo estaba totalmente quebrado y que el terreno que dedicaba al cultivo de esa variedad era de unas treinta y cinco hectáreas.
«¡Su puta madre! Según los libros la producción media es de tres toneladas año por hectárea», pensé dándole vueltas al tema y haciendo números la cifra que me salía era tan descomunal que me parecía inconcebible.
Por eso cuando el viernes antes de ir a trabajar, el chino me llamó interesado y sin tener que ejercer ningún tipo de presión me ofreció cuatrocientos euros por kilo, supe que había hallado mi particular mina de oro.
―Recoged todo. ¡Nos vamos a vuestro pueblo!― dije a las asombradas crías.

Relato erótico: “Ratón de biblioteca” (POR ALEX BLAME)

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RATON DE BIBLIOTECA

Llego cinco minutos antes de que cierre la biblioteca. La gente deja las salas vacías mientras yo entro. La bibliotecaria me mira severa desde detrás de los cristales de unas austeras gafas de pasta negras y su boca se convierte en una fina línea de disgusto. La ignoro y me voy al fondo de la sección de poesía.

Me quedo parado, de pie apoyando una de mis manos sobre una larga mesa de teca mientras observo por la ventana como avanzan las sombras. La noche es poderosa en su oscuridad…

Escucho un taconeo que se acerca en pos de mí. La bibliotecaria se acerca por el pasillo enfadada por mi retraso. Su cuerpo es delgado y su cuello largo. Su tez olivácea y su pelo oscuro, recogido en un apretado moño, contrastan vivamente con la blusa blanca y la falda beige claro.

-Perdone caballero, -dice ella parándose a un par de pasos de mí con el gesto adusto- la biblioteca va a cerrar en unos momentos, le ruego me acompañe hasta la salida.

Yo no respondo, me adelanto un paso hacia ella. Encaramada a los tacones y a esas esbeltas piernas es casi tan alta como yo.

La mujer recula mientras yo sigo avanzando, mirándola a los ojos.

Su espalda tropieza contra una estantería. La estantería tiembla. Un libro cae. Yo lo cojo en el aire. Me acerco un poco más. Noto su cálida sangre correr turbulenta por sus carótidas y volver a su cuerpo remansada por sus yugulares.

La bibliotecaria traga saliva, puedo oler su perfume dulce y denso y por debajo de él una mezcla de sudor, temor y excitación mucho más embriagador.

Levanto con un gesto brusco el libro. Ella se sobresalta y cierra los ojos un instante.

“Ellas trepan así por las paredes húmedas.

Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi juego sangriento.

Todo lo llenas tú, todo lo llenas.”*

Termino de leer el último verso y guardo el libro en su sitio. La mujer abre los ojos y me mira aún algo asustada.

Me inclino sobre ella y rozó su cuello con mis labios. Su pecho se agita, respiración apresurada. Deseo morderla, pero contengo mi instinto y apenas la acaricio con mi lengua. Ella suspira, yo subo lentamente por su mandíbula y cierro mis labios entorno al lóbulo de la oreja. La mujer gime. Yo siento como el lóbulo se llena de sangre y crece caliente dentro de mi boca.

La mujer pone la mano sobre mi pecho intentando apartarme sin convicción. Yo me adelanto inmovilizándola. Cojo su cabeza entre mis manos y la beso. Sus labios se abren y me reciben ansiosos. El beso se alarga y se complica, se retuerce y se atropella.

Separo mi boca para que pueda respirar. Sus pequeños pechos suben y bajan agitados, pugnando por salir de las copas del sostén que se adivina a través del tenue tejido de la blusa.

Bajo mis manos y suelto los botones de la blusa con facilidad. Nuestros labios vuelven a contactar.

Mi mano, fría y traviesa sigue explorando y se cuela bajo su falda.

-No, no debemos, no aquí. -dice ella con un respingo cerrando las piernas entorno a mi mano.

Yo la ignoro y sigo subiendo hasta tocar sus bragas húmedas y calientes.

Con la mano libre la cojo por la cintura y la empujo contra la mesa. Mis dedos se cuelan bajo sus bragas impregnándose con su aroma.

Ella intenta protestar de nuevo pero yo pongo mis dedos humedecidos por su sexo sobre sus labios. Ella se rinde, está dispuesta.

La cojo por las caderas y la siento en la mesa. Esta vez es ella la que abre las piernas sin que yo se lo diga. La beso de nuevo, saboreo su boca y su lengua, disfruto de su calor mientras ella responde con avidez.

Me inclino y meto mi cabeza entre sus piernas. Acaricio y mordisqueo el interior de sus muslos mientras ella gime y mueve el pubis excitada. Tiro de sus bragas y se las quito, las acerco a mi nariz, su aroma y su calor me transportan a otros tiempos ya lejanos.

No la hago esperar más y envuelvo su sexo con mi boca. El frío de mi boca contrasta con el calor de su coño la bibliotecaria responde con un largo gemido de placer. Instintivamente me agarra del pelo y me aprieta contra su coño gimiendo y retorciéndose de placer.

Recojo goloso todos los flujos que escapan de su sexo excitado y me alimento con su calor.

Me yergo. Ella inclina la cabeza para mirarme y abre sus piernas. La bibliotecaria suspira y frunce el ceño extrañada cuando mi miembro duro pálido y frio como el alabastro se abre paso en su interior. Sin darla tiempo para pensar comienzo a penetrarla agarrado a sus caderas. Ella gime y ciñe mi cintura con sus piernas. Mis movimientos se hacen más rápidos y mi polla se calienta con los flujos de su sexo. Tiro de su sujetador y se lo suelto. Sus pequeños pechos saltan y sin dejar de empujar dentro de ella los cojo entre mis manos. Sus pezones crecen y se endurecen, todo el cuerpo de la mujer se arquea excitado.

Ella se incorpora y me aparta lo justo para poder darse la vuelta. Se quita la falda y me muestra su culo. Mis manos acarician su espalda y separan sus piernas para volver a penetrarla. La bibliotecaria grita excitada, pide más. Le doy más. Su pulso se acelera y su cuerpo se tensa preparándose para el orgasmo.

En ese momento la agarro por el pelo y tiro de ella para erguirla. Inclino su cabeza ligeramente y clavo mis colmillos en su cuello a la vez que con dos salvajes empujones la hago correrse.

Al principio extasiada por el placer no se da cuenta, pero cuando sus sangre cálida y dulce empieza a abandonarla y a correr por mi garganta se da cuenta e intenta debatirse. Yo la sujeto con fuerza y le tapo la boca ahogando sus gritos mientras disfruto de su terror. Su cuerpo se tensa y se mueve con mi falo aun erecto dentro. La sangre corre por mi interior calentando mi cuerpo muerto pero no muerto, llenándome con las sensaciones del orgasmo.

Mientras me corro y eyaculo en su interior siento su corazón palpitando apresurado primero por el terror, luego por el intento de suplir con su esfuerzo la falta de sangre. Tras un par de minutos sorbiendo su delicioso néctar sus latidos se vuelven más lentos y erráticos hasta que finalmente su corazón se detiene.

Con suavidad deposito su cuerpo inerte sobre la mesa. La visto y la pongo boca arriba. Con un chispazo de culpabilidad le coloco las gafas sobre sus ojos vidriosos y le limpio el rímel corrido.

Luego la abandono.

*Versos pertenecientes a Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 11, ESA FINCA Y MAS COSAS PASAN A SER MÍAS

Tardamos día y medio en llegar a su aldea. Durante el trayecto, María y yo tuvimos que hacer uso de todas nuestras armas para tranquilizar a las birmanas porque se temían que las lleváramos de vuelta para devolverlas a sus padres. Solo se serenaron cuando mi esposa les advirtió que si alguien les preguntaba qué era lo que hacíamos ahí, debían de contestar que su nuevo amo las amaba tanto que había pensado en comprar una casa en el pueblo para que estuvieran cerca de su familia.
―No necesitar, nuestra familia Amo y María― contestaron casi a la par.
Mi esposa que sabía cuál era el propósito real del viaje, replicó alzando la voz:
―Obedeced sino no queréis que os dejemos ahí.
Esa amenaza fue suficiente y mientras nos acercábamos a nuestro destino, las muchachas no hacían más que repetir:
―Amo comprar casa pueblo, Amo querer nosotras.
Tanto lo repitieron que terminaron creyéndoselo y si antes de subir al todo terreno ya me miraban con adoración, cuando llegamos a la tierra que les vio nacer era tal su entrega que me consta que hubieran dado su vida por mí si hubiese sido necesario. Sin darme cuenta afiancé en sus mentes la idea que las amaba cuando les pedí que me llevaran directamente a donde vivía el noble dueño de la finca que venía a ver.
Mis esperanzas de agenciarme con la finca decayeron al vislumbrar desde lejos la magnífica hacienda de ese sujeto, pero al irnos acercando y comprobar el mal estado del jardín y el desconchado de esas paredes, comprendí que para un alguien quebrado le sería imposible asumir el coste de mantener ese palacio. Sin revelar mis siguientes pasos, pedí a las birmanas que me dijeran el nombre del vecino que más odiase ese sujeto y tras decírmelo, lo apunté en un papel.
Ya dentro del terreno colindante, tanto Mayi como Aung me rogaron que aparcara el coche lejos de la entrada pero obviando su consejo, lo dejé justo enfrente de la escalinata.
Tal y como esperaba, el orgulloso tipo salió hecho una furia a echar a los intrusos. Durante unos tres minutos, nos chilló que nos fuéramos pero lejos de hacerle caso mantuve una sonrisa en mi rostro y cuando se calló, le pedí a Mayi que me tradujera.
―Estimado señor, me podría informar cómo puedo encontrar donde vive este señor― dije dando el nombre que había apuntado: ―Tengo negocios que tratar con él.
Temblando la morenita tradujo mis palabras a ese energúmeno y este con muy mala leche, me preguntó cuáles eran esos negocios.
―He pensado en venirme a vivir a esta zona y me han dicho que su finca es la mejor del pueblo.
―Tonterías― respondió a través de su paisana― ¡la mejor es la mía!
―No lo dudo pero no sé si tengo dinero suficiente para comprar mantener y renovar un edificio tan grande y en tan mal estado. Me imagino además que debe de tener que necesitar mucha de servicio― contesté y haciendo gala de un desinterés que no tenía, insistí en que me dijera como ir a la otra finca porque aunque no lo conocía, mis asesores habían establecido cual sería un precio justo y parecía que él estaba de acuerdo.
―¿Qué precio?― casi gritando preguntó.
―Doscientos millones de Kyats― respondí.
Esos cien mil y pico euros debieron resultarle una cifra apabullante porque se sentó al decírsela mi acompañante. No me pasó inadvertida su avaricia pero aún más cuando tras pensárselo brevemente y cambiando su tono, nos invitó a pasar a tomar un té dentro de su mansión.
«Ese dinero ha despertado su interés», me dije mientras ejerciendo de anfitrión, el noble nos llevaba a través de un enorme salón decorado en demasía y que dejaba ver que había tenido días mejores.
Tal y como había previsto no entró directamente al trapo sino que me empezó a interrogar por ese interés en comprar tierras en esa zona. Siguiendo el guion preestablecido, señalando a las muchachas, respondí:
―Mis dos concubinas echan de menos el pueblo donde nacieron y por eso he decidido adquirir una casa de campo por los alrededores.
Fue en ese momento cuando el birmano las reconoció y soltando una carcajada, cometió el primer error al burlarse de ellas diciendo:
―Vestidas con esas ropas, sus putitas parecen unas señoras.
Hasta entonces pensaba ofrecerle un trato justo pero que se atreviera a insultar a mis “mujeres” me indignó y me juré que si podía estafar a ese capullo, ¡lo haría! Pero no queriendo exteriorizar mi enfado, repliqué como si fuéramos colegas de toda la vida:
―La que nace puta muere puta y tú como señor de toda esta zona, me imagino que te habrás agenciado un harén con las mejores zorritas.
Al traducir, observé que por el color de sus mejillas Mayi estaba avergonzada por el modo en que me había referido a ella pero aun así transmitió fielmente mis palabras.
La respuesta de ese impresentable, ratificó mi mala opinión de él porque sin medirse en absoluto contestó:
―Alguna tengo pero como salen muy caras de mantener, prefiero pagar a una profesional para que me haga una mamada.
Disimulando reí su ocurrencia mientras interiormente estaba alucinado que fuera tan cretino de reconocer implícitamente que estaba arruinado y probando por primera vez el té que me había ofrecido, me percaté que no era el que se producía en su finca sino el típico negro Earl Gray.
―¡Está muy bueno!― exclamé bastante desilusionado y directamente pregunté si era de sus tierras.
―No, desgraciadamente esta delicia se da por debajo de los mil metros y mi heredad está a mil seiscientos.
―¿Y qué variedad produce?― pregunté tratando de saber hasta dónde llegaba su ineptitud.
―Una local que mi abuelo trajo de China porque se adapta muy bien a este terreno― y tratando de mostrar la razón de mantener esa elección, prosiguió: ―mientras otros agricultores tienen problemas para vender su producción, yo no. La gente de la zona me la compra y así no tengo que preocuparme de buscar intermediarios.
―Eso es lo que ando buscando― respondí― una finca que no me cause quebraderos de cabeza.
Viendo la oportunidad de difamar a su supuesto rival, el muy tonto replicó:
―Pues entonces debe replantearse su primera opción porque la finca en la que está interesado vende toda su cosecha en la capital y mi vecino tiene que hacer continuos viajes para conseguir que no se le acumule en sus almacenes. En cambio, si quiere podemos visitar los míos para que pueda comprobar que solo tengo unas ocho toneladas que es lo que produzco en un mes.
Casi me da un infarto porque de ser así, los beneficios que conseguiría solo vendiendo sus existencias eran el doble de la cifra que había dejado caer y tratando de no parecer ansioso, le pregunté si él vendía.
―Aunque mi familia lleva generaciones aquí, por un buen precio todo se vende― contestó viéndose rico.
María que hasta entonces había permanecido callada, expresó su preocupación por el estado ruinoso de la mansión. Su disgusto no le pasó inadvertido al noble y viendo que se le podía ir el negocio, me ofreció que fuéramos a dar una vuelta por sus tierras.
Aceptando su sugerencia, pregunté a Mayi cuál de las dos conocía mejor la finca. Al contestarme que las dos habían trabajado en ella desde niñas, le pedí que nos acompañara y junto a ella, acompañé al dueño hasta su coche. El decrépito Land―Rover en el que nos montamos fue una muestra más de sus dificultades para llegar al fin de mes y con una sonrisa, me subí en el asiento del copiloto.
Las dos horas del recorrido me sirvieron para hacerme una verdadera idea de lo que iba a comprar y de la cantidad de trabajo que tendría para devolver a esa hacienda el esplendor de épocas pasadas. Casi al terminar y comprobar que el noble no me había mentido respecto a la cantidad de té depositado en los almacenes, directamente hablé con mi contacto en Hong―Kong y cerré el precio en trescientos noventa euros por kilo.
Me constaba que el chino se estaba aprovechando de mí pero ese acuerdo me daba casi trescientos mil euros de beneficio con los que podría comprar esa finca sin tener que depender de mi hucha. Hucha que necesitaría para modernizar y reparar todos los desperfectos que había visto durante la visita, los cuales lógicamente hice ver a mi anfitrión.
Mis continuas quejas acerca del estado de su heredad había menoscabado las esperanzas del sujeto y por eso cuando ya de vuelta a su mansión, le pregunté cuanto quería por toda la finca incluyendo tanto la casa principal como las caballerizas, el muy imbécil me pidió menos de doscientos mil euros.
―Eso es muy caro― contesté y haciendo una contra oferta, le ofrecí diez mil menos.
Los ojos de ese tipejo se iluminaron al escucharla y cerrando el acuerdo, únicamente me preguntó cómo sería el pago:
―Al contado, le pagaré en el momento que estampe su firma ante notario.
Sintiéndose rico, me informó que debido a la hora era imposible que su abogado tuviese los papeles listos pero que al día siguiente, no habría problema en formalizar la venta.
―Perfecto― contesté, tras lo cual le pedí que me informara de un hotel donde pudiésemos hospedarnos esa noche.
El noble se temió que podía escapársele el negocio si nos íbamos y por ello me ofreció que nos quedáramos en su casa porque no en vano, al día siguiente sería nuestra. Como no podía ser de otra forma, accedí y reuniéndonos con María y la otra birmana, les informé del acuerdo.
Mi esposa conocedora de lo que eso implicaba se lo tomó con alegría pero en cambio las dos orientales estaban impactadas con el hecho que su dueño iba a convertirse en el propietario de esa heredad. El mejor ejemplo fue Aung que cayendo de rodillas ante mí, llorando me pidió que no la comprara.
―¿Por qué?― pregunté.
Sollozando, murmuró:
―No nos merecemos que la compre solo por hacernos felices.
No pude más que sonreír al comprender que esas dos realmente se habían tragado que lo hacía por ellas y no queriendo sacarlas del error, muerto de risa, respondí:
―Los hijos que me deis correrán por estos jardines y no se hable más.
Como había quedado con nuestro anfitrión a tomar una copa por eso dejando a María que se ocupara de acomodar nuestro equipaje con la ayuda de las dos crías, me dirigí a la biblioteca. Juro que me quedé sin habla al entrar en el lugar por la inmensidad de la colección de libros que atesoraba y viendo que el momentáneo dueño de todo eso me esperaba con un whisky en la mano, caí en la cuenta que me iba a resultar imposible conversar con él. Estaba pensando en volver por Mayi cuando desde un rincón, escuché que me daban la bienvenida en un perfecto inglés.
Al girarme, descubrí que quien me había saludado era una belleza local de unos veinte años. Por su lujoso vestido supe que esa impresionante birmana debía ser la concubina de ese sujeto y conociendo el poco valor que en esa cultura se daba a la mujer, le pedí que me pusiera otro whisky mientras saludaba a su marido.
La muchacha ni repeló y sirviendo uno bien cargado, se acercó a donde estábamos sin presentarse.
―¿Necesita algo más?― preguntó.
―Sí, que nos sirvas de traductora― dije y sin esperar su respuesta, di a mi anfitrión las gracias por haberme hospedado con lo que iniciamos una agradable conversación durante la cual tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no admirar a su concubina.
Tocamos varios temas casi todo ellos mundanos hasta que sintiéndose en confianza, el noble me preguntó si tenía hijos. Al contestarle que no porque María era estéril, el sujeto me miró alucinado y no pudo evitar preguntar por qué no la había repudiado.
―No hace falta porque ha aceptado reconocer como suyos los hijos que me den sus paisanas― respondí a sabiendas que para él podía resultar una afrenta que pusiera a Mayi y a Aung a su altura.
Al serle traducidas mis palabras, el noble se mostró extrañado pero no por la causa que creía, sino porque hubiese decidido dar mis apellidos a esa hipotética descendencia y por eso, insistió:
―¿Me está diciendo que sus bastardos van heredar su riqueza y no otro familiar suyo cuando usted muera?
―Así es, pienso reconocer a todos y cada uno de los hijos que tenga con ellas.
No supe interpretar el brillo de sus ojos al escuchar la versión de mi frase en su idioma y menos que bebiéndose la copa de un trago, comentara que aunque eso era muy liberal por mi parte, él no podría pero que al menos eso garantizaba que mi dinero fuera a caer en manos de un extraño. Tras lo cual volvió a meterse en mi vida al preguntar si tenía pensado incrementar mi harén. Su mujer tartamudeó al tocar un tema tan delicado pero aun así lo tradujo.
―No es algo que me haya planteado― contesté y mirando a la preciosidad que nos servía de intérprete, dije en plan de guasa: ― Todo depende de si encuentro una candidata que me guste.
La atracción que su mujer provocaba en mí no le pasó inadvertida pero lejos de enfadarse, el noble venido a menos se dedicó a loar al sexo femenino de su país, obviando mi supuesta desgana:
―Hace bien en elegir Birmania como lugar para buscar esposa, nuestras mujeres además de bellas son fieles y sumisas, no como las tailandesas que solo buscan el dinero. Cuando una birmana acepta unir su destino a un hombre, este puede dormir tranquilo sabiendo que nunca se irá con otro.
Que mirara a su mujer mientras lo decía me pareció de mal gusto porque era una forma de afianzar su dominio sobre ella y por ello traté de cambiar el tema, preguntando por el origen de esa biblioteca.
―Mis antepasados eran hombres ilustrados y como creían que la única forma de prevalecer en el poder era por medio de la cultura, gastaron gran parte de su fortuna en darle forma.
Comprendí la crítica tácita a sus predecesores de su discurso y tratando de ser agradable, repliqué:
―Pues es magnífica, sería un orgullo el ser depositario de tal herencia.
Curiosamente, la interpreté me sonrió antes de empezar a traducir a ese paleto lo que había dicho y eso me espoleó a recorrer con mi mirada su estupendo culo.
«Menudo cabrón está hecho el viejo», sentencié valorando positivamente la beldad de su mujer mientras me imaginaba como sería en la cama.
―¿Le interesa comprarla?― fue su respuesta.
Estaba tan ensimismado mirando a la muchacha que tardé en comprender que se refería al conjunto de libros.
―Todo depende del precio y no creo que pueda pagar lo que usted se merece por desprenderse de esta joya― respondí sin darme cuenta que al mirar a los ojos a su mujer mis palabras podían malinterpretarse.
Solo cuando observé que se ponía roja, comprendí mi metedura de pata. Afortunadamente, el marido no se dio cuenta de las dificultades que tuvo a la hora de traducir mi respuesta del inglés.
―Por eso no se preocupe, podremos llegar a un acuerdo― respondió pensando quizás en que iba a sacar un buen dinero de ese montón de libros.
Yo ni siquiera lo escuché porque mis ojos estaban prendados de los pequeños montículos que habían hecho su aparición bajo la blusa de nuestra intérprete.
―¡Quién los lamiera!― murmuré entre dientes al imaginar mi lengua recorriendo esos pezones.
No supe si me había oído porque de haberlo hecho, disimuló muy bien y no dijo nada. De lo que estoy seguro es que esa morena era consciente del modo en que la estaba devorando con la mirada y por raro que parezca ¡parecía contenta con ello!
En ese momento aparecieron en escena mi esposa con mis dos birmanas y mientras María se quedó embobada mirando a nuestra acompañante, Mayi y Aung saludándola comenzaron a charlar animadamente con ella.
―¿Quién es este pibón?― me preguntó mi compañera de tantos años sin ningún rastro de celos.
―Creo que es la putita del capullo este― en voz baja susurré al ver que la aludida nos miraba de reojo.
―Luego preguntaré a nuestras zorritas porque si también está en venta no me importaría que la compraras― en plan descarado replicó mientras se relamía pensando en poseer algo tan bello.
―María le estás cogiendo el gusto a ser lesbiana― descojonado recriminé a mi mujer sin revelar que a mí me ocurría lo mismo.
―Cariño, la culpa es tuya por traerme a este país― dijo sin rastro de arrepentimiento.
La risas de Aung y el color del rostro de Mayi me hizo darme cuenta que yo era el tema de la conversación entre ellas y haciendo una seña llamé a la risueña.
―¿De qué hablabais?― quise saber.
Aung contestó:
―Thant preguntar nosotras felices con amo. Nosotras contestar mucho placer y mucho amor con Amo y con María.
Que fueran tan indiscretas y que llamaran por el nombre a esa mujer me llamó la atención pero antes que pudiera seguir interrogándola, nuestro anfitrión me cogió del brazo y llamando a la tal “Thant”, me soltó:
―Lo he pensado bien y como después de vender la hacienda me iré a vivir a la capital, quiero que usted se quede con todo el mobiliario incluyendo esta biblioteca.
Dando por hecho que eran antigüedades y que podría sacar un buen redito con ellas revendiéndolas en Madrid, le pregunté el precio que pedía. El tipo le explicó a la muchacha que era lo que quería y contrariamente a lo ocurrido hasta entonces, Thant se puso a discutir con su marido.
Viendo esa discusión, pregunté a Aung qué ocurría y esta con una sonrisa, me soltó:
―Thant querer incluir hija en precio.
Me quedé horrorizado porque dada la edad de esa mujer, su hija debía ser un bebé pero entonces con una sonrisa Thant expuso las condiciones, diciendo:
―Valora en cincuenta millones el conjunto pero si me acepta como concubina y se compromete a que los hijos que yo le dé hereden esta finca, está dispuesto a aceptar que le pague solo treinta millones.
Al darme cuenta de mi error al suponer que era su esposa y escuchar que ella misma se ofrecía como moneda de cambio, casi me caigo de espaldas. Confieso que durante unos segundos no supe que decir y cuando al fin pude articular palabra, pregunté directamente a la muchacha los motivos por los que se entregaba a mí voluntariamente.
La bella oriental con tono seguro contestó:
―Mi padre no ha sido capaz de mantener la herencia de mis antepasados y es mi deber intentar mantener su legado para mis hijos.
―¿Solo por eso?― insistí.
Sin ocultar para nada lo que realmente sentía, esa preciosidad replicó:
―Usted es un hombre fuerte y atractivo al igual que su esposa y el resto de sus concubinas. Prefiero ser su cuarta esposa y disfrutar bajo su mando que la primera en manos de un hombre que mi padre elija.
Interviniendo, María dijo en mi oído:
―Acepta porque si la producción de este lugar es lo que supones, tendremos suficiente dinero para compensar al resto de nuestros hijos…― para en plan putón terminar diciendo: ― …y además me muero por echarles el diente a los pechitos de esa monada.
La burrada de mi anterior recatada esposa me hizo reír y extendiendo un cheque, cerré acuerdo con el padre de mi nueva novia mientras recreaba mi mirada en los ojazos de su retoño.
Con el dinero de ese trato en su mano y la seguridad completa que al día siguiente recibiría el correspondiente a la finca, me dio un abrazo mientras decía:
―Querido Yerno, hoy en la noche en esta casa se celebrará una fiesta durante la cual le haré entrega de mi más adorado tesoro.


Relato erótico: “El cambio de Susana, su despertar 4” (PUBLICADO POR ALEX)

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Sobre las 10 de la noche me llego un nuevo mail suyo,

La verdad es que hoy me he sentido humillada por ti, cuando me has hecho quitar el tanga en la oficina, cuando me has hecho comerme… y tragarme… me he sentido muy mal en esos momentos, ya sé que me dijiste que lo pensara bien antes de seguir, pues se me romperían muchas ideas concebidas en vida rutinaria, pero no me esperaba cosas como esas.

Por otra parte debo confesarte que me tienes todo el día excitada, cachonda, con ganas de que me toques, de que te acerques a mí, y me pidas algo, son sensaciones todas ellas contrapuestas las unas de las otras, ahora mismo te estoy escribiendo mientras mi marido duerme a la niña, y aquí me tienes, sentada escribiéndote, sin ropa interior, deseosa, mojada, cachonda…

Ya he empezado a pellizcarme los pezones, desde que he llegado a casa esta tarde, cada vez que voy al baño me pellizco, y me está empezando a gustar eso de pellizcarse, esta tarde mientras bañaba a la niña cuando me he dado cuenta tenía una mano tocándome abajo y otra en mis tetas, bufffff, además creo que hasta he soltado algún gemido, madre mía, la niña delante mío y marido por el piso, creo que me estoy o me estas volviendo una viciosa, pero me gusta 🙂

Besos

Susana se sentía humillada, pero a la vez quería seguirme el juego, supongo que su deseo por descubrir el placer, hacia que aquella mujer retraída por su sexualidad quisiera descubrir el mundo del placer y la perversión junto a mí, ya que me había contado algo que nunca antes se había atrevido a contar a nadie más de su alrededor, ni a su propio marido, y yo había sido ese afortunado.

El sábado por la tarde fui de compras a un centro comercial donde suelo acudir a menudo pues debía de comprar una funda para el portátil, por casualidades de la vida me cruce con ella en el pasillo, estaba acompañada de su hija y su marido, al verme sus ojos obtuvieron un brillo especial, supongo que por la sorpresa de encontrarnos allí, ya que nunca antes nos habíamos encontrado o no habíamos coincidido, me atreví a mandarle un sms, diciéndole “deshazte de ellos y ves a Mango te veo allí” de inmediato le sonó el móvil y leyó mi msg según pude observar.

Me dispuse a ir dirección a la tienda esperándome en la puerta de esta, cuando llego sin mirarme apenas me soltó “estamos locos” y entro en la tienda, me puse detrás de ella y le pedí que cogiera varias piezas de ropa para probarse y que se fuera al probador, que se metiera lo mas al fondo posible, yo me fui con ella, entramos en el probador del fondo, cerramos la cortina, y me senté en el banco que había allí, le pedí que se arrodillara y me sacara mi pene del pantalón, empezó a masturbarme a lo que le indique que se la comiera, que se la metiera en la boca como lo había el día anterior, a lo que esta vez lo hizo sin rechistar y bastante mejor que el día anterior en el coche, luego le pedí que se levantara y que se quitara el pantalón que llevaba, que quería comprobar si estaba sin ropa interior, una vez quitado este y viendo que estaba siguiendo mis instrucciones le invite a sentarse encima mío, empezando así a follármela por primera vez, se la metió de golpe, parecía que tenía muchas ganas de ser follada, y que estaba disfrutando con aquello, pues tuve que taparle la boca con una mano pues gemía y gemía sin parar, mientras con la otra mano que me quedaba libre empecé a masturbarla, Susana estaba desatada, había acelerado sus movimientos, y cada vez me costaba más ahogar sus gemidos, sus pechos chocaban con mi cara al saltar, ella estaba agarrada de mi cuello y con su cabeza un poco inclinada atrás, su ritmo de mete saca era altísimo, yo casi no aguantaba y estaba a punto de correrme, empezó a tener pequeñas convulsiones y contracciones en su vagina, lo que hizo que mi semen la inundara por completo, provocando esto en ella que empezara a correrse, a gritar, lo que me obligo a darle una torta para hacerla volver a la realidad, estaba toda sudada, su cara desencajada, su maquillaje corrido, y ella abrazada fuertemente en mi cuello dando pequeños suspiros, me dio la gracias, me dijo que se había conseguido correr por fin, que era como si hubiera tenido una pequeña taquicardia, pero que había sido genial.

Le pedí que se levantara, pues aun estábamos unidos, y que me chupara para limpiarme, se levanto, se arrodillo delante mío y me lamio completamente, luego fue a sacar un clínex de su bolso para limpiarse, a lo que le dije que de eso nada, que debía ir así, sintiendo mi semen correr por sus piernas, le pedí que se pusiera una de las faldas que había entrado para probarse y que saliera ya con ella puesta del probador, que así se acordaría de mi el resto del día, además le prohibí lavarse hasta el día siguiente.

Salí del probador y me fui de la tienda, dejándola a ella pagando la falda en esta, una vez fuera le mande un nuevo sms en el que le decía “ahora cuando salgas te reunirás con el cornudo de tu marido, y quiero que cuando lo veas le des un morreo, quiero que pruebe la leche del que ha hecho que te corras por primera vez”

Su marido estaba en el tio vivo que había en la entrada del centro comercial con la niña montada en el, yo por mi parte me senté a tomar un café en un lugar cercano donde podía observarlos fácilmente, cuando llego Susana pareció como si le preguntara si le gustaba la falda que se había comprado, asintiendo el afirmativamente y cogiéndola de la mano la acerco a el abrazándose los dos,
estuvieron unos segundos así hasta que el busco un fugaz beso en sus labios, devolviéndoselo ella, y seguido este de un morreo en condiciones buscado por ella, intentando el poner sus manos en el culo de Susana, apartándoselas esta de inmediato, cuando la niña ya se bajo del tio vivo los tres se dispusieron a irse dirección del parking, descubriendo ella que yo había estado observándolos en todo momento y obsequiándome con una picara sonrisa.

Por la noche me llego un nuevo mail que decía:

Gracias, gracias, gracias, aun noto pequeñas taquicardias 🙂

Hoy no he podido hacer lo del juego en el baño, pero ya lo tengo todo preparado para mañana cuando vayan al parque.

A mi marido le ha gustado la falda, y hasta se ha puesto tontorrón, ha estado intentando meterme mano desde que hemos llegado, ahora esta acostando la niña y ya veremos cómo me lo quito de encima después.

Voy con un camisón puesto y marcando los pezones todo el rato, cuando estoy sola un momento no paro de apretármelos, y me gusta, y eso de ir con el coño al aire, bufff al menos me refresca un poco, porque tengo unos calores abajo tremendos.

Mañana me acercare a la farmacia, pues te has corrido dentro y no tomo anticonceptivos, no vaya a ser que me quede embarazada.

Buenas noches

Al leer el correo le envié varios sms, en el primero le decía:

“ni se te ocurra ir a por la pastilla, que pase lo que tenga que pasar”

y en el segundo:

“si se pone muy tonto, dile que te coma el coño y si lo hace deja que te folle, mientras te folla quiero que te masturbes tocándote tu el coño”

en seguida me respondió que nunca le había comido el coño, que como le pedía eso si nunca antes lo había hecho, nuevamente le envié otro sms 

“Invéntate lo que sea, que lo has leído, que una amiga, que quieres probarlo, lo que te dé la gana, pero si no te lo come, no folla, y que si lo hace dejaras que se corra dentro de ti”

Ya por la mañana cuando me levante vi que había un nuevo mail de Susana, lo había enviado a las 4 de la mañana.

Buenos días,

no podía dormir por las emociones de todo el día, anoche volví a correrme con mi marido, dos veces en un solo día, que rico, me encanta.

Cuando salió de acostar a la cría, yo estaba sentada en el sofá, con los pezones súper tiesos, el me propuso irnos a la cama, pues quería guerra, entonces le dije que no, le conté que mientras me estaba probando la falda en el vestuario de al lado había 2 chicas hablando, y se contaban que a una de ellas le había comido el coño su novio y que había corrido con eso, el me miraba como extrañado, entonces le dije, ¿no has visto que llevo toda la tarde con los pezones duros? es de pensar en eso, yo nunca me he corrido y lo sabes, y quiero probarlo e intentarlo, así que me levante el camisón y deje que viera que no lleva absolutamente nada puesto, dejándole ver mi sexo húmedo, hinchado y caliente, diciéndole, “mira como esta, te está esperando cariño” agáchate y cómetelo, se había excitado al verme de aquella manera, se bajo y quito el pantalón, intento venir a metérmela, pero cerré las piernas de inmediato, diciéndole “primero yo, luego tu” por lo que no le quedo más remedio que agacharse y empezar a besarme el coño, gustarme me gusto el sentir su boca allí, pero creo que lo hacía a desgana y no ponía empeño, lo cogí de la cabeza y lo apreté hacia mi coño parecido a lo que tú me hiciste, pero se ahogaba y me dio pena y deje que se levantara, nuevamente intento llevarme a la cama, y nuevamente le dije que no, que me follara allí, levante las piernas y deje que me la metiera dentro, cerré los ojos, y empecé a tocarme como lo habías echo tu por la tarde, y pensando en lo ocurrido en la tienda, estaba tan caliente que en menos de un minuto empecé nuevamente a sentir esa especie de taquicardia, a gemir como obsesa, y puse mis manos en el culo de mi marido para que no se saliera, corriéndose dentro de mí.

Me quede agotada por el día que había tenido, y nos fuimos a la cama, mi marido me preguntaba extrañado que me pasaba, porque le hice hacer eso, porque me tocaba mientras hacíamos el amor, que estaba rara, al final se quedo dormido, follado y dormido, cuando confirme que se había quedado dormido empecé nuevamente a follarme como me habías pedido que hiciera, pensando en ti, en todo esto, en lo que he descubierto a tu lado, hasta he fantaseado en poder hacerlo contigo tranquilamente en una cama, y he vuelto a correrme follándome yo misma, que maravilla, me encanta, me alegra habértelo contado, y me alegra que mi primera vez haya sido contigo, no me arrepiento de nada, me has hecho abrir los ojos, y me has descubierto lo que me estaba perdiendo.

Gracias por estar ahí, conmigo y pendiente de mí.

Como siempre estoy a vuestra disposición tanto en el mail como en el msn, para lo que deseéis y sois bienvenid@s.

mar.lex.bcn@gmail.com

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 12, MI TERCERA Y ÚLTIMA BIRMANA

Tal y como me había mi futuro suegro echó la casa por la ventana pero aun así me resultó curioso la rapidez en la que se desarrollaron las cosas porque no había pasado ni una hora cuando desde el porche de la mansión vi llegar una carreta cargada con flores.
«Joder, se ha dado prisa», murmuré mas solo que la una porque la novia había insistido en que María y sus paisanas estuvieran presentes mientras la preparaban para el enlace.
Y digo enlace porque aunque nominalmente está prohibida la poligamia en ese país, durante la fiesta iba a tener lugar un paripé de boda que según Thant me había asegurado no tendría más que valor simbólico pero que su padre había insistido porque así limpiaba su conciencia por entregar a su hija a un hombre que no la hiciera su esposa legal.
Personalmente me daba igual y con una copa en la mano, decidí dar una vuelta por la mansión que sería mía al día siguiente. Mientras recorría sus pasillos, la historia del lugar me tenía impresionado al comprobar en sus paredes el papel que esa familia había tenido en toda la zona.
«Va a volver a vivir otra época de esplendor», me dije cada vez más involucrado al saber que si todo iba como tenía planeado, los hijos que tuviera con esa monada serían los depositarios de una herencia centenaria.
Estaba admirando un retrato de un miembro de esa familia cuando vi llegar a mi esposa con la cara desencajada. Supe que algo pasaba y por eso no me cogió desprevenido que me dijera muy nerviosa que Thant quería verme antes de la ceremonia.
Asumiendo que era importante, dejé que me condujera por el edificio hasta una zona privada, cuyas rejas de hierro forjado me hicieron suponer que era el área donde antaño vivían las integrantes del harén del señor de la casa. De haber tenido tiempo con gusto me hubiese entretenido en observar los mosaicos con los que estaba decorada pero urgido por mi esposa entré en la habitación donde me esperaba mi “novia”.
Tal y como me habían anticipado, Thant estaba hecha un mar de lágrimas y por más que mis dos concubinas intentaban consolarla nada parecía tener efecto.
-¿Qué te pasa?- pregunté en inglés.
Al escuchar mi voz, esa preciosa birmana se tiró a mis pies y gimoteó desconsolada:
-Júreme que pase lo que pase mantendrá su promesa que los hijos que le dé serán los dueños de estas tierras y esta casa.
Pasando mi mano por su negro pelo, respondí que nunca faltaba a mi palabra y por lo tanto si me llegaba a dar descendencia, ellos serían los herederos de esa parte de mis bienes.
Todavía muy nerviosa, se limpió las lágrimas con la mano y levantando su mirada me pidió que la hiciese mi mujer en ese momento sin esperar al enlace. Como se puede comprender, esa premura me mosqueó y levantándola del suelo, la llevé a un sofá y le pedí que me explicara qué narices le ocurría para pedirme adelantar unas horas su entrega.
Consternada me rogó que no me enfadara con mis esposas pero por una indiscreción suya se había enterado del verdadero motivo por el que quería comprar a su padre esa hacienda. Conteniendo el aliento, repliqué que no sabía de qué hablaba pero entonces la oriental susurró llena de dolor:
-Estaba enseñando a María el vestido que me iba a poner cuando le ofrecí un té y ella sin darse cuenta, dijo que prefería el tieguanyin al earl gray. Al contestar que no teníamos esa variedad, Aung me rectificó y comentó que ese era el nombre que su amo daba al que producíamos.
-Entiendo- contesté dando por perdido el negocio y sin demostrar el cabreo que tenía, la pregunté qué era lo que iba a hacer.
Entonces para mi sorpresa, Thant respondió:
-Mi padre no es capaz de mantener la herencia de mis antepasados. Cuando murió mi abuelo, eran más de tres mil hectáreas las que heredó y las fue malvendiendo para pagar sus vicios. Mi deber como hija es informárselo pero no quiero porque aun así él terminará vendiendo esta hacienda a un extraño.
-Me he perdido- reconocí.
Llena de angustia, me miró insistiendo:
-Como ya le expliqué mi deber como hija es decírselo pero si antes que le vea, usted me hace suya, mi obligación sería para usted y podría callar por el bien de los hijos que le dé. Si quiero mantener estas tierras en la familia… ¡necesito que me tome ahora!
Entendí su petición como una llamada de auxilio y posando brevemente mis labios en los suyos, contesté:
-Te juro que nunca pondré en peligro esta casa y las tierras que la circundan y te prometo que haré todo lo posible para incrementarlas y así el día en que yo falte, los hijos que me des hereden más tierras de las que tu padre me venda.
Con una dulce pero amarga sonrisa se levantó del diván y mientras dejaba caer su vestido, dijo con tono seguro:
-Aunque ha pagado por mí, le informó que me entrego voluntariamente a usted y me comprometo a amarle como su más fiel pareja todos los años que me queden de vida.
La belleza de esa mujer quedó más que patente al verla desnuda y mientras recreaba mi mirada en sus curvas, respondí usando su mismo tono grandilocuente:
-Aunque he pagado por ti es mi intención ser tu marido y no tu dueño por lo que después de comprar a tu padre la hacienda, serás libre. Podrás irte pero si te quedas con nosotros y entras a formar parte de mi familia, juro hacerte feliz y cumplir todas mis promesas.
Thant no se esperaba que le diese la libertad de decidir y saltando sobre mí, me empezó a besar mientras me decía:
-Estaría loca si le perdiera, soy suya y lo seguiré siendo con más razón una vez me libere.
La alegría con la que buscaba mis caricias me convenció y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta la cama. No había terminado de depositarla sobre las sábanas cuando María acercándose hasta ella, comentó:
-La voluntad de Alberto es mi deseo y por ello me comprometo en recibirte como mi igual y los hijos que engendres en tu vientre los consideraré como nacidos de mí sin hacer ninguna diferencia.
Completamente conmovida la birmana contestó:
-Señora, nunca me atrevería a ser su igual y desde ahora juro obedecerla y amarla… y espero que me dé la posibilidad de demostrárselo.
Mayi que hasta entonces había permanecido en silencio, se aproximó y comenzó a acariciarla mientras le decía:
-Amo y Maria buenos con nosotras, nosotras buenas contigo- para acto seguido cerrar su compromiso con un beso sobre una de sus areolas.
Imitando a su compañera, Aung acercó su boca al otro pezón y sacando la lengua, se puso a lamerlo diciendo:
-Nosotras y María darte placer para que amo te haga suya.
Observando a esas tres bellezas me percaté que siendo de la misma raza, Thant era mucho más alta.
«Se nota que por generaciones a su familia no le faltó jamás la comida», pensé al compararlas y ver que sus dos paisanas a su lado parecían liliputienses.
Ajenas a mi examen, se notaba que mis concubinas eran las primeras interesadas en que esa recién llegada disfrutara en su estreno al ver el modo tan cariñoso y sensual con el que se estaban ocupando de ella.
Cualquier duda de cómo se tomaría ese cálido recibimiento desapareció de mi mente al escuchar que la birmana decía a mi señora con tono pícaro al tiempo que separaba sus rodillas:
-Mi señora debe comprobar que llego virgen y que no he conocido ni conoceré más hombre que nuestro dueño.
María comprendió que la oriental se le estaba ofreciendo para demostrar su disposición a integrarse plenamente en nuestra peculiar familia y riendo comentó:
-Me parece que a esta putilla le gustaría que me ayudaras.
Aceptando que era así, me acerqué a la cama. Thant al verme llegar me miró a los ojos y sonriendo confirmó las palabras de mi mujer al decir con su mirada cargada de deseo:
-Soy suya.
Aún admitiendo que gran parte de la motivación de esa muchacha tenía que ver con la fidelidad a sus orígenes, pude descubrir que su mirada estaba cargada de deseo y eso me hizo saber que también se sentía atraída por mí.
-Eres preciosa- respondí al tiempo que me quitaba la camisa.
Ratificando que no le era indiferente, Thant no perdió detalle y aunque en ese momento sus pechos estuvieran siendo mimados por sus paisanas, con un revelador acto reflejo, se mordió los labios al comprobar que me quitaba los pantalones.
-Mi dueño y señor- susurró y más afectada de lo que había supuesto con mi striptease, me rogó levantando sus brazos hacia mí que me tumbara junto a ella.
Obviando su petición, comenté en ingles a María lo bella que era nuestra última adquisición, incrementando con ello la calentura de la birmana, la cual con la respiración entrecortada se retorcía sobre las sabanas dando muestras de una creciente excitación.
-Me encantan sus piernas- comentó mi señora mientras la acariciaba con la mano.
Llevando mis dedos a una de sus mejillas, recorrí su cara con mis yemas mientras con sus negros ojos la muchacha imploraba que no la hiciéramos sufrir.
-No están mal pero ¿qué me dices de sus pechos?- pregunté deslizando mi mano por su cuello al comprobar que María se había apoderado de uno de ellos.
-Inmejorables- replicó mientras con los dientes se ponía a mordisquear su pezón.
Aung que se había visto apartada por mi señora, aprovechó para desnudarse y al volver le ofreció como ofrenda sus propios senos. Thant me miró pidiendo mi aprobación. Al comprobar mi sonrisa, abrió sus labios y ser apoderó de la tetita de la morena.
El gemido de placer con el que mi concubina respondió a esa caricia, exacerbó a la noble y ya sin ningún recato se puso a mamar como si fuera algo que llevara deseando desde niña.
-Esta niña va a resultar tan puta como sus paisanas- murmuró María señalando la humedad que amenazaba con desbordarse en el sexo de la birmana.
Reconozco que se me hizo la boca agua al fijarme que siguiendo la moda occidental esa muchacha llevaba el coño totalmente depilado.
-Debe de estar riquísimo- repliqué mientras me acomodaba entre sus piernas.
Mi esposa al comprobar que sacando la lengua y partiendo de su tobillo me ponía a recorrer una de sus pantorrillas, me imitó y junto a mí comenzó a besar la otra.
No llevábamos ni medio minuto lentamente subiendo por ellas cuando escuchamos el berrido de placer con el que Thant nos confirmaba lo mucho que le estaba gustando ese tratamiento.
-Esta guarrilla no tardará en correrse- susurró María en mi oído- debemos darnos prisa si no queremos llegar tarde.
-La primera vez es importante- objeté y para dejar claro que quería tanto a ella como a las otras dos birmanas, las informé que no pensaba hacer uso de Thant hasta que esa cría se hubiese corrido.
Mayi fue la primera en reaccionar y acercando su boca a la de mi “novia”, recorrió los labios de la muchacha con su lengua mientras hablaba tiernamente en su idioma. Por el tono sensual que imprimió a su voz y el posterior gemido de nuestra víctima supe que le había traducido mis palabras pero como quería que lo supiera por mí, usando el inglés comenté:
-Mi prioridad es que disfrutes.
Temiendo no poder responder antes de verse sumergida en el placer, Thant gritó:
-Sé que a vuestro lado seré inmensamente feliz e intentaré compartirlo con el resto de vuestras esposas.
Su declaración de intenciones azuzó a María a actuar y con suaves mordiscos fue subiendo por un muslo mientras yo hacía lo propio por el otro.
Jadeando respondió al incremento de nuestras caricias y sin poderse contener comenzó a mover sus caderas al sentir que tantas sensaciones estaban llevándola al límite. Mayi, que hasta entonces se habían mantenido expectante, se desvistió y pegando su dorso desnudo al de la noble, la hizo ver que también ella sería su mujer. Thant al experimentar el roce de los pezones de su paisana contra su pecho, no pudo más y maullando como si fuera un gatito, se corrió.
Ese dulce y casi inaudible orgasmo provocó una inmensa calentura en mi señora, la cual intentó hacerse con el coño de la mujer pero advirtiéndolo se lo impedí diciendo:
-Quiero ser el primero en probarlo.
Poniendo un puchero, me obedeció pero antes se permitió el lujo de soplar en él y ese singular regalo fue suficiente para que el clímax de la guapísima birmana alcanzara un nuevo límite.
-No quiero que nada me impida ser suya- aulló totalmente descompuesta Thant mientras todas sus neuronas amenazaban con colapsar- ¡Hágame su mujer!
Convencido que estaba lista, separé los labios de su sexo y sacando la lengua me puse a recorrer sus bordes, sin llegar a tomar posesión de él. Al sentir esa húmeda caricia se estremeció y sin poder casi respirar, me rogó que la tomara.
-Fóllatela, no la hagas sufrir más- dijo mi esposa al ver como la muchacha tiritaba.
-Todavía no- contesté y acercando mi lengua a su sexo, empecé jugar con el erecto botón que sobresalía entre sus pliegues.
El brutal gemido que salió de su garganta fue la antesala a su total entrega y mientras metía mi lengua en su interior, su sexo se convirtió en un ardiente volcán que entró en erupción de manera súbita empapando mi cara y salpicando la de mi esposa.
-¡Menuda forma de correrse!- muerta de risa, María exclamó y presa de su propia lujuria buscó probar ese manjar con su boca.
Thant casi pierde el conocimiento al sentir que eran dos lenguas las que la estaban follando. Su inexperiencia en ese tema la hizo dudar si ya la había tomado y abriendo los ojos, buscó con la mirada si ya la había poseído. Al ver que no era así, dijo casi llorando:
-No resisto más. Por favor, hazme mujer.
Viendo que ya era hora y que de nada servía postergar el tomar posesión de mi propiedad, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo. La birmana se derritió completamente al sentir mi miembro en su entrada y moviendo sus caderas, trató de forzar mi penetración.
-Tranquila-, dije mientras introducía un par de centímetros la cabeza en su interior.
Increíblemente sentí como si sus labios inferiores estuvieran besando mi pene justo en el instante que esa muchacha a voz en grito me preguntaba si algún día podría amarla.
-Ya te amo. No lo dudes nunca- contesté.
Mis palabras fueron el detonante de su locura y presionando con su cadera forzó que su cuerpo fuera absorbiendo mi extensión hasta que mi capullo se encontró con una barrera. Entonces y solo entonces, me dirigió una sonrisa y de un solo golpe consiguió romper su himen y ensartarse hasta el fondo todo mi sexo.
El grito de la muchacha al sentir como se desgarraba su interior me puso en sobre aviso y mientras sus dos paisanas intentaban consolarla con tiernos besos, esperé a que se acostumbrara a esa invasión. Durante unos instantes Thant se quedó paralizada por el dolor pero rápidamente se rehizo y moviendo sus caderas empezó un delicado vaivén que me volvió loco.
-Eres increíble- susurré al experimentar la estrechez de su gruta.
A pesar de estar acompañados y que en ese instante, María siguiera lamiendo el clítoris de la oriental, el tiempo se detuvo para mí y solo existíamos ella y yo mientras de forma inconsciente relajaba y presionaba los músculos de su vagina al ritmo de mis penetraciones.
-¡Por fin tengo dueño!- chilló al notar que un nuevo orgasmo se acumulaba en su interior.
-Córrete en su interior, mi amor. ¡Esta putita lo está deseando!- me espoleó María mientras Thant aceleraba sus caderas.
Tumbandome sobre ella, busqué nuestro mutuo placer pero entonces esa muchacha absorta en su papel de presa me mordió en el cuello mientras me pedía que me vaciara dentro de ella. Que de alguna forma me marcara como suyo, me gustó y llevando al límite el ritmo con el que machacaba su interior desencadené su orgasmo. Orgasmo que al contrario de los anteriores fue ruidosamente brutal hasta el punto que temiendo que nos oyeran desde fuera, Aung cerró su boca con las manos.
Los estertores de su cuerpo y sus gritos al correrse desató mi propio gozo y descargando mi simiente en su fértil receptáculo, me corrí mientras en mi cerebro oleadas de placer se sucedían sin pausa. Todavía desconozco como pudo hacerlo pero sentí como su interior abrazaba mi pene prolongando con ello mi éxtasis. Tras lo cual exhausto caí sobre ella.
Ella metiendo su mano entre sus piernas, sacó sus dedos ensangrentados y llevándolos a mi boca, me dijo:
-Has sido el primero y serás el último hombre de mi vida. Soy tu fiel esclava hasta el final de mis días.
El sabor de la sangre con la que me demostró su virginidad perdida, me hizo reaccionar y abrazándola, contesté:
-Como tal te acepto y juro en presencia de mis otras esposas, que dedicaré todos mis esfuerzos en haceros felices a todas.
Rompiendo el hielo, María soltó una carcajada y forzando la boca de mi nueva esposa con su lengua, la besó durante unos segundos hasta que separándose de ella, dijo:
-Como hermana mayor, yo también me comprometo a hacerte dichosa.
Los ojos de Thant se poblaron de lágrimas al escucharla y mirando a sus paisanas, les algo en su idioma que las hizo reir. Lleno de curiosidad, le pedí que me dijera que les había dicho.
La hija del noble venido a menos contestó:
-Daba las gracias a mis dos “hermanas” por explicarme que solo podían hablar maravillas de usted y de María en la cama y que llegado el caso, no tuviera miedo porque sabrían sacar de mí a la mujer ardiente que llevaba años ocultando.
Con la mosca detrás de la oreja, pregunté:
-¿Solo le has dicho eso?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y replicó:
-También les preguntaba cuanto tardaría usted en usar mi trasero.
-¿Te apetece que lo haga?
Sin saber dónde meterse, replicó:
-Hay un cuadro en el cuarto de mi padre donde uno de mis antepasados sodomiza a una concubina y desde niña he deseado que mi esposo me tome así.
Riendo a carcajada limpia, María contestó:
-Tu culito no tardará en ser poseído por tu dueño y por mí…

FIN

Relato erótico: “El club (11 final)” (POR BUENBATO)

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Sarah conducía despacio la camioneta Voyager de su madre, dobló por la entrada del auto motel y miró de reojo a Eliseo. Si ambos estaban nerviosos, no lo parecían. En realidad Sarah ya había estado ahí, Eliseo, nunca. De hecho, Eliseo nunca había ido a un motel; en cierto sentido, la diferencia entre la experiencia de ambos era bastante.

– Creo que no hay nadie – murmuró Sarah, mientras esperaban a un lado de la caseta

Eliseo estaba a punto de decir algo cuando la voz chillona de una mujer los sorprendió.

– Buenas noches – dijo la mujer, saliendo entre risas de un cuartillo, dio un rápido vistazo mientras revisaba la pantalla de un ordenador – ¿Normal?

Sarah giró hacía Eliseo, pero él sólo alzó los hombros.

– Normal – asintió Sarah

– Serían dos horas, cochera nueve, cinco minutos antes se les hace una llamada, pueden solicitar una extensión por hora y el pago se realiza al final. A partir de las diez de la noche, la estancia de noche completa requiere cargo extra. – la mujer ni siquiera los miraba, hablaba de manera mecánica, como deseosa de terminar el cobro – Las primeras cinco horas te las cobro ahorita.

Eliseo entregó el billete a Sarah; la chica se la entregó a la mujer, que parecía interesada únicamente en el pedazo de papel moneda. Les entregó el cambio.

– Que disfruten su estancia. Condones, bebidas y comida al fondo a la derecha. – finalizó la mujer, antes de perderse de nuevo en el cuartillo.

Sarah tardó tres segundos en reaccionar antes de avanzar con el automóvil. Una fila de cuartos a ambos lados apareció. Sólo tres de los veinte cuartos se veían encendidos y sus cocheras cerradas, al final, la luz de la pequeña tienda de condones y comida iluminaba el fondo. Sarah dobló directo a la cochera número nueve. Eliseo bajó del automóvil, y apretó el botón rojo con el cartel “Cochera” arriba. Entonces la cortina metálica de la cochera se cerró y el cuarto se oscureció antes de que Sarah encendiera el interruptor de una débil luz.

Ambos se acercaron detrás del coche, y Sarah abrió la puerta trasera. Varias formas se movían suavemente bajo una manta blanca.

– Ya pueden salir – dijo Sarah

Entonces Santino, Pilar y Blanca se descubrieron la manta.

Hacía casi cinco horas, Eliseo y sus hermanas se habían dirigido a casa de los gemelos, conforme a lo planeado. Eliseo sabía que no podía confiarse; era un verdadero riesgo hacer aquello en la casa de los gemelos, de manera que buscó la manera más diplomática de explicarles que aquello no se realizaría ahí.

– Puedes confiar en nosotros – insistió Sarah, extrañada – Pero en fin, que sea como tú digas.

Tuvieron que ver películas, y comer hamburguesas caseras mientras el tiempo pasaba. Parecía una típica reunión de amigos, pero había una diferencia. Los cinco sabían que era cuestión de horas para que estuviesen solos y dispuestos a follar entre todos, lo que generó una tensión sexual tremenda.

Sarah se acercó a Eliseo.

– ¿Y si en este rato alguien se retira? – preguntó

– Yo diría que todos están ansiosos.

Sarah sonrió, extrañada. Aquella conversación le parecía completamente surrealista. Miró a las hermanas, sentadas en un sofá, y a su hermano, en un sillón, mirando la película. Pensó que quizás en unas horas ella estaría comiéndose el coño de Pilar, mientras su propio hermano la follaba. A eso agregó a su imaginario la escena de Eliseo tirándose a Blanca, y aquello fue suficiente para sentir cómo su entrepierna se inundaba de placer.

Eliseo debía tener razón, seguramente todos, en silencio, pensaba igual, y seguramente crecía en todos ese deseo silencioso y constante de desatar de una vez aquella orgía. Se cruzó accidentalmente con la mirada de Blanca, quien la observó con un susto extraño, como de animalito indefenso. Ella misma se ruborizó. Sonrió, era claro que los bochornos había que ir dejándolos a un lado.

Cuando el reloj dio las ocho cuarenta y cinco de la noche, todos salieron para comenzar a acomodarse en la camioneta de la madre de los gemelos. Sarah habló con sus padres desde el teléfono de casa. Les dijo que Santino ya estaba dormido y que ella también caería pronto. Su madre apenas y habló con ellos, demasiado ocupados con la boda en la que se hallaban.

Eliseo también habló con su madre, pues la coartada había sido un maratón de películas en casa de los gemelos. Había sido difícil convencer al padre de las hermanas que Pilar también era buena amiga de ellos, pero la presencia de Blanca le pareció suficiente para tranquilizarlo.

Sarah había salido de su casa tan precipitadamente, que ni siquiera se cambio su pijama gris de algodón y su cómoda blusa verde de tirantes. Parecía como si sólo hubiese salido a la tienda de la esquina, y Eliseo no pudo evitar distinguir sus formas bajo la holgada ropa.

Media hora después, los cinco estaban ahí, en la mal iluminada cochera de un auto motel, sin atreverse a cruzar la puerta que llevaba a la recamara. Era como sí aquel fuera un purgatorio, una última fase antes del infierno – o el cielo – que les esperaba arriba.

– Bueno – dijo Sarah, finalmente – El tiempo corre.

Todos se miraron de reojo, y la siguieron.

Sarah abrió la puerta, que daba paso enseguida a unos escalones que subían a la recamara. Eliseo fue el último, cerró la puerta con seguro y vio como las luces se encendían.

A diferencia de la cochera, el cuarto resultó ser un iluminado lugar, de lo más acogedor. La amplia cama se hallaba contra la pared derecha, mientras que del otro lado estaba colgando una tv de plasma y un enorme espejo que reflejaba todo lo que se hallaba sobre la cama. También sobre la cabecera de la cama había un espejo, menos alto, que servía para reflejarse de la cintura para arriba.

En la esquina se hallaba el baño y la regadera, cuyas paredes de vidrio no dejaban nada oculto. Era, en todo caso, el típico motel de paso, diseñado y construido para el sexo.

Los cinco muchachos rodearon la cama, como si se tratara de una tumba abierta. La situación no podía ser más incómoda.

Santino, apretó el botón rojo a un lado de la cama y entonces el televisor se encendió. El cuarto se llenó entonces de los gemidos y gritos de una película porno, en la que aparecía una de esas orgias masivas japonesas. El muchacho, alterado por la sorpresa, se apuró a oprimir de nuevo el botón. Pero ya todos lo miraban. Era patético.

Aquel video los puso aún más nerviosos, pero también les recordó qué hacían ahí. Sarah miró de reojo a Eliseo, al otro lado de la cama. Eliseo comprendió entonces que él debía hacerse responsable de aquello; era su idea, y debía ser él quien pusiera manos a la obra.

Entonces se quitó los zapatos, quedando en calcetines, y se subió sobre la cama, recargándose justo en medio sobre la cabecera. Miró a Pilar, haciéndole una seña para que se acercara. Pilar miró brevemente a todos, como si estuviese en una clase de matemáticas y el profesor la hubiese llamado al pizarrón. Gateando, se acercó a su hermanastro hasta quedar de rodillas frente a él.

Vestía una falda de mezclilla entubada, que le cubría hasta la mitad de las piernas. Era tan estrecha que las formas de sus redondos glúteos se alcanzaban a distinguir con facilidad. Su blusa de manga corta tenía un estampado de labios rojos sobre un fondo blanco y sus zapatitos blancos le daban un aspecto entre gracioso y extravagante.

Durante dos segundos no paso nada, de modo que Eliseo comprendió que tendría que dictar cada acción. Le señaló su entrepierna a la chica, y entonces Pilar se acomodó para desabrocharle el cinturón y comenzar a bajarle la bragueta. Era como una pista de baile, en la que hacía falta que la primera pareja se animara para que el resto entrara en acción.

Sólo entonces Sarah tomó la mano de su hermano, y lo hizo sentarse sobre la orilla de la cama. Santino obedeció, y miró cómo su hermana caía de rodillas al suelo alfombrado antes de comenzar a desabrocharle los pantalones. La endurecida verga de su gemelo emergió al exterior al tiempo que sus pantalones caían, las manos de Sarah rodearon su erecto tronco, el cual masajeó suavemente, permitiéndole a su glande salir con gracia de entre la membrana de su prepucio.

Una idea hizo sonreír maliciosamente a Sarah, giró su cuello y buscó la mirada de Blanca. No le costó mucho trabajo, los curiosos ojos de la chica pronto se unieron a los suyos. Entonces Sarah movió el cuello, en ademan de que se acercara.

– ¿Quieres venir? – preguntó

Blanca miró estúpidamente hacía los lados, como si alguien más estuviese ahí. Se mojó los labios y sin decir si sí o si no, simplemente se acercó a los gemelos.

Vestía un short de mezclilla, con una blusa roja de mangas cortas. Llevaba zapatillas altas y blancas, a modo de puta, y su cabello rizado estaba completamente libre.

– Ven – le dijo, invitándola a que se arrodillara

Blanca obedeció, echando un último vistazo a la cama, donde las manos de Eliseo se deslizaban bajo la falda de mezclilla de Pilar, al tiempo en que la cabeza de su hermanita se perdía entre las piernas del muchacho.

Terminó de arrodillarse, y ante ella surgió la extravagante escena de la lengua de Sarah lamiendo de abajo hasta arriba el tronco duro y erecto de su gemelo. Blanca mordió sus labios inferiores, y permaneció inmóvil, como esperando la siguiente indicación de la rubia. Pero esta parecía haberse olvidado de la chica, pues su boca bajó de nuevo entre besos hasta darle uno último a las bolas del muchacho. Sólo entonces el rostro de Sarah sonrió a la invitada, y no fue necesario que dijera nada para que Blanca comprendiera que también podía participar.

Algo le dijo que aquello no estaba bien, pero otra voz le recordó que aquello había dejado de tener importancia desde hacía mucho. Cerró los ojos, y acercó su boca lentamente hacia adelante. Sus labios se abrieron para dar paso a la esponjosa forma de aquel glande; Blanca tenía ahora una nueva verga en su boca. Rápidamente detectó el distinto aroma y sabor de aquello, reconoció la sensación que la saliva de Sarah generaba en su boca, y casi pudo percibir el nervioso palpitar de aquel tronco.

Sus ojos se alzaron y miraron a Santino, quien se quedó abrumado con aquella visión de ensueño. Los labios de Blanca apretujaron suavemente aquel falo, y entonces inició un lento mete y saca. Un arriba y abajo que comenzó a regalar sensaciones suaves y disfrutables al afortunado muchacho.

Segundos después, Sarah se acomodó a su lado, de manera que ambas pudieran tener acceso a la verga del muchacho. Entonces la rubia llevó sus labios al glande de su hermano, donde Blanca daba los últimos sorbos. Sus mejillas chocaron cuando se dirigían al mismo tiempo hacía el afortunado pedazo de carne, pero ambas dejaron cordialmente el especio para que cada una pudiera cubrir cada lado de aquel tronco. No era la primera vez que Blanca chupaba una verga en equipo, pero se había acostumbrado tanto a Pilar y a Eliseo que aquello era como si se tratara de algo completamente nuevo.

Para Santino, por su parte, aquello sí que era completamente nuevo. Se sentía en el cielo, y no parecía haber en él ningún rastro de aquel asustadizo muchacho que insistía afanosamente en evitar toda aquella locura. Disfrutaba sentado, sosteniéndose con sus manos sobre el colchón, mientras dejaba que las chicas se encargaran de todo el trabajo.

Las miraba de aquí para allá. A veces con Blanca besándole el glande al tiempo que su hermana se llevaba uno de sus testículos a la boca. Al rato, era Blanca quien lamía sus huevos al tiempo que su gemela se encargaba de besarle cada centímetro de su tronco.

Sin embargo, allá abajo, algo más que una simple mamada se estaba confabulando. Blanca notaba como la rubia aprovechaba cada oportunidad para que sus labios se encontraran. Aquello era poca cosa comparado con lo sucedido hacía algunos días, pero Blanca seguía sintiéndose confundida con la manera en que Sarah la buscaba. Le era difícil sentirse tan atraída por una mujer, pero aquella misma sensación de desagrado comenzaba a causar estragos en su mente. ¿Era realmente un desagrado autentico, o era ella reprimiendo sus deseos de besar a la chica de nuevo? ¿Qué tenía de malo?, pensaba, a fin de cuentas, ya había cruzado todos los limites. Pensó en qué sucedería si se tratara de Pilar, y se le ocurrió que no le hubiese costado trabajo besar a su hermana. ¿Por qué con Sarah era tan distinto?

Su boca besaba, lamía y chupaba cada área de la dura verga de Santino, en un juego de atrápame si puedes contra Sarah. A veces la rubia acorralaba su boca, y sus labios terminaban chocando fortuitamente por unos segundos. Sin embargo, algo sucedió; ambas besaban un testículo de Santino hasta que comenzaron a subir a través de la verga. Entonces, cuando esta se terminó, Blanca abrió los ojos sorprendida cuando descubrió que ahora sus labios se movían contra los de Sarah; un impulso la invitó a alejarse de inmediato, pero uno más fuerte la obligó a permanecer ahí. Volvió a cerrar los ojos, disfrutando de los suaves y dulces labios de Sarah. Lo había extrañado, había extrañado esos labios, sazonados ahora con el ligeramente agrio sabor de Santino.

Se perdieron en un largo e intenso beso, de esos que parecen intentar recuperar el tiempo perdido. Santino se hubiese sentido abandonado, de no ser por que aquella escena se le antojaba tremendamente excitante. Dos mujeres preciosas besándose ante su endurecida verga, y una de ellas, su hermana. Las chicas despegaron sus labios y se sonrieron mutuamente, como si aquello hubiese sido una promesa. Entonces regresaron con disciplina a masajear con sus bocas la verga del gemelo.

Sarah se incorporó un momento para acomodar su cabello, miró hacía la cama, y una sonrisa morbosa escapó de sus labios cuando vio cómo Pilar seguía mamando la verga de su hermanastro al tiempo que este ya le había alzado la falda por completo y bajado las bragas hasta las rodillas, de manera que su dedo índice ahora exploraba el interior del culo de la chiquilla. El coño de Sarah se hizo agua de sólo pensar en ello.

Sarah siempre había temido la idea de que alguien le rompiese el culo, y hasta hoy seguía virgen; pero ver cómo aquellos dos se divertían con aquello le provocó una extraña curiosidad por saber cómo se sentiría la cálida verga de alguien incrustada en su culo. Con la misma sonrisa y con los pensamientos dando vueltas por su cabecita, la rubia regresó abajo; sus labios se encontraron con los de Blanca antes de tocar la suave piel del glande de Santino, desde donde su boca descendió hasta besarle los testículos.

En efecto, los agiles dedos de Eliseo exploraban el inmaculado esfínter de su hermanastra. Habían dejado aquello pendiente, pero Eliseo no iba a dejar pasar una noche más. Pilar, por su parte, comprendió que aquello era inevitable y, de cierta forma, la curiosidad por tener la verga de su hermanastro dentro de su culo no la dejaba en paz. Tenían que hacerlo, y nada más excitante que hacerlo frente a tantos.

– Hoy voy a romperte el culo – dijo Eliseo, con una extraña sonrisa

Las mejillas de la chica se ruborizaron en el acto, pero su cabeza se movió afirmativamente antes de continuar mamándole el falo al muchacho.

La mano de Eliseo empujó suavemente la frente de la chica, haciéndole sacarse la verga de su boquita.

– ¿Sabes qué? – dijo el muchacho – Tú misma te clavaras mi verga en el culo, ¿cómo ves?

Los ojos de la chica se abrieron de asombro, pero en seguida su rostro cambió a la de una curiosidad extraña. ¿Cómo podría hacer eso?

Su hermanastro se incorporó, le desvistió las bragas completamente, lanzándolas fuera de la cama y la hizo ponerse de cuclillas, dándole la espalda, y la atrajo hasta que sus nalgas abrazaron su endurecida verga. Él se había acomodado en flor de loto, con la espalda recargada sobre la cabecera de la cama.

Con la punta de su verga rozándole el ojete a Pilar, Eliseo alcanzó sus pantalones sobre la cama. Revisó sus bolsillos y sacó de un puñado cinco sobres plateados. Tomó uno, rompió la esquina del sobrecito y lo apachurró sobre su glande. Con aquel liquido, lubricó también la entrada del culo de Pilar. Comenzó a sobar con la punta de su falo el rosado culo de Pilar, mientras esta cerraba los ojos, pensando en que sería ella quien tendría el mayor control a la hora de romper su ano con la endurecida verga de su hermanastro.

– ¿Los interrumpo?

La voz sonriente de Sarah los sorprendió. Yacía boca abajo sobre la cama, sosteniéndose con sus codos y con su culo fuera de las orillas. Detrás de ella, Santino se había incorporado. Mientras Eliseo y Pilar se preparaban, la rubia había convencido a su hermano de hacer lo mismo. Eliseo sonrió, iba a ser testigo de cómo Santino le rompía el culo a su propia gemela al tiempo que él hacía lo mismo con la menor de sus hermanastras.

Blanca, como asistente, le alcanzó uno de los sobrecitos de lubricante a Santino.

Santino deslizó las bragas de su hermana hasta el nivel de sus rodillas. Y ante él apareció la preciosa vista de su culo abierto, mostrando su apretado y oscuro ojete sobre la piel clara de la más secreta de sus partes. La boca de su hermano se llenó de saliva al tiempo que su verga se endurecía aún más ante la idea de penetrar por primera vez aquel orificio.

Sarah no tenía tanto culo, ni siquiera comparada con Pilar. Su delgadez y su altura hacían que su culito se viese reducido a un par de nalgas redondas pero pequeñas, de tal manera que, con aquella posición, su esfínter estaba más que expuesto para recibir la verga de su hermano.

Mientras esperaba, Eliseo le había desvestido la blusa a Pilar, y ahora sus dos manos jugueteaban con los pezones de la chica, que se endurecieron de inmediato ante los suaves pellizcos del muchacho. A la chica ahora sólo la cubría la falda de mezclilla, doblada sobre sus caderas.

Blanca fue la encargada de lubricar la verga de Eliseo y ojo del culo de Sarah. Vertió unas gotas gruesas sobre el glande del muchacho, y con un suave masaje lo repartió en toda la punta de aquella verga. A Sarah, le dejó caer dos gotitas de lubricante justo en el ojete, y con eso pudo meter con facilidad su dedo índice. La rubia gruñó de inesperado placer ante aquello, y Blanca no pudo más que sonreírle furtivamente.

– ¡Listo! – dijo la chica, al tiempo que colocaba la punta de la verga de Santino sobre la entrada del culo de Sarah

Eliseo y Pilar se prepararon. Nadie lo había organizado de aquella manera, pero estaba claro que pretendían hacer aquello al mismo tiempo. Blanca se sentó y se acomodó, con una sonrisa curiosa ante el espectáculo que estaba tomando forma ante ella.

– Cinco, cuatro… – comenzó a decir Sarah, con una sonrisa nerviosa.

– Tres, dos… – se unió Blanca, reprimiendo una risita.

– Uno.

El cuerpo de Sarah se estremeció, una sacudida curvó su espalda y un gritó escapó de su garganta para sofocarse de inmediato. Respiró lo más que pudo para soportar el dolor que había provocado la repentina invasión de su hermano.

Falto de tacto y de experiencia, Santino había tomado la decisión de penetrarle el culo a su hermana de una sola tajada. En menos de un segundo, y con una precisión fortuita, le había clavado su verga por completo, deteniéndose sólo cuando alcanzó el tope.

– ¡Joder! ¡Santino! – gritó Sarah, una vez que logró recobrar la respiración, al tiempo que despegaba su rostro de la cama. Había incluso mordido, en vano, las sabanas de la cama para soportar el ardor en su culo.

Blanca estaba riendo, divertida. El rostro de Sarah, con los ojos desorbitándose de la impresión, le había parecido sumamente gracioso.

Sólo entonces se dieron el tiempo de ver lo que sucedía con los otros dos. Pilar, más lista, se había dejado caer suavemente sobre la gruesa verga de Eliseo, y su culo apenas se hallaba a medio camino de la penetración total. Lentamente, seguía dejando caer su culo, que iba dilatándose más y más conforme el pene de Eliseo se iba abriendo paso en el cálido abrazo de su recto.

La imagen clara del rosado anillo de la chica engullendo aquel tronco era digno de fotografía. El coño de Blanca se humedeció aún más, y una rápida sensación eléctrica se reflejó en su esfínter. Aquella imagen también conmovió bastante a Sarah, que finalmente agradeció tener su propia verga insertada en el culo.

– ¡Va! Hay que seguir – susurró a su hermano – Pero ten cuidado.

Santino no dijo nada; él estaba perdido en la excitante sensación de aprensión que el estrecho culo de su hermana provocaba en su verga. Intentó sacarlo, pero la hinchazón del culo de su hermana apretaba demasiado su verga, de modo que tuvo que comenzar con movimientos muy suaves y lentos. Sin embargo, incluso aquellos movimientos tan simples provocaban sensaciones en la mente de Sarah; poco a poco, el placer y la excitación fueron aflojando su culo, facilitando al rubio el mete y saca de su verga.

– ¡Ah!¡Ahhh! – comenzó a gimotear Sarah, conforme Santino iba teniendo el espacio para aumentar la intensidad de sus embestidas – Sigueeee…cabrrrooooónn.

Santino obedeció con gusto.

– ¡Joder, Santi! Que rico.

– ¿Así? – preguntó Santino, aumentando la intensidad de sus movimientos

– ¡Así! Joder, pero que rico.

Pilar, por su parte, hacía tiempo que había caído por completo sobre la verga de Eliseo. Él permanecía quieto, mientras ella evaluaba cuidadosamente sus movimientos; Blanca, que los miraba, comprendió lo difícil que debía ser aquella tarea. Aunque Pilar era una chiquilla bastante nalgoncita, eso no servía mucho a la hora de insertarse completamente la verga de su hermanastro en el culo. Las dimensiones de aquel tronco parecían gigantes comparadas con el estrecho y pequeño ojete del culo de la chica.

Eliseo alucinado, y sólo se limitaba a sentir el cálido abrazo que el recto de su hermanastra manaba. Cuando la chica comenzó a intentar subir lentamente, él la ayudó tomándola por la cintura. Poco a poco ella fue agarrando un ritmo más estable en sus brincos, hasta que los brazos de su hermanastro se sincronizaron lo suficiente para sostener sus movimientos.

Pronto sus gemidos se unieron a los de Sarah, y el cuarto se inundó de un canto de placer y excitación. Las respiraciones de Santino eran más agitadas, y los gritos de su hermana eran los que más se notaban. Los agudos grititos de Pilar eran más controlados, y Eliseo apenas y lanzaba uno que otro suspiro, como si estuviese todo el tiempo tratando de mantener la respiración.

– ¡Ahh! – suspiró Pilar

Eliseo reaccionó llevando sus manos al pecho de la chica.

– ¿Te gustó? – preguntó su hermanastro, apachurrándole las tetas – ¿Te gustó cómo te rompí el culito?

– Sí – dijo ella, apretando los dientes al tiempo que la parte más gruesa de aquel tronco cruzaba por su esfínter – Mucho.

– De ahora en adelante te voy a culear más seguido, ¿te parece?

– Sí – dijo ella; en ese momento de placer no podía más que decir que sí a todo lo que implicara un placer como el que estaba sintiendo.

– Me voy a correr en tu culito cuantas veces se me antoje – continuó él, provocando que la chica no hiciera más que ponerse más cachonda – Te vas a ir a la cama muchas veces con mi leche adentro de tu culo, ¿te parece?

– Mi lechita antes de dormir – bromeó ella, pero sin poder sonreír por la tremenda verga que la estaba partiendo y sobre la cual, sin embargo, no dejaba de saltar y saltar.

Miró hacía adelante, y al girar el cuello se encontró frente a frente con los ojos enardecidos de su hermana. Sin embargo está desvió la mirada de inmediato.

Y es que las manos de Blanca ya la habían traicionado, y ahora sus dedos se paseaban sobre su coño, sintiendo en sus manos los jugos que su concha no dejaba de emanar. Había hecho ya un verdadero desastre en su entrepierna, pero la escena que se desarrollaba frente a ella le daba la rienda suelta necesaria para perder por completo el control.

Olía a sexo; a verga, a coño y al tenue aroma a mierda que aumentaba conforme se estaba más cerca de los esfínteres taladrados de aquellas chicas. Cualquiera que hubiese pasado cerca de ahí se hubiese extrañado del coro de voces que gemían de placer, pero nadie les interrumpió nunca.

Eliseo ya comenzaba a mover un poco sus caderas, como si las penetraciones completas y cada vez más rápidas al culo de Pilar no fueran suficientes. Santino comenzaba a agotarse, pero su hermana comenzó a apoyarlo, moviendo sus caderas para que aquel falo no dejara ni un segundo de atravesarle el culo.

Habían pasado varios minutos cuando de pronto el cuerpo de Santino pareció derrumbarse, y tuvo que sostenerse con las manos sobre la cama al tiempo que su pérdida de fuerza le hacía clavarle la verga a su hermana hasta el fondo.

Sarah también suspiró complacida, mientras sentía el caliente líquido que la verga de su gemelo escupía en su recto. Tal era la sensación que parecía como si la leche de su hermano en su culo tuviera el mismo efecto que algún narcótico.

El sudor del pecho de su hermano, que se había derrumbado sobre ella, comenzó a combinarse con el de su espalda. Ahí descansaron ambos, mientras el tronco de Santino iba perdiendo grosor dentro de ella, hasta que terminó por salirse, dejándole oportunidad a su dilatado ojete a regresar de nuevo a su arrugada forma.

Pero la calma no duró demasiado, de pronto fueron los gritos de verdadero éxtasis de Pilar los que ahogaron aquel lugar. Era como si toda la fuerza de sus gemidos se hubiera concentrado en aquel momento, sería su segundo orgasmo anal, sólo que este parecía venir aún más grande. Hasta Blanca dejó de magrearse el coño para poner atención a lo que sucedía con su hermanita.

– ¡Mierda! – gritó, sin remordimientos, mientras unas lagrimas escapaban a los costados de sus ojos – ¡AAAAHHHH!

Sin embargo, era ella quien no dejaba de saltar como loca sobre la dura verga de Eliseo, quien ya no iba a poder soportar mucho aquello. Entonces, los ojos de la chica parecieron ponerse en blanco, mientras su boca completamente abierta parecía incapaz de seguir emitiendo sonido alguno.

Entonces Sarah se quedó boquiabierta cuando fijo su vista en el mete y saca de aquellos muchachos; el culo abierto de Pilar seguía subiendo y bajando, pero de su esfínter ya escapaba un hilillo de esperma que bajaba por el tronco de Eliseo. El muchacho ya se había corrido, pero Pilar se había negado a detenerse.

Parecía que Eliseo no soportaría aquello, pero el muchacho soportó el espasmo. Aquella era oficialmente la mejor corrida de su vida, y todo indicaba que también sería la mejor de Pilar, quien no dejaba de saltar descontroladamente a pesar de que su piel ya se había erizado y que su cabeza había caído pesadamente hacía atrás.

La leche de Eliseo ahora servía de lubricante para continuar con sus alocados sube y baja. Se estaba corriendo desde hacía rato, pues el muchacho podía sentir las contracciones del recto de la chica, mientras gotas de jugos vaginales goteaban sobre los vellos de sus testículos. Entonces Pilar alcanzó el clímax, y cayó rendida sobre la verga de su hermanastro. Eliseo la abrazó, rodeándola por la cintura mientras la chica parecía desmayarse del placer. Tuvo que pasar un largo minuto para que pudieran recobrar el aliento. La verga de Eliseo ni siquiera perdió rigidez, pues los movimientos de la chiquilla la habían vuelto a endurecer.

– ¡Vaya cosa! – interrumpió la voz sorprendida de Sarah, quien seguía en la misma posición a pesar de que su hermano ya se hallaba recargado en la pared – Ustedes dos sí que están locos.

Eliseo sonrió apenado, y Pilar ni siquiera se enteró, pues seguía recargada sobre el pecho de su hermanastro, con la mente fuera de sí.

– Espero que un día me hagas algo así – dijo la rubia, con una mirada bastante cachonda

– Podríamos intentarlo – dijo Eliseo, preguntándose de donde había surgido tanta confianza; su teoría de que el sexo tenía un efecto tremendo en la gente volvía a comprobarse – Pero esta vez creo que el crédito fue más de Pilar.

– Ya lo creo – concluyó Sarah.

Sarah se puso entonces de pie, y terminó de sacarse la blusa y el sostén, quedando completamente desnuda.

– Bueno – dijo – apartado el baño. Santino me ha dejado el culo hecho un desastre.

Eliseo no pudo evitar lanzar una risa. La sonriente chica se dirigió al toilette, donde todos pudieron ver sus intentos de evacuar el esperma de su hermano. Santino, que parecía ansioso de lavarse la verga, se metió a la regadera.

Pilar había recuperado fuerzas, y se puso de pie lentamente sobre la cama, pues la verga de Eliseo se hallaba en todo su esplendor.

Santino no tardó mucho. Salió con la toalla en su cintura y volvió a encender el televisor, cambió rápidamente el canal porno y se puso a explorar la programación normal. Se detuvo en un programa sobre reparaciones de grandes maquinas de construcción. Era un chico extraño, sin duda.

Pilar entró entonces a la regadera, mientras Sarah seguía sentada en la taza de baño. Entonces la rubia se puso de pie y se acercó a la puerta de la regadera, donde Pilar comenzaba a mojarse los pies.

– ¡Toc, toc! – dijo

Pilar sólo la saludó alzando las cejas.

– ¿Podemos bañarnos juntas? – preguntó la rubia, mordiéndose los labios inferiores

Pilar miró a sus lados, a absolutamente nadie, y finalmente alzó los hombros.

Sarah entró entonces, y rió divertida al sentir el agua aún fría.

– Te veías bastante bonita – comenzó a decir – Hace rato.

Pilar sabía que Sarah tenía tendencias bisexuales – y que hacía unas noches le había comido el coño a su hermana – pero la rubia le parecía tan bonita que de alguna manera sentía más curiosidad que miedo hacía la chica.

– Gracias – dijo Pilar, sonrojándose de inmediato

– ¡En serio! – insistió Sarah – Apuesto a que estuvo bastante intenso.

Pilar sonrió, y metió la pierna a la regadera.

– ¿Te ayudó a bañarte? – pregunto Sarah, mirando de abajo a arriba el precioso cuerpo de la chiquilla

Pilar no supo qué decir, se humedeció los labios con la lengua y sus labios temblaron cuando se atrevió por fin a responder.

– Sí – dijo

La rubia sonrío, y no tardó en colocarse frente a ella. Entonces sus manos se deleitaron, mientras recorría las formas de la chiquilla, que, inmóvil, se limitaba a sentir aquellas caricias delicadas y agiles.

Las manos de Sarah no tardaron en deslizarse por la espalda baja, hasta sobar dulcemente los glúteos de Pilar. Atrajo el culo de la chica hacía la caída del agua, y sus dedos se deslizaron junto con el chorro entre las nalguitas de Pilar.

Sarah sintió el arrugado esfínter de la chica y también la textura pegajosa del esperma de Eliseo escapando por aquel ojete. Jugueteó con aquel viscoso líquido, y aprovechó para utilizarlo a su favor: uno de sus dedos penetró el culo de Pilar, cálido y liso. La chica sólo suspiró, sin quejarse, y aquello le dio luz verde a la rubia para seguir jugueteando con aquel culito recién follado.

Entonces acercó su rostro al de Pilar, buscando desesperadamente sus labios, que la encontraron, porque también Pilar estaba buscando aquel beso. Se besaron, bajo la lluvia de agua. Pilar llevó sus manos a los pechos de Sarah, y comenzó a apretujar con suavidad los pezones endurecidos de aquella muchacha, mientras sentía como un segundo dedo se abría paso a través del ojete de su culo.

Eliseo, que había estado observando encantado aquella escena, se puso de pie, y se dirigió hacía el baño, deteniéndose antes ante la mayor de sus hermanastras.

– Te estabas masturbando, eh, puerca – le dijo

La chica giró los ojos.

– ¿Qué importa? ¿Qué harás, volver a grabarme?

Eliseo sonrió.

– Estoy bastante dispuesto a follarte hasta que te corras – le dijo, que te parece

– Santino se ve igual de dispuesto – dijo ella, con una sonrisa muy de guarra – Además, creo que hay que priorizar la novedad, le hiciste una promesa a Sarah.

El muchacho sonrió, pareció pasear por su mente.

– Me gusta verte cuando te tocas, te ves particularmente puta – espetó, antes de darle la espalda e ir hacía el baño.

Blanca permaneció sentada, saboreando las palabras del muchacho. Cerró los ojos; se sentía tan plena. Entonces se puso de pie y se desvistió por completo, quizás desnuda alguien se la follaría más pronto.

Viendo que la regadera estaba demasiado ocupada, Eliseo optó por lavarse la verga en el lavabo. Se terminó de limpiar con una de las toallas de mano, y se vistió rápidamente. Tomó las llaves.

– Ahorita vengo – le dijo a Santino – Voy a la tienda.

– De acuerdo.

Salió a la fría noche. Revisó su billetera, y se dirigió directamente a la caseta de cobro.

– Buenas noches – le dijo la encargada, que miraba aburrida a la calle antes de detectarlo

– Buenas noches – respondió él

– ¿Desea la noche completa? – adivinó ella, con un dejo de rutina

Eliseo agradeció que aquella mujer hiciera que todo fuera más fácil. Pagó, y después se dirigió a la tiendilla al fondo de las cocheras, donde compró un bote de jugo de un litro y un pan de dulce grande.

Cerró la cochera, y cuando la máquina terminó de cerrar el sonido de unos gemidos llegó a sus oídos. Era Blanca.

Abrió la puerta con las llaves, y conforme subía los escalones el volumen de aquellos gimoteos iba aumentando.

Llegó al piso, y entonces pudo observar en todo su esplendor la escena que se desarrollaba sobre la cama.

Con Santino recostado boca arriba, las nalgas de Blanca subían y bajaban mientras saltaba sobre él, comiéndose aquella dichosa verga con su ansioso coño. Estaba completamente desnuda, y sus preciosas tetas rebotaban libremente.

Más atrás, lo inesperado. Recostada boca arriba, Sarah disfrutaba comiéndose el coño de Pilar; su lengua se deslizaba entre los labios vaginales de la chiquilla, y de vez en cuando se escabullían entre sus nalgas para saborear con la punta de su lengua el rosado esfínter de la muchacha. A su vez, Pilar se inclinaba para masajear con su boca el clítoris de la rubia. Estaba clara su inexperiencia en el arte de satisfacer oralmente a otra mujer, pero su esfuerzo era digno de un premio.

Mirando la escena, Eliseo dejó las cosas sobre una mesita y comenzó a desvestirse sin interrumpir a nadie. Tomó un sobre de lubricante y embadurnó su verga con el líquido. Ya sea que viera a Pilar y a Sarah en aquel 69 o a su mejor amigo taladrando el coño de Blanca, su pene se endurecía por igual.

Eliseo se acercó lentamente a la cama. Blanca saltaba alegremente sobre la verga de Santino. Entonces Eliseo los hizo detenerse, pero ninguno dijo nada. Él sólo se limitó a acomodarse sobre Blanca, apuntando su glande contra la entrada de su culo. Entonces la penetró, con una facilidad tan evidente que sólo los suspiros de la chica le hicieron comprender que su verga ya estaba hasta el fondo de aquel recto.

Santino, que en ningún momento había sacado su verga de la chica, no necesitó mayor explicación. Continuó embistiendo a la chica, mientras Eliseo comenzaba sus mete y saca sobre el culo de la chica. Lo complicado era sincronizarse; los meneos del rubio hacían que Blanca se moviera demasiado, de modo que buscó el ritmo correcto para coincidir sus arremetidas con las de Santino.

– Creí que te follarías a Sarah – dijo Blanca, sin importarle que Santino escuchara aquello

– Tienes un culo irresistible – explicó él

La chica sonrió encantada.

Siguió bombeándola, hasta que sus movimientos y los de Santino se sincronizaron casi a la perfección. Casi podía sentir como la verga de Santino entraba por el coño de la chica en el momento en que ambos la penetraban al unísono.

Blanca, por su parte, estaba más que extasiada. Sentía como el placer multiplicado por dos inundaba su mente, y sentía una extraña sensación entre el desmayo y la embriaguez. Sus gritos y sus gemidos aumentaban su intensidad conforme a los movimientos de los muchachos, mientras un calor constante y creciente se iba desarrollando más y más en su entrepierna.

– ¡Denme! Denme duro, joder – gritaba – Fóllenme cabrones, más duro.

– ¿Así te gusta, eh putita? – le respondió Eliseo – Clavada como puta, doblemente ensartada como buena zorrona – le espetó

– ¡Ahh! – gimió ella – Sí, como la zorrona que soy – dijo, mientras sentía como ambos aumentaban la intensidad de sus embestidas, dominados por el placer de sus palabras de guarra.

Su hermanastro no pudo resistir más y terminó corriéndose en lo más profundo de su recto. La tibieza de aquel líquido se combinó con el ardor que comenzaba a acrecentarse en su coño. De un momento a otro, ella tampoco pudo resistir más y entonces su coño y su ano se apretujaron de tal manera que los dos chicos sintieron como si les estuviesen arracando la verga.

Una tremenda corrida era experimentada por la chica, y eso no dejó más alternativa al rubio que terminar también descargando su leche en el pasmado coño de la chica. Los tres terminaron agotados, jadeando y suspirando. La chica cayó sobre el pecho de Santino, mientras las manos de Eliseo se sostenían sobre su espalda.

La leche de Eliseo escapaba del culo de su hermanastra, se deslizaba a través del perineo e iba a parar al coño de la chica, donde se combinaba con el esperma de Santino antes de seguir deslizándose hacia abajo, serpenteando hasta descansar en los vellos de los testículos del rubio.

Todos descansaron de la cama, intercambiaban miradas cómplices y sonrisas fugaces. Aquella noche había sido un rito de iniciación, un circulo de confianza que no se olvidaría jamás.

Volvieron a bañarse, uno tras otro y a veces varios juntos. Ya no había pudor ni tabúes, ya sólo quedaba el imaginario de qué seguiría en un futuro, y la interrogante de hasta donde los llevaría todo aquello. Cenaron en silencio, mirando un programa de concursos en el televisor.

Después cayeron rendidos sobre la cama. Se acomodaron de diversas maneras, para dormir, pero al final dejaron atrás los últimos rasgos de pudor y optaron por acostarse uno al lado del otro en la amplia cama, completamente desnudos. Durmieron como benditos una vez se apagaron las luces y no despertaron hasta la mañana siguiente, cuando el teléfono sonó escandalosamente en todo el cuarto.

Sólo Eliseo logró incorporarse; tuvo que pasar su mano sobre el cuerpo desnudo de Pilar para alcanzar el auricular.

– Buenos días – dijo una voz distinta a la mujer que les había atendido la noche anterior

Eliseo miró a su alrededor. En la otra orilla, Sarah descansaba su cabeza sobre el pecho desnudo de Santino. Blanca, en medio, se miraba graciosa, boca arriba, con las piernas arriba y los pies encimados en los tobillos de Santino y él. Pilar, en la orilla a su lado, era la viva imagen de la inocencia. Eliseo pensó que quizás su más grande fantasía se cumpliriría el día que pudiera follársela dormida.

– ¿Bueno? – preguntó la voz

– Sí – reaccionó Eliseo

– En media hora termina su servicio nocturno.

Eliseo miró el reloj en la pared frontal; eran las ocho y media de la mañana.

– ¡Ah! Sí, sí señorita; salimos en media hora.

– Que tenga buen día.

Eliseo suspiró. Un dolorcillo se instaló en un costado de su cabeza. Necesitaría una aspirina.

Subieron a la camioneta de la misma manera en cómo habían llegado. Santino y las hermanas atrás, Eliseo de copiloto y Sarah al mando. Pero todo aquello no hubiera sido necesario, pues sólo una recamarera se paseaba rápidamente en la fría mañana.

Salieron a la calle con la misma discreción con la que habían llegado. Cuando ya se habían alejado a cientos de metros de ahí, Sarah se atrevió a decir algo.

– Bueno – dijo – Y esto fue todo. Aunque debo decir que aún me debes una.

Eliseo sonrió. Era cierto, y a la vez extraño, que ella y él no lo hubiesen hecho; más aún que eran los claros lideres morales de aquello.

– Lo siento – dijo – Pero tendremos bastante tiempo para eso.

– En eso tienes razón.

Eliseo sonrió, entre apenado y divertido. Todavía le costaba trabajo creer que todo aquello sucedía de veras. Además, le encantaba la tranquilidad con la que Sarah tomaba todo aquello.

– ¿Sabes? Si vamos a hacer esto constantemente – dijo ella, serenamente – creo que deberíamos formalizarlo. Como una organización.

– No me gustaría tener que pagar impuestos por eso – bromeó él

Ella rió.

– Me refiero a, no sé, un nombre, algo con que llamarle a esto.

– Si, te entiendo, como si fuera un grupo o una comunidad.

– Exacto. ¿Cómo le llamarías?

– No lo sé – sonrió él

– Algo simple, que sólo nosotros entendamos. – sugirió la chica

Eliseo miró por la ventanilla, aquella mañana se veía particularmente hermosa. No podía ver la vida más que de una manera distinta después de aquella noche.

– El Club – dijo entonces, con una voz tan baja que Sarah apenas pudo escucharlo

– El Club – repitió Sarah, antes de sonreír – ¿Suena bien, sabes? El Club – repitió, con énfasis

– El Club – repitió él, y sonrió

Para contactar con el autor:
buenbato@gmx.com

Libro para descargar: “YO, CAZADOR” (POR GOLFO)

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Sinopsis:
La fiscal Isabel Iglesias es secuestrada por un psicópata que trae en jaque a las policías del mundo y al que se le acusa de ser responsable de más de un centenar de muertes. Jefe indiscutible de una oscura secta de fanáticos ha sembrado de sangre las calles de Madrid.
Conociendo su siniestra fama la mujer ya se veía asesinada pero Manuel Arana la sorprende con una extraña propuesta:
“Quiere saldar sus deudas con la sociedad, usándola a ella como instrumento pero antes ¡Debe conocerlo!”.
A partir de ahí, se ve involucrada en un mundo lleno de violencia y muerte que nunca buscó ni deseó. Una historia sobre brujería y erotismo. 
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo uno

Si en ese momento un desconocido hubiera prestado atención a las gotas de sudor que recorrían la frente de Mariana Zambrano, con seguridad hubiese asumido que las mismas eran producto del nerviosismo por estar rodeada de delincuentes. Nada más alejado de la realidad, la mujer por su trabajo de psicóloga forense estaba habituada a mezclarse con esa clase de individuos, esos que por diversas causas son catalogados como la lacra de nuestra sociedad.
La verdadera razón de su transpiración era mucho más mundana y residía en  los veintiséis grados de temperatura que había que soportar en los pasillos de los juzgados centrales de la Plaza de Castilla. Tanto calor era un contraste excesivo con el frío polar que castigaba inmisericorde a los pocos peatones que se aventuraban a deambular a esas horas por las calles de Madrid.
Esa mañana al despertarse, Mariana Zambrano se había abrigado a conciencia  al recordar que había quedado con la fiscal Iglesias y que la calefacción de ese edificio llevaba estropeada más de una semana. Construido en los estertores del franquismo, hoy en día es un elefante al que hay que inyectar constantemente enormes caudales de dinero con el objeto de tratar de paliar su deterioro.
Supo nada más traspasar el control de seguridad de la puerta principal que se había equivocado: « Mierda», gruñó para sí al sentir sobre su pelo el sofocante chorro que manaba del circuito de ventilación.
El sudor hizo su aparición en su frente, aún antes de llegar a la puerta del despacho donde había concertado la cita. Un estudiante de sociología vería en esos pasillos abarrotados de público, el contexto perfecto donde realizar su tesis doctoral pero para Marina esa fauna formaba parte de su vida diaria y por eso le resultaba sencillo distinguir a los procesados, de sus familiares; y a estos, de los letrados. Con solo mirarlos y debido a su lenguaje no verbal, podía discriminar cual era función de cada uno dentro de la opereta judicial. No era solamente que sus gestos los marcara como miembros de uno de esos grupos, también los delataba su expresión facial o el modo en que entraban en contacto visualmente con los de su alrededor.
Esa sociedad en miniatura se manejaba por un sistema de castas cuya rigidez haría palidecer a cualquier autóctono de la India. La cúpula de la pirámide está dominada por los magistrados y los miembros del ministerio fiscal; justamente debajo, los funcionarios; después los defensores, familiares, procesados y por último, los condenados. Las funciones, los deberes y los derechos de cada grupo estaban predeterminados y ninguna actuación individual podía atentar contra ese orden preestablecido.  
Tras saludar a la secretaria, tuvo que esperar sentada  a que la fiscal la recibiera, lo que le dio la oportunidad de aclarar sus ideas antes de encontrarse bis a bis con esa mujer. Su llamada la había cogido desprevenida. Nunca había creído posible que esa engreída tuviese los suficientes arrestos para bajarse del pedestal de diosa justiciera en el que se había subido para pedirle ayuda. No era que tuvieran una mala relación personal, era que no tenían ninguna. Aunque habían coincidido varias veces en  un juicio, ella siempre había actuado como perito de la parte defensora, es decir, siempre que se habían cruzado profesionalmente, ella había fungido como adversaria y siendo honesta, la psicóloga tenía que reconocer que consideraba que la fiscal era una perra dura e insensible que no tenía ningún escrúpulo en manipular la justicia  a su beneficio. Su único objetivo era conseguir sentencias condenatorias. Para ella, Isabel Iglesias era ese tipo de servidor público al que no le importaban las personas que mandaba a la sombra porque, en su retorcida forma de pensar, no eran más que  un número dentro de un expediente. Por eso le sorprendió su llamada. Marina era dentro de la carrera judicial y sobre todo a los ojos de esa fiscal, una loquera que tenía la vergonzosa costumbre de  justificar los más abyectos crímenes, dándoles la coartada de una enfermedad mental.
«En pocas palabras, me tiene por una blanda», pensó para sí mientras se desanudaba el pañuelo del cuello. Todavía recordaba la mirada que esa mujer le dirigió cuando dos años atrás Joaquín Berrea, un presunto parricida, quedó en libertad gracias a su testimonio: « ¿Qué querrá?».
Cuanto más lo pensaba, más difícil le resultaba difícil justificar que habiendo docenas de psicólogos forenses se hubiese dirigido a ella; sobre todo porque se había labrado la fama de ser proclive a los intereses de los procesados. Supo que iba a saber en pocos instantes el motivo de esa llamada; la puerta del despacho se acababa de abrir y con paso firme, la fiscal se dirigía hacia ella.
Con un deje de envidia no pudo evitar compararse con ella. Mientras a esa mujer le sentaba como un guante el ajustado traje de chaqueta que portaba, ella parecía embutida dentro del suyo.
― Mariana, gracias por venir― dijo la fiscal extendiendo su mano y dándole un fuerte apretón.
Ese gesto casi masculino y que teóricamente denota confianza y seguridad, la hizo sentirse aún más hundida al tener que asumir que por mucho que lo intentase, iba a ser la otra quien llevase la iniciativa. Era y se sabía inferior, por eso no pudo más que obedecer y sumisamente sentarse en la silla que le había señalado.
Un silencio incómodo se adueñó de la habitación. Ninguna de las dos quería empezar la conversación.
― Usted dirá― se atrevió a decir Mariana cediendo el testigo a su interlocutora.
Isabel Iglesias comprendió que no podía  dilatar el motivo que le había llevado a citarla y por eso entrando al trapo, le soltó:
― Le habrá sorprendido que le haya citado después de nuestras pasadas divergencias. Desde hace años, me hice a la idea que usted, a pesar de ser una persona con demasiado buen corazón, tiene una mente abierta que no se deja influenciar por prejuicios.
La muy puta estaba utilizando la estrategia del palo y la zanahoria. Primero le confirma que la opinión que tenía de su persona y como suponía la consideraba una cagarruta, para acto seguido alabar su manera de pensar.  Por mucho que la fachada fuera la de una atractiva cuarentona, era un maldito bicho que disfrutaba jodiendo la vida al prójimo. Era mejor tener cuidado en el trato con ella.
― Gracias por ambos piropos― contestó sin dejarse intimidar.― Usted dirá.
― Espere que cierre la puerta para así poder hablar con mayor tranquilidad sin que nadie nos moleste.
Esa actitud tan reservada en esa mujer era algo nuevo. A la señora Iglesias se la conocía por sus bravuconadas y por su prepotencia casi rayana en el exhibicionismo.  La psicóloga tuvo claro que el tema que quería tratar debía ser importante y por eso se mantuvo en silencio mientras se acomodaba en el asiento.
― Como le estaba diciendo, necesito su consejo experto respecto a un sujeto ― respondió dejando entrever un cierto nerviosismo. ―Pero antes de nada me tiene que prometer que nada de lo que se hable en esta habitación será comentado con nadie. Es demasiado serio y cualquier filtración puede resultar peligrosa.
― Se lo prometo. Mantendré un secreto  absoluto sobre lo que tratemos pero no porque me lo pida, sino porque es mi forma de actuar― contestó molesta por el insulto que escondían las palabras de esa mujer.
La fiscal supo que se había pasado de la raya pero no le importó y haciendo caso omiso a los sentimientos de la psicóloga, se centró en lo que le parecía importante que no era otra cosa que el motivo de esa entrevista:
― ¿Qué sabe de Manuel Arana?
La sola mención de ese nombre produjo un escalofrío en la psicóloga. Escalofrío comprensible porque todo el mundo conocía que ese asesino estaba acusado de ser,  entre otros muchos crímenes, el principal responsable de desencadenar de la sangrienta guerra entre mafias que asolaba Madrid. Su carrera delictiva había empezado hacía  tres años y actualmente era el enemigo público número uno en al menos una docena de países. Creía recordar que incluso existía una abultada recompensa para quien pudiese aportar cualquier dato que llevase a su captura.
― Solo lo que he leído en los periódicos. Se le acusa, además de  ser el causante y máximo responsable de una guerra entre bandas, de fundar y dirigir una secta satánica…
― Bien, pero me refería a cuál es su opinión profesional respecto a ese sujeto.
Esta vez se tomó su tiempo. Sabía que la fiscal le estaba pidiendo una opinión preliminar y no un dictamen pero, aun así, intentó ser todo lo precisa que se podía:
― Como usted sabe no me gusta sacar conclusiones sin haber tenido tiempo de estudiar al sujeto. Pero si me pide una primera valoración: creo que se trata del típico caso de  personalidad narcisista y mesiánica.
Al escucharla, involuntariamente desde su sillón orejero Isabel asintió. Era básicamente su misma opinión. Envalentonada por tal reacción, la psicóloga prosiguió diciendo:
 ― La nota predominante del carácter del señor Arana es su  autoritarismo. Ejerce su liderazgo sin padecer ningún tipo de  remordimiento por la violencia ejercida por su gente y sin que llegado el momento, le importe manchar sus propias manos con la sangre de sus enemigos. Según se dice es también intensamente narcisista, con sueños de gloria,  que se cree ungido por Dios y que a menudo ha mostrado tendencias paranoicas.
― Estoy de acuerdo contigo― contestó tuteándola por primera vez. ― Ahora, quiero que ahora me escuches con atención ― esperó unos segundos antes de continuar: ― Ayer en la noche, ¡Arana me secuestró!
“A las fiesta de tus amigos ve despacio, pero a sus desgracias deprisa”.
Refrán popular.
Los muros de la facultad de economía fueron testigos del día en que nos conocimos Pedro y yo.  Deseosos de triunfar y sin otra alforja que la ilusión que otorga la juventud,  ambos nos inscribimos en Empresariales porque  nos queríamos comer el mundo a mordiscos. Estábamos convencidos que nuestro paso por esa universidad solo era un escalón obligatorio que había que transitar para llegar a cumplir nuestros sueños.
Recuerdo todavía cómo cruzó la puerta de la que iba a ser nuestra clase esa mañana con sus pantalones militares y su corte de pelo al uno, avergonzado por llegar tarde y buscando un hueco libre donde sentarse, la casualidad hizo que ese día nos colocáramos juntos. No teníamos  nada en común y aun así nos hicimos amigos en seguida. Proveníamos de distintos  círculos sociales pero entre los raídos pupitres de la clase no se notaba. A él no le importó que yo fuera el clásico  niño bien, ni yo le di importancia a que su madre le hubiese tenido sin un padre reconocido. Esos convencionalismos estaban obsoletos y fuera de lugar a finales del siglo XX.
Físicamente tampoco nos parecíamos, su pelo casi albino y su constitución delicada hacían resaltar mi tez morena y el  metro noventa que los genes heredados de mis progenitores me habían conferido y que yo me había ocupado de perfeccionar con largas horas de gimnasio. Lejos de esas superficiales diferencias, lo que creo que nos unió fue el ser  unos críos de dieciocho años con toda una vida por delante. Juntos nos corrimos juergas, sufrimos desengaños e hicimos realidad gran parte de nuestras ilusiones. Nunca llegamos a ser socios; nuestra amistad, demasiado valiosa para estropearla por unos euros, no nos lo hubiera permitido pero cada uno compartió  los éxitos del otro como si fueran propios.
La vida nos había sonreído, o eso creí hasta que un funesto día contesté su llamada. Por su tono supe que  Pedro estaba hundido. La confirmación llegó al decirme que esa mañana le habían dictaminado que el cáncer, que había mantenido oculto, se le había reproducido. Desgraciadamente, ese pequeño bulto del costado que le indujo a ir al médico había demostrado ser uno de los carcinomas más virulentos. No había nada que hacer, era una sentencia de muerte. La única duda, que quedaba, era el tiempo que ese verdugo irracional se iba a tomar para hacerla efectiva. La quimioterapia y los demás  tratamientos no habían servido de nada, su único efecto realmente visible consistió en el dolor insoportable que con una infinita fortaleza tuvo que soportar. Los médicos al ver su inoperancia habían claudicado. El diagnóstico era definitivo, le pronosticaron tres meses de vida, de los cuales ya habían transcurrido dos.
Esa tarde fui a visitarle con Pepe, mi mano derecha en la empresa y otro buen amigo. Al llegar al hospital de la Moncloa, el cielo estaba encapotado. Parecía como si el sol, compartiendo mi ánimo, no se hubiese dignado a salir. Negro presagio. Su estado había empeorado. Del hombre duro y vital que se comía los problemas a bocados, sólo quedaba un despojo de piel y huesos tumbado en una cama. Lleno de cables y con una vía conectada en su brazo izquierdo, sonrió al verme entrar en la habitación. Jimena, su mujer, le acompañaba.
Con un rictus de dolor, me pidió que me acercara a su lado:
― ¿Cómo estás?― pregunté, sabiendo que me iba a mentir. Nunca podría reconocer su estado. Los machos, como él, nunca se quejan. Por eso me sorprendió que agarrándome la mano, contestara que se moría, que le quedaban pocas horas de vida y que necesitaba dejar todo atado para cuando él no estuviera.
― No exageres― respondí. ― De peores hemos salido―. Pero en mi interior, supe que tenía razón. Pedro se moría y nada podía hacer para remediarlo, solo aguardar lo inevitable.
― Manuel, necesito que me ayudes― su voz era un susurro, ― durante los últimos años mi compañía ha ido de mal en peor y mi enfermedad  solo ha hecho adelantar su colapso. He perdido hasta mi casa. Cuando muera, los bancos como aves de rapiña se lanzaran por todo. No tengo dinero ni para el entierro.
― Por eso, no te preocupes― contesté estupefacto. Hasta ese momento, siempre había creído  que Pedro era un hombre de negocios con un gran palmarés, inmune a las crisis. Estaba convencido que su mujer iba a heredar un emporio.
― ¡No es eso lo que quiero!― confesó con voz entrecortada por el dolor ― ¡Quiero que me prometas que te harás cargo de Jimena! ¡Te lo  pido por nuestra amistad!
― Te lo juro― respondí. Era como mi hermano en vida, por lo que jamás podría negarle nada en su lecho de muerte.
Agradecido al escuchar de mis labios esa promesa, cerró los ojos para no volverlos a abrir. Tardó tres horas en fallecer. Tres horas durante las cuales, permanecí sujetándole la mano mientras su mujer se asía desesperadamente a la otra. Destrozado, observé cómo se dejaba la vida en cada respiración y cómo su pareja desde los  veinte años veía que se iba apagando bocanada a bocanada y con él, ella.
A las seis con cuarenta y un minutos, los aparatos que le mantenían vivo empezaron a sonar. Una jauría de médicos intentaron reanimarle sin éxito. Ruido, gritos, carreras… tras las cuales una rutinaria frase certificando su muerte:
― Lo siento, el paciente ha fallecido.
¡Se había ido! Sólo su cuerpo vacío nos acompañaba.
Jimena me  abrazó llorando al oírlo. Como  una muñeca rota, la tuve que sujetar para que no se cayera al suelo. Al estrecharla entre mis brazos,  palpé lo desmejorada que estaba. Donde debía haber carne, no encontré más que huesos.  Los meses de la agonía de su marido habían hecho mella en su organismo; nada quedaba de la mujer explosiva que había enamorado a Pedro.
«Pobrecilla», pensé mientras la consolaba, « era todo lo que tenía».
Unidos en nuestro dolor fueron pasando los minutos, durante los cuales no pude dejar de pensar en mi promesa y en que pasara lo que pasase, iba a cumplirla. A  esa mujer, que mis brazos rodeaban, no le iba a faltar de nada  aunque eso arruinara mi vida.
Aproveché la oportuna llegada de unos amigos para escaparme de allí; tenía que  arreglar el  entierro y pagar la deuda contraída con el hospital. No deseaba que lo primero a lo que se tuviera que enfrentar Jimena fuera al dinero.
¡Ya tendría tiempo suficiente!
Dispuse que su despedida fuera cómo él hubiese elegido: por todo lo grande, en la catedral y con un coro cantando. Pedro se merecía una despedida alegre y triunfal acorde con su carácter. Resuelto el desagradable papeleo, retorné a la habitación. Jimena al verme, se lanzó a mis brazos, llorando y diciendo que Pedro había muerto. Estaba tan trastornada que no se acordaba que había estado presente durante su deceso. Por eso no la volví a dejar sola a lo largo de esa noche. No me atrevía dado su estado.
La procesión de amigos y conocidos se prolongó durante horas. Pésames, frases de apoyo y mucha pero mucha hipocresía. Con rabia pensé que algunos de esos que mostraban sus condolencias, en vida de Pedro no hubiesen dudado en clavarle una daga por unos pocos euros.
Ya bien entrada la madrugada, Jimena se durmió apoyando su cabeza en mis rodillas.
Al día siguiente era la incineración, sabiendo su pena hice traer de su casa un vestido negro. En su dolor, se negaba a  separarse del cadáver de su marido. Su duelo, mudo e introspectivo, era total. La  depresión en la que estaba inmersa la había paralizado. Absorta y con la mirada fija en Pedro, no reaccionaba. La enfermera de guardia, quizás acostumbrada a ese tipo de derrumbes, tuvo que ocuparse de ayudarla a cambiarse de ropa.
Fue una ceremonia triste, estábamos despidiendo a la mejor persona que había conocido. Su mujer,  se dejaba llevar de un lado a otro sin quejarse como una zombi. No creo que fuera realmente consciente de lo que ocurría a su alrededor. Habíamos tenido que suministrarle un calmante, no fuese a hacer una tontería. Aun así en el momento de cerrar la tumba, se desmoronó del dolor y gritando, nos rogó que la enterráramos con él porque su vida carecía de sentido.
Entre todos conseguimos tranquilizarla y tras unos minutos de forcejeo, logramos  montarla en el coche. Al salir del cementerio, el chófer preguntó por nuestro destino. No supe que responder; menos mal que Pepe, conocedor de la situación, le contestó:
― A casa de Don Manuel.
Durante la media hora que tardamos en llegar a mi chalet, Jimena se mantuvo callada, llorando en silencio.  Ya en casa, con cuidado, la subimos a la habitación de invitados donde nuevamente mi secretario había tenido el buen tino de ordenar al servicio que colocase tanto su ropa como sus objetos personales. Ella no lo sabía pero esa misma mañana el banco había embargado todas sus propiedades. Totalmente vestida, únicamente se dejó que le quitásemos los zapatos, la tumbamos en la cama y aprovechamos que momentáneamente se había quedado dormida para bajar a la cocina y servirnos un café.
Ninguno de los dos se atrevía a hablar. El frágil estado anímico de nuestra amiga era tan patente que no nos cupo duda alguna que iba a necesitar de apoyo largos meses. Estuvimos unos minutos en  silencio, reflexionando sobre la situación.  Fue Pepe quien pasando su brazo por mi hombro empezó la conversación:
― ¿Sabes dónde te estás metiendo?― dijo preocupado.
― No, pero es mi deber― contesté.
― Manu― por su tono fraternal estaba claro que no me iba a gustar lo que me iba a decir, ― esta mujer está enferma, necesita ayuda. Ayuda que tú no le puedes otorgar aunque quisieras―
― Lo sé pero voy a intentarlo― respondí angustiado.
― ¿Y tu vida?― por la expresión de su cara, compartía y sobretodo comprendía mi sufrimiento. ― Te quiero como un hermano pero conozco tus limitaciones. Tu tiempo lo divides entre el trabajo y tus devaneos. Jimena necesita que le dediques horas, no minutos. Recuerda que en estos momentos, Jimena es una mujer vulnerable.
― ¿A qué te refieres?―pregunté indignado.
― Lo sabes perfectamente. Ahora la miras y solo ves a la esposa de tu amigo pero, el tiempo pasa, es una mujer atractiva…
No le dejé terminar, ¡Cómo podía pensar así de mí! Irritado, me levanté de un salto con sus palabras retumbando en los oídos. Salí de la habitación y encerrándome en el despacho, escuché que cerraba la puerta de la casa no sin antes gritarme que no tardaría en darme cuenta que él tenía razón.
Jimena se pasó el resto de la tarde durmiendo. Usé su descanso  para ocuparme de los asuntos que se habían acumulado en los días que llevaba sin pisar mi oficina.  Pepe se había ocupado de todo, mis citas las había pasado para el lunes y  por medio de un mensajero, me había hecho llegar los cheques que debía firmar. Enfrascado en mi despacho, conseguí  dejarlo todo más o menos solucionado.
¿Todo?… ¡No! Durante ese fin de semana no me quedaría más remedio que hablar con ella y explicarle la delicadísima situación económica en que se encontraba para planear su futuro.
Reconozco que me daba terror abordar ese tema. Si despedir a un empleado ya era de por sí difícil; detallar a una amiga cuan preocupante era el escenario con el que se iba a enfrentar era un cáliz que con gusto hubiese dejado que otro bebiera.
No habían dado aún las nueve de la noche cuando subí a despertarla. Al no contestar a mis llamadas, intenté abrir la puerta pero la había atrancado. Temiendo lo peor tomé impulso y usando mi cuerpo como ariete, conseguí derribarla. Lo que vi me dejó helado. Sobre la mesilla había un vaso y un bote de pastillas vacíos. Sabía lo que significaba,  grité pidiendo ayuda. Al oír mis gritos, subió corriendo la cocinera. Afortunadamente, Paula, de joven, había sido enfermera y entre los dos conseguimos que vomitara el veneno que había ingerido para suicidarse.
― Hay que ducharla― gritó mientras la desnudaba. Paralizado, sólo podía observar sus maniobras. ― ¡Ayúdeme!
Como un autómata, la levanté en mis brazos metiéndome con ella  en la ducha. El agua helada la hizo reaccionar, terminando de echar los barbitúricos que todavía tenía en el estómago.
― Hay que evitar que se duerma, ¡Hágala caminar!― ordenó Paula.
Obedecí sin pensar en la imagen que estábamos dando. Ella desnuda y yo con el traje mojado, andando por la habitación. Durante media hora, la tuve en movimiento. Varias veces se me cayó de las manos, las mismas que la levanté del suelo, obligándola a incorporarse y seguir caminando.
― Váyase a cambiar― dijo mi criada al considerar que ya había pasado el peligro y percatarse del estado de mi ropa. ―Yo me quedo con ella.
Agradecí su sugerencia. Lo primero que hice fue secarme: estaba congelado. Al vestirme, no pude dejar de martirizarme con la certeza de estarle fallando a Pedro. ¡Ni siquiera había podido cuidar de su esposa durante un día!
De vuelta al cuarto, Paula la había conseguido vestir. Jimena estaba consciente pero con la mirada perdida. Sus ojos secos no podían ocultar que su corazón estaba roto y tampoco que en su interior, sangraba.
― Esta cría tiene que comer algo. Voy a la cocina y vuelvo― me explicó la mujer.
Me acerqué a Jimena, sentándome en la cama. Tenerme a su lado provocó que se desmoronara por enésima vez y que  llorando empezara a decirme que lo sentía pero que no quería seguir viviendo. Quizás en otra situación o con otra persona, un tortazo hubiese sido mi respuesta  para hacerla reaccionar pero al verla tan indefensa sólo pude abrazarla y acariciándole la cabeza, intenté calmarla. Resultó en vano. Cuanto más me esforzaba en tranquilizarla, más lloraba. Sus gemidos y llantos se prolongaron largo rato y ni siquiera se calmaron  cuando Paula apareció con la bandeja de la comida.
Cómo la cocinera tenía razón y necesitaba comer, tuve que obligarle a cenar. Jimena se comportó  como un bebé al que había que dárselo en la boca, evitando que lo escupiera y exigiéndole que tragara. No recuerdo cuanto tardé en conseguir que cenara. Al final lo logré tras muchos intentos. Con el estómago lleno, la tensión acumulada durante el día consiguió vencerla y gimoteando, se quedó profundamente dormida.
― Esta muchacha está muy mal, jefe.
― Lo sé, Paula, lo sé― respondí con mis manos sujetando mi cabeza mientras me hundía desesperado en el sillón.
 

Capítulo dos

― ¡No jodas!― soltó Mariana al oír de labios de esa mujer que la noche anterior la habían secuestrado: ― ¿Qué ocurrió?
La fiscal sonrió al oír el exabrupto. Tal y como había deseado, había captado toda su atención:
― Salía de trabajar y en el parking mientras estaba abriendo la puerta de mi coche, dos encapuchados sin darme tiempo a reaccionar me inmovilizaron. Tras lo cual, me metieron en la parte de atrás de una camioneta de reparto con los cristales polarizados. Pienso que eligieron ese tipo de vehículo para que no pudiese ver donde nos dirigíamos pero para serte sincera estaba tan aterrada que aunque hubiese ido en un autobús panorámico, no podría decirte con precisión a donde me llevaron.
Acostumbrada por su profesión a escuchar las violentas vidas de sus clientes, la dureza de la imagen fue lo bastante terrible para provocar en la psicóloga que un brusco estremecimiento recorriera su cuerpo e,  incapaz de reprimir su curiosidad, preguntó a Isabel que era lo que había sentido:
― Creí que me había llegado la última hora. Pensé que me iban a matar. Durante la media hora que me estuvieron dando vueltas por Madrid. Supuse que alguno de los delincuentes a los que había mandado a la cárcel se estaba vengado y por eso cuando llegamos al almacén que era nuestro destino y abrieron las puertas, respiré.
― No te comprendo.
― Verás, lo primero que vi fue a Manuel Arana de pie frente a mí. Lo reconocí al instante y aunque te parezca ridículo teniendo en cuenta su sanguinario currículum,  saber que nunca había tenido nada que ver con su expediente, me tranquilizó.
― Tiene lógica― contestó la psicóloga.
― Lo extraño fue su comportamiento. Nada más verme, me ayudó a salir mientras me pedía perdón por la forma en que sus hombres me habían obligado a ir a verle.
― No es raro― Mariana volvió a interrumpir. ―Él no comete errores, de forma que proyecta en personas de su entorno las posibles injusticias cometidas.
― ¿Me dejas terminar?― protestó airadamente Isabel. ― Si me interrumpes permanentemente nunca vamos a acabar.
― Perdón― masculló intimidada.
― No hay problema. Como temía una reacción violenta, le contesté que no había problema pero que se habían equivocado de objetivo porque yo no llevaba su caso y por lo tanto no poseía información que le pudiera servir.
― ¿Qué te contestó?
― El muy estúpido se echó a reír, preguntándome si no era acaso la fiscal Iglesias. Como comprenderás en ese momento, ya había perdido mi tranquilidad inicial y volvía a estar muerta de miedo. Solo pude asentir y esperar a que continuara.
Isabel Iglesias se estaba desahogando. Llevaba veinticuatro horas, tratando de asimilar lo sucedido y el exteriorizarlo le estaba sirviendo de catarsis.
― Fue entonces cuando sin parar de sonreír, me soltó que no era el monstruo que habían descrito los periódicos. Por tu experiencia: ¿Cabría la posibilidad que este hombre se entregara?
― ¡Nunca! Dicho acto entraría en contradicción con lo que él considera su misión. Debes de saber que Arana se ve como un defensor mesiánico de sus seguidores. Si se rindiera, estaría traicionándolos y lo que es más importante, traicionándose a sí mismo. Necesita la admiración continua y entregarse sería un fracaso.
― Bien, opino lo mismo pero ese loco me dijo que quería hacer las paces con la sociedad y que yo podía ser el canal por medio del cual se llevara a cabo.
― ¿No le habrás creído?
― No soy tan tonta y dudo mucho que el crea que lo soy. Por eso no comprendo sus palabras… Antes de ordenar a sus esbirros que me devolvieran a casa, dijo que no tenía prisa porque cuando lo conociera comprendería que se vio abocado a actuar así.
― Narcisista de libro― masculló la psicóloga.
― ¿Decías algo?
― Nada, pensaba en voz alta. Concuerda a la perfección con mi primer diagnóstico. Para Manuel Arana, todo el mundo que le conoce le ama. O lo que es lo mismo, si estás en su contra solo se puede deber a que no le conoces―. Sabiendo que estaba pisando suelo resbaladizo, se atrevió a preguntar: ― ¿Qué te pareció?
― Esa es la razón por lo que te he llamado. En teoría Manuel Arana es un tipo peligroso, un asesino en serie que debía de haberme repugnado estar en su presencia pero en contra de la lógica la persona que me encontré resultó ser un hombre agradable y hasta cariñoso.
― No te extrañe, esta clase de enfermos suelen tener una personalidad atrayente y en eso basan una gran parte de su éxito.
― Lo sé y eso es lo que más me cabrea. Soy una persona experimentada  que capta a la primera a esta gentuza y con él, he fallado. Debería haber sentido un rechazo frontal y en cambio, incluso me ha resultado simpático.
― Eso es lo que Arana quiere. En su locura desea que sientas empatía por él.
― De acuerdo pero ¿Por qué yo?
― Estos pacientes están permanentemente en busca de reconocimiento y creen que solo pueden ser comprendidos por personas que como él sean especiales. Busca rodearse de talento y belleza y tú: ¡Reúnes esas dos cualidades!
La fantasía nunca arrastra a la locura; lo que arrastra a la locura es precisamente la razón. Los poetas no se vuelven locos, pero sí los jugadores de ajedrez.
Chesterton
El amanecer me sorprendió sentado al lado de su cama. Me había quedado dormido en la butaca. Esa noche, no quise o no pude dejarla sola con su depresión. Al despertarme, Jimena dormía plácidamente mientras el sol de la mañana iluminaba su cuerpo.  Las largas horas de sueño habían hecho desaparecer las ojeras pero no así la palidez  de su rostro.  Debido al calor se había deshecho de las sabanas, dejando su cuerpo al descubierto. Eso me permitió observarla con detenimiento. Una mujer que solo unos pocos meses atrás era bellísima, hoy estaba totalmente demacrada. Los huesos del escote, demasiado  marcados, no podían disimular la rotundidad del pecho que había vuelto loco a Pedro cuando se la presentaron. Sus piernas habían perdido sus formas, se habían transformado en dos palillos. Hasta su piel estaba como ajada, mate, sin brillo.  ¡Daba pena ver en lo que se había convertido!
Decidí no despertarla y aprovechar su sueño para  ducharme. Cerré las persianas para prolongar su descanso y saliendo de la habitación sin hacer ruido, me dirigí a la cocina.
Mi cabeza empezó a funcionar después del segundo café. Reconozco que me cuesta espabilarme por las mañanas; no soy persona hasta que la cafeína corre rampante por mis venas. Ya despierto me desnudé metiéndome en la ducha, no sin antes encenderme un Marlboro.
El vapor del agua, junto con el humo del cigarro, produjo ese ambiente blanquecino y translúcido en el que me sentía tan a gusto. Muchos años de costumbre diaria convierten un hábito insano en una irremplazable y apetecible rutina.
De improviso la mampara de la ducha se abrió, acabando con mi ensoñación y atónito, me encontré con Jimena frente a mí.
― Pedro, ¡Cuantas veces te he dicho lo que me molesta que fumes en el baño!― la oí decir.
Cortado por mi desnudez, me tapé rápidamente con una toalla.
― No soy Pedro― dije mientras salía  envuelto en la tela ― Soy Manuel.
― ¿Dónde está mi marido?― preguntó.
En sus ojos no había rastro de tristeza, sino el enfado al encontrarse en una casa ajena sin su compañía. Noté que me flaqueaban las piernas. Para evitar caerme, me senté en la cama tratando de analizar sus palabras.
 «No se acuerda», pensé al tiempo que asiéndola de un brazo le pedía que se pusiera a mi vera.
― Jimena, Pedro está muerto, ¿No te acuerdas que le enterramos ayer?― le expliqué con el tono más calmado que pude. Interiormente estaba espantado, acongojado por el equilibrio psicológico de la mujer.
Tras breves instantes de duda, la certeza  del recuerdo se reflejó en su cara. El enfado se diluyó en lágrimas que intentó disimular ocultando su cabeza entre las piernas. Se sumergió en  un llanto mudo, donde su respiración entrecortada y el movimiento de sus hombros eran la única manifestación del duelo que sentía. Dejé que llorara durante largo rato mientras  trataba de consolarla.
Más calmada me preguntó con un hilo de voz qué iba a ser de ella.  Con los ojos cuajados de lágrimas, se quejó de que ni siquiera tenía una casa donde vivir.
― Por eso no te preocupes, le juré a tu marido que me iba a ocupar de ti y eso es lo que voy a hacer― contesté con mis manos sobre las suyas, ― lo primero es que te cuides para que no me vuelvas a hacer lo de anoche.
― ¿Qué te hice?― dijo.
Antes de que le respondiera, se acordó.
 ― ¿Qué me pasa, Manu? ¿Por qué me olvido de las cosas?― preguntó angustiada.
― Es normal― afirmé en un intento de tranquilizarla, ― has sufrido un duro golpe pero con mi ayuda lo vas superar.
Ni yo mismo me lo creía. Su única reacción fue mirarme. En sus ojos vislumbré gratitud y amistad, pero también ansiedad y sufrimiento.
No se podía quedar postrada rumiando su dolor. Si no se movía, podía volverse loca; si es que no lo estaba ya.  Levantándola de un brazo, la llevé a la cocina. Me espantaba ver lo delgada que estaba. Huesos sobre huesos. Pensando que gran parte de su estado debía deberse a la debilidad provocada por una deficiente nutrición, decidí que era imperioso que comiera algo.
El olor a café recién hecho inundaba la habitación. La figura bajita y rechoncha de Paula nos saludó con una sonrisa. En la mesa del ante comedor estaba dispuesto un magnífico desayuno, listo para que diéramos buena cuenta  de él.
― ¿Cómo se encuentra hoy, la señora?― preguntó con tono alegre.
Mirándola de reojo, tuve que reconocer  que era una joya de mujer y admitir  que me había tocado la lotería al contratarla hace ya siete años cuando llegó de la República Dominicana con una mano delante y otra detrás. Todavía recuerdo que curiosamente lo que más me había gustado de ella era su timidez. Estaba tan asustada  que fue incapaz de levantar la mirada mientras la entrevistaba. Por el aquel entonces, me jodía profundamente perder intimidad y gracias al  carácter huidizo de esa mujer, pensé que no iba a tener que soportar su presencia más allá de lo meramente profesional. 
― Mejor― debido a la ausencia de respuesta de Jimena, tuve que ser yo quién contestara. ― Siéntate, aquí― ordené a la viuda acercándole la silla.
Me hizo caso sin rechistar y mecánicamente, se bebió el café que le había servido pero rechazó de plano tomar ningún alimento. No tenía ganas.
Por primera vez desde su llegada a mi casa, Paula se sentó en mi mesa y regañándola con cariño,  insistió:
― Tiene que cuidarse, los males del corazón se agravan con los males del cuerpo. ¡Hágame caso!, ¡Coma un poco de tostada!― le susurró mientras le metía un trozo en su boca.
Anonadado, observé cómo con una paciencia digna de encomio la negrita conseguía que se terminara el plato que le había puesto enfrente.
― Gracias― fue todo lo que pude decir. Toda la ayuda que me brindaran era poca. Nunca en mi vida había  tenido una mascota, siempre había reconocido y asumido mi total  incapacidad de hacerme cargo de un ser vivo, por lo que ocuparme de una mujer enferma me sobrepasaba de largo.
En ese momento, caí en la cuenta que como única vestimenta seguía llevando  la toalla que me había enrollado al cuerpo  al salir de la ducha. Azorado, me excusé diciendo que tenía que vestirme, que no era apropiado el estar así vestido. Con una carcajada, Paula me contestó que hacía bien en irme a vestir, porque estaba demasiado atractivo para una vieja como ella y no fuera a ser que tanta belleza, le hiciera hacer algo de lo que más tarde tuviese que arrepentirse. Ese comentario soez cumplió con su objetivo al conseguir arrancar una débil sonrisa de los labios de Jimena.
Ya solo me afeité con rapidez mientras ellas terminaban de desayunar. Fue a la hora de vestirme cuando me entraron dudas sobre que ponerme. No sabía lo que iba a hacer ese día pero lo que tenía claro era que tenía que intentar que saliera de la casa para que le diese el aire y el frío de Madrid la animara. Cogí del armario unos vaqueros y una camisa azul oscuro. «Los colores son importantes. Está de luto», medité al ponérmelos. Entretanto la cocinera, después de recoger los platos del desayuno, había  subido a vestirla. Ella tampoco se fiaba de dejar a mi amiga sola. Con esa ternura que sólo las mujeres que han sido madre pueden tener, le abrió el grifo de la bañera y templó el agua para que se bañara. Jimena se desmoronó otra vez al sentir el calor del agua recorrer su cuerpo. Todo le afectaba, daba lo mismo el motivo.
― Tranquilícese― le pidió Paula y cogiendo una esponja la empezó a bañar, ― el señor no va a permitir que nada le pase. Si usted me deja, yo la cuidaré hasta que se ponga buena.
Sin esperar su autorización, lentamente le fue enjabonando la espalda.  Jimena se dejó hacer, no tenía fuerzas ni ganas de oponerse. Al irle a aclarar el pelo, le pidió que se levantara. Verla en pie le permitió percibir en plenitud la extrema delgadez de su cuerpo desnudo. Era una mujer alta. Todo en ella  apuntaba las penurias por la que había pasado. Tenía los brazos cruzados intentando tapar sus pechos; tentativa condenada al fracaso tanto por el poco grosor de aquellos, como por el volumen desmesurado de sus senos. No haciendo caso a la vergüenza que sentía la pobre niña, siguió lavándole las piernas dejando que se aseara ella sola su sexo.
Acercando una toalla, la envolvió en ella para secarla. Un quejido salió de su garganta, al observarse en el espejo Jimena fue  consciente quizás por primera vez en meses del  deterioro de su cuerpo.
― Ya engordará― le soltó sabedora de lo que sentía y cogiendo un bote de crema, empezó a embadurnarla tratando de devolverle la elasticidad perdida a su piel.
El masaje se prolongó durante veinte minutos, durante los cuales, Paula no dejó de recapacitar en la desgracia de la chica: quedarse tan joven viuda, sin dinero y teniendo como único apoyo al amigo de su difunto esposo, el cual, por muy bien que se portase no dejaba de ser un extraño. No era ni normal ni justo. «Pero la vida nunca lo es», pensó recordando a esos hijos que tuvo que dejar al cuidado de la abuela cuando emigró a España con el objeto de darles  una vida mejor.
― Vamos a vestirla― le espetó de improviso y revisando su ropa, le eligió un discreto traje  de chaqueta gris. ― Voy a decirle al señor que se la lleve a dar un paseo mientras yo ordeno sus cosas― y sin dejarla protestar, la peinó y poniéndole un poco de perfume, la echó del cuarto.
Estaba en el hall de entrada cuando la vi bajando las escaleras. Me sorprendió su transformación. Paula había obrado milagros, la Jimena que descendía por los escalones se parecía más a la mujer impresionante de hace unos meses que a la trastornada de hacía  cuarenta y cinco minutos. Su negro pelo enmarcaba un rostro dulce donde sus ojos de color marrón realzaban su belleza.
― Estás deslumbrante.
Un esbozo de sonrisa fue mi recompensa. Nadie es inmune a un piropo, siendo además una inocua pero efectiva medicina para mejorar la autoestima. Ya sea hombre o mujer el receptor de la flor, su efecto es el mismo. Sólo cambian los adjetivos y el aspecto a realzar. No se me ocurriría decirle a un amigo: “¡Qué figura se te ha quedado!”. O a una mujer: “¡Con el ejercicio te estás poniendo cachas!”. Una mujer de cualquier edad siempre acepta de buen grado que se le diga que está atractiva y Jimena no fue  diferente. Su propia pose cambió al oírme, levantando la cabeza a la vez que se incrementaba el contoneo de sus caderas.
Tuve que convencerla para salir a dar una vuelta, ella insistía en que no le apetecía y que no le importaba quedarse sola en el chalet. Sólo dio su brazo a torcer cuando poniéndome serio la amenacé con llevármela a la fuerza. A regañadientes se subió al coche. Comportándose como una niña malcriada que está haciendo un berrinche, se negó a colocarse el cinturón de seguridad y tuve que ser yo quién se lo atase e incluso quién le acomodase a su altura el respaldo del asiento.
Sin dirección fija arranqué el vehículo. Adonde no era importante, la mujer necesitaba distraerse.   Las musas tuvieron piedad de mí cuando de repente se me ocurrió llevarla al zoo. Enfilando la Castellana, me dirigí hacia la M-30. Hacía un típico día de noviembre en Madrid, frío y con esa luz velazqueña de la que tanto hablan los pedantes. Jimena no había emitido palabra durante el trayecto, se limitó  a mirar por la ventana, observando a las personas que andaban por la calle un sábado en la mañana. Intenté darle conversación mostrándole a los guiris que hacían cola en el museo del Prado con sus atuendos de turista y su piel enrojecida por un sol al que no estaban habituados, pero solo obtuve un gruñido por respuesta. El escaso tráfico nos permitió llegar en cinco minutos a la entrada del túnel. Justo cuando iba a entrar a esa obra faraónica de treinta kilómetros de subterráneos que vertebra la ciudad, abrigué miedo que en su estado sintiera claustrofobia y desándara el camino recorrido, hundiéndose de nuevo en su dolor. Para evitarlo, decidí ir a la Casa de campo por el exterior. Las obras inacabadas del Manzanares fueron nuestra compañía.
Lo primero que oímos al estacionar fue la risa y las peleas de los niños que hacían cola para entrar al zoológico. Con morriña, recordé a mi madre llevándome de la mano para que no me perdiera. Instintivamente, cogí la suya. Pero en este caso, no  era a mí sino a ella a quien tenía miedo de perder. Lo hice como algo natural sin pensar en que parecíamos dos enamorados visitando el parque y que si alguien nos hubiera visto, hubiese podido pensar en lo pronto que nos habíamos repuesto, o lo que es lo mismo que pudiera inventarse un chisme sabroso que haría las delicias de los cotillas. Jimena, lejos de retirar su mano, me la apretó con fuerza. Para ella, ese sencillo gesto era  un apoyo necesario.
Hacía muchos años que no estaba en el zoo. Como a unos críos, los animales nos hicieron olvidar momentáneamente nuestras vidas. Nos impresionó  el tamaño de los elefantes, nos reímos en la jaula de los monos y nos asqueamos viendo a las tarántulas. Estábamos acercándonos donde estaban los osos, cuando una oca decidió que había invadido su espacio vital. Yo con mi despiste habitual no la vi venir y sólo cuando sentí un picotazo en mi pierna derecha, me di cuenta de la agresividad del animal. Mi rápida huida provocó la carcajada de la muchacha. Mi enfado se tornó en risa uniéndome a la suya, cuando el puñetero bicho cambio de objetivo y la atacó a ella, dándole un certero mordisco en el trasero. Era una gozada el verla reírse después de lo que había pasado.
Relajados, nos paramos en  un chiringuito a comer algo. Sin preguntarle, pedí dos especiales y dos coca―colas. Nunca he sido un forofo de la comida rápida, me parece insulsa y asquerosa, pero tengo que reconocer que los llamados hotdogs son otra cosa; la combinación de pan, salchicha, cebolla, tomate y mostaza me parece una delicia. Es más, cada vez que voy a Nueva York tengo que hacer una parada obligatoria en el puesto de perritos que hay en una de las entradas del Central Park. No sé si será algo freudiano pero me vuelven loco.
Mientras nos atendían, Jimena encontró una mesa en el exterior del local donde sentarnos. La camarera fue eficiente y en menos de dos minutos nos había preparado el pedido. Con la bandeja me dirigí hacia  la terraza donde Jimena me esperaba, haciéndome señas con la mano.
Me senté frente a ella.
― No tienes idea de los años que llevo sin comer uno de estos― me comentó cogiendo un perrito y metiéndoselo en la boca.
― ¿No te gustan?― pregunté extrañado, no era posible que no fueran de su agrado. No se lo estaba comiendo sino que  lo estaba devorando.
Tuvo que tragar antes de contestarme, cosa que no fue fácil debido al tamaño de la porción que estaba masticando. Bebió un poco de refresco para ayudarse:
― Al contrario, me encantan. Pero Pedro, mi marido, me los tenía prohibidos― en su voz no había ni un deje de protesta, como mucho un atisbo de tristeza.
― Lo vas a echar de menos pero tienes que seguir adelante.
― Lo sé pero es que él era todo para mí― contestó casi a punto de llorar, ―desde que nos hicimos novios dejé que organizara mi vida. Él se ocupaba del día a día mientras yo únicamente vivía para cuidarle y, ahora, no está.
Su confesión me hizo recordar el extraño carácter de un amigo al que desde joven llamábamos Hassan por lo machista y celoso que era. No me extrañaba lo que me había contado; formaba parte de su forma de ser, cuadriculada y perfeccionista. Si creía que algo era perjudicial, lo apartaba sin contemplaciones de su lado. Hace años, cayó en sus manos un reportaje sobre la leche y sus efectos sobre el organismo, donde se hacía una dura crítica a su consumo y desde entonces no volvió a probarla. En cambio, Pedro era un experto enólogo. Cuando tomándole el pelo le recriminaba los perjuicios del alcohol, me rebatía enojado que por sus antioxidantes el vino era el elixir de la inmortalidad. ¡De poco le habían servido los miles de litros que se había bebido!
Volviendo a la realidad, miré a su viuda. Esta lloraba calladamente mientras se terminaba la Coca-Cola. Su soledad y la incertidumbre de su futuro me agobiaron. Me sentía responsable de ella, no sólo por la promesa realizada sino por mi tendencia a involucrarme en los problemas de los demás. Desde niño mi padre me llamaba defensor de causas perdidas.
Me levanté a abrazarla, ella necesitaba  consuelo y a mí me urgía el darlo. Jimena hundió su cabeza en mi pecho al sentir que mis brazos la envolvían. Sin cambiar de postura traté de expresarle que no tenía por qué agobiarse, que no estaba sola,  pero mis palabras lejos de producir el resultado apetecido azuzaron el volumen de  sus lamentos. Entonces decidí callarme. De nada servía seguir hablando, sólo le hacía falta verse arropada mientras descargaba su congoja. Cuando una anciana se acercó a darnos un pañuelo con el que la muchacha  secara sus lágrimas, caí en la cuenta  que todo el restaurante nos miraba. Incómodo, le pedí que nos fuéramos. El zoo había perdido su magia y nos sentíamos fuera de lugar. La estridente risa de los niños se había convertido en una tortura para nuestros oídos.
Sin mediar palabra, nos subimos en el coche. Un denso silencio nos envolvía. Tratando de romperlo, encendí la radio. Cogiendo mi mano,  me rogó que la apagara. No pude contradecirle. Acelerando, deseé llegar a casa cuanto antes. Al igual que a la ida, la ausencia de coches nos permitió hacerlo con rapidez.
Jimena estaba destrozada. Nada más entrar, me suplicó que la dejase sola. Traté que se tomara un té pero no pude insistirle. La puerta cerrada del cuarto no evitó que su llanto se oyera por toda la casa. Sin saber qué hacer encendí la televisión, no tanto en busca de una vana distracción sino como medio de ocultar el sonido de sus lamentos. Haciendo zapping, busqué un programa que aliviara mis propias penas pero me resultó imposible. Todas las cadenas estaban emitiendo programas basura donde unos desgraciados cuentan su inútil vida y sus frívolas experiencias. Todo ello, dentro de un ambiente de morbo y degradación. Cabreado, la apagué. Bastante mierda me rodeaba para que esa bazofia me jodiera aún más.
En ese momento, entró Paula por la puerta y acercándose a mí, en voz baja me preguntó dónde estaba la muchacha. Al contestarle que en su cuarto, respiró pidiéndome que la acompañase a la habitación donde estaban las pertenencias  de Jimena que acababan de llegar. Tanto misterio, picó mi curiosidad y como un perrito siguiendo a su ama,  fui tras de ella.
No tardé en saber que era aquello que tanto la incomodaba:
― Señor, quiero mostrarle algo― hizo una pausa antes de continuar,― cuando ustedes salieron, estuve ordenando la ropa de su amiga y al terminar, bajé a ver si algo de lo que estaba en esta habitación le podía ser necesario. ¡Mire lo que me encontré!― dijo señalando dos cajas.
Con sensación de cotilla, de estar violando su privacidad, abrí la primera de ellas. Me quedé de piedra al encontrarme un completísimo instrumental de práctica sadomasoquista. No faltaba nada, esposas, bozales, látigos y muchos otros aparejos cuyo uso no quería siquiera imaginar. Avergonzado por mi descubrimiento, cerré la caja. No podía creer que  Pedro y Jimena fueran aficionados a esa clase de depravación. Tratando de quitar importancia al asunto, expliqué a mi cocinera que  en algunas parejas el sexo duro era normal; que era un modo de entender la sexualidad como cualquier otro. Lo  que no me esperaba fue la reacción de la mujer. Sin decirme nada, abrió la segunda caja. Por su actitud, debía ser algo peor aún pero al echar una ojeada a su interior no vi más que objetos inútiles, cuya función si es que la tenían desconocía por completo.
 Asumiendo mi total ignorancia al respecto, dijo:
― Todo esto forma parte de los útiles de un brujo.
Si hubiera visto un burro volando, me hubiera extrañado menos que sus palabras.
― ¿Estás insinuando  que Jimena, mi amiga, es una bruja?― enojado, repliqué.
― No señor, ella no. Fíjese― insistió señalando un bastón ― es una vara de brujo. En mi país es un símbolo de poder masculino, sólo  lo pueden usar los bokors, nunca una mujer.
― Entonces Pedro era un bokor― le contesté sin poder evitar una sonrisa y sin saber con seguridad que significaba ese término.
― No se lo tome a risa― estaba indignada por mi incredulidad,― los bokors son hechiceros que controlan a demonios y que siembran el mal por donde pasan. ¿Sabe Dios, que le ha hecho pasar a esta pobre niña?
― Por favor, Paula, ¡Eso son sólo supersticiones! Debe de haber otra explicación. Seguramente coleccionaba estos chismes como mera diversión. Te puedo asegurar que mi amigo no era un brujo ni nada que se le pareciese.
― Ojalá tenga usted razón― contestó  entre susurros  y persignándose, cerró la caja, ― pero si es verdad lo que pienso y era un bokor, con su muerte se han liberado los malignos.
Masoquismo, brujería, seguía sin cuadrarme porque de ser así nunca había llegado a conocer a la persona que consideraba un hermano. Ahora no era el momento de preguntar a Jimena. Si quería ayudarla, nada se debía interponer entre nosotros y quizás al saberse descubierta, al estar al corriente que conocía esa oscura afición,  eso pudiera convertirse en  una barrera imposible de franquear.
― Paula, te voy a pedir que no le digas nada a la señora. No quiero que piense que hemos revisado sus cosas sin su consentimiento.
― No se preocupe― escuché su contestación.
Lo habría negado pero estaba intranquilo por todo lo que había visto. Saliendo de la habitación, me fui directamente al despacho y tras encender el ordenador, me metí en Internet con el propósito de averiguar algo sobre brujería.
Cuanto más me informé, más ridículo me pareció todo. Nadie en su sano juicio podría creer en esas memeces y menos una persona cultivada y educada en el mundo occidental. Todo lo que leía era producto del  analfabetismo y la incultura. Zombis, almas encadenadas, ron y mujeres. Chorradas para incautos y turistas que desgraciadamente muchas personas creen.  Negocio para gente sin escrúpulos, una forma como otra cualquiera para explotar la incultura. Pero aun así, algo me seguía reconcomiendo y proseguí leyendo. Así me enteré de la diferencia entre houngan y bokor. Lo que simplificando podría ser  “mago blanco” y “mago negro”, aunque tal distinción  es absurda en el culto vudú. Tanto unos como los otros utilizan la misma magia, siendo la única discrepancia sus fines. A los bokor se les define como seres intrínsecamente perversos, cuya existencia está dirigida a la dominación de los que le rodean. 
Seguía todavía absorto en la lectura, cuando escuché que Jimena salía de su habitación. Como no quería que me pillara leyendo sobre ese tema, me salí de las páginas sobre ocultismo entrando en las de un periódico.
― ¿Qué haces?― preguntó.
― Nada, leyendo que ha ocurrido por el mundo. Últimamente  todo son malas noticias, ya sabes la crisis…― contesté apagando el portátil.
Mi amiga me dijo que tenía ganas de salir a pasear. La casa le agobiaba, por lo que fuimos a dar una vuelta para distraernos. Durante el paseo, le pregunté por su infancia. Aunque conocía a esa mujer desde hacía muchos años, no sabía nada de sus padres, solo que habían muerto hace tiempo. Esa tarde, me contó que su viejo había sido militar de carrera y que aunque había nacido en Madrid, toda su niñez la pasó deambulando de una ciudad a otra sin domicilio fijo, dependiendo de los destinos que tuviese su padre en cada momento. De su madre  no se acordaba, murió siendo ella un bebé, por lo que nunca tuvo una figura materna, como mucho y tras un gran esfuerzo conseguía recordar breves atisbos donde una mujer de pelo largo la cuidaba. Al darme cuenta  que esa conversación empezaba a transcurrir  por malos derroteros, cambié radicalmente  de tema preguntándole si tenía frío. Jimena, con una sonrisa cómplice, me dijo que no hacía falta que me preocupara tanto. Según ella, todos los recuerdos de esa época eran felices y que, lejos de entristecerla, le servían para seguir adelante.  Podía estar dolida, jodida y echa papilla pero era una mujer inteligente.
Ya de vuelta, estaba anocheciendo. El sol en el ocaso coloreaba el cielo dándole una tonalidad rojiza. Siempre me había encantado ese fenómeno:
― Mira la puesta de sol.
Noté como la angustia recorría su cuerpo.  Angustia que me contagió al escuchar su respuesta:
― Parece  sangre.
No me había fijado pero en ese instante las nubes asemejaban una herida que se derramaba en un gran charco formado por el horizonte. La dureza de esta visión, me incomodó. Como estábamos  cerca del chalet, acelerando el paso, busqué el familiar cobijo de sus paredes.
Recibí con alegría el olor que provenía de la cocina. Durante nuestra ausencia, Paula nos había preparado la cena y sin apenas quitarnos los abrigos, nos sentamos en la mesa.  La caminata me había abierto el apetito por lo que aplaudí efusivamente  la llegada de la negra con  la sopera. Sin hacer caso a los reproches de Jimena, ordené que nos sirviera bastante a los dos.
― Está claro que me quieres cebar― protestó.
― Estás demasiado delgada y algo de chicha no te vendría mal― contesté bromeando cuando sonó el  teléfono.
Disgustado me levanté a contestar. Resultó ser mi secretario para recordarme las citas y demás asuntos que tenía ese  lunes. Con su perfeccionismo habitual me entretuvo durante  cinco minutos. José es una máquina que en cuanto se pone a funcionar no para.
― Pepe, ¡Estoy cenando! ¿Algo más?― protesté. Por mi tono supo que me había importunado su interrupción y disculpándose se despidió.
Al volver al comedor, Jimena no había probado la sopa.
― Come― le pedí, ― se te debe de haber quedado helada.
― Te estaba esperando― comentó apenada.
― Gracias pero no hacía falta. Ahora come― dije mirándola con curiosidad. En ella había una tensión que no comprendía, seguía sin hacer siquiera intento de llenar su cuchara. Con gestos le azucé  que comenzara.
Sus ojos se llenaron de lágrimas:
― No puedo hasta que tu empieces.
Comprendí que era algo condicionado, físicamente se sentía incapaz. Pedro le había enseñado que siempre el primero que debía comenzar era el señor de la casa y ahora esa figura era yo. Por mucho que intenté romper ese hábito diciéndole que era una tontería, no pude. Me parecía inaudita la forma en la que el que consideraba mi mejor amigo se había comportado con su mujer. No era sólo machismo de la peor especie, era sumisión, pura y dura. Sabiendo que era una lucha a medio plazo, probé el guiso. La tirantez desapareció de su rostro y empezó a comer.
No habló durante el resto de la cena. Se sentía avergonzada. En su fuero interno, debía de saber lo grotesco de su postura. Yo, por mi parte, seguía perplejo:
«El dominio ejercido sobre esta mujer debió de ser brutal», pensé recordando las cajas que habíamos descubierto, « no puede seguir así, tengo que explicarle que eso se había terminado».
Desde la adolescencia había sido un golfo, un mujeriego siempre dispuesto a la conquista de un nuevo trofeo pero jamás había considerado a una mujer como un objeto merecedor de ser encerrado en una vitrina con el único propósito  de ser observado y valorado como una obra de arte.
Estábamos tomando el café, cuando conseguí armarme  de valor y le dije:
― Jimena, tenemos que hablar.
― Estoy muy cansada, ¿Podemos dejarlo para mañana?― la amargura impregnada en su contestación me convenció a la primera. Suficientemente dolorosa era su cruz para que yo le añadiera otro clavo, insistiéndole.
― Claro, no urge― respondí.
Aunque hubiese podido forzarla, no quise que en su mente me viera como un ser injusto que se quería aprovechar de su estado.
«Menos mal que no soy padre», medité viendo a la muchacha levantarse, «me tomarían el pelo sólo con soltar una lágrima de  cocodrilo o con darme un besito con abrazo de oso. Siempre me he reído de las mujeres por eso y ahora me doy cuenta que  soy igual».
Desde mi silla, observé  como Jimena se despedía de Paula diciéndole que se iba a la cama. La cocinera, maternalmente, le dio un beso en la frente, deseando que pasara una noche tranquila.
― Necesita descansar.
Con paso cansino, salió del comedor, subiendo por la escalera. Parecía que tuviera miedo a la noche. La perspectiva de tener que hablar conmigo sobre Pedro y reconocer el grado de sometimiento que había llegado a alcanzar durante su matrimonio, la empujaba a irse contra su voluntad.
Me había quedado solo, como tantas otras noches pero en esta ocasión la soledad me incomodó, por lo que decidí hacer un poco de deporte que mantuviese mi mente ocupada. En mi habitación tenía una bicicleta estática. Desde hacía años, había tomado la aburridísima costumbre de ejercitarme mientras ponía la tele durante al menos  una hora todas las noches, haciéndola coincidir con la noticias. Esa noche mientras me dirigía hacia mi cuarto, pasé por delante de la habitación donde dormía la muchacha. La puerta estaba abierta. Jimena debía de estar en el baño. Sobre su cama, perfectamente colocado estaba el camisón que esa noche se disponía a usar. Aunque no llegué a verla, supuse que estaba bien.
Después de ponerme una camiseta y un pantalón corto, empecé a pedalear tranquilamente. Sentí que era el ejercicio lo que necesitaba para relajarme. La monotonía de las pedaladas me permitía concentrarme en mis pulsaciones. Un viaje introspectivo, durante el cual fui notando cómo evolucionaba mi respiración, como mis poros se abrían, permitiendo que mi cuerpo se liberara con la sudoración. Una vez superada esa fase inicial, incrementé la resistencia.  Cada uno de los giros de la rueda era una empinada cuesta que vencer.  El sudor me caía a chorros, la camisa empapada se pegaba a mi espalda y mis pulmones absorbían el esfuerzo en profundas bocanadas.
En ese momento, supe que estaba acompañado.
Al girarme, vi a Jimena de pie bajo el marco de la puerta sin atreverse a entrar. Se notaba que se había duchado. Su pelo, todavía húmedo, mojaba el camisón casi transparente que se había puesto. Era una visión provocadora, con su escote dejándome entrever las pronunciadas curvas de sus pechos. La luz del pasillo al atravesar la tela, me mostraba su silueta desnuda, convirtiéndose en copartícipe involuntaria de mi lujuria.  No sé cuánto tiempo estuve contemplándola, estudiándola de arriba a abajo, deteniéndome en su cuello, en la forma de sus hombros. Pude observar como sus pezones se endurecían al notar la caricia de mi mirada. Adiviné por su tonalidad oscura el inicio de su sexo. Iba descalza. Las uñas de sus pies pintadas de rojo resaltaban con la blancura de su piel.
Incómoda al saberse estudiada pero sobretodo deseada, rompió el silencio:
― Disculpa, venía a decirte que me iba a la cama― me dijo a la vez que con sus labios me daba un beso en la mejilla.
Un beso casto que estuvo a punto de hacerme perder la razón. Faltó poco para, que estrechándola entre mis brazos, la hubiera despojado de su ropa y allí mismo me lanzara entre sus piernas haciéndole el amor. Algo en ella me atraía, me volvía loco. Solo el  pensar que era la viuda de mi amigo recién enterrado me detuvo. Excitado, le di las buenas noches. Mi mente me felicitaba por no caer en la tentación, al contrario que todo mi cuerpo que se rebelaba presionando las costuras del pantalón. Algo me estaba cambiando en lo más profundo, el deseo no me permitía respirar.
«No soy un hijo de puta», pensé. Nada de eso era lógico. Asustado por lo que representaba, repasé mentalmente que me podía haber llevado a esa situación sin encontrar respuesta. ¡Jimena nunca me había atraído!. Buscando una explicación plausible, decidí que quizás solo era el morbo a lo prohibido o por el contrario que desaparecido Pedro estuviera aflorando una atracción oculta durante años  por ella. Con estos pensamientos torturando mi mente, me metí en la ducha.
Nada mejor que el agua fría para calmarme. Recibí su helado abrazo con impaciencia, las gotas iban cayendo y apaciguando mi calentura. Poco a poco el tamaño de mi pene volvió a la normalidad pero el fuego seguía ardiendo dejando bajo una estrecha capa de ceniza, rescoldos que cualquier gesto podía avivar convirtiendo mi cuerpo en un incendio.
Disgustado conmigo mismo, me acosté tratando que el sueño me hiciera olvidar ese mal rato. Pero lejos de sosegarme, no dejé de recibir en mi cerebro imágenes  de Jimena haciéndome el amor. Imágenes donde sumisamente me provocaba, mostrándose y exigiéndome que hiciera uso de ella como hembra. Como si estuviera en el cine por mi imaginación se emitían  pequeños episodios. En ellos, me llamaba a su lado pellizcándose  los pezones o insistía en que la atara a la cama mientras se introducía toda mi extensión en la boca.  Sin poderme aguantar, mi mano se apoderó de mi sexo y en un alarde onanista, liberé mi tensión derramándome sobre las sábanas.
No recuerdo si había conseguido quedarme dormido o no, cuando un grito sobresaltó la quietud de la noche. Saltando de la cama, corrí hacia su cuarto pero nada más salir de mi habitación, me quedé paralizado. La viuda de mi amigo, la mujer que en mi imaginación acababa de hacerme el amor, yacía acurrucada en el rellano de la escalera. Aterrorizada, no dejaba de balbucear incoherencias. Daban miedo sus ojos, colmados de locura y sin vida. Al acercarme a ella, pisé algo líquido. Líquido que descubrí asqueado que brotaba de sus piernas, creando un charco en la alfombra.
Impresionado, cogí a Jimena entre mis brazos. Fuera lo que fuese que hubiese soñado esa mujer, produjo en ella un pavor inexplicable.
― ¡No dejes que vuelva!― fue todo lo que conseguí entender de sus palabras antes que se  desmayara.
De no haberla agarrado, se hubiese caído al suelo. Como un peso muerto  la deposité sobre mis sabanas. Tratando de auxiliarla, busqué un camisón seco que ponerle. Mi atracción había desaparecido y sólo la urgencia motivó que la desnudase para cambiarla. En sus pechos descubrí  marcas de mordiscos que podía jurar ante un juez una hora antes no estaban. Era como si hubiese sido atacada por un salvaje. Cogiendo una esponja mojada, fui limpiando sus heridas mientras ponía en orden mis ideas.  Las señales de dientes eran claras, era imposible que ella se las hubiese podido haber auto infligido. Desconocía su origen, quizás Jimena estuviera somatizando sus traumas y que estos solo fueran una forma física de sus dolencias psicológicas, pero nadie me podía negar su existencia:
¡Los mordiscos estaban allí!
Mientras tanto, mi amiga se mantenía  en un duermevela, interrumpido frecuentemente por gemidos de angustia que no la llegaban a despertar pero que tampoco permitían que profundizara en el sueño. Aprovechando un momento de quietud en el que parecía que se había dormido, fui en búsqueda de Paula.
Hasta esa noche nunca había entrado en su cuarto, por lo que dudo si fue mayor su sorpresa por encontrarme  allí en su puerta o la mía al verla rezando ante un pequeño altar casero realizado a base de imágenes de santos.
― ¡Ven!  ¡Te necesito! ― fue todo lo que alcancé a decirle mientras tiraba de ella.
No hallé asombro en sus ojos mientras le explicaba lo sucedido,  sino la confirmación de sus peores temores. Al llegar a la habitación, como un médico examinando a una paciente  revisó las marcas de mordiscos y pidiéndome ayuda para darle la vuelta, descubrió que también las tenía en espalda y glúteos. Cuando hubo acabado, salió de la habitación, volviendo instantes después con una vela blanca.
― ¿Qué haces?― pregunté alarmado.
Haciendo caso omiso a mis palabras, se arrodilló frente a la muchacha y mientras rezaba en un idioma extraño para mí, encendió la llama. Sólo cuando la luz de la vela ya iluminaba la estancia, se giró para contestarme:
― Tranquilizarla― respondió extrañada de que no supiese interpretar sus actos.
Volví mi cabeza para observarla. Jimena se había hundido en un sueño sosegado. En su cara había desaparecido la rigidez y con gesto sereno, dormía como una niña. Lo sorprendente fue cuando abriendo su escote, Paula me mostró que no quedaba rastro de las señales que tanto me habían asustado. No podía ser real, ¡La piel de sus pechos volvía a tener un aspecto sedoso! ¡Nada quedaba del maltrato que habían padecido!
― Parece cosa de magia― murmuré sin atreverme a alzar la voz.
― Es magia, blanca pero magia― contestó señalándome el pasillo para que saliera de la habitación.
Fui tras ella. Siguiendo sus pasos, pude ver como entraba en el cuarto de invitados olfateando el aire en búsqueda de no tengo ni idea qué vestigio o resto. Deshizo la cama, estudiando las sabanas. Entró en el baño, encendió la luz, escudriñándolo todo. Sin Hacer ruido, cogió una escoba y barrió concienzudamente todas las estancias. Parado en la puerta, sin adivinar la razón de  sus acciones, comprendí que de alguna forma estaba tratando de averiguar que le había pasado a la mujer y que no me iba a quedar más remedio que convertirme en un mero espectador de lo que de ahora en adelante pasara en mi casa.
Acto seguido, me preguntó dónde me la había encontrado.
― Ahí, en el centro del pasillo― expliqué.
Fue al lugar exacto  donde le había señalado y mojando sus dedos en el charco todavía caliente, se los llevó a la boca. De no haber sido por lo aterrorizado que estaba, no hubiera podido resistir la repugnancia de verla saboreando los orines. Ya nada me escandalizaba por lo que no me pareció raro que me pidiera que me sentara con ella en el suelo y que le explicara con pelos y señales todo lo que había ocurrido.
Tomando aire, empecé con mi relato sin atreverme a ocultarle nada. Le conté con gran vergüenza que, mientras estaba  haciendo ejercicio, había entrado Jimena en mi cuarto y que su sola presencia me había excitado hasta lo indecible. Incapaz de mirarla a la cara, le reconocí que no estaba seguro de cómo había conseguido refrenar mis impulsos, que todo mi ser me pedía desnudarla y sin tomar en cuenta su estado, hacer uso de su cuerpo.  Paula se mantuvo callada, escuchando sin interrumpirme. Su rostro reflejaba no solo concentración sino un claro conocimiento de lo que le estaba contando. Al terminar mi relato,  me hizo repetir la frase que había llegado a entender de sus balbuceos. Cuando llegué al final de mi exposición, ella se quedó pensando un momento antes de contestar:
― Señor, no me pida que le explique ahora lo que ha ocurrido, debemos descansar para que  mañana tengamos fuerzas pero mientras tanto póngase esto― me ordenó a la vez que se quitaba  su medalla.
La recogí de sus manos sin protestar. Podía ser una locura pero, en cuanto la toqué, me sentí seguro y haciéndole caso  me la puse, no sin antes jurarle  que por ningún motivo me la iba a quitar. Dio la impresión que había quedado satisfecha con mi respuesta. Susurrándome al oído, me pidió que me fuera a la cama de inmediato y canturreando una triste melodía por el pasillo, me dejó solo.
Como Jimena estaba durmiendo en la única cama del cuarto, no me pareció apropiado el acostarme a su lado, tenía demasiado reciente mi reacción y temí que si compartía su lecho, ésta se volviera a repetir y no pudiese hacer nada por pararla. Cogiendo mi almohada y una manta, hice lo único que podía permitirme, tumbarme en el suelo a dormir.
 
 

Relato erótico: “El club (11 Y FINAL)” (POR BUENBATO)

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EL CLUB FINAL

Sarah conducía despacio la camioneta Voyager de su madre, dobló por la entrada del auto motel y miró de reojo a Eliseo. Si ambos estaban nerviosos, no lo parecían. En realidad Sarah ya había estado ahí, Eliseo, nunca. De hecho, Eliseo nunca había ido a un motel; en cierto sentido, la diferencia entre la experiencia de ambos era bastante.

– Creo que no hay nadie – murmuró Sarah, mientras esperaban a un lado de la caseta

Eliseo estaba a punto de decir algo cuando la voz chillona de una mujer los sorprendió.

– Buenas noches – dijo la mujer, saliendo entre risas de un cuartillo, dio un rápido vistazo mientras revisaba la pantalla de un ordenador – ¿Normal?

Sarah giró hacía Eliseo, pero él sólo alzó los hombros.

– Normal – asintió Sarah

– Serían dos horas, cochera nueve, cinco minutos antes se les hace una llamada, pueden solicitar una extensión por hora y el pago se realiza al final. A partir de las diez de la noche, la estancia de noche completa requiere cargo extra. – la mujer ni siquiera los miraba, hablaba de manera mecánica, como deseosa de terminar el cobro – Las primeras cinco horas te las cobro ahorita.

Eliseo entregó el billete a Sarah; la chica se la entregó a la mujer, que parecía interesada únicamente en el pedazo de papel moneda. Les entregó el cambio.

– Que disfruten su estancia. Condones, bebidas y comida al fondo a la derecha. – finalizó la mujer, antes de perderse de nuevo en el cuartillo.

Sarah tardó tres segundos en reaccionar antes de avanzar con el automóvil. Una fila de cuartos a ambos lados apareció. Sólo tres de los veinte cuartos se veían encendidos y sus cocheras cerradas, al final, la luz de la pequeña tienda de condones y comida iluminaba el fondo. Sarah dobló directo a la cochera número nueve. Eliseo bajó del automóvil, y apretó el botón rojo con el cartel “Cochera” arriba. Entonces la cortina metálica de la cochera se cerró y el cuarto se oscureció antes de que Sarah encendiera el interruptor de una débil luz.

Ambos se acercaron detrás del coche, y Sarah abrió la puerta trasera. Varias formas se movían suavemente bajo una manta blanca.

– Ya pueden salir – dijo Sarah

Entonces Santino, Pilar y Blanca se descubrieron la manta.

Hacía casi cinco horas, Eliseo y sus hermanas se habían dirigido a casa de los gemelos, conforme a lo planeado. Eliseo sabía que no podía confiarse; era un verdadero riesgo hacer aquello en la casa de los gemelos, de manera que buscó la manera más diplomática de explicarles que aquello no se realizaría ahí.

– Puedes confiar en nosotros – insistió Sarah, extrañada – Pero en fin, que sea como tú digas.

Tuvieron que ver películas, y comer hamburguesas caseras mientras el tiempo pasaba. Parecía una típica reunión de amigos, pero había una diferencia. Los cinco sabían que era cuestión de horas para que estuviesen solos y dispuestos a follar entre todos, lo que generó una tensión sexual tremenda.

Sarah se acercó a Eliseo.

– ¿Y si en este rato alguien se retira? – preguntó

– Yo diría que todos están ansiosos.

Sarah sonrió, extrañada. Aquella conversación le parecía completamente surrealista. Miró a las hermanas, sentadas en un sofá, y a su hermano, en un sillón, mirando la película. Pensó que quizás en unas horas ella estaría comiéndose el coño de Pilar, mientras su propio hermano la follaba. A eso agregó a su imaginario la escena de Eliseo tirándose a Blanca, y aquello fue suficiente para sentir cómo su entrepierna se inundaba de placer.

Eliseo debía tener razón, seguramente todos, en silencio, pensaba igual, y seguramente crecía en todos ese deseo silencioso y constante de desatar de una vez aquella orgía. Se cruzó accidentalmente con la mirada de Blanca, quien la observó con un susto extraño, como de animalito indefenso. Ella misma se ruborizó. Sonrió, era claro que los bochornos había que ir dejándolos a un lado.

Cuando el reloj dio las ocho cuarenta y cinco de la noche, todos salieron para comenzar a acomodarse en la camioneta de la madre de los gemelos. Sarah habló con sus padres desde el teléfono de casa. Les dijo que Santino ya estaba dormido y que ella también caería pronto. Su madre apenas y habló con ellos, demasiado ocupados con la boda en la que se hallaban.

Eliseo también habló con su madre, pues la coartada había sido un maratón de películas en casa de los gemelos. Había sido difícil convencer al padre de las hermanas que Pilar también era buena amiga de ellos, pero la presencia de Blanca le pareció suficiente para tranquilizarlo.

Sarah había salido de su casa tan precipitadamente, que ni siquiera se cambio su pijama gris de algodón y su cómoda blusa verde de tirantes. Parecía como si sólo hubiese salido a la tienda de la esquina, y Eliseo no pudo evitar distinguir sus formas bajo la holgada ropa.

Media hora después, los cinco estaban ahí, en la mal iluminada cochera de un auto motel, sin atreverse a cruzar la puerta que llevaba a la recamara. Era como sí aquel fuera un purgatorio, una última fase antes del infierno – o el cielo – que les esperaba arriba.

– Bueno – dijo Sarah, finalmente – El tiempo corre.

Todos se miraron de reojo, y la siguieron.

Sarah abrió la puerta, que daba paso enseguida a unos escalones que subían a la recamara. Eliseo fue el último, cerró la puerta con seguro y vio como las luces se encendían.

A diferencia de la cochera, el cuarto resultó ser un iluminado lugar, de lo más acogedor. La amplia cama se hallaba contra la pared derecha, mientras que del otro lado estaba colgando una tv de plasma y un enorme espejo que reflejaba todo lo que se hallaba sobre la cama. También sobre la cabecera de la cama había un espejo, menos alto, que servía para reflejarse de la cintura para arriba.

En la esquina se hallaba el baño y la regadera, cuyas paredes de vidrio no dejaban nada oculto. Era, en todo caso, el típico motel de paso, diseñado y construido para el sexo.

Los cinco muchachos rodearon la cama, como si se tratara de una tumba abierta. La situación no podía ser más incómoda.

Santino, apretó el botón rojo a un lado de la cama y entonces el televisor se encendió. El cuarto se llenó entonces de los gemidos y gritos de una película porno, en la que aparecía una de esas orgias masivas japonesas. El muchacho, alterado por la sorpresa, se apuró a oprimir de nuevo el botón. Pero ya todos lo miraban. Era patético.

Aquel video los puso aún más nerviosos, pero también les recordó qué hacían ahí. Sarah miró de reojo a Eliseo, al otro lado de la cama. Eliseo comprendió entonces que él debía hacerse responsable de aquello; era su idea, y debía ser él quien pusiera manos a la obra.

Entonces se quitó los zapatos, quedando en calcetines, y se subió sobre la cama, recargándose justo en medio sobre la cabecera. Miró a Pilar, haciéndole una seña para que se acercara. Pilar miró brevemente a todos, como si estuviese en una clase de matemáticas y el profesor la hubiese llamado al pizarrón. Gateando, se acercó a su hermanastro hasta quedar de rodillas frente a él.

Vestía una falda de mezclilla entubada, que le cubría hasta la mitad de las piernas. Era tan estrecha que las formas de sus redondos glúteos se alcanzaban a distinguir con facilidad. Su blusa de manga corta tenía un estampado de labios rojos sobre un fondo blanco y sus zapatitos blancos le daban un aspecto entre gracioso y extravagante.

Durante dos segundos no paso nada, de modo que Eliseo comprendió que tendría que dictar cada acción. Le señaló su entrepierna a la chica, y entonces Pilar se acomodó para desabrocharle el cinturón y comenzar a bajarle la bragueta. Era como una pista de baile, en la que hacía falta que la primera pareja se animara para que el resto entrara en acción.

Sólo entonces Sarah tomó la mano de su hermano, y lo hizo sentarse sobre la orilla de la cama. Santino obedeció, y miró cómo su hermana caía de rodillas al suelo alfombrado antes de comenzar a desabrocharle los pantalones. La endurecida verga de su gemelo emergió al exterior al tiempo que sus pantalones caían, las manos de Sarah rodearon su erecto tronco, el cual masajeó suavemente, permitiéndole a su glande salir con gracia de entre la membrana de su prepucio.

Una idea hizo sonreír maliciosamente a Sarah, giró su cuello y buscó la mirada de Blanca. No le costó mucho trabajo, los curiosos ojos de la chica pronto se unieron a los suyos. Entonces Sarah movió el cuello, en ademan de que se acercara.

– ¿Quieres venir? – preguntó

Blanca miró estúpidamente hacía los lados, como si alguien más estuviese ahí. Se mojó los labios y sin decir si sí o si no, simplemente se acercó a los gemelos.

Vestía un short de mezclilla, con una blusa roja de mangas cortas. Llevaba zapatillas altas y blancas, a modo de puta, y su cabello rizado estaba completamente libre.

– Ven – le dijo, invitándola a que se arrodillara

Blanca obedeció, echando un último vistazo a la cama, donde las manos de Eliseo se deslizaban bajo la falda de mezclilla de Pilar, al tiempo en que la cabeza de su hermanita se perdía entre las piernas del muchacho.

Terminó de arrodillarse, y ante ella surgió la extravagante escena de la lengua de Sarah lamiendo de abajo hasta arriba el tronco duro y erecto de su gemelo. Blanca mordió sus labios inferiores, y permaneció inmóvil, como esperando la siguiente indicación de la rubia. Pero esta parecía haberse olvidado de la chica, pues su boca bajó de nuevo entre besos hasta darle uno último a las bolas del muchacho. Sólo entonces el rostro de Sarah sonrió a la invitada, y no fue necesario que dijera nada para que Blanca comprendiera que también podía participar.

Algo le dijo que aquello no estaba bien, pero otra voz le recordó que aquello había dejado de tener importancia desde hacía mucho. Cerró los ojos, y acercó su boca lentamente hacia adelante. Sus labios se abrieron para dar paso a la esponjosa forma de aquel glande; Blanca tenía ahora una nueva verga en su boca. Rápidamente detectó el distinto aroma y sabor de aquello, reconoció la sensación que la saliva de Sarah generaba en su boca, y casi pudo percibir el nervioso palpitar de aquel tronco.

Sus ojos se alzaron y miraron a Santino, quien se quedó abrumado con aquella visión de ensueño. Los labios de Blanca apretujaron suavemente aquel falo, y entonces inició un lento mete y saca. Un arriba y abajo que comenzó a regalar sensaciones suaves y disfrutables al afortunado muchacho.

Segundos después, Sarah se acomodó a su lado, de manera que ambas pudieran tener acceso a la verga del muchacho. Entonces la rubia llevó sus labios al glande de su hermano, donde Blanca daba los últimos sorbos. Sus mejillas chocaron cuando se dirigían al mismo tiempo hacía el afortunado pedazo de carne, pero ambas dejaron cordialmente el especio para que cada una pudiera cubrir cada lado de aquel tronco. No era la primera vez que Blanca chupaba una verga en equipo, pero se había acostumbrado tanto a Pilar y a Eliseo que aquello era como si se tratara de algo completamente nuevo.

Para Santino, por su parte, aquello sí que era completamente nuevo. Se sentía en el cielo, y no parecía haber en él ningún rastro de aquel asustadizo muchacho que insistía afanosamente en evitar toda aquella locura. Disfrutaba sentado, sosteniéndose con sus manos sobre el colchón, mientras dejaba que las chicas se encargaran de todo el trabajo.

Las miraba de aquí para allá. A veces con Blanca besándole el glande al tiempo que su hermana se llevaba uno de sus testículos a la boca. Al rato, era Blanca quien lamía sus huevos al tiempo que su gemela se encargaba de besarle cada centímetro de su tronco.

Sin embargo, allá abajo, algo más que una simple mamada se estaba confabulando. Blanca notaba como la rubia aprovechaba cada oportunidad para que sus labios se encontraran. Aquello era poca cosa comparado con lo sucedido hacía algunos días, pero Blanca seguía sintiéndose confundida con la manera en que Sarah la buscaba. Le era difícil sentirse tan atraída por una mujer, pero aquella misma sensación de desagrado comenzaba a causar estragos en su mente. ¿Era realmente un desagrado autentico, o era ella reprimiendo sus deseos de besar a la chica de nuevo? ¿Qué tenía de malo?, pensaba, a fin de cuentas, ya había cruzado todos los limites. Pensó en qué sucedería si se tratara de Pilar, y se le ocurrió que no le hubiese costado trabajo besar a su hermana. ¿Por qué con Sarah era tan distinto?

Su boca besaba, lamía y chupaba cada área de la dura verga de Santino, en un juego de atrápame si puedes contra Sarah. A veces la rubia acorralaba su boca, y sus labios terminaban chocando fortuitamente por unos segundos. Sin embargo, algo sucedió; ambas besaban un testículo de Santino hasta que comenzaron a subir a través de la verga. Entonces, cuando esta se terminó, Blanca abrió los ojos sorprendida cuando descubrió que ahora sus labios se movían contra los de Sarah; un impulso la invitó a alejarse de inmediato, pero uno más fuerte la obligó a permanecer ahí. Volvió a cerrar los ojos, disfrutando de los suaves y dulces labios de Sarah. Lo había extrañado, había extrañado esos labios, sazonados ahora con el ligeramente agrio sabor de Santino.

Se perdieron en un largo e intenso beso, de esos que parecen intentar recuperar el tiempo perdido. Santino se hubiese sentido abandonado, de no ser por que aquella escena se le antojaba tremendamente excitante. Dos mujeres preciosas besándose ante su endurecida verga, y una de ellas, su hermana. Las chicas despegaron sus labios y se sonrieron mutuamente, como si aquello hubiese sido una promesa. Entonces regresaron con disciplina a masajear con sus bocas la verga del gemelo.

Sarah se incorporó un momento para acomodar su cabello, miró hacía la cama, y una sonrisa morbosa escapó de sus labios cuando vio cómo Pilar seguía mamando la verga de su hermanastro al tiempo que este ya le había alzado la falda por completo y bajado las bragas hasta las rodillas, de manera que su dedo índice ahora exploraba el interior del culo de la chiquilla. El coño de Sarah se hizo agua de sólo pensar en ello.

Sarah siempre había temido la idea de que alguien le rompiese el culo, y hasta hoy seguía virgen; pero ver cómo aquellos dos se divertían con aquello le provocó una extraña curiosidad por saber cómo se sentiría la cálida verga de alguien incrustada en su culo. Con la misma sonrisa y con los pensamientos dando vueltas por su cabecita, la rubia regresó abajo; sus labios se encontraron con los de Blanca antes de tocar la suave piel del glande de Santino, desde donde su boca descendió hasta besarle los testículos.

En efecto, los agiles dedos de Eliseo exploraban el inmaculado esfínter de su hermanastra. Habían dejado aquello pendiente, pero Eliseo no iba a dejar pasar una noche más. Pilar, por su parte, comprendió que aquello era inevitable y, de cierta forma, la curiosidad por tener la verga de su hermanastro dentro de su culo no la dejaba en paz. Tenían que hacerlo, y nada más excitante que hacerlo frente a tantos.

– Hoy voy a romperte el culo – dijo Eliseo, con una extraña sonrisa

Las mejillas de la chica se ruborizaron en el acto, pero su cabeza se movió afirmativamente antes de continuar mamándole el falo al muchacho.

La mano de Eliseo empujó suavemente la frente de la chica, haciéndole sacarse la verga de su boquita.

– ¿Sabes qué? – dijo el muchacho – Tú misma te clavaras mi verga en el culo, ¿cómo ves?

Los ojos de la chica se abrieron de asombro, pero en seguida su rostro cambió a la de una curiosidad extraña. ¿Cómo podría hacer eso?

Su hermanastro se incorporó, le desvistió las bragas completamente, lanzándolas fuera de la cama y la hizo ponerse de cuclillas, dándole la espalda, y la atrajo hasta que sus nalgas abrazaron su endurecida verga. Él se había acomodado en flor de loto, con la espalda recargada sobre la cabecera de la cama.

Con la punta de su verga rozándole el ojete a Pilar, Eliseo alcanzó sus pantalones sobre la cama. Revisó sus bolsillos y sacó de un puñado cinco sobres plateados. Tomó uno, rompió la esquina del sobrecito y lo apachurró sobre su glande. Con aquel liquido, lubricó también la entrada del culo de Pilar. Comenzó a sobar con la punta de su falo el rosado culo de Pilar, mientras esta cerraba los ojos, pensando en que sería ella quien tendría el mayor control a la hora de romper su ano con la endurecida verga de su hermanastro.

– ¿Los interrumpo?

La voz sonriente de Sarah los sorprendió. Yacía boca abajo sobre la cama, sosteniéndose con sus codos y con su culo fuera de las orillas. Detrás de ella, Santino se había incorporado. Mientras Eliseo y Pilar se preparaban, la rubia había convencido a su hermano de hacer lo mismo. Eliseo sonrió, iba a ser testigo de cómo Santino le rompía el culo a su propia gemela al tiempo que él hacía lo mismo con la menor de sus hermanastras.

Blanca, como asistente, le alcanzó uno de los sobrecitos de lubricante a Santino.

Santino deslizó las bragas de su hermana hasta el nivel de sus rodillas. Y ante él apareció la preciosa vista de su culo abierto, mostrando su apretado y oscuro ojete sobre la piel clara de la más secreta de sus partes. La boca de su hermano se llenó de saliva al tiempo que su verga se endurecía aún más ante la idea de penetrar por primera vez aquel orificio.

Sarah no tenía tanto culo, ni siquiera comparada con Pilar. Su delgadez y su altura hacían que su culito se viese reducido a un par de nalgas redondas pero pequeñas, de tal manera que, con aquella posición, su esfínter estaba más que expuesto para recibir la verga de su hermano.

Mientras esperaba, Eliseo le había desvestido la blusa a Pilar, y ahora sus dos manos jugueteaban con los pezones de la chica, que se endurecieron de inmediato ante los suaves pellizcos del muchacho. A la chica ahora sólo la cubría la falda de mezclilla, doblada sobre sus caderas.

Blanca fue la encargada de lubricar la verga de Eliseo y ojo del culo de Sarah. Vertió unas gotas gruesas sobre el glande del muchacho, y con un suave masaje lo repartió en toda la punta de aquella verga. A Sarah, le dejó caer dos gotitas de lubricante justo en el ojete, y con eso pudo meter con facilidad su dedo índice. La rubia gruñó de inesperado placer ante aquello, y Blanca no pudo más que sonreírle furtivamente.

– ¡Listo! – dijo la chica, al tiempo que colocaba la punta de la verga de Santino sobre la entrada del culo de Sarah

Eliseo y Pilar se prepararon. Nadie lo había organizado de aquella manera, pero estaba claro que pretendían hacer aquello al mismo tiempo. Blanca se sentó y se acomodó, con una sonrisa curiosa ante el espectáculo que estaba tomando forma ante ella.

– Cinco, cuatro… – comenzó a decir Sarah, con una sonrisa nerviosa.

– Tres, dos… – se unió Blanca, reprimiendo una risita.

– Uno.

El cuerpo de Sarah se estremeció, una sacudida curvó su espalda y un gritó escapó de su garganta para sofocarse de inmediato. Respiró lo más que pudo para soportar el dolor que había provocado la repentina invasión de su hermano.

Falto de tacto y de experiencia, Santino había tomado la decisión de penetrarle el culo a su hermana de una sola tajada. En menos de un segundo, y con una precisión fortuita, le había clavado su verga por completo, deteniéndose sólo cuando alcanzó el tope.

– ¡Joder! ¡Santino! – gritó Sarah, una vez que logró recobrar la respiración, al tiempo que despegaba su rostro de la cama. Había incluso mordido, en vano, las sabanas de la cama para soportar el ardor en su culo.

Blanca estaba riendo, divertida. El rostro de Sarah, con los ojos desorbitándose de la impresión, le había parecido sumamente gracioso.

Sólo entonces se dieron el tiempo de ver lo que sucedía con los otros dos. Pilar, más lista, se había dejado caer suavemente sobre la gruesa verga de Eliseo, y su culo apenas se hallaba a medio camino de la penetración total. Lentamente, seguía dejando caer su culo, que iba dilatándose más y más conforme el pene de Eliseo se iba abriendo paso en el cálido abrazo de su recto.

La imagen clara del rosado anillo de la chica engullendo aquel tronco era digno de fotografía. El coño de Blanca se humedeció aún más, y una rápida sensación eléctrica se reflejó en su esfínter. Aquella imagen también conmovió bastante a Sarah, que finalmente agradeció tener su propia verga insertada en el culo.

– ¡Va! Hay que seguir – susurró a su hermano – Pero ten cuidado.

Santino no dijo nada; él estaba perdido en la excitante sensación de aprensión que el estrecho culo de su hermana provocaba en su verga. Intentó sacarlo, pero la hinchazón del culo de su hermana apretaba demasiado su verga, de modo que tuvo que comenzar con movimientos muy suaves y lentos. Sin embargo, incluso aquellos movimientos tan simples provocaban sensaciones en la mente de Sarah; poco a poco, el placer y la excitación fueron aflojando su culo, facilitando al rubio el mete y saca de su verga.

– ¡Ah!¡Ahhh! – comenzó a gimotear Sarah, conforme Santino iba teniendo el espacio para aumentar la intensidad de sus embestidas – Sigueeee…cabrrrooooónn.

Santino obedeció con gusto.

– ¡Joder, Santi! Que rico.

– ¿Así? – preguntó Santino, aumentando la intensidad de sus movimientos

– ¡Así! Joder, pero que rico.

Pilar, por su parte, hacía tiempo que había caído por completo sobre la verga de Eliseo. Él permanecía quieto, mientras ella evaluaba cuidadosamente sus movimientos; Blanca, que los miraba, comprendió lo difícil que debía ser aquella tarea. Aunque Pilar era una chiquilla bastante nalgoncita, eso no servía mucho a la hora de insertarse completamente la verga de su hermanastro en el culo. Las dimensiones de aquel tronco parecían gigantes comparadas con el estrecho y pequeño ojete del culo de la chica.

Eliseo alucinado, y sólo se limitaba a sentir el cálido abrazo que el recto de su hermanastra manaba. Cuando la chica comenzó a intentar subir lentamente, él la ayudó tomándola por la cintura. Poco a poco ella fue agarrando un ritmo más estable en sus brincos, hasta que los brazos de su hermanastro se sincronizaron lo suficiente para sostener sus movimientos.

Pronto sus gemidos se unieron a los de Sarah, y el cuarto se inundó de un canto de placer y excitación. Las respiraciones de Santino eran más agitadas, y los gritos de su hermana eran los que más se notaban. Los agudos grititos de Pilar eran más controlados, y Eliseo apenas y lanzaba uno que otro suspiro, como si estuviese todo el tiempo tratando de mantener la respiración.

– ¡Ahh! – suspiró Pilar

Eliseo reaccionó llevando sus manos al pecho de la chica.

– ¿Te gustó? – preguntó su hermanastro, apachurrándole las tetas – ¿Te gustó cómo te rompí el culito?

– Sí – dijo ella, apretando los dientes al tiempo que la parte más gruesa de aquel tronco cruzaba por su esfínter – Mucho.

– De ahora en adelante te voy a culear más seguido, ¿te parece?

– Sí – dijo ella; en ese momento de placer no podía más que decir que sí a todo lo que implicara un placer como el que estaba sintiendo.

– Me voy a correr en tu culito cuantas veces se me antoje – continuó él, provocando que la chica no hiciera más que ponerse más cachonda – Te vas a ir a la cama muchas veces con mi leche adentro de tu culo, ¿te parece?

– Mi lechita antes de dormir – bromeó ella, pero sin poder sonreír por la tremenda verga que la estaba partiendo y sobre la cual, sin embargo, no dejaba de saltar y saltar.

Miró hacía adelante, y al girar el cuello se encontró frente a frente con los ojos enardecidos de su hermana. Sin embargo está desvió la mirada de inmediato.

Y es que las manos de Blanca ya la habían traicionado, y ahora sus dedos se paseaban sobre su coño, sintiendo en sus manos los jugos que su concha no dejaba de emanar. Había hecho ya un verdadero desastre en su entrepierna, pero la escena que se desarrollaba frente a ella le daba la rienda suelta necesaria para perder por completo el control.

Olía a sexo; a verga, a coño y al tenue aroma a mierda que aumentaba conforme se estaba más cerca de los esfínteres taladrados de aquellas chicas. Cualquiera que hubiese pasado cerca de ahí se hubiese extrañado del coro de voces que gemían de placer, pero nadie les interrumpió nunca.

Eliseo ya comenzaba a mover un poco sus caderas, como si las penetraciones completas y cada vez más rápidas al culo de Pilar no fueran suficientes. Santino comenzaba a agotarse, pero su hermana comenzó a apoyarlo, moviendo sus caderas para que aquel falo no dejara ni un segundo de atravesarle el culo.

Habían pasado varios minutos cuando de pronto el cuerpo de Santino pareció derrumbarse, y tuvo que sostenerse con las manos sobre la cama al tiempo que su pérdida de fuerza le hacía clavarle la verga a su hermana hasta el fondo.

Sarah también suspiró complacida, mientras sentía el caliente líquido que la verga de su gemelo escupía en su recto. Tal era la sensación que parecía como si la leche de su hermano en su culo tuviera el mismo efecto que algún narcótico.

El sudor del pecho de su hermano, que se había derrumbado sobre ella, comenzó a combinarse con el de su espalda. Ahí descansaron ambos, mientras el tronco de Santino iba perdiendo grosor dentro de ella, hasta que terminó por salirse, dejándole oportunidad a su dilatado ojete a regresar de nuevo a su arrugada forma.

Pero la calma no duró demasiado, de pronto fueron los gritos de verdadero éxtasis de Pilar los que ahogaron aquel lugar. Era como si toda la fuerza de sus gemidos se hubiera concentrado en aquel momento, sería su segundo orgasmo anal, sólo que este parecía venir aún más grande. Hasta Blanca dejó de magrearse el coño para poner atención a lo que sucedía con su hermanita.

– ¡Mierda! – gritó, sin remordimientos, mientras unas lagrimas escapaban a los costados de sus ojos – ¡AAAAHHHH!

Sin embargo, era ella quien no dejaba de saltar como loca sobre la dura verga de Eliseo, quien ya no iba a poder soportar mucho aquello. Entonces, los ojos de la chica parecieron ponerse en blanco, mientras su boca completamente abierta parecía incapaz de seguir emitiendo sonido alguno.

Entonces Sarah se quedó boquiabierta cuando fijo su vista en el mete y saca de aquellos muchachos; el culo abierto de Pilar seguía subiendo y bajando, pero de su esfínter ya escapaba un hilillo de esperma que bajaba por el tronco de Eliseo. El muchacho ya se había corrido, pero Pilar se había negado a detenerse.

Parecía que Eliseo no soportaría aquello, pero el muchacho soportó el espasmo. Aquella era oficialmente la mejor corrida de su vida, y todo indicaba que también sería la mejor de Pilar, quien no dejaba de saltar descontroladamente a pesar de que su piel ya se había erizado y que su cabeza había caído pesadamente hacía atrás.

La leche de Eliseo ahora servía de lubricante para continuar con sus alocados sube y baja. Se estaba corriendo desde hacía rato, pues el muchacho podía sentir las contracciones del recto de la chica, mientras gotas de jugos vaginales goteaban sobre los vellos de sus testículos. Entonces Pilar alcanzó el clímax, y cayó rendida sobre la verga de su hermanastro. Eliseo la abrazó, rodeándola por la cintura mientras la chica parecía desmayarse del placer. Tuvo que pasar un largo minuto para que pudieran recobrar el aliento. La verga de Eliseo ni siquiera perdió rigidez, pues los movimientos de la chiquilla la habían vuelto a endurecer.

– ¡Vaya cosa! – interrumpió la voz sorprendida de Sarah, quien seguía en la misma posición a pesar de que su hermano ya se hallaba recargado en la pared – Ustedes dos sí que están locos.

Eliseo sonrió apenado, y Pilar ni siquiera se enteró, pues seguía recargada sobre el pecho de su hermanastro, con la mente fuera de sí.

– Espero que un día me hagas algo así – dijo la rubia, con una mirada bastante cachonda

– Podríamos intentarlo – dijo Eliseo, preguntándose de donde había surgido tanta confianza; su teoría de que el sexo tenía un efecto tremendo en la gente volvía a comprobarse – Pero esta vez creo que el crédito fue más de Pilar.

– Ya lo creo – concluyó Sarah.

Sarah se puso entonces de pie, y terminó de sacarse la blusa y el sostén, quedando completamente desnuda.

– Bueno – dijo – apartado el baño. Santino me ha dejado el culo hecho un desastre.

Eliseo no pudo evitar lanzar una risa. La sonriente chica se dirigió al toilette, donde todos pudieron ver sus intentos de evacuar el esperma de su hermano. Santino, que parecía ansioso de lavarse la verga, se metió a la regadera.

Pilar había recuperado fuerzas, y se puso de pie lentamente sobre la cama, pues la verga de Eliseo se hallaba en todo su esplendor.

Santino no tardó mucho. Salió con la toalla en su cintura y volvió a encender el televisor, cambió rápidamente el canal porno y se puso a explorar la programación normal. Se detuvo en un programa sobre reparaciones de grandes maquinas de construcción. Era un chico extraño, sin duda.

Pilar entró entonces a la regadera, mientras Sarah seguía sentada en la taza de baño. Entonces la rubia se puso de pie y se acercó a la puerta de la regadera, donde Pilar comenzaba a mojarse los pies.

– ¡Toc, toc! – dijo

Pilar sólo la saludó alzando las cejas.

– ¿Podemos bañarnos juntas? – preguntó la rubia, mordiéndose los labios inferiores

Pilar miró a sus lados, a absolutamente nadie, y finalmente alzó los hombros.

Sarah entró entonces, y rió divertida al sentir el agua aún fría.

– Te veías bastante bonita – comenzó a decir – Hace rato.

Pilar sabía que Sarah tenía tendencias bisexuales – y que hacía unas noches le había comido el coño a su hermana – pero la rubia le parecía tan bonita que de alguna manera sentía más curiosidad que miedo hacía la chica.

– Gracias – dijo Pilar, sonrojándose de inmediato

– ¡En serio! – insistió Sarah – Apuesto a que estuvo bastante intenso.

Pilar sonrió, y metió la pierna a la regadera.

– ¿Te ayudó a bañarte? – pregunto Sarah, mirando de abajo a arriba el precioso cuerpo de la chiquilla

Pilar no supo qué decir, se humedeció los labios con la lengua y sus labios temblaron cuando se atrevió por fin a responder.

– Sí – dijo

La rubia sonrío, y no tardó en colocarse frente a ella. Entonces sus manos se deleitaron, mientras recorría las formas de la chiquilla, que, inmóvil, se limitaba a sentir aquellas caricias delicadas y agiles.

Las manos de Sarah no tardaron en deslizarse por la espalda baja, hasta sobar dulcemente los glúteos de Pilar. Atrajo el culo de la chica hacía la caída del agua, y sus dedos se deslizaron junto con el chorro entre las nalguitas de Pilar.

Sarah sintió el arrugado esfínter de la chica y también la textura pegajosa del esperma de Eliseo escapando por aquel ojete. Jugueteó con aquel viscoso líquido, y aprovechó para utilizarlo a su favor: uno de sus dedos penetró el culo de Pilar, cálido y liso. La chica sólo suspiró, sin quejarse, y aquello le dio luz verde a la rubia para seguir jugueteando con aquel culito recién follado.

Entonces acercó su rostro al de Pilar, buscando desesperadamente sus labios, que la encontraron, porque también Pilar estaba buscando aquel beso. Se besaron, bajo la lluvia de agua. Pilar llevó sus manos a los pechos de Sarah, y comenzó a apretujar con suavidad los pezones endurecidos de aquella muchacha, mientras sentía como un segundo dedo se abría paso a través del ojete de su culo.

Eliseo, que había estado observando encantado aquella escena, se puso de pie, y se dirigió hacía el baño, deteniéndose antes ante la mayor de sus hermanastras.

– Te estabas masturbando, eh, puerca – le dijo

La chica giró los ojos.

– ¿Qué importa? ¿Qué harás, volver a grabarme?

Eliseo sonrió.

– Estoy bastante dispuesto a follarte hasta que te corras – le dijo, que te parece

– Santino se ve igual de dispuesto – dijo ella, con una sonrisa muy de guarra – Además, creo que hay que priorizar la novedad, le hiciste una promesa a Sarah.

El muchacho sonrió, pareció pasear por su mente.

– Me gusta verte cuando te tocas, te ves particularmente puta – espetó, antes de darle la espalda e ir hacía el baño.

Blanca permaneció sentada, saboreando las palabras del muchacho. Cerró los ojos; se sentía tan plena. Entonces se puso de pie y se desvistió por completo, quizás desnuda alguien se la follaría más pronto.

Viendo que la regadera estaba demasiado ocupada, Eliseo optó por lavarse la verga en el lavabo. Se terminó de limpiar con una de las toallas de mano, y se vistió rápidamente. Tomó las llaves.

– Ahorita vengo – le dijo a Santino – Voy a la tienda.

– De acuerdo.

Salió a la fría noche. Revisó su billetera, y se dirigió directamente a la caseta de cobro.

– Buenas noches – le dijo la encargada, que miraba aburrida a la calle antes de detectarlo

– Buenas noches – respondió él

– ¿Desea la noche completa? – adivinó ella, con un dejo de rutina

Eliseo agradeció que aquella mujer hiciera que todo fuera más fácil. Pagó, y después se dirigió a la tiendilla al fondo de las cocheras, donde compró un bote de jugo de un litro y un pan de dulce grande.

Cerró la cochera, y cuando la máquina terminó de cerrar el sonido de unos gemidos llegó a sus oídos. Era Blanca.

Abrió la puerta con las llaves, y conforme subía los escalones el volumen de aquellos gimoteos iba aumentando.

Llegó al piso, y entonces pudo observar en todo su esplendor la escena que se desarrollaba sobre la cama.

Con Santino recostado boca arriba, las nalgas de Blanca subían y bajaban mientras saltaba sobre él, comiéndose aquella dichosa verga con su ansioso coño. Estaba completamente desnuda, y sus preciosas tetas rebotaban libremente.

Más atrás, lo inesperado. Recostada boca arriba, Sarah disfrutaba comiéndose el coño de Pilar; su lengua se deslizaba entre los labios vaginales de la chiquilla, y de vez en cuando se escabullían entre sus nalgas para saborear con la punta de su lengua el rosado esfínter de la muchacha. A su vez, Pilar se inclinaba para masajear con su boca el clítoris de la rubia. Estaba clara su inexperiencia en el arte de satisfacer oralmente a otra mujer, pero su esfuerzo era digno de un premio.

Mirando la escena, Eliseo dejó las cosas sobre una mesita y comenzó a desvestirse sin interrumpir a nadie. Tomó un sobre de lubricante y embadurnó su verga con el líquido. Ya sea que viera a Pilar y a Sarah en aquel 69 o a su mejor amigo taladrando el coño de Blanca, su pene se endurecía por igual.

Eliseo se acercó lentamente a la cama. Blanca saltaba alegremente sobre la verga de Santino. Entonces Eliseo los hizo detenerse, pero ninguno dijo nada. Él sólo se limitó a acomodarse sobre Blanca, apuntando su glande contra la entrada de su culo. Entonces la penetró, con una facilidad tan evidente que sólo los suspiros de la chica le hicieron comprender que su verga ya estaba hasta el fondo de aquel recto.

Santino, que en ningún momento había sacado su verga de la chica, no necesitó mayor explicación. Continuó embistiendo a la chica, mientras Eliseo comenzaba sus mete y saca sobre el culo de la chica. Lo complicado era sincronizarse; los meneos del rubio hacían que Blanca se moviera demasiado, de modo que buscó el ritmo correcto para coincidir sus arremetidas con las de Santino.

– Creí que te follarías a Sarah – dijo Blanca, sin importarle que Santino escuchara aquello

– Tienes un culo irresistible – explicó él

La chica sonrió encantada.

Siguió bombeándola, hasta que sus movimientos y los de Santino se sincronizaron casi a la perfección. Casi podía sentir como la verga de Santino entraba por el coño de la chica en el momento en que ambos la penetraban al unísono.

Blanca, por su parte, estaba más que extasiada. Sentía como el placer multiplicado por dos inundaba su mente, y sentía una extraña sensación entre el desmayo y la embriaguez. Sus gritos y sus gemidos aumentaban su intensidad conforme a los movimientos de los muchachos, mientras un calor constante y creciente se iba desarrollando más y más en su entrepierna.

– ¡Denme! Denme duro, joder – gritaba – Fóllenme cabrones, más duro.

– ¿Así te gusta, eh putita? – le respondió Eliseo – Clavada como puta, doblemente ensartada como buena zorrona – le espetó

– ¡Ahh! – gimió ella – Sí, como la zorrona que soy – dijo, mientras sentía como ambos aumentaban la intensidad de sus embestidas, dominados por el placer de sus palabras de guarra.

Su hermanastro no pudo resistir más y terminó corriéndose en lo más profundo de su recto. La tibieza de aquel líquido se combinó con el ardor que comenzaba a acrecentarse en su coño. De un momento a otro, ella tampoco pudo resistir más y entonces su coño y su ano se apretujaron de tal manera que los dos chicos sintieron como si les estuviesen arracando la verga.

Una tremenda corrida era experimentada por la chica, y eso no dejó más alternativa al rubio que terminar también descargando su leche en el pasmado coño de la chica. Los tres terminaron agotados, jadeando y suspirando. La chica cayó sobre el pecho de Santino, mientras las manos de Eliseo se sostenían sobre su espalda.

La leche de Eliseo escapaba del culo de su hermanastra, se deslizaba a través del perineo e iba a parar al coño de la chica, donde se combinaba con el esperma de Santino antes de seguir deslizándose hacia abajo, serpenteando hasta descansar en los vellos de los testículos del rubio.

Todos descansaron de la cama, intercambiaban miradas cómplices y sonrisas fugaces. Aquella noche había sido un rito de iniciación, un circulo de confianza que no se olvidaría jamás.

Volvieron a bañarse, uno tras otro y a veces varios juntos. Ya no había pudor ni tabúes, ya sólo quedaba el imaginario de qué seguiría en un futuro, y la interrogante de hasta donde los llevaría todo aquello. Cenaron en silencio, mirando un programa de concursos en el televisor.

Después cayeron rendidos sobre la cama. Se acomodaron de diversas maneras, para dormir, pero al final dejaron atrás los últimos rasgos de pudor y optaron por acostarse uno al lado del otro en la amplia cama, completamente desnudos. Durmieron como benditos una vez se apagaron las luces y no despertaron hasta la mañana siguiente, cuando el teléfono sonó escandalosamente en todo el cuarto.

Sólo Eliseo logró incorporarse; tuvo que pasar su mano sobre el cuerpo desnudo de Pilar para alcanzar el auricular.

– Buenos días – dijo una voz distinta a la mujer que les había atendido la noche anterior

Eliseo miró a su alrededor. En la otra orilla, Sarah descansaba su cabeza sobre el pecho desnudo de Santino. Blanca, en medio, se miraba graciosa, boca arriba, con las piernas arriba y los pies encimados en los tobillos de Santino y él. Pilar, en la orilla a su lado, era la viva imagen de la inocencia. Eliseo pensó que quizás su más grande fantasía se cumpliriría el día que pudiera follársela dormida.

– ¿Bueno? – preguntó la voz

– Sí – reaccionó Eliseo

– En media hora termina su servicio nocturno.

Eliseo miró el reloj en la pared frontal; eran las ocho y media de la mañana.

– ¡Ah! Sí, sí señorita; salimos en media hora.

– Que tenga buen día.

Eliseo suspiró. Un dolorcillo se instaló en un costado de su cabeza. Necesitaría una aspirina.

Subieron a la camioneta de la misma manera en cómo habían llegado. Santino y las hermanas atrás, Eliseo de copiloto y Sarah al mando. Pero todo aquello no hubiera sido necesario, pues sólo una recamarera se paseaba rápidamente en la fría mañana.

Salieron a la calle con la misma discreción con la que habían llegado. Cuando ya se habían alejado a cientos de metros de ahí, Sarah se atrevió a decir algo.

– Bueno – dijo – Y esto fue todo. Aunque debo decir que aún me debes una.

Eliseo sonrió. Era cierto, y a la vez extraño, que ella y él no lo hubiesen hecho; más aún que eran los claros lideres morales de aquello.

– Lo siento – dijo – Pero tendremos bastante tiempo para eso.

– En eso tienes razón.

Eliseo sonrió, entre apenado y divertido. Todavía le costaba trabajo creer que todo aquello sucedía de veras. Además, le encantaba la tranquilidad con la que Sarah tomaba todo aquello.

– ¿Sabes? Si vamos a hacer esto constantemente – dijo ella, serenamente – creo que deberíamos formalizarlo. Como una organización.

– No me gustaría tener que pagar impuestos por eso – bromeó él

Ella rió.

– Me refiero a, no sé, un nombre, algo con que llamarle a esto.

– Si, te entiendo, como si fuera un grupo o una comunidad.

– Exacto. ¿Cómo le llamarías?

– No lo sé – sonrió él

– Algo simple, que sólo nosotros entendamos. – sugirió la chica

Eliseo miró por la ventanilla, aquella mañana se veía particularmente hermosa. No podía ver la vida más que de una manera distinta después de aquella noche.

– El Club – dijo entonces, con una voz tan baja que Sarah apenas pudo escucharlo

– El Club – repitió Sarah, antes de sonreír – ¿Suena bien, sabes? El Club – repitió, con énfasis

– El Club – repitió él, y sonrió

FIN

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